Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
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ABREN LAS CÓRTES SUS SESIONES EN CÁDIZ.— PRESUPUESTOS PRESENTADOS POR EL MI-
NISTRO DE HACIENDA.— REFLEXIONES ACERCA DE ELLOS.— DEBATES EN LAS CÓR-
TES.— CONTRIBUCION EXTRAORDINARIA DE GUERRA.— RECONOCIMIENTO DE LA
DEUDA PÚBLICA.— NOMBRAMIENTO DE UNA JUNTA NACIONAL DEL CRÉDITO PÚBLI-
CO.— MEMORIA DEL MINISTRO DE LA GUERRA.— APRUEBAN LAS CÓRTES EL ES-
TADO MAYOR.— CRÉASE LA ORDEN DE SAN FERNANDO.— REGLAMENTO DE JUNTAS
PROVINCIALES.— ABOLICION DE LA TORTURA.— DISCUSION Y DECRETO SOBRE SE-
ÑORIOS Y DERECHOS JURISDICCIONALES.— PRIMEROS TRABAJOS QUE SE PRESENTAN Á
LAS CORTES SOBRE LA CONSTITUCION.— OFRECEN LOS INGLESES SU MEDIACION PA-
RA CORTAR LAS DESAVENENCIA DE AMÉRICA.— TRATOS CON RUSIA.— SUCESOS MI-
LITARES.— EXPEDICION DE BLAKE Á VALENCIA.— FACULTADES QUE SE OTORGAN
Á BLAKE.— DESEMBARCA EN ALMERÍA.— INCORPÓRANSE LAS TROPAS DE LA EX-
PEDICION MOMENTÁNEAMENTE CON EL TERCER EJÉRCITO.— OPERACIONES DE AMBAS
FUERZAS REUNIDAS.— MEDIDAS QUE TOMA SOULT.— ACCION DE ZÚJAR Y SUS CON-
SECUENCIAS.— NUEVOS CUARTELES DEL TERCER EJÉRCITO, Y SEPARACION DE LAS
FUERZAS EXPEDICIONARIAS.— ÚNESE MONTIJO AL EJÉRCITO.— SUCEDE EN EL MAN-
DO Á FREIRE EL GENERAL MAHY.— LOS FRANCESES NO PROSIGUEN Á MURCIA.—
VALENCIA.— ESTADO DE AQUEL REINO.— LLEGADA DE BLAKE.— PROVIDENCIAS
DE ESTE GENERAL.— SE DISPONE SUCHET Á INVADIR AQUEL REINO.— PISA SU TE-
RRITORIO.— SU MARCHA Y FUERZA QUE LLEVA.— LAS QUE REUNE BLAKE Y OTRAS
PROVIDENCIAS.— SITIO DEL CASTILLO DE MURVIEDRO Ó SAGUNTO.— SU DESCRIP-
CION.— VANA TENTATIVA DE ESCALADA.— REENCUENTRO EN SONEJA Y SEGORBE.—
EN BÉTERA Y BENAGUACIL.— BUENA DEFENSA Y TOMA DEL CASTILLO DE OROPE-
SA.— RESISTENCIA HONROSA Y EVACUACION DE LA TORRE DEL REY.— ACTIVA EL
ENEMIGO LOS TRABAJOS CONTRA SAGUNTO.— ASALTO INTENTADO INFRUCTUOSAMEN-
TE.— PREPÁRASE BLAKE Á SOCORRER Á SAGUNTO.— BATALLA DE SAGUNTO.—
RENDICION DEL CASTILLO.— DIVERSIORES EN FAVOR DE VALENCIA. CATALUÑA.—
TOMA DE LAS ISLAS MEDAS.— MUERTE DE MONTARDIT.— EMPRESAS DE LACY Y
EROLES EN EL CENTRO DE CATALUÑA.— ATAQUE DE IGUALADA.— RENDICION DE LA
GUARNICION DE CERVERA.— DE BELLPUIG.— REVUELVE EROLES SOBRE LA FRON-
TERA DE FRANCIA.— ACERTADA CONDUCTA DE LACY.— PASA MACDONALD Á FRAN-
CIA.— LE SUCEDE DECAEN.— CONVOY QUE VA Á BARCELONA.— ARAGON, DURÁN
Y EL EMPECINADO.— MINA.— TROPAS QUE REUNEN LOS FRANCESES EN NAVARRA




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Y ARAGON.— ATACAN Á CALATAYUD DURÁN Y EL EMPECINADO.— HACEN PRISIO-
NERA LA GUARNICION.— VIENE SOBRE ELLOS MUSNIER.— SE RETIRAN.— DIVISION
DE SEVEROLI EN ARAGON.— SE SEPARAN DURÁN Y EL EMPECINADO.— MINA.—
PONEN LOS FRANCESES SU CABEZA Á PRECIO.— TRATAN DE SEDUCIRLE.— PENE-
TRA MINA EN ARAGON.— ATACA Á EGEA.— COGE UNA COLUMNA FRANCESA EN
PLASENCIA DE GÁLLEGO.— EMBARCA LOS PRISIONEROS EN MOTRICO.— DISTRIBU-
YE MUSNIER LA DIVISON DE SEVEROLI.— ABANDONAN LOS FRANCESES Á MOLINA.—
NUEVAS ACOMETIDAS DEL EMPECINADO.— DE DURÁN.— AMBOS BAJO LAS ÓRDENES
DE MONTIJO.— BALLESTEROS EN RONDA.— ACCION CONTRA RIGNOUX.— AVANZA
GODINOT.— RETÍRASE BALLESTEROS.— VANAS TENTATIVAS DE GODINOT.— TARIFA
SOCORRIDA.— RETIRASE GODINOT.— SE MATA.— SORPRENDE BALLESTEROS Á LOS
FRANCESES EN BORNOS.— JUAN MANUEL LOPEZ.— CRUELDAD DE SOULT.


Trasladadas las Córtes de la isla de Leon á Cádiz abrieron las sesio-
nes en esta ciudad el 24 de Febrero, segun ya apuntamos. El sitio que
se escogió para celebrarlas fué la iglesia de San Felipe Neri, espaciosa y
en forma de rotunda. Se construyeron galerías públicas á derecha y á iz-
quierda, en donde ántes estaban los altares colaterales, y otra más eleva-
da encima del cornisamento, de donde arranca la cúpula. Era la postre-
ra galería angosta, lejana y de pocas salidas, lo que dió ocasion á alguno
que otro desórden, que á su tiempo mencionarémos, si bien enfrenados
siempre por la sola y discreta autoridad de los presidentes.


En 26 de Febrero se leyó en las Córtes, por primera vez, un presu-
puesto de gastos y entradas. Era obra de D. José Canga Arguelles, se-
cretario á la sazon del despacho de Hacienda. La pintura que en el
contexto se trazaba del estado de los caudales públicos aparecía har-
to dolorosa. (El importe de la deuda (1), expresaba el Ministro, ascien-
de á 7.194.266.839 reales vellon, y los réditos vencidos á 219.691.473
de igual moneda.» No entraban en este cómputo los empeños contraidos
desde el principio de la insurreccion, que, por lo general, consistían en
suministros aprontados en especie. El gasto anual, sin los réditos de la
deuda, le valuaba el Sr. Canga en 1.200 millones de reales, y los produc-
tos en sólo 255 millones. «Tal es, continuaba el Ministro, la extension
de los desembolsos, y de las rentas con que contamos para satisfacerlas,
calculadas aproximadamente por no ser dado hacerlo con exactitud, por
la falta á veces de comunicacion entre las provincias y el Gobierno, por


(1) Diario de las Córtes, tomo IV, pág. 19.




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las ocurrencias militares de ellas.....» «Si la santa insurreccion de Es-
paña hubiera encontrado desahogados á los pueblos, rico el tesoro. con-
solidado el crédito y franqueados todos los caminos de la pública felici-
dad, nuestros ahogos serian menores, más abundantes los recursos, y los
reveses hubieran respetado á nuestras armas; pero una administracion
desconcertada de veinte años, una serie de guerras desastrosas, un sis-
tema opresor de hacienda, y sobre todo la mala fe en los contratos de és-
ta y el desarreglo de todos los ramos, sólo dejaron en pos de sí la miseria
y la desolacion; y los albores de la independencia y de la libertad raya-
ron en medio de las angustias y de los apuros» «A pesar de todo hemos
levantado ejércitos; y combatiendo con la impericia y las dificultades,
mantenemos aún el honor del nombre español, y ofrecemos á la Francia
el espectáculo terrible de un pueblo decidido que aumenta su ardor al
compas de las desgracias.....»


Y ahora habrá quien diga: ¿cómo pues las Córtes hicieron frente á
tantas atenciones, y pudieron cubrir desfalco tan considerable? A eso
responderémos: 1.º, que el presupuesto de gastos estaba calculado por
escala muy subida, y por una muy ínfima el de las entradas; 2.º, que en
éstas no se incluian las remesas de América, que, aunque en baja, to-
davía producian bastante, ni tampoco la mayor parte de las contribucio-
nes ni suministros en especie; y 3.º, que tal es la diferencia que media
entre una guerra nacional y una de gabinete. En la última, los pagos tie-
nen que ser exactos y en dinero, cubriéndolos solamente contribucio-
nes arregladas y el crédito; que encuentra con límites: en la primera su-
plen al metálico, en cuanto cabe, los frutos, aprontando los propietarios
y hombres acaudalados no sólo las rentas, sino á veces hasta los capita-
les, ya por patriotismo, ya por prudencia; sobrellevando asimismo el sol-
dado con gusto, ó al ménos pacientemente, las escaseces y penuria, co-
mo nuevo timbre de realzada gloria. Y en fin, en una guerra nacional,
poniéndose en juego todas las facultades físicas e intelectuales de una
nacion, se redoblan al infinito los recursos; y por ahí se explica cómo la
empobrecida, mas noble, España pudo sostener tan larga y dignamente
la causa honrosa de su independencia. Favorecióla, es verdad, la alianza
con la Inglaterra, yendo unidos en este caso los intereses de ambas po-
tencias; pero lo mismo ha acontecido casi siempre en guerras de seme-
jante naturaleza. Díganlo, sino, la Holanda y los Estados-Unidos, apoya-
da la primera por los príncipes protestantes de aquel siglo, y los últimos
por Francia y España. Y no por eso aquellas naciones ocupan en la his-
toria lugar ménos señalado.




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Al día siguiente de haber presentado el Ministro de Hacienda los
presupuestos, se aprobó el de gastos despues de una breve discusion.
Nada en él habia superfluo; la guerra lo consumía casi todo. Detuviéron-
se más las Córtes en el de entradas. No propuso por entónces Canga Ar-
güelles ninguna mudanza esencial en el sistema antiguo de contribucio-
nes, ni en el de su administracion y recaudacion. Dejaba la materia para
más adelante, como difícil y delicada.


Indicó várias modificaciones en la contribucion extraordinaria de
guerra que, segun en su lugar se vió, habia decretado la Junta Central,
sin que se consiguiese plantearla en las más de las provincias.


Con ella se contaba para cubrir en parte el desfalco de los presu-
puestos. Adolecia, sin embargo, esta imposicion de graves imperfeccio-
nes. La mayor de todas consistia en tomar por base el capital existima-
tivo de cada contribuyente, y no los réditos ó productos líquidos de las
fincas. Propuso con razon el Ministro sustituir á la primera base la pos-
trera; pero no anduvo tan atinado en recargar al mismo tiempo en un 30,
45, 50, 60, y áun 65 por 100 los diezmos eclesiásticos y la particion de
frutos ó derechos feudales, con más ó ménos gravamen, segun el origen
de la posesion. Fundaba el Sr. Canga la última parte de su propuesta en
que los desembolsos debian ser en proporcion de lo que cada cual ex-
pusiese en la actual guerra; y á muchos agradaba la medida por tocar á
individuos cuya jerarquía y privilegios no disfrutaban del favor público.
Mas á la verdad el pénsamiento del Ministro era vago, injusto y casi im-
practicable; porque, ¿cómo podia graduarse equitativamente cuáles fue-
sen las clases que arriesgaban más en la presente lucha? Iba en ella la
pérdida ó la conservacion de la patria comun, é igual era el peligro, é
igual la obligacion en todos los ciudadanos de evitar la ruina de la inde-
pendencia. Fuera de esto, tratábase sólo ahora de contribuciones, no de
examinar la cuestion de diezmos, ni la de los derechos feudales, y mé-
nos la temible y siempre impolítica del origen de la propiedad. Mezclar
y confundir puntos tan diversos era internarse en un enredado laberin-
to de averiguaciones, que tenía al cabo que perjudicar á la pronta y más
expedita cobranza del impuesto extraordinario.


Cuerdamente huyó la Comision de tal escollo; y dejando á un lado
el recargo propuesto por el Ministro sobre determinados derechos ó pro-
piedades, atúvose sólo á gravar sin distincion las utilidades líquidas de
la agricultura, de la industria y del comercio. Hasta aquí asemejábase
mucho el nuevo impuesto al income tax de Inglaterra, y no flaqueaba si-
no por los defectos que son inherentes á esta clase de contribuciones en




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la indagacion de los rendimientos que dejan ciertas granjerías. Pero la
Comision, admitiendo ademas otra modificacion en la base fundamental
del impuesto, introdujo una regla, que si no tan injusta como la del Mi-
nistro, ni de consecuencias tan fatales, aparecía no ménos errónea. Fué,
pues, la de una escala de progresion, segun la cual crecia el impuesto á
medida que la renta ó utilidades pasaban de 4.000 reales vellon. Dos y
medio por ciento se exigia á los que estaban en este caso; más y respec-
tivamente de allí arriba, llegando algunos á pagar hasta un 50 y un 76
por 100: pesado tributo, tan contrario á la equidad como á las sanas y
bien entendidas máximas que enseña la práctica y la economía pública
en la materia. Porque, gravando extraordinariamente y de un modo im-
pensado las rentas del rico, no sólo se causa perjuicio á éste, sino que se
disminuye tambien ó suprime, en vez de favorecer, la renta de las clases
inferiores, que, en el todo ó en gran parte, consiste en el consumo que de
sus productos ó de su industria hacen respectiva y progresivamente las
familias más acomodadas y poderosas. Dicho impuesto, ademas, llega á
devorar hasta el capital mismo, destruye en los particulares el incentivo
de acumular, origen de gran prosperidad en los estados; y tiene el graví-
simo inconveniente de ser variable sobre una cantidad dada de riqueza,
lo que no sucede en las contribuciones de esta especie cuando sólo son
proporcionales sin ser progresivas.


Las Córtes, sin embargo, aprobaron el 24 de Marzo el informe de la
Comision, reducido á tres principales bases: 1.º, que se llevase á efec-
to la contribucion extraordinaria de guerra impuesta por la Central; 2.º,
que se fijase la base de esta contribucion con relacion á los réditos ó
productos líquidos de las fincas, comercio é industria; 3.º, que la cuota
correspondiente á cada contribuyente fuese progresiva al tenor de una
escala que acompañaba á la ley. La premura de los tiempos y la inexpe-
rencia disculpaban sólo la aprobacion de un impuesto no muy bien con-
cebido.


Adoptaron igualmente las Córtes otros arbitrios introducidos ántes
por la Central, como el de la plata de las iglesias y particulares, y el
de los coches de éstos. El primero se hallaba ya casi agotado, y el últi-
mo era de poco ó ningun valor; no osando nadie, á ménos de ser ancia-
no ó de estar impedido, usar de carruaje en medio de las calamidades
del dia.


Tampoco fué en verdad de gran rendimiento el arbitrio conocido ba-
jo el nombre de represalias y confiscos, que consistia en bienes y efectos
embargados á franceses y á españoles del bando del intruso. Tomaron ya




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esta medida los gobiernos que precedieron á las Córtes, autorizados por
el derecho de gentes y el patrio, como tambien apoyados en el ejemplo
de José y de Napoleon. Las luces del siglo han ido suavizando la legis-
lacion en esta parte, y el buen entendimiento de las naciones modernas
acabará por borrar del todo los lunares que áun quedan, y son herencia
de edades ménos cultas. En España apénas sirvieron las represalias y
los confiscos sino para arruinar familias y alimentar la codicia de gente
rapaz y de curia. Las Córtes se limitaron en aquel tiempo á adoptar re-
glas que abreviasen los trámites, y mejorasen en lo posible la parte ad-
ministrativa y judicial del ramo.


Días despues, en 30 de Marzo, presentóse de nuevo al Congreso el
Ministro de Hacienda, y leyó una Memoria circunstanciada (2) sobre la
deuda y crédito público. Nada por de pronto determinaron las Córtes en
la materia, hasta que en el inmediato Setiembre dieron un decreto re-
conociendo todas las deudas antiguas, y las contraidas desde 1808 por
los gobiernos y autoridades nacionales, exceptuando por entónces de
esta regla las deudas de potencias no amigas. A poco nombraron tam-
bien las mismas Córtes una junta llamada nacional del crédito públi-
co, compuesta de tres individuos escogidos de entre nueve que propu-
so la Regencia. Se depositó en manos de este Cuerpo el manejo de toda
la deuda, puesta ántes al cuidado de la Tesorería mayor, y de la caja de
Consolidacion. Las Córtes hasta mucho tiempo adelante no desentraña-
ron más el asunto, por lo que suspenderémos ahora tratar de él detenida-
mente. Dióse ya un gran paso hácia el restablecimiento del crédito en el
mero hecho de reconocer, de un modo solemne, la deuda pública, y en el
de formar un cuerpo encargado exclusivamente de coordinar y regir un
ramo muy intrincado de suyo, y ántes de mucha maraña.


Tambien se leyó en las Córtes el 1.º de Marzo una Memoria del Mi-
nistro de la Guerra (3), en que largamente se exponian las causas de los
desastres padecidos en los ejércitos, y las medidas que convenia adop-
tar para poner en ello pronto remedio. Nada anunciaba el Ministro que
no fuese conocido, y de que no hayamos hecho mencion en el curso de
esta Historia. Las circunstancias hacian insuperables ciertos males: só-
lo podía curarlos la mano vigorosa del Gobierno, no las discusiones del
Cuerpo legislativo. Sin embargo, excitó una muy viva el dictámen que
la comision de Guerra presentó dias despues acerca del asunto. Muchos


(2) Diario de las Córtes, tomo IV, pág. 398.
(3) Diario de las Córtes, tomo IV, pág. 84.




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señores no se manifestaron satisfechos con lo expuesto por el Ministro,
que casi se limitaba á reflexiones generales; pero insistieron todos en la
necesidad urgentísima de restaurar la disciplina militar, cuyo abandono,
ya anterior á la presente lucha, miraban como principal origen de las de-
rrotas y contratiempos.


Debiendo contribuir á tan anhelado fin, y á un bien entendido, uni-
forme y extenso plan de campaña el estado mayor general creado por la
última Regencia, afirmaron dicha institucion las Córtes en decreto de
6 de Julio. Necesitábase, para sostenerla, de semejante apoyo, estando
combatida por militares ancianos, apegados á usos añejos. Cada dia pro-
bó más y más la experiencia lo útil de aquel cuerpo, ramificado por to-
dos los ejércitos, con un centro comun cerca del Gobierno, y compuesto
en general de la flor de la oficialidad española.


Asimismo las Córtes, al paso que quisieron poner coto á la excesiva
concesion de grados, á la de las órdenes y condecoraciones de la milicia,
tampoco olvidaron escogitar un medio que recompensase las acciones
ilustres, sin particular gravámen de la nacion; porque, como dice nues-
tro D. Francisco de Quevedo (4): «Dar valor al viento, es mejor caudal
en el Príncipe, que minas.» Con este objeto propuso la comision de Pre-
mios, en 5 de Mayo, el establecimiento de una órden militar, que llamó
del Mérito, destinada á remunerar las hazañas que llevasen á cima los
hombres de guerra, desde el general hasta el soldado inclusive.


No empezó la discusion sino en 25 de Julio, y se publicó el decreto á
fines de Agosto inmediato, cambiándose á propuesta del Sr. Morales Ga-
llego el título dado por la comision en el de órden nacional de San Fer-
nando. Era su distintivo una venera de cuatro aspas, que llevaba en el
centro la efigie de aquel santo; la cinta encarnada con filetes estrechos
de color de naranja á los cantos. Habia grandes y pequeñas cruces, y las
habia de oro y plata, con pensiones vitalicias en ciertos casos. Indivi-
dualizábanse en el reglamento las acciones que se debian considerar co-
mo distinguidas, y los trámites necesarios para la concesion de la gracia,
á la cual tenía que preceder una sumaria informacion en juicio abierto
contradictorio, sostenido por oficiales ó soldados que estuviesen entera-
dos del hecho ó le hubiesen presenciado. Hasta el año de 1814 se respe-
tó la letra de este reglamento, mas entónces, al volver Fernando de Fran-
cia, prodigóse indebidamente la nueva órden, y se vilipendió del todo en
1823, dipensándola á veces con profusion á muchos de aquellos extran-


(4) Historia y vida de Marco Bruto, por D. Francisco de Quevedo.




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jeros contra quienes se habia establecido, y en oposicion de los que la
habian creado ó merecido legítimamente. Juegos de la fortuna nada ex-
traños, si el distribuidor de las mercedes no hubiera sido aquel mismo
Fernando, cuyo trono, ántes de 1814, atacaban los recien agraciados, y
defendían los ahora perseguidos.


Mejoraron tambien las Córtes la parte gubernativa de las provincias,
adoptando un reglamento para las juntas, que se publicó en 18 de Mar-
zo, y gobernó hasta el total establecimiento de la nueva Constitucion de
la monarquía. En él se determinaba el modo de formar dichos cuerpos,
y se deslindaban sus facultades. Elegíanse los individuos como los di-
putados de Córtes, popularmente: nueve en número, excepto en ciertos
parajes. Entraban ademas en la Junta el Intendente y el Capitan gene-
ral, presidente nato. Fijábase la renovacion de los individuos por ter-
ceras partes cada tres años, y se establecian en los partidos comisiones
subalternas.


A las juntas tocaba expedir las órdenes para los alistamientos y con-
tribuciones, y vigilar la recaudacion de los caudales páblicos: no po-
dían, sin embargo, disponer por sí de cantidad alguna. Se les encar-
gaban tambien los trabajos de estadística, el fomento de escuelas de
primeras letras, y el cuidado de ejercitar á la juventud en la gimnástica y
manejo de las armas. No ménos les correspondia fiscalizar las contratas
de víveres y el repartimiento de éstos, las de vestuario y municiones, las
revistas mensuales y otros pormenores administrativos. Facultades algu-
nas sobrado latas para cuerpos de semejante naturaleza; mas necesario
era concedérselas en una guerra como la actual. Reportó bienes el nue-
vo reglamento, pues por lo ménos evitó desde luégo la mudanza arbitra-
ria de las juntas al són de las parcialidades, ó del capricho de cualquie-
ra pueblo, segun á veces acontecia. Las elecciones que resultaron fueron
de gente escogida: y en adelante medió mayor concordia entre los jefes
militares y la autoridad civil.


No ménos continuaron las Córtes teniendo presente la reforma del ra-
mo judicial, sin aguardar al total arreglo que preparaba la comision de
Constitucion. Y así, en virtud de propuesta que en 2 de Abril habia for-
malizado D. Agustin de Argüelles, promulgóse en 22 del mismo mes un
decreto aboliendo la tortura é igualmente la práctica introducida de afli-
gir y molestar á los acusados con lo que ilegal y abusivamente llamaban
apremios. La medida no halló oposicion en las Córtes; provocó tan sólo
ciertas reflexiones de algunos antiguos criminalistas, entre otros del Sr.
Hermida, que avergonzándose de sostener á las claras tan bárbara ley y




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práctica, limitóse á disculpar la aplicacion en exceptuados casos. La tor-
tura, infame crisol de la verdad, segun la expresion del ilustre Beccaria
(5), no se empleaba ya en España sino raras veces, merced á la ilustracion
de los magistrados. Usábase con más frecuencia de los apremios, introdu-
cidos veinte años atras por el famoso superintendente de policía Cante-
ro, hombre de duras entrañas. Los autorizaba sólo la práctica: por lo que
siendo de aplicacion arbitraria, solíase con ellos causar mayor daño que
con la misma tortura. ¡Quién hubiera dicho que ésta y los mismos apre-
mios, si bien prosiguiendo abolidos despues de 1814, habian de imponer-
se á las calladas por presumidos crímenes de Estado, y á veces (6) en vir-
tud de consentimiento ú arden secreta emanada del Soberano mismo!


Asunto de mayor importancia, si no de interes más humano, fué el
que por entónces ventilaron tambien las Córtes, tratando de abolir los
señoríos jurisdiccionales y otras reliquias del feudalismo: sistema éste
que, como dice Montesquieu (7), se vió una vez en el mundo, y que quizá
nunca se volverá á ver. Traia origen de las invasiones del Norte, pero no
se descogió ni arregló del todo hasta el siglo x. En España, aunque in-
troducido como en los demas reinos, no tuvo por lo comun la misma ex-
tension y fuerza; mayormente si, conforme al dictámen de un autor mo-
derno (8), era la feudalidad una confederacion de pequeños soberanos
y déspotas, desiguales entre sí, y que teniendo unos respecto de otros
obligaciones y derechos, se hallaban investidos en sus propios dominios
de un poder absoluto y arbitrario sobre sus súbditos personales y direc-
tos.» Las diferencias y mitigacion que hubo en España tal vez pendie-
ron de la conquista de los sarracenos, ocurrida al mismo tiempo que se
esparcia el feudalismo y tomaba incremento. Verdad es que tampoco se
ha de entender á la letra la definicion trasladada, no habiendo acaeci-
do estrictamente los sucesos al compas de las opiniones del autor cita-


(5) Questo infame crogiuolo della verità è un monumento ancora essistente dell’antica
e selvagia lagislazione..... (BECCARIA, Dei delitti e delle pene.)


(6) Entre otros, á D. Juan Antonio Yandiola, en 1817, como complicado, segun ase-
guraban, en la conspiracion de Richard. El mismo Fernando VII permitió que le aplica-
sen el horrible apremio conocido bajo el nombre de grillos á salto de trucha. Y sin em-
bargo, el mencionado D. Juan tuvo la generosidad de contribuir, desde 1820 hasta 1823,
como diputado y como ministro, á sostener la autoridad y defender la persona de aquel
monarca.


(7) MOSTESQUIEU, D. l’Esprit des lois, liv. XXX, chap. I. Un événement arrivé une fois
dans le monde, et qui n’arrivera peut-être jamais.


(8) Essais sur l’Histoire de France, par M. Guizot, 5.e Essai.




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do. Edad la del feudalismo de guerra y de confusion, caminábase en ella
como á tientas y á la ventura; trastornándose á veces las cosas á gusto
del más poderoso, y, digámoslo así, á punta de lanza. Por tanto variaban
las costumbres y usos no sólo entre las naciones, pero aun entre las pro-
vincias y ciudades, notando Giannone (9), con respecto á Italia, que en
unos lugares se arreglaban los feudos de una manera, y en otros de otra.
No ménos discordancia reinó en España.


Al examinar las Córtes este negocio, presentábanse á la discusion
tres puntos muy distintos: el de los señoríos jurisdiccionales, el de los
derechos y prestaciones anexas á ellos con los privilegios del mismo orí-
gen, llamados exclusivos, privativos y prohibitivos; y el de las fincas
enajenadas de la Corona, ya por compra ó recompensa, ya por la sola vo-
luntad de los reyes.


Antes de la invasion árabe el Fuera Juzgo, ò código de los visigodos,
que era un complexo de las costumbres y usos sencillos de las nacio-
nes del Norte y de la legislacion más intrincada y sábia de los Teodosios
y Justinianos, habia servido de principal pauta para la direccion de los
pueblos peninsulares. Segun él (10) desempeñaban la autoridad judicial
el monarca y los varones á quien éste la delegaba, ó individuos nombra-
dos por el consentimiento de las partes. Solian los primeros reunir las
facultades militares á las civiles. Intervenian tambien (11) los obispos;
disposicion no ménos acomodada á las costumbres del Septentrion, tras-
mitidas á la posteridad por la sencilla y correcta pluma de César (12) y
por la tan vigorosa de Tácito (13), cuanto conforme al predominio que
en el antiguo mundo romano habia adquirido el sacerdocio despues que
Constantino habia con su conversion afirmado el imperio de la Cruz.


(9) Dell’istoria civile del regno di Napoli, da Pietro Giannone, lib. XIII, cap. últ.
(10) Dirimere causas nulli licebit, nisi aut a principibus potestate concessa, aut consen-


su partium electo judice... (Lib. II, tit. I, XIV, Codicis legis wisigothorum.)
Tambien puede verse en el mismo título y libro la ley 26.
(11) Sed ipsi qui judicant ejus negotium, unde suspecti dicuntur haberi, cum episco-


po civitatis ad liquidum discutiant atque pertraetent..... (Lib. II, tit. I, XXV, Codicis legis
wisigothorum.)


(12) César, hablando de los Druidas en sus Comentarios, lib. VI, cap. V. Ferè de om-
nibus controversii publicis privatisque constituunt..... Si caedes facta, si de aereditate, de fi-
nibus controversia est, iidem decernunt proemia, quenasque constituunt...


(13) TÁCITO, De situ, moribus et populis Germaniae, cap.VII. Caeterum neque animad-
vertere, neque vincere, neque verberare quidem nisi sacerdotibus permissum.....


Despues, en otros capítulos, vuelve á hablar de la autoridad de los sacerdotes, á quie-
nes tambien correspondia en las asambleas públicas: Coercendi jus.




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Inundada España por las huestes agarenas, y establecida en lo más
del suelo peninsular la dominacion de los califas y de sus tenientes, co-
mo igualmente la creencia del Koran, se alteraron ó decayeron mucho en
la práctica las leyes admitidas en los concilios de Toledo, y promulgadas
por los Euricos y Sisenandos. En el país conquistado prevaleció de con-
siguiente, sobre todo en lo criminal, la sencilla legislacion de los nuevos
dueños; decidiéndose los procesos y las causas por medio de la verbal y
expedita justicia del cadí ó de un alcalde particular (14), siempre que no
las cortaba el alfanje ó antojo del vencedor.


Pocos litigios en un principio debieron de suscitarse en las circuns-
criptas y ásperas comarcas que los cristianos conservaron libres; suje-
tándose probablemente el castigo de los delitos y crímenes á la pronta y
segura jurisdiccion de los caudillos militares. Ensanchado el territorio y
afianzándose los nuevos estados de Astúrias, Navarra, Aragon y Catalu-
ña, restableciéronse parte de las usanzas y leyes antiguas, y se adopta-
ron poco á poco, con mayor ó menor variacion, las reglas y costumbres
feudales, introducidas con especialidad en las provincias aledafias de
Francia: tomando de aquí nacimiento la jurisdiccion que podemos lla-
mar patrimonial.


Conforme á ella, nombraban los señores, las iglesias y los monaste-
rios ó conventos en muchos parajes jueces de primera instancia y de se-
gunda, que no eran sino meros tenientes de los dueños, bajo el título de
alcaldes ordinarios y mayores, de bailes ú otras equivalentes denomi-
naciones. El gobierno de reyes débiles, pródigos ó menesterosos, y las
minoridades y tutorías acrecentaron extraordinariamente estas jurisdic-
ciones. De muy temprano se trató de remediar los males que causaban,
aunque sin gran fruto por largo tiempo. Las leyes de Partida, como el
Fuero Juzgo, no conocieron otra derivacion de la potestad judicial que la
del monarca, ó la de los vecinos de los pueblos, diciendo (15): «.....Es-
tos tales (los juzgadores) non los puede otro poner si non ellos (empera-
dores ó reyes) ó otro alguno á quien ellos otorgasen señaladamente poder
de lo fazer, por su carta ó por su privilejo, ó los que pusiesen los menes-
trales.....» Adviértase que esta ley llama privilegio á la concesion otor-


(14) Hubo ciudades que en las capitulaciones ó pleitesias con los moros sacaron ven-
tajas particulares. Así aconteció en Toledo, en donde, segun Ayala (Crónica del rey D. Pe-
dro, año II, cap. XVIII), otorgaron los moros á los conquistados que éstos «oviesen alcal-
de cristiano, ansi en lo criminal como en lo civil, entre ellos, é que todos sus pleitos se li-
brasen por el su alcalde.....»


(15) Partida 3.ª, tit. IV, ley 2.ª




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gada á los particulares, y no así á la facultad de que gozaban los menes-
trales de nombrar sus jefes en ciertos casos: lo que muestra, para decirlo
de paso, el respeto y consideracion que ya entónces se tenía en España
á la clase media y trabajadora. Otra ley (16) del mismo código dispone
que si el rey hiciere donacion de villa ó de castillo ó de otro lugar, «non
se entiende que él da ninguna de aquellas cosas que pertenecen al seño-
río del regno señaladamente; así como moneda ó justicia de sangre...» Y
añade que áun en el caso de otorgar esto en el privilegio, «...las alzadas
de aquel logar deben ser para el rey que fizo la donacion é para sus here-
deros.» No obstante lo resuelto por esta y otras leyes, y haberse fundado
una proteccion especial sobre los vasallos dominicales, creando jueces ó
pesquisidores que conociesen de los agravios, así en los juicios como en
la exaccion de derechos injustos, continuaron los señores ejerciendo la
plenitud de su poder en materia de jurisdiccion, hasta el reinado de D.
Fernando el V y de doña Isabel, su esposa.


Ceñidas entónces las sienes de estos monarcas con las coronas de
Aragon y Castilla, conquistada Granada, descubierto un Nuevo-Mundo,
sobreviniendo de tropel tantos portentos, hacedero fué acrecer y consoli-
dar la potestad soberana, y poner coto á la de los señores. El sosiego pú-
blico y el buen órden pedían semejante mudanza. Coadyuvaron á ella el
arreglo y mejoras que los mencionados reyes introdujeron en los tribu-
nales, la nueva forma que dieron al Consejo Real y la creacion de la su-
prema Santa Hermandad, magistratura extraordinaria que, entendiendo
por via de apelacion en muchas causas capitales, dió fuerza y unidad á
las hermandades subalternas, y enfrenó á lo sumo los desmanes y vio-
lencias que se cometian bajo el amparo de señores poderosos, armados
del capacete ó revestidos del hábito religioso.


Jimenez de Cisneros, Cárlos V, Felipe II, ensancharon áun más la au-
toridad y dominio de la Corona. Lo mismo aconteció bajo los reyes sus su-
cesores y los de la estirpe borbónica; llegando á punto que en 1808, si
bien proseguian los señores nombrando jueces en muchos pueblos, tenian
los elegidos que estar dotados de cualidades indispensables que exigian
las leyes, sin que pudiesen conocer de otros asuntos que de delitos o fal-
tas de poca entidad, y de las causas civiles en primera instancia; quedan-
do siempre el recurso de apelacion á las audiencias y chancillerías.


Aunque tan menguadas las facultades de los señores en esta parte,
claro era que áun así debian desaparecer los señoríos jurisdiccionales;


(16) Partida 5.ª, tit. IV, ley 9.ª




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siendo conveniente é inevitable uniformar en toda la monarquía la admi-
nistracion de justicia.


En cuanto á derechos, prestaciones y privilegios exclusivos, habia
mucha variedad y prácticas extrañas. Abolidos las señoríos, de suyo lo
estaban las cargas destinadas á pagar los magistrados y dependientes de
justicia que nombraban los antiguos dueños. La misma suerte tenía que
caber á toda imposicion o pecho que sonase á servidumbre, no debien-
do, sin embargo, confundirse, como querian algunos, el verdadero feudo
con el foro ó enfitéusis, pues aquél consiste en una prestacion de mero
vasallaje, y el último se reduce á un censo pagado por tiempo o perpe-
tuamente en trueque del usufructo de una propiedad inmueble. Servi-
dumbre, por ejemplo, era la luctuosa, segun la cual, á la muerte del pa-
dre recibia el señor la mejor prenda ó alhaja, añadiéndose al quebranto
y duelo la pérdida de la parte más preciosa del haber ó hacienda de la
familia. Igualmente aparecia carga pesada, y áun más vergonzosa, la que
pagaba un marido por gozar libremente del derecho legítimo que le con-
cedian sobre su esposa el contrato y la bendicion nupcial. Tan fea y re-
prensible costumbre no se conservaba en España sino en parajes muy
contados: más general habia sido en Francia, dando ocasion á un ras-
go festivo de la pluma de Montesquieu (17) en obra tan grave como lo
es El Espíritu de las leyes. No le imitarémos, si bien prestaba á ello ser
los monjes de Poblet los que todavía cobraban en la villa de Verdú 70
libras catalanas al año en resarcimiento de uso tan profano, y conocido
por nuestros mayores bajo el significativo nombre de derecho de perna-
da. Los privilegios exclusivos de hornos, molinos, almazaras, tiendas,
mesones, con otros, y áun los de pesca y caza en ciertas ocasiones, de-
bian igualmente ser derogados como dañosos á la libertad de la industria
y del tráfico, y opuestos á los intereses y franquezas de los otros ciudada-
nos. Mas tambien exigia la equidad que, así en esto como en lo de alca-
balas, tercias y otras adquisiciones de la misma naturaleza, se procura-
se indemnizar, en cuanto fuese permitido y en señaladas circunstancias,
álos actuales dueños de las pérdidas que con la abolicion iban á expe-
rimentar. Pues reputándose los expresados privilegios y derechos en los
tiempos en que se concedieron por tan legítimos y justos como cualquie-
ra otra propiedad, recia cosa era que los descendientes de un Guzman el
Bueno, á quien, en remuneracion de la heroica defensa de Tarifa se hizo


(17) MONTESQUIE, De’Esprit des lois, liv. XXVIII, hablando des établissements de S.
Luis.




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merced del goce exclusivo del almadraba ó pesca del atun en la costa de
Conil, resultasen más perjudicados por las nuevas reformas que la pos-
teridad de alguno de los muchos validos que recibieron en tiempo de su
privanza tierras ú otras fincas, no por servicios, sí por deslealtades ó por
cortesanas lisonjas. El distinguir y resolver tantos y tan complicados ca-
sos ofrecia dificultades que no allanaban ni las pragmáticas, ni las cédu-
las, ni las decisiones, ni las consultas que al intento y en abundancia se
habían promulgado o extendido en los gobiernos anteriores; por lo que
menester se hacia tomar una determinacion, en la cual, respetando en
lo posible los derechos justamente adquiridos de los particulares, se tu-
viese por principal mira y se prefiriese á todo la mayor independencia y
bien entendida prosperidad de la comunidad entera.


Venía despues de las jurisdicciones feudales y de los derechos y pri-
vilegios anexos á ellas, el exámen del punto, áun más delicado, de los
bienes raíces ó fincas enajenadas de la Corona. Cuando la invasion de
las naciones septentrionales en la Península española, dividieron los
conquistadores el territorio en tres partes, reservándose para sí dos de
ellas, y dejando la otra á los antiguos poseedores. Destruyeron los ára-
bes ó alteraron semejante distribucion, de la que sin duda hasta el rastro
se habia perdido al tiempo de la reconquista de los cristianos. Y por tan-
to, no siendo posible, generalmente hablando, restituir las propiedades á
los primitivos dueños, pasaron aquéllas á otros nuevos, y se adquirieron:
1.º, por repartimiento de conquista; 2.º, por derecho de poblacion o car-
tas-pueblas; 3.º, por donaciones remuneratorias de servicios eminentes;
4.º, por dádivas que dispensaron los reyes, llevados de su propia prodi-
galidad ó mero antojo, y por enajenacion con pacto de retro; 5.º, por com-
pras ú otros traspasos posteriores.


Justísima y gloriosa la empresa que llevaron á cima nuestros abuelos
de arrojar á los moros del suelo patrio, nadie podia disputar á los propie-
tarios de la primera clase el derecho que se derivaba de aquella fuente.
Tampoco parecia estar sujeto á duda el de los que le fundaban en car-
tas-pueblas, concedidas por varios príncipes á señores, iglesias y mo-
nasterios para repoblar y cultivar yermos y terrenos que quedaron aban-
donados de resultas de la irrupcion árabe, y de las guerras, y de otros
acontecimientos que sobrevinieron. Sólo podia exigirse en estas dotacio-
nes el cumplimiento de las cláusulas bajo las cuales se otorgaron; mas
no otra cosa.


Respetaban todos las adquisiciones de bienes y fincas que procedian
de servicios eminentes, o de compras y otros traspasos legales. No así




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las enajenaciones de la Corona hechas con pacto de retro por la sola y
antojadiza voluntad de los reyes, inclinándose muchos á que se incorpo-
rasen á la nacion del mismo modo que ántes se hacia á la Corona; doc-
trina ésta antigua en España, mantenida cuidadosamente por el fisco, y
apoyada en general por el Consejo de Hacienda, que á veces extendia
sus pretensiones áun más léjos. La fomentaron casi todos los príncipes
(18), y apénas se cuenta uno de los de Aragon ó Castilla que, habiendo
cedido jurisdicciones, derechos y fincas, no se arrepintiese en seguida y
tratase de recuperarlas á la Corona.


Pero no era fácil meterse ahora en la averiguacion del origen de di-
chas propiedades, sin tocar al mismo tiempo al de todas las otras. Y ¿có-
mo entónces no causar un sacudimiento general, y excitar temores los
más fundados en todas las familias? Por otra parte, el interes bien enten-
dido del Estado no consiste precisamente en que las fincas pertenezcan
á uno ú otro individuo, sino en que reditúen y prosperen, para lo que na-
da conduce tanto como el disfrute pacífico y sosegado de la propiedad.
Los sabios y cuerdos representantes de una nacion huyen en materias
tales de escudriñar en lo pasado: proveen para lo porvenir.


No se apartaron de esta máxima en el asunto de que vamos tratando
las Córtes extraordinarias. Dió principio á la discusion en 30 de Marzo
D. Antonio Lloret, diputado por Valencia y natural de Alberique, pueblo
que habia traido contínuas reclamaciones contra los duques del Infan-
tado; formalizando dicho señor una proposicion bastantemente racional,
dirigida á que (19) «se reintegrasen á la Corona todas las jurisdiccio-
nes, así civiles como criminales, sin perjuicio del competente reintegro
o compensacion á los que las hubiesen adquirido por contrato oneroso
ó causa remuneratoria.» Apoyaron al Sr. Lloret varios otros diputados, y
pasó la propuesta á la comision de Constitucion. Renovóla en 1.º de Ju-
nio, y le dió más ensanches, el Sr. Alonso y Lopez, diputado por Galicia,
reino aquejado de muchos señoríos, pidiendo que, ademas del ingreso
en el erario, mediante indemnizacion de ciertos derechos, como tercias
reales, alcabalas, yantares (20), etc., «se desterrase sin dilacion del sue-
lo español y de la vista del público el feudalismo visible de horcas, argo-


(18) Hasta los mismos Reyes Católicos D. Fernando y D.ª Isabel declararon en 1480
«que las mercedes que se hicieron por sola la voluntad de los reyes, que se puedan del to-
do revocar..... (Ley 10, titulo V, lib. III, Novísima Recopilacion.)


(19) Diario de las Córtes, tomo IV, pág. 426.
(20) Diario de las Córtes, tomo VI, pág. 143.




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llas y otros signos tiránicos é insultantes á la humanidad, que tenía eri-
gido el sistema feudal en muchos cotos y pueblos.....»


Mas como indicaba que para ello se instruyese expediente por el
Consejo de Castilla y por los intendentes de provincia, levantóse el Sr.
García Herreros y enérgicamente expresó (21): «.....Todo es inútil..... En
diciendo, abajo todo, fuera señoríos y sus efectos, está concluido... No hay
necesidad de que pase al Consejo de Castilla, porque si se manda que
no se haga novedad hasta que se terminen los expedientes, jamas se ve-
rificará. Es preciso señalar un término, como lo tienen todas las cosas,
y no hay que asustarse con la medicina, porque en apuntando el cáncer
hay que cortar un poco más arriba.» Arranque tan inesperado produjo en
las Córtes el mismo efecto que si fuese una centella eléctrica; y pidiendo
varios diputados á D. Manuel García Herreros que fijase por escrito su
pensamiento, animóse dicho señor, y dióle sobrada amplitud, añadiendo
«á la incorporacion de señoríos y jurisdicciones la de posesiones, fincas
y todo cuanto se hubiese enajenado o donado, reservando á los poseedo-
res el reintegro á que tuviesen derecho.....» Modificó despues sus propo-
siciones, que corrigió despues la misma discusion.


Empezó ésta el 4 del citado Junio, leyéndose ántes una representa-
cion de varios grandes de España, en la que, en vez de limitarse á recla-
mar contra la demasiada extension de la propuesta hecha por el Sr. Gar-
cía herreros, entrometíanse aquéllos imprudentemente á alegar en su
favor razones que no eran del caso, llegando hasta sustentar privilegios y
derechos los más abusivos é injustos. Léjos de aprovecharles tan inopor-
tuno paso, dañóles en gran manera. Por fortuna hubo otros grandes y se-
ñores que mostraron mayor tino y desprendimiento.


La discusion fué larga y muy detenida, prolongándose hasta finalizar
el mes. Puede decirse que en ella se llevó la palma el Sr. García Herre-
ros, quien con elocucion nerviosa, á la que daba fuerza lo severo mismo
y atezado del rostro del orador, exclamaba en uno de sus discursos: «¿
Qué diría de su representante aquel pueblo numantino (llevaba la voz de
Soria, asiento de la antigua Numancia), que por no sufrir la servidumbre
quiso ser pábulo de la hoguera? Los padres y tiernas madres que arroja-
ban á ella sus hijos, ¿me juzgarian digno del honor de representarlos, si
no lo sacrificase todo al ídolo de la libertad? Aun conservo en mi pecho
el calor de aquellas llamas, y él me inflama para asegurar que el pueblo


(21) Diario de las Córtes, tomo VI, pág. 143.




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numantino no reconocerá ya más señorío que el de la nacion. Quiere ser
libre, y sabe el camino de serlo.»


En los debates no se opuso casi ningun diputado á la abolicion de
lo que realmente debia entenderse por reliquias de la feudalidad. Hu-
bo señores que propendieron á una reforma demasiada ámplia y radical,
sin atender bastante á los hábitos, costumbres y áun derechos antiguos,
al paso que otros pecaron en sentido contrario. Adoptaron las Córtes un
medio entre ambos extremos. Y despues de haberse empezado á votar el
1.º de Julio ciertas bases, que eran como el fundamento de la medida fi-
nal, se nombró una comision para reverlas y extender el conveniente de-
creto. Promulgóse éste con fecha de 6 de Agosto (22), concebido en tér-
minos juiciosos, si bien todavía dió á veces lugar á dudas. Abolíanse en
él los señoríos jurisdiccionales, los dictados de vasallo y vasallaje, y las
prestaciones así reales como personales del mismo orígen; dejábanse á
sus dueños los señoríos territoriales y solariegos en la clase de los demas
derechos de propiedad particular, excepto en determinados casos, y se
destruian los privilegios llamados exclusivos, privativos y prohibitivos,
tomándose ademas otras oportunas disposiciones.


Con la publicacion del decreto mucho ganaron en la opinion las Cór-
tes, cuyas tareas en estos primeros meses de sesiones, en Cádiz, no que-
daron atras por su importancia de las emprendidas anteriormente en la
isla de Leon.


Mirábase como la clave del edificio de las reformas la Constitucion
que se preparaba. Los primeros trabajos presentáronse ya á las Córtes
el 18 de Agosto, y no tardaron en entablarse acerca de ellos los más em-
peñados y solemnes debates. Lo grave y extenso del asunto nos obliga á
no entrar en materia hasta uno de los próximos libros, que destinarémos
principalmente á tan esencial y digno objeto.


Tambien empezaron entónces á tratar en secreto las Córtes de un
negocio sobradamente arduo. Habia la Regencia recibido una nota del
Embajador de Inglaterra, con fecha de 27 de Mayo, incluyéndose en ella
un pliego de su hermano el Marqués de Wellesley, de 4 del mismo mes,
en cuyo contenido, despues de contestar á várias reclamaciones funda-
das del gabinete español sobre asuntos de Ultramar, se añadia, como pa-
ra mayor satisfaccion (23), «que el objeto del gobierno de S. M. B. era
el de reconciliar las posesiones españolas de América con cualquier go-


(22) Coleccion de los decretos y órdenes de las Córtes tomo I, página 193.
(23) Secretaría de Estado.— Archivo.— América.— Pacificacion.— 1811.— Legajo 2.º




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bierno (obrando en nombre y por parte de Fernando VII) que se recono-
ciese en España.....» Encargándose igualmente al mismo embajador que
promoviese «con urgencia la oferta de la mediacion de la Gran Bretaña,
con el objeto do atajar los progresos do aquella desgraciada guerra civil,
y de efectuar á lo ménos un ajuste temporal que impidiera miéntras du-
rase la lucha con la Francia hacer un uso tau ruinoso de las fuerzas del
imperio español.....» Se entremezclaban estas propuestas é indicaciones
con otras de diferente naturaleza, relativas al comercio directo de la na-
cion mediadora con las provincias alteradas, como medio el más oportu-
no de facilitar su pacificacion; pero manifestando al mismo tiempo que
la Inglaterra no interrumpiria en ningun caso sus comunicaciones con
aquellos países. Pidió ademas el embajador inglés que se diese cuenta á
las Córtes de este negocio.


Obligada estaba á ello la Regencia, careciendo de facultades para
terminar en la materia tratado ni convenio alguno; y en su consecuencia
pasó á las Córtes el Ministro de Estado el dia 1.º de Junio, y leyó en se-
sion secreta una exposicion que á este propósito habia extendido.


Nada convenia tanto á España como cortar luégo y felizmente las
desavenencias de América, y sin duda la mediacion de Inglaterra pre-
sentábase para conseguirlo como poderosa palanca. Pero variar de un
golpe el sistema mercantil de las colonias, era causar por de pronto y re-
pentinamente el más completo trastorno en los intereses fabriles y co-
merciales de la Península. Aquel sistema habíanle seguido en sus prin-
cipales bases todas las naciones que tenian colonias, y sin tanta razon
como España, cuyas manufacturas, más atrasadas, imperiosamente re-
clamaban, á lo ménos por largo tiempo, la conservacion de un mercado
exclusivo. Sin embargo, las Córtes, acogiendo la oferta do la Inglaterra,
ventilaron y decidieron la cuestion, en este Junio, bastante favorable-
mente. Omitimos en la actualidad especificar el modo y los términos en
que se hizo, reservándonos verificarlo con detenimiento en el año próxi-
mo, durante el cual tuvo remate este asunto, si bien de un modo fatal é
imprevisto.


Por el mismo tiempo en que ahora vamos, se entabló otra negocia-
cion muy sigilosa y propia sólo de la competencia de la potestad ejecu-
tiva. Don Francisco Zea Bermudez habia pasado á San Petersburgo en
calidad de agente secreto de nuestro gobierno, y en Junio, de vuelta á
Cádiz, anunció que el Emperador de Rusia se preparaba á declararse
contra Napoleon, pidiendo únicamente á España que se mantuviese fir-
me por espacio de un año más. Despachó otra vez la Regencia á Zea con




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amplios poderes para tratar, y con respuesta de que no sólo continuaria
el Gobierno defendiéndote el tiempo que el Emperador deseaba, sino
mucho más, y en tanto que existiese, porque prescindiendo de ser aqué-
lla su invariable y bien sentida determinacion, tampoco podria tomar
otra, exponiéndose á ser vioctima del furor del pueblo siempre que in-
tentase entrar en composicion alguna con Napoleon ó su hermano. Par-
tió Zea, y viéronse á su tiempo cumplidos pronósticos tan favorables.
Bien se necesitó para confortar los ánimos de los calamitosos desastres
que experimentaron nuestras armas al terminarse el año.


La campaña cargó entónces de recio contra el levante de la Penín-
sula, llevando el principal peso de la guerra los españoles. Y del propio
modo que los aliados escarmentaron y entretuvieron en el occidente de
España, durante los primeros meses de 1811, la fuerza más principal y
activa del ejército enemigo, así tambien en el lado opuesto, y en lo que
restaba de año, distrajeron los nuestros exclusivamente gran golpe de
franceses, destinados á apoderarse de Valencia y exterminar las tropas
allí reunidas, las que si bien deshechas en ordenadas batallas, incansa-
bles segun costumbre, y felices á veces en parciales reencuentros, die-
ron vagar á lord Wellington, como las otras partidas y demás fuerzas de
España, para que guardase tranquilo y sobre seguro el sazonado momen-
to de atacar y vencer á los enemigos.


Luégo que hubo el general Blake abandonado el condado de Niebla,
determinó pasar á Valencia, asistido del ejército expedicionario, ya para
proteger aquel reino, muy amenazado despues de la caida de Tarragona,
ya para distraer por Levante las fuerzas de los franceses. Íbale bien se-
mejante plan á D. Joaquin Blake, mal avenido con el imperioso desabri-
miento de lord Wellington, á quien tampoco desagradaba mantener léjos
de su persona á un general en gran manera autorizado como presidente
de la Regencia de España, y de condicion ménos blanda y flexible que
D. Francisco Javier Castaños.


Necesitó Blake del permiso de las Córtes para colocarse á la cabeza
de la nueva empresa. Obtúvole fácilmente, y la Regencia, dando á dicho
general poderes muy amplios, puso bajo su mando las fuerzas del segun-
do y tercero ejércitos con las de las partidas que dependian de ambos, y
ademas las tropas expedicionarias.


Se componían éstas de las divisiones de los generales Zayas y Lardi-
zábal, y de la caballería á las órdenes de D. Casimiro Loy, de 9 á 10.000
hombres en todo. Aportaron á Almería el 31 de Julio, y tomaron pron-
to tierra, excepto la artillería y parte de los bagajes, que fueron á des-




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embarcar á Alicante. En seguida y de paso para su destino se incorpora-
ron aquéllas momentáneamente con el tercer ejército, que, al mando de
D. Manuel Freire, ocupaba las estancias de la venta del Baul, teniendo
fuerzas destacadas por su derecha é izquierda. Permaneció allí hasta el
7 de Agosto D. Joaquin Blake, dia en que partió camino de Valencia, an-
ticipándose á sus divisiones con objeto de preparar y reunir los medios
más oportunos de defensa.


Delante de Freire alojábase el general Leval, que regía el cuarto
cuerpo francos, bastante apurado por el brío que en su derredor habia
cobrado el ejército español y los partidarios. Esto y el temor que inspi-
raba el movimiento de las fuerzas expedicionarias, impelió al mariscal
Soult á marchar en auxilio de Granada, maniobrando de modo que pu-
diese envolver y aniquilar al ejército español. Con este propósito orde-
nó al general Godinot que en la noche del 6 al 7 de Agosto cayese con
su division, compuesta de unos 4.000 hombres y 600 caballos, sobre Ba-
za, y ciñese y abrazase la derecha de los españoles que, al cargo de D.
Ambrosio de la Cuadra, permanecia apostada en Pozohalcon: al propio
tiempo determinó que se pusiese el 7 en movimiento el general Leval,
dirigiéndose sobre el centro de los españoles, adonde el 8 acudió tam-
bien en persona el mismo mariscal. Quedaron en la ciudad de Granada
algunas fuerzas, así para atender á la conservacion de la tranquilidad,
como para evolucionar del lado de las Alpujarras contra la gente que
mandaba el Conde del Montijo.


Aunque D. Manuel Freire sospechó desde luégo los intentos del ene-
migo, no juzgó oportuno abandonar la posicion de la venta del Baul,
que consideraba fuerte, y pensó sólo en reforzar su derecha, enviando al
efecto la division expedicionaria del mando de D. José Zayas, compues-
ta de 5.000 hombres, y la caballería que gobernaba D. Casimiro Loy.
Ausente momentáneamente el citado Zayas, tomó la direccion de esta
fuerza D. José O’Donnell, jefe de estado mayor del tercer ejército, quien
se encaminó á los vados del Manzano en Guadiana menor, para obrar en
union con D. Ambrosio de la Cuadra, contener á los franceses y áun ata-
carlos. Mas como hubiese ya el último echado pié atras, receloso de la
cercanía del enemigo, no recibió las órdenes del general en jefe sino en
Castril, á cuyo punto habia llegado el 9.


Entre tanto D. José O’Donnell se colocó junto á Zújar en las alturas
de la derecha del rio Barbate, que otros llaman Guardal, y Godinot, ade-
lantándose sin tropiezo, le atacó en sus puestos. Cruzaron los franceses
el Barbate, vadeable por todos lados, á las once de la mañana del 9, pro-




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tegiéndolos su artillería, de que carecían los nuestros. Envió Godinot
contra la izquierda española gran número de tiradores, al paso que tra-
bó recio combate por la derecha. Ció aquí el regimiento de Toledo, esca-
so de gente, y le siguieron otros, retirándose al principio con buen órden,
que se descompuso en breve á gran desdicha. La caballería del man-
do de Loy, que vino de Benamaurel, fué igualmente rechazada y se reti-
ró á Cúllar, adonde se le juntó la infantería. Perdiéronse en esta ocasion
433 muertos y heridos, y unos 1.100 prisioneros y extraviados, recibien-
do tan desventurado golpe á las órdenes de D. José O’Donneil una di-
vision que bajo Zayas habia sobresalido poco antes en los campos de la
Albuera.


Felizmente no se aprovechó Godinot, cual pudiera, de la victoria, te-
miendo le atacase por la espalda D. Ambrosio de la Cuadra, por lo cual
dirigió contra éste toda la caballería y la brigada del general Rignoux, li-
mitándose á enviar la vuelta de Cúliar y Baza algunas tropas de la van-
guardia.


A semejante acaso debió D. Manuel Freire poder retirarse, sin que se
le interpusiese á su espalda el enemigo. Sostúvose aquel general firme
en la posicion del Baul todo el dia 9, repeliendo acertadamente el ata-
que de los franceses. Mas sabedor á las cinco de la tarde de lo acaecido
en Zújar, resolvió abandonar por la noche el campo, y replegarse al reino
de Murcia. Consiguió atravesar sin tropiezo la ciudad de Baza, y entrar
en Cúllar, adonde habia llegado ántes D. José O’Donnell. De allí mar-
chando todo el ejército á las Vertientes, dispuso Freire que la caballería
del tercer ejército, mandada por el brigadier Osorio, y la expediciona-
ria á las órdenes de D. Casimiro Loy, cubriesen el movimiento. Acosa-
ba á nuestros jinetes el general Soult, hermano del mariscal, y el 10 dió-
les tan violenta acometida, que los obligó á cejar y á ponerse al abrigo
de los infantes. Freire entónces determinó proseguir la retirada á pesar
del cansancio de la tropa, distribuyendo la fuerza hácia las montañas de
ambos lados del camino.


Por las do la derecha yendo á Murcia tiró D. José Antonio Sanz con
la tercera division, propia de su mando, y con la segunda, que tambien
debia obedecerle. Por las de la izquierda y en la direccion de la ciudad
maniobraba D. Manuel Freire. Sanz, al comenzar su retirada, se vió ro-
deado él y la tercera division en el peñon de Vertientes; mas impuso res-
peto al enemigo por medio de una diestra maniobra de amago, y endere-
zándose á Oria, se unió el 11 en Alboa con la segunda division. Juntas
ambas marcharon por Huércal, Oria y Aguilar, en donde encontrándose




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con 300 dragones enemigos, los arrollaron y les cogieron caballos y efec-
tos. Despues, hecho alto y tomado algun descanso, llegaron el 15 sin otra
desventura á Palmar de D. Juan, habiendo andado treinta y siete leguas
en seis días, y comido sólo tres ranchos: penuria que nadie soporta con
tanta resignacion corno el soldado español. Mereció Sanz en aquel lance
justas alabanzas por el arrojo y tino con que guió su tropa.


Acosado de peor estrella, se vió casi perdido don Manuel Freire, te-
niendo su gente, desarrancada de las banderas, que encaramarse por lu-
gares ásperos, y pasar el puerto del Chiribel con direccion á Murcia. Al
cabo de mil afanes y de haber marchado á veces sin respiro trece y más
leguas, reunió aquel general sus soldados el 11 en Caravaca, en donde
permaneció el 12, y se le incorporó D. Ambrosio de la Cuadra, que se
habia retirado por su cuenta y hácia aquella parte con la primera divi-
sion. Sentó luégo Freire sus cuarteles en Alcantarilla, y colocó debida-
mente sus fuerzas, reducidas ahora á la caballería del brigadier Osorio y
á tres divisiones propias del tercer ejército, por haberse á la sazon sepa-
rado via de Valencia las expedicionarias.


El general Leval llegó el 12 á Velez el Rubio, y se extendieron al des-
filadero de Lumbreras á tres leguas de Lorca los generales Latour-Mau-
bourg y Soult con los jinetes. Hicieron todos ellos en otras excursiones
muchos daños, y hubo paraje en que abrasaron hasta 22 alquerías.


Al mismo tiempo no dejaron al del Montijo tranquilo las fuerzas que
el mariscal Soult habia enviado sobre las Alpujarras y la costa, y que
ascendian á 1.800 peones y 1.000 caballos. Llegaron éstas á Almería
á tiempo que todavía desembarcaba un batallon de la expedicion de
Blake, que pudo librarse. Lo mismo aconteció á Montijo, que no dejó de
molestar al enemigo, y áun de sorprender la guarnicion de Motril, con
cuyo trofeo y otros prisioneros se reunió al cuerpo principal del ejérci-
to. Otros partidarios desasosegaban tambien no poco á los franceses, re-
cobrando á menudo el botin que recogian éstos par las montañas y tierra
de Murcia. Se distinguieron especialmente Villalobos, Marqués, y sobre
todo D. Juan Fernandez, alcalde de Otívar.


Entregó el mando D. Manuel Freire en Mula, el 7 de Setiembre, á D.
Nicoles Mahy, que vimos en Galicia y Astúrias. Provino la desgracia de
aquél, aunque sólo temporal, de la aciaga jornada de Zújar y sus conse-
cuencias, acerca de la cual se hizo una sumaria informacion á instancia
de las Córtes. Los comprometidos salieron salvos: con justicia Freire, no
teniendo culpa de lo sucedido en el Barbate, pues sus órdenes fueron
bastante acertadas. No juzgaron lo mismo muchos en cuanto á D. José




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O’Donnell y á D. Ambrosio de la Cuadra, habiendo el primero empeñado
y sostenido malamente una accion, y no cumplido el segundo, como qui-
zá pudiera, con lo que el General en jefe le habia prevenido.


No insistieron por entónces los franceses en proseguir hasta Murcia.
Daban cuidado al mariscal Soult nuevas que le venian de Extremadura,
y el aparecimiento en la serranía de Ronda del general Ballesteros: ha-
blarémos de esto más adelante.


Ahora pondrémos los ojos en el reino de Valencia, adonde habia lle-
gado D. Joaquín Blake. Mandaba ántes, segun ya apuntamos, el Mar-
qués del Palacio, cuyas providencias eran por lo comun más propias de
la profesion religiosa que de la de un general entendido y diligente. Pen-
saba mucho en procesiones, poco en las armas, pregonando inexpugna-
bles los muros valencianos despues que habia en su derredor paseado á
la Virgen de los Desamparados, imágen muy venerada de los habitado-
res. A éste són caminaba en lo demas. No era culpa de Palacio, mas sí
de la Regencia de Cádiz, que en sus elecciones anduvo á veces sobra-
do desatentada.


Jefe D. Joaquin Blake de otra capacidad, puso término á las singula-
ridades y desbarros del mencionado marqués. Activó las medidas de de-
fensa, reforzó los regimientos, ejercitó los reclutas, perfeccionó las obras
del castillo de Murviedro, y fortificó el antiguo de Oropesa, que domina-
ba el camino real de Cataluña. Urgia tomar tales medidas, amenazando
Suchet invadir aquel reino.


Habíale ya para ello dado Napoleon la órden en 25 de Agosto, con
prevencion de que el 15 de Setiembre estuviese el ejército lo más cer-
ca que ser pudiera de la ciudad de Valencia. Para cumplir Suchet con
lo que se le mandaba trató primero de asegurar las espaldas; dejó 7.000
hombres bajo el general Frere en Lérida, Montserrat y Tarragona, con
destino á cubrir estos puntos y la navegacion del Ebro. Igual número
en Aragon al cargo del general Musnier. El ejército frances del norte
de la Cataluña, y un cuerpo de reserva que se formaba en Navarra, de-
bian tambien apoyar, en cuanto les fuera dado, las operaciones. Lo mis-
mo por la parte de Cuenca el ejército del centro, y por la de Murcia el
del Mediodía.


Tomados estos acuerdos, púsose Suchet en movimiento el 15 Se-
tiembre la vuelta de Valencia: ascendia la fuerza que consigo llevaba á
22.000 hombres. Distribuyóla en tres columnas de marcha. Partió una de
Teruel á las órdenes del general Harispe, la cual, en vez de seguir el ca-
mino de Segorbe, torció á su izquierda para juntarse más pronto con las




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otras. Formaba la segunda la division italiana del cargo de Palombini, en
la que iban los napolitanos, y tiró por Morella y San Mateo. Salió Suchet
con la tercera de Tortosa, compuesta de la division del general Habert, de
una reserva que capitaneaba Robert, de la caballería y de la artillería de
campaña. Yendo sobre Banicarló tomó el mariscal frances la ruta princi-
pal que de Cataluña se dirige á Valencia. Al paso dejó en observacion de
Peñiscola un batallon y 25 caballos, y llegando á Torreblanca el 19, aven-
tó de Oropesa algunos soldados españoles, encerrándose en el castillo los
que de éstos debian guarnecerle. Entraron los franceses aquella villa de
corto vecindario, y habiendo intimado inútilmente la rendicion al casti-
llo, barriendo éste con sus fuegos, colocado en lo alto, el camino real, tu-
vo Suchet que desviarse y caer hácia Cabanes. Unióse en aquellos alre-
dedores con las columnas de Harispe y Palombini, y marchó adelante
junto ya todo su ejército. Ocupó el 21 á Villareal, y cruzó el Mijáres, va-
deable en la estacion de verano, ademas de un magnífico puente de trece
ojos que facilita el paso. La vanguardia de la caballería española estaba
á la márgen derecha y se vió obligada á retirarse, con lo que sin otro tro-
piezo asomó Suchet á la villa y fuerte de Murviedro.


La llegada fué más pronto de lo que hubiera querido D. Joaquin
Blake, quien necesitaba de más espacio para uniformar y disciplinar su
gente, y tambien para agrupar cerca de sí todas las fuerzas que habian
de intervenir en la campaña. Eran éstas las del reino de Valencia, ó sea
segundo ejército, las que dependian de él y guerreaban en Aragon, ba-
jo los jefes D. José Obispo y D. Pedro Villacampa, parte de las del ter-
cer ejército, y las expedicionarias. Las últimas se habian detenido por
causa de la fiebre amarilla, que picó reciamente durante el estío y otoño
en Cartagena, Alicante, Murcia y varios pueblos de los contornos. Retar-
dáronse las otras con motivo de marchas ú operaciones que hubieron de
ejecutar ántes de unirse al cuerpo principal. Blake, no obstante, guarne-
ció á Murviedro, fortaleció más y más los atrincheramientos de Valencia
y las orillas del Guadalaviar, é hizo que el Marqués del Palacio y la Jun-
ta se trasladasen á la villa de Alcira, situada á cinco leguas de la capital,
en una isla que forma el Júcar, cuyas riberas debian servir de segunda
línea de defensa. El del Palacio conservaba el mando particular del dis-
trito, y por eso, y quizá tambien para desembarazarse de persona tan en-
gorrosa, le alejó Blake de Valencia, so pretexto de poner al abrigo de las
contingencias de la guerra las autoridades supremas de la provincia.


Era la toma de Murviedro el blanco de la expedicion de Suchet. Allí
tuvo su asiento la inmortal Sagunto. Con el trascurso del tiempo cambió




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de nombre, derivándose el actual del latín muri veteres, ó segun otros, del
lemosino murt vert. Yacia la antigua Sagunto en derredor de un monte, á
cuyo pié por la parte septentrional se extendia hoy la poblacion, que ape-
nas pasa de 6.000 almas. Lame sus muros el Palancia, que corre á la mar,
apartado ahora dos leguas; ántes, segun Polibio, siete estadios, unos mil
pasos; lo cual prueba lo mucho que se han retirado las aguas, á no ser que
se dilatase por allí la antigua ciudad. Opulentísima la llama (24) Tito Li-
vio, y, en efecto, grande hubo de ser su riqueza, cuando despues de haber
los moradores quemado en la plaza pública personas y efectos, quedaron
tantos depojos, que pudo el vencedor repartir entre su gente mucho bo-
tin, enviar no poco á Cartago, y reservar todavía bastante para emprender
la campaña que meditaba contra Roma. Vestigios notables declararon su
pasada grandeza, que celebraron muchos poetas, en particular Bartolomé
Leonardo de Argensola, que se duele del empleo humilde que en su tiem-
po se hacia de aquellos mármoles y de sus nobles inscripciones. La resis-
tencia de Sagunto fué tan empeñada, que segun cuenta el ya citado Poli-
bio (25), tuvo Aníbal, herido en un muslo, que animar con su ejemplo al
abatido soldado, sin perdonar cuidado ni fatiga alguna, y áun así no entró
la ciudad sino al cabo de ocho meses de sitio, y en medio de llamas y rui-
nas. Muy atras quedó de la antigua defensa la que ahora vamos á trazar.
Verdad es que no era, ni con mucho, parecido el caso.


La poblacion moderna, ya tan reducida, no se hallaba murada á pun-
to de impedir una embestida séria del enemigo. Fundábase la resisten-
cia en una nueva fortaleza elevada en el monte vecino, el cual, al invadir
la primera vez Suchet el reino de Valencia, vimos que no estaba fortifi-
cado. Notóse la falta y tratóse en seguida de remediarla: tuvo para ello
que destruirse en parte un teatro antiguo, preciosa reliquia, conservada
en los últimos tiempos con mucho esmero. La actual fortaleza, á que pu-
sieron nombre de San Fernando de Sagunto, abrazaba toda la cima del
cerro, habiendo aprovechado para la construccion paredones de un cas-
tillo de moros y otros derribos. Formaba el recinto como cuatro porcio-
nes ó reductos distintos, bajo el nombre de Dos de Mayo, San Fernando,
Torreon y Agarenos, susceptible cada uno de separada defensa. Habia
dentro 17 piezas, dos de á doce. Impidió el envío de otras de mayor ca-
libre la repentina llegada de Suchet. Era la fortaleza atacable sólo por


(24) Civitas ea longè opulentissima ultra Iberum fuit. (TITI LIVII, liber XXI.)
(25) TÒte (Ann…ba;) men Úpodeigma tw pl»xei poiîn aÚtÕn... šn Òctè mgsi


(Rolnbion, istoriwn.)




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el lado de Poniente, inaccesible por los demas, de subida muy pina y de
peña tajada. Habia delineado las obras modernas el comandante de in-
genieros D. Juan Sanchez Cisneros. Encargóse del gobierno (26), en 10
de Agosto, el coronel ayudante general de estado mayor D. Luis María
Andriani. Ascendia la guarnicion á unos 3.000 hombres.


Cercanos los franceses cruzó el general Habert el 23 de Setiembre el
Palancia, y rodeando el cerro por Oriente, dispuso al mismo tiempo que
parte de su tropa se metiese en la villa, cuyas calles barrearon los ene-
migos, atronerando tambien las casas, ahora solitarias y sin dueño. Tiró
á Occidente la division de Harispe, y extendiéndose al Sur, se dió la ma-
no con el general Habert. Situáronse los italianos en Petrés y Gilet, ca-
mino de Segorbe, quedando de este modo acordonado el cerro en que se
asentaban los fuertes. Destacó reservas Suchet hácia Almenara, via de
Cataluña; exploró la tierra del lado de Valencia.


Entónces, impaciente y ensoberbecido con su buena fortuna, deter-
minó tomar por sorpresa la fortaleza de Sagunto. Registró con este objeto
el circuito del monte, y oidos los ingenieros, creyó poder tentar una es-
calada por la falda inmediata á la villa, en donde le pareció vislumbrar
restos de antiguas brechas mal reparadas.


Fijó Suchet las tres de la mañana del 28 de Setiembre para dar la
embestida. El mayor de ingenieros Chulliot mandaba la primera colum-
na francesa. Debia seguirle el coronel Gudin, y adelantar á todos y apo-


(26) Antes era 16 de Setiembre. Es la única enmienda que hemos podido hacer, con-
formándonos con lo que en su Memoria justificativa ha publicado, en 1838, el Sr. gene-
ral Andriani. En lo demas ha quedado como en la primera edicion la relacion de este si-
tio. La escribimos, segun documentos auténticos, con nuestra acostumbrada imparciali-
dad, y de modo que no hubiéramos creido dar ocasion á quejas del Sr. Andriani, á quien
nunca hemos conocido, ni tenido, por tanto, contra él motivo alguno de enemistad ni ódio.
Sentimos no nos sea lícito hacer mayores enmiendas. A ser posible, bastábanos para ello
el amor de la verdad que nos ha guiado en el curso de toda esta Historia, áun en favor de
aquellos que nos han ofendido altamente; hubiéranos tambien bastado el deseo que siem-
pre nos ha asistido de guardar miramientos con las personas, en tanto que no redundaba
en perjuicio de la fidelidad histórica. Pero impulso contrario, antes que favorable, nos hu-
biera dado la real órden de 20 de Abril de 1840, que acerca del propio asunto insertó la
Gaceta de Madrid del mismo mes y año. Regla diversas deben determinar, por lo general,
los juicios de los historiadores, las decisiones de los gobiernos y los fallos de los tribu-
nales, áun en la suposicion de que unos y otros sean justos. La real órden de que habla-
mos, sobrado tardía, pues de nada ménos que de veinte y seis años anda rezagada, es, sin
entrar en la sustancia, extravagante en su fundamento y forma, sólo propia de los tiem-
pos revueltos en que vivimos, y en los que por todas partes saltan á borbotones las singu-
laridades y miserias.




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yarlos el general Habert. Tambien trataron los enemigos de distraer á los
nuestros por los demas parajes.


Reuniéronse aquéllos para efectuar la escalada á media subida, en
una cisterna distante cuarenta toesas de la cima. Vigilante Andriani,
descubrió por medio de una salida los proyectos del enemigo, y aler-
ta con los suyos, cerró los accesos que establecian comunicacion en-
tre los diversos fuertes. Un tiro ó arma falsa de los acometedores abrevió
una hora el ataque, respondiendo los nuestros al fusilazo con descargas
y grandes alaridos. Andriani arengó á los soldados, recordóles memo-
rias del suelo que pisaban: ¡Sagunto! Y embistiendo á la sazon Chulliot,
enardecidos los españoles, le rechazaron completamente, y á Gudin,
que cayó herido de una granada en la cabeza, y Habert, cuyos solda-
dos espantados huyeron, y dejaron sembradas de cadáveres las faldas
del monte, cuan largamente se extendian entre un baluarte que llevaba
el apellido ilustre de Daoiz, y el fuerte del Dos de Mayo. Así en presen-
cia de venerables restos se confundian antiguos y nuevos trofeos; apode-
rándose los cercados de varios fusiles, de mas de 50 escalas y otras he-
rramientas. Perdieron los franceses 400 hombres. Escarmentado Suchet,
aprendió á obrar con mayor cordura, y preciso le fué sitiar en forma más
arreglada fortaleza tan bien defendida.


Íbansele entre tanto aproximando á D. Joaquin Blake las fuerzas que
aguardaba, y dispuso que don José Obispo, con cerca de 3.000 hom-
bres, se quedase del lado de Segorbe para incomodar al enemigo mién-
tras permaneciese éste en Murviedro. Tambien colocó por su izquierda
en Bétera, con el mismo fin, á D. Cárlos O’Donnell, asistido de una co-
lumna de igual fuerza, compuesta de la division de D. Pedro Villacampa,
procedente de Aragon, y de la caballería del ejército de Valencia, man-
dada por D. José San Juan. Quiso Suchet alejar de sí vecinos tan moles-
tos, y al propósito ordenó á Palombini que ahuyentase al general Obispo,
quien habiéndose adelantado hasta Torres-Torres, dos leguas de Murvie-
dro, se habia replegado despues, dejando en Soneja una corta vanguar-
dia bajo D. Mariano Moreno. Atacó á ésta Palombini el 30 de Setiembre,
que, si bien reforzada, tuvo que echar pié atras para unirse con lo res-
tante de la division. Entónces situó Obispo por escalones delante de Se-
gorbe en el camino real la caballería, y en las alturas inmediatas los in-
fantes. Mas el enemigo acometiendo con impetuosidad y fuerza lo arrolló
todo, y tuvo Obispo que retirarse á Alcublas.


En seguida pasó Suchet á atacar en persona el 2 de Octubre á D.
Cárlos O’Donnell, cuyas tropas con destacamentos en Bétera se alojaban




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en los collados de Benaguacil á la salida de la huerta en que se halla si-
tuada la Puebla de Valbona. Resistieron los nuestros bastante tiempo,
hasta que O’Donnell juzgó prudente repasar el Guadalaviar, como lo ve-
rificó por Villamarchante, imponiendo aquí respeto á los enemigos con
la ocupacion de dos alturas escarpadas que dominan el camino. Dirigió-
se despues sin ser incomodado á Ribaroja. Perdimos en estos reencuen-
tros alguna gente, sobre todo en el primero, en que perecieron oficiales
de mérito. Motejóse en Blake no haber hecho el menor amago para sos-
tener ni á uno ni á otro de ambos generales, mirándose ademas como
muy expuesta la estancia que habia señalado á D. José Obispo. Influian
tambien malamente en el buen ánimo del soldado tales retiradas y des-
calabros parciales, siendo reprensible en un jefe no precaverlos al abrir
de una campaña.


Para no desperdiciar tiempo, y alejadas ya las tropas vecinas, pen-
só el mariscal Suchet apoderarse del castillo de Oropesa, que cerraba el
paso del camino real de Cataluña. Ofrecióle buena ocasion el atravesar
por allí cañones de grueso calibre que traian de Tortosa contra Sagun-
to, de los que mandó detener algunos para batir los muros. Se componia
el castillo de un gran torreon cuadrado, circuido por tres partes de otro
recinto sin foso, pero amparado del escarpe del terreno. Tenia de guar-
nicion unos 250 hombres, y sólo le artillaban cuatro cañones de hierro.
Mandaba D. Pedro Gotti, capitan del regimiento de América. A 400 toe-
sas y orilla de la mar habia otra torre llamada del Rey, muy al caso pa-
ra favorecer un embarco, en la cual capitaneaba 170 hombres el tenien-
te D. Juan José Campillo.


Despues que los franceses habian penetrado en el reino de Valencia,
habian en vano tentado tomar de rebate el castillo de Oropesa. Unieron
ahora para conseguirlo sus esfuerzos, y fácil era apoderarse de un recin-
to tan corto y con flacos muros. Empezó el 8 de Octubre á batirlos el ene-
migo, dueño ya ántes de la villa. Dirigia el general Compère á los sitia-
dores. El 10 llegó Suchet, y derribado un lienzo de la muralla, prontos
los franceses á dar el asalto, capituló el Gobernador honrosamente. No
por eso se rindió el de la Torre del Rey, Campillo, que desechó con brío
toda propuesta. Constante en su resolucion basta el 12, y defendiéndose
valerosamente, tuvo la dicha de que acudiesen entónces para protegerle
el. navío inglés Magnífico, comandante Eyre, y una division de faluchos
á las órdenes de D. José Colmenares. No siendo dado sostener por más
tiempo la torre, pusiéronse unos y otros de acuerdo, y se trató de salvar y
llevar á bordo la guarnicion. Presentaba dificultades el ejecutarlo, pero




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tal fué la presteza de los marinos británicos, tal la de los españoles, en-
tre los que se distinguió el piloto D. Bruno de Egea, tal en fin la sereni-
dad y diligencia del Gobernador, que se consiguió felizmente el objeto.
Campillo so embarcó el último y mereció loores por su proceder: muchos
le dispensó la justa imparcialidad del comandante inglés.


Libre Suchet cada vez más de obstáculos que le detuviesen, paró su
consideracion exclusivamente en el cerco de Murviedro. Volvieron tam-
bien de Francia, ausentes con licencia despues de lo de Tarragona, los
generales de artillería Valée y Rogniat, con cuya llegada se activaron los
trabajos del sitio.


Empezólos el enemigo contra la parte occidental de la fortaleza, en
donde estaba el reducto dicho del Dos de Mayo, y plantó á 150 toesas
una batería de brecha. Ofrecíansele para continuar en su intento mu-
chos estorbos nacidos del terreno; y si los españoles hubiesen tenido ar-
tillería de á veinticuatro, siendo imposible en tal caso los aproches, qui-
zá se hubiera limitado el cerco á mero bloqueo.


Pudieron al fin los franceses, despues de penosa faena, romper sus
fuegos el 17, mas hasta el 18 en la tarde no juzgaron los ingenieros prac-
ticable la brecha abierta en el reducto del Dos de Mayo, en cuya hora re-
solvió Suchet dar el asalto.


Una columna escogida al mando del coronel Matis debia acometer
la primera. Notaron los españoles desde temprano los preparativos del
enemigo, y apercibiéronse para rechazarle. Hombres esforzados corona-
ban la brecha, y con voces y alaridos desafiaban á los contrarios sin que
los atemorizase el fuego terrible y vivo del cañon frances.


Comenzóse la embestida, y los más ágiles de los sitiadores llegaron
hasta dos tercios de la subida, cuya aspereza y angostura les impidió ir
más arriba, destrozados por el fuego á quemaropa de los nuestros, por
las granadas y las piedras. Cuantas veces repitió el enemigo la tentati-
va, otras tantas cayeron sus soldados del derrumbadero abajo. Entróles
desmayo, y á lo último, como anonadados, desistieron de la empresa con
pérdida de 500 hombres, de ellos muchos oficiales y jefes. Por medio de
señales entendíase la guarnicion del fuerte con la ciudad de Valencia, y
Blake ofreció al Gobernador y á la tropa merecidas recompensas.


Embarazábale mucho á Suchet el malagro de su empresa, y aunque
procuró adelantar los trabajos y aumentar las baterías, temia fuese in-
fructuoso su afan, atendiendo á lo escabroso y dominante del peñon de
Sagunto. Confiaba sólo en que Blake, deseoso de socorrer la plaza, vinie-
se con él á las manos, y entónces parecíale seguro el triunfo.




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Así sucedió. Aquel general, tan afecto desgraciadamente á batallar, é
instado por el gobernador Andriani, trató de ir en ayuda del fuerte. Con-
vidábale tambien á ello tener ya reunidas todas sus fuerzas, que juntas
ascendían á 25.300 hombres, de los que 2.550 de caballería, poco más
ó ménos. Llegaron á lo último las que pertenecian al tercer ejército bajo
las órdenes de D. Nicolas Mahy. Pendió la tardanza de haberse ántes di-
rigido sobre Cuenca para alejar de allí al general d’Armagnac, que ama-
gaba por aquella parte el reino de Valencia. Consiguió Mahy su objeto
sin oposicion, y caminó despues á engrosar las filas alojadas en el Gua-
dalaviar.


Pronto á moverse D. Joaquin Blake, encargó la custodia de la ciudad
de Valencia á la milicia honrada, y dió á su ejército una proclama sen-
cilla concebida en términos acomodados al caso. Abrió la marcha en la
tarde del 24, y colocó su gente en la misma noche no léjos de los enemi-
gos. La derecha, compuesta de 3.000 infantes y algunos caballos á las
órdenes de D. José Zayas, y de una reserva de 2.000 hombres á las del
brigadier Velasco, en las alturas del Puig. Allí se apostó tambien el Ge-
neral en jefe con todo su estado mayor. Constaba el centro, situado en la
Cartuja de Ara Christi, de 3.000 infantes, que regía D. José Lardizábal,
y de 1.000 caballos, que eran los expedicionarios del cargo de Loy y al-
gunos de Valencia, todos bajo la direccion de D. Juan Caro: habia ade-
mas aquí una reserva de 2.000 hombres que mandaba el coronel Liori.
Extendíase la izquierda hácia el camino real llamado de la Calderona.
Cubria esta parte D. Cárlos O’Donnell, teniendo á sus órdenes la divi-
sion de D. Pedro Villacampa de 2.500 hombres, y la de don José Miran-
da de 4.000, con 600 caballos que guiaba D. José San Juan. El general
Obispo, bajo la dependencia tambien de O’Donnell, estaba, con 2.500
hombres, en el punto más extremo hácia Náquera. Amenazaba embes-
tir por la parte del desfiladero de Sancti Spiritus todo nuestro costado iz-
quierdo, debiendo servirle de reserva D. Nicolas Mahy al frente de más
de 4.000 infantes y 800 jinetes. Tenía órden este general de colocarse en
dos ribazos llamados los Gerinanells. Cruzaban al propio tiempo por la
costa unos cuantos cañoneros españoles y un navío inglés.


Concurrieron aquella noche al cuartel general de D. Joaquin Blake
oficiales enviados por los respectivos jefes, y con presencia de un diseño
del terreno, trazado ántes por D. Ramon Pirez, jefe de estado mayor, re-
cibió cada cual sus instrucciones con la órden de la hora en que se de-
bia romper el ataque.


Hasta las once de la misma noche ignoró Suchet el movimiento de




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los españoles, y entónces informóle de ello un confidente suyo vecino
del Puig.


No pudiendo el mariscal ya tan tarde retirarse sin levantar el sitio de
Sagunto con pérdida de la artillería, tomó el partido, aunque más arries-
gado, de aguardar á los españoles y admitir la batalla que iban á presen-
tarle. Resolvió á ese propósito situarse entre el mar y las alturas de Vall
de Jesus y Sancti Spiritus, por donde se angosta el terreno. Puso en con-
secuencia á su izquierda del lado de la costa la division del general Ha-
bert, á la derecha hácia las montañas la de Harispe. En segunda línea
á Palombini, y una reserva de dos regimientos de caballería á las órde-
nes del general Broussard. Por el extremo de la misma derecha, reforza-
da por Klopicki, al general Robert con su brigada y un cuerpo de caba-
llería, teniendo expresa órden de defender á todo trance el desfiladero
Sancti Spiritus, que consideraba Suchet como de la mayor importancia.
Quedaron en Petrés y Gilet Compère y los napolitanos, ademas de algu-
nos batallones que permanecieron delante de la fortaleza de Sagunto,
contra la cual las baterías de brecha no cesaron de hacer fuego. Contaba
en línea Suchet cerca de 20.000 hombres.


A las ocho do la mañana del 25, marchando adelante de su posi-
cion, rompieron á un tiempo el ataque las columnas españolas, y recha-
zaron las tropas ligeras del enemigo. Trabóse la pelea por nuestra parte
con visos de buena ventura. Las acequias, garrofales y moreras, los va-
llados y las cercas no consentían maniobrase el ejército en línea conti-
gua, ni tampoco que el General en jefe, situado como ántes en las altu-
ras del Puig, pudiese descubrir los diversos movimientos. Sin embargo,
las columnas españolas, segun confesion propia de los enemigos, avan-
zaban en tal ordenanza, cual nunca ellos las habian visto marchar en
campo raso. La de Lardizábal se adelantaba repartida en dos trozos, uno
por el camino real hácia Hostalets, otro dirigiéndose á un altozano, via
del convento de Vall de Jesus. Por Puzol la de Zayas, tratando de ceñir
al enemigo del lado de la costa. Tambien nuestra izquierda comenzó, por
su parte, un amago general bien concertado.


Acometiendo Lardizábal con intrepidez, el trozo suyo que iba hácia
Vall de Jesus apoderóse, á las órdenes de D. Wenceslao Prieto, del alto-
zano inmediato, en donde se plantó luégo artillería. Causó tan acertada
maniobra impresion favorable, y los cercados de Sagunto, creyendo ya
próximo el momento de su libertad, prorumpieron en clamores y demos-
traciones de alegría. Bien conoció Suchet la importancia de aquel punto,
y para tomarle, trató de hacer el mayor esfuerzo. Sus generales, puestos




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á la cabeza de las columnas, arremetieron á subir con su acostunbrado
arrojo. Encontraron vivísima resistencia. París fijé herido; lo mismo va-
rios oficiales superiores; muerto el caballo de Harispe; arrollados una y
varias veces los acometedores, que sólo cerrando de cerca á los nuestros
con dobles fuerzas se enseñorearon al cabo de la altura.


Mas los españoles bajando al llano y unidos á otros de los suyos se
mantuvieron firmes, é impidieron que el enemigo penetrase y rompie-
se el centro. Era instante aquél muy crítico para los contrarios, aunque
fuesen ya dueños del altozano; pues Zayas, maniobrando diestramen-
te, comenzaba á abrazar el siniestro costado de los franceses, acercán-
dose á Murviedro, y por la izquierda D. Pedro Villacampa tambien ad-
quiria ventajas.


Urgíale á Suchet no desaprovechar el triunfo que habia consegui-
do en la altura, tanto más, cuanto los españoles de Lardizábal, no sólo
se conservaban tenaces en el llano, sino que, sostenidos por la caballe-
ría de D. Juan Caro, contramarchaban ya á recuperar el punto perdido,
despues de haber atropellado y destrozado á los húsares enemigos, apo-
derándose tambien el coronel Ric de algunas piezas. En tal aprieto, mo-
vió el mariscal frances la division de Palombini, que estaba en segun-
da línea, y se adelantó en persona á exhortar á los coraceros que iban á
contener el ímpetu de la caballería española. Se empeñó entónces una
refriega brava, y Suchet fué herido de un balazo en un hombro; mas
siéndolo igualmente los generales españoles D. Juan Caro y D. Casimiro
Loy, que cayeron prisioneros, desmayaron los nuestros, arrollólos el ene-
migo, y hasta recobró los cañones que poco ántes lo habian cogido. Don
Joaquin Blake envió, para reparar el mal, á D. Antonio Burriel, jefe del
estado mayor expedicionario, y al oficial del mismo cuerpo Zarco del Va-
lle. Nada lograron estos sujetos, que gozaban en el ejército de distingui-
do concepto. Los dragones de Nuniancia los arrastraron en la fuga.


Tambien por la izquierda la suerte, favorable al principio, volvía aho-
ra la espalda. Don Cárlos O’Donnell con objeto de reforzar á Obispo,
que tenía delante á Robert, dispuso que avanzára D. Pedro Villacampa,
quien, ganando terreno, obligó á los enemigos á ciar algun tanto. Pero en
ademan Klopicki de amenazar al general español por el costado, man-
dó O’Donnell á D. José Miranda que saliese al encuentro. Tuvo este ge-
neral el desacuerdo de marchar en una direccion casi paralela á la del
enemigo y con distancias cerradas, exponiéndose á que resultára con-
fusion en sus líneas, si los franceses, como se verificó, le acometian de
flanco. Comenzó luégo el desórden, y siguióse mucha dispersion. No pu-




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dieron los esfuerzos de Villacampa y O’Donnell reparar tamaño contra-
tiempo. Unas y otras tropas vinieron sobre las de Mahy, atacadas no só-
lo ya por Klopicki, sino tambien por parte de la division de Harispe, que
venía del centro. Hubiera quizá sido completa la dispersion sin los re-
gimientos de Molina, Avila y Cuenca, que se portaron con arrojo y sere-
nidad. Por desgracia se habia Mahy retardado en su marcha, y no llegó
bastante á tiempo para apoyar la primera arremeteda, ni para contener el
primer desórden. Los franceses victoriosos cogieron muchos prisioneros,
y obligaron á Mahy y á las otras tropas de la izquierda á que se refugia-
sen por Bétera en Ribaroja.


D. José Zayas en la derecha tuvo mayor fortuna, y no se retiró sino
cuando ya vió roto el centro, y en completa retirada y confusion la iz-
quierda. Hízolo en el mayor órden hasta las alturas del Puig, y ántes en
Puzol se defendió con el mayor valor un batallon suyo de guardias valo-
nas, que por equivocacion se habia metido dentro del pueblo.


Se abrigaron sucesivamente del Guadalaviar todas las divisiones
españolas, parándose el ejército frances en Bétera, Albalat y el Puig.
Nuestra pérdida doce piezas y 900 hombres entre muertos y heridos;
prisioneros ó extraviados 3.922. Suchet en todo unos 800. A pesar de
la derrota aumentaron por su buen porte la anterior fama las divisiones
expedicionarias y la de D. Pedro Villacampa; ganáronla algunos cuer-
pos de las otras. No D. Joaquin Blake, que, indeciso, apénas tomó pro-
videncia alguna. Hábil general la víspera de la batalla, embarazóse, se-
gun costumbre, al tiempo de la ejecucion, y le faltó presteza para acudir
adonde convenia, y para variar ó modificar en el campo lo que habia de
antemano dispuesto ú trazado. Tambien lo desfavorecia la tibieza de su
condicion. Aficiónase el soldado al jefe que, al paso que es severo, go-
za de virtud comunicable. Blake de ordinario vivia separadamente y co-
mo alejado de los suyos.


Siguióse á la derrota la rendicion del castillo de Sagunto. Queria pre-
venirla el general español, volviendo á hacer otro esfuerzo, de cuyo in-
tento trató de avisar al gobernador Andriani por medio de señales. Mas
impidió el que aquél las advirtiese la cerrazon y el viento fresco que so-
plaba norte-sur, y hacia que encubriese el asta á los defensores del cas-
tillo la bandera y gallardete que se empleaban al efecto en el Miquelet
ó torre de la catedral de Valencia. Aunque no hubiese ocurrido tal inci-
dente, dudamos pudiera Blake haber vuelto tan pronto á dar batalla, á
no exponerse imprudentemente á otro desastre como el de Belchite.


Ganado que hubo la de Sagunto el mariscal Suchet, propuso al go-




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bernador del castillo, D. Luis María Andriani, honrosa capitulacion,
convidándole á que enviase persona de su confianza que viese con sus
propios ojos todo lo ocurrido, y se desengañase de cuán inútil era ya
aguardar socorro. Convino Andriani, y pasó de su órden al campo fran-
ces el oficial de artillería D. Joaquin de Miguel. De vuelta éste al casti-
llo, y conforme á su relacion, capituló el Gobernador en la noche del 26;
y á poco, en la misma, sin aguardar al dia, salieron por la brecha con los
honores de la guerra él y la guarnicion, compuesta de 2.572 hombres.
Tanto instaba á Suchet terminar aquel sitio.


Por mucho desaliento en que hubiese caido el soldado despues de la
pérdida de la batalla, se reprendió en Andriani la precipitacion que pu-
so en venir á partido. «La brecha, dice Suchet (27), era de acceso tan di-
fícil, que los zapadores tuvieron que practicar una bajada para que pu-
diesen descender los españoles.» Y más adelante añade que áun tomado
el Dos de Mayo se presentaban muchos obstáculos para enseñorearse de
los demas reductos, por manera (son sus palabras) «que el arte de ata-
car y el valor de las tropas podian estrellarse todavía contra aquellos
muros.» Habíase Andriani conducido hasta entónces con inteligencia y
brío. Atolondróle la batalla perdida, y juzgó quedar bien puesto el honor
de las armas, rindiéndose abierta brecha. Zaragoza y Gerona nos habian
acostumbrado á esperar otros esfuerzos, y no era la hacha ni la pala ofi-
ciosa del gastador enemigo la que debiera haber allanado la salida á los
defensores de Sagunto.


La toma de este castillo miráronla con razon los franceses como de
mucha entidad por el nombre, y por el desembarazo que ella les daba.
Sin embargo, no se atrevieron á acometer inmediatamente la ciudad de
Valencia. Era todavía numeroso el ejército de Blake, amparábanle fuer-
tes atrincheramientos, y no estaba olvidado el escarmiento que delante
de aquellos muros recibiera Moncey en 1808, como tampoco la inútil y
malhadada expedicion de Suchet, en 1810. Por lo mismo parecióle pru-
dente al mariscal frances aguardar refuerzos, y se contentó en el inter-
medio con situarse al comenzar Noviembre en Paterna, frente de Cuarte,
prolongándose hácia la marina, izquierda del Guadalaviar. En la dere-
cha se alojaron los españoles: el ejército desde Manises hasta Monteo-
livete, y de allí hasta el embocadero del rio los paisanos armados de la
provincia.


(27) Mémories du maréchal Suchet, tom. II, chap. XIV.




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Trabajaba en Cataluña D. Luis Lacy, y entretenia á los franceses de
aquel principado, ya que no pudiese activa y directamente coadyuvar al
alivio de Valencia. Severo y equitativo, ayudado de la junta provincial,
levantó el espíritu de los catalanes, quienes, á fuer de hombres indus-
triosos, vieron tambien en las reformas de las Córtes, y sobre todo en el
decreto de señoríos, nueva aurora de prosperidad. Reforzó Lacy á Car-
dona, fortificó ciertos puntos que se daban la mano y formaban cadena
hasta el fuerte de la Seu de Urgel; no descuidó á Solsona, y atrincheró
la fragosa y elevada montaña de Abusa, á cierta distancia de Berga, en
donde ejercitaba los reclutas. ¡Y todo eso rodeado de enemigos, y vecino
á la frontera de Francia! Pero ¿qué no podia hacerse con gente tan beli-
cosa y pertinaz como la catalana? Dueños los invasores de casi todas las
fortalezas, no les era dado, ménos aún aquí que en otras partes, extender
su dominacion más allá del recinto de las fortificaciones, y áun dentro de
ellas, segun la expresion de un testigo de vista imparcial (28), «no bas-
taba ni mucha tropa atrincherada para mantener siquiera en órden á los
habitantes.» Más de una vez hemos tenido ocasion de hablar de seme-
jante tenacidad, á la verdad heroica, y en rigor no hay en ello repeticion.
Porque creciendo las dificultades de la resistencia, y ésta con aquéllas,
tomaba la lucha semblantes diversos y colores más vivos, desplegándo-
se la ojeriza y despechado encono de los catalanes al compas del hosti-
gamiento y feroz conducta de los enemigos.


Apoderados éstos de todos los puntos marítimos principales, deter-
minó Lacy posesionarse de las islas Medas, al embocadero del Ter, de
que ya hubo ocasion de hablar. Dos de ellas, bastante grandes, con res-
guardado surgidero al sudeste. Los franceses, aunque las tenian descui-
dadas, conservaban dentro una guarnicion. Parecióle á Lacy lugar aquél
acomodado para un depósito, y buena via para recibir por ella auxilios y
dar mayor despacho á los productos catalanes. Tuvo encargo de conquis-
tarlas el coronel inglés Green, yendo á bordo de la fragata de su nacion,
Indomable, con 150 españoles que mandaba el Baron de Eroles. Verifi-
cóse el desembarco el 29 de Agosto, y el 3 de Setiembre, abierta brecha,
se apoderaron los nuestros del fuerte. Acudieron los franceses en mucho
número á la costa vecina, y empezaron á molestar bastante con sus fue-
gos á los que ahora ocupaban las islas. Opinaron entónces los marinos
británicos que se debian éstas abandonar, lo cual se ejecutó, á pesar de


(28) Storia delle campagne e degli assedii degl’italiani in Ispagna, da Camilo Vaca-
ni, volume terzo, parte terza, 2.




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la resistencia de Eroles y de Green mismo. Volaron los aliados antes de
la evacuacion el fuerte ó castillo.


No era hombre D. Luis Lacy de ceder en su empresa, é insistiendo
en recuperar las islas, persuadió á los ingleses á que de nuevo le ayu-
dasen. En consecuencia se embarcó el 11 en persona con 200 hombres
en Arenys de Mar á bordo de la mencionada fragata, comandante Tho-
mas: fondeó el 12 á la inmediacion de las Medas, y dividiendo la fuer-
za, desembarcó parte en el continente para sorprender á los franceses
y destruir las obras que allí tenian, y parte en la isla grande. Cumplió-
se todo segun los deseos de Lacy, quien, ahuyentados los enemigos, y
dejando al teniente coronel D. José Masanes por gobernador del fuerte
y director de las fortificaciones que iban á levantarse, tornó felizmente
al puerto de donde habia salido. Restablecióse el castillo, y se fortale-
cieron las escarpadas orillas que dominan la costa. En breve pudieron
las Medas arrostrar las tentativas del enemigo que, acampado enfrente,
se esforzaba por impedir los trabajos y arruinarlos. Puso el comandan-
te español toda diligencia en frustrar tales intentos, y cuando momentá-
nea ausencia ú otra ocupacion le alejaban de los puntos más expuestos,
manteníase firme allí su esposa doña María Armengual, á semejanza
de aquella otra doña María de Acuña (29), que en el siglo xvi defendió
á Mondéjar, ausente el alcaide su marido. Sacóse provecho de la pose-
sion de las Medas militar y mercantilmente, habiendo las Córtes habi-
litado el puerto.


Apellidólas el General en jefe islas de la Restauracion, como indi-
cando que de allí renaceria la de Cataluña, y á un baluarte, á que que-
rian dar el nombre de Lacy, púsole el de Montardit: «honor, dijo, que
corresponde á un mártir de la patria.» Tal suerte, en efecto, habia poco
antes cabido á un don Francisco de Montardit, comandante de batallon,
inuy bienquisto, hecho prisionero por los franceses en un ataque sobre
la ciudad de Balaguer, y arcabuceado por ellos inhumanamente. Dirigió
Lacy con este motivo, en 12 de Octubre, al mariscal Macdonald una re-
clamacion vigorosa, concluyendo por decirle: «Amo, como es debido, la
moderacion; mas no seré espectador indiferente de las atrocidades que
se ejecuten con mis subalternos: haré responsables de ellas á los prisio-
neros franceses que tengo en mi poder, y pueda tener en lo sucesivo.»


Incansable, D. Luis, trató en seguida de romper la línea de puestos


(29) Historia del rebetion y castigo de los moriscos del reino de Granada, por Luis del
Mármol, lib. I, cap. XVII.




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fortificados que desde Barcelona á Lérida tenian establecidos los fran-
ceses. Empezó su movimiento, y el 4 de Octubre acometió ya la villa de
Igualada con 1.500 infantes y 300 caballos. Le acompañaba el Baron de
Eroles, segundo comandante general de Cataluña, cuyo valor y pericia
se mostraron más y más cada dia. Los franceses perdieron en el citado
pueblo 200 hombres, refugiándose los restantes en el convento fortifica-
do de Capuchinos, que no pudo Lacy batir, falto de artillería. Pasaron
despues ambos caudillos á sorprender un convoy que iba de Cervera,
para lo cual repartieron sus fuerzas en dos porciones. Dió primero con
él, segun lo concertado, el Baron de Eroles, y sorprendióle el 7 del mis-
mo Octubre, perdiendo los enemigos 200 hombres, sin que dejase aquel
general nada que hacer á D. Luis Lacy.


Aterráronse los franceses con la súbita irrupcion de los nuestros y
con las ventajas adquiridas, y juzgando imprudente mantener tropas
desparramadas por lugares abiertos ó poco fortificados, abandonaron al
fin, metiéndose de priesa en Barcelona, el convento de Igualada, la villa
de Casamasana, y áun Montserrat. Quemaron á la retirada este monaste-
rio, y lo destrozaron todo, sagrado y profano.


Requiriendo los asuntos generales del principado la presencia de
Lacy cerca de la Junta, tomó éste á Berga, y dejó al cuidado del Baron
de Eroles la conclusion de la empresa tan bien comenzada, y prosegui-
da con no menor dicha.


Atacó el Baron á los franceses de Cervera, y el 11 les obligó á rendir-
se: ascendió el número de los prisioneros á 643 hombres. Estaban atrin-
cherados los enemigos en la universidad, edificio suntuoso, no por la be-
lleza de su arquitectura, sino por su extension y solidez propias para la
defensa. Habia fundado aquélla Felipe V cuando suprimió las otras uni-
versidades del principado en castigo de la resistencia que á su adveni-
miento al trono le hicieron los catalanes. Cogió tambien Eroles á D. Isi-
doro Perez Camino, corregidor de Cervera nombrado por los franceses,
hombre feroz, que á los que no pagaban puntualmente las contribucio-
nes, ó no se sujetaban á sus caprichos, metia en una jaula de su inven-
cion, la cabeza sólo fuera, y pringado el rostro con miel para que ator-
mentasen á sus víctimas en aquel potro hasta las moscas. A la manera
del cardenal de la Ballue en Francia, llególe tambien al corregidor su
vez, con la diferencia de que la plebe catalana no conservó años en la
jaula al magistrado intruso, como hizo Luis XI con su ministro. Son más
ardorosas, y por tanto caminan más precipitadamente, las pasiones po-
pulares. El corregidor pereció á manos del furor ciego de tantos como




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habia él martirizado ántes, y si la ley del talion fuese lícita, y más al vul-
go, hubiéralo sido en esta ocasion contra hombre tan inhumano y fiero.


Se rindió en seguida en 14 del mismo Octubre al Baron de Eroles la
guarnicion de Belpuig, atrincherada en la antigua casa de los duques de
Sesa. Muchos de los enemigos perecieron defendiéndose, y se entrega-
ron unos 150.


Escarmentado que hubo el de Eroles á los franceses del centro de
la Cataluña, y cortada la línea de comunicacion entre Lérida y Barcelo-
na, revolvió al Norte, con propósito hasta de penetrar en Francia. Obró
entónces mancomunadamente con don Manuel Fernandez Villamil, go-
bernador á la sazon de la Seu de Urgel, y sirvióle éste de comandan-
te de vanguardia. Rechazó ya al enemigo en Puigcerdá el Baron, el 26
de Octubre, y le combatió bravamente el 27, en un ataque que el últi-
mo intentára. Al propio tiempo Villamil se dirigió á Francia por el va-
lle de Querol, desbarató el 29 en Marens á las tropas que se le pusieron
por delante, saqueó aquel pueblo, que sus soldados abrasaron, y entró el
30 en Ax. Exigió allí contribuciones, é inquietó toda la tierra, repasando
despues tranquilamente la frontera. Sostenia Eroles estos movimientos.


Pero el centro de todos ellos era D. Luis Lacy, quien cautivó con su
conducta la voluntad de los catalanes, pues al paso que procuraba en lo
posible introducir la disciplina y buenas reglas de la milicia, lisonjeá-
balos prefiriendo en general por jefes á naturales acreditados del país, y
fomentando el somaten y los cuerpos francos, á que son tan aficionados.
La situacion entónces de la Cataluña indicaba ademas como mejor y ca-
si único este modo de guerrear.


Y al rededor de la fuerza principal que regia Lacy ó su segundo Ero-
les, y cerca de las plazas fuertes y por todos lados, se descubrian los
infatigables jefes de que en várias ocasiones liemos hecho mencion, y
otros que por primera vez se manifestaban ó sucedian á los que acaba-
ban gloriosamente su carrera en defensa de la patria. Seríanos imposible
meter en nuestro cuadro la relacion de tan innumerables y largas lides.


Mirando los franceses con mucho desvío tan mortífera é interminable
lucha, gustosamente la abandonaban y salian de la tierra. Macdonald,
duque de Tarento, regresó á Francia, partiendo de Figueras el 28 de Oc-
tubre. Era el tercer mariscal que habia ido á Cataluña, y volvia sin de-
jarla apaciguada. Tuvo por sucesor al general Decaen.


Apénas podia moverse del lado de Gerona el ejército frances del
principado, teniendo que poner su principal atencion en mantener libres
las comunicaciones con la frontera. No más le era permitido menearse á




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la division de Frere, perteneciente al cuerpo de Suchet, la cual, confor-
me hemos visto, ocupaba la Cataluña baja, dándole bastante en que en-
tender todo lo que por allí ocurria y en parte hemos relatado. De suer-
te que la situacion de aquella provincia en cuanto á la tranquilidad que
apetecian los franceses, era la misma que al principio de la guerra, y
una misma la necesidad de mantener dentro de aquel territorio fuerzas
considerables que guarneciesen ciertos puntos y escoltasen cuidadosa-
mente los convoyes.


Sólo por este medio se continuaba abasteciendo á Barcelona, y Decaen
preparó en Diciembre uno muy considerable en el Ampurdan con aquel
objeto. Tuvo aviso de ello Lacy, y queriendo estorbarlo, puso en acecho á
Rovira, colocó á Eroles y á Milans en las alturas de San Celoni, dirigió so-
bre Trentapasos á Sarsfield y apostó en la Garriga con un batallon á D. Jo-
sé Casas. Las fuerzas que Decaen habia reunido eran numerosas, ascen-
diendo á 14.000 infantes y 700 caballos con ocho piezas, sin contar unos
4.000 hombres que salieron de Barcelona á su encuentro. Las de Lacy no
llegaban á la mitad, y así se limitó dicho general á hostilizar á los france-
ses durante su marcha emprendida desde Gerona el 2 de Diciembre. Pa-
deció el enemigo en ella bastante, y Sarsfield se mantuvo firme contra los
que le atacaron y venian de la capital. Los nuestros, ya que no pudieron
impedir la entrada del convoy, recelando se retirase Decaen por Vich, tra-
taron de cerrarle el paso de aquel lado. Para ello mandó Lacy á Eroles que
ocupase la posicion de San Feliu de Codinas, y él se situó con Sarsfield en
las alturas de la Garriga. Se vieron luégo confirmadas las sospechas de los
españoles, presentándose el 5 en la mañana los enemigos delante del úl-
timo punto con 5.000 infantes, 400 caballos y cuatro piezas. Rechazólos
Lacy vigorosamente, y siguieron el alcance hasta Granollers D. José Casas
y D. José Manso, por lo que tuvieron todas las fuerzas de Decaen que tor-
nar por San Celoni y dejar libre y tranquila la ciudad y país de Vich.


Útil era para defenderá Valencia esta continuada diversion de la Ca-
taluña, pero fué más directa la que se intentó por Aragon. Aquí, confor-
me á órdenes de Blake, se habian reunido el 24 de Setiembre, en Ateca,
partido de Calatayud, D. José Durán y D. Juan Martin el Empecina-
do. Temores de esto, y las empresas en aquel reino y en Navarra de don
Francisco Espoz y Mina habian motivado la formacion en Pamplona y
sus cercanías de un cuerpo de reserva bastante considerable, pues que
las fuerzas que en ambos parajes mandaban los generales Reille y Mus-
nier no bastaban para conservar quieto el país y hacer rostro á tan osa-
dos caudillos.




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Entre las tropas francesas que se juntaban en Navarra contábase una
nueva division italiana, que atravesando las provincias meridionales
de Francia y viniendo de la Lombardía apareció en Pamplona el 31 de
Agosto. La mandaba el general Severoli, y se componia de 8.955 hom-
bres y 722 caballos permaneció el Setiembre en aquella provincia, mas
al comenzar Octubre pasó á reforzar las tropas francesas de Aragon.


Ademas de los de Severoli habian ido á Zaragoza tres batallones tam-
bien italianos procedentes de los depósitos de Gerona, Rosas y Figueras,
los cuales para unirse á la division de Palombini, que con Suchet se ha-
bia dirigido sobre Valencia, rodearon y metiéronse en Francia para entrar
camino de Jaca en Aragon por lo peligrosa que les pareció la ruta directa.
Y, sea dicho de paso, de 21.288 infantes y 1.905 jinetes, unos y otros ita-
lianos, que fuera de los de Severoli habian penetrado en España desde el
principio de la guerra, ya no quedaban en pié sino unos 9.000 escasos.


Los tres batallones que iban de Cataluña no se unieron inmediata-
mente al ejército invasor de Valencia: quedáronse en Aragon para auxi-
liar á Musnier. Habian llegado á este reino ántes de promediar Setiem-
bre, y uno de ellos fué destinado á reforzar la guarnicion enemiga de
Calatayud.


Aquí tuvieron luégo que lidiar con los ya mencionados D. José Du-
rán y D. Juan Martin, quienes desde Ateca habian resuelto acometer á
los franceses alojados en aquella ciudad. No tenia el Empecinado con-
sigo más que la mitad de su gente, habiendo quedado la otra bajo D. Vi-
cente Sardina en observacion del castillo de Molina. Al contrario Durán,
á quien acompañaba lo más de su division junto con D. Julian Antonio
Tabuenca y D. Bartolomé Amor que mandaba la caballería, jefes am-
bos muy distinguidos. Uno y otro tuvieron principal parte en las hazañas
de Durán, que nunca cesó de fatigar al enemigo, habiendo tenido entre
otros un reencuentro glorioso en Aillon el 23 de Julio.


Ascendia el número de hombres que para su empresa reunieron Du-
rán y el Empecinado á 5.000 infantes y 500 caballos. El 26 de Setiem-
bre aparecieron ambos sobre Calatayud, desalojaron á los franceses de
la altura llamada de los Castillos, y les cogieron algunos prisioneros, en-
cerrándose la guarnicion en el convento fortificado de la Merced, cuyo
comandante era M. Muller. Durán se encargó particularmente de sitiar
aquel punto, é incumbió á la gente del Empecinado observar las aveni-
das del puerto del Frasno, en donde el 1.º de Octubre repelió el último
una columna francesa que venía de Zaragoza en socorro de los suyos, y
topó al coronel Gillot que la mandaba.




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Cercado el convento, y sin artillería los nuestros, se acudió para ren-
dirle al recurso de la mina, y aunque el jefe enemigo resistió cuanto pu-
do los ataques de los españoles, tuvo al fin el 4 de Octubre que darse á
partido, quedando prisionera la guarnicion, que constaba de 566 solda-
dos, y con permiso los oficiales de volver á Francia bajo la palabra de
honor de no servir más en la actual guerra.


Muy alborotado Musnier, gobernador de Zaragoza, con ver lo que
amagaba por Calatayud, y con que hubiese sido rechazada en el Frasno
la primera columna que habia enviado de auxilio, reunió todas sus fuer-
zas de la izquierda del Ebro, y llegó, á peticion suya, de Navarra con el
mismo fin, destacado por Reille, el general Bourke, que avanzó lo largo
de la izquierda del Jalon. Musnier asomó á Calatayud el 6 de Octubre,
pero los españoles se habian ya retirado con sus prisioneros, quedando
sólo allí, segun lo estipulado, los oficiales, á quienes sus superiores for-
maron causa por haber separado su suerte de la de los soldados.


Viendo los franceses que se habian alejado los nuestros de Calata-
yud, retrocedieron, tornando Bourke á Navarra, y los de Musnier á la Al-
munia. Ocuparon de seguida nuevamente la ciudad los españoles.


Semejante perseverancia exigió de los franceses otro esfuerzo, que
facilitó la llegada á Zaragoza de la division de Severoli, en 9 de Octu-
bre. Venía ésta á instancia de Suchet, incansable en pedir auxilios, que
directa ó indirectamente cooperasen al buen éxito de la campaña de
Valencia. Musnier partió con la mencionada division via del Frasno, y
uniéndose á la caballería de Klicki entró en Calatayud. Durán y el Em-
pecinado habían vuelto á evacuar la ciudad, retirándose en dos diferen-
tes direcciones. Para perseguirlos tuvieron los enemigos que separarse,
yendo unos á Daroca y Used, y otros á Ateca, camino de Madrid.


No persistieron mucho en el alcance, llamados á la parte opuesta á
causa de una súbita interrupcion en las Cinco Villas de D. Francisco Es-
poz y Mina. Habian los franceses acosado de muerte á este caudillo du-
rante todo el estío, irritados con la sorpresa de Arlaban. Y él, ceñido de
un lado por los Pirineos, del otro por el Ebro, sin apoyo ni punto alguno
de seguridad, sin más tropas que las que por sí habia formado, y sin más
doctrina que la adquirida en la escuela de la propia experiencia, bur-
ló los intentos del enemigo, y escarmentóle muchas veces, algunas en la
raya y áun dentro de Francia.


Arreció en especial el perseguimiento desde el 20 de Junio hasta el
12 de Julio. Doce mil hombres fueron tras Mina entónces; mas acertada-
mente dividió éste sus batallones en columnas movibles con direccion y




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marchas contrarias, incesantes y sigilosas, obligando así al enemigo, á
dilatar su línea á punto de no poderla cubrir convenientemente, ó á que
reunido no tuviese objeto importante sobre que cargar de firme.


Desesperanzados los franceses de destruir á Mina á mano armada,
pusieron á precio la cabeza de aquel caudillo. Seis mil duros ofreció
por ella el gobernador de Pamplona, Reille, en bando de 24 de Agosto,
4.000 por la de su segundo D. Antonio Cruchaga, y 2.000 por cada una
de las de otros jefes. Reuniéronse á medios tan indignos los de la se-
duccion y astucia. A este propósito, y por el mismo tiempo, personas de
aquella ciudad, y entre otras, D. Joaquin Navarro, de la diputacion del
reino, con quien Mina había tenido anterior relacion, enviaron cerca de
su persona á D. Francisco Aguirre Echechurri para ofrecerle ascensos,
honores y riquezas si abandonaba la causa de su patria y abrazaba la de
Napoleon. Mina, que necesitaba algun respiro, tanto más cuanto de nue-
vo se veia muy acosado, entrando á la sazon en Navarra la division de
Severoli y otras fuerzas, pidió tiempo para contestar sin acceder á la pro-
posicion, alegando que tenía ántes que ponerse de acuerdo con su se-
gundo Cruchaga. Impacientes de la tardanza los que habian abierto los
tratos, despacharon en seguida con el mismo objeto, primero á un fran-
ces llamado Pellou, hombre sagaz, y despues á otro español, conocido
bajo el nombre de Sebastian Iriso. Deseoso Mina de ganar todavía más
tiempo, indicó para el 14 de Setiembre una junta en Leoz, cuatro leguas
de Pamplona, adonde ofreció asistir él mismo con tal que tambien acu-
diesen los tres individuos que sucesivamente se le hablan presentado,
y ademas el D. Joaquín Navarro y un D. Pedro Mendiri, jefe de escua-
dron de gendarmería. Accedieron los comisionados á lo que se les pro-
ponia, y en efecto, el dia señalado llegaron á Leoz todos excepto Men-
diri. La ausencia de éste disgustó mucho á Mina, quien, á pesar de las
disculpas que los otros dieron, concibió sospechas. Vinieron á confir-
márselas cartas confidenciales que recibió de Pamplona, en las cuales le
advertian se le armaba una celada, y que Mendiri recorria los alrededo-
res acechando el momento en que deslumbrado Mina con las ofertas he-
chas, se descuidase y diese lugar á que cayeran sobre él los enemigos,
y le sacrificasen.


Airado de ello el caudillo español, arrestó á los cuatro comisionados,
y se alejó de Leoz llevándoselos consigo. Desfiguraron despues el suceso
los franceses y sus allegados, calificando á Mina de pérfido: traslucíase
en la acusacion despecho de que no se hubiese cumplido la alevosía tra-
mada. Con todo, habiendo venido los comisionados bajo seguro, y no pu-




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diéndose evidenciar su traicion ó complicidad, hubiérale á Mina valido
más el soltarlos, que dar lugar á que debiesen su libertad, como se veri-
ficó, á los acasos de la guerra.


Poco despues de este suceso, y de haber Severoli y otras tropas sa-
lido de Navarra, fué cuando penetró dicho Mina en Aragon, conforme
arriba anunciamos. El 11 de Octubre atacó en Egea un puesto de gen-
darmería, cuyos soldados lograron evadirse en la noche siguiente, con
pérdida en la huida de algunos de ellos. Marchó luégo Mina sobre Ayer-
be, y el 16 forzó á la guarnicion francesa á encerrarse en un convento
fortificado, que bloqueó; mas en breve tuvo que hacer frente á otros cui-
dados. El comandante frances, que en ausencia de Musnier goberna-
ba á Zaragoza, sabedor de la llegada de los españoles á Egea, destacó
una columna para contenerlos. Encontróse en el camino Ceccopieri, je-
fe de ella, con los gendarmes poco ántes escapados; y juzgando ya inútil
la marcha hácia Egea, cambió de rumbo, y se dirigió á Ayerbe en busca
de Mina. Mas llegado que hubo á esta villa, en cuyas alturas inmedia-
tas le aguardaban los españoles, parecióle más prudente, despues de un
fútil amago, retirarse y caminar la vuelta de Huesca. Envalentonáronse
con eso los nuestros, y no pudieron los contrarios verificar impunemen-
te su marcha, como se imaginaban. Mina, empleando sagacidad y arro-
jo, los estrechó de cerca y rodeó por manera que tuvieron que formar el
cuadro. Así anduvieron siempre muy acosados hasta más allá de Plasen-
cia de Gállego, en donde opresos por la fatiga y mucho guerrear, y aco-
metidos impetuosamente á la bayoneta por D. Gregorio Cruchaga, vinie-
ron á partido: 640 soldados y 17 oficiales fueron los prisioneros, muchos
de ellos heridos, gravemente el mismo comandante Ceccopieri. Habian
muerto más de 300.


Azorado Musnier, y temiendo hasta por Zaragoza, tornó precipitada-
mente á aquella ciudad, en donde ya más sereno trató de marchar con-
tra Mina y de quitarle los prisioneros, obrando de concierto con los go-
bernadores y generales franceses de las provincias inmediatas. ¡Trabajo
y combinacion inútil! Mina escabullóse maravillosamente por medio de
todos ellos, y atravesando el reino de Aragon, Navarra y Guipúzcoa, em-
barcó al principiar Noviembre en Motrico todos los prisioneros á bordo
de la fragata inglesa Iris y de otros buques, despues de haber tambien
rendido la guarnicion francesa de aquel puerto.


Concíbese cuán incómodos serian para Suchet tales acontecimien-
tos, pues ademas de la pérdida real que en ellos experimentaba, dis-
traíanle fuerzas que le eran muy necesarias. Con impaciencia había




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aguardado la division de Severoli, y en vano por algun tiempo pudo és-
ta incorporársele. Musnier ni áun con ella tenía bastante para cubrir el
Aragon, y mantener algun tanto seguras las comunicaciones. Una de las
dos brigadas en que dicha division se distribuia, se vió obligada á colo-
carla, al mando de Bertoletti, en las Cinco Villas, izquierda del Ebro, y
la otra al de Mazzuchelli, en Calatayud y Daroca.


Tuvo la última qne acudir en breve á Molina, cuyo castillo se halla-
ba de nuevo bloqueado por D. Juan Martin. Llegó en ocasion que el co-
mandante Brochet estaba ya para rendirse. Le libertó Mazzuchelli el 25
de Octubre, mas no sin dificultad, teniendo empeñada con el Empecina-
do en Cubillejos una refriega viva, en que perdieron los enemigos mu-
cha gente. Abandonaron de resultas éstos, habiéndole ántes volado, el
castillo de Molina.


D. Juan Martin, solo ó con la ayuda de Durán ó de tropas suyas ba-
jo D. Bartolomé Amor, continuó haciendo correrías. Rindió el ó de No-
viembre la guarnicion de la Almunia, compuesta de 150 hombres, hizo
rostro á várias acometidas, batió la tierra de Aragon, cogió prisioneros
y efectos, interceptó á veces las comunicaciones con Valencia, vía de
Teruel.


Por su parte Durán cuando obraba separado tampoco permanecia
tranquilo: en Manchones, y sobre todo el 30 de Noviembre en Osunilla,
provincia de Soria, alcanzó ventajas. Regresó despues á Aragon, y rein-
corporándose por nueva disposicion de Blake con el Empecinado, se pu-
sieron ambos el 23 de Diciembre en Milmarcos, provincia de Guadala-
jara, bajo las órdenes del Conde del Montijo, que trayendo igualmente
1.200 hombres, debia mandar á todos.


En grado tan sumo como el que acabamos de ver, divertían los nues-
tros en Cataluña y Aragon las huestes del enemigo, entorpeciéndole pa-
ra su empresa de Valencia. Tambien cooperó á lo mismo lo que pasaba en
Granada y Ronda. Allí privado el tercer ejército de la fuerza que habia sa-
cado Mahy, se encontraba muy debilitado, y hubieran probablemente aco-
metido los franceses, y amenazado á Valencia del lado de Murcia, sin el
desembarco que ya indicamos de D. Francisco Ballesteros en Algeciras.
Tomó este general tierra el 4 de Setiembre, teniendo enlace su expedicion
con el plan de defensa que para Valencia habia trazado D. Joaquin Blake.
Sentó Ballesteros sus reales en Jimena, y medidas que adoptó, unas de
conciliacion y otras enérgicas, reanimaron el espíritu de los serranos.


Para procurar apagarle, vino inmediatamente sobre el general espa-
ñol el coronel Rignoux, á quien de Sevilla habian reforzado. Amagó á Ji-




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mena, y Ballesteros evacuó el pueblo con intento de atraer y engañar al
enemigo, lo cual consiguió. Porque Rignoux adelantándose ufano sobre
San Roque, fué de súbito acometido por costado y frente, y deshecho con
pérdida de 600 hombres. Tomó entónces el mariscal Soult contra Ba-
llesteros disposiciones más sérias; y mandando al general Godinot que
avanzase de Prado de Rey con unos 5.000 hombres, dispuso que se mo-
viesen al propio tiempo la vuelta de la sierra los generales Semelé y Ba-
rroux, yendo el primero de Veger y el último del lado de Málaga. Compo-
nían juntas todas estas fuerzas de 9 á 10.000 hombres, y jactábanse ya
de envolver las de Ballesteros. Mas éste se retira á tiempo y con destre-
za, abrigándose el 14 de Octubre del cañon de Gibraltar. Los franceses
llegaron al Campo de San Roque, y se extendieron por la derecha á Al-
geciras, cuyos vecinos se refugiaron en la Isla Verde.


Malográndosele así á Godinot el destruir á Ballesteros, quiso, sin de-
jar de observarle, explorar la comarca de Tarifa, y áun enseñorearse por
sorpresa de esta plaza. No anduvo en ello tampoco muy afortunado. El
camino que tomaron sus tropas fué el del Boquete de la Peña, orilla de
la mar; paso angosto que, dominado por los fuegos de los buques britá-
nicos, no pudieron los franceses atravesar, teniendo el 18 de Octubre
que retroceder á Algeciras. Áun sin eso nunca hubiera Godinot conse-
guido su intento. La guarnicion de Tarifa habia sido por entónces refor-
zada con 1.200 ingleses al mando del coronel Skerret, que vimos en Ta-
rragona, y con 900 infantes y 100 caballos españoles bajo las órdenes
del general Copons.


En el intermedio renovaron los rondeños sus acostumbradas excur-
siones, molestaron por la espalda á los enemigos y les cortaron los víve-
res; de los que escaso Godinot, hubo de replegarse, picándole Balleste-
ros la retaguardia. Se restituyó á Sevilla el general frances, y reprendido
por Soult, que ya le queria mal desde la accion de Zújar por no haber sa-
cado de ella las oportunas ventajas, alborotósele el juicio, y se suicidó
en su cama con el fusil de un soldado de su guardia. Habia ántes manda-
do en Córdoba, y cometido tales tropelías, y áun extravagancias, que mi-
rósele ya como á hombre demente.


No desaprovechó Ballesteros la ocasion de la retirada de los enemi-
gos, y esparciendo su tropa para disfrazar una acometida que meditaba,
juntóla despues en Prado del Rey; marchó en seguida de noche y calla-
damente, y sorprendió el 5 de Noviembre en Bornos, derecha del Gua-
dalete, al general Semelé, á quien ahuyentó y tomó 100 prisioneros, mu-
las y bagajes.




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Fatigado Soult de tan interminable guerra, trató de aumentar el te-
rror poniendo en ejecucion contra un prisionero desvalido el feroz de-
creto que habia dado el año anterior. Llamábase aquél Juan Manuel
Lopez; era sargento, con veinte años de servicio, de la division de Ba-
llesteros, y arrebatáronle desempeñando una comision que le habia con-
fiado su general para recoger caballos, y acabar con ciertos bandoleros
que, so capa de patriotas, robaban y cometian excesos. Las circunstan-
cias que acompañaron á la causa que se le formó hicieron muy horrible
el caso. Negábase á juzgar á Lopez la junta criminal de Sevilla, obligóla
Soult, mandándole al mismo tiempo que, á pesar de estar prohibida por
el rey José la pena de horca, la aplicase ahora en lugar de la de garrote.
La Junta absolvió, sin embargo, al supuesto reo. Muy disgustado Soult,
ordenó que se volviese á ver la causa, sin conseguir tampoco su odio-
so intento. Irritado el General cada vez más, creó una comision crimi-
nal compuesta de otros ministros, quienes tambien absolvieron á Lopez,
declarándole simplemente prisionero de guerra. La alegría fué entónces
universal en Sevilla, y mostráronlo abiertamente por calles y plazas to-
das las clases de ciudadanos. Pero ¡oh atrocidad! todavía estaba el in-
feliz Lopez recibiendo por ello parabienes, cuando vinieron á notificar-
le que una comision militar, escogida por el implacable Soult, acababa
de condenarle á la pena de horca sin procedimiento ni diligencia algu-
na legal. Ejecutóse la inicua sentencia el 29 de Noviembre. Desgarra el
corazon crudeza tan desapiadada y bárbara; é increíble pareciera, á no
resultar bien probado, que todo un mariscal de Francia se cebase encar-
nizadamente enpresa tan débil, en un soldado, en un veterano lleno de
cicatrices honrosas.