Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
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LIBRO VIGÉSIMO.


CAMPAÑA DE SALAMANCA.— MOVIMIENTO DE WELLINGTON.— FUERTES DE SALAMAN-
CA.— LOS ATACA WELLINGTON.— SE APODERA DE ELLOS.— VA WELLINGTON TRAS
DEL EJÉRCITO DE MRAMONT.— MOVIMIENTOS DE LOS FRANCESES Y DE LOS INGLE-
SES EN EL DUERO.— EMPIEZA WELLINGTON Á RETIRARSE.— VÁRIAS MANIOBRAS DE
AMBOS EJÉRCITOS.— SITÚASE WELLINGTON CERCA DE SALAMANCA.— BATALLA DE
SALAMANCA.— GÁNANLA LOS ALIADOS.— GRACIAS CONCEDIDAS Á WELLINGTON.—
CONTINÚAN RETIRÁNDOSE LOS FRANCESES.— AVANZA JOSÉ DE MADRID Á CASTILLA
LA VIEJA.— GUERRILLEROS EN CASTILLA.— SEXTO EJÉRCITO ESPAÑOL: BLOQUEA VA-
RIOS PUNTOS.— TOMA EL DE TORDESILLAS.— REVUELVE WELLINGTON CONTRA JO-
SÉ.— REENCUENTRO EN MAJADAHONDA.— RETÍRASE JOSÉ DE MADRID.— ENTRAN
LOS ALIADOS EN LA CAPITAL.— PUBLICASE Y JÚRASE LA CONSTITUCION.— WELLING-
TON ATACA EL RETIRO.— LE TOMA.— PROCLAMA DEL GENERAL ÁLAVA.— RE-
PRENSIBLE PORTE DE D. CÁRLOS ESPAÑA.— OTRAS MEDIDAS DESACERTADAS.— LA
DE MONEDAS.— TOMA EL EMPECINADO Á GUADALAJARA.— ABANDONAN EL TAJO
LOS FANCESES DEL CENTRO, Y SE DIRIGEN Á VALENCIA.— TRABAJOS QUE TUVIERON EN
EL CAMINO.— ALGUNOS SUCESOS EN CASTILLA LA VIEJA.— LA GUARNICION DE AS-
TORGA SE ENTREGA Á LOS ESPAÑOLES.— SÉPTIMO EJÉRCITO ESPAÑOL. EVACUAN LOS
FRANCESES Á SANTANDER.— SUCESOS DE VIZCAYA.— SALE WELLINGTON DE MA-
DRID Y PASA Á CASTILLA LA VIEJA.— SUCESOS EN ANDALUCÍA.— LEVANTAN LOS
FRANCESES EL SITIO DE CÁDIZ.— MARCHA DE CRUZ MOURGEON SOBRE SEVILLA.—
EVACUA SOULT Á SEVILLA.— ARREMETE CRUZ MOURGEON EN TRIANA CONTRA LA
RETAGUARDIA FRANCESA.— DOWNIE.— ENTRA CRUZ EN SEVILLA.— SIGUE SOULT
SU RETIRADA HÁCIA MURCIA.— BALLESTEROS. REENCUENTROS DE ÉSTE.— DROUET
ABANDONA LA EXTREMADURA.— SE DIRIGE POR CÓRDOBA Á GRANADA.— VA TRAS
ÉL EN OBSERVACION EL CORONEL SCHEPELER.— ENTRA SCHEPELER EN CÓRDOBA.—
DESMANES DE ECHAVARRI.— SIGUE DROUET RETIRÁNDOSE.— ENTRA EN GRANA-
DA EL EJÉRCITO DE BALLESTEROS.— ADMINISTRACION FRANCESA EN LAS ANDALU-
CÍAS.— OBJETOS DE BELLAS ARTES LLEVADOS DE LAS MISMAS PROVINCIAS.— SIGUE
SU RETIRADA SOULT.— ACONTECIMIENTOS EN VALENCIA.— ACCION DE CASTA-
LLA.— DISCUSIONES SOBRE ESTO EN LAS CÓRTES.— RESOLUCIONES DE LAS CÓR-
TES.— RENÚNCIA QUE HACE DEL CARGO DE REGENTE EL CONDE DEL ABISBAL.— SE
LA ADMITEN LAS CÓRTES.— NÓMBRASE REGENTE Á D. JUAN PEREZ VILLAMIL.—
JURA VILLAMIL.— EXPEDICION ANGLO-SICILIANA.— SE LE JUNTA LA DIVISION DE




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WHITTINGHAM.— DESEMBARCA LA EXPEDICION EN ALICANTE.— ALGUNAS MANIO-
BRAS Y SUCESOS.— ENTRA JOSÉ EN VALENCIA.— LLEGA SOULT AL REINO DE VA-
LENCIA.— ACOMETE DROUET EL CASTILLO DE CHINCHILLA.— LE TOMA.— ELÍO
SUCEDE Á D. JOSÉ O’DONNELL EN EL MANDO DEL SEGUNDO Y TERCER EJÉRCITO.—
EXCURSIONES SUYAS EN LA MANCHA.— MEDIDAS DE PREAUCION DE SUCHET.— SU-
CESOS EN ARAGON.— SUCESOS EN CATALUÑA.— SITUACION DE LORD WELLINGTON
EN CASTILLA LA VIEJA.— AVANZA Á BURGOS.— SE LE REUNE EL SEXTO EJÉRCITO
ESPAÑOL.— ENTRAN LOS ALIADOS EN BÚRGOS.— ATACAN EL CASTILLO.— NOM-
BRAN LAS CÓRTES GENERAL EN JEFE Á LORD WELLINGTON.— INCIDENTES QUE OCU-
RREN EN ESTE NEGOCIO.— DESOBEDIENCIA DE BALLESTEROS.— SE LE SEPARA DEL
MANDO.— CONTINÚA EL SITIO DEL CASTILLO DE BÚRGOS.— DESCÉRCANLE LOS ALIA-
DOS.— MOVIMIENTOS DE LOS FRANCESES.— DE JOSÉ SOBRE MADRID.— RETÍRAN-
SE LOS ALIADOS DE MADRID.— ESTADO TRISTE DE LA CAPITAL, DON PEDRO SAINZ
DE BARANDA.— ENTRA JOSÉ EN MADRID.— SALE OTRA VEZ.— VA JOSÉ Á CASTI-
LLA LA VIEJA.— MOVIMIENTO DE WELLINGTON.— AVANZAN Á CASTILLA LA VIEJA
LOS EJÉRCITOS FRANCESES DE PORTUGAL Y DEL NORTE.— EMPIEZA WELLINGTON Á
RETIRARSE.— MANIOBRAS DE LOS EJÉRCITOS.— REPASA WELLINGTON EL DUERO.—
ÚNESELE HILL.— WELLINGTON EN SALAMANCA.— JÚNTASE JOSÉ Á LOS EJÉRCITOS
SUYOS DEL NORTE Y DE PORTUGAL.— PASAN LOS FRANCESES EL TÓRMES.— SE RE-
TIRAN LOS INGLESES VIA DE PORTUGAL.— DESÓRDEN EN LA RETIRADA.— CAE PRI-
SIONERO EL GENERAL PAGET.— ENTRA LORD WELLINGTON EN PORTUGAL.— PASAN
Á GALICIA Y Á ASTÚRIAS EL SEXTO EJÉRCITO ESPAÑOL Y PORLIER.— DEFENSA HON-
ROSA DEL CASTILLO DE ALBA DE TÓRMES.— CUARTELES DE WELLINGTON EN POR-
TUGAL.— DIVÍDENSE LOS FRANCESES.— VUELVE JOSÉ Á MADRID.— CIRCULAR DE
LORD WELLINGTON.— PASA Á CÁDIZ LORD WELLINGTON.— RECIBO LISONJERO QUE
SE LE HACE.— SE LE DA ASIENTO EN LAS CÓRTES.— VÁRIAS DISPOSICIONES DE LA
REGENCIA.— NUEVA DISTRIBUCION DE LOS EJÉRCITOS ESPAÑOLES.— PASA WELLING-
TON Á LISBOA.— SE PREPARA Á NUEVAS CAMPANAS.


Rumbo cierto, y que conducia á puerto más seguro y cercano, tomó
ahora la guerra peninsular. Decidido lord Wellington á obrar activamen-
te en lo interior de Castilla, constituyóse, por decirlo así, centro de todos
los movimientos militares, que si bien eran ántes muchos y gloriosos, ca-
recian de union, y no estribaban en una base sólida, cual se requiere en
la milicia para alcanzar prontos é inmediatos resultados.


Empezó el general inglés su marcha, y levantó sus reales de Fuen-
te-Guinaldo el 13 de Junio. Llevaba repartido su ejército en tres colum-
nas; la de la derecha, mandada por el general Graham, tomó el camino
de Tamámes; la del centro, á cuyo frente se divisaba lord Wellington, el




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de San Muñoz, y se dirigió al de Sancti-Spíritus la de la izquierda, man-
dada por Picton. Agregábase á la última la fuerza de D. Cárlos de Espa-
ña, que formaba como una cuarta columna. El 16 se pusieron los alia-
dos sobre el Valmuza, riachuelo á dos leguas cortas de Salamanca, cuya
ciudad evacuó aquella noche el ejército enemigo, yendo la vuelta de To-
ro, despues de dejar unos 800 hombres en las fortificaciones erigidas so-
bre las ruinas de conventos y colegios que los mismos franceses hablan
demolido.


Tres eran los puntos fortalecidos que se contaban en Salamanca, de-
fendiéndose uno á otro por su posicion y distancia: el principal el de San
Vicente, trazado en el sitio del colegio de benedictinos del propio nombre,
que se hallaba colocado en el vértice del ángulo anterior de la antigua mu-
ralla sobre un peñasco perpendicular al rio. Habían los franceses tapiado
y aspillerado las ventanas del edificio, y unídole por cada lado con el an-
tiguo recinto, tirando unas líneas que amparaban foso y camino cubierto,
con escarpas y contraescarpas revestidas de mampostería. No resultaba
encerrado dentro de aquéllas el ángulo entrante del convento, y por eso le
cubrieron con una batería de faginas, protegida de una pared ó muro atro-
nerado, que tenía, ademas, por delante una empalizada. A la distancia de
250 varas levantábanse los otros dos fuertes ó reductos, el de San Cayeta-
no y el de la Merced; el último cercano al rio. Llamábanse así por haberse
formado con los escombros de dos conventos de la misma denominacion,
dispuestos por los franceses de manera que se convirtieron en dos fuertes
con escarpas verticales, fosos profundos y contraescarpas acasamatadas.
Construyéronse várias obras á prueba de bomba, y otros reparos.


En el espacio intermedio de los puntos fortificados y en su derredor,
como igualmente en otros parajes, habian derribado los franceses, pa-
ra despejar el terreno ó con otros intentos, muchos de los famosos edifi-
cios que adornaban á Salamanca. De veinte y cinco colegios hubo veinte
y dos más ó ménos arruinados, señaladamente los de Cuenca y Ovie-
do, fundacion de los ilustres prelados Villaescusa y Muros; y el del Rey,
magnífico monumento erigido en el reinado de Felipe II, segun el plan
del muy entendido arquitecto Juan Gomez de Mora. ¡Suerte singular y
adversa, que cuanto la piedad y la ciencia de los españoles habia levan-
tado en aquella ciudad, morada célebre del saber, casi todo fuese des-
truido ó trastornado por la mano asoladora de soldados de Francia, na-
cion, por otra parte, tan humana y culta!


Servian las fortificaciones allí construidas, no precisamente para re-
primir á los habitadores de Salamanca, sino más bien para vigilar el pa-




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so del Tórmes y su puente, antigüedad romana de las más notables de
España. Como le dominaban los fuegos del enemigo, tuvieron los ingle-
ses que pasar el rio el dia 17 por los vados del Canto y San Martin, ase-
diando despues é inmediatamente los fuertes; para cuyo objeto desti-
naron la sexta division del cargo del general Clinton. Al penetrar los
aliados por la ciudad, prorumpieron los vecinos en increíbles demostra-
ciones de júbilo y alegría, no pudiendo contener sus pechos, aliviados
repentinamente de la opresion gravosa que los había molestado durante
tres años Corrian todos á ofrecer comodidad y regalos á sus libertadores;
y á la hora del pelear hasta las mujeres anduvieron solícitas, sin distin-
cion de clase, en asistir á los heridos y enfermos. Superabundaron á los
aliados en Salamanca víveres y todo lo necesario, especialmente buena
y desinteresada voluntad, muestra del patriotismo de Castilla, que les
causó profunda y apacibilisima sensacion.


Los 800 franceses que guarnecian los fuertes habian sido entresaca-
dos de lo más granado del ejército, y sus jefes eran mirados como selec-
tos: al paso que los aliados, azarosos en esto del sitiar, se sorprendieron
al ver obras más robustas de lo que se imaginaban, hallándose, por tan-
to, desprevenidos para atacarlas, sin municiones ni tren correspondien-
te. Conociendo la falta, dieron modo de abastecerse de Almeida, prin-
cipiando, empero, los trabajos y el fuego, que continuaron hasta el 20,
en cuyo dia tornó á aparecer el mariscal Marmont, apoyada su derecha
en el camino real de Toro, su izquierda en Castellanos de los Moriscos,
y colocado el centro en la llanura intermediata. Los aliados se situaron
enfrente, teniendo la izquierda en un ribazo circuido por un barranco, el
centro en San Cristóbal de la Cuesta, y la derecha en una eminencia que
hacia cara al Castellanos nombrado. Permanecieron en mutua observa-
cion ambos ejércitos el 20, 21 y 22, sin más novedad que una ligera es-
caramuza en este día.


Tomaron, por su parte, diversas precauciones los sitiadores de los
fuertes, desarmaron las baterías, y pasaron los cañones al otro lado del
rio. Sin embargo, el 22 levantaron una nueva, con intento de aportillar
la gola del reducto de San Cayetano, y con la esperanza, de apoderarse
de esta obra, cuya ocupacion facilitaria la toma de San Vicente, la pri-
mera y más importante de todas. Maltratado el parapeto y la empalizada
de San Cayetano, resolvieron los sitiadores escalar el fuerte el 23, como
asimismo el de la Merced, mas se les malogró la tentativa, pereciendo en
ella 120 hombres y el mayor general Bowes.


En el propio dio Marmont, que ansiaba introducir socorro en los fuer-




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tes varió deposicion, tomando otra oblicua, de que se siguió quedar alo-
jada su izquierda en Huerta de Tórmes, su derecha en las alturas cerca
de Cabezavellosa, y el centro en Aldearubia. Lord Wellington, para evi-
tar que al favor de este movimiento se pusiesen los enemigos en comu-
nicacion con los fuertes por la izquierda del Tórmes, mudó tambien el
frente de su ejército, prolongando la línea, de forma que cubriese com-
pletamente á Salamanca, y pudiese ser acortada en breve, caso de una
reconcentracion repentina: se extendian los puestos avanzados á Aldea-
lengua. El 24, ántes de la aurora, 10.000 infantes franceses y 1.000 jine-
tes cruzaron el Tórmes por Huerta; contrapúsoles Wellington su primera
y séptima division, que pasaron tambien el rio al mando de sir Thomas
Graham, juntamente con una brigada de caballería: se apostó lo restan-
te del ejército inglés entre Castellanos y Cabrerizos. Hora de mediodía
sería cuando avanzó el enemigo hasta Calvarasa de Abajo; mas vislum-
brando á sus contrarios apercibidos, y que éstos le seguian en sus movi-
mientos, paróse, y tornó muy luégo á sus estancias del 23.


Entre tanto recibieron los ingleses el 26 las municiones y artillería
que aguardaban de Almeida, y renovaron el fuego contra la gola del re-
ducto de San Cayetano, en la que lograron romper brecha á las diez de la
mañana del día siguiente: al propio tiempo consiguieron tambien incen-
diar, tirando con bala roja, el edificio de San Vicente.


En tal apuro, los comandantes de todos tres fuertes dieron muestra
de querer capitular; pero sospechando Wellington que era ardid, á fin de
ganar tiempo y apagar el incendio, sólo les concedió cortos minutos pa-
ra rendirse, pasados los cuales ordenó que sin tardanza fuesen asaltados
los reductos de San Cayetano y la Merced. Se apoderaron los aliados del
primero por la brecha de la gola, del segundo por escalada. Entónces el
comandante del fuerte de San Vicente pidió ya capitular, y Wellington
accedió á ello, si bien enseñoreado de una de las obras exteriores. Que-
dó prisionera la guarnicion, y obtuvo los honores de la guerra. Cogieron
los ingleses vestuarios y muchos pertrechos militares, pues los enemi-
gos habian considerado por muy seguros aquellos depósitos, en cuyas
obras habian trabajado cerca de tres años, y expendido sumas cuantio-
sas. Eran acomodados los fuertes para resistir á las guerrillas, comprimir
cualquier alboroto popular y evitar una sorpresa, no para contrarestar el
ímpetu de un ejército como el aliado. Despues de la toma se demolieron
por inútiles, lo mismo que otras obras que habian levantado los france-
ses en Alba de Tórmes, de donde, escarmentados, sacaron á tiempo la
guarnicion. El mariscal Marmont, que no parecia sino que había acudi-




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do á Salamanca para presenciar la entrega de los fuertes, se alejó la no-
che del 27, llevando distribuida su gente en tres columnas, una la vuelta
de Toro, las otras dos hácia Tordesillas. Al retirarse, pusieron fuego los
franceses á los pueblos de Huerta, Bavila-Fuente, Villoria y Villorue-
la: causaron estrago en los demos, y talaron y quemaron la cosecha, que
ofrecia rico y precioso esquilmo. Prosiguieron los ingleses en su marcha
el 28 tras sus contrarios, y poniéndose sobre el Trabancos, se alojó su
vanguardia en la Nava del Rey.


Tampoco se pararon aquí los franceses, juzgando prudente, ántes de
emprender cosa alguna, aguardar refuerzos de su ejército del Norte, por
lo cual, hostigados de los ingleses, atravesaron el Duero en Tordesillas
el día 2 de Julio por su hermoso puente, de estructura, segun se cree, del
tiempo de los Reyes Católicos. Situáronse en esta nueva estancia, apo-
yando su derecha enfrente de Pollos, el centro en el mismo Tordesillas,
y la izquierda en Simáncas sobre Pisuerga. No desaprovechó Marmont
aquí su tiempo, y tardando en llegar los refuerzos del ejército del Norte,
viendo tambien que la superioridad inglesa consistia principalmente en
su caballería, trató de aumentar la suya propia, despojando de sus caba-
llos á los que no correspondia tenerlos por ordenanza, y lo mismo á los
que gozando de este derecho se hallaban con un número excedente de
ellos, por cuyo medio aumentó su fuerza con más de 1.000 jinetes. Tam-
bien se aumentó ésta con la division de Bonnet, que se juntó al ejército
frances el 7 de Julio, viniendo de Astúrias por Reinosa.


Animado con esto Marmont, y sabedor ademas de que el sexto ejér-
cito español, saliendo de Galicia, daba muestra de venir sobre Castilla,
decidió repasar el Duero, y acercarse al inglés para empeñar batalla. Pe-
ro receloso de cruzar aquel rio en presencia de ejército tan respetable,
efectuó ántes marchas y contramarchas desde el 13 al 16 de Julio, enca-
minándose orilla abajo hácia Toro, en donde empezó á ocuparse en repa-
rar el puente que habia destruido.


Durante este tiempo, lord Wellington había colocado en un princi-
pio su derecha en La Seca, y su izquierda en Pollos. Aquí existe un va-
do, no muy practicable entónces para la infantería, así por su naturale-
za, como por el lugar en que se alojaba el enemigo. No ofrece el Duero
en su curso desde la union del Pisuerga, y quizá desde más arriba hasta
la del Esla, muchos parajes cómodos y apropiados para cruzarle delan-
te de un enemigo que ocupe la derecha. Corre en gran parte por llanuras
bastante anchas, sólo ceñidas por ribazos y alturas más ó ménos lejanas
del rio, resultando de aquí que el sitio más acomodado para pasarle en




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todo aquel terreno, teatro á la sazon de los ejércitos beligerantes, era el
de Castro-Nuño, dos leguas corriente arriba de Toro, en donde se divisa
un buen vado y una curva que forma el terreno, propicia á las operacio-
nes de tropas que enseñoreen la márgen izquierda.


Pensaba lord Wellington en verificar el paso, cuando advirtiendo el
movimiento de Marmont hácia Toro, y áun noticioso de que algunas fuer-
zas francesas atravesaban el Duero el dia 16 por el puente de aquella
ciudad, se corrió sobre su izquierda, y trató de reconcentrarse á las már-
genes del Guareña. Con efecto, hizo maniobrar en este sentido á todo su
ejército, excepto á las divisiones primera y ligera, con una brigada de
caballería á las órdenes de sir Stapleton Cotton, fuerza apostada en Cas-
trejon. Pero el mariscal frances, contramarchando entónces rápidamen-
te, se dirigió en la noche del 16 al 17 sobre Tordesillas, cruzó el rio, y
juntó todo su ejército en la mañana del mismo día en la Nava del Rey,
habiendo andado sin parar no ménos de diez leguas. Con tan inespera-
do movimiento, no sólo consiguió repasar el Duero y burlar la vigilancia
de los ingleses, sino que puso casi á merced suya á Cotton, muy separa-
do del cuerpo principal del ejército británico. Así fué que al amanecer
del 18 le atacaron los franceses, y áun rodearon la izquierda de su posi-
cion por Alaejos. Dichosamente pudo Cotton, á pesar de fuerzas tan su-
periores, mantenerse firme, y dar tiempo á que acudiesen refuerzos de
Wellington, que le ayudaron á replegarse ordenadamente, si bien hosti-
gado por retaguardia y flanco, á Torrecilla de la Orden, y de allí á incor-
poraras al grueso del ejército aliado.


Colocáronse en. seguida los franceses en unas lomas á la derecha del
Guareña, y Wellington, despues de situar en otras opuestas tres de sus
divisiones, decidió que lo restante de su ejército atravesase aquel rio por
Vallesa, para impedir que el enemigo envolviese su derecha, como in-
tentaba.


Atravesó éste tambien dicho rio Guareña por Castrillo, tratando el
general Clausel, que mandaba una de las columnas principales, de apo-
derarse de cierta situacion ventajosa, y caer sobre la izquierda inglesa;
operacion que se le frustró con pérdida de bastantes prisioneros, entre
ellos el general Carrier.


El 19, ya en la tarde, sacó el enemigo muchos cuerpos de su derecha
y los trasladó á la izquierda, lo que obligó á Wellington á ejecutar manio-
bras análogas con el objeto de inutilizar cualquiera tentativa de sus con-
trarios. Se preparó tambien el general inglés á admitir batalla, si se la
presentaban los franceses en las llanuras de Vallesa.




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No era todavía tal la intencion del mariscal enemigo, quien más bien
quería maniobras que aventurar accion alguna. Así fué que en el dia
20 se puso todo el ejército frances en plena marcha sobre su izquierda,
y obligó á Wellington á emprender otra igual por su propia derecha, de
que resultó el singular caso de que dos ejércitos enemigos, no detenidos
por ningun obstáculo, y moviéndose por líneas paralelas á distancia ca-
da uno de medio tiro de cañon, no empeñasen entre sí batalla ni reen-
cuentro notable. Marchaban ambos aceleradamente y en masas unidas.
Uno y otro se observaban, aguardando el momento de que su adversa-
rio cayese en falta.


Amaneció el 21, y reconcentrando lord Wellington su ejército hácia
el Tórmes, se situó de nuevo en San Cristóbal, á una legua de Salaman-
ca, posicion que ocupó durante el asedio de los fuertes. Los franceses
pasaron aquel rio por Alba, en donde dejaron una guarnicion, alojándo-
se entre esta villa y Salamanca. Atravesaron los aliados en seguida el
Tórmes por el puente de la misma ciudad y por los vados inmediatos, y
sólo apostaron á la márgen derecha la tercera division con alguna caba-
llería.


Entónces se afianzó Wellington en otra posicion nueva: apoyó su de-
recha en un cerro de dos que hay cerca del pueblo, llamado de los Ara-
piles, y la izquierda en el Tórmes, más abajo de los vados de Santa Mar-
ta. Los franceses, situados al frente, estaban cubiertos por un espeso
bosque, dueños desde la víspera de Calvarasa de Arriba, y de la altura
contigua apellidada de Nuestra Señora de la Peña. A las ocho de la ma-
ñana desembocó rápidamente del mencionado bosque el general Bon-
net, y se apoderó del otro Arapil, apartado más que el primero de la po-
sicion inglesa, pero muy importante por su mayor elevacion y anchura.
Descuido imperdonable en los aliados no haberle ocupado ántes; y ad-
quisicion ventajosísima para los franceses como excelente punto de apo-
yo caso que se trabase batalla. Conoció su yerro lord Wellington, y por
lo mismo trató de enmendarle retirándose, no siéndole fácil desalojar de
allí el enemigo, y temiendo tambien que le llegasen pronto á Marmont
refuerzos del ejército frances del Norte, y otros del llamado del centro,
con el rey José en persona. Pero presuntuoso el mariscal frances, probó
en breve estar léjos de querer aguardar aquellos socorros.


En efecto, empezó á maniobrar y girar en torno del Arapil grande en
la mañana del 22, ocupando ambos ejércitos estancias paralelas. Cons-
taba el de los franceses, despues que se le habia unido Bonnet, de unos
47.000 hombres; lo mismo, poco más ó ménos, el de los anglo-portugue-




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ses. Apoyaba éste su derecha en el pueblo de los Arapiles, delante del
cual se levantan los dos cerros del propio nombre, ya indicados; y su iz-
quierda en Santa Marta. Afianzaba aquél sus mismos y respectivos cos-
tados sobre el Tórmes y Santa María de la Peña; Wellington trajo cerca
de sí las fuerzas que habia dejado al otro lado del rio, y las colocó detras
de Aldea Tejada, al paso que los franceses, favorecidos con la posesion
del Arapil grande, iban tomando una posicion oblicua, que á asegurarla,
fuera muy molesta para los aliados en su retirada.


Dióse prisa por tanto Wellington á emprender ésta, y la comenzó á las
diez de la mañana, ántes de que los contrarios pudiesen estorbar seme-
jante intento. En él andaba, cuando observando las maniobras del ene-
migo, advirtió que queriendo Marmont incomodarle y estrecharle más y
más, prolongaba su izquierda demasiadamente. Entónces, con aquel ojo
admirable de la campaña, tan sólo dado á los grandes capitanes, ni un
minuto transcurrió entre moverse el enemigo, notar la falta el inglés, y
ordenar éste su ataque para no desaprovechar la ocasion que se le pre-
sentaba.


Fué la embestida en la forma siguiente: reforzó Wellington su dere-
cha, y dispuso que la tercera division bajo del general Packenham, y la
caballería del general d’Urhan con dos escuadrones más, se adelantasen
en cuatro columnas, y procurasen envolver en las alturas la izquierda
del enemigo, miéntras que la brigada de Bradford, las divisiones quin-
ta y cuarta del cargo de los generales Leith y Cole, y la caballería de Co-
tton le acometian por el frente, sostenidas en reserva por la sexta divi-
sion del mando de Clinton, la séptima de Hope, y la española regida por
D. Cárlos de España. Las divisiones primera y ligera se alojaban en el
ala izquierda, y sonaban como de respeto. Ademas debia apoyar el ge-
neral Pack la izquierda de la cuarta division, y arremeter contra el cerro
del Arapil, que enseñereaba el enemigo.


Correspondió el éxito á las buenas disposiciones del general aliado.
Flanqueó Packenham al frances, y arrolló cuanto se le puso por delan-
te. Las divisiones inglesas que atacaron al centro enemigo desalojaron
las tropas de éste de una en otra altura avanzando á punto de amenazar
sus costados. No fué permitido, con todo, al general Pack apoderarse del
Arapil grande, aunque le asaltó con el mayor denuedo: sólo distrajo la
atencion de los que lo ocupaban.


En aquella hora, que era la de las cuatro y media de la tarde, al ver
el mariscal Marmont arrollada una de sus alas y mal parado el centro; se
dirigió en persona á restablecer la batalla; mas su mala estrella se lo im-




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pidió, sintiéndose en el mismo instante herido gravemente en el brazo y
costado derecho: la misma suerte cupo á su segundo el general Bonnet,
teniendo al cabo que recaer el mando en el general Clausel. Contratiem-
pos tales influyeron siniestramente en el ánimo de las tropas francesas;
sin embargo, reforzada su izquierda, y señoras todavía los mismas del
Arapil grande, hicieron cejar, muy maltratada, á la cuarta division in-
glesa. Relevóla inmediatamente Wellington con la sexta, é introdujo de
nuevo allí buena ordenanza, á punto que ahuyentó á los franceses de
la izquierda, obligándolos á abandonar el cerro del Arapil. Mantenía-
se, no obstante, firme la derecha enemiga, y no abandonó su puesto sino
á eso del anochecer. Entónces comenzó á retirarse ordenadamente todo
el ejército frances por los encinares del Tórmes. Persiguióle Wellington
algun tanto, si bien no como quisiera, abrigado aquél de la oscuridad
de la noche. Repasaron los enemigos el rio sin tropiezo, y continuaron
los aliados el alcance. Cargaron éstos á la retaguardia francesa el 23, la
cual, abandonada de su caballería, perdió tres batallones. Los ingleses
se pararon despues en Peñaranda, reforzado el enemigo con 1.200 caba-
llos procedentes de su ejército del Norte.


Apellidaron los aliados esta batalla la de Salamanca por haberse da-
do en las cercanías de aquella ciudad; los franceses, de los Arapiles por
los dos cerros que ántes hemos mencionado; cerros famosos en las can-
ciones populares de aquel país, que recuerdan las glorias de Bernardo
del Carpio (1).


Sangrienta batalla por ambas partes; pues en ella y en sus inmedia-
tas consecuencias contaron los franceses entre los heridos á los arriba
indicados Marmont y Bonnet, y entre los muertos á los de la misma cla-
se Ferey, Thomieres y Désgraviers. Ascendió á mucho su pérdida de ofi-
ciales y soldados, con dos águilas, seis banderas y unos once cañones:
cerca de 7.000 fueron los prisioneros. Costó tambien no poco á los alia-
dos la victoria, y no ménos que á 5.520 subieron los muertos y heridos:
hubo de éstos muchos jefes, y entre los primeros se contó el general La
Marchant. Don Cárlos de España y D. Julian Sanchez tuvieron algunos
hombres fuera de combate; y aunque no tomaron parte activa en la ba-


(1) Harto conocida es la cancion popular que empieza por estos versos:
En el Carpio está Bernardo,


Y el moro en el Arapil;
Como el Tórmes va por medio,
Non se pueden combatir, etc.




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talla, por mantenerse de reserva con otras divisiones del ejército aliado,
no por eso dejaron de ejecutar con serenidad y acierto las maniobras que
les prescribió el General en jefe.


En recompensa de jornada tan importante, y á propuesta de la Re-
gencia del reino, concedieron las Córtes á lord Wellington la Orden del
Toison de Oro; regalándole el collar doña María Teresa de Borbon, prin-
cesa de la Paz, conocida en este tiempo bajo el título de condesa de
Chinchon; collar que labia pertenecido á su padre el infante D. Luis,
y de que hacia dón aquella señora á tan ilustre capitan en prueba del
aprecio y admiracion que le merecian sus altos hechos. Tambien reci-
bió lord Wellington del Parlamento británico gracias, mercedes y nue-
vos honores.


Prosiguieron los franceses su retirada, y se reconcentraron en Tudela
y puente de Duero, á la derecha de este rio. Fueron tras ellos los ingle-
ses, si bien tenian que parar su consideracion en el rey José, que con la
mayor parte de su ejército del centro, y otras fuerzas, se adelantaba por
Castilla la Vieja.


Habia salido de Madrid el 21 de Julio, trayendo consigo más de
10.000 infantes y 2.000 caballos. En su número se contaba la division
italiana de Palombini, procedente de Aragon. Habíala llamado José para
engrosar sus fuerzas, y en el mismo dia 21 habia entrado en Madrid. Es-
taban ya el 25 los puestos avanzados de este ejército en Blasco-Nuño, y
allí les cogieron los aliados unos cuantos de sus jinetes con dos oficiales.
Supo José á poco la derrota de Salamanca, y desde la Fonda de San Ra-
fael, en donde se albergaba, tomó el 27 la ruta de Segovia, en cuyo pun-
to, adoptando una estancia oblicua sobre el Eresma, sin abandonar las
faldas de las sierras de Guadarrama ni alejarse mucho de Madrid, con-
seguia proteger la marcha retrógada de Clausel, amagando el flanco de
los ingleses.


No por eso dejó lord Wellington de acosar á sus contrarios, obligán-
dolos á continuar su retirada via de Búrgos, y abandonar á Valladolid.
Entró en esta ciudad el general en jefe inglés el 30 de Julio, y acogiéron-
le los moradores con júbilo extremado.


Derramados los guerrilleros de Castilla la Vieja en torno del ejérci-
to británico, ayudaban á molestar al frances en su retirada, y el llamado
Marquinez cogió el mismo dia 30, en las cercanías de Valladolid, unos
300 prisioneros.


Igualmente favoreció los movimientos de lord Wellington el sex-
to ejército español, compuesto en su totalidad de 15.300 hombres, en-




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tre ellos unos 600 de caballería. Se adelantó en parte, desde el Vierzo
aquende los montes, y bloqueó los puntos de Astorga, Toro y Tordesillas.
En este pueblo abrigábanse fortificados en la iglesia 250 hombres, que
se entregaron el 5 de Agosto al brigadier D. Federico Castañon. Se me-
tió al propio tiempo en España, con la milicia portuguesa de Tras-los-
Montes, el Conde de Amarante, y coadyuvó al plan general de los alia-
dos, cercando á Zamora.


No hizo en Valladolid larga parada lord Wellington, queriendo impe-
dir la union que se anunciaba del ejército enemigo de Portugal, hácia la
parte superior del Duero, con el otro que mandaba José. Por eso, dejan-
do al cuidado de su centro é izquierda el perseguimiento de Clausel, mo-
vió el general inglés su derecha á lo largo del Cega, y sentó sus reales
en Cuéllar el l.º de Agosto; dia en que el rey intruso, desistiendo de todo
otro intento, abandonó á Segovia, pensando sólo en recogerse á Madrid.
No dudó, sin embargo, Wellington en proseguir inquietándole, porque,
persuadido de que el ejército frances de Portugal, maltratado ahora, no
podria en algun tiempo empeñarse en nuevas empresas, resolvió estre-
char á José y forzarle á evacuar la capital del reino, cuya ocupacion por
las armas aliadas resonaria en Europa y tendria venturosas resultas.


Con este propósito levantó lord Wellington sus cuarteles de Cuéllar
el 6 de Agosto; y atravesando por Segovia, llegó á San Ildefonso el 8, en
donde hizo alto un dia, para aguardar á que cruzase su ejército las sie-
rras de Guadarrama. Habia dejado en el Duero, al salir de Cuéllar, la
division del general Clinton y la brigada de caballería del general An-
son, á fin de observar aquella línea. El grueso de su ejército, viniendo la
vuelta de Castilla la Nueva, pasó sin tropiezo alguno en los dias 9, 10 y
11, los puertos de Guadarrama y Navacerrada. El general d’Urban, que
precedia á todos con un cuerpo de caballería portuguesa y alemana y
tropas ligeras, tropezó con 2.000 jinetes enemigos, que si bien al prin-
cipio hicieron ademan de retirarse, tornaron en busca de los aliados, á
quienes hallaron enfrente de Majadahonda. Ordenó d’Urban el ataque,
mas los portugueses aflojaron, dejando en poder del enemigo tres caño-
nes y al Vizconde de Barbacena, que se portó briosamente. Los alema-
nes que estaban formados detras del mismo pueblo de Majadahonda,
sirvieron de amparo á los fugitivos y contuvieron á los franceses. Perdie-
ron los aliados 200 infantes y 120 caballos en este reencuentro.


Antes, y desde que se susurró entro los parciales del gobierno intru-
so el progreso de los ingleses y su descenso por las sierras de Guadarra-
ma, trataron todos de poner en salvo sus personas y sus intereses. Cua-




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lesquiera precauciones no eran sobradas; los partidarios, que en todos
tiempos batian sin cesar los caminos y sitios cercanos á la capital, habian
acrecido ahora su audacia, y apénas consentian que impunemente nin-
gun frances suelto ni aficionado suyo asomase por fuera de sus cercas.


En momento tan crítico renovóse, hasta cierto punto, el caso del dia
de Santa Ana en el año de 1809. Azorados los comprometidos con el
gobierno intruso, acongojábanse, y previendo un porvenir desventura-
do, enfardelaban y se disponian á ausentarse. Los que les eran opues-
tos corrian alborozados las calles, y se agolpaban á las puertas por don-
de presumian entrasen los que miraban como libertadores. Llegó el 11
de Agosto, y José salió de Madrid con parte de su ejército, encaminán-
dose al Tajo; hicieron lo mismo en la mañana del dia siguiente, áun tem-
prano, las fuerzas que quedaban dentro y demas allegados, dejando tan
sólo en el Retiro una guarnicion de 2.000 hombres con el especial obje-
to de custodiar á los enfermos y heridos.


Dadas las diez, y echadas las campanas á vuelo, empezaron poco
despues á pisar el suelo de la capital los aliados y varios jefes de guerri-
lla, señaladamente entre ellos D. Juan Martin el Empecinado y D. Juan
Palarea. No tardó en presentarse por la puerta de San Vicente lord We-
llington, á quien salió á recibir el Ayuntamiento formado de nuevo, y le
llevó á la casa de la Villa, en donde, asomándose al balcon acompañado
del Empecinado, fué saludado por la muchedumbre con grandes acla-
maciones. Se le hospedó en Palacio, en alojamiento correspondiente y
suntuoso. Las tropas todas entraron en la capital en medio de muchos vi-
vas, habiéndose colgado y adornado las casas como por encanto. Obse-
quiaron los moradores á los nuestros y á los aliados con esmero, y has-
ta el punto que lo consentian las estrecheces y la miseria á que se veian
reducidos. Las aclamaciones no cesaron en muchos dias, y abrazábanse
los vecinos unos á otros, gozándose casi todos no ménos en el contenta-
miento ajeno que en el propio.


Recayó el nombramiento de gobernador de Madrid en D. Cárlos de
España; y el 13, por órden de lord Wellington, conforme á lo dispues-
to por la Regencia del reino, se proclamó la Constitucion formada por
las Córtes generales y extraordinarias. Presidieron el acto D. Cárlos de
España y D. Miguel de Álava. El concurso numerosísimo, los aplausos
universales. Se prestó el juramento el 14, por parroquias, segun lo pre-
venido en decreto de 18 de Marzo del año en que vamos. Los vecinos
acudieron con celo vivísimo á cumplir con este deber, pronunciando di-
cho juramento en voz alta, y apresurándose espontáneamente muchos á




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responder áun ántes que les llegase su turno; considerando en este acto,
no sólo la Constitucion en sí misma, sino tambien y más particularmen-
te creyendo dar en él una prueba de adhesion á la causa de la patria y de
su independencia. Don Cárlos de España y D. Miguel de Álava presta-
ron el juramento en la parroquia de Santa Maria de la Almudena. Llamó
el primero la atencion de los asistentes por los extremos que hizo, y pa-
labras que pronunció en apoyo de la nueva ley fundamental, que segun
manifestó, queria defender áun á costa de la última gota de su sangre.


Á pesar de tales muestras de confianza y júbilo no se aquietaba We-
llington hasta posesionarse del Retiro, y por tanto le cercó y le empezó
á embestir á las seis de la tarde del 13. Habian establecido allí los fran-
ceses tres recintos. El primero, ó exterior, le componian el Palacio, el
Museo y las tapias del mismo jardin, con algunas flechas avanzadas pa-
ra flanquear los aproches. Formaba el segundo una línea de nueve fren-
tes, construidos á manera de obras de campaña, con un rebellin ademas,
y una media luna. Reducíase el tercero á una estrella de ocho puntas ó
ángulos, que ceñia la casa llamada de la China, por ser ántes fábrica de
este artefacto.


El Retiro, morada ántes de placer de algunos reyes austriacos, espe-
cialmente de Felipe IV, que se solazaba allí componiendo obras dramá-
ticas con Calderon y algunos ingenios de su tiempo, y tambien de Fer-
nando VI y de su esposa doña Bárbara, muy dada á oir en su espléndido
y ostentoso teatro los dulces acentos de cantores italianos; este sitio, re-
cuerdo de tan amenas y pacíficas ocupaciones, habiendo cambiado aho-
ra de semblante, y llenádose de aparato bélico, no experimentó semejan-
te transformacion sin gran detrimento y menoscabo de las reliquias de
bellas artes, que áun sobrevivian, y la experimentó bien inútilmente, si
hubo el propósito de que allí se hiciese defensa algo duradera.


Porque en la misma tarde del 13, que fué acometida la fortaleza,
arrojó el general Packenham los puestos enemigos del Prado y de todo el
recinto exterior, penetrando en el Retiro por las tapias que caen al jar-
din Botánico, y por las que dan enfrente de la Plaza de Toros, junto á la
Puerta de Alcalá. Y en la mañana del 14, al ir á atacar el mismo general
el segundo recinto, se rindió á partido el gobernador, que lo era el coro-
nel Lefond. Tan corta fué la resistencia, bien que no permitia otra cosa la
naturaleza de las obras, suficientes para libertar aquel paraje de un re-
bate de guerrillas, pero no para sostenér un asedio formal. Concediéron-
se á los prisioneros los honores de la guerra, y quedaron en poder de los
aliados contando tambien empleados y enfermos, 2.506 hombres. Ade-




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mas 189 piezas de artillería, 2.000 fusiles, y almacenes considerables
de municiones de boca y guerra.


Para calmar los ánimos de los comprometidos con José residentes to-
davía en Madrid, y atraer á nuestras banderas á los alistados en su ser-
vicio, ó sean jurados, como los apellidaban, dió el general Álava, una
proclama concebida en términos conciliadores. Su publicacion produ-
jo buen efecto, y tal, que en pocas horas se presentaron á las autorida-
des legítimas más de 800 soldados y oficiales. Sin embargo, las pasiones
que reinaban, y sobre todo, la enemistad y el encono contra la parcia-
lidad de José de los que ántes se consideraban oprimidos bajo su yugo,
fueron causa de que se motejase de lene y áun de impolítica la conduc-
ta del general Álava. Achaque comun en semejantes crisis, y en donde
tienen poca cabida las decisiones de la fria razon, y sí mucho séquito las
que sugieren propias ofensas ó irritantes y recientes memorias. Subieron
las quejas hasta las Córtes mismas, y costó bastante á los que sólo apete-
cian indulgencia y concordia evitar que se desaprobase el acertado y to-
lerante proceder de aquel general.


Otro rumbo siguió D. Cárlos de España. Inclinado á escudriñar vidas
pasadas y á molestar al caido, de condicion en todos tiempos persegui-
dora, tomó determinaciones inadecuadas y áun violentas, publicando un
edicto en el que, teniéndose poca cuenta con la desgracia, se ordenaban
malos tratamientos con palabras irónicas, y se traslucian venganzas.


Desacuerdo muy vituperable en una autoridad suprema, la cual, so-
breponiéndose al furor ciego y momentáneo de los partidos, conviene
que sólo escuche al interes bien entendido y permanente del Estado, y
que exprese sus pensamientos en lenguaje desapasionado y digno. En D.
Cárlos de España graduóse tal porte hasta de culpable, por notarse en
sus actos propension codiciosa, de que dió en breve pruebas palpables,
apropiándose haberes ajenos atropellada y descaradamente.


Ahogaron, pues, en gran manera el gozo de los madrileños semejantes
procedimientos. Tambien el no sentir inmediato alivio en la miseria y ma-
les que los abrumaban, habiendo confiado sucederia así luégo que se ale-
jase el enemigo y se restableciese la autoridad legítima. Esperanzas que,
consolando en la desdicha, casi nunca se realizan; porque en los tránsi-
tos y cambios de las naciones, ni es dable tornar á lo pasado, ni subsanar
cumplidamente los daños padecidos, como tampoco premiar los servicios
que cada cual alega, á veces ciertos, á veces fingidos ó exagerados.


Destemplaron asimismo la alegría várias medidas de la Regencia y
de las Córtes. Tales fueron las decretadas sobre empleados y sus purifi-




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caciones, de que hablarémos en otro lugar. Tales igualmente las que se
publicaron acerca de las monedas de Francia, introducidas en el reino, y
de las acuñadas dentro de él con el busto del intruso. Tuvieron origen las
resoluciones sobre, esta materia en el año de 1808 á la propia sazon que
invadieron nuestro territorio las tropas francesas; pues sus jefes, solici-
tando entónces que sus monedas circulasen con igual ventaja que las es-
pañolas, consiguieron se nombrase una comision mixta de ensayadores
naturales y extranjeros, cuyos individuos, parciales ó temerosos, forma-
ron una tarifa en gran menoscabo de nuestros intereses (2), la cual me-
reció la aprobacion del Consejo de Castilla, amedrentado ó con poco co-
nocimiento de la materia.


No es dado afirmar si esta comision verificó los debidos ensayes de
las monedas respectivas, ni tampoco si se vió asistida de los conoci-
mientos necesarios acerca de la ley metálica ó grado de fino y del peso
legal, con otras circunstancias que es menester concurran para determi-
nar el verdadero valor intrínseco de las monedas. Pero parece fuera de
duda que tomó por base general de la reduccion el valor que correspon-
dia entónces legalmente al peso fuerte de plata reducido á francos, sin
tener cuenta con el remedio ó tolerancia que se concedía en su ley y pe-
so, ni con el desgaste que resulta del uso. Así evaluábase la pieza de cin-
co francos en 18 reales 25 maravedises, 479/533, y el escudo de seis li-
bras tornesas en 22 reales y ocho maravedises.


En el oro la diferencia fué más leve, habiéndosele dado al napoleon
de 20 francos el valor de 75 reales, y al luis de oro de 24 libras tornesas
el de 88 reales y 32 maravedises: consistió esto en no haber tenido pre-
sente la comision de ensayadores, entre otras cosas, la razon diversa que
guardan ambos metales en las dos naciones; pues en España se estima
ser diez y seis veces mayor el valor nominal del oro, cuando en Francia
no llega ni á quince y medio.


Siguióse de esta tarifa en adelante para los españoles, en las mone-
das de plata, un quebranto de 9 y 11 por 100, y en las de oro de 1 y 2 por
100; de manera que en las provincias ocupadas apénas circulaba más
cuño que el extranjero.


Los daños que de ello se originaron, junto con la aversion que habia
á todo lo que emanaba del invasor, motivaron dos órdenes, fechas una


(2) Los males que en España se han seguido de las mudanzas interesadas ó poco me-
ditadas en el valor de la moneda, pueden verse enumeradas con científica puntualidad en
el tratado de Mariana intitulado De monetaæ mutatione.




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en 4 de Abril de 1811, y otra en 16 de Julio de 1812. Dirigíase la pri-
mera á prohibir el curso de las piezas acuñadas en España con busto de
José, previniéndose á los tenedores las llevasen á la casa de la moneda,
en donde recibirian su justo valor en otras legales y permitidas. Enca-
minábase la segunda, ó sea la circular de 1812, á igual prohibicion res-
pecto de la moneda francesa, especificándose lo que en las tesorerías se
habia de dar en cambio; á cuyo fin se acompañaba una tarifa apreciati-
va del valor intrínseco de dicha moneda, y por tanto bastante diverso del
que calcularon en 1808 los ensayadores nombrados al intento. Este tra-
bajo, aunque imperfecto, se aproximaba á la verdad, en especial respec-
to de las piezas de cinco francos, si bien no tanto en los escudos de seis
libras, y ménos todavía en las monedas de oro.


La prohibicion de las fabricadas con busto del rey intruso no tuvo
otro fundamento sino odios políticos ó precipitada irreflexion, pues sa-
bido es que se acuñaban los pesos fuertes de José con el mismo peso y
ley que los procedentes de América: debiendo tambien notarse que en
Francia se estiman los primeros áun más desde que el arte perfecciona-
do de la afinacion ha descubierto en ellos mayor porcion de oro que en
los antiguos, habiendo sido comunmente fabricados los modernos del
tiempo de la invasion con vajillas y alhajas de iglesia, en que entraba
casi siempre plata sobredorada.


Estas dos providencias, tan poco meditadas como lo habia sido la ta-
rifa de 1808, excitaron clamor general, lo mismo en Madrid que en los
demas puntos á medida que se evacuaban, por el quebranto insinuado
arriba que de súbito resultó, mayormente pesando las pérdidas sobre los
particulares, y no sobre el erario, y alterándose (3) repentinamente por
sus disposiciones el valor de las cosas. En muchos parajes suspendie-
ron sus efectos las autoridades locales, y representaron al gobierno legí-
timo, el cual á lo último, aunque lentamente, pues no lo verificó (4) hasta


(3) En diversas ocasiones en lo antiguo sucedió lo mismo entre nosotros, señalada-
mente en los reinados de San Fernando, de Alfonso el Sabio, de Enrique II, Juan el II, y
sobre todo en el de Enrique IV, sin venir á épocas posteriores. En el último reinado, di-
ce el P. Saez, con referencia á un anónimo, que fué tal el trastorno y la confusion que re-
sultaron de las alteraciones hechas en el valor de la moneda, «que la vara de paño, que
solía valer 200 maravedis, llegó á valer 600, y el marco de plata, que valia 1.500, llegó á
valer 6.000.....» (Demostracion histórica del verdadero valor de las monedas, por el P. Fr.
Liciniano Saez.)


(4) Hé aquí esta tarifa, casi igual á la de 1808, sin más diferencia que la de reducir
á ochavos enteros los maravedises y sus quebrados, que expresaba la última. «Las Cór-




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el Setiembre de 1813, mandó que por entónces se permitiese la circula-
cion de la moneda del rey intruso acuñada en España, y tambien la del
imperio frances, arreglándose casi en un todo á la tarifa de 1808, perju-
dicialisima ésta en sí misma, mas de difícil derogacion en tanto que no
fuese el erario, y no los particulares, el que soportase la pérdida ó dife-
rencia que existia entre el valor real ó intrínseco de la circular de 1812,
y el supuesto de la tarifa de 1808.


Habiendo tardado algun tiempo en efectuarse la suspension, áun por
las autoridades locales, de las órdenes de 1811 y 1812, el trastorno que
ellas causaron fué notable, y mucha la desazon, encareciéndose los ví-


tes generales y extraordinarias, en vista de várias representaciones sobre la urgente é in-
dispensable necesidad de que por las actuales circunstancias las monedas del intruso rey
y las del imperio frances se admitan, así en los pagamentos públicos, como en los tratos
particulares de todos géneros, decretan:


»1.º Se suspenden los efectos de la Órden de 4 de Abril de 1811, y circular de 10 de
Julio de 1812, y en consecuencia autorizan por ahora, y entre tanto que sin ningun perjui-
cio otra cosa se provea, la circulacion de la moneda del rey intruso por el valor corriente
que á cada pieza se le da, sean corresponde con la española.


» 2.º La de la moneda del imperio frances, conforme al valor con que ha corrido, y
expresa el siguiente


Arancel expresivo del valor de la moneda del imperio frances,
cuya circulacion se autoriza por ahora en España.


MONEDAS DE ORO. ...................................................RS. DE V.N. .......................... OCHAVOS
1 Napoleon de 20 francos...............................................75
1 Idem de 40 francos....................................................150
1 Luis de 24 libras tornesas. ..........................................88 ...................................15
1 Idem de 48 libras tornesas. .......................................177 ...................................14


MONEDAS DE PLATA.
1/4 de franco. .........................................................................................................15
1/2 de franco. ..................................................................1 ...................................14
1 franco. ...........................................................................3 ...................................12
2 francos...........................................................................7 .....................................8
5 francos........................................................................ 18 ..................................12
Pieza de una libra y 10 sueldos torneses ..........................5 .....................................9
De 3 libras tornesas........................................................11 .....................................1
Escudo de 6 libras tornesas............................................22 .....................................3
» Lo tendrá entendido la Regencia del reino para su cumplimiento, haciéndolo impri-


mir, publicar y circular.— Dado en Cádiz, á 3 de Setiembre de 1813.— JOSE MIGUEL GOR-
DOA Y BARRIOS, presidente.— JUAN MANUEL SUBRIE, diputado secretario.— MIGUEL RIESCO
Y PUENTE, diputado secretario.— Á la Regencia del reino.» (Coleccion de los decretos y ór-
denes de las Córtes extraordinarias de Cádiz, tomo IV, pág. 179.)




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veres en lugar de abaratarse, y acreciéndose por de pronto el daño con
las especulaciones lucrosas é inevitables de algunos trajineros y comer-
ciantes. Así que necesidad hubo del ódio profundo que se abrigaba en
casi todos los corazones contra el extranjero, y tambien de que prosi-
guiesen cogiendo laureles las armas aliadas, para que no se entibiasen
los moradores de los pueblos, ahora libres, en favor de la buena causa.


A dicha continuaron sucediéndose faustos acontecimientos al rede-
dor, y áun léjos de la capital. En Guadalajara, 700 á 800 hombres que
guarnecían la ciudad á las órdenes del general Preux, antiguo oficial
suizo al servicio de España, se rindieron el 16 de este Agosto á D. Juan
Martin el Empecinado. Desconfiado Preux á causa de su anterior con-
ducta, queria capitular sólo con lord Wellington; mas éste le advirtió que
si no se entregaba á las tropas españolas que le cercaban, le haria pasar
á cuchillo con toda la guarnicion.


Fueron evacuando los franceses la orilla derecha del Tajo, y unién-
dose sus destacamentos al cuerpo principal de su ejército del centro,
que proseguia retirándose vía de Valencia. Salieron de Toledo el día 14,
en donde entró muy luégo la partida del Abuelo, recibida con repique
general de campanas, iluminaciones y otros regocijos. Por todas par-
tes destruia el enemigo la artillería y las municiones que no podIa lle-
var consigo, y daba indicio de abandonar para siempre, ó á lo menos
por largo tiempo, las provincias de Castilla la Nueva. En su tránsito á
Valencia encontraron José y los suyos tropiezos y muchas incomodida-
des, escaseándoles los víveres, y sobre todo el agua, por haber los natu-
rales cegado los pozos y destruido las fuentes en casi todos los pueblos,
que tal era su enemistad y encono contra la dominacion extraña. Pade-
cieron más que todos los comprometidos con el intruso y sus desgracia-
das familias, pues hubo ocasion en que no tuvieron ni siquiera una sed
de agua que llevar á la boca, segun aconteció al terrible ministro de po-
licía D. Pablo Arribas.


En Castilla la Vieja, viendo los enemigos la suerte que habia cabido
á su guarnicion de Tordesillas, y temerosos de que acaeciera otro tanto
á las ya bloqueadas de Zamora, Toro y Astorga, destacaron del ejército
suyo, llamado de Portugal, 6.000 infantes y 1.200 caballos á las órde-
nes del general Foy, para que, aprovechándose del respiro que les daba
el ejército aliado en su excursion sobre Madrid, libertasen las tropas en-
cerradas en aquellos puntos. Consiguiéronlo con las de Toro, alejándo-
se los españoles que bloqueaban la ciudad. No fueron tan dichosos en
Astorga, adonde se dirigió Foy, engrosado en el camino con otro cuerpo




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de igual fuerza al que llevaba. Trescientos de sus jinetes se adelantaron
á las cercanías, mas la guarnicion, comuesta de 1.200 hombres y man-
dada por el general Remond se habia rendido el 18 de Agosto en conse-
cuencia de las repetidas y mañosa intimaciones del coronel D. Pascual
Enrile, ayudante general del estado mayor del sexto ejército.


Recibió Foy tan sensible nueva en la Bañeza, y no pasando adelan-
te, se enderezo hácia Carvajales con intento de sorprender al Conde de
Amarante, que, habiendo levantado el bloqueo de Zamora, tornaba á su
provincia de Tras-los-Montes. Se le frustró el golpe proyectado al gene-
ral frances, quien tuvo que contentarse con recoger el 29 la guarnicion
de aquella plaza, no habiendo llenado sino á medias el objeto de su ex-
pedicion.


Ni dejaron tampoco de inquietar al enemigo por el propio tiempo los
diferentes cuerpos de que se componia el séptimo ejército, y que ascen-
dian á unos 12.000 infantes y 1.600 caballos, ayudados en las costas
de Cantabria por las fuerzas maritimas inglesas. Colocóse D. Juan Diaz
Porlier entre Torrelavega y Santander, y ejecutando diversas maniobras,
disponíase á atacar esta ciudad cuando los enemigos la evacuaron, como
tambien toda aquella costa, excepto el punto de Santoña. Porlier entró
en Santander el 2 de Agosto, y allí proclamó con pompa la Constitucion,
haciendo el saludo correspondiente por tan fausto motivo los buques bri-
tánicos fondeados en el puerto.


Avanzó Porlier en seguida á Vizcaya, cuya capital Bilbao habían des-
amparado los enemigos en los primeros dias de Agosto. Reunido allí con
don Gabriel de Mendizábal, general en jefe del séptimo ejército, y con
D. Mariano Renovales, que mandaba la fuerza levantada por el señorío,
se apostaron juntos en el punto llamado de Bolueta, para hacer rostro al
frances, que, engrosado, revolvia sobre la villa de Bilbao. Le rechaza-
ron los nuestros completamente el 13 y 14 del mismo Agosto. El 21 in-
sistieron los enemigos regidos por el general Rouget en igual propósi-
to, mas no con mayor ventura, teniendo al fin que acudir en persona el
general Caffarelli para penetrar en aquella villa, como lo verificó el día
28. Pero siendo el principal objeto de los franceses socorrer y avituallar
á Santoña, luégo que lo consiguieron abandonaron otra vez á Bilbao el
9 de Setiembre. Entónces celebráronse allí grandes festejos, se presen-
tó la Junta-diputacion, y convocándose la general, se instaló ésta el 16
de Octubre, presidida por D. Gabriel de Mendizábal, se publicó la Cons-
titucion, y conforme á ella, despues de haber examinado dicha Junta el
estado de armamento y defensa de la provincia, hicieron sus individuos




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dejacion de sus cargos, para que los habitantes usasen á su arbitrio de
los nuevos derechos que les competian.


A poco depositaron la confianza en D. Gabriel de Mendizábal, á fin
de que indicase los individuos que juzgase más dignos de componer la
nueva Diputacion, recayendo el nombramiento en las mismas personas
que designó aquel general. Unidos todos, continuaron haciéndose nota-
bles esfuerzos en los meses que restaban de 1812, con deseo de inquie-
tar al enemigo, y poner en más órden la tropa alistada y la exaccion de
arbitrios. Longa, dependiente de este distrito, coadyuvó á estos fines,
molestando á los franceses, señaladamente en un encuentro que tuvo en
el valle de Sedano al acabar Noviembre, en donde sorprendió al gene-
ral Fromant, matándole á él y á mucha gente suya, y cogiéndole bastan-
tes prisioneros. Despues atacó á los que ocupaban las Salinas de Aña-
na, y les tomó el punto y 250 hombres, habiendo tambien destruido los
fuertes de Nanclares y Armiñon, que abandonó el enemigo. No bastaron,
sin embargo, tales conatos para impedir que al cerrar del año, el mismo
31 de Diciembre, ocupasen nuevamente los franceses la villa de Bilbao.
Contratiempo que era de temer sobreviniera por la situacion topográfica
de aquellas provincias aledañas de Francia, y de conservacion indispen-
sable para el enemigo, en tanto que permanecieron sus tropas en Cas-
tilla; pero que compensó grandemente la suerte en el año inmediato de
1813, en que amanecieron días prósperos para el afianzamiento de la in-
dependencia peninsular.


Salió lord Wellington de Madrid el 1.º de Setiembre, habiendo alcan-
zado con la toma de la capital dar aliento á los defensores de la patria,
libertar várias provincias, y más que todo, producir en la Europa ente-
ra una impresion propicia en favor de la buena causa. Para añadir otras
ventajas á las ya conseguidas, pensó en continuar la guerra sin dar des-
canso al enemigo, y mandó que en Arévalo se juntasen, en su mayor par-
te, las fuerzas aliadas.


Allí le dejarémos ahora para volver los ojos á las Andalucías. La vic-
toria de Salamanca, la entrada de los aliados en Madrid, el impulso que
por todas partes recibió la opinion, y la necesidad de reconcentrar el
enemigo sus diversos cuerpos, eran sucesos que naturalmente habian
de ocasionar prontas y favorables resultas en aquellas provincias; ma-
yormente desamparadas las de Castilla la Nueva, y recogido á Valencia
José y su ejército del centro; movimiento que embarazaba la correspon-
dencia con los franceses del Mediodía, ó permitía sólo comunicaciones
tardías é inciertas.




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Nada digno de referirse habia ocurrido en las Andalucías desde la
accion de Bórnos, ni por la parte de la sierra de Ronda, ni tampoco por
la de Extremadura. La expedicion que el general Cruz Mourgeon habia
llevado en auxilio de D. Francisco Ballesteros, despues de volver á la is-
la de Leon, y de hacer un nuevo desembarco y amago en Tarifa, tornó á
Cádiz por última vez en los primeros dias de Agosto; y rehecha y aumen-
tada se envió, á las órdenes del mismo general Cruz, al condado de Nie-
bla, tomando tierra en Huelva en los días 11 y 15 del propio mes.


Por su lado lord Hill, despues de su excursion al Tajo, en que habia
tomado los fuertes de Napoleon y Ragusa, permanecia en la parte meri-
dional de Extremadura con las fuerzas anglo-portuguesas de su mando,
y asistido del quinto ejército español, no muy numeroso. Observaban allí
unos y otros los movimientos del cuerpo que regía el general Drouet.


Mas ahora tratóse de maniobrar de modo que hostilizasen al maris-
cal Soult y á los cuerpos dependientes de su mando las tropas aliadas que
andaban en su torno, y las obligasen á acelerar la evacuacion de las An-
dalucías, cuya posesion no podia el enemigo mantener largo tiempo des-
pues de lo ocurrido en las Castillas durante los meses de Julio y Agosto.


Dieron los franceses muestras claras de tales intentos, cuando, sin
aguardar á que los acometiesen, comenzaron á levantar el sitio de la is-
la gaditana el 24 de Agosto de este año de 1812, quedando enteramente
libre y despejada la línea en el día 25, despues de haberla ocupado los
enemigos por espacio de más de dos años y medio. Las noches anterio-
res, y en particular la víspera, arrojaron los franceses bastantes bombas
á la plaza, y aumentando sobremanera la carga de los cañones, y ponien-
do á veces en contacto unas bocas con otras, reventaron y se destrozaron
muchas piezas de las 600 que se contaban entre Chiclana y Rota.


Repique general de campanas, cohetes, luminarias, todo linaje, en
fin, de festejos análogos á tan venturoso suceso, anunciaron el contenta-
miento y universal alborozo de la poblacion. Las Córtes interrumpieron
sus tareas, suspendiendo la sesion de aquel dia; y los vecinos y foraste-
ros residentes en Cádiz salieron de tropel fuera del recinto para exami-
nar por sí propios los trabajos del enemigo, y gozar libremente de la apa-
cible vista y saludable temple del campo, de que habian estado privados
por tanto tiempo. Distraccion del ánimo inocente y pura, que consolaba
de males pasados, y disponía á sobrellevar los que encerrase la incons-
tante fortuna en su porvenir oscuro.


En los mismos dias que los enemigos levantaron el sitio de Cádiz,
abandonaron tambien los puntos que guardaban en las márgenes del




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Guadalete y serranía de Ronda, clavando por todas partes la artillería,
y destruyendo cuanto pudieron de pertrechos y municiones de guerra.
Cogieron, sin embargo, los españoles una parte de ellos, como tambien
treinta barcas cañoneras, que quedaron intactas delante de la línea de
Cádiz.


Llano era que á semejantes movimientos se seguiria la evacuacion
de Sevilla. Impelió igualmente á que se verificase, la marcha que sobre
aquella ciudad emprendió el general Cruz Mourgeon, conforme á la re-
solucion tomada de molestar al mariscal Soult. Le sostenia y ayudaba en
esta operacion el coronel Skerret con fuerza británica. Los franceses se
habian retirado del condado de Niebla á mediados de Agosto, despues
de haber volado el castillo de la villa del mismo nombre, dejando sólo
de observacion en Sanlúcar la Mayor unos 500 á 600 hombres, infantes
y jinetes. Los dos jefes aliados trataron de aproximarse á Sevilla, y cre-
yendo ser paso prévio atacar á los últimos, lo verificaron arrojándolos de
allí con pérdida. En seguida reconcentraron los nuestros sus fuerzas en
aquel pueblo, y les sirvió de estímulo para avanzar el saber que Soult
desamparaba á Sevilla con casi toda su gente.


Habíalo, en efecto, verificado á las doce de la noche del 27, dejan-
do sólo en la ciudad parte de su retaguardia, que no debia salir hasta las
cuarenta y ocho horas despues. Léjos estaban de recelar los enemigos un
pronto avance de nuestras tropas, y por tanto continuaron ocupando so-
segadamente las alturas que se dilatan desde Tomáres hasta Santa Brí-
gida, en donde tenian un reducto. El general Cruz Mourgeon, destacan-
do algunas guerrillas que cubriesen sus flancos, se adelantó á Castilleja
de la Cuesta, en cuyos inmediatos olivares se alojaban los enemigos, te-
niendo unos cuarenta hombres en Santa Brígida, sin artillería, por ha-
berla sacado en los dias anteriores. Acometieron los nuestros con brío á
sus contrarios, y los desalojaron de los olivares, obligándolos á precipi-
tarse al llano. Protegia á los franceses su caballería; pero estrechada és-
ta por los jinetes españoles, abandonó á los infantes, que se vieron per-
seguidos por nuestra vanguardia al mando del escoces D. Juan Downie,
quien habia levantado una legion que se apedillaba de leales extreme-
ños, vestida á la antigua usanza; servicio que dió ocasion á que la Mar-
quesa de la Conquista, descendiente de Francisco Pizarro, ciñese al D.
Juan la espada de aquel ilustre guerrero, que se conservaba aún en la
familia.


Al propio tiempo se atacó el reducto, pero malogradamente; hasta
que vieron los que le guarnecian ser imposible su salida, é inútil resis-




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tencia más prolongada. El general Cruz, queriendo tambien aprovechar-
se de la ventaja ya conseguida en los olivares de Castilleja, destacó al-
gunos cuerpos para que yendo por la derecha, camino de San Juan de
Alfarache, se interpusiesen entre los enemigos y el puente de Triana, á
fin de evitar la rotura ó quema de éste; cosa hacedera siendo de barcas.
Mas no parándose la vanguardia española ni el coronel Skerret en per-
seguimiento de los franceses, impidieron que se realizase aquella ma-
niobra, pues cerraron de cerca por el camino real, no sólo á las fuerzas
rechazadas de Castilleja, sino tambien á todas las que el enemigo allí re-
unia, las cuales fueron replegándose en tres columnas con dos piezas de
artillería y 200 caballos, y se apostaron, teniendo á su derecha el rio, y á
sus espaldas el arrabal de Triana. Motivo por el que resolvió Cruz Mour-
geon, consultando al tiempo, que D. José Canterac, en vez de sostener
con la caballeria, como habia pensado, los cuerpos de la derecha, ayu-
dase el ataque que daban Downie y Skerret, verificándolo con tal dicha,
que su llegada decidió la completa retirada del enemigo de la llanura
que todavia ocupaba.


Avanzaron los aliados y se metieron en Triana, empeñándose recia-
mente el combate en la cabeza del puente. Quien más se arriscó fué Do-
wnie con su legion; dos veces lo rechazaron, y dos le hirieron; á la terce-
ra, arremetiendo casi solo, saltó á caballo por uno de los huecos que los
franceses habian practicado en una parte del puente, quitando las tablas
traviesas y fué derribado, herido nuevamente en la mejilla y en un ojo,
y hecho prisionero. Conservó, sin embargo, bastante presencia de ánimo
para arrojar á su gente la espada de Pizarro, logrando así que no sirviese
de glorioso triunfo á los enemigos.


Éstos, aunque ufanos de haber cogido á Downie, viéndose batidos
por nuestra artillería, colocada en el malecon de Triana, y atacados por
nuestras tropas ligeras, que cruzaron el puente por las vigas, ni pudie-
ron acabar de cortar éste, ni les quedó más arbitrio que meterse en la
ciudad, cerrando la puerta del Arenal. Pero habilitado sin tardanza el
puente con tablones que pusieron los vecinos, fuéles permitido á todas
las tropas aliadas ir pasando el rio con celeridad, infundiendo así aliento
á las guerrillas que iban delante y á los moradores. Pronto se vieron fe-
lices resultas, pues abierta la puerta del Arenal sin que los enemigos lo
notasen, echadas á vuelo las campanas, colgadas muchas casas, y sien-
do universal el júbilo y la algazara, metiéronse los nuestros por las ca-
lles, y subió á tanto grado el aturdimiento de los franceses y su espanto,
que á pesar de los esfuerzos de sus generales, empezaron los soldados




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á huir hasta el punto de arrojar algunos las armas, teniendo todos al fin
que salir por la puerta Nueva y la de Carmona con direccion á Alcalá,
abandonando dos piezas, muchos equipajes, rico botin, caballos, y per-
diendo 200 prisioneros. En desquite lleváronse consigo á Downie gran
trecho; y sólo le dejaron libre, aunque mal parado, á unas cuantas le-
guas de Sevilla.


No persiguieron los nuestros á los franceses en la retirada, observán-
dolos tan sólo de léjos la caballería. Cruz Mourgeon se detuvo en la ciu-
dad, donde se publicó la Constitucion el 29 de Agosto, dos días despues
de la entrada de los aliados. Se celebró el acto en la Plaza de San Francis-
co, acompañado de las mismas fiestas y alegría que en las demas partes.


Continuó el mariscal Soult su marcha, obligado á estar siempre en
vela por la aversion que le tenían los pueblos, y por atender á los movi-
mientos de D. Francisco Ballesteros, que desembocando de la serranía
de Ronda, le amagaba continuamente, engrosado algun tanto con tres re-
gimientos que de la isla de Leon destacó la Regencia, bajo el mando de
D. Joaquin Virués.


En el tiempo que promedió, desde la funesta accion de Bórnos hasta
la evacuacion de Sevilla, no dejó Ballesteros de molestar al enemigo, ya
amenazando á Málaga, aunque irreflexivamente, ya entrando en Osuna
con la dicha de sorprender á su gobernador y de coger un convoy, ya, en
fin, distrayendo la atencion de los franceses de varios modos. Mas, aho-
ra, no siéndole tampoco dado atacar á Soult de frente á causa de la su-
perioridad de las fuerzas de éste, se limitó, para incomodarle, á ejecu-
tar maniobras de flanco, amparado de las breñas y pintorescas rocas de
la sierra de Torcal. Acometió el 3 de Setiembre en Antequera á la reta-
guardia francesa mandada por el general Semelé, y le acosó tomándole
algunos prisioneros, bagajes y tres cañones. Lo mismo repitió al amane-
cer del 5 en Loja, apretando de cerca los españoles á sus contrarios has-
ta Santa Fe.


Permaneció el mariscal Soult algunos días en Granada, donde se le
juntaron varios destacamentos, que fueron sucesivamente evacuando los
pueblos y ciudades de aquella parte, entre ellas Málaga, que había si-
do abandonada en los últimos dias de Agosto, despues de haber volado
el castillo de Gibralfaro. Dió tambien con eso lugar á que se le aproxi-
mase el quinto cuerpo frances á las órdenes del general Drouet, con-
de d’Erlon; quien, acantonado en Extremadura hácia Llerena, se habla
mantenido allí desde Mayo sin ser incomodado por Hill ni por los espa-
ñoles. Así le habia querido lord Wellington, temeroso de algun desman




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que comprometiese sus operaciones de Castilla la Vieja; de cuya reso-
lucion no se apartó hasta que, yendo de ventura en ventura, y habién-
dose dispuesto, segun insinuamos, á hostilizar á Soult y cuerpos depen-
dientes de su mando, recibió órden Hill de coadyuvar á este plan; por lo
cual, al paso que Cruz y Skerret se movieron la vuelta de Sevilla, mar-
chó tambien aquel general inglés sobre Llerena el 29 de Agosto, forma-
do en cuatro columnas, con ánimo de espantar á Drouet de aquellos lu-
gares; mas llegó cuando los franceses habian ya levantado el campo, y se
retiraban por Azuaga, camino de Córdoba. Desistió Hill de ir tras ellos; y
conforme á instrucciones de lord Wellington, se enderezó al Tajo acom-
pañado de las divisiones españolas de Morillo y de Penne Villemur, pa-
ra obrar de concierto con las demas tropas británicas, ya á la sazon en
Castilla la Nueva.


Dejósele, pues, á Drouet continuar tranquilamente su marcha, y ni
siquiera fué rastreando su huella otra fuerza que un corto trozo de caba-
llería que el general español Penne Villemur destacó á las órdenes del
coronel aleman Schepeler, de quien hablamos con ocasion de la bata-
lla de la Albuera. Desempeñó tan distinguido oficial cumplidamente su
encargo, empleando el ardid y la maña, á falta de otros medios más po-
derosos y eficaces. Replegábase el enemigo lentamente, como que no
era incomodado, conservando todavía cerca del antiguo Castel de Bel-
mez, ahora fortalecido, una retaguardia. Deseoso el coronel Schepe-
ler de aventarle, y careciendo de fuerzas suficientes, envió de echadi-
zos á unos franceses que sobornó, los cuales con facilidad persuadieron
á sus compatriotas ser tropas de Hill las que se acercaban, resolviendo
Drouet, en su consecuencia, destruir las fortificaciones de Belmez el 31
de Agosto, y no detenerse ya hasta entrar en Córdoba. Schepeler avanzó
con su pequeña columna, y desparramándola en destacamentos por las
alturas de Campillo y salidas de la sierra, cuyas faldas descienden há-
cia el Guadalquivir, ayudado tambien de los paisanos, hizo fuegos y ahu-
madas durante la noche y el día en aquellas cumbres, como si viniesen
sobre Córdoba fuerzas considerables; apariencias que sirvieron de apo-
yo á las engañosas noticias de los espías. No tardó el enemigo en dispo-
ner su marcha, y á la una de la madrugada del 3 de Setiembre tocó gene-
rala, desamparando los muros de Córdoba al apuntar del alba. Tomaron
sus huestes el camino del puente de Alcolea, yendo formadas en tres co-
lumnas. Otros ardides continuó empleando Schepeler para alucinará sus
contrarios, y el mismo dia 3 por la tarde se presentó delante de la ciu-
dad, cuyas puertas halló cerradas, temerosos algunos vecinos de las gue-




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rrillas y sus tropelías. Pero cerciorados muy luégo de que eran tropas
del ejército las que llegaban, todos, hasta los más tímidos, levantaron
la voz para que se abriesen las puertas; y franqueadas, penetró Schepe-
ler por las calles, siendo llevado en triunfo y como en vilo hasta las ca-
sas consistoriales con aclamacion universal, y gritando los moradores:
¡Ya somos libres! En el arrobamiento que se apoderó del coronel con tan
entusiasmada acogida, figurósele, segun nos ha contado él mismo, que
renacian los tiempos de los Umeyas, y que volvía victorioso á Córdoba el
invencible Almanzor (5) despues de haber dado feliz remate á alguna de
sus muchas campañas, tan decantadas y aplaudidas por los ingenios y
poetas árabes de aquella era; similitud no muy exacta, y vuelo harto re-
montado de la fantasía del coronel aleman, hombre, por otra parte, res-
petable y digno.


Mas, á pesar de su triunfo, se vió éste angustiado, no asistiéndole las
fuerzas que se imaginaba en la ciudad, y manteniéndose todavía no muy
léjos el general Drouet. Aumentó su desasosiego la llegada de D. Pedro
Echavarri, quien, valido del favor popular de que gozaba en aquella pro-
vincia, habia acudido allí al saber la evacuacion de Córdoba. Hombre
ignorante el D. Pedro, y atropellado, quiso, arrogándose el mando, hacer
pesquisas y ejecutar encarcelamientos, procurando cautivar áun más la
aficion que ya le tenía el vulgo con actos de devocion exagerada. Contu-
vo Schepeler al principio tales demasías; mas no despues, siendo nom-
brado Echavarri por la Regencia comandante general de Córdoba; mer-
ced que alcanzó por amistades particulares, y por haber lisonjeado las
pasiones del dia, y á persiguiendo á los verdaderos ó supuestos partida-
rios del gobierno intruso, ya publicando pomposamente la Constitucion;
pues este general adulaba bajamente al poder cuando le creia afianzado,
y se gallardeaba en el abuso brutal y crudo de la autoridad, siempre que
la ejercia contra el flaco y desvalido.


Afortunadamente no le era dado á Drouet, á pesar de constarle las
pocas fuerzas nuestras que habia en Córdoba y de los desvaríos de
Echavarri, revolver sobre aquella ciudad. Impedíaselo el plan general
de retirada; por lo que prosiguió él la suya, aunque despacio, via de Jaen
con rumbo á Huéscar, donde se puso en inmediato contacto con el ejér-
cito del mariscal Soult.


(5) La celebridad de Almanzor, sus hazañas y relevantes prendas cuéntanse y se indi-
vidualizan detenidamente en el capitulo XCVI y siguientes de la tan apreciable Historia
de la dominacion de los árabes en España, por D. José Antonio Conde, tomo I.




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Rodeado ya éste de todas sus fuerzas, evacuó á Granada el 16, enca-
minándose al reino de Murcia. Noticioso de ello Ballesteros trató de in-
quietarle algun tanto, haciendo que el brigadier Barutell, pasando por
Sierra-nevada, le acometiese en los Dientes de la Vieja; lo cual se ejecu-
tó, causando al enemigo mucho azoramiento y alguna pérdida.


Libre Granada, pisó su suelo en 17 de Setiembre el ejército del gene-
ral Ballesteros, siendo el primero que penetró allí el Príncipe de Anglo-
na, acogido con no menores obsequios, alegría y festejos que los demas
caudillos en las otras ciudades.


Respiraron así desahogadamente las Andalucías; y será bien que
ahora, ántes de apartar la vista de país tan deleitoso y bello, examine-
mos, aunque rápidamente, la administracion francesa que rigió en ellas
durante la ocupacion, y refiramos algunos de los males y pérdidas que
allí se padecieron. Apareció en general desastrada y ruinosa dicha ad-
ministracion. Eran las contribuciones extraordinarias, como casi en to-
dos los países en que los enemigos dominaban, de dos especies: una que
se pagaba en frutos, aplicada á la manutencion de las tropas y á los hos-
pitales; otra en dinero, y conocida bajo el nombre de contribucion de
guerra. Fija ésta, variaba la primera segun el número de tropas estan-
tes ó transeuntes, y segun la probidad de los jefes ó su venal conducta.
Adolecian especialmente de este achaque algunos comisarios de gue-
rra, quienes con frecuencia recibian de los ayuntamientos gratificacio-
nes pecuniarias para que no hiciesen pedidos exhorbitantes de raciones,
ó para que las distribuyesen equitativamente conforme á lo que preve-
nian los reglamentos militares.


Con dificultad se podrá computar lo que pagaron los pueblos de la
Andalucía á los franceses durante los dos y más años de su ocupacion.
No obstante, si nos atenemos á una liquidacion ejecutada por el comi-
sario regio de José, conde de Montarco, la cual no debiera ser exagera-
da atendiendo á la situacion y destino del que la formó, aquellos pueblos
entregaron á la administracion militar francesa 600 millones de reales.
Suma enorme respecto de lo que ántes pagaban; siendo de advertir no se
incluyen en ella otras derramas impuestas al antojo de jefes y oficiales
sin gran cuenta ni razon, como tampoco auxilios en metálico que venian
de Francia destinados á su ejército.


Para dar una idea más cabal é individualizada de lo que estas pro-
vincias debieron satisfacer, y para inferir de ahí lo grabadas que fueron
las demas de España, segun la duracion mayor ó menor de su ocupa-
cion, manifestarémos en este lugar lo que pagó la provincia de Jaen, de




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la que hemos podido haber á las manos datos más puntuales y circuns-
tanciados. Echósele á esta provincia por contribucion de guerra la su-
ma de 1.800.000 reales mensuales, ó sean 21.600.000 reales al año. Y
pagó por este solo impuesto y por el de subsistencia, desde Febrero de
1810 hasta Diciembre de 1811, 60 millones de reales, cantidad que re-
sulta de las oficinas de cuenta y razon, y á la cual, si fuese dable, debe-
ria añadirse la de las exacciones de los comandantes de la provincia y
de su partido, y de los comisarios de guerra y otros jefes para su gasto
personal, de las que no daban recibos, considerándolas como cargas lo-
cales. Lo molesto y ruinoso de semejantes disposiciones aparece clara-
mente comparando estos gravámenes con los que ántes de la guerra ac-
tual pesaban sobre la misma provincia, y se reducian á unos 8.000.000
de reales en cada un año, á saber: mitad por rentas provinciales, y mitad
por ramos estancados. Así una comarca meramente agrícola, y cuya po-
blacion no es excesiva, aprontó en ménos de dos años lo que ántes pa-
gaba casi en ocho.


Las cargas llegaron á ser más sensibles en 1811. Hasta entónces los
ayuntamientos buscaban recursos para los suministros en los granos del
diezmo, exigiéndolos de los cabildos eclesiásticos, ya como contribu-
yentes en los repartimientos comunes, ya por via de anticipacion con ca-
lidad de reintegro. Pero en aquel año dispuso el mariscal Soult que los
granos procedentes del diezmo se depositasen en almacenes de reserva
para el mantenimiento del ejército; órden que se miró como inhumana y
algo parecida á los edictos (6) sobre granos del pretor romano de Sicilia;
principalmente entónces, cuando el hambre producia los mayores estra-
gos, y cuando el precio del trigo se habia encarecido á punto de valer á
más de 400 reales la fanega.


Consecuencia necesaria tamaña escasez del agolpamiento de mu-
chas causas. Habia sido la cosecha casi ninguna; y despues de guerrear
y de los muchos recargos, teniendo por costumbre el ejército enemigo
embargar para acarreos y trasportes las caballerías de cualquiera clase
que fuesen, y robar sus soldados en las marchas las que por ventura que-
daban libres, vínose al caso de que desapareciese casi completamente
el tráfico interior, y de que las Andalucías, en el desconcierto de su ad-
ministracion, ofreciesen una imagen más espantosa que las de otras pro-
vincias del reino.


(6) CICER., In C. Verrun, actio sec., liber tertius De re frumentaria. Cap, X. Edictum
de judicio in Octuplum.




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A tanta ruina y aniquilamiento juntóse el desconsuelo de ver despo-
jados los conventos y los templos de las galas y arreo que les daban las
producciones del arte, debidas al diestro y delicado pincel de los Mu-
rillos y Zurbaranes. Sevilla, principal depósito de tan inestimables te-
soros, sintió más particularmente la solicita diligencia de la codiciosa
mano del conquistador, habiéndose reunido en el alcázar una comision
imperial con el objeto de recoger para el museo de París los mejores
cuadros que se hallasen en las iglesias y conventos suprimidos. Cúpo-
les esta suerte á ocho lienzos históricos que habia pintado Murillo pa-
ra el hospital de la Caridad, alusivos á las obras de misericordia que en
aquel establecimiento se practican. Aconteció lo mismo al Santo Tomas
de Zurbarán, colocado en el colegio de religiosos dominicos, y al San
Bruno, del mismo autor, que pertenecia á la cartuja de las Cuevas de
Triana, con otros muchos y sobreexcelentes, cuya enumeracion no to-
ca á este lugar.


Al ver la abundancia de cuadros acopiados, y la riqueza que resulta-
ba de la escudriñadora tarea de la Comision, despertóse en el mariscal
Soult el deseo vehemente de adquirir algunos de los más afamados. So-
bresalían entre ellos dos de Bartolomé Murillo, á saber: el llamado de la
Vírgen del Reposo, y el que representaba el Nacimiento de la misma di-
vina Señora. Hallábase el último en el testero ó espaldas del altar mayor
de la catedral, adonde le habian trasladado á principios del corriente si-
glo por insinuacion de D. Juan Cean, sacándole de un sitio en que care-
cía de buena luz. Gozando ahora de ella, creció la celebridad del cuadro,
y áun la devocion de los fieles, excitada en gran manera por el interes
mismo del argumento, y por el gusto y primores que brillan en la ejecu-
cion; los cuales acreditan (7), segun la expresion de Palomino, «la emi-
nencia del pincel de tan superior artífice.»


Han creido algunos que el cabildo de Sevilla hiciera un presente con
aquel cuadro al mariscal Soult; mas se han equivocado, á no ser que die-
sen ese nombre á un dón forzoso. Habian los capitulares ocultado dicho
cuadro, recelosos de que se lo arrebatasen; precaucion que fué en su da-
ño, porque sabedor el mariscal frances de lo sucedido, mandó reponerle
en su sitio, y en seguida dió á entender sin disfraz, por medio de su ma-
yordomo, al tesorero de la iglesia, D. Juan de Pradas, que le quería para
sí, con otros que especificó, y que si se los negaban, mandaria á buscar-


(7) DON ANTONIO PALOMINO, tomo III, Vidas de los Pintores, en la de Bartolomé Murillo.




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los. Conferenció el Cabildo, y resolvió dar de grado lo que de otro modo
hubiera tenido que entregar por fuerza.


Los cuadros que se llevó el mariscal Soult no han vuelto á España,
ni es probable vuelvan nunca. Se recobraron, en 1815, del museo de Pa-
rís, varios de los que pertenecian á establecimientos públicos, entre los
cuales se contaron los de la Caridad, restituidos á aquella casa, excepto
el de Santa Isabel, que se ha conservado en la academia de San Fernan-
do de Madrid. Con eso los moradores de Sevilla han podido ufanos con-
tinuar mostrando obras maestras de sus pintores, y no limitarse á ense-
ñar tan sólo, cual en otro tiempo los sicilianos, los lugares que aquéllas
ocupaban ántes de la irrupcion francesa.


Yendo, pues, de marcha á Murcia y Valencia el mariscal Soult, y uni-
das con él las tropas del general Drouet, aproximándose al mismo punta
las mandadas por José en persona, y tratando unos y otros de incorporar-
se al ejército de la corona de Aragon, que regia el mariscal Suchet, nos
parece, ántes de pasar adelante, ocasion oportuna ésta de referir lo que
ocurrió durante estos meses en aquellas provincias.


Inquietaba especialmente á Suchet el arribo que se anunciaba, y ya
indicamos, de una escuadra anglo-siciliana procedente de Palermo. En
Julio creyó el Mariscal ser buques de ella unos que por el 20 del pro-
pio mes se presentaron á la vista de Denia y Cullera, entre la Albufe-
ra y la desembocadura del Júcar, pues bastóle el aviso para abandonar
los confines de Valencia y Cuenca, invadidos por Villacampa y Basse-
court, y reconcentrar sus fuerzas hácia la costa. Sin embargo, el amago
no provenia aún de la expedicion que se temia, sino de un plan de ata-
que que trataban de ejecutar los españoles. Habíale concebido D. José
O’Donnell, general, como ántes, del segundo y tercer ejército; y para lle-
varle á efecto habia juzgado conveniente amenazar la costa con un gran
número de bajeles españoles é ingleses, con cuya aparicion, si bien no
iban á bordo más tropas que el regimiento de Mallorca, se distrajese la
atencion del enemigo, y fuese más fácil acometer por tierra al general
Harispe, que gobernaba la vanguardia francesa, colocada en primera lí-
nea, via de Alicante.


Era en los mismos días de Julio cuando intentaba el general español
atacar á los enemigos. En cuatro trozos distribuyó su gente, cuyo núme-
ro ascendía á 12.000 hombres. El ala derecha, que se componia de uno
de los dichos trozos, bajo el mando de D. Felipe Roche, se alojaba entre
Ibi y Jijona. Otro, formando el centro, acampaba á media legua de Cas-
talla, y le regía el brigadier D. Luis Michelena. Servia de reserva el ter-




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cero, á las órdenes del Conde de Montijo, á una legua á retaguardia, en
la venta de Tibi. El cuarto y último trozo, que era el ala izquierda, cons-
taba de infantería y caballería: dependia aquélla del coronel D. Fernan-
do Miyares, y ésta del coronel Santistéban, situándose los peones en Pe-
trel, y los jinetes en Villena: parece ser que los postreros tuvieron órden
de ponerse entre Sax y Biar, y no donde lo verificaron, para caer sobro
Ibi si los enemigos abandonaban el pueblo. Don Luis Bassecourt por su
lado vino con la tercera division del segundo ejército sobre la retaguar-
dia de los franceses.


Habiendo agolpado Suchet mucha de su gente hácia la costa para ob-
servar la escuadra que se divisaba, no quedaba por los puntos que los
nuestros se disponian á atacar, sino fuerzas poco considerables: en Al-
coy una reserva, á cuya cabeza permanecia el general Harispe; en Ibi
una brigada de éste, á las inmediatas órdenes del coronel Mesclop, es-
tando avanzado hácia Castalla con el séptimo regimiento de línea el ge-
neral Delort: acantonábase el 24 de dragones en Onil y Biar.


Rompieron los nuestros la acometida en la mañana del 21. Repelido
Mesclop por las tropas de Roche, trató de buscar amparo al lado de De-
lort, dejando en el fuerte de Ibi dos cañones y algunas compañías. Mas
acometido tambien el mismo Delort por nuestra izquierda y centro, se
vió obligado á desamparar á Castalla, cuyo pueblo atravesó Michelena,
situándose el frances en un paraje más próximo á Ibi, y dándose así la
mano con Mesclo aguardó de firme á que se juntasen los dragones. Ve-
rificado lo cual, y advirtiendo que los españoles se mostraban confia-
dos por el éxito de su primer avance, tomó la ofensiva, y dispuso que sa-
liendo sus jinetes de los olivares acometiesen á nuestros batallones, no
apoyados por la caballería, con lo que consiguió desbaratarlos, y áun
acuchillar algunas tropas del centro. En balde intentó la reserva prote-
gerlos: el enemigo se apoderó de una batería compuesta de sólo dos ca-
ñones, por no haber llegado los demas á tiempo, y cogió prisionero á un
batallon de walones abandonado por otro de Badajoz; retiróse en buena
ordenanza el de Cuenca, que dió lugar á que se le reuniesen dos escua-
drones del segundo regimiento provisional de línea, únicos que presen-
ciaron la accion, si bien fueron tambien deshechos.


Desembarazados los enemigos por el lado de Castalla, tornó Mesclop
á Ibi, y arremetió á los nuestros del mando de Roche. Recibieron los
españoles con serenidad la acometida, y áun permanecieron inmobles,
hasta que acudiendo de Alcoy el general Harispe con un regimiento de
refresco, se fueron retirando con bastante órden por el país quebrado y




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de sierra que conduce á Alicante, en donde entraron sin particular con-
tratiempo. Perdieron los españoles en tan desastrosa jornada 2.796 pri-
sioneros, más de 800 entre muertos y heridos, dos cañones, tres bande-
ras, fusiles y bastantes municiones.


Mengua y baldon cayó sobre D. José O’Donnell, ya por haberse ace-
lerado á atacar estando en vísperas de que aportase á Alicante la divi-
sion anglo-siciliana, ya por sus disposiciones mal concertadas, y ya por-
que afirmaban muchos haber desaparecido de la accion en el trance más
apretado.


Hubo tambien quien echase la culpa al coronel Santistéban por no
haber acudido oportunamente con su caballería; y acreditó en verdad
impericia extrema el no haber calculado de antemano los tropiezos que
encontraria la artillería para llegar á tiempo, hallándose nuestro ejército
en terreno que á palmos debian conocer sus jefes.


Indignados todos, y reclamando severa aplicacion de las leyes mili-
tares, tuvo necesidad la Regencia de mandar se «formase causa á fin de
averiguar los incidentes que motivaron la desgracia de Castalla.»


No poco contribuyó á esta resolucion el desabrimiento y enojo que
mostraron los diputados de Valencia; acabando por provocar en las Cór-
tes discusiones empeñadas y muy reñidas. Clamaron con vehemencia en
la sesion del 17 de Agosto contra tan vergonzosa rota los señores Traver
y Villanueva, y en el caluroso fervor del debate acusaron á la Regencia
de omision y descuido, habiendo quien intentase ponerla en juicio. En
Enero habian pedido aquellos diputados se mudasen los jefes, autori-
zando ampliamente á los que se nombrasen de nuevo, y áun habian indi-
cado las personas que serian gratas á la provincia. La Regencia se habia
conformado con la propuesta de los diputados, de dar plenas facultades
á los jefes, mas no con la que hicieron respecto de las personas; disposi-
cion notable y arriesgada si se advierte que el general en jefe y el inten-
dente del ejército eran los señores O’Donnell y Rivas, hermanos ambos
de dos regentes. Hizo resaltar este hecho en su discurso el Sr. Traver, y
por eso, y arrastrado de inconsiderado ardor, llegó á expresar «que no
mereciéndole el Gobierno confianza, los comisionados que se nombra-
sen para la averiguacion de lo ocurrido en la accion del 21 de Julio fue-
sen precisamente del seno de las Córtes.»


Concurrió tambien, para enardecer los animos, la poca destreza con
que el Ministro de la Guerra, no acostumbrado á las luchas parlamenta-
rias, defendió las medidas tomadas por la Regencia; y el haber aconteci-
do á la propia sazon la batalla de Salamanca, cuyas glorias hacian con-




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traste con aquellas lástimas de Castalla; por lo que, aquejado de agudo
dolor, exclamó un diputado ser bochornoso y de gran deshonra «que, al
mismo tiempo que naciones extranjeras lidiaban afortunadamente por
nuestra causa y derramaban su sangre en los campos de Salamanca, hu-
yesen nuestros soldados con baldon de un ejército inferior en Castalla y
sus inmediaciones.»


Las Córtes, aunque no se conformaron con la opinion del Sr. Traver
en cuanto á que individuos de su seno entrasen en averiguacion de lo
ocurrido, resolvieron, oida la comision de Guerra, que la Regencia man-
dase formar la sumaria correspondiente sobre la jornada de Castalla,
empezando por examinar la conducta del General en jefe; de todo lo cual
debia darse cuenta á las Córtes con copia certificada. Ordenaron tam-
bien éstas que se continuase y concluyese el proceso á la mayor breve-
dad, desaprobando el que se hubiese nombrado á D. José O’Donnell ge-
neral de una reserva que iba á organizarse en la isla de Leon, segun lo
había verificado ya la Regencia incauta é irreflexivamente.


Entrometíanse las Córtes, adoptando semejante providencia, más
allá de lo que era propio de sus facultades. Desacuerdo que sólo discul-
paban las circunstancias y el anhelo de apaciguar los ánimos, sobrada-
mente alterados. Consiguióse este objeto; mas no el que se refrenase con
la conveniente severidad el escándalo que se habia dado en Castalla,
puesto que al són de las demas terminó la presente causa; siendo grave
y muy arraigado mal este de España, en donde casi siempre caminan á
la par la falta de castigo y la arbitrariedad; y hasta que ambos extremos
no desaparezcan de nuestro suelo, nunca lucirán para él días de felici-
dad verdadera.


El golpe disparado contra D. José O’Donnell hirió de rechazo á su her-
mano D. Enrique, conde del (8) Abisbal, regente del reino, quien agra-
viado de algunas palabras que se soltaron en la discusion, juzgó compro-
metido su honor y su buen nombre si no hacia dejacion de su cargo, como
lo verificó, por medio de una exposicion que elevó á las Córtes.


Varios diputados, especialmente los más distinguidos entre los de la
opinion reformadora, se negaban á admitir la renuncia del D. Enrique,
conceptuándole el más entendido de los regentes en asuntos de guerra,
empeñado cual ninguno en la causa nacional, no desafecto á las mudan-


(8) Del Abisbal. Escribimos así este nombre, porque comunmente se firmaba de es-
te modo: El Conde del Abisbal. Mas el pueblo de donde tomó el titulo, en cataluña, se es-
cribe La Bisbal.




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zas políticas y de difícil substitucion, atendida la escasez de hombres
verdaderamente repúblicos. Muchos de la parcialidad anti-reformadora
y los americanos fueron de distinto dictámen; éstos llevados siempre del
mal ánimo de desnudar al Gobierno de todo lo que le diese brío y forta-
leza, aquéllos por creer al del Abisbal hombre de partes aventajadas y
de arrojo bastante para abalanzarse por las nuevas sendas que se abrian
á la ambicion honrosa. Hubo tambien diputados que, sensibles por una
parte á lo de Castalla, de cuya infeliz jornada achacaban alguna culpa á
D. Enrique por el tenaz empeño de conservar áá su hermano en el man-
do, y enojados por otra de que se mostrase tan poco sufrido de cualquie-
ra desvío inoportuno, ó personalidad ofensiva que hubiese ocurrido en
la discusion, se arrimaron al dictámen de los que querian aceptar la di-
mision que voluntariamente se ofrecia; lo cual se verificó por una gran
mayoría de votos en sesion celebrada en secreto. Esta resolucion apesa-
dumbró al Conde del Abisbal, quien, arrepentido de la renuncia dada,
hizo gestiones para enmendar lo hecho. A este fin nos habló entónces el
mismo Conde; mas era ya tarde para borrar en las Córtes el mal efecto
que habia producido su exposicion poco meditada.


Nació discordancia en los pareceres acerca de la persona que deberia
suceder al Conde del Abisbal, distribuyéndose los más de los votos entre
D. Juan Perez Villamil y D. Pedro Gomez Labrador, recien llegados am-
bos de Francia, en donde los habian tenido largo tiempo mal de su gra-
do. El primero volvía con permiso de aquel gobierno; el segundo escapa-
do y á escondidas de la policía imperial. Humanista distinguido Villamil
y erudito jurisconsulto al paso que magistrado íntegro y adicto á la causa
de la independencia, como autor que fué, segun apuntamos, del célebre
aviso que dió el alcalde de Móstoles, en 1808, á las provincias del Medio-
día, disfrutaba de buen concepto entre los ilustrados, realzado ahora con
su presentacion en Cádiz. Pues si bien tornó á Madrid, de Francia, con
la correspondiente licencia de la policía, y bajo el pretexto de continuar
una traduccion que habia empezado años ántes, del Columela, mantuvo
intacta su reputacion, y áun la acreció con haber usado de aquel ardid só-
lo para correr á unirse al gobierno legítimo. No obstante, los que tuvieron
ocasion de tratarle á su llegada á Cádiz, advirtieron la gran repugnancia
que le asistia en aprobar las innovaciones hechas, y su inalterable apego
á rancias doctrinas y á la gobernacion de los Consejos, tan opuestos á las
Córtes y sus providencias. Por eso, desconfiando de él la parcialidad re-
formadora, no pensó en nombrarle, sino que, al contrario, fijó sus miras
en D. Pedro Gomez Labrador, á quien se reputaba hombre firme despues




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de las conferencias de Bayona, en las que, segun dijimos, tuvo interven-
cion, y se le creia ademas sujeto de luces é inclinado á ideas modernas;
principalmente viendo que le sostenian sus antiguos condiscípulos de la
universidad de Salamanca, de que varios eran diputados, y alguno, como
D. Antonio Oliveros, tan amigo suyo, que meses ántes anduvo allegando
dineros en Cádiz para facilitarle la evasion y el costo del viaje. El tiempo
probó lo errado de semejante juicio.


Disputóse de consiguiente la eleccion; pero vencieron en fin los anti-
reformadores, quedando electo regente, aunque por una mayoría cortísi-
ma, D. Juan Perez Villamil, quien tomó posesion de su dignidad el 29 de
Setiembre de este año de 1812. La experiencia acreditó muy luégo que
el partido liberal no so habia equivocado en el concepto que de él for-
mára, bien que al prestar Villamil en el seno de las Córtes el juramento
debido, manifestó entre otras cosas (9) «que le alentaba la confianza de
que le facilitarla su desempeño en tan ardua carrera el rumbo señalado
ya de un modo claro y distinto por los rectos y luminosos principios del
admirable código constitucional que las Cortes acababan de dar á la na-
cion española.» Expresiones que salieron sólo de los labios, y cuya fal-
sía no tardó en mostrarse.


Volvamos á Valencia. Allí, en medio de la afliccion que produjo el
desastre de Castalla, repusiéronse los ánimos con la pronta llegada de
la expedicion anglo-siciliana ya enunciada. Habia salido de Palermo en
Junio: constaba de 6.000 hombres, sin caballería, á las órdenes del te-
niente general Tomás Maitland, y la convoyaban buques de la escuadra
inglesa del Mediterráneo, bajo el mando del contraalmirante Hallowe-
ll. Arribó á Mahon á mediados del propio mes. Debia reunírsele, como
lo verificó, la division que formaba en Mallorca el general Whittingham,
de composicion muy vária y no la más escogida, cuya fuerza no pasaba
de 4.500 hombres. Tomadas diferentes disposiciones, y juntas todas las
tropas, salió de nuevo la expedicion á la mar en los últimos dias de Ju-
lio, y ancló el 1.º de Agosto en las costas de Cataluña hácia la boca del
Tordera.


Dió señales Maitland de querer desembarcar, pero dejó de realizar-
lo, conferenciado que hubo con Eroles, quien se acercó allí autorizado
por el general en jefe D. Luis Lacy. Temian los jefes del principado no
llamase sobradamente la atencion del enemigo la presencia de aquellas


(9) Diario de las discusiones y actas de las Córtes extraordinarias de Cádiz, tomo XV,
pág. 291. Sesion del 29 de Setiembre de 1812.




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fuerzas, en especial siendo inglesas, y preferian continuar guerreando
solos como hasta entónces, á recibir auxilio extraño; por lo cual aconse-
jaron á Maitland dirigiese el rumbo á Alicante, cuya plaza pudiera ser
amenazada despues de lo acaecido en Castalla. Pareciéronle fundadas
al general inglés las razones de los nuestros, y levando el ancla, surgió
el 9 de Agosto con su escuadra en Alicante, saltando sus tropas en tie-
rra al día siguiente.


A poco, saliendo los aliados de aquel punto, avanzaron, y Suchet juz-
gó prudente reconcentrar sus fuerzas al rededor de San Felipe de Játi-
va, en cuya ciudad estableció sus cuarteles, engrosado con gente suya
de Cataluña, y con dos regimientos que de Teruel le trajo el general Pa-
ris. Levantó en San Felipe obras de campaña, y construyó sobre el Júcar
cerca de Alberique un puente de barcas. Era su propósito no retirarse
sin combatir, á no ser que lo atacasen superiores fuerzas.


Pudieron luégo desvanecerse cualesquiera recelos que le inquietá-
ran, porque el 19 volvieron á replegarse los aliados sobre Alicante, no-
ticiosos de que se acercaba al reino de Valencia José con su ejército del
centro. Súpolo Suchet el 23, y más alentado, mandó al general Harispe
que se adelantase camino de Madrid para facilitar los movimientos del
intruso. El 25 estaban ya reunidos todos, verificando en breve lo mismo,
aunque muy mal parado, el general Maupoint, quien saliendo de Madrid
con un regimiento de línea y algunos húsares, y habiendo libertado en
su paso á Valencia la guarnicion de Cuenca, estrechada de los nuestros,
vióse acometido cerca del río Utiel por D. Pedro Villacampa, y deshecho
con pérdida de dos cañones, de los bagajes y de más de 300 hombres.


Las fuerzas que traia José se componian de las divisiones de los ge-
nerales D’Armagnac y Treillard, de muchos destacamentos y depósitos
de los ejércitos suyos de Portugal, del centro y del Mediodía, de la divi-
sion de Palombini, y de algunos cuerpos españoles á su servicio, inclu-
sa su guardia real, ascendiendo la totalidad á unos 12.000 combatientes.
Los militares inválidos, los empleados y los que seguian á aquel ejército
por sus compromisos aumentaban mucho la cuenta, subiendo el consu-
mo á 40.000 raciones de víveres, y á 10.000 de paja y cebada. José en-
tró en Valencia el 26 de Agosto, esmerándose el mariscal Suchet en el
recibo que le preparó.


Acrecidos en tan gran manera por esta parte los medios del enemi-
go, dificultoso era tomasen los aliados la ofensiva, y así muchas de sus
fuerzas mantuviéronse en Alicante; otras emprendieron acometimien-
tos y correrías hácia la Mancha, en donde se juntaron con el general Hi-




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ll; obligando las circunstancias á obrar cada día más precavidamente. El
mariscal Soult habia ido adelantándose hácia el reino de Valencia por el
camino de Ciézar, despues de haber pasado el Segura en Calasparra. Su
ejército habla padecido bastante; pues aunque no le molestaron los es-
pañoles, desamparando los moradores sus hogares, le escasearon mucho
los mantenimientos y demas auxilios.


Púsose éste en comunicacion el 2 de Octubre con los ejércitos de
Suchet y el centro, ocupando las estancias de Yecla, Albacete, Alman-
sa y Jorquera. Pidió el mariscal Soult al rey José unos dias de reposo,
indispensable para sus tropas harto cansadas, y conveniente para me-
ditar con detencion el plan que debia adoptarse en dias apurados como
los que corrian.


Entre tanto, aquel mariscal no dejó ociosa una parte de su ejército,
pues dió órden á Drouet, conde D’Erlon, jefe del quinto cuerpo, y aho-
ra tambien de la vanguardia, de que se apoderase del castillo de Chin-
chilla, antiguo y de poco valer, guarnecido por 200 hombres que capita-
neaba el teniente coronel de ingenieros D. Juan Antonio Cearra. En 3 de
Octubre embistieron los franceses el recinto, y abrieron brecha al cabo
de pocos dias. Mantúvose el gobernador sordo á las propuestas que se le
hicieron de rendirse, insistiendo en su negativa, hasta que el día 8 tuvo
la mala suerte de que cayese un rayo y le hiriese, matando ó lastimando
á unos 50 de sus soldados. Forzoso se hizo entónces el capitular; pero se
verificó con honor, y dejando sin mancilla el lustre de nuestras armas.


En los primeros dias de Setiembre habia tomado el mando del se-
gundo y tercer ejército, como sucesor de D. José O’Donnell, el general
D. Francisco Javier Elío, de vuelta á España del mando que vimos se le
habia dado en el Río de la Plata. Aunque su llegada no influyese nota-
blemente en mejorar las operaciones de aquel distrito, no dejaron por
eso de realizarse con ventaja algunas excursiones, sobre todo las ya in-
dicadas de la Mancha que capitaneó el mismo Elío, en donde se recobró
el 22 de Setiembre el castillo de Consuegra, que tenía 290 hombres de
guarnicion, despues de siete dias de resistencia esforzada. Suceso éste,
con otros parecidos, que molestaban al frances, no parando, sin embar-
go, en ellos su principal consideracion, fija en los acontecimientos más
generales de los ejércitos aliados de Castilla, por los que vislumbrando
el mariscal Suchet los peligros á que se hallaria expuesto más adelante,
redobló su cuidado, ya tan vivo, fortificando varios pasos, y avituallando
y mejorando las plazas fuertes. Ni desatendió la ciudad misma de Valen-
cia, en donde, entre otros preparativos y defensas, dispuso aislar el edi-




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ficio de la Aduana, vasto y sólido, derribando várias casas y un colegio
que le dominaban, y colocando ademas unos morteros que infundiesen
respeto en la poblacion, caso de que intentára desmandarse. Llevaba
Suchet la mira, al tomar estas providencias, no sólo de repeler cualquier
ataque del ejército aliado y de enfrenar á los habitadores, sino tambien
la de conservar ciertos puntos que le ofreciesen mayor comodidad de re-
conquistar la provincia, si las vicisitudes de la guerra le obligasen á eva-
cuarla momentáneamente.


No fueron por este tiempo de mayor entidad, comparadas con las de
ambas Castillas y Andalucía, las ocurrencias de las otras provincias del
mando del mariscal Suchet, como lo eran Aragon y Cataluña. Incesantes
peleas, reencuentros, sorpresas difíciles de relatar, si bien inquietadoras
para el enemigo, fueron el entretenimiento afanoso y bélico de aquellas
comarcas. Y la Regencia, deseosa de darlo impulso multiplicando focos
de resistencia, nombró comandante general de Aragon á D. Pedro Sar-
sfield, á cuyo reino pasó éste desde Cataluña, acompañado de algunos
cuadros del ejército bien aguerridos y disciplinados. En su primera in-
cursion avanzó Sarsfield á Barbastro, entró en la ciudad el 28 de Setiem-
bre, y se hizo dueño de los muchos repuestos que habia acopiado allí
el enemigo. En los otros meses, hasta fin de año, este jefe, Mina y otros
partidarios desasosegaron mucho al enemigo por la izquierda del Ebro; y
por la derecha Gayan, Villacampa, y en ocasiones Durán, el Empecina-
do y diversos caudillos no cesaron de maniobrar, poniendo en aprieto en
Diciembre á los que guarnecian el castillo de Daroca, y en mucho riesgo
de perderse al general Severoli al frente de una columna bastante consi-
derable. Zaragoza misma, en donde continuaba mandando el general Pa-
ris, estuvo á punto más de una vez de caer en manos de los españoles.


En Cataluña procuraba D. Luis Lacy que no se abatiese el valor de
los habitantes, dando pábulo al ardimiento comun en cuanto lo consen-
tian sus recursos, cada dia más limitados con la pérdida de las plazas
fuertes y principales puertos, y no teniendo apénas otro abrigo ni apoyo
más que el de la lealtad y constancia catalanas.


Eroles, Manso, Milans y otros jefes sostenian la lucha con el mis-
mo brío que ántes; favoreciendo las empresas, siempre que eran del la-
do de la costa, el comodoro inglés Codrington, que surcaba por aquellos
mares, é incendió y cogió varios buques surtos en el puerto de Tarrago-
na. Frecuentemente encruelecíase la guerra por ambas partes, sin ha-
ber causa fundada que disculpase encarnizamiento tan porfiado. Era, sin
embargo, por lo comun primer móvil de los rigores más inhumanos el go-




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bernador frances de Lérida Henriod, en otra ocasion citado, á cuyas de-
masías respondia á veces con sobras D. Luis Lacy. Cierto que inquieta-
ban con razon á los franceses continuadas tramas; mas un leve indicio,
una delacion infame ó una mera cavilacion, bastaban á menudo para su-
mir en calabozos, y áun para llevar al cadalso, á respetables ciudadanos.
Nos inclinamos á contar en las de este número una conspiracion preco-
nizada por el general Decaen, que dió lugar á la prision del comercian-
te de Barcelona D. José Baiges y de otros veinte y dos individuos. Impu-
tábaseles el crimen de querer envenenar la guarnicion entera de aquella
plaza: atrocidad que, á ser cierta, hubiera merecido un ejemplar castigo;
pero á la cual no dió crédito D. Luis Lacy, y la conceptuó invencion de la
malevolencia, ó traza buscada de intento para deshacerse de los que por
su patriotismo y arrojo causaban sombra á los invasores y sus secuases:
razon que le impelió á publicar con toda solemnidad un decreto man-
dando tratar con la misma severidad con que fuesen tratados los última-
mente perseguidos en Barcelona á otro igual número de prisioneros fran-
ceses. La amenaza impidió se verificasen posteriores procedimientos por
ambas partes; y duélenos ver empleados á guerreros ilustres en retos tan
carniceros é impropios de la noble profesion de las armas.


Páginas más gloriosas, si bien deslustradas alguna vez, va ahora á
desdoblar la historia, refiriendo las campañas sucesivas de lord Welling-
ton, importantes y de pujanza para acabar de afianzar la libertad españo-
la. Recordará el lector que anunciamos en otro lugar haber salido aquel
caudillo de Madrid el l.º de Setiembre con direccion á Arévalo, en donde
habia mandado reunir sus principales fuerzas. Le acompañaron en sus
marchas las divisiones de su ejército 1.ª, 5.ª, 6.ª y 7.ª, quedando en Ma-
drid y sus cercanías la tercera con la ligera y cuarta.


Al aproximarse los anglo-portugueses, evacuaron los enemigos á Va-
lladolid, cuya ciudad habian ocupado de nuevo, entrando Clausel en
Búrgos, ya de retirada, el 17 del propio Setiembre. No continuó éste
mandando su gente largo tiempo, pues reuniéndosele luégo que salió de
Búrgos el general Souham con 9.000 infantes del ejército del Norte, se
encargó al último la direccion en jefe de toda esta fuerza.


Habian proseguido su movimiento las tropas aliadas, y el 16 jun-
tóseles el sexto ejército español entre los pueblos de Villanueva de las
Carretas, Pampliega y Villazopeque. Capitaneábalo D. Francisco Javier
Castaños, y habíase ocupado mucho en su organizacion y mejora el ge-
neral jefe de estado mayor D. Pedro Agustin Jiron. Constaba su fuerza
de unos 16.000 hombres, segun arriba indicamos.




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Pisaron los aliados las calles de Búrgos el 18 de Setiembre, acogién-
dolos el vecindario con las usuales aclamaciones, turbadas un instante
por desmanes de algunos guerrilleros, que no tardó en reprimir D. Mi-
guel de Álava.


El 19 procedieron los aliados á embestir el castillo de Búrgos, circui-
do de obras y nuevas fortificaciones. Para ello colocaron una division á
la izuierda de Alarzon, é hicieron que otras dos, con dos brigadas portu-
guesas, vadeasen este rio y se aproximasen á los fuertes, arrojando á los
enemigos de unas flechas avanzadas. Situóse en el camino real lo demas
del ejército para cubrir el ataque.


En la antigüedad era este castillo robusto, majestuoso, casi inacce-
sible; y fortalecióle en gran manera D. Enrique II, el de las mercedes;
arruinándose los muros notablemente en la resistencia empeñada que
dentro de él, y contra los Reyes Católicos, hizo la bandería que llevaba
el nombre del Rey de Portugal. Mandóle, no obstante, reedificar la reina
doña Isabel, y todavía se mantenia en pié, cuando por los años de 1736
un cohete tirado de la ciudad en una fiesta le prendió fuego, sin que na-
die se moviese á apagar las llamas, cuya voracidad duró algunos días.
Domina el castillo los puntos y cerros que se elevan en su derredor, ex-
cepto el de San Miguel, del que le divide una profunda quebrada, y en
cuya cima habian construido los franceses un hornabeque muy espacio-
so. Los antiguos muros del castillo eran bastante sólidos para sostener
cañones de grueso calibre, y en una de las principales torres levantaron
los franceses una batería acasamatada. Dos líneas de reductos rodeaban
la colina, dentro de las cuales quedaba encerrada la iglesia de la Blanca,
edificio más bien embarazoso que propio para la defensa. Componíase la
guarnicion de 2 á 3,000 hombres, y la mandaba el general Du Breton.


Fiados los ingleses en su valor y en los defectos que notaron en
la construccion de las obras, resolvieron tomarlas por asalto unas tras
otras, empezando por el hornabeque de San Miguel, enseñoreador de to-
das ellas. Consiguieron apoderarse de esto recinto en la noche del 19 al
20 de Setiembre, si bien á costa de sangre, y con la desventura de no ha-
ber podido impedir la escapada furtiva de la guarnicion francesa, que se
acogió al castillo, cuyas murallas pensaron los aliados acometer inme-
diatamente, casi seguros de coronar luégo con sus armas hasta las ame-
nas más elevadas.


Pero frustrándoseles sus esperanzas, dásenos vagar para que refira-
mos lo que ocurrió con motivo de una medida tomada por las Córtes en
este tiempo, que, aunque motejada de algunos, fué en la nacion univer-




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salmente aplaudida. Queremos hablar del mando en jefe de los ejércitos
españoles conferido á lord Wellington. Vimos en un libro anterior la re-
sistencia de las Córtes en acceder á los deseos de aquel general, que por
el conducto de su hermano sir Enrique Wellesley habia pedido el man-
do de las provincias españolas limítrofes de Portugal. Pareció entónces
prematuro el paso por la sazon en que se dió, y por no concurrir todavía
en la persona del lord Wellington condiciones suficientes que coloreasen
la oportunidad de la medida. Mas orlada ahora la frente de aquel cau-
dillo con los laureles de Salamanca, y con los que le proporcionaron las
inmediatas y felices resultas de tan venturosa jornada, habian cambia-
do las circunstancias; juzgando muchos que era llegado el tiempo de po-
ner bajo la mano firme, vigorosa y acreditada de lord Wellington, duque
de Ciudad-Rodrigo, la direccion de todos los ejércitos españoles; mayor-
mente cuando se hallaba ya á la cabeza de las tropas británicas y portu-
guesas, convertidas por sus victorias en principal centro de las operacio-
nes activas y regulares de la guerra. Tomó cuerpo el pensamiento, que
rodaba por la mente de hombres de peso, entre varios diputados, áun de
aquellos que ántes habian esquivado la medida, y que siempre se mos-
traban hoscos á intervenciones extrañas en los asuntos internos. El di-
putado por Astúrias don Andres Ángel de la Vega, afecto á estrechar la
alianza inglesa, apareció como primer apoyador de la idea, ya por las fe-
lices consecuencias que esperaba resultarian para la guerra, ya por es-
tar persuadido de que cualquiera mudanza política en España, intrinca-
da selva de intereses opuestos, necesitaba para ser sólida de un arrimo
extraño, no teniéndole dentro; y que éste debia buscarse en Inglaterra,
cuya amistad no comprometia la independencia nacional, como sucedia
entónces con Francia, sujeta á un soberano que no soñaba sino en conti-
nuas invasiones y atrevidas conquistas.


Al D. Andres Ángel agregáronsele D. Francisco Ciscar, D. Agustin
de Argüelles, D. José María Calatrava, el Conde de Toreno, D. Fernando
Navarro, D. José Mejía, D. Francisco Golfin, D. Juan María Herrera y D.
Francisco Martinez de Tejada. Juntos todos éstos examinaron la cuestion
con reserva y detenidamente; decidiendo al cabo formalizar la propues-
ta ante las Córtes, en la inteligencia de que se verificase en sesion secre-
ta, para evitar, si aquélla fuese desechada, el desaire notorio que de ello
se seguiria á lord Wellington, y tambien la publicidad de cualquiera ex-
presion disonante que pudiera soltarse en el debate y ofender al general
aliado, con quien entónces, más que nunca, tenía cuenta mantener bue-
na y sincera correspondencia. No ignoró el ministro inglés nada de lo




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que se trataba: dió su asenso y áun suministró apuntes acerca de los tér-
minos en que convendria extender la gracia; mas sin provocar su conce-
sion ni acelerarla, por vivo que fuese su deseo de verla realizada.


Encargóse D. Francisco Císcar, diputado por Valencia, de presentar
la proposicion por escrito, firmada por los vocales ya expresados. No en-
contró la medida en las Córtes resistencia notable, preparado ya el terre-
no. Hubo con todo quien la rechazase, en particular varios diputados de
Cataluña, y entre ellos D. Jaime Creux, más adelante arzobispo de Tarra-
gona, é individuo en 1822 de la que se apellidó Regencia de Urgel. Na-
ció principalmente esta oposicion del temor de que se diesen ensanches
en lo venidero al comercio británico en perjuicio de las fábricas y arte-
factos de aquel principado, en cuya conservacion se muestran siempre
tan celosos sus naturales. Mañosamente usó de la palabra el Sr. Creux,
mirando la cuestion por diversos lados. Dudaba tuviesen las Córtes fa-
cultades para dispensar á un extranjero favor tan distinguido; añadien-
do que la propuesta debia proceder de la Regencia, única autoridad que
fuese juez competente de la precision de acudir á semejante y extremo
remedio, y no dejando tampoco de alegar en apoyo de su dictámen lo im-
posible que se hacia sujetar á responsabilidad á un general súbdito de
otro gobierno, y obligado, por tanto, á obedecer sus superiores órdenes.
Razones poderosas, contra las que no habia más salida que la de la ne-
cesidad de aunar el mando, y vigorizarle para poner pronto y favorable
término á guerra tan funesta y prolongada.


Convencidas de ello las Córtes, aprobaron por una gran mayoría la
proposicion de D. Francisco Císcar y sus compañeros, resolviendo asi-
mismo que la Regencia manifestase el modo más conveniente de exten-
der la concesion, con todo lo demas que creyese oportuno especificar
en el caso. Evacuado este informe, dieron las Córtes el decreto siguien-
te: «Siendo indispensable para la más pronta y segura destruccion del
enemigo, que haya unidad en los planes y operaciones de los ejércitos
aliados en la Península, y no pudiendo conseguirse tan importante ob-
jeto sin que un solo general mande en jefe todas las tropas españolas de
la misma, las Córtes generales y extraordinarias, atendiendo á la urgen-
te necesidad de aprovechar los gloriosos triunfos de las armas aliadas,
y las favorables circunstancias que van acelerando el deseado momen-
to de poner fin á los males que han afligido á la nacion; y apreciando en
gran manera los distinguidos talentos y relevantes servicios del Duque
de Ciudad-Rodrigo, capitan general de los ejércitos nacionales, han ve-
nido en decretar y decretan: Que durante la cooperacion de las fuerzas




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aliadas en defensa de la misma Península, se le confiera el mando en je-
fe de todas ellas, ejerciéndole conforme á las ordenanzas generales, sin
más diferencia que hacerse, como respecto al mencionado Duque se ha-
ce por el presente decreto, extensivo á todas las provincias de la Pe-
nínsula cuanto previene el articulo 6.º, título I, tratado VII de ellas; de-
biendo aquel ilustre caudillo entenderse con el gobierno español por la
secretaría del despacho universal de la Guerra. Tendrálo entendido la
Regencia del reino, etc. Dado en Cádiz, á 22 de Setiembre de 1812.»


Con sumo reconocimiento y agrado recibió la noticia lord Welling-
ton, contestando en este sentido desde Villatoro con fecha de 2 de Oc-
tubre; mas expuso al mismo tiempo que ántes de admitir el mando con
que se lo honraba, érale necesario obtener el beneplácito del Príncipe
regente de Inglaterra, lo que dió lugar á cierto retraso en la publicacion
del decreto.


Motivó semejante tardanza diversas hablillas, y áun siniestras inter-
pretaciones y deslenguamientos, acabando por insertar á la letra el de-
creto de las Córtes un periódico de Cádiz intitulado La Abeja. Dióse por
ofendida de esta publicacion la Regencia, temiendo se la tachase de ha-
ber faltado á la reserva convenida; y por lo mismo trató de justificarse en
la Gaceta de oficio: otro tanto hizo la secretaría de Córtes, como si pudie-
ra nadie responder de que se guardase secreto en una determinacion sa-
bida de tantos, y que había pasado por tantos conductos. Se enredó, sin
embargo, el negocio, á punto de entablarse contra el periódico una de-
manda judicial. Cortó la causa el diputado D. José Mejía, quien á sí pro-
pio se denunció ante las Córtes como culpable del hecho, si culpa habia
en dar á luz un documento conocido de muchos, y con cuya publicacion
se conseguía aquietar los ánimos, sobrado alterados con las voces espar-
cidas por la malevolencia, y aumentadas por el misterio mismo que se
habia empleado en este asunto. Hubo quien quiso se hiciesen cargos al
diputado Mejía, graduando su proceder de abuso de confianza. Las Cór-
tes fallaron lo contrario, bien que despues de haber oído á una comision,
y suscitádose debates y contiendas. Livianos incidentes en que se des-
carrian con frecuencia los cuerpos representativos, malgastando el tiem-
po tanto más lastimosamente, cuanto en discusiones tales toman parte
los diputados de menor valía, aficionados á minucias y personales ata-
ques.


Envió entretanto lord Wellington su aceptacion definitiva, en virtud
del consentimiento alcanzado del Príncipe regente, y las Córtes dispu-
sieron que se leyese en público el expediente entero, como se verificó en




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la sesion del 20 de Noviembre; cesando con esto las dudas y el desaso-
siego, y quedando así satisfecha la curiosidad de la muchedumbre.


No faltaron, sin embargo, personas, aunque contadas, que censura-
ban acerbamente la providencia. Los redactores del Diario mercantil de
Cádiz, so color de patriotas, alzaron vivo clamor, reprendiendo de ilegal
el decreto de las Córtes. Eran eco de los parciales del gobierno intruso,
y de la ambicion inmoderada de algunos jefes.


Acaudillaba á éstos en su descontento D. Francisco Ballesteros (10),
quien abiertamente trató de desobedecer al Gobierno. Capitan general
de Andalucía, encontrábase á la sazon en Granada, al frente del cuarto
ejército, y mal avenido en todos tiempos con el freno de la subordinacion,
gozando de cierta fama y popularidad, parecióle aquélla acomodada co-
yuntura de ensanchar su poder y dar realce á su nombre, lisonjeando las
pasiones del vulgo, opuestas en general al influjo extranjero. Descubrió
á las claras su intento en un oficio dirigido al Ministro de la Guerra, con
fecha 23 de Octubre, en cuyo contenido, haciendo inexacta y ostentosa
reseña de sus servicios en favor de la causa de la independencia ántes
y despues del 2 de Mayo de 1808, que se hallaba en Madrid, y no ha-
blando con mucha mesura de la fe inglesa, requería que ántes de confe-
rir el marido á lord Wellington se consultase en la materia á los ejérci-
tos nacionales y á los ciudadanos, y que si unos y otros consintiesen en
aquel nombramiento, él áun así y de todos modos se retiraría á su casa,
manifestando en eso que sólo el honor y bien de su país le guiaban, y no
otro interes ni mira particular. Dañoso tan mal ejemplo si hubiera cundi-
do, no tuvo afortunadamente seguidores, á lo que contribuyó una pronta
y vigorosa determinacion de la Regencia del reino, la cual, resolviendo
separar del mando á Ballesteros, envió á Granada para desempeñar es-
te encargo al oficial de artillería D. Ildefonso Diez de Ribera, hoy conde
de Almodóvar, el cual, ya conocido en el sitio de Olivenza, habia pasa-
do últimamente á Madrid á presentar, de parte del Gobierno, á lord We-
llington las insignias de la órden del Toison de oro. Iba autorizado Ribe-
ra competentemente con órdenes firmadas en blanco para los jefes, y de
las que debia hacer el uso que juzgase prudente. Era segundo de Balles-
teros D. Joaquin Virués, y á falta del General en jefe recaia en su perso-
na el mando segun ordenanza; mas no conceptuándose sujeto apto para


(10) Hemos escrito siempre el apellido de Ballesteros con B, con arreglo á la verda-
dera ortografía de su procedencia, seguida por todos los periódicos de aquel tiempo. Sin
embargo, este general se firmaba Vallesteros con V.




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el caso, echóse mano del Príncipe de Anglona, de condicion firme y en
sus procederes atinado, quien todavía se mantenia en Granada, si bien
pronto á separarse de aquel ejército, disgustado con Ballesteros por sus
demasías. Avistáronse el Príncipe y Ribera, y puestos de acuerdo, lle-
varon á cumplido efecto las disposiciones del Gobierno supremo. Para
ello apoyáronse particularmente en el cuerpo de guardias españolas, su-
cediendo que las otras tropas, aunque muy entusiasmadas por Balleste-
ros, luégo que vislumbraron desobedecía éste á la Regencia y las Cór-
tes, abandonáronle y le dejaron solo. Intentó Ballesteros atraerlas; pero
desvaneciéndosele en breve aquella esperanza, sometióse á su adversa
suerte, y pasó á Ceuta, adonde se le destinó de cuartel. En el camino no
se portó cuerdamente, dando ocasion con sus importunas reclamacio-
nes, tardanzas y desmanes á que no se desistiese de proseguir contra él
una causa ya empezada, la cual á dicha suya no tuvo éxito infausto, ta-
pando las faltas hasta el mismo Príncipe de Anglona, quien en su decla-
racion favoreció á Ballesteros generosamente. La Regencia, sin embar-
go, graduó el asunto de grave, y publicó con este motivo, en Diciembre,
un manifiesto especificando las razones que habia tenido presentes pa-
ra separar del marido del cuarto ejército á aquel general, de suyo insu-
bordinado y descontentadizo siempre. Cierto que la popularidad de que
gozaba Ballesteros, y el atribuir muchos su desgracia al ardiente deseo
que le asistia de querer conservar intactos el honor y la independencia
nacional, eran causas que reclamaban la atencion del Gobierno para no
consentir se extraviase sin defensa la opinion pública. Adornaban á Ba-
llesteros, valeroso y sobrio, prendas militares recomendables en verdad,
mas oscurecidas algun tanto con sus jactancias y con el prurito de alegar
ponderados triunfos, que cautivaban á la muchedumbre incauta. Creía-
la dicho general tan en favor suyo, que se imaginó no pendia más de te-
ner universal séquito cualquiera opinion suya, que de cuanto él tardase
en manifestarla. Pone tambien maravilla que hubiera quien sustentase
que en conferir el mando á Wellington se comprometia el honor y la in-
dependencia española. Peligra ésta y se pierde aquél cuando un país se
expone irreflexivamente á una desmembracion, ó concluye estipulacio-
nes que menoscaban su bienestar ó destruyen su prosperidad futura. En
la actualidad ni asomo habia de tales riesgos, y cuando éstos no amagan,
todos los pueblos en parecidos casos han solido de positar su confianza
en caudillos aliados. La Grecia antigua vió á Temístocles sometido al ge-
neral de Esparta, tan inferior á él en capacidad y militares aciertos. Ca-
pitaneó Vendome las armas aliadas hispano-francesas en la guerra de




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sucesion, y en nuestros dias, el mismo Wellington ha tenido bajo sus ór-
denes los ejércitos de las principales potencias de Europa, sin que por
eso resultase para ellas desdoro ni mancilla alguna.


Á la insubordinacion y desobediencia de Ballesteros acompañó tam-
bien el malograrse la toma del castillo de Búrgos. Dejamos allí á los in-
gleses dueños del hornabeque de San Miguel, preliminar necesario para
continuar las demas acometidas. Establecieron en seguida una batería
por el lado izquierdo del hornabeque, decidiendo lord Wellington, áun
ántes de concluirla, escalar el recinto exterior en la noche del 22 al 23
de Setiembre. Frustróse la tentativa, y entónces hicieron resolucion los
anglo-portugueses de continuar sus trabajos, queriendo derribar por me-
dio de la mina los muros enemigos. Abrieron al efecto una comunicacion
que arrancaba del arrabal de San Pedro, y convirtieron en una paralela
un camino hondo colocado á cincuenta varas de la línea exterior. En la
noche del 29 jugó con poco fruto la primera mina, siendo rechazados los
aliados en el asalto que intentaron. No por eso desistieron todavía de su
empresa, y con diligencia practicaron una segunda galería de mina, tam-
bien enfrente del arrabal de San Pedro. Lista ya ésta el 4 de Octubre, se
puso fuego al hornillo; habíase apénas verificado la explosion, cuando ya
coronaban las brechas las columnas aliadas. Fué en el trance gravemen-
te herido el teniente coronel de ingenieros Jones, diligente autor de los
sitios de estas campañas.


Alojados los ingleses en el primer recinto, comenzaron á cañonear el
segundo y á practicar al propio tiempo un ramal de mina que partia des-
de las casas cercanas á San Roman, ántes iglesia, ahora almacen de los
franceses. La estacion mostrábase lluviosa e inverniza, y las balas de á
24 no dejaban ya de escasear para los sitiadores. Sin embargo, juzgan-
do éstos accesible la brecha del segundo recinto, le asaltaron el 18 de
Octubre, mas con éxito desgraciado y á punto que los desalentó en gran
manera. Por eso, y porque los movimientos del enemigo ponian en cui-
dado á lord Wellington, determinó éste descercar el castillo, como lo ve-
rificó el 22 del propio mes á las cinco de la mañana, sin conseguir tam-
poco, segun intentó, la destruccion del hornabeque de San Miguel.


Bien preparados los ingleses hubieran debido tomar los fuertes de
Búrgos en el espacio de sólo ocho días. Disculparon su descalabro con
la falta de medios, y con no haber calculado bastantemente la resisten-
cia con que encontraron. Mas entónces, ¿para qué emprender un sitio
tan inconsideradamente?


Eran de gravedad los movimientos que forzaron á lord Wellington á




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alejarse de Búrgos. Verificábanlos los ejércitos franceses del Mediodía
y centro y los llamados de Portugal y el Norte. Los primeros pusiéronse
en marcha luégo que en Fuente la Higuera celebró el rey José una con-
ferencia con los mariscales Jourdan, Soult y Suchet. Hizo éste grandes
esfuerzos para que no se evacuase á Valencia, y lo consiguió; revolvien-
do sólo sobre Madrid por Cuenca y por Albacete las tropas de los otros
mariscales.


Creian los franceses trabar refriega en el tránsito con sir Rowland
Hill, quien despues de su venida de Extremadura manteníase á orillas
del Tajo, en Aranjuez y Toledo, engrosado con la fuerza anglo-portugue-
sa, que compuso parte de la guarnicion de Cádiz durante el sitio, y con
las tropas que trajo de Alicante D. Francisco Javier Elío, y ascendian á
6.000 infantes, 1.200 caballos y ocho piezas de artillería, que se situa-
ron á la izquierda del ejército británico en Fuentidueña. Mas advertido
el general inglés de los intentos del ejército enemigo, avisóselo á We-
llington, y poniéndose en camino de Madrid, abandonó sus estancias y
voló uno de los ojos del puente llamado Largo, sobre el Jarama, en cuyas
riberas dejó, con algunas tropas, al coronel Skerret.


Tuvo éste allí un choque con el ejército de José, que seguia la huella
de sus contrarios, quienes de resultas desampararon del todo las orillas
del Jarama. El general Hill pasó por Madrid el 31 de Octubre; desocu-
pó los almacenes de los franceses; hizo volar la casa de la China; destru-
yó las obras del Retiro, y recogiendo las divisiones que lord Wellington
habia dejado apostadas dentro y en los alrededores ele la capital, con-
tinuó su viaje y traspuso las sierras de Guadarrama, dirigiéndose sobre
Alba de Tórmes, con objeto de unirse á las demas fuerzas de su nacion,
que guerreaban en Castilla la Vieja. Acompañáronle las divisiones prin-
cipales del quinto ejército español que trajera de Extremadura; mas no
las del segundo y tercero, que con Elío habian avanzado á la Mancha, y
se le habian juntado, las que tornaron á su respectivo distrito de Valen-
cia y Murcia, cruzando el Tajo por el puente de Auñon, y dando lugar á
que José avanzase á Madrid, para continuar ellas su marcha por los lin-
des de la provincia de Cuenca.


Presentaba Madrid en aquellos días penoso y melancólico aspecto.
Las autoridades se habian alejado apresuradamente de la villa, y áun el
Ayuntamiento, ya establecido constitucionalmente, habiase quedado re-
ducido á cuatro regidores, por la huida de los otros. Hubieran sobreveni-
do gravísimos males sin la presencia de ánimo de D. Pedro Sainz de Ba-
randa, y el sacrificio que hizo éste de su persona. Respetable vecino de




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Madrid y tambien regidor, se puso al frente de todo, erigido en primera
y única cabeza de la capital. Las disposiciones de Baranda fueron vigo-
rosas y cuerdas, impidiendo con ellas se realizasen los desórdenes que
amagaban, y eran de temer en una gran poblacion, sola y entregada á sí
misma en circunstancias críticas y dolorosas.


Entró José en Madrid á las dos de la tarde del 2 de Noviembre. No
fué su mansion larga ni duradera, pues de nuevo evacuó la capital el 7
del propio mes, no viéndose entónces los vecinos expuestos á la precaria
suerte de pocos dias ántes, por conocer ya el remedio á su desamparo.
Baranda, que se habia recogido á su casa durante la breve permanencia
de José en Madrid, fué repuesto en el ejercicio de sus facultades, y con-
tinuó portándose atinadamente, hallando recursos que satisficiesen los
excesivos pedidos de varios guerrilleros que se agolparon á la capital, y
los del general Bassecourt, que el día 11 pisó tambien sus calles.


Enderezó su marcha José tras de los ingleses hácia Castilla la Vie-
ja con intento de obrar mancomunadamente con sus ejércitos de Portu-
gal y el Norte. Lord Wellington, ántes de levantar el sitio del castillo de
Búrgos, prevínose para no ser sorprendido por las masas enemigas que
de encontrados puntos venían sobre sus huestes; y ya desde el 18 de Oc-
tubre se situó en ademan de defenderse y de estar dispuesto para la re-
tirada, colocando la derecha de su ejército anglo-hispano-portugues en
Ibear, sobre el Arlanzon, el centro en Mijaradas y la izquierda en Soto-
palacios.


Á la propia sazon habian reunido los franceses sus fuerzas disponi-
bles de los ejércitos de Portugal y el Norte en Monasterio, empezando
á avanzar el 20 á Quintanapalla, de donde tuvieron otra vez que reple-
garse, flanqueándolos por su derecha sir Eduardo Paget. Wellington, sin
embargo, no difirió levantar el sitio del castillo de Búrgos, segun hemos
visto; é hízolo con tal presteza, que el enemigo no advirtió hasta tarde el
movimiento de los aliados, quienes pudieron continuar retirándose sin
molestia, y pasar tranquilamente el Pisuerga por Torquemada y Cordobi-
lla. Varios cuerpos de caballería ligera al mando de sir Stapleton Cotton,
don Julian Sanchez y alguna que otra partida española componian la re-
taguardia. El enemigo, adelantándose, trabó refriegas parciales con los
aliados, cuyas tropas, colocadas á la márgen del Carrion, sentaron el 24
su ala derecha en Dueñas y su izquierda en Villamuriel. Por aquí se ex-
tendia el sexto ejército español á las órdenes del general Castaños, cuyo
jefe de estado mayor era D. Pedro Agustin Giron. Habíansele agregado
guerrillas y gente del séptimo ejército, como lo era la division de D. Juan




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Diaz Porlier. Atacó el enemigo la izquierda de los aliados sin fruto; hizo
Wellington en seguida marchar alguna fuerza sobre Palencia con deseo
de cortar los puentes del Carrion, pero malogrósele, habiendo agolpado
allí los franceses suficiente tropa que se lo estorbase.


Pasó el enemigo aquel río por Palencia, y hubo entónces Welling-
ton de cambiar su frente, consiguiendo volar dos puentes que hay tam-
bien sobre el Carrion, en Villamuriel y cerca de Dueñas. No acertaron
los aliados á destruir otro sobre el Pisuerga, en Tariego, por donde cru-
zaron aquel rio los enemigos, como tambien el Carrion, siguiendo un va-
do peones suyos y jinetes. Ordenó Wellington que se contuviese á los
contrarios en su ataque, y se trabó una pelea, en la que tuvieron parte los
españoles. De éstos, el regimiento de Astúrias ció un momento, y notán-
dolo D. Miguel de Alava, que asistia al lado de lord Wellington, se ade-
lantó para reprimir el desórden, y evitar que hubiese quiebra en la honra
de las filas de sus compatriotas á la vista de tropas extranjeras. Intrépido
Álava avanzó demasiadamente, y recibió una herida grave en la ingle.
Pero los españoles entónces, sin descorazonarse, volvieron en sí y repe-
lieron al enemigo, ayudándolos y completando la comenzada obra los de
Brunswick y el general Oswald con la quinta division de los aliados.


Luégo cejó lord Wellington, repasando el Pisuerga por Cabezon de
Campos. En la mañana del 27 apareció Souham, general en jefe del
ejército enemigo, á cierta distancia, sin que intentase ningun ataque de
frente, limitándose, segun se advirtió despues, á enviar destacamentos
via de Cigales, por su derecha, para posesionarse del puente del Pisuer-
ga en Valladolid, y colocarse así á espaldas del ejército aliado. Prolon-
garon los franceses su derecha áun más allá el dia 28, siendo su inten-
to enseñorearse del puente del Duero en Simáncas; pero defendido este
paso, como el de Valladolid, por el coronel Halkett y el Conde Dalhou-
sie, volaron los aliados el primer puente, y á prevencion tambien el de
Tordesillas. Mas no bastándole á lord Wellington estas precauciones, y
temeroso de ser envuelto por su izquierda, se echó atras, y pasó el Duero
por los pueblos de Puente Duero y Tudela, cuyos puentes voló, lo mismo
que el de Quintanilla y los de Zamora y Toro. Advertido Wellington de
que los enemigos, cruzando á nado el Duero, habian caído de golpe so-
bre la guardia inglesa de Tordesillas, y que reparaban el puente para fa-
cilitar la comunicacion de ambas riberas, se encaminó al punto en don-
de se alojaba el ala izquierda, apostando el 30 sus tropas en las alturas
que se elevan entre Rueda y Tordesillas. Nada, sin embargo, intentaron
los enemigos por de pronto, contentándose con posesionarse nuevamen-




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te de Valladolid y Toro, y extenderse por la derecha de sus márgenes.
Tampoco Wellington se movió ántes del 6 de Noviembre, ora por desis-
tir el enemigo de su acosamiento, ora por ser necesario dar descanso á
sus tropas, y treguas al general Hill para que se le juntase. Aquel mis-
mo dia llegó dicho general á Arévalo, y púsose en comunicacion con Ve-
llington, quien le mandó proseguir sin tardanza su movimiento por Fon-
tiberos, sobre Alba de Tórmes. La marcha de Hill pecó de fatigosa por
escasez de víveres, cuya falta se achacó al comisariato inglés, impróvi-
do y más cuidadoso á la sazon del interes propio que del de sus tropas.
Tambien habia decaido algun tanto la virtud militar en las divisiones
que mandaba Hill.


Aparejados ya los puentes de Tordesillas y Toro por el enemigo, no
alargó más tiempo Wellington su permanencia en las últimas estancias,
colocándose el 8 de Noviembre en las que ántes habia ocupado frente
de Salamanca. Pasó el mismo dia sir Rowland Hill el Tórmes por Alba,
y guarneció el castillo.


Detenidos los franceses en recoger provisiones, y atentos á unirse
con los ejércitos del Mediodía y centro, como lo fueron verificando en
estos dias, no molestaron á los aliados en sus marchas. Las fuerzas ene-
migas que se reunieron ahora ascendían á 80.000 infantes y 12.000 ca-
ballos, lo más florido de lo que tenian en España, si no contamos algunas
de las tropas de Suchet. Constaba el ejército aliado de 48.000 infantes y
5.000 caballos, y ademas 18.000 españoles, fuera de las guerrillas y de
la gente de Extremadura que venía con Hill.


Comenzaron los enemigos á hacer ademan de atacar el 9 á los alia-
dos por el lado de Alba, mas no se trabó pelea importante hasta el 14.
En este dia vadearon los franceses el Tórmes por tres puntos, dos leguas
por cima de Alba. Quiso lord Wellington poner estorbos al paso del fran-
ces por aquel rio; pero siendo ya tarde y conociendo estar muy afianza-
dos los enemigos en sus posiciones, determinó alejarse. Puso en ejecu-
cion su pensamiento despues de haber recogido en la misma tarde del
14 las tropas suyas apostadas en las cercanías de Alba, y de haber des-
truido los puentes del Tórmes, ciñéndose á dejar en el castillo de aque-
lla villa, palacio de sus duques, una guarnicion española de 300 hom-
bres á las órdenes de D. José Miranda Cabezon.


Abandonó Wellington del todo el 15 las estancias de Salamanca, y
partió distribuido su ejército en tres trozos que conservaban paralelas
distancias, en cuanto lo consentia el terreno doblado de aquella comar-
ca. Mandaba la primera columna el general Hill; la segunda ó centro sir




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Eduardo Paget; componían la tercera los españoles. Cruzaron todos el
Zurguen, y acamparon por la noche en los olivares que lame el Valmu-
za, tributario del Tórmes. El tiempo lluvioso, las aguas rebalsadas en las
tierras bajas, los víveres escasos, si bien se habia surtido al soldado de
pan para seis dias, pero inútilmente, por la relajacion de la disciplina,
sino en los casos de pelear. Los caballos desprovistos de forraje y pien-
so, teniendo que acudir para alimentarse á pacer la hierba ó á ramonear
y descortezar los árboles. Desaprovecharon los franceses, asistidos como
se hallaban de fuerzas superiores, esta oportunidad de introducir desór-
den y aumentar la turbacion en el ejército aliado.


Permanecieron los nuestros al raso el 16 en un bosque, á dos leguas
de Tamámes. Al dia siguiente dirigieron su marcha por unos encinares,
y detras el enemigo sin perder la huella de la retaguardia. Aquí pastaban
unas piaras, y con ellas rompieron recia escaramuza los soldados, así es-
pañoles como ingleses y portugueses, echándose la culpa unos á otros;
hubo ocasion en que el fuego indujo á error, creyendo ser lid con hom-
bres la que sólo lo era contra desdichados animales.


El desconcierto que nacia de tales incidentes, junto con lo pantano-
so é intransitable de los caminos, y lo hinchado de los arroyos, que des-
unian las divisiones ó columnas, fué causa de que resultase entre dos
de ellas un espacioso claro. Disgustado sir Eduardo Paget, y deseoso de
averiguar en qué consistia, cabalgó de una á otra, en sazon justamente
en que se interponia entre las columnas separadas un cuerpo de caballe-
ría enemiga, que, cayendo de repente sobre el general inglés, le hizo pri-
sionero sin resistencia. Afortunadamente ignoraban los franceses la ver-
dadera situacion de los aliados; sino, otros perjuicios pudieran haberse
seguido. Desde el Tórmes no hubo más que cañoneo y escaramuza por
ambas partes, con amago á veces de formalizarse campal batalla. Lord
Wellington, cuya serenidad y presencia por do quiera alentaba y contri-
buía á que el soldado no diese suelta á su indisciplina, estableció en la
noche del 18 sus cuarteles un Ciudad-Rodrigo, y cruzando en los días
19 y 20 el Agueda, pisó en breve tierra de Portugal. Los españoles se di-
rigieron por lo interior de este reino á Galicia; alojándose otra vez en el
Vierzo el sexto ejército para rehacerse y prepararse á nuevas campañas.
Tornó Porlier á Astúrias; y las fuerzas de Extremadura que habian veni-
do con Hill se acuartelaron durante el invierno en Cáceres y pueblos in-
mediatos; quedando cerca de Wellington pocos cuerpos y guerrillas, de
las que algunas regolfaron otra vez á Castilla.


Entre tanto el gobernador de Alba de Tórmes, don José Miranda Ca-




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bezon, á quien encargó Wellington sustentar el punto, condújose digna-
mente; reanimando su espíritu, si menester fuera, la vista de aquellas
paredes en donde se representaban todavía las principales batallas de
que saliera vencedor en otro tiempo el inmortal duque de Alba D. Fer-
nando Alvarez de Toledo. Solo Miranda, y ya léjos los ejércitos aliados,
empezaron los enemigos á intimarle la rendicion. Respondió Miranda
siempre con brío á los diversos requerimientos, no desperdiciando co-
yuntura de hacer salidas y coger prisioneros. Ocuparon luégo los france-
ses los lugares altos para descubrir á los nuestros, que se defendian bra-
vamente detras de los muros, de las ruinas y parapetos del castillo. Así
continuaron hasta el 24 de Noviembre, en cuya noche resolvió el gober-
nador evacuar aquel recinto, dejando sólo dentro al teniente de volun-
tarios del Ribero D. Nicolas Solar, con 20 hombres, 33 enfermos y 112
prisioneros hechos en las anteriores salidas. Ordenó á éste su jefe sos-
tener fuego vivo por algun tiempo para cubrir al sitiador la escapada de
la guarnicion. Al ser de dia llegó Miranda con los suyos al Carpio; pero
teniendo que andar por medio de los enemigos y de sus puestos avanza-
dos, vióse obligado, para evitar su encuentro, á marchar y contramarchar
durante los días 25, 26 y 27, hasta que el 28, favorecido por un movi-
miento de los contrarios, y ejecutando una marcha rápida, se desemba-
razó de ellos, y se acogió libre al puerto del Pico. Ántes de salir Miran-
da del castillo se correspondió con el general frances que le sitiaba, y en
el último oficio díjole (11): «Emprendo la salida con mi guarnicion; si


las fuerzas de V. S. me encontrasen, siendo compatibles, pelearémos en
campo raso. Dejo á V. S. el castillo con los enseres que encierra, parti-
cularmente los prisioneros, á quienes he mirado con toda mi considera-
cion, y omito suplicar á V. S. tenga la suya con el oficial, enfermos y de-
mas individuos que quedan á su cuidado, supuesto que sus escritos me
han hecho ver la generosidad de su corazon.» Celebró debidamente lord
Wellington el porte de Miranda, y tributáronle todos justas alabanzas.


Penetrado que hubo en Portugal el general inglés, tomó cuarteles de
invierno, acantonando su gente en una línea que se extendia desde La-
mego hasta las sierras de Baños y Béjar, así para proporcionarse vitua-
llas con mayor facilidad, como para atalayar todos los pasos, y de mane-
ra que pudieran sus diferentes cuerpos reconcentrarse con celeridad y
presteza. Los franceses, por su parte, tomaron varios rumbos y posicio-
nes, esparciéndose por Castilla la Vieja, á las órdenes de Souham y Ca-


(11) Véase la Gaceta de la Regencia de las Españas de 29 de Diciembre de 1812.




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ffarelli, sus ejércitos de Portugal y el Norte, y revolviendo sobre Castilla
la Nueva, regidos siempre por el rey intruso y los mariscales Jourdan y
Soult, los del centro y Mediodía.


En la tarde del 3 de Diciembre entró de nuevo José en Madrid, en-
luteciéndose los corazones de los vecinos, comprometidos cada vez más
con idas y venidas de unos y otros, y abrumados de cargas y de no inte-
rrumpidas infelicidades y desventuras. Mandó, no obstante, el gobier-
no intruso que se iluminasen las casas por espacio de tres dias en cele-
bridad del retorno de su monarca, quien se mostró aún más placentero
y apacible que lo que tenía de costumbre. Las demostraciones de ale-
gría apesadumbraban á los moradores en vez de divertirlos y entrete-
nerlos, mirándolas como mofa de sus miserias; ocasion bastante, cuan-
do no fuera ayudada de tantas otras, para que creciese la indignacion en
los pechos.


Repartidas las tropas británicas, segun hemos dicho, y aseguradas
en sus puestos, pasó Wellington una circular á todos los comandantes
de los cuerpos, notable por sus razones y oportunos reparos, y por in-
ferirse tambien de su contexto el desarreglo y la insubordinacion á que
habian llegado los soldados ingleses. «La disciplina del ejército de mi
mando (decía Wellington) en la última campaña ha decaido á tal punto,
que nunca he visto ni leido cosa semejante. Sin tener por disculpa de-
sastres ni señaladas privaciones.....» «Hanse cometido desmanes y ex-
cesos de toda especie, y se han experimentado pérdidas que no debie-
ran haber ocurrido.....»


Achacaba en seguida el general inglés muchas de estas faltas al des-
cuido y negligencia de los oficiales en los regimientos, y prescribia ati-
nadas reglas para aminorar el mal y destruirle en lo sucesivo. Produjo
esta circular maravilloso efecto.


Poco despues se trasladó lord Wellington á Cádiz, á fin de concertar-
se con el Gobierno español acerca de la campaña que debia abrirse en
la primavera, y tambien para dar descanso y recreo al ánimo, despues
de tan continuadas fatigas. Llegó Wellington á aquella ciudad el 24 de
Diciembre, y la Regencia y las Córtes, y los grandes y los vecinos, to-
dos se esmeraron en su obsequio. Diéronle los regentes el 26 un convi-
te espléndido, al que asistió una comision de las Córtes. En correspon-
dencia hizo otro tanto el embajador británico sir Enrique Wellesley, hoy
lord Cowley, hermano del General, con la singularidad de haber invita-
do á todos los diputados. Festejóle la grandeza de España, casi toda ella
reunida en Cádiz, como muy adicta á la causa de la patria, celebrando




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un suntuoso baile, á que concurrió lo más florido y bello de la poblacion.
Quisieron turbar la fiesta mal intencionados, ó gente enojada de no ha-
ber sido parte en el convite, escribiendo una carta anónima á la Conde-
sa-Duquesa de Benavente, Duquesa tambien viuda de Osuna, que por
sus particulares respetos y elevadas circunstancias presidía la funcion;
tratábase en su contenido de atemorizar á esta señora con el anuncio de
que la cena estaba envenenada. Vislumbróse luégo el objeto de tan fal-
so y oficioso aviso, y léjos de alterarse la alegría, aumentóse, dando lu-
gar tal incidente á donaires y chistosas agudezas. Otra casual ocurren-
cia hizo aquella noche subir más de punto el comun gozo, y fué la noticia
que entónces llegó de los desastres y completa ruina que iba sufriendo
el ejército frances al retirarse de su campaña de Rusia; suaves recuerdos
de hechos que presenciamos, tanto más indelebles para nosotros, cuan-
to acaecieron en nuestra primera mocedad.


A tales diversiones y fiestas, grandes atendiendo á la estrecheza de
los tiempos, nacidas todas del entusiasmo más puro y desinteresado,
acompañaron ciertas y honoríficas muestras de aprecio, dispensadas á la
persona de lord Wellington. Debe considerarse como notable la de una
comision que nombraron las Córtes para irle á cumplimentar á su casa
luégo de su arribo á Cádiz; paso preparatorio de una nueva y mayor dis-
tincion con que se lo honró.


Fué ésta recibirle las Córtes dentro de su mismo seno, y concederle
asiento en medio de los diputados. Merced que Wellington tuvo en gran-
de estima, como hijo de un país en cuyo gobierno tienen tanta parte los
cuerpos representativos. Verificóse esta ceremonia el 30 de Diciembre.
Presidía las Córtes D. Francisco Císcar (12). Leyó lord.Wellington un
discurso sencillo en castellano, pero enérgico, realzando el vigor de las
palabras el acento mismo aspirado y fuerte con que le pronunció. Res-
pondióle el Presidente de las Córtes atinadamente, si bien de un modo
algo ostentoso, y propio sólo de los tiempos en que Alejandro Farnesio
(13) y el Duque de Feria dominaron en Francia, y dentro mismo de los
muros parisienses.


No se crea que sólo á ceremonias y apacibles entretenimientos se li-
mitaron las ocupaciones de lord Wellington en Cádiz. Otras disposicio-


(12) Véanse estos discursos en el Diario de las discusiones y actas de las Córtes ex-
traordinarias de Cádiz, tomo XVI, páginas 461 y 462. Sesion del 30 de Diciembre de
1812.


(13) Las guerras de los Estados-Bajos, por D. Cárlos Coloma, libro VII. Allí se verá
cómo mandaba el Duque de Feria durante la ocupacion de París por los españoles.




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nes y acuerdos se tomaron, enderezados á dar impulso á la guerra é in-
troducir mayor sencillez en la administracion. La Regencia habia por
este tiempo refundido en cuatro ejércitos de operaciones, con dos de re-
serva, los que ántes se hallaban distribuidos en siete. Formaba el prime-
ro el de Cataluña, y se puso á las órdenes del general Copons y Navia. El
segundo componíase del segundo y tercero de ántes, y continuaba man-
dándole D. Francisco Javier Elío. El cuarto antiguo daba el sér al tercero
nuevo, y á su frente el Duque del Parque. Constaba el cuarto de ahora de
los anteriores quinto, sexto y séptimo, y regíale el general Castaños. De
los de reserva debia organizarse uno en Andalucía al cuidado del Con-
de del Abisbal; otro en Galicia al de don Luis Lacy. De estas fuerzas,
50.000 hombres tenian que maniobrar á las inmediatas órdenes de lord
Wellington. Tambien á instancia de la Regencia promulgaron las Córtes
un decreto (14), con fecha 6 de Enero del año entrante de 1813, en el


(14) La Regencia del reino se ha servido expedir el decreto siguiente: Don Fernando
VII, por la gracia de Dios y por la Constitucion de la monarquía española, rey de las Es-
pañas, y en su ausencia y cautividad la Regencia del reino, nombrada por las Córtes ge-
nerales y extraordinarias, á todos los que las presentes vieren y entendieren, sabed: «Que
las Córtes han decretado lo siguiente: «Las Córtes generales y extraordinarias, constante-
mente animadas del más vivo deseo de promover en cuanto esté de su parte la pronta ex-
pulsion de los injustos y crueles invasores de la península española, proporcionando pa-
ra ello á la Regencia del reino todos los recursos y medios que dependen de la potestad
legislativa, han tomado en la más séria consideracion lo que con fecha de 29 y 31 de Di-
ciembre último les ha expuesto la misma sobre un mejor y más terminante arreglo de las
facultades y responsabilidad de los generales en jefe de los ejércitos nacionales; y que-
riendo que sea más eficaz y expedita la cooperacion que á dichos generales deban prestar
los jefes políticos y ayuntamientos, como los intendentes de los ejércitos y provincias, sin
que se confundan sus diferentes funciones, ni se choquen sus providencias, ántes bien se
facilite y asegure el servicio militar por medidas conformes á la Constitucion política de
la monarquía; han venido en decretar y decretan que miéntras lo exijan las circunstan-
cias, se observen puntualmente las disposiciones contenidas en los artículos siguientes:
1.º Se autoriza á la Regencia del reino para que pueda nombrar á los generales en jefe de
los ejércitos de operaciones capitanes generales de las provincias del distrito, que segun
crea conveniente, asigne á cada uno de estos ejércitos. 2.º En cada provincia de las que
compongan el distrito referido habrá un jefe político, el cual, y lo mismo el intendente, al-
caldes y ayuntamientos, obedecerán las órdenes que en derechura les comunique el ge-
neral en jefe del ejército de operaciones en las cosas concernientes al mando de las armas
y servicio del mismo ejército, quedándoles libre y expedito el ejercicio de sus facultades
en todo lo demas. 3.º Los generales en jefe de los ejércitos de operaciones podrán, siem-
pre que convenga, destacar oficiales para que cuiden de la conservacion de algun distrito
ó provincia de las de la demarcacion de su ejército, ó para hacer la guerra, en cuyo caso,
y en el de que el oficial destacado se introduzca en alguna plaza, cuando sea importante




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que se deslindaban las facultades de los generales, de los jefes políticos
y de los intendentes, con otras disposiciones dirigidas á destruir, ó por
lo ménos suavizar todo ludimiento ó roce de las autoridades entre sí; tra-
tándose igualmente de mejorar la cuenta y razon y toda la parte adminis-


al servicio de la nacion, se observará lo prevenido en el articulo 7.º, título III, tratado 7.º
de las ordenanzas generales. Los generales en jefe serán responsables por todos sus ac-
tos y los de los oficiales que obren bajo sus órdenes. 4.º El general del ejército de reser-
va de Andalncia podrá ejercer en las provincias de Sevilla, Córdoba y Cádiz, si la Regen-
cia lo estima conveniente, las facultades de capitan general de provincia, con arreglo á
ordenanza. Los jefes políticos, intendentes, alcaldes y ayuntamientos de las tres provin-
cias expresadas obedecerán las órdenes que en derechura les comunique el general del
referido ejército de reserva en las cosas concernientes al mando de las armas y servicio
del mismo ejército, quedándoles libre y expedito el ejercicio de sus facultades en todo lo
demos. 5.º En cada ejército de operaciones habrá un intendente general del mismo, cuya
autoridad en lo relativo si la guerra se extenderá á todas las provincias de la demarcacion
de aquel ejército, quedándole en esto subordinados los intendentes de ellas con arreglo
á la instruccion de 23 de Octubre de 1749, y la real órden de 23 de Febrero de 1750. 6.º
Consiguiente á este plan, y sin perjuicio de las providencias que la Regencia tome para
que desde luégo se ponga en ejecucion, propondrá la misma á las Córtes la planta de las
oficinas de cuenta y razon de intendencias de ejército. 7.º La recaudacion é inversion de
los fondos de todas las provincias se hará por el órden proscrito en la Constitucion, leyes
y decretos de las Córtes. 8.º El Gobierno asignará sobre el producto de las rentas y con-
tribuciones de las provincias de la demarcacion de cada ejército lo que sea necesario pa-
ra la manutencion del mismo, sin perjuicio de que provea á ella con otros fondos en ca-
so de que no basten dichas rentas y contribuciones. 9.° En su consecuencia, la Regencia
presentará sin demora á las Córtes el presupuesto de los gastos del ejército y el estado de
los productos de las rentas y contribuciones de las provin.cias de la demarcacion de cada
uno. 10. Los intendentes generales de los ejércitos estarán á las órdenes de sus generales
en jefe, con arreglo á los artículos 1.º y 2.º, tít. XVIII, tratado 7.° de las ordenanzas gene-
rales, en cuanto no se opongan al art. 353 de la Constitucion. 11. Ningun pago, de cual-
quier clase que sea, para los individuos ó gastos de un ejército, se abonará, sin que ade-
mas de la intervencion necesaria, y del V.º B.º del intendente, lleve tambien el del general
en jefe, el cual por su parte será responsable de la legitimidad del pago. Lo tendrá enten-
dido la Regencia del reino, y dispondrá lo necesario á su cumplimiento, haciéndolo im-
primir, publicar y circular.— FRANCISCO CÍSCAR, presidente.— FLORENCIO CASTILLO, dipu-
tado secretario.— JOSÉ MARÍA COUTO, diputado secretario.— Dado en Cádiz, á 6 de Ene-
ro de 1813.— A la Regencia del reino.»


Por tanto, mandamos á todos los tribunales, justicias, jefes, gobernadores y demAs
autoridades, así civiles como militares y eclesiásticas, de cualquiera clase y dignidad,
que guarden y hagan guardar, cumplir y ejecutar el presente decreto en todas sus partes.
Tendréislo entendido para su cumplimiento, y dispondréis se imprima, publique y Cir-
cule.— JOAQUIN DE MOSQUERA Y FIGEROA.— EL DUQUE DEL INFANTADO: JUAN VILLAVICEN-
CIO.— IGNACIO RODRIGUEZ DE RIVAS.— JUAN PEREZ VILLAMIL. En Cádiz, á 7 de Enero de
1813.— Á D. José María de Carvajal.— (Gaceta de la Regencia de les Españas de 19 de
Enero de 1813.)




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trativa: asunto arduo de suyo, y más en aquella sazon, fecunda en pre-
textos y disculpas que ofrecian los reveses y azares de la guerra misma.


En breve salió lord Wellington de Cádiz y pasó á Lisboa, siendo aco-
gido en los pueblos portugueses por donde transitó, desde Yélves has-
ta el Tajo, con regocijos públicos y arcos de triunfo muy engalanados.
Acorde en estos viajes con los gobiernos de la Península, pudo sosega-
damente prepararse á la ejecucion del plan de la campaña próxima, que
pronosticaban dichosa los trofeos adquiridos entónces contra Napoleon,
no ménos en los templados y calorosos climas que bañan el Tórmes y el
Manzanares, que en las frias y heladas regiones del Septentrion.