Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
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LIBRO DÉCIMONONO.


ACONTECIMIENTOS EN LAS PROVINCIAS.— PRIMER DISTRITO.— COMBATE DE VILLA-
SECA.— DE SAN FELIU DE CODINAS.— DE ALTAFULLA.— SARSFIELD EN FRAN-
CIA.— ACCION DE RODA.— OTROS COMBATES Y SUCESOS.— DIVIDE NAPOLEON LA
CATALUÑA EN DEPARTAMENTOS.— DA EL MANDO DE ELLA A SUCHET.— SEGUN-
DO DISTRITO.— SEGUNDO Y TERCER EJÉRCITO.— PARTIDAS.— DIVISIONES DE RO-
CHE Y WITTINGHAM.— GUERRILLAS EN VALENCIA.— EMPRESAS DEL EMPECINADO,
DE VILLACAMPA Y DE DURÁN.— EL MANCO.— GAYAN.— TOMA DURÁN Á SORIA Y
Á TUDELA.— CUARTO DISTRITO.— BALLESTEROS.— QUINTO DISTRITO.— PENNE Y
MORILLO.— PARTIDAS.— SEXTO DISTRITO.— EVACUACION DE ASTÚRIAS.— PRO-
CLAMA DEL GENERAL CASTAÑOS.— NUEVA ENTRADA DE LOS FRANCESES EN ASTÚ-
RIAS.— SU SALIDA.— SÉPTIMO DISTRITO.— PORLIER.— OTROS CANDILLOS Y JUNTA
DE VIZCAYA.— RENOVALES.— EL PASTOR.— INDIVIDUOS DE LA JUNTA DE BÚRGOS
AHORCADOS POR LOS FRANCESES.— VENGANZA QUE TOMA MERINO.— DECRETOS NO-
TABLES DE NAPOLEON.— ESPOZ Y MINA.— ACCION DE SANGÜESA.— PRESA DE UN
SEGUNDO CONVOY EN ARLABAN.— MUERTE DE MR. DESLANDES, SECRETARIO DE JO-
SÉ.— MUERTE DE CRUCHAGA.— MEDIDAS ADMINISTRATIVAS DE MINA.— JUICIO
DE WELLINGTON SOBRE LAS GUERRILLAS.— MOVIMIENTO DE WELLINGTON.— PONE
EL INGLÉS SITIO Á BADAJOZ.— ASALTO DADO Á LA PLAZA.— TÓMANLA LOS ANGLO-
PORTUGUESES.— MALTRATAN Á LOS VECINOS.— GRACIAS CONCEDIDAS.— AVAN-
ZA SOULT Y SE RETIRA.— ACÉRCANSE LOA ESPAÑOLES Á SEVILLA.— MOVIMIENTOS
DE MAMONT HÁCIA CIUDAD-RODRIGO.— WELLINGTON VUELVE AL ÁGUEDA.— DES-
TRUYE HILL LAS OBRAS DE LOS FRANCESES EN EL TAJO.— SOULT Y BALLESTE-
ROS.— CHOQUES EN OSUNA Y ALORA.— ACCION DE BORNOS, Ó DEL GUADALETE.—
GUERRA ENTRE NAPOLEON Y LA RUSIA.— OPINION EN ALEMANIA.— MEDIDAS
PREVENTIVAS DE NAPOLEON.— PROPOSICIONES DE NAPOLEON Ó LA INGLATERRA.—
CONTESTACION.— EMPIEZA LA GUERRA DE FRANCIA CON RUSIA.— INFLUJO DE ES-
TA GUERRA RESPECTO DE ESPAÑA.— MANEJOS EN CÁDIZ DEL PARTIDO DE JOSÉ.—
SOCIEDADES SECRETAS.— ESPERANZAS DEL PARTIDO DE JOSÉ EN LOS TRATOS CON
CÁDIZ.— DESVANÉCENSE.— ASERCION FALSA DEL MEMORIAL DE SANTA ELENA.—
PROYECTO DE JOSÉ DE CONVOCAR CÓRTES.— ESCASEZ Y HAMBRE, SOBRE TODO EN
MADRID.— PROVIDENCIAS DESASTRADAS.— ESCASEZ EN LAS PROVINCIAS.— ABUN-
DANCIA Y ALEGRÍA EN CÁDIZ.— TAREAS DE LAS CÓRTES.— LIBERTAD DE LA IM-
PRENTA Y SUS ABUSOS.— DICCIONARIO MANUAL Y DICCIONARIO CRÍTICO-BURLESCO.—




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SENSACION QUE CAUSA EL DICCIONARIO CRÍTICO-BURLESCO.— SESION DE LAS CÓRTES
Y RESOLUCION QUE PROVOCA.— TENTATIVA PARA RESTABLECER LA INQUISICION.—
ESTADO DE AQUEL TRIBUNAL.— SESION IMPORTANTE PARA RESTABLECER LA INQUISI-
CION.— SE ESQUIVA EL RESTABLECIMIENTO DE LA INQUISICION.— PROMUÉVESE QUE
SE DISUELVAN LAS CÓRTES.— PÁRA EL GOLPE LA COMISION DE CONSTITUCION.— SE
CONVOCAN LAS CÓRTES ORDINARIAS PARA 1813.


Antes de referir los combinados y extensos movimientos que ejecu-
taron, al promediar del año de 1812, las armas aliadas, echaremos una
ojeada rápida sobre los acontecimientos parciales ocurridos durante los
primeros meses del año en las diversas provincias de España. Comenza-
rémos por la de Cataluña, ó sea el primer distrito.


Allí D. Luis Lacy, ayudado de la Junta del principado y de los demas
jefes, mantenia cruda guerra; habiéndose situado á mediados de Enero
en Reus, con amago á Tarragona. Escasez de víveres y secretos tratos ha-
bían dado esperanzas de recuperar por sorpresa aquella plaza. Avisado
Suchet, previno el caso, y comunicó para ello órdenes al general Musnier,
que mandaba en las riberas del Ebro hácia su embocadero; quien por su
parte encargó al general Lafosse, comandante de Tortosa, que avanzase
más allá del Coll de Balaguer, y explorase los movimientos de los espa-
ñoles. Confiado éste sobradamente, imaginó que Lacy se habia alejado al
saber la noticia de la rendicion de Valencia; por lo que sin reparo, y parti-
cipándoselo así á Musnier, prosiguió á Villaseca, en donde acampó el 19
de Enero. Consistia la fuerza de Lafosse en un batallon y 60 caballos, con
los que se metió en Tarragona, dejando á los infantes, para que descan-
sasen, en dicho Villaseca. Don Luis Lacy aprovechó tan buena oportuni-
dad, y arremetió contra los últimos, logrando, á pesar de una larga y viví-
sima resistencia, desbaratarlos, y coger el batallon casi entero con su jefe
Dubarry. En vano quiso Lafosse revolver en socorro de los suyos: habían-
los ya puesto en cobro los nuestros. Se distinguieron en tan glorioso com-
bate el Baron de Eroles y el comandante de coraceros Casasola.


Llamado entónces el general en jefe español á otras partes, dejó
apostado en Reus á Eroles, y marchó con D. Pedro Sarsfield la vuelta de
Vich, adonde habia acudido el general frances Decaen. Al aproximarse
los nuestros, evacuaron los enemigos la ciudad, y en San Feliu de Codi-
nas trabóse sangrienta lid. Al principio cayó en ella prisionero Sarsfield;
mas á poco libertáronle cuatro de sus soldados, y cambiando la suerte,
tuvieron los franceses que retirarse apresuradamente.




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En tanto Eroles sostuvo el 24 de Enero otra acometida del enemigo.
Embistiéronle los generales Lamarque y Maurice Mathieu en Altafulla,
acorriendo ambos de Barcelona con superiores fuerzas. Acosado y en-
vuelto el general español, vióse en la precision de dispersar sus tropas,
á las que señaló para punto de reunion el monasterio de Santas-Cruces.
Sacrificáronse dos compañías del batallon de cazadores de Cataluña con
intento de salvar la division, y lo consiguieron, arrostrando y contenien-
do el ímpetu del enemigo en un bosque cercano. Nuestra pérdida con-
sistió en 500 hombres y dos piezas; no escasa la de los franceses, que
quisieron vengar en este reencuentro el reves de Villaseca.


Rehecho luégo Eroles, caminó por disposicion de Lacy al norte de
Cataluña, vía del valle de Aran, con órden de apoyar á D. Pedro Sars-
field, quien penetró bravamente en Francia el 14 de Febrero, siguiendo
el valle del Querol, y derrotando en Hospitalet á un batallon que le qui-
so hacer frente. Recorrió Sarsfield varios pueblos del territorio enemigo;
exigió 50.000 francos de contribucion; cogió más de 2.000 cabezas de
ganado, y tambien pertrechos de guerra.


Acabada que fué la incursion de Sarsfield en Francia, revolvió Ero-
les con su gente sobre Aragon, y se adelantó hasta Benasque y Graus.
Andaba por aquí la brigada del general Bourke, perteneciente al cuer-
po llamado de reserva de Reille, que despues de la conquista de Valen-
cia habia tornado atras, y tomado el nombre de cuerpo de observacion
del Ebro. Atacó Bourke á Eroles en Roda, partido de Benavarre, el 5 de
Marzo, hallándole apostado en el pueblo que se asienta en un monte er-
guido. Duró la refriega diez horas, y al cabo quedó la victoria de parte de
los españoles, teniendo los franceses que retirarse abrigados de la no-
che, muy mal herido su general, y con pérdida de cerca de 1.000 hom-
bres. Refugióse Bourke en Barbastro, y despues en la plaza de Lérida,
temeroso de Mina. A poco vino en su ayuda parte de la division de Seve-
roli, que era otra de las del cuerpo de Reille, la cual penetró tierra aden-
tro en Cataluña, en persecucion de Eroles, infructuosa é inútilmente.


Con suerte vária empeñáronse por el mismo tiempo diversos comba-
tes en los demas distritos de aquel principado. De notar fué el que sos-
tuvo en 27 de Febrero cerca de la villa de Darníus el teniente coronel
D. Juan Rimbau al frente del primer batallon de San Fernando; en el
que quedaron destruidos 500 infantes y 20 caballos enemigos. Lo mismo
aconteció en otras refriegas trabadas en Abril, no léjos de Aulot y Lla-
vaneras, por Milans y Rovira. Repetíanse á cada instante parecidos cho-
ques, si no todos de igual importancia, á las órdenes de Fábregas, Gay,




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Manso y otros jefes. Continuaba por nosotros la montaña de Abusa, lu-
gar propio para instruccion de reclutas; tambien la plaza de Cardona y
la Seu de Urgel, desde cuyo punto su gobernador D. Manuel Fernandez
Villamil, atalayando el territorio frances, no desaprovechaba ocasion de
incomodar á sus habitantes y sacar contribuciones. Del lado de la mar
manteníanse en nuestro poder las islas Medas, impenetrable asilo, go-
bernado ahora por D. Manuel Llauder, que molestaba á los enemigos
hasta con corsarios, que se destacaban de aquella guarida.


Y como si no bastasen los hechos anteriores para sustentar tráfago
tan belicoso, vino aún á avivarle un decreto dado por Napoleon en 26 de
Enero, segun el cual se dividia la Cataluña, como si ya perteneciese á
Francia, en cuatro departamentos, á saber: 1.º, del Ter, capital Gerona;
2.º, de Monserrat, capital Barcelona; 3.º, de las Bocas del Ebro, capital
Lérida, y 4.º, del Segre, capital Puigcerdá. Para llevar á efecto esta de-
terminacion, llegaron en Abril á la ciudad de Barcelona varios emplea-
dos de Francia, y entre ellos Mr. de Chauvellin, encargado de la inten-
dencia de los llamados departamentos de Monserrat y Bocas del Ebro; y
monsieur Treilhard, nombrado prefecto del de Monserrat. Los instaló en
sus puestos el 15 del mismo mes el general Decaen. Burlábanse de tales
disposiciones áun los mismos franceses, diciendo en cartas intercepta-
das: «Aquí deberian enviarse, por diez años á lo ménos, ejércitos y bayo-
netas, no prefectos.» Los moradores, por su parte, despechábanse más y
más viendo en aquella resolucion, no ya la mudanza de dinastía y de go-
bierno, sino hasta la pérdida de su antiguo nombre y naturaleza, senti-
miento arraigado y muy profundo entre los españoles, y sobre todo entre
los habitantes de aquella provincia.


Por entónces, aunque continuó al frente de Cataluña el general De-
caen, dieron los franceses la supremacía del mando de toda ella, como
ya la tenía de una parte de la misma provincia y de Aragon y Valencia, al
mariscal Suchet. Con este motivo, y el de prevenir desembarcos que se
temian por aquellas costas, avistáronse él y Decaen en Reus el 10 de Ju-
lio. Nacian semejantes recelos de una expedicion inglesa que se dirigía
á España, procedente de Sicilia, de la cual hablarémos despues como
conexa con la campaña general é importante que empezó en este verano.
También inquietaban á dichos generales movimientos de Lacy hácia la
costa, y anuncios de conspiraciones en Barcelona y Lérida. En la prime-
ra de las dos ciudades prendieron los franceses y castigaron á varios in-
dividuos; y en la última el gobernador Henriod, conocido ya como hom-
bre cruel, halló ocasion de saciar su saña con motivo de haberse volado




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el 16 de Julio un almacen de pólvora, de cuya explosion resultaron mu-
chas víctimas, y abrirse una brecha en el baluarte del Rey. Atribuyó el
general frances este suceso, no á casualidad, sino á secretos manejos de
los españoles. Sospechas fundadas; si bien nada pudo Henriod descu-
brir ni poner en claro en el asunto.


El fatal golpe de la caida de Valencia comprimió por algun tiempo el
fervor patriótico de aquel reino, no habiendo ocurrido èn él al principio
acontecimiento notable. Sin embargo, el gobierno supremo de Cádiz en-
vió por comandante general de la provincia á D. Francisco de Copons y
Navia, quien, gozando de buen nombre por la reciente defensa de Tari-
fa, trató ya en Abril de animar con proclamas á los valencianos, desde el
punto de Alicante. Rehacianse en Murcia el segundo y tercer ejército,
todavía al mando de D. José O’Donnell; ascendiendo el número de gente
en ambos á unos 18.000 hombres. Limitáronse sus operaciones á várias
correrías, ya por la parte de Granada, ya por la de la Mancha, ya, en fin,
por la de Valencia: todas entónces no muy importantes, pero que de nue-
vo inquietaban al enemigo. Don Antonio Porta, comandante del reino
de Jaen, bajo la dependencia de este ejército, cogió en 5 de Abril, entre
Bailén y Guarroman, porcion de un numeroso convoy que iba de Madrid
á Sevilla. Se señalaba tambien por allí el partidario D. Bernardo Mar-
ques, como igualmente hácia la Carolina D. Juan Baca, segundo de D.
Francisco Abad (Chaleco); quien proseguia en la Mancha sus empresas.
En esta provincia mandaba aún D. José Martinez de San Martin; y reco-
rriendo á veces la tierra con feliz estrella, se abrigaba en las montañas ó
en Murcia; habiendo repelido el 16 de Marzo, en la ciudad de Chinchi-
lla, una columna francesa que vino en busca suya.


Mirábase como refuerzo importante para el segundo y tercer ejército
una division española que se formaba en Alicante, equipada á costa del
gobierno británico, y regida por el general Roche, inglés, al servicio de
España: asimismo otra de la misma clase, que adiestraba en Mallorca el
general Whittingham, debiendo ambas obrar de acuerdo con el segundo
y tercer ejército, y con la expedicion anglo-siciliana mencionada arriba.


Tampoco perjudicaban á la tropa reglada algunas guerrillas que em-
pezaban á rebullir hasta en las mismas puertas de la ciudad de Valencia;
principalmente la del Fraile, denominada así por capitanearla el fran-
ciscano descalzo fray Asensio Nebot, que importunaba bastantemente al
enemigo con acometimientos y sorpresas.


Pero las partidas que se mostraban incansables en sus trabajos eran
las ya ántes famosas del Empecinado, Villacampa y Durán, pertenecien-




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tes á este segundo distrito. El Conde del Montijo, á quien Blake habia
nombrado jefe de todas tres, retiróse, verificada la rendicion de Valen-
cia, y se incorporó á las reliquias de aquel ejército, campeando de nuevo
por sí los mencionados caudillos, segun deseaban, y cual quizá conve-
nía á su modo de guerrear. Tuvo D. Juan Martin el Empecinado que de-
plorar en 7 de Febrero la pérdida de 1.200 hombres, acaecida en Rebo-
llar de Sigüenza en un rencuentro con el general Guy, estando para ser
cogido el mismo Empecinado en persona, quien sólo se salvó echándo-
se á rodar por un despeñadero abajo. Achacaron algunos tal descalabro
á una alevosía de su segundo D. Saturnino Albuin, llamado el Manco;
y parece que con razon, si se atiende á que hecho prisionero éste tomó
partido con los enemigos, empañando el brillo de su anterior conducta.
Ni áun aquíparó el Manco en su desbocada carrera; preparóse á querer
seducir á D. Juan Martin y á otros compañeros, aunque en balde, y á le-
vantar partidas que apellidaron de contra-Empecinados, las cuales no se
portaron á sabor del enemigo, pasándose los soldados á nuestro bando
luégo que se les abria ocasion.


Al regresar D. Pedro Villacampa de Murcia á Aragon escarmentó,
durante el Marzo, á los generales Palombini y Pannetier en Campillo,
Ateca y Pozohondon. Unióse en seguida con el Empecinado; y obrando
juntos ambos jefes, amenazaron á Guadalajara. Separáronse luégo, y Vi-
llacampa tornó á su Aragon, al paso que D. Juan Martin acometió á los
franceses en Cuenca, entrando en la ciudad el 9 de Mayo, y encerrando
á los enemigos en la casa de la Inquisicion y en el hospital de Santiago.
No siéndole posible al Empecinado forzar de pronto estos edificios, se
retiró y pasó á Cifaentes; y hallándose el 21 en la vega de Masegoso, du-
daba si aguardaria ó no á los enemigos que se acercaban, cuando sabe-
dores los soldados de que venia el Manco, quisieron pelear á todo tran-
ce. Lograron los nuestros la ventaja, y el Manco huyó apresuradamente,
que no cabe por lo comun valor muy firme en los traidores.


Tambien D. Ramon Gayan estuvo para apoderarse el 29 de Abril del
castillo de Calatayud, muy fortificado por los franceses. No lo consiguió;
pero á lo ménos tuvo la dicha de coger á su comandante, de nombre Fa-
valelli, y 60 soldados que se hallaban á la sazon en la ciudad.


Por su parte llevó igualmente entónces á cabo D. José Durán dos em-
presas señaladas, que fueron la toma de Soria y el asalto de Tudela. Eje-
cutó la primera el 18 de Marzo, auxiliado de un plano y de noticias que
le dió el arquitecto D. Dionisio Badiola. Inútilmente quisieron los ene-
migos defender la ciudad: penetraron dentro los nuestros, rompiendo las




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puertas, y obligando á los franceses á recogerse al castillo con pérdida de
gente y de algunos prisioneros. Alcanzaron la libertad muchos buenos es-
pañoles allí encarcelados. Guarnecian á Tudela de 800 á 1.000 infantes
enemigos, y la embistieron los nuestros el 28 de Mayo. Habíanla los fran-
ceses fortalecido bastantemente; mas todo cedió al ímpetu de los solda-
dos de Durán, que asaltaron la ciudad por el Cármen Descalzo y por la
Misericordia, guiando las columnas D. Juan Antonio Tabuenca y D. Do-
mingo Murcia. Los enemigos se metieron tambien esta vez en el castillo,
dejando en nuestro poder 100 prisioneros y muchos pertrechos.


En el cuarto distrito manteníase la mayor parte de su ejército en la
isla de Leon, con buena disciplina y órden, yendo en aumento su fuerza
más bien que en mengua. Las salidas en este tiempo no fueron muchas
ni de entidad. Continuaba maniobrando por el flanco derecho en Ron-
da el general Ballesteros, habiendo atacado el 16 de Febrero en Cárta-
ma al general Marransin. Desbaratóle con pérdida considerable, siendo
ademas herido gravemente de dos balazos el general frances. En segui-
da tornó Ballesteros al campo de Gibraltar por venir tras de él con bas-
tante gente el general Rey: tomó el español la ofensiva no mucho tiempo
despues, con objeto, segun verémos, de atraer á los enemigos de Extre-
madura.


Aquí y en todo el quinto distrito se hallaba reducido el ejército por
escasez de medios, si bien apoyado en el cuerpo que gobernaba el gene-
ral Hill. Consistía su principal fuerza en las dos divisiones que manda-
ban el Conde de Penne Villemur y don Pablo Morillo. Coadyuvaron am-
bas á las operaciones que favorecieron el sitio y reconquista de Badajoz,
de que hablarémos más adelante. Penne solia acudir al condado de Nie-
bla y libertar de tiempo en tiempo aquellos pueblos, que enviaban de
continuo provisiones á Cádiz, y formaban como el flanco izquierdo de
tan inexpugnable plaza. Morillo con su acostumbrada rapidez y destreza
hizo en Enero una excursion en la Mancha, y llegó hasta Almagro. Entró
el 14 en Ciudad-Real, en donde le recibieron los vecinos con gran júbi-
lo, y volvió á Extremadura despues de molestar á los franceses, de cau-
sarles pérdidas, cogerles algunos prisioneros, y alcanzar otras ventajas.


Las partidas de este distrito, sobro todo las de Toledo, seguían moles-
tando al enemigo; y Palarea, uno de los principales guerrilleros de la co-
marca, recibió del príncipe regente de Inglaterra, por mano de lord We-
llington, un sable, «en prueba de admiracion por su valor y constancia.»


El ejército del sexto distrito contribuyó con sus movimientos á acele-
rar la evacuacion de Asturias, verificada nuevamente á últimos de Ene-




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ro en virtud de órdenes de Marmont, apurado con el sitio y toma de
Ciudad-Rodrigo. No pudieron los franceses ejecutar la salida del prin-
cipado sino á duras penas por las muchas nieves, y molestados por los
paisanos y tropas asturianas, como asimismo por D. Juan Diaz Porlier,
que los hostilizó con la caballería, cogiendo bagajes y muchos rezaga-
dos. Tambien perecieron no pocos hombres, dinero y efectos á bordo de
cinco trincaduras que tripularon los enemigos en Gijon, de las cuales se
fueron cuatro á pique, acometidas de un temporal harto recio.


Por lo demas, las operaciones del sexto ejército en el invierno se li-
mitaron á algunos amagos, á causa de lo riguroso de la estacion, y en es-
pera de los movimientos generales que preparaban los aliados. Mandá-
bale, como Antes, D. Francisco Javier Abadía, conservando la potestad
suprema militar el general Castaños, que, segun indicamos, gozaba tam-
bien de la del quinto y séptimo ejército.


Trasladóse este último jefe á Galicia, yendo de Ciudad-Rodrigo por
Portugal, y pisó á principios de Abril aquel territorio. Para alentar con
su presencia á los habitantes, juzgó del caso, no sólo tomar providen-
cias militares y administrativas, sino tambien Halagar los ánimos con
la deleitable perspectiva de un mejor órden de cosas. Decíales, por tan-
to, en una proclama datada en Pontevedra á 14 de Abril..... (1) «Mi bue-
na suerte me proporciona ser quien ponga en ejecucion en el reino de
Galicia la nueva Constitucion del imperio español, ese gran monumen-
to del saber y energía de nuestros representantes en el Congreso nacio-
nal, que asegura nuestra libertad, y ha de ser el cimiento de nuestra glo-
ria venidera.»


Volvieron los franceses á mediados de Mayo á ocupar á Astúrias, ya
por lo que agradaba al general Bonnet residir en aquella provincia, don-
de obraba con independencia casi absoluta, ya por disposicion del ge-
neral Marmont, en busca de carnes, de que escaseaba su ejército en
Castilla. La permanencia entónces no fué larga ni tampoco tranquila,
siendo de notar, entre otros hechos, la defensa que el coronel de Lare-
do, D. Francisco Rato, hizo en el convento de San Francisco de Villavi-
ciosa contra el general Gautier, que no pudo desalojarle de allí á la fuer-
za. Tuvo Bonnet que evacuar el principado en Junio, aguijados los suyos
hácia Salamanca por los movimientos de los anglo-portugueses. Verifi-
caron los franceses la salida del lado de la costa, via de Santander, teme-


(1) Véase la Gaceta de la Regencia de 7 de Mayo de 1812.




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rosos de encontrar tropiezos si tomaban el camino de las montañas que
parten términos con Leon. El mando del sexto ejército español, despues
de una corta interinidad del Marqués de Portago, recayó de nuevo en D.
José María de Santocildes con universal aplauso.


Muchos continuaban siendo los reencuentros y choques de los diver-
sos cuerpos y guerrillas que formaban el séptimo ejército bajo D. Ga-
briel de Mendizábal, quien poniéndose al frente, cuando de unas fuer-
zas, cuando de otras, juntábalas ó las separaba segun creía conveniente,
estrechando en una ocasion á los franceses de Búrgos mismo.


De los jefes que le estaban subordinados, maniobraba Porlier, con-
forme hemos visto, al este de Astúrias, siempre que el principado se ha-
llaba en poder de enemigos, acudiendo, en el caso contrario, á los llanos
de Castilla ó á Santander, ó bien embarcándose á bordo de buques ingle-
ses y españoles en amago de algunos puntos de la costa.


Lo mismo ejecutaban en Cantabria el ya nombrado D. Juan Lopez
Campillo, con Salcedo, la Riva y otros varios caudillos.


En las provincias Vascongadas instalóse en Febrero la Junta del se-
ñorío, que comunmente residía ahora en Orduña. Por el esmero que di-
cha autoridad puso, y bajo la inspeccion del general Mendizábal, acabó
D. Mariano Renovales de formar entónces tres batallones y un escua-
dron; los primeros de á 1.200 hombres cada uno, que empezaron á obrar
en la actual primavera. Alimentáronse así los diversos focos de insu-
rreccion, creados ya ántes en gran parte por la actividad y cuidado es-
pecial del Pastor y Longa. En sus correrías extendíase Renovales por la
costa, mancomunando sus operaciones con las fuerzas marítimas britá-
nicas, que á la órden de sir Home Popham cruzaban por aquellos ma-
res; y hubo circunstancia en que ambos cerraron de cerca ó escarmen-
taron á los franceses de Bilbao y otros puertos. Bien así como D. Gaspar
Jáuregui (el Pastor), poco há nombrado, á quien se debió, sostenido por
dicho Popham, la toma de Lequeitio el 18 de Junio, de un fuerte, gana-
do por asalto, y la de un convento, en donde se cogieron cañones, pertre-
chos y 290 prisioneros.


Perseguian los enemigos con encono á las juntas de este séptimo dis-
trito, que auxiliadoras en gran manera de las guerrillas y cuerpos fran-
cos, fomentaban, ademas, el espíritu hostil de los habitadores por medio
de impresos y periódicos publicados en los lugares recónditos en don-
de se albergaban. Así avínole terrible fracaso á la de Búrgos, una de las
más diligentes y tenaces. Cuatro de sus vocales, D. Pedro Gordo, D. Jo-
sé Ortiz Covarrubias, don Eulogio José Muro y D. José Navas (nombres




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que no debe olvidar la historia) tuvieron la fatal desgracia de que, sor-
prendiéndolos los enemigos el 21 de Marzo en Grado, los trasladasen á
la ciudad de Soria, y los arcabuceasen ilegal é inhumanamente, suspen-
diendo sus cadáveres en la horca. Irritado con razon D. Jerónimo Meri-
no, adalid de aquellas partes, pasó por las armas á ciento diez prisione-
ros franceses; veinte por cada vocal de la Junta, y los demas por otros
dependientes de ella que igualmente sacrificó el frances. Tal retorno tie-
ne la violenta saña.


No querian entónces nuestros contrarios reconocer en el ciudada-
no español los derechos que á todo hombre asisten en la defensa de sus
propios hogares, y trataban á los que no eran soldados como salteadores
ó rebeldes. Sin embargo, Napoleon, cuando en 1814 tocaba ya al bor-
de de su ruina, dió un decreto en Fismes, á 5 de Marzo, en el que de-
cía (2): «1.º Que todos los ciudadanos franceses estaban, no sólo autori-
zados á tomar las armas, sino obligados á hacerlo, como tambien á tocar
al arma á reunirse, registrar los bosques, cortar los puentes, interceptar
los caminos, y acometer al enemigo por flanco y espalda..... 2.º Que to-
do ciudadano frances cogido por el enemigo y castigado de muerte, seria
vengado inmediatamente en represalia con la muerte de un prisionero
enemigo.» Otros decretos del mismo tenor acompañaron ó precedieron á
éste, señaladamente uno en que se autorizaba el levantamiento en masa
de varios departamentos, con facultad á los generales de permitir la for-
macion de partidas y cuerpos francos.


Defensa ésta mejor que otra ninguna de la conducta de los españoles;
leccion dura para conquistadores sin prevision ni piedad, que en el deva-
neo de su encumbrada alteza prodigan improperios é imponen castigos á
los hijos valerosos de un suelo profanado é injustamente invadido.


En este séptimo distrito quédannos por referir algunos hechos de D.
Francisco Espoz y Mina, no desmerecedores de los ya contados. A vuel-
tas siempre con el enemigo, pasaba aquel caudillo de una provincia á
otra, juntaba su fuerza, la dispersaba, reuníala de nuevo, obrando tam-
bien á veces en compañía de otros partidarios. El 11 de Enero, presente
Gabriel de Mendizábal, general en jefe del séptimo ejército, y en compa-
ñía de la partida de don Francisco Longa, hizo Espoz y Mina firme rostro
al enemigo á la derecha del río Aragon, inmediato á la ciudad de Sangüe-
sa. Mandaba á los franceses el general Abbé, gobernador de Pamplona,


(2) Véase el Monitor de 7 de Marzo de 1814, y el de 3 de Enero del mismo año.




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quien envuelto y acometido por todas partes, tuvo que salvarla al abrigo
de la noche, despues de perder dos cañones y unos 400 hombres.


Aunque amalado, no cesó Espoz y Mina en sus lides, cogiendo en 9
de Abril, de un modo muy notable, un convoy en Arlaban, lugar célebre
por la sorpresa ya relatada del año anterior. Presentábanse para el logro
de aquel intento várias dificultades; era una la misma victoria Antes al-
canzada, y otra un castillo que habían construido allí los franceses, y ar-
tilládole con cuatro piezas. Cuidadoso Mina de alejar cualquiera sospe-
cha, maniobró diestramente; y todavía le creian sus contrarios en el alto
Aragon, cuando haciendo en un día una marcha de 15 leguas de las lar-
gas de España, se presentó con sus batallones el 9, al quebrar del alba,
en las inmediaciones de Arlaban y pueblo de Salinas, en donde formó
con su gente un circulo que pudiese rodear todo el convoy y fuerza ene-
miga. Cruchaga, segundo de Mina, contribuyó mucho á los preparativos,
y opuso á la vanguardia de los contrarios al bravo y despues malaventu-
rado comandante don Francisco Ignacio Asura.


Era el convoy muy considerable; escoltábanle 2.000 hombres, llevaba
muchos prisioneros españoles, y caminaba con él á Francia M. Deslan-
des, secretario de gabinete del rey intruso, y portador de correspondencia
importante. Al descubrir el convoy y tras la primera descarga, cerraron
los españoles bayoneta calada con la columna enemiga, y punzáronla án-
tes de que volviese de la primera sorpresa. Duró el combate sólo una ho-
ra, destrozados los enemigos y acosados de todos lados: 600 de ellos que-
daron tendidos en el campo, 150 prisioneros, y se cogió rico botín y dos
banderas. Parte de la retaguardia pudo ciar precipitadamente, protegida
por los fuegos del castillo de Araban; M. Deslandes, al querer salvarse
saliendo de su coche, cayó muerto de un sablazo que le dio el subteniente
don Leon Mayo. Su esposa doña Carlota Aranza fué respetada, con otras
damas que allí iban. Cinco niños, de quienes se ignoraban los padres, en-
viólos Mina á Vitoria, diciendo en su parte al Gobierno: «Estos angelitos,
víctimas inocentes en los primeros pasos de su vida, han merecido de mi
division todos los sentimientos de compasion y cariño que dictan la reli-
gion, la humanidad, edad tan tierna y suerte tan desventurada..... Los ni-
ños, por su candor tienen sobre mi alma el mayor ascendiente, y son la
única fuerza que imprime y amolda el corazon guerrero de Cruchaga.»


Expresiones que no pintan á los partidarios españoles tan hoscos y
fieros como algunos han querido delinearlos.


Poco Antes el general Dorsenne (que aunque tenía sus cuarteles en
Valladolid, hacia excursiones en Vizcaya y Navarra), combinándose con




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tropas de Aragon, y juntando en todo unos 20.000 hombres, penetró en
el valle del Roncal, abrigo de enfermos y heridos, depósito de municio-
nes de boca y guerra. Grande peligro estrechó entónces á Mina, que con-
siguió superar, burlándose de los ardides y maniobras del frances, y eje-
cutar en seguida la empresa relatada de Arlaban.


Tanto empeño en concluir del todo con Espoz, no sólo lo motivaban
los daños que de sus acometidas se seguian al enemigo, sino la resolu-
cion cada vez más clara de agregar á Francia la Navarra con las otras
provincias de la izquierda del Ebro. Así se lo manifestó Dorsenne por
este tiempo á las autoridades y cuerpos de Pamplona, entre los que va-
rios replicaron oponiéndose con el mayor teson. Esta resistencia, y los
acontecimientos que sobrevinieron en el norte de Europa, impidieron
que aquella determinacion pasase á ejecucion abierta.


Despues de lo de Arlaban se trasladó Mina al reino de Aragon, y ha-
biéndose introducido en el pueblo de Robres, se vio cercado al amane-
cer del 23 de Abríl y casi cogido en la misma casa donde moraba, y en
cuya puerta se defendió con la tranca, no teniendo por de pronto otra ar-
ma, hasta que acudió en auxilio suyo su asistente el bravo y fiel Luis,
que llamando al mismo tiempo á otros compañeros, le sacó del trance, y
lograron todos esquivar la vigilancia y presteza de los enemigos.


Así siguió Mina de un lado á otro, y no paró ántes de mediar Mayo;
en cuya sazon, habiéndose dirigido á Guipúzcoa, ocurrió la desgracia
de que al penetrar por la carretera de Tolosa en el pueblo de Urmáste-
gut, una bala ele cañon arrebatase las dos manos al esforzado D. Grego-
rio Cruchaga, de cuya grave herida murió á poco tiempo. Tambien en-
tónces en Santa Cruz de Campezu recibió Mina un balazo en el muslo
derecho, por lo que estuvo privado de mandar hasta el inmediato Agos-
to. Con esto respiraron los franceses algun trecho, necesario descanso á
su mucha molestia.


Si admira tanto guerrear, más destructivo y enfadoso para los france-
ses, cuanto se asemejaba al de los pueblos primitivos en sus lides, igual-
mente eran de notar varios actos de la administracion de Mina. Esta-
bleció éste cerca de su campo casi todos los cuerpos y autoridades que
residían ántes en Pamplona, saltando de sitio en sitio al són de la guerra,
pero desempeñando todos, no obstante, sus respectivos cargos con bas-
tante regularidad, ya por la adhesion de los pueblos á la causa nacional,
ya por el terror que infundia el solo nombre de Mina, cuya severidad fri-
saba á veces en cruel saña, si bien algo disculpable y forzosa en medio de
los riesgos que le circuían, y de los lazos que los enemigos le armaban.




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Cubría principalmente Espoz y Mina sus necesidades con los bienes
que secuestraba á los reputados traidores, con las presas y botin tomado
al enemigo, y con el producto de las aduanas fronterizas. Modo el último
de sacar dinero, quizá nuevo en la económica de la guerra. Resultó de
un convenio hecho con los mismos franceses, segun el cual, nombrán-
dose por cada parte interesada un comisionado, se recaudaban y distri-
buian entre ellos los derechos de entrada y salida. Amigos y enemigos
ganaban en el trato, con la ventaja de dejar más expedito el comercio.


La utilidad y buenas resultas en la guerra de este fuego lento y devo-
rador de las partidas, recenocíalo lord Wellington, quien decía por aquel
tiempo en uno de sus pliegos, escrito en su acostumbrado lenguaje ve-
rídico, severo y frio (3): «Las guerrillas obran muy activamente en todas
las partes de España, y han sido felices muchas de sus últimas empre-
sas contra el enemigo.»


Dicho general proseguia con pausa en sacar ventaja de sus triunfos.
Tomado que hubo á CiudadRodrigo, destruidos los trabajos de sitio, re-
paradas las brechas y abastecida la plaza, pensó en moverse hácia el
Alentejo, y emprender el asedio de Badajoz. Ejecutáronse los preparati-
vos con el mayor sigilo, queriendo el general inglés no despertar el cui-
dado de los mariscales Soult y Marmont. Dispuesto todo, empezaron á
ponerse en marcha las divisiones anglo-portuguesas, dejando sólo tina
con algunos caballos en el Águeda. Lord Wellington salió el 5 de Marzo,
y sentó ya el 11 en Yélves su cuartel general.


En seguida mandó echar un puente de barcas sobre el Guadiana,
una legua por bajo de Badajoz; y pasando el rio su tercera y cuarta di-
vision, embistieron éstas la plaza, juntamente con la division ligera, el
16 del mismo Marzo; agregóseles despues la quinta, que era la que Ba-
hía quedado en Castilla. La primera, sexta y séptima, con dos brigadas
de caballería, se adelantaron á los Santos, Zafra y Llerena, para conte-
ner cualquiera tentativa del mariscal Soult, al paso que el general Hi-
ll avanzó con su cuerpo desde los acantonamientos de Alburquerque á
Mérida y Almendralejo, encargado de interponerse entre los mariscales
Soult y Marmont, si, como era probable, trataban de unirse. Coadyuvó á
este movimiento el quinto ejército español, cuyo cuartel general estaba
en Valencia de Alcántara.


El gobernador frances Philippon, no sólo habia reparado las obras de


(3) Parte de lord Wellington á D. Miguel Pereira Forjaz, de 13 de Mayo (Gaceta de la
Regencia de 9 de Junio de 1812 ).




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Badajoz, sino que las había mejorado, y aumentado algunas. Por lo mis-
mo pareció á los ingleses preferible emprender el ataque por el baluarte
de la Trinidad, que estaba más al descubierto y se hallaba más defectuo-
so, batiéndole de léjos, y confiando para lo demas en el valor de las tro-
pas. Dicho ataque pudo ejecutarse desde la altura en que estaba el re-
ducto de la Picuriña, para lo cual menester era apoderarse de esta obra,
y unirla con la primera paralela; operacion arriesgada, de cuyo éxito fe-
liz dudó lord Wellington.


Metiéndose el tiempo en agua desde el 20 al 25, creció tanto Guadia-
na, que se llevó el puente de barcas; á cuya desgracia afiadióse tambien
la de que el 19, haciendo los franceses una salida con 1.500 infantes y
40 caballos, causaron cenfusiou y destrozo en los trabajos. Con todo, los
ingleses continuaron ocupándose en ellos con ahinco, y rompieron el
fuego desde su primera paralela el 25 con 28 piezas en seis baterías; dos
contra la Picuriña, y cuatro para enfilar y destruir el frente atacado.


Al anochecer del mismo dia asaltaron los ingleses aquel fuerte, de-
fendido por 250 hombres, y le tomaron. Establecidos aquí los sitiado-
res, abrieron, á distancia de 130 toesas del cuerpo de la plaza, la segun-
da paralela.


En ésta se plantaron baterías de brecha para abrir una en la cara de-
recha del baluarte de la Trinidad, y otra en el flanco izquierdo del de
Santa María, situado á la diestra del primero. Los enemigos habian pre-
parado por ente lado, por donde corre el Rivillas, una inundacion que se
extendia á 200 varas del recinto, y cuya exclusa la cubría el rebellin de
San Roque, colocado á la derecha de aquel rio, y enfrente de la cortina
de la Trinidad y San Pedro, en la cual tambien se trató de aportillar una
tercera brecha. Los ingleses, para inutilizar la mencionada exclusa, qui-
sieron asimismo apoderarse del rebellin; pero tropezaron con dificulta-
des que no pudieron remover de golpe.


Prosiguió el sitiador sus trabajos hasta el 4 de Abril, esforzándose el
gobernador Philippon en impedir el progreso, y empleando para ello su-
ma vigilancia, y todos los medios que le daba su valor y consumada ex-
periencia.


Miéntras tanto, viniendo sobre Extremadura el mariscal Soult, aun-
que no ayudado todavía, como deseaba, por el mariscal Marmont, prepa-
róse Wellington á presentar batalla si se le acercaba, y resolvióse á asal-
tar cuanto ántes la plaza.


Ya entónces estaban practicables las brechas. Por tres puntos princi-
palmente debia empezarse la acometida: por el castillo, por la cara del




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baluarte de la Trinidad, y por el flanco del de Santa María. Enenrgábase
la primera á la tercera division del mando de Picton, y las otras dos d las
divisiones regidas por el teniente corcnel Barnard y el general Colville.
Doscientos hombres de la guardia de trinchera tuvieron la órden de ata-
car el rebellin de San Roque, y la quinta division, al cargo de Leith, la
de llamar la atencion desde Pardaleras al Guadiana, sirviéndose al pro-
pio tiempo de una de sus brigadas para escalar el baluarte de San Vicen-
te y su cortina, hácia el rio.


Dióse principio á la embestida el 6 de Abril á las diez de la noche,
y le dieron los ingleses con su habitual brío. Escalaron el castillo, y le
entraron tenaz resistencia. Enseñoreáronse tambien del rebellin de San
Roque, y llegaron por el lado occidental hasta el foso de las brechas;
mas se pararon, estrellándose contra la mafia y ardor frances. Allí apiña-
dos, desoyendo ya la voz de sus jefes, sin ir adelante ni atras, dejáronse
acribillar largo rato con todo linaje de armas y mortíferos instrumentos.


Apesadumbrado lord Wellington de tal contratiempo, iba á ordenar
que se retirasen todos para aguardar al dia, cuando le detuvo en el mis-
mo instante el saber que Picton era ya dueño del castillo, é igualmen-
te, que sucediera bien el ataque que Babia dado una de las brigadas de
la quinta division al mando de Walker; la cual, si bien á costa de mucha
sangre, vacilaciones y fatiga, habia escalado cl baluarte de San Vicente
y extendidose lo largo del muro. Incidente feliz que, amenazando por la
espalda á los franceses de las brechas, los aterró, y animó á los ingleses
á acometerlas de nuevo y d apoderarse de ellas.


Lográronlo en efecto, y so rindió prisionera la guarnicion enemiga.
El general Philippon con los principales oficiales se recogió al fuerte de
San Cristóbal y capituló en la mañana siguiente. Ascendía la guarnicion
francesa al principiar el sitio á unos 5.000 hombres. Perecieron en él
más de 800. Tuvieron los ingleses de pérdida, entre muertos y heridos,
obra de 4.900 combatientes; menoscabo enorme, padecido especialmen-
te en los asaltos de las brechas.


Los franceses desplegaron en este sitio suma bizarría y destreza; los
ingleses sí lo primero, mas no lo último. Probólo el mal suceso que tu-
vieron en el asalto de las brechas, y su valor en el triunfo de la escalada.
Así les acontecía comunmente en los asedios de plazas.


Trataron bien los ingleses á sus contrarios; malamente á los vecinos
de Badajoz. Aguardaban éstos con impaciencia á sus libertadores, y pre-
paráronles regalos y refrescos, no para evitar sn furia, como han afirma-
do ciertos historiadores británicos, pues aquélla no era de esperar de




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amigos y aliados, sino para agasajarlos y complacerlos. Más de cien ha-
bitantes de ambos sexos mataron allí los ingleses.


Duró el pillaje y destrozo toda la noche del 6 y el siguiente dia. Fue-
ron desatendidas las exhortaciones de los jefes, y hasta lord Wellington
se vió amenazado por las bayonetas de sus soldados, que le impidieron
entrar en la plaza á contener el desenfreno. Restablecióse el órden un
día despues con tropas que de intento se trajeron de fuera.


Sin embargo, las Córtes decretaron gracias al ejército inglés, no que-
riendo que se confundiesen los excesos del soldado con las ventajas que
proporcionaba la reconquista de Badajoz. Condecoró la Regencia á lord
Wellington con la gran cruz de San Fernando. Pusieron los ingleses la
plaza en manos del Marqués de Monsalud, general de la provincia de
Extremadura.


El 8 de aquel Abril so habia adelantado Soult hasta Villafranca dolos
Barros, y retrocedió, mal enojado, luégo que supo la rendicion de Bada-
joz; atacó el 11 á su caballería y la arrolló la inglesa.


Al propio tiempo el Conde de Penne Villemur, con un trozo del quin-
to ejército español, se acercó á Sevilla por, la parte derecha del Guadal-
quivir, y peleó con la guarnicion francesa de aquella ciudad y con la que
Babia en el convento do la Cartuja.


Culpóse á Ballesteros de no haberle ayudado á tiempo por la otra ori-
lla del rio, y de ser causa de no despues de arrojar de allí á los franceses.
Retiróse Penne Villemur el 10 por órden de Wellington, habiendo con-
tribuido su movimiento á acelerar la retirada de Soult á Sevilla. despues
de dejar éste á Drouet apostado entre Fuente-Ovejuna y Guadalcanal.


Luégo que acudió al sitio de Badajoz, como ya indicamos, la quinta di-
vision británica, no quedaron más tropas por el lado de Ciudad-Rodrigo,
que algunas partidas y la gente de D. Cárlos de España, junto con el regi-
miento inglés primero de húsares, bajo el mayor general Alten, encarga-
do de permanecer allí hasta fines de Marzo. Parecióle, pues, al mariscal
Marmont buena ocasion aquélla de recuperar á Ciudad-Rodrigo ó Alinei-
da, y de hacer una excursion en Portugal, más atento á mirar por las cosas
de su distrito, que á socorrer á Badajoz, que se hallaba comprendido en el
del mariscal Soult, trabajados continuamente estos generales con rivalida-
des y celos. Con aquel pensamiento partió Maruiont de Salamanca, asis-
tido de 20.000 hombres, entre ellos 1.200 de caballería. Intimó en vano
la rendicion á Ciudad-Rodrigo, desde cuyo punto, no bien hubo apostado
una division de bloqueo, se enderezó á Almeida, donde tampoco tuvo gran
dicha. Muy estrechado se vió D. Cárlos de España, colocado no léjos de




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Ciudad-Rodrigo, y á duras penas pudo unirse con milicias portuguesas,
que habían pisado las riberas del Coa. Por su parte el mayor general Alten
se retiró, y le siguió á la Beira baja la vanguardia francesa, que entró el
12 de Abril en Castelló Branco, de donde volvió piés atras. Pero Marmont,
habiendo espantado á las milicias portuguesas y dispersádolas, se adelan-
tó más allá de la Guarda, y llegó el 15 á la Lagiosa. Mayores hubieran sido
entónces los estragos, si noticioso el general frances de la toma de Bada-
joz, no hubiera comenzado el 16 su retirada, levantando en seguida el blo-
queo de Ciudad-Rodrigo, y replegándose, en fin, á Salamanca.


Aguijóle tambien á ello el haberse puesto en movimiento lord We-
llington, caminando al Norte, despues que Soult tornó á Sevilla. El gene-
ral inglés sentó en breve sus cuarteles en Fuente-Guinaldo, acantonan-
do sus tropas entre el Águeda y el Coa.


Adelante Wellington en su plan de campaña, pero yendo poco á po-
co y con mesura, determinó embarazar, y áun destruir las obras que ase-
guraban al enemigo el paso del Tajo, en Extremadura, y por consiguiente
sus comunicaciones con Castilla. Los franceses hablan suplido en Al-
maraz el puente de piedra, ántes volado, con otro de barcas, y afirmán-
dole en ambas orillas del Tajo con,dos fuertes, denominados Napoleon y
Ragusa. A estas obras habian añadido otras, como lo era la reedificacion
y fortaleza de un castillo antiguo, situado en el puerto de Mirabete, una
legua del puente, y único paso de carruajes.


Encomendó Vellington la empresa al general Hill, que regía, como
ántes, el cuerpo aliado que maniobraba á la izquierda del Tajo. Le acom-
pañó el Marqués de Alameda, individuo de la Junta de Extremadura, de
quien no ménos que del pueblo recibió Hill mucha ayuda y apoyo.


Al despuntar del alba atacaron los ingleses, el 19 de Mayo, y toma-
ron por asalto el fuerte de Napoleon, colocado en la orilla izquierda; lo
cual infundió tal terror en los enemigogieros, que abandonaron el de Ra-
gusa, sito en la opuesta, huyendo la guarnicien en el mayor decórden há-
cia Navalmoral. Cogieron los ingleses 250 prisioneros; arrasaron ambos
fuertes, destruyeron el puente, y quemaron las demas obras, las oficinas
y el maderaje que encontraron. Libertóse el castillo de Mirabete por su
posicion, que estorbaba se le tomase de sobresalto. Sacó la guarnicion,
dos dial despues, el general d’Armagnac del ejército frances del centro,
viniendo por la Puente del Arzobispo. Otros auxilios que intentaron en-
viar Marmont y Soult llegaron tarde. Con el triunfo alcanzado quitóseles
á los franceses la mejor comunicacion entre su ejército del Mediodía y el
que llamaban de Portugal.




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Por su lado, el mariscal Soult, de vuelta de Extremadura, habia aten-
dido á contener á D. Francisco Ballesteros; en particular despues que
Penne Villemur se habia alejado de la márgen derecha del Guadalqui-
vir. El D. Francisco, desembocando del Campo de Gibraltar para co-
operar á los movimientos del último, habia hecho alto en Utrera el 4 de
Abril sin pasar adelante; con lo cual se dió tiempo á la llegada de Soult
de Extremadura, y á que Penne Villemur se viese obligado á retroceder
á sus anteriores puestos. Ballesteros hubo de hacer otro tanto y reple-
garse via de la sierra de Ronda. Sin embargo, haciendo un movimien-
to rápido, tuvo la fortuna de escarmentar á los enemigos el 14 de Abril,
en Osuna y Alora. En la primera ciudad se peleó en las calles, viéndo-
se los franceses obligados á encerrarse en el fuerte que habian construi-
do, picándoles de cerca, y avanzando hasta el segundo recinto el regi-
miento de Sigüenza á las órdenes de su valiente jefe D. Rafael Cevallos
Escalera. Y en Alora, trabándose refriega con una division enemiga, se
le tomaron bagajes, dos cañones y algunos prisioneros. Lo mismo acon-
teció el 23 entre otra columna enemiga y la vanguardia española al car-
go de D. Juan de la Cruz Mourgeon; la cual, en una reñida lid, y hasta
el punto de llegar á la bayoneta, arrolló á los contrarios y les causó mu-
cha pérdida y daño.


Tales excursiones, marchas y embestidas, con lo que amagaba por
Extremadura y Castilla, pusieron muy sobre aviso al mariscal Soult,
quien temeroso de que Ballesteros fuese reforzado con nueva gente de
desembarco, y deficultase las comunicaciones entre Sevilla y las tropas
sitiadoras de Cádiz, trató de asegurar la línea del Guadalete, fortifican-
do con especialidad, y como paraje muy importante, á Bórnos. Mandaba
allí el general Conroux, teniendo bajo sus órdenes una division de 4.500
hombres. Salió entónces Ballesteros de Gibraltar, bajo cuyo cañon ha-
bia vuelto á guarecerse, y pensó en impedir los trabajos del enemigo y
de tentar de nuevo la fortuna.


Así fué que avanzando vadeó el Guadalete el 1.º de Junio, y acome-
tió á los franceses en Bórnos mismo. Embistieron valerosamente los pri-
meros D. Juan de la Cruz Mourgeon y el Príncipe de Anglona con la van-
guardia y tercera division. Fueron al principio felices, mas ciando la
izquierda en donde mandaba D. José Aimerich y el Marqués de las Cue-
vas, cundió el desmayo á las demas tropas, y creció con un movimien-
to rápido y general de los enemigos sobre los nuestros, y el avance de su
caballería, superior á la española, viniendo al trote y amagando nuestra
retaguardia. Consiguieron, no obstante, las fuerzas de Ballesteros repa-




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sar el rio, el bien algunos cuerpos con trabajo y á costa de sangre. Favo-
reció el repliegue D. Luis del Corral, que gobernaba los jinetes, quien
se portó con tino y denodadamente: tambien sobresalió allí por su sere-
nidad y brío D. Pedro Tellez Jiron, príncipe de Anglona, deteniendo á
los franceses en el paso del Guadalete, ayudado de algunas tropas, y en
especial del regimiento asturiano del Infiesto. Recordarse no ménos de-
be el esclarecido porté de don Rafael Cevallos Escalera, ya menciona-
do honrosamente en otros lugares, quien mandando el batallon de grana-
deros del General, aunque hérido en un muslo, siempre al frente de su
cuerpo menguado con bastantes pérdidas, avanzó de nuevo, recobró por
sí mismo una pieza de artillería, sostúvola y cuando vió cargaban mu-
chos enemigos sobre el reducido número de su gente, no queriendo per-
der el cañon cogido, asióse á una de las ruedas de la cureña, y defendió-
le gallardamente hasta que cayó tendido de un balazo junto á su trofeo.
Las Córtes tributaron justos elogios á la memoria de Cevallos, y dispen-
saron premios á su afligida familia. No prosiguieron los enemigos el al-
cance, siendo considerable su pérdida; mas la nuestra ascendió á 1.500
hombres, muchos, en verdad, extraviados.


Seguro, entre tanto, Wellington de que los españoles, á pesar de in-
fortunios y descalabros, distraerian á Soult por el Mediodía, y de que,
avituallado Badajoz y guarnecida la Estremadura con el cuerpo del ge-
neral Hill y el quinto ejército, quedaria toda aquella provincia bastante-
mente cubierta, resolvióse á marchar adelante por Castilla, y abrir una
campaña importante, y tal vez decisiva. Animábale mucho lo que ocurra
en el norte de Europa, y los sucesos que de allí se anunciaban.


Conforme á lo que en el año pasado habia indicado en Cádiz D. Fran-
cisco de Zea Bermudez, disponíase la Rusia á sustentar guerra á muerte
contra Napoleon. El desasosiego de éste, su desapoderada ambicion, el
anhelo por dominar á su antojo la Europa toda, eran la verdadera y fun-
damental causa de las desavenencias suscitadas entre las cortes de Pa-
rís y San Petersburgo. Mas los pretextos que Napoleon alegaba nacian:
1.º de un ukase del Emperador de Rusia de 31 de Diciembre de 1810,
que destruia en parte el sistema continental, adoptado por la Francia en
perjuicio del comercio marítimo; 2.º, una protesta de Alejandro contra la
reunion que Bonaparte había resuelto del ducado de Oldemburgo, y 3.º,
los armamentos de Rusia. Figurábase el Emperador frances que una ba-
talla ganada en las márgenes del Niémen amansaria aquella potencia, y
le daria á él lugar para redondear sus planes respecto de la Polonia y de
la Alemania, y continuar sin obstáculo en adoptar otros nuevos, siguien-




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do una carrera que no tenía ya otros límites que los de su propia ruina.
Pero el emperador Alejandro, amaestrado con la experiencia, y trayendo
siempre á la memoria el ejemplo de España, en donde la guerra se pro-
longaba indefinidamente convertida en nacional, y en donde Wellington
iba consumiendo con su prudencia las mejores tropas de Napoleon, no
pensaba aventurar en una accion sola la suerte y el honor de la Rusia.


Aunque todavía tranquila, podia tambien la Alemania entrar en una
guerra contra la Francia, segun cálculo de buenas probabilidades. Lle-
vaba allí muy á mal el pueblo la insolencia del conquistador y la in-
fluencia extranjera, y se lamentaba de que los gobiernos doblasen la cer-
viz tan sumisamente. Alentados con eso ciertos hombres atrevidos que
deseaban en Alemania dar rumbo ventajoso á la disposicion nacional,
empezaron á prepararse, pero á las calladas, por medio de sociedades
secretas. Parece que una de las primeras establecidas, centro de las de-
mas, fué la llamada de Amigos de la virtud. Advirtiéronse ya sus efectos,
y se vislumbraron chispazos en 1809, en cuyo año, á ejemplo de Espa-
ña, plantaron bandera de ventura Katt, Darnberg, Schil, y hasta el duque
mismo Guillermo de Brunswick.


Tuvieron tales empresas éxito desgraciado, mas no por eso acabó el
fómes, siendo imposible extirparlo á la policía vigilante de Napoleon,
pues se hallaba como connaturalizado con todos los alemanes, y no re-
pugnaba ni á los generales, ni á los ministros, ni á príncipes esclareci-
dos, que lo excitaban, si bien muy encubiertamente. Una victoria de los
rusos, ó un favorable incidente, bastaba para que prendiese la llama,
tanto más fácil de propagarse, cuanto mayores y más extendidos eran los
medios de abrirle paso.


Por tanto, Napoleon procuró impedir en lo posible una manifestacion
cualquiera de insurreccion popular, más peligrosa al comenzar la gue-
rra en el Norte. Creyó, pues, oportuno y prudente tomar prendas que fue-
sen seguro de la obediencia. Así que, se enseñoreó sucesivamente de
várias plazas de Alemania en los meses de Febrero y Marzo, y conclu-
yó tratados de alianza con Prusia y Austria, persuadiéndose que afianza-
ba de este modo la base de su vasto y militar movimiento contra el impe-
rio ruso. No le sucedia tan bien en cuanto á las potencias que formaban,
por decirlo así, las alas, Suecia y Turquía. Con la primera no pudo en-
tenderse, y antes bien se enajenaron las voluntades á punto de que di-
cho gobierno, no obstante hallarse á su frente un príncipe frances (Ber-
nadotte), firmó con la Rusia un tratado en Marzo del mismo año. Con la
segunda tampoco alcanzó Bonaparte ninguna ventaja, porque si bien en




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un principio mantenia guerra el Sultan con el emperador Alejandro, irri-
tado despues con los efugios y tergiversaciones del gabinete de Francia,
y acariciado por la Inglaterra, hizo la paz, y terminó sus altercados con
Rusia en virtud de un tratado concluido en Bucharest al finalizar Mayo.


Napoleon, aunque decidido á la guerra, deseoso, sin embargo, de
aparentar moderacion, dió ántes de romper las hostilidades un paso os-
tensible en favor de la paz. Tal era su costumbre al emprender nuevas
campañas; mas siempre en términos inadmisibles.


Dirigiéronse las proposiciones al gabinete inglés, cuya política no
había variado aún despues de haber hecho dejacion este año de su pues-
to el Marqués de Wellesley, fundándose en que no se suministraban á su
hermano lord Wellington medios bastante abundantes para proseguir la
guerra con mayor teson y esfuerzo. Las propuestas del gobierno frances,
fechas en 17 de Abril, las recibió lord Castlereagh, ministro á la sazon
de Negocios extranjeros.


En ellas, tras de un largo preámbulo, considerábanse los asuntos de
la Península española y los de las dos Sicilias como los más difíciles de
arreglarse, por lo cual se proponia un ajuste apoyado en las siguientes
bases: 1.º (decia el gabinete de las Tullerías), use garantirá la integri-
dad de la España. La Francia renunciará toda idea de extender sus do-
minios al otro lado de los Pirineos. La presente dinastía será declarada
independiente, y la España se gobernará por una Constitucion nacional
de Córtes. Serán igualmente garantidas la independencia é integridad
de Portugal, y la autoridad soberana la obtendrá la casa de Braganza;
2.º, el reino de Nápoles permanecerá en posesion del monarca presen-
te, y el reino de Sicilia será garantido en favor de la actual familia de Si-
cilia. Como consecuencia de estas estipulaciones, la España, Portugal y
la Sicilia serán evacuadas por las fuerzas navales y de tierra, tanto de la
Francia como de la Inglaterra.»


Con fecha de 23 del mismo Abril contestó lord Castlereagh, á nom-
bre del príncipe regente de Inglaterra (que ejercia la autoridad real por
la incapacidad mental que habia sobrevenido años atras á su augusto
padre), que «si, como se lo recelaba S. A. R., el significado de la propo-
sicion: la dinastía actual será declarada independiente, y la España go-
bernada por una Constitueion nacional de Córtes, era que la autoridad
real de España y su gobierno serian reconocidos como residiendo en el
hermano del que gobernaba la Francia, y de las Córtes reunidas bajo su
autoridad, y no como residiendo en su legítimo monarca Fernando VII y
sus herederos, y las Córtes generales y extraordinarias que actualmente




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representaban á la nacion española, se le mandaba que franca y expedi-
tamente declarase á S. E. (el Duque de Basano) que las obligaciones que
imponia la buena fe apartaban á S. A. R. de admitir para la paz proposi-
ciones que se fundasen sobre una base semejante.


Que si las expresiones referidas se aplicasen al gobierno que existia
en España, y que obraba bajo el nombre de Fernando VII; en este caso,
despues de haberlo así asegurado S. E., S. A. R. estaría pronto á mani-
festar plenamente sus intenciones sobre las bases que habian sido pro-
puestas á su consideracion.»


No entró lord Castlereagh á tratar de los demas puntos, como depen-
dientes de este más principal, y la negociacion tampoco tuvo otras resul-
tas, debiendo las armas continuar en su impetuoso curso.


De consiguiente, el Emperador frances, prevenido y aderezado para
la campaña, salió de París el 9 de Mayo, y despues de haberse detenido
hasta últimos del mes en Dresde, donde recibió el homenaje y cumplido
de los principales soberanos de Alemania, encaminóse al Niémen, lími-
te de la Rusia. Más de 600.000 hombres tomaban el mismo rumbo, entre
ellos unos pocos españoles y portugueses, reliquias de los regimientos
de la division de Romana que quedaron en el Norte, y de la del Marqués
de Alorna, que salió de Portugal en 1808, con algunos prisioneros que
de grado ó fuerza se les habian unido. De tan inmenso tropel de gente ar-
mada, 480.000 estaban ya presentes, y comenzaron á pasar el Niémen
en la noche del 23 al 24 de Junio, siendo Napoleon quien primero inva-
dió el territorio ruso y dió la señal de guerra; señal que resonó por el ám-
bito de aquel imperio, y fué principio de tantas mudanzas y trastornos.


En medio de la confianza que inspiraba á Napoleon su constante y
venturoso hado, obligáronle las circunstancias á aflojar, por lo ménos
temporalmente, en el proyecto de ir agregando á Francia las provincias
de España. Sin embargo, aferrado en sus decisiones primeras, no varió
ni tomó ahora ésta, sino muy entrada la primavera, y cuando ya habia fi-
jado el momento de romper con Rusia. Notóse, por lo mismo, que José
continuaba quejándose, áun en los primeros meses del año, del porte de
su hermano; resaltando su descontento en las cartas interceptadas á su
desgraciado secretario M. Deslandes. Entre ellas, las más curiosas eran
dos escritas á su esposa y una al Emperador; todas tres de fecha 23 de
Marzo. Y la última, inclusa en una de las primeras, con la advertencia
de sólo entregarla en el caso de que «se publicase el decreto de reunion
(son sus expresiones), y de que se publicase en la Gaceta.» Por la pala-
bra reunion entendia José la de las provincias del Ebro á Francia, pues




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aunque éstas, segun hemos visto, sobre todo Cataluña, se consideraban
ya como agregadas, no se habia anunciado de oficio aquella resolucion
en los papeles públicos. En la carta á su hermano le pedia José á que
le permitiese deponer en sus manos los derechos que se habia digna-
do transmitirle á la corona de España hacia cuatro años; porque no ha-
biendo tenido otro objeto en aceptarla que la felicidad de tan vasta mo-
narquía, no estaba en su mano el realizarla.» Explayaba en la otra carta
á su esposa el mismo pensamiento, é indicaba la ocasion que le obliga-
ria á permanecer en España, y las condiciones que para ello juzgaba ne-
cesarias. Decia: 1.º «Si el Emperador tiene guerra con Rusia y me cree
útil aquí, me quedo con el mando general y con la administracion gene-
ral. Si tiene guerra y no me da el mando, y no me deja la administracion
del país, deseo volver á Francia.» 2.º «Si no se verifica la guerra con Ru-
sia, y el Emperador me da el mando ó no me lo da, tambien me quedo,
miéntras no se exija de mi cosa al que pueda hacer creer que consiento
en el desmembramiento de la monarquía, y se me dejen bastantes tropas
y territorio, y se me envie el millon de préstamo mensual que se me ha
prometido..... Un decreto de reunion del Ebro que me llegase de impro-
viso, me haria ponerme en camino al dia siguiente. Si el Emperador di-
fiere sus proyectos hasta la paz, que me dé los medios de existir durante
la guerra.» Triste situacion y necesaria consecuencia de haber acepta-
do un trono que afirmaba sólo la fuerza extraña; debiendo advertirse que
la hidalguía de pensamientos que José mostraba respecto de la desmem-
bracion de España, desaparecia con el período último de la postrer car-
ta; pues en su contexto ya no manifiesta aquél oposicion á la providencia
en sí misma, sino á la oportunidad y tiempo de ejecutarla.


De poco hubieran servido los duelos y plegarias de José, si los acon-
tecimientos del Norte no hubieran venido en su ayuda. Napoleon, atento
á eso, pero sin alterar las medidas tomadas respecto de Cataluña y otras
partes, cedió en algo á la necesidad, y autorizó á su hermano con el man-
do de las tropas; dejándole en todo mayores ensanches, y áun consin-
tiendo que entrase en habla con las Córtes y el Gobierno nacional.


Hicimos antes mencion del origen de semejantes tratos, y de la re-
pulsa que recibieron las primeras proposiciones. No por eso desistieron
de su intento los emisarios de José en Cádiz, animados con el disgusto
que produjo la caida de Valencia en todo el reino, con el que produci-
ria en el mismo Cádiz el incesante bombardeo, y esperanzados tambien
en las alteraciones que consigo trajese en la política la Regencia última-
mente nombrada.




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Dos eran los principales medios de que solian valerse dichos emi-
sarios: uno, procurar influir en las determinaciones del Gobierno ó em-
pantanarlas; otro, agitar la opinion con falsas nuevas, con el abuso de
la imprenta ó con otros arbitrios; sirviéndose para ello á veces de logias
masónicas establecidas en Cádiz.


Apénas habia tomado arraigo ni casi se conocia en España esta ins-
titucion antes de 1808, perseguida por el Gobierno y por la Inquisicion.
Tampoco ni ella ni ninguna otra sociedad secreta coadyuvaron al levan-
tamiento contra los franceses, ni tuvieron parte, pues entonces todos se
entendian como por encanto, y no se requeria sigilo ni comunicacion ex-
presa en donde reinaba universalmente correspondencia natural y si-
multánea.


Derramados los franceses por la Península, fundaron logias masóni-
cas en las ciudades principales del reino, y convirtieron ese instituto de
pura beneficencia, en instrumento que ayudase á su parcialidad. Trata-
ron luégo de extender las logias á los puntos donde regía el Gobierno na-
cional; proyecto más hacedero despues que la libertad fundada por las
Córtes estorbaba que se tomasen providencias arbitrarias ó demasiado
rigorosas.


Fué Cádiz uno de los sitios en que más paró la consideracion el go-
bierno intruso para propagar la francmasonería. Dos eran las logias prin-
cipales, y una sobre todo se mostraba aviesa á la causa nacional y afec-
ta á la de José. Celábalas el Gobierno, y el influjo de ellas era limitado,
porque ni los individuos conspicuos de la potestad ejecutiva, ni los di-
putados de Córtes, excepto alguno que otro por América, aficionado á la
perturbacion, entraron en las sociedades secretas. Y es de notar que así
como éstas no soplaron el fuego para el levantamiento de 1808, tampo-
co intervinieron en el establecimiento de la Constitucion y de las liber-
tades públicas. Lo contrario de Alemania: diferencia que se explica por
la diversa situacion de ambas naciones. Hallábase la última agobiada y
opresa ántes de poder sublevarse; y España revolvióse á tiempo y prime-
ro que la coyunda francesa pesase del todo sobre su cuello. Más adelan-
te, cuando otra de distinta naturaleza vino á abrumarle en el aciago año
de 1814, se recurrió tambien entre nosotros al mismo medio de comu-
nicacion y á los mismos manejos que en Alemania; representando gran
papel las sociedades secretas en las repetidas tentativas que hubo des-
pues, enderezadas á derrocar de su asiento al gobierno absoluto.


Lisonjeábanse los emisarios de José de alcanzar más pronto sus fines
por medio de la nueva Regencia, en especial al llegar en Junio á pre-




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sidirla, de Inglaterra, el Duque del Infantado. No porque este prócer se
doblase á transigir con el enemigo, ni ménos quisiera faltar á lo que de-
bia á la independencia de su patria, sino porque distraido y flojo, daba
lugar á que se formasen en su derredor tramoyas y conjuras. Igualmente
esperaban los mismos emisarios sorprender la buena fe de cierto minis-
tro, y sobre todo contaban con el favor de otro, quien, travieso y codicio-
so de dinero y honores, no se mostraba hosco á la causa del intruso José.
Omitirémos estampar aquí el nombre por carecer de pruebas materiales
que afiancen nuestro aserto, ya que no de muchas morales.


Lo cierto es que en la primavera y entradas de verano se duplica-
ron los manejos, las idas y venidas, en disposicion de que el canóni-
go Peña, ya mencionado en otro libro, consiguió pasar á Galicia con el
título de vicario de aquel ejército, resultando de aquí que él y los de-
mas emisarios de José anunciasen á éste, como si fuera á nombre del
gobierno de Cádiz, el principio de una negociacion, y la propuesta de
nombrar por ambas partes comisionados que se abocasen y tratasen de
la materia, siempre que se guardára el mayor sigilo. Debian verificar-
se las vistas de dichos comisionados en las fronteras de Portugal y Cas-
tilla, obligándose José á establecer un gobierno representativo fundado
sobre bases consentidas recíprocamente, ó bien á aceptar la Constitu-
cion promulgada en Cádiz con las modificaciones y mejoras que se cre-
yesen necesarias.


Ignoraban las Córtes semejante negociacion, ó, por mejor decir, em-
brollo, y podemos aseverar que tambien lo ignoraba la Regencia en
cuerpo. Todo procedia de donde hemos indicado, de cierta dama ami-
ga del Duque del Infantado, y de alguno que otro sujeto muy revolve-
dor. Quizá habia tambien entre las personas que tal trataban hombres de
buena fe, que, no creyendo ya posible resistir á los franceses, y obrando
con buena intencion, querian proporcionar á España el mejor partido en
tamaño aprieto. No faltaban asimismo quienes viviendo de las larguezas
de Madrid, á fin de que éstas durasen, abultaban y encarecian más allá
de la realidad las promesas que se les hicieran.


Tantas, en efecto, fueron las que á José le anunciaron sus emisarios,
que hasta le ofrecieron granjear la voluntad de alguno de nuestros ge-
nerales.


A este propósito, y al de avistarse con los comisionados que se es-
peraban de Cádiz, nombró José por su parte otros; entre ellos á un abo-
gado, de apellido Pardo, que si bien llegó á salir de Madrid, tuvo á poco
que pararse y desandar su camino, noticioso en Valladolid de la batalla




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de Salamanca. Suceso que deshizo y desbarató como de un soplo tales
enredos y maquinaciones.


Preséntanse siempre muy obscuros semejantes negocios, y dificulto-
so es ponerlos en claro. Por eso nos hemos abstenido de narrar otros he-
chos que se nos han comunicado, refiriendo sólo y con tiento los que te-
nernos por seguros. Basta ya lo que hubo, para que escritores franceses
hayan asegurado que las Córtes se metieron en tratos con José; é igual-
mente para que en el Memorial de Santa Helena ponga M. de Las Casas
en boca de Napoleon (4) «que las Córtes (por el tiempo en que vamos)
negociaban en secreto con los franceses.» Asercion falsísima y calum-
niosa; pues repetimos, y nunca nos cansarémos de repetir lo ya dicho en
otro libro, que para todo tenían poder y facultades las Córtes y el Gobier-
no de Cádiz, ménos para transigir y componerse con el rey intruso; por
cuya imprudencia, que justamente se hubiera tachado luégo de traicion,
hubiérales impuesto la furia española un ejemplar y merecido castigo.


Ni José mismo tuvo nunca gran confianza, al parecer, en la buena sa-
lida de tales negociaciones, pues pensaba por sí juntar Córtes en Ma-
drid, siguiendo el consejo del ministro Azanza, que le decía ser ése el
medio de levantar altar contra altar. Ya ántes había nombrado José una
comision que se ocupase en el modo y forma de convocar las Córtes, y
ahora se provocaron por su gobierno súplicas para lo mismo. Así fué que
el Ayuntamiento de Madrid en 7 de Mayo, y una diputacion de Valencia
en 19 de Julio, pidieron solemnemente el llamamiento de aquel cuer-
po. Contestó José á los individuos de la última, «que los deseos que ex-
presaban de la reunion de Córtes eran los de la mayoría inmensa de la
nacion y los de la parte instruida, y que S. M. los tomaria en considera-
cion para ocuparse seriamente de ellos en un momento oportuno.» Aña-
dió: «que estas Córtes serian más numerosas que cuantas se habian ce-
lebrado en España» Los acontecimientos militares, el temor á Napoleon,
que hasta en sus mayores apuros repugnaba la congregacion de cuerpos
populares, y tambien los obstáculos que ofrecian los pueblos para nom-
brar representantes llamados por el gobierno intruso, estorbaron la rea-
lizacion de semejantes Córtes, y áun su convocatoria.


De todas maneras, inútiles é infructuosos parecian cuantos planes y
beneficios se ideasen por un gobierno que no podia sostenerse sin pun-
tal extranjero. Entre las plagas que ahora afligian á la nacion, y que eran


(4) Memorial de Sainte Helène, tom. IV, septième partie: II Novembre 1816. Édition
in-8.º, á Londres, 1823.




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consecuencia de la guerra y devastacion francesa, aparecian entre las
más terribles la escasez y su compañera la hambre. Apuntamos cómo
principió en el año pasado. En éste llegó á su colmo, especialmente en
Madrid, donde costaba en primeros de Marzo el pan de dos libras á 8 y
9 reales, ascendiendo en seguida á 12 y 13. Hubo ocasion en que se pa-
gaba la fanega de trigo á 530 y 540 reales; encareciéndose los demas ví-
veres en proporcion, y yendo la penuria á tan grande aumento, que áun
los tronchos de berzas y otros desperdicios tomaron valor en los cambios
y permutas, y se buscaban con ánsia. La miseria se mostraba por calles
y plazas, y se mostraba espantosa. Hormigueaban los pobres, en cuyos
rostros representábase la muerte, acabando muchos por espirar desfalle-
cidos y ahilados. Mujeres, religiosos, magistrados, personas antes en al-
tos empleos, mendigaban por todas partes el indispensable sustento. La
mortandad subió por manera, que desde el Setiembre de 1811 que co-
menzó el hambre, hasta el Julio inmediato, sepultáronse en Madrid unos
20.000 cadáveres; estrago tanto más asombroso, cuanto la poblacion ha-
bia menguado con la emigracion y las desdichas. La policía atemorizá-
base de cualquier reunion que hubiese, y puso 200 ducados de multa á
los dueños de tiendas, si permitian que delante se detuviesen las gen-
tes, segun es costumbre en Madrid, particulannente en la Puerta del
Sol. Presentaba, en consecuencia, la capital cuadro asqueroso, triste y
horrendo, que partia el corazon. Deformábanla hasta los mismos derri-
bos de casas y edificios, que si bien se ordenaban para hermosear cier-
tos barrios, como nunca se cumplian los planes, quedaban sólo las rui-
nas y el desamparo.


No era factible al gobierno de José reparar ahora tan profundos males,
ni tampoco aquietar el desasosiego que asomaba con motivo de buscar
alimento. La escasez provenia de malas cosechas anteriores, de los des-
trozos de la guerra y sus resultas, de muchas medidas administrativas,
poco cuerdas y casi siempre arbitrarias. Hablamos de las providencias
del monopolio y logrería que tomó el gobierno intruso en el año pasado;
las mismas continuaron en éste, acopiándose granos para los ejércitos
franceses, y encajonando á este fin galleta en Madrid mismo, cuando fal-
taba á los naturales pan que llevar á la boca. Las contribuciones, en vez
de aminorarse, crecian; pues ademas de las anteriores ordinarias y ex-
traordinarias, y de una organizacion y aumento en la del sello, mandó
José, ántes de finalizar Junio, á las seis prefecturas de Madrid, Cuenca,
Guadalajara, Toledo, Ciudad-Real y Segovia (que era adonde llegaba su
verdadero dominio), que sin demora ni excusa aprontasen 570.000 fane-




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gas de trigo, 275.000 de cebada, y 73 millones de reales en metálico; cu-
ya carga en su totalidad, áun regulando el grano á ménos de la mitad del
precio corriente, pasaba de 250 millones de reales; exaccion que hubie-
ra convertido en vasto desierto país tan asolado ya; pero que no se reali-
zó por los sucesos que sobrevinieron, y porque, segun hermosamente di-
ce el rey D. Alonso (5): «Lo que es ademas no puede durar.»


En las provincias sometidas á los franceses, sobre todo en las centra-
les, la carestía y miseria corria parejas con la de Madrid. Casi á lo mis-
mo que en esta capital valia el grano en Castilla la Vieja. En Aragon
andaba la fanega de trigo á 450 reales, y no quedó en zaga en las Anda-
lucias, si á veces no excedió. Hubo que custodiar en la ciudad de Sevi-
lla las casas de los panaderos, y en aquel reino ya ántes habia manda-
do Soult que se hiciesen las siembras, como tambien aconteció en otras
partes; porque al cultivador faltábale para ejecutar las labores semilla ó
ánimo, privado á cada paso del fruto de su sudor. Más adelante harémos
mencion, segun se vayan desocupando las provincias, y segun esté á
nuestro alcance, de las contribuciones que los pueblos pagaron, de las
derramas que padecieron. Cúmulo de males todos ellos que asolaban las
provincias ocupadas, y las transformaban en cadáveres descarnados.


¡Cuán otro semblante ofrecia Cádiz, á pesar del sitio y de los proyec-
tiles que caian! Gozábase allí de libertad, reinaba la alegría, arribaban
á su puerto mercaderías de ambos mundos, abastábanle víveres de todas
clases, hasta de los más regalados; de suerte que ni la nieve faltaba, trai-
da por mar de montañas distantes para hacer sorbetes y aguas heladas.
Sucedíanse sin interrupcion las fiestas y diversiones, y no se suspendie-
ron ni los toros ni las comedias; construyéndose al intento del lado del
mar una nueva plaza de toros, y un teatro fuera del alcance de las bom-
bas, para que se entregasen los habitantes con entero sosiego al entrete-
nimiento y holganza.


Allí las Cortes prosiguieron atareadas con aplauso muy universal.
Organizar conforme á la Constitucion las corporaciones supremas del
reino, no ménos que la potestad judicial y el gobierno económico de los
pueblos, con los ramos dependientes de troncos tan principales, fué lo
que llamó en estos meses la atencion primera. Expidiéronse, pues, re-
glamentos individualizados y extensos para el Consejo de Estado y Tri-
bunal Supremo de Justicia. Los recibieron tambien los tribunales espe-
ciales de Guerra y Marina, de Hacienda y de Ordenes, conocidos antes


(5) Partida 2.ª, tít. III, ley 8.ª




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bajo el nombre de Consejos; los cuales quedaron en pié, ó por ser nece-
sarios á la buena administracion del Estado, ó por no haberse aún admi-
tido ciertas reformas que se requeria precediesen á su entera ó parcial
abolicion. Las audiencias, los juzgados de primera instancia y sus de-
pendencias se ordenaron y fueron planteando bajo una nueva forma. En
el ramo económico y gobernacion de los pueblos se deslindaron por me-
nor las facultades que le competian, y se dieron reglas á las diputacio-
nes y ayuntamientos. Faena enredosa y larga en una monarquía tan vasta
que abrazaba entónces ambos hemisferios, de situacion y climas tan le-
janos, de prácticas y costumbres tan diferentes.


Abusos de la libertad de imprenta dieron ocasion á disgusto y alter-
cados, y acabaron por excitar vivos debates sobre restablecer ó no la In-
quisicion. A tanto llegó por una parte el desliz de ciertos escritores, y á
tanto por otra la ceguedad de hombres fanáticos ó apasionados. Se pu-
blicaban, en Cádiz, sin contar los de las provincias, periódicos que sa-
lian á luz todos los dias, ó con intervalos más ó ménos largos. Pocos ha-
bía que conservasen el justo medio, y no se sintiesen del partido á que
pertenecian. Entre los que sustentaban las doctrinas liberales, distin-
guianse el Semanario patriótico, que apareció de nuevo despues de jun-
tas las Córtes; El Conciso, El Redactor de Cádiz, El Tribuno y otros va-
rios. Publicaba uno el estado mayor general, moderado y circunscrito
comunmente al ramo de su incumbencia. Se imprimia otro bajo el nom-
bre de Robespierre, cuyo título basta por sí solo para denotar lo exage-
rado y violento de sus opiniones. En contraposicion daban á la prensa y
circulaban los del bando adverso, periódicos no ménos furiosos y des-
aforados. Tales eran El Diario Mercantil, El Censor y El Procurador de
la Nacion y del Rey, que se publicó más tarde, y superó á todos en ira-
cundos arranques y en personalidades. Otros papeles sueltos, ó que for-
maban parte de un cuerpo de obra, salían á luz de cuando en cuando,
como las Cartas del Filósofo rancio, sustentáculo de las doctrinas que
indicaba su título; El Tomista en las Cortes, produccion notable conce-
bida en sentir opuesto; y la Inquisicion sin máscara, cuyo autor, enemi-
go de aquel establecimiento, le impugnaba despojándole de todo disfraz
ó velo, con copia de argumentos y citas escogidas. Semejantes escritos ú
opúsculos arrojaban de sí mucha claridad y difundian bastantes conoci-
mientos, mas no sin suscitar á veces reyertas que encancerasen los áni-
mos. Males inseparables de la libertad, sobre todo en un principio, pero
preferibles por el desarrollo é impulso que imprimen al encogimiento y
aniquilacion de la servidumbre.




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Pararon mucho en este tiempo la consideracion pública dos produc-
ciones intituladas, la una Diccionario razonado manual, y la otra Dic-
cionario críticoburlesco, no tanto la primera por su mérito intrínseco, co-
mo por la contestacion que recibió en la segunda, y por el estruendo que
ambas movieron. El Diccionario manual, parto de una alma aviesa, en-
derezábase á sostener doctrinas añejas, interpretadas segun la mejor
conveniencia del autor. Censuraba amargamente á las Cortes y sus pro-
videncias, no respetaba á los individuos, y bajo pretexto de defender la
religion, perjudicábala en realidad, y la insultaba quizá no menos que
al entendimiento. Guardar silencio hubiera sido la mejor respuesta á ta-
les invectivas; pero D. Bartolomé Gallardo, bibliotecario de las Cortes,
hombre de ingenio agudo, mas de natural acerbo, y que manejaba la len-
gua con pureza y chiste, muy acreditado poco ántes con motivo de un fo-
lleto satírico y festivo, y nombrado Apología de los Palos, quiso refutar
ridiculizándole al autor de la mencionada obra. Hízolo por medio de la
que intituló Diccionario crítico-burlesco, en la que desgraciadamente no
se limitó á patentizar las falsas doctrinas y las calumnias de su adversa-
rio, y á quitarle el barniz de hipocresía con que se disfrazaba, sino que
se propasó, rozándose con los dogmas religiosos, é imitando á ciertos es-
critores franceses del siglo XVIII. Conducta que reprobaba el filósofo
por inoportuna, el hombre de estado por indiscreta, y por muy escanda-
losa el hombre religioso y pío. Los que buscaban ocasion para tachar de
incrédulos á algunos de los que gobernaban y á muchos diputados, ha-
lláronla ahora, y la hallaron, al parecer, plausible, por ser el D. Bartolo-
mé bibliotecario de Cortes, y llevar con eso trazas de haber impreso el
libro con anuencia de ciertos vocales. Presuncion infundada, porque no
era Gallardo hombre de pedir ni de escuchar consejos; y en este lance
obró por sí, no mostrando á nadie aquellos artículos, que hubieran podi-
do merecer la censura de varones prudentes ó timoratos. La publicacion
del libro produjo en Cádiz sensacion extrema, y contraria á lo que el au-
tor esperaba. Desaprobóse universalmente, y la voz popular no tardó en
penetrar y subir hasta las Córtes.


En una sesion secreta, celebrada el 18 de Abril, fué cuando allí se
oyeron los primeros clamores. Vivos y agudos salieron de la boca de mu-
chos diputados, de cuyas resultas enzarzáronse graves y largos debates.
Habia señores que querían se saltase por encima de todos los trámites y
se impusiese al autor un ejemplar castigo. Otros más cuerdos los apaci-
guaron, y consiguieron que se ciñese la providencia de las Cortes á ex-
citar con esfuerzo la atencion del Gobierno. Ejecutóse así en términos




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severos, que fueron los siguientes: «Que se manifieste á la Regencia la
amargura y sentimiento que ha producido á las Córtes la publicacion
de un impreso intitulado Diccionario crítico-burlesco, y que resultando
comprobados debidamente los insultos que pueda sufrir la religion por
este escrito, proceda con la brevedad que corresponda á reparar sus ma-
les con todo el rigor que prescriben las leyes; dando cuenta á las Cortes
de todo para su tranquilidad y sosiego.»


Aunque impropia de las Córtes semejante resolucion, y ajena quizá
de sus facultades, no hubiera ella tenido trascendencia muy general, si
hombres fanáticos, ó que aparentaban serlo, validos de tan inesperada
ocurrencia no se hubiesen cebado ya con la esperanza de restablecer la
Inquisicion. Nunca, en efecto, se les habla presentado coyuntura más fa-
vorable; cuando atizando unos y atemorizados otros, casi faltaba arrimo
á los que no cambian de opinion, ó la modifican por sólo los extravíos ó
errores de un individuo.


En la sesion pública de 22 de Abril levantóse, pues, á provocar el
restablecimiento del Santo Oficio D. Francisco Riesco, inquisidor del
tribunal de Llerena, hombre sano y bien intencionado, pero afecto á la
corporacion á que pertenecía. No era el D. Francisco sino un echadizo;
detras venía todo el partido anti-reformador, engrosado esta vez con mu-
chos tímidos, y dispuesto á ganar por sorpresa la votacion. Pero ántes de
referir lo que entónces pasó, conviene detenernos y contar el estado de
la Inquisicion en España desde el levantamiento de 1808.


En aquel tiempo hallóse el tribunal como suspendido. Le quiso po-
ner en ejercicio, segun insinuamos, la Junta Central, cuando en un prin-
cipio, inclinando á ideas rancias, nombró por inquisidor general al Obis-
po de Orense. Pero entonces, ademas del impedimento que presentaron
los sucesos de la guerra, tropezóse con otra dificultad. Nombraban los
papas, á propuesta del Rey, los inquisidores generales, y les expedian
bulas, atribuyéndoles á ellos solos la omnímoda jurisdiccion eclesiásti-
ca; de manera que no podian reputarse los demas inquisidores sino me-
ros consejeros suyos. Éstos, sin embargo, sostenian que en la vacante
correspondía la jurisdiccion al Consejo Supremo; pero sin mostrar las
bulas que lo probasen, alegando que habian dejado todos los papeles en
Madrid, ocupado á la sazon por los enemigos. Excusa, al parecer, inven-
tada, é inútil áun siendo cierta, no pudiendo considerarse como vacan-
te la plaza de inquisidor general, pues el último, el Sr. Arce, no había
muerto, y sólo sí se había quedado con los franceses. Cierto que se ase-
guraba haber hecho renuncia de su oficio en 1808; mas no se probaba




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la hubiese admitido el Papa, requisito necesario para su validacion, por
estar ya interrumpida la correspondencia con la Santa Sede; cuya cir-
cunstancia impedia asimismo la expedicion de cualquiera otra bula que
confirmase el nombramiento de un nuevo inquisidor general. En tal co-
yuntura, no siéndole dado á la Junta suplir la autoridad eclesiástica por
medio de la civil, y no constando legalmente que le fuese lícito al Con-
sejo Supremo de la Inquisicion substituirse en lugar de aquélla, se es-
tancó el asunto, coadyuvando á ello los desafectos al restablecimiento,
que se agarraron de aquel incidente para llenar su objeto y aquietar las
conciencias tímidas. Sucedió la primera Regencia á la Junta Central, y
en su descaminado celo ó mal entendida ambicion, ansiosa de reponer
todos los Consejos, conforme en su lugar apuntamos, repuso tambien el
de la Inquisicion. Mas los ministros de este tribunal, prudentes, cono-
ciendo quizá ellos mismos su falta de autoridad, y columbrando adón-
de inclinaba la balanza de la opinion, mantuviéronse tranquilos sin dar
señales de vida, satisfechos con cobrar su sueldo y gozar de honores, en
expectativa quizá de mejores tiempos.


Instaláronse las Córtes, cuyo comienzo y rumbo parecía desvanecer
para siempre las esperanzas de los afectos al Santo Oficio. Una impru-
dencia entonces, semejante á la de Gallardo ahora, aunque no tan in-
considerada, reanimóselas fundadamente. Poco despues de la discusion
de la libertad de la imprenta, hallándose todavía las Córtes en la isla de
Leon, se publicó un papel intitulado La Triple alianza, su autor D. Ma-
nuel Alzaibar, su protector el diputado D. José Mejía, su contenido harto
libre. Tomaron las Córtes mano en el asunto, que provocó una discusion
acalorada, decidiendo la mayoría que el papel pasase á la calificacion
del santo Oficio. Contradiccion manifiesta en una asamblea que acaba-
ba de decretar la libertad de la imprenta, é inexplicable á los que des-
conocen la instabilidad de doctrinas de que adolecen cuerpos todavía
nuevos, y la diferencia que en la opinion mediaba en España, entre la
libertad política y la religiosa; propendiendo todos á adoptar sin obstá-
culo la primera, y rehuyendo muchos la otra por hábito, por timidez, por
escrupulosa conciencia ó por devocion fingida. Entre los diputados que
admitieron el que pasase á la Inquisicion el asunto de La Triple alianza,
los habia de buena fe, aunque escasos de luces; y habia otros muy capa-
ces que se fueron al hilo de la opinion extraviada. Más adelante convir-
tiéronse muchos de ellos en acérrimos antagonistas del mismo tribunal,
ó por haber adquirido mayor ilustracion, ó por no ver ya riesgo en mu-
dar de dictámen.




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En aquella sazon, no obstante lo resuelto, tropezóse para llevar á
efecto la providencia de las Córtes con los mismos obstáculos que en
tiempo de la Junta Central, y se nombró para removerlos y tratar á fondo
el asunto una comision, compuesta de los señores Obispo de Mallorca,
Muñoz Torrero, Valiente, Gutierrez de la Huerta, y Perez de la Puebla.
Creíase entónces que estos señores por la mayor parte se desviarian de
restablecer la Inquisicion. No cabía duda en ello respecto del Sr. Muñoz
Torrero, y tambien se contaba como de seguro con el Obispo de Mallor-
ca, quien, si no docto á la manera del anterior diputado, no por eso ca-
recia de conocimientos, manifestando, ademas, celo por la conservacion
de los derechos del episcopado, usurpados por la Inquisicion. Á los se-
ñores Valiente y Gutierrez de la Huerta los reputaban muchos, en aquel
tiempo, por hombres despreocupados y entendidos, y de consiguiente
adversarios de dicho tribunal. No así se pensaba del Sr. Perez, que fué
siempre muy secuaz suyo.


Llegado, en fin, el momento de que la Comision evacuase su informe,
opinó la mayoría, por conviccion, por recelo ó por personal resentimien-
to, que se dejasen expeditas las facultades de la Inquisicion, y que dicho
tribunal se pusiese desde luégo en ejercicio. Hizóse este acuerdo en Ju-
lio de 1811. Mas como la cuestion se habia ido ilustrando entre tanto, y
tomando revuelo la oposicion al Santo Oficio, empozóse por mucho tiem-
po lo resuelto en la Comision. Agacháronse, por decirlo así, los promo-
vedores, aguardando ocasion oportuna; y presentósela, segun queda di-
cho, el libro de D. Bartolomé Gallardo, y no la desaprovecharon.


Y ahora, siguiendo de nuevo el curso de la narracion suspendida
arriba, referirémos que en aquel dia, 22 de Abril, el ya citado D. Fran-
cisco Riesco, doliéndose amargamente de lo postergado que se dejaba
el negocio de la Inquisicion, pidió se diese sin tardanza cuenta del ex-
pediente, que presumia despachado por la Comision. En efecto, acaba-
ban de recibirlo los secretarios; y tanta priesa corria la aprobacion del
informe dado, que ni siquiera permitian los partidarios de la Inquisicion
que se registrase, segun era costumbre. Diligente conato, que les dañó
en vez de favorecerlos.


Dañáronles tambien ciertas precauciones que habian tomado, pues
se figuraron que no les bastaba contar con la mayoría en las Córtes, si no
se escudaban con el público de las galerías. Así fué que muy de madru-
gada las llenaron de ahijados suyos, con tan poco disimulo, que entre los
concurrentes se divisaban muchos frailes, cuya presencia no se adver-
tia en las demas ocasiones. Pensamiento muy desacordado, ademas de




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anárquico, porque daban así armas al bando liberal, que no pecaba de
tímido, y volvian contra ellos las mismas de que se habian valido en sus
reclamaciones contra los susurros, y alguna vez desmanes, de los asis-
tentes á las sesiones.


La del 22 de Abril amaneció muy sombría, pues el triunfo de la In-
quisicion socavaba por sus cimientos las novedades adoptadas, y pro-
nosticaba persecuciones, con la completa ruina, ademas, del partido re-
formador. Por lo tanto, decidióse éste á echar el resto y aventurarlo todo
ántes de permitir su total destruccion; mas trató primero de maniobrar
con destreza para evitar estruendos, lo cual consiguió bien y cumplida-
mente.


Entablado asunto tan grave, dióse principio á los debates por leer el
dictámen de la Comision, que llevaba la fecha atrasada del 30 de Octu-
bre de 1811, y le habia extendido el Sr. Valiente, estando ya en el navío
Asia. Indicamos en su lugar, cuando la desgracia ocurrida á dicho dipu-
tado en 26 de Octubre, que más adelante referiríamos en qué se habia
ocupado luégo que se halló á bordo de aquel buque. Pues ésta fué su ta-
rea, á nuestro entender no muy digna, en especial siendo el Sr. Valien-
te de ideas muy contrarias, y llevando su opinion visos de venganza por
el ultraje padecido.


Reducíase el dictámen de la Comision, segun apuntamos ántes, á re-
poner en el ejercicio de sus funciones al Consejo de la Suprema Inqui-
sicion, añadiendo sólo ciertas limitaciones relativas á los negocios polí-
ticos y censura de obras de la misma clase. No firmó el dictámen, como
era natural, el Sr. Muñoz Torrero, ni tampoco puso su voto por separado;
pendió de falta de tiempo. «La víspera por la tarde (dijo) habíanle lla-
mado los señores de la Comision que estaban presentes; y convenídose,
á pesar de las reflexiones que les hizo, en adoptar el dictámen extendido
por el Sr. Valiente sin variacion alguna.» No negó, en contestacion, el Sr.
Gutierrez de la Huerta la verdad de lo alegado por el Sr. Muñoz Torrero;
mas conceptuaba ser el asunto demasiadamente obvio para sobreseer en
su discusion por tiempo indeterminado.


Prosiguiendo el debate se encendieron más y más los ánimos, á pun-
to que las galerías, compuestas al principio de los espectadores que he-
mos dicho, se desmandaron y tomaron parte en favor de los defensores
de la Inquisicion; y acordámonos haber visto algunos frailes desatarse
en murmullos y palmoteos sin cordura, y olvidados del hábito que los
cubría. No se arredraron los liberales; ántes bien les sirvió de mucho un
celo tan indiscreto.




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Avezados los que de ellos había en las Córtes á no acometer de fren-
te ciertas cuestiones, y conociendo lo mucho que ayudan en los cuerpos
los antecedentes para no precipitar las resoluciones, y dar buena salida
á los vocales que, deseosos de no comprometerse, ansian hallar alguna,
á fin de no decidirse ni en pro ni en contra en asuntos peliagudos, ha-
bian tomado de antemano medidas que llenasen su objeto. Fué una in-
troducir, en un decreto aprobado en 25 de Marzo último, sobre la crea-
cion del Tribunal Supremo de Justicia, un artículo, que decia: «Quedan
suprimidos los tribunales conocidos con el nombre de Consejos.» Esta-
ba en este caso la Inquisicion, ó se conceptuaba abolida por la decision
anterior, ó á lo ménos exigíase por ella que, dado que se restableciese, se
verificase bajo otro nombre y forma; lo cual daba largas, y proporciona-
ba plausible efugio para esquivar cualquiera sorpresa. Mayor le ofrecia
otro acuerdo de las mismas Córtes, propuesto con gran prevision por D.
Juan Nicasio Gallego al acabarse de discutir el 13 de Diciembre la se-
gunda parte del proyecto de Constitucion. Se hallaba concebido en estos
términos: «Que ninguna proposicion que tuviese relacion con los asun-
tos comprendidos en aquella ley fundamental, fuese admitida á discu-
sion sin que, examinada préviamente por la comision que habia forma-
do el proyecto, se viese que no era de modo alguno contraria á ninguno
de sus artículos aprobados.» Hizo ya entónces el diputado Gallego esta
proposicion pensando en el Santo Oficio, como recordamos que nos di-
jo al extenderla. Acertó en su conjetura. Mas ántes de determinar sobre
ella, y en vista ya de lo resuelto en cuanto á supresion de Consejos, ha-
bíase aprobado despues de largo debate, «suspéndase por ahora la dis-
cusion de este asunto (el de la Inquisicion), señalándose dia para ella.»
En seguida fué cuando suscitándose nueva reyerta, se logró que, con-
forme á la propuesta aprobada del Sr. Gallego, pasase el expediente á la
comision de Constitucion. Providencia que paró el golpe preparado tan
de antemano por el partido fanático, y dió esperanzas fundadas de que
más adelante se destruiria de raíz y solemnemente el Santo Oficio; por-
que tanto confiaban todos en la comision de Constitucion, cuya mayoría
constaba de personas prudentes, instruidas y doctas. No desayudó este
triunfo á D. Bartolomó Gallardo, origen de semejante ruido. Permaneció
dicho autor preso tres meses; duró bastante tiempo su causa, de la cual
se vió al cabo quito y libre, no á tanta costa como era de recelar y anun-
ciaba en un principio la tormenta que levantó su opúsculo.


Tras esto, exasperados cada vez más los enemigos de las reformas, y
viendo que cuanto intentaban, otro tanto se les fustraba y volvia contra




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ellos, idearon promover que se disolviesen las actuales Córtes, y se con-
vocasen las ordinarias conforme á la Constitucion. Lisonjeaba el pensa-
miento á muchos diputados, áun de los liberales, y retraia á otros mani-
festar francamente su opinion el temor de que se les atribuyesen miras
personales ó anhelo de perpetuarse, segun proclamaban ya sus émulos.


En tal estado de cosas, presentó el 25 de Abril la comision de Cons-
titucion un informe acerca del asunto, siendo de parecer que deberian
reunirse las Córtes ordinarias en el año próximo de 1813, y no disol-
verse las actuales ántes de instalarse aquéllas, sino á lo más cerrarse.
Apoyaba la Comision en este punto juiciosamente su dictámen, dicien-
do: «Que si se disolviesen las Córtes, sucederia forzosamente que has-
ta la reunion de las nuevas ordinarias quedaria la nacion sin represen-
tacion efectiva, y consiguientemente imposibilitada de sostener con sus
medidas legislativas al Gobierno, y de intervenir en aquellos casos gra-
ves que á cada paso podian y debian ocurrir en aquella época.» Y des-
pues añadia que sí se cerrasen las actuales Córtes, pero sin disolverse,
«los actuales diputados deberian entenderse obligados á concurrir á ex-
traordinarias, si ocurriese su convocacion una ó más veces, hasta que se
constituyesen las próximas ordinarias.»


Por lo que respecta al mes en que convenia se untasen las últimas,
que se llamaban para el año de 1813, opinaba la misma Comision que,
en vez del 1.º de Marzo, como señalaba la Constitucion, fuese el 1.º de
Octubre, por quedar ya poco tiempo para que se realizasen las eleccio-
nes, y acudiesen diputados de tan distantes puntos, en especial los de
Ultramar. Á la exposicion de la Comision, mesurada y sábia, acompaña-
ba la minuta de decreto de convocatoria, y dos instrucciones, una para la
Península, y otra para América y Asia, necesarias por las circunstancias
peculiares en que se hallaban los españoles de ambos hemisferios; acá
con la invasion francesa, allá con las revueltas intestinas.


En los días 4 y 6 de Mayo aprobaron las Córtes el dictámen de la Co-
mision, despues de haberse pronunciado en pro y en contra notables
discursos; con cuya resolucion vinieron al suelo, hasta cierto punto, los
proyectos de los que ya presumian derribar, disolviéndose las Córtes, la
obra de las reformas, todavía no bien afianzada.