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DEL


PROTESTANTISMO.




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Vflrim Prellldus de E.'I!Uña han concedido 12liO dia.\ de indu/qentia ti
toda.'; {a., liUblicaciones lit; la LIBRERíA HELIGIOSA .


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DEL


PROTEST ANTISMO
y DE


TODAS LAS HEREJÍAS
EN SI: RELAClON


CON EL SOCIALISMO,
PRECEDIDO DEL EXÁMEN DE UN ESCRITO


DEL SR. GUIZOT.
POR


I
AUGUSTO NICOLAS,


autor de los Estudios fi1o~óficos sobre el CristiaDi~mo.


TRADUCCION


DE


D. JOAQUIN ROCA y CDRNET,
BiLlioLt'C.'lrio primero (le la Universidad J proyincia de Barcelona.


y rE'dac(or del antiguo periodico LA RELIGION.


._ .. -~---


BARCELO~A:


Diligite homines.
Interficite errores.


(S. Augustin.)


LIBRERíA RELIGIOSA.-IMPRENTA DE PABLO RIERA,
CALI.E NUEVA DE SAN FIIAl'iCISCO, NÚMIlIIO 17.


1853.




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CBNSURA.


Por comision del M. Jltre. Sr. D. Ramon de Elenarro, Pbro., Doctor en luris-
prudencia, Dignidad de Maestrescuela de esta Santa Iglesia, y Vicario General
del Excmo. y Rmo. Sr. D. José Domingo Costa y Borrás, Obispo de Barcelona,
he leido y examinado atentamente el libro intitulado: Del Protestantismo y de
todas las herejías en su relacion con el Socialismo, precedido del exámen de
un escrito del Sr. Guizot, por Augusto Nicolás, traducido al idioma español
por D. Joaquin Roca y Cornet, Bibliotecario primero de la Universidad 11
Provincia de Barcelona. Esta obra, que solo por el crédito que justamente se
ha merecido el autor por su puro y declarado catolicismo, y por lai producciones
literarias que anticipadamente ha dado á luz, merece todos los elogios, es en
el dia, segun mi juicio, la mas útil para desvanecer y disipar los sofismas é
ilusiones con que el Socialismo seduce á los incautos, y preservar la sociedad
de los peligros á que por él se halla expuesta; pues que no solo manifiesta con
evidencia la estrecha é íntima union que liga el Catolicismo con la Civilizacion,
y que solo en él pueden hallarse la verdadera felicidad y libertad; sino que des-
cubriendo la relacion lógica é histórica que el Socialismo tiene con el Protes-
tantismo y demás herejías, manifiesta cou igual claridad el abismo A que nos
conducen sus falsas y depravadas doctrinas.


Por esta consideracion, y por no haber hallado en ella (tal cual la presenta
esta traduedon del Sr. Roca y Cornet) nada que sea contrario á las buenas cos-
tumbres, y ¡\ los dogmas sagrados de nuestra santa Religion , la juzgo no soto
digna de ser dada á la pública luz en nuestro idioma, sino que puede tambien
ser de mucha utilidad en las presentes circunstancias.


Barcelona 17 de julio de 181)3. I


JosÉ JACINTO CLOTET, Pbro. 31 Maestro en sagradl1
teología, de la Orden de Predicadores.


APROBACION.


Barcelona veinte J uno de julio de mil ochocientos cincuenta y tres: Vista la
anterior eCllsura, damos nuestra aprobaríon ¡i esta obra, tal como se presenta
por el traductor O .. loaquin Roca y CorneL


DR. EZEJ\ARIIO, Vicario Goneral.




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llRÓLOGO DEL TR!DUCTOR.


FnmIENTE la primera obra que tengo el honor de presen-
tar bajo mi nombre como traductor en esta Librel'Ía ReligiOi;a
es no solamenle la que mas se conforma con la clase de mis
estudios, sino la que con mas oportunidad podia darse á la luz
pública en las críticas circunstancias que estamos aLra vesan-
do. Ella descubre maravillosamente al claro fulgor de la mas
enérgica verdad y sobre la bas~ de hechos irrecusables el orÍ-
gen de los profundos sacudimientos y de las trágicas escenas de
que ha sido teatro nuestra patria, y explica naturalmente el
punto deSfle donde el espíritu de rebelion á toda autollidad di-
vina y humana ha dirigido tambien sus tiros contFoa, nosotros.
A su vista disípanse como el humo las grandes palabras que
han llevado inscritas siempre en su bandera los enemigos mas
ó menos encubiertos de toda religion y de toda sociedad, y
aparecen en su verdadero valor las promesas de todos nues-
tros reformadores. Tomando á la historia del error sus mas
importantes páginas, remóntase hasta la raíz del mal, y le
va siguiendo á grandes .pasos, aunque de cerca, en su pro-
longada carrera de devastacion y de exterminio; y elevándo-
se hasta las verdades cardinales de nuestra fe, traza en el
cuadro rápido de las herejías de todos los siglos la marcha
progresiva del error, presentando al Protestantismo como la
última, la mas lata de ellas, ó mas bien su complemento,
porque es la que abria el campo á todas para que atacasen en
masa y bruscamente todo principio de autoridad, proclaman-
do la soberanía de la !"azon así sobre el órden sobrenatural
como sobre el órden sodal.




-8-
El Protestantismo, pues, es el que nutrió en su seno, si es


que no les diese vida, todos los mónstruos en el órden mo-
ral, que tienen desquiciado el mundo de las inteligencias, y
que acabarian con él, si Dios no detuviera con su mano om-
nipotente estos nuevos abismos de aguas que ha vomitado el
averno para devorar la tierra, é inundarla con un nuevo di-
luvio de barbarie.


Este es uno de aquellos libros que abren, en cierto modo,
un nuevo campo á la reflexion, y que engrandecen el pensa-
miento, familiarizándole con cuestiones de primera importan-
cia, y presentándoselas bajo un punto de vista tan luminoso
como universal. Despues de haberlo leido, parece que el es-
píritu se· halla maravillosamente robustecido con nuevas fuer-
zas, pertrechado con nuevas armas para combatir. El racio-
cinio se va produciendo con los hechos, con los cuales va en-
lazando sus consecuencias, y los hechos se van desplegando
en apoyo del raciocinio: la historia se halla siempr8 presente
como testigo fiel é irrecusable de todas las ilaciones, aun de
las que pudieran parecer mas arbitrarias; y el testimonio de
los mismos adversarios, de los mismos secuaces del error, á
quienes la recta razon ó la buena fe arranca algunas confe-
siones, pone á las conclusiones el sello de una evidencia ir-
resistible.


Falta empero decir una palabra acerca la aplicacion que
puedan tener estas doctrinas en el (l.ia á las circunstancias,
cási pudiera decirse, felizmente excepcionales de nuestro país,
en cuyo seno no se hallan en lucha abierta y sensible los prin-
cipios opuestos de autoridad y de libre exámen, como en
aquellos en que se halla mas ó menos introducida y tolerada
la Reforma.


Un ilustre escritor extranjero, bien conocido, queriendo
probar que la historia moderna no carecia de hermosura, y
delineando el cuadro de la Europa, decia de nuestro país, al
comenzar este siglo, las siguientes palabras: « La Espaüa,




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( separada de las demás naciones, presenta al historiador un
( carácter mas original; la especie de estanco de costumbres
( en que reposa, le será tal vez útil algun dia; y cuando los
(( demás pueblos europeos estén contagiados de la corrupcíon,
(( ella sola podrá presentarse con brillantez en la escena del
( mundo, porque subsistirá en ella el fondo de las costum-
«bres. »


Hé aquí un juicio verdadero en el fondo, pero al que la
marcha general de los sucesos ha debido hacer sufrir alguna
modificacion. La corrupcion es siempre hija del error ó de la
ignorancia: cuando es hija del error, pasa de las ideas á las
costumbres; cuando lo es de la ignorancia, pasa de las cos-
tumbres á las ideas. La primera es mas temible, porque su~
pone viciada la parte mas noble, que es el pensamiento, y
procede de una luz mentirosa que le da una falsa seguridad:
la segunda, como engendrada en las tinieblas, tiene la espe-
ranza de 'la tuz que pueda disiparlas. La corrupcion hija del
error es la que no habia penetrado aun generalmente en nues-
tro país á principios de este siglo, merced á las precauciones
que se convino en llamar de intolerancia, y que sin embargo
la preservaron de los estragos sangrientos que habian deso-
lado una parte de la Europa, y que le conservaron la unidad
de la fe. Pero ya era de ver que el Protestantismo, transfor~
mado en Filosofismo, que abortó la catástrofe del último si-
glo en la nacion vecina, romperia al fin la valla, y no deja-
ria de invadir nuestra l)enínsula.


No tiene duda, pues, que el espíritu que ha soplado sobre
nuestra revolucion política, preludio cási siempre de la so-
cial, es el hálito del Protestantismo, por su tendencia continua
de hácer prevalecer en todas materias el principio de libertad
sobre el principio de autoridad; y lo que se llama soberanía
del pueblo, no es mas que la soberanía de la razon individual
considerada en d mayor número. Presentóse al principio con
pi \elo especioso de Reforma política, para extender después


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su dominio y convertirse en Reforma religiosa y social, ~lu­
chos de los que dieron el primer impulso estaban Itios tic pre-
ver el resultado lógico que debia producir, )' que hubiera
producido infaliblemente, si la nacionalidad española no SI'
hubiese opuesto como un obstáculo insuperable á sus últimas
consecuencias, Para que se vea que hemos sido siempre COII-
siguientes en nuestro modo de pensar, calidad, y lo decimos
sin orgullo, no comun en nuestro siglo, reproducirémos las
palabras mismas que decíamos trece años atrás, en la CÚJüi-
zacion: {( j Cuántos hombres de los que aplaudieron y coope-
« raron en desarraigar convicciones que les parecian enveje-
{{ cidas y como muertas, de las cuales opinaban que nada po-
« dian hacer para seguir la marcha del siglo, se arrepien.ten
« ahora, aterrorizados de las últimas consecuencias que puc-
{( de traer consigo el desarraigo súbito, y el desprecio de aque-
« llas convicciones, en cuyo lugar pensaron sembrar otras
{( análogas á sus miras, á su ambicion y á sus intereses! Cer-
{( cados de ilusiones seductoras, aun los mas cuerdos, )' cer-
« rando los ojos sobre lo pasado, y sin recelar lo que pudiera
« ser el porvenir, creyeron que para acomodarse á la ma rcha
« y al espíritu del siglo debia contemporizarse ha:;{a cierto
« punto con los errores del siglo, con su versatilidad, con su
{( escepticismo, con todo lo que él llama sus despreoeupa-
I( ciones; y persuadidos insensatamenle de que esta marcha
« se detendria cuando les conviniera, dieron el empuje, y
I( no vacilaron en volver por tercera vez al ensayo de su:,
« teorías. »


Cuando esto decíamos, la l'evolucíon se hallaba en su pe-
ríodo ascendente; pero nunca perdimos la esperanza de que
por la gravedad de nuestro carácter, por la constancia, ó llá-
mese tenacidad de nuestros pr'incipios, podíamos adrnitir todas
las melaras sociales depttradcts de sus dernasías JI de sus deli-
rios contra aquellos que pretendían que á {'ner de UI/. ¡meMo
t'eleidoso y fuertemente im/JI'cúonaóle, nos {anzú ralnos ri r:11?f¡a.1.


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por 1Ui nuevo rumbo lleno de escollos, perdt'do del todo el ti-
mon de nuestra nacionalidad,


Obsérvense sino todas las tendencias de este ciego espíri-
tu de reforma, cuando con tanto furor nos invadia, y póngan-
se en cotejo con las que el sábio autor de este libro atribuye
al Protestantismo, y véase si tienen el mismo é idéntico ca-
rácter, Siempre que el sentido de la palabra Reforma, la cual
en su verdadera acepcion es una necesidad para todas las ins-
tituciones humanas, que el tiempo malea y desvirtúa, se con-
vierte en el de guerra y destruccion, produce los mismos efec-
tos, que cuando las bellas palabras libertad, igualdad y fra-
ternidad, consagradas por el Cristianismo para la felicidad del
mundo, si se apoyan en la ley y en el espíritu del Evangelio,
se convierten fuera de su círculo en tres furias destructoras
de la humanidad,


Si nos propusiéramos, y fuese oportuno, el ir siguiendo la
historia de nuestra revolucion desde principios de este siglo,
resaltaria la semejanza, ó mas bien identidad de estas ten-
dencias, y veríamos, ya desde un principio, tras el aparato
de las reformas políticas la Reforma religiosa que aspiraba á
entronizarse. En el primer período apareció mas clara esta
tendencia, cuando la prensa inauguró su libertad con los mas
bruscos ataques contra la religion católica, contra sus dog-
mas, contra sus sacramen tos, contra su culto, con Lra sus ins-
tituciones y sus ministros: se prodigó la burla y el sarcasmo
contra lo mas augusto de nuestras creencias, la injuria y el
insulto contra el sacerdocio y c.ontra la autoridad de la Igle-
sia; se reprodujeron en nuestra lengua cási todas las obras
materialistas y ateas de la época enciclopédica; se proclamó
la tolerancia universal, suspirando para que se renovara en
España la época del reformador Enrique VIII y de su herma-
na ~Iaría. Este es un hecho que quizás no conoce una gran
parte de la presente generaeion, pero que no olvidarán los
que conserven memoria fie aquel período, Este último soplo




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de la escuela "Volteriana se dejó percibir sensiblemente en mu-
chos de nuestros escritores en el primer tercio de este siglo.
Circularon libremente producciones que lastimaban el buen
sentido, y hacian llorar á todo eorazon cristiano. Mas el cur-
so mismo de los sucesos, que debia traernos estas ideas, na-
cidas del Protestantismo en sus varias formas, conducido por
el dedo oculto de la Providencia, que no deja obrar el mal
sino hasta el punto que conviene á sus soberanos designIOS,
debia traernos tambien el antídoto de una reaccion religiosa
en la region pacífica de las inteligencias, reaccion que se va
cumpliendo paulatinamente á pesar de lodos los esfuerzos dp
sus enemigos. Así que, el Protestantismo desfigurado ha de-
bido mudar de táctica, y apelando á las debilidades del hom-
bre, y resucitando el arma vil de la calumnia y de la impos-
tura, hase cebado y se está cebando contra el sacerdocio ca-
tólico, hincando el dien~e en las mas santas y veneradas ins-
tituciones.


Hay además otro motivo poderoso para aclimatar entre
nosotros las doctrinas que vierte y los hechos de que toma
acta en esta obra el distinguido autor de los Estudios filosófi-
cos sobre el Cristianismo. No ha dejado de resonar alguna vez,
aunque perdida en el aire y sofocada por un general senti-
miento de reprobacion, la voz de la tolerancia de cultos, su-
poniéndola una necesidad de la época. Recientes son todavía
las tentativas reiteradas del Protestantismo para introducirse
en nuestra patria; en )0 mas encarnizado de la guerra civil,
cuando en el hervor de las pasiones políticas se derramaba
en los campos de batalla la sangre española y se desgarraban
las entrañas de la madre patria; el Protestantismo probó ar-
rojar entre nosotros su tea incendiaria para hundirnos mas
cruelmente en la discordia. Pero por una proteccion ospeciaI
de la Providencia, esta tea se apagó en las manos del mismo
que la arrojaba; y á pesar de Sil propaganda, y de la pro fu-
sion de biblias mutiladas, v de sus emisarios, \ de sus afini-


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dades con ciertos espíritus novadores, y de todos los ineenti-
vos de sugestion, y de lodo el poder de una prensa desenfre-
nada, la nacionalidad española resistió todos estos embates; )'
el espíritu católico no aterrado por los rayos de la guerra, ni
ahogado por el humo de los combates, repelió con firmeza
esta nueva invasion espiritual con que nos amenazaba la ge-
nerosidad protestante.


El Protestantismo, pues, se ha hallado en nuestras puer-
tas, y ha aspirado sobre nosotros su venenoso soplo, y for-
ceja para infiltrarse insensiblemente en nuestras ideas, senti-
mientos y costumbres. Y como de las doctrinas protestantes
tan naturalmente emanan, conforme va á verse) todos los er-
rores) todos los delirios, todas las utopías así en el órden re-
ligioso como en el órden social, es importante, urgente, apre-
miante que el pueblo español, escarmentando en cabeza ajena,
y no sin alguna parte de su propia experiencia) se prevenga
con este poderoso antídoto contra todas las sugestiones mas ó
menos encubiertas de este principio de todo error y de toda
impostura; y que vea con una evidencia irresistible como por
el canal del Protestantismo podrian y deberían naturalmente
venirle todas las doctrinas racionalistas) panteístas y socialis-
tas que tanto braman y forcejan para obtener la ventaja en es-
te gran combate ([ue ha lr.vantado el error contra la verdad,
la rebelioll contra pi órden, la harbarie contra la civilizacion.


lJ rge además pertrechar los ánimos tímidos, débiles ó va-
cilantes contra [os ataques siempre repetidos de la prensa con-
tra la rglcsia y pi sac('nlocio. Vi,,! se halla aun, después de
tantos desengaños, la llama de la persecucion en e[ órden de
las i(leas, COII peligro mas ó menos inminente de pasar al ór-
den de los hechos. La "oz de nuestros prelados acaba de le-
,antarse contra los psfuerzos de esta razon indómita que está
luchando siempre para sobreponerse á la autoridad: á la pren-
sa, pues, toca reparar los deseal'ríos de su propia licencia, y
ren¡:¡;ar á la Hf'ligion y buen spntido público de los daños é in-




-H-
i'lUlLos que ella misma le ha causado. La mayor parle de lus
grandes talentos se han decidido por la verdad, y han tuma-
do su defensa: cuando se insulta á la Religion, la cobardía es
un oprobio: la inaccion es un crÍmell. El autor de este libro,
digno sucesor de nuestro ilustre y malogrado Balmes, á quien
consagra el justo tribu tu de honor y de admiracion, da el ejem-
plo de este valor heróíco, de esa firmeza de espíritu, que so-
breponiéndose á todas las consideraciones humanas, todo lo
tolera menos el error, respeta á los hombres, pero combate
las doctrinas, y alzando el broquel impenetrable de la razon
y la espada cortante del raciocinio, exclama, como debemos
exclamar lodos en todo cuanto se interesa la gloria del Señor
y de su Iglesia: ¿Quién como Dios?


Una sola ad vertencia nos res ta que hacer. El estimable au-
tor de esta obra, á pesar de lo vasto de su erudicion y de lo
grandioso de sus miras, no ha guardado en algunos pasajes
de ella aquella exactitud de expresion que en materias tan de-
licadas como ciertos puntos teológicos se requiere; y en e~ta
parte nos hemos creído obligados á modificar las palabras del
texto tan solo en lo que ha parecido indispeJlsablemente Jlf'-
cosario para f~iar bien la idea y alejar toda sombra de duda (.
de menos recta intcrprel.acion. Esto era además un obsequio
debido á la pureza de sentimientos de nuestros lectores, al
mérito mismo del autor, y á la sancion respetable de la au-
toridad eclesiástica con que salen autorizadas todas nuestras
publicaciones. Los lectores echarán de ver á primera vista el
cuidado cási nímio con que se ha procurado 110 alterar el fon-
do de la idea del autor para no d~virluar ni la fuerza de su
pensamiento, ni el enlace del conjunto, nf el ohjeto á que se
dirige el plan y la marcha de esta exeelenln ohm.




PREFACIO DEL AUTOR.


POR mucho que haya servido para alentarme la buena acogida
'1ue el púhlico ha dado á mis Estudios filosóficos sobre el Cristianis-
mo, no es por cierto una pretension de autor la que me ha movi-
do á componer la nueva obra que hoy le ofrezco, antes hien pue-
de considerarse como uu justo reconocimiento de mi inferioridad
con respecto al hombre eminente que me ha dado márgen á escri-
birla. Por de pronto no fue otra mi idea sino dedicar algunas pá-
ginas á la discusion del escrito que dió á luz el Sr. Guizot, en
noviembre úHimo al frente de la Coleccion de sus JJfeditaciones v
Estudios morales, que se reprodujo en los principales periódicos',
y que todo el público recuerda. Mas aun cuando hubiese dado ci-
ma á'este mi primer designio, me acusaha á mí mismo como de
una presuncion el haberme limitado á las formas precisamente es··
trictas y directas de una polémica; considerandó, que cuando
uno se permite emitir una opinion opuesta á la de un hombre tan
superior, no le basta el contradecirla simplemente, sino que de-
be hacerse perdonar la negativa á fuerza de razono Por manera
que para hallar un contrapeso á todas las ventajas personales de
un adversario semejante, es indispensable el proporcionarse so-
bre él todas las ventajas de la verdad. Y con esto me veia condu-
cido como por la mano á un desarrollo complementario y justifi-
cativo de mi pensamiento, no ya bajo la forma de discusion, cual
dehia precisamente hacerlo, sino bajo forma de exposicion, no
consintiendo sin embargo que este desenvolvimiento pasase de los
límites de un trabajo secundario pero dependiente del primero.


Masal obedecer desde luego á este primer impulso, no tardé en
pasar mas allá de mi objeto, hasta perderle de vista. Tan grande,
tan magnífica es la Verdad, que una vez impelido hácia ella, aun
con solo el intento de tomar de ella una pequeña parte, y retro-
ceder, os retiene ella por sí misma, y no os deja sin haberos an-
tes colmado con la abundancia de sus dones; dones tan opulen-
los, que mudan enteramente la condicion del favorecido, pues de




- H, -
pobre y débil que era pasa á ser rico y poderoso; ~ sin que olvi-
de su insuficiencia personal, debe á la Verdad el hacer prevall'-
cer las ventajas que de ella ha recihido, y el publicarla con toda
seguridad.


A consecuencia, pues, de mis relaciones con la Verdad, que ,j-
vifican y fecundan, se ha cambiado tambien mi relacion con el
Sr. Guizot, hallándose asimismo invertidas las proporciones de
mi plan. Al exámen de su escrito, objeto único, principal á lo me-
nos de mi intencion primitiva, ha seguido un desenvolvimiento
de doctrina que se ha convertido en obra principal, con respecto
al que este exámen no ha pasado de secundario. He debido sin
embargo conservarlo en la línea que á su objeto correspondia, de-
jándole al frente de la obra, como á su mas natural y mas verda-
dera introduccion.


Tal es la ocas ion que ha dado orígen al presente libro.
El objeto final que en él me he propuesto es el mismo que se


propuso el Sr. Guizot: salvar la última consecuencia del error:
j la muerte! Para conjurar este peligro supremo el Sr. Guizot con-
cilió un medio, emitió un deseo: tal es el que todas las comunio-
nes protestantes y el Catolicismo, por divididas que estén entre
sí y con él sobre el objeto de la Fe, por opuestas que se hallen so-
bre el principio, obren de comun acuerdo para hacer causa co-
mun contra el Socialismo. Un tal expediente, el mejor que la doc-
trina del Sr. GuilOt pudo permitir á la pureza de sus intenciones,
me ha parecido no solamente quimérico, sino hasta funesto: he
creído de mi deber el manifestar su ilusion y su peligro, y me he
propuesto al mismo tiempo lo que en todas las cosas es el único
medio de conjurar el mal: ir en busca de Sil principio, y oponer-
le su contrario.


El principio del mal social es el error; su contrario es la Ver-
dad. Lo principal para salvar la soeiedad es salvar la Verdad, por-
que esto es salvarle la vida.


La Verdad, he dicho, porque en realidad no son las verdades
las que faltan en nuestro tiempo; pues abundan como los restos
de un gran naufragio, arrojados y vueltos á tomar por la tormen-
ta sobre los arenales del Océano: ellas se mezclan, se cruzan, se
hacinan; están á disposicion de todos como los despojos echados á
la orilla: cada cual puede tomar de ellas á su sabor y acomodarlas
á sus sistemas: hay, por decirlo así, una anarquía de verdades.
Mas la Verdad integral y soberana', la Verdad principio, á la cual
deben naturalmente venir, y referirse y subordinarse todas las ver-




-17-
dades, la VEnnAn, rn una palahra, vrd ahí lo quP falta, ú mejor
dicho, ved ahí á la tlue faltamos nosotros, y no obstante la salud
no se alcanza sino á este precio.


Sin pronunciar todavía en dónde está la Verdad, digo tan solo
que solo con el reinado de la Verdad la sociedad será salvada, y
en esto disiento del Sr. G uizot.


y no obstante la razon de ello no puede ser mas palpable. ¿De
I/ué se muere la sociedad, por confesion de todos, sino de defec-
to de autoridad, de exteuuacion, de la pérdida de su principio?
¿ Y en quién reside, pues, este principio, de una manera incon-
testable, quién tiene autoridad sino la Verdad, y la sola Vet'dad '?


Necesario es por consiguiente restahlecer ante todo la Verrlad
para poder restablecer la A utol'idad.


Ved de este modo la consecuencia de la opinion del Sr. Gllizot,
que aquí nos limitamos á enunciar, dejando su exposicion para
Sil lugar oportuno. Así como no admite la Verdad soberana en una
manifestacion que la realice, tampoco admite, ese hombre que
tanto ha practicado la autoridad y que tan capaz es de compren-
derla, tampoco admite, repito, un principio soberano de alltori-
dad en el mundo; no admite la Autoridad. Admite tan solo la au-
toridad circunstancial y contingente, moviéndose al gusto de los
tiempos y de las revoluciones entre el despotismo y la licencia, y
participando del uno ó de la otra cuando no se estrelle en ellos
completamente. Es decir, que él no admite sino fenómenos de au-
toridad, y no la Autoridad sustancial, sin la que estos fenómenos
nada tienen que les autorice, y no pasan de combinaciones facti-
cias y a'lenturadas de la política humana.


Lo que constantemente preocupa el ánimo de este eminente ese.
critor, al que solo falta 1 a llena libertad de Sil ejercicio en el se-
no de la verdad, es el defender y guardar intactos los derechos
de la libertad, siendo su vigilante y solícito tutor contra la auto-
ridad; y recíprocamente segun las circunstancias, siempre con el
afan de conciliar/os. ¡ Cómo si la verdadera autoridad y la verda-
dera libertad pudiesen jamás ser rivales! ¡ cómo si se limitasen la
una por la otra! ¡ cómo si, al contrario, no se desenvolviesen la
una á favor de la otra, la una en el seno de la otra! i cómo si no
se penetrasen recíprocamente! - Esta es una'verdad harto desco-
nocida entre tantas verdades, y que nos proponemos presentar
con la luz de la evidencia.
~las para comprender esta reciprocidad de penetracion entre la


autoridad y la libertad, para comprender hasta el principio de su
:2




- lS -
existencia, menester es admitir la "crdad, sin la cual no hay ni
autoridad ni libertad; y para admitirla, fuerza es reconocerla en
donde únicamente se halla, en Jesucristo, unido inseparablemen-
te á su Iglesia, como ha declarado él mismo que lo estaria hasta
el fin de los tiempos.


Así pues la Iglesia, como lo ha dicho muy acertadamente el mis-
mo Sr Guizot ' , no es una escuela sublime de respeto y de auto-
ridad (hubiera podido añadir de libertad) sino porque es la Ver-
dad misma, y la Verdad sola que en ella habla; que de ella sola
se levanta el hombre tanto mas libre cuanto mas sumiso, porque
por esta sumision se participa de su independencia.


El Protestantismo alzando el estandarte de la rebelion contra la
Iglesia, ha atentado contra el principio mismo de la autoridad y
de la libertad en el mundo, porque bajo su influencia no ha ha-
bido verdad única, esto es, nada que tuviese autoridad en sí , na-
da por consiguiente que pudiese comunicárnosla, y con ella la
libertad, que es ante todo la autoridad sobre sí mismo. El poder
quedó sin autoridad; la sujecion sin libertad; y todo no ha sido
mas que un conflicto siempre en aumento entre las fuerzas ciegas
del despotismo y de la licencia, que debe tender á la extenuacion
y á la extincion de toda vida social al través del cáos de sus ele-
mentos.


La marcha, pues, de estaacciondisolvente del Protestantismo en
el seno de la sociedad es la que me he propuesto describir, ma-
nifestando al mismo tiempo la relacion lógica é histórica que tiene
con esta harbarie final á que llamamos Socialismo; el Socialismo
que no es sino el Protestantismo contra la sociedad, así como el
ProtestantislIlo no es otra cosa sino el Socialismo contra la Iglesia.


Dice el Sr. Guizot, con la mayor sensatez, que solo por la su-
mision al órden sobrenatural podrá rehacerse la sociedad. Esta es
una de aquellas altas y sencillas verdades, cuya profesion hace
tanto lIlas honor al alma v al carácter del Sr. Guizot, en cuanto
las proclama con grave riesgo de la lógica de su doctrina.


y en realidad, el Protestantismo no es otra cosa que la no su-
mision al órden sobrenatural, pues hace la nocion de este órden
dependiente de esta razon humana que debe someterse á él. Es
por consecuencia su negacion, y debe llegar en último resultado
al Naturalismo, que es uno de los dos grandes rios que desag'uan
en el piélago del Socialismo. -La exposicion de esta verdad for-
ma el ob.jeto de la primera parte de mi trabajo.


1 f)el ¡;l/fnlir.i~I1>n. ¡/pl Pro/".f/flf/limw y (1, la /?ilo~o(í{/ m 'Prrmri".




- 1\1-
Mas no dflpflnde lid hombrc el slIslrupt'se al únlen súhrenatural,


y el suprimirlo. Este úrden existe, haga él lo que quiera, le envuel-
ve enteramente, y lo lleva dentro de sí mismo, le respira, en él se
mueve, de él vive. Si le niega no puedc hacer mas que una co- •
sa: pervertír la relacion que este órden tiene con su naturaleza,
y rehusando corresponder á él por medio del Cristianismo, úni-
co que posee su secreto, ser precipitado á él por el Panteísmo y
el Fatalismo; el Panteismo que es el segundo rio que conduce sus
aguas al Socialismo, y que fue la primera palabra como ha sido la
última del Protestantismo.


Esto mismo me ha conducido á reconocer y á demostrar que (>1
Protestantismo, como herejía, y por consiguiente toda hcrejía, es-
taba consagrada al Panteismo , y por consiguiente al Comunismo,
que es solo un Panteismo social, así como el Panteismo es un Co-
munismo religioso; lo cual he demostrado de hecho por el exá':
men de las principales herejías que han parecido en el mundo, y Jo
cual se explica teóricamente de un modo el mas admirable por esta
gloriosa prerogativa de la fe católica, de ser la única via de comu-
nicacion con ]0 infinito, el solo puente levantado sobre el abismo.
- Esta parte de mi trabajo formará el asunto del segundo libro ..


En fin, despues de haber demostrado como el Protestantismo,
haciendo salir la civilizacion de la via católica, le ha hecho ter-
minar por el Panteismo y el Naturalismo al Socialismo, he tenid'o:
que conciliar esta verdad con la opinion que por largo tiempo ha¡
prevalecido, de que el Protestantismo habia favorecido y basta
determinado el movimiento de la civilizacionmoderna, llevando
á ella un nuevo espíritu de tolerancia, de libertad, de actividad
intelectual y de moralidad. Este trabajo estaba ya hecho por una
mano maestra. Balmes hizo justicia para siempre á esta paradoja
del Filosofismo contra la Iglesia. Yo no he podido dejar de refe-
rirme á esta obra preciosa que la muerte prematura de Sil aulor
acaba de sellar para la inmortalidad. Con todo, he creido poder
utilizar algunos materiales, que se me han venido á la mano, al:
buscar los que habían servido para las partes precedentes de mi:
trabajo, y en mi última parte he dado mas precision á algunos he--
·chos, y he delineado algunos rasgos sobre el Protestantismo eH'.
sus relaqiones con la tolerancia, las luces, la industria y las C'0S-
lumbres; y he manifestado que el Protestantismo no había hed\Q
mas que dañar á la civilizacion por SIl accion directa sobre ella,
y que tan solo poniéndola en peligro y pOI' los esfllerzos que ha-
hia provocado en el seno (le la Iglesia rara salvarla, hahía po/ri-





- 20 -
,lo serie provcehoSll, pues con esto diú lugar á la Providencia á
que sacase bien delmislllo mal para el mayor y Illas glorioso triun-
fo de la Verdad.


Tales el c"tadro de mi ohra.
En cuanto á su conclusion, ella sale naturalmente por sí mis-


ma; con todo p()cas palabras bastarán para explicar el resultado
que he tenido á la vista.


No me he propuesto directamente en este libro convencer á los
Protestantes. Poco valor doy á los libros en general para restituir
á nuestros hermanos á la fe de nuestros padres. El Protestantismo
en s(es demasiado irracional para creer que la razon por otra par-
te ilustrada de tantos protestantes, sea el lazo que á él les una;
y como la adhesion de los Protestantes al Protestantismo no es
obra de su razon, no puede desasirles de el el solo raciocinio. Con
todo, cuando las causas reales de esta adhesion, algunas de las cua-
les son honrosas, pero ninguna tanto como el sacrificio que ha-
cen de la Verdad, quedan destruidas por la acciou de Dios sobre
el alma, y por la generosa correspondencia de la voluntad; en-
tonces el raciocinio penetra, como en una pl:tza libre que festeja
á su guarniciono Bajo este punto de vista la lectura de este libro
podrá. quizás auxiliar el trabajo secreto de libertad que se opera
hoy en un grande número de almas generosas, y que se manifies-
ta por tantas consoladoras conversiones. Pero yo mas bien deseo
que no me lisonjeo de haber alcanzado tan feliz término, que con-
fieso ha sido para mí un objeto secundario.


Si el fin principal de este libro no es el de convencer á los Pro-
testantes, menos es aun el de vencerlos y triunfar. Tal vez mu-
chos no lo crean; tal vez muchos se sientan heridos por mas dr
un tiro que juzgarán disparado por una mano enemiga. llero á es-
tos tales les excusaré, deplorandQ su error. Permítanme decirles,
siIi embargo, en obsequio de la verdad, que ni uno solo de estos
tiros herirá su corazon, sin haber antes herido el mio mas viya-
mente aun por la sola idea de que les haria sufrir, y sin haber an-
tes prevenido todos los calmantes que pudiesen dulcificar el gol-
pe, y que fuesen compatibles con su eficacia. Les diré, por ú ¡limo,
que ha sido necesario todo el imperioso sentimiento del deher, la
idea de la salud comun y de su propio interés para decidirme á
disgustarlos.


Mas la cuestion debia yo mirarla bajo un punto de vista murho
mas extenso. El Protestantismo ejerce fuera de los Protestantes
una intlllf'ncia indiNrta qnr forma como '111 afmó~fera, y fjIH' ha




- 21 -
penetrado en nuestras dotlri nas en nuestras leyes en nuestras
instituciones yen nuestras costu~bres. La sociedad', aunque no-
minalmente católica en Fran<.:ia, yen el fondo en el sentido de an-
tipática al Protestantismo como culto, se ha dejado penetrar de él
como principio filosó/ico, políti<.:o y social. No siendo posible ha-
cérselo aceptar en su estado natural, se le ha hecho tornar en esta-
do de disolucion, lo cual ha sido tanto mas fácil en cuanto el es-
tado del Protestantismo no es otra cosa, y que se funda en todo lo
(Iue protesta. Por largo tiempo ha retenido en sí algo de Cristia-
nismo, pero este Cristianismo que él habia sacado del Catolicismo
sucesivamente atenuado y finalmente destruido por el principio
contrario en el cual estaba contenido, no ha dejado del Protestan-
tismo sino este principio de protestacion, de reform a, de revolu-
cion, que del órden religioso ha extendido por grados sus estragos
al órden filosófico, político y social, y amenaza en el dia poner
la sociedad civil en el estado de cáos y de sllbversion en el que ha
puesto ya la sociedad política, intelectual y religiosa.


Este Protestantismo indirecto es el que me he propuesto princi-
palmente combatir, y combatirlo, describiéndolo, porque es de tal
naturaleza que basta presentarlo sin velo para confundirlo. Por
mucha que sea la consideracion persoual que profeso hácia mu-
ehos protestantes, y que se la guardo realmente, no podia llegar
al extremo de aLar mi pluma en presencia de tan grave mal. A
mas de que ellos no forman parte en causa, pues solo es empla-
zado el Protestantismo; y no dudo de que cuando le conocerán, no
me perdonen cuando menos el haberlo combatido, si es que no lo
abjuren por ellos mismos, pues no lile habré servido de otras ar-
mas. que de sus propias opiniones.


lIacie,ndo ver la indudable relacion del Protestantismo y de lo-
das las herejías con el Socialismo, habré con esto solo obtení-
do un resultado correlativo que deberá hacerse perceptible de un
extremo á otro de la ohra, y brotará de su eonclusion. Tal es la so-
herana verdad del Catolicismo, y su relacion ,iviente con la civi-
lizacion. Siendo, lanto el Protestantismo como las herejías, doctri-
nas anticatólicas, no pueden ser al mismo tiempo doctrinas antiso-
ciales sino por la estrecha é íntima union que liga el Catolicismo
con la civilizacion. El becho solo, tanto es lo que se reproduce
infaliblemente en toda la línea de la observacíon, bastaría para
proharlo: ¡wro la ley (le rstr hecho. romo fendrémos ocasion de
probarlo, es lo mas claro y mas lógico que puede presentarse; y
la ff'lal'irm Jedprocam~nte confirmatinl, de 10 uno y de lo otro for-




- tt-
ma una de la~ pruebas lilas lluevas y lilas il'l'lJsistihlcs du I<t divi-
nidad de la institucion.


Como aquel antiguo atleta que se sostenía con pié firme sobre
un disco untado de aceite , del cual sus adversarios no podian ar-
rancarle, y en donde perdian ellos el equilihrio, el Catolicismo
inmutable sobre el disco resbaladizo de la celeste doctrina, en don-
de la razon humana no puede poner el pié, no solamente ha vis-
to lodas las herejías, al desprenderse de él, caer al momento, sin
poder arrastrarlo en su caida; sino que solo y á pesar de los ásal-
tos que le han dado, ha sostenido, ha levantado mas y mas el
mundo.


El mundo en el dia vacila, y parece inclinarse hácia la barha-
rie, porque él ha querido tamhien desasil'se de la Iglesia; mas to-
davía, por distante que esté de ella, cuando lo inminente de su
peligro le advierte su extravío, el único brazo fuerte para dete-
nerle y volverle á levantar es el brazo de la Iglesia, de la cual se
puede decir como del Dios que la fundó: Fecit potentiam in bra-
cltio suo.


Con todo, si el prodigio es asaz gmnde para convencernos, no
puede serlo para llegar hasta forzarnos. Dios puso nuestra suerte
en manos de nuestro libre albedrío. Así lo ha querido Dios para
nuestra grandeza y para su gloria, el cual, así en la vida como
en la muerte de las sociedades queda igualmente justificado. Si,
pues, tras tan claros é insinuantes avisos, ponemos el colmo á
nuestra infidelidad, él pondrá un término á su prodigio, y nos de-
jará precipitar á la nada.


Yo, por la ínfima parte que me toca, he osado concurrir á ilus-
trar la sociedad acerca la gravedad de esta situacion que juzgo ex-
trema, pero no desesperada. i Perdóneseme el haberlo probado, en
gracia á lo menos de la intenciou la mas desinteresada, segun yo
creo, que me ha movido á practicarlo! j Pl'cpál'ese sobre todo el
público á. perdonármelo mas, cuando veo cuán poco he sabido lle-
nar la expectacion que mi impmdencia ha hecho concebir, y dis-
póngase para mucha indulgencia!


j y la reclamo á título de justicia, no habiendo podido dar á es-
ta obra sino la mitad de mi tiempo y de mis medios; y me com-
plazco sobre todo en esperarlo, lector amado, por un título mas
dulce y mas confortativo para mi insnliccncia, y tlellJue tengo ya
una prueba, por el título ele amig-o!




INTRODUCCION.


EXÁIIEN DEL ESCRITO DEL Sa. GUIZOT.


CAPíTULO PRll\lEUO.


CiTASE EL OptSCULO DEL SEioR GUIZOr.


Para mejor discutir el escrito del Sr. Guizot, vamos ante todo
á reproducirlo íntegramente, pues lo permite su brevedad, y lo
reclama el honor que le debemos. Admitiendo con el lector la se-
duccion de su bello lenguaje, tenemos un verdadero pesar en te-
ner que atacar el fondo que encierra. ¡Ah! ¿ por qué no ha de ser
siempre exacto aquel dicho de Platon? l. Por qué lo Bello no ha de
ser siempre el1'esplandor de lo verdadero?


« Cuando hice la coleccion de estos Estudios morales escritos en
« épocas y en situaciones muy diversas, no podia pensar que de-
« biese hacer á ellas adicion alguna. Sin embargo, una circuns-
«tancia reciente me determina, al puhlicarlas hoy, á decir algu-
a na cosa mas.


«Llamado en 30 de abril último á presidir la Sociedad bíblica
« protestante, me expresé en los siguientes términos:


«¿ Cuál es en el fondo y religiosamente hablando, la grande cues-
(tion, la cuestion suprema que ocupa de antemano los ánimos?
«Es la cuestion puesta entre los que reconocen y los que no reco-
«nocen un órden sobrenatural, cierto y soberano, atlnqne impe-
« nctrablc á la l'azon humana; y para llamar las cosas por su nom-
« bre, la cuestion que se debate entre et~l!E.ern?ttlralismo y el racia-


L;¡ VI-:'
I~,·. ,


~'T-:,~._ ... ,;"\) ",
,/ \


, .. '~-,




- 21 --
«IUJtiSIIIU. Por un lado los incrédulos, los panteístas, los escépticos
« de toda clase, los puros racionalistas; por el otro los cristianos.


«Entre los primeros, los mejores dejan suhsistir en el.mundo y
(e en el alma humana la estatua de Dios, si me es lícito servirme de
« esta expresion; pero la estatua solamente, una imágen, un már-
« 11101; Dios en realidad no está. Los solos Cristianos tienen al Dios
«viviente.


« Del Dios viviente, pues, tenemos necesidad nosotros. Es indis-
«pensahle para nuestra salud presente y futura que la fe en el Ór-
« ¡f6n lJobrenatural, que el respeto y la sumision al órden sobre-
«natural vuelvan á entrar en el mundo y en.el alma humana así
«en los grandes entendimientos como en los entendimientos sen-
«cilios, en las regiones mas elevadas como en las mas humildes.
«La influencia verdaderamente eficaz y regeneradora de las creen-
«cias religiosas solo á esta condicion puede lograrse. Fuera de aquí
«(estas creencias son superficiales, y cási pudiera decirse vanas.


« Puédese con seguridad trabajar en el dia en reanimar y pro-
(pagar la fe cristiana; porque la libertad, la libertad religiosa)
1( civil está presente para impedir que la fe no engendre la tiranía
« y la opresion delas conciencias, que es otro género de impie-
«dad. Los amigos de la libertad de conciencia pueden volver sin
« temor al Dios de los Cristianos: no hay, no habrá ya mas cauti-
« vos ni esclavos en torno de sus altares ... Que vuelvan, pues, la fe
« y la piedad cristianas, que no traerán tras sí ni la injusticia ni
« la violencia . .Muchas precauciones habrá sin duda que tomar,
«( muchos combates que sostener para que la verdad religiosa que-
«de intacta en medio del fervor religioso que renace; pero esta
«bella armonía llegará á conseguirse, y será el honor de nuestra
«época. Entre los Cristianos de las diversas religiones no pued(~
«( haber ya mas otras luchas que las de fe y de piedad libres, úni-
«eas permitidas por la ley de Dios, y solas dignas de sus miradas.


«Estas palahras han sido señaladas y han llamado la atencion,
« or¡t aprobándolas, ora combatiéndolas, de filósofos y de cristianos.


«Al dia siguiente de pronunciadas, el Sr. Luis Veuillot, decía
«en el Universo:


«El Sr. Guizot pronunció ayer mi discurso que hemos leido con
« un sentimiento de respeto y de simpatía, mezclado eon algun tan-
«lo de dolor. Imposible nos fuera el dejar de honrar altamente al
«( homb·re que, aun en ocasion de una obra que no podemos amar




-::!1í -
,( pOl'lluC 110 es hucna, hat.:e tan herlllosa prol'esion de fe t.:ri~tialla;
(\ así como nos es imposible el no sentir la mayor amargura en que
« un espíritu tan grande y tan generoso, tan bien formado para como
( prender la unidad, tan naturalmente llamado á someterse á ella,
«no solamente no advierta que se halla dislocado entre los miem-
«bros esparcidos de la Iglesia madre, sino que se halle al frente
« de una obra, la cual es y ha sido siempre una máquina de guer-
«fa contra la enseñanza de la Iglesia. ¡, Qué es el Cristianismo? l:s
(1 la autoridad. ¿. Qué es el Protestantismo'? Es el libre exámen; y
(11a Sociedad bíblica protestante es la práctica del libre exámen
«llevado á su último é inconcebible exceso. »


«En el mismo dia el Sr. Carlos Gouraud decia en El Órden:
«El discurso del Sr. Guizot respira á un mismo tiempo la fe á


«la revelacion y el amor á la libertad religiosa ... Pero es preciso
«conformar su conducta con sus máximas. Si se cree que no de-
« be hacerse la menor diferencia formal entre un racionalista, por
« mas convencido y honrado que pueda ser, llámese Platon, ó Des-
« cartes, ó Lcihnitz, y un ateo; si se cree de buena fe que fuera
«de lo que la Iglesia enseña, toda creencia religiosa es superficial
( y cási vana; en este caso, no hay para que dudar: en el regazo
«de la verdadera Iglesia, de esta grande Iglesia católica, que des-
(1 de san Pablo al conde Maistre ha hecho doblar bajo el yugo de
(1 una misma disciplina tantas erguidas cabezas y tantas almas
(grandes, es fuerza ir á pedirle perdon y asilo. Porque si es da-
« do insinuar que el Ateismo es un Racionalismo lógico, mucho
«mas lo es el decir que el Protestantismo no pasa de ser un Racio-
«nalismo inconsecuente. Una de dos; ó el propio sentido ha de
«dominar realmente en las cosas de la fe, yen tal caso ha de do-
«minar enteramente, pues ¿quién puede lisonjearse de señalar
« su coto al libre exámen y decirle: Hasta aquí ller¡arás:1/ no pasará:>
«mas allá? ó hien el que tiene este imperio es la autoridad. Pero es-
( ta, lo mismo que el propio sentido, no puede tenerlo á medias:
«fuerza es ó que le' tenga, ó que no le tenga ... Todo lo que sea
«buscar un acomodamiento entre los dos sistemas es una quime-
( ra: la fusion es aun mas vana, si cabe, en el órden religioso que'
« en el político. ))


«( Yo no discutiré por cierto. Dejaré á un lado toda cuestion per-
1( sonal, toda refutacíon, toda argumentacion. La polémica abre con
«sus propias manos los abismos que pretende llenar, pues aliad e




- ~ti -
« la obstinacíon del aUlOl' propio á la divel'sidad de opiniones. Te-
(e ner en cuenta las objeciones que me dirigen personas estimables
«y que hablan con sinceridad, es un gusto que tiene para mí po-
« co aliciente. Mas elevados son mis deseos: yo aspiro á unirme
acon aquellos en la verdad. Dos ideas son las que ocupan mi al-
« ma, y me dominan en esta materia; ideas que yo quisiera pre-
« sentar con toda la élaridad de la luz mas pura y mas viva. Si lIe-
«go á alcanzarlo, si logro transmitirlas en otras almas, ellas por
«sí mismas producirán su efecto, y harán inútil la polémica de la
«cual me abstengo.


« Ciertamente que no valdria la pena de vivir, si no sacáramos
« de Ulla larga vida otro fruto que un poco de experiencia y de pru-
«dencia sobre los negocios de este mundo en el momento de aban-
« donarlos. El espectáculo de las cosas humanas, y las pruebas
«interiores del alma irradian resplandores mucho mas elevados,
« y que se derraman sobre los misterios de la naturaleza y del des-
«tino del hombre, y de este universo en cuyo seno se halla el hom-
«bre colocado. De la vida práctica es de donde he recibido sobre
« estas cuestiones terribles muchas mas lecciones de las que me
«han suministrado en ningun tiempo la meditacion y la ciencia.


« Ved ahí la primera y la mayor de todas ellas.
«Ni el mundo ni el hom,bre se explican naturalmente y por sí


«mismos, por la sola virtud de las leyes permanentes que en ellos
« presiden, y de los actos pasajeros de voluntad que en ellos se
«desplegan. Ni la naturaleza y sus fuerzas, ni el hombre y sus ae-
« tos bastan para dar razon del espectáculo que contempla ó vis-
(dumbra el espíritu humano.


«Así como ni la naturaleza ni el hombre bastan para explicar-
«se á sí mismos, tampoco bastan para gobernarse. El gobierno del
«universo y del género humano es una cosa muy distinta de la
«reunion de leyes y de hechos naturales que en ellos observa la
« razon humana, y de las leyes y los hechos aceidentales que en
CleIlosintroduce la libertad humana.


«Es decir, que mas allá ó mas acá del óruennatural y humano,
« que está sujeto al dominio rle nuestra comprension, existe el ór-
« den natural y sobrehumano, que Dios regula. y desenvuelve fue-
( ra del alcanee de nuestras miradas.


« y desde que el hombre cesa de creer que esto es así, es decir,
« de creer en el órden sobrenatma! y de vivir hajo el influjo de eb-




-n-
i( la. creencia, al UlOllWIlLu el desórdcu eulra eu ellwmbl'e ~ culas
«sociedades de hombres, obrando allí estragos que los conduci-
«rian infaliblemente á su ruina, si por la sábia hondad de Dios el
« hombre no fuese limitado en sus errores, é incapaz de sustraer-
(se absolutamente al imperio de la verdad, aun cuando la des-
«conoce.


(( Que la cuestion religiosa verse ahora entre los que, lllas Ó me-
«nos explícitamente y por muy diversos motivos, no admiten el
« órden sobrenatural, es decir, la mayor parte de los filósofos, sea
«cual fuere su denominacion, y los fIne realmente la admiten, es
« decir, los Cristianos, esto es lo incontestable para todo grave
«pensador.


«¡,Es esto decir que cntre todos ar¡ucllos l{ue no admiten el ár-
« den sohrenatural, incrédulos ó escépticos, ateos ó racionalis-
«tas, haya paridad y confusion'? i Guárdeme Dios no solo de pro-
(cferir jamás, p'ero ni aun de pensar tan absurda y tan odiosa ini-
« quidad! Conozco las inconsecuencias que pOI' fortuna se deslizan
"en el espíritu del hombre, y las demás sombras que á los ojos
«de los mas linces ocultan las vias por las quc se han ido inter-
( nando. Sin duda, entre el impío quc niega á Dios y el racio-
{( nalista que descansa en la confianza de que sin salir del órden
« natural y á beneficio de no sé cuál lransformacion, ha hallado
«y fundado á Dios, el intcrvalo es inmenso; inmenso, indudable-
«( mente, tanto ante la justicia divina como delante de la equidad
( humana. Y tales son á la vez la efervescencia y la miseria de
« nuestro entendimiento, que cn estelvasto espacio, y de escala tan
« dilatada, desde el grosero materialismo hasta el deismo puro se
l( encuentran ~ probablemente se encontrarán siempre, por des-
(1 gracia, talentos eminentes y Corazones sinceros. Las mudanzas y
(das formas del error son infinitas é infinitamente variadas; y
« cuando en ellas cae el hombrc, hace esfuerzos infinitos para re-
« tener algunos restos de verdad, y Dios permite que lo alcance
«hasta cierto punto, ó que se persuada dc huena fe que lo ha al-
( canzado , lo cual producirá algun dia ó su excusa ó su labIa de
(salvacion.


« Yo admito todas las distinciones, todas las desigualdades, to-
« das las expansiones sinceras; y solamente afirmo dos cosas: la
{( una, que entre las escuelas filosóficas de nuestro tiempo, por di-
« versos que sean :,¡us sistemas y :ms mérito¡;. convienen todas en




- 1H-
(110 admitir el órdeu sobrenatural, y en apurar sus esfuerzos pa-
t( ra explicar y gobernar sin su socorro el hombre y el mundo; la
« otra, que allí donde no existe la fe en el órden sobrenatural, las
«bases del órden social y moral están profunda y progresivamente
« desquiciadas y vacilantes, pues el hombre ha cesado ya de "i-
« vil' en presencia del único poder que realmente le sobrepuja, y
« que puede á la vez satisfacerle y arreglarle.


«El órden natural es el campo abierto á la ciencia del hombre;
« el órden sobrenatural está entreabierto á su fe y á su esperanza,
« pero allí no penetra su ciencia. En el órden natural el hombre
« ejerce una parte de accion y de poder; en el órden sobrenatu-
«ral no tiene mas que someterse.


«Se ha dicho en un sentido de conciliacion y de paz: La reli-
« Ilion y la filosofía son dos hermanas, que se dcbPn mútuamente respe-
« to y proteccion. Palabras en las que se ven aun marcadas las c¡ui-
«lneras del orgullo del hombre: la filosofía viene del hombre, y
« es la obra de su entendimiento; la religion viene de Dios; el hom-
«bre la recibe y muchas yeces la altera, despues de haberla re-
~ cibido, pero no la crea. La religion y la filosofía no son pues dos
« hermanas; son dos hijas, la uua de nuestro Padre que está en los
«cielos, la otra del simple genio humano. Y su condicion en este
« mundo tampoco puede ser igual, así como no lo es su orígen: la
« autoridad es ladivisa de la religion ; la de la filosofía es la libertad.


«Paso ahora á la segunda de las dos ideas madres, y hoy mas
«que nunca esenciales para el verdadero órden, que yo quisiera
«ilustrar con toda su luz.


«El Cristianismo, dice el Sr. Veuillot, es la autoridad.
« Ciertamente: el Cristianismo es la autoridad; pero no es sola-


o: mente la autoridad, porque es todo el homhre, toda su nalura·
« leza, todo su destino; y la naturaleza y el ([estino del hombre es
(da obediencia moral, es decir, la ohediellcia en la libertad. Dios
« crió al hombre para que oberlel:iese sus leyes, y le crió libre pa-
« ra que obedeciese moralmente. La libertad es de institucion di-
«vina, como la autoridad; lo que es obra humana es la rebelion
« y la tiranía.


t( En el estado social tanto la autoridad como la libertad tienen
( precision de garantías, y una y otra tienen nerecho á estas ga-
«rantias. Frenos se necesitan para contener tanto á los que han de
«( gobernar como á los que han de ser gohernado,-, pues nnos y otros




- t!l-
(¡son hOlllhl'cs. De aquí las illstitucione~ y las leyr~ políli('~s fin!'
«Ofa sostienen, ora limitan el poder; es decir, que determinan á
«qué condiciones y por cuáles medios es ejercida la autoridad, y
« la libertad queda asegurada.


«¿ Cuál es la medida de autoridad necesaria para el gobierno y
«la medida de libertad posible en las sociedades humanas? 1, Cuá-
« les son los medios de accion y las garantías que deben darse á la
(¡autoridad y á la libertad'! Cuestiones son estas de circunstancias,
«cuya solucion debe variar segun los tiempos, .el estado social,
(das costulllbres, los diversos géneros y los diversos grados de ri-
(¡ vilizacion de los pueblos; y á la política es á la que pertenece
((J'esolverlas.


«Cuando el Cristianismo pareció nn rlmundo, invocó la liber-
(dad, esto es, la libertad moral del homhre. Y así debia ser, pues
« venia para abolir las creencias antiguas protegidas por los pode-
«res establecidos. En esta lucha de las creencias, no solamentr
« el Cristianismo naciente no ha ataeado jamás ni pueslo en duda
« los poderes establecidos , sino que ha heeho mas; ha formalmen-
«te reconocido, y respetado, y ordenado respetar sus derechos. Pe-
le ro al mismo tiempo, y por lo que toca á las relaciones del hom-
«bre con Dios, ha apelado á la conciencia libre del hombre, y ha
«sentado como principio esta misma libertad que de hecho prac-
«ticaba. Antes ha de obedecerse á Dios que á los hombres, ha dicho
« san Pedro '.


«Probad si los espi?'itus son de Dios, ha dicho san Juan i. Yo os
{( hablo como personas cuerdas, ha dicho san Pahlo a ,Juzgad vosotros
«mismos lu que yu digo.


«Dios no tiene parcialidad ni de.ia lagunas en sus designios;
« ruando obra sobre los hombres, abraza toda enteramente la na-
(e turaleza humana; presentes tiene nuestros apetitos, nuestras ne-
« cesidades, nuestros intereses, nuestros diversos derechos, y pro-
« vee y satisface al mismo tiempo á todo, así á la autoridad como
« á la libertad, no menos á esta que á aquella. Es un peligroso error
« el désconocer este carácter completo y armonioso de las obras de
«Dios, y mutilarlas buscando en ellas armas para nuestras disen-
«siones humanas. Jesucristo vino para salvar al hombre, no pa-


I Actos de los Apóstoles, v, 29.
SI Primera carta católica de san Juan, IV, 1.


I Primpra ('arta de san Pablo'¡ 1M Corintios, 'l. U.




-- 311 _.-
«ra hacer triunfar una rausa. El Cristianismo (~Olllenzú por invo-
((cal' y poner en juego la libertad; despllcs conquistó y desplegó
(da autoridad; desplles se ha acomodado a las diversas formas y
«( á los diversos grados de au toridad y de libertad que el curso de
(das cosas ha hecho aparecer acá y allá en el mundo. Asociado á
«los destinos y á los actos del género humano el Cristianismo ha
«sufrido de nuestros errores y de nuestras raltas; á menudo se ha
(( visto alterado y comprometido por los extravíos ya de la autori-
« dad, ya de la lihertad humanas; pero por su origen y por suesen-
«( cia está fuera de sus luchas, inagotable en su virtud para curar
( los males contrarios, y siempre pronta á prestar su ayuda al pun-
« to en que estalla el peligro ó en que se deja sentir la necesidad
(( de la correccion.


«( En el actual estado de las sociedades y de los ánimos, la auto-
«ridad y el órden con la autoridad son los que están en peligro,
«y el Cristianismo les debe todo su apoyo. No conozco impostura
(( ni ceguedad mas grosera que la de aquellos hombres que force-
((jan hoy dia para hacer declinar la religion cristiana en pro ve-
((cho de esta anarquía brutal y loca que ellos llaman democracia
((social. Tan absurda profanacíon es igualmente rechazada por el
((Evangelio y por la historia. La causa de la autoridad civil y de
(da religion cristiana es á todas luces comun: el órden divino y
«el órden humano, el Estado y la Iglesia tienen los mismos peli-
« gros y los mismos enemigos.


«( i Concédales Dios la misma prudencia y el mismo acierto! pues
«al paso que deben al mismo tiempo el uno y el otro, y de con-
«(cierto restablecer la autoridad en su verdadera línea y en sus de-
«( rechos, tienen que resolver otro problema mas nuevo, y que sa-
<ctisfacer otras 11ecesidades igualmente imperiosas.


« A los que piensan que de muchos siglos á esta parle la socie-
«(dad en Europa, y particularmente en Francia, ha hecho desviar
ude su recto sendero tanto los gobiernos como las inteligencias, y
«que en el carácter dominante y en las tendencias de nuestra ar-
« tu al civilizacion no hay sino error, corrupcion y decadencia I na-
u da tengo que decirles. Comprendo muy bien que pensando de
« este modo, miran la accion retrógrada como necesaria á la par
«( que legítima, y que á ella dirigen sus esfuerzos. En cuanto á l'S-
(dos, no tengo mas que exponerles sinceramente mi íntima cOJ]-
« virrion de que no s~ldrán ron f'1l intl'nto. Si tnvil'sen ra1.On, nrll's-




- :1\ -
(( tra mOdCl'Ilil sociedad estaria condenada d IWI'l'(:er; cnlonrcs len-
«( dríamos el progreso en la decadencia, no en el reslahlecimiento
l( de Jo pasado.


« Mas no les asiste la razono Nadie mas conyencido que yo de los
« inmensos errores y de los funestos dcscarríos de nucstro tiempo:
«nadie teme ni detesta mas que yo el imperio que ejerce entre
(CllOsotros yel peligro con que nos amenaza el espíritu revol ucio-
(nario, ese Satan hnmano á la vez eseéptico y l'anútico, anárquico
(1 y tiránico, apasionado para negar y para destruir, tan incapaz
« de crear nada que pueda vivir, como de sufrir que nada se crea
«( y viva it su presencia. l~stoy entre los que opinan que es ahsolu-
«(lamente ne.cesario vencer ese espíritu fatal, y restablecer ento-
«do su honor yen toda su fuerza el espíritu de órden y de fe, que
«(es el espíritu de vida y de conservacion.


((Pero léjos estoy de creer que en el espíritu moderno no haya
«(mas que el espíritu revolucionario: no suscribo á que nuestra ci-
q vilizacion, despues dIO tantos siglos, no sea otra cosa sino des-
(carrío y corruptela: no creo en un mal irremediable, ni en la de-
(( cadencia inevitable de mi época y de mi país.


« El hecho característico, el hecho inmenso de la civilizacion
( moderna es el acrecentamiento IH'odigioso de la ambicion y del
f( poder del hombre. Recorred en vuestro pensamiento lo que ha
« pasado en estos últimos siglos, y lo que pasa en nuestros dias;
«(esta larga série y esta vasta reunion de trabajos y de obras hu-
« manas, en todos géneros, en todos lugares; tantos secretos pe-
« netrados por la ciencia; tantos monumentos levantados por el
«genio; tantas riquezas creadas por la industria; tantos progresos
« de justicia y de bienestar introducidos en la condicion así de los
« pequeños como de los grandes, así de los débiles como de los
« fuertes; el hombre paseándose como señor por todos los espa-
«eios de la tierra que habita, y sondeando con mano firme Jos mun-
«dos que no puede pisar; el pensamiento derramando sus descu-
« brimienlos y sus ideas en todos los pliegues de las sociedades
«humanas; la materia bajo todas sus formas domada donde quie-
( ra y sometida al servicio del hombre; este ardor expansi vo yas-
( cendente que circula por lodo el cuerpo social; esta actividad
(( universal é incesante, é incesantemente fecunda, que todo lo po-
«( ne en movimiento y en obra á provecho de todos. Nunca el hom-
f( hrl' hnhia IIHlI'rha(lo lan rúpidanwn tI' á la eonflnista Y á la domi-


.\


..




-;H -
( naríon del m nndo; nunca en su calidad y con su~ fuc]'1.as dc hom~
« hre habia ejercido tanto imperio sobre la naturaleza y sobre la
« sociedad.


«No se me oculta todo lo que hay en esto de malo y de peligroso,
« de embriagador y de ilusorio; pero no son estos por cierto los sín-
« lomas de la decadencia, pues hay tambien grandeza y porvenir.


«Con este grande hecho, con este acrecentamiento inmenso de
« poder y de ambicion de la humanidad tienen que tratar de aquí
«en adelante el Estado y la Iglesia, el gobierno civil y el gobierno
« cristiano. Cuando estos, con la ayuda de Dios y de los mismos
« sucesos, habrán vuelto á conducir el hombre al respeto de las
« leyes eternas que ~l ha locamente desconocido, cuando hayan
«levantado otra vez los límites de su poder, y humillado las ín-
(l fulas de su orgullo, el hombre quedará todavía orgulloso y fie-
«ro, y lIello del sentimiento de su fuerza y del deseo de los dere-
« chos que han excitado su ambiciono Allá donde está la fuerza se
«dirigen por una armonía natural y en una cierta medida el po-
« der y la libertad. ¿ Y cuál será de consiguiente esta medida? ¿ Qué
« parte de influencia tendrán los hombres y cada hombre enlos des-
« tinos públicos y en sus propios destinos? Ahí está el problema:
« puede resolverse, pero no se podrá eludir: tras los trabajos y los
« progresos de la humanidad el espíritu de libertad ha entrado
« en las sociedades humanas; y si bien es necesario contenerle en
« sus justos límites, el expulsarlo de ellas es imposible,


« Así lo conocen por todas partes los gobiernos civiles, y segun
« ello trazan el plan de su conducta. En mi concepto se hace á los
«gobiernos de nuestra época una injusticia manifiesta. No es ver-
« dad que ellos se obstinen en la indiferencia para con el bien y el
« progreso de los pueblos: no es verdad que solo aspiren á la in-
«movilidad y á la tiranía. No carecen indudablemente de pasiones
« personales y de añejos errores; pero todos, cualesquiera que sean
« sus formas, por prudencia ó por deber se hallan formalmente
« convencidos de la necesidad de respetar los derechos y de res-
(l petar la condicion de los hombres; y aun los mas rebeldes á las
«apariencias liberales, hacen todos los dias en sus leyes yen sus
« prácticas una multitud de cambios favorables á la justicia y á la
«libertad.


« y añado, que los gobiernos europeos, al través de tantas bor-
«rascas como sohre ellos han pstallado de se~enta años ti esta par-




- ;~a-
« te, se li;lJl rond \leido, hahlan(lo rl1 general, con una grande IllO-
(<(Jeracion. Incesantemente insultados en su dignidad y atacados
« en su existencia, no ~c han entregado, ni durante la lucha ni
'( despues de la victoria á aquellos raptos de pasion y de poder de
«(fue por tanto tiempo vimos llena la historia del mundo. Y aun
« cuando podamos decir qne no siempre han sido previsores ni há-
« hiles en sus actos, p de resistencia, ya de concesion al espíritu
,( de la época; tampoco hay razon para decir que hayan sido para
,(con él irreconciliables adversarios. En esta formidable lucha de
(( nuestro tiempo entre los gobiernos y las revoluciones, no será
« por cierto á los gobiernos á quienes la historia tendrá que impu-
(dar el mas insolente desprecio de la justicia y dela libertad; y
«si el espíritu de revolucion fuese lIloderado en sus pretensiones
« y en sus actos en el mismo grado en que los gobiernos se han
« mostrado dispuestos á serlo con el espíritu de progre&o, muy cer-
( ca se hállaria de quedar resuelto en el órden civil el gran pro-
«blema de la conciliacion del órden con la libertad.


«(El gobierno de la sociedad religiosa, ó hablando con mas pre-
((cision y franqueza, la Iglesia católica tiene para resolver un pro-
«blema análogo; problema tanto lIlas urgente en cuanto, si bien
((se observa, la situacion de los ánimos, la idea de la libertad se
«halla en el dia muy especialmente arraigada y poderosa en el ór-
«(den religioso. tos derechos de la conciencia delante de Dios pa·
«recen y son en efecto muy superiores á los derechos del pensa-
«miento delante de los hombres. Si existe-en la vida del alma una
((parte en que la intervencion de la fuerza sea mas inicua y mas
«(odiosa, es sin disputa en la relacion del alma con Sil Criador y
( con su Juez, y cuando se trata para ella de la eternidad ó de la
(salud. Este es, de otra parle, un sentimiento que todos hemos
«probado, un principio, al que todos hemos rendido homenaje;
«(cristianos Ó filósofos, católicos ó protestautes, todos sin excep-
«( cion hemos tenido, y sin cesar aun, en medio de las naciones mas
« civilizadas, todos tenemos necesidad á nuestra vez de invocar la
« libertad religiosa. De todos los gritos de libertad, este es el que
« dispierta con mas seguridad en los corazones la idea de un de-
« recho sagrado ':f de un hecho necesario, el que excita la mas viva
«susceptibilidad y la maS general simpatía.


(( Profeso un profundo respeto á la Iglesia católica: ella ha sido
r( por siglos rnlNOS la 19lesia cl'islifll1;j dr lodn la Europa. y ('lIn


:1




- ;l~-
( rs la grande Jgh'sia cristiana de la Franría. Considei'o su dig--
«nidad, su libertad, su autoridad moral como esenciales á la suer-
« te de la cristiandad entera. Si yo creyese que laIglesia católica no
« puede, sin abjurarse á sí misma, aceptar en el Estado el prinC'i-
« pio de la libertad rel igiosa, callaría, pues detesto mas que todo
o la hipocresía y la sutileza. Pero no hay nada de esto. Que la Igle-
(sia católica conserve plenamente sus principios fundamentales,
« su inspiracion permanente, su infalibilidad doctrinal, su ul)idad ;
« que por sus leyes y su disciplina interiores prohiba á sus fieles
« todo cuanto pudiera alacar ó lisiar estos principios, en esto está
« en su derecho, como en Sil fe. ~Ias solo deseo que al mismo tiem-
(! po admita plenamente, no la separacion de la Iglesia y del Es-
o tado, grosero expediente que so pretexto de emanciparlas mú-
« tuamente las abate y debilita entrambas, sino la separacion del
« órden espiritual y del órden temporal, del estado religioso y del
« estado civil, y la ilegitimidad de toda intervencion de la fuerza
« en el órden espiritual, aunque sea en servicio de la verdad. Que
« por consiguiente acepte la libertad religiosa como una ley, no
« de la sociedad religiosa sino de la sociedad política; como un de-
o:recho, no del cristiano sino del ciudadano. Al momento mismo
({ en que desaparezca la incompatibilidad entre la sociedad moder-
(( na y la Iglesia católica, el problema de la paz cntre la sociedad
« civil y la sociedad religiosa queda resuelto.


« La Iglesia católica puede muy hien obsenar esta conducta,
('pues todo lo que religiosamente la constituye, todo su órden es-
« pi ritual queda intacto é independiente del mismo modo. Si así
(( se conduce, si al propio tiempo que mantiene firmemente sus
« principios y sus derechos como sociedad religiosa, acepta fran-
« camente los principios de nuestro órden político, y la libertad
«religiosa que es una de sus partes, no solo fundará la paz entre
« ella y la sociedad civil, sino que asegurará á sí misma una gran-
« de fuerza y un grande porvenir. El Cristianismo tiene grandes
« conquistas que hacer y que recobrar; para el restablecimiento
« del órden social y para la salud moral de las almas le es preciso
«reconquistar mucho terreno; y no es fácil concebir la rapidez
« con que desaparecerian delante de él los obstáculos y las resis-
« tencias, si desapareciesen á la vez los temores de la antigua in-
« tolerancia, y si la misma Iglesia católica ofreciese por su parle
«una sf'llnriflarl (1(' rrsprlnl' I~ lilH'rlaa rl'li!?"io,~a.




'- ¡¡H -,
e( y pasando J.11tiS tidelaiiir, voy á preseilttir ft los Cristiano!>. oir~


tI consideracion.
«Hay entre todos los Cl'istialllJ5, á cualquiera iglesia que per-


« fenezcan, una fe comun: ellos creen en la revelacíon divina con-
«tenida en los Eyangelios y en Jesucristo que vino á la tierra para
« salvar el mundo.


«IIay en el dia para todos los Cristianos, á cualquiera iglesia
« qne pertenezcan, una causa comun: ellos tienen. la fe y la lf'y
«cristiana que defender contra la impiedad y la anarquía.


«Esta fe comun y esta necesidad comun á todos los Cristianos
« son infinitamente superiores á todos los disentimientos que los
«dividen.


«¿Es esto decir, que deben ellos á toda costa dejar á un lado
« sus disentimientos, y en nombre de su fe comun y de su comun
«peligro, venir, segun el lenguaje corriente, a la fusion para no
«formar sino una sola y misma Iglesia?


«No lo creo yo así. El restablecimiento de la unidad en el seno
« del Cristianismo por medio de la reunion de todas las iglesias
«( cristianas ha sido el blanco de los deseos y de los esfuerzos de
(dos mayores talentos católicos y protestantes. Rossuet y Leibnitz
(( lo tantearon, y aun en el dia esta idea no deja de dominar en
«( algunos espíritus generosos, y hasta piadosos obispos me lo han
« manifestado con una confianza que reconozco me honra sobre-
«( manera; pero al paso que respeto tan simpáticos deseos, no creo
«(que puedan realizarse. En el órden temporal y entre intereses
« puramente humanos, la fusion, por difícil que sea; es siempre
«posible, porque los intereses pueden transigir bajo el imperio ó
« en nombre de la necesidad. M.as en el órden espiritual y entre
«creencias religiosas no hay transaccion posible, porque la nere-
«sidad no puede .jamás convertü~se en verdad. La fe no admite la
dusion, sino que exige la unidad.


«Pero allá donde no existe la unidad de la Iglesia, cuando la
(e rusion de las diversas iglesias es imposible, y cuando queda es-
í( lablecida la libertad religiosa, hay lugar para el buen sentido
« práctico y para la caridad cristiana. El huen sentido dice á los
« Cristianos que se hallan todos á la. presentia de un mismo ene-
«migo, mucho lIlas peligroso p~lJ'a todos ellos de lo que pueden
«(serlo los unos para los otros; p,ues si aquel triunfaba,les haria
'( r~t'l' :'1 tOll()~ dí' \In mismo ¡.rol pe. I':n I~!';';r('gione~ f'1f'vailflS la g"IlPf-




- JI)-
« ra contra la religion solo se mauiliesla bajo los pliegues de un
« escepticismo ó de un racionalismo reservado, y hasta tímido, á
« veces formal y comedido, y que procura antes ocultarse que des-
( cuhrirse. Pero en el fondo de la sociedad y en las masas, la im-
«piedad apasIonada es la que fermenta, y la que para vencer asu-
« me la defensa de los mas groseros y mas ardientes intereses. La
(( fe cristiana en su carácter esencial y vilal, es decir, la fe y la
((sumision al Ól'den sobrenatural cristiano es la única fuerza que
«( puede sostener este grande combate. Católicos ó Protestantes,
« convénzanse todos los Cristianos de esta yerdad: lo que el Cato-
«( licismo perderia en crédito y en imperio en las sociedades eató-
« Iicas, lo que el Protestantismo perdería en crédito JI en imperio
« en las sociedades protestantes, no lo ganarian respecti vamenle
« ni el Protestantismo ni el Catolicismo; la que ganaria seria la im-
« piedad. Es pues para todos los Cristianos, sean cuales fueren sus
« disidencias en la esfera cristiana, un interés evidente y un deber
( imperioso el aceptarse y sostenerse mútuamente como aliados
« naturales, contra la impiedad anticristiana; y entiendan que no
«serán demasiadas todas sus fuerzas ni todos sus esfuerzos reu-
«nidos para triunfar al fin en esta guerra, y para salvar á la vez
« el Cristianismo y la sociedad.


«y lo mismo que el interés aconseja á los Cristianos, la cari-
« dad cristiana se lo prescribe. Me valgo, sin vacilar, de las pa-
«labras mas sencillas que expresan con toda verdad las ideas y los
«sentimientos á que me dirijo; y aun en medio de esta tibieza de
« corazon qwe es una de las mas lamentables dolencias de la épo-
«ca, no siento el menor embarazo en hablar de caridad cristiana á
« Cristianos.


«Cuando las luchas religiosas constituyen la pasion activa y el
«grande negocio práctico de una época; cuando las diversas creen-
«cias están en lucha abierta, manejando las armas no solamente
«espirituales sino temporales, y con la esperanza de sujetarse ú
« de extirparse mútuamente, conozco que la caridad cristiana es
« difícil, pues tiene tentaciones demasiado fuertes, é intereses apre-
«miantes en demasía que superar. El Canciller de I'Hospítal yel
(1 presidente de Thou, que aconsejaban la paz entre Católicos y Pro-
« testantes, en la víspera ó al dia siguiente de un degüello ó de una
« hatalla poco podian pensar en hablarles de caridad.


!( ,fas ruando fodn lucha matcl"j:ll ha rl'sado: ('113 urlo la liher-




- :ri -
l! Lad l'e1i!jiosa (1 ueda estahlecida elllas costumbres así ('OlllO ellla
~~ legislacion; cuando de hecho y de derecho las creencias divel'-
« sas están obligadas á vivir en paz, las unas al lado de las otras,
«¿cómo no les vendria el deseo de embellecer y de fecundar la paz
« por la caridad? ¿, Por qué, cuando son imposibles las pasiones
« duras y desastrosas, de.iarian de desplegarse naturalmente sen-
(, timientos mas dulces y equitativos? Sé muy bien el poder de las
« tradiciones, de los recuerdos y tambien de las disidencias per-
«manentes que mantienen la polémica, aun cuando esta ha que-
« dado puramente especulativa. Sin embargo, la prolongacion de
«la paz y de la libertad ejerce un grande imperio para calmar los
«ánimos, y hoy mismo tenemos de ello un ejemplo palpitante que
« se verifica á nuestra vista. No cesaré, pues, de repetir lo que de-
« cia tambien á la Sociedad bíblica : « Mirad lo que está pasando en
« Inglaterra: no hay duda que allá. está. viva y con todo su vigor
«la irritacion protestante: hay allá un movimiento general apa-
« sionado en favor de una fe popular y poderosa. El Gobierno mis-
« mo se asocia á este movimiento, y le sigue. El Protestantismo in-
'« glés se muestra muy inclinado á buscar su seguridad y su satis-
« faccion á costa de la libertad religiosa de los Católicos. Pero ¿,que
« sucede? Lo mismo que aparenta poner en obra á este objeto, en
« realidad no lo ejecuta, falta para ello osadía, falta poder, y aun
( diré que en el fondo falta tambien voluntad. En medio de esta
« efervescencia protestante, persiste y se desenvuelve la libertad
«religiosa de los ingleses católicos. Su culto es libre; sus iglesias
«(se abren y hasta se multiplican; sus sacerdotes ejercen sin la me-
« nór traba sus funciones. Su imprenta es libre, ellos defienden
(e públicamente sus creencias y sus actos. Tampoco les falta la li-
l( hertad de sus discursos y de sus votos en el Parlamento, en el
(lcual sostienen su causa en alta voz.)) Espectáculo admirable por
\C cierto, y que despues de haber eon razon llenado de inquietud
(a los amigos de la libertad religiosa, debe llenarles de seguri-
(\ dad. Ha vuelto á asomar el espíritu de persecucion; pero el es-
«píriiu de justicia y de libertad l(~ ha mirado de hito en hito, y á
«re~al' de las apariencias, ha quedado dueño del terreno. Reco-
l( llózcanlo por fin los cristianos católicos y los cristianos protes-·
(( tantes: en adelante les será mas natural de lo que ellos creen vi-
(1 vil' en relaciones de caridad cristiana, pues que han perdido l;¡
« habitud y hasta la posibilidad de oprimirse eficazmente.




-;}~ -
« lila pablna lilas, y habré e\plauado loda mi idea. EII Ulll"é-


« gilllen de liherlad religiosa bien establecido y bien aceptado, no
«solo las diversas comuniones cristianas pueden vivir en paz y en
« buenas relaciones, sino que pueden contribuir con su coexisten-
u cia pacífica., á su m útua prosperidad religiosa. ¿ Cuál ha sido en
l< Francia una de las épocas mas gloriosas y mas piadosas para el
«Catolicismo'! Indudablemente el siglo décimo séptimo. El Cato-
« licismo ti"ancés vivia entonces en presencia del Protestantismo
(1 aun tolerado, y del Jansenismo en todo su vigor. ¿ Qué causa ha
(i impedido á la iglesia anglicana de caer en la apatía (Iue mas de
(<una vez ha parecido estar muy cerca de aniquilarla? La proxi-
« midad de las sectas disidentes, en parte lihres, que la han man-
(<tenido siempre con aran, forzándola á salir de su habituallan-
«guidez. No hay institucion, no hay poder que no tenga necesi-
« dad de sentirse contrarestado, y de tener que hacer esfuerzos
« para conservar su posiciono Bueno es el vencer, pero no el ex-
« terminar á sus rivales; y así en el órden espiritual como en el
« órden temporal, el laborioso régimen de la libertad tiene para
«todo el mundo sus justas recompensas; al mismo tiempo que ase-
«gura álos débiles su derecho, regenera incesantemente á los ven-
«cedores.


« Sin duda el Gatolicismo reposa sobre el principio de auto-
«ridad; pero sin separarse de esta base, puede admitir, y en el
«decurso de sus destinos ha muchas veces admitido grados muy
« diversos de libertad. Desde el siglo undécimo al décimocuarto
« al propio tiempo que la Iglesia católica era para la sociedad ci-
« vil una grande esc uela de autoridad, era en sí misma y en su
«propio seno un vasto teatro de libertad, pues en sus concilios,
« en sus congregaciones, en sus correspondencias diseminadas en-
« tre los fieles, la discusion estaba sin cesar abierta y animada en-
a tre sus jefes. No me toca ahora examinar si nuestros tiempos acon-
«sejan Ó permiten el restablecimiento de tales medios de gobierno,
«y mas me inclino á dudarlo que á pretenderlo. Pero me siento
« vivamente impresionado por un grande hecho moral, que me-
ex rece, si no me engaño, toda la atencion del Clero católico. La
«disposicion del espíritu y del corazon de los fieles que él está en-
(1 cargado de dirigir religiosamente, no es siempre la misma; ni la
((misma medida, ni la misma calidad de alimento religioso, si es
<lUcilo hablar así, bastan en todos los tiempos á las almas cristia-




-- ;~u -
,(naS. Dcspues de la eaida del imperio l'OnlanO, cuando la milSioll
« del clero católico fue la de convertir á los hárbaros, y hacer que
« penetrase un_ poco de órden moral entre aquellos rudos vence-
« dores y en las miserables poblaciones que vivian sometidas á su
« yugo, solo por el firme y brillante ejercicio de la autoridad re-
« ligiosa podian los sacerdotes alcanzar su objeto: tenian en el pue-
« bIo cristiano, grandes ó pequeilos , muchas pasiones que repri-
« mil', y pocas necesidades intelectuales que satisfacer; lo que con-
« venia era herir y dominar la imaginacion, mucho mas que ali-
« mentar y dirigir la acli .idad de los espíritus. Pero los tiempos y
« los hombres han camhiado considerablemente: los ánimos son
« en el dia activos, variados, curiosos, ávidos; la vida espiritual
« de los fieles cristianos, así de los mas fieles como de los mas vad-
«lantes, es infinitamente mas animada de lo que lo era en otro tiem-
« po. Á almas así dispuestas les conviene un régimen moral que
{( sea tambien mas animado, y que, al paso que la regule dé á su
« propiaéíntima actividad una mayor medida de satisfaccion. Emi-
{(to una conviccion mía profundamente arraigada, y me atreveré
{( á decir, del todo exenta de cualquiera segunda íntencion y mal-
(J. querencia, al decir que de aquí en adelante la Iglesia católica,
« sin perder nada de su autoridad, tendrá necesidad para gober-
« nar las almas, de admitir de parte de los fieles mas movimiento
« intelectual y espontáneo de lo que han exigido otros tiempos;
« pero me hallo al mismo tiempo convencido de que al momento
«de haber ella reconocido este nuevo estado moral de la socie-
« dad cristiana, la Iglesia católica sabrá proveer á esta nueva ne~
«cesidad.


llEn una obra reciente " un extranjero justamente ilustre, el
« SI'. Donoso Cortés, hablando de mí en términos que no puedo
« permitirme el repetir, ha dicho: «El grave error en que ha caido
« el SI'. Guizot en su llilito/'ia de la CiIJilz";acion europea es empren-
« del' la tarea imposible de explicar las cosas visibles por las co-
(, sas visibles, las cosas naturales por las cosas naturales; lo cual
«es tan supérlluo como el explicar un hecho por el hecho mismo,
« una cosa por la cosa misma, Jlues que todas las cosas visibles y
«naturales, y en tanto que visibles y naturales, son una sola y
l( misma cosa.)) El Sr. Donoso Cortés espero que quedará conven-


1 Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo, por l'I ~r¡¡or
Dunusu (orléb, marqués de Valdeganl<ls, pág. 99-1Oi5.


e




- jO -
\( cidll que uo es t,tI Illi pensamien[o, ~ ti ue léjus ue Jelenerme ~
« de satisfacerme en las cosas visibles y naturales, creo en el ór-
« den subrenatural, y en su necesidad para explicar y gobernar
« el mundo. Los filósufos creo que reconocerán pUl' su parte, que
«si rechazo su doctrina, no doy por desierto su derecho. No digo
« esto para reclamar el frívolo honor de sostener á la vez dos gran-
(( des causas, sino para afirmar una doble verdad que obtiene toda
« mi conviccion, y á la que consagraré todas mis fuerzas: la fe cris-
« liana y la libertad religiosa: la ~alud de los pueblus ha de con-
l( seguirse á este precio. 1)


C.\PiTULO 11.


A 'i.i.LI~IS BEL J':SCltlTIJ lJEL SE"OR ta"/zoTo


Por medio de este elocuente llamamiento á todas las comunio-
nes cristianas }Jara invitarlas á unirse, ya que no en la verdad, á
lo menos en la ficcion de la verdad, el Sr. Guizot se ha granjeado
el honor de una tentativa generosa, y nos ha dejado la responsa-
bilidad de las resultas. Esta responsabilidad, pues, es la que nos
obliga á explicarnos. Vamos á hacerlo, pues, con la sinceridad de
un cristiano, y la autoridad de un católico, sin olvidar que el se-
ñor Guizot es demasiadamente superior á nosotros por la gloria de
sus años, para que el respeto de nuestras intenciones no deba igua-
Jar á la libertad de nuestro lenguaje, y que esta no pase mas allá
de lo que la verdad exige.


En estas disposiciones, pasemos ú apreciar su escrito.


El talento del Sr. Guizot es en realidad admirahle, pero lo Illas
admirable todavía es su honradez en el error; y es tal estct hon-
radez, que á pesar de su magnífico talento, le hace faltar á un,l
calidad esencial: la claridad.


El Sr. Guizot podria tener mas de esta claridad que caracteriza
el espíritu francés: su talento tan elevado, tan flexible, tan rico,
le proporcionaria naturallIlpn[p los IlIP¡lios; pero dos cosas se opo-
nen (t ello: su error y su honradez, su fe y su buella fe .





-11-
Su fe protestante le illll'ide de hallarse dal'atlleute en Lt verdad ;
~' su buena fe le priva de hallarse claramente en el error. Retenido
por esta y atraido por aquella, pasando y yolviendo á pasar de la
una á la otra, entre dos regiones, por decirlo así, y sohre sus eon-
lines, está en la verdad tanto como se puede estar no viviendo en
ella, y está tan poco en el error como es posihle estar respirando
en su atmósfera.


Así todos los grandes earactél'es del talento del Sr. Gllizot se
convierten al mismo tiempo en procedimientos favorahles á la in-
suficiencia de su doctrina. De ahí ese tono general de imparciali-
dad, que es una manera de evitar la precision, y que no es por lo
comun otra cosa sino la ambigüedad; esa amplitud de formas que
da ensanche al pensamiento, y que permite ejercitarle sin COIll-
prom iso , y esa elevacion constante de su palabra, por la cual elude
las dificultades aparentando sobre ellas C'Íerta su perioridad. De ahí
viene tambien no hallarse claramente circunscritos los giros de su
pensamiento, no por efecto de oscuridad ó de falsedad en sus pro-
posiciones, sino mas lJien por un conflicto ó confluencia en cierto
modo de verdades que se neutralizan hallándose sobre un mismo
nivel, en vez de subordinarse y de robustecerse recíprocamente,
produciendo el erecto de dos luces respectivamente colocadas en
oposicion con respecto á un mismo cuerpo, cuya imágen duplican,
pero debilitándola.


Esto es sin duda mas decoroso que una claridad culpable en el
error; pero es mucho mas peligroso para la verdad, la cual es mas
dil'íeiI segregar de esa falaz mezcolanza, y ele este falso fulgor de
verdades.


liara conseguirlo, pues, volvamos á considerar el conjunto de
su escrito; bi~n que quizás, deslumbrados por la hrillantezde su
estilo, y bajo la profusa riqueza de su IlIagnífico ropaje, no ha-
brémos podido deslindar con perfeccion sus formas y sus IlIovi-
mientas. Levantemos, pues, y separemos un poco ese rico aparato,
fijémonos únicamente en el pensamiento del Sr. Guizot, y prepa-
l'PInosle analíticamente para el juicio circunstanciado que de él
dehemos hacer despues.


En una sesion de la Sociedad bíblica protestante, el Sr. Guizot
hahia hecho oir palahras frlizmente nuevas en sus labios. E"ta
\ t'z h3hia s(~ntado limpiamente la cllestion entre el espiritualisJl/IJ
y el racionalismo, entre los incrédulos, los panteistas, los escépti-




- 1z-
GOS de toda espeGie, cn Ulla palabra, los puros racionalistas, y los
cristianos; y se habia colocado, cual nunca habia hecho hastaaho-
fa, de la parte de los cristianos, distinguiéndose y separándose de
los racionalistas, aun de los mejores, con .toda la distancia que
media·entre·una estatua de Dios, ó un mármol, y el mismo Dio:s,
el Dios vi viente.


Entre las razones que le hahían obligado á pronunciarse así se
hallaba la de la precision que tiene la actual sociedad de esta creen-
cia; yhabiahecho resonar palabras admirables acerca la necesidad
de introducir otra vez el respeto y la sUlllision al órdeu sobrenatu-
ral en el mundo y en el alma humana, así en las grandes capaci-
dades como en las almas sencillas, tanto en las regiones mas ele-
vadas corno en los espíritus mas humildes.


Con esta profesion de fe y de sumision al órden sobrenatural el
SI'. Guizot habia escandalizado á los Racionalistas, asombrado á
los Protestantes, y edificado á los Católicos. Habíase él mismo co-
locado noble y oportunamente al frente del movimiento religioso,
tanto como su calidad de protestante se lo permitia.


Mas, preciso es con venir que no se lo permitia mucho, y que
la silla de presidente de una Sociedad bíblica no era la mejor cá-
tedra para romper con el racionalismo y predicar la sumision. Así
que, la publicacion de su discurso fue acogida muy diversamente
y apreciada por los críticos, en especial por parte del Sr. Carlos
Gouraud en el Ónlen, y del Sr. Luis Veuillot en el Universo.


y no tuvieron que hacer grandes esfuerzos de dialéctica para
hacer resbalar el discurso del Sr. Guizot.


«Si no hay reparo en insinuar que el AteísIllo es un raciona-
<<líSUlO lógico, decía el SI'. Gouraud, menos lo hahrá en decir
«que el Protestantismo no es mas que un racionalismo ineonse-
«cuente. ))


«¿ Qué cosa es el Cristianislllo'! - decia por su parte el Sr. Luis
« Veuillot. - Es laautoridad. ¿ Qué cosa es el ProtestantisIllo'!Es el
« libre exámen; y la Sociedad bíblica protestante es la práctica del
« libre exámen, llevado hasta su último y mas inconcebible ex-
« tremo. »


Bastaban estas sencillas palabras para hacer resaltar toda la in-
consecuencia de la posicion del SI'. Guizot.


Sin embargo, el Sr. Guizot ha probado afirmarse mas en su po-
¡,icion, á cuyo efedo ha ,'ueIto iÍ. dar á luz sus bellos B;,ttUlios II!O-




- '13-
ntlv¡;, w donde elseutimieulo religioso, por brillante, pOI' elevado
'Iue se ¡¡res ente , evita una forLlla; y ha publicado al frente de la
obra el escrito que vamos examinando.


En este escrito, desplles de haber citado él mismo á los seño-
res GourauJ y Yeuillot, con la generosidad de un hombre que uo
teme la verdad, empieza por declarar que él no discutirá; que de-
jará á un lado toda refutacion, toda argumentacion; que tener en
cuenta, ó hacerse cargo de las objeciones que le dirigen perso-
nas estimables y sinceras es un gusto que tiene para él poco ali-
ciente; (lue tiene deseos mas elevados, que aspira él unirse á ellos
el! la verdad, etc.


Mas esta es precisamente la cuestiono Así pues, cuando parece
que renuncia á la discusion, el Sr. G uizot entra en ella de hecho;
pero entra á su modo y con la pompa que acostumbra.


Empieza por sentar dos verdades innegables.
Es la primera, que existe un órden sobrenatural, y que desde


el momento en el cual cesa el hombre de creer en él y de vivir
bajo el intlujode esta creencia, entra el desórden en el hombre y
el1 las sociedades de los homhres.


Es la segunda, que la cuestion se halla hoy dia entre los que no
admiten el órden sobrenatural y los que lo admiten; entre los fi-
lósofos y los cristianos.


Queda ahora la cuestion de saber quiénes son los filósofos y
quiénes son los cristianos ,ó en otros términos, lo que constituye
la sumision al órden sobrenatural y la no sumision á este órden.


Aquí es donde el Sr. Guizot da ante todo con el raciocinio del
Sr. Carlos Gouraud.


-Para deshacerse de él, se abstiene de querer insinuar que el
Ateismo sea un racionalismo lógico, y se abstiene en términos los
lilas elocuentes y generosos hácia el Racionalismo. « ¿Es esto de-
«cir que cntre todos cuantos no admiten el órden sobrenatural,
«incrédulos Ó escépticos, ateos ó racionalistas, haya paridad y
« confusion? Guárdeme Dios, no solo de proferir jamás, pero ni
« aun de pensar tan absurda y tan odiosa iniquidad ... Conozco
« las inconsecuencias que por fortuna se deslizan en el espíritll del
«(hombre .•. Sin duda, entre el impío que niega á Dios, y el ra-
«cionalista que descansa en la confianza de que, sin salir del ór-
r( den natural, y á beneficio de no sé cuál transformacion ha ha-
«liado y fundado á Dios, el intervalo es inUlenso; inmenso indu-




-Itlt -
l( dalllellleute, taulo ante la.i usticia di villa, como delante de la equi-
« dad humana, elc. »


Inmenso, pues, por paridad es el intervalo que separa el pro-
testante del racionalista. Verdad es que el Sr. Guizot no deduce
esta concIusion; pero ella es evidentemente el fin implícito de este
hermoso rasgo acerca las felices inconsecuencias del espíritu humano.
Rompe el lazo lógico por el cual el Sr. Gouraud habia ligado el
Racionalismo con el Ateismo ,. para deshacerse del lazo análogo
que enlaza igualmente el Protestantismo con el Racionalismó.


« Admito, dice, todas las distinciones, todas las desigualdades,
« todas las sinceras expansiones, y solamente afirmo que entre las
« escuelas filosóficas de nuestro tiempo, por diversos que sean sus
« sistemas, convienen todas en no admitir el órden sobrenaturaL))
( y por consiguiente, concluye todavía implícitamente el Sr. Gui-
zot, que entre todas las comuniones cristianas, protestantes ó cató-
licas, sean cuales fueren sus diversos sentimientos sobre el objeto
y el principio de la fe, hay de comun entre ellas, que admiten el
órden sobrenatural.


Despues de haber de este modo respondido al raciocinio del se-
ñor Gouraud, llega el Sr. Guizot al del Sr. Veuillot.


(cE! Cristianismo, dice el Sr. Luis Veuillot, es la autoridad. Cier-
« tamente, el Cristianismo es la autoridad; pero no es la aufori-
« dad solamente, porque es todo el hombre, toda su naturaleza,
« todo su destino, y por consiguiente, la obédiencia moral, la obe-
(( diencia en la libertad.»


De la autoridad y de la libertad así definidas en el órden ab-
soluto y espiritual, pasa el Sr. Guizot sin transicíon á una autori-
dad y á una libertad de un órden enteramente distinto, á las que
se ejercen en el estado social. Hace ver como estas son movibles en
sus límites y en sus relaciones, y como estos límites y estas rela-
ciones se reducen á cuestiones de circunstancias, cuya solucion
debe variar segun los tiempos, el estado social, las costumbres ,etc.,
y que á la política Loca resol ver.


Volviendo despues á pasar, sin hacer distincion alguna, á la li-
bertad del órden absoluto y espiritual, hace observar, que esta
misma libertad es la que el Cristianismo ha puesto principalmente
en movimiento, mientras r¡ue en d dia Ofl I<t rreacion fue la obe-
diencia.


Oponiendo de este modo la ereacion y la l'f'generacion, la au-




- 15 -
toridad y la libertad, dice que el Cristianismo no "ino para hacpl'
triunfar una causa (la causa de la autoridad) que él empezó por
hacer un llamamiento á la libertad; despues, que conquistó y des-
plegó la autoridad; despues , que se ha acomodado á los dil)cl's()s
lIrados de autoridad y de libertad que el curso ele las COijas ha hecho o'l)((re-
ce/' acá y nllá en el mundo, (aquí volvemos á la autoridad,! á la li-
bertad del órden social); que se ha visto con frecuencia alterado y
comprometido por los descarríos, ya de la autoridad, ya de la li-
hertad; pero que por su orígen y por su esencia está fuera de su:-;
luchas.


Despues de haber así mezclado y confundido á su vez dos ór-
denes tan diferentes de libertad y de autoridad: la libertad y la
autoridad del órden absoluto y divino, y la libertad y la autori-
dad del órden contingente y terrestre; despues de haber trasla-
dado á aquellas la oposicion y vicisitud de relaciones que son pro-
pias de estas, llega el Sr. Guizot hasta hallarse naturalmente sobre
las unas y las otras, á repartir entre ellas la parLe de los deberes y
de los consejos, y á dictar el protocolo de su alianza.


« En el actual estado de la sociedad y de los ánimos, dice, la
« autoridad, y el órden con la autoridad son los que están en pe-
(digro; y el Cristianismo les debe todo su apoyo. La causa de la
« autoridad civil y de la religion cristiana, es á todas luces comun :
« el órden divino yel órden humano, el Estado y la Iglesia tienen
« los mismos peligros y los mismos enemigos. i Concedales Dios el
« mismo acierto!))


Con todo, esta palabra de deseo de acierto ó de sabiduría, segun
el Sr. Guizot, no es igualmente necesaria al órden divino que al ór-
den humano; el uno carece mas de sabiduría que el otro, y este
no es por cierto el órden humano; al contrario. Esta prúdencia, ó
sabiduría, ó sagacidad (que consiste mas particularmente en ad-
mitir el nuevo espíritu de actividad libre del hombre), hablando
generalmente no ha faltado al órden humano ó al Estado. « En mi
«concepto, dice el Sr. Guizot, se hace á los Gobiernos de llllestra
«época una manifiesta injusticia. No es verdad que solo aspiren á
« la inmovilidad y á la tiranía, etc.» Sigue aquí una larga apolo-
gía de los Gobiernos.


Despues de haber de este modo hecho justicia al órden humano,
el Sr. Guizot, dirigiéndose al órdcn divino, ó á la Iglesia, le dice:
f( Profeso un profundo respeto á la Iglesia ratólica: ella ha sido por




~ Mí-
« siglos r,niero~ la Iglpsia Cl'istíana de loda Í:t1~1lI'opa ~ día ¡is la
«grande Iglesia cristiana de la Francia. Considero su dignidad,
«su libertad, su autoridad moral como esenciales á la suerte de la
« cristiandad entera. Si yo creyese que la Iglesia católica no pue-
« de, sin abjurarse á sí misma, aceptar en el Estado el principio
«de la libertad religiosa, callaria, pues detesto sobre todo la hi-
« pocresía y la sutileza. Pero no hay nada de esto. Que la Iglesia
« católica consene en toda su plenitud sus principios funda!nen-
(1 tales, su inspiracion permanente, su infalibilidad doctrinal, Sil
(1 unidad; en esto está en su derecho como en Sil fe. Que solamente
« acepte la libertad religiosa ... i No es fácil concebir la rapidez con
(l que desaparecerian delante del Cristianismo los obstáculos y las
« resistencias, si desapareciesen á la vez los temores de la antigua
« intolerancia, y si la misma Iglesia católica ofreciese por su parte
« una seguridad de respeto hácia la libertad religiosa! ))


Por esta respetuosa leccion de sabiduría dada al órden divino,
termina el SI'. Guizot la respuesta que habia comenzado á dar á la
olljecion tan sencilla como fuerte del Sr. J. uis V euillot: «El Cris-
« tianismo es la autoridad.))


El Sr. Guizot, despues de haber procurado de este modo des-
prenderse del Sr. Gouraud y del Sr. Yeuillot, pasa al principal
objeto de su escrito, cual es el de proponer á todos los Cristianos,
sea cual fuere la Iglesia á que pertenezcan, una alianza contra la
impiedad y la anarquía, en el interés de su comun creencia en la
divina revelacion contenida en los Evangelios, y en Jcsucristo vc-
nido sobre la tierra para salva!' al mundo.


¿Es un retorno á la unidad, una reconciliacion, una rusion en-
tre las dos ramas de la familia cristiana lo que se propone el se-
ñor Guizot, empresa tan noble como digna de su posicion y de su
carácter? No: él declina el hono!' de esta empresa «que tantearon
« Bossuet y Leibnitz, cuya idea llena todavía algunas almas gene-
« rosas, y que algunos piadosos obispos le han manifestado con
« una confianza por la cual se reconoce profundamente honrado.)


El Sr. Guizot, pues, no tiene po!' mira larecomposicion de la uni-
dad: admite que bajo la alianza de que habla, las sectas cristia-
nas guardan todos sus disentimientos, todas sus divisiones cntre
sí y con la Iglesia. Lo que les propone, pues, por el hecho no es una
union, sino una liga, un verdadero sincretismo, unaaltacoalicion.


y á ello Irs invita en nomlm> IlPIIHWll sf'nlirJlI y dI' la (';¡ritl;¡¡1.
. ,




El hlH'1l srnlido dice ;t ¡o:J Cri~Lianos ¡jp lodo g('nero (1')(' í'ot ...
J'en un peligro comun contra el cual les conviene recíprocanwnte
estar acordes, siendo ~u enemigo mntho Illas peligroso para todos
ellos de lo qne pueden serlo ellos los unos para los otros.


La caridad, de otra parte, les prescribe este acuerdo tanto ro-
mo se lo aconseja el interés. Habiéndose hecho ya imposibles en-
tre los cristianos disidentes las luchas materiales, l. pOI' qué no pm·
hellecer la paz con la caridad? En apoyo de este llamamiento á
la caridad, no duda el Sr. Guizot en citar el ejemplo de la Ingla-
terra y de cuanto ha pasado en ella en nuestros tiempos.


El SI'. Guizot hace notar además, que en un régimen de liber-
tad religiosa bien establecida y aceptada, no solamente las diyer-
sas comuniones cristianas pueden vivir en paz, sino que esla paZ
misma contribuye á su mútua prosperidad, es decir, á:;o mútna di-
vision religiosa, á sus mútuos disentimientos de fe, á su múlua
separacion en lo que mas deberia unirlas, lo cual no deplora poI'
cierto el Sr. G uizot, sino q\le lo propone como una consideracion
determinante.


Finalmente, el Sr. Guizo! termina por dos profesiones de fe, que
halla el secreto de conciliar para el mejor éxito de sumision me-
diadora, y recomendables á los ojos de todos, desde el católico
hasta el ateo: « Yo creo en el órden sobrenatural, y en su necesi-
« dad para explicar y gobernar eLmundo. Los filósofos por su parte
« reconocerán, segun creo, que si rechazo su doctrina, no dejo
«abandonado su derecho. No digo esto con el fin de reclamar el frí-
« volo honor de sostener á la vez dos· grandes causas, sino para afir-
« mal' una doúle verdad que liene toda mi conviccion, y es el blanco
« de todos mis esfuerzos: la fe cristiana y la libertad religiosa. La
«salud de los pueblos solo puede adquirirse á este precio.» •


Tal es el espíritu del escrito del Sr. Guizot, que hemos debido
separar de la seduccion de sus formas para mejor presentarlo y
discutirlo, y debemos disculirlo por lo que interesa á la verdad,
pues tal es nuestro único móvil. Tiempo hace que el Sr. Guizot
posee ·nueslra admiracion y nuestro reconocimiento por lo mucho
que honra al espíritu humano con las bellas producciones con las
cuales ha enriquecido su dominio. Ni menos merece nuestros res-
petos y nuestras simpatías por este nohle y generoso movimiento
que, desasiéndole del mezquino espírilu de secta, ha hecho siem-
Pl'e gl':t\ifar psa Illmin()~a infrligrllcia r11 lorno (lel rrnlro dI' hl


4~ iliÑV[r, ~'Y' '''SI. /~,,"'\ ~ ~o-{~
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unidad calúlica, tan de cerca como puede permitírselo el errol'
que le retiene en su órbita. Estamos felizmente couvenci(los que
no por cálculo de orgullo y á sabiendas, sino únicamente por la~
ilusiones y exigencias de este eITor, que vienen á ravor(~cer aun
los maravillosos recursos de su raro talento, se engaña él el pri-
mero, engañándonos al propio tiempo acerca los verdaderos in-
tereses de l:,t grande causa del Cristianismo. j Honor á él, Y á su~
nobles intenciones! pero i honor á la verdad antes que á él, Y li ..
lIeItad para cumplir con el deber de d()cirla! E [ interés genel;al y
n1wstra recíproca dignidad solo pueden adquirirse ti este precio.


CAPÍTULO IIr.
DISCUSW:S.


Tres verdades hay que establecer en oposicion al sentir del se-
001' Guizot:


1." La distincion entre los que creen y los que no creen, entre
los cristianos y los filósofos, es falsa y vana, si es otra que la dis-
tincion entre los discípulos de la autoridad y los partidarios delli-
bre exámen. Todo aquel que es partidario del libre exámen es ra-
donalista, y no hay verdaderos cristianos sino los discípulos di'
la autOt'idad.


2.' El principío de autoridad, en materia de religion, no sufre
tl'ansaccion ni composicion alguna en el principio de la libertad.
La sumision á la autoridad divina debe ser absoluta, ó es nula.


3: De consiguiente, la alianza que el Sr. Guizot propone entre
los discípulos de la autoridad y los partidarios del libre exámen,
('s ralsa en su principio, y quimérica en su ohjeto.


El lector, cualquiera que sea, que'nos habrá seguido hasta el
término de esta triple demostracion I quedará de ella conven-
cido.




- !in -


CAPÍTUl,O IV.
QUE NO PUlWE HAllER mSTINCI01\ SINO ENTRE LOS. D1SCÍP(]LOS DE


LA AlJTORIUAU y I.OS PARTIDARIOS DEL LIBRE EXÚIEN.


« En el órden sobrenatural, al hombre no le resta mas que so-
l{ meterse. Para nuestra salud presente y futura, la fe, es der-ir,
« el respeto y la sUIl1ision al órden sobrenatural, deben entrar ('n
« el alma humana, así en los grandes talentos como en los espíri-
(tus sencillos ... La autoridad, en una palabra, es el carácter de
" la religion; el de la filosofía es la libertad.))


Estas palabras no son nuestras; son del Sr. Guizot, y no las
hubiéramos pronunciado ni mas fuertes ni mas formales. El sP-
¡¡or Guizot, pues, est{l de acuerdo r-on nosotros ac('rl':l el principio
de una autoridad soberana, de una sumision ahsoluta en maltwia
ele religion. « En el órden sobrenatural, al hombre no le resta mas que
« someterse; la autoridad ('8 el carácter de la religion. ))


l. Sobre qué está, pues, nuestro disentimiento?
Está en el objeto de esta sumision, en el sujeto de ('sta aulori-


dad, es decir, en esta misma sumision yen esta misma autoridad:
porque una sumision que fuese sin objeto, una autoridad que fu('sc
sin sujeto, serian una sumision y una autoridad puramente nomi-
nales: no existirian.


J, e ual es, pues, el objeto de la sumision, el sujeto de la autori-
dau entre nosotros '?


Para nosotros, católicos, es el órden sobrenatural enseñadfJ po/"
la Iglesia, es decir, por una autoridad del mismo ól'den, puesta
sobre nosotros, visihle, viviente, distinta, independiente de nos-
otros, _para que podamos nosotros depender de ella. Nada pues
mas positivo, nada mas preciso, nada mas formal que esta auto-
ridad)' que esta sumision.


Para el Sr. Guizot y los Protestantes, no PiS así: es el órden 80-
hrenatural no enseftado, y por lo mismo, in mediatumente conce-
hido por la razon humana.


Este órdrn sohl'cn:1lnral, pUf'S, (¡ rs, () (lle.i~ ¡Jr ~f'r, :-. f'S de t:ll




- liO-
manera u de [al otra, segun el eODoeirniento que de ello puede
formarse la razon humana por sí misma. Conocimiento neecsaria-
mente vano, como oice muy bien el mismo Sr. Guizot, no se halla
bajo el dominio de nuestro conocimiento, y se desenvuelve fuen!
del alcance de nuestras miradas.


i, Quién no ve desde luego que la sumision de la razon, en este
caso, carece de objeto real, pues que su pretendido ob,jeto, el ór-
den sobrenatural> depende en su conocimiento de esta misma fa,-
zon que debe depender oe él?


Toda autoridad debe ser distinta é independiente oel ser que Ir
debe estar sometido, para que es (a autoridad y esta sumision sean
reales. - El órden sobrenatural, me diréis, es independiente de
mí. - Es verdad; pero no su conocimiento, sin el cual es para
vos como si no existiera. Este conocimiento, obra de vuestra ra-
zon, depende de la dehilidad de esta razon, y está sujeto á todas
sus vicisitudes, léjos de dominarlo y de regularlo por una ense-
ñanza superior y distinta, como la de la Iglesia para los Católicos.


y no crea el Protestante escapar de este raciocinio, presentando
el libro de los Evangelios como objeto superior y distinto de esta
sumision. Lo mismo le diré del Evangelio que le he dicho del ór-
den sobrenatural: él es lo que es su conocimiento, su interpreta-
cion; y como su conocimiento. su interpretacion vos sois quien
la haceis á vos mismo, luego vuestra sumision carece de objeto
real. '


Creer en el órden sohrenatural, creer en el Evangelio, ¿qué sig-
nifica esto si no se sabe lo que se debe creer? Para que el espíritu
esté realmente sometido, necesita ser ocupado y retenido por creen·
cias fijas, determinadas por una enseñanza exterior y distinta; de
otra manera reincide sobre sí mismo, y no se alimenta sino de sus
propias opiniones, que no podrá jamás imponer á los demás ni
imponerse á sí mismo, porque él es, y se queda siendo su autor.


Esto mismo es puntualmente lo que vosotros decís de los filó-
sofos, y que se aplica con igual propiedad á los cristianos que re-
chazan la única autori dad docente, fuera de la cual no hay mas
que opiniones y filóso fos de diversos grados, desde el ateo hasta
el partidario de la divinidad de Jesucristo.


La diferencia entre d Filósofo y el Cristiano no consiste sola-
mente en el objeto, sin,'), ante todo, en el principio del acto del
f'spíritll. No difieren lÍll \camente en que este no admite y 11/ 011'0




- ¡¡I-
admite el úruen i'iolmmatnral , sino en que el uno tiellf~ una opi-
lliol1 y el otro l/na creencia: una opinion, es decir, una manera
de ver por sí mismo; una creencia, esto es, una adhesion á otro
que no es él. Los unos andan por las vias que ellos mismos han
inventado; los otros por aquellas que les son abiertas por una en-
señanza divina 1.


La admision ó la no admision del órden sobrenatural, como lo
entiende el Sr. Guizot, no es, pues, mas que una diferencia de opi-
nion y de manera de ver entre filósofos, movible y mudable como
lodas las opiniones.; lo cual nada tiene de comun con la firme fe del
Cristiano en la palabra de Jesucristo, que se hace llegar á su co-
nocimiento por la palabra de la Iglesia.


La demarcacion real está entre los discípulos de la autoridad y
los partidarios del libre exámen, entre los Católicos y los Filóso-
fos ... cristianos ó no cristianos. .


Muy bien ha dicho el mismo Sr. Guizot, y muy francamente, que
hay grados sin número entre los Filósofos, desde el ateo hasta el
deísta puro; y es inmenso el intervalo entre el impío que niega á
Dios y el racionalista que reposa en la confianza de que, sin salir
·del órden natural, y á merced de no sé qué transformacion, ha
encontrado y fundado á Dios. Pues bien, nosotros tambien admi-
timos que el intervalo es inmenso, y mas inmenso todavía entre
él y el Sr. Guizot, ó cualquier otro cristiano como él. Pero lo que
no admitimos es, que este intervalo sea otra cosa mas que un in-
tervalo de opinion, de la misma naturaleza que separa el deista
del ateo, y que no bastaria para constituir una distincion de prin-
cipio en la adhesion del espíritu á uno ó á otro de estos grados.


No por esto confundimos los Protestantes con los Deistas mas de
lo que el Sr. Guizot confunde estos con los Ateos, pero los con-
fundimos hasta el mismo punto, por cuanto el principio que de-
termina las opiniones diversas de todos es el lihre exámen.


En esta escala móvil del libre exámen, si hay grados múltiplos
rn laregion inferior de los que niegan el ól'den sohrenatural, ¿ cuán-
los no habrá en laregion superior de aquellos que la admiten? No es
menor la diversidad entre los Protestantes que entre los Filósofos,
y hasta la línea que separa á estos de aquellos es sumamente vaga y
movediza; no creemos que el Sr. Guizot lo desmienta; tan vaga y


, lbunt in adinuentionibus slIis. - Si popllllls r¡¡RUS audisset me; l.froitl si in
1:ii.f meis amblllasset. (Psalm. I,XXX, 1:l, 11 l.
~.




(iUllilovediza como 1;1 ílllf' separil di~ \'Iíil'l' pilos mismos los unos de
los otros.
~Ias hay todavía: la tendencia lógica, la ley de la gravedad, si


así puede decirse, de sus convicciones, debe llevarlos mas bien há-
cia el naturalismo que hácia el supernaturalismo, y la línea dehe
declinar mas bien de alto ahajo que al contrario, porque la ra-
zon natural, cuando no recihe la verdad completamente formada
de una autoridad sohrenatural en la que tiene fe y que la retiene
en un determinado círculo, no puede admitir sino lo que compren-
de, y no comprende sino lo natural como ella, y aun no siempre;
no quedándole en definitiva otro término lógico á sus investiga-
ciones que el escepticismo, ó todo lo mas esta religion de nivel q'ue
a1lrU/,a todas las alturas, como lo arrostraha muy contra lógica .111-
rieu á los socinianos de su tiempo.


La verdadera cuestion, repito, está pues entre los partidarios
del libre exámen y los discípulos de la autoridad, entre los Racio-
nalistas y los Católicos. Y como los Protestantes no son católicos,
luego son racionalistas.


¿. Es esto decir que entre todos los racionalistas protestantes,
deistas y ateos haya parirlad y confusion'? Seguramente que no,
pues tambiml conozco las felices inconsecuencias fiel espíritu del
homhre; tambie~ admito todas las distinciones, todas las designal-
liades, todas las sinceras confesiones; y solamente afirmo dos ('o-
sas: la una que enl!'e los Protestantes y los Filósofos, por diver-
sidad íjue t(~ngan de sentilllil~ntos, convienen todos en no admitir
'/Uut enspñan::a .múl'eí/rttnral, y se esfuerzan en explicar y goherna¡'
sin su ayuda ei hombre y el mundo. La otra cosa es, que allí don-
de no hay una enseñanza sobrenatural, elórden sobrenatural se
desvanece para la razon, incapaz de alcanzarle y de comprender-
le; y de consiguiente, como dice el Sr. Guizot, las bases del Ól'-
den moral y social se van profunda y progresivamente desquician-
do, pues el hombre ha cesado de vivir á la presencia de un poder
distinto que realmente le sohrepuje, y que pueda á la vez satisfa-
cerle y regularle.


No es posihle hablar ron lilas aeil'rto que el Sr. Guizot, cuan-
do emitiendo Sil juicio sohre 11 na palahra con la que el SI'. Thipl's
I'oronó, Ú mejor didlo, (]rsliguj'() uno tIe SllS mas !Jrillantrs di~­
cursos, dice: cd':n un senlillo de í'oneiliacion y de paz se h¡t dj-
«rho: 1,(1 'l'Pliyinn IJ fa. filo.\'ofía SOíI do.\' hpmuII/a,l' (f1/1' se r[1!{Jfll mútllo-




- ;;:~ -
(( me/de l'e~JJ(:to y lJ1"olt:¡:Cúllt: palabras en la l:uale¡" sc \ eH todavía
«marradas las quimeras del orgullo del hombre: la filosofía vie-
(( ne del hombre, v es la obra de su entendimiento; la religion vic-
e< ne de Dios. El l~olllhre la recibe, y mucha::; yeces la altera des-
"pues de haberla recibido, pero 110 la crea. La religion y la filo-
« sofía no son, pues, dos hermanas: son dos hijas, la una de 1tuestru
"Pltdn! que está en los cielos, la otra del simple genio humano. Y
(cm condicion en este mundo tampoco debe ser igual'; así COIllO
« no lo es su orígen: la autoridad es la di visa de la religion , la (h~
« la filosofía es la libertad.))


El Sr. Guizot acaba de formular, sin él advertirlo, el decreto
de condenacion de su propia doctrina.


La autoridad y la libertad de exámen no son en realidad mas
hermanas que la religion y la filosofía. No hay duda que el senor
Guizot tiene mas razon que el Sr. Thiers, pero la misma superio-
ridad de razon tiene la Iglesia sobre el Sr. Guizot. Hállase sí mas
adelantada en la senda de la ycrdad , y á ella se dirige, pero ex-
c1usivamente, y tal vez pOI' esto mismo le es mas infiel. Ni sus pa-
labras estan menos -marcadas de las r¡ltimera~ del orgullo humano, yes-
te debe ser mas sutil en un estailo que permite condenar el orgu-
llo de otros, reservándose el suyo.


Razon, pues, tenia el Sr. Gouraud para decir que si es dado el in-
sinuar, q/te el Ateismo es nn racionali\'mo lógico, -mas lo es (wn ellwci'l'
que el Protestantismo es un racionalismo inconsecuente. U na de dos: ¡ ó
el propio sentido, ó la autoridad! Todo cuanto sea buscar una
transaccion ó alianza eur.re los dos sistemas, es una quimera, hon-
rosa y digna sin;duda de consideraciones, en cuanto lo permita la
verdad.


U n grande hecho viene á confirmar esta parte de nuestro juicio.
l- Con quién hace ordinariamente el Protestantismo sus alianzas'?
;, Es con el Catolicismo contra el Hacionalismo, ó con el Raciona-
lismo contra el Catolicismo?


No hago mas que hacer esta pregunta: ella trae por sí misma
la respuesta 1,


I I,a contcstacion á esta prcgulIta fue formnlada con Lauto acierto como
energía por un protestante imparcial, !)alliel: "Se ¡¡rdiere, <li~e, tragar UIl
"rl,'r;lIItl' :l/PO (l!le lIn \l10"1Ilito (·~I{dicll. 11




~. r.
- iJl -


CAPiTULO V.


EL PRINCIPIO OE AUTOIUBAD El'i RELIGION I'iU rUEDE RECIBIR LA


MENOR DlSJIINUCIO~ DEL 1'ItINCU'W DE LA LlIlERTAJ).


El Sr. Guizot, guiado por su elc\ado instinto de órden y de uni-
dad, opina muy a¡;ertadamente que nada puede apoyar sobre el
fundamento del libre e\.ámen, y que este fundamento divide y re-
chaza los materiales del edificio bajo la mano del constructor. Así,
pues, prueba el colocarse sobre la autoridad; pero no hay sino un
modo de colocarse en ella, y este es de someterse á ella. La auto-
ridad no puede dejar de ser tal, y sobre todo la autoridad divina.
Deja, pues, de serlo si 110 es soberana; es decir, si no le somos in-
feriores y absolutamente sumisos; y el Sr. Guizot, que la quiere,
que conoce toda Sll necesidad y lodo su precio, no la quiere sin
embargo como tal.. Pretende poder ensanchar ó restringir á su sa-
ber su dominio; aplicarla segun los tiempos y los lugares; aco-
modarla á las miras de los hombres; hacerla servir á SllS desig-
nios; ser, en una palabra, su ministro, dejándola reinar pero no
gobernar.


Triste es á la verdad, pero es una lec¡;ion al mismo tiempo, ver
á ese grande talento hacerse el juguete de su propia impotencia,
insistiendo en su tarea, y torcer ó quebrar contra ella su rectitud
y su vigor.


«El Cristianismo, ha dicho el Sr. Veuillot, es la autoridad.))
« Ciertamente: el Cristianismo es la autoridad; pero no es la au-


«loridad solamente, porque es todo el hombre. Pues la naturale-
«za y el destino det hombre es la obediencia moral, es decir, la
«obediencia en la libertad. Dios crió al hombre para que obedeciese
(e sus leyes, y le crió libre para que obedeciese moralmente. La
« libertad es de institucion divina, como la autoridad; la obra del
«hombre es la rehelion y la tiranía.))


Toda vez que el Sr. G nizo! ha pue~to así la autoridad y la li-
bertad frente á frente y en oposi(:ion, las considera naturalmentp
como envidiosas la una de la otra, ~ como necesitando por consi-




- 55-
guiente de garanlIas y de temperamento. Y ¿quién podrá regular
esas garantías y ejercer ese poder de temperar'? Es claro que no
será la una ni la otra, porque las dos están recíproc:amente inte-
resadas. Luego ha de ser un tercero quien venga á ponerlas en
acuerdo, y este tercero es el hombre.


Así para ponerlas al alcance del hombre, las hace descender,
sin transicion ni reserva, del órden espiritual al órden temporal,
y continúa de este modo:


«En el estado social tanto la autoridad como la libertad nece-
« sitan garantías, y una y otra tienen derecho á estas garantías ..•
Q¡. C miles son los medios de accion y las garantías que deben dar-
«se á la autoridad y á la libertad? Cuestiones son estas de cir-
«cunstancias, cuya solucion debe variar segun los tiempos, el es-
(dado social, las costumbres, los diversos géneros y los diversos
« grados de civilizacion de los pueblos; y á la política es á la que
« toca resolverlas.»


Sin duda que esto es muy verdadero: el Sr. Guizot, como he-
mos dicho ya otra vez, no emite proposiciones falsas, pero lo fal-
so está en la relacion de estas mismas proposiciones entre sí, ó
mas bien, pecan por faltarles esta. relaciono Así, cuando empezó
diciendo que la libertad era de institucion divina, como la autori-
dad, dijo verdad (á menos que no estuviera mejor el decir que la
autoridad no es una institucion, como la libertad, sino que es una
propiedad inenajenable de Dios mismo sobre sus criaturas). ¿Mas
dónde está la relacion de la autoridad y de la libertad en este ór-
den de institucion divina? Esto es lo que el Sr. Guizot no nos dice.


y de esto resulta que la libertad y la autoridad se hallan frente
á frente como dos potencias, de las cuales puede á su vez invo-
earse la una contra la otra, y que se hallan en disposicion de cual-
quiera que quiera aprovecharse ó servirse de ellas para la justifi-
cacion de sus sistemas, segun se necesite, este de la autoridad,
aquel de la libertad.


En el órden social, dice el Sr. Guizot, á la política es á quien
pertenece resolver las cuestiones de relacion entre la autoridad y
la libertad. Esto es así mismo una verdad. Mas en el órden sobre-
natural, ¿quién determinará estas relaciones'! ¡.Son estas acaso
Hl'iahJes y dcpcndienl,>~ dt' las eírrlltlstantj¡:l~, como en el estado
sotial? ¿ f\" o existen de Ulla lllLinCl':1 inlllutable? Y ¡. cuáles son es-
Li~ lflacíoop:.?




- Mi -
Ved ahí otra vez lo que tampoco nos dice el Sr. Guiwt; á. pe-


sar de que es demasiado filósofo para ignorar que el órden natural
depende del órden sobrenatural, no siendo mas que su reflejo y su
expresion; que mucho le costará á la política para conciliar la li-
bertad y la autoridad en el órden humano, y que se le resbalarán
siempre hácia la revuelta ó hácia la tiranía, si en el órden divino
no están suprema é inmutablemente contenidas en su relacion re-
cíproca, que no puede depender de circunstancias, y sobre el cual
ningun derecho tiene la política.


Tan léjos está de decir esto el SI'. Guizot, que parece decir lo
contrario: parece asimilar completamente la autoridad y la liher-
tad en el órden divino á la lihertad y á la autorídad en el órden
humano. ¿ A qué viene, sino, despues de haber opuesto al se-
ñor VeuiJlot que la libertad era tan de institucíon divina corno la
autoridad, decir á renglon seguido que en el estado social la au-
lcridad y la libertad necesitan garantías cuya medida es una cues-
lion de circunstancias que la política ha de resolver? ¿ A qué ven-
dria decir esto sino porque, para él, el órden humano anastra tras
de sí al órden divino, y que en este último órden las relaciones
de la autoridad y de la libertad deben ser lo que son en el pri-
mero? .


y ¿cómo dudar que tal sea la opinion del Sr. Guizot, cuando le
vemos, despues de haber pasado inmediatamente del órden divi-
no al estado social para mostrarnos en él las vicisitudes de la auto-
ridad y de la libertad, pasar otra vez al órden divino, y presen-
tarnos en él la autoridad y la libertad á su vez preponderantes la
una sobre la otra, corno en el estado social, y acomodándose final-
mente á las diversas formas y á los diversos grados de autoridad y de
libertad que aquí y allá ha presentado el curso de las cosas? ¡, cuándo
le vimos arrostrar al órden divino el no acomodarse lo bastante al
nuevo espíritu de actividad libre del hombre, y aconsejarle (Iue admi-
ta en el gohiel'llo de las almas mas movimiento intelectual de lo que
otms tiempos han exigido?


Es evidente que el Sr. Guizot asimila el órden divino v el órden
humano, -el órden sobrenatural y el órden terrestre, la"autoridad
divina, soberana y necesaria, con las autoridades humanas, pre-
c~1I'ias y contingentes, y los asimila absorbiendo (~l primel'O de
('stos dos órdenes en el segundo, es decir, negando PUl' el hedo
este órden sobrenatural, l:uyo f;ocorro, no obstante, invoca.




Mas para que Illejor resalte el error JeI Sr. lJuizot, hagalllos
nosotros brillar la verdad y sus eternos principios.


La Autoridad, y no hay mas que una, la de Dios, cuyo primer
título y fundamento es la creacion, y de la cual son derivadas y
delegadas todas las otras; la autoridad, en. su principio es sobera-
na, absoluta, sin límites. Limitarla, sea por 10 que fuere, seria
absurdo, pues esto implica contradiccion con la nocion de un Dios
creador: limitarla por la mas débil de las criaturas inteligentes eS
un prodigio de locura de nuestro orgullo.


¿ y la lihertad, diréis, qué viene á ser? ¿No se ha de tener en
cuenta'? ¿no es de institucion divina? El hombre, criatura tan dé-
bil como se quiera, ¡. no es hecho á imágen de Dios? y el primer
atributo de esta. grande imágen J, no es la libertad?


Por concedido. Y aun me adelanto: os inculpo el no haber con-
cedido mas extension· á la libertad, limitándola por la autoridad;
pues yo la quiero tan grande que sea indefinida.


Explicaré mi pensamiento por medio de una definicion muy
sencilla de la libertad.


¿ Qué es la libertad? ¿ en {Iué consiste la libertad?
La libertad consiste en hacer lo que se quiera - haciendo lo que


se debe.
Digo haciendo lo que se debe, porque lo que se debe es en el fon-


do el bien, lo verdadero, lo helio, Dios, en una palabra, bajo
todos sus aspectos, hé aquí el fin de nuestra natufaleza; y como
todo ser quiere naturalmente su fin, la libertad para el hombre
consiste en el cumplimiento de este fin , en el desarrollo de sus fa-
cultades segun su fin, y por este medio en la satisfaccion de su
verdadera voluntad.


Así todo hombre iria derecho á la verdad y al bien, como un ti-
ro hácia su blanw, si no fuese esclavo del mal. Si de esta senda se
desvia, es porque su lihertad encuentra un obsLáeulo contra el cual
á. menudo se tuerce ó se estrella.


De ahí aquel dicho tan profundamente verdadero de Ovidio:


••••• Video meliora. proboque,
Deteriora sequor.


y aquel de .~an Pablo:


Non cnÍln q'/.Od voto bonu!lt hoc ayo. bed 'luod odi malum iJlud (ucio,




- 5~-
que tradujo Racine por los hermosos versos que trasladamos al cas-
tellano:


.En guerra ¡ ay! siempre con mí mismo, ¿en dónde
Halla .. podré la paz?


Quiero, i Y sumido en mi miseria extrema
No ejecuto jamás!


No hago el bien que yo estimo y que deseo,
¡Y del mal que detesto autor me veo!


¿ Quien será el que venga á levantar este obstáculo al cumpli-
miento del bien, objeto de la voluntad del hombre, y por consi-
guiente de su libertad'? ¿ Quién será el que nos dé el poder del
bien'? .. La autoridad.


Así para el niño la autoridad de los padres es la que viene á re-
mover los obstáculas físicos ómorales que se oponen al desarrollo
de su naturaleza, y contra los cuales se estrellaria á cada instante
su voluntad. Para el jóven es la autoridad de un ayo ó de un pre-
ceptor el que viene á quitarle el ohstáculo de la ignorancia, y abrir
y allanar á su espíritu la carrera de su desarrollo y de su ejercicio.
Para el hombre social la autoridad civil es la que viene á asegu-
rarle el libre ejercicio de sus derechos. Para el hombre natural,
en fin, es la autoridad de Dios, de su gracia y de su doctrina la que
nos emancipa de la servidumbre del error y de las pasiones, y nos
vuelve á la libertad del bien. En una palabra, no consistiendo la
libertad solamente en el derecho esteril, sino en el poderde ejercer
y desarrollar nuestras facultades, presupone é implica la autori-
dad que en cambio de nuestra snmiliion nos quita el obstáculo que
impide el recto ejercicio y desarrollo de este poder.


Así la libertad es en todo hija de la autoridad, léjos de ser su
rival. En ella encuentra el principio de su emancipacion y la
condicion de su ejercicio. No es la autoridad la que está opuesta
á la libertad, sino que es la tiranía; pues la autoridad es esencial-
mente libertadora.


De ahí viene el gran nombre de Libertador dado á Jesucristo:
de ahí ese grito de lihertad (lile resuena en Lada página del Evan-
gelio, y que del Evangelio traido al Illundo ha fuudado,en el la
verdadera libertad, la libertad moral, la Iiberta(¡ de los hijos de
Dios, madre de todas las clem{¡s Ijhertafh~s.


(,Si permaneciereis enllú palabra, deeia á los Judíos nuestro divi-
((uo Libt'l'tador,." conoceréIS la yei: dad, y la '.€rdad 05 hará libreb.




- 5\:1 -
«-Ellos le rc::.poudieroll: Nosotros SOillOS de la desccndencia de·
«Ahrahan, y no fuímos jamás esclavos de nad"ie: ¿ cómo pues nos
«decís:y sereis libres?-Respondióles~e~ús: En verdad, en ver-
« dad os digo: Cualquiera que peca es esclavo del pecado ... Si
(( pues el Hijo os hiciere libres, seréis vernaderamente libres.»
(loan. VIII. 31 et s/'q.).


Así i cosa admirable t la sumisiollléjos de disminuir nuestro po-
der, lo aumenta con la autoridad misma á la cual ella se dirige,
nos apropia en cierto modo esta autoridad, y por este acrecenta-
miento de autoridad:nos pone en posesion de mayor porcion de
libertad. Esto se verifica realmente, hablando de toda autoridad
y de toda sumision legítimas: por su sumision á la autoridad el
infante participa de la consideracion y de todas las ventajas de la
familia; el discípulo de la experiencia del maestro; el ciudadano
de la fuerza pública del Estado; el católico de la sabiduría de la
Iglesia, de los meritos de Jesucristo, de la perfeccion misma de
Dios, segun aquella irl\itacion de Jesucristo mismo: Sed perfectos
como es perfecto mi Padre el'[estlal. Así en todo la sumision legítima
nos hace entral" en participacion de la autoridad, y por ella de la
libertad. Obedecer, pues, es mandar: servir es reinar.


La naturaleza y·el destino del hombre es la obediencia moral, co-
mo dice muy bien el Sr. Guizot¡ pero la obediencia moral no es,
como aiíade el, la obediencia en la libertad, lo cual ciertamente no
se concibe, sino la libertad en la obediencia y por la obediencia, como
acabamos de explicarlo.


No es esto decir que no podamos y que no debamos hacer ciertas
reservas para nuestra libertad delante los poderes de la tierra. Cier-
tamenteque sí, lo podemos y hasta lo debemos cuando senos ofrece
proporciono Pero ¿ con qué fin? ¿ Será con el fin de guardar nues-
tra Iihertad para nosotros mismos, como si fuésemos nosotros nues-
tro propio fin'? No, pues ella sr) cambiaria lIluy presto en escla-
vitud, no teniendo por nosotros solos bastante autoridad para guar-
darla y ejercerla; sino para aumentar otro tanto nuestra inmediata
sumision á Dios, y asegurar y aumentar en la misma propDl'cion
nuestra liberlad. De ahí aquella sentencia de nuestro Salvador:
nad al Cesar lo que ('oS del César, y á Dios lo que es de ¡)íos. Asr, ó al
César ó á Dios, dad: es menester siempre pre~tar sllmision: pOI"
manera que, aun en el órden humano, la lucha entre la liberlad
y la autoridad no ha de ser mas que una \Ileha de sumision, la Ju-




- (jO-
cha de la sumision superior conlt·a, la ~uulÍSiOll inferior, de la su-
mísion á Dios coutra la sumision al César. El hombre es siempre
dependiente, porque es un ser creado; y solo es un ser libre cuan-
do es un ser sumiso. La sumisioll es, por decirlo así, la palanc<L
de la libertad. Esta palanca es la (lue levantó el antiguo mundo,
y la que ha introducido y fundado la libertad moderna. Si algu-
na libertad hay en el mundo , si esta misma libertad que lanto se
nos opone ocupa en él tanto lugar, si ella constituye el carácter
de la civilizacion moderna, muy bien lo sahe el SI'. Guizo(, y él
lIlismo nos lo ha dicho con elocuente voz, á nosotros, v á nosotros
solos y á nuestra doctrina se debe. La verdadera div'is~ de esta li-
bertad deheria ser aquella grande máxima de los que fueron sus
primeros mártires. VALE MAS OBEDEClm Á DlOS QlE Á LOS IlOMIIIIES.
Respondens autern Petrus et Apostoli di.ventnt: Oberlire opartct Deo m(t-
gis quarn hominibus. (Act. Apost. v, 29). De este modo la obedien-
cia es la palanca de la libertad.


Cuando dice el Sr. Guizot que el Cristianismo ha empezado por
invocar y por poner en juego la libertad, tiene mucha l'azon; pe-
ro la libertad por la obediencia á Dios, á J esucrísto y á su Iglesia.


Así, para motivar esta obediencia, y por ella la libertad, repa-
rad los anchurosos fundamentos de autoridad sobre los cuales Je-
sucristo colocó su Iglesia: TODO PODER ME HA SIDO DADO EN EL CIE-
LO Y SOBRE LA TIERRA. Como 1\11 PADRE ME HA ENVIADO, Así YO os ],"i-'
VIO. EL QUE os ESCUCHA ME ESCUCHA; EL QUE os DESPRECIA ME DES-
PRECIA; Y EL Qt:E ~IE DESPRECIA DESPRECIA A AQUEL QUE ~m HA
ENVIADO: SEA PUES COMO eN PAGANO Y UN PUIlLICANO. (J/'atth. XVIII,
xxvIlI.-Joan. xx.-LllC. x.


¿ Cuándo, ni aun en el día de la creacion, se ostentó la auto-
ridad de una manera mas soberana, ó prescribió la ohediencia de
un modo mas estricto y IlIas absoluto '?


Así, pues, la autoridad de la Iglesia está cimentada sohre la
autoridad misma de Jesucristo, la cual está fundada sohre la auto-
ridad misma de Dios. Ved ahí los tribunales en donde se estable-
ció la autoridad católica.


Mucha razón tenia el Sr. VeuilIot para decir: El Cristianismo
es la autoridad; y cuando el Sr. Guizot añadió: El Cristianismo es
tambien la lihertad , no hizo sino )'cdohlar la fuerza ¡/(~ la Y(~rdad
sentada por el Sr. Vellillot; porque el Cristianismo no es la liber-
tad ~iuo porquf. e" la autoridad; '! fl munoo no Sr drsplegó ni se




- fi1 -
.'ngrandeciü en la liherlad sino por su sllmision il la autorida(lliher-
(adora de la Iglesia.


¿ Qué, pues, ha hecho el Protestantismo, sacudiendo el yugo
de la Iglesia? ¿ Qué ha hecho la Filosofía, sacudiendo el yugo
(le la revelacion? ¿ Qué han logrado el UIlO y el otro sacudiendo
el yugo de la autoridad? Han esclavizado otro tanto la humanidad
al yugo del error y del desórden, al yugo de las pasiones con-
vertidas en árbitras absolutas, y cuyo furor, ya no mas conteni-
¡[o por el ascendiente de la fe, ha puesto el mundo en el estado
('·TI que hoy le vemos. E l/os le han hecho pasar de la slImision ba-
.io el mentido nombre de esclavitud, á la verdadera esclavitud ha-
jo el falso nombre de libertad. El Illundo es en el dia como un vasto
palenque de esclavos que luchan entre sí para disputarse sus ca-
denas doradas ó cubiertas de moho. i Pueda la autoridad divina, la
autoridad católica, la sola y verdadera autoridad moral, interve-
nir y ser escuchada á tiempo para impedir la destruccion final, y
volver la paz y la liherlad verdadera con la sumision y la unidad!


El Protestantismo es el primer y mas grande fautor de esta ter-
l'ihle situacion, porque fue el primero en sentar el principio fatal
del libre exámen, que desprendiendo al hombre del conocimien-
to cierto del deber y de su adhesion al seno de la Iglesia, le ha
pntregado á su propia ignoraneia, á sus propias variaciones, á sus
propios apetitos; y por la rápida pendiente del Deismo y del Ra-
(·ionalismo, lo ha hecho descender al Socialismo y al Comunismo,
rs decir, á la disolucion y al cáos. j. Cómo podrá concurrir hoy á
~acarle de un tal estado?


El Sr. Guizot en su generosa illlsion sobre este punto no ad-
vierte que todo cuanto dice atiza el mal de que quisiera librarnos.
Este antagonismo, esta situacion suspicaz, rival, desconfiada, en-
vidiosa, en que pone á la autoridad y á la libertad, la una con res-
pecto á la otra, ¿ qué mas es sino el error mismo que ha pasado en
los hechos'~


Bajo .el mismo nombre de autoridad y de libertad, confuude la
anloridad y la libertad en d úrden sobrenatural ~' di,ino con la au-
toridad y la lihert~Hll'n el úrdcn so(~ial y tC]'f'esll'e, haciendo dege-
lI¡~ral' completamente a(!uellas en estas, pues les hace sufrir todas
las Yieisitudes y todos los camhios; y el gohierno de Dios se hacl~
semejante al gobierno de nu('~tras monarquias l'crolucionarias,
PIl dOlld4' la :lutol'id;¡¡] y la li!wrtad v:m pa,;all!lo pOl' ~I\ tllrno dt·




- Hz-
arriba ahajo. ji:n el dia de la creacion I'tw la autoridad; en el dia de
la regeneracion fue la libertad; despucs volvió la antoriclad ; des-
pues la autoridad y la libertad en los diversos grados que ha pre-
sentado aquí ó allá el curso de las cosas: hoy, por fin, la autoridad
es la que está en peligro, y el Cristianismo le debe todo su apoyo.


Pregunto ahora al buen sentido: ¿No es la negacion de la Auto-
ridad-principio, y de este órden sobrenatural é inmutable al cual
el Sr. Guizot pretende no obstante condncirnos , ese va y viene de
autoridad que la reduce á un negocio de circunstancias, y que la
pone siempre en lucha con la libertad? ¿ Qué puede edificarse so-
bre este suelo movedizo?


PermÍtasenos explicar todo el fondo de nuestro pensamiento. Al
leer el escrito del Sr. Guizot , nos hemos preguntado mas de una
vez: ¿El Sr. Guizot es cristiano? ¿ Cree en realidad? ¡,Adora la
divina autoridad de Jesucristo, supremo Juez de vivos y de muer-
tos '! ... Sin duda que él adora, que es cristiano, pues que él lo di-
ce, y se pone á mediador entre cristianos; mas, ¡.cuáles serán, pues,
las preocupaciones de su entendimiento y las inconsecuencias de
su doctrina '?


El Sr. Guizot; sin embargo, llega alguna vez á hablar cási co-
mo un católico; pero por esto mismo nos parece mas problemáti-
co su cristianismo, y la fe que en él tenemos es el mayor home-
naje que podemos tributar á su sinceridad.


«La causa de la autoridad civil y de la religion cristiana es evi-
«dentemente comun; el órden humano y el orden divino, el Esta-
« do y la Iglesia tienen los mismos peligros y los mismos enemi-
«gos: i concédales Dios la misma sabiduría! ... Con este grande he-
« cllo (el nuevo desarrollo del espíritu), con este inmenso acrecen-
« tamiento de poder y de ambicion de la humanidad, el Estado y la
«Iglesia, el gobierno civil y el gobierno cristiano han de habérselas
« en adelante ... Yo profeso á la Iglesia católica un profundo respe-
« to: ella ha sido durante siglos la Iglesia cristiana de toda la Eu-
«ropa; ella es la grande Iglesia cristiana de la Francia. Yo consi-
« dero su dignidad, su libertad, su autoridad moral como esen-
« ciales á la suerte de toda la cristiandad entera ... Mantenga ella
«con toda plenitud sus principios fundamentales, su inspiraciolt
« permanente, su infalibilidad doctrinal, su unidad, etc. 1. »


t «Yo me inclino, decia igualmente el Sr. Consin en el prefacio de sn libro
«contra Pa~cal, yo me inclino ante la Revelacion, única fllente de las ,'erda"('~




- ti;~-
No hay lilas que un solo modo dc honrar 1:1 autoridad, y este


es el de sometcrse tÍ ella. Y si es la autoridad por esencia, la au-
toridad del órden divino, esta sumision es absolutamente necesa-
ria, no solamente para honrar, sino para no arruinar esta misma
autoridad. La autoridad en este caso se apoya sobre la sumision
como sobre su base nccesaria. Permanecer fuera de ella es negar-
la; ¿ qué será, pues, ponerse sobre ella? Por mas que los términos
de respeto, de homenaje, de alabanza, se lleven hasta la mas al-
ta expresion, hasta el himno, nada valen: de nada sirven: ó mas
bien, digo mal, hacen mucho, agravan el atentado lIue se come-
le conlI'a la autoridad por la insumision, presentando á esta mas
desinteresada y mas imparcial. Entre todos los ataques que las in-
teligencias han dado contra la Iglesia, no conozco otro de mas
pernicioso que el que procede por respetos. Estos respetos pasan
entonces dé una irrision, pues solo ponen en manos de la Iglesia,
y solo saludan en ella un cetro de caña. No dudamos que él se-
ñorGuizot está léjos de semejante irrision, como léjos estamos nos':'
otros el inculpársela, y que ohra con formalidad cuando tales
respetos dirige á la Iglesia. Pero por esto mismo son mas peligro-
sos estos respetos filosóficos, y quizás seria mejor que el Sr. Guí-
zot se mostrase mas reservado en sus demostraciones hácia la
Iglesia, hasta el dia en que estas puedan ser filiales.


Aun hay mas: el Sr. Guizot en esto no solo deprime á la Igle-
sia, sino hasta al Cristianismo. Porque, en fin, si hablando de la
Iglesia, llega hasta pasarle tan fácilmente su inspiraeion permanen-
te, su infalibilidad doctrinal, ¿ por qué no cree él en la Iglesia? Sin
embargo, si no la cree, este abuso de lenguaje debilita otro tanto
las mismas expresiones cuando las refiere al Cristianismo.


Observemos que el Sr. Guizot toma promÍscuamenle y confun-
de las palabras rel(qion cristiana, órden divino, Iglesia, etc. ¿Las con-
funde en un mismo espíritu de sumision ó en un mismo escepti-
cismo?
AUI~ hay mas: no solamente los confunde entre sí, sino que los


pone al nivel con el Estado y el gobierno civil; los coloca en los dos
platillos de una misma balanza: el ónlen divino por un lado, el ór-
«sobrenatural~sj yo me inclino asimismo delante la autoridad de la Iglesia,
« nodriza y bienhechora del género humano, á la cual tan solo ha sido dado el
«hablar á las naciones, arreglar las costumbres públicas, fortificar y contener
«las almas, etc., etc.» ( Preliminar, pág. tI! l.




-111 -
den lntmallO por otro, y ,'1 se sohrepon~ para prsarlos, deseÍtndo-
les el mismo espíritu de sabiduría, y hallando por fin de cnenta
que el órden dÚlino es el que menos pesa.


Todos tenemos un flanco débil, del cual no están exentos ni aun
los talentos superiores, y á veces es producido por la superioridad
misma. Permítasenos decir que el Sr. Guizot ha tenido simnpre es-
te flanco débil, Y es el de constituirse árbitro moderador entre la
Iglesia y el Estado, la Religion y el Gobierno; dar á cada Una de
las dos potestades su parte de consejo y de respetos, y procurar
someterlas al yugo de una misma política. En una tal disposicion,
no se hace cargo alguno de,toda la diferencia de naturaleza y de
destino qlle existe entre estas dos potestades, de las que la una ha
visto nacer y morir mil y ochocientas veces á la otra en su seno,
y que con la misma proporcion la supera en luces, en sabiduría,
en inmutabilidad, en universalidad, en unidad, en fecundidad,
en infalibilidad, en todo cuanto hace por fin que el órden divino
en nada se asemeje al óruen humano. De otra parte la calidad de
protestante en el Sr. Guizot le excluye de la mision qlle él mismo
se ha dado, y no le permite llenar cumplidamente el objeto qur
en ella se propone, Nadie puede ponerse á consejero de su adver-
sario, y mucho menos á juez. Para tener, no digo el derecho dl'
aconsejar á la Iglesia, pero ni aun la inteligencia necesaria para
el ejercicio de este derecho, preciso es comenzar por admitirla. Si
es cierto que ella lleva en si propia una inspiracion permanente, una
infalibilidad doctt'inal, preciso es someterse á ellas; porque si no os
someteis, será porque para vos ni tendrá inspiracion permanente
ni infalihilidad doctrinal; y si vos no la admitís, ¿ cómo os admi-
tirá ella por su consejero y por su árhitro?


Sin duda, y nos complacemos en reconocerlo así, esta falsa po-
sicion del Sr. Guizot en este punto proviene tanto de su sincera
inclinacion hácia la Iglesia, como de su adhesion al Protestantis-
mo, á pesar del cual, siente él la atraccion hácia la primera; y á
pesar de esta quédase ligado en el segundo, De ahí esta inconsis-
tencia, esta ambigüedad, esta falta de precision en su actitud ~'
hasta en su lenguaje, á pesar de todo el mágico poder de Sil ta-
lento: de ahí tambien ese vago olor de escepticismo que todo rl
perfume de sus expresiones religiosas no llega enteramente á so-
focar.


Fua cosa hay no nhsfantr ~ohrr la cual ('1 Sr. Gllizot sr drrlara




- ü;;-
asaz rJaral11enlt~, y sobrc in. enal !f'nemos tambien algo filie decir;
y esta es la inculpacion de intolerancia que ni aun hoy dia per-
dona á la Iglesia.


En el decurso de su escrito insiste muchas veces en la necesi-
dad para la Iglesia y para los Católicos de aceptar el principio de
la libertad civil de cultos, y de la ilegitimidad de la fuerza en el
órden espiritual.


Los consejos y los avisos del Sr. Guizot en este punto, sus p]'ro-
cupaciones y sus insistencias no admiten en verdad una fácil ex-
plieacion, hallándonos como nos hallamos en presencia del gran-
de hecho de plena libertad religiosa y de sus abusos en Francia,
y de las violencias, ó cuando menos de las amenazas y de los ul-
trajes de qU(~ esta libertad es el blanco en Inglatr.l'ra.


¿. Cómo, pues, puede decir: « No es fácil concebir con qué rapi-
«(lez se disiparian los obstáculos y las resistencias, si desapare-
«ciesen los ter'rores de la antigua intolerancia, y si por parte de la
« misma Iglesia se tuviese seguridad det respeto de la libertad rdi[fiosa?n


¡ Por cierto (llIe se ha escogido muy bien la época para echar en
rostro la intolerancia á la Iglesia, y para inculcarle el respeto tle
la libertad, y muy hien le cae el hacerlo al Protestantismo 1 No
pretendemos devolverle la lcccion: dejarémos tan solo á. todo oh-
servador imparcial el cuidado de distinguir de qué parle pueden
estar los terrores, y de qué parte está el respeto.


No nos inquieta seguramente el resultado de esta observacion
para la intolerancia presente; pero queda en las palabras del señor
GlIizot una alusion á la intolerancia a.nti[fua., que no podemos de-
jar pasar sin protesta y sin reserva.


No es preciso interiorizal'se mucho en el vasto campo de lo pa-
sado para apreciar en lo que es justo esta mirada Mcia atrás: bas-
tarán dos palabras á cualquier lector juicioso.


La sociedad civil reposaba en otro tiempo sobre la Iglesia, co-
mo esta sobre la fe. Atacar la fe y la Iglesia era, pues, atacar una
cosa muy diferente de lo que seria hoy: era atacar la misma so-
ciedád civil. Esta no tenia entonces para defender su existencia
esos principios de moral universal, de derecho público y de sen-
tido social que la han constituido despues. Estos principios no es-
taban entonces desprenqidos de la fe católica que nos los ha dado,
sino (llle estaban dentro de su seno como en potencia: por mane-
ra (l'w, (If'rf'llflrr esta fe era rlef'f'nder estos principios, ron I:m!o


--. i-: ('
~l1 r-


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- 66-
úel'eeho para ello como despues ha habido para det'enderios en si
mismos, cuando se los ha desprendido de aquella fe. Esto es tan
cierto, que las mas de las veces los herejes atacando la fe, ataca-
ban los prineipios constitutivos de toda sociedad, la autoridad ci-
vil, la propiedad, la familia, como la religion; y esto no implí-
cita sino muy explícitamente, porque abierta la brecha al único
muro de la fe, no se hahia levantado aun ningun otro reparo in-
terior para contener el íJllpetu de una licencia tanto mas peligro-
~a en cuanto era fanática, y que derribando la fe, convertia sus
mismos escombros en una arma contra la sociedad, la cual se de-
fendia contra aquellos con el mismo título con que se defiende aho-
ra contra los anarquistas de nuestros dias, menos peligrosos para
ella en cierlo sentido que los de otro tiempo, porque, malhechores
menos ardientes, no encienden sus teas en el hogar mismo de la
religion, ni aguzan los puñales sobre sus altares.


Además, muy distinta es una sociedad en que todo el mundo
se halla animado de una misma fe, de otra sociedad en la cual es-
ta fe unánime ba desaparecido, yen que la i~tinita diversidad de
opiniones y de creencias se mueve en el seno de una indiferencia
general, que admitiéndolas todas, las desvirtúa todas. En la pri-
mera de estas sociedades la unanimidad de las creencias es un
hecho dominante, la regla recibida, y por consecuencia el órden
mismo: y la libertad de creencia que viene á atacar ese estado es
una excepcion de desórden, cuya ventaja no equivale de mucho
á los peligros en que pone á la sociedad. En la segunda sociedad,
sucede todo lo contrario: la diversidad de creencias, la libertad
religiosa es el hecho dominante, la regla recibida, y de consi-
guiente el órden; y la intolerancia que probase locamente el vio-
lentar esta libertad y privar esta diversidad, seria á su vez la ex-
cepeion del desórden, por la cual serian mucho mayores los pe-
ligros promovidos en el seno de esta misma sociedad, que los
socorros prestados.


Ahora, empero, si se me diese á escoger entre estas dos SUPI"-
les de sociedades, aqllella en que reina la fe sin la libertad de la
impiedad, y aquella en que reina la incredulidad sin la intoleran-
cia, y se me precisase á decidirme, no dudaria un momento en
preferir la primera. Pero me apresuro á añadir, que no la echo me-
nos, porque tengo fe en un tercer estado de sociedad, hácia el cual
nos dirigimos, y que reunirá todas estas simpatías, el cual ofrerl\rá




-- ~i'" -
la feliz ali;mza (le ia le y ,le la libcrtad.: la unidad ¡¡tire en la fe.


A esta alianza invita, pues, la Iglesia al Sr. Guizot y á los Pro·
¡estantes. ¡Y por cierto que no es ella quien la retarda: j la liber-
tad 1 j largo tiempo hace que la tienen 1 ¿ Qué tardan, pues, á ha-
cer uso dc ella para volver á la unidad?


·Pero la alianza de que se ocupa el Sr. Guizot, es enteramente
distin tao


c:\ rÍr U LO V r.
LA AUA~ZA QIIF. PROPONE EL SEÑOll GUZOT ENTRE LOS DIscíPULOS


DE L.-\. Al TOllIDAD y 1.0S PARTIDARIOS DEL LIBRE llXÁMEN ES
TAN FALSA EN sn PRPiCIPlO eOlIO QrIMl<:RlCA EN SU OBJETO.


HAHIA dic/¡o el Sr. (louJ'aud: « Por Jo que mira á buscarun aco-
«modamiento entre los dos sistemas (del sentido propio y de la
«autoridad) esto es una quimcra. La /lIsian es algo mas vana, aun
t( siendo posible, en el órden religioso que en el órden político.))


El Sr. Guizot piensa como el Sr. Gouraud: «Elrestablecimien-
<do de la unidad en el seno del Cristianismo, para la reunion de
'( t.odas las iglesias cristianas, ha sido el objeto de los deseos y de
,dos esfuerzos de los l1la~'ores talentos, católicos y protestantes:
«Bossuet y Leihnilz lo probaron ya. Aun en el dia este pensamien-
« to llama la ateneion de. al mas generosas, y algunos piadosos obis-
« pos me lo han manifestado con una confianza que reconozco me
{(honra sobremanera. En el ól'den espiritual, y entre creencias
« religiosas no ha~c lransacrion posihle, pues la necpsidad jamás
« llegará á ser fa verdad; la fe no nrlmile fusion, sino f(ue exige la
«unidad.»
La~ palabras del Sr. (; uizo! jamús carecen de valor; y aun cuan-


do lÍo aprovechen á la proposicion para la eual las anuncia, tie-
nen siempre en sí mismas un eierln grado de verdad, tanto mas
profunda en euanto muchas veces se adelantan á la intencion con
que las profiere.


Así, ¡, y'ué peso no Liene contra elllrotestantismo esta última pa-
hthra: La [R e.r:(qf! la nrlidrul? l. V cuánto no tiene, contra la alian-


J ~




.- 1;:-;-
1.3, llJismu (!llll d propone esta otra: LIIIH'cl'sidad l/O pndrá.iamás lle-
gar á ser la cerdad?


Mas vengamos al exámen de su proposicioll.
ta opinion que en esta parte empieza á manifestar el SI'. Guízol


es efecto de una equivocacion. La idea de Rossuet y de Leibnit7.,
que ocupa aun la mente de alguno·s piadosos obispos, y que ocu-
pará síempre el pensamiento de la Iglesia, no cs tan imposible co-
mo se cree. No puede transígirse sobre la fe; sea así. No hay aco-
modamiento posihle entrc el propio sentido y la autoridad: esto' es
indisputable. No se trataria, pues, de transaccion ni de acomoda-
miento en esta generosa empresa, sino simplemente de reuníon. Y
ya que se ha usado de la palabra fusl'on, me sirvo de ella para ex-
presar mi pensamiento. ¿ Qué otra cosa se entiende por esta pala-
bra en el mundo político (si es que se entien'dan) sino la reunion
por medio de la sumision, de la rama segunda á la rama primo-
génita de la antigua dinastía'? En el órden religioso, pues, seria la
reunion por la sumision de la rama segunda á la rama primogé-
nita del Cristianismo para reformar el tronco único de la dinastía
de la Iglesía. Seguro estoy de que el Sr. Guizot se ha equivoca-
do si ha creido ver otra cosa en el pensamiento de los piadosos
obispos de que habla; y realmente ellos le han honrado mas aun
de lo que él cree, creyéndole capaz, siendo como es príncipe del
Protestantismo, de concurrir á esta tan deseada reuníon por el ma-
yor y el mas digno de todos los medios, el tlc su personal rein-
corporacion á la unidad.


Por lo demás el Sr. Guizot en este paso no haria mas quc sc-
guir el ejemplo de Leibnitz, eOIl sola la diferencia que, en vez de
darlo en el fin de sus días, y de consignarlo oscuramente en su tes-
lamento de profesion de fe " mas generoso y mas grande en esta


1 En su Sy.Hema Ihenlngicwn. « ... J.:sla confcsion de fe sincera é íntima de
(( Lei.bnitz, que sus conlclIlpor[¡neos no pudieron tograr arrancársela en alta
« voz y delante de touo el mundo, la tenemos toda íntegra, escrita de su pro-
« pia mano. Leer podemos sin el mellor celaje en aquella grande alma, objeto
« dc tantos votos y de tantas sospeehas ... No hay allí sutilezas, no hay rodeos,
« no hay cuestiones preliminares suscitarlas cautelosamente para rludir las
«cuestiones principales: poca argumcnlacion sobre los misterios, un firme f
u humilde buen sentido, un franco y sobrio raeiodllio (Iue se dirige en rler~­
« chura al fondo de las eosas, y que sabe pararse á tiempo; la autoridad de la
« Iglesia admitida, no solamente sin reS('l'\a, pero sin discusion: citado JllU-
(( "has ,rr,', y sirmpr~ rrspplaolo (,1 Cnllf'ilio ríe Trpnln: hé aquí, preriso es




- tiV-
parte ¡¡ue aqlle1 griío!lr!t\ hOlllbre, I'úlldil'i¡t uu :>olcJllue ) hrillante
homenaje á la verdad, á la faz de su siglo, y podria consagrarle
los fuegos todavía fulgentes de su bella inteligencia. No titubea-
mos en decir que el SI'. Guizot es asaz grande para sentirse pro-
fundamente honrado con la confianza explicada de este modo,
que le han manifestado algunos virtuosos obispos, y para honrar-
se mas aun él mismo correspondiendo á ella.


Añadamos que el sacrificio para el Protestantismo seria mucho
menor en el dia que en el tiempo de Leibnitz, y el regreso mucho
mas fácil, porque el estado de disolucion á que ha llegado es tal,
que todos cuantos abrigan todavía un corazon cristiano entre los
Protestantes. se ven acosarlos de una necesidad de catolicismo, co-
mo de una necesidad vital.


Mas no es esta la idea que por ahora ocupa al Sr. Guizot. Ad-
mite que Protestantes y Católicos guarden entre sí todas sus disi-
dencias, todos sus disentimientos; y tan solo les invita á que se
reunan en el terreno de una fe comun, y en vista de un interés
tambien cornun.


La feeomun entre todos los Cristianos, á cualquier Iglesia que
pertenezcan, es la fe en la revelacior! divina, y en Jesucristo venido á
la tierra para salvar el mundo:·- el interés comun es la defensa de
la fe y de la ley cristiana contm la impiedad y la anarquía. Esta fe y
este interés comun, dice el Sr. Guizot, son infinitamente superio-
« confesarlo, otras tantas noyedarles para Leihnilz, y la muestra de un grande
(( trabajo que este talento lasto emprendió sobre sí mismo, y que no puede de-
«jar de excitar la mayor curiosidad. Y al mismo tiempo, de muy buen gradu
«llamaríamos hácia este trabajo la atencion de todos los leetores, de todos Jos
« filósofos, y de los mismos Protestantes, para que nos dijesen si su razon,
« por estar sumisa, aparece menos "igorosa y enérgica? ¿ No se percibe redo-
« blada su fuerza por el esfnerzo mismo que la contiene? Apoyado Leibnitz
«sobre la autoridad de la Iglesia, ;.110 parece hablar de Illas alto y ver de mas
(déjos? ... Nada hay en él, hasta su estilo, que no tome aquí por la primera vez
'( una uncion severa, una gravedad penetrante que sulo la firmeza de la fe pue-
«( de prestar á su expr~sion ... »


No, hay necesidad de dOedr que este juicio es de un católico, el cual ofrece
en sus conviccioues yen sus actos las calidades mismas que tan acertadamente
describe, y cuyo espíritu tan fecundo como sencillo se deja conducir á la COH-
dliaeioll COII la misma facilidad con que la franqueza de su fp lo permite 'á su
exquisita benevolencia, procurando para los olros una facilidad, que él se nie-
ga it sí prorio. Nos complacemos rn pagar esle trihuto dc justicia, de elevarla
('st imacion y tle afectuosa simpatía al ili(¡no Imdllc!or rid Sy~¡rm(J l};rolo!iic?111l
de Leihnifl, el §r. Alherto de Broglie.




- iU -
res á. todo:s lo:s :sentimientos tpte los dividen, .v deben por t:ons!-
guiente, sean cuales fueren sus disidencias, reunirlos contra el
enemigo comun.


Ved ahí una asercion muy especiosa en su superficie; pero no
nos paguemos de palabras: salgamos de la vaguedarl, y entremos
en el fondo de las cosas.


¿ Sobre qué versan los disentimientos, y qué resta de incontes-
tablemente comun entre los Católicos y los Protestantes '!


Para no perdernos en porlllenores, bastará decir: m hombre mo-
ral es espíritu y COl'aZOD, Cunocimiento y amor, tales son las rlos
grandes necesidades destl naturaleza. nius, de quien es la imágen,
y para cuya poses ion está formado, se le revela asimismo hajo un
doble respecto, correspondiente ú a([uellas dos grandes necesida-
des: t:omo Verdad, y como Caridad, Toda la re\elacion, todo el
Cristianismo consiste en este doble respecto del Criador con su
criatura: como Verdad, satisface la necesidad que tenemos de co-
nocer, alimentándonos de Sil luz ; como Caridad, sacia la necesidad
que tenemos de amar, nutriéndonos de amor, Así el Dios de los
Cristianos ha dicho con e,celencia de sí mismo: Bgo sU/n Ven'tits,
yen otra parte, Deus C/writas esto Mas ¿en qué consiste esta relacion
de Verdad, y esta comunicacion de luz, esa relacion de Caridad
y esa comunicacion de amor'? ¿ Cuáles son los dos grandes canales,
las dos grandes arterias por cuyo medio ese Dios de tal modo ali-
menta de sí mismo nuestro espíritu y nuestro corazon, y por las
cuales al irse quedó unido con nosotros, y nos retiene realmente
á todas en comunicacion con él'? Estos medios son la enseñanza
católica y el Sacramento eucarístico. Por la infalibilidad del pri-
mero el Catolicismo determina el entendimiento humano, y le fija
en la certitud de la verdad; por la renovada participacion del se-
gundo embelesa el corazon v le ah rasa en el alllor de esta misma
verdad. Por amhos lados para el Católico es siempre el mismo Je-
sucristo continuado en la cátedra y sobre el aItar, sobre la fe de
aquella palahra aplicable á la enseñanza: EL QLE os ESCUCHA .¡ ~lí
ESCUCHA; Y de esta otra aplicable al Sacramento: ESTE ES ~IL CUER-
po; y de esa otra aplicable á las dos: Yo ESTOY CON VOSOTltOS HASL\
J<:L "FIN.


Ved ahí la fe del Católico, ved ahí lo que hace la fe del Cristia-
no, lo que produce estas dos grandes maravillas: la, unidad en la
doctrina y la {ec!lrulidad en las obras, y lo qnc hacc dc los Católi-




- 71 _.
cos de todo~ lus tiempus y de todos los lugares un solo espíritu ~
un corazon solo, y aun mas que esto, un solo cuerpo místico, la
Iglesia, desposada con Cristu, Sil único esposo, 7Jam serie presentada
como una virgen pura 1, en cumplimiento Je aquella suprema plega-
ria del divino Maestro: « Conservad en vuestro nombre aquellos
«que Vos me habeis dado, á fin de que sean UNO en nosotros. No
( pido solamente para ellos, sino lambien para todos aquellos que,
«pUl' su palabra, creerán en mi, á fin de que TODOS ellos sean UNO,
( como Vos, Padre mio, estais en Mí, y Yo en Vos, á fin de que ellos
«sean tambiell U NO en nosotros.») (Evangelio scyun san Juan, XIV,
'\V, XYI).


Hé aquí lo que profesa y lo que practica el Católico: lié aquí lo
que rechaza y desprecia el Protestante: tal es el punto de su di-
sentimiento: nada mas que esto, es decir, todo.


Todo; pues ¿qué queda fuera de esto que realice en lo mas mi-
nimo este fin del Cristianismo y de la oracion del Salvador. que
sean UNO eu l\080TI\OS'!


Queda, dice el Sr. Guizot, la fe COIllUIl Cilla revelacion divina,
y en Jesucristo venido á la tierra ¡Jltm salvar el mundo.


Mas todo esto el Católico ni lo liabe, ni lo conoce, ni lo COlll-
prende sino por la enseñanza de la Iglesia, y de la manera que la
Iglesia se lo explica y se lo aplica; y si esto es algo es por esta ex-
plicacion y por esta aplicacion. F,uera de la Iglesia este símbolo
se resuelve eu vanas palabras, vagamente convenida~, cada una
de las cuales se convierte en un abismo de incertidumbre, de di-
sentimiento y de division, desde el momento en que se quiere es-
cudriñar para cJescubrir en ella un sentido. Lo menos que de ella
puede decirse es que no pasa de una letra muerta, y que desde que
se la quiere animar, divide y mata. ¿ Qué viene á ser Jesucristo!
¡,cómo ha \Cnido" l cómo nos ha salvado'! ¿ de que manera se nos
aplican sus méritos? Y la fe, ¿qué es esto de fe'! ¿ cuál es su rela-
don con las obras, elc.? Todas estas palabras, furra de lo que en-
seña la Iglesia, son como los dientes de la serpiente de Cadmo:
de allí salen batallones armados flue chocan entre sí, y gérmenes
de discordia que destruyen toda unidad.


Se nos dice que esta fe eH Jesucristo venido á la tierra para sat-
11(/)' fl mundo es COllllln entre los Protestantes y los Católicos ; mas


1 1Jesl'Olldi cnim vos uni viro t'ir,qinem castam exhibeTc Chrislo. ( JI ad CQ-
lÍ;1th. Al,' _ "




-- it -
¡. es (·OtllllU ya l:Ull'll JOb Protestantes '! L imilellJOllOIi ¡t la preHl1u[¡t
¿qué es Jesucristo? ¿Es ó no consustancial al Padre? ¿Es Dios ú
es hombre? Esto solo los divide. ¿. Qué es, pues, lo que los divide,
no digo ya de la Iglesia, sino de ellos consigo mismos? ¿qué es lo
que los fracciona enmil iglesias, y en cada iglesia en mil sectas,
yen cada secta en mil sentidos individuales y contradictorios, has-
ta el punto que el protestante Vinct en su Tmtado del nU:nisterio pas-
loral se vió obligado á dar este extrailo consejo: «En una comu-
« na en que hay dos pastores pt'edicando por su tlirno al mismo
{(auditorio, es muy de desear que anden bastante acordes y que ten-
('gan entre sí asaz mútua confianza y concierlo para que uniformen
«su predicacion, de manera que en cierto modo no forme sino una
« sola predicacion en la cual se evite tanto el doble empleo como
(das colisiones?» (pág 248).


Pónganse de acuerdo entre sí sobre esta fe que se dice comun á
todas las iglesias, los Protestantes, ¿qué digo'? dos solos protestan-
tes: póngase de acuerdo consigo mismo sobre estc punto un solo
protestante, como todos nosotros los Católicos, esparcidos sobre
toda la superficie de la ticlTa y en todo el curso de Jos siglos, es-
tamos de acuerdo entre nosotros, y verémos des pues si hayacuer-
do entre vosotros y nosotros. Hasta que se logre esto debemos de-
eir que el disentimiento está en todo.


y <, cómo no estaria en todo, cuando se extiende hasta la raíz,
hasta el prin,cipio mismo de la creencia, de la cual proviene el di-
sentimiento"? La Fe, prescindiendo aun de su objeto, este aetó dlll
espíritu, esta inclinacion del corazon, este movimiento del alma
que así se llama, ¿ es una cosa comun entre nosotros? ¡ Ah! ¡ na-
da menos que esto, por desgracia! La Ve en efecto implica la auto-
ridad, pues es un aelo de sumision. Pues el prill~ipio del Protes-
tantismo es el principio contrario, es el libre exámen, es el sentido
propio tÍ individual. En vano se presenta la lliblia corno objeto de
la fe del Protestante. Lo hemos dicho ya, y nada hay {Iue respon-
del': la Biblia es lo que es su intel'pretacion, su conocimiento: ca-
da protestante se hace la Biblia á sí mismo, y hay tantas lliblias
como protestantes. En definitiva: el Protestante no cree sino úsí
mismo, á su sentido propio; es decir, que no cree, En balde es
pagarse de palabras y cerrar los ojos á la verdad; no por esto de-
¡a de existir menos, y nosoll'osnada podemos sin ella.


Sin duda, y es un placer paJa mí el conff:sarJo, hay un cierto




._-- i :l---
ll1llHC1'1) de prote.slante.s, l!UC ;i, lilas de la enteia del UalllÍ~J1IO (In~
los hace cristianos, adhieren á la fe en Jesucristo, lal como lo ha-
llan en torno de sí en el mundo, sin examinar el simulacro de
autoridad que se la predica, y sobre todo sin conocer y sin poder
conocer la verdadera autoridad de la Iglesia, que es su única de-
positaria. I,a buena fe de estas almas rectas, que Dios solo cono-
ce, podrá salvarlas, pues por esta buena fe pertenecen al espíri-
tu de la misma Iglesia: estos son católicos extraviados en el Pro-
testantismo, y yo los reconozco por hermanos. Mas si su buena fe
pnede sah'arlos, la inconsecuencia de su situacion, y la inconse-
cuencia general del Protestantismo les impide de concurrir con
nosotros á la salvacion de la soeiedad, y á la lueha contra la jm-
llicdad soeialista, porque en esta lucha solo la lógica y el buen
sentido pueden suministrary manejar las armas.


Tambien el Sr. Guizot apela al buen sentido para invitarnos á.
esa ('elwion, y apela asimismo á otro poder, que es la caridad. Exa-
JUinemos primero la J'azon del bllen sentido.


«Allí donde 110 existe la unidad, dice el Sr. Guizot, cuando la
«l'usion de las Iglesias diversas no es posible, y cuando se halla
«establecida la libertad religiosa, todavía tiene lugar el buen sentí-
« do práctico y la caridad cristiana, El buen sentido dice á los Cris-
« tianos que todos están en presencia de un mismo enemigo, mucho
(<lllaS peligroso para todos ellos de lo que ellos pueden serlo los
«unos para los otros; porque si este triuqfaba, los heriria á todos
« de un mismo golpe ... La fe cristiana en su carácter esencial y
"vital, es decir, la fe y la sumision al órden sobrenatural cristia-
«no, puede sola sostener este grande combate. Católicos ó Pro-
( testantes, ténganlo hien entendido los Cristianos, lo que el Cato-
~ lieismo perderia en crédito y en imperio en las sociedades cató-
l< lieas, Jo que el Protestantismo perderia en crédito yen imperio
(e en ·las sociedades protestantes, no seria el Protestantismo ó el
« Catolicismo quien lo ganaria, sino que seria la impiedad, Es pues
« para todos los Cristianos, sean cuales fueren sus disidencias en
« la esféra cristiana, de un interés evidente y un imperioso de-
« ber el aceptarse y sostenerse mútuamente, como aliados natu-
«rales, contra la impiedad anticristiana. No serán en demasía to-
« das sus fuerr.as y todos sus esfuerzos reunidos para triunfar eo.
1( fin en esta gllerra, ~' para sahal' á la H'í ei Cristianismo y la so-
~ciedad. Jl


, .




- 7~ -
E~fe pasaje contiene la parte mas especiosa del escrito del se-


ñor Iruizot.
Ante lodo, ¿ tendrémos pl'eei~ion de declarar que léjos está de


nuestro pensamiento el desconocer que comó ciudadanos, COlUO
homhres de bien, como seres sociales·, morales y religiosos, de-
bemos unirnos todos como un solo hombre para oponer la fuerza,
el testimonio y la conciencia del género humano al enemigo eo-
mun de toda sociedad y de toda civilizacion? Indudablemente de-
bemos hacerlo; y li mitándonos á este concurso rcspolldemús en-
teramente al llamiento del Sr. G uizoL


Mas en otra calidad y por otro título nos lo dirige el Sr. (;ui-
zo!: es en calidad (le cristianos,. y en el interés del Cristianismo,
y por él, de la socicdad.


y aun bajo este respecto, hagamos aun otra distincion. ¿. Quie-
re decir el Sr. Guizotsimplcmente, quc cada cristiano, católi('o ()
protestante, debe defender con todo su poder el Cristianismo, y
que cuanto. practÍ(Iue en estc punto debe ~er honrado, alentado,
aceptado por todos los demás? Somos incontestablemente d~ Sil
opinion. Los, Católicos han tributado siempre el dehido homenaje
á los grandes trabajos de apologética cristiana con que los Ahba·
días, los Lardnel', los LeIand, los Lyttleton y otros protestantes
han enriquecido el arsenal de la verdad , y de ellos van á sacar to-
dos losdias, reconocidos, aTmas contra el error. Si el Sr. Guizol
no hubiese querido decir sino esto, habria dicho una cosa trivial,
por lo admitida y practicada.


El Sr. Guizot ha querido, pues, signili~ar otra cosa.
Lo que ha querido decir el Sr. tluizol, es esto: que siendo la fe


eomun entre los Protestantes y los Católicos infinitamente .\'uprrior á
sus disentimientos, y siendo el enemigo de esta fe mucho TIlas peli-
groso para todos ellos de lo que pueden serlo los UI/OS para los otrns,
es un interés y un deber para todos, sean Clrales fueren sus disiden-
dencias, el ACEPTARSE mútuamente con sus disentimientos, el pasar ¡jO-
bre estos disentimientos para coligarse en el interés infinitamente
superior de su fe comun.


Pues bien, esto es lo que no podemos admitir: esto es lo que nos
ha parecido peligroso d~.iar pasar: esto es lo que importa contra-
decir.


Hemos visto ya que los disentimientos que existen entre Católi-
w§ y Protestantef j lejos de Ger poca COfia, lo 30n todo; léjOb de ser




j5 -
inlinitallwnte supel'ioret> á su fe COIllUll, absorhell toda fe . .El pl'in-
cipio supremo del Protestantismo es exclusivo de toda autoridad,
de toda sumision, de toda regla, y como tal es tambien el prin-
cipio de este mal comun contra el cual quiere coligarnos el señor
(Tuizot.


y de esto concluyo tres cosas: la primera, que el mal comun del
Socialismo es menos grande para nosotros los Católicos, que el pe-
ligro particular del Protestantismo; -es la segunda, que es menos
mal para nosotros que para el Protestantismo; -la tercera, que
el acuerdo ó liga que se nos propone para combatirlo seria á to-
(lo~ mas funesto que provechoso.


El enemigo comun, el Socialismo, sois yosotros, ó viene de \'os-
otros: es cllibrc exámeJl practicado en sus últimas consecuencias,
: "Vos sois el libre exámen profesado en su primer principio. Es el
Protestantismo social, así como vosotros sois el Socialismo religio-
so. Vosotros, pues, sois tan peligrosos rara nosotros, como puede
serlo el Socialismo para todos; y aun lo sois mas vosotros, pOl'qu~
lo sois con todo el as\;r,ndicnte que tiene el principio sohre sus con-
s~cuellcia5.


Por la profesion continua de este principio vosolros autorizais,
alimentais virtualmente estas desastrosas consecuencias, que, si
no fuéseis vosotrds, no tendrian relacion alguna con nada huma-
TH~. Sin duda que vosotros las desaprohais con todo el horror de
\"uestra natural honradez, las maldecís, como nosotros lllismos;
pero sois un padre que desaprueba, que maldice á sus hijos, mas
no por esto sois ruenos, ni dejais d~ continuar rl(~ ser su padre.


Así pues, vosotros sois mas peligrosos para 110sotros los Católi-
cos, que el enemigo COlllun. Y añado en segundo lugar, que este
enemigo es mas peligroso para vosotros que para nosotros, y que
así no puede en rigor lIamars!' (:omun.


No hay duda que el peligro material, la suJnersion civil y so-
cial nos amenaza á lodos igualmente, yen este órden es comnn el
peligrQ; peto en el órden espiritual y religioso, nada de esto: Jo
que es la muerte del Protestantismo debe ser la vivificacion del
Catolicismo; y ¡loresto, de la sociedad. El destino del error es el
de crecer incesantemente y hacerse siempre mas errOI', el perder
progresivamente la porcion de verdad, ósea, de sávia y de vida
fine retiene siempre al desprender~e de aquella, y por consiguien-
te) de morir en ¡m triunfo ó en el de suS consecuenciat;. Sin dudH




- ¡ti-
Ilue la verdad jJ0rcGC talllhictl en la caida, pero tau solo 1',11 la parle
en que viene mezclada con el error; pues si ella á la faz de este
se ha conservado entera y separada, enriquécesc con las pérdidas
del error; entonces se depura y surge con tanto mas resplandor y
poder,en cuanto el error, con sus excesos le sirve de la mas viva y
palpable demostracion. m Socialismo será la última consecuencia,
y por consiguiente la muerte del Protestantismo. Entre este y aquel
se halla el Fi losofismo, que es el padre del Socialismo, así como
el Protestantismo es su abuelo. Mas tanto el Filosofismo Gomo el
Protestantismo se ven lógicamente arrastrados al precipicio por su
horrihle descendiente mediato ó inmediato, el Socialismo. Las in-
consecuencias que han servido para detenerlos largo tiempo sobre
la pendiente, y pueden aun por algunos dias eludir el precipicio,
debatiendo sobre sus orillas, son impotentes: en definitiva la lógi-
ca sigue su ley irresistible, y lo hace marchar todo bajo esta le.y.
El Protestantismo que siente ya su fin, quisiera hoy pegarse con
el Catolicismo so pretexto de interés comull. Pero lÍo, de ningun
modo, el interés no es comun; porque el Protestantismo está acu-
sado, y el Catolicismo vindicado por el Socialismo. ¿Quereis aeaso
remontaros á la unidad, y volver al seno de nuestra COlllun ma-
dre '? os alargarémos la mano, y esta mano fraternal está para vos-
otros extendida tres siglos hace. Mas ¿no nos la pcdís sino para re-
(eneros en la separacion? No: en este easo os la rctiramos, no 80-
lámente por interés, sino tambien por deher hácia la verdad, háci<t
la sociedad, pues no pudiéramos reteneros, y nos arrastraríais
fodos á un abismo.


En efecto, eOl1lo di ie en tcrcer lugar, el acuerdo propuesto por
el Sr. Guizot para conjurar el peligro, seria llIas funesto que pro-
\echoso.


La cosa es tan e1ara que no necesita largas cxplicaciones. Si el
Socialismo no es al Yilosofisllto lo que el }'ilosofismo es al Protes-
tantismo; si es el hijo desarrollado dcllibre exámen; si es el mis-
mo libre exámen trasladado del órden religioso al órden filosófi-
co, político y social; si es la insnrreccion progresiva contra la
Iglesia, contra el Estado, contra el hogar, es evidente que no po-
demos combatirlo sino en su principio, el libre exiuuen, y por su
contrario, la autoridad. Y si el Protestante profesa c1lihrc exámen,
¿. cómo pudiera cOllluatirlo? Si niega la autoridad ¿ cómo podria
invocarla? ¡.Qué fnffza tendria f'sta ~rnlJ rn Sil mano á la ('ua]




j~
primero heriria"! ¿Ni qué fuerza tendria lamporo en la nllesl¡'a si
de ella nos sirviéramos unidos con él, pues seria por necesidad
contra él, Y no haríamos lUas que oponer al enemigo comun nues-
tra propia division ? Dejadnos hacer, pues, dejadnos salvaros, de-
jadnos salvar aun otra vez la sociedad; dejadnos levantar la verdad
de la Autoridad porla au tori dad de la Verdad.


En vano alegais que creeis como nosotros en el órden sohrena-
tural, en el cual no cree nuestro enemigo, y que por la fe en este
órden la sociedad puede salvarse. He manifestado ya que esta era
una falsa y quimérica distincion, y no puedo insistir en esta ver-
dad sio presentarla con una evideocia terrible. j Cuántos doctores
protestantes, cuántas iglesias creeo en el órden sohrenatural eomo
si no lo creyesen! Y recíprocamente, i cuántos predicadores so-
cialislas creen en el Evangelio, y de él toman sus textos y sus ana-
lemas contra la sociedad! Y en el hecho, ¿ cuál es la tendencia
que distingue las poblaciones protestantes de las poblaciones cató-
licas en Francia? Y en Europa ¿cuál es la boca que sopla sobre
la~hogueras del Socialismo revolucionario, mientras que está vo-
mitando insultos para el Catolicismo, y ovaciones de hospitalidad
para lollos los desterrados de la civilizacion del universo, cuyas
incendiarias conjuraciones favorece'?.. No: la distincion entre los
que creen y los que no creen en el órden sobrenatural no tiene la
menor solidez, ni es prácticamente cierto, ni puede oponer nada,
cuando esta aflrmacion ó esta negacion resulta igualmente del sen-
tido ilfivado. Todo sentido privado, siendo naturalmente igual á
otro sentido privado, no puede hacer IlIas que autorizar la lihrT'-
tad, de que él se sirve, y de consiguiente de admitir ó de desc-
chal'. llara que esta distincion sea formal y efectiva, fuerza es que
la creencia en el órden sobrenatural proceda de otro principio que
de la incredulidad en este órden, del principio de Autoridad.


No hay duda en que el único vencedor posible del Socialismo es
el Cristianismo, pero el Cristianismo lógico, el Cristianismo Ín-
!.egro, ó en otros términos, el Catolicismo.


Ved ahí la conclusion que saca el buen sentido, primera auto-
ridad invocada por el Sr. Guizof.


Resta la caridad.
(( Lo mismo que el interés aconseja á los Cristianos (dice), esto


« es, el aceptarsc, la c,tridad se lo prescribe. Cuando toda lucha
( materia l ha ce~ado: rllando la lilll'l'l:ul reli.!.(ios:l ·se halla f'st~hh'-




-i8 -
« cida así t'n las custullIhres eolllO en las hl)'\\S; (~1I:U1(1() de hecho
«(yen derecho las diversas creencias se hallan ohligadas á vivir
«en paz las unas con las otras, ¿cómo no ha devr.nirles el deseo
«( de embellecer la paz por la caridad 1»


Si el Sr. Guizot se limita á hahlar de las huenas relaciones de
sociahilidatl y de afeccion natural, nos anticiparíamos de muy
buen grado, ó por mejor decir, nos anticipamos todos los dias á su
llamamiento, dando la mano y el corazon, y si necesario fuese, la
sangre y la vida á nuestros hermanos separados, con tanto mayor
empeño en cuanto nos alienta la esperanza de transmitirles al mis-
mo tiempo la verdad, ejercitando con ellos la única intolerancia,
la sola tiranía que tienen que temer de nosotros, la de nuestra so-
licitud y de nnestra caridad.


Si quiere hablar de la tolerancia civil de religion , nosotros es-
tamos dando al mundo el mas alto ejemplo de ella, no haciendo
mas que una masa con ellos en la reparticion pacílica de todas las
\'entajas, de todas las inmunidades, de totlas las posiciones (harlo
lo sabe el Sr. Guizot), de todas las libertades civiles, políticas y
religiosas. Los Protestantes son los que andan rezagados en esta
parte, y que nos están en deuda en gran manera de esta toleran-
cia donde quiera se ven en mayoría, y especialmente en Inglater-
ra y en Irlanda.


Mas otra cosa quiere sin duda significar el Sr. Guizot: él qui-
siera embellecer la paz por la caridad, es decir, la tolerancia civil
por la tolerancia dogmática, dos tolerancias muy distintas, y qne
parece confundir con harta frecuencia: él quisiera, que Prote¡;¡-
tantes y Católicos, pasando recíprocamente poI' sobre de sus disen-
timientos, como infinitamente inferiores á su fe comun, se acepta-
sen mútuamente así sobre el terreno dogmático, como sobre el
terreno social, en faz de un enemigo COl1lun, mucho mas peligroso
para todos ellos de lo que pueden serlo los unos para los otros.
Tal es el fondo del deseo del Sr. Guizot. Pues bien, fuerza es de-
cirIo: este deseo es un deseo escéptico, no menos contrario ;í la
caridad que á la verdad.


Si el primero de todos los bienes es la verdad, la primera cari-
dad es la caridad de la verdad; el primero de todos los deheres
es el de no aceptar, el de no tolerar el error, de no cesar de com-
batirlo como al mas mortal enemigo, no solamente de la verdad,
~l la cual nos debemos todos, sino de la earidarl, en virtud de la




- j(j -
cual la dehemos ;1 lluestros hermanos. Vcrdad es que esla ludIa
contra el CITor debe ir Illarcada cn sus formas con el sello de esta
caridad que es su fin; pero ella ha de ser tan vigorosa contra el
error, como llena de miramiento~ hácia las personas, porque la
raridad no prescribe menos ese vigor que esos miramientos. Es
por demás el decir que debe respetar la verdad que se propone
hacer tri unfar, no desviándose jamás, ni aun por la exageracion,
que es el engaño del celo; no mezclando jamás en ello el meno¡·
espíritu de orgullo, ni de conquista; imponiéndose como ley el no
negar sino para aGrmar, y el no destruir sino para edificar, el no
herir sino para curar; por manera que la derrota del error no tanto
sea el blanco como el efecto necesario del triunfo de la verdad; y
para decirlo de una vez, es un campo de batalla en el cual no se
cuentan los muertos sino los vivos. - Bajo tales condiciones la lu-
cha es ordenada tanto por la caridad como por la verdad; y la tre-
gua solo seria provechosa para el egoísmo yel error. Tender de-
hemos á la.union; pero á la union por la unidad, que es la vida,
no por el escepticismo, que es la muerte.


Hasta la tolerancia civil reclama contra una tolerancia dogmá-
ticaque nos conduciria á semejante resultado; y aquí llamo la aten-
cion sobre una consideracion importante.


Es un grave error, y harto com un por desgracia, el creer que
la libertad de religion se nos haya concedido para olro fin que pa-
ra ejercitarla, y ejercitarla bien, y que podamos nosotros hacer
de ella una libertad de irrcligion ó hasta de indiferencia. Hase
dicho que esta era una Icy atea, lo cual es un grande error y una
grave injuria. Mas es todo lo contrario, pues esta leyes eminente
y esencialmente religiosa. La libertad de conciencia no se concede
sino para dejar mas iniciativa y masor vuelo al movimiento de la
conciencia humana hácia su Autor, y no para permitirle el contra-
decir este movimiento, ni aun simplemente negarse á él. Este es
en vetdad un negocio de conciencia entre nosotros y Dios; pero
no por esto deja de ser un negocio de conciencia entre nosotros
y la sociedad. Si esta no nos instiga acerca el uso que hacemos de
la libertad de religion que nos concede, es porque una tal pesquisa
seria contraria á esta libertad misma; pero no seria menos contra-
rio á esta libertad el volverl.a contra su objeto, y aun simplemente
el dejarla ociosa. Esto es abusar de la confianza que nos la con-
cede. es burlar las intenciones de la sociedad, no pudiendo ser




NO
e~ta indir(~l'ente al uso qne de aquella. ha(,l~mos, hasta [ullllitir mo-
ralmente que podamos hacer de ella una libertad de irreligion, y •
que lleguemos á ser un pueblo de escépticos ó de ateos. Seria ha-
cerle la mas alta injuria el pensarlo así. El interés, aun el mas
material, se opone á ello, pues qne un pueblo de escépticos y d(~
ateos no tardaría en conyertirse en un puehlo de bárbaros y de mal-
vados. La imp¡"edad ó la indiferencia de religion no es un derecho
social de libertad de religion; es un abuso de este derecho, es la
violacion del deber que él implica, es un acto de mal ciudaclano.
Los sentimientos particulares de los que sancionaron la lihertad
civil de conciencia no eran tales quizá; pero yo sostengo que los
principios de los cuales la hicieron derivar, eran los que nosotros
invocamos, y que como legisladores, no pudieron tener otros. Por
nuestra parte solo en este concepto podemos admitir la libertad rc-
ligiosa y la bendecimos, no como una facultad ¡le escepticismo y
de indiferencia, sino como una obligacion moralmente mayo)' de
religion, y como un medio de volver por m(~dio de la liberlad á la
misma fe que se conservaba en otro tiempo por medio dc la into-
lerancia.


Conc\uirémos juntamente de esta consideracion contra el derp-
cho de los filósofos sostenido por el Sr. Guizot. Por de pronto nos
limitamos á sacar de lo dicho esta consecuencia, que la toleran-
cia civil de religion bien entendida repugna á la tolerancia dog-
mática, es decir, al escepticismo; y que el embdlecer la paz por l{/
caridad, como dice el Sr. Guizot, no puede admitirse á costa de
la verdad, fuera de la cual no puede haher sino una falsa paz y
una falsa caridad.


Pero el Sr. Guizot descubre mas el fondo de su pensamiento, al
propio tiempo que nos suministra un argumento contra él en el
siguiente pasaje de su escrito:


«En un régimen de libertad religiosa bien establecido y bien
«aceptado, no solamente las divC1'sas comuniones cristianas pueden
«vivir enpaz yen buenas relaciones, sino que pueden contribuir por
«su coexistencia pacífica á su mútua prosperidad religiosa. ¿Cuál ha
«sido una de las mas gloriosas y piadosas épocas para el Catoli-
« cismo en Francia? Indudablemente el siglo décimoséptimo . .E 1
« Catolicismo francés vivia entonces en presencia del Protestantis-
«mo aun tolerado, y del Jansenismo en todo su vigor. J. Qué causa
r( ha impedido á la Tg-le~ia an~licana de raer en la apatía fjue mas




- 81 -
« de una HZ ha pa.I·(~(·id{) anonadnrla? La pl'íí\imidnd (Jr las srrtlls
re disidellt(~s, ('11 pnrte li!lrp,;, 'lile la han IIlanipllido siempre ron
«aran, forzándola á salir de su hahituallangnidez. ~o hay insti-
«lucion, no hay poder que no tenga necesidad de sentirse contra-
« restado, y ue tener (¡ue hacer esfuerzos para conserrar su posi-
(ccion. Dueno es el vencer, pero no d e"lerm inar á los adversa-
«rios; y así en el órden espiritual como en el temporal el laborioso
«régimen de la lihertad tiene para todo el mundo sus justas rr-
(Ceolllpensas; almislIlo tiempoqlle asegura á los débiles su dere-
(<('ho, regenera incesantemente á los yencedores. »)


En este pasaje de su cscrito estamos mirando al SI'. (Jllizot tal
eual es, pues ha dejado en él Sil verdadera llIarca, mas allá tal
vez de io que ,'~I mismo cree, Él se hace ilusion, y pudiera muy
bien hacérnosla, sacando de la verdad misma una induccion de er-
ror. Es en efecto una verdad quc la contradiccion regenera; todo
lo que en este punto dice el Sr. Guizot es tan verdadero como bien
expresado, y puede compendiarse en esta grande palabra de san
Pahlo: O/)(}rM el !tac/,(!scs ('sse, Mas, es d{~cir, qne porque en las mi-
ras y por los recursos de la Providencia, el lIIal apl'oYedm al bien,
el error á la vcrdad, ¿será preciso conrlcset'ndel' ron el mal ó con
el error, y yivil' con uno y otro en buenas 'retaci()ne,~? Y mas aun,
¿, es decir, que deherim conservarse estas huenas relaciones, con
la mira de Ilnamú{ua proslJl'rida{{'! ¡.Cuál es el sincero católico, dón-
de está el si ncero protestante que pueda consentir en semejante con-
sideracíon '? j. e uál es el católico que pueda moralmente aceptar la
prosperidad de la her('jía protestante? ¿Cuál es el proteslante que,
hajo su pllllto de vista gro~eramente erróneo, pero ~i ncero alguna
vez, pueJa rnoralmente aceptar la prosperidad de la supersticion.
papisla? ¿ C uill es , en una palabra, el hombre, convencido de la:
"errIad á una creencia cualquiera, qne no deplore la prosperida(l
de su negacion?


Tengo formada una idea demasiado eleyada de la honl'a(lcz del
Sr. Guizot, para creer que pueda desear la prosperidad riel error,.
y (lné no deplore, como nosotros, sus estragos. Si pues la mútila
prosperidad del Catolicismo y del Protestantismo es una idea que
le place, es porque á su modo de H~r no hay error ni en la una ni
en la otra de estas doctrinas; y como, no obstante, ~on ellas con-
tradietoriai'i, y (¡ue nopllcrle serverdadera la una, sin que sea falsa
la 011':1, sígllrsp dr aquí, flnr no ~imHl() ninguna falsa, t:unporo hay


(i




- S'2 --
ninguna \enladera, yquc las dos no soll para el Sr, .;uiw( ni Itl-
dad eras ni falsas, es dccir, indifcrentes en sí, y el objeto de un
mismo escepticismo. No sé lo que picnsan sohre esto los Protes-
tantes; pero para nosotros Católicos la proposicion del Sr. G uizot
no puede tener nuestro asentimiento. Si es indispensablc que haya
herejías, no admitimos qlle esto sea para la prosperidad de las he-
rejías, ni tampoco por la Illútua prosperidad de las llerejías y de la
Iglesia, sino para la única prosperidad y el solo triunfo de la Igle-
sia. Aceptamos corno una prueba que las berejias se nyan suce-
diendo unas á otras al pié de la roca inlllutable de la fe católica,
porque ellas mueren por su succsion y por su yariacion misma,
pues la vida no se halla sino en la permanencia J cn la llfiidad;
y aunque nos resignemos en verlas renacer, no ccsarémos de re-
chazarlas con todas nuestras fl)erzas para la gloria de la verdad,
y para la salud de nuestros hermanos. No que por esto entendamos
en lo mas mínimo atentar á la libertad de cultos, ni turbar su paz
civil en el Estado; sino antes al contrario, para honrar esta liber-
tad por su ejercicio, y para embellecer esta paz con la sola cari-
dad que podemos admitir, la que se enciende en la antorcha de
la fe.


y justifica nuestra opinion el ejemplo aducido por el Sr. Gui-
zot. Seguramente en el siglo décimoséptimo el Catolicismo y el
Protestantismo coexistian en Francia, pero no en las buenas re-
laciones, como las entiende el Sr. Guizot; no con la mira de Ulla
mútua prosperidad. Cuando Bossuet confundia la Reforma por Sil
inmortal Historia de las Variaciones,. eu'ando lanzaba contra ella
sus célebres Jdrerlencias,. cuando con su misma pluma no des-
aprobaba la reyocacion del edicto de Nantes, ó mas hien la tomaha
por materia de sus elogios fúnehres, y entonaba en su honor can-
tos de triunfo; su grande alllla pastoral creia ciertalllente pres(~r­
val' la Iglesia y purgar la Francia de lino de sus Illas peligrosos
azotes; y la caridad que intlamaba su celo no era en verdad el que
busca como clllbrllecel' la lolerancia, y que procura ulla mútua
prosperidad. La libertad de cultos se haila por cierto en el dia mas
asegurada, y las relaciones de Católicos y de Protestantes lllUr;JlO
Illas pacificas y admitidas. Pero si no obstante el Sr. l. uizot cree
deber apelar al siglo diez y siete como á una de las (']Jotas lilas
glol'iosas del Catolicismo, permítanos, no el valernos de todas las
ventajas que contra él nos suministraria este ('jelllplo, ~i 110 tnn solo




- 1\:¡ --
el sacar dd mislllo tsia ~en('i¡¡a \ erdall: qoe la (mi,';! ('aridRd ca-
paz de honrar realmente la liherlad de cultos, no es la caridad que
acepta, es decir, que abdica, sino la caridad que comhate.


El SI'. Guizot termina su escrito, y le reasullle pOI' una doble
profesion de fe, la una cristiana, la (jira filosófica. D,~clina la in-
culpacion de naturalismo que hace el ~r. Donoso Cortés á su His-
toria de la Civili:acion europea, y declara (lue cree fn el órrlen sobre-
natural, y en su necesidad para explicar y gohernar el mundo .
. Los filósofos por su parte rccoIl(J('('¡'ún, qne si hi¡'l1 rechaza Sil doc-
trina, no les Iliega Sil dcrl'cfw: lo (:11:11 no dic(' para reclamar el frí-
volo honor de sostener ,i la HZ dos yrandeSCfI/lSi!", ,';ino para afir-
mar una doble 1'crdad que obtiene toda su cOIlvÍccion, y á la que
consagrara todas sus fuerzas: 1:1 re cl'i:;liana, y la lihertan reli-
giosa. La saluo rle los pnehlos soto pucdr. conseguirse á este precioo


Despnes de todos los sensibles rrrorf'S que nos hemos visto for-
zados á ohservar en el escrito dd Sr. Gnizo!, ('sta conclusion 50-
IIre todo nos admira, ~' mas aun nos al1ige, condenándonos á de-
plorar hasta el extremo la ceguera de esta descollanle inteligencia.


El juicio que nuestro ilustre amigo el Sr. Donoso Cortés ha hr.-
cho de la llisloria de la Civilizacíon europea, es el de cuantos oyen
ó leen esta historia; y el Sr. Donoso Cortés no hahecho mas que
ponerle el sello de su enérgicaexpresjon. Harto evidente se pre-
senta que en esta historia, obra maestra de calmosa sagacidad y
de ingenioso análisis, yestido ('on la~ galas mas preciosas y bellas
de lenguaje, se hallan admirahlemen!e expuestas t.o¡)as las causas
segundas de la ci\ilizaeion europea, pero que la causa primera
falta allí absolutamente; de tal modo l¡UC se ve brillar por su au-
sencia misma, y por todos los esfuerzos que ha hecho el antor para
teIlerlaoculta. Seguramente si el Sr. Gllizot hubiesesirlocrisliano,
si hubiese tenido fe en la aceion sol)f(~natll]'al del Cristianismo en
el mundo, j(lué mas fayorablc, digo mal, qué nws inevitable oca-
SiOll para manifestarla ljue la historia de los efectos del Cristi.anis-
1II0 sobre la civilizacion moderna! ¡, Cómo es posible que haya po-
dido llegar á sustraer completamente esta accion sohrenatural de
su propio dominio, no ohstanlc de lomar en cuenta sus efectos, en
especial la influencia de la Iglesia, COil una exactitud, una impar-
cialidad y hasta generosidad, que lodo lo concede, menos lo so-
brenatural, negándolo por esto mismo mas formalmente'? Y puede
decirse que ahí está el grande mérito artístico de esta obra, que


G'


'.




- S'Í -
seria dp una imppri'i'rri'ln incxplirablr sin ('sla inll'n('ioll r\'idcnlf'
de su antor. Para hacernos crcer en su fe seria pr('ri~o quc el se-
ñor Guizot nos hiciera no creer en Sil talento; y nos ha habilitado
en demasía á admirarle, para que ahora podamos hacerle este sa-
crificio.


El autor de la Hi\toria de la Civilbtcion puropea no ('s, pues, cris-
tiano; y esto es demasiado cierto por desgracia. Con todo, el SP~
ñor Guizot, ¿ se ha yuelto cristiano desplws? ¡, l/ft )wibi¡/o, rOlllo
dice él mismo con tanta fuerza de persllasion, dI' 111 "ida 1lTrí"dim
sobre estas terribles cllpstiones. mas ¡/oC1/'mpntos dI' (os q!l(~ JI/más (1' die-
ron la meditacion y la cieucia.


No Yacilarémos nn punto en creerlo así, aun cllanclo él no llOS
lo dijese; y si pudiéramos dudar ele ello, Sil nohle ]{~ngllaie cau-
tivaria nuestra confianza. Segnrammte que el Sr. Gnizot no ('slft
sin ser cristiano. ¿ Cómo todas sus ricas facultades, lan hien dis-
puestas para la verdad, tan bieu formadas para cogerla, y pene-
trarla y desplegarse en ella, hubieran pP-T'manecido insensibles á
tantas y tan sublimes lecciones por las que la Providencia ha he-
cho como necesario el con resarJa ¡'t cualqu iera dotado de ojos para
ver la brillante demostracion que nos ela de ella"! El Sr. Guizot no
puede dejar de ser cristiano. Mas tamJloco puede serlo firme y COIll-
pletamente en tanto que se mantenga enredado en las tortuosas vias
del Protestantismo; y prueha son cl(~ rIlo las harto cirrtas señales
deesceptieismo que nos heJ1los visto precisados {¡ ha('(~r rrsallnr
en su escrito.


y la seiial con que lo trrm ina hastará para ello, plles las rea-
sume lodas.


El Sr. Guizot cree en el ónlen sobrenatural, y con esta creencia
conserva su derecho á los filósofos. y llama á esta creencia y á ('sle
derecho dos ymndrs causas, nna doble 1'Ci'r/(/d.-!'\o menos se eon-
tiesa inclinado á este derecho ele los filóso!'os que á la {e pn el órdrn
sobrenatural; y si tuviese <¡ue oplar entre la una y la olr.a de p-s-
tas convicciones, necesidad <¡ue, segun nuestro sentir, es inevi-
table, podemos muy bien poner en duda si sacrificaria mas hien
la fe cristiana al derecho de los filósofos, ó este á aquella. Lo cierlo
es, que los filósofos deben quedar mas satisfechos de esla profu-
sion de fe que los Cristianos, los cuales solo tienen en ella nn mo-
tivo de pesadumbre.


El Sr. f.nizot no 10 ha pensado bien ~ porclnf' hay una antori(hlfl




- stt-
que dOlllllla a jo~ }1ilosolos y ,'t los Cristianos, ya la cual no puede
sustraerse ni el mismo Sr. Guizot; á ella debemos todos una ine-
vitable sumision, si queremos ser contados entre los hombres, y
esta es la autoridad de la lógica.


Pues esta doble conviccion, esta doble glorificacion de la fe cl'is~
tiana v del derecho de los Filósofos es radicalmente antilógica.


y p;ra conocerlo basta preguntar qué cosa es el órden sobre-
natural, y qué cosa es el derecho de los Filósofos.


¿ Qué cosa es el órden sobrenatural? .Es, nos dice el Sr. Gui-
zot, Ul! gobierno, el gobierno necesario del uniyerso y del género
humano.


¿Qué son losFilósolos? Son, nos dice el Sr. Guizot, los incré-
dulos, los panteistas, los escépticos de toda especie, los puros ra-
cionalistas; en una palabra, todos aquellos que niegan el órden
sobrenatural y que lo atacan.


Ahora bien, apelamos á la decision del mismo Sr. Guizot, al
hombre de gobiel'llo, al antiguo ministro; porque el SI'. Guizot
dehe soportal' los incollYenientes de sus ventajas, y si es á la vez
filósofo, y hombre de .Estado, y hasta cristiano, debe permitirnos
que apelemos del uno al otro: nosotros le preguntamos ¿si es po-
sible conciliar el ejercicio de un gobierno con el derecho de las fac-
ciones en derribarlo?


y nótese bien que aquí no se trata de la libertad de los espíri-
tus, de la libertad de rcligion, que nosotros admitimos, como ya
lo hemos explicado: nótese lalll!)ien que na se trata de los inconve-
nientes y hasta de los abusos de esta lIJisllla libertad, que tolera-
mos como consecuencias de esta libertad misma, sino del derecho
de los liIósofos; del derecho de irreligion, de impiedad, de insul'-
reccion contra el gobierno divino; del derecho de los Panteistas
J de los Ateos.


Mas ¿no dicta la ruzon que si no hay derecho contra el derecho,
aun menos hay derecho contra el deber? ¿ Que si hay un órden
sobrQnatural, todos nosotros le debemos una igual sumision, tanto
los grandes talentos como las sencillas inteligencias, así en las regiones
mas elevar/as, corno en las mas !¡wnildes (son palabras del Sr. Guizot);
y qne con este deber, profesar en contra de ese deber el derecho
de negar y de derrihar rsl(~ mismo órdrll ~obrrnnlllJ'al, es soste-
ner ú la vez dos causas que :.;e repelen?


Tauro valdria 1'f~':onOl'er el derecho de los Socialistas para des-




.. - Xli _.
ItUielar ~ echar pOI' liciTa la, sociedad. Por ljuc, tU lill, ¿elll¡Ue
el gobierno de la sociedad 'seria mas s~grado que el gobierno de
la Providencia '? ¿ Tiene la sociedad un uerecho superior al de Dios?
¿Es ella Illas sábia, IIH~.ior ordenada, menos atacable que el go-
bierno del universo? ¿ Qllit;n osará asegurarlo? ¿ quién se atreve-
ria á negar que muchas Yeees !lO presenta el e~pecLáclllo del des-
órden? y qué, ¿vosotros negaríais el dereeho de negar y de ata-
car esta sociedad, y prüi'C'sais el derecho de negar y de atacar el
órden solll'enatural rle la Proyidencia" Mas, si esta sociedad tiene
algun fundamento, algllIl título á nuestra sumision y á nuestro res-
peto, es únicamente porque se apoya en esie ól'den sobrenatural
que responde por ella, :v· quc la eobija, ~ que solo puede, en ra-
zon del derecho que tiene sohre nos()!r()~, y lid qllc nos da con-
tra esta Socil~dad delante de Sil justicia, encadenar las rebeldías
de la concieneia, y hacerle aguardar eula rcsignacion yen la paz,
el grande día de la J'eparaeion. ¿. Qué es, plles, el reconocer el de-
techo de los filósofos, es rl"cir, de aquellos <[Ile ataean este dere-
cho sobrenatural? Es t~\idrnU~:l!e!lle rec()rj(){'!~r el derecho de ala-
cal' la sociedad, hasla en ,,1 linieo fundamento sobre flue estriba,
en el único baluar¡e que la protege, en el solo título que ella tiene
á nuestra sumision. Vos mismo lo haheis dicho: «Desde que el
«homl)re cesa d,e creer en el órden sobrenatural, y de vivir bajo
« el iníllljo de esta erencia, al momento enlra el desórden en el
«hombre, yen las sociedades de los hOIllhres ... Allí donde no
« existe ya la fe en el árden sn!Jn'uatnl'al, las hascs del úrden 50-
«cial y moral <[Iledan profunda y prog'l'esiYalllenlc desquiciadas,
« pues el hombre ha cesado de Yi\'ir en pn~seneia del solo poder
« que en realidad le sobrepuja, y que pu.ede á la '·cz satisfacerle'
('y regularle."


Estas palnbras del Sr. (~llizot nos desarillan, Con (au honrada
~ tan sll\¡lilll(~ ¡ntdip;clleia, Ila~ ~iempre se~ul'ida(1 de en¡;ontral'
recursos en él eontra él mis!ilo,


De acuerdo eslfmlOS con el SI'. ¡; Hizot: póngase él ahora de
acucrdo consiglJ mi~m(), Si para esto pudiera hastar ~\] talento,
sin la verdad, tendria Ull privilegio único entre todas las almas.
Pero no es así: Dios mismo está necesitado á tener razono El se-
ñor Guizot está á ello obligado como nio~, y como la mas humilde
de las inleligenci2.s, ¡ Que ton]" p1!es su partido, r.l p3rtiJo de la
!'azon, de la verdad, de la l'e, de la unidad católica!




LIBRO PRIIIEnO.
HEL PP,O'1ESTA:-."nSl\IO EI\" su llELACION c.o~ EL SOCIALISMO


1'Oll EL NATliHALlS:\IO.


C.\l'íTCLO 1.


FISIUL(H,U I)E LA IGT,ESIA CATÓLICA.


P',n,\ conocer hien la enfermcdad es preciso conocer ya la re-
In~'ioll .' (" .ille~o de los ór¡;anos en estarlo de salud.
S()~ ha paf'P('ido muy útil el (Iue una calificaeionJisiológica de


la Iglesia precediera á la del Protestantismo. A ella vamos á con-
sagral' este primrr capítulo.


Entre las prcocupaeiones que extravian ellllundo de tres siglos
tí esta parte, la Illas falsa y la mas desastrosa es la que no deja
consirlerar la lilwl'tarl sino en razon inversa de la autoridad.


Siendo la lihertad el movimiento de la vida misma del hombre,
y por decirlo así, la llama de su ser, deberia, segun este falso.i ui-
cio, hacer un esfuerzo eonlinuo contra la autoridad, y acabar por
rleslruirla en lodo.


Deberia, Jlues, deslmirse á sí propia en la misma proporcion,
destruyendo la autoridad que le asegura el ohjcto mismo de su
ejerc\('!o.


En fin, cst(~ conllicto de la '¡herlad conlr:t la ;1uloridad y con-
tra ella misma, rleberi.1 prodllcir la. discordia ~ la disoJueion de
todos los elementos) Cll~ a union constituye la sociedad de los
liol1J)¡j'e~.


Hcld ion, liranía, ,111;: rq lIia so('ial; [al debía ser y tal ha sido
f'j] ('fcc:rt ci ('\i[o de ~em('ji1n¡c de,<;raI'l'Ío.


L? !I;, V,'i('i(ln á ('~\c fabo ,ill!riQ se halla en la parte mala de




- ~x ~-
nuestra Ilaturaleza; lilas lo que le rliü un (loder espalllo~(), es que,
por la primera vez en el mundo , fue erigido en principio, en doc-
trina, en religion, por el Protestantismo, cuyo nombre es su exacta
cxpresion.


La libertad de exá.men, que es la esencia del Protestantismo,
está en !'azon inversa y exdusiva de la :w toridad. En esto es idén-
tica á la libertad de pensar del filósofo, ya sea deista, ya ateo; la
diferencia entre ellos no está sino en el grado. En cuanto al prin~
cipio es el mismo: y como la autoridad del Evangelio no es "mas
que una envoltura elástica que sufre todos los desenvolvimientos,
todos los extravios, todos los excesos de la interpretacion indivi-
dual, toma tanlas formas como hay inteligencias y caprichos eH
estas inteligencias, hasta no ser otra cosa que la libertad misma de
pensar bajo la máscara flexible del Evangelio, y no diferencián-
dose muchas veces de la del filósofo sino por la profanacion de este
testamento di vino.


La libertad en el Catolicismo obra de un modo enteramente dis-
tinto: agílase dentro del círculo perfectamcnte definido, preriso
é inviolablelllente det('nninado del símholo católico, y fuera de
este símbolo en el campo de las opiniones, en tanto quc estas no
le son contrarias, y tienen convergencia á su rededor. En el cen-
tro de este símbolo la autoridad vive, habla, vigila, y léjos de de-
jarse al'l'astrar por el sentido privado, le atrae hácia sí: por poco
que se descarrie, le amonesta; si se obstina, le corta; y al misllJo
tiempo asiste á la controversia de las opiniones, como una JlIadre á
los juegos de sus hijos, á quienes ella con<:ilia y UIle hasta en sus
holganzas, por el respeto de su autorídad y la el'usion de Sil ternura.


Lo maravilloso de este sistema sobre el cual debemos concen-
trar nuestra observacion, consiste en que aquellas cosas que en
cualquier otra parte no subsisten sino por su oposicion, limitán-
dose y midiéndose por un su~picaz y móvil anlagonismo que las
tiene en perpéLua disputa, que las cOllstriíie recíprocamente, .Y no
satisface á la una sino disminuyendo la otra, allí se armonizan,
se desenvuelven y se vivifican en razan de lo que en otras partes
hace su opinion.


Así ,- en el círculo de la re católica la autoridad aprovecha á la
Jíbertad; -en el rampo oc las opinione~ que se c\liend!' fuera de
este círculo, la libertad aprovecha á la antoridad; - yen el juego
general de esta doble esfera, esa;:; arruónica;:; relilrioIli~s óe la au-




- S~ --
IOl'ídad y de lit libertad aprovechan á la caridad ,-la cual á su ve~
es pro\ecllOSa á ellas.


He dicho primero, que en el círculo católico la autoridad apro-
vecha á la libertad .


.\'ada como esto aparece tanto una paradoja al modo de ver per-
vertido del Protestantismo; pero nada mas sencillo y mas claro á
los ojos del recto buen sentido.


El ejercicio de la libertad supone un objeto, una materia en que
pueda ejercitarse. La libertad de comer y de alimentarse conce-
dida á un hombre al cual no se diese alimento alguno, y á quien
se hiciese sentar en una mesa vacía, seria vana é irrisoria: seria
el derecho sin el poder. Tal, pues, seria la libertad de la inteligen-
cia sin la verdad que es su alimento, y sin la autoridad que se la
lleva y se la presenta. La naturaleza suministra á la inteligen-
cia del hombre un alimento de observaciones, porque está puesta
delante de d, manteniéndose enteramente distinta é indepen-
diente de él, sin que pueda él des naturalizarla , ni poner siquiera
en duda Sil e\istenci,t y los hechos de que se compone: así que
ella tiene para sí la autoridad del hecho. Este hecho se puede pro-
curar comprenderlo, se pueden estudiar sus leyes, pero es impo-
sible cambiarlo: fuerza es aceptarlo tal como está; y se penetran
tanto mejor sus misterios, y se descubren con tanta mayor facili-
dad sus leyes, en cuanto lo primero que se hace es aceptarlo, y
esta aceptacion por si sola le hace mas determinado, mas fijo, lIlas
accesible á nuestras observaciones. Y de ahí viene, que la hase de
las ciencias naturales es la observacion. - Lo propio debe suce-
der, y con mayor razon, en la ciencia sobrenatural. Para pene-
trar en ella y ejercitar la actividad de nuestra inteligencia, es ne-
cesario que los hechos, que los artículos de esta ciencia se ofrez-
can á nuestra observacion de una manera no menos inmutable,
precisa y definida, y aun Illas precisa y definida. Con sola la di-
ferencia que no siendo el órden sobrenatural, como el natural, ac-
cesible á nuestra ohservacíon, ha sido indispensable que fuese re-
veladó, y que fuese traido y conservado al alcance de nuestro es-
píritu por una autoridad del mismo órden; y nuestro espíritu,
nuestra alma y todas nuestras facultades no pueden en él desple-
gars(' sin p] ~or()JTO (le rsta autoridad, que nos ¡uie ia en el cono-
cimiento de este órden sohrenatural, y al cual debemos de este
modo todos lo:; progresos que en él podemos hacer. \di'
~
~
~




- !HJ-
Reliérese de un sábio ciego, que hahia llegado á comprender


las costumbres de las abejas, y á descuhrir las leyes de su repu-
plica, y que esle estudio habia sido la ()(~lIpaci(Jn y el emlwleso de
toda su vida. Pero se añade, como es de suponer, (¡ue si llegó a
este resultado, al cual no supieron Ilegal' los que yeian claro an-
tes de él, fue por tener Sil'1l1pl'e á su lado una ayuda tiel de sus
trabajos, que obsery-aba por él, que le transmitia el resull,ulo oh-
tenido por sus observaciones, que le revelaha :- le aseguraha los
hechos de la conformacion de las ahejas, de SIJ~ lwbitudes, de sus
recíprocas relaciones, y á cuya exactitud de relato daha aquellllla
fe doblemente cie,2:<l, una sumision doblemente profund.t, ~ a por-
que esta snmision y esla fe nan inllispensahles á su eeguera, ya
porque e~lahan jusfificadas pOI' In. inlrljg(~ü¡e ,iSla de' ~II compa-
ñero. Sin esto, ¿qué habria sido este s,tbio ciego, por inleligente
que fuese, si hubiese tenido que srgnir pOI' sí solo ú las ab('jas en la
naturaleza, cogerlas, sorpren(lerla~ en los misterios íntimos de sus
tareas, de sus instintos, el,' sus lr:,rs, de Sll~ Cosllllllhre~, ;. ror-
marse una opin ion, una ciencia ~o!JI'(~ la~ ,dw,j;:s '? H uhirra llrgado
al punto á que llegan los filósofos en la inn~stiga(~ion de la YCI'c!ad
divina: hubiera perdido hasta la esperanza de conseguirlo. ¿ Qué.
hubiera sido, si asistido aun de su compañero, y despues de ha-
her sabido simplemente por él que habia abejas en el mÍlndo, hu-
biese querido separarse dc él, coger por sí solo e,as alJPjas, no
referirse sino á sus propios descubrimientos, conlradecir los de
su amigo que veia claro, protestar con !I';~ la a utoridad de sus ad-
vertencias, y complacersc cn e11ibl'e exúmcn? H ulJicl'a sido lo que
son los Protestantes: hubiera perdido el conocimiento, perdiendo
la fe, y la aelividad de su espíritu se huhiera (lesvaneeido en las
tinieblas de su natural ccguera. Tales son en ef(óeto los Filósofo:;
y los Protestantes con su libertad de pen~al' y de examillar. Cie-
gos son COlllO nosotl'Os; pero no tiPllCIl ('OlJl!! Ilo~olr()s el ]'('cur~()
de la autoridad de la reHlaeioll :- de la cllsei'íallza de la Iglcsia,
para adquirir el conocimiento r:e íos h('(']!os del órden sobrenatu-
ral, y ejercitar sohre estos hechos su inteligencia. Esta libertad
de examinar y de pemar, de C]lle tanlo se ('Il\¡wecen, no es mas
flue una lihertad de haeerse ilusio!lPS ~ de ellgaiia]':;,~: .' dC'spues
de haber hecho alarde dcl desórden dp sus extra \ÍOS en llli/ sis-
temas huecos é ilusorios, ir ,'t ahisllIarse pn el escl'pticislIlo.


Si luvie:'IO[I á h men~+ I¡[:re d('Lllll'~ rk f·;í 1'1 ¡;¡:npo de 1<1 \Cl-




- UI-
dad, (;01110 /ellian, pOI' cjclllplo, los filósofos antiguos, Jludiel'a ~u­
ceder por ,-entura, que llegasen á tocarla á tientas, y al través de
las tinieblas de la nalilral ignorancia. Pero no, no tienen ellos el
campo libre; pues se lo han limitado á sí mismos, separando la
parte ocupada por la enseñanza de la l'evelacion o por la ense-
ñanza de la ] glesia, únicamente porque la autoridad de esta en-
señanza lastima su liheI'lad. Y como se encuentra que precisa-
lIIente la verdad no está sino en la revelacion y en la Iglesia, sí-
gllese qne ellos no han guardado para sí del campo de la libertad,
~ino la ¡Jorcion en que no está la verdad, y en que á la ceguera
natural del espíritu para conocerla, se junta la certitud de no en-
contrarla. ASÍ, filas solícitos de la libertad que de la verdad, se
privan con eerleza de esta para reservarse aquella, antes q ne de-
her nada á la autoridad; sin advertir que siendo la verdad el fin
de la libertad de pensar, yno haciéndosenos accesible la verdad
sobrenatural sino por el auxilio rle la autorirlad, para quererse
(lar mas lihertad, hacen preei~amentc Jo qnc se ha de hacer para
perderla. j Tan admirilblemenfp SP encadena torlo en el ól'den mo-
ral y e~pirilllal, como en el orden malerial y sensihle! i tan falso es
todo en el erro!', hasta en la significacion de Sil lenguaje, por el
cual él se seduce y se engaiía el primero á sí mismo' !


La Iglesia" en cuanto es autoridad, léjos de limitar, ahre el
campo de la verdad, es decir, del ejercicio del pensamiento; ;-
lo qne se le arrostra como un obstáculo á la libertad de pensar,
es precisamente el alzamiento de este obstáculo. Esta libertad,
pues, no está en razon inversa, sino en razon directa de la Iiber··
lad de la enseñanza católíca.


j, y qué cosa hay mas justificada ([ue esta asercion? Cien veces
Ilosotros mismos hemos hecho la experiencia: mil veces la inteli-


t El ProLcstantismo llega iÍ plinto de recilnzar tllila doctrina, no como fal-
sa, sino como cnseiiBda por la Iglesia cnólica. A tal e\tl'~iHO fue lIe,ada e:,ta
ceguera, que los Luteranos, protestando contra totlr! lo que venia de Roma,
rehusaron tenazmente adlllilir las t.an impol't.antc~ variaciones del calen,lal'io
de Gregól'io XIII. Los teólo~os protestantes declararon que ('lPapa, siendo el
Anticri,to, queria por mp(lio de este ('alenclario ir,c ¡ks!izandn·e!l las iglr.sias;
y que así dehia en concienci!l. desecharse la reforma gregoriana. Pel'Sistióse en
este error en Alemauia hasla 1777; en Inglaterra haslJ 1752: en Suecia has-
ta t75:1. Las b3SCS errón(~as (lel vi"jl) calendario Juliauo llevaron una diferencia
de ,liel dias en I¡¡S2. Así e:;, dice el historiador protestante Menzel, flllP pre-
ferian engañarse (:0 sus ciÍlnllor,) qu~ ac"ptar al¡¡una ('os~ del Pilp,a.


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" , ... ~.'-' '#'.


,'" ,...,.,




- !I:!-
gencia, dirigiendusc a la enseñanza católica, le ha pedido y le
pide, por su sumision un alimento á su actividad. Segun las fuer-
zas de cada espíritu, este alimento le queda asegurado en razon
de su misma sumision. Allí no hay peligro de que falte la verdad,
ni de extraviarse en lo desconocido, ni de perderse en el vacío:
todo está lleno, todo es veruadero, é inagotablemente verdadero.
Se puede, y es un inex.plicable goce del espíritu, internarse osa-
damente en desenvolver y aplicar una verdad católica cualquiera,
por mínima, por comun que sea; es el pequeño grano de mostaza
que se convierte rápidamente en un árbol frondoso; son los pe-
queños panes del Evangelio, tIue se multiplican al infinito, y des-
pues de haber saciado la multitud de vuestros pensamientos, lle-
nan aun de SllS sobras vuestras cestas. Por todas partes el campo
se ensancha y se extiende, sendas luminosas se abren ante los ojos
del espíritu, hienden la oscuridad, irradian, se corresponden por
las mas lógicas relaciones, se justifican por las mas infalibles con-
secuencias, por las mas sublimes aplicaciones, y todas, al paso
que se extienden, os vuel ven al centro de donde habeis partido,
y que se hace sentir donde quiera, sin hallarse en parte alguna la
circunferencia. No teneis que temer en estas exploraciones inte-
lectuales de la fe católica, que la decepcion os haga retroceder
jamás un solo paso, ó que el error os desvie, ó que ni aun la duda
os haga vacilar: no, no, en ese mágico imperio de la verdad no
la iréis buscando por largo tiempo sin verla venir á encontraros,
no en un punto solo, sino en mil puntos. Ella os invita, os atrae,
os arrebata; ella se disputa vuestras preferencias, ella os sacia de
sus dádivas, ella os espanta en cierto modo cuanto mas os emhe-
lesa con su inlinidad; tanto os inunda, que os veis precisado á
pedirle gracia, y agobiado bajo el peso de vuestras satisfact:iones,
exclamar con Bossuet: « i Ya no puedo lilas! i ya no puedo Illas! li


Así es corno dentro el círculo de la fe católica la autoridad apro-
vecha á la libertad.


He dicho en segundo lugar, que en el campo de las opiniones
que se extiende mas allá de este círculo, la libertad aprovecha á la
autoridad.


Fuera de la inspiracion católica todo lo (lue se toma de libertad
va en disminur.ion, sino ya en exrlnsion, d(~ la :1l1torirlarl, v no
larda en degenerar en lic~ncia: pues no es mas (llIIe una difr'ren-
cia de grado y una cuestion de tiempo. El ~érJllell d(~ la I¡renria




- !l:$-
rrsid(~ l~nl'l prillripío mismo ¡fr (~sta lil1rrlad: ia. cuai está sirm-
pre en la actitud de derecho y de insurrercion: ella consiste (~n
la desconfianza, en la resistencia, en la tendencia á prolongar la
cadena'del ,Ieher hacia la autoridad, de miedo que esta no la cons-
trilla, y porque recelosa en cf"ecto esta y desconfiada, quiere real-
lIIente constreñirla. Esta miserable lucha de esclavo á señor se pro-
longa Illas Ó menos tiempo, hasta que viene un dia de rompimiento
y de anarlJlI ía, y el dia siguiente es de ne(~esidad un dia de arhitra-
riedad y de opresion tiránica. Ved ahi la historia constante de los
espíritus y de los sucesos fuera de la inspiracion católica: tan cons-
tantr, qne toca ya á la monotonía, y tan necesaria, que es la histo-
ria tanto dl'l pOI'venir como de lo pasado.


Muy distinto va todo en la esfera católica. Así como la autoridad
aprovecha iL la libertad, la lihertad recíprocamente aprovecha á la
autoridad, hasta en el campo de las opiniones libres. La fuerza ex-
céntrica de estas opiniones halla su contrapeso en la fuerza central
de la re. El aIllor de esta y el lemor de infringirla hace siempre te-
ner la lihertad lilas acá antes que mas allá del límite extremo que
~ppara la opinion de la heterodoxia; y esta reserva libre, inspirada
por el solo respeto y por el solo amor de la fe, es el mayor home-
naje de nuestra libertad á la autoridad, y aprovecha á esta en el
c:írclllo de su absoluto domiuio. i Cuál no debe ser, en efecto, la
SUlll ision á la autoridad en materia de fe de un espíritu, que, aun
en material' opinahles, no hace uso de toda la libertad que le está
('oncedida! En el uso mismo de esta lihertad, esta reserva no le
deja, y se hace sentir en d esta impresion de autoridad; y por lé-
jos que Yaya, su perpétuo cuidado en no ofender la fe f'S un ho-
menaje constante á la autoridad en el ejercicio de la libertad mis-
ma, !lna sumision prestada á gran distancia, en tanto mas hono-
rífica y provechosa á la autoridad, en cuanlo es mas libre y mas
voluntaria.


y no se diga que esta sumision sujeta ó disminuye en lo mas mí-
nimo la libertad, y que constituye por parle de esta un verdadero
sacrificio á la autoridad. Todo al contrario; porque, como hemos
visto ya, aprovechando la autoridad á la libertad, dándole la ma-
teria primera, por decirlo así, de la verdad, que es el objeto de
su ejercicio, se sigue que todo cuanto la libertad presta en sumi-
sion á la :lulorillad, esta se lo retorna en alimento de ella misma.


Para rntrar hien f'n pI jnrp;o ¡Jp p~tp maravilloso ol'p;anismo, 1':"




-94-
menesfer yolver siempre á este tema: (lue la liberlad no f~S sí~o el
desarrollo del espírilu en la 'el'dad, y por la verdad, de la eual es
la autoridad depositaria y dispensera. El seno de la autoridad es co-
mo el de la madre para el hi.io: someterse á él, es alimentarse de
él, Y alimentarse de él es estarle sumiso.


Réstanos ver ahura, cómu esta armonía enll'fl la autoridad y la
libertad aprovecha á. la caridad, y cómo esta le apruvecha.


La comparacion de la Iglesia á \lna madre se convierte en una
realidad. La Iglesia, esposa santa de Jesucristo, es la madre espi-
ritual de ludos lus Cristianos; é infunde en ellos los mismos senti-
mientos que los que resultan de la recíproca union de muchos hi-
jos de una misma madre entre si, y de todos con respecto á ella.
No es esto una ficcion, sino la realidad mas srnsihle, y al mismo
tiempo la mas inteligible.


La verdad siendo ww, 'Unifica á todos cuantos sr, le adhieren. Y
si es la verdad en su mas elevado poder, la Yerdad primera y fi-
nal, la verdad infinita y eterna, la yerdad que no podemos admi-
tir sin hacerla reina de todos nuestros pensamientos y afectos; la
union eslará en razon de este poder y de esta soberanía. Hacién-
dosela cada cual el único fin de sí mismo, vendrá á ser el único
fi.u de todos, y todos por consiguiente llegarán á ser únicos en este
único fin.


Si la admitiesen con desigualdad en su importancia, solo esta-
rian unidos en ella imperfectamente, pues poniendo los unos an-
tes ó despues de tal propia inclinacion, ó afeccion, que no seria
la misma en los otros, esta diversidad de ine\inacion ó de afec-
ciones particulares, menguaria, y por consiguiente debilitaria la
union resultante de la verdad comun, á la cual se daria UD lugar
secundario. Así sucede con la verdad matemática, (lue no es nues-
tro único fin, y que si bien es COIllUll entre los matemáticos, lus
une de una manera muy illlperfeda.


Si admitiéndola igualmente como su único fin, la admitiese cada
cual de diverso modo, acomudándola á su propio sentir, la union
vendria á ser irrisoria. Así sucede con la verdad revelada para los
Protestantes; no porque cIJa deje de ser su único fin, sino porque
sometiendo cada protestante esta verdad á su libre exálllcu, de ne-
cesidad le antepone, ó mas bien le sustituye, en Jo que pudiera
tener de comun, el concepto que de ella se forma; y la diversi-
dad de este concepto del de los otros, afectando la misma verdad,




,- :15,-
no solamente dehilila, ~inn quc disuehe enteramente lo que ella
tenia de COlllun, ) ni aUll le deja la ddJiI propiedad de union de
la simple verdad mall~lIJática,


tos Católicos al contrario , subordina.rido toda otra verdad á esta
verdarl única y soberana, y suhordinando los conceptos partiw-
lares que pudieran f'orillat':,c de ella al único magisterio de la Igle-
sia, ~e hallan reunidos real y absolutamente en Su seno supremo
por l:sta comun SLllllisioIl.


Aun hay mas: ejerciendo t:sta sUllIision en ellos la divina virtud
de la humildarl, los despoja y los yacía de sí mismos,- es decir de
aquello pn que ellos difieren ,- y los 1'C\'is!e, y los llena á propor-
cíon de la verdad suprema (¡lle los une. Esta los penetra, los asi-
mila, los transforma y los alumhra, convirtiéndose ella misma en
luz por su COlllnn accion sobre todos. De suerte que, viendo y re-
conociendo recíprocamente la verdad en cada uno de ellos, se alllan
con el 111 ismo amor con qne aman la verdad, con un amor que por
esto no liene el mismo nOlllbl'e en esta aplicacion diversa, la cari-
dad; y se sienten unidos no solo en la yenlad, su único fin, sino
por la verdad, su única vida.


Tal es la union que produce la autoridad de la verdad católica
entre todos los hijos de la Iglesia.


y esta union se halla acrecida y vivificada aun rÍlas por el ejer-
cicio de la libertad, tal como la hemos definido en su relacíon con
la autoridad.


Fuera de la inspiracion católica, la libertad, ó lo que se ha con-
venido llamar con C~ll~ nombre, no une realmente, sino que divide,
rompc, desgarra. Coliga contra la autoridad los apetitos privados;
mas es para hacerlos devorar despues entre sí cuando la han des-
truirlo, porque el ohjeto de sus apetitos es impotente para satisfa-
(~erlos. La fraternidad y la igualdad que se hacen mal'charpor bur-
la con semejante libertad, no deben entenderse sino por antífrasis,
como por Eumenides (diosas de la dulzura) se entendian las tres
FUl'i:ls.


La lihertad en el Calolici!illlO opera rcalmente la union y la fra-
tCl'llidad de las almas, ponlue las dcsplega en el conocimiento y
en la posesion de un hiell que cuanto mas se reparte, mas se au-
IllPnta, ~ que queda siempre uno por mas que se multiplique; ó
lllas bien, que no 3e reparte entre sus posesores por su division,
sino que los (:l1l'ir[llf'c,c á todos por Sil cOffiunion. Esta union re-




-9li-
sulta sohre todo riel af'lIcrdo enlrp las diH'.)'s:ls r\prri('n('ia~ qnc
los Católicos hacen de este bien soberano. Cu:wdo cada f'spiritll,
cada alma católica se clesple¡¡;a cn la "cTrlad, merced á la autori-
dad que se la asegura, prescindiendo aun de la garantía que esta
le ofrece, no omite por cierto hacer experiencias decisivas para
armonizar esta verdad con lodas las facultades y todas las poten-
cias de su ser. j )fas cuánto confirma sus experiencias personale~,
cuando poniéndose en relacion con otro espíritu ú otra alma cató-
lica, halla que las experiencias hechas po~' esta son idénticas á las
suyas! Y esto se verifica no solo una vez y por azar entre dos
católicos, sino siempre é infaliblemente entre todos los católieos.
Acuerdo tanto mas sorprendente, en cuanto el ohjeto sobl'e (11If'
versa, la verdad sobrenatural, ya sea como concepto, ya sea como
afecto, es lo que hay menos accesihle al esfuerzo natural de nues-
tro entendimiento y de nucstro corazon; acuerdo tanto lIlas ma-
ravilloso y decisivo, cn cuanto se vcrifica entre dos espíritus y dos
caractéres los lIlas extraños, desiguales y diversos de otra parte
entre sí. Nada es comparablc'con el gozo de las intcligenci;¡s ~. elp
las almas católieas, cuando, sin haherse nunca vi~to ni oido, Y(~­
nidas á veces dclun extremo y del otro del universo, para encon-
trarse, se abren unas á otras, y se hallan tan conformes ('n la v('r·
dad sobrenatural; y cuando empleando de mancomun ~u activi-
dad para descubrir su sentido, sc adelantan y se reunen una y otra
sobre los mismos puntos, respóndense como los ccos de IIna llIis-
ma voz, se dicen la una á la otra lo que recíprocamente ihan á d!~­
cirse, y se encuenlran y se reconocen la una en la otra, y las dos
en la verdad, como en un mágico espejo que multiplica ~u propia
illlágen; y experimentan un scntimiento semejante al de dos ex-
tranjeros que, cogiendo en su conversacion una palahra que dis-
pierta un recuerdo, se preguntan, se explican, se hallan ciuda-
danos de una misma patria, bijos de una misma madre, y se con-
firman TIlas y mas en este reconocimiento y en el sentimiento dul-
císimo que en ellos prodllce, recordándose y repitiéndose el lino
al otro las particularidades mas domésticas, los rasgos mas per-
sonales y mas íntimos de la ternura de su comun madre, .Y hallán-
dose siempre mas hermanos cuanto mas hijos suyos se reCOnOCf'D.
y este sentimiento para ellos es doblado, porqlle Sil ohjeto no se
limita á los recuerdos de lo pasado, sino que está famhien en lo
pl'f'sente pOI' las rorresponrlenrias qllf' ca(la uno d(~ rilas ron~f'na




-c. !Ji -
corr la madre comun ; y f;obl'e todo está en el porvenir y en la es-
peranza, porque el lugar en que se verifica su reconocimiento es
el camino de retorno hácia la patria. Así los Cristianos católicos se
conocen y se aman desde siempre y para siempre.


Pero lo que da mas alto grado de vida á esta union, lo que hace
que toda comparacion y toda imágen venga á ser la realidad mis-
ma, y la realidad por excelencia, es que su objeto, la Verdad di-
vina, no es una abstraecion pasiva, sino un objeto viviente y per-
sonal, la Vida misma, el Amor mismo, el Dios viviente y comu-
nicativo, que dilata su vida eterna hasta sus hijos, ya como verdad,
ya como caridad, y se la derrama por los pechos, digámoslo así,
de la Iglesia, la enseiianza y el sacramento, la enseñanza, que
nos derrama la verdad, el sacrameutQ que nos derrama la cari-
dad; la enseñanza de la verdad que alumbra nuestra fe en el sa-
cramento de la Caridad, y el sacramento de la Caridad que infla-
ma nuestra inteligencia en el estudio de la verdad; la una, que es
luz, la otra, que es calor; las dos, que forman la vida, la verdade-
ra y soberana vida.


De ahí las dos tendencias, los dos modos de desplegarse la ac-
tividad humana en el seno de la Iglesia, conocidos bajo el nom-
bre de escolástica y de mística: la escolástica, cuyo objeto es la
verdad; la mística, cuyo ohjeto es el bien, que corresponden las
dos asimismo á las facultades por las cuales el alma conoce y de-
sea, comprende y ama, cuya armonía forina el tono perfecto del
ser y de la vida. La escolástica, que dehe regular y mantener la
mística en los términos de la verdad; y la mística, que debe vivi-
ficar y realizar las percepciones de la escolástica. Sin la mística,.
la escolástica declinaria , como hartas veces ha hecho, hácia el Ra-
cionalismo: sin la escolástica la mística declinaria, y ha tambien
declinado, hácia el Iluminismo. Pero la Iglesia, por medio de to-
dos sus grandes doctores, ha equilibrado siempre estas dos ten-
dencias la una por la otra, sirviéndose de ellas para desplegar,
sin extravío y sin exceso, todas las potencias del alma en la pleni-
tud y 'en la infinidad de la perfecciono La una se halla mas parti-
cularmente expresada en la Suma de santo Tomás, y la otra eo
el libro de la Imitacion: la Suma, que quedará siempre como nn
monumento incomparable de la inteligencia humana, elevada á
una region de ángel, háeia el cllal volverán la vista todas las ge-
npr:tcionps, romo Mr.in un faro ¡JI' venla¡J ; la Tmitarion, que pa-




-!JS -
sará de edad en criad como un clíxil' de vida para reanimal' todos
los deliquios, é inspirar todos los santos deseos.


iConózcase ahora la union, la caridad que debe producir entre
los Católicos este juego recíproco de la autoridad y de la libertad
en el seno de la Iglesia, pues que ellos son uno por la misma ver-
dad que los ilustra, y en la cual ejercitan su pensamiento; uno por
la misma caridad que los nutre y en la eual se aman; uno, en Hu,
por la misma vida que los anima, yen la cual obran, no teniendo
así mas que un solo pensamiento, un solo corazon, una sola alma
y un solo soplo en un mismo seno!


¿ Necesitaré añadir ahora, que la caridad, tan altamente favo-
recida por la relacion recíproca de la autoridad y de la libertad,
les aprovecha á su vez? Dásteme insinuar que la autoridad vive
de la sumision, y esta del amor, sobre todo cuanuo esta sumision
es exigida por la autoridad del amor mismo. Entonces ya no es sino
un amor que manda á un amor que obedece, es decir, lo mas dulce
que hay en la tierra y el mismo cielo. ¿ Y no es al propio tiempo lo
mas libre que existe? Ama, et rae quod Dis, hé alluí la divisa de la
libertad. Si ser libre es hacer lo que se quiere, ¿ quién mas libre
que aquel que puede hacer lo que quiere con una sola condicion:
el amor, que se quiere eminentemente á sí mismo?


Tal es el maravilloso organismo de la Iglesia.


CA PíTULO Ir.


IIESÚRUR"i TRAlDO POIl EL PROTESTAlíTISJIO E:oi LA ACCHI'i C1r1-
L1ZAlIOlIA DE LA If;T.ESIA: sr ORlGI"iARH HELACIO'" CON ,:L
SIIClALlS)íO.


COLOCADA por Jesucristo en medio del mundo la Iglesia, hahia
llegado á ser su alma y Sil forma ú un misl1lo tiempo. Sohre elh,
en torno de ella y por ella se habia formado, constituido, y en
cierta manera amoldado el mundo moderno. Todas las relaciones
que acabamos de admirar entre la autoridad, la libertad y la ca-
ridad en el seno de la Iglesia, se repetian en lo exterior de la so-
ciedad europea, á la cual ella animaba con Sil soplo é impregnaba




- IIU-
¡le su vida. Esta socícdad cm altamente (';ltólif'il, (¡ pOI' mejol' de·
tif, no era sino ealúlica. La Iglesia era elmislI10 (iobiel'llo euro-
\)eo. Los Gobiernos particulares dependian de ella, y la recono-
cian unánimemente por su soberana, en virtud del título mas na-
tural y mas legítimo, el de la creacion y de la vida que le debian.
((Como la colmena es hecha por las abejas, así la Francia y la Ell-
« ropa fueron hechas por los ohispos,ll dice Gibbon. Y despues de
haber recibido de ella la primera existencia social, continuaban
en recibir la conservacion y el desarrollo bajo condiciones del todo
semejantes á las que constituian la Iglesia misma, que son las pro-
pias condiciones de la civilizacíon, de las cuales era, es y será aun
el tipo perfecto.


Así la autoridad de los soberanos, tomada de la de la Iglesia,
tenia de ella á los ojos de los puehlos el derecho sagrado, el ca-
rácter divino; y para los soberanos mismos este derecho no era
mas que una carga de proteccion, de sacrificio y de caridad hácia
los pueblos. J.a libertad para estos, tal como la hemos visto en la
Iglesia, derivaba tambien dc ella naturalmente: ejercitábase en
su misma obediencia, y los derechos de los pueblos se hallahan
resultar del cumplimiento de sus deberes. Eran hermanos que o1>e-
decian al primogénito á vista de la madre comun, y cuya obedien-
cia nada tenia de suspicaz ni de servil, así como la autoridad á la
cual la prestahan nada tenia de desconfiado ni tiránico; porque era
tan fuerte y justificada esta autoridad por descender de la Iglesia,
como noble y libre esta obediencia por remontar hasta ella. No era
el hombre el que mandaba ó el que obedecia al hombre, lo cual
no tiene razon alguna moral de existencia, y solo puede producir
la revuelta y la tiranía; era sí la autoridad divina y maternal de
la Iglesia, ejercida por delegacion en la persona de los soberanos
sobre los pueblos, y la ohediencia filial de los hijos de la Iglesia
acogida en los pueblos por los soheranos. Y cuando decimos la Igle-
sia decimos Jesucristo, así como al decir Jesucristo decimos Dios,
único á quien pertenece la autoridad cuya alta delegacion espiri-
tual ha recibido la Iglesia. Mandando á los pueblos en virtud de
esta autoridad, los soberanos de todas clases, los señores, los po-
derosos, los fuertes, hacian acto de servicio hácia los pueblos, los
débiles y los pequeños, viendo en ellos no tantos ¡;úbditos é infe-
riores como hermanos, hijos de la misma Iglesia, que debian pro-
teger; así como, obedeeiendo á los Roheral1os los pueblos hacian


7'




- lOO --
arto de libertad, porque no ohedecian en dios SinO {l la Iglesia y á
Jesucristo, á quien los soberanos debian igualmente obedecer. Mas
sobre touo, unos y otros, ya manuando, ya obedeciendo, hacian ac·
to de caridad, de aquella misma caridad que chupaban igualmente
del seno de la misma Iglesia, y de la cual vimos ya las fuentes y las
recíprocas relaciones; razon por la cual los resortes de los Gohirr-
nos y de las sociedades obraban con la mas flexiIJle suavidad, co-
mo el juego natural de los órganos de nuestra existencia.


Por lo dicho no hemos querido de modo alguno significar C¡lfe la
Iglesia haya jamás aspirarlo al derecho de ejercer el poder tem-
poral por los soberanos y solJre los soheranos, de hacerlos y des-
hacerlos, como se dice, desviándosfl así de su mision enteramente
espiritual: no, de ningun morlo. Mas COIIIO el mando y la obe-
diencia en el foro interior de que proceden son una cosa espiritual,
de necesidad reciben en esta parte las inspiraciones de la doctri-
na espiritual, sea cual fuere, que reina en el mundo, pagana ó
cristiana, católica ó protestante. Muy diversos son el mando y la
obediencia, SCg-Ull que están inspiradas por la una ó por la olra
de estas doctrinas, porque el homhre exterior y social se condure
en definitiva segun el homhre interior y espiritual. La Iglesia no
tiene la pretension de hacer y deshacer los reyes, de ligar ú de des-
ligar los puehlos; pero tiene sí la de hacer lo cristiano y deshacer
lo pagano en los reyes; la rlt~ formar el espíritu de ohediencia, y
destruir el espíritn de revuelta en los puclllos, y de hacer pene-
trar en los unos y en los otros aquellos sentimientos de fe y de r,a-
rir1ad que hacen la autoridad hlanda y respetada, y noble y fácil
la obediencia, haciendo derivar la una y la otra de las relaciones
del hombre con Dios, del cristiano con Jesucristo, r1el católico
con la Iglesia. Así es como la Iglesia influye sobre lo temporal, y
tiende á formarle la illlágen de las relaciones de autoridad, de li-
bertad y de caridad, cuyo maravilloso organisliIo acaballlos de
admirar en ella. Así es como ella, despues de haber disuelto el
mundo pagano ha hecho nacer el mundo cristiano, formándole
insensiblemente sobre el tipo de sí Illisma.


y cuanto mas esta influencia hal¡ia sido comhatida por el mun-
do pagano, de quien era ella la muerte, tanto mas era aceptada
por el mundo cristiano, del cual era la vida. Acéplase ~ierJlpre,
y no puede dejar de aceptarse la vida, y así la Iglesia fue :teep-
fnrla por h1 rdad medi~. Las rrlfl('iOlH's de lilinrion ([ue hnhiemn




- 101 -
dellido e\i~lir Slelllprc entre el mundo y la Igle:;ia erall eutunL:CS
(Mto Illas eS~l'eehas, en cuanto eran relaciones de maternidad. De-
cirse puede, que la Iglesia lo hacia entonces todo en el mundo,
porque todo estaba para hacer en el Illundo, y hasta el mundo
mismo. Lo espiritual no invadia, no usurpaba nada, como se ha
dicho, sobre lo temporal por una razon muy sencilla, y es , porque
lo temporal no existia aun. Lo espiritual lo era todo, pues no ha-
bia sino lo espiritual. El espíritu de la Iglesia se cernía sobre la.
barbarie, como en otro tiempo el espíritu de Dios sobre el cáos.
Y, j Ó preocllpacion absurda! lo temporal, que se echa en cara á
la Iglesia haber invadido en aquella época por la accion de su po-
der espiritual, solo á esta accion debe su existencia: la Iglesia lo
llevaba entOll(~es en su seno, y lo engendraba para la vida, por
estos actos mismos que se califican de usurpacion. Como Dios, pu-
diera decirse, que usurpó sobre la nada y el cáos, sacando de
ellos el mundo, así el espíritu de la Iglesia usurpó sobre la noche
y la barbarie, sacando de ellas la civilizacion.


Así iban formándose las sociedades europeas sobre el ti po y ba-
jo la inspiracíon de la Iglesia. Era realmente duro el trabajo para
esta formacion inmensa, era laborioso, atormentado, contrariado
por los elementos bárbaros que allí hervian; pero ella se iba des-
prendiendo de dia en dia de estos elementos, haciéndose supe-
riorá ellos, á medida que se iban purificando, disciplinando y sua-
vizando por medio de la Iglesia. Los desórdenes mismos, cuyo
aflictivo espectáculo daba la Iglesia en la parte material de su exis-
tencia, hallaban IilIS correctivos de refurma interior en su parle
espiritual, única excepcion de la ley comun, por la cual se domi-
naba ella á sí misma, dominando el movimiento general de la ci-
vilizacion.


j Qué espe.ctáculo hubiera presentado la Europa, si esta civili-
zacion hubiese seguido hasta nuestros dias, y se hubiese comple-
lado hajo el imperio de esta ley! Pero el cielo, ó mas bien el in-
fierno envidioso, no permitió tal felicidad á la tierra. En el momento en que esta civilizacion católica se iba desple-
gando, y salia rica y fecunda de las entrañas de la Iglesia, pare-
ció el Protestantismo, y toda la obra quedó camIJiada.


Por el Illas especioso de los solismas, que rODsiste en hacer de
una relacion de anterioridad una relacion de causa, Post hoc, cr-
qo /if"(lfller !toe, se ha pretendido fIue cuanto ha producido la civi-




- 10:2 -
lizacion dcspues de la invasion del Protestantismo 1 era el cfecto
de la libertad de exámen que este habia introducido. El grande
Balmes ha confundido para siempre este sofisma en su eminente
obra del Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus relacio-
nes con la civilizacion europea. Él ha demostrado irrefragablemente
que todos los grandes caractéres de nuestra civilizacion debian
atribuirse directamente al Cristianismo católico, ya en su gérmen,
antes del Protestantismo, ya en su desarrollo, por la accion conti-
nua de la Iglesia, despues y á pesar del Protestantismo, el cual no
ha hecho mas que desnaturalizar esta grande obra, y transformar-
la en lo que estamos viendo.


Sin entrar aquí en el pormenor de esta bella demostracion, á la
cual nos reservamos añadir despues algunos rasgos, vamos á con-
tinuar el curso de nuestro concepto general.


El Protestantismo ha roto el lazo de la sumision á la autoridad
de la Iglesia, que para la Europa era la autoridad de la verdad
misma, y con esto ha atacado la verdad de la autoridad en su
principio, en todas sus derivaciones y aplicaciones ci viles, po-
líticas y sociales, y en todas sus relaciones recíprocas con la li-
bertad y la caridad, relaciones que ha completamente desnatu-
ralizado y destruido, tanto mas completamente, en cuanto ha he-
cho gran alarde de sus nombres, aplicándolos á sus contrarios.


El Protestantismo ha sido en esto la mas rarlical y la mas mor-
tal de todas las herejías. e nalquier otra herejía ha podido negar
tal ó cual dogma, la naturaleza divina ó la naturaleza humana del
Verbo, ó la relacion de estas dos naturalezas, ó la relacion del
Verbo con las otras personas divinas,. ó la Divinidad misma en su
independencia creadora y en su relacion con el mundo. Mas, no
temo asegurarlo: aun cuando todas las herejías, reunirlas en una
sola herejía, hubiesen llegado hasta el extremo de negar todos los
dogmas de la doctrina católica, hasta el Deismo, hasta el Ateismo,
serian menos funestas que el Protestantismo; y aun cuando el Pro-
testantismo huhiese conservado todos los dogmas de la enseñanza
católica, rechazanrlo empero esta enseñanza, no seria menos fu-
nesto.


¿ y por qué razon? Porque, aun cuando todos los dogmas de la
enseñanza católica hubiesen sido alterados, negados, mientras que
la autoridad de esta enseñanza suhsiste en sí misma, es re(~onoci­
da, puede estigmatizar el error, y hacer que prevalezca la verdad:




- 10a-
el principio, el troneo, por decirlo así, queda todavía en pié y ar-
raigado, y puede aun retoñar y reverdecer. Mas cuando la repu-
diada es la autoridad misma de esta enseñanza, cuando se ha eor-
tado el tronco mismo del árhol, aunque el árhol de otra parte con-
serve todas sus ramas, entonces el mal es irremediable: es la
llluerte.


Así el Protestantismo, atacando el principio de la autoridad vi-
sible y docente del Cristianismo, y oponiéndole el principio opues-
to del lihre exámen, ha muerto de un solo golpe la autoridad de
la verdad misma del Cristianismo, y del órden sobrenatural reve-
lado. Ha, por consiguiente, destruido la fe en este órden sobrena-
tural, la cual no puede subsistir sin una autoridad de magisterio
igualmente sobrenatural.


Sentar en principio que no hay autoridad interpretativa de la
revelarion de la misma naturaleza que ella, es decir, sobrenatu-
ral , y que la razon natural sola debe explicarse á sí misma las ver-
dades del órden sobrenatural, es negar este órden sobrenatural,
es desposeer de él al universo. Toda interpretacion exige el cono-
cimiento adecuado de su objeto: lo sohrenatural , que es propio
de la revelacion, implica, pues, lo sobrenatural en el agente de ~u
intcrpretacion: en otros términos, la revelacion se implica á sí mis-
ma en el acto de su explicacion '.


El divino autor de la revelacion debia por consiguiente no de-
jar al sentido privado, sino reservarse á sí mismo ó á una institu-
cíon emanada de él mismo, y por él mismo inspirada y asistida,
la autoridad y la luz sobrenaturales necesarias para la explicacion
de su doctrina. Debia crear esta institucion de tal manera que pu-
diese decirle: « Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la


t Lutero mismo habia terminado reconociendo esta verdad, escribiendo lo
que sigue poco ¡mtes de su muerte: (( Nadie puede comprender las Hucólie¡ls de
(( Virgilio, ,i no ha sido pastor por cinco años: nadie plH'de c,nfender sus Gl'or-
(<¡;ias, si uo ha sido lailrndor ]Jor cinco aiíos: nadie puede comprender las car-
"las tic Ciceron si no ha gobernado lln Estarlo dmantc ~einte aijos. 1'01' lo (JlIe
« ha~c It la ]~scrilura santa, nadie puede hallar en ella bastante gusto si no ha
« gobernado la Iglesia por cien aiíos, con los profetas Elías y Elbeo, con san
«,Ju3n flautisIa, el Cristo y ol1S Apústl\lrs.


Hane tu ne divinam Aeneida lenta)
Srd ,,'t'::ilit:ia pl'onll~ .adora.


I( :\lbi)1fU~ ~UlnV:'l HUI):":! Intnfhgf)~, t5-la Cb la verdad.)




- tUi-
({ tierra; ¡;OIlIO yo he ~ido enviado, o~ envio lambieu <Í vosotros.
( Re¡;ilJid el Espíritu Santo: enseñad á todas las naciones, y yo os
« asistiré todos los dias hasta la fin del mundo. » Hé aquí lo que de~
bia hacer el autor divino de la revelacion: ved ahí lo que realmen~
te ha hecho. Y debia hacerlo con tanta mayor razon, en cuanto él
mismo en su revelacion ininediata no habia dejado sino una doc-
trina no escrita, ínex.plicita, rudimentaria, en cierto modo, y que
agllardaba todo su desarrollo y su símbolo de la explicacion suce-
siva á la que daria lugar su aplicacion; queriendo con esto hacer-
nos sentir mas, tanto la necesidad de la Iglesia como el prodigio
de su enseñanza.


Rompiendo, pues, Lutero con esta Iglesia, rompía conel órden
sobrenatural revelado. Dando por único agente interpretador de
este la razon natural, suprimia implícita y realmente la creencia
en este órden, porque la razon natural no puede explicarse las co-
sas, si no se las hacen comprensibles, si no se las ponen al alcan-
ce de su naturaleza, en una palabra, si no se las naturalizan. Así
es como vimos ti Lutero moribundo exhalar este grito de su al··
ma devastada: « j Ah! yo he podido creer todo lo que me decian
«el Papa y los monjes, y ahora mi razon se deniega ti creer lo que
« me dice el Cristo q»


Mas, suprimiendo la creencia en el órden sobrenatural reve-
lado, Lutero suprin1ia la creencia en todo órden sobrenatural,
pues que nosotros no conocemos realmente á Dios sino por Jesu-
cristo, así como no conocemos realmente á Jesucristo sino por la
Iglesia.


y para decirlo de una vez, Lutero suprimia el principio mismo
de toda creencia, sentando el principio exclusivo del libre exámen;
y colocaba al mundo sobre una pendiente que dehia conducirlo ne-
cesariamente al escepticismo, al naturalismo, al materialismo, es
decir, debia volverlo al cáos de donde lo habia sacado el Cristia-
nismo.


Este cáos en dórden espiritual debia por necesidad reprodu-
cirse en el órden temporal, el cual no es sino la forma exterior de
aquel.


El hombre no tiene naturalmente autoridad sobre el hombre: la
autoridad no reside sino en Dios. Solo de allá puede desrender en


.1 Alzog, Historia univ. de le! Iglesia, tomo 1, pág. so. -lUenzcl Nueva His-
!oria de los Alemanes, tomo H, pág. 421.




- lOa -
djvel'~os grados i'iohl'c la tierra entre los hombrcs, y solo hasta allá
puede remontar la sumision. El hombre es de lJías, como dice con
un noble orgullo Tertuliano. La sumision al órden sobrenatural es
asimismo el alma de toda sumision. Por esto dice muy á propósi-
to el Sr. Guizot, desde que el hombre cesa de creer en el órden
sobrenatural, y de vivir bajo el influjo de esta creencia, almomen-
to el desórden vuelve á entrar en el hombre y en las sociedades
de los hombres. Quedan profundamente desquiciadas las bases del
orden moral y social, por haber cesado el hombre de vivir á pre-
sencia del solo poder que realmente le sobrepuja, y que puede á
la vez satisfacerle y regularle ..


La caida de la autoridad en el órden sobrenatural arrastra tras
sí la caida de la autoridad en el órden social. Desde entonces el
hombre no tiene ya poder sobre el hombre; y si le domina, no pue-
de ser sino por la fuerza; la cual debe precisamente convertirse
en tiránica y violenta para obtener una sujecion, que no tiene ya
objeto moral, y que cesa de ser voluntaria. La libertad, por su par-
te, no consistiendo ya en esta sumision voluntaria á la autoridad,
y en la actividad obrando en el seno del órden que ella constitu-
ye, no es sino resistencia al poder desprovisto de autoridad, in-
surreccion y revuelta. La superioridad, la desigualdad de con-
diciones y de riquezas, no siendo ya consagradas y justificadas
por el órden providencial, pierden su razon de existencia; y la
igualdad de naturaleza, reducida á ella sola, arrastra la igual-
dad de los derechos en todo. El Socialismo, que pretende arre-
glar la satisfaccion de estos derechos segun las aptitudes, es en sí
mis'mo demasiado social, pues el mas silvático comunismo es el
fin lógico á donde debe tender el mundo desprendido de la au..,
toridad.


¡Y si aun lo que resta de Cristianismo en el alma de los pueblos
modernos, des pues de haberle separado del principio de autori-
dad, pudiese temperar esas desastrosas consecuencias! l\Ias no:
todo lo contrario; solo sirve para fomentarlas por el sentimiento
de grándeza que el Cristianismo ha puesto en el fondo de nuestra
naturaleza, que no permite á las sociedades modernas el grande
recurso de la esclavitud, sobre la cual vivian las antiguas socie-
dades, y por las nociones de libertad, de igualdad y de fraterni-
dad humana, las cuales no siendo reguladas por la fe, y carecien-
do del objeto para el que esta las rl'oclama , se hacen tan funestas




- 106-
como saludables debían ser, convierten el remedio en veneno, y
ponen el poder mismo del cielo en manos del infierno para deso-
lar la tierra.


Ved ahí lo que debía salir del principio del Protestantismo, mas
ó menos tarde; pues esto no era mas que cuestion de tiempo: ved
ahí lo que hubiera resultado inmediatamente, si el Protestantis-
mo, para tener vida, no hubiese debido ser inconsecuente.


l\1as con todo no pudo serlo lo bastante para impedir que ya des-
de su nacimiento no salieran directamente de él el Socialismó y el
Comunismo, tales como hoy nos amenazan. Ellos pasaron toda la
Alemania á sangre y fuego por la célebre guerra de los lwislIlUls,
seguida por la de los Anabaptistas, bajo el mando de Nicolás Storek,
de l\Iuncer y de Juan de Leyda. Hé aquí cómo habla de ella un es-
critor protestante, O'Callaghan: «Los primeros reformadores pro-
(<clamaron el derecho de interpretar las Escrituras, segun el jui-
« cio particular de cada uuo ; las consecuencias fueron terribles ...
«.El juicio particular de Muucer descubria en la Escritura que los
« títulos de nobleza y las grandes propiedades son una usurpacioll
«impía, é invitó á sus sectarios á examinar si esta era la verdad.
«Los sectarios examinaron la cosa, alabaron á Dios, y procedieron
« en seguida por el hierro y el fuego á la extirpacion de los impíos,
« y á apoderarse de sus propiedades.-Seamos ahora los dueños, de-
«cian los paisanos á cada noble que caia prisionero en sus manos.
«-El juicio privado creyó tambien haber descubierto en la Uiblia
«que las leyes establecidas eran una permanente restriccion de la
« libertad cristiana; y hé aquí que Juan de Leyda, arrojando los
« enseres de su oficio, se pone al frente de un pueblo fanático, sor-
«prende la ciudad de Munster ,líe prodama á sí mismo rey de Siou,
«y toma catorce mujeres á la 'iez, asegurando que la poligamia
« era una de las libertades cristianas, etc.»


Lutero, viendo su obra amenazada en su e una por sus propias
consecuencias, probó en vano condenarlas: mas no pudo respon-
der sino por la fuerza mas inexorable á los anarLjuistas deseneade-
nados que se au!orizahau, con razon, como verémos, con su doc-
trina, con su nomhre y con sus escritos: «En a(lueHos tiempos,
{( dice Dossuel, toda la AleTnania estaba ardiendo. Los paisanos Sil'
\( hlevados contra sus líeñores , hahian tomado las armas, é implo-
«rahan el socorro de Lutero. Además de que ellos s()guian en esto
(SU doctrina t decíase tille su libro de la, J.ibatt/¡{ aistia/lft habia




- 107 -
{( contribuidu nu poco á inspirarles la I'ebelioll , por la manera atre-
« vida con que hablaba en él contra los legisladores y coutm las le-
«yes. Pues aunque se salvaba diciendo que no entendia hablar de
(dos magistrados y de las leyes civiles, era cierto, sin embargo,
«que confundia los príncipes y las potestades con el Papa y los obis-
« pos; y el repetir generalmente, como hacia, que el cristiano no
« estaba sujeto á homhre alguno, era, segun la interpretacion que
« dehia esperarse, alimentar el espíritu de independencia en los
« puehlos, é inspirar miras peligrosas á sus conductores.» (Ilisto-
1'/(( de las Variaciones, lib 1I, Xl).


e urioso es el ver á uno de estos, el Conductor letrado del Socia-
lismo moderno, Luis Blanc, justificar esta sábia observacion de
Bossue!, tornando del Protestantismo esas miras peligrosas, de que
habla aquel grande hombre.


«La revolucion, dice, que preparada por los Filósofos, conti-
« nuada por la política, no se completará sino por el Socialismo,
«debia naturalmente comenzar por la teología.-La usurpacion
« denigraba entonccs con el nombre de Ilerejía lo que en nuestros
« dias ha condenado con el nombre de revuelta. - El siglo décimo-
«sex.to fue el siglo de la inteligencia en revolucion; preparó, co-
(<illenzando por la Iglesia, la ruina de todos los antiguos poderes;
« y lIé aquí lo que le caracteriza. Tales fueron los primeros dalos del
«Protestantismo. Yen cuanto á sus consecuencias, ¿no las estais
« ya presintiendo"? Ese Papa, que se trata de derribar, es un rey
« espiritual, pero al fiI;l es un rey; y echado este por tierra, se-
«guirán los otros. Pues adios principio de autoridad, por poco
« que se toque á su forma mas respetada, á su representacion mas
« augusta; y todo Lutero religioso llama tras sí invenciblemente
« un Lutero político.-La autoridad de las Escrituras no era llIas
« que un vano paliativo, porque, ¿ de qué sflrvia afirmar la infa-
«Iibilidad de las Escrituras, cuando se negaba el derecho de la
«Iglesia en darles el sentido"? Puesto sin comentarios á los ojos
« de la multitud el texto santo, l podia dejar de abrir camino á una
« lucha ardiente, á donde cada cualllevaria el testimonio y el 01'-
«gallo de su razon? Lutero y Calvino pecaron por falla de lógi-
« ca y de audacia: ellos habian invocado la soberanía de la razon
«contra Roma, no contra las Escrituras. - Y no menos faltaron en
« política y en aplicaciones sociales. U na vez ahatido el Papa, ;.pre-
<([eudia Lutero empujar de tinuc á los duenos de la (ierra '? El




- lUS -
« pueblo sufria por el alllla y pOI' el cuerpo; era supersticioso y mi-
«serable, í doble servitud para destruir 1 ¿ Intentaba Lutero poner
« en ello la mano? No; porque en este revolucionario quedó el frai-
« le. En su libro de la Libertad cristiana trata principalmente de la
« libertad espiritual é interior, y parece tomar su partido de la ser-
«vidumbre en que se halla una mitad del hombre, dejando fuera
« del círculo de su revolucion el lado material de la humanidad.
« Ya no mas esclavitud por el vicio, sin duda; pero tambien ya
« no mas esclavitud por la pobreza. No debe por cierto mancillarse
« el alma; pero los sufrimientos del cuerpo valen la pena de que se
« tomen en cuenta. Probable es que Lutero, al comenzar, no advil'-
« tió e[ formidable carácter de su empresa". Cuando entrevió touo lo
« que podia devorar y contener [a inmensa zanja que estaba abrien-
«do; cuando los presentimientos de su genio le mostraron en lon-
«tananza todos esos prelados, todos esos reyes, todos esos pl'inci-
«pes, todos esos nobles, dándose la mano, arrastrándose el uno
« al otro, turba solidaria, y cayendo en fin en una general ruina, ...
«Lutero retrocedió despavorido. Y hé aquí porque se daba prisa
«á separar el alma del cuerpo, no designando al furor minaz de
« los sublevados pueblos sino la tiranía espiritual, y queriendo que
«la tiranía temporal quedase inviolable ... Mas no se detiene la lIlar-
« cha del pensamiento ya rebelado. Reclamar la libertad del cris-
« tiano conducia irresistiblemente á reclamar la libertad del hOIlJ-
«hre. Lutero, de su bueno ó de su mal grado, guiaba derecha-
« mente á Muncer. El grito que habia dado contra ROlIla, millares
"de voces lo iban á levantar contra los reyes, los príncipes, los
« despreciadores del pueblo, los opresores del pobre: vednos ya
« en la guerra de los paisanos, contempladnos ya en el preludio
( de la revolucion francesa. Doctrina de la fraterni dad humana pro-
II. clamada en el tumulto de los campos y de las plazas públicas,
( convicciones santas y por lo tanto hravías, actos de sacrificio sin
« límites, escenas de terror, suplicios, grandes hombres descono-
« cidos, principios de celeste orígen derribados inútilmente en la
« sangre de sus defensores; ved ahí por qué rasgos se anuneia ht
« revolucion francesa en la guerra de los paisanos: j hé aquí por
« qué traza inflamada hemos de seguir en la historia el espíritu de
(<nuestros padres!») (Historia de la fl'l'olucion francesa, t. 1, p. 17,
19, t}.7, 30, 38, 39, iO, 07, 30!!l,5i7).


Así es como al través d¡~ tres Sif;los, el Socialismo yel Pro-




- tU!! -
tl'shntisl11o, tnis BI:llw j' Lutero se responden entre sí. Dcja-
mas esta curiosa consonancia á las meditaciones del Sr. Guizot.


Si la sociedad se ha sostenido durante estos tres siglos, se de-
be á dos causas: al ascendiente conservado aun por la autoridad
católica, y á la inconsecuencia del Protestantismo: una y otra á
costa de las mas horrorosas, mas largas ymas multiplicadas luchas
que hayan jamás contristado la historia, y sin las cuales la socie-
dad hubiera perecido bajo el martillo de los destructores. Si la bar-
harie que nos amenaza no ha engullido ya la sociedad, no es mas
que para repclerla, para retardarla; nuestros padres hicieron en
religion lo que nosotros nos vemos obligados á hacer hoy en po-
lítica, y en defensa del órr!en. Ellos obraron con violencia, y, co-
mo harémos ver mas de una vez en el decurso de esta obra, en el
fondo era aquella la misma guerra social bajo el nombre de guerra
de religion, con sola la diferencia que la revolucion se llamaba
A nahaptismo ó Protestantismo, en vez de llamarse Socialismo. Ha-
lIáhase entonces en su primera fase, y pasaba á veces rápidamen-
te :i su última, pOfllue el órilcn religioso que ella atacaba contenia
.~n[onces estrictamente el órden social. Así la secta de los Alhi-
genses en Franeia, la de los Paisanos en Alemania, y la de los in-
dependientes en Inglaterra no iban menos dirigidas contra la so-
riedad civil que contra la sociedad religiosa, y atacaban la socie-
dad, la familia, todos los poderes, todos los fundamentos de la
sociedad, no menos que la religion. Cuando nos indignamos de
las represiones ejercidas contra el Socialismo de aquella época por
los Gobiernos católicos; cuando nos movemos á compasion pOI' la
suerte de sus yíctimas, tan inexorables como eran cuando no se
contenia su furor, tenernos razon sin duda en cuanto nuestra in-
dignacion y nuestra piedad lo incul pan á las costumbres generales
de aquella época todavía bárbara, mas bárbara aun que las épocas
que la hahian precedido; pero prescindiendo ahora de lo que inlln-
yan aquellas costumhres en nuestros justos sentimientos de repul-
sion, en el fondo y en definitiva, por ruda que haya sido la ma-
no de nuestros antepasados, no podemos maldecirJa sin inconse-
cuencia, pues que ella nos transmitió la existencia, haciendo á Sil
manera lo que nosotros hacemos á la nuestra para transmitirla á
nuestros descendientes: aquellos defendiendo sus altares defen-
dian los hogares nuestros, así como defendiendo nosotros nnes-
Iros hogarps, der.'ndenlOs las (>Il11;¡~ dI' nllpsfr'os hi.io~. j. H:ll'ian


.-----------...


// ........ ~. ;'-¡, 1).) (',',"
«{,,:~ c'"


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",




- 11U-
hien estos en acusarnos un dia de intoleranela con el Socialismo 1'(


y j cosa notable por cierto! El ProtestantisllIo hacia entonces (;on·
tm el Socialismo lo que se ha arrostrado á los Gobiernos católicos
haber hecho contra él. El Protestantismo exterminaba á los Ana-
baptistas; y sin embargo, ¿ qué em él mismo sino el padre de estos
últimos? ¿Y qué hacian por consiguiente los Gobiernos católicos,
descargando contra él sus golpes, sino herir en él á esos bárbaros,
y con mucha mayor razon, pues que no le habiandado el ser .?


Lo que ilusiona en los falsos juicios históricos que despues de
cien a~os se conciben contra los antiguos Gobiernos católicos, ¡lu-
sion que puede muy bien disiparse atendido el estado actual de
la sociedad, es que no se advierte la relacion necesaria y lógica
que existe entre las herejías teológicas y las herejías sociales qU(~
estaban contenidas en gérmen dentro de aquellas; y no se advier-
te esta relacíon, porque estas herejtas se han ido desprendiendo de


I Aquí no hablamos sino bajo el punto de vista del interés civil de los Go-
biernos y de las sociedades, y de su derecho de legítima defensa; y aun deplo-
rando sus abusos y sus excesos. En cuanto á la Iglesia y al interús espiritual
de la verdad católica, la violencia le ha sido siempre antipática; y si ha habido
en el mundo un lugar de asilo y de refugio contra la intolerancia de los Gobier-
nos, este ha sido al pié del trono de aquel á quien Jesucristo mandó meter su
espada en la vaina, esto es, junto al trono de san Pedro. Es sabido que el re-
curso, á Roma era infalible contra los rigores de la inquisicion civil española;
yen su notable y curiosa noticia sobre Vanini, el Sr. Cousin ha demostrado
muy bien, que si este célebre ateo fue condenado á muerte, lo fue por la auto-
ridad del parlamento de Tolosa, y porque no pudo hacerse reconocer sujeto en
justicia del tribunal eclesiástico de la inquisicion, á donde querian sus amigos
que fuese trasladado, por la certeza que tenian de que se hubiera Iihrado por una
simple pena disciplinaria.


Materia se tendria para una hella historia de la tolerancia católica, y de la in-
quision eclesiástica, que se ha siempre confundido con la inquisicion civil. lilas
i qué puntos de erudicion no tendrian que abrirse otra vcz para restablecer la
\'erdad desfigurada y ahogada por un siglo entero de calumnias !-l\:osotros pro-
testamos aquí contra la que pudiera quererse levantar contra la Iglesia y contra
nosotros, sacándola de esta parte de nuestro escrito, y declaramos altamente
que como Cristianos y católicos somos en alto punto enemigos de violencia en
materia de fe. - El decurso de esta obra completará, si es necesario, nuestras
explicaciones.


• Las primeras represiones ejercidas contra el Protestantismo en fr8ncia,
bajo el reinado de Francisco 1, tuvieron lugar en el momento mismo en que toda
la Alemania J la Suiza estaban devastadas por las hordas anabaptistas, yen el
temor de esta calamidad. Mas adelante volverémos á esta parte histórica de
nuestro asunto.




- 111 -
las primeras poro á poco y al través de muchos siglos de deduc-
dones y de transformaciones sucesivas. No conociendo el espíritu
de destruccion sino bajo su primera forma de herejía teológica, se
hace esta pregunta: 2,Cómo por proposiciones puramente dogmá-
ticas haber sido tan inexorables y tan intolerantes? Y se toma el
partido de los sectarios contra la sociedad católica; se les ensalza
como los mártires de la lihertad de conciencia, sin considerar el
uso inmoral y antisocial que hacian de esta libertad, ó mas bien
siéndoles tanto mas simpático el abuso de esta libertad, en cuanto
consuena muy bien con ciertas disposiciones secretas ó confesa-
das de licencia y de revuelta.


Pero no ha permitido el cielo que se pudiera separar así el ór-
den sobrenatural y el órden social: ser libre de negarse al prime-
ro, y quedar dueño del segundo. El hombre no vive solamente de
pan, ni las sociedades de los hombres de los bienes terrestres. La
relacion entre la vida superior y la vida inferior es tal, que no pue-
de ser atacada aquella sin que esta se resienta profundamente; y
las sociedades se abisman el dia en que el cielo !ro sirve de con-
trapeso á la tierra.


Para convencerse mas de esta verdad nos es indispensable se-
guir la marcha del Protestantismo.


CAPíTULO IIJ.


lfARCIIA DEL PROTESTANTIS1UO; sr PASO AT, ¡lrT.OSOFIS;UO.


El. Protestantismo habria muerto ya al nacer, si hubiese sido
lógico. Tal es la suerte del eITor; él es la muerte, porque es la
negacion de la verdad, es decir, de lo clue es, y de lo que pro-
duce eJ ser, de la vida. Para subsistir, pues, el error, seve obli-
gado á conservar ó á volver á tomar de la verdad, al mismo tiem-
po que la rechaza. Esto es inconsecuente sin duda, pero la dura-
cion del error no puede lograrse sino por este medio. La lógica
que depura la verdad mata al error.


Así cuanl!o Lutero proclamó el principio de libre exámen, el




- lH-"
Protestantismo iba ú morir incontinenti del libre cxámefl. ¡. Qué
hizo Lutero? Volvió á tomar la verdad de la autoridad que acaba-
ba de desechar; solamente que sustituyó á la autoridad secular y
universal de la Iglesia, su autoridad, ó mas bien, su tiranía per-
sonal, la tiranía de los príncipes en materia de fe. Vióse á los pue-
hlos que él acababa de desatar del yugo sagrad.o de la Iglesia, ten-
der la cabeza al yugo de un Papa láico, y aguardar lo que el prín-
cipe ordenar'Ía sobre la cena. Y oyóse de la boca del que habia apelado
á la libertad de exámen contra la autoridad de la Iglesia, pl~ofe­
rir estas palabras: «No hay ángel en el cielo, ni menos aun hombrr'
«sobre la tierra, que pueda y que se atren á juzgar mi doctrina:
« el que no la adopte no puede salvarse: el que crea otra cosa de
«lo que yo creo está destinado al infierno 1 ... A este Evangelio
« que he predicado yo el doctor Martin Lutero, deben ceder y so-
« meterse el Papa, los obispos, los sa'cerdotes, los frailes, los re-
«yes, los príncipes, el diablo, la muerte, el pecado, y todo lo que
(1 no es Jesucristo .! Mi palabra es la palabra de Jesucristo, mi
« boca la boca de Jesucristo. ¿ Este 1. utero no es un raro hombre?
« En cuanto á mí, yo pienso que es Dios; ¡, cómo sin esto sus escri-
« tos y su nombre tuvieran poder bastante para transformar mendi-
« gas en señores, asnos en doctores, pícaros en santos y barro en
« perlas 3 ?»


¡Qué absurdidad, diréis, qué locura! Sin duda, pero es preci-
so vivir. Otras sectas protestantes mas rápidamente lógicas (lui-
sieron sacar las consecuencias del principio de libre exámen ; y se
convirtieron en devastadoras, y se anegaron en la sangre. Con
tres siglos de anticipacion ellas fueron el Socialismo. El Protestan-
tismo, que acababa de engendrarlas, se volvió contra ellas y las
exterminó; y por lo que hace á él, se mantuvo muy gravemente
en la inconsecuencia y por la inconsecuencia.


Mas no por esto dejaba de llevar en sí un gérmen de destruc-
cion que la lógica natural, cuya accion puede retardarse, pero
jamás contenerse, debia necesariamente desenvolver en él y en
torno de él en el mundo. Desprendido de la autoridad de la Igle-
sia, que nos fija en ella, así como ella está fija en Dios, no pudo
contenerse sobre las alturas resbaladizas del órden sobrenatural;


, Tomo 11, fol. 44, cd. Witt. germ.
• Tomo VII, fol. ;;6, b. ed. Witt. y tomo 11, fol. t4B b. er!. Jrn.
3 Tomo IV, fol. !l7R, er!. Wift. y tomo In, rol. 1;,,9, I'f1. .lrn.




- 11:¡ -
i'U lendenria file (~i ¡Jrsrrnclc~r ele rlla~, para rrnir á fomal' r1 ni-
vel d!lb regla que ('1 se habia formado, de la sola razono


El Calvinismo, en este sentido, fue un progreso sohre el J.lltr-
ranismo. l~ste, al suprimir la cnseñanza de la Jglesia, hal)ia guar-
dado el Sacramento; y si habia derribado la cátedra, á lo menos
habia respctado el altar; habia conseryado la fe en la presencia rral
de Jesucristo en la Eucaristía; no segun el modo que la fe cató-
lica nos cnseña, verdad es, mas al fin, él la habia conservado; y
ron esto habia conservado la prenda mas sensible de la encarna-
eion de Dios hecho hombre para rescatarnos y alimentarnos de
su sacrificio, Calvino suprimió esta prenda del divino amor; su-
primió á Jesucristo en 1'1 Sacramcnto, como Lutero lo habia su-
primido en la enseñanza; y con esto rompió la comunion de los co-
razones, como Lutero habia suprimido la de los espíritus.


lbs hizo aun: los separó en dos cIascs, extendiendo, mas de lo
que habia hecho Lutero, el dogma de la predestinacion necesa-
ria, que, como verémos, es propio del Protestantismo, y segun el
cual los unos son fatalmente salvados, los otros son fatalmenlr
condenados, cualesquiera que sean las obras: salvados, aunque
cubiertos de crímenes; condcnados, aunque coronados de virtu-
des; únicamente por cl beneplácito de Dios, el cual imputa ó no
imputa, segun mejor Ic place, los pccados , sin considerar los mé-
ritos, no siendo el hombre de otra parte libre, ni por consiguien-
te responsable dc sus acciones, Espantosa doctrina que quita de
golpe la justicia y la misericordia á Dios, la libertad y la esperan-
za al hombre, rompe todos los lazos rcligiosos y morales que unen
cl hombre á Dios y el hombre con el hombre, y se adelanta en
justificar aquel grito del infierno que estaba reservado á nuestro
siglo escuchar: ¡ Dios es el mal!


i Júzgucse ahora qué desórden debia arrojar esta doctrina en el
seno de la sociedad, pues no solamente retiraba de ella el foco di-
vino de la caridad, que une á los hombres cn la desigualdad de las
condiciones, sino que hacia esta desigualdad fatal, inexorable,
repugnante en el órden diyino, quitándole la razon del mérito yel
recurso de la esperanza! i La arbitrariedad del hombre estaba san-
rionada por la arbitrariedad de Dios! .


Felizmentc Calvino habia dejado subsistir una creencia qtle pro-
testaba enérgicamente contra esta monstruosidad, y que mantenia
rn una rf'.!.don sllprrior á tOllas las inlrli,genrias y {I tocIos los rora-
.~




- tU -
mnes UI1 signo de unjon, de rarúlad , dt· mí~t'rl('ordia y dI' (,sP"~
ranza: JES[CRISTO muerto sohre la cruz para la salud de los hom~
bres, y satisfaciendo para ellos por el precio IJlIe!'lU divinidad daba
á los sufrimientos de su humanidad, la justicia de Dios, su Pa~
dre; es decir, segun la hella expresion de san Pahlo, Dios mismo
en el Cristo reconciliánrlose el mundo: Dells rrot in C/ir/.,la mundwn
reconcilianssibi. (U Cor. v, In) ..


:.\las el Protestantismo no podia parar aquí. Empujado por la ló-
gica de su principio de interpretacion de la verdad sohl'enalllral
por la razon natul'al, t¡ue podia llamarse el arte de descree/', debia,
cualquiera que fuese su esfuerzo para detenerse sobre la pendien-
te, dar un paso mas.


El Socinianismo vino á negar la divinidad de J esucristo. t~1 Pro~
testantismo retrocedió un momento delante de esta produccion su-
ya, y el calvinista J urieu tronó contra esta ~'elifJion de pie llano, q/lP
nivela todas las eminencias. Conocia el error que la porcion de vrr-
dad que le quedaba ~e le habia al't'ebatado, y que su vida se iba por
momentos: (]ueria, pues, retenerla, y hacerse rraccionario y l'on-
senador. ¡\fas en vano, pues la lógica era mas fuerte que él; Y rl
Protestantismo debia pasar del Calvinismo. al Socinianismo, como
hahia pasado del Luteranismo. al Calvinismo. Al repro.che de teme-
ridad que le hacian sus predeceso.res, o.ponian los Socinianos las
objeciones que los mismo.s Calvinistas se habian atrevido. á levan-
tar co.ntra la presencia real, y los Luterano.s co.ntra la transostan·
ciacion. Y si estos discurrian apelar para ello. á la antigua tradi-
cion, los Socinianos les preguntaban burlándose, si se hahian vuel-
to Papistas.


POI' lo demás, seria hacer demasiado hono.r á los Luteranos y á
lo.s Calvinistas el creer que ellos mismos se hubiesen mantenido fir-
mes en el grado. de fe en do.nde parecian haberse eonseJ'\'ado , ~.
desde cuya eminencia fulminaban contra los Socinianos .. En el ron-
do toda la fe, hasta la fe en la divinidad de Jesucristo, hahia sido
atacada en el Pro.testantismo, por erecto de Sil separacio.n de la Iglr·
sia. Como. aquellas tierras humedecidas que parece se tienen uni-
das, pero que nna vez descompuestas siguen descomponiéndo~r
mas y mas, así la fe cristiana, empapada, por deeirlo así, (/¡~ Ji/m'
exámeu, se iba deshaciendo desde el origen del Protestantismo en
Sil masa entera; y no. seria difícil encontrar Socinianismo. aun en
Lutero.




- tu;-
De otra parle, seria harer demasiauo hono¡' al Socinianismo el


creer, que llegado hasta negar la divinidad de Jesucristo, hubiese
conservado la lógica de su incred uliuad. N o: aun negando formal-
mente la divinidad de Jesucristo, y no viendo en él sino un puro
hombre; aun protestando contra la virtud satisfactoria de su sacri-
ficio, le honraba todavía como á Dios, y como obrando la salud
de los hombres: negando lainspiracion de la Escritura, creia to-
davía en la Escritura interpretada por la recta razon; solamente
f[Ue esta, no comprendiendo naturalmente el misterio de la Encar-
nacion, ni el de la transustaneiacion, ni el de la presencia real,
tenia el mismo motivo para desecharlos. Mas lógico, pues, que
los primeros Protestantes, el Sociniani~mo habia rehajado la reve-
lacion al nivel de la I'azon, quitando de en medio el misterio de la
gncarnaciou, que la sobrepuja; pero mas ilógico, ó no menos iló-
gico, continuaba creyendo en la revelacion y en algunos de sus
efectos sobrenaturales, negando la divinidad de su autor. Los So-
cinianos, por lo demás, estahan muy distantes de entenderse entre
sí, r caria uno de ellos consigo mismo, sohre la persona de .1esncrií'-
lo, habiendo segregado su divinidad. En esto, corno en todo lo de-
más, el Protestantismo no tenia unidad sino para negar.


El Socinianismo desbordándose se derramó en mil diversas sec-
tas por todas partes. Prolijo seria enumerarlas, tanto es lo .que pu-
lulan, y baste para nombrar una sobre veinte decir, que en Polonia
fue la. secta de los Antitl'initarios; en Alemania la de los Anabap-
tistas; en Suiza la de los Arrianos; en Inglaterra la de los Quákaros ó
tembladores, y que donde quiera, el nombre genérico de Unitarios
es el que les ha quedado. Este nombre se ha hecho comun á to-
dos los Protestantes que niegan abiertamente la divinidad de Je-
sUCl'isto.


Esta grande negacion debió dejar un espantoso vacío en un mun-
do formado ~ohre la fe cristiana, y penetrado en todos sus elemen-
tos y en todas sus relaciones de elita fe misma. La frente de los so-
heranos, despojada ya de la uncion de la Iglesia, que hacia de ellos
sus hijos primogénitos, para que fuesen los hermanos protectores
de sus puelllos, lo era ahora de la cruz de Jesucristo, que hacia
de ellos otros tantos cristos, debiendo imitarle en la real munificen-
cia de su sacrificio y de su amor para con los hombres. Los pue-
blos, á quienes la fe en Jesucristo tenia aun unidos en el respeto,
en la contianza húria sus soberanos, en la re~ignacion, la pacipn-


w




- 11{¡ -
cia y la esperanza, dl'hieJ'on, exlin.':"uida ya esla 1"1', ~í'ntir gravitar
sobre ellos mas atenador el peso de su condicion, y levantarse del
fondo del alma los malélicos sentimientos de la envidia, del odio,
de la revuelta. Soberanos y pueblos, con menos confianza y pro-
hidad, debieron autorizar y concebir los daños recíprocos que iban
á hacerse, ó cometiendo el crímen, ó hasta creyéndose capaces
para cometerlo. Y hablo de los soberanos y de los pueblos, para
generalizar mi pensamiento, pues este es igualmente aplicable á
todas las demás relaciones secundarias que unen el grande eon pi
pequeño, el fuerte con el déhil, el rico con el pobre, el hombre con
el hombre en todas las posiciones de la sociedad. Toda esta sori('-
dad entera, perdiendo la fe en Jesucristo, que era la ley de su 1"01'-
macion y de su existencia, debió sentir todas esas mediaeiones
secundarias, de que ella se compone, disolverse con la grande me-
diacion que la unia á ella misma como un solo hombre á Dios, y
elevarse de lo mas profundo de su seno esos apetitos salvajes que
hacen al hombre enemigo natural y antropófago del hombre, cuan-
do su naturaleza insaciahle, que devora el tiempo para asirse dr
la etrrnidad, frustraua en esta, no liene m~s para satisfaf:erse qllr
los miserables bienes de esta vida, insuficientes para todos, pnrs
lo serian para uno solo, y cuyo repartimiento no puede conocer
Ilesde entonces otra ley que la guerra.


La negacion de la divinidad de Jesucristo por el Soeinianismo
fue uno de los grandes pasos del error que han aproximado el lIlUII-
do al eslado en que le vemos. Mas tal es la naturaleza religiosa, y
fuerza es derir1o, cristiana 11el hombre, que esta negacion, la cual
hubiera debido cerrar cl cielo sobre la tierra, dejó, sin embargo,
suhsistir entre uno y otra muchas relaciones, que venian á llU-
Irirso indirerlamentc tle las que la Iglesia ratúlica hahia feliznlfll-
te eonserva¡]o en su intogrirlad, y que consenuril siempre para la
salud MI mundo.


Por lo demás, el Soeinianismo en sí era, como hemos visto, por
fortuna inconsecuente. Mientras estaba negando quc el Hi.io de
Dios fuese consustancial al Padre, es decir, que fuese Dios, con to-
do, los Socinianos veian en élnn hombre mas que extraordinario:
sobre todo, le conservaban los nombres consagrados de Verbo y
de Hijo de Dios; pero negando el dogma del pecado original, des-
echaban, por consecuencia, el de la redencion, ó á lo menos,
le h:lrinll consistir sol:l11lCull' rn qne .f psnrri~to 1I0~ ¡li6 l('(~("ionr~




- Ui' ._-
~ e.iellJplo~ de ~allti(l;ld, ~ en que lllul'io para CUlIlil'lu<l1' :su doc-
trina, ctc .... Equivaldria á querer amasar nubes y convertirlas en
cuerpos resistentes el emprender la cla~iljt:acion y la definicion de
las doctrinas del Socinianismo. Baste decir que es el Cristianismo
en estado de vapor.


Este vapor estaba sin embargo contenido en cierta. enYoltura
respetada, y aunque vana en sí, resistia aun en su forma.: la au-
toridad de la santa Escritura.


Pero continuando el trabajo de vaporizacion, y no teniendo ya.
el libre cxálllcn otra cosa que devorar en lo interior, fue atacada.
la forma, rota la envoltura, yel Filosofismo nació del Socinianis-
mo, como este hahia nacido del Calvinislllo y del Luteranismo:
la libertad de exámen se convirtió en la libertad de pensar.


El paso del Socinianismo al Teísmo es apenas perceptihle ; cá-
si diríamos que ambos corren parejas: pues el Teismo, propialllen-
te hablando no es mas que un Socinianismo explícito, así como el
Socinianismo es un Teismo implícito. Así que el Teismo no es otra
tOsa que una secta del Protestantismo, muy poco mas adelantado
que el Socinianismo; menos adelantado por cierto de lo que lo es
el Socinianismo con respecto á las sectas que le precedieron.


Por un movimiento natural, sin duda, que mueve al error á re-
troceder en el progreso de su destruccion, los Socinianos se de-
fendian de ser Teistas; asimismo los Teistas no se defendian me-
1l0S de ser Ateos, bien que entonces se pretendiese asimilar á estos
últimos; hasta pretendian ser celadores y discípulos del Cristia-
nismo, pero del Cristianismo racional, como entonces se decia, del
Cristianismo sin templos !J sin altares, COl1l0 lo deline Rousseau en
su Contrato social.


Un pastor protestante, llamado Antonio Jaime Rustan, se babia
empeñado en probar que los Teistas SOl1 Ateos, pero Voltaire le
replicó con !iU recto huen sentido: « Vos mismo nos decís que no
(pensais que Jesús sea consustancial con Dios; luego sois teista.
( AS,egurais que los Teistas son Ateos: i ved, pues, qué hella con-
« c1usion debe sacarse de vuestros argumentos! ¡Ah, pohl'e her-
i( manito nuestro! vos no telleis el sentido com un.)) (Krhortflcio-
-¡¡es á Jnlonio Jaime Rustan, })(/8(1))' SlIi:o en Londres, tomo XLI V,
pág. lHIi).


Este raciocinio de VolLaire es el mismo que se ha dirigido al
Sr. Guizo!, y 1'01' ahí se v¡; ('lJim \ <llJil es la distincion que el se-.<~jki.l


\.




- 118 --
llor Guizot quisiera establecer entre los }<'ilosol'os y los Protestan-
tes, pues la derriarcacíon es alluÍ imperceptible. Los Socinianos
ensus diversas sectas, tan numcrosas y tan diseminadas, son se-
guramente Protestantes; y sin embargo ellos niegan la divinidad
de Jesucristo. ¿ Y la ncgacion de esta divinidad no es cien veces
mas considerable que el desechar despues la Escritura ? .. El se-
ñor Guizot establece una diferencia inmensa entre el Teísta y el
Ateo, y sin embargo comprende á los dos en la c1asíficacion de
lilósofos. Mas la diferencia entre el Teista y el Sociniano es mu-
cho menor: luego nosotros, con mucha mayor razon estamos au-
torizados para conFundirlos en la c\asificacion de Protestantes ó
de Filósofos.


y hablando con verdad, todo eslo no es mas que la increduli-
dad en sus diversos grados. Es una misma casa en la cual hay
muchas hahitaciones, las ullas mas altas, las otras mas bajas; pero
una misma escalera conduce á todos los aposentos, la escalera del
libre exámen, mas fácil de bajar que de subir, y cuyos escalones se
rompen de ordinario detrás del que la baja.


El paso crepuscular del Protestantismo al Filosofismo, del librc
cxámen á la libertad de pensar, fue señalado por un célebre pro-
testante-filósofo, Bayle, de quien dijo con mucha razon Voltaire:
«Sus mayores enemigos se ven obligados á confesar ¡¡ue no hay
«una sola línea en sus obras que sea una clara blasfemia con-
(,Ira la religion cristiana; pero tambien confiesan sus mas acérri-
«1110S defensores, que en sus articulos de controversia no hay una
«sola página que no conduzca allcetor á la duda, y muchas vc-
«ces á la incredulidad.») (Cartas sobre los Franceses). Ese mismo
Bay le es el que con tanta razon decia de sí mismo, respondiendo
al Cardenal de Polignal' que le preguntaba si era anglicano, o lu-
ter ano , ó calvinista: « Yo soy protestante, porque protesto con-
«tra todas las religiones.» (B{r>yio det Cardenal dI' Poliynac, por
de Boze).


Además, vemos surgir el Filosolblllo Jd Protestantismo socinia-
no en InglatelTa , pues allí fue su cuna. Descartes en Francia, por
mas que se haya dicho en nuestros dias, no puede ser clasifica-
do entre los filósofos libres pensadores. Sacudió, es verdad, el yugo
de las opiniones, pero IIl1c(ló sumiso al de In ff' ratúlica : nada
la ataca en sus escritos, y Ilc~ otra parle (:l1ellla f'nlre SIlS prilllP-
ros discípulos ti Bossuet, Ú li enelon, á J\1alebranche, asaz buenos




- 1U)-
ij'aranlcs úe su doctrina, y en el odio de Voltairc, un muy exée-
lente título para nuestra confianza. Si él hizo uso de la duda, tan
solo fue como método, '! con el fin de combatirla homeopática-
mente como doctrina. Leibllitz, aunque protestante, tampoco fue
lilas libre jlemrldor que Descartes; pero tambien es verdad que ese
\astísimo talento tendió siempre á la unidad católica, y puede de-
eirs(~ (lIJe acabó ahjurando el Protestantismo. Locke es mucho mas
UD lihre pensador qne hace sus ensayos, y que, de acuerdo con
el cnemigo, llega insensiblemente á entreabrirle la puerta del
Deismo, y hasta la del Materialismo, encubriendo esta traicion con
su gravedad sombría: « Sjn razon se ha contado al grande filósofo
« Locke entre los enemigos de la religion cristiana, dice Yoltai-
« re, con una semi-ironía. Verdad es que su libro del CristianÍl;mo
«I'(tzonabl/! se desvia bastante de la fe ordinaria; mas la religion
« de los primitivos llamados tembla,dores, que tan considerabte pa-
«pd hace en Pensilvania, es todavía mas distante del Cristianis-
("no ordinario; :v no obstante ellos son reputados Cristianos.))
/C(lrtas sobre los Ingleses). Esta j lliciosa retlexion de Voltai¡:e con-
firma la que poco hace hicimos, y aun da margen á añadir que
ciertos filósofos, sin entrar en secta alguna de protestantes, son
sin embargo mas cristianos que muchas de ellas.


Mas detras y en torno de J.ocke, i qué de francos y libres pen-
sadores en Inglaterra entre los Protestantes! Citemos solamente
á Herberl deCherhury, Shafleshury, Wollaston, Woolston, To-
land, Col\ins, Chubb, el mismo Swift, y Bolingbroke, el gran-
de padrino filosófico de Voltairc. Hé aquí los primeros libres
pensadores en el órden del desenvolvimiento sucesivo del libre
exámen, sentado VOl' Lutero.


Esta misma caliticacion de libres pensadores (Free-tMnkcl's) es
de orígen inglés, y al principio servia solo para nomhrar una
manera de l'I'istianos cntre los cuales el mismo Bolinghroke as-
piraba á ~cr comprendido 1, ¡ tan comun y vago es el nombre ó
la palabra c!'istinno, ['llera del Catolicismo, único que 10 precisa
y détermina 1 Con todo Yo\taire halla que Bolingbroke iba dema-
siado ló}os eontra el CristianisIIlo, !Í IIlas bien con demasiada pri-
sa: ( Pued(' la religion irse depurando, dice; esta grande obra Sr'
"1'Jllpr',:rí dn\drntns cincuent{/ O;WS {¡a/'c; l)pro los hombres no se ilus-


1 V(.~"r "obre d par;jclllar lo <¡He estribia 1Í ~'wirt, Cuadro de la Werafm'n
en "¡ .. i:í'¡" X'!'{:l pr!l' (·1 Sr. Vlll~main, lomo 1) p:íg. Hi3,




-- ttU -
« [r:tu sillo pOI' ~l'ados. j) .En dedo, el l·'ilo~olislllO 110 era sinu uu
grado lilas de luz del vasto incendio que encendió Lutero, uel cual
nosotros venimos á ser las cenizas, de las cuales se escapan toda-
vía fuegos destructores de nuestros últimos escombros.


Señalábase en el tiempo de que hablamos, por las primeras
obras de iITeligion que hayan llenado de afrenta la fe cristiana.
Innumerables fueron en a(~uella época, dice el Sr. de Villcmain:
en este punto habia un comercio asíduo y una activa emulacion
entre Inglaterra y Holanda.


La Holanda, otro país protestante, contribuyó activamente con
la Inglaterra y antes dc la Francia, al desarrollo de la irreligion,
de la cual hizo en realidad comercio, segun su doble naturaleza
protestante y mercantil. Sus prensas vomitaron sobre la Europa
todo lo mas audaz y profanador que en otras partes se concebia;
aquella era la grande prensa ordinaria de la impiedad; y su Gui-
Hermo, por su advenimiento al trono de Inglaterra no contribu-
yó poco á desplegar la irreligion en este último país.


La Francia no fue cn este punto mas que la discípula y la tri-
bularia de estas dos potencias protestantes, tomando á la una sus
ideas y á la otra sus prensas para envenenarse. Voltaire, como
ya es sabido, fué á buscar el vírus del Filosofismo á Inglaterra,
en donde pasó dos años en la escuela de Bolingbroke y de sus
amigos. - «No hay ninguno de los raciocinios mas atrevidos de
«la filosofía francesa en el siglo décimoctavo, observa el señor de
« Villemain, que no se halle en la escuela inglesa de principios
«de este siglo, y puede decirse que Bolinghroke la reasumió en
« él. En su juventud disipada, en sus grandes empleos bajo el
«mando de la reina Ana, en su destierro. no habia eesado de
« entregarse á las investigaciones de una erudieion anticristiana:
« y este curioso saber era lo que encantaba y confundia á Voltai-
«re en sus conversaciones con Bolingbroke. Allí, en vez de aquel
( escepticismo libertino que habia sido su primera escuela, y la
( única filosofía de los Vendóme y de los Chaulieu, encontraba
« una incredulidad sábia, poliglota, que tenia para sí la auto-
((ridad de un erudito y la de un hombre de Estado. Y fácilmen-
( te se concebirá como los reflejos de esta erudicion, las confi-
"dencias de este osado escepticismo, esa esencia c1n ineIigioll
('que se exhalaba de tantos libros que Voltaire leyó rápidamente
«importados ti, Francia, en donde ::;010 había una aduana Ímpo-




-- I::!l -
[1 lcutc ptlra detcllcrlos ~ Ilinguna inlluellt;ia llloral para GOlllba·'
(<lirios, debieron ejercer un incalculable imperio 1.»


De este medio protestante, en donde el Cristo estaba escarnecido,
segun escribia VoItaire (Carta á D'Alemb. 28 setiembre 1763) fue
de donde aquel fatal genio importó á Francia lo que él llamaba
Jasverdades inglesas. Allá (ue, dice su panegirista Condorcet, dun-
de jltró consagrar Slt vida al proyecto de derribar la religion, y hct
wmplido su palabra. (Vida de Voltaire, edic. de Kehl).


U n escritor protestante de sincero talento y de honradez, el
Sr. Bungener, en sus estudios sobre el siglo décimoctavo, co-
nocidos bajo el título de Voltaire y su tiempo, en la pág. 175 del
primet· tomo protesta contra esta relacion de filiacion manifiesta
ent~e la Reforma y la impiedad. « Choca á primera vista, dice,
« que la mayor parte de los libres pensadores hayan simpatizado
« tan poco con los partidarios del libre exámen en religion. Si la
« incredulidad volteriana es, como tantas veces se ha dieho, hija
«de la Reforma, ¿por qué tan poca intimidad entre la hija y la
« madre? - La razon es porque la madre habia guardado, á pe-
({ sar del general enervamiento, fuerza y fe bastante para repu-
( dial' á la hija; porque, para hablar sin figuras, los que habian
« protestado contra Roma eran todavía aquellos que protestaban
(1 con mayor empeño y teson contra las invasiones· de la incredu-
«Iidad.»


El Sr. Bungener fortifica este argumento con hechos que pa-
recen no destituidos de importancia. En la Alemania protestante
muestra á Federico, que no hallando incrédulos en su casa, se
ve obligado á hacerlos venir de Francia. « La Inglaterra, es ver-
"dad, dió la primera señal de la lucha anticristiana; pero Vol-
« taire por mas que le atribuya el honor de todos los sucesos des-
« tructores que obtuvo en el continente, no logró hacer bambo-
« leal' en ella cosa alguna, y de ella parten todos los sérios ataques
« contra el escepticismo y contra el. Esta nacion encierra gran-
«des incrédulos; pero aislados, y ella queda en lllasa profunda-
l( mente creyente. La Holanda, verdad es, imprime todos los li-


I CUfldro de la literatura en el si.r¡lo XVIII, tomo 1, pág. 121. Estamos per-
suadidos que el Sr. de Villemain hallaria hoy, hablando de la incredulidad,
alln de la .~tÍbifl, alguna otra expresion para rebajarla al¡;nu tanlo de este con-
cepto, haciendo notar que la incredulidad nunca es mas que semisábia, Ó fnl-
samente sábia. La verdadera ciencia conduce á la fe.




-11:2 -
«)UOS lIlalos de Europa; pero ¿ llegan estos á eonmover su fe'!
«No) pues parece apenas percihir el movimienl0. Nosotros os
«imprimimos y no os lCCr/!08, decia un holandés á un incrédulo de
((Paris. Mirad tamhien á Ginebra: por mas que allí eslé Vol-
« taire) el Cristianismo continúa en recibir los homenajes del
«país. Ella cede al torrente, pero no se deja arrastrar, en cierto
« modo, sino con el antiguo séquito de sus costumbres, de ~us
(<leyes, de sus veneradas instituciones. Abauzit, muy ayanzado
« en las ideas del dia, escribió el Conocimiento del Cristo y el 1/0-
(lIwr debido al Cristo, dos de los mejores tratados que se hayan
« escrito sobre estas materias. llonnet, en filosofía es sensua-
« lista y mas que sensualista; pues bien, Ronnet es cristiano.
« ¿De dónde tomaba, con un pié puesto en el abismo, la fuerza
«de no resbalar en él, Y de quedar con los ojos fijos en el cielo'!
« ¿ Se nos citará en aquella época un solo católico, llegado tan
(( cerca del materialismo, permaneciendo no obstante cristiano'!
« Seria una inconsecuencia, si se quiere; pero cuanto mayor es
«la inconsecuencia, mas honra los sentimientos y los principios
« que han tenido fuerza hastante para producirla. ¿ Cómo es, pues,
«continúa el Sr. Bungener, que tantos historiadores y críticos,
« aun siendo en general imparciales, callan, ó cási callan acer-
« ca los obstáculos que la incredulidad hallará entre los Pl'otes-
(( tantes '?»


No queremos nosotros ll1erecer la inculpacion que el Sr. BUll-
gener dirige contra aquellos criticos. N o callarémos, pues, y has-
ta nos felicitamos de que Sil objeeion prOVO(llIe por nuestra parte
una respuesta bastante para superarla y destruirla, robustrcien-
do la fuerza de la verdad que nos proponemos demostrar.


Mucho artificio habria, si no hubiese sinceridad, en la IlI<lnC-
ra con que el Sr. Bungener sostiene su k~is. Por de pror.to te--
liemos que oponerle algullos pormenore~, para oponerle despnes
puntos de vista mas generales.


Que los mismos que habian protestado contra Roma fnesen los
que protestaron con mas NtlOi' contra las invasiones de la ineJ'e-
dulidad, esto es lo que no porlemo~ admitir. Apologista~ protes-
tantes (no en Franeia, en donde la impiedad (~jercia una intole-
rancia inexorable, y en donc1e los Católiro~ solos tuvim'on el VPl'-
dadcro valor de desprecial' las trelas insu\(antps del ridículo,
sino en Inglaterra, en oonrle el f'~f:eptiri~mo pprmitia igualmf'n-




- 123-
Le la verdad que el el'l'or) han tenido, es venlad I el valor fácil,
y como vamos a explicar, interesado, de defender la fe con su
pluma. Mas en Francia I el Catolicismo, en la masa general de
sus sacerdotes, ha tenido un valor de género muy distinto: el de
defender la fe por su muerte y por su destierro, destierro que
ha contribuido no poco en revivar el Cristianismo en las nacio-
nes protestantes, en medio de las cuales han ido á llevar el alto
testimonio de su fidelidad, y los ejemplos santos de su vida apos-
tólica.


l? ederico se veia obligado á hacer venir de Francia incrédu-
10s.-Verdad es, porque todo sé hace venir de Francia, hasla el
lIlal que se le ha prestado I y que ella restituye con usura. Mas
¿ es eslo porque no hubiese incrédulos I y sobre lodo disposiciones
pal'a la incredulidad en Alemania? ¿Ignora, llUes, el Sr. Bun-
gen el' qne desde 1733 antes de la explosion de la impiedad en
Francia, la misma impiedad que reinaba en Inglaterra en la es-
euela de los libres pensadores, hacia en Alemania los mas espan-
losas estragos por la de los concicnciarü¡s, cuyos principales jefes
Kuntzen, Edelmann, Nicolai', 'Volfenbüttel, Reimarus, Lessingo
y otros teólogos, profesores y doctores protestantes, iban prego-
nando con un cinismo de incredulidad que nunca tuvo igual en
Francia sino en los dias de terror, la divz:nidad de la mzon, la im-
IJOsilJilidad de la revelacíon, la falsedad de la 'l'esurreccion, y otros
duclarados ataques de este género contra la fe cristiana? ¿No ha
visto, pues, en la correspondencia de Voltaire, que tan bien cono-
ce, y de quien ha sabido sacar tan buen partido, aquel dicho de
Federico quejándose de las reservas y retardos de la conjura-
cion en Francia: En nuestros paises protestantes esta va mas aprisa?
(Carla 143).


La Holanda, que inundaba la Europa de malos libros, no la
hacian vacilar en su fe, dice el Sr. Bllngener. Hahlando franca-
mente, ¿qué fe podia ser la que así se conformaba eon el escán-
dala, ,que hacia comercio de él, ji que se mantenia del estrago
que causaba a la fe de toda la E nropa? Póng-ase el Sr, Bunge-
ner de acuerdo consigo mismo: si la Inglaterra daba una prueba
de fe produciendo huenos libros, ¡.cómo la Holanda podia dar'
prueha de fr, esparciendo los malos?


En cuanto á Ginehra, no sé hasta qué punto Abauzit y el mis-
mo Bonnel pueden ha(~er tanto honor á su fe. Hé aquí lo que MI


f)" 1 ',rO




-- l:!'t -
primero dice el Sr. ue VillclIIaiu: (( VoHail'c le ha llamado en al-
«gun paraje el jefe de tos _1rrianos de Gineúra, y parecia en efec-
« to inclinarse á la opiuion de los Unitarios; i mas con qué reserva
(( y con qué gravedad religiosa! Sus dos escritos sobre el WIlOGÍ-
(( miento de Cristo y sobre el honor que le es delJido, han iuspirado las
«( bellas páginas que, en la profesion de fe del Vicario saboyanlo
(( chocaban tan vivamente á VoJtaire, como una inconsecuencia y
« una negacion de incredulidad.» (Tom. 1, pág. 110). -Dirémos
primeramente que el filósofo Abauzit, como con mucha razon le
llamaba Voltaire, no parece solamente inclinarse al sentir de los
Unitarios, sino que en él abunda abiertamente, que hasta le en-
cuentra demasiada mente cristiano, y que le deja atrás. Apelo á
sus propias palabras: des pues de haber dicho del modo de pensar
de los Unitarios que no estaba del todo exento del peligro de ido-
latría, le deja para aliarse con el de los Socinianos puros, de quie-
nes dice: «El sentir de los Socinianos, á mas de ser muy sencillo
ti y conforme con las ideas de la razon, no está sujeto á peligro
(1 alguno semejante de precipitar á los hombres en la idolatría.
« Aunque en su concepto Jesucristo no sea mas que un sim¡Jle
« hombre, no hay temor que por esto sea confundido con los pro-
(<Cetas ó con los santos de primer órden, pues queda siempre en
«este sentir una diferencia entre ellos y él, etc.)) (Explicacion de
la Trinidad por Abauzit). ¡Aquí teneis el Cristianismo de Abauzit,
á quien un celoso protestante nos presenta como el honor del
Protestantismo! El título solo de su tratado, el HONOR que es de-
bido al Cristo, que el Sr. Bungencr llama uno de los m~i(wes que se
hayan escrito sobre estas materias, es una prot'esion de increduli-
dad, y una blasfemia á la divinidad del Salvador del mundo. To-
dos los Cristianos rechazan este simple é injurioso honor, que en
el sentido de Abauzit y de su libro, quiere decir rw adorado)!;
Jesucristo mismo le repele cuando dice: El que no estlí para luí
es contra mí; y de todas las maneras de ser contra el divino Maes-
tro, la mas peligrosa es el serlo con reserna y gravedad religiosa.
Voltaire tenia razon de hallar chocante aquella inconsecuencia;
y su audaz lógica eontra el infame ha sido cien vece~ menos fu-
nesta á la fe cristiana que las bellas páginas de la Profesion de fe
dPl Vicrtrio .\aIJOyardo, inspiradas por Ahanzit.


En cuanto á Bonnet , materialista-cristiano, dejamos á la gimnás-
tica el cuidado de explicarnos cómo, con un PU? en el abismo, tfllia




- 121)-
/a (IU1":.a ¡/p /lO resúala)' rn él, 11 Itasla de queda)' COiI. los ojos fifos en
d cielo; y confesamos que en aquella época, yen ninguna otra no
]iudieramos citar ninglln católico, llegando tan cerca del materialismo,
y quedando sin embargo cristiano. Lo que sabemos es, que segun
I~s leyes del equilibrio racional y moral, cualquiera es tanto me-
nos cristiano cuanto mas cerca está de ser materialista, y que
por consiguiente Bonnet, por esta última razon debia ser muy
poco cristiano, ó cuando menos, que lo era de muy peligrosa
imitacion, y á la manera, sin duda, del filósofo Abauzit, y de
lodos los Protestantes de Ginebra, á quienes Voltaire libraba es-
le helio certificado de socinianismo: «que en la ciudad de Cal-
«vino no habia mas que algunos miserables que creyesen en lo
« Cnr!.~ustancial)) (Carta á d'.f1lembert, 2lo; de setiembre 1763) ; Y pos-
teriormente: «que no habia un solo cristiano desde Ginebra á
« Berna.) (Carta al mismo, 8 de febrero 1776).


De esta respuesta parcial vamos á otra respuesta de mas gene-
ral acepcion, y mas útil á nuestro intento. .


Que la incredulidad volteriana sea hija de la Reforma, que del
loro de esta en Inglaterra salió la primera señal de la lucha anti-
cristiana, esto es lo incontestahle, y lo que el mismo Sr. Bunge-
ner reconoce. Que de otra parte la madre haya repudiado por de
pronto á la hija, y que la fe cristiana sea deudora al Cristianismo
protestante de excelentes y numerosas obras apologéticas com-
puestas en aquella época en Inglaterra, es igualmente verdade-
]'0, y lo reconocemos de muy huen grado: aun dirémos mas que
el mismo Sr. Bungener, haciendo notar que jamás el Protestan-
tismo ha prestado tan grandes servicios á la fe cristiana como en
aquella época, ni antes, ni despues. l. Y cómo se explica todo
e,sto'?


Muy naturalmente. Ya nos lo ha hecho ver la conducta de los
Luteranos para con los Anabaptistas, y de los Calvinistas con los
Socinianos. Mas ¡. qué digo? La actual conducta del Filosofismo
ron el Socialismo nos pone á la vista esta explicacion, que pue-
de reasumirse en el verso de Racine, cuya traduccion es esta:


La onda misma que lo trajo
Retrocede de pavol'.


Así eOl11O el Luteranismo hahia retrocedido delante del Ana-
ha,plismo. el Cah'inismn flelant(~ (Iel Sorinianismo, el Sorinianif;.




- t2ü-
1110 a su vez lÍr,bia I'eiroceder delante del Fi losolisnw, y este, mas
tarde, delante del Socialismo.


Tal es la conducta ordinaria del crror, de desaprobar sus con-
secuencias; así como está. en la naturaleza de todo cuanto existe
el resistirse á la muerte. El error no puede retener en sí la por-
cion de verdad, ó sea, de vida que le sostiene, sino á condicion
de ser ilógico é inconsecuente. Luego, pues, que por la fuerza na-
tural de la lógica, de la cual no puede disponer sino hasta cier-
to punto, la vida le escapa con la verdad al dar á luz sus conse-
cuencias, no solo se niega á reconocerlas por suyas, sino que
se hace su mas implacable enemigo. Es una niña culpable que
para escapar del oprobio de su maternidad, ahoga los gritos y
la vida de su hijo en un alumbramiento clandestino. Así que,
¡. quién ha fulminado mas contra los Anabaplista~ que Lutero"
¡,quién ha arrojado mas rayos contra los Socinianos que Jurieu"!
Del mismo modo los socinianos protestantes Clarke, Pearce, Lard-
ner, 'Varbuton y otros, debian combatir á. los socinianos filóso-
ros Cherbury, Shaftel'bury, Roland, Collins y Boling-broke.


Así el Sr. Yillemain llama muy propiamente este movimiento
una especie de REACCION, Ó de disidencia que creaba un partido religio-
so en la FILOSOF.ÍA MISMA. Y no era otra cosa. Mas aquí debe aña-
dirse que este movimiento, como todo lo que es sugerido por el
interés, no era espontáneo, ni individualmente inspirado por el
puro celo de la verdad. Era el resultado convenido de una espe-
cie de coalicion, de la cual el sábio y rico Roberto Boyle era el
instigador y el encargado. Mas el efecto de esta reaccion es en
definitiva enclavar mas bien que detener la caída. Hasta el éxito
de la reaccion es funesto, haciéndola cesar con el peligro inme-
diato, y empujando el error por su marcha lógica hácia el abismo.


Dos movimientos hay en esta marcha: un movimiento rápido,
precipitado, como aquel que desde Lutero hilO pasar de un solo
salto el Protestantismo naeiente al So(~ialismo; y un movimiento
lento, insensible, pero no menos necesario, que pone tres siglos
en hacer el mismo camino. Por mas que el error quiera detener-
se en esta pendiente, puede sí retardarla, hacerla subir por un
movimiento retrógrado, cuando se siente demasiado empujada
por la cabeza de la columna, y sacrificándola; pero la lógica fa-
tal la impele. ¡Marcha t ¡ marcha! grita al error; y el error, vol-
viendo á tomar de buen ó de mal grado su marcha, llega mas




- 12i-
lentamente y en llIa~a Ú este mismo punto t'1I ¡10m/e sus hijos per-
didos no habian IJecho lllas que precederle.


Así todas estas ohras de apologética cristiana que el Protestan-
tismo opuso en un principio all"ilosotislIlo, escapado de su seno,
.Y que fueron en él como el canlo del cisne del Cristianismo, no
han impedido que d lIIismo, guardando su carácter doctoral, no
haya llegado grave y pesadamente á un punto mas avanzado y mas
fl'jamente impío que el mismo Filosofismo. Toda la Alemania in-
tatuada con su Strauss y con su Hegel, llegada progresivamente
á {'sle pasando por Kant y por Fichte; con una IIlano rompiendo
púgina por página, línea por línea, palabra por palabra los títu-
los sagrados ele nuestra fe, '! con la otra enarbolando el estandar-
te del Panteismo, y emponzoñando la Francia y la Europa con es-
ta doctrina, justifica harto por desgracia lo que estoy diciendo.


¿ Qué opone hoy el Protestantismo á este deshorde general?
Nada, ó cási nada; y e~te es el síntoma IlJas significatico de su fin.
Los lilas grandes atletas de la fe en Alemania y en Inglaterra no
han IlegaJo ú serlo sino pasando al CatolicisllIo; y este Catolicis-
mo, (11lC tan poco se ha dcrcndido contra el I<'ilosofismo, como de-
cís vosotros, que ha dejado al Protestantismo el valor de protes-
tar contra la incredulidad; realzado en la sangre de sus mártires,
ha producido los mas fuertes, los mas originales, los lUas brillan-
tes defensores de la fe cristiana; y hoy dia, como otro Atlante,
sostiene solo, en su jefe supremo, y en sus venerados pontífices
et peso del mundo desquiciado por el Socialismo, á despecho de
los socorros que este recibe del ProtestantislUo l.


\ 18justo seria el no hacer meneiún aqní del excelente escrito del señor Ata-
nasio Coquerel contra Strauss. Uajo las modestas apariencias de un opúsculo,
pnderra este trabajo un granrle número de investigaciones de tanto juicio como
ingenio. y que puJicran aspirar al éxito de un grueso volúmen. Tholuck en
Alemauia por su sábio Ensllyo soúre la credibilidad de la historia evangélica,
nlya t.raduecion al fraueé, se debe al señor abate de Vall'ogcr, tiene igualmente
,/('re"ho a la gratitlJ(1 tle los corazones cristianos.


«;\J() por esto se crea que la pensadora Alemania haya dejado de prestar ho-
«mpuajes brillantes á In ~e('(latJ tic las Escrituras, y haya permitido que que-
"t1asPIl invindicadas [1 un tiempo la Rel igioIl y la Razon. Heydenreich ha es-
1( nito Uflil obra particular sobre"la iuadmisitJilidad de los ll1ytos en la parle
"lIistú .. Í<'a del Nuel'o Testamento. Juan Ruhn, profesor de la facultad de teo-
"I()~ía ,'atól ka deTubin¡.;ne, escribió contra Strauss una Vida de Jesús expuesta
",'i"lttiliramc!lte, para l'onll'are5lar con la cienda misma las atre~idas y vol un-
"tari." sllposidonp~ ti .. aquel \'isionmio. El doetor Tholuck, caminando al mis-




- as-
Así dr,saparr,re, ó mas bien rede en ventaja de la verdad rató~


lica, la objecion sacada de la negativa d,) reconocimiento quP 1'1
Filosofismo naciente recibe de Sil generador inmediato, el SOCI-
nianismo; y queda bien establecido, que uno y otro no fueron Illas
que nu progreso del Protestantismo.


CAPíTULO l\'.


EL FILOSOFIS~ro y LA lIIlVOJXCJO,".


El. Filosofismo, -y entiendo decir con r,sta palahra r,sa mala fi-
losofía que so pretexto de emanciparse de todas las preocupacio-
nes, destruye todos los principios ',- no era, pues, mas qur un
Protestantismo desarrollado.


¿, Qué llegó á ser él tambien?
y notemos ante todo que, no menos que sus padres. nunca tuvo


doctrina fija. El Ól'den sobrenatural, aun el revelado, no siemprr
«mo tlÍrmino, ha partido de otro principio no menos luminoso que de~isilo.
a Observando que uno de los principales mol ivos que han condncido á Strauss
"á la negacion de la relacion evangélica, es la antipatía dominant~ ('n su Jglesia
"por todo lo que lleva un carácter sobrenatural, ba dicho: « Aun cuando fu('-
«se posible desechar el Evangelio, estamos muy léjos de haber acabado con los
« milagros: el libro de las Actas y las principales Cartas de los Apóstoles, uos
«quedan auu como un seguudo muro, y estos monumentos de la antigüedad
« cristiana bastan sin ,luda alguna para restablollcer los hechos mas importantes
«que aquel se ha afanado en destruir." El doctor Tholuck, en su refutacion 11.-
"la obra de Strauss parece á todas luces haber perfectamente demostrado la
«verdad de esta asercion. Omitimos, en gracia de la brevedad, presentar una
« ligera muestra de la brillante é irresistible lógica de este católico aleman, poro
« conocido eutre nosotros." (Nota del Traductor).


I Nosotros hacemos una distinciou cutre la Filosofía yel Filosofismo, esto
es, entre la buena filosofía y la mala. Nosotros hemos siempre reconocido, res-
petado y defendido la primera, y no obstante se nos ba hecho decir: La {ilosfI-
fía no es nada, ni será .iamás nada. Mas para esto ha sido menester desnatu-
ralizar nuestro lenguaje hasta el punto de poner en hoca nuestra una palabra,
que no hicimos sino recoger de la boca de Jouffroy y de otros racionaliStas, y
que combatimos acto continuo por un largo elogio de la filosofía, empezando
así: « Ha~amos ron 1.0110 algl1na~ rrsprva~ en favor ,Ir la filosofía wriln,ll'l'a. y




- l~U-
fue repudiado pOI' él, aunque tampoco no siempre rechazó al Ateis-
mo. «Los que cesaron de creer, dice un homhre muy introducido
«en la sociedad de este tiempo, y su número era espantoso, no
«hallando ya dentro del CÍrculo de las tradiciones veneradas nin-
«gun punto fijo que los retuviese, ó que los ligase; despues de
« haberse separado á la vez de la creencia comun, se separaron
«muy presto los unos de los otros, y se colocaron á diferentes dis-
« taneias sin poder poner límites en parte alguna. Los unos, im-
« presionados siempre por la santidad del Evangelio, persistian
« en ver la Divinirlad en la moral de Jesucristo, mirando como una
(e impiedad el ver un Dios en el- IIijo de ~faría: los otros, eerran-
« do todas las Biblias para no buscar al Criador sino en la crea-
«cion, y la moral sino en las mas tiernas y mas sublimes afeccio-
« nes del corazon humano, se alejaban de todos los altares y de
« lodos los sacerdotes, para no adorar á Dios sino en su corazon y
« por sus virtudes. Otros, sin freno y sin temor, creyendo ver sa-
« Jir del solo nombre de Dios todos los delirios, de la intolerancia,
«.y todos los furores del fanatismo, revisten la materia de todos
« los atributos del movimiento y de la inteligencia, así como de
(dos de la exLension; juzgan su órden y sus desórdenes tan ne-
« cesarios como su existencia; quieren que se la estudie por me-
« dio de observaciones, y que se la pregunte por medio de ex-
« perimentos; y que en vez de dirigir de rodillas súplicas á su po-
« der, el genio del hombre se apodere de ella, y la ejercite.» Ga-
rat, 1~femoria sobre Estuardo y el si,qlo decimoctavo, tomo 1, p. 202).


Todas estas divergencias vienen á concentrarse sobre dos pun-
tos: el uno, principio del error que le impelia á su disolucion;
el otro, inconsecuencia de este mismo error que le hacia subsistir.


El principio comun era la libertad de pensar aplicada á la des-
truecion de los dogmas; la inconsecuencia comun era la profe-


«sah'émosla, con la fe, de las manos de sus comun¡,s enemigos. La filosofía
(1 (entiendo hablar de aquella tienda que oura con las facultades naturales de
« la razon sobre los datos de la fe, para transfOl'mar á esta en inteligencia, ú
« mas hien, lo cual es lo mismo, la fe ,haciendo prueba de la inteligencia, fides
« quaerens intellectum, como diee san Anselmo): la filosofía, repito, es cierla
«eosa <le verdad, de gral1de;a, de hermOStll'a, de santidad, etc. ctc.» (Pági-
na 22/j, tomo 1I, de la úlLima rdil'ion de mis Estudios fiio,«íficos ,~obre el Cristia-
nismo). Ved ahí en el senti<lo en que hemos dicho: l.a filoso{in no es nada. Y
lo que hace m3S "~nsiblc esta im!mlarioll rs el "ur 113ya sitio I'cnoynda despnps
dp 11n3 :l<h,'!'!rnriol rorlll~1.


!!




- i:1u --'
.sion, digo poeo, el apostolado de la moral eristlana aplieado en
grande á la humanidad.


Esta profesion de la moral del Evangelio sin los dogmas y con-
tra l'os dogmas, era para el Filosofismo lo que habia sido para el
Protestantismo la profesion de fe en la Escritura sin la autoridad
y contra la autoridad de lo que enseña la Iglesia.


« No sé por qué, decia Rousseau, se quiere atribuir al progreso
« de la Filosofía la bella moral de nuestros lihros. Esta moral, to-
« mada del Evangelio, era cristiana antes de ser filosófiea. Solo
« el Evangelio es siempre seguro, siempre verdadero, siempre
« úuico, y siempre semejante á sí mismo.» -Sabido es en el ton-
do lo que pensaba Rousseau del Evangelio. Sea lo que fuere, que
se rindiese ó no homenaje al Evangelio, la moral del 'Evangelio
en sus grandes aplicaciones de justicia, de humanidad, y de to-
lerancia, era pregonada por t04as las bocas del Filosofismo. Cua-
lesquiera que hayan sido los excesos de este, y hasta en el Ateis-
mo y Materialismo mas grosero, que evidentemente suprimen rl
fundamento lógico de toda moral, esta moral de simpatía huma-
na, de tolerancia social, de defensa y de auxilio de los pequeños
y de los débiles, era profesada, y profesada en razon inversa dr.
sus fundamentos. Así, un cási-cristiano como Vauvenargues ó To-
más, la predicaban; un cási-deista como Rousseau, la predicaba
mas; un cási-ateo como Voltaire, mas todavia; pero quien la pre-
dicaba sobre todo con furor, con rabia, eran los ateos y materia-
listas declarados, como Diderot y Holbach, que habian mereci-
do por esto el ser llamados un carnero rabioso.


El Filosofismo en esta parte se parecia al Protestantismo, el
cual profesa el respeto á la Escritura en voz mucho mas alta de
lo que lo hace el Catolicismo; y tanlo mas alta, en cuanto la aco-
moda, y la hace servir al culto de la razono I~l Filosofismo era
fanático de la lolerancia : para él la santa tolerancia era como la
santa Escritura para los Protestantes.


y la razon es, y jamás me cansaré de repetirlo, nada puede suh-
sistir ni puede obrar sin la verdad; el error mismo no puede ¡¡a-
sar sin ella, y se ve mas obligado á recurrir á ella en cuanto qllir-
n~ ser mas poderoso contra la verdad misma. Cuanto mas quiere
aracar la verdad por un lado, mas se ve forzada á tomar su punto
de apoyo sobre esta verdad por otro lado; y entonces lo hace con
nu pllfasis que le hace no menos traicion que S1I furor. tos ver·




i :11 --
daoeros discípulos de la verdad, Iflw rsián en cOllluniou ('on~­
tan le y familiar, por decirlo <l¡;í, con ella, la profesan y la prar-
lican sill tanto ruido, sin tanto aparato. Calla su boca, pero la
alaban sus obras. No apostrofan á la verdad, y no toman fastuo-
samente por divisa: Vüwn impenderevcro; ellos la hacen sencilla-
mente, segun la c-.:presion de la Verdad misma, de Jesucristo,
cuyos piés besan en silencio, con grande desprecio de parte de
los fariseos.


Cuando l~ais alguna pagina apasionada y entusiasta á favor de
la verdad, como por ejemplo, la célebre pág"nla de Juan Jacobo
sobre el Evangelio, poneos en- guarda, y estad en la persuasion
que el reverso de la página nada tiene de hueno.


Así, bajo todas estas bellas declamaciones de tolerancia y de hu-
manidad , pros.eguia el Filosofismo la obra del libre exámen; y
minaba todo dogma con la segur de la moral.


No quiero decir por esto que todo fuese cálculo en esta conju-
racion; no: yo honro demasiado la humanidad, y creo demasia-
do en el ascendiente de la verdad para pensarlo así, y para no
admitir que esta no haya tenido su parte en todos estos sentimien-
tos de humanidad y de tolerancia, cuya expresion rebosa en to-
dos los escritos de nuestra época. Lo que digo es que esta parte
de verdad, por el abuso que se hacia de ella, no servia sino para
engañar á aquellos mismos que la profanaban poniéndola al ser-
vicio del error; pues cuando no se ha entrado de lleno en lo ver-
dadero, la verdad misma es engañosa.


Lo que pretendo consignar aquí sobre todo es, que todos estos
sentimientos, generosos en aparieneia , eran en el fondo mas bien
odio contra los opresores, que verdadera pi~dad hácia las vícti-
mas. Hasta la indignacion, pasion mas noble que el odio, tenia
en ello muy poca parte; y esta e"aclísima observacionla tomo del
Sr. Bungener. Por I¡n, este mismo odio, triste, pero forzoso es
decirlo, en el poco Yalor moral IIUC en sí lleva, se hace muy sos-
pechoso al observar que solo explotaba cuando cOllvenia, segull
la nécesidad de la causa, y que segnn esta misma necesidad, se
convertia muchas veces contra las l1Iismas víctilll as, con una cruel-
dad mas inexorable que la de sus opresores. Vámoslo á compro·
bar con algunos ejemplos.


Así, al tratarse de Cristianos, no se necesita decir que el mis-
mo NeJ'on y lodos los demás perileglliJ()l'e~ hallan apologistas el!-


9'




- '1:11 -
Ire los fanáticos de la tolerancia. Conocidas son las páginas de
Gibbon en este punto, que ban llenado de justa indignacion al
Sr. de YiJlelllain. Rasta citar aquí la manera con que Voltaire ex-
cusa aquellos suplicios. « Los Judíos fueron, dice, los que en el
« imperio de Neron acusaron á los Cristianos del incendio de Ro-
(oua, y se abandonaron algunos desgraciados á la venganza pÍl-
(e blica l.)) De esta manera Voltaire justifica á Neroll del suplicio
de los primeros Cristianos; deja caer sohre ellos la sospecha,
cuando menos, de haberlo merecido; hace, en todo caso, de Sil
muerte una necesidad de sacrificio á la venganza púhlica, y en
fin, por un refinamiento de insigne malicia, aplasta á los .J udios, y
con ellos, eomo es sabido, los Cristianos, aehaeándole:, lo odioso
de la acusacion. Jamás con menos palabras se han hacinado lllas
mentiras, mas inhumanidad y mas odio.- En cuanto á la espan-
tosa perseeueion de Galerio bajo el reinado de Diocleciano, « es
«evidente, diee, que si los clérigos de Nicomedia no hubiesen
« armado querellas con los criados de César Galerio, y que si un
( entusiasta insolente (un cristiano) no JlUhiese rasgado el ediclo
(( de Diocleciano (nólese que este era el mismo edicto de la llerse-
«cucion); nunca aquel Emperador, hasta entonces tan bueno, J'
« marido de una cristiana, hubiera permitirlo la persecucion, qne
« estalló en los dos últimos años de su reinado.» (Ensayo sobre llls
costumbres). - Así pues, los mártires son los que resultan culpables
de lapersecucion que sufrieron. Si por el espacio de ¡Jos años en-
rojecieron por hecatornhas los patíbulos con su sangre, lo tenían
bien merecido: ¿ por qué un insolente rasgó el edicto QUE Á ELLOS,
LOS CONDENABA? ¡Motivo hahia en esto para impulsar á un empe-
rador tan hueno como Diocleciano á aquel exterminio! - j y estos
mártires eran los mártires de la libertad y de la tolerancia! i Y Yol-
taire es reputado por su pontífice!


Es notorio el modo con que los desventurados J udios fueron


I Tácito, tan inhumano en el relalo tic este hceho, obcecatlo como eslaba
por sus preveuciones paganas, lo es menos que Voltaire escribiendo la hi~ro­
Tia á la luz de diez y ocho siglos de cristianismo. En primCt' lugar, no disimula
que los mártires fueron en grande número, mllltiludo ingcm .. en seguida no 1'1'-
chaza su acusacion sobre los Jndíos, y rechaza él mismo el objelo de esl:1 aClI-
sacian; por fin, 110 puede rehusar su cxpresion de compasilo sentimiento de
que hasta la mUllitud, tan habituada como esta ha á los espectáculos de mllcrt~,
se sentia movida para con los mártires, mj,~rralio ol'irfl(l(llr. El autor de la Z!Íim
nn ha tpnirlo ""la !'omllasinn.




-- lil:J -
pel'segllido~ pOI' Voilail'l:, lInieamenle 1~1l odio dd Crisliani~lllo,
de el/ya 1'1Indacion son ellos las medallas vivientes. (i Extraño des-
tino el de este pueblo de ser mas aun el blanco de los enemigos
del Cristianismo, qua del propio Cristianismo, y de no haber ha-
llado un abrigo mas constante contra el aborrecimiento nniversal,
(lue el que les ha prestado siempre el Catolicismo en Roma, .junto
al representante de Aquel á quien ellos crucificaron!) Ved ahí cómo
el grande apóstol de la tolerancia la ejerce con eUos. U na palabra
entre mil. Reproduciendo, ó mejor, forjando contra ellos las mas
odiosas y las mas absurdas imputaciones, «Ellos mataron atroz-
« mente, dice ,bajo el imperió de Trajano en la Cirenaica, y en
(da isla de Chipre, mas de doscientas mil personas: fueron cas-
« tigados, pero no tanto como merecian, PUES QUE SUBSISTEN TO-·
«Il_níA.» Una palabra igual jamás la inspiró el fanatismo de los
tiempos mas bárbaros. Los Judü~s eran para Voltaire un singular
embarazo.


Diráse tal vez que estos juicios son puramente históricos, y que
Voltaire nunca hubiera aplaudido persecuciones hechas en su
tiempo. Escuchad: « Se dice qne han hecho pedazos al I'evúen-
« do P. Malagrida; ¡ bendito sea Dios h> (Cm'ta á la condesa de Lut·
:elbouraJ. «Me escriben que por fin han quemado tres jesuitas en
«Lisboa: noticias son estas que consuelan mucho.)) (Cartc¿ al se-
ñor Vcrnes).


Si un inquisidor español, sirviendo á la política de Felipe 1I,
hubiese jamás escrito líneas tau friameute atroces, ¿ qué partido
no hubiera sacado de aquí Voltaire contra el fanatismo? Yobsér-
vese de paso que la inquisicion política defendia un órden social;
que el fanatismo se encendia á la llama de una conviccion reli-
giosa, y que, hahida razon de las costumbres del tiempo, se pue-
de muy bien, sino justificarlas, ,i lo menos comprenderlas y ex-
plicarlas. Pero ¡,quú defendia Voltaire'! ¡.(lué conviccion le ins-
piraha '! Odio y destruccion, hé ,Hluí sus dioses; y para ellos, en
pi siglo de las luces y de la tolerancia, aplaud ia los sacrilicios mas
~alvajes,


j Pero Calas, se dirá! ved ahí una p~lgina quc no podeis quitar á
Voltaire, y por la cual se le Illlcden pasar muchas otras, Dejo, pues,
á un homhre lilas desinteresado que yo en la cllestion, á un pro-
testante, el cuidado de juzgarla: _. «El siglo decimoctavo, dice
.: d Sr. BUJI.o;',cI1f:r, ni) ',(; hallaba en (:3tado de indignar~e; v así,




- H1-
«( cuando no puede meterse mucho ruido, se calla, y se aguarda
«( con la mayor calma mejor oportunidad para enfadarse. Los I'ro-
« testantes podrán sufrir y gemir hasta los tres cuartos del reinado
«(de Luis XV, sin que ninguna de tantas voces generosas se dig-
« ne levantarse en su favor; antes bien ellas habian, como veré-
(<lnos en otra parte, suministrado armas contra ellos. Calas espira,
« y hételo ahí altamente patrocinado, porque se visl umbró el gran
(( part¡do que hahia que sacar de aquel patíbulo l. )).


Ved ahí otra repugnante manifestacion del reverso de esta be-
lla humanidad filosó(ica. No nos complace por cierto el triste mi-
nisterio que nos vernos obligados á ejercer en este momento; pero
es neéesario, como cldel médico. Dejemos hahlar todavía al se-
ñor Bungener: «Este pobre general Lally, cuya rehabilitacion de-
«( hia hacer tanto honor á Voltaire, habia empezado por compade-
« cede muy poco. «(¿OS acordais mucho, escribia á d'Alembert,
«( pocos rlias despues de la ejecucion, de la mordaza de Lally, y
« de su cuello gordo, que el hijo mayor del señor ejecutor ha cor-
« tado con muy poca destreza, por ser su primer ensayo .!)) Y con-
« tinúa chanceándose siempre, que Lally era un hombre lerdo,
« un señor muy mezquino; y todo lo mas que puede concedérse-
« le, segun él, era el no ser un traidor, ni merecer morir en un
(, cadalso.)) Del mismo parecer es d' Alembert. « Este Lally era un
« hombre aborrecible, le responde, una mala persona que mere-
« cia que todo el mundo le mata,e, menos el verdugo 2. Sea de
« esto lo que fuere, que descanse en paz, y que en paz nos dejen
« sus respetables jueces.») «Alas luego se cambia de tono: La opi-
« nion pública ha tomado otro giro, y la moda la ha dado en creer
( á Lally inocente. Inocente ó culpado, pues, Voltaire continúa
(( en hacer muy poco caso del fondo de la cllestion, lo que impor-
« La es meter mUcho ruido al ¡,rdrdor de ~11 tumba; y así se hará,


I rollaire y sn tiempu, tOIllO J, pago JI 1: « El n\JlUf de la humanidad era raro,
« añade el Sr. Bung{,llcr, sobr~ tndo cutre aquellos que lo profesaban pública-
.. mente. Siempre al¡¡un secreto interés, siempre algo de polémica ó de amar-
a gura bajo esos consejos de tolerancia y de amor, pues no son los hombres á
«quienes se ama, sino jan presto á estos como á aquellos, y siempre se tiene
«odio á otros. ¿Hay que reparar alguna injustieia ó alguna f'l"lIeldad que des-
«cuella entre las demás"? Menos conlllllC' e en pI fc.ndo I~i desgracia dr la~ Iíc-
«timas de lo (lae ·Iisonjt'il el pl<l(,(,1' d¡' ''ll!:¡,:tar ;, 1", opr~3'):·i·:::. E'ito es odio
«torlavía, () r,ólcra, á lo mas; no e, illrli;~IlB,"i(ln ...


• Lally habia mUClto tomo cn"ti¡¡¡lU.




- las-
« y llegará á tal extrcmo (Iue los mismos alborotadorcs aeabarán
« por volver~e locos ellos mismos, y tomar la cosa de veras.» (Vol-
tnire !I su tiempo, tomo 1, pág. 142).


Dos sentimientos resaltan principalmente de un cabo al otro de
la vol uminosa correspondencia de V oltaire,: el desprecio inexora-
hle, del puehlo, tomado ya el partido de su ignorancia y abyecta
!iujecion, y el servilismo de la adulacion llevado hasta el cinismo
de la idolatría hácia los grandes, hácia sus vicios y sus crímenes.


Podríamos multiplicar al infinito nuestras citas, pero esto nos
haria retardar demasiado, y preferimos volver al buen libro del
Sr. Blmgener, en el cual se verán las cosas IlJas inauditas en pun-
to á villanos y odiosos desaires dados por los .Filósofos para des-
mentir su filosofía. Esta reparticion de la Polonia, por ejemplo,
este grande atentado político, que tantos otros ha arrastrado so-
bre esta desventurada nacion, cuyos sangrientos restos cubren
todavía nuestro suelo, ¿ quién fue el primero en aconsejarla'?
¿. quién impulsó á ella? Vollaire. En 1770 admírase este filósofo
de no ver intervenir el rey de Prusia en las turbulencias de aquel
país. El rey le responde que se va haciendo viejo, y de consi-
guiente, cuerdo. Insiste Voltaire. ¿ y para qué perder una tan be-
llaocasion'? Con todo, él se contentará, dice, «si en esta cen-
«cerrada el rey redondea su Prusia.-¿ Y la justicia'l ¿y la fi-
« losofía? - En filosofía, responde, la figura redonda es la mas
« perfeeta. )


La Franeia misma es inmolada por Voltaire en los impíos vo-
tos que forma por su derrota en los campos de Rosbach, como
Ginebra por Rousseau en la guerra civil que alli enciende su Emi·
lio, y que él atiza con su soplo por medio de sus Cartas sobre la
montañ!l~ El amor de la patria nada dice á esos corazones que re-
bosan de sentimientos generosos y patéticos .. , euando se trata de
aplastar con ellos á sus enemigos.


Hasta hay una máquina para destruir, una especie de carro-fal-
cado de lainvencion de Voltaire, por medio del cual con seiscien-
tos hombres pueden destruirse diez mil, lUun'u cocinn, pequeña tra-
V(!¡;ll1'a, por la cual parece que aspira á eierta gloria, y eon lo que
fatiga hasta hacerse ridículo al mariscal de Richelieu, al rey de
Prllsia y ;'1 la cmpcratrir. Catalina, para (Iue hagan uu ensayo, y
hasta husquen una ocas ion de guerra á este el'eeto. (,No se avie-
« ne e;,io ulurho (011 lllis ll1in.ÍlTldS de toleraueia, dice; pero los




- l;iü -
<1 homhres son un c:olll[Jueslo de eontradic:ciones, y (h~ otra parte,
neo (lue V. M. me vuelve la cabeza.))


¿ Quiérese, por fin, una prueba mas fuerte aun de la truhanería
filosófica en punto de humanidad y de tolerancia'! Hé aquí unaoda
declamatoria contra los reyes y los conquistadores, esuli o]Jl'I!sores
de ws humanos, sin otra ley que el poder, ni otro derecho que la vio-
lencia, y á, los cuales dice el poeta:


Viles conquistadores,
Vosotros cimclltais cun nna sangre,
Senil iI vuestros ojos y humillada,
V lIcstra gloria por todos detestada.


lo Y quién es este poeta'! Es el mismo atroz conquistador: es :Fede-
rico. Y las palabras formaban tan gracioso juego con los actos,
que Voltaire no pudo menos de reirse algun tanto: «De buena ga-
«na creeria, le escrihe, que la oda sobre la guerra es de algun po-
ttbre ciudadano, buen poeta de otra parte, cansado de pagar el
« diezmo, y ver asolar sus tierras por las querellas de los reyes.
« Pero no : es de un rey que ha empezado la hroma; es de aquel
( mismo que ha ganado una provincia y ciIlco batallas. Señor,
« V. M. hace muy buenos versos, pero se burla del mundo.»


Federico no era solo en esto: todos los Filósofos hacian otro tan-
to; yel Filosofismo todo se burlaba del mundo, cavando el abis-
mo que ihaá tragarlo.


Pero, sin embargo, por fin de cuenta, se opone á, todo esto, la
tolerancia ha prevalecido, y este es un resultado cuyo honor no
po deis negar á la Filosofía.


Convengo en ello: la tolerancia ha prevalecido en nuestras le-
yes, en nuestras costumbres, en nuestras instituciones: el nuevo
espíritu de la actividad libre del hombre, como la \lama y la define
muy bien el Sr. Guizot, es el hecho característico, inmenso, de
la civilizacion actual. Fuerza es saber· contar con él, so pena de
ser arrastrado por su movimiento, perdiendo el derecho de diri-
girlo. Esto es una verdad, y nosotros suscribimos á, cuanto nos ha
dicho el Sr. Guizot sobre este particular. Somos de nuestro tiempo
como él, ó mas bien, SOIllOS de todos los tiempos como la Iglesia.
y aun añadimos (lo que él no ha creido poder decir), que el Pro-
testantismo y la Filosofía del siglo dt'eimorlavo no han L/tIC'darlo
extraños á este grande resultado. - Pero ¿ ('(mlO '? - Entrnd¡í-
mono:'!.




-' l:n-
lk aquí, sobre este punto tan importante COlllO ddíGado, una,


Gonsideracion, sobre la cual reclamo loda la atencion delledor.
Ella es como la llave de este enigma del espÍI'itu nuevo que se echa
en cara siempre á los Católicos, y que los pone ea el doble em-
harazo, ó de transigir con el mal, aceptando este espíritu, ó de
dejarle paso libre, repudiándolo.


El error, no tanlo es la negacion, como la falsiticacion de la
verdad; así es que ha marchado siempre con ella paralelamente
en el mundo. Así como ha hahido un verdadero y legítimo des-
arrollo de la razon general, así ha habido 011'0 de falso y culpa-
hle; y así como ha habido un verdadero y legítimo progreso de
la libertad y de la tolerancia, asimismo ha existido 011'0 desorde-
nado y funesto.


Veamos ahora la ley de.relacion que existe entre estos dos des-
arrollos.


El espíritu del eITor, conociendo el interés que tiene en hacer-
se recomendable por alguna verdad, y en encubrir así su juego
de destruccion á los ojos de la naturalcza humana, que nunca le
admitiria' con Sil cara descubierta; maravillosamente servido, re-
pito, por ese instinto, busca y encuentra sin diticultad el lado
por el cual la verdad está en el punto de desenvolverse en el mun-
do. Luego de haberlo percibido, toma la delantera, se apodera
de este punto, metiendo allí mucho ruido, se abroga la iniciativa,
lo lleva á un extremo, separándolo del cuerpo entero de la ver-
dad, y aun vúlviéndolo contra ella, hasta hacer la verdad peli-
grosa á la verdad misma, y obligar á los verdaderos discípulos
de esta á abstenerse , si no ya á reaccionar contra este funesto des-
arrollo, y aun á venir otra vez á colocarse en aquel saludable des-
arrollo que ellos mismofl habian impreso ya á la verdad. No se
descuidan los partidarios del enor de sacar su partido de esta pru-
dente conducta de los que profesan la verdad, para denunciarlos
y sacrificarlos á la opinion como enemigos del progreso social. Y
si, no ob'stanle, la conducta anterior de estos últimos desmiente
con demasiada evidencia semejante calumnia, entonces los par-
tidarios del error se los dan con el mayor descaro por sus prede-
cesores, y no vacilan un momento en forjarse por antecesor un
}fassillon, un Fenc1on, un Vicente de Paul, á (luienes hubieran
inmolado en vida, y ahora les sobrecargan con los honores de su
infame apoteosis. ¡,Y que sucede, no obstante '? Que como la ver-




- ta8-
dad no es en sus manos otra cosa que un arllla Gontl'a la verdad,
no por esto le hacen dar en el hecho un solo paso de progreso;
sino que al contrario, usándola de este modo la desnaturalizan,
la comprometen por sus exeesos, la retardan, acumulando rui-
nas por su camino. Por fin, terminada la crísis de destruccion,
la verdad vuelve á tomar el cursode su legítimo desarrollo; mas
encontrando el programa y las fórmulas de este desarrollo traza-
das ya por el error, no le queda mas que cumplirlas, y cumplién-
dolas, deja la apariencia á su rival, quien no se descuida de atri-
buirse la iniciativa de ello, y de reivindicar sus resultados.


Explanando francamente mi modo de pensar, ba.io el punto de
vista providencial én este órden superior en que la accion del
mal importa al hien, segun la verdad de aquel principio: Oportet
et haereses esse, no titubearé en confesar que los discípulos de la
verdad sienten un estímulo en la lucha; que sin ella se adorme-
cerian laxamente en su posicion, como en un campo que produ-
ce por sí mismo, y no necesita de cultivo para alimentar en rigor
á su ocioso colono, mas á quien esta falta de cultivo quita el ho-
nor y el interés de una centuplicada cosecha. El partido que la
Providencia saca del error consiste en imponer su trabajo á los
discípulos de la verdad, cual á ellos incumbe, en mostrarles con
esto las faltas de su retardo, y en ponerles en la precision de ade-
lantar. El espíritu' del error, como ya hemos dicho, sirve para
esto maravillosamente, pues su interés le da cimas exquisito tac..,
to para hallar el flanco débil del enemigo, y una audacia inaudita
para ponerlo á la vista de todos. Mas cuanto mas propio es para
señalar las reformas, tanto es mas impotente para Gumplirlas. Y
esto es un hecho indudable. Solo puede falseando , desnaturali-
zando, pervirtiendo el objeto, llegar, Gomo realmente llega, á
eonfundir de tal modo las cosas y las palabras, que estas se apli-
quen á lo contrario de lo que en eredo signifiean : así es que lla-
ma el mas completo desarreglo con el nombre oe reforma, la.
opresion con el nombre de tolerancia, la esclavitud con el nomhre
de libertad, el monstruoso desquieiamiento de las condiciones con
el nomhre ue igualdad, y se sirve del santo y dulce nomhrede
fraternidad para expresar la mllerté. Solo al espíritu de yerdad,
y á los que son por él inspirados, pertenece el construir su oura,
y el realizar modestamente losfastnosos programas del error.


Ved ahí la parte rCiipeetínt del error y de la yerdad en la ela-




- 13\1 -
horacion general de la civilizacion: hé aquí particularmente lo
que toca al.Filosofismo de todo este grande aparato de tolerancia,
de justicia, de humanidad, de mejoramiento de las clases pobres,
de progreso social, con que su malicia ha pretendido disfrazar la
destruccion de todos los dogmas, de todos los principios, sin los
cuales no puede haber mas que opresion, revuelta, injusticia,
inhnmanidad, barbarie.


Al principio el Filosofismo se lisonjeaba de conjurar estas con-
secuencias de su obra, y pensó no destruir sino sus doctrinas:
cada filósofo se lo tomaba á pecho con gusto, descargando á su
sabor, bajo la inspiracion de sus odios particulares, con las armas
que le eran propias: aquel como deista, este como ateo, el otro
como á discípulo de Espinosa, todos como enemigos del infame,
es decir, de la Iglesia, única en Francia que representaba la St!-
persticion; de esta m'¡sma Iglesia, que bajo el nombre de prOiStitt!-
la, hahia sufrido ya los primeros golpes de Lutero, y que recibi-
rá hasta el fin de los siglos los golpes de todos cuantos querrán
Jlegar al corazon de la sociedad, de la cual es ella el baluarte.


Por de pronto no se queria hacer pasar mas allá que de ella la
destl'Uccion. Las soberanías temporaies fueron respetadas, á lo
menos de hecho. Se las creía invulnerables, y ellas lo creian tam-
bien así, hasta dejarse atacar de palabra, y repetir locamente,
con todo el mundo, las declamaciones de que empezaban á ser
el blanco. Las cegaban las rastreras lisonjas con que las apací-
;;uaban otra vez las mismas bocas de los filósofos, y creían sobre
todo que la deslruccion de la Iglesia les aprovecharia, librándo-
les de su yugo. Disimulaban á los filósofos sus insolencias en gra-
cia de sus adulaciones, y sobre todo de sus impiedades, y de los
(Iespojos espirituales de la Iglesia que ellos procuraban ofrecer-
les en homenaje. Estaban de tal manera obcecados los soheranos
por este interés sacrílego, que no solamente toleraban á los filó-
sofos , sino que los patrocinaban, formaban sus falanges, y hacian
á sus .primeros jefes partícipes, en cierto modo, de sus coronas,
hasta descender ellos mismos de su trono para extender su real
mano ·contra aCluella Iglesia, que era no obstante la salvagu'ar-
dia de su autoridad, tanto como Jo era de la justa y prudente li-
]¡r,rtad {lc los pueblos '.


1 El comun acuerdo entre filósofos y soberanos para repartirse los despojos
espirituales de la Igl~~ia, y la. ilusion que sobre ~ste punto los cegaba. s\' en-




- Lit!-
Subió á mayor puuto esla j lusion fatal: la encontramos en él 1:0-


razon de Luis XIV, Y (permítanos esta verdad la venerada memo-
ria de tan grande hombre) no muy distante del espíritu de Bos-
suet, no bastante dominada por su carácter.


Queremos hablar de la declaracion de 1682.
Ved ahí sobre este punto algunas reflexiones cuya exaclitlld no


es fácil desconocer, y cuyo origen, de otra parte, no cs sospechoso;
pues no son por cierto de un ultramontano.


«La importancia política de un acto semejante, dice Luis BIanc,
« era inmensa. Elevando á los reyes sobre toda jurisdiccion eele-·
«siástica, quitando á los pueblos la garantia que les prometiera el
« derecho concedido al sumo Pontífice de vigilar sobre los señores
« temporales de la tierra, la declal'acion de 168~ parecia poner los
« tronos en una region inaccesible á las tormentas. Luis XIV se de·
«jó engañar en esta parte: creyó haber dado á la monarquía abso-
« luta bases eternas, sustrayéndola del mas respetado de los con-
« tl'atos. Mas en esto es tan hondo su error que da lástima. El poder
« absoluto, en el verdadero sentido de la palabra, es quimérico;
« es imposible. Nunca ha existido, gracias al cielo, ni jamás exis-
« tirá un despotismo exento de toda responsabilidad. Á cualquier
« grado de violencia que pueda llegar la tiranía, existe sicmpre
«contra ella un derecho de registro, aquí bajo una forma, allí
« bajo otra. La declaracion de 1682, sin cambiar nada de la nccc-
« sidad de este derecho de registro, no hacia mas que dislocarlo
( quitándolo al Papa; y lo dislocaba para transmitirlo al Parla-
« mento, y despues á la multitud.


« Que los Papas no hayan muchas veces convertido en beneti-
II cio de los pueblos el alto patronato queinrnortalizó el genio de
« Gregorio VII, es demasiado cierto. Pero la locura dc Luis Xl V
"y de sus ministros es precisamente el no haber cOJllprendido que
« la competencia de los Papas en punto de soheranía, léjos de ser
rucntr3n á calla instante en la correspondencia de Voltairc. «Todas las bulas
« del mundo (hablando de una enfermedad del Delnn) no valen lo que el pccho
"y las entrañas de un hijo único del rey de Francia.))--ntos filósofos no Jli-
« den sino la tranquilidad, y no hay teólogo que no quisiese ser el ilrbitrodcl
n Estado.» - « No se hahia ('onocido aun que la causa dI' los f('Y~s fur,e la de
« los filósofos, y sin rmhar;,o pe; I'\'ident~ que ~qucllns ,úhio", Ijue !lO admitl'n
{( olos polestades, son los primeros qnc so,ti('1l1'1l la :Jutul'¡II¡Hl n'ol, r[('.)) El Fi-
10sofismo en esto como en to,lo lu demás no hace sino repetir ú continuar el
Prut(';;!anli;;mo.




- Ut-
a contraria á los reyes, los protegia. Vino elmomenlo en Francia,
« en quc la nacion advirtió que la independencia de los reyes era
« la servidumbre de los pueblos. La nacían entonces sc levantó
« indignada, y cansada de sufrir, pidió justicia . .Mas, faltando los
«jueces de la autoridad real, la nacion se constituyó en juez clla
« misma, y la e"colllunion fue reemplazada por una sentencia de
«muerte.


« E I segunlJo artículo dc la declaracíon no era menos revolucio-
{( nario que el primero; pues afirmar la superioridad de los COIl-
((cilios sobre los llapas, era conducir á la de las asambleas sobre
{( los re'yes. ¿. Qué motivo habia pam quc uua monarquía tcmporal
á fuese mas absoluta quc una monarquía espiritual? l. Una corona
« era, pues, lllas sagTada quc una tiara? Yed ahí hácia cuán ter-
« l"ihle aGnidad de ideas precipitó los espíritus la declaracion de
(d 681>..)) (Historia de la Reuolucion francesa, tomo 1, pág. 252).


Así es como el vencedor da lecciones al vencido, y l{).¡explica
romo perdió la batalla.


Por Jo demás, sea cual fuere la opinion que se tenga formada
sohre la declaracion dc lüS1l; tanlo su ataque como su defensa
serian hoy dia un puro anacronismo. No viene por cierto del Papa·
pI peli~ro, y nosotros no perecemos por abuso de su autoridad.
El peligro viene de la calle, de la anarquía, de la impiedad ar-
mada, de la invasion de los hárbaros. Ocuparse en el dia sobre el
derecho de las coronas con respecto al Papa, cuando ellas son el
ordinario juguete de las revol ucioues, ó de las libertades galica-
Ilas, cuando las violaciones de la lihertad echan del Vaticano al
mas manso de los Papas, ó no le dejan estar allí sino bajo el abrigo
de diez mil bayonetas, es desconocer enteramente nuestra época.
Los soberanos en el dia son la masa de bárharos, que cual torrente
minaz y furioso se van engrosando sordamente hajo la mano pro-
videncial que los contiene, y que es una mano de muerte. i Ojalá
puedan lüs Papas ejercer sobre estos soberanos el derccho de re-
gistro, y detenerlos al umhral de nuestras moradas, como en olro
tiempo detuvieron a Átila á las puertas de Roma!


e uando ~ay un extravío del principio de la verdad, por peque-
uo que sea, es increible la rapidcz con (Iue se corre hácia el el"-
rol', y el extremo á que se llega, sobre todo en Francia. Así, la
declaracion de tü8~, pasando de las lilanos de Bossuet á las ma-
nos di' los parlampntos ~. dI' los ,iansf'nístas, P()l' m:1S rtlH' el genio




-H2-
Y la buena fe de aquel grande hombre se esforzasen para d¡Spll~
társela, se convirtió en una palanca de insurreccion contra los tro-
nos, un yugo de cisma para la Iglesia, las gradas del cadalso para
el me,ior de los reyes; ella guió derecho á las sangrientas esce-
nas del 6 de octubre, á la constitucion civil del clero, y al som-
brío reinado de la Convencion.


El Filosofismo engrosó por de pronto su caudal con todos los
escándalos á que dieron lugar el ataque y la defensa de esta de-
c1aracion, y ejecutó en grande escala la separacion de la autori-
dad real de la inspeccion de la Iglesia, derribando á esta comple-
tamente, y con ella loda creencia.


Por esto mismo dejó completamente los pueblos en descubierto
ante el despotismo de los soberanos, y los soberanos en descubierto
ante la rebeldía de los pueblos.


Los pueblos, no siendo ya consagrados á los o.ios de sus sohera-
nos por l!l fe, la cual se les manifestaba como los hijos de una misma
madre, y los miembros adoloridos de un mismo Redentor, no fue-
ron ya para ellos mas que un vil rebaño. Los soheranos, no siendo
ya consagrados á los ojos de los pueblos por aquella misma fe, que
les hacia ver en ellos los hijos primogénitos de la Iglesia y los man-
datarios d,e la Divinidad, no fueron ya mas para ellos que unos
usurpadores responsables de su poder. Y unos y otros, no siendo
ya mas que unos hombres iguales, no ya delante de Dios, sino de-
lante de ellos mismos, y envileciéndose recíprocamente por el mal
uso que hacian de sus respectivas condiciones, y por los medios
de tiranía ó de rebelion que empleaban para traspasar sus límites,
no fueron ya otra cosa que enemigos que se median sus fuerzas.
Mas, como Dios no estaba ya en esta lucha de hombre á hombre,
los puehlos hacian servir el derecho natural para recobrar su in-
dependencia completa, y aun lIlas que para esto, para trasladar á
la masa todos los privilegios que habian constituido hasta enton-
ces las desigualdades políticas, civiles y hasta sociales, y para la
expiacion de sus antiquísimos abusos. Así, á la muerte de un co-
mun padre, hijos desnaturalizados se disputan los restos de su su-
cesion, y se examinan unos áotros las ventajas que cada cual ha
percibido de ella, despreciando el testamento que con prudencia
habia hecho entre ellos la division.


Aquel dia puede decirse que se dislocaron los polos del mundo
eristiano, ó bien, valiéndonos de una imágen mas exacta, que la




-- Ha -'-
pirámide social lne al'rancada de su hase, y se la quiRo constituí!'
por su punta. La sociedad, en efecto, y sobre todo la sociedad cris-
tiana, habia siempre descans:tdo sobre la base del deber, y se pro-
curó establecerla sobre la punta del derecho; sistema hasta tal
extremo monstruoso para aquellos mismos que lo proclamaron,
que conocieron la necesidad de disfrazarlo bajo la nocion misma
del deber que tan claramente violaba, llamando á la insurreccion
un deber, y el mas santo de los deberes.


Tal es el gran principio de 1789, queen el órden político corres-
ponde exactamente al que sentó Lutero en el órden religioso dos si-
glos antes, ó mejor, que es el mismo principio pasado del órden re-
ligiosoal órden filosófico, y de este al órden político. La revolucion
inaugurada por Lutero, y sucesivamente victoriosa contra la Igle-
sia ylatradicion, contra la Escritura y la revelacion, tenia razon
y m ucha mas razon contra la sociedad y la autoridad política. Los
Protestantes religiosos, filosóficos y políticos, se dan la mano:
todo se encadena en el desórden, como en el órden; porque el des-
órden es el mismo Ól'den atacado, y participa, para su castigo y su
propia destruccion, de esta misma lógica que constituye la dicha
y la estabilidad del órden.


Si el órden sobrenatural, enseñado por una Iglesia (lue recibió
su espíritu y su poder del mismo Revelador, pudo ser atacado por
Lutero en el seno de una sociedad fundada sohre este órden y for-
mada por esta doctrina, con mucha mayor razon el órden sobre-
natural, enseñado por la razon individual de Lutero y de cada pro-
testantc, pudo ser atacado por esta misma razon, y derribado por
los F ilósol'os. Y si el órden sobrenatural pudo ser derribado por los
filósofos, con mucha mayorrazon aun el órden político y social,
fundado en el órdcll sobrenatural, pudo ser derribado por los re-
volucionarios, y puede serlo por los Socialistas. Este desquicia-
miento es un derecho relativo, al cual filósofos ni protestantes na-
da tienen que oponer, y hasta deben ellos mismos abrirle el ca-
mino: lo cual no han dejado de bacer, á riesgo de desmentirse
del modo mas ridículo é impotente, el dia en que la destruccion
ha llegado á alcanzarlos.


En 1789 este derecho relativo de desmoronamiento habia lle-
gado á ser lógico hasta tal punto, que aquellos mismos mas inte-
resados en oponérsele, los grandes, los señores, los soberanos, lo
reronorian. El deraimiento de las superioridades políticas y no-




- H~-
biliarias iha marchando, y se ejercia pOI' las manos mismas de sus
posesores y de sus titulares. - Y cuidado con no equiyocar aquí
el sentido que pretendemos dar á nuestra observacíon. No quere-
mos decir que las condiciones de estas superioridades fuesen in-
mutables, y que no pudiesen ni debiesen ser cambiadas: decimos
sí, que sacrificar á la insurreccion, reconocerla, inmolarle desde
lueg-o y del todo una sociedad existente; mas que esto, entregarle
impudente y cobardemente el honor y la discrecion de una sociedad
pasada, no reservarse la gloria y el derecho de los antepasados,
y acusándose á si, acusar á la vez de usurpacion y de iniquidad
una sociedad de diez siglos de grandeza y de justicia, restituyendo
su noble herencia como un hien mal adquirido; es abjurar toda
I'ociedad, todo órden; es profesar el cáos, es confesar la nada.


y tal era la situacíon que el Protestantismo y el Filosofismo ha-
bian creado á la sociedad, que esta confesion era indispensable.


Ella se verificó en la noche, harto célehre por desgracia, del
~. de agosto en aquella orgía legislativa, que fue llamada con razon
por Rivarol: El San Darl%mé de las J!TOpiec/ades.


CAPÍTUtü v.
DE T.A SITUACION CREADA Á LA PROPIEDAD POR I.A RE\'OLflCIO"\.


LA noche del 4 de agosto fue una verdadera noche de Socia-
lismo, iluminada en lo exterior por los incendios de los castillos,
cuyos devastadores se hacian traer los títulos de propiedad para
abolir hasta su ol'ígen, mientras que este orígen era sacrificado
en el seno de la Constituyente por los mismos titulares eon una
p,'isa tal, que parecia querer hacer perdonar á la sociedad su an-
tigua existencia.


Este Socialismo, ejecutado despues en grande por la conf¡sea-
cion y la venta de los bienes feudales y eclesiásticos, tenia un ca-
rácter político; pero en el fondo era el verdadero· Socialismo, como
supo descuhrir muy bien la mirada penetrante de Burke. «Si des-
« truís una vez la prescripcion, decia, no hay ya especie alguna de
« propicrlad qllP {l11erla ('s tal' segura, clPsdp crup 1I('g';j {¡ SPf dr nl-




-H¡j-
« guna con~iMr;lcion para excilar la avidez de un poder indigente.
«Estoy viendo que las confiscaciones han empezado por los obis~
« pos, por los cabildos, por los monasterios; lIJas yo no veo que
« se detengan aquí. - Estoy cierto que los principios que predo-
«minan en Francia se extienden á todas estas personas, á todas
« estas c1ascs de personas, en todos los países del mundo que con-
Hsideran su indolencia pacífica como su seguridad. Esta especie
«de inocencia en los propietarios es muy presto pcrseguida so
« color de inutilidad, y de la inutilidad se pasa á la incapacidad de
« lJOseer tales bienes. »


¡, Puede darse ojeada Illas profética?
Por 10 demás, en aquella misma (;poca no faltaron por cierto las


advertencias; y algunos rayos de verdad y de sáhia prevision \·i-
nieron á descubrir y á mostrar cual lejana aparicion d espectro
del Socialismo.


« j Vosotros nos Jlevais á la ley agraria! exclamaba un dia pI
« abate 7lIaury. Cada yez, ~. sahedlo lIien, que os remontais al orí-
{( gen de las propiedadcs, la nacion cntera se rcmonlará á él con
{( vosotros. »


« ¿Sobre qué pendiente vais á po.nemos? decia el sáhio arlO-
« hispo de Aix, lloisgelin; hoy se atacan las donaciones hechas á
( la Iglesia: mañana se atacarán las donaciones hechas á las co-
( m unidades, las donaciones hechas:i los colaterales, á los extran-
(jeros. j Ay de la sociedad, si nos remontamos á los principios!
(1 ¡. No se ha propuesto ya el derogar 103 testamentos como una usur-
« pacion del porvenir, C01110 aclos ilegítimos que transmiten la pro-
(e piedad de cosechas que no existen, y fIue el testador ni ha de
«sembrar ni ha de recoger? ¿Se limitarán á una primera excep-
«( cion 'l ... ¿, Quién hay que pueda responder de ello ? ... »


El Socialismo de hoy no descuida el sacar ventaja de estos pre-
redentes, por medio de relle:xiones cuya exactitud no es fácil des-
conocer. - ( Sometiendo á la discusion, dice J,uis Blanc, la legi-
« timi.dad de los bienes eclesiásticos, la Asamblea, sin pensarlo,
{( llamaba al pueblo á discutir la inviolabilidad,de los hienes láicos;
I( ella misma abría abismos cuya profundidad no podia descubrir.
I( El resultado fue, pues, doble y contradictorio en apariencia: mn-
( chos propietarios se enriquecieron; pero el dereeh o de propie-
'( dad excIllsira quedó hondamente desquiciado'. »


I "i,<lnri" di' lo rrl'lllurinn {rrmrr.lo, tomo BI, pilg. 23.
íl!




- un -
Aun bajo otro respecto, f(ne no se ha ohservado lo hastante, la


confiscacion de la autoridad eclesiástica dejó descubierta la pro-
piedad láica y privada á los golpes futuros del Socialismo. La ex-
plicacíon de esto es muy sencilla. Los bienes eclesiásticos eran el
patrimonio de los pobres; ellos servian para pagar por la ley de la
caridad aquella deuda natural, y sohre lodo cristiana, que la po-
breza acredita sobre la riqueza. Ellos cubrian el presupuesto del
Socialismo cristiano, del verdadero y del perfecto Socialismo, de
aquel que asegura á los desgraciados el socorro de su miseria, de-
jando al rico el mérito de la caridad, al pohre el del ret:onocimien-
to, honrándolos y uniéndolos entrambos por el motivo divino de
su relaciou recíproca. La desaparicion de estos fondos de pobre~
dejó un vacío horroroso; creó el proletariado, y le dejó frente á
frente con la propiedad privada. Ella abrió los caminos al Socia-
lismo, y hasta puede decirse que le proporcionó títulos. Esto es
tan cierto, que uno de los homhres mas cuerdos y menos revolu-
cionarios de este tiempo se halló haciendo la proposicion mas for-
malmente socialista, é inaugurando el mismo Socialismo con solo
el hecho de aplicar el derecho mas estricto á la llueva situacíon
que creaba á los indigentes la confiscacion de los bienes eclesiás-
ticos. ?


( En tanto que haya en Francia hombres que tienen hambre y
( sed, decia Malouet, los bienes de la Iglesia quedan sustituidos
« á su favor por la intencion de los tesladores, antes de ser rever-
( sibles al dominio nacional. Así la nacion, aun destruyendo al
( clero, y antes dc apoderarse de estos bienes para cualquier otro
ú unstino, dehe asegurar por hipoteca especial sobre estos bienes
« la subsistencia de los pobres '.»


Así se entrcabria el último abismo en que debia venir á parar
por último término la sociedad, el abismo del Socialismo, que lle-
maha lógicamente el de la revolucion, como es((~ habia sido lla-
marlo tamhien por el del Filosofismo, el cual lo hahia sido por pI
del Protestantismo: Abyssus ab!lsswn invocat.


La propiedad aristocrática y eclesiástica cubria con SIl sacrili-
r.io la propiedad de los particulares, ó sea del estado llano; pero


1 En consecuencia proponia Malouet que declarando los bienes del clero
propiedad nacional, se arreglase su empleo conforme á ~u destino; que una
parte se aplicase á los gastos del culto, otra parte á la remunerar.ioll del rlero,
J una terrera al socorro de los pobres.




- H'í -
por es/o mismo la dejaba I'n des('uhi(~rto para lo sucesivo, haripfi-
dola aristocrática á su vez con respecto al simple proletario. Aqllel
grito i Fuera privilegios! dado por la revolucion eontra las clases
feudales, debia ser mas tarde repetido por el Socialismo contra
las clases medias, convertidas ell feudales por la desaparicion de
las clases superiores y el desborde de las clases inferiores. La pro-
piedad no está mas asegurada en el dia ni tiene mas fundamento
del que tenian entonces los privilegios y los bienes que fueron ar-
rehatados á sus posesores. :Fácil seria el demostrar esto, y tan fá-
ril que seria peligroso el hacerlo, y que solo lo tacamos ligera-
mente por este motivo. Como ha dicho muy bien el Dr. Stahl : «i.l<:S
(e otra cosa la propiedad que un privilegio de posesion, concedido
(( á uno mas bien que á olro, sea por nacimieuto y herencia, sea
« por el trahajo productor, sea por felices especulaciones?)) ¡, Que
Itabeis hecho para disfrutar de tantos bienes? Os habeis tomado la pena
de nace1'. Este rasgo de Figaro de Beaumarchais, que fue mortal
para la riqueza aristocrática, no lo es menos en el dia, si no lo
es mas, contra el heredamiento de la riqueza del estado llano y de
la rentística, menos noble y menos pura muchas veces en el orÍ-
gen de su adquisicion.


y se ha de decir tambien que la situacion creada á la propie-
dad en el nuevo régimen es en todos conceptos anormal, y la ex-
pone gravemente á los ataques de que es el objeto. En la antigua
sociedad francesa y en toda sociedad la riqueza no ha sido jamás
el objeto de la condicion de aquellos que la poseen, sino el medio,
la manera de ser de una condicion cuyo objeto era superior y al-
tamente social. Dedicábanse unos á la carrera de las armas, de
la Iglesia ó de la magistratura; cada cual pagaba de su persona,
de su sangre, de su apostolado ó de sus luces el respectivo con-
tingente en las funciones sociales: y la riqueza que venia á unirse
á estas funciones ó servieios públicos era únicamente corno su do-
tacion ó su estipendio. La mayor parte de los privilegios eran pri-
vilegios de desprendimiento y de sacrificio. La palabra altamente
social y francesa NOBLEssE OBLHiE expresaba perfectamente esta.
verdad, y no habia familia ilustre que no redimiese á cada genera-
don su fortuna, consagrando uno ó muchos de sus hijos al servicio
público y social de la patria ó de la religion. No hay duda que pudo
haber alteracion en las cosas, abusos en los privilegios, que su
reformase habia hecho necesaria.; no rnfro ~·o á discutir este pun-


JO'




- H~--
lo: lo úrli(:o que p'retf'ndo hacer notar es, que t'sto" pi'j,"ilegios que'
importaban obligaciones de sacrificio, una vez arrancados de raíz,
la propiedad ha quedado sola, siu estas obligaciones; y de medio,
tIe accesorio, ha pasado á ser el principal y muchas veces el único
objeto de su posesiono Desde entonces, se ha visto y se ve lo que
no se vió tal vez nunca en sociedad alguna: la posesion de la pro-
piedad ser un estado, uua profesiou: la ¡¡rofesion de propietario; y
familias enteras viyir y renovarse durante muchas generaciones,
encerradas exclusivamente en su fortuna, sin tomarse mur has yp-
ces ni aun la pena de agenciarla, haciendo por una especie de ab-
senteismo, una sociedad en la sociedad que las protrge, y no dando
á esta cuenta alguna de su existencia, no menos que si fuesen con
respecto á ella unos huéspedes extraños, y que en el suelo de la
Francia fuesen ingleses, rusos ó alemanes. .


Es evidente que en esto hay algo de anormal y de peligroso para
la propiedad, la cual no puede defenderse y justificarse por sí
misma. Tampoco puede redimirla el impuesto, pues este no pasa
de ser una propiedad menor que disminuye ligeralllente la can-
tidad, pero que no cambia la condicion de la fortuna. ]~l dinero
no puede rescatar el dinero. U na cosa no puede ser rescatada si-
no por otra cosa que le sea superior, ó á lo menos enteramente
igual, lo cual tiende á la destruccion de la propiedad, ó á su jus-
tificacion pOI' el impuesto ó contribueion de la lJersona, Ó por ser-
vicios sociales, toda vez que solo el hombre puede rescatar la ro-
sa, y no la cosa eximir al hombre.


Ignoro si se ha tenido en cuenta lo suficiente este lado vulne-
rable de la propiedad en nuestra. época, pero esto se conoce ins-
tintivamente; y este conocimiento predispone las masas á todos
los argumentos que se dirigen contra la propiedad, y constituye
un peligro permanente. Una sola cosa puede conjurar ese peligro,
y volver á revestir la propiedad de las verdaderas condiciones de
su existencia. Tal es el desprendimiento, esto es, el sacrificio de
la persona del señor y del rico al alivio de los servidores y (le
los pobres; y este la sublime funcion de la caridad católica. Así
como se decia en otro tiempo: Nobleza oblion, menester es que se
diga hoy; Riqueza oblign. Menester es poder mas que nunca decir
del rico que es caritntivo. Menes1er es que la caridad, y la cari-
dad de la persona, tanto como la del dinero, sea su profesion, y
que la forlnn:l sra su I'r('nr~o. T<:n1onrrs sol:lnH'ntr srrá, salvada la




-- Li\! ~
propiedad. _,!as como la caridad, y la ci1l'idau ~uhl'e lodo de la per~
sona, única que Plwde redimir la propiedad, no pueda ser pues-
fa en movimiento sino por la fe, y por la fe católica; es absoluta-
mente verdadero el decir lIue la fe católica es en el dia el solo re-
fugio de la propiedad '.


No pretendemos por cierto formular aquí un sistema contra la
propiedad. i Léjo3 de nosotros tal idea [ Profesamos altamente que
la propiedad, aun mal empleada, debe ser respelada por su prin-
eipio, y que no es responsable á otro que á Dios. Hemos querido
exponer solamente el peligro que ella corre, sus causas y su re-
medio. Queremos solamente sentar como una verdad suprema,
que fuera del órden de la fe, garantida por la autoridad de un
magisterio del mismo órden, la sociedad carece de fundamentos;
que la cuestion social de la pobreza y de la riqueza no puede de
otro modo resolverse pacífica y lógicamente, y solo puede ser cor-
tada por la opresion ó por la revuelta, por la esclavitud ó por el
Socialismo.


Para hacer resaltar todavía mas esla verdad, nos es indispen-
sable examinar las soluciones del Filosofismo, comparadas con
la del Catolicisino sobre esta cuestion palpitante.


Mas de una vez tendrémos que hacer esta comparacion en el
decurso de la presente obra, pero vamos á presentar sus principa.
les términos cn cl siguiente capítulo ~.


, y de hecho lo ha sido y lo es en lllle~lros dias por Ids admirables socieda-
,les de caridad de los ricos liJieos consagrarlos it la visita de los Jlobres y á sus
alivios morales y corporales. Las sociedades de San ncenle de Paul, sobre to-
do, propagadas y multi[llicadas en to,lo clmulldo con una prodigiosa rapidez y
una fecundidad verdaderamente divina, son como los Ángeles custodios de la
I'ropiedad.


• El asullto, r¡lIe ell estc capíllllo no liemos podido sino tocar de [laso, bu-
biera exigido una obra e;;pecial. l'ero esta obra e~isteo El Sr. Alberto du Boys,
en 811 excelente libro de los Principios de la Revolucion (ranceS(! considerados
como principios generadores del Socialismo y del Comunismo, ha tratado e.ste
importante asunto de la manera mas satisfactoria. La erudicion concienwda
esparcida por toda la ohra, el sábio y juicioso empIco que de clla hace, le dan
como un perrumede antigiiedad, junto COilUTl mérito de oportunidad que cau-
tiva el aprccio é interesa la razono Allí se percibe al jmisconsnlto y al publi-
cista inspirados por el hombre de bien y el cristiano.


El Sr. Alhr.rto ,In noys es 011'0 ,le los iln,trallos redar.lorcs de la Unh'c,o-
siriad calóli,:a, ~{,hia y megníficH obra periódica, que .:ucnta ya diez y siete
años de publkadon, y ahafea, e 11 sentIdo cdtóliclI , todos los dÍlersos ramos de




loiJ -


CAPÍTL:LO VI.


SOLUCIONES DEI. FILOSOFISllO SOllllE L.\ CljESTION SOCIAL.


CUANDO se ha caido en el error, el buen sentido está en no man-
tenerse lógico en el error mismo. Voltaire tuvo en alto g~ado este
buen sentido, de! cual estuvo Rousseau cOlllpletamente despro-
visto, pues fué siguiendo locamente la lógica del error hasta sus
últimas consecuencias, hasta los abismos. Por lo cual ¡ cosa no-
table por cierto! aunque su punto de partida sea menos impío que
el de Voltaire, y de consiguiente, menos subversivo, viene á pa-
rar, en definitiva, á una subvcrsion mucho mayor. Voltaire des-
truye todos los principios en la aristocracia de la inteligencia, pero
no desciende mas abajo, á lo menos directamente. Sus escritos han
qnedado en las bibliotecas, en donde aun no han metido el fue-
go, haciendo allí las delicias infames de hombres de órden, como
él mismo era '; Y en el dia ha subido ya al estante mas alto, tan
los conocimientos humanos, con cuyos redactores hemos estado siempre en re-
lacion desde que empezó á publicarse la revista de la misma clase: La Religion.
Permítasenos hacer aquí esta simple indicacion como una corta muestra de
agradecimiento. (Nota del Traductor).


l Véase hasta quó punto lo era: "Yo (~di(ico á to¡]oslos habitantes de mis
"tierras y á todos mis vecinos, comulgando. Qniere el rey que cumpla cada cual
"con sus dehcres de eristiano: no solamente cumplo yo con mis deberes, sino
"que mando mis domésticos católicos, por 10 regular, á I~ h:lcsia, y mis domrs-
atleos protestantes al templo: pago un maeslrode escuela para enseñar el ca-
«tecisma á los niíío~. Me hago leer públicamente la Historia. de la Iglesia y los
"Sermones de Ylassillon, en mis comidas.)) ~ Al Sr. Conde d' Argental, 23 de
mayo de 17GS).-Aull m,IS: (L-tl Sr. CUi'G de Feme!J. Hnrgo al Sr. Cura que
«a¡hierta á los parroquianos, que se han dado quejas en el parlamcnto de Di-
ajan de las imlcceuclas y de los excesos que se cometen aigunas lCces en las
"tabernas ele l~erncy. J.as repren,iones del Sr. Cura ponelrán (in á estas que-
«jas, pues él inspirar!1 el respeto Ilor la Rcligion y por las costumbres. VOL-
(lTAIRE.» Aun mas, para Ilac!'rln mejor, tomaba alguna \('Z ,,1 lugar riel seíior
Cnra en la Iglesia, como slleedió el din eu"n", inme¡liatalllentl' tkspues de ha-
1.11'1' l'tlmulgado, se \01l"i6 t1clln¡lo <Ir lus fieles, y ,liri~jélldosc il la santa Mesa,
y de aquella 110m que ac~baba de recibir ;;u C!lml ".uu<: i.O;J , y di' aiía<lir el ,acri-




-1:';1 -
polvoroso COliJO olvidado. Rousseau, al contrario: no ha cesado
de ser puesto en accion : ha sido llevado en la refriega como el
Koran. Ha figurado sobre la mcsa del comite de salud púhlica, y
hoy dia esta en las manos de los Socialistas.


Yollaire, de otra parte, no induce a error, propiamcnte hahlan-
do: pone bandera de mentira y de infamia, y no engaña sino á.
los que quieren ser engañados, así como no corrompe sino á los
que quieren ser corrompidos, esto es, a los que ya lo son. }~l nú-
me¡'o de ellos cs grande, lo confieso, y mas lo era aun en su
tiempo; lilas en fin hay contra él la dignidad humana y el senti-
do moral, los cuales él no haec esfuerzo alguno para dominar, y
hasta puede decirse que los subleva. N o se vende por hombre de
bien ni virtu050 , menos aun por religioso, deista apenas, por des-
cargo del buen sentido: el universo le embaraza sin un relojero,
y bajo este título admite a Dios. Finalmente, él posee la verdad de
su impiedad y de su impudencia, la posee hasta el cinismo, hasta
la audacia: su talento es proporcionado: claro, limpio, simple,
allllente; su estilo deja ver lo inmundo de sus conceptos, al mo-
do (lue debajo el agua del peñasco se distin~en fácilmente los
reptiles impuros. Sobre todo .jamás le falta el buen sentido, y por
Cilto mismo es tan temible. Siendo los hechos como él los presen-
ta, sus razones son justas: Lodo su arte consiste en alterarlos, en
desfigurarlos, en mentir, en una palabra. No es falso, sino men-
tiroso; y lo es hasta tal punto, que algunos de sus ataques contra
la fe pudieran muy hien tomarse por una ironía contra la incre-
dulidad, tanto es lo que se burla de la verdad, y hasta tal extre-
mo ahusa de la credulidad de sus lectores. Tiene, en una pala-
hra, todos los caracteres del espíritu francés: su crimen, su grande
erimen, es el haber hecho servir para la mentira calidades de es-
píritu y una lengua altamente hechas para la verdad.


Rousseau, al contrario (con pel'don sea dicho de sus últimos
admiradores) , es falso. No viola abiertamente la verdad, sino que
la tuerce, la falsifica, la sutiliza, bajo las apariencias de la pro-
bidad llevada hasta la misantropía. Remeda la sinceridad, la hon-


Icgio á la blasfemia, predicó á sus lasallos ..... EL RESPln'O DE L\ PROPlIlDAD.
(Cllrta al Sr. Obispo d.e Ármuc?!. 15 de abril de 167M j.


El Sr. Voll~ire ~\'a, como se \e, en cImAS alto grado consert'ador, y hombre
de línlm .. dr aqllel órdcn, (Iue ya se ~ab~ nlál es, y que conduce á donde todos
"cmo~"




- l:.il -
radez, la inlegridad y la cordura; ~ lleca hasta eugallarse á, si
mismo, para engañar mas fácilmente á sus lectores, hasta á, em-
briagarse de sus sentimientos, de sus sofismas y de su estilo,
para hacernos participar de su embriaguez. Gran charlatan de vir-
tud, nunca conoció el sentimiento del deher. Gran charJatan de
verdad, no ha ignorado menos las rectas inspiraciones del sen-
tido comun. Usurpa de continuo á la virtud y á la verdad, sin que
jamás las indemnice, y con estos robos sa!israce al vicio y al er-
ror. Extravía el espíritu por el sentimiento, y le hace servir des-
pues para extraviar al sentimiento mismo. Menos sacrílego y me-
nos cínico, como ya hemos dicho, lJue Voltaire , da golpes mas
agudos y mas sordos á la verdad, merced al aparato y á las re-
servas con que los cubre. Hállase en él aquella audacia conteni-
da y regulada, aquel sentimiento de su infalibilidad, aquella na-
tiva disposicion de orgullo, aquella altivez, yal propio tiempo
aquella versatilidad doctoral que descubren en él un origen pro-
testante. Es el Protestantismo, pasando del órden religioso al or-
den político y social, del cual es el Lutero, que quizás no ha te-
nido menor inlluerfcia en este nuevo orden de aplicacion del Pro-
testantismo, de la que su predecesor tuvo en el antiguo.


De un siglo á esta parte no ha habido falsa direccion del pen-
samiento y taha aplicacion de la moral, que no le sea en algun
sentido imputable. Asi él es quien mas particularmente ha sido el
autor de ese deísmo vacío é hinchado, de ese culto al gran Ser, al
Ser snprerno, que se adapta á todas las inmoralidades, á todas las
locuras, á todos los crímenes, y cuyo altar pudo ser levantado por
Robespierre hasta con sangre humana. Él es el autor de esa inmo-
ralidad romántica, que so pretexto de levantar el vicio de su fan-
go, le autoriza con el sentimiento, y le emanci pa del oprobio y
de los remordimientos. Él es quien ha sacado de las escuelas é
introducido en nuestras costumbres políticas yen el lenguaje re-
volucionario esas falsas asimilaciones paganas, esas alusiones de-
clamatorias y funestas, tomadas de los antiguos, de sus costum-
bres, de sus gobiernos, de su historia, sin tener en cuenta la re-
novacion efectuada por el Cristianismo en la naturaleza humana,
y singularmente del grande hecho de la esclavitud, que da á la
palabra lJueblo un sentido enteramente distinto en los dos estados,
y la revelacíon de un órden sobrenatural, de una patria celeste,
que quila á la palahra patriu cn el órden político el sentido abso-




--- 1i.i3 -
lulo;. di\ inu tlUC cn otro tictllpo tenia. El es quicn Ita introducido
esa grande y quimérica absurdidarl , cuyas consecnencias vamos
á considerar luego, que el !tambre nació bueno, que todos los ma-
les y todos los errores solo vienen de lo (lue la sociedad y los Go-
biernos han añadido á su naturaleza; que por consiguiente esta
naturaleza puede con derecho y sin peligro emanciparse y desen-
cadenarse contra las sociedades y los Gobiernos, y que estos ¡)Ue-
den ser reconstruidos otra vez bajo condiciones inversas, es de-
cir, bajo el supuesto que el hombre está sin vicio y sin maligni-
dad. Él es, por fin, el autor de ese método paradoxal, que consiste
en tomar siempre las cosas á priori, es decir, como ellas serian
si no fuesen lo que son, y que, dando á esas suposiciones del pen-
samiento el valor de realidades, destruye á todas ellas, tira en
todas direcciones las líneas inflexibles de una metafísica sistemá-
tica, á despecho de la experiencia y del sentido comun, y aban-
dona el mundo á todas las tentativas de la demencia.


Todas esas peligrosas tendencias que han causado las calami-
dades de nuestra época, tienen mas particularmente en Rousseau
su punto de partida; y lo tienen en él mas que en ningun otro,
mas que en Voltaire, porque ha sido mas lógico en el error, por-
que en ese gran vacío, en ese abismo inmenso del naturalismo
que la pérdida de las nociones de la fe habia producido en el
mundo y en el alma humana, el sentimiento mas fuerte en él ab-
sorhia la razon, no contenida por cosa alguna; mientras que en
Voltaire la razon, mas libre y mas ligera, se mantenia, digámoslo
así, mas fácilmente, flotando sobre el vacio, á favor de las ins-
piraciones del interés y de las dichosas inconsecuencias del sen-
tido comun.


Esto es lo que descuella sobre todo de sus soluciones sobre la
euestion social, soluciones que importa mucho señalar y aproxi-
mar, porque expresan perfectamente los dos únicos puntos de vis-
ta que el espíritu humano, privado de fe, puede tener sobre esta
cuestion formidable, y de la que Voltaire y Rousseau son Ja re-
presentacion mas precisa.


El conservador Voltairc sale airosamente del apuro.
Q Es claro, dice, que todos Jos hombres, en cuanto gozan de las


f( mismas facultades, inherentes á Sil naturaleza, son iguales.
«Pero ¿ son independientes los unos dc los otros, como los ani-


«males?




- 15í -
lelo sCl'Ían si estuvieran sin necesidades, si los bienes de este


«( mundo bastasen á todos, como los de la natüraleza hastan á to-
(( dos los animales.


(( Pero la miseria inherente á nuestra especie subordina ncee-
« sariamente un hombre á otro. IIabiendo recibido el hombrc ese
Hayo de la Divinida.d que se llama razon, j. cuál es su fruto? El
«( ser esclavo en cási toda la tierra.


« Una familia numerosa ha cultivado un buen terreno: una corta
«( familia vecina tiene un campo ingrato y rebelde: es necesario
«que la familia pobre sirva á la familia rica, ó quc la degüelle:
(aquí no hay réplica. Y si en vez de resignarse á servirla va á ata-
«carla, y f(ueda batida, en lugar dc ser servidora, será esclava.»


«Es imposible, continúa Voltaire, que en nuestro desdichado
«(globo los hombres vivan en sociedad, si no están divididos en
«dos clases: la una de ricos que mandan, la otra dc pobres que
«( sirven.))


Incontestablcll1cnte esto es una verdad: VoItaire tienc razono
Mas, ¿quién sera el rico, y quién será el pobre '! Siendo esta


condicion de pohre violenta, servil, ahyecta, sin temperante, sin
consuelo y sin esperanza, nadie querrá ser pobre; el pobre quer-
rá siempre hacersc rico, y le vendrán deseos mas de una vez de
decir, como la paisana de Alemania: i Ahora me toca ser el amo! ó
cuando menos, dirá: Dadme la parte de que necesito de vuestro
sobrante.


Pero Voltaire no lo entiendc así. - «( Tú vienes á decirnos, res-
« ponde al pobrc, cuando son hcchos ya los lotes: Yo soy hom-
"hre como vos, yo tengo dos manos y dos piés, tanto orgullo co-
« mo vos, un espíritu tan desordenado, tan inconsecuente, tan
«( contradictorio como el vuestro. Soy ciudadano como vos; ha-
« cedme justicia, dadme mi parte de tierra. - Y se le responde:
(( Vete á tomártela entre los cafres y los hotentotes; aquí están
(l hechas ya todas las partes. Si (Iuieres tencr cntre nosotros eo-
«mida, vcstido, habitacion y lumbre, trabaja para nosotros, como
«( hacia tu padre; sirveuos, diviértcnos, y serás pagado; sino te
l(VeraS obligado á pedir limosna.))


Continúa Voltaire diciendo que todos nosotros tenemos una iu-
clinacioll violenta. á la dominacion, oí. las riquezas y á los pla('H-
res; y que por consiguiente cualquiera querria tener el dinero,
las mujeres y las hijas de los otro~; que e~to es imposihle, SIll que




- 10[; -
se pervierta la so¡;iedad humana; tille el gt~nero humano, tal ¡;O~
lllO es, no puede subsistir, á menos que haya una intinidad de
hombres útiles que no poseen nada, y que así la igualdad es jun-
tamente la cosa mas natural y la lilas quimérica.


El puro buen sentido es el que así habla, el buen sentido bien
vestido, bien nutrido, holgándose en el seno de la opulencia y
de los placeres. Pero el buen sentido desnudo, famélico, maci-
lento, viene á su vez, y dice: ¿ Qué es lo que lIamais género hu-
mano'! ¿á qué lIamais sociedad? Si sois vos, poco me importa
que sea pervertida: si soy yo, ello lo es realmente; nada voy á
perder, y todo á ganar en atacar esa sociedad que me rechaza, que
lile aplasta como á un gusano, que me niega lo necesario, obli-
gándome á respetar y á aumentar vuestro supérfluo. Cuidado en
no traspasar vuestra medüla, porque la rabia me ha su biflo al coraZOIl,
y vuestro servidor y sus ojos respiran sangre (Proudhon l.


Voltaire preveia muy bien esta lógica terrible y las espantosas
consecuencias que la siguen, y que no tardaron en estallar so-
bre la sociedad francesa; mas él se alucina y tranquiliza con este
raciocinio: ((No todos los pobres son de~graciados : la mayor par-
(de nacieron tales, pero el trabajo continuo les impide el sentir
( demasiado su situacion ; mas cuando la sicnten, entonces se ven
«guerras como la de los paisanos en Alemania, cn Inglaterra y
«( en Francia. Todas cstas guerras acaban tarde ó temprano, por
«( la servidumbre del pucblo, porque los poderosos tienen dine-
(1 ro, y el dinero es el rey del mundo.» (Diccion. fiJos. Art. EGA-
11T~ l.


Sí, l,pcro despues de qué calamidades y de qué castigos para
el rico que así habla'! Sí, mas ¿,por cuanto ticmpo'! Sí, cuando el
poder de la fe y de la caridad vienen para prestar ayuda al poder
del dinero y purificarle; cuando los pueblos no están extraviados
por los sofistas; cuando la industria no ha venido á convertirlos
en hordas hacinadas y crrantes sobre el suelo, en contacto con
los goces de la riqueza; cllanJo esta se hace respetable por los
sentini.ientos de aquellos que la poseen, y por los grandes servi-
cios públicos por los cuales la redimen; en fin, cuando la socie-
dad está aun en su fuerza, que no ha perdido el último resto de
autoriJad con el último rastro de fe, y que ('ste mal social, ac-
cidental en otro tiempo, no ha pasado á ser crónico é incesante,
portIue está alimentado por el estado moral de la sociedad ente-




- J;;\.i -
ra, no teniendo otra cosa \1 ue los raciot;inios de Vollaire para de-
fenderse contra los de Rousseau.


Escuchemos ahora á este:
( Cuando los pobres han consentido que hulliese ricos, los ricos


(/wn prometido alimental' á cuantos uo tuviesen de que viyir, ni
({por sus bienes ni por su trabajo.)) (Emilio, lib.lI).


«El primero que habiendo puesto cerco á un terreno se le OCUI'-
(rió decir: ESTO ES ~IIO , y halló gentes bastante simples para creer-
(de, fue el verdadero fundador de la sociedad civi 1. ¿, Qué de crí-
{( menes, qué de guerras y de muertes, y de miserias y de hor-
«rores, no hubiera evitado al género humano el que, arrancando
( las estacas ó llenando el foso hubiese exclamado á sus seme.ian-
;( tes: ¡Guardaos de escuchar á este impostor! Estais perdidos si
(olvidaisquelos frutos son de todos, yque la tierra no es denin-
((guno.)) (Discurso sobl'l! el orír/en y los fundamentos de la desigualdad).


El Socialismo está todo entero en el primero de estos pasajes,
y el Comunismo en el segundo.


Todos los escritos políticos de Rousseau giran en torno de es-
tas dos monstruosidades, que son la negacion de toda sociedad,
y las teas de la discordia social. Su gran punto de partida está en
este sofisma implícito ó explícito, que la sociedad nació de un
contrato; que hubo un tiempo en que los ricos y los pobres convi-
nieron que estos surririan á aquellos, bajo In condicion de que les
alimentasen; que hubo un tiempo en que la sociedad empezó de
repente por el hecho de uno á quien primero ocurrió cercar un
terreno, y decir: Esto es mio. Y despucs ¿ es concebible como los
ricos pudieron estar ci"ilmente obligados á mantener á los pobres,
quedando ricos, y sin aumentar desmedidamente el número de
los pobres, que se sentirian estimulados al trabajo por la neeesi-
dad? ¿ Es hasta eoncebible corno los frutos pudieran conveniente-
mente repartirse, ni aun llegar á venir si la tierra no era de nadie?


Nadamas absurdo indudablemente que estos conceptos de Rous-
seau; pero de otro lado, nada mas odioso ([ne estos raciocinios de
Voltaire.


¿Qué puede darse tan odioso y repugnante COIllO oir arríco del
fondo de su inícua opulencia, de sus goces criminales, y de sus
insolentes placeres, decir al pobre, falto e[Lsi siempre de lo ne-
cesario , privado de toda esperanza, no teniendo IlIas perspecti va
:le felicidad que esos mismos bienes de que esta de~provisto, yen




~ U¡j-
que el rico ['eho~il: Sírvemt~, tlivit~rlcl11e de hnen grado, si quir 4
rrs vivir ~ Tcnlc aun por muy feliz, pues podria yo hacerte es-
claro, ó no necesitando de tí, cmiarte á los cafres ú hotentotes
á buscar tu parte de existencia. Si te resistes, ó te atreves á le-
vantar la cabeza, yo te aplasto, porque los poderosos tienen di-
nero, y el dinero es el rey del m nndo.


Entre estas dos soluciones se halla, pues, colocada la sociedad,
y estas dos doctrinas se hallan mas ó menos frentc á frente en el
seno de una sociedad desprovista de fe. En el fondo, la propiedad
no se defiende ya en el dia sino por lo odioso de Voltaire eontra
lo absurdo de Rousseau; y una y otra doctrina se autorizan re-
cíprocamente, para tener á la sociedad en un estado siempre ere-
eiente de guerra y de destruccion, y empujarla hasta el abismo,
si ella no regresa á la fe;


ta fe, que viene á decirle á su vez: Por mas que hagais, ha-
hrá siempre pohres entre vosotros, y habrá tambien siempre ricos.
ta designaldad de las condiciones resulta de la sociedad misma,
Ij ue no puede existir sin esta mútua dependencia de los hombres
entre sí, que igualmente les aprovecha; porque los ricos son úti-
les á los pobres, los pobres son útiles á los ricos, y la sociedad
es necesaria á todos. Por confusion que aparezca en esta sociedad,
hay un órden anterior y ulterior que viene á darle un sentido. To-
dos vosotros venís de un padre culpable, todos vais á un Padre
justo y omnipotente. Responsables de un pasado funesto, capaces
úe hallar justicia en un pOI'\'enir remunerador, el desórden del
estado pasajero que se halla entre estos dos términos se rectifica
en ellos mismos, y viene á ser un órden admirable, pues consti-
tuye la expiacion y la prueba: la expiacion, que es el órden del
crímen, la prueba, que es el ól'den de la virtud; la expiacion,
que repara, la prueba, que prepara; las dos, que forman la ar-
monía del mundo moral. Esta armonía, este órdcn , cuya existen-
cia os garantiza vuestra conciencia misma, y que demuestra vues-
tro propio anhelo en huscarla, en acusaros unos á otros de su
violacion, en acusar de ella á la sociedad, en acusar á su Autor;
este órden, que supone el dcsórden mismo, en vano le buscaríais'
en la única posesioll de los bienes de este mundo, y en la estric-
ta economía de su reparticion; solo lograríais aumentar el des-
órden en vos y en cuanto os rodea, proponiéndolos por término
(''(('lll~iYO dI' los drsf'os v tlr In salisf:1crinn df'l corazon del hmn-




- IriS --
hre, pOJ'f¡ue este corazon, mas grande que lodos aquellos bienes,
vrndrá siempre á romper su equilibrio, é introducir úI desúrdcn
en su posesiono Mas buscad ese órden mas allá con los ojos de
la fe, y vais á verle aparecer perfecto é infinito como vuestros de-
seos; y como garantía de su certitud, vais á verle tambien aquí
en la tierra. j Bienaventurados los pobres resignados, porque de
ellos es el reino de los ciclos! j Bienaventurados los ricos miseri-
cordiosos, porque encontrarán misericordia! Ved ahí el órden en
el porvenir. Mas vedle tambien de pronto y por esto mismo en
lo presente: la riqueza respetada por la resignacion del pobre, en
vista del reino de los cielos; la pobreza socorrida por la caridad
del rico, en vista de este mismo reino. Dando así el mismo pre-
cio , y un precio infinito, á la resignacion y á la caridad, la fe cris-
tiana hace de un solo golpe, y lo uno por lo otro, la felicidad df~
la tierra y del cielo, pues procura á la vez el alivio temporal de
los pobres, sin perjudicar su dicha eterna, la salud eterna de los
ricos, sin menoscabar su dicha temporal, yel bienestar de la hu-
manidad por medio de estas mismas riquezas, que son las gran-
des fuentes de su corrupcion.


j y bajo qué forma tan encantadora ofrece el cielo á la tierra
estas grandes verdades! Ved al pobre Lázaro en el seno de la glo-
ria j escuchad los lúgubres gemidos del mal rico que se dirigen
á él, del fondo del abismo, para pedirle una gota de aquella agua
que le habia negado en vida, y de la que, sin embargo, está se-
diento por toda la eternidad: «Hijo mio, le responde el Padre de
((los creyentes, acuérdate que durante la vida tú habias recibido
«los bienes, y Lázaro los males; á él toca, pues, ahora el ser con-
« solado, y á ti el sufrir.» Pero otra voz mas soberana se deja oir
á los ricos misericordiosos, introduciéndolos entre los Lázaros
resignados: «Venid, dice, benditos de mi Padre, á poseer el rei-
«no que os ha sido preparado desde el origen del mundo; porque
«yo tuve hambre, y me disteis de comer; luve sed, y me disteis
«de beber; era extranjero, y me disteis acogida; estaba desnu-
« do, y me vestisteis; enfermo, y me visitásleisj preso, y venísteis
«á consolarme. Pues cuantas veces habeis praeticado estas cosas
« al mas pequeño de vuestros hermanos, os digo en verdad que
«otras tantas lo habeis hecho conmigo.»


¿De quién es esa voz? Es la voz del Rico por esencia, y del Pobre
por amor; la voz de Dios hecho pobre para enseñarnos 1'1 precio




- 15\1 -
<le la pobreza, mientras ól orrecia el de su opulencia; es la V07.
de Aquel que, nacido en un establo y muerto en una cruz, hizo
que se abrazaran y se penetraran mútuamente la pobreza y la ri-
queza) abrazándolas y penetrándolas ól mismo con su amor, trans-
figurándolas en su sufrimiento y en su misericordia, y coronándo-
las la una por la otra con su felicidad inmortal; es la voz de Aquel ¡'
que) despues de haber regenerado los pueblos modernos con esta
sublime doctrina) los ha educado sobre las rodillas de su Iglesia,
y los llama ahora á su regazo, como el águila alarmada llama á
SllS pequeñuelos en la proximidad de la tormenta.


Por descarriados, por dispersos que nos bailemos entre las nie-
hlas y en la noche de nuestros sistemas, esta voz nos debe ren-
nir y hacer volver á la unidad de la fe, si no queremos ir á per-
dernos para siempre en los últimos abismos de la barbarie.


CAPíTULO VrI.


DEL NATURALIS~IO: REI,ACION QUE ESTE ESTABLECE ENTRE EJ.
PROTESTANTISMO Y EL SOCIALISMO.


LA odiosa doctrina de opresion de Voltaire, y la doctrina in-
sensata de revuelta de Rousseau sobre la gran cuestion de la des-
igualdad de las condiciones sociales (yen Voltaire y Rousseau
entendemos manifestar todos los filósofos del siglo décimoctavo,
el propio Filosofismo, cuya doble escuela representan), estaban
impelidas por la necesidad de encontrar una solucion á este formi-
dable problema de la pobreza y de la riqueza, desde el momento
en que se desechaba la solucion que del mismo nos da la fe cris-
tiana. Y esta solucion se hacia mas urgente, y lo va siendo mas y
mas, á medida que esta solucioll de la fe ha sido mas repudiada.


La razon es clara, y su significacion digna de observarse.
Ningun problema existe sino por falta de una solucion. En tarlto


que la fe habia tejido las relaciones de las condiciones sociales,
este problema no se hahia suscitado; y desde el momento en que
r,esó de regirlas, apareció, y se ha ido engrosando á medida que




-11jU -
la fe ha perdido Su imperio: jll'lwba evidente de que ella sola 1'5
SIl verdadera soluciono Y como no es natural que la sociedad sea
cuestionable, y como la socieuad deue ser una incontrastable ver-
dad, concluyo de aquí, que no quedando [JI'obada la verdad de
la sociedad sino por la verdad de la fe, viene á ser su prueba á
su vez, y que las dos se prestan un recíproco testimonio: el tes-
timonio recíproco del problema y de su solucion.


Este argumento se ha fortificado de tal manera por la expe-
riencia que de él se ha hecho de cien años á esta parte, que en
el punto en que nos hallamos, las dos verdades de la fe y de la so-
ciedad se confunden, por decirlo así, como su negacion, y para
todo hombre imparcial y lógico, quien dice Socialismo, dice in-
credulidad, y el que quiere decil' sociedad, está obligado á de-
cir fe, y fe católica.


En lo mas fuerte de la repudiacion de esta fe, el problema de
la sociedad tomó tal importancia, que la investigacion de esta so-
lucion produ.io una ciencia especial, de la que no se hahia oido
hahlar aun, y que absorbió desde luego todas las delIlás, hnsla
llegar á ser la ciencia general, la ciencia única, la CIENCIA, ('0-
mo entonces se la llamaba, y al que la enseñaba, el C\lAESTRO,
i Qué homenaje dado á la verdad de la fe católica el de esta im-
portancia atribuida á lo que se habia llamado para reemplazarla!
j Tan inmenso era el vacío hecho por su ausencia!


Esta ciencia es la economia IJOlitica.
Desde entonces todos los talentos han venido á prestarle el apo-


yo de sus trabajos, y apurar todos sus esfuerzos para encontrar
la palabra del enigma, sin poder lograr otra cosa que excitar y
acrecer la voracidad del esfinge que amenaza en el dia tragar la
sociedad.


Rousseau fue uno de los primeros que se lanzaron á la pales-
tra, y él es el autor del articulo consagrado á la economia política
en la Enciclopedin universal.


Es muy notable hasta qué punto, entre todos los elementos que
esta ciencia pone en juego en sus complicados lahoratorios, y ClI-
yo empleo ha introducido en nuestro lenguaje una multitud e1r.
locuciones áridas que lo desfiguran, el elemento sobrenatural y
hasta espiritual ha sido excluido.


Esta excIusion, que es la de la solucion misma, ha venielo á
srr nna de Ia~ condicionrs ¡]pj prohlrma; 'f ¡JI' ahí puede .inzp-ar-




- lG1 -
se de la hnena [orluna de nuestros Edipos. Dados la tierra sola y
los bienes solos elc este mundo para hacer la riqueza y la pros-
peridad de las naciones, no lomando al hOlllhre sino del trecho
de la cuna al sepulcro, sin admitir :nada ni mas acá ni mas allá,
y aun no tomándolo sino en su cuerpo yen sus facultades físicas,
llallar la ley del equilihrio cntre sus satisl'acciones y sus necesi-
dades , .. tal es la piedra filosofal de esta nueya alquimia.


Rousseau no habia ido por dos caminos para encontrarla: HI
/tomúre salvaje, dicc, CItando ha comido, ~slú t:n pa~ con loda la natura-
leza, yes el amigo de todos sus seme;jantes. (i'íotas dcl Discurso sohre
la desigualdau de las condiciones). -En cuanto al homúre que pim-
sa, es un anima! depravado. (Discurso contra las artes y las ciencias).


Esta solucion no era un arranquc aislado; pues nadie ignora
por cuál encadenamiento se la propone por blanco el lilósol'o gi-
nebrino cn sus dos discursos, y además la encontramos modifi-
cada en los cscritos de otros economistas, apóstoles de la mate-
ria. - « Yo no se, dice l\Icrcicr, si me engaño en mis deseos; pero
«pienso (¡ue la química podrá sacar algun dia de todos los cuer-
«POS un principio nutritivo, y que scrá entonccs tan fácil al hom-
«bre el proveer á su subsistencia, como bebcr cl agua de los rios.
«;. Qué vendrán á ser entonccs todos estos comuatcs del orgullo,
«de la ambician, de la aYaricia, todas estas crueles institucio-
«nes de los grandes imperios"! lín alimento fácil, abundante, á
«disposicion del hombre, scrá la prenda de su tranquilidad y de
((susvirludes.l) (Cuadro de Paris).


Condorcet pasó ma~ allá, pUes anuIlciaba la desaparicion de to-
das las enfermedades, y la prolongacion indefinida de la existen-
cia: «Sin duda, dice, el hombre no llegará jamás á ser inmor··
«tal; pero la distancia entre el nacimiento y la muerte puede il'
«creciendo sin CeSaL) - La moralidad, debia crecer á la misma¡
proporcion: «l~1 grado de virtud á que un dia puede llegar es
«para nosotros tan inconcebible, como el punto á que puede se.
«sublimada la fuerza del genio, etc.» (Cuadro de los pl'Ogresosdl'1
espíritu humano).


Sustituyendo la palabra crímen á la palabra virtud, esta frase
iha á recibir una aplicacion inmediata. Trazada fue á la víspera
de los horrores del 9ii por aquel que dcbia borrarla con lágrimas
de sangre. Jamás el hombre está mas cerca del bruto, que cuan-
¡Jo, por ~í mismo, qllif'rf' haeersp semejante ú Dio~.


11




- j(j2 -
El Naturalismo debia nece:sal'iamente conducil' á lodas estas lo-


curas. Siendo el hombre, hágase lo que se quiera, espiritual é
inmortal por la parte IDas íntima, mas personal y lllas elevada de
su ser, si le cerrais la expansion de sus facultades en el órden so-
brenatural, preciso es el abrírsela en el órden natural: lo cual es
simplemente imposible, y prueba hasta el lilas alto grado la ne-
cesidad de volvel' al órden sobrenatural. Y ¿puede darse prueba
lilas t'nerte de esta necesidad que el delirio de todos cuantos, por
haber querido sustraerse á ella, han sido condenados á negar
las leyes mas imprescriptibles del mismo órden natural, y á ir á
estrellar contra ellas su razon, el hombre, y la sociedad 'l


Partid del solo órden natural, y llegaréis por una fatalidad á la
suhversion de este mismo órden. Participando el hombre á la vez
del órden natural y del órden sobrenatural, el suprimir este es
obligarle á que lo busque, á que lo realice á toda costa en aquel;
como si dijéramos, á hacer lo infinito con lo finito, lo absoluto
con lo contingente, lo perfecto con lo imperfecto, el cielo, en
una palabra, con la tierra: medio infalihle de hacer de csta la
imágell del infierno. i Qué de locuras, cuánlas calamidades han
salido de esta absurda tentativa, imprescindible s in embargo pa-
ra cualquiera que no admita el órdell de la fe !


El Socialismo yel Comunismo son de ello la consecuencia mc-
nosjrracional; y es la primera que se presenta, pues consiste en
lomar los bienes de este mundo tales como son, asegurando ~u
igual y comun goce á todos. Siendo igual en todos los hombres
la vocacion á la felicidad; si el fin de esta vocacion no pasa de
este mundo, es rigurosamente lógico que los medios sean iguales
y eOlllunes como el fin. En vano diréis que esto es imposible y
monstruoso: se os responderá que aun hay otra cosa IIlas iIllpo-
sible y mas monstruosa, y es que la vocacion de todo hombre á
la felicidad sea una quimera; que sea una realidad para unos, y
una quimera para otros, y que, por fin, siendo realidad para to-
dos, los unos tengan los medios para alcanzarla superahundaule-
mente, y los otros sc hallen del todo desprovistos de estos medios,
con tanto ó mas mérito que los primeros.


Ó se ha de negar toda idea de órden y de justicia, ó se ha de
admitir esto.


l. Diréis que este es el desquiciamiento de la sociedad, y con
ella de lodo órden, de toda .iusticia?- Se os rrspond{\rá que una




- il1:!-
lal sociedad (l~ por rila mislIIa un mÓnsll'l1o~o ¡](:sórdfl1 orga-
nizado, y una inj ustieia que clama venganza, y que ha pasado
eonlO justicia, y por esto mismo es lilas desórden y mas injus-
ticia; pues no solamente lo es en el hecho, sino hasta en la no-
cion de ella, y en la ¡wI'YeJ'sion de toda idea de órden y de jus-
ticia; y de consiguiente, que nada puede haber peor que un tal
estado.


Imposible es el responder al Socialismo y al Comunismo en el
terreno del Naturalismo. El N aturalislllo establece entre el hom-
bre y la sociedad una verdadera antinomia ó contrariedad que
tiende al desórden en todos sentirlos; y como el helJo ideal de ór-
den siempre ílrevalece, se interpreta naturalmente contra el des-
úl'den existente, porque, entre todos los otros desórdenes, tiene
contra sí su existencia misma' .


. En el siglo décimoctavo el Socialismo recibió, como ya vimos,
una primera aplieacion en la abolicion (le la propiedad feudal y
eclesiástica, No negaré las consideraciones políticas que influ-
yeron en arruella aholicion; pero tampoco podrá negarse que aun


I Seria muy cqllilOl'Rda la idea que se formase de nuestro pensamiento, si
en la cxpresion que le damos aquí, y en la que le dimos ya ó le darémos en el
decurso de la aura, solo se viera una negacion ó una prelericion absoluta del
úrden social. l'Io; nosotros reconocemos y profesamos la existencia de un órden
natural social, fundado en leyes de justicia, de órdcn, de decoro, de honor, de
humanidad en su comun acepcion, y aun fuera del Cristianismo; un De officiis
natural, que es romo el código y la l'onciencia de la razon universal, y segun
el cual los hombres se conscrvan en sociedad [lor un C311lbio de derechos y de
deberes recíprocos. Pero, dejando aparle ¡¡ue en ninguna sociedad este órden
natural ha sido del todo independiente de un órd~n sohrenatural cualquiera
en el eIlal hallaba su principio y su sandon: dejando aparle que este código de
dehrres ha sido mas ó menos eompleto, mas ó menos rico, segun que las no-
ciones ue este ,írdcn sobrpnatural han sido mas ó menos puras y elevadas; el
<:ristianismo ha inflllido tan profundamente el' la naturaleza de las sodedades
lJue ha formado, les ha inspirado uu sentimiento tan ,ivo de justicia y de cari-
dad, una prelcnsion tan e/CHirla de diglliJad y de ventura; ha sublimado tanto
la rúpula de este (~dificio de la natmaleza humana, l' nos ba dado eon su divino
ideal de órcIen, de dvilizacion y de perfccdon, una tal necesidad, una tal exj·
genria de Sil realizacion, que no ['orlemos vivir en un grado inferior, y menos
aun contrario á estas sublimes nociones, como lo hubiéramos (lodido si no las
hubiésemos tenido nunca. ~o puede derribarse la cúpula sin arrastrar en su
caidQ las paredes y hasta los fundamentos. !IIo nos es posible degenerar: esta-
mos condenados á la grandeza 6 ir la ruina; en una palabra, no podemos dejar
d~ sel' rristianos, sin dl'jar d~ ser hombres.


11"




- 1i¡f¡ ---
en eslas ('onsid(,],:lCio!lP.~ políticas S{~ hallaba un prineipio de So-
cialismo, de tal manera, t¡ ue los m ismos son los argument.os que
dirige hoy dia el Socialismo sin rebozo contra la aristocracia y la
propiedad actual.


El Socialismo y el Comunismo se encubrieron entonces bajo el
manto de la política, y se satisfacieron á costa de la grande pro-
piedad de aquella época. Con t.odo, nosotros los vemos profesa-
dos abiertamente desde el año 17itl en el Código de In naturolp:rr,
de l\Iorelly, cuyos principales artículos son estos:


«Mantener la unidail indivisible (lel fondo y del domirilio ro-
«mun;


«Establecer el uso comlln de instl'Umentos de trahajo y de las
( producciones;


« Hacer la educacion igual mente a('(~esible á todos;
« Distrihuir los trabajos segun las fuerzas, los pl'O(ltwtos seg-un


« las necesidades;
«Conservar al rededor de la ciudad IIn terreno suficiente para


«alimentar las familias c¡ue la hahitan;
« Reunir mil personas á lo menos, para filie trabajando cada cual


((segun sus fuerzas y sus facultades, consumiendo segun sus ne-
«cesidades y sus guslos, se estahlezca sobre un número sllficicn-
(de de individuos una medida de consumo que no traspase los
«recursos comunes, y un resultante de trabajo que las haga siem-
« pre abundantes;


« No conceder otro privilrgio al talento <¡ne el (le dirigir los tra-
"hajos en el inten;s (:Ollllln, y no tenel' en euenta en la reparti-
«cion la capacidad, sino únicamente las necesidades que preexis-
«ten á toda capaeillad, y le sobreviven, ele., elc.»


Conlo se ve aquí, el Comunismo de 177(-; nada tiene que emi-
dial' al de 1SMl : ('8 el mismo concepto, la misma fúrll1ula.


y no se ronsid('r<~ ¡t Morelly como lIna illtpjigencía aislada y sin
afinidad con las ideas de su tiempo: era, al contrario, la menos
insensata expresion de este Naturalismo que inspiraba entoncrs
todos los sistemas económicos, y que volvemos á encontrar igual-
mente en la Fisiocmcia, ó GolJienlO de la NATUI\ALEZA, de Ques-
nay; en el Órden NATUI\AL de las sociedades políticas, de Mcrcier de
la Riviere ; en el sistema ue la Paz perpetua, uel abate de Sainl-
Pierre; en el Cuadro de los progresos del espír'itu humano, de Con-
dorcf't, y rn una, mnltifu¡] dI' otras produrrionrs en lasrualt's sns




--- lti;¡ -
(Lutore~ se proponian igualmente resolver el problellla ~oeial fue-
ra del órden sobrenatural.


Morelly tenia mas particularmente á nousscau por maestro, y
á Mahly por discípulo. «Estableced, decia este, la comunidad de
«bienes, y nada será despues mas fácil que establecer la igual-
« dad de las condiciones, y afirmar sobre este doble fundamento
(da felicidad de los hombres.)) (Obras completas, t. XI, pág. 18).
« La primera idea de las propiedades raíces se debe á la pereza de
«( algunos zánganos, que querian vivir á costa de los otros, sin
(( darse pena, y á quienes no se habia tenido habilidad pwm hacer
«que amasen el trabado.» (¡bid. pág. 32. Véase lambien por entero
el cap. ]( del Tratado de l~gis{({cion ó principio de (as le!Jes, tomo IX).


El Socialir;mo pues, corno se ve, no carece de progenitores; y
de estos hay algunos que no Jejan de tener importancia. Estos
tuvieron por continuadores inmediatos á Condorcet, al abate Fau-
chet, Bonneville, Brissot, Goupil de Préfeln, y otros que forma-
ron despues el Cirenlo social. Profesaban el dogma de la igualdad
de derechos en la desigualdad de las necesidades, y de la obli-
gacion de la sociedad de satisfacerlas; y preeiw es confesar que
en las condiciones del problema eran menos absurdas que sus
concurrentes '.


El abate Sieyes vino á prestarles un dia el socorro terrible de
su lógica. - ( L(/. naturaleza (i siempre la naturaleza!), dice, da al
(,hombre nccesidwles y medios para proveer á ellas. Dos hombres,
«(siendo igualmente hombres, tienen en un grado igual todos los de-
Hechos que derivan de la naturaleza humana. Existen, es ve\"-
« dad, grandes desi[Jun/(lades de medios entre los hombres; la na- "
<duraleza produce fuertes y débiles; depara á los unos la inteli-
"gencia que niega á los otros: síguese de aquÍ que habrá entre
(dos dos desigualdad de trabajo, desigualdad de producto, des-
«igualdad de consumo y de goce; pero no se sigu"e que pueda ha-
«(ber desigualdad de derechos. La ASOCIACION es uno de los medios
« indicados por la naturalezn para llegar á la j'elicidarb


Liegar á toda costa acá en la tierra á esta felil'idad, á la cual


, Un cierto Boissel, en un librito t.itul¡Hl'J Catecismo social, que dedicó á la
Asamblea constituyente, llegó hasta el Comunismo, y no fue M;;aprobado. Pre-
sr.ntaba la actual rcparticion de las tierra, y )a aprt>!Jial'ion ,It· la~ mu.i~rrs, y
por consiguiente la propicllad I la familia, ('UlnO I~) prinl'il':ll fU\'lltr ,le I()~ ¡na- --=""'"
les que desoldl1 ~I génl"rtl humano. I.ó'itt


¡ ..,'i;~
(:-~




- 16li-
nos destina la naturaleza, tal era en efecto el [ll'ohleula que de-
bia salir de la negacion del órden sobrenatural; y la solucion de
este problema no podia ser sino la asociaciou ó el Socialismo.


El abate l?auchet, que terminó por una muerte cristiana una
vida llena de descarríos, y que era el orador cl'anyClico de la Re-
volucion, expresó un dia, en uno de aquellos discursos exalta-
dos con que profanaba los púlpitos católicos, una consecuencia
lógica del Naturalismo. Dcsplles de haber despojado de su senti-
do sobrenatural á aquellas palabras del Salvador: JIi Reillo no es
de este mundo, pretendiendo que Jesucristo 501n quiso designar
con esto la sociedad pagana que venia á destruir; desplles de ha-
ber desarrollado la idea de que los hom bres se deben los unos á
los otros el trabajar activamente para la realizacion de esta dicha
terrestre para la cual Dios les ha dado un deseo inagotable: «Her-
«manos, exclamó, ¡juremos en el primer templo del imperio, bajo
« este vasto dosel de estandartes consagrados á la religion por la
«libertad, JURE1!OS QUE SERÉ,IOS FELICES 1)) (Terca discurso de Clau-
dio F(wcltet sobre la libertad (r({llCesflj.


Este grito es el grito del Socialislllo, autorizado por el Natu-
ralismo, al cual nada hay que responder. En este sentido, toda
sociedad no creyente es socialista.


y lo es tanto mas en cuanto ha sido cristiana, porque su apti-
tud natural á lá felicidad se ha engrandecido por la ambicion de
una felicidad infinita, que la fe ha encendido en su al rnu, y que
al retirarse de ella le ha dejado fuera de proporcion con la felici-
dad que puede dar este mundo.


Si aun la impresion de esta fe estuviera completamente borra-
da en las allllas, volviendo estas á ser paganas, y COIllO muertas
en la materia, pudieran encontrar \Ina especie de reposo social
en la esclavitud en todos los grados. Pero desgraciadamente, ú
felizmente, no ()oS dado á una ll;leion, á ulla sociedad que ha na-
cido cristiana, el eaer en este estado : t~lla está condenada á mo-
rir, si no quien vivir de su vida propia; y {~~ta necesidad, que
hace su supremo peligro, eonsliluye lamhien Sil reenrso supre--
mo. La mitad del Evangnlio ha quedado en las manos de la socie-
tlad; la que llama el hombre á la felieidad. ~osotros hemos !!,llar-
Ilado el título á esta. habif'ndo prrdido el ohjdo; y uo.': ~('rú pre-
ciso !lna de tl()~, Ó n'nir o!ra ,i":/. il h otra mirad tli~l !.:\ ~1I1!;l:'lio ,!ne
no~ asegura esta felicidad, ji ltllÍ<;a, (lue puede acomodarse con la




- ltii -
mitad llue hemos guardado, ó ver como esta se conviCl'lll en nues-
tras manos en instrumento de nuestra propia destruccion.


y por esta razon tamhien las sectas socialislas han sido elt todo
tiempo tan peligrosas. Ellas agitan delante de l<1,s almas inquie-
tas de los pueblos la santa túnica de Cristo, como Marco Antonio
ell otro tiempo agitaba la túnica ensangrentada del César delante
de sus legiones, recordándoles sus proyectos de beneticencia; y
con la incredulidad al Cristo en el corazon, hacen ellas de Sil
adorable nombre, y de la palabra santa de su Evangelio, los sa-
crílegos reclamos de su siniestra a\ll~icion.


El autor inmediato de este desórden es el Protestantismo. Rom-
Jliendo el lazo de las grandes creencias del género humano, tan
vivientes, tan completas, tan bien encadenadas, tan firmellleúte
conservadas en el seno de la autoridad católica, en donde no for-
man mas que un solo cuerpo, cuyos miembros se corresponden,
se equilibran y se motivan, él disolviéndolas, las ha desnatura-
lizado y falseado; y entregándolas despues una por una al libre
exálllen, cllya propiedad es el ahsorher lo sohrenatural, la~ ha re-
ducido á no ser otra cosa que un Cristianismo hueco y nominal,
con el cual se disfraza la negacion de estas mismas verdades, y
del que se hace un título de agresion contra una sociedad mate-
rialista.


],a marcha de una de estas negaciones, que supone todas las
demás, y su inmensa extension, deben ocuparnos mas particu-
larmente; pues en ella vamos á tomar y seguir desde su principio
hasta su término uno de los lazos que unen al Protestantismo con
el Socialismo, por medio del Naturalismo.


En la rápida exposicion que poco hace hemos hecho de la eco-
nomía social del Cristianismo, hemos dicho que n(Jsotl'Osvellíallw~'
todos de /In padre ¡:I,lpab[¡~; y con esto tal vez hemos lastillJado á
ciertos espíritus i Il(:rédlllos. Yed no obstante la consecuencia de
esta verdad, que es curioso seguir,! obserrar.


Este dogma descansa no solamente sohre la autoridad de la re-
velácioIi y de lalglesia, sino sobre la de todo el género hUlIlano.
Así lo heJllos dellloslrado en nuestros Estudios filoslÍficos sobre el
Cristianismo, y vamos ahora mismo á deducir de ello \lIJa afirma-
eioll inl'~I)(,l'ada. Eslr, ('8 un dogma qur, puede llamarse históricQ
~ social. Ellllale!icio hereditario ha sido donde quiera yen touo
liempo ¡,JCil":li'nle. fOlllprobado, v atrihuido su orígen á algun




-- lüS -
grande criUlen cumetido en Ulla vida, ~uperiul' ,( la, pre~ente, ob
aliqua sedera ¡iUScepta in rita .\'llperiol'e, COIllO repite Ciceroll, des-
pues de toda la filosofía antigua, de acuerdo en esta parte con to-
das las tt'adiciones y todos los ritos expiatorios dcl univet'so.


Este dogma es el punto de partida del Cristianismo, cuyo tér-
mino es la redencion. La caida en Adan, y la I'eparacion en J e-
sucristo, son, por decirlo así, los dos polos de la esfera espiritual,
que se corresponden por las mas justas, las mas fecundas y las
mas sublimes relaciones. Son como los dos movimientos que mi-
den y determinan el tan delicado juego, la tan importante rela-
cion de la libertad y de la gracia, con una precision admirable
que solo Dios pudo obrar, que la infalible autoridad de su Igle-
sia puede sola explicar y conservar, y que todas las herejías se
han apresurado á falsear y á destruir enteramente. Estos dos dog-
mas se hallan de tal modo en la verdad de las cosas, en las ne-
cesidades de nuestra naturaleza; son de tal manera necesarias la
una á la otra, y al conjunto, que no puede tocarse á ellos, ni dis-
minuirlos, ni exagerarlos, sin romper el equilibrio y el peso de
toda la doctrina religiosa, de toda la filosofía humana, y, como
verémos luego, de toda la sociedad.


El Protestantismo, pues, desprendiéndose de la unidad, qui tó
el dogma de la caida con todos los dogmas á la autoridad de la
Iglesia, sobre la cual descansaba toda la esfera cristiana. Pero
harto débil para sostener lo sobrenatural, presto se vió á la razon
humana vacilar bajo el peso de este dogma, y haLcrle vaeilar con
ella. Lutero la hizo inclinar hácia un rigor desmedido: segun él,
el pecado original no solamente operaba en nosotros la inclina-
cion al mal, sino que llegaba hasta á suprimir enteramente elli-
bre arbitrio; y nosotros no éramos sal vados ni condenados sino
por una inmutable, eterna é ineyitable voluntad de Dios. Zuin-
glio la hizo tender hácia una atenuacioll no menos excesiva: sc-
gun él, el pecado original no era un pecado, sino una simple
inclinacion al pecado: no constituia por ~í mismo un estado de
desgracia, y no éramos reprobados sino por los pecados que de
aquel se seguian, Bajo la misma proporcion vacilaba el dogma de
la Redencion : la extension de su eficacia era exagerada ó debi-
litada, y propendia adentro <Í afuera, segnn que, ó la sola volun-
tad de Dios nos salvaba ó reprohaha, segun Lutero, ó por la yir-
tud aun suficiente de nuestra naturaleza no 'teníamos necel>ldad




-lli\J -
radical ue su SO(;OITO, segun Z u ingljo. llabielldo, pues, r.:esado
ue gravitar estos dos dogmas en la proporcion fijada por la reve-
lacion, y conservada por la autoridad de la Iglesia, ihan osci-
lando hár.:ia su caida. Viniendo Calvino á añadir sohre la exage-
racioll de L ulero, y SOl:ino sobre la atenuacion de Zuinglio, el
dogma del pecado original fue por fin derribado del lodo, y fué
a estrellarse con todos los dogmas contra los límites naturales de
la razono


En tal si tuacion, viene el Filosofismo, y encuentra el terreno
de la Fe sembrado de todos los dogmas que constituian su ma-
ravilloso edilicio, y que esparcidos no presenta han mas que res-
tos inconciliables. Hasta las verdades tradicionales del género
humano participaron de la suerte de estos dogmas, en los cuales
habian venido á incorporarse y rectificarse. El campo queda li-
bre; y la libertad del pensamiento no debia ser menos atrevida
de lo que habia sido la lihertad de exámen. Todos los sistemas
pueden manifestarse sin rebozo, y ved ahí á Rousseau que, opo-
niéndose al género humano, ú la religion y á la naturaleza, viene
á sentar como axioma que EL IlO~!llRE NACE BUENO.


Y l.'cuál es la primera consecuencia que hay que deducir de
aquí"? Dejemos que el mismo Rousseau la deduzca. « Los hom-
«bres son malos, y nos dispensa ue probarlo una triste y conti-
«nua experiencia; sin embargo, el hombre es naturalmente bue-
«no, y creo haberlo demostrado. l. Qué puede, pues, haberlo de-
«pravado hasta tal pllnto, sino los cambios sobrevenidos en la
«sociedad?n


l, y no veis vosotros ahora otra consecuencia? « i Pues qué! ¡,se
«han de destruir las sociedades, aniquilar el mio y el tuyo, aña-
« de Rousseau'h


«Si, responde con audacia una YOz reciente " Sí, repiten tras
«él mil otras voces, todo se ha de cambiar, todo se ha derribar.
«Injustamente se acusa á la naturaleza humana de todos nuestros
«males, cuando debe acusarse el vieio de las instituciones socia-
« les: Mirad á vuestro alrededor: i r.:uántas aptitudes fuera de su
(dugar, y de co:siguiente depravadas! ¡cuántas actividades he-


1 Luis B1anc, -En cuanto á Rousseau, el modo de salil';;e (l~ la dificultad
qm' él mismo ha promo,-ir\o, ~s por medio ,le no apóstrofe de dos páginas,
qne empieza así: « O vosotros á quienes la voz MI rielo nI) se ha ¡jpjar1o oir
«aun, etc.,)) y que es un verdadero efugio.




- no-
((chas turbulentas pOI' no haher hallado su fin legítimo y natural!
«Fuérzase á nuestras pasiones á atravesar un medio impuro, en
«el cual se alteran, ¿qué hay en l'sto de extrañar? Póngase un hom-
«bre sano en una atmósfera apestada, y allí respirará la llIuel'-
«te ... La civilizacion ha torcido su sendero; ... y decir que no po-
« dria ser de otro modo, es perder el derecho de hablar de e<Ju i-
«dad, de moral, de progreso; es perder el derecho de hablar de
«Dios. La Providencia desaparece para ceder su lugar al mas
«grosero fatalismo.)) (Oryanizacion del tl'ltbajo) _ .


Pero sobreviene un lógico lllas terrible y mas decidido 1.- «¡.Qué
«hablais de Dios y de Providencia? dice; todo lo lJ lle tiene u na
«pluma se ha conjurado para embrutecer al pueblo; y el prilller
«artículo de la nueva I'e es, que Dios, infinitamente bupno , ha
«criado al hombre bueno eomo él , lo cual no impide que el hOIll-
«bl'e, á la vi:,ta misma de Dios, se vuelva malo en una sociedad
« detestable. Sin eillbargo , es sensible que' á pesar de estas apa-
«riencias, digamos tambien, de esas veleidades de religiun, la
«querella empeñada enlre el Socialismo y la religion cristiana,
«entre el hom bre y la sor;ieda(!, deba finir por una negacion, mas
«aun, por una aCllsacion de la Divinidad. El mal existe: sobre
«este punto todo el mundo está de acuerdo. Si el hombre no lo
«lleva en sí, ¿, cómo la sociedad, no siendo mas que un compues-
«lo de hombres, pudiera ser su origen '! Mas entonces, Aquel que
«ha hecho el hombre y la sociedad, Aquclllue los ha dejado ex-
« traviarse y pervertirse, sin dirigirlos ni guiarlos, Aquel que
«se ha eomplacido en el espectáculo de su miseria, pudiéndola
« impedir, Dios ... )) Aquí me detengo: del Intierno solo es pro-
pio repetir su propia blasl'emia. - Y sin embargo, ¡. qué respon-
der ti la formidable lógica que á ello condueo fuera de la religion
nistiana, que es la parte adversa del Socialismo en la contien-
da, como dice m u:, bien Prolldhun ; y únil:a (\ Ile puede sostener-
la, y á la ellal (¡ueda la última palabra para responder á Luis
mane y al mismo Prolldhün?


Por el atalllltl dado, pues, ú esla lleligion altamente ~oeial, sin-
gulal'lnenlc en el Sl)t10 de ulla SíH:icdad ¡{¡rmaria sobrp ella, el Pro-
t~slanlislllO, partiendo dl~ Lutero, de Zuinglio y de SOCiIlO, !Ja
trazado la senda á ROWi~(~all, á tllis Blalll' y á Prollrlhnn. Hea-
~;n malllOS esta mareha falal : .




- lii -
m Protestantismo sustrae it la tutebr autoridad de la Iglesia los


dogmas cristianos, especialmente el dogma radical y universal
de una falta de orígen ;


La consecuencia es, que la razon natural, demasiado tiaca pa-
ra soportar lo sobrenatural, hace bambolear ese dogma aislán-
dolo, y prepara su caída exagerándolo ó disminuyéndolo;


La consecllenr,ia es, que este dogma desaparece bien pronto con
el de la Redenr;ioll, hasta del seno del Protestantismo;


La <;onsecucnr;ia es, que derribados los dogmas r;ristianos, pue-
dr; el Filosofismo venir á sustituirles los dogmas del pensamiento
hu lllallO, y sentar COlllO principio que el hombre es bueno;


La conser;uencia es, que la sociedad deprava al homln'e;
La consecu@cia es, que esta sociedad depravadora debe ser


rel'ormada de arriba abajo, y que el Socialismo, que se da esta
mision, es admitido á ejecutar su obra;


La consecuencia es, que la humanidad, que ha arrastrado en la
depravacion hasta el origen del mundo, levanta ulla acusacion
sacrílega contra su Autor, y contra la sociedad que es su obra, y
desencadena todos los crímenes con esta blasfemia;


La consecuencia en fin, es, que la sociedad, minada de otra
parte por un escepticismo universal, y desprovista de los susten-
táculos de la fe, se despeña en el abismo de una negacion silllí-
mites,


Hé aquí el encadenamiento del error.
Prolldhon, (Iue tiene la ventaja de tener en su mano el último


anillo, nos manifiesta él mismo su encadenamiento por medio (le
confesiones, que es muy importante recoger de su propia boca.


« Los antiguos, dice, acusaban de la presencia del mal en el
(mundo á la naturaleza humana.


«La teología cristiana no ha hecho mas que ir recamando it ,ill
«manera sobre este tema; y como esta teología reasume toelo el
«período religioso que desde el orígen del mundo se extiende
«hasta nosotros, puede decirse (llle el dogma de la prevaricacion
«original, teniendo en sn favor el asentimiento del género hUlIla-
«no, adquiere por esto mismo el mas alto grado de probabilidad.


\( El dogma de la caida no es solamente la e\:presion de un es-
«tado particlllar y transitorio de la razon y de la moralidad hu-
« lllana; 1':: Ial'onfp.'iion espontánea, en estilo sill1bólieo, de e~!('
«hecho tan aSOmbr(líiO 1'01110 ilHleslrudihle, :m ('ulpabilidad a{¡




- li~l -
«OVO, la inclillacion al lIIal de nuestra especie. j Ay de mi, peca.-
«dora! grita de todas partes y en toda lengua, la conciencia del
[(género humano. Vae nobis quia TJ/:('(;rwimIls!


«Los filósofos modernos hau levantado, en oposicion al dogma
«cristiano, un dogma no menos oscuro, el de la depravacion de
«la sociedad. El hombre 11ft nacido úueno, exclama Rousseau en su
«estilo perentorio; lJero In sociedad, es tlecir las formas y las ins-
dituciones de la sociedad, lo depf((I~an. En estos términos se ha-
«lIa formulada la paradoja, ó por decirlo mejor, la protesta del
<dilósofo de Ginebra.


«Mas es evidente que esta idea no es otra cosa que el trastorno
«de la hipótesis antigua. Los antiguos acusaban al hombre indi-
«vidual; Rousseau acusa al hombre colectivo: en el fondo es la
« misma proposicion, una proposicion absurda!.


«Con todo, á pesar de la identidad fundamental del principio,
(da fórmula de Rousseau, precisamente porque era una oposi-
«cion, era un progreso 2 : así que, fue acogida con entusiasmo,
«Y pasó á ser la señal de una I'eaCCiOll llena de antilogias y de
«inconsecuencias. j Cosa singlllar! al anatema fulminado por el
«autor del Emilio contra la sociedad, remonta el Socialismo 1II0-
«derno.


«Rousseau no hizo Illas que declarar de una manera abreviada


I La proposicion de Housseau es en realiLladuna proposicion absurda, (llIes
que implica contradiccion, no pu,liendo ser depravada In sociedad, sin que el
hombre lo sea, pues ella es un compupsto de homhres. Pero la p¡,oposicion del
género humano no es absurda, sino que es prodifliosa; y auu encuentra uni-
versales analogías físicas y morales en las enfermedades de raza, y cn la im-
putadon social de faltas (¡ de ml~ritos originarios. He otra parle la sola circuns-
tancia de (¡ue el género humano entero atestigua el hecho del pecado original,
da, como dice el mismo Prondhon, el mas al/o grado de prubabilidad á estc
hecho tan asom{¡ros() corno I~DESTlHlCTJBLE: :1 menos que, ("omo I'I'oudhon, no
se tenga el empeño de ICI'untarse contra la historia y la conciencia del géllcro
humano, contra toda sociedacJ, y contra Dios mismo, lo cual hace Proudhon
contradiciéndose á sí pr,}pio, y ;;olanwntc lIc\¡IfHlo algo mas allá el término del
absurdo.


• Progreso j contrariando el génel'o hllluano! j contrariando la naturaleza; y
precisamente porq


'
1e contraría. Esto sí que cs la contrariedad por esclII'iá del


sentido comllo, el colmo del ahsllrrlo, consecuencia inlwitabk de la pérdida de
la fe, que, eu todas las sllprrinrp~ intelig~nrias, rqllivult' [¡ la p"rdirla dA la ra-
zon; prerisampnte [1 ('3nsa l¡'~ la fllerlJ dI' ~"ta llli,nl1 rawn, :\ 1,\ rual nada 1)1]('-
de ya detener cn la dcdLI''Ciuil d,~ las CllllSCnl<'llf'Ías del errur t],> d,nICle ha 1':\1'-
tido.




- tj;¡-
"y delillilila lo que lo:" Soeialislas repiten en detalle y á e~ada 1110-
«IlWllto de progreso, á sater, que el órden social es imperfecto,
« y que falla siempre en él alguna cosa. El error de Rousseau no
«está ni puede estar en esta negacion de la sociedad: consiste sí,
«como vamos á manifestarlo, en que el no supo seguir su argumen-
«/acion ¡wsta el fin, y negar todo á la ve::: lrt sociedad, el hombre y IXos.


((Sea como fuere, la teoría de la inocencia del hombre, corre-
(dalira con la de la depravacion de la sociedad, es la que por
«fin ha prevalecido. La inmensa mayoría elel Socialismo, San-
«Silllon, Owen, :F ourrier, y sus discípulos; los comunistas, los
(, demócratas, los progresistas de toda especie, han solemnemen-
"te repudiado el lIlyto cristiano de la caida, para sustituirle el
« sistema de una aherracion de la sociedad. Y como la mayor parte
«de estos sectarios, á pesar de su fragrante impiedad, eran en
«demasía religiosos, en demasía devotos para terminar la obra
«de .T uan .T acobo , y hacer remontar hasta Dios la responsabil i-
«dad drd !TI al , han hallarlo medio como deducir de la hipótesis
«d(~ Dios el dogma de la hondad nativa del hombre, y se han
"puesto á fulminar bonitamente contra la sociedad.


« Las consecuencias teóricas y prácticas de esta reaccion fue-
(ron que el mal, es decir, el efecto de la lucha interior y exte-
(rior, siendo cosa de por sí anormal y transitoria, .las institucio-
«nes penitenciarias y represivas son igualmente transitorias; que
« en el hombre no hay vicio nativo, sino que la atmósfera en que
«vive ha depJ'ayado sus inclinaciones; que la civilizacion se ha
«engañado sobre sus propias tendencias; que la violencia es in-
(,moral; que nuestras pasiones son santas; que el goce es santo,
«y dehe procurarse como la virtud misma, porque Dios que nos
« la hace desear, es santo.


« Así, m ientras que el Socialismo, ayudado por la extrema de-
«mocracia, diviniza al hombre negalldo el dogma de la caida, y
«por consiguiente destrona á Dios, inútil ya á l~ perfeccion de su
«criatura; ese mismo Socialismo por cobardía de espíritu vuelve
(cá caér en la afirmacion de la Providencia, y esto en el momen-
"to mismo en que niega la autoridad providencial de la historia.


(( Sensible es, no obstante, á pesar de estas apariencias, y di-
('gamos hasta veleidades de religion, que la querella empeñada
«entre el Socialismo y la tradicion cristiana, entre el hombre y
da :"o('iedad, eh-ba terminar por llna nf~ga(',ioll de la DivinicJarl.




- 171 -
(( La razon í'oC'iaJ no se distingup para nosotl'OS d(\ la Razon ahso~
(duta, que no es otra que Dios misrno; y negar la sociedad en ~\1S
<d'ases anterionls, es negar la Providencia, es negar á Dios.


« Así pues, nos hallalllos colocados entre dos negaciones, dos
«afirmaciones contradictorias: la una, que por la voz de laan-
«tigüedad entera, poniendo fuera de combate la sociedad y Dios
(,á quien ella representa, refiere al hombre solo el principio del
«mal; -la otra, que protestando en nOlll bre del hombre libre, in-
«teligente y progresi\·o , rechaza sohre la llaqueza social, y por
ouna consecuencia necesaria, sohre el genio creador é inspira-
«dor de la sociedad, todas las perturbaciones del universo.)) (. .... 'is-
ttma de las contradicciones económicas, tomo 1, pág. 3H-:H8).


y en otros términos, estamos puestos entre el Catolicismo y ('1
Socialismo, entre el órden y el cáos, entre la vida y la muerte,
entre el ser y la nada; y Proudhon conduye resolutivamente por
el cáos, la muerte y la nada, y pone al m undo en la necesidad
de seguirle, ó de retornar á la fe.


En esto no es otra cosa que la última c\presion del error sen-
tado en el mundo por Lutero. El principio insurreccional y re-
volucionario que constituye este error, hubiera tenido su Pro\!-
dhon en Lutero mismo, si su aplicacion hubiese sido lógica: de
ello puede juzgarse por los excesos de los Anabaptistas en Ale-
mania, bajo la direceion de lIfuncer. Los tres siglos, pues, que se-
paran á Lutero de Proudhon, no son mas que trcs siglos de in-
consecuencia. Pero el error, como dejarnos ya suficientemente
explicado, no puede ser inconsecuente sino hasta un cierto pun-
to, y durante un cierto tiempo. Siendo su naturaleza y su desti-
no el arruinar la verdad, y en esto ser lógico, y siénrlole de otra
parte mortal su lóg'ica, precisamente porque arruina la verdad,
que es la vida de todo, hasta del error; sigllese, que el error se
ve forzado á perecer, so pena de no crecer; y todo lo que hace
para crecer, hallallaberlo hecho para perecer. Así vrmos al Pro-
testantismo dejar algo de su vida en cada una de sus victorias, y
al punto reaccionar eontra sus victorias para volver á tornar algo
ue vida. Tal ha sido, como hemos visto, la dohle conducta del
Luteranismo para con el Calvinismo, del Calvinismo para con el
Socinianismo, del Socinianismo para con el Filosofismo, y del
Filosofismo hoy dia hácia el Socialismo. Pero la reaccion riel er-
ror (~S siempre mas débil qne !'in arcion, porqnl' I'~ta I'(,l\r.cion es




- 175-
ilógica, y el CITO]' mismo no la quiere ni ¡lUeJe qucl'el'la SITIO
hasta un cierto punto de esfuerzo contradictorio con su naturale-
za, despues del que vuelve á lomar su curso natural. Por mane-
ra que, en detiniliya, y en su marcha natural, el error va á la
vez creciendo y abismándose, y podrá decirse muy bien de su pos-
trer triunfo lo que ha sido dicho del de la muerte, hija suya: Aó-
sorpta est mors in vie/oriet.


Tal es el punto en donde ha llegado en el dia el Protestantismo,
en su última transrol'lllacion, el Socialismo. Proudhon cs junta-
llIente el gran triunfador y el gran entenado]' de la negacion
puesta por Lutero. La Providencia ha permitido que el infierno
suscitase en él el genio mas propio para esta empresa. Habia sido
ya precedido por Yoltaire, como Luis Blane por Rousseau; Yol-
taire contiene á Proudhon, como Rousseau contiene á Luis Hlane,
como estos estahan contenidos en 'L utero y en Socino : esto es ma-
nifiesto. Pero en l)roudhon la negacion de la sociedad y de la Pro-
videncia ha pasado del estado de irónica especulacion al de audaz
eonclusion práctica, al de acciono Allí está al borde del hoyo in-
menso, del hoyo comun que ha vaciado y abierto, ó mas bien que
han ido ahriendo por ~u turno, y que han sucesivamente ensan-
chado sus predecesores en la negacion, de la cual es él el último y
el lilas completo apóstol. Allí está, repito, con la blasfemia en los
labios, la pala en la mano, evocando todos los sistemas del error
que han vi vido ó que tienen la pretension de vivir, discutién-
dolos con una lógica i n,-cncible, haciéndolos chocar inexorable-
mente los unos contra los otros con una terrible facilidad, sirvién-
dose admirablemente para este efecto de la verdad, pero tan solo
como de un reactivo, que desecha en seguida él mismo para ter-
minar en un error total; y despnes de haber convencido de muerte
Indos estos cadáveres, despues de haberlos arrojado unos tras otros
al aoismo de la negacion, toma la sociedad, desprovista tambien
de verdad y de vida, porque está desprovista de fe, y sin tener
tampoco para defenderse ninguno de aquellos mentirosos sistemas
{lile la han engañado, y que él acaba de arrancarle; y se prepara
á precipitarla, con aquella confianza que mira ya como hecha una
cosa <{ue debe hacerse necesariamente.


Sí, lo repito, necesariamente, pues la sociedad está perdida, si
no Yllelve á la verdad de donde la desprendió Lutero. Si ha vivi-
110 desde aquel rntonrcs hasta el dia, ha vivido de la verdad ca-




- nl¡-
túlica conservada en la Iglesia, y de lo íIue se hahía eomenado
de esta verdad aun en el Protestantismo; pero como el progreso
de este ha ido siempre mas separando el Inundo de la Iglesia, ya I
mismo tiempo gastando la porcion de yerdad que había llevado
consigo en aquella separacion, nada mas queda para yivificar la
sociedad. E!l Yano se proharía rol ver atrás, y tomar otra "ez al-
guna de las posiciones que se han atravesado ya ~obre la pendien-
te del error. ¡Quimérica pretension !Ellllundo no rehace sus rlps-
tinos; y lo que está pasarlo, ya pasú. ta posicion que era sosteIÍihl(~
ayer, ha cesado de serlo hoy, en que el terreno ha sido minado;
y querer probar el subir á él otra vez, seria exponerse á querlar
sepultado mas profundamente. Protestantismo, Volterianismo, Li-
beralismo, Uacionalismo. todo esto puede haher sido algo, pero
no es ya ni puede ser nada, porque todo esto está ahsorbido por
el Socialismo que de ello ha salido como un mónstruo del seno de
su madre, y que no puede ya hacerse que YllClva á entrar en ()1.
Una sola cosa subsiste con el error total, y es la verdad total; la
verdad que no pasa, que era ayer, que es hoy, que será mañana,
y por la cual tan solo podemos existir.


Seais quienes ruéreis los que esto leais, miembros de una so-
ciedad á la que solo quedan los últimos recursos del empirismo
para ganar algunos dias de vida; vosotros todos que sentís en
vuestra alma la grande responsahilidad del porvenir, y el insigne
honor que la naturaleza ha hecho á nuestro tiempo de poder de-
cidir de la vida ó de la muerte dellllundo; gentes honrarlas de to-
das las opiniones, que Ilotais en el escepticismo; os conjuro, en
nombre del sentido social que está en vosotros, y que sin duda
habla por sí mismo en este momento á vuestro .iuicio y á vuestro
corazon, que os inclineis hácia la verdad de una creencia, tan pro-
digiosamente demostrada por la lógica como por las horribles con-
secuencias de su negacíon. Ú corred hasta las absurdas teorías
de Rousseau, hasta las locas é irritantes apologías de nuestras des-
ordenadas propensiones de los Socialistas, hasta la negacíon, has-
ta la blasfemia de la sociedad, del hombre, de Dios, de vosotros
mismos, de todo; ú volyed á la sociedad, á la humanidad, á Dios,
al honor y á la posesion de vosotros mismos, volviendo á la fe. Ó
esta, ó el cáos, no hay mas medio. Este dilema no solamente tiene
á su favor la autoridad de tres siglos de experiencia siempre en au-
mento, que á él nos han conducido, la autoridad dI' las confcsio-




- 177 -
nes del error que en d nos encierra, sino la autoridad de la dps-
truccion que de todas partes se levanta a nuestro alrededor para
oprimirnos.


i Ó verdad católica! ¡ cuán cierto es que tú sola eres la verdad!
í tú sola la sabiduría! j tú sola aquel árbol misterioso, cuyos fru-
los son la vida, y cuyas hojas curan las profundas dolencias de los
pueblos! ¡ cuán cierto es que tú eres la explicacion y la salud de
todo, en el tiempo y en la eternidad!






LIBRO SEG UNnO .
.REI.AClOl'o IIEI. I'nOTESTA\'T!;';~H) C01\ EL SOCIALISMO


I'/lH EL PANTEIf',\!O.


e A l' í TlJ LO I


ELEYACION lJI>I, ESTAHO LI.ANO, () Dil LA CIUDADANÍA,


HASTA aquí solo pOI' :lnti('ipa(:ion helllos hecho entrever el fon-
do del ahislIlo yel [('l"1l1iIlO de la marcha CjIW descrihimos; peru
ahora nos es preciso volvel'la {l tomar eJe llIas I(':jos, y yer COIllO se
va engrosando con todos los desarrollos generales del eITor, y con
todas las anuencias que vendrán á descubrirnos su orígen.


La antigua sociedad política y civil estaha fuerte y extensamente
ol'ganizada, 'Y se resentia del principio católico que la habia for-
mado, aun despues que el Protestantismo y el Filosofismo hallian
ulTancado de los pechos aflllel principio. Así pues, su destruccion
no se verificó sin viulentos rsl'llel'zos, los cuales la hic:ieron lllas
tcrrihle. I~stos esfuerzos, empujados por su misma violencia, no
pudieron ser contenidos con freno alguno, y el 8!l cayó en el !Ja.


Se ha querido siempre establecer una e)lorme diferencia entre
estas ¡Jos épocas. Existe realmente rsta diferencia en cuanto á los
hechos; pero no en cuantu ;í los principios yen cuanto al/in. ta
inSlllTeccioll fue el principio COlllllH, y este principio fue procla·
mado por el S9. El !J:~ no hizo llIas que repetirlo y realizarlo por
Illedió de la destrueeion de todas las superioridades fIlie le ser-
yian de ohstáculo, El ohjeto final no era Illenos eOlllun: el hacer
(Iue desapareciese el edificio; con sola la dil'erencia que el89 que-
ria depollerle,'Y el 93 lo derribó. m primero quería matar )a mo-
nan¡uía, la aristocracia, el e1ero; el segundo mató al rey, á )os
nobles y á los sacerdotes. Esto Cl'fl lo~ral' mejor el oh.jeto; yen to-


12·




- 1SU -
dos los casos, dado el ohjeto, l'1':1 impulsado pOI' la n(jr,esidad. Si
se pasó mas allá de este ohjeto ó término, fue pOn¡HC era necesa-
rio traspasarlo para llegar á el. En este sentido, que no justifica
por cierto los hombres del 89, convengo en que fue traspasado
contra sus intenciones y contra sus intereses. La revolueion des-
cargó tan de firme contra el órden político y civil, que hizo bam-
bolear el órden social, del que se querian conser\'ar no solo los
fundamentos sino hasta las primeras paredes, las paredes del es-
tado llano ó de la clase media. Esta, que hahia impulsado elllJo-
vimiento, no lo fJueria sino para ella, bien que la misma razon lJl i-
litaba para empujarlo mas lejos; lo cual por consiguiente debia
suceder tarde ó temprano por la fuerza suprema dc la lógica.


y aun entonces se verificó esto implícitamente, no solo por la
confiscacion de las propiedades eclesiásticas y feudales, en la cual
tan justamente veia Burke un atentado futuro á la autoridad pri-
vada, sino tambien por la confiscacion de esta por clsolo hecho
de salir de Francia en el momento en que el país estaba ardiendo,
por la creacion del papel moneda, la bancarrota, quc vino des-
pues, el empréstito forzoso fllle no tuvo otras reglas flIJe las de la
arbitrariedad, el maximum que arruinó el comercio de un solo
golpe, y esas requisiciones ufr-toda espeeie que se sucedieron bajo
el régimen de todas las facciones.


El principio de la propiedad quedó profundamente desquiciado
con todos estos atentados. Prondhon viene lambien á confirmar'
la juiciosa observacion de BUl'ke, diciendo que la revolucion (u('
11M suble¡Ylcion pam l{t ley agral'ict. Esta fue proclamada, como na-
die ignora, y de la manera lIlas radical, por Grctcchus Babeuf, ieft~
del cluh de los Iguales, que pretendian la reparticion de todas las
tierras y de todas las riquezas á los ciudadanos pobres, como una
consecuencia natural del principio de la rcvolllrion .Y de sus apli-
caciones anteriores 1.


Una sola palabra de aquella época siniestra, cuyo uso se iba
generalizando con la destl'uccion, daha á ellh~ndcr hicia qué pun-


t « Nosotros queremos la igualdad real ó la muerte, decian ellos en su ma-
«uifiestoj ¡perezcan, si es necesario, todas las artes, con tal que nos quede la
« igualdad real! No ya mas propiedad individual de las tierras; la lierra no es de
« nadie. Nosotros reclamamos, queremos el goce comunal de los frutos de la
«tierra; los (rlltos son de todo el munilo.1! Esta es la apliracion lilrrol" Ir,ce/ual
r1('la~ dortrina~ d~ ROll,~r1ll1.




- un-
to se proponia llegar: tal era la palabra de {ratcmidad, que eon-
duce indudablemente á la de igualdad y de comunidad, debiendo to-
do ser comun entre hermanos '.


Tal era el punto en (Iue Robespierre dejó interrumpida la obra,
veste es el mismo donde vuelve hov á tomarla el Socialismo .
• «LA FIthTERl'ílDAD, dice I.uis Bla~c, anunciada por los pensa-
{( dores de la Montaña, desapareció entonces en una tempestad, y
« hoy solo se nos aparece en las lejanas regiones de lo ideal; pero
« todos los corazones magnánimos la llaman, y ella ocupa ya y
(¡ domina la esfera mas elevada de la inteligencia. 1)


Observa Luis Blanc que el principio que ha quedado en pose-
sion de los frutos de la revolucion francesa es el Individualismo,
sobre el cual es un progreso la Fraternidad.


y lo pinta con una verdad que no permite al original mislIlo el
desconocerse: « El principio del individualismo, dice, es el que,
« tomando al hombre fuera de la sociedad, le hace el único juez de
« lo quc le rodea, y de sí mismo; le da un sentimiento exaltado de
« sus derechos, sin indicarle sus deberes, le abandona á sus pro-
« pias fuerzas, y por todo gobierno proclama el haz lo que quieras.»


, "Ciudadanos, decia el informante de la seccion de salnd pública Barrere,
«en la sesion de 11 de mayo de 1794.: pocos dias hace aplaudíais aquellas pala-
~ bras : Los desgraciados son las potencias de la tierra: ellos tienen el derecho de
«hablar comu árúitros á los Gobiernos que los descuidan ... )) (Estas palabras eran
de Saint ,Iust l. « No basta, aiiadia, abatir it los facciosos, sangrar al rico comer-
"cio, derribar las grandes fortunas; no basta echar por tierra las hordas ex-
«traDjeras, llamar otra vez el régimen de la justicia y de la virtud: preciso es
«tambicn hacer que desaparezcan del sucIo de la república el servilismo de las
« primeras necesidades, la escla, itud de la miseria, y csta de/estable dcsigual-
"dad entre los hombres, que hace que el uno tiene toda la intemperancia de la
«/(¡rluna, y el otro todas las an!Justias de la indi!Jencia. ¡ Ya no mas limosnas,
« ya IIU mas ho:,pitales! ¡La lilllosna es bija de la \anidad saceruotal!»


Ved ahí COIllO repudiando el órden de fe y todas las relaciones espirituales de
resignacion, de esperanza y de caridad qne de ellas nacen, la sociedad se ha-
llaba precipilada cn el mas salvaje soeialismo; y esto hasta cn virtud de a(IIlC-
Ilos sentimientos de justicia, de humanidad y de fraternidad que solo el Evan-
gelio hahia traillo sobre la tierra, y que 110 siendo ya regulados ni dirigidos pOI'
él, se cunvertian, Sill mudar de lIombrc, en sClltimientos de iniquidad, de fe-
roeidad y de antropofagia.- Y siempre será a,Í. El Evangelio será nuestra
muerte, si no es nuestra virla; y será para nosotros el manto de Nessus, si no es
la verdadera túnka de Cristo; y no ,erÍl la tÍlnica de Cristo, si no nos rCI'esti-
mus con ella por manos ue la Iglesia. Esta es la grande verdad· que de mil mo-
dos repetimos en el decurso de esta obra, \,nrque en ella sola está la salud,




- l!i2 -
Todo esto tiigue bien. i\las ¡.quién 110 reconoce en estos rasgos


los del Protestantismo, pasado del órden religioso al ól'llen polí-
tico y civil? Por esto, pLles, añade con mucha razon Luis Blane:
(cE! Individualismo que inauguró Lutero se ha desarrollado con
« una fuerza irresistible; y desasido del elemento religioso, ha
« triunfado en Francia por los IlUhlicislas de la Constituyente, rige
« el presente, y es el alma (le las cosas.))


El triunfo de un prineipio, que es precisamente el de la disolu-
cion, se verificó por la re\'ülllCioll de SU, al solo provecho de la
e1ase medía ó propietaria; lllas la ley de Sil (k,arrollo debía ha-
cerlo deseendel' en el puehlo en (londe debia !l'ans1'ol'luarse en la
fraternidad; la fraternidad de los clue no tienen eOIl los que tieuen,
por la persuasion del terror.


La Providencia no permitió en aquella época que el holocausto
de la sociedad fuese consumado enteramente: detuvo la cuchilla
de los sacrificadores, y la volvió contra ellos IlJismos. Compa-
deci{~ndose de la Franeia y tlel mundo, suseitó uno de aquellos
!:\,i~antes de hierro de los cuales echa lIlano cuando quiere do-
tener las sociedades sobre su pendienle, ó reponerlas sonre sus
bases.


)'fas estas intervenciones de la Provideneia'no pueden hacer
sino venir en ayuda de la libertad del homhre, sin empero supri-
mirla, ni dispensarla de ayudarse á sí misllIa; y de consiguiente
de,jan subsistir todos los elementos de la lucha. J~s una tregua,
una dilacion lo que eoneede á los cOlflhalientes para dejarles el
tiempo de reconoeerse, y de acumular méritos ó fallas, segun los
cuales las últimas consecuencias del error ó ,¡uedan eonjuradas
ó se consumen. POJ'flue, y téngase bien entendido, estas conse-
cueneias jamás pueden quedar sino suspensas en tanto qlle el
error suhsiste; ~. aun durante esta susp(~n~i()n, si nn se porw lo-
do empello en repudiar el (\!TOj' , no hacen lilas que acullIular-
se para prceipitarsll un dia eon !lna yiolencia tanto mas irresis-
tihle, recuperando por su fuerza el tielllpo que perdieron por Sil
lenti lud.


La Provideneia, por fjn, rleja caer ó detiene el golpe se;:un la
llIedida de expiaciones que r;>rbm:t S'.l !'prna. jWilicia, (le ('onr:j,~r­
to con su inllnita misrrico]'di".


Pues las clases feudales ha :tian las primcrai alJandnnaflo la ve/'-
~la(l, v rerhazatlo la allturida'l de dUIlt!\; ~~l(',tll,til'!I \~\¡sÍl'lJ¡;ia, v




- lt\3 -
dehieron ser arrojadas las primeras, y alJandonadas al l'uetro ven-
gador de la expiacion.


La dase media, la clase ciudadana fue llamada á la prueha, y
su clevacion se veriHcó al través de las ruinas de su predecesora,
la 1'cudalidad. Bien C]ue ella fuese ya cómplice de esla, y respon-
sahle, si no culpahle, de los excesos por los cuales la Revolucion le
lJabia hecho lugar; no ohstante, como no hahia envejecido en la
infidelidad, y que en cierto modo ni aun hahia disfrutado de vida,
le file dado el vivir, y el tener en su mano la direccion de los ne-
gocIOS.


i y en qué concurso admirable de circunstancias para ilustrarla
y edilicarla sobre su deher, luvo lugar esta elevacion! j Qué lec-
cion tan eloeuente salia de aquel abismo, en el cual acabaha de
desaparecer lodo un mundo, y tiel que apenas eHa escapaba! i Qué
fulminante demostracion de la omnipotencia y de la suprema ne-
cesidad de la verdad divina aquel espantoso hundimiento tie una
sociedad que la hahia insultado! Yen medio de este hundimiento
irreparahl(', iqué prodigio la resuI'I'eccion de la sola Iglesia, de
la mas anligua, de la mas flaca, de la mas humillada, de la mas es-
carnecida de todas las cosas que habian sido, yen la eual se halla-
ha asaz de "ida, asaz de fuerza, no solamente para resucitar sola,
tiino para dar á luz una nueva sociedad!
~EI hom bre extraordinario á quien fue dada la insigne mision de


servir á los misericordiosos destinos de la Providencia, recibió de
pronto de su correspondencia y de su fidelidad á esta mision, un
tino, una fuerza, una superioridad verdaderamente creadoras, que
hacen de su grande figura en a(lueHa época la maravilla de la his-
toria. Feliz y grande hubiera quedado entre todo lo que fue grande,
si no huhiese querido serlo mas que la Verdad, mas que la Igle-
sia que es ~n depositaria, mas que Sil jefe supremo que es su re-
presentante; ~. si por d no huhiese sido darla una vez mas almun-
do csla alta lecrion, de la cual tenemos tan l'elevantes garantías,
y flue ha sido precisalllente recogida en su herencia, que no Ilay
fuerZa ronlr~l la Iglesia,' que ni aun hay fuerza sin la Iglesia; y
q lIe eternamente se cumplirá aquella palahra de su fundador y de
!'1I fllndalllPnto, Jes\lfl'isto: LA l'IEDllA QGE OESEClTAnON T.OS FABRI-
I:\'iTES y¡"O ,\ SER LA CI.HE DEL ,\;-¡(iULO. EL SE~on ES QUIEN !lA
HECIIO r:~:Tj), i y E~; Ui\,\ COSA .\Il\lJlL\BUl Á NUESTROS OJOS! POR LO
I ['Ir. 0' P!!,'I 1~·1 io olvillai~) (1I:r: os SEIi\ (lUITADO ,í.. YOSOlnOs ~:L




_. Uli -
l\¡';ll'lO m: DIOS, y UAIJO .~ GENTES QUE III:1U.\.:I flliJ JOS; PiJES QlJIEII
CAYEnE SOBnE ESTA PIEDnA SE lIARÁ PEDAZOS, 1 Á AQUEL SOBRE QUIEN
CAYEnE LE HARÁ AÑICOS '.


A todos estos grandes milagros de justicia, de sabiduría, de
fuerza y de misericordia, por los cuales la Providencia daba tes-
timonio en favor de su Iglesia é instruia á la clase media, añadió
una gracia señalada: tal fue la de suscitar órganos dignos de
promulgar estas instrucciones, : el perpetuarlas por el genio.


El genio, del cual dispone Dios, como de todas las suprema-
cías, del cual prescindc, se burla ó se venga con solo abando-
narlo á sí mismo y dejarle obrar contra su vcrdad, pero que quie-
re tambien alguna vez hacer servir á su gloria, comunicándosela
á su vez; el genio, repito, habia sido concedido al }'i1osotismo y
retirado á la Iglesia, para reproducir en la resurreccion de esta
el milagro de su formacion. Cuando quiso Dios que empezase
aquella grande prueba, cerró las hocas de Bossuet y de Pascal, y
dijo que se ahriesen las de Vol!aire y de ROllsseau y de los otros
filósofos, los dejó vomitar y arrojar contra su Cristo todos los ras-
gos, todas las tretas, todas las chispas del espíritu, de la elocul:n-
cia, de la imaginacion, de la ciencia, del ridículo, del sentimiento,
todos los tesoros del ingenio humano. Permitió que estos no en-
contrasen refutacion poderosa, é impuso á aquel siglo desencade-
nado contra la verdad, el mas espantoso de los castigos: el silencio
de la verdad: JI'SUS autem tacebat. Mas consumado el deicidio en la
persona de la Iglesia, y salida esta victoriosa del sepulcro, y res-
tablecida en su gloria, hizo Dios que el genio vol viese á pasar al
lado de la fe; y como si hubiese querido aun manifestar que el
servicio que ella recibia del genio no era mandado, sino única-
mente aceptado, y al propio tiempo dar á este testimonio la irre-
cusable autoridad de la conviccion, le hizo brillar principalmente
cn tres escritores láicos, entregados, cada cual por sí solo, á las
propias inspiraciones de la yerdad: Chateallhriand, Bonald, de
1rIaistre, tres nombres, ante c\I:o brillo aparecen pálidos otros nomo


, Evangelio de san Mateo, XXI, 42. i Qué palabra I j qué profecía! j eOIl
cuán numerosos milagros se ha cumplido y confirmadu en la larga historia de
la Iglesia! i Qué milagros recientes, .1etualcs, jllstillcan en ella aquella olra
palahra: Los de/os y la tierra pasnrlÍn, pero mi palalJTa lW pnsorlÍ jamús I ¡Y
qué prenda de seguridad social no debemos encontrar en el homenaje que ella
red be !




- l~:í -
hre", 'lile hall duminadu pUl' la gloria á aquellus (Ille nu han pu-
didu eonquistar á la verdad, y que, despues de haber transcur-
rido algun tiempo, recihen hoy de los sucesos y de la experiencia
la lIJas solemne y la lllas suprema de todas las justificaciones.


Tales fueron las gracias con que fue colmada esta clase media
o cstado de ciudadanía en los momeutos de su advenimiento.


Veamos ahora como correspondió á ellas.


c.\ piTULO ll.
:UCUIIEYIO DEL RACIONALISllO; sr; ~IARCIlA RAPlDA HACIA


EL l'ANTEISJ!O.


Lo (lue acahamos de decir acerca del destino de nuestros tres
grandes escritores católicos es el primer punto de acusacion contra
sus contelll poráneos. Dejando aparte á Chatcaubriand, que luvo el
arte de administrar el Cristianismo en pequeñas dósis, y de disfra-
zar su scveridad hajo el ropaje embelesante de su imaginacion,
(lile romanlizó, por decirlo así, el Evangelio, y renovó aquel mila·
gro de las rosas por el cual la pródiga caridad de santa Elisaheth
de Hungría logró evitar las inculpaciones de su esposo; aparte,
repito, de este suceso obtenido sobre la opinion, y que fue inmen-
so, cn lo que hizo llorccer la Religion, esperando que fructificase;
nuestros grandes escritores católicos, entre los cuales estamos
autorizados no menos por su elocuente caida que por su gloria, á
contar al abate de Lamennais, no han hallado séquito en la cor-
riente general de los ánimos. Fucron como aquellos profetas de
la ley antigua que vcnian á anunciar á Israel verdades mal reci-
hidas porque eran severas, y qtle S(~ veian despcdidas, hasta que
el cUIÍlplimienlo de sus predicciones vcnia á darfcs una tardía y
terrible autoridad. Ellos no inlluyeron sobre su tiempo. El instin-
to católico y social, la fuerza propia de la verdad fueron los úni-
cos motores que hicieron disperlar fa fe en las Illasas; yel triunfo
general de la Helir;ion en esta época no se dehió sino á ella misma,
a la Iglesia, y a Aquel que psta con ella hasta el fin.




- lSü-
Las inteligencias superiores, las filie dan la dil'eeeioll al pensa-


miento, no participaron de este ulllviiiliento. Ellas dehian llla~ lar-
de combatirlo abiertamente, ;" se cnsa~aban ya en sus preludios
ele una manera indirecta é insidiosa. En ellas (lehclllOs seguir las
evoluciones del error.


Lo hemos dieho ya: el error solo puede ser suspendido en .'U
marcha. Si no se le rechaza absolutamente abrazando la \erdad,
toda transaccion con él es inútil; continúa su obra de destrun;ioll,
y arrastra á los misllIos maestros tras las huellas de sus discipu!(ls.


En esta época hizo uno de aquellos movimientos dI) rcii'll('cslI,
qne hemo~ obscnado ya cuando el advenimiento del Filo:-;olisllif),
El Socinianislllo, como VilllO:;, se hizo crisliano para comhatir al
l?ilosofislllo que acallaba ele engendrar, y J'ctobrar la poca vcrdad
clue le escapaba.


Del propio modo el Filosofismo, que lleraha en sí ell\hltcria-
lisnlO, así (rlC este se hubo dcsprenfli(lo de (>!, y se huho con,li-
tuido en doctrina l";plieita, se hizo Espiritlwlista, para salvar, lIle-
diante esta verdad, el error quc perecia por S!I ()\ceso, y que IW-
cesita de verdad para existi r.


Pero, i fuerza fatal de la lógica! los mismos lIlósofos que se g)o-
riaron de esta reaccion contra el Materialismo, debían conduci r
el mundo á un abismo mas insondable aun que el del Materia-
lismo.


En esta época, es decir, en el decurso y hitría el fin del J mpe-
río, formóse una escuela, que comparada ron el grosero Materia-
lislllo de Helvecio y fle Cahanis, y ai Sensualismo de Condillae,
podia ser llamada l~spiritua!ista, pero f[ne ha merecido Hlucho
mejor el nombre r¡ue le ha quedado ele Rrtrio/loli8tll.


El Racionalismo, que hemos de definir·, no ha sido otra 1:0:-:<1,
Ú la par del filosofislllO, q Ile lIlla e\¡Hwsion del Prol('st;mli~;lllo, el
cnal ha tenido dc~de .su orí::;c'rJ 1!lla dohle tf~llcl('ncia: j¡¡ de nt~;lr
y la de pretene!2r afirmar. L" n(~.:;'a('ion es ~¡¡ nrdadero prilu:ipio
y su único resultado; !)ero entl'lO e~t:.~ principio y este resultado
mc(lia la pn:lcnsion de alirlllacion, ~:"e no üs ,;ino la llIant)ra de
llegar ft una ne;:\·aeion mas f!Tand2 .• 1sí el Protestantismo jmlíl'.,[a,
l;{,~ (L~uí sn carúct~T prin\:ipaJ y (}o!1Ill!(lnle ~ y ni(\[~'a :: rtl{'JlaJ:a la
~wlf)ricla<l. En segundo lugar í!nr¡lIIaka, (¡ pl'('~en¡]c dogllializiH',
su.";¡itllir una fe, un :jilllho\'), nn,t cOllf,::,ioll i~;) Sil ¡,>(o;'-Úllil'lI!') , á
Jet ft' _ al .;11111>1110, ú. la !·Ollr\~~I<)1l el,. h i jl'-;Ja, !;I I tlal ;:,. IH'" ,dlar




-, UIi -
de la hmjíll, coll10 lo !lloica la etilllolo¡:;ía de este lIolllhre (7,t?Ú')
yl) CSC(~j() J. En una y otra de estas dos operaciones, sea que pro-
teste, sea que dogmatice, el Protcstantismo no recibe im;piracio-
nes sino de la razon natural, lo cual hace que, il pesar de su pre-
tcnsion y de Sil esfuerzo para afirmar, no tiende directa ó indirec-
tamente sino á negar, por la razon matemática evidcntísima, que
la razon, no teniendo valor sobrenatural, no puede darla. á sus
operaciones ni á sus productos, y que 0=0.


y vimos ya como el Filosofismo era el dcsarrollo del Socinianis-
mo, y por él, del Protestanlismo, en su tendencia de negacion
directa, de protesta y de snbversion. El Filosofistllo no ha pre-
tendido dogmatizar: ha tomado la. negacion en el punto á donde
la habia llevado el Socinianismo, la no-divinidad de J esucrislo;
y la ha lógicalllente empujado á la negacion de la divinidad ,le
las Escrituras, y despues á la negacion de todos los dogmas de b
teología natural.


De la propia manera el Racionalismo procede del Proteslan-
tislllo,~' lo continúa, pero es en su accion dogmática, El llacio-
nalismo es la razon, haciéndose á sí misma sus dogmas de creen-
cia. ¿No es esto mismo el Protestantismo? La única diferencia
está, que en el Protestantismo la razon ejerce su aceion dentro el
círculo, y en el Racionalismo fuera del círculo de las .Escrituras.
Mas ¿ (/ué significa esta diferencia, cuando el sentido sobrenatu-
ral de las I~scrituras queda completamente suprimido, como ha
acabado por desaparecer hajo la acoion corrosiya de la exégesis
protestante que se ha fijado hasta en la parle histórica? Desde en-
lonces el Racionalismo no es otra cosa lllas que el Protestantismo
continuando su libertad dogmática fuera del I ihro de los Evautie-
lios, devorarlo por él, Y ejerciéndola' en el gnmrle lihro de la hu-
manidad, escogiendo lo (lile hay de verdad en todos los sistcllla~.
\ sacando de ello SlIS dogmas. "\~í ei'ta opcraciOll, (¡HU es carac-
lnríslíca al Racionalismo, se llama ('on un nomhre que es sinónimo
del de herejía, cclcctisl\1o, de 2;:)':y',), que, (nUlO ";,.=" quiere de-
"ir: ~;o CSC(~¡o. Y pretende, conlO c,}]a, erigir ,~::: ~lE; coneep-
Irl:,), y, CO!110 ella, e.\Nr·.Ci' el íiliést!'rh i'Slii;'¡:til(!! "


l\lm:, ('OIllO rila, no hn:'c ~inn i1LT;\llil:n· (,1 ;~h¡':mf) :. l':illl¡lIlJ:1i"
t :r~~la pl'ct('n~~ion ha :3ido rr~'~i.il:l(;¡;;l~ \1] l' "\¡H \'··;~Idn ¡,td. vI ~~1'. C,lll:- ¡n }" ~us
¡li~i' fplllo~; .. \si ~ pUf'S, 1o:~ ~I'<'~s. C,n¡'·:íll: ~';'')i~,",['í ) J,lrq'u'~;, ~ ~Ijmc\n y ofr(\'., ~.:(;¡!


~ . " ; I • ~ ".




- 1~1í -
iudil'edatllente la ohra de uegaGiOll que tau adelaute hauia sido
impulsada ya por el Filosofismo. El Filosofismo hahia abierta y
brutalmente negado los dogmas de la teología sobrenatural y na-
tural: parece que despues de esto nada quedaha que hacer. Pero
no: quedaba el género humano, la sociedad, con el imponente tes-
timonio de su historia, de sus tradiciones, de sus religiones y de
sus filosofías, que todas, al través de su diversidad, deponen en
lavor de una verdad primitiva y tradicional, y contienen sus gran-
des principios, sus grandes dogmas, que el Cristianismo vino á
restablecer en su integridad, completar y fijar para siempre en el
seno de la Iglesia. Pues bien, el Racionalismo ha venido á traer la
aCGion del libre exámen sobre esta gran reserva de la sociedad;
y bajo el pretexto de heber de ella, escoger y deducir sus siste-
mas, ha desnaturalizado, falseado y destruido por fin todos sus
elementos, como lo habia hecho ya el Protestantismo en el terre-
no de las Escrituras.


Tal es, pues, el Racionalismo, tal es su estrecha relacion con
el Protestantismo.


Su nacimiento fue modesto y recomendable. El honorable se-
ñor Royer-Collard fue su jefe en Francia; con todo, no luvo el
mérito de la invencion, sino tan solo d de la importacion. Del
Protestantismo fue tambien de donde tomó la Francia esta doctri-
na, y de Escocia fue de donde nos vino.


Al figurarse el estado de ruina en que se habia hundido el es-
píritu humano desde las alturas de la fe, y corno, despues de ha-
ber perdido, desasiéndose de la autoridad, todos los dogmas de la
teología sobrenatural que le ponian en relacion con lo infinito y
con la Eternidad, hahia perdido en seguida todos los dogmas de
la teología natural que le conservaban aun en las vagas nociones
dc Dios y del !>ol'\'cnir, y habia llegado hasta pcrdcr la nOGion de
sí mismo, y á no querer ser sino una sensaLion Iransl'oI'luada, mc-
nos aun que esto, una concrecion de cerebro, y que se ve de olra
parte á lo que sc reduce una eSGuela, la Guallcnia quc revelarnos
csla grande ruina, y se ha gloriado dc habcrlo hecho; adlllírasc
en verdad por cuál suerte de ilusiones permitc Dios al CITO!' que
se seduzca á sí mismo.


Mucho se ha ponderarlo aquel dicho de .}oulfroy, que la Cltes-
líon de !el inmortalidad del (tlma em !l/M! cucstion }I1'ematuj'(/, y se ha
('rcído sorprender en esta palahra una de aquellas confesiones in-




- 18\)-
discretas que descuhren la naela de una docLrinfl. Pero nada de
esto; esta impotencia de la escuela escocesa, esta abdicacion de
su pretension misma data de su nacimiento, resulta de su método,
se halla sin rebozo en la boca de sus mas venerados profesores.


La escuela escocesa, en efecto, se reduce á la doctrina, ó mas
bien, al método de la ohseI'Vacion y de la induccion, que Bacon
habia ya introducido en el órden de las ciencias físicas, y que
Reid y Dugald Stewart han aplicado al órden psycológico. Ella
consiste en observar el yo, y todayía no en sí mismo, sino en sus
facultades, y aun no en su natlll'aleza ó en sn accion, sino en Sil
distincion de las unas con las otras y en su nomenclatura. Esto es
una rueda, es una palanca, es un cje. Pero ¿ y la relacion de esta
rueda, de esta palanca, de este eje? l.Y Sil accion? ¿y su movi-
miento? ¿ Y Sil fin? ¡Temeridad! ¡temeridad 1 j temeridad! Distin-
guir y nombrar nuestras facllItades, reconocer que hay dos, de las
cuales la una se llama el entendimiento, y la otra se llama la volun-
tad; ved ahí las colunas de Hércules de la filosofía espiritualista
moderna .


.Mas, en fin, ¿ cuál es la naturaleza de estas facullades, y de
todas las demás facultades nuestras, de la percepcion, de la me-
moria, de la conciencia '? No llega á tanto la ciencia. II Distinguir
«y nombrar estas facultades, nos dice Reid, es todo cuanto he-
«mos hecho y podido hacer; pero sus nombres no explican ni la
"aceion propia de cada una de ellas, ni la irresistible conviccion
« que de nosotros ~xigen. Su naturaleza está cubierta para nos-
« otros de un velo impenetrable.» (Bnsayo de Reid sobre las facul-
(rules del espíritn humano, tomo IV de sus obras, pág. 203).


Pero qué, ¿segun esto, vosotros no sabréis ni aun cuál es la na-
turaleza interna de la cosa que piensa, lo qlle constituye la esencia
particular del yo?- « Ciertamente, nos responde el profesor fran-
«cés, nosotros lo ignoramos, y lo ignorarémos siempre.») (Fmq-
mentos del Sr. Royer Collard, recogidos lJ()l' Joulfroy, tomo 1 V de las
obras de Reid, pág. 31/).) -« N ueslras facultades no penetran has-
« la la ciencia, dice el profesor escocés; no alcanza ni se extiende
« hasta allá el entendimiento humano.» (Ensayos de Reíd, tomo IV,
pág. 203).


Mas, en fin, escuela espiritual ista, ¿ podrias decirme porque así
te llamas? ¡,repudias el Materialismo? l, eres con él incompatible?
-[( No pOI' nt'cp~illa¡], n()~ l'('sponelp Dng:1lel Stpwart: la psvrología




- í~l\l-
ce se arreg-Ia 1!/Ullflllf'ílÜ' ron el Ma[('rialisJlIo, J I~on d Idealismo dI!
« Hcrkeley l.)


./oul1'roy, pues, no anduvo indiscreto cuando dijo: que la CllfstiOJl
de la inmortalidad del alnm era prematura, y que hasta la opinion que
atribuye {os hechos de conciencic¿ á un principio distinto de todo órgano
corporal puede hastet ahora ser considerada COIIIO una hipótesis. - Ha-
hida razon de la indigencia de la escuela escocesa, era hasta ulla
generosidad el llegar hasta la hipótesis.


El alma lánguida de este pobre Joulrroy, replegándose mas lar-
de sohre sí misma, tenia, pues, mucha razon en exclamar: (e No po-
« dia volver yo de mi asomhro, de (Iue se ocupasen (!el orígen dp
,das ideas con un ardor tan extraordinario, que se hubiera dieho
c( que atlí estaba concentrada toda la filosofía, y que se dejasen :'t
«( un lado el hombre, Dios, el mundo, y las relaciones (Iue los
« unen con el enigma de lo pasado, y con los misterios del pone-
«( nir, y tantos prohlemas gigantescos sobre los cuales no se disi-
« mulata profesar el escepticismo. Toda la lilosona estaba encer-
(rada en un agujero falto de aire, en donde mi alma, recientemcn-
« te desterrada del Cristianismo, se ahogaba.»


De este agujero, tan estrecho como era, dehian salir doctrinas
muy extrañas y muy funestas.


La sufocacion que allí sentia el alma de JOllffroy, es la que sien-
le el alma humana puesta fuera de su elemento, que es la verdad,
y que la impele, cuando esta le falta, á esparcirse y á agitarse en
sistemas que la remedan, y que dan al error un poder afirmativo
de destruccion mas peligroso que la negarion directa.


HasLa entonces el Filosofismo hahia negado, negado :'t la Igle-
sia, negado a J esueristo, negado á Dios, negado al alma. Nada
habia puesto ni pretendido poner en su lugar; y este lugar, y este
racío inmenso, y este abismo en que se habia hundido la so('i(~­
dad, tenia ú lo menos de hueno, lJue hacia sentir la necesidad de
llenarse, y (Iue llamaba naturalmente :'¡ él Sll primer objeto,


Dehia, pues, haber otra cosa lllas funesta aun, y esta era la flpa-
riciOll de llm filosofía qlle eugaiíase esta necesidad por medio d(~


1 Ensayos filosóficos, pOi' Dugalú Stc\\art, disemso prelimillar, ¡,[¡~~. 10,
11,12, de] Sr. Carlos Huret. -~o hemos porlido dar aquí mas qtW un ('\trll,'I"
ele b escuela escocesa. Se encont.rará una cxposicion mas rOll1jlleta rnl:1; Oóras
del ]lre¡ddent.e Riambourg, l' en las notas y anúlisis tall juidosos dt, [,lJ IIU('\O
l'ditor, :.1. '1!l, fois;:Pt; UD lomo en LO, eilie. tlt' l\li¡!TIt'.




- Hll -
lalsos sistelllas que slIlIulasen la verdad, que tullrle¡,e üi abIsmo de
densos nuhlados, y qne empujasl~ hácia allí el espíritu humano
por la conliama en SIIS propias ereaciones, y por el orgullo que
estas le inspirarian; orgullo HO ya solamente de rehel(Ha contra
])ios, sino de dcifieliciull do ~Í mismo.


Viendo, PllPS, la desll'lIecioll tolal (Iue amenazaba, presentábase
naturalmente la re para rehacer su obra. Viene por su lado la fa-
zon, y pretende no len el' necesidad (le su socorro; y á pesar de
no haber podido conservar, y de no haher tenido fuerza sino ¡mra
tI('~l],lIi]', pretende reconstruir, edificar, satisfacer la necesidad
imperiosa que el alma humana tiene de la verdad, darle todas las
luees y todas las fuerzas de que necesita para el cumplimiento de
sus destinos, reemplazar la Relig-ion en una palabra, y ejercer
su sacerdocio. Tal llega á ser la pretension del Racionalismo.


Al principio se limitaha á poco, como acabamos de ver: fue
Illas que modesto al nacer; el buen sentido se lo imponia como un
dehel·. Pero el inter('s." ~I orgullo TTlU:' Im~st() le empujaron á te-
ner mas audacia.


Dividióse en dos esenelas: la escuela doelrinaria y la ecléctica.
La escuela doctrinaria se dejó inspirar de lo mas grave, honesto


v religioso de la escuela escocesa, restos flotantes del Cristianis-
mo disuelto por el Protestantismo; y de ellos hizo t no una doctri-
na, porque la propiedad de la escuela doctrinaria ha sido el no
tener una doctrina, sino un fondo, una materia para formular doc-
trinas, segun las circnml,lllcias y las situaciones, pro(~ediendo de
I:"t conducta tí la doctrina, mas hien que de la doctrina á la con-
d\lcta; justificando esta por aquella, despucs de haber hecho aque-
lla sobre el molde de esta. El carácter de esta escuela fue el de
ser moderadora, y de ponerse como una razon de Estado entre la
\cnla(1 y el error. na sido esencialmente individual é infecunda,
y no ha hecho discíplllos. Ha tenido por eáiedra la tribuna, por
('ampo la política: !lO ha inllJlliclo de "u doctrina sino los aconte-
cimientos, ni comel'tido sino el poder. Su imjlorLancia, con lodo,
ha s¡uo considerable por el talento y el nülito de sus maestros, y
no menos funesta por cste alto palronato que, igualando al error
con la ycnlad, ha producido un nivel dp escepticismo mucho mas
jlclig-r()~o quc <;1 ataque ahirrto, fjllf' (li~tinguc y íjue pone á prueba
!;l \('j'dad.


La P';(,lWla !'('I!'rtira ha sido mas hrillanl<; y mas extensa.




-1n -
Esta escnela parle del principio exacto de que hay algo de ver-


dad en cada error; y se ha dado por mision el (separal' los erro-
« res mezclados á esta porcion de verdad, que es la fuerza y la vi-
« da de cada sistema; hacer la misma operacion en todos los sis-
« temas; y despues de haberlos así depurado y reconciliado, com-
« poner con ellos un vasto conjunto adecuado á la verdad entera, »)
(MI'. Cousin Fra,gm. filosof., tomo 1, pág 39).


El vicio de este sistema salta á la vista, Implica contradiccion,
en efecto, el pretender poder distinguir y rer;onocer la verdad tnez-
cIada en cada error, si no se sabe ya lo que es verdad, si no se
tiene ya poses ion de la verdad, es decir, de la cosa misma que sp
busca, y cuya investigacion es tan inútil si ~e posee, eomo impo-
sible si no se posee. Mas hreve, mrnestrl' rs 1enpr ya la verdad
para poder discernir la verdad.


A pesar eJe esta evidente contratliccion, la escuela ecléctica ha
hecho mucho ruido y ha ejercido la Illas grande inl1l1enr;ia. Para
los espíritus vanos ha tenido el mismo atractivo que tuvo por II1U-
cho tiempo la alquimia, esto es, procurar cada (~ual hacerse por
sí mismo su fortuna, y no deber la adqllisicion de la verdad sino
á la industria de la propia inteligencia. Y ann tenia sobre la alqui-
mia la especiosa ventaja de que el oro de la verdad no está para
hacer, y sí solo se ha de despegar ó segregar de los errores con
que está mezclado. Desgraciadamente para operar esta segrega-
cion era necesario un reactivo, que no podia encontrarse sino en
el resultado de la operarion.


Este sistema se ha sostenido asaz largo tiempo, y se ha exten-
dido sohre toda la enseñanza en Francia, merced al poder de que
disponian los maestros; y sobre todo, merced á la independencia
en que ponia al entendimiento con respecto á la verdad, permi-
tiendo el prescindir de ella, y hasta atacarla, hajo el pretexto dI'
cultivarla y de inquirirla.


Mas no siendo asaz grande esta independencia, el terreno dI'
reuníon y de ataque no era bastante accesible á todos los enemi-
gos de la verdad, pues no admitia completamente ningun sistema.
Tampoco podia de otra parte sostenerse contra la crítica: ¡)phia,
pues, abandonársele, y tomar una posieion mas avanzada,


El dia en que se debia poner en obra aquel proyecto, los maes-
tros mismos del Ec\ectismo no dejaron de mostrarse ingra10s rn
.'sta pflrtr, ni ¡le ale.!!':lr l'a'zonps plansihlps para paliar Sil ¡fpsprrion.




- l\l:¡-
y estas razonr.s, que hasta entonces no hahian querido alrnder,
supieron /lIuy bien prolllulgadas ellos mismos; y los cellsorps mas
inexol'aules del Edectislllo fueron los que en el dia anterior ha-
hian sido sus maestros.


(( El Eelr.ctismo, dice el Sr. Cousin, supone un sistema que ]r
(sirva de punto de partida y de principio para orientarse eH la
«historia. En efecto, para recoger y reunir las verdades disemi-
« nadas en los diferentes sistemas, es nece:-iario ante todo segre-
((garlas de los errores con los cuales van mezcladas; y para esto
«es preciso saberlas discernir y reconocer. Mas para reconocer
« que tal opinion es verdadera ó falsa, preciso es saber an tes por
« sí mismo en dónde está la verdad; y es indispensable tener un
(( sistema para juzgar todos los sistemas.)) (Fraflm. [¡Iosof., t01110 1,
pág. 42).


«I.a crítica, deda JouITroy, presupone el conocimiento de la ver-
(( dad ... La historia de la Filosofía presupone la Filosofía ya for-
(( llIada. Emprender la una cosa antes de la otra es querer el fin
(¡ antes del medio. Es un círculo vicioso manilieslo. 1) (Nupvas l1fis-
celáneas, pág. :3ti9). Pudiéramos extender y multiplicar las citas,
pero estas nos parecen suficientes.


Fuerza es, pues, salir del Ec1ectismo, abandonarlo; mas ¿para
ir á dónde? A la verdad misma, sin la cual, cOlllodice muy bien
el Sr. Cousin, no se pueden discernir los errores; á esta verdad,
contenida en un librito que se llama Catecismo, del cllal .TouITroy,
en uno de sus lllomentos felices, como ha sido, segun se dice, Sil
último momento, decia tan á propósito: d1ay un librito, que Se'
«( hace aprender á los niños, y sobre el cual ~e les pregunta en la
« iglesia: leed este pequeño libro que se llama el Catecismo, y allí
«(encontraréis una solucion de todas las cuestiones que acallo de-
(( proponer, de todas sin excepciou. Preguntad al Cristiano de dóo-
« de viene la especie humana, y él lo ;;abe; á dónde ya, él lo sabe;
((de qué nianera va, y él lo sabe. Preguntad á este pobre niiio
((quién ha procurado por su vida, por qué está aeú en la tierra, y
( lo que será de él después de su muerte; y os dará una respuesta
I( sublime, que no comprenderá, pero c[ne no por esto deja de ser
« menos admirahle.l)reguntadle cómo ha sido c:reado el mundo, y
( á qué fin; por {{ué razon puso Dios en d animales y plantas; có-
'(1110 se rué poulando la licrra, si ftw por ulla sola familia ó por
'(IHIH'has; por r¡n(' h~hlan los homhrps Illllch;lS Ipugnas: por qll('


n




- 1\14 -
([ sufren, por qué luchan linos con olros, y CÓIIIO :H'ahal'á lodo esto;
(, nada ignora. OI'Ígen del mundo, origen de la especie, curstion de
II razas, destino del hombre en esta vida y en la otra, relaciones
(, del hombre con Dios, deberes del hombre hácia sus semejantes,
«((Jerechos del hombre sobre la creacion, todo lo sahe; y cuando
« SCJ'á grande, ya no tendrá duda alguna sobre el derecho natural,
«sobre el derecho político, sobre el derecho de gentes; porque
dodo esto sale, todo esto emana claramente y como por sí solo del
«Cristianismo. lIé aquÍ á lo que llamo una grande l'eligion, y la
((feconozco pOI' esta señal, esto es, de que no deja sin respuesta
« ninguna de las euestiones que interesan á la humanidad.») (Mis-
celáneas filosóficas Del proúlema del destino humano).


Pues bien, ¿ era acaso par ir á esta grande religion y á este pe-
queño libro que reasume toda su doctrina, era para ir al Catecis-
mo que se dejaha el Eclectismo? No: era para ir al Syncrctislilo.


¿, Qué cosa es el SyncrelisIllo, y en qué difierc del Eclectislllo,
cn fJlI(~ es sobre él ulla cvolucion progresiva del Racionalismo? llé-
lo aquí.


Suponc el Eclectislllo que hay partículas dc vcrdad lllczclada~
con los errores de todos los sistemas; y que hay por consiguicntc
enorcs de los cuales hay que segregar estas porciones de verdad:
ahí está lo dillcil, ó mas bien lo imposible, para quien no esllÍ en
posesion de la verdad. Pero, se ha dicho, si no hubicse erro]'(~s
propiamente dichos; si todo en cada sistema fuese verdad, lilas
tan solo incompleta; si no hubiesc lIlas que recoger y comlJino]'
todos los errores, cs decir, todas las verdades, y adicional' Ó jun-
lar todas estas fracciones para tener en SUIlla la verdad complcta;
no habria ya entonces graves dificultades, ya no llIas doctrinas
falsas que destruil', ya no mas contradicciones que resolver; loda
(Títica tllosófica y todo criterio serian inútiles. Esto seria Inuy sen-
cillo. La ciencia se limitaría á un Jluro invcnlario de todo lo que
se ha sostenido, de todo 10 que se ha adelantado en las diversas
filosofías: hé afluí el SyncJ'etisIllo.


Pero J. es una realidad el que sc haya csto enseiiado? ¿, Es 1I11a
verdad que en cste país de huen sentido y de scntido moral qne
se llama Francia, se haya profesado en público y á nombrc del
Estado, y se haya enseñado á la loea .iuventud quc no hay error,
IJlle no ha~' extravagancia, que no hay monstruosidad alguna que
sra rcpudiahle, mas ¡.([Uf> dig-o? qnr no sra digna dI' sr¡' re('ogid~




- l!1:J
Y honrada ('Úmo una partiriparíon de la Yl'rd:l!l misma? Esrn-
eh:ul sino:


« El elTO!' no es otra cosa que una verdad ifl(~olllpleta convertida
« en una verdad ahsoluta. No hay otro erro)' posible. (e urso de 1 S2S,
«7." leeeion, pág. ti).-SigllI'S(l ILl ahí, (lue el error no es extra-
« vagante, y que no hay sistema alquilo (also, sí no muchos sistemas
{( incompletos, verdaderos en sí mismos, y viciosos tan solo en w
«pretension de contener en eada uno de ellos la absoluta verdad,
« que no se encuentra sino en todos. ([bid. G.' leccioD, pág. 29, ~
d<'ra!lm. (¡losaf., tomo 1, pág. 11\).- Todo es I'm{ar[ {amado I'n si,
« pero puede pasar á ser falso si se toma exclnsivaml'nte, Así ron-
« eebido el error es necesario y útil. En efecto, ¡. (Iué es lo que ha-
\( cen las diferentes filosoIías'! Aspiran á dar de la razon una 1'('-
I( presentaeion completa. Luego cmi!! ww dI' ellas es buena ('/1 su luUai"
« 11 Ú su tiempo. El error, si se me permite hahlar así, es la (arma
((de la 'l'C1'dad en la historia. Todos estos errores, es decir, todas es-
« (as nerdadcs, se suceuen, etc.» (lbid. G,' leccioll, pilg-. ~!l, :11, :12,
:¡¡¡, y 7." leeeion, p¡íg. G).


i Uella ohra pouria hacerse por cierlo, en la cual se pro hase 1:1
razon católica por la sinrazon de sus enemigos!


De esta apología de todos los errores, es decir, de todas las Ter-
dades, á la apología de todos los actos, de todos los sucesos, cua-
lesquiera que sean, con tal que sean, y á la legitimacion del he-
cho por sí mismo, aun cuando sea una injusticia, aun cuando sea
un crímen, no hay mas que un paso: y este ¿. no se saltará? y b
enseñanza permitida, ¡,qué digo? olieial y retrihuida, ¡,llegará á
tal enormidadL. Sigamos escuchando:


<IEl carácter propio, la señal de grande hombre es el que srtl!la
« hien ... (Introduccion á la Historia de /n Filosofía, lO:leccion, pá-
«gina 17). Si el vencido excita nuestra piedad, debemos reseJ'\'ar
(<lluestra mayor silllpatía para el vencedor, pues que to!latieton'(/,
«arrastra infaliblemente un p'oqreso de la humanidad. Es necesario
« ser del partido del vencedor; porque este es siemll'l'e el de la mejor
« C(lUSlt, el de la civilizacion y de la humanidau, el del presente y
« del porvenir, mientras qlle el partido del vencido es siempre el
« de lo pasado ... )) (lbid, lO:leccion, pág. 3i, 38).-«La victo-
(1 ria y la conquista no son mas que la victoria de la verdad del
« día sobre la verdad de la víspera, que ha pasado á ser el el'l'Ol'
«de hoy,)) ({bid. 9.' Ic('c,ion, pág.:ll ).- «¿.Admit.ís que la ri\'iliza-


13'




- 1% -
« eion adelanta inecsuntenwlltc"! j. Lo admitís? i Y no podeis dejar
« de admitirlo! Sígucsc pucs dc ahí, que ellantas vcecs el espiri-
(\tu de lo pasado y el espíritu del porvenir se hallarán en lueha,
« la ventaja quedará neeesariamente á favor del espíritu nucro.


«He definido la vietoria eOll1o neeesaria y útil; me propongo
« defenderla como/usta en el sentido mas est·ricto de la ]lalllf!Ta; me
«propongo demostrar la n/oralidad del buen éxito •.. Pues que el ,"en-
( eido es siempre el (¡ue debe serlo, aeusar al venccdor y tomar
« partido eontra la vietoria, es tomar partido eontra la hllmanidad,
{( y quejarse del progreso de la eivilizaeion. Y aun delJe irse mas
« adelante: el vencido deúe ser vencido ?J Ita rnerpcido serlo; el venrc-
«dor no solamente sirve á la eivilizaeion, sino quc es mejor, ?Itas
«moral, y por esto es veneedor ... Señores, E;'{ ESTE MUNDO TODO ES
(PERFECTAlIlE;'{TE JUSTO ... (Ibid. pág. 36, 37, SS). Sin hacer aquí
( una teoría ni una e1asificacion dc las virtudes, mc eonten[art>
«con recordaros que la prudencia y el Dalor son las dos virtudes
« que contienen con corta difereneia todas las (Iemás ... La imprll-
( dencia es un vicio, y ved ahí porque pocas vcces sale I¡ien: la


• «debilidad es un -vz"cio, ?J 110r lo tanto queda siempre castigada y bati-
«da ... (Ibid. 9:leccion, pág. 39). Nunca se atiende á que todo
« lo que es humano, la humanidad es la que lo hace, no sea sino per-
<lmitiéndolo; que maldecir el poder (entiendo halllar de un poder
« largo y durable) cs blast"emar de la humanida(l; que acusar á
(da gloria es acusar al fallo de la humanidad sobre nno de sus
«( miembros, pues la humanidad tiene siempre razono En el órden
( de los hechos, i ciladme una gloria inmerecida! Además, ü priori
( es imposible: pues jamás se liene la gloria sino á condicion de
( haber hecho mucho, de haber dejado grandes resultados. ¡Los
«( GRANDES RESULTADOS, señores, LOS GR.\NUES RESULTAIJOS! TOllO 1.0
«nE~r,\S ES NAnA.» (Tbid.lO." leecion, pág.1l0, 1l1).


Inútil parece hacer observar cuán fecunda es una doclrina se-
mejante para justificar y fomentar todas las extravaganeias y Io-
dos los crímenes que por medio de la prudencia y dcl ;'alor pueden
lisonjearse de salir bien, de ser absueltos como necesarios y úlilps,
de ser honrados como justos; dc ser ce[¡~brados como gloriosos, en vir-
tud de la moralidad del buen h:ito, y cn vista de los grandes fesu[trr-
dos ... Maral y Robespierre, segun esta cuen la, dcbieron merecer
altares. No queremos creer sin embargo que el Sr. COllsin haya
(jllprir1o IIrval' ha~ta tan p"trrma aplirarioll 11n:1 dO('ll'in~ qne, no




- .l!n-
obstante, eond lIee á ella por camino llano: no, JIU (1 ucreulOS creer
lo que dice Pedro Leroux, que el profesor de la Escuela normal
profesaba una viva admiracion á Marat, y que leia secretamente
á sus discípulos los periódicos mas incendiarios del 93. Lo cierto
es que su maestro Hegel escribió las siguientes líneas: - « Robes-
« pi erre proclamó el principio de la virtud, como el mas elevado
« principio de gobierno. -l"ue un hombre que tomó la virtud en
«su gravedad.-Dajo Robespierre reinaron la virtud y el terror.»
(Fitosoj'írt de la llislorü¿ puhlicada por Gans; Berlin, 1836, pági-
na H3).


Ved ahí el Syncl'etismo, y el punto á donde condllce el Syn-
eretismo.


Pero seria altamente engañarse el creer que los partidarios de
esta doctrina la han conocido, la han querido y amado por lo que
es en sí misma. Ella no era Illas que un medio, cuyo fin era siem-
pre idéntico al que se habia ya propuesto el Protestantismo en sus
prccedentes transformaciones, de protestar contra la verdad ca-
Lólica, de echar por lierra la Iglesia, de continuar la grande lucha;
y esto no era sino un cambio de estrategia.


Échase de ver COIllO hajo este respecto, el Syncretismo era un
progreso sohre el Eclectismo, pues que, sin discutir ningun siste-
ma, los admitia á todos en su vasto plan de conjuracÍon. Levantaba
un grande ejército de cuanto habia de mas confuso, de mas contra-
dictorio, de Illas inconciliable en las opiniones humanas, y cuyo
único lazo era el orlio de la verdad: Sensualismo de Condillac,
Idealismo de Herkeley, Cinismo de Yoltaire, Utopía de Rousseau,
Ateismo de Holbach, Panteismo de Espinosa, Materialismo de
Helvecio, todo era admitido, todo era aharcado y justificado por
una escuela que se gloriaba de haber realzado el Espiritualismo,
y que habia pal'eeido hacerlo en efecto, pero para abatir con mas
sep;lIridad el Catolicismo, y cambiar contra él las armas ya em-
hotadas del último siglo.


El SyncretisIllo era lo (lue significaba su nombre y su etimolo-
gía, una coalicion t.


¡. Las sectas protestantes desaprobaron acaso esta monstruosi-
dad'! ¿ ó hien esta monstruosidad las rechazaba como incompati-


t De la palabra griega r,V'{Y.VfIW"i!LÓC, que signifil'8 propiamentl' ft'lmion dr
diferentes república, en la isla de Creta contra el enemigo comun; mezcolanza
mnfusa de opinione5, de "eetas y de comuniones.




- l~S -
hles con ella .! i C uáu al t;onlrario! E Has eran in \ ilada¡; fonuallllen-
te a tomar parte en el tratado: la F i 10SOrla consentia en abjurar
sus preyenciones antireligiosas, cun tal II ue las religiolles, por su
parte, hiciesen el sacriíi(~io del viejo dogma. Tales eran las bases
de este PACTO ENTRE TODO'; LOS SISTJOI.\S, QUE SE PREPARA EN SILE'I-
CIO, y QIJ~; ES'Ü TAL VEZ EN LOS ()ESTlj\O~ DE LA FllANCIA I,L VEll l:O-
l\lO SE FIMI,\ EX PAlllS, decia el O!obo, órgano del partido, (Tomo 1,
número \}2, articulo de JO\lirro~).


« Poco eoslará., escribia entonces uu ver(bdel'o filósofo, pórque
«contenía en sí \lll verdadero nisliano l el presidente Hiambourg,
« pág.2S1 de sus Obras en Ull tomo, edi¡;ion de Migne) , po('o cos-
« tará al Protestantismo, que debe reconocer aquí el desarrollo de
« su propio principio, el sust;ribir á es las cOIllliciones, y seguir á
« la Filosofía en la senda del Syncrelismo en la que se ha enear-
Hilado. ¡. y qué resultará de aquí? .Fácil es el preverlo, en el caso
« en q lle el Syncrelismo moderno llegase á. desarrollarse comple-
«( lamente. Porque entonces las sectas disidentes, siempre llJas in-
«( diferentes sobre el dogma, se unirán á las sectas filosóficas, las
(cuales por su parte cOlTen tambien á su encuenlro', Esla gran-
«( de coalicion del Racionalismo contra la Revelacion no tcndrá
« mas lazo que el foudo de anti patía que abrigan estas sectas hácia
(da única rcligion que conserva intacto el depósito de las doctri-
«nas reveladas. Divididas entre sí, solo con vendrian sobre este
«( punto, á saber, que la razon humana debe ser libre en ¡[(lelanle,
«( y emanciparse para siempre del yugo de la fe. Habrá, pues, un
« último esfucrzo contra el Catolicismo, el cual sc habrá reforzado
« por su parte de lodo lo mas puro, y verdaderamcntc religioso,
« y de lo lllas ilustrado de las filas dc los Filósofos. Así se verá, co-
« 11\0 en los primeros siglos de la Iglesia, todas las dodrinas fun-
« dadas sobre el porvenir, usando de una tolerancia recíproca,
« sublevarse á la vez contra la ,erdad. La lucha será obstinada sin
« duda, pero el Cristianismo, otra HZ aun, prevalecerá.))


En lS28, el Sr. Rialllboul'g anunciaba asi la grande lucha, cuya
crísis acahamos de atr<lxesar, y que por lo mismo que es una lucha
contra el Catolicismo, debia ser una lucha contra la civilizacion,
y debía estallar en los dos celltros !'orre:-[londicnles al uno y á la


1 Esto es lo que hemos "isto: lo,; Pro','qantcs <1<'1 Sl'múl'Ilrlor li.'n p.llmo-
¡cado los lllas exlremados o\trayío, :1 .. 1"" s.·",. QllirU'!, ~r¡"hd0t, ('11', (Nvlfl
del Sr. Fuissc!).




- 1!}!} -
otra, en ROIII:!." CII Pal'is. Él profetizaba taJllbíen SlI triunfo, triun-
fo ]"(~(·ipro('o y ~;olidario, al cual asistimos, y que leneJllos la con-
fianza fILIe va completándose) lllas y mas.


Pero antes de esto el Hacionalismo dehia adelantar un paso, de-
/Ji,l Il('gar hasta el último límite del error. No era por cierto el
S.HleretisllIo su forllla mas acahada. E I espíritu del error hahia
,"uresivalllenle negado á la Iglesia, Jesucristo, Dios, el alma, la
verdad; habia de~pues acumulado todas estas negaciones para ha-
('C'l' ulla a[irmacioll de la fuerza, de la grandeza, de la legitimidad
de la ruoa hUlil:1ll<l en to(los sus delirios, en lodos sus atenta-
dos; dehia llevar esta gloriliL:acion sulJ\eni,a hasta la diviuiza-
cina, ú ir á perderse en el Pauteismo.


======------~~====~==~============================~


CAPiTULO 111.


1',\1\TLI~~1O \ C¡U~TLL'!lSlUO; CUi"iSECrENCIA'; ~(lC/'\LE~,


BIE<'\ que en Francia tomamos y desenvolvemos con rapidez el
error; eOIl Lodo, eomo nacion católica por esencia, no tenemos en
nosolros el principio III iSllIo del error, el cual en nuestro país solo
es una importacion de las naciones protestantes.


Así hemos visto á Voltain~ , tan liúertillo como era, scgll n se de-
cia en su época, ir á hllscar á Inglaterra en el seno del Socinia-
nismo protestante el i ngerto del F ilosotismo.


Hemos \Ísto mas tarde la escuda protestante escocesa darnos
los gérmenes del Racionalismo.


y ahora el Protestantismo <tleman es quien va á inliltrarnos el
\elleno del Pallteismo.


y aquí se eonlirma de un JllOdo singular lo que deJllostrar nos
proponemos, á saber, (¡ue el Protestantismo es en nuestro;; tiem-
pos Ill()(h~m()s el princi pio generador de la negaeion en todos los
grados, hasta en su úlLilllo [(;.rlllino. El ~Filosofismo y el Raciona-
lisiilO hahían i(lo Illuy l(',\oS en Fratwia, hahian producido nn tras-
I,)r!lo cOllsidcrahil', ltabian hecho gran rnido y mucho JIlal; ha-
J¡ié\1l i,in ,~i ,tU ilhUl"ra ~l)hrepuj<ulo, al parecer, al Protestantismo,




- 2UU -
el eual, bajo eiertos I'espeetos padia. desa[ll'OlJarlos: y 110 obstante,
al mismo tiempo el Protestantismo hacia Illllcha lilas via en el er-
rol', tocando ya il SLl término antes que aquellos, y él es quien
debia darles la leccion y el ejemplo del Panteismo.


Mas, ¡cosa arlmirable, que queremos sobre todo exponer eon
toda su claridad á la atencioll de nuestros lectores, COIllO UIla de
las mas brillantes pruebas de la dirinid,ul del Catolicismo! Solo
él, el Catolieislllo, \luee/e pre~ervar de este monstruoso error, '!
al salir de la Iglesia el Protestantismo debia caer en él necesa-
riamente.


Vamos á entraral{uíen unól'den de relle\ionesespeciales, que
deberán absorber nuestra aleurion hasta hace1'l10:-; olvidar, al pa-
recer, nuestra Illareha; pero que nos eOllducirán despues á ella,
con el peso de una cotlviccion superior! (;oll1pleta.


En cambio de la, ateneion <lue exigimos, prometelllos ser tan
precisos y claros como nos ~el'á posible.


Dios eS el principio necesario de todo cuanto e\iste: nada rs
sino por (\1; todo es de él; ~ si n emhal'go, nada es Dios e\ceplo
Dios mismo.


De ahí proviene en la unidad de todos los seres, un rlualisllIO
necesario: un lado por donde dependen de Dios, y otro lado por
el cual de él se distinguen.


Este misterio que nosotros encontramos en la I'aí~ de toda e'l.is-
tencia creada, constituye el fondo dc todos los lIIisterios, y el
punto de partida de todas las grandes aberraciones del espíritu
humano fuera de la re católica.


Porque, ó bien hus¡;a Id razon de los seres ¡¡nitos en su causa
necesaria, el Ser infinito; y como la idea tl(~l Ser infinito ahsor-
be para él toda la idea del ser, llc;za ~L no eoneebir ni (Iuerer ad-
mitir otra realidad que Dios: entonces lo (;o!ltingenle, lo varia-
ble, solo se le apareee como una forlll,L, un /'anta~;llIa; y termina
en el Panteismo idealista.


Ó bien, buscando como explicar el fenómeno de la existencia
por sus condiciones variables, pierde de vista su principio nece-
sario: Dios le escapa, lo niega, y tiende al Naturalismo, desri(~
donde vuelve á caer pOI' lo comun eu el Panteismo material isla.


El Panteismo, (¡ el Naturalismo, lo Hnito ahsorbido en Jo Infi-
nito, ó lo Infinito en lo Huito, tal es el dohle término inevitable




- .tul-
de las ill\e.~li!O¡¡ciulles del espíritu hUlIIano cuauuo qlliere dartic
alguna razon del problellla de la existencia.


'Así vemos al Panteísmo oeupar todas las regiones no ilustra-
das por la revelacion, ya antes, ya despnes del Cristianismo; J)a-
jo la forma mística é idealista en todo el Oriente, bajo la forma
lilosolica y mitológica en todo el Occidente del mundo antiguo,
y despues" del Cristianismo, bajo la forma dogmática en todas las
herejías que se han sucedido. La Iglesia so{ct en los tiempos mo-
dernos, y la Sinagoga, que tampoco es otra cosa que la Iglesia
ell los tiempos antip;uos, la Iradicion mosaica cumplida por el
Cristianismo, y continuada por la ¡radicion católica, han recibi-
do solas, y solas guardado la solucioll del problema, el secreto
de la distincir,n absoluta, y juntamente de la un ion íntima de lo
Infinito y de lo finito, de lo Sohrenatural y de lo natural, de lo
Divino y de lo humano, sin las cuales no puede haber sino es-
tancamiento ó perturbacion, nada ó caos en las sociedades hu-
manas.


El gran dogma de la cl'cacion dominadesde luego toda la I/'a-
dicion Illosáica; y este dogma constituye la distincion incontes-
table de lo lntinito y de lo finito; de lo que es eterno y de Jo que
tllYO un principio; del Ser que es el que ('s, y de los seres saca-
dos de la nada, que en rigor no son, sino que e.r-si~ten. - llEn el
" principio Dios hizo de nadct el cielo y la tierra.»


Hó a(¡llí (~I dogllla capital que pone un ahismo, la nada, entre
el Ser y los seres, y qlle refiriendo el Ser mas allá de los tiempos,
ante todo principio, hace imposible toda confllsion ent/'eÉJ y nos-
olros.


Así todas las religiones y todas las filosofías de la antigüedad,
si se desviaron de la reyelaeion primitiva cayendo en el Pan-
teismo, fue por haher perdido la idea del dogma de la erearion;
y en nuestros días la nes'aLion de este dogma es lo que eonsti-
luye el punto de partida de todos los si~temas del Racionalismo.


Entre el pueblo judío, el conocimiento de este gran dogma
hahiá sido firmemente con5ervado por la [fadician sagrada, y so-
hre todo por la institucion del dia del Sábado y del alío saúbático,
(,llya~ obligaciones y privilegios imprimian y renovaban vivamen-
I.e en el {mimo de aquel puehlo el recuerdo de la crearion con
el sent¡m¡(~nto de Sil importancia. La enseñanza de aquel dogma
era el fuudamento y el puuto de partida de la instruccion reli-




-202 -
giosa de alple] pueblu; y hasta en los últilllos ticlllpos , hallalllos
de ello un ejemplo interesante en las e .... hurtaciones de la Ilcrói-
ca llladre de los Macabeos á sus tiernos hijos para alentarius al
martirio. « El Criador del mundo, decia á uno de ellos, que Ita 1'01'-
«mado al homhre en su naciruiento, y (¡IJe dió orígcil IÍ todas {I!S
« cosas, te volverá tamJ¡ien el espíritu y la vida por su miscri("ol'-
«dia, en recompensa de Jo crne ahora te menosprecias á tí IlIislIlO
«(para ohedeeer su ley.)) - « Hijo lUio, decia al mas pcrlueiío, in-
«(C\inándose para hablarle en secreto, te ruego enl"arecidalll(~n[e
«que mires al cielo y á la tierra, y á todo cuanto en ello:; SI) (~n­
«cierra, y (Iue COllO:;WS IJirn qUi' Dio,:: los /w criad!) de nada, COlilO
«á todos los hombres.)) (1 Jlac!wb. \~II).


Esta distincion entre el Ser y los seres, entre el Criador y las
criaturas, tomada del dogma de la creacion, se reproducia en to-
das las relaciones de Dios con su pueblo. Este diálogo continuo,
este altcrcato, si así puede decirsl~, incesante, así en las accione~
como en las palahras, esta grande personalidad de Dios, q uc en-
seña, que exhorta, que amenaza, IJue perdona, que hiere, (1lle
salva, que no mueve ni condu(:e ú su puehlo ~jno por su liherla(l,
la cual él respeta, por su responsahilidad , que mantiene siem-
pre en accion, por su personalidad, que pone siempre en juetto,
son lo mas exelusivo que puede imaginarse del Panteísmo y del
FatalisIllo. La omnipotencia de Dios y la libertad del hombre
marchan frente á frente sin cesar en la religion judía, á (lirercn-
cia de todos los demás puehlos, en donde el destino y el dogllla
de la fatalidad pesahan sohre la existencia humana, paralizaban
Loda espontaneidad moral, y autorizaban todos los vicios y todos
los crímenes.


Mas es/o no es sino un lado del prohlema. La uúon de lo Illli-
nito y de lo finito no illlporta menos que :;11 di~tir\(:ion, y cn el
modo de conciliar esta unÍon y esta distincion es donde yiene or-
dinariamente á naufragar la razon humana. Y á ello es arraslra-
da por una fatalidad. Lo Infinito nos atrae á pesar nuestro. So-
IIlOS de tal manera hechos para Dios, que cuando no podemos
unirnos á él, corremos á perdemos en él; Y el medio mas ~1';';'lJ­
ro d(~ perdernos en él, es querer aislarnos de él, porque es!e ai~­
lamienlo nos deja redllcidos á nuestra propia (lcbilidad, que no
puede soportar el vértigo de lllleslra grandeza. [n solo medio ]¡a~­
pMa ;:;al vamos de, lo lnliuito , v c,s aceptar el SO( nITo (ILLe !lO" I'res-




-" :203 -
La él conlra ,1 llli~lllO; y e~te es el objelo de la v crdaderarcti!lúlIl,
en la cual lo infinito nos tiende la mano para unirnos siempre
Illas á él, sin que caigamos jamás en él como en un abismo sin
fondo.


r en efecto, solo en esta religion la union y la distincion de lo
lilll lo y de lo Inti nito están perfectamcnte conservadas, y se con-
S()l'\"an la u na por la otra, y la una en la otra; pues no podria ha-
ber union sin dislincion, y esta se ejerce en la uníon misma.


Dos alian:as, dos le:s/amentos son los que se invocan siempre y
se rCl:uerdan en las santas Escrituras, las cuales á este efecto han
tomado el nombre de Anti!]!lo y de Nuevo Testamento. La una de
estas alianzas fue sellada en el monte Hereh por la promulgacioll
de la antigua ley, aguardando la otra que debia tener lugar en
la plenitud de los tiempos, y abrazar todas las naciones.


En la primera de estas alianzas la distincion es la que domina;
y el rulmiuante resplandor de que Jehovah hace preceder la pro-
JIIulgacion de su ley, imprime ~ivamente el terror en el ánimo de
Sil pueblo. Mas no se baila la uníon enteramente ex.cluida de esta,
alia,nza; pues la ley misma, las promesas de serie fiel de parte del
pueblo, las bendiciones que Dios se compromete tambien á der-
ramar sobre su pueblo, en recompensa de su fidelidad, consti-
tuyen una admirable alianza, en la cual hallamos el bosquejo de
la solucion del problema, qne consiste en la dislincion sin sepa-
rete ion , y en la un ion sin confusion de lo finito y de lo Infinito.


"las lo que sobre todo constituia la antigua alianza era la pro-
mesa antigua y cien veces renovada de parte de Dios, sin cesal'
esperada y aguardada de paTte de los hombres, de una alianza
mas perrecta, en la cual el misterio de la union de lo Infinito y
de lo finito debia consumarse en un prodigio de la sabiduría y
de la misericordia de Dios hácia la naturaleza humana.


La promesa de esta alianza, que data del primer homhre, y ¡¡ue
hahia sido sucesivamente renovada á todos los patriarcas, no se
horró por la alianza que se verificó Illas tarde con todo el puehlo
en ¡nasa. No, pues esta misma alianza llevaba consigo aquella pro-
mesa; y esta nunca resonó tanto como despues de aquella alianw.


« V endfan los dias, dice el Señor, en que yo haré una nueva
«alianza con la casa de Judá 1: no una alianza eomo la que hice


I La casa de Judá y la ('asa ,le \),nitl rc¡n"csentan en el spulid" de la PI"OflH:!'-"
todu t'lllueblo jllllio. colllo d pueblo juuw representa (ud05 lOé, IJlH'lJll'~ de Id




- :'!ü1 -
(l(;OIl ~us padres: ellos violaron a(luella alialll.a, ~ yo les hice sen-
«tir mi poder, dice el Señor. Mas !té aquí el pacto que haré con
«la casa de Israel, cuando sus dias serán venidos: imprimiré mi
«ley en sus entrañas, y la escribiré en sus corazones. Yo seré su
(Dios, y ellos serán mi pueblo.)) (Jeremías, XXXI, 31, 3~, a3).


j Qué bella alianza! ¿. y Imelle acaso expresarse con términos
mas vivos ni mas fuertes·? « Yo seré SI! Dios, y ellos serán mi pue-
«blo.» Dios y el hombre, lo Infinito y lo finito deben unirse; mas
aun, penetrarse, poseerse recíprocamente: recíprocamente, y por
esto mismo sin confundirse; porque la accion personal posesiva,
si me es dado hablar así, de cada uno de ellos, será el agente
de esta misma penetracion : ((Yo seré su Dios, y ellos serán mi
«pueblo.»


¿ y cómo se verificará este prodigio? ¿ Hase de esperar el acon-
tecimiento para saberlo? K o : la promesa profética nos lo va á
manirestar; escuchad:


«El Señor os dará por sí mismo un prodigio: Hé afluí que la
« Vírgen concebirá: dará á luz un hijo, que se llamará EmIMiI;EL,
«([ue quiere decir, DIOS CO:'! l\OSOTItOS.»


Ved ahí la maravillosa union, la solucion adorable del grande
misterio de la existencia, que una sola palabra basta á exprimir;
E~BIANu};I, •


Y para que los dos términos de la mediacion , lo finito y lo ] /l-
finito, sean perfectamente distintos en la conslJlllacion misteriosa
de su union, hé aquí eÓ!lIo continúa el Profeta diciendo: (l Un
«niño nos ha nacido, y se nos ha dado un hijo (el que debia en
«efecto llamarse Hijo del homhre). Lleva sohre sus hombros el
«principado, y tendrá [lar nombre EL AlJollIlABLE, EL COl\SEJI'RO,
«DIOS, EL FL !lItrE , EL PADllE DEL SIG LO VENIDERO, EL PIIÍNCIPE m:
«L~\ p~\z.)) (T.~aí(ts, 1'\, '2, 3, 6).


N unca en las santas Escrituras fueron prodigadas, acumula-
das, y por decirlo así, atestadas, las mas sublimes y supremas
tierra, la naturaleza humana toda. In le bcncdiccntw' UNIVERSAIl COGNATlOIU:S
TIlRIIAE. - Benedican/u/' in semirw tuo mi:'> ~s G E:'\TES TEI\RAIl. - Bcnediccntul'
in te et in semirte (UO CUNCTAE T1l11aT, TEHIIAE. -Non au(e1·e/ur sceplrum de
Juda, donee venial qui mittendus est, ¡¡T n'SE ERIT SI'ECTATlO GE!\'TlU~l. (Gé-
nesis, XXVI, XXHU, XLIX). :llas tarde la promesa se particularizú, en cuanto
á. su héroe .Jc~ueri6lo, Ú la l1i.wion, ú la raza y;'¡ la l'aluilia dí' ¡)oudr dl'hia ~i~­
Ur; mas ('lIa Qurd('. gy,neral ~ Hllhersal en sn ühjplo, ('\)(nO lo h:1!í}!l prodi-
giosamente demostrado el Ctllllplillliento.




- ':20~)-
atribllriollps del nomhre incomparaúle, como lo pstún aquí sobre
este ¡Jrquelt() niiio q;w nos Ita nacido, como para dar un contrapeso
al abatimiento por la granaeza I á lo finito por lo Infinito, y para
que los dos términos sean profundamente distintos estando ínti-
mamente unidos. Aquí no hay para que engañarse, pues este p/'-
queñoinfantc es el Padre de h eternidad, y de estos dos términos
se hace un solo Bmmanuel. El mismo cielo j' la tierra se unen sin
confllntlirse para protlucirlo , segun aquella otra palabra tan pro-
fl\tica como admirable: « Cielos, destilad vuestro rocío de lo alto,
((y que las nuhes hagan llover al JUSTO; que la tierra se abra, y
«¡¡ue germine al SAI.H.DOR, y que aparezca á la vez la JUSTICIA.)
llora/e, codí, desupcr, et nuúes pluant JU8t((1I1: aperiatur terra, et ger-
minet Salvatorem, et Justitia oriatuf simulo (Isaías, XL v, 8).


Y admirad ahora la conformidad del cumplimiento, y el ma-
ravilloso resultado de esta grande solucion del problema de la
llnion sin la conflision de la naturaleza divina y de la naturaleza.
humana, que no ha sido dada sino por el Cristianismo católico,
fuera del cual ha (Iuedado siendo el escollo fatal de todas las re-
ligiones y de todas las filosofías.


El suceso se ha cumplido. 1':1 tierno niño, esta sem'illct de la mu-
jer, anunciado á la mujer primera., este ITijo de let VírflPn, ma-
nil'estado por Isaías, Emmanucl, nos ha nacido. ¡,Cómo se ha cum-
plido esto, y cuál es su historia?


«En el principio era el Verbo, y el Verho era en Dios, y el Ver-
«/JO era Dios. Todo se !tizo por {;¡, y nada de lo flue se ba hecho ha
((sido hecho sin él. En él estaba la vida, y la vida era la luz de
(<los hombres, la vel'dadera luz que ilumina á lodo hombre que
«viene á este mundo. l~l era en el mundo, !/ el mundo se hizo por
(él, Y el mundo no le conoció ... y el Verúo se hizo carne, y hahitó
«(entre nosotros; y vimos su gloria como hijo único del Padre,
(dleno de gracia y de verdatl. (Ei1(ülrJe/io segun san Juan, 1).


Vell por cuál deelaracion suhlime de la genealogía divina (11'1
Verbo, de su omnipotencia creadora, hace preceder el Evange-
Iista'aqnellas palabras: y el Yerbo se hizo carne, por las cuales
exprime su union con nuestra naturaleza I recordando el dogma
de la Creaciol! en el momento en que anuncia el de la Encarna-
cían, para salvar y mantener en el mas alto grado la distincion
mas profunda en la union mas perfecta.


V vp!l 1:l11lhip11 ('11 qll(' I('rlllino~ ('\ divino l1lrnSnif'fO ('~ pn"ifl-




- ~O(j-
do á la Ví'ffj('it, en qllÍen dehia operarse el prodiglO auul1c:iado por
el Profeta: - (( Ved ahí que c:oncehiréis en vuestro seno, y pari-
«réi~ un hijo, y le daréis el nombre de Jesús. Será grande, y se-
((rá llamado el JI~ju del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono
(( de !J/lvid su padre ... el Espíritu Santo vendrá en Vos, y la vir-
(dud del Altísimo os cubrirá con su sombra ... Por esto el fruto
«santo que de vos nacerá será llamado el Hijo de Dios.)) (B1)an-
gdio segun san Lucas, r).


Así, este frutu único de las entrañas que han de darlo á luz, es
{L la vez y de una manera distinta, ¡No cId Altísimo e Jl(jo de Da-
vid; Tf~io de Dios (! Il(jo del Hombre: Díos y Ilomln'e di¡;tintamente,
aunque personalmente un solo fruto, un solo hsús.


y mas tarde, cuando este Jesús va á inaugurar la carrera de
su apostolado, cuando va á obrar su primer milagro, y á obrad u
á la invitacion de su Madre, á la cual hasta entonces hahia esta-
uo sometido; ved como, al paso que bcndice en algun modo á esta
Madre, poniendo la Omnipotencia al servicio de su caridad, eu-
1110 si no fuese mas que el ministro de esta Omnipotencia, no te-
niendo eIJa mas que designar el ohjeto con aquellas palabras: No
tienen vino; ved, repito, como en esta union de lo Infinito á lo fi-
nito, que llega hasta á la sumision, lo Infinito, no obstante, se
uesase ó se desprende por aquella palabra sublime: Quid mihi el
tibi est, mulier? (ciJ'[ujer (no madre, sino .Mujer, criatura), ¿que
«(hay de comun entre vos y mi?» Lo cual no turba á aquella madre
que estaha en el secreto de esta palabra, y no impide que ¡Jiga
ella con confianza á los que servían: Ilaced lo que os diga, y que el
Todopoderoso, su hijo, no concediese el milagro á su ruego.


Limítome á estos ~imples hechos, sin hablar de las otras ma-
nifestaciunes de la Divinidad en Jesucristo, y de los rayos que
de ella se le escapahan al través de la nube de su humanidad, ta-
les como el testimonio que le rendia el ] nlierno por hoea de los
demonios que e\ol'cizaba, el que le rindió el Cielo en su trans-
figuracion sobre el Thabor, yen fin, el que le rindió la natura-
leza toda por su trastorno cuando él espiró, y por áquel grito
de duelo que arrancó penetrando hasta el corazon de las nacio-
nes paganas: j El gran Pan ha muerto! (Plutarco, de los Oráculos
que han cesado).


j Qué admirable concierto, qué maravilloso enlace en esta 80-
lucion tan limpia, tan ~ostenida, tan hien cnradenada, tan (iel á




- 20í -
~í misma, desde la prillll'ra palabra del Héncsls: In pl'!lIclpiu crea-
'I'it {kas ene/mil ellerrarn, hasta la I 'ti ti ma palabra del Evangelio:
El I CrÚIlIn U(I'O {acturn esl!


La Iglesia, [lrolllult\ando esta suiJlillle doctrina, á llledida tlue
la lJerejía le iba dando motivo para ello, declaró desde elorígen,
y sosluvo y ha sostenido contra toaos los ataques y todas las insi-
nmiciones del error, esta creencia que nunca ha vacilado en su
seno, á saber, que [¡ay en ./ esucristo dos naturalezas sustancial-
mente distintas: la naturaleza divina y la naturaleza humana,
Dios y el hombre, tan distintos en cuanto á la naturaleza, como
cada \lno tic nosotros lo es de la Divinidad, Como Hijo de Dios,
es consustancial á Dios, es el mismo Dios; como Hijo de María,
es consustancial al hombre, y hombre él mismo: verdadero Dios
y verdadero homhre : hé aquí bien marcada la distincion entre lo
Infinito y lo Gnito.


Pero al mismo tiempo, estas dos naturalezas distintas se unen
:;i 11 confundirse para lorlllar una sola persona, que es J esucrislo;
así como, en algun modo, la naturaleza espiritual y la naluraleza
corporal se unen en cada uno de nosotros para {'orillar una per-
sona humana.


Tal es el dognia de la Enearnacioll, que nos muestra en Jesu-
t:risto un Dios-Hombre, Dios por razon de la naturaleza divina,
hOIll hre por razon de la naturaleza humana, y todo junto por ra-
zon de la persona; y que permite decir que si por razon de las
dos naturalezas es verdaderamente Dios, y verdaderamente hom-
IIl'c, [lOl' razon de las mismas es verdaderamente Hijo de Dios, y
verdaderamente Hijo del homhre; y que en este sentido María se
halla ser, con toda realidad, la madre de Dios, del Dios-homhre,
como 1)1 Padre celestial es el padre del hombre-Dios, y nosotros
StlS hermanos, sus miemhros, cuando (lucremos serlo, no hacicn-


,do ma,\' qlle U/lO COlI d, COII/O Sil Padrel! p/ no hacen mas que 1/IlO. (Juan,
('ap. \VI).


Adorahle y profundo misterio que es la solucion del primero,
,kl ¡Has importante, y pUl' decirlo así, del solo prohlema, del pro-
hl'~!Ila de la Religion, que consiste en reliyllr lo finito á lo Infini-
lo, sin absorberlo en él. Toda la economía de la revelacion cris-
lian:, ~c reasutlle en este misterio inicial: Dios hecho hombre:
t¡¡dos los misterios no son otra cosa (Ine el desenvolvimiento de
i'~I¡' Illi;;t(~rio: !lnndr ¡¡nirra ~(' hallan lo~ dos tórminos qur la Ip:le-




- :20~ -
sia afirma y sostiene en la fe del mundo, y qne roncilia al mis-
mo tiempo: lo natural y lo sobrenatural, lo humano y lo Divino,
Jo finito y lo Infinito.


j C nán precioso seria el seguir este misterio en todas sus fecun-
das aplicaciones! Dirémos tan solo, que Jos Sacramentos son como
sus canales, por los que se derrama en el seno de la naturaleza
humana, y que vienen á comunicarnos sus divinos efectos en Jos
diversos estados de nuestra existencia; que el sacramento por
excelencia, la Eucaristía, con tanta razon llamado la extension
de la Encarnacion, reitera en cierto modo;y particulariza en ca-
cada uno de los que lo reciben la Encarnacion que se vcrifiró
una sola y primera vez; y que, así como el Verbo se hizo carne
tomando la naturaleza humana in individuo, en el seno de María,
del propio modo, por decirlo así, se hace nuestra carne de \Ina
manera particular, incorporando en nosotros la suya, y unién-
donos por ella á su divinidad, sin absorbernos en ella, á fin de
que nuestra union con él sea tanto mas íntima y tanto mas pro-
funda, cuanto mas recíproca es por la distincion misma: Qui man-
ducat meam rarnf1i2 et bibit meum sanguinem, in )!E manet, el EG o in
ILLo.-EGoetluo, ¡l/ué distincion! J11anetinmeetegoinillo, ¡qué
union! Este es el cumplimiento de la profecía: ro sere su Dios, y
ellos serán MI pueblo. lIé aquí el verdadero Emmanuel.


Por la virtud de este Sacramento, y de todos los Sacramentos
que tienen su orígen en el gránde sacramento de la Encarnarion,
el Cristianismo ha penetrado con su influencia civilizadora ellllun-
do moderno en las edades de su formacion, que con tanta exce-
lencia han sido edades de fe. Éllo formó sobre el tipo del hom-
hre-Dios, (f inspirándole los sentimientos que en sí tenia el CI'isto
<<Jesús, que teniendo él mismo la naturaleza de Dios, no creyó
«que le fuese \lila usurpacion el ser igual á Dios,-y no obstan-
«te, se anonadó él mismo, tomando la forma de esclavo á seme-
«janza de los hombres, y habiendo sido reconocido por hombre,
« por lo exterior, se ahatió éJ mismo, y se bizo obediente hasta la
« muerte, y hasta la muerte de cruz.» (Ad Philip. n, !'i).


Hé aquí, repito olra vez, la solucion del gran problema que pn'-
senta la relacion de la Existencia infinita con las existencias fi-
nitas, que es propiamente la Religion. Fuera de esta, tanto en la
antigüedad como en los tiempos modernos, siempre, en r.odas
parlps, :J~í las r('lig-i()nr,~ ('()1ll0 las filosofí:JS, han fallado rOlllpll'-




- 209-
tamente;'¡ e~ta solucion, y se han falalmrntc t'slrcllado, ó en pI
Panteísmo idealista, ó en el Panteismo materialista, lo finito ab-
sOl'hido en lo Infinito, ó lo Infinito absorbido en lo finito. Sin en-
trar en pormenores que nos distraerían demasiado, bástenos mos-
trar de un lado todos los pueblos de la India, encorvados, inmó-
viles y como acurrucados en el Rhramanismo, que no permite
r-onsiderar la naturaleza y la humanidad sino como formas, fantas-
mas, sueños de la única Existencia de donde emanan, y en la
cual vuelven á entrar, sin estar dotados de realidad alguna quP
de aquella los distinga, locura que da á todos estos pueblos la ac-
titud y la expresion del sueño y del delirio; - y de otro lado to-
dos los antiguos puehlos del mundo greco-romano, entregados á
una actividad brillante y poderosa, pero rápidamente precipita-
dos en la mas monstruosa corrupcion por la divinizacion de la
naturaleza, la deificacion de todas las pasiones humanas y de to-
dos los instintos brutales; hallándose en las creencias antiguas
la naturaleza y la humanidad dominadas por otras tantas divini-
dades y fuerzas fatales cuantas son las seducciones corruptoras
y los malos deseos '.


El Cristianismo vino á retirar el mundo de esta doble mons-
truosidad, de estos dos abismos, entre los cuales ha abierto la
senda de la civilizacion, de la cual han salido, como verémos,
para reincidir en los antiguos errores, todos cuantos han hecho
rompimiento con la Iglesia. Ella nos ba salvado del Panteísmo
idealista del Oriente, en el cual Dios lo es todo, lo cual absorbe
toda la actividad humana en la existencia infinita, y del Panteis-
mo materialista de Occidente, en donde todo es Dios, lo cual ab-
sorbia la existencia infinita en la actividad humana, y divinizaba
nuestras corrupciones.


De ahí se conocerá sin duda, que lo considerado hasta aquí
mas particularmente como el problema religioso, se hal1a ser al
mislllo tiempo el problema social; mas aun, el problema univer-
sal de las existencias; y que de consiguiente, la solucion de este


I Lo mismo eran las filosofías que las religiones: el Panteismo constituia
el rondo de todas ellas, pues ninguna babia que no partiese de la eternidad de
la materia, y por !'onsiguiente, ele la unidad de sustaneia. Y hasta la mayor
parte se formulaban en un Panteismo absoluto, tales como las escuelas de Pi-
tágoras, de Timco dc LI)('.re~, de Xenófane~, de Parménides, de Zeno" de Elea, <Ji


, ... ~) y de ZI'non el r,t{¡¡"iI.
11 ~ ~




- 'JI1() -
problema se aplica á todo. Resolviendo el pro(¡lema de la exis-
tencia en Jesucristo, el dogma de la Encarnacion lo resuelve pa-
ra la universalidad de los seres .. 1 esucristo, como VeriJo, repre-
senta todo Dios, todo lo Infinito; como hombre representa toda
la creacion, todo lo finito, de lo cual es él el compendio, pues lo es
de la humanidad, la cual lo es de toda la naturaleza creada. En
él, pues, se reasume todo para armonizarse en la mas admirable
relacion de distincion y de union. Así, yo no dudo de que pueda
aplicarse la fórmula de la Encarnacion á la ciencia de la creacion
entera, cuyas leyes se descubri rian mucho mas profundamente.
Mas á nuestro objeto solo cumple aplicarla á la ciencia de la ci-
vilizacion, y á la solucion de la cuestion social.


Pues siendo el dogma de la Encarnacion la única solucion de
la union sin la confusion de lo Infinito y de 10 finito, é implican-
do loda olra solucion, ó la separacion, ó la confusion de lo Infi-
nito yde lo finito, esto es, ó el Naturalismo, ó el Panteismo; fá-
cil es demostrar que el dogma cristiano de la J~ncarnacion es el
dogma social por excelencia.
1<~n efecto: lo finito no puede bastarse á sí mismo: lo Infinito,


que le ha dado la existencia, puede solo conservársela, desple-
garla, terminarla, y hacerle llegar al fin de sus destinos, que no
puede ser otro sino el mismo Infinito: hé aqui una primera ley
universalmente atestiguada por el instinto religioso, que es el pe-
culiar de la especie humana, y sin cuya satisfaccioll no puede
moral ni socialmente subsistir. La relacion, pues, de lo finito
con lo Infinito es necesaria, y el Naturalismo es socialmente im-
posible 1, - Ahora, si en esta relacion necesaria de lo finito eon
lo Infinito no salvais la distincion absoluta en la union misma,
rómpese la libertad, que es el resorte de nuestra actividad y de
nuestro perfeccionamiento; el hombre es absorhido ó tiranizado
por la fatalidad; lo que hace, no puede dejar de hacerlo; su res-
ponsahilidad perece con su lihertad, y con entramhas la distin-
cion del bien y del mal, que son sus términos, y de consiguien-
te la civilizacion, qlle es su ü'uto.


Extendamos esta demostracion sobre un terreno mas práctico.
Toda sociedad humana descansa sobre el derecho y el deber,


y se desenvuelve por el juego de sus relaciones.
, No hnblarémos aquí sino de una necesidad ele conveniencia, y tal como


fPsnlta del estarlo en el cual nió Dios la humanidad, y In regeneró Jesucristo.




- 211 -
El Panteísmo, pues, tiende á la uestruccion del derecho;-á


la destruccion del (Ieber; -al mas monstruoso desquiciamiento
de las condiciones de toda sociedad.


El Panteismo tiende á la deslruccion del derecho. - Borrando
toda distincion entre lo sobrenatural y lo natural, hállase tam-
bien que borra toda distincion en el mismo órden natural. El Pan-
teismo no es mas que un Com unismo entre Jo Infinito y lo finito,
el cual debe venir á parar, con mayor razon, al Comunismo en-
tre todo lo que es finito. Si las grandes personaJidades de Dios y
de la humanidad quedan absorbidas la una en la otra, lo qué ven-
drá á ser de todas las demás personalidades secundarias, de to-
das las individualidades inferiores y mezquinas que nos distin-
guen los unos de los otros, y por consiguiente, de todos los de-
rechos que á ellas se refieren, y de los cuajes son ellas el centl'O
y el apoyo"7 ¿Cómo puede una cosa pertenecer á quien no se per-
tenece á sí mismo? La primera de todas las propiedades es la de
sí mismo, y solo por esta podemos Ilegal' á las demás. En el Pan-
leismo, pues, se desvanece todo derecho con toda personalidad.


Todo deber se desvanece igualmente. Esto es claro: si no te-
nemos una existencia propia, no tenemos ya actividad propia; so-
mos por fatalidad lo que somos, ó mas bien, lo que nos hace ser
lo Infinito, del cual no somos mas que sueños ó evoluciones. El
ejercicio del deber está en este movimiento del libre arbitrio por
el cual nos alejamos del mal y nos dirigimos al bien. No hay, pues,
libre arbitrio con el Panteismo, porque no hay espontaneidad pro-
pia; no hay bien ni mal distintos y elegibles, pues nada hay fuera
de la unidad de sustancia que lo absorbe todo, que lo produce to-
do necesaria, fatalmente. El deber perece así en su móvil y ell
su objeto, y desaparece en una comun necesidad de naturaleza.


Mas hay aun: los términos del mal y del bien, segun la uni-
versal acepcion, quedan destruidos. No solamente ya no bay para
nosotros ni bien ni mal elegibles y existentes en sí mismos, sino
que el mal se ha convertido en bien, y el bien ~e ha convertido
en mál. En efecto, el mal nos es demasiado natural por desgra-
cia; la inclinacion nativa de nuestro ser es hácia el;egoismo, la
pereza, la sensualidad, y todas las pasiones que de ellas derivan.
Y, segun el Panteismo, 10 que somos naturalmente, lo somos por
necesidad, por fatalidad, divinamente: ello es la accion, la vi-
da, la manifestacion del ser en nosotros: es el órden. Las pro-


14'




- 212 -
pensiones naturales en este sistema son desde entonces no sola-
mente mandadas, sino legítimas, santificadas; ni podemos ni de-
bemos contrariarlas ; y el hien, el deher consisten en seguir estos
impulsos del Ser en nosotros. La nocion universalmente admiti-
da del deber contrariando la naturaleza, es decir, estas impul-
siones del Ser, pasa á ser desde entonces una nocion falsa; toda
la organizacion de la sociedad que descansa sobre esta nocion es
viciosa; las creencias religiosas que sancionan esta nocion vesta
organizacion son mentirosas; y Dios, tal como se ha ente~dido
siempre, siendo el autor y el ordenador del género humano así
estahlecido, es el gran fautor de este desórden natural, v nos-
otros somos sus miserahles juguetes. Así todo se ha de r~hacer
en sentido inverso de lo que es: el deher, la sociedad, la rcligion,
Dios, tales como se los ha siempre entendido, todo esto es el mal.
Destruirlo todo de cuajo para restablecer la armonía de nuestras
voluntades y de nuestras instituciones con nuestros apetitos y con
nuestros instintos, esto es el deber, esto es el progreso, esto es la
perfecciono -Nada exagero; no me pierdo en vanas paradojas:
hago la historia, harto sabido es; y luego lo yerémos.


Hé aquí en donde termina el Panteismo, la eonfusion de lo fi-
nito y de lo Infinito.


Para evitar este abismo, ¿nos separarémos de lo Infinito? ¿ ha-
rémos abstraccion de él para atenernos á lo finito, á las leyes y á
las condiciones tales como son de su existencia? Mas entonces
caemos por este medio en otro abismo, en el ahismo del Natura-
lismo. Lo finito no puede pasarse de Jo Infinito; porque en lo In-
finito encuentra la razon y el fin de su existencia. Esta existencia,
privada de razon y de ohjeto, pereceria al momento, y la socie-
dad quedaria disuelta. Moral y socialmente, el Naturalismo es
imposible. La moral y la sociedad toman lodos los principios que
las constituyen v todos los motivos de accion (lile las determinan
en las noci¿nes de lo Bueno y de lo .T usto, y en el cultivo de es-
tas dos nociones, que son los dos aspectos de lo Infinito como tey
originaria y como Justicia final. J)ios legislador, ])ios remUBe-
rador: hé aquí el fundamento de toda ley y de toda justicia, y co-
mo los dos polos sobre los cuales gravitan y giran las socieda-
des humanas. Si Dios no existiese, seria menester inyentarlo,
se ha dicl10 , Y lo creo muy bien, pues tampoco existiríamos nos-
otros; la exislf'nrifl sorial importfl y fltestig'llfl nerrsariamenle la de






- :2t:~ -
Dio~, y su relaeioll eOll ella. Intereeptal' lluestras l'elaeiones con
lo In/inito, es interceptar el aire mismo que nos hace vivir en 80-
eiedad; porque, segun la bella y exactísima expresion de san Pa-
biD, hablando al Areopago, « en él vivimos, nos movemos y 80-
«mos.» In Ipso vivirnus, et movcrnur ct sumus. Nuestra existencia
moral y social aumenta ó disminuye segun nos acercamos ó nos
alejamos de lo Infinito, y nuestra separacion de él arrastraria in-
mediatamente nuestra disolucion y nuestra ruina l. De otra par-
te, no hay que tantear la experiencia: el Naturalismo no puede
ser sostenido por largo tiempo por la naturaleza humana; como
hemos dicho ya, no tarda el vértigo á apoderarse de nosotros en
este aislamiento, y á precipitarnos mas profundamente en el Pan-
teismo, por haberle querido evitar por este medio.


Hay, pues, un peligro igual de muerte para la naturaleza hu-
mana en estar sin relacion con lo Infinito, y en confundirse con
él. Son dos escollos que es preciso poder evitar, alejándose to-
talmente del uno por la union, y totalmente del otro por la dis~
¡¡neion cntre 10 finito y 10 Infinito.


Utque feranl aequas et coelurn el ten'a calores,
Nec prerne, nec SUffirnum molire per aethera currum.
Altius egressus coelestia tecta crema bis,
Inferius terras : medio tutissimus ibis.
Neu te dexterior tortum declinet in Anguem,
Neve sinisteriar pressam rota ducat ad Aram;
Jnter utrumque tene.


OnD. 1I1etam. lib. JI.


Tan inútilmente se darían estos consejos á la razon del hombre,
como lo fueron al hijo del Sol: la suerte de Faetonte será siem-
pre la de las religiones y de las filosofías humanas, y no perte-
nece sino á J csucristo y á su Iglesia guiar el carro de la verdad ".


Esto es lo t[ue el hombre~Dios ha divinamente hecho en sí mis-
1 Robespicrrc, recordando la re en el Ser supremo en el seno de la sociedad


e:;pirante, por haberla repudiado, y á riesgo de ser él mismo la primera vícti-
lIlil de su resurreccion, es una brillante prueba de esta verdad.


o La dificultad es mucho mayor aun para guiar el carro de la Verdad divina,
¡fe lo que lo era en la imaginaeion del poeta para guiar el del Sol; porque en este
último caso no se trataba sino de guardar el justo medio entre la ticrra yel cie-
lo, intcr utrumquc Icnere, mientras (lllC en el primer caso no es el medio entre
lo finito y lo Infinito que se ha de tomar, sino que lo que debe ballarse es la
union perfetta en la distiudon absoluta,




- 214-
mo como tipo y forma de lo que debíamos haeer de~pue~ de él,
presentándonos la union personal mas perfecta, y la distincion
sustancial mas profunda entre lo finito y lo Infinito; esto es lo que
ha reproducido en toda su religon; esto es lo que la misma ha
realizado en .la civilizacion moderna.


ta civilizacion antigua se resentia de la impulsion original que
hahia recibido de la mano de Dios por la revelacion primitiva, y
vivia de sus primeras tradiciones. Sin embargo, ella habia termi-
nado por desviarse de estas, y por caer en el Panteismo politeista:
nosotros vemos los efectos mortales de este error, ereciendo á pro-
porcion que mas en él se hundia, y llegados ya á su colmo cuan-
do Jesucristo vino á sacarla de Sil funesto dominio. Estos cl'ec-
tos eran lo que es el Panteismo en sí, conl'usion y desunion; pues
no pudiera haber union sin distincion, por cuanto quien dice union,
dice tambien pluralidad de existencias.


Las sociedades antiguas nos presentan, en efecto, la confusion
de todas las existencias las unas en las otras, y su contradiccion.
Así, empezando por la existencia individual, cl hombre, dentro
de sí mismo, era un abismo de confusion, en el eual no podia
distinguir la grandeza de la miseria, lo Divino de lo humano, y,
por consecencia, un abismo de contradiceion.-Igual confusion,
igual eontradiccion existía entre el esclavo y el señor, es decir,
entre los dos tercios del género humano, cuya existencia no per-
tenecia á sí misma, sino que estaba absorbida en la del otro tercio.
Ni tampoco se pertenecía á sí propia esta tercera parte; la existen-
cia del hijo y de la mujer estaha absorbida en la del padre y del
marido; la familia no era sino lo que era el jefe. La existencia de
este ,jefe estaba á su vez absorbida en la de la Patria, especie de
divinidad fatal, personificada en una divinidad mitológica, en
Júpiter Capitolino, Minerva, Juno; y á la /in, en Tiberio, Ne-
ron, Calígula, lIeliogábalo, especies de Panes mónstruos, cn
quienes se reasumia todo el mundo romano, que disponian de to-
das las cxistencias, dc todos los dCl'cehos, de todos los bicnes,
de todas las almas, y que movían el mundo al gusto de S11 locu-
ra, de su ferocidad ó de su infamia; y en esta monstruosidad pan-
teística, la desunion ,la disolllcion mas inaudita de todos los ele-
mentos que le cstahan avasallados l.


I En la rundaeion misma <le Itom~ vemos c';!::\ idea pantcistR curiosamente
marcarla en lIna antigua tratliriulI '1111' 1 elir[(~ l'lutarco, (( Rómulo, dice, hizo




- ~Ui-
Viene el Cristo, y se coloca como la distincion misma y como


la union d(~ lo finito y de lo Infinito, de lo natural y de lo Sobre-
natural, del hombre y de Dios. Su doctrina, que él mismo pre-
dica, sus discípulos, que la esparraman, su Iglesia, que la man-
tiene, formados todos sobre él, no tardan en conformar con él el
mundo. Todas las existencias se desprenden las unas de las otras,
y ~e unen en la misma proporciono Vense salir poco á poco todas
estas grandes distinciones, todas estas grandes personalidades
flue ignoraba el mundo antiguo, y cuyas relaciones constituyen
la cirilizacion moderna, del servidor con respecto á su amo, de la
m ujer con respecto al marido, del mas pequeño niño con respec-
to al hombre, del pobre con respecto al rico, del ciudadano con
respecto al César, del César con respecto á Dios, de Dios, enlin,
con respecto á todo, y de todo con respecto á Dios. Y al mismo tieIll-
po flue se operan lodos estos desasimientos, todas estas distincio-
nes, cslablécense entre ellas la union y la armonía por la resig-
nacion, por el espíritu de sacrificio, por el socorro mútuo, por
la rceíproca asistencia, por la comun fe, por la única esperanza,
por la unánimc caridad, que nos une á todos, los unos con los
otros por Jesucristo y en Jesucristo, hasta á no hacer con él, á
pesar de todas las distinciones de nuestras diversas existencias,
sino un solo cuerpo místico, una sola persona divino-humana, un
solo hombre-Dios, conforme á aquella grande plegaria que dirigia
él mismo á su Padrc, y que revela el grandioso objeto de su mi-
sion: « ¡ Padre santo, conservad en vuestro nombre á aquellos que
(,me habeis dado, á {in de que sean UNO como NOSOTROS! No ruego
«solamente por ellos (los primeros discípulos), sino tambien por
«todos aquellos que deben creer en Mí por su palahra, á fin de
«que TOllos no sean mas que UNO. Como Vos, Padre mio, estais
«cn Mí, y Yo en Vos, que sean asimismo UNO en NOSOTROS.))
(Joan. XIV, \v, X\l).


Así es como se ha cumplido «lo que en su hondad hahia re-


«abrir un grande hoyo en uI centro de la ciudad, al rededor del lugar llamado
((cumitiwn. Allí se depositaron las primicias de tollas las cosas buenas y ne-
«cesarias; tlcspnes cada uno eehú allí un puñado ele tierra traida del país de
"donde hahia venido, y se meze!,', todo ,junto. A este hoyo se le dió, como al
« uoi\('l'so, elnolllure de -1_07:J,Ó;.)) (He los prindpios de la Revolucion frarwe-
.la. ",",,,irlrr,ulos ':mnu 1,,-inripios generadores del Socialismo y del Comunismo,
por ,,1 S,. Allla/,' dI! lI"!i';).




- 21ti -
,1 suelto Dios en si misllIo, de instaurar en la cconolJlia de la ple-
«nitud de los tiempos todas las cosa~ sobre el Cristo, ya en el
« órden celeste, ya en el órden terrestre, en él mismo.» Secltndum
beneplacitwn ejus, quod proposuit in eo, in dispensatione plenitudinis
temporum, instaurare omnia in C/lI'isto, quae in coetís, et quae in terra
sunl, in ipso. (San Pablo á los de Éfeso, 1, H, 10). Lo cual es tan
verdadero, como acáhamos de rel', en el <irden de la civilizacion
como en el órden de la religion, porque esto es absolutamente ver-
dadero en el órden de la creacion enlera, de la cual es Jesucristo
el primogénito, como es el pl'illl ogénito del Padre celestial, acer-
cándolos y uniéndolos en esta doble calidad en su persona, confor-
me á esta otra palabra suhlimemente lilosótica de san Pablo: «Nos·
«otros tenemos la Redencion en ar!ucl que es la imágen del Dios
«invisible, el Hijo de su predileccion, primogénito de toda cria-
'( tura. Porque en E I todas las cosas han sido criadas en los ciclos
« y sobre la tierra, las visibles y ¡'lS invisibles, sean tronos, sean
« dominaciones, sean principados, sean potestades; todo ha sido
«criado por l~l yen Él. Elmislllo es ante todo. y todo subsiste
« en ]~l. Y j~l es la cabeza del cuerpo de la Iglesia, el príncipe, el
« primogénito de entre los muertos, de manera que en todo ob-
« tiene la primacía. Porque plugo al Padre que toda plenitud ha-
l( bitase en El, y por Éll'econciliar todas las cosas consigo, paciti-
'J. cando por la sangre de su Cruz todas las cosas ya en la tielTa ~ a
« en los cielos.» In quo habemus Redemptionml ... fjui est ima(jo f}ei
inviliibilis, primogenitus omnis creaturae : - Qw¡¡¡iwl! in IpliO candiht
sunl universa Ú~ coelis, el in terra, visiúilia el invisiúilia, ¡jire tMoní,
sive dominationes, sive principat1ls, sire ¡JOtestales : olllllia pe!' [psum el
Ü! [pso creata SUllt: - Et lpse vst ante omncs ,et amJlla in [pso constant.
- El Ipse est caput corporis Ecclesiac, qui est Principiwn, prÍln0!lc-
nitus e.E rnortuis: ut sit in omniblls lpse ]Jrillwtum teueno. - Quia il/.
Ip80 complacuit omnetn plenitllrlinclI! iufUluürt/'c : m pel' EllIn reconci-
liare omlda il! Ipswn, prtáficans pf'l' sallyuill!'1I! Crucis Eilis, sire qUlCe
in terris, sit'e qllae ÜI cocíis slud. (San Pablo á los Colasen. 1, 11. Y
siguientes) .


Filósot'os, que buscais la sabiduría, nubes sin agua llevadas
acá y allá por los vientos, árboles de otoño cuyo tallo marchito
no da fruto, ondas de un mar bravío, que arrojais sin cesar la cs·
pllllla de \'uestras dudas y de vuestras ,leeepciones, aslros erran·
les, entregados á una eterna tempestad de tiniebla~, si no volveis




- 21i -
a entrar cilla ol'bita de la \erdad'; yosolras lodas, alwas priva-
das de la luz, vedla aquí esta luz, esta verdad, esta sabiduría en
su divina esencia, en su sublime é incomparable manifestacion.
Esto no lo ha concebido el homhre, no es obra del hombre; yo
invoco el testimonio de todas las aherraciones en que cayó siem-
pre y en todas partes fuera de la revelacion en los tiempos an-
tiguos; y concluiré pOI' demostrarlo con aquellas otras en que ha
raido fuera de la Iglesia en los tiempos modernos.


CAPÍT ULO 1 V.
OE LAS I1EIlIiJÍAS EN SU RELACION CO,," EL PANTElS;lIO y I;L CO~IU­


NIS.UU. -IIEHEJÍAS DEL l'1UMER PERÍODO.


APENAS Ijuerló estahlecido el Cristianismo, cuando en torno de
la iglesia, que era su liel depositaria, surgieron y se sucedieron
las herejías, hostigando su majestuosa marcha al través de los si-
glos.


Mas hay una cosa sorprendente y decisiva que no ha sido aun
bastantemente ohservada, y que prueba la divinidad del Cristia-
nismo y de la Institucion de la Iglesia por la verdad de nuestra
existencia social; y es, que cualquiera de estas herejías, sea cual
fuere su punto de partida y su punto de ataque, al través de sus
mil orígenes, de sus mil nombres y de sus mil formas, todas han
querido atentar contra el dogma de la Encarnacion, y atacando
este dogma, han, por esto solo, inmediatamente abundado en el
Panteismo, en el Fatalismo , en el Comunismo; han sido, en una.
palabra, tan antisociales como anticatólicas, y han tendido á ha-


t TOljas estas grandes irná~cllcs que expresan la idea de lo que vale la ver-
dad y de la desgracia de haberla perdido, cualllunca lo habia expresado nin-
glln filósofo, y como lo ha sido despues pOI' n,Hlle y Pascal, son de un pobre
barquero de I~alilca, de Judas el pes('ador: "N¡¡úes sine ar¡ua, quac d ventis
«ril'rumr~rJl/ll"r; arbnres allrllmn(jle,~ inrl'lIchw,~ae; IludllS red m{/ri,~, despu-
<1 maules suas c()lIrltsion~sJ .lidera Cl'rantia J quibus procc/la ICllcúrarllm serva-
a/aest inaelernUIJI •.. ¡¡(Episl. de san Judas, U, 12).




- 218-
cer retroceder hácia el antiguo citos la .ióven civilizacion, cu~os
destinos ha salvado así la Iglesia, salvando los de la fe.


Es una prueba que nos parece digna de fi.iar la atencion de to-
do amante de saber la verdad, la que tan estrechamente une el
Catolicismo y la sociedad, y permite estahlecer entre los dos una
regla de proporcion, por la cual, sentada la verdad de la socie-
dad, da por resultado de la incógnita de su relacion con el Cato-
licismo, la verdad de este, y así recíprocamente '.


La historia de las herejías miradas bajo este punto de vistá, se-
ria sohre vivamente curiosa, altamente interesante. Nosotros no
podemos ahondar mucho en ella; pues seria la materia de u na
larga ohra, y nuestro cuadro no nos permite mas allá de algunas
páginas. Lo que de ello dirémos será á lo menos incontestable, y
hastará para nuestro propósito.


En cuatro períodos podemos dividir la historia de las herejías:
1. o El período de las herejías indo-helénicas, en el que el viejo


Oriente y el viejo Occidente hicieron sus últimos esfuerzos con-
tra el Cristianismo.


2.° El período de las herejias dogmáticas, en el que los prin-
cipales artículos del dogma católico fueron puestos en cuestion,
y recibieron su de6nicion precisa.


S." El período de las herejías escolásticas, en el cual, por el
abuso del raciocinio, las herejías nacieron de las especulaciones
del entendimiento sobre la doctrina.


1.0 El período de las herejias protestantes y racionalistas, cllyo
carácter propio es la negacion del principio mismo de la autori-
dad católica.


Vamos á examinar en seguida las herejías del primer período.


I. -Las primeras de todas las herejías contemporáneas del na-
cimiento mismo de la Iglesia, y que el Hércules cristiano ahogó
en Sil propia cuna, fueron las de los Judaizanles, de los N((zarc-
nos, y de los Ebionitas.


La singularidad que distingue estas herejías de las posteriores
t Los Socialistas han penetrado y justificado admirablemente esta rdacion,


conflmdiendo en su comun rabia el Catolieismo y la Socil'datl; y los Hadona-
listas eonservadores, que dcspues de tantas Iccciorws quisieran tOlla da separar
el Catolidsmo de la sociedad, serian los mas incorregibles y los mas obccl'ados
de lo" homhre,




-:W,-
es, que no habian salido del seno de la iglesia, separándose de
su doctrina, sino que mas bien se colocaron desde un principio á
su lado, como formas particulares y defectuosas del Cristianismo.


y por esto mismo, constituyen una prueba histórica inmedia-
tamente contemporánea y directa de los hechos evangélicos, pues
que la fe de estos hcresiarcas en tales hechos no la bebieron en
la Iglesia, á la cual no pertenecieron jamás, sino fuera de la Igle-
sia y en los hechos mismos, como lo atestigua notablemente su
(also Evangelio de los Hebreos. Estos son, no Cristianos degenera-
dos, sino Judíos mal cristianizados; pmebas mal tiradas que ates-
tiguan en el mas alto grado la realidad de los caractéres históri-
cos sobre los cuales se ha tirado la hoja correcta '. Quizás bajo este
respecto no se ha hecho valer asaz este argumento en la apolo-
gética cristiana.


Sea como fuere, estos cristianos judaizantes, como se les lla-
maba, ó mas bien, estos judíos cristianizantes, cuyas diversas
sectas iban comprendidas bajo el nombre de Ebionitas, se distin-
guían del resto de los judíos en reconocer que Jesucristo era
el Mesías; y se separaban de los Cristianos, en que no admitían
que fuese Díos. Negaban el dogma de la Encarnacion. La mayor
parte admitian, no obstante, que Jesucristo habia nacido de una
virgen; mas no veian en él sino un hombre dotado de una sabi-
duría sobrenatural, en quien el Mesías celeste habia descendido,
durante su bautismo, bajo la forma de una paloma. Este Mesías
celeste era el mas elevado de los espíritus emanados de Dios. La
doctrina, pues, de estos sectarios era la de la emanacion, es de-
cir, del Panteismo orienta\. Habian tomado su nombre de Ebio-
nitas de una palabra hebrea que significa JJobre, á motivo de que
profesaban el desapropio individual y la comunidad de bienes, co-
mo una prescripcion que falsamente imputaban á los Apóstóles 2.


l l'ara entender este símil, ó imágen metafórica del autor, adviértase de
paso que en el arte de imprenta se llama prueba la pl"imera impresion incor-
recta que se bace sobre los caracléres tipográlkos, y hoja r:orrec(a , ú hoja de
prensa aquella, d~spues ,le la cual se hace el tiraje de todas las demás.


2 Los A ~óstoles jamás han prescrito la comunidad de bienes. Verdad es
que los primeros cristianos de Jerusalcn, no teniendo mas que un solo corazan
y una alma sola, veOllian SlIS hienes y depositabau su prcdo á los piés de los
Apóstoles, para que los distribuyesen á cada cual segun sus necesidades. Pero
esto se llal'.ia lihrermnte., y nUIlI"i! los A pústoles hieieron de ello \lila ley. VI
prn~ha <r halla rn las mismas palabras di> ,an Pedro á Auanías y á SafirL he-




- HU-
I'el'milian además la poligamia, ó pluralidad de mujeres. (Dellin-
ger, Orígenes del Cristianismo.-Alzog., Hist. de la Iglcsia.-Ber-
gier, Dic. de teolog.-Fleury, llist. ret., cte.).


Así es como desde el primer dia del Cristianismo, la negacion
del dogma fundamental de la Encarnacion se señaló por el Pan-
teismo y el Comunismo.


La Iglesia dió el golpe mortal á. estos primeros enemigos de
la fe y de la civilizacion, aclamando la divinidad del Hijo de
~Iaría. "


1I.-En seguida, ó al mismo tiempo que esta herejía, pareció
la de los Gnósticos. Quien dice herejía, dice fraccionamiento al in-
finito, así como quien dice Iglesia, dice unidad perfecta. Cuan-
do, pues, designamos una herejía por un nombre, no se ha de
representar bajo este nombre una unidad de fraccion, sino frac-
ciones de fraccion innumerables. Así, bajo la denominacion de
Gnósticos pululaban una multitud de sectas; tan solo porque te-
nian algo de comun se les reunia lJajo el nombre de Gnósticos, y
este algo de comun es el punto de seccion por el cual se separa-
ron de la Iglesia. Llamábansc Gnósticos, de la palabra gnose, que
significa iluminacion, ciencia superior. Los Gnósticos tomaron
por sí mismos este nombre orgulloso, porque se gloriaban de po-
seer luces extraordinarias, de estar iluminados. La Iglesia tuvo
que sostener contra ellos combates muy largos ymulliplicados,
desplegando en esta lucha todo el ardor y todo el genio de sus
primeros grandes doctores, particularmente de san Ireneo, de san
Epifanio, de san Clemente y de Tertuliano. Los primeros Gnós-
licos eran paganos mal convertidos en Cristianos, así como he-
mos visto que los Ebionitas eran J udios igualmente mal entra-


ridos de mllerte, no por no haber llevado el precio integro de su CIImpo á los
Apóstoles, sino únicamente por haber mentido, dieicndo que asi lo hacían:
«¿No érais dueños vosotros, les decia san Pedro, de guardar vuestro campo, ú
«despues de haberlo vendido, de retener aun el precio? ... Vosotros no habeis
«mentido á los hombres, sino á Dios.» ( Actos de lus Apóstoles, v, 4). Nada
pnede darse mas formal. El Cristianismo, como se ve, no es comunista sino de
la verdad; este es el único bien que exige que nosotros pongamos en comun.
Pero este bien, it diferencia de todos los otros, se aumenta repartiéndose, y
enriquece á los que lo comunican tanto como it los fIne In rCf\itll'n. En Illgnl' de
partirse, nos haceá nosotros partidpanles; yen \pZ dcdirirlirse, nos I1nl'. T.11
es la comullion de las allllds, el reverso y el antídotodel Comunismo, y (/ue IJ
Jglesia sola ha pudi/lo I)p~rar.




- 1!i:l1-
dos en el Cristianismo: los Gnósticos postel'iores fueron herejes
salidos de la Iglesia.


La propiedad de los Gnósticos era negar el dogma de la Encar-
nacion, como los Ebionitas; con la sola diferencia de que los
Ebionitas negaban la divinidad de Cristo; y los Gnósticos nega-
ban su humanidad. Decian que Jesucristo no habia tenido sino
una carne aparente; y que el haber nacido, el haber sufrido, el
haher muerto era todo una pura apariencia!. Es incontestable que
el Panteismo formaba el fondo de todas estas sectas; las cuales
profesaban la doctrina de la emanacion descreciente, por una mul-
titud de eons, ó de genios, á los cuales atribuían la produccion
de las cosas y todos los sucesos; doctrina tomada en parte del
Boudhismo, en parte del Platonismo. Su herejía misma, que con-
sistia en no ver en Jesucristo mas que una apariencia, emanaba
á un mismo tiempo y conducía al Panteismo; pues siendo Jesu-
cristo el primogénito entre las criaturas, toda la creacíon no pa-
saba de ser una simple apariencia como él.


Los Gnósticos se dividian en dos grandes categorías: los que
solo admitian una sustancia única, ó panteistas simples; y los que
admitian dos sustancias principios, los panteistas dualistas ó ma-
niqueos. Estos eran tan panteistas como los primeros, con la sola
diferencia que su Panteismo era doble: el Panteismo de la mate-
ria, cuyo principio emanador era el mal; y el Panteismo del es-
píritu, cuyo principio emanador era el bien: uno y otro necesa-
rios. En consecuencia, profesaban el horror á las cosas materia-
les: se alejaban del matrimonio como de una propagacion del
mal, y de la posesion de los hienes terrestres como de una adhe-
sion al mal principio; pero, como todas las sectas que se han atre-
vido á reprobar la union legítima de los sexos, y la legítima pro-
piedad de los bienes, esto era tan solo para hundirse en todas las
torpezas que ultrajan la naturaleza, y en todas las locuras que des-
quician la sociedad. El Socialismo yel Comunismo de nuestros
dias se vuelven á encontrar al pié de la letra en estos antiguos
herejes. Leemos en un libro titularlo: .De la Justicia, compuesto
por Epifanío, uno de sus jefes, á quien honraban como á un dios,
que « la naturaleza misma quiere la comunidad de todas las eo-


• Deausobre, IlistoT'ia del J1Ianiqueismo J lib. 11, cap. IV, ~ 1. - Dergier,
Diccionario teológico. -Alzo'f" llüloria de la Iglesia. - Dcllin'f,cr, Or(qenes
del OriMillnisnw. -l'lll~llpt, Ilirr.im1r/ri" (1" 111.< npr~ií(/s.




- :222-
«sas, del tefl'eno, de los bienes de la vida, de las mlljp.res; y que
« las leyes humanas, invirtiendo el Muen legítimo, han produei-
« uo el pecado por su oposicion á los instintos mas poderosos de-
« positados por Dios en el fondo de las almas. ,) Tales principios
podian fácilmente conducir á los crímenes contra naturaleza que
la historia atribuye á estos herejes 1.


Dos inscripciones descubiertas poco hace en la Cirenáica, son
un monumento notable de estos Gnósticos maniqueos. La una po-
ne en un mismo nivel Thot ó Hermes, Trismegisto, Kronos, Zo-
ro astro , Pitágoras, Epicuro, el persa Mazdac, Juan y el Cristo,
como habiendo unánimemente enseñado la comunidad de toda
propiedad ([J.l1ob olmOTCOtolaOo:t). La otra dice: « La comunidad de
« todos los bienes y de las mujeres es la fuente de la justicia di-
«vina y la felicidad perfecta para los homhres buenos, sacados
« del ciego populacho. Á ellos enseñaron el vivir juntos Zaradés
«y Pitágoras , los mas nobles de los hierofantes.»


Si la fe no debiese ya levantar altares al Catolicismo, el rew-
nocimiento deberia habérselos erigido por haber salvado la civi-
lizacion en su cuna, abatiendo con redoblados golpes, y con la
lllaza de la ortodoxia, la hidra del Gnosticismo, cuyas cien cabe-
zas renacian erguidas por espacio de doscientos años para devo-
rarla "


1 Dellinger, Origenes del Cristianismo, tomo 1, pág. 248 de la primera tra-
duccion francesa.-Maret, Ensayo sobre el Panteismo, pág. 219.


I La edad de la fuerza y de la pujanza del primer Gnosticismo, dice lID sábio
y muy respetable historiador, duró cerca cien años. Hácia la mitad del tercer
siglo viéronse ya las señales precnrsoras de su disolucion ; si en algun tiempo
se habia podido temer que la forma gnóstica tomase un ascendieute sobre el
Cristianismo, la preponderancia de la Iglesia fue desde entonces evidente y de-
cidida. Pero el deslumbramiento que aquel error habia ejerCido sohre el espí-
ritu de tuntos hombres, no se habia aun disipado enteramente, como lo pro-
baron los progresos rápidos y la vasta extension dellUaniqueismo, nueva sec-
ta, bijuela de la que se extinguia. El espíritu de las religiones naturalistas del
Oriente reunió aun otra vez todas sus fuerzas, y probó el imprimir al Cristia-
nismo una direccion retrógada háci1t el vip-jo Paganismo. El alma humana fue
de nuevo identificada por el Panteismo con la Divinidad, y una y otra se baila-
ron engullidas en el círculo de la naturaleza. (Dellinger, tomo 1, flág. 2ti6).-
Mas tarde encontramos ellUaniqueismo en los Albigenses, en los Templarios,
y hasta en los Francmasones de nuestros dias, á lo menos en cuanto á las for-
mas y al ceremonial de sus iniciaciones y señales secretas, de su reconoci-
miento, literalmente descritos por san Agustin, que en su juventufl se habia
dejado arrastrar por la secta rle los Maniqueos. Mas ad~lantr yolrerémos á tra-




- 22:1-
1II. - El Gnosti<:Ísmo era el viejo error panteísta del Oriente


que hahia querido transtigurarse en Cristianismo: el viejo error
(lel Occidente tanteó el hacerlo á Sll vez, bajo el nombre de Neo-
Platonismo.


La piedra de toque de su tentativa fue asimismo el dogma de
la Encarnacion, JESUCRISTO, esta piedra angular siempre recha-
zada por cuantos quieren alzar los edilicios vacilantes y ruinosos
de la razOIl humana, y siempre subsistente como cimiento eterno
del templo de la Verdad.


E I dogma de la Encarnacion no es mas que el dogma de la Tri-
nidad en aecion para la salud del mundo, y necesariamente lo
en<:ierra. Jesucristo es el Hijo de Dios, Segunda Persona de la
adorable Trinidad, que manifiesta la Primera en la Encarnacion,
y (Iue es él mismo manifestado por la Tercera en la Iglesia. La
Encarnacion nos manifiesta al Padre celestial, reconciliándose el
mundo en el Hijo; y la Iglesia nos muestra á este Hijo convir-
tiendo el mundo á esta reconciliacion por el Espíritu Santo. Mas
estas tres Personas no tienen relacian necesaria y sustancial sino
entre sí: con el mundo solo tienen relaciones de libre eleccion y
de misericordia puramente gratuita. Ellas son Dios; y Dios, lo
Infinito, es soberanamente independiente de lo finito, tanto en su
esencia como en sus actos; tanto en la Iglesia como en la Encar-
nacíon, como en la Creacion, como en la Eternidad. Extender
las relaciones necesarias de las tres Personas divinas con el mun-
do, es, pues, ir á chocar directamente contra el dogma de la En-
carnacion, que protesta contra este error por la distincion abso-
luta de las dos naturalezas en Jesucristo, que las reune solamente
en Sll persona, no menos que contra el dogma de la Trinidad,
que no admite en la participacion de la divina Esencia sino las tres
Personas que la constituyen.


Tal fue el escollo del Neo-Platonismo.
El Neo-Platonismo tuvo tres centros principales: Alejandria,


lar de estas afinidades de secta. Observemos sin embargo, ya ahora, que los
Maniqueos, como mas tarde los Alhigenses y los Protestantes, tenian una aver-
sinn particular á las imfigenes y á la cruz j que echaban eu cara á los Católicos
el ,j.¡r en los errores de la idolatría, y honrar los Santos como á divinidades; y
que prctenJian que para ocultar á los láicos la contradiccion entre la conducta
de la Iglesia y la Escritura Santa en e,te punto, prohibian los sacerdotes la
l!'('fllra ,,~ p,la última, (Pluque!., Dicrionarín de las Herejias).




- ~2.í-
Roma y Atenas; pero conservó el nomhre de Alejandrino ó de
escuela de Alejandría. Sus representantes mas célehres fueron
Plotino, Porfirio, Jámhlico, Hiérocles y Proclo. Su fin era sal-
var la filosofía helénica, y con ella el Paganismo, cristianizándo-
]0, Y suplantar el Cristianismo, tomando de él todo lo que se pue-
de tomar, cuando no se entrega á sí propio á Jesucristo, es de-
cir, cuando se quiere excluir de él á Jesucristo; pues los que no
están con él, van necesariamente contra él.


y por esto mismo fueron:i dar tambien en el Panteismo, éonse-
cuencia ordinaria de rechazar el dogma católico de la Encarna-
cion.


y lo hicieron, queriendo mas particularmente platonizar el dog-
ma de la Trinidad, ó cristianizar el Platonismo. Véase, en efecto,
segun la traduccion que el SI'. de Gerando nos ha dado de las
Enneades de Plotino, el resultado de sus esfuerzos:


«La Unidad es el principio necesario, el orígen y el término
«(de toda realidad, ó mas hien, la realidad misma, la realidad
«originaria y primitiva ... :Ella encierra en su seno los yermenfs de
«toda cosa; es el Saturno encadenado de la mitología, Padre del
«padre de los dioses ... El Ul'i"O, con todo, no es el Ser, no es la
«Inteligencia, es superior al uno y á la otra, estando sobre de to-
« da accion, de toda situacion determinada, de todo conocimiento.
«Es cierta cosa invisible, retirada en una noche inmensa; el Pa-
«( dre desconocido, el abismo, Bv6k Esto es lo mismo que el Bralnl!
!I indeterminado de la metafísica de la India; el fondo del Ser, la
«sustancia que es inaccesible, imperceptible en sí misma, y que
(se concibe como aquello que está oculto en lo que se ve.


(( Del seno de esta unidad absoluta procede la Inteli!Jencia su-
«prema, segundo principio, perfecto tambien, aunque suhordi-
« nado, la cual procede de aquella por emanacion, como la luz
« procede del sol. El alma universal es el tercer principio, subor-
« dinado á los dos otros; esta al ma es el pensamiento, la palabra,
« una imágen de la inteligencia, el ejercicio de su actividad ...
« Esta procesion ó procedencia es de toda eternidad, y estos tres
« principios, aunque formando una jerarquía en el órden de la
« dignidad, son contemporáneos entre sí.))


Esta triada de Plotino compone el mundo inteligible, mundo
pcrrccto que no es otra cosa sino la Divinidad misma en tanto que
pila sp manifirsta. Este munrlo inteligihlr rs no solanwnlr pI lipo




- 225-
del mundo visible, sino que es su base, la esenda real y verdadera.


«Del alma suprema y de la inteiigencia emanan en efecto las
«ideas Ó las almas que son las únicas'realidades verdaderas, las
( almas de los dioses, de Jos hombres, de los animales y de los ele-
«mentos; la materia misma». El mundo, en una palabra, era para
Plotino la grande alma, dando forma á la materia por las ideas ó
las almas que ella produce.


La identidad absoluta, que es el fondo del sistema de Plotino,
se revela sobre todo en la teoría del conocimiento. «El verdadero
« conocimiento, dice, es aquel en que el objeto conocido es idén-
l tico al sujeto que le conoce». Cuando percibimos, pues, la uni-


dad absoluta, nosotros somos quienes la percibimos; cuando co-
nocemos las otras inteligencias, nosotros somos tambien los que
.:onocemos.


Con semejante sistema, la libertad, la espontaneidad, la per-
sonalidad individual, elementos de toda sociedad, desaparecen
enteramente. Así, segun Plotino, todo en el mundo es necesario,
fado es la obra de una produccion fatal. El mal,mismo no es IlJas
que una negacion necesaria del bien; reside en la materia, la cual
es considerada alguna vez por Plotino como una produccion im-
perfecta del Ser supremo. En esta hipótesis, el mal ¡:esiJe en Dios
mismo.


La misma doctrina en ~l fondo se halla en Proclo yen los de-:
más N eo-Piatónicos.


Las operaciones theurgícas (ó de Dios) eran para ellos el grande
llledio de la purilicacion y de la iluminacion de las almas. Busca-
han comunicaciones directas con los genios, con los dioses, con
el Dios supremo. Así estos filósofos se empeñahan en rehabilitar
todas las su pflrsticiones paganas, y se entregaban con un celo in-
¡;reible á todas las prácticas del politeismo y de la mágia.


Esta doctri na, en la cual son fáciles de reconocer los principa-
les rasgos del Hegelianismo de nuestros dias, era una amalgama
pxtravagante de las filosofías orientales y helénicas, colorada con
la doctrina cristiana sobre la Trinidad. Era una coalicion de to-
dos los sueños del espíritu humano contra el dia de la verdad que
venía á disiparlos. Los Neo-Platónicos, para contener los progre-
sos del Cristianismo, se esforzaron en efecto en éscoger de las di-
ferentes escuelas de filosofía las opiniones que, á fuerza de palia-
tivos, podian hacerse semejantes en apariencia á los dogmas del


1.'í




- !2!26 -
Cristianismo, á fin de persuadir á los espíritus superficiales que
los filósofos habian. talllbien descubierto la verdad como Jesu-
cristo, y que no habia necesidad alguna de renunciar á su doc-
tI': ua para abrazar la del Evangelio. El Neo-Platonismo, bajo este
respecto, es una alta confirmacion de esta misma verdad que que-
ruuos sobre todo dejar patente y á toda luz', esto es, que todos los
couceptos filosóficos del espíritu humano, sobre la verdad sobre-
natural y fuera del círculo de la fe cristiana, van por último tér-
mino á perderse inevitablemente en el Panteismo y el Fatalismo,
pues aquel sistema nos presenta la reunian de todos estos concep-
tos reasumiéndose en este monstruoso error.


Tampoco negaban los mismos Keo-Platónicos que su doctrina
~e compusiera de otras tomadas de Yal'ias partes. Y tan léjos es-
taban de negarlo, como que habian erigido por método estos mis-
mos plagios, y su amalgama por sistema, el sistema del Eclectismo
y del S!Jncretismo, que tan fiel y discretamente ha yuelto á resuci-
lar el Sr. Cousin.


Llegaron hasta pretender que la diferencia de carácter de los
pueblos exigia una diyersidad en su religion, y quc nccesitaban
de este Syncretismo religioso, que vemos expuesto en Proclo, Hié-
rocles, Simplicio, Chalcedio, yel historiador All1miano Marceli-
no. y partiendo de este punto de vista decia Proclo: «El filósofo
«no se concreta á tal ó cual culto nacional; no es extraño á forma
«alguna de religion, porque el es el gran sacerdote delllnicerso.»
.-Este ministerio de las almas es el que pretenden ejercer tambien
nuestros t1!ósofos, al igual ó mas bicn sobre ,los pontífices de la re-
ligion.


Por lo demás, aquellos t1!ósofos hacian al Cristianismo el mis-
mo honor que se le hace cn nueslros dias, de admitirlo, con las
demás religiones, á la participacion de la Filosofía; Cristianismo
y Paganismo estaban puestos al mismo nivel, no siendo uno y otro
mas que manifestaciones de la Inteligencia, que tiende sin cesar
á desprenderse para elevarse á la razon pura.
~ías esta tolerancia filosófica, á lllas de ser atentatoria al Cris-


tianismo dogmático, que no puede sufrir estas asimilaciones sa-
crílegas, servia de una verdadera táctica para batir en brecha el
Cristianismo práctico y su accion civilizadora sobre el mundo. El
Panteismo, bajo este respecto no solamente era el término inevi-
table de todos los conceptos humanos fuera de la fe, sino que se




- !27-
presentaba al mismo tiempo como el terreno mas á propósito para
esta grande conjuracion. Haciéndolo proceder todo de un mismo
principio, y emanar todo de una misma Inteligencia, consagraba
todos los errores, y autorizaba su coalicion y su liga contra la ver-
dad que los excluia. Y esto es idénticamente lo que hemos YÍsto
en nuestros dias. No hahia mas diferencia sino que el convenio es-
taba estipulado en Alejandría en "ez de serlo en París, y redac-
tado por Hiérodes ó por Jámblico, en vez de serlo en el Globo por
Damiron ó por JoufIroy.


Pero esta tentativa fue tan vana entonces como lo ha sido en
nuestros dias. La cuestion entre el Panteismo v el Cristianismo,
entre el Paganismo antiguo y la civilizacion moderna, un instante
suspendida sobre el mundo, fue cortada por la cuchilla de la Yer-
dad católica: el Panteismo y el Paganismo fueron precipitados otra
vez en el abismo, y el Cristianismo prosiguió su marcha triunfa-
dora, arrastrando el mundo en pos de sí en la gran senda lumi-
nosa de su destino.


j Ambrosio! Apolinaro! Lactancio 1 Eusebio! Cirilo! Teodoreto 1
Arnobio! Clemente! Orígenes! Atanasio! Agustino! genios bri-
llantes, doctores ilustres, y muchos de vosotros, sobre todo, gran-
des Santos, que combatísteis entonces por la Verdad, sed saluda-
dos por nuestra edad como los verdaderos Padres no solamente de
la fe y de la Iglesia, sino tambien de la razon y de la sociedad, y
del mundo, arrancado por vosotros á las antiguas tinieblas .y res-
tituido á sus elevados destinos! i Sed invocados en la gloria que os
han adquirido tan grandiosos combates, en que la Verdad no solo
fue salvada por vuestros escritos, sino tambien pagada, inas de
Ulla vez, con vuestra vida y con vuestra sangre; y alcanzad para
vuestros sucesores, herederos de vuestro celo en la civilizacion y
en la fe, las mismas luces contra los mismos errores, el mismo va-
lor contra los mismos peligros, el mismo triunfo para la misma
causa!


15*




- 228-


CAPÍTULO V.
HEREJÍAS DEL SEGUNDO PERÍODO.


DESPUES de la victoria decisiva ohtenida 'sobre el Syncretismo
alejandrino, la Iglesia y la sociedad cristiana no encontraron du-
rante largo tiempo liga alguna exterior que detuviera su marcha.
El espíritu del error, sin embargo, no faltó á su naturaleza eter-
namente envidiosa y subversiva, y al poder que recibió de la Pro-
videncia de entregarse á este su espíritu, en la medida prescrita,
para probar incesantemente el valor y el celo de los discípulos de
la Verdad. Sufrió entonces una especie de metempsícosis; pues
~luedando disueltas por el dogma cristiano los sistemas panteistas
externos hajo cuya forma se habia producido, pasó á formas mas
teológicas, mas dogmáticas, pero cuyo fondo no era menos pan-
teísta, ~i el resultado menos antisocial.


1. - Segun esta nueva estrategia el espíritu de tinieblas em pezó
por transfigurarse en Ángel de luz en el Montanismo '.


El Montanismo, al que cupo la triste gloria de mancillar la del
esforzado Tertuliano, y de hacerle caer por exceso de su valor mis-
mo, no desmiente este parentesco lógico que acabamos de hacer
ver entre toda herejía cristiana y el Panteísmo. La doctrina de
)lontano consistia en pretender que Jesucristo y la Iglesia no eran
el término del progreso moral y religioso; que á mas de Jesucris-
to, que á mas del Espíritu Santo, del cual la Iglesia habia sido has-
ta entonces asistida, debia venir el Espíritu Santo en persona, el
Paracleto:, para traer á la tierra una doctrina mas avanzada, una
moral mas severa, que debia ser un progreso sobre la del Evan-
gelio, así como la del Evangelio habia sido un progreso sobre la
ley mosáica, y esta sobre la ley natural: ((La moral, decia, debe'
I( perfeccionarse; debe aumentar en rigor. El mismo Dios hapro-
(bado y mostrado de antemano esta gradacion " pasando del Anti-


t Aunque el Monlanismo remonta de época mas lejana, sin embargo, co-
mo él abre la série de las herej.ías mas particularmllBle teolÓsíc8S, hemos creí-
do poder colocarlo des!lues d~1 Syncretismo.




- 2!29-
«guo al Nuevo Testamento al traV/!s de las instituciones y de los medios
«de salud progresivos del uno y del otro Testamento.)) (Alzog, Histo-
ria de la Iglesia, t. 1, p. tjl¡).i, ed. de Riera) . Fácil es reconocer á e~ta
simple exposicion del Montanismo las trazas delPanteismo. Este
progreso sucesivo al través de las instituciones y de los símbolos,
no del hombre en la perfeccion moral, sino de la moral en el seno
de la humanidad, se resiente mucho en efecto del desarrollo, de la
pro cesio n de lo Infinito al través de las formas y de los modos de
lo finito, que es propiamente el Panteismo. Aplicábase Montano
el beneficio de esta doctrina, haciéndose pasar como particnlar-
mente inspirado por el Espíritu Santo, como el órgano mas po-
deroso del Paracleto que hnbiese parecido jamás. Predicaba, en
consecuencia, una moral mas rigorosa que la del Evangelio ense-
ñado por la Iglesia, pretendiendo, contrariamente á esta, que de-
hian excomunicarse para siempre y sin remision los pecadores pú-
blicos, entregarse á abstinencias y ayunos desmedidos, prohibir
las segundas nupcias, é ir delante de las persecuciones. Así como
el Gnosticismo babia desenvuelto de una manera fantástica la parte
teórica del Cristianismo, el Montanismo exageraba su parte prác-
tica. El primero amenazaba transformar el Cristianismo en una
teosofía mística; el segundo le convertia en un extremado Mona-
quismo. Y uno y otro, saliendo por los pasos del ()rgullo de la via
prudente y sensata de la Iglesia, y privándose de sus socorros
sobrenaturales al mismo tiempo que exageraban sus reglas y man-
damientos, llegaron á todas las locuras del Iluminismo, y á todas
las infamias por las cuales la naturaleza, cuando se la descono-
ce demasiado, recobra sus derechos.


Así, atacando el Montanismo el dogma de la Encarnacion en
su eficacia absoluta, degeneraba en Panteismo, y acababa por la
inmoralidad.


Los Obispos católicos, reunidos en varios sínodos, fulminaron
contra esta sabiduría insensata y este rigorismo inmoral, y cerce-
naron de la. sociedad de la Iglesia á esta secta de mentira.


11: -Sobre esta misma época surgieron las herejías de los An.
titrinitarios, de los Sabelianos, y de los Patripasionistas. Estos he-
rejes, para salvar la unidad de Dios, comprometida, segun de-
cian, en el dogma de la Trinidad, negaban este dogma, y por
consiguiente, el de la Encarnacion del Verbo, -los unos negan-
do á Jesucristo toda relacion consustancial con la Divinidad, -




- 230 -
Jos otros no ,"iendo en él sino una potencia Divina, no una per-
sona Divina, no la Divinidad misma, -los ótros, en fin, viendo
en él la Divinidad, pero sin pluralidad de personas, reducida á
la única persona del Padre, que se habia hecho hombre, y que
habia sufrido por nosotros, y de esto derivaba su nombre de Pa-
tripasionistas.


i Cosa singular, pero profundamente justa y lógica! estos he-
rejes, por querer ser mas sábios, mas celosos por la grandeza de
Dios que la Iglesia, caian en el extremo opuesto á su orgullosa
pretension, prostituian la Divinidad. Y i cosa no menos singular
y no menos lógica! la prostituian por el Panteismo, aIternatiYél
inevitable del dogma cristiano.


Así, estos espíritus vanos y soberbios, que pretendían vengar
la Divinidad del ataque que se daba, segun ellos, á su union san-
ta, la admision de tres personas que, sin embargo, no hacen en
ella ninguna division; admitian á la identidad con rsta D¡"vinidad
misma, no solamente las tres personas coinfinitas y coeternas,
sino el mundo, la humanidad, todas las criaturas; y para salí-al'
el Teismo, eaian tambien en el Panteismo.


lIé aquí, en efecto, cuál era su sistema:
«El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son personas distin-


« tas y coeternalmente existentes en una misma sustancia divina,
«sin relacion necesaria con el 'Inundo. Son denominaciones exterio-
«res y temporales de la mani{estacion de la mOllas divina, en su
« accion sobre el mundo. Estas manifestaciones diversas de la 1ll0-
« nas no tienen otro·objeto que su propio desenvolvimiento; ellas
« se extienden, se dilatan, segun las expresiones estóicas (ÉY.~E"'E"­
~ 0~~ ó sea "h~'J',s"0,,,,) ó se res tri ngen, se· concentran (Ú1J"'tt),b!G~,).
,( La monas se desplega en el mundo, y viene tÍ ser Padre; se une
«al Cristo por la obra de la Hede~cion, y se llama ¡JUo; se itlen-
« (i{lca con la humanidad, y se hace Espírüu Santo. En fin, despucs
~ de haber desenDuelto la vidrt divi11rt en los tres reinos del Padre,
« del Hijo y del Espíritu Santo, la Divinidad se retira, se recoge,
«se encierra en sí misma.)) (Alzog. llist. de la Iglesia, tomo 1, pá-
gina 259. - Dellinger, Ori,q. del Cristian., tomo 1, pág. lW2.-
Bergier, Diccion. teol.).


De este modo el Panteísmo salia abiertamente de la negacíon
de los dogmas de la Trínidad y de la Encarnacíon por estos 110-
rejes.




- ~31-
Réstanos que estudiar ahora las consecuencias antisociales de


esta doctrina, y la profunda sociabilidad de los dogmas cristia-
nos; yen esto deseamos que se nos siga con alguna atenej 8n.


Si nosotros no somos mas que una manifestacion , una aparien-
cia, somos anihilados; y siendo al mismo tiempo esta manifes!a-
eion nna manifestacion, una dilatacion de Dios, quedamos auto-
rizados, forzados, divinizados en todas las malas propensiones de
nuestra naturaleza, consecuencia general del Panteísmo, expuc~­
ta ya, y que nos limitamos á recordar.


Bajemos á un análisis mas elementar.
El elemento de toda sociedad consiste en dos cosas: plurali-


dad de seres, y similitud.
y realmente, quien dice sociedad dice pi uralidad , y de C0])si-


!2;uiente distincion entre sí de seres cuya union forma la sociedaJ.
Sin esta pluralidad conservada por la distincion en la uníon mis-
ma, no puede haber relacion , ni movimiento, ni vida. - Y añado
yo : Nuestras sociedades, fundadas sobre la nocion y el culto del
Bien y de lo ,Iusto, es decir, de Dios, suponen una primera ~o('ic­
oad entre nosotros y Dios, entre lo finito y lo Infinito, pOI' me-
rlio de su distincion necesaria á su uníon misma. y sin la cual, no
siendo distintos y sociales con respecto á Dios, tampoco lo ser;aID's
los unos con respecto á los otros. - En cuanto á la simiiitud de
los seres, es evidente que no es menos necesaria que su plurali-
dad, para estahlecer entre ellos una sociedad: no se puede tener
sociedad s¡no con seres semejantes; y con esta mira el homhre
fue originariamente criado á la semejanza de Dios, y por esta pri-
mera similitud, fue formada nuestra primera sociedad con Dios,
la cual, arruinada por el pecado, debia reformarse y consumar~e
mas tarde por Dios, haciéndose á su vez seme.iante al homhrE'.


De estas premisas yo saco dos luminosas consecuencias en fa·
yor de los dogmas de la Trinidad y de la Encarnacíon.


En favor del dogma de la Trinidad, cIue Dios, siendo infinito,
no .puede tener relacian eterna y necesaria de sociedad natural,
sino consigo mismo; porque ¿quién le es semejante'! Domine, fJu!s
similis tibi? (Ps. XXXIV, 10) Y que toda relacion, toda soci-cdad,
importando, como hemos dicho, pluralidad no menos que simili-
tud, es necesario de toda necesidad que haya en Dios una plura-
lidad, la cual, no pudiendo ser en la esencia, pues que muchos
infinitos son una eontradiccion, debe ser en .alguna cosa en el




- 232-
diferente de la esencia, á cuya cosa llamamos personas, y que, de-
biendo corresponder á las dos grandes necesidades de conocer y
de amar, que son la vida del Ser, deben ser conocimiento y amor,
distintos del sujeto que las engendra; que esta debe ser la pri-
mera de todas las sociedades, sobre la cual deben estar formada~
todas las demás, de la que deben descender, y á la que dehen re-
montarse.


En favor del dogma de la Encarnacion, que, para que haya so-
ciedad entre nosotros: Dios, suponiendo la sociedad pluralidad
y similitud, fne preciso que Dios se hiciese semejante á nosotros,
quedando distinto de nosotros; que ww de Dios, si se puede ha-
blar así, se hiciese UllO de nosotros; que así formase el anillo de la
union, el Bmmallllel, que liga la sociedad de los hombres á la so-
ciedad divina, y que inauguró el dogma social sobre el dogma
de la Trini dad, por el dogma de la Encarnacion, como (an be-
llamente lo reasumió Jesucristo en aquella di\'ina plegaria que no
nos cansarémos de repetir tratando de esta materia: Que Todos 110
}Can mas que uno, hé aquí la sociedad; como ros, Padre mio, es-
(ais ell mi y yo en Yos, q/le sean asimismo U/lO en nosotros, hé aquí el
tipo de esta sociedad; en fin, la I'sloy en mi Padre, y vosotros eu
mi, y yo en t'osotl'Os ; ved ahí su nudo.


Así, pues, rechazar el dogma de la Trinidad, como lo hacian
estos herejes, es negar al Ser por esencia la vida de la relacion,
que es la propia del Ser, y que no puede hallar necesariamente
sino en sí mismo; es forzarle en alguna manera, segun esta idea,
á buscar fuera de sí v en lo finito los términos de sus relacioncs
necesarias, es decir, i abdicar su naturaleza, y á absorber la nues-
tra, y por consiguiente, toda sociedad, en el Panteismo.


Ocl mismo modo, rechazar el dogma de la Encarnacion, es
~lacer imposihle toda sociedad mediata entre nosotros y Dios, to-
da relacion accesible é imaginable entre nuestra sociedad y su
sociedad; y como esta sin embargo sea, segun el plan de Dios,
el fundamento de aquella, es forzarnos asimismo a nosotros á po-
nernos en sociedad inmediata, en relacion directa y necesaria
con Dios, á asimilar, por consiguiente, su naturaleza y la nues-
tra, es decir, á confundirlas, y á ir á perdernos en lo Infinito por
el Panteismo.


Así es como se encadenan de un modo adorable todas las ver-
dades en el seno de la doctrina católica, y como la herejía de los




- 233-
Antitrinítarios y de los Sabelianos debia ser necesariamente pan-
teista y antisocial.


III.-Esta herejía abrió la senda á otra herejía, mucho mas vas-
ta en sus maneras de desarrollarse, al Arrianismo. El Arrianis-
mo, que tantos estragos causó entre los pueblos germanos, y re-
tardó por tan largo tiempo la accion civilizadora del Catolicismo
sobre aquellos bárbaros, fue una consecuencia de la herejía an-
titrinitaria y sabeliana. El Cristo, segun Arrio, no era consus-
tancial al Padre: era un ser creado, pero producido sobre todas
las demás criaturas, y produciéndolas á su vez. El Arrianismo
era una prolongacion parcial del Panteismo gnóstico, que habia
puesto en boga la doctrina de las emanaciones diyinas en dismi-
nucion. El Verbo divino, á los ojos de los Arrianos, era una ema-
nacion inferior al Padre; y como al mismo tiempo le concebian
bajo la idea de criatura, la creacion enlera, cuya verdadera no-
cion quedaba destruida, venia á ser una série de emanaciones,
lo cual era propiamente el Panteismo '. El primer grande conci-
lio de Nicea anatematizó aquella herejía, y formuló la verdad ca-
tólica en aquel pasaje de su símbolo, que hacemos resonar en
nuestros templos: Credo in ... Jesum Christum ... Dell1ll de Deo, 111-
men de lumine, Dewn verwn de J)eo 'vero, genitum non f actwn, con-
substantialem Patri; ensalzando de este modo la Divinidad de Je-
sucristo, y, por el contrario, segregando de la Divinidad la hu-
manidad, la cual, confundiéndose con aquella, hubiera podido
quedar comprometida.


IV. - Pareció entonces en la escena el Pelagianismo, el cual
no fue otra cosa sino una aplicacion de los principios del Arria-
nismo. Y como, seglm este, Jesucristo no era mas que una cria-
tura, deducíase naturalmente que no podia alcanzarnos gracia al-
guna divina. La necesidad de esta gracia es lo que rechazaba Pe-
lagio, pretendiendo que el hombre podia llegar almas alto grado
de perfeccion moral, y sustraerse al imperio del pecado por sus
propias fuerzas. Verdad es que los I)elagianos no negaban la di-
vinidad de Jesucristo, como lo hacian directa ó indirectamente
los Arrianos; pero hubieran podido hacerlo sin el menor detri-


t Lo mismo debe decirse de las doctrinas heterodoxas sobre el Espíritu San·
to, que no eran otra cosa mas que el Arrianismo aplicado á la tercera persona
de la Trinidad divina. y que fueron condenadas en el segundo concilio ecumé-
nico de Constantinopla.




- !ll34-
mento de su teoría. Partiendo de dos puntos de vista diferentes,
los dos sistemas llegaban á un mismo término, con solo seguir
las conseeuencias de sus principios. El Arrianismo separaba á Dios
del hombre; el Pelagianismo separaba al homhre de Dios: el uno,
partiendo de la negacion de la divinidad de Jesucristo, debia lIe-
¡;ar á la negacion de la gracia divina; el otro, partiendo de la
negacion de la gracia divina, debia llegar á la negacion de la di-
vinidad de Jesucristo, y entrambos debian terminar en el Natu-
ralismo.


Esto es lo que hemos visto obrarse en grande escala en el Pro-
testantismo, el cual, por Zuinglio y Socino , llega en Rou,sseau
á la doctrina de la bondad natú:a del hombre y de la perversion de
la sociedad, (le donde Luis Blane y los Socialistas han tomado
los principios de su reforma. La confianza de estos en la bondad
del hombre, sobro la cual fundan sus acusaciones contra la so-
ciedad que lo ha pervertido, y sus locas utopías de reforma, em-
llaucaba igualmente á los Pelagianos, y los inducia, por un falso
refinamiento de perfeccion de que creían exageradamente al hom-
bre Cat)áz, á acriminar igualmente la propiedad, y todas las re-
laciones que constituyen la sociedad de los hombres. « Al con-
"templar como los discípulos de Pelagio, dice un moderno escri-
dor, sostuvieron que el renunciar á la riqueza era una obligacion
"(absoluta para cualquiera que quisiese trabajar para su salud, se
,(conoce muy bien que lo que ellos trataban era llegar sistemá-
« ticamente ála miseria pública, á la negaCion de la propiedad,
,( al Comunismo.» (Lacombe, Estudios s()bre /0.1' Socialistas) .
. La ortodoxia religiosa y social halló en san Agustin un cam-


peon indomable, que falló contra todos los errores pelagianos con-
frontándolos contra la verdad católica. Justificó la propiedad así
mobiliaria como inmobiliaria del hombre individual con respecto
al Estado; definió de una manera admirahle lo que era de pre-
cepto y lo que era de consejo en la ley de la renuncia á las ri-
quezas, y restituyó á esta ley su verdadero carácter evangélico,
mas bien moral que material, y que no podrá jamás perjudicar á
la vida social de los indivíduos de que se compone la de las so-
ciedades.


V. - Rara vez se arroja el espíritu humano en un exceso, sin
flue quede de ello castigado luego, cayendo en un exceso con-
trario. De otra parte, como dijimos ya, el Naturalismo no puede




.- 235-
ser consen-ado mucho tiempo por el alma humana. Esta se hor-
roriza del vacío, de su aislamiento de Dios; y nunca se halla mas
cercana á precipitarse en este abi~mo, que cuando ha llegado á
separarse de su Dios. El Naturalismo no es mas que una rápida
transicion al Panteismo; despues que se ha dejado el Cristianis-
mo. No es, pues, la separacion la que puede salvarnos de con-
fundirnos con Dios: es la union, la Religion.


El Pelagianismo dcbia conducir al Predestinantismo, ó á la doc-
trina opuesta de la omnipotencia de la gracia divina en el hom-
hre, exclusiva de toda cooperacion humana, y negatiya de tOch
libertad. Dios nos predestina fatalmente á la felicidad ó á la con-
denacion: su sola accion nos hace necesariamente justos y "antos.
Tal fue la herejía del Predestinantismo, que contenia el Panteís-
mo y el Fatalismo, doble error que todas las herejías parecen haúer
tenido por único objeto de ingerir en las sociedades cristianas. (F. La-
combe).


La Iglesia con una profunda sabiduría anatematizó el Pelagia-
nismo y el Predestinantismo: el primero en el grande concilio dl~
Cartago en 418; el segundo en muchos conciliós de Aries y de
J.yon. Ella sostuvo dos verdades igualmente ciertas: la accion
de la gracia divina, y la accion de la libertad humana, es decir,
~iempre, la realidad distinta de lo Infinito y de lo finito, de lo
sobrenatural y de lo natural, así en su accion como en su esen-
cia. La gracia naJa hace sobre nosotros sin el concurso de nues-
tra libertad. Nuestra lihertad nada puede en nosotros, en el ór-
den de salud, sin el socorro de la gracia. Distincion capital, esen-
cial, que levanta á derecha y á. siniestra de la humanidad un muro,
y como un repecho que la preserva del l\"aturalismo y del Pan-
teismo, y que despeja y deja desembarazado el sendero del huen
sentido, de la experiencia, de la tradicion social, y de la ycrdad
práctica de las cosas, por el cual dehe aquella marchar.


VI. - Mas ¿cómo se. verifica la conciliacion de la gracia divi-
na y de la libertad? ¿. Cuál es la parte recíproca de su arcion en
la obra de la salud humana? Aquí es donde se tota con el miste-
rio de los misterios, con la dificultad de las dificultades: este e~
el paso que sola la Iglesia ha sabido atravesar, sin ir buscando
ni vacilando, y en el cnal han venido á resbalar y caer tonos cuan-
tos han pretendido separarse de poner simplemente el pié sohre
la huella de su doctrina: insiste!'c t~estiaiis.




- 236-
Esto es lo que qlliso hacer el Semi-Pelagianismo.
Segun el ,Pelagianismo, el pecado de Adan no ha desordenado


las condiciones de la perfectibilidad humana: el hombre pu.ede
obrar el bien así despues como antes: tiene en sí una fuerza na-
tural suficiente para propender hácia las buenas acciones: es na-
turalmente bueno; y la gracia es simplemente un socorro que le
ayuda á hacerse mas fácilmente mejor.


Segun el, Predestinantismo, el pecado ue Auan mató la libertad,
la posibilidad del bien para el hombre. Este tiene necesidad de la
gracia, no como ayuda para volverse á levantar, sino corno medio
único y absoluto de ser levantado. Ella sola es la que le levanta,
la que le sostiene y la que le hace andar: él no es en esto para
nada: es un cadáver.


El Semi-Pelagianismo cree ser la misma sabiduría, viniendo á
tomar un justo medio entre estos dos extrcmos, y decir que la
gracia y la libertad concurrian múluamcnte á rcalzar el hombre,
y á llevarle al hien; que á las dos cabia igual parte cn su salud,
y que de las dos tenia igual necesidad; que despues del pecado
original el hombre no es naturalmcnte bueno, vcrdad es, y lIe-
ndo al bien mas que al mal; pero que se determina con la mis-
ma facilidad hácia el uno que hácia el otro; que solamente la
gracia viene á determinar el buen movimiento, y desenvolver el
buen principio que está en él.


j Sabiduría humana! La Iglesia anatematizó esta herejía, mas
perniciosa aun que las dos primeras, porque era mas cspeciosa,
y conducia á aquellas por una doble pendiente. Ocupada, no en
buscar el justo medio entre dos errores, sino únicamente en de-
clarar la ycrdad revelada, que no se halla necesariamente en este
justo medio, promulgó estos grandes axiomas de fe, de tradicion
y de experiencia: Que por el pecado de Adan hahíamos perdido
aquel equilibrio de nuestra voluntad entre el bien y el mal; que
por la concupiscencia somos arrastrados al mal; y que para res-
tablecer en nosotros una igualdad perfccta, es indispensable la
impulsion de'la gracia; que de consiguiente esta es siempre pre-
viniente, y gratuita en cuanto es previniente; pero que no es efi-
caz sino con el concurso de nuestra libertad.


Así desató la Iglesia el nudo gordiano de la lihertad y de la gra-
cia formado por la herejía. Este nudo tiene'indudablemente otros
pliegues que se hunden en las misteriosas profundidades de la




- 237-
libertad humana y de la gracia; pero ]a Iglesia jamás entra pre-
maturamente en estos abismos, así como tampoco titubea jamás
en perseguir el error, y aplicar á él, para disiparle, la luz limpia
y viva de la precision, cuando esta le da motivo á ello. Solamente
ella mantiene el mundo en la posesion de estas dos grandes ver-
dades, de estos dos grandes principios; el sobrenatural y el na-
tural, el divino y el humano, la gracia y la libertad; y las con-
cilia en su accion de este modo: la gracia siempre previnienle,
la libertad cooperante; Dios tendiendo la mano al hombre, y el
hombre tomándosela.


VII.- El Arrianismo, y todas las herejías que le habian prece-
dido, habian puesto en cuestion la existencia de la Divinidad ó
de la humanidad, de lo Infinito ó de lo finito en Jesucristo. El
Nestorianismo vino á inaugurar otro órden de herejías, las que to-
ean no ya á la existencia sino á las relaciones naturales y á las
operaciones recíprocas de las dos naturalezas en el Cristo. -La
unidad de Persona fue atacada, como lo habia sido la dualidad
de naturaleza. Transformó la distincion esencial de lo finito y de
Jo Infinito en su separacion. Segun él, hahia en Cristo dos per-
:ionas, puestas la una junto á la otra, unidas exterior y moralmen-
te. Escandalizábase del título de Jladre de Dios, universalmente
dado á María; y sostenia que se debia decir tan solo j[adre de Cris-
to, y que el hombre dado á luz por María debia ser llamado Tlteo-
fltOro, Ó que llefa á /Jias, como templo en el cual Dios habita. Des-
de entonces la Encarnacion no era mas que una simple inhabi-
facion del Logos en el Cristo, y el Verbo eterno no se habia hecho
hombre.


Esta herejía procedía, sin saberlo, de los principios del ~Iani­
flueismo, el cual, como ya lo hemos advertido, no es mas que
un Panteismo doble. La antítesis de las dos voluntades, de las dos
naturalezas divina y humana, ó la dificultad de concebirlas uni-
das en una sola persona fue su principal hase, así como la antí-
tesis del espíritu y de la materia, ó la dificultad de referirlas il
un comun orígen habia sido una de las bases principales del Dua-
lismo.


Mas sobre todo, aislando lo finito de lo Infinito, debia terminar
por precipitarle á él.


VIlI.- y esto es lo que no tardó en suceder.
Eutiques vino, siguiendo las huellas de Nestorio, á decir; que




- 238-
«( antes de la union del Verbo con la humanidad, las dos naturale-
(( zas eran ahsolutamente distintas; pero que despues de la union,
~ la naturaleza humana, confundida con la naturaleza divina, fue
«por esta de tal modo absorbida, que solo quedó la Divinidad,
«y esta fue la que sufrió por nosotros y nos rescató. El cuerpo de
« Cristo era, pues, un cuerpo humano en cuanto á la forma, en
«cuanto á la apariencia exterior, pero no en cuanto á su sustan-
«cia. »


El Eutiquismo conducia tambien al Gnosticismo panteista puro,
y produjo el Jlollophysitisrno, que no admitia sino una sola natu-
raleza, y ellrJonothelismo, que no admitia, de consiguiente, sino
una sola yoluntad en Jesucristo; la naturaleza y la voluntad di-
"inas.


Así es como estas herejías se engendraban y se reproducian re-
cíprocamente; como el error se implicaba en su propio laberin-
to, y como fuera del dogma de la fe católica, y por poco que se
desriasen de ella, se volvia siempre por fatalidad, de una parte
ó de otra, al grande abismo.


El dogma salvador de la Encarnacion fue de nuevo desprendi-
do de todas las herejías que intentaban alterarle; y estas fueron
fulminadas con el anatema en los mas numerosos V célebres con-
cilios. El tercer concilio ecuménico de Éfeso lanzÓ el rayo con-
tra el Nestorianismo; el cuarto concilio ecuménico de Calcedo-
nia hirió de muerte al Eutiquismo, y el sexto concilio ecuméni-
co de Constantinopla condenó al Monothelismo.


La doctrina del Verbo hecho carne, vida del mundo, fue con-
servada en toda su pureza; y estas herejías no habian conseguido
mas que ponerla á prueba, y darle mas vh"o resplandor. Ella fue
repetida, afirmada y definida tal como habia sido siempre creida
desde los Apóstoles, desde Jesucristo.


«Conforme á lo que enseñan los santos Padres, - dice el de-
l¡. creto de unos de estos concilios. - declaramos unánimemente
«que se debe confesar un solo y mismo Jesucristo Nuestro Señor;
«el mismo, perfecto en la Divinidad y perfecto en la humanidad,
([ verdadero Dios y verdadero hombre; siendo, como hombre,
«compuesto de una alma racional y de un cuerpo: consustancial
« al Padre, segun la Divinidad, consustancial á nosotros segun la
«humanidad; ~n todo semejante á nosotros, menos en el pecado;
« engendrado del Padre antes de los siglos, segun la Divinidad;




- !239 -
(¡ el mismo nacido en estos últimos ticmpos, segun la humanidad;
« un solo y mismo Cristo, Ilijo único, Señor en dos naturalezas,
«sin confusion, sin cambio, sin division, sin separacion, sin que
« la un ion quite la difcrencia de las dos naturalezas, conservan-
« do la una y la otra su propiedad, y concurriendo en una sola per-
((sona y subsistencia; de manera que no está partido ó dividido
« en dos personas, sino que es un solo y mismo Hijo único, Dios
« el Verbo, Nuestro Scñor J csucristo, como los Profetas y N ues-
« tro Señor mismo nos lo han cnscñado, como el Símbolo de los
« Padres nos lo ha transmitido.)) (Decreto del cuarto concilio de Cal-
cedonia).


Al leer esta definicion de fe, el universo cristiano, por boca de
todos sus Obispos, cxclamó de una voz unánime: «Esta es la fe
(¡ de los Padres, esta es la fC'dc los Apóstolcs; cn ella consenti-
« mos todos, así como ellos pensamos tambien nosotros.) Haee fi-
des Patrum, haec (¡des Apostolorum, huic omnes consentimus, ita sa-
pimlls; y á esta aclamacion, todas las herejías quedaron confun-
didas, y el sol de la rcrdad católica, libre de ellas, continuó su
curso.


Que no nos venga la incredulidad de estc siglo á preguntarnos,
despues de esta definicion del dogma de la Encarnacion , que le
expliquemos:, que le digamos cóino se hizo esto; nosotros le res-
ponderíamos con un Padre: Esto se hizo delamanera que Dios sabe.
Esto se define, mas no se explica.


Pero al propio tiempo le explicarémos muy bien corno esto no
debe explicarse, hacicndole observar, que en los conocimientos
de todo órden, aun los mas exactos como las matemáticas, que
tienen por objeto lo !inito, las cosas no se explican en definiti-
va sino por cosas que no se explican; que la propiedad de estas
cosas quc explican las otras ()s el de ser ellas mismas inexplica-
bies, y de ser, por consiguiente, tanto mas inexplicables cuanto
son mas explicativas; y que la cosa mas explicativa de todas, la
que lo explica todo, Dios, es una cosa que nada puede explicar.
- Y '¿por qué así?-Porque lo Infinito solo puede explicar lo fi-
nito, y que es propio de lo Infinito el ser inexplicable. La expli-
cacíon desciende de lo Infinito á lo finito, pero no remonta. - Y
¿ por qué así, otra vez? - Porque las cosas no pueden explicarse
sino por medio de otras cosas que les son anteriores ó superiores,
como la pal,abra por medio, ó segun, us~odas las explica-


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eiones lo indica; y que la cosa que nada tiene que le sea ante-
rior ni superior no puede, por consiguiente, ser explicada segun
nada, ni por medio de nada; - y mas particularmente, porque lo
Infinito es el Arquetipo de lo finito, el cual, siendo hecho segun
este Arquetipo, se refiere á él Y recibe de él la explicacion de su
existencia, porque de él ha recibido esta existenci~ misma. La
imágen se explica por medio del original; pero el original mis-
mo, el Arquetipo, el Infinito, ¿ quién lo explicará? Quis 'Ilidebit
f?wn et emtrrabit? (Eclesiástico, XLIII, 3:; l. Tanto valiera preguntar
¡. quién lo ha hecho'? Es Aquel que es: he aquí su definicion tanto
en sus operaciones como en su esencia. ¿ Quién explicará racio-
llalmente el mundo sin la creacion, sin Dios? Mas lo quién expli-
I:ará la creacion, quién explicará Dios? ¿ Quién explicará el mun-
do moral y social, quién explicará. el hombre y la humanidad sin
Jesucristo, sin la solucion que da la Encarnacion del Verbo? Mas
¿ quién explicará esta Encarnacion, quién explicará Jesucristo?
Esto ni es posible, ni debe naturalmente ser posible. Pero si na-
da explica lo Infinito y sus operaciones, todo le prueba, todo le
rinde testimonio, el testimonio que el problema rinde á su solu-
c~ion. La verdad sola, en efecto, puede explicar la verdad. En
este sentido, lo qlle escapa y debe escapar á. la explicacion en la
verdad infinita se halla en qne ella misma da la explicacion de
las verdades finitas; pues no puede darse sino lo que se tiene;
y Rivarol pronunció una palabra de una profunda exactitud cuan-
do dijo: Dios explica el mundo, y el mundo lo prueba. La explica-
eion desciende de Dios al mundo, y remonta en prueba del mun-
do á Dios: Coeli enarmnt gloriam Dei, et opera manutlm eJus annun-
fíat firmamentum.


Así se verifica en el dogma de la Encal'llacion : siendo él inex-
plicable, explica solo y resuelve solo el problema de la union de
lo Infinito y de lo finito, sin su confllsion. Los une, y los distin·
gue, y los distingue uniéndolos: dos condiciones sobre las cua-
Jes descansa todo el edificio de las existencias morales y sociales.
ninguna de las cuales puede vacilar sin que todo el edificio se
disloque. se derrumbe, y se abisme; dos condiciones, no obs-
tante, que fuera de la tradicion católica, así en los tiempos anti~
guos como en los modernos, todos los movimientos del espíritu
humano tienden á falsear y á. violar, y que solo el Catolicismo con-
serva lilosólica y prácticamente en el mundo.




- ~u-
Jesucristo solo, y despues de él la Iglesia, como habiéndola


recibido de él, tiene la llave de esta puerta misteriosa de comu-
nicacion entre lo finito y lo Infinito, de que habla san Juan en su
Apocalipsis: « El Santo, el Verdadero, que tiene la llave de Da-
(( vid, que abre, y nadie cierra, que cierra, y nadie abre: SANe-
(( TUS ET VERUS QUI HABET CLAVEl\! DAVID: QUI APERIT ET NEMO CLAU-
(<DIT; CLAUDIT, ET NE~[O APERIT .) (Apocal. III, 7). .


Pero lo que no podemos omitir sin hacernos culpables de un
silencio, que renovamos la promesa de romper por un homenaje
mas especial', es que Jesucristo , que lo d~fine todo, es el mismo
definido por María.


La hereiía lo sabe muy bien; y si para saberlo nosotros tuvié-
semos que juzgarlo por su conducta, ella nos instruiria de todo.
Así como ella nunca atacó el dogma religioso y social de la creen-
cia en un Dios criador, sino atacando el dogma cristiano de la En-
carnacion ; del mismo modo nunca atacó el dogma cristiano de la
Encarnacion, sin atacar el dogma católico de la maternidad di-
vina de María.


En la grande herejía de Nestorio esta divina maternidad es la
que estaba al frente de la cueslion; pero en esta cuestion, y bajo
esta cuestion se agitaba la de la Encarnacion, así como bajo de
esta se agitaba la de toda relígion y de toda sociedad. Muy limi-
tado tiene el conocimiento quien no penetra todo este enlace, y no
siente toda la profundidad de su extension.


¿)faría es ó no la madre de Dios, debe ó no ser honrada como
tal'? Vana y pueril cuestion, decian los entendidos y los suficien-
tes; ¡ vana y pueril como el siglo que la agitó! - Ved, sin em-
bargo: - María no es la madre de Dios, decia la herejía; porque
no puede admitirse que Dios haya nacido de una mujer. En efec-
to, lo que nació de María, decía Arrio, es el Hijo de Dios, pen,
no Dios mismo: es el primogénito de Dios, es aquel por quien ha
nacido todo lo demás, de la misma manera que nació él mismo.
siendo todo una pura emanacion de la sustancia infinita ... Lo que
nació' de María, decía Nestorio, es el Cristo, es decir, un hombre
en quien vino á habitar la Divinidad; pero que no es la Divinidad
misma, no pudiendo la naturaleza humana y la naturaleza divina
referirse á un mismo sujeto, así como ni tampoco la materia y el
espíritu á un mismo origen, y estando las dos separadas por toda la


, Bajo el título: La Virgen y el plan divino.
16




- ~u~-
oposicion de los dos principios de que derivan, y que los animan
exclusivamente .•. Lo que nació de María, decia Eutiques, no es
nada, es una simple apariencia humana, una figura de hombre;
María no es en este hecho sino el pretexto que cubre solamente
el fondo de Jesucristo, el fondo de la naturaleza humana, el fon-
do de todo; quees Dios, Dios solo en todo, y del cual Jesucristo,
como touo, no es sino la apariencia ' ... Así es como procurando
la cabeza de la serpiente sustraerse de ser hollada bajo los piés
de la maternidad divina de María, la cola del mónstruo, si me
es lícito hablar así, se iba replegando por diversas sinuosidades,
y degeneraba luego en Panteismo, en Maniqueismo, en Fatalis-
mo, para infiltrar su veneno en la sociedad.


l\[as no en vano se fulminó contra él aquel decreto primitivo:
Pondre enemistad entre tú y la mujer, entre su raza y la tuya: ella aplas- '
tará tu cabeza, y tú andarás acechando á su calcañar. (Genes. I1I, 15).
- La Iglesia, ejecutora de este decreto, ha conservado á María
en la posesion de su poder sobre el espíritu de las tinieblas, pu-
blicándola madre de Dios. María es madre de Dios, porque Dios
nació de María. Dios nació de María, porque el Cristo, su hijo, es
el Hijo de Dios, y como tal, igual a Dios, Dios mismo. María tie-
ne el mismo Hijo que el Padre celestial; solamente que es Rijo
del Padre celestial desde toda eternidad, y de María en el·tiem-
po; pero el mismo Rijo, la misma persona divina, el mismo Ver-
bo, el mismo Dios, que tomó nuestra naturaleza, para hacer de
ella, en union con la suya, una sola persona, la cual nació ínte-
gramente de María. Esta grande personificacion de dos naturale-
zas finita é infinita, distintas y unidas en el Cristo, por la cual
todo el mundo moral y social ha quedado retirado del Naturalis-
mo y del Panteismo, y que le preserva de caer en estos dos es-
collos, se formó en las entrañas de María, la cual es su nudo
vital.


Ya se conocerá desde luego, que, si el dogma de la Encarna-
cion es, como hemos manifestado, la solucion del gran proble-
ma de la religion y de la civilizacion, es igualmente Yerdadero
que María, honrada en su divina maternidad, es la fórmula mas
exacta, la mas decisiva y la mas conservadora de esta solucion '.


! Si bien hemos dado toda la precision posible á las palabras, no hemas
\iolentado en lo mas mínimo el sentido lógico de estas tres herejías.


2 Esta fórmula se baila muy bien expresada por san Cirilo en aquellas pa-




- 243-
Ella es, valiéndonos de una imágen ya tomada del lenguaje tan
admirablemente simbólico de los Libros santos, la llave de David,
clavem David; la llave de esta puerta misteriosa de comunicacion
que rueda sobre el mismo gozne, y la cual de una cara da á lo
finito v de la otra da al Infinito, Jesucristo, el cual ha declarado
por sí"mismo ser esta puerta: Ego sum ostium: per me. si quis in-
froierit, salvabitur. Joan. x, 9).


Cualquiera que se resiste á honrar la maternidad divina dc Ma-
ría, este tal, sépalo ó no lo sepa, no es cristiano'. Este no cree
en el Verbo hecho carne, es deísta en cierto grado, ó cuando me-
nos, se halla en la via de serlo; - y el qne es deista, es, en cier-
to grado, panteista ó ateo, ó se baila en camino de serlo, Jo eual
permite decir, en cierto sentido, con san Gregorio Naziaurcno :
El que no considera á J/aría como la madre de Dios, no cree en la Di-
vinidad, es ateo.


Así, pues, j oh integridad admirable de la divina verdad en el
Catolicismo! esta devocion tan humilde, tan olvidada, tan des-
deñada de 10sFilósofos,-á los cuales solo falta para serlo el re-
~onocerse por la piedra de toque de la humildad, cuya sublime
escuela es esta dcyocion r.1isma, -esta devocion, repito, está de
tal manera enlazada con todo lo restante de la doctrina, que pue-
de llamarse el último ani1l0 de una- cadena que tiene el primero
en el dogma de un Dios criador, y que suspende y contiene las
sociedades sobre el abismo del Naturalismo y del Panteismo. Las
mas graves cuestiones, las ma;, vastas consecuencias del (¡rr,c:l
humano y social descienden de estos artículos de fe, de estos pun-
tos de dogma relegados en el dominio de la devocion y de la tco-
logía, y cuyo extravío conduce de deduccion en deduccion, dc~


labras del decreto del sínodo de Efcso: Si quis non confitetur Deum csse secw!-
rlum veritatem EM!fA:'<UEL , et propter hoc Dei genitricem sanctam ririJillem
(genuit enim carnaliler. carnem faclum Dei Verbum), anatbema sil.


, uCualquiera que no ame y no honre á la Vírgen con un amor y un honor
'1 del todo especial y particular, no es un verdndero cristiano.» (San Francisco
,le Saíes en su admirable segundo sermon sollre la Visitacion, que tiene por
texto Unus Deus. Ephes. IV). uPor consiguiente, PHlama Rossuet, toda ve::
«que la devocion hácia la bienaventurada Vírgen está tnn solidamente funda-
« da, anatema á quien la niega, y priva á los Cristianos de tnn poderoso socor-
"ro; anatema á quien la disminuye, pues debilita la piedad en fas almas.))
(Tercer sermon sobre la concepcion de la Santísima Vírgcn, al concluir el t<,rcer
punto. )


16+




- 'BU-
desvío en desvío, á las doctrinas mas antisociales y mas subver-
sivas.


Así, cuando el concilio de Éfeso, confirmando la tradicion, sos-
tuvo la fe de los pueblos en la maternidad de María, el mundo
cristiano rebosó de júbilo, y levantó hasta el cielo sus entusias-
tas aclamaciones; porque sintió instintivamente que habia esca-
pado de un escollo. Y hoy, que acaba de escapar otra vez de su
ruina por medio de unos de esos golpes, cuya saludable opor-
tunidad revela la mano de la Providencia, por una inspiracion
análoga á aquella, y á la relacion instintiva que ha existido siem-
pre entre la Francia y María, la sociedad entera, precedida de
aquel por quien Dios' acahaba de libertarla, ha corrido á rendi!"
su gratitud á los piés de Nuestra Señora, y á hacer resonar las
hóvedas de su templo con cánticos de triunfo, representando por
donde quiera debajo de estas mismas bóvedas, entre las pompas
de la mas acertada decoracion, la madre del Verbo encarnado,
estrechándole con una mano contra su corazon, extendiendo la
otra sobre el mundo, y aplastando debajo su planta la hidra del
Socialismo.


CAPÍTULO VI.
HEREJÍAS DEL TERCER PERÍODO.


LA referencia de todas las herejías con el Panteismo es verda-
dera y constante hasta á la monotonía: mas no por esto dejaré-
mos de seguir su exposicion; porque, en nuestro concepto, de
ello resulta una de las pruebas mas evidentes y poderosas de la
verdad de nuestra fe, y de la necesidad de retornar á ella. Fuer-
za es preguntarse, ¿, cómo una doctrina, de la cual nadie puede
desviarse sin correr por todas'partes á los abismos, dejaria de
ser la pura verdad'? ¿, Cómo, si no fuese la verdad misma, pudie-
ra sola, entre todas las invenciones de sistemas é instituciones,
preservarse de este fatal destino, preservar de él al mundo, ha-
ciéndole adelantar incesantemente? ¿, Cómo se posee tan bien á sí
misma, se mantiene tan perfectamente en la actividad de su cien-




- ~U¡-
cia por sus doctores, y de su aplicacion universal por sus após-
toles, sin exageracion ni diminucion, ni extravío, ni confusion,
y esto aunque siempre provocada, aunque siempre sitiada, aun-
que siempre hostigada por la violencia ó las sugestiones de las
herejías que rebrotan de continuo á su alrededor; pero tan pres-
to nacidas como reconocidas, tan presto reconocidas como ful-
minadas de muerte, sin q\~ ninguna de ellas haya podido nunca,
no digo desmembrarla en lo mas mínimo, pero ni tan solo sus-
penderla, ni cmbarazarla una sola vez durante mas de diez y ocho
siglos, no logrando, al contrario, sino fa,orecer su desarrollo y
poner á prueba su sabiuuría? A la inversa de aquella estatua ma-
rina de Glauco, que las olas siempre batientes habian desfigura-
do y cambiac.o en un informe peñasco, la figura de la Iglesia ja-
más se ha alterado por las ondas espumantes de la herejía; y
cuanto mas esta ha probado estrellar contra aquella la espuma. de
sus aguas, ha hecho resaltar mas y mas los rasgos divinos que
la distinguian. Pregúntase sobre todo cada cual á sí propio, ¿ có-


. lIlO, defendiendo la Iglesia sus mas elevados misterios, ó m8.~
hien su único misterio, se halla defender al mismo tiempo toda
la série de verdades naturales y sociales; y, cual vigilante cen-
tinela apostada en las Termópilas de la civilizacion, cómo seiia-
la siempre de tan léjos al enemigo, le reconoce siempre al tra-
yés de todos SllS disfraces y de todas sus estratagemas, le hiere
siempre con segura mano, sin que la astucia pueda jamás sor-
prenderla, ni imponerle la audacia, ni conmoverla la violencia,
ni la ingratitud de esta misma sociedad que ella protege, desalen-
tarla, y hacerle abandonar su obra inmortal? Y ¿qué será cuan-
do, sobre todos estos prodigiosos caractéres, se observe, que la
maravilla de la Iglesia, ya tan grande en ·sí misma, se halla du-
plicada por la maravilla de su prediccion y de la infaljble pala-
bra que desde su nacimiento, y antes aun de nacer, le prometió
una estabilidad, contra la cual no podrian jamás prevalecer los
asaltos del error?


Todo esto se explica naturalmente para aquellos que creen en
la divinidad de la instituciondc la Iglesia: en cuanto á los que
no creen todavía en ella, no pueden responder sino enmudecien-
do de admiracion.


Importa, pues, aumentar esta admiracion, y llevarla. hasta no
tener otro término razonable que en la fe.




-U6-
Despues de las herejías del periodo que hemos llamado dog-


mático ó teológico, vienen las her-ejías del período escolástico,
desde el siglo nono al décimosexto. No vemos precisamente he-
rejía propiamente nueva en este período, despues que las gran-
des decisiones de la Iglesia habian fijado todas las cuestiones;
sino únicamente, de una parte una disposicion vaga á la herejía
de las herejías, quiero decir, á la emancipacion de toda autori-
dad, estallando al fin en la audacia de algunos sectarios; y de
otra parte,' el tósigo de las primeras herejías gnósticas y mani-
queas, derramándose de nueyo, extraviando los pueblos, y ha-
ciendo cOlTer á la civilizacion los mayores peligros.


l.-Poco hablarémos del Islamismo, que volvió á tomar á la
ci\ ilizacion los lugares que fueron su cuna. Bastará una palabra.
El Islamismo se estableció al favor del Arrianismo, del Nestoria-
nismo y del Eutiquismo, que infestaban entonces todo el Orien-
te. Estas tres herejías, en efecto, atacando el dogma de la En-
carnacion, y el de la l\iaternidad divina, abrieron la puerta á la
gran barbarie, por el doble impulso del Deismo fatalista y del
euyilecimiento de la mujer. Del mismo modo, j cosa digna de no-
tarse! los dos sentimientos opuestos precipitaron la Europa sobre
el Asia, y disputaron esta á la barbarie, de la cual libertaron por
lo menos á aquella: el culto de Jesucristo, y el culto de la mu-
.ier; la cruz y la caballería. Dejo á cada cual que desenvuelva por
sí mismo estos puntos, y siga sus luminosas indicaciones.


n. -El cisma de Focio, á mas de atentar contra el principio
de la unidad de la Iglesia, contenia un principio de herejía sobre
la procesion del Espíritu Santo, y en este punto participaba in-
directamente del Arrianismo. Por lo demás, cuanto una rama se-
pa¡'afla del tronco pueae subsistir, la Iglesia griega ha conserva-
dG C.:l su forma las antiguas tradiciones del Cristianismo, y las
l;a consel'Yado hasta la supersticion; y esta minuciosa fidelidad
en algunos ritos prilllitivos, cuyo cambio en nada afecta el fondo
de la uoctrina, en esta Iglesia no es mas que una singularidad,
y sobre todo un efecto de su inmovilidad y de su falta de vida.
y es un testimonio e;-idente de la vida divina en el seno de la
Iglesia católica la comparacion de su estado y de su accion con
el estado y la accion de la Iglesia griega. La Iglesia griega tenia
para sí la inmensa ventaja sobre la Iglesia romana, que por su
situa..:ioll y el intermedio en que se hallaba colocada, heredaba




- 2~7-
mas inmediatamente de la civilizacion antigua y de la primera
civilizacion cristiana. Constantinopla, Antioquía, Éfeso, Corinto.
toda esta Asia Menor, toqo este archipiélago griego en que los
primeros rayos de la fe cristiana vinieron á cruzarse con los últi-
mos rayos de la civilizacion antigua, en que la impresion vivien-
te y continua de la vida del Salvador, de las predicaciones apos-
tólicas, de los primeros combates y de los primeros concilios de
la Iglesia, de los primeros testimonios de sus Confesores y de sus
Mártires, y del estupendo milagro de la conversion de lo mas cor-
rompido del mundo pagano en lo mas puro y mas santo del mun-
do cristiano: todas estas impresiones, todas estas inspiraciones,
todos ,*"tos torrentes de luz, de tradicion, de fe, de gracia y de
vida, brotanQ-o de sus mismas fuentes, daban á la Iglesia grie-
ga una ventaja inmensa sobre la Iglesia romana. Y ¿qué ha he-
cho ella de esta ventaja? No solamente no la ha propagado, no
solamente no la ha conservado, sino que ha dejado que la noche
de la barbarie invadiese las regiones de la luz; y ella misma ha
quedado en sus tinichlas hundida y estacionada, sin hacer jamás
el menor esfuerzo para salir de tan lastimoso estado, no presen-
tando ya mas en el dia que un agregado de herejías y de grose-
ras supersticiones que la simonía compra al despotismo el dere-
cho de explotar, partiendo con él los provechos.-La Iglesia ro-
mana, al contrario, inundada desde un principio ,. de Bárbaros,
expuesta siemprc á los ataques de las mas malignas y tenaces he-
rejías, teniendo que combatir á la vez la ignorancia y la falsa
ciencia, la violcncia y la sutileza, recibiendo á cada instante en
su seno elementos extraños á todo orígen y á toda tradicion cris-
tiana, y extendiendo por sí misma su apostolado en las regiones
mas lejanas, las mas bárbaras, las mas salvajes, en que la len-
gua, las costumbres, las supersticiones, las habitudes, el clima,
las comunicaciones, todo era obstáculo, todo era peligro, todo
debia ser humanamente alteracion, perversion, naurragio para la
disciplina y para la doctrina; la Iglesia romana, repito, no solo
se h.a mantenido íntegra y libre en medio de esta confusion y de
estos obstáculos; sino que, obrando sobre todos estos elementos
de barbaric, los ha dominado, disciplinado, fundido; les ha ins-
pirado con su soplo, vivificado con su vida; ha sacado de ellos
una civilizacion enteramente nueva; hasta ha recogido los últimos
restos de la civilizacion antigua, que la Iglesia griega no ha sa-




-'- U8
bido conservar, y que de Constantinopla han venido á refugiarse
;Í, Roma; ha creado el mundo moderno, el mundo actual, en lo
mas animado, en lo mas puro, en lo mas rico, en lo mas fuerte
flue tiene, de tal manera que no puede oponer á la misma Igle-
sia, sino el abuso de los beneficios que de ella ha recibido. j Qué
prueba mas brillante de que la Iglesia católica es la única que tic-
ne las promesas de Jesucristo, y que estas promesas son divinas
tanto para la sociedad del tiempo como para la de la eternidad!


III. - Mas volvamos ahora al exámen de esta verdad, entran-
rlo en el p'ormenor de las herejías del período escolástico, y ob-
servando la relacion que cada una rle ellas tiene con el Panteismo.


m primer movimiento de herejía escolástica se nos presenta en
r~1 célebre Scot Erígenes. Para demostrar la relacion de su here-
jía con el Panteismo, no hay mas quc oir á uno de los bistoria-
(lores mas exactos, y uno de los apreciadores mas indulgentes y
mas reservados de los acontecimientos católicos.


« A pesar de su perspicacia divinatoria, dice Alzog, Erígenes
'(fiO supo ponerse á cubierto de los mas graves errores. Tenien-
e( do que luchar con expresiones que se resisten alguna vez en la
(e"posicion de las verdades inteligibles, no se mostró siempre


,( fiel á su propio principio de distinguir bien los términos propios
(y figurados; confundiólos con harta frecuencia, ahusó de ellos,
« se hizo el precursor· de Berenger en su doctrina de la Euca-
I ristía, y dió inmediatamente ocasion á los errores pQsteriores
"sobre las relaciones de la fe y de la ciencia, de Dios y del mun-
(do, sobre la naturaleza del mal y la pl'edestinacion. Sus opi-
(niones vinieron á ser el orígen de donde, mas tarde, se sacó
(una teoría f)ositivamente panteista.» (Alzog. llist. de let Iglesia,
tomo 11, pág. 391l).


Así, pues, ved ahí una inteligencia, que sin Ilinguna mala in-
tencion, pero sí con alguna temeridad, en vez de desplegar su
actividad en la profundidad y en la sublimidad de la doctrina ca-
tólica, como tan poderosamente lo hizo el genio de santo Tomás,
quiere empujar y forzar sus límites: da un paso fuera del dogma
de la Encarnacion eucarística, y al momento , ¿á dónde se diri-
ge? ¿en dónde va á parar? En el Panteismo.


El historiador de quien hemos tomado el juicio que le concier-
ne, es uno de los mas moderados acerca de él, Y se esfuerza en
excusarlo. «Por haberse ignorado, dic.e, la distincion terminan-




- U9-
« temente establecida por Scot entre el lenguaje propio y el len-
«guaje impropio aplicado al Criador, se le ha inculpado general-
« mente el ser panteista ..• La prop.osicion , Dios es en todo y lo vie-
«ne á ser todo, quiere decir en Erígenes: Dios se manifiesta en
«todo; todo lo criado es manifestacion de Dios.» Esta explicacion
es por lo menos muy benigna; pero la tendencia al Panteismo no
deja por .esto de ser muy manifiesta en el doctor sutil, y hasta
nosotros no somos nada severos, atribuyéndole únicamente una
culpa de tendencia t.


IV. - Lo que sobre todo importa observar como una verdad,
que parecerá tal vez excesiva, y que sin embargo es muy positi-
va, muy lógica y muy especialmente j usti ficada por el género de
herejías que vamos examinando, eonsiste en que, si el dogma de
la Encarnacion es preservativo del Panteismo como doctrina, es
bajo la condicion que se vivifique y realize en nosotros eomo sa-
cramento. La realidad de la presencia sobrenatural de Jesucris-.
to en la Eucaristía, ~os hace sentir vivamente la distincion de lo
Infinito y de lo finito; y la participacion de esta divina realidad
nos hace probar su cOlllunion sin dañar á su distincion, hacién-
dola al contrario mucho mas profunda por el sentimiento de la
reciprocidad del amor que toca vivamente á los dos términos,
Dios y nosotros; Dios en nosotros y nosotros en Dios, distintos y
unidos, tan distintos como la mas honda miseria de la criatura lo


, Júzguese de ello por el pasaje siguieute : «El rio entero (de la ciencia su-
« prema) mana de la primera fuente; la onda que de allí sale se esparce por
«toda la ex..tension de aquel inmenso rio, y forma su curso, que se prolonga
«indefinidameute. Así la bondad divina, la esencia, la Iida, la sabiduría y todo
u cuanto reside en la fuente Ú orígen universal, se dilatan desde luego sobre las
«causas primordiales; descienden despues por estas mismas causas sobre la
«universalidad de sus efectos, de una manera inefable, en una progresion su-
I! ccsiva, pasando de las ~osas superiores á las inferiores; 'J estas efusiones
«vuelven despues á ser incorporadas en el manantial originario por la oculta
«transpiracion de los poros mas secretos de la naturaleza. De allí deriva lo que
<1 es y todo lo que no es, todo lo que se concibe y se siente, todo cuanto es su-
I perior á ,los sentidos y al entendimiento. El movimiento inmutable de la bon-
« dad superior y triple, de la verdadera bondad sobre sí misma, su simple mlll-
fttiplicacion, su difusion inagotable, que parte de su seno y vuelve á él, es la
« causa universal, ó mas bien ella lo es todo. Porque si la inteligencia de toda
"cosa es la realidad de toda cosa, esta causa que lo conoce todo lo es todo;
,( ella es la sola potencia gnóstica, ella no conoce nada fuera de sí misma, y
«nada hay fuera de ella; todo está en ella, ella es la única que tiene UDa ver-
«dadera existencia. (De Divisione naturae, lib. 111, pág. "J.
-'--~---~~. ~. '}(. ml: V t.~t '


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- 250-
es de la santidad de su autor, y tan unidos como deben serlo por
un amor que salva esta distancia y supera esta distincion : dos sen-
timientos, dos necesidades profundamente verdaderas, profunda~
mente necesarias al corazon del hombre; y cuya satisfaccion por
el Catolicismo le salva de todas las aberraciones á que le preci-
pitan por la falta de no encontrar su objeto.


Si la Escolástica, en la edad media, volvió á inclinar á algunos
helIos espíritus hácia la especulacion racionalista, fue emancipán-
dose de este contrapeso divino, que en las largas y seguras sen-
das de la teología positiva sostuvo los Anselmos, los Tomás de
Aquino, los Lafranc, los Bernardos , los Gerson , los Buenaven-
turas, cuyo genio debió todo el vigor y todo el aplomo de su vuelo
magnífico á las inspiraciones de la fe práctica. El alejamiento del
foco de esta fe, la privacion del sobrenatural eucarístico, condu-
jo á los otros al decaimiento de la fe á este sobrenatural, y al de
toda la religion, y produjo muy presto su descomposicion en el
Panteismo. Si en vez de tanto buscar cómo~xplicar en sí lo que
es inexplicable, hubiesen sido fieles á la práctica del Sacramento
diyino, hubieran conocido á Jesucristo en la [mccion del pali, se hu-
bieran conocido á sí mismos, hubieran conocido todas las cosas
mucho mejor que escudriñándolas en ellas mismas; ó á lo menos
hubieran sido ilustrados y preservados en los peligros de sus in-
vestigaciones. Pero, espíritus aguijoneados por el orgullo, y co-
razones enervados por la lucha de los sentidos, se hicieron al fin
sus esclavos, y se hallaron arrastrados por esta esclavitud á aque-
lla falsa libertad de raciocinar y de pensar, cuya iniciativa tanto
han ex.altado en ellos nuestros modernos racionalistas, 'f que no
es mas en el fondo sino la libertad de extraviarse y de abismar-
se, ahismando consigo el mundo. Tales fueron principalmente
Berenger, Guillermo de Champeaux, Amaury de Chartres, David.
de Dinan, Gil~erto Porretano y el célebre Ahelardo.


El dogma de la Eucaristía habia sido hasta entonces respeta~
do. Solo Scot Erígenes habia comenzado por atacarlo. Mas Be-
renger de Tours fue, en el siglo undécimo, el autor de una ver-
dadera herejía sobre este punto: pronuncióse de una manera mas
fuerte y mas formal aun que Erígenes contra el dogma de la tran-
sl1sfanciacion y de la presencia real, y fue el autor de la secta de
los Berengarios, que fueron los precursores de los Luteranos r
de los Calvinistas, y que se vieron condenados por muchos con~·




- 251-
cilios, especialmente por los de Verceil, de Tours, de París y de
Roma en 1079.


Se ha dicho, sin empero quedar bien establecido, que á estos
ataques contra la. fe en el dogma de la Eucaristía Berenger mez-
claba otros contra los primeros fundamentos de la sociedad, que
condenaba los matrimonios legítimos; que profesaba el principio
de que las mujeres debian ser comunes; que reprobaba tambien
el bautismo de los niños; que daba, en fin, en la herejía de los
Gnósticos y de los Maniqueos. (Bergier, Diccion. de teolog.).


V. - Roscelin fue el autor de una herejía sobre la Trinidad,
que consistia en ver en las tres personas divinas tres seres, y por
consiguiente tres Dioses; esta herejía fue la de los Tritheistas, con-
denada en un eoncilio habido en Constantinopla en 109~, y con-
tra la cual escribió san Anselmo su helio tratado de. la Encarna-
cion del Verbo.


Por medio de este ataque al dogma de la Trinidad Roscelin pre-
ludió la célebre disputa sobre los reales y los universales, que tanto
agitó aquella época, y que bajo aquellos nombres bárbaros en-
cubria el escollo fatal del espíritu humano desyiado de la fe, cu-
ya presencia anunciamos bajo todas las herejías.


Las ideas generales de los seres ¿, son alguna cosa de real ó de
puramente nominal? ¿Hay otra cosa de real que los seres en si
mismos, tomados individualmente?


No llay otra realidad sino ~os seres en sí mismos, tomados in-
diyidualmente, y las ideas generales no pasan de una pura abs-
traccion nominal: esto sostenian Roscelin y los nominales.


Las ideas generales son, al contrario, las solas realidades, y
los objetos individuales no son mas que sus formas ó fenómenos,
decian los realistas l.


lo Quién no reconoce nuestra grande cuestion bajo estas fórmu-
las'? Las ideas generales de los seres son para nosotros los tipos,
seg~n los cuales se particularizan los seres mismos, y sobre los
cuales los juzgamos: ellas implican la generalidad de la Idea ~
del Ser, el Ser mismo como su principio, y la Inteligencia Infi-
nita como su asiento. Negar un valor real á las ideas generales,
es, pues, negar la generalidad del Ser, el Ser mismo, es caer en


1 Las calificaciones de "ominales y de realistas se entendian tambieo con
respecto á las ideas generales: decian los nominales que ellas no eran sino un
nombre; decian los realistas que ellas eran las solas realidades.




- 252-
el Natamlismo. - Y por otro lado, no admitir nada real sino las
ideas generales, y no ver en los seres particulares sino las formas
de las ideas generales, fenómenos del Ser, ¿no es evidentemen-
te caer en el Panteismo?


Naturalismo ó Panteismo , tales sun, pues, las dos salidas por
las cuales la Filosofía se desembarazaba de esta grande cuestiono
El Catolicismo, afirmando igualmente la realidad distinta del
mundo sobrenatural y la del mundo natural, y la armonía ó con-
cordancia de estos dos mundos en la grande personificaclon de
Cristo; presentándonos al Cristo como el Verho, es decir, comn
el Pensamiento, la Idea eterna por la cual todo ha sido hecho, y
todo ha sido regenerado, ya en el orden terrestre, ya en el órden
celeste, y este mismo Verbo hecho carne; salva admirablemen-
te, enlazándolas sin confundirlas, la realidad de las ideas gene-
rales en la realidad de la Idea divina, y la realidad de los objetos
particulares en la individualidad humana de Cristo. Pone á la Fi-
losofía en estado de determinar tanto su combinacion como su
distincion en los conocimientos humanos, y dejando á los talen-
tos que se ejerciten en el campo de la disputa, los retiene á lo
menos en los tqrminos generales de la verdad; y pone barreras á
los precipicios'.


, No podemos menos que dar aquí algunas muestras de la Filosofía católica
sobre esta elevada cuestion, tornadas de Seot Erígenes en un pasaje írrepren-
sible de sus obras, de santo Tomás de Aquino y de Duns-Scot. -Seot. Erigc-
nes, de Divis. nato lib. 1I, cap. 2: ldeae quoque, id est spccies et forma e , in
quibus rerum omnium faciendarum, priusquum essent, immutabiles rationes
eonditae sunt, solent vocari; et nce immerito sic appellantur, quoniam Pat.er,
hoe est principium omnillm, in Verbo 5UO, unigenito videlicet Filio, omnium
rernm rationes, quas faeiendas esse voluit, priusquum in genera et species,
numerosque atque di lTerentias , caet.eraque quae in condita creatura aut consi-
derari possunt et eonsiderantur, aut eonsiderari non possunt prae sui altitu-
diue, et non eonsiderantur, et tamen sunt, praeformavit. ~ Thomas Aquineus,
Summa theologica, p. 1, r¡uacstio XV, arto 1 : Re~pondco dicendum quod ne-
cesse est ponere in mente divina ideas. 'loto( enim graece, latine forma dicitur.
Unde per ideas intelliguntllr formae aliarnm rernm praeter ipsas res existen-
tes. Forma autem alicujus rei praeter ipsam existens ad duo es se potes!, vel ut
sil principium eognitionis ipsius, secundum quod formae cognoscibilium di-
cuntur esse iD cognoscente. El quantum ad utrumque est necessarium ponere
ideas; quod sic patet. In omnibus enim, quae non a casu geocrantur, necesse
est formam esse fine m generationis cujuscumque. Agens aulem non ageret
propter formll'll1, nisi iD quantum similitudo formae est iD ipso. Quod quidem
contiogit dupliciter. ID quibusdam enim agenlibus praeexistit forma reí fiendae




- ~o3-
Muy poco ha reflexionado, y muy superficialmente ha obser-


vado el que no está convencido de la importante verdad de que
el estado material de las sociedades es, ó pasa luego á ser confor-
me con las doctrinas que se agitan en el mundo superior de las in-
teligencias; y que de las ideas á los hechos, del gabinete del filó-
sofo á la calle, no hay mas que la distancia de algunos grados,
rápidamente salvada por las pasiones, que están siempre en ace-
cho de lo que puede autorizar su licencia. El mundo de las inte-
ligencias jamás está sin doctrinas, y estas doctrinas jamás están
mucho tiempo sin manifestarse en hechos, sin dar su forma á la
sociedad, y hacerla mover al sabor de sus inspiraciones. Las cues-
tiones mas especulativas de la Teología y de la Filosofía están
siempre henchidas de órden ó de desórden, de vida ó de muerte.


La época de que hablamos tuvo de ello, como la nuestra, ter-
ribles experiencias.


Ya multitud de sectas conocidas bajo el nombre de Cathares,
Patarinos, Patelinos, Coterales, Rutieros, Triaverdinos, Búlga-
ros, paseaban su delirio y su perversidad por toda la Europa. Su
foco estaba principalmente en la alta Italia y en la Francia meri-
dional, desde donde se esparcieron por lo largo del Rhin, en la
Suavia y en Inglaterra; y despues vinieron á compendiarse todas
en los Vaudenses y en los Albigenses, que pusieron un instante en
problema la civilizacion universal, y contra los cuales se vió esta
en precision de emprender una cruzada. '


y lo qué doctrinas habían henchido estas sectas con su ponzo-
ña? Y ¿ cuál era la última palabra y el fin de sus empresas?


secundum esse naturale, sicuL. in his quae agunt per naturam ; sicut homo ge-
nerat hominem, et ignis ignem. In quibusdam vero secundum esse intelligi-
bile, ut in his qua e agllnt per intellectum; sicut similitudo domus praeexistit
in mente aedificatoris: et haee potest dici idea domus, quia artifex intendit do-
mum assimilarc formae quam mente concepit. Quia igitur mundlls non est ca su
factus, sed est Cactus 11 Deo per intellectum agente; nccesse est qllod in mente
divina sit forma ad similitudinem cujus mundus est factus. Et in boc consistit
ratio id,eae.- Duns Seo/us in lib. Sentent. distinct. XXV: Idea est ratio aeterna
in mente divina, secundum quam aliquid est formabile ad extra, ut secundum
pTopriam rationem ejus.-J. J. Grerres, en su libro de la Iglesia!l del Esta-
do, pág. 91-94, Weissembourg, 18~2, ha dicho tambien muy acertadamente:
« La raíz mas profunda de las ideas universales se halla en el mismo Logos:
«allí están las ideas, los prototipos segun los cuales todas las cosas han sido
« hechas, r que el Criador ha ingerido en el espíritu humano, para servirle de
«principio de toda ciencia ... )) .




~ 2M-
Todos los autores están unánimes para informarnos en esta


parte.
Las doctrinas panteistas, que hemos visto ya en estado de he-


rejía teológica, y que la Iglesia habia sucesivamente fulminado
bajo los nombres de Ebionismo, de Gnosticismo, de Maniqueis-
mo, de Montanismo, de Arrianismo, -de Nestorianismo, de Euti-
queismo, como atentadoras contra el dogma de la Encarnacion,
tales eran las fuentes reconocidas de estas sectas. - Su objeto era
la destruccion de la religion, de la familia y de la propiedad, el
mas horroroso Comunismo.


Vimos ya los Ebionitas y los Gnósticos maniqueos profesar abier-
tamente la cormtnidad de todas las cosas; del suelo, de los bienes de la
cida, de las mujeres, y pretender que las leyes humanas, invirtiendo
1'1 órden legítimo, hetn producido el pecetdo Ijar su oposicion á los ins-
tintos mas poderosos depositados por Dios en el fondo de las al-
mas. (Epifanio, de la Justicia. - Inscripciones de la Cirenáica.)


El Catolicismo, ya al liacer, tuvo que hacer los mayores es-
fuerzos para domar esos mónstruos de disolucion y de barbarie.


Mas no quedaron enteramente vencidos. Los restos de estas
sectas gnósticas hajo el nombre de Paulicianos se atrincheraron
en algunos pueblos de la Armenia. Haciendo liga luego r.on los
Sarracenos y los Musulmanes, esparcieron la devastacion por el
Asia ~lenor: derrotados despues por el emperador Basilio, fue-
ron poco despues trasplantados de las orillas del Eufratcs á la
Tracia y á la Bulgaria, de donde les viene el nombre de Búlga-
ros 1. Infestaron en poco tiempo con sus doctrinas las fronteras
de la Bulgaria, de la Croacia y de la Dalmacia, en donde residia
su primado, y desde donde, segun Gihbon, penetraron en Eu-
ropa por tres comunicaciones: - mezclándose con las caravanas
de los peregrinos de Hungría, que al ir y venir de Jerusalen de-
hian pasar por Philipópolis; - al favor de las relaciones de co-
mercio y de hospitalidad que Venecia tenia entonces con toda la


1 El nombre de Bulgari, n - ulgres, n -ugres, designaba un pueblo; dcs-
pues que fue dado á los Albigenses, pasó á ser un término injurioso, que se ba
aplicado sucesivamente á los usureros y á los que se entrega.nal pecado contra
naturaleza. (Gibban).


En nuestro dialecto catalan se ha consenado esta palabra Bugre, que D. Pe-
,Iro Labernia en su Diccionario de la lengua catalana define así: "Sodomita,
«y se aplica comunmen! per despreci, sens la idea de sodomía, soIs per ha-
«berlo obi! sens saber lo que significa.» Scelestlls. (N. del T.).




- 255 -
costa del Mar Adriático; - en fin, como enganchados en las filas
del imperio de Bizancio, y transportados con sus tropas á las pro-
vincias que poseia el emperador en Italia y en Sicilia. Á conse-
cuencia de estas diversas emigraciones y comunicaciones, los ~Ia­
niqueos, Paulicianos ó Búlgaros sembraron los gérmenes de sus
doctrinas en la alta Itália y en la Francia meridional. Estos gér-
menes cultivados en sociedades secretas, y fomentados por las
nuevas herejías escolásticas que estamos pasando ahora en revista,
echaron raíces profundas sobre las márgenes del Ródano y en el
territorio de los Albigenses, cuyo nombre ha quedado como el nom-
bre genérico de toda aquella multitud de sectas impuras que to-
maban su orígen del antiguo Maniqueismo gnóstico, y que ame-
nazaron en el ~iglo décimotercio volver á abismar la Europa en la
noche de donde el Cristianismo la habia sacado, y de la que la
iba depurando de dia en dia '.


Así es como volvemos á encontrar entre los Albigenses las mis-
mas doctrinas antisociales que hemos señalado en los primeros
gnósticos.


Así que, Jos Alhigenses profesaban el Panteismo dualista, ó el
llaniqueismo. Desechaban el dogma de la Encarnacion en su pun-
to de partida, el dogma de la Trinidad negando la igualdad de las
tres personas divirias con los Arrianos; y le rechazaban tambien
negando la humanidad de Jesucristo, ó reduciéndola á un puro
fantasma, como los Docetos y los Eutiquianos. El grande objeto
de su odio era la Iglesia, la tradicion, los sacramentos, las ora-
ciones por los muertos, la intercesion de los Santos, el Ate Jla-
ría, las ceremonias y las imágenes, sobre todo la de la Cruz; en
una palabra, todo lo que mantiene, reproduce ó recuerda la fe al
grande misterio de la Encarnacion, supremo objeto del culto ca-
tólico.


l)or consecuencia, la destruccion radical de todo cuanto tenia
fOl'lna de culto y de rcligioll era el designio y por desgracia el fre-


I La rapidez con qne lllarchamos no nos permite hacer el retrato de cada
una dé estas sectas, y distinguir los Vnudenses, los Cathares, los Renrida-
nos, los Arnaudistas, los Popelicanos, y Ulla multitud de otras sectas que si
bien divergentes en sus delirio;;, convergian todas en la negado n del dogma
cristiano de la Encarnadon, y en nn odio encarnizado contra la Iglesia y con-
tra la sociedad; y de este ollio eran hijas todas ellas, como dice su historiador
Reinier: Sic processit doctrina ipsorum el rancor.-Formarémos su princi-
pa! diseño en los Albigenses.




- 256-
cuente resultado de sus empresas; y como en aquella época la re-
ligion era el alma de todo, se hubiera seguido de ello la destruc-
cion de todo.


Además de la religion atacaban tambien los otros fundamentos
de la sociedad. Así proscribian el matrimonio, y esto era asimis-
mo una consecuencia directa de su doctrina. Siguiendo sus opi-
niones maniqueas, siendo la materia y la carne la obra del mal
principio, y estando impregnadas de este mal principio, era un
crímen el contribuir á su propagacion por medio de la procrea-
cion conyugal. Por la misma razun proscribian el uso de la car-
ne. Mas, ba.io este doble respeto, afectaban una continencia y una
temperancia, que no pasaban de aparentes, y que encubrían los
mas monstruosos excesos. Como la cOIlcepcioIl era propiamente,
segun ellos, lo que debia ser objeto de horror, se lo permitian todo,
excepto lo que era legítimo; y aflojaban tanto mas la brida á los
malos deseos, cuanto mas los dejaban absol ulamente sin remedio '.


La propiedad y la justicia no sufrían menos sus ataques que el
matrimonio y la religion. Sucesores de los Ebionitas, pretendian
erigir en ley la pobreza uni rersal, es decir, la mas absoluta co-
munidad de bienes. {( Vosotros, decian á los Católicos, juntais casa
«con casa, campo con campo. Los mas perfectos entre vosotros,
« como los monjes y los canónigos regulares, no poseen bienes
« propios, á lo menos los tienen en comun. Nosotros que somos
« los pobres de Jesucristo, sin reposo, sin domicilio cierto , va-
« mas errando de pueblo en pueblo, como orejas en medio de 10-
cdlOS, y sufrimos persecucion, como los Apóstoles y los Mártires.)1
(Enervin.) - Bajo esa falsa dulzura y ba.io ese falso desprendi-
miento, renovaban el error antisocial de los Maniqueos y de los
Pelagianos, que tan '.-ictoriosamente habia sido combatido por san
Agustin: ellos abusaban de las máximas del Evangelio para pre-
tender « que no dehian dividirse las tierras ni los pueblos.» Lo
,~Ila{ tiende, dice Bossuet, ú la obligacion de ponerlo todo en comun '.


l Stupra, etiam adulteria, caeterasque \'oluptates in charitatis nomine com-
mittebant, mulieribus cum quibus pcccabant el simplicihlls quos decipiebant
impllnitatem peccati promittentes, Deum tantum modo bonum, et non justum
Ilraedicabanl. (Acta del Sr. deTinnicres, de 1373, y Cartas de felipe Augusto
allí contenidas, de 1211).


• Bassuet, Hist. de las Variaciones, lib. XI.-Este es el antiguo sistema
de los Maniqueos: Nec domos, neo agros, neo peouniam ullam possidendam.
(Ex Epiphan. et August.).




- 257-
Reprobaban todas las magistraturas, diciendo que todos los prín-


cipes y todos los jueces son copdenados, porque condenan á los
malhechores contra aquella palabra: La venganza me pertenece, dice
el Señor; y contra aq uella otra: Dejadlos crecer hasta la siega. « Ved
« ahí, dice Bossuet, como estos hipócritas abusaban de la Escri-
~tura santa, y con su fingida dulzura echaban por tierra todos
,dos fundamentos de la Iglesia y de los Estados 1.»


De este modo, justicia, propiedad; familia, religion, todos los
dementos de la sociedad, estaban atacados por estos herejes,
en los cuales habian venido á resumirse todas las antiguas he-
rejías.


Tomando por pretexto la relajacion de costumbres que se de-
jaba sentir entonces tanto en el clero como en la sociedad, y que
reclamaba una reforma, estas sectas hipócritas afectaban un rigo-
rismo exagerado y falso, que no era sino un modo de arruinar los
prineipios, en vez de dar un remedio á los abusos.


Importa observar en esta parte, que todas las sectas empiezan
ordinariamente por una gran pretension de rigorismo, de desin-
terés y de reforma, á beneficio de la cual van derramando su ve-
neno. Al principio, debemos decir que se seducen á sí mismas
por esta ¡lusion de orgullo; pero esta ilusion no tarda á quedar
disipada por dos funestos resultados: el primero es, que, erigien-
do en.precepto general lo que no pasa de consejo particular, echan
por tierra los fundamentos de la naturaleza y de la sociedad, en
provecho de las pasiones de la multitud, la cual se detiene y se
eom~lace en esta destruccion sin ir hasta aquella perfeccion, ob-
jeto quimérico de aquella secta; y es el segundo, que aquellos
mismos que tocan á esta perfeccion, ó mejor lIamarémos extremo,
por algun tiempo, no pudiendo hacerlo sino á fuerza de una ti-
rantez violenta de los resortes de la imaginacion y de la voluntad,
sin el socorro de los medíos sobrenaturales que pone el Catolicis-


• Hist. de las Variaciones, lib. XI.-Magistratus'civiles et po/itías dam-
nabant, ul quae el Deo mala candituc el constitutae sunt. (Voy. Centur. Mag-
deb., tomo 11, in Manet.). Esta herejía social era de tal modo pcculiu á los
Albigenses, que, segun el concilio de Tarragona, que ponia en ejccution los
decretos 3.0 y .¡...O del concilio de Letran, la prueba designada á los jueces para
la aplicado n de los decretos dados contra aquellos sectarios consiste en exa-
minar si el acusado es de aquellos qui dieun! potestatibas '6cclesiasticis veZ sae-
cularibus non esse obediendum, et poenam eorporalcm non es se il1fligcndom in
aliquo caw el similia. (Concil. Tarrac. ano 1242 >


17




- 258-
IDO á disposicion de las almas ,no tarda en verificarse una explo-
sion; y por haber querido elevarse naturalmente sobre la natu-
raleza, esas sectas orgullosas caen vergonzosamente á un punto
muy inferior á ella. Observad todas las sectas: su inauguracion es
angélica; su terminacion rápida es satánica: desinit in piscem mu-
ft:et {ormosa sMperne. El Catolicismo, á pesar de ser el único que
tiene en sus Sacramentos medios sobrenaturales para dominar la
naturaleza ,.permite no obstante sus legítimas satisfacciones á la
;.;eneralidad de los homhres. Forma al santo, sin deshacer al hom-
hre, y edifica la ciudad del cielo, sin desarreglar, antes bien, afir-
mando mas sohre sus bases la sociedad de la tierra. Tal es el buen
:;(~ntido práctico de la vida santificada. ¿ Y por qué esto? Siempre
por la misma razon; porque distingue y une lo natural y lo sobre-
natural, que todas las sectas tienden á confundir; porque conti-
núa á Jesucristo, que era distintamente y á la vez perfectamente
D:os y perfectamente hombre; que amaba á Juan, que lloraba á
Lázaro, que mandaba que se pagase el tributo al César, que se
sentía c01lll1oyido por la Sllerte de su patria, que acariciaba á
los pequeñuelos, que comia y bebia con los pecadores, y que al
mismo tiempo mandaba la naturaleza, hacia estremecer los ele-
mentos, era senido por A.ngeles, santificaba las prostitutas y los
ladrones, y moria como Dios sobre la cruz entre todos los tor-
mentos de la naturaleza humana.


Las sectas de que hablamos en este momento habian concehido
l~n singular medio de conciliar el rigorismo con la licencia: di-
yidianse los sectarios en dos clases: la una, de los hombres buenos
<.i ¡Jeríecfos; la otra, mucho mas numerosa, y que componia la mul-
titu d, de los creyentes. Los lwmbres buenos hacian alarde de un ri-
~or;smo exagerado, sobre todo en lo exterior, y en materia de in-
tereses. Los creyentes podian entregarse á todo género de excesos,
,3reyéndose juslifieados por la sola fe de los crímenes mas enor-
mes, y asegurados de su salud, con tal que antes de espirar hu-
hiesen recibido la imposicion de manos de un perfecto, «sin pre-
dender estar obligados ni á la confesion de sus culpas, ni á la
(( rcstitucion de lo que habian robado, por las usuras, rapiñas ~­
,e latrocinios de que no hacian el menor escrúpulo, no menos que
C( u;; lodos los otros desarreglos de la sensualidad, á que se ahan-
( donaban con una desenfrenada licencia; no dudando de Sll sa-
,,¡ Lld, con tal de que antes de morir pudiesen recibir la imposi-




- 259-
«cion de manos de alguno de sus buenos hombres, ó perfectos 1,»
Aquí se reducia toda su 'religion.


Uno de los caractéres distintivos de estos sectarios, y que se en-
cuentra i.gualmente en los primeros Maniqueos, en los Templa-
rios, en los Masones, era el misterio de sus sociedades, sus jura-
mentos, sus signos, su lenguaje convencional, su fraternidad sub-
terránea, su propaganda invisible, y aquellos formidables secretos
que no podia el padre revelar q los hijos, ni {os h(jos revelar al pa-
dre; aquellos secretos, de que la hermana no podía hablar al hermano,
ni el hermano á la hermana '. (Philichdorf. cont. Wald. c. 13),


Organizados así en una conj uracion antisocial, ponian sus doc-
trinas en ejecucion donde quiera que podian, demoliendo las igle-
sias y las casas religiosas, degollando inexorablemente las viudas y los
pupilos, los viejos y los niños, no distinguiendo edad ni sexo, como los


1 Historia de 10$ Albigenses por el R. P. Benoist, segnn todos los historia-
dores contemporáneos. -Así los buenos hombres y los creyentes se ~sistian re-
ciprocamente : los creyentes cometiendo el pillaje y la devastacion para los
buenos hombres, y los buenus hombres mereciendo para los creyentes: aquellos
eran los Bertrands, que remedaban la perfeccion, y estos los Raton, yerdade-
ros bandidos, perfectos socialistas.


• Es muy curioso el hallar en la descripcion que hace san Agustin de las
cer~monias secretas de los Maniqueos, á que habiallertenecido en su juventud,
lo qne se practica todalia, punto por punto, en las logias de los (rancs-ma¡JO-
nes, - ante todo el secreto á todo trance, Jura perjura: secretum proder~ n(lli.
Jura, perjura, pero guarda tu secreto; esta era sudivisa.-Tambien el mismo
número é identidarJ de signos, signa oris, manuum et sinus.- La manera de
encontrarse, con nna secreta pr;~si()n de mano, en seiial de que el otro ha yisto
la luz; lfanichaeorum alter alteri obviam factus, dexleram dant sibi ipsis sig-
ni causa, velutd tenebris servati.-En fin, hasta·aquei catafalro, levantarlo
sobre cinco grÍldas, y aquellos aparejos de muerte en memoria de la de Ma-
nes, que forman una de las principales ceremonias masónicas. Pascho. suum,
id est Diem ql.ti 11Janichaeus occisus, quinque gradibus instructo tribunali, et
pretiosis /inlcis adornalo, ac in promptu posilo, et abjerto adorantibus magnis
honoribus proseq1.luntur. (Aug. contra epi5t. ;\lanicll.). Acerca la relacioll entre
Maniqueos, Templarios, AllJig¡~lIses y ¡Uasones, véans~ las .Uemorias para
servir á la historia del Jacobinismo por ]larrl1el. - No queremos de aquí indu-
cir qu.e los Masones deban ser asimilados á 105 Albigenses, á los Templarios
y á los primeros Maniqueos: no. ni tamlloco que los hermanos )loravos se pa-
rezcan á los Husitas: estos no son mas que resí,luos ó cenizas resfriadas de
aqnellos volcanes que algun dia ardieron y abrasaron. Su principal culpa está
en romper con la luz, de la cnal se llaman sin embargo los principales secua-
ces, en hacerse completamente ridículos, yen perpetuar ese fondo de socieda-
des secretas que reprueban la civilizadon no menos que la Iglesia, y que en
dias de turbulencias pueden llegar á ser el foco del desúrden.


17 •




- 260-
enemi.qos juramentados del Cristianismo, destruyendolo todo, desolá»-
dolo todo en el Estado y en la Iglesia l. •


Esto era, en una palabra, la perversidad humana desencade-
nada sobre la sociedad por el fanatismo anticatólico: era el Socia-
lismo nacido bajo forma de herejía teológica de los diversos ata-
ques dados al dogma salvador de la Encarnacion, y llegado á la
entera confusion del bien y del mal, y á su trastorno mas com-
pleto.


El Filosofismo prodigó hasta estos últimos tiempos la acusácion
de intolerancia á lá Iglesia, por haber autorizado á la sociedad á.
que reprimiese á estos bárbaros. En el día, en que la experiencia
nos ha ilustrado sobre el mismo [)eligro, no creo que hubiese un
solo hombre honrado y racional que rehusara suscrihirse á aquel
cánon del concilio general de Letran, que consagró la legítima de-
feusa de la civilizacion en aquella época: « En cuanto á los Bra-
«banzones, Aragoneses, Navarros, Bascos, Triaverdinos, que co-
I( meten tan grandes crueldades sohre [os Cristianos, que no res-
(petan ni las iglesias ni los monasterios, y no perdonan ni viudas,
« ni huérfanos, ni viejos, ni niños, sin consideracion alguna ni
«á la edad ni al sexo, sino que lo destruyen y lo devastan todo
« como paganos, mandamos á todos los fieles para la remision de
« sus pecados, que se opongan valerosamente á tales estragos, y
« que defiendan á los Cristianos contra aquellos desdichados '.»
(Conc. Lateran. 1179, can. 27).


1 Así los presentaba Glaber, testigo de su primera aparicion en Orleans
en 1017, Reinier, y los demás historiadores contemporáneos. - Hé aquí cómo
habla de ellos l\lézeray: « Escurriéronse de Italia á Francia algunos otros apes-
«tados, que llevaron ahi el mas emponzoñado veneno de los llaniqueosj y es-
"tos fueron, segun creo, los que infestaron primeramente la diócesis de Alby,
"por cnya razon fueron llamados estos berejes Albigenses ... Estos países del
(( Languedoc y de Gascuua estaban llenos de otra especie de bestias feroces,
«que se complacían en la carnicería. No se contentaban con destruir los hienes
«solamente, sino las personas 1 las vidas, sin perdonar condicion, edad ni
«sexo. No eran de ninguna religion, sino que ayudaban á los herejes para te-
«ner ocasion de despojar á los clérigos y á las iglesias. LlamlIbanse Braban-
« zones, Aragoneses, Navarros, Bascos, Cotteros, y Triaverrlinos. IJ (Resúmen
cronológico, tomo H, pág. 655 ).- Estos bandidos eran los que formaban la ca-
tegoría de los cre!JenTes, puestos al servicio de los buenos hombres.


2 En los libros protestantes que tratan esta materia se citan las disposicio-
nes de los decretos dados contra los herejes, pero se guardan muy bien de ci-
tar los motivos.




- 261 -
Esto es lo que hacemos en el dia.
Pero lo haríamos en vano, si no volviésemos al gran principio


civilizador, cuya negacion es el orígen de este cataclismo. Todo
el mal y todo el bien que se hacen en el mundo, no es otra cosa
que el hecho de poner en práctica el error ó la verdad. Y como
Jesucristo es la Verdad, pues él mismo ha dicho: Ego Sllm Verí-
las, y esta palabra resonará en todos los acontecimientos hasta la
fin de los siglos; todo ataque dado c'ontra Jesucristo es dado con-
tra la Vel'dad misma, y viene á parar, directa ó indirectamente,
tarde ó temprano, por último término al error, que es la opo-
sicion de lo que es Jesucristo, á saber, la confusion y el trastorno
de lo finito y de lo Infinito de que es él la union y la personifica-
cion adorable, el Panteismo, el Comunismo, el cáos, la muerte.


Tal es lo que no dejarémos de demostrar hasta el fin.
VII. - En tanto que la experiencia de esta verdad se acababa


en grande escala con la guerra de los Albigenses, volvia á rena-
cer en las cátedras fiiosóficas de París, y tendia rápidamente á las
mismas consecuencias.


Amaury de Chartres hizo profesion de la lógica de la exégesis
en la universidad de París. Interpretando falsamente esta propo-
sicion de Erígenes: (( Todo es de Dios, todo es manifestacion de
«(Dios,» esparció entre sus contemporáneos una doctrina estricta-
mente panteista. Bien que encubriese su error bajo el velo de una
enseiIanza en apariencia ortodoxa, la Iglesia, centinela vigilante
de la fe y de la civilizacion, la descubrió: la Sorbona de París dió
contra él una sentencia que el Papa confirmó, y que hizo morir á
Amaury de despecho. Á su muerte se descubrió que habia tenido
un cierto número de adeptos, entre los cuales se contaban Gui-
llermo de Champeaux y David de Dinan, por quien extendió sus
estragos la peste del Panteismo. De aquella proposicion fatal que
habia enseñado: (( Todo es uno, y uno es todo; este todo es Dios,
«la Idea es la misma cosa que Dios,» se vió brotar la subversion
de toda idea moral y social. El dogma de la Trinidad, del cual
tan 'admirablemente sale el dogma de la Encarnacion, que por
medio de los Sacramentos abraza toda la humanidad en sus diver-
sos estados, y mediante el concurso de la libertad y de la gracia,
va á unirla á Cristo para unirla á Dios; esta economía admirable
de la doctrina católica, en donde todo está distinguido y todo está
unido para ser santificado, en la herejía de~ill,-sectarios se con-


l'


.... ,


~ ',' f; -4, ",_ ~:.




- 262-
vertia en esto: « Se ha de entender por el Padre el período real
« de la historia del mundo, en la cual la vida de los sentidos do-
(mina, como sucedió en los tiempos del Antiguo Testamento: el
a Hijo es el período ideal y real, durante el que el hombre se con-
« vierte á lo interior, sin que por esto pueda el Espíritu triunfar
« del mundo exterior, y que lo Ideal y lo real sean coordinados.
« En fin, el Espíritu se manifiesta en el período puramente ideal,
({y alcanza la victoria. Desde entonces, los sacramentos, institui-
« dos por el Cristo, el Bautismo, la Penitencia, la Eucaristía, no


. «tienen ya sentido; y desde entonces, cada cual halla su salud por
« la inspiracion inmediata del Espír-itu Santo, y sin práctica alguna
« exterior. La inspiracion resulta del recogimiento del espíritu en
«SÍ mismo. La santificacion no es otra cosa que la conciencia de
« la presencia de Dios, el pensamiento de uno y de todo. El pe-
« cado consiste en el estado del homhre limitado en el tiempo y
« en el espacio. Cualquiera que está en el Espíritu Santo no puede
« ya mancharse, aun cuando se abandone á la fornicacion. Cada
« uno de nOSGtros es el Espíritu Santo.» (Bngelltardt, Amaury de
nene (Tratado de lIist. eed. n. 3.) - Conc. París. Acta.)


VIII. - David de Dinan desnudó esta envoltura mística, y con-
fesó francamente el Paganismo panteista, que hace de Dios el prin-
cipio material de todo. Muy pronto el torrente de esta filosofía per-
versa fué á confundirse con el de todos los sistemas heréticos de
los Calhares, de los Vaudenses y de los Albigenses. Unos y otros,
partiendo de un mismo principio, el Panteismo, volvían á encon-
1rarse al través de la diversidad de sus errores, en el mismo re-
sultado: la barharie. De esta escuela, fulminada por las decisio-
nes del concilio de París en 1209, derivó la secta en parte mon-
tanista y en parte panteista de los hermanos y hermanas del Libre-
Espíritu, que tomaban su nomhre de la doctrina que profesaban.
Consideraban todas las cosas como una emanacion inmediata de
Dios, y se aplicaban á sí mismos las palabras de Cristo: {( Yo y mi
« Padre somos uno.» Cualquiera que haya llegado á esta convie-
cion, decian, no pertenece ya al mundo de los sentidos, no puede
ya recibir de ellos mancha alguna, y no tiene ya por consiguiente
mas necesidad de sacramentos. Separando absolutamente el cuer-
po del espíritu, pretendían que los excesos de la sensualidad no
tienen influencia alguna sobre el espíritu; y así algunos de ellos
se abandonaban con toda seguridad á las mas groseras obscenida-




- 263-
des. Vestidos de un modo extravagante, y algunas veces hasta
sin vestidos, iban errantes por do quiera como mendigos. L1amá-
ronse Begardos ó Picardos en Alemania, y en Francia Turlupi-
nes. Estos descamisados de la edad media llevaron el desórden y
su Comunismo salvaje hasta tal punto, que tanto la Sociedad co-
mo la Iglesia tuvieron aun que hacer los mayores esfuerzos para
reprimirlos. (Engelhardt, llist. cel. tomo IV, pág. 151. - Alzog,
tomo m, pág. 117).


IX. - El célebre Abelardo fue el continuador contenido de Be-
l'enger, de Roscelin, de Amaury de Chartres, y de David de Di-
Ran. Separando, como ellos, la escolástica de la mística, la teo-
logía especulativa de la teología positiva, buscando temeraria-
mente como hacer reposar la fe sobre la razon, en lugar de ele,"ar
la razon sobre los fundamentos de la fe, desplegó un grande pres-
tigio de ingenio y de conocimiento, mas cuya tendencia, y á vc-
(~es cuyo efecto fueron el salirse de la fe. El concilio de Soissons
condenó su Introduceion á la teología, á causa de muchas proposi-
ciones heréticas sobre la Trinidad. Y, i obsérvese el encadcnamien-
to fatal del error! las mismas proposiciones se hallaban ser parrteis-
las, y correspondia~ á proposiciones licenciosas. Así, segun él,
el Padre, ó mas bien, la Paternidad, era la suprema Divinidaú,
(lue se desarrolla en el Hijo yen el Espíri tu Santo, por manera que
el Hijo y el Espíritu Santo nada son en si mismos. (Aliae rero duac
personae nullalenus esse queant). Esto era negar implícitamente el
dogma de la Encarnaeion del Verbo, de su mediacion entre el
mundo y Dios, que él une sjn confundirlos, y de consiguiente,
abrir la puerta al Panteísmo: esto era introducir ya en el seno
mismo de la Trinidad el principio de la emanacíon, el cual una
vez admitido, no se detiene mas, y se extiende necesariamente á
todos los seres. Negar las personas divinas, es dejarse conduei¡
,i negar las personalidades humanas. Dios, el Ser por excelencia,
la vida misma, no puede, como hemos dicho ya, ser concehiui.l
sin relaciones, relaciones por consiguiente necesarias. Si por la
supresion de las personas divinas le retirais los términos de estas
relaciones. en sí mismo, os veis conducido á dárselas en el mun-
do, absorbiéndole á él en el mundo, ó absorbiendo el lliUnoG
en él. Á esta proposicion positivamente panteista llegó Abelardo,
pues, segun él: «El Padre solo es y exisle por su relacion con el
"mundo y su manifestacion en el mundo.»




- 26,i -
Por consiguiente, las cosas sensibles, los actos exteriores, los


hechos, no tenian para Abelaruo valor real ni existencia objetiva.
El Espíritu solo lo era todo; y el pecado consistia solamente en la
voluntad perversa, y no en las obras. El amante de Heloisa iba á
caer por esta pendiente\ al Iluminismo inmoral de las sectas del
Libre-Espíritu.


San Bernardo combatía sobre todo esta última proposicion de
la i:tica de Abelardo, y él fue contra este quimérico y brillante
espíritu el campeon de la Iglesia y de la sociedad, como san An-
selmo lo habia sido contra Roscelin, y cl bienaventurado Lanfrac
Gontra Berenger. i Qué cosa mas admirable que esta uuion de la
santidad y de la verdad en los grandes doctores de la Iglesia, y
el ver como lodo el hombre, por el genio y por el corazon, está
firme y cn todo su aplomo, y la sociedad con él, sobre el funda-
mento de la fe, fuera del cual no se puede poner el pié sin yaci-
lar, y a]'j'astrar consigo la sociedad en los abismos!


X. - En aquella época levantábasc sobre el horizonte delmun-
do católico una de las mas elevadas, mas vastas y lilas puras in-
tdigencias que jamás honraron la humanidad, á cuyo elogio ape-
nas hasta el aplicarle el supremo encomio que hace la Escritura de
la naturaleza bumana, llamándola un ligero diminittivo de la natu-
raleza angelica, MIl'\UJSTI ECM PAULO MIl'IUS AH ANGELIS. (Ps. VIII, ()).
He nombrado ya al Ángel de la teología, al Águila de la Filosofía,
al grande santo Tomás. Aquel genio luminoso fue suscitado por
Dios en aquella época de divergencia de espíritus racionalistas,
y á la víspera del gran divorcio de la razon y de la fe por el Pro-
testantismo, para sellar entre la una y la otra la mas magnífica
alianza, para determinar en algun modo toda la altura á donde
puede llegar el espíritu humano, todo el poder, toda la plenitud,
todo el vasto círculo de la razon desarrollada en la fe, y hacer sen-
tir mejor toda la disminucion, toda la oscuridad, toda la abyec-
cion en que cae cuando de ella se separa.


La grande Suma de Santo Tomás sienta y resuelve todas la~
cuestiones posibles sobre la naturaleza y las relaciones de lo fi-
nito y de lo Infinito. Desenvuelve y precisa al propio'tiempo to-
das las soluciones con un aplomo, una facilidad, una rectitud lu-
minosa, que pal'tien~o de la fe, como de un foco comun, se es-
parce en rayos inteleétuales que van á ilustrar en todo sentido el
mas dilatado horizonte que pueda abrirse alojo de la inteligen-




- ~61í-
cia. No se percibe en esta obra incomparable ni timidez ni atrevi-
miento; ni laxitud, ni esfuerzo; ni insuficiencia, ni exageracion;
sino un pleno, natural y seguro ejercicio del pensamiento, balan-
ceando su vuelo por su sumision, y recibiendo en cambio de la fe
una especie de infalibilidad intelectual. No hay una cuestion que
haya sido agitada alguna vez, que santo Tomás no trate á fondo,
y suscita innumerables en las que ni aun se sospechaba. Mas, á
la inversa del espíritu humano ,que solo puede promover las cues-
tiones sin resol verlas, él se halla en posesion de resolverlas antes
aun de suscitarlas, y en alguna manera no"las promueve sino para
la forma, y para justificar el rigor de sus soluciones, de las cua-
les en definitiva ni una sola queda cuestionable, tanta es la exac-
titud, el enlace y el aplomo en la verdad que en ellas se percibe.
Lo mas especialmente notable es, que cuando la razon de los he-
resiarcas, desde el primer paso que da, cae en el Panteismo, la
Tazon católica de santo Tomás va por sobre el borde de los precipi-
cios hasta las mas remotas extremidades de la naturaleza y del fin
de las cosas, sin tropezar; sin vacilar, sin desvanecerse jamás, ha-
llando, al contrario, en estas mismas ex.tremidades la justificacion
armónica de sus miras, y como la repercusion sonora de la verdad.


Además de esta grande obra, de esta magnífica pirámide de la
doctrina católica, que previene todos los errores y los destruye
implícitamente por la exposicion y la estática de la verdad, santo
Tomás escribió especialmente contra este Panteismo satánico en
una ó dos cabezas, que, venido de la India y de la Persia, y re-
clutando todos los errores análogos de las escuelas talmúdicas y
helénicas, habia elaborado el primer escollo de la civilizacion cris-
tiana en las sectas gnósticas y neoplatónicas; que acababa de po-
nerla de nueyo en peligro en las herejías de los Albigenses y de
fos Yaudenses; y que, rechazado del Mediodía de la Europa, la
invadia entonces al revés, inyectando su ponzoña en el seno de
las razas eslavas y germánicas. El genio de santo Tomás corrió
en auxilio de la civilizacion con dos obras especiales: la Suma con-
tra los Gentiles, en la cual la fe católica combate vigorosamente e[
Maniqueismo 1, Y su tratado contra los errores de los Orientales.


I SUMMA CONTRA GENTES, in qua libris quatuor, catholica fides in omnes
orthodoxae Ecclesiae perduelles acerrime propugnatur.


En la Vida de san Raimundo de Peñafort, uno de los Santos J sábios ma~
elninentes de su siglo, y gloria de Cataluña su patria, apoyados en el testimo-




- ~66-
En ella disipa las tinieblas del Panteismo, restableciendo con una
claridad invencible la verdadera nocion de un Dios esencialmente
distinto de todos los seres creados: considerando á Dios en sí mis-
mo; despues á Dios con relacion á las criaturas; despues las cria-
turas con relacíon á Dios; y sellando estas distinciones fundamen-
tales y estas relaciones naturales por la exposicion de la union ine-
fable de Dios con la naturaleza humana en la Encarnacíon del
Verbo, y de todo el destino del hombre en el plan general del
Cristianismo.


Cuando la doctrina católica hubo recibido bajo la pluma de este
gran genio identificado con la fe, todo el desenvolvimiento de su
exposicion y de su síntesis, permitió Dios al error el concentrar á
su vez en los grandes sectarios todos los elementos de falsa filosofía
y de teología errónea de que se hallaba entonces infectado el Occi-
dente. Wiclef y .T uan IIus vinieron á preparar las sendas á Lutero.


o Decir que su separacion de la doctrina católica y su caida en el
Panteismo fueron una misma cosa, es adivinar los hechos á ojos
cerrados; tan absoluta es la ley de esta relacion.


El inglés .T uan Wiclef se distinguió desde luego por su oposi-
cion sistemática contra la Iglesia, y fue tal vez el primern que hi-
zo de la negacion de su autoridad el objeto de su herejía, á la que
no tardó en mezclar un ataque contra los dogmas, en especial con-
tra el dogma de la transustanciacion. Al mismo tiempo que qui-
taba la doctrina católica, le sustituia esta otra: «Lo que es Dios,
«segun la Idea, es Dios mismo, ó la Idea es Dios. J) Deus estquae-
libet creatu'I'a in esse inteltigibili. « Toda naturaleza es Dios, y cada
{( ser es Dios.» Quaeü'bet creatura est Deus; quodlibet est Deus. - Nada
detiene al heresiarca en las consecuencias de su sistema. « Luego,
«dice, un asno es Dios '.»


nio de los autores mas acreditados, escribimos las siguientes palabras: ({En
« sus ardientes deseos (de san Raimundo) de que la \Oerdad cristiana triunfase
« en todos los entendimientos, y el amor de Dios en todos los corazones, io-
C( vitó la pluma victoriosa de su célebre contemporáneo y hermano de reJigion,
.. el inmortal Tomás de Aquino, á que escribiese la Suma contra gentiles, que
{( debemos á la pr.orunda sabiduría del santo Doctor, y á las humildes súplk'as
'( de Raimundo. » (N. del T. J.


I Et si dicator quod male sonat concedere asinum et quodlibet aliod esse
Deum, conceditur apud aegre intelligentes; ideo multi non admittunt talia, ni- o
si cum determinatione, ut talis creatura seculldum esse illtelligibile, vel idea-
le, quod habet in Deo ab iotra, est Deus. IIli autem qui habent eumdem sen-




- 267-
Una vez admitido este principio de identificacion panteísta. de


Dios con la Idea, todo lo demás del sistema se va desenvolviendo
fácilmente. Wi¿lef llegaba á sostener la eternidad real de las co-
sas y del tiempo; la creacion entera era una emanacion, lo cual
arrastra consigo el fatum y la necesidad del mal, que WicJef pro-
tesa abiertamente I no temiendo el someter á esta necesidad á Dios
mismo, aniquilar su libertad, así como la de la criatura, ~- suje-
tarlo todo al yugo de esta necesidad estúpida.


Á esta doctrina, ya tan perversa I mezclaba WicJef otra que ha-
bia tomado de los Albigenses contra la propiedad. Los Albigen-
ses habían atacado principalmente las propiedades eclesiásticas;
Wicle[ generalizó este ataque, extendiéndolo á toda propiedad;
fundándose en que, para tener un derecho legítimo de poseer al-
guna cosa sobre la tierra, era necesario ser .iusto, y que un hom-
hre perdía todo derecho á sus posesiones desde el momento en que
eometia un pecado mortal; y esta doctrina la aplicaba á los seño-
res, á los príncipes y á Jos reyes, así como á los papas y á los
obispos. (Pluquet, Diccion. de las herejías).


WicJef no dejaba de reconocer que con su sistema abría la puer-
taá todos los crímenes yal aniquilamiento de toda sociedad. « Pero,
« añadía, sí no se lienen mejores razones para decirme que las di-
«( chas hasta ahora, me confirmaré en mi opinion, sin decir sobre
« ella una palahra.» (Bergier, Diccion. de teolog. - Bossuet, Hist.
de (as Van:act"ones).


'Desgraciadamente no quedó sin hablar palabra', y sus predica-
eiones subversivas produ.ieron la secta de los Wiclefistas, que se
engrosó con la de los Lollardos, que era originaria de Bohemia, y
tenia por autor á Lollard lValter, que no habia hecho sino repro-
ducir los errores maniqueos de los Albigenses contra los Sacra-
mentos y la penitencia, el matrimonio, la justicia y la propiedad,
y que habia urdido sobre ellos aquella doctrina verdaderamente
infernal, de que los demonios habian sido injustamente arrojados
rIel cielo, que san Miguel y los Ángeles serian un dia condenados
tlterpamente, así como aquellos que no abrazarian su doctrina 1.


sum per subjcctum per se positum, aeque concedunt propositionem simplieem.
(De ldeis c. 2. ) -Staudenmaier, Phil. du christian.-Alzog, Historia univer-
snl de la Iglesia, tomo UI, pág. 273).


I La filiacion de todas estas herejías queda atestiguada por todos los his-
toriadores: ellas se completaban y se explicaban las unas por las otras; de ma-




- 268-
XI. -J uan Hus fue el discípulo y el heredero inmediato de Wi-


clef, y tuvo por asociado á su herejía y á su destino á Jerónimo
de Praga. Talento menos especulativo que el de WicIef, no pudo
abarcar todas las doctrinas del teólogo inglés; pero no le escapa-
ron los principales resultados, y supo defenderlos con habilidad.
Af'erróse sobre todo á la doctrina de la predestinacion absoluta,
dividiendo los hombres en elegidos y en reprobados de toda eter-
nidad, fuesen cuales fueran sus obras, no considerando sino á lo~
elegidos como miembros de la verdadera Iglesia, y segregando
irremisiblemente á los demás, sin que ningun arrepentiJljiento ni
enmienda fuese capaz para volverlos á entrar en ella. De ahípartiti
para decir, con los Lollardos y los Yaudenses, que los poderes de
la Iglesia y la virtud de los Sacramentos dependian de la santidad
de sus ministros, y perecían en manos indignas de ejercerlos. Ex-
tendió naturalmente esta doctrina á los reyes, á los príncipes, á
los señores, y á todas las superioridades sociales. Decidió, en con-
secuencia, que aquellos que son viciosos están de pleno derecho
decaidos de su autoridad, y despojados de su derecho; y que el
pueblo puede á su gusto corregir á sus je(es, cuando caen en alguna (alta.
(Proposicion de Juan Hus, condenada por el concilio de Cons-
lanza, en su sesion octava).


Fácil es conoeer que el efecto inmediato de semejante doctrina
es la destruccion de toda organizacion social. ¿, Quién es el que no
sea vicioso, ó no se haga tal, sobre todo á los ojos de aquellos que
están interesados en que lo sea'? ¿ Quién es el que no cae en al-
nera que para conocer cada una de ellas es menester conocerlas todas, '!I no ba~<
injusticia en decir que aquella que parecia la mas iDocente era tan culpable co-
mo aquella que era la mas criminal. Así, los Vaudenses de Lyon, por ejemplo,
cuya aparente moralidad tanto se pondera, fueron, como todos reconocen, los
padres de los \Yiclefistas y de los Husitas. "De estos riñones de los Yauden-
«ses, dice nn historiador, salieron con el tiempo un grande número de otros
«fanáticos, que aumentaron en parte la secta con nuevos descarríos, yen par-
«te la transformaron tamhien en otras nuevas.)) (Guido Carmelita, Summa
haeresis Waldensium).-Wiclef, que suscitó á nuestro Juan Hus, fue secun-
dado por los Vaudenses, dice por su parte un historiador busita. (Clarissimi
liri Joachimi camererii Pabepergcnsis, Uislorica narralio de fratrum orlhu-
doxorum ecclesiis in Bohemia, Moravia et Polonia, p. 2M). Era siempre el
mismo veneno, el mismo vírus, ora latente, ora en explosion, y mas peligroso
quizás en el primer estado que en el segundo, porque iba ganando mas ter-
reno. Quede bien convencido cualquiera que toda herejia llera en su seno la
muerte.




- ~69-
guna falta? Jesucristo no ha exceptuado de la comun miseriá los
ministros mismos de sus gracias, y 'con esto ha hecho dos cosas
grandes: la primera, el ha~er resaltar con tanto mas resplandor la
pureza sobrenatural de la doctrina, la infalibilidad de su ense-
ñanza, y la virtu.d de sus efectos, en cuanto se conservan inva-
riablemente á despecho de todos los accidentes humanos,' aun los
de aquellos que son órgano suyo; la segunda, el sostener la so-
ciedad en masa sobre el cáos de estos accidentes, haciendo sen-
tar su autoridad, que en todos los grados constituye sus bases,
sobre un derecho superior é- indepen'diente. Toda la sociedad es-
taba, pues, interesada en la. querella suscitada por Juan Bus contra
la Iglesia y los poderes supremos.


La santidad de los representantes de la Iglesia se ,hallaba por
10 demás oscurecida y como eclipsada en aquella época por una
de aquellas sombras que proyecta algunas veces la tierra sobre
los astros mismos que deben iluminarla, y que no por esto dejan
de ser, tras estas sombras, los que llevan la luz.


No tenemos reparo en confesarlo: la Iglesia en la parte ter-
restre de su existencia, no exceptuada de la corrupcion de nues-
tra naturaleza, ofrecia entonces un espectáculo aflictivo de rela-
.¡acion y de desórden. Sin duda que los causadores del escándalo
fueron culpables y responsables de males sin cuento; pero no lo
fueron hasta el punto de descargar á aquellos que se escandaliza-
ron, y sobre todo á los que explotaron el escándalo, de la res-
ponsabilidad inmensa de la revuelta que produjo la doctrina soli-
daria de su violacion, y que abusó del mal para hacer desechar
el remedio, en vez de probar la infalibilidad del remedio, apli-
cándolo al mal. Lo peor que hay en el mundo no son las malas ac-
ciones, sino las malas doctrinas que las desencadenan.


Para favorecer las que pretendia propagar, Juan Bus, como to-
dos los sectarios que lo han seguido, violentaba, basta la calum-
nia, el cuadro de la relajacion de costumbres del clero de aquel
tiempo, hasta el punto que obligó á que cierto dia le interrum-
piese un grave y honrado oyente suyo, el cual le dijo: « Maestro,
( yo he ido á Roma, he visto el Papa y los cardenales, pero en
( verdad no son tan malos como vos nos los pintais. - Pues bien,
« si tanto te agrada el Papa, respondió Bus, vete de una vez á
,( Roma, y quédate allí. - No, maestro, replicó el interlocutor:
«soy demasiado viejo para hacer el viaje; pero vos, que sois jó-




- ~70-
c'¡ ven, id allá, pues, y hallaréis, os lo repito, que las cosas no
ce van allí tan mal como decís.)) (Alzog, Historia universal de la
Iglesia, tomo 1II, pág. 276). .


No cerraba la boca la Iglesia á los que señalaban Jos abusos de
sus ministros, sino cuando este llamamiento á la reforma lo era á
la rebeJion, y estaba solo inspirado por el espíritu de subversion
y de orgullo. Siempre discreta, aun en representantes suyos, que
humanamente hablando, no siempre lo eran, escuchaba, aun roas,
suscitaba ,'erdaderos reformadores en su seno, reconociendo sa-
tisfecha en ellos el derecho y el deber de reanimar la vida comnn
de los fieles, hasta el punto de convertir el ejercicio de este de-
recho en un justo título para los honores supremos de la santi-
dad. Así fueron acogidos, alentados y honrados, entre muchísi-
mos otros, san Bernardo y santa Brígida, que pintaron con los co-
lores mas vivos el relajamiento de la disciplina, reclamando su
reforma con todas sus fuerzas. i Cosa admirable! Brígida fue ca-
nonizada precisamente por el concilio que condenó á Juan Hus.
U no, '! otra habian hecho un llamamiento á la reforma; pero BrÍ-
gida empezaba por reformarse á sí misma, y Juan lIus, como des-
pues de él Lutero, dando rienda suelta á todas las pasiones.


Desencadenadas estas, é inflamadas por Bus, convirtieron du-
rante diez y seis ,años toda la Alemania en un campo de espan-
tosa mortandad, de incendio, de pillaje, de horrores inauditos.


La cuestion que á todo esto dió lugar parece á primera vista
bien fútil, y la moderna Filosofía no ha dejado de lanzar sobre el
siglo que ella agitó, y sobre la Iglesia que la sostuvo, todos los
soberbios menosprecios de la razono Tratábase de saber si el pue-
blo comulgaria ó no, como el clero, bajo las dos especies. Tal era
la cuestion por la cual el suelo de la Alemania se vió blanquear
con huesos humanos .


.Mas esta cuestion ,por simple y fútil que parezca, era la ma-
yor de todas las cuestiones que se hayan jamás promovido en el
seno de las sociedades ; era la cuestion de la barbarie ó de la ci-
vilizacion, una cuestion de vida ó de muerte social, la misma cues-
tion que nos l.lena de terror en el dia: el Socialismo, el Comu-
nismo.


Cuando las hordas bárbaras de los Husitas se levantaron dando
el grito de i LA COPA AL PUEBLO! exigian que toda distincion cntre
el clero y los fieles quedase suprimida, y que todos fuesen admi-




- 271-
tidos á beber igualmente en la misma copa. Ellos inauguraron,
bajo la forma mas sagrada, la salvaje div.isa de igualdad y. de fra-
ternidad que ha ensangrentado nuestros últimos tiempos. Ellos
transformaron el dogma de la caridad infinita de Dios, la Comu-
nion, en Comunismo, no por el hecho en sí de la comunion bajo
las dos especies, sino por la intencion que se la hacia pedir; in-
tencion de tal modo perversa, que ellos no creían mas en la tran-
sustanciacíon que su jefe Juan Hus que la hahia atacado, y que
su exigencia no era otra cosa sino la fórmula sacrílega del levan-
tamiento de todas las pasiones salvajes contra la sociedad. Por fin,
fieles herederos de los Gnósticos, y precursores de los Socialis-
tas, al grito de ¡ LA' COPA AL PUEBLO! añadían el de i LA PROPU:DAD
AL PUEBLO! que era su natural consecuencia; y los Socialistas mo-
dernos no han dejado de saludar en ellos con transporte sus he'/'-
manos y amigos, y de alargarles, al través de cuatro siglos, u,na
mano conjurada contra la sociedad y sus santas leyes. (Véase todo
el capítulo sobre .luan !Tus, que abre la ¡listoria de la Revolucion fran-
cesa por Luis Blanc).


La Iglesia, con su buen sentido profundamente civilizador y su
inflexible firmeza, hizo frente á la tempestad, y abrigó otra vez
aun bajo sus alas á la sociedad ingrata que debia un día mal-
decirla.


Pero esto no pasaba de ser el prólogo de un drama mas vasto;
y aquel siglo, lleno de acritud, como dice Bossuet, acababa de
producir á Lutero.


\ .
"'"'.




- 272-


CAPÍTULO VII.
HERE1ÍAS DEL CUARTO PERÍODO.


EL Protestantismo 1 para escapar al argumento por el cnalla
Iglesia ha confundido siempre la herejía, el argumento de la no-
vedad, se ha dado trazas para procurarse progenitores. Todo, á
este fin, le ha servido; y por el hecho, no ha sido libre en su elec-
cion, pues no ha podido tomarlos siI).o entre los rebelados como
el. No ha vacilado, pues, en tomarse por heredero de Juan Hus, de
Wiclef, de los Cathares y de los Albigenses, y subiendo mas allá,
de los Gnósticos, de los Ebionitas, y de los otros herejes de la pri-
mitiva Iglesia. No le disputarémos por cierto semejante antigüe-
dad, que, por otra parte no le sustrae del argumento de novedad;
pues pOI' antigua que sea la herejía, es siempre una novedad con
respecto á la doctrina de la cual se separa; y el Protestantismo,
que en efecto se encuentra en todas las herejías, presupone ne-
cesariamente el objeto anterior de la protesta. El Protestantismo
remonta mucho mas allá de lo que él mismo se cree, sin dejar por
esto de ser siempre una novedad. Cuando el tentador se deslizó
alIado de nuestros primeros padres, los primeros humanos; cuan-
do les dió á entender con un silbido de reptil el primer quare, el
primer nequaquam; cuando les insinuó aquella falaz sugestion,
Eritis sicut Dii,' trabajaba Protestantismo y Panteismo. Pero aquel
Protestantismo era una gran novedad para los oidos inocentes y
virginales que lo escuchaban. Y aun podemos hacer remontar
mas alto el Protestantismo. En el cielo, y en la primitiva escuela
de los Ángeles es donde levantó por primera vez su cabeza, di-
ciéndose á sí mismo: Similis ero Altissimo. Mas, por unánime voz,
el gran concilio de Espíritus celestiales confundió aquella audaz
novedad, con aquella aClam,acion sublime: Quis ut ])eus! i Quién


I No digo los Protestantes, á quienes considero siempre ruera de combate,
porque personalmente valen mas que el Protestantismo, tanto como los Cató-
licos, aun los mejores, valen menos que el Catolicismo. Aquí lo que ventila-
mos son las doctrinas.




- 273-
como Dios! Hé aquí el primer Protestante; hé aquí el pI'imer Pan-
teísta, ó mas bien el único; el que por una especie de metempsí-
cosis, no ha cesado de cambiar de forma, y de animar sucesiva-
mente todas las herejías, todas las revueltas, todas las aberracio-
nes del espíritu humano contra Dios. La grande 'herejía del Poli-
teismo, por la cual habia llegado á hacerse semejante á Dios sobre
la tierra, divinizando todas las viles pasiones, fue su grande triun-
fo. De él fue despojado, y llevado él mismo humillado y cautivo
á la faz de todo el mundo, en el triunfo que Jesucristo obtuvo so-
bre su poder, Expolians principatus traduxit confidenter palam trium-
phans tilos in semetipso (Coloss. JI, 10); Y despues, conforme á la
antigua profecía que habia anunciado que, á los piés de su vence-
dor, procuraria siempre derribarlo, no ha cesado al través de to-
das las herejías cristianas que acabamos de recorrer, de enros-
carse contra la Iglesia, y de vomitar el veneno delPanteismo que
constituye el fondo de su natural envidia, y de su conjuracion
eterna.


Tal es el Génesis del Protestantismo.
};I no difiere de todas las herejías sino en cuanto mas audaz y


abiertamente ha depurado y establecido su principio, que es la ne-
gacion de la autoridad. Ved ahí su distintivo.


Hasta su aparicion, las herejías procedian por. via de dogma-
tismo j por ejemplo, adelantando la proposicion de que en Jesu-
cristo hay dos personas, ó que solo hay una naturaleza, etc.; y
como estas opiniones eran contrarias á la doctrina de la Iglesia,
y anatematizadas por ella, seguíase que tales herejías se hallaban
en eslado de insuhordinacion y de rebelion contra la Iglesia.


Esta rehelion, consecuencia natural de la obstinacion de los he-
resiarcas en los errores que habian avanzado, ha sido convertida
por el Protestantismo en principio, y en ella consiste la herejía
protestante. Esta guerra, que cada herejía estaba obligada á sos-
tener á cuenta suya, la ha declarado él abiertamente, levantando
una vez para todas el estandarte de la reyuelta por cuenta de to-
das las herejías.


Así es como vemos militar bajo esta bandera, no una herejía
dogmática especial, como cada una de las herejías que habian
precedido, sino una amalgama de herejías, diversas y opuesta~
las unas á las otras, y que solo tienen decomun el principio de
revuelta, del cual se ha declarado jefe.


18




-!14 -
El Protestantismo no tanto es una herejía , eomo un campo abier-


to á todas las herejías, un nombre genérico de lucha, un llama-
miento á todas las, revueltas, la revuelta misma á provecho de
quien quiera usar de ella.


Así es como ,despues de él, no ha habido ya mas herejía que
haya tenido un nombre y una suerte particular como antes, aun-
que las herejías hayan pululado mas que nunca; porque han pu-
hIlado en su seno y bajo su nombre.


Pero lo siempre digno de notarse, y lo que debemos perseguir
en él es, que todas estas herejías, partiendo de la separacion de
la doctrina católica, tienden y terminan todas, al través de mil
diversidades y de mil divergencias, al mismo fin: ,el Panteismo.
i Tan inevitable es este abismo, desde que se rompe con la Iglesia!


Es evidente que no podemos examinar cada herejía protestante
en particular; pero veamos las cabezas principales del Protestan-
tismo, y su comun desinencia.


El primer uso dogmático que hizo Lutero del Protestantismo
fue apropiarse una doctrina que se habia expuesto inmediatamen-
te antes de él en un libro conocido bajo el nombre de Teología ale-
mana, y cuyo autor ha quedado desconocido. Este libro, que el
Protestantismo ha reproducido muchas veces, hasta en estos últi-
mos tiempos, lo fue la primera vez por LuterQ, el cual, en el prel;l-
cio con que lo acompañaba, decia de él: « Yo no tendré reparo en
«( poner al lado de la Biblia y de san Agustin una obra que me 11a
« enseñado mas que otra cualquiera lo que son Dios, el Cristo, el
({hombre y todas las cosas.))


y el pensamiento fundamental de la Teología alemana, que bajo
mil formas se reproduce, es que « Dios lo es todo, y todo lo que
( no es Dios no es nada.) En esta doctrina lo finito no solamen-
te es un puro nada, sino que, en cuanto es finito, es un mal,
es una cosa criminal. Así en lo finito hay dos cosas: el ser, en
tanto que es ser, que es esencialmente divino y bueno en todo,
aun en el demonio; y el querer, que no es nada en cuanto es ma-
lo, y que es malo en tanto que no es nada. El querer no es el ser;
luego el querer es malo en sí. Es necesario atacarlo, ahogarlo sin
cesar, para que no sea sino el instrumento ciego de Dios mani-
festando sus perfecciones divinas: lo cual ;tniquila todo el hom-
bre, divinizándole. ( Véase la exposicion de esta teología en Stau-
denmaier, Filos. del Cristiano tomo 1, pág. 604-666).




- 275-
Esta doclrina ha quedado por fondo del Protestantismo. El Pro-


testantismo, pues, h~ tenido mucha razon en darse siempre por
precursores suyos á los Cathares. á los Yaudenses, á los herma-
nos del Libre-Espíritu, á Amaury de Bene, á. WicIef, á Juan Hus,
que han sucesivamente renovado aquel misticismo panteisla.


El Protestantismo no hizo mas que dar á esta doctrina un corte
mas absoluto y decisiyo, formulándola en las siguientes proposi-
ciones, que constituyen el conjunto de su sistema: - (cEI pecado
« original ha completamente corrompido la naturaleza humana; por
« cuya razon el hombre nace absolutamente siervo. Lo que hace en
« bien ó en mal no es obra suya; es la obra de Dios. La fe sola jus-
« tifica, cualesquiera que sean las obras. Cualquiera se sa\Ya por la
« sola confianza que tiene en el perdon de Dios.» Proposicion sin··
gularmente fecunda en licencia, y que concede al hombre una in-
dugencia plenaria y anticipada de sus pecados, de tal especie, }'
tan fácil de ganar, que ciertamente nunca Papa alguno habia pro-
metido una de igual. Desde entonces, ya para nada se necesitan la
jerarquía y el sacerdocio; el culto exterior es inútil: de narla sir't'
ocuparse de las cosas santas. La oracio.n, el ayuno, las vigilias, b~
obras buenas, toda esta santa disciplina del alma es inútil, y pue-
de ser suplida por la fe, simplemente por la fe. Para tales opeLl-
ciones, todo cristiano es sacerdote, y puede administrarse á si
mismo la salud, sin sujetarse á medio alguno especial instituido
por Dios, ni aun al de las obras.


Ved ahí el Protestantismo, tal como salió de10s primeros ese/i-
tos de Lutero: «Á la nobleza alemana, » -- «del perfeccionamiento cn',,-
«tiano, » - «de la esclavitud de B aúilonia, » - « de la libertad crisliu-
« na. » ....:. Lutero en sus escritos hizo prevalecer sobre todas lJ~
demás esta proposicion. tan lisonjera para el pueblo, que toa,o
hombre es sacerdote; y tan cercana á esta otra, que todo homlJrc
es soberano. Una y otra de estas proposiciones emanaban, por fb,
naturalmente de la grande proposicion panteista que formaba·;;!
punto de p¡trtida del Protestantismo, y que le unian á la cadena
de todas las herejías que habian precedido, que todo hombre es
Dios; Dios operando en el hombre, doctrina que, por el aniqui-
lamiento de la voluntad humana, concluye en efecto por su diyj-
nizacion, no siendo su actividad sino la de Dios.


Hemos visto, y son además evidentes, todas las insurrecciones
y todos los estragos antisociales que esta doctrina habia producido


:18'




- 276-
en el mundo I en especial los excesos salvajes de los Picardos I de
los LolIardos y de los Husitas. Nuevos desastres salieron de la doc-
trina de Lutero: la guerra de los Paisanos ó Campesinos I y la de
los Anabaptistas.


Hemos hablado ya de esta terrible guerra de los Campesinos I y
mostrado su estrecha y simpáticarelacion con el Socialismo de esta
época. Lutero saltaba de gozo en su principio, y escribia á Linck :
« En todas partes el pueblo se subleva: al fin ha abierto los ojos;
« no puede ni quiere dejarse oprimir mas por la violencia.» Mas no
tardó la reflexion en hacerle ver que tales hijuelas podian com-
prometerle con las potencias; reprobó inexorablemente el proce-
der de los sublevados I pero en vano, pues los excesos de los Cam-
pesinos no eran mas que proposiciones sacadas de sus escritos.
Así, Erasmo le escribia en estos términos: « Ahora recogemos los
« frutos de tu talento. Tú dices que es propio de la palabra de Dios
« el producir resultados diversos. Verdad es, mas yo creo que esto
«( depende de la manera con que se predica esta palabra. Tú des-
« apruehas los revoltosos, pero ellos te reconocen por su padre y
Q su doclor; y ya nadie ignora que las gentes que no tenían en sus
«( labios otro nombre que ei Evangelio, han sido los instigadores
(l de las mas horribles insurrecciones.» (Citado por Alzog, Hist.
univ. de la Iglesia, tomo llI, pág. 382).


Apenas sufocada.la guerra de los Paisanos ó Campesinos, dis-
pertóse mas exterminadora y mas salvaje bajo el nomhre de Ana-
baptismo. Lo que le dió un carácter mas pronunciado de extrava-
gancia y de harbarie, es, que se dejó inspirar mas por la doctrina
panteista protestante, la cual aniquila enteramente al hombre, ha.-
ciéndole el instrumento, el juguete fatal de la Divinidad, es de-
cir, que autoriza y diviniza los mas perversos instintos, hacién-
dolos pasar por inspiraciones. ta doctrina de la justificacion poI'
la fe sola, que asegura el perdon de todos los crímenes no Dlas
que pór la confianza de obtenerlo por los solos méritos de Jesu-
cristo, acababa de disipar los últimos escrúpulos, y de sufocar los
últimos remordimientos de la conciencia.


Esta doctrina de la justificacion por la fe sola era la que Illas
fanatizaba á los Anabaptistas. Su nombre de Anabaptistas prore-
nia de que pretendian ser necesario bautizar de nuevo á los Cris-
tianos en la edad de la razon; porque solamente en esta edad el
bautismo podia excitar en ellos la fe, en la cual hacian consistir




- 277-
el orígen de toda justificacion, cualesquiera que fuesen las obras,
y de consiguiente el origen de toda licencia.


Nosotros, por vivir de ella, no conocemos aun lo bastante toda
la sabiduría, toda la economía admirable y verdaderamente di-
yina de·la doctrina católica en su completa simplicidad.


Segun esta doctrina verdaderamente social, la diversidad y la
desigualdad de los méritos y de las obras importan un cambio en
la igualdad natural de tos hom bres. Estas obras establecen, así en
este mundo como en el otro, una desigualdad de destino fund~da
~obre la libertad y sobre la justicia, no menos que sobre la gra-
cia; pues cada cual es, con el auxilio de aquella, el hijo de sus obras.
y si en este mundo esta desigualdad no siempre es la expresion
equitativa del mérito, dos correctivos vienen á corregir este des-
órden: la Caridad, que endulza los rigores del infortunio, y la Es-
peranza, fundada sobre la fe en una recompensa fut.ura del mérito.
,:uya prueba es el infortunio mismo.


Tal es la doctrina eminentemente social y civilizadora del Ca-
tolicismo.


El Protestantismo, suprimiendo la necesidad de las obras, y ha-
eiendo resultar la justificacion de la sola fe, ha dcstruido todos
los fundamentos de la desigualdad social con los de la lihcrtad hu-
mana. Si el mérito de las obras es ineficaz é inútil, si la fe en los
méritos de .Jesucristo basta por sí sola; pudiendo cada cual hacer
toste acto de fe, tanlo derecho tiene el uno como el otro á la sa-
lud, sea cual fuere la vida que lleva; pues todos quedamos igua-
les por el medio de esta fe. Y corno las desigualdades que resul-
tan del mérito y de las obras carecen de fundamento, la ciudad
(le Dios desaparece en un espantoso comunismo.


Los Anabaptistas pusieron en práctica esta doctrina que Lutero
habia árrojar.lo al mundo bajo el nombre de libertad cristiana. El
Comunismo que él habia plantificado en el cielo, se hizo natural-
mente descender sobre la tierra; y como cada cual por la fe sola
quedaba emancipado delante de Dios, pretendia estarlo por el
mismo medio delante de los hombres. Si las obras no justifican á
Jos elegidos en el cielo, ¿ cómo justificarán á los grandes y á los
ricos, que son los elegidos de la tierra? ¡, Cómo serán un título
para sus distinciones y para sus riquezas ?Si los méritos de Jesu-
cristo nos libran de pleno derecho de la servitud del pecado, ¡, có-
mo no nos librarán igualmente de la servidumbre de la miseria?




- 278-
- ,,~0sotros somos iguales todos, todos hermanos por la fe, decia
«( el jefe de los Anabaptistas, y todos tenemos en Adan nuestro co-
c( mun'paclre. ¿De dónde viene, pues, esta diferencia de rangos y de
: h¡enes que la tiranía ha introducido entre nosotros y los grandes


¡le] mundo? ¿ Por qué razon gemiríamos en la pobreza y estaría-
e mos agobiados de males, mientras ellos nadan en las delicias?
ftestituillnos, ricos del siglo, avaros uSUl'padores, reslituidnos


(e los bienes que reteneis en la injusticia. - El Omnipotente aguar-
«( da de todos los pueblos que destruyan la tiranía de loS magis-
« trados, que reclamen su libertad con las armas en la mano, que
le se (kniegn~n á pagar los tributos, y que pongan sus bienes en
(e COm~llL - A nuestros piés deben traerlos, como se llevaban, co-
'mo S~ amontonabaR en otro tiempo á los piés de los Apóstoles.


ce Si. hermanos mios, no tener nada propio, tal era el espíritu del
(e Cristianismo al nacer; y rehusar pagar á los príncipes los im-
e puestos COIl que nos agobian, es sustraerse á la servidumbre uc


(e qm' n~s ha emancipado Jesucristo.)) (Catrou, Ilist, dI! los Ana-
haj ' - Seckcndorl', Comen. soúre la Msl. de Lut. - Sleidan, 1. 10),


A ta'es discursos precipitáronse sobre la Alemania el pillaje y
la dev3.stacion, y de ello se siguieron las mas sangrientas repre-
siones, las guerras mas horribles.


ror mas que el Protestantismo fuese el orígen de todos estos ma-
les, los señores y los p~'íncipes no lo rechazaron, por una raZOll
muy sencilla; porque les permitia:i ellos tamhien el pillaje de los
tienes eclesiásticos, y la revuelta contra la supremacía espiritual,
en yirtnd del mismo princi pio que la fe tiene lugar de mérito; ~
que de consiguiente la Iglesia y los sacerdotes, instituidos para
conducirnos á las buenas ol1fas, son inútiles v tiránicos.


la emancipacion que el Protestantismo intr¿ducia en el mundo,
esta emancipacion por que la opinion moderna tanto le ha 'ensal-
zado, era tal1lbicn una emancipacion de la virtud por la doctrina
de la inutilidad de las obras, y una emancipacion de la verdad
revelada por la doctrina de la exclusiva competencia de la razon
humana en interpretarla, Es decir, que bajo estos nombres de
emancipacion y de libertad, que tanto han embriagado al mundo,
10 que positivamente y en realidad introducia el Protestantismo
era la tiranía, la doble tiranía de las pasiones y de los errores, la
servidumbre de la voluntad y de la inteligencia. Por mentidos
nombres, por falsos semblantes con que se pretendan desfigurar




- 279-
Y disfrazar las cosas, en el fondo yen realidad es esto: filosófica
y prácticamente es esto.


Por esta razon el Protestantismo desde su nacimiento se dirigió
naturalmente hácia el Socialismo y el Comunismo, bajo los nom-
bres de libertad, de igualdad y de fraternidad. Esto no puede ne-
garse; y los frutos que debia llevar en nuestros días de una ma-
nera general, los llevó desde entonces de una manera especial é
idéntica hasta tal punto, que los discursos de :a-Iuncer y los de Luis
Blanc se confunden.


En esta parte el Protestantismo no hacia mas que reproducir y
que continuar por sí mismo el destino de las herejías que le ha-
bian precedido, y que todas (y lo hemos visto de una manera tan
constante que debe tener para nosotros la fuerza de ley) , todas,
repito, nos presentan la relacion g,enerativa de estas tres cosas:
Herejía, - Panteismo, - Comunismo.


Lo cual nos explica, hasta la demostracion, por cuanto en su
lugar hemos expuesto, que la doctrina cristiana es la única que
contiene la solucion del prohlema religioso y social de la relacion
de lo finito con lo Infinito, y que sola la Iglesia ticne el depósito
de esta doctrina.


De ahí viene que todo lo que sale de la Iglesia sale de la doc-
trina cristiana, y desde aquel momento altera esta solucion tan de-
licada y tan divinamente precisa y conservada de la relacion de
lo finito y de lo Infinito, y del juego vi-vificador de esta relacion;
que todo cuanto altera esta relacion cae por el mismo hecho en
la absorcion de lo finito por lo Infinito, ó de lo Infinito por lo fi-
nito, en el Panteismo ó en el Naturalismo, es decir, en el Pan-
teismo inmediato ó mediato, y por esto mismo, muy presto en el
Socialismo y el Comunismo, que son la traduccion práctica de
aquel.


Esta es la gran verdad que nos hemos propuesto mostrar con
toda su irresistible evidencia, verdad que parece sistemática á
fuerza de ser repetida; pero suplicamos que se observe al mismo
tiempo como ella es la que se repite eu los hechos, y que de tal
modo corresponde á la teoría, que si esta teoría puede solo expli-
carse por los hechos, estos por, consiguiente son la prueba mate-
mática de la teoría.


y de otra parte, asi ha de suceder si la doctrina cristiana es di-
vina, pues ella debe ser la única que posea el secreto de la natu-




- 280-
raleza de los seres y de su relaciono A priori, así debe ser para
eualquiera que crea en la divinidad de esta doctrina; y a poste-
riori, el que ve que así es, debe creer en la divinidad de esta doc-
trina.


y nótese bien que· en esta demostracion silogística ó inductiva
entran no solamente la doctrina cristiana, sino tambien y al mis-
mo tiempo la institucion de la Iglesia: tanto el depósito como la
rJepositaria quedan igualmente justificados, y ligados el uno con
el otro en una suerte comun. Todo cuanto decimos, todo cuanto
manifestamos y demostramos por tanto cúmulo de hechos y de
pruebas, no se limita únicamente á que la doctrina cristiana es la
solucion divina del problema de la existencia y de la civilizacion
(le los seres, sino tambien, que solo se halla en la Iglesia y por
la Iglesia; y hemos visto que este aspecto de la demostracion es
asimismo admirable. Es admirable el ver que todo cuanto se sale
de la Iglesia ataca á la vez la doctrina cristiana y la civilizacion,
y que no sale de ella sino porque las ataca á entrambas; y en me-
rlio de estos ataques de la herejía, tan diversos, tan numerosos,
tan repetidos, la Iglesia inmutable mantiene firmemente su de-
pósito contra todas las sutilezas y contra todas las violencias del
error.


E! Protestantismo acaba de añadir su ejemplo á todos los demás
errores, y de un modo muy singular y estrepitoso. Como dijimos
ya, el Protestantismo no es una herejía, sino un conjunto, un agre-
~ado de herejías, dividiéndose en mil sectas tan diversas entre sí,
eomo todas ellas lo son de la Iglesia. Pues bien, j cosa singular,
ó mejor dirémos necesaria! ahora que conocemos la ley que á to-
,las preside, estas sectas, divididas en todo, se concilian y vienen
;i confundirse al través de todas sus diversidades y oposiciones,
en este punto único, á saber, que Dios lo hace todo en el hom-
bre, así el bien como el mal, irresistible y fatalmente; doctrina á
todas luces panteista y antisocial.


Así hemos visto á Lutero partir de esta doctrina, que el pecado
original ha completamente destruido el libre arbitrio; que de con-
siguiente el homhre nace absolutamente siervo; que lo que hace
en bien ó en mal no es obra suya, sino la obra de Dios, y que la
fe sola basta para justificarlo.


Viene luego Zuinglio, que parte de la doctrina inversa, profe-
sando que el pecado original en nada ha lesiado á la naturaleza




- 281 -
humana; que niega hasta el pecado original, y todo lo con ede á
las fuerzas de la naturaleza. Sin duda que al considerar que la doc-
trina sobre el pecado original es el punto de partida de toda reli-
gion, pregúntase l~no á sí mismo, cómo el Protestantismo puede
reconocer igualmente dos reformadores, de los cuales el uno di-
ce Sí, y el otro dice No sobre esta doctrina; y solo se lo explica
sino porque estos dos reformadores dicen igualmente NO contra la
Iglesia, cuya doctrina en efecto es igualmente opuesta á los dos
~xtremos contrarios de Lutero y de Zuinglio.


Pero lo mas digno de notarse es, que por contmrias que sean
estas dos doctrinas, se resuelven igualmente la una y la otra en
el Fatalismo y en el Panteismo. Así, al paso que Zuinglio es par-
tidario de la integridad de la naturaleza humana, no por esto deja
de afirmar, como Lutero, - « que Dios es el primer principio del
« pecado; -que por una necesidad divina comete el hombre 10-
« dos los crímenes, hasta la traicion y el asesinato, hasta el par-
« ricidio; queriendo Dios revelar por esto~ crímenes que hace co-
«meter, cuáles son los que él predestina á la condenacion '.)} En
lin, Zuinglio adopta enteramente la doctrinade Séneca sobre Dios,
alma del mundo, es decir, el Panteismo en todo el rigor de sus
principios y de sus consecuencias • : tan verdad es, que en cual-
quier punto que se coloque el espíritu humano fuera de la doc-
trina católica, no puede evitar el Panteismo, porque no puede evi-
tar el problema de lo Infinito; y que no hay en cierto modo sino
un solo vado para pasar ese río formidable, sin ser arrastrado por
él en el mar.


Calvino, viniendo despues de Lutero y Zuinglio, hubiera de-
bido aprovecharse de la experiencia de sus errores; y hasta tenia
un interés en distinguirse de ellos, y en hacerse recomendable
por una doctrina menos perniciosa. Distinguióse de ellos, en cfec-


t Epist. ann. 1527: Rie ergo proruunt quidam: « Libidini ergo indolge-
"bo, etc.; quidqoid egero Deo auctore fit.)) Qoi se voce produnt cojus oves sint!
Esto enim, Dei prdinatione fiat, ut hic parricida sit, etc., -ejnsdem tamen
bonitate fit ut qui vasa irae ipsius futuri sint, his signis prodantur, quum sci-
!icet latrocinantor-citra poenitentiam. Qoid enim aliod qua m gebennae filium
his signis deprehendimus? Dicant ergo, Dei providentia se esse prodito~es ac
homicidas!


2 Hahn, Doctrina de Zuinglio sobre la Providencia, sobre la existencia y
el destino del hombre, así como sobre la gracia electiva. (Estudios y crit. 1837.
Entrega 4. a, pág. '7611-80~.).




- ~8~-
to, pero precipitándose aun mas profundamente en el abismo de
la Predestinacion absoluta, del Fatalismo y del Panteismo.


Así, decia Lutero, que por el efecto de la caida original del
hombre era necesariamente impelido (necesitado) al mal; que su
libre arbitrio ya no existia, y que Dios solo lo hacia todo en él.
Calvino encontró el secreto de insistir aun mas sobre esta mons-
truosidad, enseñando que Dios, para tener justos motivos de odio
y de castigo, impulsó por necesidad aun al primer hombre á la cai-
da, y que impulsa necesariamente tambien á los que quiere re-
probar, á que añadan sus propios pecados al pecado original; que
los ciega y los paraliza para el bien, y que los excita al mal: Nam
res externae quae ad excaecationem rep"oborum f aciunt, illius irae (Dei)
sunt instrumenta. - Y no se crea eludir esta doctrina por el frívolo
subterfugio de los escolásticos, que consiste en decir que Dios por
su presciencia ve la perdicion de los impíos. No, él no la ve sola-
mente; la premedita, la quiere, la dispone. Corruit ergo frivolum
illud C¡Tll{]ium quod de pra.escientia scholastici ltabent. Neque enim prae-
videri ruinam impio'fUm lt Domino Paulus f1'adit, sed ~ius cansiNo et
volulItate ordinario (Comment. Ep. ad Romanos, IX, 18). - Ya se
nos ofrecerá ocasion de citar en otra parte pasajes aun mas hor-
rorosos.


Importa observar que esta doctrina tiene tanto de relajada como
de inexorable; pues segun ella, Dios lo es todo así en la salud co-
mo en la perdicion del hombre. Sean cuales fueren las obras, los
elegidos son salvados, así como los reprobados son condenados.
La doctrina de la justificacion por la fe sola es llevada mas ade-
lante aun por Cal vino que por Lutero. Dios solo nos condena ó
nos sal va á su sabor: todo lo hace, y todo lo es en nosotros; y
nosotros no somos mas que los juguetes de su cólera ó de su bon-
dad, igualmente gratuitas.


Preciso es convenir en que este sistema es muy sencillo; sen-
cillo como la nada, pero la nada engendra el cáos.


El Protestantismo procede así de la nada al cáos, de la servi-
tud á la licencia. Él aniquila al hombre, y le declara absolutamente
siervo y pasivo. l\fas, como no por esto deja menos de existir de
hecho la actividad del hombre, la deja abandonada á todos los
desarreglos de la naturaleza. i y aun se limitase á esto! mas con-
sagra estos desarreglos, y los hace necesarios, los necesita, usando
de su expresion: quita á ese fogoso corcel la brida del libre arbí-




- 283 -
trio, por la cual la voluntad le dirige; hace sentar en lugar suyo
la Fatalidad armada con su aguijon, y le ,lanza á los precipicios.
- «La voluntad del hombre es semejante á un caballo, dice L u-
« tero, y todo el Protestantismo con él. Si Dios la monta, va y vie-
«ne como Dios quiere y la guia; si sube en ella el diablo, corre
« á donde el diablo la empuja. Todas las cosas suceden segun los
« decretos inmutables de Dios. Dios hace en nosotros tanto el mal
~como el bien, y así como nos salva sin mérito de nuestra parte.
«·así tambien nos condena sin que haya falta nuestra.» (De seno
Arbitrio acl Erasm. 1525. lValch, tomo XVIII, púg. 20-50).


Hasta á este Fatalismo turco empuja á la humanidad ·el eman-
cipador de la especie humana. Por dicha de la civilizacion, lá
Iglesia ha conservado altamente en el mundo el elemento sa-
grado de la libertad moral que Jesucristo vino á asegurarnos, y
que ella sola puede guardar y preservar, porque ella sola puede
conciliarlo con lo Infinito, y dárselo por campo para sus excur-
siones.
~Ias, hay una cosa que mcrece fijar toda nuestra atencion, ~


que viene á confirmar de una manera singular la grande verdad
cuya demostracion vamos siguiendo; y es, quc el Protestantismo
empujaba la humanidad hácia los abismos por dos vias extraña-
mente contradictorias, y no obstante, perfectamente lógicas.


Por un lado aniquilaba el libre arbitrio, y por otro proclamaba
el libre cxámen : ¿ qué puede' darse de mas contradictorio? - i Mas
haciendo esclavo el arhitrio, ncgaba el hombre; y por ellihre exi-
men llegaba á negar á Dios! ¿ Qué puede darse de mas lógico 't


y notemos de qué manera se opCl~an estas dos grandes negacio-
nes. - Por la doctrina del arbitrio esclavo, el hombre es aniqui-
lado por Dios: lo finito es absorbido en lo Infinito. - Por la doc-
trina del libre exámen, Dios y todo lo sobrenatural de la verdad
revelada queda llevado, reducido y sujeto á la razon humana:
lo Infinito es absorbido en lo finito. - Por la via del arbitrio es-
clavo se cae en el Panteismo, y por la dcllihre exámen en el Na-
turalismo. En el primero de estos abismos el hombre cs quien des-
aparece en mos; en el segundo es Dios quien desaparece en el
hombre: en entrambos los desarreglos de la naturaleza humana
son divinizados por inspiracion Ó por apoteosis; son divinamente
impelidos por la necesidad, ó glorificados, y se convierten en Fa-
talidad ó en la diosa Razon.




- l!8,i-
j Cuán admirable lógica nos ofrece el error en el encadenamien-


to de sus deducciones y de sus caidas 1 ¡ Y qué poderosa demostra-
cion de la verdad de ahí resulta! Porque e~ta lógica del error ¿ qué
otra cosa es sino el reverso de la de la verdad? Y le sirve tam-
hien de contraprueba, tanto mas concluyente en cuanto lo es sin
saberlo y sin quererlo, y que combatiéndola la glorifica. i Tan ver-
dadero y profundo es aquel Oportet haereses esse del grande Apóstol!


El Protestantismo de esta manera ha servido, mas que ninguna.
otra herejía, á los intereses de la verdad católica. Jamás se hu-
hiera sabido ni comprendido hasta qué punto la doctrina cristiana
es divina y divinamente conservada en la Iglesia, si por una su-
eesion de delirios antiso"ciales, las herejías no huhiesen venido in-
cesantemente á demostrar que, fuera de esta divinal doctrina, no
hay salud, ni aun en este mundo; si el Protestantismo, sobre todo,
acumulando todas las herejías, no hubiese acumulado todos los
desórdenes del espíritu humano, y por contraposicion, todas las
pruebas de la yerdad católica que los previene y los corrige.


CAPÍTULO VIII ..
PASO DEFIN"ITIVO DEL PROTESTANTIS,UO AL PANTEISMO.


No nos resta mas ahora que manifestar el trecho que media en-
tre la herejía protestante y las herejías antisociales que han sido
d terror, y que son todavía el peligro de 'nuestra epoca.


El Protestantismo hemos dicho que tendia á ellas por dos cor-
rientes; el Naturalismo y el Panteismo.


Hemos ya manifestado en la primera parte de esta obra, como,
partiendo del libre exámen, y pasando por la negacion sucesiva
de la enseñanza católica, del Sacramento, de la divinidad de Je-
sucristo, de la Escritura, de toda creencia en lo sobrenatural, el
Protestantismo habia pasado del Luteranismo al Calvinismo, del
Calvinismo al Socinianismo, del Socinianismo al Teismo, del Teis-
mo al Materialismo y al Naturalismo puro.


y aquí se ahismó todo.
Lo que sobre todo nos hemos propuesto demostrar, es que el




- 285 -
Filosofismo, que fue el agente inmediato de esta grande destruc-
cion, no era otra cosa que una emanacion del Protestantismo. Fue
desde luego empujado hasta sus últimas aplicaciones por el furor
francés, fatal para el error al cual compromete, y que lo niega
despues de haberlo inspirado; pero él era hijo verdadero y legí-
timo del Protestantismo, nacido del Socinianismo en Inglaterra y
en Ginebra, propagado por la prensa de la Holanda, é importado
solamente en Francia.


Por lo demás, nosotros le vemos en la misma época, y desdt"
1735, nacer de sí mismo y desarrollarse en la tierra clásica del Pro-
testantismo, en la Alemania. Sus partidarios se llamaban concien-
ciarias, así como en Inglaterra se llamaban libres pensadores, sien-
do sus jefes Math. Kuntzen, Edelmann, Nicolal, Walfenbüttel,
Reimarus, Lesseing y otros teólogos, profesores y doctores pro-
testantes. En una nube de escritos titulados: las Verdades inocen-
tes; el Fraz"le sin máscara; el Cristo y Belial; la Divinidad de la ra-
::on; el Grito de la razon desde lo alto de su cátedra; de la Imposibilidad
de una Revelacion divina j de la Falsedad de la resurreccion; delObieto
de Jesúsy de sus discípulos; la Pequeña Biblia; Almanacf¡ de las igle-
sias y de las herejías; Ensayo del sistema de dogmática bíblica; Cartas
sobre la Biblia de Folkstone; la Nueva 1'evelacion,. Explicacíon del plO!/t
:Y del objeto de Jesús y de algunos otros; Historia de la vida de Jesús
llOr el mismo, etc. etc., el Naturalismo hacia su explosion como
una fermentacion de la razon protestantizada. Allí se enseñaba, que
([ se debe rechazar el Coran cristiano, no menos contradictorio y tan
« poco auténtico como el de los turcos, para atenerse, como He-
«noch y Noé, á la razon sola, á la conciencia, que la naturaleza da
!l maternalmente á todos los hombres, y que les enseña á vivir ho-
« nestamente, á no dañar á nadie, á dar á cada cual lo que le per-
« tenece. I~sto es fa verdadera Biblia. El cielo y el infierno es la
«conciencia. No hay Dios ni diablo. La Biblia no hace diferencia
«entre el matrimonio y la fornicacion. Es preciso purgar la tierra
« de sacerdotes, de reyes, de todas las potestades establecidas '.»


Verdad es que el Protestantismo, no todo habia llegado hasta
tal punto: habia la cola de ortodoxos, que protestaba contra la ca-


1 Acta hist. Eecl. nostr. lemp. tomo IV, pág. 434; VI, 292; XII, 119:
XVJlI, 957, seq. - Véase tambien Elster, Memorias de Juan Chr. Edelmann,
~ propósito del Dr. Str3uSs • ...:.Alzog, Hist. univ. de la Tglesia,tomo IV, pAgi-
nas 274 y 275.




- 286-
beza; pero existia entre la una y la otra una comunidad de prin-
cipio, que por un encadenamiento lógico no formaba de todo el
Protestantismo mas que un solo cuerpo de herejía, que iba des-
plegando sus anillos, y avanzando de evolucion en evolucion há-
(~ia el escollo del Naturalismo.


Hemos visto ya como este escollo viene á ser el de la sociedad, y
por cuál subterránea senda partiendo desde Rousseau áLuis Dlane,
ilustrada á nuestra vista por la tea de Proudhon, la negacion del
sistema cristiano de la caída y de la Redencion, quitando la grande
explicacion y el grande remedio del mal en el mundo, conducia
á los sistemas socialistas, que atribuyéndolo á la sociedad y á la
Providencia, se empeñan en conseguir su reparacion al travé:. de
la destrllccion llniversal.


Mas el Protestantismo, que habia conducido el mundo al So-
eialismo por medio del Naturalismo, dehia precipitarle en él por
medio del Panteismo.


La naturaleza humana tiene horror al vacío del Infinito. Tras-
tórnala el vértigo cuando se halla al borde de este abismo, y pre-
cipítase locamente en él, cuando no está en comunicacion regu-
lar con él por el medio de la Religion verdadera. Laimpiedad mis-
ma, que forma este vacío del Infinito, lo llena á medida qUlt lo va
formando, por la divinizacion de lo finito, qlle ella le sustituye.
Los altares no están jamás un instante sin divinidad y sin adora-
dores; y cuando de ellos es precipitado el verdadero Dios, la diosa
Razon sube á ocupar su puesto. La religion del vicio y del crímen
protesta contra la irreligion; y el crimen mismo, antes q.ue sufrir
el suplicio de la nada, irá delante del castigo, decretando el Ser
\'upremo.


Mas estos enormes extremos que prueban hasta qué punto el
hombre es religioso, no pasan de accesos de locura, que duran
poco. Es indispensahle que para regularizar la satisfaccion de este
sentimiento echemos mano de la verdad, ó de un error mas es-
pecioso.


La sociedad francesa salió del Naturalismo para remontar al
Catolicismo; la Alemania protestante para ir á hundirse en el Pan-
teísmo.


La reaccion religiosa en Alemania tendió hácia el Panteismo,
hajo la influencia de Kant. Y, j cosa digna de observarse! el mas
grande genio que ha honrado el Protestantismo, Leibnitz, no tuvo




- 287-
sobre él la menor influencia. Verdad es que Leibnitz, aunque pro-
testante, gravitó toda su vida hácia el Catolicismo, y que acabó
por inclinar ante él su robusta cabeza; mas, i con qué candor de
intencion, con qué grandeza de espíritu, con qué majestad de ca-
rácter! ¿ Tuvo ni tendrá jamás el Protestantismo una lumbrera
mas propia para ilustrarle, mas digna de ser seguida, que le alla-
ne la vuelta á la unidad por una autoridad mayor, y que le con-
quiste la abjurarion del error con mas gloria? Pues bien, este
grande hombre no dejó impresa la mas leve huella, el mas ligero
movi miento en el Protestantismo; poco falla que este no lé recha-
ce, y que su grande gloria no sea importuna á los Protestantes,
tanto como es querida de la humanidad.


Esta influencia que Leibnitz no tuvo en el Protestantismo, es-
taba reservada á Kant, Fichte, Schelling, y sobre todo á Hegel.


Estos parecieron y hasta se creyeron de buena fe los defenso-
res del Cristianismo, en cuanto esto es posible con una doctrina que
sin tener mas que la razon natural para llegar á un fin sobrenatu-
ral, no puede evidentellJente llenar un abismo sino dejando otro
abierto.


Kant hizo la guerra á la metafísica racionalista en su Critica de
la Tazan pura, y procuró afirmar la Religion y levantar el Cristia-
nismo sobre la base de la razan práctica y de la conciencia moral.
Schelling continuó la tarea de sostener el edificio cristiano por el
sentimiento religioso; y por fin el mismo Hegel, envuelto en una
fraseología bíblica, admitia y sostenia uque la Religion es en sí
«misma lo mas importante que hay; que el conocerla en su esen-
« cía es el fin de toda sabiduría; que la Religion cristiana tiene en
« su constitucion eclesiástica una significacion histórica y uniyer-
« sal mas profunda de lo que admiten los Racionalistas, etc.))


Sin embargo, bajo estas doctrinas, ¡, qué sucedia? Abierto es-
taba un abismo en donde .(lO solamente el Cristianismo, sino la
Religion natural, la libertad moral, la civilizacion, todo principio
social determinado iban á desaparecer.


Como los entendimientos no estaban contenidos por ningundog-
ma cierto, por ninguna doctrina fija que tuviese autoridad sobre la
razon para regularla y satisfacer en ella la necesidad que tenia de
verdad final, de verdad total; y como el Cristianismo, bajo la ac-
cion prolongada del libre exámen, aun para aquellos que no lo
habian abiertamente desechado, habia llegado á ser una doctrina




- ~88-
hasta tal punto diversificada y diversificable que podia revestirse
de todos los sistemas; Kant abrió una ruta, que prolongaron des-
pues Fichte y Schelling, en la cual, fatigados los espíritus del va-
cío de la naturaleza, se precipitaron con todo el ardor que pudie-
ron impulsarles las pasiones, que debía terminar en Hegel y en
sus discípulos, en el mas extravagante Panteismo, en el mas gro-
sero Comunismo.


Probemos exponer en un sucinto análisis la deduccion de estos
sistemas.


La filosofía práctica de Kant sentaba como hecho una dualidad
primitiva: el slljeto y el ohjeto, el yo y el no-yo. « El sujeto, co-
« mo facultad de sentir y como facultad de conocer, es el princi-
« pio de la forma de nuestras representaciones.» Las nociones son
vanas, si se las separa de la materia que suministran los senti-
dos: la materia que los sentidos suministran nada ofrece de ne-
cesario sin la forma que le dan las nociones. Así pues, todo co-
nocimiento supone la union de la forma y de la materia, el con-
curso del sujetó y del objeto; y esto es lo que constituye la expe-
riencia, grande criterium de la filosona de Kant.


Kant añade: « Claro es que el sujeto y el objeto no son los seres
«reales en sí mismos, pues no conocemos al sujeto sino con re-
« lacion al objeto, ni al objeto sino relativamente al sujeto, sin co·
«( nocer la naturaleza íntima del uno ni del otro. Alguna cosa debe
«haber oculta bajo el sujeto y el objeto; mas esta existencia, ó este
«ser, cualquiera que sea, nos es desconocido, y equivale para nos-
« otros á X. No podemos jamás esperar ni aun debemos tantear el
« penetrar hasta él; porque los sentidos y las nociones solamente
,¡ nos ofrecen testimonios relativos, que no pueden elevarnos sobre
,da experiencia.»


Esta X misteriosa, sin embargo, debia despejarse, y llegar á
ser el Di.os del siglo. El haberlo establecido solamente como el
único ser real, y el no haber dado sino un valor relativo y feno-
menal al sujeto y al objeto, era el haber legado á los que habian
de 'venir la tentacion de hacerlo prevalecer sobre el sujeto y el
objeto, y de sacrificarlos á él.


Fichte tomó desde luego por su cuenta el objeto, y considerán-
dole por relacion al sujeto, observa « que este. en la concurren-
"cia de uno y otro, tenia la parte activa, y el objeto tan solo la
(pasiva j que era cogido, formado, determinado por el sujeto í y




- ~89 -
tI que, como no tenia consistencia ni valor objetivo sino por esta ac-
,( cion plástica del sujeto, podia decirse que habia sido críado por
« el sujeto.» De aquí nació el sistema del Idealismo t}'(jllscmdentc de
[<ichte, en cuyo sistema, «no hay otra existencia que la del su-
«jeto Ó del yo. Todo lo que no es el yo, todo el universo por tOU-
(sigu iente, no es mas que el no-yo, es decir, la antítesis natural
'v necesaria del yo, acompañándolo como lasombraacompaiía i
(la luz. El sentimiento del yo se tiene por el pensamiento. La opc-
« racion del pensamiento es doble, pues consiste en abstraer y re-
(( flejar; ahstraer todo lo que no es el yo, y el universo no es otra
'cosa sino esta abstraccíon: reflejar, es decir, replegar la aceion


,( del pensamiento sobre el yo, cuya existencia queda depurada ó
I desembarazada; por manera que el ser pensador y la cosa pen-
,'sada se confunden en una misma idea, y la ciencia no es mas que
"la existencia percibiéndose á sí misma, y situándose eil esta pro-'
,( posicion única que tiene una certitud inmediata: Yo=yo'.)


Schelling vino á dar un paso mas en su Piíusoría de la nat¿¡rc-
!n;,a. Así como Fichte había hecho desaparecer el no-yu, él hizo
,lesaparecer el yo, mas para hacerle reaparecer en el estado (! e
I~xistencia absoluta, en el estado de Dios, y elevar la fórmula de
Fichte: Yo=yo, á la fórmula: Dios=Dios.=Hé aquí el mooo
(~on que \lega á ella: - « No se trata ya de saber si las cosas fuera
,( de nosotros tienen una existencia real, si hay alguna cosa fuera
,( de nosotros; sino si nosotros mismos somos una cosa real en ei
,sentido transcendental de la palahra. Pues, el objeto y el sujeto
,( son correlativos que se suponen el uno al otro; y desde el mo-
(mento en que se quita uno de estos términos, el otro se des Ya-
(nece con él. La verdad no se halla sino en la existencia aliso-
,'lnta, y no hay mas que una existencia, una, eterna, inmutable. La
'ahstraccion y la reflexion, que en el Idealismo transcendental GC-
(( ben conducir al acto puro y libre, por el cual el Ser se pone á
'( sí mismo, son medios lentos é insuficientes; debe empezarse,
,( pues, por este acto puro y lihre: la Filosofía es una creacion ¡n-
f dependiente, á la cual se llega destruyendo el uno por el otro
,( el sujeto y el ohjeto, y colocándose en el punto en donde los düs
'{ son igualmente indiferentes, y desde donde, por un acto de ¡n-
,tuicion intelectual, se concibe la existencia absoluta. Esta e1\i5-
,( tencia es Dios, el principio de la unidad y de la dicha: esta exis-
"tencia es una; atlrmarla es conocerla, y conocerla es afirmarla,


1\)




- !90-
«pues hay identidad perfecta entre el conocimiento y la existen-
«cia. El conocimiento que de Dios tenemos, es, pues, la existen-
«cia misma de Dios por el conocimiento y la conciencia que tiene
«él de sí mismo en nosotros; así como, segun Fichte, el conoci-
({ miento que tenemos del Yo es la existencia misma del Yo. - De
«otra parte, fuerza es admitir en la existencia absoluta una antí-
« tesis verdadera, la de la unidad y de la pluralidad. El Ser, en
iI. tanto que es unidad perfecta, debe manifestarse, y no puede ma-
« nifestarse en sí mismo en su unidad, sino necesariamente en otro
(( que no sea él mismo, y por consiguiente en una pluralidad. Es
«necesario, pues, que sea él mismo, y otro que él mismo; unidad
((en su esencia, y pluralidad en su manifestacion. Y como la uni-
( dad perfecta no puede concebirse sin manifestacion, ni la mani-
c( fes[acion sin la unidad que ella manifiesta, síguese, que ni lo
« uno ni lo otro, ni la unidad ni la pluralidad, en tanto que uni-
(!, dad y que pluralidad, no existen propiamente, y que no hay mas
(( que la cópula, es decir, la existencia pura y simple. Deus est i/l
«(feri. ))


Ó razon humana, i Y cuál es tu vértigo! Y i á dónde vas á per-
derte en tu loca libertad!


EIPanteismo estaba ya hecho, y Hegel solo tuvo que precisar
los términos y hacer las aplicaciones. « Unidad de sustancia en el
« estado impersonal é indeterminado, cuando se la considera en
(, sí misma; el Infinito indefinido, solo ser, sustancia y causa del
«( mundo visible. El Ser, lo Infinito, así latente, hace esfuerzos
« para exprimir todas las comhinaciones ocultas en su seno con
((sus innumerables diferencias: dispierta, se revela, se expresa
"cada vez mas en los seres que componen el universo, y que ofre-
( cen estados siempre mas perfectos de este desenvolvimiento pro-
,: grcsivo de la existencia. Duerme en la piedra, sueña en el ani-
(Imal; y no sale del estado impersonal ni llega á la conciencia de
«si mismo sino en el hombre. Así el hombre no existe por sí mis-
«mo, así como todo el resto del universo. l\ ada existe sino la f'xis-
'( tencia absoluta, sino Dios; y el hombre no es otra co~a que esta
«existencia absoluta llegada a su mas alto grado de de~arrollo:
« es Dios, y Dios en el supremo grado, Dios acabado, Dios co-
I( nociéndose Dios, Dios que ha llegado á la ecuacion de sí pro-
'pio por la rellexion y el sentimiento de su personalidad en la
« cual se contempla, DIOS = DIOS.




- 291-
Échanse de ver las terribles consecuencias contenidas en esta


doctrina. Si no hay mas que una sola esencia, que viniendo á ser
la nat11lraleza, comienza solamente á contratar una existencia de-
terminada, y que no llega al estado de personalidad, de concien-
cia y de reflexion sino en la humanidad, es absolutamente nece-
sario el negar á Dios fuera del hombre, negar una inteligencia
infinita, una voluntad infinita, una Providencia infinita, anterior
y superior al mundo. De este modo el Panteísmo, segun la exac-
ta expresion de Bossuet, no es mas que un Ateismo disfrazado.
Pero es mucho peor que el Ateismo; porque el Ateismo deja el
Yacío de la negacion, y este vacío, con la boca abierta, grita en
algun modo, llama á sí su Objeto, protesta contra su negacion,
acusa la insensatez del ateo, y no le permite otro refugio que una
degradacion; un embrutecimiento de sí mismo, que le deja á lo
menos el recurso de la humillacion de su estado para salir de él.
Pero el. Panteismo , identificando la existencia absoluta con el
mundo, transportando su personalidad divina en el hombre mis-
mo, afirma á Dios negándole, burla el sentimiento que tenemos
todos de su existencia, satisface hasta la exaltacion el que tene-
mos de nuestra grandeza, y produce la peor de todas las obceca-
ciones, la del orgullo, y del orgullo compatiblé con las mas viles
pasiones, del orgullo disfrazado bajo la apariencia de la mas com-
pleta abnegacion, pues en este sistema el hombre indivíduo no
tiene existencia distinta, no es mas que una molécula del hombre
in genere de la humanidad, única que exprime la Razon absoluta.
y que es su mas elevada expresion.


Así, en este concepto, el hombre no queda menos negado que
Dios; no hay verdad distinta de él; fuera ley moral que ponga en
.iuego su libertad; fuera temor y esperanza para el porvenir; fue-
ra personalidad, en una palabra: cada uno queda asimilado i la
masa, como esta lo es á la Divinidad. Pero al mismo tiempo que
es á ella asimilado, se la asimila á sí; de la libertad general del
hombre, de la libertad absoluta de Dios, hace su propia libertad;
y sus pasiones mas desordenadas quedan no solamente emanci-
padas de la conciencia individual, de la del genero humano y
del sentimiento de la Divinidad, sino tambien autorizadas, con-
sagradas, divinizadas, como no siendo mas que su expresion, su
delerminacion activa. Y para decirlo todo de una vez, en este
monstruoso sistema Dios y el hombre son á la vez negados yafir-


11) •
l'




- 292-
mados el uno por el otro ,- negados para el bien y afirmados para
el mal. De la nocion de Dios se separan las ideas de independen-
cia, de justicia, de providencia, de sabiduría, de bondad supre-
ma; de la nocion del hombre se separan las ideas de libertad mo-
ral, de responsabilidad, de conciencia, de mérito y de virtud; y
(~uando queda formado en Dios y en el hombre el vacío, la 3"usen-
cia de todo bien, se hacen pasar á Dios las pasiones del hombre,
y al hQmbre el derecho de Dios; y del uno y del otro así arrui-
nados, se hace un solo mónstruo que tiene de Dios el poder ab-
soluto , y del hombre la perversidad.


Por cúmulo de delirio, este va creciendo. La Idea infinita, la
Razon absoluta, segun el Hegelianismo, vaga y confusa en sí mis-
ma, empieza solamente á tomar una existencia determinada en
la naturaleza, en la cual se va dispertando por grados desde la
piedra hasta el hombre, en quien solamente alcanza la concien-
eia de sí misma. Mas llegada allí, no por esto se detiene, sino
que continúa en progresar incesantemente, y produce las evolu-
eiones históricas de la humanidad, como ha producido ya los rei-
nos de la naturaleza. La historia, y toda la sucesion de Jos hechos
que la componen, tampoco es mas que la sucesion de las mani-
festaciones siempre mas perfectas de la existencia absoluta; y es
para el desarrollo del espíritu universal lo que es la reflexion pa-
ra el espíritu individual: en los períodos sucesivos vienen á co-
locarse bajo una forma palpable y viviente, y con un órden lógico
y necesario, todos los elementos interiores de la idea divina. En
eada época, las constituciones, el arte, la religion, la Filosofía
lienen una raíz comun, el espíritu del tiempo, que es en sí mismo
d Espíritu universal, la Idea infinita en su término de desarrollo
relativamente el mas avanzado. Por ahí; todo, hasta los crímenes
mas horrorosos, quedan justificados si estlm conformes con el es-
píritu del tiempo; y las virtudes mas heróicas quedan reprobadas
si le son contrarias. El último estado de la humanidad es al pro-
pio tiempo el punto mas elevado de la existencia absoluta; y des-
I~nvolviéndose de continuo esta existencia, cada época puede y
debe obrar para la destruccion de lo que la precede y la realiza-
(~ion de sus mas ventajosas y sus mas perversas teorías, con el
sentimiento de lo Infinito y de lo absoluto, haciendo un legítimo
(~sfuerzo para manifestarse.


Esta teoría del desenvolvimiento sucesivo de Dios en la histo-




- 293-
ria es la teoría revolucionaria elevada á su mas alta potencia, (t
la potencia de lo absoluto, del Fatum, pero del F atum para ser-
vir á las mas feroces pasiones desencadenadas, j qué digo! exci-
tadas por el sentimiento de la legitimidad, ó mas bien de la divi-
nidad de su acciono Así vemos á los maestros de esta teoría, aun-
que mas circunspectos que sus discípulos, hallar, sin embargo,
entusiasmo para celebrar las virtudes de Robespierre y de MaraL


Mas esta teoría no ha completado toda su aplicacion en el prin-
cipio revolucionario; porque este principio, si bien derriba lo~
tronos y las superioridades políticas, deja subsistir las condicio-
nes sociales, los principios eternos de la propiedad, del matri,..
monio, de la libertad moral, y de la individualidad de las existen-
cias. Pues, como dijimos ya en otra parte, el Panteismo excluye
todas estas distinciones: si Dios lo es todo, nada hay que no .liea


'Dios; todas las existencias quedan absorbidas en lo absoluto de
la Existencia; ninguna se pertenece á sí propia, y nada tiene dt'
consiguiente que le pertenezca: siendo el Panteismo el Comu-
nismo de lo finito y de lo Infinito, no halla su completa expresion
sino en el Comunismo social de los diversos elementos de lo fi-
nito tomado en sí mismo. Si lo finito colectivo no es nada, ¿ cómo
lo finito particular, que es tan solo su elemento, seria alguna co-
sa? Todo conl'llsion, todo comuni.smo, todo cáos social, tal es,
pues, el término del Hegelianismo.


Nada he violentado ni en la exposicion de esta doctrina, ni en
la extension de sus consecuencias; nada he dicho que no se haya
formulado ni practicado á nuestra vista j y serian tan fáciles la~
citas como las juzgo ahora supértluas.


Lo que importa observar bien ahora es que el Panteismo, ade-
más de haher hallado su antecedente en la doctrina protestanlt'
del esclavo-arMtrio, como el Naturalismo en la del libre exámeli.
ha germinado, y se ha desenvuelto en el seno del Protestantismo,
y sobre su terreno primitivo; que sus doctores y sus adeptos eran
admitidos como cristianos protestantes, en oposicion con los ra-
cionalistas propiamente dichos j que estos ocupaban las cátedra:.;
de la enseñanza teólogica, y se ponian en la línea de los defen-
sores del Cristianismo '; por fin, que el Hegelianismo es un sis-


I Así, rosa extraña, exclama el historiador Alzog, habíase llegado [¡ desco-
nocer hasta un tal punto el Cristianismo, que se creía volver á encontrar Sil ver-
dadero espíritu en un sistema que, como el de Hegel, ve en Dios la razon im-




- !94-
tema teológico protestante, explicando á su manera los dogmas
de la Trinidad y de la Encarnacion. En la exposicion que de él
acabamos de hacer, le hemos despojado de sus fórmulas dogmá-
ticas, tan plausibles, tan admisibles para la razon emancipada de
la Iglesia, como todo el simbólico de las demás herejías, y me-
nos chocante, menos repugnante por cierto que la doctrina ge-
neral protestante del esclavo-arbitrio y de la justificacion por la fe.


Así, segun Hegel, la esencia absoluta, la sustancia de t9das
las cosas considerada en sí misma, y antes de todo desenvolvI-
miento, es el Padre, ó la primera persona del misterio de la Tri-
nidad.- El paso de la sustancia indeterminada á la existencia rea-
lizada, la transformacion de la esencia infinita en universo, en
mundo creado, en lo que llamamos la naturaleza, es Dios el Hijo,
la segunda persona, que exprime ó manifiesta cuanto hay en la
sustancia divina. -En fin, cuando el Espíritu llega al término
de todos los desenvolvimientos, se reconoce á sí propio; cuando
afirma la identidad de lo finito y de lo Infinito, cuando por esta
intuicion y esta atirmacion , vuelve á entrar en alguna manera en
sí mismo, se iguala á sí mismo, se completa á sí mismo, es el Es-
píritu Santo, la tercera persona, y es el espíritu humano.


El dogma de la Encarnacion es igualmente respetado en la es-
euela hegeliana, con sola la diferencia que la doctrina del Verbo
hecho carne, de Dios hecho hombre, en lugar de ser parlicula-
rizada en Jesucrito, es generalizada en la humanidad; y Strauss,
discípulo de Hegel, en su Vida de Jesús) no ha hecho mas en este
órden de ideas que despojar la doctrina cristiana de su vestido
histórico; mas la ha conservado transportándola en el género hu-
mano: segun él, como segun toda la escuela hegeliana, la espe-
(·.ie humana es el Verbo.


Por lo demás, toda esta teoría panteista hegeliana nada tientl
de original; y es tan solo, si mal no nos acordarnos, un retorno
;'t las antiguas teorías de los Gnósticos y de los Neo-P·latónicos :
Strauss no hace mas que reproducir á Filon; y el ciclo de las he~
rejías termina como habia empezado diez y ocho siglos hace.


Así esta doctrina ha podido presentarse autorizada por el Pro-


personal, no llegando á la conciencia. de sí misma sino en el espíritu del hom-
bre, que destruye la libertad divina y humana, y precipitando la hl.lmanidail ¡fp
las inefables luces del Evangelio en las tinieblas del Paganismo, evoca de este
diOS, como árbitro supremo de todas las cosas, la ciega necesidad (&váyx'r, j.




-!9S -
testantismo que la ha dado á luz, y darse como un progreso finai
sobre todas las' evoluciones de esta grande herejía. Leemos así;..
mismo bajo todas las formas en los Anales alemanes, que «la mi-
«sion de la Iglesia protestante es de arrancar la fe al Cristianis-
"mo evangélico; que Lutero fue solo el precursor del grande
,( Hegel; que el Protestantismo puede existir sin la Biblia, ya tiem-
(po hace decrépita, ó envejecida, llena de errores sobre las cues-
«tiones mas importantes de la vida, y que puede, con la ayuda
'( de la ciencia y de la civilizacion , reemplazar eficazmente toda
(disciplina moral l.»


Bajo el nombre de Esencia del Cristianismo, F euerhach y Bruno
Bauer vinieron, despues de Strauss, á hacer descender el Hege-
lianismo sohre el terreno de la política social, y á proclamar el
advenimiento del Comunismo. En su programa 'de 1843 critican-
do el viejo Liberalismo, declaraba esta escuela que de allí en ade-
lante tratábase de arrancar del pueblo las ilusiones sobre las cua-
les reposa actualmente nuestra vida política y religiosa, de poner
las masas en movimiento, de destruir la organizacion militar, de
enseñar al pueblo á gobernarse á sí mismo y á hacerse justicia,
de arrancar el mundo germánico á la muerte, y de asegurar su
porvenir, transformando el liberalismo en pura Qemocracia.


El Protestantismo no rechazó la responsabilidad de semejantes
tendencias. Para hacerlo así, hubiera sido necesario que hallas~
t~n él algull fondo de creencia comun, sobre el cual pudiese a))o-
} arse y rehacerse. Pero tan léjos se hallaba de esto, que todas
¡as facultades teológicas de Prusia acompañaron con sus aplausos
las reclamaciones de Bruno Bauer en favor de la libertad teo lógica;
y las últimas tentativas hechas con el objeto de obligar á los pre-
dicadores prusiarios á adoptar algun símbolo positivo del Cristia-
nismo por regla de la instruccion de la juventud y del pueblo,
han venido á estrellarse contra la negativa de estas mismas fa-
l~ultades, exceptuando el decanato de Berlin y de Hengstenberg 2.


1 .EI respeto de la Biblia y de la dh'ina persona de Jesucristo no era mucbo
mayor en 105 primeros reformadores que en los últimos, y Strauss no Ila so-
hrepu)ado mucho á Lutero. Lo verémos á no tardar.


• El Anglicanismo bajo Sil cohesion facticia no entierra menor divisiún, ni
menor inutilidad. En mayo de 18.1.0 se promovió en la cámara alta sobre los
treinta y nueve artículos un debate en el cual se preguntó si el clero mismo
.'reía en la verdad de los artículos que suscribia. A esta pregunta respondió
uno de los obispos que todos los miembros del clero creian en ellas; otro, que




- ,1196 -
En una palabra, todos los ~'ecursos del Protestantismo para re-


<l.ccionar contra las últimas consecuencias de su principio pue-
den compendiarse en este ,dicho de Nicolás Harrus: Q Yo escribi-
((ria sóbre la uña de mi dedo pulgar todo lo que ha quedado dI;'
(l dogma generalmente creido en la Iglesia protestante.»


CAPÍTULO IX.
R ELACIO:' ~I:UL DEL PROTEST.\"ffISJIO (O::¡ EL SOCL\LIS~lO.


~;-()S propusimos demostrar hasta el fin el movimiento del Pro-
Testantismo hácia el Panteismo, y presentar, desde el origen del
Cristianismo, la herejía bajo sus mil nombres y IJajo sus mil for-
mas, girar siempre por ese círculo del Panteismo, por donde hu-
bic:,a conducido el mundo á la disolucion de la cual le sacó el
Cristianismo, si la Iglesia católica, por el pl'Odigio de su exencion
;lel l~rror universal, no hubiese constantemente burlado sus pro-
yectos, y alta é invenciblemente mantenido el sagrado depósito
de la fe y de la civilizacion cristianas .


.Ahora, empero, nada hay tan fácil como demostrar, que el des-
encadenamiento del mal, que bajo el nombre de Socialismo y dl'
Comunismo, pone en nuestros días esta eivilizacion en problema,
no es otra cosa sino la aplicacion en grande de este Panteismo,
de este Hegelianismo protestante, combinado con. el- Naturalismo,
\;uyo orígen comun hemos asimismo manifestado hallarse en el
Protestantismo.


Hemos hecho ver va al Racionalismo francés nacido de la es-
cuela escocesa, tern;inar en la escuela alemana, y tI'ansformarse
rápidamente en Eclectismo, en Syncretismo yen Panteismo. He-


nadie creía; un tercero, que era imposible el aceptarlas, sobre lo cual aiiadiú
un cuarto, que todas las personas razonables las suscribian cn masa, pero rc-
serviÍlidose el no· creer lo que les pareciese convenientc. Lo que ha (Jasado dcs-
pues en Inglaterra solo ba servido para poner mas en evidencia yen accion esta
division escandalosa, yal mismo tiempo muy instructiva para una multitud dI'
almas rectas y desengañadas, que bau tomado y ,·an tomando todos los días su
vuelo bácia la unidad.




- 297-
gel todo cntcro ha pasado á Francia en el Sr. Cousin. El Sr. aba-
te de Yalroger por sus tan juiciosos y dilicauos como sólidos Es-
twlios ci'iticos sobre el Racionalismo contemporáneo, ha puesto en su
mayor evidencia la identidad de las dos enseñanzas en Francia y
en Alemania. Esta obra excelente nos dispensa de entrar en por-
menores sobre este punto: bástanos referir á ella á nuestros lec-
tores; y además la verdad de esta relacion ha quedado tan com-
pletamente justificada en SllS consecuencias, que seria hasta trivial
en el dia el insistir demasiado en el empellO de hacerla resaltar.


1Ias de treinta alios hace que el Panteísmo protestante ha pa-
sado la frontera con el Sr. COUSill, y que este prestigioso talen-
to, en las diversas peregrinaciones que hizo atravesando la Ale-
mania en 1817, 1818, 18~4, Y en las relaciones que tuvo con 'Yette,
Schleiermacher, .Tacobi, Schelling, y eon el mismo Hegel, contrajo
el mal de este error pestilencial, cuyos gérmenes trajo á Francia,
COIllO cincuenta auos antes Yoltaire había traido de Inglaterra los
del Filosofismo.


De estos gérmenes semhrados con toda la destreza de un talento
que sabia ocultar el plagio bajo las formas de la inspiracion " Y
recibidos por un terreno que el Filosofismo, el Naturalismo y el
vacío u.e toda creencia habian hecho maravillosamente propio para.
dejarse penetrar por ellos, nacieron las doctrinas fatalistas, hu-
manitaria;; y progresistas.


1 Gracias, escribe el Sr. Damiro[J, gracias á esa feliz nexibilidarl de espí-
ritu que tomando tan presto una habitud como dejando otra, se omullla á todo,
hasta el extranjerismo, no tardó en poseer las opinioncs y el ICIl¿;uilje lIc un
mósofo aleman. Se <4l0deró, desenvolvió, cxpt'imió las illeas de su maestro,
como si de su hoca las hubiese recibido, y llevó la fidelidad de la imitacion
hasta al gcrmanismo: pareció un apó.¡tol. Este modo de quedar poseido de sus
illeas, esta facilidad de bosquejar en cuadros abstracciones mctat'ísicas, esta
~iracidJd de espíritu, estos arranques de golpe de vista, estas explosiones dl'.
coneiencia de que se componjan SllS improvisaciones ú la vez tan animadas y
tan sérins, tan fáciles y tan imponentes, y hasta sus debilidades, que presen-
taban las trazas de un espíritll que descansa de la inspiracion, todo era de un
(/Oeta. {Globo, número del 6 de noviembre de 182t).


:"1'0 podia concebirse en llerlin cómo importaba él á Francia una doctrina.
sin ni aun nombrar su autor, y Hegel se chanceaba de este proceder con una
indulgeneia algo satírica, Yo no creo que el Sr. Cousin haya querido engala-
narse con lo que no es suyo; pero, llevado de su imaginacion, ha creido baber
concebido por sí mismo lo que habia aprendido de otros. Con la mejor buena
fe del mundo, baciendo una amalgama de Kant! de Hegel, persuadióse haber
creado alguna cosa, (Lerminier, Cartas filosóficas á uno de Berlin. 1833).




- !98-
La Filosofia del emito, cuyas delirantes doctrinas hemos ya dado


á conocer, inspiró la historia, y acostumbró á las almas á no in-
dignarse, á no conmoverse sino por el solo placer de la emocion,
lanto á la vista de las mas horribles atrocidades, como de las mas
angélicas virtudes; á no ver mas en ellas que un fatal é inevita-
hle acontecimiento de la idea revolucionaria, un drama en don-
de el personaje que mas horror inspira es el ,mas aplaudido, por-
IIue desempeña mejor su papel, y en el que se perdonan todos los
erímenes precisamente por el efecto que producen, y por el exito
que obtienen. Desde la /listoria de la Revolucion del Sr. Thiers,
,¡ue ha á lo menos resarcido por la del Consulado, hasta esos Gi-
rondinoli de Lamartine, despues de los cuales no hay mas que llo-
rar sobre el Ángel de las ]Iedilaciones, pues, lo que hace su cri-
men forma asimismo su castigo, toda la historia estuvo consa-
grada al culto de la necesidad, y á la violacion de esta conciencia
riel género humano, cuya abolicion parecia imposible á Tácito,
y que nuestros historiadores modernos, debiendo ser sus venga-
dores, no han tenido repal'O de inmolar sobre las aras de la opi-
nion á los mónstruos mismos que ellos debian sacrificarle. ¿ Quién
podrá decir cuán inmensa parle ha tenido este fatalismo históri-
co en pervertir el sentido moral, y en emponzoñar la fantasía?
y al mismo tiempo ¿ quién será capaz de poner en duda que su
origen no esté en el l)anteismo protestante importado de Alema-
nia, y anteriormente en la doctrina teológica del esclavo-arbitrio
y de la justificacion por la fe?


.'{i fue solamente la historia, sino la Filosofía en sus mil cáte-
(lras pagadas por el Estado, el Periodismo con sus romances de
folletin, en que se deleitaba la clase media conservadora, la eco-
nomia política por todas las plumas y todas las bocas de nuestras
academias, el arte dramático por todas sus representaciones tea-
trales, todas las producciones, en una palabra, del espíritu hu-
mano, las que infiltraron en las venas del cuerpo social el veneno
del Hegelianismo, por la glorificacion de todos los vicios, la cen-
sura de todas las instituciones, el ultraje á la Religion en sus mas
sagrados caractéres, la sublevacíon de todos los malos instintos
(le envidia, de revuelta y de licencia contra las leyes de la na-
turaleza y de la sociedad. El Catolicismo era el único, que por
medio de los gemidos y de las proféticas alarmas de sus pontífi-
ces protestaba contra esta general inundacion, y solo recogia por




- !99-
pago los enojos y los desprecios de los que iban á ser sus víctimas.


No hay duda que se han visto en otros tiempos escritos impíos
y licenciosos; pero lo que nq se habia visto, es la impiedad eri-
gida en religion, y la licencia en moral; es la violacion de todas
las leyes bajo el nombre de reforma, la barbarie bajo el nombre de
progreso; es, en fin, el genio del mal bajo el santo nombre de Dios.


F ormáronse religiones con sus reveladores, sus ministros, sus
símbolos, su. apostolado ; y el ídolo de estas religiones era la Hu-
manidad, el Progreso, teni.endo á Dios por esencia, por leyes las
pasiones, por medio la destruccion de todas las instituciones 80-
¡:iales, y por objeto final el cáos de las teorías mas extravagantes
y mas inmorales.


Tales han sido sucesivamente el San-Simonismo, el Fourieris-
mo, el Socialismo y el Comunismo, cuyo fondo era el mismo: la
rioctrina del progreso continu<J, la legitimacion de las malas pro-
pensiones, la emancipacion de la materia, la marcha de Dios en
la humanidad al través de las ruinas de todas las instituciones so-
(·jales, en una palabra, el Panteísmo.


El poder destructor de esta doctrina es aterrador, y cien veces
lllas grande que el del mal hasta entonces reputado por el mayor.
F n hombre que no cree ni en Dios ni en un juicio futuro, es mur
peligroso sin duda; pero el que á esta monstruosidad añade la de
'Teerse él mismo Dios, juez soberano y absoluto de todo cuanto
existe, es un verdadero loco de atar. Esta locura, pues, es la del
Panteismo, de la doctrina de la Humanidad-Dios, y siempre Dios,
f~ada vez mas; bien que los últimos venidos son la mas alta ex-
presion de Dios, y se creen realmente con la mision de reformar-
lo todo, de crearlo todo, es decir, de destruirlo todo y de ani-
quilarlo todo, que niegan, que atacan á Dios, al hombre, á la
:sociedad, todo con la audacia inconcebible de un delirio que se
aee ser la sabiduría divina, y la fuerza brutal que se cree inve3-
tida del derecho divino, sublevando las pasiones mas salvajes, des·
encadenándolas y arrojándolas sobre el mundo como los rayos de
su divinidad. Nada hay ya mas allá de este horror, pues es el in-
fierno, y el infierno armado .con el poder del cielo para desolar la
~ierra.


Mas no se crea que hayamos acabado de manifestar todO' el pe-
ligro de esta situacion, única en la historia, y de la cual ha he-
,'ha temer que no fuese el término.




- 300-
En la primera parte de esta obra hemos demostrado como el


Protestantismo, por medio del principio del libre exámen, habia
l:onuucido el mundo al Naturalismo.


Manifestamos en la segnnda como, apartándose de la doctrina
católica, habia, como todas las demás herejías, degenerado en
Panteísmo.


El Naturalismo habia al principio causado solo sus estragos, y
Sll fruto fue la revolucion del siglo décimoctavo. Gr:J.nde mal fu('
este, pero no el peor.


E! Naturalismo habia dejado un espantoso vacío, el vacío in-
menso de Dios, en el seno de la naturaleza humana. De este Ya-
cío del Infinito debia salir el Panteismo, seguido del Socialismo,
,'omo del pozo del abismo, de que se habla en el Apocalipsis: Una
¡;e::; l'l'i/lOvida la piedra que lo cierra, y sobre la cual descansan la,
sociedades, sube un vapor semejantl) al humo de una !/rande hO!Juera,
que oscurece el sol y el aire, y salen sin número aquellos animales mi~­
teriosos, con cara de hombre, cabellos de mujer y dientes de {eon, Ill'-
;;ando todos (qualmente en su cabe::;a una corona de oro, preparados pa-
ra el wmbate, y teniendo pUl' rey al AU!lel del abismo, que se llama el
Edennina:lor. (Cap. IX, 2-11).


Si la ausencia de toda creencia hubie:se sido en esta última épo-
ca tan general como en el siglo décimoctavo, si el Naturalismo
y el Panteismo se hubiesen encontrado en su apogeo, hubiera te-
nido fin la sociedad. Pero i felizmente, cuando reinaha el Natura-
lismo, el Panteismo social no habia aun aparel:ido, y Rabeuf llegó
demasiado tarde! i Felizmente tambien, cuando el Panteismo hi-
zo su aparicion, y Proudhon acaba de llegar, el Naturalismo ha-
hia perdido terreno, y Voltaire se iba ya!


y nótese bien, en efecto 1, que lo que hace audaz al Socialis-
mo contra la sociedad es el peligro de esta; y este peligro no
consiste solamente en que el Socialismo esté desencadenado, sino
que consiste principalmente en que la sociedad está desmantela-
da. La propiedad y todas las instituciones sociales no se verian
tan peligrosamente atacadas, si no se hallasen tan en estado de
serlo; y lo que hace la fuerza del Socialismo es la flaqueza de la
propiedad y de la sociedad. Y ¿ de dónde viene que la propiedad


I Importa mucho que el lector entre aquÍ eu el espíritu de la nota que cor-
responde á la pág. 163. Y solo con la luz que da esta nota se ha de leer lo qur
sigue.




- 301 -
Y la sociedad sean tan débiles? i Ah! porque los títulos de la pro-
piedad, porque los fundamentos de la sociedad están en el cielo,
en la fe, en la esperanza, en la caridad, en la moderacion. en
la paciencia, en todas las convicciones,' en todas las virtudes Cris-
tianas, que suponen la otra vida,' y que por la perspectiva del
.~oce anticipado de la recompensa que allí nos espera, hacen acep-'
lar los rigores y las injusticias aparentes ó reales de la presente,
aumentan, por la resignacion, la fuerza que las soporta, dismi-
nuyen por la caridad la superioridad que las impone, y las ha-
(;en mirar como disposiciones preparatorias de la Providencia, cu-
yas miras son la prueba por el combate, y cuyo fin es la felicidad
por la justicia.


Suprimid todo este órd'en de cosas celestes y ulteriores que for-
man el contrapeso al órden terrestre y actual, y este pierde to-
rIos sus títulos, todos sus lazos, todos sus fundamentos, y se di-
~uelve al menor choque. Dígase lo que se quiera, la propiedad
;; todas las desigualdades sociales ni se explican ni se justifican
~iempre por sí mismas. Si son muchas veces el fruto del trabajo
ó la recompensá del mérito, muchas otras son tambien la suerte
ó el patrimonio de la indolencia y de la estupidez, y hasta algu-
na vez la presa del vicio y de la iniquidad. Y aun cuando admi-
tiéramos la enormidad de que la riqueza y todas las distinciones
del bienestar son siempre merecidas por aquellos que las poseen,
(¡uedaria otra para devorar, y es, que todos cuantos yacen en el
sufrimiento y en la miseria lo tienen igualmente merecido; y
que si la Justicia suprema descendiese á la tierra para dar á ca-
da cual lo que le es debido de los bienes de este mundo, nada
tendria que cambiar en su reparticion. i Cuántas fatigas solita-
rias, cuyos sudores y lágrimas caen sobre un suelo que no se les
devuelve! ¡ Cuántas virtudes dignas de nn trono, y que tienen
apenas un asiento junto á un hogar ya extinguido! Y además, ¿se
han tomado en cuenta todas las tentaciones de la miseria, de la
necesidad, de la desesperacion, del aislamiento ó de las malas
compañías, y aquella disminucion de la dignidad y de la confian-
za propias, que es como la degradacion interior de la abyeccion
externa, y que puede aplicar á la pobreza lo que decia Homero de
la esclavitud, que el dia en que toca una alma, le hace perder la
mitad de su virtud? Admito, por fin, que todas las cosas en mé-
ritos y en dificultades estén iguales y mezcladas entre los pobres




- 31)! -
Y los ricos, queda siempre en pié la cuestion : ¿ Por qué estos son
ricos, y por qué aquellos son pobres? ¿ Por qué el mayor núme~
ro sufre falto de lo necesario, y el menor número nada en lo su~
pérfIuo? Decir que esto es en sí justo, es la mas insolente de las
paradojas: decir que esta injusticia es necesaria para el manteni-
miento de la sociedad, es descubrir esta sociedad á los golpes del
Socialismo, y justificar todas las teorías de aquellos que quieren
el total trastorno de la sociedad para rehacerla de nuevo: decir,
en fin, como Voltaire, que la sujecion del pueblo por el poder del
oro es el último término de las cosas: esto es, hallarse en el ver-
dadero Naturalismo, pero en un verdadero Naturalismo tan peli-
groso como horrible. En una palabra, si no hay otra vida que dé
un sentido á la presente; si no hay bienes futuros infinitos cuya
reparticion deba verificarse en razon del mérito, así como esta se
verifica en razon de la prueba; si estos mismos bienes futuros no
se hacen al propio tiempo hienes presentes, y si la fe no toma en
cuenta su esperanza en provecho de la caridad y de la justicia, ~
si esta esperanza no constituye valores reales que circulen en la
sociedad entre la pobreza y la riqueza; en una palabra, si toda
esta admirable economía política del Cristianismo queda supri-
mida, el SociaIlsmo, tan monstruoso como es, no llega á serlo
tanto como una tal sociedad.


Haced tantos libros como querais sobre la propiedad; defen-
dedla por las razones mas naturales, mas sensatas, mas ingenio-
sas, todas las cuales, por fin de cuenta, podrán ser convertida:;
contra vosotros mismos, yo suscribo á todas ellas: mas hay un
libro anterior y superior á los vuestros, en el cual está escrito que
t.odo hombre ha nacido igualmente para. ser feliz, infinitamente
feliz; para ver todos sus sudores contados, todas sus lágrimas en~
¡ugadas, todas sus miserias terminadas, todos sus méritos retri-
buidos, toda su sed de justicia y de órden moral satisfecha: este
libro es el corazon del hombre, y su autor es Dios. El Socialismo
es una verdad en su punto de partida, que es esta promesa de
felicidad, de justicia y de equitativa reparticion de bienes e.n ra-
zan de las obras, escrita en el corazon del hombre; y si halla tan-
to séquito en las masas, es porque las coge por este medio. En
lo que es falso, criminal, monstruoso, es en lo que está de acuer-
do con vosotros, á saber, que no hay otra vida en la cual esta
promesa tendrá su cumplimiento; porque la ncgacion de esta otra




- 303-
vida desencadena en la presente todos los apetitos del hombre.


Hay, pues, en el Socialismo f como en todo error, una cosa ver-
dadera y una cosa falsa, que forman pareja. La cosa verdadera.
es la vocacion igual de todo hombre á la felicidad; la cosa falsa.
es la negacion del cumplimiento de esta vocacion en una otra vida.


Vos, pues, conservador racionalista, vos os haIlais de acuerdo
con el Socialismo en lo que tiene de falso, que es la negacion de
la otra vida; y no estais de acuerdo con él en lo que tiene de ver-
dadero, que es el derecho del hombre á la felicidad. Y así solo os
diferenciais de él por una negacion de mas.


De este modo, la sociedad racionalista no puede defenderse
contra el Socialismo sino colocándose en lo falso completamente,
añadiendo á la negacion de la otra vida la negacion del destino
del hombre á la justicia y á la felicidad.


Mas ella se defiende muy mal, aun á este precio, por una muy
sencilla razon, y es, que no tiene en su mano el disuadir al hom-
bre de ser llamado á la felicidad, como lo tUYO el disuadirle de
la fe en otra vida. 1'\ cgando esta,' no ha querido hacerse cargo dc'
aquella, y esta no puede hacerlo; y esta imposibilidad, junta á
aquella negacion, constituye la fuerza del Soeialisrno.


La fe es como una válvula de seguridad por la cual se escapan
ó se exhalan todos los deseos,! todas las esperanzas que tienen
su mas ardiente foco en el corazon del hombre, '! que no hallan
loao su cumplimiento en esta vida. Cerrar esta válvula sin poder
extinguir aquel I'oeo, e:- preparar la explosion.


Así es como el Naturalismo conservador es culpable del So-
cialismo en primera línea. El Socialismo, propiamente dicho, no
difiere del Naturalismo, sino en que atiza el fuego que este qui-
siera apagar, y conviertr en furor lo que el otro quisiera conver-
tir en emhrntecimiento ..


Solo el Cristianismo, ¡ gloria á él! resuelve el prohlema sin des-
encadenar el hombre y sin embrutecerle. Esta verdad de la vo-
cacion de toda humana criatura á la felicidad, de lo que el So-
i~;alismo se hace una arma contra la sociedad que quisiera en vano
¡'squivarlo, la acepta, la toma, ó mas hien, la recobra, porque
l¡~ pertenece como torla yerdad, y se la habían usurpado. Mas á
psta verdad junta otra. que el Naturalismo y el Socialismo niegan
di> concierto: tal es la verdad de una otra vida, y la fe en una
remuneracion futura, en una equitativa reparticion de bienes en




- 30~-
razon de las obras, en una final revolucion que pondrá para siem-
pre al pobre Lázaro en la gloria, y al mal rico en los infiernos.
y de este modo el Cristianismo completa la yerdad que hay en el
Socialismo, así como el Naturalismo completa el error. Difiere
del Socialismo, en que este coloca el término de la miseria hú-
mana mas acá del sepulcro, y el Cristianismo lo .pone mas allá:
en que el Socialismo quiere realizar el cielo en la tierra, y con
hienes cuya insuficiencia absoluta vuelve infernal su participa-
{~ion, yel Cristianismo lo realiza en la otra vida, y con bienés que
por ser infinitos colman los deseos del hombre, y cuyo gusto an-
ticipado y esperanza son ya una dicha en este mundo. Y como da
d derecho á estos bienes futuros por premio del respeto á los bie-
nes presentes por parte de los que de ellos están privados }1ácia
aquellos que los poseen, y por premio de los socorros que con
los mismos dispensen estos á aquellos, da con esto títulos á la
riqueza, un alivio á la indigencia, una justificacion y un correc-
tivo á la enorme y tiránica desigualdad que de una y otra resul-
la, y fundamentos eternos á la sociedad.


Reto á cualquiera que explique esta de otro modo con nuesLraf'
costumbres cristianas; reto á otro qne la justifique, y que justifi-
'[ue toda esa amalgama de que se compone; y su última palabra
.han de ser las blasfemias espantosas de Proudhon, si el Cristia-
nismo no es la primera ..


Esto es, no hay que dudarlo~ lo que ha hecho posibles estas
hlasfemias, hasta ahora inauditas; esto es lo que ha dado una ac-
titud plausible al Socialismo. La sociedad se habia adormecido
en el Naturalismo y en la ·posesion de los bienes presentes por sí
mismos: el rico se habia encerrado en su fortuna, el industrial
en sus especulaciones, el ambicioso en su posicion, el hombre
de Estado en su poder, la sociedad entera en esta vida: se habia
(~oncluido ya con los viejos dogmas, y se les daba honorífica se-
pultura: no se habia expulsado á Dios, pero se le habia despedido
eon política; hacíanse grandes reyerencias á la religion y á sus
ministros, y se cubria con el oropel del respeto el menosprecio
de sus lamentos; se asistia como á un espectáculo á las elocuen-
tes protestas del Sr. de Montalembert, y se le tolerahan por el
placer de escllchál'selas; dejábase al obispo de Charlres fJue pro-
fetizase, y se leia con furor :i Eugenio Sue; se toleraban las rc-
damaciones del episcopado, y se daba la contraseila á todos los




- 300-
profesores de Fílosofia contra la Religion, y á todos los maestros
de las aldeas contra el cura; por fin, con respecto al Cristianismo
se habia tomado la posicion media entre el respeto exterior y el
desprecio secreto, y la petulancia humana habia llegado á tal ex-
tremo, que creia poder sostener en el aire al mundo sin su Au-
tor, y conjurar el desórden por medio de la corrupcion.


De repente llama á la puerta un recien yenido, y este es el So-
cialismo. Y pide á la propiedad sus títulos, á la industria sus cuen-
tas, á la ambicion sus derechos, al hombre de Estado sus prin-
cipios, á toda la sociedad sus fundameutos; y á tan imprevista
interpelacion quedan todos sin palabra, no saben qué responder,
pierden el sentido, se escapan, ó se enfurecen ... ¡Por dicha el Cris-
fanismo se encontraba allí para responder al Socialismo! j Por
dicha un lllovimiento de retorno hácia él se habia, desde algull
tiempo, declarado en las almas! i Por dicha el nombre santo d('
Pio IX, extendiéndose por el mundo, habia amansado el leon
popular que la religion pudo hacerse seguir moderándole, yel
sacriticio heróico de un buen pastor logró rescatar con su san-
sre la ci vilizacion que se l!alJaba en peligro en la capital de su
imperio!


Desde entonces el Catolicismo ha sido la únic.a fuerza existen-
te, la sola columna que ha quedado en pié, que han venido il
abrazar aquellos mismos que se divertian en demolerla, y en la
cual deben venir á apoyarse todos cuantos quieran ahora levan-
tar otra vez el edificio.


Desue este momento queda ya juzgada la cuestiono La experien-
c:a que empezó en el siglo décimosex.to ha dado sus últimos frutos.
El Proteslanti:mlO directo ó indirecto, religioso, filosófico, polí-
tico ú social, el espíritu de re'iuelta, en una palabra, en toda~'
sus aplicaeiones y en todas sus fases, pudo producir sucesivamen-
te ilusion al favor de las verdades de le, de justicia, de humani-
dad, de libertad, de fraternidad, que tomaba al Catolicismo, :
por las cuales imitaba la vida y el progreso. Mas el error, cuyu .
destino es desenvol\-erse en detrimento suyo, y perderse al lle-
gar á su colmo, ha parecido descubierto á toda luz en sus const'-
cuencias; y lodos estos semblantes de Yerdad y de vida han de~­
<l,parecido, dejando en pos de sí la decepcion y la ruina.


Se dice que Lutero al morir dejó percibir estas palabras, qU{'
sus partidarios no han cesado desde entonces de grabar sobre sus


20




-306 -
medallas, como la expresion del verdadero espíritu del Protes-
tantismo:


Pestis eram vivus, moriens ero mors tua, Papa!


Esta profecía del odio no ha tenido su cumplimiento. Tres siglos
han transcurrido, y el Papa está sentado aun en el Vaticano, ve-
nerado del mundo, guardado por el amor de la Francia, aborre~
cido tan solo de Jos enemigos de la sociedad, y abrigándola á esta
por la division de este odio, que él vuelve mas impotente y mas
execrado haciéndolo mas sacrílego y mas criminal. Su autoridad
y la de la Iglesia en todos los grados de la jerarquía, es la sola
autoridad moralmente existente, á la cual debemos no haber pe-
recido, que es el primer fundamento de nuestra seguridad en lo
presente, y única que puede garantirnos aun el porvenir.


Así, pues, se halla desmentida la profecía de Lutero. Pero es-
ta profecía falsa en la boca de Lutero con respecto al Papa y la
Iglesia, encuentra una significacion terrible en el estado del Pro-
testantismo con respecto á la sociedad. Si la vida del Protestan-
tismo ha sido funesta al mundo, diríase que su muerte puede ser-
Ie mortal. Pestis eram virus, moriens ero mors tua, mundus! Esta
grande herejía, muerta en ~u carácter religioso por haberse di-
sipado la porcion de verdad cristiana que le daba vida, ya no es
mas, de cien años á. esta parte, que un inmenso cadáver de error,
que va descomponiéndose en mil errores pestilenciales y siempre
mas mortales á la sociedad. De esta descomposicion, como he-
mos visto, han nacido y han salido sucesivamente el Filosofis-
mo, el Naturalismo, el Racionalismo, el Panteismo, y por fin, el
Socialismo y el Comunismo. De la fermentacion del espíritu de
exámen, tiel espíritu de protesta y de revuelta, dé los errores
dogmáticos de la Reforma sobf(~ Dios, el hombre, el mundo y
sus relaciones, han nacido todas estas doctrinas desastrosas, y han
llegado á su último estado de Protestantismo social, des[>ues del
eual ya no queda mas que la muerte, si no se vuelve á la vida.


y en todo cuanto mi objeto y la yerdad me obligan á tiecir con-
tra el Protestantismo, no se ofendan los Protestantes, ni, sobre
todo, me acusen no digno del designio de afligirlos, pero ni aun
de indiferencia por lo que les interesa; porque su interés es lo
primero que me anima, y á ellos ante todo me dirijo para supli-
carles que depongan todo espíritu contencioso, como Jo bago yo




- 307-
mismo, invitándoles, estrechándoles para que reflexionen sohre
esta grande y última leccion de la experiencia, de que somos los
testigos y las víctimas. Necesario es no hacerse ilusiones, cuando
se ama, cuando se quiere la verdad por ella misma. El Protes-
tantismo,en la menos mala acepcion de la palabra, ya no existe.
Habia en él dos elementos: el elemento cristiano y el elemento
protestante; el uno de edificacion, el otro de dest~uccion; el uno
de vida, el otro de muerte. En tanto que estos dos elementos han
cohabitado juntos, algunas almas cristianas han podido dejarse
atraer por el primero, por el elemento cristiano, y formarse del
segundo, del elemento protestante, un medio, para desembara-
zar, para depurar mas el elemento cristiano, que les parecia com-
prometido en la falsa idea que tenian del Catolicismo. Muy lIien
se concibe esta ilusion; y ciertamente para gran número de al-
mas habrá tenido delante de Dios y. delante de la misma Iglesia
católica cierta equivalencia de fidelidad. Mas en el dia, que el
elemento protestante se ha sobrepuesto al otro, y se ha hecho
traicion, que se lla condenado en sus consecuencias atacando y
destruyendo enteramente este elemento cristiano á favor yen el
interés del cual era únicamente admitido; en el dia , que ha lle-
vado sus ataques, del Catolicismo al Cristianismo, del Cristia-
nismo á todo el órden sobrenatural, del órden sobrenatural al
ól'den político, del órden político al órden social; en el dia, que
se ha convertido en Filosofismo, en Naturalismo, en Racionalis-
mo, en Panteismo? en Socialismo y en Comunismo, y que sobre
este vasto haci namiento de ruinas solo aparece como un espcrtro
de negacion y de division, impotente para reunir nada, para re-
construir nada, y á punto de desvanecerse completamente dc-
.jando sus crédulos y obstinados partidarios burlados ó comllfo-
metidos en las últimas escenas de su drama; es equivocarse, es
engañarse lastimosamente el no saber dejarlo á tiem po para vo1-
,-er á esta Iglesia, sola verdaderamente cristiana, verdaderamente
católica, verdaderamente una, verdaderamente santa, verdade-
rameitte apostólica, verdaderamente Iglesia.


Sé, comprendo y respeto todo lo que hay de honroso en la fi-
delidad á la fe de nuestros padres, y me hago cargo como el que
lilas de todos estos nudos naturales del corazon y del alma, T
de la opinion que retienen todavía á los Protestantes, como pOI'
una cadena sagrada, al hogar ya extinguido del Protestantismo.


20·




- 308-
Cún tú do. , á mas de lo. que úigú decir á persúnas muy húnradas,
mas aun, cristianas, y que no. tengo. necesidad de recúrdarles
aquellas palabras de nuestro. divino. Salvadúr y Maestro., « SE-
«GUIDME, Y DEJAD Á LúS MUERTOS QUE ENTIERREN sus !\IUERTOS
« (Matth., VIII, 22);-EL QUE AMA A sr; PADRE Ó Á SU MADRE MAS QU¡:
{( Á MÍ NO. ES DIGNO. DE Mi (~Iatth. , x, 37), creo. que lús muertús,
creo. que lús padres mismús de lús Prútestantes, si pudiesen vo.l-
ver de repente, y ver el Prútestantismú al presente, y ver útra
vez la Iglesia católica, y ver útra vez la súciedad cún aquella in-
dependencia y desinterés de almas que se han despojado. de lo~
intereses y de las emúciúnes de esta vida, juntarian su Vúz sú-
lemne á mi débil vúz para sacudir lús escrúpulús de sus hijús,
para absúlverlús, ó mas bien para apresurarles á dejar lo. que fue
el Prútestantismú, y vúlver á entrar en el seno. de lo. que fue, de
lo. que es, y de lo. que será siempre el Cristianismo., la Iglesia ca-
tólica, asilo. de la paz, de la cúncúrdia, de la unidad, de la fe ver-
daderamente cristiana.


y ¿qué? ¡.nú es po.r ventura su espíritu, el espíritu cristiano. d('
lús antepasadús , el que acaba de inspirar el siguiente manifiestú
de uno. de lús órganús mas celosús del Luteranismo. aleman en
Mecklembo.urg, del Correspünsal del Nürte de la Alemania? ¿No es
este mismo. espíritu el que nos parece oir en el lenguaje tan sin-
cero., tan noble, tan delicado. , tan generúso., que recümendamo:,
á la recogida y religiúsa atenciún de nuestros lectores?


«No.So.trüs súmo.s Luteranüs púr elllacimiento. y la educacioIl,
« y púr cierto no. es una pasion culpable la que nús impele á 06e-
« pararnús de lo. que Dios nos ha dado.. Al separarno.s no. tenemo.s
« la mira de uua ventaja temporal de interés persünal alguno.. Mas
« ¿cómo. pudiéramo.s permanecer púr mas tiempo. en una iglesia en
« la cual no. hay mas que dcsuniün, debilidad y ruinas? Porqu(;
« tal es la iglesia luterana. T encmo.s la pretensiün de fundar nue~­
« tra fe súbre la Biblia, y de rechazar lo. que la co.mbate. Está mn:
«bien; pero todo. el mundo. cOll\"iene en que la Biblia es un libro
« lleno. de oscuridades y de dificultades. Dícese, verdad es, que
(~estas prúvienen de que Diús , infinitamente perfecto., cuando se
« revela á nosútros, húmbres imperfectos, queda siempre incom-
« prensible púr algun punto.; y púr esto aceptamüs la Escritura
,{ santa, á pesar de ciertús pasajes que son para nosútrús impene-




- 309-
I( trables. Debe haber, sin embargo, para la mayor parte de los
« textos una interpretacion á nuestro alcance, y un modo como
,( discernir la verdadera. Esta interpretacion, pues, segura, in-
« variable, tal como la posee la Iglesia católica, es la que falta á
da iglesia luterana. No solamente nuestros teólogos disputan á
(derecha y á siniestra sobre la 'canonicidad de tal ó cual libro,
(borrando de una plumada ya un capítulo, ya un versículo, sino


.( que caen tambien en las mas graves discordancias cuando se
f( trata de la inteligencia de los pasajes euya autenticidad reco-
(nacen. Cuando este ha demostrado, claro como la luz del dia, que
(tal pasaje debe tomarse en tal sentido, viene al momento el otro,
.( que demuestra, claro tambien como la luz del dia, que todos los
re intérpretes se han engañado antes de él, Y que debe entender-
,( se en tal otro sentido. Y cuando los mismos teólogos ignoran el
'( arte de penetrar el sentido de la Biblia, i cuán dignos de lásti-
',ma somos nosotros, infelices legos! Se nos remite siempre á la
"Biblia, yen ninguna parte encontramos medio alguno para com-
., prende!' este libro de modo que lleguemos á la unidad de la fe.
e y ¿qué viene, plles, á ser una Iglesia, que siempre y para todo
(apela á la Biblia, sin poder suministrar una interpretacion só-
dida é invariable? ¿que jamás puede decir con llena seguridad
,á sus fieles: « Tal es la 'interpretacion de la iglesia, y esta interpre-
'<tacion es laverdadcra?" ¿No se ha de dudar si posee ó no el Es-
'píritu Santo? Y todo hombre adherido de buena fe al Cristianis-
,mo, ¿ no deherá YO lver sus miradas Mcia aquella que dice
f, dogmáticamente: « lIe aquí la decision de la Tglesia?» El buen
(sentido y la lógica ¿ no le conducen á que se atenga á esta de-
(cision?


« Á tal punto nos encontramos, pues. Prodúcese entre nosotros
,c una tal mezcla de opiniones contradictorias, que da lugar á las
(mas sérias reflexiones. Tenemos predicadores viejos luteranos,
.( ortodoxos, pietistas, supernaturalistas, racionalistas, con todos
"los grados de matices y de transicion que conducen de los unos
« á los otros. En una misma cátedra ó púlpito, el Cristo tan pres-
(lo es ellfijo eterno del Padre eterno, como tan solamente el mas


'(sribio de·los hombres. Se enseña á los neles por la mañana que el
'( hombre no vuelve á entrar en gracia con su Dios sino por la re-
',dencion que el Cristo consumó en su cruz; y por la tarde, que
e, el mérito personal es el único que consigue el cielo. Dirá un




- 310-
c( predicador á sus confirmantes que la explicacion de los manda-
«mientos es lo esencial, y pretenderá otro en esta misma Iglesia
c( que las doctrinas sobre la fe y los Sacramentos ocupan el pri-
(-mer lugar, y que lo restante está en segunda línea. Y tal es, sin
(r embargo, la direccion que se da á toda la enseñanza. ¿ Á qué
(l deben, pues, atenerse las comuniones en medio de estas varia-
HÍones diametralmente opuestas sobre puntos fundamentales? Es
« evidente que no son todas verdaderas, pues que son contradic-
c( torias, y es preciso que una sola sea la verdadera. Y ¿cuál será
« esta? ¿ á qué doctrina debe uno someter su fe para esperar le-
crgítimamente la salud? En este punto la iglesia luterana no nos
« da ni principio ni decision; antes al contrario deja á sus minis-
cdros libres para decidir como lo entiendan; y á sus ovejas libres
ce para divagar en este laberinto de contradicciones. Y esta con-
c<fusion extravagante no se manifiesta menos en todo lo relativo
« al culto exterior que en la enseñanza teológica; pues en parte
« alguna no existe uniformidad. En cási todas las comuniones las
( cosas litúrgicas están abandonadas al capricho individual, co-
C(illO hasta el traje de los dignatarios de la iglesia. Por lo que
(concierne á los libros de cánticos, los tonos, los textos de sermo-
« nes, el órden del servido divino, la liturgia del altar; laJorma
t( del bautismo, de la confirmacion, de la cena, del matrimonio,
« del entiefl'o, la práctica de una localidad jamás está enteramen-
« te conforme con la de otra; y sucede coú frecuencia que á una
« distancia de cuatro ó seis millas, cuando se visita una iglesia ó
« se asiste á un oficio, apenas se reconoce si aquella iglesia ó co-
« munion pertenecen á una profesion misma, tanta es la diSfari-
« dad y el cambio que se observa. ¿Qué es, pues, repito, una
« iglesia que ni aun ha llegado á establecer la unidad en cosas de
« tal importancia? Bajo tales condiciones, y con tan esenciales
« desacuerdos, ¿cómo penetrará los corazones el espíritu de union,
« para hacer sentir en ellos el espíritu de comunidad? ¡, No es mas
« bien propio todo esto para engendrar division , indiferencia, fas-
« tidio"? El orígen deplorable de todas estas variaciones es la au-
«sencia en nuestra iglesia de una fuerte organizacion t'undada
« sobre el principio de autoridad. Los ministros viven en las eo-
« munidades solos é independientes, libres de hacer y dejar ha-
« cer, segun les convenga; de ello no se cuidan los consistorios, .
« mientras que los pastores practiquen lo que es de rigor, y no




- 311-
\\ se tenga contra ellos queja alguna. En muchos puntos las visi-
« tas han caido en desuso; el pastor y el sacristan, y á menudo el
tsacristan y el pastor, se ocupan en la administracíon espiritual
(! de la comuna, en buen aüo, ó en mal año, con la misma ruti-
«na, con el mismo descuido, ó mejor dirémos, con una negligen-
«cia siempre en aumento, y una decadencia que se va haciendo
«siempre mas sensible. Nadíe se cuida si el servicio de Dios se
(l hace, si la palabra de Dios se predica cual conviene, si hay 80-
G: licitud para la direccion de las almas, si los confirmantes son
«catequizados y reciben una ínstruccion conveniente, y si todo
t lo que concierne al bien y á la administracion espiritual de la
«comunidad se practica Ó no con celo, exactitud é inteligencia.
\( Los pastores, es verdad, dan sus informes; pero estos informes
«que hacen por sí mismos para ellos y sus ovejas, quedan la ma-
(l yor parte sin resultado. 1: es porque el gobierno de la iglesia se
(lhalla en manos de hombres ó que nada entienden en ello, ó que
« están de tal modo absorbidos, que dan gracias al cielo de qUt~
« quedando las cosas en el viejo carril de lo pasado, se hacen por
« lo menos un poco mas soportables. Y si sucede alguna yez que
« se pongan al frente de la iglesia algunos hombres, que anima-
« dos por el bien de la iglesia, presten oido á sus quejas, ó abran
« los ojos á sus males, se encuentran ligados por las circunstan-
« cias, de modo, que se ven sin poder ni medio para ordenar, re-
«guIar Ó castigar donde seria necesario. ¡ Oh1 ¡ qué desgracia que
(¡la iglesia luterana haya entregado al Estado sus bienes y sus
« priNilegios en precio ó dote de la alianza que ella ha contrata-
({do! Hase presentado como una esposa rica, poderosa y rodea-
« da de gloria; y ahora que se han disipado sus riquezas, ¡ se 01-
n-ida la deuda que de derecho y de justicia le pertenece !Pobre
(cy humilde sierva del Estado, no recoge sino las migajas que
u caen de la mesa de su duro señor, ¡ y todo su esplendor de otro
« tiempo ha desaparecido completamente!


«( Ved ahí el cuadro de lo interior de la iglesia luterana. Su es-
«( tado no ofrece mas que desunion, debilidad é impotencia; yen
« situacion semejante, ¿qué bien puede hacer? Demos una ojea-
({da á nuestro alrededor. Escuelas bajo la direccion de maestros
({sin fe y sin conocimientos, que recogen apena:s en ciertos pun-
{l tos-lo mas preciso para no morir de hambre; pastores viejos y
«decrépitos encargados de su ministerio hasta el último suspiro,




- 312-
(c Ó reducidos á la miseria si lo dejan para el bien de la parroquia;
« pastores sin fe, sin costumbres, perezosos é indiferentes, al
(cabrigo de toda queja y de todo juicio; otros en tal extremo in-
(cdigentes, que tienen apenas para el pan cotidiano; iglesias mi-
c( serahles que se avergüenzan muchas veces de verse al lado de
',( magníficas caballerizas, erigidas con el mayor lujo para nobles
« animales, tal es su pobreza y abondono ; una multitud de co-
(( munas que han repudiado la fe y sus ministros; ni rastr.o si-
«quiera de domingo ni de servicio dominical; no mas santidad
,( en el matrimonio y en la educacion de los hijos; la religion rles-
'derrada de las familias; ya no mas disciplina religiosa en nin-
(guna parte, porque nadie hay que se halle dispuesto ni á llevar
(ni á defender el yugo de la Iglesia; - ved ahí la situacion de
·da iglesia luterana, que es la igle,ia nacional. Allí está como
r( un tronco, venerable por su orígen, pero despojado de su coro-
,( na, de sus ramas, de sus hojas, hueco y podrido, roido de gu-
'(sanos, crujiendo hasta en sus raíces á los primeros golpes de
(la tempestad que se desencadena con toda su violencia! Y ¿ aquí


'( nos quedaríamos, agarrados it ese tronco hasta su ruina, por el
«placer de que al caer nos aplastase? No pudiendo nosotros re-
«animarle, nuestro corazon no puede hallar en él la paz, ni jamás
,( quedarán satisfechos nuestros deseos. Nosotros queremos salvar
,< nuestro CristianisrllO; iremos allá donde la Iglesia salle lo que dice la
«Escritura; en donde la Iglesia prescribe lo que sus ministros deben
,( enseñar, lo que los fieles deben aprender; en donde se vigila sobre la
(uniformidad del culto; en donde todo es solemne, elevado, en armonia
(con el cora:;on y la ((doracion; en donde un poderoso .iefe espiritulll no
(dobla su cervi:; ante los po:lerosos de la tierra, sino tan solo delante de
( Dios; en donde llls comunidades de (teles han conservado la fe, la dis-


«( clI/lina, las costumbres religiosas; en donde la Iglesia estárea!mente
'( edificada sobre ww roca contra la cual las puertas del infierno no pre-
'( valecerán jamás. Duelenos el cora'ZOn al dejar la casa de nuestros pa-
« rIres, pero es preciso separarnos. Y ¡adelante, !rúcia Roma! ("Wohl
« anf, zn Rom! ) D


Este clamor de regreso no se dirige solamente á los Protestan-
tes, sino que debe generalizarse, y ser entendido y repetido por
todos cuantos el espíritu maléfico de duda y de exámen ha extra-
viado léjos de la fe y de la verdad, y que han hecho la experien-
cia del vacío de la esterilidad y de la decepcion que este espíritu




- 313-
deja tras de sí en las almas. Todas estas almas sinceras y enga-
ñadas, desviadas en algun modo de'buena fe, y ¡cuántas hay en
nuestros tiempos de desprecio recíproco, de preocupacion, de
confusion, de falsa posicion, que han guardado ó recobrado el
candor mismo de la sinceridad, hasta en [as opiniones y partidos
mas extremos! Racionalistas, san-simonianos, fourieristas, pan-
teistas ,socialistas, comunistas, fatigados, apurados en las vias
del error á donde generosas ilusiones de verdad los han muchas
veces arrastrado, deben prestar atento oido á este grito de llama-
miento y de retorno, ¡ A.delante, lzácia Roma! Adelante hácia la úni-
ca doctrina que satisface el exámen, y sobre todo que justifica la
cxperiencia! ¡ Adelante hácia la única autoridad que se dirige al
espíritu, y que le emancipa de todo error, de toda inquietud, de
toda incertidumbre, conteniéndolo y desenvolviéndolo en la Yer-
dad! i Adelante hácia la suprema caridad, que tiene aguas para
saciar todo género de sed; ardores santos para todos los senti-
mientos; suaves calmantes para todas las agitaciones; reconci-
Jiaciones y misericordias infinitas para todas las faltas; indecibles
r.onsuelos para todos los sufrimientos; y sosiego, paz, gozos y
delicias inefables para todos los corazones! ¡Adelante hácia el
origen, la fuente inagotable de todos estos hienes, adelante, hácin
Roma! •


- j ~Ias Roma! i qué recuerdos, qué impresiones no despierta
este nombre solo, que vienen á oponerse á la confianza de todos
estos bienes que nos anunciais, yen los cuales os confesamos es-
taríamos dispuestos á creer! 1, Roma no ha sido la intolerancia?
¿Roma, no ha sido el oscurantismo? ¿Roma, no ha sido la cor-
rupcion? Y este Protestantismo, este Filosofismo, este Raciona-
lismo que hemos de dejar, ¿no nos proporcionaron la tolerancia,
las luces, las costumbres, todos los bienes de la civilizacion mo-
derna? ¿Se ha de abjurar tambien esta civilizacion que no nega-
rémos tiene sus males, sus grandes males, pero que tiene tambien
sus bienes, sus ventajas, á las que no queremos ni podemos de
otra parte renunciar? Adelante hácia Roma, en una palabra, no
/[!1iere decir: ¿Atrás hácia Roma? - Explicaos, pues, os lo roga-
mos, disipad esta preocupacion, y hacedlo con confianza, pues
ns lo pedimos sinceramente.






LIBRO TERCERO.
DEL PROTESTA:\"TISMO COMPARADO CON EL CATOLICISMO


EN SUS RELACIOl'\ES CO~ LA CIVILIZAClON.


CAPÍTULO I.
ESTADO DE LA CUESTIONo


DE cien años á esta parte se convino en asegurar, que en esta
gran lucha entre la barbarie y la civilizacion, de la cual hemos
nacido nosotros, la Iglesia ha representado la intolerancia, la
oposicion al progreso de las luces, hasta la corrupcion; y que al
Protestantfsmo y al Filosofismo somos deudores de la libertad dl'
conciencia, del desarrollo de las fuerzas del espíritu humano, ~
de la reforma de las costumbres.


Si esto es verdad, me explico y aplaudo el haberse alejado del
gremio de la Iglesia muchos talentos elevados y corazones gene-
rosos, y comprendo la adhesion de los protestantes al Protestan-
tismo, de los filósofos á sus sistemas, de los incrédulos y de lo~
indiferentes á su escepticismo. Por vacío, por mentiroso y deso-
lador que sea lo que ellos prefieren á la fe católica; por persua-
sivo, por admirable y sublime que sea 10 que resplandece radian-
te de verdad y de virtud en el seno de esta fe, comprendo que
esta prevencion de que el Catolicismo ha sido el enemigo del des-
arrollo' de la civilizacion, y que á despecho suyo este desarrollo
se ha obrado en el mundo, se levante en su espíritn como una
barrera de honor, como un motivo de repulsion, de desconfian-
za, ó cuando menos de oscilacion y de duda, y justifique á sus
propios ojos su alejamiento y su resistencia.


N o es, pues, un vano pretexto de polémica, ni menos un mal
deseo de recriminacion el que nos mueve á volver á abrir este




- 316-
proceso: es un interés real, considerable, actual, pues que de la
aclaracion de la cuestion depende, entre nuestros adversarios
mismos, la resolucion y la salud de un grande número de almas.


El Catolicismo, además, en este proceso, ha sido hasta ahora
,;ondenado sin defensa. No ha tenido jueces, sino acusadores so-
lamente, y acusadores interesados é injustos: la pasion y la pre-
\encion mas malévolas y mas obcecadas han inspirado todo cuan-
to se ha escrito contra él de cien años á esta parte: este es un
hecho que hoy dia empieza á ser reconocido, y que no es posi-
hle contestar sin hacerse cómplice otra vez del mismo hecho.


Si, pues, restahleciendo la verdad, el Catolicismo se presenta
\


;\ su vez como acusador tam blCll, además de que lo será con ver-
dad, lo será segnn justicia, pues que apelando en esta grande
causa, lo que parecerá acusacion en boca suya, ,no será en el fon-
.]0 sino defensa, y si presenta el carácter (le acnsacion será por
d abuso de aquellos que, f]neriendo imputarle sus propias faltas,
le habrán puesto en la necesidad de serIe imposible justiticars:~
de ellas pOI' otro medio que restituyéndoselas él mismo.


Esta situacion en que se nos ha puesto, dehe explicar y excu-
sar lo que tendrémos que decir con verdad y con viveza sobre el
Protestantismo. Pero la verdad, cuando se dice sin pasion, es co-
mo la lanza de Aquiles, que cura las heridas que hace, y aun
mas, que cura con sus heridas.


Por último, mas ahora que nunea debo decir y declarar en alta
voz que yo separo en mi intencion los ProtestaIltes del Protestan-
tismo; y si á este le levanto el velo, no es para envolverles á ellos
en los sentimientos de repulsion que debe inspirar el contemplar-
lo en toda su repugnante desnudez, sino al contrario, para des-
prenderlos y desengañarlos de él. N o solo delante de los Católi-
(~os, sino tambien, y principalmente delante de los Protestantes,
me .propongo dar la verdadera version del Protestantismo. No se-
rán ellos acusados, sino jueces: como tales los considero, yape-
lo de sus prevenciones á la honradez de sus sentimientos.


Antes de venir al fondo de la cuestion, séanos lícito ante todo
valernos de todo cuanto dejamos sentado en esta obra, y sacar
de ello un argumento prévio, que simplifique, y hasta puede de-
eirse que resuelva implícitamente la cnestion.


Si se separa el Catolicismo del estado actual de la sociedad, y




- 317-
toda la influencia que en él ejerce, no quedarán mas que dos dis-
posiciones, dos in~luencias que hemos expuesto ya en su oríjen,
en su desenvolvimiento yen su término: ell\aturalismo y el Pan-
teísmo.


El Naturalismo y el Panteismo ¿son la civilizacion? Las locu-
ras y los horrores que uno y otro han producido á nuestra vista,
¿ no son la disolucion misma de toda sociedad, léjos de ser su
apogeo? ¿ Qué viene á ser una civilízacion en la cual se pone eH
disputa la propiedad, la familia, la religion? ¿ en la cual se ha
llegado al extremo de decir que la propiedad es el robo, que el
matrimonio es la prostitucion, que Dios es el mal; y eil la cual
se ha llegado á decir esto. y' á poder decirlo, por el efecto de ha-
berse debilitado, ofuscado y borrado sucesin.menle el Ól'dCil so-
brenatural en las almas, y por el erecto tambicn de una doctrina
que sustituyéndose á este órden sobrenatural, absorbe al indivi-
duo, á la sociedad, á la humanidad entera en un sentimiento per-
vertido de la Divinidad?


No, no se llalla a(luÍ la civiliza¡;jon, fuerza es conyenir en ello:
tampoco es este el estado rudimental de la sociedad: es el estado
de barbarie, y la peor de todas las barbaries, la barbarie final.


Indudablemenle poseemos grandes y bellísimos elementos de
ciyilizacion: no trato aquí de formar causa á mi siglo, y tanto
lIlenos lo pretendo, en cuanto esto seria formarla al Catolicismo,
único que á la hora presente salva y reanima estos elementos.
Pero síntomas espantosos de disolucion, aparentes Ó rechazados,
no permiten que nos lisonjeemos de una seguridad completa, y
mucho lllenos que nos envanezcamos por ella. El bien y el mal se
hallan hoy en una lucha sorda, que puede llegar á ser suprema.
Nunca, y esto es un beneficio para nuestro tiempo, han sido uno
y otro mas distintos y mas claramente divididos; nunca fue mas
l'ácil señalar su causa, y separar la responsabiliflad de cada cual.


Poco Ilace, lo que ha venido á ser Socialismo y Comunismo,
y que no era aun sino Panteismo, Racionalismo Ó Filosofismo.
pasaba por fuerza de espíritu, libertad de pensar, y se elevabR
hasta ti la pretensioll de reemplazar la religion, ~ ejercer el minis-
terio espiritual de las almas. Entonces no habríamos ganado mucho
~n analizar estas doctrinas, y en manifestar que bajo el crédito
hrillante de que gozaban, y entre los pliegues de su ropaje, Ile-
"aban las tinieblas y la barbarie.




- 318-
Pero hoy dia no tenemos que emplear este trabajo; la Provi-


dencia ha permitido que el error lo hiciese por nosotros: solo te-
nemos que tomar acta de los hechos y de los sucesos de que la
tierra tiembla todavía, y es claro, claro para todos, qlle el Socia-
lismo es la barbarie.


y no lo es menos que el mayor enemigo y el único vencedor
posible de esta barbarie es el Catolicismo; si bien que todos l;uan-
tos desean no perecer, por hostiles que le hayan sido, y que le
sean tal vez aun, se ven obligados a venir á abrazar sus alfares.


Lo que queda de principios religiosos, morales y sociales, de
autoridad, de libertad, de sociabilidad, de vivificanles Yirtu-
des, de influencia puriticante y verdaderamente civilizadora, e~
una palabra, lo que mas neutraliza el Socialismo, es el Catoli-
(~ismo.


Basta, y ni aun es necesario enunciar esta verdad: es el hecho
de la época.


Á la hora presente es, pues, manifiesto que el Catolicismo es
la civilizacion.


Y, no se olvide sobre todo, volviendo á cuanto de,jamos expues-
to en la segunda parte de esta obra, que el espectáculo, tal' co-
mo se nos presenta á nuestra vista, se ha reproducido con fre-
cuencia en el mundo desde el orígen del Cristianismo: muchas
veces el Catolicismo ha sido la salud de la ci\"ilizacion, tantas co-
mo herejías ha habido.


Si desde su nacimiento y en el largo decurso de su desarrollo la
(:ivilizacion cristiana no se ha ústo cien veces vuelta á sumergir
en las antiguas tinieblas del ~Ianiqueismo y del Panteismo, y en
los desórdenes del Socialismo y del Comunismo, es porque la
Iglesia, vigilando infatigable sobre el depósito que se le ha con-
fiado, ha siempre descargado sus golpes á derecha y á siniestra
sobre la barbarie teológica ó filosófir;a, madre fecunda de la bar-
barie social.


Inútil es entrar otra vez en pormenores; y todos los que hasta
aquí dejamos sentados nos dan derecho para sacar la conclusion.
Aquí está la historia de la Iglesia, de sus concilios y de todas las
herejías. Y si hay algun enlace ó unidad en la historia de la ci-
yilizacion cristiana; si hay una ley constante que domina la fluc-
tllacion y la confusion aparente de sus acontecimientos; si existe,
en una palabra, una filosofía positiva de la historia, es indu~a-




- 319-
blemente la que resulta de la repeticion y de la constancia de este
hecho que la atraviesa en toda su carrera.


Sobre este punto, aplazo á todos los entendimientos ilustrados,
ó que quieren serlo.


y ahora, ¿no me sobra razon para decir que la cuestion está
del todo simplificada, si no es que esté ya resuelta?


¿ Cómo hubiera sido contrario al progreso de la civilizacion el
Catolicismo, que nunca ha cesado de ser el salvador de la civili-
zacion?


¿ Y cómo el honor de este progreso puede recaer sobre doctri-
nas que nos han conducido á la barbarie?


¡ Extraña confusion de ideas, extraña perversion del sentido
moral y social, extraño yerro aquel de que hemos sido todos ju-
guetes de cien años acá, y que el 'estado presente del m,undo pa-
rece muy á propósito para disipar 1 i La Iglesia y el Catolicismo
acusados de haber sido los enemigos de la civilizacion! lo qué di-
go acusados? condenados é inmolados como tales; ¿ y por quién?
i por el Protestantismo y el Filosofismo, es decir, por aquellos que
nos han dado á Hegel, Luis Blanc, Proudhon, y que se dan ásí mis·
mos por antecesores á Lutero, Juan Hus, 'Viclef, los Albigense:,;
y los Vaudenses, Abelardo, Roscelin, Amaury de Chartres, y
subiendo mas arriba, los Neo-Platónicos, los Gnósticos, todos
los Panteístas, todos los Maniqueos, todos los Comunistas, todos
los conjurados, todos los rebelados contra la sociedad, y que no
lo fueron contra la sociedad sino dcspues de haber comenzado por
serlo contra la Iglesia!


En verdad, nos parece que, merced á la luz que el Socialis-
mo proyecta sobre todos sus ascendientes, ya no es posible de-
jarse hoy engañar; y que la grande conjuracion urdida en el si-
glo décimoctavo entre el Filosofismo v el Protestantismo, se va
desenredando por sí misma á nuestros ~ios, sin que tengamos que
hacer otra cosa sino confrontar su principio contra la Iglesia con
su resultado contra la sociedad.


Lárgo tiempo ha durado la ilusion , no lo niego, sobre todo si
nos remontamos á su punto de partida, al Protestantismo, que se
dió por reforma trescientos años hace; mas ¿ qué son trescientos
años en la larga historia de la Iglesia y de la sociedad cristiana?
¿Acaso no tuvo la misma duracion el Gnosticismo en el princi-
pio de esta historia? Ó mas hien, si se quieren seguir las evolu-




- 3i!O-
ciones del error, ¿ no se hallarán ser estas tan largas como la per-
manencia de la verdad?


De todo lo dicho concluyo, que en su estado actual la cuestion
puede ser préviamente juzgada, y que, sin entrar en el fondo, se
puede dar por fallo, que la verdadera civilizacion no puede de-
}}er su desarrollo sino al principio mismo al cual debe su naci-
miento, su salud y su conservacion; esto es, al Catolicismo y á
la Iglesia.


y ahora, ¿ se quiere entrar en el fondo? ¿ Se desea con since-
ridad, con imparcialidad? ¿Se quiere analizar la civilizacion, di~­
tinguir cada uno de sus elementos, estudiar su filiacion, y saber
quién del Protestantismo ó del Catolicismo tiene el derecho par;~
reirindicar este honor, cuál ha sido la parte positiva ó negativa dl:
una y de otra doctrina en esta grande elabor:1cion? ¿Sl: desea que-
dar conlpletamente satisfecho sobre tan curiosa como importante
cuestion? Hecho está el trabajo, y un trabajo á la altura de su ob-
jeto, un trabajo verdaderamente largo, profundo, eleyado, ex-
tenso, lleno, y al propi o tiempo filosófico y liberal, en la buena
acepcion de la palabra. Jaime Ealflles, en su excelente y bellí-
si lila obra: El Prote:;tantismo compa1'!ldo con el Catolicismo en sus fe-
¡([citmes con la civili:acion europea, ha dispensado á cualquiera el es-
cribir despues de él sobre esta maieria. Preciso es leerlo, si s(~
quiere pasar del estarlo dc ciega preocupacion al estado de opi-
nion ilustrada sobre la mas grande cuestion que pueda interesar
á todo espíritu recto y de buena fe.


Esta bella obra, pues, ,iene á conipletar la nuestra, y no po-
demos menos que referirnos á ella. Lo l[ue vamos á decir de nues-
tra cuenta no puede ni au'n remotamente suplir su lectura: es una
ligera tienda al pié de un grandioso monumento (').


(') l\os congrat.ulamos por el justo y repetido elo;.;io que tributa el autor al
que fue nuestro colaborador y amigo, Dr. D. Jaime Balmes, y de que dé [1 su
inmortal produceion el mismo dictado que le llimos cuando en nuestra 1I'1em()-
da académica consideramos á su autor ya en sus estudios, ya como historia-
dor y como literato. u IJe;.;amos, Sellores, <lijimos entonces, al gran monu-
({ ntento que el genio de Calmes ha lelantado a la lteligioll (Jara la posteridad,
({ á mediados del siglo XIX: monumento, que elhándose en medio de los co-
«natos y de las ruinas de tantos sistemas, perpetuará en la historia de la Igle-
~ sia la memoria del moderuo apologista de la doctrina católica y de la civili-
« zacion cristiana •.. Balmes siguió en el siglo XIX la defensa de los grandes
" intereses del mundo cristiano. Su obra de cotejo es otra de las pirámides que




- au-


CAPÍTULO JI.
DEL PROTESTANTIS~IO CON RESPECTO Á LA TOLERANCIA.


A TnIBÓESE al Protestantismo lagloria de los tres elementos prin-
.:ipales de la civilizacion moderna:


La tolerancia,
tas luces,
tas costumbres.
Veamos primero en este capítulo lo que tiene de verdad esta opi-


nion con respecto á la tolerancia.


Vamos á limitarnos á algunos hechos en grande.
La libertad de la conciencia delante de los podercs ciyi les de la


tierra es uno de los bienes mas preciosos de la moderna ciúliza-
.~ion; y es sohre todo lo que halaga la opinion de los últimos tiem-
pos, porque ha favorecido el abuso que de él se ha hecho contra
la conciencia. Libertad de religi1>n se ha hecho sinónimo de liber-
tad de irreligion, y aun mas que esto, de libertad de ataque Con-
tra la religion. Todo el siglo décimoctavo ha sido una guerra i!
muerte contra el Catolicismo, y de exterminio contra ellnfame, en
nombre de la tolerancia y de la libertad; y esta táctica, que con-
~iste en tomar el nombre de la 'cosa que se quiere destruir, para
(lestruirla con mayor seguridad, no se ha limitado á la religion,
c:omo es notorio, sino que, despues de haber derribado el órdcn
político, ha dirigido sus ataques contra el órden social.


Esta ha sido siempre la táctica del error: bastante lo hemos ma-
nifestado y explicado en el capítulo del Filosofismo y de la Rero-
lucion.


y ésta ha sido mas particularmente la táctica del Protestan-
tismo.


(á largos trechos se levantan en la prolongada série de los siglos católicos. 9
'Una palabra sobre el Dr. D. Jaime Balmes, presbitero. Memoria leida en la
Academia de Buenas Letras de Barcelona en .¡. de marzo tle 1849 en bonor de
aquel su difunto sócio, por D. J. R. C.) (N. del T.J.


21




- 322-
Y esta misma táctica le ha logrado tanto mayor éxito en la opi-


nion en Francia, en cuanto él ha sido desde un principio comba-
tido, rechazado, perseguido en este país, y que, en el deplora-
hle exceso del sentimiento de una legítima defensa, la sociedad
(~atólica se ha enconado contra él hasta hacerse su verdugo para
no ser su víctima.


Mas este es mas hien un infortunio que un mérito del Protes-
tantismo; infortunio que él ha sagazmente explotado, y el Filoso-
fismo lo ha explotado con él contra la Iglesia. Y de ella ha quedado
en los ánimos la falsa preocupacion, de que el Protestantismo ha
traido la libertad de la conciencia y del pensamiento, y que ha
sido el rnilrtir de ella. .


!\ o tengo necesidad de decir, despues de las brillantes páginas
del Sr. Gllizot en su llistoria de la Civili~acion en Europa, que la
libertad de la conciencia, la independencia del pensamiento en la
lata y legítima acepcion de la palabra, no datan del Protestantis-
!LO; que este es un fruto primitivo é inherente al Catolicismo, el
cual proviene de la distineion entre lo espiritual y lo temporal.
de la actitud de la Iglesia delante de los poderes de la tierra, ~.
de las luchas que no ha cesado de tener con ellos para conservar
la independencia de su autoridad t.
1~1 Protestantismo, destruyendo la autorirlad de la Iglesia, ha


destruido, pues, la autoridad de lo espiritual á presencia de lo tem-
poral, es decir, del pensamiento y de la conciencia delante de
la fuerza y del poder humano. Él ha borrado esta distincion ca-


, Sosteniendo la independencia del mundo intelectual en general y en su
conjllnto, la Iglesia, dice el Sr. Guizot, ha preparado la independencia del
mundo intelectual é individual, la independencia del pensamiento. Deda la
Iglesia qne ['1 sistema de las creencias religiosas no podia ca~r bajo el yugo de
li! fuerza; eada indivíduo se ha visto naturalmente ('onduti!lo it usar del mis-
mo len~maje de la Iglesia. El principio del libre exárnen, de la libertad del pcn-
sami~.nto inrlivitlual, es l'Xactamentc el mismo que el de la independencia de l~
llntoridad espiritual general con respeeto al poder tempora 1. - La separadon de
JO e;:piritllal y de lo temporal bu sido, pnes, el origen de la lihertad de concien-
da la mas rigurosa y la mas extensa. El grande principio de esta libertad, por
la C1wlla Enropa tanto ha combatido, tanto ha sufrido, Que tan tarde ha po-
,lido prrynleeer, y á menudo á disgusto del clero, ('sle principio esta ha en gér-
rr:1'1l, hajo el nombre de separacion.de lo espiritual y de lo temporal, en la cnna
de la civilizacion europea; y la Iglesia cristiana es la que, por una nccpsidad
de su situadon, lo ha introducido y consenado en ella. (Historia de la Civili-
zacioll en Europa, Jec. ¡¡ y 6).




- 323-
pital, que es la palanca de la libertad. Él ha abdicado esta liber-
tad en las manos mismas del poder humano, contra del cual se
conserva aquella en la Iglesia. Él ha restahlecido la antigua con-
fusion entre la espada y el incensario, y resucitado los Cesar-Pon-
tífices.


Mas ha hecho: ha convertido la espada contra el incensario, y
donde quiera ha podido hacerlo, se ha servido del poder de los
príncipes contra la libertad de conciencia.


11a inversa del Cristianismo, que solo se ha establecido por el
apostolado y el martirio, el Protestantismo se ha establecido por
la violencia del brazo secular, y la opresion de la conciencia ca-
tólica de los pueblos.


Los hechos en esta parte son tan patentes, que no tenemos ne-
cesidad de ir á buscar su testimonio en otras fuentes que en las
del propio Protestantismo.


« Es incontestable, - dice J urieu, - que la Reforma se ha obra-
(, do por el poder de los prínci pes: así en Ginebra fue el senado;
« en otras partes de Suiza, el gran consejo de cada canton; en Ho-
« landa fueron los estados generales; en Dinamarca, en Suecia,
« en Inglaterra, en Escocia, los reyes y los parlamentos. Los po-
I( deres del Estado no se contentaron con asegurar plena liberiad
«ú los partidarios de la Reforma, sino que llegaron hasta quitar
(, á los Papistas sus iglesias, y á prohibirles todo ejercicio público
«( de su reJigion. Aun mucho mas; el senado prohibió en ciertas
«( localidades el ejercicio secreto del culto católico.» (Jurieu, ci-
tado por Alzog, Ilist. de la Iglesia, tomo lY, pág. 76).


El historiador protestante Menzel, despues de haber referido
las brutales violencias por las cuales el Luteranismo señaló Sil
aparicion en la Silesio., añade: «No tardó en triunfar en toda la
(~provincia, y con el un extremo rigor con respecto á los Católí-
« cos : porque donde reinaba el Protestantismo, reinaba la ¡ntole-
« rancia; mientras que en los Estados hereditarios del Emperador,
«en Austria, en Bohemia, en las regiones comarcanas, los Pro-
\( testan tes gozaban de los derechos civiles y eclesiásticos, y hasla
« habian llegado en una parte considerable de la Silesia á reinar
« solos.») (Menzel, Nueva Historia de los Alem. tomo V, pág. 9144 j.


i Qué idea de intolerancia y de caprichosa crueldad no dispicrta
el solo nombre de Enrique VIII, de ese fundador del Protestan-
tismo anglicano, que hubiera merecido figurar en la lista de los


21·




- 3U-
emperadores romanos entre Tiberio y Calígula, y que introdujo
por este medio la Reforma en Inglaterra! - « Yo quisiera borrar
« de nuestros anales, si fuese posible, dice un escritor inglés
a protestante, cada rastro de la larga série de iniquidades que
«acompañaron la Reforma en Inglaterra. La injusticia y la opre-
,( sion, la rapiña, el asesinato y el sacrilegio quedan en ella con-
« signados. Tales fueron los medios por los cuales el tirano san-
«guinario é inexorable, el fundador de nuestra creencia, instaló
« su supremacía en su nueva iglesia; y todos cuantos quisieron
«conservar la religion de sus padres, y mantenerse adictos· á la
\( autoridad que él mismo les habia enseñado á respetar, fueron
« tratados como rebeldes, v no' tardaron en ser sus víctimas.»
: Fitz-WilIiam, Cartas de Ático, página 114).


Por ei mismo medio Cristiano 11, justamente llamado el Neron
del Norte, Gustavo Wasa y Alberto de Prusia, introdujeron el
Protestantismo en sus Estados.


Bajo un punto de vista mas general, importa ob~ervar que el
Protestantismo hacia necesaria la opresion de los príncipes hácia
los pueblos, desencadenando la licencia de los pueblos contra los
príncipes, y recíprocamente. Destruyendo á la vez la autoridad y
la libertad, agitaba á la vez con su soplo la licencia y la tiranía.
Así fue el Protestantismo quien suscitó la guerra de los Paisanos,
y él fue quien para reprimir aquella guerra impulsó después á los
príncipes á la mas inícua y cruel arbitrariedad. Nada digo de L u-
tero, el cual, despues de haber exclamado lleno ¡fe júbilo: Don-
de quiera se subleva el pueblo; por fin ha abierto los ojos: no puede ni
([uiere deJarse mas opnmir por la violencia; no hablaba mas que de
matar aquellos 1lerros rabiosos; pero el suave Melancton, respon-
diendo al príncipe Luis, margrave palatino del Rhin, que de-
seando ahorrar la sangre del. pueblo y restablecer el órden, se
aconsejaba con los teólogos, decia en su Tratado contra los doce
artículos de los Paisanos: « Que un pueblo tan grosero y tan igno-
(rante como el pueblo aleman deberia tener mucha menos li-
«bertad aun de lo que se le concede. Lo que hace la autoridad,
« añade, para combatir ;las reclamaciones de los Paisanos, lo ha-
( ce bien; si por consiguiente impone tributos sobre los bosques y
,dos bienes comunales, nadie puede oponerse á ello; si toma el
,( diezmo de las iglesias y lo aplica á otras, menester es que los
«alemanes lo aprueben y se acomoden á estas providencias, al




- 325-
« modo que los judíos debieron dejar que los romanos se apode-
« rasen de las riquezas del templo.» « Así, dice el historiador pro-
« testante Bensen, mientras que la iglesia católica jamás autorizó,
« á lo ruenos en teoría, la opresion por la parte de los sacerdotes
«y de los príncipes, y que defendió siempre con vigor, y mas vc-
« ces aun con victoria, los derechos de los indivíduos y de los puc-
«blos, hasta contra los emperadores; los reformadores evangéli-
« cos merecen que se les eche en cara con razon el haber predi-
« cado y enseñado los primeros, entre los germanos, la doctrina
« de la servidumbre y del derecho del mas fuerte.» (Bensen, Bist.
de la guerra de los Paisanos, § 1 (), l. c.).


Las poblaciones católicas no en todas partes se dejaron poner
el yugo de la intolerancia; y la resistencia que opusieron, la lu-
cha que sostuvieron para conservar la libertad de su fe, fue la
causa de las guerras de religion, en especial de la célebre guerra
de Jos Treinta años en Alemania, que fue la guerra de la libertad
de conciencia contra la expoliacion de todos Jos bienes y de todos
los derechos.


En Francia y en España el Protestantismo ha tenido que ceder
en esta lucha, y desde entonces ha guardado la actitud de vícti-
ma, que, merced á las connivencias filosófiCas de la historia, y
al artificio con que se han sabido combinar los hechos, exagerar-
los ó· disimularlos, ha servido de texto á todos los falsos juicios
que se han pronunciado contra la Iglesia de cien años á esta par-
te, y de los cuales es tiempo ya de apelar por ante la imparciali-
dad de nuestra época.


Para huir de todo cuanto pudier~ oler á recriminacion, tanto
como para quitar toda materia discutible, vamos á abstenernos de
entrar en el exámen minucioso de los hechos: los supondrémo1'
desde luego exactos en su conjunto, y para destruir las conse-
cuencias que de ellos se sacan contra el Catolicismo, y restablecer
la verdad en su lugar. vamos á concretarnos á algllnos datos y ú
una sola retlexion general.


Las cifras no pueden ser en parte verdaderas y en parte falsas.
como un relato, como un cuadro de hechos: son ó verdaderas ú
falsas; y cuando estas cifras son datos sacados de la historia ge-
neral, es tan imposible alterarlas como contestarlas.,


Las primeras represiones ejercidas contra el Protestantismo eu
F rancia datan de 1535: en 29 de enero de aquel año tuvo lugar




- 326-
el primer suplicio aplicado á los Protestantes. Esla represion vio-
lenta fue suspendida despues durante once y catorce años, y hasta
1:5-i6 y 15í9 no volvieron á eneerderse las hogueras.


Mas lo que se ignora, lo que nadie ha hecho observar, y lo que
sin embargo tiene en la cueslion un peso considerable, es, que en
1035, cuando se preludiaba solamente la represion del Protestan-
tismo en Francia, el Protestantismo habia ya derribado al Cato-
licismo, y ejercido sobre él todos los géneros de intolerancia, de
violencia, de despojo y de proscripcion en cási todos los Estados
de la Europa, y esto desde cinco, diez y quince años.


Así desde 1520 la Dinamarca, la Noruega y la hlandia fueron
entregadas al Protestantismo, al Luteranismo por el feroz Cris-
tierno Il, que volvia cubierto de la sangre que habia derramado en
los horribles degüellos de Stockolmo, y que recurría á la persona
de Martin, discípulo de Lutero, para cimentar su despotismo 50-
hre las ruinas de las lihertades públicas, representadas y defen-
didas principalmente por el clero católico. Los Estados, el clero,
e! pueblo, protestaron. Cristierno sllfocó sus reclamaciones por to-
da suertc de violencias; hizo cortar la cabeza al arzobispo nOlll-
brado de Lund, y no permitió poseer bienes sino á los sacerdotes
easados.


Desde 15'27 Gustavo 'Vasa cometió el mismo crímen en la Sue-
('ia, por el mismo motivo y por los propios medios. Queriendo ha·
o:er de la monarquía hasta entonccs electiva una monarquía, ó mas
hien una tiranía hereditaria, llamó á su ayuda la doctrina lute-
rana contra el episcopado, la nobleza y el pueblo, cuya. resisten-
eia venció con la violencia, y con la cooperacion principalmente
de los hermanos Olaf y de Lorenzo Peterson, los dos formados en
la eseuela protestante de Wittemberg, y regresados á Suecia des 6
(le 151\.1. Apoyándose en la doctrina expuesta por Lutero en su tra-
tado:. Del despojo de los bienes éclesiásticos, forzó los conventos, sin
miramiento por la edad, ni por la santidad, ni por el sexo; cargó
á las religiosas de Wadstcna de malos tratamientos y de ultrajes,
ti hizo perecer en los suplicios mas crueles y mas ignominiosos á
-:\IagnusKnut, obispo electo de Upsal, y Pedro Jacobson, obispo de
Westerres, para hacerles expiar el amor y la veneracion que les
tenia el pueblo.


En 11S2-i la Silesíafue entregada a merced del Luteranismo por
su duque Federico IIj los religiosos fueron expulsados del país; .




- 327 -
lo!! Protestantes ejercieron las mas brutales y iolencias contra los
Católicos y sus iglesias; y muy pronto, dice el historiador protes-
tanle Menzel, triunfó el L uteranismo- en toda la provincia, y con
el un extremado rigor con respecto á los Católicos.


En Hí26 el príncipe Alberto, para hacer tiránica su auto:;idad,
desprendiéndola de todo contrapeso religioso, y enriquecers~ CGE
Jos despojos de la Iglesia, forzó igualmente los súbditos de sus LS"
tados á abandonar el Catolicismo que los habia en otro tiempo ar-
rancado á la ignorancia y á la barbarie, y ponia en ejecucion pc!'
la Yiolencia aquel principio subversivo de toda libertad de con-.
eiencia: Cujus regio illius reliyio.


En 1527 el Protestantismo hacia su irrupcion en Rasilea, si-
guiendo las huellas de Ecolampadio. Desencadenando allí la li-
cencia, como desencadenaba en otras partes el despotismo, y ha-
ciéndose de él una arma para oprimir las conciencias, deyasta!:JJ,
las iglesias, destruia los altares, quemaha los ornamentos, J' for-
zaba al indignado Erasmo á huir ante aquella manera salvaje de
j'c!ormar. Todas las ciudades de la Suiza vieron á corta clirej'(~ll(:::l
renovar las mismas escenas, singularmente :JI ui!Jouse, cní :;:1 ,
SchafTouse, en 15~¡'j; Appenzel, en 15.21-


En 1533 y 1535 la libertad de conciencia era pisoteada en In-
glaterra por Enrique VIIi, Y la Reforma tomaba posesion de b
hia de los Santos por el pillaje y la destruccion de los con¡.-ento,;
y de los templos, la profanacion de los'sepulcros, y los suplici0s
de los Católicos.


En fin, al propio tiempo que la Reforma cousagraba (on Illgla-
terra el mas extravagante y el Illas brutal despotismo de que ha~ a
hecho mencion la historia moderna, leY<lntaba y LlesencarlenaLL
las pasiones populares sobre la Alemania, y embriagaba las lLJ-
sas anabaptistas de los mas fan~ticos y mas salvajes ['urure.".


Ved ahí hechos, ved ahí datos que pertenecen tí la hislol'i" g,,-
neral, y que es absolutamente imposible contradecir; hechos j
datos anteriores á la aparicion de l FrotestantislIJo en Francia.


y sohre esto se me permitirá una reflexion°.
Donde quiera que el Protestantismo habia podido tomar la ,cn-


taja, es decir, en la grande mitad de la Europa, se habia, pues,
mostrado tiránico, nivelador, intolerante de loda libertad católica,
pues era la destruccion misma del Catolicismo. Y como lodas las
relaciones políticas y sociales se habian formado y desenvuelto so-


l? \




- 328 -
bre el Catolicismo, el Protestantismo introducia una profunda per-
turbacion en todas estas relaciones, y trastornaba enteramente la
condicion de los Estados y de las sociedades. Suhlevando los pue-
blos contra los soheranos, ó consagrando el despotismo de los so-
!Jpranos hácia los pueblos, sustituia en todas partes al principio
de templada autoridad sobre el cual reposaba el mundo cristiano,
un principio violento, intolerante, de licencia ó de tiranía, que !o
desnaturalizaba todo; lo que hacia decir con mucha rqzon á Fran-
cisco 1, que se opuso á él por este Ulotivo: «Que aquella novedad
«( tendia enteramente á la destruccion de la monarquía divina ~
(e humana \.)) El Protestantismo, en una palabra, se presentaba
á los ojos de los Estados que de él se habian preservado, no so-
lamente como una simple religion que venia á pedir su parte d('
lib\:rtad, ~ino como un torrente revolucionario, político y social, no
menos (jlle religioso, como un huracan que todo lo tronchaba ell
.su tránsito, que habia ya desquiciado la Europa á su alrededor,
que amenazaba tragárselos tamhien á ellos, y del cual por consi-
guiente era preciso defenderse á toda costa, como deliende cada
Dual su vida, sus hogares, sus altares; avisados como estaban, re-
pito, por el espcctáenlo de las revoluciones que el Protestantismo
acababa de hacer, y hacia donde quiera. tenia la. ventaja, de ser
aquella la suerte inevitable que agua.rdaba á los Estados que ha-
bian escapado de su invasion, si no le contenian en su cuna.


Este punto de vista es' capital, y decisivo para formar el juiciu
sohre todo lo demás.


, [jn apologista dcclarndo (le la Reforma, Cintos Villcl's, al citar este dich(.
de Francisco 1, no pudo lUenos que dejar se le escapase esta observadon, qu~
la !tcyoludon rrau~csa ha sido I\n corolario muy remoto de la Reforma. «Há-
« liase, aiíade, cutre algunas de las scctas exageradas que nadcron de la Re-
«forma, l~les corno la de los ,\nallaptistas en su principio, tas mismas preten-
({ siones á la libertad y á la igualdad absolutas, (lue cal\saron todos los exceso;;
« de los Jacohinos de Francia. La lc"y agraria, el despojo de los ricos formahan
« ya parle de su progl'am~, y en sus banderas hubiera ya podido ponerse esta
« inscripcion : i Guerra á los castillos, paz á las chozas 1" (Ensayo sobre el es-
píritll y la influencia de 1" reforma de Lulero, 5." edicion, pilg. 117 l. - Verdad
es que por otra parte el Protestantismo ravorecia el despotismo de un Enri-
que VIII, de UII Cristierno y de un Wasa; Ilero en esto no destruia menos la
autoridad que desencadenando los Anabaptistas y los Independientes. El des-
potismo y la anarquía no son contrarios: se engendran recíproeamente, 6 ma,
bien es la misma cosa de rechazo, siendo la anarquía el despotismo de bajo arri-
ba, corno el despotismo es la anarquía de arriba abajo, y los dos son el desórden.




- 3:29-
Los Estados, las naciones que componian la Catolicidad euro-


pea, eran cada cual responsables de su propia conservacion. Lo
que contra los unos se habia comenzado, se emprendia almomen-
lo contra los otros, corno si la Europa no hubiese sido sino un solo
Estado grande, y cada reino una de sus provincias. En este único
Estado, pues, de la Catolicidad, en esta verdadera República fe-
derativa cristiana, el Protestantismo - y nótese bien esta adver-
tencia, - no empezó por ser perseguido, sino por ser perseguidor,
intolerante, tiránico y proscriptor. En esta parte no hay medio pa-
ra suscitar la menor sombra de duda. Prescindo de los hechos par-
ticulares, y solo me atengo al hecho general; y no hablo de lo que
el Protestantismo ha hecho despues, sino de lo que habia hecho
antes de ser detenido en Francia. Ya, como hemos visto, en Di-
namarca, en Noruega, en Irlanda, en Suecia, en Prusia, en Si-
lesia, en Suiza, en Inglaterra, en Alemania, habia derribado el
Catolicismo, despojado los conventos, devastado y echado por
tierra las iglesias, prohibido todo culto público, y muchas veces
secreto, ú Jos Católicos, y enrojecido con sangre de estos los ca-
dalsos. Ya las hordas salvajes y "erdaderamente socialistas de Jo:;
Paisanos y de los Anahaptistas hahían paseado y paseaban alln en
triunfo el degüello, la violacion y el incendio en toda la Alema-
nia. Con estos precedentes de profanacion, de desquiciamiento,
de rerolucion, de destruccion, al estrépito general del derribo
de todas las instituciones católicas, políticas y sociales, y llevando
en alguna manera en sus manoS el martillo de demolicion y el ni-
yel de la intolerancia, presentóse el Protestantismo á dos nacio-
nes tan profunda como soberbiamente católicas y monárquicas,
tales como la Francia y la España, y vino á protesta?' violenta y
sedieiosamente contra sus costumbres y contra su fe; débil, ver-
dad es, en su principio, si se le considera al entrar en estos Es-
tados, pero colosal y formidable, si se le considera en su poder
exterior, en el cual se apoyaba, y de quien recibia socorros; se-
ñalándose en su misma debilidad, cuanto podia, por los mismo~
actos de intolerancia y de agresion que ejercia en grande donde
quiera se le habia permitido pasar'; y en las provincias de que


I El primer acto del Protestantismo en Francia fue el diseminar,! el fijar
en todas las esquinas pasquines sediciosos J blasfemos contra los mas sagrados
misterios del Catolicismo, llegando su audacia, y esto es lo que mas irritó ft
Francisco 1, hasta fijar uno de estos carteles sobre la puerta de la cámara del




- 330-
se apoderaba, como en Nimes, Montauban, Alais, la Rochelle
y otras, cometiendo ya aquel propio vandalismo, aquella misma
persecucion, aquel mismo derribo del Catolicismo por los que se
habia hecho ímpo~ente en Suecia, en Dinamarca y en Ingla-
terra.


Esta reflexion se encuentra plenamente confirmada por lo que
dice un historiador contemporáneo, cuyo testimonio invocan los
mismos Protestantes, y que explica de esta manera las causas de
la conj uracíon de Amboise, por donde se introdujeron en Fran-
eia: - « Los Protestantes de Francia, dice Miguel de Castelnau,
lt proponiéndose por modelo la historia de sus vecinos, á saber,
\( de los reinos de Inglaterra, de Dinamarca, de Escocia, de Sue-
',cia, de Bohemia, etc., en donde los Protestantes tienen el poder
«soberano, y han quitado la misa; á imitacion de los Protestantes
'l del Imperio, sequerian hacer los mas fuertes, para tener llena Iiber-
(l tad de su religion, como asimismo esperaban y recibian sus socorros
"y apoyo de aquel lad() , diciendo que la cansa cra comun é insepa-
\( rabIe. Los jefes del partido del Rey no ignoraban las guerras so-
(lbl'cvenidas porel hecho de la religion en I()s puntos sollrecitados;
II pero los puehlos, ignorantes por la mayor parle, nada sabian; y
llllluchos no podian creer que hubiese tanta multitud de ellos en
"Francia, como se descubrió despues; ni que los Protestantes OSit-
( sen ó pudiesen hacer frente al Rey, y reunir un ejercito, y recibir au-
«(xilíos de Alemania, COl/lO realmenle consiguieron. Así que, no se reu-
( nian solamente para el ejercicio de su rcIigion, sino tambien para
« tos 'tiegocios del Estado, y para probar todos los medios de defemlerse
« y de acometer, de suministrar diner() á su uente, y hacer empresas so-
l( bre las ciudades y forlale:.as para tenM' algunos puntos de retirada.
(( Despues de haber hecho leva, pues, del número de sus adic-
« tos por toda la Francia, y conocido sus fuerzas .v sus alistados,
'(concluyeron que era indispensable deshacerse del cardenal de LOfena
(lY del duque de Guisa, y ponia juicial, si emposible, para que no
«se les tuviera por asesinos.») (Castelnau, lib. 1, cap. VIl').


Iter. Todos los historiadores, aun los protestantes, y singularmente Teodoro
de Beza, refieren este hecho, dándole la calificacion y la importancia que se
merece.


I Nos abstendrémos de recordar de qné manera se deshicieron del duque
de Guisa. Los Protestantes, á quienes. pretendemos tan solo ilustrar, pueden
leer la reladon de este hecho y de sus circunstancias, mas graves aun que el




- 331 -
A.sí es como con la resolucion y con el empeño de hacerse á


toda costa los mas fuertes, á imitacion y con los auxilios de los
Protestantes del Imperio , de apoderarse de la soberanía y de qui-
tar la misa, esto es, de proscribir el Catolicismo, y de extender á
los Gobiernos que habian quedado católicos la revolucion religio-
sa y política quehabian ya verificado, como vimos ya, en Inglater-
ra, en Dinamarca, en Escocia, en Suecia, en Bohemia, etc., se
presentaron y se declararon los Protestantes en los Gobiernos ca-
tólicos, y particularmente en Francia.


Bajo este punto de vista,-qne es el verdadero ,-¿ quién se atre-
verá á vituperar en estos Gobiernos el haber defendido su exis-
tencia conteniendo al Protestantismo en su principio, ó no (ole-
rarlo sino con restriccione.s quemoderasen su violencia? Y cuando
por el abuso de esta tolerancia el Protestantismo, despues de hao-
her consumado este trastorno en muchas provincias, ha estado Ilias
de veinte veces en vísperas de obtenerlo completamente por medio
de la guerra civil, y suhyugar la Francia entera, ¿quién admi-
rará que la Francia, e\ilsperada y fuera de sÍ, haya acabado por
ahogarlo y rechazarlo en las convulsiones de su peligro y de su
rlefensa?


j Léjos, en verdad, muy léjos de nuestro pensamiento el querer
justificar ni aun excusar los crímenes particulares y políticos que
han manchado esta grande causa! El Catolicismo, que nunca los
ha inspirado, no cesará de lamentarlos. Pero el Protestantismo,
flue se habia inaugurado por estos crímenes, en el seno de la paz
religiosa de la Europa; el Protestantismo, que los ha provocado
por tantos atentados, de los cuales él es el primero que se ha he-
cho culpable; el Protestantismo, que voluntariamente se puso á
la caheza de esta violenta conjuracion contra el Catolicismo, ¿ ten-
drá derecho de levantar el grito contra la intolerancia, y de pre-
sentarse como víctima? ..


Bossuet, .con aquella riqueza de concision que caracteriza su
pluma, ha trazado en diez líneas toda la historia de aquellos tiem-
pos désgraciados. «Harto sabido es, dice, que la violencia del
( partido reformado, contenida bajo los reinados f~ertes de Fran-


hecho mismo, en la apología que de él ha dejado uno de sus mas ilustres jefes,
Teodoro de Beza, el cual no ha vacilado en hacerse sn panegirista, dcspues de
haher sido su instigadur. (Véase su Apología para la reforma, lib. VI, pági-
nas 267,26/1,269,290 Y 299).




- 33í!-
(1 cisco 1 y de Enrique II, no dejó de estallar en la debilidad de
(los de Francisco II y de Carlos IX. Sabido es, repito, que el
(( partido, no bien sirttió sus fuerzas, cuando meditó nada menos
(e que participar de la autoridad, apoderarse de la persona de los
creyes, y dar la ley á los Católicos. Encendióse la. guerra en to-
e das las ciudades y en todas las provincias: los ex.tranjeros fue-
(e ron llamados de todas partes al seno de la Francia como á un país
«( de conquista; y á este reino floreciente, honor de la Cristiandad,
(' se le puso al borde de su ruina, sin cási nunca cesar de hacer
« la g~erra, hasta que el partido, despojado de sus plazas fuel'tc~,
c( se halló en la imposibilidad de sostenerla. ') (Quinto aviso á 10,\
Protestantes. )


Háganse cuantos esfuerzos se quieran, téngase el deplorable
gusto de hacer resaltar los excesos de los Católicos para encubrir
los de los Protestantes; este es el fondo, este es el hecho general,
esta es la historia.


« Tan enormes excesos, y no hay que disimularlo, dice Anque-
(, til con todos los historiadores. ,inieron de que los Calvinista~
G no respetaron lo bastante, en sus principios, las reliquias, las
c( imágenes, y los demás objetos de veneracion de los Católicos. El
«príncipe de Condé, retirado á Orleans, se halló sin recursos.
«( Despues de haber agotado los efectos del Rey, de que se habia
«(apoderado, envió á la fábrica de moneda los relicarios, las cru-
(e ces, los cálices, y todos los demás vasos ú ornamentos de oro y
«( plata consagrados al culto dé la religion católica. Imitáronle su~
« partidarios, y en poco tiempo, todas las iglesias de que lograron
« apoderarse, fueron despojadas; y cuanto mas ricas eran, mas
«( excitaban la avidez de los soldados. Y lo que mas indignaba al
« clero y al pueblo católico era, que muchas veces los robos y ra-
« piñas de los herejes tenian mas el carácter de la irrision que de
<da necesidad. Derribaban las iglesias, destruían los altares, que
(e profanaban de mil maneras, llIutilaban las imágenes de los San-
«tos, cuyas reliquias quemaban con mofa, haciendo pedazos los
«(Ornamentos, ó aplicándolos á usos ridículos, bajando hasta los
«( sepulcros, y dispersando los huesos en odio de la religion cató-
« lica que los muertos habian profesado.)) (Espíritu de la Liga, to-
mo 1, página 127).


Por tan salvaje intolerancia hizo su primera salida al mundo el
Protestantismo, é inflamó todos los sentimientos generosos, con-




- 333 -
virtiéndolos en delirio; y aun esta es la menor de las provocacio-
nes y de las violencias, por las que atizaba las guerras que él mis-
mo hahia encendido.


y de otra parte, ¿ cuál ha sido la causa de estas guerras tan
crueles bajo los reinados de Francisco II, de Cárlos IX, Y de En-
rique III? ¿ Es porqué no se hubiese querido, en definitiva, tole-
rar en Francia á los Protestantes, tlue se les hubiese denegado el
ejercicio de su religion contenida dentro de sus límites? No; y los
numerosos tratados, pragmáticas y edictos que se sucedieron en
su favor, dan el mas alto testimonio de lo contrario. ¿ Cuál, pues.
ha sido la causa de estas guerras? Fue que los Protestantes se ar-
maron con estos edictos de tolerancia para oprimir á los Católi-
toS, para querer apoderarse de la autoridad, para ver cómo su-
jetarían la Francia al yugo de la herejía: hé aquí la verdadera
historia. Así el edicto de enero de 1562 , la pragmática de Am-
boise de 1563, la paz de Lonjumeau en 1568, la paz de San Ger-
man en 1570, que concedieron tantas veces á los Protestantes el
libre ejercicio de su religion, - cual en ninguna parte lo tenian
entonces los Católicos en las naciones protestantes, - fueron prin-
cipalmente rotos por los Protestantes, ó por la fundada sospecha
que se tenia de sus conjuraciones y de sus ataques; pues nada era
tan insoportable para estos entusiastas sectarios, dice Lacretelle,
como una tolerancia, durante la cual no pudiesen hacer muchos
prosélitos. El crímen de la de San-BartoJomé fue producido por
esta larga série de sorpresas, de maquinaciones, de violaciones,
de tratados, de tentativas regicidas, por medio de las cuales los
hugonotes procuraban siempre hacerse árbitros ,y que acabaron
por poner furiosa.la Francia. Ella no queria ser proteslante, ~. se
la queria forzar á serlo l.


1 Inútil parece el decir que ni la Religion ni la Iglesia han inspirado ni
aprobado jamás el cirmen de la San-Bartolomé. Sin embargo, se ba hecho pre-
\'alecer. para insinuarlo así, la acogida que la noticia tuvo en Roma, T el Te
Deum que el papa Gregorio XIII hizo cantar en aquella ocasiono Pero. no se ha
hecho la justicia de decir que la corte de Roma no juzgó del suceso sino por el
modo con que le rue presentado por la corte de Francia, es decir, como un gol-
pe de Estado que babia caldo sobre los conjurados en el momento en que iban
por ellos mismos á degollar al Rey y á la Corte, y abismar la Corte y la Catoli-
cidad en un mar de sangre. Si Cárlos IX presentó as' los hechos, sobre el tea-
tro J á la bora misma del suceso, en la si"" misma que tenia en el Parlamen-
to; si el Parlamento mismo, presidido por Cristóbal de Thou, no desmintió esta




- 3a~,-
Por lo demás, en los horrorosos cuadros de esas guerras, los


escritores filósofos, escribiendo quien mas quien menos para su
convento, no han dejado de presentar en todo su realce los ex-
cesos de los Católicos, tanto como han ocultado bajo las sombras
los de los Protestantes. Bien pudiéramos nosotros poner los de es·
tos á toda luz, é invocar con Bossuet, en presencia de los luga-
res y de los documentos que se mostraban en su tiempo, marca-
dos con el sello de aquellos crueles recuerdos, las matanzas co-
metidas en el Dearn por las órdenes de la reina Juana en una
infinidad de sacerdotes, de religiosos y de católicos, sin mas crí-
men que el de su religion y el de su órden; y las torres desde
donde los precipitaban, y los abismos á donde los arrojaban, y los
pozos del obispado en donde se les hacinaba e~ Nimes, ~. el pnerto
en donde se les ahogaba en la Rochelle, y los crueles instrumen-
tos de que se servian para hacerlos ir al sermon de los Protestan-


alegacion, y consintió en hacer el proceso á la memoria del jefe de los rebeldes,
á todos sus adherentes y cómplices, ¿ eon ('uúnla mayor razon Roma, á quien
nadie podia ilustrar acerca la verdad del hecho, debió recibir la impresion, tan
nrosímil de otra parte, como falsa, que le fue transmitida por la corte de Fran-
cia ~ De ello tenemos además una prueba palpable en un documento, del cual
se ha hecho un título de aCllsacion contra la corte de R.oma, J que sirve, al
contrario, para justificarla: tal es el discurso que Murel pronunció en aquellas
circunstancias, '! que explica perfectamente lo que la corte de Roma entendia
aprobar en el suceso de la San-Bartolomé. En este discurso, tan á menudo ci-
tado para inculpar, como poco leido, JUuret se expresa así: (( Veriti non sun!
«(adversos illius regis (~aput ae salutem conjmare, a quo post tot alrocia fa-
(f cinora non modo nniam conseeuti erant, sed etiam beniglle et amanter ex-
(( renti. Qua conjuratiolle, ;,nb id ipsum tempus qllOd patrallllo sceleri dica-
« lum ac constitul;¡m est in illorum sceleratorum ac foedifra!;orum capita, id
« quou ipsi in regem el in totam pro pe domum ae stirpem rcgiam machinaban-
« tur. O noctem illammemorabilem quae paucorum seditiosorum interitu, re·
« gem 11 praesenti caedis periculo, regnum a perpetua civilium bellorum for-
« m¡Jinc liberayit! J) (.'I1ureti, Oratio XII, pág, 177, op. cd Rulmkenii). Ved ahí
lo que entendió celebrar, lo que realmente celebró la corte de Roma: la repre-
sion de una conjuracion inminente, l' el haberse lihrarlo el Rey J el reino de la
matanza que aquella se proponia por ohjeto, Este sentimiento era sin duda, no
diré excusable, sino le~ítimo; y sin embargo en medio de las acciones de gra-
"ias que inspiraba, apareció contristado un semhlante, derramáronse lágrimas,
y unos lahios movidos por la ternura y la piedad no '~csaron de repetir estas
palabras que la injnsticia de nuestros adversarios ha dejado para nosotros el
honor rle reco~er y de citar: ¿Quién me asegurará que no haya perecido un
gran nlÍmero de inocenles? Y estas palabras y estas lágrimas de padre fueron
las palabras y las lá¡;rimas de Gregorio XIII.




- 335-
tes, y los registros de las municipalidades de la ciudad de Nimes,
de Montauban, de Alais, de Montpeller, así como las decisiones
consistoriales en cuya virtud se hacian estas ejecuciones san-
ETientas con propósito deliberado y á sangre fria, no por el furor
popular; y en fin el silencio de J urieu y de los demás protestan-
tes, á la faz de los cuales Bossuet avanzó por dos diferentes veces
estos hechos públicamente, sin que ellos hubiesen dicho una sola
palabra para negarlos ó atenuarlos. (Historia de las Variaciones,
libro X, Y Quinta advertencia á los Protestantes).


« Cuando se arrostra á los católicos romanos, dice un autor pro-
« testan te ya citado, los degüellos de París bajo el reinado de Cár-
(dos IX, responden suspirando, que si sus antepasados se deja-
«TOn llevar hasta tales extremos, es porque se veian forzados á
« defenderse contra sus enemigos, prontos á echar por tierra í'U
« religion y su consütucion. ¿ No tienen mas bien ellos derecho de
« echar en cara á los Protestantes todo el odioso encarnizamiento
« y el criminal entusiasmo de un espíritu vengativo, intolerante
« r perseguidor? Las representaciones de los parlamentos hacen
« estremecer por el cuadro de los horrores que ofrecen. Las dos
«conjuraciones de Amboise;; de l'Ifeaux; cinco guerras civiles en-
( rendidas; plazas fuertes entrp,gadas por traicion; las iglesias y
« los monasterios saqueados y quemados; los sacer~otes, los mon-
« jcs y los religiosos degollados; hasta los simples fieles, en el ejer-
«cirio de su culto y durante una procesion solemne y santa, atroz-
((menteasesinados clllas ralles de Pamiers, Rodez, Valencia, etc.,
«son los testimonios incontestahles de la sangrienta barbarie que
( ejercieron los Hugonotes contra los Católicos romanos, ya en
('paz, ya en guerra. Y confieso que no me atrevo á entrar á com-
« batir esta acusarían, por desgracia demasiado probada por los he-
(ichos.)) (Fitz-William, Cartas de Ático, pág. 1Ui).


Mas, sea rechazado para siempre y sepultado en el olvido el re-
cuerdo de tales horrores, y no venga ya mas á contristar las al-
lIlas de nuestros hermanos, ni alarmarlas, cuando acercados ya
por la -estimacion ~. por las relaciones de amistad, estamos ya á
punto de unirnos en el seno de nuestra comun madre.


Decimos únicamente, para disipar una preocupacion que desli-
gura esta misma madre, que en estos horribles acontecimientos.
el Protestantismo file provocador, agresor, intolerante; y que si
la sociedad católica se indignó contra él, fue por la exaltacion del




- 336-
sentimiento de su legítíma defensa, sin la cual los Católicos no hu-
bieran tenido mas lihertad que la que han tenido en todos los paí-
~es en que ha dominado exclusivamente '.


Por fin, si se quiere conocer el verdadero espíritu del Protes-
tantismo, no hay mas que tomarlo en su orígen, en sus padres, y
en sus fundadores. i Por cierto quedarían muy admirados y muy
embarazados', si tuviesen que admitir los honores de la tolerancia,
y aun se disgustarian de ellos como de la mas insultante ironía!


N unca en lengua alguna fue proferida expresion que se' acer-
que á la sanguinaria violencia de los escritos de Lutero. Su lihro
titulado: El Papado de Roma instituido por el Diablo es una man-
cha que afeará eternamente no tan solo la literatura alemana sino
hasta los anales del género humano. « El Papa (vacilo en transcri-
ir bir estas asquerosas líneas, mas, ¿ qué he de hacer sino citar el
'.< Protestantismo á él mismo, y presentarle un espejo para que sus
« partidarios de buena fe retrocedan al ver su rostro, y abjuren
« tanto horror?), el Papa es el diablo. Si yo pudiese matar al dia-
,( blo, ¿ cómo no lo haria aun con peligro de mí vida? Es un lobo
« rabioso contra el cual armarse debe todo el m undo sin aguardar
(t ni aun la órden de los magistrados: de este modo no puede ha-
,( ber lugar de arrepentirse, á menos que sea de no haberle podi-
«do hundir la espada en el pecho ... Menester fuera, cuando el
«Papa está convicto por el Evangelio, que todo el mundo le azu-
« zase y le matase, con todos los que con él están, emperadores,
l( reyes, príncipes y señores, sin tener en ellos la menor conside-
t( raciono Si nosotros castigamos á los ladrones con la cuerda, á
« los asesinos con la espada, á los herejes con el fuego, ¿ por qué
( no hacemos otro tanto con los peligrosos predicadores de la cor-
«rupcion, con los papas, con los cardenales, con los obispos, con
« toda la turba de la Sodoma romana que emponzoña sin cesar la
« Iglesia de Dios? Sí, nosotros debiéramos arrojarnos sobre ellos
« con toda especie de armas, y lavarnos las manos en su sangre ...
u Los monarcas, los príncipes y los señores'que forman parte de
« la turba de la Sodoma romana, deben ser atacados con loda es pe-
« cie de armas; y es menester lavarse las manos con su sangre. ,.»


• Ya en Francia mismo el Catolicismo estaba proscrito donde quiera ell'ro·
testantismo hahia llegado á tomar pié; y el edicto de Nantes, que parecia no ba-
ber sido dado mas que en favor de los Protestantes, lleva por título de una parte
de sus disposiéiones: RESTABLECIMIENTO DEL CULTO CATÓLICO.




- 337-
(T. XII, f. 233, sigo - T. 1, f. 01, a. - T. IX, f. 2á, , b. ed. Witt.
cit.). j Tal era el espíritu de tolerancia que animabala primitiva igle-
sia de la Reforma!


y no se crea que esta intolerancia fuese exclusivamente propia
de Lutero; pues se extendia á todo el partido de los novadores, y
los efectos se hicieron sentir de una manera cruel. De esta ver-
dad tenemos un testimonio irrecusable en l\1elancton, el discípulo
querido de Lutero, y uno de los hombres mas distinguidos que
haya tenido el Protestantismo: « Hállome en una opresion tal, es-
(( cribia á su amigo Carnerario, que me parece encontrarme en la
« cueva de los Cíclopes; me es cási imposible el explicarte mis
« penas, y á cada instante me siento tentado de huir.» - I.l Estos
« son lInos ignorantes, decia en otra carla, que no conocen ni la
« piedad ni la disciplina; ved cuáles son los que mandan, y com-
« prenderéis que estoy, como Daniel, en la cueva de los leones. »


y qué diré de Calvino, que lenia á cada instante á la punta de
su pluma los epítetos de malvados, bribones, borrachos, locos, fu-
dosos, rabiosos, bestias, toros, puercos, aSilOS, perros, y otras linde-
zas de esta jaez; de Cal vino , que escribió estas líneas: «En cuanto
« álosJesuitas, que nos son especialmente contrarios, predso es ma·
« tarlos, ó si esto no se puede cómodamente hacer, expulsarlos, ó
« cuando menos, aplastarlos bajo el peso de las mentiras y de las ca-
(<lumnias.)) Jesuitae vera, qui se mnxime nobisopponunt, aut NECANDI.
au! sillOccommode fieri non potest, EJlCIENDI, (wtce1'feMENDAClISET CA-
LUMNllS OPPRIMENDl SUNT. (Cf.l\1aur. Schenkl. Institut. juris eecles.
Landish., lS30 , tomo 1, pág. 500, citado por Alzog, Historin uni-
versal de In Iglesia, tomo IV, pág. 2(5). Si algun loco y oscuro je-
:suita, como los hay en la sociedad humana, y los habrá tambien
entrelosJesuitas, hubiese alguna vez escrito semejantes líneas, i qUt;
clamor no se hubiera levantado contra todo el Instituto, por des-
mentido que fuese por todas las doctrinas, y sobre todo por todas
las doctrinas de esta Órden! ¿ Qué partido no hubiera sacado de
ello un calumniador dc talento como Pascal, para disfamar la Con-
gregácion, '! tras él toda la cohorte filosófica para disfamar la Igle-
sia? Mas aquí no es un protestante oscuro y perdido quien ha tra-
zado estas líneas friamente perversas, y que han tenido despues
tan literal ejecucion; es el jefe francés del Protestantismo, es el
Calvinismo en persona.


y sabido es de otra parte con cuánta facilidad pasaba Calvino
22




- 338 -
de las palabras á las obras en hecho de intolerancia, y cuán árida
y cruel era la suya. El suplicio de Servet, quemado vivo en Gi-
nebra por haber vertido sobre la Trinidad una proposicion heré-
tica, segun el hereje Calvino, es el solo que se cita ordinariamen-
te; mas i cuántos otros ejemplos pudieran citarse de la intolerancia
de las diversas sectas protestantes hácia cualquiera que disintiese
de sus opiniones, aun entre ellas! Así el médico Bolsee, dester-
rado; el consejero Ameaux, sepultado en una cárcel; .T acobo Grü-
net, ejecutado; Gentilis, condenado á muerte por haber puesto
solamente en cuestion la ortodoxia de Calvino; el predicador Ni-
colás Antoni, quemado vivo por cansa del.Tudaismo; Funck, eje-
entado como discípulo de Osiandro; el canciller Crell, torturado
de una manera infernal, y decapitado; Feliz ~ianz, ahogado en el
agua á instigacion de Zuinglio; Henning Brabante, horriblemente
mutilado y sentenciado á muerte á eausa de un pretendiao comer-
cio con el diablo, son otros tantos testigos del Protestantismo con·
tra sí mismo. Y aun estos son solo los nombres de alguna impor-
tancia. En el solo pe(¡ueiío territorio de N uremberg, trescientas
eincuenta y seis personas sospechosas de herejía ó de sortilegio
fueron ejecutadas desde 1577 á 1617 , Y otras trescientas cuarenta
y cinco fueron condenadas á la mutilacion y al látigo.


Todas estas ejecuciones se verificaban no con precipitacíon, si-
no con la mayor madurez imaginable, y hasta quedaron erigidas
en doctrina. Melanclon y de Beza justi ficaron científicamente la
pena de muerte aplicada á los herejes: Melanclon, ele acuer'do
eon l.utero, autorizó el asesinato de los tiranos '.


Las mismas testas coronadas pagaron su tributo á la intoleran-
ei3 del Protestantismo; y aquellas palabrás del conde de Kent, ¡ Así
¡merlan perecer todos los enemigos del Evetngelio! que acompañaron el
golpe que hizo caer la cabeza real á María Stllart, proclamando
Jos verdaderos motivos de tan iníclla ejecucion, no fueron otra
eosa que el clamor del Protestantismo.


No olvidemos, en fin, que el primer asesinato jurídico de un
rey por sus vasallos, que la primera testa real cortada en el seno
mismo de los Estados que ella mandaba, es el hecho de) Pro tes-


, Walch, O/n'as de 1.utero, tomo XXII, pág. 2151 Y sigo - er. Strobel. Mis.
cel., tomo 1, pág. 170. - Ukerl., Vida de Lutero, tomo 11, pág. 46, Y sobre todo
el ensayo intitulado el Asesinato religioso y politico, en las hojas bistóricas y
políticas, tomo IX, pág. 737-70.




- 339-
lantismo; y que si este espantoso crímen se reprodujo en Francia,
fue bajo la influencia. general del Filosofismo, continuador del
Protestantismo.


¿ y por qué tenemos necesidad de engolfarnos en ia conducta y
en los escritos del Protestantismo para saber lo que el es en ma-
teria de tolerancia"? Hasta aquí solo hemos tratado de víctimas in-
dividuales mas ó menos numerosas, mas ó menos ilustres. Pel'O
son reinos, son naciones, son pueblos enteros los que vienen á
deponer contra él. ¿ Cuál ha sido la suerte de los Católicos en Sue-
eia, en Dinamarca, en Inglaterra, en Escocia, en Irlanda ... don-
de quiera ha prevalecido el Protestantismo? Cuanto mas fuerte se
sentía, tanto mas tolerante podia ser. Pues bien, ¿cual es la mez-
'iuina existencia católica que haya sido tolerada en los países pr0-
testantes, que haya sido admitida allíbre ejercicio de su fe, y que
no lo haya pagado por el entredicho de sus derechos civiles y po-
líticos?


La revocacion del edicto de Nantes ha quedado como el grande
fTílllcn de intolerancia del Catolicismo; Protestantes y Filóso[os
riven dc cienlo cineuenta alios acá del favor que sacan de aquella
revocacion. No quiero internarme atluí en apreciar las causas de
aquella granue medida. Lo que sé es, que Voltaire y D'Aleu-
hert en sus confidencias deicidas, se escribian loque sigue: «.En
« cuanto á mí, lo veo todo en este momento de color de rosa; veo
C( desde aquí constituirse la tolerancia, los Protestantes vueltos á lla-
(mar, los sacerdotes casados, abolida laconfesion, el infame apks-
dado, sín que lo perciba.» (i mayo 1762). Es regular (Iue D'Alem-
hert y Voltaire se diesen 'por comprendidos en ello; y si ellbma-
miento de los Protestantes era sinónimo del casamiento de los sa-
cerdotes, de la abolicion de la confesion, del aniquilamiento del
Cristianismo, y de cuanto á esto se ha seguido, confieso que, á
pesar de mi vivísilllo y muy sincero amor de la tolerancia, conoz-
co que se ha menguado mucho mi indignacion contra la revoca-
cion del edicto de Nantes.


La revoc;acion del edieto de Nantes fue de otra parte un acto po-
lítico, una medida dé bien público. Luis XIV es el único sohre
quien recae la responsabilidad de este hecho; y esta responsabi-
lidad no debía serie muy embarazosa ante el derecho público de
su tiempo, si hemos de juzgar por estas palabras del protestante
publicista Grocio, escritas cuarenta años antes de la revocacion :


22*




- 3~O-
(( lIenester es que los Protestantes se penetren que el edicto dI'
«Nantes y otros del mismo género no son tratados de alianza, si-
« no disposiciones tomadas por los reyes para utilidad pública, y
<l sujetas á revocacion cuando el bien público exige que se revo-
Ilquen '.»


Dos cosas hay que distinguir en la revocacion del edicto de Nan-
tes: la medida y su ejecucion. - La medida en sí misma, que de
otra parte se habia ya cumplido en detalle por muchos edictos res-
trictivos anteriores, encontró una general aprobacion, y ninguna
reclamacion, ni aun por parte de las naciones protestantes, que
la practieaban en su país con respecto á los Católicos. Así Bossu\'t
en su oracion fúnebre de Miguel le TeHier, pudo alabarla, sin
ser iachado de intolerante. - La ejecucion, pasando de las ma-
nos de Colbert á las de Louvois, despues de la época en que fuf'
pronunciada aquella oracion fúnebre, pasó á ser atroz, y en esta
parte nos uni mos sinceramente á nuestros adversarios para repro-
barIa. Pero en esto nada tiene que ver el Catolicismo. Y hasta e:,;
digno de notarse que Bossuet hizo frente á la opinion de su tiempo
para susten!:'!" que no debía forzarse por género alguno de apre-
mio, ni aun por las mas ligeras multas, á los Protestantes á ir á
misa 2; que en la diócesis de Meaux los Protestantes respiraron al
abrigo del grande nombre de Bossuet, y que bajo su influencia,
si ya DO es por su misma mano, fueron redactadas la declaracion
de 1698, la Inslruccion del Rey á los Intendentes, y la (arta cid Rey á
los Obispos, que abrian otra vez las puertas del reino á (os Protes-
tantes, y les restituian sus bienes, bajo la única condicion de con-
sentir en dejarse instruir, sin fijar término alguno para obligarles á
explicarse acerca los resultados de su instruccion; y que prescribian
las lIlas suaves medidas y los mas sensatos y cristianos procedi-
mientos para tratar con ellos. "


, .•• « Norint illi, qlli reformatorum sibi imponunt vucabulum, non esse il/a
«roedera, sed regum cdicta ob publicam facta utititatem, el revocabilia, si alilld'
« rcgibus publica ,utiUlas suaserit.» (Grocio, citado por el Sr. de Bausset en su
Bistor'ia de Bossuet, tomo IV, pág. 66).
~ Es curioso á la verdad que se opusiese á Bossuet, para determinarle á la


violencia en materia de religion, el ejemplo de los l'rotestantcs, y singular-
mente el ejemplo de Juana de Navarra, la cual por decretos expedidos con el
consentimiento de los Estados de Bearn, condenaba á multas exorbitantes, á
la prision, y á penas aun mas fuertes á todas las personas que no asistiesen f1
las predicaciones.




- 34.1-
Se ha ponderado contra Bossuet (el Sembrador de 28 de febrero


tle 1849) una carta que escribió á Nicolc despues de la completa
I)jecucion de la revocacion del edicto de Nantes, yen la cual habla
'( del triste estado de la Francia cuando sa.hallaba obligada á ali·
(mentar y á tolerar, bajo el nombre de Reforma, tantos socinianos
(ocnltos, tantas gentes sin religion, y que solo pensaban en derri-


C( bar el Cristianismo.») « Yo adoro con vos, dice B03suet, los de-
(signios de Dios, que quiso revelar por la djspersion de nues-
(tros Protestantes este misterio de iniquidad, y purgar la Francia
,de estos mónstruos ... » Nos hacemos cargo de la impresion que


(lehe producir en los Protestantes la fuerza de tales expresiones,
y de la ventaja que creen poder sacar de ellas contra la memo-
ria de Bossuet. Sin embargo, esta impresion y esta ventaja que-
dan ilusorias, si es que no se convierten contra el Protestan-
tismo.


y en efecto, ¿ quiénes son aquellos a que Rossuet en el secreto
confidencial de una carta llama mónslruos, y de los que da gra-
('ias á Dios por haber lihrado á la Francia? ¿ Son acaso protestan-
tes adictos á su fe y perseguidos por ella? No por cierto: tanto en
la intencion como en las palabras de Rossuet son, bajo el nomhre
tle Reforma, gentes sin religion, socinianos ocultos que pensahan
nada menos que en derribar el Cristianismo (esto es, como mas
larde lo hicieron los Filósofos, toda religion y toda sociedad), y cu-
ya dispersioll habia revelado aquel misterio de iniquidad. ¿ De qué
era culpable en esto Bossuet, y de que le aCllsarémos nosotros,
cristianos sinceros, protestantes ó católicos? ¿ Es quizás por ha-
her descubierto demasiado con su mirada de águila al Filosofismo
en el Protestantismo, ó porque, al verlo, se mostró demasiado sen·
.~ible á los males que cien años despues habian de descargar sobre
la Francia é illliRdarla de su propia sangre? Lo muy cierto es. que
el elogio ó el vituperio que le reservamos, deberémos compartirlo
l:ntre él y otros pl'Otestantes il ustres, cuyas expresiones en aquella
misma ocasion no hacia mas q~e repetir, ó reproducir: « Descor-
(rido está el velo, exclamaba entonces Jurieu en Rotterdam; se
« ha visto el fondo de la iniquidad, y esos señores (los Protestan-
,( tes) se han arrancado cási del todo la mascara, desde que la per-
(secucion los ha dispersado en lugares donde han creido poder
'(descubrirse con libertad ... Los jóvenes, continúa Jurieu, veni-
" dos recientemente de Francia, henchidos con la tolerancia uni-




- 3á,2-
« versal de todas las her~jías y de su libertinaje, han creido llegado
« ya el tiempo, y que este era el lugar á propósito para darla á luz.» (Tab. carta 1, pág. 8, y carla VIII, pág. 479).-«Así es, con-(dinúa Dossuet, cómo estaba educada la juventud entre nuestros
« pretendidos reformados. Estaba en cinta de la indiferencia de rc-
« lígíones; y este mónstl'llo, que las leyes del reino no le permi-
« lían dar á luz en Francia, ha nacido al momento en que esta ju-
«ventud libertina .ha respirado en Holanda un aire mas linre.)) ( Sexta advertencia).


Hemos ya manifestado cómo la Holanda y la Inglaterra nos ha-
bian, cincuenta años despues, vuelto á regalar aquel veneno por
la pluma de Voltaire, que habia ido á buscarlo en ellas, y que em-
pleaba sus prensas para diseminarlo. Pero lo mas curioso es que
los Protestantes extranjeros, adictos todavía á la fe cristiana, para
repeler aquel tósigo de impiedad que les traian los refugiados dr
Francia, no reparaban en invocar las mismas medidas de rigor
que allá se les enviaban. (1 Tiempo es ya, escribia Jurieu, de opo-
« nerse á este torrente impuTo, y de descubrir los funestos desig-
<mios de los discípulos de Episcopio y de Socino. Cuando el ve-
« nena elllpieza á pasar á las partes nobles, tiempo es de recurrir
aá los remedios. Prescindiendo de que el número de estos indife-
«rentes se multiplica de un modo que no nos atrevemos á decir,
« nuestra lengua no se habia manchado ,wn con tal es ahominacio-
« nes; pero desde nuestra dispersion acá, la tierra está cuhierta dl'
« libros franceses que hacen consistir la caridad en la tolerancia
« del Pagan iSl1l0, de la Idolatría v de! Socinianismo.» (TaIJ. car-
la VI.) ~ En tanto que Jurieu d~ba este grito de alarma en Ho-
landa, y pedia que se ar:ndie.¡e á los remedios para repeler á los re-
fU1::'iados de la revocacion, y preservar de su contacto la fe cris-
t!ana; no se conmovía esta menos, ni exigia !n(mores remedio~
para cortar de raís el mismo mal en Inglaterra. Treinta y cnatro
ministros de Francia antiguamente refugiados se lamentan allí
del escándalo que les causan los nuevos ministros refugiados, ( que hallándose infectados de d.iversos errores. trab~jan en di-
«seminarios entre el puehlo' y estos errores tienden nada ¡nenos
«( flue á derribar el Cristianis~~ ... Tan grande es el peligro, aña-( den, y la licencia ha llegado á tal extremo, que ya no pueden (das comunidades eclesiásticas disimular por mas tiempo, y seria ( hacer incurable el mal el aplicarle no mas que remedios paJia-




- 3~3-
«tivos.)) (Cartas escritas al Syn. de Amsterdam }lor muchos mÜlistros
refugiados en LÓnd,'es).


Así es como el Protestantismo se hacia miedo á sí propio, y co-
mo los refugiados de la revocacion eran acogidos por sus corre-
ligionarios en el extranjero. ¿ Tenian estos razop ó no? Á los ac-
tuales Protestantes toca el responder á esta pregunta. Lo ciert.o es
que estas alarmas se han visto harto confirmadas por 10s sucesos.
y que en todos los casos, seria una injusticia el echarlas en cara
á Rossuet, cuando las hallamos cási en igual grado en el ánimo
de sus adversarios.


En un principio n() nos proponíamos mas que disculpar á aquel
grande obispo; pero si la digresion á que se nos ha ohligado á en-
trar se ex.tiend~ :L mucho mas t, échese la culpa á la ventaja que
se hahia pretendido sacar de la carta de Rossuet á Nicole, y á la
necesidad en que nos hemos visto de desviarla.


Yoh'iendo ahora á la revocacion del edicto de Nantes, por des-
hlvorah!e que sea la opinion que se tenga {le aquella medida; ú
pesar de todo cuanto acahamos de poner de manifiesto, no puede
:iuministrar armas al Prot2stantisIllo en la cuestion de tolerancia,
y esto por una razon muy sencilla. i Que se nos muestre la re'\o-
cacion de un edicto de Nantes con respecto á los Católicos en la~
naciones protestantes! - Para esto seria menester que se hubiese
dado alguna vez en ellas un edicto semejante. -No se trata para
ellas de la intolerancia que revoca, sino de la intolerancia que no
concede. Los Protestantes disfrutaron por espacio de dosciento~
años de la libertad de su culto en Francia, antes de la revoca-
cion del edicto de Nantes; y cien años hace están en plena pose-
sion de la misma. Durante todo este tiempo, ¿ cuál ha sido la suer-
te de los Católicos en los países protestantes? ¿, Cuál ha sido, cuál
es aun la suerte de la Irl anda, de esta nacion-mártir, en la cua I
ha sido siempre ulla verdad el decir que no hay leyes para los Ca-
tólicos 2? ¿ No es en la plenitud del siglo décimoctavo cuando de-


'. Sobre el paso del Protestantismo al Filosofismo. (Véase la pág. 118).
2 Mas en desquite no han faltado leyes contra ellos; ved ahí una mues-


• tra: Destierro de los obispos católicos de Irlanda, á fin de impedir las ordena-
ciones; martirio en caso de regreso, (GuiJ. JlI, 9 ano tomo III, pág. 339).-
Recompensa de20 á 40 libras esterlinas á todo sacerdote apóstata. ( Anna, 2
an. cap. 7, ~ 21 ).-Destruccion de las imágenes; castigo para los que hacen
oracion delante de ellas. (Anna, 2 ano cap. 6, ~ 26 Y 27). -Supresion de las
escuelas católicas. (Anna, 2 ano cap. 3, ~ 31 ). - Prohibicion de educar los hi-




- aH-
e1ara un tribunal, que en este reino tan profundo y tan unáni-
memente católico, « las leyes no reconocen allí católicos 2 y que
'( su existencia no era allí posible, sino mientras que el Estado
«quiera tener bien cerrados los ojos?,) (Thom. Moore, Jlemoires,
lib. 11, cap. V, pág. 185). ¿ Y no decia el gran Burke, hablando
rIel régimen bajo el cual el Protestantismo aplastaba en aquella
misma époc"a aquel desgraciado y admirable país: « Es una má-
t( quina de una invencion complicada, y la mas ingeniosa que llue-
,( da imaginarse para asegurar la opresion, el empobrecimiento y
« la degradacion de un pueblo, para el abatimiento de la misma
naturaleza humana; una máquina tal, en una palabra, que nada
(pudo jamás inventar de peor la perversidad mas ingeniosa?))


En la mayor parte de los países protestantes, los Católicos, aun
(~n la hora presente, están para aguardar un edicto de l\"antes 1:
i y se viene hoy á acusar al Catolicismo de intolerancia! i Y el Pro-
testantismo se presenta todavía como víctima! i y viene au n á afec·"
tar el terror y la opresion! j Y da á la Iglesia consejos de liber-
tad! j Verdaderamente Dios ha concedido en este mundo una ex-
traña fortuna a la paradoja!


A. tan aterrado~'as acusaciones, veo al Protestantismo haciendo
otra vez cara al Catolicismo, y evocando contra él el espectro de
la Inquisicion.


Pero puede detenérsele desde luego por medio de algunas muy
sencillas distinciones:


1. o La cuestion actual es el saher, no si el Catolicismo ha sido
intolerante, sino si el Protestantismo ha sido tolerante; si, como
'ie ha dicho y dice, y como se ha hecho hasta ahora creer, ha lle·
vado é introducido en el seno de las costumbres rudas y bárbaras
todavía de la Europa el principio de la tolerancia, y si es su legí-
timo representante: esta es la cuestiono Y á esta cllestion responde


jos propios ni en casa ni en el extranjero; prision y confiscacion en caso de
desobediencia. (Auna, 2 ano cap. 6).-Destierro de los preceptores católicos;
muerte en caso de regreso. (Anna, 8 ano cap. 3, Si 31 l.


I Donde qniera domina el Protestantismo, hacia notar últimamente el Dia-
rio de Bruselas, los Católieos son todavía oprimidos: ó hien si han podido con·
quistar algunas de las libertades y garantías á que tienen derecho, están con-
denados sin embargo á permanecer en una condicion inferior. Tan presto soo
excluidos de los destinos públicos, como"les está cerrado IÍ ~eces el acceso á las
~dministraciooes y a los cnerpos deliberantes, y con mucha mas frecuencia


. aun deben sufrir toda snerte de vejaciones.




- 346-
la intolerancia violenta, opresiva, tiráni~a, con la cual se ha in-
troducido y conservado en todas partes; intolerancia mu<;ho rila.':
qeneral y mucho mas prolongada que la que pudo nunca ejercer el
Catolicismo.


:2. o La intolerancia del Protestantismo es tanto mas opresiva é
insoportable, en cuanto, á diferencia de la que se ha echado en
cara al Catolicismo, está absolutamente destituida de fundamento
y de excusa; es enteramente arbitraria, y peca no solo por exce-
so, sino !ambien por prineipio; y aun mas, está en perenne con-
tradiccion con toda idea de razon y de justicia. Que la autoridad
no tolere la liceneia, por cuyo medio se asegure la libertad, una
tal intolerancia está en el órden: puede hallarse que ha sido ex-
cesiva, pero para ser justo este cargo, deben tenerse en cuenta
todas las circunstancias en medio de las cuales se ha ejercido:
mas en fin, esta intolerancia tiene para sí un fundamento neeesa-
rio y perfectamente justificado: tal ha sido la intolerancia del Ca-
tolicismo, tal es la de toda sociedad. Pero que una doelrina que
no descansa sobre la autoridad sea intolerante; que una doctrina
que tiene por principio la libertad de exámen, oprima esta liber-
tad; que una doctrina que echa por tierra la autoridad por la li-
bertad, venga despues á echar por tierra la libertad por la opre-
sion y la tiranía; este es el colmo, y si puedo hablar así, la per-
feccion de la intolerancia, una intolérancia doble y de dos cortes,
que suprime á la vez la autoridad y la libertad, y que no existe
ni obra sino para sí misma. Tal es la intolerancia del Protestan-
tismo.


3." La intolerancia del Protestantismo ha sido una intolerancia
agresiva; la riel Catolicismo una intolerancia defensiva. En vez de
encerrarse en sí mismo y de ejercitarse en el círculo de sus par-
tidarios, no procurando extender este círculo sino por la persua-
sion y por el ejemplo, por el solo imperio de la verdad y de la vir-
tud, como lo hizo el Cristianismo en el seno del mundo pagano que
convirtió, pero que no derribó; el Protestantismo ha atacado el
edificio de la catolicidad europea por el hierro y por el fuego, y por
todo género de violencias. Despojar los conventos, destruir las
iglesias, profanar las cosas santas, y hasta el culto de los sepul-
cros; proscribir el ejercicio de las mas antiguas y mas sagradas
convicciones; poner fuera de ley los mas venerados y mas augus-
tos representantes de la autoridad religiosa j excluir, en una pa-




- 346-
labra, el Catolicismo, y desquiciarlo completamente, tal ha sido
su marcha. Y porque el Catolicismo no ha querido dejarse des-
quiciar, porque ha defendido Sil ex.istencia, porque ha opuesto la
lnqnisicion á la subversion, j se le cubre con el odio de la intole-
rancia, y el agresor rechazado se presenta como nuirtir!


4.° El Protestantismo no solamente era agresor del Catolicismo
como religion, sino que lo era tambien, y por esto mismo, de la
sociedad civil y política, cuya base principal era entonces la re-
ligion, y tendiet enteramente, como decia Francisco 1, al derribo de
la monarquía divina y humana. Así hemos visto que donde quiera
penetraba, atacaba el equilibrio de autoridad y de libertad que
constituye la monarquía, que formaba entonces el derecho públi-
co de la Europa, y que resultaba sobre todo de la distincion y de
la alianza de lo espiritual y de lo temporal, del sacerdocio y del
imperio; el Protestantismo, repito, atacaba este equilibrio, ha-
ciendo prevalecer por todas partes el despotismo ó la licencia. Su
intolerancia, pues, era doblemente agresiva y subversiva, y la de
la sociedad católica doblemente defensiva y legítima.


0.° La intolerancia del Protestantismo era el hecho del Protes-
tantismo mismo; sus ataques, sus violencias, sus destrucciones
partian de sus fundadores y de sus apóstoles, ó mas bien de su
doctrina, que podia compendiarse contra el Catolicismo en aquel
grito que fue y será siempre el del infierno contra la Iglesia: j i1plas-
temos á la prostituta! ¡Aplastemos al infame! La intolerancia del Ca-
tolicismo no era del mismo modo el hecho del Catolicismo, sino
el hecho de la sociedad. La herejía en aquellos tiempos tenia un
doble carácter, y presentaba un doble peligro: era antireligi()sa
y antisocial. Como antireligiosa era anatematizada por la Iglesia;
pero este anatema nunca importó en sí mismo ninguna represion
material, ninguna intolerancia civil. Corrío antisocial (y lo era
porque era antireligiosa, en una época, repito, en que la religion
era la ciencia misma de la sociedad), era ordinariamente repri-
mida por los poderes civiles, como lo son en el dia los Socialis-
tas. La Iglesia autorizaba esta represion, como la autoriza aun en
el día, como la autorizará siempre, cuando la sociedad tendrá en
ello un interés real. Pero 10 que importa observar bien es, que la
Iglesia, autorizando esta represion, ha. mas bien contenido que im-
pulsado el brazo secular·que la ejercia, que siempre ha ahogado por
la causa del perdon j" de la humanidad, en cuanto la existencia de




- 34,7 -
la sociedad podia permitirlo; y que en una época en que nadie,
ni aun entre los herejes, pensaba en .poner en duda el derecho
entonces público de la intolerancia, fue la primera que dejó oir
la palabra de tolerancia, y la practicó hasta ponerse en lucha con
Jos Gobiernos para arrancar de sus manos á los herejes. Á mu-
chos sorprenderá esta nuestra asercion; tanto han desfigurado á
nuestros ojos la verdad, la mentirosa y fanática educacion con
que nos regaló el últi 1II0 siglo; mas no por esto deja de subsistir
menos el hecho bajo todas las prevenciones, y reaparece por sí
mismo luego que aquellas se han disipado.


La Inquisicion, con todos sus rigores, en Francia y en España
fue un privilegio de la corona mas bien que un tribunal romano.
En España, sobre todo, apenas salida de su lucha postrera con
los moros, compuesta de elementos tan diversos, tan heterogó-
neos y tan inflamables, se habria convertido la herejía, si se la hu-
hiese dejado crecer, en un desmembramiento y en una confusion,
en cuyo seno la na(:ionalidad española huhiera perecido en medio
de 110rrores intestinos inimaginahles, y de los que las guerr;jS dt'
religion en Fran(:ia no hubieran sido sino una sombra. En lugar dp
este desmembramiento, de esta confllsion y de esta ruina, pre-
sentó I:l España el espectáculo de la civilizacion mas precoz, sil!
contradiccion, entre todas las de los demás países de la Europa,
y que tan solamente ha sido deteriida en su marcha por la súbita
acumulacion de riquezas que sohre ella del'ramó el Nuevo Mundo,
y por el retroceso de actividad que esta acumulacion llevó con-
sigo'. Esto puede decirse para explicar la Inquisicion española,
aunque se la deba condenar despues por sus excesos. Sea como
quiera, no debe el Catolicismo cargar con Sil responsahilidad,
porque no es obra suya, sino que es obra de Felipe n, y sobn'
todo de Fernando é Isabel, los mas grandes y los mas gloriosos
soberanos dtl que ~e gloría España. Algunos eclesiásticos teólo-
gos tomaban partlO en esta instilucion, y componian su tribunal,
estQ es una verdad; pero esto era para decidir los casos de here-


, « Los españoles tuvieron una notable superioridad sobre los demás pue-
« blos, - dice Voltaire. - Ellos se señalaron en las artes de I!:cnio. 8u lengua SI>
«hablaba en París, en Viena, en l\filan, en Turin; sns modas, sn manera dI'
« pensar y de escribir subyugaron {os ánimos, de los italianos: 'i desde Cárlos V
«hasta el principio del reinado de Felipe 11l, tuvo la España una considera-
« cion que no tenian los demas ¡lUeblos.» (Ensayo sobte las costumbres).




- 348-
jía, y en alguna manera como jurados, pronunciando el hecho
tle culpabilidad, sin aplicar á él la pena. Y aun en esto mismo, y
en la facilidad que podian prestar á los rigores de la Inquisicion,
no representaban ni comprometian la Iglesia; y sobre esto llamo
lllUy especialmente la atencion.


La Iglesia tenia una incumbencia especial, una incumbencia
que le era realmente propia con respecto á la Inquisicion, y era de
recibir las avocaciones de sus sentencias y las evasivas de sus ri-
gores, y de procurarles en su seno maternal el perdon y la liber-
tad. - Roma ha sido el vasto y seguro asilo de los refugiados de
la InquisiciO'll. - lIase ohservado en los tiempos del mayor rigor
flesplegado contra los judaizantes 1 y los moriscos, que las per-
sonas perseguidas ó amenazadas por las pesquisas de la Inquisi-
I~ion, se esforzaron en sustraerse á la accion de aquel tribunal. Y
para esto ¿, qué hacen? ¿, qué camino toman? Huyen del territorio
español, y se dirigen á Roma. Este hecho parecerá increible, gra-
cias á la prevencion en la cual hemos sido educados contra la Igle-
sia; y sin embargo nada es mas cierto. El número de causas ayo-
eadas de España á Roma es innumerable durante los cinco prime-
ros años de la existencia del tribunal, y Roma propendiasiempre al
partido de la indulgencia. Hállanse en una sola vez no menos que
doscientos cincuenta refugiados españoles convencidos en Roma
de haber reincidido en el judaismo. Y sin embargo no se hizo nin-
guna e.iecucion capital. Se les impuso algunas penitencias, y una
vez absueltos, quedaron libres de regresar á sus casas, sin la me-
nor marca de ignominia. Esto pasaba en Roma en el año 1498. Yo
no sé, dice Balmes, de quién tomamos esta página, si seria posi-
ble citar en aquella época un solo culpado que por su recurso á
Roma no hubiese mejorado su suerte. La historia de la Inquisicion
en aquel tiempo se halla llena de contestaciones sobrevenidas en-
tre los Reyes y los Papas sobre esta materia; y si se atiende al es-
píritu que domina en todas las instrucciones pontilicias relativas
á la lnquisicion, si se atiende á la manifiesta inclinacion de los Pa-
pa~ de ponerse alIado de la mansedumbre y á suprimir los signos
de ignominia con que se degradaba á los culpables, hay moti \"O
para conjeturar, que si los Papas no hubiesen temido indisponerse


• Llamábanse judaizantes los que, des pues de haberse convertido al Cris-
tianismo, volviall á caer en sus errores. Contra estos procedia la InquisicioD,
no contra los judíos.




- 3.i9-
con los Reyes, con demasiada violencia, y provocar funestas divi-
siones, sus medidas benéficas se hubieran extendido á mucho más.
(Gf. Adolfo Menze], Nueva Historia de los Alemanes, tomo IY, pá-
gina 197).


Balmes en las notas de su segundo tomo ofrece documentos cu-
riosos sobre el hecho que estamos exponiendo. Y en ellos se ve
que lo que embarazaba sobre todo á los Papas en la accion de su
tolerancia, y en los esfuerzos que hacian para inspirarla en el co-
razon de los Soberanos, es el oponerles estos el temor de que las
innovaciones religiosas no produjeran perturbaciones públicas.


Esta razon de Estado, este interés político y social mezquina-
mente inviscerado en la fe religiosa, daban tí esta un carácter, y
por decirlo aSÍ, un temple mas duro y mas inflexible, y esto ins-
tintiva y recíprocamente: la fe autorizándose con el interés social
y político, y este interés autorizándose con la fe. Esta fe, extrema,
ardiente, vida y alma de todo, no podia ser atacada y ultrajada
sin que todo lo fuese, sin que todo se encendiera por un movi-
miento unánime y espontáneo para repeler el ataque.


La fe católica sola, la inspiracion de la Iglesia, desprendida del
interés político y social ha mas bien suávizado que favorecido este
movimiento; y la prueba mas notable se halla en este hecho há-
cia el cual llamamos muy especialmente la atencion del lector,
que allí en donde la Iglesia era juez y árbitro del interés político,
en su propia casa, en Roma, aunque fuese al propio tiempo ellu-
gar en que la fe debia sel' mas intensa, la lnquisicion no ha pronun-
c~ado jamás la ejecucion de una pena capital, por mas que la Silla
apostólica haya sido ocupada durante aquellos tiempos por Papas
de una extremada severidad para todo lo concerniente á la admi-
nistracion civil. En todos los puntos de la Europa los cadalsos cas-
tigaban los crímenes contra la religion: en todas partes escenas
que contristan el alma; y Roma es una excepcion de esta regla,
Roma, á la que se ha querido pintar como un foco de intoleran-
cia y de crueldad. Verdad es que los Papas no han predicado, á la
manera de los Protestantes, la tolerancia uni versal; pero los he-
chos dicen la distancia que hay de los Papas á los Protestantes.
Armados de un tribunal de intolerancia, los Papas no han der-
ramado una gota de sangre; los Protestantes y los Filósofos, con
la palabra de tolerancia en los labios, la han derramado á tor-
rentes. Este es el crímen I el doble crímen á que ]a Escritura




· - 3M -
santa llama hacer que se cueza el cabrito en la leche de su madre.


Ni puede tampoco ser de otro modo. Echar en cara al Protes-
t.antismo su intolerancia, es hacerle un cargo de su existencia
misma. Protestar y no tolerar son sinónimos; y quien dice protes-
tante dice intolerante. El Protestantismo, como todas las demás co-
sas, no tiene su razon de ser sino en su ohjeto; y su objeto es ne-
gacinn, agresion, destruccion, intolerancia por consiguiente del
Catolicismo. El Catolicismo es en sí afirmacion; su razon de ser
esta en el objeto de esta afirmacion, la Yerdad católica, en' quien
y por quien suhsiste uminimemente la sociedad de los fieles que
le componen. :r.;o tiene necesidad de negar ni de protestar para
ser; existe en si mismo y por sí mismo, y esta existencia no es ne-
(;esariarnente incompatihle con la coexistencia ci\il de otras reli-
giones, porque, repito, no tiene necesidad de su exclusion para
subsistir. El Protestantismo, al contrario, no sicndo mas que pro-
testa, que excIusion, cesa de ser, si cesa de excluir y de protes-
tar. Hay sin duda protestantes cristianos, en quienes el Cristia-
nismo es formal, profundo, eficaz, edificante; así lo reconozco,
y me complazco en publicarlo, deplorando el cautiverio de esas
almas buenas en el error, y el peligro que puede hacerles correr
Sll oposicion a la verdad entera del Cristianismo. por miedo de


,que su ceguera no sea invencible. En este sentido parece podria
decirse que el Protestantismo es afirmacíon, y que suhsiste en sí
propio como el Cristianismo. Pero no; porque, á diferencia del
Catolicismo, no hay union entre los Protestantes en el objeto de
su afirmacion y de su creencia, sino únicamente en el de su ne-
gacion y de su exc1usion. Así que, no se dice la comunion sino
las CO))Url1iones protestantes; lo cual no deja de ser un tanto ridí-
eulo, sobre todo cuando se considera la cantidad innumerable de
estas comuniones, y la profundidad de las disidencias que las se-
paran. Y siendo por necesidad estas disidencias tan numerosas
como estas comuniones, dan a esta última palabra de pluralidad
un sentido correspondiente de division por el cual tanto valdria
decir las divisiones protestantes como las comuniones protestan-
tes, sobre todo cuando se observa que lo que ha sido, y lo que va
siempre en aumento en el Protestantismo no es la comunion, sino
las comuniones, ó de otra manera dich(), las divisiones. No hay,
pues, uníon entre los Protestantes en el terreno del Cristianismo,
y solo la hay en el del Protestantismo. Y están tan unidos en esh~




- 3&1 -
como divididos en aquel. Y como la union es la que constituye la
existencia de una sociedad, el Protestantismo no existe sino en
cuanto protesta, y existe, y no puede existir sino protestamlo. Este
es su nombre, porque esta es su obra, y su única obra. Y sino,
¿ qué se propone el Protestantismo en todas partes'? ¿ á qué tien-
de'? ¿ Es tal vez á hacer cristianos'? No, sino á deshacer católicos.
Para esto todo le es bueno y todo le parece bien. Ha hecho un pro-
testante cuando ha deshecho un católico, cuando le ha vuelto con-
tra la Iglesia, cuando lo ha reclutado para esta conjuracion enc-
miga, ClIyO punto esencial es la intolerancia del Catolicismo, y cu-
yo espíritu múltiple y dividido al infinito solo sirve para demoler,
para negar y para destruir l.


Á semejanza de aquel espíritu de que se habla en el Evangelio,
á quien preguntó Jesucristo: ¡,Cuál es tu nombre? el Protestan-
tismo podria responder: Jlli nombre es LEGlO:'i, porque somos mu-
chos, y porque estoy siempre en guerra.


Así pues, tanlo el raciocinio como los hechos, todo refuta la opi-
nion de que nosotros somos deudores al Protestantismo del' princi-
pio de la tolerancia en la verdadera y genuina aeepcion de la pala-
bra. Esta opinion es falsa hasta al antífra~ís? tolerar y protestar bra-
man de hallarse juntos: el reinado perfecto de la tolerancia sería
para el Protestantismo lo que es la paz para un ejército: seria el
acto de despedir las tropas, seria su disolucion.


1 En la preocupacion eldusha en qne se halla el Protestantismo de destruir
el Catolicismo, llega al extremo, como hcmos'visto recientemente en una obra
protestante estimada, de discutir la cuestioll acerca si seria un buen medio
para conseguir este objeto el'destruir al Cristianismo; y si rechaza este mc.Jio
es porque el echar mano de él seria provechoso al Catolidsmo.




- 35:2-




CAPÍTCLO III.
DEL PROTESTANTlS:U:O CON RESPECTO Á LAS LUCES.


CUANDO el Protestantismo apareció, todo cuanto hay de inspi-
rado, de original, de descollante en el arte cristiano, así como en
las profundidades sublimes del pensamiento, habia ya visto la luz,
y hasta se hallaba en su apogeo. Abiertas estaban las grandes fuen-
tes de la civilizacion cristiana, y manaban como corrientes cauda-
losas. Nuestras mas valientes y mas puras obras de arquitectura
estaban ya en pié dos ó tres siglos habia; y ellas nos dejan formar
concepto de cuál era la sociedad que las levantó, porque ellas son
esta misma sociedad impresa y en cierta manera petrificada en es-
tos monumentos. Hoy dia en que el gusto, por largo tiempo obce-
cado, yuelve á abrir los ojos á sus maravillas, y las descubre al
través del bárb(lro desden con que por tanto tiempo han sido mi-
radas, se las contempla con una curiosidad entusiasta, y en el ano-
nadamiento de la admiracion; y lo que en ellas se admira no es so-
lamente ellas mismas, sino lo mucho que suponen, lo mucho que
manifiestan en ciencia, en gusto, en inteligencia, en sentimiento,
en cálculo, en delicadeza, en fuerza, en vida, en saber, en razon,
no menos que en extension de vuelo y en elevacion de fe, en el mun-
do que las concibió y que las produjo, yen las cuales vemos, por
decirlo así, su propia existencia. Ellas equivalen á una exposicion
de todaslas artes, de todas las ciencias, y de todas las industrias
de aquella época. Ciencia de la construccion, de la estática. de la
mecánica, de la óptica, de la acústica, de la metalúrgia, de la quí-
mica, pintura, música, estatuaria, mosáico, todas las artes. todas
las ciencias vienen á reunirse y compendiarse en estas creaciones
incomparables, en las cuales, del fondo de los santuarios, enri-
quecidos con todas las obras maestras de la carpintería, de la cer-
rajería, de la platería, del esmaltado, del bordado y del ornato de
todo género. los cantos eternamente sublimes del Bies irae, del
Stabat, del Miserere, del Te Deum, de todos los sentimientos de la
naturaleza humana en lo que tiene de mas profundo, de mas ele-




·


- 303-
vado, de mas patético y de mas candoroso, se arrancan como de
un vasto instrumento cuya voz fuese el arco, y resuenan á lo largo
de las naves, y bajo las bóvedas magníficamente colocadas y sus-
pendidas por los prodigios de la arquitectura, mágicamente ilu-
minadas por los prodigios de la vidriería y de la pintura, mági-
ram ente animadas por los prodigios de la estatuaria y de la escul-
tura, mágicalllente coronadas en fin en lo exterior por torres co-
losales, por atrevidas agujas, en que la piedra, lanzada para siglos
;t alturas inconmensurables, álzase para alabar á Dios en la region
de los aires. Y todo esto no es mas que la letra y que la forma;
porque todas estas maravillas del arte cristiano en tod~s sus fuer-
zas y en todas sus delicadezas, nada tienen de imaginario ni de ca-
prichoso, pues son perfectamente amoldadas y dictadas por la idea
,¡ue fielmente expresan. Son verdaderos poemas, epopeyas inmen-
sas que cantan la gloria de Jesucristo, como los cielos refieren la
gloria del Criador, y que parecen reproducir el milagro de su en-
earnacion, presentándonos la materia en todos sus elementos, y
la naturaleza en todos sus reinos, informadas, cristianizadas por
el soplo del genio de la fe. Ellas son al mismo tiempo tratados pro-
fundos de teología histórica, dogmática y moral, en las que la
eiencia sagrada exposita de la manera mas minuciosa, mas COlll-
pleta y mas fiel toda la síntesis de las verdades que unen el mundo
natural con el mundo sobrenatural. Con una de nuestras catedra-
les se podria hacer un curso enciclopédico de todas las artes, de
todas las ciencias físicas y metafísicas, de todos los conocillJienlu;
divinos y humanos; y el colmo de las luces de nuestra época con-
siste en estudiarlas, en comprenderlas, en restaurarlas, sin poder
llegar hasta á reproducirlas, á crearlas de nnevo , hasta á acep-
tar el reto que ellas parecen echar á nuestra industria rastrera.


Por el mismo tiempo escribia san Anselmo meditaciones filoso-
ticas, á cuya profundidad y plenitud de doctrina no ha alcanzado
Descartes, y de las cuales ha tomado las que forman su gloria:
~an Bernardo removia la Europa á los acentos inspirados de su
elocuencia, y la encantaha con la dulzura y la delicadeza incom-
parahle de sus escritos: san Buenaventura enlazaba maravillosa-
mente la mística y la escolástica en una direccion práctica, sellaba
la concordancia de todas las ciencias con la teología. en su Redut:-
tio artium liberalium ad Theologiam, y merecía de la admiracion de
sus contemporáneos el sobrenombre de Doctor seráfico, que sera


23




- 304 ~
confitmado por todos cuantos tienen derecho á ser jueces en el tri-
bunal de la filosofía: su discípulo Gerson, ó Kempis trazaba en el
profundo retiro de la humildad el mas bello libro que haya salido de
la mallo de los hombres, para ilustrarlos y consolarlos; y santo To-
más levantaba su grande Suma, su Suma contra los Gentiles, su
pequeña Suma, sus Cuestiones, sus Tratados de toda especie, en
los cuales el ingenio humano parece haber tomado las alas del Án-
gel para abismarse en las misteriosas profundidades de las .cosas
divinas y humanas, y hacer penetrar en ellas una claridad in-
mortal.


Á la idea del arte cristiano, propiamente dicho, habia venido
á juntarse un ilustrado renacimiento á las letras, al arte y á la
e.mdicion antiguas. Á Dantc, poeta creador no menos que pro-
fundo tcólogo, prendado á Ull tiempo de Virgilio y de Beatriz, ha-
bian sucedido Petrarca, el Taso, el Ariosto; tras las huellas de
GioUo, de Massacio y de Fiésolo, avanzaban Miguel Angel, Ra-
bel, Corregio, el Ticiano, y todos los grandes maestros de la pin-
tun,; á la escolástica y á la mística puras de san IJuena,"entuÍ'a,
de Gerson y de santo Tomás, venian á unirse la erudicion clá-
~;C'a de Roherto Agrícola, cuya in(Juencia sobre la cultura cien-
tffica deja Alemania meridionaUue tan considerable, de Luis Vi-
ves en España, de Guillermo Budeo en l<'rancia, de Pico de la
~~Iij'ándula en lLalia, de l<isher, de John ':';olet, de Lilly en Ingla-
terra, todos hijos sumisos y piarlosos de fa Iglesia. Ya el monje
:Uacon (Doctor admirabilis) y Gcrhcrto, eleYado á Papa bajo el
l~Qmbre de Silvestre n, habian abierto la senda á los grandes des-
.:ubrimientos científicos; y la Iglesia fue la primera que acogió es-
t,os descubrimientos apenas nacidos, : que l.os engrandeció y los
\ onsagró, poniéndolos al servicio de la fe. « En Italia, Roma fue
( la primera, dice un historiador protestante, en acoger la nueva


',; invencion de la Alemania (la imprenta); y los Papas contribuye-
« ron poderosamente en extender la ciencia y la civilizacion, por
,( el favor que dispensaron á estc marayilloso descubrimiento de
« los tiempos modernos.» (1\1. de \Vessenberg. /listoria de los Con-


tilias, tomo II, pág. Mi). En cuanto á la brújula, sabe todo el
mundo· que fueron velas españolas y portuguesas, es decir, emi-
nentemente c"tólicas, las primeras que la tomaron por guia sobre
(OS mares, y que navegaron hácia nuevos mundos.


U na de las causas que mas contribuyeron al desarrollo de la in-




- 355-
teligencia humana fue la creacíon de estos grandes centros de en-
señanza, en los que se reunia lo mas ilustre de la ciencia y del ta-
lento, y á donde corria á abrevarse la juventud. Esta institucion,
pues, es exclusivamente católica. La mayor parte de las universi-
dades de E uropa se hallaban fundadas mucho tiempo antes del
Protestantismo por los Papas, ó bajo la influencia de los Papas,
que intervenian en sus fundaciones; les concedían privilegios, y
las honraban con inminentes distinciones. Así fueron establecidas
la universidad de Oxford en 895; la de Cambridge en 915; la
de Padua en 1179; la de Salamanca en 1200; la de Aberdeen en
B13; la de Viena en 1'237; la de Montpeller en U89; la de Coím-
bra en 1290; la de Perusa en 130¡¡; la de Heidelberg en 13~6; la
de Praga en 13~8; la de Colonia en 1358; la de Turín en 1400;
la de Leipzig en H08; la de Ingolstadt en H10; la de Lovaina
en H:25; la de Glaseow en 1453; la de Pisa en H71; la de Co-
penhague en 11!J8; la de Alcalá en Hi17. Inútil seria recordar la
antigüedad de las de París, de Bolonia, de F errara y gran núme-
ro de otras que se habian adquirido ya la mayor celebridad mu- .
cho tiempo antes de la aparicion del Protestantismo.


No hay ciencia, hasta la filosófica y la exegética aplicadaá Jos li-
hros santos, á la reproduccion de los textos, á la propagacion de
las traducciones, que la Iglesia no haya sido la primera en insta-
lar y fomcntar dos siglos antes que el Protestantismo se arrogase
este honol'. En el concilio de Viena (en el Delfinado) celebrado
por Clemente V en 1311 se decidió que se fundarian cátedras en
Roma, en París, en Oxford, en Bolonia, en Salamanca, para la
cnseüanza dcl griego, del hebreo, del árabe y del caldeo; formá.-
i'0I1Se distinguidos orientalistas, publicáronse Biblias poliglotas,
se repartieron numerosas traducciones" é interpretaciones his-
tóricas, gramaticales y literales abrieron un ancho camlJO al
ejercicio del pensamiento y á la libertad del examen, que solo
fíuedó para el Protestantismo la licencia; y que el Catolicismo pu-


I Desde los siglos XII y .XIII el pueblo leía los principales libros de la Es-
critura en traducciunes aprobados. En frallcía, en InglatcfTJ, en Italia yen
Alemania, vino la imprenta ú prestar su [ltH.leroso concurso para satisfacer las
demandas siempre crecientes de los pll~!,los. En la sola Alemania, entre el
año 1460 yel momento en que pareció L\ltero, no· menos de catorce edicio-
nes de la Biblia se habian p\lblicado en el dialecto alto aleman, y otras seis en
el de la baja Alemania. En verdad, ¿.no es el exceso, mas bien que la falta lo
que Iwbri¡l que arrostrar á la Igle~ia';


23*




- 356 _.
do ya que no incurrir en la inculpacion de haberle prestado el mo-
tivo, á lo menos sentir el dolor de haberle proporcionado los me-
dios, como lo expresa aquel dicho del tiempo sobre Nicolao de Lyra,
célebre profesor de teología en la universidad de París. Si Lyra
non lyrasset; Lutherus non saltasset t.


¿ y cómo á presencia de unos hechos tan brillantes y universa-
les, que atestiguan que nunca el trabajo del espíritu humano fue
mas grande, mas general, y al propio tiempo mas alentado, mas
excitado por la Iglesia, ha habido osadía para decir, y se ha lle-
gado á hacer creer que Roma abrigaba el designio de ahogar las
luces y de retener los pueblos en la ignorancia? i Cuánta (lispo-


t "Los l'rotestantes, dice un sábio modesto, quisieran hacerse pasar V.r
., hahersido los restauradores de la lengua hebrea eu Europa; mas preciso es
« que recol!Ozcan que, en esta parte, si saben algo, son deudores de ello á los
"Católicos, que han sido sus maestros, y las fuentes de donde hoy deriva todo
« lo mejor y lo mas útil que tenemos en punto á lenguas orientales. Juan Rech-
'din, que pasó la mayor parte de su vida en el siglo XV, era ciertamente ca-
« tólico, y fue tambicn uno de los mas hábiles en la lengua hebrea, y el pri-
« mero de los Cristianos que la redujo á arte. Jllan Weissel de Groningue le
« habia enseñado los elementos de esta lengua, y él mismo tuvo discípulos en
«quienes habia dispertado el amor hlicia aquel estudio. Asimismo por el3u-
« xilio de Pico de la Mirandola, que estaba verdaderamente unido á la comu-
« nion de la Iglesia romana, el ardor para con el hebreo se animó en el Occi-
{( dente. Los herejes del tiempo del concilio de Trento, que sabian esta len¡;ua,
« la habian aprendido la mayor parte en el seno de la Iglesia que habian aban-
•• donado; y sus vanas sutilezas sobre los sentidos del texto excitaron á los nr-
"daderos fieles á profundizar mas y mas una lengua, que tanto podia contri-
« buir á su propio triunfo y. á la derrota de sus enemigos. Estas miras ocuparon
"de otra parte el ánimo de Clemente V, el cual, desde el principio del siglo XIV
« habia mandado que el griego y el hebreo, y hasla el árabe y el caldeo, se en-
« señasen públicamente para la instruccion de los extranjeros en Roma, en
"París, en Oxford, en Bolonia y en Salamanca. Pues el objeto de este Papa,
«que tan bien conocia las ventajas de los estudios hechos con solidez, era el
« producir para la Iglesia, por medio del estudio de las lenguas, mayor número
"de luces propias para ilustrarla, y doctores capaces de defenderla contra todo
«error extraño. Era su particular designio que el conocimiento de las len;¡;uas,
{f y sobre todo el del hebreo, renovase el estudio de los Lihrossantos; que es-
q tos, leidos en sus fuentes pareciesen aun mas dignos del espíritn que los ha-
G bia dictado, que conocida de mas cerca su sencilla majestad les hiciesen mas
"venerables, y que sin perder nada del respeto debido á la version latina, pu-
" diese percibiFse que el conocimiento del lexto original era todavía mas útil
« á la Iglesia para apoyar la solidez de su fe, y cerrar la hoca .'t la herejia.1l (El
abate Gougat, Dilour.o sobre la renovacion de los Estudios, y principalmente
de los estudio. 6QI~liá$ticos desde el siglo Xl V, pág. 73).




- 357-
sicion de espíritus prevenidos, hasta el extremo de la mas obce-
cada credulidad, no ha sido necesario introducir y mantener en
los ánimos para 'lIegar á imbuirles la paradoja de que el Protes-
tantismo ha venido á encender en Europa la antorcha de los bue-
nos estudios! Al favor de esta prevencion, un escritor apreciable,
si se quiere; y nos complacemos siempre en creerlo así, porque
los Protestantes afectan llamar católico, cuando ni aun era cris-
tiano, impelido y patrocinado por el partido, Cárlos de Williers,
se propuso en 180:2 sostener delante del Instituto la apuesta de que
la Iglesia habia sido la enemiga declarada de las luces, y que solo
el Protestantismo habia venido á enriquecer al espíritu humano.
Semejante apuesta podia sostenerla con seguridad en cuanto al
premio del Instituto; pero en cuanto al ilustrado criterio de sus
lectores, no puede darse otra de mas desgraciada, y que por el
completo vacío de hechos y de pruebas, encubierto con la lige-
reza y vulgaridad de las declamaciones, manifieste mayor miseria
é impotencia. ¿ Es concebible que en un juicio, que se llama filo-
sófico, es decir, cuando menos, verídico y con los inFormes sufi-
cientes, se escrihan, se impriman y se reimpriman hasta "erlonos-
otros frases como estas: «La Iglesia mantenia cuidadosamente las
« naciones envueltas en una ignorancia amiga de la supersticion :
« habíase hecho el estudio inaccesible á los láicos, en cuanto po-
«sible fuese; el de las lenguas antiguas era mirado como una monstru()-
(¡ sidad, una idolatría: la lectura de las santas Escrituras, este patri-
« monio sagrado de todos los Cristianos estaha severamente pro-
« hibido, etc. ? ,) Todo el libro está escrito bajo ese tono hinchado y
falso, es un continuo escarnio de los hechos. Parécenos que al in-
Yestigar las causas del progreso de las luces, no deberia empe-
zarse por apagar la de la verdad. « Todas estas rapsodias sobre la
« oscuridad de aquellos tiempos (dice un sábio protestante) se no~
«han hecho tan habituales, que no chocaria tanto como el probar
(, que dos l' dos hacen cinco, como el negar las profundas tiniebla,
«de In edad medin. Y con todo estas tinieblas se dejan hendir y ras-
«gar muy fácilmente.») (Daniel, la Biblia en la edad media, capí-
lulo VIII, pág. 73).


« Cual si la Providencia hubiese querido confundir á los futuro;.;
« calumniadores, dice Balmes, apareció el Protestantismo preci-
«( samente en la época, en que bajo la proteccion de un gran Papa,
«se desplegaba el mas vivo movimiento en las ciencias, en las le-




358
{( tras y en las artes. La posteridad, que juzgará imparcialmente
« nuestras disputas, pronunciará, á no dudarlo, un fallo muy se-
«vero contra los pretendidos filósofos que se empeñan en encon-
«irar en la historia pruebas irrefragables de que el Catolicismo
«embarazaba la marcha del entendimiento humano, y de que los
« progresos de las ciencias fueron debidos al grito de libertad le-
nantado en el centro de Alemania. Sí: á los hombres juiciosos
(( de los siglos venideros, como tambien del presente, les bastará
«para fallar con acierto el recordar que Lutero comenzó á própa-
(¡ lar sus errores en el siglo de Leon X.


Las ciencias y las artes, en todas sus direcciones, divinas y hu-
manas, ó lo que se llama las luces, habian, pues, tenido su apari-
cion y tomado su vuelo' antes del Protestantismo; ellas habian pro-
ducido ó estaban produciendo sus grandes descubrimientos y sus
obras maestras inmortales bajo la inspiracion y el alto patrocinio
de la Iglesia. La colmena católica de la ciyilizacion estaba en ple-
na fermcntacion, y sus mara\'illosos enjambres llenaban el mundo
(~on la misteriosa armonía de su zumbido, cuando sobrevino el Pro-
testantismo.


¿ Qué parte tiene que reivindicar en esta grande elaboracion del
ingenio humano? Cronológicamente, ninguna: esto es manifiesto.
Pero ¿ vino á lo menos á juntarse á ella, trayéndole nuevas con-
diciones que han podido favorecer el desarrollo de la civilizacion ?
Esto es lo que hemos de examinar.


Bastaba, por de pronto, que la civilizacion intelectual en todas
sus obras científicas, artísticas y literariasfuese hija de la Iglesia,
y se emplease en defenderla ó embellecerla, para que el Protes-
tantismo la confundiese con la madre en sus anatemas. El punto
de partida del Protestantismo fue hasta la ineulpacion hecha á la
Iglesia de corrupcion, á consecuencia del excesivo favor que dis-
pensaba á las letras y á las bellas artes, y el abuso de las indul-
gencias por las cuales Roma convocaba el mundo católico para
que cooperase á la creccíon de un templo que debia reasumir la
fe y la'civilizacíon del universo, como el Capitolio compendiaba
en otro tiempo su error y su servidumbre.


Por el hecho, el primer grito, el primer acto dell'rotcstantismo
fue un grito prolongado, un grande acto de vandalismo. ¡ Fuera
eulto sensible! i Anatema al arte en su mas natural, en su mas ele-
\Cado, en su mas puro destino! i Anatema á la soledad y á la vida




- 309-
evangelica del claustro, tan favorable á las grandes meditaciones
y á los sublimes partos del pensamiento! La devastacíon de les
conventos, la destruccion de las basílicas y de los monasterios, I~
proscripcion de las pompas religiosas, bajo el nombre de idola-
tría, es decir, de la elocuencia, de la música, de la pintura, de
la escultura, de la arquitectura; la profanacion de los santuarios,
el saqueo y la secularizacion de todos los tesoros espirituales y ma-·
teriales con que la vida religiosa alimentaba y vivificaba el mun-
do " y este mismo mundo transformado por siglos en un campo
de disputa y de carnicería: he aquí la obra del Protestantismo.


El Protestantismo, rompiendo con la tl'adicion, repudió hasta
la herencia de la civilizacion, acumulada por los siglos anteriores.
Rompiendo con la autoridad. y con la unidad, repudió el asiento
y la condicion primera de la verdad, de su concentrarion, y de
su expansion en el mundo. Rompiendo, por fin, con la creencia en
el milagro eucarístico de la caridad infinita de Dios, agotó la fuen-
te de todos los milagros del corazon, de donde vienen así los gran-
rJes pensamicntos del genio, como los sacrificios heróicos de b
,-irtnd.


Todo lo redujo, todo lo sacrificó á dos cosas, la Escritura r!3
t'a:zon individual; y estas dos cosas las limitó y las arruinó la una
por la otra.


Esto merecc la mas atenta ohservacion, porque es el punto car-
dinal de la ycrdad acerca el Protestantismo.


Lo repito: el Protestantismo todo lo ha derribado para no dejar
suhsistir sino dos cosas, la Escritura y la razon privada.


y añado, que despues de haberlo sacrificado todo á la Escri-
tura y á la razon privada, ha sacrificado la razon á la Escritura,
y la Escritura á la razono .


, Esto hacia decir á Cilrlos V que Enrique VIII habia muerto á la gallina
de los huevos de oro. ImiÍgen muy exact.a de la vida religiosa y de la frcuodida"!
de lo que se ha convenido en ll~mar su holganza. -- Y es tan s'~nsihle esta ver-
dad '. (Iue ha llegado á pcrcibirse últimamente al través de las prevenciones pro-
testantes, de una manera digna de notarse. A la fin del año ls.nla nniversi-
dad de Cambridge tuvo una conferencia compuesta de clérigos anglicanos y de
graduados en vísperas de serlo, en la cua 1 se tomó la reso ludan siguiente:" La
« supresion de los monasterios por Enrique VIII fue para la nadan una espan-
,liosa calamidad; y las actuales circunstancias exigen imperiosamente el res-
"Iablecimiento de instituciones análogas entre nosotroS.) (Véase el Tiempo y
los demás periódicos ingleses de aquella época).




- 360 -
. Su primer grito fue la Escritura, j nada mas que la Escritura!
A este grito ha echado por tierra el edificio de la civilizacion ca-
tólica donde quiera ha tenido poder para hacerlo. Sus templos Ya-
cíos y desnudos, no presentando mas que un libro por toda signi-
ficacion, son la fiel expresion del vacío que dejó en el templo in-
telectual de la razon humana, de la cual ha excluido igualmenk
toda luz, todo otro elemento de actividad fuera de la Escritura. Si
el Protestantismo hubiese triunfado enteramente, el mundo seria
como un templo protestante. Ved ahí con toda verdad la influen-
cia del Protestantismo: á tal estado dejó reducida la razon hu-
mana.


r además, despues de haber limitado la razon á esta Escritura,
añado yo que ha limitado esta EstTitura á la razon, es decir, qui-
tándole todo cuanto es sobreracional, todo lo que constituye su
infinidad, su divinidad, para reducirla á la inteligibilidad, es de-
cir, al naturalismo de la raZOll humana, lo cual era matemática-
mente necesario.


Hé aquÍ, pues, como el Protestantismo, despues de haber re-
d ucillo la razon humana á la sota Escritura; reduce la Escritura ú
~a sola razono i y á este encogimiento, á este ahogamiento, á esta
'~onsllncion recíproca se la ha decorado con el bello nombre de
emancipacion del espíritu humano! ¿ Y no hay como un castigo
,del cielo en esta tergiversacíon del lenguaje, por la cual el error
se engaña á sí propio y no se sabe reconocer?


Pero no para aquí: estos dos esqueletos, estos dos fantasmas de
Escritura y de razon no pueden subsistir eutal estado: van á des-
aparecer, y por esto los \emos tomplctamente aniquilarse el uno
.por el otro en el seno del Protestantismo.


El principal uso que el libre exámen protestante ha hecho de la
Escritura, ha sido el sacar de ella la doctrina del sierro-arbitrio,
es decir, de la negacion de toda espontaneidad, de toda actividad
libre en el hombre. Por un justo castigo, la Escritura, que la ra-
zon protestante ha querido volver contra la autoridad de la Igle-
sia, de quien la tenemos, ha estallado en sus manos como unit
arma parricida, y la primera víctima de su explosion ha sido la li-
bertad humana, no solamente en la accion, sino hasta en su prin-
cipio. EsLa libertad desnaturalizada queda desde luego castigada
de haber roto el yugo libertador del Catolicismo, cayendo bajo el
aten'ante yugo del Fatalismo, y esto por el medio mismo y por el




- 361 -
instrumento de su rebelion, que es la Escritura. El Catolicismo,
se decia, impide el libre desarrollo de la actividad humana; le po-
ne frenos y barreras que no le permiten hacer lo que quiere; y hé
aquí que el emancipador de esta autoridad verdaderamente libe-
ral de la Iglesia, que por primer fruto de esta manumision pro-
clama la servidumhre, la anihilacion de la voluntad y de la liber-
tad humana, el siervo, el no arbitrio. ¡Qué leccíon! i Y qué pro-
digio el que esta leccion pase desapercibida y sin sentirse!


y al propio tiempo he dicho que la Escritura, desasida de la
Iglesia, mata de este modo la razon que la invoca, queda ella
muerta por esta misma razono


Esta santa Escritura, en efecto, ohjeto de un culto tan fanático
para el Protestantismo, que le ha hecho servir de texto para tan-
tas locuras sacrílegas, al paso que ha sido siempre venerada, siem-
pre predicada, siempre presentada al respeto y á la fedel mundo por
la Iglesia católica, sabemos lo que ha venido á ser bajo laaccion
deletérea de la exégesis protestante, habiendo toda la Alemania
llegado mas ó menos hoy dia á este sepulcro de la ESGl'itura, cuya
piedra ha lerantado Slrauss. Pero lo que no tan comunmente se
sabe es , que desde el orígen del Protestantismo, y el mismo L u-
tero, la Escritura no quedó menos sacrificada é insultada. Desde
luego se recortaron de ella los libros de J udith, de Tobías, del
Eclesiástico, de los Proverbios y de los Macabeos. Despues de esta
depuracion del rigorismo protestante, parece que lo restante de
las Escrituras debia ser mas sagrado: que el Pentateuco, base de
todo el. edificio histórico de la religion; que el Eclesiastcs, inspi-
rado por la misma sabiduría; que los Evangelios, que son como
el foco de la fe cristiana; que las Epístolas, qne son como su ir-
radiacion; que el Apocalipsis, en fin, arsenal de todas las mal-o
diciones arroja(las por la herejía contra la Iglesia católica, de-
bian ser tenidos por verdaderos, por santos, por la palahra mis-
ma de Dios. Escuchad, pues, cómo habla de estos libros, no
Strauss, sino Lutero. - Sobre el Pentateuco: « Nosotros no quere-
« mos ver ni escuchar á Moisés. Dejémosle, pues, á los Judíos para
« que les sirva de espejo de los Sajones, sin que nos sirva de emba-
« raza. Moisés es el jefe de todos los verdugos; nadie le gana cuan-
« do se trata de aterrar, de torturar, de tiranizar.)) - Sobre el Ecle-
siastes: «Este libro es truncado: no tiene hotas ni espuelas; ya
« montado en alpargatas puramente como yo, cuando era fraile.)) (




- 3ü2-
- Sobre los Evangelios: « El evangelio de san Juan es el solo ver-
« dadcramente tierno, el solo üel'dadero Evangelio, pues los otros
« tres han hablado mucho mas de las obras del Señor, que de sus
:palabras '. Las Epístolas de san Pedro y de san Pablo sonsupe"-
« tiores á los otros tres Evangelios.» - Sobre las Epístolas: « La
(epístola de san Jaime es una verdadera epístola de paja, en com-
(paracíon de las epístolas de san Pablo; y en cuanto á la epístola
(á los Hebreos del mismo san Pablo, no debemos pararnos, si en-
(conlramos por el camino un poco de leña, de heno y de paja.»
- Sobre el Apocalipsis: « Piense de él cada uno lo que le dicte su
'( e-píritu : en cuanto á mí sé decir que mi espíritu lo repugna, y
r¡, (sEo me basta para desecharlo 2. »


Así, pues, no solamente interpretar cada cual segun su espíri-
tu, sino desechar las santas Escrituras, por poco que repugne á
dlas el espíritu; tratarlas con la mas grosera y con la mas sacrí-
lega indignirlad, ved ahí lo que desde su nacimiento yen el mis~
!uo Lutero ha hecho el Protestantismo de las santas Escrituras,
despues de haber sacrificado á ellas todo lo demás, y hasta la ra-
zon misma que tan indignamente las trala.


No sin razon he dicho, pues, que por la doctrina protestante
del siervo-arbitrio la Escritura ha herido de muerte el principio
mismo de la libertad humana; y que por la doctrina del libre exá·
Illen la libertad humana ha herido de muerte la Escritura; y estos
dos solos elementos, á Jos cuales, repito, se hahia reducido el mo-
vimiento general de actividad intelectual, la Escritura y la razon,
ejecutan el decreto de la celesle Justicia deslruyéndose mútua-
mente en el seno del Protestantismo, el cual no es tampoco sino
negacion total, noche profunda, en cuyo seno aparecen y des-
aparecen, hajo mil mudables formas, fantasmas de doctrina, en
quienes la Escritura y la razon continúan en repelerse y chocar
entre sí hasta en sus últimos restos, para eterno suplicio del espí-
ritu de rehelion y de error.


Si el Protestantismo, pues, se constituyó, fue por la exclusion
(le toda actividad fecunda y civilizadora, y concentrando la del


I Este motivo de exclusion es muy notable, y caracteriza al Protestantismo.
2 Cilado por Alzog, Historia universal de la Iglesia, tomo 111, pág. 368.-


Inútil es, dcspues de I'sto, el procurar conocer el sentir de Lutero sobre los
Padres: {( Todos los Padres, dice, ban errado en la fe; y si no se arrepintieron
"untes de morir, son condenados por la eternidad ... »




- 363-
espíritu humano en este duelo á muerte entre la Escritura y la
razono


Se ha arrostrado al Catolicismo como un crímen de leso-pro-
greso de las luces, el haber formado causa á Galileo y á su siste-
ma astronómico, en nombre de la Escritura, que parecia conde-
narlo; y el Protestantismo se ha prevalecido de todas las calum-
nias que sobre el particular se han esparcido. Mas, aun cuando el
hecho fuese cierto con todos los. caractéres odiosos que se le atri-
buyen, no crea poder prevalerse de él el Protestantismo; porque
este proceso que accidentalmente y por una muy excusahle equi-
rocacion hubiese formado el Santo Oficio á Galileo, el Protestan-
tismo lo ha formado en nombre de la Escritura á la civilizacíon en-
tera, bajo el nombre de idolatría. La deslruccion de las basílicas
y de los monasterios, esto es, de todas las obras maestras, de to-
dos los santuarios de las artes y de las ciencias, no menos que
de la fe y de la piedad, y la proscripcion sistemática, la conde-,
nacion fanática de todo culto sensihle, de toda expresion elevada
y creadora del pensamiento y del sentimiento religioso, como con-
trario á la Escritura, y esta Escritura sola, transformada en manos
de las sectas protestantes como el eoran de un nuevo lslanismo,
i distan ciertamente mucho de este desgraciado proceso de Galileo,
del cual tanto cacarea el Protestantismo!


Este proceso es la única cosa opuesta á la ciencia que se pueda
levantar contra el Catolicismo, y esta cosa es una calumnia. La
verdad ha por fin penetrado por entre el tumulto filosófico que se
procuraba rodear esta cuestion, y en el dia sahe todo el mundo el
I~oncepto que debe formar de este suplicio de Galileo, de esta pri-
sion perpetuét " de este calabozo horrible en donde se representa
al genio cargado de cadenas, trazanrlo sobre las húmedas pare-
des que lo encierran el sistema astronómico delllniverso. La bue-
na fe de los Protestantes, los amigos de Galileo, Galileo mismo
t~S quien va á informarnos sobre este particular:


(1 Al escuchar los patéticos relatos y las repetidas reOexiones so-
,( bre este asunto que se leen en mil obr·as, - escribia ya en 178'
« el protestante genovés Mallet du Pan, - ellIsico toscano fue sa-
« crificado á la harbarie de su siglo, y á la inepcia de la corte de
c( Roma; la crueldad se mancomunó con la ignorancia para 50fo-
ce car al físico en su cuna, y no era dado á los inquisidores que


I Carlos de Villers.




- 3M-
«( una verdad fundamental de la astronomía fuese sepultada en el
(1 calabozo de su primer demostrador.


(Esta opinion es un cuento. Galileo no fue perseguido como
dlUen astrónomo, sino en calidad de mal teólogo. Se le hubiera
(' oejado tranquilamente que hiciese caminar la tierra, si no se hu-
Cf hiese metido á explicar la Biblia. Sus descubrimientos le dieron
(( enemigos; pero solo sus controversias le dieron jueces, y su pe-
(( tulancia amargas pesadumbres. Si esta verdad es una paradoja.
\( esta paradoja tiene por autor al mismo Galileo, en sus carlas ma-
« nuscritas; á Guichardin y al marqués Nicolini, embajadores de
¡¡ los grandes duques en Roma, y los d,os, así como los Médicis,
c', protectores, discípulos y cel030s amigos del imperioso filósofo. En
{( cuanto á los bárbaros de aquella época, los bárbaros eran el Taso,
(¡ el Arioslo, Maquiavelo, Bembo, Torricelli, Guichardin, fra Pao-
<do, etc. l.»)


Resulta de la correspondencia de Guichardin, que lo qnc mo-
tiyó la cuestion fue la pretension del mismo Galileo en apoyar su
sistema sobre la Biblia, y en querer que fuese nn solamente un
'artículo de ciencia, sino en cierto modo un artículo de fe. {(E.7.:Íljió,
(, dice Guichardin en sus despachos oficiales, de ti de marzo de
f.1G16, que el Papa y el Santo Oficio declarasen el sistema de Co-
(' pérnico fundado sobre la Biblia .•. Galileo, añade, pone en todo
,( esto un empeño extraordinario, y hace mas caso de su opinión
« que de la de sus amigos, etc.») Aquí teneis, pues, las causas dt·
la condenacion de Galileo. Veamos ahora, en cuanto á su suplicio,
cómo lo refiere él mismo:


« El Papa me creia digno de su estimacion ... FllÍ alojado en el
« delicioso palacio de la Trinidad del Monle ... Cuando llegué al


I .,lercurio de Francia, tomo IU, pág. 141, julio de liBeI.. -La cuestioll
ha sido ilustrada en el mismo sentido por otro eseritor protestante sir Da-
\'id Brewster, miembro de la Academia real de Lóndres, en un lihro titulado:
los 1I'lártires de la ciencia. - Pero sobre todo quien ha tomado otra vez, pro-
fundizado y definit.ivamente trazado este asunto ha sido nuestro ilustre amigo
el Sr. Conde Alfredo de Fallou!, con aquel discernimiento franco (\ inteli~ente
que no disimllla, no diré ningun hecho, .sino ninguna razoll. ninguna conside·
racion favorable á sus adversarios, con tal que sea verdadera, y que busca en
-esta siuceridad de no olvidar lo mas minucioso la autoridad de la imparciali-
dad en favor de la última conclusion: de modo que conrunde la rectitnd de la
conciencia con la destreza del raciocinio. (IV éase la Biografía diJ Galileo por
el señor de Falloux en la colcccion del Correspondiente, n.o de 29 noviembre
de 18~7).




- 365-
'( Santo Oficio, dos jacobinos me invitaron con la mayor urbani-
« dad á hacer mi apología ... Yo estaba obligado á retractar mi opi-
'mion, como buen católico. Para castigarme, se me prohibieron
,dos diálogos, y se me despidió despues de cinco meses de per-
'1 manencia en Roma. Como la peste reinaba en Florencia , se me·
'( destinó por llahitacion el palacio de mi mejor amigo, monseñor
'1 Piccolomini, arzobispo de Sena, en donde he gozado de pleno
J sosiego: hoy me encuentro en mi campiña de Arcetra, en donde
!( respiro un aire pnro, cerca de mi querida patria.») (Carta de Ga-
lileo al P. Receneri, su discípulo).


Tal es la "erdad acerca el suplicio de Galileo, y acerca las cau-
~as de su condenacion.


Pero falta ahora, ya lo sé, esta condena misma, en la que po-
~itivaniente Galileo fue condenado por haber sostenido, contra la
Escritura, que el sol está inmóvil en el centro del universo, y que
la tierracse mueve á Sil alrededor; proposicion que fue declaradll,
lormalmente Iterefica en su primera parte, y á lo menos errónea se-
'¡un la fe en su segunda.


Mas, el tribunal del Santo Oficio, que pronunció esta condena,
no era ni jamás ha sido respetado por infalilJle. Engañóse una vez,
diez veces, si se quiere; pero así se engañan tambien á menudo
los mas graves y los mas sábios tribunales de justicia. El tribunal
<lel Santo Oficio no representaba absolutamente el Catolicismo, no
digo ya en su infalibilidad, cuya sede y órgano son únicamente
los concilios ecuménicos y el Papa pronunciando ex catltedm, pe-
ro ni en su espíritu, ni en su clero, ni en su opinion general. El
clero estaba vivamente dividido sobre el sistema de Galileo. Ému-
los, despechos, rivalidades, y todas las pasiones mezquinas que.
;\, nuestros mismos ojos hacen mover los resortes de la intriga bajo
el manto de la severidad académica de los cuerpos sabios, en una
palabra, la naturaleza humana existia con sus debilidades y sus
miserias en el tiempo de Galileo como en el nuestro; y si Gali-
leo mismo no hubiese sido el primero en pagarle el tributo em-
pezando por su arrebato de furia, y despues siguiendo por Sil de-
bilidad; es probable, como nos lo dicen sus amigos, que no hu-
biera llegado á ser su víctima. Dominicos y Jesuitas le acusaron,
pero Jesuitas y Dominicos le defendieron; prelados numerosos y
eminentes le protegieron; Papas hubo que adoptaron SU sistema.
ó mas bien el sistema de Copérnico, sacerdote católico, que ha-




- 366-
bia sido el primero en sostenerlo, dedicando su exposicion al papa
Paulo In, con grande admiracion del oardenal Schomberg y del
obispo de Culm, que alentaron su publicac1on, y del obispo de


, Emersland, el cual habia erigido un monumento para perpetuar
la memoria de este descubrimiento brillante. Galileo pudo propa-
gar desde luego este sistema con una entera tolerancia, ó mas hien
con el favor de la admiracion, ó mejor diria entusiasmo que sus-
citaron en toda la Italia sus invenciones astronómicas. Y mucho
mas aun: en el año mismo en que empezaron las persecuciones
que se atrajo, en 16U;, y despues en 16l!2, apologías de su per-
sona y tratados de su sistema salieron espléndidamente del fondo
de los monasterios, bajo el patrocinio de Cardenales y de Gene-
rales de Orden, y con aprobacion de la autoridad eclesiástica; en
fin, en 162i, en el tiempo mismo en que mas abuso hacia de tan
generoso concurso, fue recibido, abrazado, festejatio, pensiona-
do por el papa Urbano YIII, con la sola condicion de ser mas cir-
cunspecto en la cxposicion de su sistema, en vista de la llerejía
que ]0 convertía entonces en una arma contra la Iglesia. ( La pen-
ce sion concedida por Urbano, dice sir David Brewster, no era una
c( de aquellas recompensas que los soberanos dispensan alguna
« vez á los servicios de sus súbditos. Galileo era extranjero en
«( Roma, y el soberano de los Estados de la Iglesia no tenia con él
c( la menor obligacion. Así pues debemos mirar esta pension como
«(una dádiva del Pontífice romano hecha á la misma ciencia, y co-
o: lllO una declaracion al mundo cristiano ijue la Religion no tenia
« envidia de la filosofía, y ij ue la Iglesia romana respetaba y ali-
« mentaba donde quiera el ingenio humano,)) (Los Jlártires de la
ciencia, por sir David Brewster),


Tenernos ya esta cuestion del proceso de Galileo medio ilus-
tI'ada; y si lo fuese completamente, viérase salir, depuratio de los
lluhlados de la prevencion y del error sistemático que nos lo des-
figuran un siglo hace, el nohle y majestuoso semblante de la Igle-
sia, admirada de causar miedo á la ciencia que ella amamantó en
su cuna, y tie no ser reconocida como madre suya por hijos en-
;.:'añados.


Este mismo espíritu de prevencion y de error, que bajo el nom-
hre de luces se ha empeñado en derramar las negras sombras de
la calumnia sobre el carácter divino de la Iglesia, ha sahido di-
-imular muy bien hajo un velo oscuro y silencioso la realitiad tic




- 367-
las faltas en que estaba interesado el honor del Protestantismo.


Así, merced ti, ese criminal artificio, todo el inundo cree saber
que la Iglesia ha perseguido á Galileo, y que para este grande
hombre, y para la ciencia que él representaba no ha tenido ~ino
cadenas y cási una hoguera; y todo el mundo ignora que un hom-
bre, mas grande aun que Galileo, fue realmente perseguido por
la ciencia, por la misma ciencia, por el mismo sistema; que en
una palabra el verdadero romance de Galileo existe; tan solo hay
que cambiar dos palabras: en lugar del Catolicismo, poned el Pro'-
testantismo, y en lugar de Galileo poned á Keplcro; - añadid que,
en su persecucion, fue acogido por los Jesuitas.


(Esle homhre admirable, dice su biógrafo, que descubrió las
(deyes del mllndQ planetario, nació en 'Veil, ciudad de la Suahia.
« Los teólogos de T ubingen condenaron su descubrimiento, por-
« que la Biblia enseña, decian, que el sol gira al rededor de la
«( [¡erra. Keplero queria ya destruir su obra, cuanuo se le ofreció
t: un asilo en Gnetz, desde donde fue llamado rle~pues á la corte
(( de Rodolfo. Los Jesuitas, mejores apreciadores de su mérito, le
doleral'on, aunque no ocultase jamás su luteranismo. Entonces
«( se contentaron sus enemigos con perseguirle en secreto; y su ma-
« dre, que se vió acusada de sortilegio, pudo apenas escapar de la
(hoguera.)) (El baron de Breitschwerdt, Vida einfiuencia de Ee-
¡llen, sacada de nllevc/s fuentes oriuinales; Stuttg. 1831. Cf. A. Men-
z:'I, tomo V, púg. 117-126).


La conducta del Protestantismo con respecto á Keplero y su
madre no fue mas que la aplicacion , mas ruidosa por el grande
nomhre de Keplero, de su proceder ordinario. Siendo la Biblia
la sola y única regla de la doctrina religiosa, todo lo que pare-
cia separarse de ella era bruscamente perseguido; y en cuanto
á la locura y á la inhumanidad de los procesos de sortilegio ~. de
mágia que han descarriado tantos espíritus, y retardado el mo-
,imiento de la ciencia, á menudo implicada en tales procesos,
bueno es que se sepa por fin qu;.' es el Catolicismo, que son los
Jesuitas los primeros que se han lcyanlado con mas fuerza contra
estas barbaries, y que los doctores protestantes son los últImos que
las han sostenido y profesado.


N o creemos se nos niegue la justicia de observar que tenemos
la costumbre de apoyar cada una de nuestras aserciones sobre.
hechos precisos, de lo cual se han dispensado por lo comun los




- 368-
adversarios de la Iglesia, y continúan usando de esta dispensa.
Por lo que hace á nosotros, no tenemos todavía crédito bastante:
debemos probar; probemos pues.


Desde 1593 el católico Corno Loos, de }Ia.yencia, tuvo el va-
lor de protestar contra los errores vulgares en materias de hechi-
ecría. En 1632 el jesuita Tanner, yen 163ü el P. Federico Spé,
lucharon con energía y feliz éxito contra los mismos de~varíos, é
hicieron ante los soberanos de la Germania el proceso en forma
á tan odiosos como salvajes procedimientos '. - Algo mas tárde,
en 16M, Benito Carpzow, de Leipzig , á quien llamaban ellegis-
lador de la Sajonia, y cuyas opiniones eran de gran peso en ma-
terias de derecho canónico ó criminal, y en 11389, cási en el si-
glo décimoctavo, Juan Enrique Pott, célebre profesor de la uni-
versidad dcIena, protestantes, sostuvieron tenazmente que rlebia
perseguirse con los mas severos castigos no solamente la hechi-
cería, sino aun, y esto es mas notable, á los que negaban la rea-
lidad de los pactos diabólicos; imprimiendo escritos sobre talcs
materias, cuyos títulos eran como por ejemplo el siguiente: [)
nefando lamiarum cum el/afato caitu '.


Por lo demás ,en todo esto el Protestantismo no hacia sino agar-
rarse de la ortodoxia de Lutero, y de sus otros fundadores, que
¡Iecian tener comercio con el diablo. Pretendia Lutero haber sido
enseñado por aquel doctor singular, haber tenido entrevistas y
discusiones teológicas con él, Y haber sido llevado hasta á supri-
mir la misa por la victoria que sohre él alcanzó aquel lógico ter-
rible; «y no hay para que admirarse de ello, dice, porque la ló-


1 Fr. Spé. Cautio crimina lis si ve de proceHibl,Ls contra sagas, liber ad ma-
yistratus Genn. hoc (empore necessarius de. ninlhcl, 1631.


• El célebre [)['oceso de Urbano Grandier, ('IJra de Loudun, es de 16:¡" , es
decir, de ~es(~nla años antes. .


En se~undo lugar es un suceso Ó a~ontedmiento, y no un tratado ex professo
para la hechicería, como los que publicaban entonces y despucs los l'rotes-
tantes.


En ten'er Ingar, era reprobado, hajo este punto de vista, por los tratados ca-
tólicos contra las brujerías, que hemos dIado, y que eran contemporáneos Ó
anleri ores. '


En cuarto lugar, sahido es que b~jo el nombre de hechicería este proceso
era un proceso de ,'enganza del cardenal Richelieu, contra el (',lIal el desgra-
dado Urbano Grandier habia tenido la temeridad de arrojar un folleto titulado:
La Fmnci,'cana de LOl/dun. (Véase la Historia de los diablos de Loudun, tí
crueles esfuerzos de la venganza d~ Richeliel¡; Aubin 1716).




- 369-
« gica del diablo iba acompañada de una voz tan espantosa, que la
«sangre se helaba en mis venas ..• Entonces comprendí, añade,
« como sucede muchas veces que las personas mueren repentina-
« mente; y es porque el diablo puede matar ó ahogar á los hom-
«lIres; y aun sin ir tan léjos, los pone, cuando disputa con ellos.
« en un embarazo tal, que pnede tambien causarles la muerte, y
« esto experimenté muchas veces por mí mismo.» ( De Abrog. miss.
priv., t. VII, pág. 216).


Zuinglio, fundador del Protestantismo en Suiza, fue igualmen-
te asistido de un cierto diablo ó espectro, blanco, ó negro, dice,
en la invesligacion de las razones que determinaron la negacioll
del dogma de la Eucaristía. Y como no supiese él qué responder
al secretario dcla ciudad, que le apretaba sobre este punto: ¡CO-
/larde, le dijo el fantasma j por que no respondes lo que está I'scrito eu
el Éxodo (el cordero es la pascua, pam decir que no es mas que su sig-
110)1 Y en virtud de esta razon tan grave como persuasiva, fue su-
primida la Eucaristía. (ffosp. 2, part. 25 l.


Melancton, el mas honrado de los primeros reformadores, es-
taba asimismo en,tregado á las preocupaciones y á las manías d~,
la mas ridícula supersticion: una inundacion del Tíber, el na-
eimiento de un mulo monstruoso con un pié de grulla, en Roma.
y la de nn beeerro con dos cabezas en el territorio de Augsbourg.
son para él otros tantos pronósticos infalibles de la próxima rui-
na de Roma y del triunfo de la Reforma.


De semejantes inspiraciones salió el Protestantismo, y por tale"
extravagancias aspira al título de emancipador del espíritu bu-
máno, y al derecho de acusar á la Iglesia de supersticion y de'
fanatismo.


La misma noche que el Protestantismo ha amasado en derre-
dor de sí, le ha sustraido á la mirada, propicia á él de otra par-
te, tanto como torva para el Catolicismo, de la historia moderna.
y ha favorecido la opinion anticipada qu,c le atribuye un luga!
ventajoso en el progreso de las luces, llevando consigo la acu-
sacion de tinieblas contra la Iglesia.


La verdad se halla cabalmente en el reverso de esta opinion.
La Iglesia ha disputado el mundo á las tinieblas que la herejía
derramaba sobre él, Y solo á fuerza de ciencia y de luces, no me-
nos que de santidad, ha llegado á asegurarla marcha de la civi-
¡izacíon, gravemente comprometida por el Protestantismo.
~




- 370-
Y este es al mismo tiempo uno de Jos mas bellos y curiosos es-


pectáculos que nos presenta la historia, desde el siglo décimo-
sexto, y que historiadores protestantes imparciales, y dignos por
esto mismo de haber vuelto ó de volver al Catolicismo, han tra-
zado con brillante pincel, y con asombro grande de la opinion
pervertida.


Unapologista de la Reforma se ha desde luego encargado de
horrar en alguna manera por su propia mano, y por un último
rasgo de su pluma arrastrada por la verdad, tonas las páginás pre-
cedentes, en que habia probado con fatiga luchar contra ella.


({ Es una verdad el decir, dice Cárlos de Villers, que la Refor-
« ma ha momentáneamente (esta sola palahra de reserva se halla
,( tambien borrada por el cuadro que va á seguir) hecho retrogra-
«dar las luces y la cultura de las ciencias. Figúrense las devas-
«taciones inauditas de que fue teatro la desgraciada Alemania;
'( la guerra de los Paisanos de Suabia y de Franconia; la de los
'( Anabaptistas de 11 unster; la de la liga ile Smalkalde contra
(Cárlos V; la que duró hasta el tratado de Welsfali:l, y aun des-
(pues de este tratado hasta su cOlllpleta extincion. Por ella se vió
(transformado el Imperio en un cementerio inmenso, sepulcro
(de dos generaciones. Las ciudades reducidas á cenizas; las· es-


e( cuelas desiertas; los campos abandonados; las manuracturas
(incendiadas; agriados los animos. y exasperados por sus largas


.( divisiones. Católicos, Luteranos, Calvinistas, Anahaptistas, Mo-
(ravos se acusaban los unos á los otros, y se atribuian las nume-
,rosas llagas de la patria; de esta patria, no solamente desgar-
,rada por sus propios hijos, sino entregada á los handos españo-
( les é italianos, á los fanáticos de la Bohemia, á las hordas turcas,
( á los ejércitos franceses, suecos y dinamarqueses, que hubian
« llevado á ella la carnicería y la desolacion de una guerra civil
\(y religiosa. Muy largo tiempo necesita un país para repararse
« de una tal conmocion y de una ruina como esta. Así vemos la
,( nacion alemana, despues de hab~r hecho al principio grandes
"progresos en las ciencias, durante la paz t, reincidir, durantc
'( una parte del siglo décimoséptimo, en un estado muy cerca de
( la barbarie. Y no es solo en su suelo natal allí donde su causa
« fue combatida con tanta tenacidad, y en que la Reforma oca-


I Vamos á ver dentro un instante á quién file debido este movimiento en
los estudios.




- 371-
( sionó crueles trastornos. No pudo escaparse de ellos la Francia;
« pero las turbulencias de este país no fueron tan largas como las
« de la Alemania. Esta última region se encontraba en el mas de-
« plorable estado, cuando la Francia tenia curadas ya sus heri-
«das, y habia llegado al apogeo de su gloria política y literaria l.
« Los Países Dajos fueron el teatro de la lucha convulsiva de la
«España contra [a nueva Repúb[ica holandesa. Los males que de
Q ello resultaron para sus hermosas provincias igualaron cási á
f( los del resto del Imperio. En fin, la Inglaterra se vió abando-
(nada á dos conmociones intestinas, que hemos recordado mas


,( arriba en el artículo sobre esta potencia. Y lo dicho es sufi-
l ciente para yerse obligado á convenir en que, desde la inunda-
(cion de los pueblos del Norte sobre el imperio romano, ningun


e( acontecimiento habia aun provocado en E uropa estragos talllar-
(gos y tan universales como la guerra encendida por el foco de
'( la Reforma. Y bajo este respecto es harto verdadero ,que ella ha
'l retardado la c u llura general.)) (Ensayo sobre el espíritn y la refor-
ji/a de Lutero, por Cárlos de Willers , quinta edicion, pág. 2::W).


El Sr. de Villers se esfuerza despues en salvar las conseCUCll-
c:ias de esta confesion , diciendo ser Jos adversarios de la Refor-
ma los que, por haberla querido ahogar con la sangre de sus sec-
t:::.rios, fueron los únicos culpables de los males que de ella re-
sultaron, y qne, de otra parte, despues de aquel cataclismo, Jos
j)eneficios de la Reforma se hicieron sentir de nuevo en la mejor
direccion y en el libre movimiento de los espíritus.


Pero muy breYt~s reflexiones van á arrebatar del Protestantismo
el beneficio de sus reservas, y asegurarnos el de sus confesiones.


Compárese sino la manera con que se estableció el Cristianis-
mo, y la manera con que se estableció el Protestantismo, y júz-
guese de esta pretendida reforma del Cristianismo por el propio
Cristianismo. Y j qué! j se pretende haber reformado por medio
de violencias, de guerras, de devastaciones, de exterminiosinau-
di tos , una religion que profesa el horror de las guerras, de las
dcyastaciones y de los ex.terminios! j Una religion toda de paz,
de mansedumbre y de caridad, que prohibe hacer, decir, pensar
hasta el menor mal, ¿ qué digo yo? que manda volver el bien por
el mal! Admito que el Catolicismo haya querido, como se dice,


• ¿Y por qué esto, sino porque el Catolicismo' habia tomado la ~en­
taja? ,


2f'




- 372-
ahogar la Reforma en la sangre de sus sectarios; ¿ r el Paganis-
mo no quiso ahogar tambien al Cristianismo del mismo modo'!
¿ Qué hicieron los Cristianos, no obstante, y qué han hecho los
reformados? «Una sola noche con algunas teas incendiarias bas-
« taria, decían los primeros, si nos fuese lícito volver el mal pOI'
« el mal; pero no permita Dios que una religion diyina recurra á
« medios humanos para vengarse, ó que se deje abatir por las
"pruebas.») (Tertuliano, Apológetico).-d,os monarcas, losprín-
"cipes y los señores que forman parte de la turba de la Sodoma
« romana, decian los segundos, deben ser atacados con toda es-
« pecie de armas, y es necesario que nos lavemos las manos ell
«su sangre.») (Lutero, del Palla do de Bomet instituido por el diablo,.
-Así es cómo se reformaba el Cristianismo '.


Es falso, además, el decir que el Catolicismo haya querido aho-
gar la Reforma en la sangre de sus sectarios, y esta fuese la caU8'1
Je todas sus guerras . .El Catolicismo no quiso dejarse destruir p()!
el Protestantismo: este es quien atacó, quien oprimió, quien aho-
g'ó desde Juego el Catolicislllo en Dinamarca, en Suecia, en Bo-
hemia, en Suiza, en Inglaterra, cn Escocia, r quien, e;¡ ~u mar-
cha agresiva y subversiva, "ino despues á alacar á la Francia ~.
al Austria. La sociedad católica, en cuanto á socíedad, ¿tenia el
derecho de defenderse? Hé aquí la cuestiono


Resta ahora saber si al Protestantismo es á quien se debe la con-
servacíon de las luces, al través de esa prolongada época dc guer-
ras y de trastornos, y el brillo que tuvieron dcspues. Tal es la
cllestion que resta para examinar.


El Protestantismo ha sido rechazado y contenido pOI' dos fuer-
z'as, la una material y violenta, como la que él empleaba, la otra
puramente espiritual y moral.


La fuerza material y violenta fue empleada contra él por b so-
ciedad civil, la fuerza espiritual y moral lo fue por la Iglesia.


, La Reforma se ha visto obligada (¡ condenar en este punto y ab,iurar el
Cristianismo por el órgano de sus mas fervientes doctores. Para justificar á lo~
Reformados de la conjuracion de Amboise, Jlor la cual empezaron torlas la~
guerras de religion en l"rancia, Jurieu, en su Apolugía de la Reforma, se ex-
presa en estos términos: «La tiranía rle los príncipes de Guisa no podia des-
«trnirse sino por una grande efusion de sangre: verdad es que el espíritu del
«Criatianismo no sufre semejante medio; mas si se juzga de esta empresa por
" las reglas de la moral del mundo, no es de modo alguno crimi na 1. " ( Apol. de
la R~f., parte 1, cap. Xl l.




- 373-
Y al empleo admirable de esta última fuerza débese sobre todo


la conservacion de las luces y la salud de la civilizacion.
Cuando el Protestantismo hubo desbordado en Alemania, en


:-5uecia, en Dinamarca, en Holanda, en Inglaterra, y amenazado
invadir todo el orbe católico, la Iglesia para hacerle frente se
afirmó en su disciplina, y apeló en lo interior desí misma á todas
las fuerzas divinas que Cristo habia depositado en ella, Se re-
formó, se purificó, se santificó, desde los sumos Pontífices sobre
d trono de san Pedro, hasta el mas oscuro religioso en el retiro
de su celda. Mas, al propio tiempo que apeló á la santidad, no
dejó de hacer un llamamiento á la ciencia; y en las Ordenes
lluevas que prodllio, así como en las que reformó para combatir
la herejía, no se exigieron menos las luees que las virtudes, T
nnas y otras fueron igualmente el objeto de la profesion reli-
giosa.


Uno de los earactércs mas maravillosos de la Iglesia es esta
propiedad qué siempre ha tenido de producir Órdenes religio~as,
I)ll razon de las necesidades de la civilizacion, y de la accíon yne
ha tenido que ejercer sohre ella. Segun los (li\(~rsos e:,~ados, loe
diversos males, los diversos peligros de la sociedad, se ha visto
siempre á la Iglesia, de Sil único tronco y de ~u única sustancia,
,echar diversos vástagos, producir institutos especiales y á pro-
pósito para estas necesidades, para estos males, para estos pcli-
.!iros, como un solo árbol, cuyasávia, sin necesidad del engerto,
produjera por sí misma y sucesivamente diversos ramos llevan-
do toda especie de frutos. La historia de la Iglesia, estudiada bajo
I~ste punto de vista, seria uno de los mas curiosos espectáculos
para el observador; y pudiera hacerse sobre esta materia un pre-
¡joso lihro, en el cual deberia hacerse notar el incesante fenó-
meno, á saber, que desde el momento en que la sociedad se veja
¡~n una gran necesidad, en un grave mal, ó en un inminente pe-
ligro, el espíritu de amor y de sacrificio, cuyo ardiente foeo es
la Iglesia, iba á dispertar una solicitud proporcionada en el alma
de algull eristiano, colocado por su nacimiento, por s\ls costum-
hres y su condicion al extremo opuesto cási siempre de esta so-
licitud, y haciéndole concebir la prodigiosa resolucion de em-
prender la radical curacion de un mal universal, por remedios
heróicos tomados "en la profesion especial de las virtudes mas
opuestas,á este mal, y llevadas á un rigor extravagante, si se con-




- 374-
sidcra en sí mismo, pero perfectamente lógico, necesario y cal-
culado si se le mide con la necesidad ó con el peligro al cual ha
dé servir de contrapeso. De este modo pudiera leerse la historia
de las costumbres y de la civilizacion europea en la historia de
las Órdenes religiosas. Sucedía alguna vez que el espíritu del er-
ror, interesado en recomendarse por alguna apariencia de virtud,
tomaba la delantera sobre la Iglesia, y se metía á reformador;
mas, como vimos ya, esto no era mas que un juego grosero de
reforma, á cuyo favor la dísolucion adelantaba mas rápida, y que
provocaba en la Iglesia un esfuerzo mayor de reforma verdade-
ra; lo cual inspiró al Sr. de ~Iaistre, hablando de los herejes,
aquella feliz expresion : Ellos se deforman, y nos reforman. Ya an-
tes del Protestantismo los Vaudenses y los Albigenses habian afec-
taJo la pohreza y el apostolado evangélico, de que la sociedad ci-
"jI y religiosa tenia entonces grande necesiJad. Mas esta falsa
pohreza y este falso apostolado no hahian hecho mas que añadir
el Comunismo á la avidez, y la revuelta al escándalo, el mal al
mal. La Ig!esia, doblemente solícita por su diyina mision en crea!'
remedios, produjo entor:ces dos Órdenes célebres que opusieron
yerdaderos pohres y verdaderos apóstoles á los falsos pobres y á
J os falsos apóstoles; los Franciscanos á los Vaudenses, y los Do-
minicos á los Albigenses. Entre. estos herejes, dice Mezerll.y, había
que se llamaúan los POBRES, Y otros que se llamaúardos llU)!ILDES. Lo~
primeros hacian profes/un de una pobreza evallydlica; [os segundos SI'
encargaban de predicar donde quiera se encontraúan. Para contra res-
tados fueron instituidas dos Órdenrs religiosas, á saúer, HERMANO~
A1ENOltES Ó FRANCISCANOS, Y HERMANOS PREDICADORES Ó JACODlNOS.
Aquellos furron fundados en Italia por san Francisco de Asis, h~jo de U1l
rica n~yociailte ; estos en Languedoc por san/;(} Dominyo, de la noble casa
de GI/:::,man en España, y canónigo de Osm(t, que habia venido á esta pro-
fináa con su obispo para conrertir ti los Jlbigenoes. (Resúmen cronol.
tomo II, p{tg. 618).


Del mismo modo, cuando el Protestantismo hubo emprendido
su falsa reforma, la Iglesia, cuya mision divina es la de contra-
restar al error y al mal sobre la tierra, creó Órdenes nuevas con
la mira de combatirlo.


y entre estas nuevas Órdenes deben ponerse en primera línea
los Jesuitas.


y no será posible dar jamás razon de esta Órden célebre, si no




- 375-
. se la considera con respecto á la especialidad de la funcion que


le es propia.
Esta funcion, decimos, que era combatir el Protestantismo ~


serrirle de contrapeso en el mundo.
Si quiere apreciarse, pues, el instituto de lós Jesuitas, preciso


es considerarlo como un contrapeso completo del Protestantismo,
haciéndose cargo de todo cuanto debe tener de absoluto una or-
ganizacíon, cuyo objeto era la guerra;


La guerra á la revuelta por el voto de la mas absoluta obedien-
cia; la guerra á la division por la mas firme adhesion al centro
de la unidad; la guerra á la licencia del libre exámen en materia
de fe, y á la tiranía de las opiniones que es su consecuencia, por
la sumision ciega á la doclrina católica, así como por la mayor
liberlad posible en todo lo que es de pura opinion; la guerra á la
confusion y á la anarquía por la mas fuerte organízacíon jerár-
quica, funcionando con la mas consumada prudencia y con la
mas meditada prevision; la guerra á todos los vicios por todas las
"irtudes, y á todo género de tinieblas por todo género de luces;
y para decirlo todo en una palabra, la guerra á la disolucion so-
cial y á la barbarie por todas las condiciones de la verdadera ci-
vilizacion llevadas á su último extremo, y amoldadas en cierto
modo cual convenía para tan gran combate.


y lo que pretendemos sobre todo hacer observar, es que entre
estas condiciones, y en primera línea, se hallaban la ciencia, la
instruccion, las luces en lodo género; como si la Orden de los
Jesuitas hubiese debido ser un cuerpo sábio y literato, encarga-
do del apostolado de la ciencia tanto como del de la fe, por ha-
herias puesto á entrambas en igual peligro el Protestantismo.


El éxito correspondió admirablemente á los preparativos. Cuan·
do los Jesuitas entraron en campaña, parecia que una verdadera
harbarie iba :i extenderse wbre la Alemania, cuna del Protestan-
tismo. Las universidades estaban en decadencia y amenazaban
ruina. El pueblo habia caido en la mas profunda ignorancia, y
las tinieblas iban ganando terreno, aun en los países católicos cir-
cunvecinos, como el Austria. Esta situacion impulsó á Fernando 1
á pedir Jesuitas en 1551. Entre los que fueron enviados se dis-
tinguen Jay y Canisio. Por medio de instrucciones seguidas, pre-
dicaciones frecuentes, una nueva organizacíon de la,universidad
de Viena, la publicacion de un nuevo catecismo y la prudente




- 376-
administracion de la diócesis, detuvieron el progreso del Pro tes-
I <lnlismo , y hasta hicieron volver gran número de protestantes al.
_,eno de la Iglesia. Fundaron al mismo tiempo el célebre colegio
de Friburgo en Suiza. Conducidos luego por idénticas circunstan-
(~ias á Baviera, despues á. Munich, supieron dispertar allí el gus-
fO de los estudios clásicos, cuya enseñanza proscribian los Pro-
¡estantes como una ocupacion mundana, inútil y peligrosa. Fun-
daron sucesivamente colegios en Colonia (1556); Tréveris (1561);
\Iayencia (1!)62); Augsbourg, Dillingen (1563); Paderhorn (H58l:i);
W urtzboul'g (1386); -'{unsler y Saltzbourg (1588); Bamherg
Hí95); Amberes, Praga, Posen, y en otras comarcas. Por todos


;)stos focos de luces disiparon la noche de la ignorancia que se
(;ondensaba mas y mas, y recondujeron los pueblos á la fe católica
¡lOr el camino de la ciencia y de la instruccion. Sus notables tra-
hajos sobre todas las partes de la Teología, de la Filosofía y de
¡a Filología se esparcieron por todas partes. Tales fueron los tra-
hajos de Turselin (de Padiculis lingtlae lalinae) , de Vigier (de 1 dio-
fism'is linguae graecae), sobre la gramática; de Juan Perpinian,
Jaime Pontano, Vernuleo y otros, sobre la buena latinidad; de
Jaime Balde, Sarbiews!"i, Jouvency, Vanicre, Spé, sobre la poe-
sía; de Clavio, Hell, Scheiner, Schall, ue Bell, Poczobut, 'Wilna,
sohre las matemá.ticas y la astronomía; de Kircher, :'\iercmberg,
Raczynski, sobre la historia natural; de Acunha, Charlevoix.,
Dobrizhofer, Gerhillon, sobre la geografía; de Aquél\"ira, l\Iaria-
na, Ribadeneira, sobre la historia y las ciencias políticas '. No
hay, en una palabra, una senda del espíritu humano en la que
no se encuentren profundamente impresas las huellas de los.Je-
_~uitas.


Por último, mientras que ellos disputaban con ventaja el ter-
reno á la ignorancia y al Protestantismo en Alemania, purifica-
han y reformaban las costumbres con no menos éxito en los paí-
ses católicos, particularmente en Italia y en Portugal, y obraban
á la vez sobre todos los puntos, desplegando mas.ó menos espe-
(:ialmente, segun era necesario, su actividad moral, dogmática
y científica, enlazando siempre por un maravilloso método y una
sábia disciplina la ciencia, las costumbres y la fe.


t Winter, Hisloria de la doctrina evangélica en Baviera, tomo 11, pág. 167.
-Smetz, ¿Que es lo que el Orden de los Jesuitas ha hecho para la ciencia? AiI-


la-Chapelle 183~. - Alzog, Historia de la Iglesia, tomo IV, pág. 129.




- 377-
Y no limitó la Iglesia su prodigiosa fecundidad á esta Órden


célebre; sino que produjo otras al mismo objeto de arrebatar el
mundo á la herejía y á la ignorancia por la inslruccion y por la
fe, Tales fueron mas particnlarmente los Teatinos, que como pre-
dicadores y misioneros vinieron á ser un semillero para el alto
clero; -los Barnabitas, destinados principalmente á la instruc-
cion de la .iuventud, y al cuidado de los seminarios; -los Ora-
torianos, fundados por Felipe de Neri en Italia, y por el cardenal
de Berulle en Francia, cuyo principal objeto era la instruccion
de la juventud, y que al mismo tiempo se dieron desde el prin-
cipio á elevados é importantes estudios, j' formaron sábios ilustres
y grandes predicadore5, tales como Baronio, Oderico, Raynol-
do, Galloni en Ilalia; y en Francia Malebranche, l\forin, Tho-
masino, Ricardo Simon, Bernardo Lamy, Houbigant, Massillon;
-los Benedictinos reformados, cuyo nombre vino á ser sinónimo
de la ciencia misma, á los cuales debemos la conservacion de los
lilas preciosos libros clásicos de la antigüedad, «de los cuales un
(( solo convento, dice Gibbon, contribuyó mas á la literatura que
«nuestras dos universidades de Oxford y de Cambridge;» y que
dieron al mundo á Mabillon, Montfaucon, Ruinart, Thuillier,
Martcne ,Durand, d'Achery, le Nourry, Mortianay, y trabajos
colectivos que han sido como los profundos manantiales, los vas-
tos receptáculos de los conocimientos humanos.


La Iglesia, al paso que ilustraba la parte superior de la hu~
manidad, no descuidaba las clases inferiores, pues creó Ordenes
expresas para educarlas por la instruccion, fijándolas tambien en
el deber por medio de la fe. Tal fue la eongregacion de los So-
mascos y de los Piaristas, destinados especialmente á la instruc-
cion de los pueblos del campo, y sobre todo á la educacion de
los huérfanos; -los Padres de la doctrine¿ cristiana, y mas adelante
los Hermanos de la doctrina chstt'ana, cuya instruccion primaria se
ha hecho superior, á fuerza de mérito, á fuerza de servicios, á las
mas odiosas prevenciones; y para la educacion de las niñas, las
Ursulinas y las Hermanas de las escuelas del Niño Jesús. - No he de
hacer mas que nombrar á los Sacerdotes de la Mision ó Lazaristas,
y las Hijas de la Caridad ó Hermanas pardas (Sreurs grises), esto~
ángeles custodios de la humanidad, para hacer que se bendiga
la inspiracion católica del gran santo Vicente de Paul, que las ins-
tituyó con el fin de reparar los estragos que el Protestantismo ha-




- 378-
bia hecho á las costumbres y á la fe con mas de un siglo de guer-
ra civil en Francia.


Limítome igua.lmente á nombrar las grandes antorchas salidas
de diversas Órdenes religiosas que han dominado por su indivi-
dualidad poderosa, eclipsando las luces mismas por su concen-
tracion: tales como Melchor Cano, de la Órden de Dominicos,
que por sus eminentes conocimientos teológicos fue enviado por
la universidad de Salamanca al concilio de Trento, en donde se
distinguió entre los mas sábios; el cardenal Cayetano, célebre
por sus trabajos exegéticos; el cardenal Sadolet, obispo de Car-
pentras, por sus trabajos filosóficds y por sus esfuerzos para reu-
nir las diversas confesiones protestantes; el cardenal Gaspar Con-
tarini, el P. Marsena, Dionisio Petan, y el grande cardenal Be-
larmino, de quien no es posible comprender el número y solidez
de sus escritos, que opuso sobre todos los puntos á la herejía pro-
testan te , sino recordando la santidad y continuo sacrificio de toda
su vida al bien de sus prójimos.


Al mismo tiempo que estos grandes trabajos de ciencia y de
doctrina ejercitaban y desplegaban las fuerzas del espíritu huma-
no en el servicio de la verdad, la vida moral yel sentimiento re-
ligioso de los pueblos se veian reanimados por obras ascéticas,
que desenvolvian la actividad moral paralelamente á la actividad
intelectual, vivificándose las dos recíprocamente. Tales fueron
los escritos y los sermones de san Ignacio, de san Cál'los Borro-
meo, de san Francisco de Sales, de Simon Vigor, arzobispo de
Narbona, de Pablo Segneri, de Claudio y de Juan de Lingendes,
de Francisco FevauIt del Oratorio, de Pedro Sharga, y del pia-
doso Luis de Granada, autor de la Guia de pecadores, de los Pen-
samientos sobre la vida cristiana, de un Tratado de la oracion, de un
Catecismo muy popular, y de otros escritos en los cuales se vuel-
YC á encontrar el soplo cási divino de la Imitacion , y que mere-
deron este brillante elogio que el papa Gregorio XIII escribía al
piadoso autor: « Tú has prestado á todos cuantos han procurado
«( instruirse en tus libros un servicio mucho mayor que si huhie-
«ses obtenido del cielo, por tus oraciones, la luz para los ciego~
«y la vida para los muertos.»


No olvidemos que al mismo tiempo que la Iglesia, acosada tan
de cerca por el Protestantismo, reconquistaba así palmo á palmo
y á fuerza de luz y de Yirtud el terreno que aquel le habia arre-




- 379-
batado en Europa, mientras que Lutero ocupaba los campos, co-
mo la antigua Roma, hacia pasar delante de este nuevo Aníbal
las legiones apostólicas que enviaba á las extremidades del mun-
do; fundaba la admirable institucion de la Propaganda; hacia
llevar por manos de sus misioneros la antorcha de la civilizacíon
y de la fe en el fondo de las Indias y de las Américas, en donde
creaba esas maravillosas reducciones del Paraguay, cuya realidad
ha superado todas las utopías, reportando de ellas las mas favo-
rables observaciones y doctrinas para el desenvol.vimiento de la~
ciencias en Europa.


Por me'dio de ese prodigioso desarrollo de actividad moral ~
verdaderamente civilizadora, ha llegado la Iglesia á salvar la~
luces que ella sola, como vimos ya, habia al principio produci-
do en el mundo, que el Protestantismo no hahia hecho sino os-
curecer, y que hubiera ahogado del todo, á no hab.crse redobladD
la actividad católica, .


De ello puede juzgarse por la suerte de algunas regiones colo-
cadas fuera de la esfera de esta actividad, y exclusivamente DCU-
lladas por el Protestantismo, tales como la Suecia, la D¡namarca.
la Noruega y la Holanda.


«Las ciencias Ji las artes, dice un escrito!' protestante, habian
«sido en otro tiempo llevadas hasta las Hebridas, en donde los es-
dablecimieutos religiosos las conser"aban y las hacian florecer;
{( pero Johnson nos refiere que la fertilidad sola de la isla de lona,
« una de las principales, constituye en el dia toda su prosperidad,
« Los habitantes, dice, son notablemente groseros y descuidados.
« No sé si tienen un ministro para instruirlos; y la isla que antes,
« en tiempo de su catolicidad, era la metrópoli del saber, de la li-
(¡ teratllra y de la piedad, está ahora sin escuela para la educa-
« cion , sin templo para el culto, y solo tiene dos habitantes qUI'
« hablen inglés, y ni uno solo que sepa leer y escribir. La misma
« suerte han tenido muchas ciudades episcopales ó abaeiales de
« Escocia; San Andrés. Aberbrotic, Elgin, cte. Otras en Irlan-
« dá; Kilkenny, Boylc, sobre todo, Turles, etc, Decaidas de su
(¡ antigua importancia, no oFrecen mas que el aflictivo cuadro de
~(calles despobladas, de indigencia inacti va, de colegios sil en-
« ciosos y desiertos, y de ruinas sobre las cuales el artista llora y
«las admira. En Inglaterra, este país de Santos, título de que se
«gloriaban nuestros padres, vense por todas partes los deplora-




- 380 -
'( bIes y magníficos restos de conventos convertidos en rústicas
" habitaciones oe pobres labriegos, y de otros muchos en medio
,( de terrenos erizados de malezas y en el dia inhabitables '.»


La Francia, en donde ha prevalecido el Catolicismo, vino á
ser, sobre todo desde entonces, la reina de la civilizacion. El si-
glo décimoséptimo le ha asegurado para siempre el cetro de ella;
y este siglo tan glorioso, tan brillante, tan completo, en el cual
todas las luces llegaron á su apogeo de grandeza, de pureza y
(le magnificencia; en que la superioridad solo es compar"able" con
la diversidad en todo, asi en las letras yen las artes como en las
eiencias; que produjo los Poussin, Sueur, Corneille, Moliere,
BOSsllet, Pascal, Descartes, Cassjni, por no nombrar sino los prín·
cipes, sin descender á la multitud de otros genios, el menor de
los cuales bastaria para honrar un siglo ': el gran siglo, en una
palabra, salió entero de las entrañas del Catolicismo, y fue ex-
tranjero, antipático al Protestantismo, hasta la excIusion, hasta
la proscripcion.


El Catolicismo, además de la continuidad de los grandes hOJlJ-
!tres que ha producido, ha tenido cuatro ó cinco siglos ó foeos li-
lerarios : los de teon X en Roma; de los ):Iédicis en Florencia;
de Cárlos V en España; de Francisco 1, Y en fin, de Luis XIV
en Francia. El Protestantismo no ha tenido uno solo.


Algunos genios, y grandes genios, han sido protestantes, así
lo reconozco; pero lo han sido por el azar del nacimiento, aislada
y accidentalmente, sin que el Protestantismo haya inlluido sobre
ellos ni sobre sus obras, ni que ellos hayan inlluido sobre él , sin
qne él los haya directamente producido. Así, en el órden de las


, Es imposible no reconoc~r la verdad de lo que dice en otra parte el mismo
escritor: « No bay Estado alguno en Europa que esté tan adornado de nobles
ti edificios, públicos y particulares, como lo están los Estados católicos roma-
({ nos; ninguno que sea tan cultivado y tan poblado; ninguno que vea llegar en
'1 su seno tantos extranjeros, ya sea para perfeccionarse en todas las ciencias y
« en todas las artes, ya sea para respirar allí la dulce y habitual alegría que se
"halla universalmente espareida en la sociedad, la mas civilizada que hubo ja-
"más. En los Estados reformados de Europa las semillas de la civilizacion fue-
« ron echadas por la religion católica, y á esta fuente primitiva debe atribuirse
(f enteramente la Parte de cultura que en ellos se encuentra ann en el dia.»
(Fitz-WiIliam, Cartas de Álico, pág. 16).


• Además de todos los otros nombres que no recordamos, porque ellos se
nombran por sí mismos, i qué multitud de sábios, y de sábios católicos del si-
glo XVII nos revelan los elogios académicos de Fontenelle!




- 381-
letras, Shakspeare ¿ era protestante ó católico? No se sabe, y aun
las probabilidades son de que era católico. Milton era protestan-
te; pero el genio del ilustre ciego es todo propio suyo, y brota de
aquella fuente íntima de inspiracion que su ceguera parecia ha-
cerle mas personal. Byron lo era todo menos prQtestante; y otro
tanto puede decirse de Goethe y oe Schiller, debiendo añadirse
tambien que si ellos han dado con su genio, ha sido tratando asun-
tos católicos. Sea como fuere, estos diversos genios no han for-
mado escuela, sociedad ni siglo con nadie: no han pertenecido á
ninguno de esos florones literarios que germinan y se ramifican en
otros genios contemporáneos, y cuya aparicion no puede expli-
carse sino por la fecundidad de la sociedad que los lleva en su
seno, que los educa, que los corona, y que siente á su vez su in-
llllencia.- Lo mismo sucede en el órden de las ciencias. Newton
~. Keplero eran protestantes; mas si ellos han sido sábios éjnven-
tores, es haciéndose ellos mismos el gasto, por decirlo así, y has-
ta Keplero, como vimos ya, bien á costa suya. - En fin, en el ór-
den filosófico, Dacon y Leibnitz honran en gran manera á la hu-
manidad, fuerza es confesarlo: pero el primero pertenece todavía
á aquella clase de espíritus solitarios, sin relacion, en cuanto al
genio, con la sociedad á que pertenecen, como lo atestiguan es-
tas palabras de su testamento, que acusan á la nacion que le dió
el ser: «Lego mi nombre y mi memoria . .\ LA.S NACIONES EXTRANJE-
«( RAS, Y á mis compatriotas, cuando habrá l)(lsctdo algun tiempo.)) En
cuanto á Leibnitz, puede decirse que en su Systema theologicum se
legó á sí propio al Catolicismo.


El siglo décimoctavo, que ha sido el grande enemigo del Ca-
tolicismo , y que, distantes estamos de negarlo, ha sido tan rico
en inteligencias, inferiores todas, sin embargo, á las del gran si-
glo; este siglo décimoctavo que tanto se nos opone, ¿ de dónde
procede? ¿ Quién tiene el derecho de reivindicar su honor, ó de
declinar su afrenta?


Esta cuestion no ha sido nunca limpia y sobre todo francamen-
te resuelta. El siglo décimoctavo ha sido opuesto al Catolicismo
bajo dos respectos contradictorios, como vergonzoso, y como glo-
rioso. - Como vergonzoso, se dice al Catolicismo: Ve aquí tu
obra, porque de tí, de tus colegios de Jesuitas y de Oratorianos,
de tus tan católicas universidades han salido esos famosos incré-
dulos que han escalado el cielo y abrasado la tierra; - como glo-




- 382-
rioso, se le dice: Ve aquí genios que valen tanto como los tuyos,
y que prueban que se puede ser ingenioso, espiritual, elocuente,
inspirado, sábio sin tí, contra tí.


Pero, ante todo, fuerza es ponerse de acuerdo consigo mismo,
y que, ó bien se nos abandone el siglo décimoctavo, ó se nos des-
carte de él. Por lo que á nosoiros mira, verémos despues lo que
r!ebemos hacer de él.


El embarazo del partido que se debe tomar con respecto á este
siglo, proviene de que hay en él dos cosas que se confunden y


• Ilue deberian distinguirse: buena la una, la otra detestable. La
eosa buena es el talento y el genio; la cosa detestable es el abu-
so que hizo de uno y otro. Y este abuso ha sido mas detestable y
i'unesto en cuanto ha sido la corrupcion de lo mejor que tenia.


Ahora, pues, la alribucion que se hace de lo bueno y de lo
malo de este siglo con respecto al Catolicismo ¿ es exacta? Tan
léjos está de serlo, que es falsa hasta al absurdo, hasta al com-
pleto trastorno de las palabras; y en lo contrario de esta alribu-
cion es en donde se halla cabalmente la verdad.


¿No es ahsurdo decir que el Catolicismo, que los Oratorianos
y los Jesuitas han dado lecciones de impiedad, de cinismo y de
hlasfemia á Voltaire, á Diderot, á D'Alembert? ¿No es de otra
parte cierto, que estos preceptores católicos fueron quienes los
formaron en el gusto, en las bellas letras, en las ciencias? ¿. Y no
es evidente, pues, que lo bueno que tiene el siglo décimoctavo,
el espíritu, el gusto, la instruccion, la cultura, en una palabra,
le vino de la enseñanza católica, y que en este sentido es hijo y
discípulo del Catolicismo? Y es de notar asimismo, que las mas
hellas páginas que nos ha dejado aquel siglo, las que la posteri-
dad tiene ya escogidas, y que irá depurando mas y mas como úni-
'~as dignas de la inmortalidad, fueron inspiradas por aquel soplo
nistiano que sns autores tenian del Catolicismo.


Pero lo que tiene de detestahle aquel siglo, la corrupcion del
talento que conyirtió sus resplandores en reflejos siniestros, ¿ á
quién debe imputarse sino al espíritu de odio contra la Iglesia, y
de negacion de sus creencias, que es propiamente el espíritu del
Protestantismo? y es sahido, además, que los filósofos del siglo
rlécimoctavo pasaron de la escuela del Catolicismo á la del Pro-
testantismo. En esta, pues, en Lónares, en la sociedad sociniana
de los libres pensadores, fue donde pasó á tomar Voltaire sus gra-




- 383-
Jos de impiedad, y á jurar odio de muerte al Cristianismo: de
allí nos vino el Diccionario ~losófico, así como de Ginebra nos 'fi-
no el Contrato social, y de Holanda la impresion y la propagacion
de todas las producciones perversas de aquel siglo, y de Prusia,
por fin , el real patrocinio que les dió aliento á todas. El Filoso-
fismo es tan poco católico como francés : e~ discípulo é hijo del
Protestantismo inglés, ginehrino, holandés, prusiano: es ell)ro-
testantismo en persona, rompiendo su confinamiento, y entrando
entre nosotros en estado de disolucion filosófica.


y cuando despucs de haberse generalizado el incendio que
aquel causó, y de haberlo consumido todo; cuando la civilizacion
no fue mas que un monton de cenizas y de huesos, ¿quién fue el
que sopló sobre estas cenizas? ¿á qué YOZ volvieron á reunirse
estos huesos, y salió lacivilizacion de sus ruinas, si no es al ;;0-
plo y á la voz (lel Catolicismo? ¿ Quién volvió á levantar el faro de
las letras, destruido y amigado en sangre? ¿. Q~é genios, qué es-
eritores fueron los primeros en volverlo á encender y en transmi-
tírnoslo? Chateanhriand, de TIonald y de ~faistre, tres genios emi-
nentemente católiccs, y que lJ lIedaron como los altos depositarios
de las verdades que todo el mundo invoca en los dias de peligro.


Otra escuela se ha formado fuera, y luego en oposicion con la
suya, y esta es la escuela racionalista. Su cuna fue la escuela es-
eocesa, y su sepu Iero la escuela alemana, que reasumen todos
los esfuerzos y todos Jos resultados del Protestantismo de nuestros
días en el órden de las luces. En tan rápida e"istencia, ¿ con qué
obras el Racionalismo profestante ha enriquecido el espíritu hu-
mano? ¿qué progresos le debemos? ¿á dónde nos ha conduci-
doLo La respuesta la tenemos á la vista; la disolucion social, la
'barbarie final, ya lo hemos manifestado, hé aquí el término, hé
aquí el fruto de este movimiento anticatólico.


¿ Qué verdad fue, pues, nunca demostrada por una série de he-
chos y de experiencias mas considerables, mas repetidas y mas
eoncluyentes que ésta verdad: Que el Catolicismo ha constante-
mente favorecido el vuelo y el progreso de las luces, que áél de-
bemos el mayor lustre y esplendor que hayan jamás tenido é irra-
diado, y todo lo que de ellas se conservó despues de la aparicion
del Protestantismo? Y ¿ por cuál perversion del sentido humano,
por cuál prodigio de prevencion y de ceguera ha podido acredi-
tarse la opinion contraria?




- 38~-
Ya sé todas las excepciones individuales que se pueden citar


en favor del Protestantismo, y nadie me ganará en saludar y hon-
rar el talento y el mérito donde quiera que se presenten. Suscri-
bo de buen grado á todas las galerías y retratos que se quieran
hacer de las glorias de la Reforma, y no quiero disputar los ca-
sos particulares. j Líhreme Dios de estrechar la cuestion, y de re-
ducirla á una mezquina calificacion de inteligencias mas ó me-
nos elevadas! No me opongo á reunir todos esos montecillos.
Mas para juzgar cual conviene esta vasta cuestion, es necésario
dejar la llanura, subir sobre las eminencias, v considerar el con-
junto de los movimientos del terreno de la ci~ilizacion, ver cuá-
les son las cimas mas elevadas, los picos mas cercanos á los cie-
los, y cuáles son los grupos , las cadenas demonlañas que do-
minan la generalidad del suelo, y que marcan sus horizontes. Allí
-es donde yo llamo al observador imparcial, y le ruego que con-
sidere á qué se reduce el Protestantismo alIado de nuestros gran-
des hombres, alIado de nuestros grandes siglos, alIado de nues-
tras grandes tradiciones católicas.


ta parte que en ello ha de caheral Protestantismo no es fácil
de determinar, y el Catolicismo pudiera muy bien reivindicar pa-
ra sí muchas glorias protestantfs. Y ¿cómo hubiera, en efecto, el
'Catolicismo formado la Europa, y la hubiera dotado de todas las
1uces que irradiahan ya tan poderosamente en el siglo de Leon X;
cómo hubiera vivido quince siglos antes de la Reforma y sobre-
,¡vido tan grande despues en las naciones que 'han continuado
en pertenecerle con tanto esplendor; cómo hubiera luchado de
tan cerca y tan de firme con el Protestantismo durante estos tr.es
últimos siglos, sin obrar sobre sus enemigos, sin penetrarles con
su influencia, sin elevarles á su altura, ó sin disminuir ó retar-
Óf á lo menos el abatimiento en que los hubiera postrado la sola
influencia del Protestantismo? No hay que dudarlo: en las prin-
'Cipalés naciones protestantes, como la Alemania y la Inglaterra,
la parte que ha sobrevivido de Catolicismo, ya sea en el corazon
de estas naciones, ya sea en la relacion que estas han conserva-
do con las demás naciones católicas de la Europa, y singular-
mente con la Francia, ha impedido que el Protestantismo no pro-
dujera en ellas todo su efecto.


Para apreciar el Protestantismo cual se debe, seria menester
tiue hubiera sido puesto á prueba en un terreno enteramente vír-


,




- 38a-
gen, y exento de relacion con el Catolicismo. ta civilizacion
americana, que es entre todas la que mas se ha formado con estas
condiciones, puede darnos de ello una ligllra idea. Figuraos al
mundo no habiendo jamás conocido otra civilizacion que aquella, y
considerad consternados, aterrados, para honor de la naturaleza
humana, toda la inmensidad de grandeza y de gloria de que ha
,le despojarse para hacerla descender hasta este nivel. ¡Qué enor-
me mengua ha de ser la suya! ¿ Qué se ha hecho toda esta ele-
vacion metafísica del pensamiento humano que se ha manifestado
.m las grandes oh ras de los doctores de la Iglesia, y de los filó-
sofos que le han pertenecido, de san Anselmo, de santo Tomás,
de san Buenaventura, de. Suarez, de Belarmino, de Pascal, de
Desearles, de .Malebranche, de teibnitz, de de Maistre, de Bo-
nald, para no nombrar sino los príncipes del pensamiento, yaun
algunos? ¿Dónde está toda esta brillante comitiva de la mística
cristiandad que nos arrebata y nos transforma en los escritos de san
Bernardo, de santa Teresa, de san ]<'rancisco de Sales, de Fene-
Ion, dellihro de la Irnitacion, y toda esta profundidad de la ciencia
del alma que se descubre en Bourdaloue, en Massillon, en Bos-
~uet, y en todos los grandes sermonarios?,. ¡ y las letras! ¿Con-
témplase á Bossuet formándose, engrandeciéndose y llegando
hasta pronunciar sus Oraciones fúnebres, y escribir su Discurso so-
bre la Historia universal en la sociedad americana, Racine compo-
niendo allí su A.faNa; Corneille, Polyeucto; Fenelon, el Telernaco;
la Fontaine, sus Fábulas; Sevigné , sus Cartas; la Bruycre, sus
Retratos; Moliere, su !fisántropo? ... ¡Y las artes! Rafael, Miguel
ingel, Corregio, Ticiano, le Sueur, Palestrina, Pergoleso; y
vosotros, maravillas anónimas del arte cristiano, á quienes se
llama Chartres, Reims, Amiens, Strasburgo, Colonia, admira-
bles catedrales, que compendiais la creacion, y que la transfigu-
l'ais para volver su gloria hacia su autor, apari~iones de un mun-
do nuevo, sueños realizados del alma humana que se creyó por
un instante ,al lado del Ángel, disipaos como el humo al soplo del
Protestantismo: nosotros os evocamos como ideas de encanto en
un mundo que no os conoce ni os conocerá jamás, y al estrépito
de los aplausos idólatras que un pueblo de negociantes prodiga
L. tola Montes,


Si la civilizacion de que se trata es esta civilizacion llana y ho-
rizontal, cuyo tipo es el pueblo americano, damos desde luego


2.')




- 386-
las armas al Protestantismo. Esta civilizacion, en su género, es
perfecta, prodigiosa, porque, gracias á ella, es puramente indus-
trial, y tiene por móvil aquel instinto infalible que en la escala
de los seres está en razon inversa de la reflexión y del pensamien-
to, así como tiene por único objeto los establecimientos terres-
tres. Esta es la civilizacion del castor. Mas si por civilizacion se
entiende ese desenvolvimiento ascendente de actividad intelec-
tual, moral y estética, que, léjos de acercar la naturaleza hmna-
na á la naturaleza animal, la hace repeler la tierra y la lleva sin
cesar á elevarse sobre sí misma, para ir á probar el destino del
Ángel, y recobrar los cielos, el Protestantismo, desde su naci-
miento, no ha cesado de atacar esta civilizacion, precisamente
porque estaba identificada con el Catolicismo.


Bien desearíamos entrar aquí en un estudio especial sobre las
costumbres industriales de nuestra época, sobre sus fuentes, sus
elementos, sus peligros, sus remedios; pero nos espanta el punto
¡i, donde nos Ilevaria el desenvolver esta grave cuestion, cuando
~·a no n03 arredrase de antemano lo mucho que nos hemos ex-
tpndirlo en este libro. Bástenos, pues, el indicar que al Protes-
tan tiSlllO le ha cahido \Ina inmensa parte en la formacíon de estas
eostu.nbres , cuya tendencia parece debe ser funesta, no ya pre-
cisamente á las ciencias metafisicas, morales v estéticas, sino hasta
á las ciencias exactas, cuya aplicacíon hace I~ industria. Todas las
ciencias son solidarias, porque la verdad que cultivan bajo varios
aspectos, es una. Aislar la física de la metafísica y de la moral.
y despues de haberla así aislado, no cultivarla en sus hermosas
teorías, sino únicamente en sus aplicaciones industriales, y bajo
el solo punto de vista del lucro, es, recordando un símil aplica-
do ya al Protestantismo, matar la gallina de los huevos dc oro.
Coanto mas las máquinas tiendcn á reemplazar á los hombres,
tanto mas los hOlllbres tienden á convertirse en Illáquinas. Al paso
,;on que marcha la civilizacion industrial, el espíritu humano no
puede dejar de descender al nivel de sus productos, y hasta de
(:ler en un punto inferior á sus industrias, y llegar á verse como
el rey Leal', expulsado por sus hijas, que en la estupidez de su
abyeecion, ni aun se acordaba de que hubiese reinado. « Porque
« la civilizacion romana murió á consecuencia de la invasion de
,dos barbaros,' dice el Sr. Alejo de Tocqlleville, estamos quizás
{ulemasiado dispuestos á creer que la civilizacion no podria mo-




- 387-
{(rir de otra manera .•. Si las luces que nos alumbran viniesen al-
(igun día á extinguirse, se irían oscureciendo poco á poco y co-
(e mo por sí mismas. Á fuerza de encerrarse en la aplicacion , se
« perderian de vista los principios ;"y cuando se habrian olvidado
« enteramente los principios; se seguirian mal los métodos que
(cde ellos derivan; no se pudieran inventar de nuevos, y como
«SlICede en la China, se emplearian, sin inteligencia y sin arte,
«(sábios procedimientos que no se comprenderian ... No debemos,
(, pues, tranquilizarnos con la idea de que los bárbaros están lé-
c;jos de nosotros; porque si pueblos hay que se dejan arrancar
(cde las manos la luz, hay otros que la ahogan ellos mismos de-
(cbajo de sus piés.)) (l)e la Democracia en America, tomo·II , capí-
tulo X).


Con sentimiento me separo de tan interesante materia, y pro-
metiéndome desplegarla á la primera ocasion favorable, conclu-
yo de esta rápida exposicion, que el reproche hecho á la Iglesia
de ser enemiga de las luces es de tal modo inconcebible, y la
fortuna r¡ue ha tenido esta paradoja durante cien años es de tal
manera prodigiosa, que solo puede explicarse por un oscureci-
miento de estas mismas luces, que las tinieblas ya no compren-
dieron jamás.


C¡\PÍTCLO IV.
llEL PROTESTANTlSJlO eo:>; HIlSPECTO Á LAS COSTlilIBIl.ES.


U NA sociedad que produce Sa¡¡tos, ha dicho Bossuct, tiene ya en <~í
u;; sello infalible de regeneracíon. Esta c'~presion es un rasgo subli-
me (le bueu sentido y de genio.


El Catolicismo ha siempre producido, produce, y producirá
siempre Santos, y tiene de ellos una l1lullitud innumerable.


El Protestantismo, que se ha presentado como el reformador
del Cristianismo, no podrá presentar uno solo. - Hay en el Pro-
testantismo almas honradas, bellas almas, almas cristianas, dig-
nas de estimacion, y algunas veces de admiracion, á las cuales
l::\ naturaleza y la fe educan hasta un punto muy elevado de bc-


2,:;'




- 388-
Ileza moral; pero, además de que tales almas no tanto son pro-
testantes como cristianas, jamás llegan á lo que se llama la san-
tidad.


Ya me parece oir quien se levanta para impugnarme, y me di-
ce : - Vos prejuzgais mal al Protestantismo; ¿ qué sabeis vos de
él? El Protestantismo no canoniza sus santos, no hace ruido con
ellos, es verdad; pero ¿se ha de concluir de aquí que no los con-
tiene en su gremio? No puede mostrárnoslos, ni se manifiestan
ellos por sí mismos, tambien es cierto; pero la misma humiídad,
y por consiguiente, lo profundo de su santidad, nos los oculta á
nuestras miradas. Dios solo los conoce, y son mas grandes aun
delante de él, por lo mismo que quedan perdidos á los ojos de los
hombres.


Convengo en que la humildad es la condicion esencial de la
"antidad, por lo cual esta debe hallarse oculta y como enterra-
da, y por consiguiente, desconocida á los hombres. Una cosa
')bservo, sin embargo; y es que los Santos católicos son humil-
des, muy humildes, incontestablemente, y que no obstante son
I~onocidos, muy conocidos, y tanto mas conocidos; y que en ellos
.~e cumple á la letra la palabra de Jesucristo: Qui se hlflniliat exal-
tabitur. Así, por ejemplo, ¿qué mas humilde que san Vicente de
Paul, que san Francisco de Sales, que santa Genoveva, que san-
ta Brígida, que san Vicente Ferrer, que san Juan de la Cruz, que
san Luis, que santo Tomás de Aquino, que san Bernardo, etc.;
I fue todos nuestros Santos, en una palabra, y qué hay de mas co-
nocido? ¿ Es porque la Iglesia los ha canonizado, y por esto los
ha dadü á conocer? De ninguna manera; porque su juicio en esta
parte es siempre precedido del de los pueblos, y no le da sino
sobre su testimonio, y por decirlo así, á su ac\amacion.


¿ Cómo seria, pues, repito, que los santos del Protestantismo,
si el Protestantismo los tuviese, no fuesen igualmente conocidos,
toda vez que la humildad no es una razon que lo explique?


La palabra del enigma se halla en esta observacion : que si la
humildad es una condicion de la santidad, hay otra virtud que lo
es tambien; virtud tanto mas brillante, cuanto la humildad, que
es su fundamento, es mas profunda; virtud, por consiguiente,
que descubre la humildad, y que prueba su existencia descubrién-
dola. Esta virtud es la caridad, la caridad esencialmente activa,
operadora, bienhechora, conquistadora, cuya propiedad es á la




- 389-
vez encerrar mucha humildad, pues no es posible darse y con-
sagrarse á los demás sin desasirse de sí propio, sin dejar de pen-
sar en sí, y revelar esta humildad en la misma proporcion; por-
que nadie puede sacrificarse al bien ajeno, aliviar las miserias,
fundar obras buenas, derramar el bien, regenerar el mundo, sin
que el mundo lo sepa, sin que conserve su sello, sin que procla-
me su beneficio.


El Protestantismo, pues, no tiene santos, á pesar de que su
pretension de Reforma le obligaha á darlos en mayor número que
el Catolicismo.


Como no tiene santos, tampoco tiene obras, buenas obras, obra);
de aquellas que influyen sobre las costumbres, que las preser-
van, que las reparan, que las elevan purificándolas, y que ope-
ran la verdadera eivilizacion. El Catolicismo tiene una multitud
de estas oh ras , tan numerosas, tan diversas, tan incesantes, tan
renoyadas y tan activas como la depravacion y la miseria. Mas el
Protestantismo, fuerza es repetirlo, está desprovisto de ellas.


i y que no se me venga aquí á oponer algunos ejemplos parti-
culares, algunas felices tentativas! Todo lo concederé, todo lo
alabaré, aplaudiré todo el bien que se hace en el Protestantismo
y que en él se debe hacer, gracias al Cristianismo y al pundonor:
pero despues de esta concesion de casos particulares, apelaré sin
temor á la vista del conjunto y á la comparacion general del Ca-
tolicismo y del Protestantismo sobre este punto; y digo que el
resultado de esta comparacíon es negativo para el Protestantismo.


Muchas razones hay. para probarlo; pero en tan rápida ojeada
no podemos enunciar sino las principales.


Ante todo, el Protestantismo está casado; lo cual hace que e~
inrecundo. El celibato celigioso es la grande condicion de la pa-
ternidad y de la maternidad de las obras, de la fecundidad del
bien. Figuraos á san Vicente de Paul casado. ¡,Hubiera acaso de-
jado sus hijos propios para ir á recoger los ajenos, y ser él mismo
el primero en dar el ejemplo del abandono de que queria salvar
á aquellas inocentes criaturas? La sola idea repugna al buen sen-
tido no menos que al sentido moral. Si san Vicente de Paul ha
sido el padre y la providencia de los hijos abandonados por elvi-
cio, fue porque él mismo estaba sin familia y sin hijos. Sus entra-
ñas, que habrian estado constreñidas á una sola ramilia, se ensan-
charon y se extendieron á la humanidad; y de ellas salieron estos




390
millares de millares de ángeles, que con mucha razon se llaman
hijas suyas, las hijas de san Vicente de Paul, que continúan y
perpetúan su fecundidad por su maternidad virginal.


El mismo Protestantismo reconoce esta verdad. «Grave error
«es, dice uno de sus mas eminentes y mas respetables órganos
u en un tratado espiritual sobre los deberes del santo ministerio,
«es un grave error el creer que la parroquia debe ir antes de la
«familia. Para el pastor, así como para otro hombre cualquiera,
« el primer interés es el de la familia. Si esto no quiere admitirse,
«lo mas sencillo es no casarse. ¿ Cómo la caridad que se desvela
« por los extraños, dejará de estar solícita por los de la casa"?
«¿ Cómo el pastor no será antes pastor de la familia"?» (Vinet,
Tratado del ministerio pastoral, pág. 191 ). - «Hay tiempos y situa-
« ciones, dice además, en que el ministro ceJibatario prestaria á
« la Iglesia servicios que el ministro casado no puede prestarle
t( (estos tiempos y estas situaciones ¡. no son continuos como el mal
« y la miseria humana?) fuera del dominio religioso. Los hombres
,( que han hecho muy grandes cosas (el sacerdote es llamado á
«hacer todos los dias grandes cosas) 11an vivido en el celibato.»
Id., ibid. pág. 18:5).


Concluyamos francamente: gl ser casado, el tener sus afeccio-
nes y sus pensamientos encerrados dentro del círculo de un ho-
gar uoméstico, es cerrar su puerta á las buenas, á las grandes
obras, por las cuales se obra sobre la civilizacion y sohre las cos-
'.umbres.


La segunda razon por la cual el Protestantismo es impotente e
infecundo, consiste en que ha muerto, ha extinguido el foco mismo
riel elemento del voluntario sacrificio y de la caridad, el sacra-
mento divino de la Eucaristía. Un Dios dándose á nosotros hasta
hacerse nuestro alimento, hasta nutrirnos con su carne y con su
sangre, hél;sta asimilarnos de este modo su divina caridad, y en-
eender su llama en nuestras entrañas, j qué ejemplo! ¡ qué mó-
vil! ¡ qué principio de heroismo y de intrepidez santa para todas
las grandes empresas de la caridad! Una alma que salvar á la ex-
tremidad del mundo; la masa de las miserias humanas que conso-
lar con una e\istencia endeble y delicada; muchedumbres ham-
hrientas que alimentar con algunos restos de panes; enfermedades
contagiosas que cura.r sin ni pensar en contraerlas; dolencias mo-
rales y mentales, horribles y asquerosas que tratar, con un can-




- 391-
dor y una delicadeza exquisitas ;.la humanidad entera que pro-
veer; el mundo que abrazar y que regenerar; nada arredra, nada
sorprende, nada cuesta en hecho de milagros de la caridad al que
se alimenta, al que ve ese gran milagro de la Caridad misma, al
que recibe todos los dias al Omnipotente. ~fas, sin la creencia,
sin la participacion de este grande milagro, el héroe, el santo,
el poderoso en obras, no es mas que un pobre hombre mezqui-
no, que léjos de poder elevar á los demás, no puede él mismo
sostenerse. Así, el celibato religioso no es prudente sino bajo es-
ta condicion ; y el Protestantismo, haciendo divorcio con el hi-
meneo Eucarístico, ha hecho muy bien en permitir y recomen-
dar el matrimonio á sus pastores; pero haciendo lo uno y lo otro,
se ha abdicado de esta grande accion civilizadora.


En tercer lugar, la fe, esta fe que transporta de un punto á otro
las montañas, falta al Protestantismo. Y desde luego la fe en su
objeto mas vivificante, mas activo, el mas operador, por decirlo
así; la fe en la caridad infinita de Dios, en esta caridad Eucarís-
tica, de que acabamos de hablar, el Protestantismo no la tiene;
y sin ella todo lo demás de la fe queda lánguido y debilitado. El
que no cree en la Cena, ¿ cómo creerá en la Cruz? ¿cómo cree-
rá en el Pesebre? El que se niega á admitir que Dios ha amado al
mundo hasta alimentarle con su carne y con su sangre, está en
camino de no creer que le haya amado basta entregar su carne y
derramar su sangre para su salud; en camino de no creer que
haya tomado esta carne y esta sangre en el seno de la Vírgen ma-
dre; en camino de no creer nada, porque todo lo que creeria n0
seria menos increible. Mas, sobre todo, la fe en el Protestantis-
mo nada tiene de colectivo ni de inmutable; es enteramente in-
dividual, y por esto mismo undulante y diversa. De aquí tanta in-
certitud, tanta vaguedad, tantas flotantes diversidades, tantas \':1-
riaciones en las confesiones protestantes. Estas divisiones, estas
variaciones, este defecto de unidad y de concentracion de la fe,
le quita ::toda la fuerza del conjunto, todo punto de apoyo real
pará obrar, para producir buenas obras. El Católico obra no solo
con su propia fe, sino tambien· con la fe de toda la Iglesia en su
universalidad y en su perpetuidad, con la fe de los Mártires de
la primitiva Iglesia, así como con la fe de los Mártires que espi-
ran á estas horas por esta fe en las extremidades del mundo. U na
comunion, una asociacion de fe, euyabase eubre todos los tieill-




- 392-
pos y todos los lugares, y tiene arraigados sus fundamentos en
toda la tierra y en todos los siglos, mas aun, en el cielo y en la
eternidad, y obra en cada uno con las fuerzas de todos, una tal
fe es realmente invencible. El Protestante, al contrario, no pue-
de apoyarse sobre un solo protestante, no puede ahondarse sobre
sí mismo; su fe no es mas que un móvil humo de opinion indivi-
dual: ¿qué obras grandes podrá inspirarle?


Pero mucho mas hay aun: no solamente esta fe, tal cual es no
puede producir huenas obras, sino que, segun la doctrina fun-
damental del Protestantismo, no tiene necesidad de inquietarse
para producir alguna; ¿ qué digo? parece aun autorizar las ma-
las. Todo el Protestantismo, tan dividido sobre la verdad, está
concorde y unánime sobre este error, que el hombre está fatal-
mente predestinado á la salud ó á la condenacion, sin que las obras.
buenas ó malas, puedan cambiar su destino; y que la fe sola, sin
las obras, á pesar de las obras, hasta para la justificacion y para
la salud eterna. Nada exagero: «Enséñase, dice la confesion de
(' Augsbourg, que los hombres no pueden ser justificados delante
« de Dios por sus esfuerzos, sus méritos ó sus obras, sino gratui-
«( tamente, á causa del Cristo y por la fe, con tal que crean que son
« acogidos en gracia, y que sus pecados les son remitidos á cau-
« sa de Cristo, el cual ba satisfecho con su muerte por nuestros
« pecados.)) (Arl. IV, de Justificatione).


De donde Lutero, el primer padre de esta doctrina, concluyó:
« Sé pecador, y peca fuertemente; pero mas fuertemente ten fe ~
« gozo en Cristo, que es vencedor del pecado, de la ml).erte y del
« mundo. Hemos de pecar mientras en él nos hallamos; pero bas-
(da que reconozcamos, por las riquezas de la gloria de Dios, al
{( Cordero que lleva los pecados del mundo. Por él el pecado no
([ podrá perdernos, aun cuando mil y mil veces cada dia nos en-
(dregásemos á la fornicacion y al homicidio ... ») Esto peccator, el
peeca r orfiter : sed r ortius fide et gaude in Cltristo, qui victor est peccati,
mortis et mundi. - Peccandum est, quamdiu !tic sumus. -Suflicil quod
agnovimus per divitias Dei Agnum qui tollit peccata mundi : ab lloc non
avellet nos peccatum, etiamsi millies, 'millies uno die fornicemur aut oc-
cidamus. (Lutheri epist. a Joh. Aurifabro, coll. Jen., 1006, in 4.",
tomo 1, pág. 040).


Tan horrible delirio no es peculiar á Lutero: de él participan
Zuinglio y Calvino, y si es posible, lo refuerzan. Segun Lutero,




- 393-
en efecto, Dios tolera y permite el crimen; segun Calvino, lo ne-
cesita y se lo apropia: nos excita á él, nos quita la capacidad de
evitarlo, él mismo lo comete en nosotros y por nosotros. «Sata-
«uás mismo, dice Calvino, cuando nos empuja interiormente al
« mal, tampoco es otra cosa que el ministro de Dios, pues que sin
«el imperio que Dios le da, no lo haria.»' Satan autem ipse, qU/:
jutus efficaciter agit, ita cst ejus miuister, ut nonnisi ejus imperio agat.
y hasta encuentra un ejemplo para justificar su doctrina: «Ab-
« salon, dice, manchando por el incesto el lecho paternal, comete
« un crimen detestable; y si n embargo, Dios hace esta accion su-
« ya. D Absalon incesto coitu patris torum polluens, detestabile scelus
perpetrat: Deus tamen lioc opus Stlum esse p¡'onuntiat, etc. (Coment.
sobre la B'pist. á los Romanos, IX, 18 l. De lo cual Teodoro de Beza,
el mas famoso de los discípulos de C«I\'ino, saca este fundamen-
lo de la doctrina reformada: «Que Dios hace todas las cosas se-
«gun su consejo definido, hasta aquellas, es á saber, que son
« malas y execrables.» (Exposicion de la fe, cap. 11, conc\. ¡l.


Felizmente el corazon del hombre vale mas que su pensamien-
to, y que, gracias al sentido moral cristiano que el Catolicismo
ha conservado en el mundo, los Protestantes valen mas que e[
Protestantismo. Pero aun cuando tan horrible doctrina no halla-
se los corazones asaz degenerados para convertirse en aplicacion
social, fuerza es confesar que los predisponía á ella, no fuese sino
por el mero hecho de dispensar de las buenas obras, ó simple-
mente no prescribiéndolas.


Diríase que el Protestantismo, viendo su impotencia para re-
formar la sociedad, quiso erigir esta impotencia misma como re-
forma, y deformar la doctrina sobre las costumbres, en vez de
reformar las costumbres sobre la doctrina.


Los hechos vienen á confirmar este juicio. La Reforma reventó
por todos los puntos por una inundacion de licencia.


Una reforma en la disciplina de la Iglesia se dejaba sentir en
aquella época. Las costumbres del clero, participando siempre
hasta cierto grado de las costumbres generales de la sociedad, de
que forma parte, habian degenerado, como esta, hasta el escán-
dalo. Pero lo muy digno de notarse es, que nunca habia habido
mas reclamaciones y protestas contra estas costumbres; nunca
se habian visto tantos llamamientos á una reforma, como los que
partieron en aquella época del seno de la Iglesia. La Iglesia nI:)




- 394-
ha dejado á sus enemigos el cuidado de acusarla; aun diré mas,
de calumniarla; ella ha sido la primera en acusarse, en calum-
niarse, en atacar, con una violencia á que no han igualado aque-
l! os, los vicios de sus miembros. Ni aun el lenguaje de L u tero
alcanza en fuerza y energía al de san Vicente Ferrer, al de san
Bernardo, al de santa Brígida, al de una multitud de Santos ilus-
tres, reputados tales y canonizados por la Iglesia, precisamente
por haber usado de este lenguaje de censura y de reforma de cos-
tumbres, apoyándolo con la santidad de su vida. El vivo senti-
miento de esta necesidad y su expresion resuenan por todas par-
tes en la Iglesia. ¡La Reforma en la Iglesia y en sus miembros! tal
era el grito que salia de 'todas las bocas de la Iglesia; y si este
grito acusaba á la Iglesia, la honraba mas aun de lo que la acu-
:saba, pues que la mostraba.impaciente del mal, :y dominada por
el celo de su reforma.


Mas, como habia dos géneros de reformadores, los llernardos
y los Luteros, hubo tambien dos géneros de Reformas.


La una, que tomando las costumbres desde el punto á que ha-
bían descendido, las hizo remontar desde la avidez á, la abnegacion
mas sublime, de la incontinencia á la mas virginal pureza, de la
insubordinacion á la obediencia mas humilde, de la violencia á
la mas caritativa dulzura, en una palabra, de todas las relajacio-
nes, á todos los sacrificios, y de todos los vicios á las mas emi-
nentes virtudes: tal fue el magnífico espectáculo que dió la Iglesia.


La otra, que tomando las costumbres en el punto mismo de
relajacion, en vez de estrechar el freno, abandonó la rienda, y
para hacer cesar la violacion de la ley, quitó la ley; que rel'ormó
las costumbres, desencadenándolas, legitimándolas, precipitan-
do el mismo desórden; que reformó la avidez por el pillaje de los
bienes eclesiásticos; la incontinencia del clero y de los conven-
tos, por el matrimonio de los sacerdote¡; y los monjes, la insu-
bordinacion y el relajamiento de la jerar,quía eclesiastica, por la
f~mancipacion y la revuelta; el enervamiento de la unidad, por la
violenta division de las sectas, y el de la fe por el libre exámen:
tal fue la reforma protestante, tales fueron las causas que la hi-
cieron acoger por todas partes, el absoluto rompimiento de todos
Jos lazos morales.


Zuinglio hablaba por todos los reformados, cuando vino á de-
cir francamente al obispo de Constancia: - «Vuestra Grandeza




- 395-
«conoce la vida vergonzosa que hasta ahora ¡ay! hemos lIeva-
« do con las mujeres, y que ha escandalizado y pervertido á mas
« de uno. Nosotros pedimos, por consiguiente (pues sabemos por
« experiencia que no podemos llevar una vida casta y pura, no
({hahiéndonosla Dios concedido), que no se nos prohiba el ma-
«trimonio. Sentimos en nosotros, como san Pablo, el aguijon
{( de la carne: esto nos pone en peligro, etc., etc.)) (Alzog. Ilist.
de la Iglesia, tomo I1I, pág. 400).


Así es como comprendia y verificaba la reforma el Protestan-
tismo.


En esta senda, y con semejante móvil, muy léjos se podia ir.
Lna vez sentado este principio de reforma, no habia desórd-en á
que no abriese él mismo la puerta á otros mucho mayores desór-
denes. Así, la violacion organizada del celibato eclesiástico no
debia limitarse al matrimonio; y deshonrado este en aquellos á
quienes era permitido por la participacion de aquellos á quienes
estaba vedado, debió hallarse, por la misma razon, libre de las
santas leyes que lo constituyen. Si la incontinencia en el celibato
eclesiástico autoriza el matrimonio, la incontinencia en elmaLri-
monio debia autorizar el divorciQ, así como la incontinencia en el
divorcio debia autorizar la poligamia. En todas las cosas las mala¡..
inclinaciones debian tambien legitimarse por SIl:S excesos; y si-
guiendo esta pendiente, debia por fin llegarse á aquella completa
reforma anunciada en estos términos por Fourrier: ({ No es verdad
« que Dios haya criado la mas bella de las pasiones para repri-
«mirla, comprimirla, oprimirla al sabor de los legisladores, de los
~ moralistas, y de los pachas: Dios ha criado al hombre para las
« costumbres fanerogramas.» (Tratado de la Asociacion, pág. 399).


({Sígase la línea lógica del espíritu que animaba á Lutero, dice
({el Sr. Buchez, y de concesion en concesion, se llegará á la con-
«cesion universal publicada por tantos reveladores contemporá-
({ neos, y que es la consecuencia práctica del Panteismo. Los re-
«formadores del siglo décimosexto pretendieron que el matri-
(,mónio era el único remedio contra el desenfreno de los clérigos.
({ Hoy escriben los Panteístas: La fidelidad conyugal es imposible:
({¿quer~is impedir el adulterio? abolid el matrimonio, é instituid
({la promiscuidad: ¿quereis que no haya mal? negad y destruid
,(el bien.» ( Dist. parlamentaria de la Revolucíon francesa, t.XXIX,
pág. 3). (




- 396-
Así es como la primera Reforma conducía, por una sucesion de


reformas lógicas, á la Reforma final que suprime toda moral y
toda sociedad.


Ya por sí sola. avanzó muchos pasos en la via que conduce [¡
este fin. Así. despues de haber abierto á la incontinencia de los
clérigos la puerta del matrimonio, abrió á la incontinencia del
matrimonio la puerta del divorcio. La Reforma es la que intro-
dujo en la Cristiandad el divorcio; el divorcio, que atacan.do la
union del nudo conyugal, disuelve la familia. que produce los
disgustos y las discordias domésticas por el aliciente del cambio
y del rompimiento, que fomenta y favorece el adulterio por la
esperanza de su legitimaciop, y que turba, corrompe y seca la
mas viva fuente de la civilizacion.


La Igl.esia ha sufrido cien veces la furia de las mas brutales pa-
siones, antes que ceder sobre este punto, y sobre ,un punto ma~
secreto, no menos atentatorio á la santidad del matrimonio: ~.
gracias á Dios ha llevado siempre la ventaja; sin lo cual la civi-
lizacion hubiera abortado en la barbarie. Mas, si ella ha salido
con victoria, es porque ella misma ha sido la primera en dar en
la persona de sus ministros el ejemplo de la continencia absolu-
ta, de la castidad misma, y por este ejemplo sublime ha salvado
el principio de la castidad en sus diversas aplicaciones secunda-
rias é inferiores. La castidad en el celibato eclesiástico inspira ~
tiene el derecho de mandar la castidad en el celibato láico y en
el matrimonio, que es tambien un celibato relativamente á toda
otra mujer que no sea la legítima, y relativamente á esta aun en
ciertos casos. Por la razon misma, la violacion del celibato reli-
gioso absoluto debia arrastrar la violacion del celibato relativo del
matrimonio.


Sabido es por cuán criminales infamias la facultad del divorcio
fue inaugurada en el rey de Inglaterra Enrique VIII, Y que 'esta
fue, junto con el pillaje de los bienes eclesiásticos, la brecha pOI'
la cual·penetró el Protestantismo en la isla de los Santos. La Igle-
sia, que en aquel momento tan grande interés tenia en contem-
porizar con Enrique VIII, pues que, despues de la pérdida de la
Alemania, veia escapársele la Inglaterra; entonces. que bastaba
para retenerla con una sola palabra. con un sí puesto al pié del
acta de divorcio de Enrique VIII con Catalina de Aragon, y que
esta palabra podia ir encubierta bajo el especioso pretexto de la




- 397-
nulidad de matrimonio, siendo Catalina hermana política de En-
rique, rehusó santamente el consentimiento, y por medio de esta
heróica negacion salvó el primer principio moral de la civiliza-
cion moderna.


Añadamos tambien, para gloria del Catolicismo, que el mas
grande hombre y el mas íntegro, tanto como el mas amable de
Inglaterra, en aquel tiempo, que reunia las calidades de hombre
de Estado á las de sábio, de literato y de cristiano, Tomás Mo-
ro, pagó con su cabeza, como san Juan Bautista, el Non licet que
tllVO el glorioso valor de dirigir á aquel nuevo Herodes.


« Yo desearia, por respeto hácia los consejos de mi país, dice
(Fitz-William , no hablar del débil motivo que produjo el gran-
(de suceso de la Reforma en Inglaterra; pero es demasiado cono-
"cido para que se le pase en silencio con una apariencia de afec-
(tacion: tal es la pasion ilegítima de Enrique por Ana de Boleyn.
"Si la pasion y el capricho no hubiesen tenido parte en la dispo-
(sic ion de este Monarca, hubiera conservado sus amistosas rela-
(ciones con la Santa Sede; el título de Defensor de la fe, que se
"habia adquirido por sus escritos, se le hubiera debido hasta el
,din, ~: sus sucesores habrian podido llevarle, sin que hubiese
(venido á convertirse, como en el dia sucede, en un ohjeto ir-
'(risorio, tanto por el donador como por la dádiva. Mas EL PASAR
(DE LA IGLESIA ,\ Ul'i"A SECTA SE HACE CON HARTA FRECUENClA POR
(EL c,nlI~o DE LOS VICIOS, Y EL PASAR DE UNA SECTA Á LA IGLESIA
(SE HACE SIEMPRE POR EL CAmNo DE LAS Vlll TeDES.» (Fitz-'Villiam,
pág. 113).


Estas últimas palabras encierran una admirahle verdad; ellas
reasumen toda la historia de la Reforma, y reciben cási tantas
4:onfirmaciones como casos hay de su experiencia. Puede alta-
mente apelarse á esta prueba, sobre la cual yo no sé concehir co-
mo haya un hombre honrado protestante que no abra los ojos.


Tampoco ignora nadie hasta qué punto llevó Enrique VIII la
licencia, cuyo camino le habia abierto la Reforma, y que conti-
nuó en allanárselo. Despues de haber repudiado á Catalina de
Aragon para satisfacer su pasion con Ana de Bo)eyn , hizo deca-
pitar á esta cuatro años despues, so pretexto de adulterio, y casó
sucesivamente con Juana Seymour, que murió de sobreparto;
_\na deCleves, á la cual repudió por fea; Catalina Howard, á la
4~uíll condeno á muerte por el mismo motivo ó pretexto que Ana




- 398-
de Boleyn; yen fin, Catalina Parr, que le sobrevivió. Preciso es
bajar otra vez á la decrepitud del Paganismo, á las monstruosi-
dades impúdicas y sanguinarias de un Calígnla 6 de un Neron,
para encontrar algo que se acerque á este prelndio de la Refor-
ma en el seno de la Cristiandad.


y que no se nos oponga á la conducla de Enrique VlII la de
ciertos soberanos católicos; porque la conducta de estos ha sido
siempre condenada por la Iglesia, que no ha dejado de conser-
var sobre su caheza la regla inflexible de las costumhres, mien-
tras que la Reforma ha legitimado la conducta de Enrique VIII.
y Enrique VIII ha sido él mismo un Reformador que se ha apli-
cado el beneficio de la Reforma. Y aquí está el punto importante.


El divorcio, ó la poligamia sucesiva, no debia satisfacer las pa-
siones emancipadas por la Reforma. El matrimonio, aun con la
facilidad del divorcio, imponia tamhien, como hemos dicho, un
celibato I'elati\"o, y algunas veces absoluto; y siguiendo su prin-
cipio una vez sentado, de que la incontinencia en el celibato re-
ligioso autoriza el matrimonio, y la incontinencia en el matrimo-
nio el divorcio, la Reforma no dcbia parar hasta admitir que la
incontinencia en el matrimonio, aun con la facilidad del divor-
cio, autoriza la poligamia.


La secta protestante de los Anabaptistas profesó altamente y
practicó indefinidamente la poligamia. Juan de Leyde, uno de
sus jefes, tenia veinte mujeres. Loca extravagancia, se dirá, que
no dehe tomar por su cuenta la Reforma. Veámoslo, sin embargo.


Ellandgravc Felipe de IIesse, el mas ardiente y el mas pode-
roso defensor de la Reforma, partiendo desde luego de este prin-
cipio fundamental del Protestantismo, que la fe sola justifica y
priva de que los pecados sean imputados, y aun mas, que la pre-
destinacion los necesita, habia creido poder permitirse, aunqu!:',
casado, vivir en concubinaje con otra mujer á mas de la legíti-
ma, la virtuosa Catalina, que le habia hecho padre de ocho hijos.
Con todo, acabó por tener remordimientos; y para hacerse auto-
rizar canónicamente para este concubinaje, ó mas bien para ha-
cerlo erigir en matrimonio, cumulativamente con el que le unia
con Sil mujer legítima, se dirigió á la Reforma en sus tres prin-
ci pales .iefes, Bucel', L \ltero y Melancton. Su vigorosa consti-
lucíon, les decia, y sus frecuentes asistencias en las dietas del
1m perio y de sus Estados, en donde se vi yia á sus anchuras, 110




- 399-
le permitian estar solo; y con todo, no podia llevar allí á la Prin-
cesa su mujer con todo el tren dispendioso· de la corte. 1, N o po-
dia, desde entonces, á mas de esta, casarse tamhien con Marga-
rita Sahl, doncella de honor de su hermana Elisabet, y tener de
este modo una segunda mujer de repuesto? .. Los tres reforma-
dores examinaron el caso, y examinaron este doble matrimonio,
d fin, lleva la decision, firmada por los tres eminentes autores :-
seis otros teólogos de Hesse , de proveer asI á la salud de su. cue1'po
y de su alma, como y tambien á la gloria de J)ios. (V éanse las piezas
originales citadas por Bassuet, Hist. de las Variaciones).


Este acto de la Reforma no era solamente un acto de cobarde
condescendencia hácia un soberano que la ayudaba con el poder
de su brazo, sino que era con toda realidad la expresion de su
doctrina. Encontramos tambien esta doctrina de la poligamia muy
libremente enseñada en el Comentario de Lutero sobre el Géne-
sis (tomo IV, Jen. germ., f. 103, a.), así como en su carta de 13
de enero de Hil!3 á Jorge Bruck, canciller del duque de Sajonia-
\Veimar, que, descontento de su mujer, deseaba tomar otra. Di-
l'igiúse para esto á Lutero, el cual le respondió por este oráculo
Yerdaderamente délfico: «i\1e es imposible, en virtud de la Es-
« critura santa, el prohibir á cualquiera que sea el tomar muchas
"mujeres á un mismo tiempo; mas no quisiera yo ser el prime-
« ro en introducir esta laudable costumbre entre los cristianos.»)
(.'i. :)72, lomo JI, pág. 409. Indicado en la Suecia y la Santa Sede,
por Augusto Theiner, torno 1, pág. 209).


Algo de peor que la poligamia se lee fijado en este pasaje de
los escritos de Lutero, que una pluma pagana hubiera rehusado
escribir, y que una pluma cristiana no puede reproducir sino pu-
rificándose con la intencion de servir á la verdad ... « Si la mujer
«legítima rebusa, viene la sirvienta; ... si esta no quiere, procú-
erate una Ester, y envia á pasear á la Vasthi, como hizo cll'ey
( Asuero.»)


No es tomado este pasaje de sus Conrcrsaciones de mesa, á las
que no descendemos; lo es sí de su Tratado de la l'ida COIlYIl!J(I!.
en la edicion de lena, pág. 11, fól. 168.


En fin. la mas hrutal promiscuidad hubiera sido predicada por
Lutero, si hemos de dar crédito á la carta que le escribía en Hi2G
el piadoso duque Jorge de Sa.ionia, y que transcribe Surio en sus
Comentarios, pág. 150, Y refieren S!eiden y otros ... «¿ E n cuál




- 400-
'(época Wittemberg, se dice en esta enérgica protesta, se ha vis-
« to poblado de tantos· monjes secularizados, y dé religiosas mun-
,( danas? ¿ En qué época las mujeres se han visto arrebatadas de
«sus marido'!; para ser dadas á otros, como tu Evangelio permi-
,<te'? ¿En qué época se han cometido tantos adulterios como des-
,( pues que tú te has atrevido á escribir: Cuando una mujer no pue-
,( de set' fecundada pot' su marido, preciso es que vaya á encontrar otro
,( para que le ha,ga hijos, que el marido estará obli,gado á alimentar, y
« lo mismo podt'á hacer el marido en igual caso? » .


La Reforma parecia no tener mas objeto que hacer un crímen
de la castidad y de la continencia, y de permitirlo todo, de alen-
tar á todo, antes que el pudor y la virtud. Así, segun Lutero, no
habia solamente permiso, sino ohligacion en romper los votos de
.este género: todos sus escritos son una continua excitacion á la
I~mancipacion de la carne, á la libre satisfaccion de los sentidos; y
flespues de haber fulminado sus anatemas contra la continencia
en el celibato, ni aun le permite el refugiarse en el matrimonio.
Esta union santa no es tal para él sino en cuanto permite, no en
(:uanto retiene; y se la ve sucesivamente ó exaltarla ó escarnecer-
la, segun el uno ó el otro de estos dos caractéres; y para él no
es mas en cierto modo que la puerta del desarreglo y del liber-
tinaje.


Nada exagero: y aun paso por alto este fondo de infamias en
que la ohscenidad compite con el sacrilegio ó con la blasfemia.
Los que hayan entreabierto las obras de Lutero pueden apreciar
mi reserva '.


j Imagínese ahora lo que debian llegar á ser los países proles-


, Lutero compuso sobre .su propio matrimonio un epitalamio, que da bien
a conocer sus disposiciones:


Ó Dios. en tn bondud
Hano.,. ve~liJos 'j sombreros,
.-\si como mantos y sayas,
Ikcernl'; t;ordf)~ y machos c«bríos,
Bueyes, l'arnerús y "acas,
Jlucllr..s mujeres !J p(J'~U$ hijas, - Amen.


(Conversaciones de mesa).
Exprésase asimismo con el mas 'profundo menosprecio sobre sus relaciones


matrimoniales, y habla de su mujrr en unos términos, J le escribe unas cartas
que el mas desenfrenarlo lihertino no ,e atreveria á escrihir rle iguales á la com-
pañera de sa'i lCrgonzosos placeres, ni aun usarlas hablando de ella.




- 401-
tantes bajo la influencia de semejante Reforma, que desencade-
ba la (uiLlria de los conventos sobre la sociedad, la avidez de la
sociedad sobre los conventos, y la rebelion é insurreccion gene-
ral del espíritu y de los sentidos contra toda autoridad, toda re-
gla y todadiseiplina 1! ¿ Qué habia de ser de la eivilizacion, que
eon tantos esfuerzos habia la Iglesia sacado de la barbarie ger-
mánica, si esta misma Iglesia no hubiese opuesto su reforma á la
de Lutero, y por prodigios de santidad combatido prodigios de
licencia?


SegLln el testimonio de los mas celosos historiadores protestan-
tes, Strype, Cambden, Dugdale, y segun la decIaracion del mis-
mo Enrique Yln á su Parlamento, las consecuencias inmediatas
de la Reforma fueron desde luego la corrupcion general de las
costumbres y el entero abandono de toda .justicia. «La caridad
"debilitada; ninguna conformidad en la manera de vivir con la
,dey de Dios; la avaricia, la opresion, el asesinato; los magis-
« trados haciendo tráfico con la justicia; el clero, desde los obis-
(1 pos hasta Jos curas, corrompidos; el adulterio y el libertinaje ;
o por manera que la Inglaterra parecía entregada á toda la rabia
~ y á toda la locura del espíritu de revuelta, de tumulto y de par-
( tido, etc.;)) tal es el cuadro de la Reforma naciente, trazado por
uno de sus historiadores.-Witgist, obispo de Cantorbery se la-
mentaba de que su iglesia estaba llena de ateos. (In sua defens.).
- Edwino Sandis, hablando de las divisiones de los reformados,
suspiraba de que «sus debates contribuian mucho á aumentar el
«Ateismo entre los protestantes y el Mahometismo en lo exterior.»
(In relat., 7, n.o .i5, ano 1(05). - « Tan distantes estamos, decía.
(; King, ohispo de Lóndres, de ser unos verdaderos israelitas, qm'
«mas bien estamos convencidos de ser unos perfectos ateos. ¡.
¡King, super Zonam, sect. 32, pág. ~~2).-Zanchio se quejaba
igualmente de que <dos ministros de Satanás habian llevado del
«infierno el Ateismo á algunas iglesias reformadas de Alemania.))
(Epist. ante confession. August., pág. 7). etc.


! J.os ,·ersos siguientes pueden darnos una idea de esta reforma :


1 Cuculla! vale Cappa :


26


Vale Prior, ellstos, Papa,
Cum obedienlia !
He Y ota, Preces, llorae!
Vale Timor cum Pudore!
Vale Conscieolia:




- 402 -
En fin, Lutero y Calvino mismos retrocedieron delante de su


Reforma, y la maldijeron en su cuna. En Wittemberg, su ciu-
dad querida, la Jerusalen del puro Evangelio, Lutero hizo reso-
nar un día estas palabras : - «Desde que hemos predicado nues-
« (ra doctrina, el mundo se hace de dia en dia mas malo, mas im-
l(pío, mas descarado. Los diablos se precipitan en legiones sobre
~ los hombres, los cuales, á la pura luz del Evangelio, son mas
(ambiciosos, mas impúdicos, mas detestables de lo que eran en
«(I)tro tiempo bajo el Papado. Paisanos, rústicos y nobles, gentes
« de todos estados, desde el mas grande al mas pequeño, no hay
((donde quiera sino avaricia, intemperancia, crápula, impureza,
« desórdenes vergonzosos, pasiones abominables.') (Sermon U¡53),
Salgamos de esta Sodoma, escribía una ocasion a Sil mujer.


Las mismas palabras, expresiones jd(~nticas se escapan de la
boca y de la pluma de Cal vino: - « Entre cien evangélicos, escri-
,( bia, apenas se hallará uno solo que se haya hecho evangélico pOI'
,( otro motivo que para poder abandonarse con mas libertad a toda
,( especie de deleites y de incontinencias.)) (Comment. in JI E¡!id.
Petri, 110, 2, pago 60).


Por dicha de la civilizacion, mientras la Reforma soltaba tan
escandalosamente la rienda á la inmoralidad, la Iglesia estrecha-
ba el freno con una energía shbrenatural. « Los Pontífices roma-
« nos presentaban en sus personas, dice un historiador protes-
e tante, toda la austeridad de los primeros anacoretas de la Siria.


c( Paulo IV desplegaba en el solio pontificio el mismo fervor de
~ cdo y de deyocion que le habia conducido en el convento de
celos Tealinos; san Pio V, bajo su espléndido ropaje, ocultaba el
« cilicio de un solitario, caminaba á pié desnudo delante de las
,( procesiones, y edificaba el mundo por ejemplos innumerables
« cíe humildad, de caridad, de perdon de las injllrias; Grego-
I( rio XIU se esforzaba no solo en imitar, sino en superar á Pio V
« en las severas virtudes de su profesion. -" Tal era la cabeza, ta-
i, les los miembros.- Un espíritu interior de reforma se habia apo-
,( derado de la Iglesia, y una sola generacion la habia renovado
,( desde el palacio del Vaticano hasta la lllas escondida ermita de
(dos Apeninos.)) (Ranke, llist. del Pctpculo; Macauley, Rel;. de
Edimb., oct. 18<iO).


Reformándose así fue como la Iglesia reformó el mundo, y le sal-
vó de los abismos de disolucion que la falsa Reforma le preparaba.




- .i03 -
En la pintura que de la inmoralidad de esta acabamos de ha-


cer, se nos arrostrará quizás el habernos complacido en presentar
no mas que el lado malo de la Reforma, y sin discutirlo, se limita-
rá quien nos impugne á oponernos una sencilla consideracioll.


Se nos dirá: El Protestantismo contiene y ha contenido siem-
pre conviccione~ y caractéres tan indisputable mente respetahles,
tan puros, tan cristianos, que es imposible que no sea sino una
escuela de inmoralidad y de licencia. Esta reflexion prévia es su-
perior á todos los raciocinios y á todos los hechos.


Reconocernos todo el valor de esta reflexion preventiva, y le
debemos el honor de una satisfaccion que nos apresuramos á darle.


Hay en el Protestantismo dos elementos perfectamente distin-
tos: el uno por el cual se ha separado del Catolicismo; el otro
por el cual ha quedado unido á él.


El primero, el elemento protestante, consiste en todo lo que ha
~ido objeto de la separacion J de la pretendida Reforma, á saher:
el libre exámen, la doctrina de la justificacion, la exclusion de
los sacramentos de Penitencia y de Eucaristía, la supresion de los
ayunos y abstinencias, el matrimonio de los sacerdotes, el dií'or-
r:io, etc., etc. : hé aquí la Reforma, hé aflUÍ el Protestantismo.


El segnndo elemento, por el cual el Protestantismo ha queda-
¡lo tn comunion con el Catolicismo, consiste en la autoridad de
las Escrituras, la fe en Jesucristo, el Bautismo, la moral evangé-
¡ica, ele., etc. Este elemento no nació del Protestantismo com;)
el primero. Él estaba ya, y no ha cesado de estar en el Catolicis-
mo, de quien únicamente lo tiene el Protestantismo. Sobre esté'


. punto no ha habido separarion, protestacion, reforma; yel Cj-
tolicismo en esta parte se ha continuado en el Protestantismo, el
cual no ha hecho sino debilitar y disipar este elemento.


Ahora, pues, en el juicio que hemos hecho sobre la Reforma,
no hemos dehido considerar sino la Reforma, lo que ha sido Sil
ohra propiamente dicha, es decir, el primero de los elementos
que acabamos de distinguir. Y este no es un lado solamente de
la Réforma, es toda la Reforma. Lo que se lIamaria el otro latlo,
el segundo elemento, es el elemento conservado, el elemento no
reformado, el elemento cristiano, el elemento católico; y dE: él
no debe hacerse honor á la Reforma, así como no se hace un mé-
rito al que os ha despojado de vuestro patrimonio, el haberos de-
jad o de él algunos pedazos. Reducida) pues, de este modo á si


26*




- 404-
misma, hemos dicho y demostrado que la Reforma ha sido inmo-
ral, y no ha sido otra cosa que inmoral, y así lo sostenemos. To-
dos los artículos de la Reforma, en efecto, sin excepcion, elli-
bre exámen, la doctrina de la justilicacion, la supresion de la
eonfesion, la negacion de la presencia real, el m atl'i monio de los
sacerdotes, el divorcio, etc., son (y atiéndase bIen á este punto;
artículos de emancipacion, de relajacion, de indisciplina, de in-
contineneia para el espíritu, para el corazon ó para los senMos,
i Aberracion extraña de las ideas y del lenguaje! El sentido co-
mun y la mas vulgar experieneia solo aplican á la palabra de re-
forma una idea de represion , de disciplina, de llamamiento á la
r~gla, de sumision á la autoridad, como así lo ha entendido, como
así lo ha admirablemente practicado el Catolieismo, por la óbvia
y sencilla razon de que lo que tiene necesidad de ser reformado
es el desarreglo, la indisciplina, la incontinencia y la revuelta;
y hé aquí que el pomposo nombre de Reforma se dió y ha que-
dado á una herejía que lleva escrito en su handara: Abolicion de
la autoridad; abolicion de la confesion y de toda penitencia; abo-
licíon de la fe en los santos mistcrios; abolicion de la continen-
cia cdesiá:;tica; abolicíon de la indisolubilidacl del matrimonio;
abolicion de toda regla de fe, de toda privacion , de toda disci-
plina, de todo freno. ¿Podría, en verdad, hallarse un epigrama
mas cruel contra la Reforma que su lllismo nombre ''?


1 Sabido e5 aquel didlO de Erasmo: «¡ Así es como S(' sacrifican! La Re{or-
ti ma parece no haller tenido otro ohjeto qne transformar cu pretendientes dI'
"noyios y de nOlias á los monjes y á las monjas.» - ,"Vosotros hemos oido al
j:úsmo Calvinv que nos decia: « que no se hacia ewngélico, SillO para llodprse
"a:mldonar con mas libertad á toda suerte de incontinencias;}) y Fitz-Wi-
I!iam ha dicho tembieo con muchísima verdad y \~Ull la eXlleriencia de todos
los tlias, que EL PASO DE LA I¡¡LESIA 1 U:'\A SECTA ES CO:\' IHRL~ FRECUEIS-
elA POR EL L<l31I1\'O DE LOS VICIOS, Y Q¡:R EL DE L:\'A SECTA.\. L\ IGLES[A E,
SIEMPRE pon EL C_UH:'\O DE [,AS vmTUD~S. - Esta ,"crdad acaba de presen-
tarse personificada 11 nuestros propios ojos, y por dcdrlu osí, representada
en el proceso entre el Dr. Newman y el Dr. Achilli. El Protestantismo nos ha
dejado ver en estc memorable ncgocio toda la franqueza ue sus prindllios y de
SIlS instintos. Un diario inglés, el Tablet, en un artículo que ha sido'reprodu-
cido por el Sund y por el Galignani de 9 de julio de 1R52, hace á este propó-
sito las siguientes reaexiones , que son de una verdad indisputable. Por su
lectura se juzgará si las insertamos ahora con oportunidad: '


"El Protestantismo ha adquirido un lluevo santo, todo enteramente segun
"SU coraza n ~' segulI sUllaturaleza: no es este solamente san Aehilli de Exeter-
"Hall, 'sino san Achilli de Wcstminster-HalI, consagrado y canonizado por




- qOa-
Ahora bien: el Protestantismo no ha enteramente protestado;


la Reforma no ha enteramente reformado. Algunos elementos cris-
tianos han hallado indulgencia, ó mas bien, se han juzgado deber
ser conservados como elementos de vida para el Protestan~smo
mismo; tales como la santa Escritura, la fe en Jesucristo, el bau-
tismo, algunos puntos de la moral evangélica, etc. Por ellos el
Protestantismo, separado en todo lo demás, ha continuado en te-
nerse unido al Cristianismo, es decir, á la verdad, á la vida, cu-


,¡ las aclamaciones universales tic una mllltitud que se lanzaba como una ir-
"mpcion en el santuario de la in.-justida, para dar testimonio tle su simpatía
« al jurado y al juez, que la han mlly hien merecido. Sí, el Protestantismo, que
"es esenci~lmcnte una religion de no-castidad y de incontinencia, que ba te-
"nido su orí~en en las brutales propensiones del mas inmundo rle los reyes dl~
{{ Iu!!;latcrra, y pn que, CII sus últimos dias, acaba de coronar sus impuras tra-
"didones por ellriunfo públir,o de Achilli, el Protestantismo, digo, Ila reci-
"bido Sil último sello en este modo de proeeder. Acbilli era demasiado perver-
/( so para la Iglesia católica. Fue condenado por los tribunales católicos á cauSa
l' de su brutal incontinencia; juz~ado por la Inquisicion indigno de ejercer nill-
"guna funcion eclesiástica. Se le prohibió el celebrar misa, el oir confcsionc;;
"el predicar y enseñar, CUIllO si su presencia sola mancillase ci plll'O aire tll'l
"cielo. }fas este mismo hombre ha recibido por los aplausos ~lJtllsiastas de
"un numeroso tribunal de justida, representante de una \8,t3 pnrcion ele la
"clase media en Inglaterra, la sancion de la aprobaeion pública. Conuenando
"á la execracion la cruel injusticia de esta Inquisicion (que sin embargo habia
"eastigado muy poco y muy t:mlc), los Protestantes indignados han elel'ado al
.( ran~o de confesor de Sil fe y de sus costumbres un hombre que ha sido pl'e-
((sentado para consagrarse sinceramente á la práctica de sus principios.-En
"efecto, fuerza es com enir que hay un fondo de Yerdad en sn manera de mi-
" rar el negodo. Aehilli es realm,~nte el wrdarlero confesor y mártir d~ una re-
« Iigion que ha abolido el sacramento de la Confesion y el celibato de los sa-
« cerdotes, porque en su alma y conciencia, y con todas sus fuerzas, uiega y ha
« negado siempre que ni la graci~ misma de Dios tenga el porler de presenar
"la castidad en lus hombres; de una religion, que se ha hecbo, y e~ realmente
"una rcligion de inst.i[Jtos materiales; de una religion {¡ne, por su propia esen-
(( cia da una libre accion ú los apetitos del homhre, proclamando la imposibi-
(( Iidad de la continencia, y que no tiene mas garantía contra peores y mas in-
"fames abominaciones que el pudor natural al car~cter de la mujer. - El pú-
" blico protestante que aplaudió á Achilli no le cree casto por cierto; per(j este
« público mira al libertinaje, especialmente en un hombre no casado, como un
"muy leve defecto, por el cual, aun cuando sea llevado á los mas abominables
"excesos, es en verdad demasiado duro 'Y demasiado injusto el castigar á na-
(f die. El público protestante inglés se muestra y se ha mostrado siempre celoso
« del derecho teológico que tienen los célibes de infringir por 10 menos dos de
{( los diez mandamientos de Dios ... Y está persuadido que lo que no puede ab-
" solutamente negarse ser la ley de Dios, es una ley de una imposibilidad ex-




- 406-
ya integridad solamente el Catolicismo ha mantenido'. De allí
ha tomado la sávia que le ha hecho vivir de la vida del tronco.
que le ha privado de corromperse y de disolverse enteramente.
Todo lo que tiene, pues, de convicciones y de caractéres hono-
rables, viene de esto, y por esto se sostiene. Todo cuanto hay de
cristiano en el Protestantismo es un resto del Catolicismo, y se-
ríamos tanto mas culpables en desconocer en él este elemento ho-
norífico? moral, religioso, cristiano, en cuanto tenemos un inte-
rés en reivindicarlo. Y ¿cómo no ven estas convicciones mismas,
que ellas son extranjeras en el Protestantismo, que son nuestras,
y que de nuestro lado, del lado de la Iglesia, es donde se ha obra-
do la verdadera Reforma, y se ha conservado el verdadero Cris-
tianismo? ¿ Cómo no ven que una Reforma, salida del alma de
Lutero y de la de un Enrique Vl1I, está ya corrompida en su pro-
pia fuente, y fjue todas las innovaciones por las cuales se ha cons-
tituido fuera y en oposicioll con la Iglesia, consideradas artícu-
lo por articulo, no son sino relajaciones, medios de facilitar, con-
nivencias para las per\'ersas propensiones de reheldül, de orgullo
y de cullcupiseencia que el Cristianismo tiene precisamente pOI'
ohjeto el reprimir; que una doctrina que hace pro[esion de no
humillarse, de no mortificarse, de no contenerse, de no creer en
el grande milagro de la caridad infinita de Dios, y de burlar el
supremo deseo que nuestro muy amado Salvador dirigia á su Pa-
dre al instituir este grande milagro: i Que sean uno como nosotros!
es manifiestaml'ute una doctriua antievangélica y anticristiana:


« !ravagante, y que todos los eélibes que pretenden observarla son perversos.
« hipócritas y neces.1riamente impuros.


« Así, pues, los dos convertidos ó apóstatas-se presentan 0\ mundo- el uno.
"de una villa sin tacha y de costumbres irreprensibles, condenado en medio de
« las execraciones ue una multitud de celosos [lrotestantes, quc sc llaman á si
(1 ¡:,ismos cvurlgélicos, [lorque tiefte celo por la ley de Dios y horror á la impll-
« reza; el otro, elevado:Jl pináculo de la s~ntidatl y <lel martirio protestantes.
« pQrque represeula, segun la opinion protestante, el derecho de cada hombre.
« de /tacer lo que quiere, y la necesidad impuesta, segun ella, á la naturaleza
« bumana, de infringir la ley de Dios y la disciplina de la Iglesia católica."


, Así, con las santas Escrituras, el t;atolkismo ha guardado la tradicion )'
la autoridad para explicarlas; eon el santo llalltismtl ba guardado la peniten-
cia quc hace recobrar SI] gracia; con la fe en Jesucristo y la moral evangélica
ha guardado el dogma de la [lresencia real, que vivifica esta fe, y que inflama
el corazon para lo práctica de esta moral. .• etc. El Catolicismo es tambien el
Cristianismo completo, l'I Cristianismo integral.




- 407-
que la preocupacion está cuando menos para una Iglesia que pro-
fesa la virginidad, la penitencia, la confesion, la comunion, la
unidad, la perpetuidad, la u.niversalidad, la apostolicidad, todol'
los medios y todos los caractéres de la verdad y de la santidad que
Jesucristo vino á. establecer sobre la tierra? ¿ Cómo no sienten es-
tas convicciones, al simple aspecto general de una y de otra doc-
trina, que hay para su alma un grande peligro en contentarse COll
la menos cristiana, en hacerse cómplices de la hostilidad y del
odio que esta doctrina profesa contra la Iglesia? ¿ Cómo no com-
prenden desde entonces que hay para ellas un gran.de deber so-
bre que ilustrarse, y un generoso partido que tomar?


Mas aquí se levanta ante nosotros una objecion, y exige que
la discutamos.


Si así es, se nos dirá, si el Catolicismo posee la integridad del
Cristianismo, y si la Iglesia guarda las promesas de Jesucristo,
las sociedades católicas deberian presentar un estado de morali-
dad indisputablemente superior al de las naciones protestantes.
¿.De dónde nace, pues, que no aparece ser así, y que aun pare-
ce hasta ser lo contrario"! ¡.de dónde viene que las sociedades pro-
testantes son generalmente mas religiosas, y que se ven en ella!:'
menos impiedades y escándalos, menos trastornos y revolucione~
que en las naciones católicas? Mirad la Inglaterra, mirad la Fran-
cia, y decidid.


],a'objecion es interesante, pero no embarazosa. Cuando S{'
tiene de su parte la verdad, mas bien deben buscarse que evitar-
se las dificultades, porque estas deben redundar en su triunfo.


Digámoslo, pues, con confianza: la solucioll de esta dificultad.
léjos de poder ser contraria á la verdad católica, vuélvese toda
en honor suyo.


y aunque nos veamos obligados á constreñirla en el corto es-
pacio que nos queda, todavía esperamos, con todo, decir lo sufi-
ciente para convencer á todo leclor atento de la verdad de nues-
tro modo de pensar.


La respuesta es complexa, y fuerza es deducirla separadamente.
Ante todo, las sociedades católicas, y particularmente la Fran-


cia, que influye sobre ellas, de mas de un siglo á esta parte, Sf'
hallan en un estado de guerra con la Iglesia. La Francia cien
años hace que es volteriana, y de treinta años acá hegeliana. Y
¿qué hay de extraño en que sea impía y sacrílega? Si ella fuese




· - 408 -
sensata y arreglada, siendo anticatólica, el Catolicismo quedaría
.~onvencido cuando menos de inutilidad; pero ella es loca y des-
earriada á proporcion que es anticatqlica : sus desórdenes, pues,
prueban la verdad del Catolicismo, y le vindican rle la objecion,
la cual se destruye así por sí misma. La Francia es impía, no por-
,¡U e sea católica, sino porque no es católica: su impiedad, pues,
léjós de probar nada contra el Catolicismo, da testimonio á su
favor.


En segundo lugar: si la Ffancia no es católica, pues¡,qué será?
Ya lo hemos dicho: ella es, ella ha sido sucesivamente volteria-
na y hegeliana. Y ¡,de dónde proceden el volterianismo y el he-
~e1ianismoór Harto lo hemos demostrado: del Protestantismo. La
Francia, hajo el nombre de católica, es, pues, por el hecho pro-
testan te: al Protestantismo, pues, á su influencia directa ó indi-
recta deben atrihuirse los desórdenes de la sociedad francesa: él
es, y no el Catolicismo, á quien se ha de acusar de esta desgracia.


Fuerza es observar tamhien, que el Protestanti~llIo, como á tal,
obra mucho mas en Francia que en bs naciones enteramente pro-
testantes; porque está allí siempre en lucha con el Catolicismo.
En las naciones protestantes, el elemento del Protestantismo que
~e desple{2;a es el elemento cristiano; en las naciones católicas,
al contrario, es el elemento protestante; y como, segun ya diji-
mos, este elemento cristiano en el Protestantismo no es sino un
resto y una emanacion del Catolicismo, síguese de ahí que al Ca-
tolicismo ha de remontarse lo que hay de religioso en las nacio-
nes protestantes, y al Protestantismo lo ,cll1e hay de impío en las
naciones católicas.


Pero estas respuestas no hacen mas que deslindar la ohjecion;
I~ta resiste todavía, y nos ~s preciso resolyerla por razones mas
directas y mas profundas.


Cuando se compara la accion religiosa del Cristianismo protes-
tante á la del Cristianismo católico, lo primero que salta á la vista
I~S lo siguiente, á saber: que la primera de estas acciones obliene
un asentimiento mas general, pero produce tambien resultados
infinitamente mas débiles que la segunda. Todo el mundo es re-
ligioso, y nadie es santo en las sociedades protestantes. En las
sociedades católicas hay impíos, grandes impíos, pero hay asi-
mismo Santos, y grandes Santos.


La razon de esta diferencia es muy fácil de explicar.




- 409-
El Protestantismo se aviene con todas las inclinaciones de de-


bilidad ó de licencia que hay en el corazon del hombre, inclina-
eiones que el Catolicismo hace profesion de combatir absoluta-
mente por las creencias mas precisas y por las prescripciones y
prácticas maS severas, las cuales irrita, por consiguiente, y exal-
ta, cuando no las doma. El Protestantismo se acomoda á estas
propensiones; y si bien las reprueba de una manera general, no
las somete á ninguna disciplina represiva ó preventiva, y ni aun
las sujeta á discusion '. Y de consiguiente, no las subleva, ni las
I~xcita por la prohibicion ni por la lucha. De este modo disminu-
ye la decidida violencia que tienen, pero debilita otro tanto el re-
~orte de la virtud, y empobrece la naturaleza moral del alma hu-
mana. De ahí en los pueblos protestantes menos desórdenes mora-
les ruidosos, menos impiedad declarada; pero por la misma razon
menos virtudes eminentes, menos piedad profunda, menos prodi-
gios de caridad y de heroismo ; tan solo una medianía fria, uni-
orme, calmada y pobre de moralidad, ó mas bien de ausencia de


moralidad, ó mejor aun, de ausencia de estrépito de inmoralidad;
ni alto ni bajo, ni cielo ni infierno: la tierra; y el hombre iden-
lificándose mas y mas con ella.


El Catolicismo, al contrario, acosa y persigue todos los vicios,
y hace un llamamiento incesante á todas las virtudes. Las prue-
bas á que somete el corazon del hombre fuerzan á que este se
pronuncie en pro ó en contra de él, y jamás ámedias; y se lehon-


1 El Protestantismo es para las costumbres lo mismo que para la incredu-
lidad, la tolerancia misma (ó mejOr diríamos indiferencia). ¿Se quiere un
ejemplo que lo muestre á la evidencia? Ved ahí uno de sus mas bonrados, de
sus mas puros y de sus mas piadosos doctores, el malogrado Sr. Vinet, el cual,
(~scribiendo un tratado sobre las condiciones de la vocacion al santo ministe-
rio, dice así: «l. Pueden las dudas anular la vocacion? ... Nosotros contesta-
«rémos 1.0 que'pocas vocllciones legítimas babria si la (luda las anulase; 2.°
«que el estudio, la vidll, el ejercicio del ministerio suscitan nuevas dudas.-
«Mas, se noS objetará, ¿cómo puede dudar un hombre enviado al socorro de
f' los que dudan?-No, absolutamente; pero aquí no se trata de un ministro
"escéptico 6 incrédulo, sino de un homb're que no está seguro de todo, y que
nalguna vez deberá confesarlo.u-Esto por lo que toca á la fe; veamos ahora
por lo que toca á las costumbres. -" ¿ Ciertas inclinaciones pueden auular la
"vocadon ? ... Las inclinaciones de que queremos bablar son como las dudas del
« alma, y la dificultad se resuelve por los mismos prinf.ipios.» (Tratado del
ministerio pastoral, pág. 107 Y 108). Estas palabras no tienen necesidad de co-
mentario. Por los pastores, juzgad del rebaño.




-uo -
ra detestándole, cuando no se le honra siguiéndole. De él, como
de su Autor divino, puede decirse: Positus est hie in ruz'nam et in
resul'rectionem multorum: et in signum eui contradieetur (Luc. JI, 3i);
Y tambien: Si non venissem et locutus fuissem eis, PECCATUM NON HA-
BERENT ... Si IY(Jcra non fecissem in eis, quae nema alius fecit, PECCA-
TU.\! NO:'\ HABERENT : mine autemET VIDERUNT ET ODEIWNT ET ME ET
PATRE~I MEml. (Joan., xv, 22, 2i).


Hé aquí la verdadera razon de la impiedad y de los escándalos
que estallan en las naciones católicas; rogamos al lector protes-
tante que lo medite, y por este brillante y marcado carácter, re-
conozca á Jesucristo en su Iglesia.


Lo que se verificó en Jesucristo, se verificará eternamente en
la Iglesia católica, la cual no es sino una continuacion de Jesu-
cristo. El Fariseismo judáico era moral, honrado, doctoral y pre-
dicante; pocos desórdenes estrepitosos en la nacion judía, nada
de impiedad sacrílega; al contrario, un celo ejemplar de la ley,
y un ardor de las santas Escrituras incomparable. Si Jesucristo
no hubiese venido, si no les hubiese anunciado la verdad, si no


. hubiese hecho, ysobre todo exigido de ellos obras que ningun
olro hubo hecho ni exigido, la nacion judía habria quedado lo que
ella parecia ser, ordenada y arreglada mas de lo que nunca ha-
bia sido. Pero vino la Verdad misma en medio de los Judíos, con
sus caractéres vivientes y sus rigorosos preceptos; y entonces ved
ahí que ella los divide, ella los agita, ella los subleva, y que lla-
ce estallar, por la prueba á que los somete, el odio de que están
animados contra ella; en una palabra, MIos ahí impíos y crimi-
nales hasta el deicidio, y atrayendo sohre sí el memorahle casti-
go que los persigue todavía á nuestros propios ojos. Lo que Jesu-
cristo hizo con la nacion judía, su Iglesia continúa haciéndolo
en el mundo; y los desórdenes, las revoluciones, los sacrilegios
particulares ó públicos de que la Francia ha dado al mundo el
horrible espectáculo, de sesenta años acá, no provienen de otra
cosa que de este odio, de este pecado contra la Verdad, que ates-
tigua en el mas alto grado su presencia. La naturaleza humana
nada tiene que detestar ni que destruir en el Protestantismo, por-
que nada halla en él que la reprima, y al contrario, halla en el
mismo un instrumento de su odio contra la Iglesia, la cual sola
recibe este honor. Así es que, como ya lo reconocemos, se en-
trega. en él á menos ruidosos excesos. Si en su orígen el Protes-




- 411-
tantismo se entregó ~á tan terribles desórdenes, fue porque caía
de toda la eminencia del Catolicismo; es porque era eatólico in-
fiel y rebelado, lo que son aun los malos católicos, lo peor que
existe, y ¿por qué? porque ellos son la corrllpcion de lo mas gran-
de y de lo mejor que hay: Corruptio optimí pessima.


Pero el Catolicismo, que es, corno Jesucristo, una ocasion de
ruina para los unos, es por la misma razon para gran número dé'
otros un principio de resulTeccion, de santidad y de salud, que
prepondera definitivamente sobre el curso general de las cosas.
Gran ruido se mete con los desórdenes morales de la sociedad
francesa, pero no se tienen asaz en cuenta todas estas obras tan
numerosas y tan admirahles que allí el Catolicismo inspira, pro-
paga y hace florecer para el ali \'io de todas las miserias, la refor-
ma de todos los vicios, la instruccion de las inteligencias, la pn-
rificacion de los corazones, y la salltificacion de las almas. No se
cuenta con todos estos focos tan activos, tan abrasados de caridad,
de desinterés, de sacrificio, de abnegacion y de santidad que aUí
combaten sin cesar los hielos de la indiferencia, ó las manchas del
crimen, ó las tinieblas de la ignorancia, y que mantienen en el
corazon del pueblo francés un valor de sentido cristiano y de seu·
tido moral, muy superior en definitiya al de todos los demás puc-
)Jlos.


¿ Qué sociedad protestante ha presentado nunca nada compa-
rable, ni aun de léjos, á la parte de virtud que vemos brillar en
Francia, aun en los mas aciagos días? Ved sino las jornadas de
junio, tan horribles y tan salvajes, y en las cuales no obstante el
pueblo fue extraviado en el fondo mas bien por falsas ideas que
por perversos sentimientos: ¿ qué combate, qué guerra'mas fatri-
cida y mas inexorable se vió jamás en el seno de un pueblo civi-
Iizado? Sin embargo, en lo mas fuerte de esta espantosa lucha un
homhre, que no tenia la menor razan natural para exponerse i¡
ella, que podia permanecer en el abrigo de su morada sin que por
esto parecriese que faltaba á su deber, que no podia llevar al com-
hate precaucion alguna de defensa, ningun éxito probable de sal-
Hcion para sí, ni de utilidad para los otros, siéntese agitado en
su COTazon por una inspiracion extraña, al parecer insensata, y
que podia ellcerrar y sofocar dentro de sí tanto mas cuando nadie
e11 el mundo podia imaginarlo y suponerlo. Es un hombre, y ¿ por
qué no he de decirlo? naturalmente sensible á las impresiones de




-11:2 -
temor, al peligro y al dolor, y que por su estado parece que no
Jluede hacer sino gemir y orar, esperando que el fin de la lucha
abra una senda á S11 caridad consoladora. Pero esta expectacion
le es insoportable; porque este hombre es un sacerdote católico,
I\S un ohispo, es un pastor. Su corazon, ensanchado por la cari-
dad católica, abraza á todos los combatientes, y Jos tiene reuni-
dos bajo su pastoral solicitud. Él recibe todos los golpes que se
dan, arroja sangre por todas las heridas que se hacen, muer.e en
las mil muertes de los que espiran. Todos estos golpes, que ha-
cen temblar la tierra, y que llenan de espanto al mundo en torno
de sí, son menos formidables para su alma, que los golpes interio-
res que recibe de rechazo: ellos le llaman, ellos le atraen al sa-
crificio con la misma fuerza con que harian retroceder y huir á
cualquier otro. En fin, ya no puede aguantar mas: el espíritu que
condujo su divino Maestro al Calvario, que la Iglesia sola, de
quien es pontífice, inspira, dando á conocer con esto que es la
verdadera esposa de Jesucristo, este divino espíritu católico le ar-
rebata sobre todas las consideraciones naturales y llUmanas; no
puede concluir su comida, se levanta: (( Menester es que yo vaya
i( á mi puehlo, dice; el buen Pastor da lec vida por sus ovejas.}) Sale,
acompañado de' sus asesores, los cuales, sacerdotes católicos co-
mo él, no vacilan en participar de los peligros de su resolucion.
Esta resolucion halla por el camino los mas intrépidos capitanes,
asombrados de su' arrojo, y esforzandose en vano á persuadirle su
inutilidad. El buen pastor continúa, ó mas bien, precipita su mar-
cha, al través de los peligros amenazadores y de los horribles des-
trozos de la discordia y de la guerra que se apartan á su presen-
cia: llega al foco mas incandescente, el mas encarnizado de la lu-
(~ha; atraviesa la plaza fatal que separa la civilizacion de la bar-
barie, y á ella va directamente. Sube sobre la terrible barricada
con la misma calma que si subiera las gradas del altar, altar en
efecto de su sacrificio ... Mil muertes quedan suspendidas y se
dirigen á su cabeza. Hace oir al fin el grito de su alma pastoral,
el grito de amor y de paz. Mas un tiro infalible parte. i Cae lla vida
le abandona con su sangre; mas no el espíritu católico de su mi-
sion, que halla aun que replicar al dolor y á la muerte, y que de
su sangre misma hace un nuevo instrumento de salud y de mise-
ricordia por este voto sublime: l Que mi sangre sea la última der-
ramada!




- 413-
¡Protestantes! i nuestros antiguos hermanos! i siempre nuestros


hermanos, aunque nos hayais dejado! i mostradnos en todo el cur-
so de vuestra tumultuosa historia un solo acto que se acerque, aun-
que de léjos, á este acto heróico, que es simplemente católico; ha-
cednos ver solamente un gérmen de él, el menor indicio! Nosotros
05 reconocemos de buen grado virtudes humanas y naturales; pe-
rú virtudes sohrenaturales y sobrehumanas, virtudes divinas de
consagracion y de sacrificio hasta la muerte, cual Jesucristo nos
ha dado de ellas el precepto y el ejemplo, y por las cuales ha di-
cho que se conocerian quiénes son sus verdaderos discípulos, In
l,oc cognoscent omnes quia discipuli mei esl1"s (Joan. XlI!, 35), ni aun
la pretension de ello teneis, y yo culpo solo á vuestra doctrina que
ha extinguido su llama. Vosotros dais de vuestros bienes, y aun
con medida; pero vuestra persona, toda vuestra persona, además
de todos vuestros bienes, muy de buena gana, como el Apóstol,
Ego autem libentissimc impendam, et superim7Jendaf ipse pro anima bus
t'esfris (11 Corinth., XII, 15): ¡jamás!-En las Escrituras, que tan
l¡¡en conoceis, hay una cosa que no veis vosotros: es la leccion
del sacrificio y del absoluto desprendimiento, de que están lle-
nas. Escuchemos en esta parte uno de vueslros mas puros órga-
nos, Vinet:


«Las máximas de la Iglesia católica sobre la caridad son mnar-
ce cables: « E l buen pastor, dice San-C yran, ama á los pobres, y
« les hace una entera entrega de sus bienes,» (Rernarcables i pro-
digioso es en Yerd:ól~d! i CÓ,mo si el Evangelio no hubiese dicho lo
mismo antes de San-Cyran, y mucho mas aun! i cómo si no dijera
tn todas las páginas que uno debe darse á sí mismo todo entero!
i cómo si otra cosa dijera! i cómo si el Cristianismo no fuese una
enseñanza, una escuela de sacrificio!) ce La Iglesia católica llena
«de oprobio á los sacerdotes que dejan bienes. Y muchos han has-
(da sostenido que, al ejemplo de ciertos obispos de los primeros
«tiempos, el sacerdote debe despo.iarse una vez para todas.» (Este
es el ejemplo que da lodos los di as el sacerdote;. (, Es evidente que
« el pastor célibe es mas libre en esta parte que el pastor casado.
(l Este no debe despojarse de sus bienes, sino servij'se de ellos, ad-
(' ministrándolos por sí mismo, segun los designios de Dios, qucse
« los ha dado. Jesucristo decía á su Padre: Yo no te pido que los qui-
«( tes del mundu, sino que los preserves del mal.) (J oan. XVII, 15).
( lJe la Teologia pastoral ó Teoría del ministerio evangelico I pág. 176).




- H4-
Así, pues, el no quitar del mundo, en el sentido de no dañarse,


no despojarse, guardar para sí sus bienes y administrarlos , ved
<thí, segun el Protestantismo, lo que está permitido al pastor, ¿ qué
,ligo? consagrauo, mandado por el Evangelio. Á esto solo se li-
mita, y no ve otra cosa. Tal es la regla protestante, y deja al Ca-
tolicismo estas máximas de caridad remarca bies , que «el buen pas-
"tor ama á los pobres, y hace una entera entrega de sus hienes.))
y l qué será de esta otra máxima, 'mas remarcable toJat'Ía, «que el
,(buen pastor da su vida por sus ovejas?)) -


Monseñor Affre supo heróicamente conculcar esta máxima pro-
testan te , que no es necesario quitarse del mundo, para seguir la má\i-
ma católica: El buen pastor da la viJa por sus ovejas; y en esto nada
hizo de extraordinario, católicamente hablando, nada que no ha-
!:an cada dia nuestros misioneros entre 103 otros salvajes. Nada
hay aquí de extraordinario sino las circunstancias. Y su accioll
"ino a ser en cierto modo la de todo el pueblo de París que se la
ápropió, honrándole con transportes de admiracion y de dolor, y
~acrificándole sus discordias. En cuanto á él, cumplió simplemen-
le con su deber de pasto/' católico, su profesion de héroe; y todo
verdadero católico, todo cristiano perfecto )0 hubiera hecho tan
hien como él, mediando la gracia de Dios; porque el cristiano es
/in Mroe eventual, un heroe en potencia.


Este feliz pensamiento no es mio, deho confesarlo; es de un
protestante, y del mismo Vinet, y es para mí un placer el hacerle
este honor, como á la inteligencia mas bella y al alma mas noble
Ilue haya jamás engañado el error. Y hasta saca de él consecuen-
rias prácticas del III inisterio pastoral, que contradicen felizmente
sus máximas concernientes al sacrificio de los bienes. « En esta
(calTera, dice, el heroismo es de rigor. El derecho que tienen
,dos ministros protestantes de tenCl'lma familia, en nada cambia
"su posicion; tan solo hace mas difícil su desprendimiento. Ji:! sa··
« cerdote es solo. Consagrarse todo no deja de ser su deber de mi-
({ nistro. ¿ Por qué este sacrificio debereria serIe mas costoso que
«al médico, del cual nadie se informa si está casado'l» (Pág. 57).


Los pastores católicos no dicen estas cosas, sino que las hacen,
y las hacen todos los dias: esta es su vida. Hasta en estas pala-
bras, que honran á Vinet, no se halla mas que un sentimiento hu-
mano, nada que brote de las entrañas de la divina caridad; y esta
consideracíon del médico, casi inexacta, y que no se habria jamás




- U5-
presentado á la idea de un sacerdote católico, á quien es mucho
lIlas familiar el sacrificio de su divino Maestro, es para Vinet el
motivo supremo del supremo pensamiento de sacrificio.


¿, y no se presenta menos extraño que él haya emitido este pen-
samiento de sacrificio personal, despues de haberse mostrado tan
singularmente reservado con respecto al sacrificio de los bienes?
¿ De dónde puede venir e~ta conlradiccion? Penoso es el decirlo;
y el mismo Vinet seguramente que no se ha hecho cargo de ello.
Procede esta contradiccion, de que el sacrificio de los bienes es
de una aplicacion diaria y de una prueba inmediata, en tanto que
el heroismo del sacrificio personal, como él lo entiende, es el'ell-
tual, y múy eventual. En el primer caso el consejo del sacrificio
habria sido imprudente; en el segundo, no tiene consecuencia,


El Catolicismo es mas lógico, porque es mas absoluto, y mas
franco en su desprendimiento. Empieza por inspirar el sacrificio
de los bienes, de las comodidades y de las ventajas de la vida, para
disponer las almas de sus sacerdotes á dejar la "ida misma cuando
se ofrezca ocasiono A un hace llIas: prescribe la mortificacion y la
penitencia corporal, para (iue el Cristiano sea una víctima proba-
da, y comenzada en cierto modo petra el sacrificio. ~o ha esca-
pado á Vinet esta última consideracion, y hasta llega á apropiár-
sela, con grande escándalo del Protestantismo, el cual rechaza la
mortificacion y la abstinencia, asi como toda disciplina. Mas vea-
mos aun de qué manera: - ( ro no creo, dice, que, en una con-
« dicion exteriormente lllas feliz que el sacerdote católico, sea ni
(<interdicho ni inútil al pastor protestante el tratar con dureza su
«cuerpo, como san Pablo, é imponerse, ti lo menos de tiempo eil
(diempo, ciertas priwciones que nuestra condicion ordinaria no nos
« impone. De otra parte bueno es romper nuestras habitudes: ¿ S<l-
«bemos á lo que podemos ser lIamadosh (Pág. 143).


Comparemos esta indecision y esta blandura de lenguaje, que
es sin embargo el lilas áspero que ei Protestantismo se ha hecho
escuchar á sí mismo, con el estado constante, con la vida coti-
dian"a de nuestros sacerdotes, de nuestros religi~sos, de nuestros
misioneros, de nuestras hermanas de la Caridad, de todos aque-
llos que sirveu á los pobres, á los jornaleros, á los enfermos, á
los niños, á los viejos, á l~s dementes, á los presos t á los crimi-
nales,á todas las miserias humanas que el Catolicismo respira dia
y Hoche para poderlos mejor tratar, socorrer y santificar. El após-




- 416-
tol católico no es un héroe eventual y en potencia, sino un héroe
en actividad' y en resultados, un héroe continuo, un héroe oscu-
ro, lo cual es mucho mas heróico, mucho mas necesario para la
moralizacion del mundo, en donde el heroísmo de la caridad ~
del sacrificio halla harto en que ejercitarse, y no tiene que aguar-
dar mucho las ocasiones para hacerlo. El que no halla estas oca-
siones incesantemente, no las encontrará jamás. El que las aguar-
da tranquilo en su casa, en la molicie de su vida conyugal, ~e es-
capará de ellas cuando vendrán á llamar á su puerta y arrancarlt
de sus afecciones. Vinet lo ha dicho muy puntualmente en otra
parte: « Es un grave error el creer que la parroquia deba ir de-
« lante de la tiunilia. La familia es el primer interés. El pastor e~
« ante todo pastor de su familia.» (Pág. 1n l. - A un hay mas, «el
« ministerio pastoral no es incompatible con ciertas inclinaciones.
( así como con ciertas dudas, pues lIue pocas "ocaciones legítimal'
,( habria si estas inclinaciones y estas dudas dehiesen anularlas. ,) (Pá-
gina107).


Mas entonces el ministerio pastoral, y con tlla} 01' motivo la
disposicion de los fieles, el espíritu misIlJo del Protestantismo,
esencialmente enemigo dc toda disciplina intelectual y moral, qUé
ha rechazado todo lo que mortifica en el Catolicismo, es radical-
ment!l incompatible con la doctrina del Dios crucificwlu, con el
Cristianismo, con la moral, con la caridad, con las verdaderas
eondiciones de la civilizacion, que son todas desprendimiento y
sacrificio.


Esta es la verdad.
Así, pues, no vaciio en afirmar, sin pretender por esto in.iuria!"


las ,-irtudes humanas de las sociedades vrolestantes, que hay mas
caridad, mas cristianismo, mas moralizacion, mas ci,ilizacion en
Hna sola de nuestras Pequeñas hermanas de los Poúres, ó de nues-
tras Hermanas de Caridad, que en todos los honrados protestantes
de la Holanda y de la Inglaterra; y una sociedad como la fran-
cia, que produce esas angélicas mara,illas de sacrificio, y tan-
tas otras legiones apostólicas de la caridad, en número, de las
mujeres solamente, de sesenta mil, que da el fruto de tan buenas
obras, que las alimenta, que las propaga, que hace circular por
todas partes su vida divina en sus vedas y en sus costados; que
empapa mas y mas cada dia el valor y la disciplina de sus solda-
dos en las fuentes heróicas de la piedad católica, y los hace con




- 417-
esto tan ejemplares en la paz como formidables en la guerra; que
derrama á lo léjos sobre todas las plagas el celo intrépido de sus
misioneros, y se corona incesantemente por sus manos con las
palmas del martirio; una sociedad tal, una nacion semejante no
ha cesado de ser moral y políticamente la primera nacion del
inundo.


El pueblo, por último, en el cual se descubren los verdaderos
instintos de una sociedad; este pueblo, tan fácil en sublevar por
el soplo de las revoluciones, ha conservado en Francia los senti-
mientos de dignidad humana, de generosidad, de honradez, por
I as cuales se deja hasta extraviar, y que están del todo apagados
en la poblacion de la protestante Inglatena. Hemos visto) a el fon-
110 de esta gazmoñería inglesa que tanto se nos pondera; nos he-
mos encontrado detrás de ese palacio de cristal de la industria, al
Ilue tan pomposamente se nos ha convidado; hemos descubie;'to
los piés de ese coloso de la prosperidad británica que tanto le\anta
~u erguida frente; aquellos piés son de barro; mejor dirémos, son
de Jodo. Leed sino lo que de ellos escribe el Sr. Leon Faueher;
leed el informe oficial que sobre lo mismo acaba de l¡aecr el se-
lior Eugenio Rendu; considerad este euadro, este dagllerrcotipo
del pueblo inglés sacado de los mismos hechos; observad la es-
tadística de los vicios y de los crímenes, y distinguid, deslindad,
si podeis, el sexo, la edad, el parentesco, el pudor, la dignidad,
Jo que haya de social y de humano en estas masas de criaturas
atestadas brutalmente, y abandonadas con ignominia á lo que en
punto á inmoralidad ni aun nombre tiene, y sobre todo, que no
se conoce, ni se sospeeha á sí propio. Seguramente, dice el se-
ñor Rendu, que el sentimiento de la dignidad humana no existe, ni au;;
I'n germen, en las angostas guardillas de Ta capital del Reino-Unido',


1 El Sr, Eugenio Rcnuu, en su informe al ministro, considera la poblaciutl
inglesa bajo el triple aspecto, 6 por decirlo mejor, en los tres escalones de, la
degradacion: la miseria, el vicio y el crímen.


Eo cuanto á la miseria, \ctl ahí un fragmento del cuauro: « En medio de uno
({ de los callejones nauseabundos desde donde se oye el rápido rodar de los car-
,.ruajes y el pisoteo de los caballos, bajé por ocho ó diez escalones á unos apo-
«sentos subterráneos, en donde, por mis propios ojos me certifiqué d~ lo que
'{ sigue: Treinta ó cuarenta criaturas, hombres, mujeres, niDos, adultos, 1110-
"zas, yacen acostados confusamente en un espacio de cerca diez piés Clllldra-


. ~ dos: los harapos que los cubren de dia son echados de noche sobre cuerdas
{{ tendidas encima del lecho de paja ó de madera que sirve á aquella especie de


27




- 418 -
Y )0 mas horroroso es, que el Sr. Leon Faucher, aun cuando en
sus capítulos sobre Lóndres se limita á citar varios relatos, ha he-
cho tambien por sí mismo las mismas investigaciones en Liver-
pool, Leeds, ?tfanchester, Birmingham, y ha encontrado en las
ciudades de las provincias de Inglaterra hechos absolutamente
análogos.
~ Lo que me ha impresionado mas vivamente quizá que el he-


(chomaterial cuyo espectáculo tenia ála vista, dice el Sr. E.Ren-
«( du, es el sentimiento de profunda indiferencia, ó simpleménte
« de sorpresa estúpida con la cual aquellos desgraciados recibían
« la visita de tres curiosos conducidos por cuatro agentes de poli-
ce cía. En París, en donde de otra parte no existe en lugar alguno


"rebaño, por manera Que los cuerpos cubiertos solamente de inútiles andra-
«jos, aparecen dsi deslludos como un peloton de carne humana. ))~«En la par-
« foquia de San Gibex (Hanno~er squarc) dice de otro lado el Sr. Leon Faucher,
«lIuevecientas veinte y nuen familias, segun el informe dado por lord Sandoo,
« no teniJn respectivamente mas que una cuadra: seiscientas \"Cinte y tres cs-
<X taban reducidas á UDa sola cama. En una de e,tas familias una sola cama reu-
(<nia un padre yuna madre, lo~ dos de dncuenta aíJos, un hijo de ,·cintcaños,
((enfermo del pecho, una llija de diez y siete años, ataeada de una afeccian es-
« crofulosa, y un terccr hijo, mas jÓHll todavía. ))- "Sin duda alguna, continúa
l( III Sr. E. Reodu, además de los resultados risiros de semejante hacinamiento,
«enmedio de un aire que no se puede respíral', las condiciones morales en Lón-
«dres Ó eu Liverpool son idénticas: las mismas causas <lehen producir los mis-
« mos efedos; allil, como aquí, semejante estado de cosas debe IIcyar consign
<t.la promiscuidad. De manera que eu estas rill;ladcs, el pudor parece ser, ('0-
amo la riqueza, el privilegio de las clases alla.~.))- Ved ahí, pues, la mise-
ria; pero la miseria nos ronrlu('<' al licio, del cllal ~¡¡mos á da!' tamhien una
';orta muestra:


«Todas las calles de Lóndres tienen su room ó sns ca,as públicas (public
« house), y no temo exagerar afirmando que se cnenta una por cada diez casas,
ff Se~nnlos t~uarLeles los rooms son mas ú menos brillantes, y la poblacion se
«escalona allí desde el hijo dellorrl, hasta el f¡¡quin del docliS ... Por la nodl~,
{( si hay valor para ello, es cuando se han tle ,isitar estos Ill"ar('s, para juz¡;ar
"de su efecto sobre la moralidad púiJlica: de las diez de la noche hasta las dos
«( tle la mañana, cuando la vÍ\a luz de los ~posentos ú dependencias penetra
«( por las tiníe.blas del rededor al través de las espesas Yidrieras, es cuando se
,( ha de contemplar la multitud de jóvenes perdid~s y de gentlemen , si Re trata
« de. los cuarteles opulentos, y de obreros y de IIluchadlOs, si se reeorrenlos
'1. cuarteles pobres, que llaman incesantemente á la purrta !le estas casas pú-
« blicas ... Nó se necesita ser un moralista severo para afirmar que una pobla-
«cíon hahilualmeole sumergida en semejante atlJlósfera se halla fatalmente
«ahandonada á todos los excesos de la m15 eS[lantosa disolucion ..... En 10)5
«cuartelcs de que hablo, estos lupanares ó C3sas públicas pareceu ser un lugar




- 419-
« esta comunidad de familias, los mas miserables alquiladores de
«la calle de los Leoneses (arrabal de San Marcelo) no sufririan
«una visita hecha de este modo. Hay entre nuestras clases mas po-
« bres un instinto que jamás las abandona, y es el de la igualdad.
(c Falseado por una excitacion facticia este sentimiento, se comier-
« te en una idea revolucionaria; pero contenido en sus justos lími-
« tes, constituye el respeto de la naturaleza humana, la cual, en.
(l la humillacion misma de la miseria, guarda el decoro de su dig-
(cnidad. »


Tal es el crimen del crímen de Inglaterra, la pérdida del sen-
timiento de la dignidad humana; porque si el pobre no lo tiene
hácia sí mismo, es porque el rico no se lo ha manifestado, es por-
que tampoco este lo tiene; pues es realmente no tenerlo en sí el no
«normal de recreo. Y es preciso notar esta circuustancia. Los rooms no se ciel'-
« ran, como las tabernas en Francia, á una hora indicada por la regla de la po-
« \ida: quedan abiertos al arbitrio de cualquiera, por respeto hácia la libertad
« individual. Menester es, so pena de abdicar todo juicio, conceder á nuestm
ce sistema sobre el sistema inglés la superioridad propia del buen sentido moral
« sobre la estupidez y la dcgradacion.})


«Del vicio al crímen f¡¡eH es la tmnsicion ... Hay en '''hite-Cbape!, y en sus
«confines, eseuelas"i maestros de robo y de latrocinio. La escuela sOlllos dOl:lis,
«en donde los productos del mundo entero, bacinados por un poder colosal, ir-
~ ritan su avidez, suministrando á las experiencias una niina inagotable; son,
«tan presto los encubridores de rohos, lo, cuales, i cosa apenas creible! hallan
«padres que les alquilan sus hijos á tanto por semana; tan presto ,·iejas Illuje-
«res que venden al fiado para forzar á jóveues é infelices pilluelos cargados de
«deudas á desquitarse· de ellas robando alguna habitacion.- Y no es bastaute
« que haya estos colegios 6 cittedras del rolJo , sino que ha de haber tambicll sus
«pensiunistas.- Yo propio en persona entré Íl las tres de la mañana, siem-
« pre, eomo se entiende, bajo la protecc.ion de un agente de polida (pulicemen)
(( en una estancia, reservada exclusivamente á estos aprendices de robar: j otro
(( triunfo de la libertad indilidual! - Ahora, des¡mes del relato, vienen los ~na­
« rismos: despues de las causas, los efedos: 70,000 cupturas, pOI' té'-{(linu rne-
« dio, ban tenido lugar en Lóndres anualmente, y de este número, mas de c:in-
«( cuenta mil ball sido por hechos califi~ados ele crímenes y de delitos por d
« código penal franeés. Resulta un arresto por cada cuaren.ta habitante~. - So·
"bré la totalidad deesta cifra, las mujeres fi;;uran como 30 por ciento. En Pa-
« rís la proporcion no pasa de Ir. 61.') por ciento. -Sobre los 200,000 crímenes
"ó delitos, de qlle conocen anualmente los tribunales de justicia, U[la décima
« parte tiene niños por autores, 50,000 son cometidos por indivíduos de Illenos
«de veinte años ... En la sola ciudad de Lóndres se (·apturan anualmente 17,000
« autores de crímenes ó de delitos, inferiores á e,ta edad •. Resulta la pro por-
« cion de Uno por ciento: en París la propurdun no pasa de UIlO por .. OO.)) ;'Iíos-
otros DOS abstendrémos de añ<ldir una sula palabra á esta.s cifras. /..¡¡¡¡¡¡


27* (~~
~~




- 420-
practicarlo ni cultivarlo en los otros. Este sentimiento de la dig-
nidad humana, á pesar, ó mas bien, en razon de la miseria, de la
pobreza y de la abyeccion, es el sentimiento cristiano por excelen-
cia, que nos hace ver, honrar, servir en los pobres la persona mis-
ma de Jesucristo; de Jesucristo, el objeto principal de cuya mÍ-
sion han sido los pobres: Evangelizare pauperibus misit me, (Luc.
IV, 18), y cuyo Evangelio puede compendiarse todo en estas dos
grandes palabras: Beati pauperes! beati misericordes! No se ha des-
viado la Iglesia católica de su mision divina, porque ella no ha ce-
sado de ser por medio de sus apóstoles y de sus discípulos la ser-
vidora de los pobres; y preciso es ver con cuán incesante ardor
practica lo que con su elocuente voz llamaba Bossuet delante de
la corte de Luis XIV la dignidad eminente de los pobres, en qu ienes
reside, dice, la majestad del reino de Jesucristo, sobre quienes
refleja el resplandor de su corona, como sobre aquellos que están
mas cercanos á ella, que son sus compañeros de fortuna, los te-
soreros y los receptores generales de Dios sobre la tierra. Hé aquÍ
el Cristianismo, hé aquí el puro Evangelio. j Que se juzgue, pues,
~egun esto la Reforma! j que se acomode á esta medida! ¡ Oh gran
Dios! j Cómo se atreve á llamarse cristiana y evangélica!! ¿ Acaso
no ha descendido al nivel del Paganismo, y mas abajo aun? ¿ Te-
nia la esclavitud antigua el menor punto de comparacion con la ig-
noble amalgama de indignidad, de abyeccion, de embrutecim:en-
to en que la opulencia protestante deja, aglomera, hacina á los po-
bres, creyendo haber cumplido con el Evangelio y con la natu-
raleza con solo pagarles el salario '?


Si el divino Autor del Cristianismo reapareciese en las nacio-
nes católicas, j cuántas almas caritativas, cuántos operarios de mi-
sericordia, cuántos continuadores de su ternura para con los po-
hres no encontrara, en quienes pudiera reconocer su divino es-
píritu, y á quienes podria decir: « i Venid, benditos de mi Pa-
« dre! porque tuve hambre y me disteis de comer, luve sed y me
« dísteis de beber, estuve desnudo y me vestísteis, fní preso :r
«me visitásteis 1» Mas, si reapareciese en las calles de LúnJres,
en los cuarteles de Saint-Gilles, de Wilhe-Chapel, de Ceth-
nal-Green 1 Spitalfieds, ¡ ó Dios! ¿ qué Vae tan formidable no tu-
viera que hacer resonar sobre todas aquellas sociedades bíblicas,
'¡ue solo tienen la palabra del Evangelio en la boca, el furor de
propagar su letra por mar y por tierra para dar prosélitos á la he-




-421-
rejía, cuando al mismo tiempo lo están pisoteando en la persona
de los pobres, en los cuales está no escrito, sino vivo? Este divino
Rey de los pohres no tendria que cambiar una sola palabra á sus
antiguas maldiciones contra los Fariseos, consignadas en el Eyan-
gelio; y de este mismo libro, en el cual se atrincheran los Protes-
tan les , las haria salir contra ellos: « i Ay de vosotros, Escribas ~
«Fariseos hipócritas, porque recorreis el mar y la tierra para ha-
« cer un prosélito, y cuando lo habeis hecho, le vol veis digno de!
« infierno dos veces mas que vosotros [ - j Ay de vosotros, Escri-
« bas y Fariseos hipócritas, que pagais diezmo de la yerba buena.
« y del eneldo y del comino, y no haceis el menor caso de la mi-
«sericordia y de la justicia [ - ¡ Ay de vosotros, Escribas y Fari-
« seos hipócritas, que os pareceis á los sepulcros blanqueados, Jos
« cuales por deruera parecen helios á los hombres, pero dentro es-
« tán llenos de huesos de muertos y de todo género de podredum-
(dJre!» (San Mateo, XXIII, 15, 23 , 27).


Esta última imágen pinta muy al vivo el estado de la Inglater-
ra. Su deslumbradora prosperidad encubre toda especie de podre-
dumbre en hecho de miseria, de embrutecimiento y de inmorali-
dad, en donde yace hundido su pueblo, en donde ella lo deja, el!
donde ella lo hacina. Y lo mas grave contra ella, y lo que mas la
acusa, es que ella misma no siente seme.jante estado; es que ri-
cos y pobres han tomado ya su partido; y que se necesita todo
nuestro asombro y toda nuestra indignacion para que ella lo sepa.
sin comprenderlo todavía. Mas hay aun, y es que ella viv'e de
este oprobio, del cual ha formado en cierto modo su pedestal, ~
que esta abyeccion de su puehlo ha venido á ser la condicion de
su seguridad y de su prosperidad. Si el sentimiento de la digni-
dad humana se dispertase en aquellas masas, en las cuales ni a1l1l
está en germen, la fermentacion y la explosion que de ello resulla-
rian, harían saltar la Inglaterra como una vasija. Resta á saher,
como lo dice muy bien el Sr. E. Rendu , si una sociedad ticne el de-
recho de poner, como una de las condiciones de su existencia, la
sustitucion, en el alma de un número cualquiera de sus miembros,
de las pasiones del bruto á los sentimientos del hombre.


Digo los sentimientos del hombre, la dignidad humana; por-
que es preciso reconocer que hay otra especie de dignidad quü
sostiene y contiene esta nacíon, mas que otra alguna, y esta es
la dignidad de la ley y del ciudadano. La Inglaterra parece gran-




-u!-
de bajo este aspecto, y por el nos seduce y nos impone. El espí-
ritu nacional lo es todo en Inglaterra; ocupa el lugar de todo, de
religion, de naturaleza, de conciencia. El respeto, tan edificante
á primel'a vista, que allí se observa por la religion, proviene úni-
camente de que es una religion nacional, cuya autoridad espiri-
tual se personifica en la corona, y de ella deriva, y que no tanto es
Crístianismó como Anglicanismo. Este sentimiento de identificacion
de la religion con la nacionalidad, de Dios con el Cesar, es tan
profundo en el corazon ingles, que todavía se hallan en el punto
tie no poder comprender, á pesar de todas las lecciones que se les
han dado en esta parte, la distincion entre lo espiritual y Jo tem-
poral, que es el primer elemento de la civilizacion moderna, y có-
mo se puede ser obispo por otra gracia que por la gracia de la reina
Victoria. Lo que hemos visto, lo que hemos justificado sobre el es-
tado del pueblo, nos autoriza para decir igualmente que la natu-
}·aleza y la humanidad están cuando menos tan absorbidas como
la religion en el culto de la policía y de la ley. En fin ¡, tengo acaso
necesidad de decir que la conciencia universal no tiene leyes para
la Inglaterra, y que nada hay que ella no se crea permitido para
su interés en hecho de violacion del derecho de gentes 1 y de ata-
(¡ues ahiertos ó escondidos contra la justicia de las naciones?


Este espíritu nacional de la Inglaterra es una especie de divi-
nidad, de ídolo, que consagra todas las víctimas cuya inmolacion
exige, como Júpiter Capitolino en Roma, óJuno en Cartago. Tie-
ne n~tahles rasgos de semejanza con las sociedades antiguas, en
'as que la calidad de ciudadano lo era todo, y en que bastaba in-
vocarlo y exdamar: Oivis rOJnanus Sll1nJ para estar al abrigo de to-
do insulto; pero en donde, baja esta calidad no existian ni el hom-
hre, ni sus sentimientos naturales, y de los que pudiera decirse
I~on un grande poeta francés:


GraCi¡lS doy á los dioses
Porque no soy romano,
Pues guardo todal'Ía
Algo de ser humano.


y si así es del hombre, ¿. que será del cristiano? Puede decirse
'lue para la Inglaterra el Evangelio, del cual hace sin embargo
comercio, no se ha publicado aun en el mundo. Para ella no se
ha dicho todavía: Dad al Cesar lo que es del Cesar, y ti Dios lo que




- 423-
es de Dios. Para ella no se ha dicho aun: i Bienaventurados los po-
hres! ¡ bienaventurados los misericordiosos! j bienaventurados los que
tienen hambre y sed ele la justicia! i Ay de aquellos por quienes viene
el escándalo! ¡ay de los ricos! etc.; no, esto no se ha dicho aun.


y hasta habria peligro en que esto fuese dicho por otra hoca que
por la del Catolicismo; tan poco está hecha la Inglaterra para es-
I~ucharlo, tan en sentido contrario se halla organizada. Si aun en-
tre nosotros, nacion católica JI á medias protestantizada, el abuso
de estas santas máximas del espíritu cristiano emancipado de la
Iglesia produce tantas agitaciones, á pesar del contrapeso' de la
enseñanza católica; ¿qué se¡'ia, pues, de una sociedad en donde
este contrapeso no ex.istiera?


Esta cs la razon por la cual micntras la Inglaterra será protes-
tante no estará tranquila sino á conJicion de .ser siempre mas y
mas pagana; y que no puede volver á ser cristiana sino á condi-
cion de volverse católica.


Severo es el lenguaje q'ue hemos usado con respecto á ella, y
IIue podrá parecer inspirado por un sentimiento de envidiosa ri-
ralidad. Y sin embargo, ó Inglaterra, una madre pen diente sobre
la cuna de su hijo, abismado en un letargo funesto, no aguarda
(~on mas impaciencia, ni invoca con mas ardientes deseos, ni es-
pía con mayor solicitud las primeras señales que dé de disprrtar
el objeto de su ternura, de lo que la Iglesia, de lo que la Francia
¡¡guardan é invocan tu vuelta del sueño á.la verdad, y tu n~torno
á la fe de tus antepasados. ¡ Por cuáles virtlldes, por qué mam,i-
\las de santidad, por qué desarrollo de caridad no volvieras enton-
ees á florecer de nuevo, recobrar el lustre de tus antiguas eostum-
bres, y reinl1amar cl de tu prosperidad moderna! i Ah! i sin duda
('.ntonces, operaria de la última hora, pasarias á ser la primera en
la senda de la fidelidad, y devol vieras á la Francia las sevcras lec-
eiones que esta hermana hoy te dirige! Pueda, aun á este precio,
eonsumaI'se cuanto antes esta feliz rc"olucion, j' presto desplegar-
se este misericordioso designio de la Providencia, que Rossuet pre-
sentia é indicaba tamhien inclinado sobre el féretro de una de tus
"randes reinas, rechazada por las borrascas al seno de esta FraIl-
('ia que te la confió: (¡ ¡Ved, cristianos, cómo son señalados los
"tiempos, y cómo son contadas las generaciones! ¡ Dios determi-
t( na hasta cuándo debe durar el adormecimiento, y asimismo cuán-
« do dehe dispertar el mundo!»




- ~2~-
Aquella es, en efecto, de una manera general y para el mundo


entero, la solucion del problema de la civilizacion y de la suerte
de las sociedades, que se agita en la hora en que nos hallamos.


Al'l'ancadas Ó fuertemente sacudidas por el Protestantismo del
seno de la Iglesia católica, única poseedora de los secretos qlH'
concilian la autoridad con la libertad, la justicia con la caridad,
la pobreza con la riqueza, las sociedades modernas se hallan ó bien
desprovistas de espíritu cristiano, y se van hundiendo mas y ma~
en el antiguo Materialismo; ó bien, embriagadas por este espíritu
eEcapado de la Iglesia, y abandonadas, hasta que enteramente SI'
disipe, á todas las convulsiones que preceden la disolucion.


y nos vamos acercando al término falal en donde será indispen-
sahlemente necesario que esta situacion tenga su desenlace.


La cuestion, pues, de las relaciones entre las clases indigentes
y las c1ascs superiores, que constituye la graveqad de esta situa-
('ion, y que es la de la civilizacion misma, uo puede resolverse
"ino de dos maneras: ó por el sistema católico de la caridad y de
la justicia, aseguradas la una por la otra, y las dos por la fe en SUb
moti ros sobrenaturales, mantenidos por la doctrina y vivificados
.por la gracia; ó por el sistema pagano de la esclavitud antigua,
que suprime la naturaleza espiritual, moral y social del hombre,
todo aquello por lo cual vive y se engrandece, y aspira á vivir ~
engrandecerse mas y mas, para hacer descender al nivel, si no es
mas ahajo, del bruto, aquel ser de quien se ha dicho que es ape-
nas inferior al Angel, y que está-llamado á igualarle.


Esta gran cuestion, repetimos, es la que se agita en el mundo,
~. su agitacion es la que causa todas nuestras agitaciones.


y si la Francia es el país mas sacudido, es porque está mas par-
ticularmente encargado de resolverla, y porque en su seno es don-
de se halla mas estrechamente empeñada la lucha en los dos ex.tre-
mos, entre el Cristianismo y el Paganismo. Por esto es ella siempre
la primera nacion, y la que influye sobre todas las demás; sobre
las naciones protestantes, y sobre las otras naciones católicas: so-
bre las naciones protestantes, reteniéndolas encima la pendiente.
dell\laterialismo por donde van descendiendo siempre mas; y so-
bre las otras naciones católicas, reanimándolas en la verdad ca-
tólica, en la cual quedarian como adormecidas. La verdad ó el er-
ror reinan separadamente en las demás naciones; y solamente en
Francia es en donde están realmente en lucha, y por esta razon




- 425-
de ella es de quien el resto del mundo aguarda siempre su suerte.
Esto es lo que da una importancia universal á todos los sucesos de
que es ella el teatro, cualquiera que sea el desórden ó la indigni-
dad de la forma bajo la cual se producen. Y como si Dios mismo
quisiese designar la Francia á la atencion del mundo, interviene
al parecer mas directamente en estos acontecimientos, y les da
una proporcion y un valor providenciales. La Francia ha teni-
do siempre el privilegio de ser conducida por la Providencia mas
visiblemente que toda otra nacion, pues por ella la Providencia
conduce el mundo: es el timon que está mas inmediatamente en
la mano del Piloto, y cuyo mas ligero. movimiento influye sobre
la marcha entera del navío. Para valerme de una imágen mas dig-
na de esta verdad, es la F rancia como aquel monte sagrado, en el
cual, bajo la oscuridad de las nubes, y al través de las llamas ~
de las detonaciones del rayo, el E terno hacia oir sus mandatos á
la tierra, y promulgaba sus amen'azas ó sus beneficios: es el Sínai
de la Proridencia. Tal es el destino de este país, el mas atormen-
tado del mundo. Bien pudiera estar tranquilo, como muchos otros,
pero bajo condiciones que le serian insoportables, porque heririan
el sentido moral, el sentido cristiano, que están siempre en él vi-
vamente dispiertos, y que conserva I á sus expensas, para el resto
del mundo. Esta es su funcion, su mision tan brillante como do-
lorosa. Á la vez lógica por espíritu, é inconsecuente por carácter,
es el país que apura con mas rapidez el error, y que vuelve mas
fácilmente á la verdad. l~n él el error nunca es otra cosa que una
importacion extranjera: la toma de la casa de sus vecinos, y cuan-
do estos viven de aquel veneno, ó van muriendo por él lentamente,
él se siente al momento atacado de la dolencia, atormentado, fu-
rioso, y por los estragos que en él hace el error, se convierte en
~'íctima de experiencia para aquellos mismos que se lo han dado:
y despues vuelve á la verdad, que le es natural, y lo acredita en
el mundo por el ascendiente que le da la misma experiencia que ha
hecho del error. Tal es esta grande nacion; y esto es lo que explica
todas sus revoluciones, lo das sus convulsiones, tan estériles para
el reposo que busca, como fecundas para la verdad, fuera de la
cual no puede hallarlo, y de cuyas vicisitudes participa sobre la
tierra. Estas revoluciones, si las considerais en su fin inmediato,
son miserables, tanto es lo que faltan y se desvian de este fin; pem
si las considerais en un fin superior y universal, se os presenta-




- 426-
J'án como procedimientos de la Providencia para la prueba yacri-
solamiento sucesivo de la verdad. Desde entonces, los sucesos re-
lativamente á ~esta grandiosa alquimia no tienen mas valor que el
de unos reactivos, que dejan de ser empleados tan luego como han
producido su efecto. Con sola la diferencia, que este efecto no pue-
de jamás ser absoluto y acabarlo en este mundo; la elaboracion se
eontiuúa, y la purificaeion definitiva de la verdad y el gran pre-
cipitado del error no han de tener lugar hasta el fin de los tiempos.


l\I¡ts, lo que distingue en el mas alto grado nuestra época, lo que
la hace una época incomparable. es que esta depuraclOn, esta se-
paracion del bien y del mal, del error y de la verdad, se está ope-
rando á nuestra vista con una maravillosa evidencia. La lógica de
las consecuencias, que es la enfermedad mortal del error, nunca
le fue tan funesta. Todos los errores, todas las malas ilusiones que
por su apariencia, y hasta su mezcla de verdad, hablan seducido
y extraviado el mundo de cien años acá, han sido puestas á prue-
J)a, y han vomitado su veneno; y por la libertad misma que han
h~nido de producirse, han quedado convictas de vergonzosa im-
potencia para el bien, y de un infernal poder para el mal, - capaces
de nada, y capaces de todo. - En este grande exorcismo obrado por
la Providencia, se ha visto salir de cada sistema el demonio que
I:onteniá, y á su presencia, ante sus cínicas revelaciones y sus
odiosos estragos, se han visto forzados á retroceder los mismos
(Iue en la víspera le erigian altares. Así es que el demonio del So-
tialismo ha salido del Racionalismo, y Proudhon de Voltaire, así
,'omo este habia salido de Lutero.


Esto es lo que nos hemos propuesto demostrar en esta obra. Cua-
tro años hace que el cielo ha derramado en abundancia verdades y
lecciones sobre la tierra; ó mas bien, para hacerlas mas memora-
bles y mas instructivas, las ha hecho Dios brillar entre nosotros,
tie la tierra, del hombre, del error y del mal, de la impotencia Ó
tie la perversidad, en fin, de nosotros mismos. y lo mas notable
aun es, que estas verdades y estas lecciones, así vomitadas por el
error y el crímen, son el último resultado de una experiencia de
muchos siglos. Dios tenia reservada nuestra época para ser como
la orilla en la cual estas olas, partidas de tan léjos, subidas á tal al-
tura, henchidas hasta las nubes, debian venir á estrellarse, y dar-
nos el espectáculo de su impotencia y de su inmundo ser. Nos ha
parecido que era muy interesante 'el tomar acta de estas grandes




-U7 -
y curiosas advertencias, y el j IlstifiQarlas y el recogerlas, antes


, que estas mismas olas que nos las han traido no vengan á llevar-
selas otra vez; antes que, para servirme de las valientes expresio-
nes que me ofrece la Escritura santa, el perro no haya vuelto á su
1Jómito, - y la marrana lavada revolcarse en el cieno '.


í Ojala podamos haber contribllido algo á prevenir ese retomo
latal y vergonzoso, y a decidir la vuelta completa á la verdad, a
la gloria y á la vida!


CAPÍTULO V.
CONCIXSION.


HE~IOS sondeado ya la llaga del Socialismo. Al través de largas
vueltas y.revueltas hemos reconocido que esta llaga partía del
principio protestante, el cual, ahorquillándose en cierto mOflo, Ó
extendiéndose en varias puntas, produjo de una parte, bajo la ac-
eion progresiva del libre examen, el Naturalismo, ósea, el aniqui-
lamiento completo del órden sobrenatural, y de su influencia en
todo, en el órden religioso, filosófico, políticü y social; y de otra
parte, el Panteísmo, ó sea la di vinizacion de la naturaleza humana
en toda la perversidad de sus apetitos, por la confusion de lo finito
y de lo Infinito, resultado ineyitable de toda herejía.


El Naturalismo y el Panteismo, volviéndose á reunir, han con-
currido des pues de concierto a producir el Socialismo: el Natu-
ralismo quitando á la sociedad sus fundamentos; el Panteismo des-
encadenando contra ella las pasiones humanas.


A. este mal, tanto mas alarmante, en cuanto es el resultado de
muchos siglos de devastacíon moral, y la fuerza de destruccion
que de tan léjos lo ha conducido no puede ser repelida hacia atrás,
y para triunfar solo necesita el concurso natural de las cosas; á
este mal, repito, hay sin embargo un remedio; un solo remedio


Este remedio es el bien, cuya negacion es el mal, y que feliz-
mente se ha conservado frente á frente él en el mundo, nos ha


1 Canis reversus ad suum tomitum; el sus lota in 'Volu!abro luli. (San Pe-
dro, 11,11,22).




- .i28 -
acompañado, no nos ha dejado en cierto modo en todos nuestros
descarríos; como un amigo tiel, como un guardian del cielo, ha
preferido sufrir él mismo todos nuestros furores antes que aban-
donarnos á ellos, y se presenta á nosotros, hoy, que por el exceso
mismo de nuestros males le hemos conocido, cubier~o todo de
nuestras calumnias, cargado todo de nuestras violencias, todo
desfigurado por nuestras prevenciones, pero alargándonos su:-
hrazos, y pronto á recibirnos en ellos, á estrecharnos en su seno.
y á regenerarnos en él. -


Este amigo fiel, este bien soberano, este único remedio es el Ca-
tolicismo.


Nosotros le hemos reconocido, por oposicion misma al mal que
hemos descrito, y como siendo su constante antinomía; de tal ma-
nera, (¡ue la conclusion misma que nos lleva á rechazar el mal,
implica el retorno á este bien, cuya pérdida es el mismo mal.


Llegados á este punto, no obstante, hemos vacilado en recono-
cer este bien en si mismo, y en fijarnos en él : nos ha parecido co-
mo siendo, ó como habiendo sido, cuando menos, el enemigo de
la tolerancia, de las luces, 1lasta de las costumbres; es decir, en
SUilla, de la civilizacíon, de la cual no queremos ni podemos des-
prendernos, aun cuando sus bienes debiesen comprarse al precio
de los males que nos amenazan. •


Pero muy presto esta opinion desfavorable al Catolicísmo, efecto
inevitable del mal que combatía, y que para acreditarse contra él
debió desfigurarle por la calumnia; esta opinion, repito, queda
disipada en una rápida revision del proceso instruido por el Filo-
sofismo contra la Iglesia; y refiriéndonos á un estudio mas pro-
fundo sobre esta grande cuestion, y limitándonos á loe aria some-
ramente, hemos llegado no obstante á destruir con la mayor fa-
cilidad los puntos capitales de la acusacion intentada contra la
Iglesia, y á volverlos victoriosamente contra su adversario.


Queda, pues, sentado que el Catolicismo ha sido el autor de
la sociedad y de la civilizacion en lo pasado, así como es su úni-
ca salud en lo presente: dos verdades íntimamente correlativa~
que no forman mas que URa sola y misma verdad, porque la
naturaleza de las .cosas no cambia. Este pasado, además, que
se le habia atrevido á disputar, y en el cual no se habia temido
el ir á atacarle, se ha levantado para aplastar con un mentís :'l
los acusadores temerarios, y publicar los beneficios, la podero-




- 429-
sa actividad, la inspiracion civilizadora y la maternidad fecunda
de la Iglesia. Hoy dia, en que la barbarie social es el término de
la emancipacion del espíritu humano; en que un abismo abierto
nos descubre el camino que allí nos ha conducido; y en que la
misma decepcion nos ha restituido la vista, nos preguntamos ató-
nitos, cómo ha podido formarse, establecerse y dominar por tan
largo tiempo esta extraña paradoja: Que el mundo estaba reteni-
do en las somhras de la barbarie por la Iglesia, y que solo sacu-
diendo su yugo ha podido salir de ellas. l~sta es una de tantas ilu-
siones fatales, cuya fortuna se explica pOI' esta facilidarl. prodigiosa
t¡ue tiene el espíritu humano para engañarse á sí mismo en las co-
sas que pe.rtenecen á las determinaciones de la voluntad con res-
pecto á la fe, y que ciegan con frecuencia á toda una sociedad, á
todo un siglo, como á los simples indivíduos, y que no cegarian á
los indivíduos si no cegasen al siglo. Cuanto mas salgamos de esta
eeguera del espíritu humano, de esta eclipse de la verdad en la
cual entró el último siglo, y cuya duracion ha hecho toda su im-
portancia, mas conocerémos la falsedad de este juicio, mas la ver-
dad de la influencia civilizadora de la Iglesia se nos volverá á apa-
recer en toda su grandeza lógica é histórica, mas nos verémos lle-
vados á estt Piedra, en la cual hemos sido cortados, á esta caverna dI'
la eua! (uimos sacados '. .


Falta empero ahora una última paradoja que disipar, una última
vcrdad importantc que decir.


La Iglesia ha reinado en lo pasado, ha florecido en la edad me-
dia; ella produjo entonces maravillas de creacíon intelectual y
moral que nos hacen aparecer aquella época como su personifi-
eacion. La justicia misma que se le debe acaba de atrihuirla la glo-
ria de aquella grande época, como de su mas natural y delsu mas
magnífica obra.


Si esto es así, ¿ el retorno á la Iglesia habrá de ser el retorno á
la edad media? El mundo, puesto de nuevo hajo la misma intlllen-
cía, echado, por decirlo así, en el mismo molde, ¿ no deberia to-
mar la misma forma, y reproducir la misma civilizacion? ¿Los tres
siglos que se han sucedido despues, ¿serán tres siglos de extravíos,
de los cuales debamos abjurar todos los resultados, todas las ins-
tituciones, todas las conquistas, y la humanidad tiene que relro-


1 Attendite atl Petram ullde excisi estis, et ad C~vernarn la1i d3 qua pnw-
(:isi esris. ',¡saias, L1, 1 j.




- 430-
gradar trescientos años? .... Si así es, si la salud del mundo ha de
comprarse á tal precio, ya está visto: no hay mas que cubrirnos la
cabeza, y resignarnos á perecer, por cuanto esta condicion de nues-
tra salud es de todo punto imposible.


Nada puede darse de mas falso y de mas pérfido que esta ma-
nera de considerar la accion de la Iglesia y su resultado: contra
tan funesto error nos levantamos con toda la fuerza de nuestro jui-
cio y de nuestra conviccion.


Aun cuando nosotros quisiéramos vol ver á la edad media, la
Iglesia no lo querria; pues no en lo pasado nos llama, sino en el
porvenir, y no hácia atrás, sino hácia adelante nos tiende la mano
para levantarnos del abismo; ó por mejor decir, no nps propone
pasado ni porvenir, sino lo eterno; y como la eternidad es y será
siempre sobre de nosotros, á elevarnos siempre mas y mas es á lo
que atiende la Iglesia: Et extolle ¡l/os usque in aeternum, como canta
en uno de sus mas bellos himnos. ¿Hemos llegado ya á la perfec-
cion de la moral evangélica '! ¿ la hemos superado? Y ¿ seria re-
trogradar el dirigirnos hácia ella? Esta es la cueslion; pues el rea-
lizar en nosotros la perfeccion evangélica, es la mision, toda la mi-
sion de la Iglesia. Id, le ha sido dicho por una boca divina, en-
señad á todas LAS NACIONES á guardar todo lo que yo os he mandado,
!J lJara esto estare con vos hasta el fin DE LOS SIGLOS.


Todos los siglos, así como todas las naciones, han sido dadas por
herencia á la Iglesia, pues lo que ella está encargada de operar
en el mundo es de todos los tiempos, así como de todos los lu-
gares, á saber, la justicia y la santidad, sin las cuales ni siglos
ni naciones podrian virir, y por las cuales viven siempre mas y
mas.


Así vemos que la Iglesia se adapta maravillosa.mente á todos los
tiempos como á todos los lugares para inspirarles la vida: ella les
toma en su infinita diversidad, con su temperamento, sus institu-
ciones y sus costumbres particulares, y realiza en ellos la perfec-
cion de este temperamento, de estas instituciones y de estas cos-
tumbres: en una repúhlica la perfeccion de una república; en la
monarquía la perfeccion de una monarquía.


Ella ohra en la duracion lo mismo que obra en el espacio: vé-
mosla florecer igualmente en todas las latitudes y en todos los Go-
biernos, en los Estados-Unidos como en Nápoles, en las Montañas-
Peñascosas como en la corte de Luis XIV: asimismo en la dura-




- 431-
cion, conviene igualmente á la edad media que á la edad moderna,
al siglo décimonono como al siglo duodécimo.


¿ Qué mas notable en esta parte que la manera con la cual se
verificó su establecimiento? Jesucristo, los Apóstoles, los prime-
ros Cristianos tomaron el mundo romano tal como estaba; ni una.
sola de sus instituciones fue por ellos atacada, ni aun censurada,
á cxcepcion de la sola idolatría: á todo lo demás se acomodaron.
y no tenían otra mira que inspirar en todo el Cristianismo. Hasta
los Cristianos eran los mejores súbditos del Emperador, los me-
jores soldados, los mejores senadores, los mejores esclavos. ¿ Por
qué esto? Porque eran lo's mejores hombres siendo cristianos, y
porque los mejores hombres serán siempre los mejores ciudada-
nos, los mas solícitos, los mas servidores, los mas sociables. Una
carta de san Pablo nos presenta el notable y tierno pasaje de un
esclavo, huyendo del castigo de su señor, y vuelto á enviar á este
por el Apóstol. El derecho del señor queda ileso: ved tan solo
como el espíritu cristiano, el espíritu de caridad lo purifica y lo
transfigura: ( Yo os lo envio, y os suplico que lo recibais como
(ú mis entrañas ... no ya como mero siervo, sino como quien de
« siervo ha verrido á ser como uno de nuestros 1Il uy amados her-
«\llanos. Si os hizo algnn daño, apuntadlo á mi cuenta ... 10 Pa-
«( blo os lo escribo de mi puño, yo os lo pagaré ... )) (Epist. á Fi-
lenwn). De este modo hasta el Paganismo era respetado: tan solo
el espiritu cristiano, como un flúido divino, venia atravesando sus
instituciones y transformarla~; y aun rloRcientos años despues ve-
mos el curioso fenómeno de este edificio pagano enteramente en
pié, bien que compuesto de cristianos: « Nosotros lo llenamos to-
«( do, escribía entonces Tertuliano, vuestras ciudades, vuestras is-
«( las, vuestros castillos, vuestras aldeas, vuestros consejos, vlles-
«tras tribus, vuestros ejércitos, el palacio, el senado, la plaza pú-
(( blica: no os dejamos mas que vuestros templos.)) (Apologetico).


Seguramente que, si las instituciones nacidas del Paganismo
eran conservadas y ejercidas por cristianos, i. con cuánta mayor
razon puede verificarse esto con las insti lnciones de nuestro si-
glo, que han nacido del Cristianismo?


En efecto el Cristianismo, la Iglesia, despues de la invasion de
los bárbaros, tuvo qne crear un nucyo mundo; y entonces fue
euando nos engendró, y cuando empezó la grande obra de la ci-
vilizacion moderna. Esta obra, á difereneia de la que obra en los




- 43~-
,indivíduos con mayor rapidez, porque su vida es mas corta, debia
ser sucesiva y gradual. La Iglesia es para la humanidad cristiana
(:omo un celeste pedagogo, que cambia y diversifica sus métodos,
segun la edad y el progreso del discípulo que debe educar. SIl
.loctrina es inmutable, porque es divina, y necesariamente aca-
hada; pero el progreso del discípulo en esta doctrina es sucesivo
é indefinido; y por esto los métodos, los procedimientos emplea-
dos por el preceptor para hacer adelantar el discípulo, deben cam-
hiarse y graduarse segun este progreso. Así vemos á la IgÍesia á
la vez inmutable en lo que tiene el encargo de enseñar y de ha-
cer practicar, y muy variable en el empleo de los instrumentos y
de los medios de que se sirve á este efecto, y que constituyen su
relacion con el mundo. Esta fecundidad de recursos, esta infinita
diversidad y esta flexibilidad de medios, es asimismo una de las
I;osas mas maravillosas que presenta la historia de la Iglesia, con
su inflexibilidad en el objeto de su enseñanza; encontrándose com-
pletamente en ella aquel doble carácter de la divina Sabiduría que
la inspira: A.ttingit ((, fine Ilsque in finem {ortiter, et disponit omnia sua-
pilero (LaSahiduría, HIl, 1).


Es ignorar completamente la bistoria de la Iglesia el inmovili-
zar sus relaciones con la civilizacion, por lo que fue en la edad
media. La Iglesia ni nos ha dejado en la edad media, ni nos ha
tomado en ella. Otros eran sus medios de accion antes,' otros han
sido despues, La edad media no ha sido sino una de las fases d0
la edllcacion cristiana de la humanidad. Esta educacion se ha pro-
,.;eguido despues, y se proseguirá hasta la fin del mundo, pues por
respecto á la perfeccíon eyangélica, el mundo estará siempre pctrCt
/![lucar. La falta del Protestantismo, la falta del'Filosofismo, la falta.
de todas las inteligencias cuya capacidad circunscrihe el orgullo,
es creer que la humanidad puede acá en la tierra emanciparse de
la enseñanza divina, así como semejantes descarríos son útiles
en cuanto prueban la necesidad de esta enseii.anza, por los deli-
¡'jos y los crímenes en que muy pronto se precipitan.


POI' mas (lue hayan causado una considerable turbaeíon en la
marcha de la humanidad y en la obra de la Tglesia, el desarrollo
de la civilizacion ha ido prosiguiendo despues, bajo la lllisma in-
l1uencia que la hahia empezado; yen verdad que el siglo décimo-
séptimo fue de ella un precioso fruto, y puede darnos la idea de
lo que hubiera sido esta cidizacion, si se hubiese igualmente dc.'i-




- 433-
plegado en todos los puntos, y si no hubiese si do retardada;. des-
viada como lo fue por el siglo de trastornos y errores que llevó con-
sigo el Protestantismo.


Hasta el siglo décimoctavo, en que el Protestantismo com-ertido
en Filosofismo consumó esta obra de desquiciamientos y de erro-
res, cuyas desastrosas consecuencias estamos nosotros sufriet.do,
el siglo décimoctavo nos presenta el efecto de esta educacion pro-
gresi va de la humanidad por la Iglesia, que constituye la ciyilíza-
eion. Todos estos grandes principios , en efecto, dejusticia, dehu-
manidad, de libertad, de igualdad, de tolerancia, aplicados r.t ór-
rlen civil y político, y que se ha convenido en I1amar las COl¡~uis­
las del 89 , deben ser referidos al Cristianismo y al Catolicismo. sal-
vo etl;¡pero sus e,>cesos y sus falsas aplicaciones: « Yo no sé POl'flué.
« decia muy hien .T uan Jacobo, se quiere atribuir al progreso de la
« Filosofía la bella moral de nuestros libros. Esta moral, sacada
« del Evangelio, era cristiana antes de ser filosófica.)) (Tercera ce/{-
la de lit J}[ontaña). Añadamos que ella era católica antes de ser pro-
testan te , y que ha perdido su virtud, y que hasta se ha vuelto fu-
nesta, pasando á protestante y filosófica. ~EI Filosofismo no ha ~le­
cho de esta moral otro uso, como hemos visto, que volverla contra
el dogma católico, único que puede alimentarla; ha hecho cocer el
cabrito en la leche de su madre; y con esto hahecho peor que si hu-
biese negado la moral con el dogma, pues no la ha exaltado, sinn
para destruirla mejor en su principio, y con ella toda civilizacíon,
y hasta para convertirla en instrumento de barbarie. - Los efectos
justifican asaz este juicio.


De ahí resulta que nosotros hemos presentado. y estamos pre-
sentando aun, el extraño espectáculo de una sociedad, cuyas ins-
tituciones todas suponen el Cristianismo, °el Catolicismo, son su
fruto mas avanzado, y funcionan contra el Cristianismo y el Cato-
licismo. Protestantes hay que predican la autoridad, Filósofos la
caridad, Ateos la Providencia, y lodos hablan un lenguaje que no
comprenden; manejan un instrumento que los hiere. hacen mo-
ver una máquina al revés.


Esta es, no hay que dudarlo, la causa. la grande causa de nues-
tra impotencia y de nuestra decadencia, que, si continúa, nos hará
retrogradar, no de trescientos años solamente. sino de mil ocho-
cientos años.


El Catolicismo solo puede realzarnos y hacernos adelantar, por-
28




- 434-
que solo él puede introducir esta armonía que falta entre el juego
y el espíritu de nuestras instituciones. Volviendo á entrar en ellas,
!éjos de sedes extraño, y mucho menos hostil, no hará mas que
(~n{'on tr¡:nc otra vez á si mismo, y tomar otra vez su inmortal ta-
rea de perr~cionamiento social, tan desgraciadamente turbada,
profanada y pervertida por nuestras revueltas.


j Ojalá la sociedad entera, instruida de su descarrío en la esencia
de sus desgracias, comprenda por fin sus causas, y su único re-
fugio! Este descarrío empezó en el siglo décimosexto por el Pro-
testantismo. Hijo pródigo del Catolicismo, vino á pedir á su padre
su legítima de fe y de Cristianismo, protestando contra la santa au-
¡.oridad que le guardaba SIl depósito y que le dispensaba sus fru-
tos; y partió, alejándose de la Iglesia, y á medida que se alejaba,
gastando, disipaba su fe en todos los desvíos y lodos los excesos
del libre cxámcn. Su descarrío, tomando cuerpo, vino á ser el de
la sociedad entera, la cual, á instigacion suya, ávida de gober-
narse por sí propia, se emancipó del Cristianismo, llevándose CGn-
sigo todos estos grandes principios de justicia, de libertad, de igual-
dad, de humanidad, de tolerancia, que eran como su legítima, pe-
ro que ella d:sipó asimismo en todas las orgías de la razon, pros-
tituida á todas las brutales pasiones, á todos los salvajes instintos.
y no obstante, despues de todos estos grandes excesos, los recur-
sos de la sociedad no quedaron todavía enteramente agotados. La
fe habia perecido en los individuos, pero sobrevivía aun para la
sociedad en este fondo comun de creencias generales y de princi-
pios morales, restos del Cristianismo, y que componian como la
sustancia social. Pero esta reserva, á la que nada mas alimentaba,
fue audazmente atacada por el Racionalismo, y desapareció "por
fin enteramente. Entonces fue cuando se vió reducida la sociedad,
para subsistir, á someterse á los mas impuros sistemas, y descen-
der al Fourierismo y al Comunismo, envidiando las costumbres fa-
nerogamas, y aspirando á no tener otra ley que la que gobernaba
la isla de Circe. Llegada á este último fondo de miseria, abando-
nada á todos los apuros y á todas las malas sugestiones del ham-
bre, habiendo enteramente disipado la verdad, y habiendo por esto
mismo apurado el error, la sociedad, en fin, ha vuelto á entrar en
sí misma, ha sondeado la profundidad de su abatimiento, ha abier-
to los ojos sobre su estado, y volvién.dolos des pues luicia la casa dI'
su Padre, se ha dicho á sí misma: Yo me levantare, yo volveré á




- 433 -
aquell/ue me hizo, al Catolicismo, de donde he salido: ¡yo ire ¡¡ú-
eia mi P{ulre !


i Resolucion feliz! j feliz retorno! Para. ilustraros, para decidi-
ros, hemos escrito este libro, que dirigimos á nuestros hermanos;
- á los Protestantes, ante todo, los primeros pródigos, y que por
la responsabilidad que han asumido y que continúan en asumir :-0-
bre sí, profesando el mismo principio de la rebelion i deben com-
prender que hay para ellos una doble obligacion, personal y so-
eial, de dar tambien los primeros el ejemplo del retorno; - á los
Católicos que no han perdido la fe, pero que no conforman á ella
sus obras, y que son menos excusables y mas peligl'osQs porque
la desmienten públicamente en un tiempo en que importa mas que
llunca que cada cual cumpla con su deber; - á los Católicos que
han dejado extinguir esta fe, y que dehen tanto mas proponerse
la cuestion religiosa, y resolverla, en cuanto es ella la cuestion
social, la cuestion pública de vida y de muerte á la cual todo hom-
lJre honrado no puede quedar indiferente ni extraño; - á los Ca-
tólicos hostiles á la fe, que, en diversos grados, la han alacado,
y que, ilustrados por la experiencia de! error, y teniendo que
reparar los estragos por ellos causados, deben una cuenta I~;as
l'igorosa de su vida á la sociedad. Plegue al cielo, en fin, (iU(~
'~ta sociedar\, toda enteram ente,' penetrada de la gravedad de
una sitnacion tan extrema, se le\-ante como un solo pródigo. y
,~ ponga en marcha háci,l el Cal01¡ei~!Jlo, hácia el Padre ('0-
mun.


:'\0 tema, no, su acogida, y no espere hallar en él las exig'H-
('¡as y las pretensiones de otra edad. Se le mostrará lIeuo de COll-
~ideraciones y de ternuras. Ni le acusará, ni aun le dejará que se
acuse; sino que) cuhriendo su miseria con el manto mismo de la
inocencia, la tratará con aquel pUllo]" que conviene al reconoci-
miento, con aquella confianza que es debida al arrepentido, con
aquella latitud y aquella libertad que son como el derecho del ar:lOr
ilustrado por la experiencia.


i y nosotros, primogénitos de la famiiia, que por una gracia es-
pecial no hemos dejado la casa paterna, léjos de nosotros aquel
humor intolerante y esquivo con que el primogénito de la pará-
hola contristó el gozo del retorno! Seamos. mas bien los primeros
en allanarla y anticiparla, tendiendo la mano á nuestros herma-
nos, y dirigiéndoles estas palabras de sllblime ternma, que en Ena


28- .




- 436-
Silll<"tcion enteramcnlcigualla caridad católica inspiró ya hace tiem-
po a ~an Agustín:


Tollatur paries e~Toris, et simul ~imus. Agnosce me {ratl'em: agnosro
t~ íratrem, sed excepto schismate, excepto errore, excepta dissentione.
J[ae~ ¡:ol'rigatur, el melis es. l1nnon vis esse melis? Ego, si te corrigas,
voh esse tu liS . EflO, sublato errare de medio, tamr¡uarn pariete maCf-
riae contradictionis et divisionis, esto {mtcr meus, et ego sirn {ratel'
tuus, ut am/JO simus ~jus, qui Dominus est etmeus et tIlUS. (Serm. 358,
a Carth. ante collat. '2, cum Donatistis).


FIX.


~ . ~ : ..


-: ~ ,,' ,~: .. ~ .
..


.;
o' .... /


.-' .~ f -;,\,:'
.~




- 437-


íNDICE
DE LAS MATERIAS CO~TENIDAS EN ESTA OBRA.


PÁL.
PROLOGO. del Traductor.
PREFACIO del Autor.


t.:A.l'iTULo.
CAPíTULO.
CAPÍTULO.
CAPíTULO


CAPÍTULO.


CAPÍTULO.


Il\"~'BODUVVIOl\".


ExiMEN DEL ESCRITO DEL SE5\OR (j{;IZOT.


l. - Cítase el opúsculo del Sr. Guizot.
11. - Análisis del escrito del Sr. Guizot.


lB. - Discusion.
IV. - Que no puede haber distiucion sino cntre los discípu-


los de la autoridad y los partidarios del lillre cxú-
meno


V. - El principio de autoridad en religion no puede recillir
la menor disminucion del principio de la libertad.


VI. - La alianza que propone el Sr. Guizot entre los discípu-
los de la autoridad y los partidarios del libre exámen
es tan falsa en su principio como quimérica en Sil
objeto.


LIBRO PRIlUERO.


llEL PROTESTANTlS~IO EN sr; RELAClOl\ CON EL SOCIALlS~!O POR EL
l\ATtRALISMO.


7"


67


t:APÍTULo. l. - ¡"isiología de la Iglesia católica. 8,
CAPÍTULO. 11. - Desórden traido por el Protestantismo en la aecion ci-


vilizadora de la Iglesia: su originaria relacion con
el Socialismo. !JI"


CAPÍTULO. lB. -Marcba del Protestantismo: Sil paso al Filosofismo. t t t
CAPÍTULO. IV. - El Filosofismo y la re,·olllcion. 121'1
CAPÍTULO. V. - De la situacíon creada á la propiedad por la re\oIO-


cíon. 1H
CAPÍTULO. VI. - Soluciones del Filosofismo sobre la cuestion social. 150
(APÍTULo. VII. - Del Naturalismo: relacion que este establece entre el


Protestantismo y el Socialismo. tlí{¡




LIBRO SEGl.1NDO.


ttELACIO~ DEL PROTESTANTlS)IO CON EL SQClALlSUO POR EL P.\NTEIS)IO.


CAPÍTULO 1. - Elevacion del estado llano, ó ¡le la ciudadanía. t 79
I:AI'ÍTULO lI. - Nacimiento del Racionalismo; su márcha rápida há-


cia el Panteismo. 185
CAPíTULO 111. - Panteismo y Cristiani~mo; consecuencias sociales. . 1~9
CAPÍTULO IV. - De las herejías en su relacion con el Panteismo y el


Comunismo. ~ Herejías del primer período. 217
CAl'ÍTuLo V. - Herejías del segundo período. 228
CAPÍTULO VI. - Herejías del tercer período. 2,..·
CAPÍTUO VII. - Herejías del cuarto período, 272
CAPítULO VIII. - Paso definitivo del Protestantismo al Panteismo. ::!8.\.
CAPÍTULO IX. ~ Relacion final dell'rotestantismo con el Socialismo. 2'11;


LIBRO TERCERO.


JlEL PROmSTANTIS~lO C01iPARADO CON EL CATOLICIS)!O E~ ·SUS RELACIO~ES
CON LA C¡VILIZACION.


l:APÍTULO l. - Estado de la cuestiono :H5
l:APÍTULO 11. - Del Protestantismo con respecto á la tolerancia. :l21
C.HÍTULO IJI. - Del Protest.antismo con respecto á las luces. :l~2
l:APÍTULO IV. ~ Del Protestantismo con respel~to á las costumbres. :187
C"¡'ÍiULO V. - Conclusion. "!7


Fl:-l m:J. ÍNDICE.