Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
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LIBRO UNDÉCIMO.


AMENAZAS DE NAPOLEON ACERCA DE LA GUERRA DE ESPAÑA.— SU DIVORCIO CON JO-
SEFINA.— SU CASAMIENTO CON LA ARCHIDUQUESA DE AUSTRIA.— REFUERZOS QUE
ENVIA Á ESPAÑA.— RESOLUCION DE INVADIR LAS ANDALUCÍAS.— SUS PREPARA-
TIVOS.— LOS DE LOS ESPAÑOLES.— LOS FRANCESES ATACAN Y CRUZAN LA SIE-
RRA-MORENA.— ENTRAN EN JAEN Y EN CÓRDOBA.— EJÉRCITO DEL DUQUE DE
ALBURQUERQUE.— VIENE SOBRE ANDALUCÍA.— RETÍRASE DE SEVILLA LA JUN-
TA CENTRAL.— CONTRATIEMPOS EN EL VIAJE DE SUS INDIVIDUOS.— SOSPECHAS DE
INSURRECCION EN SEVILLA.— VERIFÍCASE.— JUNTA DE SEVILLA.— PROVIDENCIAS
QUE TOMA.— CONTINÚAN LOS FRANCESES SUS MOVIMIENTOS.— ENCUENTRAN EN AL-
CALÁ LA REAL LA CABALLERÍA ESPAÑOLA.— PIÉRDESE EN IZNALLOZ UN PARQUE DE
ARTILLERÍA.— TOMA BLAKE EL MANDO DE LAS RELIQUIAS DEL EJÉRCITO DEL CEN-
TRO.— ENTRAN LOS FRANCESES EN GRANADA.— AVANZAN SOBRE SEVILLA.— SE
RETIRA ALBURQUERQUE CAMINO DE CÁDIZ.— GANAN LOS FRANCESES Á SEVILLA.—
PRESÉNTASE EL MARISCAL VICTOR DELANTE DE CÁDIZ.— MORTIER VA Á EXTREMA-
DURA.— BAJA TAMBIEN ALLÍ EL SEGUNDO CUERPO.— VA SOBRE MÁLAGA SEBAS-
TIANI.— ABELLO ALBOROTA LA CIUDAD.— ÉNTRANLA LOS FRANCESES.— JUNTA
CENTRAL EN LA ISLA DE LEON. SU DISOLUCION.— DECIDE NOMBRAR UNA REGEN-
CIA.— REGLAMENTO QUE LE DA.— SU ÚLTIMO DECRETO SOBRE CÓRTES.— RE-
GENTES QUE NOMBRA.— ELIGEN UNA JUNTA EN CÁDIZ.— OJEADA RÁPIDA SOBRE
LA CENTRAL Y SU ADMINISTRACION.— PADECIMIENTOS Y PERSECUCION DE SUS INDI-
VIDUOS.— IDEA DE LA REGENCIA Y DE SUS INDIVIDUOS.— FELICITACION DEL CON-
SEJO REUNIDO.— IDEA DE LA JUNTA DE CÁDIZ.— PROVIDENCIAS PARA LA DEFEN-
SA Y BUENA ADMINISTRACION DE LA REGENCIA Y LA JUNTA.— BREVE DESCRIPCION
DE LA ISLA GADITANA.— FUERZAS QUE LA GUARNECEN.— ESPAÑOLAS.— INGLE-
SAS.— FUERZA MARÍTIMA.— RECIO TEMPORAL EN CÁDIZ.— INTIMAN LOS FRANCE-
SES LA RENDICION.— LA JUNTA DE CÁDIZ ENCARGADA DEL RAMO DE HACIENDA.—
SUS ALTERCADOS CON ALBURQUERQUE.— DEJA ÉSTE EL MANDO DEL EJÉRCITO Y PASA
Á LONDRES.— IMPONE LA JUNTA NUEVAS CONTRIBUCIONES.— JOSÉ EN ANDALU-
CÍA.— MODO CON QUE LE RECIBEN.— SUS PROVIDENCIAS.— VUELVE Á MADRID.—
NUEVA INVASION DE ASTÚRIAS.— LLANO-PONTE.— PORLIER.— ENTRA BONNET EN
OVIEDO.— EVACUA LA CIUDAD.— OCÚPALA DE NUEVO.— CASTELLAR Y DEFENSA
DEL PUENTE DE PEÑAFLOR.— BÁRCENA. RETIRARSE LOS ESPAÑOLES AL NARCEA.—
DON JUAN MOSCOSO.— EL GENERAL ARCE.— CONDUCTA ESCANDALOSA DE ARCE




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Y DEL CONSEJERO LEIVA.— NUEVA INSTALACION DE LA JUNTA GENERAL DEL PRINCI-
PADO.— AUXILIO DE GALICIA.— DESAMPARA BONNET Á OVIEDO.— SE ENSEÑOREA
POR TERCERA VEZ DE LA CIUDAD.— ESTADO DE GALICIA.— ALBOROTO DEL FERROL.
MUERTE DE VARGAS.— MAHY, GENERAL DE LAS TROPAS DE AQUEL REINO.— SITIO
DE ASTORGA.— CAPITULA.— LICENCIADO COSTILLA.— ARAGON.— MINA EL MO-
ZO.— EXPEDICION DE SUCHET SOBRE VALENCIA.— ESTADO DE ESTE REINO Y DE LA
CIUDAD.— MALÓGRASELE Á SUCHET SU EXPEDICION.— POZO-BLANCO.— VENTA-
JAS DE LOS ESPAÑOLES EN ARAGON.— CAE PRISIONERO MINA EL MOZO.— SUCÉDELE
SU TIO ESPOZ Y MINA.— ESTADO DE CATALUÑA.— VÁRIAS ACCIONES.— BLOQUEO
DE HOSTALRICH.— VA AUGEREAN AL SOCORRO DE BARCELONA.— DESCALABRO
DE DUHESME EN SANTA PERPETUA Y EN MOLLET.— ENTRA ANGEREAU EN BAR-
CELONA.— O’DONNELL NOMBRADO GENERAL DE CATALUÑA.— EJÉRCITO QUE JUN-
TA.— ACCION DE VICH EL 19 DE FEBRERO..— PERTINAZ DEFENSA DE HOSTAL-
RICH.— SOCORRE DE NUEVO AUGEREAU Á BARCELONA.— RETÍRASE O’DONNELL
Á TARRAGONA.— FELIZ ATAQUE DE D. JUAN CARO.— EVACUAN LOS ESPAÑOLES Á
HOSTALRICH.— EL MARISCAL MACDONALD SUCEDE Á AUGEREAU EN CATALUÑA.—
PARTE SUCHET Á LÉRIDA.— ENTRAN SUS TROPAS EN BALAGUER.— SITIO DE LÉRI-
DA.— DESGRACIADA TENTATIVA DE O’DONNELL PARA SOCORRER LA PLAZA.— EN-
TRAN LOS FRANCESES EN LÉRIDA Y RÍNDESE SU CASTILLO.— TAMBIEN EL FUERTE DE
LAS MEDAS.— SUCESOS DE ARAGON.— SITIO DE MEQUINENZA.— LA TOMAN LOS
FRANCESES.— TOMAN TAMBIEN EL CASTILLO DE MORELLA.— CÁDIZ.— TOMAN LOS
FRANCESES Á MATAGORDA.— MANDA BLAKE EL EJÉRCITO DE LA ISLA.— TRASLÁDA-
SE Á CÁDIZ LA REGENCIA.— VARAN EN LA COSTA DOS PONTONES DE PRISIONEROS.—
TRATO DE ÉSTOS.— PASAN Á LAS BALEARES. SU TRATO ALLÍ.— RESISTENCIA EN LAS
ANDALUCÍAS.— CONDADO DE NIEBLA.— SERRANÍA DE RONDA.— DON JOSÉ RO-
MERO. ACCION NOTABLE.— TARIFA.— EJÉRCITO DEL CENTRO EN MURCIA.— CO-
RRERÍA DE SEBASTIANI EN AQUEL REINO.— SU CONDUCTA.— EVACÚALE.— PAR-
TIDAS DE CAZORLA Y DE LAS ALPUJARRAS.— EXTREMADURA. EJÉRCITO DE LA
IZQUIERDA.— ROMANA.— BALLESTEROS.— DON CÁRLOS O’DONNELL.— DECRE-
TO DE SOULT DE 9 DE MAYO.— OTRO EN RESPUESTA, DE LA REGENCIA DE ESPA-
ÑA.— DECRETO DE NAPOLEON SOBRE GOBIERNOS MILITARES.— UNE Á SU IMPERIO
LOS ESTADOS PONTIFICIOS Y LA HOLANDA.— INÚTIL EMBAJADA DE AZANZA Á PA-
RÍS.— TENTATIVA PARA LIBERTAR AL REY FERNANDO.— BARON DE KOLLY.— VIDA
DE LOS PRÍNCIPES EN VALENCEY.— PRÉNDESE Á KOLLY.— INSIDIOSA CONDUCTA DE
LA POLICÍA FRANCESA.— CARTAS DE FERNANDO.—


Nuevos desastres amagaban á España al comenzar el año de 1810.
Napoleon, de vuelta de la guerra de Austria, que para él tuvo tan feliz
remate, anunció al Senado francés «que se presentaria á la otra parte de




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los Pirineos, y que el leopardo, aterrado, huiria hácia el mar, procuran-
do evitar su afrenta y su aniquilamiento.» No se cumplió este pronóstico
contra los ingleses, ni tampoco se verificó el indicado viaje, persuadido
quizá Napoleon de que la guerra peninsular, como guerra de nacion, no
se terminaria con una ni dos batallas; único caso en que hubiera podido
empeñar, con esperanza de gloria, su militar nombradía.


Ocupábanle tambien por entónces asuntos domésticos, que queria
acomodar á la razon de Estado; y la aficion que tenia á su esposa la em-
peratriz Josefina, y las buenas prendas que á ésta adornaban, cedieron
al deseo de tener heredero directo, y al concepto tal vez de que, enla-
zándose con alguna de las antiguas estirpes de Europa, afianzaria la de
los Napoleones, á cuyo trono faltaba la sólida base del tiempo. Resolvió,
pues, separarse de aquella su primera esposa, y á mediados de Diciem-
bre de 1809 publicó solemnemente su divorcio, dejando á Josefina el tí-
tulo y los honores de emperatriz coronada.


Pensó despues en escoger otra consorte, inclinándose al principio á
la familia de los czares, mas al fin trató con la córte de Austria, y se casó
en Marzo siguiente con la archiduquesa María Luisa, hija del emperador
José II; union que, si bien por de pronto pudo lisonjear á Napoleon, sir-
vióle de poco á la hora del infortunio.


Antes y en el tiempo en que mostró al Senado su propósito de cruzar
los Pirineos, dió cuenta el ministro de la Guerra de Francia del estado
de la fuerza que habia en España, manifestando que, para continuar las
operaciones militares, bastaba completar los cuerpos allí existentes con
30.000 hombres reunidos en Bayona. Pasaron, en efecto, éstos la fron-
tera, y con ellos y otros refuerzos que posteriormente llegaron, ascendió
dentro de la Península el número de franceses, en el año de 1810 en que
vamos, á unos 300.000 hombres de todas armas.


Llamaba singularmente la atencion del gabinete de las Tullerías el
destruir el ejército inglés, situado ya en Portugal á la derecha del Tajo.
Pero el gobierno de José preferia á todo invadir las Andalucías, esperan-
do así disolver la Junta Central, principal foco de la insurreccion espa-
ñola. Por tanto, puso su mayor ahinco en llevar á cabo esta su predilec-
ta empresa.


Destináronse para ella los tres cuerpos de ejército 1.º, 4.º y 5.º, con
la reserva, y algunos cuerpos españoles de nueva formacion, en que te-
nian los enemigos poca fe, constando el total de la fuerza de unos 55.000
hombres. Mandábalos José en persona, teniendo por su mayor general al
mariscal Soult, que era el verdadero caudillo.




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Sentaron los franceses sus reales, el 19 de Enero, en Santa Cruz de
Mudela. A su derecha, y en Almaden del Azogue, se colocó ántes el ma-
riscal Victor con el 1.er cuerpo, debiendo penetrar en Andalucía por el
camino llamado de la Plata. A la izquierda apostóse, en Villanueva de
los Infantes, el general Sebastiani, que regia el 4.º, y que se preparaba á
tomar la ruta de Montizon. Debia atravesar la sierra, partiendo del cuar-
tel general de Santa Cruz, y dirigiendo su marcha por el centro de la lí-
nea, cuya extension era de unas veinte leguas, el 5.º cuerpo, del mando
del mariscal Mortier, al que acompañaba la reserva, guiada por el gene-
ral Dessolles.


Los franceses, así distribuidos, y tomadas tambien otras precaucio-
nes, se movieron hácia las Andalucías. No habian de aquel suelo pisa-
do anteriormente sino hasta Córdoba, y la memoria de la suerte de Du-
pont traíalos todavía desasosegados. Sepáranse aquellas provincias de
las demas de España por los montes Marianos, ó sea la Sierra-Morena,
cuyos ramales se prolongan al Levante y Ocaso, y se internan por el Me-
diodía, cortando en varios valles con otros montes, que se desgajan de
Ronda y Sierra-Nevada, las mismas Andalucías, en donde ya los moros
formaron los cuatro reinos en que ahora se dividen; tierra toda ella, por
decirlo así, de promision, y en la que, por la suavidad de su temple y la
fecundidad de sus campos, pusieron los antiguos, segun la narracion de
Estrabon (1), con referencia á Homero, la morada de los bienaventura-
dos, los Campos Elisios.


Pocos tropiezos tenian los enemigos que encontrar en su marcha. No
eran extraordinarios los que ofrecia la naturaleza, y fueron tan escasos
los trabajos ejecutados por los hombres, que se limitaban á várias corta-
duras y minas en los pasos más peligrosos y al establecimiento de algu-
nas baterías. Se pensó al principio en fortificar toda la línea, adoptando
un sistema completo de defensa, dividido en provisional y permanente,
el primero con objeto de embarazar al enemigo á su tránsito por la sie-
rra, y el segundo con el de detenerle del todo, levantando detras de las
montañas y del lado de Andalucía, unas cuantas plazas fuertes, que sir-
viesen de apoyo á las operaciones de la guerra y á la insurreccion gene-
ral del país. Una comision de ingenieros visitó la cordillera y áun dió su
informe; pero como tantas otras cosas de la Junta Central, quedóse ésta
en proyecto. Tambien se trató de abandonar la sierra y de formar en Jaen


(1) TÕn tîn eÙsebwn ›plase cîron caˆ tÝ H/lÚsion pedˆon.
(STRAB., lib. III.)




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un cuerpo atrincherado, de lo cual igualmente se desistió, temerosos to-
dos de la opinion del vulgo, que miraba como antemural invencible el de
los montes Marianos.


Dió ocasion á tal pensamiento el considerar las escasas fuerzas que
habia para cubrir convenientemente toda la línea. Despues de la disper-
sion de Ocaña, sólo se habian podido juntar unos 25.000 hombres, que
estaban repartidos en los puntos más principales de la sierra. Una divi-
sion, al mando de D. Tomas de Zerain, ocupaba á Almaden, de donde
ya el 15 se replegó, acometida por el mariscal Victor. Otra, á las órde-
nes de D. Francisco Copons, permaneció hasta el 20 en Mestanza y San
Lorenzo. Colocáronse tres con la vanguardia en el centro de la línea. De
ellas la 3.ª, del cargo de D. Pedro Agustin Jiron, en el puerto del Rey, y
la vanguardia, junto con la 1.ª y 4.ª, gobernadas respectivamente por los
generales D. José Zayas, Lacy y Gonzalez Castejon, en la venta de Cár-
denas, Despeñaperros, collado de los Jardines y Santa Helena. Situóse á
una legua de Montizon, en Venta-Nueva, la 2.ª, á las órdenes de D. Gas-
par Vigodet, á la que se agregaron los restos de la 6.ª, que ántes manda-
ba D. Peregrino Jácome.


El 20 de Enero se pusieron los franceses en movimiento por toda la
línea. Su reserva y su 5.º cuerpo dirigiéronse á atacar el puerto del Rey
y el de Despeñaperros, ambos de difícil paso á ser bien defendidos. Por
el último va la nueva calzada, ancha y bien construida, abierta en los
mismos escarpados de la montaña de Valdazores, y á grande altura del
rio Almudiel, que bañándola por su izquierda, corre engargantado en-
tre cerrados montes, que forman una honda y estrechísima quebrada.
La angostura del terreno comienza á unos trescientos pasos de la venta
de Cárdenas, yendo de la Mancha á Andalucía, y termina no léjos de las
Correderas, casería distante una legua de la misma venta. En este tre-
cho habian los españoles excavado tres minas, levantando detras, en el
collado de los Jardines, una especie de campo atrincherado. Por la dere-
cha de Despeñaperros lleva al puerto del Rey un camino que parte de la
venta de Melocotones, ántes de llegar á la de Cárdenas; éste era el anti-
guo, mal carretero y en parajes sólo de herradura, juntándose despues,
y más allá de Santa Helena, con el nuevo. Entre ambos hay una vereda
que guia al puerto del Muradal, existiendo otras estrechas, que atravie-
san la cordillera por aquellas partes.


En la mañana del indicado 20 salió del Viso el general Dessolles
con la reserva de su mando y ademas un regimiento de caballería. Diri-
gióse al puerto del Rey, que defendia el general Jiron. La resistencia no




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fué prolongada; los españoles se retiraron con bastante precipitacion, y
del todo se dispersaron en las Navas de Tolosa. Al mismo tiempo la di-
vision del general Gazan acometió el puerto del Muradal con una de sus
brigadas, y con la otra se encaramó por entre este paso y Despeñape-
rros, viniendo á dar ambas á las Correderas, esto es, á la espalda de los
atrincheramientos y puestos españoles. El mariscal Mortier, al frente de
la division Girard, con caballería, artillería ligera y los nuevos cuerpos
creados por José, pensó en embestir por la calzada de Despeñaperros,
y lo ejecutó cuando supo que á su derecha el general Gazan, habiendo
arrollado á los españoles, estaba para envolver las posiciones principa-
les de éstos. Las minas que en la calzada habia reventaron, mas hicie-
ron poco estrago; los enemigos avanzaron con rapidez, y los nuestros,
temiendo ser cortados, todo lo abandonaron, como tambien el atrinche-
ramiento del collado de los Jardines. Perdieron los españoles 15 caño-
nes y bastantes prisioneros, salvándose por las montañas algunos sol-
dados, y tirando otros, con Castejon, hácia Arquillos, en donde luégo
verémos no tuvieron mayor ventura. Areizaga, que todavía conservaba el
mando en jefe, acompañado de algunos oficiales y cortas reliquias, pre-
cipitadamente corrió á ponerse en salvo al otro lado del Guadalquivir.
Los franceses llegaron la noche del mismo 20 á la Carolina, y al dia si-
guiente pasaron á Andújar, despues de haber atravesado por Bailén, cu-
yas glorias se empañaban algun tanto con las lástimas que ahora ocu-
rrian. El mariscal Soult y el rey José no tardaron en adelantarse hasta la
citada villa, en donde pusieron su cuartel general.


Llegó tambien luégo á Andújar el mariscal Victor, que desde Alma-
den no habia encontrado grandes tropiezos en cruzar la sierra. La jun-
ta de Córdoba pensó ya tarde en fortificar el paso de Mano de Hierro y
el camino de la Plata, y en juntar los escopeteros de las montañas. La
division de Zerain y la de Copons tuvieron que abandonar sus respecti-
vas posiciones, y el mariscal Victor, despues de hacer algunos recono-
cimientos hácia Santa Eufemia y Belalcázar, se dirigió sin artillería ni
bagajes por Torrecampo, Villanueva de la Jara y Montoro á Andújar, en
donde se unió con las fuerzas de su nacion, que habian desembocado del
puerto del Rey y de Despeñaperros. De éstas, el mariscal Soult envió la
reserva de Dessolles, con una brigada de caballería, por Linares, sobre
Baeza, para que se diese la mano con el general Sebastiani, á cuyo car-
go habia quedado pasar la sierra por Montizon.


Dicho general, aunque no fué en su movimiento ménos afortuna-
do que sus compañeros, halló, sin embargo, mayor resistencia. Guarne-




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cia por aquella parte D. Gaspar Vigodet las posiciones de Venta-Nue-
va y Venta-Quemada, y las sostuvo vigorosamente durante dos horas con
fuerza poco aguerrida é inferior en número, hasta que el enemigo, ha-
biendo tomado la altura llamada de Matamulas, y otras que defendió con
gran brío el comandante D. Antonio Brax, obligó á los nuestros á retirar-
se. Vigodet mandó, en su consecuencia, á todos los cuerpos que bajasen
de las eminencias y se reuniesen en Montizon, de donde, replegándose
con órden y en escalones, empezó luégo á desbandársele un escuadron
de caballería, que con su ejemplo descompuso tambien á los otros, y
juntos atropellaron y desconcertaron la infantería, disolviéndose así to-
da la division. Con escasos restos entró Vigodet el 20 de Enero, despues
de anochecido, en el pueblo de Santistéban, y al amanecer, viéndose ca-
si solo, partió para Jaen, á cuya ciudad habian ya llegado el general en
jefe Areizaga y los de division Jiron y Lacy, todos desamparados y en si-
tuacion congojosa.


Sebastiani continuó su marcha, y cerca de Arquillos tropezó el 29
con el general Castejon, que se replegaba de la sierra con algunas reli-
quias. La pelea no fué reñida; caido el ánimo de los nuestros, y rota la lí-
nea española, quedaron prisioneros bastantes soldados y oficiales, entre
ellos el mismo Castejon. El general Sebastiani se puso entónces por la
derecha en comunicacion con el general Dessolles, y destacando fuerzas
por su izquierda hasta Úbeda y Baeza, ocupó hácia aquel lado la márgen
derecha del Guadalquivir. Lo mismo hicieron por el suyo hasta Córdoba
los otros generales, con lo que se completó el paso de la sierra, habiendo
los franceses maniobrado sabiamente, si bien es verdad tuvieron entón-
ces que habérselas con tropas mal ordenadas y con un general tan des-
prevenido como lo era D. Juan Cárlos de Areizaga.


Prosiguiendo su movimiento, pasó el general Sebastiani el Guadal-
quivir y entró el 23 en Jaen, en donde cogió muchos cañones y otros
aprestos, que se habian reunido con el intento de formar un campo atrin-
cherado. El mariscal Victor entró el mismo dia en Córdoba, y poco des-
pues llegó allí José. Salieron diputaciones de la ciudad á recibirle y fe-
licitarle, cantóse un Te Deum y hubo fiestas públicas en celebracion del
triunfo. Esmeróse el clero en los agasajos, y se admiró José de ser mejor
tratado que en las demas partes de España. Detuviéronse los franceses
en Córdoba y sus alrededores algunos dias, temerosos de la resistencia
que pudiera presentar Sevilla, é inciertos de las operaciones del ejército
del Duque de Alburquerque.


Ocupaba este general las riberas del Guadiana despues que se reti-




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ró de hácia Talavera, en consecuencia de la rota de Ocaña; tenía en Don
Benito su cuartel general. En Enero constaba su fuerza en aquel punto
de 8.000 infantes y 600 caballos, y ademas se hallaban apostados, entre
Trujillo y Mérida, unos 3.100 hombres, á las órdenes de los brigadieres
D. Juan Senen de Contreras y D. Rafael Menacho; tropa ésta que se des-
tinaba, caso que avanzasen los franceses, para guarnecer la plaza de Ba-
dajoz, muy desprovista de gente.


La Junta Central, luégo que temió la invasion de las Andalucías, em-
pezó á expedir órdenes al de Alburquerque, las más veces contradicto-
rias, y en general dirigidas á sostener por la izquierda la division de D.
Tomas de Zerain, avanzada en Almaden. Las disposiciones de la Junta,
fundándose en voces vagas más bien que en un plan meditado de cam-
paña, eran por lo comun desacertadas. El Duque de Alburquerque, sin
embargo, deseando cumplir por su parte con lo que se le prevenia, trata-
ba de adelantarse hácia Agudo y Puertollano, cuando, sabedor de la re-
tirada de Zerain, y despues de la entrada de los franceses en la Caroli-
na, mudó por sí de parecer, y se encaminó la vuelta de la Andalucía, con
propósito de cubrir el asiento del Gobierno. Este, al fin, y ya apretado,
ordenó á aquél hiciese lo mismo que ya habia puesto en obra, mas con
instrucciones de que acertadamente se separó el general español, dispo-
niendo, contra lo que se le mandaba, que las tropas de Senen, de Contre-
ras y Menacho partiesen á guarnecer la plaza de Badajoz.


Con lo demas de la fuerza, esto es, con 8.000 infantes y 600 caba-
llos, encaminándose Alburquerque el 22 de Enero por Guadalcanal á
Andalucía, cruzó el Guadalquivir en las barcas de Cantillana, hacien-
do avanzar á Carmona su vanguardia, y á Écija sus guerrillas, que lué-
go se encontraron con las enemigas. La Junta Central habia mandado
que se uniesen á Alburquerque las divisiones de D. Tomas Zerain y de
D. Francisco Copons, únicas de las que defendian la Sierra que queda-
ron por este lado. Mas no se verificó, retirándose ambas separadamente
al condado de Niebla. La última, más completa, se embarcó despues pa-
ra Cádiz en el puerto de Lepe. Lo mismo hicieron en otros puntos las re-
liquias de la primera.


Siendo las tropas que regía el Duque de Alburquerque las solas que
podian detener á los franceses en su marcha, déjase discurrir cuán débil
reparo se oponia al progreso de éstos, y cuán necesario era que la Junta
Central se alejase de Sevilla, si no queria caer en manos del enemigo.


Ya conforme al decreto, en su lugar mencionado, del 13 de Enero,
habian empezado á salir de aquella ciudad, pasado el 20, varios vocales,




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enderezándose á la isla de Leon, punto del llamamiento. Mas estrechan-
do las circunstancias, casi todos partieron en la noche del 23 y madru-
gada del 24, unos por el rio abajo y otros por tierra. Los primeros viaja-
ron sin obstáculo; no así los otros, á quienes rodearon muchos riesgos,
alborotados los pueblos del tránsito, que se creian, con la retirada del
Gobierno, abandonados y expuestos á la ira é invasion enemigas. Corrie-
ron, sobre todo, inminente peligro el presidente, que lo era á la sazon el
Arzobispo de Laodicea, y el digno Conde de Altamira, marqués de As-
torga, salvándose en Jerez ellos y otros compañeros suyos como por mi-
lagro de los puñales de la turba amotinada.


Aseguróse que, contando con la inquietud de los pueblos, se habian
despachado de Sevilla emisarios que aumentasen aquélla y la convirtie-
sen en un motin abierto para dirigir á mansalva tiros ocultos contra los
azorados y casi prófugos centrales. Pareció la sospecha fundada al sa-
berse la sedicion que se preparaba en Sevilla, y estalló luégo que de allí
salieron los individuos del Gobierno supremo. De los manejos que an-
daban tuvo ya noticia el 18 de Enero D. Lorenzo Calvo de Rozas, y dió
de ello cuenta á la Central. Para impedir que cuajáran mandóse sacar de
Sevilla á D. Francisco de Palafox y al Conde del Montijo, que, aunque
presos, se conceptuaban principales motores de la trama. La apresura-
cion con que los centrales abandonaron la ciudad, el aturdimiento na-
tural en tales casos y la falta de obediencia estorbaron que se cumplie-
se la órden.


Alejado de Sevilla el Gobierno, quedaron dueños del campo los
conspiradores de aquella ciudad, y el 24 por la mañana amotinaron al
pueblo, declarándose la Junta provincial á sí misma suprema nacional,
lo que dió claramente á entender que en su seno habia individuos sa-
bedores de la conjuracion. Entraron en la junta ademas D. Francisco
Saavedra, nombrado presidente, el general Eguía y el Marqués de la Ro-
mana, que no se habia ido con sus compañeros, y salia de Sevilla en el
momento del alboroto con Mr. Frere, único representante de Inglaterra
despues de la ausencia del Marqués de Wellesley. Agregáronse tambien
á la Junta los señores Palafox y Montijo, que al efecto soltaron de la pri-
sion; el último esquivó por un rato acceder al deseo popular, fuese para
aparentar que no obraba de acuerdo con los revoltosos, fuese que, segun
su costumbre, le faltára el brío al tiempo del ejecutar.


Creóse igualmente una junta militar, que fué la que realmente man-
dó en los pocos dias de la duracion de aquel extemporáneo gobierno, y la
cual se compuso de los individuos nuevamente agregados. Desde luégo




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nombró ésta al Marqués de la Romana general del ejército de la izquier-
da, en lugar del Duque del Parque, que destinaba á Cataluña, y encar-
gó el mando del que se llamaba ejército del centro á D. Joaquín Blake.
Expidiéronse ademas á las provincias todo linaje de órdenes y resolu-
ciones, que ó no llegaron, ó felizmente fueron desobedecidas, pues de
otra manera, nuevos disturbios hubieran desgarrado á la nacion, entón-
ces tan acongojada. Quedaron, sin embargo, con el mando, segun ve-
rémos, los generales Romana y Blake, habiéndose posteriormente con-
formado el verdadero Gobierno supremo con la resolucion de la Junta
de Sevilla.


Procuró ésta alentar á los moradores de la ciudad á la defensa de sus
hogares, y excitar en sus proclamas hasta el fanatismo de los clérigos y
los frailes, que por lo general se mantuvieron quietos. Duró el ruido po-
cos dias, poniendo pronto término la llegada de los franceses. Ya se la
temian el Conde del Montijo y los principales instigadores de la conmo-
cion, y alejándose aquél el 26 del lugar del peligro, con pretexto de des-
empeñar una comision para el general Blake, quedaron los sediciosos
sin cabeza, careciendo para defender la ciudad del ánimo que sobrada-
mente habian mostrado para perturbarla. Cierto que Sevilla no era sus-
ceptible de ser defendida militarmente, y sólo los sacrificios y el valor de
Zaragoza hubieran podido contener el torrente de los enemigos, de cuya
marcha volverémos á tomar ahora el hilo de la narracion.


Dueños los franceses de la márgen derecha del Guadalquivir, y ha-
biéndose adelantado el general Sebastiani hasta Jaen, prosiguió éste su
movimiento para acabar con el ejército del centro, cuyas dispersas re-
liquias iban en su mayor parte la vuelta de Granada. Por decirlo así, no
quedaban ya en pié sino unos 1.500 jinetes á las órdenes del general
Freire, y un parque de artillería compuesto de 30 cañones, situado en
Andújar. Los oficiales que mandaban dicho parque, no recibiendo órden
alguna del General en jefe, juzgaron prudente, sabiendo las desventuras
de la Sierra, pasar el Guadalquivir y encaminarse á Guadix, lo que em-
pezaron á poner en obra, sin tener caballería ni infantería que los pro-
tegiese. El general Sebastiani, al avanzar de Jaen el 26 de Enero, tomó
con el grueso de su fuerza la direccion de Alcalá la Real, enviando por
su izquierda, camino de Cambil y Llanos de Pozuelo, al general Peyre-
mont, con una brigada de caballería ligera. El 27, pasado Alcalá la Real,
alcanzó Sebastiani la caballería española de Freire, que resistió algun
tiempo; pero que despues fué rota y en parte cogida y dispersa, atacada
por un número superior de enemigos, y sin tener consigo infantería al-




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guna que la ayudase. Tocóle á la otra columna francesa, que tiró por la
izquierda á Cambil, apoderarse de la artillería que dijimos habia sali-
do de Andújar.


Caminaba ésta con direccion á Guadix á la sazon que el Conde de
Villariezo, capitan general de Granada, impelido por el pueblo á defen-
derse, ordenó á los jefes de la artillería indicada que desde Pinos de la
Puente torciesen el camino y viniesen á la ciudad en que mandaba. Obe-
decieron; pero luégo que estuvieron dentro, notando que todo era allí
confusion, trataron de salvar sus cañones, volviendo á salir de Granada.
Desgraciadamente, para continuar su marcha se vieron forzados á tomar
un rodeo, retrocediendo al ya mencionado Pinos de la Puente, pues en-
tónces no era camino de ruedas el de los Dientes de la Vieja, más corto y
directo que el otro para Diezma y Guadix. Con semejante atraso perdie-
ron tiempo, dando en Isnalloz con los caballos ligeros del general Peyre-
mont; en donde, como no tenian los artilleros españoles infantes ni jine-
tes que los protegiesen, tuvieron, bien á pesar suyo, que abandonar las
piezas y salvarse en los caballos de tiro. Así iba desapareciendo del todo
aquel ejército, que dos meses ántes inundaba los llanos de la Mancha.


Por fin, al espirar Enero, tomó en Diezma el mando de tan tristes re-
liquias D. Joaquin Blake, quien, yendo á Málaga de cuartel, de vuelta
de Cataluña, recibió en aquel pueblo el nombramiento que le habia con-
ferido la Junta de Sevilla. Cedióle el puesto sin obstáculo el mismo D.
Juan Cárlos de Areizaga, y dió, en efecto, Blake prueba de patriotismo al
encargarse en semejantes circunstancias de empleo tan espinoso, sin re-
parar en la autoridad de que procedia. No habia otro cuerpo reunido sino
el primer batallon de guardias españolas, mandado por el brigadier Ote-
do; lo demas del ejército reducíase á dispersos de varios cuerpos. Blake
retrocedió todavía á Huércal Overa, villa del reino de Granada, en los
confines de Murcia; y despachando proclamas y órdenes á todas partes,
consiguió juntar en los primeros dias de Febrero hasta unos 5.000 hom-
bres de todas armas; no habiéndosele incorporado otros generales de los
que mandaban divisiones en la Sierra, sino Vigodet y ademas Freire, con
unos cuantos caballos.


El general Sebastiani entró en Granada el 28 de Enero. Quiso el pue-
blo defenderse; mas disuadiéronle los hombres prudentes y los tímidos
con capa de tales; tambien contribuyó á ello el clero, que en estas Anda-
lucías mostróse sobradamente obsequioso á los conquistadores. Se envió
una diputacion á recibir á Sebastiani, y agregóse á éste, poco despues de
su entrada, el regimiento suizo de Reding. Trató el general frances con




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ceño y palabras airadas á las autoridades españolas, é impuso una gra-
vosísima y extraordinaria contribucion.


Entre tanto el primero y quinto cuerpo avanzaron, por disposicion de
José, hácia Sevilla, tiroteándose el mismo dia 28, cerca de Écija, con las
guerrillas de caballería del Duque de Alburquerque. Noticioso este ge-
neral de que los enemigos avanzaban por el Arahal y Moron para poner-
se en Utrera á su retaguardia, y cortarle así la retirada sobre la isla ga-
ditana, abandonó á Carmona y comenzó su marcha retrógrada hácia la
costa. La caballería y la artillería las envió por el camino real, dirigien-
do la infantería por las Cabezas de San Juan y Lebrija para unirse todos
en Jerez. Fué tan oportuno este movimiento, que al llegar á Utrera dejó-
se ya ver desde Moron un destacamento enemigo. Tomóle, pues, Albur-
querque la delantera; y recogiendo en Jerez todas sus fuerzas, pudo en-
trar, al principiar Febrero, en la isla de Leon, sin ser particularmente
incomodado, y habiendo sólo la caballería sostenido en su marcha algu-
nas escaramuzas. Si en esta ocasion hubieran los franceses andado con
su acostumbrada presteza, hubieran tal vez podido interponerse entre el
ejército español y la isla gaditana, y muy otra fuera entónces la suerte de
aquel inexpugnable baluarte. El Duque de Alburquerque contribuyó en
cuanto pudo á salvar tan precioso rincon, y con él quizá la independen-
cia de España. Por ello justas alabanzas le son debidas.


Los franceses, recelosos en aquellas circunstancias de comprometer-
se demasiadamente, midieron sus movimientos, anteponiendo á todo el
apoderarse de Sevilla, posesion codiciada por sus riquezas y renombre.
Presentóse á vista de sus muros, al finalizar Enero, el mariscal Victor.
De la nueva junta, casi todos los individuos habian desaparecido, por lo
que su formacion de nada aprovechó, sino de sobresaltar á los pueblos,
acrecentar la division de los ánimos, é impedir la salida de cuantiosos é
importantes efectos.


Sevilla, ciudad vasta y populosa, y en la qué brillan, segun se explica
en su lenguaje sencillo la Crónica de San Fernando, «muchas y grandes
noblezas....., las cuales pocas ciudades hay que las tengan», habia si-
do, por mandato de la Central, circunvalada de triples líneas, para cuya
guarnicion se requerian 50.000 hombres. Invirtiéronse, por tanto, inútil-
mente en dicha fortificacion muchos caudales, pues no pudiendo defen-
derse aquel recinto conforme á las reglas de la milicia, y sólo sí acudien-
do al patriotismo y brío del vecindario, hubiera debido la Central pensar,
más bien que en fortalecerla regularmente, en entusiasmar los ánimos y
cuidar de su disciplina y buena direccion.




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Preparábanse los franceses á acometer á Sevilla, cuando el 31 les
enviaron de dentro parlamentarios. Querian éstos, entre otras várias co-
sas, que se distinguiese aquella ciudad de las otras en la capitulacion,
como una de las principales cabezas de la monarquía, y tambien hicie-
ron la notable peticion de que se convocasen Córtes. No accedió el ma-
riscal Victor, como era de presumir, á la última demanda; y en respuesta
á las proposiciones que se le presentaron, envió una declaracion, segun
la cual prometia amparo á los habitantes y á la guarnicion, como tam-
bien no escudriñar los hechos ni opiniones contrarias á José, anteriores
á aquel dia; otorgaba ademas otras concesiones, y señaladamente la de
no imponer contribucion alguna ilegal; articulo que pronto se quebrantó,
ó que nunca tuvo cumplimiento.


Accediendo los sevillanos á las condiciones de Victor, entraron los
franceses en la ciudad el 1.º de Febrero, á las tres de la tarde. La víspera
por la noche habia salido la escasa guarnicion hácia el condado de Nie-
bla, á las órdenes del Vizconde de Gand, cuyo camino tomaron tambien
algunos de los más respetables individuos de la antigua junta provincial,
enemigos del desbarato y excesos de los últimos dias; y establecidos en
Ayamonte, se constituyeron luégo en autoridad legítima de los partidos
libres de la provincia.


En Sevilla cogieron los franceses municiones, fusiles, gran número
de cañones de aquella magnífica fábrica y muchos pertrechos militares.
Asimismo otra porcion de preciosidades y valores, particularmente taba-
cos y azogues, tan necesarios los últimos para el beneficio de las minas
de América; botin que debió el enemigo, parte á descuido é imprevision
de la Junta Central, parte, segun apuntamos, á los alborotos y al atrope-
llamiento que en Sevilla hubo.


Sojuzgada esta ciudad, se encaminó el primer cuerpo frances, á las
órdenes de su jefe el mariscal Victor, la vuelta de la isla gaditana, cuyos
alrededores pisó el 5 de Febrero. La anterior llegada á aquel punto del
Duque de Alburquerque previno los hostiles intentos del enemigo, é im-
pidió todo rebate. Paróse, pues, Victor á la vista, quedando su cuerpo de
ejército destinado á formar el bloqueo. Aprestóse en Córdoba la reserva,
bajo el mando de Dessolles, y el quinto, del cargo del mariscal Mortier,
despues de dejar una brigada en Sevilla, asomó á Extremadura, y dióse
más adelante la mano con el segundo, que desde el Tajo avanzó, á las ór-
denes del general Reynier. En seguida se encaminó Mortier á Badajoz, y
habiendo inútilmente intimado la rendicion á la plaza, volvió atras y es-
tableció en Llerena su cuartel general.




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Sebastiani, por su lado, dió á sus operaciones cumplido acabamien-
to. Tranquilo poseedor de Granada, quiso recorrer la costa, y sobre todo
enseñorearse de la rica é importante ciudad de Málaga, con tanta mayor
razon, cuanto allí se encendia nueva lumbre insurreccional.


Era atizador y caudillo un coronel de nombre D. Vicente Abello, natu-
ral de la Habana, hombre fogoso y arrebatado, mas falto de la capacidad
necesaria para tamaño empeño. Siguió su pendon la plebe, tan enemi-
ga allí como en las demas partes de la dominacion extraña. Agregáronse
á Abello pocos sujetos de cuenta, asustados con los desórdenes que se
levantaron, y previendo la imposibilidad de defenderse. Los únicos más
notables que se lo juntaron fueron un capuchino, llamado Fr. Fernando
Berrocal, y el escribano San Millan, con sus hermanos; de ellos los hu-
bo que partieron á Velez-Málaga para sublevar aquella ciudad y su par-
tido. Cometiéronse tropelías y se empezaron á exigir forzadas y exorbi-
tantes derramas, habiendo embargado y cogido al solo Duque de Osuna
unos 50.000 duros. Prendieron á los individuos de la junta del casco de
la ciudad y al anciano general D. Gregorio de la Cuesta, que vivia allí re-
tirado, pero que al fin pudo embarcarse para Mallorca.


El general Sebastiani, procediendo de Granada, por Loja, á Anteque-
ra, adelantóse el 5 de Febrero á Málaga. Al atravesar la garganta llama-
da Boca del Asno, dispersó una turba de paisanos, que en vano quisie-
ron defender el paso, y se aproximó al recinto de la ciudad. Fuera de ella
le aguardaba Abello, tan desacertado en sus operaciones militares como
en las políticas y económicas. Su gente era numerosa, pero allegadiza, y
la mitad sin armas. Al primer choque quedó deshecha, y amigos y ene-
migos entraron confundidos en la ciudad. Empezó el pillaje, mediaron
las autoridades antiguas, que habia quitado Abello, ofreció Sebastiani
suspension de hostilidades, pero no cesaron éstas hasta el dia siguiente.
Cayeron en poder del general frances intereses públicos y privados, in-
cluso el dinero del Duque de Osuna; é impuso ademas á la ciudad una
contribucion de doce millones de reales, de que cinco habian de ser pa-
gados al contado.


Don Vicente Abello logró refugiarse en Cádiz, donde padeció larga
prision, de que las Córtes le libertaron. El capuchino Berrocal y otros,
cogidos en Málaga y en Motril, tuvieron ménos ventura, pues Sebastiani
los mandó ahorcar. Tratamiento sobradamente duro, porque, si bien es-
te general nos ha dicho haberse comportado así, siendo los tales frailes y
fanáticos, su razon no nos pareció fundada, pues ademas de no estar en
aquel caso todos los que padecieron la pena indicada, ¿por qué no sería




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lícito á los eclesiásticos tomar las armas en una guerra de vida ó muer-
te para la patria? Castigáraseles, en buen hora, si cometieron otros exce-
sos, mas no por oponerse á la conquista del extranjero.


Al propio tiempo que los franceses se esparcian por las Andalucías
y se enseñoreaban de sus Principales ciudades, acontecian importantes
mudanzas en la isla de Leon y en Cádiz. A ambos puntos, como tambien
al Puerto de Santa María, habian llegado, ántes de acabarse Enero, mu-
chos vocales de la Junta Central, los cuales se reunieron sin tardanza en
la citada isla de Leon. La tormenta que habian corrido, la voz pública,
los temores de no ser obedecidos, todo, en fin, los compelió á hacer deja-
cion del mando ántes de congregarse las Córtes, y á sustituir en su lugar
otra autoridad. Don Lorenzo Calvo de Rozas formalizó la proposicion de
que se nombrase una regencia de cinco individuos, que ejerciese la po-
testad ejecutiva en toda su plenitud, quedando á su lado la Central, co-
mo cuerpo deliberante, hasta que se juntasen las Córtes. La Junta apro-
bó la primera parte de la proposicion, y desechó la última, declarando
ademas que sus individuos resignaban el mando sin querer otra recom-
pensa que la honrosa distincion del ministerio que habian ejercido, y
excluyéndose á sí propios de ser nombrados para el nuevo gobierno.


Tambien se formó un reglamento que sirviese de pauta á la nueva
autoridad, á la que se dió el nombre de Supremo Consejo de Regencia,
y se aprobó un decreto, por el que reuniendo todos los acuerdos acerca
de la institucion y forma de las Córtes, ya convocadas para el inmedia-
to Marzo, se trataba de hacer sabedor al público de tan importantes de-
cisiones.


En el reglamento, ademas de los artículos de órden interior, habia
uno muy notable, y segun el cual la Regencia «propondria necesaria-
mente á las Córtes una ley fundamental, que protegiese y asegurase la
libertad de la imprenta, que entre tanto se protegería de hecho esta li-
bertad como uno de los medios más convenientes, no sólo para difun-
dir la ilustracion general, sino tambien para conservar la libertad civil y
política de los ciudadanos.» Así la Central, tan remisa y meticulosa pa-
ra acordar en su tiempo concesion de tal entidad, imponia ahora, en su
agonía, la obligacion de decretarla á la autoridad que iba á ser suceso-
ra suya en el mando. Disponíase igualmente en dicho reglamento que se
crease una diputacion, compuesta de ocho individuos, celadora de la ob-
servancia de aquél y de los derechos nacionales. Ignoramos por qué no
se cumplió semejante resolucion, y atribuimos el olvido al azoramiento
de la Junta Central, y á no ser la nueva Regencia aficionada á trabas.




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En el decreto tocante á Córtes se insistia en el próximo llamamiento
de éstas, y se mandaba que inmediatamente se expidiesen las convoca-
torias á los grandes y á los prelados, adoptándose la importante innova-
cion de que los tres brazos no se juntasen en tres cámaras ó estamentos
separados, sino sólo en dos, llamado uno popular, y otro de dignidades.


Se ocurria tambien en el decreto al modo de suplir la representacion
de las provincias que, ocupadas por el enemigo, no pudiesen nombrar
inmediatamente sus diputados, hasta tanto que, desembarazadas, estu-
viesen en el caso de elegirlos por sí directamente. Lo mismo, y á cau-
sa de su lejanía, se previno respecto de las regiones de América y Asia.
Habia igualmente en el contexto del precitado decreto otras disposicio-
nes importantes y preparatorias para las Córtes y sus trabajos. La Re-
gencia nunca publicó este documento, motivo por el que le insertamos
íntegro en nota aparte (2). Echóse la culpa de tal omision al traspapela-


(2) El Rey, y á su nombre la suprema Junta Central gubernativa de España é Indias.
Como haya sido uno de mis primeros cuidados congregar la nacion española en Cór-


tes generales y extraordinarias, para que, representada en ellas por individuos y procu-
radores de todas las clases, órdenes y pueblos del Estado, despues de acordar los ex-
traordinarios medios y recursos que son necesarios para rechazar al enemigo que tan
pérfidamente la ha invadido, y con tan horrenda crueldad va desolando algunas de sus
provincias, arreglase con la debida deliberacion lo que más conveniente pareciese para
dar firmeza y estabilidad á la Constitucion, y el órden, claridad y perfeccion posibles á
la legislacion civil y criminal del reino, y á los diferentes ramos de la administracion pú-
blica; á cuyo fin mandé, por mi real decreto de 13 del mes pasado, que la dicha mi Jun-
ta Central gubernativa se trasladase desde la ciudad de Sevilla á esta villa de la isla de
Leon, donde pudiese preparar más de cerca, y con inmediatas y oportunas providencias,
la verificacion de tan gran designio; considerando:


1.º Que los acaecimientos que despues han sobrevenido, y las circunstancias en que
se halla el reino de Sevilla por la invasion del enemigo, que amenaza los demas reinos de
Andalucía, requieren las más prontas y enérgicas providencias;


2.º Que entre otras ha venido á ser en gran manera necesaria la de reconcentrar el
ejercicio de toda mi autoridad real en pocas y hábiles personas que pudiesen emplearla
con actividad, vigor y secreto en defensa de la patria; lo cual he verificado ya por mi real
decreto de este dia, en que he mandado formar una Regencia de cinco personas, de bien
acreditados talentos, probidad y celo público;


3.º Que es muy de temer que las correrias del enemigo por várias provincias, ántes
libres, no hayan permitido á mis pueblos hacer las elecciones de diputados á Córtes con
arreglo á las convocatorias que les hayan sido comunicadas en 1.º de este mes, y por lo
mismo que no pueda verificarse su reunion en esta isla para el dia 1.º de Marzo próximo,
como estaba por mi acordado;


4.º Que tampoco seria fácil, en medio de los grandes cuidados y atenciones que ocu-
pan al Gobierno, concluir los diferentes trabajos y planes de reforma, que por personas de




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miento que de él habia hecho un sujeto respetabilísimo, á quien se con-
ceptuaba opuesto á la reunion de las Córtes en dos cámaras. Pero ha-


conocida instruccion y probidad se habian emprendido y adelantado bajo la inspeccion y
autoridad de la comision de Córtes, que á este fin nombré por mi real decreto de 15 de Ju-
nio del año pasado, con el deseo de presentarlas al exámen de las próximas Córtes;


5.º Y considerando, en fin, que en la actual crisis no es fácil acordar con sosiego y de-
tenida reflexion las demas providencias y órdenes que tan nueva é importante operacion
requiere, ni por la mi suprema Junta Central, cuya autoridad, que hasta ahora ha ejercido
en mi real nombre, va á trasferirse en el Consejo de Regencia, ni por éste, cuya atencion
será enteramente arrebatada al grande objeto de la defensa nacional;


Por tanto, yo, y á mi real nombre la suprema Junta Central, para llenar mi ardiente
deseo de que la nacion se congregue libre y legalmente en Córtes generales y extraordi-
narias, con el fin de lograr los grandes bienes que en esta deseada reunion están cifrados,
he venido en mandar y mando lo siguiente:


1.º La celebracion de las Córtes generales y extraordinarias que están ya convoca-
das para esta isla de Leon, y para el primer dia de marzo próximo, será el primer cuida-
do de la Regencia que acabo de crear, si la defensa del reino, en que desde luégo debe
ocuparse, lo permitiere.


2.º En consecuencia, se expedirán inmediatamente convocatorias individuales á los
RR. Arzobispos y Obispos que están en ejercicio de sus funciones, y á todos los grandes
de España en propiedad, para que concurran á las Córtes en el dia y lugar para que están
convocadas, si las circunstancias lo permitieren.


3.º No serán admitidos á estas Córtes los grandes que no sean cabezas de familia, ni
los que no tengan la edad de veinte y cinco años, ni los prelados y grandes que se hallaren
procesados por cualquiera delito, ni los que se hubieren sometido al gobierno frances.


4.º Para que las provincias de América y Asia, que por estrechez del tiempo no pue-
den ser representadas por diputados nombrados por ellas mismas, no carezcan entera-
mente de representacion en estas Córtes, la Regencia formará una junta electoral, com-
puesta de seis sujetos de carácter, naturales de aquellos dominios, los cuales, ponien-
do en cántaro los nombres de los demas naturales que se hallau residentes en España y
constan de las listas formadas por la comision de Córtes, sacarán á la suerte el número de
40, y volviendo á sortear estos 40 solos, sacarán en segunda suerte 26, y éstos asistirán
como diputados de Córtes en representacion de aquellos vastos paises.


5.º Se formará asimismo otra junta electoral, compuesta de seis personas de carácter,
naturales de las provincias de España que se hallan ocupadas por el enemigo, y ponien-
do en cántaro los nombres de los naturales de cada una de dichas provincias, que asi-
mismo constan de las listas formadas por la comision de Córtes, sacarán de entre ellos,
en primera suerte, hasta el número de 18 nombres, y volviéndolos á sortear solos, saca-
rán de ellos cuatro, cuya operacion se irá repitiendo por cada una de dichas provincias, y
los que salieren en suerte serán diputados de Córtes por representacion de aquellas pa-
ra que fueren nombrados.


6.º Verificadas estas suertes, se hará la convocacion de los sujetos que hubieren sa-
lido nombrados, por medio de oficios, que se pasarán á las juntas de los pueblos en que
residieren, á fin de que concurran á las Córtes en el dia y lugar señalado, si las circuns-
tancias lo permitieren.




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biendo éste justificado plenamente la entrega, así de dicho documento
como de todos los papeles pertenecientes á la Central, en manos de los


7.º Antes de la admision á las Córtes de estos sujetos, una comision nombrada por
ellas mismas examinará si en cada uno concurren ó no las calidades señaladas en la ins-
truccion general y en este decreto para tener voto en las dichas Córtes.


8.º Libradas estas convocatorias, las primeras Córtes generales y extraordinarias se
entenderán legítimamente convocadas; de forma que aunque no se verifique su reunion
en el dia y lugar señalados para ellas, pueda verificarse en cualquiera tiempo y lugar en
que las circunstancias lo permitan, sin necesidad de nueva convocatoria; siendo de car-
go de la Regencia hacer, á propuesta de la diputacion de Córtes, el señalamiento de dicho
dia y lugar, y publicarlo en tiempo oportuno por todo el reino.


9.º Y para que los trabajos preparatorios puedan continuar y concluirse sin obstácu-
lo, la Regencia nombrará una diputacion de Córtes compuesta de ocho personas, las seis
naturales del continente de España, y las dos últimas naturales de América; la cual dipu-
tacion será subrogada en lugar de la comision de Córtes nombrada por la misma supre-
ma Junta Central, y cuyo instituto será ocuparse en los objetos relativos á la celebracion
de las Córtes, sin que el Gobierno tenga que distraer su atencion de los urgentes negocios
que la reclaman en el dia.


10. Un individuo de la diputacion de Córtes, de los seis nombrados por España, pre-
sidirá la junta electoral que debe nombrar los diputados por las provincias cautivas, y otro
individuo de la misma diputacion, de los nombrados por América, presidirá la junta elec-
toral que debe sortear los diputados naturales y representantes de aquellos dominios.


11. Las juntas formadas con los títulos de junta de medios y recursos para soste-
ner la presente guerra, junta de Hacienda, junta de Legislacion, junta de Instruccion pú-
blica, junta de Negocios eclesiásticos, y junta de Ceremonial de congregacion, las cua-
les por autoridad de la mi suprema Junta y bajo la inspeccion de dicha comision de Cór-
tes, se ocupan en preparar los planes de mejoras relativas á los objetos de su respectiva
atribucion, continuarán en sus trabajos hasta concluirlos en el mejor modo que sea po-
sible, y fecho, los remitirán á la diputacion de Córtes, á fin de que, despues de haber-
los examinado, se pasen á la Regencia, y ésta los ponga, á mi real nombre, á la delibara-
cion de las Córtes.


12. Serán éstas presididas, á mi real nombre, ó por la Regencia en cuerpo, ó por su
presidente temporal, ó bien por el individuo á quien delegaren el encargo de represen-
tar en ellas mi soberanía.


13. La Regencia nombrará los asistentes de Córtes que deban asistir y aconsejar al
que las presidiere á mi real nombre de entre los individuos de mi Consejo y Cámara, se-
gun la antigua práctica del reino, ó en su defecto, de otras personas constituidas en dig-
nidad.


14. La apertura del sólio se hará en las Córtes en concurrencia de los estamentos
eclesiástico, militar y popular, y en la forma y con la solemnidad que la Regencia acorda-
rá, á propuesta de la diputacion de Córtes.


15. Abierto el sólio, las Córtes se dividirán, para la deliberacion de las materias, en
dos solos estamentos: uno popular, compuesto de todos los procuradores de las provin-
cias de España y América, y otro de dignidades, en que se reunirán los prelados y gran-
des del reino.




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comisionados nombrados para ello por la Regencia, apareció claro que
la ocultacion provenia, no de quien desaprobaba las cámaras ó estamen-
tos, sino de los que aborrecian toda especie de representacion nacional.


16. Las proposiciones que á mi real nombre hiciere la Regencia á las Córtes se exa-
minarán primero en el estamento popular, y si fueren aprobados en él, se pasarán por un
mensajero de Estado al estamento de dignidades para que las examine de nuevo.


17. El mismo método se observará con las proposiciones que se hicieren en uno y
otro estamento por sus respectivos vocales, pasando siempre la proposicion del uno al
otro, para su nuevo exámen y deliberacion.


18. Las proposiciones no aprobadas por ambos estamentos se entenderán como si no
fuesen hechas.


19. Las que ambos estamentos aprobaren serán elevadas por los mensajeros de Esta-
do á la Regencia, para mi real sancion.


20. La Regencia sancionará las proposiciones así aprobadas, siempre que graves ra-
zones de pública utilidad no la persuadan á que de su ejecucion pueden resultar graves
inconvenientes y perjuicios.


21. Si tal sucediere, la Regencia, suspendiendo la sancion de la proposicion aproba-
da, la devolverá á las Córtes, con clara exposicion de las razones que hubiere tenido pa-
ra suspenderla.


22. Asi devuelta la proposicion, se examinará de nuevo en uno y otro estamento, y si
los dos tercios de los votos de cada uno no confirmaren la anterior resolución, la proposi-
cion se tendrá por no hecha, y no se podrá renovar hasta las futuras Córtes.


23. Si los dos tercios de votos de cada estamento ratificaren la aprobacion anterior-
mente dada á la proposicion, será ésta elevada de nuevo por los mensajeros de Estado á
la sancion real.


24. En este caso, la Regencia otorgará á mi nombre la real sancion en el término de
tres dias; pasados los cuales otorgada ó no, la ley se entenderá legítimamente sancionada,
y se procederá de hecho á su publicacion en la forma de estilo.


25. La promulgacion de las leyes así formadas y sancionadas se hará en las mismas
Córtes antes de su disolucion.


26. Para evitar que en las Córtes se forme algun partido que aspire á hacerlas perma-
nentes, ó prolongarlas en demasía, cosa que, sobre trastornar del todo la Constitucion del
reino, podria acarrear otros muy graves inconvenientes, la Regencia podrá señalar un tér-
mino á la duracion de las Córtes, con tal que no baje de seis meses. Durante las Córtes, y
hasta tanto que éstas acuerden, nombren é instalen el nuevo Gobierno, ó bien confirmen
el que ahora se establece, para que rija la nacion en lo sucesivo, la Regencia continuará
ejerciendo el poder ejecutivo en toda la plenitud que corresponde á mi soberanía.


En consecuencia, las Córtes reducirán sus funciones el ejercicio del poder legislati-
vo, que propiamente les pertenece, y confiando á la Regencia el del poder ejecutivo, sin
suscitar discusiones que sean relativas á él y distraigan su atencion de los graves cuida-
dos que tendrá á su cargo, se aplicarán del todo á la formacion de las leyes y reglamentos
oportunos para verificar las grandes y saludables reformas que los desórdenes del anti-
guo Gobierno, el presente estado de la nacion y su futura felicidad hacen necesarias; lle-
nando así los grandes objetos para que fueron convocadas. Dado, etc., en la isla de Leon,
á 29 de Enero de 1810.




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La Junta Central, despues de haber sancionado en 29 de Enero to-
das las indicadas resoluciones, pasó inmediatamente á nombrar los in-
dividuos de la Regencia. Cuatro de ellos debian ser españoles europeos,
y uno de las provincias ultramarinas. Recayó, pues, la eleccion en D.
Pedro de Quevedo y Quintano, obispo de Orense; en D. Francisco de
Saavedra, consejero de Estado; en el general de tierra D. Francisco Ja-
vier Castaños, en el de marina D. Antonio Escaso y en D. Estéban Fer-
nandez de Leon. El último, por no haber nacido en América, aunque de
familia ilustre arraigada en Caracas, y por la oposicion que mostró la
Junta de Cádiz, fué removido casi al mismo tiempo que nombrado, en-
trando en su lugar D. Miguel de Lardizábal y Uribe, natural de Nueva-
España. El 12 de Febrero era el señalado para la instalacion de la Re-
gencia; pero inquieto el público, y disgustado con la tardanza, tuvo la
Central que acelerar aquel acto, y poniendo en posesion á los regentes
en la noche del 31 de Enero, disolvióse inmediatamente, dando en una
proclama (3) cuenta de todo lo sucedido.


(3) Españoles: La Junta Central suprema gubernativa del reino, siguiendo la volun-
tad expresa de nuestro deseado Monarca y el voto público, habia convocado á la nacion á
sus Córtes generales, para que, reunida en ellas, adoptase las medidas necesarias á su fe-
licidad y defensa. Debia verificarse este gran Congreso en 1.º de Marzo próximo, en la is-
la de Leon, y la Junta determinó y publicó su traslacion á ella cuando los franceses, como
otras muchas veces, se hallaban ocupando la Mancha. Atacaron despues los puntos de la
sierra, y ocuparon uno de ellos; y al instante las pasiones de los hombres, usurpando su
dominio á la razon, despertaron la discordia, que empezó á sacudir sobre nosotros sus an-
torchas incendiarias. Más que ganar cien batallas valla este triunfo á nuestros enemigos,
y los buenos todos se llenaron de espanto oyendo los sucesos de Sevilla en el dia 24; su-
cesos que la malevolencia componia, y el terror exageraba, para aumentar en los unos la
confusion, y en los otros la amargura. Aquel pueblo generoso y leal, que tantas muestras
de adhesion y respeto habia dado á la suprema Junta, vió alterada su tranquilidad, aun-
que por pocas horas. No corrió, gracias al cielo, ni una gota de sangre pero la autoridad
pública fué desatendida y la majestad nacional se vió indignamente ultrajada en la le-
gítima representacion del pueblo. Lloremos, españoles, con lágrimas de sangre un ejem-
plo tan pernicioso. ¿Cuál seria nuestra suerte si todos le siguiesen? Cuando la fama trae
á vuestros oidos que hay divisiones intestinas en la Francia, la alegría rebosa en vuestros
pechos, y os llenais de esperanza para lo futuro, porque en estas divisiones mirais afian-
zada vuestra salvacion, y la destruccion del tirano que os oprime. ¿Y nosotros, españoles,
nosotros, cuyo carácter es la moderacion y la cordura, cuya fuerza consiste en la concor-
dia, iriamos á dar al déspota la horrible satisfaccion de romper con nuestras manos los la-
zos que tanto costó formar, y que han sido y son para él la barrera más impenetrable? No,
españoles, no; que el desinteres y la prudencia dirijan nuestros pasos; que la union y la
constancia sean nuestras áncoras, y estad seguros de que no perecerémos.


Bien convencida estaba la Junta de cuán necesario era reconcentrar más el poder.




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Al lado de la nueva autoridad, y presumiendo de igual ó superior, ha-
bíase levantado otra, que, aunque en realidad subalterna, merece aten-
cion por el influjo que ejerció, particularmente en el ramo de Hacienda.


Mas no siempre los gobiernos pueden tomar en el instante las medidas mismas de cuya
utilidad no se duda. En la ocasion presente parceia del todo importuno, cuando las Córtes
anunciadas, estando ya tan próximas, debían decidirla y sancionarla. Mas los sucesos se
han precipitado de modo, que esta detencion, aunque breve, podria disolver el Estado, si
en el momento no se cortase la cabeza al monstruo de la anarquía.


No bastaban ya á llevar adelante nuestros deseos ni el incesante afan con que hemos
procurado el bien de la patria, ni el desinteres con que la hemos servido, ni nuestra leal-
tad acendrada á nuestro amado y desdichado rey, ni nuestro ódio al tirano y á toda cla-
se de tiranía. Estos principios de obrar en nadie han sido mayores, pero han podido más
que ellos la ambicion, la intriga y la ignorancia. ¿Debíamos, acaso, dejar saquear las ren-
tas públicas, que por mil conductos ansiaban devorar el vil interes y el egoismo? ¿Podía-
mos contentar la ambicion de los que no se creian bastante premiados con tres ó cuatro
grados en otros tantos meses? ¿Podíamos, á pesar de la templanza que ha formado el ca-
rácter de nuestro gobierno, dejar de corregir con la autoridad de la ley las faltas sugeridas
por el espíritu de faccion, que caminaba impudentemente á destruir el órden, introducir
la anarquía y trastornar miserablemente el Estado?


La malignidad nos imputa los reveses de la guerra; pero que la equidad recuerde la
constancia con que los hemos sufrido, y los esfuerzos sin ejemplo con que los hemos re-
parado. Cuando la Junta vino desde Aranjuez á Andalucía, todos nuestros ejércitos esta-
ban destruidos; las circunstancias eran todavía más apuradas que las presentes, y ella su-
po restablecerlos, y buscar y atacar al enemigo. Batidos otra vez y deshechos, exhaustos,
al parecer, todos los recursos y las esperanzas, pocos meses pasaron, y los franceses tu-
vieron enfrente un ejército de 80.000 infantes y 12.000 caballos. ¿Qué no ha tenido en su
mano el Gobierno, que no haya prodigado para mantener estas fuerzas y reponer las enor-
mes pérdidas que cada dia experimentaba? ¿Qué no ha hecho para impedir el paso á la
Andalucía por las sierras que la defienden? Generales, ingenieros, juntas provinciales,
hasta una comision de vocales de su seno han sido encargados de atender y proporcionar
todos los medios de fortificacion y resistencia que presentan aquellos puntos, sin perdo-
nar para ello ni gasto, ni fatiga, ni diligencia. Los sucesos han sido adversos; pero ¿la Jun-
ta tenía en su mano la suerte del combate en el campo de batalla?


Y ya que la voz del dolor recuerda tan amargamente los infortunios, ¿por qué ha de
olvidarse que hemos mantenido nuestras íntimas relaciones con las potencias amigas;
que hemos estrechado los lazos de fraternidad con nuestras América; que éstas no han
cesado de dar pruebas de amor y fidelidad al Gobierno; que hemos, en fin, resistido con
dignidad y entereza las pérfidas sugestiones de los usurpadores?


Mas nada basta á contener el ódio que antes de su instalacion se habia jurado á la
Junta. Sus providencias fueron siempre mal interpretadas y nunca bien obedecidas. Des-
encadenadas, con ocasion de las desgracias públicas, todas las pasiones, han suscitado
contra ella todas las furias que pudiera enviar contra nosotros el tirano á quien combati-
mos. Empezaron sus individuos á verificar su salida de Sevilla con el objeto tan público y
solemnemente anunciado de abrir las Córtes en la isla de Leon. Los facciosos cubrieron
los caminos de agentes, que animaron los pueblos de aquel tránsito á la insurreccion y al




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Queremos hablar de una junta elegida en Cádiz. Emisarios despachados
de Sevilla por los instigadores de los alborotos, y el justo temor de ver
aquella plaza entregada sin defensa al enemigo, fueron el principal mó-


tumulto, y los vocales de la Junta Suprema fueron tratados como enemigos públicos, de-
tenidos unos, arrestados otros, y amenazados de muerte muchos, hasta el Presidente. Pa-
recía que dueño ya de España, era Napoleon el que vengaba la tenaz resistencia la que le
habíamos apuesto. No pararon aquí las intrigas de los conspiradores: escritores viles, co-
piantes miserables de los papeles del enemigo, les vendieron sus plumas, y no hay géne-
ro de crimen, no hay infamia que no hayan imputado á vuestros gobernantes, añadiendo
al ultraje de la violencia la ponzoña de la calumnia.


Asi, españoles, han sido perseguidos é infamados aquellos hombres que vosotros ele-
gísteis para que os representasen; aquellos que, sin guardias, sin escuadrones, sin supli-
cios, entregados á la fe pública, ejercían, tranquilos á su sombra, las augustas funciones
que les habíais encargado. Y ¿quiénes son, gran Dios, los que los persiguen? Los mis-
mos que desde la instalacion de la Junta trataron de destruirla por sus cimientos, los mis-
mos que introdujeron el desórden en las ciudades, la division en los ejércitos, la insu-
bordinacion en los cuerpos. Los individuos del Gobierno no son impecables ni perfectos;
hombres son, y como tales, sujetos á las flaquezas y errores humanos. Pero, como admi-
nistradores públicos, como representantes vuestros, ellos responderán á las imputacio-
nes de esos agitadores, y les mostrarán dónde ha estado la buena fe y patriotismo, dónde
la ambicion y las pasiones que sin cesar han destrozado las entrañas de la patria. Redu-
cidos de aquí en adelante á la clase de simples ciudadanos por nuestra propia eleccion,
sin más premio que la memoria del celo y afanes que hemos empleado en servicio púlico,
dispuestos estamos, ó más bien ansiosos, de responder delante de la nacion en sus córtes,
ó del tribunal que ella nombre, á nuestros injustos calumniadores. Teman ellos, no noso-
tros; teman los que han seducido á los simples, corrompido á los viles, agitado á los furio-
sos; teman los que en el momento del mayor apuro, cuando el edificio del Estado apénas
puede resistir el embate del extranjero, le han aplicado las teas de la disension para re-
ducirle á cenizas. Acordaos, españoles, de la rendicion de Oporto. Una agitacion intesti-
na, excitada por los franceses mismos, abrió sus puertas á Soult, que no movió sus tropas
á ocuparla hasta que el tumulto popular imposibilitó la defensa. Semejante suerte os vati-
cinó la Junta, despues de la batalla de Medellin, al aparecer los síntomas de la discordia
que con tanto riesgo de la patria se han desenvuelto ahora. Volved en vosotros, y no ha-
gais ciertos aquellos funestos presentimientos.


Pero, aunque fuertes con el testimonio de nuestras conciencias, y seguros de que he-
mos hecho en bien del Estado cuanto la situacion de las cosas y las circunstancias han
puesto á nuestro alcance, la patria y nuestro honor mismo exigen de nosotros la última
prueba de nuestro celo y nos persuaden dejar un mando cuya continuacion podrá aca-
rrear nuevos disturbios y desavenencias. Sí, españoles: vuestro gobierno, que nada ha
perdonado, desde su instalacion, de cuanto ha creido que llenaba el voto público; que,
fiel distribuidor de cuantos recursos han llegado á sus manos, no les ha dado otro destino
que las sagradas necesidades de la patria; que os ha manifestado sencillamente sus ope-
raciones, y que ha dado la muestra más grande de desear vuestro bien en la convocacion
de Córtes, las más numerosas y libres que ha conocido la monarquía, resigna gustoso el
poder y la autoridad que le confiasteis y le traslada á las manos del Consejo de Regencia,




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vil de su nombramiento. Dióle tambien inmediato impulso un edicto que
en virtud de pliegos recibidos de Sevilla publicó el gobernador D. Fran-
cisco Venégas, considerando disuelta la Junta Central, y ofreciendo re-
signar su mando en manos del Ayuntamiento, si éste quisiese confiarle á
otro militar más idóneo. Conducta que algunos tacharon de reprensible y
liviana, mas disculpable en arduos tiempos.


El Ayuntamiento conservó al general Venégas en su empleo, y aten-
to á una peticion de gran número de vecinos, que elevó á su conocimien-
to el síndico personero D. Tomas Istúriz, abolió la Junta de defensa que
habia, y trató de que se pusiese otra nueva más autorizada. El estableci-
miento de ésta fué popular. Cada vecino cabeza de casa presentó á sus
respectivos comisarios de barrio una propuesta cerrada de tres indivi-
duos; del conjunto de todas ellas formóse una lista, en la que el Ayun-
tamiento escogió cincuenta y cuatro vocales electores, quienes á su vez
sacaron de entre éstos, diez y ocho sujetos, número de que se habia de
componer la Junta, relevándose á la suerte cada cuatro meses la terce-
ra parte. Se instaló la nueva corporacion el 29 de Enero, con aplauso de
los gaditanos, habiendo recaido el nombramiento en personas por lo ge-
neral muy recomendables.


Hé aquí, pues, dos grandes autoridades, la Regencia y la Junta de
Cádiz, indispensadamente creadas, y la otra Junta Central abatida y di-
suelta. Antes de pasar adelante, echarémos sobre las tres una rápida
ojeada.


De la Central habrá el lector podido formar cabal juicio, ya por lo
que de ella dijimos al tiempo de instalarse, y ya tambien por lo que obró
durante su gobernacion. Inclinóse á veces á la mejora en todos los ramos
de la administracion; pero los obstáculos que ofrecian los interesados en
los abusos, y el titubeo y vaivenes de su propia política, nacidos de la
vária y mal entendida composicion de aquel cuerpo, estorbaron las más
veces el que se realizasen sus intentos. En la Hacienda casi nada inno-
vó, ni en el género de contribuciones, ni en el de su recaudacion, ni tam-
poco en la cuenta y razon. Trató, á lo último, de exigir una contribucion
extraordinaria directa, que en pocas partes se planteó ni áun momentá-
neamente. Ofreció, sí, por medio de un decreto, una variacion comple-


que ha establecido por el decreto de esta dia. ¡Puedan vuestros gobernantes tener mejor
fortuna en sus operaciones! Y los individuos de la Junta Suprema no les envidiarán otra
cosa que la gloria de haber salvado la patria y libertado á su rey.


Real isla de Leon, 29 de Enero de 1810.— (Siguen las firmas.)




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ta en el ramo, aproximándose al sistema erróneo de un único y solo im-
puesto directo. Acerca del crédito público tampoco tomó medida alguna
fundamental. Es cierto que no gravó la nacion con empréstitos pecunia-
rios, reembolsándose en general las anticipaciones del comercio de Cá-
diz ó de particulares con los caudales que venian de América ú otras
entradas; mas no por eso se dejó de aumentar la deuda, segun especifi-
carémos en el curso de esta Historia, con los suministros que los pueblos
daban á las partidas y á la tropa. Medio ruinoso, pero inevitable en una
guerra de invasion y de aquella naturaleza.


En la milicia las reformas de la Central fueron ningunas ó muy con-
tadas. Siguió el ejército constituido como lo estaba al tiempo de la in-
surreccion, y con las cortas mudanzas que hicieron algunas juntas pro-
vinciales, debiéndose á ellas el haber quitado en los alistamientos las
excepciones y privilegios de ciertas clases, y el haber dado á todos ma-
yor facilidad para los ascensos.


Continuaron los tribunales sin otra alteracion que la de haber reuni-
do en uno todos los consejos, ó sean tribunales supremos. Ni el modo de
enjuiciar, ni todo el conjunto de la legislacion civil y criminal padecie-
ron variacion importante y duradera. En la última hubo, sin embargo, la
creacion temporal del tribunal de seguridad pública para los delitos po-
líticos; creacion, conforme en su lugar notamos, más bien reprensible
por las reglas en que estribaba que por funesta en sus efectos.


En sus relaciones con los extranjeros mantúvose la Junta en los lí-
mites de un gobierno nacional é independiente; y si alguna vez mere-
ció censura, antes fué por haber querido sostener sobradamente, y con
lenguaje acerbo, su dignidad, que por su blandura y condescendencias.
Quejáronse de ello algunos gobiernos. Pocos meses ántes de disolver-
se declaró la guerra á Dinamarca, motivada por guardar aquel gobierno,
como prisioneros, á los españoles que no habian podido embarcarse con
Romana; guerra en el nombre, nula en la realidad.


Sobresalió la Central en el modo noble y firme con que respondió é
hizo rostro á las propuestas é insinuaciones de los invasores, sustentan-
do los interes é independencia de la patria, sin desesperanzar nunca de
la causa que defendia. Por ello la celebrará justamente la posteridad im-
parcial.


Lo que la perjudicó en gran manera fueron sus desgracias, mayor-
mente verificándose su desistimiento á la sazon que aquéllas de todos
lados acrecian; y los pueblos rara vez perdonan á los gobiernos desdi-
chados. Si hubiera la Junta concluido su magistratura en Agosto, des-




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pues de la jornada de Talavera, é instalado al mismo tiempo las Córtes,
sus enemigos hubieran enmudecido, ó por lo ménos faltáranles muchos
pretextos que alegaron para vituperar sus procedimientos y oscurecer su
memoria. Acabó, pues, cuando todo se habia conjurado contra la causa
de la nacion, y á la Central echósele exclusivamente la culpa de tama-
ños males.


Irritados los ánimos, aprovecháronse de la coyuntura los adversarios
de la Junta, y no sólo desacreditaron á ésta áun más de lo que por algu-
nos de sus actos merecia, sino que, obligándola á disolverse con antici-
pacion y atropelladamente, expusieron la nave del Estado á que pere-
ciese en desastrado naufragio, deleitándose, ademas, en perseguir á los
individuos de aquel gobierno, desautorizados ya y desvalidos.


Padecieron más que los otros el Conde de Tilly y D. Lorenzo Calvo
de Rozas. Mandó prender al primero el general Castaños, y áun obtuvo
la aprobacion de la Central, si bien cuando ya ésta se hallaba en la isla
y á punto de fenecer. Achacábase al Conde haber concebido en Sevilla
el plan de trasladarse á América con una division si los franceses inva-
dian las Andalucías, y se susurró que estaba con él de acuerdo el Duque
de Alburquerque. Dieron indicio de los tratos mal encubiertos que an-
daban entre ambos, su mutua y epistolar correspondencia, y ciertos via-
jes del Duque ó de emisarios suyos á Sevilla. De la causa que se formó
á Tilly parece que resultaban fundadas sospechas. Éste, enfermo y opri-
mido, murió algunos meses despues, en su prision del castillo de San-
ta Catalina de Cádiz. Como quier que fuera hombre muy desopinado, re-
probaron muchos el mal trato que se le dió, y atribuyéronlo á enemistad
del general Castaños. La prision de D. Lorenzo Calvo de Rozas, exclu-
sivamente decretada por la Regencia, tachóse, con razon, de más infun-
dada é injusta, pues con pretexto de que Calvo diese cuentas de cier-
tas sumas, empezaron por vilipendiarle, encarcelándole como á hombre
manchado de los mayores crímenes. Hasta la reunion de las Córtes no
consiguió que se le soltára.


Escandalizáronse igualmente los imparciales y advertidos de la ór-
den que se comunicó á todos los centrales, segun la cual, permitiéndoles
«trasladarse á sus provincias, excepto á América, se les dejaba á la dis-
posicion del Gobierno, bajo la vigilancia y cargo especial de los capita-
nes generales, cuidando que no se reuniesen muchos en una provincia.»
No contentos con esto los perseguidores de la Junta, lanzaron en la liza á
un hombre ruin y oscuro, á fin de que apoyase con su delacion la calum-
nia esparcida de que los ex-centrales se iban cargados de oro. Con tan




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débil fundamento mandáronse, pues, registrar los equipajes de los que
estaban para partir á bordo de la fragata Cornelia, y respetables y purísi-
mos ciudadanos viéronse expuestos á tamaño ultraje en presencia de la
chusma marinera. Resplandeció su inocencia á la vista de los asistentes
y hasta de los mismos delatores, no encontrándose en sus cofres sino es-
caso peculio, y en todo corta y pobre fortuna.


Ayudó á medida tan arbitraria é injusta el celo mal entendido de la
Junta de Cádiz, arrastrada por encarnizados enemigos de la Central y por
los clamores de la bozal muchedumbre. La Regencia accedió á lo que de
ella se pedia, mas procuró ántes escudarse con el dictámen del Consejo.
Éste, en la consulta que al efecto extendió, repetia su antigua y culpable
cantinela de que la autoridad ejercida por los centrales «habia sido una
violenta y forzada usurpacion, tolerada más bien que consentida por la na-
cion... con poderes de quienes no tenian derecho para dárselos.» Después
de estas y otras expresiones parecidas, el Consejo, mostrando perpleji-
dad, acababa, sin embargo, por decir que de igual modo que la Regencia
habia encontrado méritos para la detencion y formacion de causa respec-
to de D. Lorenzo Calvo de Rozas y del Conde de Tilly, que se hiciese otro
tanto con cuantos vocales resultasen «por el mismo estilo descubiertos»,
y que así á unos como á otros «se les sustanciasen brevísimamente sus
causas y se les tratase con el mayor rigor.» Modo indeterminado y bárba-
ro de proceder, pues ni se sabía qué significado daba el Consejo á la pala-
bra descubiertos, ni qué entendía tampoco por tratar á los centrales con el
mayor rigor; admirando que magistrados depositarios de las leyes aconse-
jasen al Gobierno, no que se atuviera á ellas, sino que resolviese á su sa-
bor y arbitrariamente. Dolencia grande la nuestra, obrar por pasion ó afi-
ciones más bien que conforme á la letra y tenor de la legislacion vigente:
así ha andado casi siempre de través la fortuna de España.


Nos hemos detenido en referir la persecucion de los miembros de la
Junta Suprema, no sólo por ser suceso importante, recayendo en perso-
nas que gobernaron la nacion durante catorce meses, sino tambien con
objeto de señalar el mal ánimo de los enemigos de reformas y noveda-
des. Porque el enojo contra la Central nacía, no tanto de ciertos actos
que pudieran mirarse como censurables, cuanto de la inclinacion que
mostró aquel cuerpo á mudanzas en favor de la libertad. En esta perse-
cucion, como despues en la de otros muchos afectos á tan noble causa,
partió el golpe de la misma ó parecida mano, procurando siempre tapar
el dañino y verdadero intento con feas y vulgares acusaciones.


Hubiérase, á lo sumo, podido tomar cuenta á la Junta de su goberna-




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cion, pero no atropellando á sus individuos. La Regencia, más que todos,
estaba interesada en que los respetasen, y en defender contra el Conse-
jo el origen legítimo de su autoridad, pues atacada ésta, lo era tambien
la de la misma Regencia, emanacion suya. Ademas, los gobiernos están
obligados, áun por su propio interés, á sostener el decoro y dignidad de
los que les han precedido en el mando; si no, el ajamiento de los unos
tiene despues para los otros dejos amargos.


Hablemos ya de la Regencia y de los individuos que la componian.
No llegó hasta fines de Mayo á Cádiz el Obispo de Orense, residente en
su diócesis. Austero en sus costumbres, y célebre por su noble y enérgi-
ca contestacion cuando le convidaron á ir á Bayona, no correspondió en
el desempeño de su nuevo cargo á lo que de él se esperaba, por querer
ajustar á las estrechas reglas del episcopado el gobierno político de una
nacion. Presumia de entendido, y áun ambicionaba la direccion de todos
los negocios, siendo con frecuencia juguete de hipócritas y enredado-
res. Confundia la firmeza con la terquedad, y difícilmente se le desviaba
de la senda, derecha ó torcida, que una vez habia tomado. Don Francis-
co Javier Castaños, ántes de la llegada del Obispo, y áun despues, tuvo
gran mano en el despacho de los asuntos públicos. Pintámosle ya cual
era como general. Antiguas amistades tenian gran cabida en su pecho.
Como estadista, solia burlarse de todo, y quizá se figuraba que la astu-
cia y cierta mafia bastaban, áun en las crísis políticas, para gobernar á
los hombres. Oponíase á veces á sus miras la obstinacion del Obispo de
Orense; pero retirándose éste á cumplir con sus ejercicios religiosos, da-
ba vagar á que Castaños pusiese en el intermedio al despacho los expe-
dientes ó asuntos que favorecia. En el libro tercero tuvimos ocasion de
delinear el carácter y prendas de D. Francisco de Saavedra, hombre dig-
nísimo, mas de corto influjo como regente, debilitada su cabeza con la
edad, los achaques y las desgracias. Atendia exclusivamente á su ramo,
que era el de marina, D. Antonio Escaño, inteligente y práctico en esta
materia y de buena índole. Excusado es hablar de D. Estéban Fernandez
de Leon, regente sólo horas; no así de su sustituto D. Miguel de Lardi-
zábal y Uribe, travieso y aficionado á las letras, de cuerpo contrahecho,
imágen de su alma retorcida y con fruicion de venganzas. Castaños tenía
que mancomunarse con él, mas cediendo á menudo á la superioridad de
conocimientos de su compañero.


Compuesta así la Regencia, permaneció fiel y muy adicta á la causa
de la independencia nacional, pero se ladeó y muy mucho al órden an-
tiguo. Por tanto, los consejeros, los empleados de palacio, los que echa-




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ban de ménos los usos de la córte y temian las reformas, ensalzaron á
la Regencia, y asiéronse de ella hasta querer restablecer ceremoniales
añejos y costumbres impropias de los tiempos que corrian.


El Consejo, especialmente, trató de aprovecharse de tan dichoso mo-
mento para recobrar todo su poder. Nada, al efecto, le pareció más con-
veniente que tiznar con su reprobacion todo lo que se habia hecho du-
rante el gobierno de las juntas de provincia y de la Central. Así se
apresuró á manifestarlo el 2 de Febrero, en su felicitacion á la Regencia,
afirmando que las desgracias habian dependido de la propagacion de
«principios subversivos, intolerantes, tumultuarios y lisonjeros al ino-
cente pueblo»; y recomendando que se venerasen «las antiguas leyes,
loables usos y costumbres santas de la monarquía», instaba por que se
armase de vigor la Regencia contra los innovadores. Apoyada, pues, ésta
en tales indicaciones, y llevada de su propia inclinacion, olvidó la inme-
diata reunion de Córtes, á que se habia comprometido al instalarse.


La Junta de Cádiz, émula de la Regencia, y si cabe con mayor autori-
dad, estaba formada de vecinos honrados, buenos patriotas y no escasos
de luces. Apegada quizá demasiadamente á los intereses de sus poder-
dantes, escuchaba á veces hasta sus mismas preocupaciones, y no fal-
tó quien imputase á ciertos de sus vocales el sacar provecho de su car-
go, traficando con culpable granjería. Pudo, quizá, en ello haber alguno
que otro desliz; pero la verdad es que los más de los individuos de la
Junta portáronse honoríficamente, y los hubo que sacrificaron cuantio-
sas sumas en favor de la buena causa. El querer sujetar á regla á los de-
pendientes de la hacienda militar, á los jefes y oficiales de los mismos
cuerpos y á todos los empleados, clase, en general, estragada, acarreó á
la Junta sinsabores y enconadas enemistades. La entrada é inversion de
caudales, sin embargo, se publicó, y pareció muy exacta su cuenta y ra-
zon, cuidando con particularidad de este ramo D. Pedro Aguirre, hom-
bre de probidad, imparcial é ilustrado.


Ahora, que hemos ya echado la vista sobre la pasada gobernacion
de la Central, y dado idea del comienzo y composicion de la Regencia y
Junta de Cádiz, será bien que entremos en la relacion de las principa-
les providencias que estas dos autoridades tomaron en union ó separa-
damente. Empezaron, pues, por las que aseguraban la defensa de la is-
la gaditana.


La naturaleza y el arte han hecho casi inexpugnable este punto; en
él se comprenden la isla de Leon y la ciudad, propiamente dicha, de Cá-
diz. Distan entre sí ámbas poblaciones, juntándose por predio de un ex-




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tendido istmo, dos leguas. Tres tiene de largo toda la isla gaditana, y de
ancho una y cuarto, en la parte más espaciosa. La separa del continente
el brazo de mar que llaman rio de Santi Petri, profundo, y el cual se cru-
za por el puente de Suazo, así apellidado del Dr. Juan Sanchez de Sua-
zo, que le rehabilitó á principios del siglo xv. El arsenal de la Carraca,
situado en una isleta contigua á la misma isla de Leon, y formada por el
mencionado rio de Santi Petri y el caño de las Culebras, quedó tambien
por los españoles. El vecindario de Cádiz, en el dia bastante disminui-
do, no pasa de 60.000 habitantes, y el de la isla, que está en igual caso,
de unos 18.000. La principal defensa natural de la última son sus sala-
dares, que empezando á poca distancia de Puerto-Real, se dilatan por
espacio de legua y media hasta el rio Zurraque, enlazados entre sí é in-
terrumpidos por caños é impracticables esguazos, de suelo inconstante
y mudable. Al Sur hay otras salinas, llamadas de San Fernando, rodean-
do á toda la isla por las demas partes, ó el Océano, ó las aguas de la ba-
hía. En medio de los saladares y caños que hay delante del rio de San-
ti Petri se levanta un arrecife largo y estrecho, que conduce al puente de
Suazo. En su calzada se practicaron muchas cortaduras y se levantaron
baterías, que hacian inexpugnable el paso. Al llegar Alburquerque, es-
taban muy atrasados los trabajos; pero este general y sus sucesores los
activaron extraordinariamente. Fortificóse, en consecuencia, con una lí-
nea triple de baterías el frente de ataque del rio de Santi Petri, avanzan-
do otras en las mismas ciénagas ó lagunajos, y cuidando muy particu-
larmente de poner á cubierto el arsenal de la Carraca y la derecha de la
línea, parte la más endeble.


Aun ganada la isla de Leon, no pocas dificultades hubieran estor-
bado al enemigo entrar en Cádiz. Ademas de várias baterías apostadas
en la lengua de tierra que sirve de comunicacion á ambas poblaciones,
construyóse en lo más estrecho de aquélla, y bañada por los dos mares,
una cortadura, en que trabajaron con entusiasmo todos los habitantes,
erizada de cañones y de admirable fortaleza, quedando despues por ven-
cer las obras del recinto de Cádiz, ejecutadas segun las reglas modernas
del arte, y que sólo presentan un frente de ataque. Para guarnecer punto
tan extenso como el de la isla gaditana y tan lleno de defensas, necesi-
tábase gran número de tropas de tierra y no poca fuerza de mar. El ejér-
cito de Alburquerque, aumentado cada dia con los oficiales y soldados
dispersos que de las costas aportaban á Cádiz, llegó á contar, á últimos
de Marzo, de 14 á 15.000 hombres. Tambien los ingleses enviaron una
division, compuesta de soldados suyos y portugueses. Pidió aquel soco-




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rro á lord Wellington la Junta de Cádiz, por medio del cónsul británico
lord Burghest, que al efecto partió á Lisboa ántes que se supiese la veni-
da á la isla del Duque de Alburquerque. Llegó á ascender en Marzo esta
fuerza auxiliar á unos 5.000 hombres, reemplazando en el mismo mes en
el mando de ella á su primer jefe Stewart el general sir Tomas Graham.
La guardia de la plaza de Cádiz se hacia, en parte, por la milicia urbana
y por los voluntarios, cuyos batallones, de vistoso aspecto, los formaban
los vecinos honrados y respetables de la ciudad, constando su número
de unos 8.000 hombres, inclusos los que se levantaron extramuros y en
la isla de Leon; servicio que, si bien penoso, era desempeñado con celo
y patriotismo, y que descargaba de muchas faenas á las tropas regladas.


Siendo esencial la marina para la defensa de posicion tan costanera,
fondeaban en bahía una escuadra británica, á las órdenes del almiran-
te Purvis, y otra española, á las de D. Ignacio de Álava. Padecieron am-
bas gran quebranto en un recio temporal, acaecido en el 6 de Marzo y
dias siguientes; de la inglesa se perdió el navío portugués María, y de la
nuestra perecieron otros tres de línea, una fragata y una corbeta de gue-
rra, con otros muchos mercantes. Los franceses se portaron en aquel ca-
so inhumanamente, pues en vez de ayudar á los desgraciados que arras-
traba á la costa la impetuosidad del viento, hiciéronles fuego con bala
roja. Varados los buques en la playa, ardieron casi todos ellos. No cesan-
do por eso los preparativos de la defensa, se armaron, asimismo, fuerzas
sutiles, mandadas por D. Cayetano Valdés, que vimos herido allá en Es-
pinosa. Eran éstas de grande utilidad, pues arrimándose á tierra, é inter-
nándose á marea alta por los caños de las salinas, flanqueaban al enemi-
go y le incomodaban sin cesar.


Cuando se supo que los franceses avanzaban, comenzóse, aunque
tarde, á destruir y desmantelar todas las baterías y castillos que guar-
necian la costa desde Rota, y se extendían bahía adentro por Santa Ca-
talina, Puerto de Santa María, rio de San Pedro, Caño del Trocadero y
Puerto-Real, pues Cádiz estaba más bien preparado para resistir las em-
bestidas de mar que las de tierra; siendo dificultoso vaticinar que tropas
francesas, descolgándose del Pirineo y atravesando el suelo español, se
dilatarian hasta las playas gaditanas.


Confiados los franceses en esto, en el descuido natural de los espa-
ñoles y en el desánimo que produjo la invasion de las Andalucías, mi-
raban á Cádiz como suyo, y en ese concepto intimaron la rendicion á la
ciudad y al ejército mandado por el Duque de Alburquerque. Para el
primer paso se valieron de ciertos españoles, parciales suyos, que creian




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gozar de opinion é influjo dentro de la plaza, los cuales, el 6 de Febrero,
hicieron desde el Puerto de Santa María la indicada intimacion. La Jun-
ta superior contestó á ella, con la misma fecha, sencilla y dignamente,
diciendo: «La ciudad de Cádiz, fiel á los principios que ha jurado, no re-
conoce otro rey que al Sr. D. Fernando VII.» Aunque más extensa, igual-
mente fué vigorosa y noble la respuesta que dió sobre el mismo asunto
al mariscal Soult el Duque de Alburquerque. De consiguiente por am-
bos lados se trabajó desde entónces con grande ahínco en las obras mi-
litares: los franceses para abrigarse contra nuestros ataques y molestar-
nos con sus fuegos; nosotros para acabar de poner la isla gaditana en un
estado inexpugnable. Así, pues, corrió el mes de Febrero sin choque ni
suceso alguno notable.


Tales y tan extensos medios de defensa pedian, por parte de los espa-
ñoles, recursos pecuniarios, y método y órden en su recaudacion y dis-
tribucion. La Regencia sólo poda contar con las entradas del distrito de
Cádiz y con los caudales de América. Difícil era tener aquéllas si la Jun-
ta no se prestaba á ello, y áun más difícil aumentar sin su apoyo las con-
tribuciones, no disfrutando el Gobierno supremo dentro de la ciudad de
la misma confianza que los individuos de aquella corporacion, naturales
del suelo gaditano ó avecindados en él hacia muchos años.


Obvias reflexiones que sobre este asunto ocurrieron, y el triste estado
del erario, promovieron la resolucion de encargar á la Junta superior de
Cádiz la direccion del ramo de Hacienda. Desaprobaron muchos, parti-
cularmente los rentistas, semejante determinacion, y sin duda, á prime-
ra vista, parecia extraño que el Gobierno supremo se pusiera, por decir-
lo así, bajo la tutoría de una autoridad subalterna. Pero siendo la medida
transitoria, deplorable la situacion de la Hacienda y arraigados sus vi-
cios, los bienes que resultaron aventajáronse á los males, habiendo en
los pagamentos mayor regularidad y justicia. Quizá la Junta mostróse á
veces algun tanto mezquina, midiendo el órden del Estado por la enco-
gida escala de un escritorio; mas el otro extremo de que adolecia la ad-
ministracion pública perjudicaba con muchas creces al interés bien en-
tendido de la nacion. Adoptóse en seguida, para la buena conformidad
y mejor inteligencia, un reglamento (4), que mereció en 31 de Marzo la
aprobacion de la Regencia.


(4) Véase el Manifiesto de la Junta Suprema de Cádiz.
Ya ántes, si bien no con tanta solemnidad, estaba encargada del ramo de Hacienda,


habiéndose suscitado entre ella y varios jefes militares, principalmente el Duque de Al-




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Por ello, y por el modo con que en aquellos reinos habia sido recibi-
do el intruso, motejaron acerbamente á sus habitadores los de las otras
provincias de España, tachando á aquellos naturales de hombres esca-
sos de patriotismo y de condicion blanda y acomodaticia. Censura infun-
dada, porque las Andalucías, singularmente el reino de Granada, no só-


burquerque, desazones y agrios altercados. Escuchó tal vez el último demasiadamente
las quejas de los subalternos, avezados al desórden, y la Junta no atendió del todo en sus
contestaciones al miramiento y respetos que se debian al Duque. Esto y otros disgustos
fueron parte para que dicho jefe dejase el mando del ejército de la isla al acabar Marzo,
nombrándole la Regencia embajador de Lóndres. En aquella capital escribió más adelan-
te un manifiesto muy descomedido contra la Junta de Cádiz, la cual, aunque en defensa
propia, replicó de un modo atrabilioso y descompuesto; contestacion que causó en el pun-
donoroso carácter del Duque tal impresion, que á pocos dias perdió la razon y la vida; fin
no debido á sus buenos servicios y patriotismo.


Entre no pocos afanes y obstáculos la Junta de Cádiz continuó con celo en el desem-
peño de su encargo. Impuso una contribucion de 5 por 100 de exportacion á todos los gé-
neros y mercaderías que saliesen de Cádiz, y un 20 por 100 á los propietarios de casas,
gravando ademas en 10 á los inquilinos. Con estos y otros arbitrios, y sobre todo con las
remesas de América y buena inversion, no sólo se aseguraron los pagos en Cádiz y la is-
la, y se cubrieron todas las atenciones, sino que tambien se enviaron socorros á las pro-
vincias.


Afianzada así la defensa de aquellos dos puntos tan importantes, convirtiéronse sus
playas en baluarte incontrastable de la libertad española.


José habia en todo este tiempo recorrido las ciudades y pueblos principales de las
Andalucías, recreándose tanto en su estancia, que la prolongó hasta entrado Mayo. Cui-
daba Soult del mando supremo del ejército que apellidaron del Mediodía, el cual consta-
ba de las fuerzas ya indicadas al hablar del paso de Sierra-Morena. Acogieron los anda-
luces á José mejor que los moradores de las demas partes del reino, y festejáronle bastan-
temente, por cuyo buen recibimiento premió á muchos con destinos y condecoraciones, y
expidió varios decretos en favor de la enseñanza y de la prosperidad de aquellos pueblos.
Nombró, para establecer su gobierno y administracion en las provincias recién conquista-
das, comisarios regios, cuyas facultades á cada paso eran restringidas por el predominio
y arrogancia de los generales franceses. Manifestó José en Sevilla su intencion de con-
vocar Córtes en todo aquel año de 1810, para lo que, en decreto de 18 de Abril, dispuso
que se tomase conocimiento exacto de la poblacion de España. Por el mismo tiempo Trató
igualmente de arreglar el gobierno interior de los pueblos, y distribuyó el reino en treinta
y ocho prefecturas, las cuales se dividían á su vez en subprefecturas y municipalidades,
remedando, ó más bien copiando, en esto y en lo demas del decreto publicado al efecto, la
administracion departamental de Francia. Providencia que, habiendo tomado arraigo, hu-
biera podido mejorar la suerte de los pueblos, pero que en algunos no se estableció, des-
apareciendo en los más lo benéfico de la medida con los continuos desmanes de las tropas
extranjeras. La milicia cívica, ya decretada por José en Julio de 1809, y en la que se ne-
gaban por lo general á entrar los habitantes de otras partes, disgustó ménos en Andalucía,
donde hubo ciudades que se prestaron sin repugnancia á aquel servicio.




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lo habian hecho grandes sacrificios en favor de la causa comun, sino que
igualmente al tiempo de la invasion estuvieron muy dispuestos á repe-
lerla. Faltóles buena guía, estando abatidas y siendo de menguado áni-
mo sus propias autoridades. Cierto es que en estas provincias era mayor
que en otras el número de indiferentes y de los que anhelaban por so-
siego, lo cual en gran parte dependia de que, atacado tarde aquel suelo,
considerábase á España como perdida, y tambien de que, habiendo los
habitantes sido de cerca testigos de los errores y áun injusticias de los
gobiernos nacionales, ignoraban los perjuicios y destrozos de la irrup-
cion y conquista extranjera; anales que no habian por lo general experi-
mentado, como lo demas del reino. Desengañados pronto, empezaron á
rebullir, y las montañas de Ronda y otras comarcas mostraron no ménos
bríos contra los invasores que las riberas del Llobregat y del Miño.


Las delicias y el temple de Andalucía, que recordaban á José su
mansion en Nápoles, hubieran tal vez diferido su vuelta á Madrid, si
ciertas resoluciones del gabinete de Francia no le hubiesen impelido á
regresar á la capital, en donde entró el 13 de Mayo; resoluciones impor-
tantes, y en cuyo exámen nos ocuparémos luégo que hayamos contado
los movimientos que hicieron los franceses en otras provincias de Espa-
ña, algunos de los cuales concurrieron con los de las Andalucías.


Tales fueron los que ejecutaron sobre Astúrias y Valencia, juntamen-
te con el sitio de Astorga. Tomó el primero á su cargo el general Bon-
net. Manteníase aquel principado como desguarnecido, despues que, al
mando de D. Francisco Ballesteros, se alejó de sus montañas la flor de
sus tropas. Quedaban 4.000 soldados escasos en la parte oriental há-
cia Colombres, y 2.000 de reserva en las cercanías de Oviedo; sin con-
tar con unos 1.000 hombres de D. Juan Diaz Porlier, quien ántes de esta
invasion de Astúrias, abriendo portillo por medio de los enemigos, reco-
rrió el país llano de Castilla, tocó en la Rioja, y divirtiendo grandemente
la atencion de los franceses, tornó en seguida á buscar abrigo en las as-
perezas de donde se habia descolgado. Linaje de empresas que pertur-
baban al enemigo, y diferian, por lo ménos, si no trastrocaban, sus pre-
meditados planes.


Continuaban mandando en el principado el general D. Antonio Ar-
ce y la junta nombrada por Romana; permaneciendo al frente de, la lí-
nea de Colombres D. Nicolas de Llano-Ponte. Éste, no más afortunado
ahora que lo habia sido en la campaña de Vizcaya, cejó sin gran resis-
tencia cuando, en 25 de Enero, le atacaron 6.000 franceses, á las órde-
nes del general Bonnet. Los españoles, en verdad inferiores en núme-




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ro, sólo hubieran podido sacar ventaja de algunos sitios favorables por
su naturaleza.


Forzaron los enemigos el puente de Puron, en donde nuestra artillería,
bien servida, les causó estrago. Llano-Ponte replegóse precipitadamente
hácia el Infiesto, y el general Arce, con las demas autoridades, evacuaron
á Oviedo, haciendo alto, por de pronto, en las orillas del Nalon.


Alteró algun tanto el gozo de los invasores la intrepidez de D. Juan
Diaz Porlier, quien, noticioso de le irrupcion francesa en Astúrias, me-
tióse en lo interior del Principado, viniendo de las faldas meridionales
de sus montañas, en donde estaba apostado. Atacó por la espalda las
partidas sueltas de los enemigos, cogió á éstos bastantes prisioneros, y
caminando la vuelta de la costa por Gijon y Avilés, se situó descansada-
mente en Pravia, á la izquierda de las tropas y dispersos que se habian
retirado con el general Arce. Imitaron á Porlier don Federico Castañon y
otros partidarios, que se colocaron en el camino real de Leon, por cuyo
paraje, con sus frecuentes acometidas, molestaban á los contrarios.


El general Bonnet ocupó á Oviedo el 30 de Enero, de cuya ciudad,
como en la primera invasion, habian salido las familias más principa-
les. En esta entrada se portó aquel general con sobrada dureza, habien-
do ejecutado algunos actos inhumanos; amansóse despues y gobernó con
bastante justicia, en cuanto cabe al ménos en un conquistador hostigado
incesantemente por una poblacion enemiga.


A pocos dias de estar en Oviedo, temeroso Bonnet de los movimien-
tos de Porlier y demas partidarios, desamparó la ciudad y se reconcen-
tró en la Pola de Siero. Confiados demasiadamente los jefes españoles
con tan repentina retirada, avanzaron de sus puestos del Nalon, se po-
sesionaron de Oviedo y apostaron en el puente de Colloto la vanguardia,
mandada por D. Pedro Bárcena. Los franceses, que no deseaban sino ver
reunidos á los nuestros para acabar con ellos más fácilmente, por la su-
perioridad que les daba en ordenada batalla su práctica y disciplina, re-
volvieron el 15 de Febrero sobre las tropas españolas, y atropellándolo
todo, recuperaron á Oviedo y asomaron el 15 á Peñaflor, en cuyo puente
los detuvieron algunos paisanos, mandados animosamente por el oficial
de estado mayor don José Castellar, que ya se señaló allá, en San Payo,
y ahora quedó aquí herido.


Don Pedro Bárcena, volviendo tambien á reunir su gente, á la que
se agregaron otros dispersos, rechazó á los franceses en Puentes de Soto
y se sostuvo allí algun tiempo. Pero al fin, amenazándole continuamen-
te enemigos numerosos, juzgó prudente recogerse á la línea del Narcea,




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quedando sólo sobre la izquierda, en Pravia, orillas del Nalon, don Juan
Diaz Porlier. Encomendóse entónces el mando del ejército de operacio-
nes al mencionado Bárcena, hombre sereno y de gran bizarría. Ayudaba
en todo, con sus consejos y ejemplo, el coronel don Juan Moscoso, jefe
de estado mayor, que en el arte de la guerra era entendido y áun sabio.


El general Arce, amilanado á la vista de los peligros de una invasion
que le cogía desprevenido, resolvióse á dejar el mando de la provincia;
mas antes, con intento de poder alegar que estaba concluida la comision
que le habia llevado allí, determinó restablecer la junta constitucional
que Romana á su antojo habia destruido, y para ello ordenó que los con-
cejos nombrasen, segun lo hicieron, diputados que concurriesen á for-
mar la citada corporacion; desmoronándose de este modo la obra levan-
tada por Romana, obra de desconcierto y arbitrariedad.


Como quiera que fuese loable la medida de Arce, miróse ésta como
nacida de las circunstancias, más bien que del buen deseo de deshacer
una injuticia y de granjearse las voluntades de los asturianos. Dió fuer-
za á la opinion que acerca de su partida enunciamos, el que dicho gene-
ral y su compañero de comision, el consejero Leiva, se llevaron consigo,
so color de sueldos atrasados, 16.000 duros. Paso que debe severamen-
te condenarse en un tiempo en que el hacendado, y hasta el hombre del
campo, se privaban de sus haberes por alimentar al soldado, á veces en
apuros y en extrema desdicha.


La nueva Junta se instaló en Luarca el 4 de Marzo, y no desmayan-
do con la ausencia de don Antonio Arce, nombró en su lugar á D. José
Cienfuegos general de la provincia é hijo suyo; formando al mismo tiem-
po un consejo de guerra, con cuyo acuerdo se dirigiesen las operacio-
nes militares.


De Galicia llegó luégo, en auxilio de Astúrias, una corta division de
2.000 hombres, con lo que alentados los jefes, determinaron atacar el 19
de Marzo á las tropas francesas. Hízose así, acometiendo el grueso de
nuestras fuerzas del lado del puente de Peñaflor, al mismo tiempo que
se llamaba por la derecha la atencion del enemigo, y que Porlier por la
izquierda, embarcándose en la costa, caía sobre las espaldas á la orilla
opuesta del Nalon. Ejecutada con ventura la maniobra, evacuó Bonnet á
Oviedo, y no paró hasta Cángas de Onís, así para reforzarse, como tam-
bien para ir en busca de acopios y pertrechos de guerra, que sólo muy
escoltados podian llegar á su ejército.


Con mayor circunspeccion que en la ocasion anterior, se adelanta-
ron esta vez los nuestros, sacando ademas de Oviedo todos los útiles de




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la fábrica de armas. Precaucion tanto más oportuna, cuanto Bonnet, en-
grosado y de refresco, tornó en breve, y obligó á los nuestros á retirar-
se, enseñoreándose por tercera vez de la capital el 29 del mismo Mar-
zo. Los españoles se recogieron entónces á su antigua línea del Nalon,
poniendo su derecha en el Padrunc, camino real de Leon, y su izquier-
da en Pravia.


Ni áun allí los dejaron quietos por largo tiempo los franceses, tenien-
do que refugiarse, despues de varios y reñidos choques, las tropas de
Astúrias y Porlier á Tineo y Somiedo, y la division gallega al Navia. Pro-
siguieron durante Abril los reencuentros, sin que les fuese dable á los
enemigos dominar del todo el principado.


La ocupacion de éste no se hubiera prolongado á haber puesto la
Junta del reino de Galicia mayor esmero en cooperar á que se evacuase.
Dicha autoridad se hallaba instalada desde el mes de Enero, y si bien
contaba entre sus individuos hombres de conocido celo é ilustracion,
no desplegó, sin embargo, la conveniente energía, desaprovechando los
muchos recursos que ofrecía provincia tan populosa. Así, ni aumentó
en estos meses considerablemente su ejército, ni tampoco se atrevió al
principio á poner debido coto á los atrevimientos y oposicion de la junta
subalterna de Betanzos, harto desmandada.


Con las reyertas que de aquí y de otras partes nacian, no sólo se des-
cuidaban los asuntos de la guerra, únicos entónces de urgencia, sino que
se dió márgen á que en el mes de Febrero gente aviesa suscitase en el
Ferrol un alboroto. Fué en él víctima del furor popular el comandante de
arsenales D. José María de Vargas, sirviendo de pretexto para el motin
los atrasos que se debian á la maestranza. Restablecido el sosiego, for-
móse causa á algunas personas, y castigóse con el último suplicio á una
mujer del pueblo, que se probó haber sido la que primero acometió é hi-
rió al desgraciado Vargas.


La Junta de Galicia, disculpándose ademas, para no ayudar á Astú-
rias, con los temores de que los franceses invadiesen su propio suelo por
el lado de Astorga, cuya ciudad amenazaban, y sitiaron luégo, desaten-
diendo las reclamaciones de aquella provincia, ni convino tampoco en
adoptar la proposicion que su junta le hizo de nombrar, de acuerdo am-
bas corporaciones, un mismo jefe militar; puesto que la Regencia, á cau-
sa de la distancia, no podia con prontitud acudir al remedio de los ma-
les que causaba la division.


Sólo el general Mahy, á quien se habia confiado el mando superior de
las tropas de Galicia, procuró por sí y en cuanto pudo auxiliar al princi-




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pado. Mas el asedio de Astorga, y tener que cubrir el Vierzo, obligában-
le á permanecer en Lugo y Villafranca con las principales fuerzas de su
ejército, que eran poco considerables.


No le incomodaron, sin embargo, tanto como temiera los franceses,
cuya mira se enderezaba á Portugal; habiéndolos tambien detenido la
defensa de Astorga, más porfiada de lo que permitía la flaqueza de sus
fortificaciones. Ciudad aquélla antigua, nunca fué plaza en los tiempos
modernos, cercándola un muro viejo, flanqueado de medios torreones.
Tres arrabales facilitaban su acceso, careciendo de foso, estacada y de
toda otra obra exterior. La poblacion, ántes de 600 vecinos, ahora men-
guada con sus muchos padecimientos. En el intermedio que corrió des-
de el anterior ataque del pasado Octubre hasta el de esta primavera del
año de 1810, se trató de mejorar el estado de sus defensas, fortalecien-
do principalmente el arrabal de Reitibia con fosos, estacadas, cortadu-
ras y pozos de lobo. Se formaron cuadrillas de paisanos, y la guarnicion
ascendía á unos 2.800 hombres. Continuaba siendo gobernador D. José
María de Santocildes.


En Febrero estaban los franceses alojados en las riberas del Orbi-
go, hácia donde los nuestros, para aumentar el repuesto de sus víve-
res, extendian las correrías. El 11 del mes el general Loison, con 9.000
hombres y seis piezas de campaña, se presentó delante de la ciudad,
haciendo el 16 intimacion de rendirse. Contestó á ella negativamente
Santocildes, y entónces el general frances se alejó de la plaza, sin que
por eso cesasen sus guerrillas de tirotearse diariamente con las nuestras.
Así se prosiguió, hasta que el 21 de Marzo pensaron los franceses en for-
malizar el sitio.


Habíase arrimado hácia aquella parte el general Junot, duque de
Abrántes, encargado del mando del octavo cuerpo, vuelto á formar de
nuevo, y uno de los que habian de componer el ejército que Napo-
leon destinaba contra los ingleses de Portugal. Habiéndose Santocildes
opuesto á recibir un pliego que Junot le expidiera, comenzó desde luégo
éste los trabajos del sitio. Impidieron sus progresos los cercados, y áun
el 26 rechazaron una tentativa de los sitiadores sobre el arrabal de Rei-
tibia. Escaseaban los españoles de cañones, y los que habia sólo eran de
menor calibre; carecíase tambien de municiones; abundaba, sí, el entu-
siasmo de la tropa y del paisanaje. Por ambos lados se escaramuzaba sin
cesar, manteniendo los sitiados la esperanza de ser socorridos por el ge-
neral Mahy, que permanecía en el Vierzo, cuyas avenidas observaban
atentamente los franceses, trabándose á veces pelea entro unos otros.




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Miéntras tanto, concluida el 19 de Abril la batería de brecha, rom-
pieron los enemigos el fuego en el siguiente dia con piezas de grueso ca-
libre, y se dirigieron contra la puerta de Hierro, por donde aportillaron
el muro. Con las granadas se incendió la catedral, quemándose parte de
ella y várias casas contiguas. El vecindario y la guarnicion se defendían
con serenidad y denuedo. Practicable á poco tiempo la brecha, aunque
Junot intimó por segunda vez la rendicion, amenazando pasar á cuchi-
llo soldados y moradores, se desechó su propuesta y se prepararon to-
dos á repeler el asalto. Emprendiéronle los enemigos, embistiendo, á la
misma sazon que la brecha abierta en la puerta de Hierro, el arrabal de
Reitibia. Duró el ataque desde la mañana hasta despues de oscurecido.
Los sitiados rechazaron con el mayor valor todas las acometidas, sin que
los franceses consiguiesen entrar la ciudad. Vecinos y militares se mos-
traban resueltos á insistir en la defensa, mas desgraciadamente era im-
posible. Ya no quedaban sino 24 tiros de cañon, pocos de fusil; estando
ademas desfogonadas las piezas y rotas sus cureñas. En tal angustia, re-
unidas las autoridades, determinaron la entrega. Sólo en el Ayuntamien-
to hubo un anciano de más de sesenta años, y de nombre el licenciado
Costilla, imágen, por su esfuerzo, de los antiguos varones de Leon, que
levantándose de su asiento, prorumpió en las siguientes y enérgicas pa-
labras: «Muramos como numantinos.»


Decidida la rendicion, se posesionaron los enemigos de Astorga el
22 de Abril, en virtud de capitulacion honrosa. Computóse la pérdida
que experimentamos en aquel sitio en 200 hombres; superior la de los
contrarios.


De esta manera los franceses de Castilla, asegurando poco á poco su
flanco derecho, y teniendo en suspenso las provincias del Norte mién-
tras José ocupaba las Andalucías, se disponian al propio tiempo, segun
verémos en el libro próximo, á invadir á Portugal.


Por su lado Suchet trató, en Aragon, de llamar igualmente la aten-
cion de los españoles, moviéndose hácia Valencia. Ántes habia este ge-
neral ocupádose en sosegar su provincia, y sobre todo Navarra, cuyo rei-
no, bastantemente tranquilo en un principio, comenzó á rebullir en tanto
grado, que con trabajo transitaban los correos franceses, y apenas era
reconocida la autoridad intrusa fuera de la plaza de Pamplona. Mina
el mozo causaba tamaña mudanza. Obedecido por todas partes, y nun-
ca descubierto ni vendido, dominaba la comarca, y áun obligó en Enero
al gobernador de Navarra á entrar con él en tratos para el canje de pri-
sioneros.




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Disgustado el gobierno frances con tener á sus puertas tan osado
enemigo, encomendó al general Suchet el restablecimiento de la tran-
quilidad de Navarra. Burló Mina por algun tiempo, con su diligencia y
maña, los intentos de los franceses, y especialmente los del general Ha-
rispe, encargado en particular de perseguirle. Acosado al fin, no sólo por
éste, sino tambien por tropas que se destacaron hácia Logroño, y otras
que salieron de Pamplona, desbandó su gente y ocultó sus armas, aguar-
dando reunir de nuevo aquélla luégo que los enemigos le dejasen al-
gun respiro. La osadía de Mina era tal, que áun despues, yendo Suchet
á Pamplona con objeto de arreglar la administracion francesa, bastante
desordenada, disfrazóse de paisano y se metió, cerca de Olite, en un gru-
po, deseoso de ver pasar en el tránsito al general su contrario. Arrojo á
que tambien impelia la seguridad con que era dado recorrer la tierra á
los españoles que guerreaban contra los franceses.


El general Suchet, compuestas las cosas de Navarra, y llegando allí
de Francia nuevas tropas, tornó á Aragon, disponiéndose á invadir el
reino de Valencia. Proyecto que le fué indicado por el Príncipe de Neu-
fchatel, quien, finalizada la campaña de Austria, volvió á desempeñar el
empleo de mayor general de los ejércitos franceses en España, no obs-
tante el mando en jefe dado al rey José; complicacion de supremacías
que causaba, por decirlo de paso, encontradas resoluciones, señalada-
mente en las provincias rayanas de Francia. Modificáronse, al parecer,
por otras posteriores, las primeras insinuaciones que respecto á Valen-
cia habia hecho el Príncipe de Neufchatel; pero no pudiendo tampo-
co las últimas calificarse de órdenes positivas, prefirió Suchet someter-
se á una terminante y clara, que recibió del intruso, escrita en Córdoba
el 27 de Enero, segun la cual se le prevenia que marchase rápidamen-
te la vuelta del Guadalaviar. No llegó el pliego á manos de Suchet hasta
el 15 de Febrero, siendo dificultosa la travesía, por hormiguear los gue-
rrilleros.


Resuelto el general frances á la empresa, dejó en Aragon alguna
fuerza que amparase las comarcas más amenazadas por los partidarios,
y fortaleció varios puntos. Tres divisiones, en que se distribuian las re-
liquias del ejército español de Aragon despues de la dispersion de Bel-
chite, llamaban con particularidad su atencion. Era una la que estaba
á las órdenes de D. Pedro Villacampa, situada cerca de Villel, partido
de Teruel, en un campo atrincherado, del que no sin trabajo la desalo-
jó el general polaco Klopicki; otra la que cubría la línea del Algas, regi-
da por D. Pedro García Navarro, que luégo pasó á Cataluña; y la última




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la que andaba entre el Cinca y Segre, á cargo de D. Felipe Perena; divi-
siones todas no muy bien pertrechadas, pero que contaban unos 13.000
hombres.


Ascendiendo ahora el tercer cuerpo enemigo, con los refuerzos ve-
nidos de Francia, á 30.000 combatientes, érale á Suchet más fácil tener
en respeto á los aragoneses, asegurar las diversas comunicaciones y par-
tir á su expedicion de Valencia, para la cual llevó de 12 á 14.000 solda-
dos escogidos.


Empezó, pues, á realizar su plan, y el 25 de Febrero llegó en perso-
na á Teruel. En consecuencia, el general Habert, con una columna de
cerca de 5.000 hombres, se dirigió el 27 sobre Morella, debiendo conti-
nuar por San Mateo y la costa, y casi al propio tiempo, con la division de
Laval y la brigada de Paris, componiendo en todo unos 9.000 soldados,
partió de Teruel el mismo Suchet, siguiendo la ruta de Segorbe. Al po-
nerse en marcha recibió de París la órden por duplicado (habiendo sido
interceptada la primera) de desistir de la expedicion de Valencia y for-
malizar los sitios de Lérida y Mequinenza; pero tarde ya para variar de
rumbo, á pesar de la responsabilidad en que incurria, llevó adelante su
propósito.


La fama de la inminente invasion llegó muy en breve á la ciudad de
Valencia, en donde, con el temor, se desencadenaron las pasiones. El
general don José Caro, en lugar de dirigirlas al único y laudable fin de la
defensa, fuese miedo, fuese deseo de satisfacer odios y personales riva-
lidades, dió rienda suelta á todo linaje de excesos y á enojosas vengan-
zas. No compensó, hasta cierto punto, tan reprensible conducta con ac-
tivas y oportunas providencias militares; medio seguro de reprimir los
malévolos, y de tener en su favor la mayoría de los honrados ciudada-
nos. Un año era corrido desde que Caro mandaba, y ni se habia fortifica-
do Murviedro ni otros puntos importantes, ni el ejército de línea se ha-
bia aumentado más allá de 11.000 hombres. La pobiacion, en parte, se
encontraba armada; mas tan oportuna providencia ántes bien habia na-
cido de la espontaneidad de los habitantes que de disposicion enérgi-
ca de la autoridad superior; flojedad comun á casi todos los jefes y jun-
tas de España, suplida, en cuanto era dado, por el buen seso y ánimo de
los naturales.


En tanto, las dos columnas francesas avanzaban. La de Morella en-
tró sin resistencia en la villa y ocupó el castillo, abandonado por el co-
ronel Miedes. La de Teruel se aproximó á Alventosa, en donde la van-
guardia del ejército valenciano estaba colocada detras del barranco por




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donde corre el Mijares. Al principio, las guerrillas, capitaneadas por D.
José Lamar, alcanzaron ventajas; mas luégo, recibida órden de Caro de
replegarse sobre Valencia, y al tiempo que los franceses trataban ya de
envolver la izquierda española, se retiraron los nuestros el 2 de Mar-
zo sobradamente deprisa, pues dejaron abandonados cuatro cañones de
campaña. Entraron despues los franceses en Segorbe, ciudad que pilla-
ron desamparada por los habitadores.


Llegó el 3 á Murviedro el general Suchet, en donde se le juntó, con
su columna, el general Habert. No estando todavía fortificado aquel si-
tio, que lo fué de la antigua y célebre Sagunto, se sometió la ciudad; en-
caminándose en seguida á Valencia los enemigos, ya más gozosos por
comenzar á competir desde allí el cultivo del hombre con la lozanía de
la vegetacion.


Segun se iban los franceses aproximando á la ciudad, crecia en ella
la fermentacion, y más se desbocaba D. José Caro en cometer tropelías.
Envió á San Felipe de Játiva la Junta superior, y creó una comision mili-
tar de policía, instrumento de sus venganzas. Cierto que para ellas habia
un pretexto honroso en secretos tratos que el enemigo mantenia dentro
de Valencia; pero en vez de sólo descargar sobre los culpados la justi-
cia de las leyes, arrestáronse indistintamente, y para satisfacer enemis-
tades, buenos y malos patriotas.


En tal estado, presentáronse los franceses delante de Valencia el 5
de Marzo, estableciendo Suchet en el Puig su cuartel general. Ocuparon
fuera de los muros, y á la izquierda del Guadalaviar, el arrabal de Mur-
viedro, el colegio de San Pío V, el palacio real, el convento de la Zai-
día y otros, extendiéndose al Grao y su comarca, en gran detrimento de
los pueblos. Intimó el 7 el general Suchet á don José Caro la rendicion,
quien en este caso respondió cual debia. Se mantuvo Suchet hasta el 10
en las cercanías, esperando á que estallase en su favor dentro de la ciu-
dad una conmocion; mas saliendo fallida su esperanza, y temeroso de las
guerrillas que se formaban en su derredor, levantó el campo en la noche
del 10 al 11, y retrocedió por donde habia venido.


Grande algazara y justa alegría se manifestó en Valencia al saberse
el alejamiento del enemigo. Mas no por eso cesó Caro en sus persecucio-
nes. Varios de los presos, aunque inocentes, continuaron encarcelados,
y fué ahorcado el Baron de Pozo-Blanco. Dudamos aún si este infeliz era
ó no delincuente, y si en realidad habia seguido correspondencia con el
enemigo. Natural de la isla de la Trinidad, unian en otro tiempo á él y á
Caro estrechos vínculos, que tuvieron principio cuando el último visita-




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ba como marino las costas americanas. Convirtióse despues en ódio la
antigua amistad, y se acusó á Caro de haber usado en aquel lance de la
potestad suprema no imparcial ni desapasionadamente.


Suchet, al retirarse, se encontró con muchos paisanos armados que
se habian levantado á su espalda, y tambien con la noticia de que el rei-
no de Aragon, aprovechándose de su ausencia, comenzaba de nuevo á
estar muy movido. En efecto, D. Pedro Villacampa, revolviendo en 7 de
Marzo sobre Teruel, habia entrada la ciudad y obligado al coronel Pli-
que á encerrarse con su guarnicion en el seminario, ya de ántes fortifi-
cado. No contento aún así el español, habia salido á esperar, y cogido en
la venta de Malamadera, á corta distancia de Teruel, un convoy enemi-
go procedente de Daroca. Apoderóse de cuatro piezas, de unos 200 hom-
bres y de muchas municiones. Otro tanto hizo por opuesto lado con una
compañía de polacos avanzada en Alventosa. El seminario, estrechado
por los nuestros y próximo á caer ea sus manos, se libertó el 12 de Marzo
con la llegada del ejército de Suchet, que forzó á Villacampa á alejarse.
Don Felipe Perena tambien por el Cinca habia hecho sus correrías, des-
truyendo en Fraga el puente y los atrincheramientos enemigos.


El 17 volvió Suchet á Zaragoza, y quiso ante todo acabar con Mi-
na el mozo, que por su lado se habia igualmente adelantado á las Cinco
Villas. Inquietó bastante este caudillo en aquellos dias á los franceses;
mas perseguido en Aragon por el Gobernador de Jaca y el general Haris-
pe, y en Navarra por Dufour, cayó, desgraciadamente, el 31 en poder de
los puestos franceses, que al cogerle le maltrataron. Sin detencion lle-
váronsele á Francia, y le encerraron en el castillo de Vincennes, donde
permaneció, como tantos otros españoles, hasta 1814. Sucedióle su tio,
el renombrado D. Francisco Espoz y Mina, quien con sus hechos y mejor
fortuna oscureció las breves glorias de su sobrino.


Arregladas las cosas de Aragon, trató Suchet de cumplir con lo que
se le habia mandado de París, sitiando á Lérida. No por eso estaba bajo
su dependencia Cataluña, encomendada al mariscal Augereau, dejando
sólo á cargo del primero el asedio de las plazas que formaban, por decir-
lo así, cordon entre aquel principado y las provincias rayanas.


De luto habia cubierto á Cataluña la caida de Gerona. Don Joaquin
Blake por su parte, no admitiéndole la Central la dejacion que repeti-
damente habia hecho de su mando, se separó, de su autoridad propia,
en 10 de Diciembre, de su ejército, poniendo interinamente á su cabe-
za al Marqués de Portago. Motivó semejante resolucion haber aprobado
la Central, contra el dictámen de dicho general, lo determinado por el




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Congreso catalan de levantar 40.000 hombres de somaten. Blake queria
crear cuerpos de línea, y no reuniones informes de indisiplinados paisa-
nos. Pero los catalanes, apegados á su antigua manera de guerrear, ha-
llaron arrimo en el Gobierno supremo, desatendiéndose las reflexiones
juiciosas de Blake, quien, en medio de sus conocimientos, no gozaba de
popularidad á causa de su mala estrella.


Ausente este general, no quedó Portago largo tiempo en el mando,
pues cayendo enfermo, dejó en su lugar á D. Jaime García Conde, sus-
tituido tambien en breve por el general más antiguo don Juan Henestro-
sa. El Congreso catalan, despues de expedir várias providencias en fa-
vor de la defensa del principado, tomando para darlas más bien consejo
de los falsos conceptos del provincialismo que de atento é imparcial jui-
cio, se disolvió, y quedó sola para el despacho de los negocios la Jun-
ta superior.


El somaten que se habia levantado no produjo el efecto que espe-
raban los catalanes. Apareció tarde y al caer Gerona, y no querien-
do tampoco los partidos desprenderse de sus respectivos contingentes
para prestarse mutuo auxilio, faltó el necesario concierto. Permaneció
en Vich el grueso del ejército español, teniendo apostado en el Grao
de Olot un cuerpo volante. Clarós estaba hácia Besalú, y Rovira cami-
no de Figueras, ambos con bastante fuerza, á causa de los somatenes
que se les agregaron. Para despejar el país y asegurar las comunicacio-
nes con Francia, marcharon contra ellos los generales Souham y Ver-
dier. Hubo con este motivo varios reencuentros, de los que se contaron
algunos favorables para los somatenes. En los mismos dias el enemigo,
que de todos lados acometia, hizo de Francia inútiles esfuerzos contra
el valle de Aran.


Dispuso en seguida Augereau que 10.000 hombres suyos, yendo so-
bre Vich, atacasen el ejército español. Trabáronse por aquella parte,
desde 1.º de Enero, frecuentes y reñidos combates, honrosos para los es-
pañoles, pues con fuerza inferior hicieron rostro á contrarios aguerridos.
Pero viendo los nuestros la superioridad de los franceses, celebraron el
12 consejo de guerra, y determinaron replegarse hácia Manresa y Tarra-
sa, dejando en Tona una division, al mando del general Porta. Siguieron
aún entónces las refriegas. Los franceses entraron en Vich, y avanzando,
se encontraron con los nuestros el 14 y 15, siendo de notar la accion ha-
bida en Moya, en la que los generales O’Donnell y Porta rechazaron á los
enemigos, de los que perecieron más de 200. El primero peleó con ven-
taja, hasta como soldado y cuerpo á cuerpo.




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Urgíale en tanto al mariscal Augereau, aseguradas en algun modo
sus comunicaciones con Francia, abrir las de Barcelona, plaza que em-
pezaba á estar apurada por falta de bastimentos. Conveniente era para
ello la toma de Hostalrich; pero no cediendo el Gobernador á las inti-
maciones, Augereau, así que ocupó la villa, dejó al coronel Mazzuche-
lli encargado de bloquear el castillo. Arrimó tambien allí las fuerzas de
Souham para alejar á los somatenes, y él en persona dispúsose á mar-
char prontamente sobro Barcelona.


La poblacion de esta ciudad habia disminuido, careciendo de trabajo
los fabricantes y sus operarios, y avergonzada la mocedad de no acudir
al llamamiento que por medio de su congreso y junta continuamente les
hacia la provincia. El general Duhesme mandaba, como ántes, en Barce-
lona, y con frecuencia se veia obligado á ir en busca de víveres, tenien-
do que atacar á los somatenes y á una division que siempre permaneció
en el Llobregat, cuyas fuerzas reunidas estrechaban la plaza, acorralan-
do 4 veces dentro de ella á las tropas francesas.


Augereau, aunque hostigado por las guerrillas, se adelantó con el
convoy y 9.000 hombres, y Duresme, seguido de unos 2.000, salió de
Barcelona hasta Granollers á su encuentro. De hácia Tarrasa desembo-
có, para interceptar el socorro, el Marqués de Campoverde, al paso que
Orozco, comandante de la division del Llobregat, llamaba de aquel la-
do la atencion.


Campoverde atacó el 20 en Santa Perpétua á Duliesme, haciéndole
400 prisioneros; juntósele despues Porta, que acudió por Castelltersol, y
ambos en Mollet cayeron sobre el segundo escuadron de coraceros y le
cogieron casi entero. Felizmente para la demas tropa del general Duhe-
sme, llegó á tiempo Augereau, libertando á un batallon que se defendia
en Granollers. En seguida pudieron los franceses sin obstáculo meter el
convoy en Barcelona.


Aquel mariscal, cumpliendo de este modo con el principal objeto de
su expedicion, quitó á Duhesme el gobierno de aquella plaza, nombró en
su lugar á Mathieu, y se replegó á Hostalrich, temiendo que de nuevo se
le estorbára el paso.


Con tarta mayor razon se mostraba desconfiado, cuanto D. Enrique
O’Donnell iba á capitanear las tropas de Cataluña. Así lo ansiaba el
principado, y el 21 de Enero se recibió la órden de la Junta Central, á la
sazon todavía existente, confiriendo á aquel general el mando supremo.


O’Donnell, mozo activo y valiente, codicioso de gloria, aunque algo
atropellado, se habia atraido las voluntades de los catalanes con su ad-




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hesion á la causa de la independencia y su gran intrepidez, mostrada ya
en el primer cerco de Gerona. Ahora, autorizado, empezó á obrar con di-
ligencia y á mejorar la disciplina. Distribuyó igualmente su ejército en
nuevas brigadas y divisiones, reconcentrando el 6 de Febrero en Man-
resa casi toda la fuerza disponible. Sólo dejó en Martorell y línea del
Llobregat la tercera division, á las órdenes del brigadier Martinez.


El nuevo general llegó pronto á tener consigo 8.000 infantes y 1.000
caballos bien dispuestos. El 14 de Febrero atacó con feliz éxito á los
enemigos cerca de Moya, y el 19 se aproximó á Vich, con ánimo de des-
alojarlos. Siguió lo principal de su fuerza el camino que de Tona se di-
rige á aquella ciudad, marchando una columna via de San Culgat hasta
la altura del Vendrell, donde se paró. A las nueve de la mañana la van-
guardia, ó sea cuerpo volante, mandado por Sarsfield, rompió el fue-
go. Una hora despues cundió por toda la línea, sostenido con tenacidad
de ambas partes. Mandaba á los franceses el general Souham. Carecian
los nuestros de cañones, no habiendo podido traerlos por lo fragoso de
la tierra; no más de dos tenían los contrarios. A las doce se reforzaron
los últimos con 2.500 hombres que se les juntaron de Vich. Entónces
O’Donnell, que conservaba á sus inmediatas órdenes la division situa-
da en las alturas del Vendrell, bajó con ella al llano. Avivóse el fuego, y
continuó reciamente hasta las tres de la tarde, en cuya hora, flaqueando
Porta, que regía el ala izquierda, á pesar de los esfuerzos de O’Donnell,
quedaron desbaratados los nuestros y se retiraron á Tona y Collsuspina.
Perdimos, entre muertos y heridos, 900 hombres, otros tantos prisione-
ros; no fué corto el daño que experimentaron los franceses, siendo reñi-
da la accion, aunque malograda para los españoles.


Aguardaba en el intermedio el mariscal Augereau, á orillas del Tor-
dera, refuerzos de Francia, y apretaba la division de Pino el bloqueo de
Hostalrich. Situado este castillo en una elevada cima, enseñoreaba el ca-
mino de Barcelona, obstruyendo, de consiguiente, en tiempo de guerra
las conmnicaciones. Don Julian de Estrada, entónces gobernador, resuel-
to á defenderle hasta el último trance, decía: «Hijo Hostalrich de Gerona,
debe imitar el ejemplo de su madre.» Cumplió Estrada su palabra, des-
oyendo cuantas proposiciones se le hicieron de acomodamiento. Desde
el 13 de Enero hasta el 20 del mes inmediato limitáronse los franceses á
bloquear el castillo, mas en aquel dia comenzó horroroso bombardeo.


Al propio tiempo fueron llegando á Augereau los refuerzos de Fran-
cia, que hicieron ascender su ejército, al comenzar Marzo, á 30.000
combatientes, sin contar la guarnicion de Barcelona. Escasa, nuevamen-




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te, esta plaza de medios, tuvo Augereau que volver á su socorro, y consi-
guió, no obstante pérdidas y tropiezos, meter dentro un convoy.


Semejante movimiento obligó á O’Donnell á replegarse, mayormente
coincidiendo con la correría que por aquel tiempo hizo Suchet sobre Va-
lencia. El 21 entró en Tarragona el general español, y acampó en las cer-
canías el grueso de su ejército. Juntósele la division aragonesa del Al-
gas, ó sea de Tortosa, compuesta de unos 7.000 hombres. No se estuvo
O’Donnell quieto allí, sino que luégo ejecutó otros movimientos.


Tal fue el que verificó al concluirse Marzo, noticioso de que en Villa-
franca de Panadés se alojaba un trozo bastante considerable de france-
ses. Envió, pues, contra ellos á D. Juan Caro, asistido de 6.000 hombres.
Viendo los enemigos que los nuestros se aproximaban, se encerraron en
el cuartel de aquella villa, fuerte edificio, sito á la entrada; pero en bre-
ve, á pesar de su precaucion y resistencia, tuvieron que capitular, ca-
yendo prisioneros 700 hombres. Portóse Caro con destreza y bizarría, y
quedó herido.


Sucedióle en el mando Campoverde, quien marchó sobre Manresa,
para darse la mano con Rovira, siendo el intento de O’Donnell distraer al
enemigo, y si era posible, auxiliar á Hostalrich. El general Swartz hacia
por aquellas partes frente á los somatenes, cuya tenacidad desconcertaba
al frances, y áun le causaba á veces descalabros. En principios de Abril
tomó la resistencia tal incremento, que asustado Augereau, salió el 11 de
Barcelona y se dirigió á Hostalrich, para impedir los socorros que los es-
pañoles querian introducir en el castillo, como ya lo habian conseguido
una vez, guiados por el coronel D. Manuel Fernandez Villamil.


Sin embargo, todo era ya de mas. La penuria del fuerte tocaba en su
último punto, faltando hasta el agua de los aljibes, única que surtia á la
guarnicion. El bizarro Gobernador, los oficiales y soldados habian to-
dos sobrellevado de un modo el más constante la escasez y miseria, que
igualó, si no sobrepasó, la de Gerona. Mas, desesperanzado Estrada de
recibir auxilio alguno, y prefiriendo correr los mayores riesgos á capi-
tular, resolvió salvarse con su gente, de la que áun le quedaban 1.200
hombres. A las diez de la noche del 12 púsose en movimiento, y salió
por el lado de Poniente, descendiendo la colina de carrera. Cruzó en se-
guida el camino real, y atravesando la huerta, llegó, repelidos los pues-
tos franceses, á las montañas detras de Masanas y á Arbucias. Mas en
aquel paraje, descarriado el valiente Estrada, tuvo la desgracia de caer
prisionero, con tres compañías. El resto, que ascendia á 800 hombres,
sacóle á buen puerto el teniente coronel de artillería D. Miguel Lopez




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Baños, quien el 14 entró en Vich, ciudad libre entónces de franceses.
Estrada no se rindió sino despues de viva refriega, y Augereau, aunque
incomodado con que se le escapase la mayor parte de la guarnicion, hizo
alarde en gran manera de haberse hecho dueño de su gobernador. De po-
co le sirvió tan feliz acaso, pues no tardó en desgraciarse con Napoleon,
quien nombró para sucederle al mariscal Macdonald. Dícese que contri-
buyeron á su remocion quejas de Suchet, desazonado porque no le ayu-
daba debidamente en sus empresas.


De éstas, una de las principales era la que por entónces, y despues
de su retirada de Valencia, intentaba contra Lérida, conformándose con
la órden que se le dió de París. Así, despues de dejar un tercio de su
fuerza en Aragon, á las órdenes del general Laval, se enderezó con lo
restante á Cataluña. Pero destruido por los españoles el puente de Fra-
ga, y estando de aquel lado próximo el castillo de Mequinenza, prefirió
Suchet al camino más directo el de Alcubierre, y estableció en Monzon
sus hospitales y almacenes.


Se hallaba á la sazon en Balaguer D. Felipe Perena con alguna fuer-
za, y aunque es ciudad en que no quedan sino reliquias de sus antiguos
muros, interesaba á los franceses su posesion, á causa de un famoso
puente de piedra que tiene sobre el Segre. Atento á ello, ordenó Suchet
al general Habert que atacase á los españoles; mas Perena, creyendo ser
desacuerdo resistir á fuerzas tan superiores, cejó á Lérida, y los france-
ses entraron en Balaguer el 4 de Abril.


El 13 embistió Suchet aquella plaza. Asentada Lérida á la derecha
del Segre, rio que tambien allí se cruza por hermoso puente, ha sido des-
de tiempos remotos ciudad muy afamada. En sus alrededores acabó Cé-
sar con Afranio y Petreyo, del partido pompeyano, y ántes, cuando éstos
ocupaban la ciudad, pasó aquel caudillo grandes angustias, acampado
en la altura en donde ahora se divisa el fuerte de Garden. En la defen-
sa de éste, y sobre todo en la del castillo, colocado al extremo opuesto
del lado del Norte, en la cumbre de un cerro, consiste la principal forta-
leza de Lérida, si bien ambos no se prestan entre sí grande ayuda. Mu-
ro sin foso ni camino cubierto, parte con baluartes, parte con torreones,
rodea lo demas del recinto. Algunas obras nuevas se habian ejecutado,
á saber: una á la entrada del puente, y tambien dos reductos, llamados
del Pilar y San Fernando, en la de Garden, en el paraje opuesto á la pla-
za, fuera de cuyos muros está situado aquel fuerte. La poblacion, que ya
ascendia á más de 12.000 almas, se hallaba aumentada con los paisanos
que del campo se habian refugiado dentro. Contaba la guarnicion 8.000




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hombres, inclusa la tropa de Perena. Mandaba como comandante gene-
ral del Segre y Cinca D. Jaime García Conde, estando á sus órdenes el
gobernador, D. José Gonzalez.


Todavía los franceses no habian empezado los trabajos del sitio, y ya
D. Enrique O’Donnell pensó en hacer levantarle, ó por lo ménos en so-
correr la plaza. Ignoraba su intento el general frances, por lo que el 21
de Abril avanzó éste á Tárrega, temiendo sólo á Campoverde, que vimos
se adelantára hácia Manresa: tanto sigilo guardaban los catalanes, de ra-
ra y laudable fidelidad.


O’Donnell se habia el dia ántes puesto en marcha con 6.000 infantes
y 600 caballos, y el 22, sabiendo por el Gobernador de Lérida que par-
te del ejército frances se habia alejado de la plaza, miró como asegura-
da su empresa. Empezó, pues, O’Donnell en la mañana del 23 á aproxi-
marse á la ciudad, siguiendo el llano de Margalef, repartida su fuerza
en tres columnas, una más avanzada por el camino real, las otras dos
por los costados. Desgraciadamente, sabedor al fin Suchet de la salida
de O’Donnell de Tarragona, tornó de priesa hácia Lérida, y tomó opor-
tunas disposiciones para que se malograse el plan del general español.
Caminaba éste confiado en su triunfo, cuando de repente se vió arre-
metido por fuerzas considerables. El general Harispe trabó luégo pe-
lea con la primera columna, y Musnier, saliendo de Alcoletge, acometió
á la que iba por la derecha del camino. Los nuestros se desordenaron,
principalménte la caballería, arrollada por un regimiento de coraceros.
O’Donnell, aunque sobrecogido con tal contratiempo, pudo juntar parte
de su gente, y ántes de anochecer retirarse con ella en buen órden cami-
no de Montblanch. La pérdida de las dos columnas atacadas fué, sin em-
bargo, considerable, quedando prisioneros batallones enteros.


Los franceses, queriendo aprovecharse del terror que aquel descala-
bro infundiria en los leridanos, embistieron en la misma noche los re-
ductos del fuerte de Garden. Dichosos los enemigos al principio en el
ataque del Pilar, salieron mal en el de San Fernando, teniendo que reti-
rarse, y áun evacuar el primero, que ya habian ocupado.


Al dia siguiente tanteó el general Suchet el ánimo del Gobernador,
proponiendo á éste, para hacerle ver lo inútil de la defensa, que enviase
personas de su confianza, que por sí mismas examinasen la pérdida que
en el dia anterior habian los españoles padecido en Margalef. La réplica
de García Conde fué enérgica y concisa. «Señor general, dijo, esta plaza
nunca ha contado con el auxilio de ningun ejército.» Lástima que á las
palabras no correspondiesen los hechos, como en Zaragoza y Gerona.




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Empezaron los franceses el 29 de Abril los trabajos de trinchera, es-
cogiendo por frente de ataque el espacio que media entre el baluarte de
la Magdalena y el del Cármen, que era por donde embistió la plaza el
Duque de Orleans en la guerra de sucesion.


Los sitiados no repelieron con grande empeño los aproches del ene-
migo. Así esta defensa no fué larga ni digna de memoria. Merece, no
obstante, honrosa excepcion la resistencia que hizo, en la noche del 12
al 13 de Mayo, el reducto de San Fernando, ya bien sostenido, como
arriba hemos dicho, en una primera acometida. En la última se defen-
dió con tal tenacidad, que de 300 hombres que le guarnecian apénas so-
brevivieron 60.


Los franceses asaltaron el 13 del mismo mes la ciudad, y la entraron
sin tropezar con extraordinarios impedimentos. La guarnicion se recogió
al castillo, en donde tambien se metieron casi todos los habitantes, vien-
do que los acometedores no les daban cuartel. Crueldad ejecutada de in-
tento, para que hacinados muchos individuos en corto recinto obligáran
al Gobernador á rendirse. Hubiera, sin embargo, García Conde podido
despejar aquella fortaleza, echando fuera la gente inútil; pero Suchet,
para no desaprovechar la ocasion de acabar en breve el sitio, empezó
desde luégo á arrojar bombas, las cuales, cayendo sobre tantas personas
apiñadas en reducido espacio, causaron en poco tiempo el mayor estra-
go. Blandeando el ánimo de García Conde con los lamentos de mujeres,
niños y ancianos, y forzado hasta cierto punto por la junta corregimental,
que creia que nada importaba la defensa del castillo si la ciudad pere-
cia, se rindió el 14, firmando él la capitulacion, juntamente con el gober-
nador, D. José Gonzalez, habiendo los franceses concedido á la guarni-
cion los Honores de la guerra; ejemplo que siguió el fuerte de Garden.
¡Pérdida sensible la de Lérida, conquista que abría á los invasores las
comunicaciones entre Aragon y Cataluña!


Tachóse á García Conde de traidor, opinion que adquirió crédito con
divulgarse despues, si bien falsamente, que habia abrazado el partido
del gobierno intruso. Lo cierto es que era hombre de limitados alcances,
y juzgamos que su conducta más bien dimanó de esto y de fatal desdicha
que de premeditada maldad.


Por entónces, para que las desgracias vinieran juntas, ocuparon tam-
bien los franceses el fuerte de la isla de las Medas, al embocadero del
Ter; puesto importante, malamente entregado por el gobernador español,
D. Agustin Cailleaux.


Así iban de caida las cosas de Cataluña, no habiendo acontecido en




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lo restante de Mayo y en el inmediato Junio sino acometidas parciales de
somatenes y guerrilleros, que siempre hostigaban al enemigo. Don En-
rique O’Donnell, molestado de sus heridas, dejó por unos pocos dias su
puesto á D. Juan María de Villena. Contaba el ejército, á pesar de sus
pérdidas, 21.798 hombres, inclusas las guarniciones de las plazas, en-
tre las que Tarragona se miraba como la base de las operaciones. En es-
ta ciudad volvió O’Donnell á empuñar el 1.º de Julio el baston del man-
do, con objeto de instalar allí el 17 del mismo mes un congreso catalan,
que de nuevo habia convocado para reanimar el espíritu algo abatido de
los naturales, y buscar medio de oponerse con fuerza al mariscal Macdo-
nald, quien daba muestras de obrar activamente.


Por su parte el general Suchet, terminada la expedicion de Lérida,
pensó en poner sitio á la plaza de Mequinenza. Miéntras duró el de la
primera hubo muchos y parciales combates, ya en las comarcas septen-
trionales de Cataluña que lindan con Aragon, ya en Aragon mismo. Aquí
hizo contra los franceses de Alcañiz una tentativa infructuosa don Fran-
cisco de Palafox, destinado por la Regencia á aquellas partes, siendo
más afortunado D. Pedro Villacampa en una sorpresa que dió el 13 de
Mayo á los enemigos en Purroy, partido de Calatayud, en donde cogió al
comandante Petit con un convoy y más de 100 hombres.


Las ventajas conseguidas por aquel caudillo irritaron á los franceses,
quienes desde el 14 de Mayo se pusieron á perseguirle, partiendo de
Daroca el general Klopicki. Fuése retirando Villacampa, y no paró has-
ta Cuenca. Siguieron de cerca su huella los enemigos, sin llegar á aque-
lla ciudad, pero dejando rastra de su paso en Molina y demos pueblos
del camino. Diversos choques de menor importancia acaecieron tambien
en otros puntos de Aragon, porfiado pelear que cansaba sobremanera á
los franceses.


Del 15 al 20 de Mayo embistió el general Musnier la plaza de Mequi-
nenza, importante por su situacion y necesaria para enseñorear el Ebro.
Villa ésta de 1.500 vecinos, estriba su principal defensa en el castillo,
antigua casa-fuerte de los marqueses de Aytona, colocado en lo alto de
una elevada montaña, de áspera é inaccesible subida por todos lados,
excepto por el de Poniente, que se dilata en planicie, cuyo frente ampa-
ran un camino cubierto, foso y terraplen abaluartado revestido de mam-
postería. Guarnecian la plaza 1.200 hombres. Gobernábala, como ántes,
el coronel D. Manuel Carbon, y dirigia la artillería D. Pascual Antillon,
ambos oficiales muy distinguidos.


No tenía el castillo otrcs aproches sino los que ofrecia á la parte occi-




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dental la planicie mencionada, y no era cosa fácil traer hasta ella artille-
ría. Pronto discurrió la diligencia francesa medio de conseguirlo, abrien-
do desde Torriente y por la cima de las montañas un camino que viniese
á dar al punto indicado. Tuvieron los enemigos concluida su obra el 1.º
de Junio, y en el intermedio no descuidaron tomar en rededor y en am-
bas orillas del Ebro, y en las del Segre, su tributario, los puestos impor-
tantes. Entraron los sitiadores la villa en la noche del 4 al 5, la saquea-
ron y prendieron fuego á muchas casas. Las tropas se refugiaron en el
castillo. El Gobernador resistió allí cuanto pudo los ataques de los fran-
ceses; mas arruinadas ya las principales defensas y no habiendo abrigo
alguno contra los fuegos enemigos, se entregó el 8, quedando la guarni-
cion prisionera de guerra.


La víspera de la rendicion habia llegado á Mequinenza el general Su-
chet, quien deseando sacar de su triunfo la mayor ventaja, despachó dos
horas despues de la entrega al general Montmarie para que se apoderase
del castillo de Morella, lo que ejecutó dicho general sin obstáculo el 13
de Junio. Posesion que, aunque no tan importante como la de Mequinen-
za, éralo bastante por estar situado aquel fuerte en los confines de Ara-
gon y Valencia, y porque así iban los franceses preparándose á nuevas
empresas y afianzaban poco á poco y de un modo sólido su dominacion.


No, obstante hallábase ésta léjos de arraigarse. Los pueblos conti-
nuaban casi por todas partes haciendo guerra á muerte á los invasores, y
la isla gaditana, punto céntrico de la resistencia, no sólo mantenia la lla-
ma sagrada del patriotismo, sino que la fomentaba, procurando ademas
acrecer y mejorar en su recinto las fortificaciones.


De nada influyó para no llevar adelante semejante propósito la pér-
dida de Matagorda, acaecida el 22 de Abril. Situado aquel castillo no lé-
jos de la costa del caño del Trocadero, sostuviéronle con tenacidad los
ingleses, encargados de su defensa, y sólo le abandonaron ya convertido
en ruinas. Luégo mostró la experiencia lo poco que sus fuegos perjudi-
caban á las comunicaciones por agua, y sus proyectiles á la plaza.


El mismo dia de la evacuacion del mencionado fuerte fondeó en ba-
hía, viniendo del reino de Murcia, D. Joaquin Blake, nombrado por la
Regencia para suceder al de Alburquerque en el mando de la isla gadi-
tana, cuyas fuerzas, sin contar las de los aliados ni la milicia armada, as-
cendían de 17 á 18.000 hombres, engrosado el ejército con los dispersos
y reliquias que de la costa aportaban, y con nuevos alistados, que acu-
dian hasta de Galicia. A la llegada de Blake consideróse dicho ejérci-
to como parte integrante del denominado del centro, que se alojaba en




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el reino de Murcia, repartiéndose entre ambos puntos las divisiones en
que se distribuia.


El Consejo de Regencia trasladóse el 29 de Mayo de la isla de Leon
á Cádiz, y escogió para su morada el vasto edificio de la Aduana. Se le
reunió por aquellos dias el Obispo de Orense, que no habia hasta el 26
arribado al puerto, retardado su viaje por la distancia, ocupaciones dio-
cesanas y malos tiempos.


En este mes, nada muy importante en lo militar avino en Cádiz, si-
no el haber varado en la costa de enfrente los pontones Castilla y Argon-
auta, llenos de prisioneros franceses. Aprovecháronse los que estaban á
bordo del primero de un furioso huracan que sopló en la noche del 15 al
16 para desamarrar el buque y dar á la costa; eran unos 700, los más ofi-
ciales. Imitáronlos el 26 los del Argonauta, 600 en número, sin que pu-
diesen estorbar su desembarco nuestras baterías y cañoneras.


Con este motivo han clamoreado muchos extranjeros, y lo que es más
raro, ingleses, contra el mal trato dado á los prisioneros, y sobre todo
contra la dureza de mantenerlos tanto tiempo en la estrechura de unos
pontones. Nos lastimamos del caso y reprobamos el hecho; pero ocupa-
das ó invadidas á cada paso las más de nuestras provincias, imposible
era para custodia de aquéllos buscar dentro de la península paraje se-
guro y acomodado. La Gran Bretaña, libre y poderosa, permitió tambien
que en sus pontones gimiesen largos años sus muchos prisioneros. Qui-
siéramos que nuestro gobierno no hubiese seguido tan deplorable ejem-
plo, dando así justa ocasion de censura á ciertos historiadores de aque-
lla nacion, tan prontos á tachar excesos de otros como lentos en advertir
los que se cometen en su mismo suelo.


El gobierno español, sin embargo, habia resuelto suavizar la suerte
de muchos de aquellos desgraciados, enviando á unos á las islas Cana-
rias y á otros á las Baleares. Dichosos los primeros, no cupo á los últimos
igual ventura. Alborotados contra ellos los habitantes de Mallorca y Me-
norca á causa de la relacion que de las demasías del ejército frances les
venían de la península, necesario fué conducirlos á la isla de Cabrera,
siendo al embarco maltratados muchos, y áun algunos muertos. Aquella
isla, al sur de Mallorca, si bien de sano temple y no escasa de manan-
tiales, estaba sólo poblada de árboles bravíos, sin otro albergue más que
el de un castillo. Suministráronse tiendas á los prisioneros, pero no las
bastantes para su abrigo, como tampoco instrumentos con que pudiesen
suplir la falta de casas, fabricando chozas. Unos 7.000 de ellos la ocu-
paron, y llegó á colmo su miseria, careciendo á veces hasta del preciso




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sustento, ora por temporales, que impedian ó retardaban los envíos, ora
tambien por flojedad y descuido de las autoridades. Feo borron, que no
se limpia con haber en ello puesto al fin las Córtes conveniente remedio,
ni ménos con el bárbaro é inhumano trato que al mismo tiempo daba el
gobierno frances á muchos jefes é ilustres españoles, sumidos en duras
prisiones y castillos, pues nunca la crueldad ajena disculpó la propia.


Entre tanto, el gobierno español no sólo atendió en su derredor á la
defensa de la isla gaditana, sino que tambien pensó en divertir la aten-
cion del enemigo, molestándole en las mismas Andalucías y provincias
aledañas. Dos de los puntos que para ello se presentaban, más cercanos
é importantes, eran, al Ocaso, el condado de Niebla, y al Levante, la se-
rranía de Ronda. El primero, ademas de ser tierra costanera y en partes
montuosa, respaldábase en Portugal, para cuya invasion tenian los ene-
migos que prepararse de intento; y por lo que respecta á Ronda, favore-
cia sus operaciones y alzamiento la vecina é inexpugnable plaza de Gi-
braltar, depósito de grandes recursos, principalmente de pertrechos de
guerra.


La Regencia, para dar mayor estímulo á la defensa, encargó el man-
do de aquellos distritos á jefes de su confianza. Para el condado esco-
gió á D. Francisco de Copons y Navia, que permanecia en Cádiz despues
que en Febrero arribó allí con su division.


Partió, pues, el general nombrado, y el 14 de Abril tomó el mando
de aquel país, muy trabajado con las vejaciones del enemigo, y sólo de-
fendido por unos 700 hombres, remanente de cuerpos dispersos ó situa-
dos en otras partes. Procuró Copons unir y aumentar esta masa bastante
informe, recoger los caudales públicos, mantener libre la comunicacion
de la costa con Cádiz y hostigar con frecuencia á los franceses. Consi-
guió su objeto, si bien con suerte vária, teniendo á veces que replegar-
se á Portugal.


Del lado de Ronda la resistencia fué mayor, más empeñada y dura-
dera. Partido occidental esta serranía de la provincia de Málaga, y cor-
dillera de montes elevados, que arrancan desde cerca de Tarifa, exten-
diéndose al Este, se compone de muchos pueblos ricos en producciones
y dados al contrabando, á que los convida la vecindad de Gibraltar. Sus
moradores, avezados á prohibido tráfico, conocen á palmos el terreno,
sus angosturas y desfiladeros, sus cuevas las más escondidas, y teniendo
á cada paso que lidiar con los aduaneros y las tropas enviadas en perse-
cucion suya, están familiarizados con riesgos que son imágen de los de
la guerra. Empléanse las mujeres en los trabajos del campo, y en otros




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no menos penosos inherentes á la profesion de los hombres, y así son de
robustos miembros y de condicion asemejada á la varonil. Llena, pues,
de bríos poblacion tan belicosa, y previendo los obstáculos que recrece-
rian á su comercio si los franceses afianzaban su imperio, rehusó some-
terse al yugo extranjero.


Ya dieron aquellos habitantes señales de desasosiego al tiempo de
la ocupacion de Sevilla. José pensó que los tranquilizaria con su pre-
sencia y discursos, para lo cual pasó á Ronda ántes de concluir Febre-
ro. Satisfecho quizá de su excursion, ó temiendo más bien otras resultas,
no se detuvo allí muchos días, dejando solamente alguna fuerza y un go-
bernador con extensas facultades. Pero la autoridad del frances redújo-
se pronto á estrechos límites, ciñéndola á la ciudad la insurreccion de
los serranos. Acaudillaron á éstos várias cabezas, siendo uno de los que
más promovieron el alzamiento D. Andres Ortiz de Zárate, que los natu-
rales denominaron el Pastor.


El Consejo de Regencia, por su lado, envió de comandante al cam-
po de San Roque, cuyas líneas enfrente de Gibraltar se habian destrui-
do, de acuerdo con el gobernador inglés Campbell, á D. Adrian Jáco-
me, con encargo de recoger dispersos y de soplar el fuego en la serranía.
Hombre, Jácome, pacato é irresoluto, de poco sirvió á la buena causa.
Afortunadamente los serranos, siguiendo los ímpetus de su propio ins-
tinto, solian á veces obrar con más acierto que algunos jefes que presu-
mian de entendidos.


Al ánimo de aquéllos debióse en breve que el levantamiento tomase
tal vuelo, que ya el 12 de Marzo se presentaron numerosas bandas de-
lante de Ronda, capitaneadas por D. Francisco Gonzalez. Los france-
ses, viendo el tropel de gente que venía sobre ellos, evacuaron de no-
che la ciudad y se retiraron á Campillos. Penetraron luégo los paisanos
por las calles de Ronda, y comenzó gran desórden, y áun hubo pillaje y
otros destrozos. Contuviéronlo algun tanto patriotas de influjo, que lle-
garon oportunamente.


A poco se reforzaron tambien los enemigos con tropa que llevó de
Málaga el general Peyremont, y el 21 recobraron á Ronda. No perma-
neció allí largo tiempo dicho general, pues entrada, en su ausencia, por
los paisanos la ciudad de Málaga, tuvo que volar á su socorro. La guerra
continuó por toda la sierra, sin que los franceses pudiesen, solos, dar un
paso, y no trascurriendo dia en que sus puestos no fuesen inquietados.
Formóse en Jimena una junta, y nombró el Gobierno comandante del
distrito á D. José Serrano Valdenebro, bajo la inspeccion de D. Adrian




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Jácome. Creciendo los jefes, crecieron los celos y las competencias, y se
suscitaron trastornos y mudanzas.


Por tristes que fuesen tales ocurrencias, inevitables en guerra de esta
clase, no por eso se cedia en la lucha, llevando á cumplido remate proe-
zas que recuerdan las del tiempo de la caballería. Fué una de las más
memorables la que avino en Montellano, pueblo de 4.000 habitantes, in-
mediato á la sierra. Era alcalde D. José Romero, y ya el 14 de Abril, al
frente del vecindario, había repelido de sus calles á 300 franceses. Tor-
naron éstos el 22, reforzados con otros 1.000, para vengar la primera
afrenta. Encontraron á su paso obstáculos en Grazalema; pero llegando
al fin á Montellano, tuvieron allí que vencer la braveza de los morado-
res, lidiando con ellos de casa en casa. Impacientados los franceses de
tamaña obstinacion, recurrieron al espantoso medio de incendiar el pue-
blo. Redujéronle casi todo él á pavesas, excepto el campanario, en que
se defendían unos cuantos paisanos, y la casa de Romero. Este varon,
tan esforzado como Villandrando, haciendo de sus hogares formidable
palenque y ayudado de su mujer y sus hijos, continuó por mucho tiempo,
con terrible puntería, causando fiero estrago en los enemigos, y tal, que
no atreviéndose ya éstos á acercarse, resolvieron derribar á cañonazos
paredes para ellos tan fatales. Grande entónces el aprieto de Romero,
inevitable fuera su ruina si no le salvára de ella la repentina retirada de
los franceses, que se alejaron, temerosos de gente que acudia de Puer-
to-Serrano y otras partes. Libre Romero, á duras penas pudo arrancárse-
le de los escombros de Montellano, respondiendo á las instancias que se
le hacian: «Alcalde de esta villa, éste es mi puesto.» Retirado despues á
Algodonales, más desgraciado allí, aunque no menos valiente, en medio
de las llamas en que ardia su casa, pereció á manos del frances con casi
toda su familia, tan brava como el padre y tan desventurada.


Imitaban al mismo tiempo en Tarifa la conducta de los serranos. No
habian los enemigos ocupado ántes esta plaza, situada en el extremo
meridional de España, contentándose con sacar de ella raciones en una
ocasion en que se aproximaron á sus muros. Pudieron entónces haberla
fácilmente tomado, pero no juzgaron prudente exponerse á ello sin ma-
yores fuerzas. Los españoles despues aumentaron los medios de defen-
sa, y áun vinieron en su ayuda algunos ingleses, mandados por el mayor
Brown. Ignorábanlo los franceses, y el 11 de Abril intentaron entrar la
plaza de rebate. Salióles mal la empresa, rechazados, con pérdida, por el
paisanaje y sus aliados.


Vemos así cuánto distraian á los franceses las conmociones é ince-




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sante guerrear de los puntos más inmediatos á Cádiz. Tampoco se los de-
jaba tranquilos en otros más distantes de las mismas Andalucías, ya por
la parte de Murcia, en que permanecia el ejército del centro, ya por la de
Extremadura, en que estaba el de la izquierda.


Puesto aquél á últimos de Enero, segun queda referido, bajo las ór-
denes del general Blake, fué creciendo y disciplinándose en cuanto las
circunstancias lo permitian, y fomentó con su presencia partidas que se
levantaron en las montañas del lado de Cazorla y Úbeda, y en las Alpu-
jarras.


A principios de Marzo, D. Joaquin Blake, con motivo de la entrada
de Suchet en el reino de Valencia, movióse hácia aquella parte; mas, en-
terado luégo de la retirada de los franceses, retrocedió á sus cuarteles,
volviendo á unirse al general Freire, á quien con alguna tropa habia de-
jado en la frontera de Granada. Entónces fué cuando Blake recibió la ór-
den de pasar á la isla, quedando, en ausencia suya, D. Manuel Freire al
frente del ejército, cuya fuerza constaba de 12.000 infantes y cerca de
2.000 caballos, con 14 piezas de artillería.


Hizo á poco una correría la vuelta de aquel punto el general Sebas-
tiani, acompañado de 8.000 hombres. Enderezóse por Baza á Lorca, y
Freire se replegó sobre Alicante, metiendo en Cartagena la tercera divi-
sion de su ejército, al mando de D. Pedro Otedo. Los franceses se ade-
lantaron sin oposicion, y el 23 de Abril se posesionaron de la ciudad de
Murcia, siendo aquélla la vez primera que pisaban su suelo. Los vecinos
de más cuenta y las autoridades se habian ausentado la víspera. Sebas-
tiani anunció á su entrada que se respetarían las personas y las propie-
dades; pero no se conformó su porte con tan solemnes promesas.


En la mañana del 24 fué á la catedral, y despues de mandar que se
llevase preso á un canónigo revestido con su traje de coro, hizo que se
interrumpiesen los divinos oficios, obligando al Cabildo eclesiástico á
que inmediatamente se lo presentase en el palacio episcopal. Provenia
su enojo de que no se le hubiese cumplimentado al presentarse en la
iglesia. Maltrató de palabra á los canónigos, y ordenó que en el térmi-
no de dos horas se le entregasen todos sus fondos. Pidiéndole el Cabil-
do que por lo ménos alargase el plazo á cuatro horas, respondió altanera-
mente: «Un conquistador no deshace lo que una vez manda.»


Con no ménos despego y altivez trató Sebastiani á los individuos de
un ayuntamiento que se habia formado interinamente. Reprendióles por
no haberle recibido con salvas de artillería y repique de campanas, im-
poniendo al vecindario, en castigo, 100.000 duros, suma que á muchos




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ruegos rebajó á la mitad. Tomaron, ademas, el general frances y los su-
yos, no contando las raciones y otros suministros, todo el dinero de los
establecimientos públicos y la plata y alhajas de los conventos, sin que
se libertasen del saqueo várias casas principales.


Esta correría, ejecutada, al parecer, más bien con intento de esquil-
mar el reino de Murcia, áun intacto de la rapacidad enemiga, que de
afianzar el imperio del intruso, fué muy pasajera. El 26 del mismo Abril
ya todos los franceses habían evacuado la ciudad, y bien les vino, em-
pezando á reinar grande efervescencia en la huerta y contornos. Idos los
invasores, se ensañaron los paisanos en las personas y haciendas de los
que graduaron de afectos á los enemigos, y mataron al corregidor inte-
rino D. Joaquin Elgueta, el cual habia tambien corrido gran peligro de
parte de los franceses, queriendo amparar á los vecinos. ¡Triste y no me-
recida suerte! Mejor hubieran los murcianos empleado sus puños en de-
fenderse contra el comun enemigo que haberse manchado con la sangre
inocente de sus conciudadanos.


Envió despues Freire la caballería y algunos infantes á la frontera de
Granada, quedándose él en Elche. Con tal apoyo, volvieron á fomentar-
se las partidas por el lado de Cazorla y por el opuesto de las Alpujarras,
y hubo muchos reencuentros entre ellas y cuerpos destacados del ene-
migo, compuestos de 200 á 400 hombres. La conducta de algunas tro-
pas francesas contribuia tambien no poco á la irritacion de los habitan-
tes, habiéndose mostrado feroces en Velez Rubio y otros pueblos, por lo
que los vecinos defendian sus hogares de consuno, tocando á rebato y á
manera de leones bravos. En las Alpujarras, ásperas pero deliciosas sie-
rras, y en cuyas vertientes á la mar se dan las producciones del trópico,
señaláronse varios partidarios, como Mena, Villalobos, García y otros,
aspirando los moradores, como ya en su tiempo decia Mármol, á que se
les tuviese por invencibles.


Andaba tambien á veces la guerra bastante viva en la parte de las
Andalucías que linda con Extremadura. La Junta de Badajoz, luégo que
Mortier se retiró el 12 de Febrero de enfrente de la plaza, puso gran co-
nato en derramar guerrillas hácia el reino de Sevilla y riberas del Ta-
jo. Caminó luégo hácia las del Guadiana desde San Martin de Trevejos
el ejército de la izquierda, excepto la division de la Carrera, que que-
dó apostada para impedir las comunicaciones entre Extremadura y el
país allende la sierra de Baños. Este ejército, unido á la fuerza que ha-
bia en Badajoz, constaba de unos 26.000 infantes y de más de 2.000
hombres de caballería, la mitad desmontados. El Marqués de la Roma-




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na le distribuyó, colocando en su izquierda, cerca de Castello de Vide
y en Alburquerque, dos divisiones, al mando de D. Gabriel de Mendi-
zábal y D. Cárlos O’Donnell (hermano de D. Enrique) una, y su cuartel
general en Badajoz mismo, y otras dos á su derecha, en Olivenza y ca-
mino de Monasterio, á las órdenes de los generales Ballesteros y Senen
de Contreras. Servia de arrimo al ejército de Romana, ademas de Bada-
joz, la plaza de Yélves y otras no tan importantes, que guarnecen ambas
fronteras española y portuguesa, en donde tambien habia una division
aliada, que regía el general Hill. Se trabaron así de ambas partes conti-
nuos choques, ya que no batallas, y en algunos sostuvieron los españoles
con ventaja la gloria de nuestras armas. Ballesteros, por la derecha, fué
quien más lidió, siendo notables los combates de 25 y 26 de Marzo, en
Santa Olalla y el Ronquillo; los del 15 de Abril y 26 de Mayo, en Zala-
mea y Aracena, junto con los de Burguilles y Monasterio, que se dieron
al finalizar Junio; todos contra las tropas del mariscal Mortier.


Era el principal campo de Ballesteros, y su acogida el país montuoso
que se eleva entre Extremadura, Portugal y reino de Sevilla, desde don-
de, igualmente, se daba la mano con los españoles del condado de Nie-
bla. Sus servicios fueron dignos de loa, si bien á veces ponderaba sobra-
damente sus hechos.


Don Cárlos O’Donnell no dejaba tampoco de hostigar al enemigo
por el lado izquierdo. Tenía allí que habérselas con el segundo cuer-
po, á cargo del general Seynier, quien, en principios de Marzo, viniendo
del Tajo, sentó sus reales en Mérida. Se escaramuzó con frecuencia en-
tre unos y otros, y Reynier tambien hacia correrías contra las demas di-
visiones españolas, formalizándose en ocasiones las refriegas. Tal fué la
que se trabó en 5 de Julio entre él y los jefes Imaz y Morillo, en Jerez de
los Caballeros; los españoles se defendieron desde por la mañana has-
ta la caida de la tarde, y se retiraron con órden, cediendo sólo al núme-
ro. Permaneció Reynier en aquellas partes hasta el 12 de Julio, en cu-
yo tiempo repasó el Tajo, aproximándose á los cuerpos de su nacion, que
iban á emprender, camino de Ciudad-Rodrigo, la conquista de Portugal.
Observóle en su marcha, moviéndose paralelamente, la division del ge-
neral Hill.


Siguió haciendo siempre la guerra en el mediodía de Extremadura el
cuerpo del mariscal Mortier; mas este jefe, disgustado con Soult, anhela-
ba por alejarse, y aun pidió licencia para volver á Francia.


Molestaba la pertinaz resistencia de los españoles al mariscal Soult
en tanto grado, que, con nombre de reglamento, dió, el 9 de Mayo, un




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decreto ajeno de naciones cultas. En su contexto notábase, entre otras
bárbaras disposiciones, una que se aventajaba á todas, concebida en
estos términos: «No hay ningun ejército español, fuera del de S. M. C.
D. José Napoleon; así, todas las partidas que existan en las provincias,
cualquiera que sea su número, y sea quien fuere su comandante, serán
tratadas como reuniones de bandidos..... Todos los individuos de estas
compañías que se cogieren con las armas en la mano serán al punto juz-
gados por el preboste, y fusilados; sus cadáveres quedarán expuestos en
los caminos públicos.»


Así quería tratar el mariscal Soult á generales y oficiales; así á solda-
dos, cuyos pechos quizá estaban cubiertos de honrosas cicatrices; así á
los que vencieron en Bailén y Tamámes, confundiéndolos con foragidos.
La Regencia del reino tardó algun tiempo en darse por entendida de tan
feroz decreto, con la esperanza de que nunca se llevaría á efecto. Pero,
víctimas de él algunos españoles, publicó, al fin, en contraposicion, otro
en 15 de Agosto, expresando que por cada español que así pereciese, se
ahorcarian tres franceses, y que «miéntras el Duque de Dalmacia no re-
formase su sanguinario decreto sería considerado personalmente como
indigno de la proteccion del derecho de gentes, y tratado como un ban-
dido si cayese en poder de las tropas españolas.» Dolorosa y terrible re-
presalia, pero que contuvo al mariscal Soult en su desacordado enojo.


Entibiaban tales providencias las voluntades áun de los más afectos
al gobierno intruso, coadyuvando tambien á ello, en gran manera, los ye-
rros que Napoleon prosiguió cometiendo en su aciaga empresa contra la
Península. De los mayores, por aquel tiempo, fué un decreto que dió en
8 de Febrero. (5), segun el cual se establecian en várias provincias de


(5) En el palacio de las Tullerías, á 8 de Febrero de 1810.
Napoleon, etc. Considerando, por una parte, que las sumas enormes que nos cuesta


nuestro ejército de España empobrecen nuestro tesoro y obligan á nuestros pueblos á sa-
crificios que ya no pueden soportar; y considerando, por otra parte, que la administracion
española carece de energía y es nula en muchas provincias, lo que impide sacar partido
de los recursos del país, y los deja, por el contrario, á beneficio de los insurgentes, hemos
decretado y decretamos lo que sigue:


TÍTULO PRIMERO.
Del gobierno de Cataluña.


Artículo 1.º El séptimo cuerpo del ejército de España tomará el titulo de ejército de
Cataluña. 2.º La provincia de Cataluña formará un gobierno particular con el título de go-
bierno de Cataluña. 3.º El comandante en jefe del ejército de Cataluña será gobernador
de la provincia y reunirá los poderes civiles y militares. 4.º La Cataluña queda declara-




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España gobiernos militares. Encubríase el verdadero intento so capa de
que, careciendo de energía la administracion de José, era preciso em-


da en estado de sitio. 5.º El Gobernador queda encargado de la administracion de la jus-
ticia y de la real Hacienda, proveerá todos los empleos y hará todos los reglamento, ne-
cesarios. 6.º Todas las rentas de la provincia, en imposiciones ordinarias y extraordina-
rias, entrarán en la caja militar, á fin de subvenir á los sueldos y gastos de las tropas y á
la manutencion del ejército.


TÍTULO SEGUNDO.
Del gobierno de Aragon. Segundo gobierno.


El general Suchet será gobernador de Aragon, con toda la autoridad militar y civil;
nombrará toda clase de empleados, hará reglamentos, etc., etc., y desde 1.º de Mayo no
enviará nuestro Tesoro público fondos algunos para la manutencion del ejército, sino que
el país suministrará lo que necesite para él.


TÍTULO TERCERO.
Del gobierno de Navarra. Tercer gobierno.


La provincia de Navarra se llamará gobierno de Navarra.
El general Dufour será gobernador de Navarra, y conducirá allá los cuatro regimien-


tos de su division: en cuanto á su autoridad y manutencion del ejército, lo mismo que lo
dicho con respecto á Aragon.


TÍTULO CUARTO.
Del gobierno de Viacaya. Cuarto gobierno.


La Vizcaya se llamará gobierno de Vizcaya.
El general Thouvenot será gobernador, y lo mismo que lo dicho respecto á Navarra.


TÍTULO QUINTO.
Los gobernadores de estos cuatro gobiernos se entenderán con el estado mayor del


ejército de España en lo que tenga relacion con las operaciones militares; pero en cuanto
á la administracion interior y policia, rentas, justicia, nombramiento de empleados y todo
género de reglamentos, se entenderán con el Emperador por medio del Príncipe de Neu-
fchatel, mayor general.


TÍTULO SEXTO
Artículo 1.º Todos los productos y rentas ordinarias y extraordinarias de las provin-


cias de Salamanca, Toro, Zamora y Leon proveerán á la manutencion del sexto cuerpo de
ejército, y el Duque de Elchingen cuidará de que estos recursos sean bastantes para este
fin, haciendo que todo se invierta en utilidad del ejército. 2.º Lo que produzcan las pro-
vincias de Santander y Astúrias para la manutencion y sueldos de la division de Bomet.
3.º Las provincias situadas desde el Ebro á los límites de la de Valladolid lo entregarán
todo al pagador de Búrgos para el sueldo y manutencion de las tropas que allí haya y gas-
to de las fortificaciones. 4.º Las provincias de Valladolid y Palencia proveerán á la manu-
tencion y sueldo de la division de Kellermann. 5.º El Duque de Elchingen y los generales
Bonnet, Thiebaut y Kellermann se entenderán, en todo lo que tenga relacion con las ren-




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plear un medio directo para sacar los recursos del país, y evitar así la
ruina del erario de Francia, exhausto con las enormes sumas que costa-
ba el ejército de España. Todos, empero, columbraron en semejante re-
solucion el pensamiento de incorporar al imperio frances las provincias
de la orilla izquierda del Ebro, y áun otras, si las circunstancias lo per-
mitiesen.


El tenor mismo del decreto lo daba así á entender. Cataluña, Aragon,
Navarra y Vizcaya se ponian bajo el gobierno de los generales franceses,
los cuales, entendiéndose sólo, para las operaciones militares, con el es-
tado mayor del ejército de España, debian, «en cuanto á la administra-
cion interior y policía, rentas, justicia, nombramiento de empleados y to-
do género de reglamentos, entenderse con el Emperador, por medio del
Príncipe Neufchatel, mayor general.» Igualmente los productos y rentas
ordinarias y extraordinarias de todas las provincias de Castilla la Vieja,
reino de Leon y Astúrias se destinaban á la manutencion y sueldos de
las tropas francesas, previniéndose que con sus entradas hubiera bas-
tante para cubrir dichas atenciones.


Ya que tales providencias no hubiesen por sí mostrado á las claras el
objeto de Napoleon, los procedimientos de éste, á la propia sazon, res-
pecto de otras naciones de Europa, probaban con evidencia que su am-
bicion no conocía límites. Los estados del Papa, en virtud de un senado-
consulto, se unieron á la Francia, declarando á Roma segunda ciudad
del imperio, y dando el título de rey suyo al que fuese heredero impe-
rial. Debian ademas los emperadores franceses coronarse en adelante en
la iglesia de San Pedro, despues de haberlo sido en la de Notre Dame de
París. El senado-consulto, ostentoso en sus términos, anunciaba el rena-
cimiento del imperio de Occidente, y decia: «Mil años después de Car-
lo-Magno se acuñará una medalla con la inscripcion Renovatio imperii.»
Agregóse tambien á la Francia en este año la Holanda, aunque regida
por un hermano de Napoleon, y ocupó su territorio un ejército frances,
imaginando el Emperador, en su desvarío, pues no merece otro nombre,
que países tan diversos en idioma y costumbres, tan distantes unos de
otros, y cuya voluntad no era consultada para tan monstruosa asociacion,
pudieran largo tiempo permanecer unidos á un imperio cimentado sólo
en la vida de un hombre.


tas de las provincias de su mando, con el Emperador, por medio del Príncipe de Neufcha-
tel. 6.º La ejecucion de este decreto se encarga al Principe de Neufchatel y á los ministros
de la Guerra, en la administracion de la guerra, de rentas y del Tesoro público.




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En España muy en breve se empezaron á sentir las consecuencias
del establecimiento de los gobiernos militares. Procuró ocultar aquella
medida, en tanto que pudo, el gabinete de José, conociendo su mal in-
flujo. Los generales franceses, áun en las provincias no comprendidas en
el decreto, «dispusieron luégo á su arbitrio (6), como afirman Azanza y
Ofárril, y sin otra dependencia directa que la del Emperador, de todos
los recursos del país. Por consecuencia de esto las facultades del rey Jo-
sé, añaden los mismos, fueron disminuyendo hasta quedarse en una me-
ra sombra de autoridad.»


Sumamente incomodó á José la inoportuna y arbitraria resolucion de
su hermano, concebida en menoscabo de su poder y áun en desprecio de
su persona. Trastornáronse tambien los ánimos de los españoles sus ad-
herentes, quienes, ademas de ver en tal desacuerdo la prolongacion de
la guerra, dolíanse de que España pudiese como nacion desaparecer de
la lista de las de Europa. Porque entre los de este bando, no obstante sus
compromisos, conservaban muchos el noble deseo de que su patria se
mantuviese intacta y floreciente.


Menester, pues, era que por parte de ellos se pusiese gran conato en
que el Emperador revocase su decreto. Creyeron así oportuno enviar á
París una persona escogida y de toda confianza, y nadie les pareció más
al caso que D. Miguel José de Azanza, conocido de Napoleon ya en Ba-
yona, y ministro de genio suave y de índole conciliadora (7). Hemos lei-


(6) Memoria de los Sres. Azanza y Ofárril, pág.177.
(7) Algunas de estas cartas fueron interceptadas por las guerrillas cerca de Madrid y


se insertaron en la Gaceta de la Regencia de Cádiz. Las hemos confrontado con la corres-
pondencia manuscrita del Sr. Azanza, y las hemos encontrado del todo exactas. Hé aquí
las que nos han parodio más importantes: «Excmo. Sr.— Ha llegado el caso de que yo
pueda escribir á V. E. sobre asuntos que directamente nos conciernen. Antes de ayer por
la tarde tuve una larga conversacion con el Sr. Duque de Cadore, ministro de Relaciones
exteriores, que anteriormente me habla dicho queria comunicarme algo de órden del Em-
perador. Referiré todo lo sustancial de esta conferencia, en la cual se tocaron varios pun-
tos, y todos de importancia.


» Me dijo el Ministro que S. M. I. no puede enviar más dinero á España. y es preci-
so que ese reino provea á la subsistencia y gastos de su ejército; que bastante hace en ha-
ber empleado 400.000 franceses en la reduccion de España; que la Francia ha agotado
su erario, habiendo enviado ahí, desde el principio de la guerra, más de 200 millones de
libras; que nuestro gobierno no ha hecho uso de los recursos que ofrece el país para jun-
tar fondos; que debieron exigirse contribuciones en Andalucía, especialmente en Sevi-
lla y Málaga, y tambien en Murcia; que S. M. ha impuesto á Lérida una contribucion de
seis millones de libras (no estoy cierto si fué esta cantidad ú otra mayor la que me dijo);
que debieron confiscarse los efectos ingleses encontrados en Andalucía, y S. M. I. está en




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do la correspondencia que con este motivo siguió Azanza, y nada mejor
que ella prueba el desden y desprecio con que trataba al de Madrid el
gabinete de Francia.


el concepto de que sólo los de Sevilla habrían importado 40 millones; que debió echarse
mano de la plata de las iglesias y conventos; que en España ha de circular necesariamen-
te mucho dinero del que han introducido los franceses y los ingleses y del que ha veni-
do de América; que el Emperador siempre ha hecho la guerra sacando de los países que
ha subyugado toda la manutencion y gastos de sus ejércitos; que si no tuviera que em-
plear tantas tropas en la reduccion de la España, habria licenciado muchas de ellas, y
se habria ahorrado el dispendio que están acasionando; que los fondos de nuestra teso-
rería no han tenido la inversion preferente que correspondia, es á saber: pagar las tropas
que han de hacer la conquista y pacificacion del reino; que ha habido muchas prodiga-
lidades y gastos de lujo; que las gratificaciones justas pudieron suspenderse hasta tiem-
pos tranquilos y felices; que se mantienen estados mayores demasiado numerosos y cos-
tosos; que se han formado y forman cuerpos españoles, los cuales no sólo son inútiles,
sino perjudiciales, porque ademas de absorber sumas que podrian tener provechosa apli-
cacion, desertan sus individuos y pasan á aumentar la fuerza de los enemigos; y última-
mente, que es excesiva la bondad con que el Rey trata á los del partido contrario, conce-
diéndoles gracias y ventajas, lo que sólo sirve á disgustar y desalentar á los que desde el
principio abrazaron el suyo.


» Éstas son las principales especies que me dijo el Minstro; y ahora expondré á V. E.
las respuestas que yo le di. El punto más grave de todos, y el que á mi parecer ocupa más
la atencion del Emperador, es el de querer excusar que de Francia vaya á España más di-
nero que los dos millones de libras mensuales, prefijados en las disposiciones anteriores.
Acordándome de las notas que sobre este punto se pasaron estando yo encargado del mi-
nisterio de Negocios extranjeros, y teniendo muy presente la situacion de nuestras pro-
vincias y de nuestra tesorería, dije al Ministro que el Rey, mi amo, reconocia las grandes
erogaciones que la guerra de España ocasionaba al erario de Francia, pero que veia con
mucho dolor y sentimiento suyo ser imposible alcanzasen nuestros medios y nuestros re-
cursos á libertarlo de esta carga; que las rentas ordinarias habian sido hasta ahora casi
nulas, asi porque no hablan podido recaudarse sino en muy reducidos distritos sojuzga-
dos, como porque áun en éstos las contínuas incursiones de los insurgentes y las partidas
de bandidos habian inutilizado los esfuerzos y diligencias de los administradores y co-
bradores; que en muchas partes los mismos generales y jefes de las tropas francesas ha-
bian servido de obstáculo al recobro de loa derechos reales, en lugar de auxiliarlo; que las
provincias estaban arruinadas con las suministraciones de toda especie que habian teni-
do que hacer para la subsistencia, trasportes y hospitalidades de las tropas francesas, y
con la cesacion de todo tráfico de unos pueblos con otros; que cuantos fondos han podido
juntarse, así por los impuestos antiguos como por los arbitrios y medios que se han exco-
gitado, han sido destinados con preferencia á las necesidades del ejército frances, distra-
yendo únicamente algunas cortas sumas para la guardia real, la cual casi siempre ha es-
tado en crecidos descubiertos; para la lista civil de S. M, que no ha sido pagada sino en
una muy corta parte, y para otras atenciones urgentísimas, de modo que ni se tan pagado
viudedades, ni pensiones, ni sueldos de retirados, y muchas veces ni los de los empleados




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En principios de Mayo llegó á Paris, como embajador extraordinario,
el mencionado D. Miguel. Tardó en presentar sus credenciales, y á me-


más necesarios, pues ha habido ocasion en que los ministros mismos han estado durante
cinco meses sin recibir los suyos por ocurrir á los gastos de las tropas.


» En cuanto á los recursos de que se supone haberse podido echar mano, achacan-
do á impericia, falta de energía ó excesiva contemplacion del Gobierno para con los pue-
blos el no haberse así ejecutado, he dicho al Ministro que se han puesto en práctica cuan-
tas han permitido las circunstancias; que es preciso no perder de vista, para juzgarnos,
las circunstancias en que nos hemos hallado; esto es, que eran pocas las provincias so-
metidas, y muy rara, ó ninguna, la administrada con libertad; que se han exigido contri-
buciones extraordinarias y empréstitos forzados donde se ha creido posible, venciendo
no pequeños obstáculos; que habia sido necesario no vejar ni apurar hasta el extremo las
provincias sometidas, para conservarlas en su fidelidad, y no dar á las que estaban en in-
surreccion una mala idea de la suerte que las esperaba en el caso de su rendicion; que
habrian podido efectivamente sacarse más contribuciones, como lo hacen los generales
franceses en las provincias que están administrando, pero que nunca hubieran produci-
do lo suficiente á cubrir todos los gastos del ejército, especialmente demorándose éste dos
años y medio ó más en los mismos parajes; que estas contribuciones no podrian repetirse,
como lo enseñará la experiencia en Castilla y Leon, porque en las primeras se agota todo
el numerario existente y no se ve el modo de que prontamente vuelva á la circulacion, so-
bre todo cuando las tropas están en movimiento, y la caja militar desembolsa sus fondos
en distritos distantes de donde los ha recogido; que S. M. I. se convencerá de la imposibi-
lidad de juntar los caudales que sufraguen á todos los dispendios de la guerra, por lo que
sucede en las provincias que están confiadas á la administracion de generales franceses,
quienes no podrán ser culpados ni de indolencia, ni de demasiado miramiento para con
los pueblos, ántes bien es de temer se valgan de durezas y violencias que ningun gobier-
no del mundo puede ejercer para con sus propios súbditos, aquellos con quienes ha de vi-
vir, y cuya proteccion y amparo es su primer deber; y que lo que haya sucedido en Lérida
tal vez no podrá servir de ejemplo en otras partes, porque, segun he sabido aquí, en aque-
lla plaza, creyéndose muy dificil su conquista, se habia depositado el dinero y alhajas de
muchos pueblos é iglesias, ademas de que todavía no se sabe que haya podido satisfacer
toda la cantidad que se le ha impuesto.


» Hice presente al Ministro que en Andalucía se habian exigido algunas contribucio-
nes de que yo tenia noticia, pues en Granada, no obstante haberse entregado sin hacer la
menor resistencia, se pidieron cinco millones de reales con el nombre de préstamo forza-
do, y en Málaga mucho mayor cantidad, parte de la cual me acuerdo haberse aplicado á la
caja militar del cuarto cuerpo; que por haberme hallado ausente de Sevilla al tiempo de
su rendicion, no sé con exactitud lo que allí se hizo; pero estoy cierto de que se secues-
traron, con intervencion de las autoridades francesas, los efectos ingleses encontrados en
aquella ciudad, y que lo mismo se hizo tambien en Málaga; que siempre los primeros cál-
culos del valor de géneros aprehendidos suelen ser muy abultados, como oí haber sucedi-
do en Málaga á la entrada del general Sebastiani, y no será mucho que el concepto forma-
do por S. M. I. sobre el importe de los de Sevilla estribe en las primeras relaciones exage-
radas que llegarían á su noticia.


» Como estoy bien Informado de las diligencias activas que se han practicado para




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diados de Junio, de vuelta ya Napoleon, desde 1.º del mes, de un via-
je á la Bélgica, no habia aún tenido el ministro español ocasion de ver


recoger la plata de las iglesias, y de las resultas que esta operacion ha tenido, me hallé en
estado de decir al Ministro que este arbitrio no se habia descuidado; que no sólo se habia
procurado recoger y llevar directamente á la casa de la moneda todas las alhajas de plata
y oro encontradas en los conventos suprimidos, sino tambien las que pertenecian á Igle-
sias, catedrales, parroquiales y de monjas de todo el reino, dejando en ellas solamente los
vasos sagrados indispensables para el culto; que este arbitrio no habia sido tan cuantioso
y preductivo como se podria suponer, y nosotros mismos lo esperábamos: primero, porque
todas las iglesias por donde habian transitado las tropas francesas habian sido saquea-
das y despojadas; segundo, porque las partidas de insurgentes ó bandidos habian hecho
otro tanto en los pueblos que habian ocupado ó recorrido; y tercero, porque la plata do las
iglesias, vista en frontales, nichos ó imágenes, aparece de gran valor y riqueza, y cuando
va á recogerse y fundirse, se halla generalmente que es una hoja delgada, dispuesta sólo
para cubrir la madera que sirve de alma; y que este recurso, tal cual ha sido, y todos los
otros que se han adoptado, son los que han dado los fondos con que se ha podido atender
á las obligaciones imprescindibles de la tesorería, entre las cuales se ha contado siempre
con preferencia la subsistencia, la hospitalidad y demas gastos de la tropa francesa.


» Sobre el mucho numerario que se piensa debe haber en circulacion dentro de Es-
paña, por el que han introducido los franceses y los ingleses y el que ha venido de Amé-
rica, he asegurado al Ministro que no se nota todavía semejante abundancia, sea que la
mayor parte va á parar á los muchos cantineros y vivanderos franceses que siguen al ejér-
cito, sea que, por otra parte, está diseminada entre nuestros vendedores de comestibies y
licores, ó sea, principalmente, porque la moneda de cuño español haya desaparecido en
el tiempo del gobierno insurreccional, en pago de armamentos, vestuarios y otros efectos
recibidos del extranjero, especialmente de los ingleses, y de géneros que el comercio ha
introducido. Confieso que en esta parte carezco de nociones bastante exactas, y que só-
lo me he gobernado por los clamores y señales bien evidentes de pobreza que he presen-
ciado por todas partes.


» Para satisfacer plenamente sobre el cargo ó queja de que los fondos de nuestra te-
sorería no se han aplicado con preferencia á los gastos militares, y se han empleado en
prodigalidades y objetos de lujo, yo habria querido tener un estado que demostrase la in-
version que se ha dado á todos los caudales introducidos en tesorería desde que el Rey
está en España, y creo que no seria muy dificil el que se me enviase esta noticia. Entón-
ces veria esta córte qué cantidades se habian destinado á la guerra, y cuáles eran las que
se habian distraido á superfluidades y á lujo. Entre tanto, no comprendiendo yo qué era
lo que se queria calificar de prodigalidad y lujo, pues el Rey, nuestro señor, no ha estado
en el caso de hacer gastos excesivos con su lista civil, de que no ha cobrado, segun creo,
ni la mitad, y más presto ha carecido de lo que pide el decoro y el esplendor de la majes-
tad, pude entender por las explicaciones del Ministro que se hacia principalmente alu-
sion á las gratificaciones que S. M. ha distribuido á algunos de sus servidores, tanto mi-
litares como civiles. En esta inteligencia, expuse que estas gratificaciones, hechas con el
espíritu que se hacen todas de premiar servicios y estimular á que se ejecuten otros, en
ninguna manera habian minorado los fondos de la tesorería aplicables á la guerra; pues
habiendo consistido en cédulas hipotecarias, sólo útiles para la adquisicion de bienes na-




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al Emperador más que una vez cuando le presentaron. Pasados algunos
dias, mirábase Azanza como muy dichoso sólo porque ya le hablaban


cionales, no podian servir para la paga del soldado ni otros dispendios que precisamente
piden dinero efectivo. Á esto me repuso el Ministro que pues las cédulas hipotecarias te-
nian un valor, este valor podia reducirse á dinero. Y mi contestacion fué que por el pron-
to, y hasta que, establecida plenamente la confianza en el Gobierno, se multipliquen las
ventas de bienes nacionales, las cédulas se puede decir que no tienen un valor en nume-
rario por la grande pérdida que se hace en su reduccion; pero que no se ha omitido el ar-
bitrio de la enajenacien de bienes para ocurrir á los gastos del dia, entre los cuales siem-
pre los de guerra se han mirado como los primeros; ántes bien, para poder conseguir por
este medio algun fondo disponible, se han concedido ventajas á los que hicieran compras
pagando una parte en efectivo; y así las cédulas hipotecarias dadas por gratificacion, in-
demnizacion ú otro título no han quitado el recurso que por el pronto los bienes naciona-
les podian ofrecer á la tesorería.


» Acerca de estados mayores, que se suponen numerosos y costosos, he dicho al Mi-
nistro que á mi juicio habian informado mal á S. M. I.; que yo no creia que el Rey hubie-
se nombrado más generales y oficiales de estado mayor que los que eran precisos, ni ad-
mitido de los antiguos más que aquellos que en justicia debian serlo, por haber abrazado
el partido de S. M. y haberse mantenido fieles en él; y que estos últimos no habian consu-
mido hasta ahora fondos de la tesorería, pues yo dudaba que á ninguno se le hubiese sa-
tisfecho todavía sueldo. Tambien en este punto habria yo deseado hallarme más exacta-
mente instruido, porque estoy en el concepto de que ha habido mucha exageracion en lo
dicho al Emperador. Una relacion por menor de todos los estados mayores, que me pare-
ce no seria dificil formase el ministerio de la Guerra, desvaneceria la mala impresion que
puede haber en este particular.


» La opinion de que los regimientos y cuerpos españoles son perjudiciales porque
desertan y van á engrosar el número de los enemigos, despues de ocasionar dispendios al
erario, está aquí bastante válida, y de consiguiente se mira como prematura la formacion
de ellos. Yo he representado al Ministro que ninguna medida era más necesaria y política
que ésta, porque no hay gobierno que pueda existir sin fuerza; que aunque es cierto que
al principio hubo mucha desercion, nunca fué tan absoluta ó completa como se ponde-
ra; que cada vez ha ido siendo menor á medida que el espíritu público ha ido cambiando,
y extendiéndose la reduccion de las provincias; que actualmente es de esperar que será
muy corta ó ninguna, pues casi han desaparecido las masas grandes de insurgentes que
tomaban el nombre de ejércitos, y sólo quedan las partidas de bandidos, que ofrecen po-
co atractivo á los que estén alistados bajo las banderas reales; que los cuerpos españoles,
empleados en guarniciones, dejarian expeditas las tropas francesas para las operaciones
de campaña, como lo deseaban los generales franceses, lamentándose de haber de tener
diseminados sus cuerpos para conservar la tranquilidad en las provincias ya sometidas.
El Ministro pareció dudar de que hubiese generales franceses que conviniesen en la utili-
dad de la formacion de cuerpos españoles, al paso que creia aprobaban la de guardias cí-
vicas. Como yo sé positivamente que hay generales, y de mucha nota, que no sólo opinan
por la ereccion de cuerpos regulares, sino que la promueven y persuaden con ahínco, pu-
de afirmar y sostener mi proposicion. Pero yo desearia, por la importancia de este asun-
to, que los mismos generales hiciesen saber aquí su modo de pensar con los sólidos fun-




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(8), (son sus palabras). Satisfaccion poco duradera y de ninguna resul-
ta. Prolongó su estancia en París hasta Octubre, y nada logró, como tam-


damentos en que lo pueden apoyar; porque nosotros no merecerémos en esta parte mucho
crédito, y acaso, acaso, inspirarémos sospechas de mala naturaleza.


» Sólo resta hablar de la sobrada bondad con que se dice haber tratado el Rey á los
del partido contrario, concediéndoles gracias y ventajas. Yo quise explicar al Ministro las
resultas favorables que habia producido da amnistía general acordada á las Andalucias
cuando el Rey penetró por la Sierra-Morena; cómo su benignidad le ganó el corazon de
los habitantes de aquellas provincias, y le facilitó la ocupacion de ellas sin derramamien-
to de sangre, y con cuánta facilidad y prontitud terminó una campaña que habria sido la
más gloriosa posible sin la desgraciada resistencia de Cádiz, fomentada por los ardides y
por el oro de los ingleses; pero el Ministro hizo recaer el exceso de la bondad de S. M. so-
bre algunos individuos que, habiendo seguido el partido contrario, obtuvieron mercedes
y empleos en su real servicio. Dije entónces ser pocos les que se hallaban en este caso,
y que éstos eran sujetos notables por sus circunstancias y por el papel que habian hecho
entre los insurgentes; que S. M. estimó conveniente hacer estos ejemplares para inspirar
confianza en los que todavía vacilaban sobre prestarle su sumision, y no ha tenido motivo
hasta ahora de arrepentirse de haberlos colocado en los puestos que ocupan; que por to-
dos medios se procuró debilitar la fuerza de los insurgentes, y no fué el ménos oportuno el
admitir al servicio de S. M. los generales y oficiales que voluntariamente quisiesen entrar
en él, haciendo el correspondiente juramento de fidelidad; y que si esto ha desagradado
á algunos de los antiguos partidarlos del Rey, es un egoismo indiscreto, que no ha debido
estorbar la grande obra de reunir la nacion.


» He referido á V. E. lo que se trató en mi conferencia con el señor Duque de Cadore.
Nada hablé yo ni sobre el número de tropas francesas empleadas en la guerra de España,
ni sobre la cantidad de dinero que ha enviado el Tesoro de Francia á este reino, ni sobre
algunos otros puntos que tocó el Ministro, porque no tenia datos seguros sobre ello, ni creí
que debian ser materia de discusion. Tenga V. E, la bondad de trasladarlo todo á S. M. pa-
ra su soberana inteligencia, é indicarme lo que conforme á su real voluntad deberé añadir
ó rectificar en ocasiones sucesivas sobre estas mismas materias. No será mucho que á mi
se me hayan escapado no pocas reflexiones propias á probar la regularidad, la prudencia
y las sábias miras con que S. M. ha procedido en los particulares que han dado motivo á
los reparos y observaciones que de órden del Emperador se me han puesto por delante.


» Durante la conversacíon con el Ministro, tuve ocasion de leerle la carta que el Sr.
Ministro de la Guerra me remitió, escrita por el intendente de Salamanca en 24 de Mar-
zo último, haciendo una triste pintura del estado en que se hallaba aquella provincia, y
de las dificultades que ocurrían para hacer efectivas las contribuciones impuestas por el
mariscal Duque de Elchingen. Y ántes de levantar la sesion, le leí tambien la carta que
el Regente del Concejo de Navarra dirigió al Sr. Ministro Secretario de Estado, con fe-
cha de 30 de Abril, quejándose de la conducta que habia tenido el gobernador Mr. Du-
four, instigando al Consejo de Gobierno, erigido por él mismo á que hiciera una repre-
sentacion ó acto incompatible con la soberanía del Rey. Sobre esto, sin aprobar ni des-
aprobar el hecho de Mr. Dufour’ se me dijo solamente que los gobiernos establecidos en
Navarra y otras provincias eran unas medidas militares. Volveré á tratar más de propósi-
to de este asunto luégo que tenga oportunidad. Dios guarde á V. E. muchos años.— París,




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poco el Marqués de Almenara, que de Madrid corrió en su auxilio por el
mes de Agosto. Hubo momentos en que ambos vivieron muy esperanza-
dos; hubo otros en que por lo ménos creyeron que se daria á España, en
trueque de las provincias del Ebro, el reino de Portugal; ilusiones que
al fin se desvanecieron, diciendo Azanza al rey José, en uno de sus úl-
timos oficios (24 de Setiembre) (9): «El Duque de Cadore (Champagny),


19 de Junio de 1810.— Excelentisimo señor.— EL DUQUE DE SANTAFÉ.— Excmo. Sr. Mi-
nistro de Negocios extranjeros.»


(8) Señor: Me ha parecido conveniente enviar á V. M. abiertas las cartas que dirijo
con un correo al Ministro de Negocios extranjeros, por si quisiese enterarse de ellas an-
tes de pasárselas. Por fin ya me hablan. Yo no noto acrimonia alguna en las explicaciones
que se tienen conmigo. A mi juicio, las cartas que V. M. escribió al Emperador y á la Em-
peratriz, con motivo del casamiento, han surtido buen efecto. Nada me ha hablado todavía
el Emperador sobre negocios; pero cuando asisto al levé me saluda con bastante agrado.
El ministerio español se habia representado aquí por muchos como antifrances. El difun-
to Conde de Cabarrús era el que se habia atraido mayor ódio. Sobre esto me he explicado
con algunos ministros, y creo que con fruto. Aunque parece indubitable el deseo de unir á
la Franca las provincias situadas más acá del Ebro, y se prepara todo para ello, no es to-
davía una cosa resuelta, segun el dictámen de algunos, y se deja pendiente de los suce-
sos venideros. Juzgo, señor, que por ahora nada quiere de nosotros el Emperador con tan-
to ahinco como el que no le obliguemos á enviar dinero á España. El estado de su erario
parece que le precisa á reducir gastos. Debo hacer á Mr. Dennié la justicia de que en sus
cartas habla con la mayor sencillez, sin indicar siquiera que haya poca voluntad de nues-
tra parte para facilitar los auxilios que necesita su caja militar.


¿Creerá V. M. que algunos políticos de París han llegado á decir que en España se
preparaba una nueva revolucion, muy peligrosa para los franceses; es á saber, que los es-
pañoles unidos á V. M. se levantarian contra ellos? Considere V. M. si cabe una quimera
más absurda, y cuán perjudicial nos podría ser si llegase á tomar algun crédito. Y espe-
ro que semejante idea no tenga cabida en ninguna persona de juicio, y que caerá pronta-
mente, porque carece hasta de verosimilitud.


Dos veces he hablado al Príncipe de Neufchatel sobre la justa queja dada por V. M.
contra el mariscal Ney. En la primera me dijo que el Emperador no le habia entregado la
carta de V. M., y significó que no era de aprobar la conducta del Mariscal; y en la segun-
da me respondió que nada podia hacer en este asunto.


Se ha sostenido aquí, por algunos dias, la opinion de que los nuevos movimientos de
Holanda acarrearian la reunion de aquel país al imperio frances; pero ahora se cree que
no se llegará á esta extremidad.


Sé con satisfaccion que la Reina, mi señora, experimenta algun alivio en las aguas de
Plombiéres. Las señoras infantas gozan muy buena salud. He oído que la Reina de Ho-
landa está enferma de bastante cuidado, en Plombiéres. Quedo, como siempre, con el
más profundo rendimiento.— Señor.— De V. M. el más humilde, obediente y fiel súbdi-
to.— EL DUQUE DE SANTAFÉ — Paris, 20 de Junio de 1810.


(9) París, 22 de Setiembre de 1810.— Señor.— Segun nos ha dicho anoche el Prín-
cipe de Neufchàtel, ademas de haberse declarado que á V. M. corresponde el mando mi-




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en una conferencia que tuvimos el miércoles, nos dijo expresamente que
el Emperador exigia la cesion de las provincias de más acá del Ebro por
indemnizacion de lo que la Francia ha gastado y gastará en gente y dine-
ro para la conquista de España. No se trata de darnos á Portugal en com-
pensacion. El Emperador no se contenta con retener las provincias de
más acá del Ebro; quiere que le sean cedidas.»


Fuéronse, por lo mismo, éstas organizando á la manera de Francia,
en cuanto lo permitian las vicisitudes de la guerra, y cierto que la pro-
videncia de su incorporacion al imperio, se hubiera mantenido inalte-
rable, si las armas no hubieran trastrocado los designios de Napoleon.
Suerte aquélla fácil de prever despues de los acontecimientos de Bayo-
na en 1808, segun los cuales, y atendiendo á la ambicion y poderío del
Emperador de los franceses, necesariamente el gobierno de José, pri-
vado de voluntad propia, tenía que sujetarse á fatal servidumbre de na-
cion extraña.


En una de las primeras cartas de la citada correspondencia (10) de
D. Miguel de Azanza háblase de un suceso que por entónces hizo gran


litar de cualquiera ejército á que quisiese ir, se va á formar uno en Madrid y sus cerca-
nías, que estará á sus inmediatas órdenes; pero todavía nada ha resucito S. M. I. sobre la
abolicion de los gobiernos militares, y restitucion á V. M. de la administracion civil. So-
bre esto instamos mucho, conociendo que es el punto principal y más urgente. Nos ha di-
cho tambien el Príncipe que ha comunicado órdenes muy estrechas, dirigidas á impedir
las dilapidaciones de los generales franceses, y que se examine la conducta de algunos
de ellos, como Barthélemy.


El Duque de Cadore, en una conferencia que tuvimos el miércoles, nos dijo expresa-
mente que el Emperador exigia la cesion de las provincias de más acá del Ebro, por in-
demnizacion de lo que la Francia ha gastado y gastará en gente y dinero para la conquis-
ta de España. No se trata de darnos el Portugal en compensacion. Nos dicen que de esto
se hablará cuando esté sometido aquel país, y que áun entonces es menester consultar la
opinion de sus habitantes, que es lo mismo que rehusarlo enteramente. El Emperador no
so contenta con retener las provincias de más acá del Ebro; quiere que le sean cedidas.
No sabemos si desistirá de esto, como lo procuramos. Quedo con el más profundo respe-
to, etc.— (Sacada de la correspondencia manuscrita de D. Miguel José de Azanza, nom-
brado por el rey José duque de Santafé.)


Entre las cartas cogidas por los guerrilleros habia algunas en cifra; las hemos leido
descifradas en dicha correspondencia del señor Azanza, y nada añaden de particular.


(10) París, 18 de Mayo de 1810. Excmo. Sr.— Es imponderable la impresion que han
hecho en Francia las noticias publicadas en el Monitor sobre la aprehension del emisa-
rio inglés, Baron de Kolly, en Valencey, y las cartas escritas por el Príncipe de Asturias.
Cuando yo entré en Francia, en todos los pueblos se hablaba de esto; el vulgo ha dedu-
cido mil consecuencias absurdas. Lo que se cree por los más prudentes es que Kolly fué




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ruido en Francia, y cuyo relato tambien es de nuestra incumbencia. Fué,
pues, una tentativa, hecha en vano, para que pudiese el rey Fernando
escaparse de Valencey. Habíanse propuesto varios de estos planes al go-
bierno español, los cuales no adoptó éste por inasequibles, ó por lo mé-
nos no tuvieron resulta. En la actual ocasion tomó origen semejante pro-
yecto en el gabinete británico, siendo móvil y principal actor el Baron de
Kolly, empleado ya ántes en otras comisiones secretas. Muchos han te-
nido á éste por irlandés, y asi lo declaró él mismo; pero el general Sava-
ry, bien enterado de tales negocios, nos ha asegurado que era frances y
de la Borgoña.


Kolly pasó á Inglaterra para ponerse de acuerdo con aquel ministe-
rio, del cual era individuo el Marqués de Wellesley, despues de su vuel-
ta de España. Diéronsele á Kolly los medios necesarios para el logro de
su empresa, y papeles que acreditasen su persona y comprobasen la ve-
racidad de sus asertos. Desembarcó en la bahía de Quiberon, acercán-
dose tambien á la costa una escuadrilla inglesa, destinada á tomar á su
bordo á Fernando. En seguida partió Kolly á París para dar comienzo á
la ejecucion de su plan, de difícil éxito, ya por la extrema vigilancia del
gobierno frances, ya por el poco ánimo que para evadirse tenian el Rey
y los infantes.


No hemos hablado de aquellos príncipes despues de su confinamien-
to en Valencey. Su estancia no habia hasta ahora ofrecido hecho alguno
notable. Apénas en su vida diaria se habian desviado de la monótona y
triste que llevaban en la córte de España. Divertíanse á veces en obras
de manos, particularmente el infante D. Antonio, muy aficionado á las
de torno, y de cuando en cuando la Princesa de Talleyrand los distraia
con saraos ú otros entretenimientos. No les agradaba mucho la lectura, y
como en la biblioteca del palacio se veian libros que, en el concepto del


enviado de aquí, donde residió muchos años, para ofrecer sus servicios á la córte de Lón-
dres, y que consiguió engañarla perfectamente. El Príncipe, por este medio, se ha des-
acreditado y hecho despreciable más y más para con todos los partidos. Se cree, no obs-
tante, que el Emperador piensa en casarle, y que tal vez será con la hija de su hermano
Luciano. El prefecto de Blois, que ha estado muchos dias en Valencey, me ha dicho que
esto es verosimil, y que él mismo ha visto una carta escrita recientemente por el Empera-
dor al Príncipe en términos bastante amistosos, y asegurándole que le cumpliria todas las
ofertas hechas en Bayona. El Príncipe insta por salir de Valencey, y pide que se le dé al-
guna tierra, aunque sea hácia las fronteras de Alemania, léjos de las de España é Italia, y
da muestras de sentir y desaprobar lo que se hace en España á nombre suyo ó con pretex-
to de ser á su favor.— EL DUQUE DE SANTAFÉ.— Sr. Ministro de Negocios extranjeros, (Sa-
cada de la correspondencia manuscrita del Sr. Azanza.)




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LIBRO UNDÉCIMO (1808)


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citado infante, eran peligrosos, permanecia éste continuamente en ace-
cho para impedir que sus sobrinos entrasen en aposentos henchidos, á
su entender, de oculta ponzoña. Así nos lo ha contado el mismo Prínci-
pe de Talleyrand. Salian poco del circuito del palacio, y las más veces
en coche, llegando á punto la desconfianza de la policía francesa, que
con tretas indignas de todo gobierno, casi siempre les estorbaba el ejer-
cicio de á caballo.


La familia que los acompañó en su destierro, ántes de cumplirse el
año fué separada de su lado, y confinados algunos de sus individuos á
várias ciudades de Francia, entre ellos el Duque de San Cárlos y Escói-
quiz. Quedó solo D. Juan Amézaga, pariente del último; hombre, con
apariencias de honrado, de ocultos manejos, y harto villano para hacer-
se confidente y espía de la policía francesa.


En tal situacion y con tantas trabas, dificultoso era acercarse á los
príncipes sin ser descubierto, y más que todo llevar á feliz término el
proyecto mencionado. Ni tanto se necesitó para que se malograse. Ko-
lly, á pocos dias de llegar á París, fué preso, habiendo sido vendido por
un pseudo-realista y por un tal Richard, de quien se habia fiado. Metié-
ronle en Vincennes el 24 de Marzo, y no tardó en tener un coloquio con
Fouché, ministro de la Policía general. Admirábase éste de que hombres
de buen seso hubiesen emprendido semejante tentativa, imposible, de-
cia, de realizarse, no sólo por las dificultades que en si misma ofrecia,
sino tambien porque Fernando no hubiera consentido en su fuga.


Sin embargo, aunque estuviese de ello bien persuadida la policía
francesa, quisieron sus empleados asegurarse áun más, ya fuera para
sondear el ánimo de los príncipes, ó ya quizá para tener motivo de tomar
con sus personas alguna medida rigurosa. En consecuencia se propuso
á Kolly el ir á Valencey y hablar á Fernando de su proyecto, dorando la
policía lo infame de tal comision con el pretexto de que así se desenga-
ñaria Kolly, y veria cuál era la verdadera voluntad del Príncipe. Prome-
tiósele, en recompensa, la vida y asegurar la suerte de sus hijos. Des-
echó honradamente Kolly propuesta tan insidiosa é inicua, y de resultas
volviéronle á Vincennes, donde continuó encerrado hasta la caida de
Napoleon, siendo de admirar no pasase más allá su castigo.


La policía, no obstante la repulsa del Baron, no desistió de su inten-
to, y queriendo probar fortuna, envió á Valencey al bellaco de Richard,
haciéndole pasar por el mismo Kolly. Abocóse primero en 6 de Abril con
Amézaga el disfrazado espía; mas los príncipes, rehusando dar oidos á
la proposicion, denunciaron á Richard, como emisario inglés, al gober-




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nador de Valencey Mr. Berthemy, ora porque en realidad no se atrevie-
ran á arrostrarlos peligros de la huida, ora más bien porque sospecháran
ser Richard un echadizo de la policía. Terminóse aquí este negocio, en
el que no se sabe si fué más de maravillar la osadía de Kolly, ó la con-
fianza del gobierno inglés en que saliera bien una empresa rodeada de
tantas dificultades y escollos.


Publicóse en el Monitor, con la mira, sin duda, de desacreditar á Fer-
nando, una relacion del hecho, acompañada de documentos, y ántes en
el mismo año se habian ya publicado otros, de que insertamos parte en
las notas de los libros anteriores. Entre aquellos de que áun no hemos
hablado, pareció notable una carta que Fernando habia escrito á Napo-
leon en 6 de Agosto de 1809 (11), felicitándole por sus victorias. Nota-
ble tambien fué otra de 4 de Abril de 1810 (12), del mismo Príncipe á
Mr. Berthemy, en que decia: «Lo que ahora ocupa mi atencion es para
mi un objeto de mayor interes. Mi mayor deseo es ser hijo adoptivo de S.
M. el Emperador, nuestro soberano. Yo me creo merecedor de esta adop-
cion, que verdaderamente haria la felicidad de mi vida, tanto por mi
amor y afecto á la sagrada persona de S. M., como por mi sumision y en-
tera obediencia á sus intenciones y deseos.» No se esparcian mucho por
España estos papeles, y áun los que los leían considerábanlos como pér-
fido invento de Napoleon. A no ser así, ¡qué terrible contraste no hubiera
resaltado entre la conducta del Rey y el heroísmo de la nacion!


(11) Carta de Fernando VII al Emperador, en 6 de Agosto de 1809.
Señor.— El placer que he tenido viendo en los papeles públicos las victorias con que


la Providencia corona nuevamente la augusta frente de V. M. I. y R., y el grande interes
que tomamos mi hermano, mi tio y yo en la satisfaccion de V. M. I. y R., nos estimulan á
felicitarle con el respeto, el amor, la sinceridad y reconocimiento en que vivimos bajo la
proteccion de V. M. I. y R.


Mi hermano y mi tio me encargan que ofrezca á V. M. su respetuoso homenaje, y se
unen al que tiene el honor de ser con la más alta y respetuosa consideracion, señor, de V.
M. I. y R. el más humilde y más obediente servidor.— FERNANDO.— Valencey, 6 de Agos-
to de 1809. (Monitor de 5 de Febrero de 1810.)


(12) Carta inserta en el Monitor de 26 de Abril de 1810.