Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
}

LIBRO DUODÉCIMO (1808)


713


LIBRO DUODÉCIMO.


EJÉRCITO FRANCES QUE SE DESTINA Á PORTUGAL. MARISCAL MASSENA, GENERAL EN JE-
FE.— SITIO DE CIUDAD-RODRIGO.— HERRASTI, SU GOBERNADOR.— SITUACION DE
WELLINGTON.— D. JULIAN SANCHEZ.— CAPITULA LA PLAZA.— GLORIOSA DEFEN-
SA.— CLAMORES CONTRA LOS INGLESES POR NO HABER SOCORRIDO LA PLAZA.— EX-
CURSION DE LOS FRANCESES HÁCIA ASTORGA Y ALCAÑICES.— TOMAN LA PUEBLA
DE SANABRIA.— LA PIERDEN.— LA OCUPAN DE NUEVO.— CAMPAÑA DE PORTU-
GAL.— ESTADO DE ESTE REINO Y DE SU GOBIERNO.— PLAN DE LORD WELLING-
TON.— FUERZA QUE MANDABA.— SUBSIDIOS QUE DA INGLATERRA.— POSICION DE
WELLINGTON. DEVASTACION DEL PAÍS.— LÍNEAS DE TORRES-VEDRAS.— DICHO DE
WELLINGTON Á ÁLAVA.— PREPARATIVOS Y FUERZA DE LOS FRANCESES.— ESCA-
RAMUZAS. FUERTE DE LA CONCEPCION.— COMBATE DEL COA.— SITIO DE ALMEI-
DA.— VUÉLASE.— CAPITULA.— PROSCRIPCIONES Y PRISIONES EN LISBOA.— TE-
MORES DE LOS INGLESES.— REPLIÉGASE WELLINGTON.— DIFICULTADES QUE TIENE
MASSENA.— AGUÍJALE NAPOLEON.— EMPIEZA MASSENA LA INVASION.— POSI-
CION DE WELLIUGTON, Y MEDIDAS QUE TOMA.— DESCRIPCION DEL VALLE DE MON-
DEGO.— DISTRIBUCION DE LOS CUERPOS DE MASSENA.— MUÉVESE SOBRE CELÓRI-
CO Y VISEO.— ENTRAN SUS AVANZADAS EN VISCEO.— CONTINÚA WELLINGTON SU
RETIRADA.— ATACA TRANT LA ARTILLERÍA Y EQUIPAJES FRANCESES.— DETIÉNE-
SE WELLINGTON EN BUSACO.— ACCION DE BUSACO.— CRUZA MASSENA LA SIERRA
DE CARAMULA.— LOS FRANCESES EN COIMBRA.— CONDEIXA.— DESORDENES EN
EL EJÉRCITO INGLÉS.— SORPRENDE TRANT Á LOS FRANCESES DE COIMBRA.— AL-
COENTRE.— ALENQUER.— LOS INGLESES EN LAS LÍNEAS.— MASSENA NO LAS ATA-
CA.— FORMIDABLE FUERZA Y POSICION DE WELLINGTON.— ÚNESELE CON DOS DIVI-
SIONES ROMANA.— MOLÉSTASE TAMBIEN AL ENEMIGO FUERA DE LAS LÍNEAS.— DON
CÁRLOS DE ESPAÑA.— SITUACION CRÍTICA DE LOS FRANCESES.— GALICIA.— AS-
TÚRIAS.— EXPEDICIONES DE PORLIER POR LA COSTA.— EXTREMADURA.— REFRIE-
GA EN CANTAELGALLO.— EN FUENTE DE CANTOS.— EXPEDICION DE LACY Á RON-
DA.— AL CONDADO DE NIEBLA.— SITUACION DE ESTA COMARCA.— OPERACIONES
EN CÁDIZ.— FUERZA SUTIL DE LOS ENEMIGOS.— FUERZAS DE LOS ALIADOS EN CÁ-
DIZ Y LA ISLA.— BLAKE EN MURCIA.— SEBASTIANI SE DIRIGE Á MURCIA.— MEDI-
DAS QUE TOMA BLAKE.— SE RETIRA SEBASTIANI.— INSURRECCIONES EN EL REINO
DE GRANADA.— EXPEDICION CONTRA FUENGIROLA Y MÁLAGA.— AVANZA BLAKE Á
GRANADA.— ACCION DE BAZA, 3 DE NOVIEMBRE.— PROVINCIAS DE LEVANTE.—




CONDE DE TORENO


714


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


715


VALENCIA.— CHOQUES EN MORELLA Y ALBOCASER.— AVANZA CARO Y SE RETI-
RA.— CARO HUYE DE VALENCIA.— LE SUCEDE BASSECOURT.— CATALUÑA.— SU
CONGRESO.— O’DONNELL.— MACDONALD.— CONVOYES QUE LLEVA Á BARCELO-
NA.— EJÉRCITO ESPAÑOL DE CATALUÑA.— INTENTA SUCHET SITIAR Á TORTOSA.—
SUS DISPOSICIONES.— SALIDAS DE LA PLAZA Y COMBATES PARCIALES.— ADELANTA
MACDONALD Á TARRAGONA.— SE RETIRA.— DIFICULTADES CON QUE TROPIEZA.—
AVISTASE EN LÉRIDA CON SUCHET.— MACDONALD INCOMODADO SIEMPRE POR LOS
ESPAÑOLES.— SORPRESA GLORIOSA DE LA BISBAL.— Y DE VARIOS PUNTOS DE LA
COSTA.— GUERRA EN EL AMPURDAN.— EROLES MANDA ALLÍ.— CAMPOVERDE EN
CARDONA.— OTRO CONVOY PARA BARCELONA.— NO ADELANTAN LOS ENEMIGOS EN
EL SITIO DE TORTOSA.— CONVOYES QUE VAN ALLI DE MEQUINENZA.— LOS ATACAN
LOS ESPAÑOLES.— CARVAJAL EN ARAGON.— VILLACAMPA INFATIGABLE EN GUE-
RREAR.— ANDORRA.— LAS CUEVAS.— ALVENTOSA.— COMBATE DE LA FUEN-
SANTA.— NUEVOS CONVOYES PARA TORTOSA.— COMBATES PARCIALES.— LOS ES-
PAÑOLES DESALOJADOS DE FALSET.— MOVIMIENTO DE BASSECOURT.— ACCION DE
ULLDECONA.— MACDONALD SOCORRE Á BARCELONA Y SE ACERCA Á TORTOSA.—
FORMALIZA EL SITIO SUCHET.— DEJA O’DONNELL EL MANDO.— PARTIDAS EN LO IN-
TERIOR DE ESPAÑA.— EN ANDALUCÍA.— EN CASTILLA LA NUEVA.— EN CASTILLA
LA VIEJA.— SANTANDER Y PROVINCIAS VASCONGADAS.— EXPEDICION DE RENOVA-
LES Á LA COSTA CANTÁBRICA.— NAVARRA. ESPOZ Y MINA.— CÓRTES.— REMISA
LA REGENCIA EN CONVOCARLAS.— CLAMOR GENERAL POR ELLAS.— LAS PIDEN DIPU-
TADOS DE LAS JUNTAS DE PROVINCIA.— DECRETO DE CONVOCACION.— JÚBILO GENE-
RAL EN LA NACION.— DUDAS DE LA REGENCIA SOBRE CONVOCAR UNA SEGUNDA CÁ-
MARA.— COSTUMBRE ANTIGUA.— OPINION COMUN EN LA NACION.— CONSULTA DE
LA REGENCIA AL CONSEJO REUNIDO.— RESPUESTA DE ÉSTE.— VOTO PARTICULAR.—
CONSULTA DEL CONSEJO DE ESTADO.— NO SE CONVOCA SEGUNDA CÁMARA.— MO-
DO DE ELECCION.— EL ANTIGUO DE ESPAÑA.— PODERES QUE SE DAN Á LOA DI-
PUTADOS.— LLÁMANSE Á LAS CÓRTES DIPUTADOS DE LAS PROVINCIAS DO AMÉRICA
Y ASIA.— ELECCION DE SUPLENTES.— OPINION SOBRE ESTO EN CÁDIZ.— PARTE
QUE TOMA LA MOCEDAD.— ENOJO DE LOS ENEMIGOS DE REFORMAS.— NÚMERO QUE
ACUDE Á LAS ELECCIONES.— TEMORES DE LA REGENCIA.— RESTABLECE TODOS LOS
CONSEJOS.— QUIERE EL CONSEJO REAL INTERVENIR EN LAS CÓRTES.— NO LO CON-
SIGUE.— SEÑÁLASE EL 24 DE SETIEMBRE PARA LA INSTALACION DE CÓRTES.— CO-
MISION DE PODERES.— CONGOJOSA ESPERANZA DE LOS ÁNIMOS.


Proseguian los franceses en su intento de invadir el reino de Portu-
gal y de arrojar de allí al ejército inglés, operacion no ménos importante
que la do apoderarse de las Andalucías, y de más dificultosa ejecucion,
teniendo que lidiar con tropas bien disciplinadas, abundantemente pro-




CONDE DE TORENO


714


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


715


vistas y amparadas de obstáculos que á porfía les prestaban la naturale-
za y el arte. Destinaron los franceses para su empresa los cuerpos sexto y
octavo, ya en Castilla, y el segundo, que luégo se les juntó, yendo de Ex-
tremadura. Formaban los tres un total de 66.000 infantes y unos 6.000
caballos. Nombróse para el mando en jefe al Duque de Rívoli, el céle-
bre mariscal Massena.


Antes de pisar el territorio portugues, forzoso les era á los france-
ses no sólo asegurar algun tanto su derecha, como ya lo habian practi-
cado, metiéndose en Astúrias y ocupando á Astorga, sino tambien ense-
ñorearse de las plazas colocadas por su frente. Ofrecíase la primera á su
encuentro Ciudad-Rodrigo, la cual, despues de varios reconocimientos
anteriores, y de haber hecho á su gobernador inútiles intimaciones, em-
bistieron de firme en los últimos dias del mes de Abril.


A la derecha del Agueda, y en paraje elevado, apénas se puede con-
tar á Ciudad-Rodrigo entre las plazas de tercer órden. Circuida de un
muro alto antiguo y de una falsa braga, domínala al norte, y distante
unas 290 toesas, el teso llamado de San Francisco, habiendo entre éste y
la ciudad otro más bajo con nombre del Calvario. Cuéntanse dos arraba-
les: el del Puente, al otro lado del río, y el de San Francisco, bastante ex-
tenso, y el cual, colocado al nordeste, fué protegido con atrincheramien-
tos; se fortalecieron, ademas, en su derredor varios edificios y conventos,
como el de Santo Domingo, y tambien el que se apellida de San Francis-
co. Otro tanto se practicó en el de Santa Cruz, situado al noroeste de la
ciudad, y por la parte del río se levantaron estacadas y se abrieron corta-
duras y pozos de lobo. Despejáronso los aproches de la plaza y se cons-
truyeron algunas otras obras. Se carecia de almacenes y de edificios á
prueba de bomba, por lo que hubo de cargarse la bóveda de la catedral
y depositar allí y en varias bodegas la pólvora, como sitios más resguar-
dados. La poblacion constaba entónces de unos 5.000 habitantes, y as-
cendía la guarnicion á 5.498 hombres, incluso el cuerpo de urbanos. Se
metió tambien en la plaza, con 240 jinetes, D. Julian Sanchez, é hizo el
servicio de salidas. Era gobernador D. Andres Perez de Herrasti, mili-
tar antiguo, de venerable aspecto, honrado y de gran bizarría, natural de
Granada, como Álvarez el de Gerona, y que así como él, habia comenza-
do la carrera de las armas en el cuerpo de guardias españolas.


Confiaban tambien los defensores de Ciudad-Rodrigo en el apoyo
que les daría lord Wellington, cuyo cuartel general estaba en Viseo y
se adelantó despues á Colérico. Su vanguardia, á las Ordenes del gene-
ral Crawfurd, se alojaba entre el Agueda y el Coa, y el 19 de Marzo, en




CONDE DE TORENO


716


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


717


Barba del Puerco, hubo, entre cuatro compañías suyas y unos 600 fran-
ceses que cruzaron el puente de San Felices, un reñido choque, en el
que, si bien sorprendidos al principio los aliados, obligaron, no obstan-
te, en seguida á los enemigos á replegarse á sus puestos. Unióse en Ma-
yo á la vanguardia inglesa la division española de D. Martín de la Carre-
ra, apostada ántes hácia San Martín de Trevejos.


Viniendo sobre Ciudad-Rodrigo, apareciéronse los franceses el 25
de Abril via de Valdecarros, y establecieron sus estancias desde el ce-
rro de Matahijos hasta la Casablanca. Descubriéronse igualmente grue-
sas partidas por el camino de Zamarra, y continuando en acudir hasta
Junio tropas de todos lados, llegáronse á juntar más de 50.000 hombres,
que se componian de los ya nombrados sexto y octavo cuerpos y de una
reserva de caballería, que guiaban el mariscal Ney y los generales Ju-
not y Mont-Brun. El primero habia vuelto de Francia y tomado el mando
de su cuerpo, con la esperanza de ser el jefe de la expedicion de Portu-
gal. Por demas hubiera sido emplear tal enjambre de aguerridos solda-
dos contra la sola y débil plaza de Ciudad-Rodrigo, si no hubiera estado
cerca el ejército anglo-portugues.


Tuvo el sexto cuerpo el inmediato cargo de ceñir la plaza; situóse el
octavo en San Felices y su vecindad; se extendió la caballería por am-
bas orillas del Águeda. Pasóse el mes de Mayo en escaramuzas y cho-
ques, distinguiéndose varios oficiales, y sobre todos D. Julian Sanchez.
Maravillóse de las buenas disposiciones y valor de éste el comandan-
te de la brigada británica Crawfurd, que desde Gallegos habia pasado
á Ciudad-Rodrigo, á conferenciar con el Gobernador. Era el 17 de Ma-
yo, y de vuelta á su campamento escoltaba al inglés Sanchez, cuando se
agolpó contra ellos un grueso trozo de enemigos. Juzgaba Crawfurd pru-
dente retroceder á la plaza; mas D. Julian, conociendo el terreno, disua-
diólo de tal pensamiento, y con impensado arrojo, acometiendo al ene-
migo en vez de aguardarle, le ahuyentó, y llevó salvo á sus cuarteles al
general inglés.


Intimaron el 12 de nuevo los franceses la rendicion, y Herrasti, sin
leer el pliego, contestó que excusaban cansarse, pues ahora no trataria
sano á balazos.


Los enemigos, despues de haber echado dos puentes de comunica-
cion entre ambas orillas y completado sus aprestos, avivaron los trabajos
de sitio al principiar Junio.


El 6 verificaron los cercados una salida, mandada por el valiente ofi-
cial D. Luis Minayo, que causó bastante daño á los franceses, é hicieron




CONDE DE TORENO


716


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


717


hoyos en las huertas llamadas de Samaniego, en donde se escondian sus
tiradores, incomodando con sus fuegos á nuestras avanzadas. Continua-
ron adelantando los franceses sus apostaderos, y á su abrigo, en la noche
del 15 al 16 de Junio abrieron la trinchera que arrancaba en el mencio-
nado teso, y que los enemigos dilataron, aunque á costa de mucha san-
gre, por su derecha y por el frente de la plaza. Cuatrocientos hombres
de las compañías de cazadores y el batallon de voluntarios de Ávila, ca-
pitaneados por el entendido y valeroso oficial D. Antonio Vicente Fer-
nandez, se señalaron en los muchos reencuentros que hubo, sostenidos
siempre por nuestra parte con gloria.


Teniendo ya los enemigos el 22 muy adelantadas sus líneas, y de mo-
do que imposibilitaban el maniobrar de la caballería, resolvióse que D.
Julian Sanchez saliese del recinto con sus lanceros y se uniese á D. Mar-
tín de la Carrera. Ejecutóse la operacion con intrepidez, y el denodado
Sanchez, á la cabeza de los suyos, dirigiéndose á las once de la noche
por la dehesa de Marti-Hernando, forzó tres líneas enemigas con que en-
contró, y matando y atropellando, logró gallardamente su intento.


Acometieron los sitiadores en la noche del 23 el arrabal de San Fran-
cisco, y en especial los conventos de santo Domingo y Santa Clara, pe-
ro fueron rechazados. Lo mismo practicaron en el arrabal del Puente, si
bien tuvieron igual ó semejante suerte. A la verdad no fueron éstos sino
simulados ataques.


Apareció como verdadero el que dieron contra el convento de San-
ta Cruz, situado, segun queda dicho, al noroeste de la plaza. Cercáron-
lo, en efecto, por todos lados, de noche, escalaron las tapias de su frente,
y quemando la puerta principal, se metieron en la iglesia, á cuyas pare-
des aplicaron camisas embreadas. Pensaron en seguida asaltar el cuerpo
del edificio, en donde se alojaba la tropa que guarnecia el puesto, y que
constaba de 100 soldados, á las órdenes de los capitanes D. Ildefonso
Prieto y D. Angel Castellanos. Los defensores repelieron diversas aco-
metidas, y habiendo de antemano y con maña practicado una cortadura
en la escalera de subida, al trepar por ella con esfuerzo los granaderos
franceses, quitaron los nuestros unos tablones que cubrian la trampa, y
cayeron los acometedores precipitados en lo hondo, en donde perecieron
miserablemente, junto con un brioso oficial que los capitaneaba, el sable
en una mano y en la otra una hacha de viento encendida. Duró la pelea
cerca de tres horas, firmes los españoles, aunque rodeados de enemigos
y casi chamuscados con las llamas que consumian la iglesia contigua.
Recelosos los franceses con lo acaecido en la escalera, no osaban pene-




CONDE DE TORENO


718


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


719


trar dentro, y al fin, fatigados de tal porfía, y expuestos tambien al fue-
go continuo de la plaza, se retiraron, dejando el terreno bañado en san-
gre. Honraron á nuestras armas con su defensa las tropas del convento
de Santa Cruz; fué su accion de las más distinguidas de este sitio.


Ocupados hasta ahora los franceses en los ataques exteriores y en
sus preparativos contra la plaza, molestados asimismo y continuamen-
te por los sitiados, y prevenidos á veces en sus tentativas, no habian aún
establecido sus baterías de brecha. Atrasó tambien las operaciones el
haberse retardado la legada de la artillería gruesa, detenida en su viaje á
causa del tiempo, que, lluviosísimo, puso intransitables los caminos.


Por fin, listos ya los franceses, descubrieron el 25 de Junio siete ba-
terías de brecha, coronadas de 46 cañones, morteros y obuses, que con
gran furia empezaron á disparar contra la ciudad balas, bombas y grana-
das. Se extendia la línea enemiga desde el teso de San Francisco hasta
el jardin de Samaniego.


Respondió la plaza con no menor braveza, acudiendo en ayuda de la
tropa el vecindario, sin distincion de clase, edad ni sexo. Entre las mu-
jeres sobresalió una del pueblo, de nombre Lorenza, herida dos veces,
y hasta dos ciegos, guiado uno por un perro fiel que le servia de lazari-
llo, se emplearon en activos y útiles trabajos, y tan joviales siempre y ri-
sueños entre el silbar y granizar de las balas, que gritaban de continuo
en los parajes más peligrosos: «Animo, muchachos; ¡viva Fernando VII!
¡Viva Ciudad-Rodrigo!»


Los enemigos dirigieron el primer dia sus fuegos contra la ciudad pa-
ra aterrarla, y empezaron el 26 á batir en brecha el torreon del Rey, que
del todo quedó derribado en la mañana siguiente. Hiciéronles los espa-
ñoles, por su parte, grande estrago, bien manejada su artillería, cuyo je-
fe era el brigadier D. Francisco Ruiz Gomez.


El 28 intimó de nuevo el mariscal Ney la rendicion á la plaza, y ha-
biendo ya entónces llegado al campo frances el mariscal Massena, que
ántes habia pasado por Madrid á visitar á José, hizose á su nombre dicha
intimación, honorífica, sí, aunque amenazadora. Contestó dignamen-
te Herrasti, diciendo, entre otras cosas: «Despues de cuarenta y nueve
años que llevo de servicios, sé las leyes de la guerra y mis deberes mili-
tares..... Ciudad-Rodrigo no se halla en estado de capitular.»


Sin embargo, imaginándose el oficial parlamentario que parte de la
confianza del Gobernador pendia de la esperanza de que le socorrie-
se lord Wellington, propúsole entónces de palabra despachar á los rea-
les ingleses un correo, por cuyo medio se cerciorase de cuál era el inten-




CONDE DE TORENO


718


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


719


to del general aliado. Convino Herrasti, mas Ney, sin cumplir lo ofrecido
por su parlamentario, renovó el fuego y adelantó sus trabajos hasta 60
toesas de la plaza.


Descontento el mariscal Massena con el modo adoptado para el ata-
que, mejoróle y trazó dos ramales nuevos hácia el glácis y enfrente de
la poterna del Rey, rematándolos en la contraescarpa del foso de la fal-
sabraga. Desde allí socavaron sus soldados unas minas para volar el te-
rreno y dar proporcion más acomodada al pié de la brecha. Contuvié-
ronlos algun tanto los nuestros, y los ingenieros, bien dirigidos por el
teniente coronel D. Nicolas Verdejo, abrieron una zanja y practicaron
otros oportunos trabajos, contrarestando al mismo tiempo la plaza con
todo género de proyectiles los esfuerzos de los enemigos.


En el intermedio, en vano éstos habian acometido repetidas veces el
arrabal de San Francisco. Constantemente rechazados, sólo lo ocuparon
el 3 de Julio, en que los nuestros, para reforzar los costados de la brecha,
lo habian ya evacuado, excepto el convento de Santo Domingo.


El Gobernador, siempre diligente, velaba por todas partes, y el 5 ideó
una salida, á cargo de los capitanes D. Miguel Guzman y D. José Roble-
do, cuyas resultas fueron gloriosas. Empezaron los nuestros su acometi-
da por el arrabal del Puente, y despues, corriéndose al de San Francisco
por la derecha del Convento de Santo Domingo, sorprendieron á los ene-
migos, les mataron gente y destruyeron muchos de sus trabajos.


Con esto, enardecidos los españoles, cada dia se empeñaban más en
la defensa. Sustentábalos tambien todavía la esperanza de que viniese
á su socorro el ejército inglés, no pudiendo comprender que los jefes de
éste, tan numeroso y tan inmediato, dejasen á sangre fria caer en poder
de los franceses plaza que se sostenia con tan honroso denuedo. Salió,
no obstante, fallida su cuenta.


Las baterías enemigas crecieron grandemente, y el 8 algunas de ellas
enfilaban ya nuestras obras. La brecha abierta en la falsa braga y en la
muralla alta de la plaza ensanchóse hasta 20 toesas, con lo que, y noti-
cioso el Gobernador de que los ingleses, en vez de aproximarse, se aleja-
ban, resolvió el 10 capitular, de acuerdo con todas las autoridades.


A la sazon preparábanse los enemigos á dar el asalto, y tres de sus
soldados arrojadamente se habian ya encaramado para tantear la bre-
cha. Enarbolada por los nuestros bandera blanca, salió de la plaza un
oficial parlamentario, quien, encontrándose con el mariscal Ney, volvió
luégo con encargo de éste de que se presentase el Gobernador en perso-
na, para tratar de la capitulacion. Condescendió en ello Herrasti, y Ney,




CONDE DE TORENO


720


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


721


recibiéndole bien y elogiándole por su defensa, añadió que era excusado
extender por escrito la capitulacion, pues desde luégo la concedia ám-
plia y honorífica, quedando la guarnicion prisionera de guerra.


El mariscal Ney dió su palabra en fe de que se cumpliria lo pactado,
y segun la noticia de que del sitio escribió el mismo Herrasti, llevóse á
efecto con puntualidad. Fueron, sin embargo, tratados rigorosamente los
individuos de la Junta, porque, encarcelados con ignominia y llevados á
pié á Salamanca, trasladáronlos despues á Francia.


En este asedio quedaron de los españoles fuera de combate 1.400
soldados; del pueblo, unos 100. Perdieron, por lo ménos, 3.000 los fran-
ceses. Massena encomió la defensa, pintándola como de las más porfia-
das. «No hay idea (decia en su relacion) del estado á que está reducida
la plaza de Ciudad-Rodrigo; todo yace por tierra y destruido; ni una so-
la casa ha quedado intacta.»


Enojó á los españoles el que el ejército inglés no socorriese la pla-
za. Lord Wellington había venido allí desde el Guadiana, dispuesto y
áun como comprometido á obligar á los franceses á levantar el sitio. No
podia, en este caso, alegarse la habitual disculpa de que los españoles
no se defendian, ó de que estorbaban con sus desvaríos los planes bien
meditados de sus aliados. El Marqués de la Romana pasó de Badajoz al
cuartel general de lord Wellington, y unió sus ruegos á los de los mora-
dores y autoridades de Ciudad-Rodrigo, á los del gobierno español, y
áun á los de algunos ingleses. Nada bastó. Wellington, resuelto á no mo-
verse, permaneció en su porfía. Los franceses, aprovechándose de la co-
yuntura, procuraron sembrar zizaña, y el Monitor decía: «Los clamores
de los habitantes de Ciudad-Rodrigo se oían en el campo de los ingleses,
seis leguas distante; pero éstos se mantuvieron sordos.»


Si nosotros imitásemos el ejemplo de ciertos historiadores británi-
cos, abríasenos ahora ancho campo para corresponder debidamente á
las injustas recriminaciones que con largueza y pasion derraman sobre
las operaciones militares de los españoles. Pero, más imparciales que
ellos, y no tomando otra guía sino la de la verdad, asentarémos, al con-
trario, prescindiendo de la vulgar opinion, que lord Wellington proce-
dió entónces como prudente capitan, si para que se levantase el sitio era
necesario aventurar una batalla. Sus fuerzas no eran superiores á las de
los franceses, carecian sus soldados de la movilidad y presteza conve-
nientes para maniobrar al raso y fuera de posiciones, no teniendo tam-
poco todavía los portugueses aquella disciplina y costumbre de pelear
que da confianza en el propio valor. Ganar una batalla pudiera haber sal-




CONDE DE TORENO


720


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


721


vado á Ciudad-Rodrigo, pero no decidia del éxito de la guerra; perderla
destruia del todo el ejército inglés, facilitaba á los enemigos el avanzar
á Lisboa, y dábase á la causa española un terrible, ya que no un mortal
golpe. Con todo, la voz pública atronó con sus quejas los oidos del Go-
bierno, calificando, por lo ménos, de tibia indiferencia la conducta de
los ingleses. Don Martin de la Carrera, participando del comun enfado,
se separó, al rendirse CiudadRodrigo, del ejército aliado, y se unió al
Marqués de la Romana.


Envió en seguida el mariscal Massena algunas fuerzas que arrojasen
allende las montañas al general Mahy, que había avanzado y estrecha-
ba á Astorga. Retiróse el español, y el general U. Croix atacó en Alcañi-
ces á Echevarría, que de intendente se habla convertido en partidario, y
tenido ya anteriormente reencuentros con los franceses. Defendióse di-
cho Echevarría en el pueblo con tenacidad y de casa en casa. Arrojado,
en fin, perdió en su retirada bastante gente, que le acuchilló la caballe-
ría enemiga.


Por entónces quisieron tambien los franceses apoderarse de la Pue-
bla de Sanabria, que ocupaba, con alguna tropa, D. Francisco Taboada
y Gil. Aquella villa, sólo rodeada de muros de corto espesor, y guarne-
cida de un castillo poco fuerte, ya vimos cómo la entraron sin tropiezo
los franceses al retirarse de Galicia, habiéndola despues evacuado. Su
conquista no les fué ahora más difícil. Taboada la desamparó, de acuer-
do con el general Silveira, que mandaba en Braganza. Enseñoreóse, por
tanto, de ella el general Serras, y creyendo ya segura su posesion, se re-
tiró con la mayor parte de su gente, y sólo dejó dentro una corta guarni-
cion.


Enterados de su ausencia los generales portugues y español, revol-
vieron sobre la Puebla de Sanabria el 3 de Agosto, y despues de algu-
nas refriegas y acometidas, la recuperaron en la noche del 9 al 10. Cayó
prisionera la guarnicion, compuesta de suizos, á los que se les prometió
embarcarlos en la Coruña, bajo condicion de que no volverian á tomar
las armas contra los aliados.


En breve tornó, y de priesa, en auxilio de la plaza el general Serras,
con 6.000 hombres. A su llegada estaba ya rendida, pero Taboada y Sil-
veira juzgaron prudente abandonarla, no teniendo bastantes fuerzas pa-
ra resistir á las superiores de los enemigos. Lleváronse los prisioneros,
y Serras de nuevo se posesionó de la villa y su castillo, cuya anterior to-
ma, con la pérdida de los suizos, le costaba más de lo que militarmen-
te valia.




CONDE DE TORENO


722


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


723


Comenzó, entre tanto, el mariscal Massena la invasion de Portugal.
Pasarémos á hablar, aunque con rapidez, de acontecimiento de tanta im-
portancia, refiriendo ántes los preparativos y medios de defensa que allí
había, como tambien de la situacion de aquel reino.


Despues de la evacuacion que en el año pasado de 1809 efectuó el
mariscal Soult de las provincias septentrionales de Portugal, puede ase-
verarse que ni esta nacion ni su ejército habian tomado parte activa ó di-
recta en la lucha peninsular. Achacaron algunos la culpa á la flojedad
del gobierno de Lisboa, y muchos al influjo que ejercia la Inglaterra, cu-
yo gabinete acabó por ser árbitro de la suerte de aquel país, no convi-
niendo á la política británica, segun se creia, el que se estableciese ín-
tima union entro Portugal y España. Hubo de los gobernadores del reino
(nombre que se daba á los individuos de la regencia portuguesa) quien
se disgustó de tal predominio, y así se verificaron por este tiempo mu-
danzas en las personas que componian aquella corporacion. El Marqués
de las Minas se retiró, y se agregaron á los que quedaban otros gober-
nadores, de los que fué el más notable y principal Sousa, hermano de
los embajadores portugueses residentes en el Brasil y en Lóndres. Poco
despues, en Setiembre, entró tambien en la Regencia sir Cárlos Stuart,
á la sazon embajador de Inglaterra en Lisboa. Del ejército, ademas del
mando inmediato dado á Beresford, disponía en jefe, como mariscal ge-
neral de Portugal, lord Wellington, independiente del Gobierno, y abso-
luto en todo lo relativo á la fuerza combinada anglo-portuguesa, de cual-
quiera clase que fuese. Igualmente se confirió la direccion suprema de
la marina al almirante inglés Berkeley. En fin, el gabinete del Brasil, ó
por mejor decir, las circunstancias, arreglaron de modo la administra-
cion pública de Portugal, que, conforme á la expresion de un historiador
inglés, en esta parte nada sospechoso, aquel reino (1) «fué reducido á la
condicion de un estado feudatario.»


Por lo mismo, no con mayor resignacion que el Marqués de las Mi-
nas, se sometian algunos de los otros gobernadores del reino, áun de los
nuevos, á la intervencion extraña. Las reyertas eran frecuentes y vivas,
echando los ingleses en cara al gobierno de Lisboa que, en vez de remo-
ver obstáculos, los aumentaba, entorpeciendo la ejecucion de medidas
las más cumplideras. Pero tales quejas partian, á veces, de apasionada
irreflexion, pues si bien ciertas resoluciones de los comandantes britá-


(1) Portugal was reduced to the condition of a vassal state. (History of the war in te pe-
ninsula, by W. F. P. Napier, vol. III, pág. 372.)




CONDE DE TORENO


722


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


723


nicos solian ser eficaces para el éxito final de la buena causa, producian
por el momento incalculables males, poco sentidos por extranjeros, que
sólo miraban los campos lusitanos como teatro de guerra, y desoían los
clamores de un país que no era su patria.


Lord Wellington, para hacer frente á tantas dificultades, y no abru-
mado con la grave carga que pesaba sobre sus hombros, desplegó
asombrosa firmeza y se mostró invariable en sus determinaciones. Mi-
nistróle gran sostenimiento la suprema autoridad de que estaba pro-
veido, y los socorros y dinero que la Inglaterra profusamente derrama-
ba en Portugal.


De antemano habia lord Wellington meditado un plan de defensa y
elevádole al conocimiento del gobierno británico, despues de examinar
detenidamente los medios económicos y militares que para ello deberian
emplearse. Extendió su dictámen en un oficio dirigido á lord Liverpool,
obra maestra de prevision y maduro juicio. El gabinete inglés, descora-
zonado con la paz de Austria y el desastrado remate de la expedicion de
Walcheren, habia vacilado en si continuaría ó no protegiendo con es-
fuerzo la causa peninsular; pero arrastrado de las razones de Wellington,
apoyadas con elocuencia y saber por su hermano, el Marqués de Welles-
ley, miembro ahora de dicho gabinete, accedió al fin á las propuestas del
general británico. Segun ellas, debiendo aumentarse el ejército anglo-
portugues, tenian que ser mayores los gastos y que concederse nuevos
subsidios al gobierno de Lisboa.


Aprobado, pues, en Lóndres el plan de Wellington, en breve con-
tó éste con una fuerza armada bastante numerosa. Habia en la Penínsu-
la, no incluyendo los de Gibraltar, cerca de 40.000 ingleses, y dejando
aparte los enfermos y los cuerpos que contribuian á guarnecer á Cádiz,
quedábanle por lo ménos al general británico de 26 á 27.000 hombres
de su nacion. Dividíase la gente portuguesa en reglada, de milicias y en
ordenanzas, las últimas mal pertrechadas y compuestas de paisanaje.
Los estados que de toda la fuerza se formaron tuviéronse por muy exa-
gerados, y segun un cómputo prudente, no pasaba la milicia arriba de
26.000 hombres, y el ejército de 30.000. No es fácil enumerar con pun-
tualidad la fuerza real de las ordenanzas. Por manera que casi al comen-
zarse la campaña hallábanse ya bajo el mando de lord Wellington unos
80.000 hombres, bien mantenidos, armados y dispuestos, con los que,
apoyados por las ordenanzas, ó sea la poblacion, debia defenderse el rei-
no de Portugal.


El subsidio con que á éste acudia la Gran Bretaña llegó á ascender




CONDE DE TORENO


724


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


725


por año á cerca de un millon de libras esterlinas. Rayaba el costo del
ejército puramente británico en la suma de 1.800.000 libras de la misma
moneda, 500.000 más de las que hubiera consumido en su propio país.
Encarecióse sobremanera el enganche de soldados, no permitiendo las
leyes inglesas en el reemplazo de las tropas de tierra conscripciones for-
zadas. Se pagaban 11 guineas de premio por cada hombre que pasase de
la milicia á la línea, y 10 por los que se alistasen en la primera.


Lord Wellington, colocado ya en el valle de Mondego, ó ya avanzan-
do hácia la frontera de España, estaba como en el centro de la defensa,
formando las alas la milicia y ordenanzas portuguesas. Todo el territo-
rio hasta cerca de Coimbra, por donde se pensaba habla de invadir Mas-
sena, fué destruido. Arruináronse los molinos, rompiéronse los puentes,
quitáronse las barcas, devastáronse los campos, y obligando á los habi-
tantes á que levantasen sus casas y llevasen sus haberes, se ordenó que
la poblacien entera, del modo que pudiese, hostigase al enemigo por los
costados y espalda y le cortase los víveres, miéntras que el ejército alia-
do por su frente le traía á estancias en que fuese probable batallar con
ventaja.


De aquéllas se contaban á retaguardia de los anglo-portugueses vá-
rias que eran muy favorables, sobrepujando á todas las que se conocie-
ron despues con el nombre de líneas de Torres-Vedras. Fortaleciéron-
se éstas cuidadosamente, proviniendo la primera idea de mantenerlas y
asegurarlas de planos que de todos sus puestos mandó levantar en 1799
el general sir Cárlos Stuart (padre del Stuart por este tiempo embajador
en Lisboa), trabajo que ya entónces se hizo con el objeto de cubrir la ca-
pital de Portugal de una invasion francesa. Wellington desde muy tem-
prano concibió el designio de realizar pensamiento tan provechoso.


Dos fueron las principales líneas que se fortificaron. Partia la pri-
mera de Alhandra, orillas del Tajo, y corria por espacio de siete leguas,
siguiendo la conformacion sinuosa de las montañas hasta el mar y em-
bocadero del Sizandro, no léjos de Torres-Vedras. La segunda, que era
la más fuerte y que distaba de la primera de dos á tres leguas, segun la
irregularidad del terreno, arrancaba de Quintela, y dilatándose cosa de
seis leguas, remataba en el paraje en donde desagua el río llamado San
Lorenzo. Habia ademas, pasado Lisboa, al desembocar del Tajo, otra ter-
cera línea, en cuyo recinto quedaba encerrado el castillo de San Julian,
no teniendo la última más objeto que el de favorecer, en caso de nece-
sidad, el embarco de los ingleses. Contábanse en tan formidables líneas
ciento cincuenta fuertes y unos 600 cañones. Se habian construido las




CONDE DE TORENO


724


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


725


obras bajo la direccion del teniente coronel de ingenieros Fletcher, á
quien auxilió el capitan Chapman.


Puso lord Wellington particular ahinco en que se fortificasen estas li-
neas cumplida y prontamente, pues como decia al digno oficial D. Mi-
guel de Alava, comisionado por el gobierno español cerca de su persona,
no ha podido cabernos mayor fortuna que el haber asegurado el punto
de la isla gaditana y este de Torres-Yedras, inexpugnables ambos, y en
los que, estrellándose los esfuerzos del enemigo, darémos lugar á otros
acontecimientos, y nos prepararémos con nuevos bríos á ulteriores y más
brillantes empresas.»


Los franceses, por su parte, habian preparado grandes fuerzas para
que no se les malograse la expedicion de Portugal. El mariscal Masse-
na, no sólo tenia á su disposicion los tres cuerpos indicados y la caballe-
ría de Mont-Brun, sino que, comprendiéndose igualmente en su mando
las provincias de Castilla la Vieja y las Vascongadas, el reino de Leon y
Astúrias, de su arbitrio pendia sacar de allí las fuerzas que hubiese dis-
ponibles. Ademas se alojaba entre Zamora y Benavente, á las ordenes
del general Serras, una columna móvil, de 8.000 hombres, que amena-
zaba á Tras-los-Montes, y en Agosto entró en España un noveno cuerpo
de ejército de 20.000 hombres, formado en Bayona y regido por el gene-
ral Drouet; á mayor abundamiento, en la misma ciudad se juntaba otro,
al cargo del general Caffarelli. No eran inútiles semejantes precauciones
si querian los enemigos conservar firme su base y evitar el que se inte-
rrumpiesen las comunicaciones por las partidas españolas.


Así fué que el mariscal Massena, próximo á entrar en Portugal, dió
en Ciudad-Rodrigo una proclama á los habitadores de aquel reino, ex-
presando que se hallaba á la cabeza de 110.000 hombres. Asercion no
jactanciosa si se cuentan todos los cuerpos y divisiones que estaban ba-
jo su obediencia y que se extendian por España desde la frontera lusita-
na hasta la de Francia.


Hubo ya escaramuzas en los primeros días de Julio entre ingleses y
franceses. Aquéllos volaron y acabaron de arruinar el 21 del mismo mes
el fuerte de la Concepcion, en la raya perteneciente á España, y bien
fortificado ántes de 1808, pero que al principiarse en dicho año la insu-
rreccion se vió abandonado por los españoles y destruido en parte por
los franceses.


Crawfurd, general de la vanguardia inglesa, se colocó entónces á la
márgen derecha del Coa, y sin tener la aprobacion de lord Wellington,
decidióse el 24 á trabar pelea con los franceses, llevado quizá del de-




CONDE DE TORENO


726


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


727


seo de cubrir á Almeida, bajo cuyos cañones apoyaba en izquierda. Con-
sistia la fuerza de Crawfurd en 4.000 infantes y 1.100 caballos, situados
en una línea que se extendia por espacio de media legua; formacion al-
go semejable á las desadvertidas del general Cuesta. Vino sobre los in-
gleses el mariscal Ney, acompañado de su cuerpo de ejército, y por con-
siguiente muy superior á aquéllos en número. Y si bien los batallones
de la vanguardia aliada y los individuos combatieron por separado va-
lerosamente, maniobróse mal en la totalidad, y los movimientos no fue-
ron más atinados que lo habia sido la colocacion de las tropas. Los fran-
ceses rompieron las filas inglesas, obligando á sus soldados á pasar el
Coa. Sirvió á éstos para no ser del todo deshechos y atropellados por los
jinetes enemigos lo desigual del terreno y los viñedos, y tambien el ha-
berse negado á evolucionar oportunamente, con la caballería, el general
Mont-Brun, disculpándose con no tener órden del general en jefe, maris-
cal Massena. Hallaron así los ingleses hueco para cruzar el puente, cuyo
paso, defendido con grande aliento, detuvo al frances en su marcha. Per-
dió Crawfurd cerca de 400 hombres; bastantes Ney por el empeño que
puso, aunque inútil, en ganar el puente.


Tal contratiempo, en vez de coadyuvar á la defensa de Almeida, no
podía ménos de perjudicarla. Los franceses, en efecto, intimaron lué-
go la rendicion; mas no por eso obraron con su acostumbrada presteza,
pues hasta el 15 de Agosto en la noche no abrieron trinchera.


Parecia natural que Almeida, plaza bajo todos respectos preeminen-
te á Ciudad-Rodrigo, imitase tan glorioso ejemplo, prolongando áun por
tiempo más largo la resistencia. Los antiguos muros se hallaban mu-
cho ántes de la actual guerra mejorados, conforme al sistema moderno
de fortificacion, con foso, camino cubierto, seis baluartes, seis rebelli-
nes y un caballero, que dominaba la campiña. Había tambien almacenes
á prueba de bomba. Estaba ahora la plaza municionada muy bien y sus
obras más perfeccionadas. Guarnecíanla 4.000 hombres, y mandaba en
ella el coronel inglés Cox.


Rompieron los franceses el 26 horroroso fuego, y á poco ardieron
muchas casas. Al anochecer del mismo día tres almacenes, los más prin-
cipales, encerrados en un castillo antiguo, situado en medio de la ciu-
dad, se volaron con pasmoso estrépito y causaron deplorable ruina. Por
unas partes resquebrajáronse los muros, por otras se aportillaron; los ca-
ñones casi todos fueron ó desmontados ó arrojados al foso; perecieron
500 personas, hubo heridas muchas otras, y apénas quedaron seis ca-
sas en pié. Tal espectáculo ofreció Almeida en la mañana del 27. No fal-




CONDE DE TORENO


726


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


727


tó quien atribuyese á traicion semejante desdicha; los bien informados,
á casualidad 6 descuido.


Sin tardanza repitieron los franceses la intimacion de rendirse. El
gobernador Cox, aunque ya miraba imposible la defensa, queria alar-
garla dos ó tres dias, esperando que el ejército aliado acudiese en soco-
rro de la plaza; pero obligóle á capitular un alboroto, agavillado por el
teniente de rey Bernardo de Costa. Presúmese que en él influyeron los
portugueses adictos al frances y que estaban en su campo. El teniente de
rey fué en adelante arcabuceado, si bien no resultó claramente que lle-
vase tratos con el enemigo.


De resultas, la Regencia de Portugal tambien declaró traidores á va-
rios individuos que seguian el bando francés. Entre ellos sonaban los
nombres de los marqueses de Alorna y de Loulé, del Conde de Ega, de
Gomez Freire de Andrade, y otros de cuenta. Se prendió asimismo en
Lisboa á muchas, personas so pretexto de conspiracion, sin pruebas ni
acusacion fundada. Enviáronlas después unas á Inglaterra, otras á las
Azores. Dieron ocasion á tan vituperable demasía livianos motivos y pri-
vadas venganzas. Extrañóse que lord Wellington, y particularmente el
embajador Stuart, miembro de la Regencia y de poderoso influjo, no es-
torbasen procedimientos en que por lo ménos pudiera achacárseles cier-
ta connivencia, como sucedió. Pero la Regencia de Lisboa, tomando la
defensa de ambos, manifestó no haber tenido parte ninguno de ellos en
aquella ocurrencia.


Miéntras tanto, la caida de Almeida, el contratiempo de Crawfurd,
y la idea agigantada que entónces tenian los ingleses del ejército fran-
ces, causaban en el británico grande descaecimiento. Las cartas de los
oficiales á sus amigos en Inglaterra no estaban más animosas, y su mis-
mo gobierno se mostraba casi desesperanzado del buen éxito de la lucha
peninsular. Así fué que no obstante haber accedido á los planes de lord
Wellington, indicábase á éste en particulares instrucciones que S. M. B.
veria con gusto la retirada de su ejército, más bien que el que corriese
el menor peligro por cualquiera dilacion en su embarco. Otro general de
ménos temple que lord Wellington, y ménos confiado en los medios que
le asistian, hubiera quizá vacilado acerca del rumbo que convenía to-
mar, y dado un nuevo ejemplo de escandalosa retirada. Mas Wellington
mantúvose firme, á pesar de que la repentina é inesperada pérdida de
Almeida aceleraba las operaciones del enemigo.


Acaecida tamaña desgracia, se replegó el general inglés á la izquier-
da del Mondego, estableció en Gouvea sus reales, colocó detras de Ce-




CONDE DE TORENO


728


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


729


lórico los infantes, y en este mismo pueblo la caballería. Massena, te-
niendo dificultades en acopiar víveres á causa de las partidas españolas
y de la mala voluntad de los pueblos, retardó la invasion, y áun dudaba
poderla realizar tan pronto. Dos meses eran corridos despues de la to-
ma de Ciudad-Rodrigo. Almeida apénas había ofrecido resistencia, y el
ejército francés áun permanecia á la derecha del Coa. Tanto ayudaba á
los aliados la constante enemistad que conservaban los habitantes á los
invasores.


Napoleon, que no palpaba de cerca, como sus generales, los obstácu-
los del país, maravillábase de la dilacion, mayormente siendo superior
en número al anglo-portugues el ejército de los franceses. Así se lo ma-
nifestaba á Massena en instrucciones que le expidió en Setiembre; pero
ántes de recibir éstas, ya aquel mariscal se habia puesto en marcha.


Fué su primer plan, aseguradas las plazas de Ciudad-Rodrigo y Al-
meida, moverse por ambas orillas del Tajo. Pero despues, contando
con que las tropas francesas de Extremadura y Andalucía amenazarian
por el Alentejo, y no creyéndose con bastante fuerza para dividir és-
ta, limitó sus miras á su solo frente, y determinó obrar por uno de los
tres principales caminos que por allí se le ofrecian, de Belmonte, Ce-
lórico y Viseo.


Wellington, conservando en Gouvea sus cuarteles, extendia los pues-
tos avanzados de su ejército, comprendiendo las fuerzas de Hill, y otras
sobre la derecha, desde el lado de Almeida, por la sierra de Estrella, á
Guarda y Castello-Branco; en caso de ataque del enemigo, debian todas
las divisiones replegarse concéntricamente hácia las líneas. El inconve-
niente de esta posicion consistia en lo dilatado de ella, pudiendo el ene-
migo, al paso que amagase á Celórico, interponerse por Belmonte entre
lord Wellington y el general Hill, á quienes separaba gran distancia. El
último, siguiendo paralelamente, conforme indicamos, los movimientos
del frances Reynier, habia llegado á Castello-Branco el 21 de Julio. Dejó
aquí una guardia avanzada, y obedeciendo las órdenes de lord Welling-
ton, que le habia reforzado con caballería, se acampó con 16.000 hom-
bres y 18 cañones en Sarcedas. Para prevenir el que los franceses so in-
terpusiesen, se rompió de Covilhá arriba el camino, ejecutáronse otros
trabajos de defensa, se apostó en Fundao una brigada portuguesa, y co-
locóse entre dos posiciones, que se atrincheraron detras del Cázere, rio
tributario del Tajo, y junto al Alba, que lo es del Mondego, una reserva
formada en Tomar, y compuesta de 8.000 portugueses y 2.000 ingleses,
bajo el mando del general Leith.




CONDE DE TORENO


728


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


729


El cuerpo principal del ejército de Wellington podía, desde Celórico,
tomar para su retirada, ó el camino que va á la sierra de Murcela, ó el de
Viseo. El primero corre por espacio de quince leguas lo largo de un des-
filadero entre el rio Mondego y la sierra de Estrella, teniendo al extre-
mo la de Murcela, que circunda el Alba. De allí un camino que lleva á
Espinhal facilitaba las comunicaciones con Hill y Leith, y un ramal su-
yo las de Coimbra. La otra ruta insinuada, la de Viseo, es de las peores
de Portugal, interrumpida por el Cria y otras corrientes, y tambien estre-
chada entre el Mondego y la sierra de Caramula, que se une por medio
de un país montuoso á la de Busaco, límite, por decirlo así, del valle, y
que hace frente á la de Murcela, pasando entre las faldas de ambas sie-
rras el mencionado Mondego. La decision de Wellington pendia del par-
tido que tomasen los franceses.


Massena no conocia á fondo el terreno, y tomando consejo de los por-
tugueses que habia en su campo, á quienes suponia enterados, resolvió
dirigirse á Viseo, y de allí á Coimbra, habiéndosele pintado aquella ruta
como fácil y sin particulares obstáculos. En consecuencia, reconcentró
el 16 de Setiembre los tres cuerpos de ejército que mandaba: el de Ney y
la caballería pesada en Mazal de Chao, el de Junot en Pinhel, y el de Re-
ynier en Guarda. Hizo distribuir á los soldados pan para trece dias, pen-
sando caminar aceleradamente, y deseando anticiparse á Wellington en
su marcha. Massena, colocando así su ejército, amenazaba los tres cami-
nos indicados de Celórico, Belmonte y Viseo, y dejaba en duda el verda-
dero punto de su acometida. Reynier había hecho, desde su retirada de
Extremadura, varios movimientos, ya dando indicios de dirigirse á Cas-
tello-Branco, ya adelantándose hasta Sabugal, ya retrocediendo á Zarza
la Mayor. Por fin se incorporó, segun acabamos de ver, á los otros cuer-
pos de Massena.


De éstos, el segundo y sexto, unidos con la caballería de Mont-Brun,
cayeron en breve sobre Celórico, replegándose los puestos de los alia-
dos á Cortizá. Wellington entónces comenzó su retirada por la izquier-
da de Mondego sobre Alba, y el 17 notó que los dos mencionados cuer-
pos franceses se dirigian á Viseo por Fornos; quedaba el octavo de Junot
hácia Trancoso, en observacion de 10.000 hombres de milicia, al mando
del coronel Trant y de los jefes Miller y Juan Wilson, recogidos del nor-
te de Portugal, y que se pusieron á las órdenes del general Bacellar para
molestar el flanco derecho y la retaguardia del enemigo.


Entraron en Viseo las avanzadas francesas el 18. La ciudad esta-
ba desierta. Wellington sin demora hizo cruzar de la márgen izquierda




CONDE DE TORENO


730


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


731


del Mondego á la opuesta la brigada portuguesa que mandaba Pack, y la
apostó más allá del Criz, rotos sus puentes. En seguida empezó tambien
el ejército aliado á pasar el Mondego por Pena-Cova, Olivares y otras
partes: colocóse la division ligera de Crawfurd en Mortagao para soste-
ner á Pack, la tercera y cuarta, del mando de Picton y Cole, entre la sie-
rra de Busaco y aquel pueblo, situándose al frente del mismo, en un lla-
no, la caballería. Pasó al otro lado de la citada sierra la primera division,
regida por Spencer, y se dirigió á Meallada con la mira de observar el ca-
mino de Oporto á Coimbra, pues todavía se dudaba si Massena procu-
raria desde Viseo salir hácia aquella ruta, ó continuar lo largo de la de-
recha del Mondego. Por igual motivo el coronel Trant, con parte de la
milicia, debia marchar por San Pedro de Sul á Sardao, y juntarse al ge-
neral Spencer. En tanto el general Leith llegaba al Alba, y siguióle de
cerca Hill, quien, sabiendo que Reynier se habia juntado á Massena, se
anticipó afortunadamente, sin que hubiese todavía recibido órdenes de
Wellington, y vino á incorporarse al ejército aliado.


El grueso del de los franceses llegó á Viseo el 20; pero su artillería y
equipajes se detuvieron por los tropiezos del camino y por una embes-
tida del coronel Trant. Atacólos este caudillo el mismo 20 en Tojal, vi-
niendo de Moimenta da Beira, con algunos caballos y 2.000 hombres de
milicia. Cogióles 100 prisioneros, algun bagaje, y su triunfo hubiera sido
más completo si la gente que mandaba hubiera sido ménos novicia. Sin
embargo, tan inesperado movimiento desasosegó á los franceses, cuya
artillería, equipajes y gran parte de la caballería no llegó á Viseo hasta
el 22, lo cual hizo perder á Massena dos días, y no desaprovechó á We-
llington, á quien hubiera podido andar el tiempo escaso.


Parecia ahora que este general, prosiguiendo en su propósito de no
aventurar batallas, no se detendria en donde estaba, sino que cerciora-
do de que los franceses iban adelante, se replegaria para aproximarse á
las líneas. Suposicion ésta tanto más fundada, cuanto no habiendo que-
rido empeñar accion para salvar dos plazas, no era regular lo hiciese en
la actual ocasion, en que no concurria motivo tan poderoso. Mas no su-
cedió así. Presúmese que varió de parecer á causa de los clamores que
contra los ingleses se levantaron en Portugal, viendo que dejaban el país
á merced del enemigo.


Wellington determinó, pues, hacer alto en la sierra de Busaco, y dis-
poner su gente en nuevas y acomodadas posiciones; corren aquellos
montes por espacio de dos leguas, cayendo por un lado rápidamente, se-
gun hemos apuntado, sobre la derecha del Mondego, y enlazándose por




CONDE DE TORENO


730


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


731


el opuesto con la sierra de Caramula. Tres caminos llevan á Coimbra:
uno cruza lo más alto, y allí se levanta un convento, célebre en Portugal,
de Carmelitas descalzos, en donde lord Wellington estableció el cuartel
general, y aquella morada, ántes silenciosa y pacífíca, convirtióse aho-
ra en estrepitoso alojamiento de gente de guerra. De los otros dos cami-
nos, uno venia de San Antonio de Cantaro, y el otro seguia el Mondego
á Pena-Coya. A traves del último se colocó el cuerpo de Hill, que lle-
gó el 26; á su izquierda Leith. Seguia la tercera division, y entre ésta y
el convento formaba la primera. La cuarta se puso en el extremo opues-
to para cubrir un paso que conduce á Meallada, en cuyo llano se apostó
la caballería, quedando sólo en las cumbres un regimiento de esta arma.
La brigada de Pack se alojaba delante de la primera division, á la mitad
de la bajada del lado de los franceses; tambien se situó descendiendo,
y enfrente del convento, la vanguardia de Crawfurd con algunos jinetes.
Había en ciertos parajes, á retaguardia de la línea, portugueses que sos-
tenian el cuerpo de batalla. Hallóse Wellington con toda su fuerza prin-
cipal reunida, en número de unos 50.000 hombres.


Túvose á dicha que los franceses se hubiesen parado hasta el dia 27,
pues á haber acelerado su marcha y acometido treinta y seis horas ántes,
conforme se asegura queria Ney, la suerte del ejército aliado hubiera po-
dido ser muy otra, reinando alguna confusion en sus movimientos. Leith
pasaba el Mondego, Hill todavía no habia llegado, y apénas estaban en
línea 25.000 hombres.


El mariscal Massena, despues de algunas dudas, se resolvió á em-
bestir la sierra el 27 al amanecer. Tenían sus soldados, para llegar á la
cima, que trepar por una subida empinada y escabrosa, cuya desigual-
dad, sin embargo, los favorecia, escudando hasta cierto punto sus per-
sonas. El mariscal Ney se enderezó al convento, y Reynier del otro la-
do, por San Antonio de Cantaro. Junot se quedó en el centro y de respeto
con la caballería y artillería.


Las tropas de Reynier acometieron con tal ímpetu, que se encarama-
ron en la cima, y por un rato se enseñorearon de un punto de la línea de
los aliados, arrollando parte de la tercera division, que mandaba Picton.
Pero acudiendo el resto de ella, y tambien el general Leith, por el flanco,
con una brigada, fueron los enemigos desalojados, y cayeron con gran
matanza la montaña abajo.


Ni áun tan afortunado logró ser por el otro punto el mariscal Ney.
Dueño, desde el principio de la accion, de una aldea que amparaba sus
movimientos, comenzó á subir la sierra por la derecha, encubierto con lo




CONDE DE TORENO


732


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


733


ágrio y desigual del terreno. El general Crawfurd, que se hallaba allí, to-
mó en esta ocasion atinadas disposiciones. Dejó acercarse al enemigo, y
á poca distancia rompió contra sus filas vivísimo fuego, cargándole des-
pues á la bayoneta por el frente y los costados. Precipitáronse los france-
ses por aquellas hondonadas, perdieron mucha gente y quedó prisionero
el general Simon. Ganaron despues los ingleses á viva fuerza el pueble-
cito que habian al principio ocupado sus contrarios. Lo recio de la pelea
duró poco; el enemigo no insistió en su ataque, y se pasó lo que resta-
ba del dia en escaramuzas y tiroteos. Perdieron los franceses unos 4.000
hombres, murió el general Graindorge, y fueron heridos Foy y Merle. De
los aliados perecieron 1.300, ménos que de los otros, á causa de su di-
versa y respectiva posicion.


Convencido el mariscal Massena do las dificultades con que se tro-
pezaba para apoderarse de la sierra por el frente, trató de salvarla po-
niéndose en franquia por la derecha, y obligando de este modo á los in-
gleses á abandonar aquellas cumbres, ya que no pudiese sorprenderlos
por el flanco y escarmentarlos. Lo difícil era encontrar un paso, mas al
fin consiguió averiguar de un paisano que desde Mortagao partia un ca-
mino al traves de la sierra de Caramula, el cual se juntaba con el que
de Oporto va á Coimbra. Contento el mariscal frances con tal descu-
brimiento, decidió tomar prontamente aquella via, y disfrazó su resolu-
cion manteniendo el 28 falsos ataques y escaramuzas. Miéntras tanto fué
marchando á la desfilada lo más de su ejército, y hasta en la tarde no ad-
virtieron los ingleses el movimiento de sus contrarios.


No les era ya dado el estorbarlo, por lo que desampararon á Busa-
co ántes del alborear del 29. Hill repasó el Mondego, y por Espinhal se
retiró sobre Tomar; hácia Coimbra y la vuelta de Meallada, Wellington,
con el centro y la izquierda. Cubria la retaguardia la division ligera de
Crawfurd, á la que se unió la caballería.


Los franceses, despues de cruzar la sierra de Caramilla, llegaron el
mismo dia 28 á Boyalvo, sin encontrar ni un solo hombre. El coronel
Trant se hallaba á una legua, en Sardao, adonde habia venido desde San
Pedro de Sul, pero con poca gente. Las partidas enemigas le arrojaron
fácilmente mas allá del Vouga.


Por la relacion que hemos hecho do la accion de Busaco aparece cla-
ro que con ella no se alcanzó otra cosa que el que brillase de nuevo el
valor británico y se adquiriese mayor confianza en las tropas portugue-
sas, las cuales pelearon con brío y buena disciplina. Pero no se recogió
ninguno de aquellos importantes frutos por los que un general aventura




CONDE DE TORENO


732


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


733


de grado una batalla. Ni siquiera habia los motivos que para ello asistian
durante los sitios de Ciudad-Rodrigo y de Almeida. Y hasta la prudencia
de lord Wellington falló en esta ocasion, dejando un portillo, por donde
no sólo se metieron los franceses, sino que tambien por él pudieron en-
volver al ejército aliado, ó á lo ménos flanquearle con gran menoscabo.
En vano se alega en disculpa haber mandado Wellington que avanzase
el coronel Trant con la milicia; la escasa fuerza y la índole bisoña de esta
tropa no hubiera podido detener, cuanto ménos rechazar, las numerosas
huestes de Massena. Tan cierto es que de un hilo cuelga la suerte de las
armas, áun gobernadas por generales los más advertidos.


Puesto el mariscal frances en Boyalvo, marchó sobre Coimbra. En
aquel tránsito no estaba el país tan destruido y talado como hasta Busa-
co. No se cumplieron allí rigurosamente las disposiciones de Wellington,
parte por creerse lejano el peligro, parte tambien porque á la Regencia
portuguesa, gobierno nacional, no le era lícito llevar á efecto órdenes tan
duras con la misma impasibilidad y fortaleza que al brazo de hierro de
un general que, aunque aliado, era extranjero.


Hubo, por tanto, en Coimbra desbarato y confusion, y si bien los ve-
cinos desampararon la ciudad, con la precipitacion se dejaron víveres y
otros recursos al arbitrio del enemigo. No le aprovecharon, sin embargo,
á éste: Junot, á pesar de órdenes contrarias del general en jefe, permitió,
ó no pudo impedir, el pillaje.


De aquí nació que agolpándose muchedumbre de poblacion fugiti-
va de aquella ciudad y otras partes á los desfiladeros que van á Con-
deixa, hubo de comprometerse la division de Crawfurd, que cubria la re-
tirada del ejército aliado, porque, detenida en su marcha, se dió lugar á
que se aproximasen los jinetes enemigos. A su vista suscitóse gran des-
orden, y si hubieran venido asistidos de infantería, quizá hubiesen des-
trozado á Crawfurd. Éste consiguió, aunque á duras penas, poner en sal-
vo su division.


Lo apacible del tiempo habia favorecido en su retirada á los ingleses;
abundaban en provisiones, y no obstante cometieron excesos, á punto
de robar sus propios almacenes. El cuartel general se estableció en Lei-
ria el 2 de Octubre, y creciendo la perturbacion y las demasías, hubié-
ranse quizá repetido en compendio las escenas deplorables del ejército
de Moore, á no haber lord Wellington reprimido el desenfreno con cas-
tigos ejemplares y con vedar que los regimientos más díscolos entrasen
en poblado.


El saqueo de Coimbra, y sus desórdenes, impidieron tambien por su




CONDE DE TORENO


734


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


735


parte al mariscal Massena moverse de aquella ciudad ántes del 4; res-
piro que aprovechó á los ingleses. No obstante, acometiendo de repen-
te los enemigos á Leiria, se vieron aquéllos al pronto sobrecogidos. Ata-
jados al fin los ímpetus del frances, prosiguieron la retirada los aliados,
yendo su derecha por Tomar y Santaren, la izquierda por Alcobaza y
Obidos, el centro por Batalha y Riomayor; envióse fuerza portuguesa á
guarnecer á Peniche, pequeña plaza á orillas del mar.


No bien hubo el mariscal Massena salido de Coimbra, cuando el co-
ronel Trant, viniendo desde el Vouga con milicia portuguesa, pudo el 7
sorprender aquella ciudad á los franceses que la custodiaban, coger á
los que se habian fortificado en el castillo de Santa Clara, apoderarse, en
una palabra, de 5.000 hombres, contados heridos y enfermos, y asimis-
mo de los depósitos y hospitales. Al siguiente dia llegaron tambien, con
sus milicianos, los jefes Miller y Juan Wilson, y tomaron, extendiéndose
por la línea de comunicacion, 300 hombres más.


No detuvo á Massena semejante contratiempo, ni tampoco las llu-
vias, que empezaron á ser muy copiosas. En nada reparaba la impetuo-
sidad francesa, y el 9, en Alcoentre, vióse sorprendida una brigada de
artillería inglesa, y hasta perdió sus cañones. Costó mucho recobrarlos.
Parecida desgracia ocurrió el 10 á la division de Crawfurd en Alenquer,
permaneciendo este general muy descuidado cuando tenía cerca un ene-
migo tan diligente. El terror fué grande, y aunque se disipó, no por eso
dejó de correr la voz de que aquella division habia sido cortada; por lo
cual, temeroso Hill de la suerte de la segunda línea, que era la más im-
portante, se echó atras para cubrirla, y dejó desamparada la primera
desde Alhandra á Sobral, cosa de dos leguas. Felizmente los enemigos
no lo notaron, y ántes de la madrugada del 11 tornó Hill á sus anterio-
res puestos. Infiérese de aquí lo poco firme que todavía andaba el áni-
mo del ejército inglés.


Había éste ido entrando sucesivamente en las lineas de Torres-Ve-
dras, y admirábase, no teniendo de ellas cumplida idea. No ménos se
maravilló, al acercarse, el mariscal Massena, quien hasta pocos días án-
tes ni siquiera sabía que existiesen. Ignorancia pasmosa, ya dimanase
del sigilo con que se habian construido obras de tal importancia, ya de la
falta de secretas correspondencias de los enemigos en el campo aliado.


Massena gastó algunos dias en reconocer y tantear las líneas; se tra-
baron várias escaramuzas, la más séria el 14, cerca de Sobral. Fué heri-
do el general inglés Harvey, y en Villafranca mató el fuego de una caño-
nera al general frances Saint-Croix.




CONDE DE TORENO


734


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


735


No vislumbrando Massena, despues de su exámen, probabilidad de
forzar las lineas, consultó con los otros jefes principales del ejército, y
juntos, decidieron pedir refuerzos á Napoleon, y reducir en cuanto fue-
se dado á bloqueo las operaciones. Estableció, de consiguiente, Mas-
sena su cuartel general en Alenquer, situó el cuerpo de Reynier en Vi-
llafranca, el de Junot mirando á Sobral, y mantuvo el de Ney en Otta, á
retaguardia.


Por su parte el ejército de lord Wellington estaba distribuido así: la
derecha, á las órdenes de Hill, en Alhandra; la izquierda, que mandaba
Picton, en Torres-Vedras; Wellington mismo y Beresford en el centro; el
último tenía su cuartel general en Monteagrazo, el primero en Quinta de
Peronegro, cerca de Enxara de los Caballeros. Fuése el ejército británi-
co reforzando, y cubriéronse sus huecos con tropas de Inglaterra y Cá-
diz; tambien se le unió de Badajoz, ántes de acabar Octubre, el Marqués
de la Romana, con dos divisiones, mandadas por los generales Carrera y
D. Cárlos O’Donnell, que ambas componian unos 8.000 hombres.


Juzgó conveniente, ademas, lord Wellington, no sólo tener á su dis-
posicion fuerza real y efectiva bien organizada, sino igualmente gran
avenida de hombres, que aumentasen el número y las apariencias. Así la
milicia cívica de Lisboa, la de la provincia de la Extremadura portugue-
sa, y sus ordenanzas, se metieron en el recinto de las líneas, pues allí po-
dian ser útiles y representar aventajado papel. Creció tanto la gente, que
al rematar Octubre recibian raciones, dentro de dichas líneas, 130.000
hombres, de los que 70.000 pertenecian á cuerpos regulares y dispues-
tos á obrar activamente; guardaban casi todos los castillos y fuertes de
la primera y segunda línea la milicia y artillería portuguesas, la tercera,
que era la última y más reducida, la tropa de marina inglesa.


Tan enorme masa de gente, abrigada en estancias tan formidables,
teniendo á su espalda el espacioso y seguro puerto de Lisboa, y con el
apoyo y los socorros que prestaban el inmenso poder marítimo y la ri-
queza de la Gran Bretaña, ofrece á la memoria de los hombres un ca-
so de los más estupendos que recuerdan los anales militares del mun-
do. ¡Qué recursos asistian al dominador de Francia para superar tantos
y tantos impedimentos!


Por fuera de las líneas no descuidó Wellington el que se hostilizase
al enemigo. La milicia del norte de Portugal le punzaba por la espalda
y se comunicaba con Peniche, hácia donde se destacó un batallon espa-
ñol de tropas ligeras y un cuerpo de caballería inglesa, tambien sosteni-
dos por una columna volante que salia de Torres-Vedras á hacer sus ex-




CONDE DE TORENO


736


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


737


cursiones, y por el pueblo de Obidos en estado de defensa. Del otro lado
maniobraba la milicia de la Beira baja, dándose la mano con la del Nor-
te y apoyada por D. Cárlos España, que con una columna móvil había
pasado el Tajo y obraba la vuelta de Abrántes, villa ésta en poder de los
aliados y fortificada. De suerte que los franceses estaban metidos como
en una red, costándoles mucho avituallarse y formar almacenes.


En la lejanía dañábales igualmente el continuo pelear de los parti-
darios españoles de Leon, Castilla y provincias Vascongadas, que difi-
cultaban los convoyes y socorros é interrumpian la correspondencia con
Francia. No ménos los desfavoreció la guerra que por las alas hacían los
tropas españolas, ya en la frontera de Galicia, ya en Astúrias y tambien
en Extremadura.


De las primeras, Galicia, aunque libre, ceñia sus operaciones á ha-
cer de cuando en cuando correrías hasta el Orbigo y el Eslá, de don-
de, segun ya quedó apuntado, solian los enemigos arrojar á los nuestros,
obligándolos á replegarse á los puertos de Manzanal y Fuencebadon,
y áun al Vierzo. El general Mahy continuaba mandando, como ántes,
aquel ejército, cuyas fuerzas apénas llegaban á 12.000 hombres y pocos
caballos, todo no muy arreglado. Y ¡cosa de admirar! los gallegos, que se
habian esmerado tanto en defender sus propios hogares, mostráronse pe-
rezosos en cooperar fuera de su suelo al triunfo de la buena causa; mas
esto pendió mucho, aquí como en las demas partes, de las autoridades,
y no de reprensible falta en el carácter de los habitantes. Aquéllas, por
lo general, eran flojas y adolecían de los vicios de los gobiernos anterio-
res, careciendo de la prevision y bien entendida energía que da la cien-
cia práctica del gobierno.


Las operaciones, pues, del general Mahy fueron muy limitadas. Ocu-
paron, sin embargo, sus tropas por dos veces á Leon, é inquietaron con
frecuencia, y á veces con ventaja, á los franceses. Distinguiéronse en se-
mejantas reencuentros los oficiales superiores Meneses y Evia. Diósele
despues á Mahy el mando de las tropas de Astúrias, para que, reunien-
do éste al que ya tenía, se procediese más de concierto. Al fin autorizó-
sele tambien con la capitanía general de Galicia, y se creyó de este mo-
do que, poniendo en una mano la supremacía militar del distrito y la de
las fuerzas activas de ambas provincias tomarian los movimientos de la
guerra rumbo mas fijo. Mahy, en consecuencia, y para obrar de acuerdo
con la Junta de Galicia y hacer que de un solo centro partiesen las pro-
videncias convenientes, pasó á la Coruña en 2 de Setiembre y dejó en
su lugar al frente del ejército á D. Francisco Taboada y Gil, que vimos




CONDE DE TORENO


736


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


737


en Sanabria. Colocó este general las tropas en Manzanal y Fuencebadon
con puestos destacados sobre las avenidas de la Puebla de Sanabria por
un lado, y por otro sobre Astúrias, vía de las Bavias. Formóse asimismo
una columna volante de 2.000 hombres, al mando del coronel Mascare-
ñas, que particularmente maniobraba hácia Leon, la cual desbarató al-
gunas tropas del enemigo en la Robla ántes de acabar Octubre, y en San
Félix de Orbigo al empezar Noviembre. Tambien el 26 de aquel mes en
Tábara D. Manuel de Nava sorprendió á los franceses y les hizo algunos
prisioneros. Mas el único beneficio que de tales operaciones resultó, ci-
ñóse á obligar al enemigo á que mantuviese fuerzas bastantes en las ri-
beras del Orbigo y del Esla.


Mahy no alcanzó nada importante con su ida á la Coruña. Habían
traído allí fusiles de Inglaterra y otros auxilios, de que no se sacó gran
fruto. Las autoridades discurrian, es cierto, mucho entre sí, y áun idea-
ban planes; pero casi todos ellos, ó no llegaron á plantearse, ó se frus-
traron. Hombre de sanas intenciones, escaseaba Mahy de nervio y de
aquella voluntad firme que imprime en la mente de los demas respeto y
sumision.


Dejamos en Abril las tropas de Astúrias colocadas en la Navia y en
el país montuoso que sigue casi la misma línea. Las primeras se compo-
nian de la division de Galicia y las mandaba D. Juan Moscoso; las otras,
que eran las asturianas, D. Pedro de la Bárcena, á quien se habla agre-
gado, con su cuerpo franco, D. Juan Diaz Porlier. Atacó Moscoso el 17
de Mayo en Luarca á los franceses. Por desgracia nuestras tropas fla-
quearon, y con pérdida, volvieron á ocupar su primera línea. Á Bárcena,
acometido al mismo tiempo, sucedióle igual fracaso. Conservóse íntegro
el cuerpo de Porlier, que en seguida se situó en el puente de Salime, á
la derecha de Moscoso.


Se retiró á poco éste del principado, cuyo mando supremo militar
confirió la Regencia de Cádiz á don Ulises Albergotti, hombre muy an-
ciano é incapaz de desempeñar encargo que en aquel tiempo requería
gran diligencia. El nuevo general permaneció en Navia, y allí, en 5 de
Julio, acometiéronle los franceses, penetrando por el lado de Trelles. Es-
taba Albergotti desprevenido, y con el sobresalto no paró hasta Meira,
en Galicia. Los enemigos extendieron sus correrías á Castropol, limi-
te de aquel reino y de Astúrias. Dos días ántes, el 3, Bárcena, que ha-
bía avanzado hácia Salas, tambien fué atacado y se recogió á la Pola de
Allando.


Mahy entónces, como general en jefe de todas las fuerzas de Galicia




CONDE DE TORENO


738


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


739


y Astúrias, quiso poner remedio á tan repetidas desgracias, hijas las más
de descuido en algunos jefes y de mala inteligencia entre ellos, y meditó
un plan para desembarazar de enemigos el principado. Envió, pues, 600
hombres que reforzasen la division gallega, mandó que ésta partiese á
Salime y comunicase con Bárcena, y ademas destacó del grueso del ejér-
cito de Galicia, que estaba en el Vierzo, un trozo de 1.500 hombres, al
cargo de D. Estéban Porlier, el cual, cruzando el puerto de Leitariegos,
debia obrar mancomunadamente con las fuerzas de Astúrias. Al propio
tiempo el otro Porlier (D. Juan Diaz) estaba destinado á llamar, con la
infantería de su cuerpo franco, la atencion de los franceses del lado de
Santander, embarcándose á este propósito en Ribadeo á bordo y escolta-
do de cinco fragatas inglesas.


Semejante plan hubiera podido realizarse con buen éxito si Mahy,
usando de su autoridad, hubiera hecho que todos los jefes concurrie-
sen prontamente á un mismo fin. Porlier dió la vela de Ribadeo, diri-
giendo la expedicion marítima el comodoro inglés Roberto Mends. Ama-
garon los aliados varios puntos de la costa y tomaron tierra en Santoña,
puerto que, bien fortificado, hubiera sido en el norte de España un abri-
go tan inexpugnable como lo eran en el mediodía las plazas de Gibral-
tar y Cádiz. Tal deseo asistía á Porlier; pero su expedicion, puramente
marítima, no llevaba consigo los medios necesarios para fortificar y po-
ner en estado de defensa un sitio cualquiera de la marina. Desembarcó,
sin embargo, en varios parajes ademas de Santoña, cogió 200 prisione-
ros, desmanteló las baterías de la costa, alistó en sus banderas bastan-
tes mozos del país ocupado, y felizmente tornó á la Coruña con la expe-
dicion el 22 de Julio.


Repitió este activo é infatigable jefe otra tentativa del mismo género
el 3 de Agosto, y aportó á la ensenada de Cuevas, entre Llánes y Riba-
desella. Dirigióse á Pótes, deshizo en las montañas de Santander algu-
nas partidas enemigas, y retrocediendo á Astúrias, obró de consuno con
D. Salvador Escandon y otros jefes de guerrillas, que lidiaban al orien-
te del principado.


Bárcena, por su parte, tambien avanzó, y el 15 de Agosto tuvo en Li-
nares de Cornellana un reencuentro con los franceses. Siguiéronse otros,
y parecia que pronto se verla Oviedo libre de enemigos, favoreciendo
las empresas de la tropa reglada las alarmas de varios concejos, nom-
bre que, como dijimos, se daba al paisanaje armado de la provincia. Pe-
ro no fué así: cuando unos jefes avanzaban, se retiraban otros, y nunca
se llevó á cabo un plan bien concertado de campaña. Teníase, si, en so-




CONDE DE TORENO


738


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


739


bresalto al enemigo, forzábaselo á conservar en aquellas partes conside-
rable número de gente; mas la guerra, yendo al mismo són en el princi-
pado de Astúrias que en la frontera de Galicia, no reportó las ventajas
que se hubieran sacado con mayor union y vigor en las autoridades y
ciertos caudillos.


Fué importante, si no siempre favorable en sus resultas, la asisten-
cia que dió Extremadura á la campaña de Portugal, pues por lo ménos
se entretuvo el cuerpo del mariscal Mortier, y se impidió que, metiéndo-
se en el Alentejo, quitase á Lisboa los auxilios que aquel territorio su-
ministraba.


Dimos cuenta hasta entrado Julio de las operaciones más principales
del ejército de dicha provincia de Extremadura, que se llamaba de la iz-
quierda. Privado éste del apoyo del general Hill, habla puesto lord We-
llington en manos del general en jefe, Marqués de la Romana, la plaza
de Campomayor, y enviádole á mediados de Agosto una brigada portu-
guesa, á las órdenes de Madden,


Aun sin tales arrimos continuaban las tropas de Extremadura inco-
modando con mayor ó menor ventura al enemigo. Ya al retirarse Reynier
le siguieron la huella los soldados de D. Cárlos O’Donnell, cogieron á
los que se rezagaban, y el 31 de Julio el jefe España se apoderó de 100
hombres que guardaban una torre y casa-fuerte sita en la confluencia del
Almonte y Tajo, cerca de donde se divisan los famosos restos del puen-
te romano de Alconétar, que el vulgo apellida de Mantible, nombre céle-
bre en algunas historias españolas de caballería. Mas por este lado hubo
la desgracia de que en Alburquerque, con la caída de un rayo, se volase
casi al mismo tiempo que en Almeida un almacen de pólvora, accidente
que causó daños y ruinas.


La guerra que hasta aquí había hecho el ejército de Extremadura no
dejó de ser prudente y acomodada á las circunstancias y á la calidad de
sus tropas, si bien se quejaban todos de la indolencia y dejadez del Ge-
neral en jefe. Y así, más bien que por premeditado plan de éste, dirigié-
ronse las operaciones segun el valor ó el buen sentido de los generales
subalternos, los cuales evitaban grandes choques, y sólo parcialmente
hostigaban al enemigo y le traian en continuo movimiento. Quiso Roma-
na en Agosto probar por sí fortuna, y dar á la campaña nuevo impulso y
mayor ensanche. En consecuencia, saliendo de Badajoz el 5, se unió á
las divisiones de los generales Ballesteros y La Carrera, que se hallaban
en Salvatierra, ambas á las órdenes de D. Gabriel de Mendizábal, y jun-
tos se adelantaron, recogiéndose atras á Llerena los franceses que ha-




CONDE DE TORENO


740


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


741


bla en Zafra. Aguardaron éstos en las alturas de Villagarcía, y los nues-
tros se colocaron en las de Cantaelgallo, separadas de las primeras por
un valle. Los enemigos atacaron el 11, y valiéndose de diestras manio-
bras, estuvieron próximos á envolver á los infantes españoles, si La Ca-
rrera, con la caballería, no los hubiera sacado de tan mal paso. Portóse
asimismo con habilidad y honra la artillería. Se retiró Romana á Almen-
dralejo, y los franceses volvieron á Zafra.


No pasaron por entónces más adelante, porque como en aquella gue-
rra tenían á un tiempo que acudir á tantas partes, luégo que en una
triunfaban, los llamaba á otra algun suceso desagradable ó inespera-
do. Verificóse, particularmente en Extremadura, este trasiego, esto con-
tinuado ir y venir, distrayendo la atencion de las tropas de Mortier, ya las
ocurrencias del condado de Niebla, ya las de Ronda ú otros lugares.


Despues de lo que aconteció en Cantaelgallo fueron reforzadas las
tropas españolas con los jinetes del general Butron, que ocupaban otros
sitios, y con los portugueses ya indicados, al mando de Madden. Quie-
tos los franceses, y áun replegados de nuevo, avanzó Butron á Monaste-
rio, y se colocó La Carrera, con su division de caballería y la artillería
volante, en Fuente de Cantos. Vinieron los enemigos sobre ellos el 15
de Setiembre, en número de 13.000 infantes y 1.800 caballos. Butron se
incorporó á Carrera y ambos pelearon bien, hasta que oprimidos por la
superioridad enemiga, empezaron á retirarse. Los franceses tenían ocul-
ta parte de su tropa casi á espaldas de los nuestros, y cargando de im-
proviso, introdujeron desórden y se apoderaron de algunos cañones. Ma-
yor hubiera sido la desgracia de los españoles á no haber acudido pronto
en su favor el inglés Madden, apostado con los portugueses en Calzadi-
lla, quien contuvo á los jinetes franceses y áun los escarmentó. El ge-
neral Butron tambien despues, en Azuaga, les cogió 100 hombres. Pará-
ronse los nuestros en Almendralejo, y los enemigos no pasaron de Zafra
y de los Santos de Maimona.


Prosiguió de este modo la guerra sin ningun considerable empeño, y
Romana, saliendo, como hemos dicho, para Lisboa, se juntó en Octubre
con el ejército inglés. Determinacion que tomó de propia autoridad, y no
de acuerdo con el Gobierno supremo. Cierto es que no hubiera obtenido
Romana la aprobacion de aquél á haberle consultado, pues claro era que
las tropas que llevó consigo hacian más falta para cubrir la Extremadura
española, y áun para impedir la entrada de los franceses en el Alentejo,
que en las lineas de Torres-Vedras, abundantemente provistas de gente
y de medios de defensa. Antes de partir nombró Romana, para que le re-




CONDE DE TORENO


740


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


741


emplazase en el mando en jefe, á D. Gabriel de Mendizábal, puso á Ba-
dajoz como si estuviera amagado de sitio, y mandó que la Junta y demas
autoridades se trasladasen á Valencia de Alcántara.


Tenía inmediata correlacion con las operaciones del ejército de Ex-
tremadura la guerra que se hacia en el condado de Niebla, en la serranía
de Ronda y en otros lugares de la Andalucía.


Se daba desde Cádiz pábulo á semejante lucha por medio de auxi-
lios y de algunas expediciones marítimas. Hízose á la vela la primera de
éstas el 17 de Junio, compuesta de 3.189 hombres de buenas tropas, á
las órdenes del general D. Luis Lacy, y dirigió su rumbo á Algeciras, en
donde desembarcó. Tenía por objeto dicha empresa fomentar la insu-
rreccion de la serranía de Ronda, adoptando un plan que constantemen-
te mantuviese allí la guerra. El que proponia Lacy, siguiendo en parte
los pensamientos del general Serrano Valdenebro, comandante de la sie-
rra, se presentaba como el más adecuado, y consistia en establecer de
mar á mar, quedando Gibraltar á la espalda, una línea de puntos forti-
ficados que abrigasen respectivamente ambos flancos cuando se obrase
ya en uno ó ya en otro de ellos. Se habilitaban tambien en lo interior de
la sierra varios castillejos, antiguos vestigios de los moros, colocados los
más en parajes casi inaccesibles. El ejército habia de obrar, no en ma-
sa, sino en trozos, reuniéndose sólo en determinadas ocasiones, y se de-
jaba á cargo del paisanaje guarnecer los castillos, y suplir con reclutas
las bajas del ejército en Cádiz. Mas para realizar este plan necesitábase
tiempo, y no era posible que los franceses se descuidasen y permitiesen
el que se llevára á efecto.


Lacy, luégo que hubo desembarcado, se encaminó á Gausin, desde
donde quiso acercarse á Ronda. En esta ciudad se habian los franceses
fortalecido en el antiguo castillo y formado varios atrincheramientos: to-
mar uno y otro á viva fuerza no era maniobra fácil ni pronta, principal-
mente conservando los enemigos en Grazalema una columna móvil.


Limitóse, pues, Lacy á hacer algunos movimientos y á contener á ve-
ces los ímpetus del enemigo. Le ayudaban los partidarios, favorecidos
del conocimiento que tenian del terreno, siendo los de más nombre D.
José de Aguilar, D. Juan Becerra y don José Valdivia. Tambien los ingle-
ses, de acuerdo con el general español, enviaron al este de la sierra 800
hombres, que sirviesen de apoyo en cualquiera desman.


Inquietos los franceses con la expedicion, y persuadidos de que si se
mantenia firme en los montes de Ronda, desasosegaría continuamente
las fuerzas que sitiaban á Cádiz, y áun las de Sevilla y Málaga, diéronse




CONDE DE TORENO


742


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


743


priesa á frustrar tales intentos. Y así, al paso que el general Girard bus-
caba á Lacy hácia el frente, destacó el mariscal Victor tropas del primer
cuerpo por el lado de Poniente, y Sebastiani otras del cuarto por el de
Levante. De manera que temeroso D. Luis Lacy de ser envuelto, se tras-
ladó á la fuerte posicion de Casares, embarcándose despues en Estepo-
na y Marbella. Tomó á poco tierra en Algeciras, y tornando á San Roque,
se corrió otra vez á la banda de Marbella, á fin de alentar y socorrer la
guarnicion de aquel castillo, que, bajo el mando de D. Rafael Cevallos
Escalera, burló diversas tentativas que para ocuparle hizo el enemigo.
Don Francisco Javier Abadía, comandante de San Roque, aunque asis-
tido de escasa fuerza, cooperó igualmente á los movimientos de Lacy, y
llamó por Algeciras la atencion de los franceses.


Pero al fin, agolpándose éstos en gran número á la sierra, se reembar-
có la expedicion, y regresó á Cádiz el 22 de Julio. No se sacó de ella más
ventajas que la de molestar á los enemigos y divertirlos de otras opera-
ciones, particularmente de las que intentaban en Extremadura, tan co-
nexas con las de Portugal. Poca ó mala inteligencia entre las tropas de
línea y los paisanos desfavoreció la empresa. Para aquéllas había oscu-
ra gloria y mucho trabajo en la guerra de partidarios, única que convenía
en la sierra; no así para los otros, habituados á tales peleas, y cuya am-
bicion de fama estaba satisfecha con que se pregonasen sus hazañas en
el egido de sus pueblos.


Ni un mes se pasó sin que el mismo D. Luis Lacy, con otra expedi-
cion, saliese de Cádiz, llevando rumbo opuesto al anterior de Ronda, esto
es, al condado de Niebla. En dicha comarca proseguía el general Copons
entreteniendo al enemigo, que, bajo el mando del Duque de Aremberg,
hacia con una columna móvil excursiones en el país y le molestaba.


La Junta de Sevilla contribuia desde Ayamonte al buen éxito de las
operaciones de Copons, y oportunamente formó de la isla llamada Cane-
la, en el Guadiana, un lugar de depósito, resguardado de los ataques re-
pentinos del enemigo. En breve aquel terreno, ántes arenoso y desierto,
se convirtió en una poblacion donde se albergaron muchas familias, re-
fugiándose á veces los habitantes de aldeas enteras y villas invadidas.
Construyéronse allí barracas, almacenes, pozos, hornos, y se fabricaron
en sus talleres monturas, cartuchos y otros pertrechos de guerra. Al fin
fortificáronse tambien sus avenidas, de manera que se hizo el punto ca-
si inexpugnable.


Constaba la expedicion de Lacy de unos 3.000 hombres, y escoltába-
la fuerza sutil, española é inglesa, al mando, la primera de D. Francis-




CONDE DE TORENO


742


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


743


co Maurelle, y la segunda al del capitan Jorge Cockburn. Desembarcó la
gente el 23 de Agosto, á dos leguas de la barra de Huelva, entre las To-
rres del Oro y de la Arenilla. La fuerza sutil se metió por la ria que for-
man á su embocadero las corrientes del Odiel y el Tinto, con propósito
de ayudar la evolucion de tierra y atacar por agua á Moguer. En este si-
tio tenian los franceses 500 infantes y 100 caballos, que, sorprendidos,
se retiraron, no asistiendo mayor dicha á otros tantos que corrieron á su
socorro de San Juan del Puerto.


Copons, al desembarcar Lacy, se hallaba en Castillejos, doce leguas
distante, y habiéndose, por desgracia, retardado el pliego que le anun-
ciaba el arribo, no pudo acudir á la costa con la puntualidad deseada,
malográndose así el coger entre dos fuegos á los franceses que estaban
avanzados. Vino Copons, sin embargo, á Niebla, y se puso luégo en co-
municacion con Lacy. Los pueblos recibieron á éste con el júbilo más
colmado, y fiados en su apoyo, dieron á los enemigos terrible caza. Pero
no teniendo otra mira la expedicion de D. Luis Lacy sino la de divertir al
frances de Extremadura en tanto que el ejército de Romana tambien por
su lado se movía, miré aquel general como concluido su encargo luégo
que le amenazaron superiores fuerzas, y de consiguiente se reembarcó
el 26 del mismo Agosto. Desagradó en el condado lo rápido de la excur-
sion, y muchos pensaron que, sin comprometer su gente, hubiera podi-
do Lacy permanecer allí más tiempo, y maniobrar en union con el ge-
neral Copons. Desamparados los pueblos, padecieron nuevas molestias
del enemigo, en especial Moguer, que se había declarado y tomado parte
desembozadamente. Quiso en seguida Lacy acometer á Sanlúcar de Ba-
rrameda, pero los franceses, ya sobre aviso, frustráronle el proyecto.


De vuelta á Cádiz el mismo general, estimulado por el Gobierno y
de acuerdo con él y los otros jefes, verificó el 29 de Setiembre una sali-
da camino del puente de Suazo, consiguiendo con ella destruir algunas
obras del enemigo, siendo ésta la sola operacion digna de mentarse que
hasta finalizar el presente año de 1810 practicaron en la isla gaditana
las tropas de tierra.


Pudieron las de mar haber tenido ocasion de señalarse, á no estor-
bárselo tiempos contrarios. El mariscal Soult, convencido de que para
cualquiera empresa contra Cádiz y la isla de Leon, si habia de ser fruc-
tuosa, era indispensable fuerza sutil, ideó que se construyesen buques
al caso en Sanlúcar y en Sevilla. Para ello valióse de barcos de aquellos
puertos, ordenó una tala en los montes inmediatos, y recibió de Francia
carpinteros, marinos y calafates. En Octubre, dispuesta ya una flotilla,




CONDE DE TORENO


744


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


745


se trasladó en persona á Sanlúcar dicho mariscal á fin de presenciar des-
de la costa la dificultosa travesía que tenían que emprender los referi-
dos buques desde la boca del Guadalquivir hasta lo interior de la bahía
de Cádiz. Empezóse á poner en obra el proyecto en la noche del 31, pa-
sando la flotilla por entre los bajos de punta Candor, y atracando siem-
pre á la costa. Se componía en todo de unos veintiseis cañoneros: dos va-
raron, nueve se metieron la misma noche en el Puerto de Santa María,
y los otros anclaron en Rota, de donde, aprovechando vientos frescos y
favorables, se juntaron á los que habian ya entrado, sin que les hubiese
sido dable impedirlo á las fuerzas de mar anglo-españolas. Pero de na-
da sirvió á los franceses suceso, en su entender, tan dichoso. En balde
despues quisieron que su flotilla doblase la punta del Trocadero, en bal-
de trasladaron por tierra los barcos á Puerto Real. Durante el sitio ya no
se menearon de allí, obligándolos á permanecer quedos las superiores y
mejor marineras fuerzas de los aliados.


No por esa dejaron los franceses de perfeccionar las obras de tierra,
y de establecer una cadena de fuertes, que se dilataba desde la entrada
de la bahía hasta Chiclana, por cuya parte, y en una batería inmediata
al cerro de Santa Ana, perdieron, muerto de una granada, al distinguido
general de artillería Senarmont.


Los aliados tampoco se mantuvieron ociosos. Mejoraron cada vez
más las fortificaciones, y las tropas se engrosaron y adquirieron buena
disciplina. De las inglesas se contaron en Julio 8.500 hombres; volvié-
ronse á reducir á 5.000 por los refuerzos que se enviaron á Portugal; mas
á antes de fines de año crecieron otra vez á 7.000 con gente que llegó
de Sicilia y Gibraltar. Las tropas españolas de línea pasaban de 18.000
hombres. Don Joaquin Blake continuó á su cabeza hasta 23 de Julio, en
cuyo tiempo se transfirió á Murcia, extendiéndose su mando, conforme
apuntamos, á las divisiones existentes en aquel reino, las cualas forma-
ban con las de la isla de Leon el ejército llamado del centro.


Llegado que hubo el general Blake á su nuevo destino, restable-
ció la paz y armonía, que andaba escasa entre algunos jefes. El ejérci-
to se había aumentado á punto que poco ántes enviára á Cádiz una di-
vision de 4.000 hombres, al mando del general Vigodet. Blake llegó el
2 de Agosto, y la fuerza disponible era de unos 14.000 soldados, 2.000
de caballería.


Al rededor de este ejército revoloteaban, por decirlo así, muchos
partidarios, en especial del lado de Jaen y de Granada. Entre los prime-
ros sobresalían los nombrados Uribe, Alcalde y Moreno, puestos á las




CONDE DE TORENO


744


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


745


órdenes del comandante Bielsa; entre los otros el coronel D. José de Vi-
llalobos.


Cuando Blake se incorporó al ejército, se hallaba éste repartido en
Murcia, Elche, Alicante, Cartagena y pueblos de los contornos; algunos
batallones estaban destacados en la Mancha, sierra de Segura y fronte-
ra de Granada, en donde permanecia la caballería, extendiéndose has-
ta cerca de Huéscar.


Fijó la idea de Blake la atencion de los franceses, y desde luégo re-
solvió Sebastiani hacer otra excursion la vuelta de Murcia, lisonjeándo-
se que de ella saldria tan airoso como la vez primera, y áun tambien de
que disiparia como humo el ejército de los españoles.


Informado Blake de los intentos del enemigo, preparóse á recibirle.
Agrupó sucesivamente en la huerta de Murcia sus tropas, y las colocó
de esta manera: la quinta division, al mando del brigadier Creagh, ocu-
pó la derecha en Añora; detras guarnecia un batallon el monasterio de
jerónimos, teniendo apostaderos por la izquierda hasta el río; delante se
plantaron cuatro piezas de artillería. Alojábase la izquierda del ejérci-
to en el lugar de Don Juan, y la componía la tercera division, del cargo
del brigadier Sanz, teniendo un destacamento por su siniestro costado.
Enlazábase esta posicion con la del centro por medio de un molino as-
pillerado, y de una batería circular, colocada en donde una de las ace-
quias mayores se distribuye en dos atajeas. Dicho centro, que cubría la
primera division, al mando del general Elío, estaba cerca de Alcantari-
lla, en la Puebla.


Dispúsose ademas la inundacion de la huerta; medio oportuno, pero
no del todo hacedero, ya por no ser nunca, y ménos en aquella estacion,
muy caudaloso el Segura, ya tambien porque áun en caso de una rápida
avenida, las obras allí practicadas estando en términos que sólo sirven
para sangrar el río, y no para favorecer estragos; como construidas con el
único objeto de dar á los campos el necesario y fecundante beneficio del
riego. Sin embargo, se inundaron los caminos y una faja de bancales por
la orilla, amparando lo demas de la huerta sus naranjos y sus cidros, sus
limoneros y moreras; en fin, toda su intrincada y lozana frondosidad.


Siguióse en esto y en lo de armar al paisanaje la conducta del obispo
D. Luis Belluga en la guerra de sucesion. Ahora, como entónces, acudie-
ron todos los partidos, hasta el de Orihuela, aunque perteneciente á Va-
lencia, y se distribuyeron en compañías y secciones, incorporándose al
ejército. Manifestaron los paisanos grande entusiasmo y mucha docili-
dad; perfecta armonía reinó entre ellos y los soldados. Blake, declaran-




CONDE DE TORENO


746


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


747


do á Murcia amenazada de inmediato ataque, la sometió al solo y puro
gobierno militar; providencia que las autoridades respetaron, y que en
aquel lance obedecieron con gusto.


En el intermedio se habia ido acercando el general Sebastiani, y
echádose atras nuestra caballería, á las órdenes de D. Manuel Freire,
que sustentó con destreza varios reencuentros. Segun los enemigos se
aproximaban, daban aviso de todos sus pasos al general Blake los alcal-
des do los pueblos y muchos particulares con rara puntualidad, llegan-
do á su colmo la diligencia de todos. Los franceses aparecieron el 28 de
Agosto en Lebrilla, á cuatro leguas de Murcia, y nuestros jinetes se si-
tuaron en Espinardo, con puestos avanzados sobre el rio Segura. El par-
tidario Villalobos, que habia acompañado á Freire, se colocó en Molina.


Luégo que el general Sebastiani llegó á Lebrilla hizo varios recono-
cimientos; y arredrado del modo con que los nuestros lo aguardaban,
se apartó del intento de penetrar en Murcia, y en la noche del 29 al 30
se replegó á Totana. Hostilizáronle en la retirada los paisanos, particu-
larmente los de Lorca, y en esta ciudad y en otros pueblos cometió el
frances mil tropelías. Bien le vino á éste no insistir en la empresa pro-
yectada, pues á haber padecido descalabro, como era probable, en los
laberintos de la huerta de Murcia, toda su gente hubiera sido muy mal-
tratada, ya por los habitantes de este reino, ya por los de Granada, cu-
yos ánimos se encrespaban, acechando la ocasion de escarmentar á sus
opresores. Haberse expuesto á tal riesgo, y cansado inútilmente la tro-
pa con marchas y contramarchas de más de cien leguas en estacion tan
calorosa, fueron los frutos que reportó Sebastiani de una expedicion que
de antemano habia pregonado como fácil.


Entre los que empezaron en el reino de Granada á levantar cabeza
durante la ausencia del general frances, señalóse el alcalde de Otívar,
de nombre Fernandez, quien entró en Almuñécar y Motril, y áun se apo-
deró de sus castillos. Estas y otras empresas, que propagaron la llama
de la insurreccion por las sierras y por varios pueblos de la costa, á pe-
sar de algunos amigos y parciales que tuvieron allí los enemigos, impul-
só á los ingleses á dar cierto apoyo á aquellos movimientos. Decidiéron-
se sobre todo á atacar á Málaga, guarida entónces de corsarios, y en cuyo
puerto tambien fondeaba una flotilla enemiga de lanchas cañoneras. Al
efecto se preparó en Ceuta una expedicion de 2.500 hombres españoles
é ingleses, á las órdenes de lord Blayney, la cual dió la vela el 13 de Oc-
tubre con direccion á Fuengirola. Empezaron luégo los aliados á embes-
tir este castillo, guarnecido por 150 polacos, con esperanza de que así




CONDE DE TORENO


746


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


747


llamarian hácia aquel punto las fuerzas enemigas, y podrian, reembar-
cándose, caer repentinamente sobre Málaga, que se veria desprovista de
gente. Pero, dándose lord Blayney torpe maña, en vez de sorprender á
sus contrarios, él fué, por decirlo así, el sorprendido, acometiéndole de
improviso el general Sebastiani con 5.000 hombres. Al querer retirarse,
fué dicho lord cogido prisionero, y las tropas inglesas volvieron en con-
fusion á sus barcos; sólo un regimiento español, el Imperial de Toledo,
único de los nuestros que allí iba, tornó á bordo sin pérdida y en bue-
na ordenanza.


El ruido de semejantes acontecimientos, y el deseo de ensanchar los
límites de su territorio, estimularon al general Blake á avanzar á la fron-
tera de Granada, habiéndose ocupado todo aquel tiempo, desde Agosto,
en mejorar la disciplina de su ejército y en adiestrarle, como igualmente
en asegurar sus estancias en Murcia. Envió asimismo á la Mancha, con
un trozo de 300 caballos, á D. Vicente Osorio, queriendo extraer granos
de aquella provincia para la manutencion de su ejército. Las partidas, si
bien fomentadas por Blake en todas partes, fuéronlo en especial del la-
do de Jaen, en donde don Antonio Calveche sucedió á Bielsa en el man-
do de ellas. Mas los enemigos, persiguiendo de cerca al nuevo jefe, des-
pues de haber quemado casi toda la villa de Segura, le mataron el 24 de
Octubre en Villacarrillo.


Don Joaquin Blake, reuniendo sus tropas, distribuidas por la mayor
parte, sin contar las de las plazas, en Murcia, Caravaca y Lorca, se puso
el 2 de Noviembre sobre Cúllar; movimiento hecho á las calladas, y del
que los franceses estaban ignorantes. Dejó Blake 2.000 hombres en di-
cho Cúllar, y á las doce de la mañana del 3 se colocó con 7.000, de los
que unos 1.000 eran de caballería, en las lomas que dominan la hoya de
Baza, y que lame el rio Guadalquiton.


Los enemigos tenian en el llano una division de caballería, que acau-
dillaba el general Milhaud, asistida de artillería volante: ademas habian
situado de 2 á 3.000 infantes en las inmediaciones de la ciudad, bajo la
guía del general Rey. No acudió allí Sebastiani hasta despues de con-
cluida la accion que ahora iba á trabarse.


Empezó ésta á las dos de la tarde, desembocando la caballería espa-
ñola, á las órdenes de D. Manuel Freire, por el camino real que de Cú-
llar va á Baza. Nuestros jinetes tiraron por la derecha, y formaron en ba-
talla en dos líneas, sosteniendo sus costados artillería y guerrillas de
fusileros. Los enemigos ciaron hácia sus peones, y entónces el general
Blake, dejando apostados en las lomas la mitad de sus infantes, se ade-




CONDE DE TORENO


748


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


749


lantó, con los otros y tres piezas, en cuatro columnas cerradas, reparti-
das en ambos lados del camino.


Nuestros caballos proseguian confiadamente su marcha; mas al que-
rer efectuar un movimiento, se embarazaron algunos, y el enemigo, des-
cargando sobre ellos con impetuoso arranque, los desordenó lastimosa-
mente. Tras su ruina vino la de los infantes, que habian avanzado, y sólo
consiguieron unos y otros rehacerse al abrigo de las tropas que habian
quedado en las lomas. El enemigo no persistió mucho en el alcance.
Quedaron en el campo cinco piezas, y se perdieron, entre muertos, heri-
dos y prisioneros, 1.000 hombres. De los franceses muy pocos.


Descalabro fué el de Baza, que causó desmayo, y contuvo, en cier-
to modo, el vuelo de la insurreccion de aquellas comarcas. Adverso era,
en esto de batallar, el hado de D. Joaquin Blake, y vituperable su em-
peño en buscar las acciones que fuesen campales antes que limitarse á
parciales sorpresas y hostigamientos. No permaneció despues largo es-
pacio al frente de aquel ejército, llamado á desempeñar cargo de ma-
yor alteza.


Por lo demas, y en medio de reveses y contratiempos, la tenacidad
española, la serie innumerable de combates en tantos puntos y á la vez
fatigaban á los franceses, y su ejército de las Andalucías no gozó en to-
do el año de 1810 de mucha mayor ventura que la que tenian los de las
otras provincias. Y si bien ordenadas batallas no menguaban extremada-
mente las filas enemigas, aniquilábanse aquí, como en lo demas del rei-
no, en marchas y contramarchas y en apostaderos y guerra de montaña.


Del lado de Levante las provincias de Valencia, Cataluña y lo que es-
taba libre de la de Aragon hubieran, obrando unidas, entorpecido muy
mucho los intentos del enemigo, siendo entre ellas tanto más necesa-
ria buena hermandad, cuanto para sojuzgarlas estaban de concierto el
tercero y el primer cuerpo frances. Pero la multiplicidad de autorida-
des, su diversa condicion, los obstáculos mismos que nacian de la na-
turaleza de la actual guerra estorbaban completa concordia y adecuada
combinacion. Por fortuna, los caudillos enemigos, aunque no ménos in-
teresados en aunarse, y aquí más que en otras partes, á duras penas lo
conseguian, no ya por las rivalidades personales que á veces se suscita-
ban, sino principalmente por lo dificultoso de acudir al cumplimiento de
un plan convenido.


En Valencia D. José Caro, más bien que en la guerra, pensaba en ir
adelante con sus desafueros. Dejó que se perdiesen Lérida, Mequinen-
za y hasta el castillo de Morella, sin dar señales de oponerse al enemi-




CONDE DE TORENO


748


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


749


go ni siquiera de distraerle. Al fin, viendo Caro que se aproximaban los
franceses y que la voz pública se acedaba contra tan culpable abandono,
mandó á D. Juan Odonojú, prisionero en la batalla de María, y ahora li-
bre, que se adelantase con 4.000 hombres. El 24 de Junio arrojaron és-
tos de Villabona á los enemigos, que se abrigaron á Morella, delante de
cuyo pueblo se trabó el 25 un choque muy vivo, retirándose despues los
nuestros, en vista de haberse reforzado los contrarios. Por segunda vez
avanzó en Julio el mismo Odonojú, y áun llegó el 16 á intimar la rendi-
cion al castillo de Morella; pero, revolviendo sobre él prontamente el ge-
neral Mont-Marie, le obligó á alejarse y causóle en Albocaser un desca-
labro.


No habia D. José Caro tomado parte personalmente en ninguna de
semejantes refriegas, hasta que en Agosto, pidiendo su cooperacion el
general de Cataluña para aliviar á Tortosa, amenazada de sitio, se mo-
vió aquél por la costa lentamente y más tarde de lo que conviniera. Lle-
vó consigo 10.000 hombres de línea y otros tantos paisanos, y se situó en
Benicarló y San Mateo. El general Suchet vino por Cali á su encuentro
con 10 batallones y tambien con artillería y caballería. Caro no le aguar-
dó, replegándose, despues de ligeras escaramuzas, á Alcalá de Gisbert,
y de allí el 16 de Agosto á Castellon de la Plana y Murviedro. No retro-
cedió en desórden el ejército valenciano, si bien su jefe, D. José Caro,
dió el triste y criminal ejemplo de ser de los primeros y áun de los po-
cos que desaparecieron del campo. Zahirióle por ello agriamente su her-
mano D. Juan, hombre ligero, pero arrojado, de quien hablamos allá en
Cataluña.


Con la conducta que en esta ocasion mostró el general de Valen-
cia se acreció el ódio contra su persona, y lo que áun es peor, menos-
preciósele en gran manera. Se descubrieron asimismo tramas que urdia
y proscripciones que intentaba, propalándose en el público sus proyec-
tos con tintas que entenebrecian el cuadro. Temeroso, por tanto, se es-
cabulló disfrazado de fraile (traje harto extraño para un general), y pa-
só luégo á Mallorca, sin cuya precaucion hubiera tal vez sido blanco de
las iras del pueblo.


Sucedióle inmediatamente en el mando D. Luis de Bassecourt, que
estaba á la cabeza de una division volante en Cuenca; hombre que, si
bien alabancioso al dar sus partes y no de grande capacidad, aventajá-
base en valor y otras prendas á su antecesor, procurando tambien con
mayor ahinco acordar sus operaciones con los generales de los demas
distritos, en especial con los de Aragon y Cataluña.




CONDE DE TORENO


750


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


751


En este principado haciase la guerra con otra eficacia y obstinacion
que en Valencia, merced al celo de su congreso y á la pronta diligencia
y esmero de su general, D. Enrique O’Donnell. Luégo que en 17 de Ju-
lio estuvo reunida aquella corporacion, tomó várias resoluciones, algu-
nas bastantemente acertadas. En la milicia acomodó los alistamientos á
la índole de los naturales, imponiendo sólo la obligacion de un enganche
de dos años, con facultad de gozar cada seis meses una licencia de quin-
ce dias. Sin embargo, los catalanes, tan dispuestos á pelear como soma-
tenes, repugnaban á tal punto el servicio de tropa reglada, que tuvo su
congreso que establecer comisiones militares para castigar á los deserto-
res y aun á los distritos que no aprontasen su contingente. Recaudáronse
con mayor regularidad los impuestos y se realizó, á pesar de lo exhausto
que estaba ya el país, un empréstito de medio millon de duros. Aplicá-
ronse á los hospitales los productos que antes percibia la curia romana,
y ahora los obispos, por dispensas y otras gracias ó exenciones. El alma
de muchas de estas providencias era el mismo D. Enrique O’Donnell,
quien puso ademas particular conato en adestrar sus tropas, en incul-
car en ellas emulacion y buen ánimo, y tambien en mejorar la instruc-
cion de los oficiales.


Por su parte el mariscal Macdonald apénas podia ocuparse en otras
operaciones que en las de avituallar á Barcelona: los convoyes de mar
estaban interrumpidos, y los de tierra, escasos y lentos, tenian con fre-
cuencia que repetirse y ser escoltados con la mayor parte del ejército,
si no se queria que fuesen presa de los somatenes y de las tropas espa-
ñolas. Macdonald trató en un principio de granjearse las voluntades de
los habitantes, contrastando su porte con la ferocidad del mariscal Au-
gereau, que había, por decirlo así, guarnecido las orillas de algunos ca-
minos con patíbulos y cadáveres. Estaban los ánimos sobradamente
lastimados de ambas partes para que pudiesen olvidarse antiguas y recí-
procas ofensas. Así, no surtieron grande efecto las buenas intenciones, y
áun medidas, del mariscal Macdonald, acabando él mismo por adoptar á
veces resoluciones rigurosas.


En Junio, y poco despues de tomar el mando, acompañó, no sin tro-
piezos, un convoy á Barcelona. Volvió despues á Gerona y preparóse á
conducir otro, en mediados de Junio, á la misma ciudad. O’Donnell trató
de estorbarlo, y destacó á Granollers 6.500 infantes y 700 caballos, uni-
dos á 2.500 paisanos, bajo las órdenes de D. Miguel Iranzo. Trabóse un
reñido choque entre los nuestros y los franceses; pero miéntras tanto pa-
só á la deshilada el convoy y se metió en Barcelona.




CONDE DE TORENO


750


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


751


Dolióse mucho O’Donnell del malogro de aquella empresa, y no faltó
quien lo atribuyese á desmaño del general que en Granollers mandaba.
El plan que O’Donnell había resuelto seguir en Cataluña pareció el más
acertado. Evitando batallas generales, queria; por medio de columnas
volantes, sorprender los destacamentos enemigos, interceptar ó molestar
sus convoyes, y aniquilar así sucesivamente la fuerza de aquéllos. Por
tanto, el ejército español de Cataluña, que, segun dijimos, constaba en
Julio de unos 22.000 hombres, sin contar somatenes ni guerrilleros, es-
taba colocado, al principiar Agosto, del modo siguiente: la primera divi-
sion ocupaba las orillas del Llobregat y observaba á Barcelona, estando
tambien fortificada la montaña de Monserrat; la segunda acampaba en
Falset, y no perdía de vista á Suchet, que, como poco hace apuntamos,
intentaba sitiar á Tortosa; parte de la tercera cubria en Esterri las ave-
nidas del valle de Aran; la reserva, distribuida en dos trozos, mantenia
uno en el Coll de Alba, próximo á Tortosa, y el otro en Arbeca y Borjas
Blancas, para enfrenar la guarnicion de Lérida. Un cuerpo de húsares y
tropas ligeras se alojaban en Olot y acechaban las comarcas de Besalú
y Bañolas; varios guerrilleros recorrian la demas tierra, aprovechándose
todos de las ocasiones que se presentaban para desvanecer los intentos
del enemigo é incomodarle continuamente. El cuartel general permane-
cia en Tarragona, desde donde O’Donnell gobernaba las maniobras más
notables, tomando á vecesen ellas parte muy principal. Con esta distri-
bucion creyó el General de Cataluña que, vigilando las plazas y puntos
más señalados, llevaria á cumplido efecto su plan, y que el ejército fran-
ces se rehundiria poco á poco en combates parciales.


Si en todo no se llenaron los deseos de D. Enrique O’Donnell, se lo-
graron en parte. El mariscal Macdonald, afanado siempre con el abaste-
cimiento de Barcelona, no pudo, desde el segundo convoy que metió allí
en Julio, pensar en cosa importante, sino en preparar otro tercero, que
consiguió introducir el 12 de Agosto. Entónces, más libre, resolvió, aun-
que todavía en balde, favorecer directamente las operaciones del maris-
cal Suchet.


No desistia este general del indicado propósito de sitiar á Tortosa, lo
que dió ocasion á varios combates y reencuentros, algunos ya referidos,
con las tropas españolas de Cataluña, Aragon y Valencia, que precedie-
ron á la formalizacion del cerco, ligándose de parte de los franceses las
más de las operaciones, áun las lejanas de aquel principado, con tan pri-
mario objeto, por lo que á una, y en el mejor órden que nos sea posible,
si bien brevemente, darémos de ellas cuenta.




CONDE DE TORENO


752


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


753


Suchet, para emprender el sitio, estableció en Mequinenza un de-
pósito de municiones de guerra y boca; transportarlas de allí á Tolosa
era grande dificultad. Ofrecia el Ebro comunicacion por agua; pero, in-
terrumpida en partes con várias cejas ó bajos, sólo se podian éstos sal-
var en las crecidas, y rara vez en los tiempos secos del estío. Del lado de
tierra era áun más trabajoso y áun impracticable el tránsito, encallejo-
nándose los caminos que van desde Caspe á Mequinenza entre monta-
ñas cada vez más escarpadas, segun avanzan á Mora, Las Armas, Jerta y
Tortosa, por lo que ya en 21 de Julio empezaron los franceses á compo-
ner uno antiguo de ruedas, cuyos rastros, al parecer, se conservaban del
tiempo de la guerra de sucesion. Suchet, ántes de que la ruta se conclu-
yese, fué arrimando fuerzas á la plaza.


En los primeros días de Julio la division que mandaba el general Ha-
bert dirigióse, partiendo de cerca de Lérida, por la izquierda del Ebro, y
llegó á García, estando pronta á caer sobre Tivenys y Tortosa. Poco án-
tes salió de Alcañiz la division de Laval, y despues de haberse movi-
do la vuelta de Valencia, retrocedió, y se colocó el 3 de Julio á la dere-
cha del Ebro, delante del puente de Tortosa, prolongando su derecha á
Amposta y destacando tropas que observasen el Cenia; siendo esta di-
vision, ó parte de ella, la que tuvo que habérselas con los valencianos
en los combates parciales acaecidos allí por este tiempo, y ya relatados.
Suchet mantuvo á su lado la brigada del general Paris, y sentó el 7 sus
reales en Mora, dándose la mano con los dos generales Laval y Habert,
y echando, para la comunicacion de ambas orillas del Ebro, dos puen-
tes, sin que sus soldados consiguiesen, como lo intentaron, quemar el de
barcas de Tortosa.


La guarnicion de esta plaza hizo desde el principio várias salidas,
é incomodó á Laval, que se atrincheraba en su campo. Igualmente par-
te de la division española que se alojaba en Falset atacó con vigor los
puestos enemigos en Tivisa, y el 15 toda ella, teniendo al frente al Mar-
qués de Campoverde, rechazó una acometida de los enemigos y áun si-
guió el alcance.


Eran tales maniobras precursoras de otras que ideaba O’Donnell,
quien el 29 acometió en persona al general Habert. No pudo el español
desalojar de Tivisa á su contrario, mas el 1.º de Agosto se metió en Tor-
tosa y dispuso para el 3 una salida contra Laval. La mandaba D. Isidoro
Uriarte, y embistiendo los nuestros intrépidamente al enemigo, le recha-
zaron al principio y destruyeron várias de sus obras. La poblacion sirvió
de mucho, pues llena de entusiasmo, auxiliaba á los combatientes, áun




CONDE DE TORENO


752


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


753


en los parajes en que habia peligro, con abundantes refrescos, y aliviaba
á los heridos con prontos y acomodados socorros. Reforzados al cabo los
franceses, tuvieron los españoles que recogerse á la plaza, dejando algu-
nos prisioneros, entre ellos al coronel D. José María Torrijos. Semejan-
tes operaciones hubieran sido más cumplidas si D. José Caro, con quien
se contaba, no hubiera por su parte procedido, segun hemos visto, tar-
de y malamente.


Tambien D. Enrique O’Donnell se vio obligado á retroceder en bre-
ve á Tarragona, adonde le llamaban otros cuidados. El mariscal Macdo-
nald, despues de haber introducido en Barcelona el convoy menciona-
do de Agosto, se adelantó via de Tarragona, ya para cercar, si podia esta
plaza, ya para coadyuvar, en caso contrario al asedio de Tortosa. Desis-
tió de lo primero, falto de almacenes, y escasos los granos en aquella co-
marca, recogidos de antemano por O’Donnell. Éste, ademas, se apostó
de suerte, que guarecido de ser atacado con buen éxito, trató de redu-
cir á hambre el cuerpo de Macdonald, situado desde el 18 de Agosto en
Reus y sus contornos. Frustrósele el 21 al mariscal frances un reconoci-
miento que tentó del lado de Tarragona, escarmentándole los nuestros en
la altura de la Canonja. Para evitar mayor desastre, retiróse Macdonald
el 25 de Reus, pidiendo ántes la exorbitante contribucion de 136.000
duros, é imponiendo otra, tambien muy pesada, sobre géneros ingleses
y ultramarinos.


El camino que tomó fué el de Lérida, para abocarse en esta ciudad
con el general Suchet, y desde Alcover, dirigiéndose á Montblanch, pa-
saron sus tropas por el estrecho de la Riva. Aquí las detuvo por su fren-
te la division que mandaba el brigadier Georget, que de antemano habia
dispuesto O’Donnell viniese de hácia Urgel, en donde estaba. Al mismo
tiempo D. Pedro Sarsfield las atacó por flanco y retaguardia en las altu-
ras de Picamuxons y Coll de las Molas, maniobrando á la izquierda vá-
rias partidas. Los enemigos, con tan impensado ataque y las asperezas
del camino, se vieron muy comprometidos; pero siendo numerosas sus
fuerzas, alcanzaron, por último, forzar el paso y ganar las cumbres, ayu-
dándoles mucho una salida que hizo, á espaldas de Georget, la guarni-
cion de Lérida. Con todo, perdieron los franceses unos 400 hombres, en-
tre muertos y heridos, y 150 prisioneros.


Llegado á Lérida el mariscal Macdonald, se avistó el 29 con el ge-
neral Suchet, que ya le aguardaba. Convinieron ambos en limitar aho-
ra sus operaciones al sitio de Tortosa, emprendiéndole el último por sí y
con sus propios medios, al paso que el primero debia protegerle, con tal




CONDE DE TORENO


754


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


755


que tuviese víveres, los que le suministró Suchet en cuanto le fué dable.
Entónces creyó éste que podría obrar activamente y apoderarse en breve
de Tortosa, sobre todo habiendo empezado á acercar á la plaza, favoreci-
do de una crecida del Ebro, piezas de grueso calibre. Pero sus esperan-
zas no estaban todavía próximas á realizarse.


El ejército frances de Cataluña continuó siempre escaso de granos y
embarazado para menearse, á pesar de los grandes esfuerzos de Suchet
y de Macdonald, pues las partidas, la oposicion de los pueblos, la cui-
dadosa diligencia de O’Donnell y sus movimientos desbarataban ó de-
tenían los planes más bien combinados. Se colocó, en los primeros días
de Setiembre, en Cervera el mariscal Macdonald, y el general español
vislumbró desde luégo que su enemigo tomaba aquellas estancias para
cubrir las operaciones de Suchet, amenazar por retaguardia la línea del
Llobregat, y enseñorearse de considerable extension de país, que le faci-
litase subsistencias. Prontamente determinó O’Donnell suscitar al fran-
ces nuevos estorbos, continuando en su primer propósito de esquivar ba-
tallas campales.


Nada le pareció, para conseguirlo, tan oportuno como atacar los
puestos que el enemigo tenía á retaguardia, cuyos soldados se juzgaban
seguros, fuera del alcance del ejército español, y bastante fuertes y bien
situados para resistir á las partidas. O’Donnell, firme en su resolucion,
ordenó que se embarcasen en Tarragona pertrechos, artillería y algunas
tropas, yendo todo convoyado por cuatro faluchos y dos fragatas, una in-
glesa y otra española. Partió él en persona, el 6 de Setiembre, por tierra,
poniéndose en Villafranca al frente de la division de Campoverde, que
de intento había mandado venir allí. En seguida dirigióse hácia Esparra-
guera, colocó fuerzas que observasen al mariscal Macdonald, y otras que
atendiesen á Barcelona, y uniendo á su tropa la caballería de la division
de Georget, prosiguió su ruta por San Culgat, Mataró y Pineda. Salió de
aquí el 12, envió por la costa á D. Honorato de Fleyres con dos batallo-
nes y 60 caballos, y é1 se encaminó á Tordera. Marchó Fleyres contra
Palamós y San Feliu de Guixols, y O’Donnell, despues de enviar explo-
radores hácia Hostalrich y Gerona, avanzó á Vidreras. Para obrar con ra-
pidez, tomó el último consigo, al amanecer del 14, el regimiento de caba-
llería de Numancia, 60 húsares y 100 infantes, que fueron tan de priesa,
que las ocho horas de camino que se cuentan de Vidreras á La Bisbal las
anduvieron en poco más de cuatro. Siguió detras y más despacio el regi-
miento de infantería de Iberia, situándose Campoverde, con lo demas de
la division, en el valle de Aro, á manera de cuerpo de reserva.




CONDE DE TORENO


754


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


755


Luégo que O’Donnell llegó enfrente de La Bisbal, ocupó todas las
avenidas, y dióse tal maña, que no sólo cogió piquetes de coraceros que
patrullaban y un cuerpo de 130 hombres que venía de socorro, sino que
en la misma noche del 14 obligó á capitular al general Schwartz con toda
su gente, que juntos se habían encerrado en un antiguo castillo del pue-
blo. Desgraciadamente, queriendo poco ántes reconocer por sí O’Donnell
dicho fuerte, con objeto de quemar sus puertas, fué herido de gravedad
en la pierna derecha, cuyo accidente enturbió la comun alegría.


Fleyres, afortunado en su empresa, se apoderó de San Feliu de Gui-
xols, y el teniente coronel don Tadeo Aldea de Palamós, teniendo éste la
gloria de haber subido el primero al asalto. Entre ambos puntos, el de La
Bisbal y otros de la costa, tomaron los españoles 1.200 prisioneros, sin
contar al general Schwartz y 60 oficiales, habiendo tambien cogido 17
piezas. Mereció más adelante D. Enrique O’Donnell, por expedicion tan
bien dirigida y acabada, el título de conde de La Bisbal.


Posteriormente á este suceso creció la guerra contra los franceses en
el norte de Cataluña. Don Juan Clarós los molestaba hácia Figueras, y
el coronel D. Luis Creeft, con los húsares de San Narciso, por Besalú y
Bañolas. Marchó á Puigcerdá el Marqués de Campoverde, acosó un tro-
zo de enemigos hasta Montluis y exigió contribuciones en la misma Cer-
daña francesa, de donde revolviendo sobre Calaf, estrechó de aquel la-
do al mariscal Maedonald, al paso que el brigadier Georget le observaba
por Igualada.


El Baron de Eroles, que ya se había distinguido en el sitio de Gerona,
se encargó, despues de Campoverde, del mando de los distritos del norte
de Cataluña, bajo el título de comandante general de las tropas y gente
armada del Ampurdan. Empezó luégo á hacer grave daño á los enemigos,
y al promediar de Octubre les apresó un convoy cerca de la Junquera,
acometiéndolos el 21, con ventaja, en su campamento de Lladó.


El propio día, junto á Cardona, hizo asimismo frente el Marqués de
Campoverde á las tropas del mariscal Macdonald. Vinieron éstas de há-
cia Solsona, cuya catedral habían quemado pocos días Antes, y encon-
trando resistencia, tornaron á sus anteriores puestos; con la noche tam-
bien se recogieron los españoles á Cardona.


No eran decisivas, ni á veces de importancia, las más de dichas ac-
ciones ni otras refriegas que omitimos; pero con ellas embarazábanse los
franceses y se retardaban sus operaciones, renovándose la escasez de ví-
veres y creciendo la dificultad de su recoleccion; motivo por el que vol-
vió Barcelona á dar á los enemigos fundados temores.




CONDE DE TORENO


756


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


757


Dos meses eran ya corridos desde la entrada en la plaza del último
socorro, y los apuros se reproducian en su recinto. Se esperaba el alivio
de un convoy que partiera de Francia; mas como no bastaban para cus-
todiarle las fuerzas que regía en el Ampurdan el general d’Hilliers, tuvo
Macdonald que ir, en Noviembre, camino de Gerona para conducir salvo
dicho convoy hasta la capital del principado.


Así el cerco de Tortosa, suspendido en los meses de Setiembre y Oc-
tubre, continuó del mismo modo durante el Noviembre. No habia aque-
lla interrupcion pendido solamente de las razones que estorbaron al ma-
riscal Macdonald cooperar á aquel objeto, segun habia ofrecido, sino
tambien de los obstáculos que se presentaron al general Suchet, nacidos
unos de la naturaleza, otros del hombre. Los primeros parecían vencidos
con las lluvias del equinoccio, que empezaban á hinchar el Ebro, y con
lo que se adelantaba en el camino de ruedas arriba indicado; no así los
segundos, que llevaban trazas de crecer en lugar de allanarse.


Resueltos, sin embargo, los franceses á proseguir en su intento, ha-
bian tratado ya en Setiembre de enviar desde Mequinenza convoyes por
agua, y de asegurar el tránsito haciendo el 17 pasar de Flix á la otra ori-
lla del Ebro un batallon napolitano. El Baron de La Barre, que manda-
ba una division española en Falset (punto que los nuestros volvieron á
ocupar luégo que Maedonald, en Agosto, se dirigió á Lérida), destacó un
trozo de gente, á las ordenes del teniente coronel Villa, contra el men-
cionado batallon, al cual este jefe sorprendió y cogió entero. Afortuna-
damente para los franceses, el convoy que debió partir retardó su salida,
escaso todavia de agua el rio Ebro, sin lo cual hubiera aquél tenido la
misma suerte que los napolitanos. No sólo en éste, sino tambien en otros
lances, prosiguió el Baron de La Barre incomodando al enemigo lo lar-
go de aquella orilla.


Por la derecha desempeñaron igual faena los aragoneses. Goberná-
balos en jefe, desde Agosto, don José María de Carvajal, á quien la Re-
gencia de Cádiz habia nombrado con objeto de que obedeciesen á una
sola mano las diversas partidas y cuerpos que recorrian aquel reino.
Pensamiento loable, pero cuya ejecucion se encomendó á hombre de li-
mitada capacidad. Carvajal paró sólo mientes en lo accesorio del mando,
y descuidó lo más principal. Estableció en Teruel grande aparato de ofi-
cinas, con poca prevision almacenes, y dió ostentosas proclamas. En vez
de ayudar, embarazaba á los jefes subalternos, y mostrábase quisquillo-
so, con sus puntas de celos.


Importunaba, más que á los otros, á D. Pedro Villacampa, como




CONDE DE TORENO


756


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


757


quien descollaba sobre todos. Este caudillo, sin embargo, continuando
infatigable la guerra, cogió el 6 de Setiembre, en Andorra, un destaca-
mento enemigo, y al siguiente dia, en las Cuevas de Cañart, un convoy,
con 136 soldados y 3 tres oficiales. El coronel Plicque, que lo manda-
ba, logró escaparse, achacándose á Carvajal la culpa por haber reteni-
do léjos, so pretexto de revista, parte de las tropas. Desazonado Suchet
con tales pérdidas, envió de Mora, para ahuyentar á Villacampa, algu-
na fuerza, á las órdenes del general Habert, que, reunido á los corone-
les Plicque y Kliski, que estaban hácia Alcañiz, obligó al español á en-
marañarse en las sierras.


Mas pasado un mes, volviendo Villacampa á avanzar, resolvió de
nuevo Suchet que le atacasen sus tropas, y destacó á Klopicki del blo-
queo de Tortosa, con siete ballones y 400 caballos. Villacampa retro-
cedió, y Carvajal evacuó á Teruel, donde entraron los franceses el 30.
Siguieron éstos de cerca á los españoles, y en la mañana siguiente alcan-
zaron su retaguardia más allá de la quebrada de Alventosa, y cogieron
seis piezas, varios caballos y carros de municiones.


Klopicki creyó con esto haber dispersado del todo á los españoles;
pero luégo se desengañó, quedando en pié la mayor parte de la fuerza
del general Villacampa. Por lo mismo trató de aniquilarla, y se encon-
tró con ella, aportada, el 12 do Noviembre, en las alturas inmediatas al
santuario de la Fuensanta, espaldas de Villel. Don Pedro Villacampa
tenía unos 3.000 hombres, manteniéndose Carvajal, con alguna gente,
en Cuervo, á una legua del campo de batalla. La posicion española era
fuerte, aunque algo prolongada, y la defendieron los nuestros dos horas
porfiadamente, hasta que la izquierda fué envuelta y atropellada. Pere-
cieron de los españoles unos 200 hombres, ahogándose bastantes en el
Guadalaviar al cruzar el puente de Libros, que con el peso se hundió.


Klopicki tornó despues al sitio de Tortosa, y dejó á Kliski, con 1.200
hombres, para defender por aquella parte contra Villacampa la orilla de-
recha del Ebro.


Entre tanto, sosteniéndose altas con mayor constancia las aguas de
este rio, apresuráronse los enemigos á trasportar lo que exigia el entero
complemento del asedio de aquella plaza. Mas no lo ejecutaron sin tro-
piezos y contratiempos. El 3 de Noviembre diez y siete barcas partie-
ron de Mequinenza, escoltadas con tropa francesa, que las seguía por las
márgenes del Ebro; la rapidez de la corriente hizo que aquéllas tomasen
la delantera. Aprovechóse de tal acaso el teniente coronel Villa, pues-
to en emboscada entro Fallo y Ribaroya, y atacando el convoy, cogió vá-




CONDE DE TORENO


758


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


759


rias barcas, salvándose las otras al abrigo de refuerzos que acudieron.
No les faltaron tampoco, ántes de llegar á su destino, nuevas refriegas.
Lo mismo sucedió el 27 de Noviembre á otro convoy, con la diferencia
que en este caso las barcas se habian retrasado, anticipándose las escol-
tas, y catalanes en acecho acometieron aquéllas, las hicieron varar, y co-
gieron 70 hombres de la guarnicion de Mequinenza, que habian salido
á socorrerlas.


Como semejantes tentativas y correrías, ó eran proyectadas por la di-
vision española alojada en Falset, ó por lo ménos las apoyaba, habia ya
determinado Suchet, tanto para escarmentarla, cuanto para facilitar la
aproximacion del séptimo cuerpo, al que siempre aguardaba, atacar á
los españoles en aquel puesto. Verificólo así el 19 de Noviembre por me-
dio del general Habert, quien, no obstante una viva resistencia de los
nuestros, regidos por el Baron de La Barre, se enseñoreó del campo y co-
gió 300 prisioneros, de cuyo número fué el general García Navarro, si
bien luégo consiguió escaparse.


Don Luis de Bassecourt, por el lado de Valencia, tambien tentó mo-
lestar á los franceses, y áun divertirlos del sitio de Tortosa. En la no-
che del 25 de Noviembre partió de Peñíscola la vuelta de Ulldecona
con 8.000 infantes y 800 caballos, distribuidos en tres columnas: la del
centro la mandaba el mismo Bassecourt; la de la derecha, que se diri-
gia camino de Alcanar, D. Antonio Porta, y la de la izquierda D. Melchor
Álvarez. Al llegar el primero cerca de Ulldecona, perdió tiempo aguar-
dando á Porta; pero impaciente, ordenó al fin que avanzasen guerrillas
de infantería y caballería, y que al oir cierta señal atacasen. Hízose así,
sustentando Bassecourt la acometida por el centro con el grueso de los
jinetes, y por los flancos con los peones. Hasta tercera vez insistieron los
nuestros en su empeño, en cuya ocasion, no descubriéndose todavía ni á
Porta ni á D. Melchor Álvarez, tuvieron que cejar con quebranto, en es-
pecial el escuadron de la Reina, cuyo coronel, D. José Velarde, quedó
prisionero. Bassecourt se retiró por escalones y en bastante órden has-
ta Vinaroz, donde se le juntó don Antonio Porta. Los franceses vinieron
luégo encina, habiendo juntado todas sus fuerzas el general Musnier,
que los mandaba, con lo que los nuestros, ya desanimados, se dispersa-
ron. Recogióse Bassecourt á Peñíscola, en donde se volvió á reunir su
gente, y llegó noticia de haberse mantenido salva la izquierda, que capi-
taneaba D. Melchor Álvarez, ya que no acudiese con puntualidad al sitio
que se le señalára. Corta fué de ambos lados la pérdida; los prisioneros,
por el nuestro, bastantes, aunque despues se fugaron muchos. Achacóso




CONDE DE TORENO


758


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


759


en parte la culpa de esto descalabro á la lentitud de Porta; otros pensa-
ron que Bassecourt no habia calculado convemnientemente los tropiezos
que en la marcha encontrarian las columnas de derecha é izquierda.


Al mismo tiempo que avanzó hácia Ulldecona, dió la vela de Peñís-
cola una flotilla. con intento de atacar los puestos franceses de la Rápi-
ta y los Alfaques; mas, estando sobre aviso el general Harispe, que había
sucedido en el mando de la division á Laval, muerto de enfermedad, to-
mó sus precauciones y estorbó el desembarco.


Se acercaba, en tanto, el dia en que Macdonald, despues de largo es-
perar, ayudase de veras á la completa formalizacion del sitio de Torto-
sa. Permitióselo el haber podido meter en Barcelona el convoy que in-
sinuamos fué á buscar via del Ampurdan. Aseguradas de este nodo por
algun tiempo las subsistencias en dicha plaza, dejó en ella 6.000 hom-
bres; 14.000 á las órdenes del general Baraguey d’Hilliers en Gerona y
Figueras, de que la mayor parte quedaba disponible para guerrear en el
campo y mantener las comunicaciones con Francia, y con 15.000 res-
tantes marchó el mismo Macdonald la vuelta del Ebro, entrando en Mora
el 13 de Diciembre. Concertáronse él y Suchet, y sentando éste en Jerta
su cuartel general, ocupó el otro los puestos que ántes cubria la division
de Habert, y se dió principio á llevar con rapidez los trabajos del sitio de
Tortosa, del que hablarémos en uno de los próximos libros.


A la propia sazon el ejército español de Cataluña, dejando una divi-
sion que observase el Llobregat, y continuando el Ampurdan al cuidado
del Baron de Eroles, se colocó en su mayor parte frontero á Macdonald,
en figura de arco, al rededor de Lent, y apoyaba la derecha en Montblan-
ch. Faltóle luégo el brazo activo y vigoroso de D. Enrique O’Donnell,
quien, debilitado á causa de su herida, empeorada con los cuidados, tu-
vo que embarcarse para Mallorca ántes de acabar Diciembre, recayendo
el mando interinamente, como más antiguo, en D. Miguel de Iranzo.


Por la relacion que acabamos de hacer de las operaciones milita-
res de estos meses en Cataluña, Aragon y Valencia, harto enmarañadas,
y quizá enojosas por su menudencia, habrá visto el lector cómo, á pesar
de haber escaseado en ellas trabazon y concierto, fueron para el enemi-
go incómodas y ominosas; pues desde el principio de Julio, que embistió
á Tortosa, no pudo hasta Diciembre formalizar el sitio. Nuevo ejemplo de
lo que son estas guerras. Sesenta mil franceses, no obstante los yerros y
mala inteligencia de nuestros jefes, nada adelantaron por aquella parte
durante varios meses en la conquista, estrellándose sus esfuerzos contra
el tropel de refriegas y pertinacia de los pueblos.




CONDE DE TORENO


760


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


761


En el riñon de España, junto con las provincias Vascongadas y Na-
varra, se aumentaban las partidas, y en este año de 10 llegaron á for-
mar algunas de ellas cuerpos numerosos y mejor disciplinados; pues en
tales lides, como decia Fernando del Pulgar, «crece cl corazon con las
hazañas, y las hazañas con la gente, y la gente con el interes.» Prose-
guian tambien allí, en algunos parajes, gobernando las juntas, las cua-
les, sin asiento fijo, mudaban de morada segun la suerte de las armas, y
ya se embreñaban en elevadas sierras, ó ya se guarecian en recónditos
yermos. La Regencia de Cádiz nombraba á veces generales que tuvie-
sen bajo su mando los diversos guerrilleros de un determinado distrito,
ó ensalzaba á los que de entro ellos mismos sobresalían, autorizándolos
con grados y comandancias superiores. Igualmente envió intendentes ú
otros empleados de Hacienda que recaudasen las contribuciones y lle-
vasen en lo posible la correspondiente cuenta y razon, invirtiéndose los
productos en las atenciones de los respectivos territorios. Y si no se es-
tableció en todas partes entero y cumplido órden, incompatible con las
circunstancias y la presencia del enemigo, por lo ménos adoptóse un gé-
nero de gobernacion que, aunque llevaba visos de sólo concertado des-
órden, remedió ciertos males, evitó otros, y mantuvo siempre viva la lla-
ma de la insurreccion.


No poco, por su lado, contribuian los franceses al propio fin. Sus ex-
torsiones pasaban la raya de lo hostigoso ú inicuo. Vivian, en general,
de pesadísimas derramas y de escandaloso pillaje, cuyos excesos produ-
cían en los pueblos venganzas, y éstas crueles y sanguinarias medidas
del enemigo. Los alcaldes de los pueblos, los curas párrocos, los suje-
tos distinguidos, sin reparar en edad, ni áun en sexo, tenian que respon-
der de la tranquilidad pública, y con frecuencia, so pretexto de que con-
servaban relaciones con los partidarios, se los metia en duras prisiones,
se los extrañaba á Francia, ó eran atropelladamente arcabuceados. ¡Qué
pábulo no daban tales arbitrariedades y demasías al acrecentamiento de
guerrillas!!


Asaltados por ellas en todos lugares, tuvieron los enemigos que es-
tablecer de trecho en trecho puestos fortificados, valiéndose de antiguos
castillos de moros ó de conventos y casas-palacios. Por este medio ase-
guraban sus caminos militares, la línea de sus operaciones, y formaban
depósitos de víveres y aprestos de guerra. Su dominio no se extendia ge-
neralmente fuera del recinto fortalecido, teniendo á veces que oir, mal
de su grado, y sin poder estorbarlo, las jácaras patrióticas que en su de-
rredor venian á entonar, con los habitantes, los atrevidos partidarios.




CONDE DE TORENO


760


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


761


Al viajante prestaban por lo comun aquellos caminos triste y desola-
dora vista: pueblos desiertos, arruinados, continua soledad, que interrum-
pian de tarde en tarde escoltados convoyes, ó la aparicion de los puestos
franceses, cuyos soldados recelosamente salian de entre sus empalizadas.
Resultas precisas, pero lastimosas, de tan cruda y bárbara guerra.


Conservar de este modo las comunicaciones exigia de los franceses
suma vigilancia y mucha gente. Así en las provincias de que vamos ha-
blando nada ménos contaban que unos 70.000 hombres, 24.000 en Ma-
drid y lo restante de Castilla la Nueva. En la Vieja, ademas de Segovia y
Avila, y de otros puntos de inmediato enlace con las operaciones de Por-
tugal y Asturias, habia en Valladolid de 6 á 7.000 hombres, y 10.000 en
Búrgos, Soria y sus contornos; 7.000 se esparcian por Álava, Vizcaya y
Guipúzcoa, y 22.000 se alojaban en Navarra. Distribuíase toda esta gen-
te en columnas móviles, ó se juntaba, segun los casos, en cuerpos más
numerosos y compactos.


En órden á los partidarios, causadores de tanto afan, no nos es da-
do hacer de todos particular especificacion, ménos de sus hechos, como
ajena de una historia general. Subia á 200 la cuenta de los caudillos más
conocidos, apareciendo y desapareciendo otros muchos con las oleadas
de los sucesos.


Los que andaban cerca de los ejércitos en la circunferencia peninsu-
lar, y de que ya hemos hablado, permanecian más fijos en sus respecti-
vos lugares, como dependientes de cuerpos reglados. Los que ahora nos
ocupan, si bien de preferencia tenian, digámoslo así, determinada vi-
vienda, trasladábanse de una provincia á otra al són de las alternativas y
vueltas de la guerra, ó segun el cebo que ofrecia alguna lucrativa ó glo-
riosa empresa.


En Andalucía, aparte de las guerrillas nombras, y que recorrian las
tierras de Granada y Ronda, diéronse á conocer bastante las de D. Pedro
Zaldivia, D. Juan Mármol y D. Juan Lorenzo Rey, habiendo una, que ape-
llidaron del Mantequero, metídose en el barrio de Triana un dia de los del
mes de Setiembre, con gran sobresalto de los franceses de Sevilla.


Continuaban en la Mancha, haciendo sus excursiones, Francisquete
y los ya insinuados en otro libro. Oyéronse ahora los nombres de D. Mi-
guel Diaz y de D. Juan Antonio Orobio, juntamente con los de D. Fran-
cisco Abad y D. Manuel Pastrana, el primero bajo el mote de Chaleco, y
el último bajo el de Chambergo. Usanza ésta general entre el vulgo, no
olvidada ahora con caudillos que por la mayor parte salian de las honra-
das pero humildes clases del pueblo.




CONDE DE TORENO


762


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


763


Apareció en la provincia de Toledo D. Juan Palarea, médico de Vi-
llaluenga, y en la misma murió el famoso partidario D. Ventura Jime-
nez, de resultas de heridas recibidas el 17 de Junio en un empeñado
choque junto al puente de San Martin. Igual y gloriosa suerte cupo á
D. Toribio Bustamante, álias el Caracol, que recorria aquella provin-
cia y la de Extremadura. Tomó las armas despues de la batalla de Rio-
seco, en donde era administrador de correos, para vengar la muerte de
su mujer y de un tierno hijo, que perecieron á manos de los franceses
en el saco de aquella ciudad. Finó el 2 de Agosto, lidiando en el puer-
to de Mirabete.


En las cercanías de Madrid hervian las partidas, á pesar de las fuer-
zas respetables que custodiaban la capital; bien es verdad que dentro
tenía la causa nacional firmes parciales, y auxilios y pertrechas, y has-
ta insignias honoríficas recibian de su adhesion y afecto los caudillos de
las guerrillas.


D. Juan Martin (el Empecinado), que por lo comun peleaba en la
provincia vecina de Guadalajara, era á quien especialmente se dirigian
los envíos y obsequiosos rendimientos. Cuerpos suyos destacados ron-
daban á menudo no léjos do Madrid, y el 13 de Julio hasta se metieron
en la Casa de Campo, tan inmediata á la capital, y sitio de recreo de Jo-
sé. A tal punto inquietaban estos rebatos á los enemigos, y tanto se mul-
tiplicaban, que el Conde de Laforest, embajador de Napoleon cerca de
su hermano, despues de hablar en un pliego, escrito en 5 de Julio, al mi-
nistro Champagny, de que las «sorpresas que hacian las cuadrillas espa-
ñolas de los puestos militares, de los convoyes y correos, eran cada dia
más frecuentes», añadia «que en Madrid nadie se podia, sin riesgo, ale-
jar de sus tapias.»


Mirando los franceses al Empecinado como principal promovedor de
tales acometidas, quisieron destruirle, y ya en la primavera habian des-
tacado contra él, á las órdenes del general Hugo, una columna volante
de 3.000 infantes y caballos, en cuyo número habia españoles de los en-
regimentados por José, pero que comunmente sólo sirvieron para engro-
sar las filas del Empecinado.


El general Hugo, aunque al principio alcanzó ventajas, creyó oportu-
no, para apoyar sus movimientos, fortalecer, en fines de Junio, á Brihue-
ga y Sigüenza. No tardó el Empecinado en atacar á esta ciudad, constan-
do ya su fuerza de 600 infantes y 400 caballos. Se agregó á él, con 100
hombres, D. Francisco de Palafox, que vimos ántes en Alcañiz, y que
luégo pasó á Mallorca, donde murió. Juntos ambos caudillos, obligaron á




CONDE DE TORENO


762


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


763


los franceses á encerrarse en el castillo, y entraron en la ciudad. Aban-
donáronla pronto; mas desde entónces el Empecinado no cesó de ame-
nazar á los franceses en todos los puntos, y de molestarlos marchando y
contramarchando, y ora se presentaba en Guadalajara, ora delante de Si-
güenza, y ora, en fin, cruzaba el Jarama y ponia en cuidado hasta la mis-
ma córte de José.


Servíale de poco á Hugo su diligencia; pues don Juan Martin, si se
veia acosado, presto á desparcir su gente, juntábala en otras provincias,
é iba hasta las de Búrgos y Soria, de donde tambien venian á veces en su
ayuda Tapia y Merino.


El 18 de Agosto trabó en Cifuentes, partido de Guadalajara, una por-
fiada refriega, y aunque de resultas tuvo que retirarse, apareció otra vez
el 24 en Mirabueno, y sorprendió una columna enemiga, cogiéndole bas-
tantes prisioneros. Volvió en 14 de Setiembre á empeñar otra accion,
tambien reñida, en el mismo Cifuentes, la cual duró todo el día, y los
franceses, despues de poner fuego á la villa, se recogieron á Brihuega.


Ascendió en Octubre la fuerza del Empecinado á 600 caballos y
1.500 infantes, con lo que pudo destacar partidas á Castilla la Vieja y
otros lugares, no sólo para pelear contra los franceses, sino tambien para
someter algunas guerrillas españolas que, so color de patriotismo, opri-
mian los pueblos y dejaban tranquilos á los enemigos.


No le estorbó esta maniobra hostilizar al general Hugo, y el 18 de
Octubre escarmentó á algunas de sus tropas en las Cantarillas de Fuen-
tes, apresando parte de un convoy.


Con tan repetidos ataques desflaquecia la columna del general Hu-
go, y menester fué que le enviasen de Madrid refuerzos. Luégo que se le
juntaron, se dirigió á Humánes, y allí en 7 de Diciembre, escribió al Em-
pecinado, ofreciéndole para él y sus soldados servicios y mercedes ba-
jo el gobierno de José. Replicó el español briosamente y como honrado,
de lo cual enfadado Hugo, cerró con los nuestros, dos dias despues, en
Cogolludo, teniendo el jefe español que retirarse á Atienza, sin que por
eso so desalentase, pues á poco se dirigió á Jadraque y recobró varios de
sus prisioneros. «Tal era, dice el general Hugo en sus Memorias, la pas-
mosa actividad del Empecinado, tal la renovacion y aumento de sus tro-
pas, tales los abundantes socorros que de todas partes le suministraban,
que me veia forzado á ejecutar continuos movimientos.» Y más adelan-
te concluye con asentar: «Para la completa conquista de la Península se
necesitaba acabar con las guerrillas pero su destruccion presentaba la
imagen de la hidra fabulosa.» Testimonio imparcial, y que añade nuevas




CONDE DE TORENO


764


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


765


pruebas en favor del raro y exquisito mérito de los españoles en guerra
tan extraordinaria y hazañosa.


Don Luis de Bassecourt, conforme apuntamos, mandaba en Cuenca
ántes de pasar á Valencia. Entraron los franceses en aquella ciudad el
17 de Junio, y hallándola desamparada, cometieron excesos parecidos á
los que allí deshonraron sus armas en las anteriores ocupaciones. Que-
maron casas, destruyeron muebles y ornamentos, y hasta inquietaron las
cenizas de los muertos, desenterrando varios cadáveres, en busca, sin
duda, de alhajas y soñados tesoros.


Evacuaron luego la ciudad, y en Agosto sucedió á Bassecourt en el
mando D. José Martinez de San Martin, que tambien de médico se había
convertido en audaz partidario. Recorria la tierra hasta el Tajo, en cuyas
orillas escarmentó á veces la columna volante que capitaneaba en Ta-
rancon el coronel frances Forestier.


Cundia igualmente voraz el fuego de la guerra al norte de las sie-
rras de Guadarrama. Sostenianse los más de los partidarios en otro li-
bro mencionados, y brotaron otros muchos. De ellos, en Segovia, D. Juan
Abril; en Ávila, D. Camilo Gomez; en Toro, D. Lorenzo Aguilar, y distin-
guióse en Valladolid la guerrilla de caballería, llamada de Borbon, que
acaudillaba D. Tomas Príncipe.


Aquí mostrábase el general Kellermann contra los partidarios tan
implacable y severo como ántes, portándose á veces, ya él, ó ya los sub-
alternos, harto sañudamente. Hubo un caso que aventajó á todos en ex-
tremada crueldad. Fué, pues, que preso el hijo de un latonero de aquella
ciudad, de edad de doce años, que levaba pólvora á las partidas, no que-
riendo descubrir la persona que le enviaba, aplicáronle fuego lento á las
plantas de los piés y á las palmas de las manos, para que con el dolor de-
clarase lo que no queria de grado. El niño, firme en su propósito, no des-
plegó los labios, y conmoviéronse, al ver tanta heroicidad, los mismos
ejecutores de la pena, mas no sus verdaderos y empedernidos verdugos.
¿Yquién, despues de este ejemplo y otros semejantes, sólo propios de
naciones feroces y de siglos bárbaros, extrañará algunos rigores, y áun
actos crueles de los partidarios? Don Juan Tapia, en Palencia; D. Jeró-
nimo Merino, en Búrgos; D. Bartolomé Amor, en la Rioja, y en Soria D.
José Joaquin Durán, ya unidos, ya separadamente, peleaban en sus res-
pectivos territoris ó batían la campaña en otras provincias. Eligió la Jun-
ta de Soria á Durán comandante general de su distrito. Siendo brigadier
fué hecho prisione en la accion de Bubierca, y habiéndose luégo fugado,
se mantenía oculto en Cascante, pueblo de su naturaleza. Resolvió dicha




CONDE DE TORENO


764


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


765


Junta este nombra (que mereció en breve la aprobacion del Gobierno) de
resultas de un descalabro que el 6 de Setiembre padecieron en Yanguas
sus partidas, unidas á las de la Rioja. Causóle una columna volante ene-
miga que regía el general Roguet, quien inhumanamente mandó fusilar
veinte soldados españoles prisioneros, despues de haberles hecho creer
que les concedia la vida.


Durán se estableció en Berlanga. Su fuerza, al principio, no era con-
siderable; pero aparentó de manera, que el gobernador frances de Soria,
Duvernet, si bien á la cabeza de 1.600 hombres de la guardía imperial,no
osó atacarle solo, y pidió auxilió al general Dorsenne, residente en Búr-
gos. Por entónces ni uno ni otro se movieron, y dejaron á Durán tranqui-
lo en Berlanga. Tampoco pensaba éste en hacer tentativa alguna hasta
que su gente fuese más numerosa y estuviese mejor disciplinada. Pe-
ro habiéndosele presentado en Diciembre los partidarios Merino y Ta-
pia, con 600 hombres, los más de caballería, no quiso desaprovechar tan
buena ocasion, y les propuso atacar á Duvernet, que á la sazon se aloja-
ba, con 600 soldados, en Calatañazor, camino del Burgo de Osma.


Aprobaron Merino y Tapia el pensamiento, y todos convinieron en
aguardar á los franceses el 11 á su paso por Torralba. Apareció Duver-
net, trabóse la pelea, y ya iba aquél de vencida, cuando de repente la
caballería de Merino volvió grupa y desamparó á los infantes. Dispersá-
ronse éstos, tornaron Tapia y su compañero á sus provincias, y Durán á
Berlanga, en donde, sin ser molestado, continuó hasta finalizar el año de
10, procurando reparar sus pérdidas y mejorar la disciplina.


Tomó á su cargo la montaña de Santander el partidario Campillo,
aproximándose unas veces á Astúrias y otras á Vizcaya, mas siempre
con gran detrimento del enemigo. Mereció por ello gran loa, y tambien
por ser de aquellos lidiadores que, sirviendo á su patria, nunca vejaron
á los pueblos.


La misma fama adquirió en esta parte D. Juan de Aróstegui, que
acaudillaba en Vizcaya una partida considerable con el nombre de Bo-
camorteros. Sonaba en Álava desde principio de año D. Francisco Lon-
ga, de la Puebla de Arganzon, quien en breve contó bajo su mando unos
500 hombres. Pronto rebulló tambien en Guipúzcoa D. Gaspar Jáuregui,
llamado el Pastor, porque soltó el cayado para empuñar la espada.


Estas provincias Vascongadas, así como toda la costa cantábrica, de
suma importancia para divertir al enemigo y cortarle en su raíz las co-
municaciones, habian llamado particularmente la atencion del Gobiemo
supremo, y por tanto, ademas de las expediciones referidas de Porlier, se




CONDE DE TORENO


766


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


767


idearon otras. Fué de ellas la primera una que encomendó la Regencia á
D. Mariano Renovales. Salió éste al efecto de Cádiz, aportó á la Coruña,
y hechos los preparativos, dió de aquí la vela el 14 de Octubre con rum-
bo al Este. Llevaba 1.200 españoles y 800 ingleses, convoyados por cua-
tro fragatas de la misma nacion y otra de la nuestra, con varios buques
menores. Mandaba las fuerzas de mar el comodoro Mends.


Fondeó la expedicion en Gijon el 17, á tiempo que Porlier peleaba
en los alrededores con los franceses; mas no pudiendo Renovales des-
embarcar hasta el 18, dióse lugar á que los enemigos evacuasen aquella
villa, y que Porlier, atacado por éstos, unidos á los de afuera, se aleja-
se. Renovales se reembarcó, y el 23 surgió en Santoña; vientos contra-
rios no le permitieron tomar tierra hasta el 28; espacio de tiempo favora-
ble á los franceses, que, acudiendo con fuerzas superiores en auxilio del
punto amagado, obligaron á los nuestros á desistir de su intento. Ade-
mas la estacion avanzaba y se ponia inverniza con anuncios de tempora-
les peligrosos en costa tan brava; por lo mismo, pareciendo prudente re-
troceder á Galicia, aportaron los nuestros á Vivero. Allí, arreciando los
vientos, se perdió la fragata española Magdalena y el bergantin Palomo,
con la mayor parte de sus tripulaciones. Grande desdicha, que si en al-
go pendió de los malos tiempos, tambien hubo quien la atribuyese á im-
prevision y tardanzas.


Causó al principio desasosiego á los franceses esta expedicion, que
creyeron más poderosa; pero tranquilizándose despues al verla alejada,
pusieron nuevo conato, aunque inútilmente, en despejar el país de las
partidas, perturbándolos en especial don Francisco Espoz y Mina, que
sobresalió por su intrepidez y no interrumpidos ataques.


A poco de la desgracia de su sobrino habla allegado bastante gente,
que todos los dias se aumentaba. Sin aguardar á que fuese muy nume-
rosa, emprendió ya en Abril frecuentes acometidas, y prosiguió los me-
ses adelante, atajando las escoltas y combatiendo los alojamientos ene-
migos. Impacientes éstos y enfurecidos del fatigoso pelear, determinaron
en Setiembre destruir á tan arrojado partidario. Valióse para ello el ge-
neral Reille, que mandaba en Navarra, de las fuerzas que allí habia y de
otras que iban de paso á Portugal, juntando de este modo unos 30.000
hombres.


Mina, acosado, para evitar el exterminio de su gente, la desparramó
por diversos lugares, encaminándose parte de ella á Castilla y parte á
Aragon. Guardó él consigo algunos hombres, y más desembarazado, no
cesó en sus ataques, si bien tuvo luégo que correrse á otras provincias.




CONDE DE TORENO


766


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


767


Herido de gravedad, tornó despues á Navarra para curarse, creyéndose
más seguro en donde el enemigo más le buscaba. ¡Tal y tan en su favor
era la opinion de los pueblos, tanta la fidelidad de éstos!


Antes de ausentarse dió en Aragon nueva forma á sus guerrillas,
vueltas á reunir en número de 3.000 hombres, y las repartió en tres ba-
tallones y un escuadron; confirió el mando de ellos á Curuchaga y á Go-
rriz, jefes dignos de su confianza. La Regencia de Cádiz le nombró en-
tónces coronel y comandante general de las guerrillas de Navarra; pues
estos caudillos, en medio de la independencia de que disfrutaban, hija
de las circunstancias y de su posicion, aspiraban todos á que el Gobier-
no supremo confirmase sus grados y aprobase sus hechos, reconociéndo-
lo como autoridad soberana y único medio de que se conservase buena
armonía y union entre las provincias españolas.


Recobrado Mina de su herida, comenzó, al finalizar Octubre, otras
empresas, y su gente recorrió de nuevo los campos de Aragon y Castilla,
con terrible quebranto de los enemigos. Restituyóse en Diciembre á Na-
varra, atacó á los franceses en Tievas, Monreal y Aibar; y cerrando di-
chosamente la campaña de 1810, se dispuso á dar á su nombre en las
sucesivas mayor fama y realce.


Júzguese por lo que liemos referido cuántos males no acarrearian las
guerrillas al ejército enemigo. Habíalas en cada provincia, en cada co-
marca, en cada rincon; contaban algunas 2.000 y 3.000 hombres; la ma-
yor parte 500 y áun 1.000. Se agregaron las más pequeñas á las más
numerosas, ó desaparecieron, porque como eran las que por lo general
vejaban los pueblos, faltábales la proteccion de éstos, persiguiéndolas al
propio tiempo los otros guerrilleros, interesados en su buen nombre y á
veces tambien en el aumento de su gente. No hay duda que en ocasiones
se originaron daños á los naturales, áun de las grandes partidas; pero los
más eran inherentes á este linaje de guerra, pudiéndose resueltamen-
te afirmar que sin aquéllas hubiera corrido riesgo la causa de la inde-
pendencia. Tranquilo poseedor el enemigo de extension vasta de país,
se hubiera entónces aprovechado de todos sus recursos, transitando por
él pacíficamente, y dueño de mayores fuerzas, ni nuestros ejércitos, por
más valientes que se mostrasen, hubieran podido resistir á la superiori-
dad y disciplina de sus contrarios, ni los aliados se hubieron mantenido
constantes en contribuir á la defensa de una nacion cuyos habitantes do-
blaban mansamente la cerviz á la coyunda extranjera.


Tregua ahora á tanto combate; y lanzándonos en el campo no ménos
vasto de la política, hablemos de lo que precedió á la reunion de Córtes,




CONDE DE TORENO


768


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


769


las cuales, en breve congregadas, haciendo bambolear el antiguo edifi-
cio social, echaron al suelo las partes ruinosas y deformes, y levantaron
otro, que, si no perfecto, por lo ménos se acomodaba mejor al progreso
de las luces del siglo, y á los usos, costumbres y membranzas de las pri-
mitivas monarquías de España.


Desaficionada la Regencia á la institucion de Córtes, habia poster-
gado el reunirlas, no cumpliendo debidamente con el juramento que ha-
bia prestado al instalarse, «de contribuir á la celebracion de aquel au-
gusto congreso en la forma establecida por la suprema Junta Central, y
en el tiempo designado en el decreto de creacion de la Regencia.» Cier-
to es que en este decreto, aunque se insistia en la reunion de Córtes, ya
convocadas para el 1.º de Marzo de 1810, se añadia: «si la defensa del
reino..... lo permitiere.» Cláusula puesta allí para el solo caso de urgen-
cia, ó para diferir cortos dias la instalacion de las Córtes; pero que abria
ancho espacio á la interpretacion de los que procediesen con mala ó fria
voluntad.


Descuidó, pues, la Regencia el cumplimiento de su solemne prome-
sa, y no volvió á mentar ni áun la, palabra Córtes sino en algunos papeles
que circuló á América, las más veces no difundidos en la Península, y
cortados á traza de entretenimiento para halagar los ánimos de los habi-
tantes de Ultramar. Conducta extraña, que sobremanera enojé, pues en-
tónces ansiaban los más la pronta reunion de Córtes, considerando á és-
tas como áncora de esperanza en tan deshecha tormenta. Creciendo los
clamores públicos, se unieron á ellos los de varios diputados de algunas
juntas de provincia, los cuales residian en Cádiz y trataron de promover
legalmente asunto de tanta importancia. Temerosa la Regencia de la co-
mun opinion, y sabedora de lo que intentaban los referidos diputados,
resolvió ganar á todos por la mano, suscitando ella misma la cuestion de
Córtes, ya que contase deslumbrar así y dar largas, ó ya que, obligada á
conceder lo que la generalidad pedia, quisiese aparentar que sólo la es-
timulaba propia voluntad, y no ajeno impulso. A este fin llamó el 14 de
Junio á D. Martin de Garay, y le instó á que esclareciese ciertas dudas
que ocurrian en el modo de la convocacion de Córtes, no hallándose na-
die más bien enterado en la materia que dicho sujeto, secretario general
é individuo que habia sido de la Junta Central.


No por eso desistieron de su intento los diputados de las provincias,
y el 17 del mismo mes comisionaron á dos de ellos para poner en ma-
nos de la Regencia una exposicion enderezada á recordar la prometida
reunion de Córtes. Cupo el desempeño de este encargo á D. Guillermo




CONDE DE TORENO


768


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


769


Hualde, diputado por Cuenca, y al Conde de Toreno (autor de esta His-
toria), que lo era por Leon. Presentáronse ambos, y despues de haber el
último obtenido vénia, leido el papel de que eran portadores, alborotóse
bastantemente el Obispo de Orense, no acostumbrado á oir y ménos á re-
cibir consejos. Replicaron los comisionados, y comenzaban unos y otros
á agriarse, cuando, terciando el general Castaños, amansáronse Hual-
de y Toreno, y templando tambien el Obispo su ira locuaz y apasionada,
humanóse al cabo, y así él como los demas regentes dieron á los diputa-
dos una respuesta satisfactoria. Divulgado el suceso, romontó el vuelo la
opinion de Cádiz, mayormente habiendo su junta aprobado la exposicion
hecha al Gobierno, y sostenídola con otra que á su efecto elevó á su co-
nocimiento en el dia siguiente.


Amedrentada la Regencia con la fermentacion que reinaba, promul-
gó el mismo 18 (2) un decreto, por el que, mandando que se realizasen
á la mayor brevedad las elecciones de diputados que no se hubiesen ve-
rificado hasta aquel dia, se disponia, ademas, que en todo el próximo
Agosto concurriesen los nombrados á la isla de Leon, en donde, luégo
que se hallase la mayor parte, se daria principio á las sesiones. Aunque
en su tenor parecia vago este decreto, no fijándose el dia de la instala-
cion de Córtes, sin embargo la Regencia soltaba prendas que no podia
recoger, y á nadie era ya dado contrarestar el desencadenado ímpetu de
la opinion.


Produjo en Cádiz, y seguidamente en toda la monarquía, extremo
contentamiento semejante providencia, y apresuráronse á nombrar dipu-
tados las provincias que áun no lo habian efectuado, y que gozaban de la
dicha de no estar imposibilitadas para aquel acto por la ocupacion ene-


(2) El Consejo de Regencia de los reinos de España é Indias, queriendo dar á la na-
cion entera un testimonio irrefragable de sus ardientes deseos por el bien de ella, y de
los desvelos que le merece principilmente la salvacion de la patria, ha determinado, en
el real nombre del rey, nuestro señor, D. Fernando VII, que las Córtes extraordinarias y
generales mandadas convocar se realicen á la mayor brevedad, á cuyo intento quiere se
ejecuten inmediatamente las elecciones de diputados que no se hayan hecho hasta este
dia, pues deberán los que estén ya nombrados y los que se nombren congregarse en todo
el próximo mes de Agosto en la real isla de Leon; y hallándose en ella la mayor parte, se
dará en aquel mismo instante principio á las sesiones; y entre tanto se ocupará el Conse-
jo de Regencia en examinar y vencer várias dificultades, para que tenga su pleno efecto
la convocacion. Tendréislo entendido, y dispondréis lo que corresponda á su cumplimien-
to.— JAVIER DE CASTAÑOS, presidente.— PEDRO, obispo de Orense.— FRANCISCO DE SAAVE-
DRA.— ANTONIO DE ESCAÑO.— MIGUEL DE LARDIZÁBAL Y URIBE.— En Cádiz, á 18 de Junio
de 1810.— A D. Nicolás María de Sierrra.




CONDE DE TORENO


770


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


771


miga. En Cádiz empezaron todos á trabajar en favor del pronto logro de
tan deseado objeto.


La Regencia, por su parte, se dedicó á resolver las dudas que, se-
gun arriba insinuamos, ocurrian acerca del modo de constituir las Cór-
tes. Fué una de las primeras la de si se convocaria ó no una cámara de
privilegiados. En su lugar vimos cómo la Junta Central dió, ántes de di-
solverse, un decreto, llamando, bajo el nombre de Estamento ó Cámara
de dignidades, á los arzobispos, obispos y grandes del reino; pero tam-
bien entónces vimos cómo nunca se habia publicado esta determina-
cion. En la convocatoria general de 1.º de Enero, ni en la instruccion
que la acompañaba, no habia el Gobierno supremo ordenado cosa algu-
na sobre su posterior resolucion; sólo insinuó en una nota que igual con-
vocatoria se remitiria á los representantes del brazo eclesiástico y de la
nobleza.» Las juntas no publicaron esta circunstancia, é ignorándola los
electores, habian recaido ya algunos de los nombramientos en grandes
y en prelados.


Perpleja con eso la Regencia, empezó á consultar á las corporacio-
nes principales del reino sobre si convendría ó no llevar á cumplida eje-
cucion el decreto de la Central acerca del Estamento de privilegiados.
Para acertar en la materia, de poco servia acudir á los hechos de nues-
tra historia.


Antes que se reuniesen las diversas coronas de España en las sienes
de un mismo monarca, habia la práctica sido vária, segun los estados y
los tiempos. En Castilla desaparecieron del todo los brazos del clero y de
la nobleza despues de las Córtes celebradas en Toledo en 1538 y 1539.
Duraron más tiempo en Aragon; pero colocada en el sólio, al principiar
el siglo XVIII, la estirpe de los Borbones, dejaron en breve de congre-
garse separadamente las Córtes en ambos reinos, y sólo ya fueron llama-
das para la jura de los príncipes de Astúrias. Por primera vez se vieron
juntas, en 1709, las de las coronas de Aragon y Castilla, y así continua-
ron hasta las últimas que se tuvieron en 1789, no asistiendo ni áun á és-
tas, á pesar de tratarse algun asunto grave, sino los diputados de las ciu-
dades. Sólo en Navarra proseguia la costumbre de convocar á sus Córtes
particulares del brazo eclesiástico y el militar, ó sea de la nobleza. Pe-
ro ademas de que allí no entraban en el primero exclusivamente los pre-
lados, sino tambien priores, abades y hasta el provisor del obispado de
Pamplona, y que del segundo componian parte varios caballeros, sin ser
grandes ni titulados, no podia servir de norma tan reducido rincon á lo
restante del reino, señaladamente hallándose cerca, como para contra-




CONDE DE TORENO


770


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


771


puesto ejemplo, las provincias Vascongadas, en cuyas juntas, del todo
populares, no se admiten ni áun los clérigos. Ahora habia tambien que
examinar la índole de la presente lucha, su origen y su progreso.


La nobleza y el clero, aunque entraron gustosos en ella, habian obrado
ántes bien como particulares que como corporaciones, y lo más elevado
de ambas clases, los grandes y los prelados no habian por lo general bri-
llado ni á la cabeza de los ejércitos, ni de los gobiernos, ni de las partidas.
Agregábase á esto la tendencia de la nacion, desafecta á jerarquías, y en
la que reducidos á estrechísimos límites los privilegios de los nobles, to-
dos podian ascender á los puestos más altos, sin excepcion alguna.


Mostrábase en ello tan universal la opinion, que no sólo la apoyaban
los que propendian á ideas democráticas, mas tambien los enemigos de
Córtes y de todo gobierno representativo. Los últimos no, en verdad, co-
mo un medio de desórden (habia entónces en España acerca del asun-
to mejor fe), sino por no contrarestar el modo de pensar de los naturales.
Ya en Sevilla, en la comision de la Junta Central encargada de los traba-
jos de Córtes, los señores Riquelme y Caro, que apuntamos desamaban
la reunion de Córtes, una vez decidida ésta, votaron por una sola cáma-
ra indivisa y comun, y el ilustre Jovellanos por dos; Jovellanos, acérrimo
partidario de Córtes y uno de los españoles más sabios de nuestro tiem-
po. Los primeros seguian la voz comun; guiaban al último reglas de con-
sumada política, la práctica de Inglaterra y otras naciones. Entre los co-
misionados de las juntas residentes en Cádiz fué el más celoso en favor
de una sola cámara D. Guillermo Hualde, no obstante ser eclesiástico,
dignidad de chantre en la catedral de Cuenca y grande adversario de no-
vedades. Contradicciones frecuentes en tiempos revueltos; pero que na-
cian aquí, repetimos, de la elevada y orgullosa igualdad que ostenta la
jactancia española, manantial de ciertas virtudes, causa á veces de rui-
nosa insubordinacion.


La Regencia consultó sobre la materia, y otras relativas á Córtes, al
Consejo reunido. La mayoría se conformó en todo con la opinion más
acreditada, y se inclinó tambien á una sola cámara. Disintieron del dic-
támen varios individuos del antiguo Consejo de Castilla, de cuyo nú-
mero fueron el decano D. José Colon, el Conde del Pinar y los señores
Riega, Duque de Estrada y D. Sebastian de Torres. Oposicion que dima-
naba, no de adhesion á cámaras, sino de ódio á todo lo que fuese repre-
sentacion nacional; por lo que en su voto insistieron particularmente en
que se castigase con severidad á los diputados de las juntas que habian
osado pedir la pronta convocacion de Córtes.




CONDE DE TORENO


772


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


773


Cundió en Cádiz la noticia de la consulta, junto con la del dictámen
de la minoría, y enfureciéronse los ánimos contra ésta, mayormente no
habiendo los más de los firmantes dado al principio del levantamiento,
en 1808, grandes pruebas de afecto y decision por la causa de la inde-
pendencia. De consiguiente, conturbáronse los disidentes al saber que
los tiros disparados en secreto, con esperanza de que se mantendrian
ocultos, habian reventado á la luz del dia. Creció su temor cuando la
Regencia, para fundar sus providencias, determinó que se publicase la
consulta y el dictámen particular. No hubo entónces manejo ni súplica
que no empleasen los autores del último para alcanzar el que se suspen-
diese dicha resolucion. Así sucedió, y tranquilizóse la mente de aque-
llos hombres, cuyas conciencias no hablan escrupulizado en aconsejar á
las calladas injustas persecuciones, pero que se estremecian áun de la
sombra del peligro. Achaque inherente á la alevosía y á la crueldad, de
que muchos de los que firmaron el voto particular dieron tristes ejem-
plos años adelante, cuando sonó en España la lúgubre y aciaga hora de
las venganzas y juicios inicuos.


Pidió luégo la Regencia, acerca del mismo asunto de cámaras, el pa-
recer del Consejo de Estado, el cual convino tambien en que no se con-
vocase la de privilegiados. Votó en favor de este dictámen el Marqués de
Astorga, no obstante su elevada clase; del mismo fué D. Benito de Her-
mida, adversario, en otras materias, de cualesquiera novedades. Sostu-
vo lo contrario D. Martin de Garay, como lo había hecho en la Central y
conforme á la opinion do Jovellanos.


No pudiendo resistir la Regencia á la universalidad de pareceres,
decidió que las clases privilegiadas no asistirian por separado á las Cór-
tes que iban á congregarse, y que éstas se juntarían con arreglo al decre-
to que habia circulado la Central en 1.º de Enero.


Segun el tenor de éste y de la instruccion que lo acompañaba, inno-
vábase del todo el antiguo modo de eleccion. Solamente en memoria de
lo que ántes regía se dejaba que cada ciudad de voto en Córtes enviase
por esta vez, en representacion suya, un individuo de su ayuntamiento.
Se concedia igualmente el mismo derecho á las juntas de provincia, co-
mo premio de sus desvelos en favor de la independencia nacional. Estas
dos clases de diputados no componian, ni con mucho, la mayoría, pero
sí los nombrados por la generalidad de la poblacion conforme al método
ahora adoptado. Por cada 50.000 almas se escogia un diputado, y tenían
voz para la eleccion los españoles do todas clases avecindados en el te-
rritorio, de edad de veinticinco años, y hombres de casa abierta. Nom-




CONDE DE TORENO


772


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


773


brábanse los diputados indirectamente, pasando su eleccion por los tres
grados de juntas de parroquia, de partido y de provincia. No se reque-
rian para obtener dicho cargo otras condiciones que las exigidas para ser
elector y la de ser natural de la provincia, quedando elegido diputado el
que saliese de una urna ó vasija en que habían de sortearse los tres su-
jetos que primero hubiesen reunido la mayoría absoluta de votos. Defec-
tuoso, si se quiere, este método, ya por ser sobradamente franco, esta-
bleciendo una especie de sufragio universal, y ya restricto á causa de la
eleccion indirecta, llevaba, sin embargo, gran ventaja al antiguo, ó á lo
ménos á lo que de éste quedaba.


En Castilla, hasta entrado el siglo xv, hubo Córtes numerosas y á las
que asistieron muchas villas y ciudades, si bien su concurrencia pen-
dió casi siempre de la voluntad de los reyes, y no de un derecho reco-
nocido é inconcuso. A los diputados, ó sean procuradores, nombrában-
los los concejos, formados de los vecinos, ó ya los ayuntamientos, pues
éstos, siendo entónces por lo comun de eleccion popular, representaban
con mayor verdad la opinion de sus comitentes, que despues, cuando se
convirtieron sus regidurías, especialmente bajo los Felipes austriacos,
en oficios vendibles y enajenables de la corona; medida que, por decirlo
de paso, nació más bien de los apuros del erario que de miras ocultas en
la política de los reyes. En Aragon el brazo de las universidades ó ciuda-
des, y en Valencia y Cataluña el conocido con el nombre de Real, cons-
taban de muchos diputados que llevaban la voz de los pueblos. Cuáles
fuesen los que hubiesen de gozar de semejante derecho ó privilegio no
estaba bien determinado, pues segun nos cuentan los cronistas Martel y
Blancas, sólo gobernaba la costumbre. Este modo de representar la ge-
neralidad de los ciudadanos, aunque inferior, sin duda, al de la Central,
aparecia, repetimos, muy superior al que prevaleció en los siglos XVI
y xvii, decayendo sucesivamente las prácticas y usos antiguos, á punto
que en las Córtes celebradas desde el advenimiento de Felipe V hasta
las últimas de 1789 sólo se hallaron presentes los caballeros procurado-
res de treinta y siete villas y ciudades, únicas en que se reconocia es-
te derecho en las dos coronas de Aragon y Castilla. Por lo que con razon
asentaba lord Oxford, al principio del siglo XVII, que aquellas asam-
bleas sólo eran ya magni nominis umbra.


Conferíanse ahora á los diputados facultades ámplias, pues ademas
de anunciarse en la convocatoria, entre otras cosas, que se llamaba la
nacion á Córtes generales, «para restablecer y mejorar la Constitucion
fundamental de la monarquía», se especificaba en los poderes que los




CONDE DE TORENO


774


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


775


diputados «podían acordar y resolver cuanto se propusiese en las Cór-
tes, así en razon de los puntos indicados en la real carta convocatoria,
como en otros cualesquiera, con plena, franca, libre y general facultad,
sin que por falta de poder dejasen de hacer cosa alguna, pues todo el
que necesitasen les conferian (los electores), sin excepcion ni limita-
cion alguna»


Otra de las grandes innovaciones fué la de convocar á Córtes las pro-
vincias de América y Asia. Descubiertos y conquistados aquellos países
á la sazon que en España iban de caída las juntas nacionales, nunca se
pensó en llamar á ellas á los que allí moraban. Cosa, por otra parte, na-
da extraña, atendiendo á sus diversos usos y costumbres, á sus distintos
idiomas, al estado de su civilizacion, y á las ideas que entónces gober-
naban en Europa respecto de colonias ó regiones nuevamente descu-
biertas, pues vemos que en Inglaterra mismo, donde nunca cesaron los
parlamentos, tampoco en su seno se concedió asiento á los habitadores
allende los mares.


Ahora, que los tiempos se habían cambiado, y confirmádose solem-
nemente la igualdad de derechos de todos los españoles, europeos y ul-
tramarinos, menester era que unos y otros concurriesen á un congreso
en que iban á decidirse materias de la mayor importancia, tocante á to-
da la monarquía que entónces se dilataba por el orbe. Requeríalo así la
justicia, requeríalo el interés bien entendido de los habitantes de ambos
mundos, y la situacion de la Península, que para defender la causa de
su propia independencia, debia granjear las voluntades de los que resi-
dían en aquellos países, y de cuya ayuda había reportado colmados fru-
tos. Lo dificultoso era arreglar en la práctica la declaracion de la igual-
dad. Regiones extendidas, como las de América, con variedad de castas,
con desvío entre éstas y preocupaciones, ofrecian en el asunto proble-
mas de no fácil resolucion. Agregábase la falta de estadísticas, la dife-
rente y confusa division de provincias y distritos, y el tiempo que se ne-
cesitaba para desenmarañar tal laberinto, cuando la pronta convocacion
de Córtes no dejaba vagar, ni para pedir noticias á América, ni para sa-
car de entre el polvo de los archivos las mancas y parciales que pudie-
ran averiguarse en Europa.


Por lo mismo la Junta Central, en el primer decreto que publicó so-
bre Córtes, en 22 de Mayo de 1809, contentóse con especificar que la
comision encargada de preparar los trabajos acerca de la materia vie-
se «la parte que las América tendrian en la representacion nacional.»
Cuando, en Enero de 1810, expidió la misma Junta á las provincias de




CONDE DE TORENO


774


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


775


España las convocatorias para el nombramiento de Córtes, acordó tam-
bien un decreto en favor de la representacion de América y Asia, limi-
tándose á que fuese supletoria, compuesta de 26 individuos, escogidos
entre los naturales de aquellos países residentes en Europa, y hasta tan-
to que se decidiese el modo más conveniente de eleccion. No se impri-
mió este decreto, y sólo se mandó insertar un aviso en la Gaceta, del
mismo 7 de Enero dando cuenta de dicha resolucion, confirmada des-
pues por la circular que al despedirse promulgó la Central sobre cele-
bracion de Córtes.


No bastaba para satisfacer los deseos de la América tan escasa y fic-
ticia rapresentacion, por lo cual adoptóse igualmente un medio, que, si
no era tan completo como el decretado para España, se aproximaba al
ménos á la fuente de donde ha de derivarse toda buena eleccion. Tomó-
se en ello ejemplo de lo determinado ántes por la Central, cuando llamó
á su seno individuos de los diversos vireinatos y capitanías generales de
Ultramar, medida que no tuvo cumplido efecto á causa de la breve go-
bernacion de aquel cuerpo. Segun dicho decreto, no publicado sino en
Junio de 1809, los ayuntamientos, despues de nombrar tres individuos,
debian sortear uno y remitir el nombre del que fuese favorecido por la
fortuna al Virey ó Capitan general, quien, reuniendo los de las diversas
provincias, tenía que proceder, con el real Acuerdo, á escoger tres, y en
seguida sortearlos, quedando elegido para individuo de la Junta Central
el primero que saliese de la urna. Así se ve que el número de los nom-
brados se limitaba á uno solo por cada vireinato ó capitanía general.


Conservando en el primer grado el mismo método de eleccion, había
dado la Regencia, en 14 de Febrero, mayor ensanche al nombramiento
de diputados á Córtes. Los ayuntamientos elegian en sus provincias sus
representantes, sin necesidad de acudir á la aprobacion ó escogimiento
de las autoridades superiores; de manera que en vez de un solo diputado
por cada vireinato ó capitanía general, se nombraron tantos cuantas eran
las provincias, con lo que no dejó de ser bastante numerosa la diputa-
cion americana, que poco á poco fué aportando á Cádiz, áun de los paí-
ses más remotos, y compuso parte muy principal de aquellas Córtes.


No estorbó esto que, aguardando la llegada de los diputados propie-
tarios, se llevase á efecto en Cádiz el nombramiento de suplentes, así
respecto á las provincias de Ultramar como tambien de las de Espa-
ña, cuyos representantes no hubiesen todavía acudido, impedidos por
la ocupacion enemiga ó por cualquiera otra causa que hubiese motivado
la dilacion. Para América y Asia, en vez de 26 suplentes, resolvió la re-




CONDE DE TORENO


776


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


777


gencia se nombrasen dos más, accediendo diendo á várias súplicas que
se le hicieron; para la Península debia elegirse uno solo por cada una
de las provincias indicadas. Tocaba desempeñar encargo tan importante
á los respectivos naturales en quienes concurriesen las calidades exigi-
das en el decreto é instruccion de 1.° de Enero. La Regencia habia el 19
de Agosto determinado definitivamente este asunto de suplentes, convi-
niendo en que la eleccion se hiciese en Cádiz, como refugio del mayor
número de emigrados. Publicó el 8 de Setiembre un edicto sobre la ma-
teria, y nombró ministros del Consejo que preparasen las listas de los
naturales de la Península y de América que estuviesen en el caso de po-
der ser electores.


Aplaudieron todos en Cádiz el que hubiese suplentes, lo mismo los
apasionados á novedades que sus adversarios. Vislumbraban en ello
unos carrera abierta á su noble ambicion, esperaban otros conservar así
su antiguo influjo y contener el órden reformador. Entre los últimos se
contaban consejeros, antiguos empleados, personas elevadas en digni-
dad, que se figuraban prevalecer en las elecciones y manejarlas á su an-
tojo, asistidos de su nombre y de su respetada autoridad. Ofuscamiento
de quien ignoraba lo arremolinadas que van, áun desde un principio, las
corrientes de una revolucion.


En breve se desengañaron, notando cuán perdido andaba su influ-
jo. Levantáronse los pechos de la mocedad, y desapareció aquella in-
diferencia á que ántes estaba avezada en las cuestiones políticas. Todo
era juntas, reuniones, corrillos, conferencias con la Regencia, deman-
das, aclaraciones. Hablábase de candidatos para diputados, y poníanse
los ojos, no precisamente en dignidades, no en hombres envejecidos en
la antigua córte ó en los rancios hábitos de los consejos ú otras corpora-
ciones, sino en los que se miraban como más ilustrados, más briosos y
más capaces de limpiar la España de la herrumbre, que llevaba comida
casi toda su fortaleza.


Los consejeros nombrados para formar las listas, léjos de tropezar,
cuando ocurrian dudas, con tímidos litigantes ó con sumisos y necesi-
tados pretendientes, tuvieron que habérselas con hombres que conocian
sus derechos, que los defendían, y áun osaban arrostrar las amenazas de
quienes ántes resolvian sin oposicion y con el ceño de indisputable su-
premacía.


Desde entónces, muchos de los que más habian deseado el nombra-
miento de suplentes empezáronse á mostrar enemigos, y por consecuen-
cia adversarios de las mismas Córtes. Fuéronlo sin rebozo luégo que se




CONDE DE TORENO


776


LIBRO DUODÉCIMO (1808)


777


terminaron dichas elecciones de suplentes. Se dió principio á éstas el 17
de Setiembre, y recayeron por lo comun los nombramientos de diputados
en sujetos de capacidad y muy inclinados á reformas.


Presidieron las elecciones de cada provincia de España individuos
de la Cámara de Castilla, y las de América D. José Pablo Valiente, del
Consejo de Indias. Hubo algunas bastante ruidosas, culpa en parte de la
tenacidad de los presidentes y de su mal encubierto despecho, malogra-
dos sus intentos. De casi ninguna provincia de España hubo ménos de
100 electores, y llegaron á 4.000 los de Madrid, todos en general sujetos
de cuenta; infiriéndose de aquí que, á pesar de lo defectuoso de este gé-
nero de elecciones, era más completa que la que se hacia por las ciuda-
des de voto en Córtes, en que sólo tomaban parte veinte ó treinta privile-
giados, esto es, los regidores.


Como al paso que mermaban las esperanzas de los adictos al orden
antiguo adquirian mayor pujanza las de los aficionados á la opinion con-
traria, temió la Regencia caer de su elevado puesto, y buscó medios pa-
ra evitarlo y afianzar su autoridad. Pero, segun acontece, los que escogió
no podian servir sino para precipitarla más pronto. Tal fué el restablecer
todos los Consejos bajo la planta antigua, por decreto de 16 de Setiem-
bre. Imaginó que como muchos individuos de estos cuerpos, particular-
mente los del Consejo Real, se reputaban enemigos de la tendencia que
mostraban los ánimos, tendria en sus personas, ahora agradecidas, un
sustentáculo firme de su potestad, ya titubeante; cuenta en que grave-
mente erró. La veneracion que ántes existia al Consejo Real habia des-
aparecido, gracias á la incierta y vacilante conducta de sus miembros en
la causa pública, y á su invariable y ciega adhesion á las prerogativas y
extensas facultades. Inoportuno era tambien el momento escogido para
su restablecimiento. Las Córtes iban á reunirse, á ellas tocaba la deci-
sion de semejante providencia. Tampoco lo exigia el despacho de los ne-
gocios, reducida ahora la nacion á estrechos límites, y resolviendo por
sí las provincias muchos de los expedientes que ántes subian á los Con-
sejos. Así apareció claro que su restablecimiento encubria miras ulte-
riores, y quizá se sospecharon algunas más dañadas de las que en rea-
lidad habia.


El Consejo Real desvivióse por obtener que su gobernador ó decano
presidiese las Córtes; que la Cámara examinase los poderes de los dipu-
tados, y tambien que varios individuos suyos tomasen asiento en ellas,
bajo el nombre de asistentes. Tal era la costumbre seguida en las últi-
mas Córtes, tal la que ahora se intentó abrazar, fundándose en los ante-




CONDE DE TORENO


778


cedentes y en el texto de Salazar, libro sagrado á los ojos de los defen-
sores de las prerogativas del Consejo. Mas al columbrar el revuelo de la
opinion, delirio parecia querer desenterrar usos tan encontrados con las
ideas que reinaban en Cádiz y con las que exponian los diputados de las
provincias que iban llegando, quienes, fuesen ó no inclinados á las re-
formas, traian consigo recelos y desconfianza acerca de los Consejos y
de la misma Regencia.


De dichos diputados, varios arribaron á Cádiz en Agosto, otros mu-
chos en Setiembre. Con su venida se apremió á la Regencia para que se-
ñalase el día de la apertura de Córtes, reacia siempre en decidirse. Tuvo
aún para ello dificultades, provocó dudas, repitió consultas; mas al fin fi-
jóle para el 24 de Setiembre.


Determinó tambien el modo de examinar previamente los poderes.
Los diputados que habian llegado fueron de parecer que la Regencia
aprobase por sí los poderes de seis de entre ellos, y que luégo estos mis-
mos examinasen los de sus compañeros. Bien que forzada, dió la Regen-
cia su beneplácito á la propuesta de los diputados; mas en el decreto
que publicó al efecto decia que obraba así, «atendiendo á que estas Cór-
tes eran extraordinarias, sin intentar perjudicar á los derechos que pre-
servaba á la Cámara de Castilla.» Los seis diputados escogidos para el
exámen de poderes fueron el consejero D. Benito de Hermida, por Gali-
cia; el Marqués de Villafranca, grande de España, por Murcia; D. Feli-
pe Amat, por Cataluña; D. Antonio Oliveros, por Extremadura; el gene-
ral D. Antonio Samper, por Valencia, y D. Ramon Power, por la isla de
Puerto Rico. Todos eran diputados propietarios, incluso el último, úni-
co de los de Ultramar que hubiese todavía llegado de aquellos aparta-
dos países.


Concluidos los actos preliminares, ansiosamente y con esperanza vá-
ria aguardaron todos á que luciese aquel día 24 de Setiembre, origen de
grandes mudanzas, verdadero comienzo de la revolucion española.