Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
}

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LIBRO OCTAVO.


JOSÉ EN MADRID.— FELICITACIONES.— SUS PROVIDENCIAS.— COMISARIOS REGIOS.—
TROPA ESPAÑOLA.— JUNTA CRIMINAL.— COMISARIOS DE HACIENDA.— OPINION
ACERCA DE JOSÉ.— JUNTA CENTRAL EN SEVILLA.— DECLARACION UNÁNIME EN FAVOR
DE LA CAUSA PENINSULAR DE LAS PROVINCIAS DE AMÉRICA Y ASIA.— AUXILIOS QUE EN-
VIAN.— DECRETO DE LA CENTRAL SOBRE AMÉRICA, DE 25 DE ENERO.— NUEVO RE-
GLAMENTO PARA LAS JUNTAS PROVINCIALES DE ESPAÑA.— TRATADO CON INGLATERRA,
DE 9 DE ENERO.— SUBSIDIOS DE INGLATERRA.— TRIBUNAL DE SEGURIDAD PÚBLICA.—
CENTRALES ENVIADOS Á LAS PROVINCIAS.— MARQUÉS DE VILLEL EN CÁDIZ.— LOS
INGLESES QUIEREN OCUPAR LA PLAZA.— ALTERCADOS QUE HUBO EN ELLO.— ALBO-
ROTO DE CÁDIZ.— CONDUCTA EXTRAÑA DE VILLEL.— RIESGO QUE CORRE SU PERSO-
NA.— MATAN Á HEREDIA.— SOSIÉGASE EL ALBOROTO.— EJÉRCITOS.— EL DE LA
MANCHA.— ATAQUE DE MORA.— ALBURQUERQUE Y CARTAOJAL.— PASA ALBUR-
QUERQUE AL EJÉRCITO DE CUESTA.— AVANZA CARTAOJAL Y SE RETIRA.— ACCION DE
CIUDAD REAL.— EJÉRCITO DE EXTREMADURA.— AVANZA Á ALMARAZ.— CÓRTASE
EL PUENTE.— PASAN LOS FRANCESES EL TAJO.— RETÍRENSE LOS NUESTROS.— VENTA-
JAS CONSEGUIDAS POR LOS ESPAÑOLES.— ÚNESE ALBURQUERQUE Á CUESTA.— BATA-
LLA DE MEDELLIN.— SUS RESULTAS.— DETERMINACION DE LA CENTRAL.— VENÉGAS
SUCEDE Á CARTAOJAL.— REFLEXIONES.— COMISION DE SOTELO.— RESPUESTA DE LA
CENTRAL.— CARTAS DE SEBASTIANI Á JOVELLANOS Y OTROS.— CARTAS DE SEBASTIA-
NI AL SR. JOVELLANOS.— CONTESTACION DEL SR. JOVELLANOS.— GUERRA DE AUS-
TRIA.— CATALUÑA.— ALBOROTO DE LÉRIDA.— REDING EN TARRAGONA.— PLAN
PRUDENTE DE MARTÍ.— VARÍASE.— SITUACION DEL EJÉRCITO ESPAÑOL.— LE ATA-
CAN LOS FRANCESES.— ENTRAN EN IGUALADA.— MOVIMIENTOS DE SAINT-CYR Y BE-
DING.— BATALLA DE VALLS.— ENTRAN LOS FRANCESES EN REUS.— ESPERANZAS DE
SAINT-CYR.— SALEN VANAS.— GUERRA DE SOMATENES.— DIFICULTAD DE LAS CO-
MUNICACIONES.— RETIRASE SAINT-CYR DE LAS CERCANÍAS DE TARRAGONA.— PA-
SA POR BARCELONA.— ESTADO DE LA CIUDAD.— NIÉGANSE LAS AUTORIDADES CIVI-
LES Á PRESTAR JURAMENTO.— PRENDEN Á MUCHOS Y LOS LLEVAN Á FRANCIA.— PASA
SAINT-CYR Á VICH.— MUERTE DE REDING.— SUCEDE COUPIGNY.— PAISANOS DEL
VALLÉS.— PRINCIPIO DE LAS PARTIDAS EN TODO EL REINO.— DECRETO DE LA CEN-
TRAL.— PORLIER.— DON JUAN ECHAVARRÍA.— EL EMPECINADO.— CIUDAD-RO-
DRIGO Y WILSON.— ASTÚRIAS.— LA JUNTA.— BALLESTEROS.— SUS OPERACIONES
EN COLOMBRES.— ARMAMENTO DE LA PROVINCIA.— WORSTER.— ENTRAN LOS ASTU-
RIANOS EN RIVADEO.— Y EN MONDOÑEDO.— SORPRENDEN Y DISPERSAN LOS FRANCE-




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SES Á WORSTER.— ROMANA.— SU EJÉRCITO.— EMPIEZA EL LEVANTAMIENTO DE GA-
LICIA.— MARISCAL SOULT.— TRATA DE INVADIR Á PORTUGAL.— INÚTIL TENTATIVA
PARA ATRAVESAR EL MIÑO.— TOMA SOULT HÁCIA ORENSE.— INSURRECCION.— LOS
ABADES DE COUTO Y VALLADARES.— EL PAISANAJE MOLESTA Á LOS FRANCESES EN SU
MARCHA.— SOULT Y ROMANA.— INTIMACION Á ÉSTE.— ES DESBARATADA LA RETA-
GUARDIA ESPAÑOLA.— ATACA Á VILLAFRANCA.— SE APODERA DE LA GUARNICION.—
LLEGA ROMANA Á OVIEDO.— ALTERCADO CON LA JUNTA.— INVADE NEY Á ASTÚ-
RIAS.— KELLERMAN.— ROMANA SE EMBARCA EN GIJON.— SAQUEAN LOS FRANCESES
Á OVIEDO.— SALE NEY DE ASTÚRIAS.— MAHY AMENAZA Á LUGO.— DESBARATA AL
GENERAL FOURNIER.— PONE CERCO Á LA CIUDAD.— CRECE LA INSURRECCION DE GA-
LICIA.— JUNTA DE LOBERA.— SITIA Á VIGO EL ABAD DE VALLADARES.— LIMIA.—
TENREIRO Y EL PORTUGUES ALMEIDA.— MORILLO.— GOGO.— RÍNDESE VIGO Á LOS
ESPAÑOLES.— BLOQUEO DE TUY.— LE ALZAN.— Y EVACUAN LA CIUDAD LOS FRAN-
CESES.— SE CREA Y AUMENTA LA DIVISION DEL MIÑO.— MÁNDALA D. MARTIN DE LA
CARRERA.— DESBARATA Á LOS FRANCESES EN EL CAMPO DE LA ESTRELLA.— CAMPA-
ÑA DE SOULT EN PORTUGAL.— ENTRAN LOS FRANCESES EN CHÁVES.— EN BRAGA.—
ASOMAN Á OPORTO.— ESTADO DE LA CIUDAD.— ÉNTRANLA LOS FRANCESES.— GRAN
MATANZA.— CONDUCTA DEL MARISCAL SOULT.— PÍDENLE SEA REY.— SILVEIRA RE-
COBRA Á CHÁVES.— CORONEL TRANT.— REGENCIA DE PORTUGAL.— CRADOCK Y
LOS INGLESES.— BERESFORD MANDA Á LOS PORTUGUESES.— REFUÉRZASE EL EJÉR-
CITO INGLÉS.— SIR A. WELLESLEY NOMBRADO GENERAL EN JEFE.— SUS PROVIDEN-
CIAS.— AVANZA Á COIMBRA.— SITUACION DE LOS FRANCESES.— SOCIEDAD SECRETA
DE LOS FILADELFOS.— PLAN DE WELLESLEY.— SE APODERAN LOS INGLESES DE OPOR-
TO.— APUROS DE SOULT.— PASA LA FRONTERA.— LLEGA Á LUGO.— LEVANTA MA-
HY EL CERCO.— ENCUÉNTRASE CON ROMANA EN MONDOÑEDO.— MARCHA ATREVI-
DA DE LOS ESPAÑOLES.— DESCONTENTO DEL SOLDADO CON ROMANA.— NEY Y SOULT
EN LUGO.— CONCIÉRTANSE PARA DESTRUIR EL EJÉRCITO ESPAÑOL.— CONDE DE NO-
ROÑA, SEGUNDO COMANDANTE DE GALICIA.— ACCION DEL PUENTE DE SAN PAYO.—
SOULT TRATA DE PASAR Á CASTILLA.— PAISANOS DEL SIL.— QUEMA DE VARIOS PUE-
BLOS.— ROMANA EN CELANOVA.— SOULT EN LA PUEBLA DE SANABRIA.— GENERAL
FRANCESCHI COGIDO POR EL CAPUCHINO.— SITUACION DE NEY.— MAZARREDO.—
BAZAN.— EVACUA NEY Á GALICIA.— ENTRA NOROÑA EN LA CORUÑA.— WORSTER
Y BÁRCENA.— BALLESTEROS PASA Á CASTILLA Y Á LAS MONTAÑAS DE SANTANDER.—
OCUPA Á SANTANDER.— ECHANLE LOS FRANCESES, Y SE EMBARCA.— INTREPIDEZ DE
PORLIER.— MARCHA ADMIRABLE DEL BATALLON DE LA PRINCESA.— ROMANA EN LA
CORUÑA.— SUS PROVIDENCIAS Y NEGLIGENCIA.— SALE Á CASTILLA.— NOMBRA Á
MAHY PARA ASTÚRIAS.— NOMBRA Á BALLESTEROS PARA MANDAR 10.000 HOM-
BRES.— SUCÉDELE DESPUES EN EL MANDO DEL EJÉRCITO EL DUQUE DEL PARQUE.—
FIN DE ESTE LIBRO.— PARANGON DE LA GUERRA DE AUSTRIA Y ESPAÑA.— PREVI-
SION NOTABLE DE PITT.




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Habiendo la suerte favorecido tan poderosamente las armas france-
sas, pareció á muchos estar ya afianzada la corona de España en las sie-
nes de José Bonaparte. Aumentóse así el número de sus parciales, y ora
por este motivo, y ora, sobre todo, por exigirlo el conquistador, acudie-
ron sucesivamente á la córte á felicitar al nuevo rey diputaciones de los
ayuntamientos y cuerpos de los pueblos sojuzgados. Esmeráronse algu-
nas en sus cumplidos, y no quedaron en zaga las que representaban á los
cabildos eclesiásticos y á los regulares, con la esperanza sin duda éstos
de parar el golpe que los amagaba. Mostráronse igualmente adictos va-
rios obispos, y en tanto grado, que dió contra ellos un decreto la Junta
Central (1), coligiéndose de ahí que si bien la mayoría del clero español,
como la de la nacion, estuvo por la causa de la independencia, no fué ex-
clusivamente aquella clase ni el fanatismo, segun queda ya apuntado, la
que le dió impulso, sino la justa indignacion general. Corrobórase esta
opinion al ver que entre los eclesiásticos que abrazaron el partido de Jo-
sé contáronse muchos de los que pasaban plaza de ignorantes y preocu-
pados. Tan cierto es que en las convulsiones políticas, el acaso, el error,
el miedo, colocan como á ciegas en una y otra parcialidad á varios de los
que siguen sus opuestas banderas; motivos que reclaman al final desen-
lace recíproca indulgencia.


José, luégo que entró en Madrid, en vano procuró tomar providencias
que, volviendo la paz y órden al reino, cautivasen el ánimo de sus nue-
vos súbditos. Ni tenía para ello medios bastantes, ni era fácil que el pue-
blo español, lastimado hasta en lo más hondo de su corazon, escucha-
se una voz que á su entender era fingida y engañosa. Desgraciada por lo
ménos fué y de mal sonido la primera que resonó en los templos, y que
se trasmitió por medio de una circular fecha 24 de Enero. Ordenába-
se en su contenido, con promesa de la futura evacuacion de los france-
ses, cantar en todos los pueblos un Te Deum en accion de gracias por las
victorias que habia en la Península alcanzado Napoleon, que era como
obligar á los españoles á celebrar sus propias desdichas.


Al mismo tiempo salieron para las provincias, con el título de co-
misarios regios, sujetos de cuenta á restablecer el órden y las autorida-
des, predicar la obediencia y representar en todo y extraordinariamen-
te la persona del Monarca. Hubo de éstos quienes trataron de disminuir
los males que agobiaban á los pueblos; hubo otros que los acrecentaron,


(1) Véase el decreto de 12 de Abril de 1809, inserto en el Suplemento á la Gaceta del
gobierno de Sevilla, de 15 de Mayo de 1809.




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desempeñando su encargo en provecho suyo y con acrimonia y pasion.
Su influjo, no obstante, era casi siempre limitado, teniendo que someter-
se á la voluntad vária y antojadiza de los generales franceses.


Sólo en Madrid se guardaba mayor obediencia al gobierno de José, y
sólo con los recursos de la capital, y sobre todo con los derechos cobra-
dos á la entrada de puertas, podia aquél contar para subvenir á los gas-
tos públicos. Éstos, en verdad, no eran grandes, ciñéndose á los del go-
bierno supremo, pues ni corria de su cuenta el pago del ejército frances,
ni tenía aún tropa ni marina española que aumentasen los presupuestos
del Estado. Sin embargo, fué uno de sus primeros deseos formar regi-
mientos españoles. La derrota de Uclés y las que la siguieron proporcio-
naron á las banderas de José algunos oficiales y soldados; pero los ma-
drileños miraban á estos individuos con tal ojeriza y desvío, tiznándolos
con el apellido de jurados, que no pudo al principio el gobierno intru-
so enregimentar ni un cuerpo completo de españoles. Apénas se veia el
soldado vestido y calzado y repuesto de sus fatigas, pasaba del lado de
los patriotas, y no parecia sino que se habia separado temporalmente de
sus filas para recobrar fuerzas y empuñar armas que le volviesen la esti-
macion perdida. Por eso ya en Enero dieron en Madrid un decreto rigu-
roso contra los ganchos y seductores de soldados y paisanos, que de na-
da sirvió, empeñando este género de medidas en actos arbitrarios y de
cada vez más odiosos cuando la opinion se encuentra contraria y uni-
versal.


Así fué que en 16 de Febrero creó el gobierno de José una junta cri-
minal extraordinaria, compuesta de cinco alcaldes de corte, la cual, en-
tendiendo en las causas de asesinos y ladrones, debia tambien juzgar á
los patriotas. En el decreto (2) de su creacion confundíanse éstos bajo el
nombre de revoltosos, sediciosos y esparcidores de malas nuevas, y no
sólo se les imponía á todos la misma pena, sino tambien á los que usasen
de puñal ó rejon. Espantosa desigualdad, mayormente si se considera
que la pena impuesta era la de horca, la cual, segun la expresion del de-
creto, habia de ser ejecutada irremisiblemente y sin apelacion. Y como si
tan destemplado rigor no bastase, anadíase en su contexto que aquellos
á quienes no se probase del todo su delito, quedarian á disposicion del
ministro de Policía general para enviarlos á los tribunales ordinarios, y
ser castigados con penas extraordinarias, conforme á la calidad de los
casos y de las personas. Muchos perjuicios se siguieron de estas deter-


(2) Véase el Prontuario de las leyes y decretos de José, tomo I, página 109.




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minaciones: várias fueron las víctimas, teniendo que llorar, entre ellas, á
un abogado respetable, de nombre Escalera, cuyo delito se reducía á ha-
ber recibido cartas de un hijo suyo que militaba al lado de los patriotas.
Su infausta suerte esparció en Madrid profunda consternacion. Don Pa-
blo Arribas, hombre de algunas letras, despierto, pero duro é inflexible,
y que siendo ministro de Policía promovía con ahínco semejantes cau-
sas, fué tachado de cruel y en extremo aborrecido, como varios de los
jueces del tribunal criminal extraordinario: suerte que cabrá siempre á
los que no obren muy moderadamente en el castigo de los delitos políti-
cos, que por lo general sólo se consideran tales en medio de la irritacion
de los ánimos, soliendo luégo absolverlos la fortuna.


Á las medidas de severidad del gobierno de José acompañaron ó si-
guieron algunas benéficas, que sucesivamente irémos notando. Su esta-
blecimiento, sin embargo, fué lento, ó nunca tuvo otro efecto que el de
estamparse en la coleccion de sus decretos. Inútilmente se mandó, en
24 de Abril, que no se impusieran contribuciones extraordinarias en las
provincias sometidas, nombrando comisarios de Hacienda que lo evita-
sen, y diesen principio á arreglar debidamente aquel ramo. El contínuo
paso y mudanza de tropas francesas, la necesidad y la codicia y malver-
sacion de ciertos empleados, impedían el cumplimiento de bien ordena-
das providencias, y achacábanse á veces al gobierno intruso los daños
y males que eran obra de las circunstancias. Por lo demas, nunca hu-
bo, digámoslo así, un plan fijo de adininistracion, destruido casi en sus
cimientos el antiguo, y no adoptado aún el que habia de emanar de la
Constitucion de Bayona.


José, por su parte, entregado demasiadamente á los deleites, poco
respetado de los generales franceses, y desairado con frecuencia por su
hermano, no crecia en aprecio á los ojos de la mayoría española, que le
miraba como un rey de bálago, sujeto al capricho, á la veleidad y á los
intereses del gabinete de Francia. Con lo cual, si bien las victorias le
granjeaban algunos amigos, ni su gobierno se fortalecia, ni la confianza
tomaba el conveniente arraigo.


Ménos afortunada que José en las armas, fuélo más la Junta Central
en el acatamiento y obediencia que le rindieron los pueblos. Sin que la
tuviesen grande aficion, censurando á veces con justicia muchas de sus
resoluciones, la respetaban y cumplían sus órdenes, como procedentes
de una autoridad que estimaban legítima. José Bonaparte no era due-
ño sino de los pueblos en que dominaban las tropas francesas; la Cen-
tral éralo de todos, áun de los ocupados por el enemigo, siempre que po-




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dían burlar la vigilancia de los que apellidaban opresores. Tranquila en
su asiento de Sevilla, apareció allí con más dignidad y brillo, dándole
mayor realce la declaracion en favor de la causa peninsular que hicieron
las provincias de América y Asia.


Á imitacion de las de Europa, levantaron éstas un grito universal de
indignacion al saber los acontecimientos de Bayona y el alzamiento de
la Península. Los habitantes de Cuba, Puerto-Rico, Yucatan y el pode-
roso reino de Nueva-España pronunciáronse con no menor union y arre-
batamiento que sus hermanos de Europa. En la ciudad de Méjico, des-
pues de recibir pliegos de los diputados de Astúrias en Lóndres y de la
Junta de Sevilla, celebróse en 9 de Agosto de 1808 una reunion gene-
ral de las autoridades y principales vecinos, en la que reconociendo á
todas y á cada una de las juntas de España, se juró no someterse á otro
soberano más que á Fernando VII y á sus legítimos sucesores de la es-
tirpe real de Borbon, comprometiéndose á ayudar con el mayor esfuer-
zo tan sagrada causa. En las islas se entusiasmaron á punto de recobrar
en Noviembre de aquel año la parte española de Santo Domingo; cedi-
da á Francia por el tratado de Basilea. Idénticos fueron los sentimientos
que mostraron sucesivamente Tierra-Firme, Buenos-Aires, Chile, el Pe-
rú y Nueva-Granada. Idénticos los de todas las otras provincias de una
y otra América española, cundiendo rápidamente hasta las remotas is-
las Filipinas y Marianas. Y si los agravios de Madrid y Bayona tocaron
por su enormidad en inauditos, tambien es cierto que nunca presentó la
historia del mundo un compuesto de tantos millones de hombres, espar-
cidos por el orbe en distintos climas y lejanas regiones, que se pronun-
ciasen tan unánimemente contra la iniquidad y violencia de un usurpa-
dor extranjero.


Ni se limitó la declaracion á vanos clamores, ni su expresion á estu-
diadas frases; acompañaron á uno y á otro cuantiosos donativos, que fue-
ron de gran socorro en la deshecha tormenta de fines del año de 8 y prin-
cipios del 9. El laborioso catalan, el gallego, el vizcaíno, los españoles
todos, que á costa de sudor y trabajo habian allí acumulado honroso cau-
dal, apresuráronse á prodigar socorros á su patria, ya que la lejanía no
les permitía servirla con sus brazos. El natural de América tambien si-
guió entónces el impulso que le dieron sus padres (3), y no ménos que
284 millones de reales vinieron para el gobierno de la Central en el año


(3) Véase el manifiesto de la Junta central, sesion tercera, hacienda; documentos jus-
tificativos, números 38 y siguientes.




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de 1809. De ellos casi la mitad consistió en dones gratuitos ó anticipa-
ciones, estando las arcas reales muy agotadas con las negociaciones y
derroche del tiempo de Cárlos IV.


Tan desinteresado y general pronunciamiento provocó en la Cen-
tral el memorable decreto (4) de 22 de Enero, por el cual, declarándose


Entre los donativos y anticipaciones extraordinarias de América, se cuentan, entre
muchos que ascendieron á un millon y dos millones, el de D. Antonio Basoco, de cuatro
millones de reales, y el del gobernador del Estado, D. Manuel Santa Maria, que fué de
ocho millones de la misma moneda. (Véase sobre esto último la Gaceta extraordinaria del
gobierno de Sevilla, del 8 de Diciembre de 1809.)


(4) El rey, nuestro señor, D. Fernando VII, y en su real nombre la Junta Suprema
Central gubernativa del reino, considerando que los vastos y preciosos dominios que Es-
paña posee en las Indias no son propiamente colonias ó factorías, como los de otras nacio-
nes, sino una parte esencial é integrante de la monarquía española; y deseando estrechar
de un modo indisoluble los sagrados vínculos que unen unos y otros dominios, como asi-
mismo corresponder á la heroica lealtad y patriotismo de que acaban de dar tan decisiva
prueba á la España en la coyuntura más crítica que se ha visto basta ahora nacion algu-
na, se ha servido S. M. declarar, teniendo presente la consulta del Consejo de Indias de
21 de Noviembre último, que los reinos, provincias é islas que forman los referidos domi-
nios deben tener representacion nacional é inmediata á su real persona, y constituir parte
de la Junta Central gubernativa del reino, por medio de sus correspondientes diputados.
Para que tenga efecto esta real resolucion, han de nombrar los vireinatos de Nueva-Es-
paña, el Perú, nuevo reino de Granada y Buenos-Aires, y las capitanías generales inde-
pendientes de la isla de Cuba, Puerto-Rico, Goatemala, Chile, provincias de Venezuela
y Filipinas, un individuo cada cual que represente su respectivo distrito. En consecuen-
cia, dispondrá V. E. que en las capitales, cabezas de partido del vireinato de su mando
(a), inclusas las provincias internas, procedan los ayuntamientos á nombrar tres indivi-
duos de notoria probidad, talento é instruccion, exentos de toda nota que pueda menos-
cabar su opinion pública; haciendo entender V. E. á los mismos ayuntamientos la escru-
pulosa exactitud con que deben proceder á la eleccion de dichos individuos, y que pres-
cindiendo absolutamente los electores del espiritu de partido que suele dominar en tales
casos, sólo atiendan al rigoroso mérito de justicia vinculado en las calidades que consti-
tuyen un buen ciudadano y un celoso patricio.


Verificada la eleccion de los tres individuos, procederá el Ayuntamiento con la so-
lemnidad de estilo á sortear uno de los tres, segun la costumbre, y el primero que salga se
tendrá por elegido. Inmediatamente participará á V. E. el Ayuntamiento, con testimonio,
el sujeto que haya salido en suerte, expresando su nombre, apellido, patria, edad, carrera
ó profesion y demas circunstancias políticas y morales de que se halle adornado.


Luégo que V. E. haya recibido en su poder los testimonios del individuo sorteado en
esa capital y demas del vireinato, procederá con el real Acuerdo (b), y previo exámen de
dichos testimonios, á elegir tres individuos de la totalidad, en quienes concurran cuali-
dades más recomendables, bien sea que se le conozca personalmente, bien por opinion y
voz pública; y en caso de discordia, decidirá la pluralidad.


Esta terna se sorteará en el real Acuerdo (c), presidido por V. E., y el primero que sal-




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que no eran los vastos dominios españoles de Indias propiamente colo-
nias, sino parte esencial é integrante de la monarquía, se convocaba pa-
ra representarlos á individuos que debian ser nombrados al efecto por
sus ayuntamientos. Cimentáronse sobre este decreto todos los que des-
pues se promulgaron en la materia, y conforme á los cuales se igualaron
en un todo con los peninsulares los naturales de América y Asia. Tal fué
siempre la mente y áun la letra de la legislacion española de Indias, de-
biendo atribuirse el olvido en que á veces cayó, á las mismas causas que
destruyeron y atropellaron en España sus propias y mejores leyes. La le-
janía, lo tarde que á algunas partes se comunicó el decreto, é impensa-
dos embarazos, no permitieron que oportunamente acudiesen á Sevilla
los representantes de aquellos países, reservándose novedad de tamaña
importancia para los gobiernos que sucedieron á la Junta Central.


Otros cuidados de no menor interes ocuparon á ésta al comenzar el
año de 1809. Fué uno de los primeros dar nueva planta á las juntas pro-
vinciales, de donde se derivaba su autoridad, formando un reglamento
con fecha de 1.º de Enero, segun el cual se limitaban las facultades que
ántes tenian, y se dejaba sólo á su cargo lo respectivo á contribuciones
extraordinarias, donativos, alistamiento, requisiciones de caballos y ar-
mamento. Reducíase á nueve el número de sus individuos, se despoja-


ga se tendrá por elegido y nombrado diputado de ese reino (d) y vocal de la Junta Supre-
ma Central gubernativa de la monarquía, con expresa residencia en esta córte.


Inmediatamente procederán los ayuntamientos de esa y demas capitales á extender
los respectivos poderes ó instrucciones, expresando en ellas los ramos y objetos de inte-
res nacional que haya de promover.


En seguida se pondrá en camino con destino á esta córte, y para los indispensables
gastos de viajes, navegaciones, arribadas, subsistencia y decoro con que se ha de soste-
ner, tratará V. E. en Junta superior de real Hacienda la cuota que se le haya de señalar,
bien entendido que su porte, aunque decoroso, ha de ser moderado, y que la asignacion
de sueldo no ha de pasar de 6.000 pesos fuertes anuales.


Todo lo cual comunico á V. E., de órden de S. M., para su puntual observancia y cum-
plimiento, advirtiendo que no haya demora en la ejecucion de cuanto va prevenido. Dios
guarde á V. E. muchos años. Real palacio del Alcázar de Sevilla, 22 de Enero de 1809.


(a) Méjico.
(b) Isla de Cuba. Procederá con el real Acuerdo, si existiese en la Habana, y en su


defecto, con el reverendo Obispo, el Intendente, un miembro del Ayuntamiento y prior
del Consulado y prévio examen, etc.


(c) O junta.
(d) O isla.— Puerto-Rico. Procoderá con el reverendo Obispo, y un miembro del


Ayuntamiento, y previo exámen, etc.— En otra parte.— Tratará V. S. en la junta y con los
ministros de estas restes cajas la cuota, etc.




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ba á éstos de parte de sus honores, y se cambiaba la antigua denomina-
cion de juntas supremas en la de superiores provinciales de observacion
y defensa. Tambien se encomendaba á su celo precaver las asechanzas
de personas sospechosas, y proveer á la seguridad y apoyo de la Cen-
tral; encargo, por decirlo de paso, á la verdad extraño, poner su defen-
sa en manos de autoridades que se deprimian. Aunque muchos aproba-
ron, y en lo general se tuvo por justo circunscribir las facultades de las
juntas, causó gran desagrado el artículo 10 del nuevo reglamento, segun
el cual se prohibia el libre uso de la imprenta, no pareciendo sino que
al extenderse no estaba aún yerto el puño de Floridablanca. Alborotá-
ronse várias juntas con la reforma, y la de Sevilla se enojó sobremane-
ra, y á punto que suscitó la cuestion de renovar cada seis meses uno de
sus individuos en la Central, y áun llegó á dar sucesor al Conde de Ti-
lly. Encendiéndose más y más las contestaciones, suspendióse el nuevo
reglamento, y nunca tuvo cumplido efecto, ni en todas las provincias, ni
en todas sus partes. Quizá obró livianamente la Central en querer arre-
glar tan pronto aquellas corporaciones, mayormente cuando los aconte-
cimientos de la guerra cortaban á veces la comunicacion con el Gobier-
no supremo; pero al mismo tiempo fueron muy reprensibles las juntas,
que, movidas de ambicion, dieron lugar en aquellos apuros á altercados
y desabrimientos.


Señalóse tambien la entrada del año de 1809 con estrechar de un
modo solemne las relaciones con Inglaterra. Hasta entónces las que me-
diaban entre ambos gobiernos eran francas y cordiales, pero no esta-
ban apoyadas en pactos formales y obligatorios. Túvose, pues, por con-
veniente darles mayor y verdadera firmeza, concluyendo en 9 de Enero,
en Lóndres, un tratado de paz y alianza. Segun su contenido, se compro-
metió Inglaterra á asistir á los españoles con todo su poder, y á no reco-
nocer otro rey de España é Indias sino á Fernando VII, á sus herederos
ó al legítimo sucesor que la nacion española reconociese; y por su par-
te, la Junta Central se obligó á no ceder á Francia porcion alguna de su
territorio en Europa y demas regiones del mundo, no pudiendo las par-
tes contratantes concluir tampoco paz con aquella nacion sino de comun
acuerdo. Por un artículo adicional se convino en dar mutuas y tempora-
les franquicias al comercio de ambos estados, hasta que las circunstan-
cias permitiesen arreglar sobre la materia un tratado definitivo. Quería
entónces la Central entablar uno de subsidios, más urgente que ningun
otro; pero en vano lo intentó.


Los que España habia alcanzado de Inglaterra habian sido cuantio-




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sos, si bien nunca se elevaron, sobre todo en dinero, á lo que muchos
han creido. De las juntas provinciales, sólo las de Galicia, Astúrias y Se-
villa recibieron cada una 20 millones de reales vellon, no habiendo lle-
gado á manos de las otras cantidad alguna, por lo ménos notable. Entre-
gáronse á la Central 1.600.000 reales en dinero, y en barras 20 millones
de la misma moneda. A sus contínuas demandas respondia el gobierno
británico que le era imposible tener pesos fuertes si España no abria al
comercio inglés mercados en América, por cuyo medio, y en cambio de
géneros y efectos de su fabricacion, le darian plata aquellos naturales.
Por fundada que fuera hasta cierto punto dicha contestacion, desagrada-
ba al gobierno español, que, con más ó ménos razon, estaba persuadido
de que con la facilidad adquirida desde el principio de la guerra de in-
troducir en la Península mercaderías inglesas, de donde se difundian á
América, volvia á Inglaterra el dinero anticipado á los españoles, ó in-
vertido en el pago de sus propias tropas, siendo contados los retornos de
otra especie que podia suministrar España.


Lo cierto es que la Junta Central, con los cortos auxilios pecuniarios
de Inglaterra, y limitada en sus rentas á los productos de las provincias
meridionales, invirtiendo las otras los suyos en sus propios gastos, difí-
cilmente hubiera levantado numerosos ejércitos sin el desprendimiento
y patriotismo de los españoles y sin los poderosos socorros con que acu-
dió América, principalmente cuando dentro del reino era casi nulo el
crédito, y poco conocidos los medios de adquirirle en el extranjero.


Levantáronse clamores contra la Central respecto de la distribucion
de fondos, y áun acusáronla de haber malversado algunos. Probable es
que en medio del trastorno general, y de resultas de batallas perdidas
y de dispersiones, haya habido abusos y ocultaciones, hechas por ma-
nos subalternas; mas injustísimo fué atribuir tales excesos á los indivi-
duos del Gobierno supremo, que nunca manejaron por sí caudales, y cu-
ya pureza estaba al abrigo, en casi todos hasta de la sospecha. A los ojos
del vulgo siempre aparecen abultados los millones, y la malevolencia se
aprovecha de esta propension á fin de ennegrecer la conducta de los que
gobiernan. En la ocasion actual eran los gastos harto considerables, para
que no se consumiese con creces lo que entró en el erario.


A modo del tribunal criminal de José, creó asimismo la Central uno
de seguridad pública, que entendiese en los delitos de infidencia, y aun-
que no arbitrario, como aquél, en la aplicacion y desigualdad de las pe-
nas, reprobaron con razon su establecimiento los que no quieren ver ro-
tos, bajo ningun pretexto, los diques que las leyes y la experiencia han




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puesto á las pasiones y á la precipitacion de los juicios humanos. Ya en
Aranjuez se estableció dicho tribunal, con el nombre de extraordinario
de vigilancia y proteccion, y áun se nombraron ministros, por la mayor
parte del Consejo, que le compusieran; mas hasta Sevilla, y bajo otros
jueces, no se vio que ejerciese su terrible ministerio. Afortunadamen-
te, rara vez se mostró severo é implacable. Dirigió casi siempre sus ti-
ros contra algunos de los que estaban ausentes y abiertamente compro-
metidos, respondiendo en parte á los fallos de la misma naturaleza que
pronunciaba el tribunal extraordinario de Madrid. Sólo impuso la pena
capital á un ex-guardia de Corps que se habia pasado al enemigo, y en
Abril de 1809 mandó ajusticiar en secreto, exponiéndolos luégo al pú-
blico, á Luis Gutierrez y á un tal Echevarría, su secretario, mozo de en-
tendimiento claro y despejado. El Gutierrez habia sido fraile y redactor
de una gaceta en español que se publicaba en Bayona, y el cual, con su
compañero, llevaba comision para disponer los ánimos de los habitan-
tes de América en favor de José. Encontráronles cartas del rey Fernando
y del infante D. Cárlos, que se tuvieron por falsas. Quizá no fué injusta
la pena impuesta, segun la legislacion vigente; pero el modo y sigilo em-
pleado merecieron la desaprobacion de los cuerdos é imparciales.


Tampoco reportó provecho el enviar individuos de la Central á las
provincias; de cuya comision hablamos en el libro sexto. La Junta, intitu-
lándolos comisarios, los autorizó para presidir á las provinciales y repre-
sentarla con la plenitud de sus facultades. Los más de ellos no hicieron
sino arrimarse á la opinion que encontraron establecida, ó entorpecer la
accion de las juntas; no saliendo, por lo general, de su comision ninguna
providencia acertada ni vigorosa. Verdad es que siendo, conforme que-
da apuntado, pocos entre los individuos de la Central los que se miraban
como prácticos y entendidos en materias de gobierno, quedáronse casi
siempre los que lo eran en Sevilla, yendo ordinariamente á las provin-
cias los más inútiles y limitados. Fué de este número el Marqués de Vi-
llel: enviado á Cádiz para atender á su fortificacion, y desarraigar añejos
abusos en la administracion de la aduana, provocó por su indiscrecion y
desatentadas providencias un alboroto, que, á no atajarse con oportuni-
dad, hubiera dado ocasion á graves desazones. Como este acontecimien-
to se rozó con otro que por entónces y en la misma ciudad ocurrió con los
ingleses, será bien que tratemos á un tiempo de entrambos.


Luégo que el gobierno británico supo las derrotas de los ejércitos es-
pañoles, y temiendo que los franceses invadiesen las Andalucías, pen-
só poner al abrigo de todo rebate la plaza de Cádiz y enviar tropas su-




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yas que la guarneciesen. Para el recibimiento de éstas, y para proveer
en ello lo conveniente, envió á sir Jorge Smith, con la advertencia, se-
gun parece, de sólo obrar por sí en el caso de que la Junta Central fue-
se disuelta, ó de que se cortasen las comunicaciones con el interior. No
habiendo sucedido lo que recelaba el ministerio inglés, y al contrario,
estando ya en Sevilla el Gobierno supremo, de repente y sin otro aviso
notició el sir Jorge al Gobernador de Cádiz cómo S. M. B. le habia auto-
rizado para exigir que se admitiese dentro de la plaza guarnicion ingle-
sa; escribiendo al mismo tiempo á sir Juan Cradock, general de su na-
cion en Lisboa, á fin de que sin tardanza enviase á Cádiz parte de las
tropas que tenía á sus órdenes. Advertida la Junta Central de lo ocurri-
do, extrañó que no se la hubiera de antemano consultado en asunto tan
grave, y que el ministro inglés Mr. Frere no le hubiese hecho acerca de
ello la más leve insinuacion. Resentida, dióselo á entender con oportu-
nas reflexiones, previniendo al Marqués de Villel, su representante en
Cádiz, y al Gobernador, que de ningun modo permitiesen á los ingleses
ocupar la plaza, guardando, no obstante, en la ejecucion de la órden el
miramiento debido á tropas aliadas.


A poco tiempo, y al principiar Febrero, llegaron á la bahía gadita-
na, con el general Mackenzie, dos regimientos de los pedidos á Lisboa,
y súpose tambien entónces por el conducto regular cuáles eran los in-
tentos del gobierno inglés. Éste, confiado en que la expedicion de Moore
no tendria el pronto y malhadado término que hemos visto, queria, con-
forme manifestó, trasladar aquel ejército, ó bien á Lisboa, ó bien al me-
diodía de España, y para tener por esta parte un punto seguro de desem-
barco, habia resuelto enviar de antemano á Cádiz al general Sherbrooke
con 4.000 hombres, que impidiesen una súbita acometida de los france-
ses. Así se lo comunicó Mr. Frere á la Junta Central, y así, en Lóndres,
Mr. Canning al ministro de España, D. Juan Ruiz de Apodaca, añadien-
do que S. M. B. deseaba que el gobierno español examinase si era ó no
conveniente dicha resolucion.


Parecian contrarios á los anteriores procedimientos de Jorge Smith
los pasos que en la actualidad se daban, y disgustábale á la Central que,
despues de haber desconocido su autoridad, se pidiese ahora su dictá-
men y consentimiento. No pensaba que Smith se hubiese excedido de
sus facultades, segun se le aseguró, y más bien presumió que se achaca-
ba al comisionado una culpa que sólo era hija de resoluciones precipita-
das, sugeridas por el temor de que los franceses conquistasen en breve
á España. Siguiéronse várias contestaciones y conferencias, que se pro-




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longaron bastantemente. La Junta mantúvose firme y con decoro, y ter-
minó el asunto por medio de una juiciosa nota (5), pasada en 1.º de Mar-


(5) Señor ministro de la córte de Lóndres.— Muy señor mio: He dado cuenta á la Su-
prema Junta Central de la nota que V. S. se ha servido pasarme con fecha de 27 de Febre-
ro último, relativa á la guarnicion de la plaza de Cádiz por las tropas inglesas, y asimis-
mo de la carta del general D. Gregorio de la Cuesta, que V. S. me incluye original, y ten-
go el honor de devolver adjunta; y S. M. queda enterado de que no encontrando V. S. por
la respuesta del general Cuesta una necesidad imperiosa ó urgente de hacer marchar á su
ejército el pequeño cuerpo de tropas británicas que V. S. quería enviarle de refuerzo (ob-
teniendo el permiso de que ese cuerpo dejase una fraccion suya en la plaza de Cádiz), ha
escrito V. S. al general Mackenzie, para que los transportes vuelvan á Lisbóa, donde su
presencia parece necesaria, segun los avisos que acaba de recibir. Con este motivo mani-
fiesta V. S. que le ha parecido no sería ni decente ni conveniente insistir en la admision
de beneficio, cuyas consideraciones inseparables eran miradas con una especie de repug-
nancia. V. S. tendrá presente cuanto sobre este particular he tenido el honor de manifes-
tarle en nuestras conferencias; pero la Suprema Junta me manda presentar á V. S, algu-
nas observaciones que cree de importancia. Empezaré por repetirá V. S. que la Suprema
Junta está muy léjos de concebir la menor sospecha contra los deseos que V. S. ha ma-
nifestado de que quedasen en la plaza de Cádiz algunas tropas británicas. La lealtad del
gobierno inglés, la generosidad con que ha acudido á nuestro socorro, y la franqueza que
ha usado con el gobierno español, hacen imposible toda sospecha. Pero la Suprema Jun-
ta debe respetar la opinion pública nacional; y así se ha propuesto observar una conduc-
ta mesurada y prudente que la ponga á cubierto de toda censura. Si el estado presente de
nuestros negocios militares fuese tan apurado que hiciese temer alguna próxima amena-
za contra Cádiz; si nuestras propias fuerzas fuesen incapaces de defender aquel punto; si
faltasen otros sumamente importantes donde puede ser combatido el enemigo con el me-
jor suceso, la Suprema Junta no tendria el temor de chocar con la opinion pública, admi-
tiendo tropas extranjeras en aquella plaza; porque la opinion pública no podria ménos de
formarse sobre este estado supuesto de cosas. Mas V. S. sabe que nada de esto sucede;
que nuestros ejércitos se mantienen en puntos muy distantes de Cádiz; que aquella plaza
está por ahora exenta de toda sorpresa; que áun cuando las cosas sucediesen tan mal, co-
mo no podemos esperar, le quedarian al enemigo mucho terreno y muchos obstáculos que
vencer ántes de amenazar á Cádiz; que en ningun caso podia faltar tiempo para replegar-
se sobre una plaza fácil de defender, y que no puede mirarse sino como un último pun-
to de retirada; y por último, que esos puntos extremos no deben defenderse en ellos mis-
mos, á ménos de un caso apurado, y sí en otros más adelantados. Asi es que el ejército de
Extremadura defiende por aquella parte la entrada de los enemigos, como la defiende por
Sierra-Morena el ejército de la Carolina y del centro combinados. En estos puntos es ne-
cesario convenir que está la defensa de las Andalucías; y por eso S. M. hace todo lo posi-
ble para reforzarlos. Allí está el enemigo, que de algun tiempo á esta parte no ha podido
hacer el menor progreso; y allí, si conseguimos reunir fuerzas superiores, se puede dar un
golpe decisivo al enemigo, al paso que no será nunca tal contra nosotros el que él pudie-
ra darnos. Por otra parte, ve V. S. que la Cataluña se defiende valerosamente, sin dejar al
enemigo adelantar un paso; y que Zaragoza, que debe mirarse como un antemural, resiste
heroicamente á los repetidos ataques y hace pagar bien cara al enemigo su obstinada por-




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zo, de cuyas resultas dióse otro destino á las tropas inglesas que iban á
ocupar á Cádiz.


Al propio tiempo, y cuando áun permanecian en su bahía los regi-
mientos que trajo el general Mackenzie, se suscitó dentro de aquella
plaza el alboroto arriba indicado, cuya coincidencia dió ocasion á que


fia. Es, pues, evidente que los poderosos auxilios de la Gran Bretaña serian infinitamen-
te útiles en el ejército de Extremadura, en el de la Carolina y en Cataluña, donde podria
servir directa ó indirectamente á la defensa de Zaragoza. Ésta es la opinion de la Supre-
ma Junta, de la nacion entera, y ésta será, sin duda, la de quien contemple con imparcia-
lidad el verdadero estado de las cosas. La Suprema Junta espera que V. S., reflexionan-
do detenidamente sobre esta franca exposicion, entrará en sus ideas, y se lisonjea de que
ellas merecerán el aprecio del gobierno de S. M. B., ya por el valor que ellas tienen, y ya
por la deferencia que el mismo gobierno ha manifestarlo hácia la Suprema Junta; pues al
dar el ministro británico parte de su pensamiento sobre la entrada de tropas inglesas en
Cádiz al ministro de S. M. en Lóndres, sólo se la presentó como una idea que debia comu-
nicarse á la Suprema Junta, para oir su opinion acerca de ella. De aquí nace en gran parte
la confianza que tiene S. M. sobre los sentimientos de S. M. B. en este asunto, luégo que
le sean presentes estas justas observaciones.


Debe tambien considerarse que desembarcando las tropas auxiliares en los puntos
que se han indicado á V. S. en las inmediaciones de Cádiz, y dirigiéndose á reforzar el
ejército del general Cuesta, donde pueden cubrirse de gloria, siempre encontrarán en Cá-
diz una segura retirada en caso de desgracia. Pero si un cuerpo desde luégo poco nume-
roso hubiese de dejar en Cádiz parte de su fuerza para asegurar en tanta distancia la reti-
rada, V. S. convendrá que semejante socorro inspiraria á la nacion poca confianza, sobre
todo despues de los sucesos de la Galicia. V. S. cree que todos los transportes deben vol-
ver á Lisboa, donde juzga necesaria su presencia, y ha comunicado, en su consecuencia,
las órdenes al efecto. De estas medida pudiera decirse lo que de la que acabo de exponer,
á saber: que la Suprema Junta tiene la firme opinion de que el Portugal no puede defen-
derse en Lisboa, y de que el mayor número de tropas deberia emplearse en las líneas más
adelantadas, donde se halla el enemigo, y donde puede ser derrotado de un modo que sea
decisivo en sus consecuencias. Por todas estas razones está persuadida la Suprema Jun-
ta de que si el gobierno británico resolviese que sus tropas no obren unidas con las nues-
tras sino con la condicion indicada, jamas podrá imputársela esa no cooperacion. No pue-
de ocultarse á la discreta ilustracion de V. S. que la Suprema Junta debe obrar en todas
ocasiones, y mucho más en las presentes circunstancias, de tal modo, que si por hipótesi
fuere, necesario manifestar á la nacion y á la Europa entera las razones de su conducta en
todos ó en algunos de los grandes negocios que ocupan la atencion de S. M., pueda hacer-
lo con aquella seguridad y aquellos fundamentos que la concilien la opinion general, que
es el primero y principal elemento de su fuerza.


S. M. espera que tomadas por V. S. en séria consideracion estas observaciones, se-
rán presentadas por V. S. al gobierno de S. M. B., como los sentimientos francos de un
aliado fiel y reconocido. que cuenta en tan honrosa lucha con el auxilio eficaz de las tro-
pas inglesas. Tengo, con este motivo, el honor, etc.— Dios, etc.— Sevilla, 1.º de Marzo de
1808.— B. L. M. de V. S., etc.— MARTIN DE GARAY.




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unos le atribuyesen á manejos de agentes británicos, y otros á enredos y
maquinaciones de los parciales de los franceses; éstos para impedir el
desembarco é introducir division y cizaña, aquéllos para tener un pre-
texto de meter en Cádiz las tropas que estaban en la bahía. Así se incli-
na el hombre á buscar en orígen oscuro y extraordinario la causa de mu-
chos acontecimientos. En el caso presente se descubre fácilmente ésta
en el interes que tenian varios en conservar los abusos que iba á des-
arraigar el Marqués de Villel, en los desacordados procedimientos del
último, y en la suma desconfianza que á la sazon reinaba. El Marqués,
en vez de contentarse con desempeñar sus importantes comisiones, se
entrometió en dar providencias de policía subalterna, ó sólo propias del
recogimiento de un claustro. Prohibia las diversiones, censuraba el ves-
tir de las mujeres, perseguia á las de conducta equívoca, ó á las que tal
le parecian, dando pábulo, con estas y otras medidas no ménos impor-
tunas, á la indignacion pública. En tal estado bastaba el menor inciden-
te para que de las hablillas y desabrimientos se pasase á una abierta in-
surreccion.


Presentóse con la entrada en Cádiz el 22 de Febrero de un batallon
de extranjeros, compuesto de desertores polacos y alemanes. Desagra-
daba á los gaditanos que se metiesen en la plaza aquellos soldados, á su
entender poco seguros; con lo que los enemigos de la Central y los de
Villel, que eran muchos, soplando el fuego, tumultuaron la gente, que
se encaminó á casa del Marqués para leer un pliego sospechoso á los
ojos del vulgo, y el cual acababa de llegar al capitan del puerto. Mani-
festóse el contenido á los alborotados; y como se limitase éste á una ór-
den para trasladar los prisioneros franceses de Cádiz á las islas Balea-
res, aquietáronse por de pronto; mas luégo, arreciando la conmocion,
fué llevado el Marqués, con gran peligro de su persona, á las casas con-
sistoriales. Crecieron las amenazas, y temerosos algunos vecinos respe-
tables de que se repitiese la sangrienta y deplorable escena de Solano,
acudieron á libertar al angustiado Villel, acompañados del gobernador
D. Félix Jones y de Fr. Mariano de Sevilla, guardian de capuchinos, que
ofreció custodiarle en su convento. De entre los amotinados salieron vo-
ces de que los ingleses aprobaban la sublevacion; y teniéndolas por fal-
sas, rogó el gobernador Jones al general Mackenzie que las desvanecie-
se, en cuyo deseo condescendió el inglés. Con lo cual, y con fenecer el
dia, se sosegó por entónces el tumulto.


A la mañana siguiente publicó el Gobernador un bando que calma-
se los ánimos; mas enfureciéndose de nuevo el populacho, quiso forzar




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la entrada del castillo de Santa Catalina, y matar al general Carrafa, que
con otros estaba allí preso. Púdose, afortunadamente, contener con pala-
bras á la muchedumbre, entre la que hallándose ciertos contrabandistas,
revolvieron sobre la Puerta del Mar, cogieron á D. José Heredia, coman-
dante del resguardo, contra quien tenian particular encono, y le cosieron
á puñaladas. La atrocidad del hecho, el cansancio, y los ruegos de mu-
chos calmaron al fin el tumulto, prendiendo los voluntarios de Cádiz á
unos cuantos de los más desasosegados.


Afligian á los buenos patricios tan tristes y funestas ocurrencias, sin
que por eso se dejase de continuar con la misma constancia en el santo
propósito de la libertad de la patria. La Central ponia gran diligencia en
reforzar y dar nueva vida á los ejércitos, que habiéndose acogido al me-
diodía de España, le servian de valladar. En Febrero, del apellidado del
centro, y de la gente que el Marqués del Palacio, y despues el Conde de
Cartaojal, habian reunido en la Carolina, formóse solo uno, segun insi-
nuamos, á las órdenes del último general. En Extremadura prosiguió D.
Gregorio de la Cuesta juntando dispersos y restableciendo el órden y la
disciplina para hacer sin tardanza frente al enemigo. De cada uno de es-
tos dos ejércitos y de sus operaciones hablarémos sucesivamente.


El que mandaba Cartaojal, ahora llamado de la Mancha, constaba de
16.000 infantes y más de 3.000 caballos. Los que de ellos se reunieron
en la Carolina tuvieron más tiempo de arreglarse, y la caballería, nume-
rosa y bien equipada, si no tenía la práctica y ejercicios necesarios, por
lo ménos sobresalia en sus apariencias. Debian darse la mano las opera-
ciones de este ejército con las del general Cuesta en Extremadura, y ya
ántes de ser separado del mando del ejército del centro el Duque del In-
fantado, se habia convenido, en Febrero, entre él y el de Cartaojal hacer
un movimiento hácia Toledo, que distrajese parte de las fuerzas enemi-
gas que intentaban cargar á Cuesta. Con este propósito púsose á las ór-
denes del Duque de Alburquerque, encargado del mando de la vanguar-
dia del ejército del centro despues de la batalla de Uclés, una division
formada con soldados de aquél y con otros del de la Carolina; constando
en todo de 9.000 infantes, 2.000 caballos y 10 piezas de artillería.


Era el de Alburquerque mozo valiente, dispuesto para este género de
operaciones. Encaminóse por Ciudad-Real y el país quebrado y de bos-
que espeso llamado la Gualdería, y se acercó á Mora, que ocupaba con
500 á 600 dragones franceses el general Dijon. Aunque, por equivoca-
cion de los guías, y cierto desarreglo que casi siempre reinaba en nues-
tras marchas, no habia llegado aún toda la gente de Alburquerque, par-




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ticularmente la infantería, determinó éste atacar á los enemigos el 18 de
Febrero; los cuales, advertidos por el fuego de las guerrillas españolas,
evacuaron la villa de Mora, y sólo fueron alcanzados camino de Toledo.
Acometiéronlos con brío nuestros jinetes, señaladamente los regimien-
tos de España y Pavía, mandados por sus coroneles Gomez y Príncipe de
Anglona, y acosándolos de cerca, se cogieron unos 80 hombres, equipa-
je y el coche del general Dijon.


Avisados los franceses de las cercanías de tan impensado ataque, co-
menzaron á reunir fuerzas considerables, de lo que temeroso Alburquer-
que, se replegó á Consuegra, en donde permaneció hasta el 22. En di-
cho dia se descubrieron los franceses por la llanura que yace delante de
la villa, y desde las nueve de la mañana estuvo jugando de ambos lados
la artillería, hasta que á las tres de la misma tarde, sabedor Alburquer-
que de que 11.000 infantes y 3.000 caballos venian sobre él, creyó pru-
dente replegarse por la cañada del puerto de Jineta. No siguió el enemi-
go, parándose en el bosque de Consuegra, y los españoles se retiraron á
Manzanares descansadamente. Infundió esta excursion, aunque de poca
importancia, seguridad en el soldado, y hubiera podido ser comienzo de
otras que le hiciesen olvidar las anteriores derrotas y dispersiones.


Pero, en vez de pensar los jefes en llevar á cabo tan noble resolucion,
entregáronse á celos y rencillas. El de Alburquerque fundadamente in-
sistia en que se hiciesen correrías y expediciones para adiestrar y fo-
guear la tropa; mas, inquieto y revolvedor, sustentaba su opinion de mo-
do, que enojando á Cartaojal, mirábale éste con celosa ojeriza. En tanto
los franceses habian vuelto á sus antiguas posiciones, y fortaleciéndose
en el ejército español, y cundiendo el dictámen de Alburquerque, apa-
rentó el general en jefe adherir á él, determinando que dicho Duque fue-
se con 2.000 jinetes la vuelta de Toledo, en donde los enemigos tenian
4.000 infantes y 1.500 caballos. Dobladas fuerzas que las que éstos te-
nian habia pedido aquél para la expedicion, único medio de no aventu-
rar malamente tropas bisoñas como lo eran las nuestras. Por lo mismo
juzgó con razon el de Alburquerque que la condescendencia del Con-
de de Cartaojal no era sino imaginada traza para comprometer su bue-
na fama; con lo cual creciendo entre ambos la enemistad, acudieron con
sus quejas á la Central, sacrificando así á deplorables pasiones la cau-
sa pública.


Se aprobó en Sevilla el plan del Duque; pero debiendo aumentarse
el ejército de Cuesta con parte del de la Mancha, por haber engrosado
el suyo en Extremadura los franceses, aprovechóse Cartaojal de aquella




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ocurrencia para dar al de Alburquerque el encargo de capitanear las di-
visiones de los generales Bassecourt y Echavarry, destinadas á dicho ob-
jeto. Mas, compuestas ambas de 2.500 hombres y 200 caballos, advir-
tieron todos que, con color de poner al cuidado del Duque una comision
importante, no trataba Cartaojal sino de alejarle de su lado. Censuróse
esta providencia, no acomodada á las circunstancias; pues si Albuquer-
que empleaba á veces reprensibles manejos y se mostraba presuntuoso,
desvanecíanse tales faltas con el espíritu guerrero y deseo de buen re-
nombre que le alentaban.


El Conde de Cartaojal habia sentado su cuartel general en Ciudad-
Real; extendíase la caballería hasta Manzanares, ocupando á Daimiel,
Torralba y Carrion, y la infantería se alojaba á la izquierda y á espaldas
de Valdepeñas. Don Francisco Abadía, cuartel maestre, y los jefes de las
divisiones trabajaron á porfía en ejercitar la tropa; pero faltaba práctica
en la guerra y mayor conocimiento de las grandes maniobras.


Comenzó Cartaojal á moverse por su frente, y avanzó el 24 de Marzo
hasta Yébenes. Allí D. Juan Bernuy, que mandaba la vanguardia, atacó
á un cuerpo de lanceros polacos, el cual, queriendo retirarse por el ca-
mino de Orgaz, tropezó con el Vizconde de Zolina, que le deshizo y cogió
unos cuantos prisioneros. Mas entónces, informado Cartaojal de que los
franceses venian por otro lado á su encuentro con tropas considerables,
en vano trató de recogerse á Consuegra, ocupada ya la villa por los ene-
migos. Sorprendido de que le hubiesen atajado así el paso, volvió preci-
pitadamente por Malagon á Ciudad-Real, en donde entró en 26, á los tres
dias de su salida, y despues de haber inútilmente cansado sus tropas.


Habian los franceses juntado, á las órdenes del general Sebastiani,
sucesor en el mando del cuarto cuerpo del mariscal Lefebvre, 12.000
hombres de infantería y caballería, de los cuales, divididos en dos tro-
zos, habia tomado uno por el camino real de Andalucía, en tanto que
otro, partiendo de Toledo, seguia por la derecha para flanquear y envol-
ver á los españoles, que confiadamente se adelantaban. No habiendo al-
canzado su objeto, acosaron á los nuestros y los acometieron el 27 por
todas partes. Desconcertado Cartaojal, sin tomar disposicion alguna, de-
jó en la mayor confusion sus columnas, que rechazadas aquel dia y el si-
guiente en Ciudad-Real, el Viso, Visillo y Santa Cruz de Mudela, fueron
al cabo desordenadas, apoderándose el enemigo de várias piezas de arti-
llería y muchos prisioneros. Las reliquias de nuestro ejército se abriga-
ron de la sierra, y prontamente empezaron á juntarse en Despeñaperros
y puntos inmediatos. Situóse el cuartel general en Santa Elena, y los




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franceses se detuvieron en Santa Cruz de Mudela, aguardando noticias
del mariscal Victor, que al propio tiempo maniobraba en Extremadura.


Encargado el general Cuesta en Diciembre del ejército que se habia
poco antes dispersado en aquella provincia, trató con particular conato
de infundir saludable terror en la soldadesca, desmandada y bravía des-
de el asesinato del general San Juan, y de reprimir al populacho de Ba-
dajoz, desbocado con las desgracias que allí ocurrieron al acabar el año.
Y cierto que si á su condicion dura hubiera entónces unido Cuesta ma-
yor conocimiento de la milicia y no tanto apresuramiento en batallar,
con gran provecho de la patria y realce suyo hubiera llevado á término
importantes empresas. A su solo nombre temblaba el soldado, y sus ór-
denes eran cumplidas pronta y religiosamente.


Rehecho y aumentado el corto ejército de su mando, constaba ya á
mediados de Enero de 12.000 hombres, repartidos en dos divisiones y
una vanguardia. El 25 del mismo, yendo de Badajoz, sentó sus reales en
Trujillo, y retirándose los franceses hácia Almaraz, fueron desalojados
de aquellos alrededores, enseñoreándose el 29 del puente la vanguardia,
capitaneada por D. Juan de Henestrosa. Trasladóse despues el general
Cuesta á Jaraicejo y Deleitosa, y dispuso cortar dicho puente, como en
vano lo habia ántes intentado el general Galluzo. Competia aquella obra
con las principales de los romanos, fabricada por Pedro Uria, á expensas
de la ciudad de Plasencia, en el reinado de Cárlos V. Tenía 580 piés de
largo, más de 25 de ancho y 134 de alto hasta los pretiles. Constaba de
dos ojos, y del lado del Norte, cuya abertura excedia de 150 piés, fué el
que se cortó. No habiendo al principio surtido efecto los hornillos, hubo
que descarnarle á pico y barreno, é hízose con tan poca precaucion, que
al destrabar de los sillares cayeron y se ahogaron 26 trabajadores con el
oficial de ingenieros que los dirigia. Lástima fué la destruccion de tama-
ña grandeza, y en nuestro concepto arruinábanse con sobrada celeridad
obras importantes y de pública utilidad, sin que despues resultasen pa-
ra las operaciones militares ventajas conocidas.


El general Cuesta continuó en Deleitosa hasta el mes de Marzo, no
habiendo ocurrido en el intermedio sino un amago que hizo el enemigo
hácia Guadalupe, de donde luégo se retiró, repasando el Tajo. Mas en
dicho mes, acercándose el mariscal Victor á Extremadura, se situó en el
pueblo de Almaraz para avivar la construccion de un puente de balsas
que supliese el destruido, no pudiendo la artillería transitar por los ca-
minos que salian á Extremadura desde los puentes que áun se conser-
vaban intactos. Preparado lo necesario para llevar á efecto la obra, juzgó




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artes oportuno el enemigo desalojar á los españoles de la ribera opuesta,
en que ocupaban un sitio ventajoso, para cuyo fin pasaron 13.000 hom-
bres y 800 caballos por el puente del Arzobispo, así denominado de su
fundador el célebre D. Pedro Tenorio, prelado de Toledo. Puestos ya en
la márgen izquierda, se dividieron al amanecer del 18 en dos trozos, de
los cuales uno marchó sobre las Mesas de Ibor, y otro á cortar la comuni-
cacion entre este punto y Fresnedoso. Estaba entónces el ejército de D.
Gregorio de la Cuesta colocado del modo siguiente: 5.000 hombres for-
mando la vanguardia, que mandaba Henestrosa, enfrente de Almaraz; la
primera division, de ménos fuerza, y á las órdenes del Duque del Par-
que, recien llegado al ejército, en las Mesas de Ibor; la segunda, de 2
á 3.000 hombres, mandada por D. Francisco Trias, en Fresnedoso, y la
tercera, algo más fuerte, en Deleitosa con el cuartel general, por lo que
se ve que hubo desde Enero aumento en su gente. El trozo de franceses
que tomó del lado de Mesas de Ibor acometió el mismo 18 al Duque del
Parque, quien, despues de un reencuentro sostenido, se replegó á Delei-
tosa, adonde por la noche se le unió el general Trias. La víspera se habia
desde allí trasladado Cuesta al puerto de Miravete, en cuyo punto se re-
unió el ejército español, habiéndosele agregado Henestrosa con la van-
guardia al saber que los enemigos se acercaban al puente de Almaraz
por la orilla izquierda de Tajo.


Entraron los nuestros en Trujillo el 19, y prosiguieron á Santa Cruz
del Puerto; la vanguardia de Henestrosa, que protegia la retirada, tu-
vo un choque con parte de la caballería enemiga y la rechazó, persi-
guiéndola con señalada ventaja camino de Trujillo. Cuesta habia pensa-
do aguardar á los franceses en el mencionado Santa Cruz; mas detúvole
el temor de que quizá viniesen con fuerza superior á la suya. Continuó,
pues, retirándose, con la buena dicha de que cerca de Miajadas los re-
gimientos del Infante y de dragones de Almansa arremetiesen al del nú-
mero 10 de caballería ligera de la vanguardia francesa y le acuchillasen,
matando más de 150 de sus soldados. Entró Cuesta en Medellín el 22, y
se alejó de allí, queriendo esquivar toda pelea hasta que se le uniese el
Duque de Alburquerque, lo cual se verificó en la tarde del 27 en Villa-
nueva de la Serena, viniendo, segun en su lugar dijimos, de la Mancha.


Juntas todas nuestras fuerzas, revolvió el general Cuesta sobre Me-
dellin en la mañana del 28, resuelto á ofrecer batalla al enemigo. Es-
tá situada aquella villa á la márgen izquierda de Guadiana y á la falda
occidental de un cerro en que tiene asiento su antiguo castillo, muy de-
teriorado, y cuyo pié baña el mencionado rio. Merece particular memo-




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ria haber sido Medellin cuna del gran Hernan Cortés, existiendo todavía
entónces, calle de la Feria, la casa en que nació; mas despues de la ba-
talla de que vamos á hablar, fué destruida por los franceses, no quedan-
do ahora sino algunos restos de las paredes. Llégase á Medellin viniendo
de Trujillo por una larga puente, y por el otro lado ábrese una espaciosa
llanura, despojada de árboles, y que yace entre la madre del rio, la villa
de Don Benito y el pueblo de Mingabril. Cuesta trajo allí su gente, en nú-
mero de 20.000 infantes y 2.000 caballos, desplegándose en una línea de
una legua de largo, á manera de media luna, y sin dejar la menor reser-
va. Constaba la izquierda, colocada del lado de Mingabril, de la vanguar-
dia y primera division, regidas por don Juan de Henestrosa y el Duque
del Parque; el centro avanzado, y enfrente de Don Benito, le guarnecia la
segunda division, del mando de Trias; y la derecha, arrimada al Guadia-
na, se componia de la tercera division, del cargo del Marqués de Portago
y de la fuerza traida por el Duque de Alburquerque, formando un cuerpo,
que gobernaba el teniente general D. Francisco de Eguía. Situóse don
Gregorio de la Cuesta en la izquierda, desde donde, por ser el terreno al-
go más elevado, descubría la campaña; tambien colocó del mismo lado
casi todala caballería, siendo el más amenazado por el enemigo.


Eran las once de la mañana cuando los franceses, saliendo de Mede-
llin, empezaron á ordenarse á poca distancia de la villa, describiendo un
arco de círculo comprendido entre el Guadiana y una quebrada de arbo-
lado y viñedo que va de Medellin á Mingabril. Estaba en su ala izquier-
da la division de caballería ligera del general Lasalle; en el centro una
division alemana de infantería, y á la derecha la de dragones del general
Latour-Manbourg, quedando de respeto las divisiones de infantería de
los generales Villatte y Ruffin. El total de la fuerza ascendia á 18.000 in-
fantes y cerca de 3.000 caballos. Mandaba en jefe el mariscal Victor.


Dió principio á la pelea la division alemana, y cargando dos regimien-
tos de dragones, repeliólos nuestra infantería, que avanzaba con intrepi-
dez. Durante dos horas lidiaron los franceses, retirándose lentamente y en
silencio; nuestra izquierda progresaba, y el centro y la derecha cerraban
de cerca al enemigo, cuya ala siniestra cejó hasta un recodo que forma el
Guadiana al acercarse á Medellin. Las tropas ligeras de los españoles, es-
parcidas por el llano, amedrentaban por su número y arrojo á los tiradores
del enemigo; y como si ya estuviesen seguras de la victoria, anunciaban
con grande algazara que los campos de Medellin serian el sepulcro de los
franceses. Por todas partes ganaba terreno el grueso de nuestra línea, y ya
la izquierda iba á posesionarse de una batería enemiga, á la sazon que los




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regimientos de caballería de Almansa y el Infante, y dos escuadrones de
cazadores imperiales de Toledo, en vez de cargar á los contrarios, volvie-
ron grupa, y atropellándose unos á otros, huyeron al galope vergonzosa-
mente. En vano D. José de Zayas, oficial de gran valor y pericia, y que en
realidad mandaba la vanguardia, en vano les gritaba, acompañado de sus
infantes firmes y serenos: «¿Qué es esto? Alto la caballería. Volvamos á
ellos, que son nuestros.....» Nada escuchaban; el pavor habia embargado
sus sentidos. Don Gregorio de la Cuesta, al advertir tamaño baldon, par-
tió aceleradamente para contener el desórden; mas atropellado y derriba-
do de su caballo, estuvo próximo ó caer en manos de los jinetes enemigos,
que pasando adelante en su carga, afortunadamente no le percibieron.
Aunque herido en el pié, maltratado y rendido con sus años, pudo Cuesta
volver á montar á caballo y libertarse de ser prisionero.


Abandonada nuestra infantería de la izquierda por la caballería, fué
desunida y rota, y cayendo sobre nuestro centro y derecha, que al mismo
tiempo eran atacados por su frente, desapareció la formacion de nues-
tra dilatada y endeble línea como hilera de naipes. El Duque de Albur-
querque fué el sólo que pudo por algun tiempo conservar el órden, para
tomar una loma plantada de viña, que habia á espaldas del llano; pe-
ro estrechada su gente por los dispersos, y aterrada con los gritos de los
acuchillados, desarreglóse simultáneamente, corriendo á guarecerse á
los viñedos. Desde entónces todo el ejército no presentó ya otra forma si-
no la de una muchedumbre desbandada, huyendo á toda priesa de la ca-
ballería enemiga, que hizo gran mortandad en nuestros pobres infantes.
Durante mucho tiempo los huesos de los que allí perecieren se percibian
y blanqueaban, contrastando su color macilento, en tan hermoso llano,
con el verde y matizadas flores de la primavera. Fué nuestra pérdida, en-
tre muertos, heridos y prisioneros, de 10.000 hombres; la de los france-
ses, aunque bastante inferior, no dejó de ser considerable.


Así terminó y tan desgraciadamente la batalla de Medellin. Glorio-
sa para la infantería, no lo fué para algunos cuerpos de caballería, que
castigó severamente D. Gregorio de la Cuesta, suspendiendo á tres co-
roneles y quitando á los soldados una pistola hasta que recobrasen en
otra accion el honor perdido. Pero, por reprensible que en efecto fuese
la conducta de estos, en nada descargaba á Cuesta del temerario arrojo
de empeñar una batalla campal con tropas bisoñas y no bien disciplina-
das, en una posicion como la que escogió y en el órden que lo hizo, sin
dejar á sus espaldas cuerpo alguno de reserva. Claro era que rota una
vez la línea, quedaba su ejército deshecho, no teniendo en qué sostener-




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se ni punto adonde abrigarse, al paso que los franceses, áun perdida por
ellos la batalla, podian cubrirse detras de unas huertas cerradas con ta-
pia, que habia á la salida de Medellín, y escudarse luégo con el mismo
pueblo, desamparado de los vecinos, apoyándose en el cerro del castillo.
Don Gregorio de la Cuesta, con los restos de su ejército, se retiró á Mo-
nasterio, límite de Extremadura y Andalucía, y en cuyo fuerte sitio de-
biera haber aguardado á los franceses si hubiera procedido como gene-
ral entendido y prudente.


La Junta Central, al saber la rota de Medellin, no sintió descaido su
ánimo, á pesar del peligro que de cerca le amagaba. Elevó á la dignidad
de capitan general á D. Gregorio de la Cuesta, al paso que temia su anti-
guo resentimiento en caso de que hubiese triunfado, y repartió mercedes
á los que se habian conducido honrosamente, no ménos que á los huér-
fanos y viudas de los muertos en la batalla. Púsose tambien el ejército
de la Mancha á las órdenes de Cuesta, aunque se nombró para mandarle
de cerca á D. Francisco Venégas, restablecido de una larga enfermedad,
y fué llamado el Conde de Cartaojal, cuya conducta apareció muy digna
de censura por lo ocurrido en Ciudad-Real, pues allí no hubo sino desór-
den y confusion, y por lo ménos en Medellin se habia peleado.


Ahora, haciendo corta pausa, séanos lícito examinar la opinion de
ciertos escritores que, al ver tantas derrotas y dispersiones, han que-
rido privar á los españoles de la gloria adquirida en la guerra de la In-
dependencia. Pocos son en verdad los que tal han intentado, y en algu-
no muéstrase á las claras la mala fe, alterando ó desfigurando los hechos
más conocidos. En los que no han obrado impelidos de mezquinas y re-
prensibles pasiones, descúbrese luégo el orígen de su error en aquel em-
peño de querer juzgar la defensa de España como el comun de las gue-
rras, y no segun deben juzgarse las patrióticas y nacionales. En las unas
gradúase su mérito conforme á reglas militares; en las otras, ateniéndo-
se á la constancia y duracion de la resistencia. «Median imperios (de-
cia Napoleon en Leipzik) entre ganar ó perder una batalla.» Y decíalo
con razon en la situacion en que se hallaba; pero no así á haber sostenido
la Francia su causa, como lo hizo con la de la libertad al principio de la
revolucion. La Holanda, los Estados-Unidos, todas las naciones, en fin,
que se han visto en el caso de España, comenzaron por padecer desca-
labros y completas derrotas, hasta que la continuacion de la guerra con-
virtió en soldados á los que no eran sino meros ciudadanos. Con mayor
fundamento debia acaecer lo mismo entre nosotros. La Francia era una
nacion vecina, rica y poderosa, de donde, sin apuro, podian á cada paso




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llegar refuerzos. Sus ejércitos, en gran parte, no eran puramente merce-
narios; producto de su revolucion, conservaban cierto apego al nombre
de patria, y quince años de guerra y de esclarecidos triunfos les habian
dado la pericia y confianza de invencibles conquistadores. Austriacos,
prusianos, rusos, ingleses, preparados de antemano con cuantiosos me-
dios, con tropas antiguas y bien disciplinadas, les habian cedido el cam-
po en repetidas lides. ¿Qué extraño, pues, sucediese otro tanto á los es-
pañoles en batallas campales, en que el saber y maña en evoluciones y
maniobras valian más que los ímpetus briosos del patriotismo? Al empe-
zar la insurreccion en Mayo ya vimos cuán desapercibida estaba Espa-
ña para la guerra, con 40.000 soldados escasos, inexpertos y mal acon-
dicionados; dueños los franceses de muchas plazas fuertes, y teniendo
100.000 hombres en el corazon del reino. Y sin embargo, ¿qué no se hi-
zo? En los primeros meses, victoriosos los españoles en casi todas partes,
estrecharon á sus contrarios contra el Pirineo. Cuando despues, refor-
zados éstos, inundaron con sus huestes los campos peninsulares y opri-
mieron con su superioridad y destreza á nuestros ejércitos, la nacion, ni
se desalentó, ni se sometieron los pueblos fácil ni voluntariamente. Y en
Enero embarcados los ingleses, solos los españoles, teniendo contra sí
más de 200.000 enemigos, mirada ya en Europa como perdida su justísi-
ma causa, no sólo se desdeñó todo acomodamiento, sino que, peleándose
por doquiera transitaban franceses, aparecieron de nuevo ejércitos que
osaron aventurar batallas, desgraciadas, es cierto, pero que mostraban
los redoblados esfuerzos que se hacian, y lo porfiadamente que habia de
sustentarse la lucha empeñada. Cometiéronse graves faltas, descubrió-
se á las claras la impericia de varios generales, lo bisoño de nuestros
soldados, el abandono y atraso en que el anterior gobierno habia tenido
el ramo militar como los demas; pero brilló con luz muy pura el eleva-
do carácter de la nacion, la sobriedad y valor de sus habitadores, su des-
prendimiento, su conformidad é inalterable constancia en los reveses y
trabajos; virtudes raras, exquisitas, más difíciles de adquirir que la tác-
tica y disciplina de tropas mercenarias. Abulte en buen hora le envidia,
el despecho, la ignorancia los errores en que incurrimos: su voz nunca
ahogará la de la verdad, ni podrá desmentir lo que han estampado en sus
obras, y casi siempre con admirable imparcialidad, muchos de los que
entónces eran enemigos nuestros, y señaladamente los dignos escritores
Foy, Suchet y Saint-Cyr, que mandando á los suyos, pudieron, mejor que
otros, apreciar la resistencia y el mérito de los españoles.


Volvamos ya á nuestro propósito. Ocurridas las jornadas de Ciudad-




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Real y Medellin, pensó el gobierno de José ser aquélla buena sazon pa-
ra tantear al de Sevilla y entrar en algun acomodamiento. Salió de Ma-
drid con la comision D. Joaquin María Sotelo, magistrado que gozaba
ántes del concepto de hombre ilustrado, y que deteniéndose en Mérida,
dirigió desde allí al presidente de la Junta Central, por medio del gene-
ral Cuesta, un pliego con fecha 12 de Abril, en el que, anunciando estar
autorizado por José para tratar con la Junta el modo de remediar los ma-
les que ya habian experimentado las provincias ocupadas, y el de evi-
tar los de aquellas que todavía no lo estaban, invitaba á que se nombra-
se al efecto por la misma Junta una ó dos personas que se abocasen con
él. La Central, sin contestar en derechura á Sotelo, mandó á D. Gregorio
de la Cuesta que le comunicase el acuerdo que de resultas habia forma-
do, justo y enérgico, concebido en estos términos: «Si Sotelo trae pode-
res bastantes para tratar de la restitucion de nuestro amado rey, y de que
las tropas francesas evacuen al instante todo el territorio español, hágo-
los públicos en la forma reconocida por todas las naciones, y se le oirá
con anuencia de nuestros aliados. De no ser así, la Junta no puede faltar
á la calidad de los poderes de que está revestida, ni á la voluntad nacio-
nal, que es de no escuchar pacto ni admitir tregua ni ajustar transaccion
que no sea establecida sobre aquellas bases de eterna necesidad y jus-
ticia. Cualquiera otra especie de negociacion, sin salvar al Estado, envi-
leceria á la Junta, la cual se ha obligado solemnemente á sepultarse pri-
mero entre las ruinas de la monarquía que á oir proposicion alguna en
mengua del honor é independencia del nombre español.» Insistió Sotelo,
respondiendo con una carta bastantemente moderada; mas la Junta se li-
mitó á mandar á Cuesta repitiese el mencionado acuerdo, «advirtiendo
á Sotelo que aquélla seria la última contestacion que recibiria miéntras
los franceses nó se allanasen lisa y llanamente á lo que habla manifesta-
do la Junta.» No pasó, por consiguiente, más adelante esta negociacion,
emprendida quizá con sano intento, pero que entónces se interpretó mal
y dañó al anterior buen nombre del comisionado.


Tambien por la parte de la Mancha se hicieron al mismo tiempo igua-
les tentativas, escribiendo el general frances Sebastiani (6), que allí


(6) Esta correspondencia se insertó íntegra en el Suplemento á la Gaceta del gobier-
no de Sevilla, de 12 de Mayo de 1809. Todas las contestaciones honran á sus autores, co-
mo tambien otra que dió más adelante, y sobre el mismo asunto, al general Sebastiani
D. Francisco Abadía. Ésta se insertó en la Gaceta del gobierno de Sevilla, de 29 de Ma-
yo de 1809.




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mandaba, á D. Gaspar Melchor de Jovellanos, individuo de la Central; á
D. Francisco de Saavedra, ministro de Hacienda, y al general del ejérci-
to de la Carolina, D. Francisco Venégas. Es curiosa esta corresponden-
cia, por colegirse de ella el modo diverso que tenian entónces de juzgar
las cosas de España los franceses y los nacionales. Como sería prolijo in-
sertarla íntegra, hemos preferido no copiar sino la carta del general Se-
bastiani á Jovellanos y la contestacion de éste. «Señor: La reputacion de
que gozais en Europa, vuestras ideas liberales, vuestro amor por la pa-
tria, el deseo que manifestais por verla feliz, deben haceros abandonar
un partido que sólo combate por la Inquisicion, por mantener las preo-
cupaciones, por el interes de algunos grandes de España y por los de la
Inglaterra. Prolongar esta lucha es querer aumentar las desgracias de la
España. Un hombre, cual vos sois, conocido por su carácter y sus talen-
tos, debe conocer que la España puede esperar el resultado más feliz de
la sumision á un rey justo é ilustrado, cuyo genio y generosidad deben
atraerle á todos los españoles que desean la tranquilidad y prosperidad
de su patria. La libertad constitucional bajo un gobierno monárquico, el
libre ejercicio de vuestra religion, la destruccion de los obstáculos que
varios siglos há se oponen á la regeneracion de esta bella nacion, serán
el resultado feliz de la Constitucion que os ha dado el genio vasto y su-
blime del Emperador. Despedazados con facciones, abandonados por los
ingleses, que jamas tuvieron otros proyectos que el de debilitaros, el ro-
baros vuestras flotas y destruir vuestro comercio, haciendo de Cádiz un
nuevo Gibraltar, no podeis ser sordos á la voz de la patria, que os pide la
paz y la tranquilidad. Trabajad en ella de acuerdo con nosotros, y que la
energía de España sólo se emplee desde hoy en cimentar su verdadera
felicidad. Os presento una gloriosa carrera; no dudo que acojais con gus-
to la ocasion de ser útil al rey José y á vuestros conciudadanos. Conoceis
la fuerza y el número de nuestros ejércitos, sabeis que el partido en que
os hallais no ha obtenido la menor vislumbre de suceso: hubiérais llora-
do un dia si las victorias le hubieran coronado; pero el Todopoderoso, en
su infinita bondad, os ha libertado de esta desgracia.


Estoy pronto á entablar comunicacion con vos y daros puebas de mi
alta consideracion.— HORACIO SEBASTIANI.»


«Señor General: Yo no sigo un partido; sigo la santa y justa causa que
sigue mi patria, que unánimemente adoptamos los que recibimos de su
mano el augusto encargo de defenderla y regirla, y que todos habemos
jurado seguir y sostener á costa de nuestras vidas. No lidiamos, como
pretendeis, por la Inquisicion ni por soñadas preocupaciones, ni por el




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interes de los grandes de España; lidiamos por los preciosos derechos de
nuestro rey, nuestra religion, nuestra constitucion y nuestra independen-
cia. Ni creais que el deseo de conservarlos esté distante del de destruir
los obstáculos á que puedan oponerse á este fin; ántes, por el contrario,
y para usar de vuestra frase, el deseo y el propósito de regenerar la Es-
paña y levantarla al grado de esplendor que ha tenido algun dia, es mi-
rado por nosotros como una de nuestras principales obligaciones. Acaso
no pasará mucho tiempo sin que la Francia y la Europa entera reconoz-
can que la misma nacion que sabe sostener con tanto valor y constancia
la causa de su rey y de su libertad contra una agresion tanto más injus-
ta, cuanto ménos debia esperarla de los que se decian sus primeros ami-
gos, tiene tambien bastante celo, firmeza y sabiduría para corregir los
abusos que la condujeron insensiblemente á la horrorosa suerte que le
preparaban. No hay alma sensible que no llore los atroces males que es-
ta agresion ha derramado sobre unos pueblos inocentes, á quienes, des-
pues de pretender denigrarlos con el infame título de rebeldes, se niega
aún aquella humanidad que el derecho de la guerra exige y encuentra en
los más bárbaros enemigos. Pero ¿á quién serán imputados estos males?
¿A los que los causan, violando todos los principios de la naturaleza y la
justicia, ó á los que lidian generosamente para defenderse de ellos y ale-
jarlos de una vez y para siempre de esta grande y noble nacion? Por que,
Sr. General, no os dejeis alucinar: estos sentimientos que tengo el honor
de expresaros son los de la nacion entera, sin que haya en ella un solo
hombre bueno, áun entre los que vuestras armas oprimen, que no sien-
ta en su pecho la noble llama que arde en el de sus defensores. Hablar
de nuestros aliados fuera impertinente, si vuestra carta no me obligase á
decir, en honor suyo, que los propósitos que les atribuís son tan injurio-
sos como ajenos de la generosidad con que la nacion inglesa ofreció su
amistad y sus auxilios á nuestras provincias, cuando desarmadas y em-
pobrecidas los imploraron desde los primeros pasos de la opresion con
que la amenazaban sus amigos.


En fin, Sr. General, yo estaré muy dispuesto á respetar los humanos
y filosóficos principios que, segun nos decis, profesa vuestro rey José,
cuando vea que ausentándose de nuestro territorio, reconozca que una
nacion cuya desolacion se hace actualmente á su nombre por vuestros
soldados, no es el teatro más propio para desplegarlos. Éste sería, cier-
tamente, un triunfo digno de su filosofía, y vos, Sr. General, si estais pe-
netrado de los sentimientos que ella inspira, deberéis gloriaros tambien
de concurrir á este triunfo, para que os toque alguna parte de nuestra ad-




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miracion y nuestro reconocimiento. Sólo en este caso me permitirán mi
honor y mis sentimientos entrar con vos en la comunicacion que me pro-
poneis, si la Suprema Junta Central lo aprobáre. Entre tanto, recibid, Sr.
General, la expresion de mi sincera gratitud por el honor con que per-
sonalmente me tratais, seguro de la consideracion que os profeso. Sevi-
lla, 24 de Abril de 1809.— GASPAR DE JOVELLANOS.— Excmo. Sr. gene-
ral Horacio Sebastiani.»


Esta respuesta, digna de la pluma y del patriotismo de su autor, fué
muy aplaudida en todo el reino, así por su noble y elevado estilo, como
por retratarse en su contenido los verdaderos sentimientos que anima-
ban á la gran mayoría de la nacion.


Semejantes tentativas de conciliacion, prescindiendo de lo imprac-
ticables que eran, parecieron entónces, á pesar de tantas desgracias,
más fuera de sazon por la guerra que empezaba en Alemania. Temores
de ella, que no tardaron en realizarse, habian, segun se dijo, estimula-
do á Napoleon á salir precipitadamente de España. No olvidando nun-
ca el Austria las desventajosas paces á que se habia visto forzada desde
la revolucion francesa, y sobre todo la última de Presburgo, estaba siem-
pre en acecho para no desperdiciar ocasion de volver por su honra y de
recobrar lo perdido. Parecióle muy oportuna la de la insurreccion espa-
ñola, que produjo en toda Europa impresion vivísima, y siguió aquel go-
bierno cuidadosamente el hilo de tan grave acontecimiento. Demasiada-
mente abatida el Austria desde la última guerra, no podia por de pronto
mostrar á las claras su propósito ántes de prepararse y estar segura de
que continuaba la resistencia peninsular. En Erfurth mantúvose amiga
de Francia, mas con cierta reserva, y sólo difirió bajo especiosos pretex-
tos el reconocimiento de José. Napoleon, aunque receloso, confiando en
que si apagaba pronto la insurreccion de España, nadie se atreveria á le-
vantar el grito, sacó para ello, conforme insinuamos, gran golpe de gen-
te de Alemania, y dió de este modo nuevo aliento al Austria, que disimu-
ladamente aceleró los preparativos de guerra. En los primeros meses del
año de 1809 dicha potencia comenzó á quitarse el embozo, publicando
una especie de manifiesto, en que declaraba queria ponerse al abrigo de
cualquiera empresa contra su independencia, y al fin arrojóle del todo
en 9 de Abril, en que el archiduque Cárlos, mandando su grande y prin-
cipal ejército, abrió la campaña por medio de un aviso y atravesó el Inn,
rio que separa la Baviera de los estados austriacos. Lo poco prevenido
que cogia á Napoleon esta guerra, las formidables fuerzas que de súbi-
to desplegó el Austria, las muchas que Francia tenía en España, y lo de-




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sabrida que se mostraba la voz pública en el mismo imperio frances, da-
ba á todos fundamento para creer que la primera alcanzaria victorias, de
cuyas resultas tal vez se cambiaria la faz política de Europa. Para con-
tribuir á ello, y no desaprovechar la oportunidad, envió la Junta Central
á Viena, como plenipotenciario suyo, á D. Eusebio de Bardají y Azara, y
aquella córte autorizó á Mr. Grennotte en calidad de encargado de nego-
cios cerca del gobierno de Sevilla. Verémos luégo cuán poco correspon-
dió el éxito á esperanzas tan bien concebidas.


Ahora, despues de haber referido lo que ocurrió durante estos meses
en las provincias meridionales de España, será bien que hablemos de
Cataluña y de las demas partes del reino. En aquélla los ánimos habian
andado perturbados despues de las acciones perdidas y de las voces y
amenazas que venian de Aragon y varios puntos. Sin embargo, en Tarra-
gona, no habrá olvidado el lector cómo la turbacion no pasó de ciertos lí-
mites, luégo que Vives dejó el mando, y recayó éste en Reding; mas en
Lérida manchóse con sangre. Fué el caso que en 1.º de Enero, habiendo
introducido en la plaza, de dia y sin precaucion, varios prisioneros fran-
ceses, alborotándose á su vista el vecindario y vociferando palabras de
muerte, forzó el castillo, adonde aquéllos habian sido conducidos. Es-
taban tambien dentro encerrados el oidor de la audiencia de Barcelona
D. Manuel Fortuny y su esposa, con otros cuatro á cinco individuos, ta-
chados, con razon ó sin ella, de infidencia. Ciega la muchedumbre, pe-
netró en lo interior, y mató á estos desgraciados y á varios de los prisio-
neros franceses. Duró tres dias la sublevacion, hasta que llegaron 300
soldados que envió el general Reding, con cuyo refuerzo y las pruden-
tes exhortaciones del gobernador D. José Casimiro Lavalle, del Obispo y
otras personas, se sosegó el bullicio. Los principales sediciosos recibie-
ron despues justo y severo castigo; siendo muy de sentir que las autori-
dades, andando más precavidas, no hubiesen evitado de antemano tan
lamentable suceso.


Por su parte D. Teodoro Reding, con nuevos cuerpos que llegaron de
Granada y Mallorca, y con reclutas, habia ido completando su ejército
desde Diciembre hasta Febrero, en cuyo espacio de tiempo habia perma-
necido tranquilo el de los franceses, sin empeñarse en grandes empresas,
teniendo, para proveerse de víveres, que hacer excursiones, en que per-
dió hombres y consumió dos millones de cartuchos. El plan que en Ta-
rragona siguió al principio el general Reding fué prudente, escarmentado
con lo sucedido en Llinás y Molins de Rey. Era obra de D. José Joaquin
Martí, y consistia en no trabar acciones campales, en molestar al enemi-




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go al abrigo de las plazas y puntos fragosos, en mejorar así sucesivamente
la instruccion y disciplina del ejército, y en convertir la principal defensa
en una guerra de montaña, segun convenia á la índole de los naturales y
al terreno en que se lidiaba. Todos concurrian con entusiasmo á alcanzar
el objeto propuesto, y la junta corregimental de Tarragona mostró acen-
drado patriotismo en facilitar caudales, en acuñar la plata de las iglesias
y de los particulares, y en proporcionar víveres y prendas de vestuario.
Quísose sujetar á regla á los miqueletes, pero encontró la medida grande
obstáculo en las costumbres y antiguos usos de los catalanes.


En sus demas partes, por juicioso que fuese el plan adoptado, no
se persistió largo tiempo en llevarle adelante. Contribuyó á alterarle el
Marqués de Lazan, que habiendo sido llamado de Gerona con la division
de 6 á 7.000 hombres que mandaba, llegó á la línea española en sazon
de estar apurada Zaragoza. Interesado particularmente en su conserva-
cion, propuso el Marqués, y se aprobó, que pasaria la sierra de Alcu-
bierre con la fuerza de su mando, y que prestaria, si le era dado, algun
auxilio á aquella ciudad. Llenos entónces los españoles de admiracion
y respeto por la defensa que allí se hacia, murmuraban de que mayores
fuerzas no volasen al socorro, pareciéndoles cosa fácil desembarazarse
en una batalla del ejército del general Saint-Cyr. Habia crecido el alien-
to de resultas de algunas cortas ventajas obtenidas en reencuentros par-
ciales, y sobre todo, porque retirándose el enemigo y reconcentrándose
más y más, atribuyóse á recelo lo que no era sino precaucion. Avenía-
se bien con el osado espíritu de Reding la voz popular, y cundiendo ésta
con rapidez, resolvió aquel caudillo dar un ataque general, sobreponién-
dose á las justas reflexiones de algunos jefes cuerdos y experimentados.
Movíanle igualmente las esperanzas que le daban secretas relaciones de
que Barcelona se levantaria al tiempo que su ejército se aproximase.


Se hallaba éste en Tarragona, esparcido en una enorme línea de 16
leguas, que partiendo de aquella ciudad, se extendia hasta Olesa por el
Coll de Santa Cristina, la Llacuna, Igualada y el Bruch. Las tropas de di-
cha línea que estaban fuera de Tarragona pasaban de 15.000 hombres, y
las mandaba D. Juan Bautista de Castro. Las que habia dentro de la pla-
za, á las órdenes inmediatas del general en jefe D. Teodoro Reding, as-
cendian á unos 10.000 hombres. Segun el plan de ataque que se con-
certó, debia el general Castro avanzar é interponerse entre el enemigo y
Barcelona, al paso que el general Reding apareceria con 8.000 hombres
en el Coll de Santa Cristina, descolgándose tambien de las montañas, y
por todos lados, los somatenes.




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Los franceses, en número de 18.000 hombres, se alojaban en el Pa-
nadés, y su general en jefe habia dejado maniobrar con toda libertad al
de los españoles, confiado en que fácilmente rompería la inmensa línea,
dentro de la cual se presumia envolverle. Por fin el 16 de Febrero, cuan-
do vió que iba á ser atacado, se anticipó, tomando la ofensiva. Para ello,
despues de haber dejado en el Vendrell la division del general Souham,
salió de Villafranca con la de Pino, debiéndose juntar las de los gene-
rales Chavot y Chabran cerca de Capelladas, y componiendo las tres
11.000 hombres. Antes de que se uniesen, se habian encontrado las tro-
pas del general Chavot con los españoles, cuyas guerrillas, al mando de
D. Sebastian Ramirez, habian rechazado las del enemigo, y cogido más
de 100 prisioneros, entre los que se contó al coronel Carrascosa. Sacó
de apuro á los suyos la llegada del general Saint-Cyr, quien repelió á los
nuestros, y maniobrando despues con su acostumbrada destreza, atrave-
só la línea española en la direccion de la Llacuna, y con un movimien-
to por el costado se apareció súbitamente á la vista de Igualada, y sor-
prendió al general Castro, que se imaginaba que sólo sería atacado por
el frente. Vuelto de su error, apresuradamente se retiró á Montmeneu y
Cervera, á cuyos parajes ciaron tambien en bastante desórden las tro-
pas más avanzadas. Los enemigos se apoderaron en Igualada de muchos
acopios, de que tenian premiosa necesidad, y recobraron los prisioneros
que habian perdido la víspera en Capelladas.


Habiendo cortado de este modo el general Saint-Cyr la línea espa-
ñola, trató de revolver sobre su izquierda para destruir las tropas que
guarnecian los puntos de aquel lado, y unirse al general Souham. De-
jó en Igualada á los generales Chavot y Chabran, y partió el 18 la vuelta
de San Magin, de donde desalojó al brigadier D. Miguel Iranzo, obligán-
dole á recogerse al monasterio de Santas Cruces, cuyas puertas en va-
no intentó el general frances que se le abriesen ni por fuerza ni por ca-
pitulacion.


Noticioso en tanto D. Teodoro Reding de lo acaecido con Castro, sa-
lió de Tarragona, acompañado de una brigada de artillería, 300 caba-
llos y un batallon de suizos, con objeto de unir los dispersos y libertar al
brigadier Iranzo. Consiguió que éste y una parte considerable de la de-
mas tropa se agregasen en el Plá, Serreal y Santa Coloma; pero Saint-
Cyr, temeroso de ser atacado por fuerzas superiores, estando sólo con la
division de Pino, procuró unirse á la de Souham, y colocarse entre Ta-
rragona y D. Teodoro Reding. Advertido éste del movimiento del enemi-
go, decidió retroceder á aquella plaza, dejando á cargo de D. Luis Wimp-




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ffen unos 5.000 hombres que cubriesen el corregimiento de Manresa, y
observasen á los franceses que habian quedado en Igualada. Se mandó
asimismo á Wimpffen proteger al somaten del Vallés y á los inmediatos
destinados á ayudar la proyectada conspiracion de Barcelona. Movió-
se despues Reding hácia Montblanch, llevando 10.000 hombres, y el 24
congregó á junta para resolver definitivamente si retrocedería á Tarrago-
na, ó si iria al encuentro de los franceses tanto pesaba á su atrevido áni-
mo volver la espalda sin combatir. En el consejo opinaron muchos por
enriscarse del lado de Prades y enderezar la marcha á Constantí, envian-
do la artillería á Lérida; otros, y fué lo que se decidió, pensaron ser más
honroso caminar con la artillería y los bagajes por la carretera que, pa-
sando entre el Coll de Riba y orillas del Francolí, va á Tarragona, mas
con la advertencia de no buscar al enemigo, ni esquivar tampoco su en-
cuentro si provocase á la pelea. Emprendióse la marcha, y el 24, al ra-
yar el alba, despues de cruzar el puente de Goy, tropezaron los nuestros
con la gran guardia de los franceses, la cual, haciendo dos descargas, se
recogió al cuerpo de su division, que era la del general Souham, situada
en las alturas de Valls.


D. Teodoro Reding, en vez de proseguir su marcha á Tarragona, con-
forme á lo acordado, retrocedió con la vanguardia, y se unió al grueso
del ejército, que estaba en la orilla derecha del Francolí, colocado en la
cima de unas colinas. Tomada esta determinacion, empeñóse luégo una
accion general, á la que sobre todo alentó haber nuestras tropas ligeras
rechazado á las enemigas. El general Castro regía la derecha española;
quedaron la izquierda y centro al cargo del general Martí.


La fuerza de los franceses consistia únicamente hasta entónces en
la division de Souham, que teniendo su derecha del lado de Plá, apoya-
ba su izquierda en el Francolí. En aquel pueblo permanecia el general
Saint-Cyr con la division de Pino, cuya vanguardia cubria el boquete de
Coll de Cabra, hasta que, sabedor de haber Reding venido á las manos
con Souham, se apresuró á juntarse con éste. Antes de su llegada com-
batieron bizarramente los españoles durante cuatro horas, perdiendo te-
rreno los franceses, los cuales, reforzados á las tres de la tarde, cobra-
ron de nuevo ánimo. Entónces hubo generales españoles que creyeron
prudente no aventurar las ventajas alcanzadas contra tropas que venian
de refresco, resolviéndose, por tanto, á volver á ocupar la primera lí-
nea y proseguir el camino á Tarragona. Mas, fuese por impetuosidad de
los contrarios, ó por la natural inclinacion de Reding á no abandonar el
campo, trabóse de nuevo y con mayor ardor la pelea.




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Formó el general Saint-Cyr cuatro columnas, dos en el centro con la
division de Pino, y dos en las alas con la de Souham. Pasó el Franco-
lí, y arremetió subir á la cima en que se habian vuelto á colocar nues-
tras tropas. La resistencia de los españoles fué tenacísima, cediendo só-
lo al bien concertado ataque de los enemigos. Rota despues, y al cabo
de largo rato, la línea, en vano se quiso rehacerla, salvándose nuestros
soldados por las malezas y barrancos de la tierra. Alcanzaron á D. Teo-
doro Reding algunos jinetes enemigos; defendiáse él y los oficiales que
le acompañaban valerosamente, mas recibió cinco heridas y con dificul-
tad pudo ponerse en cobro. Nuestra pérdida pasó de 2.000 hombres; me-
nor la de los franceses. Contamos entre los muertos oficiales superiores,
y quedó prisionero, con otros, el Marqués de Casteldosrius, grande de
España. Los dispersos se derramaron por todas partes, acogiéndose mu-
chos á Tarragona, adonde llegó por la noche el general Reding, sin que
el pueblo le faltase al debido respeto, noticioso de cuánto habia expues-
to su propia persona.


Los franceses entraron al siguiente dia en Reus, cuyos vecinos per-
manecieron en sus casas, contra la costumbre general de Cataluña, y el
Ayuntamiento salió á recibir á los nuevos huéspedes, y áun repartió una
contribucion para auxiliarlos. Irritó sobremanera tan desusado proceder,
y desaprobóle ágriamente el general Reding como de mal ejemplo.


Villa opulenta á causa de sus fábricas y manufacturas, no quiso per-
der en pocas horas la acumulada riqueza de muchos años. Extendiéron-
se los franceses hasta el puerto de Salon, y cortaron la comunicacion de
Tarragona con el resto de España. Mucho esperó Saint-Cyr de la bata-
lla de Valls, principalmente padeciéndose en Tarragona una enfermedad
contagiosa, nacida de los muchos enfermos y heridos hacinados dentro
de la plaza, y cuyo número se habia aumentado de resultas de un con-
venio que propuso el general Saint-Cyr, y admitió Reding, segun el cual
no debian en adelante considerarse los enfermos y heridos de los hospi-
tales como prisioneros de guerra, sino que luégo de convalecidos se ha-
bian de entregar á sus ejércitos respectivos. Como estaban en este ca-
so muchos más soldados españoles que franceses, pensaba el general
Saint-Cyr que, aumentándose así los apuros dentro de Tarragona, acaba-
ría esta plaza por abrirle sus puertas. Tenía en ello tanta confianza, que
conforme él mismo nos refiere en sus Memorias, determinó no alejar-
se de aquellos muros miéntras que pudiese dar á sus soldados la cuarta
parte de una racion. Conducta permitida, si se quiere, en la guerra, pero
que nunca se calificará de humana.




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Nada logró: los catalanes, sin abatirse, empezaron, por medio de los
somatenes y miqueletes, á renovar una guerra destructora. Diez mil de
ellos, bajo el general Wimpffen y los coroneles Milans y Clarós, ataca-
ron á los franceses de Igualada, y los obligaron, con su general Chabran,
á retirarse hasta Villafranca. Bloquearon otra vez á Barcelona, y cor-
tando las comunicaciones de Saint-Cyr con aquella plaza, infundieron
nuevo aliento en sus moradores. Quiso Chabran restablecerlas, mas re-
chazado, retiróse precipitadamente, hasta que, insistiendo despues con
mayores fuerzas y por órden repetida de su general en jefe, abrió el pa-
so en 14 de Marzo.


No pudiendo ya, falto de víveres, sostenerse el general Saint-Cyr en
el campo de Tarragona, se dispuso á abandonar sus posiciones y acer-
carse á Vich, como país más provisto de granos y bastante próximo á
Gerona, cuyo sitio meditaba. Debia el 18 de Marzo emprender la mar-
cha; difirióse dos dias á causa de un incidente que prueba cuán hostil se
mantenia contra los franceses toda aquella tierra. Estaba el general Cha-
vot apostado en Mont-blanch para impedir la comunicacion de Reding
con Wimpffen, y de éste con la plaza de Lérida. Oyóse un dia, en los
puntos que ocupaba, el ruido de un fuego vivo, que partia de más allá de
sus avanzadas. Tal novedad obligóle á hacer un reconocimiento, por cu-
yo medio descubrió que provenia el estrépito de un encuentro de los so-
matenes con 600 hombres y dos piezas que traia un coronel enviado de
Fraga por el mariscal Mortier, á fin de ponerse en relacion con el general
Saint-Cyr. A duras penas habian llegado hasta Montblanch; mas no les
fué posible retroceder á Aragon, teniendo despues que seguir la suerte
de su ejército de Cataluña. Hecho que muestra de cuán poco habia ser-
vido domeñar á Zaragoza y ganar la batalla de Valls para ser dueños del
país, puesto que á poco tiempo no le era dado á un oficial frances poder
hacer un corto tránsito, á pesar de tan fuerte escolta.


Esta ocurrencia, la de Chabran, y lo demas que por todas parte pa-
saba, afligia á los franceses, viendo que aquélla era guerra sin término y
que en cada habitante tenía un enemigo. Para inspirar confianza, y dar
á entender que nada temia, el 19 de Marzo, ántes de salir de Valls, en-
vió el general Saint-Cyr á Reding un parlamento, avisándole que forza-
do por las circunstancias á acercarse á la frontera de Francia, partiria
al dia siguiente, y que si el general español queria enviar un oficial con
un destacamento, le entregaría el hospital que allí habia formado. Acce-
dió Reding á la propuesta, manifestando con ella el general frances á su
ejército el poco recelo que le daban en su retirada los españoles de Ta-




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rragona, oprimidos con enfermedades y trabajos. Paráronse algunos dias
las divisiones francesas del Llobregat allá, y aprovechándose de su re-
union, ahuyentaron á Wimpffen del lado de Manresa.


Entró al paso en Barcelona el general Saint-Cyr, en donde perma-
neció hasta el 15 de Abril. Durante su estancia, no sólo se ocupó en la
parte militar, sino que tambien tomó disposiciones políticas, de las que
algunas fueron sobradamente opresivas. El general Duhesme habia en
todos tiempos mostrado temor de las conspiraciones que se tramaban en
Barcelona, ya porque realmente las juzgase graves, ó ya tambien por en-
carecer su vigilancia. No hay duda que continuaron siempre tratos en-
tre gentes de fuera de la plaza y personas notables de dentro, siendo de
aquéllas principal jefe D. Juan Clarós, y de éstas el mismo capitan ge-
neral Villalba, sucesor que habian dado á Ezpeleta los franceses. En el
mes de Marzo, recobrando ánimo despues de pasados algunos dias de la
rota de Valls, acercóse muchedumbre de miqueletes y somatenes á Bar-
celona, ayudándoles los ingleses del lado de la mar: hubo noche que lle-
garon hasta el glácis, y áun de dentro se tiraron tiros contra los france-
ses. En muchas de estas tentativas estaban quizá los conspiradores más
esperanzados de lo que debieran, y á veces la misma policía aumentaba
los peligros, y áun fraguaba tramas para recomendar su buen celo. Tal
se decia de su jefe el español Casanova, y áun lo sospechaba el gene-
ral Saint-Cyr, sirviendo de pretexto el nombre de conjuracion para apo-
derarse de los bienes de los acusados. Mas, con todo, no dejó de haber
conspiraciones que fueron reales y que mantuvieron justo recelo entre
los enemigos; motivo por el que quiso el general Saint-Cyr obligar con
juramento á las autoridades civiles á reconocer á José, del mismo mo-
do que se habia intentado ántes con los militares, sin que en ello fuese
más dichoso.


Hasta entónces no habia parecido á Duhesme conveniente exigírselo,
deseoso de evitar nueva irritacion y disgustos, y se contentaba con que
ejerciesen sus respectivas jurisdicciones; resolucion prudente, y que no
poco contribuyó á la tranquilidad y buen órden de Barcelona. Mas aho-
ra, cumpliendo con lo que habia dispuesto el general Saint-Cyr, convocó
al efecto el 9 de Abril á la casa de la Audiencia á las autoridades civiles,
y señaladamente concurrieron á ella los oidores Mendieta, Vaca, Córdo-
ba, Beltran, Marchamalo, Dueñas, Lasauca, Ortiz, Villanueva y Gutie-
rrez; nombres dignos de mentarse por la entereza y brío con que se mos-
traron. Abrióse la sesion con un discurso, en que se invitaba á prestar el
juramento, obligacion que se suponia suspendida á causa de particula-




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res miramientos. Negáronse á ello resueltamente casi todos, replicando
con claras y firmes razones, principalmente los Sres. Mendieta y D. Do-
mingo Dueñas, quien concluyó con expresar «que primero pisaria la to-
ga que le revestia, que deshonrarla con juramentos contrarios á la leal-
tad.» Siguieron tan noble ejemplo seis de los siete regidores que habian
quedado en Barcelona; lo mismo hicieron los empleados en las oficinas
de contaduría, tesorería y aduana, afirmando el contador Asaguirre «que
áun cuando toda España proclamase á José, él se expatriaria.» Veinti-
nueve fueron los que de resultas se enviaron presos á Monjuich y á la
ciudadela, sin contar otros muchos que quedaron arrestados en sus ca-
sas, en cuyo número se distinguian el Conde de Ezpeleta y su sucesor D.
Galceran de Villalba. Al conducirlos á la prision, el pueblo agolpábase
al paso, y mirándolos como mártires de la lealtad, los colmaba de bendi-
ciones y les ofrecia todo linaje de socorros.


No satisfecho Saint-Cyr con esta determinacion, resolvió poco des-
pues trasladarlos á Francia; medida dura y en verdad ajena de la condi-
cion apacible y mansa que por lo comun mostraba aquel general, y tanto
ménos necesaria, cuanto entre los presos, si bien se contaban magistra-
dos y empleados íntegros y de capacidad, no habia ninguno inclinado á
abanderizar parcialidades.


Tomada esta y otras providencias, se alejó el general Saint-Cyr de
Barcelona, y llegó á Vich el 18 de Abril, cuya ciudad encontró vacía de
gente, excepto los enfermos, seis ancianos y el Obispo. Con la precipita-
cion, lleváronse solamente los vecinos las alhajas más preciosas, dejan-
do provisiones bastantes, que aliviaron la penuria con que siempre an-
daba el ejército enemigo. Allí recibió su general noticias de Francia, de
que carecia por el camino directo despues de cinco meses, y empezóse
á preparar para el sitio de Gerona, pensando que el ejército español no
estaba en el caso de poder incomodarle tan en breve. No se engañaba en
su juicio, así por el estado enfermizo y desórden en que se hallaba des-
pues de la batalla de Valls, como tambien por el fallecimiento del gene-
ral Reding, acaecido en aquella plaza en 23 de Abril. Al principio no se
habian creido sus heridas de gravedad; pero empeorándose con las aflic-
ciones y sinsabores, pusieron término á su vida. Reding, general dili-
gente y de gran denuedo, mostróse, aunque suizo de nacion, tan adicto á
la causa de España como si fuera hijo de su propio suelo. Sucedióle in-
terinamente el Marqués de Coupigny.


La guerra de somatenes siempre proseguia encarnizadamente, y
largos y difíciles de contar serian sus particulares y diversos trances.




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Muestra fué del ardor que los animaba la vigorosa respuesta de los pai-
sanos del Vallés á la intimacion que los franceses les hicieron de rendir-
se. «El general Saint-Cyr (decian) y sus dignos compañeros podrán te-
ner la funesta gloria de no ver en todo este país más que un monton de
ruinas....., pero ni ellos ni su amo dirán jamas que este partido rindió de
grado la cerviz á un yugo que justamente rechaza la nacion.»


Tal género de guerra cundió á todas las provincias, nacido de las cir-
cunstancias y por acomodarse muy mucho á la situacion física y geo-
gráfica de esta tierra de España, entretejida y enlazada con los brazos y
ramales de montañas y sierras, que, como de principal tronco, se desga-
jan de los Pirineos y otras cordilleras, las cuales, aunque interrumpidas
á veces por parameras, tendidas llanuras y deliciosas vegas, acanalan-
do en unas partes los rios, y en otras quebrando y abarrancando el terre-
no con los torrentes y arroyadas que de sus cimas descienden, forman á
cada paso angosturas y desfiladeros propios para una guerra defensiva y
prolongada. No ménos ayudaba á ella la índole de los naturales, su va-
lor, la agilidad y soltura de los cuerpos, su sencillo arreo, la sobriedad
y templanza en el vivir, que los hace por lo general tan sufridores de la
hambre, de la sed y trabajos. Hubo sitios en que guerreaba toda la po-
blacion; así acontecia en Cataluña, así en Galicia, segun lo verémos, así
en otras comarcas. En los demas parajes levantáronse bandas de hom-
bres armados, á las que se dió el nombre de guerrillas. Al principio cor-
tas en número, crecieron despues prodigiosamente; y acaudilladas por
jefes atrevidos, recorrian la tierra ocupada por el enemigo y le molesta-
ban, como tropas ligeras. Sin subir á Viriato, puede con razon afirmar-
se que los españoles se mostraron siempre inclinados á este linaje de li-
des, que se llaman en la 2.ª Partida correduras y algaras, fruto quizá de
los muchos siglos que tuvieron aquéllos que pelear contra los moros,
en cuyas guerras eran continuas las correrías, á que debieron su fama
los Vivares y los Munios Sanchos de Hinojosa. En la de sucesion, aun-
que várias provincias no tomaron parte por ninguno de los pretendien-
tes, aparecieron, no obstante, cuadrillas en algunos parajes, y con tan-
ta utilidad á veces de la bandera de la casa de Borbon, que el Marqués
de Santa Cruz de Marcenado, en sus Reflexiones militares, las recomien-
da por los buenos servicios que habian hecho los paisanos de Benava-
rre. En la guerra contra Napoleon nacieron, más que de un plan combi-
nado, de la naturaleza de la misma lucha. Engruesábanlas con gente las
dispersiones de los ejércitos, la falta de ocupacion y trabajo, la pobreza
que resultaba, y sobre todo la aversion contra los invasores, viva siempre




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y mayor cada dia por los males que necesariamente causaban sus tropas
en guerra tan encarnizada.


La Junta Central, sin embargo, previendo cuán provechoso sería no
dar descanso al enemigo y molestarle á todas horas y en todos sentidos,
imaginó la formacion de estos cuerpos francos, y al efecto publicó un re-
glamento en 28 de Diciembre de 1808, en que despertando la ambicion
y excitando el interes personal, trataba al mismo tiempo de poner coto á
los desmanes y excesos que pudieran cometer tropas no sujetas á la ri-
gorosa disciplina de un ejército. Nunca se practicó este reglamento en
muchas de sus partes, y áun no habia circulado por las provincias, cuan-
do ya las recorrian algunos partidarios. Fué uno de los primeros D. Juan
Diaz Porlier, á quien denominaron el Marquesito por creerle pariente de
Romana. Oficial en uno de los regimientos que se hallaron en la accion
de Búrgos, tuvo despues encargo de juntar dispersos, y situóse con es-
te objeto en San Cebrian de Campos, á tres leguas de Palencia. Alle-
gó, en Diciembre de 1808, alguna gente, y ya en Enero sorprendió des-
tacamentos enemigos en Frómista, Rivas y Paredes de Nava, en donde
se pusieron en libertad varios prisioneros ingleses, señalándose por su
intrepidez don Bartolomé Amor, segundo de Porlier. Próximo éste á ser
cogido en Saldaña y dispersada su tropa, juntóla de nuevo, haciéndo-
se dueño, en Febrero, del depósito de prisioneros que tenian los france-
ses en Sahagun y de más de 100 de sus soldados. Creció entónces su fa-
ma, difundióse á Astúrias, y la Junta le suministró auxilios, con lo que,
y engrosada su partida, acometió á la guarnicion enemiga de Aguilar de
Campóo, compuesta de 400 hombres y dos cañones, siendo curioso el
modo que empleó para rendirlos.


Encerrados los franceses en su cuartel, bien pertrechados y sosteni-
dos por su artillería, dificultoso era entrarlos á viva fuerza. Viendo esto
Porlier, hizo subir algunos de los suyos á la torre, y de allí arrojar gran-
des piedras, que cayendo sobre el tejado del cuartel, le demolieron y de-
jaron descubiertos á los franceses, obligándolos á entregarse prisione-
ros. Concluyó otras empresas con no menor dicha.


No fué tanta entónces la de D. Juan Fernandez de Echavarri, que,
con nombre de Compañía del Norte, levantó una cuadrilla que corria la
montaña de Santander y señorío de Vizcaya, pues preso él y algunos de
sus compañeros, en 30 de Marzo fué sentenciado á muerte por un tribu-
nal criminal extraordinario, que, á manera del de Madrid, se estableció
en Bilbao, el cual en este y otros casos ejerció inhumanamente su odio-
so ministerio.




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Otras partidas de ménos nombre nacieron y comenzaron á multipli-
carse por todas las provincias ocupadas. Distinguióse desde los princi-
pios la de D. Juan Martín Diez, que llamaron el Empecinado (apodo que
dan los comarcanos á los vecinos de Castrillo de Duero, de donde era
natural). Soldado licenciado despues de la guerra de Francia de 1793,
pasaba honradamente la vida dedicado á la labranza en la villa de Fuen-
tecen. Mal enojado, como todos los españoles, con los acontecimientos
de Abril y Mayo de 1808, dejó la esteva y empuñó la espada, hallándo-
se ya en las acciones de Cabezon y Rioseco. Persiguiéronle despues en-
vidias y enemistades, y le prendieron en el Burgo de Osma, de donde se
escapó al entrar los franceses. Luégo que se vió libre reunió gente, ayu-
dado de tres hermanos suyos, y empezando, en Diciembre, á molestar al
enemigo, recorrió en Enero y Febrero, con fruto, los partidos de Aranda,
Segovia, tierra de Sepúlveda y Pedraza. Aunque acosado en seguida por
los enemigos, internándose en Santa María de Nieva, recogió en sus cer-
canías muchos caballos y hombres. Con tales hechos se extendió la fa-
ma de su nombre, mas tambien el perseguimiento de los franceses, que
enviaron en su alcance fuerzas considerables, y prendieron, como en re-
henes, á su madre. Casi rodeado, salvóse en la primavera con su parti-
da, y sin abandonar ninguno de los prisioneros que habia hecho, yendo
por las sierras de Ávila, se guareció en Ciudad-Rodrigo. Llegaron entón-
ces á noticia de la Central sus correrías, y le condecoró con el grado de
capitan. Tambien por los meses de Abril y Mayo tomó las armas y formó
partida D. Jerónimo Merino, cura de Villoviado. Lo mismo hicieron otros
muchos, de los que, y de sus cuadrillas, suspenderémos hablar hasta
que ocurra algun hecho notable, ó refiramos lo que pasaba en las provin-
cias en que tenian su principal asiento.


Ayudaron al principio mucho á estas partidas, amparándolas en sus
apuros, las plazas y puntos que todavía quedaban libres. Acabamos de
ver cómo el Empecinado se abrigó á Ciudad-Rodrigo, en cuya plaza y
sus alrededores solia permanecer el digno é incansable jefe inglés sir
Roberto Wilson. Asistido de su legion lusitana, á la que se habian agre-
gado españoles é ingleses dispersos, y una corta fuerza bajo D. Cárlos de
España, protegia á nuestros partidarios é incomodaba al general Lapis-
se, colocado en Ledesma y Salamanca. Éste, aunque al frente de 10.000
hombres y con mucha artillería, apénas habia hecho cosa notable has-
ta Abril, desde Enero, en que se apoderó de Zamora, ciudad casi aban-
donada. Sólo en 2 de Marzo, esperando en malos tratos, se presentó de-
lante de Ciudad-Rodrigo, para entrar de rebate la plaza; mas el aviso de




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buenos españoles y la diligencia de Wilson le impidieron salir adelan-
te con su proyecto, incomodándole éste continuamente áun en sus mis-
mos reales.


Por aquel tiempo Astúrias, provincia que despues de la invasion de
Galicia era la sola libre entre las del Norte, mostróse firme, y continuó
desplegando sus patrióticos sentimientos. Gobernábala la misma jun-
ta que se habia congregado en 1808, compuesta de hacendados y per-
sonas principales del país. Dió para el armamento y defensa enérgicas
providencias, que la malquistaron con muchos. Tales fueron un alista-
miento general, sin excepcion de clase ni persona; el repartimiento ex-
traordinario á toda la provincia de dos millones de reales, y el de otras
sumas entre los más ricos capitalistas y propietarios; la rebaja de suel-
dos á los empleados, y por último, el haber mandado á las corporacio-
nes eclesiásticas que tuviesen á su disposicion los caudales que existie-
ran en sus depósitos. Con estos recursos hubo bastante para hacer frente
á los considerables gastos que ocasionaron las dispersiones de Espinosa
y las posteriores, y arreglar de nuevo y aumentar la fuerza necesaria pa-
ra la defensa del Principado.


Uno de los puntos que urgia poner al abrigo de un impensado ata-
que era el del lado oriental, por donde los enemigos se habian extendi-
do hasta más acá de San Vicente de la Barquera. Juntáronse las pocas
tropas que quedaban, y se pusieron á las órdenes de D. Francisco Ba-
llesteros, que de capitan retirado y visitador de tabacos habia ascendi-
do á mariscal de campo, en la profusion de grados que se concedieron.
Contentóse al principio el nuevo general con ocupar las orillas del Se-
lla, hasta que reforzado avanzó, en Enero de 1809, á Colombres y ribe-
ras del Deva. Descubrieron luégo Ballesteros y otros jefes suma activi-
dad y celo, esmerándose en la instruccion y disciplina de subalternos y
soldados. Y en aquel campo, al paso que se perfeccionaron unos y otros
en los ejercicios de su profesion, habituáronse tambien al fuego, no es-
tando separados del enemigo sino por el Deva, y al fin se alcanzó formar
una division, que regida por Ballesteros, adquirió justo renombre en el
curso de la guerra.


Antes de empezar Febrero, ascendia dicha fuerza á 5.000 hombres,
y el 6 del mismo desalojó ya á la del enemigo de la línea que ocupa-
ba, incomodándole con frecuencia, y casi siempre ventajosamente. Hu-
bo ocasiones en que las refriegas fuéron de más empeño, sobre todo una
acaecida en fines de Abril, consiguiendo los nuestros penetrar hasta San
Vicente de la Barquera, en cuyo pueblo celebró su victoria el general




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Ballesteros con grande aparato; vana ostentacion á que era inclinado,
pero con la que entusiasmaba al soldado y granjeaba su voluntad.


La Junta de Astúrias habia, ademas, establecido dentro del Principa-
do, bajo el nombre de Alarma, un levantamiento general para que acu-
diesen á la defensa, en caso de irrupcion, todos los hombres capaces de
manejar un fusil ó un chuzo, de cuyas armas no habia vecino que no es-
tuviese provisto.


A últimos de Enero, al saberse la ocupacion de Galicia, igualmente
paró su atencion en formar y juntar con prontitud una division de 7.000
hombres que cubriese la parte occidental de Astúrias, y cuyo mando,
por desgracia, dió á D. José Worster, general de menguado seso, aunque
antiguo oficial de artillería.


Puesta esta fuerza á orillas del Eo, sabiendo ser corta la que tenian
enfrente los enemigos, y ansiando por tener un apoyo los patriotas de
aquellos partidos, de los que del lado de Vivero se habian ya levantado
algunos, tratóse seriamente, al comenzar Febrero, de hacer una excur-
sion en Galicia. Verificóse así, mas con tan poco órden, que las tropas
de Worster cometieron excesos en Ribadeo como si fuesen enemigas, y
mataron á D. Raimundo Ibañez, comerciante rico é ilustrado de aque-
lla villa. Difícil era que soldados tan insubordinados se comportasen de-
bidamente cuando se tratase de guerrear. No obstante, intentó Worster
sorprender á los franceses que guarnecian á Mondoñedo. Sita esta ciu-
dad en un profundo valle, cercada de altas montañas, y sin otro cami-
no llano mas que el que conduce á Astúrias, pudiera fácilmente haberse
conseguido la empresa. Pero Worster, por sus mal concertadas órdenes,
y el coronel Linares por no atender cumplidamente al punto que guar-
daba, diéronse tan torpe maña, que dejaron retirarse á los franceses sin
grande molestia. Worster, luégo que entró en Mondoñedo, en vez de te-
ner presente la clase de enemigo con quien las habia, entregóse á fies-
tas y convites que le dieron los vecinos, de cuyo descuido enterado el
general frances Maurice Mathieu, que mandaba por aquella parte, des-
pues de entrar en Vivero, en que se habia formado una junta, y de entre-
gar al saco y furor del soldado aquella villa, revolvió sobre Mondoñedo,
sorprendió y dispersó la division de Worster, superior en número, y pe-
netrando en Astúrias hasta el Navia, saqueó y aniquiló los concejos que
median entre este rio y el Eo. Afortunadamente, se hallaba en las cerca-
nías don Manuel Acevedo, individuo de la Junta y hermano del general
que pereció despues de la batalla de Espinosa, y á su actividad é ilustra-
da diligencia debióse la pronta reunion á esta parte del Navia de los sol-




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dados desbandados, ayudándole con esmero el gobernador del partido
D. Matías Menendez y el bizarro coronel Galdiano. Advertido el general
frances de que la tropa asturiana se habia rehecho, juzgando arriesgado
internarse aún en el Principado, retrocedió á Galicia y se contentó con
ocupar sus antiguas posiciones.


Tales eran los acontecimientos ocurridos en Asturias, miéntras que
esta provincia, si bien libre, se habia mantenido como aislada y sin co-
municacion con las otras, hasta que en la primavera de 1809 pisó su
suelo por primera vez el Marqués de la Romana; mas para averiguar los
motivos que trajeron á este caudillo al Principado, necesario es referir
ántes lo que pasó en Galicia despues que le dejamos en Enero á él y á su
gente cerca de la frontera de Portugal.


Allí continuó todo el Febrero, mudando á menudo de posicion, y
aproximándose á veces á la plaza portuguesa de Cháves. Consistia su
fuerza en 9.000 hombres, distribuidos en una vanguardia, al cargo de D.
Gabriel Mendizábal, y en dos divisiones, que mandaban los generales
Mahy y Taboada. Su estancia en aquellos parajes animó mucho al pai-
sanaje de Galicia, abultándose el número de sus tropas y el de sus re-
cursos. Tambien procuraba el mismo Marqués, por medio de emisarios,
atizar el fuego, y el ayudante general Moscoso, en una comision que tu-
vo en lo interior de aquella provincia, repartió con buen éxito ejempla-
res manuscritos de una instruccion que habia compuesto para la guerra
de partidas.


Hubo sitios en que produjeron estos pasos conveniente efecto; mas
hubo otros en que, sin ajeno estímulo, formáronse muy luégo los habi-
tantes en cuadrillas. Así aconteció con los paisanos de la Puebla de Trí-
bes, que los primeros y ántes de comenzar Febrero, dirigidos por Die-
go Nuñez de Millaroso, cogieron prisioneros á 80 dragones de la division
del general Marchand, los cuales, con varios despojos, llevaron en triun-
fo adonde estaba Romana. Imitáronlos en breve otros muchos en el va-
lle de Valdeorras, y uniéndose cinco fieldades, eligieron una junta, esco-
giendo por su general á D. José, abad de Casoyo, mozo arrojado y de la
casa de Quiroga, ilustre en aquella tierra. Su hermano D. Juan, tambien
de Quiroga y Uria, cooperó grandemente á sus empresas, que se multi-
plicaron y extendieron hácia el Vierzo. En la línea de Lugo, desde el va-
lle de Cruzul hasta Monte Salgueiro, no léjos de Betanzos, interceptaron
los naturales correos y destacamentos, señalándose el juez de Cancelada
D. Ignacio Herbon, quien, al acabar Febrero, atacó en Doncos un con-
voy y le cogió en su mayor parte. Pero en donde se encendió extraordina-




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riamente y tomó forma más regular la insurreccion, segun verémos más
adelante, fué del lado de Tuy.


Mucho hubiera podido contribuir á darle pronto y vigoroso centro
la permanencia de Romana hácia Monterey; mas nuevas ocurrencias
le obligaron á alejarse. Indicamos en otro libro cómo el mariscal Soult
avanzaba por la costa de Galicia, via de Portugal. Ejecutó este movi-
miento en virtud de órden que en 28 de Enero recibió en el Ferrol para
invadir aquel reino.


Luégo que se embarcaron los ingleses en la Coruña, quedando pocos
en Lisboa, parecióle fácil á Napoleon llegar á las puertas de esta capital,
y lavar con su conquista la antigua mancha. Para ello, al paso que Soult
habia de realizar la principal invasion por la costa de Galicia y provin-
cias portuguesas del Norte, el general Lapisse y el mariscal Victor esta-
ban encargados de amenazar la frontera portuguesa por Ciudad-Rodri-
go y Extremadura. Componíanse las fuerzas de Soult del segundo cuerpo
y de parte del que habia mandado Junot; segun Napoleon, ascendian en
todo á 50.000 hombres, como si no hubiesen tenido pérdidas ni baja al-
guna; mas realmente estaban reducidos á la mitad; 4.000 eran de caba-
llería.


El mariscal Soult, despues de tomar las correspondientes providen-
cias y de dejar en su lugar á Ney, ausente en Lugo al recibo de la ór-
den, púsose en marcha, y el 3 de Febrero llegó á Santiago. Precediéron-
le los generales Lahoussaye y Franceschi: el primero, con los dragones,
se encaminó á Ribadavia y Salvatierra, plaza de poco valer y desman-
telada, á orilla derecha del Miño; y el segundo, con la caballería lige-
ra, fué la vuelta de Tuy, ciudad colocada en la misma ribera. Sostenia
á estas divisiones la de infantería del general Merle, que avanzó á Pon-
tevedra. Las otras, con el mariscal Soult, salieron de Santiago el 8, lle-
gando el 10 á Tuy. Corre el Miño por allí muy caudaloso, y sin que des-
de Orense se encuentre puente alguno; no obstante, pensó Soult cruzarle
hácia la marina, acopiando los preparativos necesarios en el puerteci-
llo de la Guardia, separado de la desembocadura por el monte de Santa
Tecla. Habiendo dificultades para doblar la punta que éste forma y su-
bir rio arriba, trasladaron los franceses por tierra en carros gallegos co-
sa de una legua, con mucho trabajo, los botes destinados al transporte de
la tropa, y los volvieron á poner boyantes en el Tamuje, rio pequeño que
desagua en el Miño. El 15 en la noche, á la hora de la marca alta, quedó
encargado de empezar la operacion el general Thomières. Ejecutóse en
buen órden por el Tamuje; pero al entrar en la gran corriente del Miño,




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más rápida con el reflujo que comenzaba, separáronse los botes, y pocos
fueron los que arribaron á la orilla opuesta. Los portugueses, mandados
por el general Bernardino Freire, hicieron contra ellos un fuego vivo y
acertado, con lo cual y la marea ya contraria tuvieron que volver los más
á tierra de España, quedando prisioneros de los portugueses unos 40
hombres. El malogramiento de esta tentativa, cundiendo por una y otra
frontera, animó al paisanaje, deseoso de molestar á los franceses.


Tambien con aquel contratiempo vió el mariscal Soult los obstáculos
que se le ofrecían para pasar el Miño, no teniendo á su pronta disposi-
cion los medios necesarios; por lo cual determinó entrar en Portugal via
de Orense, tomando rio arriba. Salió, pues, de Tuy el 17 de Febrero, y
nombró al general Lamartinière comandante de la ciudad, en la que dejó
los enfermos, la mayor parte de la artillería y alguna guarnicion.


A corta distancia ya percibió síntomas de una insurreccion gene-
ral. Habíanla fomentado varios individuos, entre los que se señalaron el
abad de Couto y el de Valladares. Aquella tierra está bien cultivada, con
poblacion numerosa y desparramada en caseríos rústicos. De las here-
dades, distribuidas en cortas porciones, y por lo general á foro enfitéuti-
co, disponen los usufructuarios como de cosa propia. Y la gente, traba-
jadora y de suyo guardosa, temia más que la de otras provincias perder,
con la invasion de extraños, el producto de sus labores é industria, y con
tanta mayor razon, cuanto los franceses, escasos de provisiones, comen-
zaron á hacer repartimientos excesivos y á cometer robos y saqueos.


Allí los abades, nombre que se da á los curas párrocos, tienen mu-
cho influjo por su riqueza y poder. Lo tienen los ricos y cercanos mo-
nasterios del órden cisterciense de San Clodio y Melon, y teníanlo tam-
bien entónces, por su patriotismo, varios particulares, los cuales, juntos
y separadamente, trataron de aprovechar la buena disposicion del pue-
blo contra los extranjeros. Antes que ninguno descubrióse el abad de
Couto, D. Mauricio Troncoso, quien congregando á sus feligreses con
motivo de un repartimiento que los invasores habian echado, díjoles:
«En vez de dar á los enemigos lo que nos piden, seré vuestra guía si
quereis negárselo y emplearlo en vuestra defensa.» Aplaudieron todos
aquellas palabras, y agregándose personas de cuenta y áun portugue-
ses, soltáronse de todos lados partidas que hostigaron á los franceses
en su marcha. En Mourentan hízoles notable daño el mismo abad de
Couto, y quemaron aquel pueblo en venganza. Desde el puente de las
Hachas hasta Ribadavia tambien padecieron várias acometidas, acau-
dillando al paisanaje José Labrador, el monje bernardo Fr. Francisco




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Carrascon y despues el juez de Maside; y si bien en estos reencuentros
los franceses con su pericia y buenas armas rompian al fin por medio é
iban adelante, perdían gente y amilanábanse sus soldados con guerra
tan continua y encarnizada.


De Ribadavia pasó el mariscal Soult á Orense, resuelto á entrar en
Portugal por la plaza de Cháves y á disipar ántes el corto ejército de Ro-
mana. Manteníase este general en el valle de Monterey, y hallábase en
Lamadarcos el 4 de Marzo, cuando llegó un parlamentario frances con
un pliego, ofreciendo recompensas y condecoraciones con tal que Ro-
mana y su ejército reconociesen á José. Replicó el general español debi-
damente, diciendo que á tales proposiciones no habia otra respuesta si-
no cañonazos. Pero no habiéndose tomado en el recibimiento del oficial
parlamentario las acostumbradas precauciones, examinó éste con sus
propios ojos el deplorable estado de nuestro ejército, y dió cuenta de ello
á su mariscal, quien determinó atacar sin dilacion á los españoles.


El Marqués de la Romana queria evitar cualquiera refriega; mas no
habiéndose retirado tan prontamente como era de desear, fué el 6 de Mar-
zo alcanzada su retaguardia, á las órdenes de D. Nicolas Mahy, en las in-
mediaciones de Verin. Cogióle el general Franceschi algunos prisioneros
y la desordenó; pero no insistiendo en su perseguimiento, pudo continuar
su marcha. Los franceses sólo pensaron en entrar en Portugal, cuyas tro-
pas, mandadas por el general Silveira, habian sido acometidas en Villa-
za el mismo dia que las españolas por la division de Delaborde, teniendo
que retirarse, despues de alguna pérdida, al abrigo de la noche.


El general Mahy dirigióse á las Portillas, gargantas que parten térmi-
no con Castilla, y se unió en Luvian con el Marqués de la Romana. An-
daban todos inciertos acerca del camino que tomarian, y pesábales á al-
gunos que se abandonase á Galicia en la propia sazon en que por todas
partes cundia el fuego insurreccional. Aprobóse al fin, á propuesta del
ayudante general Moscoso, el no alejarse de la tierra montañosa, y con-
forme á esta determinacion decidió Romana partir la vuelta de Astúrias,
de donde soplaria la hoguera encendida en Galicia. En consecuencia
cambióse de improviso la marcha, y se revolvió sobre las montañas de
las Cabreras para cruzarlas por el puerto del Palo, país escabroso, solita-
rio y cuyas sierras más bien se escalan que se suben. A su paso sobreco-
gió la noche á nuestros soldados en estacion cruda, expuestos á la incle-
mencia, desprovistos de todo. Animándose unos á otros, llegaron por fin
á Ponferrada del Vierzo, con admiracion de sus vecinos, que los creian
léjos de sus hogares. En aquella villa y otros muchos pueblos no habia




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frances alguno, contentándose éstos con ocupar la línea de comunica-
cion de la Calzada, que de Galicia va á Castilla, y áun en ella tenian po-
ca tropa, excepto en Villafranca, en que contaban unos 1.000 hombres
de escogidas tropas.


Las de Romana no estaban para emprender expediciones de grande
importancia; pero el haber casualmente encontrado en una ermita cer-
ca de Ponferrada un cañon de á doce, abandonado con su cureña y balas
de su calibre, sugirió la idea al ayudante Moscoso de proponer al Gene-
ral en jefe un ataque contra los franceses de Villafranca. Condescendió
Romana, y desde Toreno, adonde se habia ya trasladado para entrar en
Astúrias, dispuso que acometiese la empresa con 1.500 hombres el ge-
neral Mendizábal.


Los franceses, á la inesperada vista de los españoles y del cañon de
grueso calibre, imaginándose venía sobre ellos gran fuerza, se arredra-
ron y metieron en el castillo-palacio de la villa, perteneciente á los mar-
queses que llevan su nombre: era edificio antiguo, de muros sólidos, con
cuatro torreones que defendian cañones de hierro, y el cual quemaron
despues los paisanos para que no sirviese otra vez de refugio al enemi-
go. Comenzaron los españoles su ataque en la mañana del 17 de Marzo,
distinguiéndose el regimiento de voluntarios de la Corona; é íbase ya á
entrar por fuerza en el castillo, cuando, intimada la rendicion, abrieron
los franceses la puerta y quedaron prisioneros 1.000 granaderos que le
guarnecian de las más acreditadas tropas. Avergonzábanse despues de
haber entregado las armas á tan corto número de hombres y á gente de
tan poca apariencia como eran entonces las tropas de aquel ejército. La
nueva de este suceso, corrienda de boca en boca, alentó á los patriotas
de Galicia, que se figuraban ser ya más numerosas las tropas que capi-
taneaba Romana. ¡Ojalá se hubiera limitado siempre este caudillo á tal
linaje de empresas, dignas de un militar y de su elevado puesto, evitan-
do entrometerse en querellas y divisiones de provincias, segun aconte-
ció en Oviedo, á cuya ciudad llegó poco despues de la toma del castillo
de Villafranca!


Los disgustos excitados con las providencias oportunas y enérgicas
de aquella junta habíanse entonces aumentado con otras intempestivas
y arbitrarias dadas contra algunas personas. Los descontentos, sobre to-
do ciertos individuos de corporaciones privilegiadas, salieron á recibir á
Romana, y por desgracia, de tal modo preocuparon su ánimo, que en vez
de obrar desapasionadamente, y de contentarse con deprimir los abusos
de autoridad que hubiese habido, púsose del bando de los que se creian




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agraviados. Tratáronse, por consiguiente, el General y la Junta con frial-
dad y desvío, sin que le fuese dado conciliarlos á la prudencia y buen
tino de su presidente, el brigadier D. José Valdés, antiguo jefe de Ro-
mana cuando éste servia en la armada. La Central habia autorizado al
Marqués con ámplias facultades en la parte militar, y él, ensanchándo-
las á su sabor, empezó por reprender á la Junta en lo que precisamen-
te merecia más alabanza, como lo era en haber mandado que tomasen
las armas todos, sin excepcion, inclusos los donados y legos de los con-
ventos, y los beneficiados no ordenados in sacris. Compuesta dicha cor-
poracion de los principales de la provincia, y de suyo altiva, respondió
acerbamente á la inadvertida reprension; con lo cual irritado áun más
Romana, quiso llamarla á cuentas. Negóse á ello la Junta, por no creer-
le autoridad competente, pero añadiendo que haria públicas sus entra-
das é inversiones, para satisfaccion de sus comitentes. Encendiéndose
así el enojo de ambas partes, en especial con motivo de un repartimien-
to de cuatro millones enviados por la Central para uso del Principado, y
que Romana queria por sí aplicar á su solo ejército, decidióse el último
á disolver la Junta, á cuyo fin y por órden suya penetró en la sala de las
sesiones el coronel D. José de O’Donnell con 50 hombres del regimien-
to de la Princesa, haciendo en ello un pequeño y ridículo remedo del 18
Brumario de Napoleon. Cedieron los vocales á la violencia, sin dejar de
hacer fuerte y enérgica oposicion, señaladamente D. Manuel María de
Acevedo. Romana nombró otra junta en su lugar; mas la tropelía cometi-
da con la anterior disgustó á los más, y desencajó, por decirlo así, de su
asiento en el Principado el órden y buen gobierno. Injustamente acusa-
ron algunos á la junta disuelta de malversacion de caudales (7). Pudien-


(7) Las rentas ordinarias de la provincia de Astúrias produjeron
entónces al año lo mismo que ántes ....................................................... 8.000.000 reales


Los donativos ...................................................................................4.000.000 reales
Un préstamo.....................................................................................3.500.000 reales
Así el total que entró en arcas desde Mayo de 1808 hasta Mayo


de 1809, de rentas y recursos de la provincia, fue de unos ...................15.500.000 reales
Deben agregarse á estos 15.500.000 reales vellon, 20 millones de reales que vinie-


ron de Inglaterra; mas de los últimos habiéndose enviado dos á la Central, quedan reduci-
dos á 18, ascendiendo, por consiguiente, el total á 33.500.000 reales vellon. Durante este
tiempo mantuvo la provincia constantemente de 18 á 20.000 hombres sobre las armas, á
los que al principió dió hasta una peseta diaria. Véase si con este gasto, y lo que costaba
el pago de las autoridades civiles, habia lugar á dilapidaciones. Ademas el Marqués de
Vista-Alegre, que estaba al frente de la hacienda del Principado, era hombre de gran se-
veridad en la materia ó incapaz de entrar en ningun manejo deshonroso y feo.




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tes y ricos los más de sus individuos, habian hecho los más de ellos do-
nativos cuantiosos, y su patriotismo y celo estaban libres de tacha. Sólo,
repetimos, incurrieron en merecida censura por algunas medidas arbi-
trarias contra determinadas personas. Hablamos en este punto con tanta
mayor imparcialidad, cuanto no andábamos bien avenidos con aquella
junta, por lo que merecimos de Romana que nos nombrase de la que ha-
bia en su lugar creado; gracia que no admitimos por considerar su pro-
cedimiento ilegal y dañoso.


Sabedor el mariscal Ney de la discordia suscitada entre la Junta de
Astúrias y Romana, y temeroso, sobre todo, con lo sucedido en Villafran-
ca, de que uniendo este caudillo sus tropas á las del Principado, formase
un cuerpo respetable y bastante numeroso para incomodarle y cortarle
su comunicacion con el reino de Leon, se preparó á invadir á Astúrias,
poniéndose de acuerdo con fuerzas que habia en Castilla y en Santan-
der. Parece ser que desde Francia tambien le habia venido órden de no
desperdiciar oportuna coyuntura de verificar dicha invasion. Romana,
por su parte, más ocupado en las contestaciones y querellas de la Junta
que en uniformar y arreglar la mucha gente que ahora tenía á su disposi-
cion, no tomó acerca de ello providencia alguna. Dejó correr en el Prin-
cipado los asuntos militares segun iban á su llegada, y olvidó á su ejér-
cito de Galicia, el cual, á las órdenes de D. Nicolas Mahy, pasando el
puerto de Ancares, se habia situado hácia el Navia, extendiéndose hasta
las avenidas de Lugo y Mondoñedo.


El mariscal Ney, rozándose casi con este ejército y acompañado de
6.000 hombres, se dirigió desde Galicia, por la tierra áspera y encum-
brada de Navia de Suarna, á Ibias, y descendiendo á Cángas de Tineo,
Salas y Grado, se adelantó á Oviedo, al mismo tiempo que, proceden-
te de Valladolid y con otra tanta ó más fuerza, se metia en el Principa-
do, por el puerto de Pajares, el general Kellermann. Estaba ya cercano
á Oviedo el mariscal Ney, y todavía lo ignoraba Romana. Recibió éste al
fin un aviso, y apresuradamente, despues de dar por primera vez órde-
nes á la division de Ballesteros y á la de Worster, poco antes malamente
repuesto en el mando, pasó á Gijon, en donde se embarcó, tomando en
seguida tierra en Rivadeo. Entró Ney en Oviedo el 19 de Mayo, de cu-
ya ciudad habian salido casi todos sus moradores, dejando abandonadas
sus casas y haberes. Entregada al saco durante tres dias, viéronse mu-
chos arruinados y menguaron los intereses de otros. A la noticia de la in-
vasion acercóse el general Worster lentamente á Oviedo por el país de
montaña, y Ballesteros, retrocediendo de Colombres al Infiesto, enriscó-




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se luégo por las asperezas de Covadonga, santuario célebre, mirado co-
mo cuna de la monarquía de Castilla. Paróse poco Ney en la capital de
Astúrias, y dejando allí á Kellermann, y en Villaviciosa al general Bon-
net, que habia venido con su division hasta aquel sitio, de los lindes de
Santander, tornó por la costa á Galicia, adonde le llamaban aconteci-
mientos de cuantía, y á que daban ocasion reveses de Soult en Portugal,
la insurreccion de la provincia de Tuy y otras, y áun tambien los movi-
mientos del ejército de la Romana, el cual amenazaba á Lugo y alentaba
al paisanaje con la abultada fama de sus hazañas.


La fuerza de este ejército puede decirse que estaba dividida en dos
partes: de la una, que era la principal, acabamos de hacer mencion,
la otra, entónces ménos numerosa, habia quedado en la Puebla de Sa-
nabria, á las órdenes de D. Martin de la Carrera. La primera, gobernada,
en ausencia de Romana, por D. Nicolas Mahy, constaba de unos 6.000
hombres y de 200 caballos; la cual, á la propia sazon que Ney se mo-
via la vuelta de Astúrias, se adelantó hácia el monasterio cisterciense de
Meira, no lejano de Lugo. El general Worster no habia querido acompa-
ñar á Mahy en aquel movimiento, creyendo que la fuerza que mandaba
debia pensar, ántes que en otra cosa, en cubrir á Astúrias. Siguió avan-
zando dicho general Mahy, y su vanguardia, capitaneada por D. Gabriel
de Mendizábal, tropezó el 17 de Mayo, en Feria de Castro, á dos leguas
de Lugo, con una columna enemiga de 1.500 hombres, que obligó á me-
terse en la ciudad. Al dia siguiente el general Fournier, gobernador fran-
ces, militar entendido, pero de condicion singular, y muy dado á ha-
blar en latín á los obispos y á los clérigos, salió de dentro y se dispuso á
aguardar á los nuestros en las inmediaciones, apoyando la izquierda en
los mismos muros y la derecha en un pinar vecino. Acometióle D. Nico-
las Mahy, formando su gente en dos columnas, guiadas por los generales
Mendizábal y Taboada, junto con los 200 jinetes que mandaba D. Juan
Caro. A espaldas quedó la reserva, á las órdenes del brigadier Losada, y
aparentóse tener otro cuerpo de caballería, colocando á distancia, mon-
tados en acémilas y caballos de oficiales, cierto número de soldados; ar-
did que no dejó de servir, notándose tambien en nuestras tropas más
instruccion y confianza. Trabóse la pelea, y á poco, volviendo caras la
caballería enemiga, desconcertó su línea de batalla, é infantes y jinetes
corrieron precipitadamente á guarecerse de la ciudad, acometiendo con
tal brío nuestra gente, que varios catalanes de tropas ligeras, metiéndo-
se dentro al mismo tiempo que aquéllos, tuvieron despues que descol-
garse por las casas pegadas al muro, ayudados de los vecinos. Los fran-




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ceses perdieron bastante gente, y los españoles varios oficiales, y en este
número al comandante de ingenieros D. Pedro Gonzalez Dávila, distin-
guido por su valor. No pudiendo los españoles ganar en seguida á Lugo,
ciudad rodeada de una antigua y elevada muralla y de muchos torreones,
aunque socavado el revestimiento por los años, intimaron la rendicion al
Gobernador, que respondió con honrosa arrogancia. Entónces decidió-
se á formalizar el cerco el general Mahy; allí le dejarémos, para acudir
adonde nos llaman los gloriosos hechos de las orillas del Miño.


Luégo que el mariscal Soult hubo pasado de Orense via de Portugal,
la insurreccion del paisanaje gallego se aumentó, cundiendo por las fe-
ligresías de las provincias de Tuy, Lugo, Orense y Santiago hasta las ri-
beras del Ulla y áun más allá. Por todas partes aparecieron jefes para
acaudillarla, y Romana y la Central enviaron tambien algunos que la fo-
mentasen. Entre los primeros fueron los más distinguidos los abades ya
nombrados de Couto y Valladares, y ademas un caballero de nombre D.
Joaquin Tenreiro, el alcalde de Tuy D. Cosme de Seoane, y D. Manuel
Cordido, labrador y juez de Cotobad. Así indistintamente se aunaban to-
das las clases contra el enemigo comun. El último hizo guerra terrible en
la carretera de Pontevedra á Santiago; los otros, despues de varios cho-
ques recorriendo la tierra de Tuy y Vigo, obligaron á los franceses á en-
cerrarse en el recinto de ambas plazas. De los emisarios de Romana dié-
ronse particularmente á, conocer los capitanes D. Bernardo Gonzalez,
dicho Cachamuiña, del pueblo de donde era natural, y don Francisco
Colombo, incomodando mucho el primero á los enemigos por la parte de
Soutelo de Montes y puente de Ledesma. Fueron los enviados de la Cen-
tral el teniente coronel D. Manuel García del Barrio, el entónces alférez
D. Pablo Morillo, el canónigo de Santiago D. Manuel de Acuña, gallego
y de familia que tenía deudos y amigos en el país. Llegaron éstos cuan-
do todavía el Marqués de la Romana estaba en el valle de Monterey, y
permaneciendo Barrio en su compañía hasta que partió á Astúrias, en-
vió hácia Tuy á los otros dos comisionados para obrar de acuerdo con los
que por allí lidiaban contra los franceses.


Ademas, no hubo partido ni punto en que antes ó despues no fuesen
molestados: así sucedió en Trasdeza, no léjos de Santiago, en que se for-
mó una junta, y mandaron la gente los hermanos estudiantes D. Beni-
to y D. Gregorio Martinez; así en Muros, en Corcubion, en Monforte de
Lémos, aunque con la desgracia, en las tres últimas villas, de haber si-
do incendiadas y horrorosamente puestas á saco. No desanimándose los
moradores por tamaños contratiempos, sabedor Barrio de que en las al-




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turas de Lobera reunia bastante gente el administrador de rentas de la
Boullosa, D. José Joaquin Márquez, incorporósele el 17 de Marzo, vi-
niendo de hácia Cháves. Reconocido Barrio como comisionado de la
Central, convino con los demas en congregar una junta, compuesta de
vocales del partido y de las personas que más habian contribuido al le-
vantamiento de otras feligresías. Verificóse, en efecto, instalándose el 21
del mismo mes de Marzo en aquellas alturas y en campo raso, renovan-
do la sencillez de los tiempos primitivos. Sujetáronse todos á la autori-
dad creada, nombróse presidente al Obispo de Orense, y sin detencion
se tomaron disposiciones que mantuvieron é impulsaron más ordenada-
mente la insurreccion. Al Márquez, hombre esforzado y que habia traba-
jado en favor de la causa comun más que los otros, diósele el mando de
un nuevo regimiento, que se apellidó de Lobera, y mandósele ir á refor-
zar á los que bloqueaban á Tuy. Tambien se expidió órden á Cachamui-
ña para que Soutelo cayese sobre Vigo y engrosase el número de los si-
tiadores. Dispusiéronse asimismo para entónces y para despues várias
otras correrías, en especial hácia Lugo y valle de Valdeorras, acaudillan-
do siempre al paisanaje D. Juan Bernardo de Quiroga y su hermano el
abad de Casoyo.


Entre tanto seguian apretando á las ciudades de Tuy y Vigo los aba-
des de Couto y Valladares. Guarnecian á la última 1.300 franceses, al
mando del jefe de escuadron Chalot. Aunque es aquel puerto uno de los
mejores y más abrigados de España, la fortificacion de tierra es defec-
tuosa, y á su muralla, baja en algunas partes y sin foso, la domina, á cor-
ta distancia, el castillo del Castro. Sin embargo, la plaza estaba bien pro-
vista y artillada. Estrechábala el abad de Valladares, D. Juan Rosendo
Arias Henriquez, á quien se le habia agregado la gente que en el valle
de Fragoso habia levantado su anciano alcalde D. Cayetano Limia, para
lo que le facilitó armas el crucero inglés De la inmediata costa. Asimis-
mo se le juntó D. Joaquin Tenreiro, que, con el portugues D. Juan Bau-
tista Almeida, habia recogido muchos voluntarios de algunos valles, en-
grosándose de este modo considerablemente el número de sitiadores.


Tambien en Marzo se presentó entro ellos D. Pablo Morillo, quien,
enterado de que una columna francesa intentaba, encaminándose del la-
do de Pontevedra, venir al socorro de la plaza, corrió al puente de San
Payo para reconocerle y asegurar su defensa, como lo verificó, ayudado
de D. Antonio Gogo, vecino de Marín, que capitaneaba una partida nu-
merosa de paisanos y era dueño de dos piezas de artillería. Colocó és-
tas Morillo, con otras tres que fueron de Redondela, en el paso del puen-




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te, que, fortalecido, dejó al mando de D. Juan de Odogerti, comandante
de tres lanchas cañoneras. Volvióse luégo D. Pablo al sitio de Vigo, y en
su compañía 300 hombres, mandados por D. Bernardo Gonzalez Cacha-
muiña y D. Francisco Colombo.


Habia el abad de Valladares intimado á la plaza várias veces la ren-
dicion, sin que el comandante frances quisiera abrir las puertas, pare-
ciéndole vergonzoso y poco seguro capitular con paisanos. Tornó, como
hemos dicho, Morillo, y ya por sus activas y acertadas disposiciones, y
ya por haber sido enviado de Sevilla, eleváronle los sitiadores á coronel
y reconociéronle como superior, á fin de que á vista de un militar cesa-
sen los escrúpulos y recelos del comandante frances. Sin tardanza repi-
tió el nuevo jefe español una áspera intimacion, amenazando el 27 de
Marzo con tomar por asalto la plaza y no dar cuartel. Pidieron los france-
ses veinticuatro horas de término para contestar, y no accediendo Mori-
llo, rindiéronse por fin, concedidos que les fueron los honores de la gue-
rra, y con la cláusula de que serian llevados prisioneros á Inglaterra, por
lo cual firmó la capitulacion, en union con el jefe español, el comandan-
te británico del crucero. Exigió, ademas, Morillo que inmediatamente se
ratificase lo convenido, pues si no, acometeria la plaza. Retardábase la
respuesta, y á las ocho de la noche aproximáronse á sus muros los sitia-
dores, arrojándose á la puerta de Camboa para hacerla astillas y armado
de un hacha un marinero anciano, que cayó muerto de un balazo; ocu-
pó su puesto y tomó el hacha Gonzalez Cachamuiña, y rompióla, aunque
herido en várias partes de su cuerpo. Ibase ya á entrar por ella, cuando
Morillo recibió la ratificacion, y á duras penas pudo, con su recia voz,
hacer cesar el fuego y detener á los suyos, que se posesionaron de la pla-
za al dia siguiente 28. No hubo en su reconquista ni ingenieros ni caño-
nes, ganada sólo á impulsos del patriotismo gallego. Entregáronse pri-
sioneros 1.213 hombres y 46 oficiales, y cogiéronse otras preseas, con
117.000 francos en moneda de Francia. A poco de haberse rendido, sú-
pose que de Tuy acudian soldados enemigos en auxilio de la guarnicion
de Vigo; dióse priesa Morillo á enviar á su encuentro personas y gente de
su confianza, quienes los deshicieron, mataron á muchos y áun tomaron
72 prisioneros, que se pusieron á bordo juntamente con los de Vigo.


Sin embargo, la facilidad con que se enviaba este socorro mostraba
no ser rigoroso el bloqueo de Tuy. Habiale comenzado el 15 de Marzo el
abad de Couto, y con él el juez y procurador general de la misma ciudad
y otros caudillos. Tambien concurrieron portugueses de la orilla opuesta,
y la plaza de Valencia, situada enfrente, habia tratado de molestar á los




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franceses con sus fuegos. Libertado Vigo, esperábase que el cerco ten-
dria pronto y feliz éxito, pues ademas de acudir desde allí, con su gente,
Morillo, Tenreiro, Almeida y otros, vino tambien por su lado D. Manuel
García del Barrio, reconocido comandante general por la junta de Lo-
bera. Pero tanto concurso de jefes y caudillos no sirvió sino para susci-
tar celos y rencillas. Morillo fuése en comision camino de Santiago, y los
otros, en especial Barrio y Tenreiro, el uno presuntuoso y el otro dísco-
lo de condicion, desaviniéronse y ocupáronse en recíprocos piques y za-
herimientos. Y así este bloqueo, sostenido con cañones y más gente, fué
mal dirigido, y al cabo se malogró. Mandaba dentro el general La Mar-
tinière, y el 6 de Abril, haciendo una salida, apoderóse de cuatro piezas
colocadas en la altura de Francos, no muy distante de la ciudad. Ocurri-
da esta desgracia, y agriándose más los ánimos, dióse lugar á que llega-
sen socorros á Tuy, avanzando del lado de Santiago una columna de in-
fantería y caballería, á las órdenes del general Maucune, y otra del lado
de Portugal, mandada por el general Heudelet, que enviaba Soult, ya po-
sesionado de Oporto, para recoger la artillería que allí habia dejado.


Enseñoreóse el 10 de Abril, sin resistencia, el general Heudelet de
Valencia del Miño. Sabedores los españoles que bloqueaban á Tuy de
aquel suceso, levantaron el sitio, quedándose unos en las alturas que
median entre esta plaza y la de Vigo, y alejándose otros, con Barrio,
á Puenteáreas. Al mismo tiempo los franceses que venían de Santiago
arrollaron á la gente de Morillo en el camino de Redondela, y en ven-
ganza incendiaron la villa, metiéndose despues parte de ellos en Tuy, y
tornando los otros, con el general Maucune, al punto de donde habian
salido. Socorrida la plaza, sacaron los enemigos todos sus efectos y arti-
llería, y temiendo nuevo bloqueo, la abandonaron el 16 y se unieron con
los de Valencia.


Por tanto, si no tuvo dichoso remate el cerco de Tuy, consiguióse,
por lo ménos, infundir recelo en los franceses, y ver desembarazada la
márgen derecha del Miño. Esmeráronse entónces aquellos naturales en
arreglar y disciplinar la gente que se habia levantado, y que se denomi-
nó division del Miño, creando varios regimientos, que se distinguieron
en posteriores acciones. Incorporóse á ella la partida de D. José María
Vazquez, conocido en Castilla por sus hechos con el nombre del Sala-
manquino, y al fin aumentóse su fuerza, y ganó en la opinion gran peso
con ponerse á la cabeza el 7 de Mayo D. Martin de la Carrera, segun el
deseo público, y cediéndole Barrio las facultades que tenía del Gobier-
no supremo.




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Habia D. Martin permanecido todo aquel tiempo en la Puebla de Sa-
nabria juntando dispersos. Unido á la division del Miño, completó hasta
unos 16.000 hombres, y ademas tenía algunos caballos y nueve cañones.
Adelantóse con parte de su gente por la provincia de Tuy á Santiago, de
cuya ciudad salieron á repelerle el 23 de Mayo unos 3.000 infantes y
300 caballos, á las órdenes del general Maucune, acometiéndole en el
campo de la Estrella. Les desbarató Carrera, persiguiéndolos y metién-
dose primero que nadie en la ciudad de Santiago D. Pablo Morillo. Co-
giéronse allí fusiles y vestuarios y cuarenta y una arroba de plata labra-
da, sin contar otra mucha de los templos. Recibidos los nuestros con
universal regocijo, hubieron, sin embargo, de retirarse por las opera-
ciones combinadas que luégo meditaron los mariscales Ney y Soult, de
vuelta uno de Astúrias y otro de Portugal.


La campaña del último en este reino habia terminado con suma des-
dicha de sus armas. Recorrerémos lo que allí pasó con rapidez, segun es
nuestra costumbre en las cosas de Portugal. Pisó el 10 de Marzo la fron-
tera lusitana el mariscal Soult, y el 11 se le rindió Cháves, plaza en la
provincia de Tras-los-Montes, en mal estado, y que áun conservaba las
brechas de la guerra con España de 1762.


Penetró con 21.000 hombres, retirándose el general Silveira hácia Vi-
lla-Pouca. El 13 continuaron los franceses su marcha á Braga, con gran
recelo de las fuerzas que allí mandaba Bernardino Freire. En este trán-
sito, lleno de desfiladeros, encontraron mucha oposicion, teniendo que
caminar lentamente y escasos de mantenimientos. Acercándose al fin á
Braga, no pensó Freire, general poco respetado, en que se pudiese defen-
der la ciudad, y así dispuso retirarse. Enojado el pueblo, le arrestó en un
pueblo inmediato, y le volvió á Braga, en donde fué bárbaramente asesi-
nado. Vióse entónces su segundo, el Baron de Ebben, en la necesidad de
defender con gente colectiva la posicion de Carballo, legua y media dis-
tante, de la que apoderados los franceses, penetraron el 20 en Braga, aso-
mando el 28 á Oporto, vencidos otros obstáculos no ménos dificultosos.


Intimó luégo la rendicion el mariscal Soult á esta ciudad, que situa-
da á la derecha de Duero, y á una legua de su embocadura, es, por su
poblacion de 70.000 almas y por su gran comercio, la primera de Portu-
gal, despues de Lisboa. El ánimo de los naturales mostrábase levantado;
tanto más, cuanto con la invasion francesa veían estancado y destruido
su principal tráfico, que consiste en la salida de sus vinos para Inglate-
rra. Con objeto de defender la ciudad, se habia en su derredor construi-
do un campo atrincherado, erizado de cañones, cuya derecha se apoyaba




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en el Duero, y la izquierda en los fuertes vecinos al mar; ademas habian
atajado las calles, y colocado en ellas y en diversos puntos muchas pie-
zas de artillería. La exaltacion popular era tal, que fueron víctimas de
ella várias personas, y con dificultad pudo el mariscal Soult intimar la
rendicion, no queriendo la ciudad dar oidos á tregua ni convenio. Hu-
bo tambien ocasion en que, so color de querer escuchar las proposicio-
nes, cogieron á los parlamentarios, como aconteció al general Foy, que
se llevaron prisionero, con grave riesgo de su persona. Mandaba en je-
fe el Obispo; pero la víspera del ataque abandonó la ciudad, poniendo
en su lugar al general Parreiras. Acometieron los franceses las líneas el
29 de Marzo, que, de grande extension, mal dispuestas y defendidas por
gente allegadiza, fueron ganadas sin grande esfuerzo, entrando en la ciu-
dad los vencedores, y haciendo su caballería tremenda matanza. Los ha-
bitantes, huyendo del peligro, se abalanzaron al puente de Duero, que,
formado de barcas, rompióse con el gentío, y allí fueron las mayores lás-
timas, ahogándose unos, y ametrallando á otros los franceses desapiada-
damente. Perecieron de 3 á 4.000 personas, de ellas muchas mujeres y
niños. Hubo hechos que ensalzaron el ya tan ilustrado valor de los portu-
gueses; 200 hombres esforzados se defendieron en la catedral hasta que
no quedó uno con vida.


Siguiéronse deplorables excesos, no pudiendo Soult contener los ím-
petus desmandados de su tropa. Este mariscal procuró entónces y des-
pues granjearse la voluntad de los moradores, áun imitándolos en las
prácticas de un fervoroso celo religioso.


Sus votos y ofrendas, y el particular cuidado del Mariscal en agradar
á los portugueses, dieron á sospechar si pensaba, á modo de Junot, ceñir
la corona lusitana. Vino como en apoyo la exposicion, seguida de otras,
que se imprimió y publicó, de doce habitantes de Braga, en la que, lla-
mándole padre y libertador, se mostraba deseo de que Napoleon le nom-
brase por su rey. Y aunque es cierto que el Mariscal les replicó que no
pendia de él darles respuesta, la mera publicacion de aquella demanda
en país en donde él era árbitro de impedirla ó autorizarla, manifestaba
que, sino dimanaba de sugestiones suyas, por lo ménos no era desagra-
dable á sus oidos. Posesionados los franceses de Oporto, no prosiguie-
ron á Lisboa, así por la oposicion que encontraron en el país, como tam-
bien por ignorar el paradero del general Lapisse y del mariscal Victor,
cuyos movimientos del lado de Castilla y Extremadura debieron corres-
ponder con el de Galicia. Limitáronse, pues, á conservar lo ganado y á
prepararse para más adelante. Ya hablamos cómo, con este objeto y el




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de tener la artillería que quedó en Tuy, habia retrocedido hácia esta pla-
za y desembarazádola de sitiadores el general Heudelet; otro tanto trata-
ron de hacer los enemigos por la parte de Cháves, cuya ciudad habia re-
cobrado el 20 de Marzo el general Silveira, extendiéndose despues por
el Tamega hasta Amarante y Peñafiel. Reforzado luégo el mismo general,
y molestando incansablemente á los franceses, permaneció en aquellos
sitios cerca de un mes; pero en 18 de Abril, queriendo el mariscal Soult
abrir paso y tener libres las comunicaciones con Tras-los-Montes, envió
al general Delaborde, auxiliado de fuerza considerable. Al aproximarse
situóse Silveira en Amarante, y defendió con tal teson el paso del puen-
te, que no pudieron superar los franceses hasta el 2 de Mayo los obstá-
culos que se les oponian. Defensa para él muy honrosa, aunque tuviese
por entónces que alejarse momentáneamente.


Al mediodía de Oporto, y camino de Lisboa, no dilataron los franceses
sus excursiones y correrías más allá de Vouga, persuadidos de que res-
guardaban á Coimbra numerosas fuerzas. Sin embargo, reducíanse éstas
á unos 4.000 hombres mal disciplinados, y á una turba de paisanos, que
mandaba el coronel Trant, quien no pudo hacer otra cosa sino maniobrar
con acierto, aparentando mayores medios que los que tenía. Mas, como
eran cortos, se hubiera encaminado al fin el mariscal Soult á Lisboa, lué-
go que supo las resultas de la batalla de Medellin, si no hubiesen llegado
inmediatamente grandes refuerzos al ejército inglés de Portugal.


Continuaba gobernando á este reino la Regencia, restablecida des-
pues de la evacuacion de Junot. La gente que habia levantado nunca ha-
bia salido de sus lindes, no obstante las repetidas instancias de la Jun-
ta Central. Obró quizá el gobierno portugues cuerdamente en no acceder
á ellas, hallándose todavía su tropa bastante indisciplinada. De los in-
gleses habian quedado unos 10.000 hombres, á las órdenes de sir Juan
Cradock, contra los que prorumpieron en grande enojo los portugueses,
á causa de las muestras que dieron de embarcarse al saber la suerte de
Moore, apareciendo en sus providencias, más que premeditado plan,
desconcierto y abatimiento. Aquietado, en fin, el general inglés por ór-
denes posteriores de su gabinete, permaneció en Lisboa, adelantándo-
se despues á Leira, al mismo tiempo que el ejército portugués se situaba
en Tomar, el cual, sin contar con las fuerzas de Silveira, la legion lusita-
na y las reuniones de paisanos, constaba de unos 15 á 20.000 hombres.
Disciplinábalos el general Beresford, autorizado desde el mes de Febre-
ro por el Príncipe regente de Portugal para obrar como comandante en
jefe de sus tropas.




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Así andaban las cosas en aquel reino, cuando el gobierno británico,
viendo que España no se sometia al yugo extranjero á pesar de sus des-
gracias y de la retirada de Moore, y vislumbrando tambien la guerra en-
tre Austria y Francia, determinó probar de nuevo fortuna en la Penínsu-
la, reforzando considerablemente su ejército y poniéndole á las órdenes
de sir Arturo Wellesley, ceñido ya con los laureles de Roliza y Vimei-
ro. Fueron llegando sucesivamente las tropas á las costas portuguesas,
y su general en jefe desembarcó en Lisboa el 22 de Abril, bien recibido
y obsequiado de sus moradores. Poco despues, el 29, púsose en marcha
sobre Coimbra, llevando consigo 20.000 ingleses y 8.000 portugueses.
Doce mil de los últimos, con dos brigadas británicas, á las órdenes del
general Mackenzie, se apostaron en Santaren y Abrántes, adelantándo-
se un regimiento de milicias y la legion lusitana, al cargo ahora del co-
ronel Mayne, hasta el puente de Alcántara. Sir Roberto Wilson, que po-
co ántes mandaba dicha legion, hallábase destacado con un corto cuerpo
de portugueses hácia Visco. El general Wellesley llegó á Coimbra en 2
de Mayo, prefiriendo ántes arrojar á Soult de Portugal que obrar por Ex-
tremadura de concierto con Cuesta, segun era el deseo de este caudillo
y el del gobierno español.


Los franceses no se habian movido de Oporto y de sus puestos del
Vouga. En su ejército manifestábase disgusto, aburridos todos y cansa-
dos con aquella clase de guerra, y fomentando gran descontento una so-
ciedad secreta, llamada de los Filadelfos, cuyo objeto era destruir la di-
nastía imperial y restablecer en Francia un gobierno republicano. Entre
los que la componian habia oficiales superiores, y tenian pensado po-
ner á su cabeza al mariscal Ney ó al general Gouvion-Saint-Cyr. Exten-
díanse las ramificaciones de la sociedad á los demas ejércitos de Napo-
leon, y en el de España no abandonaron los conspiradores su proyecto
hasta el año 10. Habia echado profundas raíces en las tropas del maris-
cal Soult, y eran tantos los partícipes del secreto, que enviado para abrir
tratos acerca de ello el ayudante mayor M. d’Argentou, pudo sin tropie-
zo ir hasta Lisboa, y con tal desembozo, que inspiró desconfianza en sir
Arturo Wellesley, para lo cual respondió al emisario frances que, rebelá-
rase ó no su ejército, le atacaria en tanto que se mantuviese en Portugal;
sin embargo, añadió que si se declaraba contra Bonaparte, se ajustaria
quizá un convenio para su retirada. Otros jefes parece ser que tuvieron
tambien conferencias con el general británico, y de ellos se citan á los
coroneles Donadieu y Lafitte. Mas d’Argentou, de vuelta á Oporto, ha-
biéndose descubierto al general Lefebvre, que creia en la trama ó favo-




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rable á ella, fué arrestado en la noche del 8 al 9 de Mayo, teniendo pa-
saportes del almirante inglés Berkley. Dilatóse su castigo para averiguar
cuáles fuesen sus cómplices, y ayudado de éstos, tuvo ocasion de esca-
parse y pasar á Inglaterra (8).


Sobresaltó al mariscal Soult tan funesto acontecimiento, que realiza-
ba anteriores sospechas, al paso que aguijó por su parte al general We-
llesley á avanzar prontamente, no contando, sin embargo, mucho con la
sublevacion del ejército contrario. Era el plan del general inglés envol-
ver á Soult, y obligarle á una retirada desastrada ó á rendirse. Y confor-
me á su pensamiento, dispuso que el general Beresford, con las tropas
de su mando, y las portuguesas que estaban en Visco, á las órdenes de
sir Roberto Wilson, se dirigiesen anticipadamente por Lamego, y pasa-
sen el Duero para juntarse en Amarante con Silveira, cuya retirada toda-
vía se ignoraba. Hecho este movimiento, la demas fuerza británica debia
avanzar en dos columnas sobre Oporto, una via de Aveiro, y otra por el
camino real. No se varió el plan, aunque se supo luégo el descalabro de
Silveira, y el 6 de Mayo se empezó la operacion convenida. El 10 y el 11
fué arrojado de las alturas de Grijo el general Franceschi, que mandaba
la vanguardia de los enemigos, la cual en seguida repasó el Duero.


El mariscal Soult, tomando sin tardanza disposiciones para evacuar
á Oporto y asegurar su retirada, voló el puente de barcas y retuvo en la
márgen derecha todos los botes. Dió vista el 12 á la ciudad sir Arturo
Wellesley, y aunque cercano, separábale la profunda y rápida corriente
de Duero. No teniendo prontos los medios necesarios para atravesarla,
hubiera Soult podido retirarse tranquilamente á Galicia, si un feliz aca-
so no hubiese servido á ayudar la combinacion que para la travesía pre-
paraba el general inglés, quien habia destacado rio arriba al general Mu-
rray, á fin de que cruzase el Duero por Avintas y cayese sobre el flanco
del enemigo, al tiempo que éste fuese atacado por el frente. Partió Mu-
rray; mas dudábase sobre el modo de verificar el paso, á la sazon que
el coronel Waters descubrió, en un recodo que forma el rio, un peque-
ño bote, con el que yendo á la otra orilla, acompañado de dos ó tres in-
dividuos, se apoderó, sin ser notado, de cuatro grandes barcas abando-
nadas, y depriesa trájolas del lado de los suyos. Al instante y el mismo
12, á las diez del dia, pasó en ellas el Duero lord Paget con tres compa-


(8) D’Argentou se escapó por la noche luégo que los franceses salieron de Oporto. Pa-
só á Inglaterra, y de allí parece ser que yendo á Francia para sacar á su mujer y á sus hi-
jos, fué arcabuceado.




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ñías. Siguieron otros, permaneciendo los enemigos tan descuidados, que
burlándose de los primeros avisos que dió un oficial, á nada dieron cré-
dito, hasta que el general Foy, subiendo casualmente á la altura que se
eleva enfrente del convento de Serra, advirtió que en efecto pasaban los
ingleses el rio. Entónces todo el campo frances se conmovió y se puso
sobre las armas. Trabóse entre los soldados de ambos ejércitos un vivísi-
mo choque, agolpáronse sucesivamente de uno y otro lado tropas, y lle-
gando, en fin, de Avintas el general Murray, abandonaron los franceses
á Oporto, perseguidos por los ingleses hasta cierta distancia de la ciu-
dad. La matanza fué grande. Cayeron heridos los generales Delaborde y
Foy de una parte, y lord Paget de la contraria, sin contar otros muchos
de ambas. Censuróse ágriamente en su propio ejército al mariscal Soult,
por el descuido de dejar á los ingleses pasar en medio del dia, sin resis-
tencia, un rio tan caudaloso como por allí corre el Duero.


Despues de la salida de Oporto, dos caminos le quedaban á dicho
mariscal para retirarse, si queria conservar su artillería; uno por Puente
de Lima y Valencia de Miño, y el otro por el lado de Amarante. Contaba
con que el último paso sería resguardado por el general Loison; mas éste,
perseguido por los generales Beresford, Silveira y Wilson, le abandonó, y
puso á Soult en el mayor aprieto, sobre todo no pudiendo ir por el otro ca-
mino de Puente de Lima sin encontrarse con el general Wellesley. Aun-
que rodeado de inminentes peligros, no se abatió el mariscal frances, y
con entereza y prontitud de ánimo admirables, destruyendo la artillería y
los carruajes, y acallando las voces que ya se oian de capitulacion, echó-
se por medio de senderos estrechos y casi intransitables, guiado en su la-
berinto por un hombre de la Navarra francesa, de los que van á España
á ejercer una profesion lucrativa, si bien poco honrosa. El tiempo, aun-
que en Mayo, era lluvioso, los trabajos grandes, la persecucion y moles-
tia de los paisanos contínua, precipitándose á veces hombres y caballos
por aquellos abismos y derrumbaderos; de suerte que hasta cierto punto
renovaba ahora el mariscal Soult la escena que meses ántes habia repre-
sentado el general Moore, cuando él iba en su perseguimiento. Los pue-
blos del tránsito fueron quemados y sus habitantes tratados cruelmente,
y al mismo són que ellos, cuando podian, trataban á los franceses. Lle-
gó el ejército de éstos el 17 á Montealegre, y el 18 pasó la frontera, no si-
guiendo el alcance los ingleses tierra adentro de España, por querer su
general retroceder á Extremadura, segun ántes habia prometido á Cues-
ta. Subió á bastante la pérdida de los enemigos en la retirada, y sin la ce-
leridad y consumada pericia del mariscal Soult, difícilmente se hubieran




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libertado de caer en manos del inglés, cuya excesiva prudencia moteja-
ron muchos. Llegaron los franceses á Lugo el 23, habiéndolos molestado
poco el paisanaje español, que estaba como desprevenido.


La víspera, sabedor el general Mahy de que se acercaban, levantó el
sitio que habia poco ántes puesto á aquella ciudad, y se replegó á la de
Mondoñedo. Encontráronse allí el 24 él y Romana, procedente el último
de Rivadeo, adonde habia desembarcado, salvándose de Astúrias. Mal
colocados entónces, y expuestos á ser cogidos entre los mariscales Ney y
Soult, resolvieron los generales españoles emprender, por medio de una
marcha atrevida, un movimiento hácia el Sil, para abrigarse de Portu-
gal, cruzando con cautela el camino real en las inmediaciones de Lugo.
Verificóse así felizmente, y por Monforte tomaron los nuestros á Orense.
Aunque esta marcha era necesaria, así para esquivar, como hemos di-
cho, el encuentro de los mariscales franceses, como tambien para dar-
se la mano con D. Martin de la Carrera y las fuerzas que habia en las
provincias de Tuy y Santiago, disgustó mucho al soldado, que comenza-
ba á murmurar de tanto camino como sin fruto habia andado, apellidan-
do al de la Romana marqués de las Romerías; porque, en efecto, si bien
era loable su constancia en los trabajos y la conformidad con que sobre-
llevaba las escaseces y miserias, nunca se habia visto salir de su men-
te otra providencia que la de marchar y contramarchar, y las más veces
á tientas, de improviso y precipitadamente, falto de plan, á la ventura,
y como suele decirse, á la buena de Dios. Sólo en su ausencia y en los
puntos en que no se hallaba peleábase, y jefes entendidos y diligentes
procuraban introducir mayor arreglo y obrar con más concierto y activi-
dad. El único, pero en verdad gran servicio, que hizo Romana, fué el de
mantenerse constante en la buena causa, y el de alimentar con su nom-
bre las esperanzas y bríos de los gallegos.


Mas las tropas que mandaba, por poco numerosas que fuesen, si se
unian con las que estaban hácia la parte de Pontevedra, y fomentaban de
cerca la insurreccion de la tierra, ponian en peligro á los franceses, exi-
giendo de ellos prontas y acordadas medidas. Tales eran las que tomaron
en Lugo, el 29 de Mayo, los mariscales Soult y Ney, de vuelta ya éste de
su rápida excursion en Astúrias. Segun ellas, debia el primero perseguir
y dispersar á Romana, dirigiéndose sobre la Puebla de Sanabria, y con-
servar por Orense comunicacion con el segundo; quien, derrotado que
fuese Carrera, habia de avanzar á Tuy y Vigo, para sofocar del todo la in-
surreccion. Púsose, pues, el mariscal Ney en camino con 8.000 infantes
y 1.200 caballos, y avanzó contra la division del Miño, animada del ma-




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yor entusiasmo. La mandaba entónces en jefe el Conde de Noroña, nom-
brado por la Central segundo comandante de Galicia; mas éste tuvo el
buen juicio de seguir el dictámen de Carrera, de Morillo y de otros jefes
que por aquellas partes y ántes de su llegada se habian señalado; con lo
cual obraron todos muy de concierto.


Al aviso de que Ney se aproximaba, cejaron los nuestros á San Payo,
punto en donde resolvieron hacerle rostro. Mas cortado anteriormente el
puente por Morillo, hubo que formar otro de priesa con barcas y tabla-
zon, dirigiendo la obra con actividad y particular tino el teniente coronel
D. José Castellar. Eran los españoles en número de 10.000, 4.000 sin fu-
siles, y el 7 de Junio, muy de mañana, acabaron todos de pasar, atajando
despues y por segunda vez el puente. A las nueve del mismo dia apare-
cieron los franceses en la orilla opuesta, y desde luégo se rompió de am-
bos lados vivísimo fuego. Los españoles se aprovecharon de las baterías
que ántes habia levantado D. Pablo Morillo, y áun establecieron otras;
los principales fuegos enfilaban de lo alto de una eminencia el camino
que viene al puente; ocupóse el paso de Caldelas, dos leguas rio arriba,
por D. Ambrosio de la Cuadra, que regia la vanguardia, y por D. José
Joaquin Márquez, comandante del regimiento de Lobera; apoyóse la de-
recha de San Payo en un terreno escabroso, y la izquierda estaba ampa-
rada de la ria, en donde se habian colocado lanchas cañoneras. Duró el
fuego hasta las tres de la tarde, sin que los franceses consiguiesen cosa
alguna. Renovóse con mayor furor al dia siguiente 8, buscando los ene-
migos medio de pasar por su derecha un vado largo que queda á marea
baja, y de envolver por su izquierda el costado nuestro que estaba del la-
do del puente de Caldelas y vados de Sotomayor. Rechazados en todas
partes, vieron ser infructuosos sus ataques, y al amanecer del 9 se reti-
raron á las calladas, despues de haber experimentado considerable pér-
dida. Señaláronse entre los nuestros, y bajo el mando del Conde de No-
roña, La Carrera, Cuadra, Roselló, que gobernaba la artillería, Castellar,
Márquez y D. Pablo Morillo; por su parte tambien se manejaron con des-
treza los marinos, y sin duda fué muy gloriosa para las armas españolas
la defensa del puente de San Payo.


Romana, en tanto, se habia acogido á Orense al adelantarse el ma-
riscal Soult; mas, en vez de seguir la huella del primero, detúvose éste
en Monforte algunos dias. Lo alterado del país, noticias de la guerra de
Austria, y más que todo, los celos y rivalidad que mediaban entre él y el
mariscal Ney, le alejaron de continuar el perseguimiento de Romana, y
le decidieron á volver á Castilla. Para ello, no pudiendo atravesar el Sil




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por allí, falto de vados y de puentes, tuvo que subir rio arriba hasta Mon-
te-Furado, así dicho por perforarle en una de sus faldas la corriente del
mismo Sil, obra, segun parece, del tiempo de los romanos. Los naturales
de los contornos, colocados en la orilla opuesta, le causaron grave mal,
acaudillados por el abad de Casoyo y su hermano D. Juan Quiroga. Pa-
ra vengarse del daño ahora y ántes recibido, desde Monte-Furado mandó
el mariscal Soult al general Loison descender por la orilla izquierda del
Sil y castigar á los habitantes. Cumplió éste tan largamente con el encar-
go, que asoló la tierra, y varios pueblos fueron quemados, Castro de Cal-
delas, San Clodio y otros ménos conocidos. Tambien padecieron mucho
los otros valles que recorrieron ó atravesaron los enemigos. Romana reti-
róse á Celanova, y en seguida á Baltar, frontera de Portugal, en donde le
dejó tranquilo el mariscal Soult, pues dirigiéndose por el camino de las
Portillas, llegó el 23 á la Puebla de Sanabria, de cuyo punto se retiraron
á Ciudad-Rodrigo, despues de haber clavado algunos cañones, los pocos
españoles que lo guarnecian.


Soult permaneció en la Puebla breves dias, habiendo despachado á
Madrid á Franceschi para informar á José del estado de su ejército y de
sus necesidades. Aquel general partió de Zamora en posta á caballo, con
otros dos compañeros más; pasado Toro fueron todos cogidos, é intercep-
tados los pliegos, por una guerrilla que mandaba el Capuchino, Fr. Ju-
lian de Delica. Los pliegos eran importantes, así porque expresaban el
quebranto y escaseces de aquellas tropas (9), como tambien por indicar-
se en su contenido el mal ánimo de algunos generales.


Viéndose el mariscal Ney abandonado de Soult, conoció lo crítico de
su situacion. Con nada, en realidad, podia contar, sino con la fuerza que
le quedaba, y era ésta harto corta para hacer rostro á la poblacion arma-
da y al ejército, bastante numeroso, que contra él podian ahora reunir


(9) Sabe V. M. que hace más de cinco meses que no he recibido órdenes ni noticias
ni socorros; por consiguiente, carezco de muchas cosas é ignoro las disposiciones genera-
les. El general de brigada Vialenes se hallaba muy cansado, y me dijo en Lugo que estaba
malo. Conocí que su dolencia no era tan grave como decía; pero viendo su temor, le man-
dé que se retirase hácia el lado del mayor general de V. M. á recibir sus órdenes. Tam-
bien hubiera querido dar igual destinó los generales Lahonssaye y Mermet, que no siem-
pre han hecho lo que pudieran hacer para ventaja nuestra; pero dejé de tomar esta de-
terminacion hasta llegar á Zamora, para no dar más crédito á las voces de las cábalas ó
conspiraciones que se esparcieron..... (Sacado de la Gaceta del gobierno, de 28 de Julio
de 1809. Pliego Interceptado del mariscal Soult á José, fecho en la Puebla de Sanabria,
á 25 de Junio de 1809.)




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sin embarazo los generales Romana y Noroña. El auxilio que le presta-
ban los españoles sus allegados era casi nulo, y por decirlo así, perjudi-
cial. Habia ido de comisario regio el general de marina Mazarredo, que,
separándose de su profesion, en la que habia adquirido bien merecido
renombre, metióse á dar proclamas y esparcir entre los eclesiásticos y
los pueblos una especie de catecismo, por cuyo medio, apoyándose en
textos de la Escritura, queria probar la conveniencia y obligacion de re-
conocer la autoridad intrusa. No conmovian las conciencias argumentos
tan extraños; al contrario, las irritaban, provocando tambien á mofa ver
convertido en misionero político al que sólo gozaba reputacion de inte-
ligente en la maniobra náutica. Hubo igualmente en Santiago un direc-
tor de policía, llamado D. Pedro Bazan de Mendoza, doctor en teología,
el cual, y otros tantos de la misma lechigada, cometieron muchas trope-
lías y defraudaron plata y caudales: denominaban los paisanos semejan-
te reunion el conciliábulo de Compostela. Rodeado, por tanto, de peli-
gros y escaso de fuerzas y recursos, resolvió Ney salir de Galicia, y el 22
evacuó la Coruña, enderezándose á Astorga por el camino real, en cuyo
tránsito asolaron sus tropas horrorosamente pueblos y ciudades.


Así tornó aquel pueblo á verse libre de enemigos, al cabo de cinco
meses de ocupacion, durante los cuales perdieron los franceses la mitad
de la tropa con que habian penetrado en aquel suelo, ya en las acciones
con los ingleses, ya en la terrible guerra con que les habian continua-
mente molestado los ejércitos y poblacion de Galicia y Portugal.


A pocos dias entró en la Coruña el Conde de Noroña y la division del
Miño, siendo recibidos, no solo con alborozo general y bien sentido, sino
tambien quedándose los espectadores admirados de que gente tan mal
pertrechada y tan vária en su formacion y armamento hubiera consegui-
do tan señaladas ventajas contra un ejército de la apariencia, práctica y
regularidad que asistian al de los franceses.


Por entónces, y ántes de promediar Junio, fué tambien evacuado el
principado de Astúrias. Ademas de lo ocurrido en Galicia y Portugal,
aceleraron la retirada de los enemigos los movimientos y amago que hi-
cieron las tropas y paisanaje de la misma provincia. Diez y ocho mil
hombres la habian invadido: una parte, segun en su lugar se dijo, volvió
luégo á Galicia, con el mariscal Ney; otra, mandada por el general Bo-
net, vióse obligada á acudir á la montaña, adonde la llamaba la marcha
de don Francisco Ballesteros, y la restante fuerza, sobrado débil para re-
sistir á los generales D. Pedro de la Bárcena y Worster, que avanzaban á
Oviedo del lado de Poniente; salió, con Kellermann, camino de Castilla.




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El primero de aquellos generales, cayendo de Teberga sobre Grado, ha-
bia ántes arrojado de esta villa á unos 1.300 franceses que estaban allí
apostados, cogiendo 80 prisioneros.


Por la parte oriental del principado habia reunido el general Balles-
teros más de 10.000 hombres. Entraba en su número un batallon de la
Princesa, que habia ido á Oviedo con Romana, y el cual, mandado por
su coronel, D. José O’Donnell, se le habia unido, no pudiendo embar-
carse en Gijon. Tambien se agregó despues el regimiento de Laredo,
que pertenecia á las montañas de Santander, y la partida ó cuerpo vo-
lante de D. Juan Diaz Porlier. Entusiasmado el general Ballesteros con
las memorias de Covadonga, pensó que podian resucitar en aquel sitio
los dias de Pelayo. Anduvo, por tanto, reacio en alejarse, hasta que, fal-
to de víveres y estrechado por el enemigo, tuvo el 24 de Mayo que aban-
donar de noche la cueva y santuario, y trepar por las faldas de elevados
montes, no teniendo más direccion que la de sus cimas, pues allí no ha-
bia otra salida que el camino que va á Cángas de Onís, y éste le ocupa-
ban los franceses. En medio de afanes consiguió Ballesteros llegar el 26
á Valdeburon, en Castilla, de donde se retiró á Potes. Meditando entón-
ces lo más conveniente, resolvió, de acuerdo con los otros jefes, acome-
ter á Santander, cuya guarnicion, desprevenida, se juzgaba ser sólo de
1.000 hombres. Se encaminó con este propósito á Torre la Vega, en don-
de se detuvo más de lo necesario. Por fin, al amanecer del 10 empren-
dióse la expedicion, pero tan descuidadamente, que el enemigo se abrió
paso, dejando sólo en nuestro poder 200 prisioneros. Entraron las tro-
pas de Ballesteros el mismo dia en Santander; mas la ocupacion de esta
ciudad no duró largo tiempo. En la misma noche, revolviendo sobre ella
los franceses, ya reforzados, penetraron por sus calles, y pusiéronlo to-
do en tal confusion, que los más de los nuestros se desbandaron, y el ge-
neral Ballesteros, creyendo perdida su division, se embarcó precipitada-
mente con D. José O’Donnell en una lancha, en que bogaron, por falta
de remos remeros, dos soldados con sus fusiles. Don Juan Diaz Porlier
se salvó con alguna tropa, atravesando por medio de los enemigos con
la intrepidez que le distinguia. Fué tambien notable y digna de la mayor
alabanza la conducta del batallon de la Princesa, que privado de su fu-
gitivo coronel, y á las órdenes del valiente oficial D. Francisco Garvayo,
conservó bastante órden y serenidad para libertarse y pasar á Medina de
Pomar, desde donde ¡marcha admirable! poniéndose en camino, atrave-
só la Castilla y Aragon, rodeado de peligros y combates, y se incorporó
en Molina con el general Villacampa.




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Libres en el mes de Junio Astúrias y Galicia, era ocasion de que el
Marqués de la Romana, tan autorizado como estaba por el Gobierno su-
premo, emplease todo su anhelo en mejorar la condicion de su ejército
y la de ambas provincias. Entró en la Coruña poco despues que Noroña,
y fué recibido con el entusiasmo que excitaba su nombre. Resumió en
su persona toda la autoridad, suprimió las juntas de partido, que se ha-
bian multiplicado con la insurreccion, y nombró en su lugar gobernado-
res militares. No contento con la destruccion de aquellas corporaciones,
trató de examinar con severidad la conducta de varios de sus individuos,
á quienes se acusaba de desmanes en el ejercicio de su cargo; procedi-
miento que desagradó, pues al paso que se escudriñaban estos excesos,
nacidos por lo general de los apuros del tiempo, mostró el Marqués su-
ma benignidad con los que habian abrazado el bando de los enemigos.
Por lo demas, sus providencias en todos los ramos adolecieron de aque-
lla dejadez y negligencia característica de su ánimo. Suprimidas las jun-
tas, cortó el vuelo al entusiasmó e influjo popular, y no introdujo, con los
gobernadores que creó, el órden y la energía que son propias de la auto-
ridad militar. Transcurrió más de un mes sin que se recogiese el fruto de
la evacuacion francesa, no pasando el tiempo aquel jefe sino en agasajos
y en escuchar las quejas y solicitudes de personas que se creian agravia-
das ó que ansiaban colocaciones; y entre ellas, como acontece, no anda-
ban ni las realmente ofendidas ni las más beneméritas. Por fin, reunió el
Marqués la flor del ejército de Galicia y trató de salir á Castilla.


Antes de efectuar su marcha envió á tomar el mando militar de Astú-
rias á D. Nicolas Mahy; el político y económico seguia al cuidado de la
junta que el mismo Marqués habia nombrado. Ordenó ademas éste que
se le uniese en Castilla, con 10.000 hombres de lo más escogido de las
tropas asturianas, D. Francisco Ballesteros, que, en vez de ser repren-
dido por lo de Santander, recibió este premio. Debiólo á ha haberse sal-
vado con D. José O’Donnell, favorito del Marqués, y mal hubiera podido
ser censurada la conducta del Marqués sin tocar al abandono ó deser-
cion del coronel, su compañero; así un indisculpable desastre sirvió á
Ballesteros de principal escalon para ganar despues gloria y renombre.


Romana llegó á Astorga con unos 16.000 hombres y 40 piezas de ar-
tillería. Dejó en Galicia pocos cuadros y escasos medios para que con
ellos pudiese Noroña formar un ejército de reserva. Una corta division,
al mando de D. Juan José García, se situó en el Vierzo, y Ballesteros,
desde las cercanías de Leon, hizo posteriormonte hácia Santander una
excursion, que no tuvo particular resulta.




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Permaneció Romana en Astorga hasta el 18 de Agosto, en que se
despidió de sus tropas, habiendo sido nombrado por la Junta de Valen-
cia para desempeñar el puesto vacante en la Central por fallecimiento
del Príncipe Pío. El mando de su ejército recayó despues en el Duque
del Parque, al cual tambien se unió, aunque más tarde, Ballesteros, ca-
minando todos la vuelta de Ciudad-Rodrigo.


Los franceses que salieron de Galicia, y que componian el segundo y
sexto cuerpo, debieron ponerse por resolucion de Napoleon, recibida en
2 de Julio, á las órdenes de Soult, como igualmente el quinto del mando
del mariscal Mortier, que estaba en Valladolid, procedente de Aragon.
Varios ostáculos opuso José al inmediato cumplimiento en todas sus par-
tes de la voluntad de su hermano, y de ello darémos cuenta en el próxi-
mo libro.


Ahora, terminando éste, conviene notar lo poco que, á pesar de tan
grandes esfuerzos, habian adelantado los franceses en la conquista de
España. Ocho meses eran corridos despues de la terrible invasion en
Noviembre del Emperador frances, y sus huestes no enseñoreaban toda-
vía ni un tercio del territorio peninsular. Inútilmente daban y ganaban
batallas, inútilmente se derramaban por las provincias, de las que, ocu-
padas unas, levantábanse otras, y yendo al remedio de éstas, aquéllas
se desasosegaban y de nuevo se trocaban en enemigas. ¡Cuán diferente
cuadro presentaba por entónces el Austria! Allí habia en Abril abierto la
campaña el archiduque Cárlos con ejércitos bien pertrechados y nume-
rosos, sólo tres ó cuatro batallas se habian dado, una de éxito contrario á
Napoleon, y sin embargo, ya en 12 de Julio celebróse en Znaim una sus-
pension de armas, preludio de la paz. Así una nacion poderosa y militar
sujetábase á las condiciones del vencedor al cabo de tres meses de gue-
rra, y España, despues de un año, sin verdaderos ejércitos, y muchas ve-
ces sola en la lucha, manteníase incontrastable por la firme voluntad de
sus moradores. Tanta diferencia media, no nos cansarémos de repetirlo,
entre las guerras de gabinete y las racionales. Al primer reves se cede
en aquéllas; mas en éstas, sin someterse fácilmente los defensores al re-
molino de la fortuna, cuando se les considera deshechos, crecen; cuan-
do caidos, se empinan. Conocíalo muy bien el grande estadista Pitt (10),


(10) Hé aquí algunos pormenores de tan singular hecho. Era en el otoño de 1805,
y daba Mr. Pitt una comida en el campo, á la que asistian los lores Liverpool (entónces
Hawkesbury), Castelreagh, Bashurst y otros, como tnmbien el Duque de Wellington (en-
tónces sir Arturo Wellesley), que acababa de llegar de la India. Durante la comida recibió




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quien, rodeado de sus amigos en 1805, al saber la rendicion de Mack en
Ulma con 40.000 hombres, exclamando aquéllos que todo estaba perdi-
do y que no habia ya remedio contra Napoleon, replicó: Todavía lo hay
si consigo levantar una guerra nacional en Europa; añadiendo en tono, al
parecer, profético: y esta guerra ha de comenzar en España.


Pitt un pliego, cuya lectura le dejó pensativo. A los postres, yéndose los criados, segun la
costumbre de Inglaterra, o como ellos dicen, the cloth being remored and the servants out,
dijo Pitt: «Malísimas noticias: Mack se ha rendido en Ulma con 40.000 hombres, y Bona-
parte sigue á Viena sin obstáculo.» Entonces fué cuando exclamaron sus amigos y él re-
plicó lo que insertamos en el texto. Como su respuesta era tan extraordinaria, muchos de
los concurrentes, aunque callaron por el respeto que le tenian, atribuyéronla, sobre todo
en lo que dijo de España, á desvario, causado por el mal que le oprimia, y de que falle-
ció tres meses despues. Pitt, percibiendo en los semblantes el efecto que habian produ-
cido sus primeras palabras, añadió las siguientes, bien memorables: «Si, señores; la Es-
paña será el primer pueblo en donde se encenderá esta guerra patriótica, que sólo puede
libertar á Europa. Mis noticias sobre aquel país, y las tengo por muy exactas, son de que
si la nobleza y el clero han degenerado con el mal gobierno, y están á los piés del favori-
to, el pueblo conserve toda su pureza primitiva, y su ódio contra Francia tan grande como
siempre, y casi igual á su amor á sus soberanos. Bonaparte cree y debe creer la existencia
de éstos incompatible con la suya: tratará de quitarlos, y entónces es cuando yo le aguar-
do con la guerra que tanto deseo.»


Hemos oido esto en Inglaterra á varios de los que estaban presentes; muchas veces
ha oido lo mismo al Duque era Wellington el general D. Miguel de Álava y dicho Duque
refirió el suceso en una comida diplomática que dió en Paris el Duque de Richelieu, en
1816, y á la que se hallaban presentes los embajadores y ministros de toda Europa.