BIBLIOTECA UNIVERSAL
}

BIBLIOTECA UNIVERSAL


COLECOION
DR LOS


MEJORES AUTORES


ANTIGUOS Y MODERNOS,


NACIONALES Y EXTRANJEROS.


TOMO LIV.


NI I RABEAU.


DISCURSOS.
fi/ADUCCIÓN Y PRÓLOGO D


P.AFAIIL GIEARD DE LA ROSA.


MADRID
DiREZeltiY Y Aft)14111STRACZ6:1:


PERLADO, PÁEZ Y CONIPAÑíA
Arenal. zi


1922




— e, --


Ahora bien; de este doble carácter de la
elocuencia política, de su carácter dramático
y de su carácter de actualidad, se deduce
que no es posible entender á un orador si
no estamos en antecedentes acerca de los
motivos que le impulsan á hablar. .


Por esta razon los discursos de Mirabeau
contenidos en esta obra, llevan al frente ó
donde son convenientes y áun necesarias,
las explicaciones que aclaran el texto y po-
nen de relieve las palabras del orador, que
sin esas notas carecerian de interés para
machos lec.tores.


Al propio tiempo, con este sistema con-
seguimos hacer de esta publicacion un su-
mario de la historia de los primeros tiem-
pos de la Revolueion, desde que fueren con-
vocados los Estados Generales, hasta la
muerte de Mirabeau.


EL EDITOR,


MIRABEAU.


Asombra la mision de que Mirabeau se
hizo cargo desde su primera juventud. Per-
tenece á la gencracion de los reformadores


J y filósofos del siglo xvm, pero hay algo en
él de superior á todos; no era como ellos un
demoledor, sino que más bien al través do
todos sus escritos, de todos sus actos y pa-
labras se vé el propósito firme de recons-
truir la sociedad sobre nuevas bases. En me-
dio de tantos hombres como negaban, él sólo
afirma. Allí donde Voltaire rie y Diderot
declama, Mirabeau medita. Quería, sí, que
desaparecieran á impulsos de los terremotos




sociales, las instituciones pasadas, pero-traia
ya la base y el plan de las futuras.


Mas en la empresa acometida por Mira-
beau estaba sólo: en tanto los enciclopedistas
se velan halagados por el aplauso do córte
pueblo, Mirabeau acomete al mundo antiguo
sin más armas que su pluma, y sufro toda
clase de ostracismos desde el decretado por
un padre duro, que lo arroja del hogar,
hasta el fulminado por la monarquía que lo
arroja de la pátina.


Perseguir á la tiranía con la pluma, re-
lampaguear sobre su cabeza, aturdirla con
los estampidos de la elocuencia que baja de
la tribuna, como el rayo del Sinaí, marcar
á los déspotas con el hierro candente, y ex-


tirpar los errores, barrer las preocupaciones
y fundar un nuevo órden de cosas sobre las
ruinas de la antigua sociedad, es sin duda
mision grande, digna da admiracion y


aplauso; pero al fin en esta singular mision
el que la lleva á cabo representa quizá á un


pueblo, tal vez ostenta en la mano los po-




(lens conferidos por millones de hombres;
las leyes lo declaran entónces sagrado, las
iras de los poderosos mueren á sus piés,
puede pensar libremente, puede escribir,
puede hablar á los pueblos, tiene detrás de
sí muchedumbres que lo defienden con amor
furioso, en torno suyo las armas puestas al
servicio de su derecho, bajo sus piés la tri-
buna sagrada, pedestal que no se deja arre-
batar la estátua del orador, y que lo eleva
frente á frente de los poderes tiránicos, para
quo su palabra sea oída en toda la tierra y
por todas las gentes. Es Demóstenes ampa-
rado por Atenas; es Ciceron defendido por la
gratitud de Roma; es Graco escudado por
las masas proletarias.


Por el contrario, si el grande hombre,
orador, poeta, filósofo, heresiarca, legisla-
dor ó profeta, en vez del aplauso de los pue-
blos sólo halla su indiferencia., si en vez del
amparo de las leyes, las cuenta entre sus
enemigos, si nadie lo ha conferido el poder
de hablar á sus semejantes, sino que antes




10


bien, se le disputa y se le coarta con prisio-
nes, destierros y suplicios, si cada página le
cuesta un martirio, si cada verdad dicha
los poderosos, ajusta nuevo eslabon á su pe-
sada cadena, si para combatir, si para ha-
blar, si para escribir, si para vencer, nece-
sita hundirse cada vez más en la miseria, en
el destierro, en el calabozo, en el sacrificio,
y no obstante, el grande hombre combate,
habla, escribe y vence, él sólo centra todos,
entónces no hay gloria semejante á ésta so-
bre la tierra, ni hay gratitud bastante en los
humanos hechos, para consagrarla sobre la
tumba de ese poeta, de ese orador, de ese
legislador, de ese heresiarca 6 de ese profeta
sublime.


Antes de entrar Mirabeau en la Asamblea
nacional, desde donde su voz se hizo oir de
toda Europa, fiad uno de esos hombres; no
llegó á la luz sino despues de largos trabajos
realizados en la sombra: antes de asirse á la
tribuna, largos arios flotó indefenso, sin cré-
dito, sin gloria, sin nombre apénas, y 101,


----


rabia! hasta sin libertad para lar salida á
las lavas que en su cerebro bullían como en-
el fondo do un volean. Pocas veces se ha
visto á un hombre de sus facultades, luchar
tanto tiempo con las tinieblas de la media-
nía, con la áspera pendiente de la gloria. La
fortuna parecíale contraria; todos los cami-
nos se le cerraban obstinadamente, otros
ménos dignos que él, ménos fuertes que él, .
ménos laboriosos que él pasábanle delante:
como el Citan de la fábula, que sólo puede
removerse en su prision de rocas y lanzar al
espacio sus bramidos, cuando el terremoto
sacude y desquicia el flanco del Etna, así
fué preciso que una revolucion política rom-
piese el suelo de la Europa envejecida para
que Mirabeau, titan i-epultado en la honda er-
gástula de la monarquía absoluta, surgiese,
llameante de voluntad y de gónio en la cima
de aquel vasto amontonamiento de escom-
bros; y aún así ¡tan áspera fué con él la in-
justa fonunal para apagarse bien pronto
al soplo de muerte prematura. Llegó á ver




i 2 —


la tierra prometida, habló de ella magnífica-
mente á los que le habian seguido en la as-
cension, pero que aún no habian tocado la
cumbre como él; describió aquellos pueblos,
aquellas razas, aquella futura sociedad,
aquellas fraternales ciudades, aquellos pro-
gresos, aquella civilizacion que á sus plan-
tas veia vagamente, como á través de la bru-
na de vision apocalíptica, y cuando fue pre-
ciso bajar la montaba, despues de haberla
subido, para tomar posesiona del mundo des-
cubierto, sus fuerzas se agotaron súbita
mente, extinguióse su poderoso aliento que
tantos esfuerzos supremos y tantas tempes-


tades habla soportado, y coronado de flores,
come Moisés de rayas, sonriendo á sus ami-
gos, consolando á las tribus desesperadas, y
en adelante sin guia, dejando en pes de sí
ias tablas de la ley humana, la declaracion de
kos derechos del hombre, pasó de las luchas
de la vida á. los misterios de la muerte. Ha-
bia nacido á la gloria en 1789, moría


en . 1:791: el destino sólo le dejó dos anos


---- I 3


para realizar una obra, en su cerebro ya ter-
minada, y á que quizá en algunos siglos no
darán fin las generaciones humanas.


Sí, lo repetimos, ántes de llegar Mirabeau
á la tribuna y á la fama fué ya uno de los
hombres más extraordinarios que la historia
puede ofrecer á nuestra admiracion. Quizá
el Mirabeau, oscuro folletista, pobre prisio-
nero, errante proscrito, sea más grande que
el Mirabeau glorioso, que desde la tribuna
de la Asamblea nacional señalaba imperio-
samente la puerta á la monarquía, en nom-
bre de la voluntad de los pueblos.


Veamos, pues, lo que fué esta vida, mejor
dicho, lo que fue esta fiebre. Apenas abre..
los ojos á la luz, dotado de angélica belleza,
las viruelas lo desfiguran, como si el' destino
quisiese marcarlo desde temprano en el ros-


.tro, para que su elegido no se confundiese
con ningun otro, en la balumba humana.
Crece, como planta robusta y de honda raíz,
duramente combatido por las contrariedades




domésticas.




14


jóven comienza é sufrir y á viajar; es-
tudia y escribe puesta la vista en los pro-
clamas de su siglo. Es oficial del ejército,
pero la disciplina de los cuarteles no con-
viene á. aquel carácter indomable. Ávido de
libertad y de vida, rompe los lazos de un
matrimonio de conveniencia y huye con
Sofía. Recorro la Europa, vive trabajosa-
mente en Holanda consagrado á las letras y
al amor, en tanto en Francia se le condena
á muerte. Torna de nuevo á su país: es re-
ducido á prision, al par de su amada; escribe
las cartas á Sofía, monumento de pasion y de
elocuencia; defiende ante los tribunales la
causa de su amor; demuestra que no es un
libertino vulgar el que tanto talento y tanta
voluntad pone al servicio de sus pasiones.


Entre tanto, su actividad intelectual no
ae contiene un monitnto; su corazon y su
cerebro trabajan á un tiempo, y lo mismo
describe á Sofía las tempestades de su alma,
.que increpa á. los déspotas europeos, te sus
innífic.' os. folletos. Desde el fondo de bus


prisiones defiende á los pueblos encadenados:
olvida sus hierros para limar los de sus con-
ciudadanos. Un mozo de cordel llamado
Jeauret, es bárbaramente atropellado al pié
de la reja de su prision, por los aduaneros.
Mirabeau cojo la pluma y en páginas ardien-
tes y elocuentísimas, da cuenta á. Europa,
al mundo, de como la causa de un mozo de
cordel puede ser la causa de la huma-
nidad.


Los envilecidos príncipes alemanes venden
á Inglaterra sus súbditos para que los envie
á pelear con los libres norte-americanos:
Mirabeau truena contra los príncipes ale-
manes.


Escribe contra las órdenes arbitrarias de
prision y contra los establecimientos penales
del Estado, y su libro mina los cimientos de
la Bastilla, que más tarde debia caer á los
estampidos de su voz.


Viaja por Inglaterra, y allí estudia la eco-
nomía y la .aacieuda. En sus Consideracio-
ries sobre la Jrden ae Cincinato, ampara la.




— —


naciente libertad de la República Americana,
y profetiza su inmenso crecimiento.


Denuncia á los agiotistas, denuncia á loa
ministros incapaces; viaja por Alemania,
traza el cuadro más perfecto que se ha he-
cho en el siglo xvm de la monarquía pru-
siana, defiende la libertad de imprenta, pro-
'roca la convocacion de los Estados Generales
y madurado su génio por tantos estudios;
corregido su corazon, de suyo vehemente y
arrebatado, por tantos sufrimientos, lánzase
de lleno en la corriente impetuosa de la re-
volucion.


Recorre la Provenza; divórciase de la no-
bleza, pronunciando palabras de una solem-
nidad trájica; es aclamado, bendecido, He
vado sobre el pavés, por las entusiastas po-
blaciones del Mediodía de Francia: dirije un
folleto lleno de buen sentido, de moderacion
y de lógica al pueblo hambriento de 15 lar.
sella, es elegido representante en los Esta-
ta os Generales, y por último aparece en la
tribuna.


17


Lo que allí hace este hombre vá relatado
ea las páginas de la obra que sigue á estas'
líneas.


Se ha pregonado en todos los tonos, desde
el furioso hasta el compungido, que el grande
orador estaba vendido al oro de la córte, en
los últimos tiempos de su vida parlamen-
taria. No hay pruebas formales de este
aserto: estos rumores se extienden general-
mente por los enemigos de los grandes hom-
bres, y se exornan con tales datos, con tan
prolijos detalles, que sus mismos amigos y
admiradores aceptan la calumnia y se con-
tentan CAD asegurar que sí, á pesar de esas
salpicaduras de lodo, el mármol del hombre
de genio resplandece, mayor sería su brillo
si permaneciese limpio de toda mancha. ¡ Es-
téril y cobarde conformidad!


Esto so ha dicho de Mirabeau: se le ha
pintado con los colores del poeta ó del nove-
lista, más que con los del historiador; para
hacer gala de fantasía, para arrojar contra-
dictorios y chocantes colores sobre el lienzo,




18 --


se ha repetido la muletilla de las debilidades,
los vicios, el desenfreno, los horrores del
gran Riquetti; y á seguida se ha dicho qué
nada de esto le impedia ser un grande hom-
bre; como si fuese posible que un hombre
de Estado permaneciese puro é incorruptible
en la vida pública, siendo en la vida privada
un infame. Sólo en las antitésis de los poe-
tas se ven esos pantános, en cuya superficie
hay agua cristalina, y en cuyo fondo se posa
el cieno: el artista, el poeta, el sabio, pue-
den llevar esa vida cenagosa, siempre con
menoscabo de sus facultades; el hombre pú-
blico, el orador, el estadista, ha de ser tan
severo en su existencia íntima, como en la
pública. La luz del sol delataría en su rostro
las huellas de la orgía nocturna. Quizá en
otros tiempos un Alcibiades, un César, se
presentasen impunemente en el foro ó en la
Agora, manchado el manto con el vino de
las cortesanas; en estos siglos, en nues-
tros parlamentos , en nuestros gabinetes,
por punto general, no se consienten esas as-


19 —


querosas ostentaciones del vicio. Así, pues,
creemos que la mayor parte de los críticos,
biógrafos, historiadores, que hasta ahora se
han ocupado en pintarnos á Mirabeau, so
han engañado los unos á los otros, han co-
piado malamente un retrato falso y sacrifi-
cado la verdad á los efectos de un claro-os-
curo repugnante; sobre esa reputacion man-
cillada se han construido períodos sonoros,
cadencias inesperadas, frases relampaguean-
tes; Hugo, Lamartine, Inane, C'nateau-
briand, poetas é historiadores han pasado al
lado del grande orador, contribuyendo con
la mejor intcncion del mundo á su descré-
dito, para tener el gusto de aplicarle califi-
cativos ambiciosos que embellecen, si hay
belleza posible en la fealdad moral , pero
desnaturalizan el rostro del gran orador.
Mirabeau ha sido despiadadamente sacrifica-
do en aras la antítesis. Ese es el escollo de
toda grandeza. Si Milton hubiese conocido á
lklirabeau, como buen poeta habria puesto á su
Satanas el rostro del tribuno revolucionario.




Nunca se vendió 'al oro de Luis XVI, ni
de su córte. ¿Dónde está la prueba de que
se vendiese? En cuentas, en cifras, halla-
das en dias de perturbaciones, y que no se
han podido examinar á la luz de imparcial
crítica. Pero se dice quo Mirabeau defendió
al cabo al rey en sus discursos-. ¿Y qué so
quena que hiciese? Mirabeau era monár-
quico, sino por temperamento y definitiva-
mente, en virtud de arrraigadas ideas de
conveniencia pública del momento, y de una
manera transitoria. Nunca Mirabeau dijo
una palabra en la tribuna, ni siquiera en sus
escritos de la primera edad, en que apare-
ciese como republicano: muéstrase 'siempre
respetuoso con el rey: sólo una vez parece
romper con ese respeto; en aquél sublime
¡vuestro amo! lanzado al lacayo del rey, el
marqués de Brezé; y aún en estas graves cir-
cunstancias el orador hiere en el rostro á la
monarquía absoluta, nó á esa otra monar-
quía utópica con que soimba, la monarquía
constitucional.


En cuanto al tono de sus discursos el+


nada revela que se hubiese vendido á 1»
córte: firme, severo, 'implacable contra los
abusos, muéstrase respetuoso con el rey, y


con notable prevision, desde los comienzos
de la revolucion, conciliador y ardentísimo


en la defensa del órden público y de la ley.


Suya es aquella frase de un mensaje leido
en la tribuna el 27 de Junio de 1789, en los
albores de la revolucion y ántes que hubie-


sen estallado los grandes desórdenes: «Nues-
tra suerte depende de nuestra cordura. Sólo
la violencia podrá hacer dudosa, y hasta
aniquilar esa libertad que la razon nos con-
cede.» Y en otra ocasion sólemne decia: «No
sornas salvajes que llegan desnudos de las
orillas del Orinoco para formar una socie-
dad. Somos una nacion vieja, harto vieja
para nuestra época. Tenemos un gobierno
preexistente, un rey preexistente, preexis-
tentes preocupaciones. Necesario es, por lo
tanto, poner todo esto en arinonía con la re-
volucion y salvar lo repentino del cambio.D




<72


No confundamos, pues, á Mirabeau, maravi-
lioso genio que á las inspiraciones del filó-
sofo imitaba las prudencias del hombre de
Estado, que sentia en sus venas el tempes-
tuoso hervir del agitador, sin perjuicio de
conservar esa calma que tau bien sienta á
los generales en la batalla, al piloto en la
borrasca, y al tribuno en las revoluciones,
no lo confundamos con esos vanos agitado-
res, que más generosos que prudentes, con-
funden sus ilusiones con la realidad, y al
cabo tienen que reformar y hasta modificar
por completo sus más arraigadas creencias.
Nunca se le vió precipitarse ciego sobre esos
peligrosos brillos que atraen á los pueblos
como la llama á las mariposas. Quizá en
esto, en esa suprema calma, consista el car-
go más grave contra Mirabeau, si es que es
un cargo, el haber calculado mal la resisten-
cia del muro monarquía y la potencia del
ariete revolucion. De haber vivido Mirabeau
se habria puesto en frente del 'lerror, lle-
vado del primer impulso que ea siempre ge-


neroso, pero si hubiese tenido espacio de
meditar los hechos y pesar las circunstancias,
Mirabeau hubiera absuelto al Terror, no por
la sangre inútilmente vertida, sino por las
energías desplegadas en aquellos momentos
de suprema espectacion para.la humanidad.
Sin las audacias dautonianas de 1793, la
Europa monárquica habría ahogado en su
cuna á la revolucion; así como sin el despo-
tismo napoleónico , en vez de extenderse é


irradiar en todas direcciones durante el si-
glo xix, el incendio se habria apagado en su
origen, la revolucion se habria localizado en
Francia, como se localizó la revolucion in-


glesa y la revolucion americana. No hubiese
sido entónces la revolucion un cambio de
frente para el género humano, sino tan sólo
el parcial movimiento progresivo de una na
cionalidad. Un aborto en vez de un alum-


bramiento.
¿Qué fortuna acumuló el gran tribuno


para que-se le supusiese vendido á la córte
Él mismo nos lo dice: «lié vivido pobremente




— 24 —


de mi trabajo y del socorro de mis amigos.»
Los agiotistas, el banco de San Cárlos, el
duque de Orleans, los ministros habían tra-
tado de corromperlo sin conseguirlo: en los
momentos en que se le hacian esas brillan-
tes proposiciones, se presentaba al conde de
la Ilarek (Setiembre de 1789) con aire ti-
mido y cortado á pedirle prestados algunos
bases. « Nó, añade el conde lleno de justa
indignado!), nó, jamás Mirabeau sacrificó
sus principios á sr.s intorescs pecuniarios. »
En los momentos en que rechazaba las ofer-
tas mencionadas, enviaba todos sus efectos
al Monte de piedad.


¿Cuáles fueron, pues, sus relaciones con
la córte? Hélas aquí. Profesaba Mirabeau
profunda simpatía, no exenta de piedad, al
infortunado Luis XVI. Le había dedicado
su Ensayo sobre el despotismo. Le habiü ser-
vido en su mision en Berlin, y pretendía vana-
mente unir los intereses del monarca con los
del pueblo. No es pues extraño, que á peticion
del rey, n.lás ó méuos directa, accediese á


25 ----


ilustrarlo periódicamente acerca de los mo-
vimientos de la opinion y de la política quo
debia seguirse para servirla, entiéndase bien,
para servirla, es decir, para favorecer el
triunfo de la revolucion. De aquí sus magní-
ficas notas dirigidas á la córte.


¿Y qué dicen esas notas? Que una con-
trarevolucion seria tan impolítica y peli-
grosa como criminal. Que era preciso que el
rey se pusiese á la cabeza de la revolucion;.
que llamase al poder á. los más exaltados


para que al contacto de la realidad se tem-
plasen, que acudir al amparo del extranjero
era infame, que el rey no tenia más camino


que el de arrojarse en los brazos de su pue-
blo. ¿Consistirá su delito en que se muestra
monárquico? Lo eran Barnave, Petion,


Bailly, el mismo Robespicrre. En 1789 na-


die pensaba aún en la República; se consi-
deraba por tudos como un ideal, pero lejano
y prematuro. El peusamiauto dominante en
Mirabeau u-a el triunfo de la B,evolucion ; el
pensamiento secundario pero firme, salvar




al rey. Quiso, como dice un-pensador sério,
Proudhon, hacer revolucionaria á la monar-
quía y monárquica á la revolucion. Por otra
parte el rey marchaba al frente de los refor-
madores; en sus primeros tiempos los filó-
sofos fundaban en él su esperanza. Así es
que en 1789 la monarquía era un factor ne-
cesario, indispensable de la revolucion. Ni-
rabeau , hombre práctico lo comprendía así,
¿Habia de callarlo? ¿Debía olvidar al rey sir
viendo al pueblo?


Pudo muy bien ser que la córte subviniese
á las necesidades de su consultor que se ha-
llaba plagado de deudas, arruinado, en la
miseria casi, á causa de haber servido tan-
tos ailos desinteresadamente á su pátria.
Mas esa subvencion, en todo caso, no hizo
que el orador doblegase sus firmes convic-
ciones ante la córte: léanse sus notas, mo-
delo de sensatez política y de cívico valor:
no hay en ellas nada que revelo que se ha-
bia


vendido. Otorgaba, coneedia á la córte
las luces de su entendimiento, como un ab°.


gado las concede á un cliente, y se dice que
cobraba sus honorarios. El general Lafayette
¿no cobraba Cambien millones de la córte?


¿Y para qué? Para hacerle traicion. Mira-


beau pasó íntegro y puro á través de aque-
llas seducciones, aprovechándolas quizá tan
sólo en aquello que al mejor servicio de la
revolucion podia conducir. No se ha logrado
citar una sólo frase de esas notas, en que el
orador haga traicion al pueblo y al movi-
miento revolucionario. No había compra-ven-


ta puesto que faltaba la cosa sobre que reca-
yera el contrato. «La calumnia organizada
contra Mirabeau, ha dicho Proudhon, que


no es sospechoso, fué una vergüenza para el


partido revolucionario del 80 y una calami-


dad nacional. »
Así, pues, ese Mirabeau tan execrado por


su corrupcion, como aplaudido por su elo-
cuencia, es uno de los hombres más íntegros
de su siglo. Conviene que quede así sentado,
porque no conozco nada más triste, nada más
desgarrador en la Listoria, que el espectáculo




— 28 --


de un grande hombre .calumniado. Desagra-
viemos á esas sombras irritadas por la in-
justicia do los contemporáneos y de la pos-
teridad; restaüemos esas frentes sublimes
heridas por la irrisoria corona de espinas,
más insoportable mil veces que los tormen-
tos de la cruz.


No era Mirabeau tan sólo un tribuno elo-
cuente, sino que tambieu podemos conside-
rarle como el hombre de Estado más pru-
dente de su siglo, y quizá superior á cuan-
tos despues han impulsado las revoluciones
europeas. Se le ha comparado al Océano tem-
pestuoso por el ímpetu de su elocuencia, pe-
ro le conviene más la imágen del Océano
en calma, por la amplitud, la profundidad y
el nivel constante do sus opiniones: es su-
blime, pero majestuoso; ni en sus libros, 1) i
en sus discursos, no obstante haber vivido
en la aurora de tantas ideas nuevas, se des-
liza jamás la utopia ;—y diré de paso que
entiendo por utopia, no la verdad ce maña-
na sino el error del pasado; la utopia es an-


tigua, infecunda é inmóvil, como un dios in-
dio; mira al pasado; toda idea que mire al
porvenir, realizable ó no en el presente, no
puede ser utópica. — Este carácter distin-
gue á Mirabeau de los denlas revoluciona-
rios; es superior á Napoleon, que enemigo
de los ideólogos, cayó en la ideología de Ale-
jandro, de César y 'de Cárlos V, en la más
funesta de las utopias, la utopia de una mo-
narquía universal. Mirabeau rige soberana-
mente los corceles del carro de la revolucion,
semejantes á los del sol, pero que sometidos
á su hábil direccion no se extraviaron nun-
ca en su carrera. Conoce las ideas, pero co-
noce más á los hombres: ni la novedad de
los principios triunfantes, ni el deslumbra-
miento que produce la luz á toda pupila ha-
bituada á las tinieblas de la noche, ni el
asombroso suceso de tina sociedad ayer apé-
nas sepultada en las mazmorras de la Edad-
Media y hoy libre, soberana y señora de sus


derechos y de su voluntad; nada perturba
el espíritu sereno de Mirabeau; todo lo vé




--- 30 —


claro desde las alturas de la tribuna, la gran-
deza de los ideales lo mismo que la imper-
feccion de los hombres y desde el primer
din, habla la lengua. difícil y positiva de los
hechos, la lengua de la política y del hom-
bre de Estado, tan diferente, y á las veces
tan opuesta á la lengua de la ciencia y del
filósofo.


En el mes de Agosto de 1789, en los mo-
mentos CU que el entusiasmo revolucionario
se babia apoderado de las almas superiores
y de las muchedumbres, cuando todo pare-
cia convidar al ensayo atrevido y al plantea-
miento de todas las doctrinas incubadas en
la Enciclopedia, nido de ideas, que habla
poblado el mundo, Mirabeau, hombro de
Estado, político poseido de la realidad escri-
bia estas graves palabras, que en aquellos
dias no debian ser populares, pero que las
experiencias .


de un siglo corroboran:
«El filósofo que trabaja para lo futuro,


y que,
en suépoca no se dirijo á la multitud,


debe veirgar á la humanidad sin miramion


— 33 —


tos: su prudencia seria debilidad, su respeto
cobardía, su tolerancia, prevaricacion. Pero
el hombre de Estado que obra sobre todos,
y en un momento dado, ha de sujetar-
se á más mesurada actitud: no entrega ar-
mas al pueblo sin enseriarle á servirse do
ellas, por temor de que en el primer acceso
de embriaguez, abuse de su poder, las vuel-
va enseguida contra sí propio, y las arroje
despues, con igual remordimiento cre es-
patito (1; .»


Así, pues, Mirabeau, distingue el cometi-
do del estadista., del de el hombre de Esta-
do: puede aquel ser cándido, veraz é inocen-
te, como la paloma del Evangelio; este no
merecerá el nombre de tal, sino es cautelo-
so, reflexivo y frio, como la serpiente.


Fué Mirabeau estadista y hombre de Es-
tado, y de aquí sus dos sérics de trabajos,
de aquí sus dos estilos, de aquí su doble ca-
rácter, de escritor y de orador: como estadis-


'1) Coa-rier de. Provell" núm. Z,




--32--


ta escribió obras templadas en el espíritu
reformador de su siglo, atrevidas por lo que
hace á las palabras, profundamente funda-
das en justicia por lo que hace á las ideas;
como orador pronunció discursos cuyo arre•
bato mayor, cuyo más alto vuelo nunca lo
apartó de las ásperas realidades de la tierra.
No hay en toda la coleccion de sus discursos,
una sola frase que se pueda oponer á otra;
subió á la tribuna en mayo de 1789, y bajó
al sepulcro en Abril de 1791; en este espa-
cio de tiempo, que aunque corto era tiempo
revolucionario, es decir, dias extraordinarios,
dias genesiacos, y que para otro político ha-
bría sido bastante espacio que sembrar de
contradicciones 6 inconsecuencias, no hay un
discurso, no hay una frase, no hay una pa-
labra , que contradiga á otro discurso,
á otra frase, á otra palabra: pecado, si
se quiere venial cuando de buena fé se
comete, pero del cual no están exentos
casi ninguno de los políticos que han re-
gido y rigen la Europa contemporánea. No


— 33 —


es la consecuencia la virtud de nuestros
tiempos.


Opino, contra todos los biógrafos de Mi-
rabeau, que sus obras literarias son superio-
res á sus obras oratorias. Y esto explica,
por lo que llevo dicho. En sus obras litera-
rias Mirabeau habla cómo estadista; en sus
discursos como hombre de Estado: como esta-
dista le es lícito poner al servicio de los te-
mas que trata, la elocuencia más viva y pe-
netrante, las ideas más ardientes, la entona-
cion•atrevida del reformador y las audacias
del revolucionario: como hombre de Estado,
en el altar de la tribuna, se reviste de la
gravedad que conviene al sacerdocio de la
política, y t irla hace, nada dice, que no ha-
ya sido hondamente meditado, por más que
parezca arrebatado en alas de la improvisa-
cion ; su estilo, su elocuencia entóncN pier-
de en galas, lo que gana en precision, en or-
nato y libertad lo que gana en robustez y
elevacion. No hay nada en sus discursos que
iguale á sus libros sobro las prisiones arbi-


TO3r O T.TY. a




— 34 ---


trarias, sobre la orden de Cineinato, sobre
la corte de Berlin, sobre la carestía de Mar-
sella. Es más, sus trozos de elocuencia céle-
bres, como el de la bancarrota, no son ha-
blados, son escritos ántes de subir á la tri-
buna: tienen, pues, el profundo sello y la
eternidad propias de la palabra escrita y
meditada.


Por otra parte la elocuencia de Mirabeau,
nueva por las ideas, es antigua por la for-
ma : no hallareis en ella esas galas oratorias,
esa erudicion encantadora, esos melodiosos
párrafos que llevan á la palabra lmmana las
vibraciones de la lira: en la elocuencia de
Mirabeau todo es severo, fuerte, varonil y
sóbrio: rara vez se le sorprende buscando
actitudes artísticas; su mano no se distrae
un momento en componer los pliegues de su
toga, ni su voz modula elegantes cadencias.
Es como Demóstenes musculoso y atlético:
desdeña las imájenes ó las deja caer con so-
berbia indiferencia , como Cleopatra las
perla s.


En el fondo de todo orador hay un artis-
ta: más que en lo que dice, es preciso fijarse
en cómo lo dice. No basta leer sus obras
para juzgarlas: la posteridad halla en mu-
chos pasajes aplausos inexplicables : nues-
tro gran tribuno Lopez con lugares comu-
nes; entusiasmaba á su auditorio. ¿Por qué?
Preguntadlo á sus contemporáneos, á los
que lo vieron en la tribuna. ¿Es posible ex-
plicar en lo que consiste el encanto de Mai-
quez, de Taima, de Roscio?


La figura de Mirabeau al alejarse de noso-
tros se engrandece, pero ganando en esta-
tura, pierde en claridad ; se hace vaga, gi-
gantesca, indeterminada, como aparicion
osiániea. Se le vé ya á través de una nube.
Ochenta años han sido bastantes para darle
la augusta majestad del marmol antiguo. El
trueno de su elocuencia que retumba á lo
léjos en los horizontes de las revoluciones
europeas, de dia en dia se debilita; pero si
el estruendo de la detonacion eléctrica se
vá apagando, la huella del rayo- será eterna:




áG


vedla impresa en la frente de todos los ro-
yes, inclinada de grado ó por fuerza ante la
soberanía nacional; vedla en los cuarteados
Duros del castillo feudal, vedla en la cate-
dral gótica fulminada, en los restos enne-
grecidos de la sociedad de arriba abajo in-
cendiada, en las viejas instituciones abrasa-
das bajo aquel diluvio de rayos.


Es Mirabeau superior á todos los orado-
res antiguos porque presidió al nacimiento
de un nuevo órdcn de cosas. En pos de De-
móstenes ¿qué vemos? la Grecia avasallada
por los macedonios, sometida por los roma-
nos, devastada por los bárbaros, esclaviza-
da por los turcos. ¿Qué vemos en pos de
Ciceron?- El foro desierto, las orgías impe-
riales, la república destruida. Nada dejaron
á su paso esos grandes artistas de la pala-
bra, sino es su elocuencia maravillosa pero
infecunda, semilla arrojada al viento y que
cayó en tierras fatigadas y estériles.


En Mirabeau, al contrario, la palabra está
llena de fecundidad y de gérmenes: no es ya


,


un tema de meditaciones para el hablista ni
para el retórico, sino que ofrece al político
todos los problemas planteados por la revo-
lucion. Por eso su voz sigue siendo oida, en
las Asambleas modernas. En sus discursos
están contenidos los elementos de esa atmós-
fera que hoy respiran todos los pueblos eu-
ropeos. No es un astro melancólico que so
sepulta trájicamente en el pasado, sino quo
cual sol quo subo al zenit, de momento en
momento ilumina más ancho horizonte, y
resplandece con mayor brillo er4 los eternos
cielos.


Madrid 30 Octubre 1879.


RAFAEL GINARD DE LA ROSA.




M1RABEAU.


DISCURSOS.


DISCURSO ACERCA DE LA DENOMINACION


QUE DEBTA TOMAR LA ASAMBLEA.


(Los Estados Generales do Francia se
9eunieron en París el 5 de Mayo de 1789.—
Bien pronto se trató de la denominacion que
eonvenia á aquel cuerpo deliberante: Mira-
beau propuso la de: Representantes del pue-
blo francés, que despues ha triunfado. La
palabra pueblo fué objeto de viva discusion.
Unos creian que hería á las clases privilegia-
das; otros que significaba demasiado ó muy
poco. Mirabeau apareció en la tribuna y so
expresó así:)




Sefiores: Inquiétame poco la significacion
de las palabras en el absurdo lenguaje de las
preocupaciones. Hablo aquí la lengua de la
libertad, y sírvenme de apoyo el ejemplo de
los ingleses, el ejemplo de los americanos,
que han honrado siempre la palabra pueblo,
que la han consagrado en sus declaraciones,
en sus leyes , en su política. Al resumir
Chatam en una sóla palabra las libertades
de las naciones diciendo: la majestad del
pueblo, cuando los americanos opusieron los
derechos naturales del pueblo al fárrago do
los publicistas acerca de las convenciones.
que los coartan , reconocieron toda la ener-
gía, todo el valor de esa expresion realzado
por la libertad.


Se ha creido oponerme indestructible di-
lema diciendo que la palabra pueblo significa
necesariamente ó demasiado poco 6 más de
lo necesario; que si se explica en el sentido
que le daban los latinos populus, significa
nacion, y que entónces tiene una acepcion
más extensa que el título á que la b0.enerali-
dad de la Asamblea aspira; que si la enten-
demos en un sentido más estrecho como la
palabra latina plebe, entónces significa la
existencia de órdenes, las diferencias de cla-
ses, que es justamente lo que queremos evi-
tar. Hasta se ha llegado á temer que esa
denominacion significase lo que los latinos
llamaban vulgus, lo que los ingleses llaman


41 --


snob, lo que los aristócratas nobles y plebe-
yos, califican insolentemente de canalla.


A este argumento sólo tengo que respon-
der lo siguiente; á saber: que es en verdad
una fortuna que nuestra lengua, en su ex-
terilidad nos haya suministrado un nombre,
que no obstante su riqueza no nos habrian
dado las otras lenguas: una palabra que
ofrece tantas diferentes acepciones, una pa-
labra que en este momento en que tratamos
de constituirnos sin aventurar el bien pú-
blico, nos califica sin envilecernos, nos de-
signa sin hacernos temibles; una palabra
que no se nos puede disputar y que, en su
exquisita sencillez nos hace simpáticos á
nuestros representantes, sin espantar á aque-
llos cuya altivez y cuyas pretensiones debe-
mos combatir; una palabra que á todo so
presta y que, hoy humilde puede engrande-
cer nuestra existencia á medida que las cir-
cunstancias la hagan necesaria; á medida de
que á causa de su obstinacion, de sus faltas,
las clases privilegiadas dos obliguen á tomar
Por nuestra cuenta la defensa de los dere-
chos nacionales, de la libertad del pueblo.


Insisto, pues, en mi proposicion y en la
sóla palabra que ha sido atacada, la de pue-
blo francés; yo la adopto, yo la defiendo, yo
la proclamo, por la misma razon con que so
la combate.


Sí, precisamente porque el nombro de pue-




i


12 —
blo no es muy respetado en Francia, porque
está como oscurecido, como cubierto con la
herrumbre de las preocupaciones, precisamen-
te porque representa una idea que subleva ei
orgullo y alarma la vanidad de algunos; pre-
cisamente porque es pronunciado con des-
precio en los salones de los aristócratas; pre-
cisamente por todo esto, señores, debemos
imponernos la tarea no tan sólo de levan-
tarlo, sino.tambien de ennoblecerlo, de ha-
cerlo respetable á los ministros y querido á
todos los corazones. Si ese nombre no fuese
el nuestro „preciso sería elegirlo entre todos,
aprovecharlo como la ocasion más preciosa
de servir á, ese pueblo- cuya existencia es
todo, á ese pueblo á quien representamos,
cuyos derechos defendemos, de quien he-
mos recibido los nuestros, y del cual nos pa-
rece vergonzoso tomar prestado nuestro
nombre y nuestros títulos. ¡Ah! si la elec-
eion del nombre diese al pueblo abatido fir-
meza y ánimo!... ¡Mi alma se eleva al con-
templar en el porvenir las dichosas conse-
cuencias de la adopeion de ese nombre! El
pueblo nada verá que no sea nosotros y nada'
veremos nosotros que no sea el pueblo; nues-
tro nombre nos recordará nuestros deberes
y nuestras fuerzas. Al abrigo de ese nombre
que no despierta temores, arrojaremos un
gérmen, lo cultivaremos, separaremos funes-
tas influencias que quisieran ahogarlo, lo


—43-
protejeremos, y nuestra última deseende,nem
se acojerá bajo la sombra bienhechora de sus
inmensas ramas.


Dignaos responderme, representantes del
pueblo. ¿Deis á decir á nuestros electores
que habeis rechazado la clenominacion de
pueblo, y que si bien no os habeis avergon-
zado de ellos, habeis no obstante tratado de
eludir esa denmninacion por no pareceros do
bastante brillo? ¿Qué necesidad teneis
otros títulos irás pomposos quo aquel que os
han conferido? ¡Qué! ¿No veis que el nom-
bre de representante del pueblo os es nece-
sario, porque os aproxima al pueblo, esa im-
ponente masa sin la cual no seríais otra cosa
que individuos, débiles cañas que una á una
fácilmente serían quebrantadas? ¿No veis
que necesitais el nombre del pueblo, porque
así le damos á conocer que hemos ligado
nuestra suerte á la suya, lo que le enseñará,
á confiarnos todos sus pensamientos, todas
sus esperanzas?


Más habiles que nosotros, los héroes bá-
tanos quo fundaron la libertad de su país,
tomaron el nombre de pordioseros (1);
adoptaron este nombre porque con él preten-
dieron sus tiranos humillarlos, y este nom-


1) Gueux en francés; significa hunbien bribon, tu.
4vvnte,




.44
bre, adhiriéndoles la numerosa clase que la
aristocracia y el despotismo envileeian , fué
al propio tiempo su fuerza, su gloria y la
prenda del buen éxito. Los amigos de la li-
bertad toman el nombre que mejor les sirve,
no el que más les adula; se llamaron en
Suiza los pastores, en los Paises-Bajos los•
pordioseros. Engalanáronse con las injurias
de sus enemigos, arrebatándoles el derecho


humillarlos con expresiones que acepta-
ban como honrosas.


(Grandes murmullos acojen la última
parte del discurso de Mirabeau, quien, en
medio del ruido exclama:)


Si ese pasaje de mi discurso es culpable,
lo dejaré firmado de mi pililo y letra, sobro
la mesa.


(Así, pues, el nombre tan justo, tan impo-
nente de representante del pueblo, más tar-
de aceptado por toda Europa, fué rechazado
cuando se propuso por primera vez.—En la
misma sesion se adoptó para la Cámara la
denominacion de Asamblea nacional, en vez
de la de Estados Generales.)


TRANSFOIIMACION DE LA ASAMBLEA NACIO-
NAL EN ASWIBLEA CONSTITUYENTE.


(Comenzaron los trabajos de la Asam-
blea. Pero la córte trataba de disolverla.


45
Desde el 20 de Junio de 1789, el local do
la Asamblea estaba cercado de tropas.
Anuncióse una sesion regia para el dia 22.
Entónces los representantes de la nacion,
heridos en su derecho y en su dignidad se
dirigieron al local del Juego de la pelota,
precedidos del célebre Baylli, su presidente, y
prestaron el solemne juramento de «no sepa-
rarse nunca, y de reunirse donde quiera quo
las circunstancias lo permitiesen, hasta tanto
que la constitucion del reino se estableciese
y afirmara sobre sólidos cimientos. >5 Este acto
famoso fué como la señal de la Revolueion.


:Muchos miembros del clero, y nó pocos
de la nobleza se unieron á la Asamblea na-
cional en los dias sucesivos. La sesion régia
tuvo al fin lugar el 23; el rey pronunció tres
discursos, y un secretario de Estado dió lec-
tura de los deseos del monarca acerca de la
duracion y los actos de los Estados Genera-
les. La voluntad expresa del rey consistia en
que la antigua distincion de los tres órdenes
fuese por completo conservada, y que los di-
putados formasen tres Cámaras. Además,
declaraba nulas las deliberaciones y - los
acuerdos tomados hasta la fecha por los re-
presentantes del tercer Estado. Al terminar
el rey su último discurso, dijo á los diputa-
dos que se retirasen, y que al dia siguiente
volviesen cada uuo á la Cámara de su órden
respectivo,




Los diputados de la nobleza y una parte
de los del clero, abandonaron el salon de se-
siones despues de la partida del rey. Todos
los miembros restantes de la Asamblea na-
cional, que hasta entónces habian escuchado
atentos y silenciosos, permanecieron en su
puesto inmóviles. Rompió el silencio Ni-
rabean.)


Señores: confieso que lo que acabais de
oir, bien pudiera ser la salvacion de la pa-
tria si los presentes del despotismo, no fue-
sen siempre peligrosos. ¿Qué significa esa
insultante dictadura? ¡El aparato de las ar-
mas, la violacion del templo nacional, para
mandarnos que seamos felices! ¿Y quién os
dá esa órden? Vuestro mandatario. ¿Quién
os impoi.e leyes imperiosas? Vuestro man-
datario. ¡El, que debiera recibirlas de voso-
tros, de nosotros, señores, que estamos re-
vestidos do un sacerdocio político é inviola-
ble; de nosotros en fin, de nosotros sólos, de
quienes veinte y cinco millones de hombres
esperan una dicha cierta, porque por voso-
tros debe ser consentida, decretada y reci-
bida! ¡La libertad do vuestras deliberacio-
nes está encadenada; fuerzas militares ro-
dean y cercan la Asamblea! ¿Dónde, dónde
están los enemigos de la patria? ¿Está Ca-
tilina á nuestras puertas? Pido que revis-
tiéndoos de toda vuestra dignidad, de todo
vuestro poder legislativo, os encerreis en la


47 ----


fé jurada: nS, no nos es permitido separar-
nos hasta despues de haber hecho la Coas-
titucion.


(Viendo el marqués de Brezé, gran maes-
tro de ceremonias, que los diputados no se
retiraban, se dirije á la mesa presidencial y
dice: «Señores, ya habeis oido las órdenes
del rey. » Inmediatamente 11Iirabeau le re-
plica con dignidad:)


Sí, sí, señor, hemos oido los propósitos
que le han sido sugeridos al rey; pero vos
que no sois su órgano ante la Asamblea
nacional, vos que aquí no tenis, ni asiento,
ni voz, ni voto, no podeis recordarnos sus
palabras. No obstante, para evitar todo equí-
voco y toda dilacion, os participo que si os
han encargado nos hagais salir de aquí, de-
beis pedir órdenes para el empleo de la
fuerza. Id y decir á vuestro amo que esta-
mos aquí por el poder del pueblo, y que no
se nos arrancará de nuestros puestos sino
por el poder do las bayonetas.


« Tal es el voto unánime do la Asam-
blea» exclamaron todos los diputados. Acor-
dó despues la Asamblea persistir en el sa-
grado título de Asamblea nacional, y con-
firmó sus disposiciones anteriores. El abate
Sieyes, con la calma propia del valor, dijo:
« Señores, somos hoy lo que éramos ayer.
Deliberemos. » Y la Asamblea deliberó. Pro-
clamóse la inviolabilidad de los; diputados




--- 48 —
por 493 votos, contra 34. En los dias si-
guientes, dias en que se decidieron los des-
tinos del mundo, y se abrió definitivamente
la esclusa al torrente revolucionario, muchos
miembros de la nobleza, y casi todos los del
clero, acudieron á reunirse al tercer Estado,
que con tanta energía Labia defendido sus
derechos ante la monarquía absoluta. y
ante las bayonetas. Mirabeau , que era el
alma de estos sucesos, cuando vió consti-
tuida á la Asamblea, creyó llegado el mo-
mento de recomendar la calma y la modera-
clon. Hizo uso de la palabra en la sesion
del 27.
- Set:lores: Los inesperados acontecimientos
de un dia memorable han afligido á los co-
razones patriotas, pero no los han hecho
temblar. En la altura donde la razon ha co-
locado á los representantes del país, juzgan
con calma los sucesos, y no se dejan enga-
fiar por las apariencias vanas que á través
de los errores y las pasiones se aperciben á
manera de fantasmas.


Si nuestros reyes, han permitido á sim-
ples tribunales de justicia el que le presen-
taran exposiciones, el que apelaran á su vo-
luntad mejor informada, si nuestros reyes,
persuadidos de que sólo un déspota imbécil
puede creerse infalible, cedieron tantas ve-
ces ante las advertencias de sus Parlamen-
tos, ¿cómo el príncipe que ha tenido el no-


49 ---
ble valor de convocar . á la Asamblea nacio-
nal, no ha de escuchar á sus miembros con
tanta atencion como á los tribunales de-jus-
ticia que defienden con frecuencia más bien
sus intereses particulares que los de los
pueblos?


La jornada del 25 de-Junio ha hecho so-
bre el pueblo inquieto y desventurado una
impresion cuyas consecuencias temo. Los úl-
timos sucesos desnaturalizados por el temor,
interpretados por la desconfianza, objeto de
todos los públicos rumores, pueden extra-
viar la imaginacion del pueblo ya preparada
para las impresiones siniestras por una si-
tua cion verdaderamente deplorable.


Cuando se recuerdan los desastres ocasio-
nados en la capital COJ1 motivos infinita-
mente desproporcionados á sus crueles con-
secuencias; tantas sensibles ocurrencias en
diferentes provincias, donde la sangre de los
ciudadanos ha corrido al golpe del Maro do
la soldadesca ó del hacha de los verdugos,
siéntese la necesidad de prevenir nuevos ac-
cesos de frenesí y de venganza; porque las
agitaciones, los excesos, las turbulencias,
sólo á los enemigos de la libertad favo-
recen.


Los delegados- de la nacion tienen en su
favor la suprema razon de los acontecimien-
tos, la necesidad, que los empuja al término
salvador á que se proponen llegar, y que por




su propia fuerza lo someterá todo : pero esa
fuerza está en la razon. Nada hay que le sea
más extraño que los tumultos, los gritos de
desórden, las agitaciones sin objeto y sin
ley. La razon quiere vencer con sus propias
armas : todos sus auxiliares sediciosos son
sus mayores enemigos.


¿A quiénes, en estos momentos, conviene
más que á los diputados de Francia esclare-
cer, calmar, salvar al pueblo cle los excesos
que pudiera producir la embriaguez de un
celo furioso? Es deber sagrado para los re-
presentantes el invitar á sus representados á
descansar en ellos del cuidado de hacer
triunfar sus derechos, haciéndoles saber,
que léjos de tener motivos para desesperar,
nunca ha sido mejor fundada su con-
fianza.


Frecuentemente á las convulsiones que la
miseria ó la opresion producen á los pueblos,
sólo se oponen las bayonetas; pero las ba-
yonetas nunca restablecen más que la paz
del terror ó el silencio que complace al des-
potismo. Los representantes de la nacion
deben al contrario, verter en los corazones
inquietos el bálsamo calmante de la esperan-
za, y apaciguados con el poder de la persua-
sion y del buen sentido. La tranquilidad de
la Asamblea será poco á poco el fundamento
de la tranquilidad de la Francia, y sus re-
presentantes probarán á los que desconocen


bl —
los infalibles efectos del régimen de la liber-
tad , que es más fuerte para encadenar al
pueblo dentro del órden público, que los
crueles pero nimios recursos de un gobierno
que sólo funda su confia,za en los medios de
la coaccion y del terror.


Sería, pues, digno de la prudencia de los
representantes de la nacion el redactar un
mensaje á sus electores para inspirarles tran-
quila confianza, exponiéndolos la situaeion
actual de la Asamblea nacional; para reco-
mendarles, en nombre de sus intescs más
queridos, que contribuyesen con toda su pru-
dencia y todos sus consejos, al manteni-
miento del órden, de la pública tranquilidad,
á la autoridad de las leyes y de sus minis-
tros; para justificarse en fin, á sus ojos, que
cualesquiera que sean los sucesos, conocen
las ventajas de la moderacion y de la paz.


(A seguida de este discurso, Mirabeau
propuso un proyecto de mensaje de la Asam-
blea á sus representados en que les invitaba
á tener confianza en los buenos sentimientos
del rey, pero sobre todo en la bondad de su
causa, y en la firmeza de sus represen-
tantes.)


111.


SOBRE En LLAMAMIENTO DE LAS TROPAS_


( Agravábasc la crisis política rápida
mente, y turbulencias frecuentes agitaban á




-- 52 --
París. Rabiase forzado la Abadía de San
German, llevando el pueblo en triunfo á dos
soldados de los guardias franceses, detenidos
por no haber ejecutado con rigor algunos
actos _ ordenados contra el pueblo. Era ge-
neral la fermentacion de los ánimos. La
Asamblea, á quien se rogó interpusiese su
proteccion en favor de los prisioneros pues-
tos en libertad, apelaba á la prudencia del
rey. Pero los ministros, aterrados ante la
imponente actitud que presentaba la. naeion,
hallaron en los sucesos un pretexto para
apoyarse en un ejército de más de cuarenta
mil hombres, como si París y Versalles so
encontrasen en estado de sitio. Una eonster-
nacion amenazadora se pintaba en todos los
rostros. El 8 de Julio, Mirabeau subió á la
tribuna.)


Señores :Preciso ha sido para que me de-
cidiese á interrumpir el órden de las propo-
siciones que la comision debe someteros, la
conviccion de que el asunto sobre el cual
con vuestro beneplácito, he de hablar, es
el más urgente de todos; pues si el peligro
que me atrevo á anunciaros amenaza á la
vez todo, la paz del reino y la. seguridad del
monarca, aprobareis seguramente mi celo.
Los cortos momentos de que he dispuesto
para 'reunir mis ideas, pueden sin duda ser
obstáculo para que las desenvuelva con toda
la necesaria latitud, pero harto diré para


53 —


despertar vuestra ateneion , y estoy seguro
de que vuestras luces suplirán mi insufi-
ciencia.


¿Cuál ha sido la consecuencia de nues-
tras declaraciones y de nuestros respetuosos
consejos dirigidos al rey? Gran número de
tropas nos rodeaba, y otras nuevas llegan
todos los dias. De todas partes acuden:
treinta y cinco mil hombres se; hallan ya re-
partidos cutre París y Versalles; se esperan
veinte mil más; trenes de artillería les si-
guen, se han señalado los puntos para em-
plazar las baterías; asegúransc todas las co-
municaciones, intercéptanse todos los pasos;
nuestros caminos, nuestros puentes, nuestros
paseos, se tornan en puestos militares; sucesos
públicos, hechos misteriosos, órdenes secre-
tas, contraórdenes precipitadas, en una pa-
labra, preparativos de guerra hieren todas
las miradas, y llenan do indignacion todos
los corazones.


Así, pues, no bastaba que el santuario de
la Asamblea nacional fuese profanado por
las tropas. No era bastante el inaudito es-
pectáculo de una Asamblea nacional ceñida


eonsignaa militares, y sometida á la fuerza
armada. No bastaba que á este atentado so
añadiesen todas las inconveniencias, todas
las faltas de :espeto, todas las groserías de
una poicía oriental. Preciso ha sido desple-
gar por completo el aparato del despotismo,




r.ht


y mostrar más soldados ante la nacion sme-
nazantes , el dia en que el mismo rey la-ha
convocado para pedirle consejos y recursos,
como si se tratase de rechazar la invasion do
un enemigo, mil veces mis soldados que los
que se hubiesen podido reunir para la de-
fensa de amigos mártires de su fidelidad há-
cia nosotros, para cumplir nuestras obliga-
ciones más sagradas, para conservar nues-
tro crédito político, y esa alianza de los ho-
landeses, tan preciosa, á tanto precio con-
quistada, y tan vergonzosamente perdida.


Señores, áun cuando sólo se tratase do
nosotros, áun cuando la dignidad de 'la
Asamblea fuese en estas eireuntancias la
única lesionada, ufo sería ménos justo, ne-
cesario, conveniente y ménos importante
para el mismo rey, que fuésemos tratados
con decoro, porque al fin somos los diputa-
dos de esta. nacion, que constituye por sí
sola la gloria y el esplendor del trono, de
esta nacion que hará tanto más respetable
la persona del rey, cuanto más la respete el
mismo rey?


Puesto que desea mandar sobre hombree
libres, tiempo es de que desaparezcan esos
odiosos é insultantes procedimientos; que
fácilmente convencen á aquellos de quienes
el príncipe so rodea de que la majestal real
consiste en las relaciones viles entre el señor
y el esclavo que un rey legítimo y querido


debe presentarse por doquiera con el aspecto
propio de los airados tiranos, ó de esos
usurpadores tristemente condenados á des-
conocer el sentimiento tan dulce y tan hon-
roso de la confianza.


Y no se diga que las circunstancias han
hecho necesarias esas medidas amenazado-
ras, porque voy á demostrar que son igual-
mente inútiles y peligrosas, para el órden
público, para la pacificacion de los ánimos,
para la seguridad del trono, y que hijos de
ser consideradas como pruebas de sincera
adhesion al bien público y á la persona del
monarca, sólo sirven para satisfacer las pa-
siones particulares, y para encubrir pérfidos
propósitos.


Esas medidas son inútiles. Quiero supo-
ner que los desórdenes que se temen sean
de naturaleza propia para ser reprimidos
por el ejército, y digo que aun en ese su-
puesto, ese ejército es inútil. El pueblo,
dcspues de un motin en la capital, ha dado
un ejemplo de subOrdinacion en extremo
notable en esta circunstancias. Uabia sido
forzada una prision, los presos habian sido
arrebatados y puestos en libertad; la fer-
mentacion más belicosa amenazaba pertur-
barlo todo. Una palabra de clemencia, una
invitacion calma el tumulto y obtiene lo que
no hubieran logrado los cañones y los eja-
cites. Vuelven los presos á sus prisiones, el




—ó6 —
pueblo entra en órden; hasta tal punto es
poderosa la razon por sí sóla, señores, hasta
tal punto está el pueblo dispuesto á todo
cuando en vez de amenazarle y envilecerlo,
se le demuestra bondad y confianza.


Y en estos mementos, ¿para qué esas
tropas? Jamás se ha mostrado el pueblo
más en calma, más tranquilo, más confiado;
todo le anuncia el fin de sus males, todo lo
promete la regeneracion del reino. Sus mi-
radas, sus esperanzas, sus deseos, reposan
en vosotros. ¿Y cómo no hemos de ser cerca
del monarca, la mejor garantía de la con-
fianza , de la obediencia, de la fidelidad de
los pueblos ? Si fuera posible dudarlo, hoy
cesarian todas las dadas. Nuestra presencia
aquí es la garantía de la paz pública, y no
podia hallarse otra más firme. Ah! que reu-
nan ejércitos esos hombres funestos para
someter á los pueblos á los horrrendos pro-
yectos del despotismo, pero ojalá que no lo-
gren arrastrar al mejor dejos reyes á inau-
gurar la era de dicha, de libertad de la na-
cion con el siniestro aparato de la tiranía!
-'°' En verdad que no conozco aún todos los
pretextos, todos los artificios de los enemi-
gos del pueblo: no puedo adivinar con qué
razon plausible han pintado la supuesta ne-
cesidad 'de -tropas, en los momentos en que
no tan sólo su inutilidad, sino tarnbien los
peligros que crean, está patente en todos los


ánimos. ¿Con que ojos verá ese pueblo,
asaltado por tantas calamidades, esa muche-
dumbre de soldados ociosos, que viene á
disputarle los restos de su subsistencia? El
contraste entre la abundancia de los unos,
(el pan, para el que tiene hambre es la
abundancia) y de la indigencia de los otros, el
contraste entre la seguridad del soldado, que
disfruta de un maná caido del ciclo, sin que
tenga necesidad de pensar en él mañana, y
las angustias del pueblo que nada obtiene
sino á costa de penosos trabajos y de ince-


%IP
santos afanes; este contraste parece creado
para llevar la desesperacion al fondo de los
corazones.


Añadid, señores, que la presencia de las
tropas, hiriendo la imaginacion de la multi-
tud, presentándole la idea del peligro aliada
á los temores, á las alarmas excita la univer-
sal efervescencia; los ciudadanos en su ho-
gar se sietcn asaltados por toda clase de ter-
rores; el pueblo conmovido, agitado, entré-
gasa á impetuosos movimientos, precipitase
ciegamente en el peligro y el temor; ni cal-
cula ni razona. En este punto, los hechos
atestiguan mis palabras.


¿Desde cuándo data esta conmocion?
Desde que se verificó el movimiento de las
tropas, desde el aparato militar do la sesion
rógia. Antes todo estaba tranquilo; la agita-
clon ha comenzado en esa triste y nieniora-




-- 1S --
ble jornada.. El pueblo ha concebido recelos
cuando ha visto los instrumentos de la vio-
lencia dirigidos, no tan sólo contra él sino
contra una Asamblea que debe ser libre,
para con libertad ocuparse de todas las cau-
sas de sus lamentos. Cómo no se ha de agi-
tar el pueblo cuando se le inspiran temores
acerca de la sóla esperanza que le resta!
¿No sabe acaso, que si nosotros no rompe-
mos sus cadenas, las habremos hecho más
pesadas, habremos abandonado sin defensa
á nuestros conciudadanos al implacable lá-
tigo de sus apresares, y habremos contri-
buido á la insolencia del triunfo de los que
lo despojan y lo insultan?


¡Y que nos digan los consejeros de esas
medidas desastrosas que están seguros do
conservar con toda su severidad la disci-
plina militar, de prevenir todos los efectos
de la rivalidad entre las tropas nacionales y
las tropas extranjereras (1), de reducir á
los soldados franceses, á no ser otra cosa
que autómatas, de separarlos do las ideas,
de los intereses, de los sentimientos de sus
conciudadanos! Qué imprudencia la suya
al aproximarlos al sitio en que celebrarnos
nuestras reuniones, electrizó ndolos con el


(1) So' refiere á. los suizos quo formaban la guardia
del rey.


-- 59 --
contacto de la capital, interesáudolos en
nuestras discusiones políticas! No, no obs-
tante la ciega fidelidad que inspira la disci-
plina militar, no olvidarán lo que somos;
verán en nosotros sus padres, sus amigos,
su familia, ocupada en el cuidado de sus más
preciosos intereses; porque forman parte de
esta nacion, que nos" ha confiado la salva-
guardia de su libertad, de su propiedad, de
su honor. Nó, esos hombres, no, esos fran-
ceses no harán total abandono de sus facul-
tades intelectuales; no creerán jamás que el
deber consiste en herir sin saber quiénes
Son las víctimas.


Esos soldados pronto unidos y separados
por las denominaciones que sirven de señal
á los partidos; esos soldados cuyo oficio con-
siste en manejar las armas, sólo saben re-
currir en sus conflictos al instrumento cuyo
poder conocen. De aquí se originan los com-
bates de hombre á hombre; bien pronto de
regimiento á regimiento, más tarde de tro-
pas nacionales contra las tropas extranjeras,
la sublevacion se apodera de todos los cora-
zones, la sedicion marcha con la frente alta:
preciso se hace echar un velo sobre las leyes
militares si la disciplina se enerva. La socie-
dad se vé amenazada por los desórdenes más
horribles; todo puede temerse de esas legio-
nes , que una vez rotos los lazos del deber,
sólo ven su triunfo en el terror que inspiran,




— 60


¿Han previsto los que han aconsejado esas
medidas, han previsto las consecuencias que
pueden traer para la seguridad del trono?
¿Han esudiado en la historia de todos los
pueblos cómo las revoluciones comienzan,
cómo se verifican ? ¿Han observado por qué
fatal encadenamiento de circunstancias las
almas más prudentes se han apartado fuera
de los límites de la rncderacion, y en virtud
de qué terrible impulso un pueblo embria-
gado se lanza á excesos cuya idea tan sólo
les hacía extremecer? ¿Han leido en el co-
razon de nuestro buen rey? ¿Saben con qué
horror miraria á los que encendieron las teas
de una sedicion, de una rebelion quizá, (lo
digo temblando, pero debo decirlo ,) á aque-
llos que lo expusieran á verter la sangre de
su pueblo, á aquellos que serian la causa
primera de los rigores, de las violencias, de
los suplicios, de que se haría víctima á la
desventurada multitud?


(Propuesta por Mirabeau la determina-
ción de solicitar del rey que tranquilizase los
ánimos exaltados por la presencia de las
tropas en torno de París y de Versales, una
comision de veinticuatro miembros, entro
los cuales figuraba el tribuno, pasó al pala-
cio real. El dia 11, al abrirse la sesion, el
presidente dió cuenta de la respuesta del
rey, reducida á asegurar que todo aquel
aparato militar sólo tenía por objeto prote-


ger las deliberaciones de la Asamblea y pre-
venir nuevas turbulencias en la capital ;-quo
estaba dispuesto, si la Asamblea insistia en
su deseo, á trasladarse á Compiegne; ca
tanto la Asamblea continuaba sus tareas en
Noyon ó en Soissons. Esta respuesta excitó
general murmullo. Muchos diptitados se le-
vantaron para atacarla, pero el marqués de
Crillon, deseoso de que no se insistiese más
en la cucstion de las tropas, confiando en
las palabras del rey, dijo: «La palabra do
un rey, hombre honrado, es una barrera
invencible: debe disipar nuestros temores.>
—Mirabeau entónces dijo:)


Señores: Sin duda la palabra de un rey
es digna de la mayor confianza: todo lo de-
bemos á la conocida bondad del rey, pode-
mos confiar en sus virtudes.


Pero, señores, la palabra del rey, por
más que nos tranquilice, no nos garantiza la
conducta de un ministerio que tanto ha abu-
sado de su buena fé.


Sabemos todos que con alguna más reser-
va habríamos evitado grandes desórdenes,
sabemos todos que la confianza habitual do
los franceses en su rey es más un vicio que
una virtud, si sobre todo se hace extensiva
á todos los ramos de la administracion.


¿ Quién de nosotros ignora que nuestra
ciega é inconstante irreflexion nos ha con-
ducido de siglo en siglo, de falta en falta, á




--- 52
la crisis que hoy nos aflige, y quo debiera
abrirnos los ojos si no hubiéramos resuelto
ser, hasta la consumacion de los siglos, ni-
hos siempre revoltosos y esclavos siempre?


La respuesta del rey es una verdadera
negativa; el Ministerio sólo la ha mirado
como una simple fórmula de bondad; parece
que piensa que liemos presentado nuestra
demanda sin interesarnos por su éxito, y
sólo para que se vea que hemos hecho algo.


Es preciso desengañar á los ministros.
No es mi opinion que se falte á la con-


fianza y al respeto debido á las virtudes del
rey; pero no por eso dejo de reconocer que
somos inconsecuentes, tímidos, inciertos en
nuestra conducta.


Verdaderamente, no hay para qué deli-
berar sobre la traslacion que se nos propo-
ne, porque al cabo, á pesar de la respuesta
del rey, no hemos de ir ni á Noyon, ni á
Soissons, á no ser que así lo pidamos, y no
lo liemos de pedir, porque probablemente
nunca entraremos en deseos de colocarnos
entre dos cuerpos de ejército, los que sitian
á París y los que podian, de un momento á
otro, lanzar sobro nosotros Flandes y Al-
sacia.


Hemos pedido la retirada de las tropas:
lié ahí el objeto de nuestro mensaje al rey.
No hemos pedido que se hiciese huir á las
tropas, sino que tan sólo se alejasen de la


capital. Y no es por nosotros, por quienes
hemos presentado esa solicitud, no es en ver-
dad porque nos sintamos dominados por el
miedo; es en vista del general interés. Así,
pues, la presencia de las tropas es contraria
al órden y la paz pública, y puede ocasionar
las mayores desdichas. Esos males no se ale-
jarian nunca, ántes bien, por el contrario,
se agravarian.


Preciso es, pues, realizar la paz á despe-
cho de los amigos del tumulto; preciso es
seamos consecuentes con nosotros mismos,
y para esto sólo tenemos una línea de con-
ducta que seguir: la de insistir sin descanso
acerca de la retirada de las tropas, único
medio de obtenerla.


(Esta opinion no fué apoyada. La mayo-
ría calló y la proposicion no tuvo consecuen-
cias.)


rv.


SOBRE ETi CAMBIO DE MINISTERIO.


La destitneion de Necker, que tuvo lugar
el 14 de Julio de 1789, Y el nombramiento ,
de ministros conocidos como adversarios de
la causa Popular, provocaron en París las
grandes conmociones que tuvieron por con-
secuencia la toma de la Bastilla. (14 de
Julio). La Asamblea habia enviado diversas




— 64 ---
diputaciones al rey pidiendo la reposicion de
los Ministros caldos, sin lograr respuesta
satisfactoria. Ilabianse precipitado los acon-
tecimientos, y se acababa de recibir el relato
de la jornada del 14. La. Asamblea habia
acordado enviar al rey una nueva comision
compuesta de veinticuatro miembros, para
que le enterasen de las calamidades presen-
tes y de las que se seguirian si continuaba
la resistencia á los deseos del pueblo. En-
tónces Mirabeau, dirigiéndose á la comision,
pronunció estas célebres palabras:)


Decid, decid al rey que las hordas ex-
tranjeras que nos sitian han recibido ayer la
visita de los príncipes, de las princesas, de
los favoritos, de las favoritas, y sus caricias
y sus exhortaciones y sus presentes; decidle
que toda la noche esos satélites extranjeros,
repletos de oro y de vino, han profetizado
en impías canciones la servidumbre de Fran-
cia, y que sus brutales votos han pedido la
destruccion do la Asamblea nacional; decid-
le que en su propio palacio los cortesanos
han danzado á los sones de esa bárbara mú-
sica, y que tal fué la escena que precedió
la matanza de la Saint-Bartelemy.


Decidle, que ese Enrique IV cuya memo-
ria bendice el Universo, uno de sus abuelos,
á quien quería tomar como modelo, hacía
que entrasen víveres en París contra él su-
blevado, y que en persona sitiaba, y que sus


— 65 ---
feroces consejeros rechazan las harinas quo
el comercio trae á este París fidelísimo y
hambriento.


(Cuando la diputacion iba á ponerse en
marcha, se supo que el rey, de motu pro-
pio, se habia determinado á ir al seno de la
represcntacion nacional. Esta noticia arran-
ca entusiastas aplausos, pero muchos miem-
bros protestan contra esas muestras de ale-
gría, prematura. Mirabeau dijo: )


Esperad que el rey nos haya manifestado
las buenas disposiciones de que se encuen-
tra animado y que de su parte se nos anun-
cian: en este momento de dolor, con triste
respeto debemos acojer al monarca. El si-
lencio de los pueblos es la leccion de los
reyes.


( Apareció el rey, sin guardias, acompa-
ñado tan sólo de sus dos hermanos. Su dis-
curso, sencillo y conmovedor, excitó vivo
entusiasmo. Tranquilizó á la Asamblea, á la
cual por primera vez llamó Asamblea nacio-
nal. Itetiróse el rey aplaudido por la Cáma-
ra. No obstante la reposicion de los minis-
tros, de la que no habia dicho el rey una
palabra, seguia siendo la preocunacion ge-
neral. Barnave y Mirabeau renovaron su
proposicion con energía. Pero acordóse re:
nunciar á tan penosa discusion. Así terminó
esta memorable sesion comenzada el 10 do
Julio por la mañana y levantada el 13 á las


TOSO LIV. 3




— 66 —
diez de la noche. La órden del dia si-
guiente volvió á, poner el debate sobre
el tapete. Más que de una medida recla-
mada por las circunstancias , se trataba
de la reivindicacion de un importante prin-
cipio constitucional. Mirabeau insistió con
vigor: )


Señores: Máxima impía y detestable es la
que trata de prohibir á la Asamblea nacional
el uso de su derecho de decir al monarca que
su pueblo no tiene confianza alguna en sus
ministros. Esta opinion atenta á la vez contra
la naturaleza de las cosas y contra los dere-
chos esenciales del pueblo y la ley de la res-
ponsabilidad de los ministros, ley que esta-
mos encargados de formular, ley más im-
portante aún si se quiere para el rey que
para el pueblo, ley que jamás será cumpli-
da si los representantes del pueblo no tie-
nen la iniciativa de la aeusacion.


'Dude cuándo las bendiciones las mal-
-diciones del pueblo no constituyen el juicio


de los malos ó de los buenos ministros?
¿Por qué una nacion que tiene sus represen-
tantes se ha de fatigar con vanos murmu-
llos, con estériles imprecaciones, pudiend<
hacer oir los votos y los deseos de todos por
medio de sus órganos , juramentados? ¿No
ha colocado el pueblo al trono entre el cielo
y 61, á fin de realizar en cuanto á los hom-
bres es posible, la justicia eterna, y antiei-


par sus decretos por lo ménos en le que ata.
tic á la dicha en este mundo?


¿Quereis confundir los poderes? Bien
pronto tendremos ocasion de examinar esa
teoría de los tres poderes, la cual, exacta-
mente analizada, mostrará tal vez la facili-
dad conque el espíritu humano toma como
cosas las palabras, las fórmulas como argu-
mentos, y sigue la rutina hácia un cierto
órden de cosas, sin examinar jámás la inte-
ligible definicion que ha creido un axioma.
Los valerosos campeones de los tres poderes
tratarán de hacernos comprender lo que en-
tienden por esa gran frase, los tres poderes,
y como consideran distinto el poder judicial
-del poder ejecutivo, ó bien el poder legisla-
tivo sin parte alguna del poder ejecutivo.


Hoy me basta decirles: olvidais que ese
pueblo á quien oponcis los límites-de los
tres poderes, es el orígen de todos los pode-
res, y que sólo él puede delegarlos; olvidais
que estáis disputando al soberano el derecho
de criticar á sus dependientes; olvidais, en
fin, que nosotros, los representantes del so-
berano, nosotros, hemos suspendido todos
los poderes, hasta el del jefe de la nacion
si no marcha de acuerdo con nosotros; olvi-
dais que no pretendemos datituir ni nom-
brar ministros en virtud de nuestros decre-
tos, sino tan sólo manifestar la opinion do
nuestros electores acerca do este 6 del otro


4,a




— 68 «—
ministro. Cómo nos negaríais ese simple
derecho de declarar nuestra opinion, voso-
tros los que uos dais el de acusar á los mi-
nistros, el de perseguirlos,, el de crear el
tribunal que debe castigar á. esos autores de
iniquidades? ¡Y nos proponeis que contem-
plemos sus actos con


-
respetuoso silencio!


¿No veis que deseo para los gobernantes
mejor suerte que la que vosotros les depa-
ráis? ¿No veis cuánto más moderado soy
que vosotros? Vosotros no admitís nada in-
termedio entre un triste silencio y una de-
nuncia sangrienta: callar ó castigar, obede-
cer ó herir, h6 ahí vuestro sistema; yo, ad-
vierto ántes de denunciar, recuso ánies de
herir; proporciono una retirada á la incapa-
cidad ó á la ligereza ántes de tratarlas como
criminales. ¿Quién se ajusta más á la ce-
guedad?


Pero ved la Inglaterra , se me dirá.
¡Cuántas agitaciones populares no ocasiona
ese derecho que reclamais! El ha perdido á
Inglaterra.—¡Inglaterra perdida! ¡Dios san-
to! ¡Qué terrible noticia! ¿Por quú latitud
se ha perdido ó qué terremoto, qué convul-
sien de la naturaleza ha devorado á esa isla
famosa, inagotable hogar de tan grandes
ejemplos, tierra clásica de los amigos do la
libertad?


Volved en vosotros... Inglaterra florece
aún para eterna enseñanza del mundo; In-


£9 ----
glaterra repara en glorioso silencio las heri-
das que víctima de ardiente fiebre se ha in-
ferido á sí misma; Inglaterra desenvuelve
todos los ramos de la industria., explota to-
dos los filones do su prosperidad, y ahora
mismo acaba do llenar una laguna de su
constitucion con el vigor de la más enérgica
juventud y la imponente madurez de un
pueblo envejecido en el cuidado de los ne-
gocios públicos.


Abandonémonos, pues, sin temor al im-
pulso de la opinion pública; lejos de temer-
la, invoquemos sin cesar la fiscalizacion uni-
versal, que es el centinela incorruptible de
la patria, que es el primer instrumento
auxiliar de toda buena constitucion, que es
el único celador, el único elemento poderoso
quo compensa los vicios de tecla constitu-
cien , la única garantía sagrada de la paz
social, que ningun individuo, niegan inte-
rés, ninguna consideracion puede contraba-
lancear.


(El rey llamó por fin á Necker, destitu-
yendo á los ministres impopulares.)


V.


INVIOLABILIDAD DE LA CORRESPONDENCIA.


(El 25 de Julio, á propósito de despachos
del conde de Artois, cogidos á uno de sus




70 --
corresponsales, M. Castelnau, representante
de Francia en Ginebra, un diputado pidió
que toas las cartas interceptadas despues
de las turbulencias, en París y en provin-
cias, fuesen depositadas para que se presen-
tasen á la Asamblea nacional cuando esta lo
juzgase conveniente. Mirabeau protestó con-
tra esta proposicion , proclamando el princi-
pio de la inviolabilidad de la corresponden-
cia privada.)


Señores, ¿es propio de un pueblo que
quiere ser libre hacer uso de los procedi-
mientos y de las máximas de la tiranía?
¿Puede serle conveniente el atentar á la
moral despues de haber sido víctima tanto
tiempo de los que la violaban? Dígannos
esos políticos vulgares, que dan preferencias
sobre la justicia á eso que en sus estrechas
combinaciones llaman la utilidad pública, dí-
gannos con qué clase de interés podrán es-
cudar esa violacion de la probidad nacional.
¿Qué sabríamos por medio do /a vergonzosa
pesquisicion - de las cartas? Viles y súcias
intrigas, anécdotas escandalosos, desprecia-
bles frivolidades. ¿Es posible creer que las
conspiraciones circulan por los correos ordi-
narios? ¿Es posible creer que las noticias
políticas de alguna importancia pasan por
esa Vía? ¿Qué hombre encargado de una
negociacion delicada no corresponde directa-
mente, y no sabe escapar al espionaje de la


— 71 --
correspondencia? No hay, pues, utilidad al-
guna en la violacion de los secretos de las
familias, del comercio de los ausentes, de
las confidencias de la amistad, de la confian-
za entre los hombres.


Proceder tan culpable no tendría excusa
alguna, y se.diria de nosotros en Europa lo
siguiente:


En Francia con el pretexto de la seguri-
dad pública se priva á los ciudadanos del
derecho de propiedad sobre las cartas, que
son las producciones del corazon y el tesoro
de la confianza. Este último asilo de la liber-
tad ha sido violado impunemente por aque-
llos mismos á quienes la uacion Babia dele-
gado para asegurarla todos sus derechos:
han decidido que las más secretas comunica-
ciones del alma, las conjeturas más atrevi-
das del espíritu, los arrebatos de ira á me-
nudo poco justificados, los errores corregi-
dos quizá un momento despues, pueden ser
trasformados en cargos contra un tercero:
así el ciudadano, el amigo, el hijo, el padre,
serán jueces los unos de los otros sin saberlo;
podrán perecer aigun dia los unos á causa
do los otros; porque la Asamblea nacional
ha declarado que hará sirvan de base á sus
juicios las correspondencias detenidas, do
carácter equívoco, y que sólo merced á un
crimen han podido llegar á sus manos.


(La Asamblea pasó á la órden del dia.




En 10 de Julio de 1791 fué formelmente
asegurada la inviolabilidad de la coriespow
deneia.)


NOCHE DEL 4 DE AGOSTO.


(En esta célebre noche los privilegiados
de la Asamblea renunciaron expontánea-
mente á. sus fueros y franquicias, rivalizan.
do en generosidad. Mirabeau no asistió á
esta sesion, pero escribió las siguientes lí-
neas en su periódico el Correo de Provenza.,
núm. 23: « los franceses han hecho más en
algunas horas de esa noche memorable que
otras naciones en mi siglo. a—En la sesion
del 7 de Agosto á. propósito de uno de los
artículos aceptados en principio en la noche
del 4, no obstante la abolicion del derecho de
cazar, derecho reservado á los propietarios,
tan sólo en sus terrenos , un diputado soste-
nía la enmienda de que se hiciese una excep-
cion en favor de los placeres reales. Mira-
beau pidió inmediatamente la palabra.)


Sefiores: Se ha declarado que el derecho
de caza, es inherente á la propiedad, y no
puede ser separado de ella.


No comprendo cómo se propone á la


— 73 --
Asamblea que acaba de establecer ese prin-
cipio, el que decida que el rey, ese guar-
dian , ese protector de todas las propiedades,
sea objeto de una excepcion en una ley quo
consagra la propiedad. No comprendo como
el augusto delegado de la naeion puede ser
dispensado del cumplimiento de la ley co-
mun. No comprendo como podeis disponer
en favor suyo de propiedades que no son
vuestras.


Pero ¿y la prerrogativa real? se me dirá.
¡Ah! sohores, en efecto, la prerrogativa real
tiene á mis ojos tan alto precio que no con-
siento que se la emplée y se la haga consis-
tir en el fútil privilegio de un pasatiempo
opresor. Cuando se trate de la prerrogativa
real, es decir, como en su dia lo demostraré,
de la más preciosa conquista del pueblo, so
verá si conozco su extension. Desafio á mis
colegas á que lleven más léjos que yo mi re-
ligioso respeto á esa prerrogativa.


Pero la prerrogativa real nada tiene de
comun con lo que llaman los placeres del
rey, que abarcan nada ménos que la circun-
ferencia de un radio de veinte leguas, en la
cual se ponen en practica todos los refina-
mientos de la tiranía de la caza. Caz€ el rey
en sus dominios como los denlas propieta-
rios, que harto extensos son. Todo hombro
tiene derecho de cena sobre su campo; nadie
tiene derecho de cazar en la propiedad age-




— 74 —
na. Este principio debe ser sagrado lo mis-
mo para el rey que para cualquier otro ciu-
dadano.


VIL


EL DIEZMO EOLESIÁSTICO.


(En la sesion del 10 de Agosto, se ocupó
la. Asamblea del diezmo eclesiástico. Un ar-
tículo del proyecto presentado por la comi-
sion establecia, que cualquiera que fueren
los diezmos pudieran ser convertidos en cen-
sos pecuniarios redimibles á voluntad de los
interesados. Mirabeau pidió la snpresion ab-
soluta de los diezmos sin redencion.)


No, señores, el diezmo no es una propie-
dad ; la propiedad se confiere á quien puede
enajenar; y el clero jamás ha podido enaje-
nar. La historia nos ofrece ejemplos de sus-
pensiones de los diezmos, de aplicaciones de
los diezmos en favor de los señores, 6 para
otros usos, y de la restitucion inmediata á
la Iglesia; así, pues, los diezmos sólo han
sido para el clero beneficios anuales, simples
posesiones revocables á voluntad del sobe-
rano.


Es más, el diezmo no es una pososion,
como se ha dicho, es una contribueion des-


— 75 —
tinada á cubrir las necesidades de esa parte
del público servicio, que concierne á los mi-
nistros del altar; es el subsidio con el cual
la nacion paga su salario á los funcionarios
de moral y de instruccion. /Violentos mur-
mullos se levantan entre los miembros del
clero.)


La palabra salario provoca fuertes rumo-
res, como si hubiese herido la dignidad del
sacerdocio. Señores, me parece que es tiem-
po ya en esta revolucion, que da vida á tan-
tos sentimientos justos y generosos, es tiem-
po ya de que se adjuren las preocupaciones
inspiradas por la orgullosa ignorancia quo
desdeña las palabras, salario y asalariado.
Sólo conozco tres maneras de vivir en socie-
dad: es preciso ser, ladron, mendigo ó asa-
lariado. El propietario no es ni más ni mé-
nos que el primero que de los asalariados.
Lo que vulgarmente llamamos su propiedad
no es otra cosa que el precio que la sociedad
le paga por las distribuciones que está en-
cargado de hacer entre los demos individuos
de su consumo y sus gastos: los propieta-
rios son los agentes, los ecónomos del cuer-
po social.


Los funcionarios de moral y de instruccion
deben sin duda tener un puesto distinguido
en la gerarquía social: necesitan considera-
ciones á fin de que se muestren dignos do
ellas, les deben respetos para que se esfuer-




zen en merecerles, necesitan recursos para
que puedan emplearlos en actos de benefi-
cencia. Es justo y conveniente que sean re-
munerados con arreglo á la dignidad de su
ministerio y á la importancia de sus funcio-
nes; pero no es necesario que puedan recla-
mar una coutribucion perniciosa como pro-
piedad suya.


Puesto que el diezmo es una institucion
nacional, la nacion tiene perfecto derecho
para destruirla sustituyéndola con otra insti-
tueion. Sino fuese cosa corriente desdeñar
la autoridad frívola de los eruditos en ma-
teria de derecho natural ó público, desafia-
ría á que se hablase á propósito de los diez-
mos, en las Capitulares de Carlo-Magno, la
palabra solverint: siempre se hallará la pa-
ladra dederint. ¿Pero qué importa? La na-
cion suprime los diezmes eclesiásticos por-
que son un medio oneroso de pagar la parte
del servicio público á que se les destina, y
que es fácil reemplazar de una manera mé-
nos dispendiosa y más legal.


(En esta misma sesion, muchos sacerdo-
tes renunciaron á sus diezmos y en la del
día 11 la mayoría del clero se adhirió á es-
ta renuncia.)


VIII.


LA LIBERTAD DE CULTOS.


(El proyecto de declaracion de derechos,
presentado por Mirabeau, no mencionaba la
libertad de cultos. Presentóse una proposi-
cion exigiendo el respeto debido al culto pú-
blico, y Mirabcau aprovechó la ocasion do
explicar cómo entcndia la libertad religiosa.)


Señores: No vengo á predicar la toleran-
cia: la absoluta é ilimitada libertad religio-
sa es á mis ojos un derecho tu sagrado, quo
la palabra tolerancia, con que se la quiere
expresar, me parece tiránica, puesto que la
existencia de la autoridad que tiene el poder
de tolerar, atenta á la libertad del pensamien-
to, por lo mismo que tolera, así como tam-
bien pudiera no tolerar.


Pero no sé por qué se trata el fondo de
una cuestion cuando aún no ha llegado el
dia de tratarla.


Hacemos una declaracion de derechos:
Preciso es, pues, que lo que se propone sea
un derecho; de otra suerte se haría entrar
en aquella declaracion todos los principio
que se quisieran y entónees se convertiría
eu una coleccio de principios.




78
Preciso es, pues, examinar si los artícu-


los propuestos son un derecho. Ciertamen-
te en su simple exposicion no lo expresan;
preciso es, pues, establecerlo en otra forma.


Pero se les debe insertar en forma de de-
claracion de derechos y decir entónces: el
derecho de los hombres de respetar la reli-
gion y de sostenerla.


Pero es evidente que esto es un deber y
no un derecho.


Los hombres, no llevan el culto á la so-
ciedad; sólo en comun nace: luego es una
institucion puramente social y convencional.


Es por lo tanto un deber.
Pero ese deber dá vida á un derecho, á,


saber, que nadie puede ser perturbado en
el ejercicio de su culto.


En efecto, siempre ha habido diferentes
religiones: ¿por qué?


Porque siempre ha habido diferentes opi-
niones.


Y la diversidad de las opiniones resulta
necesariamente de la diversidad de las al-
mas, y no es posible impedir esa diversidad,


Luego esa diversidad no debe ser atacada.
Y enténea el libre ejercicio de un culto


cualquiera, es un derecho propio de cada ciu-
dádano.


Debe, pues, respetarse su derecho.
Debe, pues, respetarse su culto.
lié ahí, pues, el único articulo que es ne-


eesario insertar en la declaracion de dere-
chos acerca de este punto.


Debe ser insertado, porque las faculta-
des no son derechos, pero el hombre tiene
derecho de ejercerlas.


Por si el derecho es el resultado de un
contrato, el contrato consiste en ejercer li-
bremente sus facultades: luego se puede y
se debe consignar en una declaracion de
derechos el ejercicio de las facultades.


Apoyo, pues, el artículo de de Caste-
llano (1); y sin entrar en modo alguno en el
fondo de la euestion, suplico á los que anti-
cipan sus temores acerca de los desórdenes
que desolarán el reino si se introduce la li-
bertad de cultos, observen que la tolerancia,
para servirme de una palabra consagrada,
no ha producido entre nuestros vecinos fini-
tos emponzoñados, y que los protestantes,
inevitablemente condenados, como todos sa-
beMos, en el otro mundo, se han sabido
arreglar de una manera cómoda en este, sin
duda en compensacion debida á la bondad
del sór supremo.


Nosotros, á quienes sólo es permitido
ocuparnos de las cosas de este mundo, po-


0.) M. de Castellano habla propuesto la siguiente
rodaccion: iSingun hombre puede ser inquietado á
causa de sus opiniones religiosas, ni perturbado en el
ejercicio de ea culto.»




— p-
demos, pues, permitir la libertad de cultos y
entregarnos al sueno en paz.


(En la sesion próxima volvió Mirabeau
á tratar de la cuestion. Se habla dicho: a el
culto es un objeto de policía exterior; en con-
secuencia, permitido es á la sociedad el regla-
mentarlo, permitiendo uno y prohibiendo
otro. » Mirabeau combatió vivamente esta
proposicion.)


He tenido ayer el honor de someter á
vuestra consideracion algunas reflexiones
que tendian á demostrar que la religion es
un deber y nó un derecho, y que la única
deelaraeion propia del asunto en que nos
ocupamos es la de proclamar francamente la
libertad religiosa.


Casi nada so ha dicho en contra de la pro-
posicion de M. de Castellane; ¿qué se puede
objetar á un axioma tan evidente que todo
lo que se dijese en contrario sería absurdo?


Se nos dice ahora que el culto es objeto
de policía; que por lo tanto la sociedad
puede reglamentarlo, permitirlo y prohi-
birlo.


Pido á los que sostienen que el culto es
materia sometida á la policía, qua digan si
hablan (pum, católicos ó como legisladores.


Si presentan esa dificultad como católicos,
convienen en que el culto es objeto de regla-
menta eibn, que es una cosa puramente ci-
vil; si es un asunto puramente civil, es una


— 15f
institucion humana; si es una institucion
humana es falible, pueden los hombres cam-
biarla; de lo cual resulta, segun ellos, que
el culto católico no es una institucion divi-
na, y segun mi opinion, que los que tal di-
cen no son católicos.


Si presentan la dificultad como legislado-
res, como hombres de Estado, tengo derecho
para hablarles como á hombres de Estado,
y les digo ante todo, que no es verdad que
el culto sea objeto de policía, por más que.
así lo hayan sostenido Neron y Domiciano
para prohibir el de los cristianos.


El culto consiste en oraciones, en himnos,
en discursos, en diferentes actos de adora-
clon ofrecidos á Dios por hombres que se
reunen, y es de todo punto absurdo el decir
que el inspector de policía tiene el derecho
de hacer marchar en regla los orenius y las
letanías.


El cargo propio de la policía consiste en
impedir que nadie perturbe el órden y la
pública tranquilidad: he ahí por qué vela en
nuestras calles, en nuestras plazas, en torno
de vuestras casas, en torno de vuestros tem-
plos; pero no intenta, reglamentar lo quo
dentro de estos :nacela. todo su poder con-
siste en estorbar que lo que allí haceis per•
judique á vuestros conciudadanos.


EneuentrG, pues, absurda la pretcneion de
que para prevenir el desórden que de vues-




tras acciones pudiera resultar, fuese preciso
prohibir esas acciones: seguramente esto es
expeditivo y cómodo, pero séame permitido
dudar al ménos de que nadie tenga ese de-
recho.


Permitido nos es á todos formar asam-
bleas, círculos, clubs, lógias francmasónicas,
sociedades de todas clases; el cuidado de la
policía se cine á impedir que esas reuniones
turben el órden público; ese es vuestro. de-
ber pero no podeis ir más léjos.


Se nos habla sin cesar de un culto domi-
nante.


¡Dominante, señores! No entiendo esa
palabra, y necesito que me la definan. ¿Se
quiere decir con eso culto opresor? No
puede ser, pues habeis desterrado esa pa-
labra, !y hombres que han asegurado la
libertad, DO pueden, no, reivindicar la
opresion.


¿Es el culto del príncipe de lo que se
-quiere hablar? No, pues el príncipe no tiene
el derecho de dominar sobre las concien-
cias, ni el de reglamentar las opiniones.


¿Es por ventura el culto del mayor nú-
mero? No, pues el culto es una opinion:
este 6 el otro culto es el resultado de esta ó
de la otra opinion. Las opiniones no se for-,
mari con arreglo á los resultados del sufra-
gio; vuestro pensamiento os pertenece, es
independiente, no lo podeis someter.


e.s


Por último, la opiuion que fuese profe-
sada por el mayor número, no tendria el
derecho de dominar: es esta una palabra
tiránica que debe ser expulsada de nuestra
legislacion, porque si en un casó la admitís
en ella, bien podreis despues admitirla en
todos: tendreis entónces culto dominante,
filosofía dominante, sistemas dominantes.
Sólo la justicia debe dominar: necia hay do-
minante á no ser el derecho de cada uno:
todo lo demás le está sometido. Pues es un
derecho evidente, y por vosotros consagrado,
el de hacer todo lo que no puede perjudicar
á otro.


(No obstante los esfuerzos de Mirabeau,
el artículo se redactó en estos términos poco
á propósito-para garantizar la libertad reli-
giosa: « Nadie debe ser molestado por sus
opiniones, ni aún las religiosas, con tal que
sus manifestaciones no turben el órden
público.


EX.


DISCURSO DE LA BANCAROTA,


(La crisis financiera era cada dia más
grave: los empréstitos no se cubrian; las
contribuciones era imposible cobrarlas con




-- 114
regularidad, en tanto la Asamblea, no nor-
malizaba la situacion económica. Para re-
mediar les desastres, el ministro de Hacien-
da Necker propuso imponer una contribucion
patriótica, sobre el cuarto de las rentas. La
comision correspondiente de la Asamblea
proponia la adopcion, pero las opiniones eran
diversas. Un proyecto de decreto presentado
por Mirabeau habia producido violentos ata-
ques; los debates fueron largos y apasiona-
dos: de todos lados de la cámara pedíase la
palabra: al cabo la obtiene Mirabcau y res--
tablece el silencio con el siguiente dis-
curso:)


Señores: En medio de tantos tumultuosos
debates, ¿no me será posible encauzar la de-
liberado!'


del dia con algunas preguntas
sencillísimas?


¡Dignaos, señores, dignaos contestarme!
¿El ministro de Hacienda, no os ha pre-


sentado el más espantoso cuadro de la situa-
cion actual?


¿No os ha dicho que toda dilacoion au-
mentará el peligro? ¿Que un dia, una
hora, un instante pudieran hacerlo mortal?


¿Tenemos algun plan que Oponer, con qué
sustituir el que nos propone?


(Una voz: Sí.)
Iteró observar al que ha dicho, st, que


su plan no nos es conocido; que es necesario
tiempo material para desenvolverlo exami-


aarlo, demostrarlo; que áun cuando fuese
inmediatamente sometido á nuestra. delibera-
cion , su autor bien pudiera haberse enga-
ñado; que por más que estuviese exento de
todo error, puede creerse aquí que está, en-
gañado, pues cuando todo el mundo se
equivoca, todo el mundo tiene razou; pudie-
ra, pues, ser muy bien que el autor de ese pro-
yecto, áun teniendo razon, no la tuviese
contra todo el mundo, pues sin el asenti-
miento de la opinion pública, el mayor de
los talentos no triunfaría de las circunstan-
cias... Tambien yo no creo que los medios
propuestos por M. Necker sean los mejores
posibles; pero ¡líbreme el cielo de oponer
los mies á. los suyos en situacion tan
critica !


En vano los consideraría preferibles: no
se rivaliza en un instante con una popula-
ridad prodigiosa, conquistada con brillantes
servicios, con larga experiencia, con una
reputacion financiera de primer órden, y
para decirlo todo de una vez con la coope-
racion de la casualidad, con una fortuna
que no ha tocado en suerte á ninguu otro
mortal.


Es preciso pues, volver al proyecto de
M. Necker-


¿Tenemos tiempo de examinarlo, de son-
dear sus fundamentos, de comprobar sus
cálculos? No, no, mil veces no. Inaignili-




-- 8 6 ---
cantes preguntas, conjeturas aventuradas,
tanteos infieles; hé aqui.cuanto en este mo-
mento podemos practicar.


¿Qué haríamos con la discusion? Perder
el momento decisivo, empeñar nuestro amor
propio en cambiar algun detalle en el con-
junto de un plan que no hemos concebido,
y aminorar, con nuestra indiscreta interven-
cion la influencia de un ministro cuyo cré-
dito financiero es y debe ser mayor que el
nuestro.


Señores ; no hay en esa conducta ni pru-
dencia ni prevision; pero... ¿hay en ella si-
quiera buena fé?


¡Oh! Si declaraciones solemnes no garan-
tizasen nuestro respeto por la fé pública,
nuestro horror inicia la infame palabra ban-
carota, me atrevería á explorar los secretos
motivos, tal vez ¡ ay 1 ignorados por nosotros
mismos, Que nos hacen retroceder tan impru-
dentemente en cl momento de proclamar un
grande acto de abncgacian que será de se-
guro ineficaz si no es rápido y verdadera-
mente confiado.


Diré á los que se familiarizan con la idea
de faltar á los compromisos públicos por el
temor al sacrificio, por el terror al impuesto:
¿que es, pues, la bancarota„ sino el más cruel,
el más inicuo, el más desigual, el más de-
sastroso de los impuestos? Amigos mios,
escuchad una palabra, una sola palabra.


— 8 7 --
Dos siglos de rapiñas y de saqueos han


ahondado el abismo en que el reino está á
punto de hundirse. Es preciso colmar ese es-
pantoso abismo. Pues bien ; hé aquí -la lista
de los propietarios franceses. Elegid entre
los más ricos, á fin de sacrificar á ménos
ciudadanos, pero elegid; ¿no es preciso que
perezcan en corto número para salvar la
gran masa del pueblo? Adelante pues; esos
dos mil notables poseen lo bastante para col-
mar el déficit. Restableced el órden en vues-
tra hacienda, la paz y la prosperidad en el
reino... ¡ Herid, sacrificad sin compasion á
esas tristes víctimas! ¡precipitadlas én el in-
sondable abismo! y ¡ desaparecerá 1... pero
retrocedeis llenos de horror... ¡Hombres in-
consecuentes! ¡ hombres pusilánimes ! ¡Qué!
¿no veis que al decretar la bancarota, ó lo
que es aún más odioso, al hacerla inevitable
sin necesidad de decretarla, os manchais con
un acto mil veces más criminal, y ¡ cosa in-
concebible! inútilmente criminal, pues el
horrible sacrificio que os propongo haría al
ménos desaparecer el déficit? ¿Pero creeis
que porque no hayais pagado nada debeis ya?


ereeis que los millares, los millones de
hombres, que en un instante perderán, por
la terrible explosion ó por sus consecuencias,
todo-lo que hacía la dicha de su vida, y tal
vez el único medio de sustentarla, os deja-
rán gozar pacíficamente de vuestro crimen?




-- 88 --
Estóicos espectadores de los incalculables


males que esa catástrofe lanzará sobre Fran-
cia , impasibles egoistas que pensais que esas
convulsiones de la desesperacion y de la mi-
seria, pasarán como tantas otras, y con tanta
mayor rapidez cuanto más violentas sean,
¿teneis la seguridad de que tantos hombres
sin pan os han de dejar saborear tranquila-
mente los manjares cuya abundancia y deli-
cadeza no liabais querido disminuir?... No,
pereceréis, y en la universal confiagracion
que sin temblar encendeis, la pérdida de
vuestra honra no pondrá á salvo ni uno sólo
de vuestros detestables goces.


Ved á donde marchamos... Oigo hablar
de patriotismo, de rasgos de patriotismo,
de apelaciones al patriotismo. ¡Ah no pros-
tituyáis las palabras pátria y patriotismo!
¡ Magnánimo esfuerzo el de dar una par-
te de la renta, para salvar todo cuanto
se posée! ¡ Ah señores, se trata tan sólo de
un cálculo aritmético, y aquél que dude sólo
podrá desarmar la indigna.cion, gracias al
desprecio que inspire su estupidez.


Sí, sef)ore,s, invoco la prudencia ordinaria,
el mal trivial saber, -vuestro más craso in-
terés. No os digo como en otra ocaMon: ¿da-
ríais á las naciones el primer espectáculo de
un pueblo reunido para 'faltar á la fé pú-
blica? No os digo ya: ¡Oh! ¿qué títulos teneis
para ser libres, qué medios os quedarán de


8(-4
mantener la libertad, si desde vuestro pri-
mer paso sobrepujais las torpezas de los go-
biernos más corrompidos, si nuestro concur-
so y nuestra vigilancia no son las garantías
de la constitucion ? No, hoy os digo: sereis
todos arrastrados en la ruina universal, y
los primeros interesados en acceder al sa-
crificio que el gobierno os pide, sois vosotros
mismos.


Votad pues, ese impuesto extraordinario,
y ¡ojalá sea suficiente! Votadlo, porque si
teneis dudas acerca de los medios puestos en
juego, (dudas vagas y oscuras) no las te-'
neis sobre su necesidad y sobre nuestra im-
potencia de reemplazarlo, al ménos inme-
diatamente. Votadlo, porque las circunstan-
cias públicas no sufren ningun retardo, y
porque sereis responsables de toda dilacion.
Guardaos bien de pedir tiempo: la desgracia
no lo concede jamás... ¡ Ah! señores, con
motivo de una ridícula manifestacion del
i'alais-Royal, de un motin risible, que sólo
tuvo importancia en las imaginaciones dé-
biles ó en los malvados propósitos de algu-
nos hombres de mala fé, habeis oido no
hace mucho esta exclamacion colérica: Cati-
lina está á las puertas de Roma ¡y se deli-
bera! Y en verdad que no había en torno
nuestro ni Catilin.a ni peligros, ni facciones
ni Roma... Pero hoy, la bancarota, la hor-
rible banearota, está ahí; amenaza consu-




1


1


— 90 —
mirlo todo, á, vosotros, á vuestras propiedz,
des, á vuestro honor... ¡y deliberaisl


(Este discurso produjo indescriptible en-
tusiasmo: fué el triunfo más unánime de
que disfrutó nunca el orador. El decreto se
aprobó por unanimidad.)


X.


SOBRE LA DICTADURA.


(Recorrian las provincias agentes de la
córte y do los aristócratas, incitando al pue-
blo á cometer toda clase de excesos, con el
propósito de deshonrar á la revoluciou. Mu-
chos consiguieron su objeto, pues los moti-
nes y el incendio de las mansiones seüoriales
que recordaban el pasado feudal, se repitie-
ron con frecuencia alarmante. En los exce-
sos que habian tenido lugar en Berziers el
municipio se negó á aplicar la ley marcial.
Aquellos agentes de la reaccion se presenta-
ban muchas veces con documentos falsos del
rey y hasta de la Asamblea,. autorizando á
las mayores atrocidades.—El 6 de Febrero
de 1790 Cazalés, despees de haber trazado
un cuadro aterrador de los desórdenes pú-
bicos, 'propuso se invistiese al monarca, du-
rante tres meses, con un poder ejecutivo


— 91 --
mitad& Mirabeau protextó enérgicamente
con esta especie de dictadura:)


Seriores: Se nos arrastra rápidamente lé-
jos del objeto en que debemos ocuparnos.
¿De qué se trata? De hechos mal explicados,
poco exclarecidos. Se sospecha, nada más
que se sospecha, que una municipalidad no
ha cumplido sus deberes. Fácil os era pre-
veer que por la ley marcial habríais dado á
un delito grande importancia si esa ley no
era aplicada exacta y fielmente: en efecto,
una municipalidad que no hace uso de los
poderes que le son conferidos en circunstan-
cias graves, comete un gran crimen; preciso
era calificar ese crimen, indicar la pena y el
tribunal. En vez de reducir la cuestion á
estas proporciones modestas, se nos ha di-
cho que la república está• en peligro, (por
república entiendo, como todos los hombres
reflexivos que me escuchan, la cosa pública.)
Se nos ha trazado un cuadro aterrador de
las desdichas de la Francia; -se ha pretendi-
do que el Estado se hallaba desquiciado en
sus fundamentos, y que el reino estaba en
tan extremo peligro que era preciso echar
mano de todos los recursos.


Se pide la dictadura; la dictadura, es
decir, el poder ilimitado de un sólo hombre
sobre veinte y cuatro millones de hombres;
la dictacura es un vais cuyo. poderes todos
acaban de ser destruidos, donde se trata de




2 --
fundarlos á. todos sobre la ley; en un país
cuyos representantes reunidos necesitan de
la seguridad más perfecta. ¿ Quereis saber
lo que es la dictadura militar? Leed, leed
estas palabras sangrientas de una carta de
José II al general Alton: « No debeis contar
unas cuantas gotas de sangre más ó ménos
cuando tratéis de apaciguar los tumultos.»
Hé ahí el código de los dictadores: lié ahí
lo que se nos propone sin rubor.


La. dictadura es superior á las fuerzas de
un sólo hombre, cualesquiera que sean
sus virtudes, su carácter, su talento, su
génio


Reina el desórden, se dice; y quiero creer-
lo un momento; se atribuye á no haberse
terminado la obra del poder ejecutivo, como
si todo el trabajo de organizacion no tendie-
se á ello. Quisiera se me dijese qué es el po-
der ejecutivo. Dése respuesta á este dilema:
ó alguna parte de la coristitucion hiere al
poder ejecutivo, y entónces dígasenos en
qué; ó es preciso terminar la reconstitucion
del poder ejecutivo, y en esté caso, ¿qué resta
que hacer? Si rae decís que el poder militar
falta, al. poder ejecutivo, os replicaré dejad-
nos concluir la organizacion del poder militar.
¿Es que falta el poder judicial? Pues dejad-
nos acabarla organizacion del poder judicial.
No nos pidais lo que debemos hacer, si he-
mos 1,1,,h0 cuanta hemos podido hacer.


911
No nos propongais que destruyamos los


principios de la libertad para atender á esos
pasajeros inconvenientes. Imponed severa
responsabilidad á los depositarios del po-
der público, y ceñíos á esa única precau-
cion.


(Al dia siguiente . continu6 el debate con
creciente aninmeion. Muchos diputados de
la derecha, obligados . 4 renunciar á la dicta-
dura, querían al ménos dar al poder ejecu-
tivo mayor autoridad. 31irabeau volvió á ha-
cer uso dela palabra.)


Señores: Todas las enmiendas propuestas
me parecen ocasionadas á confundir las
ideas. Ante todo pregunto si el poder ejecu-
tivo tiene necesidad de medios de accion do
que ahora carece; pregunto cómo los ha
ejercido hasta el presente; pregunto si la
Asamblea hubiera desaprobado las proclama-
ciones útiles á la tranquilidad pública.; pre-
gunto si las municipalidades son inútiles en
la organizacion social: los que han sostenido
ciertas aserciones I eréen de buena fé, que
estamos en los tiempos de Teseo y de Hér-
cules, en los cuales un sólo hombre domaba
á las naciones y á los monstruos? ¿Hemos
podido creer que el rey por sí sólo desempe-
ñaría el poder ejecutivo? 'Habríamos sublima-
do entánces al despotismo. ¿Qué son las muni-
cipalidades? los agentes del poder ejecutivo.


Al determinar sus funciones, no trabaja-




--- 9 4 ----
mos en pró del poder ejecutivo`? ¿Ha dicho
alguien que aún no fuese tiempo de organi-
zar el poder ejecutivo? No, nadie ha soste-
nido semejante absurdo; he dicho que el po-
der ejecutivo es el resultado último de la or-
ganizacion social; hé dicho que cuanto ha-
cernos por la constitucion lo hacemos por el
poder ejecutivo. Os propongo este dilema:
¿se dice que trabajamos contra el poder eje--
cutivo? en este caso que se nos sefiale un
decreto que lo pruebe; la Asamblea se mos-
trará reconocida y reformará ese decreto;
¿se nos pide que ultimemos la organizacion
del poder ejecutivo? en este caso indicadnos
un decreto conque podamos llegar á ese re-
sultado.


Todos habeis oido hablar de esos salvajes
que confundiendo en su mente las ideas teo-
lógicas, dicen cuando un reloj no marcha,
que está muerto, y cuando marcha bien que
tiene un alma; y sin embargo, ni está
muerto ni tieue un alma. El resultado de la
organizaeion social, el poder ejecutivo, no
puede estar completo sino cuando la consti-
tucion se haya terminado: todas las ruedas
deben estar corrientes, todas las piezas de-
ben engranar, para que pueda ponerse la
máquina en movimiento.


Ei rey mismo ha profesado esta teoría di-
ciendo: al terminar vuestra obra os ocupareis
(no de la creacion del poder ejecutivo, pues


-- 95


habria dicho un absurdo) de la consolidacion
del poder ejecutivo. Esta palabra, que es el
símbolo de la paz social, no debe ser el grito
de guerra de los descontentos; no debe ser
la base de todas las recriminaciones, de to-
das las desconfianzas. Nada conveniente ha-
remos en el órden social que no redunde en
beneficio del poder ejecutivo; querer que una
cosa se haga ántes de ser, es querer que el
reloj marche ántes de estar montado. Esta
idea no hace honor á la exactitud de jui-
cio del alma que la haya podido con-
cebir.


Las observaciones acerca de la responsa-
bilidad de los ministros conciernen á esta
materia. Los ministros , con un tanto de
candor (si es que el candor puede existir en
el corazon de los ministros) no hubieran
sido obstáculo para esta salvadora ley. Du-
damos, marchamos á paso lento desde hace
algunas semanas, porque el dogma terrible
de la responsabilidad, atemoriza á. los mi-
nistros.


No diré la razon de ese terror, aunque si
fuese malicioso, algun placer experimentaría
en explanarla; sólo consignaré una razon,
á, mi modo de ser la principal, que está fan.
dada, perdónenme la expresion, sobre su
ignorancia: aún no han podido comprender
que no hemos querido ni podido hablar de
la responsabilidad del éxito sino tan sólo de




-- 96 ---
los medios puestos en juego. Ningun hombre
que se respete puede decir que desee sus-
traerse á esa responsabilidad. En todos los
conflictos entre la autoridad nacional y
administracion ha habido algo de ese temo':
á la responsabilidad del éxito.


Termino rechazando las enmiendas que
giran en torno de la idea de que el poder
ejecutivo no tiene en este momento todos
los medios de que há menester. Cuando
vuestra -constitucion esté hecha, el poder
ejecutivo estará tambieu organizado; todo
cuanto tienda á conceder medios excéntricos,
medios fuera de la constitucion, debe ser ab-
solutamente rechazado.


XI.


UNA FRASE CÉLEBRE.


(En medio de la diseusion acerca de les
bienes eclesiásticos, un diputado pidió á la
Asamblea la declaracion de que el culto ca-
tólico, era la religion nacional. Prodújosf
con esto un debate tempestuoso, en el civ:1
Mirabeau pronunció estas palabras, con
tanta frecuencia repetidas despues.)


Haré. observar á los que me han precedido
en el uso de la palabra que no hay duda al-


-- 97 —


guna de que durante un reinado que se se-
baló por la revocacion del edicto de Nantes,
que yo no calificaré, se consagraron todas
las formas de la intolerancia; pero en vista
de que se permiten en esta materia las citas
históricas, os suplicaré que no olvideis que
desde aquí, desde esta tribuna en que os
hablo, se distingue el balcon, donde un mo-
narca francés, armada la mano contra sus
súbditos por facciosos execrables que mez-
claban los intereses temporales con los in-
tereses sagrados de la religion, hizo aquel
disparo de arcabuz que fué la señal de la
So.int-Barthelemy. Y no digo más. No ha lu-
gar á deliberar.


(La Asamblea pasó á la órden del dia.)


EJERCICIO DEL DERECHO DE HACER LA PAZ


Y DECLARAR LA GUERRA.


(El 14 de Mayo de 1790, el ministro de
Negocios Extranjeros, participó á la Asam-
blea nacional que Inglaterra realizaba pre-
parativos y armamentos sospechosos, y con
este motivo pcdia subsidos para atender á


rollo ráv.
4




— 98 —
los gastos de preparativos militares que el
rey habia prescrito. A causa de este suceso
suscitóse la gran cuestion constitucional
acerca de si la nacion debía delegar en el
rey el ejercicio del derecho de hacer la paz
y la guerra.—Mirabeau pronunció en este
debate dos de sus más célebres discursos.—
El fuá quien provocó la discusiou y quien
hizo se pusiese á la órden del dia. Declaróse
en contra de las dos opiniones extremas que
atribuyen ese derecho exclusivamente al rey
ó al Cuerpo legislador.


Señores: Si hago uso de la palabra sobre
una materia sometida desde hace cinco dias
á. largos debates, lo hago tan sólo para fijar
el estado de la cuestion, que en mi concepto
no ha sido establecida como dcbia serlo. Un
peligro inminente en estos momentos, gran-
des peligros para el porvenir, han excitado
toda la atencion del patriotismo; pero la im-
portancia de la cuestion tiene sus peligros
tambien.


Las palabras guerra y paz suenan fuerte-
mente en los oidos, despiertan y engañan á
la imaginacion, excitan las pasiones aná./
imperiosas, la fiereza, el valor, se ligan á
los objetos más grandes, á las victorias, á
las conquistas, á la suerte de los imperios;
sobre todo á la libertad, sobre todo á la du-
racion de esta constitucion naciente que to-
dos los franceses han jurado sostener; y


— 9 9
cuando una cuestion de derecho palie° se
presenta con tan imponente aparato, preciso
es prestar grande atencion al propio ánimo
para conciliar, en debate tan grave, la ra-
zona fria, la profunda meditacion del hombre
do Estado , con la excusable emocion que-
deben inspirarnos los temores que nos ro-
dean.


¿Se debe delegar en el rey el ejercicio del
derecho de hacer la paz y la guerra, ó debe
atribuirse al Cuerpo legislador?


• Así se ha planteado hasta ahora este
punto de diseusion; sobre esa alternativa se
ha fundado, y confieso que tratándose de
esta suerte se hace insoluble aun para mí
mismo. No creo que sea lícito delegar en el
rey el derecho de hacer la paz y la guerra,
sin aniquilar la constitucion; no creo tampo-
co que deba atribulase ese derecho exclusi-
vamente al Cuerpo legislativo sin provocar
peligros de otra naturaleza, pero no Illé3103
terribles.


Pero ¿estamos obligados á hacer una
eleccion exclusiva? ¿No podremos, en vir-
tud de las funciones del Gobierno, que par-
ticipan de accion y voluntad, de ejecucion y
de deliberacion, no podremos hacer concur-
rir al mismo fin, sin que se excluyan el uno
al otro, á, los dos poderes que constituyen la
fuerza de la rezan y representan su pruden-
cia? ¿No podremos restringir los derechos,




-- /00 ---
mejor dicho , les abusos de la antigua mo-


narquía sin paralizar la fuerza pública? ¿No
podremos, por otra parte, conocer el voto
nacional acerca de la guerra y de la paz por
el órgano supremo de una Asamblea legisla-
tiva, sin traer á nuestras leyes los inconve-
nientes que descubrimos en esa materia del
derecho político de las antiguas repúblicas
y de algunos estados de Europa? En una
palabra, porque así me he propuesto á mí
mismo la pregunta general que voy á, re-
solver, ¿no es posible atribuir juntamente
el derecho de hacer la paz y la guerra á los
poderes que nuestra constitucion ha consa-
grado?


¿No es un hecho que la urgencia de re-
chazar las primeras hostilidades puede sur-
gir ántes que el Cuerpo legislador haya teni-
do tiempo de manifestar su voto de aproba-
clon ó de reprobacion?


Envíanse naves para garantir la seguridad
de nuestras colonias; colócanse soldados en
nuestra frontera; convenís sin duda en que
estos preparativos, estos medios de defensa,
debe disponerlos el rey; pero si esas naves
son atacadas, si esos soldados son amenaza-
dos, ¿esperarán para defenderse á. que el
Cuerpo legislador haya aprobado ó desapro-
bado la guerra? No, sin duda alguna: ahora
bien, entónces la guerra existe y la necesi-
dad ha dado la señal.


— 101 —
1116 ahí mi priinera hipótesis: se trata do


una abierta agresion. Es la segunda aque-
lla en que sin haber comenzado aún las hos-
tilidades, el enemigo anuncia sus propósitos.
Entónces por esto sólo la paz no existe ya,
la guerra ha comenzado.


¿Pere, me objetareis, el Cuerpo legisla-
dor no tendrá siempre el-derecho de impe-
dir el comienzo de la guerra? No, porque
esto es como si preguntáseis si hay un me-
dio de impedir que una nacion vecina nos
ataque; ¿á qué medio recurriríais?


¿No hareis ningun preparativo? No re-
chazareis entónces las hostilidades, pero las
sufrireis. El estado de guerra no habrá ce-
sado por eso.


¿Encargareis al Cuerpo legislador los pre-
parativos de la defensa? No por esto evita-
reis la agresion: y además, ¿cómo concilia-
ríais esta aeeion del poder legislativo con la
del poder ejecutivo?


¿Obligareis al poder ejecutivo á que os
notiaque sus menores aprestos, sus medidas
do ménos importancia? Con esto violareis
todas las reglas de la prudencia; el enemi-
go, conociendo todas vuestras precauciones,
todas vuestras medidas, las desconcertará;
hareis inútiles los aprestos; más valdría no
ordenarlos.
- ¿Ceñireis la extension de los preparati-
vos? ¿Pero es posible, dados los puntos de




— .102 --
contacto que os ligan á Europa., á la India,
á América, á todo el mundo? ¿No deben
vuestros aprestos estar en proporcion con
los de los estados vecinos? ¿Las hostilida-
des no pueden comenzar lo mismo entre dos
naves, que entre dos escuadras? ¿No os ve-
reis obligados á conceder anualmente cierta
suma para los armamentos imprevistos? ¿No
es preciso que esa suma esté en armonía
con la extension de vuestras costas, con la
importancia de vuestro comercio, con la
distancia de vuestras posesiones lejanas, con
la fuerza de vuestros enemigos?


Por lo domas, no insistiré en estas difi-
cultades, en el supuesto de que un rey mal
intencionado preferirá ver la iniciativa en
manos do una Asamblea que en las suyas.
Entiendo que importa impedir que el poder
ejecutivo abuse del derecho de velar en la
defensa del Estado, consumiendo en inútiles
armamentos sumas inmensas ; que no pre-
pare fuerzas en provecho suyo fingiendo
destinarlas contra un enemigo; que no exci-
te jamás con excesivo aparato de defensa
los celos ó los temores do los vecinos.


La marcha natural de los sucesos nos indica
cómo debe el parlamento reprimir esos abu-
sos;


410
porque si de una parte son necesarios


armamentos considerables, el poder ejecuti-
vo estará obligado á pedirlos, y vosotros
tendreis el derecho de reprobar los prepara-


— 103 —
tivos, de imponer las negeci.usiones para la
paz, de reusar los fondos pedidos. Por otra
parte, la pronta notificacion que deberá ha-
cer el poder ejecutivo del estado de la per- ,
ra, sea inminente, sea ya comenzado, no os
dejará los de velar por la libertad pública.


Supongamos las hostilidades comenzadas
ó inminentes. ¿Cuáles son entónces los de-
beres del poder ejecutivo? ¿Cuáles los dere-
chos del poder legislativo?


El poder ejecutivo debe notificar sin dila-
cion alguna el estado de guerra existente ó
próximo, hacer conocer las causas, pedir los
fondos necesarios, requerir la reunion del
Cuerpo legislador, sino está reunido.


Por su parte, el Cuerpo legislador tiene
cuatro clases de medidas que adoptar. La
primera examinar, si las hostilidades co-
menzadas, la agresion ha partido de nues-
tros ministros ó de algun agente del poder
ejecutivo: en esto caso el autor de la agro-
sion debe ser casti gado como reo do lesa
nacion.


Haced esta ley, y con esto sólo reclneireis
vuestras guerras al derecho de justa defen-
sa; y habreis hecho más por las libertades
públicas, que si por atribuir exclusivamente
el derecho de la guerra á la Asamblea, per-
dieseis las ventajas que so pueden obtener
de la monarquía.


La segunda medida es la de desaprobar la




— 104 --
guerra si es inútil ó injusta; de invitar al
rey á hacer la paz y forzarlo á ello reusán-
dole subsidios.


Hé. ahí, señores, el verdadero derecho do
la Asamblea. No se confunden así los pode-
res; las formas diversas de gobierno no son
violadas y sin caer en el inconveniente de
hacer deliberar á setecientas personas sobre
la paz ó sobre la guerra, lo que en verdad
envuelve grandes peligros, como lo demos-
traré bien pronto, el interés nacional se con-
serva de igual manera.


Por lo domas, señores, cuando propongo
hacer reprobar la guerra por el cuerpo legis-
lador, en tanto le niego el derecho exclusivo
de hacer la paz ó la guerra, no creais que en
ésto eludo la cuestion, ni que proponga la
misma dehberacion bajo diferente forma.
Hay notable diferencia entre desaprobar la
guerra y deliberar sobre la guerra: vais á
verla. El ejercicio del -derecho de hacer la
guerra y la paz no es simplemente un acto
de pura voluntad: exijo el concurso de los
dos poderes, y toda la teoría consiste en
designar, sea al poder legislativo, sea al
poder ejecutivo, el concurso que por su na-
turaleza le es más propio que á otro alguno.
Hacer deliberar directamente al Cuerpo legis-
ladon sobre la paz y sobre la. guerra, como
en otro tiempo deliberaba el Senado en Ro-
ma, como deliberan los estados de Suecia,


--- 105
la dieta de Polonia, la confederacion do Ho-
landa, seria hacer del rey de Francia un
estatuder ó un cónsul: sería elegir entre los
dos delegados de la naeion aquel que, si
bien depurado por la eleccion del pueblo,
por el continuo cambio de las elecciones, es
no obstante el menos propio para deliberar
en esta materia de una manera útil. Dar
por el contrario al poder legislativo el dere-
cho de examen, de reprobacion, de perseguir
á un ministro culpable, de reusar los fondos,
es hacerlo concurrir al ejercicio de un dere-
cho nacional, por los medios que son pro-
pios de la naturaleza de tal Cuerpo, es decir,
por el peso de su influencia, por su vigilan-
cia, por su derecho exclusivo de dispo-
ner de las fuerzas y de las rentas del
Estado.


Esta diferencia es muy marcada y condu-
ce al fin propuesto conservando los dos pode-
res en su integridad, en tanto quo de otra
manera os vereis obligados á hacer una
eleccion exclusiva entre los dos poderes que
deben marchar juntos.


La tercera medida que debe tomar el Cuer-
po legislador, consiste en adoptar una serie
de medios que indico para prevenir los peli-
gros de la guerra.


El primero de esos medios es el de no
suspender la legislatura en tanto continúa
la guerra.




-- 106
El segundo, declararse en sesion perma-


nente en el caso de guerra inminente.
El tercero, reunir en número suficiente


la guardia nacional del reino, en el caso
de que el rey hiciese la guerra en persona.


El cuarto, recurrir siempre que lo juzgase
necesario al poder ejecutivo para negociar
la. paz.


Establezco el contrapeso de los peligros
que pudieran 'nacer del poder real en la
constitucion misma, en el equilibrio de los
poderes, en las fuerzas interiores que os
dará esa guardia nacional, propia de los go-
biernos representativos, contra un ejército
acampado en la frontera; y felicitaos, seño-
res de esta invencion; si vuestra constitu-
don llega á ser inmutable, de eso dependerá,
su estabilidad.


Por otra parte, si atribuye á la Asamblea
el derecho de recurrir al poder ejecutivo pa-
ra que negocie la paz, notad que por esto no
concedo al poder legislativo el derecho de
hacer la paz de una manera exclusiva: esto


• sería caer en todos los inconvenientes de
que ya he hablado. ¿Quién conocerá el mo-
mento de hacer la paz, sino es aquel que
tiene el hilo de todas las relaciones políti-
cas? ¿Deseareis que los agentes empleados
en esto, sólo con vosotros se comuniquen?
¿les fiareis instrucciones? ¿contestareis á
sus despachos? ¿los desti•uireis sino llenan


— 107 --
vuestras esperanzas? ¿deseubrireia con em-
lemnes debates los motivos que 03 impulsan
a desear la paz? ¿ciareis así al enemigo la
medida de vuestras fuerzas ó de vuestra
debilidad? ¿obligareis á los enviados de una
potencia enemiga á la publicidad de una
disension?


Distingo, pues, el derecho de requerir al
poder ejecutivo para que haga la paz, del
órden en que debe pactarla., y del ejercicio
del derecho de hacer la paz; ¿hay otra for-
ma de satisfacer los interereses nacionales
que la que propongo? Cuando la guerra ha
comenzado no depende ya del poder de una
nacion el hacer la paz; ¿la órden de retirar
á las tropas contendrá al enemigo? intenta-
da la paz ¿cesa por eso la guerra? Es pue;,
propio del poder ejecutivo elegir el momen-
to conveniente para una negociacion, prepa-
rarla en silencio, y llevarla á cabo con ha-
bilidad; es propio del poder legislativo re-
cordar é aquel se ocupe sin descanso en tan
importante asunto; es propio de él hacer so
castigue al Ministro ó al agente culpable,
que en esa comision, no llenase su cometido
y su deber. Hó ahí el límite invencible que
el interés público no deja pasar, y que la
naturaleza de las cosas ha establecido.


Me he preguntado si debíamos renunciar
á hacer los tratados; y esta cuestion se re-
duce á saber si en el estado actual de unes-




-- 1 08 --
tro comercio y el de Europa, debemos aban-
donar al azar la influencia de las otras po-
tencias sobre nosotros y la nuestra sobre
Europa: sí, porque cambiemos de pronto
todo nuestro sistema político, forzaremos á
las demas naciones á cambiar el suyo; sí, du-
rante largo tiempo, la paz puede ser conser-
vada por medio de un equilibrio que impide
la reunion de muchos pueblos contra uno sólo.


Tiempo vendrá sin duda, en que por do-
quiera tengamos amigos, en que sea univer-
sal la libertad de comercio y la Europa una
gran familia: pero la esperanza tiene tam-
bien su fanatismo; ¿ seremos tau dichosos
que en un instante el milagro á que debe-
mos nuestra libertad se repita en los dos
mundos?


Si nos hacen falta tratados todavía, sólo
podrá prepararlos, suspenderlos, quien ten-
ga el derecho de negociarlos; porque no veo
que sea útil ni conforme á las bases del go-
bierno que hemos consagrado, el establecer,
que la Asamblea comunique sin intermedia-
rios con las domas potencias.


Esos tratados se os notificarán al momen-
to; esos tratados no tendrán fuerza legal en
tanto no los apuehe la Asamblea. Be aquí
los límites del concurso de los dos poderes;
la responsabilidad de los ministros os ofrece
ocasión de castigar al culpable autor de un
tratado peligroso.


109
¿No hay, pues, que tomar otras precaucio-


nes sobre los tratados, y no sería propio de
la dignidad, de la lealtad de una convencida
nacional el determinar de antemano, para
ella misma y para las otras naciones, no lo
que los tratados podrán comprender, sino lo
que nunca comprenderán? Pienso en esta
materia como - muchos de vosotros pensais;
y quisiera que se declarase que la nacion
francesa renuncia á toda clase de conquistas,
y que nunca empleará sus fuerzas contra la
libertad de ningun pueblo.


IIé señores, mi sistema acerca del
ejercicio del derecho de la paz y de la guer-
ra; pero debo presentar otros motivos do
mi opinion; debo anté todo claros á conocer
por qué estoy tan firmemente convencido do
que no se debe conceder á la representacion
nacional más que el concurso necesario pa-
ra el ejercicio de aquel derecho, sin atribuir-
lo exclusivamente: el concurso de que aca-
bo de hablar puede por sí sólo cortar todos
esos peligros.


Sin duda alguna, que la paz y la guerra
son actos de soberanía que sólo á la nacion
pertenecen; ¿cómo negar este principio sin
afirmar que los pueblos son esclavos? Pero
no se trata aquí del derecho en sí mismo, si-
no de su delegacion.


No se me ocultan los peligros que -pue-
den originarse de confiar á un sólo hombre




-- 110 --
el derecho 6 los medios de causar la ruina
del Estado, de disponer de la vida de los
ciudadanos, de comprometer la seguridad
del imperio, de atraer sobre nosotros como
un funesto génio, el azote de la guerra.


He recordado el nombre de ministros im-
píos, decretando guerras inicuas para hacer-
se necesarios, ó para contrastar á un rival;
he visto á la Europa incendiada á causa del
guante de una duquesa no recogido á tiempo;
me he representado á un rey guerrero y con-
quistador, seduciendo á sus soldados por la
eorrupcion y la victoria, pensando tornarse
en un déspota al volver á sus estados, fo-
mentando á. un partido dentro del imperio
y destruyendo las leyes con el brazo arma-
do por las leyes mismas.


Examinemos si los medios que se propo-
nen para evitar esos peli gros, no serán ori-
gen de otros no ménos funestos, no ménos
temibles para la libertad pública.
''Y ante todo, os ruego observeis que al
examinar si se debe atribuir el derecho de
la soberanía á un delegado con preferencia
á otro, al delegado que se llama rey ó al de-
legado renovable que se llama Cuerpo legis-
lador, es preciso dejar á un lado todas las
ideas vulgares de incompatibilidad, que de-
penda de la nacion proferir para tal acto do
su voluntad al delegado que le plazca; que
no puede ser cuestionable, puesto que de-


-- 111 --
terminamos esa eleccion, el consultar, no el
orgullo nacional, sino el interés público, úni-
ca digna ambicion de un gran pueblo. To-
das las sutilezas desaparecen para hacer lu-
gar á esta pregunta: ¿por quién es más útil
que se ejerza el derecho de hacer la paz ó la
guerra?


Os lo pregunto á vosotros. ¿Tendremos
mayor seguridad de sostener sólo guerras,
justas, equitativas, si se delega en una Asam-
blea de setecientos representantes el dere-
cho de hacer la guerra? llabeis previsto
hasta qué extremos arrastra la exaltacion
del valor y de la falsa dignidad? Hemos oí-
do á uno de vuestros oradores proponcros,
que si Inglaterra hacía á Esparta una guer-
ra• injusta, franqueáramos al instante los ma-
res, hiciéramos chocará las naciones, y jugá-
ramos en Londres mismo, con esos altivos in-
gleses el último escudo y el último hombre,
y todos hemos aplaudido. Yo mismo me he
sorprendido de verme aplaudiendo ; un ras-
go de talento oratorio ha bastado para ex-
t•aviar un instante vuestra ordinaria pruden-
cia. ¿No ereeis que impulsos semejantes á
estos, si deliberais aquí acerca de la guerra,
no os arrebatarán el ánimo, inclinIndoos
desastrosas luchas, confundiendo los conse-
jos del valor con los de la experiencia? En
tanto deliberais os pedirán á gritos la guer-
ra: vereis en torno vuestro un ejército do




-- 112
ciudadanos. No sereis engañados por los mi,
nistros; lo sereis por vosotros mismos.


Hay otro peligro que es propio de una
Asamblea en el ejercicio del derecho de la
paz y de la guerra: y es que un Cuerpo le-
gislador no puede ser sometido á ninguna
clase de responsabilidad: al hablar de res-
ponsabilidad no me refiero á la venganza;
cse ministro que suponen se conduce guiado
tan sólo por su capricho, es sometido á un
juicio, su cabeza es el precio de su impru-
dencia. Habeis tenido ministros como Lou-
vois bajo el absolutismo: ¿los tendreis
tambien bajo el imperio de la libertad?


Se habla del freno de la opinion pública
para los representantes de la nacion; pero
la opinion pública con frecuencia extraviada,
aún á causa de nobles sentimientos, dignos
de elogio, sólo servirá para seducirlos: la
opinion pública no castiga á cada uno de los
miembros de una gran Asamblea.


Aquel romano, quo llevaba la guerra en
los pliegues de su toga, y que amenazaba
con todos sus males al sacudirla, debia sen-
tir toda la importancia de su mision. Estaba
sólo, llevaba en sus manos la suerte de la
república, llevaba el terror; pero el Senado
numeroso que lo enviaba en medio de una
discusion tempestuosa y apasionada, ssen-
tiria, ese espanto que debe inspirar el temi-
ble y dudoso porvenir de la guerra? Ya os


— 113 --
o he dicho, señores; ved los pueblos libres;
se han distinguido siempre por guerras bár
taras y ambiciosas.


Ved las asambleas políticas; siempre han
decretado la guerra sometidas al encanto de
la pasion patriótica. Todos conoceis el rasgo
de aquel marinero que decidió en 1740 la
guerra de Inglaterra contra España. «Cuan-
do los españoles me hayan mutilado,
cuando me amenacen con la muerte, enco-
mendaré mi alma á Dios, mi venganza á la
patria.» Era un hombre elocuente ese ma-
rinero; pero la guerra que encendió no era
ni justa, ni política: ni el rey de Inglaterra
ni sus ministros la deseaban; todo lo deci-
dió la comnocion de una Asamblea ménos
numerosa, y más experta que la nuestra en
las combinaciones insidiosas de la política.


Pero escuchad consideraciones do mayor
importancia. ¿Cómo no temeis, señores, las
disenciones interiores, que una determina-
cion acerca de la guerra, tomada por la
Asamblea, podrá engendrar en su seno y en
todo el reino? Con frecuencia entre dos par-
tidos que profesarán 'violentamente opinio-
nes contrarias, la determinacion será el frute
de una lucha tenaz, decidida tan sólo poi
algunos votos; y en este caso, si la misma
discordia se establece en la 'opinion pública
¿quó éxito esperais de una guerra que
gran parte de la nacion desaprobará?




— 114
Pondríamos, pues, el gérmen de disencie-


nes civiles en nuestra constitucion, si con-
cediésemos exclusivamente al Cuerpo legis-
lador el ejercicio del derecho de declarar la
guerra.


Deténgome un instante, señores, sobre
esta eonsideracion, para baceros comprender
que en la práctica del arte de gobernar, es
preciso á menudo separarse en bien de los
públicos intereses, de la rigurosa pureza de
las abstracciones filosóficas.


Babeis decretado que la ejecucion de la
voluntad nacional, en ciertos casos, tiene el
derecho de suspender la primera manifesta.-
cion de esa misma voluntad: que se podria
apelar de la voluntad conocida de los repre-
sentantes á la voluntad probable de la na-
cion. Si hemos concedido ese concurso al
monarca, hasta en los actos


b
leoislativos, más


apartados de la acción del poder ejecutivo,
¿cómo, para seguir la série de los mismos
principios, no liemos de hacer concurrir al
rey, no tan sólo en la direccion de la guer-
ra, sino en las deliberaciones sobre la
guerra?


Dejemos aparte, si se quiere, los peli-
gros de las discusiones civiles. ¿Evitareis
con la misma facilidad el de la lentitud de
los debates sobre tan grave materia? ¿No te-
meis que vuestra fuerza pública se paralice
como la de POlonia, de Holanda y de todas


— 115 ---
las repúblicas? ¿No temeis que esa lentitud
aumente, ya porque nuestra constitucion
toma insensiblemente las formas de una
grande confederacion, ya porque es inevita-
ble que los departamentos adquieran grande
influencia sobre el poder legislativo? ¿No
temeis que el pueblo, sabiendo que sus re-
presentantes declaran la guerra en su nom-
bre, no reciban por esto mismo peligroso
impulso hácia la democracia , ó mejor dicho
hacia la oligarquía; que el voto en favor de
la paz y de la guerra parta del seno de las pro-
vincias, sea bien pronto comprendido en el
número de las peticiones, y dé 1). grandes
masas de hombres la agitacion que asunto
tan importante puede excitar? ¿No temeis
que el Cuerpo legislador, no obstante su pru-
dencia, se vea arrastrado á. franquear los lí-
mites de sus poderes, por las consecuencias
casi inevitables que envuelven el ejercicio
de los derechos de la paz y de la guerra?
¿No temeis que para secundar el éxito do
una guerra votada por él, no quiera influir
sobre su direccion, sobre el nombramiento de
los generales, y más si puede atribuirles les
reveses, y ejerza sobre todos los actos del
monarca esa inquieta vigilancia que 10
convertida en un segundo poder ejecu-
tivo?


¿Y tampoco teneis para nada en cuenta
el obstáculo do una Asamblea no verme




11./t
nente, obligada á reunirse en el tiempo que
sería preciso emplear en discutir, la incerti-
dumbre, la vacilacion, que acompañarían á
todos los actos del poder ejecutivo, que no
sabría nunca hasta qué límite podrían exten-
derse las órdenes provisionales, los incon-
venientes de una deliberacion pública sobre
los motivos de hacer la guerra ó la paz,
deliberaciones cuyos elementos son secretos
de Estado?


Por otra parte, se trata de dar á la coas-
titucion un carácter homogóneo, y sin peli-
gro podrian llevarse las formas del gobierno
republicano á un gobierno que es á la vez
monárquico y representativo.


¿Podremos sostener nuestra coustitucian
si componemos el gobierno con formas dife-
rentes y entre sí opuestas? He sostenido
que existe un sólo principio de gobierno
para todas las naciones; es decir, su propia
soberanía; pero no es inéuos cierto que las
diversas maneras de delegar los poderes,
dan al gobierno de cada naeion formas dife
rentes, en cuya unidad, en cuyo conjunte
consiste su fuerza; cuya oposieion , dan ori-
gen en el estado á perpetuas divisiones,
hasta que la forma dominante destruye to-
das las demás; de aquí procede, indepen-
dientemente del despotiino, la ruina do los
imperios.


Roma fue destruida por esa mezcla de


1 17 --
formas monárquicas, aristocráticas y demo-
cráticas. No otra causa han tenido las tem-
pestades que frecuentemente han agitado á
muchos países de Europa. Tienden los hom-
bres á la distribucion de los poderes; son
ejercidos por hombres los poderes; los hom-
bres, abusando de una autoridad que no está
suficientemente contenida, franquean sus
límites. Así el gobierno monárquico se hace
despótico, y por eso debemos tomar tantas
precauciones. Pero así tambien el gobierno
representativo se hace oligárquico, segun
que dos poderes hechos para contraba-
lancearse, se invaden eu vez de conte-
nerse.


Así pues , señores, excepto en el caso do
una república verdadera, ó de una gran con-
federacion, ó de una monarquía, en la cual
el jefe tenga una vana representacion, cí-
teseme á un sólo pueblo que haya atribuido
exclusivamente el ejercicio del derecho de
declarar la guerra y de hacer la paz á un




Senado. En teoría se probará bien que el po-
der ejecutivo conserva toda su fuerza si to-
dos los preparativos, toda la direecion, toda
la accion pertenece al rey, y si el poder le-
gislativo se ciñe á decir quiero la guerra 6
la paz; pero decidme cómo el cuerpo repre-
sentativo, teniendo tan próxima la accion
del poder ejecutivo no franqueará los límites
casi insensibles que los separan. Lo sé, la




---- 118
scparacion existe aún; la aceion no es la vo-
luntad; pero es más fácil fijar que conservar
esta frontera: ¿no es exponerse á confundir
los poderes, ó mejor dicho, no es confundir.
los en la práctica, el aproximarlos tanto?


Si examino los inconvenientes de la atri-
bucion de esos derechos exclusivamente al
poder legislativo, por lo que hace á nosotros
mismos, ¿cuántos nuevos contradictores no ex-
citareis entre esos ciudadanos que esperaban
poder conciliar toda la energía de la libertad
con la prerogativa real? No me refiero á los
aduladores, á los cortesanos, á los hombres
envilecidos que prefieren el despotismo á la
libertad, no me refiero á esos que han osado
sostener en esta tribuna que no teníamos el
derecho de cambiar la oonstitucion del Es-
tado, 6 que el derecho de la paz y de la
guerra es privativo del monarca, 6 que
el consejo con frecuencia corrompido que
rodea á los reyes, es órgano más fiel del
público interés que los representantes del
pueblo, no me refiero á esos .blasfemos,
ni á sus impiedades, ni á sus impotentes
esfuerzos, sino á esos otros hombres, que
creados para ser libres, temen no obs-
tante las conmociones de los gobiernos
populares, á esos hombres que despues
do ,haber considerado la permanencia de una
Asamblea nacional, como la única barrera


. contra el despotismo , consideran tambien


---- 119


á la monarquía como el único obstáculo con-
tra la aristocracia.


En fin, por lo que hace al rey, por lo que
hace á sus sucesores, ¿cuál será el efecto
inevitable de una ley que coucentraria en la
Asamblea el derecho de hacer la paz ó la
guerra? Para los reyes débiles la privacion
de la autoridad sería un motivo más de de-
saliento y de inercia; la dignidad real, ¿no
entra en el número de las propiedades nacio-
nales? Un rey rodeado de pérfidos conseje-
ros, no viéndose igual á los denlas reyes, se
creeria destronado: nada habria perdido, por-
que el derecho de hacer los preparativos de
la guerra es el verdadero ejercicio del dere-
cho de la guerra: pero -se le persuadirá de
lo contrario; las cosas no tienen otro valor,
y hasta cierto punto otra realidad, que la
que le dá la opinion pública. Un rey justo
creerá que el trono está rodeado de escollos
y todos los resortes de la fuerza pública se
relajarán. Un rey ambicioso, descontento del
lote que la constitucion le deja, será el ene-
migo de esa constitucion en vez de ser
su fidelísimo guardian y su garantía.


¿Para evitar esto debemos convertirnos
en esclavos? Para disminuir el número de
los descontentos, ¿será preciso rr,ianchar
nuestra inmortal constitucion con falsas me-
didas, con falsos principios? No propongo
esto en manera alguna, puesto que por el




1


— 120 —
contrario trato de saber si el doble concurso
que concedo al poder legislativo y al poder
ejecutivo en el ejercicio del derecho de la
guerra y de la paz, no sería más favorable á
la libertad nacional.


Veamos ahora qué objccciones quedan
aún que no haya destruido en el sistema que
combato.


El rey, se dice, podrá hacer, pues, guerras
injustas, guerras antinacionales; ¿cómo po-
dría hacerlas, os pregunto? ¿se puede negar
de buena fé la influencia quo ejerce el Cuer-
po legislador siempre presente, siempre vi-
gilante, que está, facultado no sólo para ne-
gar los subsidios necesarios, sino para desa-
probar la guerra, y pedir las negociaciones
de la paz? ¿No teneis para nada en cuenta
la influencia de una naeion en todas sus
partes organizada, que constantemente ejer-


. cerá en la forma legal, el derecho de peti-
eion? Un rey déspota seria detenido en sus
proyectos; un rey ciudadano, un rey co-
locado en medio del pueblo en armas, ¿no
lo habria de ser?


Se pregunta quién velará por el reino
cuando el poder ejecutivo desplegue todas
sus fuerzas. Y yo respondo; la ley, la coas-
titucion, el equilibrio siempre mantenido de
la fuerza interior con la fuerza exterior.


Vuestra constitucion, se dice, no está aún
afirmada: es posible que se nos incitase á una


—121


guerra para tener el pretexto de desplegar
grandes fuerzas, y de volverlas contra noso-
tros... Pues bien, no desatendamos esos te-
mores, pero distingamos los momentos pre-
sentes de los efectos duraderos de una coas-
titucion, y no hagais eternas las disposiciones
provisionales que la cireuntancia extraor-
dinaria de una grande convencion nacional
puede sugerir. Pero si llevais las desconfian-
zas del presente al porvenir, tened cuidado
de que á fuerza de exajerar los temores, no
hagamos el remedio peor que la enfermedad,
y que en vez de unir á, los ciudadanos por
la libertad, los dividamos en dos partidos
siempre prontos á conspirar el uno contra el
otro. Si á cada paso se nos amenaza con la
resurreceion del despotismo destruido, si se
nos opone de continuo el peligro de una pe-
queña parte de la fuerza pública, á pesar de
muchos millones de hombres armados por
la constitucion, ¿qué otro recurso nos queda?
¡Perezcamos en este momento! Desquí-
eiense las bóvedas de este templo, y mura-
mos hoy libres si hemos de ser esclavos ma-
ñana 1


Preciso es, se añade, restringir el uso de
la fuerza pública en las manos del rey:
pienso lo mismo que vosotros, sólo en los
medios diferimos; pero tened presente que
al restringirlo no le impidáis obrar, hacién-
dolo ineficaz en sus manos.




---- 122 ---
Pero en el rigor de los principios, puede


fü. guerra comenzar sin que la nacion
Haya deddido si la guerra debe ser hecha?


Resp,mdo á esta objeccion, que el interés
'de la naeion consiste en que toda hostilidad
sea rechazada por el que tiene la direccion
de la fuerza riblica: lié aquí, pues, comen-
zada la guerra. El interés de la nacion re-
side en que los preparativos de guerra de
las naciones vecinas sean contrabalanceados
por los nuestros; esa es la guerra. Ninguna
deliberacion puedo precisar esos sucesos,
esos preparativos: criando la hostilidad ó la
necesidad de la defensa, sea notificada al
poder legislativo, tomará este las medidas
que indico; desaprobará la guerra; requerirá
se hagan negociaciones dt) paz; concederá
reusará subsidios para la ga,rra; perseguirá
á. los ministros, dispondrá de la fuerza in-
terior, confirmará la paz, reusará sancio-
narla.


Sólo conozco este medio de .hacer concur-
rir útilmente al Cuerpo legislador en el ejer-
cicio del derecho de paz y de guerra, es
decir, en el poder mixto, que participa
á la vez de la accion y de la volea -rad.


Los preparativos , objetais aún, en manos
del rey, ¿no ofrecerán peligros? hin duda
que los ofrecerán: pero este peligro es en
todos los sistemas inevitable. Es evidente
que para concentrar útilmente eu el poder


---
123 --


legislativo el ejercicio del derecho de bell,
rar la guerra, preciso sería dejarle tambien
el cuidado de disponer los preparativos: pero
¿podeis hacerlo sin cambiar la forma de go-
bierno? Y si el rey debe estar encargado de
los preparativos, si se vé forzado por la ex-
tension, por la naturaleza de sus dominios,
á, disponerlos á gran distancia, ¿no será
tambien necesario dejarle la mayor latitud
posible en la eleccion de los medios? Limi-
tar los preparativos ¿no será destruirlos?
Os pregunto, si los preparativos existen, ¿el
comienzo de la guerra depende de nosotros,
del azar ó del enemigo? Os pregunto, si no
se darán frecuentemente muchos combates
ántes que el rey pueda tener Conocimiento
de ello, ántes de que se haga al país la no-
tificacion de la guerra.


Pero se dirá, ¿no podremos hacer que el
poder legislativo intervenga en todos los pre-
parativos de la guerra para disminuir el pe-
ligro? ¿no podremos hacerle que vigile por


' medio de una comision nombrada por la
Asamblea nacional? Tened cuidado: con
esto sólo confundimos todos los poderes,
confundiendo la acojan con la voluntad, la
direceion con la ley; bien pronto el poder
ejecutivo sólo sería el agente de la comision;
ro tan sólo haríamos las leyes, sino que b«o-
hernaríamos; porque ¿cuáles serian los lí-
1W+,,,1 te esa vigilancia. , de ese concurso?




— 124 —
Vano fuera que intentárais fijarlos: no obs-
tante vuestra prevision, serían todos vio-
lados.


temeríais paralizar al poder ejecutivo
á, causa de ese concurso? Cuando se trata
de la ejecucion, lo que debe ser hecho por
muchas personas no puede ser bien hecho
por ninguna; ¿á dónde iria á parar en tal es-
tado de cosas, esa responsabilidad que ha
de ser la éjida de la nueva constitu-
cion?


En fin, se nos dice, ¿no hay nada que
temer de un rey, que encubriendo los ama-
gos del despotimo bajo las apariencias de
uaa guerra necesaria, entrada en el reino
con un ejército victorioso, no para volver á
su puesto de rey ciudadano, sino. para re-
conquistar el de los tiranos?


Doy por supuesto que ningun :-jaerpo del
ejército nacional, tenga bastante patriotismo
y virtud para resistir á un tirano, y que un
rey semejante rigiese á franceses contra
franceses, tan fácilmente como César que no
habla nacido sobre el trono, hizo pasar á los
galos, el Rubicon; pero pregunto si esa objee-
cien no se puede hacer á todos los sistemas
sino tendremos que armar grandes fuerzas
públicas, por más que el poder legisla-
tivo, ejerza el derecho de hacer la guerra.


Os pregunto si con esa objeccion no lle-
vais á la monarqua el inconveniente de las


— 125 —
repúblicas; porque tales sucesos son más de
temer en los estados populares; esos sucesos
han dado reyes á naciones que no los te-
nían. Para Cartago, para Roma, eran temi-
bles los ciudadanos como Aníbal. Satisfaced
las ambiciones, haced que un rey no desee
lo que • la ley le prohibe, haced de la magis-
tratura real, lo que debe de ser, y no te-
mais que un rey rebelde, abdicando la
corona por sí mismo, se exponga á cor-
rer de la victoria al cadalso...


D'EsPREmEm.—Pido que
Mirabeau sea, llamado al &den , pues


olvida que la persona del rey ha sido de-
clarada inviolable.


MarcanEar.-31e guardaré bien de res-
ponder á. la inculpacion de mala fé que se
me dirige; todos habeis nido mi suposieion
de un rey déspota y rebelde, que llega al
frente de un ejército de franceses para con-
quistar el trono de los tiranos: ahora
bien, un rey, en ese caso no es ya rey...


(Aplausos unánimes.)
Difícil me será continuar en un debate ya


bien largo en medio de aplausos y de protes-
tas igualmente exajeradas, igualmente in-
justas. He hablado porque creia cumplir con
ello un deber en oeasion importante:. debo
á esta Asamblea la verdad, y la digo: la digo
quizá con demasiada rudeza, cuando hablo
contra los poderosos: sería indigno del puesto




--- 126 —
en que se mo ha colocado, sería indigno de
que se me contára cutre los amigos de la li-
bertad, si velase mi pensamiento, cuando
me inclino á un término medio, entre la
opinion de aquellos á quienes amo y honró,
y la de aquellos hombres que desde los co-
mienzos de la Asamblea me han mostrado
sentimientos hostiles.
• Ya habeis comprendido mi sistema: con-
siste en discernir el derecho de declarar la
guerra y hacer la paz á los dos poderes que
la constitucion ha


ts


consa erado, es decir, al
derecho mixto, que es ála vez accion y vo-
luntad. Creo haber combatido con acierto
todos los argumentos que se pueden alegar
en pró de cualquiera de los sistemas exclu-
sivos. Sólo hay una objeccion insoluble que
se opondrá á. todos los sistemas como al mio,
y que embarazará siempre las diversas cues-
tiones que suscita la confusion de los pode-
res; á saber, determinar los medios de evi-
tar en absoluto el abuso. Solo conozco uno,
no se hallará más que uno, y lo indicaré con
esta locucion trivial y quizá de mal gusto,
que ya me he permitido en esta tribuna,
pero que pinta claramente mi pensamiento:
sólo el toque de alarma de la necesidad,
puede dar la señal de que ha llegado el mo-
mento de cumplir el imprescindible deber de


resistencia, deber siempre imperioso,
I ndo la constitucion ha bido violada,



127 —


siempre triunfante, cuando la resistencia
es justa y verdaderamente nacional.


( Este discurso, en el que se ve el senti-
do moderado de las ideas de Mirabeau, fué
causa de que su popularidad disminuyese.
Con este motivo se publicó un libelo titula-
do: Descubrimiento de la gran traicion del
conde Mirabeau, lleno de violencias contra el
grande orador. —Barnave se hizo órgano en
la Asamblea de la oposicion del partido ra-
dical. Mirabeau esperó durante tres cuartos
de hora en la tribuna, con fria calma y con
los brazos cruzados, á quo los rugidos de las
dos oposiciones, la aristocrática y la repu-
blicana, le permitiesen tomar la palabra pa-
ra replicar á Barnave. lié aquí su réplica:)


Es sin duda útil para aproximará las opo-
siciones, el consignar claramente, sobre qué
puntos están de acuerdo y sobre cuáles di-
fieren. Los debates amistosos valen más pa-
ra entenderse que las insinuaciones calum-
niosas, las inculpaciones forzadas, las iras




de la rivalidad, las maquinaciones de la in-
triza y de la malevolencia. Desde hace ocho
Bias viene diciéndose que la seceion de la
Asamblea nacional que quiere el concurso
del rey en el ejercicio del derecho de paz y
guerra, es parricida de las libertades públi-


_


caS; espáreense rumores do perfidias, de
eorrupcion; se invocan las venganzas popu-
lares para sostener la tiranía de las opinio-


o.




1 28
nes. No parece sino que es un crimen tener
dos puntos de vista en tira de las cuestiones
más delicadas y más difíciles de la organi-
zacion social. Es extraña manía, es deplora-
ble ceguedad la que lanza á , los hombres,
unos contra otros, cuando debiera siempre
aproximarlos, debiera reunirlos, en medio
de los debates más encarnizados al fin co-
men que persiguen; hombres que así susti-
tuyen la irascibilidad del amor propio al
culto de la patria, y que se entregan los
unos á los otros á. las prevenciones popula-
res. A mí, á mí tambien quisieron hace po-
cos dias llevarme en triunfo, y ahora se
grita en la calle: la . gran traicion del conde
de Mirabeau.


No, no necesitaba esta lección para saber
que es corta la distancia entre el Capitolio
y la roca Tarpeya; pero el hombre que com-
bate por la razon, por la patria, no se da
tan fácilmente por vencido. Aquel que tiene
conciencia de haber servido bien á su país,
y sobre todo de serle todavía útil; aquel que
desdeña la vana celebridad y el éxito de un
dia por la verdadera gloria; aquel que quie-
re decir la verdad, que quiere realizar el
bien público, independientemente de los mo-
vimientos inconstantes de la opinion popu-
lar, ese helare lleva oonsigo mismo la re-
compensa de sus servicios, el calmante de
sus amarguras, y el precio de sus peligros;


-• i29
--


no debe esperar su cosecha, su destino, el
único que le interesa, el destino de su nom-
bre, sino del tiempo, ese incorruptible juez
que á todos hace justicia. Aquellos que hace
ocho dias profetizaban mi opinion sin cono-
cerla, que en este momento calumnian mi
discurso sin haberlo comprendido, me acu-
san de incensar á ídolos impotentes y volca-
dos, ó de ser el vil asalariado de hombres á
quienes no he cesado nunca de combatir;
denuncien en buen hora como enemigo de la
revolucion á quien quizá no le ha sido inú-
til, á quien aunque esta revolucion fuese
extraña á su gloria, sólo en ella podria en-
contrar su seguridad; abandonen á las iras
del pueblo engañado, á quien desde hace
veinte años combate todas las tiranías, y
que hablaba á los franceses do libertad, de
constitueion, de resistencia, cuando esos vi-
les calumniadores se alimentaban con el ju-
go de la córte, y vivian de las preocupacio-
nes dominantes. iQué me importal Esos
golpes que vienen de abajo no me deten-
drán en mi carrera. Les diré: contestad si
podeis; despues calumniad cuanto querais.


(Barnave había dicho: los dos poderes
son distintos y tienen atribuciones separa-
das; el uno, el poder legislativo, expresa la
voluntad nacional; el otro, el poder ejecuti-
vo, el rey, la ejecuta. Siendo la declaracion
de guerra un acto de voluntad, á la Asam-


Temo LIV.
5




--- 130
blea nacional concierne expresarlo. Mira- z1'
beau replicó :)


Sería justa esa conclusion si el Cuerpo
legislativo fuese el poder legislativo, si com-
prendiese todo el poder legislativo; pero se-
gun la constitucion, el rey participa de este
último poder; esto resulta de su derecho de
irternoner el veto, y la necesidad de su
sancion, para asegurar la existencia legal de
los actos del Cuerpo legislativo.


No es, pues, exacto decir que nuestra
constitucion ha establecido dos poderes en-
teramente distintos, ni aun cuando expre-
san la voluntad general; tenemos por cl
contrario, dos poderes que concurren juntos
á. la formacion de la ley; el uno otorga una
especie de voto secundario, ejerce sobre el
otro una como fiscalizacion, pone en la ley
su parte de influencia y' de autoridad. Así,
pues, la voluntad general no resulta de la
simple voluntad del Cuerpo legislativo.


En vuestro discurso atribuis la enunciacion
de la voluntad general... ¿á quien? al poder
legislativo. En vuestro decreto ¿á quién la
atribuis? al Cuerpo legislativo. En cuanto á
esto os llamo al órden ; habeis atentado á la
constitucion. Si entendeis que el Cuerpo le-
gislativo es el poder legislativo, destruís con
esto todas las leyes que habeis hecho; sí:
cuando se trata de expresar la voluntad ge-
neral en asuntos de guerra, basta el Cuerpo


-- 131 ---
legislativo, careciendo el rey de participacion,
de influencia, do fiscalizacion, y de todo lo
que hemos concedido al poder ejecutivo, teu-
dreis en legislacion dos principios distintos;
uno para la legislacion ordinaria, otro para
la legislacion en materia de guerra, es decir
para la crisis más terrible que puede agitar
el cuerpo social; unas veces necesitareis y
otras no para expresar la voluntad general,
de la adhesion del monarca... ¡Y habíais do
homogeneidad, de unidad en el conjunto de
la constitucion! No digais que esa distincion
es vana á mis ojos, y á los de todos los bue-
nos ciudadanos que sostienen mi doctrina;
estaremos de acuerdo si sustituís en vuestro
decreto á estas palabras, el cuerpo legislati-
vo, estas ottas: el poder legislativo, y defi-
nir esta expresion llamándola un acto do la
Asamblea nacional, sancionado por el rey...
¿Nada me contestais?... Continúo pues.


¿Se trata de una deelaracion de guerra?
¿Entendeis que la declaracion de guerra


es do tal suerte propia del Cuerpo legislativo,
que el rey carece de iniciativa, ó entendeis
que tiene la iniciativa?


En el primer caso, sino tiene iniciativa,
¿creereis que no tiene el veto? Entónces,
hé ahí que el rey no concurre al acto más
importante de la voluntad nacional. ¿Cómo
conciliais esto con los derechos que la cons-
titucion ha concedido al monarca? ¿Cómo lo




--- 132 --
eonciliais con el público interés? Terldreis
tantos que provoquen la guerra corno hom-
bres apasionados existen.


Sería una constitucion extraña la que ha-
biendo conferido al rey el supremo poder
ejecutivo, concediese el medio de declarar la
guerra, sin que el rey provocase las delibera-
ciones. Vuestra Asamblea no será deliberan-
te, sino ejecutiva y gobernaria.


Teneis, pues, que acordar al rey la inicia-
tiva.


Si acordais al rey la iniciativa, ó suponeis
que consistirá en una simple notificacion,
que el rey declarará el partido que quiere
tomar.


Si la iniciativa del rey debe ceñirse á una
simple notificacion, el rey de hecho no ten-
drá concurso alguno en una deelaracion de
guerra.


Si la iniciativa del rey consiste, por el con-
trario, en la declaracion del partido que cree
debe adoptarse, hé aquí una doble hipóte-
sis acerca de la cual os ruego que razo-
nemos.


¿Creeis que si el rey se decide por la
guerra puede el Cuerpo legislativo deliberar
la paz? No encuentro en esto ningun incon-
veniente. d, Creeis, por el contrario, que que-
riendo el rey la paz, puede ordenar el Cuer-
po legislativo la guerra y sostenerla á pesar
del rey ? No puedo adoptar vuestro sistema,


— 123 —
porque de esto nacen inconvenientes de im-
posible remedio.


De esta guerra declarada á pesar del rey,
resultaría bien pronto una lucha entre el rey
y sus agentes y la opinion. Presidiria á esta
guerra la más inquieta vigilancia: el deseo
de secundarla, la desconfianza contra los mi-
nistros sacarían al Cuerpo legislador de sus
propios límites. Propondríase la creacion de
comisiones de ejecucion militar, como se os
ha propuesto la creacion de comisiones de
ejecucion política; el rey sólo sería un agente
de esas comisiones: tendríamos dos poderes
ejecutivos, y el Cuerpo legislador reinaria.


Así por la supremacía de un poder sobre
otro, nuestra propia constitucion se desnatu-
ralizaria por completo; de monárquica que
era se convertirla en puramente aristocrática.
No dareis nunca respuesta satisfactoria á
esta objeccion. Habíais tan sólo de reprimir
los abusos ministeriales, y yo os hablo de
los medios de reprimir los abusos de una
Asamblea representativa; os hablo de dete-
ner en la insensible pendiente que conduce á
todo gobierno hácia la forma dominante que
se le imprime.


Sí, por el contrario, queriendo el rey la
guerra, ceñís las deliberaciones del Cuerpo
legislador á consentir la guerra ó á decidir
que no debe hacerse, y á forzar al rey á ne-
gociar la paz, evitais todos los inconvenien-


1




-- 134 ---


tes; y notadlo bien, porque en esto se dis-
tingue eminentemente mi sistema, quedais
en la integridad de los principios constitucio-
nales.


El veto del rey se encuentra por la natu-
raleza de las cosas, casi por completo inuti-
lizado en materias de guerra. Restableceis
la vigilancia, la fiscalizador' respectiva que
ordena la eonstitucion, imponiendo á los
dos delegados de la nacion, á los represen-
tantes amovibles, y al representante inamo-
vible, el mútuo deber de estar de acuerdo
cuando se trate de la guerra: concedeis al
Cuerpo legislador la única facultad que pue-
de hacerle concurrir sin inconveniente al
ejercicio de ese terrible derecho: satisfacéis
al propio tiempo el interés nacional, pues
que para contener al poder


j
eecutivo os bas-


tará exigirle que coloque al Cuerpo legisla-
dor en situacion de deliberar sobre todos los
casos que puedan presentarse.


Paréceme, seüores, que el punto de la di-
ficultad es al fin completamente conocido, y
que M. Barnave no ha abordado la euestion.
Sería para mí triunfo fácil el seguirle en
todos los detalles, en los cuales si bien ha
demostrado talento, no hemos visto conoci-
mientos de hombre de estado, ni de los ne-
gocios humanos. Ha declamado contra los
males que pueden causar y han causado los
reyes, y se ha abstenido de hacer notar que


— 135 ---
en nuestra eonstitucion, no puede ser el rey
en adelante déspota, ni llevar á cabo actos
de arbitrariedad; y sobre todo se ha guar-
dado bien de hablar de los movimientos po-
pulares. Ha citado á Pericles haciendo la
guerra para no rendir sus cuentas; ¿no es
verdad que pareceria al oirlo que Pendes
ha sido un rey ó un ministro despótico?
Pendes era un hombre que hábil en halagar
las pasiones populares, y en hacerse aplau-
dir en la tribuna, por sus larguezas 06 las de
sus amigos, fué arrastrado á la guerra del
Peloponeso; ¿por quién? por la Asamblea
nacional de Atenas.


Vuelvo á ocuparme de la crítica de mi
proyecto de decreto, y examinaré rápida-
mente las diversas objeeciones que se lo han
hecho.


Artículo primero. El derecho de ha-
cer la paz y la guerra, pertenece á la
nacion.


M. 13arnave sostiene que este artículo es
inútil.


¿Porqué es inútil? No hemos delegado la
soberanía; en cierto modo la hemos decla-
rado como preexistente á nuestra constitu-
cion; puesto que se ha sostenido en esta
Asamblea que el derecho de hacer la paz y
la guerra es inherente á la soberanía, puesto
que s. ha pretendido que tampoco tenemos
nosotros la facultad de delegarla, he podido




1.11 ---
pues, he debido consignar en mi decrete
que el derecho de paz y guerra pertenece á
la naeion. ¿Donde está el lazo?


Art. 2. 0. El ejercicio del derecho de
hacer la paz y la guerra debe ser delegado
mancomunadamente al Cuerpo legislativo y
al poder ejecutivo en esta forma: Segun
M. Barnave , este artículo es contrario á los
principios, y revela el lazo que hay en mi
decreto. ¿ Cuál es la euestion , la verdadera
euestion que nos agita? Hablad claramente:
¿los dos delegados de la naeion deben ó nó
concurrir ma n comunad amente á la expresion
de la voluntad general? Si deben concurrir,
¿se puede dar á uno sólo de los dos poderes,
una delegacion exclusiva en el derecho de la
paz y de la guerra? Comparad mi artículo
con el vuestro: no habíais ni de iniciativa
propiamente dicha, ni de proposicion, ni de
sancion de parte del rey: si yo tampoco ha-
blo de proposicion, ni de sancion, reemplazo
este concurso por otro. Es bien conocida,
pues, la línea que nos separa : yo estoy den-
tro de la constitucion ; vosotros os separais
de ella. Preciso será. que volvais á la
eonstitucion. ¿De lado de quién está el
lazo ?


Decís que no expreso la manera como
debe verificarse el concurso de esos dos de-
legados. ¡ Cómo! ¡No lo expreso! ¿Qué signi-
fican, pues, estas palabras: de la manera si-


guienle , y cuál es el objeto de los articules
que siguen? ¿No he dicho claramente en
muchos de esos artículos que la notificacion
pertenece al rey, y la resolucion, la aproba-
cion ó la reprobacion á. la Asamblea nacio-
nal? ¿No resulta evidentemente de cada uno
de mis artículos que el rey no podrá. jamás
emprender la guerra, ni continuarla sin la
determinacion del Cuerpo legislador? ¿Dónde
está el lazo? Sólo un lazo conozco en esta
discusion; es el haber afectado no dar el
Cuerpo legislador más que la decision de la
guerra y de la paz, y sin embargo, haber de
hecho excluido enteramente al rey, por medio
de una reticencia, de un fraude de palabras,
de toda participacion, de toda influencia
en el ejercicio del derecho de hacer la paz
ó la guerra.


Art. 3.0-
Estamos de acuerdo.


Art. 4.0
Preteudeis que no he exigido


la notificacion sino tau sólo en el caso do
hostilidad, que habia supuesto quo toda hos-
tilidad era una guerra, y que por lo tanto
dejaba hacer la guerra sin el concurso del
Cuerpo legislativo. ¡Que insigne mala I! He
exigido la notificacion en el caso do hostili-
dad inminente ó comenzada, de que se haya
de sostener á un aliado, ó de que deba man-
tenerse un derecho por la fuerza de las ar-
mas. ¿He comprendido ó nó todos los casos?
¿Donde está el lazo?


1




— 1 aa --
lie dicho en mi discurso que á menudo


las hostilidades prcccdian á toda delibera-
cion: he dicho que estas hostilidades pudie-
ran ser tales que el estado de guerra hubiese
comenzado: ¿qué habeis contestado? que no
Labia guerra sino en virtud de la deelaracion
do guerra. Pero ¿discutimos sobre las cosas
ó sobre las palabras? Habeis dicho seria-
mente lo que M. de Bougainville decia en el
combate de la Granada, en un momento de
heróico buen humor: rodaban las balas so-
bre el puente de su nave, y dijo á los oficia-
les: Lo que hay en esto de gracioso, es que
ro estamos en guerra; y en efecto, no es-
taba declarada.


Os habeis extendido largamente sobre el
caso actual de la España. La hostilidad exis-
te; ¿su Asamblea no hubiera podido delibe-
rar? Sí, sin duda, yo le he dicho, y mi de-
creto ha previsto este caso; se trata de hos-
tilidades comenzadas, de un derecho que po-
ner á salvo, de una guerra inminente; así
pues, decid, la hostilidad no constituye un
estado de guerra. Pero si en vez de dos na-
ves apresadas y abandonadas en el Norte de
Espata, tiene lugar un combate cutre dos
barcos de guerra, si dos escuadras sostienen
la querella; si un general emprendedor per-
sigue' al vencido hasta en sus puertos,
si es tomada una isla importante, ¿no
estaríamos aún en estado de guerra?


— 18g —
Art. 5.0 He querido hablar de un caso


probable que no habeis previsto en vuestro
decreto. En el caso de una hostilidad pro-
vocada, rechazada, puede existir agresion
culpable: la nacion debe tener el derecho de
perseguir á su autor y de castigarlo; no
basta entónces no hacer la guerra: Preciso
es reprimir á aquel que con su conducta im-
prudente ó pérfida hubiera intentado com-
prometernos. He indicado el medio: ¿ es esto
un lazo? Pero me decís que supongo que el
poder ejecutivo tiene el derecho de comenzar
las hostilidades, de cometer una -agresion
culpable.


No, no le concedo ese derecho; pero ra-
zono sobre un hecho posible, y que no po-
demos prevenir. Yo no puedo hacer que el
supremo depositario de todas las fuerzas
nacionales, no tenga grandes medios y oca-
siones de abusar de ellas; pero este incon-
veniente se encontrará siempre. Será este si
quercis el defecto de la monarquía; pero
¿pretendereis que las instituciones human as,
que un gobierno hecho para los hombres y
por los hombres esté exento de inconvenien-
tes? ¿Pretendereis que renunciemos á la mo-
narquía, porque la monarquía ofrece peli-
gros? Decidlo claramente; entónces nos de-
cidiremos á determinar, que puesto que el
fuego quema, debernos privarnos del calor,
de la luz que del fuego tomamos. Todo




— 141 —
puede sostenerse, excepto la inconsecuencia:
decidnos que no es necesario el rey, no di-
gais que necesitamos uu rey impotente é
inútil.


Art. 9.0 Que en el caso en que el rey
haga la guerra en persona, el Cuerpo legis-
lativo tendrá derecho á reunir cierto número
de guardia nacional y en el lugar quo juzgue
conveniente. Me reprochais el haber pro-
puesto esta medida. Tiene sin duda incon-
venientes... ¿Qué institucion no las tiene?
Si en esto hay algun lazo, ese lazo está en
vuestra argumentacion, y uó en el sistema
de quien quiero apartar al rey del mando de
los ejércitos 6 de las fronteras, porque cree
que la salvaguardia universal de la sociedad
debe estar expuesta á tan grandes peligros;
no está en el sistema de quien pone en vues-
tra organizacion social el único medio de in-
surreccion regular que hay en vuestra cons-
titucion.


Es evidente que un rey guerrero puedo
ser arrastrado por sus pasiones y seguido
por sus huestes educadas en la victoria, ya
sea el poder legislativo, ya el poder ejecu-
tivo el que haya comenzado la guerra. Si
este mal terrible no se puede prevcer, no
hay otro remedio que oponerle que un reme-
dio tambien terrible. Reconocemos el derecho
de insurreccion en casos extraordinariamente
raros. ¿Es tan culpable el medio que hace


-- 141 —
la insurreccion más metódica y más terrible?
¿Es un lazo el haber asignado á los guardias
nacionales su verdadero destino? ¿Para qué
los hemos instituido, sino es para conservar lo
que han conquistado? Por lo dunas, habeis
exajerado el primero ese peligro: existe ó nó
existe: si nó existe, ¿por qué le dais tanta
importancia? Si existe, mi sistema amenaza
como el vuestro. Entónees aceptad mi medio


dadnos otro, ó no recurrais á ninguno, lo
que me es igual, porque no creo en ese pe-
ligro.


Tiempo es de terminar estos largos deba-
tes. En adelante creo que no se ocultará el
verdadero punto de la dificultad. Quiero el
concurso del poder ejecutivo en la exprcsion
de la voluntad general en cuanto atañe á la
paz y á la guerra, como la constitueion le
ha atribuido en todas las partes ya conclui-
das de nuestro sistema social. Mis adversa-
rios no lo quieren.


Quiero que la vigilancia de uno de los de-
legados del pueblo no cese nunca en las ope-
raciones más importantes de la política; y
mis adversarios quieren que uno de los dele-
gados posea exclusivamente la facultad ter-
rible de hacer la guerra.


lié ahí la línea que nos separa. No crea
que sea más conforme á las conveniencias
de la política y á los principios de la moral
el afilar el puüal con que no se puede herir




— 142
á los rivaYes sin sentir en d propio seno de
rechazo la mortal herida: no creo que hom-
bres que deben servir la causa pública como
verdaderos compañeros de armas se complaz-
can en combatirse como viles gladiadores,
en luchas de acusaciones y de intrigas, y no
de conocimientos y de ingenio: en buscar el
éxito los unos en la ruina de los otros, en
victorias de un dia, para todos perjudicia-
les. Mas os diré: entre los que sostienen una
doctrina, debeis contar á todos los hombres
moderados que no creen que el acierto esté
en los extremos, ni que el valor de demoler,
no deba ser sustituido nunca por el de re-
construir. Podeis contar á la mayor parte de
los enérgicos ciudadanos que al comienzo de
los Estados generales, hallaron bajo sus pies
tantas preocupaciones, desafiaron tantos pe-
ligros, desconcertaron tantas resistencias;
vereis allí tribunos del pueblo, que la nacion
contará, largo tiempo entre los libertadores
de la pátria, no obstante los clamores de las
medianías envidiosas; vereis allí á hombres
cuyo nombre desarma á la calumnia, y cuya
reputacion de hombres públicos, así como
de hombres privados, no han logrado man-
char los libelistas más desenfrenados; hom-
bres en fin, que sin tacha, sin interés, y sin
temor, serán honrados hasta la tumba por
sus amigos y sus enemigos.


(El proyecto de decreto de Mirabeau fué


— 143
adoptado el mismo dia, sin que Barnave hi-
ciese otra cosa que pedir se terminase la dis-
cusion áun cuando su victorioso adversario lo
llamaba á la tribuna.)


XIII.


ELOGIO FÚNEBRE DE FRANKLIN.


¡Franklin ha muerto! ha vuelto al seno
de la divinidad, aquel genio que libertó á la
América y derramó sobro Europa torrentes
de luz.


El sabio á quien dos mundos reclaman,
el hombre á quien se disputan la historia de
la ciencia y la historia de los imperios, ocu-
paba sin duda un rango elevado en la espe-
cie humana.


Harto tiempo los gabinetes políticos han
notificado la muerto de aquellos que no fue-
ron grandes sino en sus elogios fúnebres!
¡Harto tiempo la etiqueta de las córtes ha
decretado hipecritos duelos! Las naciones
solo deben llevar el duelo de sus bienhecho-
res: los representantes de las naciones no de-
ben recomendar á su homenaje sino á los hé-
roes de la humanidad.


El Congreso ha ordenado en los catorce




— 144


Estados confederados un duelo de dos me•
ses, por la muerte de Franklin, y Ja
América cumple en estos momentos ese tri-
buto de veneracion y de gratitud hacia
uno de los padres de su constitucion.


¿ No sería digno de vosotros, señores, el
uniros á ese acto verdaderamente religioso,
el tomar parte en ese homenaje ofrecido á
la faz del universo, á los derechos del hom-
bre, y al filósofo que más ha contribuido á
propagarlos sobre la tierra? La antigüedad
hubiese levantado altares á ese vasto y po-
deroso genio, que en provecho de los hom-
bres, abarcando con el pensamiento el cielo
y la tierra, supo domar al rayo y á los tira-
nos: la Europa ilustrada y libro debe al me-
nos un testimonio de tristeza á uno de los
hombres que mejor han servido á la filosofía
y á la libertad.


Propongo que la Asamblea nacional
decrete que llevará durante tres dias
el duelo de Benjamin Franklin.


(La proposicion de Ylirabeau fué apro-
bada por aclamacion. Ordenóse la itupresion
de su discurso, y de una carta del pre•
sidente al Congreso de los Estados-Uni•
dos, manifestándole el sentimiento de la
Asamblea por la muerte de Franklin.)


— 145 —


. XIV.


SOBRE LOS TRATADOS DE 'FRANCIA


CON ESPAÑA.


(En la sesion del 28 de Agosto do 1790
Miraheau se ocupó del pacto de familia en-
tre Francia y España, y con este motivo
hizo notables apreciaciones acerca de la
nueva política, inaugurada por la revolucion.
Pidió el mantenimiento provisional de todos
los tratados existentes.)


Si debiéramos conducirnos hoy con arre-
glo á lo que seremos algun dia; si fran-
queando el intervalo que separa áEuropa del
destino que la espera, pudiéramos dar desde
este momento la señal de esa benevolencia
universal que prepara el reconocimiento de
los derechos de las naciones, no tendríamos
necesidad de deliberar sobre las alianzas ni
sobre la guerra.


¿Tendrá Europa que ocuparse en la po-
litica el dia en que no haya ni déspotas ni
esclavos? ¿Necesitará la Francia aliados el
dia en que no tenga enemigos? No está tal
vez muy léjos de nosotros el momento en
que la libertad, imperando sin rival en los




-- 146 --
dos mundos, realize el deseo de la filosofía,
absuelva al género humano del crimen de la
guerra, y proclame la paz universal: entón-
ces la dicha de los pueblos será el fin de los
legisladores, la sóla fuerza de las leyes, la
sóla gloria de las naciones; entónces las pa-
siones personales, trasformadas en virtudes
públicas, no desgarrarán, con sangrientas
querellas, los lazos de la fraternidad que de-
ben unir á todos los gobiernos y á todos los
hombres; entónces se consumará, el pacto
de la federacion del género humano; pero
confesémoslo con pesar, estas considera-
ciones , por poderosas que sean, no pueden
por sí sólas en este momento determinar
nuestra conducta.


La nacion francesa al cambiar sus leyes y
sus costumbres debe sin duda cambiar su
política; pero aún está condenada, por los
errores que en Europa imperan, á seguir
parcialmente antiguo sistema que de pronto
no podria destruir sin peligro. Exije de no-
sotros la prudencia que no destruyamos Din•
gana base de la pública seguridad sin ha,
berla ántes reemplazado por otra. ¿Quién no
sabe quo en política exterior, como en polí-
tica interior, todo intérvalo constituye un
peligro, que el interregno de los principios
es la época de las turbulencias, que el inter-
regno de las- leyes es el reinado de la anar-
quía, y que, si me es lícito expresarme así,


— 147 --


el interregno de los tratados puede ser causa
de una crisis perjudicial para la prosperidad
de la nacion? La influencia más ó mónos
tarde irresistible de una nacion de veinte y
cuatro millones de habitantes, que hablan
la misma lengua, que lleva al arte social
las nociones sencillas de la libertad y de la
equidad, que dotadas de poderoso encanto
para el eorazon humano, hallarán en todos
los países del mundo prosélitos y misioneros;
la influencia digo, de una nacion como ésta,
conquistará sin duda á la Europa entera,
inspirándola la verdad, la moderacion y la
justicia; pero no todo de una vez, no en un
sólo dia , no en un sólo instante. Muchas
preocupaciones encadenan aún á los morta-
les, muchas pasiones los extravían, muchos
tiranos les esclavizan; y no obstante, ¿nues-
tra posicion geográfica nos permite aislarnos?
Nuestras posesiones lejanas esparcidas por
los dos mundos, ¿no nos exponen á ataques
que solos no podemos rechazar en todos los
puntos del globo, puesto que, faltas de ilus-
tracion, no todos los pueblos creen tener el
mismo interés político, el de la paz y de los
servicios mútuos, de los beneficios recípro-
cos? ¿No es necesario oponer el afecto de
unos á la inquietud de otros, ó cuando ménos
contener con una actitud imponente tí. aque-
llos que se sintiesen tentados de abusar de
naestras agitaciones y de sus prosperidades?




— 148 --
En tanto tengamos rivales, la prudencia


nos recomienda poner fuera del alcance de
todo golpe de mano las propiedades particu-
lares de la fortuna nacional, vigilar la am-
bicion extranjera, puesto que aún es necesa-
rio hablar de ambicion, y poner nuestra
fuerza pública á la altura de la que pudiera
amenazar nuestros dominios. En tanto que
nuestros vecinos no adopten enteramente
nuestros principios, nos veremos obligado,
aún siguiendo una política más franca, á no
renunciar á las precauciones que la pruden-
cia reclama. Si nuestros embajadores no tie-
nen ya que defender la causa de nuestras
pasiones, tendrán que defender la de la ra-
zon, y para ella han de ser aún más hábiles.
La razon que quiera conservar en todas par-
tes la paz, emprende un trabajo más difícil
que el que inflama á la ambicion ofreciendo
depredaciones á la avaricia y conquistas á la
gloria.


Tales son, señores, las reflexiones más im -
portantes que han llamado la atencion de
esta. comision.


(1\lirabeau examina bajo este punto de
vista las relaciones con España. Protesta
ante todo contra el nombre dado al pacto
que la liga. á Francia.)


No os proponemos ratificar el pacto de fa-
milia celebrado eu tiempos en que los reyes
hablaban sólos en nombre de los pueblos,


— 149 —
como si el país que gobernaban fuese su pa-
trimonio, ó la voluntad del monarca pudiese
disponer de sus destinos. Ese tratado lleva
el nombre singular de pacto de familia, y
ni uno solo de nuestros decretos ha dejado
de anunciar á Europa que en adelante
sólo reconoceríamos los pactos de na-
cion.


No miramos á ningun pueblo como ene-
migo: no lo es aquel á quien una política
insidiosa lo ha presentado como nuestro
eterno rival, aquel cuyas huellas hemos se-
guido, cuyos grandes ejemplos nos han ayu-
dado á conquistar la libertad, y al cual nos
aproximan tantas circunstancias y motivos:
otra especie de rivalidad, la emulacion de
las buenas leyes vá á ocupar el lugar de
aquella que se alimentaba de política y de
ambicion. No, no creais que un pueblo libre
y esclarecido quiera aprovecharse de nues-
tros disturbios pasajeros para renovar injus-
tamente las violencias de la guerra, para
atacar nuestra libertad naciente, para sofo-
car el feliz desenvolvimiento de los princi-
pios que nos ha trasmitido; sería cn ese pue-
blo un sacrilegio el intentarlo, un sacrilegio
sería para nosotros el creerlo. ¿No une hoy
la misma rcligion política á Francia é Ingla-
terra? ¿No son nuestros comunes enemigos,
el despotismo y sus agentes? ¿No tendrán
los ingleses mayor seguridad ke seguir siendo




— 150 —
libres cuando tengan como auxiliares á fran-
ceses tambien libres?...


El mantenimiento de nuestra alianza con
España sería ilusorio, sí, hasta en el seno
de la paz, no aumentásemos nuestros arma-


. mentos en la misma proporcion que los de
nuestros vecinos. Cuando se tien en lejanas po-
sesiones, cuando se poseen grandes riquezas
á larga distancia, no es posible resolverse á
tomar las armas tan solo en el momento pre-
ciso de la agrcsion. El comercio necesita ha-
llar garantías, no únicamente en los peligros
reales, sino tambien ante el simple temor do
los peligros; y jamás ha sido más urgente
asegurar á nuestras colonias que serán pro-
tegidas. He ahí los males á que nos conduce
esa execrable desconfianza que hace que los
pueblos vecinos estén en acecho, se teman
y se miren como enemigos. ¿Porqué es ne-
cesario que las naciones para asegurar la paz
se vean forzadas á arruinarse en preparati-
vos de defensa? Ojalá pronto esa horrible
política sea detestada por todos los pueblos
de la tierra!


SOBRE EL PABELLON DE COLORES
NACIONALES.


(La proposicion hecha por IStenou y adop-
tada el 21 de Octubre de 1790 por la Asant-


— 151 —
blea, de sustituir el pabelion blanco con el
tricolor, fué vivamente combatida por la de-
recha; Mirabeau respondió á estos opositores
con patriótica indignacion y con vigor revo-
lucionario:)


Señores: Apénas pronunciadas las primo«
ras palabras en este extraño debate, he sen-
tido en mí el hervor del patriotismo en su
mayor violencia...


(La izquierda aplaude: algunos miembros
de la derecha mien.)


Señores: prestadme algunos momentos do
atencion; os juro que ántcs que haya cesado
de hablar, no os sentireis tentados de reir...
Pero bien pronto he reprimido esos justos
sentimientos, para hacer una observacion
verdaderamente curiosa, y que merece toda
la atencion de la Cámara: me refiero á esa
especie de presuncion que ha dado lugar á
que se presentara aquí la cuestion que nos
agita, y sobre cuya admision no estaba per-
mitido ni siquiera el deliberar. Todo el mun-
do sabe á qué terribles crisis han conducido
los culpables insultos á los colores naciona-
les. Todo el mundo sabe cuáles han sido en
ciertas ocasiones, las funestas consecuencias
del menosprecio que algunos individuos les
han mostrado. Sabe todo el mundo con qué
felicitaciones y entusiasmo ha acogido la na-
cion entera el que el Monarca haya ordenado
llevarlos á las tropas, y haya llevado él mis-




-- 1 5 2 --
mo esos gloriosos colores, ese signo de la alian-
za de todos los amigos, de todos los hijos de
la libertad, de todos los defensores de la
constitucion. Todo el mundo sabe que hace
pocos meses, hace pocas semanas, el temera-
rio que hubiese osado mostrar algun desden
hacia esa enseña del patriotismo, habria,
pagado este crimen con su cabeza...


(Violentos rumores se elevan en la de,
recha ; la otra parte de la cámara prorrumpe
en bravos y en aplausos.)


Se ha dicho que es indigno de la Asam-
blea nacional el entretenerse en semejantes
bagatelas, como si la lengua emblemática
no fuese por doquiera el más poderoso móvil
de los hombres, el primer resorte de los pa-
triotas y de los conspiradores, para el éxito
de su alianza ó de sus cábalas. Se atreven
en una palabra, á. usar de un lenguaje, que
bien analizado dice friamente: Nos creemos
bastante fuertes para levantar la bandera
blanca, es decir, la bandera de la contra-re-
volucion... (Rumores violentos en la dere-
cha; aplausos unánimes en la izquierda) en
lugar de los odiados colores de la libertad;
esta observacion es sin duda curiosa, pero su
resultado no es temible. En verdad que han
presumido mucho... (A la derecha.) Creed-
me, no durmais eu tan peligrosa confianza,
porque el despertar será pronto y terrible.


( En medio de los aplausos y de los rumo-


res se escuchan estas palabras: (Ese len-
guaje es el de un faccioso.)


Calmaos, porque esa imputaeion debe ser
objeto de un debate regular: no opinamos
lo mismo; decís que mi lenguaje es el de un




faccioso. (Ilfuchas voces de la derecha:
¡Sí! ¡StO


Señor presidente, pido un juicio... (ru-
mores,) Pretendo que es, no dirá irrespe-
tuoso, no dirá anti-constitucional, sino pro-
fundamente criminal, poner en tela de jui-
cio si una bandera destinada á, nuestras es-
cuadras puede ser diferente de la que la
Asamblea nacional ha consagrado, que la
nacion , que el rey han adoptado, tal vez uu
color sospechoso y proscrito. Los verdaderos
facciosos, los verdaderos conspiradores, son
aquellos que hablan de preocupaciones que
es preciso respetar, recordando nuestros en-
-Signos errores, y las desdichas de nues-
tra vergonzosa esclavitud. (Aplausos.)


Ido, señores, no, su loca presuncion será
vanal sus siniestros presagios, sus blasfe-
mos clamores serán vanos. Los colores na-
cionales bogarán sobro los mares; obtendrán
el respeto de todas las naciones, nó como
emblemas de combate y de victoria, sino
como el de la santa confraternidad de los
amigos de la libertad sobre toda la tierra, y
como el terror de los conspiradores y de los
tiranos.




Pido que h medida general comprendida
en el decreto sea adoptada; que los marine-
ros de nuestras naves, á todas horas, en to-
das las ocasiones importantes, en vez del
acostumbrado grito tres veces repetido de
¡viva el rey! griten: ¡ Viva la nacion, la
ley y el rey!


XVL


DERECII0 DE EMIGRACION.


(Un hecho poco importante en sí mismo
pero considerablemente agravado por las
circunstancias, excitaba entónees una des-
confianza y una irritacion general: la par-
tida de las tías del rey, que hacían un viaje
á Roma. El pueblo miraba este viaje como
una huida á la que podrian seguir la del
mismo rey. Excitáronse los ánimos no tan
sólo en París sino tambien en los departa-
mentos; la municipalidad de Aruay-le-Duo,
se creyó obligada á detener á las fugitivas
hasta que la Asamblea hubiese deliberado.
Mirabeau , despues de mucha resistencia
Para que pudiese hacer uso de la palabra,
dijo:)


— 155 —
Señores: Pido la prioridad para la pro-


posicion que voy á presentaros; y como
esta cuestion mc parece que ha consumido
mucho tiempo, sólo apoyaré mi parecer en
el caso de que fuese objeto de oposieion. Flá
aquí cómo redacto el proyecto de decreto
por el cual declarais un principio incontes-
table:


«La Asamblea nacional, considerando
que ninguna ley existente se opone al libre
viaje de las señoras tias del rey, declara
que no ha lugar á deliberar sobre el infor-
me de la municipalidad de Arnay-le-Duc, y
encarga del asunto al poder ejecutivo.»
(Violentos rumores.) Voy á fundamentar
mi proposicion en breves palabras. Se trata
de una euestion de hechos; porque lo que la
Asamblea establezca mañana no decidirá si
las princesas tienen hoy el derecho de via-
jar. Ninguna ley se lo impide; la Asamblea
ha sido informada acerca de ese viaje, y no
le ha opuesto obstáculos. Me parece bien
que la municipalidad haya pensado así, pues
no ha pedido la ejecucion de una antigua
ley, sino la de una ley nueva.


¿Qué me objetarán los que quieren que
la Asamblea manifieste una reprobacion
formal? Se dirá que hay una infraccion de
la ley, pero la Asamblea nacional al orde-
nar la impresion de la peticion del munici-
pio de París, ha contribuido á fomentar el




-- 156 --
error y á suscitar las dudas cuyos efectos
estamos viendo. (Aplausos.)


Preciso es reconocer que no nos hallamos
en circunstancias ordinarias, que no hemos
logrado aún establecer el juego regular do
la organizaeion social: sería, pues, en de-
masía riguroso que se desaprobara la con-
ducta de una municipalidad que se ha diri-
gido á vosotros motivando su actitud de una
manera altamente respetuosa para el jefe
del Estado. (Nuevos aplausos.) Pregunto á
los partidarios de todos los sistemas: ¿qué
queremos? Queremos hacer una ley que no
deje pretexto alguno á la infraccion de la
ley existente y que asegure la tranquilidad
pública. ¡Oh! hartos motivos de preocupa-
cien tenemos para que vayamos á dar más
importancia de la que tiene al viaje de las
princesas. ¿ Qué es lo que propongo? La de-
elaracion de un hecho que consta, y una
sentencia que es un homenaje á la ley. Yo
me expreso así: «La Asamblea nacional,
considerando que ninguna ley del reino
existente se opone al libre viaje de las prin-
cesas...» ¿Es este un hecho? ¿Hay alguna
ley?


31. GounDAN.—Hay una ,-y la citaré : la
de la salvacion del pueblo.


hItnALsEAu.—La salvacion del pueblo es-
tá sobre todo interesada en que no haya di-
vergencias de opiniones ni movimientos en


— 157 ---
sentido contrario, cuando la cosa pública
exije perfecta unidad de accion y de volun-
tad. La salvacion del pueblo no está intere-
sada en que las princesas empleen tres ó
cuatro dias más en su viaje. Este viaje es
quizá un acto imprudente, pero que en nada
ataca á las leyes. Todos los buenos ciudada-
nos, sin duda, deben en las circunstancias
en que nos hallamos, permanecer en su
puesto y demostrar su adhesion al jefe del
Estado. Las princesas han realizado un acto
imprudente, impolítico, pero no ilegal; no
hay, pues, lugar á deliberar. ¿Para qué ha
de cargar la Asamblea con una responsabi-
lidad que no es suya? Sostengo que es pro-
pio de su prudencia, de su política, si es
que un Cuerpo tan poderoso puede someter-
se á la política, el someter este asunto al
poder ejecutivo.


(Despues de alguna discusion el proyecto
de Mirabcau fuá aceptado. Al die siguiente
se opuso Alirabeau con todas sus fuerzas á
quo se tomase ninguna medida arbitraria
contra la emigracion, y para demostrar que
sus ideas en este particular eran en él anti-
guas, leyó en la tribuna las vehementes pa-
labras, que en su Carta á Federico Guiller-
mo habla escrito en otro tiempo en de-
fensa de la expatriacion.


Despues de esta cita prosiguió :)
Tengo el honor de proponer, no que so




-- 158 —
pase ú la órden del dia, pues es preciso que
no se sofoque con el silencio una opinion
que pide solemnes declaraciones; tengo el
honor de proponer un decreto en estos tér-
minos: «La Asamblea nacional, oido el
informe de su comision constitucional...»
(Fuertes 9•UP1OrCS.) Señores, dos cosas me
parecen incontestables: la primera , quo
M. Chapellier ha hablado en nombre de la
comision constitucional; y la segunda, que
si no tengo razon, debo demostrárseme.
Continúo, pues, la lectura de mi proyecto
de decreto:


e La Asamblea nacional, oido el informe
de su comision constitucional , considerando
que una ley sobre los emigrados es inconci-
liable con los principios de la constitucion,
no ha querido oir la lectura del proyecto de
ley sobre los emigrados, y ha declarado que
no ha lugar á deliberar, sin perjuicio de la
ejecucion de los decretos anteriormente di-
rigidos contra las personas que gozan de
pensiones ó de honores pagados por la na,-
cien y que se hallan fuera del reino.


(Aun cuando la mayoría de la Asamblea.
participaba de esta opinion, algunos miem-
bros irritados por las maniobras hostiles do
los emigrados, so obstinaban en que fuese
hecha una ley. Mirabeau volvió á hablar.)


La formacion de la ley ó su proposicion
no puede conciliarse con los excesos de celo,


— 159
de cualquiera clase que sean; no con la in-
dignacion, sino con la reflexion se hacen las
leyes. La Asamblea nacional no ha hecho á
la comision constitucional el mismo honor
que los atenienses hicieron á Arístides, ha-
ciéndolo juez de la moralidad de su pro-
yecto.


Pero la conmocion que ha producido la
lectura del proyecto de la comision, ha de-
mostrado que érais tan buenos jueces de la
moralidad de ese proyecto como Arístides,
y que habíais hecho bien en reservaros la
jurisdiccion. No hace á la comision la inju-
ria de que su ley es digna de ser colocada
en el código de Dracon, pero que jamás po-
drá formar parte de los decretos de la
Asamblea nacional de Francia. Lo que tra-
taré de demostrar, es que la barbárie de la
ley que se os propone es la terminante prue-
ba de lo impracticable que es una ley sobre
la emigracion. (La derecha u una parte de
la izquierda aplauden; rumores en el resto
de la Asamblea.)


Pido que se me oiga. Si hay eircsmsta.n-
cias en las que las medidas de policía son
indispensables, hasta contra los principios,
hasta contra las leyes, este es el crimen
de la necesidad; y como la sociedad puede
hacer para su conservacion todo lo que
quiere, esa medida de policía puede ser to-
mada por el Cuerpo legislativo; y cuando




— 'Go —
ha recibido la sancion del jefe supremo de
la policía social, es tan obligatoria como
otra cualquiera. Pero entre una medida de
policía y una ley, la distancia es inmensa.
La ley sobre las emigraciones es, os lo re-
pito, una cosa que está, fuera del alcance de
nuestro poder, porque es impracticable; y
porque es extraño á. nuestra prudencia el
hacer una ley de imposible ejecucion, ni
aun llevando la anarquía á todos los puntos
del imperio. Probado está por la experiencia
de todos los tiempos, que no obstante el po-
der unís despótico, la autoridad más fuerte
de los Busiris, una ley semejante no ha si-
do jamás ejecutada., porque es impractica-
ble. (Aplausos y runzores.)


Una medida de policía está sin duda en
vuestra mano. Sólo queda saber si estais
obligados á tomarla, es decir, si es útil, si
podeis retener á los ciudadanos en el impe-
rio de otra suerte que por el beneficio de las
leyes, que por las ventajas de la libertad;
porque de que podais tomar esa medida no
se deduce que debais adoptarla; pero no in-
tentare probarlo; me apartaria entónces de
la euestion, que consiste en saber si el pro-
yecto debe someterse á vuestra deliberacidn;
yo lo niego. Declaro que me consideraria
desligado de todo juramento de fidelidad há-
cia, los que incurriesen en la infamia de
nombrar una comision dictatorial. (ilp/au.-



--


sos.) La popularidad que he ambicionaao y
que he tenido el hollen.. (violentos rumores
zn la extrema izquierda, algunos aplausos
en el salon y en las tribunas) la popularidad
que he tenido el honor de disfrutar como
cualquier otro, no es débil caña; quiero se-
pultar en la tierra sus raiees sobre la base
inquebrantable de la razon y de la. libertad.
(Aplausos.) Si haceis una ley contra los
emigrados... juro no obedecerla, jamás!


(Esta sesion fue una de las más tempes-
tuosas. Nirabcau que quiso hacer uso de la
palabra por tercera vez, fue interrumpido
por una parte de la izquierda. M. Goupil
preguntó con qué título ejercía Mirabeau la
dictadura sobre la Asamblea.---« Señor pre-
sidente, dijo Mirabeau, ruego á los señores
que me interrumpen que recuerden que he
combatido toda mi vida al despotismo, y
que crean firniemente que lo seguiré comba-
tiendo.» En estas circunstancias, interrum-
pido de nuevo, lanzó estas célebres pala-
bras:— a ¡Callen esas treinta voces1 .» Las
treinta voces callaron por el momento, pero
bien pronto debian hablar asombrando
al mundo desde las alturas de la Con-
vencion. Eran las voces de los precursores
do la República.)


TOMO LIY.




XVII.


POLÍTICA EXTERIOR.


(Reinaba general alarma con motivo de
la seguridad exterior del Estado y de los
preparativos militares de ]as potencias. Mi-
rabean en nombre de las comisiones reuni-
das para combinar los medios de defensa,
presentó el 28 de Enero de 1791 un proyec-
to ajustado á las circunstancias.


Señores: Para un inmenso pueblo aún agi-
tado por el movimiento de una gran revolu-
cion, para nuevos ciudadanos á quienes une en
todas partes el despertar del patriotismo, que
ligados por los mismos juramentos, guardia-
nes los unos de los otros, comunican rá-
pidamente todas sus esperanzas y todos sus
temores, la existencia tan sólo de la alarma
es un peligro; y cuando se la puede hacer ce-
sar con simples medidas de precaucion, la
inercia de los representantes de un pueblo
valeroso sería un crimen.


Si sólo se tratase de reanimar á los fran-
ceses, les diríamos: tened más confianza en
vosotros mismos y en el interés de nuestros
vecinos. ¿En qué comarca se fijan vuestras
alarmasna eórte de Turia no :sacrificará en


— 161 --
manera alguna una alianza útil á los resen-
timientos domésticos ó extraños; no olvida-
rá un momento su posicion y los proyectos
de los intrigantes caerán ante su prudencia.


La Suiza libre, la Suiza fiel á los trata-
dos y casi francesa, no suministrará ni ar-
mas, ni soldados al despotismo que ha com-
batido siempre: se avergonzará de apoyar á
conspiradores, de sostener á rebeldes.


Leopoldo ha sido legislador, y sus leyes ha-
llarán tambien enemigos y detractores; si tie-
ne numerosos ejércitos, tiene tambien exten-
sas fronteras; si amase la guerra., aun cuan-
do ha comenzado su reinado por la paz, no
será hácia el mediodia, adonde su política
vuelva las armas. ¿Querrá enseñar á pro-
vincias aún flotantes entre los excesos de la
libertad y la prudencia de una sumision que
solo durará en tanto sea soportable, como
resisten á los conquistadores, los pueblos que
en su propio hogar han sabido abatir á los
tiranos?


¿Temeis á algunos príncipes Alemanes,
que piensan que el gobierno de una nacion
noberana debió detenerse en la ejecucion de
us leyes ante las porciones privilegiada& de


territorio? ¿ Servirian mejor sus finare-
13ca lanzándose á los combates, ó por medio
de útiles negociaciones, querrían comprome-
ter la indemnizacion que nuestra justicia les
eo coa ?




— 164 —
Que en siglos bárbaros, el feudalismo ha-


ya armado á unos castillos contra otros, se
concibe; pero que las naciones hagan la
guerra para mantener la servidumbre de al-
gunos lugarejos, no lo pueden pensar ni loa
que hacen esas amenazas.


¿Os inspiran temores algunos franceses
proscritos y algunos soldados secretamente
reclutados? ¿No se ha exhalado la cólera
de semejantes enemigos, hasta ahora en im-
potentes amenazas? ¿Donde están sus alia-
dos? ¿Qué gran nacion, patrocinará su ven-
ganza, les suministrará sus armas, y sus re-
cursos, les prodigará el fruto de sus impues-
tos y la sangre de sus ciudadanos?


¿Será Inglaterra? Respecto á las otras
potencias de Europa basta penetrar en las
probables intenciones de sus gobiernos; pe-
ro al tratarse de la Gran-Bretaña es preciso
escuchar la voz de la nacion. ¿Qué podemos
temer del ministerio inglés? Sentar las gran-
des bases de eterna fraternidad entre su na-
den y la nuestra, sería un acto profundo de
rara y virtuosa política. Esperar los aconte-
cimientos, colocarse en situacion de jugar
un papel y quizá agitar á Europa para no
permanecer inactivo, seria oficio propio de un
intrigante que fatiga á la gloria de un dia,
por tiue no cuenta con el crédito para vivir
sobre una administrador' bienhechora. Aho-
ra bien, el ministerio inglés colocado entre es-


— 165 ---
tos des caminos, ¿entrará en el que produci-
rá el bien sin el brillo ó preferirá el del es-
truendo y las catástrofes? Lo ignoro, pero sé
bien que esto no sería digno de la pruden-
cia de un pueblo. No os invitaré en este pun-
to á buscar grandes seguridades, pero no
callaré en los momentos en que se calumnia
entre nosotros á la nacion inglesa, lo que
he podido recojer en fuentes fidedignas, á
saber, que la nacion inglesa se ha regocija-
do cuando nos ha visto proclamar la gran
Carta de la humanidad, hallada eu los es-
combros de la Bastilla; no callaré que si
algunos de nuestros decretos han chocado
con las preocupaciones episcopales ó políti-
cas de los ingleses, han aplaudido nuestra
libertad, porque harto piensan que todos los
pueblos libres forman entre sí una sociedad
de seguros contra los tiranos. No calla-
ré que del seno do esa nacion, tan respeta-
ble en su hogar, saldría una voz terrible
contra los ministros que dirigieran contra
nosotros una feroz cruzada para atentar á
nuestra constitucion. En el seno de esa tier-
ra clásica de la libertad, se abriría un vol-
ean para devorar á la faccion culpable que
intentase ensayar en nosotros el arte funes-
to de esclavizar á los pueblos, y devolverlos
á las cadenas por ellos ya rotas.


No despreciarian los ministros esa voz pú-
blica de que se habla poco en Inglaterra,




1Ci6


pero que es más fuerte y más constante que
entre nosotros. No terno, pues, una guerra
abierta; los embarazos de su hacienda, la
habilidad de sus ministros, la generosidad
de la nacion, los esclarecidos varones que
posee, me tranquilizan acerca de empresas
directas; pero las maniobras sordas, los me-
dios secretos para excitar la desunion, para
hacer vacilar á los partidos, para hacerlos
chocar, para oponerse á nuestra prosperidad,
estas maniobras pudieran temerse de los po,
líticos mal intencionados. Podrian esperar
favoreciendo la discordia, dilatando nuestros
debates políticos, esperanzando á los des-
contentos, vernos poco á poco caer en el des-
afecto al despotismo al par de á la libertad,
desesperando de nosotros mismos, consu-
miéndonos lentamente y extinguiéndonos en
un marasmo político; y eutónces, sin inquie-
tud ya acerca de la influencia de nuestra li-
bertad, no tendrian que temer esa extremi-
dad verdaderamente enojosa para los minis-
tros, y podrian estar tranquilos en Europa.,
cultivar en su propia casa los gérmenes de
prosperidad, renunciar á esos grandes gol-
pes de Estado, y entregarse simplemente al
cuidado de gobernar, de administrar, do
hacer al pueblo dichoso, cuidado que no les
complace porque es apreciado por una na-
cion ' entera y no elá lugar á la charlatanería.
Tal pudiera ser la política insidiosa del ga-


— 1 6 7 ----
binete, sin la participacion del pueblo in-
glés; pero esta política es tan baja, que no
se la puede suponer sino en un enemigo de
la humanidad, y tan estrecha que sólo
puede convenir á hombres vulgares.


No están fuera los peligros, sino más bien
en el interior, porque los buenos ciudadanos
no teniendo bastante confianza en sí pro-
pios, exajeran hasta el desaliento los temo-
res á la revolucion que les inspiran ; los
enemigos declarados que la atacan y sus
amigos que la comprometen.


¿No debemos, en efecto, mirar como una
de las causas de las alarmas populares esa
desconfianza exajerada, que desde hace al-
gun tiempo agita á todos los ánimos, que
retarda el momento de la paz, exacerba los
males y es un manantial de anarquía,
cuando cesa de ser útil á la libertad?
¡ Tememos á los enemigos exteriores y ol-
vidamos al que devasta el interior del reino!
Casi en todas partes los funcionarios pú-
blicos elegidos por el pueblo, están en
sus puestos; sus derechos están, pues, en
ejercicio. Réstale ahora cumplir sus de-
beres; que vigilando á sus mandatarios, los
honre con su confianza, y que la turbu-
lenta fuerza de la multitud ceda ante la
poderosa calma de la ley. Entónees hasta
que el funcionario público no dé la señal de
alarma, el ciudadano dirá: velan por mi. Por-


44




--- 168 --
que la verdadera libertad no se deja domi-
nar por vanos terrores; so respeta demasiado
para que encuentre en algo motivos de
terror.


No obstante, si la alarma ha sido exaje-
rada, no está del todo desprovista de funda-
mento, porque ha habido amenazas, se
ha hablado de alistamientos, de prepara-
tivos ostensibles y públicos del lado de la
Saboya.


Conviene, pues, primero, preparar á los
guardias nacionales y al ejército para el ser-
vicio que pudiera exigir el estado de guerra;
segundo, enviar tropas á los diversos puntos
del reino que probablemente serían amena-
zados; tercero, tomar la medida de poner á
amigos de la revolucion, en los puestos di-
plomáticos que hoy ocupan enemigos reco-
nocidos.


Por lo demás, no temais c::, -efecto de esas
medidas sobre nuestros vecinos. Nuestra po-
lítica es franca, y de ello nos vanagloriamos;
pero en tanto la conducta de los demas go-
biernos esté rodeada de nubes, ¿quién po-
drá censurarnos porque tomemos -medidas
propias para mantener la paz? No, una
guerra injusta no puede ser el crimen de un
pueblo que ha renunciado el primero en
sus , leyes á la política de conquista. No es
de temer un ataque de parte de los -hom-
bres que deseariau borrar las fronteras de


— 189
todos los imperios, para formar de todo
el género humano una sola familia, que
quisieran erigir un altar á la paz, sobre e?
cúmulo de instrumentos de destruccion que
cubren y que manchan á la Europa, y_ que
guardan tan sólo contra los tiranos las armas
consagradas por la noble conquista de la
libertad.


XVIII.


15IIRABEAU PRESIDENTE DE LA CÁ3lABA.


(A fin de Enero de 1791 por un acto de
tardía justicia fué nombrado Mirabeau
presidente de la Cámara.


El 10 de Febrero, contestando á una di-
putacion de Quákeros que solicitaban el per-
miso de practicar su religion en Francia, se-
gun las formas toleradas en Inglaterra y en
América, dijo:) ¿.;


Los quákeros que han huido de los perse-
guidores y de los tiranos, no podian ménos
de dirigirse con plena confianza á los legisla-
dores, que han reducido á leyes los derechos
del hombre; y la Francia regenerada, la
Francia en el seno de una paz á la que siem-
pre recomendará el mayor respeto, que para
todas las naciones desea, puede tambien ser
una dichosa Pensylvania.


Como sistema filantrópico, vuestros prin-




--- 170 --
cipios merecen nuestra admira-cion; 'tios re-
cuerdan que la cuna de las sociedades fu6
una familia reunida por las costumbres, las
afecciones y las necesidades. Ah! sin duda
alguna las instituciones más sublimes serán
aquellas que creando por segunda vez
la especie humana, la acercasen á ese pri-
mero y virtuoso origen.


El exámen de vuestros principios, consi-
derados como opiniones no nos compete. Ya
lo hemos declarado; los movimientos del
alma, el impulso del pensamiento, es una
propiedad de que no se desposeerá ningun
hombre; ese dominio sagrado pone al hom-
bre en una jerarquía más elevada que el es-
tado social. Como ciudadano, adopta una
forma de gobierno, como sér inteligente, el
universo es su patria. Vuestra doctrina no
será objeto de nuestras deliberaciones, como
principio religioso; las relaciones de cada
hombre con el sér supremo son independien-
tes de toda institucion política: entre Dios
y el corazon de cada hombre ¿qué gobierno
osaría constituirse en intermediario? Como
máximas sociales vuestras reclamaciones de-
ben ser sometidas á los debates de la Asam-
blea. Ella examinará si la forma que obser-
vais para hacer constar los nacimientos y
los matrimonios, elá bastante autenticidad á
esta filiacion de la especie humana, que es
indispensable para la distincion de las pro-


-- 171 --
piedades: independientemente de las buenas
costumbres; discutirá si una declaracion
cuya falsedad fuese sometida á las penas
establecidas contra los falsos testimonios y
los perjurios, no sería un verdadero jura-
mento falso.


Estimados ciudadanos, os enga-úais; ya
Lidieis prestado ese juramento cívico, que
todo hombre digno de ser libre, ha mirado
más como un placer que como un deber. No
habeis tomado al cielo como testigo, pero
habeis apelado á vuestra conciencia; y una
conciencia pura, ¿no es un cielo sin nubes?
¿Esa porcion del hombre no es un rayo do
la divinidad? Decís que un precepto de vues-
tra religion os prohibe tomar las armas y
dar la muerte á vuestros semejantes con
cualquier pretexto que se alegue: sin duda
que es un hermoso principio filosófico el quo
ese culto ofrece á la humanidad. Pero pen-
sad si la propia defensa y la de nuestros se-
mejantes no es tambien un deber religioso.
¿Sucumbiríais bajo los tiranos? Puesto que
para vosotros y para nosotros hornos con-
quistado la libertad ¿reusaríais defenderla?
Vuestros hermanos de la Pensylvania, si so
hubiesen hallado más próximos á los salva-
jes, ¿habriau dejado que les degollasen sus
mujeres, sus niüos y sus ancianos, sin recha-
zar la violencia? ¿Los estúpidos tiranos, los fe-
-oces conquistadores, no son tambien salvajes?




‹=.- 172 --
La Asamblea discutirá todas vuestras pe-


ticiones con prudencia; y si encuentro á al-
gua cuákero le diré: hermano mio, si tienes
el derecho de ser libre, tienes tambien el
derecho de impedir que se te reduzca á la
esclavitud. Puesto que amas á tus semejan-
tes, no dejes que la tiranía los asesine: val-
dria esto tanto corno si tú propio los ase-
sinases. Quieres la paz ¡Pues bien! la
debilidad provoca la guerra: una resis-
tenda general sería la paz universal.


XIX.


LA CAJA LA FAJ(GE.


(El 3 de Marzo á propósito del estable-
cimiento de la Caja La Farge, Mirabeau
pronunció un notable discurso sobre el me-
joramiento moral y material del pueblo por
medio de instituciones de ahorro y de previ-
s ion.


Señores, vuestras comisiones encuentran
multitud de ventajas en la adopcion del pro•
yeeto de M. La Farge: hay una de que no
se os ha hablado, y es, que una institucion
como esa recordando sin cesar á las ciases
indigentes los recursos de la economía, les
inspirará el gusto, les hará conocer los be-
ueficios y en cierto modo los milagros del


i73
ahorro. Es la economía la segunda provi-
dencia del .género humano. Perpetuase la
naturaleza por medio de la reproduccion; so
destruye á causa de los goces. Haced que
hasta los medios de subsistencia del pobre
no se consuman por completo; obtened de
él, no por medio de las leyes, sino por la
omnipotencia del ejemplo, que aparte una
pequeña porcion de su trabajo para confiar-
la á la reproduceion del tiempo, y con esto
sólo duplicareis los recursos de la especie
humana. ¿Y quién duda que la mendicidad,
ese terrible enemigo de las naciones y de las
leyes, sería destruida con sencillas reglas
de policía económica? ¿Quién pondrá en
duda que el trabajo del hombre en los dias
de vigor, lo alimentaria en su vejez? Pues-
to que la mendicidad es casi la misma entro
los pueblos más ricos y entre los más po-
bres, no busquemos la causa en la des-
igualdad de las fortunas, sino en la impre-
vision ante el porvenir, en la corrupcion do
las costumbres y sobre todo en ese consumo
continuo que no se reemplaza y que torna-
ría todas las tierras en desiertos, si la natu-
raleza no fuese más sabia que el hombre.


M. La Farge llama á su proyecto Tonti-
nas titcwas y de amortizacion. Yo hubiera
querida que las hubiese llamado: Caja de
ahorro, Caja de los pobres b Caja de Bene-
ficenek.-; este título habzia hecho conocer




374 —
mejor á los pobres sus necesidades y á los
ricos sus deberes. Muchas fortunas han sido
amontonadas por la avaricia, acumulando
los intereses, cambiando privaciones por ri-
quezas; preciso es enseriar á la clase indi-
gente el medio de prepararse un agradable
porvenir.


Una pension de 45 libras sería un gran
beneficio para los habitante¿, del campo; es-
ta suma es casi el salario del trabajo de un
aóo entero (1). Una pension de 1.000 libras,
de 1.000 escudos, sería la fortuna de la fa-
milia más numerosa. ¡ Cuánta emulacion ex-
eitaria un premio como ese concedido á la
economía! En todas partes el pueblo está en
situacion de hacer algunas economías, pero
no tiene donde hacerlas fructificar. ¿Quién
kuená, encargarse todos los dias del óvolo
de la viuda? Supongamos que un hijo por
su padre, ó que un padre por su hijo, qui-
siesen economizar seis monedas diarias del
trabajo que sería agradable por esta econo-
mía, ¿en qué manos depositarían la módica -
suma de nueve libras al cabo de cada ano?
El espíritu económico hasta hoy parecia im-
posibleentre las elw:es indigentes, pero no
lo será cuando una caja de ahorros cumpla


(1) Las clases trabajadoras compararán en vista de
este dato su posicion actual con la do los obreros en la
Ipoca da Wiraboau.


175 --
el voto de los buenos ciudadanos. Al habla-
ros de las ventajas del espíritu de ahorro,
¿cómo pasar en silencio las buenas costum-
bres que son su primer benéfico resultado?
La pobreza se concilia con todas las virtu-
des; pero á la pobreza sigue la indigencia,
la mendicidad; y ¡cuán cerca no se halla
este cruel estado de la más peligrosa corrup-
clon I En el órden moral todo se relaciona.
El trabajo es el pan que nutre á las grandes
naciones. La economía, unida al trabajo, les
da sus hábitos; los frutos de esta economía
los hace dichosos; ¿no es este el supremo
fin de todas las leyes ?


Temereis sin duda disminuir la subsis-
tencia del pobre por los sacrificios siquiera
sean voluntarios que por su estado no podrá
soportar. Entónces no conoccrcis los efectos
del espíritu de economía. Dobla el trabajo
porque hace sentir mejor su precio; aumenta
las fuerzas á compás del ánimo; pero ¿no
tomais en cuenta para nada la invitacion
lue liareis á los ricos ? Cuando hayais esta-
'uido una caja .de los pobres, ¿á quiénes
pues, preseribireis el que la llenen? No,
apelo al testimonio de todos los que han
visto de cerca los extragos de la miseria, no
serán tan sólo los pobres, los que se intere•
sen en esa benéfica caja, que no vá á. guar-
dar los ahorros, ó las limosnas si no es para
multiplicarlos. Abrese nueva senda á la be-




-176--.
neficencia, así como á la pobreza se abre
nueva suerte. ¿Será más soportable? Abarca
el porvenir, está consagrada al infortunio,
tiene por base la esperanza. Réstanos tan
sólo dar el ejemplo, que tendrá sin duda
imitadores.


XX.


LOS ASIGNADOS.


(Los asignados, fueron el papel moneda
que ere (- la revolucion para afrentar la cri-
sis financiera legada por la monarquía abso-
luta. La garantía de este papel moneda eran
los bienes reales y eclesiásticos llamados
bienes nacionales, cuya renta habia, sido
decretada por la Asamblea. A propósito de
si debia hacer una nueva emision de asigna-
dos






para pagar á los acreedores del Estado,
2- dirabeau pronunció un discurso notable.)


Señores: ¿qué habeis pensado al crear
ese papel moneda? ¿qué haheis dicho á
áquellos á cuyas manos hicisteis llegar esa
prenda de fidelidad? Habeis pensado que la
venta de bienes nacionales afectos al cúni-
plimiento de ese compromiso se efectuaria
indudablemente. Habeis dicho á los tenedo-
res de asignados: ahí están esos bienes ter-
ritoriales; la nacion compromete su honor y
su buena fé en cambiar el producto de su
venta por esos asignados que la representan.


— 177 ---
Si el dinero no es más que un símbolo de
los bienes de la vida, habcis podido dar y se
han debido dar como dinero esa representa-
cion de las propiedades territoriales, que son
la primera de las riquezas.


Preciso es decirlo en honra do la necio'
y de la confianza que sus promesas insoi•
ran; preciso es decirlo en honor de la ilus-
tracion que se extiende por Francia y del es•
píritu público que nace del espíritu de liber-
tad; la doctrina del asignado es general-
mente entendida y admitida por nuestros
compatriotas, tal cual la Asamblea nacional
la profesa: saben distinguir bien lo qué lla-
mábamos en otro tiempo papel moneda de
nuestro papel territorial; y los hombres sen-
satos que son patriotas no se dejan extra-
viar por equívocos ó engañosas sutilidades.
Pienso, pues, en vista del dichoso ensayo que
hemos hecho, y aprovechando la luz que en
esta materia se ha difundido, pienso que no
debemos cand.iar de marcha ni de sistema,
que podemos, que debemos terminar lo que
hemos comenzado; que debemos hacer para
salvar la deuda nacional , una operaciou que
no admite más intermediario entre la nacion
deudora y sus acreedores, que la misma
clase de papel actualmente en eirculacion,
que esos mismos asignados, cuyo pago ga-
rantizan los fondos nacionales y la misma
nacion,..




— 178
(Y en otra ocasion decia el orador


acerca de la misma materia.)
El impuesto, nombre que por sí sólo hace


temblar á la nacion , pero que ahora debe
ofrecer aspecto de todo punto distinto, el
impuesto vá á recibir entre nosotros nueva
forma. Serán aligeradas nuestras cargas; pero
aún tenemos grandes necesidades.


La carga más dividida y soportada en sus
diferentes partes de dia en dia, por decirlo
así, se hacía sentir ménos sin duda, si bien
en suma pesaba cruelmente sobre la nacion.
Hoy que en cierto modo vá á concentrarse
y se aproxima más á las tierras, es posible
sorprenda al pueblo y le parezca difícil de
soportar. No obstante, no hay ninguno de
nosotros que no sienta cuanto importa el
éxito de esta operacion de toda nuestra
obra. Nada habríamos hecho por la tranqui-
lidad y por la dicha de la nacion si pudiese
creer que el reinado de la libertad es más
oneroso para ella que el de la servidumbre.
(Aplausos.)


Podemos aminorar ahora esta temible di-
ficultad; podemos disminuir los impuestos
con la diferencia que existe entre el interés
que llevara la carta de pago ú otros instru-
mentos de liquidaeion, y la renta de una
masa de bienes nacionales equivalente al
capital de esos pagos...


Marchamos cargados con uua deuda in-


— 179 —
mensa, con una deuda que siglos de despo-
tismo y de desórdenes han acumulado sobre
nuestras cabezas. ¿Depende de nosotros que
pueda ser soportada sin ningun embarazo,
sin estorbo alguno? ¿Es imposible lo que la
nacion exijo de nosotros? Nó; no espera que
repentinamente convirtamos la penuria en
abundancia, la adversa fortuna en prosperi-
dad; espera que oponiendo á. estos tiempos
calamitosos toda la grandeza de los recursos
nacionales, sirvamos así á la cosa pública,
segun la medida de nuestras fuerzas y de
nuestras luces. Si la nacion confía, pues, en
el celo do esta Asamblea, sin duda esta
Asamblea puede confiar en la justicia de la
nacion. (Aplausos)


No, no es propio de la naturaleza de las
cosas, en estos momentos calamitosos, el
usar de un medio que tiene en sí mismo sus
dificultades; ¿el de los asignados sería el
único eXcnto? ¿Se presentan inconvenientes
previsto ó imprevistos? ¡Pues bien! Cada dia
no trae tan sólo sus sombras sino tambien
su luz; trabajaremos en reparar esos incon-
venientes. Las circunstancias nos encontra-
rán prontos á hacerles frente, y todos los
ciudadanos interesados en el éxito de nues-
tra medida formarán una federacion patrió-
tica para sostenerla. (Aplausos nutridos y
estrepitosos.)


Así, pues, todo debe fortificar nuestro




1


180 —
valor.. Si hubiérais prestado oídos todos los
dias á todas las instancias de las preocupa-
ciones, á los particulares intereses, á los
locos temores... hubiérais tenido que rehacer
vuestra constitueion. Hoy, si deferís á todos
esos intereses privados quo se cruzan y se
combaten los unos á los otros, concluiríais
por transigir con la necesidad; conciliaríais
mal las opiniones, y el Estado seguiria su-
friendo. Las leyes de los imperios deben de-
rivarse de la alteza de espíritu, que abraza
las ideas generales, resultado precioso de
todas las observaciones particulares. Un ad-
ministrador que os elogiase el arte de arre-
glar todos los detalles,: como propios del
verdadero talento de la administracion, os
daría la medida de su inteligencia: os mos-
traria bien el secreto de todos los obstácu-
los que han fatigado su marcha, pero no os
ensenaría á hacer más firme y segura la.
vuestra. Atreverse á ser grande, saber ser
justo: sólo á este precio se llega á ser legis-
lador. (Aplausos muchas veces repelidos.)


XXT


LIBERTAD ELECTORAL.


(Mirabeau, con motivo de un decreto de
la Asamblea, que habia, decidido que el po-


— 1S1
der electoral se ejerciese durante dos anos
por los electores nombrados en las Asam-
bleas de canton, pronunció un discurso, que
hoy ha perdido su interés especial, pero en
el cual hallamos el siguiente notable pasaje
sobre la libertad electoral:)


Así como el despotismo es la muerto del
gobierno puramente monárquico, las faccio-
nes, las intrigas, las cábalas, son el veneno
del gobierno representativo. Se intriga pri-
mero, porque se cree servir así á la cosa
pública; se termina intrigando por corrup-
cion. Aquel que recojo sufragios para su
amigo, los dará bien pronto al hombre po-
deroso que los cambié por servicios, ó al
déspota que les compre con oro. Cuando
una influencia cualquiera se ejerce sobre los
votos, las elecciones populares parecerán li-
bres, pero no serán ni libres, ni puras; no
serán el fruto de ese primer movimiento del
alma que sólo sobre el mérito y la virtud se
fija.


Doquiera que ese germen destructor in-
fecte y vicie las elecciones públicas, el pue-
blo, disgustado de su propia eleecion, por-
que no es su obra, se desanima ó desprecia
á las leyes; nacen entórices las facciones, y
los funcionarios públicos se convierten en
hombres de un partido; introdúceso entón-
ces la más peligrosa de las aristocracias, la
de los hombres activos contra los hombres




82 -
pacíficos, y la carrera administrativa se tor-
na en ardiente arena; entónces el derecho
de ser adulado, de dejarse comprar y cor-
romper una vez al ano, es el único fruto, el
fruto pérfido que de su libertad recojo el
pueblo.


XXTT.


CONSTITUCION CIVIL DEL CLERO.


(La constitucion civil del clero provocó
vivas resistencias, y los obispos diputados
en la Asamblea 'labian redactado una pro-
texta, que fué denunciada como una coali-
cion del clero francés. Del discurso de Mi-
rabean, en esta ocasion pronunciado, toma-
remos tan sólo el siguiente párrafo, en el
que confunden, á causa de las preocupacio-
nes del momento, la Iglesia con el Estado.)


Ya lo he dicho, el interés de invocar
los derechos de la Iglesia, no es más que el
pretexto de la empresa de nuestros obispos:
no es posible desconocer la verdadera causa
de su resistencia.


Los verdaderos amigos de la constan-
cion y de la libertad, no pueden desco-
nocer que nuestros pastores y nuestros sa-
cerdotes se obstinan en formar una clase á
parte y en colocar en el número de los de-
beres de su estado el estudio de las medidas


183 --
que pueden contener á la revolucion. Esos
sacerdotes son los que redactan y hacen cir-
cular las publicaciones más fecundas en fre-
néticos arrebatos contra vuestros trabajos;
y esos sacerdotes están sostenidos por la
aristocracia de los prelados: se exalta su
amor á los antiguos abusos, como heroismo
apostólico; se les honra como á imperturba-
bles defensores de los derechos de Dios y de
los reyes; se les canoniza como á Ámbrosios
y -¿Vana SiOS de nuestro siglo; sólo les falta
morir víctimas de su fanatismo y de sus en-
tusiasmos








sediciosos, para que reciban las
coronas de la apoteosis y obtengan la gloria
de ser inscritos entre los mártires de la reli-
gion.


Pontífices, que con nosotros participais de
la honra de representar aquí á la nacion
francesa, no permita Dios, que atraiga so-
bre vosotros, ni sobre vuestros colegas dis-
persos en sus iglesias, acriminaciones que os
comprometerían á los ojos de un pueblo cu-
yo respeto y cuya confianza son necesarias
para el éxito de vuestras augustas funcio-
nes. Pero, despues de esta última erupcion
de una inquietud que lo amenaza todo, ¿po-
dremos creer que no prestais vuestro apoyo,
ni vuestro voto á los escritores anticonsti-
tucionales que gritan contra la libertad en
nombre del Evangelio y que tienden nada
ménos que á presentar á la revolucion con




184
los colores de una empresa impía y sacríle-
ga? Y áun cuando os hubieseis ceñido al
silencio de la neutralidad y de la pereza,
¿no habría sido ese silencio por sí solo un
escándalo público? ¿Los primeros pastores
pueden callar en estas grandes crisis, en
que el pueblo tiene tanta necesidad de oir la
voz de sus guias, de recibir de sus labios
consejos de paz y de prudencia? Sí, ya es-
taba profundamente escandalizado de no
ver al episcopado francés dirigir á sus ove-
jas frecuentes y enérgicas instrucciones pas-
torales sobre los deberes de los ciudadanos,
sobre la necesidad de la subordivacion, so-
bre las ventajas futuras de la libertad, so-
bre lo horrible del crimen que cometen to-
dos esos espíritus perturbadores y malévo-
los, que meditan contra-revoluciones ejecu-
tadas vertiendo la sangre de sus conciuda-
danos. Escandalizábame no ver excitaciones
cínicas, difundidas por todas las comarcas
del reino, llevando á los límites más remo-
tos máximas y lecciones de acuerdo con el
espíritu de una revolucion que halla su orí,
gen en los principios y en los elementos más
familiares del cristianismo. Estaba en fin
escandalizado y lleno de indignacion al ver
á los sacerdotes inferiores afectar la misma
indiferencia, separar de sus instrucciones
públicas todo cuanto pudiera afirmar al
pueblo en el amor á su nuevo régimen.


•— 185 --
manifestar por el contrario principios fa-
vorables á la resurreccion del antiguo des-
potismo, y permitiese á menudo pérfidas
reticencias. Conténgame para evitar enojo-
sas inducciones.


Prelados y pastores, no poseo ni más ni
menos que otro hombre cualquiera el don
de la profecía pero tengo algun conocimien-
to del carácter de los hombres y de la mar-
cha de las cosas. Ahora bien ¿saheis lo que
sucederá si las almas eclesiásticas, perseve-
ran en cerrarse al espíritu de libertad, ha-
cen que se desespere de su conversion á los
principios constitucionales y de su aptitud
para ser ciudadanos? La pública indigna-
don; llevada al extremo, no podrá sufrir
más que el cargo de regir á los hombres, es-
té encomendado á los enemigos de su pros-
peridad; y lo que sería tal vez hoy una me-
dida violenta, no tardaría en adquirir el ca-
rácter de medida razonable, prudente y exi-
gida por la necesidad de llevar á cabo la sal-
vacion del Estado. Le propondría á la Asam-
blea nacional como único medio de limpiar
el seno de la nacion de toda antigua levadu-
ra que quisiese volver á infiltrarse en sus
árganos, le propondría decretar una vacan-
te general de los puestos eclesiásticos confe-
ridos bajo el antiguo régimen, para someter-
los á todos á la eleccion de los departamen-
tos, para poner al pueblo en situacion




-1ug --


darse pastores dignos de su confianza, y po-
der elegir, en los apóstoles de la religion los
amigos de su libertad y su redencion.


XXIII.


SOBRE LA REGENCIA.


(Planteada la enestion constitucional de
la regencia, el primer problema que debía
resolverse era saber si la regencia sería he-
reditaria ó electiva. Mirabesu halló en este
debate la ocasion de acentuar enérgicamen-
te los principios liberales, sosteniendo con-
tra Barnave, la regencia electiva.


Al subir á la tribuna fué acogido Mira-
beau con insistentes rumores y dijo :)


Señores : los aplausos me asombran más
que los rumores, respeto las objecciones fir-
mes, estimo hasta las objecciones especiosas,
porque fuerzan á replegarse sobre uno mis-
mo y á pensar; pero hago notar que no ha-
biendo dispuesto nada la Asamblea sobre la
inviolabilidad del regente, sobre la identi-
dad de las funciones, de los derechos, y de
los deberes, atribuidos á la regencia y á la
monarquía, no puede decir que la identidad
entre la monarquía y la regencia, fuerza
á hacer á esta hereditaria como á aquella.


Por lo que hace á la crisis de que se os


— 137
ha trazado un espantoso cuadro en el caso
de eleccion , respondo que existe en todas
las regencias, en todas las minoridades: es
siempre causa de gran crisis política la va-
cante del trono y la menor edad del príncipe:
pero no es posible evitarla y es poco temi-
ble en un gobierno bien constituido...


¡OH señores, no creais que cuando una
constitucion está hecha, se pueda sacar par-
tido de una crisis momentánea; y estad se-
guros que en este punto como en otro cual-
quiera, no se recoge otra cosa que la que
se ha sembrado. En tanto hablaba y expre-
saba mis primeras ideas sobre la regencia,
he oido decir con esa encantadora infalibili-
dad á que estoy acostumbrado desde hace
tiempo : eso es absurdo, eso es extravagante,
esa no debe proponerse. Pues bien, declaro
que en esta Asamblea, conozco á. muy bue-
nos ciudadanos, á espíritus esclarecidos que
abrigan grandes dudas sobre la cuestion, y
que se preparan á sostener la regencia elec-
tiva. Deduzco que la cuestion debe ser plan-
teada así, que es preciso sea discutida; y
que cuando se propone cualquiera cosa ántes
de decir, eso es absurdo, eso es extravagan-
te, es conveniente haber reflexionado, pues
en nada perjudica.


(Estas reflexiones fijaron la cuestion
hasta entónees flotante; al dia siguiente Mi-
rabean volvió á subir á la tribuna. Una




-- /38 --
semana despues debía morir el grande
orador.)


¿Será electiva ó hereditaria la regencia?
O mejor dicho, puesto quo un regente no
sucede á nadie, y es impropia la expresion
regencia hereditaria, ¿la regencia será, fija-
da de una manera invariable ó determinará
tau sólo la forma que so debe aplicar á la
regencia?


Tal es, señores, la verdadera cuestion,
la que me he fijado, así como en ocasiones,
muchos hombres toman su horizonte como
los límites del mundo. Quiero ver si no hay
nuevos aspectos bajo los cuales se la puede
considerar, si es verdad que en todas las
hipótesis, interesa á la seguridad de la mo-
narquía, y puede alterar la regularidad del
gobierno; si un buen constitucional no debe
ver que esta cuestion sólo tiene una impor-
tancia ficticia emanada de nuestras viejas
ideas del antiguo régimen; que en fin, es
igual que un regente sea bueno ó malo, lo
que simplificarla mucho la cuestion. (Ru-
mores.) Hay un grande aspecto bajo e]
cual aún no ha sido vista ni presentida la
cuestion. Muchos filósofos meditando sobre
la monarquía, han considerado la monar-
quía hereditaria como la oblacion de una fa-
milia á la libertad pública; todo debe ser
libre en el estado, excepto esta familia. El
abismo de la anarquía es ahondado por la


--- 189 —
ambicion y los facciosos. Decio se precipita,
el abismo se cierra: he ahí el emblema
de la monarquía en ese sistema.


La Providencia hace reyes débiles, igno-
rantes y hasta malvados; pero si llegamos á
tener uu mal regente sólo nosotros lo habre-
mos querido.


Por medio de la eleccion tenemos el me-
dio de confiar provisionalmente el cargo do
monarca á uu miembro de la misma familia
que entre todos fuese el más digno. Sería
útil demostrar á esa familia colocada en
cierto modo por encima de la sociedad que
su privilegio no era tan inmutable que no
dependiera de la voluntad nacional. Podría
esa familia mejorarse, porque cada ;reinado
podría of á cada uno de sus miemros
un poder


recer
real pasajero, y todos procurabrian


prepararse, á hacerse dignos, todos respe-
tarjan laopinion pública, y aprenderían los
deberes de los reyes. Sería bueno que ni los
reyes ni los pueblos ló olvidasen.


El sistema electivo es, pues, muy conve-
niente. Tiempo es, señores, de haceros no-
tar el origen comun de todos los errores en
esta materia, y especialmente la exajerada
importancia que se ha concedido á las dife-
rentes opiniones que os han sido-sometidas;
siempre se vé en un rey, cu un regente, lo
que hasta ahora han sido: agentes casi úni-
cos de todos los bienes y de todos los males




— 190
de una grande naeion durante muchos ano:-.1.
Nada de esto existo ya; allí donde existe
una constitucion , allí donde la libertad pú-
blica está. fundada sobre buenas leyes, y
sobre el respeto á esas leyes, el rey no es
más que el supremo ejecutor de esas leyes,
gin cesar reprimido y protegido por ellas,
sin cesar vigilado y sostenido por la multi-
tud de buenos ciudadanos que forman la
fuerza pública. Un regente que sólo lo es
por un número de afios determinado, no es
en el fondo otra cosa que un ministro prin-
cipal bajo formas más augustas y elevadas.
Habrá lugar á la intriga sin duda, pero no
causa para las facciones. Cuando se pronun-
cia esta palabra se cita á los Gricans, á los
Condé, bajo Oárlos VII, á los Montmorency
y Guisa bajo Francisco 1;:, pero no se piensa
we allí donde no hay un rey absolúto,
'tu regente no es un rey absoluto.


ÍNDICE.
Págs.


ADVERTENCIA . ....
Mirabcati.
1.—Discurso acerca do la dcnominacion quo do-


bia tomar la Asamblea.
11.—Transformacion do la Asamblea nacional en


Asamblea constituyente
HL—Sobre el llamamiento de las tropas.. .
IV.—Sobro el cambio (le Ministerio.
V.—Inviolabilidad do la correspondencia . .
VI.—Noche del 4 de Agosto
VII.—El diezmo eclesiástico
VIII.—La libertad do cultos.
IX.—lhiseurso de la bancarota
X.—Sobró la dictadura. ,
XI.—Una frase célebre
XII. —Ejercio del dereebo do hacer la paz y de-


clarar la guerra
XIII.—Elogio fúnebre do Franklin
XIV.—Sobro los tratados de Francia con Es-


paila ,
XV.—Sobre el pabellon de colores nacionales.
XVI.—Derecho do entigracion
X4'11.—Politica exterior.




XVEL—Mirabeau presidente de la Cámara,
XIX.—La caja La Fano




XX. —Los asignados.
XXI.-- Libertad electoral
XXII.—Constitucion civildel elc-a•
XXIIC—Sebre la role/tela


5
7


30


44
51
Ga
69
72
74
77
sa
00
(143


417
14'3


145
150
154
152
169
172


180
1;32




TOMOS


de Musset.-Las
,es.—Poemas. 76 y 186


ds asiáticas
77


.espeare.
78-82-112




azarillo de Termes. 79
ondas y tradicio-


83
- q


gaélicos ... 84-85-90
:tina 86


-.. f d.—Tragedias


')34 éns
lología griega
usseau
Musa Helénica
Diablo Cojuelo
tares populares


asías ascéticas y re-
igiosas 98


;reacio. —Comedias 99
dintana. —D. Alvaro


.4 e Luna
,.resto Barbier...




. ,o M. 3 Barrera
de fiesta por la




e ! añana y por la tarde 103
ría de Zavas y So-
omayor.—Novelas 104


rso de Molina. — El
Burlador de Sevilla y


Convidado de Piedra 105
ilantay. —Drama en


v erso quechúa 106




2rot.—La religiosa
,0 es un cuento 107


,311 0 fo e 1 e s.—Filotectes( tragedia).—Juvenal
sátiras)




108
é the.—Fausto... 109y 110


n delos de literaturachina.


'''' :ardo Poé 113
,.ud al uso y mística


=. la moda


TOMOS


Obras escogidas del Pa
dre Feijoo 115


Planto 9 su teatro 116
Miscelánea de Autores


españoles 11'7
Poesías sueltas de don


Manuel Quintana 118
D. Miguel de los San-


tos Alvarez.—Tenta-
tivas literarias. 119-120-122


G. Belmonte Muller 121
El abate Prévost.—Ma-


non Lescaut 123
Erckmann Chatrian.—


La señora Teresa 124
Julia de Asensi. —No-


velas cortas 125
Goya 128
Edgar Quinet. —Ahas-


vértis 121 y 128
Gutiérrez de Alba.—


Poemas y leyendas 129-130
Cuentos de Perrault... 181
Biografía de Colón.... 132
Cervantes.—Entreme-


ses 134
Campoamor. —El Dra-


ma Universal 135
Sánchez Pérez. — Ac-


tualidades de antaño. 137
Viajes de Gulliver á di-
versos países remotos 139-140


Aventuras de Robinsón
Crusoé 141-142


Duque de Rivas. — El
Moro Exposito


143-144
Tirso de Molina. — El


Vergonzoso en Pala-
cio 145


Voltaire. — Cándido 6
el optimismo 148


Juan de Timoneda.
El Patrahuelo 141


81
89
92
93
95
96
91


100
101
102


111


114