Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
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LIBRO SÉPTIMO.


SALIDA DE NAPOLEON DE CHAMARTIN.— SITUACION DEL EJÉRCITO INGLÉS.— DUDAS Y
VACILACIONES DEL GENERAL MOORE.— CONSULTA CON MR. FRERE.— PASOS É INS-
TANCIAS DE LA JUNTA CENTRAL Y DE MORLA PARA QUE AVANCE.— RESUÉLVESE Á
ELLO.— INCIDENTE QUE PUDO ESTORBARLO.— SALE EL 12 DE SALAMANCA Á VA-
LLADOLID.— VARIA DE DIRECCION Y SE MUEVE HÁCIA TORO Y BENAVENTE.— DA
DE ELLO AVISO Á ROMANA.— MAL ESTADO DEL EJÉRCITO DE ÉSTE.— PARCIALI-
DAD DE ESCRITORES EXTRANJEROS.— UNION EN MAYORGA DE LOS GENERALES BAIRD
Y MOORE.— SITUACION DEL MARISCAL SOULT.— AVISO DE LA VENIDA DE NAPO-
LEON.— RETÍRANSE LOS INGLESES Á BENAVENTE Y ASTORGA.— MARCHA DE NA-
POLEON.— PASO DE GUADARRAMA.— EMPIEZA Á RELAJARSE LA DISCIPLINA DEL
EJÉRCITO INGLÉS.— CHOQUE DE CABALLERÍA EN BENAVENTE.— SORPRENDEN EN
MANSILLA LOS FRANCESES Á LOS ESPAÑOLES.— RETÍRASE ROMANA DE LEON.— JÚN-
TASE EN ASTORGA CON LOS INGLESES.— RETÍRASE ROMANA POR FUENCEBADON.—
MOORE POR MANZANAL.— DESGRACIAS DE ROMANA EN SU RETIRADA.— DESÓRDE-
NES DE LOS INGLESES EN SU RETIRADA.— LLEGA NAPOLEON Á ASTORGA.— ENTRADA
DEL MARISCAL SOULT EN EL VIERZO.— REENCUENTRO EN CACABELOS.— RETÍRA-
SE EL GENERAL MOORE DE VILLAFRANCA.— VAN EN AUMENTO LOS DESÓRDENES DE
LOS INGLESES.— LLEGAN Á LUGO.— PREPÁRASE MOORE Á AVENTURAR UNA BA-
TALLA.— RETÍRASE DESPUES.— LLEGA Á LA CORUÑA.— BATALLA DE LA CORU-
ÑA.— EMBÁRCANSE LOS INGLESES.— ENTREGA DE LA CORUÑA.— DEL FERROL.—
ESTADO DE GALICIA.— PARADERO DE ROMANA.— SUCEDE Á SOULT EL MARISCAL
NEY.— VUELTA DE NAPOLEON Á VALLADOLID.— ASPERO RECIBIMIENTO QUE HA-
CE NAPOLEON Á LAS AUTORIDADES.— ANGUSTIAS DEL AYUNTAMIENTO DE VALLADO-
LID.— SUPLICIO DE ALGUNOS ESPAÑOLES, Y PERDON DE UNO DE ELLOS.— TEMORES
DE GUERRA CON AUSTRIA.— PREPÁRASE NAPOLEON Á VOLVER Á FRANCIA.— RECI-
BE EN VALLADOLID Á LOS DIPUTADOS DE MADRID.— OPINION É INTENTOS DE NAPO-
LEON SOBRE ESPAÑA.— PARTE PARA FRANCIA.— JOSÉ EN EL PARDO.— PASA UNA
REVISTA EN ARANJUEZ.— MOVIMIENTO DEL EJÉRCITO ESPAÑOL DEL CENTRO.— PLA-
NES DE SU JEFE, EL DUQUE DEL INFANTADO.— ATAQUE DE TARANCON.— AVAN-
ZA EL MARISCAL VICTOR.— RETIRASE VENEGAS Á UCLÉS.— BATALLA DE UCLÉS.—
EXCESOS COMETIDOS POR LOS FRANCESES EN UCLÉS.— RETIRADA DEL DUQUE DEL
INFANTADO.— SUCÉDELE EN EL MANDO EL CONDE DE CARTAOJAL.— ENTRADA DE
JOSÉ EN MADRID.— SUCESOS DE CATALUÑA.— LA JUNTA DEL PRINCIPADO SE TRAS-




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LADA Á VILLAFRANCA.— EXCURSIONES DE DUHESME.— VIVES SUCESOR DEL MAR-
QUÉS DEL PALACIO.— EJÉRCITO ESPAÑOL EN CATALUÑA.— SU FUERZA.— SITUA-
CION DE BARCELONA.— TENTATIVAS DE VIVES CONTRA AQUELLA PLAZA.— ENTRADA
DE SAINT-CYR EN CATALUÑA.— SITIO DE ROSAS.— HONROSA RESISTENCIA DE LOS
ESPAÑOLES.— CAPITULACION DE ROSAS.— AVANZA SAINT-CYR CAMINO DE BARCE-
LONA.— VIVES Y LAS DIVISIONES DE REDING Y LAZAN.— ORDEN SINGULAR DADA
POR LECCHI EN BARCELONA.— TRATA VIVES DE SEDUCIRLE Á ÉL Y Á OTROS.— ATA-
QUES DE VIVES DEL 26 Y 27 DE NOVIEMBRE EN LAS CERCANÍAS DE BARCELONA.—
DEL 5 DE DICIEMBRE.— REDING Y VIVES VAN AL ENCUENTRO DE SAINT-CYR.—
CONTINÚA SAINT-CYR SU MARCHA.— BATALLA DE LLINAS Ó CARDEDEU.— SON
DERROTADOS LOS ESPAÑOLES.— SE RETIRAN AL LLOBREGAT.— LLEGA SAINT-CYR
Á BARCELONA.— AVANZA AL LLOBREGAT.— SITUACION DE LOS ESPAÑOLES.—
BATALLA DE MOLINS DE REY.— DERROTA DE LOS ESPAÑOLES Y TRISTES RESUL-
TAS.— EMBARAZOSA TAMBIEN LA SITUACION DE SAINT-CYR.— ACONTECIMIENTOS
DE TARRAGONA.— SUCEDE REDING Á VIVES.— SEGUNDO SITIO DE ZARAGOZA.—
PREPARATIVOS DE DEFENSA.— DISPOSICIONES DE LOS FRANCESES.— PRESÉNTAN-
SE DELANTE DE ZARAGOZA.— EL MARISCAL MONCEY SE APODERA DEL MONTE TO-
RRERO.— SON RECHAZADOS LOS FRANCESES EN EL ARRABAL.— INTIMACION Á LA
PLAZA.— BLOQUEO Y ATAQUES QUE PREPARAN LOS FRANCESES.— SALIDA DEL GE-
NERAL BUTRON.— REEMPLAZA JUNOT Á MONCEY.— SALE MORTIER PARA CALA-
TAYUD.— EMPIEZA EL BOMBARDEO.— ATAQUES CONTRA SAN JOSÉ Y REDUCTO DEL
PILAR.— MANUELA SANCHO.— RESOLUCION DE LOS MORADORES.— ENFERMEDA-
DES Y CONTAGIO.— TEMORES DE LOS FRANCESES.— GENTE QUE PERDIERON EN AL-
CAÑIZ.— LLEGADA DEL MARISCAL LLANNES.— LLAMA Á MORTIER.— DISPERSA ÉS-
TE Á PERENA.— ASALTO DE LOS FRANCESES AL RECINTO DE LA CIUDAD.— MUERTE
DE SAN GENIS.— ESTRAGOS DEL BOMBARDEO Y EPIDEMIA.— INTIMACION DE LAN-
NES.— DICHO DE PALAFOX.— RESISTENCIA EN CASAS Y EDIFICIOS.— MINAS DE LOS
FRANCESES.— PATRIOTISMO Y FERVOR DE ALGUNOS ECLESIÁSTICOS.— MUERTE DEL
GENERAL LACOSTE.— MURMURACIONES DEL EJÉRCITO FRANCES—.EMBESTIDA DEL
ARRABAL.— LOS PROGRESOS DEL ENEMIGO EN LA CIUDAD.— NUEVAS MURMURA-
CIONES DEL EJÉRCITO FRANCES.— TOMA DEL ARRABAL.— FURIOSO ATAQUE QUE LOS
FRANCESES PRERARAN.— DEPLORABLE ESTADO DE LA CIUDAD.— ENFERMEDAD DE
PALAFOX.— PROPONE LA JUNTA CAPITULAR.— CONFERENCIA CON LANNES.— CA-
PITULACION.— PALABRA QUE DA LANNES.— FIRMA LA JUNTA LA CAPITULACION.—
QUEBRÁNTASE POR LOS FRANCESES HORROROSAMENTE.— MAL TRATO DADO Á PALA-
FOX.— MUERTE DE PRISIONEROS. DE BOGGIERIO Y SAS.— ENTRADA DE LANNES EN
ZARAGOZA.— PADRE SANTANDER.— JUNOT SUCEDE OTRA VEZ Á LANNES.— PÉR-
DIDAS DE UNOS Y DE OTROS.— RUINAS DE EDIFICIOS Y BIBLIOTECA.— JUICIO SOBRE
ESTE SITIO.




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Napoleon permanecia en Chamartin. Allí, afarado y diligente, agita-
do su corazon como mar por vientos bravos, ocupábale España, Francia,
Europa entera, y más que todo, averiguar los movimientos y paradero del
ejército inglés. Posponia á éste los demas cuidados. Avisos inciertos ó
fingidos le impelian á tomar encontradas determinaciones. Unas veces
resuelto á salir via de Lisboa, se aprestaba á ello; otras, suspendiendo
su marcha, aguardaba de nuevo posteriores informes. Pareció al fin es-
tar próximo el dia de su partida, cuando el 19 de Diciembre, á las puer-
tas de la capital, pasó reseña á 70.000 hombres de escogidas tropas. Así
fué: dos dias despues, el 21, habiendo recibido noticia cierta de que los
ingleses se internaban en Castilla la Vieja, en la misma noche, con la ra-
pidez del rayo, acordó oportunas providencias para que el 22, dejando
en Madrid 10.000 hombres, partiesen 60.000 la vuelta de Guadarrama.


Era, en efecto, tiempo de que atajase los intentos de contrarios tan
temibles y que tanto aborrecia. Sir Juan Moore, vacilante al principio,
habia, por último, tomado la ofensiva con el ejército de su mando. Ya ha-
blamos de su llegada á Salamanca el 23 de Noviembre. Apénas habia
sentado allí sus reales, empezaron á esparcirse las nuevas de nuestras
derrotas, funestos acontecimientos, que sobresaltaron al general inglés
con tanta mayor razon, cuanto sus fuerzas se hallaban segregadas y en-
tre sí distantes. Hasta el 23 del propio Noviembre no acabaron de con-
currir á Salamanca las que con el mismo general Moore habian avanzado
por el centro; de las restantes, las que mandaba sir David Baird estaban
el 26 unas en Astorga, otras léjos, á la retaguardia; no habiendo aún en
aquel dia las de sir Juan Hope atravesado en su viaje desde Extremadu-
ra las sierras que dividen ambas Castillas.


Como exigia tiempo la reconcentracion de todas estas fuerzas, era de
recelar que los franceses, libres de ejércitos españoles, avanzando é in-
terponiéndose con su acostumbrada celeridad, embarazasen al de los in-
gleses y le acometiesen separadamente y por trozos; en especial cuando
éste, si bien lucido en su apariencia, maravillosamente disciplinado, bi-
zarrísimo en un dia de batalla, flaqueaba del lado de la presteza.


Motivos eran éstos para contener el ánimo de cualquiera general
atrevido, mucho más el del general inglés, hombre prudente y á quien
los riesgos se representaban abultados; porque, aunque oficial consu-
mado y dignísimo del buen concepto que entre sus compatriotas gozaba,
adolecia, por desgracia, de aquel achaque, entónces comun á los milita-
res, de tener por invencibles á Napoleon y sus huestes; juzgaba la causa
peninsular de éxito muy dudoso, y por decirlo así, la miraba como per-




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dida; lo cual no poco contribuyó á su irresolucion é incertidumbre. Se
acrecentaron sus temores al entrar en España, no columbrando en los
pueblos señales extraordinarias de entusiasmo; como si la manifesta-
cion de un sentimiento tan vivo pudiera sin término prolongarse, y co-
mo si la disposicion en que veia á todos los habitantes de no querer en-
trar en pacto ni convenio con el enemigo no fuera bastante para hacerle
fundadamente esperar que ella sola debia al cabo producir larga y por-
fiada resistencia.


Desalentado, por consiguiente, el general Moore, y no contemplando
ya en está guerra sino una lucha meramente militar, empezó á contar ba-
jo dicho respecto sus recursos y los de los españoles, y habiendo en gran
parte desaparecido los de éstos con las derrotas, y siendo los suyos muy
inferiores á los de los franceses, pensó en retirarse á Portugal. Tal fué
su primer impulso al saber las dispersiones de Espinosa y Búrgos. Mas
conservándose aún casi intacto el ejército español del centro, repugná-
bale volver atras ántes de haberse empeñado la contienda y de ser estre-
chado á ello por el enemigo. En medio de sus dudas resolvió tomar con-
sejo con Mr. Frere, ministro británico cerca de la Junta Central, quien no
estaba tan desesperanzado de la causa peninsular como el general Moo-
re, porque, ministro ya de su córte en Madrid en tiempo de Cárlos IV, co-
nocia á fondo á los españoles, tenía fe en sus promesas, y ántes bien pe-
caba de sobrada aficion á ellos que de tibieza ó desvío. Su opinion, por
tanto, les era favorable.


Pero sir Juan Moore, noticioso el 28 de Noviembre de la rota de Tu-
dela, sin aguardar la contestacion de Mr. Frere, determinó retirarse. En
consecuencia, encargó al general Baird que se encaminase á la Coru-
ña ó á Vigo, previniéndole solamente que se detuviera algunos dias pa-
ra imponer respeto á las tropas del mariscal Soult, que estaban del lado
de Sahagun, y dar lugar á que llegase sir Juan Hope. Se unió éste con el
cuerpo principal del ejército en los primeros dias de Diciembre, no ha-
biendo condescendido, al pasar su division por cerca de Madrid, con los
ruegos de D. Tomas de Morla, dirigidos á que entrase con aquélla en la
capital y cooperase á su defensa.


La Junta Central, recelosa por su parte de que los ingleses abando-
nasen el suelo español, y con objeto tambien de cumplimentar á sus je-
fes, habia enviado al cuartel general de Salamanca á D. Ventura Esca-
lante y á D. Agustin Bueno, que llegaron á la sazon de estar resuelta la
retirada. Inútilmente se esforzaron por impedirla; bien es que fundando
muchas de sus razones en los falsos rumores que circulaban por España,




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en vez de conmover con ellas el ánimo desapasionado y cauto del gene-
ral inglés, no hacian sino afirmarle en su propósito.


También por entónces D. Tomas de Morla, no habiendo alcanzado lo
que deseaba de sir Juan Hope, despachó un correo á Salamanca pidien-
do al general en jefe inglés que fuese al socorro de Madrid, ó que por
lo ménos distrajese al enemigo, cayendo sobre su retaguardia. Tampoco
hubiera suspendido este paso la resolucion de Moore, si al mismo tiem-
po sir Cárlos Stuart, habitualmente de esperanzas ménos halagüeñas, y
á los ojos de aquel general testigo imparcial, no le hubiese escrito ma-
nifestándole que creia al pueblo de Madrid dispuesto á recia y vigoro-
sa resistencia.


Empezó con esto á titubear el ánimo de Moore, y cedió al fin en vista
de los pliegos que en respuesta á los suyos recibió el propio dia de Mr.
Frere; quien, expresando en su contenido ardiente anhelo por asistir á
los españoles, añadia ser político y conveniente que sin tardanza se ade-
lantase el ejército británico á sostener el noble arrojo del pueblo de Ma-
drid. Lenguaje digno y generoso de parte de Mr. Frere, propio para esti-
mular al general de su nacion, pero cuyos buenos efectos hubiera podido
destruir un desgraciado incidente.


Habia sido portador de los pliegos el coronel Charmilly, emigrado
frances, y que por haber presenciado en 1.º de Diciembre el entusiasmo
de los madrileños, pareció sujeto al caso para dar de palabra puntuales y
cumplidos informes. Pero la circunstancia de ser frances dicho portador,
y quizá tambien otros siniestros y anteriores informes, léjos de inspirar
confianza al general Moore, fueron causa de que le tratase con frialdad y
reserva. Achacó el Charmilly recibimiento tan tibio á la invariable reso-
lucion que habia formado aquél de retirarse, y pensó oportuno hacer uso
de una segunda carta que Mr. Frere le habia encomendado. La escribió
este ministro, ansioso de que á todo trance socorriese á los españoles, y
sin reparar en la circunspeccion que su elevado puesto exigia, encargó
al Charmilly la entregase á Moore caso que dicho general insistiese en
volver atras sus pasos. Así lo hizo el frances, y fácil es conjeturar cuál
sería la indignacion del jefe británico al leer en su contexto que ántes de
emprender la retirada «se examinase por un consejo de guerra al porta-
dor de los pliegos.» Apénas pudo sir Juan reprimir los ímpetus de su ira;
y forzoso es decir que si bien habia animado á Mr. Frere intencion muy
pura y loable, el modo de ponerla en ejecucion era desusado y ofensivo
para un hombre del carácter y respetos del general Moore. Este, sin em-
bargo, sobreponiéndose á su justo resentimiento, contentóse con man-




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dar salir de los reales ingleses al coronel Charmilly, y determinó mover-
se por el frente con todo su ejército, cuyas divisiones estaban ya unidas,
ó por lo ménos en disposicion de darse fácilmente la mano.


Próximo á abrir la marcha, fué tambien gran ventura que otros avisos
llegados al propio tiempo no la retardasen ó la impidiesen. Habia ántes
el general inglés enviado hácia Madrid al coronel Graham, á fin de que
se cerciorase del verdadero estado de la capital. Mas dicho coronel, sin
haber pasado de Talavera, cuyo rodeo habia tomado á causa de las cir-
cunstancias, se halló de vuelta en Salamanca el 9 de Diciembre, y trajo
tristes y desconsoladoras nuevas. Los franceses, segun su relato, eran ya
dueños del Retiro y habian intimado la rendicion á Madrid.


Por grave que fuese semejante acontecimiento, no por eso influyó
en la resolucion de sir Juan Moore, y el 12 levantó el campo, marchan-
do con sus tropas y las del general Hope camino de Valladolid, y con la
buena fortuna de que ya en la noche del mismo dia un escuadron inglés,
al mando del brigadier general Cárlos Stewart, hoy lord Londonderry,
sorprendió y acuchilló en Rueda un puesto de dragones franceses.


El 14 se entregaron en Alaejos al general Moore pliegos cogidos en
Valdestillas á un oficial enemigo, muerto por haber maltratado al maes-
tro de postas de aquella villa. Iban dirigidos al mariscal Soult, á quien,
después de informarle de hallarse el Emperador tranquilo poseedor de
Madrid, se le mandaba que arrinconase en Galicia á los españoles y que
ocupase á Leon, Zamora y tierra llana de Castilla. Del contenido de ta-
les pliegos, si bien se inferia la falta de noticias en que estaba Napo-
leon acerca de los movimientos de los ingleses, tambien con su lectura
pudieron éstos cerciorarse de cuál fuese en realidad la situacion de sus
contrarios, y cuáles los triunfos que habian obtenido.


Con este conocimiento alteró su primer plan sir Juan Moore, y en vez
de avanzar á Valladolid, tomó por su izquierda del lado de Toro y Be-
navente para unirse con los generales Baird y Romana, y juntos deshacer
el cuerpo mandado por el mariscal Soult ántes que Napoleon penetrase
en Castilla la Vieja. Estaba el general inglés ejecutando su movimiento
á la sazon que el 16 de Diciembre se avistaron con él, en Toro, D. Fran-
cisco Javier Caro y sir Cárlos Stuard, enviados desde Trujillo, uno por la
Junta Central, de que era individuo, y otro por Mr. Frere, con el objeto de
hacer un nuevo esfuerzo y evitar la tan temida retirada. Afortunadamen-
te ya ésta se habia suspendido, y si las operaciones del ejército inglés no
fueron del todo conformes á los deseos del gobierno español, no dejaron,
por lo ménos, de ser oportunas y de causar diversion ventajosa.




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Luégo que el general Moore se resolvió llevar á cabo el plan indicado,
se lo comunicó al Marqués de la Romana. Hallábase este caudillo en Leon
á la cabeza del ejército de la izquierda, cuyas reliquias, viniendo unas por
la Liébana, segun dijimos, y cruzando otras el principado de Astúrias, se
habian ido sucesivamente reuniendo en la mencionada ciudad. En ella, en
Oviedo y en varios pueblos de las dos líneas que atravesaron los dispersos,
cundieron y causaron grande estrago unas fiebres malignas contagiosas.
Las llevaban consigo aquellos desgraciados soldados, como triste fruto del
hambre, del desabrigo, de los rigurosos tiempos que habian padecido: cú-
mulo de males que requeria prontos y vigorosos remedios. Mas los recur-
sos eran contados, y débil y poco diestra la mano que habia de aplicarlos.
Hablamos ya de las prendas y de los defectos del Marqués de la Romana.
Por desgracia solos los últimos aparecieron en circunstancias tan escabro-
sas. Distraido y olvidadizo, dejaba correr los dias sin tomar notables provi-
dencias y sin buscar medios de que áun podia disponer. ¿Quién, en efecto,
pensára que teniendo á su espalda y libre de enemigos la provincia de As-
túrias, no hubiese acudido á buscar en ella apoyo y auxilios? Pues fué tan
al contrario, que, pésanos decirlo, en el espacio de más de un mes que re-
sidió en Leon, sólo una vez y tarde escribió á la junta de aquel principado
para darle gracias por su celo y patriótica conducta.


A pesar de tan reprensible abandono, no perseguido el ejército de la
izquierda, más tranquilo y mejor alimentado, íbase poco á poco reparan-
do de sus fatigas, y no ménos de 16.000 hombres se contaban ya aloja-
dos en Leon y riberas del Esla; pero de este número, escasamente la mi-
tad merecia el nombre de soldados.


Atento á su deplorable estado, y en el intermedio que corrió entre
la primera resolucion del general Moore de retirarse, y la posterior de
avanzar, sabedor Romana de que sir David Baird se disponia á replegar-
se á Galicia, no queriendo quedar expuesto, solo y sin ayuda, á los ata-
ques de un enemigo superior, habia tambien determinado abandonar á
Leon. Súpolo Moore en el momento en que se movia hácia adelante, y
con diligencia escribió á Romana, sentido de su determinacion y de que
pensase tomar el camino de Galicia, por el que debian venir socorros al
ejército de su mando, y marchar éste en caso de necesidad. Replicóle,
y con razon, el general español que nunca hubiera imaginado retirarse
si no hubiese visto que sir David Baird se disponia á ello y lo dejaba de-
samparado; pero ahora que, segun los avisos, habia otros proyectos, no
sólo se mantendria en donde estaba, sino que tambien, y de buen grado,
cooperaría á cualquiera plan que se le propusiese.




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En toda su correspondencia habia el de la Romana animado á los in-
gleses á obrar é impedir la toma de Madrid. Algunos historiadores de
aquella nacion le han motejado, así como á otros generales nuestros y au-
toridades, de haber insistido en pedir una cooperacion activa, y de desfi-
gurar los hechos con exageracion, y falsas noticias. En cuanto á lo prime-
ro, natural era que, oprimidos por continuadas desgracias, deseasen todos
ofrecer al enemigo un obstáculo, que dando respiro, permitiese á la na-
cion volver en sí y recobrar parte de las perdidas fuerzas; y respecto de lo
segundo, las mismas autoridades españolas y los generales eran engaña-
dos con los avisos que recibian. Hubo provincias en que más de un mes
iba corrido ántes que se hubiese averiguado con certeza la rendicion de
Madrid. Los pueblos oian con tal sospecha á los que daban tristes nuevas,
que los pocos trajineros y viajantes que circulaban en tan aciagos dias, en
vez de descubrir la verdad, la ocultaban, estando así seguros de ser bien
tratados y recibidos. Si ademas los generales españoles y su gobierno pon-
deraban á veces los medios y fuerza que les quedaban, no poco contri-
buia á ello el desaliento que advertian en el general Moore, el cual era
tan grande, que causaba, segun los mismos ingleses, disgusto y murmura-
ciones en su ejército. Por lo que, sin intentar disculpar los errores y faltas
que se cometieron por nuestra parte, y que somos los primeros á publicar,
justo es que tampoco se achaquen á nuestros militares y gobernantes los
que eran hijos de tiempos tan revueltos, ni se olviden las flaquezas de que
otros adolecieron, igualmente reprensibles, aunque por otro extremo.


Volvamos ahora al general Moore. Continuando éste su marcha, se
le unió el 20 en Mayorga el general Baird. Juntas así las fuerzas ingle-
sas formaban un total de 23.000 infantes y 2.300 caballos; algunos otros
cuerpos estaban todavía en Portugal, Astorga y Lugo. Por su izquierda, y
hácia Cea, tambien empezó á moverse Romana con unos 8.000 hombres,
escogidos entre lo mejor de su gente. Sentaron los ingleses el 21 en Sa-
hagun su cuartel general, habiendo ántes su caballería en el mismo pun-
to deshecho 600 jinetes enemigos.


El mariscal Soult se extendia con las tropas de su mando entre Sal-
daña y Carrion de los Condes, teniendo consigo unos 18.000 hombres.
Despues de haber salido á Castilla viniendo de Santander, se habia
mantenido sobre la defensiva, aguardando nuevas órdenes. De éstas, las
que le mandaban atacar á los españoles fueron interceptadas en Valdes-
tillas; ademas de que noticioso Soult del paraje en donde estaban situa-
dos los ingleses (cosa que al dar aquéllas ignoraba Napoleon), no se hu-
biera, con sólo su fuerza, arriesgado á pasar adelante.




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Sabedor el mariscal frances de que los ingleses movian contra él
su ejército, se reconcentró en Carrion. Disponíanse aquéllos á avanzar,
cuando en la noche del 23 recibieron aviso de Romana (que tambien por
su parte ejecutaba el movimiento concertado) de que Napoleon venía so-
bre ellos con fuerzas numerosas. Confirmado este aviso con otros poste-
riores, no prosiguió su marcha el general Moore, y el 24 comenzó á reti-
rarse en dos columnas; una, á cuyo frente él iba, tomó por el puente de
Castro-Gonzalo á Benavente, y otra se dirigió á Valencia de Don Juan,
cubriendo y amparando sus movimientos la caballería.


Era ya tiempo de adoptar esta resolucion. Napoleon avanzaba con su
acostumbrada diligencia. Al principio la marcha de su ejército habia si-
do penosa, y tan intenso el frio para aquel clima, que al pié de las mon-
tañas de Guadarrama señaló el termómetro de Reaumur nueve grados
debajo de cero. Cruzaron los franceses el puerto en los dias 23 y 24 de
Diciembre, perdiendo hombres y caballos con el mucho frio, la nieve y
ventisca. Detúvose la artillería volante y parte de la caballería á la mi-
tad de la subida, teniendo que esperar algunas horas á que suavizase el
tiempo. Napoleon, siendo dificultoso continuar á caballo, deseoso tam-
bien de animar con el ejemplo, se puso á pié y estimuló á redoblar el pa-
so, llegando él á Villacastin el 24. Al bajar á Castilla la Vieja sobrevino
blandura, acompañada de lluvia, y se formaron tales lodazales, que hu-
bo sitios en que se atascaron la artillería y equipajes, aumentándose el
desconsuelo de los franceses á la vista de pueblos por la mayor parte so-
litarios y desprovistos.


Tamaños obstáculos, aunque al fin vencidos, retardaron la marcha
de Napoleon é impidieron la puntual ejecucion del plan que habia com-
binado. Era éste envolver á los ingleses si continuaban en ir tras del
mariscal Soult, á quien el mismo Emperador escribia el 26 desde Tor-
desillas: «Si todavía conservan los ingleses el dia de hoy su posicion,
están perdidos; si, al contrario, os atacan, retiraos á una jornada de
marcha, pues cuanto más se empeñen en avanzar, tanto mejor será pa-
ra nosotros.»


Pero sir Juan Moore, previniendo con oportunidad los intentos de
sus contrarios, prosiguió á Benavente, y aseguró su comunicacion con
Astorga. La disciplina, sin embargo, empezaba á relajarse notablemen-
te en su ejército, disgustado con volver atras. Así fué que la columna
que cruzó por Valderas cometió lamentables excesos, y con ellos y otros
que hubo en varios pueblos aterrado el paisanaje, huia, y á su vez se
vengaba en los soldados y partidas sueltas. Censuró agriamente el ge-




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neral inglés la conducta de sus soldados; mas de poco sirvió. Prosiguie-
ron en sus desmanes, y en Benavente devastaron el palacio de los con-
des-duques del mismo nombre, notable por su antigüedad y extension;
mas no fué entónces cuando se quemó, segun algunos nos han afirma-
do. Nos consta, por informacion judicial que de ello se hizo, que sólo el
7 de Enero apareció incendiado, durando el fuego muchos dias, sin que
se pudiese cortar.


Esta columna, que era la que mandaba Moore, despues de haber
arruinado el puente de Castro-Gonzalo, se juntó el 29 en Astorga con
la de Baird, que habia caminado por Valencia de Don Juan. La caba-
llería permaneció aún en Benavente, enviando destacamentos á obser-
var los vados del Esla. Engañado á su vista el general frances Lefebvre
Desnouettes, y creyendo que ya no quedaba al otro lado ninguna fuer-
za inglesa sino aquélla, vadeó el rio con 600 hombres de la guardia im-
perial, y acometió impetuosamente á sus contrarios. Cejaron éstos al
principio, excitando gran clamoreo las mujeres, rezagados y barajeros
derramados por el llano que yace entre el Esla y Benavente. El general
Stewart tomó luégo el mando de los destacamentos ingleses, se le agre-
garon algunos caballos más, y empezó á disputar el terreno á los fran-
ceses, que continuaron, sin embargo, en adelantar, hasta que lord Pa-
get, acudiendo con un regimiento de húsares, los obligó repasar el rio.
Quedaron en su poder 70 prisioneros, en cuyo número se contó al mis-
mo general Lefebvre, de quien hicimos tanta memoria en el primer si-
tio de Zaragoza.


Era precursor este reencuentro de los muchos que unos en pos de
otros en breve se sucedieron. Frustrada la primera combinacion del Em-
perador frances á causa de la retirada de Moore, determinó aquél perse-
guir á los ingleses por el camino de Benavente con el grueso de sus fuer-
zas, mandando al mismo tiempo al mariscal Soult que arrojase de Leon á
los españoles. La destruccion del puente de Castro-Gonzalo retardó del
lado de Benavente el movimiento de los franceses; pero del otro se ade-
lantaron sin dificultad, no habiendo los españoles opuesto resistencia.


Ocupaba á Mansilla de las Mulas la segunda division del Marqués de
la Romana, de la cual un trozo se habia quedado á retaguardia en el con-
vento de Sandoval para conservar el paso del Esla en el puente de Villa-
rente. Enfermos en Leon muchos de los principales jefes, no se habian
tomado en Mansilla las precauciones oportunas, y el 29 fué sorprendido
y entrado el pueblo por el general Franceschi, rindiéndose casi toda la
tropa, que tan mal custodiaba aquel punto.




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Desapercibido el Marqués de la Romana, apresuradamente aban-
donó á Leon en la misma noche del 29, y los vecinos más principa-
les, temerosos de la llegada del enemigo, tuvieron tambien que salvarse
y esconderse en las montañas inmediatas, dejando, con el azoramien-
to, hasta las alhajas y prendas de mayor valor. Romana se unió el 30 en
Astorga con el general Moore, lo cual desagradó en gran manera á éste,
que le conceptuaba en las fronteras de Astúrias. Con la llegada á aque-
lla ciudad de las tropas españolas, desnudas, de todo escasas y en sumo
grado desarregladas, acreció el desórden y la confusion, yendo por ins-
tantes en aumento la indisciplina de los ingleses.


Hasta aquí se habian imaginado muchos oficiales de este ejército
que en Astorga ó entradas del Vierzo haria alto su general en jefe, y que
aprovechándose de los favorables sitios de aquella escabrosa tierra, pro-
curaria en ellos contener al enemigo y áun darle batalla, mayormente
cuando la insubordinacion y el desconcierto no habian llegado todavía
al extremo. Pero sir Juan Moore no veia ya seguridad ni salvacion sino á
bordo de sus buques; por lo cual dió órdenes para proseguir su camino
hácia Galicia y destruir todo género de provisiones de boca y guerra que
no pudiesen sus tropas llevar consigo. Desde entónces soltóse la rienda
á las pasiones, y el ejército británico acabó del todo de desorganizarse.
El Marqués de la Romana insistia por conservar la cordillera que divide
el Vierzo del territorio de Astorga; mas fueron vanos sus ruegos y ocio-
sas sus razones; y á la verdad, por poderosas que éstas fuesen, debilitá-
banse saliendo de la boca de un general cuyos soldados se mostraban en
estado tan deplorable. Forzado, pues, el general español á someterse á
la inmutable resolucion del británico, tuvo, asimismo, que dejarle libre
el nuevo y hermoso camino de Manzanal, reservando para sí el antiguo y
ágrio de Fuencebadon.


A las doce del dia del 31 de Diciembre empezó el ejército inglés su
retirada, y el español la suya en la misma noche. La artillería del úl-
timo, que hasta entónces habia casi toda podido librarse del continuo
perseguimiento de los franceses, tomó, segun convenio con el general
Moore, la via de Manzanal, para evitar las asperezas de la otra. Mas no
teniendo cuenta los soldados británicos con las órdenes de sus jefes,
arrancando á viva fuerza los tiros de mulas de nuestra artillería, hubo
que abandonar algunas piezas y precipitar otras en los abismos de las
montañas, perdiéndose así, por la violencia de manos aliadas, unos ca-
ñones que á tan duras penas y desde Reinosa se habian conservado li-
bres de las enemigas.




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Ni fué Romana más dichoso del lado de Fuencebadon. Creia, y fun-
dadamente, que ya que le hubiese cabido la peor ruta, por lo ménos se
le dejaria en su retirada solo y desembarazado; mas engañóse en su jui-
cio. Una division inglesa de 3.000 hombres, mandada por el general
Grawford, separándose en Bonillos, á una legua de Astorga, del grue-
so de su ejército, tomó el mismo rumbo que Romana, con intento de ir
á embarcarse en Vigo. Turbó este incidente la marcha de los españoles,
incomodando á todos el hallar casi cerrado con la nieve el paso de Fuen-
cebadon.


Uníase á tal conjunto de desgracias, estar capitaneadas las divisio-
nes españolas por nuevos jefes, sucesores de los que habian muerto de
enfermedad ó en los combates. A tres se habia reducido el número de
aquéllas, fuera de la llamada del Norte, y malaventuradas refriegas mos-
traron en breve su triste estado. De ellas, la primera, mandada por el co-
ronel Rengel, fué al amanecer del 1.º de Enero cortada y en gran par-
te cogida por jinetes franceses en Turienzo de los Caballeros. Las otras,
aunque á costa de trabajos, siempre acosadas y desbandándose muchos
de sus soldados, se enmarañaron en la sierra. Romana no habia tratado
de prevenir ó disminuir el mal con acertadas disposiciones. Dejó á ca-
da division andar y moverse á su arbitrio; y cruzando con su estado ma-
yor y algunos caballos por los barrios de Ponferrada, se metió en el valle
de Valdeorras. Allí reunió las pocas reliquias de su ejército que le ha-
bian seguido, y situó su cuartel general en la Puebla de Tríbes, dejan-
do en el puente de Domingo Flores una corta vanguardia, que pasó des-
pues al de Bibey.


Los ingleses, en tanto, por el puerto de Manzanal, continuaron pre-
cipitadamente su retirada. Repartidos en tres divisiones y una reserva,
iban delante las de los generales Fraser y Hope, seguia la de sir David
Baird, y cerraba la marcha, con la última, el mismo sir Juan Moore. Lle-
garon el 2 de Enero á Villafranca, habiendo andado en tan corto tiempo
catorce leguas de las largas de nuestros caminos reales, de las que sólo
entran diez y siete y media en el grado. Los males y el desconcierto rápi-
damente se aumentaban, ofreciendo lastimoso cuadro; el tiempo crudo,
los bagajes abandonados, las municiones rezagadas, los fuertes y luci-
dos caballos ingleses desherrados y muertos por sus propios jinetes, los
infantes descalzos y despeados, los soldados todos abatidos é insubordi-
nados, y metiéndose muchos en los sótanos de las casas y las tabernas,
se perdian de intento y se entregaban á la embriaguez y disolucion; fué
Bembibre principal y horroroso teatro de sus excesos. Cruel castigo reci-




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bieron los que así se olvidaban de la disciplina y buen órden. Los fran-
ceses, corriendo en pos de ellos, duramente y cual merecian los trata-
ban, matando á unos, hiriendo á otros y atropellando á casi todos. Los
que de su poder se escapaban, llenos de tajos y cuchilladas, poníalos el
general inglés como á la vergüenza delante de su ejército, á fin de que
sirviesen de escarmiento á sus compañeros.


Notábase en el perseguir de los franceses suma diligencia, mas no
extraña. Aguijábalos poderosa espuela. Napoleon habia llegado á As-
torga el 1.º de Enero. Le acompañaban 70.000 infantes y 10.000 caba-
llos, que este número componian los cuerpos de los mariscales Soult y
Ney, una parte de la guardia imperial y dos divisiones del ejército de Ju-
not, las cuales, ya de regreso, iban á pelear contra los mismos con quie-
nes pocos meses ántes habian capitulado. Napoleon no pasó de Astor-
ga, pero envió en seguimiento de las tropas británicas al mariscal Soult,
con 25.000 hombres, de los cuales 4.200 de caballería. Tras de éstos ca-
minaban las divisiones de los generales Loison y Heudelet, debiendo
todos ser sostenidos por 16.000 hombres del cuerpo del mariscal Ney.
Aceleradamente fueron los primeros en busca de sir Juan Moore, que no
conservaba sino unos 19.000 combatientes, menguadas sus filas con los
3.000 que fueron la vuelta de Vigo, y con los perdidos en los diversos
choques y retirada.


Entró el mariscal Soult en el Vierzo, dividida su gente en dos colum-
nas, que tomaron una por Fuencebadon, otra por Manzanal, avanzando
el 3 su vanguardia hasta las cercanías de Cacabelos. Habian los ingle-
ses ocupado con 2.500 hombres y una batería la ceja del ribazo de viñe-
dos que se divisa no léjos de aquel pueblo y del lado de Villafranca. Más
adelante, y camino de Bembibre, habian tambien apostado 400 tiradores
y otros tantos caballos, á los cuales hacia espalda el puente del Gúa, rio
escaso de aguas, pero crecido ahora por las muchas nieves, y cuya co-
rriente baña las calles de Cacabelos.


Venian al frente de la vanguardia francesa unos cuantos escuadro-
nes, mandados por el general Colbert, quien, pensando ser de importan-
cia el número de ingleses que le aguardaba en puesto ventajoso, pidió
refuerzo al mariscal Soult; mas respondiéndole secamente éste que sin
dilacion atacase, sentido Colbert de la imperiosa órden, acometió con te-
merario arrojo y arrolló á los caballos y tiradores ingleses que estaban
avanzados. De éstos los hubo que fueron cogidos al pasar por el puente
del Gúa; otros, metiéndose por los viñedos de la márgen del camino, de
cerca y á quemaropa dispararon y mataron á muchos jinetes franceses,




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entre ellos á su general Colbert, distinguido por su belleza y denuedo.
Llegó á poco la division de infantería del general Merle, y aunque quiso
pasar adelante, detúvose al ver la batería que estaba en lo alto del riba-
zo, y tambien impedido de la noche, que sobrevino.


Aquí hubiera podido empeñarse una accion general. Sir Juan Moore
la evitó, retirándose despues de oscurecido. En Villafranca escandalo-
samente se renovaron los excesos y demasías de otras partes; fueron ro-
bados los almacenes, entradas á viva fuerza muchas casas, y oprimidos
é inhumanamente tratados los vecinos. El general inglés reprimió algun
tanto los desmanes con severas providencias, mandando tambien arca-
bucear á un soldado cogido infraganti. Aceleró despues su partida, y co-
mo la tierra es por allí cada vez más quebrada, y está cubierta de bos-
ques ú otros plantíos, no pudiendo la caballería ser de gran provecho,
envióla delante con direccion á Lugo. En todo este tránsito hay parajes
en que pocas fuerzas pudieran detener mucho tiempo á un ejército muy
superior, pues si bien la calzada es magnífica, corre ceñida por largo es-
pacio entre opuestas montañas de dificultoso y agrio acceso.


Ningun fruto se sacó de tamañas ventajas; y encontrándose los solda-
dos británicos con un convoy, no sólo inutilizaron vestuario y armamento
que de Inglaterra iba para Romana, sino que tambien cerca de Nogales,
y por órden del general Moore, arrojaron á un despeñadero, en vez de re-
partírselos, 120.000 pesos fuertes. Llegó el desórden á su colmo; aban-
donábanse hasta los cañones y los enfermos y los heridos, acrecentando
la confusion el gran séquito y embarazos que solian entónces acompa-
ñar á los ejércitos ingleses. En fin, fué esta retirada hecha con tal apre-
suramiento y mala ventura, que uno de los generales británicos, testigo
de vista, nos afirma en su narracion (1), «á que por sombrías y horroro-
sas que fueran las relaciones que de ella se hubiesen hecho, áun no se
asemejaban á la realidad.»


Dos dias y una noche tardaron los ingleses en llegar á Lugo, diez y
seis leguas de Villafranca; acosados en continuas escaramuzas, hubie-
ran padecido cerca de Constantin recio choque, si el general Moore no
le hubiese evitado, haciendo bajar con rapidez la cuesta del rio Neira, y
engañando á sus contrarios con un diestro y oportuno amago.


Hasta poco ántes habia permanecido dudoso el general Moore de si
iria para embarcarse á Vigo ó á la Coruña. Informado de las dificulta-
des que ofrecia la primera ruta, decidióse á continuar por la segunda,


(1) Narrative of the peninsular war, by Marquess of Londonderry, chapter X, vol. I.




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avisando, en consecuencia, al almirante de su escuadra, á fin de que
los transportes que estaban en Vigo pasasen al otro puerto. Y para dar
tiempo á que se ejecutase dicha travesía, y tambien para rehacer algo su
ejército, cansado y desfallecido, determinó el mismo general pararse en
Lugo y áun arriesgar una batalla, si fuese necesario. Al intento reunió
allí todas sus tropas, excepto los 3.000 hombres del general Crawford,
que se embarcaron en Vigo sin ser molestados.


A legua y media, y ántes de llegar á Lugo, escogió sir Juan Moore un
sitio elevado y ventajoso para pelear contra los franceses, los cuales aso-
maron el 6 por las alturas opuestas. Pasóse aquel dia y el siguiente sin
otras refriegas que las de algunos reconocimientos. El mariscal Soult,
hallándose inferior en número, no queria empeñarse en accion formal
ántes de que se le uniesen más tropas. Los ingleses, por su parte, se
mantuvieron hasta el 8 sin moverse de su posicion; mas al anochecer de
aquel dia, pareciéndole peligroso al general Moore aguardar á que los
franceses se reforzasen, resolvió partir á las calladas, con la esperanza
de que ganando sobre ellos algunas horas, podria así embarcarse sose-
gadamente. A las diez de la noche, y encendidas hogueras en las líneas
para cubrir su intento, emprendió la continuacion de la marcha, que un
temporal deshecho de lluvia y viento vino á interrumpir y desordenar.
Despues de padecer muchos trabajos y de cometer nuevas demasías,
empezaron los ingleses á llegar á Betanzos en la tarde del 9, en un esta-
do lamentable de confusion y abatimiento. Era tanta la fatiga y tan gran-
de el número de rezagados, que tuvieron el 10 que detenerse en aquella
ciudad. Prosiguieron su marcha el 11, y dieron vista á la Coruña, sin que
en su rada se divisasen los apetecidos transportes; vientos contrarios ha-
bian impedido al almirante inglés doblar el cabo de Finisterre. Por este
atraso veíase expuesto el general Moore á probar la suerte de una bata-
lla, causando pesadumbre á muchos de sus oficiales el que se hubiesen
para ello desperdiciado ocasiones más favorables y en tiempo en que su
ejército se conservaba más entero y ménos indisciplinado.


Cerca de la Coruña no dejaba en verdad de haber sitios ventajosos,
pero en algunos requeríanse numerosas tropas. Tal era el de Peñasque-
do, por lo que los ingleses prefirieron á sus alturas las del monte Mero,
que si bien dominadas por aquéllas, hallábanse próximas á la Coruña, y
su posicion, como más recogida, podia guarnecerse con ménos gente.


El 12 empezaron los franceses á presentarse del otro lado del puen-
te del Burgo, que los ingleses habian cortado. Continuaron ambos ejér-
citos sin molestarse hasta el 14, en cuyo dia, contando ya los franceses




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con suficientes tropas, repararon el puente destruido, y le fueron sucesi-
vamente cruzando. Por la mañana se habia de propósito volado un alma-
cen de pólvora sito en Peñasquedo, lo cual produjo horroroso estrépito,
y por la tarde, habiéndose el viento cambiado al Sur, entraron en la Co-
ruña los trasportes ingleses procedentes de Vigo. Sin tardanza se embar-
caron por la noche los enfermos y heridos, la caballería desmontada y 52
cañones: de éstos sólo se dejaron, para en caso de accion, 8 ingleses y 4
españoles. No faltó en el campo británico quien aconsejára á su general
que capitulase con los franceses, á fin de poder libremente embarcarse.
Desechó con nobleza sir Juan Moore proposicion tan deshonrosa.


Puestos ya á bordo los objetos de más embarazo y las personas inúti-
les, debia en la noche del 16, y á su abrigo, embarcarse el ejército lidia-
dor. Con impaciencia aguardaba aquella hora el general inglés, cuando á
las dos de la tarde un movimiento general de la línea francesa estorbó el
proyectado embarco, empeñándose una accion reñida y porfiada.


Disponiéndose á ella en la noche anterior, habia colocado el mariscal
Soult en la altura de Peñasquedo una batería de 11 cañones, en que apo-
yaba su izquierda, ocupada por la division del general Mermet, guardan-
do el centro y la derecha, con las suyas respectivas, los generales Mer-
le y Delaborde, y prolongándose la del último hasta el pueblo de Pelavea
de Abajo. La caballería francesa se mostraba por la izquierda de Peñas-
quedo hácia San Cristóbal y camino de Bergantiños; el total de fuerza
ascendia á unos 20.000 hombres.


Era la de los ingleses de unos 16.000, que estaban apostados en el
monte Mero, desde la ria del mismo nombre hasta el pueblo de Elviña.
Por este lado se extendian las tropas de sir David Baird, y por el opues-
to, que atraviesa el camino real de Betanzos, las de sir Juan Hope. Dos
brigadas de ambas divisiones se situaron detras en los puntos más ele-
vados y extremos de su respectiva línea. La reserva, mandada por lord
Paget, estaba á retaguardia del centro, en Eyris, pueblecillo desde cu-
yo punto se registra el valle que corria entre la derecha de los ingleses,
y los altos ocupados por la caballería francesa. Más inmediato á la Coru-
ña, y por el camino de Bergantiños, se habia colocado con su division el
general Fraser, estando pronto á acudir adonde se le llamase.


Trabóse la batalla á la hora indicada, atacando intrépidamente el
frances con intento de deshacer la derecha de los ingleses. Los cierros
de las heredades impedian á los soldados de ambos ejércitos avanzar á
medida de su deseo. Los franceses, al principio, desalojaron de Elviña
á las tropas ligeras de sus contrarios; mas, yendo adelante, fueron dete-




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nidos y rechazados, si bien á costa de mucha sangre. La pelea se encar-
nizó en toda la línea. Fué gravemente herido el general Baird, y sir Juan
Moore, que con particular esmero vigilaba el punto de Elviña, en donde
el combate era más reñido que en las otras partes, recibió en el hombro
izquierdo una bala de cañon, que le derribó por tierra. Aunque mortal-
mente herido, incorporóse, y registrando con serenidad el campo, con-
fortó su ánimo al ver que sus tropas iban ganando terreno. Sólo entónces
permitió que se le recogiese á paraje seguro. Vivió todavía algunas ho-
ras, y su cuerpo fué enterrado en los muros de la Coruña.


Los franceses, no pudiendo romper la derecha de los ingleses, tra-
taron de envolverla. Descubierto su intento, avanzó lord Paget con la
reserva, y obligando á retroceder á los dragones de la Houssaye, que
habian echado pié á tierra, contuvo á los demas, y áun se acercó á la al-
tura en que estaba situada la batería francesa de 11 cañones. Al mismo
tiempo los ingleses avanzaban por toda la línea, y á no haber sobreveni-
do la noche, quizá la situacion del mariscal Soult hubiera llegado á ser
crítica, escaseando ya en su campo las municiones; mas los ingleses,
contentos con lo obrado, tornaron á su primera posicion, queriendo em-
barcarse bajo el amparo de la oscuridad. Fué su pérdida de 800 hom-
bres; asegúrase haber sido mayor la de los franceses. El general Hope,
en quien habia recaido el mando en jefe, creyó prudente no separarse
de la resolucion tomada por sir Juan Moore, y entrada la noche, ordenó
que todo su ejército se embarcase, protegiendo la operacion los genera-
les Hill y Beresford.


En la mañana siguiente, viendo los franceses que estaba abandonado
el monte Mero, y que sus contrarios les dejaban la tierra libre, acogién-
dose á su preferido elemento, se adelantaron, y desde la altura de San
Diego, con cañones de grueso calibre, de que se habian apoderado en
la de las Angustias de Betanzos, empezaron á hacer fuego á los barcos
de la bahía. Algunos picaron los cables, y se quemaron otros que con la
precipitacion habian varado. Los moradores de la Coruña no sólo ayuda-
ron á los ingleses en su embarco con desinteresado celo, sino que tam-
bien les guardaron fidelidad, no entregando inmediatamente la plaza.
Noble ejemplo, rara vez dado por los pueblos cuando se ven desampara-
dos de los mismos de quienes esperaban proteccion y ayuda.


Así terminó la retirada del general Moore, censurada de algunos de
sus propios compatriotas, y defendida y áun alabada de otros. Dejando
á ellos y á los militares el exámen y crítica de esta campaña, pensamos
que sirvió de mucho para la gloria y buen nombre del general Moore la




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casualidad de haber tenido que pelear ántes de que sus tropas se em-
barcasen, y tambien acabar sus dias honrosamente en el campo de ba-
talla. Por lo demas, si un ejército veterano, disciplinado como el inglés,
provisto de cuantiosos recursos, empezó ántes de combatir una retirada,
en cuya marcha hubo tanto desórden, tanto estrago, tantos escándalos,
¿quién podrá extrañar que en las de los españoles, ejecutadas despues
de haber lidiado, y con soldados bisoños, escasos de todo y en su propio
país, hubiese dispersiones y desconciertos? No decimos esto en menos-
cabo de la gloria británica; pero sí en reparacion de la nuestra, tan vili-
pendiada por ciertos escritores ingleses de los mismos que se hallaron
en tan funesta campaña.


Difícil era que despues de semejante suceso resistiese la Coruña lar-
go tiempo. El recinto de la plaza sólo la ponia al abrigo de un rebate;
mas ni sus baterías, ni sus murallas estaban reparadas, ni eran de suyo
bastante fuertes. No haber mejorado á tiempo sus obras pendió en par-
te del descuido que nos es natural, y tambien de la confianza que con su
llegada dieron los ingleses. Era gobernador D. Antonio Alcedo, y el 19
capituló. Entró el 20 en la plaza el mariscal Soult y puso autoridades de
su bando. Dispersóse la junta del reino, y la Audiencia, el Gobernador
y los otros cuerpos militares, civiles y eclesiásticos prestaron homena-
je al nuevo rey José.


No tardó Soult en volver los ojos al Ferrol, y ya el 22 empezaron á
aproximarse á la plaza partidas avanzadas de su ejército. Aquel arsenal,
primero de la marina española, era inatacable del lado del mar, de don-
de sólo se puede entrar con un viento y por boca larga y estrecha; no es-
taba por tierra tan bien fortalecido. Hallábase el pueblo con ánimo le-
vantado, sosteniéndole unos 300 soldados que habian llegado el 20. Era
comandante del departamento D. Francisco Melgarejo, anciano é irre-
soluto, y comandante de tierra D. Joaquin Fidalgo. No se habia toma-
do medida alguna de defensa, ni tenido la precaucion de poner á sal-
vo los buques de guerra allí fondeados. Dichos jefes y la junta peculiar
del pueblo desde luégo se inclinaron á capitular; mas no osando decla-
rarse, tuvieron que responder con la negativa á la reiterada intimacion
de los franceses, Al fin, el 26, habiendo éstos descubierto algunas obras
de batería, y apoderádose de los castillos de Palma y San Martin, pudie-
ron las autoridades prevalecer en su opinion y capitularon, entrando el
27 de mañana en el Ferrol el general Mermet. Fueron los términos de la
rendicion los mismos de la Coruña, y por los que sometiéndose á reco-
nocer á José, sólo se añadieron algunos artículos respecto de pagas, y de




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que no se obligase á nadie á servir contra sus compatriotas. Don Pedro
Obregon, preso desde el levantamiento de Mayo, fue nombrado coman-
dante del departamento, en cuya dársena, entre buenos y malos, habia 7
navíos; 3 fragatas y otros buques menores.


Que estas plazas se hubiesen rendido visto su mal estado y el desma-
yo que causó el embarco de los ingleses, cosa natural era; pero no que en
una capitulacion militar se estipulase el reconocimiento de José, ejem-
plo no dado todavía por las otras partes del reino, ni por la capital de la
monarquía, de donde provino que las mencionadas capitulaciones exci-
taron la indignacion de la Junta Central, que fulminó contra sus autores
una declaracion tal vez demasiadamente severa.


Aterrada Galicia con la pérdida de sus dos principales plazas, y so-
bre todo con la retirada de los ingleses, apénas dió por algun tiempo se-
ñales de vida. Hubo pocos pueblos que hiciesen demostracion de re-
sistir, y los que lo intentaron fueron luégo entrados por el vencedor. A
todas partes cundió el desaliento y la tristeza. Solo en pié y en un rincon
quedó Romana con escasos soldados. Los franceses no le habian en un
principio molestado; pero posteriormente, yendo en su busca el general
Marchand, trató de atacarle en el punto de Bibey. Replegóse á Orense
el general español; persiguióle el frances, hasta que continuando aquél
hácia Portugal, desistió el último de su intento, pasando poco despues á
Santiago, en donde habia entrado el 3 de Febrero el mariscal Soult sin
tropiezo y camino de Tuy.


El Marqués de la Romana, luégo que salió de Orense, estableció su
cuartel general en Villaza, cerca de Monterey, trasladándose despues á
Oimbra. En los últimos dias de Enero celebró en el primer pueblo una
junta militar para determinar lo más conveniente, hallándose con pocas
fuerzas, sin recursos, y los ingleses ya embarcados. Opinaron unos por
ir á Ciudad-Rodrigo, otros por encaminarse á Tuy; prevaleciendo el dic-
támen, que fué más acertado, de no alejarse del país que pisaban, ni de
la frontera de Portugal.


Miéntras tanto tomó el mando de Galicia el mariscal Ney en lugar
de Soult, que moviéndose del lado izquierdo, segun hemos indicado, se
preparaba á internarse en Portugal. Ocuparon fuerzas francesas las prin-
cipales ciudades de Galicia, y tranquila ésta por entónces, puso tambien
su atencion del lado de Astúrias, cuyo territorio afortunadamente habia
quedado libre en medio de tan general desdicha. Más adelante habla-
rémos de lo que ocurrió en aquella provincia. Ínstanos ahora volver la
vista á Napoleon, á quien dejamos en Astorga.




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Descansó allí dos dias, hospedándose en casa del Obispo, á quien
trató sin miramiento. Y desasosegado con noticias que habia recibido de
Austria, no creyendo ya necesario prolongar su estancia, vista la priesa
con que los ingleses se retiraban, volvió atras y se dirigió á Valladolid,
en cuya ciudad entró en la tarde del 6 de Enero.


Alojóse en el palacio real, y al instante mandó venir á su presencia
al Ayuntamiento, á los prelados de los conventos, al Cabildo eclesiásti-
co y á las demas autoridades. Queria imponer ejemplar castigo por las
muertes de algunos franceses asesinados, y sobre todo por la de dos, cu-
yos cadáveres fueron descubiertos en un pozo del convento de San Pa-
blo, de dominicos. Iba al frente de los llamados el Ayuntamiento, corpo-
racion de repente formada en ausencia de los antiguos regidores, que los
más habian huido despues de la rota de Búrgos. Procurando dicho cuer-
po mantener órden en la ciudad, habia preservado de la muerte á va-
rios extraviados del ejército enemigo, y puéstolos con resguardo en el
monasterio de San Benito, motivo por el que ántes merecia atento tra-
to del extranjero que amargas reconvenciones. Sin embargo, el Empera-
dor frances recibióle con rostro entenebrecido y le habló en tono áspero
y descompuesto, echándole en cara los asesinatos cometidos. De los pre-
sentes se átemorizaron con sus amenazas áun los más serenos, y el que
servia de intérprete, no acertando á expresarse, impacientó á Napoleon,
que con enfado le mandó salir del aposento, llamando á otro que desem-
peñase mejor su oficio. No ménos alterado prosiguió en su discurso el al-
tivo conquistador, usando de palabras impropias de su dignidad, hasta
que al cabo despidió á las corporaciones españolas, repitiendo nuevas y
terribles amenazas.


Triste y pensativo volvia el Ayuntamiento á su morada, cuando algu-
nos de sus individuos, queriendo echar por un rodeo para evitar el en-
cuentro de tropas que obstruian el paso, un piquete frances de caba-
llería, que de léjos los observaba, intimóles que iban presos, y que así
fuesen por el camino más recto. Restituidos todos á las casas consisto-
riales, entró á poco por aquellas puertas un emisario del Emperador con
órden que éste le habia dado, teniendo el reloj en la mano, de que si pa-
ra las doce de la noche no se le pasaba la lista de los que habian asesi-
nado á los franceses, haria ahorcar de los balcones del Ayuntamiento á
cinco de sus individuos. Sin intimidarse con el injusto y bárbaro reque-
rimiento, reportados y con esfuerzo respondieron los regidores que ántes
perecerian siendo víctimas de su inocencia, que indicar á tientas y sin
conocimiento personas que no creyesen culpables.




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A las nueve de la noche presentóse tambien, repitiendo á nombre del
Emperador la anterior amenaza, D. José de Hervás, el mismo que en el
Abril de 1808 habia acompañado á Madrid al general Savary, y quien,
como español, se hizo más fácilmente cargo de las razones que asis-
tian al Ayuntamiento. Sin embargo, manifestó á sus individuos que co-
rrian grave peligro, mostrándose Napoleon muy airado. No por eso de-
jaron aquéllos de permanecer firmes y resueltos á sufrir la pena que
arbitrariamente se les quisiera imponer. Sacóles luégo del ahogo, y por
fortuna para ellos, un tal Chamochin, de oficio procurador del número,
el cual, habiendo sido en tan tristes dias nombrado corregidor interino,
quiso congraciarse con el invasor de su patria, delatando como motor de
los asesinatos á un adobador de pieles, llamado Domingo, que vivia en
la plaza Mayor. Por desgracia de éste, encontráronse en su casa ropa y
otras prendas de franceses, ya porque en realidad fuera culpado, ó ya
más bien, segun se creyó, por haber dichos efectos llegado casualmente
á sus manos. Fué preso Domingo con dos de sus criados, y condenados
los tres á la pena de horca. Ajusticiaron á los últimos, perdonando Napo-
leon al primero, más digno de muerte que los otros, si habia delito. Lle-
gó el perdon estando Domingo al pié del patibulo: le obtuvo á ruego de
personas respetables, del mencionado Hervás, y sobre todo movidos va-
rios generales de las lágrimas y clamores de la esposa del sentenciado,
en extremo bella y de familia honrada de la ciudad. Tambien contribu-
yeron á ello los benidictinos, de quienes Napoleon hacia gran caso, re-
cordando la celebridad de los antiguos y doctos de la congregacion de
San Mauro de Francia. No así de los dominicos, cuyo convento de San
Pablo suprimió, en castigo de los franceses que en él se habian encon-
trado muertos.


Mas en tanto otros cuidados de mayor gravedad llamaban la atencion
de Napoleon. En su camino á Astorga habia recibido un correo con avi-
so de que el Austria se armaba. Novedad impensada, y de tal entidad,
que le impelia volver prontamente á Francia. Así lo decidió en su pen-
samiento; mas paróse en Valladolid diez dias, queriendo ántes asegurar-
se de que los ingleses proseguian en su retirada, y tambien tomar acerca
del gobierno de España una determinacion definitiva. Cierto de lo pri-
mero, apresuróse á concluir lo segundo. Para ello hizo venir á Vallado-
lid los diputados del Ayuntamiento de Madrid y de los tribunales, que le
fueron presentados el 16 de Enero. Traian consigo el expediente de las
firmas de los libros de asiento que se abrieron en la capital á fin de re-
conocer y jurar á José, condicion que para restablecer á éste en el trono




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habia puesto Napoleon, pareciéndole fuerte ligadura lo que no era sino
forzada ceremonia. Recibió el Emperador frances con particular agasajo
á los diputados españoles, y les dijo que accediendo á sus súplicas, ve-
rificaria José dentro de pocos dias su entrada en Madrid.


Dudaron entónces algunos que Napoleon se hubiera resuelto á repo-
ner á su hermano en el sólio si no se hubiese visto amenazado de gue-
rra con Austria. En prueba de ello alegaban el haber sólo dejado á José,
despues de la toma de Madrid, el título de su lugarteniente, y tambien
el haber en todo obrado por sí y procedido como conquistador. No deja
de fortalecer dicho juicio la conversacion que el Emperador tuvo en Va-
lladolid con el ex-arzobispo de Malinas, M. de Pradt. Habia éste acom-
pañado desde Madrid á los diputados españoles; y Napoleon, ántes de
verlos, deseoso de saber lo que opinaban y lo que en la capital ocurria,
mandó á aquel prelado fuese á hablarle. Por largo espacio platicaron
ambos sobre la situacion de la Península, y entre otras cosas, dijo Napo-
leon: «No conocia yo á España: es un país más hermoso de lo que pen-
saba. Buen regalo he hecho á mi hermano pero los españoles harán con
sus locuras que su país vuelva á ser mio; en tal caso le dividiré en cinco
grandes vireinatos» (2). Continuó así discurriendo, é insistió con parti-
cularidad en lo útil que sería para Francia el agregar á su territorio el de
España; intento que sin duda estorbó por entónces el nublado que ama-
gaba del Norte, temeroso del cual, partió para París el 17 de Enero, de
noche y repentinamente, haciendo la travesía de Valladolid á Búrgos á
caballo y con pasmosa celeridad.


En el intervalo que medió desde principios de Diciembre hasta úl-
timos de Enero, disgustado José con el título de lugarteniente, se alber-
gaba en el Pardo, no queriendo ir á Madrid hasta que pudiese entrar
como rey. Sin embargo, esperanzado en los primeros dias del año de vol-
ver á empuñar el cetro, pasó á Aranjuez y revistó allí el primer cuerpo,
mandado por el mariscal Victor, y con el cual, procedente de Toledo, se
pensaba atacar al ejército del centro, cuyas reliquias, rehechas algo en
Cuenca, se habian en parte aproximado al Tajo.


El inesperado movimiento de los españoles era hijo de falsas noti-
cias y del clamor de los pueblos, que expuestos al pillaje y extorsiones
del enemigo, acusaban á nuestros generales de mantenerse espectadores
tranquilos de los males que los agobiaban. Para acudir al remedio y aca-
llar la voz pública habia el Duque del Infantado, jefe de aquel ejército,


(2) Mémoire, sur la révolution d’Espagne, par M. de Pradt, pages 223 et suiv.




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imaginado un plan tras otro, notándose en el concebir de ellos más bien
loable deseo que atinada combinacion.


Por fin decidióse ante todo dicho general á despejar la orilla izquier-
da del Tajo de unos 1.500 caballos enemigos que corrian la tierra. Nom-
bró para capitanear la empresa al mariscal de campo D. Francisco Ja-
vier Venégas, que mandaba la vanguardia, compuesta de 4.000 infantes
y 800 caballos, y al brigadier D. Antonio Senra con otra division de igual
fuerza. Debia el primero posesionarse de Tarancon, y al mismo tiempo
enseñorearse el segundo de Aranjuez, en cuyos dos puntos tenía el ene-
migo, ántes de que viniese el mariscal Victor, lo principal de sus desta-
camentos. Venégas no aprobó el plan, visto el mal estado de sus tropas;
mas trató de cumplir con lo que se le ordenaba. Senra dejó de hacer-
lo, pareciéndole imprudente ir hasta Aranjuez teniendo franceses por
su flanco en Villanueva del Cardete; disculpa que no admitió el General
por haber ya contado con aquel dato en la disposicion del ataque.


Venégas, por su parte, situado en Uclés, determinó atacar en la no-
che del 24 al 25 de Diciembre á los franceses de Tarancon. El núme-
ro de éstos se reducia á 800 dragones. Distribuyó el general español su
frente en dos columnas, una, al mando de don Pedro Agustin Giron, de-
bia amenazar por su frente al enemigo; otra, capitaneada por el mismo
general en persona, y más numerosa, debia de interponerse en el camino
que de Tarancon va á Santa Cruz de la Zarza, con objeto de cortar á los
franceses la retirada, si querian huir del ataque de Giron, ó encerrarlos
entre dos fuegos en caso de que resistiesen. La noche era cruda, sobre-
viniendo tras de nieve y ventiscas espesa niebla; lo cual retardó la mar-
cha de Venégas y fué causa del extravío de casi toda su caballería. Gi-
ron, aunque salió más tarde, llegó sin tropiezo al punto que se le habia
señalado, ya por ser mejor y más corto el camino, y ya por su cuidado y
particular vigilancia.


Espantados los dragones franceses con la proximidad de este gene-
ral, huian del lado de Santa Cruz, cuando se encontraron con algunas
partidas de carabineros reales que iban á la cabeza de la tropa de Ve-
négas, y los atacaron furiosamente, obligándolos á abrigarse de la infan-
tería. Hubiera podido ésta desconcertarse, cogiéndola desprevenida, si
afortunadamente un batallon de guardias españolas y otro de tiradores
de España, puestos ya en columna, no hubiesen rechazado á los enemi-
gos, desordenándolos completamente. Hizo gran falta la caballería, cu-
ya principal fuerza, extraviada en el camino, no llegó hasta despues; y
entónces su jefe, don Rafael Zambrano, desistió de todo perseguimien-




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to, por juzgarlo ya inútil y estar sus caballos muy cansados. La pérdida
de los franceses, entre muertos, heridos y prisioneros, fué de unos 100
hombres. Hubo despues contestaciones entre ciertos jefes, achacándose
mutuamente la culpa de no haber salido con la empresa. Nos inclinamos
á creer que la inexperiencia de algunos de ellos y lo bisoño de la tropa
fueron en este caso, como en otros muchos, la causa principal de haber-
se en parte malogrado la embestida, sirviendo sólo á despertar la aten-
cion de los franceses.


Recelosos éstos de que, engrosadas con el tiempo las tropas del ejér-
cito del centro y mejor disciplinadas, pudieran no sólo repetir otras ten-
tativas como la de Tarancon, mas tambien en un rebate apoderarse de
Madrid, cuya guarnicion para atender á otros cuidados, á veces se dis-
minuia, pensaron seriamente en destruirlas y cortar el mal en su raíz.
Para ello juntaron en Aranjuez y revistaron, segun hemos dicho, las
fuerzas que mandaba en Toledo el mariscal Victor, las cuales ascendian
á 14.000 infantes y 3.000 caballos. Sospechando Venégas los intentos
del enemigo, comunicó el 4 de Enero sus temores al Duque del Infan-
tado, opinando que sería prudente, ó que todo el ejército se aproximase
á su línea, ó que él con la vanguardia se replegase á Cuenca. No pensó
el Duque que urgiese adoptar semejante medida, y ya fuese enemistad
contra Venégas, ó ya natural descuido, no contestó á su aviso, continuan-
do en idear nuevos planes, que tampoco tuvieron ejecucion.


Apurando las circunstancias, y no recibiendo instruccion alguna del
General en jefe, juntó Venégas un consejo de guerra, en el que unánime-
mente se acordó pasar á Uclés, como posicion más ventajosa, é incorpo-
rarse allí con Senra, en donde aguardarian ambos las órdenes del Duque.
Verificóse la retirada en la noche del 11 de Enero, y unidos al amanecer
del 12 los mencionados Venégas y Senra, contaron juntos unos 8 á 9.000
infantes y 1.500 caballos. Trató desde luégo el primero de aprovechar-
se de las ventajas que le ofrecia la poblacion de Uclés, villa sujeta á la
órden de Santiago, y para batallas de mal pronóstico por la que en sus
campos se perdió contra los moros en el reinado de Alonso el VI.


La derecha de la posicion era fuerte, consistiendo en várias alturas
aisladas y divididas de otras por el riachuelo de Bedijar. En el centro es-
tá el convento llamado Alcázar, y desde allí, por la izquierda, corre un
gran cerro de escabrosa subida del lado del pueblo, pero que termina
por el opuesto en pendiente más suave y de fácil acceso. Venégas apostó
en Tribaldos, pueblo cercano, algunas tropas al mando de D. Veremun-
do Ramirez de Arellano, que en la tarde y anochecer del 12 comenzaron




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ya á tirotearse con los franceses, replegándose á Ucles en la mañana si-
guiente, acometidas por sus superiores fuerzas.


Con aviso de que los enemigos se acercaban, el general Venégas,
aunque amalado y con los primeros síntomas de una fiebre pútrida, se si-
tuó en el patio del convento, de donde divisaba la posicion y el llano que
se abre al pié de Uclés, yendo á Tribaldos. Distribuyó sus infantes en las
alturas de derecha é izquierda, y puso abajo, en la llanura, la caballería.
Sólo habia un obús y tres cañones, que se colocaron, uno en la izquier-
da, dos en el convento y otro en el llano, con los jinetes.


El mariscal Victor habia salido de Aranjuez con el número de tro-
pas indicado, y fué en busca de los españoles, sin saber de fijo su para-
dero. Para descubrirle tiró el general Villatte, con su division, derecho
á Uclés, y el mariscal Victor, con la del mariscal Ruffin, la vuelta de Al-
cázar. Fué Villatte quien primero se encontró con los españoles, obli-
gándolos á retirarse de Tribaldos, desde donde avanzó al llano con dos
cuerpos de caballería y dos cañones. Al ver aquel movimiento, creyó Ve-
négas amagada su derecha, y por tanto, atendió con particularidad á su
defensa. Mas los franceses, á las diez de la mañana, tomando por el ca-
mino de Villarubio, se acercaron con fuerza considerable á las alturas de
la izquierda, punto flaco de la posicion, cubierto con ménos gente y al
que su caballería pudo subir á trote. Venégas, queriendo entónces soste-
ner la tropa allí apostada, que comenzaba á ciar, envió gente de refres-
co y para capitanearla á D. Antonio Senra. Ya era tarde; los enemigos,
avanzando rápidamente, arrollaron á los nuestros, é inútilmente desde el
convento quiso Venégas detenerlos. Contuso él mismo y ahuyentado con
todo su estado mayor, dificultosamente pudo salvarse, cayendo á su lado,
muerto, el bizarro oficial de artillería D. José Escalera. Deshecho nues-
tro costado izquierdo, empezó á desfilar el derecho; y la caballería, que
en su mayor parte permanecia en el llano, trató de retirarse por una gar-
ganta que forman las alturas de aquel lado. Consiguiéronlo felizmente
los dragones de Castilla, Lusitania y Tejas, mas no así los regimientos de
la Reina, Príncipe y Borbon, cuyo mando habia reasumido el Marqués
de Albudeite. Estos, no pudiendo ya pasar, impedidos por los fuegos de
los franceses, que dueños del convento coronaban las cimas, volvieron
grupa al llano, y faldeando los cerros, caminaron de priesa, y persegui-
dos, la via de Paredes. Desgraciadamente, hácia el mismo lado, trope-
zando la infantería con la division de Ruffin, habia casi toda tenido que
rendirse; de lo cual advertidos nuestros jinetes, en balde quisieron sal-
varse, atajados con el cauce de un molino y acribillados por el fuego de




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seis cañones enemigos, que dirigía el general Senarmont. No hubo ya
entónces sino confusion y destrozo, y sucedió con la caballería lo mis-
mo que con los infantes: los más de sus individuos perecieron ó fueron
hechos prisioneros; contóse entre los primeros al Marqués de Albudei-
te. Tal fué el remate de la jornada de Uclés, una de las más desastradas,
y en la que, por decirlo así, se perdieron las tropas que ántes manda-
ban Venégas y Senra. Sólo se salvaron dos ó tres cuerpos de caballería,
y tambien algunas otras reliquias que libertó la serenidad y esfuerzo de
D. Pedro Agustin Giron, uniéndose todos al Duque del Infantado, que ya
se hallaba en Carrascosa.


Justos cargos hubieran podido pesar sobre los jefes que empeñaron
semejante accion ó fueron causa de que se malograse. El general Vené-
gas y el del Infantado procuraron defenderse ante el público, acusándo-
se mutuamente. Pensamos que en la conducta de ambos hubo motivos
bastantes de censura, si ya no de responsabilidad. Aconsejaba la pru-
dencia al primero retirarse más allá de Uclés, é ir á unirse al cuerpo
principal del ejército, no faltándolo para ello ni oportunidad ni tiempo;
y al segundo prescribíale su obligacion dar las debidas instrucciones y
contestar á los oficios del otro, no sacrificando á piques y mezquinas pa-
siones el bien de la patria, el pundonor militar.


Ganado que hubieron la batalla, entraron los franceses en Uclés y
cometieron con los vecinos inauditas crueldades. Atormentaron á mu-
chos para averiguar si habian ocultado alhajas; robaron las que pudieron
descubrir, y aparejando con albardas y aguaderas, á manera de acémi-
las, á algunos conventuales y sujetos distinguidos del pueblo, cargaron
en sus hombros muebles y efectos inútiles para quemarlos despues con
grande algazara en los altos del Alcázar. No contentos con tan duro é in-
noble entretenimiento, remataron tan extraña fiesta con un acto de la
más insigne barbarie. Fué, ¡cáese la pluma de la mano! que cogiendo á
69 habitantes de los principales, y á monjas y á clérigos, y á los conven-
tuales Parada, Canova y Mejía, emparentados con las más ilustres fami-
lias de la Mancha, atraillados y escarnecidos, los degollaron con honrosa
inhumanidad, pereciendo algunos en la carnicería pública. Sordos ya á
la compasion los feroces soldados, desoyeron los ayes y clamores de más
de 300 mujeres, de las que acorraladas y de monton abusaron con exqui-
sita violencia. Prosiguieron los mismos escándalos en el campamento, y
sólo el cansancio, no los jefes, puso término al horroroso desenfreno.


No cupo mejor suerte á los prisioneros españoles los que de ellos,
rendidos á la fatiga, se rezagaban, eran fusilados desapiadadamente. Así




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nos lo cuenta en su obra un testigo de vista, un oficial frances, M. de Ro-
cca. ¿Qué extraño, pues, era que nuestros paisanos cometiesen, en pa-
go, otros excesos, cuando tal permitian los oficiales del ejército de una
nacion culta?


El Duque del Infantado, que aunque tarde se adelantaba á Uclés, su-
po en Carrascosa, legua y media distante, la derrota padecida. Juntan-
do allí los dispersos y cortas reliquias, se retiró por Horcajada á la ven-
ta de Cabrejas, en donde se decidió, en consejo militar, pasar á Valencia
con todas las tropas.


Entró el ejército en Cuenca el 14 por la noche, y al dia siguiente con-
tinuó la marcha. Dirigióse la artillería por camino que pareció más có-
modo para volver despues á unirse en Almodóvar del Pinar; pero ato-
llada en parte y mal defendida por otros cuerpos que acudieron en su
ayuda, fué en Tórtola cogida casi toda por los franceses. Prosiguió lo res-
tante del ejército alejándose; y desistiendo Infantado de ir á Valencia,
metióse en el reino de Murcia y llegó á Chinchilla el 21 de Enero. Desde
aquel punto hizo nuevo movimiento, faldeando la Sierra-Morena, y al ca-
bo se situó en Santa Cruz de Mudela. Allí, segun costumbre, no cesó de
idear, sin gran resulta, nuevos planes, hasta que en 17 de Febrero fué re-
levado del mando por órden de la Junta Central, y puesto en su lugar el
Conde de Cartaojal, que mandaba tambien las tropas de la Carolina.


Alcanzada por los franceses la victoria de Uclés, y despues de ob-
tener el permiso de Napoleon, hizo José en Madrid, el 22 de Enero, su
entrada pública y solemne. Del Pardo se encaminó, por fuera de puer-
tas, á la plazuela de las Delicias, desde donde, montando á caballo, en-
tró por la puerta de Atocha, y se dirigió á la iglesia colegiata de San Isi-
dro, tomando la vuelta por el Prado, calle de Alcalá y Carretas hasta la
de Toledo. Se habia preparado este recibimiento con más esmero que el
anterior de Julio. Estaba tendida en toda la carrera la tropa francesa; ha-
bíanse por expresa órden colgado las calles y puéstose de trecho en tre-
cho músicas que tocaban sonatas acomodadas al caso. José, rodeado de
gran séquito de franceses y de los españoles que le eran adictos, mostrá-
base satisfecho y placentero. No dejó de ser grande el concurso de es-
pectadores: las desgracias, amilanando los ánimos, los disponian á la
conformidad; pero un silencio profundo, no interrumpido sino por algu-
na que otra voz asalariada, daba bastante á entender que las circunstan-
cias impelian á la curiosidad, no afectuosa inclinacion. Fué recibido en
la iglesia de San Isidro por el Obispo auxiliar y parte de su cabildo. Pro-
nunciáronse discursos segun el tiempo, díjose una misa, se cantó el Te




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Deum, y concluida la ceremonia, se dirigió José por la Plaza Mayor y ca-
lle de la Almudena á Palacio, en donde, ocupándose de nuevo en el go-
bierno del reino, nos dará pronto ocasion de volver á hablar de él y de
sus providencias.


Ahora es ya sazon de pensar en Cataluña. El no querer cortar el hilo
de la narracion en los sucesos más abultados y decisivos nos ha obligado
á postergar los de aquel principado, que si bien de grande interes y de-
finitivamente de mucha importancia á la causa de la independencia, for-
man como un episodio embarazoso para el historiador, aunque gloriosí-
simo para aquella provincia.


Dejamos en el libro quinto la campaña de Cataluña, á tiempo que
Duhesme, en el último tercio del mes de Agosto, se habia recogido á
Barcelona, de vuelta de su segunda y malograda expedicion de Gerona.
De nuestra parte, por entónces y en 1.º de Setiembre, el Marqués del Pa-
lacio y la Junta del Principado se habian de Tarragona trasladado á Vi-
llafranca, con objeto de estar más cerca del teatro de la guerra. Empe-
zaron á acudir á dicha villa los tercios de toda la provincia, y se reforzó
la línea del Llobregat, á cuyo paraje se habia restituido desde Gerona el
Conde de Caldagués.


Con el aumento de fuerzas temió el general Duhesme que estrechan-
do los españoles cada vez más á Barcelona, hubiese dificultad de intro-
ducir bastimentos en la plaza. Para alejar el peligro, y con intento de
hacer una excursion en el Panadés, partió de aquella ciudad con 6.000
hombres de caballería é infantería, y atacó á los españoles en su línea, al
amanecer del 2 de Setiembre, en los puntos de Molins de Rey y de San
Boil. Por el último alcanzaron los franceses conocidas ventajas; fueron
por el otro rechazados. Mas receloso el de Caldagués, en vista de un mo-
vimiento de los enemigos, de que abandonando éstos la embestida del
puente, vadeasen el río y le flanqueasen, previno oportunamente cual-
quiera tentativa, situándose en las alturas de Molins de Rey.


Los franceses, no pudiendo romper la línea española del Llobregat,
revolvieron del lado opuesto por donde corre el Besós, en cuyo sitio se
mantenia D. Francisco Milans. Ya aquí, y ya en todos los puntos al re-
dedor de Barcelona, hubo en Setiembre muchas escaramuzas y áun cho-
ques, entre los que fué grave el acaecido en San Culgat del Vallés, prin-
cipalmente por el respeto que infundió al enemigo, obligándole á no
alejarse de los muros de Barcelona. Tambien contribuyeron á ello los re-
fuerzos que llegaron á los españoles sucesivamente de Portugal, Mallor-
ca y otras partes, de algunos de los cuales ya hemos hecho mencion.




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El gobierno interior de Cataluña se mejoraba cada dia por el esmero
y cuidado de la Junta. Habíase sólo levantado grande enemistad contra
el Marqués del Palacio, ó porque las calidades de general no correspon-
diesen en él á su patriotismo, ó más bien porque en aquellos tiempos ar-
duos, no siendo dado caminar en la ejecucion al són de la impaciencia
pública, perdíase la confianza y el buen nombre con la misma rapidez,
y á veces tan infundadamente, como se habia adquirido. Los clamores
de la opinion catalana obligaron á la Junta Central á llamar al Marqués
del Palacio, poniendo en su lugar al capitán general de Mallorca D. Juan
Miguel de Vives, quien tomó el mando el 28 de Octubre.


Teniendo éste á su disposicion fuerzas más considerables, coordinó
nuevamente su ejército, y segun lo resuelto por la Central, le denominó
de Cataluña ó de la derecha. Constaba en todo de 19.551 infantes, 780
caballos y diez y siete piezas, dividido en vanguardia, cuatro divisiones
y una reserva. De estas fuerzas destinó Vives la vanguardia, al mando de
D. Mariano Alvarez, á observar al enemigo en el Ampurdan, y las restan-
tes las conservó consigo para bloquear á Barcelona, adonde se aproximó
el 3 de Noviembre, sentando su cuartel general en Martorell, cuatro le-
guas distante.


Los apuros en aquella plaza del general frances Duhesme crecian
en extremo; el número de sus tropas, que ántes era de 10.000 hombres,
menguaba con la desercion y las enfermedades. De nadie podia fiar-
se. El disgusto y descontento de los barceloneses tocaba, á sus ojos, en
abierta rebelion. Los habitantes más principales huian á causa de las
contribuciones exorbitantes que habia impuesto; teniendo que acudir á
confiscar los bienes para evitar la emigracion. Más tarde, cuando apretó
la escasez, si bien permitió la salida de Barcelona, permitióla con con-
diciones rigurosas, dando pasaportes á los que abonaban cuatro meses
anticipados de contribucion, y aseguraban con fianza el pago de los de-
mas plazos. Fué despues adelante en usar sin freno de medidas arbitra-
rias, declarando á Barcelona en estado de sitio. Opúsose á ello el Conde
de Ezpeleta, por lo que se le puso preso, quitándole la capitanía general,
que sólo en nombre habia conservado. Como más antiguo, le sucedió D.
Galceran de Villalba, que en secreto se entendia con las autoridades pa-
trióticas del Principado. Los oficiales españoles que habia dentro de la
plaza rehusaron despues reconocer el gobierno de Napoleon, prefiriendo
á todo ser prisioneros de guerra; lo mismo hicieron los que eran extran-
jeros, excepto M. Wrant d’Amelin, que en premio recibió el gobierno de
Barcelona. Ejercióse la policía con particular severidad, prestándose á




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tan villano servicio un español llamado D. Ramon Casanova, sin que por
eso se pudiese impedir que muchos y á las calladas se escapasen. Tan-
tas molestias y tropelías eran en sumo grado favorables á la causa de la
independencia.


Contando, sin duda, con el influjo de aquéllas y con secretos tratos,
insistió el general Vives en estrechar á Barcelona, y áun proyectó varios
ataques. Fué el más notable el que se dió en 8 de Noviembre, aunque no
tuvo ni resulta, ni se le consideró tampoco bien meditado. Sin embargo,
la proximidad del ejército español puso en tal desasosiego á los france-
ses, que en la misma mañana del 8 desarmaron al segundo batallon de
guardias walonas, como adicto á los llamados insurgentes.


Desaprobaban los hombres entendidos la permanencia de Vives en
las cercanías de Barcelona, y con razon, juzgándola militarmente; pues
para formalizar el sitio no se estaba preparado, y para rendir por bloqueo
la plaza se requeria largo tiempo. Creian que hubiera sido más conve-
niente dejar un cuerpo de observacion que con los somatenes contuvie-
se al enemigo en sus excursiones, y adelantarse á la frontera con lo de-
mas del ejército, impidiendo así la toma de Rosas y la facilidad que ella
daba de proveer por mar á Barcelona. Vino en apoyo de tan juicioso dic-
támen lo que sucedió bien pronto con el refuerzo que entró en el Princi-
pado, al mismo tiempo que por el Bidasoa hacian los franceses su prin-
cipal irrupcion.


Segun insinuamos al hablar de ésta, fué destinado el séptimo cuer-
po á domeñar la Cataluña. Debia formarse con las tropas que allí habia á
las órdenes de los generales Duhesme y Reille, y con otras procedentes
de Italia, al mando de los generales Souham, Pino y Chavert. Todas es-
tas fuerzas reunidas ascendian á 25.000 infantes y 2.000 caballos, com-
puestas de muchas naciones y en parte de nueva leva. Capitaneábalas el
general Gouvion de Saint-Cyr. Entró éste en Cataluña al principiar No-
viembre, estableciendo el 6 en Figueras su cuartel general. Fué su pri-
mer intento poner sitio á Rosas, y encargando de ello al general Reille,
le comenzó el día 7 del mencionado mes.


Pensó el general Saint-Cyr que convenia apoderarse de aquella pla-
za, porque abrigados los ingleses de su rada, impedian por mar el abas-
tecimiento de Barcelona, que no era hacedero del lado de tierra á cau-
sa de la insurreccion del país. Hubo quien le motejase, sentando que
en una guerra nacional como ésta era de temer que con la tardanza pu-
dieran los españoles por medio de secretos tratos sorprender á Barcelo-
na, apretada con la escasez de víveres. Napoleon juzgaba tan importan-




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te la posesion de esta plaza, que el solo encargo que hizo á Saint-Cyr, á
su despedida en París, fué el de conservar á Barcelona (3); «porque si se
perdiese, decia, serían necesarios 80.000 hombres para recobrarla.» Sin
embargo, aquel general prefirió comenzar por sitiar á Rosas.


Está situada dicha villa á las raíces del Pirineo y á orillas del gol-
fo de su nombre. Tenía de poblacion 1.200 almas. No cubria su recin-
to sino un atrincheramiento casi abandonado desde la guerra de la re-
volucion de Francia. Consistia su principal fortaleza en la ciudadela,
colocada al extremo de la villa, y que aunque desmantelada, quíso-
se apresuradamente poner en estado de defensa, consiguiendo al cabo
montar 36 piezas: su forma es la de un pentágono irregular con foso y ca-
mino cubierto, y sin otras obras á prueba que la iglesia, habiendo que-
dado inservibles desde la última guerra los cuarteles y almacenes. A la
opuesta parte de la ciudadela, y á 1.100 toesas de la villa, en un repecho
de las alturas llamadas de Puig-rom, término por allí de los Pirineos, se
levanta el fortin de la Trinidad en figura de estrella, de construccion in-
geniosa, pero dominado á corta distancia.


Con tan débiles reparos, y en el estado de ruina de várias de sus
obras, hubiérase en otra ocasion abandonado la defensa de la plaza; aho-
ra sostúvose con firmeza. Era gobernador D. Pedro Odaly; constaba la
guarnicion de 3.000 hombres; se despidió la gente inútil, recompúsose
algo el atrincheramiento destruido, y se atajaron con zanjas las bocas-
calles. Favorecia á los sitiados un navío de línea inglés y dos bombarde-
ras que estaban en la bahía.


La division del general Reille, unida á la italiana de Pino, se habia
acercado á la plaza, componiendo juntas unos 7.000 hombres. Ademas
el general Souham, para cubrir las operaciones del sitio y observar á Al-
varez, que estaba con la vanguardia en Gerona, se situó con su division
entre Figueras y el Fluviá, y ocupó á la Junquera con dos batallones el
general Chavert.


Se habia lisonjeado el frances Reille de tomar por sorpresa á Rosas:
así lo deseaba su general en jefe, solícito de acudir al socorro de Barce-
lona, y temeroso de la desercion que empezaba á notarse en la division
italiana de Pino. De ésta fueron cogidos por los somatenes varios solda-
dos, y el general Saint-Cyr, que presumia de humano, envió en rehenes á
Francia, hasta el canje, igual número de habitantes, prefiriendo este me-


(3) Journal des opérations de l´armé de Catalogne, par le maréchal Gouvion, Saint-
Cyr, chap. 1.er




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dio al de quemar los pueblos, ántes usado por sus compatriotas. Mas los
catalanes consideraron la nueva medida como más injusta, imaginándo-
se que los enviaban á servir al Norte.


Desde el 7 de Noviembre, que aparecieron los franceses delante de
Rosas, y en cuyo dia los españoles hicieron una vigorosa salida, sobre-
viniendo copiosas lluvias, no pudieron los primeros traer su artillería ni
empezar sus trabajos hasta el 16. Entónces resolvió el general Saint-Cyr
embestir simultáneamente la ciudadela y el fortin de la Trinidad. Em-
prendióse el ataque de aquélla por el baluarte llamado de la Plaza, del
lado opuésto á la villa, y por donde se ejecutó tambien la acometida en
el sitio del año de 1795, al cual habia asistido el general enemigo San-
son, jefe ahora de los ingenieros.


Continuaron los trabajos por esta parte hasta el 25. Aquel dia, due-
ños los franceses de un reducto, cabeza del atrincheramiento que cubria
la villa, pensaron que seria conveniente apoderarse de ésta, para atacar
despues la ciudadela por el frente, comprendido entre los baluartes de
Santa María y San Antonio. Fué entrada la villa en la noche del 26 al 27
á pesar de porfiada resistencia; de 500 hombres que la defendian, 300
quedaron muertos, 150 fueron hechos prisioneros; pudieron los otros
salvarse. El enemigo intimó entónces la rendicion á la ciudadela; con-
testósele con la negativa.


Al mismo tiempo el fortín de la Trinidad fué desde el 16 bizarramen-
te defendido por su comandante D. Lotino Fitzgerald. Los ingleses, juz-
gando inútil la resistencia, habian retirado la gente que dentro habian
metido; pero llegando poco despues el intrépido lord Cockrane con ám-
plias facultades del almirante Collingwood, reanimó á los españoles, en-
trando en el fuerte con unos 80 hombres, y unidos todos, rechazaron el
30 el asalto de los enemigos, que creian practicable la brecha.


La guarnicion de Rosas habia vivido esperanzada de que se la soco-
rrería por tierra; mas limitóse el auxilio á un movimiento que el 24 hi-
zo la vanguardia al mando de D. Mariano Alvarez: cruzó éste el Fluviá,
y arrolló al principio los puestos avanzados de los franceses, que rehe-
chos repelieron despues á los nuestros, cogiendo prisionero al segundo
comandante D. José Lebrun. Serenado el general Saint-Cyr con esto y
con ver que el ejército español de Vives no avanzaba segun temia, trató
de acabar prontamente el sitio de la ciudadela de Rosas.


Dirigíase el principal ataque contra la cara derecha del baluarte de
Santa María, y los trabajos prosiguieron con ardor en los dias 1.º y 2.º,
que inútilmente intentaron los sitiados hacer una salida. Por fin el 5,




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estando la brecha practicable, y despues de 29 dias de asedio, capitu-
ló honrosamente el Gobernador, quedando la guarnicion prisionera de
guerra. Tuvo mayor ventura D. Lotino Fitzgerald, comandante del fortin
de la Trinidad, habiéndose embarcado él y su gente con la ayuda y dili-
gencia de lord Cockrane, quien tal vez hubiera del mismo modo salva-
do la guarnicion de la ciudadela, si hubiera sido comodoro del aposta-
dero inglés.


Desembarazado el general Saint-Cyr del sitio de Rosas, se adelan-
tó á socorrer á Barcelona con 15.000 infantes y 1.500 caballos, despues
de haber dejado en el Ampurdan la division del general Reille. Hubie-
ra corrido riesgo el general frances de ser detenido en el camino, si D.
Juan de Vives, en vez de mantener sus tropas en derredor de Barcelona,
le hubiera salido al encuentro en alguno de los sitios oportunos del trán-
sito; cosa tanto más hacedera, cuanto despues de sus infructuosas tenta-
tivas sobre Barcelona, se le habian agregado en Noviembre las divisio-
nes de Granada y Aragon y otros cuerpos sueltos. Constaba la primera,
al mando de don Teodoro Reding, de 11.700 infantes y 670 caballos, y la
segunda de unos 4.000 hombres regidos por el Marqués de Lazan, quien
pasó á engrosar la vanguardia despues de lo acaecido el 24 en las ribe-
ras del Fluviá.


Insistia el general Vives en acometer á Barcelona, estimulado tam-
bien por las ofertas de los comandantes de las fuerzas navales ingle-
sas apostadas delante del puerto. Éstas hicieron el 19 de Noviembre un
fuego vivísimo contra la plaza, cuyos habitantes, á pesar del daño que
recibian, estaban alborozados y palmoteaban desde sus casas al ver la
pesadumbre que el ataque causaba á los franceses; lo cual irritando so-
bremanera al comandante Lecchi, prohibió á los habitantes asomarse á
las azoteas en dias de refriega.


Mal informado el general Vives, dirigió á dicho general Lecchi y al
español Casanova proposiciones de acomodamiento si le dejaban entrar
en la plaza. Las desecharon ambos, notándose en la respuesta de Lec-
chi la dignidad conveniente. Creyeron, sin embargo, algunos que sin la
pronta llegada del general Saint-Cyr, y conducida de otra manera la ne-
gociacion, quizá no hubiera ésta sido infructuosa.


D. Juan Vives resolvió repetir el 26 el ataque que habia emprendido
el 8. Ejecutado esta vez con mayor felicidad, fueron los franceses recha-
zados hasta Barcelona, y se cogieron prisioneros 104 hombres, que de-
fendian la favorable posicion de San Pedro mártir. Prosiguieron las ven-
tajas el 27, adelantándose el cuartel general á San Feliu de Llobregat, á




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legua y media de Barcelona; desde donde, y con deseo siempre de estre-
char al enemigo, se le acometió de nuevo el 5 de Diciembre, consiguien-
do clavar los cañones y destruir las obras que habia formado en la fal-
da de Monjuich.


Pero eran cortas estas ventajas al lado de las que hubieran podido al-
canzarse yendo en busca de Saint-Cyr. Sacrificóse todo al deseo de en-
señorearse de la capital del Principado. Sin embargo, en la noche del 11
de Diciembre, sabedor Vives de que aquel general se habia movido el
8 con señales de ir la vuelta de Barcelona, mandó á D. Teodoro Reding
que se adelantase hácia Granollers. Recibiéndose posteriormente confir-
macion del primer aviso; se celebró un consejo de guerra, en el que va-
riando, segun costumbre, los pareceres, no se siguió el de Caldagués, que
era el más acertado, y segun el cual debiera haberse ido al encuentro de
Saint-Cyr con la mayor parte de las fuerzas, dejando delante de Barce-
lona 4.000 hombres bien atrincherados. Resolvióse, pues, lo contrario, y
sólo salió Vives con algunas tropas á unirse á Reding. Ambos generales
juntaron 8.000 hombres, agregándoseles ademas los somatenes. Al pro-
pio tiempo se previno al Marqués de Lazan que, separándose de la van-
guardia, que estaba en Gerona, siguiese la huella del frances, sin atacarle
por la espalda hasta que el mismo Vives lo hiciese por el frente, y al co-
ronel Milans que se apostase con cuatro batallones en Coll-Sacreu para
molestar al enemigo si queria echarse del lado de la marina, ó si no, con-
currir con los demas á la accion general que se esperaba.


Apremiado el general Saint-Cyr con la urgente necesidad de socorrer
á Barcelona, no se empeñó en combatir al Marqués de Lazan; quien por
su parte esquivó tambien todo serio reencuentro. En seguida maniobró
el general frances para disfrazar su intencion, y el 11 preparóse á mar-
char con rapidez y sin embarazos. Así fué que enviando á Figueras la ar-
tillería, repartió á sus soldados víveres para cuatro dias, distribuyóles á
razon de 50 cartuchos, y llevó 150.000 de reserva á lomo de acémilas.
El 12 abrió la marcha desde La Bisbal, teniendo en el camino algunos
choques con los miqueletes de D. Juan Clarós. Enderezóse á Hostalrich,
y al llegar á las alturas que le dominan, con gran júbilo vió que Vives ni
se habia aún adelantado hasta allí, ni ocupado las gargantas del rio Tor-
dera, en cuyas estrechuras, bastando un corto número de hombres pa-
ra detener á los suyos, hubieran en breve consumido las municiones que
consigo traian.


Continuó el general Saint-Cyr su marcha, y el 15, para librarse de
los fuegos de Hostalrich, dió vuelta á la plaza por un sendero ágrio y




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desconocido, tornando luégo á tomar el camino de Barcelona. Salió de
Vallgorguina á incomodarle el coronel Milans, viéndose el general fran-
ces obligado á retardar su marcha á causa de las cortaduras practicadas
en el desfiladero de treinta pasos. Mas vencidos los obstáculos, acampó
ya por la noche su ejército al raso á una legua del que mandaba Vives,
quien pasando el Cardedeu, se habia colocado en ventajoso puesto en-
tre Llinás y Villalba. La situacion de los franceses, á pesar de las faltas
que cometieron los nuestros, no dejaba de ser crítica. Por su frente te-
nian á Vives, flanqueábalos Milans á su izquierda, y detras los seguian
Clarós y Lazan. Estaban privados de artillería, escaseábanles los víve-
res, solamente les quedaban municiones para una hora, y eran sus tro-
pas un conjunto de soldados nuevos de varias naciones. Si Vives hubie-
ra sabido aprovecharse de tales ventajas, quizá se hubiera repetido aquí
la jornada de Bailén, y calificádose de intempestivo y temerario el mo-
vimiento del general Saint-Cyr, que por su buen éxito mereció el nom-
bre de atrevido y sabio.


Amaneció el 16 de Diciembre, y el general español aguardaba á sus
contrarios colocado en la loma que se levanta despues de Cardedeu y Vi-
llalba, y termina en la riera de la Roca. En lo más elevado de ella, y á la
derecha del camino real situó cinco piezas, dejando dos á la izquierda.
Formó su columna en batalla, y desplegó sobre la derecha, que mandaba
Reding, ocupando el costado opuesto de la línea el somaten de Vich. Co-
mo el objeto del general frances era pasar á toda costa, decidió combatir
en una sola columna que rompiese por medio las españolas. Comenzó el
ataque la division de Pino con órden expresa de desviarse de lo resuelto
por el general en jefe; pero, en contravencion á ello, habiendo una de sus
brigadas desplegado sobre la izquierda, hubo de comprometer á los fran-
ceses en una refriega, que hubiera sido su perdicion á haberse prolon-
gado. El peligro fué para ellos grande durante algun tiempo. La brigada
que habia desplegado, no sólo fué rechazada, mas tambien ahuyentada,
y destrozado uno de sus regimientos por el de húsares españoles, á cuyo
frente estaba el coronel Ibarrola, quedando prisioneros dos jefes, quince
oficiales y unos doscientos soldados. Acudió pronto y oportunamente al
remedio el general Saint-Cyr.


De un lado hizo que la division Souham contuviese la brigada puesta
en desórden, al mismo tiempo que de otro amenazaba la izquierda espa-
ñola, que era la parte más flaca y desguarnecida, disponiendo igualmen-
te que el general Pino, con la segunda brigada, prosiguiese el ataque en
columna y rompiese nuestra línea. Ejecutada la operacion á un tiempo




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y en buena sazon, se cambió la suerte de las armas, y el ejército español
fué envuelto y puesto en derrota. Perdiéronse cinco de los siete cañones
que habia, salvándose los dos por la actividad y presencia de ánimo del
teniente Ulzúrrum. Nuestra pérdida fué de 500 muertos y de 1.000 entre
heridos y prisioneros; mayor la de los franceses, por el daño que al prin-
cipio experimentaron de la artillería española. Salvóse el general Vives
á pié y por sendas extraviadas, y el general Reding, ayudado de la ve-
locidad de su caballo, pudo juntarse á una columna de infantería y ca-
ballería que con el mayor órden se retiró por el camino de Granollers á
San Culgat. Allí tomó el mando interinamente dicho general, y se aco-
gió á la derecha del Llobregat, adonde se transfirió el Conde de Calda-
gués, quien, aunque salvó la artillería y municiones, tuvo por la priesa
que abandonar los inmensos acopios almacenados en Sarriá, los cuales
sirvieron de mucho al enemigo. El Marqués de Lazan, que no tomó parte
en la batalla, retrocedió despues á Gerona, y el coronel Milans se man-
tuvo en Arenys algunos dias sin ser molestado.


Graves y desgraciadas fueron las resultas de la accion de Llinás ó
Cardedeu, no tanto por la pérdida de una parte del ejército y por el soco-
rro que introdujeron los franceses en Barcelona, cuanto por el desánimo
que causó en los españoles, y los alientos que comunicó á los bisoños y
mal seguros soldados del enemigo.


Llegó el general Saint-Cyr el 17 delante de Barcelona. No reinaba
entre él y el general Duhesme el mejor acuerdo, mostrándose éste des-
contento con recibir un jefe superior, y al que luégo se dirigieron quejas
y reclamaciones. Por entonces, ansioso Saint-Cyr de perseguir á los es-
pañoles, no tomó acerca de ellas providencia, y el 20, despues de haber
dado á sus tropas dos dias de descanso, salió para el Llobregat y se situó
en la márgen izquierda, reforzado su ejército con cinco batallones de la
division del general Chabran.


Al otro lado habian reunido los españoles el suyo, que con la derrota
del 16, y dispersion que ella causó en todas las tropas, no ascendía arri-
ba de 10.000 infantes y 900 caballos, con artillería numerosa. Allí lle-
gó el general Vives, que se habia embarcado en Mataró, y que despues
de aprobar las medidas tomadas en su ausencia, pasó á Villafranca para
obrar en union con la Junta del Principado.


Luégo que se alejó, asomaron los franceses; é indeciso D. Teodoro
Reding de si se retiraria ó no, consultó al General en jefe, que tardó en
contestar, haciéndolo al fin de un modo ambiguo, lo cual decidió al pri-
mero á sostenerse en su puesto. El ejército español estaba atrincherado




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en la márgen derecha del Llobregat, en las colinas en que rematan las
alturas de Ordal, extendiéndose desde San Vicente hasta Pallejá. Man-
daba la derecha el brigadier don Gaspar Gomez de la Serna, la izquier-
da el mariscal de campo Cuadrado, manteniéndose Reding, juntamente
con Caldagués, en uno de los reductos que habian levantado en el cami-
no real de Valencia.


El enemigo al alborear del 21 empezó su ataque. Apostóse el gene-
ral Chabran en Molins de Rey, que estaba á la derecha de los franceses,
y de donde la batalla tomó el nombre, vadeando la division del general
Pino el Llobregat por San Feliu, al tiempo que Souham con su tropa le
cruzaba por San Juan del Pí. Habian en un principio creido los españo-
les que su izquierda sería la primera atacada; mas cerciorados de lo con-
trario, mejoraron su posicion, haciendo los peones acertado fuego. El
desaliento, no obstante, era grande desde la accion de Llinás, y no ha-
bia corrido suficiente tiempo para que se borrase de la mente del solda-
do tan funesta impresion. Envolvieron los enemigos la derecha españo-
la; arrojáronla sobre el centro, y cayendo unos y otros sobre la izquierda,
ya no hubo sino desconcierto, acorralados los nuestros contra el puen-
te de Molins de Rey. A las 10 de la mañana llegó Vives solamente para
presenciar la destruccion de los suyos. El ejército español estuvo muy
expuesto á ser del todo cogido por los franceses, á no haberse los solda-
dos desbandado y tirado cada uno por donde encontró salida. Fué consi-
derable nuestra pérdida, principalmente de jefes: el brigadier La Serna
murió en Tarragona de las cuchilladas recibidas; el de Caldagués cayó
prisionero, y lo mismo varios coroneles. Quedó en poder de los contra-
rios toda la artillería.


Por loable que fuera el deseo que animaba al general Reding, con ra-
zon debió tacharse de extrema imprudencia el aventurar una accion con
un ejército que ademas de novel acababa pocos dias antes de ser deshe-
cho y en parte disperso. Así fué que el general Saint-Cyr, maniobrando
con sumo arte, sin grande esfuerzo desbarató completamente nuestras fi-
las, atropellándose unos soldados sobre otros. Aciagas y de trascenden-
cia fueron las resultas. Perdiéronse las armas que arrojaron los infantes,
se abandonaron los cuantiosos almacenes que habia en el Llobregat, en
Villafranca de Panadés y en Villanueva de Sitjes, y en fin, deshízose en-
teramente el ejército. Cataluña quedó casi toda ella á merced del ven-
cedor, que no sólo forzó el paso del Bruch, para él tan ominoso, sino que
tambien derramó por todas partes el espanto y la desolacion.


Admiró á algunos que el general Saint-Cyr permaneciese ocioso, al-




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canzadas tales ventajas, y atribuíanlo á la condicion perezosa de que
le tachaban. Pero otros motivos obraron en su mente para proceder con
lentitud y circunspeccion. Habia en su ejército, á pesar de los acopios
cogidos, mucha escasez por la necesidad de abastecer á Barcelona; el
país que le rodeaba estaba ya agotado; la comunicacion con Francia no
fácil, y los obstáculos mayores cada dia por el pronto retoño de la guerra
de somatenes, contra cuyos continuos y desparramados esfuerzos se es-
trellaba la pericia de los generales franceses.


Era, por cierto, situacion ésta embarazosa para ellos, y de grande
ayuda para los españoles, cuyos dispersos se iban allegando á Tarrago-
na. En sus muros alborotóse el pueblo, amenazó de muerte al general Vi-
ves, quien, para preservarse de una catástrofe casi inevitable, rotos los
vínculos de la subordinacion, dejó el mando, que recayó en D. Teodoro
Reding, grato á la opinion popular. Poco á poco recobró la autoridad su
fuerza, la Junta se trasladó á Tortosa, y el nuevo general, con actividad y
solo, empezó á arreglar el ejército, á la sazon descompuesto é insubordi-
nado. Todo anunciaba mejora; mas todo se malogró, como verémos des-
pues, por la fatal manía de dar batallas, y tambien por el laudable deseo
de socorrer á Zaragoza.


Esta ciudad, si bien ilustró su nombre en el primer sitio, ahora le en-
grandeció en el segundo, perpetuándole con nuevas proezas y con su im-
perturbable constancia, en medio de padecimientos y angustias. Situa-
da no léjos de la frontera de Francia, temióse contra ella ya en Setiembre
un nuevo y más terrible acometimiento. Palafox, como general adverti-
do, aprestóse á repelerle, fortificando con esmero y en cuanto se podia
poblacion tan extensa y descubierta. Encargó la direccion de las obras
á D. Antonio San Genis, ya célebre por lo que trabajó en el primer sitio.
El tiempo y los medios no permitian convertir á Zaragoza en plaza respe-
table. Hubo varios planes para fortalecerla: adoptóse como más fácil el
de una fortificacion provisional, aprovechándose de los edificios que ha-
bia en su recinto. Por la márgen derecha del Ebro se recompuso y mejo-
ró el castillo de la Aljafería, estableciendo comunicacion con el Portillo
por medio de una doble caponera, y asegurando bastantemente la defen-
sa, hasta la puerta de Sancho. Del otro lado del castillo hasta el puen-
te de Huerba, se habian fortificado los conventos intermedios, se habia
levantado un terraplen, revestido de piedra, abierto en partes un foso y
construido en el mismo puente un reducto que se denominó del Pilar. De
allí un atrincheramiento doble se extendia al monasterio de Santa En-
gracia, cuyas ruinas se habian grandemente fortalecido. En seguida y




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hasta el Ebro defendian la ciudad várias obras y baterías, no habiéndo-
se descuidado fortificar el convento de San José, que situado á la dere-
cha de Huerba, descubria los ataques del enemigo y protegia las salidas
de los sitiados. En el monte Torrero sólo se levantó un atrincheramiento,
no creyendo el puesto susceptible de larga resistencia. Por la ribera iz-
quierda del Ebro se resguardó el arrabal con reductos y flechas, revesti-
dos de ladrillo ó adobe, haciendo ademas cortaduras en las calles y aspi-
llerando las casas. Otro tanto se practicó en la ciudad, tapiando los pisos
bajos, atronerando los otros y abriendo comunicaciones por las paredes
medianeras. Las quintas y edificios, los jardines y los árboles que en de-
rredor del recinto quedaban aún en pié despues de los destrozos del pri-
mer sitio, se arrasaron para despejar los contornos. Todos los moradores,
á porfía y con afanado ahinco, coadyuvaron á la pronta conclusion de los
trabajos emprendidos.


La artillería no era en general de grueso calibre.
Habia unas 60 piezas de á 16 y 24, sacadas por la mayor parte del


canal, en donde los franceses las habian arrojado; apénas se hizo uso de
los morteros, por falta de bombas. Se reservaban en los almacenes pro-
visiones suficientes para alimentar 15.000 hombres durante seis meses;
cada vecino tenía un acopio particular para su casa, y los conventos
muchas y considerables vituallas. En un principio no se contaba para la
defensa sino con 14 ó 15.000 hombres; aumentáronse hasta 28.000 con
los dispersos de Tudela, que se incorporaron á la guarnicion. Era se-
gundo de Palafox D. Felipe Saint-March; mandaba la artillería el gene-
ral Villalba, y los ingenieros el coronel San Genis. Componíase la caba-
llería de 1.400 hombres, á las órdenes del general Butron.


Los franceses, despues de la batalla de Tudela, tambien se prepara-
ban por su parte á comenzar el sitio, reuniendo en Alagon las tropas y
medios necesarios. El mariscal Moncey aguardaba allí, con el 3.er cuer-
po, la llegada del 5.º, que mandaba el mariscal Mortier, destinados am-
bos á aquel objeto, y ascendiendo sus fuerzas reunidas á 35.000 hom-
bres, sin contar con seis compañías de artillería, ocho de zapadores y
tres de minadores que se agregaron. Mandaba la primera el general De-
don, y los ingenieros el general Lacoste. A todos y en jefe debia capita-
near el mariscal Lannes, que por indisposicion se detuvo algunos dias
en Tudela.


Unidos en Alagon el 19 de Diciembre los mencionados 3.º y 5.º cuer-
po, presentáronse el 20 delante de Zaragoza, uno por la ribera dere-
cha del Ebro, otro por la izquierda. Antes de formalizar el sitio, pensó




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el mariscal Moncey, general en jefe por ausencia de Lannes, en apode-
rarse del monte Torrero, que resguardaba con 5.000 hombres D. Felipe
Saint-March. Para ello, al amanecer del 21 coronaron sus tropas las al-
turas que dominan aquel sitio, al mismo tiempo que distrayendo la aten-
cion por nuestra izquierda, se enseñorearon por la derecha del puente de
la Muela y de la Casa-Blanca. Desde allí flanquearon la batería de Bue-
na-Vista, en la que volándose un repuesto de granadas con una arroja-
da por los enemigos, causó desórden y obligó á los nuestros á abandonar
el puesto. Entónces Saint-March, descubierto por su derecha, pegó fue-
go en Torrero al puente de América, y se replegó al reducto del Pilar, en
donde, repelidos los enemigos, tuvieron que hacer alto. De mal pronós-
tico era para la defensa de Zaragoza la pérdida de Torrero: en el ante-
rior sitio igual hecho habia costado la vida al general Falcó; en el actual
avínole bien á Saint-March, para no ser perseguido, la particular protec-
cion de Palafox.


Compensóse en algo este golpe con lo acaecido en el arrabal el mis-
mo dia. Queriendo tomarle el general Gazan, empezó por acometer á los
suizos del ejército español, que estaban en el camino de Villamayor: su-
perior en número, los obligó á retirarse á la torre del Arzobispo, en don-
de, si bien se defendieron con el mayor valor, dándoles ejemplo su jefe
D. Adriano Walker, quedaron allí los más muertos ó prisioneros. Anima-
dos los franceses, embistieron tres de las baterías del arrabal, en cuyo
paraje mandaba D. José Manso. Durante cinco horas persistieron en sus
acometidas. Infructuosamente llegaron algunos hasta el pié de los caño-
nes del Rastro y el Tejar. El coronel de artillería D. Manuel Velasco, que
dirigía los fuegos, cubrióse aquel dia de gloria por su acierto y bizarra
serenidad. Mucho, igualmente, influyó con su presencia D. José de Pa-
lafox, que acudia adonde mayor peligro amagaba. El éxito fué muy fe-
liz para los españoles, y el haber sido rechazado el enemigo, así en és-
te como en otros puntos, comunicó aliento á los aragoneses, y convenció
al frances que tampoco en esta ocasion sería ganada de rebate la ciudad
de Zaragoza. Por eso recurrió igualmente el mariscal Moncey á la vía de
la negociacion; mas Palafox desechó su propuesta con ánimo levantado
y arrogante (4).


(4) Carta del mariscal Moncey.
Señores: La ciudad de Zaragoza se halla sitiada por todas partes y no tiene ya comu-


nicacion alguna. Por tanto podemos emplear contra la plaza todos los medios de destruc-
cion que permite el derecho de la guerra. Sobrada sangre se ha derramado y hartos ma-




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Los franceses trataron entónces de establecer un riguroso bloqueo.
Del lado del arrabal el general Gazan inundó el terreno para impedir


les nos cercan y combaten. La quinta division del ejército grande, á las órdenes del Sr.
mariscal Mortier, duque de Treviso, y la que yo mando, amenazan los muros. La villa de
Madrid ha capitulado, y de este modo se ha preservado de los infortunios que le hubie-
ra acarreado una resistencia prolongada. Señores, la ciudad de Zaragoza, confiada en el
valor de sus vecinos, pero imposibilitada á superar los medios y esfuerzos que el arte de
la guerra va á reunir contra ella, si da lugar á que se haga uso de ellos, será inevitable su
destruccion total.


El Sr. mariscal Mortier y yo creemos que VV. tomarán en consideracion lo que ten-
go la honra de exponerles, y que convendrán con nosotros en el mismo modo de opinar.
El contener la efusion de sangre y preservar la hermosa Zaragoza, tan estimable por su
poblacion, riquezas y comercio, de las desgracias de un sitio y de las terribles conse-
cuencias que podrán resultar, sería el camino para granjearse el amor y bendiciones de
los pueblos que dependen de ustedes. Procuren VV. atraer á sus ciudadanos á las máxi-
mas y sentimientos de paz y quietud; que por mi parte aseguro á VV. todo cuanto pue-
de ser compatible con mi corazon, mi obligacion y con las facultades que me ha dado S.
M. el Emperador.


Yo envio á VV. este despacho con un parlamentario, y les propongo que nombren co-
misarios para tratar con los que yo nombraré á este efecto.


Quedo de VV. con la mayor consideracion.— Señores.— EL MARISCAL MONCEY.—
Cuartel general de Torrero, 22 de Diciembre de 1808.


Respuesta del general Palafox.
El general en jefe del ejército de reserva responde de la plaza de Zaragoza. Esta her-


mosa ciudad no sabe rendirse. El Sr. Mariscal del imperio observará todas las leyes de la
guerra y medirá sus fuerzas conmigo. Yo estoy en comunicacion con todas partes de la pe-
ninsula, y nada me falta. Sesenta mil hombres, resueltos á batirse, no conocen más pre-
mio que el honor, ni yo, que los mando. Tengo esta honra, que no la cambio por todos los
imperios.


S. E. el mariscal Moncey se llenará de gloria si, observando las nobles leyes de la
guerra, me bate; no será menor la mia si me defiendo. Lo que digo á V. E. es que mi tro-
pa se batirá con honor, y desconozco los medios de la opresion, que aborrecieron los an-
tiguos mariscales de Francia.


Nada le importa un sitio á quien sabe morir con honor, y más cuando ya conozco sus
efectos en sesenta y un dias que duró la vez pasada; si no supe rendirme entónces con
ménos fuerzas, no debe V. E. esperarlo ahora, cuando tengo más que todos los ejércitos
que me rodean.


La sangre española vertida nos cubre de gloria, al paso que es ignominioso para las
armas francesas haber vertido la inocente.


El Sr. Mariscal del imperio sabrá que el entusiasmo de once millones de habitantes
no se apaga con opresion, y que el que quiere ser libre lo es. No trato de verter la sangre
de los que dependen de mi gobierno; pero no hay uno que no la pierda gustoso por defen-
der su patria. Ayer las tropas francesas dejaron á nuestras puertas bastantes testimonios




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las salidas de los sitiados, los cuales, el 25, al mando de D. Juan Onei-
lle, desalojaron á los enemigos del soto de Mezquita, obligándolos á re-
tirarse hasta las alturas de San Gregorio. Por la derecha del rio propuso
el general Lacoste tres ataques, uno contra la Aljafería, y los otros dos
contra el puente de Huerba y convento de San José, punto que miraban
los enemigos como más flaco por no haber detras en el recinto de la pla-
za muro terraplenado. Empezaron á abrir la trinchera en la noche del 29
al 30 de Diciembre.


Notando los españoles que avanzaban los trabajos de los sitiado-
res, se dispusieron el 31 á hacer una salida, mandada por el brigadier
D. Fernando Gomez de Butron. Fingióse un ataque en todo lo largo de
la linea, enderezándose nuestra gente á acometer la izquierda enemiga;
mas advertido Butron de que por la llanura que se extiende delante de la
puerta de Sancho se adelantaba una columna francesa, prontamente re-
volvió sobre ella, y dándole una carga con la caballería, la arrolló y co-
gió 200 prisioneros. Palafox, para estimular á la demas tropa, y borrar la
funesta impresion que pudieran causar las tristes noticias del resto de
España, recompensó á los soldados de Butron con el distintivo de una
cruz encarnada.


El 1.º de Enero reemplazó en el mando en jefe al mariscal Moncey el
general Junot, duque de Abrántes. En aquel dia los sitiadores, para ade-
lantarse, salieron de las paralelas de derecha y centro, perdiendo mucha
gente, y el mariscal Mortier, disgustado del nombramiento de Junot, par-
tió para Calatayud con la division del general Suchet, lo cual disminuyó
momentáneamente las fuerzas de los franceses.


Éstos, habiendo establecido el 9 ocho baterías, empezaron en la ma-
ñana del 10 el bombardeo y á batir en brecha el reducto del Pilar y el


de esta verdad; no hemos perdido un hombre, y creo poder estar yo más en proporcion de
hablar al señor Mariscal de rendicion, si no quiere perder todo su ejército en los muros
de esta plaza. La prudencia, que le es tan caracteristica y que le da el renombre de Bue-
no, no podrá mirar con indiferencia estos estragos, y más cuando ni la guerra ni los espa-
ñoles los causan ni autorizan.


Si Madrid capituló, Madrid habrá sido vendido, y no puedo creerlo; pero Madrid no
es más que un pueblo, y no hay razon para que éste ceda.


Sólo advierto al Sr. Mariscal que cuando se envia un parlamentario no se hacen bajar
dos columnas por distintos puntos, pues se ha estado á pique de romper el fuego, creyen-
do ser un reconocimiento más que un parlamento.


Tengo el honor de contestar á V. E., Sr. mariscal Moncey, con toda atencion y en el
único lenguaje que conozco, y asegurarle mis más sagrados deberes.— Cuartel general
de Zaragoza, 22 de Diciembre de 1808.— EL GENERAL PALAFOX.




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convento de San José, que aunque bien defendido por D. Mariano Re-
novales, no podia resistir largo tiempo. Era edificio antiguo, con paredes
de poco espesor, y que desplomándose, en vez de cubrir, dañaban con
su caida á los defensores. Hiciéronse, sin embargo, notables esfuerzos,
sobresaliendo en bizarría una mujer llamada Manuela Sancho, de edad
de veinticuatro años, natural de Plenas, en la serranía. El 11 dieron los
franceses el asalto, teniendo que emplear en su toma las mismas precau-
ciones que para una obra de primer órden.


Alojados en aquel convento, fueron dueños de la hondonada de
Huerba, pero no podían avanzar al recinto de la plaza sin enseñorearse
del reducto del Pilar, cuyos fuegos los incomodaban por su izquierda. El
11 tambien este punto habia sido atacado con empeño, sin que los fran-
ceses alcanzasen su objeto. Mandaba D. Domingo la Ripa, y se señaló
con sus acertadas providencias, así como el oficial de ingenieros D. Már-
cos Simonó y el comandante de la batería D. Francisco Betbezé. Por la
noche hicieron los nuestros una salida, que difundió el terror en el cam-
po enemigo, hasta que su ejército, vuelto en sí y puesto sobre las armas,
obligó á la retirada. Arrasado el 15 el reducto, quedando sólo escom-
bros, y muertos los más de los oficiales que le defendian, fué abandona-
do entre ocho y nueve de la noche, volando al mismo tiempo el puente
de Huerba, en que se apoyaba su gola.


Entre éste y el Ebro, del lado de San José, no restaba ya á Zaragoza
otra defensa sino su débil recinto y las paredes de sus casas; pero habi-
tadas éstas por hombres resueltos á pelear de muerte, allí empezó la re-
sistencia más vigorosa, más tenaz y sangrienta.


De la determinacion de defender las casas nació la necesidad de
abandonarlas y de que se agolpase parte de la poblacion á los barrios
más lejanos del ataque, con lo cual crecieron en ellos los apuros y an-
gustias. El bombardeo era espantoso desde el 10, y para guarecerse de
él, amontonándose las familias en los sótanos, inficionaban el aire con el
aliento de tantos, con la falta de ventilacion y el continuado arder de lu-
ces y leña. De ello provinieron enfermedades, que á poco se trasforma-
ron en horroroso contagio. Contribuyeron á su propagacion los malos y
no renovados alimentos, la zozobra, el temor, la no interrumpida agita-
cion, las dolorosas nuevas de la muerte del padre, del esposo, del amigo;
trabajos que á cada paso martillaban el corazon.


Los franceses continuaron sus obras, concluyendo el 21 la tercera
paralela de la derecha, y entónces fijaron el emplazamiento de contraba-
terías y baterías de brecha del recinto de la plaza. Procuraban los espa-




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ñoles por su parte molestar al enemigo con salidas, y ejecutando accio-
nes arrojadas, largas de referir.


No sólo padecían los franceses con el daño que de dentro de Zarago-
za se les hacia, sino que tambien andaban alterados con el temor de que
de fuera los atacasen cuadrillas numerosas; y se confirmaron en ello con
lo acaecido en Alcañiz. Por aquella parte y camino de Tortosa habian
destacado, para acopiar víveres, al general Vathier con 600 caballos y
1.200 infantes. En su ruta fué éste molestado por los paisanos y algunos
soldados sueltos, en términos que, deseoso de destruirlos, los acosó has-
ta Alcañiz, en cuyas calles los perseguidos y los moradores defendiéron-
se con tal denuedo, que para enseñorearse de la poblacion perdieron los
franceses, más de 400 hombres.


Acrecentóse su desasosiego con las voces esparcidas de que el Mar-
qués de Lazan y D. Francisco Palafox venian al socorro de Zaragoza; vo-
ces entónces falsas, pues Lazan estaba léjos, en Cataluña, y su hermano
D. Francisco, si bien habia pasado á Cuenca á implorar la ayuda del Du-
que del Infantado, no le fué á éste lícito condescender con lo que pedía.
Daba ocasion al engaño una corta division de 4 á 5.000 hombres que
D. Felipe Perena, saliendo de Zaragoza, reunió fuera de sus muros, y la
cual, ocupando á Villafranca, Leciñena y Zuera, recorria la comarca.


Por escasas que fueran semejantes fuerzas, instaba á los france-
ses destruirlas; cuando no, podian servir de núcleo á la organizacion de
otras mayores. Favoreció á su intento la llegada, el 22 de Enero, del ma-
riscal Lannes. Restablecido de su indisposicion, acudia éste á tomar el
mando supremo del 3.º y 5.º cuerpo, que mandados separadamente por
jefes entre sí desavenidos, no concurrian á la formacion del sitio con la
debida union y celeridad. Puesto ahora el poder en una sola mano, no-
táronse luégo sus efectos. Por de pronto ordenó Lannes al mariscal Mor-
tier que de Calatayud volviese con la division del general Suchet, y que
con ella y el apoyo de la de Gazan, que bloqueaba el arrabal, marchase
al encuentro de la gente de Perena, que los franceses creian ser D. Fran-
cisco de Palafox. Aquel oficial, dejando hácia Zuera alguna fuerza, re-
plegóso con el resto desde Perdiguera, donde estaba, á Nuestra Señora
de Magallon. Gente la suya nueva y allegadiza, ahuyentáronla fácilmen-
te los franceses de las cercanías de Zaragoza, y pudieron continuar el si-
tio sin molestia ni diversion de afuera.


Redoblando, pues, su furia contra la ciudad, abrieron espaciosa bre-
cha en su recinto, y ya no les quedaba sino pasar el Huerba para intentar
el asalto; construyeron dos puentes, y en la orilla izquierda dos plazas de




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armas, donde se reuniese la gente necesaria al efecto. Los nuestros, sin
dejar de defender algunos puntos aislados que les quedaban fuera, per-
feccionaban tambien sus atrincheramientos interiores.


El 27 determinaron los enemigos dar el asalto. Dos brechas practica-
bles se les ofrecian; una enfrente del convento de San José y otra más á
la derecha, cerca de un molino de aceite que ocupaban. En el ataque del
centro habian tambien abierto una brecha en el convento de Santa Engra-
cia, y por ella y las otras dos corrieron al asalto en aquel dia á las doce de
la mañana. La campana de la Torre Nueva avisó á los sitiados del peligro.
Todos, á su tañido, se atropellaron á las brechas. Por la del molino embis-
tieron los franceses, y se encaramaron, sin que los detuvieran dos horni-
llos á que se prendió fuego; mas un atrincheramiento interior y una gra-
nizada de balas, metralla y granadas los forzaron á retirarse, limitándose
á coronar con dificultad lo alto de la brecha por medio de un alojamien-
to. Enfrente de San José, rechazados repetidas veces, consiguieron al fin
meterse desde la brecha en una casa contigua, y hubieran pasado adelan-
te á no haberlos contenido la intrepidez de los sitiados. El ataque contra
Santa Engracia, si bien al principio ventajoso al enemigo, salióle despues
más caro que los otros. Tomaron, en efecto, sus soldados aquel monaste-
rio, enseñoreáronse del convento inmediato de las Descalzas, y enfilan-
do desde él la larga cortina que iba de Santa Engracia al puente de Huer-
ba, obligaron á los españoles á abandonarla. Alentados los franceses con
la victoria, se extendieron hasta la puerta del Cármen, y llevados de igual
ardor los que de ellos guardaban la paralela del centro, acometieron por
la izquierda, y se hicieron dueños del convento de Trinitarios Descalzos,
y ya avanzaban á la Misericordia cuando se vieron abrasados por el fue-
go de dos cañones y el daño que recibían de calles y casas. Los nuestros,
persiguiéndolos, hicieron una salida, y hasta se metieron en el convento
de Trinitarios, que fuera otra vez suyo sin el pronto socorro que trajo á los
contrarios el general Morlot. Murieron de los franceses 800 hombres, en
cuyo número se contaron varios oficiales de ingenieros.


Pero de esta clase tuvieron los españoles que llorar al siguiente
dia la dolorosa pérdida del comandante D. Antonio San Genis, que fué
muerto en la batería llamada Palafox, á tiempo que desde ella observaba
los movimientos del enemigo. Tenía cuarenta y tres años de edad, y amá-
banle todos por ser oficial valiente, experimentado y entendido. Y aun-
que de condicion aflable, era tal su entereza, que desde el primer sitio
habia dicho: «No se me llame á consejo si se trata de capitular, porque
nunca será mi opinion que no podamos defendernos.»




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El bombardeo, miéntras tanto, continuaba sus estragos, siendo mayo-
res los de la epidemia, de que ya morían 350 personas por dia, y los hu-
bo en que fallecieron 500. Faltaban los medicamentos, estaban henchi-
dos de enfermos los hospitales, costaba una gallina cinco pesos fuertes,
carecíase de carne y de casi toda legumbre. Ni habia tiempo ni espa-
cio para sepultar los muertos, cuyos cadáveres, hacinados delante de las
iglesias, esparcidos á veces y desgarradas por las bombas, ofrecían á la
vista espantoso y lamentable espectáculo. Confiado el mariscal Lannes
de que en tal aprieto se darian á partido los españoles, sobre todo si eran
noticiosos de lo que en otras partes ocurría, envió un parlamento comu-
nicando los desastres de nuestros ejércitos y la retirada de los ingleses.
Mas en balde: los zaragozanos nada escucharon; en vez de amilanarse,
crecia su valor al par de los apuros. Su caudillo, firme con ellos, repetía:
«Defenderé hasta la última tapia.»


Los franceses entónces, yendo adelante con sus embestidas, inútil-
mente quisieron el 28 y 29 apoderarse por su derecha de los conventos
de San Agustin y Santa Mónica. Tampoco pudieron vencer el obstácu-
lo de una casa intermedia que les quedaba para penetrar en la calle de
la Puerta Quemada. Lo mismo les sucedió con una manzana contigua á
Santa Engracia, empezando entónces á disputarse con encarnizamiento
la posesion de cada casa y de cada piso y de cada cuarto.


Siendo muy mortífero para los franceses este desconocido linaje de
defensa, resolvieron no acometer á pecho descubierto, y emprendieron
por medio de minas una guerra terrible y escondida. Aunque en ella les
daban su saber y recursos grandes ventajas, no por eso se abatieron los
sitiados; y sosteniéndose entre las ruinas y derribos que causaban las
minas enemigas, no sólo procuraban conservar aquellos escombros, si-
no que tambien querían recuperar los perdidos. Intentáronlo, aunque en
vano, con el convento de Trinitarios Descalzos. La lid fué porfiada y san-
grienta; quedó herido el general frances Rostoland y muertos muchos de
sus oficiales. Nuestros paisanos y soldados abalanzábanse al peligro co-
mo fieras, y sacerdotes piadosos y atrevidos no cesaban de animarlos con
su lengua y dar consuelos religiosos á los que caian heridos de muerte,
siendo á veces ellos mismos víctimas de su fervor. Augusto entónces y
grandioso ministerio, que al paso que desempeñaba sus propias y sagra-
das obligaciones, cumplia tambien con las que en tales casos y sin ex-
cepcion exige la patria de sus hijos.


A fuerza de empeño y trabajos, y valiéndose siempre de sus minas,
se apoderaron los franceses el 1.º de Febrero de San Agustin y San-




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ta Mónica, y esperaron penetrar hasta el Coso por la calle de la Puer-
ta Quemada; empresa la última que se les malogró, con pérdida de 200
hombres. Dolorosa fué tambien para ellos la toma en aquel dia de algu-
nas casas en la calle de Santa Engracia, cayendo, atravesado de una ba-
la por las sienes, el general Lacoste, célebre ya en otros nombrados si-
tios. Sucedióle Mr. Rogniat, herido igualmente en el siguiente dia.


Aunque despacio, y por decirlo así, á palmos, avanzaba el enemi-
go por los tres puntos principales de su ataque, que acabamos de men-
cionar. Mas como le costaba tanta sangre, excitáronse murmuraciones y
quejas en su ejército, las cuales estimularon al general Lannes á avivar
la conclusion de tan fatal sitio, acometiendo el arrabal.


Seguía en aquella parte el general Gazan, habiéndose limitado has-
ta entónces á conservar riguroso bloqueo. Ahora, segun lo dispuesto por
Lannes, emprendió los trabajos de sitio. El 7 de Febrero embistieron ya
sus soldados el convento de Franciscanos de Jesus, á la derecha del ca-
mino de Barcelona. Tomáronle despues de tres horas de fuego, arrojando
de dentro á 200 hombres que le guarnecian; y no pudiendo ir más ade-
lante por la resistencia que los nuestros les opusieron, paráronse allí y
se atrincheraron.


Trató Lannes al mismo tiempo de que se diesen la mano con este ata-
que los de la ciudad, y puso su particular conato en que el de la derecha
de San José se extendiese por la universidad y puerta del Sol hasta sa-
lir al pretil del rio. Tampoco descuidó el del centro, en donde los sitia-
dos defendieron con tal tenacidad unas barracas que habia junto á las
ruinas del hospital, que, segun la expresion de uno de los jefes enemi-
gos, «era menester matarlos para vencerlos.» Allí el sitiador, ayudado de
los sótanos del hospital, atravesó la calle de Santa Engracia por medio
de una galería, y con la explosion de un hornillo se hizo dueño del con-
vento de San Francisco, hasta que subiendo por la noche al campana-
rio el coronel español Fleury, acompañado de paisanos, agujerearon jun-
tos la bóveda, y causaron tal daño á los franceses desde aquella altura,
que huyeron éstos, recobrando despues á duras penas el terreno perdi-
do. Los combates de todos lados eran continuos, y aunque los sostenian
por nuestra parte hombres flacos y macilentos, ensañábanse tanto, que
creciendo las quejas del soldado enemigo, exclamaba «que se aguarda-
sen refuerzos, sino se queria que aquellas malhadadas ruinas fuesen su
sepulcro.»


Urgia, pues, á Lannes acabar sitio tan extraño y porfiado. El 18 de
Febrero volvió á seguirse el ataque del arrabal, y con horroroso fuego,




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al paso que de un lado se derribaban frágiles casas, flanqueábase del
otro el puente del Ebro para estorbar todo socorro, pereciendo, al que-
rer intentarlo, el baron de Versages. A las dos de la tarde, abierta bre-
cha, penetraron los franceses en el convento de Mercenarios llamado
de San Lázaro. Fundacion del rey don Jaime el Conquistador, y edifi-
cio grandioso, fué defendido con el mayor valor; y en su escalera, de
construccion magnífica anduvo la lucha muy reñida; perecieron casi to-
dos los que lo guarnecian. Ocupado el convento por los franceses, que-
dó á los demas soldados del arrabal cortada la retirada. Imposible fué,
excepto á unos cuantos, repasar el puente, siendo tan tremendo el fue-
go del enemigo, que no parecia sino que, á manera de las del Janto, se
habian incendiado las aguas del Ebro. En tamaño aprieto, echaron los
más de los nuestros por la orilla del rio, capitaneándolos el comandante
de guardias españolas Manso; pero, perseguidos por la caballería fran-
cesa, enfermos, fatigados y sin municiones, tuvieron que rendirse. Con
el arrabal perdieron los españoles, entre muertos, heridos y prisione-
ros, 2.000 hombres.


Dueños así los franceses de la orilla izquierda del Ebro, colocaron en
batería 50 piezas, con cuyo fuego empezaron á arruinar las casas situa-
das al otro lado en el pretil del rio. Ganaban tambien terreno dentro de
la ciudad, extendiéndose por la derecha del Coso; y ocupado el conven-
to de Trinitarios Calzados, se adelantaron á la calle del Sepulcro, procu-
rando de este modo concertar diversos ataques. En tal estado, meditando
dar un golpe decisivo, habian formado seis galerías de mina, que atrave-
saban el Coso, y cargando cada uno de los hornillos con 3.000 libras de
pólvora, confiaban en que su explosion, causando terrible espanto en los
zaragozanos, los obligaria á rendirse.


No necesitaron los franceses acudir á medio tan violento. Ménos
eran de 4.000 los hombres que en la ciudad podian sustentar las armas,
14.000 estaban postrados en cama, muchos convalecientes, y los demas
habian perecido al rigor de la epidemia y de la guerra. Desvanecíanse
las esperanzas de socorro; y el mismo general D. José de Palafox, aco-
metido de la enfermedad reinante, tuvo que transmitir sus facultades á
una junta que se instaló en la noche del 18 al 19 de Febrero. Compo-
níase ésta de treinta y cuatro individuos, siendo su presidente D. Pedro
María Ric, regente de la Audiencia. Rodeada de dificultades, convocó la
nueva autoridad á los principales jefes militares, quienes, trazando un
tristísimo cuadro de los medios que quedaban de defensa, inclinaron los
ánimos á capitular. Discutióse, no obstante, largamente la materia; mas




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pasando á votacion, hubo de los vocales 26 que estuvieron por la rendi-
cion, y sólo 8, entre ellos Ric, se mantuvieron firmes en la negativa. En
virtud de la decision de la mayoría envióse al cuartel general enemigo
un parlamento á nombre de Palafox, aceptando, con alguna variacion,
las ofertas que el mariscal Lannes habia hecho dias ántes; pero éste, por
tardía, desechó con indignacion la propuesta.


La Junta entónces pidió por sí misma suspension de hostilidades.
Aceptó el mariscal frances, con expresa condicion de que dentro de dos
horas se le presentasen sus comisionados á tratar de la capitulacion. En
el pueblo y entre los militares habia un partido numeroso que reciamen-
te se oponía á ella, por lo cual hubo de usarse de precauciones.


Fué nombrado para ir al cuartel general frances D. Pedro María Ric
con otros vocales. Recibiólos aquel mariscal con desden y áun despre-
cio, censurando agriamente y con irritacion la conducta de la ciudad,
por no haber escuchado primero sus proposiciones. Amansado algun
tanto con prudentes palabras de los comisionados, añadió Lannes: «Res-
petaránse las mujeres y los niños, con lo que queda el asunto conclui-
do.— Ni áun empezado, replicó prontamente, mas con serenidad y fir-
meza, D. Pedro Ric: eso sería entregarnos sin condicion á merced del
enemigo, y en tal caso continuará Zaragoza defendiéndose, pues áun tie-
ne armas, municiones, y sobre todo puños.»


No queriendo, sin duda, el mariscal Lannes compeler á despecho
ánimos tan altivos, reportóse áun más y comenzó á dictar la capitula-
cion. En vano se esforzó D. Pedro Ric por alterar alguna de sus cláu-
sulas ó introducir otras nuevas. Fueron desatendidas las más de sus re-
clamaciones. Sin embargo, instando para que por un artículo expreso se
permitiese á D. José Palafox ir adonde tuviese por conveniente, repli-
có Lannes que nunca un individuo podia ser objeto de una capitulacion;
pero añadió que empeñaba su palabra de honor de dejar á aquel general
entera libertad, así como á todo el que quisiese salir de Zaragoza. Estos
pormenores, que es necesario no echar en olvido, fueron publicados en
una relacion impresa por el mismo don Pedro María Ric, de cuya boca
tambien nosotros se los hemos oido repetidas veces, mereciendo su di-
cho entera fe, como de magistrado veraz y respetable.


La Junta admitió y firmó el 20 la capitulacion, airándose Lannes de
que pidiese nuevas aclaraciones; mas de nada sirvió ni áun lo estipula-
do. En aquella misma noche la soldadesca francesa saqueó y robó; y si
bien pudieran atribuirse tales excesos á la dificultad de contener al sol-
dado despues de tan penoso sitio, no admite igual excusa el quebranta-




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miento de otros artículos, ni la falta de cumplimiento de la palabra em-
peñada de dejar ir libre á D. José de Palafox. Moribundo sacáronle de
Zaragoza, adonde tuvieron que volverle por el estado de postracion en
que se hallaba. Apénas restablecido, lleváronle á Francia, y encerrado
en Vincennes, padeció hasta en 1814 durísimo cautiverio.


Fueron áun más allá los enemigos en sus demasías y crueldades.
Despojaron á muchos prisioneros, mataron á otros y maltrataron á ca-
si todos. Tres dias despues de la capitulacion, á la una de la noche, lla-
maron de un cuarto inmediato al de Palafox, donde siempre dormia, á su
antiguo maestro el P. D. Basilio Boggiero, y al salir se encontró con el al-
calde mayor Solanilla, un capitan frances y un destacamento de grana-
deros, que le sacaron fuera, sin decirle adónde le llevaban. Tomaron al
paso al capellan D. Santiago Sas, que se habia distinguido en el segun-
do sitio tanto como el anterior, despidieron á Solanilla, y solos los fran-
ceses marcharon con los dos presos al puente de piedra. Allí matáronlos
á bayonetazos, arrojando sus cadáveres al rio. Hirieron primero á Sas, y
no se oyó de su boca, como tampoco de la de Boggiero, otra voz que la de
animarse recíprocamente á muerte tan bárbara é impensada. Contólo así
despues y repetidas veces el capitan frances encargado de su ejecucion,
añadiendo que el mariscal Lannes le habia ordenado los matase sin ha-
cer ruido. ¡Atrocidad inaudita! A tal punto el vencedor atropelló en Za-
ragoza las leyes de la guerra y los derechos sagrados de la humanidad.


La capitulacion se publicó en la Gaceta de Madrid de 28 de Febrero
(5), nunca en los papeles franceses, sin duda para que se creyese que se


(5) Capitulacion.
Articulo 1.º La guarnicion de Zaragoza saldrá mañana, 21, al mediodia, de la ciu-


dad, con sus armas, por la puerta del Portillo, y las dejará á cien pasos de la puerta men-
cionada.


Art. 2.º Todos los oficiales y soldados de las tropas españolas prestarán juramento de
fidelidad á S. M. C. el rey José Napoleon I.


Art. 3.º Todos los oficiales y soldados españoles que hayan prestado juramento de fi-
delidad podrán, si quieren, entrar al servicio de S. M. C.


Art. 4.º Los que no quieran tomar servicio irán prisioneros de querra á Francia.
Art. 5.º Todos los habitantes de Zararoza y los extranjeros, si los hubiere, serán des-


armados por los alcaldes, y las armas se entregarán en la puerta del Portillo al medio-
dia del 21.


Art. 6.º Las personas y las propiedades serán respetadas por las tropas de S. M. el
Emperador y Rey.


Art. 7.º La religion y sus ministerios serán respetados; se pondrán guardias en las
puertas de los principales edificios.




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habia entregado Zaragoza á merced del conquistador, y disculpar así los
excesos; como si, con capitulacion ó sin ella, pudieran permitirse mu-
chos de los que se cometieron.


Fué nombrado el general Laval gobernador de Zaragoza. Hizo el 5 de
Marzo su entrada solemne Lannes, recibiéndole en la iglesia de Nues-
tra Señora del Pilar el P. Santander, obispo auxiliar, que, ausente en los
dos sitios, volvió á Zaragoza á celebrar el triunfo de los enemigos de su
patria. Del joyero de aquel templo se sacaron las más preciosas alhajas,
pasando á manos de los principales jefes franceses, bajo el nombre de
regalos que hacia la Junta (6). El mariscal Lannes permaneció en Zara-
goza hasta el 14 de Marzo, que partió á Francia, sucediéndole por entón-
ces en el mando el general Junot, duque de Abrántes.


Art. 8.º Mañana al mediodia las tropas francesas ocuparán todas las puertas de la
ciudad y el palacio del Coso.


Art. 9.º Mañana al mediodia se entregarán á las tropas de S.M. el Emperador y Rey
toda la artillería y las municiones de toda especie.


Art.10. Las cajas militares y civiles todas se pondrán á disposicion de S. M. C.
Art. 11. Todas las administraciones civiles y toda clase de empleados prestarán ju-


ranmento de fidelidad á S. M. C.
La justicia se ejercerá como hasta aquí, y se hará á nombre de S. M. C. José Napoleon


I.— Cuartel general delante de Zaragoza, 20 de Febrero de 1809.— Firmado.— LANNES.
En comprobacion de haberse concluido en toda forma esta capitulacion, léase la represen-
tacion hecha á José por la Junta de Zaragoza en 11 de Marzo de 1809, é inserta en la Ga-
ceta de Madrid de 19 del mismo mes y año, y en la que se dice: «Quedó acordada la ca-
pitulacion que fué ratificada y canjeada en debida forma.»


(6) Hé aquí la lista y evaluacion de las alhajas extraidas.
1.ª Una joya con 1.900 brillantes, nueve de ellos de extraordinaria


magnitud y muy subido valor. Su hechura, un corazon, que en el centro
figuraba un cisne, tendidas las alas y descansando en el tronco, con un
polluelo á cada lado. Dádiva testamentaria de la reina de España doña
Maria Bárbara de Portugal. Valuada en pesos fuertes. .......................................... 50.000


2.º Una corona de la Virgen, que en 1775 costeó el arzobispo de esta
diócesis D. Juan Saenz de Burruaga, de oro, guarnecida de diamantes,
rubíes y topacios brillantes; en el círculo, formados de diamantes, los
atributos de la Virgen, á saber: nave, pozo, fuente, castillo, luna, sol,
estrella, torre, palma, lirio, rosa y cedro; en el centro un triángulo de
diamantes, del cual se desprendia una palomita de lo mismo, en ademan
de mirar á Maria, y en lo alto un pectoral de finiísimos topacios;
costó pesos............................................................................................................ 30.000


3.ª Otra para el Niño, dádiva del mismo prelado, á cuya muerte no
pudo recobrarse hasta el año 1780, de oro y diamantes y rubíes brillantes,
por remate una cruz, y en el pié un círculo de oro con un diamante tostado;
pesos....................................................................................................................... 5.000




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Duró el sitio de Zaragoza sesenta y dos dias; y sin la epidemia, prin-
cipal ayudadora de los franceses, muchos esfuerzos y tiempo hubieran
todavía empleado éstos en la conquista. Al capitular, sólo era suya una
cuarta parte de la ciudad, el arrabal y trece iglesias ó conventos, y sin
embargo, su posesion les habia costado tanto trabajo y la pérdida de más
de 8.000 hombres. Murieron de los españoles, en ambos sitios, 53.873
personas (7); el mayor número en el último y de la epidemia. Fueron
destruidos con las bombas los más de los edificios. Desapareció, pábu-
lo de las llamas, el antiguo, famoso y escogido archivo de la Diputacion
aragonesa; la biblioteca de la universidad, formada con la antigua de


4.ª Dos retratos guarnecidos de brillantes, del emperador Francisco I
y de la emperatriz, su esposa, Maria Teresa de Austria, reina de Hungría y
Bohemia, que por testamento dejó á Nuestra Señora el excelentísimo Sr. D.
Antonio Azlor; pesos. ............................................................................................ 16.000


5.ª Un clavel jaspeado de chispas de diamantes y rubíes brillantes,
sobre un pié de esmeraldas orientales, puestas en oro, con sus dos capullos,
el uno cerrado y el otro abierto, con su gancho largo de oro, y puesto en una
cajita de zapa verde, con su charnela de plata. Le dió á Maria Santísima la
Excma Sra. D.ª Maria Teresa de Villabriga, esposa del Sermo. Sr. infante de
España D. Luis de Borbon, año 1788; valorado en.................................................. 7.000


6.ª Una cruz de la órden de Santiago, con 68 diamantes montados en oro
por dos caras, todos rosas, y tan bellos, que por su blancura parecian cortados
de una pieza; valuada en pesos. .............................................................................. 8.418


7.ª Una joya con 106 diamantes rosas, de exquisita limpieza y blancura,
y un precioso esmalte, que regaló á Maria Santísima el Sermo. Sr. D. Juan de
Austria, el dia de la Concepcion de 1669; pesos............................................... 6.891 1/2


9.ª Una venera de la órden de Calatrava, de oro esmaltado, con 52
diamantes rosas, algunos gruesos, y muy finos todos. La dió el Excmo.
Sr. Conde de Baños; apreciada en pesos. ................................................................ 3.943


9.ª Un par de pendientes con 28 diamantes rosas muy preciosos,
montados en oro, que dejó en 1743 Dª Maria Ignacia de Azlor; valorados,
sin hechuras, en pesos. ........................................................................................... 1.855


10. Un corazon de aljófar grande y bello, con algunos rubíes, esmeraldas
y diamantes; pesos. .................................................................................................... 116


11. Una joya con corona de oro y 64 diamantes rosas: pesos. .............................. 128
12. Otra de oro con 59 diamantes; pesos. ............................................................. 60


Suman todas; pesos............. 129.411 1/2


El mariscal Mortier fué el único que rehusó el regalo que le presentaron; mas la al-
haja parece no volvió al joyero.


(7) Véase el Manifiesto del vecindario de Aragon, publicado por D. Antonio Plana, é
impreso en Zaragoza en 1814, segun razon tomada por el alcalde mayor de Zaragoza, D.
Angel Morell de Solanilla.




CONDE DE TORENO


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LIBRO SÉPTIMO (1808)


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los jesuitas, y enriquecida con várias dádivas, entre ellas una del ilus-
tre aragonés D. Ramon de Pignatelli, se voló con una mina. Pereció tam-
bien, al final del sitio, la del convento de dominicos de San Ildefonso,
fundada por el Marqués de la Compuesta, secretario de Gracia y Justicia
de Felipe V, en la que habia, sin los impresos, más de dos mil curiosos
manuscritos. Tan destructora y enemiga de las letras es la guerra, áun
hecha por naciones cultas.


Muchos han dudado de si fué ó no conveniente defender á Zaragoza;
desaprobando otros con más razon el que se hubiesen encerrado tantas
tropas en su recinto. Debiérase ciertamente haber acudido al remedio de
semejante embarazo, sacando de allí las que se recogieron despues de la
rota de Tudela ó cualesquiera otras, con tal que se hubiera limitado su
número á los 14 ó 15.000 hombres que ántes habia, y los cuales, unidos
al entusiasmado vecindario, bastaban para escarmentar de nuevo al ene-
migo y detenerle largo tiempo delante de sus muros. Mas por lo que to-
ca á la determinacion de defender la ciudad nos parece que fué acerta-
da y provechosa. Los laureles adquiridos en el primer sitio habian dado
al nombre de Zaragoza tan mágico influjo, que su pronta y fácil entrega
hubiera causado desmayo en toda la nacion. De otra parte, su resistencia
no sólo impidió la ocupacion de algunas provincias, deteniendo el ímpe-
tu de huestes formidables, sino que tambien aquellos mismos hombres
que tan bravos é impávidos se mostraban guarecidos de las tapias y las
casas, no hubieran, inexpertos y en campo raso, podido sostenerse con-
tra la práctica y disciplina de los franceses, mayormente cuando la im-
paciencia pública forzaba á aventurar imprudentes batallas.


Por varios y encontrados que en este punto hayan sido los dictáme-
nes, nunca discordaron ni discordarán en calificar de gloriosísima y ex-
traordinaria la defensa de Zaragoza. El general frances Rogniat, testi-
go de vista, nos dice con loable imparcialidad (8): «La alteza de ánimo
que mostraron aquellos moradores fué uno de los más admirables es-
pectáculos que ofrecen los anales de las naciones, despues de los sitios
de Sagunto y Numancia.» Fuélo, en efecto, tanto, que en 1814 citóse ya
su ejemplo á los pueblos de Francia, como digno de imitarse, por aquel
mismo Napoleon, que ántes hubiera querido borrarle de la memoria de
los hombres.


(8) Rélation des sièges de Saragosse et de Tortose, par le baron Rogniat. Arant propos.