la ~nidad <Itatnlita. .. - ~. EI~ LIBl~O DE LA UNIDAD...
}

la ~nidad <Itatnlita.


..


-
~.






EI~ LIBl~O
DE


LA UNIDAD CATÓLICA,
AÑO


DE 1876x


MADRID.


IMPRENTA DE ALEJANDlW GOMEZ FUENTRNEBRO,


Bordadores 10.






SANTÍSIMO PADRE.


Rspaña, la naClOn católica por excelencia y
siempre estimada de los Sumos Pontífices J ha
perdido etl nuestros dias la UNIDAD CATÓLICA. el
timbre que más brillaba en su esplendente aureo-
la religiosa, distinguiéndola entre todos los pue-
blos de la tierra, y ha entrado en el llamado con-
cierto de las naciones informadas de la civilizacion
moderna, condenada por vuestra palabra infali- .
ble , renunciando al carácter que le habían impre-
so quince siglos de hazañas y de glorias alcanza-
das al amparo de la Santa Cruz.


Los infrascritos españoles católicos, conside-
rando la profunda pena que este suceso debe causar
en vuestra alma de Pontífice y de amigo amante
de España, han querido, en lo posible, llevar al-




VI


gun consuelo á vuestro acibarado corazon, mani-
festándoos que si en la gran batalla de nuestros
tiempos entre la Fe y el racionalismo hemos per-
dido, no fuimos vencidos sin combatir.


En este Libro de la Unidad católica, que á nadie
pertenece como á Vuestra Santidad, constan en
primer lugar las palabras de enseñanza y de alien-
to que os dignasteis enviarnos, y las que tomando
ejemplo de Vos nos dirigieron nuestros ilustres
Prelados; despues siguen les discursos, completos
ó en extracto, que los Diputados y Senadores pro-
nunciaron en defensa de la UNIDAD CATÓLICA; Y fi-
nalmente, una breve noticia de lo que varios par-
ticulares hicieron para mover á los legisladores á
negar su voto á la nueva ley que autoriza á los
enemigos de Dios para tributarle un culto que le
ofende, dentro de nuestra patria.


Reuniendo en este libro los documentos indi-
cados, ha sido nuestro ánimo que consten en él
todas las razones expuestas en favor de la UNIDAD
CATÓLICA, considerada desde todos los puntos de
vista, no sóln en la esfera teológica, en 1ue la.
consideraron principalmente los Prelados, nues-
tros maestros en religion, mas tambien en el ter-
reno de las glorias nacionales y de las ventajas
políticas que tuvieron en cuenta los diputados y




VII


senadores al hablar en el Congreso y en el Sena-
do, cuerpos esencialmente políticos.


Como en este terreno fué preciso, ora como ar-
gumento de razon, ora como adorno del discurso,
mezclar con la cuestion principal otras secunda-
rias de 'historia y de política, acerca de las cuales
no todos los católicos piensan de igual manera, los
infrascritos creemos deber exponer á Vuestra
Santidad para explicar bien nuestro oQjeto, que no
intentamos añadir ni quitar valor, ni dar por ver-
daderos ó falsos, los juicios que cada represen-
tante del país haya formado y dicho respecto de
estas cuestiones, in dubiis libertas, in ornnibus
charitas.


Así, Ellibl'o de la Unidad católica será un gran
cuerpo de doctrina y un arsenal de argumentos
en defensa de la unidad católica, á la vez que un
monumento que diga á las generaciones venideras
los esfuerzos hechos por el Padre comun de los fie-
les y por el Episcopa.do y fieles españoles para
salvar la unidad religiosa en la gravísima crísis
que hoy atraviesan la Iglesia yel mundo.


j Santísimo Padre! Postrados á los sagrados piés
de Vuestra Santidad, os ofrecemos.E1 libro de la
Unidad católica y con él nuestros corazones, pro-
testando aute el cielo y ante Vos, su Vicario, que




yItl


cuanto más arrecia la tempestad. mayor es nues-
tra fe en el triunfo de la Iglesia; y que á propor-
cion que la impiedad trabaja para separar á las al-
mas del centro de toda unidad) así aumenta nues-
tra adhesion al sagrado trono que tan digna y ma-
ravillosamente ocupa Vuestra Santidad, cuyos
pies besan y cuya bendicion suplican vuestros hu-
mildes hijos,


SANTÍSIMO PADRE,


Francisco de Asís Aguilar.-Marqués de Valle Ameno.
-Manuel Garda Menendez de Nava.-Federico de Salido.
-Domingo Fernandez Vidal.- Vicente Vazquez Queipo.
-Juan de la Concha Castañeda.-Joaquin de la Concha
Alcalde.-Ramon de Garamendi.-Marqués de Bahamonde.
-José Cutoli.-Manuel Llamazares.-Emeterio de Ave-
chuco.-Mariano del Amo.-Juan Quintana.-Antonio Via-
ji.-Demetrio Ruiz.-José Carmenal.-Eugenio Soria.-
Antonio García Cano.-Hilario Ruedas.-Domingo Sierra.-
Manuel Noya.-Condesa de Guaqui.-Señorita de Goyene-
che.-Pascual Cuenca de Asensio (de Almansa).-Pedro Iz-
quierdo.-Eugenio Arratia.-H. C.-Isidro Ortiz de Zárate.
-Lino Redondo.-Pilar de Irujo Alcázar.-Piedad de Irujo
Alcázar.-Virtudes de Irujo Alcázar .-Andres de Hesnestro-
sa.-Julian Perez de Tejada y Cárlos.-Conde de Velle.-
Galo Pobes.-Rafael Aznaga y Aguado (de Jerez).-Cristó-
bal Melgares (de Oaravaca).-Pedro Asarza Martin (de Men-
jibar). Marqués de Mirabel.-Marqués de Viluma.-Lau-
reano GarcÍa y GarcÍa (de Rivadesella).-Un católico.-
Conde de Peñaranda de Bracamonte.-Marqués de la Córte.
-Cayetano Caballero Infante.-Saturnino Olarte.-Condc-
sa de Montijo.- Duquesa viuda de Sotomayor.-Benito




IX


Sanchez Freire.-Enrique del Valle.-Antonio del Valle.-
Fernando con (de Cartagena).-Marqués de Aguila Fuente.
-Luisa Hurtado de Mendoza.-Pablo Castro (de Almunia).
-M. M.-Francisco Añon Figueira.-Un católico.-Gre-
gorio Salazar.-J. M.C.-Luis de Sotomayor (de Jerez de los
Caballeros).-Francisco Manuel de Egaña.-Cárlos Íñigo.-
Fenando Naranjo y Barca.-Alumnos de la escuela Católica
de la Merced en Cádiz.-Una suscritora.-Nicolás Suarez
Castro (de Cangas de Tineo). -Pedro Fernandez Campa (de
Santander).-Un católico.-Joaquin Escribá (de Segovia).-
Francisco de Paula Gonzalez(deSevilla).-Miguel Balleste-
ros (de Cardona).--Joaquin Cerulla( de Tolba).--Angel Gisibet
(de Villanueva y Geltrú).-Andrcs Parlade.-Un suscritor á
El Español.-Marqués de Casa Irujo.-Manuel Sestelo (de
Redondela).-Marcelo Todereti (de Córdoba).-Conde de Su-
perunda.-Ramon Romero Lopez (de Pontevedra).-Alejan-
dro Mon y Landa.-José María Ganda.-Manuel Loimil (de
San Vicente de Berres).-Rufino Garcia Cortés.-José Xi-
menez Paniagua.-Francisco de P. Arrangoiz.-Benito Plá
Huidobro.·-José Gonzalez Sierra.-Juan María de Goyene-
che.- Joaquin Garcia Abaurrea.-E. T.-José Morgades.-
Fernando de Camps.-Eduardo Durán.-Rafael G. de An-
loe.-Francisco de la Concha.






DOCUMENTOS VUNTWICI()S


.
,








CARTA DE LA NUNCIATlJRA APOSTOLlCA.


M. I. S.


Muy señor mio: Habiendo llegado á conocimiento de la
Santa Sede el proyecto de Constitucion que se piensa pro-
poner á las Córtes, no ha podido ménos de llamar la aten-
cion del Santo Padre el arto 11 de aquél, relativo á la tole-
rancia de cultos. En consecuencia, el Emmo. Sr Carde-
nal Secretario de Estado, en nombre de la Santa Sede, ha
dirigido al Gobierno español, por conducto de su embaja-
dor en Roma, una reclamacion, y me ha ordenado al pro-
pio tiempo que comunique á Vd. su contenido, lo cual ve-
rifico sin demora.


Los párrafos 2.° y 3.° del expresado arto 11, como usted
debe conocer, están redactados en los siguientes tér-
minos:


«Nadie podrá ser molestado en el territorio español por
sus opiniones religiosas ni por el ejercicio de su respectivo
culto, salvo el respeto debido á la moral cristiana.


»No se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni
manifestaciones públicas que las de la religion del Estado.»


El fondo y la forma de los párrafos trascritos no pueden
ménos de ser justo motivo de preocupacion y áun de queja
por parte de la Santa Sede, bien se considere con relacion
al Concordato de 1851, que tiene fuerza de ley en los do-




XIV DOCUMENTOS PONTIFICIOS.


minios de S. M. C., bien se tengan en cuenta las funestas
consecuencias que la 1mblicacion de esta ley acarrearía á
la ¡{acion Española, la cual desde tiempo inmemorial se
halla en posesion de la preciosa joya de la unidad ca-
tólica.


y en efecto, ántes de todo, conviene hacer notar como
punto indiscutible, que ni al Gobierno, ni á las Córtes , ni
ú cualquier otro poder civil del reino asiste derecho para
alterar , cambiar ó modificar ninguno de los artículos del
Concordato sin el necesario consentimiento de la Santa
S8de. Esta múxima de derecho debe ser estrictamente ob-
servada en todo asunto objeto de convenio: con mayor 1':1-
ZOll todavía debe ponerse en práctica, tratúndose de un
punto fundamental, cual es la Religion, base principal de
toda sociedad bien organizada. Pues bien, el proyecto de
la nueva Constitucion se expresa de tal manera, que á la
simple vista aparece una grandísima diferencia entre lo
que en él se dispone y lo que prescribe el artículo 1.0 del
Concordato.


Dícese en éste: {( La Religion católica, apostólica. ro-
mana, que con exclusion de cualquier otro culto continúa
siendo la única de la Nacion Española, se conservará siem-
pre en los dominios de S. M. C. con todos los derechos y
prerogativas que debe gozar, segun la ley de Dios y lo
clis puesto por los Sagrados Cánones. »


Este artículo declara expresamente y sanciona, como es
obvio, el principio de la unidad religiosa, reconoce que la
sola y única Religion católica es la religíon del Estado, y
excluye la profesion de todo otro culto. El arto 11 de la
nueva Constitucion, por el contrario, ni declara que la Re-
ligio n católica es la sola y única Religion de la Nacion Es-
pañola, ni mucho ménos expresa la exclusion de todo o~ro
culto, fuera del católico, sino que al prescribir en la se-
gunda parte , que « nadie será molestado en el territorio
español por sus opiniones religiosas ni por el ejercicio de
su respectivo culto, salvo el respeto debido a la moral cri8-




DOCUMENTOS PONTIFICIOS. xv


tiana», autoriza explícitamente el ejercicio exterior de
cualquier culto no católico, garantizándose así la libertad
de cultos por la tolerancia religiosa contra la letra y el es-
píritu del referido artículo del Concordato.


Jamás podrá sostenerse que en el primero de los ar-
tículos de este solemne pacto se hubiese expresado un sim-
ple hecho, ó más bien un voto de que se conservase la uni-
dad católica en los dominios españoles, sin empero con-
traer una verdadera obligacion de mantenerla perpetua-
mente y de no consentir en lo sucesivo la existencia de
otros cultos.


La sola lectura del artículo citado manifiesta claramen-
te que, si Lien éste comprende dos partes, incidental la
una y principal la otra, están de tal manera coligadas,
que no pueden dividirse ni tener sustancialmente otro sen-
tido que el siguiente. Aquella religion será siempre con-
servada en España, que de hecho es la religion de la N a-
cion Espaliola.


Es así que de hecho la Religion católica es la única de
dicha Nacion, con exclusion de todo otro culto, y como tal
se anunció expresamente en la proposicion incidental del
artículo mencionado; luego cuando se dispuso y se convi-
no en la proposicion principal que la misma religion sería
siempre conservada, se entendió igualmente convenir
acerca del modo de conservarla con exclusion de todo otro
culto; y de la misma manera que esta exclusion estuvo en
la mento de las altas partes contratantes, así tambien en-
tró en la obligacion recíprocamente contraida y expresa-
da en el artículo.


De otra manera, la proposicion principal de éste no cor-
respondería á la incidental; y la Heligion, cuyo manteni-
miento estable se conviene formalmente en la proposicion
principal, no sería aquella misma que viene indicada en la
incidental, donde se determina y caracteriza como la úni-
ca y exclusiva de la Nacion Española. Es mús: la parte in-
ddental del artículo sería complytamente inútil y no ten-




XVI DOCUMENTOI!! PONTIFICIOS.


dría razon de ser, lo cual repugna á la índole de una esti-
pulacion solemne, á la gravísima importancia del asunto
objeto del convenio, y á la sabiduría y prudencia de las
altas partes contratantes.


Por consiguiente, si la exclusion de todo otro culto no
hubiese entrado en la mira yen la obligacion contraida por
las altas partes contratantes, se habría omitido la parte
del artículo á que se hace referencia, á la manera que nada
parecido se halla en los concordatos estipulados entre la
Santa Sede y otras potencias católicas, las cuales, por
existir de hecho en su territorio la libertad ó tolerancia de
cultos, no han podido convenir ó expresar la exclusion de
todo culto fuera del católico.


Mas no es solamente el artículo l. o del Concordato el
que queda lesionado por el proyecto de la nueva Constitu-
cion. El arto 2.°, que fué estipulado como derivacion y
consecuencia del 1.°, Y que por lo tanto aclara y da fuerzas
al sentido del mismo, estableció y dispuso que la enseñan-
za en las escuelas públicas ó privadas de cualquiera clase
sería en todo conforme á la doctrina de la Religion católi-
ca, á cuyo fin se convino tambien que los obispos y demas
prelados diocesanos, encargados por su ministerio de velar
sobre la pureza de la fe y de las costumbres y sobre la edu-
cacion religiosa de la juventud, no encontrarían impedi-
mento ni obstáculo de ningun género en el ejercicio de este
derecho y deber.


En el arto 3.0 , además de asegurar decididamente á los
prelados una plena libertad en el uso de sus facultades y
en el ejercicio de sus funciones pastorales, la Reina cató-
lica y su Gobierno prometieron dispensarles su poderoso


, patrocinio y apoyo con toda la eficacia y la fuerza del bra-
zo secular, cuantas veces se hubieran de oponer á la ma-
lignidad de los hombres que intenten pervertir los ánimos
y corromper las costumbres de los fieles, ó cuando debie-
ren impedir la impresion, introduccion y circulacion de los '.
libros malos y nocivos.




-DOCUMENTOS PONTIFICIOS. XVII


Ahora bien: consignándose en el párrafo 2. o del arto 11
ne la nueva Constitucion, que ning"uno será molestado en
el territorio español por sus opiniones religiosas y por el
ejercicio de su culto, salvo el respeto debido á la moral
cristiana, resulta, como consecuencia ineludible, que áun
la enseñanza, así pública como privada, de las doctrinas
acatólicas se halla fuera de la accion de la ley, y no pue-
de ser impedida ó reprimida por el poder civil ni por el
eclesiástico, ó lo que es lo mismo, queda implícitamente
autorizada y positivamente admitida. Esto trae indudable-
mente una manifiesta infraccion del arto 2.° del Concorda-
to, en el que con las palabras más terminantes se convino
flolemnemellte que la enseñanza pública y privada en to-
das las escuelas de cualquiera clase y categoría, sería del
todo conforme á la doctrina de la l'eligion católica. Yaun-
que en fuerza del arto 11 de la nueva Constitucion se deja-
se fuera de la accion civil y eclesiástica solamente la en-
señanza privada de doctrinas acatólicas, difícilmente se
puede comprender cómo podrá verificarse y subsistir en su
plena integridad yextension el libre ejercicio de los debe-
res y derechos recíprocos formalmente garantidos á los
obispos en el arto 2.° citado del Concordato, de vigilar so-
bre la pureza de fe y de las costumbres, y acerca de la
educacion religiosa de lajuventud. Tampoco se comprende'
cómo podrán los obispos invocar con fruto y esperar el,
apoyo y la defensa del poder civil contra las ocultas tra- ,,;'
mas y tenebrosos designios de las personas interesadas en '
pervertir las inteligencias y corromper las costumbres dp.'.,
los incautos, así como contra la prensa clandestina y la -;
insidiosa introduccion y circulacion de los libros malos y ,
nocivos.


Expuestas las anteriores consideraciones, fácil es pre-
ver las funestas consecuencias que se derivan del art. 11 de
la nueva Constitucion, caso de que fuera adoptada por las
Córtes, mayormente que se trata de introducir un infausto
principio en una nacion eminentemente católica, que á la
~




XVIII DOCUME~TI)S P02'<TIlt'ICIOS.


par que rechaz:l la li bertael ó tolerancia de cultos, piele ;Í.
voz en cuello que se restablezca en España su tradicional
unidad religiosa, encarnaela, si es lícito hablar así, en su
historia, en sus costumbres yen sus glorias.


y no se eche en olvido que el desconocimiento (Ilie los
gobiernos anteriores hicieron de su unidad religiosa fué
una de las causas de la guerra civil que se sostiene tOlla-
vía en algunas provincias del Reino. Por todo esto, y en
vista de las tristes consecuencias que se han insinuado, la
Santa Sede ha creido un deber suyo estrechísimo proponer


. á la consideracion del Gobierno español estas breves COll-
sideraciones, empeñándole ú no permitir la introduccion'
del arto 11 en el repetido proyecto, porque de otro modo
podría comprometer la tan deseada armonía entre la Santa
Sede yel Gobierno español.


Lo que tengo el honor de participar á V d., cumpliendo
las órdenes del Emmo. Sr. Cardenal Secretario de Estado,
á fin de que sirva de norma á Vel. para apreciar la impor-
tancia con que mira la Santa Sede tan grave asunto. Apro-
vecho esta ocasion para reiterar á Vel. los sentimientos de
mi más distinguida consideracion, con (1 ue soy de usted
afectísimo y seguro servidor Q. S. M. B.


Madrid 25 de de Ag'osto de 1875.-JuAN, Arzobispo de
G(tleedonia, Nuncio apostólico.- H. obispo cle ... -Es copia
del original.




DOCUMENTOS PONTIFICIOS. XIX


BREVE DE S. S. AL EXC:\IO. SIL OlllSPO DE CADlZ.


« A nnestros venerables IIel'manos Félix i1farla, oUi.~JJO de Cri-
diz; José ¡/]{Wlrl, ol¡isprJ de Canal'ias; Fernando, obisjJo de
Badajo:?, y (í n1wstro amado !tijo RicaJ'do, vicario cajJit1l-
1rt?' de Có?'doba.


PIO, PAPA IX.


Vencl'ablos Hermanos y amado hijo, salud y hOIlrlieioll
<ll)f)stt',lica. Al procUl'ar con nuestra pastoral solieitnrl 1'0-
mover los peligros con que se veía amenazada en España
la unidad católica, no hemos dudado fiue nuestros esfuer-
%OS y trabajos serían secundados por el zolo de los Prola-
(los que rigen cada una de las iglesias ..


La carta (1110 en vuestro nombre y comuu consenti-
miento Nos hab~is dirigido el 12 de Noviembre, ha venido
como esclarecida ]11'neba Ú poner de relieve los ilustres
testimonios con que repetidas veces UDS lwbeis manifesta-
do qne sabeis comllartir con Nos vuestro zeto pastoral. Por
lo cual, no sólo alabamo~ con merecido elogio vuestros
esfuerzos en defensa de la mejor de las causas, sí que tam-
bien confiamos que han de ser muy útiles si con varonil
empeüo procmais que los fieles todos en Espaüase l)ersna-
dan y tengan por cierto cllle con la unidad católica que
sostenemos, se defienden y conservan juntamente, no sólo
el culto debido ú Dios, los .derechos ele la Iglesia y religio-
sidad que ú públicos convenios es debida, sí que tambicn
las antiguas glorias de la nacion, de la paz de los ciucla-
(lanos y la firmeza elel bienestar y salud de la patria. Espe-
ramos, ademús, que para lleyar ú feliz éxito vuestro pro-
pósito, no os ha de faltar la proteccion de Dios y la coope-
l'acion de los demas prelados y varones prudentes; entre
tanto pedimos Ü, Dios derrame sobre vosotros la ahunclan-




xx DOCUMENTOS PONTIFICIOS.


cia de sus celestiales dones, os damos, con toda la efusion
de nuestro corazon, la bendicion apostólica para vosotros,
venerables Hermanos y amado hijo, y tambien para vues-
tro clero y fieles encomendados á vuestra vigilancia.


Dado en Roma, en San Pedro, dia 12de Enero de 1876,
año trigésimo de nuestro pontificado.


pro, PAPA IX.»


Al leer con profundo respeto y gratitud tan augusto
documento, desde luégo nos hicimos un deber en transmi-
tirlo á vosotros, tanto porque sois interesados en la ben-
dicion apostólica que á todos nos dispensa el Padre comun
de los fieles, como tambien por ser testimonio evidente de
su intercs por la unidad católica en nuestra España.


Recibimos cabalmente esta prueba de cariñosa bene-
volencia en momentos en que, angustiado nuestro corazon
por el temor de tener que lamentar un nuevo agravio á
nuestra fe, pensábamos pediros oraciones á fin de evitar á
la Iglesia una amargura más sobre las variadas y repetidas
que viene años há sufriendo; hablamos de la posibilidad,
casi seguridad podemos decir, si hemos de creer al juicio
público, de que perdamos nuestra unidad católica.


Bien sabeis', amados hijos, porque es harto notorio, que
en las próximas Córtes se va á someter á su juicio y deba-
tes esa unidad que ha sido en todos los siglos, y lo es hoy,
el distintivo de nuestra Nacion, su fuerza y su gloria.


En union con los otros Rdos. Prelados de esta provin-
cia eclesiástica, hemos acudido á ellas pidiendo la conser-
vacion en España de la fe de nuestros mayores en toda su
integridad y con todos los derechos que, como á única
verdad revelada, le corresponde; y aunque confiamos se-
rán atendidos nuestros ruegos, sin embargo, como el I
asunto es gravísimo! hemos acordado se hagan solemnes
rogativas con objeto de que Su Divina Majestad se digne
ilunlÍnar á los hombres de la ley y del poder, y en el nue-




DOCUMENTOS PONTIFICIOS. xxt


vo Código se consigne clara y expresamente que en esta
nacion clásica por su catolicismo, sólo se profesará nues-
tra santa Religion , con exclusion de todo otro culto.


En tal virtud, los curas de las parroquias de nuestra
diócesis, en el primer dia festivo des pues de recibida esta
nuestra circular, la leerán á los fieles en el ofertorio de la
Misa mayor; y en los tres siguientes se harán, tanto en
las dichas parroquias como en las iglesias de los conventos
de religiosas, las indicadas rogativas en la forma marcada
en el Ritual in quacumque tribtdatione, y de haberlo así
verificado darán aviso en nuestra Secretaría de cámara los
párrocos y capellanes de religiosas.


En nuestro palacio de Cádiz á 16 de Febrero de 1876.
FR. FELIX MARÍA, Obispo de Oádiz.


RHEVE DE S. S. AL EMMO. CARDENAL MORENO,
ARZOBISPO DE TOLEDO.


«A n1.f,estro amado Hijo Juan Ignacio, de la Santa Iglesia
Romana, presbitero cardenal MOJ'eno , arzobispo de Toledo,
y á los 1)enerables Hermanos sus sufragáneos,


pro, PAPA IX.


Amado Hijo nuestro y venerables Hermanos, salud y
benuicion apostólica. Nos ha sido presentada vuestra carta,
á la cual iba unido un ejemplar impreso de la exposicion ó
peticion que habeis escrito y presentado á los supremos
Congresos de la Nacion, en defensa de la unidad del culto
católico en ese mismo reino. Con una singular complacen-
cia hemos leido, tanto la citada carta, como el insigne do-
cumento publicado por vosotros, en el que resplandece el
zelo sacerdotal, y que está lleno de sabios, graves y no-
bles pensamientos, cual corresponde ú los que defienden




XXII DOCUMENTOS PON'l'U'ICIOS.


una causa santa y justa, y con gran consuelo hemos visto
que habeis prestado animosos un servicio digno de vuestro
ministerio pastoral á la verdad, á la Religion y á la p¡Ltria.
Por lo cual no podemos ménos de tributaros las debidas
alabanzas á vosotros, y tam bien á todo ese catMico reino,
que de tal manera manifiesta al mundo ser grata á su co-
razon la unidad religiosa, que en la manifestacion del em-
peño de conservar esa unidad, se adunan los Prelados y
clero de las diócesis y provinci"as eclesiásticas, los caba-
lleros mús ilustres, las nobles señoras y los demas fieles
que pertenecen á todas las clases sociales. Y este deseo lo
manifiestan, ya con sus exposiciones elevadas á los que go-
biernan el Reino, ya tambien con fervorosas plegarias que
dirigen al Selior en el seno de las familias y públicamente
en las iglesias, animados de un mismo zelo. Este nobilísi-
mo esfuerzo de todos vosotros, corresponde grandemente {l
todos nuestros desvelos y cuidadosa solicitud, puesto que
nada deseamos con más vehemencia como el que mal tan
funesto y pernicioso Gual sería la ruptura de la unidad reli-
giosa, no llegue á introducirse entre vosotros. Para este
fin no hemos dejado de emplear con todo afan , segun exi-
gía nuestro cargo, cuantos trabajos y oficios nos han sido
posibles cerca de aquell'os que era conveniente hacerlo.
Pues desde el momento mismo en que, accediendo á las
reiteradas instancias de ese Gobierno, enviamos nuestro
Nuncio á Madrid, dimos comision al mismo Nuncio para
que por todos los medios que estuviesen á su alcance pro-
curase, con los que gobiernan la Naciony con el serenísi-
mo Rey católico, que fuesen reparados plenamente los da-
ños inferidos á la Iglesia de España por las turbulencias
civiles durante el tiempo de la revolucion , y para que todo
aquello que se había pactado en el Concordato de 1851, Y
despues en los conveni.os adicionales, fuese con toda fide-
lidad observado. Y como por la Constitucion cL~ 1869, esta-
blecida la libertad de cultos, se infirió una gravísima inju-
ria á la Iglesia en ese reino y al citado Concordato, que te-




rlOCtJMENTOS PONTIFICIOS. XXIIi


nia fuerza de ley, nuestro Nuncio, segun las insteuccio-
nes que de N ós había recibido, a"lÍ que llegó á :Madrid puso
todo su cuidado y esfuerzo en que se restituyese entera-
mente todo su vigor al Concordato, rechazando absoluta-
mente toda novedad contra lo estipulado en los artículos
de dicho pacto que cediese en detrimento de la unidad re-
ligiosa. Al propio tiempo N ós mismo juzgamos ser de nues-
tro deber declarar al Rey católico nuestro modo de sentir
sobre este punto, en carta que á este fin le dirigimos. Pos-
teriormente, habiéndose publicado en los periódicos espa-
ñoles una fórmula ó modelo de la futura Constitucion, que
había de sor sometido al exámen de los supremos Congre-
sos del roino, cuyo artículo undécimo tiende á que se esta-
blezca en España la libertad ó tolerancia de los cultos no
católicos, determinamos al punto que se tratase esta cues-
tion por el Cardenal nuestro secretario de Estado con el
Embajador de España cerca de esta Santa Sede, entregán-
dolo una nota, fecha 13 de Agosto de 1875, en la que se de-
clarasen las justas causas de nuestras protestas, que con-
tra el dicho artículo exigía de Nós el derecho y nuestro
elevado cargo. Las declaraciones dadas coI} este motivo
fueron reiteradas por esta Santa Sede en la respuesta que
creyó conveniente dar á algunas observaciones hechas por
el Gobierno español en su defensa., declaraciones que tam-
poco dejó de repetir nuestro Nuncio en la corte de :Madrid
al :Ministro de Estado; exigiéndole, en conferencias teni-
das con él, que de sus oficiales reclamaciones se tomase
acta en el :Ministerio de su cargo. Pero con grandísimo do-
lor vemos que todos cuantos esfuerzos hemos hecho, ya por
N ós mismo, ya por el Cardenal nuestro secretario de Esta-
üo, ya finalmente, por nuestro Nuncio en :Madrid, no han
tenido hasta ahora el éxito deseado. Tambien vosotros~
amado Hijo nuestro y venerables Hermanos con toda razon
y justicia habeis desplegado vuestro zelo, habeis hecho
reclamaciones, habeis presentado exposiciones con el fin
üe alejar de "\"uestra patria 01 funesto mal de la referida




XXIV DOCUMENTOS PONTIFiCIOS.


tolerancia. A estas reclamaciones, á las demas que han
hecho los Obispos y á las que provienen de una grandísima
parte de los fieles de la Nacion Española, unimos de nuevo


" en esta ocasion las nuestras, y declaramos que dicho ar-
tículo , que se pretende proponer como ley del reino, y en
el que se intenta dar poder y fuerza de derecho público á
la tolerancia de cualquiera culto no católicu, cualesquiera
que sean las palabras y la forma en que se proponga, vio-
la del todo lo~ derechos de la verdad y de la Religion cató-
lica; anula contra toda justicia el Concordato establecido
entre esta Santa Sede y el Gobierno español, en la parte
más noble y preciosa que dicho Concordato contiene; hace
responsable al Estado mism0 de tan grave atentado; y
abierta la entrada al error, deja expedito el camino para
combatir la Religioñ católica, y acumula materia de fu-o
nestísimos males en daño de esa ilustre Nacion, tan aman-
tede la Religon católica.", que miéntras rechaza con des-
precio dicha libertad y tolerancia, pide con todo empeño y
con todas sus fuerzas se le conserve intacta é incólume la
unidad religiosa que le legaron sus padres, y la cual estú,
unida á su historia, á sus monumentos, á sus costumbres,
y con la que estrechísimamente se enlazan todas las glorias
nacionales. Y esta nuestra declaracion mandamos se haga
pública y á todos conocida, por vosotros, amado Hijo
nuestro y venerables Hermanos, y deseamos al mismo
tiempo que todos los fieles españoles estén bien persuadidos
de que Nos hallamos enteramente preparados á defender al
lado de vosotros, y juntamente con vosotros, la causa y los
derechos de la Religion católica, valiéndonos de todos los
medios que están en nuestra potestad. Y de lo íntimo de
nuestro corazon rogamos á Dios Todopoderoso que inspire
consejos saludables á los que dirigen la suerte de esa Na-
cion ; que les dé el auxilio poderoso de su gracia, para que
con la gloria de su virtud, lleven esos saludables consejos
á cabo con éxito feliz, para el bienestar y prosperidad de
~se reino. Y á este mismo fin, vosotros, amado Hijo nuestro




DOCUMENTÓS PONTIFIClOS. xxv


y venerables Hermanos, seguid elevando vuestras preces
al Señor con fervor y constancia, como ya lo estais hacien-
do 1 y recibid la bendicion apostólica que, tanto á vosotros
y á los fieles rebaños cuyo cuidado se os ha encomendado
como á todos los fieles del reino español, con todo amor en
el Señor os concedemos. Dado en Roma, en San Pedro. á
4 de Marzo de 1876, año trigésimo de nuestro pontificado.


pro, PAPA IX.»


Tal es, venerables hermanos y amados hijos, la carta
que hemos tenido la alta honra de recibir, y que en justa
y debida obediencia tÍ lo mandado en ella por Su Santidad,
Nos apresuramos ú publicar en la forma mús solemne que
Nos ha sido posible. Yal cumplir tan sagrado deber, tene-
mos completa seguridad de que será recibida por todos con
el más vivo interes, con el mayor acatamiento y la más
profunda veneracion; prometiéndonos al propio tiempo
que su contenido derramarú un torrente de luz que disipe
muchas tinieblas en ofuscadas inteligencias, desvanezca
engañosas ilusiones q uo malóvolos extraños fomentan en,
incautos y sencillos corazones, y haga aparecer la verdad 1,
católica con todos sus divinos resplandores, eara que en la
~is!acion, en la política y en los ~iversos ramos de la
administrácion pública ocupe el lugar que le corresponde,
y q""ilé-hoyle dísputan tenazmente funestos novadores,
apoyados en falsas razones de Estado y en supuestas ó exa-
geradas conveniencias.


Os encargamos, por lo mismo, que leais con toda refle-
xion, una y otra vez, esa carta veneranda. Y no os conten-
teis con leerla. sólo vosotros; es preciso además que la ha-
gais conocer á vuestras familias y á vuestros amigos, per-
suadidos de que su lectura les servirá de preservativo con-
tra toda seduccion ó error en un asunto tan vital para
nuestra patria, como es la conservacion legal de su unidad
religiosa; y que encontrarán en ella una regla segura á




XXVI DOCmfEKTOS POKTIFICIOS.


que debe sujetarse el católico en dicha materia, cualquie-
ra que sea el criterio político de que estime oportuno va-
l(wse para apreciar y resolver las demas cuestioneH que sólo
afectan ú los intereses meramente temporales.


i Tan grande es la importancia del expresado documen-
to! Por su medio, el santo é inmortal Pontífice Pio IX ha
creido conveniente en estas críticas circunstancias levan-
tar su sagrada y vigorosa voz en defensa de nuestra uni-
rlarl religiosa, y para declarar como contrario y perjndicial
Ú los (lel'echos de la verdad católica y ele la Religion , así
como ú lo estipulado en públicos y solemnes tratados,
('ual(lUiel' proyecto que tienda ú destruir dicha ullidacl, y
;'t establecer en Espafta , en una ú otra forma, la libertad ó
In tolerancia de los falsos cultos.


Oigan todos con docilidad esa voz; al ménos oidla vos-
otros, venerables hermanos y amados hijos, con la sumi-
sion debida, guardando en vuestros corazones cuanto el
(~xcelso Pontífice expone en dicho augusto y memorable~.
Üocumellto. Miradlo como un rico tesoro de doctrina bajado
del cielo; y aunque un úngel quisiera enseñaros otra con-
traria ú la suya, no le creuis. Anatematizadle (San Pablo,
Epist. ad Galat., cap. I, verso 8) ; desechadle con horror, y
tenedle por ángel de tinieblas, por espíritu de Satanas.


Esta es la conducta que debe observar todo católico, lo
mismo en la vida pública que en la vida privada, sabiendo,
como sabe, que esa doctrina nos la enseña aquél que por
razon de su eminente dignidad es en la tierra, segun San
Bernardo, 10 más grande de uno y otro Testamento, un
A lmlham, un Molquisedech , un Moises, un Aaron , un Pe-
dro , un .Jesucrist~o (San Bernardo, lib. IIde Consid. ca-
pítulo VIII). Nadie como él merece nuestro respeto, nues-
tra olJediencia y nuestro amor.


Mirad si nó el sublime espectáculo que absorto está
presenciando el mundo en nuestros mismos dias. Observad
eso tropel de gente, esas caravanas de peregrinos que de
todas partes corren presurosos ú admirar y á consolar al




nOCU:\flmTOR PO'iTIFICIOS. xxvlt
Romano Pontífice, al inmortal.Pio IX. Van de tierras leja-
nas, como la reina de Salü, á ver y oir ;Í, este nuevo Salo-
mon , Ú inspirarse en su celestial rloctl'ina, {t confortar SUR
almas. Y cuanclo ven su ságrac1a persona, anto la cual to-
dos, hasta los no creyentes, cl01Jlan casi involuntariamen
te la roüilla; cuanclo oyen su palabra, esa palabra que em-
belesa, atrae y enternece los COl':lZones, iinpelidos por una
fuerza irresistible, Sj ven precisados ú exclamar como la
citada Reina en lwesencia llel gran rey (le I8ra61: Verus est
se1'tno q1tem ({udivi in terra mea (Lib. 111 d(~ los Reyes, cap. X.
verR. 6). Mucho y muy bneno i oh Pontífice! habíamos oirlo
de ti en nuestros respectivos paises; todo ello es ve1'([<1<lo-
ro, pero ni la mitad de lo que realmente eres. :Mayol' es tn
sahidurÍa y m'is g1'anrles tus ohras de la que ha pnhlic:1(llJ
tn fama. i Dichosos los que dependen do tu di vina autori-
dad, y gustosos viven sometidos ú tu suprema jurisrlic-
cion espiritual! i Bondito sea el Señor nuestro Dios, que en
hien de la sociedad, y cuando ésta se halla en mayor peli-
gro, y por el amor que siempre ha tenido ú su Iglesia, te
ha colocado en el trono pontificio, y te ha cRtahlccido por
Rey para que hagas equirlac1 y justicia! (Lihros ~T capítu-
los citados) versículos 7, 8 Y 9).


Repitamos tambicm nosotros) venerablcs hermanos y
amados hijos, con santo entusiasmo, cste e<Íntico <1e j ú hilo,
estas tan justas y merecidas alalJanzas; y úun cuanclo os
censure úos moteje con epítotos ridículos la impiedad de
nuestro siglo, qUD tiene la loca pretension ele dar leccio-
nes ele moral y d0 religion al mismo á quien Jesucristo en-
comen(ló el supremo é infalible magisterio de esa moral y
(lc esa religiOll, estad siempre atentos ú lo que os diga
nuestro santo Pontífice. Amad lo que el ama, aborreced lo


I que el aborrece, condeaad lo que él condena. Y en lo re1a-
\ tivo á la grave cuestion religiosa que en el dia con razon
. tanto preocupa tÍ. nuestra clllCI'ida España, no os separeis
¡ ni un úpice ele lo que con tanta elocuencia v sabiduría se


¡ 'nos dice en la :lClmirahle carta que puhliea~os. Perseverc-




XXVII! DOCUMENTOS PONTIFICIOS.


mos en la oracion, como en ella se nos manda, procuran-
do que ésta sea cada clia más humilde, fervorosa y cons-
tante.


El santo tiempo de Cuaresma en que nos hallamos es
muy á propósito para interesar en nuestro favor al Dios de
las misericordias: mas á este fin se hace preciso que obser-
veis fiel y exactamente los preceptos del ayuno, de la abs-
tineucia, de la confesion y comunion pascual. Cumpliendo
vuestros deberes cristianos, conduciéndoos como verdade-
ros católicos, ¡ah! no lo dudeis , el Señor se compadecerá
de nosotros, iluminará y derramará sus gracias sobre los
poderes públicos, para que, conformándose con la doctrina
y sabias enseñanzas de la Santa Iglesia y elel augusto Pon-
tífice , su Cabeza visible, resuelvan la cuestion 'religiosa
cual corresponde á la dignidad y reclama el bienestar de
la nacion católica por excelencia.


y en testimonio del amor que os tenemos, desde lo ín-
timo de nuestro corazon os damos nuestra bendicion en el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.


En nuestro Palacio arzobispal de Madrid á 19 de Mar-
zo de 1876. -JUAN IGNACIO , CARDE:'fAL MORENO, Arzobispo
de Toledo. - Por mandado de Su Ema. Rma. el Cardenal
Arzobispo mi señor ,-Santiago Pastor Just, canónigo se-
cretario.




nOCUME~TOS PONTIFICIOS. XXIX


CARTA DE PIO IX i LAS SE~ORAS ESPAÑOLAS.


A las amadas !tijas en (JTisto, duqttesa de Baena, condesa de
8uperunda, y á las demas respetables señoras reunidas con
moti1)o de defender ra causa de la Religion en España.


PIO IX, PAPA.


Amadas hijas en Cristo, salud y bendicion apostólica.
Ha llegado á nuestras manos la carta que Nos dirigisteis,
insigne testimonio de vuestro acendrado amor á la Religion
y á la patria, juntamente con el documento en que tanto
abunda el espíritu de piedad cristiana, presentado por vos-
otras al Rey católico con el fin de que se mantenga íntegra
la unidad religiosa en España. Los excelentes sentimien-
tos que en vuestro escrito mostrais, nos prue~an, amadas
hijas en Cristo', que comprendeis bien y percibís con la
claridad debida la gravedad de la causa que sosteneis, y que
sOlÍ iguales el zclo y fervor que en apoyo de esta misma
causa, cumpliendo con vuestros deberes religiosos, habeis
procurado manifestar en la ocas ion presente.


Por ello os felicitamos en el Señor, pues habéis imitado
á aquella madre de que habla la Sagrada Escritura, la
cual en otro tiempo, en presencia del Rey ú quien el Espí -
ritu Santo llama sapientísimo, no permitió que su hijo fue-
se dividido en dos partes, sino que, por el contrario, dirigió
sus súplicas al Rey para que dispusiera que le conservase
vivo y sin el más leve daño. De la propia suerte vosotras
habeis empleado ahora vuestros esfuerzos contra los que
hacen recordar la perversidad de la falsa madre, para con-
sp,guir que, conservándose en vuestra nacion la unidad de
fe, no se divida en ella el niño que nos dió Dios, «su hijo
hecho de mujer, hecho sujeto á la ley para redimir á los
que se hallaban bajo de la ley,» á saber, Cristo.




xxx DOCUMENTOS PONTIFICIOS,


Tenemos pnr ciortd q uc Dios ha do premiar con largue-
za YLlC'S tl'O zdú pm'la R~~ligioll; pero adell1ús le pedircmos
(llld extienda ig'nalm'211t~ su protecoion;Í, Yuestl'J. patria,
ll<leielldo por su misel'icordia ciuC los juicios de los hom1wcs
(illO rigen SIlS destillos,'cn lo que atttue ú la causa que
d~rembis, c:mvengau en todo con cl juicio del sapientísi-
mI) l'Lly S:t1omo!l, Entre tant(). amadas hijas on Cristo, en
pl'lldn <le nuestra patornal benl~Yolmioia, {1l1O:'1 todas y ú
cad! mUl (le vosotras síllccramente mostl'amos, y on pl'C-
sagiu de las gracias celestiales, el, todas las que os hahois
l'l~llUiüo para gcstionar en favor de la llnida(l catMica, y
Jo mismo ~l vucstras familias, con el m 'lS pl'ofnnclo afed')
('ll el S,~ílol' os claalOs nucstea benclicion apostólica,


Dado en Homa, e11 San Pedro, el dia 1;) de Marzo de
lH7fi, auo trigésimo de nuestro pontificado,


Pro IX, PA~A.


BREVE DE S. S,
:\1, EXC\IO. SIL AItZOBlSPO BE V,\LLA-DOLW ..


pro, PAPA IX.
,


Venerabb Hfll'rnano: Bendicion y salad apostólica.
Vienrlo con dolor, venei'able Hermano, q ne las potestades
de las tillieblas triunfan licenciosamcnte en tOllas partes.
pei'mitiéndolo así Dios, nos regocijamos tambicn freeuen-
temento con la magnanimidad de lvs vonerables Pl'elarl()~
(ille impávidos defienden con todas SllS fuerzas la causa elc'
la Rdigion. En efecto: hemos visto una brillante prueba
(le esta g'ran constancia en las exposiciones que juntamen-
te con tus Rnfrag:lllcos dirigiste al Rey y al supreml) GO-


1 hierno del Estado, OPONIÉNDi)TE AL PROYECTO DE J,EY DE Ll- í
BERrAD DE CULTOS, Y nos hemos alegrado en gran manera)




DOCUME:\T(¡:-; PLl~TIFICIü8. XXXT
con la fuerza, hrillantez y sahidnrÍa con que liabeis (lotllOS-
trado QUE EL TAL PROYEcTO SE OPO:\l\ AL co,ru~ DESEO DE L.\ /
~ACIO~ , QUE VE~DIÜ "l DiVIDIR LOS ,l:\DIOS PRECIS.UrENTE
CUANDO L,\S CRÍTICAS CiRCUNSTANCIAS EXIGE:" L~\ :.\1:\8 ESTRECHA
UNIO~ DE FUERZAS; QUE, POR ÚLTIMO, TlE'WE CO:.\IPLE'LUm:\TI':
AL DA:\O DE LA RELIGIO:--r C.\.TÓLIC \ , PUEST0 QUE CUALQCH:n
LIBERTAD CONCEDIDA AL ERROR POR UNA LEY. NE-
CESARIAMENTE SE CONVIERTE EN DESTRUCCION
DE LA VERD"\.D; pélro úun cuando jnzg¡lmOS s:)lidos y
evidentes lo's argumentos quc habeis aducido, NOS ATEntL\,
SIN EMBARGO, EL EJE:\IPLO DE LOS AClTIGCOS PROFETA.S, QUE
TA:'IfTAS VECES E:-¡VIADOS POR DIOS Á LOS PHLcIPES y GO-
BER\'Acn'ES DE ISRAEL, THAl.l.\JAROX E:'If VA.NO POR .IPARTAHLEB
DE SU MAL CAMINO. No obstante, el Omnipotente, en cuyas
manos están los corazones de los homures, puedo fk.ilmcn-
te inclinar el ~mimo de los diputados en favor (le vnestras
prudentísimas observaciones, y esto es lo que os clesc2.-
mos. Por lo demás, suceda lo que quiera, siempre resulta-
rá que el puelJlo, con vuestras exhortaciones y ejemplo, se
afirmará en su fe, y que el trigo separado ele la l),lja COU
un nuevo viento ostentariÍ con m,tR esplendor la lozanía (lel
campo del Sefíor, y se hará m;Ís fértil para producir mús co-
piosos frutos. Entre tanto, nos congratulamos y rogamos
vehementemente ú Dios que se muestre propicio ú vuestl'n
zelo y laboriosidad, rniéntras que en prenda y sefíal ele fa-
vor divino y Je nuestra particular benevolencia, damos con
todo amor la bendicion apostólica ú tí, venerable H(~rmall'),
:'t caela uno ue tus sufragáneos, y :l todas y ú carla una (It-
sus diócesis. Dauo en Roma, en San Peuro, el tlia 20 (k
Abril de 1876. Año trigésimo de nuestro pontificado.


PIO, PAPA IX.






DOCUMENTOS EPISCOPALES.


e






DEL METROPOLITANO Y SUFRAGANEOS DE TARRAGONA.


Señor: Los que suscriben, Prelados de la provincia
eclesiástica Tarraconense, se acerean con el mayor respeto
al Trono de V. M., pidiendo encarecidamente el restableci-
miento de la unidad católica en nuestra querida España,
patria de tantos Santos, y cuna nobilísima de tantos hé-
roes y de tantos esclarecidos ingenios, célebres por su
acrisolada piedad.


Esta peticion, no ménos racional que justa, es inspira-
da á la vez por la Religion y por el patriotismo.


Jesucristo se entregó á la muerte para congregar en la
unidad á los hijos de Dios que estaban dispersos; ántes de
dar su vida por la redencion de los hombres, pidió á su Pa-
dre celestial que todos fuesen uno, como una cosa son el
Padre y Él, y derramó su preciosísima sangre para presen-
tarse á sí mismo la Iglesia gloriosa sin mancha ni arruga.


La Iglesia de Jesucristo es la columna y firmamento de
la verdad, y la verdad religiosa es una, como uno es Dios.
Por esto decía San Pablo: «Un Dios., una fe, un bautismo.»


No hay ni puede haber más que una sola fe verdadera,
porque Dios, eterna Verdad por esencia, no puede contra-
decirse revelando muchas entre sí opuestas, ó aprobán-
dolas. Una es, pues, la Religion divinamente revelada,
que se halla en la Iglesia católica, apostólica, romana,
edificada sobre la unidad en la verdad, y fuera de la cual
no hay salvacion.




XXXVI DOCUMENTOS EPISCOPALES.


No puede amar á Dios corno El quiere sel' amado el que
no ama á su patria, ó sea el conjunto de personas que cons-
tituyen la nacion ó familia á la cual pertenece. El patrio-
tismo cristiano es consecuencia necesaria del amor al pró-
jimo , que la ley de Dios prescribe. Este amor despierta y
robustece en los ánimos el celo por la salvacion de todos,
cuyo efecto inmediato es el vivísimo deseo de la unidad
católica, para que todos se puedan salvar.


Esta unidad religiosa es, no tan solamente un bien
esencial en órden á la felicidad eterna de los hombres, si
que tambien lo es supremo para la dicha de las sociedades
en el tiempo. «La Religion, á la vez que comprende las
creencias: sobre Dios y]as formas de su culto, abraza la
idea moral, y proporciona los medios para que ésta se uni-
versalice y se convierta en hechos ,» de los cuales dependen
el vigor ó la debilidad de los pueblos, así como su prospe-
ridad ó decadencia. Dígalo nuestra España, especialmente
en los siglos de la reconquista, y á principios del actual en
su lucha contra el poderoso extranjero. «¡Ojalá, exclama-
ba Pitt, levante el pueblo español su unidad religiosa con-
tra Napoleon ! Tendríamos segura la victoria.» Y la alcan-
zaron nuestros padres animados de una misma fe. Por esto
Montesquieu era de parecer «que la nacion que tuviese uni-
dad religiosa no debía admitir otros cultos, porque la uni-
dad religiosa es un elemento de fuerza.»


¿ Qué hubiera sido de nuestra querida patria, particu-
larmente en las más aciagas épocas de su historia, sin la
unidad religiosa'? Es verdad evangélica que todo reino di-
vidido en sí mismo será desolado. Y no hay para los pueblos
division más funesta que la que versa sobre las creencias
y la moral.


Vos, Señor, que tanto amais á los españoles, no los
(luerreis divididos, sino unánimes, especialmente en lo que
más importa. Por esto los Prelados que suscriben espe-
ran que ésta su peticion será por V. M. favorablemente
acogida.




DOCUMENTOS EPISCOPALES. XXXVII
Dios guarde, etc.-Barcelona '26 de Octubre de 1875.-


FR. JOAQUIN, obispo de Barcelona.-BENITO, obispo de Torto-
sa.-CoNsTANTINO, obispo de Gerona, arzobispo preconizado
de Tarragona.-JosÉ RICART y SANS, Vicario capitular de
Lérida.-JuAN BAUTISTA GRAU y VALLESPINÓS, Vicario capi-
tular de Tarragona.-FRANCISCO JAVIER y FONTANELLAS,
Vicario capitular de Vick.


, ,


DEL METROPOLITANO Y SUFRAGANEOS DE RURGOS.


Señor: El Arzobispo y Obispos sufragáneos de la pro-
vincia eclesiástica de Búrgos , en cumplimiento de un ine-
ludible deber de su sagrado ministerio, se ven precisados
á recurrir á V. M. pidiendo respetuosamente el manteni-
miento de la unidad católica en España, con arreglo al
Concordato celebrado con la Santa Sede en 1851, Y á laR
venerandas tradiciones y seculares leyes de nuestro país, ya
que observan con hondo pesar que se pone en tela de jui-
cio lo que nuestros padres consideraron como su mejor
timbre, y sostuvieron con tenacidad, y áun sellaron con su
sangre generosa en largos siglos de gloriosísimos com-
bates.


No hay para qué recordar que la Religion verdadera es
una, y que la Iglesia católica profesa esa única Religion
verdadera, fuera de la cual no hay salvacion. Sin incurrir
en la herejía, ningun católico puede poner en duda esta
verdad, como no pueden desconocer que las falsas religio-
nes, en vez de guiar al hombre por el camino que conduce
al fin para que ha sido criado, le extravían. La mision per-
pétua de la Iglesia ha consistido y consiste en difundir por
todo el mundo la verdadera Religion de Jesucristo yen
apartar á los hombres de las sendas del error. El apostola-
do católico, tan fecundo en doctores y mártires, no ha te-
nido ni tiene otro fin que reducir ~1 todos ú la confesion de




XXXVIII DOCUMENTOS EPISCOPALES.


una misma fe , es decir, á la unidad católica, para formar
un solo redil y un solo pastor, conforme á los deseos y
preceptos del Divino Pastor de nuestras almas, Jesu-
cristo.


Pues bien, Señor; la tolerancia civil de cultos es la an-
titesis de ese dogma católico, puesto que por ella se con-
cede al error dl3recho de ciudadanía, y se le permite obrar
en todas las esferas de la vida social, contraponiéndose su
influencia perniciosa á la salvadora y legítima de la Reli-
gion católica.


La Iglesia no ha podido ménos de considerar á la tole-
rancia de cultos como un mal funesto y detestable. Así es
que, áun teniendo en cuenta las circunstancias de los pue-
blos modernos, los papas Gregorio XVI y Pio IX, aquél en
su Encíclica Mi'l'a'l'i 1)08, Y éste eu la que comienza con las
palabras Quanta CU1'a y en el Syllaous anejo á ella, docu-
mentos declarados obligatorios para todo católico en el
Concilio Ecuménico Vaticano, condenaron con enérgicos
acentos y apostólica firmeza el gravísimo y pernicioso
error de la libertad ó tolerancia de cultos. Los católicos no
pueden dejar de prestar sumision y obediencia á estas so-
lemnes decisiones, glorificadas por el odio de los enemi-
gos de la Iglesia. Ninguno que abrigue en su corazon una
fe firme en la verdad de la única Iglesia de Jesucristo,
puede querer, ni áun tolerar, estando en su mano impe-
dirlo , el ejercicio de las falsas religiones. Se lo veda el
amor de Dios, que nos mueve á desear que su -santo nom-
bre sea honrado en todo el mundo con el verdadero culto
católico, y lo prohibe el amor hacia el prójimo, á quien se
debe evitar todo peligro de perversion.


El error en materia de religion !?iempre es nocivo y pe-
ligroso, yel permitirle sería dar lugar á que hombres as-
tutos y perversos abusen de la libertad de exponerlo con
designios depravados. No hay que olvidar que la ignoran-
cia, la soberbia, la flaqueza y corrupcion del corazon, fru-
tos amargos de la culpa original, nos inclinan más al mal




DOCUMENTOS EPISCOPALES. xxxrx


que al bien, y. fácilmente nos hacen tomar el error por la
verdad.


Esto por lo que hace á la doctrina de la Iglesia en ge-
neral. Contrayéndonos á nuestra patria, hay otros moti-
vos particulares, que exigen la conservacion de la unidad
católica. Se halla consignada en un Concordato solemne,
á que no puede faltarse sin violar la equidad yel derecho
natural. Establecida en su arto 1.0 la unidad católica con
sus naturales consecuencias, viene á ser como el alma y
esencia del Concordato de 1851; de ella depende como de
su fundamento, y su destruceion echaría por tierra tan so-
lemne compromiso, con la perturbacion consiguiente en
todas las cosas que son objeto de sus restantes artículos.


En España es además la unidad católica una imperiosa
necesidad social. V. M. sabe que es más fácil edificar una
ciudad en el aire que una sociedad sin religion. Así lo han
reconocido los políticos más eminentes y los más profun-
dos filósofos y pensadores, entre los que es un apotegma y
un axioma el de que Omnis societatis fundamentum convellit,
qui religionem convellit. Y bien, Señor, la libertad ó tole-
rancia de cultos, ¿ no es un ataque á la Religion verdadera
ó sea á la católica apostólica romana'? ¡,No legitima ó le-
galiza los ataques contra el dogma, la disciplina y la mo-
ral católica'? ¡,No implica proteccion hacia el que combate
las enseñanzas de la Iglesia, abriendo la puerta al indife-
rentismo y escepticismo religioso, negacion radical de
nuestra Religion santa'? ¿No es una verdad, comprobada
por una triste experiencia, que la libertad de cultos con-
duce al nihilismo religioso '?


Recordemos la que ha sucedido y sucede en otras na-
ciones en que circunstancias especiales, que por fortuna
no existen en España, dieron ocasion al establecimiento
de la tolerancia de cultos; y á través de las apariencias,
será fácil observar que el espíritu religioso de sus pueblos
desciende, al paso que crecen la incredulidad en el órden
religioso y el espíritu de insubordinacion y falta de respe-




XL DOCUMENTOS EPISCOPALES.


to á las autoridades en el órden político y socia1. No es ex-
traño: el libre exámen, que engendró á Lutero y produjo
á Proudhom, trajo la Oommune y conduce al ateismo.


Se ha dicho que solas dos fuerzas pueden contenet á los
pueblos dentro de sus deberes sociales: la represion inte-
rior religiosa y la exterior política, ó, segun una frase
célebre, la Religion ó la metralla. Pero la experiencia nos
enseña que es ineficaz é insuficiente la segunda donde la
primera no ejerce el legítimo ascendiente que le correspon-
de. ¡, Por qué hoy mismo, á pesar de los numerosos ejércit0s
permanentes que empobrecen á Europa, la sociedad carece
de asiento y se halla conmovida, como quien, presa de una
funesta pesadilla, sueña que va á faltarle el pié allí donde
está un abismo'? ¡Ah! Por la ausencia del espíritu religio-
so; por el descreimiento fomentado en todas partes por la
libertad de conciencia y la tolerancia de cultos, á cuya
sombra se hace la propaganda más activa contra la fe ca-
tólica, cimiento el más sólido de la sociedad.


Bajo el imperio de la libertad de cultos, impuesta al
pueblo español á pesltr de sus reclamaciones, ¡,qué hemos
presenciado'? No evocarémos tan tristes recuerdos; pero
creemos que deben servir de leccion y enseñanza á los que
gobiernan, para cambiar de rumbo y evitar que la socie-
dad se hunda en el doble abismo de la irreligion y la anar-
quía. El ataque incesante á la fe católica no puede producir
sino esos frutos amargos que lamentamos. El pueblo que
se acostumbre á ver combatida su fe á favor de la toleran-
cia de cultos, acabará por despreciar las leyes de Dios y
(le la Iglesia, sin respetar los principios sociales, incluso
el de autoridad; porque la tolerancia de cultos engendra
la indiferencia; la indiferencia, la irreligion; y la irreli-
p.'ion, la anarquía.


Coútra la tolerancia de cultos, si en España se estable-
ciera, protestarían su historia, sus monumentos, sus le-
yes, su literatura, sus costumbres, su constitucion secu-
lar, '7 todo, en fin, lo que forma el carácter peculiar de




DOCUMENTOS EPISCOPALES. XLI


nnestro pueblo. Desde que Recared0 abjuró el arrianir:mlO
en el más célebre de los Concilios Toledanos, hasta que
nuestros heróicos padres arrojaron de España al Capitan clt'
los tiempos modernos, la Religion católica ha sido el
alma de todas nuestras grandes empresas y el objeto (le
su mayor entusiasmo. Desde que en Covadonga se dispar¡')
la primera flecha contra la morisma, hasta que se clavó
el estandarte de la Oruz en las almenas de Granada, esos
siete siglos de combates, coronados por el más glorioso
triunfo, no fueron sino esfuerzos gigantescos en pró de la
unidad católica en España. Nuestras maravillosas cate-
drales góticas, que levantan sus caladas torres al ciclo;
nuestros Oódigos y literatura; nuestras tradiciones y cos-
tumbres, no son otra cosa que testimonios inequívocos
del elevado propósito de nuestros mayores en favor rle la
unidad católica, que es como la vida de la sociedad espa-
ñola. ¿ Y qué, Señor, gratuitamente se ha de renunciar ;'1
tanta gloria y disiparse esta rica herencia atesorada ú cos-
ta de hntos sacrificios de nuestros nobi~ísimos padres'? N o
podemos creerlo ..


Presta mayor fundamento á nuestra esperanza otra con-
sideracion no despreciable, y es la de que el lazo más fuer-
te y más dichoso que forma la unidad española entre los
antiguos reinos fundidos en ella, es la unidad católica.
Todo lo que debilite y afloje este vínculo comun , tiende ú.
relajar la union de los pueblos unidos y á fomentar la di-
vision política, que por desgracia separa á españoles de
españoles, porque la discordia religiosa es más viva, más
activa y más funesta en sus efectos. Allí donde toma asien-
to el libre exámen, origen y raíz de la libertad ó toleran-
'cia de cultos, se ahonda más y más la division política,
el patriotismo mengua y decrece el espíritu público, sofo-
cado por un frio y egoista individualismo. De manera, Se-
ñor, que la unidad social y la independencia de la patria
están tambien altamente interesadas en la conservacion de
la unidad católica.




XLII DOCUMENTOS EPISCOPALES.


Comprendemos bien que las sectas anticatólicas; que
extranjeros indiferentes á nuestro bienestar, ó quizá in-
teresados en nuestra ruina; que los sistemáticos enemigos
de todo órden social, trabajen por introducir en España la
libertad ó tolerancia de cultos, gérmen fecundo de discor-
dia; pero por lo mismo no podemos persuadirnos que haya
españoles que quieran cooperar á la realizacion de sus de-
seos. Segun la doctrina católica, la libertad de cultos es
un mal, y como tal sólo puede tolerarse, nunca aprobarse,
cuando, para evitar mayores males, así lo exige la termi-
nacion de una guerra religiosa, y los disidentes y adver-
sarios de la Religion eatólica forman una gran parte del
pueblo. Ahora bien: en España, por la misericordia de
Dios, no estamos en este caso. A pesar de la incansable
propaganda de la impiedad y la herejía, y la proteccion
qne se las ha dispensado durante estos últimos años, es
tan escaso el número de sectarios heterodoxos, que no pa~
san de algunos centenares en la capital y algunas otras
poblaciones. Jamás en tales circunstancias se ha introdu-
cido en país alguno católico la tolerancia legal de cultos,
y mucho ménos podría suceder esto en España, donde tan
solemnemente se ha manifestado la opinion pública en fa-
vor de la unidad católica.


En fuerza de estas poderosas consideraciones, los que
suscriben ruegan con el mayor encarecimiento á V. M. que,
desestimando todo proyecto en sentido contrario, se digne
decretar el mantenimiento y conservacion de la unidad ca-
tólica, preciada joya que tienen en alta estima los españo-
les, como lo reclaman de consuno los derechos de la verda-
dera Religion y los intereses bien entendidos de la patria.


Dios nuestro Señor guarde muchos años la vida de
V. M. para bien de la Monarquía. Búrgos 4 de Enero de 1876.
-Señor: A los R. P. de V. M.,-ANASTASIO, arzobispo de
111trgos.-DIEGo MARIANO, obispo de Vitoria.-JuAN, obispo
de Palencia.-SATuRNINO, obispo de Leon.-GABINO, obispo
de Ca1ahorra y la O«.lzada.-VICENTE, obispo de Santander.




DOCUMENTOS EPIRCOPALF.S. XLIII


nEL METROPOL1TANO y SUFRAGÁNEOS nE TOLEno.
Señor: El Cardenal Arzobispo de Toledo y los demas


Prelados de esta provincia eclesiástica se acercan con el
mayor respeto al Trono de V. M., en cumplimiento de un
sagrado deber. Vienen á pedirle nó riquezas, ni honores,
ni intereses mundanales, sino lo que vale más que todo
esto, lo que la Nacion anhela, lo que la Religion reclama,
y lo que V. M., como soberano que lleva el glorioso renom-
bre de católico, no puede negarles. Unicamente piden que
se conserve la unidad católica en nuestra querida patria.


Muy ajenos estaban los exponentes de tener que formu-
lar esta respetuosa peticion cuando supieron que había sido
restaurada la Monarquía católica en la augusta persona de
V. M. Creyeron que no sería ya posible se pusiese en tela
de juicio si el error había de disfrutar de los mismos privi-
legios que la verdad, y si la Religion de Jesucristo había
de tener por competidores en esta tierra clásica del catoli-
cismo á la herejía y á la impiedad. Nunca imaginaron que
despues de tantas lágrimas y de tanta sangre derramada.
y despues de los pasados desastres en el período revolucio-
nario, debidos en gran parte á los ensayos antireligiosos
que se hicieron para que los pueblos perdiesen su fe, y la
sociedad quedase sin Dios, hubiera todavía quien quisiera
vulnerar los derechos de la Iglesia é infringir en su parte
más esencial un tratado solemne como el Concordato, que
es la ley del Estado, procurando por mil medios que la uni-
dad católica desaparezca para siempre de entre nosotros. Y
ménos pudieron persuadirse de que se intentase dar este
nuevo golpe al Catolicismo sólo por complacer á una exi-
gua é insignificante minoría, que trata de sobreponerse {I
la mayoría inmensa de los españoles en un punto tan ca-
pital como el de la unidad religiosa, que es el alma y la
vida tle la Nacion.




XI,IV DOCUMENTOS EPISCOPALES.


Esto no ha sucedido nunca, ni áun en los países en que
existe la tolerancia religiosa ó la libertad de cultos. Vues-
tra Majestad sabe que en todos ellos el hec7w precedió al
derecho. Sólo cuando han visto casi la mitad de su pobla-
cion compuesta de habitantes que abrazaron cultos distin-
tos; cuando han sufrido repetidas, largas y sangrientas
guerras civiles por motivos religiosos, ó cuando han for-
mado colonias de hombres de diversas sectas, y todos con
igual derecho á ser fundadores, es cuando han promulga-
do la tolerancia religiosa, y siempre con mil restricciones
y fatales consecuencias. La historia de Inglaterra, Francia
y otras partes atestigua esta verdad. Unicamente en nues-
tro desgraciado país se ha seguido un procedimiento inver-
so. El det'echo ha precedido al hecho. La ley estableció la li-
lJertad de cultos, lastimando en lo más vivo los sentimien-
tos del pueblo español, que en vano se opuso á que se
promulgase, fundado, entre otras razones, en que en Es-
paña no existían sectas ni ninguna de las falsas religiones.
Había un solo culto y un solo altar, y se conservaba Ínte-
gra la unidad católica, símbolo de nuestras glorias y lazo
sagrado que unía á todo;:; los españoles principalmente
euando peligraban los intereses de la patria.


Era natural, por eonsiguiente, que, á pesar de haberse
promulgado la expresada ley, y de euanto se ha hecho y
se está haciendo en favor de la libertad de cultos, no se
haya aclimatado todavía en España. Ha sucedido lo que
aquel que edificase hospitales en todas nuestras poblacio-
lles con destino á enfermos de una dolencia desconocida
hoy entre nosotros, por ejemplo, la lepra; y viendo que
(lespues ele concluidos los hospitales se hallaban vacíos,
procurase hubiese enfermos con que llenarlos. La alarma
que semejante conducta produciría en el país sería extra-
ordinaria. Daría un grito de horror al presenciar que se
practicaban diligencias en busca de leprosos, que contami-
nasen á los sanos, sólo por prurito de llenar los hospitales
edificados para esta clase do enfermos.




DOCUMRNTOS EPISCOPALES.


P\lf!f' \lua (~osa parü(~ida , aunque ck tnU("}lCl mayor gra-
vedad en el órden moral y religioso, y aun en el político,
está sucediendo en la actualidad. Se ha proclamado en la
Constitucion de 1869 la mas omnímoda libertad de cultos;
y no obstante de que van trascurridos algunos ailos sin que
los espailoles hayan apostatado de la fe para ser herejes,
mahometanos ó judíos; y no obstante tambien de que esos
mismos españoles han protestado y siguen protestando
enérgicamente contra una libertad que detestan, porque
eonocen que ocasionaría la ruina de la patria, que es a lo
que aspiran algunas naciones extranjeras, interesadas por
esta razon en que se establezca la libertad de cultos en Es-
paña , hay todavía pQlíticos que, en vez de procurar que se
derogue esa Constitucion , que desde que se promulgó sólo
ha estado vigente en la parte irreligiosa que contiene, ha-
cen esfuerzos inauditos, con general reprobacion y asom-
bro, para que sancionándose de nuevo en una tÍ. otra forma
el pernicioso principio de la tolerancia religiosa, se abran
de par en par las puertas de la patria a los leprosos de to-
dos los países, esto es, á cuantos quieran venir al nuestro
á fundar sectas del error, contando con la proteccion legal
y adquiriendo carta de naturaleza, si les conviniese, para
poder tranquilamente, y sin el menor riesgo, propagar la
horrible lepra del indiferentismo, de la herejía y de la
impiedad.


¿ y en favor de estos advenedizos se quiere establecer la
libertad religiosa? Será preciso confesar entónces que no se
trata de que los protestantes y sectarios españoles ejerzan
libremente sus respectivos cultos, porque, caso de haber-
los, son en número insignificante, como no sean más bien
incrédulos ó racionalistas, y la política no dicta leyes para
raros y extravagantes caprichos. Habrá que convenir tam-
bien que lo que se pretende es descatolizar al pueblo espa-
rlol; que aventureros de todas partes vengan á ser propa-
gandistas del error, mediante el salario que reciben de las
seetas ;.y que se permita que lUlOS cuantos malos religiosos


~ , \, ¡ ~"




XLVI DOCUMENTOS EPISCOPALES.


despues de haber huido del claustro y quebrantado sus vo-
tos, se conviertan en apóstoles de la irreligion, cubrién-
dose con la máscara del protestantismo, para poder á man-
salva, y bajo el amparo de la ley, insultar á la Iglesia, mo-
farse de lo más santo que hay en nuestra Religion,
escarnecer á sus ministros, escandalizar á los fieles, vivir
á sus anchas, y dar rienda suelta á torpes y vergonzosas
pasiones.


A este sistema de corrupcion y de inmoralidad se le
llama libertad de cultos ó tolerancia religiosa, y cierta-
mente que no es ni puede ser otra cosa en un país como
el nuestro, en que no existen sectarios entre sus naturales
y donde sólo hay buenos y malos católicos. Así se explica
que la inmensa mayoría de la Nacion deteste una libertad
que más tarde ó más temprano dará por resultado, nó que
los españoles se vuelvan protestantes ó abracen cualquier
otra de las sectas ó falsas religiones, porque esto no es po-
sible, atendido su carácter, sus hábitos y hasta su tempe-
ramento, sino, lo que acaso es. todavía peor, que muchos
que son creyentes hoy, dejen de serlo mañana para no ser
nada en punto de Religion, ni conseguir otra cosa que per-
der con la fe su dicha presente y su felicidad futura. Este
mal inmenso, digno de ser llorado, áun política.mente ha-
blando, se procura acelerar lo mismo en la capital de la
Monarquía, que en las pequeñas poblaciones. No hay me-
dio que no se haya puesto en juego para conseguirlo; ex:-
pendicion de malos libros, predicaciones perversas, publi-
cacion de periód,icos irreligiosos, y establecimiento de es-
cuelas para arrancar del seno de la Iglesia católica á infeli-
ces niños, á quienes los propagandistas engañan y seducen
lo mismo que á sus padres. La perversion de las almas es,
en una palabra, el fin principal de la llamada libertad re-
ligiosa, que por segunda vez se quiere sancionar en Es-
paña.


l, y quién puede ser partidario de semejante libertad '?
Aunque no fuese católico, ni le importase nada el bienes-




DOCUMENTOS EPISCOPALES. XLVII


tal' de la patria, obrando recta é imparcialmente, tendría
que reprobarla, no sólo por innecesaria, sino por perjudi-
cial á los intereses morales y sociales, que deben ser res-
petados por todos, y mucho más por los extranjeros, en
cuyo favor no puede la ley conceder una libertad que re-
chazan los españoles. Sería un privilegio odiosísimo, con-
tra toda razon y toda justicia, que nadie tiene derecho d~
reclamar, á ménos que se quiera que las leyes y las cons-
tituciones se hagan en España á gusto de los extranjeros
y á disgusto de los naturales, lo cual no ha sucedido ja-
más en ningun país del mundo.


Sin la libertad de cultos han venido siempre aquellos
á nuestra patria; i, y se retraerían de venir hoy, en el caso
de conservarse la unidad religiosa'? ¿Por semejante moti-
vo habrían de interrumpirse nuestras relaciones diplomá-
ticas y mercantiles con los demas países, y de sus resultas
dejarían de prosperar entre nosotros el comercio, la nave-
gacion, la agricultura, las artes y la industria'? Cuando
España no tuviese en su seno los manantiales de riqueza,
y necesitase mendigar la prosperidad á puertas ajenas, fli
esto hubiese de ser á precio de su fe y de sus virtudes cris-
tianas, debería contestar animosamente con el Profeta:
«Bienaventurado llaman al pueblo que tiene sus arcas lle-
nas de oro, que á proporcion de sus tesoros ostenta el más
brillante lujo en sus hijos, que abunda en ganados y rebo-
sa de alegría en la plenitud de todos los bienes de la tier-
ra; mas yo digo mejor: Bienaventurado el pueblo que tiene
al Señor por su Dios. » Los hombres y las riquezas pasan:
sólo Dios permanece, y no es lícito trocar por todo el oro
del mundo la herencia que nos dejó Jesucristo.


Mas nó : no es inconciliable la Religion católica con las
legítimas aspiraciones de los hombres, sino con sus erro-
res; ni buscando la eterna felicidad de los ciudadanos, les
obliga á olvidar la felicidad presente de su patria. Nunca
fué más grande y poderosa España que en las épocas de su
mayor fe, y cabalmente entónces acometió y llevó á cabo




XLVIII DOCUMENTOS EPISCOPALES.


empresas colosales que asombraron al mundo, sin el auxi-
lio de los extranjeros. Déseles á éstos garantías de órden y
df~ paz; dispénseseles la proteccion racional y prudente que
les es debida, y sin que haya libertad de cultos ni toleran-
cia religiosa, vendrán muchos, como han venido siempre,
cuando por razon de intereses, ó por cualquier otro motivo,
les convenga vivir entre nosotros.


Serían interminables los exponentes, y molestarían de-
masiado la respetable atencion de V. M. , si fuesen á refu-
tar todos los pobrísimos argumentos que se aducen en fa-
vor de la libertad y la tolerancia religiosa. Hasta ha llega-
do á sostenerse por algunos, que habiendo en todos los paí-
ses la expresada libertad ó tolerancia, es de absoluta ne-
cesidad que la haya tambien en el nuestro , so pena de que
nos quedemos rezagados en la marcha del progreso euro-
pea, y fuera del concierto de las naciones más civilizadas.
Se contrista el ánimo al oir esto diariamente, á pesar de
haberse demostrado muchas veces que semejante argumen-
to no merece la consideracion de tal, sino de sofisma muy
vulgar, que para cualquier persona medianamente instrui-
da tiene una contestacion sencillísima: ¿Es un bien ó un
malla unidad religiosa'? No hay una sola nacion que carez-
ca de ella que no lo lamente. Sus hombres de Estado más
ilustres han declarado en mil ocasiones que es un gran mal
la pluralidad de cultos, y todos ellos hubieran hecho cual-
quier sacrificio por conseguir que desapareciese de sus res-
pectivos países. ¿ Y será justo y patriótico que sólo porquc
esas naciones se ven privadas de un bien tan grande como
el de la unidad religiosa, por no haber sabido ó podido con-
servarle, se prive de él á la nuestra, que pide á voz cn
grito que se le conserve'? ¿No sería esto un retroceso y
vergonzosa ignominia, en vez de un adelanto en la senda
de la civilizacion y del verdadero progreso?


Precisamente por ser la unidad católica una singulari-
dad que nos envidian las demas naciones, no sólo hay que
conservarla, sino que es necesario defenderla con la í5an-




DOCUMENTOS EPISCOPALES. XLIX


cion penal que establecen nuestras leyes. Importa muy
poco que en los países cultos sea cosa abolida y condenada
que se persiga á nadie por puros motivos de fe, lo que tam-
poco es exacto; porque en estos países, á pesar de su de-
cantada cultura, si bien se tiene mucha tolerancia con los
que combaten el Catolicismo, hay mucho rigor con los que
le profesan y no quieren faltar á los sagrados deberes que
les prescribe su religion. Para éstos se reservan las cau-
sas criminales, los procedimientos administrativos, las
prisiones, los destierros , las confiscaciones de bienes; pe-
nas gravísimas que se les imponen por puros motivos de
fe. Nada de esto piden los exponentes para los que profe-
san opiniones falsas en materias religiosas. N o pretenden
que se empleen contra ellos esas injusticias, esas cruelda-
des y esas persecuciones; ántes, por el contrario, desean
que la ley respete las creencias de todos, y que no se en-
trometa en el santuario de la conciencia. Si un sectario ó
un incrédulo guardasen para sí solos su doctrina, es cier-
to que sólo pecarían contra Dios. Mas si quisieran hacer
prosélitos, ó ejercer otro culto del que el país reconoce
como verdadero, entónces insultan á la Religion del Estado,
escandalizan á los débiles, y atacan la propiedad más pre-
ciosa de los ciudadanos, la de su fe y religion. ¿, Y se quie-
re que en España, hollando todos los principios de justi-
cia y desconociendo lo que exige la conveniencia pública,
se permitan tales excesos, ó, lo que es mucho peor, que
los autorice la ley, pues á esto equivale el sancionar en
ella la libertad ó la tolerancia de los falsos cultos, en per-
juicio de la Nacion y de sus más caros y vitales inte-
reses?


¡Ah! nó: V. M. no puede permitirlo sin faltar á los de-
beres que la conciencia y el honor le imponen. Indulgente
y bondadoso con todos, comprenderá desde luego que los
exponentes faltarían tambien á los suyos si al terminar
esta respetuosa exposicion no le rogasen encarecidamente
se oponga, con la energía propia de su noble carácter, á


d




L DOCUMENTOS EPISCOPALES.


que se vuelva á sancionar en España la indicada libertad ó
tolerancia, y no le pidiesen que, separándose de lo que
respecto á la cuestion religiosa se expresa en el preámbulo
del decreto en que se convocan las Córtes generales del
Reino, ordene, en uso de su Real prerogativa, que en el
caso que se juzgue conveniente que su Gobierno tome en las
mismas la iniciativa al tratarse de la referida cuestion, lo
haga en un sentido conforme al Concordato y á las legíti-
mas aspiraciones del país; porque V. M. no ha de querer
ser el primer rey de Castilla que proclame en las Córtes,
por medio de sus ministros, en daño de la Religion, como
beneficioso y bueno lo que Dios reprueba y la Iglesia
tiene repetidas veces condenado. Dignándose oír esta re-
verente súplica, dará nuevo brillo, esplendor y firmeza
á su Trono, cuya base más sólida es esa misma Religion,
y defenderá al propio tiempo la causa del Catolicismo, que
es la de la civilizacion, del derecho y de la justicia; causa
gloriosa que los augustos predecesores de V. M. defendie-
ron valerosamente en Covadonga, en Clavijo, enlas Navas
de Tolosa, en el Salado, en Granada y en Lepanto. A su
triunfo se debió nuestro poderío, nuestra nacionalidad y
nuestra independencia, y á él se deberá tambien el que en
su dia volvamos á ser lo que fuimos cuando íbamos delante
de las demas naciones.


En el estado de decadencia en que nos hallamos, sólo
nos queda una joya sin igual, de valor inapreciable, y que
adquirieron nuestros padres derramando su sangre y sus te-
soros en las luchas gigantescas que tuvieron que sostener
con enemigos formidables durante muchos siglos. La uni-
dad católica es esa joya querida, resto de nuestra antigua
grandeza. ¡, Y será posible que la perdamos en el reinado
de Alfonso XII, sucesor ilustre de Recaredo, de Alfonso el
Católico, de Fernando el Santo, de Isabel I, de Cárlos V y
de Felipe II'1 i Ah! No se lo pueden persuadir los exponen-
tes. V. M. ha ofrecido ser, como sus antepasados, buen ca-
tólico. Pues ahora, Señor, es la ocasion de cumplir esta




DOCUMENTOS EPISCOPALES. LI
palabra, que es palabra de rey. Ahora, que por lo visto
hay decidido empeño en arrebatarnos esa joya muy amada,
y asestar un nuevo golpe al Catolicismo en España; aho-
ra, que la Iglesia se halla perseguida en Italia, en Ale-
mania y en todas partes, y que se encuentra cautivo el
santo é inmortal pontífice Pio IX, su cabeza visible; aho-
ra, en fin, que la potestad de las tinieblas hace satánicos
esfuerzos para. aniquilar la Religion de Jesucristo, apagar
la sagrada antorcha de la fe, y sumir á la humanidad en
las tinieblas y sombras de la muerte en que se hallaba en-
vuelta en los ominosos tiempos del paganismo.


¡Dichoso V. M. si en estos críticos momentos, hacién-
dose superior á vulgares preocupaciones, y sin temer sino
sólo á Dios, se constituye en defensor de la Iglesia opri-
mida, y iogra sacar ileso el gran principio de nuestra uni-
dad religiosa! La historia lo consignará con letras de oro
en una de sus páginas, y colocará su excelso nombre al
lado del de los más grandes y esclarecidos monarcas. Los
pueblos, en los transportes de la más pura alegría, y llenos
de caluroso entusiasmo, le aclamarán como al mejor de los
reyes, le amarán y respetarán como al mejor de los padres;
y Dios, que no en vano ha colocado á V. M. en el Trono de
sus mayores, le colmará de bendiciones, y le concederá un
largo, próspero y glorioso reinado.


Madrid 15 de Enero de l876.-Señor: A los Reales pies
de V. M. ,-Por sí y expresamente autorizado en nombre
del reverendo Obispo de Coria, del reverendo Obispo de
Cuenca, del Vicario capitular de Plasencia, y del. Vicario
capitular de Sigüenza ,-JUAN IGNACIO, CARDENAL MORENO,
Arzobispo de Toledo.




LII DOCUMENTOS EPISCOPALES.


DEL SEÑOR ARZOBISPO DE GRANADA.


Excmo. Sr.: He recibido con el debido respeto la Real
carta de ruego,!/ encargo que S. M. el Rey (Q. D. G.) se dig-
nó dirigirme con fecha 23 de Diciembre último, con el ob-
jeto de que en el dia 30 de dicho mes, aniversario de su
proclamarion y llamamiento al Trono de sus mayores, se
diesen á Dios nuestro Señor las debidas gracias por tanfaus-
to suceso; y en su virtud dispuse, de acuerdo con mi Cabil-
do, que en la mañana del referidodia se cantase Misay Te
IJezvm en mi sanh Iglesia Metropolitana, como así se hizo
eon gran solemnidacl y con asistencia de todas las autorida-
des, y á la vez dicté las órdenes oportunas, por medio de
mi Boletin eclesiástico, para que se hiciese lo mismo en todas
las parroquias del arzobispado.


Cumplido fielmente por mi parte el piadoso encargo de
Su Majestad, creo que acogerá con su Real benignidad
acostumbrada un humilde y respetuoso ruego, que por el
digno conducto de V. E. me atrevo á dirigirle, estimulado
por mi deber y conciencia de prelado: el ruego de que pro-
cure restaurar cuanto ántes y mantener incólume la pre-
ciada unidad católica de nuestra Nacion, malamente rota
y tirada por el suelo en una noche de infausta memoria; el
ruego de que, como Monarca que se honra con el glorioso
título de católico, cumpliendo lo pactado solemnemente con
la Silla Apostólica I:'n el reinado de su augusta Madre, y te-
niendo muy en cuenta las declaraciones hechas no ha mu-
chos meses por la misma Santa Sede con motivo de la base 11
del proyecto de Constitucion, formulado y aprobado en la
de todos conocida reunion del Senado, no consienta que en
los di as de su· reinado adquiera carta de naturalqza en
nuestro suelo, ni se ampare bajo el manto Real de Recare-
do, de San Fernando y de Isabel la Católica, esa pernicio-




nOCUMENTOS EPISCOPALES. tIII


sa libertad y tolerancia de cultos, que con fatal acuerdo
defienden y quieren establecer entre nosotros algunos po-
líticos mal aconsejados; libertad que abre las puertas y
fronteras de esta hidalga tierra á toda clase de errores y
falsas sectas, y que en España no ha servido ni servirá ja-
más para otra cosa que para escandalizar al ·pueblo fiel,
para pervertir y descatolizar á algunos españoles, para
inocular más fuertemente en nuestra sociedad el vÍrus
mortífero de la impiedad y del indiferentismo religioso, y
para atizar y acrecentar terriblemente el fuego devorador
de nuestras discordias civiles con el cebo de las contiendas
y luchas religiosas.


Yo abrigo la dulce confianza de que V. E., que es y se
precia de católico, patrocinará con el más vivo interes este
humilde ruego, é inclinará el ánimo de S. M. á que lo aco-
ja y despache favorablemente, satisfaciendo así á su con-
ciencia de Monarca católico y llenando de satisfaccion y de
inefable consuelo al Padre comun de los fieles, al Episco-
pado y Clero de nuestra Nacion y á todos los católicos, que
son la inmensa mayoría de los españoles.


Dios guarde á V. E. muchos años.-Granada 1.0 de Ene-
ro de 1876.-BJENVENIDO, Arzobispo de Granada.-Excelen-
tísimo Sr. Ministro de Gracia y Justicia.


DEL METROPOLITANO Y SUFRAGÁNEOS DE COMPOSTELA.


Señor: Los Obispos de la provincia eclesiástica Com-
postelana que suscriben, atentos siempre al más exacto
cumplimiento de los deberes que les impone su divino mi-
nisterio, suben todos los dias al altar santo á ofrecer al
Todopoderoso el incruento sacrificio, y á todas horas ele-
van al cielo sus oraciones fervientes en demanda de copio-
sas gracias y bendiciones para V. M. Y Real familia, para
vuestros Ministros responsables y para la Nacion entera,




Ll\T DOCUMENTOS EPISCOPALES.


sin acordarse de las fluctuaciones de la política más que
para rogar al Padre de las misericordias conceda el don del
acierto á los encargados de manejar el timon del Estado.
Empero hoy, impelidos por los estímulos de su conciencia
de Prelados católicos y españoles, se ven en la precision
de acercarse respetuosos y confiados al Trono de Vuestra
Majestad (Q. D. G.) demandando remedio para un gravísi-
mo mal que de cerca amenaza, tanto al Trono secular de
V. M., cuanto á la Nacion católica por excelencia: tal sería
la sancion legal del arto 11 del proyecto de Constitucion,
que se trata de someter á la discusion y aprobacion de las
Córtes, ya convocadas, en el cual se establece la libertad
de cultos en España. Semejante libertad legal, Señor, es
en efecto un mal tan grave para nuestro país ootólico, vi-
vamente interesado en el afianzamiento de la paz interior y
en la conservacion de su independencia, libre de influen-
cias exteriores, que no les es dado señalar otro mayor ni
más fecundo en ruidosas y destructoras consecuencias.


La sana y verdadera filosofía, que despreciando los
delirios de alguno que otro genio extravagante, que en to-
dos tiempos y edades se han presentado en discordancia
con la marcha consecuente de la humanidad sabia y verda-
deramente ilustrada, ha establecido ya desde antiguo los
principios fundamentales de que no hay más que un solo
Dios personal verdadero; no hay más que una sola Reli-
gion aceptable á sus divinos ojos; que ésta no es otra que
la instituida por Él mismo; que entre las conocidas en el
mundo, tan sólo la cristiana católica es la divina, y por
consiguiente que todas las demas, como humanas y en
abierta contradiccion con aquélla, son falsas. Esto supues-
to, la sancion del citado artículo equivaldría á un insulto
al criterio de la sana filosofía, á un insulto á la verdad, á
un homenaje de respeto y asentimiento al error, y en una
palabra, á reconocer oficial y legalmente que son iguales
los derechos del bien y del mal; declaracion que abriría de
par en par las puertas á todos los vientos de falsas y per-




DOCUMENTOS EPISCOPALES. LV


turbadoras doctrinas, que pronto conmoverían en sus ci-
mientos las bases sobre que descansan la sociedad española
y el Trono de vuestros gloriosos antepasados, que por lo
mismo jamás abandonaron el estandarte de la unidad reli-
giosa católica.


Fuera de esto, Dios, que en su inagotable providencia
nunca ha dejado en tinieblas á la humanidad, sin señalarla
clara y perceptiblemente el camino único por el que había
de marchar á la consecucion de sus eternales destinos, por
lo cual p.a hablado á los hombres, tanto en el Viejo como
en el Nuevo Testamento, de tal manera que ningun pen-
sador de buena fe pueda confundir su divina palabra con la
falible de los mortales, ha condenado constantemente la
pluralidad de cultos; significando con toda claridad ser su
designio que no hubiese en el mundo otro que el suyo,
único verdadero. Al efecto, instituyó en lo antiguo su úni-
ca Iglesia del Testamento Viejo, declarando terminante y
repetidísimamente en el Levitico y .Deuteronomio, que sólo
dentro de ella era dable al hombre conseguir su salud eter-
na; y últimamente envió á su Unigénito, elcual, al fundar
su única Iglesiaen el Nuevo Testamento, despues de repetir
declaraciones del Pentateuco, manifestó expresamente que
su designio era que en el mundo no hubiese más que unum


. o1Jile et unus pastor: un solo rebaño y un solo pastor. Ahora
bien: conocidos como nos son estos terminantes designios
de Dios y de su Hijo Jesucristo, es evidente que la procla-
macion legal de la libertad de cultos en la España católica,
que por serlo protesta no querer vivir sino conforme á las
severas prescripciones de la doctrina revelada, valdría
tanto como contrariar solemne y oticialmente las celestes
enseñanzas, oponerse á los eternos designios de la Provi-
dencia, y sacudir sin miramientos el suave yugo de la di-
vina ley; lo cual infaliblemente nos constituiría objetos
señalados de las venganzas del cielo, tan terminantemente
sancionadas en uno y otro Testamento.


Además, la Iglesia católica, apostólica, romana, infa-




LVI DOCUMENTOS EPISCOPAtES.


lible y santa, á la cual nos cabe la dicha de pertenecer, ha
hablado ya sobre la materia y condenado lisa y terminan-
temente la libertad de cultos, especialmente en las pro-
posiciones 77, 78 Y 79 del 8yllaous; el cual, admitido y
sancionado como está por todos los obispos del orbe, cons-
tituye un cuerpo de doctrina católica, garantida no sólo
por la autoridad infalible de su cabeza el Romano Pontífice,
sino tambien por la de toda la Iglesia universal, de cuya
infalibilidad jamás se ha dudado. Por lo mismo, si llegára
á ser ley en España el arto 11 á que nos referimos; desde
luego se establecería en la Nacíon católica por antonoma-
sia una ley contraria á la misma doctrina católica, cons-
tantemente recordada á su amado rebaño por el inmol'tal
Pio IX.


Amén de lo dicho, nuestra Nacion hidalga, caballeresca
y honrada no puede olvidar que media entre ella y este su-
premo Jerarca de la Iglesia de Jesucristo un pacto solem-
ne, el Concordato de 1851, en cuyos primeros artículos se
estipula explícita y terminantemente la conservacion en
la misma de la unidad católica, con exclusioIl,de todo otro
falso culto. Honra es de los individuos como de las colecti-
vidades el no faltar á lo pactado, y gran mengua y desho-
nor el quebrantar lo convenido; tanto mayor cuanto más
déb}l,..físicamente es la otra parte contratante y más alta su.
jerarquía y dignidad. Por tanto, malparada quedará en se-
mejante caso la pundonorosa hidalguía española, si , porque
el Santo Padre carece de un ejército como el de otras p1)-
tencias de Europa para hacerse respetar, y no obstante su
incomparable dignidad de padre de los católicos, se le in-
firiese la gravísima ofensa de no cumplirle la palabra so-
lemnemente empeñada.


y no se alegue, Señor, que la necesidad obliga; porque
realmente no existe tal necesidad. En España la generali-
dad de sus habitantes, como verdaderamente católica, de-
sea la proclamacion legal de la unidad exclusiva de su
santa Religion, segun la desean su Pontífice Sumo, sus




bOCtJMENTOS EPISCOPALES. L'Vtt


obispos y sus sacerdotes. Esto prueban los millones de fir-
mas presentadas, como testimonios de esta aspiracion co-
mun, á las Córtes Constituyentes de 1869 ; esto acredita
la completa esterilidad de los esfuerzos de los ministros
protestantes extranjeros, ó apoyados por extranjeros, que
en estos últimos años han abierto sus cátedras de error en
todas ó casi todas las poblaciones notables de España, no
obstante la completa impunidad de que han gozado: esto
acredita el que, áun despues de tales pruebas, ni un solo
culto anticatólico tengamos formalmente establecido en
nuestro país; en donde áun los pocos que no parecen católi-
cos, por lo comun lo son en realidad, aunque tibios, con lo
que dan ocasion á que se dude de sus creencias: pues es lo
cierto que á la hora de la muerte raro es el que no quiere
terminar su vida como tal. Y siendo así, claro es que no
aparece la razondela supuesta necesidad. Tampoco es crei-
bleque la presion venga de afuera, porque en tal caso esta-
mos íntimamente convencidos de que sabría rechazarla
con dignidad el levantado e indomable espíritu de los que
rigen sus destinos.


Ni hay para que combatir el falso supuesto de que, pro-
clamada la unidad legal católica, sobrevendrían persecu-
ciones y torturas que no están en armonía con el espíritu
de la epoca; dado que, como es incuestionable, la Iglesia
católica jamás ha hecho derramar una sola gota de sangre
por causa de religion, y las leyes civiles vigentes en Es-
paña no prescriben tales persecuciones; por tanto, aparece
desde luego infundado semejante temor.


Tampoco debe tomarse en cuenta el que los católicos
españoles, cuando se hallan en países extranj eros, se com-
placen en hallar templos de su culto en que poder cumplir
sus deberes para con Dios; porque dando por supuesto que
si no los hallaran siempre les fuera dable satisfacer esta
obligacion privadamente, jamás esta mera complacencia
de algunos viajeros españoles podría compensar el inmen-
so daño causado á la generalidad de la Nacion con sanciona l'




LVIII DOCUMENTOS EPISCOPALES.


la libertad de cultos. Por eso mismo el Papa-Rey, cuan-
do, con arreglo á un derecho indisputable gobernaba sus
Estados temporales, nunca dictó ley alguna que sancionase
en ellos la libertad de cultos; lo que, por el contrario, hi-
zo, fué rechazar constantemente con reiteradas protestas
una ó dos imposiciones de afuera, ya que con la fuerza de
las armas no le era dable sacudir tan injusta violencia. Por
eso mismo los políticos extranjeros, que tanto se afanan por
introducir en España la libertad de cultos, se esfuerzan en
sus propios países por conseguir la unidad; y esto áun
saltando por encima de los más sagrados votos impuestos
por la humanidad y la justicia. Es, lastimoso, Señor, que
no se comprenda por todos que si la unidad es la fuerza
y la division la mata, el interes de España consiste en
conservar ilesa la religiosa, al paso que el de los extraños
estriba en introducir entre nosotros la division religiosa,
para conducirnos á la civil y hasta la social, preparando
así el camino para una humillante intervencion extranje-
ra , y úun para la desaparicion de España del mapa de las
naciones independientes.


Así que, en fuerza de las incontestables razones que
acabamos de apuntar, y otras no ménos poderosas que aña-
dirse pudieran; así como en nombre de tantos y tan sagra-
dos intereses que claman por la conservacion de la unidad
religiosa en esta nuestra Nacion católica, apostólica, ro-
mana, adoctrinada y constantemente protegida por el glo-
rioso apóstol Santiago, maestro de la única Religion divi-
na, y terror de los que en todos tiempos han atentado contra
la fe única, que en nombre de Dios nos inculcára, ren-
didamente


Suplicamos á V. M. (Q. D. G.) procure por todos los me-
dios legales y justos que estén al alcance de vuestras augus-
tas manos y las de vuestros Ministros responsables, que,
aunque de hecho haya en España, como hace mucho tiem-
po la ha habido, cristiana tolerancia con las personas, de
derecho no llegue á consignarse en la nueva Constitucion




DOCUMENTOS EPISCOPALES. LIX


la tolerancia del error y la herejía proclamando explícita
y terminantemente la libertad de cultos; á fin de que no
vengan sobre nuestra amada Nacion y sobre V. M. mismo
los gravísimos males que prevemos en un porvenir no re-
moto, sino que, por el contrario, con la suspirada unidad
se levante aquélla de su postracion, reine entre nosotros la
paz, y con la paz y la observancia de la ley santa del Se-
ñor , la dicha y prosperidad verdaderas·, las cuales hagan
gloriosos y felices los prolongados dias de V. M., por quien
insistirémos rogando sin cesar al Dios de las bondades en
nuestros diarios saerificios y oraciones.


Santiago de Compostela 17 de Enero de 1876.-Señor:
A los Reales piés de V. M. - Por sí, y expresamente auto-
rizado, en nombre del reverendo Obispo de Lugo, del reve-
rendo Obispo de Tuy, del reverendo Obispo de Mondouedo,
del reverendo Obispo de Oviedo y del reverendo Vicario
capitular de OrenSe,-MIGUEL, Arzobispo de Oompostela.


DEL METROPOLITANO Y SUFRAGÁNEOS DE VALENCIA.


Señor: El Cardenal Arzobispo de Valencia y los demas
Prelados de esta provincia eclesiástica nos acercamos
respetuosos al Trono augusto de V. M. con vivos deseos de
depositar á vuestros piés la amargura que oprime nues-
tro espíritu y el dolor que atormenta nuestro corazon, al
contemplar el peligro en que se coloca á nuestra unidad
católica nacional, prenda riquísima de la fe de los espa-
ñoles, adorno brillante de la corona de nuestros amados
monarcas, camino feliz de nuestras grandes empresas, y
bandera constante de nuestros antiguos triunfos.


Esta unidad, Señor, tan gloriosa, se halla en peligro;
y los Prelados abrigamos la conviccion de que, si no se
conjura, vendrá sobre nuestra amada patria la calamidad
más funesta que puede venir sobre una nacion, esto es, la




tx DOCUMENTOS EPISCOPALES.


libertad de cultos ó tolerancia de ellos, con todas sus
perniciosas consecuencias.


N o se concibe, Señor, el motivo racional de esta pro-
yectada novedad tan transcendental en todos los terrenos.
No se concibe cómo siendo la España la afortunada na-
cion que viene poseyendo la hermosa unidad religiosa, tan·
envidiada y codiciada de los hombres políticos de otras na-
ciones, que así lo han significado paladinamente, aunque
sin ser católicos; n:) se concibe, repetimos, por qué haya
8iquiera de intentarse tan perjudicial innovacion, que
afecta íntimamente á la mayoría inmensa de los españoles.


Estamos de acuerdo con el autor de la parte expositiva
del decreto convocatorio ú Córtes , cuando en su párrafo
quinto dice: «Quienquiera que dijese ó diga ahora que las
naciones tienen siempre una Constitucion interna, ante-
rior'y superior á los textos escritos ... que desaparecen, ó
de touo punto cambian y se trastornan ... al vario compás
de los sucesos, dijo ó dice verdad, y verdad tan cierta y pal-
maria, que sufre apénas racional contradiccion.»


Dejando á un lado lo genérico de las naciones, y con-
cretándonos á nuestra querida España, creemos firmemen-
te que esa Constitucion interna es en ella una verdad, y
no es otra que su Monarquía católica. Esta es su Constitu-
cion interna desde hace muchos siglos; y ella ha visto im-
pávida hundirse en el abismo de lo pasado las diferentes
Constituciones externas, ó sean textos escritos, que nos-
otros mismos hemos conocido y la historia tambien nos ha
testificado. El autor del párrafo citado quizá disienta de nos-
otros; pero es lo cierto que no ha habido ni hay en España
otra Constitucion interna, superior ni independiente de los
textos escritos. Estos han vivido más ó ménos, y han sido
más ó ménos perjudiciales á nuestra España, segun que se
han inspirado más ó ménos en la Constitucion interna, esto
es, en la Monarquía católica. Desaparecieron, sí, y se sepul-
taron unos á otros, como los sistemas médicos; pero regu-
larmente siempre con perjuicio de la sociedad.




DOCUMENTOS EPISCOPALES. LXI


Respetabilísima, pues, se presenta ú todas luces esa
Constitucion interna de España, ó sea su Monarquía católi-
ca, que la historia nos ofrece tan fecunda en grandes he-
chos como admirables concepciones. Ni podía dejar de ser
así, porque del consorcio íntimo de la Monarquía con el
Catolicismo debió emanar, como efectivamente emanó,
todo lo magnífico que en las bellas artes como en las le-
tras, en la guerra como en las conquistas, llenó de asom-
bro á los entendimientos levantados, y todavía son objeto
de admiracion en aquellos puntos privilegiados adonde
no ha llegado la piqueta revolucionaria. .


Señor: la unidad católica española es además el nego-
cio de vital interes para los españoles. La unidad católica
de la inmensa mayoría de los mismos significa los dere-
chos exclusivos de su fe y ele sus creencias salvadoras en
toda España, que tienen á su favor la prescripcion de
muchos siglos y la posesion nunca interrumpida. ¿Qué
autoridad, pues, hay competente en la tierra, que pueda
menoscabar ni herir tan sagrados derechos ~


A todas estas verdades se agrega otra, ele la mayor im-
portancia y valimiento para los católicos. Esta es el prin-
cipio de autoridad, el solemnísimo Concordato con la San-
ta Sede en el reinado de la Madre augusta de V. M. Este
pacto internacional está basado en la unidad católica desde
el primero hasta el último de sus artículos, y no puede
rescindirse sino por los medios señalados por la buena ju-
risprudencia, que debe ser respetada por la política y por
los políticos todos, porque en otro caso se hace imposible
el derecho práctico de la justicia.


Por otra parte, ni la libertad de cultos ni la tolerancia
pueden dejar de ser lo que son: un mal moral y social.
¿ Quién puede dudarlo ~ Cooperar, pues, á él directa ó in-
directamente, ni cabe en la conciencia de un buen católico,
sea de la clase quo quiera, ni puede sustraerse á las prohi-
biciones de la Iglesia nuestra buena madre, de las que ya
han hablado oportunamente varios respetables Prelados,




LXII DOCUMENTOS EPISCOPALES.


Terminarémos nosotros este aparte diciendo que para el
verdadero católico lo es todo el principio de autoridad.


Señor: V. M. es el nieto de cien Reyes, que todos á por-
fía han procurado sostener, no tan sólo su Catolicismo per-
sonal, sino el Catolicismo legal de su Trono; i,y qué diría la
historia imparcial si en los principios de vuestro reinado
no pusiese V. M. un veto severo á la proyectada libertad, ó
sea tolerancia de cultos'? En estos tristes momentos, en
que la Iglesia de Jesucristo aparece perseguida en todas
partes y abandonada por naciones ingratas; cuando el Vi-
cario de Jesucristo, ese venerable anciano, dignísiino ob-
jeto de respeto hasta á sus mismos enemigos, se halla cau-
tivo en el Vaticano, alimentándose con el pan de las lágri-
mas, i,podrá el corazon católico de V. M. permitir que se
acrecienten las penas de ese augusto y venerable anciano,
que es tambien padrino en el bautismo de V. M., y siempre
le ha manifestado su amor y cariño paternal'? Los Prelados
creemos que V. M. no titubeará un momento en impedir
que se aumenten sus amarguras, prohibiendo· que se trai-
ga á discusion la proyectada perniciosa novedad.


No puede ésta cohonestarse ni motivarse en título al-
guno que tenga un valor legal. Cuanto se ha dicho de la
conveniencia económica, lo ha desvanecido por completo
la experiencia. El Catolicismo, siempre grande por su na-
turaleza y divino origen, ha sido tambien tan tolerante
con las personas, como lo es la caridad que le alimenta; y
por esta verdad práctica afluyeron á nuestra España capi-
talistas y capitales que permanecieron en ella tranquilos,
sin que nadie absolutamente ni de su religion ni de su fa-
milia les preguntase; mas cuando la ley atea del 69 escri-
bió la libertad de cultos, se apresuraron á levantar sus ca-
pitales, desconfiando justamente de la ponderada libertad
de cultos, que no es otra cosa, en el terreno práctico, más
que persecucion y guerra al Catolicismo ~ así como la tole-
rancia de cultos entraña esas mismas tendencias que en su
tiempo se desarrollaran.




DOCUMENTOS EPISCOPALES. I,XIlI


Dícese tambien, y con tono magistral, que en Espaíla
debe haber tolerancia de cultos, porque la hay en Europa,
y que así lo demanda el concierto europeo. No queremos
desentendernos de responder á este sofisma, que les pare-
ce un Aquiles á los que usan de él. No son ciertamente ni
jurisconsultos, ni filósofos pensadores los que así hablan.
Son los políticos, y sobrado sabemos que la politica, ni es
la justicia, ni la jurisprudencia, ni la verdadera 'filosofía.
i Concierto europeo ... ! El sentido natural de esta frase pa-
rece que cuerdamente no puede ser otro que la comunica-
cion, inteligencia, comercio, trato, recepcion, etc., de las
potencias entre sí que constituyen la Europa culta. Por lo
demás, cada·una tiene su educacion, su legislacion, su
modo de ser, su modo de obrar, que regularmente dista
mucho de la conformidad recíproca; pero creemos que no
por esto puedan decir los políticos que hay desconcierto
entre las naciones. Ahora bien: estas naciones, ó casi to-
das ellas, abundan en sectarios de falsas religiones; quiere
decir, que no hay en cada una de ellas un concierto reli-
gioso, sino que hay un desconcierto que, digan lo que
quieran los políticos, es una calamidad nunca bastante
ponderada. Cuando, pues, la afortunada España no tiene
la desgracia de ese desconcierto interior religioso, ¿ dónde
está la sensatez que pueda aconsejar que se desconcierte
en religion para pasar á, la calamidad elel desconcierto ele
las demas naciones, que los políticos se permiten llamar,
sin fundamento alguno, el concierto europeo'? Véase, pues,
la fuerza del ponderado Aquiles de los políticos. ¡Ah, Se-
ñor! Menester es que los Prelados digan respetuosos á
V. M. que miéntras la política no se subordine á la justi-
cia, no tendrán estabilidad ni los tronos ni la sociedad.


Creemos firmemente los Prelados de esta provincia que
la tolerancia de cultos no puede traer á esta Nacion sino
un cúmulo de males; que en nuestra España no existe
ninguno de los tristes fundamentos que en otras naciones
han reclamado la tolerancia de cultos; que en España nin-




LXIV DOCUMENTOS EPISCOPALES.
guna conveniencia aconseja tan lamentable novedad; que
es inconforme y repugnante á nuestra educacion, á nuestros
usos y á nuestras costumbres; que empañaría con colores
oscuros la brillantez católica de la corona de V. M.; que
conculcaría los derechos respetabilísimos de la casi tota-
lidad de los españoles, que son católicos y repelen esa in-
conveniente tolerancia; que todos nuestros códigos, todas
nuestras leyes, y, en una palabra, nuestro modo de ser re-
ligioso, moral y social, repugnan esa tolerancia que se
nos quiere introducir, ó por exigencias extrañas, ó por
falta de deliberacion en ciertos hombres políticos, que no
ven más que lo que tienen en derredor de sí; y lo mismo
aquéllas que ésta deben ser rechazadas vigorosamente por
la independencia, hidalguía, nobleza y religiosidad que
han dirigido siempre las operaciones dela verdadera España.


Los Prelados, Señor, nos atrevemos á esperarlo todo de
la clara inteligencia y catolicismo de V. M.; queremos
con el mejor corazon el amor de los españoles hácia V. M.,
y la consolidacion de vuestro Trono, afianzado en la unidad
católica, y V. M. puede hacer efectivo este deseo de los
Prelados poniendo su veto á la discusion de tan perniciosa
novedad. Los pueblos le bendecirán, y los Prelados conti-
nuarémos pidiendo al cielo se digne derramar sus bendicio-
nes sobre V. M.


Valencia 22 de Enero de 1876.-Señor: A L. R. P. de
V. ~1.-Por si, y expresamente autorizado, en nombre del
reverendo Obispo de Mallorca, del reverendo Obispo de
Orihuela, del reverendo Obispo de Menorca, del venerable
Vicario capitular de Segorbe y del venerable Vicario ca-
pitular de Ibiza,-MARIANO, CARDENAL BARRIO, Arzobispo
de Valencia.




DOCUMENTOS EPISCOPALES. LXV


DEL METROPOLITANO Y SUFRAGÁNEOS DE"VALLADOLID.


Señor: El Arzobispo de Valladolid y los de mas Prelados
de esta provincia eclesiástica acuden con profundo respeto
ante el Trono de V. M., en cumplimiento de un deber gra-
vísimo de su ministerio, exponiendo: Que les ha causado y
está causando profunda inquietud y amarga pena que, en
vez de restablecerse por completo la unidad católica en
nuestriJ, España, otra vez vuelva á ponerse en tela de jui-
cio ante las Córtes futuras esa perfeccion incuestionable de
nuestro estado social.


Fué, Señor, creencia general y como instintiva que al
advenimiento de V. M. al Trono de sus mayores, con el ca-
rácter de restaurador de·los quebrantos ocasionados por el
violento empuje de una revolucion desatentada, desapare-
cería muy luégo la libertad de cultos, que es la libertad del
error, en mal hora introducida en un pueblo que la detes-
taba y detesta. Crcíase comunmente que el restablecimien-
to de la unidad católica sería el más firme apoyo del Tro-
no, yel augurio más consolador de la paz tan suspirada.
Era esa libertad funesta y perturbadora como el supremo
triunfo de la revolucion en España; y por lo mismo pare-
cía fundada la esperanza de que desapareciese al restau-
rarse el órden á la sombra de la Monarquía representada
en V. M. i, Quién podía persuadirse que un delirio revolu-
cionario, por más que apareciese erigido en ley contra la
voluntad de la casi totalidad de la Nacion, y contra el bien
comun de la misma, había de merecer más respeto, una
vez restablecido el órden, que la ley secular por aquél abo-
lida , que la base de nuestra naüionalidad por él arrancada~
Por eso, Señor, nadie extrañará que los que suscriben, y
con ellos todos los que aman el órden monárquico y la vida
tranquila y próspera de la Nacion católica, al ver defrau-


e




LXVI DOCUMENTOS EPISCOPALES.


dadas esperanzas que creían legítimas, sientan en el cora-
zon angustia y pesadumbre.


En tal situacion, Señor, V. M. nos ha de permitir que
en asunto tan vital para la patria y la Iglesia, y áun
para V. M. como Rey, le digamos con sinceridad evangé-
lica, que siempre es respetuosa, lo que pensamos y senti-
mos, sin bajos y mundanos miramientos, que pudieran des-
Tirtuar la eficacia de la verdad. Es fuera de toda duda
que V. M. hubiera dado al pueblo español un dia de gran
gozo, y á su Corona un refulgente brillo, restableciendo
la unidad católica, purificando este suelo privilegiado de
las abominaciones del error y de la impiedad, y reanu-
dando así la cadena de las tradiciones gloriosas de sus as-
cendientes, que en tanto fueron más grandes ante el cielo
y el mundo, en cuanto con más empeño y ardor pusieron
su poder al servicio de la Iglesia, conservando incólume
en sus Estados el reinado exclusivo de la verdad católica.
Los Prelados que tienen la honra de hablar á V. M. deplo-
ran en el fondo de sus corazones que las complicaciones
políticas, ú otras causas que les son desconocidas, no ha-
ya.n permitido hasta ahora dar á la mayoría inmensa del
pueblo español esa prueba solemne de identificacion de
vuestros sentimientos con los suyos en asunto de tan vital
trascendencia. ¿ No sería posible, Señor, que ese gran
bien se realizase sin necesidad de nuevas y peligrosas dis-
cusiones'? Ante las pavorosas consecuencias que muy fun-
dadamente puede creerse ha de traer la llamada cuestion
religiosa, ¿no habrá entre los múltiples resortes del poder
alguno que pueda emplearse con éxito en dar distinto y
más favorable giro y desenlace á ese negocio gravísimo'?
¿ Se han calculado bien los resultados prácticos que en las
actuales circunstancias de nuestra desolada patria puede
producir esa cuestion ardiente, que tiene el privilegio de
herir más viva y profundamente que otra alguna las fibras
más delicadas de los corazones españoles'?


Discutir, Señor, si se ha de conservar en España la uni-




DOCUMENTOS EPISCOPALES. LXVII


dad católica en toda su integridad y con absoluta exclu-
sion de todo otro culto y de toda propaganda anticatólica,
ó si se ha de dar más ó ménos libertad de cultos, y por
consiguiente de propaganda al error y á las sectas que el
sostienen, es discutir si á España se la ha de conservar la
vida como nacion independiente, ó si conviene arrancár-'
sela tarde ó temprano, hiriéndola eu el corazon. Este
lenguaje podrá parecer duro, y quizá incomprensible, á
ciertos políticos de nuestros dias. Otros, nada amigos de
España, nos comprenderán demasiado. Abrigamos la con-
viccion más íntima de que ese lenguaje, por fuerte que
hoy parezca, sería el mismo que emplearían todos los gran-
des hombres de nuestra historia, hallándose en la situa-
cion en que nos hallamos; y no vacil~WQs en presagiar que
le han de hallar desgraciadamente exacto las generaciones
venideras, si nuestra voz no es escuchada.


No sólo España, el mundo entero, sabe que la vida de
esta. Nacion, sin par en la historia, el alma de su prover-
bial heroismo, el secreto de su indomable fuerza, la base
de sus grandezas, el resorte de sus incomparables conquis-
tas , ha sido la unidad de su fe , que, en medio de las muy
varias y tal vez contrarias condiciones de sus provin-
cias, la dió unidad de sentimientos y de miras en las
grandes empresas que Dios se ~igno confiarla. Los hechos
que esto comprueban son tan notorios y tan solemnes, que
pudiera ofenderse la ilustracion de V. M. con el intento
solo de recordarlos.


Despues de esto, ¿qué mal ha hecho á la generacion
presente esa unidad, tal como la teníamos en nuestras le-
yes y en nuestras costumbres, tan amada de nuestros pa-
dres, tan celosamente procurada y defendida por nuestros
más esclarecidos reyes; qué mal ha hecho á la generacion
presente para que se la quiera turbar en su plena y pacífica
posesion de tantos siglos? Se dirá que ahora sólo se inten-
ta cierta modificacion legal de la unidad católica, nó su
abolicion. Señor, cualquiera alteracion que quiera ha-




LXVIII DOCCMENTOS EPISCOPALES.


cOI'se en este punto ha de ser en mengua de la unidad ca-
tólica, en su perjuicio, y concediendo más ó ménos favor
al error, que necesita muy poco para medrar en daño co-
mun; y hé aquí lo que creemos que V. M. debe á todo
trance evitar.¿,Qué número de españoles piden esa nove-
dad, á todas luces peligrosa'? ¿, Qué razones se alegan'? ¿, Qué
fines se pr~tenden'? ¿,Qué ventajas se esperan de tal inno-
vacion'? Los Prelados que exponen han meditado seria y
detenidamente sobre todos esos puntos, y no aciertan á
encontrar razon plausible para intentarla, ni motivo serio
que justifique su introduccion en nuestras leyes.


Verdad es que los Prelados no están en los secretos de
la alta política, ni conocen los misterios de la diplomacia
moderna: pero i ah, Señor! estamos en medio de los pue-
blos, con la vista siempre fija en sus necesidades, deseos
y tendencias; los recorremos, los oimos, los examinamos,
y, sin que la pasion política nos perturbe, conocemos su
índole y podemos apreciar sus sentimientos. Por eso sería
insigne é indisculpable desvarío menospreciar nuestro dic-
támen cuando se trata de dar ó modificar ciertas leyes,
Pues bieJ:L:. con la sincera imparcialidad de ministros de
Dios, aseguramos á V. M. que difícilmente podría propo-
nerse á las Córtes cuestion más impopular, más odiosa,
más antipática á la generalidad de los españoles que la lla-
mada cuestion religiosa. En las ocasiones en que hasta
ahora se ha tocado en los Parlamentos, ha excitado viva y
profunrla alarma en casi todos los ánimos, y en los más
vehementes, indignacion. El grito unánime, el grito na-
cional, aunque algun tanto reprimido por la violencia, fué
entónces y será ahora, si se le permite, espontáneo des-
ahogo: « No toq ueis, i hombres políticos!, el tesoro de nues-
tras creencias ni el muro secular que las custodia: no rom-
pais el hilo de oro de nuestras venerandas tradiciones: res-
petad nuestro modo de ser en el órden religioso social: de-
jarlnos intacta nuestra unidad católica, corona de nuestra
gloria y garantía de nuestra paz.» Y este grito no fue sólo




DOCUMKNTOS EPISCOPALES.


del vulgo, ó de las masas inconscientes, como ahora se
dice, sino de los hombres más respetables en el foro, en la
cátedra, en la prensa y en el Parlamento, como sería fácil
demostrar.


Esto fué ayer, Señor: ¿, puede creerse que hoy todo haya
cambiado'? ¿, Tan fúcil y prontamente cambia de opinion un
pueblo en materia tan grave, tan conocida y que tanto
afecta al corazon'? Asegurar esto del pueblo espaiiol, sería
ofenderle y desconocer su carácter histórico; lo cual sería
una muy lamentable desgracia y orígen de otras muchas,
como acreditan dolorosas experiencias. No quiera V. M. que
éstas se repitan. Espaiia es católica, á pesar de los infer-
nales esfuerzos y maquinacioues que, ya oculta, ya públi-
camente, se han empleado para descatolizarla, y quiere
continuar siéndolo. Esto lo saben y confiesan áun los mó-
nos afectos á la unidad religiosa. Espaiia tiene la verdad,
y en ella la vida; está segura de que la tiene, y tranquila
en su posesiono ¿, Qué política puede aconsejar que se alte-
re este modo de ser, abriendo puerta más ó ménos ancha al
error para que venga á dividir y perturbar, que es su natu-
ral tendencia'? No es de extrañar que tal política haya me-
recido , áun de personas de sosegado corazon y superior
capacidad, cfl.lificaciones tan duras que por particulares
respetos nos abstenemos de consignarlas.


V. M. sabe en qué concepto y por qué motivos llevan
los Monarcas españoles el muy glorioso y honrosÍsimo tí-
tulo de (Jatólicos, y este reino de España igual dictado de
(Jatólico. Para llevarlo con gloria no basta un término me-
dio, por estudiado que sea: para llevarlo con gloria ... re-
cuerde V. M. la conducta de sus más ilustres ascendientes.
No más sobre esto.


Tampoco se ocuparán los exponentes en llamar la aten-
cion de V. M. sobre las consecuencias que con relacion al
Real patronato podría ocasionar cuaiquiera innovacion acer-
ca de la unidad católica, puesto que, si áun existiendo
ésta en su integri(lad, ofrece el ejercicio de aqw'l no lAves




LXX DOCUMENTOS EPISCOPALES.


inconvenientes, los ofrecería mucho más graves alterada
esa unidad y concedidos ciertos derechos á los sectarios.
Sobre este punto ya algun orador, de no vulgar perspicacia
política, ha hecho fundadas indicaciones en el Parlamento,
que no sabemos hayan sido satisfactoriamente contestadas.


Por encima de todas estas y otras mil consideraciones
que se agolpan á la mente de los Prelados que exponen,
está la de que con cualquiera innovacion que se haga en
detrimento de la unidad católica, tal como existía ántes
del período revolucionario, se van á derramar nuevas y
corrosivas gotas de amargura en el ya martirizado corazon
del Vicario de Jesucristo en la tierra. Esto lo saben los
Obispos, sin que les quede lugar á dudas, y basta anun-
ciarlo para que todo corazon católico se sienta estremecido
de horror. El atribulado Pontífice, que tan entrañable amor
profesa á nuestra España, no ha ocultado la dolorosa im-
presion que le causaba el temor de que aquí sufriese me-
noscabo la unidad católica, y posteriormente se ha hecho
notorio que Su Santidad ve con amargura que la pérdida de
esa preciosa unidad traería como consecuencia ineludible
la ruptura del Concordato, la anulacion de sus primeros y
muy esenciales artículos.


j Oh Señor! ¿ Y había de suceder esto en vuestro reina-
do, en el principio de vuestro reinado ~ Por no tomar una
resolucionlque os daría alto renombre, ¿habríais de expone-
ros á que el augusto Representante del divino Fundador de
la Iglesia os dirigiese desde su cautiverio, y en la vehe-
mencia de su dolor, aquella pat¡;)rnal reconvencion: T'IJ,
quoque ,jiU mi'!,


No habría lugar, Señor, al temor de esa reconvencion,
si en España tuviese razon de existencia la libertad ó to-
lerancia de cultos; pero no hay tal razon; y aunque esto
se ha dicho y probado hasta el cansancio, permita vuestra
Majestad que lo repitamos los Obispos, áun á riesgo de pa-
recer molestos, en cumplimiento de un deber penoso. El
establecimiento legal de la libertad ó de la tolerancia de




DOCUMENTOS EPISCOPALES. LXXI


cultos en las naciones católicas ha sido siempre motivado
por hechos irremediables y en grande escala, los cuales,
verificados á pesar del legislador y de la ley preexistente,
hacían por lo ménos moralmente imposible el regreso al
estado legal anterior. Fuera de este caso, revestido de las
circunstancias que la historia consigna en cada uno de esos
comunmente sangrientos cambios que han sufrido las na-
ciones ántes católicas, ninguna ha sido tan enemiga de sí
misma, ninguna tan temeraria y tan destituida de sentido
práctico, y áun de instinto de conservacion propia, que
haya querido perder la preciosa joya de la unidad católica
por la mira de otras ventajas, siempre de inferior valía y
comunmente ilusorias.


i, Estamos en España en el caso indicado ~ N ó, y mil y
mil veces nó. En España hay malos católicos, yen gran
número, por desgracia. Por la misericordia de Dios podrán
hacerse buenos conservando la fe, de que los sectarios
querrían despojarlos. Hay tambien, en menor número,
quienes se esfuerzan por aparecer espiritus fuertes, como
se decía en el siglo pasado; pero todos éstos, ni por su nú-
mero, ni por su significacion, ni por su valor, ni por su
influencia en las esferas de la actividad social, pueden
fundar necesidad ni conveniencia moral de que se altere en
lo más mínimo la base religiosa de nuestra sociedad.


En cuanto á sectas disidentes, es tan escasa su impor-
tancia, á pesar de la libertad y proteccion que han tenido
por algunos años en España, sea por las cualidades de los
apóstoles destinados á su propaganda, sea por la infecun-
didad de sus doctrinas en un suelo de condiciones contrarias
á su desarrollo y crecimiento, sea por las causas que quie-
ra, que los mismos adversarios de la unidad católica no
pueden presentar la existencia de aquellas en España como
dato justificativo de la necesidad ó conveniencia de la li-
bertad , ni áun de la tolerancia de cultos. •


Sería risible, si no fuera horrendo, que porque una so-
ciedad de envenenadores estableciese en España una su-




..


LXXII DOCUMENTOS EPISCOPALES.


cursal en dias de confusion y desórden, se quisiese, por el
solo hecho de haberse establecido, concederla derechos
para continuar expendiendo veneno, siquiera fuese á puer-
tas cerradas y sin abrir tienda pública. V. M. sabe muy bien
que es veneno, y veneno mortífero para las almas, lo que
expenden y expenderán, si la ley los favorece, los secta-
rios del error.


Se dice por algunos en tono serio, y áun lastimero,
que prueba cierta candorosa sinceridad, que con la unidad
católica exclusiva somos una excepcion entre las naciones
cultas, y nos colocamos fuera del círculo de su actividad
política y económica; que somos hoy débiles y necesitamos
apoyo de los fuertes, ó por lo ménos no darles motivo ni
pretexto para que nos miren con desden ó menosprecio.


Para responder plena y satisfactoriamente á estas ob-
Rervaciollf~s, sería necesario más espacio de tiempo que el
que parece prudente destinar á esta exposicion. Nos con-
cretarémos todo lo posible. «Somos una excepcion entre las
naciones cultas si conservamos en toda su integridad la
unidad católica.» ¿Y qué nacion no se gloría de ser en al-
go una excepcion de las demás'? j Desgraciada la que, ena-
morada de otras, renuncia á su carácter excepcional, si
éste es el que debe ser! Efectivamente, hemos sido y debe-
mos ser una excepciono Si esa excepcion es honorífica y
gloriosa, como los españoles creemos que lo es la que pro-
viene de la unidad católica, léjos de renunciar á ella ni
menoscabarla poco ni mucho, debemos conservarla, con
singular esmero, con decidido y constante empeño, áun á
costa de nuestra sangre, como una perla rociada con la de
nuestros mayores, como una condicion íntima y vital de
nuestra organizacion social y política y de nuestra inde-
pendencia. «Somos una excepcion ... » Pero excepcion quc,
contemplada desde las alturas de la historia, y nó desde
las oscuras sinuosidades de una política sin Dios, es el
blason más ilustre y esplendoroso de nuestra monarquía;
excepcion que otras naciones, hoy al parecer mús grandes,




DOCUMENTOS EPISCOPALES. LXXIII


nos han envidiado y nos envidian, aunque otra cosa se os-
tente, y que tal vez nuestros émulos desearían ver desapa-
recer, para nuestro mayor abatimiento. La unidad en el
bien es una perfeccion, no un rebajamiento. La unidad ca-
tólica, léjos de hacernos descender del nivel de las nacio-
nes cultas, nos coloca á mayor altura. Si en otros concep-
tos estamos rebajados, otras son las causas, y algunas po-
driamos señalar, no la unidad católica, ni la llamada into-
lerancia religiosa. ¿Por ventura estuvo rebajada la Nacion
católica en el siglo XVI'?


«Pero con nuestra intolerancia religiosa, se añade,
perdemos en intereses,» etc. En los años que llevamos de
funesto ensayo de libertad de cultos, ya se ha visto que
todo eso no pasa de ser una ilusion de cerebros débiles y
enfermizos. lo Qué hemos adelantado en intereses materia-
les desde que se proclamó esa libertad, que se creía por unos
cuantos manantial fecundo é inagotable de riqueza para
nuestro empobrecido país'? Y áun cuando ella fuese el ve-
hículo, que no lo será nunca, de grandes tesoros materia-
les, ¿qué son éstos en comparacion de los bienes morales
de que nos priva, y de los incalculables y gravisimos ma-
les que por abrir paso al error han venido y vendrían sobre
nosotros y sobre los que nos han de suceder'? i Ay de la na-
cion que dé preferencia á los intereses terrenos sobre los
del orden moral y religioso! Esa nacion está enferma de
gran peligro; lleva en su seno la muerte, por más que en
su exterior, y durante algun período de tiempo, parezca
rebosar vida y salud.


Paz, Sefior, paz, moralidad, justicia y orden necesita
Espafia; y estos grandes y verdaderos bienes no le han de
venir por las concesiones que se hagan al error y á sus pro-
pagadores, sino por la proclamacion y defensa de la ver-
dad y unidad católica. Cuando de esos bienes disfrute .Es-
paña, ella será laboriosa y rica, y de seguro no se aleja-
rán, sino que afluirán á ella los capitales y capitalistas ex-
tranjeros, sin tt'mor á nuestra intolerancia.




-


LXXIV DOCUMENTOS EPISCOPALES.


Que «somos débiles y no podemos exponernJs al desden
de otras naciones, que podría sernos funesto.» Señor, la
unidad es la fuerza; la debilidad viene de la division, de la
falta de cohesion entre las partes que constituyen un todo
orgánico. En el órden moral y religioso ese es el efecto
natural de la libertad de cultos y variedad de creencias. Dé-
jese libertad más ó ménos ámplia al error; hónresele con de-
rechos que son exclusivos de la verdad, y el error nos divi-
dirá, que esta es su obra, y dividiéndonos, nos debilitará,
nos envilecerá, extinguirá en la indomable España ese es-
píritu de viril pujanza que áun en nuestro siglo la hizo apa-
recer como nacion de héroes, y enseñar al mundo que el
vencedor de Europa no era invencible.


Por el contrario, restablézcase la unidad católica en Es-
paña íntegra y perfecta, sin condescendencias ni derechos al
error, que no los t~ene ni los merece; volvamos á ser lo que
hemos sido, fuertél en la fe, y serémos fuertes en todo, como
lo fueron nuestros antepasados hasta el asombro del mundo
en su tiempo conocido, y del que Dios les ofreció en premio
de su fe y para dar campo más espacioso á sus glorias.


Señor, pues que habeis hallado al subir al Trono arran-
cada esa base de nuestro edificio social, y á éste, por lo
mismo, conmovido y ameJ?azando ruina, tened la gloria de
colocarla de nueV'lr'y de prestar vuestro apoyo para afian-
zarla. Dad ese dia de gloria á la patria de Recaredo y San
Fernando, restableciendo la unidad católica sin nuevas,
innecesarias y peligrosas discusiones. Tal es el respetuoso
pero ferviente ruego que han creido deberos dirigir los Pre-
lados que suscriben.


Señor: A L. R. P. de V. M.-A vila 22 de Enero de 1876.
FR. FERNANDO, arzobispo de Yalladolid.-BERNARDO, obispo
de Zamora.-MARIANO, obispo de Astorga.-NARcISO. obispo
de Salamanca!! administrador apostólico de Ciudad-Rodrigo.
-Joaquin Garcia Ocaña, gobernador eclesiástico de la dió-
cesis de A vila.-Miguel Lopez de Mendoza, vicario capitu-
lar de Segovia.




DOCUMENTOR EPISCOPALES. LXXV


DEL PATRIARCA DE LAS INDIAS.


Señor: El Patriarca de las Indias , obligado en primer
término por su mision apostólica cerca de V. M. y por su
carácter de jefe espiritual, delegado pontificio del Ejército
y Armada, á procurar el esplendor del Trono y lagloria de la
patria, ennobleciendo y santificando las almas con la doc-
trina y ejemplo, faltaría á tan sagrado deber si con el ma-
yor respeto y santa sinceridad, confiado á la vez en la Real
indulgencia, no levantase su débil voz para tomar la parte
que toca á su celo y patriotismo en la cuestion religiosa
de estos reinos, tantas veces tratada en las altas regiones
del gobierno, discutida en los debates modernos de la tri-
buna y la prensa, agitada nuevamente con gran calor de
los ánimos en diverso y áun opuesto sentido.


No cabe aquí, Señor, la indiferencia, ni sobre esta im-
portante materia puede guardarse silencio: porque cuando
ú los ojos de todos será plausible siempre la insistencia, el
celo del magistrado por la integridad de su poder, el del
sabio por defender sus sistemas, y el afan del literato en
conservar las leyes del buen gusto, sosteniendo unos y
otros contra sus adversarios los principios de su escuela,
con mayor razon no puede ser extraño el celo por la Reli-
gion, que es el primero de todos los bienes, y el principal
para el individuo, la familia y el Estado entre todos los
favores del cielo.


Ministro de la Religion católica, colocado por sucesion
en la esfera altísima de los Apóstoles, yprofundamente
convencido de la enseñanza divina que le incumbe de
anunciar á las almas la verdad de su doctrina y la santi-
dad de sus preceptos, no aparecerá intolerante, por tanto,
el Prelado que súscribe, porque hoy, llamado por la opor-
tunidad y el peligro, exponga respetuosamente á V. M.,




LXXVI DOCUMENTOS EPISCOl'ALES.


monarca restaurador y heredero de cien reyes, reflexiones
brevísimas y súplicas reverentes sobre el reinado exclusivo
de la unidad católica en nuestra patria, por desgracia in-
terrumpido pocos años há, cuando en mal hora tambien se
cortó igualmente el hilo de la monarquía hereditaria y
legítima.


Comenzaba, Señor, el año de gracia de 1876, Y en su
dia 1.0 apareció en la Gaceta de ]1:fadrid , parte oficial, el
Real decreto de 31 de Diciembre último, convocando las
Córtes de la Monarquía, y en la notable exposieion que le
precede, los preclaros consejeros de V. M. escriben 10 si-
guient.e , entre muchos conceptos de la mayor importan-
cia: «Las verdades, Señor, no se han de proscribir porque
fueran en tal ó cual ocasion enunciadas sin fortuna, ha-
ciéndose temporalmente sospecho~as ó antipáticas. Quien-
quiera que dijere, ó diga ahora, que las naciones tienen
una Contítitucion interna anterior y superior á todos los
textos escritos; que la experiencia muestra cuán fácllmen-
te desaparecen, ó de todo punto cambian ó se transforman,
ya en uno, ya en otro sentido, al vario compas de los suce-
ROS, dijo-ó dice verdad, y verdad tan cierta y palmaria, que
sufre a pénas racional contradiccion. Y la Constitucion in ter-
na, sustancial, esencial de España, está, á no dudar, conte-
nida y cifrada en el principio monárquico constitucional.»


Sin ofensa alguna ~e V. M., que hoy representa con tí-
tulos privilegiados esa benéfica ill.stitucion, séame permi-
tido, Señor, ya que admiro la exactitud del concepto y la
bellísima frase del notable documento en la parte que tras-
cribo, ampliarla C011 más refulgente hermosura, añadiendo
que preeedió al principio monárquico, y al legislativo su
coetáneo, la unidad de fe, la unidad católica, orígen del
poder Real, base y fundamento de la Constitucion interna,
esencial de nuestra patria, anterior a todo pacto y código
escrito, por muy antiguo que sea; y que una vez arraiga-
da en las costumbres y sostenida por el transcurso de los si-
glos. por SllR beneficioR y glorias, luchó en huena lid, Y




DOCUMENTOS EPISCOPALES. LXXVIl


siempre triunfó de toda innovacion peligrosa, hasta los
presentes amargos dias de eclipse para tan luminoso astro.
y esta es , Señor, la clave, si no fallan todas las historias,
que explica nuestras antiguas grandezas, cuya memoria
se debtl al buril de nuestros primeros escultores, á la plu-
ma de los más insignes poetas, á las obras de esclarecidos
escritores, al mérito de los más consumados estadistas, al
esfuerzo de valientes capitanes, á privilegiados ingenios,
y sobre todo, á los Santos, que fueron y serán siempre los
hombres de la linea recta, los héroes del progreso legiti-
mo. Le sublime en todo género, lo bueno, lo verdadero y lo
bello, todo, todo obedeció en nuestra patria á la inspiracion
(livina de la unidad religiosa, y de tal manera, que aun ca-
reciendo de la unidad de territorio, de raza, de idioma, y
de legislacion, la unidad católica ha suplido por todas y ha
reemplazado sus ventajas ;~e fuerza, virilidad y fama.


No es ~orto un sexenio para prueba, y en él todos los
sistemas de gobierno, calcados por supuesto en la más ám-
plia libertad de conciencia, aspecto único que considero,
se han ensayado sin éxito. Yo me atrevo á preguntar:
¿Dónde están los rios de oro que por efecto de la libertad
de cultos debían correr por las fronteras y fecundar nues-
tra empobrecida hacienda? ¿Dónde el mayor desarrollo de
las ciencias y de las artes? ¿ Dónde aq neUa comun alegría,
aquel solaz venturoso de un pueblo oprimido que celebra
su redencion? Nada de eso, y sí, por el contrario, sabemos
(IUC no vinieron los tesoros prometidos; que desaparecie-
ron muchos monumentos artísticos; que huyó de nuestro
suelo la fraternal concordia, y sonando para el ministerio
sagrado en varios puntos elel reino la hora ne abierta per-
secucion, y para la moral y la fe la del triste espectuculo
de la apostasía, de la blasfemia autorizada, y hasta del fu-
silamiento horrible de las imágenes santas; lloramos tam-
bien por añadidura la pérdida de almas cundidas, víctimas
de una seduccion nefanda. No es así, por cierto, como la
Religion católica fertiliza los campos de la humanidad,




LXXVIII DOCUMENTOS EPISCOPALES.


cuando en su curso majestuoso por el globo le son deudo-
res los pueblos de haber abolido el culto licencioso y cruel
de los falsos dioses, y evangelizado con preferencia á los
pobres y á todos los séres débiles, siendo tales sus conquis-
tas , que con ellas se enlaza la civilizacion de los bárba-
ros, apareciendo el Evang~lio cual comun origen de los
antiguos pueblos convertidos á la fe, para luégo constituir,
andando el tiempo, las sociedades modernas, con sus me-
joras y adelantamientos portentosos.


¡Ojalá que éstas se mostráran agradecidas á una mater-
nidad tan dulce y provechosa, y que interpretando mejor
el espíritu del siglo, sin tomar sus maléficas corrientes de
loca y ateista emancipacion, con voluntad dócil y pruden-
te se sometieran á una paternal providencia, que así quiso
manifestarse á los hombres para ilustrar su ignorancia y
para corregir sus vicios, exigiendo á. cada uno exquisita
vigilancia sobre sí mismo, y el más absoluto imperio sobre
sus inclinaciones desregladas! ¡ Ojalá que, ménos egoistas
y secularizadas, tuvieran presente la profética conmina-
cion de nuestros Libros santos, cumplida más de una vez
en los pueblos ingratos y desdeñosos á los favores y privi-
legios divinos: «Quitado os será el reinado de Dios, y será
dado á un pueblo que haga frutos de élt» Y estos frutos
son, Señor, segun el lenguaje bíblico, frutos de la cari-
dad, de alegría, de paz, de paciencia, de benignidad, de
bondad, de fe, de dulzura y de templanza. Y no es, nó.
que yo abrigue los temores de este anatema respecto de
nuestra querida España; todo al contrario: cuando consi-
dero á V. M. en el Trono de sus mayores, y adornado como
ellos con el título augusto de católico; cuando casi la to-
talidad de los españoles suspiran por el restablecimiento
de la unidad católica; cuando los legítimos custodios de
ella, los Obispos, la reclaman con unánime fidelidad; cuan-
do las lecciones de lo pasado y la calamidad presente de una
guerra fratricida hablan tan alto á la piedad é ilustracion
de vuestros Ministros; cuando I en fin, las nuevas Córtes,




DOCUMENTOS EPISCOPALES. LXXIX


próximas á inaugurarse , primeras en un reinado de repa-
racion y justicia, vendrán con noble independencia y reli-
gion acendrada á coronarse solícitas de honorífico renom-
bre y fama imperecedera; en todo, en todo veo señales
consoladoras de reanimarse la fe, y motivos fundados de
lisonjera esperanza.


Así suceda, Señor, y que V. M., heredero de los Reca-
redos, Alfonsos y Fernandos, sea el principal instrumento
de la Providencia, cumpliendo sus designios de bendicion y
misericordia sobre toda la familia española y Real estirpe.


Madrid, de nuestra residencia patriarcal de El Buen
Suceso, 2 de Febrero de 1876 , dia de la Purificacion de la
Virgen Santísima.-Señor: AL. R. P. de V. M., FRANCIS-
CO DE PAULA, Patriarca de las Indias.


DEL METROPOLITANO Y SUFRAGÁNEOS DE ZARAGOZA.


Señor: Los Prelados metrolitano y sufragáneos de la
provincia eclesiástica de Zaragoza se habían abstenido
hasta ahora de acudir á V. M. en favor de la unidad católi-
ca, como hace tiempo lo verificaron varios de sus herma-
nos, por más que los deseos y sentimientos fuesen entera-
mente los mismos. Circunstancias especiales de sus dióce-
sis, agitadas y perturbadas por la guerra civil, les habían
aconsejado esperar ocasion y tiempo más oportunos. Creían,
por otra parte, que elevado V. M. al Trono de Recaredo y de
los Reyes Católicos, nadie intentaría privarle de la incom-
parable gloria que, como á tan esclarecidos predecesores,
parecía estarle reservada, de restaurar y afianzar la uni-
dad religiosa y política de esta Nacion, floreciente y pode-
rosa siempre que se apoyó sobre estas dos bases, y enfer-
ma, débil Y desgraciada cuando fueron desatendidas ó se
pretendió divorciarlas.


V. M., á su advenimiento al Trono, encontró rota la uni-




LXXX DOCUMENTOS EPISCOPALES.


dad religiosa en la ley fundamental, pero no en el corazon,
sentimientos y costumbres de los españoles. Seis años de
impía propaganda, apoyada por empleados del Gobierno;'
seis años en que los autores y fautores de aquella ley no
perdonaron ningun medio para descatolizar á esta Nacion
e implantar y arraigar en ella los cultos falsos de las sec-
tas, no han conseguido que una sola ciudad, un solo pue-
blo se decidiese por éstos. ¿ Dónde está la necesidad de
consignar en el nuevo Código la libertad ni la tolerancia
de cultos, que ningun pueblo ha abrazado, que en todas
partes han sido mirados con desprecio, que no se atrevie-
ron ó se avergonzaron d~ profesar los mismos que en la
prensa ó desde la tribuna los apoyaban?


Poco más hace de un mes que pasaron por Zaragoza '.,
para el Norte las denodadas tropas que acababan de pacifi- !
cal' las provincias del Centro y de Cataluña. ¿Hubo uno solo
entre aquellos guerreros que preguntase en esta ciudad por
capillas protestantes, mezquitas ó sinagogas para hacer allí
sus oraciones? Pero desde los más altos jefes hasta los últi-
mos soldados, todos se apresuraban á entrar en el católico
templo del Pilar, para implorar la proteccion de la Santísima
Madre ele Dios en la campaña última á que eran llamados.


Señor, los sentimientós religiosos de este ejercito, son,
en la casi totalidad, los del pueblo español; en el cual hay
sin duela católicos malos y buenos, fervorosos y tibios,
observantes de los deberes religiosos y prevaricadores que
los conculcan ú olvidan, sobre todo en el hervor de las pa-
siones y miéntras no los amenaza de cerca ningun peligro.
Pero españoles que renuncien al Catolicismo para creer á
traficantes en folletos y Biblias adulteradas, para fiarse
de algun apóstata que ha roto escandalosamente sus vo-
tos, para hacerse judaizantes ó mahometanos, no los hay;
y buena prueba es de ello el ridículo éxito de esas llamadas
eapillas evangelicas, inauguradas en muy pocos pueblos,
donde apénas el oro extranjero ha podido reunir algunas
docenas de miserables, que las abandonan al menor con-




DOCUMENTOS EPISCOPALES. LXXXI


tl'atiempo, á tan pronto no reciben los prometidos socorros.
El español que apostate desgraciadamente de su Reli-


gion, no admitirá ninguna otra; será puramente raciona-
lista, materialista, escéptico, panteista, ateo. Y si éstos
piden la libertad de cultos, no es más que para destruir el
su sombra toda crec)Ucia religiosa, llevar el indiferentismo
y la incredulidad á las masas del pueblo, y predisponerlas
así para cualesquiera revoluciones. Muy léjos están, segura-
mente, de querer esto los Notables del Senado que suscri-
bieron la base 11 riel proyecto de Constitucion, así como los
Ministros responsables de V. M. , que han declarado aceptarla
en el preámbulo de/convocatoria á Cártes. Pero las conse-
cuencias no serán por eso ménos desastrosas é inevitables.
A la libertad ó tolerancia de cultos es consiguiente la liber-
tad del proselitismo y de la seduccion, la libertad de la pro-
paganda y enseñanza de todos los errores, la libertad de la
profanacion é irrision de las cosas santas, y con eso el desvío
de muchos católicos de las prácticas religiosas, la corrup-
cion de costumbres, el materialismo práctico del pueblo.


La lealtad del Ministerio ha procurado colocar muy alto,
dejándolos fuera de discusion, el Trono y la Monarquía
constitucional representados en V. M. ¿No merecía igual
excepcion la unidad religiosa, que fué siempre el mejor
floron y el empeño más constante de todos nuestros Mo-
narcas? i,No lo merecían los altísimos é incontestables de-
rechos de Dios y de su única verdadera Iglesia? ¿,No lo
exigía además el compromiso solemne contraido con la
Santa Sede por el Concordato de 1851?


Señor, la di versidad ó multiplicidad de cultos, que re-
cíprocamente se excluyen y anatematizan, es siempre un
mal gravísim!J en cnalquier país ó nacion: porque supone,
ó que la verdad religiosa no puede saberse, ó que son indi-
ferentes á Dios la verdacl y el error, ó que el Estado á lo
ménos no debe cuidarse de que sus súbditos acierten ó yer-
ren en el negocio más importante y trascendental de todos,
en un negocio que afecta á todas las clases y á todas las


f




LXXXII DOCUMENTOS EPISCOPALES.


épocas y condiciones de la vida. Es un mal que lleva la
discordia y la guerra al seno de las familias, que separa al
hermano del hermano, al vecino del vecino, que imposi-
bilita la buena educacion de los hijos, y rebaja, enerva y
materializa la sociedad entera, aislando á los individuos,
dejándolos sin una creencia comun, sin una regla constan-
te y segura de conducta, y sin un móvil noble que los im-
pela al sacrificio. La facilidad con que Napoleon 1 se impu-
so y dió la ley á tantos pueblos poderosos y aguerridos de
Europa, y la resistencia tan inesperada como absoluta-
mente insuperable que halló, por el contrario, en el pueblo
español, pobre, rendido, desarmado y abandonado entón-
ces de sus Reyes, no tiene otra explicacion razonable que
la division en unos y la unidad religiosa en el otro, como
lo han reconocido hombres eminentes de Estado y observa-
dores profundos. La division y multiplicidad de creencias
es y será siempre en cualquiera nacion un elemento de dis-
cordia, un gérmen de disolucion y de muerte.


En España, que desde tantos siglos viene en posesion
de la verdad; en España, que jamás olvidó la fe recibida
del apóstol Santiago y de sus discípulos; que luchó sete-
cientos años para ser exclusivamente católica; que llevó
su Religion á las más remotas playas y á los más vastos
continentes, y por ella y con ella se elevó á un grado de
poderío, de civilizacion y de gloria á que jamás había llega-o
do ningun otro pueblo; en España, cuya historia, cuyas
instituciones, cuyas leyes, cuyos monumentos, cuya mi-
sion y aspiraciones todas se han cifrado en ser, no sola-
mente católica, sino la propagadora y defensora en prime-
ra línea del catolicismo; en Espana, Señor, la libertad de
admitir otros cultos significa la abdicacion de todas sus
grandezas históricas, la renuncia de su mision y destino
providencial, la prostitucion de un pueblo vírgen é inma-
culado por su fe ante las impuras caricias de una simulada
tolerancia, que acaba siempre por perseguir la verdad, su":"
primir la conciencia y apostatar de Dios.


-




DOCUMENTOS EPISCOPALES. LXXXIII


¿A qué fin citarnos el ejemplo de otras naciones, cuan-
do en esta parte nos son incomparablemente inferiores;
cuando el librecultismo en ellas es un cáncer que las de-
vora; cuando no hay verdadero hombre de Estado que no
envidie á España su unidad católica, y cuando apénas hay
soberano ni gobierno que no desee que el pueblo todo
sienta en religion como él ~ ¿ Tan desconocidos son los ma-
nejos de la autocracia rusa para unificar sus estados en el
cisma, los de Alemania para generalizar el llamado culto


. evangélico, y los de Inglaterra, que, despues de perseguir
horriblemente á los católicos durante tres siglos, hoy mis-
mo les escatima sus dereehos civiles para sostener su Igle-
sia establecida, y, hablando siempre de tolerancia, no
puede tolerar, sin embargo, nuestra unidad católica, y se
afana por importarnos toda la anarquia de sus infinitas
sectas ~ Si esas naciones son tan tolerantes en religion
como ponderan, ¿con qué derecho. se empeñan en pertur-
bar á las que no piensan como ellas ~ Deseen en buen hora
que nC) se inquiete sobre este punto á sus compatriotas es-
tablecidos en España; harto saben que no se molesta aquí
á ningun extranjero, miéntras obedezca las leyes y respe-
te las creencias y prácticas de los españoles.


Los Prelados exponentes no molestaran á V. M. descen-
diendo á refutar otros argumentos, tomados de lo que lla-
man el espíritu del siglo, corrientes de las ideas, conquis-
tas de la civilizacion, etc.; palabras huecas que son el
tema perpétuo de todos los r~volucionarios , con que alu-
cinan tal vez á personas poco entendidas, pero que no pue-
den engañar á V. M. Una sola palabra añadirán respecto á
los que han querido rebajar al Episcopado español, supo-
niéndole en disidencia con prelados de otras naciones, que
han sostenido la licitud de la tolerancia civil de cultos.
ilHállase, por ventura, España en las circunstancias mis-
mas de esos pueblos~ La necesidad pudo hacer lícita yáun
obligatoria en ellos la tolerancia civil. Cuando la zizaña de
tal modo se ha multiplicado, robustecido y entrelazado con




LXXXIV DOCUMENTOS EPISCOPALES.


el trigo, que sin perjudicar á éste no pudiera ser arrancada,
lícito es dejarla crecer con el trigo hasta que llegue el
tiempo de la siega. Pero lo que nunca será lícito, ni moral,
ni político, es allanar el camino, franquear las puertas, au-
torizar al hombre enemigo para que venga á sembrarla. En
nuestra Nacion no existe la necesidad Je esa tolerancia. No
hay un solo pueblo, de los pocos en que se estableció esa
farsa de capillas y cultos heterodoxos, que no desee, que
no deba esperarse que verá con gusto su def'aparicion.


Los Prelados exponentes concluyen, pues, suplicando
encarecirlamente á V. M. que, sirviéndose prestar su aten-
cion á las razones expuestas, considerando que las inno-
vaciones religiosas han sido fatales siempre para los Reyes
y para los pueblos, y que la que se trata de introducir en la
verda-dera y secular Constitucion española por la libertad ó
tolerancia de cultos, sobre dividir mucho más á esta Nacion,
harto destrozada ya por la discordia, sobre llevar la division
á las entrañas mismas de la sociedad, á lo más íntimo y sa-
grado de las familias, será una gran piedra de escándalo, la
ocasion infalible de la perdicion eterna de muchas almas,
lo que un Rey católico, y nieto de cien Reyes católicos, no
puede de ningun modo autorizar; que atendiendo á todo
esto, proc~pedir por todos los medios que están á su
regio alcance, la aprobacion de la libertad ó tolerancia de
cultos, que vendrí, á romper las tradiciones más gloriosas
de nuestra querida patria; privarla de su más rico patrimo-
nio; arrancar la piedra más preciosa de la corona de sus
Reyes, y manchar nuestra historia, rebajar nuestro carác-
ter, y hundirnos en un abismo de males. Dios nuestro Señor
ilumine, dirija y conserve la preciosa vida de V. M., como
ardientemente lo despan y piden en sus oraciones en Zara-
goza á 4 de Febrero de 1876.-Señor: AL. R. P. de V. M.,
-Por sí, y en virtud de comision expresa en nombre de los
reverendos obispos de Teruel, Jaca, Pamplona, y de los
señores vicarios capitulares de Huesca, Barbastro y Albar-
racin,-FR. MANUEL, Arzobispo de Zaragoza.




EXPOSICIONES
DE LOS MM, !iR, Y RR. PRELADOS


Á LOS


CUERPOS COLEG1SLADORES.






DEL METROPOLITANO Y SUFRAGÁNEOS DE TOLEDO.


El Cardenal Arzobispo de Toledo y los demas Prelados
de esta provincia eclesiástica, acuden respetuosamente al
Congreso con la peticion de que se consigne en la ley fun-
damental del Estado, que la Religion católica, apostólica,
romana, única verdadera, es la que profesa la Nacíon Es-
pafí.ola, y que se prohiba en su territorio el ejercicio de
0ualquier otro culto.


Nada, á la verdad, más distante del ánimo de los expo-
nentes que el intentar mezclarse en ninguna de las cues-
tiones puramente políticas que van ú decidir las Córtes.
Como Prelados y como españoles, desean que á todas ellas
se les den soluciones sabias y justas, y asimismo tienen el


. mayor interes en que cuantas leyes dicte la Representacion
nacional sean dignas de los renombrados legisladores de
Castilla, y tan acertadas, vigorosas y estables como lo re-
quieren la situacion del país y el bienestar de esta Nacion
magnánima, por cuya felicidad y engrandecimiento diri-
gen sin cesar oraciones al cielo.


El fiel desempeño de su sagrado ministerio les obliga,
sin embargo, á presentar al Congreso la anterior peticion,
que en sus terminos es idéntica á la que los Prelados de
esta provincia eclesiástica formularon ante las últimas
Córtes Constituyentes, cuando en ellas se trató de la gra-
vísima cuestion religiosa. Entónces pidieron, como piden
hoy., que se conserve y mantenga legalmente en España la




I,XXXVIII EXPOSICIO~ES


unidad católica, y esta peticion la fundaron.en razones que
nadie ha podido contestar, yménos rebatir, hasta ahora.
i Tan poderosas y convincentes son! En cambio, todos los
argumentos en favor de la libertad ó tolerancia de los fal-
sos cultos han sido pulverizados con razonamientos tales,
que bien puede afirmarse con verdad que el salvador prin-
cipio de nuestra unidad religiosa está ya, como ha debido
estar siempre, fuera de toda controversia.


Sólo falta que se consigne en la Constitucion de que
van á ocuparse las Córtes generales del Reino; y esto es lo
que vienen á pedir los exponentes al Congreso, confiados
en que no podrá ménos de acceder á tan justa peticion , Ri
es que quiere que la nueva Constitucion tenga fuerza yefi-
cacia legal, y no corra igual suerte que la de 1869, que
por haber sido formada en el hervor de las pasiones revo-
lucionarias , que no pudieron calmar expertos y eminentes
hombres de Estado de opuestas convicciones; haber herido
en lo más vivo los sentimientos del país al resolver la cues-
tion religiosa, y vulnerado los principios de eterna justicia
que rigen en la materia, fué abolida de !techo, segun se ase-
gura en un augusto y memorable documento; siendo sin
duda la causa de esta abolicion, qUf.l es el modo más humi-
llante de anular una ley fundamental, el haber sido con-
siderada, desde que se promulgó, nula de dett'eclw, como
lo es toda ley contraria al bien público y á esos invaria-
bles y sacrosantos principios. No merece entónees el nom-
bre df.l ley, jurídicamente hablando, porque ley tanto quie-
1'e decir como leyenda en que yace enseñamiento, é castigo
escripto que liga é apremia la vida del home , que no faga mal,
é muestra, é enseña el bien que el !tome debe facer, e usar. Y
la ley de Partida, de donde son estas admirables palabras,
como sabe el Congreso, añade: E otrosí es dicha ley, por-
que todos los mandamientos delta deben SM' leales, é derechos,
i complidos segun lJios , é segun justicia.


Tales son los caraetéres de la ley para que sea verdade-
ra ley, y claro es que le faltarían todos á la nueva Consti-




A LOS CUERPOS COLEGISLADORES. LXXXIX


tucion, si lo que no es creible , llegál'a á sancionar la lla-
mada libertad ó tolerancia religiosa; porque en vez de vws-
traJ', é enseñar el bien que el1lOme debe facer, é 1f,Sar, le li-
garía, é apJ'emiaría que ficiese el mal , como es el obligarle
tÍ que respete ó mire con indiferencia lo que puede redun-
dar en detrimento de su fe y la de sus hijos, y ocasionar
la perdicion de sus almas; el facultarle para que pueda im-
punemente apostatar de esa misma fe, y hacerse hereje, ju-
dío, ateo, ó lo que mejor le parezca; y el precisarle á que
admita como honesto y lícito, y áun á qne apruebe como
beneficioso y bueno, 11) que la Religion prohibe y la moral
condena.


Sus mandamientos tampoco serían leales, é derec1tos é
complidossegun .IJios, é segun jttsticia, sino todo lo eontra-
rio, porque perjudicarían en alto grado á los más caros y
vitales intereses de la Nacion, y pugnarían además con la
ley de Dios y con las sublimes enseñanzas y doctrina de,la
Iglesia católica. N o obligarían en conciencia, pues ántes
hay que obedecer á Dios que á los hombres; ni el poder pú-
blico podría encontrar razon ni manera de justificarlos
ante el país y ante el mundo, porque la verdad es que la
historia no registra ni un solo caso de quP- se haya impues-
to ó se quiera imponer la libertad ó tolerancia religiosa (¡
un pueblo como el nuestro, que las rechaza, y que en el
transcurso de los siglos ha conservado á costa de inmen-
sos sacrificios su unidad católica. Y en vano sería que
ese poder contase con la suficiente fuerza para llevar ú
cabo y hacer ejecutar los expresados mandamientos ó pre-
ceptos, pues no por eso quedarían éstos purgados del vicio
que los invalida y anula legalmente, ni se borraría el sello
ele la arbitrariedad y de la injusticia á que debieron su
orígen.


Nó: no serían ley, sino un abuso de poder, un acto de
opresion y de violencia, contra el cual clamarían á una
voz la Religion, la moral, la justicia, el derecho y la hon-
rada sociedad española. Contra él clamarían tambien los




xc EXPOSICIONES


exponentes; yen su doble cualidad de Prelados de la Igle-
sia católica y de españoles, protestarían además enérgica-
mente, como desde ahora protestan ante Dios y ante los
hombres, si es que se trata de sancionar otra vez en la
nueva Constitucion, en una ú otra forma, la libertad ó to-
lerancia de los falsos cultos, destruyendo de un golpe la
obra secular y magnífica de nuestra unidad religiosa.


No es posible que las Córtes generales del Reino acuer-
den tan injusta y desastrosa medida, ni que se presten
á hacer lo que está vedado á todo católico, lo que ha de
desagradar y ofender altamente á la mayoría inmensa de
los españoles, y lo que nadie puede aprobar, y ménos
aplaudir, como no sean cuatr·o extranjeros y unos cuantos
incrédulos y racionalistas, enemigos encarnizados, lo mis-
mo los unos que los otros, de la Religion de nuestros pa-
dres, y que sólo aspiran á arruinarnos por completo.


En su penetracion habrá adivinado ya el Congreso que
lo que las Córtes no pueden hacer sin faltar á gravísimo s
deberes, es el dar su autorizacion para levantar altar con-
tra altar, donde sólo se adora al verdadero Dios del modo
que quiere y manda se le adore; para que en nuestras ciu-
dades, en nuestros pueblos y hasta en nuestras aldeas se
establezcan, en daño de sus habitantes, cátedras de pesti-
lencia y sinagogas de Satanás; y para que cualquier aven-
turero ó mal español, cubiertos con el repugnante y asque-
roso disfraz del sectario, puedan públicamente, con el ma-
yor descaro y de la manera más soez, atacar todos los dog-
mas del catolicismo, ridiculizar los misterios más augustos,
escarnecer las ceremonias más sagradas, y despreciar los
puntos más capitales de la disciplina, como está suce-
diendo en la actualidad. Tamaños excesos, escándalos tan
inauditos, no pueden ser autorizados por las Córtes, ni
por nadie que no haya perdido todo sentimiento de reli-
gion, toda idea de honor y de justicia. Sería una afrenta
para el país, una vergonzosa ignominia que el Congreso no
puede consentir, así como los señores Diputados tampoco




Á tos CUERPOS COLEGISLADORES. XCI
han de querer que por culpa suya haya quien pervierta á
sus hijos, seduzca á sus hijas, ponga asechanzas á la fe de
sus esposas, introduzca la perturbacion en las familias, y
lleve la discordia y la desmoralizacion á los pueblos.


Esto y mucho más hay que temer desde el momento que
desaparezca de nuestra patria la unidad católica; porque
con tantos elementos de perversion y de inmoralidad como
se irían hacinando en ella, se verían amenazadas de pere-
cer, no sólo la pureza y la santidad de las costumbres, sino
la vida misma de la sociedad. Y lo que alarma y aflige
tambien es que, desmoralizada ésta, no habría ya para
nosotros ninguna esperanza de poder recobrarnos algun dia
de nuestras dolencias, adquirir nuestra antigua pujanza y
salir del estado de postracion y abatimiento en que esta-
mos. Todo, todo lo habríamos perdido, y tambien el honor,
si desatentados arrojásemos al lodo la joya más preciosa
que tenemos, y que como rica é inestimable herencia nos
dejaron nuestros padres. Perdida esa joya por un vano ca-
pricho nuestro, j ah! no hay que dudarlo, quedaríamos
perdidos y deshonrados para siempre; y aunque sea dolo-
roso repetirlo, es preciso que en estos instantes de verda-
dera crísis para el país, se diga en voz muy alta, no una
sino muchas veces, y de manera que todo el mundo lo
oiga, ya se hable en el seno de la familia ó en la calle,
así en las reuniones públicas ó privadas, en la cátedra, en
la academia, en el periódico, en la tribuna y en todas
partes, que sin la unidad católica no hay salvacion posible
para nuestra querida patria.


Divididos y destrozados como nos hallamos por nues-
tras ambiciones, por nuestras luchas intestinas y por nues-
tras disensiones políticas, ~ qué sucedería si llegase á es-
tablecerse la libertad ó tolerancia de los falsos cultos, y si
como único remedio de todos nuestros males, se nos lan-
zase esa nueva manzana de discordia con que se nos brin-
da , y que acabaría de agravar esas disensiones, enconar
nuestros rencores, y envenenar las pasiones que nos agitan




XCII EXPOSICIONES


y conturban '? ¡,Ni qué esperanza podía haber para esta Na-
cion desventurada, desde que nos faltase el único elemen-
to de cohesion que nos queda, la única idea nacional y re-
generadora que ha permanecido en pié en medio de los
más espantosos trastornos, esa unidad de pensamiento re-
ligioso que en las ocasiones más críticas, en los momentos
de mayor angustia ha hecho, en expresion de un sa.bio
contemporáneo, que nuestro pueblo aparezca como un solo
hombre, y la que le inspiró energía, constancia y los sen-
timientos más puros de elevacion y de grandeza'? ¡, Podré-
mos permanecer tranquilos, no deberémos temer que nos
viésemos reducidos a la abyeccion más degradante, que
fuésemos tal vez el juguete de cualquiera nacion ambicio-
sa, que quedásemos uncidos al carro de algun poderoso
extranjero, y que acaso en dia no lejano peligrase tambien
nuestra nacionalidad y nuestra independencia '?


El corazon sv oprime al pensar los azares á que queda-
ríamos expuestos, y las desgracias que podrían sobreve-
nirnos , si cometiésemos la insensatez de borrar de nues-
tras leyes el gran principio de nuestra unidad católica,
ese principio que no es constituyente, sino fundamental
en el sentido más riguroso y verdadero de esta palabra, y
que por tener semejante carácter y ser la base de nues-
tra sociedad, es tambien Í1tdiscutióle, pues en sano jui-
cio nunca se discute si, arrancado de cuajo y al impul-
RO de un solo golpe el profundo y sólido cimiento en que
descansa un edificio secular y gigantesco, cuya altura se
eonfundiese con las nubes, puede quedar en pié sin desplo-
marse y hacerse pedazos. Es, por último, eminentemente na-
cional y grandemente popular; y lo es hasta tal punto, que
nuestro pueblo le ama y le quiere como á las niñas de sus
ojos, porque encuentra en él secretos atractivos, delica-
das armonías y encantos inefables, que le enamoran y
cautivan dulcemente, y porque no olvida, sino antes bien
reconocido y entusiasmado confiesa, que le es deudor de
cuanto ha sido y es en el úrden religioso, moral y social;




Il LOS CUERPOS COLEGISLADORES. XCIII


quc le sirvlO de sosten y apoyo en sus mayores apuros,
de consuelo en sus grandes infortunios, y que le infundió
esperanza y aliento siempre que se vió desprovisto de todo
humano socorro, creciendo su entusiasmo cuando observa
que ese salvador y fecundo principio se enlaza con todas
nuestras glorias, se identifica con nuestros hábitos é incli-
naciones, despierta los más bellos y embelesantes recuer-
dos, y se halla encarnado en nuestra sociedad, como que
presidió á nuestra civilizacion.


y tiene razon para entusiasmarse nuestro pueblo, por-
que lo cierto es que á ese mismo principio se debe que los
sublimes pensamientos que la Religion católica inspira al
hombre, estén en nuestra inteligencia, su moral en nues-
tras costumbres, su caridad en nuestras instituciones, su
justicia en nuestra legislacion; que su nombre haya veni-
do á unirse y á formar uno solo con el nuestro; que su ac-
cion se vea reflejada en el heroismo de ese pueblo; que su
bandera haya sido la enseña gloriosa que dió á nuestros
padres valor en los combates, que los condujo á la victo-
ria , que los guió por derroteros desconoeidos en el descu-
brimiento del Nuevo Mundo, y la que sirve en éste, lo
mismo que en el antiguo, de divisa esclareeida de nuestra
nacionalidad y de símbolo de nuestras glorias.


y cuando el Catolicismo nos ha dispensado tan grandes
y tan señalados beneficios, ¿habrá en esta tierra clásica de
la hidalguía y de la lealtad quien se atreva ú herirle ar-
teramente y á clavar alevoso puñal en sus entrañas, pUf'S
nada ménos que esto es el establecer en nuestro país la li-
bertad ó tolerancia de los falsos cultos'?


Sin inferir una grave ofensa al Congreso, no pueden
los exponentes atribuirle semejante propósito, persuadidos
como están de que ninguno de los señores Diputados ha de
querer incurrir en la tremenda responsabilidad de haber
contribuido ~l que se extinga ó debilite el sentimiento re-
ligioso del honrado pneblo español, que con instinto mús
certero que el que algunos imaginan, conoce su situacion,




XCIV EXPOSICIONES


sabe quiénes son los que quieren arrebatarle su unidad re-
ligiosa, y por qué; no se le ocultan los medios que se po-
nen en juego para realizar este proyecto, le es notoria la
crísis por que atraviesa en la actualidad; y presintiendo
todo lo que puede sucederle si le sóbreviniere la inmensa
desgracia de que se ve amenazado, no quiere desasirse de
su fe, se abraza á ella fuertemente, como el náufrago á la
tabla del navío destrozado en deshecha borrasca, y con los
ojos fijos en Dios, de quien lo espera todo -< rechaza indig-
nado al que le propone que admita en su seno al reptil ve-
nenoso que ha de emponzoñar su corazon, corromper su es-
píritu y hacerle perder la vida que le sostiene; esa vida
vigorosa y pura que Jesucristo co:nunica á las sociedades
cristianas, vida que E?S la verdadera vida, como que encier-
ra el gérmen fecundo de todo lo grande, de todo lo bello,
de todo lo magnífico~ y de ella brotan, como de un manan-
tial inagotable y rico, las virtudes más sublimes, los sen-
timientos más generosos, las acciones más heroicas; vida,
en fin, que, elevándole en los tiempos pasados al más alto
grado de esplendor y grandeza, le hizo ocupar el primer
lugar entre los pueblos más adelantados y poderosos de la
tierra.


N o serán ciertamente las Córtes generales del Reino las
que contraríen esos nobles y magnánimos sentimientos
del pueblo español, ni el Congreso, á quien los exponentes
tienen la honra de dirigirse, puede prescindir, en lo con-
cerniente á la cuestion religiosa, de lo que quiere y desea
la Nacion á quien representa, y en cuyo nombre hace las
leyes.


Conocidos son de los señores Diputados la opinion de la
generalidad de sus respectivas provincias; los encargos ó
instrucciones que en lo tocante á la expresada cuestion re-
ligiosa recibieron algunos de muchos de sus comitentes
antes y despues de las elecciones; las nobles y francas ex-
plicaciones que no pocos de ellos dieron gustosos al pre-
sentarse candidatos, y los luminosos escritos que en perió-




Á LOS CUERPOS COLEGISLADORES. XCV
dicos y folletos se han publicado sobre el mismo asunto. Co-
nocidos les son igualmente la zozobra y angustia que se ha
apoderado de los espíritus, como sucedió el año 69, cuan-
do malamente se puso a discusion nuestra unidad religio-
sa; la ansiedad con que se forman estadísticas y cálculos
para saber si habra esperanza de que ésta se salve; el asom-
bro que causa que en una monarquía católica, y apénas
acabada de restaurar, quiera hacerse lo que sólo se atreve
a llevar a cabo con temeraria audacia una revoiucion des-
enfrenada, que cual impetuoso torrente lo devasta todo y
no respeta ni lo más sagrado; el entusiasmo religioso,
avivado en estos dias, y que como por resorte mueve los
C0razones de millares de personas para que acudan al tem-
plo á hacer públicas rogativas y á pedir á Dios que se con-
serve en España la fe , que subsista la unidad de creencias
que se derivan de esta misma fe, y que la inmunda planta
del sectario no deje impresa huella alguna en nuestra pa-
tria. Los señores Diputados conocen, por último, y con
admiracion habrán observado, la sorprendente y explícita
manifestacion de la verdadera y deliberada voluntad del
pueblo español, significada por ese número fabuloso de
exposiciones que se están firmando para presentarlas á las
Córtes, suscritas por miles de miles de personas de todo
sexo, condicion y estado, pidiendo se mantenga legal-
mente la unidad católica.


Hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, letrados, cu-
merciantes, labradores, industriales, artistas, propieta-
rios, empleados, militares, eclesiásticos, seglares, ricos
y pobres de las distintas opiniones políticas, se han apre-
surado á suscribirlas en todas partes; habiendo sido pre-
sentadas ya al Rey dos muy brillantes en que se formula
idéntica peticion: una con las firmas de innumerables se-
ñoras, que en estos críticos momentos, y sin importarles
nada las acerbas censuras de la incredulidad, ni la sonrisa
con que procura disimular su enojo, se han gloriado de
hacer solemne ostentacion de su catolicismo, suscribiendo


-




XCVI EXPOSICIO~ES
ese precioso y razonado escrito, que fué puesto en manos
de S. M. por una comision de damas de nuestra alta aristo-
cracia, más ilustres todavía por su piedad cristiana que
por su noble y esclarecida estirpe. Igual honor tuvieron
algunos egregios personajes, que al suscribir y poner al
pié del trono la otra exposicion, firmada por eminentes
hombres de Estado, por bizarros y beneméritos generales,
por renombrados literatos, por distinguidos caballeros y
por otras muchas personas de las diversas clases sociales,
quisieron dar, lo mismo que los que firmaron tan notable
documento, un público testimonio de amor á su Religion y
de lealtad á su Soberano.


¡Ah! Estos hechos, más elocuentes que las palabras,
demostrarán al Congreso, al Senado y al mundo todo, que
la inmensa mayoría de la Nacion quiere se conserve á todo
trance su unidad religiosa. 1, Y será posible que las Córtes
denieguen lo que con tanta razon pide y reclama'? Su pro-
pio honor, y hasta su conciencia, están interesados en no
oponerse á esos justos deseos y elevados sentimientos. Res-
petándolos el Congreso, logrará qne el importante acto le-
gislativo sobre mi asunto que es de vida ó muerte para
el país, además de la sancion legal, lleve la que acaso es
todavía-más necesaria, la que á las leyes sabias y justas
dan el acatamiento, el aplauso y la aceptacion general.
Conseguirá tambien que ese acto legislativo no adolezca
de ningun defecto ó vicio de nulidad que lo invalide jnrí-
dic~mente: que sus mandatos sean leales, e dereclws , é com·
plidos segun IJios, e segun justicia; y los señores Diputa-
dos, librando á la N acion de los t9l'l'ibles desastres que ine-
vitahlemente vendrían sobre ella con la destruccion de la
unidad católica, que es la más preciosa de nuestras glo-
rias, experimentarán la dulce satisfaccion de haber cum-
plido con un gravísimo deber de justicia, y prestado un
gran servicio á su patria.


Madrid 15 de Febrero de 1876.-JUAN IGNACIO, CARDE-
NAL MOJl,ENO, Arzobispo de l'oledo.-PEDRo, Obispo de Pla-




Á LOS CUERPOS COLEGISLADORES. XCVII
sencia.-Expresamente autorizado en nombre del reveren-
do Obispo de Coria, del reverendo Obispo de Cuenca y del
reverendo Vicario capitular de Sigüenza.-JuAN IGNACIO.
CARDENAL MORENO, Arzobispo de Toledo.


DEL METROPOLITANO Y SUFRAGÁNEOS DE TARRAGONA.


El Arzobispo de Tarragona y los de mas Prelados de esta
provincia eclesiástica, con el mayor respeto y santa since-
ridad, vienen á levantar su débil voz ante la sabiduría de
las Córtes en defensa de la unidad religiosa, que consideran
amenazada, llenando de este modo los deberes que les im-
pone su sagrado ministerio.


Penetrados los recurrentes de la exposicion que prece-
de al Real decreto de la convocatoria á Córtes, temen que
la más brillante de cuantas glorias registra en sus anales
esta católica Nacion, sea oscurecida y eclipsada con la ma-
yor de las calamidades, cual es "la libertad ó tolerancia de
cultos. Este recelo, y áun temor, que tiene sumidos á los
Obispos recurrentes en la más profunda pena, les impulsa
á manifestar el acerbo sentimiento y dolor contínuo de que
se sienten poseidos y mortificados los católicos de este
Principado ante la triste idea de que se les irrogue ó pueda
irrogar la mayor de las injurias, otorgando carta de vecin-
dad en la tierra clásica del Catolicismo á las falsas sectas
que muy contados españoles quieren implantar en la mis-
ma, despues de haber merecido siempre en ella el más so-
lemne desprecio.


Una experiencia muy reciente ha probado lo que los
exponentes acaban de sentar; pues que sin embargo del
interes y empeño con que pretendían en los últimos años
instalarse en España los corifeos ó jefes de sectas, no han
conseguido I á pesar de la Constitucion atea de 1869, más
conquistas que unos cuantos adeptos, la mayor parte extran-


f/




XCVIII EXPOSICIONES


jeros, y alguno que otro español, que hacía. coro con ellos,
movido más que por voluntad, por estar mal avenido con
la moral severa que enseña nuestra única Religion, ó bien
por libertarse de la miseria que le cercaba. Razon por la


.. que, apénas los conocidos como pastores protestantes
fijaban su residencia oficial en alguna de nuestras grandes
poblaciones, se encontraron con tan escasa concurrencia á
sus capillas, ó mejor salas de recreo, que, llenos de rubor y
confusion, hubieron de cerrarlas, ó bien contentarse con
aquellos pocos agregados á fuerza de estímulos y abundan-
tes halagos. Quedaron, pues, burlados, sin prosélitos y con
el descrédito de su enseñanza doctrinal, hija del libre exá-
men; porque el verdadero español prefiere la pobreza y la
miseria en la casa paterna, que es la santa Iglesia católica,
á la abundancia y riquezas en las sinagogas de Satanás.


i, Quién, señores Diputados, será el español que en ma-
teria religiosa anteponga ó prefiera las inconstantes ense-
ñanzas de los librecultistas á los dogmas invariables y
moral segura enseñados por nuestra santa Madre la Iglesia
católica, apostólica, romana'? i,Quién será el que cifre su por-
venir eterno en las cavilosidades y volubilidad de los que
con tanta frecuencia modifican y áun cambian su credo, y
se desentienda de la infalibilidad con que habla, enseña y
propone la verdad, el camino y la vida la casta Esposa de
Jesucristo'? Ninguno.


Si pues en España, por la gran misericordia de nuestro
buen Dios, no existe ninguno de los motivos que puedan
cohonestar la apostasía que envuelve la libertad de cultos,
bien podemos gloriarnos los españoles todos, y repetir con
orgullo, que po~emos la primera y principal verdad, fuen-
te fecunda de todas las demás, y á la cual somos deudores
de nuestras glorias. Así lo proclama muy alto la inmensa
mayoría de nuestro pueblo religioso, de este pueblo que
acaba de conferir á los señores Diputados la elevada mision
que están desempeñando. Y ¿cómo podrían persuadirse los
que suscriben, que siendo casi todos católicos los poderdan-




.i.. LOS CUERPOS COLEGISLADORES. XCIX
tes, hayan intentado autorizar á los señores Diputados para
a.menguar y rebajar los fueros sacrosantos de la Religion
que ellos profesan? Se comprendería muy bien tan extraña
conducta si los que han revestido de la potestad al Congre-
so fuesen judíos, incrédulos ó escépticos; pero siendo ver-
daderos católicos los comitentes en su inmensa mayoría
para la que (de paso sea dicho) deben confeccionarse las le-
yes, ó se faltaría á su voluntad, ó debe afianzarse sólida-
mente por los representantes de la nacion el Catolicismo
puro y exclusivo.


Así alej arían de nuestra querida patria las absurdas creen-
cias que, siendo un aborto del entendimiento extraviado
y del corazon pervertido, siembran por do quiera la degra-
dacion del individuo, de la familia y de la sociedad, y á su
sombra el error y el vicio extienden por todas partes su fu-
nesta dominacion. Digan, si no, las naciones que han tenido
la desgracia de franquearles la entrada, lo que las ha su-
cedido, y nos darán por respuesta que la duda trabajaba
los ánimos, la ansiedad los agitaba, y las sugestiones y el
proselitismo agravaban su situacion, que viene á ser inso-
portable desde el momento en que asoma su monstruosa ca-
beza el indiferentismo, plaga la más venenosa de toda so-
ciedad.


Nuestra Espaiia hállase hoy dia colocada en una pen-
diente, y para que no se hunda en el abismo de la igno-
minia, hemos todos de detenerla; y en esta tarea tan glo-
ríosa deben figurar los señores Diputados en primera línea,
redactango, como se debe, el artículo correspondiente á la
base religiosa. Si esta preciosa joya de nuestra unidad ca-
tólica, bajo cuyo saludable imperio han florecido las cien-
cias y las artes, se han purificado las costumbres y perfec-
cionado las leyes, llegase á desaparecer del pueblo á quien
representan hoy los respetables legisladores de las actuales
Córtes; si con :Sus votos ó sufragios elevasen á la categoría
de ley del Estado el artículo 11 del proyecto de Constitu-
cion, que el Gobierno va á presentarles para que lo discu-




C EXPOSICIONES


tan y aprueben, artículo que entraña la libertad de cultos
en España; en este caso, triste por cierto, los Prelados ex-
ponentes, para no cargar con la responsabilidad tremenda
que ante Dios y la historia contraerían, se atreven, sin ser
profetas, á indicar á los señores Diputados los males sin
cuento que irrogarían á la presente generacion y venide-
ras. Desde entónces quedarían todos los españoles á merced
de los sectarios y asociados á las lógias, supeditados á los
enemigos de la santa y divina Religion en la que han na-
cido y sido educados, y que desean trasmitir á sus hijos
como la más rica de sus herencias y el más sagrado de sus
legados. .


Tanta es la "importancia de la unidad religiosa, que la
buscan y desean con ánsia muchas eminencias extranjeras,
que, si bien engolfadas en los delirios del protestantismo,
conocen, sin embargo, su gran trascendencia social, y
derramarían á manos llenas los tesoros de su nacion para
proporcionar á sus conciudadanos la inestimable prenda que
de mucho tiempo se pretende arrebatarnos. Comprenden
muy bien que la unidad religiosa es un vínculo de cohesion
que alejaría de su país la corrupcion de costumbres, la di-
vision y la discordia, el acaloramiento de las pasiones, que
tanta perturbacion y tantos estragos de ruinas y sangre
produjeron en los pueblos que tuvieron la desgracia de
abrigar en su seno á la llamada tolerancia y libertad de
cultos.


N o decimos esto de nuestra cuenta; ábrase si nó la his-
toria reciente de Europa y América, y desde luego veré-
mos. el doloroso espectáculo que nos ofrecen las naciones y
repúblicas ostentando en medio de la libertad de cultos la
disolucion política y moral más profunda; las guerras lla-
madas religiosas, que enrojecieron en los pasados siglos el
suelo aleman y francés con la sangre de aquellos infelices
habitantes, talaron sus campos y produjeron el derrumba-
miento é incendio de sus bellas catedrales y magníficas
iglesias. Nada dirémos de Inglaterra, que se nos quiere




1.. LOS CUERPOS COLEGIStADORES. Cl
presentar como la primera nacion del mundo, y sus insti-
tuciones como modelo digno de ser estudiado é imitado por
los demas reinos bien dirigidos y que se glorian de ser los
más ilustrados, porque á pesar de tanta civilizacion y res-
peto á todo culto, la infeliz Irlanda ha gemido bajo la más
terrible opresion y ha expiado su acendrado catolicismo y
perseverancia en la fe con el más cruel martirio. Estas tan
dolorosas y antisociales escenas se están reproduciendo en
Alemania, en donde actualmente sufre la Iglesia una per-
secucion dura y cruel, que demuestra á la faz de toda Eu-
ropa de cuánto es capaz la intolerancia cuando se ejerce en
nombre de la tolerancia.


N o queremos fatigar la preciosa atencion de los señores
Diputados bosquejando el triste y doloroso cuadro que ofre-
ce la situacion religiosa, y el no ménos lastimoso que pre-
senta la social de las de mas potencias del Norte de Europa,
harto trabajadas en su mayor parte por la revolucion reli-
giosa del siglo XVI, que, abriendo el camino á la revolu-
cion filosófica del siglo XVIII, dió vida á la revolucion po-
lítica y social que tiene hoy en conmocion á todo el mun-
do, pretendiendo con afan romper los vínculos con que la
Religion, la moral, la autoridad y el derecho enlazan á los
hombres y producen en la sociedad el órden y los respetos
debidos á Dios y á sus representantes en la tierra. Prescin-
dirémos de las modernas repúblicas de América emanci-
padas de la madre pátria, porque bien sabido es que, des-
pues de haber consignado en sus Constituciones la libertad
de cultos, se han convertido en un horroroso teatro de per-
turbaciones y trastornos tan variados y profundos, como
tal vez no los hayamos visto en el continente europeo.


Pasarémos tambien por alto los argumentos con que se
pretende defender la libertad de cultos, y que con tanto
acierto como sabiduría han sido refutados por los Prelados
en las respetuosas exposiciones dirigidas á S. M. el Rey,
que han visto ya la luz pública; y sólo nos permitirémos
llamar una vez más la atencion de los señores Diputados




en EXPOSICIONES


sobre la Índole y carácter de la gravísima cuestion que
nos ocupa, la que, dado el catolicismo que reconocemos
en los individuos del Oongreso, exige que su resolucion
esté basada en la ley de Dios y enseñanzas de la verdadera
Iglesia; y no se oculta á la ilustracion de los señores Dipu-
tados que el magisterio de la ley de Dios y de las doctrin'ls
de la Iglesia no está confiado ni á las Oórtes, ni á los go-
biernos, ni á otras corporaciones, por respetables que
sean, ni tampoco á los dignatarios de la Nacion, por sabios
y religiosos que fuesen, porque á ninguno de los enuncia-
dos se ha otorgado la elevada y legítima mision de ense-
ñar la doctriDca cristiana y de dirigir las conciencias. A nin-
gun católico es desconocido que semejante magisterio
constituye un deber propio y exclusivo de los Obispos
puestos por el Espíritu Santo para regir y gobernar la
Iglesia de Dios, y particularmente del Romano Pontífice,
Maestro infalible de toda verdad revelada.


No pretendemos pasar plaza de exigentes cuando tra-
tamos únicamente de sostener nuestro derecho en una cues-
tion llamada por todos religiosa, y que como quiera que se
haya sujetado á la discusion de nuestros diversos Parla-
mentos , siempre se la ha revestido con el dictado de base
religiosa. Este carácter tan singular de una cuestion, como
quiera que se la denomine, viene á constituir un todo ar-
mónico con la Religion, con la Teología católica, con la
moral evangélica y con la disciplina canónica: y es bien
sabido que las cuestiones que pudiesen surgir sobre tan in-
teresantes doctrinas, no son del poderoso resorte de los
estadistas y políticos, sino sobre todo y princi palmente del
de los Obispos. Oreeríamos ofender la ilustracion de los se-
ñores Diputados si nos detuviéramos á detallar los senti-
mientos del Episcopado y lo que enseña la Iglesia católica
en tésis general sobre la libertad y tolerancia de cultos,
pues su profundo sa"her nos releva de hacerlo por ahora.


Terminamos nuestra respetuosa exposicion rogando al
Padre de las luces las derrame abundantes sobre las Oór-




Á LOS CUERPOS COLEGISLADORES. CIlI
tes del Reino, á fin de que resuelvan la llamada base reli-
giosa, undécima del proyecto de Constitucion elaborado
por los Notables reunidos en el palacio del Senado, en el
sentido que imperiosamente reclaman nuestra historia y la
inmensa mayoría de los españoles.


Tarragona 16 de Febrero de 1876.-CONSTANTINO, Ar-
zobispo de Tarragona.-FR. JOAQUIN, Obispo de Barcelona.-
BENITO, Obispo de Tortosa.-PEDRO, Obispo de Vick.-IsI-
DRO, Obispo de Gerona.-ToMÁS, Obispo de Lérida.-Pedro
Jaime 8egarra, Vicario capitular de Solsona.


DEL METROPOLITANO Y SUFRAGÁNEOS DE VALENCIA.


Señores Diputados: El Cardenal Arzobispo de Valencia
y los Prelados de esta provincia eclesiástica acuden respe-
tuosos al Congreso, suplicándole rendida y encarecidamen-
te que, inspirándose en el noble sentimiento católico que
forma el carácter de la inmensa mayoría de los españoles,
se sirva desechar con tanta energía como nobleza la base
undécima del proyecto constitucional; base improcedente,
base repugnante á la casi totalidad de los españoles, y
base que está en oposicion con todo lo grande, con todo lo
magnífico y bello que la historia, las ciencias, las artes y
la milicia nos ofrecen como obra imperecedera del genio
español, guiado por la unidad católica.


Decimos que la base undécima es improcedente; deli-
beradamente los Prelados prescinden de la historia de ese
proyecto constitucional, pues aunque como españoles pu-
dieran, como los demás, emitir su juicio y apreciacion,
fijos, sin embargo, en el propósito de no mezclarse en la
política, se concretan exclusivamente á la improcedente
base undécima, que abre la puerta á todos los cultos, para
que luégo, y sin tardar mucho, la pobre España, tan tra-
bajada por la intolerancia de los partidos, experimente las




CIV EXPOSICIONES


consecuencias disolventes de lus errores religiosos, así en
la tribuna y en la prensa como en el seno de la familia y de
los pueblos.


¿En qué fundamento legal ni social se apoya esa base
undécima'? Nos es desconocido. Constantemente se ha ob-
servado que los gobiernos constitucionales en todos los
proyectos, hasta de leyes nó de primera importancia, han
venido ajustándose á la ley fundamental, y despues á las
exigencias ó creencias políticas de la mayoría ó mayorías
de los Cuerpos colegisladores de donde salieran. En el
presente caso no hay eso origen, ni esa procedencia, ni
esa conformidad. El Gobierno ha dicho que ni existe la ley
del 45, ni la del 69. El Gobierno no ha podido inspirarse
en los principios ó creencias de la mayoría de un cuerpo
legislativo de que no ha tenido orígen; y elegido por
S. M. el Rey, parece tan lógico como constitucional que
las inspiraciones del Gobierno emanen del sentimiento de la
mayoría inmensa de la Nacion. Esta es católica hasta por
confesion de los autores de la Constitucion atea de161J: pa-
rece, pues, indeclinable la consecuencia de que el Gobier-
no en su proyectada base no ha tenido fundamento social
ni legal, y en su virtud esa base es improcedente.


Se ha indicado tambien que las Córtes se reunían para
establecer lo que llaman la comun legalidad. No sabemos
qué a plicacion tendrá la frase de comun legalidad; sólo cono-
cemos una legalidad comun: la justicia y sus obras. Esta es
independiente de la política y de los partidos; mas dentro
de éstos no encontramos legalidad comun posible, porque
á cada hombre político sólo se le presenta legal lo que hace
su partido. Creemos, pues, que si el Gobierno se hubiera
inspirado en esa única legalidad posible, que es la justicia,
no se hubiera atrevido, respetando sus sagrados fueros, á
proyectar la improcedente base undécima.


Croemos que el Congreso no llevará á mal que los Pre-
lados, en nombre del clero y de nuestros amados fieles, le
presentemos respetuosamente la verdad tal ('omo la apre-




Á t.OS CUERPOS dotBOISLADORES. cv
ciamos en nuestra conciencia, protestando que nuestra
pluma no es dirigida por otro móvil que el de la honra y
gloria de Dios, y el bien de nuestra querida pátria. El Con-
greso va á discutir una nueva ley política para España,
nosotros pedimos al Señor, que es la fuente perenne de to-
das las luces, se digne derramarlas sobre los señores Di-
putados para el más completo acierto. La obra del Con-
greso es de la mayor importancia, y creemos que será más
sólida y de utilidad más comun, si para formarla se inspira
por completo en el oráculo de la justicia, subordinando ú
ésta todas las veleidades de la política, cuyos flancos son
en la práctica tan difíciles de cubrir, porque son obra de
las mezquinas pasiones de los partidos.


Hemos dicho que la base undécima era improcedente:
nos parece ahora justo añadir que el establecer ó acordar
cosa alguna que menoscabe la unidad religiosa, es negocio
sobre la competencia del Congreso. Se nos dirá que en las
Córtes revolucionarias del 69 se acordó la libertad de cul-
tos; pero sobre que aquella desgraciada declaracion no ha
producido otro efecto que la osadía y licencia con que al-
gunos, poquísimos hombres, se pusieron de relieve con to-
das sus feas y detestables pasiones, que los españoles de to·
dos los matices políticos han mirado con desprecio é indig-
nacion ... ; sobre que no ha dado otro resultado, nos atrevemos
á preguntar á los señores Diputados: i, No ha concluido ya
el tiempo de obrar revolucionariamente'? Si ha terminado
ese triste período, y principiado el de la justicia, tan de-
seado por la honradez española, es preciso que lo acrediten
nuestras obras, y el privilegio de dar el ejemplo es de los
Cuerpos colegisladores.


Va á discutirse una ley política fundamental; pero roga-
mos al Congreso no pierda de vista que no nos va á constituir
socialmente. Por la misericordia de Dios, estamos consti-
tijídos. España es una verdadera sociedad, con todas sus ba-
ses y atributos. Sobre ellas descansa el majestuoso edificio
social. Nada falta á España más que la union. La unidad ca-




CVI EXPOSICIONES


tólica la ha fomentado siempre, porque ese es su carácter; la
política la ha el!ervado, podemos decir que la ha destruido.


La Religion , el principio de autoridad, la justicia, la
familia y la propiedad son las bases en que descansa el sér
de nuescro edificio social. Al formular, pues, una Constitu-
cion puramente política, nos parece que sus autores no han
recibido cometido alguno respecto á ellas. Creemos más;
que los primeros llamados á inclinar la cabeza ante esos
sagrados cimientos son los señores Diputados, cuyo her-
moso ejemplo todos se creerán llamados á imitar. Hasta nos
parece, puesta la vista en las lecciones de lo pasado, que
cuando los legisladores han querido poner su mano en al-
guna de estas bases, no han hecho más que desvirtuarlas,
legando al porvenir recuerdos amargos y desconsoladores.
Si en otras naciones, con el transcurso de los tiempos, han
ocurrido escenas tristes, hechos lamentables, guerras in-
testinas que han demandado la tolerancia ó libertad de cul-
tos para conseguir una paz interior, en España, señores
Diputados, nada ha ocurrido de semejantes desgracias, y,
por el contrario, sólo se fomentan las divisiones cuando se
quiere socavar nuestra unidad católica, á la que están ape-
gados todos los españoles; porque si bien es verdad que no
todos son buenos católicos, al tratarse de su fe, ninguno
quiere ni separarse ni que le separen de ella. Bien podemos
d,.'cir que la proyectada base es repugnante á la voluntad
de la mayoría inmensa de los españoles.


lo Qué fundamento, pues, racional puede apoyar la pro-
yedada base'? Ni siquiera lo vislumbramos.


Se ha dicho, y con insistencia, que esa base era una
exigencia extranjera; no nos atrevemos á creerlo: nos pa-
rece una vulgaridad, y consideramos muy difícil que ante
semejante exigencia, tan degradante como atrevida, deje
de sublevarse el honor, el ánimo y la conciencia hasta del
español más abyecto: sólo puede ser indiferente el que
tambien lo sea á la gloria de España, ó se haya vendido al
oro extranjero.




Á tos CUERPOS COLEGISLADORES. CVII
Repetimos, seíiore.:; Diputauos, qne no somos fáciles en


semejante creencia, además de que el Congreso se halla tÍ
muy grandeelevacion, y llenará en su caso los deberes de
su independencia, de BU nobleza y de su acreditado pa-
triotismo.


Si examinadas filosóficamente las necesidades morales
y sociales del hombre, de la familia y de los pueblos, se
hallase que la moral del Catolicismo era insuficiente para
acudir á ellas, podría entónces ese supuesto vacío presen-
tarse como fundamento para dar entrada en esta católica
Nacíon á la moral de las falsas sectas. Pero, señores Dipu-
tados, ¿qué deja que desear la moral de la Religion ~atóli­
ca para guiar al hombre, consolarle y alentarl~ en sus ma-
yores desgracias, ó evitar su peligroso orgullo en sus pros-
peridades'? ¿Qué encuentra el hombre pensador fuera de la
moral de Jesucristo'? Nada: el vacío, la negacion, el tu-
multo de las pasiones, y el continuo peligro de los pueblos
y de las familias. ¿ Qué hombre abandona el Catolicismo
para hacerse mejor en el órden religioso, moral y social '?
Atendamos, señores Diputados, á lo que han sido y son en
todos tiempos los antiguos y modernos apóstatas, y vea-
mos por otra parte qué significan esas continuadas exposi-
ciones elevadas por los espaíioles de todas las clases pi-
diendo uniformemente la unidad religiosa. Así demuestra
el pueblo español, de la manera que le es posible, que su
voluntad decidida es contra esa improcedente base undé·-
cima del proyecto, porque quiere conservar para nuestra
patria el honroso dictado de católica, así como para nuestros
Reyes el distinguido renombre de católicos, que natural-
mente habría de perderse una vez introducida la tolerancia
de cultos.


Los Prelados tenemos la muy justa idea que se merece
de la sabiduría é ilustracion del Congreso, yen su virtud
creeríamos ofender su delicadeza si, al recorrer nuestra
historia patria, intentásemos demostrarle todas las prue-
bas de grandeza que en todas ocasiones ha dado Espaíia




CVIlI EXPOSICIONES


dirigida por la unid.ad católica. Todas nuestras glorias las
ha inspirado, dirigido y llevado á cabo la unidad católica.
b Quién puede dudar de esta verdad, si hasta á los mismos
extranjeros ha causado admiracion y envidia'? Cuán gran-
de sea la potencia é importancia de esa unidad religiosa en
una nacion como la nuestra, lo demuestran imparcialmente
In. historia de Napoleon 1 y los sucesos de su ejército en
nuestra España. Ocupada ésta militarmente por numerosi-
simos ejércitos, y hasta oprimida militarmente, padeció
mucho, si, pero insistió hasta el heroismo, y venció. Pe-
leaba por su Religion, por su Trono católico. y en medio
de los reveses consiguientes á tan desiguales ejércitos,
salia del pecho de todos los valientes españoles aquella fra-
se nunca bien ponderada: «No importa. Peleamos en defen-
sa de la Religion, y vencerémos.» Estaban unidos los es-
pañoles en su sentimiento politico, porque lo estaban tam-
bien en el religioso.


Existía entónces la unidad católica, aquel dogma, si
así es lícito llamarle, que, apropiándonos las frases que á
otro propósito dice el Gobierno en el preámbulo del decretCl
convocatorio de Córtes, con más solemnidad que nunca lo re-
conociera y proclamara la Constitucion por siempre venerable
de Cádiz. Esa Constitucion, por siempre venerable al decir
del mismo Gobierno, comenzaba estableciendo que la Reli-
gion católica sería la única de la Nacion.


España yenció al Coloso del siglo, y lo humilló. Los po-
liticos no lo creían así; pero se engañaron. No han conoci-
do todavía la potencia de la unidad religiosa de una na-
cían; por eso no saben apreciarla. El medio seguro de de-
bilitar la fuerza de una nacion es el de multiplicar sus
creencias religiosas. Bien lo conocen los extranjeros, y
por eso con las armas de la envidia hacen guerra al poder
de nuestra unidad religiosa.


Muchos siglos ha que la unidad religiosa está escrita en
todas partes con la sangre misma de los que ]a derramaron
en su defensa. Las montañas de Covadonga, las de San




Á LOS CUERPOS COLECHSLADORES. CIX
Juan de la Peña, las de Monte-Aragon y otros diferentes
puntos de España, testifican á tod:=-. hora al viajero, que allí
se guarecían los valientes españoles que defendían la unidad
de su fe, y desde allí salían á la victoria, y despues al triunfo
definitivo. haciéndose superiores á todos los trabajos.


Más tarde, á principios de nuestro siglo, han demos-
trado y escrito con su sangre la unidad católica tantos hé-
roes y heroinas como ofrecieron su pecho á las balas del
Coloso del siglo en Zaragoza, en Gerona y en mil y mil
puntos de España, que son bien conocidos á la ilustracion
del Congreso.


Todo esto ha sabido hacer la unidad de nuestra fe reli-
giosa. ¿, Qué fin puede tener, pues, señores Diputados, la
perniciosa novedad de esa improcedente base undécima?
No puede ser sino muy triste, muy perjudicial, muy de-
gradante para nuestra querida patria. El Congreso, en su
alta sabiduría, creemos que lo contemplará concienzuda-
mente, para desecharla con tanta energía como grandeza.
El viajero que al pasar por las montañas de Covadonga y
otros diferentes puntos, recuerda la memoria de los héroes
que defendieron la unidad religiosa á costa de su sangre,
descubre respetuoso su cabeza, y envía á la tumba gloriosa
en que yacen, un cordial saludo de admiracion. Deseamos
tambien que los señores Diputados desechen enérgicamen-
te la proyectada base, para que en su dia nosotros y la
historia podamos tributar á sus nombres escritos, y los de
su familia, un tributo tambien de respeto y de cordial gra-
titud.


Dios nuestro Señor se digne comunicar al Congreso
todo el lleno de luces que nosotros le pedimos, para el
acierto.


Valencia 16 de Febrero de 1876.-MATEO, Obispo de Ma-
llorca.-Francisco lJermudez Cañas, vicario capitular de
Segorbe.-Plenamente autorizado por el reverendo Obispo
de Menorca, y Vicario capitular de Ibiza, MARIANO, CA~ ...
D~NAL BARRIO, Ar~obis'po de VaZ,ncia,




ex EXPOSICIONES


DEL METROPOLITANO Y SUFRAGÁNEOS DE COMPOSTELA.


Señore~ Diputados: El Arzobispo de Compostela y los
demas Prelados de esta provincia eclesiástica que suscri-
ben, acuden hoy respetuosos al Congreso de señores Dipu-
tados de la Nacion suplicando el restablecimiento íntegro
de lo estipulado en los primeros artículos del Concordato
de 1851 , es á saber: que la Rcligion católica, apostólica,
romana, única verdadera, es la que profesa la Nacion Es-
pañola, y que se prohibe en su territorio el ejercicio de
cualquier otro culto; consignándolo así en la ley funda-
mental del Estado, próxima á discutirse.


Si esta cuestion fuera de las llamadas puramente poli-
ticas, los recurrentes se guardarían muy bien de interesar-
se en que se resolviera en uno ú otro sentido, circunscri-
biéndose tan sólo á demandar al celestial Padre de las lu-
ces copiosa efusion de ellas sobre los altos poderes legisla-
ti vos, á fin de que las resolviesen con acierto; empero,
como es esencialmente religiosa, y de muy trascendenta-
les conse~ncias para el país, faltarían á un deber muy
sagrado sí , renunciando el uso del incuestionable derecho
de peticion que les asiste, no añadiesen á la oracion al
supremo Legislador del cielo, la súplica y exposicion á los
que en su nombre dictan leyes en la tierra. Por este moti-
vo abrigan la consoladora esperanza de ser escuchados con
benevolencia, y atendidos con justicia, por los elegidos
de la Nacion , de cuya ilustracion y buena fe esperan una
decision salvadora. Al hacerlo, aunque tendrán que expre-
sarse con la claridad y lisura que la entidad del asunto re-
clama, protestan de antemano ser su propósito usar formas
tan respetuosas como exige la alta dignidad del Congreso,
y su propio carácter les impone. Así que. dan por no ex-
presada en este escrito cualquiera frase que pareciera mé-
nos conveniente áun al criterio más clelicado.




Á.. LOS CUERPOS COLEGISLADORES. CXI
N o se detendrán aquí á reproducir lo que no ha mucho


dejaron consignado en otra exposicion elevada á manos
de S. M. el Rey D. Alfonso XII (Q. D. G.) , á saber: que el
garantir en una ley la libertad ó tolerancia de cultos era
contrario á las severas prescripciones de la recta razon, á
los designios de Dios al establecer en el Viejo Testamento
la observancia de la única Religion verdadera, y prohibir
bajo pena de la vida la pdctica de cualquiera otra, y al
plan divino de Nuestro Señor Jesucristo, segun el cual no
había de haber en el mundo mús que un solo rebaño y un
solo Pastor, ni quedar á los hombres otro camino expedito
de salvacion que la fe y la moral, cuya guarda dejó al cui-
dado de su Iglesia infalible. Tampoco harán mencion de lo
que en aquel documento añadían, esto es, que la misma
Iglesia había condenado solemnemente la citada libertad y
tolerancia de cultos, al paso que la honrada Nacion Espa-
ñola se hallaba formalmente comprometida á practicar y
sostener el único verdadero, por lo estipulado en el Con-
cordato del 51. Asimismo pasarán por alto las incontesta-
bles observaciones con que en él refutaban las insosteni-
bles argucias con que algunos .pretendían apoyar lo con-
trario. Nada de esto dirán, limitándose á ratificarlo y con-
firmarlo.


Al presente, tomando por base de sus observaciones el
carácter legislativo que distingue á la elevada Asamblea ú
quien se dirigen, procurarán fundarlas en las condiciones
que debe revestir toda ley para que obligue en conciencia,
para que sea cumplida con espontaneidad, para que sea be-
néfica á todos los legislados, y para que no provoque con-
flictos que redundarán en perjuicio de la misma sociedad,
á cuyo bien aquellas se consagran, llegando hasta ser cau-
sa de su ruina y destruccion.


Es doctrina corriente entre los filósofos en general, y
entre los t.eólogos católicos en particular, que toda ley,
segun gráficamente expresa el Angel de las Escuelas, ha
de ser <4 ordenaci~n de la razon para el bien comun»: or-




CXII EXPOSICIONES


dinatio 1'ationis arI oonum commune; y esto porque la ley no
tiene fuerza de obligar si no es justa, y no es justa si es
contraria á la recta razon , que es la norma dada por Dios


- al hombre para dirigir sus acciones al fin último. Aho-
ra bien: la libertad ó tolerancia de cultos, ¡, es conforme
al dictámen de esta misma recta razon'? De ninguna
manera.


Segun ella, no hay más que un solo culto verdadero,
el católico apostólico romano; los innumerables, antiguos
y modernos que lo contradicen, todos son falsos: no es li-
cito apoyar el error, la mentira ó la inmoralidad directa
ni indirectamente; y por lo tanto, ni autorizarlo ni tole-
rarlo por medio de una ley que de uno ú otro modo les
otorgue algun derecho. De donde se infiere que la que con-
signase la libertad ó tolerancia de cultos en España jamás
llegaría á ser ley, porque nunca adquiriría el carácter de
justa: jamás sería o1'dinatio rationis, sino ordinatio contra
rationem; y siendo así, nunca merecería el acatamiento,
la reverencia y la sumision de un pueblo culto y civiliza-
do como el español, que no ignora los fundamentos del
derecho y del deber.


Cuando se manda á séres inteligentes y libres, que tie-
nen conciencia cierta de la justicia ó sin razon con que se
les manda, es indispensable que los preceptos legislativos
aparezcan tan justos y racionales á los ojos de todos, que
espontáneamente cautiven la inteligencia y voluntad de la
multitud en su reverencia, obsequio y acatamiento. No
basta mandar porque se dispone de la fuerza para hacerse
obedecer: con ella sólo podrá conseguirse una sumision
material y sensible, mas nunca el rendimiento del espíritu
y del COfazon , sin el cual es imposible obtener su fiel ob-
servancia.


Amén de esto, el objeto de toda ley ha de ser siempre
y exclusivamente el bien comun; nunca la satisfaccion de
planes ó proyectos de unos cuantos, que por espírítu de
()scuela ó de partido, y sólo porq.ue forman parte de su sis-




Á LOS CUEHl'OS COLEGlSLADORES. CXIII
tema político, por más que no merezcan la aprobacion de
la razon justa, se empeña en legislar exclusivamente se-
gun su modo especial de ver las cosas, haciendo caso omi-
so de la conciencia general y del beneficio del pueblo.


Ahora bien: á nadie se oculta que la casi totalidad de los
españoles es católica apostólica romana, por más que al-
gunos, descuidando el conformar sus actos con la Reli-
gion que profesan (segun ellos mismos atestiguan en oca-
siones solemnes), den moti vo para que se les tenga por
anticatólicos ó escépticos. Siendo así, claro es que no se
dirige al bien comun , sino que lo impide y contraría, cual-
quiera disposicion legal que dificulte á la generalidad la
práctica y cumplimiento de sus deberes religiosos, ósea
verdadera piedra de escándalo para que los abandone; y
como tal fuera la que se consignase en el Código funda-
mental estableciendo en España la libertad ó tolerancia de
cultos, rigurosamente se infiere que ésta nunca tendría
fuerza de ley, por ser opuesta y contraria al bien comun
y general.


Preciso es igualmente que el legislador tenga muy pre-
sente la idiosincrasia ó manera de ser de la sociedad para
quien legisla, como el facultativo el temperamento de su
cliente, á fin de armonizar con aquélla los preceptoslegis-
lativos. De no hacerlo así, resultaría que, ó éstos serían
ineficaces por la fuerza de repulsion que encontrarían en
ella, ó ésta desorganizaría la sociedad en vez de ordenarla
y hacerla marchar rápida y espontáneamente hacia sus al-
tos destinos. Esto supuesto, como la española, segun su
constitucion más de mil veces secular, es eminentemente
católica y repulsiva hasta el heroismo de todo culto que no
sea el único divino y verdadero, preciso é indispensable es
que las leyes que se la impongan, en vez de contrariar
esta su inmejorable organizacion y manera de ser, la favo-
rezcan, la impulsen y estimulen, si es-que se quiere que
adelante en vez de retrogradar, y viva pujante y vigorosa
en vez de desfallecer y morir. No se le imponga, pues.


J¿




CXIV EXPORIClOXER


una ley que no armoniza con sus sentimientos, una ley
que tiende á imponerla lo que jamás ha querido recibir, lo
que siempre ha repelido indomablemente, áun á costa de
increibles sacrificios.


/, y no son tambien muy dignos de aprecio y estima los
innumerables beneficios que reporta á toda la sociedad civil
la práctica de la única Religion verdadera, sin mezcla de
otros cultos, que no lo son? Con ella viene tambien la paz
y armonía y buena inteligencia entre los ciudadanos; ella
robustece la autoridad pública ~l la vez que la suaviza y
modera, haciendo justos, benéficos y misericordiosos á los
gobernantes: ella reduce á las muchedumbres á la sumi-
sion y voluntaria obediencia á los poderes constituidos,
intimándolas que éstos traen su origen de Dios mismo; ella
despierta en el corazon del pueblo el amor de lo bueno, y
úun de lo bello, cegando así la envenenada fuente de las
sediciones y discordias civiles, y haciéndolo marchar con
paso veloz por la senda de su perfeccionamiento; ella ilus-
tra hasta los entendimientos más rudos con una sabi-
duría celestial, que hubieran envidiado los más aventaja-
dos filósofos de la antigüedad; ella sugiere motivos y da
lecciones y ejemplos á los hombres para inducirles á ejecu-
tar toda clase de acciones nobles, y omitir todo género de
actos viciosos; ella mata el egoismo é inspira aquel des-
'prendimiento generoso que es origen de los más grandes
sacrificios en pró de los demas ciudadanos en particular, y
ele la patria en comun, á la vez que les aproxima más y
más á Dios; ella tiene consuelos para toda afliccion, so-
corros para toda necesidad, resignacion para todos los in:'"
furtunios , dulzuras y esperanzas inmortales para todos los
trances de la vida, incluso el de la muerte; ella, en fin,
es fuente inagotable de toda clase de bienes individuales y
sociales; al paso que los falsos cultos, siendo como son su
antítesis, no son sinomanantial fecundo de todo linaje de
males, así para el individuo como para la sociedad. En
vista de esto, /,cómo es posible desconocer el gran des-




.\ LOS CUERPOS COLEGISLADOUES. cxv


acierto que se cometería dictando una ley que conh'ariase
la accion benéfica de la una, á la par que favoreciese la de-
letérea de los otros'? Los legisladores, que hacen en la tie-
rra las veces de Dios, no llUeden legislar sino como Dios le-
gisla, esto es, promoviendo el bien y contrariando el mal.
Los mandatarios de un país eminentemente católico no
pueden legislar sino de una manera tambien eminentemen-
te católica; y ciertamente no es católico aquello que se
opone á las máximas del Catolicismo, como la libertad le-
gal ó tolerancia de cultos.


Hay más: la prevision es otra de las cualidades que dis-
tinguen á un legislador prudente; y en España, tanto la
historia antigua como la contemporánea, nos suministran
lecciones muy saludables para precaver con tiempo los gra-
ves conflictos á que puede dar lugar el insistente propósi-
sito de implant!lr en ella y favorecer otros cultos, fuera del
suyo único y verdadero. i,Descansó por ventura hasta que
logró extirpar el arriano'? i,Se dió punto de reposo, ó se
permitió respiro, hasta sacudir el mahometano'? Dió jamás
carta de naturaleza al luterano , al calvinista, ó á ninguna
Q.c sus infinitas escuelas'? i, Dobló jamás la cerviz ante las
formida'\:)les falanges del Coloso de este siglo, que con la
dominacion extranjera venía tambien á inocular el virus
de la ijbertad religiosa'? Y cuando en época muy reciente
descansaba tranquilo en sus hogares obedeciendo sumiso á
las autoridades constituidas, i,qué espíritu maligno lo so-
liviantó y provocó en su seno excisiones y luchas que han
inundado de sangre el suelo español, y profundizado la di-
vision entre' hermanos y hermanos, cuyas consecuencias
aún lamentamos amarguísimamente, sino las horribles
blasfemias contra lo que más ama y venera su noble cora-
zon, que, pronunciadas en altos y eminentes lugares, re-
sonaron en el ámbito y ángulos de todo el país, y el revo-
lucionario empeño de implantar por la fuerza lo que su
conciencia católica rechaza'? Prevision, señores Diputados,
i prevision, prudencia, tacto, miramiento! El pueblo es ...




CXVI EXPOSICIONES


pañol és fogoso é inflamable, máxime cuando se trata de
Religion. i Prevision, pues, y cautela!


Si llegára á ser ley lo que hoy dia no es más que un
proyecto, funestísimo fuera el legado que se dejaría á los
gobiernos encargados de su cumplimiento. El espíritu ca-
tólico es general y potente en España, y tan repulsivo de
todo cuanto le contraría, que ni un solo momento sabe ar-
monizar con ello. La revolucion, que ni es prudente ni pre-
visora, impuso la ley de la tolerancia, y ostensiblemente
se manifestó protectora de todo lo anticatólico. Ello no
obstante, las cátedras del error que se han abierto en va-
rios puntos de España, no sólo no han logrado hacer pro-
sélitos, sino que para permanecer abiertas, aunque por
poco tiempo, ha sido necesario que los agentes de la au-
toridad custodiasen sus entradas. Si esto ha sucedido hasta
el presente, cuando el pueblo español aún no había perci-
bido la fetidez de los asquerosos miasmas de las falsas doc-
trinas, y de la corrupcion de costumbres de los nuevos
evangeljzadores, despues de tan repugnante ensayo, se
repetirá en más grande escala. De aquí resultará que las
autoridades públicas, en obsequio dela ley establecida,
tendrán que convertirse en manifiestas defensoras de los
anticatólicos, y opresoras de los católicos; ó más claro, de
librecultistas en anticatólicas; lo cual será el colmo de lo
increible é inexplicable en un país eminentemente católico,
cuyos gobernantes deben ser su reflejo y su personificacion.


En fin, ¿no ha de pesar nada, ni poco ni mucho, en el
ánimo de los señores Diputados, este clamoreo general y
unánime de todo el Episcopado, eco fiel de la voz autori-
zadísima del gran Pio, del clero y pueblo español? i Re-
flexionad, señores Diputados! ¿ Tan poco ha de pesar en
vuestro juicio su voto ilustrado? ¿ Tan insensible ha de ser
vuestro corazon á sus agudos ayes? Tened en cuenta que
una experiencia reciente y muy dura ha demostrado con-
cluyentemente que, en materias de religion, el pueblo
hispano está inseparablemep.te unido á su clero, así como




j ", ..
A J"OS CUERPOS COLEGISLADORES. CXVII


este á su Episcopado. Reflexionad, pues, y dignaos escu-
char prudentes sus justos clamores.


De las someras indicaciones que acaban de apuntar res-
petuosamente los Prelados que suscriben, la profunda pe-
netracion de los señores Diputados deducirá sin esfuerzo
otras muchas no ménos atendibles, que la naturaleza de
este escrito no les permite explanar. Todas en conjunto
acreditan que el proyecto que se trata de convertir en ley
carece de las circunstancias indispensables para serlo; no
es conforme á razon, ni conduce al bien comun, ni de fácil
ejecucion, ni favorable al país; sino por el contrario.
opuesto á su constitucion y organismo, antipático á la ge-
neralidad , manantial inagotable de perturbacion é inquie-
tud, de resistencias embarazosas, de colisiones, tal vez
ocasion de una guerra religiosa, de intervenciones extra-
ñas, y ... ¡lo que Dios no permita! hasta de la pérdida de
nuestra nacionalidad.


Por tanto, suplican rendidísima y encarecidísimamente
á los señores Diputados que, tomando en consideracion lo
que llevan dicho, reformen la obra de la revolucion, pro-
clamen de nuevo lo solemnemente estipulado en los prime-
ros artículos del Concordato de 1851, Y consignen en el
nuevo Código fundamental, «que la Religion católica,
apostólica, romana, única verdadera, es la que profesa la
Nacion Española, y que se prohibe en su territorio el ejer-
cicio de cualquier otro culto.» Haciéndolo así, satisfarán
cumplidamente la general expectacion , merecerán bien de
la Religion y de la patria, y sentarán la más sólida base de
su dichoso porvenir.


Santiago de Compostela 26 de Febrero de 1876.-Por sí,
y en nombre del reverendo Obispo de Lugo, del reverendo
Obispo de Tuy, del reverendo Obispo de Mondoñedo, del re-
verendo Obispo de Oviedo y del reverendo Vicario capitu-
lar de Orense, que expresamente le han autorizado,-
MIGUEL, Arzobispo de (JOl1~postela.




cxvin ExpostciONF:8


DEL METROPOLITANO Y SUFRAGÁNEOS DE SEVILLA.


El Cardenal Arzobispo de Sevilla y demás Prelados de
esta provincia eclesiástica, cumpliendo un deber sagrado
de su ministerio pastoral, y usando del derecho de peti-
cion y representacion que tienen como españoles, se diri-
gen á las Córtes para hacerles una franca y respetuosa ma-
nifestacion, que no pueden omitir, y que consideran de la
mayor importancia.


Cuando oyeron por primera vez la palabra 1·esÜlUJ·acion
despues de seis años de sufrimientos y amarguras, duran-
te los cuales vieron con lágrimas en sus ojos ultrajada mu-
chas veces la Religion, y la patria hondamente perturbada,
creyeron y debieron creer que había Helgado la hora en
que, aniquilados los elementos de destruccion que se agi-
taban en el seno de nuestra sociedad, se reorganizase ésta
sobre sólidas bases, único) modo de que llegára á recobrar
foiU perdida grandeza. Mas como la Religion es el robusto
cimiento sobre que necesariamente debe descansar toda
sociedad bien organizada, y entre todas las religiones la
católica, apostólica, romana es la única que da fuerza y
robustez á los Gobiernos, y paz y prosperidad á los pue-
blos, creyeron que uno de los primeros actos de la restau-
racion anunciada habría de ser el restablecimiento de la
unidad católica, rota, por desgracia, en dias funestos de
conmociones violentas y de pasiones desenfrenadas. ¿ Y
cómo no habían de creerlo así, siendo la unidad religiosa
lajoya más preciada de España, su timbre mlis envidiable,
el fundamento de su nacionalidad y el orígen fecundo dé
sus más esclarecidas glorias'?


Pero desgraciadamente han visto con sorpresa que sus
esperanzas, que. son las esperanzas de la patria, van á que-
dar defraudadas, puesto que en el proyecto de Constitu-




A LOS CUERPOS COLRGH;;T,ADORES. cxrx:


cion sometido á la deliberacion del Congreso, en vez de
restablecerse la unidad católica, se consigna en su arto 11
una tolerancia religiosa, ó más bifm una libertad de cultos
encubierta, que deja franca la puerta á todos los errores y
subsistente el árbol funesto que tan amargos frutos ha pro-
ducido en estos últimos años. ¿ Y habtían de permanecer
silenciosos los Prelados que suscriben, conociendo, como
conocen, que si el expresado artículo llega á ser ley van á
ver constantemente amenazados el dogma y la moral, de-
pósito sagrado cuya custodia y conservacion les han sido
encomendadas? ¿ Habrían de callar previendo, como pre-
ven, que si el mencionado artículo se aprueba ha de ser
causa de males y desventuras incalculables para la patria '?
Nó : su conciencia de Prelados católicos y de españoles no
se 10 permite, y por eso dirigen su voz á la Representacion
nacional y llaman la atencion del Congreso para que, es-
tudiándolo detenidamente, reconozca que el mencionado
artículo, en su fondo y en su forma, se opone á la ley divi-
na, rasga un tratado solemne, borra para siempre las glo-
rias más ilustres de España, y atraerá sobre nosotros, en
tiempo no muy lejano, mi diluvio de males que sin duda
habrémos de sentir, y que ahora se pueden fácilmente
evitar.


Con efecto: ningun católico puede negar la soberanía
de Jesucristo sobre los individuos y sobre las naciones, y
éstas, no ménos que aquéllos, deben vivir sometidos á su
voluntad soberana, desde el momento en que les es cono-
cida. El es el Salvador del mundo, que vino á librar al
hombre de la esclavitud del error y de la servidumbre del
pecado, cuya mision divina cumplió enseñando á todos la
verdad, tanto en el órden intelectual como en el moral, y
llamando á los hombres para que, congregándose en una
unidad perfecta, conservasen la posesion de la verdad, que
es necesariamente una. Por eso ruega á su Eterno Padre
para que todos fuesen uno como una misma cosa con el
Padre y El, Y anuncia al mundo que ha venido para con-




éxx EXPOSICIONES
gregar en la unidad tÍ, los hijos de Dios, que se hallaban
dispersos, manifestando siempre su deseo de que todos los
hombres formasen una sola familia, ú fin de que no hubiese
más que un solo redil y un solo Pastor: Unum o1)ile et unus
Pastor. No hay más que una fe y un bautismo, así como
no hay más que up. solo Dios, y cuantos en el trascurso
de los siglos se han opuesto á esta unidad introduciendo
nuevos dogmas, forjando falsas religiones y dividiendo á
los hombres entre sí, en las creencias yen la moral, ó favo-
reciendo estas funestas divisiones, han hecho oposicion á
la voluntad divina y se han puesto en abierta contradic-
cion con el Evangelio. ¿ Y quién dejará de conocer, por
poco que reflexione, que el artículo constitucional de que
nos ocupamos no va á dar otro resultado que fomentar esta
division en nuestra patria, que conservó dichosa hasta
nuestros di as el inapreciable tesoro de la unidad católica'?
«Nadie será molestado en el territorio español por sus opi-
niones religiosas, se dice en él, ni por el ejercicio de su
respectivo culto, salvo el respeto debido á la moral cristia-
na. N o se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni ma-
nifestaciones públicas que las de la Religion del Estado.»


i, y cómo podrán conciliarse estas disposiciones con la
unidad predicada por Jesucristo, y que España ha conser-
vado solícita por tantos siglos? Aprobadas por el Congreso,
podrán al amparo de la ley profesarse en el territorio es-
pañol religiones opuestas á la fe católica, y ejercer cada
una de ellas libremente su respectivo culto, lo que por ne-
cesidad ha de producir la division en las creencias. Es
verdad que se prohiben las ceremonias y manifestaciones
públicas que no sean las de la Religion del Estado; pero
¿qué se entiende aquí por manifestaciones públicas? ¿Lo
serán los templos, donde las sectas anticatólicas se con-
greguen para poner en ejercicio su culto? ¿Lo serán las
escuelas, donde las mismas pervertirán con sus falsos dog-
mas á los niños y á los jóvenes? ¿Lo serán los periódicos,
desde donde dirigirán, como acostumbran, violentoR ata-


-




.( LOR CUERPOR COLlWISLADÚRÉS. cxxt


que s á la doctrina sacrosanta del Catolicismo? No lo sabe-
mos. La letra del artículo se presta ú diferentes interpre-
taciones, y, no lo dude el Congreso, por léjos que el mal
esté de la intencion de los autores de este artículo, si llega
á convertirse en ley, el mal vendrá, y no habrá delirio, ni
supersticion, ni falRa creencia que no halle medios favo-
rables para hacer cruda guerra á la Iglesia católica y ú la
fe del pueblo espalíol en las diversas interpretaciones que
pneden darse al artículo en que nos ocupamos, dándose
con esto lugar ú funestas y profundas divisiones. Y siendo
así, ¿dónde quedará la unidad que prescribe el Evangelio?
Es indudable que el arto 11 del proyecto de Constitucion
es diametralmente opuesto ,Í- la ley divina. Y no se diga
que en él se establece sólo una mera tolerancia religiosa,
porque, ú se permite p0r él únicamente la profesion priva-
da y oculta de las falsas religiones, y entónces el artíeulo
es inútil, ó se concede algo mAs, y entónces vendrit tí
convertirse en verdadera libertad de cultos, que serú perju-
dicial, porque producirá los males que dejamos indicados.
Inútil en el primer caso, porque ¿ qué necesidad hay dn
consignar en el Código fundamental una tolerancia que se
concedía en España á los que profesaban privadamente di-
versas religiones , áun ántes que se diese el grito de liber-
tad religiosa que esc'l.nualizó tÍ todos los buenos españoles"?
¿ Qué extranjero fué molestado jamás en aquel tiempo
cuando guardaba sus creencias en el fondo de su COl'azon
ó en el secreto del hogar doméstico'? ¿No gozaban los sec-
tarios de las falsas religio~les de completa seguridad en sus
personas y en sus intereses, á pesar de la unidad católica?
¿Pues á qué consignar esa misma tolerancia en la Consti-
tucion del Estado'? Al consignarla se da á entender que
algo se concede; que se concede la facultad de manifestar
de algun modo sus creencias, y entónces ya no es mera to-
lerancia lo que se concede, sino una libertad de cultos so-
lapada, que ha de producir inevitablemente RIlR frutos,
opuestos enteramente al Evangelio.




CXXlí ÉXPOSICIO"Fi~


Pero hay m:,s, y esto u0be tenerlo muy presente el Con-
greso; el artículo que nos ocupa se opone tambien al úl-
timo Concordato, cuyos artículos no pueden alterarse por
nadie, sino por las dos supremas potestades entre quienes
fué estipulado.


¿ Sel'Ú, pues, justo q uo las Córtes por sí solas, sin el
acuerdn de la Santa Sede, alteren aquel solemne convenio
en un punto tan importante y trascendental como el de la
Religion del Estado'? Compúrese el artículo 1. o del Con cor-
(lato con el11 del proyecto de Constitucion, y se descubrirá
entre uno y otro una contradiccion maI!ifiesta. Por aquél
se declara y sanciona que la Religion católica es en Espaua
la Religion del Estado, y se prescribe su perpétua conser-
vacion, con exclusion de todo otro culto; por éste, ni se
(leclara quo la Religion católica os la sola y única Religion
de la N acion Espauola, ni se expresa la exc1usion de todo
otro culto, sino que, muy al contrario, disponiéndose que
nadie sel'Ú, molestado en el territorio español por sus opi-
niones religiosas ni por el ejercicio de su respectivo culto,
salvo el r,~speto uebido á la moral cristiana, se autoriza ele
un modo explícito el ejercicio exterior ele otro cualquier
cnlto, contra el espíritu y la letra del referido articulo del
Concordato. N o m énos se opone al articulo 2. o del mismo;
porque si nadie ha de ser molestado en el territorio espauol
por sus opiniones religiosas, ¿cómo se ha de cumplir, se-
gun se previene en el mismo, que la enseñanza en las es-
cuelas públicas y privadas sea en un todo conforme con la
(loctrina ele la Iglesia católiea'?¿ Cómo podran vigilar los
Obispos subre la enseñanza'? ¿Cómo podrán impedir que se
propague la doctrina (kl error'? ¿Cómo ha de prestar el Go-
bierno auxilio y proteccion ~llos Prelados, segun se estipulú
en el·art. 3.° elel Concordato, cuando lo necesiten para opo-
nerse ú la malignidad de los hombres que intenten perver-
tir los ~nimos, ó para impedir la publicacion ó'circulacion
de los libros nocivos'? Aprobado el arto ] 1 del proyecto de
Constitncion, todo esto es imposible; caen por tierra los




Á LOS ct~ERPOS COLEGISLA[)ORES. (~iXIIT
tres primeros artículos del Ooncordato, y con ellos torlos
los demas que comprende este solemne y rcspetable conve-
nio. Medítelo lJien el Congreso, y al deliberar sobre el in-
dicado artículo, acuérdese que cs representante de una na-
cion que se distinguió en todos tiempos por su firmeza y
lealtad en el cumplimiento de sus tratados, y no le arrebate
este timbre, ni destruya sus glorias, que, abolida la unidail
católica, desaparecerh para siempre.


Bien lo sabe el Congreso, y los Prelados que suscriben
no hacen más que recordárselo: borrada de las leyes fun-
damentales lh España la unidad religiosa, quedan hor-
rados de su historia los nombres de Covaclonga, de Sevilla
y de Granada; el nombre ele toda la Península, en que no
hay un palmo ele tierra sin gloria, porque no le hay en que
no hayan combatido y triunfado los españoles por la uni-
dad religiosa y por la independencia ele la patria; quedan
borrados los nombres de Lepanto, ele Otumba, de Pavía y
de San Quintin, que nos recuerdan los tiempos en que
más se apreciaba y defendía en España la unidad religiosa:
quedan horrados, en fin, los nombres de Bailén, de Zarago-
za y otros muchos en que los españoles, sostenidos por la
unidad católica, vencieron ú los vencedores del resto dI'
Europa, que fué vencida y humillada por carecer de la uni-
dad religiosa. Sí, no lo dude el Congreso: borrada la uni-
dad católica, las glorias de España desaparecen, y ocupan
su lugar las deswnturas é infortunios, que vendrán á au-
mentar considerablemente las desgracias de la patria.


Cuando en el año 1855 se puso á discusion en las Cártes
Constituyentes la unidad religiosa, la voz unánime del
Episcopado español se dejó oir añunciando con sentidas
frases los males que habrían de sobrevenir si desaparecía
la unidad católica. Entónces se conjuró la tempestad; pero
vinieron tiempos más aciagos, y se ensayó la libertad rr-
ligiosa: mas este ensayo, verificado en los últimos añoR,
sólo sirvió para demostrar qne no eran vanos aquelloR te-
.mores ni falsos aquellos vaticinios.




CXXIV EXPOSICIONEs


Testigos somos de los males que han venido sobre nues-
tra patria como consecuencia del grito funesto de la liber-
tad de cultos. ¿ No vimos caer nuestros templos, muchos
de los cuales no sólo eran monumentos de la Religion,
sino tambien joyas inapreciables del arte'? ¿No los vimos
tambien vendidos ti los sectarios del error, que los profa-
naron ejerciendo en ellos sus cultos'? ¿No hemos visto abrir
escuelas para corromper ti la juventud, difundir multitud
de libros para propagar las perniciosas doctrinas del error,
correr por todas partes el torrente de la inmoralidad y de-
clararse ,Í, nombre de la libertad una cruda guerra ú la
Iglesia católica, verdadera esposa de Jesucristo'? ¿No he-
mos visto ocupadas muchas cátedras en nuestras univer-
sidadcs por profesores enemigos del Catolicismo, que ha-
cían público alarde de su impiedad'? ¿No hemos visto in-
troducirse la division en las familias y la desunion en los
pueblos, hasta sentir amenazada nuestra nacionalidad, que
tiene su más robusto fundamento en la unidad religiosa'?
¡ Ah! N o se diga que la libertad de cultos es un adelanto,
una conquista de la civilizacion moderna. Ella es un ver-
dadero retroceso, que lleva á los pueblos al triste estado
en que se hallaba el mundo ántes de ser iluminado por el
Evangelio. ~o se diga que con la libertad de cultos se au-
m~tará la riqueza pública, viniendo á nuestra patria los
eapitales extranjeros. ¡Oh! Proclamada fué por la revolu-
cion de 1868, consignada fué en la Constitucion de 1869;
¿y dónde esU el aumento de la riqueza pública'? ¿Qué ex-
tranjeros han venido á negociar en España con sus capita-
les'? ¿Dónde se halla la abundancia y la felicidad que había
de traernos la decantada libertad religiosa'? Los hechos han
venido (t dar á sus defensores un triste y doloroso desenga-
ito. N o se diga, por último, que con la libertad de cultos se
abrir:t {t la Religion una palestra para alcanzar nuevos triun-
fos y ostentar con ellos su divino poder y su celestial hermo-
sura, pues esto no es más que un débil y especioso pretexto.
¿Qué se diría de un general que despues de haber tomado á




Á LOS CUERPOS COLEGISL.\DORES. CXXy
costa de sacrificios una plaza importante, la entregase otra
vez á los vencidos, sólo por el necio placer de conquistarla
de nuevo'? Pues esto y no otra cosa sería establecer la li-
bertad religiosa en nuestra patria. La Religion católica ha-
bía vencido en ella al error; había combatido victoriosa en
todos los siglos contra los enemigos de su fe, los había
arrojado alIado allá de nuestras fronteras, y dominaba so-
la, influyendo benéficamente en nuestras leyes, en nues-
tras costumbres y en todas nuestras instituciones. lo Será,
pues, justo, sera racional abrir ahora las puertas á los
enemigos, que ella misma había vencido, para que destru-
yan su obra de muchos siglos, contentándm:e con decir:
«olla la reconstruirá de nuevo'?» Y no se crea que al hablar
de este modo temen los Prelados que suscriben por la Re-
ligion, nó. Ella es inmortal, y no perecerá jamás. Temen
por los incautos, que fácilmente son pervertidos por las
doctrinas del error; temen por la familia, que, sin el
influjo de la verdadera Religion, se envilece y' disuelve;
temen, por último, por esta patria querida, que con la
unidad católica fué siempre grande y poderosa, y que
sin ella vendrá inevitablemente a ser el ludibrio de los
pueblos.


Por todas estas consideraciones y otras muchas que
omiten por la brevedad, los Prelados que suscriben ruegan
encarecidamente al Congreso que, desechando el arto 11
del proyecto de Constitucion ,lo sustituya por otro que,
estando en armonía con los tres primeros artículos del no-
vísimo Concordato, restablezca en España la unidad reli-
giosa, y como consecuencia necesaria, la unidad de la en-
señanza católica en todas las escuelas públicas y privadas.
De este modo el actual Congreso hará justicia á la Religion
católica, llenaú c!lm plidamente los deseos de la inmensa
mayoría de los españoles, salvará nuestra sociedad, y ten-
drá la gloria de haber contribuido eficazmente {¡ la ventura
y á la prosperidad de la patria.


Sevilla 28 ele Febrero de 1876.-Luu;, Cardenal ..11':;;0-




('XXVJ EXPU~ICI\)l'\ES


hispu de Se/)illtl.-I[n. FÉLIX 1\LUtÍA, ObisJ)o de Oddiz, en su
!lombre y en el del ilustrísimo señor Obispo de Canarias.-
FI<;R~AI\DO, Obispo {le Badajoz.-FR. ZEFERINO, Obispo de
Oórdoba.


DEL METROPOLITANO Y SUFRAGÁNEOS DE BÚRGOS.


El Arzobispo y Obispos sufragáneos de la provincia
l'clesiástica de Búrgos, usando de su derecho como espa-
110les y cumpliendo como obispos un estrecho y sagrado
deber de su ministerio, acuden respetuosamente al Con-
greso en demanda del restablecimiento de la unidad cató-
lica, y de que sea rechazado por inconveniente, innecesa-
rio y ocasionado á graves perturbaciones y conflictos el ar-
tículo ó base undécima del proyecto de Constitucion , que
autoriza la libertad ó tolerancia de cultos.


Sienten hondo pesar al tener que defender ante españo-
los la necesidad, la conveniencia y la justicia de mantener
incólume la posesion quieta, pacífica é inmemorial en que
se hallaba Españú de su unidad católica pocos años hú; pero
al observar el empeño y la tenaz insistencia con que se
pretende convalidar en nuestra patria la más funesta é in-
motivada de las innovaciones, áun despues de haber sido
rebatidos completa y victoriosamente con incontestables
razonamientos, los argumento~, Ó mej 01' dicho los espc-
('losos pretextos alegados por los apologistas de la mons-
truosa libertad de cultos, se ven preeisados los que suscri-
ben á exponer ante el Congreso algunas de las razones en
que apoyan su peticion y expresar el convencimiento Ínti-
mo que abrigan de los males incalculables que, sin mez-
cla de bien alguno, habría de producir, no sólo en elórden
religioso y moral sino tambien en el social y político, la
sancion legal de esa deplorable libertad ó tolerancia.


Trátase en el proyecto á que nos referimos de conceder




al e 1'1'\) l' , bajo la garantía de una ley constitucional, dere-
chos que sólo corresponden á la Religion católica, úniea
verdadera. Pues bien; ó se permite el error y se le da vida
pública y legal como error, y esto es una necedad ú los ojos
del sentido cornun, ó se le permite como ignorancia y en-
gaño , y entónees sería un baldon para la sociedad que le
autoriza, ó se le permite como medio de descubrir la ver-
dad, y en este caso sería un absurdo, así porque el error
en rcligion, como la duda universal en la cien(~ia, no es
buen punto de partida para la investigacion de la vordafl,
como porque en religion y moral se la conoce toda entera,
y nada queda por descubrir en el seno del Catolicismo.


Otorgar libertad de conciencia y tolerancia de cultos
es lo mismo que reconocer un derecho en el hombre de ado-
rar al Dios verdadero ó al Dios que se finja, él ele negarle
pública y exteriormente, con desprecio de toda ley diyina
y con escándalo de los dernas hombres; es autorizar el
ateismo; es permitir que el error en religion se alce rebel-
de contra la verdad infalible de la Iglesia, y contradiga
con actos externos las creencias del pueblo español, tur-
bándole, dividiéndole é introduciendo en él la discordia:
y todo bajo el amparo y proteccion de la ley. i,Puede per-
mitir esto el poder social? Tanto valdría como permitir la
existencia de un elemento disolvente de la sociedad.


Ya que el genio del mal ha introducido, por desgracia,
tantos gérmenes de division en esta pobre patria, un tiem-
po tan unida, poderosa y envidiada, seria el colmo de
nuestra desventura arrojar en su seno la fatal levadura de
la tolerancia legal de cultos, manzana de discordia en el
órden religioso, que es la m;ls trascendental en sus tristes
efectos, como lo demuestra la historia de otros pueblos.
¡Oh! No podemos pensar con ánimo sereno en las horribles
disensiones que había de producir la mala semilla de la li-
bertad ó tolerancia de cultos.


En esta tic'na católica, qU/3 debe todo su g'lorioso pasa-
do á su unidad religiosa; en este país en que hace siglos no




cxx V111 EXPORIC10:\ER


se levantan sino templos católico&, ni se quiere ni se pue-
de querer que se abra puerta franca al error, que empaña-
ría la pureza de nuestra fe. ¿ Quién, en efecto, ha reclama-
do esa malhadada libertad ó tolerancia de cultos'? ¿ Qué
pueblo, qué aldea siquiera ha mostrado deseo de quebran-
tar nuestra unidad católica J lazo precioso que une á todos
los españoles, fianza de paz y de reconciliacion para el
pI'esente y el porvenir, y prenda de su independencia y de
su fuerza'? Y si tales son los sentimientos del pueblo espa-
ñol , justo es satisfacer sus legítimas aspiraciones, cuando
tanto alarde se hace de rendir homenaje de respeto al voto
de las mayorías y á las exigencias de la pública opinion.


Cuando las Córtes de 1869, en el período úlgido de la
revolucion que destruyó la monarquía, decretaron la li-
bertad de cultos, escribiéndola en la Constitucion, contra
la casi unánime y solemnísima manifestacion del país,
quedaba la fundada esperanza de que tan peligroso ensayo
sería efímero y cesaría tan luego como desapareciese el
edificio levantado por la impiedad de unos y las malas pa-
siones de otros, que carecía de solidez y consistencia; pero
si ahora se acepta y ratifica la libertad de cultos con la
fuerza legal que presta la monarquía á todo cuanto prote-
g'e, esta determinacion tendrá consecuencias m~lS funestas
que aquel malhadado ensayo, y ejercerá una influencia
más eficaz y perniciosa sobre el únimo de las personas sen-
cillas, á quienes esa secular institucion inspira todo el res-
peto y consideracion que no podía merecerlas la forma de
gobierno entónces establecida, llueva y desconocida en
nuestra patria. Se legalizará con la libertad ó tolerancia de
cultos el proselitismo del error y la propaganda de toda
('lase (le desvaríos; quedarA autorizada la libertad de im-
pugnar y atacar la doctrina católica y de escarnecer sus
rnús augustos misterios y santas prácticas; y fácil es pre-
ver el peligro de sednccion que resultaría para muchos ca-
tólicos y la indiferencia religiosa y la consiguiente relaja-
~ion de costumbres que habían de. producir, en daño de la




Á LOS CUERPOS COLEGISLADORES. CXXIX
misma sociedad, los discursos y los ejemplos que la auto-
rizasen.


Por eso es mayor y más apremiante, si se quiere, el
deber que tienen los que suscriben de levantar muy alta su
voz para impedir, en cuanto está de su parte, que se rea-
lice en nuestra legislacion una novedad de tanta gravedad
y trascendencia, que afecta al bien espiritual y salvacion
de las almas que les están encomendadas, como es mayor
tambien la rMponsabilidad que contraerían ante Dios y los
hombres cuantos contribuyan á despojar á nuestra patria
de la unidad católica, honroso distintivo que la caracte-
riza y ennoblece.


y no se diga que la libertad, ó al ménos la tolerancia
de cultos, es necesaria para que España entre en el con-
cierto de las naciones, y para atraer los capitales extran-
jeros de que ha menester para el fomento de su industria,
comercio y agricultura. Aunque esto fuera cierto, no por
eso debería darse esa preferencia á los intereses materiales
sobre los morales y religiosos. La tolerancia de cultos es un
mal, segun la doctrina católica, y conocida es la máxima
de que no debe procurarse el mal con la esperanza de que
de él resulten bienes. Pero está muy léjos de ser así como
quiere suponerse. El comercio, la industria, la agricultura
y todas las fuentes de la prosperidad pública se desarróllan
al benéfico calor de la moralidad y del trabajo, y al abrigo
de la paz y una prudente y sabia administracion. Donde
eso falte, donde las discordias religiosas vengan á reem-
plazar á esa tranquilidad "y órden sólido, no puede espe-
rarse con fundamento que afluyan capitales extraños, sino
más bien debe temerse que huyan los propios á otros paí-
ses que les ofrezcan más seguridad.


En el nuestro á nadie se ha molestado por sus ideas en
religion , cuando éstas no han traspasado los límites de la
conciencia y manifestádose por actos exteriores hostiles
á los fueros de la Religion católica que en él se profesa.
Esto lo sabe bien Europa y el mundo todo, como saben tam-


i




oxxx EXPOSICIONES


bien que á la sombra de esta tolerancia han podido vivir y
han vivido de hecho, sin zozobra ni peligro, cuantos ex-
tranjeros no católicos han venido por propio interés á es-
tablecerse en nuestro suelo. Los que digan que otras nacio-
nes que pasan por ilustradas miran á España con desden
porque detesta la libertad de cultos, no dicen la verdad:
la verdad es que en este punto la miran con envidia; por-
que, como ella, quisieran verse libres de ese cáncer que
corroe sus entrañas. El ejemplo, pues, de otras naciones
no puede invocarse en favor de la libertad de cultos para
España, ni esta gran Nacion ha sido constituida para reci-
birlo, sino para darlo á otros países, como su brillante
historia lo demuestra, ni es justo ni político que acepte-
mos por mero espíritu de imitacion los males y desgracias
que aquejan á otros países, bien á su pesar.


¿ Dónde está, pues, la necesidad de introducir en nues-
tra patria la libertad ó tolerancia de cultos, con el funesto
cortejo de sus i!?-finitas y contradictorias sectas hetero-
doxas, que harían de este pueblo católico una Babel, y nos
constituirían en un estado social morboso y anárquico? La
aborrecen con razon los católicos fervorosos; y áun los ti-
bios, que con los primeros forman la casi totalidad de Es-
paña, quieren conservar á toda costa la integridad de su fe
en Jesucristo y en su Iglesia, sin exponerla á riesgos y
profanaciones, como precioso hilo de oro que ha de servir-
les para salir del laberinto de sus pasiones y reconciliarse
algun dia con su Dios. El corto número de descreidos que
no profesan religion alguna, no necesitan templo para
adorar al Dios que niegan y desconocen; y si desean la li-
bertad de cultos, es sólo en odio al Catolicismo. Tienen la
inmensa desventura de no creer, y para tranquilizarse
quisieran que todos fuesen incrédulos como ellos. ¿ Quién,
pues, necesita en España la libertad de cultos? ¿ Serán
acaso esos pocos propagandistas del protestantismo, asa-
lariados por las sociedades bíblicas, que han escandaliza-
do al país con su apostasía y conducta, los que merezcan




Á. LOS CUERPOS COLEGISLADORES. CXXXl
la consideracion de que por ellos se altere nuestra secular
unidad católica'? Mengua sería para nuestros legisladores
semej ante condescendencia.


Lo que la verdadera necesidad, .la conveniencia y
la justicia exigen, es que se respete nuestra gloriosa tra-
dicion: que se cumplan con lealtad los solemnes com-
promisos contraidos con la Santa Sede en los Concordatos,
y particularmente en el novísimo de 1851, que tiene por
base y fundamento la conservacion de la unidad católica;
que se eviten los conflictos que sobre las concesiones de la
Iglesia pudieran surgir de faltarse á lo pactado, por aque-
lla conocida máxima del derecho de gentes, Frangenti
Ildem, fides ll'angatur eidem; y que léj os de alentar al error
con la tolerancia ó libertad legal de cultos; léjos de debi-
litar directa ó indirectamente el sentimiento católico y la
comun creencia de nuestro pueblo; léjos de quebrantar
este freno religioso, sin el cual las masas se convertirían
en perpétuo instrumento de planes trastornadores, porque
nadie es más temible que el que no teme á Dios, se deseche
el arto 11 del proyecto constitucional, y se conserve nues-
tra preciada unidad católica, con lo cual los señores Dipu-
tados adquirirán un título de gloria y prestarán un servicio
inmenso al país á quien representan.


Búrgos 29 de Febrero de 1876.-ANASTASIO , Ariobispo
de Búrgos.-DIEGoMARIANO, Obispo de Vitoria.-PEDRO
MARÍA, Obispo de Osma.-JuAN, ObisplJ de Palencia. -SA-
TURNINO, Obispo de Leon. -GABINO , Obispo de Oalaltorra !I
la Oalzada. - VICENTE, Obispo de Santander.




CXXXIl EXPOSICIONES


DEL METROPOLITANO Y SUFRAGÁNEOS DE VALLADOLID.


El Arzobispo de Valladolid y demas Prelados de esta
provincia eclesiástica se creen en el deber de acudir al Con-
greso de Diputados exponiendo breve y respetuosamente
algunas consideraciones, de las muchas que se ocurren,
en favor del restablecimiento legal de la unidad católica,
en mal hora alterada por la revolucion en el país católico
por excelencia.


Aunque sobre este asunto de tan vital interes se haya
dicho y escrito cuanto pudiera necesitarse para esclarecer-
lo y demostrar la inconveniencia de adoptar para España
un modo de ser en el órden religioso que la generalidad
de sus habitantes repugna, y ninguna razon justifica; to-
davía, para que ahora y siempre conste que los Prelados
españoles abrigan convicciones profundas acerca de la ili-
citud , inconveniencia y funestísimos resultados que daría,
si llegase á establecerse por las actuales Córtes, la libertad
ó la tolerancia religiosa, quieren aquéllos repetir una vez
más sus observaciones, y hacer oir sus clamores y protes-
tas ante las Córtes del 'reino. Así descargarán el peso de su
responsabilidad como prelados y como ciudadanos españo-
les, y suceda des pues lo que suceda, no tendrán que devo-
rar, con otras amarguras, la del remordimiento que pudie-
ra ocasionarles su actitud silenciosa en estos momentos de
angustiosa crisis para la católica España.


Es hasta ahora una disposicion revolucionaria la que ha
planteado y sostenido entre nosotros la llamada libertad de
cultos. Gravísimos males y de difícil reparacion ha causado
en el órden moral el temerario ensayo de esa libertad fu-
nesta en nuestro suelo; pero al fin , como violento avance
de una revolucion transitoria, no era de creer que su dura-
cion se prolongase, ni que sus efectos tomasen las propor~




~ 1 LOS CUERPOS COLEGISLADORES. CXXXlII
dones que podrán tener al amparo de una ley dada en si-
tuacion más tranquila, como es la presente. En ella ¿darán
al mundo las Córtes españolas el espectáculo nunca visto
de un Cuerpo legisla,tivo, compuesto de católicos, confec-
cionando una ley para abolir ó confirmar la abolicion de la
unidad católica en un país, en una nacion compuesta en su
casi totalidad de católicos~ ¡,Qué juicio formarían esos
mismos extranjeros, conjurados hace ya tiempo contra esa
preciosa unidad, única condicion quizá que hoy nos hace
respetables ante el mundo que en otro tiempo asombrába-
mos, qué juicio formarían de nuestro actual carácter, com-
parado con el de nuestros antepasados'? Bien podrían de-
cir, y lo dirian por desventura nuestra, si se adoptase la
innovacion indicada: «La España actual no es la España de
la historia: la España de la historia acaba su vida á manos
de los que se llaman sus hijos. j Victoria para sus émulos y
enemigos !»


Es indudable que una nacion, no ya sólo para ser gran-
de y poderosa, sino áun sólo para conservarse independien-
te y resistir con éxito la accion de los elementos disolven-
tes, que ora se desenvuelven en su seno, ora la amenazan
de afuera, necesita un principio que la dé unidad y cohe-
sion, que la vivifique y sostenga; un vínculo que ligue y
estreche todas sus fuerzas; un resorte poderoso que las em-
puje, en caso necesario, hacia un mismo punto ú objeto;
una idea, en fin, grande y fecunda que, existiendo siempre
viva en todas las inteligencias, haga latir acordes todos
los corazones. Una nacion dotada de esas condiciones
de existencia podrá un dia ser un Estado débil y de es-
casa importancia al parecer: pero, si no las pierde, podrá
llegar á sor un pueblo gigante que, sobreabundando de
vida, arrolle á su paso á cuantos pretendan oponerse á su
marcha majestuosa, y que, acrecentando sus fuerzas en la
lucha, imponga respeto ó miedo en todos los ángulos del
mundo adonde alcancen sus miradas.


Bien sabei~, señore!'! Diputalim;, que esos rasg'iJS breví-




·CXXXIV EXPOSICIONES . ..


simos son el compendio de la historia del pueblo español.
Vosotros conoceis esa historia, gloriosa sobre todo encare-
cimiento; y puesta la mano sobre ella, convenís sin esfuerzo
con los que exponen, que en España ese principio de vida,
ese vínculo de unidad, esa idea, ese sentimiento comun que
lo domina todo, que lo anima y vivifica todo, que dacomple-
mento y perfeccion á todo, es la uniformidad de creencias,
la unidad de doctrinas religiosas, la unidad de cultos. A
ella, como á un estado perfecto, ha tendido España, em-
pleando persistentes trabajos de eliminacion de extraños
elementos que la debilitaban: y al conseguirla, se mostró
al mundo como el pueblo de vida más robusta y fecunda.
Fácil fuera demostrar que España viene disfrutando de más
ó ménos vigor y prosperidad, cuanto con más ó ménos vi-
vacidad y eficacia ha obrado en ella el principio unificador
y verdaderamente vital de la unidad católica.


Ahora bien, señores Diputados; si se destruyese ese
principio (y se vendría á destruir empezando por modificar-
le segun la base undécima), ¿con qué otro se le sustituye
que dé iguales resultados'? No es cosa imposible destruir
lo existente, por antiguo que sea, y arraigado que esté en
un país, sobre todo cuando se invoca la moda, que todo lo
invade, ó la opinion, que se ha dado en llamar reina del
mundo; pero una serie harto larga de dolorosas y funestísi-
mas experiencias nos viene demostrando lo que la sana ra-
zon y el buen sentido han dictado siempre: que las bases
seculares de la constitucion de un pueblo no se alteran, no
se tocan, sin que el edificio social se conmueva y amena-
ce ruina.


Por eso los que exponen reconocen tan imponderable
gravedad y vasto alcance en la llamada cuestion religiosa,
que, á pesar de sus clamores, parece va á ser objeto de dis-
cusion en las Córtes. Sí, lo repetimos, á riesgo de parecer
molestos: la cuestion es de vida ó muerte para España; si
hay quien no lo vea así por ahora, el tiempo lo hará ver á
cuantos no estén ciegos. i Responsabilidad tremenda pesa




A LOS CUERPOS COLEGISLADORES. cxxxv
sobre las Córtes actuales! Responsabilidad que nosotros los
Prelados, atentos á las inspiraciones del primer represen-
tante de Dios, y seguidos del clero y de la mayoría del
católico pueblo español, agravamos, al hacer en descargo
de la nuestra, y sin intencion de ocasionar molestia á los
respetables individuos de uno y de otro Cuerpo, observa-
ciones pacíficas y enérgicas reclamaciones.


Es ya notorio que el pue bl0 español, en su inmensa ma-
yoría , repugna instintivamente cualquiera alteracion, por
leve que parezca, en lo tocante á la unidad católica, como
quien presiente que en asunto de tal naturaleza cualquiera
modificacion puede ser peligrosa y áun mortífera para la pa-
tria. Esque los pueblos cristianos yadultos ybienconstitui-
dos, á semejanza de los individuos, tienen en sí mismos,
cuando Dios no los abandona, una cierta fuerza repulsiva de
todo elemento que pueda heriró lastimar su vitalidad. Des-
acierto lamentable, y de lamentables consecuencias, sería
desentenderse al legislar sobre el punto que nos ocupa de
las ideas y sentimientos de la generalidad del pueblo es-
pañol, y de la actitud que éste ha presentado en todas las
ocasiones en que se ha intentado tocar la base religiosa, so-
bre que descansa su nacionalidad independiente.


y ese desacierto no le disculparían las corrientes de la
opinion en otros países, de que España S8 distingue con
gloria por su carácter eminente y exclusivamente católico,
dado que al legislar para España, nó las opiniones ni exi-
gencias de otras naciones, sino las de España, deben con
preferencia atenderse. ¿Acaso esas otras naciones nos con-
sultan ó toman en cuenta nuestras condiciones interiores,
cuando arreglan y aseguran las que á su vida y conserva-
cion atañen'? No insistirémos más sobre eate punto, harto
delicado bajo ciertos puntos de vista, por lb que puede te-
ner de ofensivo y deprimente para la noble altivez es-
pañola.


Sea de esto lo que quiera, es lo cierto que en España se
viene dando á Dios unánimemente el culto único que le es




CXXXVI EXPOSICIONES


agradable, viviendo unánimemente sus hijos de la doctri-
na santa que el mismo Dios se ha dignado revelarnos.


De esto estamos ciertos y seguros, así como lo estamos
de que á esa unanimidad de creencias y de culto debe nues-
tra Nacion sus mejores glorias, sus más grandiosas epope-
yas. Estamos en paz sobre esto. i,A qué obedece, pues, el
empeño de unos pocos de abrir puertas ó rendijas al error,
inquieto y perturbador por natural tendencia, arma satáni-
ca de destruccion y de muerte, elemento de descomposi-
cion y ruina para las sociedades mejor constituidas?


Nó, señores Diputados: vosotros no po deis querer esto,
no os es lícito quererlo, y ménos procurarlo. La conciencia
y la historia os lo dicen; los Prelados, maestros de la mo-
ral evangélica por institllcion divina, os lo aseguramos;
la patria ... la patria en quietud congojosa os recomienda su
porvenir, el porvenir de vuestros hijos.


Bien sabeis que en España todo está empapado de es-
píritu católico. Sobre un suelo amasado con sangre de már-
tires de la Iglesia católica, todo está embalsamado de ca-
tólico aroma. Nuestra historia, nuestra legislacion, nues-
tras costumbres, nuestra literatura, nuestras armas, nues-
tro lenguaje, todo en esta tierra bendita lleva impresa cier-
ta marca de catolicismo. Esta es nuestra gloria, este es
nuestro tipo, este es nuestro carácter nacional. Los que
hemos viajado fuera de España sabemos bien por experien-
cia cuánto esto enaltece á nuestra querida patria.


i, Cómo podría creerse que vosotros, ilustrados conocedo-
res de la historia, españoles de la raza católica y de corazon
católico, habíais de acometer la temeraria empresa de con-
currir al planteamiento de una ley que, alterando la unidad
religiosa, habría de dar por resultado, tarde ó temprano, el
descaractel'izar á vuestra madre y darla otra forma y modo
de ser en lo que tiene de más bello, de más noble y glorioso?
¿Podríais consideraros bastante sabios, bastante fuertes, para
obrar en contra de tantos legisladores eminentes como os
han precedido en los pasados y en el presente siglo; cons-




"t I.OS CUERPOS dOLEGISJ.~DORER. cxxxvrt
tructores unos y conservadores otros, de esa gran base so-
cial y política, y ansiosos todos de verla firmemente y á toda
prueba sentada? i Ay de los pueblos, ay de los legisladores
que, dando al olvido su glorioso pasado, se arriesgan á en-
sayar novedades peligrosas! El orgullo pierde ú los pueblos,
como pierde á los"individuos, y suele conducirles á vergon-
zosas humillaciones. «Salvarás al pueblo humilde, decía
David al Señor, y humillarás los ojos de los soberbios.»


Por otra parte, es para los que suscriben una verdad
dolorosa que todo ese afan que algunos muestran por que
se establezca en los países católicos la libertad ó toleran-
cia de cultos, cuando no eJeisten razones y motivos sufi-
cientes para ello, trae su origen de errores contrarios ú la
fe, y de mhimas condenadas en los últimos tiempos por la
Santa Sede y por todo el Episcopado. Salvamos las inten-
ciones, y comprendemos demasiado que haya entre los
apasionados á esa novedad quienes no alcancen la relacion
que eJeiste entre los errores condenados por la Iglesia y
la libertad ó tolerancia que ellos anhelan. Los Prelados.
siempre dispuestos á dar razon de lo que afirman, se de-
tendrían á demostrar hasta la evidencia lo que acaban de
asegurar, si no temieran molestar al Congreso con lo que
sería más bien una disertacion que podría formar un libro,
que una sencilla eJeposicion á un Congreso de DiputadoR
católicos que reconocen nuestra competencia en asuntos de
esta índole. Bástenos, pues, decir que lo que del error traf>
su orígen, mal puede servir para bien de las naciones; y
saben los señores Diputados que es condicion esencial de
toda ley, segun Santo Tomás y todos los teólogos, que sea
un dictado de la razon ordenado al bien comun, de suerte
que una disposicion dada contra el dictámen de la recta ra-
zon, ó que no sea para el bien comun de la sociedad para
quien se da, no puede tener jamás razon ni fuerza de ley.
Quisiéramos que el Congreso fijase toda su atencion en e.sta
doctrina, y con perspicaz mirada viese todas sus conse-
cuencias en relacion al punto que nos ocupa.'




CXXXVIlI EXPOSICION~¡:


«En todo negocio grave, decía San Bernardo (que al
par que un gran teólogo era un gran político y hombre de
Estado J; en todo negocio grave deben entenderse tres co-
sas: primera, si es lícito lo que se pretende hacer, an liceat;
segunda, si es conveniente, an conveniat; tercera, si es
procedente y oportuno, an expediat.


Aplique el Congreso esta máxima importantísima al
gravísimo asunto de la unidad católica en España con recto
é imparcial criterio, y no podrá ménos de convenir con los
Prelados en que toda innovacion en ese punto, todo lo que
no sea declarar que se restablezca plenamente y en todas
sus partes lo solemnemente consignado en los primeros
artículos del Concordato de 1851; todo lo que no sea esta-
blecer como ley del Estado que la Religion católica, apos-
tólica, romana, única verdadera, es la que profesa la N acion
Espauola, y que se prohibe en todo su territorio el ejerci-
cio de todo otro culto; todo, en fin, lo que sea acordar de-
rechos al error y á sus sectarios y propagadores, es ilicito,
es inconveniente J es improcedente é inoportuno, y por lo'
mismo perjudicial y funesto.


Hemos cumplido nuestro deber, señores Diputados; cum-
plid vosotros el vuestro. Sois hijos de cien generaciones de
católicos; sois descendientes de héroes y de santos que lo
han sido á la sombra benéfica y fecunda de la Iglesia ca-
tólica. No querais, no tolereis que venga á infestar esta
atmósfera limpia y pura, iluminada por el sol de la verdad,
el hálito pestilente del error. N o permitais, no tolereis que
venga á ser profanado con cultos sacrílegos y abominables
el suelo predilecto de Dios y de su Madre Santísima.


Os lo piden así millones de españoles hermanos vues-
tros, en cuyos pechos arden á una la llama de la fe y la
llama del amor patrio; os lo ruegan desde sus tumbas, con
muda pero enérgica elocuencia, vuestros más ilustres an-
tepasados; os lo suplican con sus lágrimas vuestras ma-
dres, vuestras esposas y vuestras hijas; os lo demandan por
Dios Ranto, que habita en ellos, vuestros hijos inocentes:




1. tos CUERPOS COLEG1SLADORES. CXXXIX
os lo piden, en fin, la Iglesia y la patria j ambas madres!
cubiertas de antiguas y nobles cicatrices por sostener y
propagar en el mundo el « único culto santo, y el dulc(~
imperio de un solo Dios, una sola f(> y un solo bautismo.»


Los Obispos os conj uramos, por cuanto hay más santo
en el cielo y en la tierra, tÍ, que no desoigais esas voces, si
no quereis que en una hora terrible sean vuestro tormento:
á que, mostrándoos ante todo y sobre todo españoles, pre-
serveis ú vuestra patria de los males sin cuento que ven-
drían sobre ella si llegase, por ~esventura suya, á des-
viarse de la línea ele sus destinos providenciales, visible-
mente marcados en su historia.


Pedimos al Padre de las luces y dador de todo bien ilu-
mine y asista al Congreso para que en el asunto á que se
concreta esta exposicion, resuelva éste lo que sea para ma-
yor gloria de Aquél y para mayor bien de la Iglesia y de
la patria.


Valladolid 7 de Marzo de l8i6.-Por sí y expresamente
autorizado por el revBrendo Obispo de Zamora, el reveren-
do Obispo de Astorga, el reverendo Obispo de Salamanca y
Administrador apostólico de Ciudad-Rodrigo, el reverendo
Obispo de A vila, y por el Vicario capitular de Segovia ,-
FR. FERNANDO , A rzobispo de Valladolid.


DEL METROPOLITANO Y SUFRAGÁNEOS DE ZARAGOZA.


El Arzobispo de Zaragoza y demas Prelados de su pro-
vincia eclesiástica no pueden ménos de dirigirse á las Córtes
de la Nacion, impulsados por un deber imperioso y sagra-
do. Van á ocuparse las Córtes en un asunto de vital interes;
va á ponerse en tela de juicio lo que siempre se ha tenido
en España por inviolable: la unidad religiosa, fundamento
primordia,l y el más sólido de nuestra unidad social, y la
más firme garantía de nuestra diclia temporal y eterna.




aXL EXPOSICIONES


Españoles y Prelados católicos los que suscriben, le-
vantan su voz para conjurar por todo lo más santo á los
representantes de la Nacion para que, sobreponiéndose á la
atmósfera que los rodea, libres de toda pasion, y desde la
region serena de la inteligencia y de la fe , reflexionen ma-
duramente sobre el gravísimo problema que ha de ser so-
metido á su deliberacion, y al ser excitados á votar la base
nndécima del proyecto de Constitucion, mediten lo que en
asuntos de alguna entidad debe siempre considerar todo
hombre que se precie de sensato, á saber, si tal resolucion
~cría lícita, si ventajosa, si prudente.


Queda á salvo, se dirá desde luego, el sagrado princi-
pio de la verdad exclusiva del Catolicismo, y ni siquiera
se intenta en esa base nivelar las falsas religiones con la
sola verdadera, otorgándoles iguales derechos;· pero áun
así cúmplenos hacer ver que la mera tolerancia civil y po-
lítica es ilícita en sí misma, y sólo en fuerza de gravísi-
mas é imperiosas circunstancias, que afortunadamente no
existen en España, y prévia iambien la aquiescencia de la
Santa Sede, con quien media un contrato solemne que lo
impide, pudieran votarla los representantes de una nacion
catolica ..


Temeríamos inferir agravio á la alta ilustracion de las
Córtes si para demostrar que es ilícita en sí la tolerancia
de las falsas religiones y cultos, adujésemos testimonios
de nuestros libros sagrados. Harto conocida debe serIes la
prohi bicion de enlazarse la santa familia de Seth con la
pervertida de Cain, y el resultado funestísimo de la tras-
gresion de este divino mandato. Harto sabi:do es de los se-
ñores Diputados que las leyes dadas por Dios al pueblo de
Israel, no sólo en el órden religioso, sino en el civil y po-
lítico, prohibían bajo las más severas penas áun el trato y
comunicacion con los demas pueblos, siquier¡¡. fuesen limí-
trofes, para precaver á los hijos de aquel suyo escogido de
cualquier peligro de contagio- bajo el punto de vista reli-
giof'o, asi eomo por esta ra7.on misma, al introducirlos en




.~ LOt:i CUERPOS COLEGISLADOHEt:i. cx!.[
la posesion del misterioso país que había prometido á SU!:l
padres, les mandó exterminar de él á todos los indígenas,
porque « serán, les decía, para vosotros clavos en los ojos
y lanzas en los costados.») Presagio que se verificó, habien-
do ellos prescindido del divino mandato por una conmi-
seracion mal entendida.


Por la misma razon, tampoco nos detendrémos en hacer
notar á los señores Diputados la viva solicitud con que pro-
curaron los Apóstoles y los antiguos Padres de la Iglesia
apartar á los cristianos de toda relacion y trato con los in-
fieles y herejes, como que no podían concebir entre aqué-
llos y éstos otro linaje de comercio, que el que pudiera
darse entre vivos y muertos, entre luz y tinieblas, entre
Cristo y Belial. Y aunque la Iglesia, por razones muy ób-
vi as , hubo de mitigar luégo este rigor, y usar de toleran-
cia en cuanto á las relaciones de la vida civil, vésela pro-
ceder en opuesto sentido por lo tocante á Religion, á
medida que, desapareciendo los vestigios de las falsas, iba
facilitándose la concentracion de los pueblos en la exclusi-
vamente verdadera. (Un solo Dios, una sola fe, un so lo
bautismo, un solo rebaño, un solo Pastor;») estas frases
evangélicas han sido el símbolo de la santa unidad y como
la divisa del verdadero cristianismo en todas las épocas; .Y
la condenacion hecha por nuestro Santísimo Padre Pío IX
de las proposiciones LXXVII, LXXVIII Y LXXIX, formula-
das en su respetable 8yllabus como favorables á la libertad
y tolerancia religiosa, léjos de implicar una novedad, es y
será siempre el eco fiel de la que ha 'venido siendo doctrina
invariable de la Iglesia católica.


y en hecho de verdad, el otorgar libertad ó tolerancia .i
las falsas religiones y garantirles legalmente el ejercicio
público de sus cultos, salvo el caso de una necesidad impe-
riosa y suprema, inferiría á Jesucristo, Señor nue~trol
gravísima y manifiesta injuria en su calidad de Rey y So-
berano que lo es principalísimo de la sociedad humana, ya
que El recibió de su Padre por herencia las naciones de la




CXLIl EXPOSICIONES


tierra y su dominacion y señorío hasta los confines de ella:
injuria que inmensamente subiría de punto tratándose de
una nacían como la nuestra, que, colmada por El de espe-
ciales y muy señalados favores, se formó y desarrolló al
abrigo de su dulce imperio. Sería, no como quiera una in-
iuria, sino una pérfida conjuracion contra: ese Rey excelso
de los siglos, como lo fuera contra un Monarca terreno el
dar ámplia libertad á sus vasallos para fraccionar el reino,
eligiendo cada cual un soberano á placer, y la forma de
gobierno que mejor le pareciese.


Porque si esto equivaldría á desconocer y conculcar los
fueros de la legitimidad y del derecho, confundiendo al
verdadero soberano con el insolente demagogo que osase
suplantarle, esto y no otra cosa vendría á hacerse con per-
mitir se alzasen altares sacrílegos al lado del altar de
nuestro Señor Jesucristo, cuyos derechos son, á no dudar-
lo, harto más inviolables y sagrados que todos los más sa-
grados é inviolables de los reyes de la tierra. Esto sería
como decir que las diversas religiones, sin exceptuar la
suya, son todas igualmente verdaderas ó todas igualmente
falsas; sería como reducir á problema la verdad; y la santa
verdad, la verdad católica, no puede ni debe sufrir que se
la equipare al error sin hacerse diferencia entre el veneno
que mata y el elixir que da vida; sería ver rebajada á los
~ de los hombres esa Religion santísima, y amenguada
en S11 autoridad y prestigio: porque si con razon pudo de-
cir un filósofo: «o Dios es uno solo, ó no existe Dios,» al
ponerse en espectáculo á vista de las gentes ignorantes
(que en punto á religion son el mayor número) el palmario
desacuerdo entre multitud de religiones que, autorizadasto-
das legalmente, enseñasen el sí y el nó en puntos doctrinales
del mayor interés, esas gentes, la generalidad ignorante y
sencilla, aplicarían á aquéllas el mencionado dilema, y
acabarían por reputarlas todas falsas, y relegarlas á todas,
inclusa la católica, á un desprecio profundo.


Lo propio acaecería tambien en órden á la doctrina mo-




Á LOS CUERPOS COLEGISLADORES. CXLlJI
ral por un procedimiento análogo, viniendo á ser contro-
vertibles sus preceptos y problemática su sancion; y así,
rebajándose forzosamente, en plazo más ó ménos largo,
todos sus vínculos, veríamos en todas las esferas de nues-
tra sociedad, rehabilitados y como canonizados los desórde-
nes todos de la pagana, sin que faltasen moralistas como
Sócrates, que enseñasen la prostitucion; ni nuevos Platones,
fantaseando el ideal de una república serrallo; ni algun
austero Caton, enseñando con su ejemplo el suicidio; ni
algun otro Marco Aurelio, que con gravedad filosófica de-
cretase honores divinos á la que, por liviana y disoluta,
fuera el escándalo del imperio. i Ah señores! En vano no~
lisonjearíamos con no haber ido tan allá; pues loqué dique
habría de contenernos, ó con qué viso de razon habría de
señalarse una nueva barrera á la libertad religiosa, des-
pues de haber removido la legítima'? lo Qué derecho habría
de invocarse para rechazar, por ejemplo, al musulman, al
cuákero, al mormon, á los antimatrimoniales , cuando en
nombre de la libertad de pensar y de creer nos la }lidiesen
para sus supersticiosos cultos, su fanatismo extravagante
y su corrompida y corruptora moral'? Y si os figuraseis no
ser ya esto concebible en nuestro siglo, consultad la histo-
ria contemporánea de los Estados-Unidos, donde ven mu-
chos espíritus superficiales el más bello ideal del progreso
y de la 0ivilizacion. Y cuenta que ni allí ni en otra nacion
alguna se han recogido aún todos los frutos de ese librecul-
tismo que en hora menguada ha querido elevarse á la cate-
goría de principio de derecho público. i Ay del dia en quP
desapareciesen de esas naciones y pueblos los últimos ves-
tigios de la doctrina y de la 'moral católica! N o hay desórdeu
ni delirio humano que no pudiera ser reproducido; que áun
á esto alcanza el dicho del poeta latino: lIfulta renaseentur
qUffi jam eeeidere. Más aún: puede todavía progresarse en
esa linea, puede avanzarse indefinidamente. lo Quién si nó
ha dejado de estremecerse al leer los nefandos programar-:
de la Internacional?




CXLIV EXPOSICIONES


Apelaríamos entónces á la fuerza, se dirá, y al rigor
saludable de las leyes. Pero ¿, qué leyes sabias y justas ha-
brían de formarse, una vez pervertido el sentido moral, ó
qué influencia pudieran ya ejercer las mejores leyes sobre
las privadas y las públicas costumbres, cuando la misma
Religion conspirase á corromperlas'? Las costumbres del
pueblo, sin las cuales las leyes son inútiles, no se forman
multiplicando para él cárceles y presidios, ó ametrallándo-
le en último recurso, cuando, por ser más lógico que los
(lue se erigen en sus maestros, se amotinase y sublevase.


Fórmanse únicamente las costumbres virtuosas bajo la
influencia de la Religion, y nó, por consiguiente, de cual-
quiera, buena ó mala, verdadera ó falsa, sino de la única
que habiendo recibido del cielo el sagrado depósito de la
verdad y el sublime ideal de la verdadera virtud, tiene el
exclusivo derecho de enseñar la primera y trazar á la se-
gunda su fijo y legítimo sendero. Por eso es fuera de toda
duda que el indiferentismo religioso se traduce lógica y
necesariamente por otro indiferentismo social y político,
al que nada interesa el bien ó malestar de los pueblos, ó
el que pierdan ó retengan éstos el más preciado bien do las
inteligencias y de las voluntades, que es respectivamente
la posesion de la verdad y la bella inspiracion de la virtud;
el que mueran ó vivan, en una palabra. Pues« ¿, qué hom-
bre de sano juicio, pregunta á tal propósito San Agustin,
se resolvería á decir á los Reyes: no os importe quien
defienda ó combata en vuestro reino á la Iglesia de Cristo?
¿, N o es cosa que deba interesarnos quien opta por ser re-
ligioso , ó bien sacrílego ... ?» « ¿, Qué muerte hay más fu-
nesta para el alma que la libertad del error?})


De aquí es que el proscribir éste y refrenar aquélla no
es más atentatorio contra la libertad verdadera y legítima!
que la prohibicion y represion del homicidio.


Una cosa es la libertad, la cual puede emplearse bien ó
mal, y ejercitarse en el uso ó en el abuso, y otra muy dis-
tinta es el derecho de usarla, el cual sólo se ejerce em-




Á LOS CUERPOS COLEGISLADORES. CXLV
pleándola bien; pues que abuso y derecho son antitéticos.
Nadie, pues, por mucho que exagere los fueros naturales
de la libertad religiosa, podría dar al error lícita preferen-
cia sobre la verdad, ni al mal respecto al bien, ni sus-
traerse, por lo tanto, á la obediencia debida á la autoridad
de Dios, representada en su Iglesia, como ni en nombre de
la libertad política y civil pudiera con derecho emancipar-
se nadie de la pública autoridad y perturbar el órden por
ella establecido.


Sólo, pues, como recurso supremo para evitar otros ma-
les funestisimos, como guerras civiles desoladoras soste-
nidas por el fanatismo religioso, ú hondas y trastornadoras
perturbaciont's sociales, por otro medio inevitables, es
como ha podido establecerse en otras naciones, en materia
de religion, la libertad ó tolerancia, y como únicamente
pudiera en su caso cohonestarse en España. «Si en algun
cataclismo ó en algun letargo político, dice en su Tratado
de derecho natural el justamente célebre Luis Taparelli,
ocurriese en la Religion tal desercion que gran parte de la
sociedad se sustrajese á su vínculo, podría ser oportuna y
alguna vez obligatoria la tolerancia civil en punto á reli-
gion; pero áun en este caso el gobernante debería adoptar
medios prudentes para recobrar poco á poco el inestimable
bien de la unidad religiosa.»


Pero ¡,y dónde está entre nosotros esa défeccion en tan
grande escala, ó qué volúmenes ha sido preciso escribir
para formar el catálogo de los españoles que en esta re-
ciente época de desbordamiento revolucionario, solicitados
y seducidos por mil medios, se hayan hecho protestantes,
judíos ó musulmanes? Los que entre nosotros tienen la
desgracia de estar mal avenidos con el Catolicismo, no es
que simpaticen con ninguna otra religion positiva; perte-
necen á la categoría de aquellos desdichados que, al decir
de San Pablo, quieren vivir sin Cristo y sin Dios; y es
ciertamente harto ridículo que reclamen libertad religiosa
los que no tienen ni quieren tener religion ninguna, y que


j




CXLVI EXPOSICIOI\ES


invoquen la libertad de cultos los que ninguno han de te-
ner ni practicar. ¿ Para qué libertad de conciencia en pró
de los que sólo necesitan libertad de no tenerla, ni á qué ni
para qué la libertad religiosa en gracia de los que escarne-
cen toda religion '?


y á ese puñado de malaventurados, para quienes la
unidad católica sería una feliz necesidad, pues que, pre-
cisados á practicar la verdad, pudieran al fin retornar á la
luz, i, iríamos ahora á cerrarles el camino de ese feliz re-
troceso, preparándoles nuevos motivos y alicientes para
confirmarse en el mal, á favor de lo que gráti.camente lla-
maba San Agustin libertad de perdicion'? ¿ Iríamos como á
tender redes y preparar lazos á muchos infelices incautos,
débiles en sus creencias, y olvidando aquel precepto del
Apóstol: «Al flaco en la fe sobrellevadle no en discusion
de opiniones,)} habríamos de dar lugar á: qúe discusiones
atrevidas trastornasen sus cerebros, y la levadura de cor-
rupcion pervirtiese sus corazones, y que la zizaña , en fin,
que á manos llenas sembraría el enemigo, ahogase el di-
vino gérmen de su religiosidad y su fe '?


Porque no ha inficionado apénas, importa lo repitamos,
esa funesta levadura una parte mínima de nuestra socie-
dad, ni cundido há esa zizaña en nuestro campo á tal ex-
tremo, que sea imposible arrancarla sin detrimento de la
buena semilla.


Otorgárase á la Iglesia una libertad verdadera, como
ha venido siempre reclamándola con título el más sagrado;
reprimiérase con mano fuerte por parte de los gobiernos la
impía audacia de la prensa; rehabilitárase á los ojos del
pueblo la dignidad del sacerdocio, harto rebajada por la
humillante postergacion á que se le ha relegado; facilitárase
á los Prelados el plantear sus Seminarios bajo un pié deco-
roso, y establecer institutos religiosos y casas de mision,
al tenor del Concordato; dejárasenos, en fin, expedita la
accion , mucho tiempo há y por diferentes caminos coarta-
da, y no trascurrirían de seguro muchos años sin que S8




Á LOS CUERPOS COLE6ISLADORES. CXLVIl
viese renovada la faz de España, hasta apénas quedar en
ella, como si dijéramos, algun desventurado pródigo, á
quien pudiera convenir, como al del Evangelio, dejar la
casa paterna no hallándose conforme con el régimen es-
tablecido en ella. Que por lo demás, el sancionar la abu-
siva libertad de unos pocos, ocasionando en el porvenir in-
definido de los siglos la temporal y eterna ruina de milla-
res de infelices hermanos , estaría en palmario desacuerdo
con las reglas todas de la moral y la justicia.


Dedúcese, ya, pues, de las consideraciones que lleva-
mos expuestas, que esa libertad ó tolerancia de los falsos
cultos, reprobada por Dios, anatematizada por la Iglesia, de
suyo funestísima, y que por ahora, á Dios gracias, ningu-
na perturbacion, ningun conflicto, ninguna necesidad
puede cohonestar, es de todo punto ilícita. Mas como quie-
ra que muchos se hayan figurado ver en ella la panacea de
todos nuestros males, importa hagamos ver que tambien
es absurda bajo el aspecto de lo útil, ó sea con relacion á
nuestra prosperidad y engrandecimiento.


Oyese, con efecto, á personas que se dejan pagar de ra-
zonamientos sofísticos y especiosa palabrería, que con la
libertad ó tolerancia de cultos España se alzaría de su pos-
tracion, y, rehabilitada, entraría en el concierto de las
grandes naciones europeas. Parécenos que mejor dirían en
su desconcierto; porque es harto notorio, á quien algo re-
flexiona, que desde la época malhadada en que perdi.eron
ellas su unidad religiosa, han perdido la paz, la estabili-
dad, el órden, el prestigio de la autoridad, siendo éste re-
emplazado por la fuerza bruta, y háse corrompido su moral
pública, y brotado y propagádose en su seno el llamado
pauperismo, sin Dios y sin conciencia, á manera de corro-
sivo cáncer, que no pueden atajar. Así que, en medio de
una prosperidad material tan aparente como deslumbrado-
ra, acaéceles á esas naciones lo que á la antigua Roma,
que con haber reunido en su Pantheon los dioses de todos los
pueblos de la tierra, viniendo con esto á menoscabarse el




CXLVllI EXPOSICIONES


prestigio de su religion propia, decayó poco á poco de sus
severas costumbres, y hubo de acabar víctima de una cor-
rupcion sin ejemplo.


No eran, nó, librecultistas en sus mejores tiempos
aquellas dos antiguas naciones que hoy se nos presentan
por modelo de instituciones libres. No lo fué Roma, cuan-
do conservaba en vigor aquella ley de las Doce Tablas, en
que se prohibía la introduceion de dioses y de ritos extra-
ños, y cuando Ciceron consideraba como un crÍmen capital
el rehusar obediencia á los decretos de los Pontífices, y
colocaba á la religion y sus ceremonias en el número de
aquellas cosas que los jefes de la república debían mante-
ner incólumes. No lo fué Grecia, <;londe los jóvenes, para
ser admitidos en la clase de ciudadanos, habían de obligar-
se con juramento á seguir la religion de su patria, y á de-
fenderla con peligr9 de su vida. No lo eran, en fin, como
aparece de su historia, las demas naciones antiguas en el
período de su engrandecimiento y prosperidad. La toleran-
cia religiosa fué invocada por primera vez como principio
social en el Congreso legislativo de Francia de 1789, alli
donde se proclamaron los titulados derechos del hombre,
y se dieron por abolidos los de Dios. Pero es más: ni han
sido librecultistas, ni lo son, si bien se mira, esas mismas
naciones europeas que, habiendo acogido aquel impío
cuanto absurdo principio, se jactan de ir al frente de la
civilizacion y del progreso. Blasonan de libertad y de to-
lerancia, y entre tanto, no sólo son intransigentes con
determinadas religiones y cultos, sino que vejan y opri-
men por mil maneras á los que profesan el Catolicismo.
Ejemplos de esto, la tolerancia de Inglaterra respecto á
sus súbditos de Irlanda; la de Prusia, en órden á los cató-
licos del imperio; la de Suiza, la de Holanda y la del nue-
vo reino de Italia, que en la metrópoli del Catolicismo lan-
za de sus pacíficas moradas á los que profesan la perfeccion
evangélica, apoderándose de sus bienes, y áun en nuestra
España misma no era por cierto envidiable la libertad de




. .\. LOS CUERPOS COLEGISLADORES. CXr.IX


que gozaba esa Religion santísima en la precitada época,
de funesta memoria, cuando se brindó acogida á toda otra
religion y á cualquier otro culto.


y ahora bien: si no ha habido, ni hay en realidad, na-
ciones librecultistas, ni absolutamente tolerantes, y en
todas se ha puesto un veto ó señalado trabas á determinados
cultos, y áun al que es digno de universal res peto, sin que
este se mire como obstáculo para el bienestar y prosperidad
de las mismas, ¿, por qué se ha de exigir que donde se pro-
fesa aquella Religion augusta, que sola ostenta caractéres
inequívocos de su orígen celestial, haya de transigirse con
todo lo que quiera llamarse religion y culto, áun cuando
entrañe el gérmen de todo error y de toda inmoralidad, y
envuelva manifiesta rebelion á la autoridad de Dios, yexi-
girse esto cabalmente cuando ya la experiencia ha eviden-
ciado que la libertad de cultos significa libertad para el
error y cadenas para la verdad, libertad para la impiedad,
para el indiferentismo, para el materialismo, para el pan-
teismo, para el ateismo, para las sectas innumerables del
protestantismo, y sólo opresion tiránica para el Catolicis-
mo'? ¿,Es acaso que todos estos errores, aptos solamente
para enervar el espíritu, matando en su raiz la virtud y
embruteciendo el alma, son más favorables que el Catoli-
cismo á los intereses de la civilizacion y del progreso social
bien entendido'? .


Hacemos á los españoles que invocan esa libertad ó to-
lerancia la justicia de creer que no son tan aviesos sus de-
f.!eos, ni tales ni tan pérfidas sus intenciones; pero, dado
el primer paso en plegarnos á exigencias que jamás se da-
rían por satisfechas, el resultado no se haría esperar.


Nó: no nos sugieren los políticos de otras naciones el
rompimiento de nuestra preciada unidad por miras inofen-
sivas, sino egoistas y siniestramente hostiles á nuestra
Religion sacrosanta: nó por facilitarnos nuestro bienestar,
sino para sacar de ello ventajas en provecho propio. Nos
conocen y nos respetan, por más que otra cosa parezca, y




eL EXPOSICIONES
quieren relajar el vínculo sagrado que todavía nos une, y
que en circunstancias dadas, estrechándonos fuertemen-
te, nos haría invencibles. Ejemplos de esto hemos dado al
mundo, y no lo olvidarán ellos. ¡ Cuanto mejor nos estaría
cerrar nuestros oidos á sus palabras fraudulentas, y abrir-
los únicamente á aquellas sínceras é inefables de nuestros
libros sagrados! «Si oyeres la voz del Señor tu Dios y
cumplieres sus mandatos, El te ensalzará sobre todas las
gentes que moran en la tierra.)} Cuando España prestó dó-
cil oido á esa voz del Señor su Dios, dominó al mundo: si
volviese á escucharla, cifrando su fuerza en la Religion y
toda su confianza en la proteccion divina, ¿,quién dice que
no volvería á dominarlo?


Que afluirían capitales extranjeros, se alega tambien,
J favorecerían el feliz desarrollo de nuestra industria y co -
mercio. Los capitales extranjeros han afluido y afluyen en
abundancia, y plugiese al cielo que fuese siempre para
ventaja nuestra; y no dejarán de afluir por falta de libertad
ó tolerancia de cultos, sino más bien si esta llegára á san-
cionarse , dado que habría de ocasionar forzosamente pro-
fundo malestar, perturbaciones contínuas y guerras tal vez
sangrientas é interminables; que hartas pruebas podría-
mos haber recogido de que no es en España donde puede
blasfemarse impunemente de las cosas sagradas. Los ex-
tranjeros, para venir á ella y establecerse en ella, lo que
buscan y necesitan es paz, seguridad para sus personas, y
que nadie los inquiete dentro del recinto doméstico en los
actos de su vida privada. Sólo esto necesitan, y les basta;
J si algo más exigiesen, deber nuestro es negárselo con
firmeza, no fuese que nos comprendiera aquella maldicion
lanzada por el Señor en el campamento de Gálgala, contra
el pueblo de Israél, para el caso de que le fuese infiel: « El
extranjero que vive en la tierra contigo, subirá y estará
muy alto, y tú descenderás y quedarás muy bajo.» Y si de
rechazarlos no subiésemos, tampoco habríamos de repu-
tarnol'l inferiores á ellos, habiéndonos sobrepuesto genero-




Á LOS CUEttPOS COLEGISLADORBS. CL!
~amente á miras terrenales y dejándonos guiar de más no-
bles y elevados instintos.


No comprendemos, á la verdad, por qué ha de ser pre-
ciso que todas las naciones sean como vaciadas en una
misma turquesa, sin poder ofrecer, como los individuos,
su carácter y fisonomía peculiares, ni por qué han de ci-
frar todas su principal y casi exclusiva gloria en el mayor
desarrollo de la industria y del comercio, y nó en otras
cualidades de órden superior, que harto más elevan y en-
noblecen. Nada, por cierto, perderiamos los españoles,
siquiera fuese con algun menoscabo material, si pudiése-
mos proferir á la faz del mundo, con noble y santo orgu-
110, palabras parecidas á aquellas hermosísimas del orador
romano: «Gloriémonos cuanto queramos. Nosotros no aven-
tajamos á los galos en valor, ni á los hispanos en número,
ni á los griegos en talento; pero aventajamos á todas las
naciones del mundo en religion y en temor á nuestros dio-
ses. » La nacion que de verdad pudiera hablar así, aduna-
da sobre todo con el vínculo católico, harto más fuerte que
el pagano, sería seguramente la nacion más grande del
universo, y no sosténdría rival en prosperidad y gloria.


Nó, nada perderíamos; ántes bien ganaríamos muchí-
!'limo, áun á los ojos de las demas naciones, con sostener
y estrechar más y más nuestra hermosa unidad, porque
áun ellas, como los individuos, en medio de cualesquiera
desvaríos y á vuelta de un afectado menosprecio, no po-
drían ménos de respetar la noble y generosa virtud, y ven-
dríamos á tener consideracion , y paz, y bienestar, y ri-
quezas materiales, que tambien éstas se dan por añadi-
dura al pueblo religioso que se gloría en tener al Señor por
!'IU Dios. Cuando se censuraba á los Reyes Católicos por
haber decretado la expulsion de los judíos, sin haber te-
nido en cuenta que con ellos saldrían de España cuantiosas
riquezas, la Providencia hizo afluir á ella las fabulosas de
un nuevo mundo descubierto para premiar su fe: y era que,
con ser grandes aquellas riquezas é inmensos estos tesoros,




ctIi EXPOSICIONÉS
todo lo hubiera dado aquella gran Reina para salvar el
alma de un solo indio. j Ah, señores! Si somos españoles, y
como españoles católicos, ¿por qué no habríamos de levan-
tar nuestros ojos de la tierra y dar toda preferencia á lo que
debe tenerla, en bien de la patria y de la Religion, á la
incolumidad de ésta, á la conservacion de la sana moral, á
la civilizacion bien entendida, al eterno porvenir de las
almas, ya que estamos sobre la tierra como en lugar de
tránsito'?


Pero áun sobre este particular afectan creer algunos
que saldríamos gananciosos con la libertad ó tolerancia de
las falsas religiones; porque el clero, dicen, desplegaría
precisamente mayor celo y actividad, y ganaría en ilus-
tracion , precisado á luchar con los ministros de los dife-
rentes cultos. Al clero español, á vuelta de su circunspec-
cion y modestia, le sobra ilustracion para defender en
cualquier evento la santa causa que le ha sido confiada.
Pero si necesitase adquirir ciencia para sostener luchas de
tal índole, y de ellas pendiesen la bienandanza de nuestros
intereses religiosos y morales, ¿ sería noble y acertado
acuerdo abrir la puerta á los enemigos de nuestra fe, cuan-
do por circunstancias de todos conocidas nos hallamos casi
los Prelados como generales sin ejército; ahora, cuando se
ha dado lugar á que desapareciese el clero regular, sin que
á favor de tantas libertades como se han proclamado en
España haya habido la necesaria para que se reorganizasen
aquellas instituciones utilísimas; ahora, cuando en el
trascurso de ocho años de desastres han estado cerrados
muchos de nuestros Seminarios, y los demás casi desier-
tos; ahora, cuando apénas salidos de un largo período de
impiedad desoladora, en que los sacerdotes, vejados de
mil maneras y reducidos á la última miseria, no han po-
dido hacer otra cosa que llorar; es ahora cuando, sin dar-
les tiempo para rehacerse, sin que hayan tenido tregua
alguna para ensanchar su ánimo, respirando una atmósfe-
ra bonancible, han de abrirse las puertas al enemigo y de-




Á LOS CUERPOS COLEGISLADORES. CLlII
cir á ese sacerdocio: • Ahí le tienes; pelea y defiende los
intereses del Oatolicismo , y defiéndelos en pró de nuestras
esposas y de nuestros hijos, y áun "de nosotros mismos,
que, á pesar de todo, queremos continuar siendo cató-
licos '?»


Si de verdad lo sois, señores Diputados, como así lo
creen los Prelados que suscriben, no podréis hablar ni
proceder de ese modo; porque ese proceder y ese lenguaje
se identificaría con el del apóstata Juliano, cuando afec-
tando imparcialidad, fomentaba escisiones entre católicos
y herejes en odio al Oatolicismo; porque ese lenguaje y
ese proceder tendría tanto de católico, como de patriótico
tendría el fomentar guerras perpétuas y no poner fin á
ellas, á trueque ¡fe que los soldados se hiciesen aguerridos
en el fragor de los combates; porque ese lenguaje y ese
proceder tendría tanto de religioso, como humanitario se-
ría envenenar la atmósfera, para que, luchando con las en-
fermedades, se formasen aventajados médicos; porque eSt'
lenguaje, en fin, y ese proceJer en órden á la Iglesia ca-
tólica, sería como el del hijo que admitiese en su casa
concubinas, ni) tanto por vivir mal, cuanto por tener el sa-
tánico placer Je verlas sostener insolentes altercados con
su anciana y virtuosa madre.


N o es, empero, repetimos, porque pueda temer el cle-
ro católico, defendiendo la santa verdad, los sofismas de la
supersticion y del error; lo que teme el clero y tememoR
los Prelados, es la fascinacion del orgullo y de las pasiones
que ciega las almas; es la frivolidad y la altanera ignoran-
cia; es que los fieles hayan de empeñarse temerariamente
en disputas para las cuales son incompetentes, y arrostrar
peligros para los que no se hallan prevenidos; sería el ver
divisiones y disputas en el hogar doméstico, ahuyentán-
dose de él la paz, la confianza y el amor fraternal; sería,
aparte de la ruina espiritual de millones de almas, que en
el trayecto sucesivo de los tiempos carecerían del don ina-
preciable de la fe, ó, seducidas, la perderían, sería, repe-




CLIY El:POSIC!ONES


timos, un motivo para nosotros de gran temor y sobresal-
to el ver arrojada en medio de nuestra sociedad una nueva
tea de discordia, precisamente cuando del uno al otro ex-
tremo de la Península suben las llamaradas de esa inmensa
hoguera que la política ha encenrlido , y cuando corre la
sangre de millares de víctimas sacrificadas en aras de nues-
tras civiles discordias, y se agrava cada dia más sobre
nosotros, seguramente por nuestras ingratitudes, la for-
midable mano del Señor.


De ahí es que, si á pesar de las consideraciones expues-
tas, la libertad ó la tolerancia de cultos se reputase aún,
no sólo lícita, sino hasta ventajosa, 'considerada en abs-
tracto, todavía fuera preciso examinarla bajo su forma
concreta, y ver si, mirada así, fuera ó no prudente pro-
clamarla.


Es ciertamente ilusion deplorable el figurarse que la
unidad religiosa en nuestra España sea una de esas cosas
meramente accidentales, que pueden abolirse sin inconve-
niente alguno. Muy de corrida han ojeado nuestra historia
patria los que no han echado de ver que precisamente la
unidad católica es la base fundamental de nuestra nacio-
nalidad, y que por ella y sobre ella se ha formado, y por
ella y sobre ella se ha consolidado y robustecido. Lo cual
sentado, no es fácil concebir que ese edificio social dejase
de sufrir quebranto cuando, removida la antigua base,
fuese sustituida por otra enteramente nueva y de elemen-
tos heterogéneos, que, léjos de poder hacer liga, recípro-
camente habían de repelerse.


Unidos estrechamente nosotros por aquella cohesion
misteriosa é indestructible, habíamos sido fuertes y lleva-
do á feliz éxito titánicas empresas; pero hemos perdido
bríos y se ha debilitado nuestra pujanza á medida que se ha
ido relajando aquel vínculo sagrado. ¿ Qué vendríamos,
pues, á seruna vez divididos y subdivididos, y traidosy lle-
vados por aquellas rencorosas escisiones, que son fruto na-
tural de la multiplicidad de religiones y de cultos'? ¿Qué




Á LOS CUERPOS COLEGISLADORES. CLT
seríamos entónces, sino en escala inmensamente mayor,
lo que ahora lastimosamente estamos siendo por motivos
políticos, hermanos luchando contra hermanos, y destru-
yéndonos mútuamente en una eterna encarnizada discor-
dia'? Nó , señores Diputados: no es tan inofensiva como al-
gunos juzgan, sino por extremo peligrosa y de trascenden-
cia suma, esa exótica y malhadada novedad que quiere re-
galársenos; y si hasta aquí, á pesar de ser un hecho, no ha
producido males ni perturbaciones de gran bulto, es que
ni los sectarios la han considerado afianzada, ni los católi-
cos la han mirado como cosa séria, sino efímera y pasajera,
ni ha trascurrido tampoco el tiempo necesario para el com-
pleto desarrollo de sus naturales resultados. Una tal inno-
vacion no se introduce en España porque se quiere y
cuando se quiere, ni se plantea tÍ priori sin peligro de pro-
vocar un choque violentísimo con sus hábitos y costumbres
y con sus sentimientos más hondos y arraigados: que no es
el verdadero pueblo español el que se conoce en los gran-
des y pervertidos centros, sino otro muy distinto, que sólo
ie estudia y conoce donde le conocen y estudian los Prela-
dos, en atmósfera más libre y exenta de miasmas de im-
piedad y corrupcion.


Fuera, pues, imprudente y temerario en alto grado que,
por ceder ~ sugestiones é instancias que en otro tiempo
sábiamente cauteloso rechazaríamos con nuestra proverbial
altivez, ó por pagar un tributo más á la indigna monoma-
nía de ser imitadores de todo lo extranjero, cuando nada
bueno tenemos q \le envidiarles, ó por complacer á los que
de entre ellos vienen á nosotros, atraidos por el cebo de
nuestro rico suelo, sin acordarse por lo comun de si tienen
un Dios á quien deban adorar, ó por contentar, en fin, á
un puñado de hermanos nuestros degenerados, que miran
con orgulloso desden toda Religion y culto; sería, repeti-
mos , temerario y contra todas las reglas de mesurada pru-
dencia remover lo que es el firme apoyo de nuestra unidad
social, y ensayar un cambio radical y repentino en nuestra




CLVl EXPOSICIONEI'(


legislacion, en nuestros hábitos, en nuestra manera de 8er,
aspirando á hacer con una sola plumada del pueblo más
altivo de la tierra otro pueblo distinto del que ántes era,
torturándole, aunque chorree sangre, para acomodarle á
un molde de novedad peregrina j y esto, i, cuándo'? precisa-
mente á seguida de prolongados desastres, y cuando ne-
cesitaría ese pobre pueblo algun reposo para vendar sus
heridas y aplicar saludable bálsamo á sus profundas llagas.


Por eso los Prelados que suscriben, teniendo en :nás
elevado concepto á los señores Diputados, no pueden figu-
rarse que hayan de prestar asentimiento á la base undéci-
ma del proyecto de Constitucion, sino ántes bien esperan,
y así se lo suplican , que, negándole sus sufragios, resti-
tuyan á nuestra angustiada patria su más valiente joya, la
que con mayor esplendor brilla en su corona y mejor le
garantizaría nuevas glorias en un porvenir acorde con su
pasmosa historia, con sus grandes tradiciones y heroicos
recuerdos. ASÍ, declinando ellos ante la historia una res-
ponsabilidad inmensa, y declinándola ante Dios, quien
requeriría de sus manos la eterna perdicion de innumera-
bles almas y la temporal de esta Nacion, los bendeciría el
Señor, los bendeciría reconocida la Nacion misma en su
inmensa mayoría, y sus nombres serían trasmitidos con
honor á las generaciones venideras.


Zaragoza 7 de Marzo de 1876.-Por síy en nombre y con
autorizacion de los reverendos Obispos de Tarazona , Te-
ruel, Jaca, Pamplona y Huesca, y los venerables Vicarios
capitulares de Albarracin y Barbastro ,-FR. MANUEL, Af'-
#o'bispo ele Zaragoza.




Á LOF: CUERPOf; COLEGISL,\ nOR'F.!':. c!.vn


DEL METROPOLITANO Y SUFRAGÁNEOS DE GRANADA.


Excmos. señores Senadores: El Arzobispo de Granada y
los sufragáneos de su provincia eclesiástica, los Obispos de
Cartagena, de J aen, de Málaga, de Guadix yel Vicario ca-
pitular de Almería, estimulados por su deber y conciencia
de prelados, y por el ardiente amor á su Religion y á su
patria, tienen la honra de acudir hoy al Senado y de dir~­
girle el mismo respetuoso ruego que en 29 de Enero último
elevaron al jóven monarca que rige los destinos de esta Na-
cion tan grande como infortunada: el ruego de que, en uso
de su poder y autoridad legislativa, se sirva decretar y
proponer en su dia á la sancion de S. M. la inmediata res-
tauracion y conservacion perenne de la preciada unidad
católica de nuestra monarquía, malamente rota y tirada
por los suelos en una noche de infausta memoria; el rue-
go de que los señores Senadores eviten á todo trance (y está
en su mano el evitarlo) que de las primeras Córtes del
reinado de D. Alfonso XII (Q. D. G.) salga coronada la obra
revolucionaria del año 69, adquiriendo carta real de natu-
raleza en España, y cubriendo su vergonzosa desnudez
con la veneranda púrpura de Recaredo y de Pelayo, de San
Fernando y de Isabel la Católica, esa malhadada libertad
y tolerancia de cultos, que con fatal empeño quieren man-
tener y arraigar en esta tierra clásica del Catolicismo al-
gunos políticos mal aconsejados.


Hemos leido atentamente la exposicion que precede aL
Real decreto de convocatoria á Córtes, y en ella se ve con-
sig'nado el pensamiento político del actual gabinete en ma-
teria constitucional, conforme en un todo con el proyecto
de ley fundamental que se formuló y aprobó en la de todos
conocida reunion dél Senado, con acuerdo y eficaz inter-
"encion del Gobierno de S. M. En dicho proyecto se halla




,CLVIlI EXPOSICIONES


planteada la que hoy se llama cuestion religiosa en la base
undécima, J muy especialmente en sus incisos ó párrafos
segundo y tercero, en los siguientes terminos: « Nadie
será molestado en territorio español por sus opiniones re-
ligiosas, ni por el ejercicio de su respectivo culto, salvo
el respeto debido á la moral cristiana. No se permitirán,
sin embargo, otras ceremonias ni manifestaciones públi-
cas que las de la Religion del Estado.» Aquí se ve desde
luego que la ley garantiza la difusion y propaganda de toda
clase de errores religiosos y el libre ejercicio de los falsos
cultos, con sola la restriccion de que sus ceremonias y ma-
nifestaciones no salgan á la calle, y se salve el respeto de-
bido á la moral cristiana, que es muy fácil de salvar y cu-
brir ciertas apariencias ante las autoridades civiles, y más
si en ello hay interes y tal cual habilidad; esto, por lo tan-
to, vendrá á ser en nuestra España, más que mera toleran-
cia, una libertad casi completa de cultos.


En efecto: se dice, en primer lugar, que nadie se-rá
molestado en te-r-rito-rio español po-r sus opiniones religiosas;
y esto, en el terreno práctico y jurídico, ó es una cosa va-
cía de significacion y de sentido, ó es autorizar legalmen-
te á todo sectario español ó extranjero para que en los do-
minios de España pueda difundir y propagar con entera
libertad, de palabra y por escrito, toda clase de errores
contra la Religion católica, que es la del Estado; pues que
en nuestra Nacion, áun en tiempos del Gobierno más abso-
luto, jamás se ha molestado á nadie, ni por tribunales ci-
viles ni eclesiásticos, ni áun por el mismo de la Inquisi-
cion, por meras opiniones religiosas, miéntras no se mos-
traban suficientemente al exterior por palabras ó escritos,
ó por signos y actos innegables, lo cual no podía ménos de
ser así; porque los a0tos ílícitos de la voluntad y las ideas y
opiniones erróneas del entendimiento que no se exterioÍ'i-
zan de modo alguno, son de suyo incoercibles por toda ley
y autoridad humanas; de ellas sólo es responsable el hom-
bre ante el tribunal de Dios y ante el de la penitencia, en




J... LOS CUERPOS COLEGISLADORES. CLIX


el que libre y espontáneamente se presenta como reo y
acusador de sí mismo y de sus más recónditos SE'cretos.


Pero añadiéndose en el referido párrafo ó inciso que ?-a-
die será molestado en territorio español p01'el eje1'cicio de
su culto 1'espectivo, salvo el respeto debido á la m01'al c1'istiana,
es claro y evidente que se garantiza, no sólo la propaganda
del error, sino tambien la libertad de profesar en España
cualquiera religion, y de ejercer cualquier culto en casas,
templos y capillas destinadas al efecto, con tal que se
salven de algun modo las consideraciones y respetos debi-
dos á la m01'al cristiana, nó á la católica; prohibiéndose tan
sólo, al parecer, que las ceremonias y manifestaciones re-
ligiosas de los falsos cultos salgan á la calle ó se practi-
quen en sitios y parajes públicos. y por mucho que se
quiera restringir el sentido y significacion de las citadas
palabras, siempre será cierto que por ellas quedan legal-
mente abiertas las puertas y fronteras de España á la fal-
sedad y al error, y que á éste se le dan garantías y dere-
chos que no tiene ni puede tener; siempre será cierto que,
si llegan á aprobarse tal cual están en el proyecto, la ley
fundamental de la Monarquía española dará amparo y pro-
teccion á los sectarios para que, libremente y sin temor ni
peligro alguno, puedan escandalizar al pueblo fiel con el
ejercicio de los falsos cultos, y pervertirle y corromperle á
mansalva con la inicua propaganda de sus herejías é impie-
dades; y esto creemos firmemente que no pueden ni deben
permitirlo ni autorizarlo con sus votos los dignos repre-
sentantes de esta Nacion católica en ambos Cuerpos cole-
gisladores , sino que deben evitarlo á todo trance, resta-
bleciendo y conservando nuestra unidad religiosa, primero
como políticos, segundo como legisladores, y tercero,
como católicos.


Arte de regir y gobernar bien los pueblos es y debe lla-
marse la verdadera política; y como quiera que el indicar
al monarca y al poder ejecutivo los medios legales necesa-
rios y más adecuados para lograr este buen régimen y go-




CLX EXPOSICIONES


bierno, es uno de los principales derechos y deberes de los
representantes del país, resulta que éstos son y deben ser
siempre hombres políticos por la misma naturaleza é inves-
tidura. de su cargo. Pero en los señores Diputados y Sena-
dores actuales resalta más grandemente el carácter políti-
co, por traer al seno de las Córtes la doble y altísima mi-
sion de consolidar la restauracion monárquica de D. Alfon-
so XII, Y de formar un Código esencialmente político, el
Código fundamental de esta gran N acion; la nueva Cons-
titucion política, con la que ha de regirse y gobernarse en
adelante la Monarquía Española: y si esta doble mision lle-
va consigo grande honra, impone á la vez sagrados de be-
res y enormísima carga sobre los llamados á realizarla;
pues todos ellos conocen que es de suma gravedad y tras-
cendencia el poner las manos ell.la obra constitutiva y fun-
damental de un pueblo, y que tocar á ella para modificar-
la, alterada y mudarla equivale á tocar, modificar, alte-
rar y mudar el organismo vital del mismo pueblo; y esto,
áun haciéndolo con mucho tiento y con toda la delicadeza y
habilidad posibles, es operacion de suyo tan expuesta y
arriesgada en el cuerpo social como en el cuerpo físico.


Pues ahora bien; las nociones más rudimentarias de de-
recho político constituyente nos enseñan que si á un pue-
blo naciente, ó recien formado, puede dársele a priori una
Constitucion enteramente nueva y conforme á la voluntad
recta y ordenada de los primeros asociados, no puede ni
debe hacerse lo mismo en un pueblo de antigua tradicion
y larga historia, que tiene su modo de ser especial, y que
ha vivido muchos siglos con su organismo propio.


En este pueblo la accion de los poderes constituyentes
debe reducirse á ·reconocer, desarrollar y perfeccionar,
hasta donde sea posible en la Constitucion exterior ó es-
crita, los derechos preexistentes y los principios funda-
mentales de su Constitucion interna y tradicional. Pues es
eosa reconocida y admitida entre los políticos y estadist.as
más doctos, y lo reconoce y admite tambien el mismo Go-




,\ LOfl CUEHPOS COLEGISL\.DORES. CLXI


biel'110 de S. M. en el preámbulo del Heal decreto de convu-
cJ.toria á Córtes «como verdad tan clara, tan cierta y tan
palmaria que apénas sufre racional contradiccion, que las
naciones tienen siempre una Constitucion interna· anterior
y superior á los textos escritos, que la experiencia mues-
tra cuán fácilmente desaparecen, y de todo punto cambian
y se trasforman ya en uno, ya en otro sentido, al vario
eompas de los sucesos.» Y si es cierto é innegable lo que
afirma el Gobierno de S. M. á continuacion de las citadas
palabras, á saber, que esta Constitucion interna y secular
de España, anterior y superior á todo texto escrito, está
basada, cifrada y contenida en el principio monárquico,
no es ménos cierto é inegable, y pudiera haberse afirmado,
si cabe, con mús plena seguridad y certidumbre, que la
piedra angular, que la primera y más honda de sus bases,
qne lo mús esencial y radical de dicha Constitucion inter-
na y secular de España, anterior y superior á todo texto
escrito, es la unidad religiosa, es la unidad católica que
hoy pedimos ú las Córtes, y con nosotros la inmensa ma-
yoría de los españoles. Y así como el destruir la monarquía
en España sería romper y rlestrllir la primera rueda y el
muelle real de su organismo político; así tambien el des-
truir y romper la unidad católica en España sería romper y
destruir el resorte mús podel'oso de su organismo social:
sería como arrancarla el corazon y las entrañas; sería cor-
tar la raiz de su vitalidad nacional; sería poner en contin-
gencia yen gran peligro de muerte su nacionalidad misma,
formada por el eatolicismo, lo cual conviene que tengan
muy en cuenta los dignos miembros de las actuales Córtes
al resolver la cuestion religiosa.


y en efecto, los SellOl'eS Di plltadofl y Senadorcfl, que tan
leidos son en nuestra historia patria, sahen muy hien por
ella que la verdatlera nacionalidad española ha nacido del
catolicismo, y se ha desarrollado y fortalecido al calor ma-
ternal y bajo el amparo y proteccion de la Iglesia católica;
que la raza visigoda no qUlSO unirse nunca á la española,


t




CLXIl EXPÚSlClO:-<ES
hasta clue en tiempo del gran Recaredo la Iglesia católica
las tomó á ambas de las manos, y las unió y fundió para
siempre en el Concilio III de Toledo; que perdidas por el
desgraciado D. Rodrigo en las márgenes del Guadalete la
independencia y nacionalidad españolas, volvieron á rena-
cer en las montañas de Astúrias y del Pirineo, á la sombra
de la Cruz, y amparadas y sostenidas por el Catolicismo,
el cual fué el único lazo que mantuvo unidas para la gran-
de obra de la reconquista á las dos poderosas nacionalida-
des que salieron de Covadonga y San Juan de la Peña, la
castellana y la aragonesa; que estas dos J?acionalidadcs,
que bajaron paralelas de aquellas escarpadas montañas y
cuevas misteriosas, combatiendo sin tregua ni descanso á
la morisma año tras año y siglo tras siglo, aunque pare~
cieron unirse junto á los muros de Toledo en las personas
de D. Alfonso el Batallador y doña Urraca, no se juntaron,
sin embargo, definitivamente ambas nacionalidades hasta
que cuatrocientos años más adelante las juntó el Catolicis-
mo á la sombra de la cruz primacial del gran Cardenal de
España, junto á los muros de Granada, en las personas de
dos Reyes eminentemente católicos, que por serlo tanto,
legaron á sus augustos sucesores este gloriosísimo dictado:
D. Fernando V de Aragon y doña Isabel I de Castilla.


En el glorioso reinado -de estos dos ínclitos príncipes,
tan afortunados en la paz como en la guerra, la unidad ca-
tólica, que reinaba sin rival y brillaba esplendorosa en
toda la Península, consumó felizmente la grande obra de
la nacionalidad española, coronándola con la unidad polí-
tica y monárquica; y ambas unidades católica y monárqui-
(~a puede decirse que estrecharon más su antigua alianza
en el real de Santa Fe, y celebraron un nuevo y más inse-
parable consorcio bajo los techos arabescos de la Alham-
bra, bendiciéndolas Dios desle lo alto de los ciclos, y dán-
dolas como arras de su sagrado enlace un mundo nuevo,
que sacó de los abismos del Océano, donde pudieran crecer
y dilatarse ... Tan claro aparece en nuestra historia que la




,.\. LOS CUERPOS COLEGISLADORES. CLXIII


unidad católÍca ha sido la base y como la raiz regeneradora
de nuestra nacionalidad y de nuestra monarquía, que uno
de nuestros más sabios y elocuentes publicistas ha podi-
dido escribir, con tanta galanura como verdad, estas pa-
labras: «La patria y la Religion católica se han confundi-
do en uno entre nosotros: en ningun pueblo de la tierra ha
pasado lo que en España. Setecientos años estuvimos com-
batiendo por el templo y por el hogar, con la cruz en una
mano y la espada en la otra. No hay palmo de tierra en
España que no esté santificado con la sangre de un mártir
é ilustrado con la hazaña de un héroe. Nosotros, creyen-
tes, bien nos podemos llamar hijos de nuestros padres que
creían; los incrédulos que repudian la herencia de ellos,
son extranjeros en España.»


Si, pues, el Catolicismo, que en todos los países del
mundo donde ha llegado ú penetrar ha difundido la luz, la
verdad y la vida, y con ellas la verdadera libertad, la ver-
dadera civilizacion y el verdadero progreso, ha creado
además en España nuestra nacionalidad; si la unidad ca-
tólica ha ll-egado á ser en España el principio generador y
la base más sólida de nuestra unidad política y monárqui-
ca, deben restablecerla cuanto ántes y conservarla inteme-
rada los dignos representantes del país en las actuales
Córtes, á fuer de políticos sabios y prudentes, si quieren
que sea perfecta y estable la grande obra de la restaura-
cion qne han emprendido, y que la patria y el trono des-
cansen seguros so bre su más antiguo y sólido cimiento: y
haciéndolo así, imitarán la prudentísima conducta, tanto
de nuestros antiguos legisladores, como de los eminentes
repúblicos modernos, que ni en códigos ni en constitucio-
nes politicas se han atrevido jamás á tocar la unidad cató-
lica de España, por considerarla siempre como la piedra
angular y la base más inquebrantable de nuestra naciona-
lidad y de nuestra monarquía.


La primera Constitucion que inició el librecultismo en
el infausto bienio de 1854 á 56, despues de haber alarmado




CLXIV EXPOSICIONES


las conciencias y conmoviuo el país, muri(') ántes ele llacer,
y fué sepultada sin luces y sin duelo en el archivo del Con-
greso. La única Constitucion abiertamente librecultista,
que nació en tierra de España y salió ¡'L la calle en brazos
de la revolucion triunfante, contra los votos y deseos de la
inmensa mayoría de los españoles, que la repudiaba, fué
la de 1869: y ¡notable coincidencia! esta Constitucion fue
engendrada y dada á luz cuando estaba cerrado y solitario
el palacio de Oriente, cuando se hallaba vacío el trono de
los Reyes católicos, y cuando sus dueños andaban peregri-
nos por Europa. Y si juramentado con esta Constitucion un


jóven príncipe extranjero vino á ocupar ese palacio y ese
solio, muy pronto conoció que no se ajustaba éí su cabeza
la corona de San Fernando, ni se hallaba bien sentado en
su trono con tal Constitueion por compañera; y de la no-
che á la mañana, con notable prevision y buen acuerdo, el
príncipe se tornó á su tierra y á su casa, y la Constitucion
librecultista se refugió á la suya, que era el palacio del
Congreso, donde sus padres la quitaron el manto y la co-
rona y la despojaron de toda realeza, y despues de arras-
trar por algun tiempo una vida lánguida y llena de azares
y amarguras, al fin murió, y quedó completamente anulad(t
y ,extinguida á la venida de nuestro jóven monarca D. Al-
fonso, como confiesa el mismo Gobierno de S. M. , dejando
en pos de sí los montones de ruinas y charcos de sangre
que la historia nos enseña han solido dejar en todas partes
los funestos ensayos dellibrecultismo y las innovaciones
impremeditadas en cosas religiosas, las cuales contaba ya
el gran Bacon de Verulamio entre las causas 'primeras y
princi pales de las revoluciones y trastornos de los pueblos.


Piensen, pues, los señores Senadores que no es pru-
dente ni político provocp.r sin gravísima necesidad cue¡=;-
tiones religiosas, ocasionadas de suyo á gravísimos conflic-
tos, y que en España pudiera la que nos ocupa produeir-
los muy sérios con la misma Santa Sede, y de muy fatales
consecuencias para las buenas relaciones ciue deben me-




Á LOS CUERPOS COLEGISLADORES. cu:y
dial' entre la Iglesia y el Estado; que no es prudente ni po-
lítico que cuando los g-randes imperios de Europa estún
ensayando toda clase de medios, hasta los más injustos y
violentos, para unificar y sujetar, si pudieran, la religion
en sus dominios, y cuando se ve que todas las naciones
tienden generalmente á la unirlad religiosa, como al ideal
mús bello y mús perfecto. nosotros. que la tenemos, por
la misericordia de Dios, completa y verdadera, dejemos
que nos arrebate esta .preciosa joya, que tanto nos envi-
dian otros pueblos, cualquiera sectario advenedizo, él In
arrojemos nosotros mismos por la ventana con insigne de-
mencia, como una cosa baladí; que no es prudente ni po-
lítico socavar y minal' con la libertad y tolerancia de cul-
tos el más hondo y sólido cimiento de nuestra nacionali-
dad y de nuestra monarquía, que, como dejamos probado,
es la unidad católica', privando d(~ la solidez y firmeza ne-
cesarias á nuestro edificio político y social, combatido por
furiosos vendavales; que no es prudente ni político, en fin,
que cuando nuestra illfortunada patria se ve convertida en
política en una verdadera torre de Babel, en que nadie se
entiende, por la multitud de partidos y fracciones que la
dividen y subdividen, destrozan y desgarran las entrañas,
aüadamos nosotros ahora voluntariamente, y con una te-
meridad incalificabll~, la üivision y discordia religiosa,
que es la más terrible de todas las divisiones y discordias,
y rompamos con nuestras propias manos y sin necesidad
alguna el único vínculo de cohesion y de fuerza que nos
queda, que es la unidad catúlica, para un dia, quizás no


,lejano, en que se ve.m amenazadas, como se vieron á prin-
cipios de este siglo, la integridad de nuestro territorio ó
nuestra misma independencia. Y esto, que no pueden ha-
cedo ni consentirlo los sefíores Senadores como políticos
previsores y prudentes, tampoco pueden hacerlo como
sabios y justos legisladores.


Saben muy bien los señores Senadores los altos deberes
que tienen que cumplir como legisladores, y las conrlicio-




CLXY! EXPOSICIONES


nes que IIeuen tener las leyes que emanen del poder legis-
lativu de las Córtes, pues las señalan muy claramente
nuestro!, antiguos códigos del Fuero Juzgo y Fu~ro Real,
citados en la Novísima Recopilacion, libro III, título II. «La
ley, dicen, ama y enseña las cosas que son de Dios, y es
fuente y enseñamiento y maestra de derecho y de justicia,
y ordenamiento de buenas costumbres y guiamiento del
pueblo y de su vida ... ; y debe ser la ley manifiesta, que
todo hombre la pueda entender, y que ninguno por ella re-
ciba engaño, y que sea convenible á la tierra y al tiempu,
y honesta, derecha y provechosa.» Admirablemente abarcó
todas estas condiciones la gran lumbrera de la España góti-
ca, San Isidoro de Sevilla, hombre verdaderamente extraor-
dinario, no sólo por su excelsa santidad, sino tambien por
su erudicion enciclopédica, cuando dijo que la ley, para ser
buena y por todos obedecida y acatada, debía ser honesta,
j1Mta, jJossibi1is, sec16ndum loc1tm veZ secundum consuet1tdinem
patrüe, non aliqlto pl'ivato commodo , sed P1'O com1m6ni utilitate
civium scripta: y esto es lo mismo, en sustancia, que des-
pues enseñó Santo Tomás, y con él todos los teólogos y ju-
risconsultos. De lo cual se infiere que no es cierto lo que
enseñan algunos publicistas, á saber, que los poderes sobe-
ranos de la tierra pueden legislarlo todo, ó que no hay para
ellos materia ilegislable. No es cierto que las Cámaras de-
liberantes y legislativas puedan hacerlo todo, ménos hacer
de un hombre una mujer, ó viceversa, como del Parlamento
inglés se ha dicho exageradamente, nó ; ni los Emperado-
res, ni los Reyes, ni los gobiernos, ni los Estados, ni las
Asambleas, ni los Parlamentos pueden legislar cosa algu-
na, sino con entera sujecion ¡L las leyes y mandamientos de
Dios; porque El es el principio y orígen de todo poder y
autoridad: non esse potestas nisi a ]Jeo; Él es el Rey de los
Reyes y el Señor absoluto de todos los que dominan, Re;¡;
1'e,!lum, et ]Jomintts dominantium; y por Él reinan los Reyes
y decretan cosas justas los legisladores: Pe,. me Reges reg-·
nant, et legum conditores justa decernunt.





A LOS CUERPOS COLEGISLADOR~S. CLXVlt
y si los legisladores humanos prescinden de Dios y de


su Religion santísima al legislar , y dictan leyes contra-
rias á las suyas, entónces no serán leyes, sino violencias,
que no tendrán de suyo fuerza de obligar, ni podrán obser-
varse en conciencia, ni harán la felicidad de los pueblos,
sino que labrarán su ruina y perdicion ; porque escrito está
que la justicia eleva las naciones y la injusticia y el peca-
do las deprimen y hacen miserables: Justitia elevat .r¡en-
tes; miseros autem facit pOp1ÜOS peccatum.


Esto supuesto, no es difícil de probar que la ley cons-
titucional sometida á la aprobacion de los Cuerpos cole-
gisladores , en la parte relativa á la cuestion religiosa, es
diametralmente opuesta á la idea que nos dan de la ley
nuestros venerandos Códigos úntes citados. Atendidala ver-
dadera situacion y las circunstancias especiales en que se
halla felizmente nuestra amada patria, la ley que intenta
establecerse de libertad y tolerancia de cultos no ama ni
enseña las cosas que son de lJíos, sino que muestra afecto y
demasiada consideracion y respeto tÍ cosas condenadas y
reprobadas por Dios, como luégo verémos, y es causa y
fomento de enseñanzas y ejemplos contrarios ú la ley san-
ta de Dios. La ley de libertad y tolerancia de cultos en Es-
paña no es fuente y enseñamiento y maestra de dM'eclw y jus-
ticia, sino que será fuente y causa ocasional de gravísimos
errores y de agresiones y violencias contra el legítimo de-
recho y la verdadera justicia. La ley de libertad y toleran-
cia de cultos en España no será M'denamiento. de buenas
C()stllmbres y fluiamiento del pueblo y de su vida, sino que
será bien pronto lo que ha sido siempre donde quiera que
ha llegado á establecerse, causa eficaz de corrupcion en
las costumbres públicas y privadas, y de que el pueblo
caiga en el indiferentismo religioso, y áun pierda del todo
la fe y la moral de Jesucristo.


La ley de libertad y tolerancia ele cultos, en fin , no
será en Espafía convenible ti la tie?'ra y al tiempo, Ó , como
expreRa mejor San Isidoro, seclwd1lm locum , vel secundMJt




ctXVIJl EXPOSICTO'>ES


cr)}¿sueütdínern patJ'im, non alíquo p7'ivato commodo, sed pro
corn1n¡mi ntiZitaLe civÍ1trn sCJ'ijJta; sino que sed contraria y
diametralmente opuesta á los hechos y derechos sociales,
generadores de nuestra nacionalidad y de nuestra monar-
quía; contraria y diametralmente opuesta it nuestra histo-
ria , á nuestras venerandas tradiciones, tÍ nuestros usos y
co.,tllmbres, á nuestra sabia legislacion y ú esa Constitu--
cion interna y secular de Espaila, anteJ'iM' y snpeJ'i01' ti los
textos esc1'itos, de que arriba hemos hablado. Ni será tampoco
una ley provechosa al comun de los ciudadanos, sino per-
judicial en alto grado á la inmensa mayoría de ellos, siendo
sólo grata y favorable ú unas cuantas docenas de sectarios
extranjeros, y ele españoles apóstatas de la fe de sus maures
y mayores. Una ley de esta naturaleza no os ciertamente
digna de legisladores sábios, rectos y prudentes, como lo
son, sin duda, los dignos repreSenÜl,lltes de la Nacion Es-
pañola, y esperamos, por lo tanto, que no o1Jtendrú la su-
perior aprobacion de nuestros Cuerpos colegisladores.


Tambieu juzgamos conveniente llamar la ateneion de las
Córtes, como poder legislativo del Estado, sobre el tras-
torno que ha de sufrir. necesllriamente nuestra legislacion,
si llega á consignarse en la Constitucionpolítica la liber-
tad y tolerancia de cnltos. Porque los señores Senadores sa-
ben muy bien que la legislacion general de España, lo
mismo q\le la foral, estan informadas y vivificadas por los
principios del más puro y acendrado catolicismo, y hace ya
muchos siglos que descansan sobre la base de la unidad ca-
tólica. y como quiera que la legislacion de un país unita-
rio en religion no puede aplicarse ni adaptarse bien á una
nacion policultista, una vez proclamada la libertad y tole-
ranCla de cultos en España, tendrían que alterarse, modi-
ficarse y áun derogarse por completo muchas de nuestras
leyos antiguas y no pocas de las modernas; y esto embro-
llaría más y meís nuestra complicada legislacion, embara-
zaría en muchos casos la administracion de justicia, y ha-
ría más difícil y laboriosa, yeso que lo es muchísimo, la




A LOS CFERPO" COLEGT"LAO()RES. ULxnc


obra de nuestra codificacion, hal'to atrasada por desgracia,
y de nuestra uniüadlegislativa, :'t la quc tanto ha contri-
huido y puede contribuir en adclante la unidad católica, si
felizmente se conscrva, como lo esperamos. Y lo más tristc
y lamentable sería que rompiésemos y arroj:'lsemos á la
calle esta preciosa unidad, y altel'itsemos en su consecuen-
cia nuestras venerandas leyes, sin verdadera necesidad, por
prurito de innovar y de imitar lo extranjero, aunque sea
peor que lo nuestro, y por haeer gracia y placer ú unaR
cuantas docenas de herejes, racilmalistas, incrédulos y
ap{)statas (le su vocacion y de la fe de sus padres, como ya
hemos ilHlicado, y contra la voluntad ele cerca de die% y seis
millones de españoles qne desean 10 contrario. Y esto, qn{~
en cualquier tiempo yen cllalrluier nacion sería indig'no de
sabios y justos legisladores, no es de presumir que lo eOIl-
Riclltall y autoricen con sus votos los aetualeR Senaüol'es-:"
Dipllta(los d(~ la Nacion, los cnaleR habiendo salido (le las
urnas electorales en virtud del sufragio universal, y de-
biendo l'opr~S(mtar en las Cúmaras á todas las clases socia-
les y resolver las cuestiones que en ellas se presenten
conforme <'t las aRpil'aciollOs y deseos, ne) Je algunos pocos,
sino de la casi totaliuad de sus comitentes, segun la ley
inviolable de las mayorías y las presm'ipeiones y pl'Úcticas
constantes del sistema parlamentario, faltarían ú esta loy
y ú estas pr:'lcticas y se pondrían en flagrante contradic-
cion con ellas en la mllS grave y trascendental de todas las
cllestiones, que es la religiosa, si la resolviesen en sentid,)
de libertad y tolerancia, ú gusto de una insignificante mi-
noría, y <'t disgnsto y contra la voluntad de la inmensa ma-
yoría de los españoles, que son católicos, y quieren con-
servar {t todo trance el precioso don de la unidad católica,
que les ganaron y legaron sus padres. Y si esta voluntad,
que puede llamarse mejor que en otros casos nacional; y si
estos legítimos deseos y nobilísimas aspiraciones de nues-
tro pueblo deben ser respetados y atendidas por sus digní-
Ai mos rqwesentantcs como políticos y como legislaclores,




ctxx ExposiclONES


(1e110n serlo lleCflSariamente, y lo ser{lll Rin dnda por 1m;
mismos, como verdaderos católicos.


Todos los señores Diputados y Senadores que sean y se
precien de verdaderos católicos, segun la doctrina de la
Iglesia, y atendidas las circunstancias especiales de nues-
tra Nacion, creemos firmemente que no pueden, en buena
conciencia, votar la libertad ú tolerancia de cultos consig-
nada en la base undécima del proyecto constitucional, sino
que deben desecharla y defender á todo trance la unidad
católica de España, dando gloria el Dios y un público tes-
timonio de reRpeto y de obediencia ú las prescripeivnes do
su Religion y de su Iglesia en el seno mismo de la Repre-
sentaeion nacional. Porque cierto y Rabido es que el hom-
bre está obligado ú glorificar y servil' á Dios con su cuerpo
y eon su espíritu, en secreto y en público, con su palabra
y con su pluma, con su poder y autoridad, y con todas las
facultades y medios de que pueda disponer en cualquier
estado y situacion en que le haya colocado su adorable Pro-
videncia; que no sólo debe servir á Dios y guardar las pres·
cri pciones de su Religion y de su Iglesia en el santuario ele
la conciencia y del hogar doméstico, como falsamente en-
señan ciertos publicistas, sino tambien en los cargos ofi-
ciales yen los destinos públicos; no sólo en el gobierno de
su casa, de su familia y de su hacienda, sino tambien en la
gestion de los negocios polítícos y en el régimen y gober-
nacion de los Estados; y por lo tanto pueden y deben apli-
carse á los dignos representantes de nuestra Nacion,
como investidos del poder legislativo, aquellas palabras
del gran filósofo, del gran teólogo y del grande Obispo
de Hipona San Agustín, en su preciosa carta' á Vicente,
Obispo de Carteno: Servíant Reges terrdJ Ckristo; etíam
le,r¡es lerendo pro CMisto.


Sirvan los señores Diputados y Senadores á nuestro
Señor Jesucristo, formulando y aprobando leyes en favor
de Cristo, y que estén en perfeota consonancia con las doc-
trinas y preceptos de SH Religion y ele sn IgleRia; y teman,




. \ LOR CUBRPOR COLEG fi'<LA DORBR. CLxxt
si lo contrario hicieren, el duríRimo juicio Je Dios contra loi'<
maloR legisladoros y g'uhernantes, pues escrito CRt '1: Quo-
niam dU,J'issimum judicium kis qlli prmS1tnt fiet ... et potentes
potente}' tormenta }Jatient1tr. Y no se diga que la cuestion de
libertad ú tolerancia de cultos es meramente política, que
nada tiene que ver con la Religion y con la Iglesia, pues esto
lo desmiente hasta el lenguaje comnn·y el mismo sentido
práctico del pueblo, que la llama á todas horas la c1testion
?'eligiosa, que á la base undécima del proyecto constitucio-
nal que la formllla , la da el nombre de base religiosa, y q ne,
de cualquier modo que se la denomine, es indudable que
está íntimamente ligada con la RcligioIl y con la doctrina
católica, lo cual deben cono ~el' y seguir fielmente los sefio-
res Di putados y Senadores católicos, si quieren resol \'rr
en buena conciencia la cuestion de que se trata.


Ahora bien: la doctrina católica nos enseüa que, así
como no hay ni puede haber mús que un solo verdaclero
Dios, así tambien no hay ni puede haber mús que una sola
verdadera Religion para homarle y para alcanzar la etrr-
na salY<lcion; y así como la afirmacion de muchos dioses
es la IlegacioIl dn Dios, así la adrnisioIl de muchas reli-
giones es la negacion pr;'¡ctica ele toda religion. El hombre
no es libre t~ independiente para a brazal' la religion q uP-
quiera, sino que tiene obligaeioIl rigurosa de al)l'azar y se-
guir la única verJadera desde el momento que le sea sufi-
eientemente conocida: y la voluntad de Dios es que no sólo
el hombre en particular, sino tambiell los pueblos y na-
eiones, lleguen al conocimiento de esta verdadera Rp-li-
gion, y la abracen y sigan con exclusioll de toda otra,
como lo declar2.n los libros sagrados del Antiguo y Nuevo
Testamento.


En los del Antiguo vemos que desde la creacion hasta
el diluvio, y much08 afios despues, no hubo en todo el
mundo sino una sola religion, la enseñada por Dios á los
Patriarcas; y que cuando despues del diluvio empezaron ú
pprvrrtirse 108 hombrr8 y:'t o.esfigurar y corromper la pri-




CI.XXJI EXpostcIONES


mitiva l'oligioll uatural con i(lolatdas y supersticiones.
Dios escogiú para SI en el patriarca Abraham al pueblo
israelítico, le prescribió el culto con que debía honrarle
on adelante, y le dió un código de leyes completo y pCl'-
fectísimo, basado en la unidall religiosa, la cual les mandó
conservar ¡'t todo trance, y les prohibió con severísil~las
penas el admitir y tolerar cultos extraños, y el transigir
poco ó mucho con las religiones falsas y ritos idolútticos
do los otros puehlos. Vemos tambien en el santo Evang-i'- .
lio q uo nuestro Selíor J cSllcristo mani festó en yarias ocasiu-
llOS su rlt~seo y volnntad expresa de qnc se reuniesen y
congl'egasen todos los hombres y todos los pu.~hlos y na-
eioIles en la 1mirlad exelusi va de su santísima Religion.
que era el último complemento y suma perfeccioIl ele la
alltigua. Hepetidas veces pidió ú su Eterno Padre en la
llocho de la Cona esta preciosísima unidad de religion y de
amor cutre todos los hombres: Ut orm~es unum sint SiC1tt et
nos ... el tct sint consummati in 1tnWm; y pidió con tiernaR
instancias esta unidad para que se realizase algun dia pUl'
completo el grandioso plan trazado en Sil eternal sabidu-
ría de atraer ú todas las razas, tribus, lenguas, pueblos y
naciones de la tierra al gremio de su Religion y de su Igle-
sia, para que la humanidad entera no formase en adelante
m:'ls que un solo redil. gobernado por un solo Pastor: Et
fient 1tnnm ovile et 1tnUS Pastor. Y esta hermosísima y com-
pleta unidad de todos los hombres en su Iglesia es uno de
los principales fines que se propuRo realizar con su venida.
al mlln(l~ como nos enseña San.J uan: Ut filias Dei qui
erant disjJe1'si, con!lre!laretin 1tn1tm. Y al efecto fundó una
sola Iglesia con una sola cabeza "isible, y mandó :'t los
Apústoles que la anunciasen y difundiesen por todo el mun-
do; advirtiéndoles que los que creyosen su palabra y en-
tI'asen en esta sola Iglesia por la puerta del santo Bautis-
mo, se salvarían; pero que los que no creyesen, se conde-
naría.n sin remedio: Qui credider¿t el ó(tjJtizatus fzterit, sal-
vns f'1'/:t; (j'ld 1)(?ro J1 01l crerTir1rrÍ!, condemn({bituJ'.




A LOS CUEHPOS COLEGlf:iL.\DOlmf'. CLXXlll


Los santos Apóstoles, aleccionados en la escuela de su
divi110 Maestro, é iniciarlos por El mismo en estos \'astísi-
mos planes de su amor y de su misericordia, salie1'o11 es-
forzados y animosos del Cen:lclüo Ú predicar el Evangelio
y Ú, reducir el mundo ú la unidad de la fe y ele la Iglesia de
Cristo, y declararon guerra abierta lo mismo ú los cultos
idolátricos y errores filosóficos que mÜ()llCeS dominaban la
tierra, que tÍ las torpes herejías, que ya empezaban álcvan-
tal' su monstruosa cabeza, sin admitir jamás transacciones
ni acomodamientos de ninguna clase, ni con los unos ni con
las otras. Así es que San Pablo, destinado especialmente
por Dios para maestro de la gentilidad, combate terrible-
mente en sus cartas Los errores y vicios abominables <le
ésta y los de sus filósofos; y entre los sabios consejos que
<la ú su discípulo Tito, recien ordenado obispo d(~ C¡'eta,
es el que evite todo trato y comunicacion con 110m bres he-
rejes, despues de haberles amonestado por dos veces. Hlcre-
tiC1~tn lwminent post unam et sec1tndam corJ'eptionem devita.
El dulcísimo Apóstol de la caridad cristiana, el Discípulo
amado de Cristo y su mús íntimo amigo y confidente, eomo
(lue le encomendó desde la Cruz el cuidado <le su misma
Madre; el que no cesaba de repetir en sus últimos alíos)
como nos dice San Jerónimo: «Hijitos mios, amaos los unos
á los otros;» este mismo Apóstol dice en su segunda carta
que «si alguno llega á vosotros y no profesa la verdadera
doctrina de la única Iglesia de Cristo, no q llcrais reci1lirle
en vuestra casa ni decirle siquiera Dios te gnarde.» No!ite
recipere eum ilb domu';n, nec A ve ei dixeJ'itis. Y el miRtIlO
apóstol San Juan nos hace saber, en su Apocalipsis, la Rt:-
vera reprension (1ue mamM el Señor ú alg'ullos ObispoR de
las iglesias elel Asia :Menor, ,y con especialidad al ohiRpu
de Pérgamo, porqne toleraban y eran demasiado indulgeu-
tes con los herejes y con algullos falsos doctores (lUl) te-
nian abiertas cátedras el0 error, á las cuales HaI:na el miR-
IllO Señor sedes 8atanm, cútedras de Satanas.


Tan distantes estuvieron siempre nuestro divino Reden-




CLXXIV EXPOSICW:-iES


tal' J esucristu .y sus..:\ pústoles de esas falsas lihertades y
perniciosas tolerancias, qUJ tan de moda están hoy en to-
das partes, y tan distantes veríamos tambien de ellas ú los
Romanos Pontífices, á los sagrados Concilios, á los San-
tos Padres y Doctores ele la Iglesia, si despues de esta rú-
pida ojeada, que hemos dirigido por los libros sagrados,
q uisieramos dirigirla por los anales eclesiásticos, y aglo-
merar citas y testimonios de unos y otros hechos culmi-
nantes y clarísimos contra la libertad y toleraucia de cul-
tos, pues no podian ménos de estar en completa conso-
nancia con la doctrina y ejemplos de nuestro Señor Jesu-
eristu y de sus santos Apóstoles.


Mas no queremos dispensarnos de citar un pasaje cu-
rioso e importante del grande obispo de Hipona, San Agus-
tin; en el que á la vez se nos descubre húbilmente el ori-
gen histórico y la perversa tendencia del librecultismo
contra la Iglesia católica, despues del esplendido triunfo
conseguido por ésta sobre el imperio politeista de los Césa-
res. Dícenos este gran Santo, en una de sus preciosísimas
cartas, en primer lugar, que Juliano el Apóstata fuó el pri-
mer Emperador que ensayó la libertad de cultos despnes
de la conversion de Constantino el Grande: ól, desertor de
la fe y enemigo de Cl'isto, permitió y dió á los herejes la
libertad de perdicion; y entónces devolvió ¡'L éstos las ha-
silicas, cuando entregó los templos al culto de los demo-
nios: Julianus, desertor CM'isti et inímicus, luereticis libe1'-
tatem pe1'ditio1tis permissit, et t1tnc basílicas lue1'eticis red-
didit quando templa dcemon'iís. Y á la vez que nos muestra
San Agustin el orígen histórico elel librecultismo, poeo
envidiable por cierto, y nada honroso para los secuaces y
panegiristas de este error, nos Jescubre tambien su perver-
sa tendencia, y el fin detestable que se proponía Juliano al
entregar esta libertad á los cultos gentílico y herético: se
proponía nada menos que acabar con la Religion, y hasta
borrar de la tierra el nombre de Cristo, excitando envidias
y ri validades ú la unidad de la Iglesia, de la que él halna




.\ LU~ CUERPOS COLEGISI.A))f)HES. CLXXV
caido, y dejando que fuesen completamente libres las dis-
cusiones y predicaciones sacrílegas del error: Ro maria Jn/,-
tans c1wistianum nomen posse periTe de ten'is, si unitati
Ecclesim, de qua lapsus llterat ,incirieret, et sacrílegas riiSC1tS-
siones liberas esse permitteret.


A la tristísima figura de Juliano el Ap6stclta podemo¡;:
agregar otra no ménos triste y repulsiva para completar el
presente cuadro del librecultismo, y esta figura es, por
desgracia, espaiiola: la de Witiza. Este desgraciado prín-
cipe puede decirse que fué el primero despues de la con-
versiun de Recaredo y de toda la gente goda, que parodió
en Espaiia la obra librecultista, ensayada por Juliano en
el imperio despues de la conversion de Constantino, y qui-
zús con sus mismas torcidas intenciones; y así como Julia-
no causó perjuicios inmensos ~l la Iglesia católica, y al
mismo imperio romano, con sus apostasías y sacrílegas li-
bertades, así tambienel rey Witiza, con las suyas y con todo
linaje de liviundades y desórdenes, hizo gemir ti la Iglesia,
afrentó su nobilísimo linaje, escandalizó y trastornó todo
el reino, y lo preparó para la desastrosa jornada del Gua-
dalete , en la q ne hicieron traicion ú la causa espaiiola y
deshonraron su bandera, pasándose al campo enemigo, al-
gunos de su familia y de su raza; viéndose confirmado en
la historia una vez mús aquello de que los que no son fielc:-;
ti Dios, ti su Religion y á su Iglesia, no suelen serlo tam-
poco ni á sus Reyes ni á su patria; y por esto nos inclina-
mos oÍ, creer que las capillas y templos protestantes, ó ele
otras religiones falsas, que abran en Espaiia la libertad (',
tolerancia de cultos, si desgraciadamente se establecen,
mús que escuelas de religion y de moral, serán centros de
perversion y de antiespaiiolismo; y nos tememos mucho
que alguna de nuestras posesiones de allende los mares se
pierda para Espaiia, si no se cuntiene y neutraliza con
tiempo la prop<lganda protestante.


Mas dejando á un lado nuevas citas doctrinales é histó-·
¡'icas, debemos pronunciar ya la última palabra, (pIe para




CLXXVJ EXPOSIOIONEH


todo verdadero católico decide completamoutn la enestioll
en favor de la conservacion de nuestra unidad religiosa, y
CIl contra de la libertad ó tolerancia de cultos; esta es la
palabra del inmortal Pio IX, del vicario de Jesncristo en la
tierra, del supremo moderador de las conciencias en los
lllle mandan yen los que obedecen, y el maestro infalihle
de la verdad revelada. El ha rel'rohado Y condenado en va-
rias Letras Apostólicas, Encíclicas, Alocuciones consisto-
riales y en otros actos y documentos pontificios, que 1me-
Llen verse citados en los párrafos 3.° y 10 elel Sz¡llabns, como
pernicioso error que no puede en conciencia seguir lling'un
católico, la doctrina de aquellos politicos y publicistas que
no dudan afirmar: «Que todo hombre tiene la libertad ele
abrazar y profesar la religion que él considere verdadera,
guiado por la sola luz de la razon; que en cualquiera reli-
gion puede el hombre agradar á Dios y salvarse; ó que á
lo ménos debe esperarse que le agradan y se salvan todos
aquellos que pertenecen á cualquiera ele las sectas que se
llaman cristianas, aunque no vivan en el seno de la verüa-
dera Iglesia ele Jesucristo, que es la católica, apostúlica,
romana.» El ha reprobado y condenado tambien la doctrina
de los que dicen: «Que en nuestra época ya no es conve-
niente que la Religion católica sea tenida eomo la única
religion del Estado, con exclusion ele todos los demas eul-
tos; y que por lo tanto, loablemente se ha establecido por
ley en algunos países católicos que los extranjeros que ,i
ellos vayan gocen elel ejercicio público del culto propio de
cada uno.»)


y por fin, el mismo Pio IX, en su famosa Encielica
Quanta C1lJ'a, ele 8 de Diciembre ele 1864, vuelve á conde-
nar los mismos errores con las sig'uientcs palabras, que re-
eomendamos á la ilustrada y recta consideracion de los
dignos representantes del país en ambos Cuerpos colegis-
ladores: «Os es perfectamente conocido, venerahles her-
manos, que hay en este tiempo no pocos hombres que,
aplicando á la sociedad civil el impío y absurdo priucipio




...


Á LOS CUERPOS COLEGISLADORES. CLxxVIl
que llaman del nat1~1'alis}}w, se atreven ú enseñar que la
suma perfeccíon de la pública sociedad y el progreso civil
exigen imperiosamente que las naciones se constituyan y
gobiernen sin tener en cuenta para nada la religion, como
si no existiere, ó por lo ménos sin hacer diferencia alguna
entre la verdadera religion y las falsas. Además, contra-
diciendo á las doctrinas de las Sagradas Letras, de la Igle-
sia y de los Santos Padres, no temen afirmar que es óptima
la condicion de aquella sociedad en la que no se reconoce
en el poder obligacion alguna de reprimir por la sancion
<le penas y castigos á los violadores de la Religion clttóli-
ca, sino cuando lo exigen el órden y la tranquilidad públi-
ca. y como consecuencia de esta idea absolutamente falsa
del régimen social, no temen favorecer aquella opinion
perjudicial y sobremanera funesta para la Iglesia católica
y para la salvacion de las almas, que nuestro predecesor
Gregorio XVI llamaba delirio deliramentum, á saber, que la
libertad de conciencia y de cultos es un derecho propio de
cada hombre, que debe ser proclamado y garantido en toda
sociedad bien constituida; y que todos los ciudadanos tie-
nen tambien perfecto derecho á que se les deje en plena y
omnímoda libertad, que no debe coartarse por ninguna
autoridad eclesiástica ó civil, de manifestar pública y abier-
tamente sus ideas y opiniones, cualesquiera que ellas sean,
de palabra, por escrito, ó de cualquier otro modo.»


Condenadas tan expresa y terminantemente por el Vi-
ca'rio de Jesucristo las doctrinas y proposiciones referidas,
y debiéndose en su consecuencia admitir y seguir única-
mente como ciertas y seguras las contrarias, los señores
Senadores que de católicos se precien, y acaten, como es
justo y debido, la autoridad y supremo magisterio del au-
gusto Jefe del Catolicismo, comprenderán muy bien, en su
alta y religiosa ilustracion, que en una Nacion eminente-
mente católica como la española, cuyos habitantes, casi
en su totalidad, tienen la dicha inestimable de conocer y
profesar hace ya muchos siglos la única religion verdade-


m




(JLXXVIII EXPOSICIONES


ra, con exclusion de toda otra, la única reiigion en la q lH'
es posible agradar á Dios y salvarse, no pueden en buella
conciencia autorizar con su voto la libertad ó tolerancia de
cultos que quiere establecerse: libertad que para los espa-
ñoles sería una verdadera libertad de perdicion, como la
llamaba San Agustin en su tiempo, y en el nuestro la
llama el Padre Santo, la libertad de rebelarse contra Dios;
la libertad de apostatar y renegar de la verdadera fe de
Cristo; la libertad de blasfemar de Jesucristo mismo y de
su religion santísima; la libertad, en fin, de pervertirse y
condenarse: y para los extranjeros infieles, judíos, here-
jes y cismaticos, sería otorgarles la libertad de agrcsion
contra el Catolicismo, que es la que en verdad desean; la
libertad de venir á España, abroquelados con la Constitn-
cion del Estado, á escandalizar á los fieles con el ej ercici ()
de sus falsos cultos, y á L\orromper y ú descatolizar ú los
pueblos con la libre predicacion de sus errores y con la ini-
cua propaganda de sus malos libros y escritos detestables.
Porque bien sabemos todos, y no lo desconocen los dignofo;
miembros de los Cuerpos colegisladores, que ú los hert\jl's
y sectarios de este siglo, y muy especialmente á los propa-
gandistas que vengan á España, les cuadra pcrfectamenb~
lo que decía Tertuliano de los de m tiempo, esto es, que su
gran ocupacion no es convertir infieles ni ganar incrédulos,
sino derribar nuestros católicos; ni ponen su gloria en pro-
curar la elevacion de los caidos, sino la ruina de los que es-
tánen pié: Negotiumest kmreticis non etknicos conveJ'tendised
nostros evertendi; kanc magis ,r¡loriam captant si stantibus
}'uinam, non si jacentibus elevationem operent1tr.


y tanto ménos debe permitirse entre nosotros esta pé-
sima ocupacion á los herejes y sectarios, cuanto que nues-
tra querida España, por la misericordia de Dios, no se halb
en la necesidad imperiosa y extrema en que se han visto, y
se ven, otros pueblos para adoptar medidas de tal naturale-
za, ni concurren en eUalas gravísimas causas que pudieran
j nstificar de algnn modo, no ya la libertad, pero ni siqllie-




,t LOS CUERPOS COLEGISLADORES. CLXXIX
ra la tolerancia civil de los cultos falsos. Y que en España
no haya esta nocesidad imperiosa, ni concurran estas gra-
vísimas causas, que suelen señalar y admitir los doctores
católicos, lo han proclamado y demostrado, no sólo los
Obispos, sino tambien muchos doctos publicistas y juris-
consultos, y esperamos que volverá á proclamarse y de-
mostrarse hasta la evidencia en ambas Cámaras por auto-
ri~ados y elocuentes oradores; bien que necesita poca ó
ninguna demostracion lo que es público y notorio, lo que
estA ¡'L la vif.:;ta de todos, lo que no se han atrevido ni se
atreverim á negar los mismos adversarios de la unidad ca-
tólica. y es doctrina de los teólogos que el romper esta pre-
ciosa unidad y establecer la libertad ó tolerancia de cultos
á priM'¡, sin una necesidad imperiosa y sin estas gravÍsi-
mas causas, equivale á una aprobacion positiva de los fal-
sos eultos, y á una especie de sancionlegal del indeferen-
tismo relig'ioso, que es la peste mortífera de nuestros tiempos
.Y la gran calamidad de las sociedades modernas; y esto
bien conocen los dignos representantes de la católica Espa-
üa que no pneden ni deben hacerlo sin gravar terriblemen-
te su conciencia ni contraer una responsabilidad tremenda
ante Dios y ante la historia.


Otro dato importantísimo .Y concreto á nuestra España,
y es el último de nuestra expClsicion, debemos proponer á
la alta consi,leracion de los señores Senadores, para que
puedan resolver el problema religioso como sinceros cató-
licos y leales hij os de la Iglesia y del Sumo Pontífice, su
cabeza visible: este dato es el Concordato ajustado entre
la Santa Sede y 01 Gobierno español, autorizado para este
efecto por las Córtes, ratificado por ambas partes contra-
tantes con todas las solemnidades de derecho, y promul-
gado eomo ley dell'eino en 17 de Octubre de 1851. En este
Holemnisimo pacto quedó expresamente estipulado y con-
venido entre 01 Romano Pontifice y la N acion Española «que
se conservaría siempre Gn ella la Religion católica romana
con todos los derechos y prerogativas de que debe gozar,




CLXXX EXPOSICIONES


segun l:;t ley de Dios y lo dispuesto en los sagrados c{mo-
nes, y con exclusion de cualquiera otro culto.» Así se ve
claramente en el arto 1.0 de dicho Concordato, y se confir-
ma por los arts. 2.° y 3.° del mismo; así está terminante-
mente consignado en las Letras Apostólicas confirmatorias
del nominado Concordato, expedidas en San Pedro de Ro-
ma á 5 de Setiembre de 1851, Y mandadas publicar en Es-
paña por Real decreto de 17 de Octubre del mismo, prévio
acuerdo del Consejo de rr,inistros, y oido además el Conse-
jo Real en pleno; así lo repitió Su Santidad ante el Sacro Co-
legio de Cardenales en su Alocucion consistorial Quibus
l1/'etuosissimis de la misma fecha, y así volvió á repetirlo
cuatro años despues en su otra Alocucion consistorial }\levw
vestrum ignorat, de 26 de Julio de 1855, con estas pala-
bras: Oautum in primis fuit, ut ipsa Religio , quaeumque alio
cultu excluso, pergens esse sola Religio Mspaniem nationis,
esset ut antea in universo Hispaniarum regno conservanda
cum omnibus juribus et prrerogativis, q1cibus potú'i debet jux-
ta IJei legem et canonicas sanetiones.


Pues bien; la aprobacion de la base undécima del pro-
yecto constitucional es la violacion flagrante del primero
y principal de los artículos del Concordato, y consiguien-
temente de los segundo y tercero, como lo tiene oficial-
mente declarado la Santa Sede; la cual ha hecho notar á la
vez, como punto indiscutible, que sin su consentimiento,
ni el Gobierno de S. M., ni las Córtes, ni otro poder alguno
del Estado tiene derecho para alterar, cambiar ó modificar
por sí solo el menor de los articulos del Concordato, y mu-
cho ménos el primero y más fundamental de todos ellos,
que es el que trata de afianzar y robustecer la unidad cató-
lica de España. Yel afirmar lo contrario, aunque no estu-
viese reprobado, como lo está, por la misma Santa Sede, lo
ha estado y lo estará siempre, como no ignoran los dignos
representantes del país, por las prescripciones del derecho
público y de gentes, por las leyes de la justicia y del ho-
nor, y por la fidelidad y religioso respeto con que una na-




.l LOS CUERPOS COLEGISL.\DORES. CLXXXI
cion hidalga y católica como la Española debe guardar la
palabra empeñada y los pactos celebrados con el augusto
Jefe del Catolicismo; el cual, si viese violados por sola la
Nacion los primeros y más esenciales artículos del Concor-
dato, podria declarar írritos y nulos los de mas , y muy es-
pecialmente el arto 42, en virtud del cual pueden poseer y
poseen hoy muchos españoles católicos con tranquila con-
ciencia los bienes de que fué despojada la Iglesia, y que
fueron vendidos conforme á las leyes <Íntes del referido
Concordato; y esto, que pudiera ocasionar tantos conflic-
tos entre la Iglesia y el Estado, y llenar de ansiedad y
turbacioll las conciencias de muchísimos fieles, no nos hu-
biéramos atrevido á indicarlo siquiera, si no lo hubiera he-
cho primero el mismo Pio IX, en su Alocucion consistorial
Nemo 1Jestrum iflJlorat, de 26 de Julio de 1855, ántes citada,
con estas gravísimas palabras, que sin añadir una nuestra,
dejamos á la alta consideracion de los señores Sena-
dores:


«Trajimos igualmente á la memori(). del Gobierno de
Madrid, como clara y abiertamente lo habíamos expresado
en nuestras Letras Apostólicas relativas al mismo Concor-
dato, que como los pactos sancionados en él se violasen é
infringiesen de una manera tan grave, ya nJ tendría mÚfi
lugar la indulgencia por Nos otorgada en razon del dicho
Concordato, en virtud de la cual declaramos que ni por Nós
ni por los Romanos Pontífices nuestros sucesores süriau
molestados de ninguna manera los que hubiesoIl compradu
y adquirido los bienes de la Iglesia, vendidos éÍ.ntes del
nuetltro referido Concordato.»


En virtud de todo lo expuesto, suplicamos encarecida-
mente ;l los señores Senadores que, como políticos previ-
sores y prudentes, como sabios y justos legisladores, y
como verdaderos y fervientes católicos, desechen la base
un(lécima del proyecto de Constitucion, y consignen clara
y explícitamente en la nueva ley fundamental del Estado
«que la Religion católica, apostólica, romana es la única




CLXXXIl EXPOSIC. Á LOS CUERPOS COLEGISLADORES.
que profesa la Nacion Española, y que se prohibe en todos
sus dominios el ejercicio de cualquier otro culto.» Y para
m,ís autorizar y amparar esta nuestra reverente súplica,
queremos terminarla y coronarla con el sentido ruego que
dirigió nuestro Santísimo Padre Pio IX á todos los que tie-
Hcn algun poder y autoridad para regir los destinos de los
pueblos, en su alocueion JVon semet, de 29 de Octubre de 1866,
con estas palabras:


«No podcmos ménos de rogar encarecidamente en el
Señor ú todos los príncipes y gobernantes de los pueblos,
qne entiendan alguna vez y mediten con frecuencia el gl'a-
vlsimu deber en que están, de cuidar que se acreeiente en
todas partes el amor y culto de la Heligion, y de imp8dir
con todas sus fuerzas que se extinga la luz de la fe en los
pueblos que les están confiados. Y j ay de aquellos g'olJer-
nantes que, olvidándose de que son ministros de Dios para
el bien, descuiden el hacer esto I pudiéndolo y debiéndolo
hacer! Tiemblen y estremézcanse sobremanera cuando con
sus actos y determinaciones destruyen ó menoscaban el
l)reciosÍsimo tesoro de la fe católica, sin la cual es imposi-
ble agradar á Dios; pues al ser juzgados severÍsimamente
en el tribunal de nuestro Señor Jesucristo, verán cuán
horrenda cosa sea caer en las manos del Dios vivo, yexpe-
rimentar el peso de su terrible justicia.»


Que Dios libre de ésta I y derrame torrentes de gracia
y de misericordia sobre todos los seilores Senadores, y que
guarde su vida por dilatados y prósperos ailos, es lo que
piden y desean los exponentes, que esperan ser atendidos y
favorablemente despachados.


Chanada, dia del Patriarca Sau JUSl~, 19 de J\Ian:o de
1876.-Por sí, y {t nomlwe y con expresa auturizacion de
los sufragúneos de su pr¡)vincia eclesiástica, el Obispo de
Cartagena, el Obispo de Jaen, el Obispo de Múlaga, el
Obispo de Guadix y 01 Vicario capitular de Almería,--
BIENVENIDO, Arzobispo de Granada.




DISCURSOS


PRONUNCIAllOS


I~N ~l L~NGR~~~ D~ ~R~~, DIPUTAD~~
EN FAVOR DE LA UNIDAD CATÓLICA.




I
I


I
I


I
I


I
I


I
I


I
I




DISOURSO
DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA,


MARQUÉS DE MONESTERIO,


EN DEFENSA DE LA UNIDAD CATÓLICA,
P~ONUNCIADO EN EL CONG~ESO DE LOS DIPUTADOS EN LA


SESION DEL 28 DE ABRIL DE 1876.


1






Se leyó el artículo 11, que decia:


«Art. 11. La Religion católica, apostólica, romana es la del
Estado. La Nacion se obliga á mantener el culto y sus ministros .


• Nadie será molestado en el territorio español por sus opinio-
nes religiosas, ni por el ejercicio de su respectivo culto, salvo el
respeto debido á la moral cristiana.


,No se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni mani-
festaciones públicas que las de la religion del Estado.,


El Sr. SECRETARIO (Rico): A este artículo hay pre-
sentadas ocho enmiendas; la del señor Duque de Almenara
Alta dice así:


«Los Diputados que suscriben ruegan al Congreso se sirva sus-
tituir el arpo 11 del proyecto constitucional con el siguiente:


cArt. 11. La Religion católica, apostólica, romana, con ex-
»clusion de todo otro culto, es la religion de la Nacíon Española.


"El Estado se obliga á mantener el culto y sus ministros . .,
,Palacio del Congreso 11 de Abril de 1876.-El Duque de Al-


menara Alta.-El Conde de Llobregat.-Salustiano Sanz.-El Ba-
ron de Alcalá.-El Conde de Santa Coloma.-El Marqués de la
Puebla de Rocamora.-Pelayo Camps.,


El Sr. PRESIDENTE: El señor Duque de Almenara Al-
ta tiene la palabra para apoyar su enmienda.




4 DISCUltSO
El señor Duque de ALMENARA ALTA: Señores, soy


nuevo en el campo de la política, nuevo en los escaños del
Congreso, poco ménos que nuevo en el propio ejercicio
de la oratoria; y para colmo de rigores hago mis primeras
armas en un debate de suyo temeroso y difícil, y tengo por
testigo y por censor de esta mi primera empresa á un con-
curso, formidable por el número, por la condicion y por la
calidad de los oyentes; instable, como numeroso; apasio-
nado, como español; movedizo y fogoso, como político. Por
tales consideraciones, mirando tÍ vosotros, y mirándome á
mí mismo, de grado, de muy buen grado dejaría que otro,
ó ménos nuevo ó ménos ignorante que yo, hiciera mis ve-
ees para alivio de mi carga y para contentamiento de vues-
tro gusto, si una fuerza más enérgica que los em bargos del
temor, más eficaz que los consejos de una prudencia me-
ticulosa, más noble que los estímulos del amor propio, la
nncion del deber, no me hubiese enseñado desde antiguo, y
no me repitiese muy oportunamente ahora, que hay mo-
mentos en los cuales al hombre que se honra con el dicta-
do de representante de la Nacionno le es lícito enmudecer.


Así, pues, forzado tÍ hablar, y sin merecimiento ningu-
no , ni anterior ni presente, que me recomiende á vuestros
ojos, he de recurrir y de confiarme por entero á vuestra
benevolencia, la cual, si bien es verdad que no puedo re-
clamarla de vosotros como obra de vuestra justicia, no es
ménos cierto que, dada vuestra tolerancia, tengo derecho
á esperarla como gracia espontánea de vuestra notoria y
proverbial generosidad.


Antes de com mzar la serie de observaciones que me
propongo hacer al arto 11 del proyecto constitucional, creo
necesario llevar vuestra memoria, siquiera sea sólo por un
momento, á un periodo de infausta recordacion para todo
hombre que sienta correr por sus venas generosa sangre
española.


Yermos los campos, revueltas las ciudades, en armas
las fortalezas, derruidos los templos, ludibrio de los ex-




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 5
traños y vergüenza de sus propios hijos, esta desventurada
tierra nuestra pareció un punto álos ojos de las gentes imá-
gen de un cadáver herido por la deshonra, que es la muerte
del alma, y acabado por el aniquilamiento vital, que es la
muerte del cuerpo. Al gárrulo vocear de las banderías, que
porfiaban por el mando y por el lucro ; al fragor de la pelea,
que ensordecía los aires; al humear del incendio, que coro-
naba las ciudades; al hervir de la sangre, que empapaba los
llanos y las montañas, buscaban los tímidos en tierra ex-
tranjera la llama del hogar, extinguida en la patria por el
soplo de la discordia, en tanto que áun los hombres de co-
razon entero, que de cerca presenciaban los horrores de
aquella espantable crísis, sintiendo agitarse el suelo bajo
sus piés, faltar aire á su aliento , fe á su alma, dudaban
atónitos si aquel estremecerse de la patria desangrada era
el dolor congojoso, pero templado por la esperanza, que
suele agitar á los pueblos en la víspera de algun fecundo
alumbramiento social, ó el arranque impotente, la última
convulsion, el lúgubre estertor de una sociedad decrépita
que se desploma y espira.


Tres años solamente, señores Diputados, tres años so-
lamente han trascurrido desde aquellas horas preñadas de
angustia, desde aquel tiempo, testigo obligado de tanta
humillacion sufrida, de tanta lágrima vertida, de tanta
sangre derramada. Tres años solamente, y ya la guerra
carlista, merced á la Providencia, ha concluido; la anar-
quía armada ha llegado á su fin, y la anarquía latente
toca á su término, justa y sábiamente enfrenada por el
enérgico vigor del brazo de la ley; las naciones extranje-
ras sin duda no nos envidian, pero en cambio nos respe-
tan; el forzado ya no sueña aquí en redimirse á sí mismo
poniendo á la patria en vergonzosa servidumbre, expía su
delito y cumple la condena que merece su crímen ; nuestro
Ejército, de nombre legendario, en vez de ser piedra de
escándalo para los extraños, y padron de ignominia para
los propios, cs el balu,arte más firme de l~ reconstitucion




DISCURSO


nacional; recuperó la disciplina, y con la disciplina el
valor, y con el valor el heroismo, y con el heroismo enca-
denó á sus banderas el carro de la victoria; y nuestras na-
ves, las naves de D. Juan de Austria y del Marqués de
Santa Cruz, que en hora menguada hasta para sus propios
mástiles tremolaron en ellos la sangrienta enseña de los
bandidos del Mediterráneo, renovando en las sagradas costas
de la patria los ignominiosos dias de Barbaroja y de Dra-
gut, nuestras naves, regeneradas por la sombra del pabe-
llon nacional que las guarece, navegan hacia América
para llevar á los heroicos hijos de esa Cuba española hom-
bres y tesoros que han de hacer para siempre nuestra
aquella isla querida dos veces nuestra: nuestra, porque
supieron hacerla suya nuestros mayores; nuestra, porque
nuestros hermanos de allende los mares han querido ha-
cerla nuestra.


Esta manera de resurreccion, por la cual ha pasado
nuestra España dentro del órden providencial es obra de
todos, como obra de todos suele ser siempre este género de
maravillas; mas si en estas mis palabras va envuelto algun
elogio de mis adversarios políticos, lo cual no me pesa,
tengo derecho á esperar que, llevados ellos de igual ten-
dencia de imparcialidad, no podrán ménos de reconocer
juntamente conmigo que una parte principal, una parte
principalísima de la obra regeneradora corresponde de de-
recho al primer Ministerio de mi Rey. Necesitaba el Ej ército
una bandera, y la Monarquía vino á ser la bandera del
Ejército; querían las Potencias extranjeras de nosotros res-
petabilidad, estabilidad y fijeza en el poder supremo, y fi-
jeza y estabilidad y respetabilidad en el poder supremo
hemos conseguido con la restauracion de la Monarquía le-
gítima, reparacion de justicia que saludaron unánimes to-
dos 101il pueblos de Europa, batiendo palmas de sincero re-
gocijo; y España, España entera, por propia naturaleza
libre y altanera y nobiliaria, ni se ha sentido tranquila, ni •
se ha mirado confiada en tanto que no ha placido á la Pro-




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 7
videncia restauraren su seno un poder supremo cuyo orí-
gen se pierde en los orígenes de la patria misma, cuya
historia se confunde con la gloriosa historia de la patria
comun; amado por conocido; venerado por antiguo; respe-
tado por legítimo: la Monarquía secular, la Monarquía
templada, la única Monarquía verdaderamente española.


Lástima grande, señores Diputados, que quien como yo
de tal manera se complace en celebrar las obras del Minis-
terio presente; que quien como yo se encuentra unido por
vínculos de afinidad política, y lo que estimo en más que
ello, por vínculos de verdadera aficion personal, con el dig'-
no Presidente y con varios de los individuos que lo com-
ponen; lástima grande, repito, que quien como yo, mi-
rando á ellos y mirando á lo que representan, no querría
tener en este sitio manos para otra cosa más que para
aplaudirlos, voz para otra cosa más que para encarecer to-
pos sus intentos, para alentar todos sus propósitos, para
sublimar hasta las nubes todos sus actos; lástima grande
que la primera vez que á ellos me dirijo desde estos escaños
sea desventuradamente para oponerme con toda la ener-
gía de mi alma y con toda la independencia de mi condi-
cion y de mi nombre á una de las soluciones más graves,
más trascendentales, más características del proyecto
constitucional, que apadrina y propone este primer Minis-
terio.


Animos inquietos, que nunca faltan; hombres de condi-
don descontentadiza, que siempre sobran; medradores de
oficio, que abundan por demás; motejen y combatan, si les
place, uno tras otro todos los actos del primer Ministerio
de D. Alfonso XII; no seré yo ciertamente quien ande con
ellos semejantes caminos. Voluntades impacientes, que
porfían por reemplazar el presente con el porvenir, sin
echar de ver que el presente no es toJavía pasado; almas
soñadoras, que pasan por la tierra fijos los ojos en la vision
del ideal, que así suspende los sentidos como cautiva y
enámora la voluntad; vision del ideal donde en consorcio




8 DISCURSO
inefable goza la mente los encantos de un mundo en el
cual coexiste con el movimiento más espléndido el órden
más estable, fundidos los dos en armónico concierto; idó-
latras del porvenir ó visionarios de siempre, con razon ó
sin ella han combatido y combatirán á este Gobierno y á
todos los gobiernos; mas de mí sé decir, que áun cuando
me hallo muy léjos de hacerme encomiador de todos los ac-
tos del Ministerio presente, áun cuando no hago mios to-
dos sus propósitos, ni ménos excuso todos sus procedi-
mientos, ha sido, sin embargo, necesario que llegase un
punto á mis ojos esencial para la vida de España, como lo
es á todas luces la consignacion del mantenimiento ó del
quebrantamiento de la unidad católica en el primer Código
fundamental de la Monarquía restaurada, para que, apesa-
dumbrado por venir de quien viene la solucion que se nos
propone, temiéndome á mí mismo, por ser yo quien debe
combatirla, me haya resuelto, sin embargo, yo, que abor-
rezco la discordia, á levantar en esta parte bandera de
guerra.


Sí, señores Diputados; que si aquí alguna vez, ardien-
do todavía en nuestros pechos sangre verdaderamente es-
pañola, oyésemos de políticos que para evitarle á la patria
la contingencia de algun futuro cautiverio tramaban la
desmembracion de sus dominios, el impío quebrantamiento
de la integridad del territorio, estoy seguro de que todos á
una voz rechazaríamos tan degradante propuesta; estoy
seguro de que todos á una voz, á quien tal desvarío osase
sustentar, todos responderíamos con un Monarca insigne
de la casa de Aragon; «Nada de pactos con la deshonra, ni
una piedra de mis almenas , ni una yugada de mis campos.»


Sí, señores Diputados; que si aquí alguna vez, desva-
necidas las cabezas por el medro que alcanzan en otros lu-
gares hombres y cosas, hubiese alguien que soñara con
implantar el árbol del despotismo en este suelo de los bue-
nos usos, de los nobles fueros, de las santas libertades de
la Edad media; alguien que intentara transformar en sier-




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 9
vos los súbditos, en dictador al imperante, el cetro de la
justicia en espada de la opresion, la corona del monarca en
tiara de autócrata, el príncipe católico en César de renaci-
miento; corno nuestros mayores se opusieron denodados,
yo, y vosotros conmigo, rechazaríamos todos semejante
coyunda; dentro del círculo de la ley, en nombre de la jus-
ticia, lucharía, y relucharía y porfiaría incansable; y si
cayese en la demanda, y si por mi legal defensa me oyese
motejar de rebelde y de traidor, yo, á quien tal dijera, res-
pondería corno respondía á sus acusadores uno de nuestros
héroes legendarios al pié del cadalso, donde el hombre
rara vez se engaña, donde el hombre no intenta nunca en-
gañar á los demás: «Mientes tú, y áun quien te lo mandó
decir; rebelde nó, mas celoso del bien público y defensor
de la libertad del reino.»


Sí, señores Diputados; que si yo alguna vez mirase des-
pertar á mi patria de una noche tormentosa de orgía revo-
lucionaria, en medio de los albores de una restauracion
henchida de fecundas esperanzas, y viese entónces que el
gobierno que en ella presidía, ciego á la experiencia del
pasado, sordo al clamor unánime del pueblo, en vez de
cerrar todo camino á la duda, que es la division y la muer-
te, lo cerraba en cierto modo á la fe, que es la union y la
vida, llevando su mano irrespetuosa allí donde la revolu-
cion, no impunemente por cierto, llevó algun dia su ha-
cha destructora, yo le rogaría, yo le suplicaría, yo conju-
raría á este Gobierno que no consumase con pretexto de
equidad el parricidio intentado por otros en nombre de la
fuerza; y si el Gobierno no me satisfaciese , y si el Gobier-
no no me escuchase, y si el Gobierno me rechazara, yo á
mi vez en esta parte le negaría mi cooperacion , le negaría
mi apoyo, le negaría mi voto, recogería el guante que con
su torpe medida arrojaba al rostro de la grey católica, y
vencido ó vencedor en la contienda aguardaría tranquila-
mente el juicio de Dios y el fallo de la historia.
~ y qué debemos estimar en más, señores Diputados I la




10 DISCURSO
integridad del territorio, la Constituclon secular, ó la reli-
gion unánime del pueblo, cuando esta religion es la pro-
pia verdad revelada, cuando esta religion es la religion ca-
tólica'? Con la unidad de la fe en la vida pri vada y en la
vida pública, yen los usos y en las costumbres, en las ins-
tituciones y en las leyes, cualquier tiranía que se levante
no dura más que lo que dura la union de las bayonetas so-
bre las cuales imagina el tirano cimentar su imperio. El
aliento del catolicismo, que vivifica todo lo justo, es soplo
de muerte que destruye y desvanece y borra cuanto sueña
la injusticia establecer y fabricar y coronar sobre la tierra.
Con la unidad de la fe en el hogar y en la plaza pública,
en el templo y en el trono, la integridad del territorio, si
es dable que se rompa, se restaura luégo ; la patria no mue-
re nunca. Qué, señores Diputados, ¿ no somos nosotros mis-
mos ejemplo viviente de ello'? ¿Dónde estaba España la
víspera de Covadonga'? ¿ Dónde estaba España la víspera del
Dos de Mayo '?


y sin embargo, señor3s, la unidad católica, si tal vez
quebrantada de hecho, sin duda ninguna subsistente de
derecho, porque ella, de igual manera que el propio gér-
men de la institucion monárquica, de igual manera que el
propio gérmen de las libertades públicas, alienta vivifica-
dora en las entrañas mismas de la Constitucion interna de
nuestra patria; Constitucion interna que, si es dable que
padezca alguna vez efímeros eclipses, es imposible que se
desvanezca en tanto que la raza aliente, en tanto que la
Nacion subsista y viva; la unidad católica, que no es pa-
trimonio exclusivo de la generacion presente, sino heren-
cia sagrada que recibimos de nuestros mayores para con-
f ervarla religiosamente y trasmitirla incólume en su dia ~L
las generaciones venideras; la unidad católica, surgida en
nuestro suelo del riego de la sangre de nuestros mártires,
hijos de nuestra propia raza; arraigada en nuestro suelo
por la ciencia y por la virtud de nuestros doctores, hijos
de nuestra propia raza i acrisolada en nuestro suelo. por los




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 11
cruentos sacrificios de nuestros héroes restauradores, hi-
jos de nuestra propia raza; florecida en nuestro suelo por
el valor de nuestros caudillos, por la entereza de nuestros
repúblicos, por el fuego divino de nuestros pintores y de
nuestros poetas, hijos todos de nuestra propia raza; y el
mejor timbre y el mejor galardon y la mejor' corona de la
patria; la unidad católica, herida de mano airada, queda
rota y deshecha, y quebrantada y perdida, en el punto
mismo en que apruebe la Asamblea el arto 11 del proyecto
consti tucional.


Vientos extraños para nosotros soplaron de allende los
Pirineos, y las nubes que amontonaron, en vez de llover
sobre la patria virtudes que le faltan. llueven la semilla
de vicios orgánicos, de que hasta hoy, para dicha suya,
habíamos vivido exentos.


Entiendo que otros señores Diputados que ven, como
veo yo, la solucion propuesta por el Gobierno, de los mu-
chos puntos que tiene dignos de censura, combatirán
aquellos que rechazamos, conforme mejor convenga á ca-
da uno, dada la índole de sus respectivas aficiones, y
dado tambien el carácter de sus respectivos estudios. Eu
cuanto á mí, sin perjuicio de las observaciones de otro
órden que pienso hacer en el texto de mi discurso, me
extenderé principalmente en probar á las Córtes que el
arto 11, por su esencia y por su forma, es un sacrilegio
mirando á la historia del pasado, un error político por lo
que mira al presente, un gérmen de disolucion nacional
por lo que mira al porvenir.


Como obra de una maravilla que la religion explica, la
piedad comenta y la ciencia confirma, este nuestro pue-
blo, que por amor á su suelo luchó durante dos siglolil con
el coloso del mundo antiguo; este pueblo nuestro, en cuyo
encadenamiento empleó Roma tanto espacio de tiempo,
como hubo menester para uncir al carro de su imperio á
todas las demas naciones del Orbe; este pueblo nuestro,




12 DISCURSO
que en los dias de mayor pujanza de la fuerza púnica ha-
bía opuesto á su dominio á Indortes y á Estolacio y á la
heróica Sagunto, coronada de llamas y rodeada de ceni-
zas; este pueblo nuestro, que porfió contra los romanos en
Numancia, y cien veces deshizo con las hordas de Viriato
la renombrada disciplina de las huestes de la gran Repú-
blica; este pueblo nuestro, para dicha suya, abrió un dia
sin resistencia sus brazos indomables á los mensajeros de
la buena nueva, testigos del triunfo del Calval'io ó discí-
pulos de los Apóstoles de nuestro Señor Jesucristo.


Cuando los guerreros del Norte fijaron sus tiendas en
nuestro suelo, despues de haberlas paseado en triunfal
carrera desde el Asia, su cuna, hasta el Septentrion eu-
ropeo; desde las márgenes del Danubio hasta los pantanos
de Germania; desde las florestas de Italia hasta los férti-
les campos de la risueña Galia, parecía que llegaban como
ganosos de despojarse de sus hábitos nómadas para con-
vertirse en nacion, nacion semejante á aquella Roma,
con cuya imágen soñaban, aquella Roma que sus mayores
habían conocido poderosa aún y deslumbrante de gloria.
Un presagio misterioso, semejante al instinto que guiaba
á su precursor Alarico en sus primeras correrías por la co-
marca romana, debía murmurar entónces al oido de los
godos que, si llevaban en el ánimo el propósito de trasfor-
mar sus tribus en nacion, necesitaban de un clima exento
de las nieblas del Norte, de un cielo más puro que el cielo
de Jutlandia, de rayos solares henchidos de mayor vida, á
fin de que á su fuego se purificase la flor de la falsa religion
que profesaban, y á su calor se robusteciese y floreciera el
árbol de aquella cultura, por la cual anhelaban con el an-
tojadizo afan propio de un pueblo apénas adolescente.


" Los hijos de las nieblas no encontraron en nuestro pue-
blo, indómito por tradicion, otros enemigos para sus hues-
tes que los presidios imperiales y los bagaudas de las sel-
vas y de los riscos. España, inhabilitada para crear sola
con sus hijos un imperio propio, prefirió el yugo vh;igQdO




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 13
á todo otro yugo bárbaro, porque el visigodo era ya á la
sazon el bárbaro más romano entre todos los bárbaros,
y España á su vez la más romana entre todas las provincias
romanas j romana por sus costumbres, por sus leyes, por
sus instituciones, y hasta por su propia religion, que no era
otra que la presidida por el siervo de los siervos, que vela-
ba en las márgenes del Tíber el bendecido sepulcro de los
Santos Apóstoles. A pesar de estas semejanzas, y á pesar
de aquella fácil sumision, aquí como do quiera cayó sobre
los naturales la maldicion que persigue á todo pueblo ven-
cido, y la ley de propiedad, y la ley de raza, y la diferencia
de culto, abrió una sima espantable entre el pueblo godo,
señor y arriano, y el pueblo español, esclavo y católico.


j Espectáculo extraño! Vemos de una parte el godo,
que había vencido á los vándalos con Walia, enfrenado á los
hunos con Teodoredo, aniquilado á los alanos con Teodori-
ca, expulsado á los romanos con Eurico, sojuzgado á los
suevos con Leovigildo; el godo, con sus hábitos tradicio-
nales , con sus leyes consuetudinarias, con su religion he-
rética, siempre dócil á las sugestiones del poder, y siem-
pre tiránica para la grey oprimida j el godo, opulento por
los despojos del botin, soberbio porla prosperidad de sus
armas, desvanecido por el exclusivo ejercicio del imperio;
el godo, que teje sobre la raza vencida con sus duques, y
con sus condes, y con sus gardingos, y con sus vilicos, y
con sus millenarios, y sus quingentenarios, y sus centene-
rarios, y sus decanos, y sus bandas de hombres libres, una
red de picas prontas á darse al sol apénas resonaran los aires
con los ecos del cuerno guerrero que empuña en su diestra
el señor de los baltos j el pueblo godo, eterno campamento
militar, pronto á combatir do quiera que sus caudillos le
conduzcan, con tal que á sus espaldas deje segura la pa-
tria adoptiva que se había creado, merced á su fortuna y
gracias á su valor.


De otra parte, enfrente del godo el pueblo español, casi
desheredado del suelo, despojado de las armas, privado del




14 DISCURSO
mando, sin más riquezas que su virtud, sin más poder que
su ciencia, sin más defensa que la esperanza que engendra
la religion, y que la resignada paciencia que la Iglesia nos
ensBña á practicar; el pueblo español, en vez de reyes y
de príncipes poderosos, con sus obispos por caudillos, con
sus monjes por valedores, éstos porcion escogida del plan-
tel católico que en los monasterios Dumiense, Agaliense,
Servitano y Biclarense aprendía juntamente saber y virtud,
único escudo con que había de pelear en los campos de la
persecucion arriana; los Obispos, depositarios de la tradi-
cion conciliar de El vira, de Zaragoza, de Braga, de Valen-
cia , de Gerona y de Tarragona, fundadores de la fe única
verdadera, sucesores de aquella generacion de mártires y
de santos que ilustran los fastos de nuestra Iglesia en los
di as de Roma, y precursores de aquella radiosa pléyade de
Prelados atléticos, que llenan con la riqueza de su saber y
con la grandeza de su virtud la era fecunda para la fe es-
pañola, donde Liciniano muere, Leandro vence, é Isidoro
triunfa. Los Elpidios y los Nebridios; Justo de Urgel, el
gran expositor del Cantar de los Cantares; A pringio de Pax:
Augusta.. el gran comentador del Apocalipsis; Severo de
Málaga, el gran impugnador del conciliábulo de Toledo;
Eutropio, y Juan de Biclara , y el venerable Masona, que
como había presidido al pueblo en los rigores del combate
le preside tambien en los santos transportes de la victoria.


La raza goda de una parte, la raza española de otra,
allí los príncipes, y los magnates, y los guerreros; aquí
los obispos, Y los monjes, y los fieles; allí la fuerza, aquí
el saber; allí el verdugo, aquí la palabra; de parte de los
godos la persecucion y el cautiverio; de parte de los espa-
ñoles la constancia y la resignacion ; la lucha comienza; el
halago y el rigor hacen su oficio; hacen su oficio los ex-
trañamientos y las cárceles; herido el sentimiento católico,
el pueblo español viene al combate con las armas de los
apologistas y de los mártires, y con estas armas lucha, y
con ellas porfía, y con ellas vence. Lajusticia, y la sabidu-




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 15
ría, y la templanza, y la prudencia del clero católico y del
pueblo español, colman la sima que hasta entónces había
separado al balto del indigena; sólo á la Ig'lesia católica le
era dable henchir de flores aquel abismo inmenso; á ella
sola le cupo la dicha de tender el puente donde se confun-
den en fraternal abrazo el godo y el español hechos her-
manos, porque la frente de todos había sido regenerada
por las aguas de un mismo bautismo; desde la feliz conver-
sion de Recaredo , un solo Dios, una sola religion, un solo
culto es el lema de nuestra raza.


Siquiera las huellas de la conquista no se borren en un
solo dia ¿ qué importa? La unidad del territorio! la uni-
dad del poder y la unidad de la fe quedan establecidas; y
aquellas tres unidades que han de ser en lo futuro alma de
nuestra historia, surgen á los ecos de la voz de Leandro,
que triunfa con el sucesor de Leovigildo en el tercer Con-
cilio de Toledo.


Ya no hay godos ni españoles, sino católicos; ya no
legislarán los príncipes hoy para el godo, como Eurico;
mañana para el español, como Alarico; el Fuero Juzgo es
ley comun de todo hombre que vive bajo el cielo de Es-
paña, y el Fuero Juzgo es la obra de la Iglesia católica
y el símbolo del triunfo de la raza española. Ya el godo con
sus hombres de armas no celebrará asambleas militares,
en tanto que el español tiene que contentarse con el dulce
recuerdo de sus antiguos Municipios; el episcopado, re-
presentante de la raza vencida, se sienta más alto que los
optimates, representacion del pueblo vencedor en las
Asambleas comunes á los unos y á los otros, y son los
Concilios nacionales testimonio del triunfo de nuestra ley
y de la victoria de nuestra raza.


Monarquía, Iglesia, nobleza, pueblo, usos, costum-
bres, lengua, arte; todo es ya comun entre godos y espa-
iíoles; su historia desde aquel fausto dia hasta la hora en
que cae la patria herida de muerte á los pies de Tarik, su
historia, repito, 'no es la historia de los godos, ni la histo-




16 !>ISCulíSO
ria de los españoles; es la historia comun, obra de la reli-
gion, obra de la Iglesia; no podemos comprender á Reca-
redo sin Leandro , el apóstol de los visigodos; á Sisenando
sin Isidoro de Sevilla, asombro de su era y maestro de las
eras futuras; á Chintila sin Braulio de Zaragoza, el primer
prosista de su tiempo; á Chindasvinto sin Eugenio de To-
ledo, el primer poeta de su siglo; á Recesvinto sin San Il-
defonso, el primer orador de aquella época, honra de nues-
tra raza y gloria de España.


Vicios quizás no ajenos á una civilizacion prematura,
son causa de que en un dia y en una batalla acabe el in-
menso poderío visigótico. Naufragan, pues, en Guadalete
las tres unidades que habían sido resultado de la fusion de
godos y de romanos: la unidad del territorio, la unidad
del poder y la unidad de la fe.


Los guerreros de Pelayo llevan en el alma el recuerdo
de las tres unidades sumergidas con la monarquía visigoda
en las aguas del Guadalete ; y la íntegra restauracion de es-
tas tres unidades por medio de la fe en su Dios, en su de-
recho yen su espada, es el aliento misterioso que pone en
la mano de aquella falange de héroes, embriagada de la
triple ansia y al parecer sublime locura de la Cruz, de la
libertad y de la patria, la enseña ante la cual por primera
vez vuelven la espalda las aguerridas huestes que en Per-
sia, y en Siria, y en Palestina, yen Egipto, y en los pen-
siles de Antioquía, y en las vertientes del Líbano, y en las
márgenes del Oxo, y á la sombra de las Pirámides habían
derrocado dinastías espléndidas, hundido en el polvo
templos seculares, borrado para siempre del número de los
vivientes pueblos en quienes adoraban sus coetáneos como
encarnada la fuerza de un poderío eterno.


Aquellos hijos de la fe, de la libertad y de la patria, no
pedían más en la víspera de su primera batalla que una
I!\ima ignorada entre las breñas para que, si eran vencidos,
les sirviera de sepultura donde nunca pu~iese estampar sus
cascos el corcel de sus señores; espacio en el aire, si




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 17
eran vencedores, para fulminar las saetas que, primero
rechazando, despues persiguiendo, luégo sojuzgando al
enemigo inmenso de risco en risco ,.de campo en campo, de
~omarca en comarca, alzasen de nuevo el altar deshe-
cho, cimentasen de nuevo el trono derribado, creasen de
nuevo la patria perdida.


La Providencia, que vigoriza el brazo de los pueblos
que aman, y esperan, y creen, coronó con una victoria
inenarrable el despertar atlético de aquel futuro gigante
que más tarde debía llamarse España; y á poco del triunfo
de Covadonga, las huestes de Pelayo eran nacion. i,Qué
importa que el caudillo vencedor sea de prosapia goda ó
de raza indígena'? Es el soberano de aquel pueblo, que al
aclamarle rey establece la monarquía. i, Qué importa que en
tropel, donde sólo se distinguen los guerreros por el grado
de valor que han mostrado en el combate, se vean confun-
didos los nobles y los plebeyos godos, y los nobles y los
plebeyos españoles'? De aquella mezcla confusa de linajes
y de nombres surge la gerarquía', y la gerarquía funda la
libertad. i, Qué importa que una ara de roble, alzada so el
cobertizo de una choza, sea el trono primero que la ardiente
fe de aquel puñado de héroes levante al Dios uno y trino
que adoraron sus mayores'? Aquella ermita es templo del
Dios verdadero; aquella fe es la fe de la Iglesia de Jesu-
cristo; aquella adoracion es el culto cristiano, y de aque-
lla fe unánime y de aquel culto solo surge la religion úni-
ca de aquel pueblo, y esta religion es la Religion católica.


i,Qué importa que la linde del naciente reino pueda
ser medida con los ojos desde la cumbre del peñasco que
preside el primer triunfo de sus fundadores'? Dia tras dia,
año tras año, siglo tras siglo, generacion tras generacion,
para que aquel gérmen de monarquía sea un imperio solo,
para que aquel gérmen de independencia sea independencia
comun, para que aquel humilde culto, anidado entónces en
la hendidura de una montaña, sea el culto único y exclu-
sivo de todo el pueblo español; los guerreros de la fe, del


2




18 DISCURSO
trono y de la patria sabrán ser, con la visible proteccion
del cielo, pobladores en los yermos, vigías en el adarve,
legisladores en las asambloas, avisados en la paz, intré-
pidos en la guerra, inquebrantables porla derrota, héroes
en las mazmorras y mártires en los cadalsos.


En vano se opone á la creciente cristiana el vigor mu-
sulman; en vano funda éste en nuestro suelo el poder más
brillante que en sus ensueños de grandeza pudo idear nunca
la mente enardecida de los hijos del desierto. En vano ocu-
pan el trono de Córdoba, uno tras otro, los príncipes más
esclarecidos de su tiempo; y engrandecida la agricultura,
y medrada la industria, y prosperado el comercio, y flo-
recientes las artes, ve Abderraman el Magnífico asentado
en medio del fastuoso esplendor de su palacio de Zahara al
Asia envidiosa rendirle párias y enviarle lo más puro de su
nobleza secular; al Africa sojuzgada colmarle con todos los
dones de su suelo y rodearle de los más valientes de sus
hijos para que le sirvan de mercenarios y de esclavos; á la
Europa atónita diputarle embajadores que solicitan su
alianza; que imploran su ayuda, que mendigan su favor,
el remoto eslavo, el soberbio franco, el orgulloso griego,
e.l desvanecido germano ,. que imagina vinculados en su
raza los gloriosos destinos de la antigua Roma.


¿Qué importa que un dia, más'grande que Pirro, y más
grande que Aníbal, y tan feliz como Alejandro y como
César, surja del suelo andaluz un héroe legendario, que en
veinticinco mortales años de duplicadas correrías, nunca
enfrenado y siem pre vencedor, en el Oriente, y en el Oc-
cidente, y en el Septentrion de la Península, ahuyente, y
acose, y aniquile á toda hueste cristiana que le salga al
paso; que Barcelona, el baluarte de los francos, ceda al in-
vencible empuje musulman; que la Ciudad Augusta, corte
de los Reyes de Leon, quede arrasada; que la venerada
Compostela, la J erusalen de los cristianos españoles, vea
el santuario del Apóstol hollado por la planta del guerrero
y arrancadas las campanas de sus torres bizantinas para






DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 19
que sirvan de lámparas que iluminen en Córdoba las cala-
das bóvedas de su maravillosa mezquita'? i,Qué importa que
Navarra vacile, que Castilla caiga, que la Monarquía ma-
dre de la reconquista huya con las cenizas de sus muertos,
con las reliquias de sus santos, con los atributos de sus re-
yes á las breñas y á los riscos de Astúrias, y que la patria
quede de nuevo reducida á tener por límites las sagradas
montañas donde había resonado el grito primero de liber-
tad y de victoria '?


En vano cuando este nuestro suelo, implantado de ára-
bes, es estéril para arrojar nuevas hordas sobre los héroes
de la cruz; en vano le acorre el Asia con sus prófugos, el
Africa con sus' sectarios. Hoy son los Almoravides , los pu-
ritanos de aquella era que sin más libro que el Coran, ni
más ley que la cimitarra, imaginan, comenzando con los
españoles cristianos, y siguiendo con los españoles árabes,
sus valedores, encadenar al carro de su triunfo toda nacion
donde flote una bandera que no sea el negro estandarte de
su tiranía. Mañana son los Almohades, ménos salvajes pero
no ménos intrépidos, conjunto abigarrado de tribus que
sólo tienen de comun entre sí el odio por los cristianos y
el valor en el campo de batalla, numerosas como las estre-
llas del firmamento donde vieron su primera luz, ardien-
tes como las arenas del desierto que les había servido de
patria. Luégo son los Benimerines, que testigos en el cerco
de Tarifa de lo que puede el vigor español, imaginan que
muerto el padre que sacrifica su hijo para salvar á su pue-
blo , no ha de haber en la tierra de los Guzmanes quien de-
tenga el nivelador torrente de su conquista. Más tarde es
la casa de Nazar, grata á España porque es andaluza, gra-
ta á España porque es caballeresca, grata á España porque
al terror de sus empresas guerreras, sigue el benéfico in-
flujo de sus leyes en los dias de paz, culta, artística, to-
lerante y noble, último esfuerzo de un poder brillante, que
intenta conseguir con el halago de la política lo que sus
mayores en el tiempo de la virilidad no pudieron alcanzar




20 DISCURSO
ni con los tajos de su cimitarra, ni con los botes de su lan-
za. Omeyas, Almanzores , Almohades, Almoravides, Beni-
merines, Nazaritas, arenas de un mismo simoun, olas de
un mismo océano, en vano amenazan y hienden, y des-
trozan y asolan. l,Qué importa? Tarde ó temprano ante el
vigor español vacila su vigor; tarde ó temprano ante la
constancia española cede su brío; tarde ó temprano ante el
empuje español, quebrantados y deshechos, muerden al fin
el polvo .de la derrota.


En tanto, de la omnipotencia de la secta agarena triun-
fan muriendo los mozárabes de Córdoba; triunfa nuestra
Iglesia española con sus Concilios nacionales y con sus
Concilios provinciales, con sus cánones, modelo siem-
pre de pureza en el dogma, de severidad en la disci-
plina, de celo en la moral; triunfa nuestra Iglesia, engen-
dradora de santos, conservadora de sabios y hacedora de
héroes.


En tanto, de la omnipotencia política del Califato y de
Almanzor, de los Almoravides, y de los Almohades y de los
Benimerines, y de los Nazaritas, triunfan consolidándose
las monarquías cristianas. Castilla señorea la Península
desde la costa cantábrica hasta las columnas de Hércules;
Aragon, desde los Pirineos hasta la márgen del Segura.
Castilla, con sus fueros populares y sus privilegios nobi-
liarios, con sus órdenes militares y con ~us clásicas behe-
trías, con su Fuero Viejo y con su Fuero Real, con sus le-
yes de Partida y su Ordenamiento de Alcalá, con sus Córtes
de Leon y de Búrgos, de Toledo y de Soria, de Segovia y
de Valladolid, de Palencia y de Toro; con una lengua gra-
ve, espléndida y sonora, comun al pueblo, y á la clerecía,
y al jurista y al juglar; con un arte que tiene por apóstoles
á Berceo y á Alfonso X, á Juan Ruiz y al canciller Ayala,
al Marqués de Santillana yal converso Montoro; al prócer
Manrique, al cartujano Padilla, á todo el pueblo español,
que es quien concibe, y fermenta, y produce los cantos
místicos y los poemas bélicos de aquella era de eflorescen-




DEl. EXCMO. SR. DÚQUE DÉ ALMENARA AtTA. 21
ma, el anónimo Romancero y el incomparable teatro na-
cional.


Aragon, que es á la vez Aragon y Cataluña; Aragon
con su maravillosa constitucion política, la primera entre
las primeras, por la época de su nacimiento y por la pel'-
feccion de su mecanismo. Cataluña, con sus venerandos
Usatges y sus leyes de mar, sus gremios y su Código de
comercio, sus cónsules y sus Concelleres. Aragon, con su
nobleza culta y belicosa, su pueblo severo y denodado, sus
empresas militares, que restauran el suelo y su gran Jus-
ticia, que conserva la patria; Cataluña, con sus barones,
héroes de todos los climas y caudillos de héroes en todas
sus campañas, los libertadores de Mallorca y de Menorca,
los conquistadores de Nápoles y de Sicilia, y con sus al-
mogavares legendarios, pesadilla de Francia, terror de
Grecia y asombro del mundo. Aragon, con su política agi-
tadora ó pacificadora de Europa, segun los antojos de su
libérrimo querer; Cataluña con sus naves, señoras del
mar, ante cuya enseña todo mástil arría la suya, tan om-
nipotente sobre las aguas que con hiperbólica, pero bellí-
sima frase, puede decir de ella un cronista entusiasta des-
lumbrado cantor de su grandeza, que ni áun los peces
surcan las ondas del Mediterráneo si en su escama no lle-
van esculpidas las sangrientas barras del escudo catalan.


En tanto, en fin, de la omnipotencia guerrera de los
musulmanes, triunfan, venciendo á los árabes y á los afri-
canos, al berberisco y al granadino, Alfonso el Católico,
en las márgenes cantábricas; Alfonso el Casto, en los pan-
tanos de Lutos; Ordoño I, en la cañada de Albelda; Al-
fonso el Magno, en Pancorbo y en Orbigo; Ramiro Ir , en
Madrid y en Si mancas ; Sancho de Castilla y Sancho de N a-
varra , en los campos de Calatañazor; Berenguer de Cata-
luña, en los llanos de Tarragona; Sancho de Aragon, en
Jaca; Pedro de Aragon, en Huesca ; Alfonso de Al'agon, en
Zaragoza; Jaime de Aragon, en Valencia y en Baleares;
Alfonso VI de Castilla, señoreando Toledo, la ciudad régia




22 DISCURSO
de los Reyes visigodos; Fernando el Santo, reconquistan-
do á Córdoba, la corte de los Califas, y á Sevilla, la joya
de las ciudades andaluzas; Alfonso el Emperador, pasean-
do sus banderas invencibles siempre desde las vegas de
Galicia hasta las playas de Almería ; Alfonso VIII, salvan-
do á la Europa entera de un nuevo diluvio de bárbaros en
las Navas de Tolosa , y Alfonso XI, mostrando en el Sala-
do, al mundo atónito del valor español, que si la barbarie
agarena ha de asentar su planta en nuestro continente,
tiene que buscar otras puertas que podrán franquearle
guardadores débiles ó pueblas afeminados: nunca España;
en ella saben sus hijos morir para vencer.


Circundados con la gloria que centellea esta falange de
héroes, Pelayo, el Cid, Isabel la Católica, son las tres
grandes figuras que se destacan sobre todas las que com-
ponen el cuadro, sin ejemplo, de nuestra resurreccion glo-
riosísima donde la sangre y las lágrimas se confunden con
los regocijos de la victoria y con los atronador.:s himnos
de la independencia restaurada; Pelayo, el héroe de Co-
vadonga, personifica el anhelo comun de nuestros mayores
en el punto mismo en que este anhelo surge; el Cid, terror
de la morisma, su azote en vida, su espanto despues de
muerto, personifica la tendencia alentada, cima que se
levanta entre dos cumbres, la cumbre de la partida y la
cumbre de la llegada; Isabel la Católica, la conquistadora
de Granada y la colonizadora de Indias, personifica el tér-
mino y la corona de aquella empresa sin igual. Pelayo, el
Cid, Isabella Católica, personajes que por su grandeza
parecen obra de fantasía con su anhelar y con su combatir,
ycon su esperar ycon su vencer, son imágen viva de la vida
de nuestro pueblo en aquella era, que tambien parece obra
de ensueño. Fe religiosa, dignidad monárquica, amor pa-
trio, pif'dai acendrada, entereza inquebrantable, constan-
cia invencible, virtudes de nuestra raza y elementos esen-
ciales de nuestra nacionalidad, parece que todo se encarna
en el nombre y en los hechos de las tres figuras que inun-




úEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 23
dan con el resplandor de su aureola el crepúsculo y la au-
rora, y el espléndido medio dia de nuestra épica historia.


Tal es nuestro ayer, señores Diputados. Tal es el ayer
de nuestra patria. Ahora bien; si á vista de esta epopeya,
que aguarda todavía un Homero que la cante, á menos que
miremos por cantor suyo el conjunto de las bendiciones
continuas de nuestro pueblo, que atribuye á ella la pose-
sion del suelo que cultiva, del aire que alienta, del purí-
simo cielo que nos cobija; si á vista, repito, de esta epo-
peya de ocho siglos, me pregunta la crítica si era un mis-
mo anhelo el anhelo que mueve el brazo de los soldados de
la Cruz en Covadonga, y en Valencia, y en Granada; si
en todos los Estados y en todas las comarcas se acariciaba
con igual complacencia el magnánimo afan de restablecer
el altar, de restaurar el trono, de reconquistar la libertad,
así en el comienzo de la lucha como al mediar de su carre-
ra, como al tocar á su término, responderé sin vacilar que
la unidad de la patria, la unidad de la monarquía y la uni-
dad de la fe, tri pIe ideal de las huestes de Pelayo, era el
ideal de los cristianos en la época del Cid, Y era el ideal
de los españoles en los di as de Isabel I; y. i designio ver-
daderamente providencial! las tres instituciones que natu-
ralmente surgieron de este triple afan, altar, monarquía,
libertad, fueron á su vez los tres agentes perennes, vigo-
rosos y necesarios que, unidos en lazo indivisible, recon-
quistaron el suelo y restauraron la Nacion.


Agentes necesarios he dicho, y no me arrepiento; mas
si ahora se me pregunta cuál de ellos ejerció mayor influ-
jo en aquella obra de gigantes, tambien sin temor de que mi
aserto sea desmentido, siquiera la respuesta exija comen-
tarios , responderé sin v<;tcilar que de aquellos tres elemen-
tos, esenciales los tres en nuestra constitucion nacional, á
quien más debe la patria en la obra restauradora es al ele-
mento religioso, al elemento católico.


Contribuye la monarquía, haciendo suya la aspiracion
de las muchedumbres sobre las cuales impera, aunando las




DISCURSO


tendencias peculiares de los individuos y de las clases que
constituyen el pueblo, armonizando las respectivas fuer-
zas sociales y dirigiendo éstas y haciendo converger aqué-
llas hacia el fin comun que todos respectivamente se pro-
ponían. De esta unidad orgánica, que es la obra del Pod~r,
resulta mayor claridad y amor más grande por lo que mira
al intento que se concibe, ímpetu más enérgico para ten-
der hacia su logro, facilidad mayor para conseguirlo, y
seguridad más grande de no perderlo. Ser el primer cató-
lico de su pueblo; ser el primer político de su nacfon ; ser
el primer soldado de la patria, su legislador en la paz, su
caudillo en la guerra, llorar cuando la patria llora, triun-
far cuando la patria triunfa, alzarse cuando ella se alza;
sucumbir cuando ella sucumbe, tal es la parte que tiene
la monarquía en la obra de la restauracion : tal su abolen-
go, tal su timbre más puro, tal su título más legítimo.


y á la libertad, señores Diputados, al influjo de la li-
bertad, ¿ qué es lo que le debe nuestra maravillosa recon-
quista ~ Con pan y con fiestas arrullan los tiranos el sueño
de los pueblos que han nacido para la servidumbre; las
hordas de esclavos sirven para encadenar la patria ajena,
nunca para restaurar la propia; al paria ¿qué le importa
el suelo~ i,qué le importa la patria ~ En cambio, señores,
la libertad dignifica al hombre; el hombre ama el suelo,
porque en él venera la tumba de sus padres y la cuna de
sus hijos; porque el suelo es su patrimonio, y este patri-
monio la herencia de los suyos; porque en aquel suelo es
re~entro del hogar, señor dentro de la ley, y las. cos-
tumbres públicas son obra suya, y las instituciones que le
rigen, fiadoras de su independencia y garantía de su bien-
estar; por esto el hombre libre prefiere la muerte á la ser-
vidumbre; por esto aunque caiga no se somete, aunque
le fuercen no se degrada; acecha el momento, rompe sus
cadenas, sacude la opresion, expulsa al tirano, recobra
su independencia propia; y cuando cada uno recobra su
independencia, el concurso de todos restaura la patria.




DÉL ÉXCMO. SR. bUQUE DE ALMENARA ALTA. 25
Y á la religion, ¿qué le debe nuestro ayer gloriosísi-


mo'? ¡Oh, señores Diputados! No es el encarecimiento
quien habla por mi boca; es la verdad quien mueve mi pa-
labra; nuestro ayer gloriosísimo es obra de la religion,
estad seguros de ello; nuestro pasado es obra del catoli-
cismo. Qué, ¿no fué el ideal de la unidad del culto, jun-
tamente con el ideal de la unidad monárquica, y junta-
mente con el ideal de la independencia comun, el ensueño
primero de nuestro~ mayores, así en la falda del Auseba
como en la roca de Sobrarbe.'? Qué, i,no fué el afan del 10-
gro de esta unidad religíosa quien juntamente con el
anhelo de la unidad monárquica y con las ansias por la
unidad nacional durante ocho siglos de incansable porfía,
llevó á los guerreros del altar, del trono y de la patria por
entre sirtes y escollos, entre sangre y entre lágrimas, des-
de la peña de Covadonga hasta los muros de Granada '?
Qué, la unidad de la fe 1, no estaba esculpida con la uni-
dad de la Monarquía en 'Su forma templada, con la unidad
de la libertad con sus formas gerárquicas, en las entrañas
mismas de nuestra constitucion interna, humilde semilla en
tre las malezas de Astúrias, tronco robusto en las márge-
nes del Tajo, árbol colosal en la vega del Genil '? Qué, la
Iglesia, la institucion á que dió orígen la fe heredada,
resucitando en Covadonga con la patria, ¿ no es insepara-
ble compañera de nuestros padres siempre que se mueven,
do quier llevan su planta, en la prosperidad y en la desgra-
cia , cuando la nacion desfallece y cuando la nacion se res-
taura'? i,Qué títulos mejores presenta la monarquía'? ¿Qué
títulos mejores presenta la libertad '?


Sin embargo, señores, harto comprendo que con el pa-
ralelo que acabo de trazar no pruebo mi aserto. Del senti-
do de mi comparacion resultaría sólo un abolengo comun
para la Iglesia, para el trono y para la libertad en nuestra
restauracion; igualdad por lo que mira á la reconquista de
los servicios que respectivamente le prestaron aquellas
tres instituciones; análogos merecimientos y gloria comun




26 DISCURSO
por parte de las tres, y tal conclusion , no sólo sería erró-
nea, dada la historia de España, sino que juntamente re-
sultaría contraria á la tesis que sustento. Nó, señores Di-
putados, nó ; con su accion peculiar y propia llevada hasta
donde hayan podido llevarla sobre la tierra las institucio-
nes á que deben los pueblos mayores beneficios, es cierto
que el altar, el trono y la libertad fueron los tres agentes
de la restauracion de España. Mas esta libertad, de dónde
viene? Este trono, ¿ de dónde nace? La libertad que os he
descrito ántes, ¿qué otra cosa es sino la única verdadera
libertad, hija legítima- de la Iglesia católica? Aquella Mo-
narquía tan necesaria como la propia libertad para la res-
tauracion del suelo, ¿no es acaso la monarquía que nace
del catolicismo, que se informa de su espíritu, que se ali-
menta con su savia, que se rige por sus leyes, que medra
y prospera, y florece á la benéfica sombra de la Iglesia de
Jesucristo?


¿ Quién duda que el hábito del poder que toman los
príncipes con el uso del mando es reclamo que les incita á
la tiranía y aguijon que fácilmente les lleva á osar á todo,
pues todo lo pueden? ¿Quién duda de que estos vértigos
del encumbramiento son más frecuentes y más fáciles allí
donde junta el príncipe al imperio de rey la espada de cau-
dillo, allí donde las huestes cien y cien veces le levantan
sobre el pavés ciegas de entusiasmo, porque juntas con él
corrieron los peligros del combate, juntas con él vertie-
ron su sangre, y juntas con él en el dia, de la victoria se
embriagaron en los regocijos del triunfo, y en la coJicia
del botin y en las fecundas esperanzas de la paz'? ¿ Quién
duda que las grandes muchedumbres, en las cuales las
concupiscencias del lucro pueden tanto, y tanto pueden
tambien las semillas de revuelta, á que fácilmente dan al-
bergue en su seno, quién duda que en las grandes muche-
dumbres es obra fácil agitar el impulso que suele llevarlas
á romper los frenos de la obediencia y á reemplazar por
medio de la rebelion 16 que el derecho tenía establecido




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 27
con lo que la fuerza crea'? ¿ Y quién duda tambien de que
estas tormentas populares son más frecuentes y más te-
mibles cuando la guerra continua engendra por una parte
el hábito de las armas, y multiplica por otra el número de
los descontentos por la pobreza, que es la huella de las
correrías bélicas, y por el mal término que tienen á veces
las empresas mejor meditadas, y los guerreros más dies-
tros y más felices en el arte de combatir y de vencer '?
¿Quién, pues, si esto es verdad, que no lo dudo, quién,
pues, señores Diputados, puede imaginar un pueblo en
mayor riesgo de ser presa del despotismo, resultado ne-
cesario de los extremos del poder, ó un poder más amena-
zado de caer en el fango envuelto por la anarquía, que el
pueblo yel poder que fueron patria y gobierno de nuestros
mayores durante ocho mortales siglos de perpetua guerra '?
y pues la plebe, de suyo arrolladora; y pues el poder, de
suyo avasallador, no acabaron, aquélla con la libertad y
éste con el trono, haciendo imposible con ello la obra de
la reconquista, ¿á qué se debe atribuir este portento'? ¿De
dónde viene semejante maravilla'? Ah, señores; olvidado
del catolicismo, raro es el príncipe que pudiendo ser dés-
pota deje caer de entre sus manos el hacha de la tiranía:
olvidada del catolicismo y brindada de la ocas ion , rara es
la plebe que lleva sin sacudirla la coyunda del mando,
siquiera sea éste justo y saludable y benigno; y ¡ ay de
nuestra patria rodeada siempre y do quiera de enemigos
apercibidos para devorarla; ay de nuestra patria si en al-
guna ocasion no hubiese podido oponer á la morisma otra
cosa más que turbas de mercenarios y de esclavos para ir
con ellas á buscar al enemigo en sus propios campos: ciu-
dades deshechas por la revuelta para que resistiesen el tor-
rente de aquellas inacabables invasiones! ¿ Será, pues,
maravilla para vosJtros que asegure una vez más que en
nuestra restauracion se le debe al catolicismo y á su Igle-
sia, inmediatamente, tanto como á la monarquía y á la
libertad, mediatamente, todo, pues por deberle todo has- .




28 DISCURSO
ta le debemos la propia monarquía y la propia libertad,
libertad y monarquía sin las cuales la restauracion hubiera
sido quimérico imposible~


Sí, señores Diputados j sólo en los pueblos que caen
del lado acá de la Cruz, sólo en los pueblos católicos hay
un poder, que es la Iglesia, que hablando en nombre de Dios
puede enseñar á los poderes de la tierra que el imperio
que ejercen les viene del cielo, y que al cielo tienen que
dar cuenta del ejercicio de él; que el Criador, en quien
deben buscar un modelo, no es tirano de sus criaturas, sino
padre comun de todos los hombres; que así el príncipe,
imágen de Dios por su poder, debe ver en sus súbditos, nó
manadas de siervos, sino tribus de hijos; que el oficio de
reinar no es para regalo de los gobernantes, sino para bien
general de los gobernados, á quienes es forzoso que man-
tenga en paz y en justicia, y de quienes, si la patria des-
fallece, podrá exigir vida y haciendas, pero honra nun-
ca; porque la honra es patrimonio del alma, y el alma sólo
pertenece á Dios, ante el cual el rey y el pechero, quien
manda y quien obedece, todos son iguales, todos son her-
manos, porque son todos hijos de un mismo padre. Fuera
del temor de Dios, no sé que exista muralla ninguna que
pueda oponerse á los desenfrenos de la tiranía. Mas á las
turbas tambien hay un poder que á su vez, si son católi-
cas, conservándolas en los fueros de la dignidad, les im-
pide, sin embargo, el desbordamiento de sus espantables
y desastrados antojos; y este poder es tambien la Iglesia,
que sólo la Iglesia le dice á la muchedumbre que en nombre
de Dios reinan los reyes, que son los príncipes representan-
tes de Dios sobre la tierra, que el poder público es necesa-
rio para la vida de la sociedad, el poder legítimo indispen-
sable para la felicidad del pueblo, que el bien ajeno le está
vedado, que es sagrada la propiedad, la ley inviolable, el
derecho todo y la fuerza nada.


¿Dónde, pues, sino al abrigo de la Iglesia encuentran
las naciones el único instrumento que puede arrancar al




DEL EXCMO. SR. Dt'QUE DE ALMENARA ALTA. 29
pueblo del caos de la anarquía'? ¿ Y todavía me preguntais
á mí, señores Diputados, si esta nuestra patria le debe ó
no le debe todo á aquella divina institucion , la sola fuerza
sobre la tierra capaz de mantener á los pueblos en obedien-
cia, á los príncipes en cordura'? j España, que de tanta
obediencia necesitaba para aprender á combatir; España
que de tanta cordura necesitaba para aprender á vencer!


Mas no me lo pregunteis á mí, señores Diputados; no
me lo pregunteis á mí , que en este sitio augusto y en este
momento supremo las palabras de mi boca podrían sonaros
á férvida apología, siquiera no fuesen más que legítimo
tributo debido á la verdad eterna, reina del mundo; pre-
guntádselo á la crítica histórica de nuestros di as , que por
severa Y'por imparcial es la honra de nuestro siglo; pre-
guntádselo al. silencio ó al desden, antifaces que velan mal
la ignorancia ó la impiedad de los supuestos eruditos enci-
clopédicos del siglo XVIII; preguntádselo, si vuestra pa-
ciencia no se fatiga, á este espíritu de entusiasmo que luce
á través del follaje clásico donde suelen envolver nuestros
escritores de la edad de oro los conceptos de su razon: y
si creeis que mejor conoce al pueblo quien vive para el
pueblo y con el pueblo cuya historia narra, preguntádselo
á Isidoro de Beja , en cuyas clausulas, preñadas de dolor,
parece que se oye el quejido de la España visigoda, que
llora la pérdida de su religion, ahogada en las ondas del
Guadalete; preguntádselo á Sebastian de Salamanca, que
goza en esperanza los rayos del triunfo católico al enume-
rar las victorias de Alfonso el Magno; preguntádselo al
monje de Albelda, que sabe que la fe así alienta en el llano
como en las montañas, á Sampiro de Astorga, que parece
reposarse despues de la zozobra nacional como reposaban
las huestes españolas despues del espléndido triunfo de Ca-
latañazor; á la Orónica compostelana, siquiera sepa más que
de empresas patrióticas de intrigas palaciegas y de revuel:-
tas intestinas, miserable fango del reinado de doña Urraca;
preguntádselo á Pelayo de Oviedo, siquiera cuide mejor




30 DISCURSO
de su mitra engrandecida que de los azares del reino; pre-
guntádselo á Ximenez de Rada, que triunfa con la cruz de
la Iglesia, alIado del pendon de la monarquía, en las Na-
vas de Tolosa; á Lúcas de Tuy, el consejero de doña Be-
renguela de Castilla, que ve crecer á sus ojos la gigantesca
figura de Fernando el Santo; preguntádselo, en fin, á D. Alon-
so el8abio , á este hombre colosal que no necesitaba alzar-
se sobre un trono para ser el sabio más sublime de su tiem-
po, que en el templo, y en la plaza, y en el campo, yen
el hogar adivina y busca y encuentra el sentir, el pensar
y el querer de cuantas generaciones precedieron á la suya;
preguntad á todos los que cuentan lo que oyeron, y á to-
dos los que vieron lo que cuentan, y todos os dirán á una
voz que la obra de la restauracion es legítimo engendro
del aliento católico; que por él la libertad fué santa, la
monarquía grande, la patria inmensa; que á Dios y á su
Iglesia, y á su culto; á su Dios, que era uno; á la Iglesia,
que era una; al culto por cuya unidad anhelaban y porfia-
ban ellos y sus mayores se lo debían todo.


Mas si todavía para persuadiros mejor de esta verdad
inconcusa preferís á la narracion del cronista el propio tes-
timonio del pueblo mismo, sorprendiendo su aliento en el
gérmen de las instituciones políticas, en el espíritu de sus
leyes, en el trazo de sus monumentos y en los ecos de sus
cantares, trasportaos un punto con la imaginacion al tem-
plo, y ~laza pública, y á la villa, y al campo, y á las
ferias· , y a las justas , y á las romerías, y á las fiestas de-
votas donde viven y se agitan y se revuelven los hombres
de aquella era, y preguntad á la cantinela del labrador, á
la salmodía del monje, á la leyenda del guerrero, al ro-
mance del juglar, á la plática de aquellos arrogantes se-
ñores, que doblan reverentes la rodilla ante la imágen de la
Madre gloriosa, al murmullo de aquellas oleadas de engrei-
dos pecheros que con humilde devo0ion desnudan su cabe-
za al resonar en el aire la campana católica, que con su
lengua de bronce repite diariamente para elc;elo y para la




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE A.L~mNARA ALTA. 31
tierra la inefable A ve-María; y al señor, y al pechero, y al
juglar, y al soldado, y al campesino, y al monje, pregun-
tadles por qué ellos y sus progenitores erigieron ántes el
altar de su Dios que la vivienda de sus hijos; por qué alzaron
ántes el templo que la ciudad; por qué restauraron ántes
la iglesia derribada que el estado caido; preguntádselo,
señores, y ellos os responderán que ántes que la vivienda
erigieron el altar, porque al pie del altar encontraban su
consuelo en las amarguras domésticas, la calma en los
azares políticos, el reposo en las tormentas sociales, la
entereza que necesitaban para no sucumbir mirando la
prosperidad del enemigo, el valor que les hacía falta para
buscarle, y enfrenarle, y vencerle y sojuzgarle; que ántes
alzaron el templo que la ciudad, porque en el atrio del
templo aprendían á juzgar á sus iguales, porque en el
atrio del templo dirimían sus contiendas, porque en el
atrio del templo legislaban para los suyos, porque en el
atrio del templo el labrador encontraba su reposo, el mer-
cader su garantía, la industria la emulacion, y el comer-
cio la concurrencia.


Que ántes alzaron el templo que la ciudad, porque la
campana del templo, silenciosa, pero apercibida, velaba el
insomnio del guorrero en las eternas horas de nocturna
atalaya; porque la campana del templo, con el atronar de
su arrebato, sacudía el descuido de la ciudad en las noches
de sorpresa; porque la campana del templo, con su incan-
sable tañir enardecía el ardor de los combatientes cuando
palmo á palmo, ya dentro de la ciudad, le disputaban al
moro el paso del hogar, donde yacía en la cuna, guarecido
por la congoja materna, el niño inocente en quien miraban
todos al futuro soldado de la patria; porque la campana del
templo, con sus vibrantes ecos, le acompañaba al guerrero
que partía para tierras remotas, le acompañaba más léjos
aún que el rumor de los sollozos con que los suyos le des-
pedían; más léjos aún que la vista de los vagos contornos
del albergue nativo, presto oscurecidos por el polvo, pres-




32 DISCURSO
to borrados por la implacable distancia; más léjos aún que
el humo del hogar amado, juguete un punto de los antojos


. del aire y presa luego de las nubes volanderas. Porque la
campana del templo era el alentar de la esperanza en el dia
del combate, el alborozo de la fiesta en el dia de la victo-
ria, el himno triunfal con que saludaba su pueblo la vuelta


. del guerrero vencedor, la voz del cielo que se juntaba con
la voz de la tierra, cuando el paladin afortunado, de rodi-
llas en el templo sobre las losas sepulcrales de sus mayo-
res, al paso que bendecía con sus oraciones al Dios de los
combates, rogaba con sus lágrimas al Dios de los vivos y
de los muertos por aquellos de sus compañeros cuyos ca-
dáveres yacían insepultos en las márgenes de ajenos rios,
donde no resonaba nunca la plegaria del rito católico; don-
de para bendecir el sueño de los muertos no tendía sus en-
treabiertos brazos la Cruz de los cristianos.


Ellos os dirán que ántes restauraron la Iglesia que el
Estado, porque la Iglesia les daba albergue para sus men-
digos, pan para sus pobres, ciencia para sus hijos, puerto
seguro para todo hombre en la soledad de sus claustros,
cuando el alma se sentía débil para luchar con las tempes-
tades del mundo y para vencerlas y señorearlas. Ellos os
dirán que á la Iglesia le deben el aliento que informa sus
instituciones civiles, la norma que preside en susprocedi-
mientos legales, la filiacion augusta de su mágica lengua,
la delicada rima de su poesía incomparable, quejumbrosa
cuando endecha, ardiente cuando enamora, pintoresca
cuando narra, severa cuando adoctrina, vibrante cuando
celebra sus héroes, espléndida cuando canta la majestad
de Dios. Ellos os dirán que la tierra que labran, y el aire
que respiran, y el cielo que los cobija, y los ecos de sus
montañas, y los rumores de sus rios, y el mugir de las
olas que se estrellan en sus costas, que todo, que todo lo
llena, y lo mueve lo armoniza el aliento católico.


Ellos, en fin, para que aprendamos á conocer nuestra
propia historia, para que sepamos cuál es la ley de nuestra




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 33
raza, para que no olvidemos nunca dónde está el primer
elemento de nuestra sagrada Constitucion interna; ellos
nos dirán que tm dia cayeron sus padres en servidumbre;
que hechos á la libertad, preferían la fosa de los muertos al
cautiverio del esclavo; que no podían alentar sin patria;
que en restaurarla tardaron ocho siglos; que fué la cruz el
signo de su victoria, y que al catolicismo, y á la Iglesia,
y á su culto, ellos y nosotros se lo debemos todo.


Sí, señores Diputados; sólo la Iglesia católica, que es-
tima preferible la muerte del cuerpo á la deshonra del al-
ma, podía inspirar á los dispersos de Astúrias el colosal
intento de restaurar la patria, locura sublime, pero locu-
ra al cabo á los ojos de la fria razon; porque sólo la Iglesia
católica, recordando á sus creyentes la estrechez de Belen,
y mostrándoles los resplandores de Roma cristiana, podía
sin delirio gritar á los suyos: «Si Dios esta con vosotros,
¿ por qué temeis?» Sólo la Iglesia católica, que asegura á
la fe sincera y al santo temor de Dios los sobrenaturales
efluvios de la gracia; sólo ella podía enseñar á los guerre-
ros de la cruz que á los usurpadores del suelo no se los
cuenta ántes del combate para vencerlos, sino despues de
la victoria para perdonarlos. Sólo la Iglesia católica, sin
mistificaciones ni fanatismos, podía sustentar en nuestros
mayores aquel valor sereno que es el lauro del confesor,
aquel impulso irresistible, que es la corona del apologista;
aquel fuego inacabable, que es la palma del mártir; por-
que sólo ella puede decir con verdad á su grey que la
muerte del justo no es muerte, sino nacimiento en una vi-
da mejor; que el alma del mártir, cuyo cuerpo sangriento,
y polvoroso y mutilado cae al suelo, al punto mismo se re-
monta al empíreo arrebolada con las galas del ángel y co-
ronada con los fuegos del querubin. Sólo la Iglesia verda-
dera, que auna en mística comunion á los hombres de to-
dos los climas y á los pueblos de todos los tiempos, los que
fueron con los que somos, y los que somos con los que·
han de venir; sólo la Iglesia santa, cuyos obreros labran


3




34 DISCURSO
sin dejar en su mayor parte ni áun escrito su nombro en los
sillares y en las piedras de esta fábrica eterna que llama-
mos catolicismo, sólo la Iglesia católica podía inspirar du-
rante ocho siglos á las generaciones que en ellas alentaron
la idea inefable, y el valor inefable tambien, de morir para
que los suyos vivieran, de combatir para que los suyos
triunfaran; de vencer, para que un dia el nombre de sus
hijos asombrase ti la tierra, el poder d.e sus hijos encadenase
al mundo, y la gloria de sus hijos llenase el orbe.


Tal es vuestro ayer, señores Di putados; su ideal, la uni-
dad de la fe; la unidad de la fe, la causa de su heroismo ; la
unidad de la fe, su dicha al conquistarla; la unidad do la fe,
su gloria al merecerla; la unidad de la fe , la herencia más
rica que legaron á sus hijos; la unidad de la fe, nuestro
patrimonio todavía. Calificad, seilores, el acto de quebran-
tarla.


Señor Presidente, me siento fatigado, y si S. S. me per-
mitiera descansar algunos momentos .....


El Sr. PRESIDENTE: A fin de que pueda V. S. descan-
sar, se suspende la sesion por algunos minutos.


Eran las cuatro y veinte minutos.


A las cuatro y cuarenta minutos, dijo
El Sr. PRESIDENTE: Continúa la sesion, yel Sr. Du-


que de Almenara Alta en el uso de la palabra.
El Sr. Duque de ALMENARA ALTA: Señores, me he


extendido algo más en la parte propiamente histórica de
mi discurso, porque, como tintes dije, me consta que no
ha de faltar quien supla mis omisiones en la parte politica,
ele la cual, por esta razon y por el mucho tiempo que llevo
ele abusar de vuestra benevolencia, prescindiría gustoso si
no fuese porque dicho estudio, siquiera se encierre dentro
de breves términos, habrá de servirme para probaros que
el quebrantamiento de la unidad católica es un inmenso
error político atendiendo al presente, y por lo que en sí




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA .UTA. 35
significa, y por las lógicas consecuencias que entraña, un
gérmen de disolucion nacional para el porvenir, con lo que
una vez probado, como queda hecho, que este acto injusti-
ficable es un acto sacrílego mirando al ayer, quedarán de-
mostrados los tres puntos que constituyen la tésis de mi
discurso.


Tres unidades gloriosas, señores Diputados, tres uni-
dades gloriosísimas eran la herencia que poseíamos ántes
de la revolucion de 1868; ahora en los campos de Alcolea,
como ayer en las márgenes del Guadalete, aquellas tres
unidades, la religiosa, la monárquica y la política, con el
triunfo de una injustificada rebelion quedaron en un pun-
to, y para desgracia de todos, ahogadas en noble sangre
española.


La unidad religiosa cesó entónces por obra y gracia del
violento é injustificado quebrantamiento de un solemne
Concordato; la monárquica, por el hecho del destrona-
miento de la dinastía legítima; la política, por los propios
excesos de la libertad, que aquí como doquiera, perece
siempre víctima de sus desenfrenos, en el punto mismo en
que reniega del aliento católico, orígen de su vida y sos-
ten de su pureza, para trocarse en licencia, donde fatal-
mente se labra por sus propias manos su ruina· y su
muerte.


Nuestro ayer espléndido, desvanecidas las nubes con
las cuales pudo un momento oscurecerle á la vista de los
buenos la fiebre revolucionaria, con la reaparicion del prín-
cipe legítimo en el augusto trono de sus mayores, ha sido
restaurado en uno de sus tres elementos; merced á la Pro-
videncia, y contando con la cordura de los españoles, es de
esperar que su libertad política ni zozobre otra vez, ni otra
vez naufragtle; ¿por qué con la resurreccion de estos dos
elementos de nuestra Constitucion interna no ha coincidi-
do la resurreccion del tercero~ ¿Por qué juntamente con la
unidad monárquica y juntamente con la unidad política, no
nos hemos apresurado tí restaurar la unidad religiosa ~ ¿ Es





3H DISCURSO
que estimamos en ménos que aquellos dos gloriosos ele-
mentos de la vida de nuestra patria el elemento religioso,
cuando no cabe duda que por la era de su orígen y por los
merecimientos de sus obras es el elemento principal de
nuestra Constitucion interna'? ¿Ignoran aquéllos que tal
omision han padecido, aquéllos que tratan de consumarla
hoy por medio de un acto legal; ignoran, repito, que Reli-
gion, y Rey, y Libertad alientan aquí de tal modo enlaza-
dos, que quien atente á la integridad de una de las tres
instituciones que respectivamente los simbolizan, hiere
con el menoscabo de ella, hiere de muerte á las otras dos,
de las cuales es imposible divorciarla'? Y ahora digo yo, sc-
ñores Diputados: en el punto mismo en que acepte el Con-
greso , ora el texto de la base 11, ora otro texto cualquiera
donde no se consigne clara y terminantemente el principio
de la unidad católica, queda herido de muerte el elemento
religioso, y con el elemento relig'ioso, heridos tam bien de
muerte el político y el monúrquico, y sumergida nuestra
Constitucion interna en mares procelosos, donde su nau-
fragio es inminente, porque sela priva. de la fuel'~a de uni-
dad de que había menester para triunfar en la lucha, para
ahogar todo gérmen de discordia, y para cimentarse de
nuevo y engrandecer la patria á la sombra benéfica del ár-
bol de la paz.


Yo bien sé que hay una escuela, que sin miedo de en-
gañarme llamo quimérica, m'1S conocida en España que
por lo efímero de su imperio por el rastro que han dejado
los sangrientos ensayos de sus teorías sociales y políticas,
que imagina mutilada la personalidad humana y privado el
sér racional de su derecho ménos. legislable en el punto
mismo en que se le veda, no la libertad de pensar, cosa que
nadie intenta vedarle, pero sí la libre manifestacion de su
pensamiento, ó mejor dicho, de sus creencias religiosas
por medio del culto, cosa que á mi entender, no sólo se le
puede, sino que se le debe negar en toda tierra que goce
del envidiable don de conocer la verdad única y de adorar-





DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA AtTA. 37
la con el culto único verdadero. que es el culto admitido
como tal por la Iglesia de Jesucristo. Pero tambien sé que
conforme al sentir de esta escuela, así se le mutila al hom-
bre privándole de lo que ella llama libertad religiosa,
como se le mutila si se le cercena la libérrima facultad de
asociacion política, ó no política, la libérrima facultad de
emitir su pilrecer desde lo alto de la tribuna ó en las pági-
nas de la prensa, de explicar la verdad ó el error, segun
cada cual lo vea y lo entienda, en la cátedra de la ense-
ñanza y en la discusion de la AC:ldemia; en una palabra,
que hay una escuela donde la autoridad no es autoridad, el
derecho no es derecho, la libertad no es libertad, el órden
no es ÓI'den, el hombre no es hombre, ni Dios es Dios.


¿Estais dispuestos, señores Diputados, á levantar el
desvanecimiento humano sobre el quimérico escabel en
donde imaginó sublimarlo vuestra Constitucion de 1869'?
¿Estais prontos á reconocer como patrimonio inalienable
del pueblo aquella serie de pomposos atributos con que le
regalaba, de palabra siquiera, la turba de sus cortesanos,
que siendo por propio oficio esquilmadores de la patria,
sostienen, sin embargo, que la imaginan muerta en tanto
que no la vean asentada perennemente sobre el trono de la
soberanía nacional'? ¿ReconQceis vosotros este principio
'como aquellos supuestos valedores de la Nacion lo preco-
nizan y ensalzan, esto es, la soberanía nacional actuando
constantemente, legitimando con su aliento todo aquello
que se le antoja informar, aquí derrocando repúblicas se-
culares, allá, derribando tronos egregios, aquí creando
monarquías sin tradicion y sin porvenir, allí dando vida á
democracias tormentosas, sin Dios y sin ley, obreras de la
anarquía y precursoras del cesarismo '?


Si sois partidarios, no teóricos, sino prácticos del hom-
bre endiosado; si sois partidarios de la ilegislabilidad de
los derechos individuales, ¿por qué los legislais'? ¿por qué
los limitais '? ¿ por qué los mutilais'? Si en virtud de ellos os
creeís faltos de derecho para negarle al sór racional el ejer-




as DISCURSO
cicio de todo culto que no sea el culto católico, ¿,por qué
esta limitacion que pone vuestro artículo, que sólo acepta
aquellos que tiene por conformes con la moral cristiana '?
¿, Y el judío y el musulman'? ¿,Por qué sólo dentro del ho-
gar, y sólo en casas sin símbolos externos de la religion
respectiva, tolera el proyecto constitucional que el llOm-
bre, libérrimo por naturaleza; venere y rinda adoracion
libérrima tambien al Dios que libérrimamente haya esco-
gido por· suyo'? i Terrible dilema para ciertos políticos!
i Disyuntiva cruel para ciertos legisladores!


Pero nó; no puede ser esta la causa de vuestras transac-
ciones con las sectas disidentes, nó; que para dicha de
España y para dicha suya, y para dicha mia, ni el Gobier-
no que nos rige, ni la Comision que propone, ni la Cámara
que ha de fallar acerca del proyecto constitucional perte-
necen á otra escuela que no sea la escuela histórica; á la
escuela histórica, repito, señores Diputados, á la escuela
histórica; por esto en vez de dejar á cada ciudadano que
tome, y siga, y sustente y pague la religion que quiera y
el culto que se le antoje, de cIarais religion del Estado la
católica, apostólica, romana, porque además de ser esta
religion para vosotros la religion única verdadera, es la
religion heredada y la religion propia y general de la na-
(~ion en donde vivís, y para la cual legislais; por esto, en
vez de entronizar nuevas y precarias dinastías, restaurais
para bien de todos la dinastía propia de nuestro pueblo, la
dinastía secular, la dinastía legítima representada en el
trono por el legítimo sucesor de San Fernando y de Isabel
la Católica; y de conformidad con este propósito, vuestro
proyecto constitucional pone al parecer gnndísimo cuida-
do en asegurar el prestigio del principio monúrrluico se-
cular, con lo cual conformais vuestros hechos con vuestras
doctrinas; por esto, en fin, en vez de abolir dictados nobi-
liarios y suprimir institutos venerandos, y nivelar las cla-
ses sociales, midiendo el todos los hombres por el rasero
comun de la edad que tienen ó de las rentas que perciben,




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 39
he visto con placer que vuestro proyecto constitucional,
apartándose, y con razon, de lo que sin ella establecía la
Constitucion de 1845, reconoce y proclama el principio de
las gerarquías sociales, elemento esencial de vida, y de
órden, y de libertad de todos los pueblos cultos, no surgi-
dos de la nada, sino hijos del tiempo y obra de la historia.
y si en vuestro Senado, y en vuestra Monarquía, y en
vuestra Constitucion, y en vuestra manera de gobernar os
declarais obreros de la escuela histórica, ¡, por qué la lógi-
ca que para bien de España os lleva ,í, estas conclusiones en
todo, os falta y la quebrais, y la olvidais por completo en
la base religiosa '?


El término tristísimo para los católicos que viene á dar
vuestro arto 11 á la llamada c~tion religiosa, ¡, o bedece-
rá tal vez al criterio escéptico, donde lo grave y lo insig-
nificante se resuelve sólo por la utilidad del momento,
encubriendo á menudo desvaríos y torpezas, ó atropellos
y crímenes, con el epíteto fastuoso de razon de Estado'? Si
tal fuera el móvil de vuestro acuerdo, que de sobra sé que
no lo es, y lealmente lo proclamo: si tal fuese, repito, el
móvil de vuestro acuerdo dentro de los principios de la
escuela utilitaria, os argüiría victoriosamente preguntán-
doos tan solo: ¡, por qué se consuma el sacrificio'? ¡,en obse-
quio de quién'? en recompensa de qué'? ¡,ácambio de qué'?
¡, con qué género de indemnizacion mirando al pasado, con
qué ventaja para el presente, con qué esperanzas para el
porvenir'? Yo sé de un pueblo, que no quiero nombrar, que
petrificado segun sus políticos en el momento de su mayor
grandeza, por una incorporacion legitima vino á ser parte
integrante de otra Monarquía gloriosa tambien, y noble, y
grande; el pueblo incorporado, prefiriendo su estrechez
antigua, donde él era cabeza, á su condicion moderna de
provincia tributaria de su arrogante vecina, alzóse en ar-
mas, arrojó de su suelo á aquéllos sus amos que calificaba
de extranjeros, creó un trono, estableció una dinastía y
volvió á ser lo que ántes había sido; esto es, nacion, con




40 DISCURSO
SU príncipe, y sus súbditos, y sus leyes. y su erario, y su
ejército, y sus fronteras. Habíale servido grandemente
para reconquistar su independencia un pueblo poderoso, de
ley dogmática diferente de aquélla que profesaba el pue-
blo favorecido con su auxilio; desde el punto mismo de la
restauracion de éste, su añejo valedor se trocó en aliado,
en padrino, en protector suyo; y como llegase un dia en
el cual la nacion restaurada hubiese de sustituir su ley anti-
gua con leyes nuevas, en agradecimiento del pasado, para
utilidad del presente y para mayor ventaja del porvenir,
otorgando cierta tolerancia á ciertos cultos, pagó á su
generosa valedora sus beneficios pasados, afirmó su amis-
tad presente y trató de afianzar su alianza futura, sacrifi-
cando así la unidad de su culto nacional á la conserva-
cion y perpetuacion de la independencia del territorio.
¿La Naci9n Española se encuentra en este caso '?


Tambien he visto á otro pueblo guerrero por naturale-
za, como hijo de la montaña, y belicoso por necesidad,
porque tambien eran belicosas las naciones sus vecinas,
que un dia, viéndose á sí mismo pequeño y pobre, y vien-
do ricos, pero sin vigor guerrero, á otros pueblos de su raza
que tenían con él lengua y tradicion comun, pensó, y no
anduvo errado, que invocando el principio de unidad na-
cional de territorio, podría hacer suyo lo que era ajeno,
ser poderoso en breve, sentarse en breve donde se sientan
las naciones que llama la diplomacia potencias de l)fi-
mer órden, y alzó la bandera de la unidad nacional; y la
violencia, y la sorpresa, y la audacia, y la astucia, se-
cundadas por la debilidad, y por la apostasía, y por el
miedo, y por la traicion, hicieron su oficio; y el pueblo
guerrero de la montaña sojuzgó á los pueblos de los llanos
y de las costas, y les dió una ley comun, un trono comun,
un nombre comun. Empero como para llegar á este térmi-
no le había sido menester unir á su causa la causa de la
revolucion , y la revolucion es enemiga natural de la Igle-
sia y del catolicismo; á trueque de conseguir la unidad del




DEt EXCIlIO. SiL DUQUE DE ALMENAltA AtTA. 41
suelo sacrificaron los políticos la unidad católica; para
alcanzar y comprar la unidad nacional perdieron, y enaje-
naron, y vendieron la unidad de la fe. ¿El pueblo español
se encuentra en este caso?


Nó, seiíores Diputados; ni necesitamos crear una na-
cion, ni necesitamos reconquistar la independencia per-
di da , ni hemos menester para vivir ni para engrandecer-
nos de torpes alianzas ni de potentes valedores extraños.
¿ A quién, pues, menguados concupiscentes que así sacri-
fican el derecho eterno á la utilidad de un dia, á quién,
pues, menguados concupiscentes, á quién y para qué in-
molamos el objeto más alto, y más santo, y más fecundo
de nuestra gloriosa tradicion nacional, el estímulo más
eficaz de nuestra reparacion presente, y el sosten más
firme de nuestra grandeza futura? Pero qué digo, señores
:Qiputados, si ni vosotros que habeis de aprobar ó rechazar
el texto en donde se declara rota la unidad de vuestra fe,
ni la Comision que lo formula, ni el Gohierno que lo hace
suyo, perteneceis á la secta utilitaria, ni aquí intenta
nadie, segun parece, rendir culto al torpe escepticismo
que corroe al mundo, sino que, por el contrario, todos ú
todas horas nos extremamos en hacer pública profesion de
nuestro amor al derecho y á la justicia, pública profesion
de ese desprendimiento generoso que heredamos de nues-
tros mayores, pública profesioIÍ de esa política, no sé si
aventurera á los ojos del cálculo, pero digna sin duda á
los ojos de la moral, que ha hecho de nuestra raza el mo-
delo de la nobleza, de la le'altad, del caballeroso proceder
para todos los.pueblos cultos de la tierra!


Pero qué, señores Diputados, ¿acaso alzo mi voz en
medio de un Congreso de librepensadores '1 Estas bóvedas
resonaron un tiempo con torpezas sacrílegas en labios hu-
manos, con blasfemias impías contra la majestad de Dios,
contra la angélica pureza de la Vírgen nuestra Señora;
mas para fortuna de España aquellos tiempos pasaron,
y quiera la Providencia que hayan pasado para no vol-




42 DtSCURSO
ver nunca. Hoy, por el contrario, apénas nos reunimos,
cuantas veces el azar ó la necesidad han traido al Con-
greso materia en la cual podían caber cierto genero de
confesiones, gustosísimo lo declaro, así en el banco del
Gobierno como en las cumbres desde donde oradores radi-
cales (señalando la extrema izquierda) fulminan contra el
poder los anatemas de su ruda oposicion, tanto en un
lado como en el otro de la Cámara, no sólo no se ha aver-
gonzado nadie de confesarse católico, sino que todos se
han apresurado á protestar públicamente de su adhesion
inquebrantable y sincera á la fe santa que profesaron
nuestros mayores; ahora bien, señores Diputados, si sois
católicos, no porque yo lo adivine y lo presuma, sino por-
que tales os habeis declarado una y otra vez, ¿ no me ha
de ser lícito m'güiros en el punto que tratamos conforme
al criterio propio de nuestra religion ? Pues entónces , so-
ñoros, tened entendido que segun la doctrina de nuestra
santa Iglesia, le está vedado al diputado católico, sin que
haya fuerza mayor que le cohiha , la aceptacion de un tex-
to constitucional que implique el quebrantamiento de la
unidad del culto en un pueblo que para dicha suya ha con-
seguido el inefable ideal de congregar á todos sus hijos
bajo una misma ley, formando una sola grey, con un
mismo bautismo, un mismo culto y una misma fe.


No ignoro que los pueblos, semejantes en esto al indi-
viduo, caen á veces en terrible cautiverio; gentes de otra
religion señorean la tierra católica; su vida, su hacienda,
su honor y su hogar, todo está entre las manos del con-
quistador. El católico, ¿qué ha de hacer entónces'? Con
dolor, con muchísimo dolor, inclinar la frente de siervo
ante la brutal imposicion del árbitro de su raza; nunca le
será lícito renegar de su fe , pero sí entónces le será per-
mitido aceptar licencias parecidas á las que se desprenden
del arto 11 del proyecto constitucional; mas ¿ dónue está
en España este diluvio de árabes, que por gracia nos con-
cedan que lleven nuestros hijos f,l bautismo uel cristiano,




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 43
Y que sólo por generosidad nos permitan que adoremos á
nuestro Dios en los templos que conforme al antojo del
Califa permanezcan en pié~


. No ignoro tampoco que á veces en los pueblos católi-
cos, haciéndose las pasiones individuales terceras eficacÍ-
simas de prédicas absurdas, el católico reniega y su apos-
tasía le trasplanta del templo de los suyos al templo del
propagandieta ; entónces se levanta un dogma contra otro
dogma, un altar contra otro altar, una Iglesia contra otra
Iglesia, y el ardor religioso enardece los ánimos, y surge
la lucha, y la guerra se ensangrienta; y en tanto la ruina
cunde, la disolncion avanza, los contendientes han lle-
gado ú ser igualmen te poderosos; sangTe católica enroj ece
los campos de Coutras y de Ivl'y; sangre de herejes los cam-
pos de Dreux y .Tarnac: entónces llega el momento de la
transaccion ; cntónces el católico mús severo, con grandí-
simo dolor de su alma, podrá aceptar el quebrantamiento
de la unidad do la fe, y con ánimo firme de restaurarla en
su dia, merced á sus obras y merced á sus oraciones, vi-
vir en tanto sometido al rigor de la prueba con que la Pro-
videncia se digna visitarle.


Pero qué, señores Diputados, ¿dónde están aquí esas
turbas sediciosas ~ ¿ Dónde esas huestes de príncipes secu-
lares alzados en rebeldía contra la autoridad del César~
¿ Dónde dos partidos igualmente nacionales, igualmente
formidables, llevando enhiesta el uno la bandera de la fe, el
otro la bandera de la rebelion teológica ~ ¿ Dónde, siquiera
com})l'ada con oro y labrada por manos mercenarias, dónde
está la viña del Señor hecha presa de las sectas disidentes~
¿ Su incipiente propaganda , dónde ha caido en tierra tan
poco española que con su ejemplo, extendido el contagio
de campo en campo y de comarca en comarca, le haya
enajenado al catolicismo alguno de nuestros antiguos rei-
nos, alguna de nuestras provincias, alguna de nuestras
ciudades, siquiera la mayoría del pueblo en alguna de
ellas~ Nó, para dicha de España y para mengua Lle los




44 ntSCURSO
sectarios, apénas si la disidencia forma grey, apenas si
la grey se compone de algun individuo más, fuera del poco
envidiable pastor asalariado por sociedades y congrega-
ciones extranjeras.


Así, pues, señores Diputados, si vosotros no sois racio-
nalistas, para los cualC)s es el culto piadosa y tolerable su-
persticion; si no sois utilitarios, para quienes el culto es
objeto tan sólo de política granjería; si úun cuandolo fue-
rais, ni teneis territorio que redimir, ni patria que unifi-
cal', ni protector extraño ú quien complacer, ni aliado ne-
cesario á quien agradar; si ningun pueblo de ajena ley se-
ñorea nuestro pueblo; si aquí la semilla del oro protestan-
te no da fruto; si la fe de vuestra alma es la fe católica y
os veda su doctrina toda transaccion voluntaria con el
error; si vuestra política es la política de la escnela histlJ-
rica, y ésta legisla sólo mirando al tiempo y mirando al
lugar, y el tiempo nuestro no es para Espaiía tiempo de
servidumbre, y el lugar donde legislais es lugar donde
tierra y cielo, todo está lleno de perfume católico, ¿ por
qué, señores Diputados, por qué arrebatar sin asomo de
derecho ú la generacion presente, por qué arrebatarle la


. santa unidad del culto, joya divina que simboliza y com-
pendia la grandeza, y la gloria, y el nombre, y la vida de
nuestra patria de ayer, de nuestra patria de hoy, de la
que ha de ser mañana patria de nuestros hijos '?


Cuando peso friamente la pertinacia con que á veces se
obstina la política en implantar en nuestro suelo' engen-
dros de otros climas tan exóticos aquí como dañosos en
todas partes, me pregunto a mí mismo si los que en ello
se afanan ven en su obra el mal tan repugnante, como yo
lo veo, ó si, por el contrario, será á sus ojos un bien ape-
tecible. La solucion del problema viene pronto; la respues-
ta de mi pregunta es sencilla y obvia. Entiendo que el se-
cuaz de la revolucion obra en cuanto intenta á fin de des-
catolizar un pueblo; obra, repito, conforme le aconseja el
natural cleseo que abriga su ~ínimo de conmover la 800ie-




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ."L"mXARA ALTA. ,15
dad, de infernal' la sociedad, de hnn(lir la sociedad. En la
organizacion política de los pueblos, la union es su vida,
la desunion su muerte; dentro de una misma nacion, la
variedad de razas, la variedad de tradicion histórica, la
variedad de lenguas, la yariedad de las instituciones po-
líticas, y áun ti veces la variedad de leyes civiles son gér-
men de desunion, gérmen de di vision, de disgregacion,
de muerte social; pero nunca esta muerte es más segura,
nunca aquella disgregacion más fácil, nunca aquella di-
vision más pronta, ni nunca la desunion m!ls eficaz para
la obra revolucionaria que cuando en vez de tomar por gri-
to de guerra la aversion de comarca por comarca, ó el odio
de ra7.a contra raza, toma por grito de guerra la voz reli-
giosa. ¿ Y por qué? Porque úun en medio del glacial escep-
ticismo que en ciertas ópocas hiela los hombres, si algun
fuego les queda entre las cenizas de su alma, pronto á in-
flamarse, pronto ti llevar sus ardores, hechos incendio,
donde quiera que otro fuego se le opone, es el fuego de las
creencias religiosas; el hogar tiene límites, la religion no
los tiene; la patria tiene fronteras, la religion no las tie-
ne; los ardores y las sañas políticas mudan y pasan, comú
pasan y cambian las banderas que los simbolizan y las pa-
siones que los engendran. Sólo la lucha entre el error y la
verdad no acaba nunca; sólo la Iglesia y los enemigos de
la Iglesia son paladines eternos de antagonismos como
ellos eternos. El hogar, la plaza pública, la cátedra, el
tribunal, las asambleas, el poder supremo son su teatro;
todo lugar, toda nacion, todo continente son su teatro;
hé aquí la fórmula de las luchas religiosas. i Feliz el pue-
blo donde la unidad de la fe opone ú estos exterminios un
valla(lar invencible, y mús aún cuando de esta unidad sur-
gen naturalmente la union y la fuerza, que á su vez en-
gendran la libertad, la autoridad y el órden verdadero 1 i Y
desventurados los gobernantes que con ciertas tolerancias
injustificadas siembran ó ven impasibles cómo siembran
otros, so color de libertad para el culto, aquella que es




46 DISCURSO
por SU naturaleza semilla de muerte para los pobres pue-
blos! i Desventurados los que den vida ti esta planta, c~an­
do la planta no existe; sávia al árbol cuando el árbol no la
tiene; el árbol alentado crecerá, florecerá, dará fruto, y
su fruto será ponzoña para los pueblos: dará ramas, y sus
ramas darán sombra, y esta sombra será sombra de muer-
te para la infeliz sociedad que néciamente sueña ellcontrar
á su abrigo calma, y reposo, y bienestar!


t, Y qué es lo que anhela la revolucion'? Desencauzar la
libertad, derribar la autoridad, acabar con el orden; 1, y
habrá de maravillarnos ahora el afan que pone todo revo-
lucionario para privar á la sociedad que lo posee del inefa-
ble beneficio de la unidad del culto'? Mas esta obra, pro-
pia, y natural, y 16gica del individuo, de la turba y de los
gobiernos revolucionarios, 1, no es obra anacrónica, incali-
ficable y absurda en un Gobierno que no lo es, que no lo
quiere ser, que no lo puede ser'? 1, Con qué pretexto de jus-
ticia podrá escudarse, qué ley de equidad se invoca, qué
política, qué conveniencia, qué necesidad '?


Que hay disidentes en España, y que estos disidentes
son extranjeros. Qué, 1, no los hubo siempre ántes de aho-
ra'? 1,No los había durante el reinado de la augusta Madre
de S. M. '? 1,Necesitaron ent6nces vénia de la Constitucion
para vivir honrados, y pacíficos, y seguros en su hogar á
la sombra generosa de esta Nacion, siempre noble, siem-
pre hidalga'? Que hay españoles tan poco espailoles y tan
en extremo desventurados que renegaron de su ley y que
viven en la apostasía; y vosotros, Asamblea de católicos,
para quienes este hecho es una desgracia y sus consecuen-
cias necesarias un mal camino, en vez de atajar este mal,
de conjurar esta desgracia sin ensañamientos, y sin sangre,
y sin horrores, 1, no habeis encontrado otro freno eficaz
para el supuesto contagio que el explícito reconocimiento
en vuestra ley, no ya sólo de los cultos hoy existentes en
España, sino juntamente con este reconocimiento, el de
otro cualquier culto que otra secta cualquiera pueda en-




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALME~ARA ALTA. 47
viarnos á cualq.uier hora'? j No sólo se reconoce lo existen-
te! j Se reconoce lo existente y lo posible!


i,Qué es lo que puede obligar, repito otra vez, qué es lo
que puede obligar á nuestra Asamblea á pasar por este
acuerdo'? i,Qué fuerza superior existe que así nos desnatu-
raliza, y nos violenta, y nos cohibe'? i, Dónde está esta
fuerza'? i,Es que existe y yo no la veo'? i,Es que se operan
mistificaciones que el Diputado ignora y que la patria no
presume'? Nó, nó; mi amor á esta patria querida, y mi or-
gullo de español, y mi sinceridad de hombre honrado me
obligan á reconocerlo así, y me obligan á proclamarlo de
esta manera.


j Oh, seDores Diputados! Esta vehemencia mia iIo es
obra de saila, es grito de dolor; no es la ruda oposicion del
adversario, es súplica de amigo, que no aquí (sM'íalando
los bancos del centro izquiM'do) , sino allí (señalando los de la
mayoría), allí es donde están mis amigos de siempre; y
quó , porgue son mis amigos, i, he de mentirles lisonjas, he
de ocultarles la verdad'? N ó, los hombres de mi cuna, de-
ben la verdad entera hasta á sus propios enemigos. i, Y ha-
bré de callarla, y no habré de decírsela á mis amigos'? Yo
no le pregunto á nadie de dónue viene; pero en nombre ue
la patria tengo dereeho, j qué digo derecho! tengo el deber
de preguntarle al Gobierno á dónde vá. Y si cabe en esta
parte, puesto que en él están mis amigos, ueber mayor de
desvelar ante sus ojos, con toda su pavorosa desnudez, la
horrible sima al borde de la cual ponen al pueblo con esta
imprudente mudanza en su heredada Constitucion religio-
sa, y política y social.


i,Pensais enfrenar con vuestro arto 11 las insaciables
concupiscencias de los partidarios del libre exámen'?· i,Por
dónde'? Ellos, que hoy no teniendo Ig-lesia y siendo vosotros
el primer gobierno de una restauracion, alcanzan sin pe-
dirlo lo que les dais, cuando esté en el poder otro Gobier-
no ménos amante que vosotros de la tradiclon nacional,
i, no habrán de pedir, y no habrán ele merecer mayores con-




48 DISCURSO
cesiones aún, mayores auxilios para su causa, que serán
mayores menguas á su vez para los católicos, humillacio-
nes todavía más grandes para vosotros, orígen de nuevos
peligros todavía mayores para el porvenir? Desde el
edicto de Enero hasta el edicto de Nantes; desde el edicto
de Nantes hasta la espantable guillotina de 1793 , ¡cuánta
hiel no apura la Francia, cuánto trastorno no asedia el
poder público, cuánta sangre no colora el suelo y enrojece
los rios! cuánto verdugo y cuánta víctima! Y sin embargo,
en Francia al formularse el edicto de Enero había Hugono-
tes. Desde la dieta de Worms hasta la paz de Westfalia,
i cuánto crÍmen, cuánta desolacion para la infortunada
Alemania! la Dieta de Spira, la insurreccion de los campe-
sinos, la Dieta de Augsburgo , la confesion de Augsbnrgo,
la liga de Esmalkalda, la batalla de Muhlberg, la traicion
de Mauricio de Sajonia; el. gran Cá.rlos V al abrigo de la
noche huyendo de las asechanzas de su propia familia, i él,
que en Túnez había domeñado al Africa, yen Hungría al
Asia, yen Italia yen Flandes al mundo entero; y despues
de la fuga del César, el armisticio de Passau, y la paz de
Augsburgo, y la funesta guerra de treinta años, y las
huestes extrañas de Cristian de Dinamarca, y de Gustavo
Adolfo, y de la Francia de Richelieu, so color de analogías
y protecciones religiosas, hollando con su planta extran-
jera el sagrado suelo de la patria alemana, cubriendo los
campos de cadáveres alemanes, esquilmando, desangrando,
aniquilando aquella pobre tierra, que exánime caía á los
pies del primer caudillo propio, ó del primer aventurero
extraño que intenta señorearla, despues que á cambio de
tantos desastres había logrado al fin la saludable libertad
de cultos. Y sin embargo, en los dias de la Dieta de Worml'3
había ya luteranos en Alemania.


¿ Imaginais con vuestra base 11 refrenar para el porve-
nir los ímpetus de la revolucion social? Dejad este trabajo,
estéril en vosotros, á los Gobiernos que son obra de la.re-
volucion, á quienes ella engendra y á quienes ella subli-




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 49
ma. Vosotros, ¿ por qué género de desvarío sin ejemplo ha-
beis de porfiar en semejante empresa, tan contraria á
vuestras ideas de siempre, tan opuesta á vuestros propósi-
tos de siempre, tan inútilmente ensayada aquí ántes de
ahora por hombres y por gobiernos'? Segun nuestras teo-
rías, no es lícito negarle á la libertad nada de cuanto pue-
da ser legítimo patrimonio suyo; aunque los pueblos no lo
pidiesen, los Gobiernos que aspiran dignamente á merecer
nombre de tales, deberían anticipárselo. En cambio, para
nosotros no es posible que usurpe nunca la licencia el trono
que merece la libertad; en cuanto salve ésta la linde que la
separa de aquélla, nada le podemos dar, nada le debemos
dar, ni siquiera políticamente para contentarla, porque
áun cuando ciertas transacciones no nos estuviesen veda-
das, tal es la licencia, que ni los dones refrenan su codicia,
ni los E'acrificios aplacan sus iras. Y en aras de este ído-
lo implacable, ofreceis y sacrificais vosotros, católicos y
restauradores, para colmar su gusto de hoy y para templar
sus enojos en el porvenir, vosotros le sacrificais , y obli-
gais á la patria á que le sacrifique lo que ni ella ni vosotros
teneis derecho para sacrificarle, el elemento principal, el
elemento esencialísimo de vuestra Constitucion interna.


i Ah, señores Diputados! Un dia no remoto aún, con
aplauso unánime entónces de cuantos se sentaban en estos
escaños, desde el banco azul un hombre sublimado por la
revolucion y desvanecido por los vértigos del propio encum-
bramiento, fulminó en un y"amás, tres veces repetido, un
anatema de eterno destierro contra la dinastía legítima y
secular. Él entónces , como vosotros hoy, en aras de aque-
lla revolucion, como vosotros en aras de ésta, imaginaba
sacrificar con su anatema uno de los elementos esenciales
de nuestra Constitucion interna, arrancar de sus entrañas
el principio de la Monarquía tradicional. Y sin embargo,
¿cuánto ha durado la efímera obra de aquel atentado absur-
do'? i Qué mucho, si osó llevar su mano sacrílega á las en-
trañas mismas de nuestra Constitucion interna! Malil sin la


4




50 DISCURSO
restauracion, que providencialmente ha venido á borrar
aquella sentencia parricida, ¿qué sería hoy de nuestra pa-
tria? ¿ Cuál habría sido su existencia en el porvenir?
i Quiera el cielo que si llega á consumarse el quebranta-
miento de la unidad católica, no tenga más vida vuestra
obra de hoy que la efímera que logró sobre la tierra aquel
torpe iamás, desvanecido engendro de la revolucion de
Setiembre! Pero si así no fuese; si vuestra base 11 alcan-
zara aquí la longevidad que han logrado en otros pue-
blos transacciones análogas á ella; si aquí medrase como
habrá de medrar segun se la alienh; si este crepúsculo de
futura libertad religiosa, como se ha dicho alguna vez,
llega á ser dia; cuando su sol alumbre por entero y á su be-
néfico calor crezcan y se multipliquen las generaciones fu-
turas, entónces, entre los escombros que cubran á la sazon
el suelo, á vista de la sangre que corra por nuestros cam-
pos, en medio de los vapores henchidos de odios y de ven-
ganzas que inficionen el aire, entónces podrían los hom-
bres que inician hoy esta mudanza emponzoñada, los que
la preconizan, y los que la apadrinan, y los que coadyu-
van á ella, entónces, y solo entónces, podrían medir y
comprender la valía del don con que su acuerdo felicísimo
regala á nuestro pueblo; pueblo tan sin ventura, que hasta
los mejores amigos suyos, como ciertamente los sois todos
"Vosotros, donde habían de darle la vida, le dan la muerte.


Recordad el abismo de ignominias en el cual ha yacido
España en tanto estuvo privada de su monarquía legítima;
y así tal vez sin tener que aguardar á que venga el tiempo
á confirmar mis presagios, podrá presumir vuestra mente
cómo habrán de vivir nuestros hijos, privada su Constitu-
cion política del primero y más necesario de los elementos
ele la Constitucion interna de nuestra patria.


¡Oh señores Diputados! No son mis palabras obra del
dolor que embarga mi alma por la pérdida posible de una
institucion queridísima, ni estos mis pronósticos elucubra-
cion febril de una mente enardecida, nó. Mirad el Calvario




DEL EXc:\IO. SR. DUQUE DE ALME:-<ARA ALTA. 51
que han recorrido otros pueblos; y siendo, como sois, ca-
tólicos y españoles, y restauradores por amor, por necesi-
dad y por deber, decid si ó no el quebrantamiento de la
unidad del culto es un grave, un inmenso, un incalificable
error político, así por lo que mira á la Constitucion inter-
na de nuestra patria, como por lo que mira al estado pre-
sente de la Nacion Española.


Señores Diputados, me rinde la fatiga, y lo que es peor
aún, temo que de igual manera que á mí me faltan fuerzas
para seguir hablando, os falte paciencia á vosotros para
seguir oyéndome.


El tercer punto que debía probar para dejar mi tesis
confirmada por completo, pierde gran parte de su impor-
tancia desde el punto en que hace poco me ha lleva-
do el calor de la improvisacion á señalar juntamente con
las causas los efectos que me autorizan para calificar de
error político, mirando al presente, la aceptacion por el
Congreso del ya por mí harto asendtjreado artículo 11. Esta
involuntaria anticipacion me permite ser todavía más bre-
ve de lo que pensaba en la última parte de mi discurso,
reducida á indicar que el quebrantamiento de la unidad
católica es para España Un germe n de futura y cierta diso-
lucion social.


La Providencia, que así preside el concierto sideral
como el nO menos bello concierto del planeta que habita-
mos ; la Providencia, que rige este como aquel por medio
de leyes, de la misma manera que tiene señalado un prin-
ei pío y un término á la roca, á la planta, al irracional, ha
sujetado al hombre, corona de la creacion, á un principio
y á un fin, si análogo al de aquellos seres por lo que se re-
fiere á su naturaleza material, esencialmente distinto por
lo que atañe á su naturaleza espiritual.


Ha querido además que, como esencialmente raciQnal,
fuera esencialmente sociable, y para ello ha puesto en ar-
monía el fin particular del individuo con el fin general de
la sociedad. Al mismo tiempo le ha placido que mediante




52 DISCURSO
las condiciones de tiempo y de lugar, esta sociedad, que
en su conjunto se llama humanidad, se fraccionase en pue-
blos y en naciones, los cuales, al par que sujetos ú una
mision general, como miembros de la humanidad, se ha-
llan tambien obligados á llenar, como pueblos y como na-
ciones, una mision particular, no independiente de aque-
lla mision general, ántes bien subordinada á ella, y con
ella en perfecta y constante armonía; y por último, ha-
ciendo al hombre inteligente y libre, quiso que las nacio-
nes y la hUlllanidad tuviesen, como sociedades que son
compuestas de hombres, entrambos caractéres; inteligen-
cia para conocer el bien, libertad para profesarlo. Además
de la fe religiosa, segura antorcha de la luz verdadera, la
filosofía y la historia nos enseñan, atendidas las condicio-
nes del pueblo de que formamos parte, cuál es la mision
de nuestro respectivo país.


y si de esta teoría, que tengo por cierta, paso á la his-
toria donde encuentra aquella su confirmacion natural,
¿qué podré decirle al Congreso que sea nuevo ó inesperado
para él? ¿No son acaso confirmacion de esta verdad todos
los cuadros históricos con los cuales habré tal vez fatigado
vuestra atencion, tan de sobra benévola para mí, que no
hallo palabras que puedan encarecer mi agradecimiento?
¿ Cuál es la bandera que sustenta España como nacion desde
el tercer Concilio de Toledo hasta nuestros propios dias'?
¿Es acaso otra que no sea la de la unidad de la fe? Para
conseguir la unidad de la fe desnudan el acero los héroes dr
la reconquista;. por ella, y á la sombra de su enseña, cami-
nan vencidos hoy, vencedores mañana, g'igantescos siem-
pre, desde Astúrias hasta Granada; Arag'on, Castilla, N a-
varra son como naciones obra comun y producto natural ele
este santo anhelo; y cuando despues de la excelsa figura ele
Isabel la Católica una raza extranjera se sienta en el trono
de San Fernando, los príncipes representantes de ella sólo
con enarbolar el pendon de la fe, quedan hechos espaiíoles.
Nuestros padres olvidan Villalar, y Toledo, y Zaragoza, y




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 53
pelean, y mueren por Cúrlos V y por Felipe II; porque el
Rey prudente y el Emperador invicto han recogido el es-
tandarte nacional de España, no ya como los Alfensos, y
los Jaimes, y los Sanchos, y los Berengueres, para lim-
piar de árabes el suelo patrio, y para crear con la Penínsu-
la española un sólo reino, sino para formar del universo un
pueblo solo bajo una misma ley: la ley católica, con un
solo rey: el Rey de España.


Donde el catolicismo padece, España padece; donde el
catolicismo lucha, España lucha; donde el catolicismo
triunfa, Espafia triunfa. Las derrotas alternan con las vic-
torias, las lúgrimas con los laureles: ¿,qué importa'? ¿Cuál
es sobre la tierra la santa causa donde no se presentan jun-
tos los resplandores del Tabor con las tinieblas del Cal-
v Jrio '? Pero triunfante ó vencida nuestra patria, como
todo pueblo que recorre noblemente sobre la tierra el ca-
mino por don ele le sirve de guía la luz ele la Providencia,
cuando triunfa es noble, cuanelo cae es eligna, y siempre
es grande. ¿De qué ~anera resucita Castilla despues ele los
azarosos clias ele doña Urraca'? ¿Cómo el cenagoso erial
donele se arrastran y se revuelven los coetúneos de Enri-
que IV , se trasforma en campo de inmarcesibles laureles
para la generacion que vive ú la sombra elel trono de Isa-
bella Católica'? ¿Por qué ti la España menguada de los
primeros dias de este siglo su ce ele la España épica de la
guerra de la Independencia'? ¿POI' qué'? Porque aquellos
gobernantes, inclinando su frente sobre el pueblo, de él
recibieron el anhelo que sustentan elespues como elivisa de
sus inmortales empresas desde la cumbre del trO'll.o. Por-
que alzando los ojos al cielo, les enseñó la propia verdad;
qne las naciones se subliman cuanelo en meelio elel muelar
eterno ele los tiempos y ele la.s cosas, de aquel variar en lo
accidental que es ley de vida, permanecen invariables
en lo esencial y firmes en el cumplimiento de la divina
mision que han recibido de la Providencia.


¿, y cuál es la mision que nuestro pueblo ha recibido de




54 DISCURSO
la Providencia'? ¿ Podeis dunarlo, seilores Diputados'? En
el Norte de Europa preside la raza germánica; aquí la la-
tina: allá 01 imporio, símbolo del feudalismo toutónico;
aquí la Iglesia, símbolo de la libertad cristiana: allí elli-
brfl exámen; aquí la fe. Y el modo de apercihir esta nues-
tra raza para luchas venideras, grandes sin duda, quizá
inminentes, ¿ha de ser herirla en su Constitucion interna,
desgarrando en Espaila la unidad del culto '?


Ahora, señores Diputados, recordad la historia de otros
pueblos prósperos un dia, y florecientes y grandes; rene-
garon de la mision providencial en cuyo cumplimiento
habían encontrado ántes la senda de su grandeza, y enve-
jecieron tempranamente, y cayeron, y pasaron; recordad
la historia, y estoy cierto de que no daréis vuestro asen-
timiento al arto 11 del proyecto constitucional.


Mas si mis palabras, lo que no creo, resultan ineficaces
para llevar á vuestro ánimo la conviccion que alienta
en el mio; si lo que no espero, se consigna en nuestra
Constitucion el quebrantamiento de la unidad católica, te-
ned presente, señores Diputados, que el golpe que hiere á
la unidad religiosa hiere á todo lo que con ella anida en la
Constitucion interna de la patria.


¿Por qué nó'? si vosotros, católicos y monárquicos, que
qs e nvaneceis de apellidaros así, legislais de este modo,
¿ha de ser maravilla que vengan mañana otras Córtes que
de igual manera que atentan éstas á la Constitucion inter-
na alterándola en una de sus partes, pretendan ellas bor-
rar por completo alguna de las otras'? ¿ Quién sabe si por
procedimientos análogos á los vuestros, como hoy se aten-
ta á la religion, mallana se atentará á alguno de los otros
elementos, y quién sabe si principalmente á actuél que
ahora todos nos esforzamos en asegurar'?


¡ Oh, sí, seilores Diputados! La re belion teológica en
España y en todas partes no es más que la precursora de la
rebelion filosófica, á la cual sucede la rebelion política,
que á su vez abre la puerta á la rebelion social. Antes más




DEL EXC1\W. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA. 55
lenta, ahora más rauda, lenta en otros siglos, rauda en el
nuestro, pronto recorre su carrera, que es el Calvario de
las sociedades modernas. El grito de Cádiz no esta muy lé-
jos de las depredaciones de Cartagena. La declaracion de
las libertades absolutas en la Constitucion del 69 esta muy
cerca d e las llamas de Alcoy.


i, y creeis que esto, que dió tal resultado ayer, no lo ha
de dar idéntico mañana? i, Y cual sera la responsabilidad de
las Córtes actuales, que siendo católicas y restauradoras,
dejan abierto, mejor dicho, abren de par en par la puerta
al error, enemigo jurado de la fe, y á los vértigos de la
disolucion el camino por donde llegan los pueblos modernos
á la destruccion de sus poderes legítimos y al aniquila-
miento de la vida social?


Nunca, señores Diputados, nunca individuos de unas
Córtes restauradoras, podemos poner nosotros en el cami-
no de esta obra la piedra por donde toda la fábrica, que
desearíamos poder eternizar, deleznable y efímera, caiga
deshecha en ruinas; nunca individuos de unas Córtes res-
tauradoras podemos contribuir con nuestra cooperacion y
con nuestro asentimiento, ó siquiera con nuestro silencio,
al quebrantamiento de la unidad de la fe.


Celebren en buen hora tan injustificada mudanza disi-
dentes y circuncisos; que al fin cae de una vez el baluarte
de hierro donde hasta hoy se habían estrellado las ofertas
de sus arcas y las maquinaciones de su política. Batan
palmas, si les place, los sectarios de la escuela que cree
mutilada la personalidad humana, en tanto que, conforme
al desenfreno de sus libérrimos antojos, no se le permita
al hombre erigir a la licencia el trono que de justicia le
corresponde á la libertad, apóstoles de los derechos ile-
gislables y precursores de los piratas de Cartagena. Gó-
cense los idólatras del concierto universal de las nacio-
nes cultas, para quienes, á trueque de que no sea España
una disonancia en la armonía europea, nada importa, sin
duda, que sacrifiquemos nosotros, nosotros, que apénas si




DISCURSO


logramos unidad en nada, una de las pocas unidades qne
providencialmente poseemos. Regocíjense los extravagan-
tes, mas no por ello ménos rendidos amadores de la Iglesia
española, que creyéndola dormida, pretenden despertarla
con el aguijon de la rivalidad y con los estímulos de la con-
troversia. Felices nosotros todavía, y feliz la Iglesia; que
si tales valedores llegan ú creerla muerta, quién sabe si
consumidos del celo de la casa del Señor hubieran enarbo-
lado el látigo de la persecucion con el santo propósito de
devolverla la vida.


Tolérenla en buen hora, toleren tan injustificada mu-
danza, siquiera pública y privadamente la deploren, los
católicos que ven en ella un temperamento oportuno para
evitar mayores dalíos, obra de fuerza invencible y superior;
desgracia, sí, pero desgracia irremediable, porque sin duda
gentes de otra ley que yo no veo, venidas de otras tierras
que no sé cuúles son, derribadas nuestras fortalezas, se-
ilorean nuestras ciudades y pueblan con sus picas nuestros
campos; porque al soldado de la patria no le queda ya suelo
donde combatir por ella, risco donde guarecerse derrotado
para alzarse al dia siguiente arrogante y vencedor, aliento
en el alma para hacer de su pecho muralla del heroismo
donde toda extranjera avenida encuentra su término, don-
de toda irrupcion de gente extraña ha encontrado siempre
la deshonra y la muerte; creyentes alucinados, favorece-
dores indiscretos, armónicos cosmopolitas, sectarios de
todas las sectas, tolérenlo y sopórtenlo, y complázcanse
y regocíj ense; yo nó, yo nó, y vosotros tampoco, se-
fiores Diputados; que vosotros, lo mismo que yo, ni sois
cismáticos, ni sois disidentes, ni sois libre-pensadores,
como lo habeis probado en una jura solemne, reciente to-
davía.


Que vosotros, lo mismo que yo, nada teneis de comun
con los ideólogos del 69, como lo habeis hecho patente en
el acto de uncir al carro de la ley, conforme á los precep-
tos de la escuela histórica, los indómitos derechos mala-




DEL EXCMO. SR. DUQUE bE ALMENARA ALTA. 57
mente apellidados infinitos y absolutos, ilegislados é ile-
gislables.


Que yosotros, lo mismo que yo, no concebís siquiera
que haya quien imagine dormida, aletargada vuestra Igle-
sia: i dormida! cuando ayer la mirábamos esclarecer el
mundo con el sol de su doctrina, asombro del Concilio Va-
ticano: ¡aletargada! euando hasta ayer la hemos visto
mártir de la indigencia, profesar el heroismo de la resig-
nacion, que por ser el más silencioso es el más grande de
todos los heroismos.


Que vosotros, lo mismo que yo , sabeis de sobra lo que
vale para los españoles ese pomposo vocablo de concierto
europeo: porque no ignorais que para nada han ejercido
influjo sobre nosotros, ni la añeja Europa, ni la flamante
América; que solos caimos, y solos nos hemos levantado;
solos sostuvimos la guerra; solos alcanzamos la paz; solos
restauramos el trono legítimo; solos hemos devuelto la
honra y la vida á nuestra patria comun.


Mas ¿, podrémos tolerar pacientemente nuestra desgra-
cia, á fin de evitarle á la patria ulteriores desventuras?
Nó, señores Diputados, nó; ni á vosotros ni á mí se nos
oculta que la base 11 es dique harto delezuable para que
no lo arrollen con,su primer ímpetu las alentadas olas de
la creciente rebelion teológica. Hoy se implora tolerancia
en nombre de la equidad; mañana se os pedirá respeto en
nombre de la justicia; más tarde libertad en nombre del de-
recho; y luégo ... luégo guerra y persecucion y exterminio
en nombre del triunfo, de la venganza y de la fuerza.


Pero qué, ¿, somos libres de rechazar ó de aprobar el
parricidio que se nos propone'? ¿, Infama ó no infama nues-
tra frente la marca del esclavo? Nó, señores Diputados, nó;
que vuestro pueblo, para dicha suya, no se arrastra amar-
rada la cerviz al carro triunfal de ningun déspota extraño;
que no hay ajeno señor, que alzándose sobre el trono de
la conquista, fuerce á la libérrima Nacion Española á esco-
ger fatalmente entre la gumía ó el Islam.




58 DISCURSO
j Congratularnos por el quebrantamiento de la unidad


católica, tolerarlo pacientemente, cooperar á él con la efi-
cacia de nuestro voto ó con la tercería de nuestro silencio!
No yo, señores Diputados, ni vosotros tampoco; que para
vosotros, lo mismo que para mí , esa supuesta tolerancia
religiosa es un mal, y la patria todavía es nuestra.


El Sr. PRESIDENTE: El señor Duque de Almenara Alta
tiene la palabra para rectificar.


El señor Duque de ALMENARA ALTA: Señores, la ma-
yor desgracia que puede haber tenido el malhadado arto 11
del proyecto constitucional que se discute, es haber sido
sustentado por mi antiguo y siempre buen amigo el señor
Fernandez Jimenez. El Sr. Fernandez Jimenez recordaba
otros lugares y otros tiempos, y al parecer lo recordaba
con gusto; yo, por mi parte, tambien recuerdo con el se-
ñor Fernandez Jimenez esos mismos tiempos y lugares en
los que S. S. y yo contendíamos defendiendo nuestros mú-
tuos radicales principios en materias de religion, de filo-
sofía y de política, como los defendemos hoy, dando así
público testimonio de nuestra propia y respectiva conse-
cuencia.


Pero el Sr. Fernandez y Jimenez, sustentando estos
principios, ~puede venir á sostener el artículo 11 del pro-




DEL EXCMO. SR. DUQUE DE AL~IENARA AtTA. 59
yedo constitucional'? Yo entendería que el Sr. Fernandez
y Jirnenez, fundúndose en los principios que ha sustentado
hoy, y lo mismo que hoy toda su vida , viniera á defender
el arto 21 de la Constitucion de 1869. Pero el art. 11 del
proyecto constitucional ¿por dónde'? ¿Acaso el Sr. Fernan-
dez Jimenez sustenta verdaderamente el espíritu que él
mismo atribuye al art. 11 del proyecto constitucional'? Yo
creo que nó; ó he entendido mal, ó hay para mí una dife-
rencia esencial entre lo que S. S. sustenta y el principio
del artículo de la Constitucion. Yo veo que este artículo de
la Constitucion es la concesion que hace un partido restau-
rador con lágrimas en los ojos, este partido restaurador
que ama la unidad religiosa, la historia tradicional y lo sa-
crifica con dolor. Y yo no veo esto en el discurso del señor
Fernandez y .Jimenez. i,O es que en el fondo del proyecto
hay otra cosa que no se enseña'? Yo no puedo ni quiero
creerlo, en tanto que se siente en ese banco el actual Mi-
nisterio.


Pero yo no puedo tampoco entender el sentido del ar-
tículo defendido por el Sr. Fernandt'z Jirnenez, en la
forma y con el espíritu con que S. S. le ha defendido.


El Sr. PRESIDENTE: Selíor Diputado, ruego á su se-
ñoría que considere que está rectificando.


El señor Duque de ALMENARA ALTA: Las indicacio-
nes de S. S. son para mí siempre muy respetables.


El Sr. PRESIDENTE: No es más que una indicacion;
como S. S. no tiene la experiencia de estas discusiones, no
hago mús que hacérselo presente.


El señor Duque de ALMENARA ALTA: Por otra parte,
el Sr. Fernandez Jimenez me ha atribuido proposiciones
tales, cuya razon de ser no conocía ni comprendía; yo me
miraba á mí mismo como preguntándome: ¿qué tengo yo
de inquisidor'? i, Cree el Sr. Fernandez Jimenez que inten-
cionadamente he callado lo de la Inquisicion'? ¿ N o ha vis-
to S. S. cómo al hablar yo de aquella época glúriosa de
España he condenado el cesarismo, mirándolo como una de




(JO DISCURSO
las causas de la decadencia de España, á pesar de la ulli-
(Iad católica'? Y si yo creo que la Inquisicion ha estado casi
siempre al servicio del cesarismo regalista, ¿ puede ser
defendida por mí '? Yo acerca de las consecuencias de osa
institucion tongo la opinion de los Pontífices romanos, no
la de los monarcas que la explotaron, ni la de las muche-
dumbres populares que la aplaudieron.


Empero, yo no tengo para qué seguir al Sr. Fernandoz
Jimenez en ese camino, porque me ha llevado contra toda
razon y sin motivo; yo no quiero seguirle, ni por S. S., ni
por mí mismo, ni por la Asamblea que me escucha. Yo op-
timista, el Sr. Fernandez Jimenez pesimista; yo consa-
grando ditirambos á la historia del pasado, yo levantando
las glorias de este pais y procurando dejar en el olvido
aquello que pueda avergonzarnos, y el Sr. Fernanclez Ji-
menez ensalzando tambien las glorias del pals, pero le-
vantando tambien las sombras de los desastres, de laR des-
gracias, de nuestras faltas, qne no hay pueblo que no las
cometa. Decidme, pues, seiíoreR Diputados, áun cuando
fllose montira la historia del uno y del otro, ¿no eR verdad
que vosotros que me escuchais y perteneceis á una Asam-
blea restauradora y española, debeis adoptar, debeis aplau-
(lir, debeis seguir la historia mia y no la historia del sellor
FeJ'1landez Jimenez, historia que enla forma que la'Presen-
ta S. S. es la que falseada por la impiedad y desnaturaliza-
da por la calumnia sólo sirve para que aprendan 10R pue-
blos ú renegar de su abolengo '?


El Sr. Fernandez Jimenez me atribuía, respecto ~t esta
misma historia, pensamientos que yo no trato en ningnna
manera ele defender.


Yo no he de elecir como Heraclio ...
El Sr. PRESIDENTE: Yo oiría á S. S. con mucho gusto


la historia de Heraclio , pero no se trata de eso; limíteRc
V. S. lo que pueela á la rectificacion.


El señor Duque ele ALMENARA ALTA: Aparte de esto,
Sr. Fernandez Jimenez, bien recuerdo corno recuerda su




DEL EXC~lO. SR. DUQUE DE AU1E:<".\RA ALT:\.. 61
señoría, ciertos hechos particulares ele j nelíos y ju(laizan-
tes; si bien recuerdo, como recordar:t S. S., el rigor de
Sisebuto y la benevolencia de San I:-;idoro, de lo que ya
me he ocupado en mi discurso; y recuerdo tambien la san-
gre (pIe manchó los campos de Uclés y la rota ele Alarcof',
castigo providencial al menosprecio de la idea relig·iosa.
Pero ¿podrá, negarme S. S. que la tendencia de este pue-
blo, salvo algunos casos de excepcion por razones de nti-
lidad inmediata, como el de los reyes que toleraban los
judíos para poder contar con sus riquezas, ó el de los sc-
ñores que toleraban los moriscos para labrar sus campos,
pocld negarme S. S. que la tendencia constante de nues-
tra raza ha sido el exterminio de las sectas contrarias en
tiempo de los godos, y las cxpulsiones de judíos y moris-
cos en tiempos posteriores'? S. S. sabe ...


El Sr. PRESIDENTE: Señor Di putado, yo tengo mucho
gusto en oir hablar á S. S.; pero le ruego que tenga en
cuenta que estú rectificanclo.


El señor Duque de ALMENAHA ALTA: Hespetanuo las
in<licaciones del Sr. Presidente, debo decir qne acerca de
otros hechos concretos á que se ha referido el Sr. Fürnrm-
dez Jimenez , creo clue no sea este lugar oportullo para que
entremos á uiscutirlos, porriue al fin y al cabo esto no os
una acauemia donde se discuten principios, sino una Asam-
blea donde se establecen fórmulas políticas.


No só si el Sr. Fernandez Jimenez hablaba de las res-
tauraciones en general, ó d,~ la restauracion particular,
concreta, de que yo me he ocupado; si á ésta aludió Sil
señoría, debo decirle qne á mi juicio la revolucion de 186H
que(ló destrnida por el hecho de Sagunto; el grito de i aba-
jo los Borbones! 4\S el símbolo ele aquella rcvolncion; y 01
grito ele i viva la dinastía! es el símbolo de esta restaura-
cion: en aquélla se proclamaba la soberanía nacional, y ell
ésta, con gran aplauso de toda la Asamblea, se ha oido de
los labios del Sr. Presidente del Consejo de Ministros, que
es autoridad superior á la mia en este ól'den de ideas, como




62 DISCURSO DEL EXCMO. SR. DUQUE DE ALMENARA ALTA.
en todas, la negacion de este principio y la proclamacion
de la Constitucion intel'lla.


y por último, dentro de esta Constitucion interna en-
cuentro yo tres principios, como he dicho al comienzo de
mi discurso, tres ideales. de los cuales la restauracion ha
establecido dos; respecto al tercero, así corno la Constitu-
cion de 1869 estableció la pluralidad de cultos, la Constitu-
cion que haceis ahora, con igual derecho, con igual deber,
debía restablecer la unidad religiosa. Retiro la enmienda.


El Sr. SECRETAHIO (Rico): Queda retirada la enmien-
da del señor Duque de Almenara Alta.




DISCURSO
DEL


SR. D. MANUEL BATANERO Y MONTENEGRO
EN DEFENSA DE LA UNIDAD CATOLICA,


PRONUNCIADO


EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS EN LAS SESIONES DE LOS DIAS


28 DE ABRIL Y V DE MAYO DE 1876.






SESION DEL PIA 28 DE ABRIL DE 1876.


Art. 11. Lalteligion católica, apostólica,
romana es la del Estado. I,a Nacion se obli-
ga á mantener el culto y sus ministros.


Nadie será molestado en el territorio es-
pañol por sus opiniones religiosas, ni por
el ejercicio de su respectivo culto, salvo el
respeto debido á la moral cristiana.


No se permitirán, sin embargo, otras ce-
remonias, ni manifestaciones públicas, que
las de la religion dpl Estado."


(Proyecto de Constitticton.)
Los Diputados que suscriben ruegan al


Congreso que el arto i1 del proyecto de Cons-
titucion se sustituya con el siguiente:


«Art. f 1. La Religion de la Nacian Espa-
ñola es la católica, apostólica, romana, y la
misma Nacíon está obligada á sostener el
culto y sus ministros.


Se prohibe el culto y la propaganda de
otras religiones."


Palacio del Congreso 19 de Abril de 1876.
-Manuel Batanero.-Fernando Alvarez.-
Claudio Moyano .-Jose de Reina.-Domingo
Caramés.-Alejandro Pidal y Mon. -Gerar-
do Neira Florez.


(Enmienda del Sr. Batanero.)


El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Batanero tiene la palabra
para apoyar su enmienda.


El Sr. BATANERO: Señores Diputados, acabais de oir,
de la manera más elocuente que quizá habréis oido nunca,
la historia de la unidad católica en nuestra patria, de los
labios del Sr. Duque de Almenara, que hoy en un solo dis-
curso se ha creado una reputacion parlamentaria.


Habeis oido despues al erudito Sr. Fernandez Jimenez
hacer la historia de la Inquisicion de España, que por cier-
to no había sido tocada por el Sr. Duque de Almenara.
Ambos han emitido con gran lucidez sus ideas, y se han
elevado al terreno de la historia y de la filosofía; pero yo,
que aunque quisiera no podría seguramente seguirles en


5




66 DISCURSO
ese camino, vengo al terreno de mi manera de ser y de mi
constitucion, que es una manera de ser práctica.


Voy á combatir la libertad de cultos en España; voy á
ensalzar la necesidad de conservar en ella la unidad cató-
lica de la manera que entiendo conducente á llevar el con-
vencimiento á los que teneis la bondad de escucharme, y
ruego á los señores Diputados, y ruego al Gobierno que en
gracia de mi poca costumbre en discutir estas gravísimas
cuestiones, me dispensen algun lapsus lingum que se me
pueda escapar.


Si esto sucede, no será seguramente con intencion,
pues no me propongo ofender á nadie; pero hay hechos y
demostraciones de tal índole, de las que necesito traer al
debate para probar mi tésis , que no será extraño lastimen
algo más que los elevados conceptos de los señores Dipn-
tados que me han precedido en el uso de la palabra.


y entro en el terreno de mi discurso y en el de mi en-
mienda.


Yo entiendo, señores Diputados, y creo que lo entende-
réis vosotros tambien , que para variar en un país su primera
y más alta institucion, la que está más encarnada en su his-
toria, en sus glorias y en sus costumbres, que para hacer
esto se necesita proceder de una manera que no deje
duda á nadie de que la modificacion que se va á llevar á
cabo reviste por completo todos los caractéres legales que
necesita para ser respetada en lo sucesivo. Yo entiendo
que para plantear en España la libertad ó tolerancia de
cultos bajo el reinado de Alfonso XII, era necesario haber
hecho una Cámara en que estuviera representada por com-
pleto para esta cuestion la voluntad de la mayoría de los
españoles. Yo entiendo que el Gobierno, al plantear esta
importantísima institucion de la libertad religiosa, debía
haber dicho: no formulo mis opiniones en este caso; Espa-
ña ha conservado su unidad católica por largos siglos: y
el problema de si es conveniente modificarla quiero resol-
verlo subordinándome siempre á la voluntad de la Nacion,




"DEL SR. DATANERO. 67
subordinándome siempre á lo que el país representado en
Córtes decida deliberadamente. No voy á ofender á nadie;
me explicaré. Vengan, debió decir el Gobierno, aquí todos
los partidos, absolutamente todos, lo mismo los moderados
que los progresistas, que los conservadores, que los repu-
blicanos; venga aquí todo el mundo, y no hago cuestion rle
Gabinete este importante asunto.


Si esto se hubiera hecho, si esta cuestion religiosa se
hubiera declarado cuestion libre, si se hubiera planteado
de esta manera, saldría de aquí con autoridad, (salvo
siempre el respeto á los acuerdos de la Cámara). Pero nó,
seilores Diputados, y os lo someto tal como lo creo en lo
íntimo rle mi conciencia; nó , seilores Diputados; el pro ce-
rlimiento del Gobierno, por desgracia nuestra, por desgra-
cia de la Nacion y por desgracia suya, ha sido completa-
mente diverso. Es mús ; el procedimiento del Gobierno, y
perdóneme que se lo diga, ha sido á mi juicio, más violen-
to, mucho más violento en esta cuestion, que fué violen-
to, y lo fué mucho, el procedimiento de los Gobiernos re-
vovolucionarios. La razon es muy sencilla. El Gobierno re-
lucionario, que convocó las Córtes Constituyentes, buscó
sus Diputados ministeriales entre los hombres de ideas más
avanzadas, y trajo un Congreso bajo mi punto de vista al-
tamente perjudicial y calamitoso para los intereses del Es-
tado; pero áun estos mismos revolucionarios, áun aquel
Gobierno no hizo principal cuestion, no hizo bandera de
sus candidatos ministeriales el que tuviesen estas ó las
otras opiniones religiosas. Hay que hacer justicia en esta
parte á la revolucion de Setiembre, y poca le habré de ha-
cer más.


Pero ¿qué se ha hecho en la presente ocasion? lo Qué ha
hecho el Sr. Cánovas del Castillo y su Gobierno, siempre
salvando sus intenciones, para traer un Congreso semi-
constituyente, y el primero de la restauracion? lo Qué ha
hecho el Sr. Cúnovas del Castillo y su Gobierno? Pues ha
hecho lo que no se atrevió á hacer la revolucion de Setiem-




68 DISCURSO
bre; ha dicho: «No me importa que vengan aqui, no me
importa que vengan al Congreso Diputados unionistas ó
moderados (aunque éstos en medida conveniente) ; no me
importa que vengan Diputados de estas ó de las otras opi-
niones;» no ha formado gran cuestlon ni ha aquilatado de-
masiado que sus candidatos, m.inisteriales en algunos ca-
sos, sean más ó ménos dinásticos; no ha hecho cuestion
de nada de esto; ha llamado y admitido á todos, pero ha
dicho una cosa; ha puesto una condicion; con tal de que en
la cuestion religiosa estén conformes en votar el arto 11. Este
es el Evangelio. (El Sr. Fernandez Codórniga: Nó.) ¿Nó,
dice el Sr. Cadórniga'? (El Sr. Pernandez Cadórniga pide la
palabra.) Pues se lo va á oir S. S. al Gobernador de la Co-


. ruña. (El Sr. Presidente del Oonsejo de Ministros, Cdnovas
del Castillo: ¿Por qué no'? Si.) ¿ Sí '? Pues es verdad; y el
Sr. Presidente del Consejo tiene autoridad completa en la
cuestiono


El Gobierno, en suma, se propuso buscar, se propuso
cscoger (y creo que no lo ha logrado) entre 16 millones de
españoles, 400 Diputados y 200 Senadores que votasen la
libertad ó la tolerancia de cultos, no formaré cuestion en
la palal;>ra. A este trabajo, un tanto difícil en España, se
dedicó el Gobierno auxiliado por sus gobernadores de pro-
vincia, y despues que lo tuvo al parecer logrado, despues
de tener en correcta formacion, digámoslo así, sus candi-
datos ministeriales, le asaltó una cavilacion. Creyó el Go-
bierno que todavía no los había escogido bien para el ob-
jeto, que todavía muchos de los que se decían candidatos
ministeriales podrían no responder cumplidamente á lo quc
deseaba el Gobierno, y entónces los Gobernadorcs se apre-
suraron á pasar revista á sus filas, y encontrando algunos
que no resultaban de confianza, los desecharon. Esto con
los que residían en las capitales de provincia se pudo vc-
rificar por medio de conversaciones particulares; pero á
los que estaban fuera de ellas, se les dirigieron cartas y
telégramas. Hé aquí uno;




tlEt SR. BATANERo. 69
«Coruña 1: de Enero.-El Gobernador á D. Manuel Batanero.


-Es indispensable manifieste su adhesion explícita y terminan-
te á la base 11 del proyecto constitucional respecto á la cuestion
religiosa. Urge contestacion.»


Compárese, pues, señores Diputados, la conducta de
la revolucion de Setiembre cuando qu~so plantear la liber-
tad de cultos, sin pararse detenidamente en la idea al
practicar las elecciones, con la conducta del Gobierno en
esta cuestion, y de seguro quien imparcialmente lo exa-
mine dirá que ha estado el Gobierno actual más exigente
que aquella para llevar á cabo su pensamiento.


Pero todavía hay más: elegidas las Córtes en esta for-
ma, hemos venido aq ui; y en otra cosa, y voy á terminar
con esta primera parte de mi demostracion, en otra cosa el
Gobierno actual ha estado más tirante, ha estado más
fuerte, ha estado ménos considerado. con los que pensaban
en la cuestion religiosa de una manera contraria á sus opi-
niones que lo estuvo la expresada revoluciono Entónces, y
á pesar de lo abrumadas que estaban las gentes que no
eran revolucionarias con aquel suceso, á pesar de esto, el
Gobierno revolucionario no coartó el derecho de peticion
para los que pensaban en la cuestion religiosa como el que
tiene la honra de dirigirse en este momento al Congreso.
En el lJiario de Sesiones de las Cfórtes Cfonstituyentes
aparece que_se elevaron aquí tres millones de firmas de
partidarios de la unidad católica; y aunque en aquellos
tiempos turbulentos no se disfrutó libertad bajo much0s
conceptos, lo que es en esta cuestion se disfrutó bastante,
y libremente pudieron elevarse á las Oórtes las exposicio-
nes referidas.


Ahora, señores Diputados, la situacion es diferente;
muchas se han elevado aquí y constan en el lJia'l'io de Se-
siones; pero es lo cierto que los gobernadores, interpretan-
do sin duda las órdenes del Ministro de la gobernacion, Ó
exagerando su celo y trasmitiéndoselo á los alcaldes, han
llevado su violencia en esta cuestion hasta el extremo, so-




70 DISCURSO.
bre to.do. en las po. blacio.nes rumIes, de co.hibir y amedren-
tar á lo.s que hacían y suscribían las expo.sicio.nes en pró de
la unidad católica.


Pues bien, señores Di putado.s; una libertad de cultos
establecida ó sancio.nada po.r este pro.cedimiento., es una
impo.sicio.n fo.rzo.sa, sin autoridad y sin prestigio, y que
no representaría las aspiraciones de nuestros comitentes.


Probado esto, voy ahora á tratar en do.s puntos impor-
tantes lo que me resta decir para sostener mi enmienda, y
para combatir la tolerancia religiosa que se trata de esta-
blecer en el proyecto de Constitucion.


Trataré primeramente la cuestion en su parte política,
y procuraré demostrar á los sellores Diputados que esta ley,
como ley política, sería una gran desgracia para España,
y para el Gobierno. de S. M. el que se estableciese; y des-
pues, y en el segundo, trataré este grave asunto bajo su
aspecto. religioso y como cuestion de derecho.


Por lo que respecta al primer punto, ó sea á la libertad
de cultos como. ley política, creo, señores Diputados, que
una de las condiciones primeras que ha de tener una dispo-
sicion legislativa, y la más esencial, es que sea necesaria,
que respo.nda á las aspiraciones de un pueblo, que sea el
resultado d'e las costumbres antiguas elevadas á ley. Pues
yo, seño.res, no veo que haya necesidad ninguna de esta-
blecer ó de co.ntinuar con la libertad de cultos. En España
no. hay más que católicos ó indiferentes racionalistas, per-
sonas que no creen en ninguna religion. Esto es evidentí-
simo, y la prueba está en los tres millones de firmas pi-
diendo. la unidad católica que se elevaron á las Córtes
Constituyentes, y en las numerosas tambien que se han
presentado. ahora con igual objeto á las actuales Córtes.


Por consiguiente, en esta cuestion no hay más que una
clase de peticionario.s : los que piden la unidad católica; y
en contra de ellos, y en pró de la idea que sostiene el Go-
bierno como idea nacional y conveniente para la patria,
no hay abso.lutamente nadie que pida proteccion á las C6r-




DEL SR. BATANERO. 71
tes para su culto. Pero hay otra prueba tambien de esto
mismo, ó sea de que en España no hay más que católicos
ó indiferentes, y de que esta ley, por lo tanto, es comple-
tamente innecesaria bajo el punto de vista politico. Esta
prueba está en la Constitucion de 1869, que dice así en su
arto 21:


«La Nacion se oblig'a á mantener el culto y los ministros de la
Religion católica. El ejercicio público ó privado de cualquiel' otro
culto, queda garantido á todos los extranjeros residentes en Espa-
ii.a, sill más limitaciones que las reglas universales de la moral y
del derecho. Si algunos españoles profesaren otra religion que la
católica, es aplicable á los mismos todo lo dispuesto en el pár-
rafo anterior.))


Es decir, que las Córtes Constituyentes de la revolu-
cion todavía tenían dudas de si por casualidad habría en
España algun creyente que no profesase la religion que to-
dos profesamos, y lo relegaron al desprecio, puesto que el
artículo constitucional parece que quiere decir: «si hay
algunos españoles tan desdichados que abandonen nuestra
religion ... vamos, les darémos las mismas consideraciones
que á los extranjeros.» Señores, i qué ejemplo más elo-
cuente! Casi se burlaron los Constituyentes del 69 de los
españoles que no fueran católicos como nosotros, en la
persuasion sin duda de que no se burlaban de nadie. Prueba
evidente de que para aquellos legisladores no había en Es-
paña en verdad más que católicos ó incrédulos en ·aquella
fecha.


Pero ¿ qué más? Entre los dignos individuos de la Co-
mision se sienta uno, y no el ménos autorizado por cierto
ni el ménos amigo mio, y yo no le critico por haber varia-
do de parecer, que opinaba de la misma manera. Mirad,
mirad lo que decía un Sr. Diputado de la oposicion entón-
ces; mirad cómo se expresaba en un discurso que pronun-
ció el 3 de Mayo de 1869 con referencia á este punto; ob-
servad cómo se expresaba el Sr. Bugallal. «Considero as-




72 DISCURSO
piracion insensata ese propósito de ir á una libertad de
cultos puramente ideal, puramente de lujo, que ,nadie de-
manda ni hace necesaria aquí. Yo no salgo de mi unidad
católica, que es el desideratu,m constante de la humanidad y
de la historia en materias políticas, en religion y en todo.
¿, Para qué otro motivo de discordia permanente? En vez de
calma quereis suministrarnos estímulos de guerra. j Qué
error, señores, qué error! »


Ahí veis cómo el Sr. Bugallal, miembro de la Comision
constitucional hoy, se expresaba entó,nces, y yo no le
critico porque ahora no piense de la misma manera; pero
es la verdad que entónces creía lo más insensato, lo más
ideal, lo más imaginario que puede haber, suponer que en
España era precisa la libertad de cultos, que nadie deman-
daba, es decir, donde no hay otros españoles que piensen
en religion de diferente manera que nosotros.


Pero otra prueba de que esta leyes completamente in-
necesaria, es que llevamos siete años de revolucion , y ese
tiempo ha demostrado que, á pesar de las provocaciones
que se hicieron para atraer otros creyentes, á pesar de la
libertad realmente excesiva de que aquí se ha disfrutado
para establecer. otros cultos, tÍ. pesar de eso no se ha mo-
dificado el estado anterior á la revolucion de Setiembre; es
decir, que permanecemos absolutamente en la misma si-
tuacion; no han disminuido los católicos; no han venido tÍ.
España esos extranjeros que' se esperaban, ni los españo-
les se han convertido á otra distinta religion.


Creo haber probado, Sres.·Diputados, el punto que me
he propuesto al empezar esta parte del discurso, á saber:
que esta ley, considerada como ley civil, es una ley com-
pletamente innecesaria, además de ser contraria á las cos-
tumbres y á la voluntad de los que deben acatarla; una


, ley hecha para el porvenir si acaso.
Pero además, y por otra consideracion, esta ley no es


buena; y no lo es, porque despoja al Gobierno de un ele-
mento de órden y de fuerza. Efectivamente, la unidad




nEL SR. BATANERO. " 73
católica da gran fuerza al Gobierno, y es además un
lazo de union entre todos los españoles; y si esto es
bueno, y si esto es necesario, y si esto es conveniente
conservar en toda nacion, en la nuestra es todavía más
importante, porque, como se ha indicado aquí esta tarde,
y es verdad, nuestra Nacion tiene muy pocos puntos de
enlace entre sus diferentes provincias, que han sido dife-
rentes reinos, que tienen diversas costumbres, distinto
lenguaje, diferentes climas; condiciones todas que hacen
que entre unas y otras comarcas de España casi no exista
más punto de enlace que el de la religion, en el cual no
hay divergencia alguná y á todos nos hermana.


Quite el Gobierno de repente este punto de vista, en el
que se halla de acuerdo toda la Nacion Española, y es muy
posible que esta imprudencia aumente el número de nues-
tras discordias y relaje los vínculos de fuerza y de auto-
ridad.


De suerte que como cuestion de gobierno es importante
conservar la unidad religiosa, y es completamente equiv,)-
cado, á mi parecer, el punto de" vista que la Comisiün tiene
en este asunto.


Pero lo chocante es, Sres. Diputados, que el Gobierno
desea, y desea con razon, todas las unidades ménos la
unidad católica; y en realidad no existe ninguna de las
que quiere sostener, y pretende destruir la que todo el
mundo aclama.


La demostracion es sumamente sencilla y creo que la
comprenderá todo el mundo. El Gobierno establece oficial-
mente la enseñanza de la lengua castellana, y hace muy
bien y yo haría lo mismo: en todas las escuelas de España
se enseña nuestro idioma castellano; pero en realidad hay
muchos dialectos que cada provincia quisiera sostener y
enseñar en vez del otro. De suerte que el Gobierno, contra
la voluntad de muchos españoles, que quisieran mejor ha-
blar en gallego, catalan ó vascuence, dice: N ó, pues ha-
beis de hablar todos la lengua castellana.» (Risas.)




74 DISCURSO
La unidad de pesos y medidas es otra aspiracion muy


justa de todo gobierno, yeso que no puede negarse la re-
sistencia que á ello oponen los pueblos, que poseen innu-
merables y distintas, y hasta ahora no se ha podido conse-
guir por completo el planteamiento del sistema decimal.


Es una grande aspiracion política en nuestra Nacion te-
ner una legalidad comun, una Constitucion aceptada por
todos los partidos; es una teoría en que todos están confor-
mes tambien, yel actual Gobierno nos propone la que es-
tamos discutiendo; pero no puede negarse tampoco, que
muchos han rechazado y se han rebelado contra estas lega-
lidades, y me temo que la actual no complazca á la gene-
ralidad.


Por último, el Gobierno ha dicho en principio que de-
sea establecer la unidad constitucional, y de esto se ocupa;
quiere que todos se rijan por unas mismas leyes; que si los
fueros son un bien, los tengamos todos; y si son un mal,
no los tenga nadie; y cuidado que no afirmo ni niego nada
en este delicado asunto.


De suerte que el Gobierno desea la unidad de lenguaje,
la unidad de pesos y medidas, la unidad constitucional, la
legalidad comun; todo esto contra la voluntad de algunos
millones de españoles, y se la"impone ó pretende imponér-
sela con razon y en uso de su derecho.


En cambio existe una sola unidad en la Nacion, que es
la de cultos, institucion secular, que los españoles poseen,
que todos desean conservar, que millones de ellos reclaman
que no desaparezca; unidad de creencias encarnadas en
nuestras costumbres, en nuestras glorias y en nuestra na-
cionalidad; y sin embargo de esto y de que ningun español
no católico se pronuncia contra ella ni ningun extranjero,
el Gobierno propone destruirla por cuantos medios están á
su alcance, y como he probado, bastante violentos.


Pero se añade: ¿ cómo hemos de ser una excepcion ele
las naciones civilizadas'? Este es el argumento que se hace
con más frecuencia.




DEL SR. BATANERO. 75
Precisamente si en algo estamos más civilizados que las


demas naciones, es, á mi juicio, en esta excepciono Somos
los espaüoles muy turbulentos, de sangre ardiente, pro-
pensos á combates, á guerras, á pronunciamientos; pero en
materias religiosas somos unos corderos; todos pensamos lo
mismo; no hay cuestion sobre esto.


Pero el Gobierno dice: no es cosa de que nos critiquen
de poco civilizados; 'y ya que no tenemos más que esta
unidad que no tienen las demas Naciones, imitémoslas,
siendo así que en la unidad religiosa es en lo único en que
ellas debieran imitarnos.


Esto es el Evangelio. Yo no me he de esforzar en con-
vencer á los señores de la Comision; pero me parece que si
SS. SS. no se persuaden, he de persuadir á los demás que
me escuchan ó me lean.


y la prueba de que nuestra unanimidad de creencias no
es un síntoma de poca civilizacion , está en que autores que
no son espaüoles, como Montesquieu, dicen que el pueblo
que tenga unidad católica debe conservarla, porque es un
elemento de fuerza. Tambien un importante hombre de es-
tado de Inglaterra ha dicho que una de las cosas que desea-
ba para su nacion era la unidad religiosa. Y efectivamente,
si se pregunta al Gobierno inglés ó al aleman cuál es su
bello ideal en religion, uno y otro nos contestarán que de-
searían que todos los súbditos de sus respectivas naciones
fuesen protestantes; estoy bien seguro de que preferirán la
unidad religiosa protestante; de suerte que esta excepcion
que nosotros tenemos, la desean todas las demas naciones,
y de buena gana quisieran hallarse en circunstancias aná-
logas á las nuestras. Pues bien; si nosotros pensamos en
cuanto á religion de la misma manera, ¿por qué hemos de
procurar quebrantarla, cuando en este concepto somos más
civilizados que los demás '?


Pero hay otro argumento que se hace en contra de la
unidad católica, yes que con ella no vienen aqttí los capitales
extranjeros. Este es un argumento sin fuerza, porque pl'e-




16 DISCURSO
cisamente los extranjeros han hecho nuestros ferro-carriles,
al ménos en gran parte, miéntras existía la unidad católi-
ca en España , y desde que no la hay por virtud de la revolu-
cion, los caminos de hierro han paralizado sus obras, y los
extranjeros no han venido ni con los siete años de pública
licitacion establecida para que concurrieran ellos, sus ca-
pitales y sus religiones.


Otra consideracion abona en nuestra patria la unidad
católica, yes que es lo más encarnado en nuestra Constitu-
cion interna. Examínese este problema de buena fe, y es-
toy seguro que se me ha de dar la razono


i,Qué constitucion ha habido aquí que haya sido obede-
cida más de quince ó veinte años'? Fuera de estas Consti-
tuciones modernas, i, qué hay que pueda semejarse en du-
racion á la unidad de creencias del pueblo español'? Yo creo
que no hay nada en nuestras costumbres ni en nuestra ma-
nera de ser como la unidad religiosa, que con verdad pueda
decirse que forma la base esencial de nuestra Constitucion
interna.


Otro atgumento se hace en pró de la libertad de cultos
y en contra ~e la unidad católica. Se ha dicho, pero esto
no puedo afirmarlo con completa seguridad, y mucho mé-
nos no estando aquí/el Sr. Ministro de Estado; se ha dicho:
«Es que las demas naciones no consentirían que nosotros
estableciéramos la unidad católica!» (Signos negativos en
algunos ,Ministros.)


Si no es verdad, bien saben los Sres. Diputados y los
Sres. Ministros qlle están sentados en ese banco, que es un
argumento que se ha hecho el de que no lo consentirían las
demas naciones. i Pues no lo habían de consentir'? Y ten-
drían muchísima paciencia y muy poca razon si no lo que-
rían consentir; y si no lo mismo da, porque semejantes
cosas no se pueden imponer á nadie. Tampoco nosotros en
tiempo de nuestro poderío hemos impuesto á ningun otro'
pueblo del continente nuestra unidad católica; ellos se go-
bernaban en materia relig~osa como podían gobernarse, y




DEL SR. BATANERO.


nosotros nos arreglábamos y nos arreglarémos ahora. Pero
además, tengo aquí la copia de un despacho del Gobierno
inglés al nuestro, de 25 de Enero de 1875, en que se ma-
nifiesta que la política de S. M. Británica es la de no inter-
vencion, pero que su opinion era que debía mantenerse la
libertad religiosa.


'Su opinion, bien; eso se comprende, como que esa opi-
nion está muy en relacion con sus intereses. Pero de una
opinion manifestada con mesura, que no ofende, á una im -
posicion , va mucha diferencia. Y además, hago la justicia
al Sr. Cánovas y á todos los señores Ministros, que son
buenos españoles, de reconocer que no habrían de consen-
tir una imposicion semejante. Y no insisto más en esto; y
si he insistido tanto, ha sido porque es evidente que este
argumento se hace en sentido misterioso y terrorífico, y
quiero demostrar al pueblo español desde aquí que no tiene
fundamento.


Además, la unidad católica forma la base de nuestro
carácter nacional; en todas nuestras guerras ha sido el em-
blema de nuestras victorias, lo mismo en la de los Sarra-
cenos que en la de Africa ; ella alentó á los que defendieron
nuestra independencia; y cuando Colon clavó el estandar-
te de la cruz en las playas de América, el mismo pensa-
miento religioso y unitario alentaba su corazon y el de sus
soldados.


Así es que está tan profundamente arraigada en los sen-
timientos del pueblo español la unidad de cultos que, en-
mi concepto, han producido la última guerra carlista los ul-
trajes hechos á la religion católica por la revolucion de Se-
tiembre. Los vascongados no tenían motivos para levan-
tarse en armas para defender sus fueros, que nadie les dis-
putaba, y por consiguiente la causa de su rebelion no
puede buscarse más que en haber lastimado sus creencias,
y en el mayor ultraje de establecer en España la libertad
religiosa.


y esta opinion no es original mia, sino tomada del se-




78 DISCURSO
üor Cánovas, Presidente del Consejo de Ministros, que en
un elegantísimo discurso crítico acerca de la obra del señor
Rodriguez Ferrer, publicada en 1873, sobre los antiguos y
modernos vascongados, ha dicho lo siguiente:


«Tres veces, pues, en sesenta aüos han roto toda disci-
plina y han apellidado la guerra popular por sus montes
esos pueblos á quienes no se alcanza á ver una sola vez
puestos en arm.as con los largos anteojos de la historia. Es
caso que anotará ella seguramente.


»Pero si las causas expuestas bastan para explicar la
extraordinaria participacion que los vascongados tomaron
en la primera guerra dinástica, no son suficientes para dar
razon por sí solas. Durante el largo y próspero y áun glo-
rioso período (digan cuanto quieran los dominadores del
di a) , por que hemos pasado, desde que terminó la primera
guerra civil hasta que cuatro años ó cinco há se inició
tímidamente esta segunda, que amenaza ser tan empeñada
como la primera, los privilegios vascongados kan sido res-
petados con tamaño esmero, que sin que el recelo hubiera
desaparecido del todo, los ánimos estaban aUi ya vueltos
al sosiego y á la paz. Por otra parte, la prosperidad de aquel
país, que tan improductivo parecía en los tiempos bárba-
ros, y tan fecundo es para la industria y hasta para la agri-
cultura de nuestra época, crecía por maravillosa manera;
y, no ya de año en aüo, sino de dia en dia; anunciando
todo á un tiempo el más halagüeño porvenir. De pronto
y á decir verdad, SIN QUE NADIE AME~AZARA SUS PRIVILEGIOS
ni dirigiera el ataque más mínimo á sus propiedades, sin
que hiriese nada su justo orgullo local, y cuando el fe-
dcralismo republicano parecía ofrecerles legítimamente
aqucllo y más que por tan malos y reprobados caminos
buscaron en 1795 sus padres, retumba el tambor en los
montes, y la poblacion unánime de los caseríos y aldeas
corre á las armas. 1, Qué causa Ó razon especial ha habido
para ello?»)




DEL SR. BATANERO. 79
Hé aquí cómo sintetiza la respuesta el Sr Cánovas:
La síntesis de la opinon del Sr. Rodriguez Ferrer sobre


las causas que han encendido de nuevo la guerra civil en
las provincias hermanas, es textualmente ésta.


«La guerra asoladora y fratricida bajo que este país se
encu~ntra, es guer?'a religiosa. En ella se ven las consecuen-
cias de gobernar los pueblos ideólogos y nó hombres de
Estado.


» y á estas lÍltimas páginas del importante libro del se- .
ñor Ferrer remito al lector que apetezca la completa de-
mostracion del aserto.


»La mision del Gobierno siempre, pero mucho más en
una Nacion libre, se cifra en concertar, armonizar y hacer
compatibles los intereses, las cj'eencias, las costumbres, y
hasta las P1'eoc1tpaciones mismas de los pueblos reunidos en
cuerpo de nacion.»


El Sr, PRESIDENTE: Seiíor Diputado, van á pasar las
horas de sesion: si S. S. tiene mucho que decir, puede de-
jarlo para la sesion inmediata.


El Sr. BATANERO: Pues todavía tengo que decir casi
tanto conio he dicho, y agradeceré á S. S. que suspenda
esta discusion.


El Sr. PRESIDENTE: Se suspende esta discusion.




80 DISCURSO


SESION DEL DIA LO DE MAYO DE 1876.


El Sr. PRESIDENTE: Continúa el debate del proyecto
de Constitucion de la Monarquía Española. - Sigue la dis-
cusion de la enmienda del Sr. Batanero al arto 11, Y S. S.
en el uso de la palabra.


El Sr. BATANERO: Señores Diputados, el si pronun-
eiado por el Sr. Cánovas interrumpiéndome en la sesion
del viérnes , vino á dar mayor fuerz!1 y á comprobar de una
manera completa lo que había tenido la honra de exponer
al empezar mi discurso, ó sea que el Gobierno presidido
por el Sr. Cánovas, para variar la manera de ser religiosa
de este país, en vez de haber procedido con imparcialidad
dejando libertad á los electores y no haciendo de Gabinete
la cuestion religiosa, excitó á los gobernadores de provin-
cias para cometer las violencias que denuncié. Tambien
demostré á este propósito, que no contento el Gobierno de
S. M. con lo hecho ántes de las elecciones, y siempre con
el pensamiento fijo de plantear en este país lo que rechaza
la mayoría de la Nacion, todavía aquellas autoridades die-
ron órdenes á los alcaldes para impedir á toda costa el que
se ej erci tase el derecho de petici on , sobre todo en los
pueblos rurales, á los que querían elevar al Congreso
representaciones en pró de la unidad religiosa; de lo cual
deduje y deduzco tambien ahora, Sres. Diputados, que una
libertad ó tolerancia ile cultos planteada en España eon es-
tos precedentes, nace sin autoridad ninguna, y es difícil





DEL SR. BATANERO. 81
que pueda ser respetada; es un acto de fuerza del Gobier-
no, que no puede traer sino consecuencias desgraciadas.


Hecha esta introduccion á mi discurso, lo he dividido
despues en dos partes, de las cuales sólo he podido exponer
en la sesion última la primera, ó sea que la cuestion de la
libertad de cultos, considerada como ley política, es una ley
que no corresponde á las necesidades del país, que es la
primera condicion que debe tener una ley; que con ella el
Gobierno se desprende de un elemento de órden de inesti-
mable valor, cual es la unidad de creencias de los españo-
les; que relaja de esta manera el vínculo más fuerte que une
á los españoles, y aquel propósito del Gobierno ataca unq
de los sentimientos que están más arraigados cn la concien-
cia de los españoles; una de las instituciones que forman
parte de su Constitucion interna. Y por fin, yen pró de to-
das estas observaciones, con las cuales terminé la primera
parte de mi discurso, leí unos brillantísimos y concienzudos
párrafos del discurso preliminar escrito por el Sr. Presi-
dente del Consejo de Ministros á la obra del Sr. Rodriguez
Ferrer sobre las Provincias Vascongadas, de los cuales se
deducen las tres importantes conclusiones siguientes: pri-
mera, que los vascongados han sido siempre pacíficos, que
con los largos anteojos de la historia no se les puede ver en
armas ó levantados contra la N acion; segunda, que fueron
y son amantes sobre todo de su religion y de sus fueros; y
por lÍ.ltimo, que la guerra ahora terminada ha sido una guer-
ra esencialmente religiosa, y no una guerra de fueros, puesto
que no se les lastimaron; y al contrario, el cantonalismo
y la revolucion eran simpáticas á esa manera de ser de
aquellas provincias; guerra religiosa, promovida tambien
por gobernar la Nacion ideólogos y no hombres de Estado,
pues los hombres de Estado, añadía el Sr. Cánovas, tie-
nen obligacion , tienen el deber de hacerse intérpretes de
las necesidades, de las creencias y hasta de las preocupa-
ciones de los pueblos que gobiernan.


Tiene razon el Sr. Cánovas; la guerra ha sido una guer-
6




82 DISCURSO
ra religiosa, promovida y ensangrentada por los ultrajes
hechos á la religion católica i y el mayor de ellos consiste
en haber perdido la Nacion su unidad católica por efeCto
de la Constitucion de 1869.


Por consiguiente, y siendo esto cierto, quiere decir que
el ultraje será mayor si el Gobierno de S. M. , Gobierno de
restauracion y más sério , lo sanciona y legaliza y continúa
en la misma senda que trazaron los anteriores, por lo mis-
mo que de aquí se esperaba el remedio del mal.


En este órden de ideas del Sr. Presidente del Consejo
de Ministros, que son las mias, se deduce que, siendo el
orígen de la guerra los ultrajes y las ofensas hechas á la
religion católica, esta guerra hubiera terminado inmedia- ,
tamente que se hizo la restauracion, si con la restauracion
se hubiese echado por tierra todo lo que en materia de
creencias ofendía á esas provincias que se levantaron en
armas.


Consecuencia final sobre este punto: que el dinero
gastado y la sangre vertida en esos quince meses que he-
mos llevado de guerra, es única y exclusivamente de la
responsabilidad del Ministerio que preside el Sr. Cánovasi
con lo cual he terminado la primera parte de mi perora-
cion, ó sea la cuestion política, y voy á entrar ahora en
la segunda, ó sea la parte religiosa y de derecho, que en-
traña esta grave cuestiono


Es una verdad filosófica y de razon, Sres. Diputados,
que está en la conciencia de todos, que no hay más que
un Dios verdadero, una religion verdadera y un culto ver-
dadero.


Es otra verdad innegable, al ménos para nosotros, por-
que creo que en esta Cámara no hay más que católicos,
que la religion verdadera es la católica, apostólica y roma-
na. Siendo esto cierto, siendo ésta la religion verdadera,
siendo todos vosotros católicos, i, pOl' qué ese propósito de
que venga aquí á predicarse el error~ No lo comprendo;




DEL SR. BATANERO. 83
comprendo y comprendería lo que ha sucedido en otras
partes; comprendo que unos Diputados católicos otorgaran
á los protestantes y judíos, que se la pidiesen, la libertad
de cultos; pero no comprendo que no habiendo venido esas
reclamaciones, nosotros espontáneamente la otorguemos;
no comprendo que siendo nosotros católicos, queramos vo-
luntariamente que enfrente de los altares y de los templos
del Dios verdadero se levanten los templos y los altares de
los dioses falsos; no comprendo esta clase de razonamien-
tos. Y que aquí no hay más que católicos, no necesito es-
forzarme mucho, porque absolutamente no hay nadie que
me contradiga. En cuanto al resto de la N acion, no hay
más que ver el número de exposiciones hechas en pró de
la unidad católica y las ningunas que se han hecho por los
que pudieran profesar otros cultos.


Este empeño de plantear aquí la libertad de cultos es
en mi concepto tan insensato, y perdóneseme la frase,
porque no encuentro otra más suave; este empeño, como
dice oportunamente el Sr. Arzobispo de Toledo, es un pro-
ceder tan insensato como el que estableciésemos una por-
cion de hospitales para leprosos, y despues de construidos,
viendo que los leprosos no existían por fortuna, nos empe-
ñásemos en trasportarlos de otras partes para llenar nues-
tros hospitales; ó que nos empeñásemos en hacer una ley
de diques para contener el mar en nuestras costas, á la
manera que los hay en Holanda, porque allí el mar invade
el territorio y es necesario contenerle; tan innecesarios y
tan fuera de razon serían estos diques en nuestro país,
como innecesaria es en él la libertad de cultos.


Pero se dice, y este es uno de los argumentos más en
boga en pró de la libertad de cultos, que con ella se esti-
mula y fomenta el catolicismo, que los mismos sacerdotes
cumplirían mejor con sus deberes, y que como el catolicismo
es la religion verdadera, de este modo haría prosélitos en
otros cultos y aumentaría el número de creyentes y triun-
faría de las demas religiones.




84 DISCURSO
Pero, señores, si aquÍ no hay sobre quién ejercer la pro-


paganda ; si aquÍ todos somos católicos ó incrédulos, y por
consiguiente no puede ensancharse más el círculo; es un
argumento que no comprendo; pero podría suceder en cam-
bio que los de otras religiones vinieran aquí á hacer prosé-
litos entre nuestros creyentes.


Yo creo que el catolicismo se estimula mejor con el
buen ejemplo, con los buenos predicadores y con enseñar
el Evangelio; pero lo que es con predicar el error no com-
prendo que se estimule nuestra religion; esta manera de
proceder sería buena en China, donde van nuestros misio-
neros y hacen realmente prosélitos, y áun en Francia y en
las demas naciones en que hay católicos, protestantes y
otros diversos cultos; allí, donde el catolicismo, como la
religion más verdadera, va extendiendo sus predicaciones
y puede de ellas sacar gran provecho. Pero aquí no es ne-
cesario ese estímulo; aquí sería estéril. Y si no, ¿ seguís
vosotros ese procedimiento con vuestras familias'? ¿ Tratais
vosotros de fomentar sus virtudes poniéndolas en contacto
con las que no las tienen'? ¿ Consentís vosotros que vues-
tros hijos se acompañen ó tengan por amigos á los jóvenes
más jugadores y viciosos'? ¿No tratais de separarlos de las
malas compañías para evitar el peligro'? Si advertís que en-
frente de vuestra casa habitan mujeres de conducta equí-
voca, ¿no procurais dejarla cuanto ántes, ó que vecindad
semejante desaparezca'?· ¿ Consentís, por último, que en-
tren en vuestras casas jóvenes libertinos y seductores'?
¿Los admitís en el seno de vuestra confianza, de vuestras
esposas y de vuestras hijas, por mucha que sea la que ten-
gais en ellas y esteis segurísimos de que sus acrisoladas
virtudes son firme escudo contra todo mal consejo'? Y por
más que en cada prueba os proporcioneis un triunfo, ¿quién
es el que sin necesidad acepta ó provoca tan impertinente
curiosidad'? ¿ Quién es el imprudente que de esta manera
estimula y prueba la virtud de los séres más queridos'? Pues
eso que no quereis para vuestras familias, lo quereis por lo




DEL SR. BATANERO. 85
visto para la religion católica, cuando no hay necesidad
ninguna, ni nadie, repito, viene aquí á reclamar que con-
sintamos otros cultos. l,O es que valen ménos para vosotros
los lazos de la religion que los lazos de la familia ~ Es bien
seguro que vosotros no lo creeis así. (Sensacion.)


Tolerancia de cultos. Vamos á examinar ahora cuándo
es conveniente y hasta necesario aguantar ó establecer en
un país la tolerancia ó . libertad religiosa, en cuyos casos
yo tambien sería librecultista, como lo sería en Inglaterra
ó en cualquiera otra nacion por el estilo.


y para que mi opinion por sí sola no os parezca apasio-
nada ó de poca autoridad, la fortaleceré con la más autori-
zada sin duda para vosotros, y la escucharéis de los labios
de uno de los miembros más importantes de esa mayoría.
Hé aquí cómo se expresa sobre este punto, es decir, sobre
los casos en que es necesaria la libertad de cultos en una
nacion, el Sr. Moreno Nieto en la sesion de 28 de Febrero
de 1855. Decía'Su Señoría: «Yo me levanto ádefencler el
principio augusto de la unidad religiosa; me levanto á
combatir la libertad de cultos, y lo haré con toda la ener-
gía de mi alma, con todas las fuerzas de mi corazon.


}}Ese principio de libertad de cultos, que se presenta
como un principio de civilizacion y de progreso, y como
eL producto á un tiempo mismo del adelanto de las moder-
nas sociedades, no es más que un principio destructor y di-
solvente, cuya realizacion destruye lo que forma la esencia
de una nacion .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . " ...


. »La libertad de cultos destruye la unidad nacional y !tace
que dentro de cada nacion !taya dos como distintas naciones,
dentro de cada ciudad, dos como distintas ciudades; na-
ciones y ciudades que no están de acuerdo ni sobre las co-
sas que la muerte termina, ni sobre las cosas que la muer-
te comienza. ¿Y qué será del Gobierno con la libertad de
cultos'?




86 DISCURSO


»Es tan contrario á la razon y al sentido comun el p1'inci-
pio de la libertad de cultos, que ha sido menester que hubie-
ra lucha entre varias comuniones que vivian en un mismo
país para que viniera al mundo ese principio.


»La Europa, pues, proclamó la unidad, y esto era con-
forme al carácter de nuestra religion. Mas despues vino
esa grande herejía llamada protestantismo; partiéronse
las naciones de Europa en varias comuniones, que se ha-
cían entre sí cruda guerra; y como creciera entre ellas la
lucha encarnizada y ardiente, no habiendo otro medio de
terminar el combate que la paz, firmóse ésta y se procla-
mó la libertad de cultos.


» Ved, señores, las dos grandes y justas proclamacio-
nes de la libertad de cultos. En algunas naciones trabaja-
das por guerras religiosas fué la fórmula de 'la paz ; en los
Estados-Unidos fué la llamada á todas las gentes. i,Estamos
nosotros por ventura en alguna de estas dos situaciones?
En manera alguna.»


Esta es la verdad, esta es la buena doctrina, esta es la
doctrina católica. Cuando en los pueblos hay combate, y
ruando la paz puede lograrse por medio de la tolerancia
religiosa, puede y debe ésta establecerse. En una nacion
·nueva, como en los Estados-Unidos, por ejemplo, se com-
prende que se estableciera y se sostenga. Pero nosotros no
nos hallamos en estos casos, como decía con gran elocuen-
cia el Sr. Moreno Nieto. No hay guerra religiosa por for-
tuna; somos una nacion antigua, y con la mision provi-
dencial de propagar el catolicismo, como tambien dijo el
mismo señor; y además, la llamada de todos hecha por
la revolucion durante siete años no ha dado resultado al-
guno.


Es, pues, completamente estéril, es enteramente vano




DEL SR. BA1'ANERO. 81
el artículo que hoy se discute y que ha de defender la Co-
misiono Hé aquí porqué bajo el aspecto religioso es perju-
dicialla libertad de cultos, y por qué creo que no puede
haber verdadero católico que medite despacio esta mate-
ria, como vosotros la meditaréis, que pueda dar su voto al
artículo de que se trata.


Fáltame un solo punto que tratar sobre el fondo de mi
discurso. Tratada la cuestion política, tratada la cuestion
religiosa, vengo á la cuestion de derecho, ó sea el Concor-
dato.


El Concordato, en su arto l.0, dice:


«La Religion católica, apostólica, romana, que con exclusion
de cualquier otro culto continua1'á siendo la de la Nacion Españo-
la, se conservará siempre en los dominios de S. M. Católica.


»Art. 45. Este Concordato regirá para siempre en lo sucesivo
como ley del Estado en los dominios de España.


»Las partes contratantes prometen por si y sus sucesores la
fiel observancia de todos y cada uno de sus artículos.


'/) y si en lo sucesivo ocurriera alguna dificultad, el Santo Pa-
dre y S. M. Católica se pondrán de acuerdo para resolverla ami-
gablemente.»


Es terminante á mi juicio el compromiso contraido en-
tre la Nacion Española y la Santa Sede; es un contrato
concluido y perfecto. La Religion católica ha de ser para
siempre la de los españoles, miéntras las dos potestades no
modifiquen este estado de cosas. Creo que el contrato no
puede ser más solemne. Y ahora pregunto yo: i,En qué re-
gla de derecho, en qué principio de justicia y equidad cabe
que un contrato se rompa, y no obligue su cumplimiento
por la sola voluntad de una de las partes? Quisiera que me
contestase la Comision, como supongo lo hará, porque no
alcanzo en verdad ni siquiera el pretexto que pueda adu-
cirse en favor de la pretericion hecha de tan solemne con-
cordia; no comprendo por qué la Nacíon Española se ha de
creer libre de cumplir una obligacion tan sagrada, cuando




88 DISCURSO
todos los dias cumple los tratados con las demas potencias.
A no ser que se conceptúe ménos obligatorio é importante
el Concordato que un tratado de comercio, postal ó cual-
quiera semejante. ¡, O la falta de cumplimiento dimanará
de que la Santa Sede no tiene medios materiales para resistir
ni para imponer por la fuerza el respeto á los tratados'? No
comprendo que pueda ser esto, pero si lo fuese, nos lo ex-
plicará sin duda el digno individuo do la Comision encar-
gado de contestarme.


Por estas razones mi enmienda está calcada tambien en
el Concordato, y es, ni más ni ménos, la letra y lo practi-
cado en virtud de la Constitucion de 1845, con muy ligeras
variaciones de forma, como voy á demostrar; únicamente
varié en la primera parte una palabra con respecto á la
Constitucion de 1845. Esta Constitucion dice que la Nacion
se obliga á mantener el culto y sus ministros. Y mi en-
mienda dice que la Nacion está obligada; es la única dife-
rencia que tiene en esa primera parte. ¿Por qué la he pues-
to'? Pues no ha sido más que por creer más propia la pala-
bra gramaticalmente. La Constitucion de 1845 se hizo en
la fecha que expresa; el Concordato en 1851; nosotros ha-
blamos en 1876; por consiguiente, la obligacion fué con-
traida en un tiempo pasado. Estamos obligados, pues, por
el Concordato y por las a~teriores Constituciones, en las
que se obligó la Nacion á mantener el culto y sus mi-
nistros.


Además, yo creo que la Nacion, no solamente está obli-
gada a mantener el culto y sus ministros por esta razon,
por el contrato solemne que media, sino porque es la reli-
gion del Estado. La Religion católica sirve el pasto espiri-
tual á 16.000.000 de españoles, poco mús ó ménos, y está
obligada la Nacion ú pagar á quien la sirve; y por fin,
existe otra razon muy importante, y es que la Iglesia te-
nía sus bienes, de que ha sido despojada por causa de uti-
lidad pública, de que no voy á tratar aquí, y por consi-
guiente tiene obligacion la Nacion de pagarla, por vía de




DEL SR. BATANERO. 89
indemnizacion, como carga de justicia, ya que no se la in-
demnizó de su capital como á los de mas expropiados por
causa de utilidad pública.


Me fijo en esto, porque mi enmienda, seguramente por
esta manera de expresarse, habrá sido calificada de reac-
cionaria ó de poco liberal, y me importaba demostrar que
era justa , y ahora añadiré que esta opinion mia de que la
Nacion está obligada por este concepto á mantener el cul-
to y sus ministros, es la opinion de un hombre eminente,
que por desgracia hoy falta de entre nosotros, y que si es-
tuviera vivo es bien seguro que estaría alIado del Gobierno
y de la mayoría. El Sr. Rios Rosas, tratando de este asunto
concreto de que me ocupo, en la sesion celebrada el dia 9
de Abril de 1869, decía lo siguiente: «Hemos arrebatado al
clero SUiS bienes; le hemos arrebatado su propiedad, que es
sagrada; su propiedad, que es tan sagrada como la que
posee el Sr. Castelar, porque yo no hago ni quiero hacer
esa distincion doctrinaria que veo hacer en esos bancos en-
tre la propiedad individual y la colectiva; para mí toda
propiedad es sagrada; y si el clero tenía una propiedad y
se le ha arrebatado, ¿no tenemos el deber de conciencia,
no tenemos el deber de honor, no tenemos el deber de ver-
güenza de indemnizarle por aquella propiedad?


»Pues dejando á un lado la cuestion de su indemniza-
cion, si ep. todas las Constituciones que nos han sucedido
hemos éonsignado la obligacion de mantener el culto y á
los ministros de la Iglesia católica, "6podemos faltar koy á
esa obligacion't ¿ No presta el clero católico su ministerio á
la católica España? ¿No presta el culto y el pasto espiri-
tual á 16.000.000 de españoles? ¿No presta ese servicio'?
¿No habeis contratado con él para que desempeñe este ser-
vicio? ¿Lo desempeña'? Pues teneis obligacion, teneis el de-
ber estrecMsimo de pagarle. (Algunos señores .J)iputados de la
mino'ria: Que le pague el que lo quiera.) Que le pague el que
lo debe, no el que lo quiera; que le paguen todos, que le
pague el Estado que lo debe; que le pague el Estado, que se ka




90 DISCURSO
comprometido tÍ pagarle; que le pague el Estado. que sufrirla
una ignominia si no cumpliese ese deber sagra~o.»


De suerte que en apoyo de mi enmienda en esta parte
tengo la opinion, de grande autoridad, del Sr. Rios Rosas,
que vosotros, al ménos los Diputados de la mayoría, no po-'
deis tachar de reaccionario.


En suma, tenemos obligacion de pagar al clero por vía
de indemnizacion por sus bienes expropiados; la tenemos,
porque nos presta el pasto espiritual y es la religion del
Estado, que tiene el deber de pagar á quien le sirve. La
tenemos, porque la Nacion se obligó á ello en las anteriores
Constituciones. Y por fin, la tenemos, porque nos hemos
obligado en el Concordato con la Santa Sede, y no pode-
mos darlo por ineficaz sin previa modificacion, convenida
por las partes contratantes. De suerte que esa palabra que
ha parecido fuerte en mi enmienda, es la misma que hu-
biera puesto el Sr. Rios Rosas si por fortuna nuestra viviera
todavía.


Segunda parte de mi enmienda. En la segunda parte
de mi enmienda se prohibe el culto y la propaganda de
otras religiones. En esto se diferencia de la letra de la
Constitucion del 45, pero no de su espíritu ni de su cum-
plimiento, porque con arreglo á la Constitucion del 45,
aunque ella no lo expresaba, á nadie era permitido el cul-
to ni la propaganda de otras religiones; y si yo lo he con-
signado en mi. enmienda, es porque no suc0da lo que suce-
de con el proyecto del artículo y Constitucion que estamos
discutiendo, que por no haber empleado frases claras y
concretas, sin duda para conciliar á todos, cada cual lo in-
terpreta á su manera, y no satisfacen á nadie, como hemos
visto en las discusiones de estos dias.


Mi enmienda, que no es en suma más que lo que dice y
expresa la Constitucion del 45 , en la forma que se practicó,
no es ni más reaccionaria ni más liberal que ella; pero cali-
fíquela la pasion como se quiera, lo cierto es, y creo haberlo
probado, que es justa y conforme con nuestras conciencias,




DEL SR. BATANERO. 91
con nuestras necesidades y con el derecho establecido.


Mi enmienda además nQ dificulta ni se opone á la tole-
rancia práctica que poseíamos con gusto de todos.


Mi enmienda no impide que cada cual piense como lo
tenga por conveniente en religion, sin que por ello ni por
sus opiniones, aunque sean notorias y no sean católicas,
pueda ser perseguido. Con arreglo á mi enmienda, á nin-
guna autoridad se le consiente pueda inspeccionar la casa
de ningun ciudadano ó extranjero que no sea católico, ni
le pueda arrancar de su librería los libros que tenga para el
uso de su religion. Con arreglo á mi enmienda, á nadie se
impide que dentro del hogar doméstico ejercite su culto; y
por fin, con arreglo á mi enmienda, no se prohibe (y án-
tes al contrario creo conveniente que se efectúe) que se
construyan cementerios no católicos donde se crea conve-
niente. Este es el espíritu de mi enmienda; la Constitucion
del 45, conforme se practicaba, y explicada de esta mane-
ra de tolerancia práctica.


He concluido, señores Diputados, los temas que me
proponía tratar en mi discurso. He examinado en la prime-
ra tarde la cuestion política; y examinado el artículo 11
por este prisma, creo haber demostrado que la ley que va-
mos á .hacer con esta base es completamente innecesaria;
ley que nadie reclama, ley á que se oponen casi todos los
españoles, que es contraria á su Constitucion interna, y
que en concepto y opinion del Sr. Cánovas, en el discurso
á que he hecho referencia puede producir graves males y
grandes guerras, como produjo ya en concepto de S. S. la
guerra últimamente terminada. He probado tambien, á mi
juicio, que una Cámara católica, que unos diputados ca-
tólicos no deben espontánea y oficiosamente, digámoslo
así, imponer al país la libertad de cultos, que nadie les ha
pedido, ni la reclaman en pró de sus cultos los creyentes
de otras religiones, que por fortuna no existen. En la cues-
tion de derecho creo haber demostrado asimismo de una




92 DISCURSO
manera concluyente que mediando un contrato con la Santa
Sede, en que se obligó la Nacion Española á respetar la
unidad católica, hay que cumplirlo exactamente, miéntras
no se haga de acuerdo con ambas potestades una modifica-
cion sobre tan importante y trascendental asunto.


En prueba de esta opinion y tésis, y ruego á los seño-
tes Diputados que tengan la bondad de escucharme un mo-
mento más, he traido la del Sr. Bugallal, que en las Cór-
tes de la revolucion fué uno de los defensores más fervien-
tes de la unidad católica, hasta el extremo de creer una
insensatez tocar la cuestion religiosa en nuestro país. He
traido tambien para demostrar esto mismo la opinion del
Sr. Moreno Nieto; la del Sr. Cánovas la conoceis y la he
dado á conocer con bastante detenimiento, y ahora mé im-
porta citar otras dos opiniones no ménos respetables, por
ser de individuos de este Congreso, de diferentes proce-
dencias.


Uno de ellos es el Sr. Sagasta. El Sr. Sagasta, que hoy
se muestra, en mi concepto, tan acérrimo defensor de la
libertad de cultos, que hasta uno de sus órganos más im-
portantes en la prensa se admiraba ayer que pudiera sos-
tenerse en pleno siglo XIX la unidad católica, ese mismo
Sr. Sagasta, persona tan autorizada entre los que de muy
liberales se precian, como todos sabeis, decía en la sesion
del 28 de Febrero de 1854 lo siguiente:


«La Religion católica es la que profesa toda la Nacion
Española.»


«Hay que tener presente el dicho de un célebre legisla-
dor de la antigüedad: « No he dado las mej ores leyes á mi
»país, pero sí las que están más conformes con su índole,
»con sus creencias, con sus sentimientos.»


»Hay que ir con piés de plomo; quizá nosotros fuéra-
mos á proporcionar al partido carlista una bandera nacional
que no tiene; quizá nosotros fuéramos á fomentar la más
horrible de las desgracias que pueden pesar sobre un país:
la guerra civil.




DEL SR. BATANERO. 93
»)La unidad católica es el sentimiento universal de Es-


paña desde un punto á otro de la Monarquía.»
Esto lo decía en 1854, y su pronóstico desgraciadamente


se cumplió en la última guerra carlista.
Pero no es esta sola la opinion respetabilísima que ten-


go que citar. Tambien el señor Presidente de la Comision
actual de Constitucion ha sido en la cuestion religiosa uno
de los más ilustres partidarios de la unidad católica.


El Sr. Alonso Martinez, en la sesion de 28 de Febrero
de 1855, yen un discurso muy erudito por cierto, estable-
ció las siguientes conclusiones: «Tengo gran fe en la uni-
dad católica, porque se enlaza con nuestras glorias (es
verdad), por9lIe forma el genjo de nueBtJ'D pueblo [inDUDa-
ble) , porque ha sobrevivido y sobrevivirá á todas las revo-
luciones, porque se halla encarnada en nuestras costumbres,
en nuestros hábitos y en nuestra nacionalidad.» (Aquí de la
Constitucion interna.) Yañadía el Sr. Alonso Martinez : «Yo
que tengo este convencimiento, creo tambien que la liber-
tad de cultos es un principio destructor de la familia y de-
bilita la unidad gubernamental del Estado.» Me parece que
dados estos defectos no se puede dar una ley más calamito-
sa al país que la que en concepto del Sr. Alonso Martinez
va á dársele con la libertad religiosa.


«Entiéndase, pues, añadía el Sr. Alonso Martinez, que
soy partidario de la unidad católica; que quiero cerrar com-
pletamente la puerta á la libertad de cultos, miéntras no
se necesite á lo ménos en España su establecimiento.» (El
Sr. Alonso Martinez: Y entónces propuse la tolerancia.) La
unidad rechaza tambien la tolerancia.


Y por fin, el Sr. Alonso Martinez dij o: « Yo no a bando-
naré nunca el principio de unidad católica;» y prometió que
moriría abrazado á él.


Yo no puedo decir todavía de una manera concluyente
si el Sr. Alonso Martinez insiste en estas conclusiones (El
Sr. Alonso Martinez: Ya se lo diré á S. S.), pero me temo
que nó, por ser presidente de la Comision Constitucional,




94 DISCURSO
y por no haber hecho voto particular en contra del dictá-
men de la Comision; por eso tengo bastante recelo de que
Su Señoría haya variado de opinion. (El Sr. Alonso Marti-
nez: Ya se lo explicaré á S. S.) Bueno.


Yo bien sé que acaso se me dirá que han variado las cir-
cunstancias, porque á ninguno de los f'leñores que se sientan
en ese banco, tan respetables como son todosjuntos y cada
uno de por sí, no he de hacerles semejante ofensa, como ellos
no me la harán á mí por mi consecuencia. Pero de aquí
surge otro problema que examinar.


i,Pero es verdad que han cambiado las circunstancias?
Porque aunque me adelante algun tanto á lo que se me
pueda decir, yo creo que no puede haber otra razon de ha-
ber cambiado de opiniones personas tan consecuentes y
formales que lade haber cambiado las circunstancias. Pues
bien; vamos á ver, por lo que yo pueda alcanzar, sin per-
juicio de poder ser convencido luégo por mi amigo el señor
Cardenal, que creo es el designado para contestarme, á
pesar de con él es con quien ménos debato esta cuestion, ó
por otro señor individuo de la Comision; vamos á ver si
por lo que resulta de la discusion puede tener alguna fuer-
za esa observacion, si es en la que se apoya; porque si las
circunstancias hubiesen en realidad variado radicalmente,
y nos hallásemos en el caso de otras naciones, yo tambien
sería librecultista.


i,Es que aquí han venido un grandísimo número de ex-
tranjeros que no son católicos, ó que una gran porcion de
españoles se han convertido á otra religion? Nó. i, Nos han
venido en demostracion de esto numerosas exposiciones en
sentido librecultista , ó solicitando el ejercicio de otras re-
ligiones? Tampoco. De consiguiente, por este lado no veo
que haya variado el aspecto de la cuestion; por este lado veo
que el estado de la cuestion es el mismo que tenía en 1845
y en 1869; por lo que respecta á los extranjeros ó á los es-
pañoles convertidos, i,surgieron guerras religiosas? Tampo-
co ; al contrario, las guerras religiosas han surgido, como


,




DEL SR. BATANERO. 95
dijo condolido el Sr. Presidente del Consejo de Ministros
en su citado discurso, por haber tratado de quebrantar en
España la unidad católica.


bNos amenazan otras naciones'? bNos quieren imponer
la libertad de cultos'? Nó; el otro dia, cuando yo emití esta
idea, todos los señores Ministros presentes entónces se
apresuraron á hacer signos negativos, y aunque no estaba
aquí el señor Ministro de Estado, tampoco hace ahora nin-
guno de afirmacion, por lo cual comprendo que las demas
naciones no se mezclan para nada en este asunto, por más
qúe no debiera importarnos.


Aunque parezca ésta una aürmacion acaso inoportuna
para la ilustracion de los que aquí están, no lo es sin em-
bargo, porque ese argumento se ha repetido mucho, y bue-
no es que sepa España que los extranjeros no se mezclan
para nada en que nosotros tengamos libertad de cultos ó uni-
dad católica.


bQué ha pasado, pues'? No ha pasado nada, sino que el
Sr. Cánovas ha pasado por el Ministerio, y el Ministerio ac-
tual opina de esa manera, sin razon que yo sepa por ahora,
que me pueda convencer. El proceder del Gobierno en este
asunto, señores Diputados, no se comprende, y ménos el
del señor Presidente del Consejo de Ministros, más com-
prometido que sus dignos compañeros en pró de la unidad.
Efectivamente es una contradiccion inexplicable que el
Sr. Cánovas del Castillo, siendo diputado en tiempo de la
revolucion de Setiembre, y los demas señores que he teni-
do el gusto de citar, hayan pronunciado discursos predi-
cando á la revolucion la unidad católica, yesos mismos
señores, sin un motivo determinante, sin una variacion
justificada, prediquen á la restauracion la libertad de cul-
tos. No comprendo el por qué de una variacion tan radical,
y esta es la síntesis de lo que hay en el asunto.


El Sr. Cánovas y su Gobierno, y parte de los individuos
de la Comision y de la mayoría, han hecho lo que acabo de
indicar, llevando esta diversidad de pareceres á un doeu-




96 DISCURSO
mento todavía más importante que los que he citado aquí


Ese documento, que no he de leer aquí porque lo cono-
cen perfectamente todos los señores Diputados, es el en que
el Sr. Cánovas, baj o su responsabilidad, hizo decir á S. M. el
Rey que era tan ouencatólico como lo kabian sido sus antepasa-
dos. Esta frase, consignada en un manifiesto tan importan-
te, ó sobra, y es ridícula, y nada de esto procede si no
quiere decir más que S. M. es católico, pues eso es dema-
siado sabido para consignado; ó es la manifestacion de que
sostendría la unidad religiosa como la sostuvieron sus an-
tepasados, y así la interpreto yo, y creo la interprete 'la
Nacion; y siendo así, está demostrado que el Sr. Cánovas
en 1.0 de Diciembre de 1874 hizo prometer al Rey lo que
ahora desea que no se cumpla.


y voy á concluir, ya porque es tiempo, ya porque he
molestado demasiado á la Cámara, ya para que quede tiem-
po de que se discuta esta tarde otra enmienda. Bajo cual-
quier aspecto que se mire la cuestion, creo haber demos-
trado que no debe prevalecer el pensamiento de la Comi-
sion y del Gobierno, y por lo tanto, ruego á los señores
Diputados que cuando llegue el caso de la votacion del ar-
tículo 11, voten en contra de él, por ser completamente
contrario á los sentimientos de todos los españoles como ley
política, y porque, como católicos, evitaréis recordarlo
con pesar profundo en los momentos supremos en que el
hombre no piensa más que en identificarse con Dios. (Apro-
oacion en el centro izquierdo.)




DEL SR. BATANERO. 97


RECTIFICACIONES.


El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Batanero tiene la palabra
para rectificar.


El Sr. BATANERO: Acostumbrado á hablar en los tri-
bunales constantemente ejerciendo mi amante profesion,
no teman los Sres. Diputa~os ni el Sr. Presidente de la Cá-
mara que salga yo aquí de la manera de rectificar en ellos
breve y concreta, y restableciendo tan sólo la verdad de los
hechos ó conceptos inexactos que me ha atribuido el señor
Cardenal.


y voy á empezar por una alusion, que me ha parecido
bastante grave, y mucho más injusta é inexacta todavía.


El Sr. Cardena1 ha supuesto, y en mi conciencia no he
dicho ni me ha pasado por la imaginacion lo que S. S. ha
supuesto, que en mi discurso del viérnes dí á entender que
echaba yo aquí de ménos algun partido que acaba de ser
vencido con las armas. N ó , Sr. Cardenal; yo no echo aquí
de ménos á partido alguno concretamente; yo no he dicho
eso ni lo he querido decir, y ahí están las cuartillas, que
en caso de necesidad podrían consultarse. Yo no echo de
ménos al partido carlista, ni podía aludir á él sabiendo,
como todo el mundo sabe, que está voluntariamente fuera
de la leg:alidad y se alejaron de la contienda electoral.


Por otra parte, mis opiniones son bien conocidas por lo
leales y consecuentes en el partido alfonsino, y sería una
verdadera puerilidad el que me entretuviese ahora en de-
mostrar con iargos razonamientos lo que todo el mundo
sabe y S. S. mismo, que no tuve nunca ni tengo más com-
promisos que en la restauracion felizmente conseguida.


Nó, Sr. Cardenal; lo que yo dije en la tarde del viér-
nes y creo haber demostrado evidentemente, fué que el Go-
bierno no procedió en las elecciones de estas Cámaras como


7




98 DISCURSO
debiera haber procedido tratando de plantear y resolver en
ellas el problema más árduo y trascendental para nuestra
patria.


Lo que dije y probé fué, que siendo la bandera del Go-
bierno en estas Córtes y su propósito especial el establecer
en España la libertad ó tolerancia de cultos, y no hago
cuestion de la propiedad de la palabra, porque para el caso
es igual, pues con libertad ó con tolerancia todos los cre-
yentes no católicos pueden establecer aquí sus templos y
sus sinagogas y ejercer sus cultos, como pueden por lo
visto propagar y enseñar sus doctrinas y hasta aspirar á la
enseñanza oficial, debió el Gabinete haber hecho unas elec-
ciones completamente libres, para que estuviesen aquí re-
presentados los partidos en la proporcion que debieran es-
tal', y sobre todo las opiniones religiosas de la Nacion, que
no lo están; y por fin, que para conseguir esto, que era lo
justo, no debieron usarse los procedimientos que denuncié
é hice palpables, y en los que el Sr. Presidente del Con-
sejo de Ministros convino se habían usado, y yo confirmé
finalmente con un telégrama del Gobernador de la Co-
ruña.


Todo esto es muy distinto de los conceptos que su seño-
ría me atribuye; y de su buena fe y de la amistad que nos
une, espero que tendrá la bondad de rectificarlos.


Esto es lo más importante. En cuanto al Concordato, el
Sr. Cardenal ha dicho una cosa que yo no debo dejar pasar.
Dice S. S. que el Concordato no rige, porque ha sido arro-
llado por la revolucion; y prescindiendo de que esta no es
la opinion de algun miembro del Gobierno , le haré observar
que si todo lo que arrolló la revolucion no debiera volver á
España, saque S. S. las consecuencias y medite adónde le
llevan sus afirmaciones.


Tambien ha supuesto el Sr. Cardenal que no hay pari-
dad ni término de comparacion entre la unidad que rechaza
el Gobierno y las demas unidades que desea; y dice: ¿qué
tiene que ver una cosa con otra? ¿ Qué tiene que ver la




DEL SR. BATANERO. 99
unidad de pesas y medidas, la unidad de lenguaje, la uni-
dad nacional con la unidad católica? Pues mucho con rela-
cion á la inconsecuencia del Gobierno.


Pero además, el Sr. Cardenal encontraba una razon que
no me parece muy poderosa para imponer todas las unida-
des menos la católica. Decia S. S.: «Es que las demas
unidades son administrativas y se pueden imponer; pero la
fe no se puede imponer á nadie.»


El Sr. PRESIDENTE: Sr. Batanero, ruego á V. S. que
se concrete á la rectificacion.


El Sr. BATANERO: Voy á concluir, Sr. Presidente.
Lo que yo digo es que no se puede imponer ni la fe ni


la libertad de cultos, porque tan imposicion sería una
como otra.


El catolicismo no es cierto que lo pretendamos impo-
ner; el catolicismo ejerce su influencia por medio de la
persuasion y con dulzura. Nosotros no queremos hacer aquí
católicos á la fuerza. ¿ Quién ha dicho lo contrario? Pero el
Gobierno en cambio, como he probado, quiere la libertad
de cultos impuesta á la fuerza. (iIfuchos señores Diputados:
No , nó.-El Sr. Oardenal pide la palabra.) Sí, sí ; los pro-
cedimientos del Gobierno indican que quiere imponer la li-
bertad de cultos así. (Muchos señores Diputados: Nó, nó.)
Recuerden SS. SS. lo que dijo.


El Sr. PRESIDENTE: Todo eso lo podía haber dicho su
señoría en su discurso, pero nó ahora que sólo tiene la pa-
labra para rectificar.


El Sr. BATANERO: Me resigno y respeto la indicacion
de S. S. ; pero insisto en lo dicho, y recuerdo á la Cámara
que el Sr. Presidente del Consej o de Ministros convino en la
sesion del viérw:s, por medio de un notable sí, con lo que
yo estaba diciendo y con lo que ahora no quiere convenir el
Sr. Cardenal.


Fuera de esto, y fuera de la natural habilidad que tiene
S. S. , y que nadie le puede negar, yo creo que mis princi-
pales argumentos han quedado sin contest~r, y que el se-




100 DISCURSO
ñor Cardenal no ha probado que esta ley sea necesaria y
la quieran los españoles; y miéntras esto no haga S. S., yo
insisto en que mis argumentos han quedado en pié, Y me
siento.


El Sr. BATANERO: Pido la palabra para rectificar.
El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.
El Sr. BATANERO: Tampoco entraré en la cuestion de


la legitimidad de las firmas, por.que ni somos jueces de pri-
mera instancia, ni se nos ha sometido el expediente á re-
solucion, por más que las crea verdaderas. De todas suertes,
yo pregunto: pocas ó muchas, buenas ó malas, ¿ dónde
están las que las contradicen'? (Varios Sres. .J)iputados:
Aquí.~El Sr. Oardenal: En nuestras actas.) Eso es otra
cuestion; yo hablaba de firmas contra firmas, de firmas de
los españoles que piden la unidad católica y de las de los
demás que no la piden. (Algunos Sres . .J)iputados: No pi-
den nada.-Otros : Los que no piden nada, están conformes
con nosotros.) No es cierto. Respecto á si son más ó si son
ménos las firmas actuales que las de las exposiciones que
se elevaron á las Córtes Constituyentes, creo que bien cla-
ro expliqué el otro dia porqué ha sucedido esto. Creo ha-
ber demostrado que además de las otras violencias electo-
rales ha habido ... (El Sr. Presidente agita la campant"1a.)
Voy á concluir; ha habido las de coartar el derecho de pe-
ticion, las órdenes de los gobernadores á los alcaldes ...
(El Sr. Oonde de las Almenas pide la palabra para una alu-
sion personal.) Yo no he aludido á S. S. ¿Ha sido gobernador
S. S. '? (El Sr. Conde de las Almenas: Sí.) Pues S. S. ha sido
un gobernador diferente de los otros; y si no aquí está un
documento que lo justifica, y que no leo, porque no se me
permitirá. (Va1'io8 Sres. lJiputados: Que lo lea, que lo lea.




[,,,,, SR. BATANERO. }01


El Sr. Mariscal pide la pa,labra para una alusion per-
sonal.)


El Gobernador de una provincia que conozco mucho,
decía á los alcaldes de la misma en 6 de Marzo:


«Muy señor mio: A los primeros albores de la paz, hay
quienes pesarosos del resultado, se proponen con febril
impaciencia escogitar otros incalificables medios de reno-
varla ó de alejar los beneficios de la paz, dificultando el
establecimiento de todo órden moral, y llevando por todas
partes lamentables inquietudes á todos los ánimos y gra-
vÍsima perturbacion á las más fundamentales instituciones
sociales. Y siendo uno de los medios el falseamiento de he-
cho del derecho de peticion ejercido sin distincion de sexos
ni edades, pudiendo aparecer como firmantes hasta los que
no saben hacerlo, y ménos discernir lo que piden, me creo
en el deber de llamar la atencion de Vd. para prevenirle vi-
gile é impida tales abusos ... » (Varios Sres. IJiputados: Los
abusos ... ) Los abusos; pero el pueblo español ya sabe cómo
ha de traducir estas palabras. Los abusos, pero para mí son
los de las autoridades. (RumO?·es.) ss. ss. crerán lo que
gusten; pero los que juzguen imparcialmente este docu-
mento, creerán como yo.


«Los abusos en este distrito municipal , y especialmen-
te en las demarcaciones rurales, evitando toda coaccion de
aquel derecho y dándome cuenta ... » (jQuécelo, Sres. Di-
putados, qué celo! ) «dándome cuenta de quiénes y cómo lo
ejerzan, cualquiera que sea el objeto de la exposicion.» (Eso
sí; era una medida general y en ella el asunto religioso fi-
gura como uno de tantos, como de poca importancia, como
si no fuera el objeto principal de la comunicacion; pero de-
duzcan los Sres. Diputados si era lo principal ó nó.) «Pene-
trado Vd., señor Alcalde, de sus deberes y de la importan-
cia del seí'vicio que le encargo, no necesito excitar su celo
ni encarecerle el tino y prudencia que su buen desempeño
exige, limitándome en conclusion á advertirle que se abs-




102 DISCURSO
tenga Vd. , los individuos de ese municipio, los funciona-


. rios públicos y de mas dependientes de su autoridad de po-
ner sus firmas en ninguna clase de exposiciones.»


¿ Qué les parece lo último á los Sres. :Ministros? Impedir
que se firme una peticion ci las Córtes. (El Sr . .kfinistro de
Fomento: Porque está prohibido.) ¿Y tambien á los demás
indíviduos de la demarcacion? (Nó, eso nó.j Pues á mí me
parece que el objeto de todo esto fuó para que no se reco-
giesen firmas en favor de la unidad religiosa. (El Sr. Oar-
denal pide lapalab1'a.-RumOJ'es y p1'otestas en diversos sen-
tidos.) Señores, yo respeto la opinion de todo el mundo;
pero este es mi modo de pensar, é insisto en él por mús
que cada cual deduciú las consecuencias que tenga por
convenientes, incluso la Nacion, que ha de estar conmigo.
(.AIuestras de apj'obacion en el centro izquierdo.)


El Sr. BATANERO: Pido la palabra para retirar la en-
mienda, toda vez que tiene el mismo espíritu que las an-
teriores, y no quiero molestar á la Cámara con una vota-
cion que se hará en otra.


El Sr. SECRETARIO (M,artinez) : Queda retirada.




DISCURSO
DEL


SR. D. XAVIER DE BAROAIZTEGUI,
CONDE DEL LLOBREGAT,


EN DEFENSA DE LA UNIDAD CATOLICA,


PRONUNCIADO


EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS EN LA SESION DEL DlA


l." DE YAYO DE 1876 .







SESION DEL DIA 1.° DE MAYO DE 1876 .




Art. 11. La Religion católica, apostólica,
romana es la del Estado. La Nacion se obli-
ga á mantener el culto y sus ministros.


Nadie será molestado en el territorio es-
pañol por sus opiniones religiosas, ni por
el ejercicio de 811 respectivo culto, salvo el
"espeto debido á la moral cristiana.


No se permitirán, sin embargo, otras cp-
remonias, ni manifestaciones públicas, que
las de la ~elígi(}ll dpl Estado.»


(Proyecto de Gonstitucton.)
Rogamos al Congreso que sustituya el


arto 11 del ¡)royecto constitucional con el
siguiente:


«Art. H. Siendo la religion del,¡ NaCÍon
Española la católica apostólica romana, ,,1
Estado se obliga á protegerla y á sostenel'
por via de indemnizacion el culto y sus mi-
nistros.»


Palacio del Congre<(J 26 de Abril de 1876.
-El Conde del Llohregat.-Plácido Mal'ia de
:\Iontoliu.-El Baron de Alcalá.-Pelayo de
Camps,-Luis Mayans.-Nalario Carriqui-
ri.-Alejandro Pidal y Mon.


El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Conde del Llobregat tiene
la palabra para apoyar su enmienda.


El Sr. Conde del LLOBREGAT: Señores Diputados, ma-
los momentos me depara la suerte para hacer uso de la pa-
labra por primera vez en este sitio, despues de una discu-
sion lamentable, aunque incidental. Voy á tratar de la
cuestion religiosa en un terreno muy diferente, procurando
elevarla al de los principios y tratando de no herir á nin-
guno de los Sres Diputados que me escuchan. Como es la
primera vez que hablo entre vosotros, y lo hago de una
cuestion tan grave, tan trascendental y tan delicada, de
todo puedo estar seguro, ménos de dominar mi palabra, ni
siquiera mi pensamiento, dada la turbacion y desasosiego
de mi espíritu; turbacion y desasosiego que si me hacen




106 DISCURSO
pronunciar alguna incongruencia que no se halle conforme
con el critorio general de mi discurso, dejo á la ilustracion
del Cong-reso que la corrija y enmiende, rogándoos asimis-
mo que si alguna palabra dura se escapa de mis labios, la
deis por retirada, porque no trato de ofender absolutamen-
te á nadie. Nuevo en el parlam~nto, sin haber pertenecido
nunca á ningun partido político, no tengo, por fortuna ó
por desgracia, historia de que hacerme eco, ni tampoco
pOr qué dirigir acusaciones que alcancen á nadie.


Si hace dos años, Sres. Diputados, se me hubiera dicho
á mí que si tenía la fortuna de venir al parlamento en las
primeras Córtes de D. Alfonso XII, pudiera levantarme de
mi asiento de otra manera que no fuera para prestar mi dé-
bil, pero entusiasta apoyo, á un Gobierno.presidido por el
Sr. Cánovas del Castillo, y al cual perteneciera el señor
Conde de Toreno, yo lo hubiera considerado como cosa
completamente imposible. ¿ Y cómo no, Sres. Diputados,
si el Sr. Cánovas ha sido siempre mi maestro; si en los dis-
cursos del Sr. Cánovas he procurado yo inspirar siempre
mis ideas políticas; si nunca, desde 1867, en que mi que-
rido amigo el Sr. Conde de Toreno escribía conmigo en una
Revista en donde hicimos nuestras primeras armas y en
que yo le recomendaba, así como al Marqués de Pidal, cuya
ausencia de estos escaños es tan lamentable, que se sepa-
rasen del general Narvaez, á quien les unían respetabilísi-
mos vínculos, para seguir la bandera del actual Presidente
del Consejo; si durante la revolucion de 1868, en todos sus
discursos, y especialmente en el que pronunció en el Ate-
neo en 1872, cuyos admirables conceptos filosóficos y po-
líticos conservo grabados en mi memoria, han sido siem-
pre sus escritos mis textos, y su direccion la que he crei-
do más conveniente para guiar en la desgracia y represen-
tar en el Gobierno y ante el parlamento la política de don
Alfonso'? ¿Cómo no ha de ser, pues, un grandísimo sacri-
ncio para mí el levantarme á hacer un acto de oposicion, que
espero sea el último, porque fuera de esta malhadada cues-




DEL SR. CONDE DEL LLOBREGAT. 107
tion no sé qué pueda separarme del Sr. Presidente del Con-
sejo de Ministros; pero un acto de oposicion, un acto de
resuelta oposicion al cabo? Pero en materia tan grave no
cabe vacilar; me lo manda una fuerza que es señora y due-
lia de mí ; lo exige mi conciencia. Sí, Sres. Diputados; esa
sola razon puede obligarme á hacer lo que estoy haciendo
en este momento, contra todas mis afecciones personales,
contra todas mis simpatías políticas, contra todo cuanto
puede unir y acercar en las relaciones de la vida pública,
y hacerlo la primera vez que me levanto á tener el honor de
que escucheis mi débil pero convencido acento.


Dos puntos primordiales era necesario establecer aquí á
la venida de D. Alfonso XII: era el primero consolidar la
Monarquía legitima en el ánimo de los espalioles, de suerte
que desde Irun hasta Cádiz no hubiera más que alfonsinos;
era el otro realzar el régimen representativo, despresti-
giado en los últimos años hasta entre sus más ardientes
partidarios, gracias á un estado revolucionario lamentable
que había traiflo al parlamento grandes desgracias. A lo
primero se iba con una politica de olvido y perdon, que
era convenientísima y que tan bien cuadra á reyes de co-
razon tan noble como D. Alfonso XII; Y á lo segundo se
marchaba con la afirmacion de grandes principios y la
creacion de partidos sólidos, que representasen, no la coa-
licion de intereses, sino la fusion sincera de procedencias
homog·éneas. El SI'. Presidente del Consejo de Ministros, en
su alta inteligencia, así lo comprendió, y aconsejó al Rey
desde el primer momento una política de perdon , de olvi-
do, de reconciliacion, y la llevó hastael punto de haber acon-
sejado á S. M. que nombrase para un altísimo puesto polí-
tico á una persona que se había distinguido durante la re-
volucion por la dureza de sus ataques á la dinastía. Esta
política era excelente; yo siempre la he aplaudido, pues
prueba la generosidad y altas prendas del Rey. Arrastrado
el Gobierno por este noble espíritu de conciliarion, tan
laudable en cuanto ti las personas se refiere, ha ido quizá




108 DISCURSO
demasiado léjos, ha ido demasiado léjos sin quizás, en el
terreno de los principios; porque si todo lo que es olvido,
si todo lo que es perdon en materia de personas une, en
materia de doctrinas divide y separa cuando la transaccion
va más allá de los principios accidentales, de las cuestio-
nes de procedimiento, de las cuestiones de cond~cta y de
forma; cuando se llega en fin, á la esencia, cuando se llega
á los principios fundamentales de la escuela misma. En ta-
les casos, en manera alguna se consigue el fin principal,
que es la union, la creacion y la formacion de grandes par-
tidos, y por ende la consolidacion regular y ordenada del
régimen parlamentario.


i, Es que el actual Presidente del Consejo de Ministros
no es hombre de doctrina, no es hombre de principios '?
Todo lo contrario. S. S. ha defendido de una manera admi-
rable los principios más fundamentales del partido conser-
vador. Con esa inteligencia privilegiada, que yo he admi-
rado siempre desde el dia que he conocido y tratado tÍ su
señoría, ha defendido la Monarquía legítima, ha defendido
la. institucion de las Córtes, ha combatido las doctrinas de-
mocráticas del Sr. Castelar ,ha triturado el sufragio uni-
versal de una manera inimitable; pero al llegar á la cues-
tion religiosa, S. S. ha creido que no era principio inaban-
uonable y sustancial del partido conservador la unidad
católica, y ha dejado, en mi pobre concepto, una brecha
abierta en el partido conservador, por la cual puede inge-
rirse el vírus revolucionario, que de caida en caida, de
vaiven en vaiven, luchando con las dificultades que produ-
ce la contienda y las exageraciones y violencias que trae la
lncha sin quererlo, irritándose los unos y cegándose los
otros, puede llegar fatalmente hasta la persecucion reli-
giosa, que es el principio más característico y odioso de la
escuela revolucionaria.


Yo, señores, en este punto tengo que separarme de la
politica del Gobierno; pero es un deber ineludible de con-
ciencia, porque hay puntos de los cuales no es lícito pasar.




DEL SR. CONDE DEL LLOBREGAT. 109
'{ o soy, es cierto, defensor de la conciliacion, miembro de la
mayoría; partidario de que se forme un gran partido con-
servafl0I11iberal, haré para conseguir este objeto los sacri-
ficios que haya necesidad de hacer, por dolorosos que sean,
para que se formen grandes agrupaciones políticas, mucho
más cuando tantos años de revolucion han subdividido
hasta lo infinito los partidos políticos; y haré todo esto, por-
que nada me parece bastante para consolidar la Monarquía
legítima y el régimen constitucional; pero creo asímismo
que hay un punto del cual no se puede pasar sin compro-
meter esos mismos elevados intereses; el transigir no es
apostatar.


En esto sucede lo que con las fronteras de la patria: se
puede marchar por todas partes hasta los limites de la Pe-
nínsula; pero al abandonar IruJ;l y atravesar el puente que
lo separa de Hendaya, ya estoy en el extranjero, me en-
cuentro en otra patria, con hombres que han sido mis
enemigos; con intereses opuestos, con lenguaje distinto:
y sin embargo, s610 la distancia de un tiro de fusil me se-
para de mi país; pero sea poco ó sea mucho, estoy en otro
terreno, no estoy en España. Pues lo mismo sucede en la
region de las ideas: hay un punto hasta el cual se puede
llegar y transigir, pero del cual no se puede salir sin fal-
tar á principios políticos esenciales, sin pisar suelo ene-
migo. Así, cuando el Sr. Cardenal decía que el partido
moderado no había sido reaccionario, que en la cuestion
de censo habia transigí do , encontraba que S. S. tenía ra-
zon; pero si el partido moderado hubiera aceptado el su-
fragio universal, hubiera abdicado de sus principios, por-
que en el momento· que era universal el sufragio, ya era
un derecho natural, no era un derecho político; la cues-
tion de principios se hubiera quebrantado, y aunque no nos
separe del sufragio universal más que un real de contri-
bucion al año en el elector, es lo bastante, no se ha pasa-
do la frontera. Lo mismo sucede en la cuestion religiosa.
POl' esto, llegando hasta el extremo que es posihle en un




110 DISCUHSO
católico, me detengo ante el arto lly no penetro en el
campo racionalista, cual sucedería si aceptase la toleran-
cia religiosa legal.


Pero, señores Diputados, hora es ya de que probemos
estos asertos.


Todos sabeis cuál es la doctrina de la Iglesia con res-
pecto á la libertad de cultos; todos comprendeis perfecta-
mente que la libertad de cultos en principio es completa-
mente anticatólica y hasta contraria á la esencia de toda
religion positiva: que ningun católico puede, por lo tanto,
aceptarla como un derecho individual, puesto que es en
todos un deber, y deber natural, el hacer bien y el creer
en la verdad; por lo tanto, es ineludible la obligacion de
aceptar como principio bueno, como consecuencia incon-
cusa de la revelacion, la unidad católica. :Mas tambien sa-
beis que si esta es la tésis teológica, digámoslo aSÍ, es
igualmente cierto que puede haber ciertas circunstancias,
grandes calamidades y males que evitar, que hagan en la
práctica, que hagan en el terreno de los hechos perfecta-
mente licito para un católico el votar la tolerancia reli-
giosa.


Para nosotros, este es el terreno en que debe plantear-
se la cuestion, y del cual no debía sacarse, á saber: si en
las circunstancias actuales, si en los momentos presentes
los intereses de la Iglesia aconsejan, para evitar mayores
males, romper el principio de la unidad religiosa, esa
granjoya de nuestra historia, y que todos, como católi-
cos, debemos considerar como un gran bien para nuestra
patria, como un don inapreciable.


Es tan verdad esto, es tan cierto que esta es la' doctri-
na de la Iglesia, que el mismo señor arzobiflpo de Santia-
go, al sostener en las Córtes Constituyentes de 1869 la
misma enmienda que yo tengo el honor de defender aquí,
decía que puede hab libertad de cultos con justo motivo,
y que si con justos motivos era lícito pedirla, pedirla sin
ellos era un pecado.




DEL SR. CONDE DEL J,LORREGAT. 111
No creais que voy á decir que la unidad cat6lica legal


es un dogma; no gusto de exagerar, sino de medir mucho
mis palabras: digo sólo que si bien no es un dogma su con-
servaeion política en España, es sí una temeridad en un
catúlico el creer que su juicio individual es más seguro que
el juicio de la Iglesia española y del Romano Pontífice en
este asunto, y que el tener esa confianza en su propio cri-
terio raya en la soberbia raGionalista; no diré que .lo sea,
pero sí que se acerca mucho, repito, el creerse por un ca-
tólico que su propio juicio es superior al de toda la Iglesia
en este punto.


Me ocurre en este momento refutar un argumento que
ha hecho el Sr. Cardenal, aunque en una forma muy res-
petuosa, pero que es muy grave. Me refiero al argumento
vulgar que tanto se repite, de que Su Santidad se con-
formará, y que Su Santidad no tiene más remedio que
conformarse. Este argumento es de mala íudole y de pési-
mo gusto. Es sumamente irrespetuoso y tiene un cal'Úe-
ter completamente jansenista, que no se puede ménos de
lamentar profundamente. i Ojalá que Su Santidad se con-
forme! i Ojalá que no surja ninguna disidencia entre Es-
paña y la_Santa Sede! i Ojala marchen completamente acor-
des! Pero el cantar esta especie de trágala á Su Santidad,
valiéndose de su bondad extrema, es lo mismo que si uno
que quisiera cometer un crímen contra su prójimo se va-
liese de su conocida resignacion para excusar el mal que
trataba de hacerle. No es este un argumento serio y dig-
no de un católico como es el Sr. Cardenal.


Pero ¿ los intereses de la Iglesia exigen realmente,
hay en los intereses de la Iglesia peligros materiales que
evitar, un motivo sério, en fin, que pueda autorizar en
España el establecimiento de la tolerancia religiosa'? En
mi concepto, no lo hay; no amenaza ninguna de esas des-
gracias que pueden evitarse de esta manera; y al contra-
rio, si vemos lo que desde el siglo XVI viene abusándose
de la libertad, si se examinan los grandes crímenes que en




112 DISCURSO
el mundo S'3 han cometido á nombre de la libertad de cul-
tos, se ve que so pretexto de libertad religiosa no se hace
más que perseguir á la Iglesia en todas partes y combatir
sus derechos; no es la libertad lo que me alarma, no es
ese concepto traido al mundo por el cristianismo de lo que
desconfío. Desconfío de sus corifeos principales, de los que
ú nombre de la libertad religiosa vienen á perseguir la li-
bertad de la Iglesia; y desconfío, porque una experiencia
demasiado triste me obliga á ello; porque así como el ár-
bol se conoce por sus frutos, de la misma manera no hay
más que examinar la teoría de los que pretenden realizar
en el mundo la doctrina de la libertad religiosa, y se verá
que es verdad cuanto digo.


Recuerdo un símil qne la otra tarde empleaba el señor
Silvela, con ese talento y gracia picaresca que á S. S. tan-
to distingue. Decía S. S. que de los constitucionales podía
decirse lo que en Castilla se dice del que no tiene pelo: se
le llama pelon ; los que piden la libcrtad religiosa á nombre
de la libertad, guardan un parecido grande con los pelo-
nes de Castilla: y si nó, no hay másque examinar el concepto
que de la Iglesia tienen los principales corifeos de esa doc-
trina, y los libros donde más se pregona el derecho á la li-
bertad religiosa' que tienen todos los hombres. En primer
lugar, no son los revolucionarios de 1789, ni siquiera los
reformadores del siglo XVI, los padres de la libertad reli-
giosa : es ésta antiquísima en el mundo; es una institucion
pagana al punto de cxistir en Roma un panteon donde se
adoraba á todos los dioses conocidos, y había siempre un
lugar preparado para el que viniera de refresco; por consi-
guiente, no podía ser más completa en aquel imperio la
libertad religiosa, que llegaba ála licencia, única solucion
que tiene el problema de la libertad si suprimís el catoli-
cismo, por más que os parezca una solucioll extrema. Mas
yo pregunto.: ¿,hay liberales en esta cuestion'? ¿,Es sincera
esta peticion en el órden religioso'? Yo creo que nó, y
aquí debo hacer justicia á lo que se llamaba liberal~smo en




DEL SR. CONDE DEL LLOBREGAT. 113
tiempo de nuestros padres, ref}riéndome en esta cuestion
al liberalismo filosófico, y en manera ninguna al político,
porque nada tiene que ver con el criterio que aquÍ estamos
examinando, el liberalismo rigorosamente político, el ser
de la escuela parlamentaria y representativa, ó el serlo de
la absolutista.


Digo que nuestros padres fueron más liberales, más sin-
ceros; querían la libertad, incluso para la Iglesia, porque
entónces se pensó en hacer el ensayo verdadero de la li-
bertad, y se decía que no se había traido esta institucion
al mundo más que para combatirel absolutismo y las ideas
despóticas, y que, por consiguiente, la Iglesia no tenía
porqué enarbolar enfrente de aquellas ideas, en cuanto á la
vida práctica se referían, bandera alguna de guerra, su-
puesto que reconocían su independencia absoluta. Había
entónces en el catolicismo (y aquí me adelanto á una obje-
cion que pudiera hacérseme) un partido que se llamó cató-
lico-liberal, que no fué nunca escuela filosófica, sino es-
cuela política, un modtlS vivendi, que encontrándose con el
fenómeno de la libertad en la sociedad civil y política, li-
bertad que no tenía inconveniente en que la Iglesia fuera
libre dentro de sus instituciones, sirvió de vínculo de paz,
ó mejor dicho, de medio de coexistencia pacífica entre la
sociedad que surgía de la revolucion de 1789 y la Iglesia
católica. Mas el liberalismo posterior fué dejando de ser to-
lerante y marcando cada vez más su intransigencia racio-
nalista, su odio á la libertad de la Iglesia, y probando que
lo que quería era coartarla 1>rimero y quitarle despues todos
sus derechos.


Entónces el catolicismo liberal, que era, repito, un
expediente de circunstancias, fué desapareciendo, porque
dejó de tener razon de ser cuando el liberalismo racionalis-
ta fué dominando y dejando de ser liberal: y esto es tan evi-
dente, que no hay más que ver lo que sucede en todas las
partes del mundo con los que profesan los principios revo-
lucionarios. Hoy para ellos representa el concepto del Es-


8




114 DISCURSO
tado lo que para nosotros la Iglesia; es una doctrina cerra-
da: el que no se conforma con su concepto del Estado, es
oscurantista, se le declara fuera de la ci vizacion. La Igle-
sia distingue ambas potestades, distincion que ha traido al
mundo el"cristianismo ; distincion que es el verdadero ci-
miento de toda libertad; porque sin ella no puede ser el
hombre realmente libre. Pues bien; esa distincion no se
admite, no se quiere, contraría la soberanía absoluta del
Estado moderno, porque no considera á la Iglesia como una
de tantas corporaciones que hay dentro del Estado, y por
consiguiente, se opone á que se la conceda ni rnconozca
ninguna especie de autoridad dentro del Estado. Es esto
tan exacto, que la misma libertad religiosa que se invoca,
que tanto se encomia como el fundamento de todas las de-
más por esos corifeo s del liberalismo moderno, la presentan
como un argumento contra la Iglesia, la consideran como
un derecho individual, sosteniendo que el individuo tiene
el derecho de elegir y profesar la religion que más le gus-
te, ó ninguna, si ninguna le agrada. Semejante principio,
á lo que verdaderamente tiende es á destruÍr todo principio
de autoridad; es á que no haya necesidad de reconocer á la
Iglesia para nada: es, en una palabra, á que ésta desapa-
rezca, y con ella todo culto tradicional y positivo.


Si creeis, señores Diputados, que esta doctrina es exa-
gerada, aquí traigo varios documentos y textos que os
convencerían de su exactitud, y que no leo por no moles-
taros; pero sí os recordaré el concepto que del Estado tiene
Hegel, que es el dominante y en que se fundan todas las
escuelas naturalistas, y en el que se apoyan dentro y fuera
de esta Cámara todos los partidarios de la revolucion de
Setiembre.


Hé aquí la fórmula en concreto:


.. El Estado es el Dios presente. el Dios real; el Estado es la
voluntad divina sensible. el espíritu divino que se desarrolla bajo.
una forma real. Es lo divino y lo humano. Es eternamente para




DEL SR. CONDE DEL LLOBREGAT. 115
sí mismo su propio objeto. Tiene todo derecho sobre los particu-
lares. El pueblo organizado en sociedad es el poder absoluto so-
bre la tierra.:t


Pero vamos á los hechos, y veamos en el crisol de la
práctica la realizacion de estos principios; veamos cómo
los grandes servicios que ha prestado la Iglesia, la mucha
antigüedad que tiene en el mundo, todo eso es baladí para
el Estado, y no significa nada para los verdaderos revolu-
cionarios. Y tanto es así, que hace muy poco tiempo, en
Alemania, un célebre profesor que se llama Bluntschli es-
cribía y sostenía que el Estado era Dios, que no había otro
Dios que el Estado, y por lo tanto, que lo que se escribie-
ra en contra de esta gran máxima debía prohibirse y per-
seguirse: eso autor es un catedrático prusiano, y oso lo ha
escrito con aplauso do aquol país y de aquel Gobierno.


Pues aquí para combatir la unidad católica se emplean
osa claso de argumentos, porque no hay otros. Recordad,
si no , el discurso pronunciado por el Sr. Fernandez Jimo-
nez , y veréis que á pesar de su talento y de su vasta eru-
dicion, brotaban de sus labios los argumentos racionalis-
tas, y salían como el agua de un caño mal obstruido, por-
que su misma erudicion y la lógica de su razonamiento le
llevaban á pesar suyo á este terreno. Y cuando se esforzaba
por rechazar esa clase de argllmentos, ¿á cuáles acudía, se-
ñores'? ¡A la Inquisicion y á sus tizones! Argumentos vul-
gares, indignos de S. S. é impropios de su talento: eso sería
lo mismo que si yo para combatir la tésis de S. S. le llamara
mason y otras cosas por el estilo. Eso no tiene que ver nada
con lo que estamos debatiendo. ¿No haco ya mucho tiempo
que concluyó la Inquisicion'? ¿No hace ya mucho tiempo
que la Inquisicion había desaparecido de nuestras costum-
bres , mucho ántes de l810'? Pues entónces, ¿ á qué viene el
Sr. Fernandez Jimenez, sobrándole capacidad é ingenio
para no caer en estos lugares comunes, á decir que los que
defendemos la unidad religiosa queremos la Inquisicion 1




116 DISCURSO
Dice S. S. que es preciso sostener siempre esta lucha.


N ó ; no es un pretexto; lo que hay es que e~ ataque es
siempre el mismo, y que la defensa tiene que ser asimismo
constante de nuestra parte.


Vamos por fin á ver, señores Diputados, si en el terre-
llO de los hechos el mundo contemporáneo justifica la tésis
que estoy defendiendo, á saber: que la libertad religiosa se
pide como una coneesion al principio racionalista; que la
libertad de cultos es el arma de este racionalismo moderno r
hasta el punto, señores Diputados, de que al defender yo
hoy la unidad católica, la defiendo como la garantía más
eficaz, como la única quizá, dado el estado de España, de
la libertad y de los derechos de la Iglesia.


¿Qué significacion pl'áctica es la de la libertad de cultos
en Europa'?


Examinemos lo que pasa en Francia, y para ello fijé-
monos en lo que esU sucediendo en nuestros dias. Cuando
se verifican las elecciones en un pueblo, salen á relucir to-
das las ideas que agitan la sociedad. Pues bien; en las úl-
timas que han tenido lugar en Francia, hemos visto con
este motivo el objetivo que se proponen allí todos los'parti-
dos revolucionarios. Se presentaba en París Clemenceau,
radical importante, y en un manifiesto decía á sus electo-
res: « Es preciso dar al César lo que es del César, y el César
lo es todo.» Pues si el César lo es todo, újuicio de Clemen-
ceau, ¿dónde está el concepto de la Iglesia? Es indudable,
pues, que el César es el Estado, y que teniendo de la reli-
gion la misma nocion que el paganismo, no es otra cosa que
una institucion pública. MI'. Barodet, uno de los diputados
más importantes de aquel Congreso, decía que un clérigo
no era ciudadano ni frances. Hasta ahí llegaba el buen di-
putado; mas esto es radicalismo puro, es presentar muy al
desnudo los fundamentos de la libertad religiosa, tal como
la comprenden, y estas exageraciones es preciso taparlas
con el antifaz ele moderacion que necesitan los conservado-
res para que no conozcan a dónde van antes ele tiempo: así




DEL SR. CO:'DE DEL LLOBREGAT. 117
lo hace el célebre ex-dictador MI'. Gambetta, cubierto con
la piel de mansedumbre que ahora ostenta. Gambetta en
estos últimos tiempos quiere aparecer como conservador,
ocultando sus verdaderos fines de revolucion social. Así es
que, al parecer, no desea otra cosa que la libertad política
más ám}1lia, y cuando habla de lo que á los conservadores
puede afectar de cerca, procura disipar lo¡~ temores que és-
tos puedan abrigar; pero cuando se refiere á la Iglesia, que
es la que realmente estorba é impide la consecucion de sus
deseos de radical reforma, entónces se irrita y sostiene ú
nombre de la libertad que la Iglesia no debe ni puede te-
ner intervencion de ninguna especie en la vida política, y
que, por lo tanto, para no darla importancia, es menester
destruirla, saltando hasta por encima de la libertad de en-
señanza, que es hoy el problema que preocupa en Francia á
los católicos, del propio modo que el de la unidad católica
preocupa á los de España.


Pero vamos más adelante. Inmediatamente despnes de
reunirse el Congreso, y á propósito de la eleccion por la
Bretaña del Conde de Mun, y por suponer que el clero ha-
bía intervenido y cometido grandes abusos en favor de ese
candidato, se abre una informacion parlamentaria. ¿ Y en
qué se fijan los señores Diputados? ¿En averiguar si real-
mente se han cometido faltas electorales? Nada de eso. Se
empieza una especie de requisitoria contra la Iglesia, y se
pide al Gobierno que evite todos los ataques que en su con-
cepto se han realizado contra las libertades galicanas pro-
clamadas en 1682. ¿ Y qué tiene que ver esto con la cues-
tion de que se trata? El explicarse ó no en los Seminarios
con arreg"lo á las doctrinas de la Iglesia católica ,el cum-
plirse ó no los decretos orgánicos del Concordato y las lla-
madas declaraciones galicanas, que por cierto no han sido
reconocidas nunca por la Iglesia, pues hay algunas que son
contrarias á la fe , como la que niega la infalibilidad pon-
tificia, no puede dar ninguna luz sobre la manera como se
ha verificado la eleccion á que he hecho referencia. Esto se




118 DISCURSO
ha hecho en nombre de la libertad de cultos, en nombre de
la libertad electoral, en nombre de todas las libertades.
¿Puede caber prueba mayor de que los partidarios de este
sistema no quieren la libertad de la Iglesia, sino su des-
truccion'? ¿Cabe mayor absurdo que el que librepensado-
res y materialistas declarados examinen si es buena ó mala
la teología de lós Seminarios'? Pues en Bélgica sucede lo
mismo. Allí, donde la libertad de cultos es, por decirlo así,
una institucion nacional, donde hay católicos en los parti-
dos más avanzados, el que se llama partido liberal comete
todo género de atropellos con el que se titula partido cató-
lico; y en prueba de ello voy á citar un solo ejemplo, por-
que estas correrías históricas se hacen siempre pesadas.


En Malinas se habían reunido los católicos para celebrar
con un banquete su triunfo en las elecciones verificadas
allí, exactamente lo mismo que habían hecho los electores
liberales de Amberes y Lieja con entera tranquilidad. Mas
los católicos fueron apaleados, fueron maltratados de la
peor manera posible por sus adversarios, con piedras, pu-
ñal y garrotes. Acudieron en queja á la Cámara, y allí, en
vez de escucharles como era debido, por los que tanto blaso-
naban de liberales y tolerantes, se les recibió con risas, y
los periódicos más importantes ,dijeron que los católicos
tenían la culpa de lo que les pasaba, porque se permitían
el lujo de presentarse en público y hacer una especie de
alarde, cuando para lo único que tenían derecho era para
ser apaleados.


En Austria ocurre el caso de que el Emperador tiene que
negar su sancion á una porcion de leyes por impías.


De Prusia nada necesito decir. Se cree que el príncipe
de Bismark es la mania de todos los católicos, y como to-
dos conoceis sobradamente su marcha é influencia política,
respecto á este particular no he de hablar una palabra.


No he de decir tampoco nada de lo que pasa en Baviera
y de lo que pasa en la misma Suiza, en la cual, segun me
decía un distintruido amigo mio, que ha llegado de allí




DEL SR. CONDE D:gL LLOBREGAT. 119
hace poco tiempo, se han podido librar de una guerra reli-
giosa, merced á la forma federal que hay en aquel país;
tan verdad es que cada pueblo debe estar organizado con
arreglo á sus tradiciones, con arreglo á su historia, y en
tanto que aquel país evita grandes calamidades por ser
república federal, llovieron sobre España cuando tuvo la
desdicha de serlo.


Mas esto que ha sucedido en otros países, en los cuales
vemos que á nombre de la libertad religiosa se va cami-
nando hacia la persecucion de la Iglesia, i, ha sucedido
tambien en España'? En España tambien ha sucedido algo
de esto y se ha notado la misma tendencia. En 1812, cuan-
do se abolió la Inquisicion, lÍnica institucion intolerante
que había en nuestro país, cuando ya en realidad podía
decirse que no había intolerancia en España, deCÍa el se-
ñor Argüelles en su famoso manifiesto, que abolida aque-
lla institucion, todos los españoles serían católicos, y que
no consideraría siquiera como españoles á los que no pro-
fesasen la Religion católica. Y esto revelaba que aquellos
ilustres patricios tenían en mucho el sentimiento religioso,
que daban gran importancia á la unidad católica, que la
consideraban como una verdadera institucion nacional; y
sin embargo, aquellos patricios permitían que hubiera una
verdadera licencia, una libertad desenfrenada en la prensa
en contra de la religion; á la que se insultaba en todas
partes, tanto que en aquella epoca se publicó el famoso
IJiccionario critico-burlesco de Gallardo, bibliotecario de
las Córtes por cierto, y se dió tambien el caso de que los
hombres políticos á que me refiero llegaran á romper con
la Santa Sede por inmiscuirse en los asuntos eclesiás-
ticos.


Vino despues el reinado de doña Isabel JI , Y todos sabeis
lo que fue en esta grave cuestiono La lucha contra la uni-
dad católica no es ciertamente una noveded. En 1837 se
trató algo de ella, aunque muy á la ligera; en 1855 ya se
discutió de otro modo; pero á Dios gracias, salió vencedo-




120 DISOURSO
ra en aquella lucha; y en 1869, todos sabeis lo que pasó.


Hasta esta última época que he citado, puede decirse
que realmente no se ha atacado la unidad católica. Siempre
se decía que so querían corregir los abusos del clero, que
se quería hacer esto ó lo otro en defensa de la misma reli-
gion. Se la hostigó con cautela. Sus bienes fueron consi-
derados primero como una incautacion, despues se des-
amortizaron, más tarde se llegó á negar á la Iglesia el
derecho á ser mantenida por el Estado y al cumplimiento
de las leyes que reconocían este deber. En 1869 ya varió
por completo el aspecto de la cuestiono Entónces se atacó
la doctrina,' se atacó la esencia misma de la religion, y en
este sitio se oyeron frases verdaderamente terribles para
todo el que se precia de católico: .


Resulta, pues, por la historia que vengo haciendo, que
no sólo por la doctrina en si, sino tambien por la marcha
práctica que se ha seguido en España, y por las conse-
cuencias ·que en ella ha tenido realmente, no se puede de-
cir , ni áun como paradoja, que los verdaderos intereses de
la Ig~esia exigen la continuacion de la libertad religiosa,
porque en nombre de ella y cuando más se exaltaba, he-
mos pasado en España dias de anarquía y persecucion para
la Iglesia y su libertad.


Mas si los altos intereses de la Iglesia no lo exigen, ¿lo
exigen acaso los altos intereses sociales'? Tampoco; y para
probarlo, no voy más que á recorrer los argumentos que
hacen los que defienden la libertad religiosa. Todos, abso-
lutamente todos, están sacados del arsenal racionalista;
casi ninguno tiene carácter cristiano. Y esta prueba es
concluyente para demostrar que es una cuestion de princi-
pios, y no una cuestion política, la que estamos ventilan-
do. En primer lugar, se dice que porqué no hemos de en-
trar en el concierto de Europa. ¿ Y qué concierto europeo es
este'? Tiene que ser naturalmente el movimiento científico
racionalista; porque del movimiento cristiano no se puede
decir estamos separados. ¿Y necesitamos nosotros entrar




DEL SR. CONDE DEL LLOBREGAT. 121


en ese movimiento racionalista '? ~Pueden sostenerlo los
que se dicen católicos'?


Se dice que si no, somos una excepciono j Gloriosa ex-
cepcion, seilores! Excepcion era en el siglo pasado el régi-
men político de Inglaterra; gloriosa excepcion que, unida
á la más gloriosa excepcion de la unidad católica en Espa-
ña, derrotó al coloso del siglo, que representaba el princi-
pio racionalista y cesarista; las dos gloriosas excepciones,
del régimen político en Inglaterra y la de la unidad católi-
ca en España, dando r'eunidas la batalla en este suelo clá-
sico, donde toda causa justa vence al fin , al absolutismo y
aLpaganismo moderno que simbolizaba Napoleon, eran la
admiracion y la esperanza del mundo. Pues qué, señores,
¿ no es un bien envidiado de todos en Europa esta unidad'?
¿Qué contestaban al padre Spencer, Lord Palmerston, Lord
Dcrby, Lord Clarendon y Lord Jhon Russell, cuando les
consultaba su oracion en'pró de la unidad de creencias'? ¿No
le contestaban que era un grave mal la division religiosa,
la pluralidad de cultos'? El Sr. Sagasta decía el ailo 55 que
lo que más nos envidiaban las naciones civilizadas era la
unidad religiosa. ~Pues por qué es malo hoy lo que ayer era
bueno'? ¿ Por dónde han variado los sucesos de esa manera;
ha variado, sobre todo, la índole de las cosas, que lo que
era bueno ayer y se nos envidiaba por todos, es hoy un. bo-
chorno'? Pues qué , ~lo que entónces era un timbre de glo-
ria para la Nacion Española, se pretende que hoy sea ver-
gonzoso? ~Es acaso posible á los ojos de un católico'? Casi
siempre se alegan razones de esta índole. Si se invocaran
por los racionalistas, lo comprenderíamos, sería lógico;
pero por un católico que considera la unidad católica como
el ideal, decir que somos una excepcion lamentable, no lo
comprendo ni me lo explic.o. Se nos citan por la prensa to-
dos los dias las autoridades de los periódicos el Times y el
Jowrnal des lJeóats; el uno es protestante, y el otro, re-
sueltamente racionalista, enemigos de todo el catolicismo,
que no quieren, ni pueden querer la unidad católica, ni




122 DISCURSO
nada que favorezca á la Iglesia. i, Son estas autoridades
sérias'?


Yo veo por todas partes tendencias secularizadoras en
esta cuestion: por toda razon, para anonadarnos, se dice
que somos ultramontanos, y voy á examinar lo que es ul-
tramontano. Si por ultramontano se entiende ser partidario
de la ingerencia de la Iglesia en el Estado, soy fundamen-
talmente opuesto á semejante doctrina, porque no quiero
la ingerencia de la Iglesia en el Estado, ni del Estado en
la Iglesia; son dos esferas completamente distintas, y no
debe ninguna de las dos intrusarse en los negocios de la
otra, por mús que deban vivir en completa armonía. Pero
si por ultramontano se entiende ser partidario de la infali-
bilidad del Papa, defender la Iglesia en la lucha general que
sostiene en el mundo, estar al lado de los derechos de la
Iglesia; si se entiende el querer agruparse al rededor de
Pío IX, Y auxiliar y consolar al Santo Padre, asistiéndole
en su desgracia, cual todo el catolicismo lo hace en nues-
tros dias; si se entiende, en fin, por ultramontanismo el
catolicismo militante, entónces sí soy ultramontano.


y lo sois todos vosotros; y lo seréis, sobre todo, el dia
en que veais esa lucha más evidente en nuestro suelo;
cuando ese dia llegue, los Sres. Bugallal y Cánovas del
CasJ;illo, que no han sido racionalistas nunca y que sólo
creen y aceptan como una triste necesidad política el hacer
el sacrificio de la unidad, ese dia tendrán SS. SS. que estar
unidos con noeotros para defender la libertad y los derechos
de la Iglesia en contra del racionalismo; y entónces , se-
dn SS. SS. llamados ultramontanos, como son llamados
ultramontanos los católicos belgas y franceses; porque hoy
la palabra ultramontano en Europa es sinónimo de católi-
co; desde que los viejos católicos, al aumentar con su di-
sidencia el número de las herejías, empezaron á dar ese
nombre á todo el que creía en la infalibilidad pontificia, es
decir, á todo católico, estas dos palabras se han confundi-
do en el mundo culto.




DEL SR. CONDE DEL LLOBREGAT. 123
y al defender unos aquí yal atacar otros la unidad cató-


lica, i, lo hacemos porque efectivamente se trate de la unidad
católica en la letra de la Constitucion, y nada más que por
eso? Nó, señores, no hay que hacerse ilusiones; se trata de
una cuestion de espíritu, y los católicos defendemos aquí
el espíritu cristiano, y nuestros adversarios, unos á sabien-
das y otros inconscientemente, defendeis lo contrario; su-
cede con esta cuestion como en la batalla de Waterlóo su-
cedía, por ejemplo, con la posicion en que la heroicidad
de la caballería francesa no pudo romper la firmeza de las
líneas inglesas; allí era donde se medía la batalla, porque
del resultado de esa operaci'on dependía el éxito de la mis-
ma ; pero no era la batalla toda. Pues lo mismo sucede con
la unidad religiosa en la cuestion que hoy se debate.


Además, si se dice que este arto 11 no es una concesion
al principio racionalista, yo pregunto: i, dónde está en Es-
paña el pueblo protestante? ¿ dónde esti esa comunidad
verdaderamente seria, que aquí necesite la libertad reli-
giosa ? Yo no la veo. Es, pues, una cuestion de principios
la que aquí se debate, en último resultado, y no simple-
mente una cuestion de práctica, una cuestion de más ó de
ménos. ¿,En qué consiste, si no, que yo que tengo las mis-
mas ideas políticas que el Sr. Bngallal, esté sin embargo
á mucha mayor distancia de ~. S. en esta cuestion, que
lo está S. S. del Sr. Castelar? y si no es una cuestion de
principios, si no es una cuestion de doctrinas, sino tan
solo una cuestion de más ó de ménos, una cuestion de
práctica, Cómo es que estamos tan divididos, cómo es que
estamos tan separados? Es , pues, evidente que esta es una
cuestion de espíritu, porque si no, no combatiríamos de
una manera tan radical, y mucho ménos yo, que no me
gusta luchar ni producir conflictos, ni me gusta hacer ac-
tos de oposicion como el que contra toda mi voluntad estoy
haciendo en este momento.


El hecho mismo de esta discusion lo prueba evidente-
mente. ¿ Qué argumentos se han alegado en ella? Sólo al




]24 D1SCURSO
Sr. Cardenal le he visto alegar algunos de índole cristiana.
¿ y por qué los racionalistas tienen tanto interés, tienen
tanto afan en que sea aprobado el arto 11 '? Si los raciona-
listas no profesan culto de ninguna especie: ¿á qué tanto
interesarse en el éxito de este artículo'? Se interesan por-
que Ven en él una cuestion de principios, una cuestion de
espíritu, que si no fuera así, no le~ interesaría cierta-
mente.


y ya que nos exigís el inmenso sacrificio de la unidad
católica, ¿por qué si vuestro ánimo no es hostil al catoli-
cismo, no rodeais este arto 11 de todo género de garantías
en favor de la Iglesia'? ¿Por qué no le haceis acompailar de
la libertad de asociacion y de la libertad de enseilanza para
las órdenes religiosas? ¿Por qué no le acompailais hasta
del derecho de adqnirir toda clase de bienes, como en los
Estados-Unidos? ¿, Por qué no haceis todo esto, puesto que
deCÍs que estais animados del espíritu cristiano? Si tal hu-
biérais hecho, nosotros no le combatiríamos de la manera
que lo .hacemos; podríamos entónces estar discordes res-
pecto de su necesidad, pero de seguro que no os combati-
ríamos de la manera decidida que lo hacemos ahora, que
vemos en esta cuestion una cuestion de doctrinas y de
principios.


Pero vosotros, léjos de rodear este artículo de esas ins-
tituciones, poneis en seg'uida uno por el cual se reserva la
colacion de grados al Estado. ¿, Y sabeis lo quo significa
esto? Sabiendo lo que en estos momentos está pasando en
Francia, ¿sabeis que esto tiene para nosotros una interpre-
tacion detestable? Yo, seilores, me acerqué á la Comision,
y preguntando por qué no se quitaba semejante cortapisa,
se me dijo que no tenía importancia .. ¡Que no tiene impor-
tancia! La tiene inmensa; votada, no puede establecerse la
libertad de enseñanza para la Iglesia, que es de imprescin-
cLible necesidad si el el arto 11 llega eL ser ley.


Resulta, pues, de todo lo expuesto, que esta es una
cuestion de espíritu, y que no exigen los altos intereses




DEL SlL COCfDE DEL LLOBREGAT. 125
del Estado el establecimiento de la libertad religiosa, <ln-
tes al contrario. Pero se podrá decirnos que hoyes necesa-
ria la tolerancia; que hoy no se puede vivir en un estado
de verdadera intolerancia, y que en España con la unidad
católica ésta existiría. Creo que podré probaros fácilmente
que en España la unidad católica no es la intolerancia.
b Qué es la unidad católica ~ La unidad católica es la pro-
hibicion de todo culto público y la consiguient ~ prohibicion
de toda propaganda. Eso es la unidad católica; y si la uni-
dad católica es eso, la unidad católica no es contraria á la
tolerancia de hecho. Y la prueba de que la unidad católica
legal no produce la intolerancia en España, estc\ en los he-
chos; aquí siempre ha reinado la más grande tolerancia, y
no hay necesidad de introducir esta variacion tan grave eu
las leyes cuando no lo exigen las costumbres donde existe
de antiguo y cuando nadie ha tratado de destruirla.


La tolerancia, señores, es precisamente una virtud
cristiana; bY cómo no ha de serlo~ Es imposible que el
hombre sea tolerante con aquello que le incomoda, que In
violenta; somos además y naturalmente, intolerantes por
espíritu de amor propio, y desde el momento en que nos
mostramos tolerantes lo hacemos por una virtud cristiana.
La tólerancia en España es un hecho que ha existido siem-
pre, y no se puede destruir, porque está encarnada en
nuestras costumbres desde hace muchísimos años; la Igle-
sia siempre ha sostenido la inviolabilidad de la conciencia;
siempre ha hecho todo lo posible para evangelizar á los
hombres, pero por la persuasion y no por la violencia. A
este propósito me ocurre un hecho histórico que lo de-
muestra en nuestra patria. Cuando el rey Sisebuto se em-
peñaba en convertir á los judíos por la fuerza, S. Isidoro le
dij o reprendiéndole: « k.mulationem .Dei lJaóuit, sed n01t se-
cundum scientiam.» Como veis, señores Diputados, el pas
t1'Op de zele, atribuido ú Talleyrand, era un plagio.


b y por qué se expresaba así S. Isidoro~ Porque no tenia
aquel Rey ningun derecho ú forzarlos á abdicar do sus




126 DISCURSO
creencias para entrar sin quer~rlo en el seno de la Iglesia.
Pero no confundamos una cosa con otra; yo no quiero la
intolerancia de hecho, Sr. Fernandez Jimenez; estoy per-
fectamente conforme con S. S. en este punto, pero no acep-
to la tolerancia de derecho, porque esta es la sancion ¡lel
principio racionalista de la libertad de cultos, que yo,
como católico, no puedo en manera alguna admitir. Y la
prueba de que la tolerancia de hecho existe hace mucho
tiempo en España, está en lo que yo mismo he presencia-
rlo. Yo recuerdo haber visto en Bilbao desde mi niñez }lll
cementerio protestante, con el que nadie se metía; estaba,
por cierto, en un sitio bien público, en un paseo frecuen-
tado, y todo el mundo al pasear junto á él envidiaba la
sombra de sus hermosos árboles; llegó un momento en que
el cementerio se cerró con una verja y se fijaron dentro
cruces y una porcion de signos que no permitian dudar
acerca del objeto á que se destinaba, y aquella misera ver-
ja de madera fué siempre muro impenetrable para la auto-
ridad eclesiástica, sin que jamás se le ocurriera fran-
quearla.


En Málaga ha existido tambien un cementerio protes-
tan te, y yo lo sé precisamente porque su fundador fué el
primer Oonde del Llobregat el año de 1827, por órden ex-
presa de Fernando VII, como lo he oido decir muchas veces
en mi casa. De modo que la tolerancia existía en España; y
es más, ha habido tolerancia excesiva en la cuestion de li-
bros; yo mismo he estudiado en esta universidad con li-
bros racionalistas, y he tenido profesores racionalistas en
pleno reinado de doña Isabel II y en pleno Ministerio N ar-
vaez. No comprendo, por lo tanto, la necesidad de provo-
ear esta cuestion, verdaderamente de principios, y de
traer á las leyes una cosa que ya está en nuestras costum-
bres sin provocar dificultades ni trastornos; no había ne-
cesidad ninguna de provocar esta tempestad, porque bas-
taba con seguir teniendo ojos de mercader con cuanto no
quebrantara verdaderamente la unidad católica, que es




DEL SR. OONDE DEL LLOBREGAT. 127
todo lo que en nuestro país se podría necesitar; el culto
aquí no es necesario, porque apénas hay protestantes en
España, y para los pocos que existen basta y sobra con el
culto d.oméstico, que han tenido siempre libre hace mu-
chos años, sin que nadie se mezclara con ellos ni en los
dias que se suponen ménos"tolerantes.


Además, señores Diputados, ya que aquí somos tan in-
clinados á buscar ejemplos del extranjero, yo, que preveo
que me vais á presentar el argumento de por qué si la to-
lerancia existe en nuestras costumbres no ha de existir en
nuestras leyes, yo me voy á permitir invocar el ejemplo
de Inglaterra. Hay allí una infinidad de cosas, que están
e.n las costumbres, y que los ingleses se han resistido
siempre á llevar á las leyes; tanto, que dirigiéndose el pa-
dre Newman á MI'. Gladstone, le decía:


«Si tan maros os parecen los decretos del S,yllabus, si
tanto os escandaliza la unidad católica, que no es la per-
secucion en España, ¿por qué vais tan léjos á buscar pre-
ceptos y ejemplos de intolerancia'? ¿Por qué no pedís que
desaparezcan de las leyes inglesas.la prohibicion que tene-
mos de salir á la calle con nuestras sotanas y de jugar al
cricket los domingos, y tantas otras como están aún en
práctica'? Nosotros no lo pedimos, ó por lo ménos no de-
claramos intolerantes por esto las leyes de nuestro país,
sabemos contentarnos con la tolerancia general y de hecho
de que gozamos.»


y Disraeli, á quien preguntaban por qué no permitía
residir legalmente en Inglaterra c't los jesuitas, decía «que
las leyes que prohibían esb asociacion en Inglaterra for-
maban parte del cuerpo político-legal de aquel país, á que
no convenía tocar nunca, y que él lo único que podía ha-
cer era no aplicarlas. Estos ejemplos os podían servir para
no llevar la perturbacion al pais con este malhadado afan
de legislar y crear derechos.


Mas si la unidad católica no es la intolerancia, ¿ será tal
vez una cuestion política de otro órdcn la que exija la pér-




128 DISCURSO
dida de nuestra unidad? ¿ Será una cuestion de paz publi-
ca? ¿Habrá en el país temores de una guerra si la cuestion
religiosa no se resuelve de la manera que propone la Co-
mision'? ¿ S~)rá, como decía el Sr. Cardenal hace un mo-
mento, que' si no se establece la tolerancia en las leyes,
que si no se transige, podría suscitarse una veruadera
guerra en España? Pues qué, señores Diputados, ¿ no sabe-
mos todo lo contrario'? ¿No vemos que el sentimiento cató-
lico está profundamente alarmado, que ha estado profunda-
mente lastimado en estos años, que hoy recela de nosotros,
que duda que seamos los mismos de ántes, y que hay mu-
chos que creen que realmente somos hijos de la revolucion?
Pues qué, la guerra que acaba de terminar ¿no lo está de-
mosüando'? ¿Por qué D. Cárlos pudo levantar las fuerzas
que levantó'? ¿Por qué pudo hacer lo que hizo, mucho más
avisado en la manera de aprovecharse del estado moral del
país que en el difícil arte del gobierno de los pueblos'? Por-
que eucontrando al país profundamente lastimado, profun-
damente perturbado y herido en sus sentimientos católicos,
especialmente desde el año de 1873, tuvo la habilidad de
hacer creer que él tremolaba la bandera católica, bandera
que no era la suya; pero como los pueblos son sencillos y
sinceros, cuando se les pone un lema delante creen que
significa lo que gramaticalmente dice, y así como con los
lemas de libertad, de abolicion de quintas y de abolicion
de consumos se ha arrastrado á muchos infelices á la repú-
blica, así tambien con el lema de Dios, patria y Rey se
arrastró á los que creyeron que la bandera carlista era real-
mente la católica.


i Dios, patria y Rey! Lema que no podía ser el suyo ni
podía aparecer en sus labios sino como un escarnio! No po-
día serlo .Dios, porque ~e ofendía tomámlole como bandera
política y como escabel de sus ambiciones personales; no
podía serlo la patria, porque la desgarraba con dos ó tres
guerras civiles á cuál más sangrientas; no podía serlo tam-
poco la palabra Rey, porque él no era rey legítimo de Es-




EL SR. CONDE DEL LLOBREGAT. 129


1'"
"


paña, porque el rey legítimo de España es D. Alfonso XII,
pues jamás se ha practicado en España esa ley extranjera,
la ley Sálica, ni siquiera para la venida de los Barbones,
que se sentaron en el Trono por una infracciou de su es-
píritu.


El pueblo católico de España es un pueblo sencillo y
honrado. Vió enarbolada la bandera de .Dios, patria y Rey,
y cometió una parte -de él el error de seguir la bandera
carlista. i Ah señores Diputados! Si el pueblo católico, ó
mucha parte de él, no hubiera seguido la bandera carlista;
si hubiera permanecido tranquilo, como era su deber, y no
hubiera hecho solidaria su causa de una bandera política
determinada, exponiéndola al riesgo de seguir la suerte de
ésta y produciendo durante un momento, si aquella era
vencida, un eclipse de la religion, y nada más que un eclip-
se, porque la religion no puede morir nunca; si esa parte
de nuestro pueblo se hubiera resignado despues de la re-
volucion , si no hubiera seguido la bandera del pretendien-
te, si hubiera estado en su casa rezando, orando y pidien-
do á Dios mejores dias, seguro es que esta cuestion que
aquí se ventila no se habría ventilado nunca. ¿ Quién me
había de decir á mí que bajo el reinado de D. Alfonso XII
había yo de pedir á una Asamblea conservadora que con-
servara la unidad católica en mi país'? ¿ Cómo había yo de
creer semejante cosa'? Nunca hubiera podido creer en se-
mejante desgracia. Por eso jamás perdonaré á D. Cárlos;
por eso caerán mis maldiciones sobre quien tantos males
ha traido sobre mis montañas natales, y es causa de que se
pueda discutir hoy aquí lo que nunca ha debido ser discuti-
do en la restauracion. Nunca la revolucion hubiera podido
levantar la cabeza, nunca hubiera venido con exigencias
de ninguna especie, sin esa malhadada guerra civil; que
no parece sino que la revolucion y el carlismo forman un
círculo vicioso que no se sabe dónde empieza ni dónde con-
cluye; círculo horrible de cuya aparicion salen siempre
perdiendo los partidos medios y la religion, combatidos ru-
~




130 DISCURSO
damente los primeros por el sufragio universal, que nos
lleva derechamente al socialismo, y la segunda por la li-
bertad religiosa, que nos lleva no menos lógicamente al
indiferentismo y al ateismo.


No lo dud0is. El sentido religioso de nuestro país está
profundamente alarmado, y es una insensatez hacer con .....
cesiones en sentido religioso á la revoluciono Es necesario
hacer lo contrario. Acabais de presenciar una guerra dolo-
rosísima, que acabo de condenar como habeis visto; pero
que si para nosotros como católicos tiene la enseñanza de
que rarísima vez está justificado el acudir á, las armas en
defensa de la religion, tambien como políticos nos presen-
ta la enseñanza de lo que puede producir el sentimiento
religioso en España, y de lo respetable y atendible que
deba ser para un hombre de Estado ese espíritu que ha te-
nido fuerza bastante para poner 60.000 hombres sobre las
armas. Es necesario que esto nos sirva de loccion para pa-
cificar el país, y que no prescindamos de la unidad católi-
ca, que es la verdadera pacificadora de las conciencias.


Recordad lo que ha ocurrido en España des pues que ha
dejado de hablarse de libertad religiosa. Lo mismo en 1823
que en 1837, que en 1856, que en epocas posteriores, ha
habido grandes períodos de tranqnilidad cuando estas cues-
tiones no se han suscitado. El general O'Donnell en 1856
no quiso dar vida á aquella Constitucion nonnata precisa-
mente porque contenía el principio de la tolerancia; y re-
cordad qué período de paz y de grandeza vino para el país,
y cómo pudo hacerse la guerra de Africa, unánimemente
aprobada en España y en Europa. Siempre que la unidad ha
estado libre de toda clase de ataques, ha habido en España
grandes períodps de tranquilidad. Es verdad que se había
perseguido á la Iglesia; es verdad que se la había despoja-
do de sus bienes por medio de las leyes desamortizadoras;
es verdad que había habido el degüello de los frailes; pero
la verdad es tambien que no se había penetrado nunca en
la ciudadela, en la fortaleza de la Iglesia católica en Es-




DEL SR. CONDE DEL LLOBREGAT. 13]
paña, en la unidad religiosa. Se habían talado los verge-
les, se habían destruido los campos que la rodeaban; pero
no se había llegado nunca á poner la planta dentro de sus
muros. No regalemos hoy una primera victoria, porque
será la señal de la lucha del sentimiento, del espíritu ra-
cionalista contra el catolicismo. Yo temo que emprendido
este camino no se retroceda en él. i Ojalá yo esté obcecado
y me equivoque! Pero lo veo con gran claridad, y no puedo
ménos de decirlo así.


No olvideis tampoco que esa misma tolerancia que que-
reis establecer en la ley, y que existía en nuestras costum-
bres, se puede comprometer. El pueblo español es intole-
rante por naturaleza en lo que se refiere á los principios, y
cuando se le excita, responde siempre á ese sen6miento,
y si ahora se legisla sobre la cuestion religiosa y vienen
las alteraciones consiguientes en las leyes, puede muy bien
suceder que esa tolerancia de hecho que existe en las cos-
tumbres desaparezca del todo.


No olvic1eis que todas nuestras guerras, todas absoluta-
mente, han tenido algo de carácter religioso. La guerra
contra los moros, la guerra contra los flamencos, la guer-
ra contra los alemanes, las guerras contra los ingleses, y
hasta la misma guerra de la Independencia tuvo carácter
religioso. España es un pueblo que no quiere de ninguna
manera salvedades en estas cuestiones. Hay en España
comarcas enteras en las cuales se ve un grandísimo respe-
to á los sentimiento religiosos, á los sentimientos católi-
cos, respeto á veces hasta exagerado. No irriteis ese senti-
miento, no juzgueis el resto de España por lo que pasa en
Madrid. Madrid es un pueblo que no responde á lo que es
el resto de la Nacion en estas cosas. Nunca me olvidaré yo
del espectáculo que presentaban en esta capital los Carna-
vales de 1873 y de 1876. Con la misma indiferencia, con la
misma frialdad bajábamos al Prado á ver las máscaras
en 1873 que en 1876, era la misma la cara de todos, el lujo
de los coches, todo lo que se veía allí respiraba indiferen-




132 DISCURSO
cia; yeso que en 1873 acababa de entronizarse la federal:
Cataluña estaba separada de España; amenazaban para
este país las mayores desdichas; la guerra civil de Cuba
estaba en su período álgido; yen 1876, en cambio, se ha-
bía realizado la paz; todo era fortuna y alegría en España;
nuestro Rey había conquistado la corona de la victoria, era
amado por todos sus súbditos; y sin embargo, el aspecto
de nuestro pueblo, la indiferencia era la misma en unaépo-
ca que en otra.


Los grandes pueblos no son ni pueden ser la expresion
del sentimiento nacional. Mirad lo que ha pasado en los
Estados-Unidos yen Francia. En los Estados-Unidos lleva-
ron la capital á Washington, porque temían que Nueva-
York quisiese imponer su opinion á toda la república. En
París les ha sucedido lo mismo; han tenido que llevar la
capital á Versalles para evitar precisamente eso, lasimpo-
siciones de las masas obreras, porque realmente la opinion
de las grandes capitales no suele ser la opinion del país.


Hay otro cuarto aspecto, señores, en la cuestion, que
prueba que tampoco altas consideraciones de Estado exigen
bajo este nuevo punto de vista que se establezca la toleran-
cia religiosa. Este punto de vista es el relativo á lo que la
escuela conservadora debe hacer en el poder. Es evidente
que el interes primordial de los partidos conservadores está
en fortificar el sentimiento monárquico y el sentimiento
religioso; porque si no fortificamos estos sentimientos, los


-conservadores no podrémos ser poder nunca sino por medio
ele la dictadura,. porque no tendrémos tampoco un cuerpo
electoral conforme con nuestras ideas. Como el sentimiento
religioso y el sentimiento monárquico son los verdaderos
sentimientos conservadores de un país, el interes del par-
tido conservador exige, pues, que se propalen y robustez-
can esos sentimientos. Esta ha sido siempre la política de
los partidos conservadores en Europa.


El sentimiento de la unidad es la política conservadora
de todos los tiempos y de todos los países. En el siglo XVI




bE!. SR. CO:-mE bEL LLOBREGAT. 133
especialmente, se ha marcado en el .mundo esta tendencia,
la unidad; pero Alemania y Francia no la pudieron conse-
guir, y tuvieron que aceptar la libertad de cultos como un
modus vivendi tras de grandes guerras. Nosotros más feli-
ces logramos la unidad católica; lo propio sucedió. ántes al
mahometismo que despues al protestantismo en España.
El catolicismo no ha derramado para propagarse más san-
gre que la de los mártires, miéntras que el protestantismo
yel mahometismo han causado multitud de víctimas para
formar Iglesia; el mahometismo, como era un adelanto en
la sociedad en que apareció, fué expansivo y se extendió,
miéntras que el protestantismo, como un retroceso en el
medio en que surgió, se ha reconcentrado y ha venido á
morir á manos del racionalismo, que pronto lo absorberá
por entero.


La aspiracion á la unidad no ha desaparecido en el mun-
do. ¿ Qué quiere el príncipe Bismark sino la fundacion de
un grande imperio evangélico'? ¿ Cómo considera el cato-
licismo, sino como un cisma'? La tendencia á la unidad es
la tendencia de todos los partidos conservadores del mun-
do , y no se comprende cómo nosotros, conservadores de
aye1', conservadores de hoy, que queremos establecer las
ip.stituciones representativas dentro de nuestro credo, po-
damos tender á debilitar esta unidad debilitando uno de
los sentimientos más poderosos, el sentimiento religioso.


La única razon séria que puede darse en defensa de la
libertad religiosa, es decir que los extranjeros lo exigen,
no en sentido de imposicion, pero alegando que han ad-
quirido derechos y que no se puede privarles de ellos. Se-
ñores, para estos derechos sobra y basta con la tolerancia
de hecho. ¿Dónde están aquí esos extranjeros, ni españoles
tampoco, que exijan el establecimiento de la libertad'? Re-
pito, pues, que basta con la tolerancia de hecho para los.
pocos que pueda haber.


En cuanto á la propaganda, no tienen derecho para pe-
dir semejante cosa. Pues qué, i,hemos de permitir nosotros




134 inscuaso
que vengan á hacer propaganda las sociedades biblicas de
Lóndres en nuestros hijos'? loHemos de permitir que ven-
gan á arrancar niños bautizados para llevarlos al error y á
la herejía'? loHemos de permitir que abusando de la miseria
seduzcan para llevarlos á sus escuelas á los católicos po-
bres que han nacido en el seno de la Iglesia'? lo Hemos de
votar esto'? Es imposible que lo hagamos los que no haya-
mos renegado de nuestras creencias. Si las sociedades bí-
blicas de Lóndres quieren hacer propaganda en el mundo,
que vayan al centro de Africa, que allí en las paradisíacas
regiones que rodean el lago Tanganika y el lago Victoria
Nyanza tienen inmensas poblaciones negras que están su-
midas en el más horroroso paganismo. Pero ellos, que con-
fiesan que dentro del catolicismo se salva el hombre lo
mismo que dentro del protestantismo, que no vengan á evan-
gelizar católicos, puesto que nuestra religion considera
que el hombre no puede salvarse dentro de la doctrina pro-
testante. No tienen, pues, derecho ninguno á pedir que se
les permita la propaganda; todo lo que se les puede permitir
y conceder es el respeto á su culto doméstico, porque real-
mente para eso basta la tolerancia; pero querer que con-
signemos en nuestras leyes un principio racionalista, eso
no nos lo pueden pedir á nosotros, no tienen derecho nin-
guno para ello. Esto es tan verdad, señores, que yo com-
prendo que si hubiera una necesidad llegárais á lo que de-
cía el Sr. Bugallal en 1869, pero no al art. lI.


Decía, y con razon, el Sr. Bugallal: «Si hay necesidad
de tolerancia, legalícese primero en- las leyes orgánicas,
en el Ooncordato , en los tratados, en otra parte; pero no se
traiga á la Oonstitucion, no se traiga á la ley fundamen-
tal del Estado, no se declare derecho, porque esto no es
posible. 'J> Pues nosotros hemos empezado por el fin, por es-
tablecerla en la Oonstitucion; y yo, que sostengo que no
hay necesidad de consignarla en las leyes orgánicas, ni en
las secundarias, ni en ninguna parte, mucho ménos he de
permitirlo en la Oonstitucion, y ménos aún consignado en




DEt SR. CONDE DEI. Lt.OBUEGAT. 135
el título que trata de los derechos del hombre. No puede;
pues, consentirse que sea un derecho, y ménos en el esta-
do actual de Europa. Pues qué, ¿el estado actual de Euro-
pa requiere que aflojemos los vínculos religiosos, ó por el
contrario, que nos aprestemos á la defensa de nuestra fe?
Pues qué, ¿no vemos hoy la religion combatida con una
energía como no lo ha sido hace mucho tiempo? ¿No ha
dicho el Rey en el manifiesto de Sandhurst que aquellos
pueblos que más valen son los que más respetan su propia
historia? Pues ¿ por qué no hemos de hacerlo así'? ¿ Por qué
hemos de hacer una Constitucion que hallándose en con-
tradiccion con la mayoría del pueblo español, al cual no
respeta ya sus creencias más queridas, está en el caso que
decía el Sr. Fernandez Jimenez al asegurar que no puede
tener vitalidad, que no puede ser viable una Constitucion
que no está conforme con el espíritu del pais?


Pues ese es el caso de esta Constitucion. Resulta, pues,
señores Diputados, que ni los altos intereses de la Iglesia
lo exigen, ni tampoco altas razones de Estado, porque esta
es una cuestion de espíritu y no práctica, porque no se tra-
ta de establecer la tolerancia que de hecho existía y de de-
recho es una perturbacion, ni lo exige tampoco la pacifi-
cacion del país, porque el país está ya pacificado, y si al-
gun trastorno hubiera que temer, provendría seguramente
de romperse la unidad religiosa, y no de rechazarse la tole-
rancia legal. No hay motivos para romper la unidad; no lo
exige la Iglesia, no lo exigen los intereses del Estado; tie-
ne que ser una cuestion de principios que quiera elevarse á
ley, y esto os una cosa inadmisible, completamente inad-
misible dentro del criterio católico.


Mas suponiendo que realmente se admitiese la toleran-
cia de derecho, que yo no admito, ¿ es aceptable el arto 11?
Tampoco, porque tiene toda clase de defectos. Empieza por
tener el más grande, el de no ser claro, el de servir lo
mismo para tirios que para troyanos; el de poder ser con
él ministros lo mismo el Sr. Fernandez Alvarez quizás que




136 1nscuMo
el Sr. Romero Ortiz; porque ó no dIce nada, en cuyo caso
no es serio ni formal traerlo aquí á discusion, ó dice una
cosa terminante dentro del criterio de los señores de la de-
recha, ó dentro del criterio de los señores de la izquierda.
¿Cuál es, pues, esto que dice'?


. Hallo en la primera parte los términos invertidos, por-
que dice: «La Religion católica, apostólica, romana es la del
Estado. La Nacion se obliga á mantener el culto y sus mi-
nistros ,» y debía decir al revés; porque si la Nacion está
encargada de mantener el culto y sus ministros, puede de-
cirse que el Estado no tiene semejante deber, y encargarse
el pago á los municipios, y se hallará el clero como los
maestros de escuela. Ese defecto es capital, y no sé en qué
se funda, ni ménos me explico la variacion que se ha hecho
en la redaccion de ese artículo con respecto á lo anterior-
mente dispuesto.
. Empieza el segundo párrafo diciendo que nadie será
molestado. Señores, la palabra molestar me ofende. ¿ Exige
la Igiesia que se moleste á nadie'? No parece sino que es
una pretension de la Iglesia molestar, y que para contra-
riarla y prevenirla se dice «nadie será molestado.» Esto es
falso. Aquí no se puede molestar, no ya la opinion, que es
libre de suyo, pero ni las manifestaciones de la opinion
privadamente expuestas; lo que querrá decir el artículo es
«manifestaciones públicas de la opinion ,» pues las demás
están fuera de la jurisdiccion civil. ¿Es eso'?


En cuanto á la limitacion de la moral cristiana, es de
órden público, porque en todos los países cultos se ha de
exigir ese respeto á la moral cristiana; porque no se ha de
permitir, por ejemplo, el robo y el asesinato, ni áun como
expresion de un culto: eso es una cosa que tiene que ad-
mitir todo país civilizado, sea católico ó no católico.


En cuanto á la tercera parte, la encuentro más confusa
aún que las otras. ¿ Qué se entiende por ceremonias ó ma-
nifestaciones'? ¿Lo será un casamiento celebrado á puerta
abierta en el templo? ¿Lo será únicamente la que se cele-




DEL SR. CONDE DEL ttOBREGAT. 137
bre en la vía pública? Pues dígaseme terminantemente, y
si nó, no es fácil comprenderlo; es una cosa ambigua. Ne-
cesitamos más claridad y mejor redaccion en el artículo,
áun los mismos que la combatimos; porque si nos dais li-
bertad de cultos y muy dudosa proteccion en cambio. de re-
galías positivas, tendremos que acudir los católicos desde
el dia siguiente al en que este proyecto sea ley, á podir la
supresion de las regalías y que desaparezca todo genero de
trabas, reclamando toda la independencia, toda la liber-
tad de la Iglesia. Así decia el Sr. Rios Rosas que sucedería
el dia en que se estableciera la lib~rtad religiosa, y así
digo yo que sucederá si el artículo se aprueba sin grandes
restricciones. Los que no lo admitimos tendremos que pe-
dir todo genero de garantías, todo género de libertades
para la Iglesia en contra de ese artículo.


Concluyo, pues, rogándoos encarecidamente que no
aprobeis el arto 11, que no hagais una cosa tan completa-
mente contraria al espíritu general del país. Preguntad, si
nó, al Sr. Montoliu, que acaba de llegar de Barcelona (El
Sr. Montoliu pide lapalaórapara una alusion personal), cuál
es el espíritu público de aquel país; preguntad á nuestros
compañeros que han vuelto de otras provincias despues de
las fiestas que han pasado en ellas , yos informarán que lo~
pueblos todos piden á voz en cuello la unidad católica, y
conservadla. Mirad que es 1ajoya inestimable de nuestra pa-
tria, la esperanza de nuestros hijos; que es uno de los pun-
tos que forman la Constitucion interna de nuestro país;
que es la frontera que no podemos pasar los partidos con-
servadores sin entrar en el terreno de los revólucionarios,
y que es, en fin, la tésis de la Iglesia y la aspiracion más
general y más grande de todo el pueblo español.






DISCURSO
DEL


SR. D. FERNANDO ALVAREZ,
EN DEFENSA DE LA UNIDAD CATÓLICA 1


PRONUNCIADO


EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS EN LA SESION DEL DIA


3 DE MAYO DE 1876.






SESION DEL DIA 3 DE MAYO DE 1876.


Art. H. La Religion católica, apostólica,
romana es la del Estado. I.a Nacion se obli-
ga á. mantener el culto y sus ministros.


Nadie será molestado en el territorio es-
pañol por sus opiniones religiosas, ni por
el ejercicio de S1I respectivo culto, salvo el
respeto debido á la moral cristiana.


No se permitirán, sin embargo, otras ce-
remonias, ni manifestaciones públicas, que
las de la I"eligion del Estado."


(Proyecto de Constitucion.)
«LOS Diputados que suscriben tienen el


honor de pedir al Congreso que se suprima
el arto :!i del proyecto de Constitucion pre-
seutado por el Gobierno de S. M. yacepta-
do por la Comision; y atendiendo á. que el
Concordato de 1851 no debe ser alterado en
ninguna de sus importantes prescripciones
sin que se acuerde entre ambas potestades
lo más justo y conveniente, proponen que
mientras esto suceda, se sustituya el refe-
rido artículo con el i1 tambien de la Cons-
titucion de t 845 , que dice así:


«La Religion de la Nacion Española es la
católica, apostólica, romana.


El Estado se obliga á mautener el culto
y sus ministros,»


Palacio del congreso 18 de Abril de
1876.-Fernando Alvarez.-El Marques de
Vallejo.-El Vizconde de Revilla. -Manuel
Batanero. - Domingo Carames.- Gerardo
Neira Florez.-El Conde del Llobregat.»


El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Alvarez (D. Fernando) tie-
ne la palabra para apoyar la enmienda.


El Sr. ALVAREZ (D. Fernando): Señores Diputados,
me levanto con más voluntad que fuerzas para cumplir un
deber de conciencia como católico, y un deber de conse-
cuencia como hombre político; procuraré ser breve para no
molestaros y para dar lugar á otros discursos más impor-
tantes que el mio, que ilustren la cuestion; procuraré ser
tan desapasionado como el asunto lo exige, y desearé que
en este camino no se me opongan dificultades que me obli-


10




142 DISCURSO
guen á hacer lo contrario de lo que pienso y me propongo.
Es precisamente esta cuestionimportante ajena por com-
pleto á todo interés político, en la que los Diputados de la
Nacion no deben tener otra mira ni otro fin que el de res-
ponder á la propia conciencia, cualesquiera que sean los
compromisos que en otro concepto se invoquen, cuales-
quiera que sean las indicaciones en el sentido de compro-
misos que no pudieron ni debieron contraerse, y de pre-
tendida lealtad política ó privada.


Estas cuestiones deben tratarse como esencialmente
religiosas ántes que en el órden político, contra la opinion
del Sr. Candau, que pretende sin fundamento racional des-
pojarlas de este carácter, y que se discutan sólo bajo el
punto de vista constitucional y político.


Como este debate de enmiendas tiene una cosa de sin-
guIar, y es que cada cual se ocupa de la suya, y los indi-
viduos de la Comision suelen quedar sin la impugnacio:!:l
oportuna, me ha parecido conveniente empezar por reco-
ger algunas observaciones hechas por el Sr. Fernandez Ji-
menez en apoyo del dictámen de la Comision, y que no
han sido hasta este momento contestadas.


El Sr. Duque de Almenara en su discurso, que oí con
especial gusto, se mostró defensor entusiasta del principio
religioso; yo le dí por ello mis parabienes privadamente,
y se los repito ahora: este discurso expresaba sus senti-
mientos religiosos y su instruccion no pequeña en la par-
te histórica. Contestóle el Sr. Fernandez Jimenez , aficio-
nado tambien, con provecho suyo y del país, al estudio de
la parte histórica de las cuestiones más importantes; pero
se creyó casi dispensado de hacerlo, no sé si por convenci-
miento ó por habilidad, diciendo que lo que había hecho el
Sr. Duque de Almenara era una oda, no un discurso polí-
tico; y por cierto que el Sr. Fernandaz Jimenez, que en-
contraba un poco extremado lo que hizo el Sr. Duque de
Almenara, cayó en el extremo opuesto.


El Sr. Fernandez Jimenez tomó l~s colores más oscuros




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 143
de su paleta, que ya es siempre sombría tratando los
asuntos religiosos, y no se ocupó de lo que dijo el señor
preopinante, sino sólo en demostrar que hubo en España
largas épocas, que se pueden contar por siglos enteros, de
tolerancia religiosa, y en hacer una historia triste y terri-
ble de una institucion de que nadie había hablado, que na-
die pide que se restablezca, que nadie defiende ahora, y
que no llenó sus puntos de vista racional é histórico, por-
que la mataron los mismos hombres, no religiosos, sino
políticos, que en ella intervinieron; y con esto dió por
terminada su peroracion, medio fácil de lucir los conoci-
mientos de S. S., pero no de tratar fundamentalmente la
cuestion que hoy debatimos. Pero el Sr. Fernandez Jime-
nez acabó diciendo una cosa que ojalá cumpliera la Comi-
sion, y ojalá obtuviera el asentimiento del Gobierno; nos
decía S. S.: la tolerancia que nosotros pedimos, la tole-
rancia que se estampa en la ley fundamental, es la toleran-
cia que ha existido siempre en Roma pontificia. Si hubiera
hablado desde estos bancos, ó al ménos bajo el punto de
vista con que yo miro estas cuestiones, hubiera dicho la
tolerancia de la Santa Sede, porque siempre los tibios cre-
yentes han rehuido dar otro nombre que el de Roma á lo
que es la Cabeza visible de la Iglesia, excluyendo hasta en
el lenguaje el respeto con que se deben tratar estos asun-
tos; pero en fin, yendo á lo que importa, necesito para
descartarme de ulteriores digresiones en el debate, decir
algo acerca de lo que era la tolerancia de la Santa Sede en
Roma, en la capital del orbe cristiano.


Esta tolerancia, como sabe muy bien el Sr. Fernandez
Jimenez, no se ha ejercido en aquella capital sino respecto
de judíos y protestanteH. Respecto de los judíos, ¿qué es lo
que ocurría en Roma? Ocurría en Roma, que en la época
del paganismo existían los judíos con anterioridad al cato-
licismo, no sólo de Roma, sino de todo el mundo, lo cual
recae en ventaja de la humanidad, porque aquí se toca la
diferencia que hay entre las historias antiguas escritas por




144 DISCURSO
judíos y las escritas más tarde por los protestantes, dando
unas y otras testimonio irrevocable de que á esta religion
católica se debieron todos los adelantamientos y progresos
de civilizacion y de cultura, que llevaron al mundo por la
senda gloriosa que entónces recorrió, miéntras que ahora,
precisamente ahora, es cuando se supone que los princi-
pios católicos, que la religion de Jesucristo, que la exce-
lente moral católica predicada por los sucesores de los após-
toles, tiene la culpa de que nosotros seamos una excepcion
vergonzosa en la Europa civilizada. Pues bien; lo que en
Roma se hizo fué lo que ha hecho siempre la Iglesia católi-
ca: perseguir los errores, pero mostrando gran caridad y
afecto respecto de los hombres que yerran: IJiligite komi-
'nes et intel:ficite errores. Estas palabras de san Agustin han
sido siempre el principio y la norma seguida por la Iglesia,
y no encontrará el Sr. Fernandez Jimenez ninguna legis-
lacion en que haya intervenido la Iglesia para que se
impusiera sancion penal contra los hombres que, no per-
teneciendo al gremio católico, hicieran lo que les pa-'
reciese, principalmente en la esfera de sus creencias reli-
giosas.


Allí en Roma continuaron residiendo los judíos, en el
centro mismo de la Iglesia; y para evitar la propaganda, no
para perseguirlos ni vejarlos, se les obligó á vivir en un
barrio separado , á fin de que no tuvieran comunicacion ni
trato con los católicos, á permanecer recluidos todas las no-
ches; y como mi memoria exige que consulte las palabras
textuales, para que el Sr. Fernandez Jimenez, que la tiene
mejor que yo, no se queje de inexactitud, voy á leerlos:


«Los judíos vivían en un barrio cercado, apartado de
todo trato y comunicacion con los cristianos, que se cerra-
ba por la noche para ejercer más fácilmente la vigilancia,
dirigida á impedir toda propaganda, y se les obligaba á oir
la predicacion de la palabra divina en una iglesia inme-
diata al Getto. En esta iglesia había sobre la puerta un




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 145
gran crucifijo con el siguiente versículo, elegido oportu-
namente de uno de los Salmos: Todos los dias estoy tendiendo
mis brazos á un pu,eblo que no cree en mi y me contradice.»


Esto era lo que real y verdaderamente sucedía con los
judíos en Roma.


Se adunaban para ello en la piedad yen la prevision de
la Santa Sede tres cosas: el espíritu de caridad, la espe-
ranza de que esa raza ciega y desgraciada, testimonio vivo
y palpitante de los orígenes del cristianismo, llegaría á
reconocer los dogmas de la Iglesia universal, y á la vez la
necesidad de evitar la propaganda de aquella secta, que no
podía tolerarse de otra manera, dentro de la esfera católica.


Esta era la tolerancia de Roma pontificia respecto de
los judíos. ¡,Es la que pide el Sr. Fernandez Jimenez, como
afirmaba? Pues algo más concedemos nosotros con la tole-
rancia práctica.


i, y qué sucedió respecto de los protestantes? Pues su-
cedió que no fué ninguno de los sagrados Pontífices quien
decretó su tolerancia en Roma. Cuando Pio VII sufría con
ánimo entero el cautiverio, arrastrado por la irresistible
fuerza del emperador Napoleon, establecieron en Roma
los protestantes, en su ausencia y contra su voluntad,
fuera de la puerta llamada del Popo lo , una casa sin forma
alguna de templo, donde las familias inglesas, que acudían
á visitar los monumentos de las artes en la Ciudad Eter-
na, se reunían los domingos á leer la Biblia y hacer sus
oraciones. Pero esto, repito, no lo ordenaron los Pontífi-
ces, no lo consignaron en sus leyes civiles ni eclesiásti-
cas. Cuando regresó Pio VII, lo primero que intentó abolir
fué esa costumbre abusiva, ese hecho transitorio; pero se
lo impidieron las exigencias é imposiciones diplomáticas
de la poderosa Inglaterra, superiores á sus débiles medios
materiales.


Fué, pues, un acto de fuerza y de violencia, que ni el
Sr. Fernandez Jimenez ni la Comision pueden invocar; no




146 nlSCURSO
so escribió nada, y reto ú la Comision ontora á quo prnebe
10 contrario; no se escribió nada en las leyes pontificias
religiosas, ni en las civiles, respecto á esa tolerancia. Su-
cedió allí lo que aquí en la época revolucionaria; so impuso
la libertad de cultos, todos la sufrimos; i, pero estaba por
esto en la conciencia ó en el desoo de los españoles'? i,Era
conforme á las aspiraciones del país'?


Queda, pues, do mostrado , que no es exacto, que no es-
tuvo on 10 cierto 01 Sr. Fernandez Jimenez, á pesar de sus
conocimientos históricos, al decir que lo que propone aho-
ra la Comisionapoyando al Gobierno es lo mismo que exis-
tía en Roma pontificia. Me importaba mucho dejar esto
consignado. Por lo demás, así c:lmo he dado el parabien al
Sr. Duque ele Almenara por su brillante discurso, felicito
tambien al Sr. Fernandez Jimenez por la forma del suyo,
por su elocuente palabra; pero debo decirle con franqueza
que el discurso de S. S. hubiera estado m:ís en cal'Úcter,
mús "en su lugar, pronunciado desde los bancos del partido
constitucional, que alIado del Gobierno y apoyándole.


Hubo en su discurso algo hegoliano, algunas tenden-
cias protestantes; á algunos de los señores constituciona-
les aún les hubiera parecido un poco exagerado. Dicho esto
sin ánimo de lastimar en nada al Sr. Fernandez Jimenez,
he de decir algo asimismo tÍ. mi antiguo y querido amigo
01 Sr. Cardenal. Empiezo por agradece,r lo que manifestó
respecto de mí, que no hubiera estado bien en mis labios,
afirmando que en ésta, como en todas las cuestiones polí-
ticas ,tengo independencia bastante para cumplir con mi
debor. Yo ho apoyado al Gobierno en todo hasta ahora,
dejo de hacerlo en esta cuestion, sin perjuicio de seguir
apoyándole despues cuando me parezca que le asiste la ra-
zon. Esta ha sido la práctica de toda mi vida. Existía el
general Narvaez, de quien tanta necesidad tenemos los
hombres del partido moderado ,á quien tantas deferencias
debíamos, yen tres cuestiones de Gabinete planteadas por
el Sr. Duque de Valencia en su último Ministerio, yo, que




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 147
tanto le quería y respetaba, en las tres voté contra él, por-
que me pareció que no eran verdaderas cuestiones de Ga-
binete, y que las disposiciones que se sometían en ellas
al fallo del Congreso no eran aceptables, y no por ello se
ofendía el partido moderarlo. Se decía que era un poco ter-
co, y pronto se olvidaba.


Esa libertad que entónces tuve, esa pienso tener respec-
to de este Gobierno, sin perjuicio de la consideracion que
le debo y deseo guardarle, y que tengo más aún á lo que
está encima del Gobierno, á la augusta persona que deseé
y procuré con tanto anhelo viniera á ocupar el Trono res-
taurado.


He de estar con mis convicciones alIado del Gobierno
cuando sus actos estén conformes con ellas, y en contra
cuando de ellas se aparte. Diciendo esto el Sr. Cardenal,
hacía justicia á mis sentimientos, y yo le doy las gracias.
por ello.


Tengo que decirle algo tambien de lo que no pudo de-
cirle el Sr. Batanero, por no habérselo permitido la campa-
nilla del Sr. Presidente; nosotros heredamos aquí las obli-
gaciones políticas, y es justo que recojamos esa herencia.


El Sr. Cardenal creyó que. debía justificar su presencia
~n el banco de la Comisiono N o lo creo yo necesario, el se-
ñor Cardenal, perteneciendo á ella, habiendo sido honra-
do, como todos lo somos con ese encargo del Congreso, pudo
haber empezado dando apoyo al dictámen de la Comision;
pero como quiera, S. S. creyó oportuno hacer el elogio,
cual hijo agradecido del partido á qne siempre perteneció,
y pertenecimos ambos, y que tantos diasde gloria y de
verdadera utilidad dió al país durante su administracion.
Decía el Sr. Cardenal: «Señores, en ese partido, como en
todos los partidos que hoy existen y han existido en Es-
pafia ... » (j qué ajeno estaba el Sr. Cardenal de que habrían
de decirle muy pronto que el partido moderado estaba
muerto!)


-Se ocupó despues el Sr. Cardenal en un asun,to que no




148 DISCURSO
deja de ser grave y opuesto á las prácticas parlamentarias
observadas durante el largo período en que he tenido el
honor de ocupar un sitio en estos escaños.


El Sr. Cardenal, refiriéndose á una pregunta del señor
Batanero, contestada por el Sr. Presidente del Consej o de
Ministros de la manera que tuvo por conveniente, dijo que
el Gobierno había hecho bien en preguntar á los candida-
tos á la diputacion cuáles eran las opiniones religiosas que
sustentaban, y si estaban dispuestos á dar apoyo á su pen-
samiento en esta parte; y entendía el señor individuo de
la Comision que esto era muy natural, que no se puede ne-
gar á un Ministro el derecho de preguntar á sus amigos
hasta dónde llega su amistad y su lealtad; que no era una
tiranía. Señores, yo , á quien debo confesar que nadie me
ha preguntado, y agradezco que no se me haya hecho la
pregunta, porque la respuesta no hubiera podido ser satis-
factoria; yo, que he creido que en la escuela conservadora
no se debe admitir el mandato de los electores, á pesar de
que los electores son los que nos dan el derecho de repre-
sentarlos; yo, que nunca he admitido imposiciones de los
electores, que les he dicho que me dispensaran sus votos si
tenían plena confianza en mí, y si abrigaban la menor duda,
no me votasen; yo,. que he sostenido esto como lo justo,
como lo racional y lo digno respecto de los electores,
¿cómo he de aprobar eso que no le ha parecido mal al se-
ñor-Cardenal, y ha defendido como natural y corriente'?
Pero es el caso que no se ha preguntado meramente, sino
que se ha dicho si se admitía ó nó ese compromiso, y no
admitiéndole, se retiraba el apoyo del Gobierno.


Pues yo sostengo que eso no es lícito, que eso no debe
hacerlo el Gobierno; que si los Diputados han de venir al
Congreso con un compromiso formal y de antemano con-
traido, si se les puede llamar públicamente desleales en el
caso de no cumplirle, afirmo sin vacilar que hemos conclui-
do en España con el prestigio del sistema representativo.
Yo añado que los que hayan contraído ese compromiso no




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 149
tienen obligacion absoluta de cumplirle; habrán cometido
una ligereza; pero entre ser esclavos de esa ligereza ó pres-
tar oido á la voz de su conciencia, y cumplir el deber de oir
las discusiones para formar su convencimiento, no deben
vacilar. De otro modo, los hombres que nos estimamos en
algo, si tales imposiciones pueden hacerse y admitirse, no
podríamos continuar en estos bancos. Y esto os lo dice
quien no ha sabido faltar jamás á su palabra de hombre
honrado.


¿Cómo los que proponen la tolerancia escrita de cultos
van á imponer á los que han de resolver cuestion tan grave
nada que pueda coartar en lo más mínimo la libertad om-.
nímoda que tiene el Diputado, sin consideracion á nadie,
de votar lo que crea más justo en este punto? Tenía nece-
sidad de decir esto, despues de lo que manifestó el Sr. Car-
denal; si nada hubiera dicho, habría creido que ningun
Diputado podía estar bajo el peso de compromiso de nin-
guna especie acerca de ese ni de ningun otro asunto que
hubiera de discutirse y votarse en este sitio.


Los deberes políticos nacen ó deben nacer del convenci-
miento que anima á cada cual, nó de imposiciones ajenas,
vengan de donde vinieren. Creo que esta opinion, que te-
nía necesidad de consignar, la he expresado sin lastimar á
nadie; y si alguno se cree lastimado, sepan los Sres. Di-
putados que no pudo ser ese mi propósito.


Decía el Sr. Cardenal, que sabe hemos votado muchos
años juntos, y que ha tenido siempre mi estimacion y la
tiene ahora, por más que en esta cuestion no estemos con-
formes; decía el Sr. Cardenal que los ultramontanos, los
que pensamos en ella de distinta manera que SS. SS. , nos
equivocamos al creer que la Comision y el Gobierno parten
desde la unidad católica hasta la tolerancia, pues lo que
acontece en realidad es que parten de la libertad de cultos
á la tolerancia. Eso, si es exacto respecto de algunos de
los señores de la Comision, no lo es respecto de otros. Lo
es en cuanto á los Sres Candan y Fernandez Jimcnez; pero




150 DISCURSO
en cuanto á los demás nó, porque la unidad católica es lo
que votaron; la unidad católica es lo que creyeron y qui-
sieron durante toda su existencia política; y nó porque se
hayan confundido en una misma comision unos señores con
otros, puede decirse que el Sr. Alonso Martinez, por ejem-
plo, haya sido partidario de la libertad de cultos.


Pero se me dirá: es que la libertad de cultos ha sido y
es un hecho innegable. No voy á discutir ahora la legali-
dad revolucionaria, aunque negándola desde este punto de
vista concreto, dadas mis opiniones especiales, no incurri-
ría en contradiccion; la hay, sin embargo, y muy marcada,
por parte de la Comision y del Gobierno, una vez que eli-
gen de la legalidad revolucionaria lo que les parece y les
conviene, y desechan lo demás; aceptan unas cosas y re-
chazan otras. Al llegar á la cuestion religiosa transigen en
lo que no debían transigir bajo ningun concepto; y claro es
que en esas contradicciones no incurren los hombres políti-
cos que tien~n principios fijos. ¿Proceden de la misma ma-
nera respecto de la institucion monárquica que respecto de
la institucion rel;giosa, que forman la base esencial é im-
prescindible de toda Constitucion española ~ Nó; eligen y
proponen á su gusto lo que se ha de resolver con un criterio,
y lo que se ha de resolver con otro criterio distinto y áun
opuesto. Pero decía el Sr. Cardenal: «¿ Qué pedimos nos-
otros~ Nosotros no pedimos para los que no profesen el culto
católico más que el templo para que oren y el cementerio
para que duerman el sueño de la muerte,») ¿no es esto, se-
ñor Cardenal~ Pero hay la dificultad de que ésta es la inter-
pretacion de S. S., nó la del Sr. Candau, que cree y sostiene
que debe dárseles el templo, el libro y el cementerio, lo cual
ya es algo más, mucho más, y creo que cada individuo de
la Comision que se levante nos explicará el artículo de un
modo distinto. ¿ Se ajusta esa vaguedad del artículo y esa
diferente apreciacion de su textoá la regla, que no debe
desconocerse al formar las leyes, de que sean claras y deter-
minadas para que puedan aplicarse fácil y universalmente~




nEL SR. n. FERNANDO ÁLVAREZ. 151
.,'


A esto responden los señores de la Comision, que ven-
drún las leyes org{micas y lo arreglarán todo satisfactoria
y facilmente. Pues yo a mi vez digo que en esas leyes cada
Ministerio que se suceda aplicará el artículo como le en-
tienda, y habrá propaganda cuando el partido constitucio-
nal llegue al poder, lo cual no tendría nada de extraño,
puesto que reconoce el actual órden de cosas; y si alguna
vez llegara yo á ser Ministro, que no lo deseo, interpreta-
ría el artículo conforme á mis doctrinas. Es decir que en
este país, la cuestion más importante de todas, la cuestion
que perturba los ánimos y las conciencias, va á ser causa
de intranquilidad constante; porque no ha habido valor en
el Gobierno, ni en la Comision, ni en los que prepararon
ese trabajo para establecer la verdadera doctrina, la que
estaba conforme con los hechos sociales, porque no ha ha-
bido valor para traducir en leyes las creencias del pais.


Nosotros quisiéramos, decía el Sr. Cardenal, que el
culto católico fuera universal; pero nadie puede evitar que
se profesen otros cultos en el mundo. Bueno es que los es-
pañoles nos curemos algo de lo que pasa en el mundo; pero
antes, y sobre todo, cuidémonos de lo que pasa en España,
y esto último es lo que hemos de traer á la discusion con
preferencia. La Europa civilizada tiene condiciones distin-
tas y aun opuestas en algunos pueblos de las nuestras, y
lo que nosotros tenemos que hacer es , no lo que convenga
á Europa en general, ó a tal ó . cual nacion determinada,
sino lo que conviene al país en que hemos nacido.


Alegaba tambien el Sr. Cardenal que los partidos con-
servadores han reconocido en cierto modo los hechos consu-
mados, y recordaba á este propósito que el moderado com-
batió rudamente la enajenacion de los bienes de la Iglesia,
y despues la aceptó, procurando obtener de la Santa Sede
la sancion de aquellas leyes. Permítame S. S. que le diga
que está trascordado. Es verdad que el partido moderado, y
muy especialmente un hombre respetable, un hombre dig-
nÍsimo é ilustrado, que dejó perpétuo recuerdo en la his-




152 DISCURSO
toria de nuestro pais, el Sr. Pidal, hubo de calificar aquel
acto de despojo, y con razon sobrada, y ese fué tambien el
punto de vista del partido moderado; ¿ pero lo es que lla-
mado á regir los destinos del país aprobase la enajenacion
de los bienes de la Iglesia'? De ninguna manera.


Otro respetable hombre político, que tengo el gusto de
ver á mi lado, el Sr. Mon, suspendió la enajenacion de los
bienes nacionales hasta obtener la anuencia de la Sede A pos-
tólica, y despues de tratar con la potestad espiritual, 4es-
pues de obtener á duras penas, y haciendo concesionesjus-
tas, lo que se llamó el saneamiento, ó sea la absolucion de
aquel despojo, entónces, sólo entónces se continuó por el
Gobierno la enajenacion de los bienes eclesiásticos; y si no
se hubiera obtenido, aquel Gobierno no la hubiera conti-
nuado, obedeciendo á justos respetos, y teniendo en cuenta
derechos inconcusos. Pues eso es lo que propongo en mi
enmienda; que al resolverse importantes cuestiones reli-
giosas, y eclesiásticas, se haga prévio acuerdo con la Santa
Sede. ¿Es cierto que la tolerancia que pedís es la misma
practicada en Roma pontificia'? Pues quince meses habeis
tenido para impetrar y conseguir de Su Santidad que se
pusiera de acuerdo con vosotros; y nosotros entónces, todos
nosotros, los Diputados conservadores, hubiéramos con-
vertido en ley sin dificultad lo que con ese acuerdo propu-
siérais. Y no hay que oponer que ya buscaréis respetuosa-
mente la anuencia posterior de la Santa Sede; lo razonable
y lo digno para todos era procurar el acuerdo anterior de
ambas potestades.


En cuanto á las opiniones que profesa el Sr. Cardenal,
de que el Concordato yel arto 11 no se contrarían ni se ex-
cluyen, no he de ocuparme en su exámen ahora, porque
siendo ese el punto concreto de mi enmienda, debo tratar
de ello en lugar oportuno.


En el órden de la discusion ocurrió un incidente des-
agradable, del cual, sin pasion de ninguna especie, pero
como hombre político de cierta significacion, tengo necc-




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 153
sariamente que ocuparme. No diré que el Sr. Cardenal tu-
viera la culpa de lo que pasó; pero sí que contra su volun-
tad dijo algunas frases que dieron ocasion á ello. El señor
Cardenal, que es y se confiesa moderado, que poco ántes
había hecho una elevada, digna y merecida defensa del
partido moderado, se quejó de ciertas palabras harto duras
del Sr. Leon y Castillo con relacion al partido referido.


Si hubiera pensado el Sr. Cardenal en que el Sr. Leon
y Castillo usa de cierto tono enfático al expresar sus opi-
niones, aunque las expresa elocuentísimamente, y sobre
todo con una voz envidiable que quisiera para mí, pues así
se me oiría de todos los ámbitos de la Cámara, no hubiera
dado á sus palabras la importancia que las dió. En efecto,
el Sr. Leon y Castillo dijo una cosa que á mí no me moles-
tó; pero empleó una figura retórica, y sin duda al Sr. Car-
denal no le pareció bien desempeñar el papel de Sicambro
y con indudable derecho le disparó ciertas palabras de Tá-
cito, que no eran ménos duras. De este incidente personal
nació otro que yo lamenté mucho con sinceridad, porque
si en alguna cuestion deseaba que no entrase para nada la
pasion política era en la actual, que debe resolverse úni-
camente por los nobles impulsos de la razon y de la conve-
niencia. Pues bien; sucedió que mi amigo el Sr. Pidal que,
prescindiendo de sus dotes personales que yo estimo en
mucho, es jóven y tiene la fogosidad propia de sus años,
se creyó aludido, y con el ardor que le caracteriza, dijo al-
gunas palabras que no consideré muy oportunas, aunque
por lo comun todas las suyas me parecen bien. De esas pa-
labras se querelló el Sr. Conde de Toreno; y lo raro de esto
es, que siendo amigos y compañeros de infancia el Sr. Pi-
dal y el Sr. Conde de Toreno, sostienen con frecuencia
debates personales, y se aprecian y califican sin mucha
caridad. El Sr. Conde de Toreno, permítame S. S. que se lo
diga, que tenía más obliga9ion de meditar sus palabras
por su posicion oficial que el Sr. Pidal, que al fin se sienta
en los bancos de los Diputados, dijo algunas palabras que




154 DISCURSO
no sé lo que parecerían á los demás, pero en mí produjeron
muy mala impresion, y no puedo dejar pasar desapercibi-
das. El Sr. Conde de Toreno afirmó que desde hace tiempo
no era moderado, y esto fué para mí una verdadera nove-
dad. Creía yo que abrigaba ciertas tendencias diferentes de
las que tenemos otros hombres políticos, pero no podía ad-
mitirle otras doctrinas que las moderadas, puesto que en
1870 firmó con los hombres más caracterizados del partido
un manifiesto que honrará siempre á éste, atendidas sus
doctrinas y las circunstancias en que se publicó. El señor
Conde de Toreno, andando el tiempo, formó parte muy
principal de la Junta de Notables del Senado en nombre del
partido moderado, sin que protestase de esa calificacion, y
promoviendo en gran parte aquella junta en tal concepto.
Del Sr. Conde de Toreno, por último, se dij o, y parecía ló -
gico, que estaba en el banco azul en representacion del
partido moderado, y francamente, si S. S. no es moderado,
si rechaza esa significacion y esa representacion, no tiene
ninguna. ,


El Sr. Conde de Toreno, en un momento de despecho,
nos dijo anteayer que el partido moderado había muerto.
Dicho eso por cualquier señor Diputado, en cualquiera de
los bancos de la Cámara, me hubiera encogido de hom-
bros, me hubiera palpado y hubiese dicho: no me encuen-
tro tan muerto como S. S. dice; pero dicho desde el banco
azul, creo que el Sr. Conde de Toreno no obró con la pre-
vision y la prudencia que correspondía, hablando desde
puesto tan autorizado. Yo no reconozco en el Sr. Conde de
Toreno, cuyas buenas dotes confieso, el derecho de matar
partidos; le reconozco sólo el derecho de morir para ellos y
de apartarse de su lado cuando lo tenga por conveniente;
jóven es todavía, y en eso de cambiar de partidos, ancho
campo tiene S. S. para elegir el que mejor le parezca. Pero
matar con violencia y sin motivo justo una agrupacion po-
lítica y respetable, matar al único partido en que ha mili-
tado S. S., cuando entre los demas señores Ministros no




DEL SR. D. FERN"ANDO "hVAREZ. 155
hay uno solo que profese esas ideas, es un acto político, á
mi juicio, poco digno de S. S., yno hubiera querido hallar-
me en su lugar cuando lo dijo. ¿ Y cuándo lo dijo'? Cuando
todos, y yo muy particularmente, hemos oido aseveracio-
nes enteramente contrarias de labios del Sr. Presidente del
Consej o de Ministros, antes y despues de la restauracion.


Cuando el Sr. Presidente del Consejo, y S. S. me ha de
permitir diga esto porque no perjudica á intereses de go-
bierno ni á la lealtad y franqueza de S. S., al revés; cuan-
do el Sr. Presidente del Consejo fué honrado con los podc-
res de S. M. la augusta Reina madre y del entónces Prín-
cipe de Astúrias, tuvo la deferencia de llamar á los hom-
bres de todos los partidos políticos que apoy~ban y desea-
ban la restauracion, entre ellos, á los que sobre el título
general de moderados teníamos cierto matiz que 'se lla-
maba moderado histórico; y S. S., con los miramientos
más exquisitos, con la sinceridad y buen deseo que debía
esperarse, nos dijo que contaba con nosotros como uno de
los elementos más necesarios, más indispensables para la
obra que se le había confiado; nos pidió nuestro apoyo, y
añadió que eso no envolvería la renuncia de nuestras opi-
niones , de nuestros principios de nuestros antecedentes y
de nuestras doctrinas políticas, así como el Sr. Cánovas se
reservaba los suyos.


Pues bien; nosotros estuvimos alIado del Sr. Cánovas,
hicimos lo que pudimos, siquiera en algunas apreciaciones
no coincidiéramos, y fuimos hasta donde puede ir el que
más. El Sr. Cánovas no podrá ménos de reconocer, así
como reconoció ehtónces, que éramos los que de¡;:de fecha
más antigua y con mayor consecuencia y lealtad estába-
mos en los buenos y en los malos tiempos al lado de la di-
nastía de Borbon. Cuando así procedía y hablaba el Sr. Cá-
novas, y lo confirmó en repetidas ocasiones, y Luégo nada
ha dicho en contrario, paréceme á mí que el Sr. Conde de
Toreno, al proferir sus graves palabras, faltó á la disci-
plina ministerial y ¡i las reglas más vulgares de la pruden-




156 DISCURSO
cia, y que habría yo faltado á mi consecuencia políti-
ca si dejara de contestar á lo dicho por el Sr. Conde de
Toreno.


Nó; no fué aquel un acto de consideracion hácia los
hombres procedentes del partido moderado que forman par-
te de la mayoría: los lastimó S. S., no diré inconsciente-
mente, porque no me gusta emplear esa palabra; pero lo
hizo con intencion deliberada ó sin ella, no habiendo recti-
ficado despues que pasó el calor de la improvisacion su dura
frase. El Sr. Leon y Castillo hizo muy bien en aprovechar,
eso que por no encontrar palabra más suave llamaré desliz
de S. S. ; Y dijo con oportunidad: «si el partido moderado
ha muerto, yo no he de vestir luto por ello.» En efecto, las
palabras del Sr. Conde de Toreno no pueden ser útiles más
que á los señores Diputados que se sientan en estos bancos.
(Señalando á los de la minoria constitucion(ll.)


No quiero hablar más de esto, porque me disgusta y
contraría, lo repito, que se traigan cuestiones políticas al
discutirse la cuestion religiosa. Al decir lo que habeis oi-
do, expreso únicamente mis opiniones propias , no las de
los demas señores que firman la enmienda. Si el Sr. Conde
de Toreno no hubiera dado motivo á ello, yo no hubiese
pronunciado ni una sola palabra relativa á la cuestion polí-
tica al tomar parte en este debate. (El 8'1'. Ministro de Ji'o-
mento pide la palabra.)


Si no hubiera ocurrido este incidente lamentable; e;i al-
guien, por la naturaleza del debate, hubiera podido con-
testar á los Sres. Fernandez Jimenez y Cardenal, hubiera
empezado mi modesto discurso como voy á hacerlo ahora.


No os ocuparé mucho, señores Diputados, con observa-
ciones abstractas; sé que esto no es una academia, pero
no profeso tampoco la opinion del Sr. Candau, de que este
es un debate meramente político. Al afirmarlo así el señor
Candau, lo hizo porque le pareció conveniente, pero sin
dar razones de ninguna clase. Pienso todo lo contrario, y
creo que lo primero es la cuestion religiosa, y despues de




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 157
la cuestion religiosa la política y constitucional. Este es
el punto de vista que me parece verdadero, y sobre todo,
es el que profeso.


Re de recordaros, señores Diputados, que lo inmutable
de la revelacion divina, orígen de la única religion verda-
dera, no puede sujetarse, no puede someterse á lo insta-
ble y movedizo de la débil razon humana, y que en materia
religiosa no cabe elegir entre la verdad y el error. El hom-
bre ha recibido de Dios el don precioso de la libertad, pero
nó para que abuse de ella, nó la libertad de la corrupcion
moral, nó la libertad del crÍmen, nó la libertad del peca-
do. Cuando incurre en el crímen ó en el pecado y daña al
individuo ó á la sociedad, la autoridad y la ley le salen al
encuentro y le castigan.


Está en manos del hombre pensar y ejecutar el mal;
puede ser impío, desmoralizado, criminal; puede ser pia-
doso, honrado, moral; hasta ahí llega su libertad de ac-
cion; pero tiene el deber de dar buena direccion á sus ac-
ciones, de no hacer el mal, y sobre todo, de no sustraerse
al principio religioso.


Estas doctrinas, sencillas como son y comprensibles
para todos, porque no las quiero hacer abstractas, ni reves-
tirlas de aparato científico, son las que se vinieron profe-
sando por punto general en Europa hasta la revolucion re-
ligiosa del siglo XVI, que abrió peligrosos senderos á
la filosófica y descreida del siglo XVIII, Y ambas á las re-
voluciones casi permanentes y contínuas que están sa-
cando á Europa, y en especial á España, de su verdadero
asiento.


El afan de los revolucionarios de todas clases, de los li-
brecultistas, de los librepensadores, es empezar su obra
de destruccion, sus actos de fuerza, con persecuciones
violentas á la Iglesia, olvidando siempre, y recibiendo el
justo castigo de este olvido, que la mayor excelencia de la
religion católica es adaptarse á todos los sistemas políti-
cos, desde la monarquía más absoluta hasta la república,


11




158 DISCURSO
siempre dentro de los límites de la moral religiosa. Así
aconteció en la primera revolucion francesa, que asombró
y aterró al mundo con sus sacrílegos excesos y sus delirios
impíos; así ocurrió en las otras revoluciones que afligie-
ron á la misma Nacion en períodos sucesivos; así ha acon-
tecido en nuestra España.


Todas nuestras revoluciones empezaron de igual ma-
nera por desgracia; y como no puede esto ocultarse á la
más frágil memoria, para no molestaros me limitaré á re-
cordarfechas: 1820, 1836,1840,1855,1869. ¿Habeis visto
Ú oido que hayan empezado nunca esos actos de deplorable
violencia sin perseguir á la religion y á sus -ministros'? Hay,
sin embargo, que advertir que esos mismos partidos revo-
lucionarios, perseguidores de la Iglesia, respetaron y áUIl
defendieron siempre la unidad religiosa hasta el año de 1869,
y recordaré luégo las opiniones y los discursos de hombres
pertenecientes á las escuelas más liberales, que defendie-
ron la unidad religiosa con el mismo celo y empeño que
nosotros.


Ocurre ahora además otra novedad inesperada; se revela
una tendencia dolorosa para mí; hay la novedad de que los
hombres de órden, moderados, puritanos, conservadores,
unionistas, ramas triste y sucesivamente desgajadas de un
úrbol frondoso y lozano, los hombres de órden., cualquiera
que sea su denominacion en el negro catúlogo de nuestras
discordias, para su mal y el del país, olvidando honrosos
precedentes, se aprestan asimismo á combatir y destruir
la unidad religiosa. Se me dirá: pues cuando hombres jui-
ciosos de contrapuestas opiniones proceden así, habrá ra-
zones para hacerlo, y los que piensan de otro modo no las
tienen.


Examinemos qué razones son esas. ¿Será la de haberse
establecido la libertad de cultos el año de 1868 por merIio
de actos violentos, y en el año 69 por medio de la Consti-
tucion promulgada en ese año'? ¿Cuáles fueron, os pregun-
to, los resultados del ejercicio de la libertad de cultos en




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 159
España'? Y lo pregunto á los de uno y otro lado de la Cá-
mara. En ese tristísimo período se derribaron los templos,
se profanaron los altal'es; se arrastró el escudo pontificio;
se prohibió entrar en las órdenes religiosas; se estableció,
en una palabra, una persecucion igual á la de Italia, á la
de Suiza, á la de Prusia, bajo el nombre de lib¿rtad de
cultos; es decir, uniendo á la crueldad la hipocresía. Y
esta imposicion innecesaria de la libertad de cultos, i,dió
por resultado y por consecuencia que en España creciera el
exiguo número de los protestantes, ó viniesen de fuera
hombres que profesaran cultos no católicos? Nó; lo que en
verdad resultó es que dentro del país se desacreditó la li-
bertad de cultos para siempre, ménos para vosotros, que
q uereis partir de ella, á fin de llegar á la tolerancia escri tao


y cuando el raís, volviendo los ojos al único remedio
de nuestras desgracias, no ya sólo al principio monárqui-
co, sino tambien al principio religioso, saludó cordial-
mente á la restauracion, i, no la vísteis llegar por sendas
faciles, sin que apénas tuviera que hacer esfuerzo alguno,
sin derramar una sola gota de sangre'? i,Es ese el motivo,
la poderosa razon que os asiste para imponer la tolerancia
legal en un país que no la desea, donde no hay españoles
que la reclamen '?


Señores Diputados, la grandeza de las Naciones arran-
ca siempre de sus tradiciones y su historia, de sus leyes y
costumbres, de las creencias y enseñanzas trasmitidas de
padres a hijos, del conjunto de hechos y elementos sociales
que constituyen su existencia en la serie de los siglos. Vea-
mos si en la historia, veamos si en la legislacion, que es
todavía campo más a propósito para buscar datos seguros
que la historia, porque en ésta cada cual aplica y agrupa
los hechos como bien le cuadra, hay algo que abone ó re-
comiende el establecimiento de la tolerancia escrita.


i, y qué resulta de la legislacion de nuestro pueblo? Re-
sulta que desde los célebres Concilios de Toledo, en que
los reyes y los prelados reunidos legislaban constituyen-




160 DISCURSO
do una manera de Córtes, hasta la época en que termino
la reconquista, lucha inmensa, sangrienta, secular, que
se inició en las asperezas de Astúrias y Cantábria y llevó
de victoria en victoria el estandarte de la fe á los verjeles
floridos de Granada, no hay, diga lo que quiera el señor
Fernandez Jimenez, no hay, no se ve más que el principio
religioso que informa toda la vida social y tocIos los ele-
mentos que han constituido á nuestro pueblo desde Reca-
redo hasta los Reyes Católicos, y desde éstos hasta la Cons-
titucion de 1869. Es verdad que coexistían en períodos da-
dos, primero dos razas y luego tres en España; pero dentro
de la 1egislacion ¿encontrará el SI'. Fel'llandez Jimenez
ninguna ley que entrañara otra tolerancia, cIigámoslo así,
que la civil y administrativa, la tolerancia de hecho, pero
nada escrito en la legislacion de aquella época sobre tole-
rancia religiosa?


Deseo que lo compruebe S. S.; traigo aquí, y no la
leeré, por no molestar á la Cámara, la prueba de lo contra-
rio. En demostracion de ello, ya os dije cuál era la tole-
rancia de Roma pontificia respecto de los judíos, de quien
parecía, así como de los árabes, estar enamorado el señor
Fernandez Jimenez más que de los católicos.


Pues bien; con los judíos se hizo en España lo mismo
que en Roma, obligarles á vivir dentro de barrios cerca-
dos, que se llamaban j1{aerias. No podían ejercer autoriza-
damente oficios ni profesiones honrosas ni contraer enlaces
con las mujeres cristianas, y hasta su principal industria,
que era la usura, les estuvo casi siempre prohibida.


¿Dónde encuentra el SI'. Fel'llimdez Jimenez en la le-
gislacion de España ninguna especie de tolerancia religio-
sa escrita'? En la práctica, sí. ¿ Qué se había de hacer
miéntras coexistía la raza judaica con los demás españoles '?
Abrig[tbanse contra esa raz? odios, justos ó injustos, y
ellos fueron causa de que se les expulsara de España. ¿De
esto puede culparse á los Gobiernos? N ó ; debe im putal'se á
las exigencias del pueblo apasionado. Es lo mismo que si ai




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 161
estallar la guerra última entre Francia y Prusia se impu-
tase á errores ó á capricho del emperador N apoleon, siendo
asi que la Francia, apasionada y orgullosa, le arrastró á
esa irremisible catástrofe; lo mismo sucedió euando la ex-
pulsion de los judios, si bien éstos no fueron de todo punto
inocentes; al contrario, conspiraban incesantemente con-
tra el país, poniéndose de acuerdo con los sarracenos del
otro lado del Estrecho; y esto, y la usura exagerada á que
se entregaban, daba frecuente orígen ti desmanes del pue-
blo amotinado para acabar con los judíos, haciéndose ne-
cesario, á fin de evitar esos escándalos y bárbaras matanzas,
que abandonasen el pais. Todo esto podrá ser malo y cen-
surable, ¿, pero prueba que habia tolerancia en España en
eSaS épocas'? Nó; prueba lo contrario; prueba que habia la
intolerancia religiosa en la ley y en la práctica.


Resulta, por tanto, de la historia y de la legislacion,
que la Monarquía y la Iglesia, más en España que en nin-
guna otra parte de Europa, caminaban siempre de acuerdo,
y prestándose mutuo apoyo, con las ligeras excepciones
que ocurren en la vida de los pueblos; y aconteció que
en las grandes crísis, la Religion fué siempre en apoyo de la
Monarquia y la salvó. Eso sucedió tambien en la guerra
de la Independencia, por más que se quiera atribuir sin
razon á causas diferentes.


Ahora bien; lo que fué constantemente orígen de gran-
deza, poderío y esplendor en tiempos pasados, lo que nos
impulsó en los siglos XV y XVI al frente de la civilizacion
europea que trasmitimos al Nuevo Mundo, descubierto por
el celo religioso, y el noble desprendimiento de Isabel la
Católica, el valor de nuestros soldados y la abnegacion de
nuestros misioneros, ¿,puede ser hoy causa de despresti-
gio, de ignorancia y de barbarie'? No sé con qué razones
podréis demostrarlo.


Desde Recaredo, los reyes españoles trasmitieron re-
cuerdos de su espíritu religioso á las generaciones que se
iban sucediendo; consagraron templos ti la gloria de Dios




i62 DISCURSO
y tí la del arte. Laten todavía nuestros corazones ante el
sentimiento que dió vida á las creaciones de los Alfonsos,
Fernando IU, los Reyes Católicos, Felipe U, de todos los
reyes que, representando dignamente el principio monár-
quico, le quisieron siempre santificado por el principio re-
ligioso.


Registrad los códigos antiguos, el FUfll'O Juzgo, obra
comun de ambas instituciones, el Fuero Real, las Partidas,
la N neva Recopilacion, y los primeros títulos que halla-
réis son los de la fe católica, de la santa Iglesia, del cas-
tigo de las herejías.


i,Fué sólo en esos códigos antiguos, en la legislacion
civil donde se consignó esa representacion viva y secular
de nuestra sociedad, esa inspiracion perpétua del principio
religioso'? Nó; tambien se ha consignado en los códigos
políticos modernos, sin limitacion alguna hasta el de 1869.
Vamos á examinarlos. El primero de esos códigos políti-
cos, dentro ya del sistema constitucional ó parlamentario,
fué la Constitucion de 1812. Ninguno de nosotros los ta-
chados de intransigentes; ninguno de nosotros los tacha-
dos de intolerantes, propondríamos hoy un artículo consti-
tucional semejante al discutido y promulgado por los au-
tores respetables de aquel Código; en él se estableció la
exclusion absoluta y perpétua de otro culto.


y cuando eso se estableció, i, se hizo por hombres pre-
ocupados y fanáticos'? N ó; los hombres que discutieron y
promnlgaron ese Código político, fueron enérgica y exa-
geradamente liberales y admitieron en el órden civil todos
los principios de la revolucion francesa. Pero conocedores
de los sentimientos que animaban á los Españoles en el
órden religioso, tributando sincero respeto á sus creencias
y necesidades, rechazaron las impiedades sacrílegas y los
sangrientos delirios de la revolucion francesa, que llena-
ron de terror al mundo, y mantuvieron lo que existía en el
país: el hecho social, la unidad religiosa, en la forma más
intolerante y absoluta que cabía; tributaron solemne aca-




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 163
tamiento á la religion encarnada en la vida secular de nues-
tro pueblo. Y os lo recuerdo en estos momentos, señores
Diputados, porque tengo tambien necesidad de decírselo al
Gobierno (he visto con gusto un signo, que creo afirmativo,
del Sr. Ministro de Gracia y Justicia), que es quien puede
facilitar que se continue imitando este ejemplo provechoso.


i, y qué resolvió la Oonstitucion de 1837? Mantener la
unidad religiosa. i, Y quiénes la hicieron? La hicieron los
progresistas, partido disuelto con harta pena mia. j Ouánto
más provechoso fuera que estuviesen aquí los progresistas
de un lado y los moderados de otro, debatiendo estas gra-
ves cuestiones, como las debatiamos hace muchos años,
hasta que malas inteligencias y tendencias apasionadas de
todos trajeron la division y la discordia, cuyos tristes re-
sultados estamos sufriendo desde entónces!


Se conservó tambien, como era natural, la unidad de fe
en el Oódigo de 1845. De manera, que los que sostenemos
esta tésis tenemos en nuestro favor, sobre la historia de Es-
paña, todos los códigos civiles y todos los códigos políticos,
ménos la Oonstitucion de 1869.


Vigente la Constitucion de 1845, se publicó el Oódigo
penal, obra, como otras muchas útiles y honrosas, de
esas Administraciones moderadas, de que se quiso ma-
tar ayer hasta el recuerdo. En este Oódigo, redactado
por una ilustrada Oomision, compuesta de jurisconsultos
eminentes de todos los partidos, se procedió con previ-
sion y prudencia laudables. En algunos de sus articulo s ,
derogados durante la época revolucionaria, se penaron
únicamente los actos públicos contrarios á la religion ca-
tólica; de modo alguno los privados, resultando de aquí
indirectamente protegida en la ley, que es como debe ha-
cerse por altos respetos, la tolerancia práctica, que es la
verdadera tolerancia. Restablecido el título de los delitos
contra la religion, se llenarían así el deseo del Gobierno
como las necesidades del país, mejor que con los dos pá-
rrafos que habeis tenido, en mi concepto, y respetando




164 DISCURSO
vuestra intencion, la desgracia de añadir al arto 11, sin
necesidad de perturbar los ánimos, ni lastimar }as concien-
cias de los españoles.


Por último, se realizó un hecho culminante y de gran
significacion; se promulgó en 1851 el Concordato, tratado
solemne entre las potestades espiritual y temporal, que no
puede modificarse ni romperse por el mero arbitrio de una
de ellas.


Ya veis la serie histórica y legal, muy condensada, de
los monumentos en que España ha consagrado durante do-
ce siglos su adhesion inquebrantable al catolicismo; ya
veis cómo la historia y la legislacion, que algo valen, al-
gunas enseñanzas encierran y atesoran grandes experien-
cias fueron fijando y formando el carácter nacional; ya
veis, por último, que nuestros códigos políticos, excepto
uno, y éste erigido sobre las ruinas de la dinastía legíti-
ma y no cumplido por sus mismos autores, vinieron de-
clarando sin interrupcion la unidad católica, si bien acom-
pañada en los últimos tiempos de una verdadera tolerancia
práctica, como luégo demostraré.


Ahora me permitiréis que, sin ánimo de tachar de in-
consecuencia á nadie, partidos ú hombres políticos, ántes
aplaudiéndolos, acuda á doctrinas y afirmaciones perti-
nentes al debate; los traeré con respeto y,parsimonia, am-
parándome de ellos para sostener mis opiniones, para afir-
mar mis modestos raciocinios, como datos que no deben
olvidar las mayorías ni las minorias.


Decía el Sr. Argüelles: «Las leyes que quieren resta-
blecer la tolerancia, producen lo opuesto; provocan las
contiendas, irritan los ánimos, excitan las disputas.»


Si yo hubiera dicho esto, habríais exclamado: argu-
mentos propios de un intransigente, que no merece oirse
con respeto sino porque peina canas; y sin embargo, lo
decía Argüelles. La tolerancia le parecía mal, y c01~ razon,
áun á aquel hombre extremadamente liberal, pero tan prác-
tico y respetable bajo todos conceptos.




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 165
Oigamos ahora al Sr. Pidal, porque me propongo citar á


personas notables de todas opiniones.
Decía este profundo pensador é ilustre hombre político:


iiLa historia y los sucesos hicieron establecer en Ingla-
terra yen francia la libertad de cultos, y la historia y los
sucesos establecieron entre nosotros la unidad de religion.
Por eso aquellos paises tienen y deben tolerar diversas re-
ligiones. Cada uno obra segun sus antecedentes, segun su
derecho establecido, segun sus intereses bien entendidos.
Borrad, como han pretendido algunos espíritus superficia-
les, este gran sentimiento religioso en toda su pujanza y
soberanía, de nuestra historia, y nuestra historia será in-
comprensible. »


y tenía razon el Sr. Pidal en su sólida argumen-
tacion.


El Sr. Pacheco: «La unidad religiosa es un vínculo de
cohesion, tanto más importante en nuestros tiempos,
cuanto más raros y escasos son los que nos quedan. ¿Para
qué despreciarle? ¿Por qué hacerle obfeto de nuestra anti-
patía ~ ¿Por qué declararse contra él, cuando puede conser-
vársele fácilmente ~ .... Querer establecer en Francia la uni-
dad religiosa, fuera sin duda un acto de tiranía; querer
acabar con ella en España, tambien fuera un error.»


El Sr. Rios Rosas, á quien no quiero olvidar en esta
importante cuestion, porque la trató con claro talento y
acerada frase, amparó el ejercicio del derecho de peticion
muy de otra manera.que lo haceis vosotros. A falta de mo-
jores razones se arguye dentro y fuera del Congreso contra
ese inmenso número de firmas pidiendo la unidad religiosa,
preguntando á los señores Senadores y Diputados que pre-
sentan las exposiciones: ¿y es eso verdadero ~ Yo tengo que
decir que no hay derecho para dudar lo. El Senador ó Diputa-
do que crea ó tenga motivos para asegurar que no es cierto
traiga las pruebas, y pida que se lleven á los tribunales
las exposiciones que se hallen en tal caso; hacer otra cosa,
afectar recelos sin motivo alguno, es lastimar el derecho




1G6 D1SCURsO
de peticion, que tanta importancia tiene y tanto respeto
merece. No pareee sino que nos hemos propuesto quitar
prestigio á lo más respetable y acabar con todo. Nadie tie-
ne derecho á echar sombras sobre el libérrimo ejercicio del
derecho de peticion, sin aducir pruebas irrecusables. Na-
die tiene derecho á poner en duda la legitimidad de esas
exposiciones miéntras los tribunales no decidan acerca de
su falsedad.


Pues bien; refiriéndose á exposiciones elevadas en caso
análogo, decía el Sr. Rios Rosas:


«Los Obispos hubieran faltado á su deber si creyendo
que la unidad católica estaba en peligro hubieran callado;»
y añadía:


«En la cuestion religiosa no hubiera renunciado á mis
principios por ningun interes del mundo, por ninguna
consideracion de partido, de sistema, ni áun de patriotis-
mo; primero que la patria es la conciencia.»


Mi convencimiento es el mismo, pero admiro y envidio
la grandeza y el nervio de la frase.


Acabo de leer en un periódico, por otra parte bien eR-
crito y muy intencionado, hoy mismo he leido con pena en
El Imparcial, un artículo contra el digno y respetable se-
ñor Cardenal Moreno, que ciertamente no es razonable ni
fundado, y creo que si los señores que dirigen ese periódi-
co hubieran tenido presentes las palabras del Sr. Rios Ro-
sas en defensa de los Prelados que cumplían un deber
ineludible y honroso, no le hubieran escrito. El Sr. Carde-
nal Moreno, cumpliéndole, ha hecho lo que hacemos nos-
otros, volver por el principio religioso, que creemos vul-
nerado, y merece por ello más bien elogio que censura.
(El Sr. Presidente del Oonsejo de JIinistros: ¿En qué fecha
decía eso el Sr. Rios Rosas~) En 1855.


El Sr. Sagasta ha dicho tambien algo respecto de este
punto, y aunque no voy á lecr todo lo que expuso, leeré lo
bastante para acabar de demostrar que hasta 1869, en la
historia, en la legislacion, en los códigos políticos y on




t)EL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 167
los discursos de los hombres de todas las escuelas ha habido
una opinion unánime respecto de la unidad de religion.
Luégo exam inarémos si ha habido motivo para cambiar de
opinione s.


«La unidad religiosa, decia el Sr. Sagasta en 1855, la
unidad religiosa, dentro del catolicismo, ese inmenso be-
neficio, ese gran bien que S. S. (el Sr. Nocedal) dice, y
que yo ni po l' un momento dudo, que nos envidian todas las
naciones del globo, no se os debe á vosotros, nó, sino al
partido progresista;» y continuaba el Sr. Sagasta con igual
vehemencia: «quizá fuéramos nosotros á dar al partido car-
lista una bandera que hoy no tiene.» & Y cómo, en breves
mios, lo que era entónces tan envidiable, se ha hecho tan
vituperab le ahora'? La verdad es que la unidad religiosa se
debía á todos, al partido progresista que la conservó y res-
petó en las Constituciones de 1812 y 1837, Y á nosotros los
moderados, porque á nuestra vez la conservamos y respe-
tamos en la Constitucion de 1845.


No puedo olvidar en esta revista retrospectiva que me
permito hacer, porque veo que no os molesto, al Sr. Olóza-
ga, digno y elocuente sostenedor de las doctrinas liberales.
DeCía el Sr. Olózaga: «Si para que los españoles vivan
tranquilos, cualquiera que sea su opinion particular sobre
dogma, sobre puntos de cualquiera especie que sean de re-
ligion; si para esto no se necesita que se añada que no se
perseguirá á nadie por motivos religiosos, consideremos cuál
podrá ser el resultado de consignar en el artículo ese prin-
cipio. El hecho seguro es, que de darle lugar en la (Jonstitu-
cíon, ó no servirá de nada, ó servirá sólo para fomentar cultos
y sectas nuevas. ¡,IJebe esto desearse'?¡,Puede esto hacerse'?»


Meditad sobre el valor de estas palabras de recta apre-
ciacion y buen sentido, no pronunciadas por nosotros los
supuestos intransigentes, sino por los Sres. Olózaga y Ar-
güelles.


Voy á citar, por último, á un hombre político importante
á quien llegué á conocer y tratar; á uno de los Diputados




168 DISCURSO
de más sentido práctico y de mayor iniciativa que ha teni-
do el partido progresista, al Sr. Sancho, que aunque mi-
litar de profesion, sabía de todo, y sabía mucho de política,
y tenía una manera especial de formular sus opiniones.


Decía el Sr. Sancho, por cierto· nada fanático en pun-
tos religiosos: «Se ha pedido que se añadiese en el artículo
que nadie podrá ser perseg16ido pO?' sus opiniones religiosas,
y esto destruiría todo el efecto del artículo, p01'q1te nadie
es ni p1tede ser perseguido por opiniones. ¿ Quién ha perse-
guido jamás por opiniones ~ Por lo que se ha perseguido en
muchos países y en muchas ocasiones ti los hombres, ha
sido por la expresi01t de sus opiniones, pO?' atraer á ellas ci
otros, por querer hacer p1'osélitos; pero por la opinion que
tuviesen, jamás. Ni áun el tM')'ible Tribunal de la Inquisi-
cion persi!J1tió ni pudo perseguir las opiniones.» (El Sr. Ro-
mero 01'tiz: Se perseguía y se quemaba.)


Pues bien; ya que me haceis esa interrupcion, que no me
molesta, digo al Sr. Romero Ortiz, y tambien al Sr. Fer-
nandez Jimenez: primero, que entre las afirmaciones de
SS. SS. Y las del Sr. Sancho, de memoria respetable y casi
contemporáneo de la Inquisicion, me adhiero á la del ülti-
mo; y segundo, que sumen SS. SS. todos los resultados de
las hogueras y de los autos de fe que celebró la Inquisicion
en España; pongaI!- á su lado la estadística terrible tambien
de las hogueras, de las crueldades y de las barbaries ue
toda especie ejercidas en las guerras religiosas de Inglater-
ra, Francia y de Alemania, y veré mas á qué lado se inclina
la balanza.


Siento haberos molestauo con estas citas ó argumento:;
<le autoridad, tomados de notables uiscursos que pronun-
ciaron hombres políticos importantes de partidos diversos
y contrarios' respecto de la cuestion religiosa; y no recuer-
do las palabras elocuentes dichas en otras ocasiones por el
Sr. Presidente ue la Comision y por el Sr. Presidente del
Consejo de Ministros, porque van á tomar una parte impor-
tante en el debate, y no tengo precision de hacerlo. (El se-




DEL SR. D. FERNANDO ALVAREZ. 169
fior Pt'esídente del Oonsejo de Afiníst1'oS: Ruego á S. S. que
lea mis palabras.) No había pensado leerlas, pero defiero al
ruego de S. S. ; son cuatro renglones los que traía apun-
tados.


El Sr. Cánovas decía en la sesion de 8 de Abril de 1869:
«He deseado, y deseo en el fondo hoy todavía, el man-


tenimiento de la unidad religiosa; he creído siempre q1te es un
.r¡ran bien para el país.» Y como yo creía entónces y creo
ahora lo mismo, es natural que traiga en mi apoyo sus sen-
tidas y elocuentes palabras.


El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cá-
novas del Castillo): Pero detrás de esas frases hay otra
que dice: «Jamás votare la intolerancia religiosa.»


El Sr. ALVAREZ (D. Fernando): Cuando S. S. me haga
Qste argumento, yo le contestaré que no hay tal intoleran-
cia religiosa, que no hay más que el cumplimiento de un
deber ineludible por parte de los católicos, que no podemos
transigir, sin necesidad imperiosa y reconocida por todos,
con las religiones falsas.


Me advierten aquí que el Sr. Presidente del Consejo de
Ministros dijo tambien en otra ocasion, y si lo dijo tuvo
razon sobrada, «que quita1'la unidad católica en España M'a
hctcer política carlista.»


El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cá-
novas del Castillo): No he dicho eso, ni nada parecido.


El Sr. PIDAL Y MON: Ya lo veremos.
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cá-


novas del Castillo): El Sr. Pidal puede pasar esas palabras
al Sr. Alvarez para que las lea, y ahorremos tiempo; pero
no las leerá, porque eso no es exacto.


El Sr. ALVAREZ (D. Fernando): Decía, Sres. Diputa-
dos, que yo no he visto el texto; pero siendo exacto, hon-
raría al Sr. Presidente del Consejo, que ya tendrá el medio
y la oportunidad de explicar que en esa apreciacion no ha
sido inconsecuente, como tambien procurarán hacerlo los
de mas señores á quienes he citado; varios de ellos viven y




]70 DISCURSO
están presentes y oirémos con gusto sus explicaciones. El
resultado es , que con la revolucion de 1868 se nos echó
encima violentamente y de improviso ese engendro de la
libertad de cultos, que no sirvió más que para perseguir
el culto católico y cuando un principio nuevo y descono-
cido empieza por renegar de su nombre, el de libertad, y
se ejecuta en sentido opuesto, el de opresion y tiranía, no
creo que debieron quedar muy encantados del resultado, ni
los individuos de la Comision que han dado el dictárnen ni
el Gobierno de S. M. para tomarle, despues de la restaura-
cion de la Monarquía legítima, como punto de partida ne-
cesario é inexcusable de sus procedimientos y conducta.


Debo decir ahora, Sres. Diputados, por qué me he crei-
do obligado á tomar parte en este debate, no sólo bajo el
punto de vista de la cuestion religiosa, sino tam bien bajo
el aspecto de la cuestion política.


La opinion que ahora sostengo no es del momento; es-
taba hondamento arraigada en mi ánimo. Al rayar feliz-
mente la aurora de la restauracion , recibí, cuando no lo
esperaba, una invitacion tres veces repetida del palacio
de Buenavista, en la noche del 30 de Diciembre de 1874;
no acudí desde luego al llamamiento , porque creía que se
hacía solamente para que expusiera mis opiniones con:o
hombre político, segun se había anunciado á los demas ex-
Ministros conservadores. Estaba enfermo; dí mis excusas al
Sr. Presidente del Consejo de Ministros, y rogué que le ad-
virtieran que por mis compañeros de opinion política sabría
la que en aquellos momentos pI' ofesaba; pero en la última
invitacion, ya se expresó que era llamado para desempeñar
la cartera de Gracia y Justicia. Yo, Sres. Diputados, que he
tenido una vez esta honra, que no ambicioné, ni ambiciona-
ré en el triste estado político de nuestro país, creí que en
aquellos momentos era una obligacion aceptar la honra que
se me dispensaba; y cualquiera que sea mi situacion polí-
tica en adelante, j amás olvidaré esta distincion, y la agra-
deceré profundamente al Sr. Presidente del Consejo, que




DEL SR. D. FERNA~DO ÁLVAREZ. 171
hizo suya la iniciativa de un respetable hombre político en
cuanto á mí se refería.


Pero procediendo con la lealtad y con la franqueza que
acostumbro, manifesté cuál era la marcha que necesitaría
seguir si aceptaba la cartera que se me ofrecía, atendida
su especialidad. No se aceptaron estas opiniones; algunos
Sres Ministros manifestaron estar conformes con ellas en el
fondo, si bien disentían de la oportunidad, porque en aquel
momento sólo se trataba de formar un Ministerio transito-
rio para mantener el orden; dejando á S. M., cuando lle-
gase, la verdadera designacion de un Ministerio definitivo.
Insistí, sin embargo, en que se me autorizase para consig-
nar en la Gaceta de aquel mismo dia mis opiniones explí-
citas y claras en la cuestion religiosa ante el país, y los
Sres. Ministros, usando de un derecho que respeto, no lo
creyeron conveniente. En su vista, nos separamos con la
mayor cordialidad y recíproco sentimiento. No tengo mo-
tivos para arrepentirme de lo que entónces hice; no he de
detallar, porque no hace al caso, lo que entónces ocurrió;
diré únicamente que la línea de conducta que hoy sigo,
arranca desde aquellos momentos, y que no es un acto de
hostilidad al Gabinete, sino la profesion sincera de las opi-
niones que he sustentado siempre, ántes y despues de la
l'estauracion.


El proyecto presentado por el Gobierno, en lo que se
refiere al arto 11 , se apoya en fundamentos poco sólidos; y
aunque es algo pesado rebatir de nuevo lo que han dicho
señores que ocupan el banco ministerial y el de la Comi-
sion, los Sres. Diputados tendrán paciencia para escuchar
una vez más las razones en que apoyamos nuestra opinion
los defensores de la unidad religiosa. El argumento más
fuerte, casi el único, el que resume todo el pensamiento
de la Comision , le condensó su presidente el Sr. Alonso
Martinez, cuando interrumpió á un orador y exclamó: « ¡, Y
la Europa civilizada 1» Se pretende que por ser católicos, y
buenos católicos, que no acertamos á transigir sobre el




172 DISCUMO
principio religioso sin que recaiga ántes una resolucion so-
lemne de la Santa Sede que nos autorice y tranquilice para
ello, somos una triste y vergonzosa excepcion y estamos
fuera del concierto universal de las naciones.


Lo niego de todo punto. Estamos en el concierto uni-
versal de las naciones desde que, restaurado el trono de
don Alfonso XII, á los pocos meses nos habían reconocido
todas las de Europa y la mayor parte de las de Asia y
América; y ese es el modo real y verdadero de estar en el
concierto ,de los pueblos cultos. Nadie puso como con-
dicion para reconocernos que se estableciera el principio
ele la tolerancia; yo he preguntado si había compromiso
sobre esto, y nadie me ha contestado afirmativamente.
¿ y cómo lo había de haber? ¿Quién se hubiera atrevido á
decir que habría tolerancia hasta que las Córtes y el Rey
lo acordasen?


El reconocimiento vino de todas partes, y ántes que de
ninguna otra de la Santa Sede, que por espacio de seis años,
á pesar de lo mucho que las exigencias de un pueblo reli-
gioso como el nuestro pesan siempre sobre la Santa Sede,
se negó resueltamente á reconocer, así á los Gobiernos mo-
nárquico y republicano, como á los demás que se sucedie-
ron en España durante el febril período revolucionario; y
al mismo tiempo, no hubo medios de mover la constancia
inquebrantable del venerable Pontífice, hoy la cabeza vi-
sible de la Iglesia, para que reconociera las pretensiones
del carlismo, único campo donde se sostenía entónces ofi-
cialmente el principio religioso, aunque de una manera
que ha traido su ruina y la de España.


El reconocimiento de la dinastía restaurada por parte de
la Santa Sede, se hizo sin reservas; desde luego se acreditó
un Nuncio en Madrid, en la inteligencia de que el Gobierno
de S. M. no había de producir ningun género de dificulta-
des para conceder á la Santa Sede el pleno restablecimien-
to de las leyes religiosas y eclesiásticas. i, Y cómo vamos á
pagar esta condescendencia, y la lealtad y la consecuencia




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 173
de la Santa Sede? ~ Qué hemos hecho hasta ahora para dis-
minuir las amarguras de ese venerable anciano, persegui-
do , vejado por las más importantes naciones de Europa,
empresa en la cual no debe aparecer nunca España, como
espero que no aparecerá? ~ Cómo hemos correspondido á
sus consideraciones? ~Mantenemos respetuosa y escrupu-
losamente el Concordato, que obliga ti la Nacion Española,
cualquiera que sea el Gobierno que la rija? Pues el artículo
1.0 de ese Concordato establece la unidad religiosa de la
misma manera que se establecía en la Constitucion del año
1812, Y el Gobierno, que representa al país, tiene la obli-
gacion estricta, si hay que hacer alguna alteracion ó modi-
ficacion en ese Concordato, de abrir ántes, si no lo está ya,
una negociacion para acordar con la Santa Sede la manera
de verificarlo. Entre tanto, no puede faltarse ti los com-
promisos contraidos. ~ Cuáles serán los resultados si se es-
tablece la peligrosa doctrina de que el Concordato puede
ser alterado por la voluntad de una sola de las partes con-
tratantes, si se pretende que la situacion política del país
exige que se rompa la unidad de fe establecida en el arto 1.°;
y el Santo Padre respondiera: queda roto el Concordato, y la
Santa Sede no se cree obligada á cumplir ninguno de los
artículos restantes? No se niegue este triste resultado, que
está no solo en la esfera de lo posible, sino tambien en la
esfera de lo probable. Nadie puede afirmar con seguridad lo
que sucederá; y como puede suceder lo que yo temo, ruego
al Gobierno que lo medite mucho.


Desde el año 44 al 51 todas las Administraciones mode-
radas, principiando por aquella á que perteneció mi respe-
table y querido amigo el Sr. Mayans, que empezó á pro-
mover las negociaciones para celebrar el Concordato, ne-
gociaciones en las cuales yo le ayudé, aunque en modesta
esfera, como ayudé despues á los Sres. Pidal y Arrazola,
todas las Administraciones moderadas, repito, trabajaron
durante esos siete años para lograr ese Concordato que
honra al país, y que si al principio se recibió esquivamen-


12




174 DISCURSO
te por alguna parte del clero, hoy está unánimemente
admitido, y sería una verdadera desgracia para España
que no continuase, con especialidad en t\stos tiempos, y en
los que han de venir, si Dios no lo remedia.


Se dice que la tolerancia legal, que la tolerancia escri-
ta no debe alarmar á los católicos; empecemos por fijar la
significacion de la palabra tolerancia. Un profundo pensa-
dor, Balmes, llamaba ya la atencion, yel Diccionario de
la Lengua lo confirma, sobre que á la significacion de to-
lerancia va siempre unida la idea del mal. No se tolera
nunca, no hay necesidad de tolerar lo que es bueno de
suyo; lo que se tolera es lo que, siendo más ó ménos malo
ó imperfeéto, hay cierta conveniencia, Cierta necesidad
en no romper con ello. Hay en estos momentos la exagera-
da pretension de erigir la tolerancia en una nueva especie
de virtud religiosa, en una especie de panacea universal,
que ha de curar todos los males de este país, sin más que
consignarla en ese Código fundamental, que nos ha de
abrir generosamente la puerta para entrar de llenú en el
concierto de las naciones europeas. Pues yo, negando todo
eso, digo que la tolerancia legal es lo mismo que la liber-
tad de cultos, una libertad más ó ménos limitada. La ver-
dadera tolerancia, la que merece propiamente ese nombre,
es la tolerancia práctica. Desde que la estableceis en la
Constitucion , es un derecho legal y perfecto; deja de ser
tolerancia y se convierte en un derecho constitucional, so-
lemne, rigorosamente aplicable. No es que tolerais, que
consentís otros cultos que el del Estado; es que teneis que
respetarlos. Y cuando consignais la pretendida ·tolerancia,
de la manera indefinible y vaga para todos que lo haceis,
nadie se considera satisfecho, resultado necesario de las
transacciones descoloridas é indecisas. Recordad las aspi-
raciones de los diversos partidos.


Los señores Constitucionales, que repugnan ese artículo
indeterminado y abstracto sustituido á la libertad religio-
sa que crearon, quedan naturalmente descontentos, no le




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 175
admiten. A los partidarios de la unidad, como se quebranta
el espíritu de la religion católica, nos afecta y lastima lo
mismo que se quebrante para eso, como que se rompa para
establecer la libertad de cultos; siempre se falta á princi-
pios importantes de doctrina religiosa, á que no podemos
renunciar. Como la justicia no tolera la iniquidad, ni la ver-
dad el error, ni la virtud el vicio, nosotros, los verdade-
ros católicos, los que creemos que no hay más que una re-
ligion verdadera, no podemos, no acertamos á tolerar el
culto público y la propaganda de las religiones falsas. De-
seamos que se nos explique desde los bancos de enfrente
dónde está consignado el principio de que la doctrina reli-
giosa verdadera, sin necesidad absoluta y reconocida por
todos, que aquí no existe, abra la puerta caprichosamente
á cultos ignorados. N o soy yo partidario de lo que llamais
intolerancia. Cuando haya una necesidad absoluta y se me
demuestre, y ántes que á mí se demuestre á la Cabeza visi-
ble de la Iglesia, nada tendré que oponer ni opondré; pero
¿dónde están los que piden la tolerancia escrita? ¿ Cuántos
son'? l,En qué datos y fundamentos se apoyan? ~Renuncia­
remos á la unidad católica, única que nos resta, meramente
para atraernos los aplausos de la Europa culta, para hacer
que la tolerancia, que hoy no es necesaria, lo sea rigorosa-
mente despues? Pues tened en cuenta que al hacer eso abrís
ancha puerta á la libertad de cultos y contra vuestra vo-
luntad la tendréis, y con ella la falta de vigor y virilidad
en la Nacion , la discordia en los pueblos y la intranquili-
dad en las familias. La familia española, modelo de virtu-
des y respetos, y ejemplo para todas las naciones, se reba-
jaría á las proporciones de la familia francesa ó de cual-
quiera otro país librecultista.


Si existiera en rigor necesidad demostrada, si hubiera
hoy verdaderamente esa necesidad, repito, yo votaría con
vosotros la libertad ó la tolerancia legal de cultos, porque
ese es el espíritu de la Iglesia; pero en los pueblos que no
la necesitan, como no la necesita el nuestro, no existien-




176 DISCURSO
do el keclw, no puede establecerse el derecko sin faltar á
todas las reglas, á todos los deberes y á todos los principios
de recto y buen sentido. A eso quisiera que se me diese res-
puesta, porque si me probais con los números, con la esta-
dística y con razones morales á la vez que es necesario, re-
tiraré mi enmienda; pero no lo podeis probar; de vuestros
labios ha salido la confesion de que casi la totalidad de los
españoles son católicos; que la religion de la N acion Espa-
ñola es la católica; reconoceis que constituimos una excep-
cion real y verdadera, y existiendo ésta, es indispensable
proceder lógicamente y respetarla.


Además, señores, ¿ es cierto que la libertad de cultos y
lo que se llama tolerancia religiosa, se hallen establecidas
en todas las naciones de una manera uniforme, de una
manera que dé por resultado ese concierto universal, si no
de todos, de los pueblos más importantes'? Nó, señores;
hay diferencias muy grandes entre unos y otros pueblos.
¿Puede compararse la tolerancia ó libertad intolerante que
existe en Rusia, en Prusia, en Francia y en Italia con la
verdadera libertad de cultos de que se goza en Inglaterra
yen los Estados-Unidos? Pues ¿qué quiere decir esto'? Que
en cada pueblo se legisla, en esta y en todas las materias,
conforme á sus condiciones especiales; y hacen bien; pro-
ceden cuerdamente. El hecho de verdad es que á la sombra
de estas aspiraciones y por todos medios, el espíritu re-
formador, el espíritu revolucionario empezó, y ahora más
que nunca persevera en su trabajo, por desligar en todas
partes la institucion religiosa de la institucion monárqui-
ca, para debilitar á ambas, para abrir el funesto camino
que le ha de conducir á su predominio y á su triunfo; y
vosotros, inconscientemente como dicen ahora, contra
Vllestra voluntad, como decíamos ántes, vais á andar por
esos tortuosos caminos á paso de gigante.


Fijémonos en esto. ¿ Cuál es la verdadera lucha que hoy
se riñe en Europa y en el mundo'? No es la lucha de la re-
ligion católica con las sectas protestantes, que decaen vi-




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 177
siblemente, nó; es la lucha de la religion católica con el
racionalismo, con la falta de toda creencia religiosa, y á
ese término podeis llevarnos por el camino que seguís. No
lo dudeis: en plazo más 6 ménos largo, la tolerancia es-
crita engendra la indiferencia; ésta, la falta de sentimientos
religiosos; y la carencia de sentimientos religiosos, la in-
moralidad y la anarquía. El principio de autoridad padece
y se enerva tambien con el afan de secularizarlo todo para
arruinarlo todo. No dudo que vuestra tolerancia, favorecida
por las consecuencias naturales del sufragio universal, to-
mará cuerpo en la nueva Constitucion; i, pero os habréis
atraido por eso la buena voluntad de los partidos avanzados?
N ó; rechazan la tolerancia con que los brindais , lo mismo
los constitucionales y los radicales que los republicanos.


Todos ellos os contestarán que no la quieren, que la re-
pugnan. i, Y por qué? Porque los librecultistas y los libre-
pensadores lo que quieren es la abolicion de todas las re-
ligiones, la desaparicion de todas las creencias, persuadi-
dos de que ese es el camino seguro de empujar á las socie-
dades perturbadas á los abismos del desorden, explotarlaR
miéntras puedan y abandonarlas luégo en su inmensa y
merecida desgracia. i Cuán diferentes son, señores Di puta-
dos, los frutos que producen siempre la religion y la moral
católicas!


Abriendo la mano á la facultad de elegir cultos, daréis
carta de naturaleza con el dogma arbitrario y caprichosa-
mente mudable á la moral, tambien variable y arbitraria,
andando el tiempo licenciosa y perturbadora, y en pós de
todo eso la libertad de cultos, que será siempre en España
la libertad de agresiones contra los católicos.


Vosotros, los que esto proponeis; vosotros, los que esto
voteis, estad seguros de que no han de pasar muchos años
sin que deploreis amargamente haberlo hecho. Quisiera no
ser profeta, quisiera equivocarme, porque al hablar así no
me ciega el amor propio; me aflige profundamente lo que
pudiera llamar la realidad del porvenir inexorable.




i 78 DÍSCURSO
Vamos á tratar ahora de lo que puede suceder aqul con


la tolerancia en lo que se refiere á las relaciones necesarias
con la Santa Sede, en un país donde se ha declarado, y
donde se declara todavía, que la religion del Estado es la
católica.


Bajo el punto de vista del Estado, yo os probaré luégo
que será una gran calamidad. Bajo el punto de vista de la
Iglesia, puede sostenerse con buenas razones que podría
ganar mucho si se estableciera, en vez de la tolerancia, la
absoluta libertad de cultos. (Un Sr. IJiputado de la minoría
constitucional: i,Por qué no la votais '?) Despues que expli-
que mi pensamiento, me diréis si la quereis así; yo no la
acepto tal y como vosotros la aceptais.


La libertad de cultos supone siempre en el Gobierno el
propósito de no intervenir para nada en las cuestiones re-
ligiosas , de no elegir entre la verdad J el error, de dejar
á cada ciudadano que profese la religion que le parezca,
de no preocuparse con lo que pueda suceder á la religion
católica ni á las demas religiones. A unos les parecerá que
el indiferentismo es la mejor manera de que los hombres se
eviten el trabajo de profesar culto alguno; á otros les pa-
recerá que es buena tal ó cual religion; pero como el Go-
bierno no se cuida de eso para nada, no tiene que preocu-
parse tampoco con lo que la Iglesia haga dentro de su co-
munion, siempre que respete y cumpla las leyes civiles.
La Iglesia , dado este caso, se vería libre de todos los víncu-
los y ligaduras que, á cambio de la proteccion que la dis- .
pensan las Monarquías ó los Gobiernos, la imponen para
ejercer su ministerio.
S~ dais á la Iglesia la libertad de enseñanza, que no se


la daréis; si le dais la libertad de entenderse para todo con
su cabeza visible; si además de hacerla esas dos concesio-
nes esenciales, cuando hay libertad de cultos, no la per-
turbais 2n el nombramiento de todo su órden gerárquico,
la Iglesia quedará con más libertad de accion, cumplirá sus
fines de mejor.manera, y llegará á tener una influencia le-




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 179
gítima tal, que si vosotros la concediérais todo esto, vues-
tras doctrinas politicas y sociales durarían bien poco. Esta
es, á mi entender, la libertad de cultos genuinamente apli-
cada, nÓ la libertad de cultos establecida por la revolucion
de 1868, que permitía profanar los templos y fusilar las
imágenes sagradas. (Varios 81'es. IJip~ttados d~ la izquieJ'da:
N ó, jamás.) No lo hariais vosotros; pero se hizo en los tiem-
pos ele vuestra libertad religiosa, en el período revolucio-
nario.


El Sr. Marqués de SARDOAL : En 1834 se hizo más.
El Sr. ALVAREZ (D. Fernando): En 1834 se hizo más


por los mismos que han hecho despues esto.
El Sr. PRESIDENTE: Ruego á los Sres. Diputados que


no interrumpan al orador.
El Sr. ALVAREZ (D. Fernando): A mí no me disgustan,


ni me desconciertan las interrupciones, porque tengo fe y
seguridad en lo que digo. ~Acontecerá con la tolerancia re-
ligiosa lo mismo que con la libertad de cultos'? N Ó. Podrán,
si gustan, contestar muy bien á esta pregunta el Sr. Minis-
tro de Gracia y Justicia y el de Estado. Al consignar en la
Constitucion que el Estado es católico, que la Nacion se
obliga á mantener el culto y sus ministros, no dispensais
ningun favor al clero, os limitais á cumplir el deber de
entregarle una indemnizacion justa y escasa de los bienes
y rentas de que fué violentamente despojado.


Al establecer, digo, todo lo expresado, ~renunciais al
ejercicio del patronato, á la aplicacion de las regalias y á
la ejecucion de los privilegios pontificios'? Nó; es decir que
vosotros, sin patrocinar, sin dar proteccion á la religion
católica en lo que forma el punto capital de sus aspiracio-
nes y de su doctrina, conservais el ejercicio do todo lo pre-
ceptuado, que no tiene otro fundamento, que el ser la reli-
gion católica lÍnica y exclusiva en nuestra España. Pero
tened en cuenta que naciendo casi todos esos derechos de
antiguas concesiones y de privilegios pontificios, si la Santa
Sede, provocada por vosotros y agotada su longanimidad,


..




Íso jnscuRso
los retirase, quedarían hondamente perturbadas las rela-
ciones entr.e la Iglesia y el Estado.


No es imposible que la Santa Sede, que toma fuerzas y
energía del mismo cúmulo de desgracias que la abruman,
y de la persecucion ó el abandono de los reyes y príncipes
temporales, resuelva ejecutar un acto nuevo de dignidad y
de firmeza, que traería tristes é inevi tables consecuencias
para España.


Yo, señores, he dicho que si la libertad de cultos hu-
biera de llegar- á ser verdadera y noblemente ejecutada,
seria una era de prosperidad para la Iglesia, pero digo
ahora, como ántes dije, que para el Estado sería la mayor
de las ealamidades. Yo no quiero la separacion de la Igle-
sia y el Estado; quiero, por el contrario, que la Monarquía
y la Iglesia católica permanezcan siempre unidas para evi-
tar la comun ruina.


Juntas cayeron cuando la revolucion se enseñoreó de
España; juntas debieron ser restauradas; no puede darse
razon sólida para que no haya sucedido. Respetar el acto
revolucionario de la libertad de cultos como punto de par-
tida, miéntras se desatiende y prescinde con razon de otro
acto revolucionario que derrocó la Monarquía, es incurrir en
una grave contradiccion que nada justifica.


Yo, que he sido y soy tan monárquico como el que
más; yo, que no he variado en mis firmes propósitos de
adhesion y lealtad, y espero no variar en el resto de mi
vida, os digo que ante todo es para mi la cuestion religio-
sa , porque nací dentro de la Iglesia, porque soy católico,
porque no puedo acomodarme á las exigencias revolucio-
narias, cualesquiera que sean, lo mismo en el orden reli-
gioso que en el político.


Muchas razones, muchos argumentos de caracter secun-
dario tenía aún que alegar en apoyo de mi enmienda; pero
voy á abreviar mi tarea, porque estoy fatigado; he per-


- r!ido la costumbre de hablar con el alejamiento forzoso de
la política despues de tantos años. Pero no por eso omitiré





D~L SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 181
nada de cuanto directamente se refiere al apoyo concreto
de la enmienda que he tenido el honor de presentar, con el
de otros seiíores Diputados, que piensan enteramente como
yo en esta cuestion, con abstraccion de sus opiniones polí-
ticas, y sin perjuicio de volver despues cada uno al puesto
que ocupa en los bancos de esta Cúmara.


Seiíores Diputados, ni en el manifiesto de Sandhurst,
ni en las explicaciones que precedieron á su publicacion,
se dijo nada que prejuzgara la cuestion religiosa; se die-
ron, por el contrario, seguridades de que esta trascenden-
tal resolucion se dejaría integra á las Córtes. i, y ha venido
completamente íntegra'? Ya os dije que absolutamente nó.
El primer Ministerio de la restauracion, con gran senti-
miento mio, no creyó oportuno declarar en.su vigor el
Concordato y derogar todas las disposiciones revoluciona-
rias en el órden religioso, para resolver esta cuestion de
plano evitando los rodeos y los apuros en que ha dE? tropezar
si se lleva á cabo ese artículo, orígen permanente de per-
turbaciones y de luchas.


Cuando el Sr. Cardenal decía «queremos un templo para
que oren los protestantes nacionales y extranjeros que lo
deseen, un cementerio inviolable para que duerman el sueño
de la muerte ,» al cabo ya fijaba un límite. Por lo que hace
al cementerio, nadie se ha opuesto; los había en Málaga,
en Bilbao, en Alicante y otros puntos; esa es una medida
municipal, nadie se ha opuesto á ella, y ya existían ántes.
Pero cuando el Sr. Cardenal decía: nosotros no' queremos
más que un templo para los que no sean católicos, yo decía
para mí: bY por qué eso que quiere el señor Cardenal, y
supongo quiere tambien la Comision, no se ha consignado
en la letra del artículo constitucional'? i,Por qué no se ha
dicho lo que se queria decir'? No sucedería lo que al pre-
sente; sabríamos por donde caminar en adelante. El Sr. Mi-
nistro de Estado nos dijo hace pocos dias: «nosotros no que-
remos más que el culto privado.» Y por cierto que es ya
necesario preguntar: bes lo mismo profesar el culto privado




182 inSCURSO
que el culto doméstico, y uno y otro que erigir nuevos tem-
plos'? Pero una vez establecido el templo, ¿se hace el señor
Cardenal la ilusion de que no ha de venir la propaganda
necesariamente'? ¿Se hace esa misma ilusion el Sr. Ministro
de Gracia y Justicia'? Miéntras S. S. sea Ministro, ya sé que
no tolerará la propaganda pública; pero algun clia dejad
ese puesto, y eutónces ahí quedará el principio; el orígen
autorizado para que la propaganda se realice, y vendrá mús
ó ménos yelada en la prensa, en la ens~ñanza y en el libro,
y entónces no servirá de disculpa á S. S. Y á sus compañe-
ros de Gobierno sostener que no quisieron eso, porque re-
sultará siempre que SS. SS. abrieron la puerta para que eso
sucediera.


En el manifiesto de Sandhurst, repito, ni en las expli-
caciones que precedieron á su publicacion se dijo nada que
prejuzgara la cuestion religiosa; y entiendo que en este
camino se debió haber perseverado; aceptando mis modes-
tas indicaciones, se debió haber puesto en vigor el Concor-
dato, que no estaba derogado por ninguna ley expresa.


Además, esta cuestion se debió mantener absolutamente
abierta, no se debió resolver incompleta y provisionalmente
por nadie, reservúndose sólo á la iniciativa del Gobierno; nO
debió reunirse la Junta del Senado, ni debió, por último,
traerse aquí resolucion alguna miéntras no precediera el
acuerdo necesario con la Santa Sede. Para resolver acerca
de la unidad religiosa ó de su desaparicion, no basta oir á
los hombres políticos, es necesario oir ántes á los maestros
de la doctrina, á los prelados y á la Santa Sede. Y este eX{t-
men en el órden religioso debe ser anterior á la discusion
política en el Parlamento. Es innegable que 'la materia de
que se trata envuelve una cuestion política importante,
una cuestion constitucional, pero despues de tratada y re-
suelta la religiosa. Yo presumo que las negociaciones con
la Santa Sede han existido y existen, y me fundo para ello
en que el Gobierno puso en labios de S. M. en el discurso
de apertura estas palabras: «Reanudadas felizmente las in-




OEt SR. D. FERNANDO lLVAREZ. 183
terrumpidas relaciones con la Santa Sede, trátase entre
ambas potestades, dentro de las condiciones que imponen
los deberes respectivos de la Iglesia y el Estado;» y la Co-
mision del mensaje puso tambien en boca del Congreso una
afirmacion igual. Partiendo de tal supuesto, manifesté al
Sr. Ministro de Estado mi deseo de qu!'l pusiera sobre 'la
mesa la negociaciones entabladas; S. S. me dijo que pen-
saba presentarlas en el Senado, y yo no quise. poner
á S. S. en el caso de que, pedidas públicamente, me dijera
que no conceptuaba oportuno traerlas; pero de todas ma-
neras, puesto que el Gobierno decía que existían negocia-
ciones, lo debemos creer. Estando pendientes, no se debía
traer á debate esta cuestion hasta que se terminaran; yen
el caso de no haberse iniciado las negociaciones, deben
entablarse, puesto que la naturaleza del asunto así lo exi-
ge. Miéntras esto no se realice, la cuestion propuesta en el
arto 11 no tiene 'estado, no se halla en las condiciones y en
la sazon necesaria para ser resuelta por las Córtes; no po-
demos votar de una manera definitiva ese artículo los que
profesamos la Religion católica sin faltar á deberes respe-
tables é imprescindibles. El acuerdo que se tome en el ac-
tual estado de las cosas puede traer resultados graves que
tendrémos despues que lamentar.


Los Concordatos pueden y deben modificarse en lo que
no sea dogmático, innegable, segun las verdaderas é im-
periosas necesidades de la Iglesia y el Estado; pero de co-
mun acuerdo, no al mero arbitrio de aquélla ó de éste ais-
ladamente.


Os recordé, señores Diputados, que en el Código penal
teneis una resolucion muy fácil, dentro de la tolerancia
práctica, para cuanto pueda ocurrir, sin más que restable-
cer el título de los delitos contra la Religion, en vez de los
dos párrafos que habeis añadido al artículo constitucional.
Con la simple lectura de ellos os penetraréis de la manera
acertada y previsora en que resolvió esta importante cues-
tion la Comision de Códigos, compuesta de hombres ilus-




]84 D!SCURSÓ
tres, pertenecientes á todos los partidos y á todas las es-
cuelas liberales.


«Art. 129. El que celebre actos públicos de un culto que no sea
el de la Religion católica, apostólica. romana, será castigado
con la pena de extrañamiento temporal.


»Art. 130. Serán castigados con las penas de prision correccio-
nal: primero, el que inculcare públicamente la inobservancia de
los preceptos religiosos; segundo, el que con igual publicidad se
mofare de alguno de los misterios ó sacramentos de la Iglesia, ó
de otra manera excitare á su desprecio; tercero, el que habiendo
propal({do doctrinas ó máximas contrarias al dogma católico,
persistiese en publicarlas dC'spues de ha ber sido condenado por la
autoridad.


»El reincidente en estos delitos será castigado con el extraña-
miento temporal.


»Art. 133. El que con palabras ó hechos escarneciere pública-
mente alguno de los ritos ó práctlcas de la Religion, si lo hicie-
re en el templo ó en cualquier acto del culto, será castigado con
una multa de 20 á 200 duros y el arresto mayor. En otro caso, se
le impondrá una multa de 15 á 150 duros yel arresto menor.))


y como sabeis, señores Ministros y señores de la Co-
mision que, establecido el Código penal, ningun delito,
ni~gun acto criminal puede ser sometido á los tribunales
ni castigado sino conforme á los preceptos expresos consig-
nados en el mismo, la consecuencia inmediata es que al
que no celebrase ó ejecutase los actos públicos comprendi-
dos en los artículos anteriores, nadie podía acusarle, per-
seguirle ni castigarle, porque no existía sancion penal
para los actos privados en materia religiosa. Os recordaré
ahora el arto 136 , que dice así:


«El español que apostatare públicamente de la Religion cató-
lica, apostólica, romana, será castigado con la pena de extraña-
miento perpétuo. Esta pena cesará desde el momento en que vuel-
va al gremio de la Iglesia.»




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 185
Este gravísimo pecado religioso, el más grave de to-


dos, cae bajo la jurisdiccion penal sólo para los españoles,
y en el único caso de que se haga público por medio de actos
externos. M.iéntras permanece en el fuero interno, Dios, ú
quien nada se oculta, y la Iglesia, si el culpable lo revela
en la esfera espiritual, le juzgan y castigan conforme á la
ley divina.


Resulta de aquí que, con arreglo á nuestra legislacion
penal anterior al Concordato, y no modificada despues de
promulgado éste hasta el período revolucionario, la tole-
rancia existía en el órden judicial, puesto que los tribuna-
les no podían penar en materia religiosa más que actos
públicos; y bajo este concepto, restablecida aquella legis-
lacion, para nada se necesitan.los dos últimos párrafos del
arto 11.


Despues de leidos estos artículos, conviene que tengais
presentes estas palabras 'que leí con pena en el preámbulo
del Real decreto de convocatoria: «Pedir el restableci-
miento de la unidad católica, tal como existía en 1868 es,
ó no hacer nada práctico, ó querer renovar las antiguas
persecuciones por puros motivos de fe;» y segun el mani-
tiesto de los notables, «querer lastimar los fueros de la
conciencia.» Responderé á estas afirmaciones con otras del
Sr. Pacheco, eminente jurisconsulto. Oidlas bien. «Ningu-
na de las Cpnstituciones españolas hechas en este sig'lo
por nuestra escuela liberal han proclamado abiertamente la
tolerancia, mucho méuos la libertad religiosa; todas, sin
embargo, han respetado los f1le1'OS de la conciencia; todas han
puesto un .freno; todas han hecho imposibles las anti[!ltaS
persecuciones por causas de fe, tan impropias de nuestro
tiempo.» ~No os parecen proféticamente escritas estas pa-
labras para impugnar aquellas dos afirmaciones '?


Quería leeros otro comentario del Sr. Pacheco á estos
artículos del Código penal en que se completan satisfacto-
riamente y sin la pasion de la polémica, ni el calor del mo-
mento, las observaciones corltenidas en el manifiesto d,0




186 DISCURSO
los Notables del Senado yen el decreto de convocatoria; y
como parece que ha de contestarme el Sr. Alvarez Buga-
llal, persona de cuyos labios no pueden salir sino frases
autorizadas, le ruego, como rogaría al señor Presidente
de la Comision, pues ambos tienen tantos medios de satis-
facer mi deseo, que expresen la exactitud de mis asertos
cuando establezco que desde la promulgacion del Código
penal no hay en la estadística criminal de España un solo
dato de haberse perseguido á nadie por sus opiniones reli-
giosas privadas. Los artículos leidos lo impiden absoluta-
mente; pero además estoy seguro de que el resultado de la
estadística ha de confirmar estas palabras mias. ¿Dónde
están, pues, las exigencias que obligan á recurrir á la to-
lerancia escrita? ¿Cómo se demuestra que era insuficiente
é ineficaz la tolerancia indirecta establecida en el Código
penal? ¿Es acaso la existencia en proporciones atendibles
de diversos cultos en España, ó el espíritu de indiferentis-
mo más real y verdadero, pero que no necesita toleran-
cia alguna, lo que hace indispensable eso que presentais
como absolutamente necesario para que nos pongamos al
nivel de las naciones civilizadas '?


Voy á concluir; en cualquiera de las rectificaciones po-
dré añadir, si fuese necesario, algo que ahora haya omitido
por olvido. Y al hacerlo, reiteraré la observacion de que el
Gobierno de S. M. incurre en visible contradiccion al resol-
ver cuestiones de grande, de igual ó de mayor importancia
en sentido diferente. Y yo pregunto: los que miran la tole-
rancia religiosa como el cumplimiento de un deber, ¿por qué
no llevan ese mismo espíritu, esa misma tendencia al terreno
de los principios políticos? ¿,Será por arrostrar la nota de
inconsecuencia? Ciertamente nó. Ceden en esta parte á no-
bles impulsos, á deberes estrechos de lealtad y de pruden-
cia, que reconozco y aplaudo. ¿, Permitirá el Sr. Presidente
del Consejo de Ministros, tolerará el Gobierno de S. M. que
se discuta en los periódicos la Monarquía, y se encarezcan
las pretendidas ventajas ó la legitimidad del sistema repu-




DEL SR. D. FERNANDO "\LVAREZ. 187
blicano'? ¿,Consentirán el Gobierno y las autoridades que se
abran círculos en tal ó cual forma, sin inscripciones en las
fachadas, pero donde se reunan libremente, no digo los
republicanos y los radicales, pero ni áun los constituciona-
les, que al cabo reconocen la Monarquía restaurada, para
profesar libremente, aunque sin publicidad, dentro de aque-
llos muros inviolables sus doctrinas respectivas'? ¿, Consen-
tiréis que en esos círculos se instalen cátedras para ense-
ñar con abstencion absoluta ·de manifestaciones públicas,
doctrinas socialistas, comunistas, republicanas, para su
uso particular, y que hagan lo mismo respecto de las su-
yas los carlistas recientemente vencidos'? Seguramente
que no lo tolerarán, y harán bien. El Gobierno y las auto-
ridades tolerarán de hecho, prácticamente (como es justo)
tÍ los revolucionarios y á los carlistas pacíficos que abri-
guen en su fuero interno las doctrinas políticas que esti-
men mejores; no les perseguirán por ello; respetarán su
convencimiento, pero de ningun modo consentirán la pro-
fesion colectiva en lugares determinados, la propaganda, la
organizacion, la enseñanza, en una palabra, el culto comun
y autorizado de sus principios políticos, sin otra limitacion
que la de hacer manifestaciones públicas de ellos al aire li-
bre, en las plazas y en las calles. No lo consentiriais, como
no lo hicieron en su tiempo los Gobiernos revolucionarios,
y cerraron los círculos políticos en nombre de la libertad
absoluta de asociacion, y de los derechos individuales con-
signados en la Constitucion de 1869. Cedeis ahora, y ce-
dieron ellos, á las inspiraciones de una justa prevision; la
necesidad de defenderse los obligaba á ello. Pues bien, se-
ñores Ministros y señores de la Comision; eso que quereis
y haceis respecto del Rey y de la Monarquía, eso mismo,
nada más que eso deseamos y pedimos encarecidamente
que hagais respecto de Dios y de la Religion católica.




188 DISCURSO


RECTIFICACIONES.


Rectificó el Sr. PRESlDEl'iTE DEL CONSEJO DE MINISTROS.


El Sr. ALVAREZ (D. Fernando): Pido la palabra para
rectificar.


El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.
El Sr. ALVAREZ (D. Fernando): Voy á ser muy breve.


No es cuestion de aritmética, Sr. Presidente del Consejo;
es cuestion de verdaderas necesidades morales la de conver-
tir la tólerancia práctica en libertad ó tolerancia escrita,
segun las condiciones del momento. Yo he dicho que si aquí
ocurriera una necesidad imprescindible, reconocida por to-
dos, ora una guerra religiosa, ora un número considera-
ble, expresado, nó por centenares ni millares, sino por
millones de sectarios de religiones falsas, habría necesi-
dad imprescindible para mantener la paz pública, para el
lmen órden de la Monarquía, de admitir la tolerancia legal
(le cultos, la admitiría, y ::'tntes nó. Yeso me parece muy
fundado, cuando se trata sobre todo de un país que se rige
por el sistema parlamentario y por la ley de las mayorías;
lo que yo no concibo es que se someta la casi totalidad de
la Nacion á una minoría exigua de otros cultos, ni que se
abra capl'ichosam~llte la puerta para crear una necesidad
que ahora no existe, perturbando la opinion religiosa de la
mayoría del pais.


El Sr. MINISTRO DE FOMENTO (Conde de Toreno) usó de la pa la·
bra para ocuparse no del fondo del anterior discurso, sino de la
alusion política que le había dirigi¡lo el Sr. Alvarez. Despues lo
hizo extE'nsamente ~l Sr. Presidente del Consejo de Ministros com-
batiendo la enmienda. y cuando terminó dijo:




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 189
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Álvarez tiene la palabra.


(A votar, ti votar.) Ruego á los señores individuos de la
mayoría tengan la tolerancia que deben tener con las opo-
siciones.(Bien, bien.)


El Sr .. Álvarez tiene la palabra.
Muckos señores lJiputados de la mayoria: A votar, ú


votar.
El Sr. ÁL V AREZ (D. Fernando): ¿ Por qué quereis im-


pedirme que hable'? Que se vote más tarde ó que se vote
otro clia , ¿ qué importa'? ¿ Tanta priesa teneis '? Que yo ha-
ble, ó que no hable un poco más para rectificar, ¿ evitará el
juicio que forme la historia de vuestros actos en este lugar
yen este clia'? ¿Es esa la tolerancia de que dais muestra'? ¿Es
esa la falta de pasion con que quoreis resolver este af:mnto
importantísimo, vosotros, los que no habeis tomado parte
en el debate, y que no podreis disculparos con el calor de
la discusion'? (Un Sr. lJiputado: Creíamos q uo no tenía su
Señoría ya nada que decir.)


El Sr. PRESIDENTE: Ruego á los Sres. Diputados guar-
den silencio, y cuanto más silencio se guardo, más pronto
se votará.


El Sr. ÁL V AREZ (D. Fernando) : N o he de abusar yo de
la condescendencia del Sr. Presidente, y le doy gracias
por su imparcialidad y por su energía.


El Sr. PRESIDENTE: N o es condescendencia.
El Sr. ÁLVAREZ (D.Fernando): Los hombres impulsa-


dos por sus pasiones, áun sin darse cuenta de ello, van más
allá dlJ lo que quisieran. Estoy seguro de que mañana los
que tan sin razon me han interrumpido, pensándolo fria-
mente, estarán pesarosos de sus impaciencias. Tienen,
pues, que agradecer, como yo, al Sr. Presidente que haya
vuelto por los fueros de la Cámara.


He dicho que estoy fatigado, y además en los estrechos
límites de una rectificacion no puedo contestar á todo lo que
hadicho con su elocuente palabra el Sr. Presidente del Con-
sejo de Ministros ;'necesito solamente decir algo; así, pues,


13




190 DISCURSO
dejando á un lado lo ménos importante, diré que he visto
con pena que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, no
manteniendo lo que ha afirmado en otras ocasiones respec-
to de que los moderados podían y debían estar alIado del
Ministerio, no sólo con sus antecedentes y con sus doctri-
nas, sino tambien con su nombre y su bandera, sostenga
hoy el parecer contrario; esto es, el de que los hombres
elel partido moderado se dén por muertos como tales, con-
forme á la afirmacion repetida del Sr. Ministro de Fomento.
Cuando el trascurso del tiempo haya confundido en un solo
partido, que yo no veo formado todavía y que no sé si lle-
gará á formarse, á moderados, unionistas y constitucio-
nales disiclentes; cuando no haga falta que esos hombres
del partido moderado, los más leales y consecuentes de to-
dos, apoyen el trono restaurado; cuando desaparezcan los
electores consecuentes que puedan enviar aquí, fuera del
sufragio universal desacreditado para todos, Diputados de
su color político, entónces desaparecerá el partido mode-
rada, y yo, sin embargo, si eso sucede, continuaré profe-
sando sus doctrinas miéntras exista y conserve fuerzas para
ello. Esas doctrinas, practicadas por él constantemente para
honra suya, son las que constituyen el verdadero método de
gobernar, y han sido aplicadas por todos los que, partiendo
de opuestos puntos, tuvieron la necesidad y el valor de
hacerlo en momentos críticos. No es exacto que no tenga
ya importancia ese partido, ni sea necesario como tal; yo
ruego al Sr. Presidente del Consej o, porque al Sr. Ministro
de Fomento no quiero pedirle nada despues que ha procla-
mado caprichosamente la desaparicion de las opiniones po-
líticas en que militó, yo ruego al Sr. Presidente del Conse-
jo que vuelva la vista á todo lo que existe de importante en
todos los ramos de la Administracion; que recuerde las
numerosas leyes promulgadas en la época liberal de Es-
paña, y me diga si no encuentra más rastros de lo que ha
hecho con fortuna y acierto el partido moderado, que de
lo que haya hecho ningun otro partido. Y tranquilo con




DEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 191
esta seguridad, no vuelvo á hablar más de este asunto.


Dejando este desagradable incidente á un lado, procu-
rare, en cuanto mi memoria ya debilitada lo permita, rec-
tificar algunas observaciones del Sr. Presidente del Conse-
jo. Explicó S. S. sus opiniones sobre la unidad religiosa y
sobre las circunstancias en que las manifestó. No le hice yo
ningun cargo directo sobre ello. Traía en apoyo de mi tesis
las doctrinas políticas de los hombres ilustres de todos los
partidos; quería demostrar que no había ningun partido en
España que hubiese tendido á sostener la libertad de cultos
ni la tolerancia legal ó escrita, hasta 1869; Y al hacer esta
reseíla me referí tambien al Sr. Cánovas del Castillo, aunque
sin leer textualmente sus palabras mientras no me dirigió
á este fin un ruego expreso. No ha habido, pues, motivo
ninguno para que S. S. crea que tenía la menor inten-
cion de mortificarle contraponiendo sus palabras á sus
actos.


Decía el Sr. Presidente dl'l Consejo de Ministros que es
necesario acomodar la política á las circunstancias, y que
más de una vez hay que hacer lo que ántes se repugnaba.
Cierto; pero como las circunstancias y las verdaderas ne-
cesidades del país son las mismas que en 1869, Y á mi jui-
cio no han variado en nada por actos revolucionarios efí-
meros y sin vida propia, no comprendo porqué debía variar
en la cuestion que se debate la política del Gobierno ni la
politica de la mayoría, que mantienen y deben mantener
opiniones conservadoras. He dicho, y repito, que no que-
remoS" la intolerancia religiosa, y no es lícito ni justo com-
batirnos en ese terreno; queremos sólo la tolerancia prác-
tica, que da los mismos resultados sin quebrantar los prin-
cipios religiosos. Dije, sin embargo, al mismo tiempo, que
si el hecho social á que se refiere con insistencia el Sr. Pre-
sidente del Consejo llegara á tomar cuerpo desgraciada-
mente y ser de tal naturaleza que lo que no hay en España,
esto es, la existencia de diversos cultos, se realizara de
una manera que viniese á constituir desgraciadamente una




192 DISCURSO
necesidad verdadera, im pel'iosa y reconocida por todos, no
me opondría, como nunca se ha opuesto la Iglesia en casos
extremos, á que se estableciera lo que se llama tolerancia
escrita en las leyes, y yo creo debe llamarse libertad de
cultos, más ó ménos limitada.


Observa el Sr. Presidente del Consejo de Ministros que
se han creaclo intereses que constituyen un hecho; que no
es ya una cuestion libre, atendidos los intereses que se
han creado. loDónde están esos intereses'? lo Quién los ha
explicado'? Vamos á hacer una votacion, que no será la ül-
tima, y laComision hasta ahora no los ha explicado. El
Sr. Presidente del Consejo, dando á su peroracion el gran
valor que merece, no ha descendido á esos detalles. Yo
niego que haya esos intereses creados dentro de España. A
los extranjeros lo que les debemos es proteccion, seguri-
dad individual, respeto para el ejercicio privado de su
culto, órden y tranquilidad para que consagren su inteli-
gencia y sus capitales á la industria; no les debemos más.
Donde hay régimen parlamentario no se ha de sacrificar la
inmensa mayoría de los españoles á algunos millares de
hombres indiferentes, que no han menester libertad de cul-
tos, puesto que ninguno profesan, y á algunos millares de
extranjeros, sectarios de diferentes cultos, que no tienen
derecho á exigir de nosotros, que poseemos el grande be-
neficio de la unidad religiosa, que renunciemos á él por
complacerlos; basta que les aseguremos cumplida protec-
cion para su culto privado.


Afirma el Sr. Presidente del Consejo de Ministros que
queremos restablecer en el Código penal el título de deli-
tos contra la religion , para llevar á los hombres á presidio.
Es un error incomprensible. Yo siento mucho que el señor
Presidente del Consejo de Ministros, que no habrá tenido
necesidad, Ú ocasion, ó tiempo para estudiar detenida-
mente este extremo, no recuerde que la pena más grande
que había en el Código penal no pasaba de multas, de pri-
sion correccional y de extrañamiento respecto de los após-




193
tatas. (El8r. P1'esidente del Consejo de .Ministros: De extra-
i'iamiento perpétuo.) A los que públicamente apostataren de
su rcligion; á los españoles, no á los extranjeros; y ese
extrañamiento perpétuo ciertamente, pena justa y análo-
ga, cesa desde el momento en que vuelve á profesar la re-
ligion católica; eso es lo que dice el Código, y ha de ser el
que se castiga acto público, porque al apóstata que lo es
dentro del recinto doméstico, nadie le molesta ni persi-
gue. Precisamente había yo citado el título de los delitos
contra la religion para probar al Gobierno y á la Comision
que con penas leves, y sólo penando actos públicos, se con-
seguía con facilidad lo que no podrá conseguir este Minis-
terio ni otro alguno, estableciendo en el arto 11 de la Cons-
titucion dos pánafos embarazosos y perjudiciales, y con-
signando en ellos la prohibicion de manifAstaciones públi-
cas de los cultos no católicos, que exigirún la necesidad de
aliadir nuevos artículos al Código penal y de aumentar pro-
bablemente el número y la importancia de sanciones pena-
les en materia religiosa. El tiempo traer A á S. S. desenga-
ños sobre esto, y demostrará con hechos palpables, que no
es infundada ó ligera mi opinion,


Que en periodos antiguos de nuestra historia hubo una
tolerancia que llegaba al punto de permitir otros cultos
diferentes del católico, como sucedió al conquistarse á To-
ledo y :i Granada. Indudable; y si hubiera aquí ahora, como
entónces, un número respetable de sectarios de otros cul-
tos, como lo hubo en aquellas épocas de sarracenos y ju-
díos, nosotros diríamos que era indispensable tolerarlos y
respetarlos. Pero es el caso que hoy no los hay, y no hemos
de aplicar el remedio cuando el mal no existe. Hechas
entónces las capitulaciones, era necesario respetarlas; ha-
bía una necesidad clarísima, y el Estado y la Iglesia lo
reconocieron. Hoy que no existe, ¿, par;1 qué invocar aquel
ejemplo, que no es congruente, ni imitarle'? Precisamente
la clave de la cuestion está en eso; en demostrar esa nece-
sidad, y hasta ahora no se ha probado, ni se probad.




194 DiscuRSO
No estamos en el caso de faltar á nuestros principios


religiosos en su parte más esencial por seguir esas corrien-
tes del mundo civilizado, que se invocan, suponiendo no
sé por qué, que no puede haber civilizacion donde existe
la unidad de fe, unidad de aquellas creencias y doctrinas
que derramaron la civilizacion por todo el mundo.


Ha convenido conmigo el Sr. Prnsidente del Consejo de
Ministros, en que el manifiesto de Sandhurts dejó la cues-
tion íntegra á las Córtes; pero resulta que el Gobierno, si
bien no ha pactado, si bien no ha dado ninguna seguridad
á potencias extranjeras, ha hecho afirmaciones ante todo
el mundo, ante la diplomacia universal; y encuentro al-
guna contradiccion en estos dos hechos, colocados. uno
frente á otro.


Creía yo además, que en la cuestion religiosa, puesto
que se había convenido en dejarla íntegra á las Córtes, no
debía haber intervenido el Gobierno ántes de la manera que
lo hizo, y ahora hasta el punto de convertir en cuestion de
Gabinete lo que no puede, ni debe serlo por su naturaleza.
Donde hay una cuestion de conciencia, superior á todos los
respetos humanos y á todas las consideraciones y mira-
mientos políticos, no puede haber racionalmente cuestion
de Gabinete, y nunca he visto apelar en cuestiones análogas
á ese duro extremo; y es más de extrañar, y mas inexpli-
cable esto, cuando es obvio que no era menester acudir á él.
Aun cuando ya lo sabe, aseguro al Sr. Presidente del Consejo
de Ministros que mi enmienda, no por ser mia, no por-
que yo la haya sostenido con escasas fuerzas y mediano
acierto, no porque he evitado extremar su defensa hasta
donde pudiera, por respetos á que nunca deben faltar los
hombres políticos, sino porque real y verdaderamente la
mayoría abriga de antemano un propósito inquebrantable y
resuelto, formado "":)1' buenos ó malos móviles, que yo no
juzgo de intencion. ", será desechada. CreaS. S.que si pasan
de 20 ó 30 votos 103 que aprueben mi enmienda, me admi-
raré de tal resultado. Nó; no me he propuesto, ni se ha




DEL SR. D. FERNA:t\00 .hVAREZ. 19)
propuesto nadie venir en estos mOfuentos á alcanzar triun-
fos imposibles, sino á cumplir deberes de conciencia; pero
creo que hubiera sido mejor para la mayoría y mejor para
el mismo Ministerio dejar la cuestion libre, porque le hu-
biera dado al Ministerio el mismo resultado, y hubiera pa-
recido que se obedecía más á convicciones propias que tí
imposiciones políticas.


Se dice que va á suceder aquí lo que sucedió cuando la
revocacion del edicto de Nantes: nó; ni en el fondo de am-
bas cosas hay la menor analogía, ni nosotros pedimos per-
secuciones para nadie; crea el Sr. Presidente del Consejo
de Ministros que si se pudiera perseguir ti alguno por lo que
he dicho, me hubiera condenado al silencio; me he limita-
do á asegurar que con el antiguo Código penal, si se resta-
bleciese en esta parte, no hay persecucion posible, sino
por actos públicos, y que S. S. ó los Gobiernos que le su-
cedan han de penar mús gravemente de lo que estaban pe-
nados en el Código.


El Concordato, dice el Sr. Presidente del Consejo, no
resuelve la cuestiono Si yo no temiera cansar al Congreso,
ahora que le debo mayor deferencia porque nadie me inter-
rumpe, leería el artículo del Concordato, y resultaría que
es el mismo de la Constitucion de 1812. Si el Sr. Pidal, de
respetable memoria para mí y para todos, en los últimos
momentos de las negociaciones pasó notas en uno ú otro
sentido que no conozco y por tanto no puedo apreciar, eso
no es de la cuestion; oficialmente debemos atenernos al
texto del Concordato. Es verdad que el Sr. Pidal fué rega-
lista, como lo fueron todos los hombres de su edad, como
lo he sido yo, aunque la mia no era tanta. Entónces era na-
tural y áun necesario serlo, porque las circunstancias eran
muy diversas; pero hoy, en el estado actual de la Iglesia
católica, para nada hace falta. Si el SI'. Pidal sostuvo esa
opinion, bueno habría sido traer los datos originales: el
Sr. Bertran de Lis, luego Ministro de Estado, sostuvo la
contraria, y lo que se acordó y sancionó entre ambas Po-




196 DISCURSO
testades, fue el mantenimiento de la unidad religiosa tal
como existia entóncos, y su pcrpétua conservacion en los
dominios de S. M. C. Esto se puede variar, yo no lo niego,
pero por los trámites regulares, no convirtiendo una cues-
tion esencialmente religiosa en una cuestion meramente
de derecho público y político. Todos los Concordatos pueden
ser modificados en momentos dados, pero por medio de una
negociacion prévia y detenida. Ha dicho S. S. que esta ne-
gociacion no ha existido en cuanto á haberse promovido por
el Ministerio; pero ha existido en cuanto la ha promovido Su
Santidad: pues bien: desde el momento en que se ha pro-
movido, sea por quien qniera, y aún no se ha resuelto, yo
rDpito que no está la cnestion de ninguna manera en esta-
do de resolverse ahora, aquí, en estos momentos. El Gobier-
no sabe que esta mayoría se compone de Dipnta(los católi-
cos, por más que votando contra la unidad religiosa ni) lo
parezcan, y debía tener en cuenta los mnchos disgustos, las
muchas amarguras y contrariedades que han de pesar so-
bre ellos por este voto, que considero impremeditado.


Si el Sr. Presidente del Consejo de Ministros acierta en
su manera de apreciar la cuestion, lo cual es fácil, porque
reconozco su superioridad política y de toda especie, cuan-
ta más seguridad tenga de que hubiera conseguido su ob-
jeto por medio de negociaciones con la Santa Sede, más
razones había para que ahorrase ú los Sres. Diputados de
sus opiniones los sinsabores que les ha de ocasionar el voto
que tanta impaciencia tienen por emitir.


Ha hablarlo con vehemencia el Sr. Presidente del Con-
sejo de Ministros del regalismo; y yo, que reconozco siem-
pre en S. S. el don de la oportunidad, debo decirle que hoy
no la ha tenido en esta parte. ¿Qué tiene que ver lo que
<lebatimos con el regalismo'? ¿Qué tiene que ver el espíritu
del principio religioso COn disputas de mayor ó menor ex-
tension sobre atribuciones respectivas en la esfera y res-
pGcto de los limites de ambas potestades'? Esos Monarcas
regalistas, desde los Reyes Católicos hasta Fernando VII;




DEL SR. D. FERNANDO ALVAREZ. 197
esos Monarcas regalistas, celosos de sostener las atribucio-
nes del patronato y de todo cuanto creían que debía ser en
ellas respetado, ¿ sabe S. S. que ni una sola vez hayan
tratado de debilitar nunca, ni bajo ningun concepto el
princi pio de la unidad religiosa'? Jamás se ha tratado de
eso en España; y si no, traiga S. S. los datos que lo de-
muestren. Habrá habido cuestiones reñidas respecto de la
provision de beneficios, habrá habido cuestiones nacidas
del patronato entre la Santa Sede y el Gobierno español;
pero ·en el sentido de conceder á otras religiones el dere-
cho exclusivo que tenia la religion revelada, no podrá ci-
tar S. S. caso alguno. Y de eso respondo yo, que por razon
de cargo he tenido á mi disposicion y he leido muchos do-
cumentos históricos referentes á los asuntos religiosos y
eclesiásticos.


Algo ha hablado del carlismo el Sr. Presidente del Con-
Rejo de Minü;tros, y supongo que con esto no habrá que-
rido hacer alusion ú los firmantes de esta enmienda. (El
Sr. Presidente del Oonsejo !tace un signo negativo.) Si alguna
esperanza pudiera haber para el carlismo de reproducir los
males, los desastres que la guerra última causó; si alguna
esperanza pudiera haber para ese partido, estaría de seguro
en la desaparicion de la unidad religiosa. La revolucion lle-
vó las cosas por esa corriente politica, y contra su volun-
tad empujó á los campos de Navarra, no sólo á los carlistas
de todos tiempos, sino á muchos de los hombres de órden.
No dirijais, por Dios, las cosas de manera que puedan lle-
gar á repetirse los males, los desastres que la guerra civil
nos ha hecho sufrir, resolviendo la cuestion religiosa de un
modo que no puede defenderse bajo ningun concepto, y q ne
sólo se justifica por el capricho de ir, como vosotros decis,
á la zaga de la Europa civilizada, destruyendo para ello en
España un hecho social invariable durante la série ele los
siglos.


Voy á terminar, no sólo porque he hecho las rectifica-
ciones de mayor interés, sino porque estoy fatigado. Mi




198 DISCURSO
tarea es infecunda bajo el aspecto de los resultados; me li-
mito á llenar un deber de conciencia y de consecuencia po-
lítica; siento que el Sr. Presidente del Consejo de Minis-
tros haya dado tanta importancia á que se resuelva la
cuestion religiosa de la manera que propone, que la haya
declarado cuestion de Gabinete.


De mí sé decir, que si no hubiera pensado siempre como
pienso ahora, si no hubiera pensado hoy como pensaba án-
tes de la restauracion, al ver que se hacía cuestion de Ga-
binete la religiosa, hubiera votado como voy á hacerlo.
Las amenazas de cuestiones inmotivadas de Gabinete, lé-
jos de hacerme retroceder, me han hecho ir alguna vez al
punto de donde querían apartarme.


y ahora, si el Sr. Presidente me lo permite, voy á leer
algunas palabras relativas á la cuestion suscitada por el
Sr. Presidente del Consejo de Ministros referentes á las
persecuciones que nosotros á su juicio, ciertamente equi-
vocado, queriamos restablecer en el Código penal respecto
á la cuestion religiosa. Ant~s busqué para citarla la opi-
nion del Sr. Pacheco y no pude encontrarla; ya la he ha-
llado, y voy á leerla, si el Sr. Presidente me lo permite.


« Yo respeto, dice nuestra ley penal, vuestras opinio-
nes; no trato de investigar vuestras creencias; yo no os
exijo áun que ejecuteis ningun acto del culto que reconoz-
co. Sois libres para adorar á Dios como os lo inspire vues-
tro juicio; la Inquisicion ha muerto para siempre; las anti-
guas inscripciones en las puertas de los templos no se re-
petirán; pero yo os prohibo que ejerzais actos de hostilidad
contra esa fe y ese culto, que son los mios, que son los de
la inmensa generalidad de mi pueblo; yo os mando que los
respeteis, que os abstengais de provocar su subversion. Si
así lo hiciéreis, si lo intentéí.reis, yo os castigaré como
perturbadores de la paz pública.»
~ y la ley tiene razon en obrar de este modo, no sólo


porque la Constitucion se lo manda, sino porque el buen
sentido aprueba plenamente los preceptos de la u,na y de la




!lEL SR. D. FERNANDO ÁLVAREZ. 199


otra. La ley al penar sólo la celebracion de actos públicos
de un culto que no sea el católico, consagra el verdadero
principio de la libertad de conciencia, y áun de la libertad
del culto secreto y privado. No prohibiendo, no imponien-
do penas sino al que celebrare actos públicos de un culto
que no sea el católico, claro es que reconoce como exentos
de su alcance á los que privadamente oren y sirvan á Dios
en la forma que tengan por oportuna. Nadie quita al fabri-
cante inglés que en un salon de su casa lea devotamente
la Biblia y la esplique á sus hijos en el sentido de su par-
ticular iglesia; nadie impide al comerciante israelita que
cierre el sábado su escritorio para entregarse á considera-
ciones de piedad. Libres son el uno yel otro para hacerlo;
ninguna autoridad, ni eclesiástica ni ci vil, le ha de decir
una pahbra. Lo que veda la ley y lo que castiga son actos
públicos de un culto que no sea el de la religion católica.»


Nada he de añadir á estas observaciones; sería desvir-
tuarlas.


Esto es lo que entendía el Sr. Pacheco de la aplicacion
de ese Código penal que, segun el Sr. Presidente del Con-
sejo de Ministros, iba á producir persecuciones en materias
religiosas. Y como no tengo más que decir, me siento,
dando las gracias al Sr. Presidente por su benevolencia, y
esperando tranquilo el resultado de la votacion, que dará á
mi enmienda escaso número de votos.


Leida por segunda vez la enmienda del Sr. Álvarez (D. Fer-
nando), y hecha la pregunta de si se tomaba en consideracion,
se pidió por ~ompetente número de Sres. Diputados que la vota·
cíon fuera nominal; verificada ésta, resultó desechada aquélla
por 225 votos contra 37, en la forma siguiente:


8eñores que dijeron NO :
Silvela.-Fernandez Cadórniga.-Rico.-Martinez (D. Cándi-


do ).-Cánovas del Castillo (D. Antonio ).-Martin de Herrera.-
Lopez de Ayala (D. Adelardo ).-Salaverría.-Romero Robledo.




200 DISCURSO
-Toreno (Conde de ).-Alonso Martinez.-Alzugaray.-Alvarez
Bugallal.-Fernandez y Jimenez.-Cardenal.-Candau.--Piñero.
-Goróstidi.-Trives (Marqués de ).-Scdano.-Elduayen.-Ga-
mazo.-Estrada.-Corbaehc.-Finat.-Patilla (Conde de la).-
Amat.-Roda (D. Cecilio).-Alarcon Luján.-Muros (Ylarqués
de).-Cancio Villamil.-Garrido Estrada.-Pcrez Zamora.-Pa-
htll.-Cantero.-Fabra (D. Camilo ).-Vazquez (D. Ignacio).-
Danvila.-Hurtado.-Aurioles.-Vmalba (D. Federico).-Goicoe-
rroteu'-'}onzalez Goyeneche.-García Goyena .-lVIaldonado Ma-
canáz.-~fau'zanera (Vizconde de).-Rius y Salvú.-Botella (don
Ftaneisco).-Torres de Mendoza.-Kavarro y Rodrigo.-Zamhra-
na.-San Miguel' de la Veg'a (Marqllés de).-Bas.-Montes y
Verdesoto. -Agramonte (Conde de).-Hereclia.-Caclenas.-Cla-
vijo. -Figuera (D. Fermin).-Oliva.-Gonzalez Vallarino.-Cam-
poamor.-Estéban Collantes (D. Saturnino).-Guirao.-Almenas
(Conde de las).-Arnau.-Cárdenas.-)fena.-Hernandez y Lo-
pez.-Mariscal.-Cánovas del Castillo (D. Emilio).-Torres-Ca-
brera (Conde de).-Lasala -Villalobar (Marqués cle).-Pallares
(Conde de).-Riquelme.-Montevirgen (Marqués de).-Gisbert.-
Isasa.-Ulloa.-Balaguer.-Torrado.-Rodriguez Gayoso.-Ga-
lante.-Fabra (D. Nilo).-Rivas y Urtiaga.-Pastor y Magan.-
Escobar (D. Angel).-Cruzada Villaamil.-Robledo Checa.-Pe-
rez Aloe.-Guillelmi -Encinas (Conde de las).-Fabié.-Alba-
cete.-Azcárraga (D. Manuel).-Fuentes.-Gaset y Matheu.-
Marton.-~avarro Ituren.-Lopez Gonzalez.-Bernad.-Viscon-
ti.-Navaf?cués.-Soldevila.-Bosch y Labrús.-Sallchez de Mi-
lla.-Suarez Inclán.-Gutierrez de la Cámara.-Jove y Hévia.-
Aranaz.-Botella y Andrés.-Sanc hez Chicarro.-Salamanca (Mar-
qlles de).-Le,·)ll y Castillo.-Anglada.-Peñuelas.-Barrio Ayu-
sO.-Avila Ruano.-Parra.-Muñiz.-Zabálburu.-Romero Ortiz.
-Camacho. -Bayo. - Sanchez Bustillo. - Suarez Sanchez.-
Grotta.-Casado.-Genoves.-Nuñez de Prado.-Veña.-Caste-
llarnau.-Gosalvez.-Miranda.-Anton Ramirez. -García Asen-
Río . -Torres Valclerrama.-Gonzalez Alonso.-Boguerin.-Mar-
tiuez de Aragon.-Vierna.-Acapulco (Marqués de).-Perez Gar-
('hitorena.-Cabezas. - Gonzalez Vazquez.-Toro y M::>ya.-Mas-
pons.-Dacarrete.-Cisneros.-Moreno Nieto.-Castell de Pons.
-Cabirol.-Valentí.-Borrajo.-Groizard.-Lopez y Lopez.-Ta-
viel de Andrade.-Moreno Mora.-Bayon.-Rojas.-Linares.-






DEL SR. D. FERNANDO ALVAREZ. 201
Núñez de Arce.-Arias.-Angulo.-Rius y 'fauled.-Arenillas.
-López Dominguez.-Carnicero.-MartÍnez Corbalan.-Villal-
ba y Perez.-Cerdá.-Rubio.-Fontall.-Garmendia.-Villavaso.
- Vida.-Batlle.-Bañercs.-Pons.-Sedó.-Puig y Llagostera.
-Cos-Gayon.-Piñan. -Monedero y Monedero. -Argenti.-Lo-
pez Guijarro.-Vivanco.-Roda (D. Arcadio).-Sanchez de LeoD.
-Polo.-Barca.-Guadalest (Marqués de ).-Ordoñez. -Viudes.
-Echalecu.-Nieto Álvarez.-Cuadrillero.-Puent6 y Pellon·.-
Albareda.--Veraguas (Duque de).-Sardoal (Marqués de).-Sa-
gasta.-Reig (D. Eduardo).-Martorell.-Benayas.- Guilhou.-
Navarro Diaz.-Alba Salcedo.-Vega de Armijo (Marqués ue la).
-Juez Sarmiento.-Quevedo.-Autrines (Vizconde de los).-Mu-
I10z Herrera.-Salazar.-Alvarez Mariño.--Fernandez Villaverdc.
-Quintana.-Castelar.-Carballo.-Zayas.-Condc y Luque.-
Garda de Zúñiga.-Sr. Presidente.-TotaI225.


Se adhirieron posteriormente: Carreras y Gonzalez.-Daban.
-Almech.-Escudero .


,señores que di/eran SI:


Sanz.-Cápua.-Alvarez (D. Fernando).-Mayans.-Mon y
Menendez.-Carriquiri.-Vallejo. -Caramés.-Moyano. -Alcalá
(Baron de).-Revilla (Vizconde de).-Martinez MOlltenegro.--Rei-
na.-Sala.-Moreno Leante.-Perier.-Villa de Miranda (Vizcon-
de de la).-Cavero.- Gonzalez Regueral.-Almenara Alta (Du-
que de).-Batallero.-Llobregat (Conde del).-Alboloduy (Mar-
qués de).-Malpica (::\farqués de).-Rocamora (Marques de la
Puebla de).-Garda Camba.-Pidal y Mon.-Montoliu.-Camps.
-::\Ioraza.-Bonanza.-Saltillo (Marqués del). - Neira Florez.-
Villa nueva de Perales (Conde de).-Verdugo.-Vazquez de pug'a.
-Sanjurjo y Pardiñas.-Total 37.


Se adhirió dcspues: Souto.






DISCURSO
DEL


SR. D. CARLOS lVIARIA PERIER,


EN DEFENSA DE LA UNIDAD CATOLICA,


PRONUNCIADO


EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS EN I~A SESION DEL DIA
;) DE MAYO DE 1876.






SESION DEL DIA 5 DE MAYO DE 1876.


Art. H. La Religion católica, apostólica,
romana es la del Estado. La Nacion se obli-
ga a mantener el culto y SUg ministros.


Nadie sera molestado en el territorio es-
pañol por sus opiniones religiosas, ni por
el ejercicio de BU respectivo culto, salvo el
respeto debido a la moral cristiana.


No se permitiran, sin embargo, otras ce-
remonias, ni manifestaciones públicas, que
las de la religion del Estado."


(Provecto de Constttuclon.)
Rogamos al Congreso se sirva admitir


la siguiente enmienda al arto i1 del pro-
yecto de Constitucion, el cual debera re-
dactarse de este modo:


«Art. H. La Religion de la Nacion Espa-
ñola es la católica, apostólica, romana. El
Estado se obliga a mantener el cuao y sus
ministros.


»Ninguna persona eerá perseguida en
EBpaña por las opinionee religiosas que
profese priyadamente, miéntras no ata-
que con actoli ó manifestaciones públicas IÍ.
la Religion católica.


Palacio del Congreso 24 de Abril de 1876.
-Carlos Maria Perier.-José Manuel Diaz
de Herrera.- José Moreno Leante. - Pedro
Pascual Sala. - Gonzalo Sanchez Arjona. -
Javier Maria Los Arcos. - Conde de Tor-
reánaz.;';


El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Perier tiene la palabra
para apoyar su enmienda.


El Sr. PERIER: Señores Diputados, la enmienda que
voy á tener el honor de apoyar despues de los incidente5 y
discusiones que habeis presenciado, es todavía de las que
se refieren á la más alta y delicada cuestion que puede pre-
sentarse en una Asamblea española; y conociéndolo yo así,
no es mucho que me halle poseido del gran temor con que
pronuncio mis palabras.


N o son éstas arma de oposicion en mis labios; la cues-
tion social y religiosa que debatimos, está en nuestro áni-


14




206 DISCURSO
mo muy léjos y por encima de oposiciones y Ministerios.
Mis palabras y nuestros votos son tributo de conciencia 'y
deuda de honor. La conciencia resueltamente católica de
los que esta enmienda hemos firmado, no nos permite ir un
punto más allá, tocante á la base religiosa de la Constitu-
cion española, de lo qne sus términos expresan, ni nos
consiente dejar de dar en esta solemne ocasion testimonio
auténtico de la fe que profesamos; el honor nos veda sos-
tener con nuestra voz y nuestros votos de hoy lo contrario
de lo que hemos proclamado ayer y siempre, lo contrario de
lo que alguno, como el que tiene la honra de hablar en este
momento, ha escrito y publicado en libros y revistas, que
muchos de los señores Diputados presentes conocen y leen.


En 1869, recien congregadas aquellas Córtes Constitu-
yentes, como en 1875, recien venida la anhelada restau-
racion, el público de España, el colegio de mis electores,
han sabido cómo pienso en esta materia; y ese pensa-
miento y el de mis dignos compañeros es lo que voy áma-
nifestar por tercera vez al dirigirme á vosotros en este re-
cinto, ya que las graves ocasiones de hacerlo se repiten con
tal frecuencia en una época de tantas vicisitudes y tantas
agitaciones para nuestro pais. Antes y despues del perío-
do electoral, yo he dicho claramente mi sentir á cuantos
debían saberlo; y como el distrito que aquí me ha traido es
mi propia patria, á la cual he representado siempre entre
vosotros, conocía tambien mis claras opiniones muy de
antemano.


La enmienda que os proponemos mantiene la unidad re-
ligiosa en España, al par que respeta la libertad de con-


. ciencia y la de la vida privada; más que esto no exigen ni
consienten á mi ver las verdaderas condiciones de eso que
se ha dado en llamar nuestra interna Constitucion. Otros
dos firmantes de ella, mis dignos amigos los señores Sala
y Moreno Leante, votaron, como yo, la del señor Álvarez,
porque su redaccion era exacta y literalmente igual á la
primera parte de la nuestra, y porque su prCttmbulo en nada




DEL SR. D. CÁRLOS MARÍA PERIER. 207
se oponía, sino al contrario, facilitaba la adopcion de la
segunda. Debemos conservar la unidad religiosa que posee-
mos en esta base esencial de las sociedades, como timbre
especial de nuestra nacion y de nuestra historia; y más hoy
que las cuestiones religiosas se agitan en Europa con tanta
energía y en tan encontradas direcciones.


No es difícil, señores Diputados, conocer que en el giro
incesante de las disputas humanas hay un turno que co-
rresponde tÍ aquellas ideas que conmueven á la humanidad,
como ya indicó ligeramente mi querido amigo el Sr. Duque
de Almenara.


Comenzó la moderna edad con las luchas religiosas que
promovieron en los siglos XVI Y XVII Luthero y Melancton;
y en pos de ellas surgieron las luchas filos6ficas del si-
glo XVIII, que ha sido llamado por algunos, y nó con des-
acierto, siglo de Voltaire, el filósofo de la impiedad: tÍ és-
tas siguieron las luchas políticas que agitaron las postri-
merías del siglo XVII y los principios del presente; y han
venido despues, aceleradas y recrecidas por todos los me-
dios de que disponen los adelantos de la moderna civiliza-
cion, las luchas sociales, que todavía no han pasado. Hoy
renacen tambien las luchas religiosas.


Pero hay una circunstancia singular en los momentos
presentes. Cualquiera de las cuestiones indicadas evoca
hoy dia y atrae á sí á todas las demás. Así la cuestion so-
cial , que fluctúa entre el individualismo, y el socialismo,
hácese á la vez, republicana en política, materialista en
filosofía, y atea en religion. Y hay otra singular coinciden-
cia: el turno de luchas religiosas que hoy renace, tiene su
comienzo en Alemania, como le tuvo en el siglo XVI; so-
lamente que esa circunstancia á que ántes me referí de los
adelantos mismos de la civilizacion material presente,
hace que tengan mucha más extension las cuestiones que
agitan á los pueblos: de cierto que Felipe, Landgrave de
Resse, no llevó tan léj os su accion, como hoy la llevan
Guillermo de Prusia y el príncipe de Bismark.




208 DISCURSO
En medio de este movimiento general, que indudable-


mente agita á los pueblos de la época moderna, notadlo
bien, en todas partes se hacen armas contra el catolicis-
mo; en todas partes tambien el catolicismo acude á la de-
fensa de los derechos y de los intereses morales de la hu-
manidad; y hay, en vez de esa especie de agonía y muerte
(algunos llegan hasta á decretarle la sepultura) en medio
de todo eso que se anuncia pomposamente del catolicismo,
un verdadero movimiento religioso, que el catolicismo
impulsa, que el catolicismo protege yal cual da el catoli-
cismo la victoria.


No ha mucho, á fines de 1874 ó principios ne 1875, se
fundaban en la América del Norte siete nuevos obispados;
poco ántes en la moderna Francia se ha sentido y se siente
todavía una restauracion del sentimiento religioso cat01i-
co, que hace dedicar á Dios la N acion entera en un famo-
so templo sobre las alturas de Montmartre, bajo una ad-
vocacion católica, y en que el pueblo y el ejército se dis-
putan el honor de tener capillas especiales que lleven sus
nombres.


En Inglaterra, señores, no ha muchos años que un sa-
cerdote católico, un apóstol anglicano, nacido de la alta
nobleza de aquella ilustre nacion, Jorge Spencer, á quien
citó tambien el Sr. Conde del Llobregat, se dirigió á con-


• sultar á los hombres de Estado y particularmente ú Lord
Clarendon, á Lord Jhon Russell y Lord Derby , y hasta al
mismo Lord Palmerston, sobre los inconvenientes que, en
su opinion, podía producir la division religiosa en Ingla--
terra; y estos ilustres hombres de Estado le contestaron, que
las disputas r3ligiosas llevadas hasta el extremo que se
iban llevando, podían llegar á la destrnccion del poder de
la patria en la misma próspera y sólida Inglaterra.


,


Esta opinion de los hombres principales de Inglaterra
acerca de la gran ventaja de la nnidad religiosa, est;Í, con-
firmada por otros hombres principales tambien de la no
ménos culta y próspera Bélgica. Tengo en mis manos, y




DEL SR. D. CÁRLOS MARÍA PERIER. 209
ruego al Congreso me consienta leer, una carta reciente-
mente dirigida á un Diputado, amigo mio, aunque se sien-
ta en banco muy distante del que yo ocupo, en la cual, ,Í,
propósito de esta misma cuestion, le dice con fecha 3 de
Marzo de este mismo afio lo que va ,í oir el Congreso. Es el
Baron de Hauleville, autor de varias obras notables de po-
lítica y de derecho, director de la acreditada Revista gene-
ral que se publica en Bruselas, uno de los canonistas mús
afamados de Bélgica, y de los más elocuentes oradores del
Congreso de Malinas, de aquella Asamblea en que tanto
figuró el conde de Montalembert. Dice así á propósito de
la cuestion, en que se ocupa la Asamblea española: «Fe-
licito á Vd. por su eleccion y por la terminacion de la guer-
ra; ahora espero que emprenderún Vds. una acertada polí-
tica. La cuestion capi'tal para Vds. en el órden político es
la libertad de cultos. Si yo fuera espafiol, mantendría por
todos los medios la 1tnid(td j'eligiosa de mi pa1s, beneficio
inapreciable j tan grande es! Y en verdad, creo que este
principio es conciliable perfectamente con la tolerancia
civil en materia religiosa. Nuestras instituciones naciona-
les (las de Bélgica) han sentido mucho la influencia de las
ideas francesr.s.»


Por manera, que el movimiento religioso que en nues-
tros dias se señala en toda Europa, tiende, en medio de las
agitaciones que hacen aparecer lo contrario, á la creacion
de una verdadera unidad; unidad que es el bello ideal de
la vida humana en todo lo esencial para ella; unidad que
es lo que solamente puede hacer la felicidad de las nacio-
nes, cuando se elige bien el punto en que debe proclamar-
se ; porque hay otras materias en que la variedad viene. á
ser el complemento de la unidad, para producir el bien uni-
versal bajo la armonía que une ú las dos.


En medio de ese movimiento religioso se va elaborando
lentamente, y á fuerza de grandes desgracias, un impor-
tantísimo dilema en la vida pública de las naciones euro-
peas; y este dilema, ¿sabeis cuúl es, Sres. Diputados?




210 DISCURSO
Este dilema es que en materias de fe, que en materias re-
ligiosas , hay que optar entre ser c1'istiano cat6lico ó ateo.


No creais esto por mis palabras solamente; robuste-
cen tambien mis opiniones las de personas mucho más au-
torizadas en este punto. Ya se han pronunciado ú la faz de
Europa en el presente siglo estas solemnes frases:


« ¿ Creeis en Dios'? Si creeis, sois cristiano cat6lico; si
no creeis, atrevéos ú decirlo, porque entónces declarais la
euerra , no solamente ú la Iglesia, sino á la fe del género
humano. Entre estas dos alternativas no há lugar más que
para la ignO)'ancia ó la mala fe.»


Se creerú, sin duda, que este es un texto de algun
ilustre Pontífice, de algun sabio Obispo, de algun escritor
católico: y sin embargo, no hay nada de eso, Sres. Dipu-
tados ; esta sentencia es, sí, de un profundo escritor, de
un crítico poderosísimo, como acaso han visto pocos las
edades; pero no ha nacido en el campo de la Iglesia, sino
en 'el seno de la más radical revoluciono Abrid las prime-
l'as páginas del libro intitulado Pe la justicia en la Revolu-
cíon II en la Iglesia, y allí encontraréis esa sentencia. Pe-
dro José Proudhon es su autor. Y Proudhon añade: «Si yo
no fuera ateo, sería católico. )}


Planteada así la cuestion que hoy agita á Europa, i, ex-
trañaréis, Sres. Diputados, que los que tenemos la fe cató-
lica como vida de nuestra alma y como alma de nuestra
vida, acudamos á defenderla por encima de todas las con-
sideraciones allí donde sea menester; que acudamos á pro-
clamarla sin ningun género de miramientos, allí donde
sea oportuno hacer una nueva proclamacion de nuestra fe'?


Es necesario reconocer que todo lo que tiende á la li-
bertad de cultos, tiende cuando ménos ú la declaracion del
Estado ateo, tiende á una de las formas del ateismo , r1 que
se refiere la sentencia de Pl'oudhon. El ateismo eil el Estado
tiene otra fórmula con que se expresa; se llama tambien
«indiferencia en materias religiosas; » y el indiferentismo,
que en la conciencia individual produce indudablemente




, ,


DEL SR. D. CARLOS MARIA PERlER. 211
el ateismo, en la conciencia de los pueblos produce tam-
bien indudable y fatalmente el ateismo.


La doctrina del ateismo en los Estados, como la de la
indiferencia en materia de religion , es doctrina falsa, es
una doctrina que no resiste á la crítica. La nocion religio-
sa se funda en principios muy sencillos, que pueden ex-
presarse en brevísimas palabras, y que, si bien son más
propias de desarrollos extensos en una Academia que en
una Asamblea deliberante, al fin y al cabo, si las discusio-
nes han de tener un fundamento sólido, cuando se refie-
ren á materias constituyentes, como la en que nos ocupa-
mos ahora, si han de tener este fundamento sólido, en las
Asambleas como en todas partes, preciso es, Sres. Diputa-
dos, referirlas á los principios esenciales, científicos y filo-
sóficos, á que ellas por sí mismas se refieren indudable-
mente.


y estos principios, repito, son muy sencillos. Desde el
momento en que aparece en la mente humana una idea
principal; desde el momento en que se presenta en ella la
idea de la existencia de Dios, se presenta acompañada de
la idea de su gran poder, de su perfeccion absoluta; y des-
de el punto en que ambas ideas,. complementarias la una
de la otra, se han presentado en la mente, sucede que al
lado ue la conviccion que crea la idea, nace tambien un
sentimiento de respeto y adoracion hácia ese Dios en cuya
existencia se cree; porque es ley constante de nuestra
alma, que cuando existe en el entendimiento una idea
esencial, brote en seguida en el corazon un sentimiento
correlativo. Así, á la idea ue la religion acompaña siempre
el sentimiento religioso, propio de los individuos y propio
de los pueblos; y con el sentimiento religioso se presenta
la necesidad de la práctica del CI~ltO.


Esta es la nocion de la religion (que no es menester
ahora explicar más) en los individuos y en los pueblos. Y
como las religiones no las inventan los Gobiernos, sino que
las sienten los pueblos por altos orígenes y causas históri-




212 DISCURSO
cas, que no es del momento desarrollar, resulta que los Go-
biernos tienen obligaciones que cumplir relativamente á
esta materia; y cuando hay un pueblo como el español, que
por razones especiales, por razoues principalísimas, por ra-
zones que no pueden rebatirse, profesa la unidad católica,
el Gobierno tiene el deber ineludible de ser católico, como
lo es el pueblo que representa. De manera que el Gobierno
nada de gracia concede á un pueblo, cuando, como sucede
en España, se declara católico, para representar verdadera
y genuinamente al pueblo que rige.


Una vez que la doctrina del Estado ateo, la indiferencia
en materia de religion no puede aceptarse, porque es to-
talmente falsa, queda otra cuestion, que ya se acerca más
á la práctica: la de cómo debe el Estado profesar la reli-
gion católica en el pueblo que rige.


Ya veis, Sres. Diputados, que sin gran detenimiento
y sin ningun extravío, he llegado al punto concreto á que
se refiere la discusion presente. Y á propósito de la manera
como debe el Estado profesar la religion católica del pue-
blo español, hay tres formas que te.ner en cuenta: hay la
forma de la libertad de conciencia, la forma de la libertad
de la vida privada, y la. forma de la libertad de cultos;
cada una de ellas puede aplicarse á un pueblo segun sus
circunstancias especiales, segun las peculiares condiciones
de la Nacion, de su historia, de su organismo, de los ele-
mentos vitales de aquel pueblo mismo. Por manera, que
esta es una cuestion rela~iva, nunca en ninguna parte se
ha dicho que sea una cuestion dogmática; pero sí una
cuestion político-religiosa, la primera de todas las cues-
tione¡:: que pueden presentarse á la decision de una
Asamblea.


Lo que hay que probar, pues, para establecer la liber-
tad de cultos en España, es que las condiciones especiales
de España exigen que esta libertad de cultos se establez-
ca; y miéntras esto no se pruebe, y sí se pruebe lo contra-
rio, todo lo que tienda á establecer la libertad de cultos,




DEL SR. D. CÁRLOS MARÍA PERIER. 213
será una errada manera de resol ver la cuestion religiosa.
l., y consienten, Sres. Diputados, las circunstancias de la
N acion Española, su historia y los sacrificios de toda su
vida nacional, que se establezca la libertad de cultos1
l.,Pllede hacerse esto sin violentar toda la organizacion más
principal de su vida, sin tocar y herir las fibras que palpi-
tan mas poderosamente en su corazon 1


i Ah, señores! Si en España no hubiera habido una
guerra de siete siglos, que por más que se haya citado al-
gunas veces ligeramente en esta Asamblea, conviene re-
cordarla siempre; si no hubiera habido una guerra de sie-
te siglos, guerra gigantesca, incomparable, como ningun
país la ha tenido, en la cual solamente á impulsos de la
fe religiosa se hubiesen lanzado los débiles restos de la
N acion) que parecía que, agonizando ya, iba á ser borrada
del mapa de Europa; si no existieran las hazañas de tantos
héroes, aquellas fervientes adhesiones de tantos espíritus,
aquel movimiento nacional, ensalzado, cantado y prego-
nado en todas partes del mundo como una epopeya; si no
existiera aquel movimiento en el cual España hizo al Me-
diodía mas que Polonia al Oriente, que fué guardar á
toda Europa, guarecerla en una guerra que no era de na-
cion á nacion, sino de continente á continente, y en que
luchaba do una parte el Africa entera y áun Asia, y de otra
s610 España, que con la sangre do sus hijos defendía á toda
Europa detrás de sí; si no hubiera habido todo esto, se pu-
diora preguntar todavía: l., en qué se funda la unidad reli-
giosa en la patria española '? ••


Si no hubiera habido inmediatamente despues un suce-
so, que tambien han cantado las naciones, quo tambien
nos han envidiado los pueblos, on el cual se hubiera visto
á un genio especial, de esos que produce la humanidad
rara vez, á un Cristóbal Colon, concibiendo en medio de la
ciencia y de la fe un proyecto colosal, el descubrimiento
de un mundo á que su grande alma aspiraba; y que iba pa-
seando por toda Europa, recorriendo su propia patria y las




214 DISCURSO
demás, pidiendo como de limosna ayuda parallevar á cabo
aquel prodigio (que prodigio fabuloso era para aquellos
tiempos) ; si no se hubiera visto desdeiíado y desatendido
en todas las naciones, sin que nadie le hubiera prestado
apoyo, y hubiera llegado al gabinete de una Reina católica
y al claustro humilde de un convento, y sólo en aquel ga-
binete de una mujer espa1101a y católica, y en aquel claus-
tro, donde era guardian un fraile español y católico, hubie-
ra encontrado el apoyo que buscaba con tanto afan, y por
virtud de aquel apoyo se hubiera lanzado a explorar mares
ignotos y á plantar en países desconocidos la bandera de
nuestra patria; si no hubiera llegado á un continente des-
conocido, y hubiera descubierto lo que entónces parecía
una fábula, y despues de descubierto lo hubiera bautizado
con el bautismo español cristiano y hubiera llevado la ci-
vilizacion y la fe á aquellas regiones salvajes; si no hu-
biera sucedido todo eso, entónces se pudiera preguntar:
¿en qué se funda la unidad católica en España '? ..


Si no hubiera habido todavía en nuestros modernos
tiempos otro hombre gigante, de esos que no son conquis-
tadores ni civilizadores científicos y cristianos, como Cris-
tóbal Colon, sino acaso instrumentos providenciales y do-
lorosos, grandes capitanes, que llevados de una ambician,
de una soberbia y de un temperamento heroico se lanzan
desde su patria á recorrer el universo entero, sin tener más
límites á su ambician que la guadaña de la muerte ó el iatrás!
de la fortuna; si no hubiera habido un Napoleon I, que hu-
biera hecho córte" suya de todos los soberanos reinantes, y
hubiera venido á España para buscar un aumento de esa
córte, y hubiera encontrado aquí el tropiezo, que le llevó
á Santa Elena y despues al sepulcro; si no hubiera habido
aquella guerra moderna, llamada de la Independencia,
guerra épica, guerra gigantesca tambien (cuando todas
las demás naciones sucumbían) al grito de patria y 1'eli-
gion, entónces, Sres. Diputados, se podría preguntar: ¿en
qué se funda la unidad religiosa de España'? ..




DEL SR. D. CÁRi..OS MARÍA PERIER. 215
Pero cuando hay t0do esto en la historia de una nacion;


cuando se han sufrido los rudos embates y angustias de lu-
~has épicas, y han venido irrupciones extranjeras en nom-
bre de falsas religiones, y se ha encontrado una fuenm
de unidad y de heroísmo en el sentimiento religioso para
rechazar las fuerzas invasoras, y se ha regenerado la Es-
paña , y hemos vuelto á tener en virtud de esa fuerza una
patria, con la cual nos enorgullecemos, entónces no se PU8-
de ni preguntar en qué se funda la unidad religiosa, ni
dejar de prestar acatamiento Asambleas y Gobiernos á
sentimientos que palpitan poderosamente en las entrañas
de la Nacion y pululan por todas partes.


En España, Sres. Diputados, no hay más que una cla-
Re de profesores de doctrinas religiosas; en España no hlly
mús que católicos ó indiferentes en materia de religion.
y esto que digo yo, Y lo digo con plena conviccion, se ha
dicho en este mismo sitio con toda la autoridad que puede
exigirse para ser creido. Uno de los hombres ilustres, in-
dudablemente sabio y probo, pero que sustenta con granrle
error las ideas que se esparcen en España de indiferencia en
materia religiosa, el Sr. Salmeron, ha dicho aquí que no cree
en la religion católica; pero que no cree tampoco en ning·u-
na otra religion; no quería ninguna religion positiva: por-
que la guerra que hoy se hace ~L la religion católica no es
guerra á esa religion sola, sino guerra á todas las religiones;
solamente que como la religion católica es la religion ver-
dadera, y es tan sabia y se cimenta en todos los elementos
verdaderos de la naturaleza humana, y es poderosa, incon-
trastable, han tenido buen cuidado los adalides astutos y
expertos de no gastar mucho tiempo en ir á buscar otraR
religiones estériles, que por sí solas perecen y se caen; y
emplean todo su afan y sus medios en ir á buscar la religion
verdadera. Y aquí tenemos explicado el motivo de esa uni-
versal cita de todos los no creyentes para combatir la reli-
gion católica; porque pasa lo que dice el dilema de Proud-
hon: « La fe está en los católicos, ó no está en nadie.»




216 DISCURSO
Hay tambien autoridades que pueden servirnos para


corroborar esta idea, á saber: que en España no hay cre-
yente que no sea católico. Un periódico muy ilustrado que
se publica en Madrid, estampaba en 10 de Febrero de 1875,
las siguientes palabras textuales: « Los seis años últimos
han puesto las cosas bien en claro en nuestra patria. Las
tentativas de propaganda protestante no han producido
resultados. La trasformacion de miserables locales en
templos para las sectas heréticas, y la distribucion :'l bajo
precio de Biblias protestantes, no han serviJo más que
para poner de manifiesto la imposibilidad de que esta secta
prospere en España, y algo semejante sucede en todos los
países extranjeros. El protestantismo no logra aumentar
sus huestes en ninguno. En el siglo XVI, quien no era ca-
tólico, era protestante ó judío; necesi.taba siempre dar
culto á Dios, segun sus creencias. En el siglo XIX, el
que abandona el catolicismo se entrega á la incredulidad
ó la indiferencia; no quiere en ningun caso culto ni iglesia.»


Estas palabras, como se ve, se aproximan bastante al
sentido de las de Proudhon, y son, como he dicho, de un
ilustrado periódico, de sereno y sosegado criterio, de serie-
dad en sus conceptos; y todos habréis comprendido que
me refiero á la ilustrada publicacion La Epuca, no contra-
ria al espíritu que puedan tener en las demas cuestiones
los que sostengan la oportunidad de establecer la toleran-
cia religiosa.


Pero hay todavía otro texto m:'ls oficial, que para mí
tiene grandísima importancia, porque se refiere ú un
hombre público de los más eminentes que tiene nuestra
patria; ú un hombre público lleno de ilustracion , de servi-
eios, de merecimientos, y lo que acaba de aquilatar ú mis
ojos más todavía sus muchos títulos, lleno de modestia. El
Sr. D. Francisco de Cárdenas, mi ilustre amigo, decía en
un decreto de 9 de Febrero de 1875, que lleva su firma, las
palabras siguientes: «La ley de 18 de Julio de 1870 prescin-
dió de que el matrimonio es sacramento entre los católicos,




, ,


DEL SR. D. CARLOS MARIA PERIER. 217
sin considerar bastante que la religion santa que así lo es-
tablece es la única que, con pocas excepciones, profesa la
Nacion Española.»


De manera que, si como todos atestiguan, porque en
esto á mi ver no hay diferencia de opiniones, en España
no hay más que creyentes católicos, y los pocos, muy po-
cos, que no lo sean no tienen ninguna otra religion posi-
ti va , y sabido es que solamente las relig:ones positivas
pueden exigir y tener un culto, entónces, señores Dipu-
tados, ¿para quién vamos á establecer en España la liber-
tad de cultos? ¿O es que se ha de legislar en una nacion
para los intereses, para las tendencias y para las exigen-
cias de otras naciones? ¿ Dónde iríamos ti parar, señores
Diputados, si este principio se admitiera por un momento
en el ánimo de los que hemos de contribuir á formar las le-
yes en esta materia? ... Solamente podría alegarse , y se ha
alegado alguna vez, un argumento mús á propósito de la
libertad de cultos, con relacion, no ya á España, que no
hay español que pueda disentir del culto católico, sino ú
los extranjeros; y es el argumento famoso, muchas veces
repetido, (lel advenimiento de los capitales extranjeros:
que es necesario que España no se aisle, que no sea una
excepcion en Europa, para que vengan á beneficiarla con
sus capitales, con sus industrias, con su ingenio, con sus
empresas, los extranjeros, que de otra suerte no pueden
venir aquí, porque huyen de esta especie de irracional ex-
cLusivismo con que los rechazamos. ¿Y es serio este argu-
mento, seilores Diputados?


Antes ele 1868 ya había en España el especialísimo, el
colosal comercio, relati vamente al país, que se ejerce cn-
tre .T erez y Cádi;;; con Inglaterra, y entre Cataluña y Can-
tabria con los Estados-Unidos; había el magnífico sistema
de nuestros faros, la red perfecta ele nuestros telégrafos, y
cerca de 6.000 kilómetros ele ferro-carriles, construidos,
explotados en su mayor parte 1)01' capitales extranjeros,
con ingenieros extranj eros, con maquinistas extranj eros:




218 DISCURSO
y á nadie se le ha ocurrido decir que las verdaderas mejo-
ras que recla.maba la civilizacion material presente hubie-
ran menester que se estableciera en España la libertad de
cultos. Precisamente me consta lo contrario, porque formé
parte de unas Córtes y de una Comision parlamentaria en
que se abrió informacion para averiguar en qué consistía
la crísis que sufrian las empresas, y se convino en que
consistía en la prisa con que se habían hecho los ferro-
carriles (esas grandes artérias de la riqueza de los pue-
blos) ántes de tener carreteras y caminos vecinales; y se
trató de averiguar qué remedio habría quo evitase el tris-
te espectáculo de tener que cerrar los ferro-carriles con
que se envanecía España. Y entónces, léjos de sospecharse
por nadie que la unidad religiosa fuera causa de que Espa-
ña no participase de las mejoras materiales del siglo, lo
que se demostró es que por haberlas aceptado demasia-
do deprisa estábamos en una crísis que era necesario
salvar.


Esto quiere decir que los capitales extranjeros no han
menester la libertad de cultos para nada en España. Esto
quiere decir que los capitales extranjeros han menester
tres cosas, y ninguna más: primera, órden; segunda, jus-
ticia; tercera, probabilidad de ganancia; que á esto tien-
clen todo:310s capitales y capitalistas: y á donde haya esas
tres cosas, de seguro acudirán los capitales extranjeros
ti verificar las empresas que indique la conveniencia ge-
neral.


Pero dejando aparte, señores Diputados, estas consi-
deraciones generales, que son muy pertinentes á la cues-
tion , y con las que, léjos de querer molestar á la Cámara,
he querido fundar lo que voy á seguir diciendo, pasemos
ahora á otras más concretas, más directas todavía. Veamos
cuáles son en derecho constituyente laK reglas que se si-
gnen, á propósito del establecimiento ó mudanza de reli-
ligion en una nacion cualquiera.


Muchas autoridades pudiera citar; pero deseando C011-




DEL SR. D. CÁRLOS MARÍA PERIER. 219
cretarme, porque estimo que sólo á esta costa he de lograr
la atencion del Congreso, me fijo en una sola. El autor
mús renombrado de derecho constituyente, el Baron de
Montesquieu, declara ante todo, en su Espírit1~ de las le-
yes, á propósito de religiones, qne la cristiana es incom-
patible con el despotismo, y añade estas bellas frases:
«¡ Cosa admirable! La religion cristiana, que parece no te-
ner más objeto que la felicidad de la otra vida, es la que
nos hace felices en ésta. Despues de ella, el mayor bien son
las leyes políticas y civiles.»


y dice tambien terminantemente á nuestro propósito:
«El principio fundamental de las leyes políticas en punto
~t religion, es que en el caso de poderse recibir ó no reci-
bir en el Estado una religion nueva, no se debe admitir.»
Esto lo han alegado, este texto le han invocado muchos
Obispos españoles, cuya sabiduría é ilustracion es notoria,
cuando se discutió la cuestion religiosa el año 69, Y cuando
se ha anuncíado estadiscusion en que hoy nos ocupamos; y
la verdad es que á quien conozca la trascendencia que lle-
van consigo las variaciones en materia religiosa, no le pa-
recerá que el profundo y sesudo autor que he citado andaba
exagerado ni estaba fuera de razono Cuando en una nacion
se ha verificado la unidad de la patria bajo las bases prin-
cipales en que se apoya todo su organismo, y estas bases
principales pueden reducirse, como en España, al senti-
miento monárquico y al sentimiento religioso, sin pe:r:jui-
cio del sentimiento de libertad é independencia, que no le
cito como miemhro separado, porque se compenetra con los
dos primeros, y porque léjos de ser un término de oposi-
cion es un término de armonía; cuando el sentimiento mo-
nárquico y el sentimiento religioso han logrado la grande-
za de la patria, con gloria, con esplendor y con fecundi-
dad; cuando los desmanes, los extravíos y tristezas que se
hayan sufrido, á los ojos de una severa crítica, no pueden
atribuirse ni al sentimiento mon'trquico ni al sentimiento
religioso, sino á otros sentimientos que en ellos, como en




220 DISCURSO
todo lo humano, se introducen algunas veces para extra-
viarlos ó envenenarlos, es necesario mirar con mucho cui-
dado cuanto atañe á esos dos sentimientos) ejes de la vida
nacional; mirar con mucho cuidado cuanto hiera ó toque y
estremezca esas fibras íntimas del corazon de los españo-
les, esas poderosas palpitaciones, como ántes dije, del
sentimiento nacional. Si no se quiere tener una patria pe-
queña, degradada, descreida, envilecida, es menester no
tocar siquiera ni estremecer á menudo esas fibras intimas
que atañen á su manera de ser y le dan el tono de su viri-
lidad.


Aquí se ha reanudado la tradicion monárquica con gran
acierto, con intuicion admirable, por el Sr. Presidente del
Consejo de Ministros. Todos sabeis en qué forma y por qué
manera se hizo la restauracion del principio monárquico,
áun ántes de pisar el suelo de la amada patria nuestro j ó-
ven rey D. Alfonso; ~ recordais que hubiera algun plebís-
cito, alguna Asamblea convocada, alguna reunion que pu-
diera dar á entender que se fundaba el principio monárquico
en otra cosa que en la legitimidad del principio hereditario,
como decía con notable insistencia el Sr. Presidente del
Consejo de Ministros, al contestar á bellísimas y elegan-
tísimas, pero tambien intencionadísimas indicaciones del
elocuente Diputado Sr. Castelar'? El 30 de Diciembre de
1874 se proclamó en España la restauracion , yel 31 apa-
recía la Gaceta de 1/1 adrid con una viñeta que, en vez d~
decir: «Hepública española, » tenía las armas de España,
y con ellas los símbolos de la Monarquía; y en la primera
columna de la primera página de ese primer número de
aquella Gaceta de la restauracion, decía sencillamente el
Sr. Presidente del Consejo de Ministros: «En virtud de los
poderes que me otorgó S. M. el Rey D. Alfonso XII en San-
dhurst, con fecha tantos de Agosto de 1874, vengo en nom-
brar Ministros de la Regencia interina ó del Gobierno pro-
visional, á los señores siguientes. » Quedó restaurada la
tradicion monárquica; quedó restaurado el derecho he re di-




DEL SR. D. CÁRLOS MARÍA PERIER. 221
tario j y consecuencia de ello ha sido traer aquí á estas Cór-
tes y á esta discusion, separado en dos partes ó fragmentos,
el proyecto de Constitucion española, poniendo en la una
como resuelto lo relativo á esa Monarquía, que ya desde
entónces estaba proclamada por su propio dererecho, y en
la otra lo que estamos ahora discutiendo y todo lo que nos
queda por discutir.


Yo prescindo ahora de los sistemas que cada parte de
la Cámara entiende que son los más legítimos; yo lo que
hago es señalar este hecho, que es muy expresivo, á pro-
pósito de la virtualidad que en España tiene el principio
monárquico;_ virtualidad que perdería indudablemente (J'
ésta ha sido la intuicion del gran talento del Sr. Presiden-
te del Consejo de Ministros) desde el momento en que se
entregara á discusion: porque discusion quiere decir duda,
y duda quiere decir que lo mismo se puede resolver que sí
ó que nó; y desde el momento en que hay en una nacion
una época más ó ménos larga de años, de meses, de días ó
de horas, en que está un principio esencial de esa nacion
sujeto á discusion y se puede decir sí ó nó, ese principio
queda herido, vulnerado, y vulnerado ó herido de muerte:
y por eso son muy lógicos los señores de la oposicion, como
el Sr. Castelar, que estuvo perfectamente en su derecho
con arreglo á sus doctrinas y á su clarísimo talento, al re-
clamar otra cosa; y por eso estuvo tambien en su derecho
el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, no menos pers-
picaz, evitando todas esas discusiones, con sólo aquellos
sencillísimos renglones de la Gaceta, que he tenido el honor
de recordar al Congreso. Pues bien; yo digo ahora: el sen-
timiento religioso, para afirmar, para robustecer, para
dar sávia de vida al pueblo español, ¿era ménos importan-
te que el sentimiento monárquico, para afirmar, para dar
sávia de vida á la dinastía de nuestro Monarca? Si el sen-
timiento monárquico da vida á las instituciones que están
á la cabeza del Gobierno del país, que presiden sus desti-
nos, que satisfacen las necesidades del órden y la paz, y


15




222 DISCURSO
sin las cuales no hay posible adelanto social, porque no
hay posible vida; el sentimiento religioso es á su vez para
el pueblo español una condicion de toda su vida, su ener-
gía, su gloria y sus aspiraciones; se le desentona, se le re-
baja, se le hace enfermar, se le deja raquítico y moribun-
do, si tal sentimiento se le quita.


Yo no digo, Sres. Diputados, que no se pueda aplicar
por estas consideraciones la libertad de cultos en nacion
alguna; hay casos, y esta es la diferencia que apunté al
principio, de algunas naciones que por su estado especial,
por su historia, por sus precedentes permiten la libertad de
cultos, que en ellas tiene razon de ser, y que es reconocida
por la Iglesia y por el Sumo Pontífice, sin que haya esas
contradicciones, que tan ligeramente he visto alegar en
este sitio y fuera de aquí. Todo esto es, segun dije ¡'¡ntes,
una cuestion relativa, aunque de mucha importancia, y
cada pueblo tiene esa relacion especial. Hay naciones en
que la libertad de cultos puede y debe existir. ¿No ha de
existir en Francia, si es la patria de Cal vino? ¿No ha de
existir en Alemania, si es la patria de Lutero? ¿No ha de
existir en Inglaterra, si es la patria de Enrique VIII, el
rey que quiso hacerse teólogo? ¿ No ha de existir en Sui-
za, si es la patria adoptiva de Zuinglio? Y á propósito de
esto he de decir que los hechos en que se funde el estable-
cimiento de la libertad de cultos han de preceder, y no se-
guir, al establecimiento de esta libertad, para que Sea le-
gítima; porque claro es que si un hombre ó una coleccion
de pocos hombres, por despótico arbitrio, por ambiciosa
idea, se empeñan en convertir un pueblo creyente en un
pueblo de descreidos, una sociedad de unicultistas en una
sociedad indiferentista ó de todos los cultos, y se hacen
Gobierno, y desde el gobierno imponen eso, lo lograrán tal
vez; pero el sentimiento religioso, como todos los senti-
mientos humanos, protestará enérgicamente. Y no prueba
nada el argumento de decir que se da vigor y se estimula
este sentimiento religioso con la libertad de cultos; porque




DEL SR. D. CÁRLOS MARÍA PERIER. 223
yo diría á cualquiera de los señores que tan donosos argu-
mentos ofrecen: pues probad á que vuestros hijos anden
en medio de otros que hayan recibido mala educacion; pro-
porcionadles malas compañías, por el gusto de ver si así
conservan y robustecen el santo amor ú sus padres. y me
contestarían: el sentido comun, que es el más prudente
de todos los sentidos, nos dice que las malas compañías son
la base de la mala educacion, y la mala educacion es causa
de que llegue á perderse el corazon del hombre. La liber-
tad de cultos, indebidamente establecida, lo que da de sí
es la triste indiferencia. La libertad de cultos no ha de es-
tablecerse en donde no es pedida, en una patria de fe reli-
giosa católica, sin necesidad de sus súbditos. No es tam-
poco, á mi juicio, argumento serio el de la cuestion arit-
mética, á que el Sr. Cánovas se refería; porque sabido es
que alg'unas docenas de personas, cuya mira interior sería
eurioso examinar, son cosa insignificante alIado de 17 mi-
llones de españoles. Nosotros estamos en un caso contrario
al que citan todos los autores para establecer la libertad de
cultos en una nacion; y estamos en un caso contrario,
porque léjos de haber aquí provincias que ele antemano
fueran de otro culto disidente y luégo hayan venido á
unirse en la misma soberanía, y á cuyos habitantes sea
menester atender en esas exigencias de su conciencia, su-
cede todo lo opuesto. Si aquí, por ej emplo, se hubiera ve-
rificado alguna vez en los tiempos presentes el bello ideal
de la union Ibérica: y Portugal, en vez de ser, como, es ca-
tólico, fuera protestante, despues de haberse unido Portu-
gal á España por un medio legítimo como un regio matri-
monio ú otro, entónees el Poder público, el Gobierno de
esta Nacion tendría que atender á la creencia portuguesa,
si era protestante, y habría un caso claro y evidente para el
establecimiento legítimo de la pluralid2.d de cultos.


El imperio aleman esb hoy en la misma situacion. Si
realizara, como á ello aspira, la unidad completa de la pa-
tria alemana, y la realizara como en lo militar en lo comer-




224 DISCURSO
cial, en lo civil, en lo administrativo, en lo economlCO y
en lo religioso, que tÍ eso aspira, repito, rindiendo tributo
á la ley de unidad de que ántes hablé (por mús que le gus-
te que se rompa en otra parte), entónces Baviera, que es
católica, unida á Prusia, que es protestante, estarían
dando un ejemplo evidente de que en aquella patria ale-
mana era necesario establecer la libertad de cultos. Pero
en España sucede todo lo contrario. En España tuvimos
una infinidad de patrias separadas; en España tuvimos As-
túrias, Leon, Navarra, Castilla, Aragon, Valencia, Cata-
luña, Murcia, Jaen, Córdoba, Sevilla, Granada, que eran
reinos aparte, con habla distinta en muchos, con trajes
diferentes, con costumbres distintas tambien; y sólo al
calor del sentimiento religioso, sólo ;'1 la alta tempera-
tura que da el poder incontrastable del sentimiento re-
ligioso católico, se fundieron esos reinos separados en
una Pátria unida. Y si aquí por la unidad religiosa se ha
creado la patria, ¿en nombre de qué vamos tÍ quebrantar
ese principio, al cual debemos la vida y grandeza de la
misma patria '?


Del derecho constituyente debemos pasar al derecho
constituido, porque bueno es que estos principios tengan
sus correspondientes comprobaciones. La materia, señores
Diputados, es harto grave; y yo creo que no os debe doler
que invirtamos algunos momentos más en la discusion de
aquello que imede decirse que más vale á los ojos de los
españoles, para que dejemos afirmados y robustecidos los
anteriores argumentos; aunque yo aseguro que seré parco
todo ]0 posible en estas observaciones, á fin de no moles-
taros. Si lo consentis, voy á indicar los antecedentes que
tiene el derecho constituido en nuestra Patria, despues de
haber hablado del derecho constituyente.


«El Fuero Juzgo de Enrico y sus sucesores, libro 5.°,
año 466 y siguientes.


»El Fuero Real, dado tÍ Búrgos y sus concejos en 1255
por Alfonso el Sábio, libro 1.0, títulos 1.0 y 5.°




, ,


DEL SR. D. CARLOS MARIA PERIER. 225
»La Partida 1.. de las siete del mismo Rey y del mismo


siglo XIII.
»)La Novísima Recopilacion de nuestro siglo, en donde


está refundido tambien el Ordenamiento de Alcalá de Al-
fonso XI, de 1332 ó siguientes.»


Todos estos son verdaderos é importantes monumentos,
no ya de historia vaga, ni de apreciaciones inciertas, ni
de juicio arbitrario, sino documentos escritos, que han
pasado cada uno á la faz de todas las Naciones, inspirando
envidia á la Europa en sus respectivos tiempos, porque
eran efectivamente superiores á su época, no solamente en
España, sino en toda esa tan decantada Europa. Si los con-
sultamos, si leemos todos los documentos que he citado,
cualquiera podrá ver que la religion católica era la religion
española, vivamente sentida, poderosamente profesada, y
que los legisladores, tan sabios como eran, se inspiraron
en los sentimientos de la patria, para la cual legislaban.


Pero no nos contentemos con estas citas, que no por ser
de Códigos antiguos podemos omitir en la especie de com-
pilacion que me propongo hacer con la mayor brevedad,
para que quede expuesta entre el conjunto de considera-
ciones que estoy sometiendo á la sabiduría de la Cámara.
Vengamos á nuestros Códigos modernos, que tambien de-
bemos tenerlos presentes. Todos ellos se han escrito ya en
nuestro siglo.


No quiero citar la Carta otorgada á los españoles por
José Napoleon en Bayona á 6 de Julio de 1808; quiero solo
hablar de Constituciones españolas, y aquella no era es-
pañola, aunque prueba el sentimiento vivo religioso que
en España había y se trataba con ella de halagar. Comen-
cemos porla Constitucion de 1812, y os pido indulgencia,
porque los textos que voy á leer los teneis de sobra cono-
cidos; pero hace á mi propósito recordároslos en estos mo-
mentos.


En la Constitucion de 1812, la base religiosa se estable-
ce de la siguiente manera: «La Religion de la Nacion Es-




tiÍsCUluio
pañola es y será perpétuamente la católica, apostólica, ro-
mana, única verdadera. La N acion la protege por leyes
súbias y justas, y prohibe el ejercicio de cualquiera otra.»


El Estatuto de 1834, no dice nada de religion, pues
sólo hablaba, como todos sabeis , de los Estamentos ó Cór-
tes del Reino.


Pero la Constitucion de 1837 , que sobrevino, dice en su
artículo ll.o lo siguiente: «La Nacion se obliga á mantener
el culto y los ministros de la Religion católica, que profe-
san los españoles.» Veis la unidad proclamada como hecho
cierto; la unidad proclamada como elemento de derecho en
el Código constitucional.


Constitucion de 1845, arto 11.0 : «La Religion de la N a-
cion Española es la católica, apostólica, romana. El Estado
se obliga á mantener el culto y sus ministros.»


Constitucion de 1856, la no sancionada, obra, nó de
partidos conservadores, nó de personas que asombraran
por sus exageraciones católicas, obra de personas que to-
dos recordais, cuyo talento yo reconozco, pero cuyas opi-
niones tanto distan de las que pudieran representar los par-
tidos conservadores, que son acaso los que podrían ser ta-
chados de exageraciones católicas. Y dice así en su artículo
14.0 : «La Nacion se obliga á mantener y proteger el cul-
to y los ministros de la Religion católica, que profesan los
españoles.» El hecho de la unidad religiosa proclamado
ayer mismo, en 1856, por el Sr. D. Nicolás María Rivero
y las Córtes que estaban á su lado, y la obligacion del Go-
bierno relativamente al reconocimiento de ese hecho. Aña-
día: «Pero ningun español ni extranjero podrá ser perse-
guido por sus opiniones ó creencias religiosas, miéntras
no las manifieste por actos públicos contrarios á la reli-
gion.» La unidad religiosa reconocida, no ya sólo como
hecho indudable en la NacionEspañola, sino como derecho
en la Constitucion de la N acion Española, formada por los
demócratas españoles en 1856, es decir, ayer mÍsmo.


Viene la de 1869, Y esta es la primera que deja de re-




DEL SR. D. CÁRLOS MARIA PERIER. 227
conocer el hecho, omitj endo su dec]aracion, y ]a primera
tambien que establece ó intenta establecer (porque ya se
ha dicho aquí que esa Constitucion no seha cumplido 1l1111-
ca, ni áun por sus propios padres) el derecho, como si la
unidad no existiera. Y dice así el arto 21.°, y os ruego de
nuevo que me perdoneis el que vuelva á leerle, á pesar de
que ayer lo oísteis con motivo de la enmienda del Sr. Ro-
mero Ortiz, la cual reproducía ese mismo artículo íntegro.
«Art. 21.°: La Nacion se obliga á mantener el culto y los
ministros de la Religion católica;» no dice ya si es ó no es
de los españoles, pero claro es que eso se infiere todavía:
«el ejercicio público ó privado de cualquiera otro culto
queda garantido á todos los extranjeros residentes en
España, sin más limitaciones que las reglas universales
de la moral y del derecho.» Seguís viendo Sres Diputados,
que no se atreven en 1869 á decir todavía que no sea cierto
el hecho constante que revelan todas nuestras Constitucio-
nes, de que la unidad católica es una verdad en España,
y que todos los españoles que tienen religion tienen la re-


)igion católica;.sino que dicen que los extranjeros cuando
vengan aquí tengan esa libertad, que no es necesaria para
los españoles. Y se añadía en el último párrafo, como ya
hizo observar otro Sr. Diputado, para que no pudiera de-
cidirse si había ó no algun español no católico, esta forma
dubitativa: «Si algun español profesare otra religion que
la católica, es aplicable á los mismos lo dispuesto en el
párrafo anterior.» Es decir, que aquí se asienta el hecho
claro y cierto de que los extranjeros que quieran venir,
sean muchos ó sean pocos, tendrán la libertad de profesar
la religion que tengan por conveniente; y se agrega por
una especie de aditamento, por vía de misericordia, que si
algun español profesare utra religion que la católica, le
será aplicable lo dispuesto respecto de los extranjeros. Y
yo pregunto: ¿ es esta manera de establecer derecho cons-
tituyente'? Yo apelo al sereno criterio de todos los Sres. Di-
putados en general, incluso al de los mismos que han de-




228 DISCURSO
fendido este artículo, entre los cuales hay pensadores tan
eminentes y personas tan ilustradas.


Por fin, Sres. Diputados, de paso en paso, de Constitll-
cion en Constitucion, llegamos al proyecto en que nos ocu-
pamos, y en éste al artículo relativo á la cuestion religiosa,
que dice así:


«Art. 11. 0 La Religion católica, apóstólica, romana, es
la del Estado. La Nacion se obliga á mantener el culto y
sus ministros. Nadie será molestado en el territorio español
por sus opiniones religiosas, ni por el ejercio de su res-
pectivo culto, salvo el respeto debido á la religion cris-
tiana. N o se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni
manifestaciones públicas que las de la religion del Es-
tado.»


Cuando he leido este artículo, cuando he meditado
acerca de él (y os declaro que lo he hecho muchísimas ve-
ces con el intento de penetrar en su espíritu yen todas las
eventualidades, que sin ser de su espíritu, podía encerrar
en su letra para el porvenir) le he encontrado tan pelig'foso,
tan vago, tan indecisivo, que francamente, por el interes
de la patria, por el de las doctrinas que profeso, y que
creo profesan los españoles y los que aquí los representan,
me he estremecido. Yo veo una trasposicion de términos,
al parecer sencilla; veo que se dice que la Religion católi-
ca, apostólica, romana, es la del Estado; y no veo que se
diga, como han dicho siempre los legisladores al hacer
nuestros diversos Códigos fundamentales, que la Religion
eatólica, apostólica, romana, es la de los españoles y la
del Estado.


Esta simple omision en el proyecto, de la declaracion
de un hecho cierto, que no ha sufrido alteracion alguna
desde las últimas Constituciones, es cosa más grave
de lo que á primera vista parece, pues cualquiera creería
que España ha cambiado en su modo de ser tocante á esta
materia. Aun la misma Constitucion de 1869 deja entre-
ver de cierta manera que la religion católica es la religion




, I
DEL SR. D. CARLOS MARIA PERIER. 229


de los españoles; y aquí se omite absolutamente todo lo
que puede referirse á eso.


Debo hacer tambien una declaracion franca, á saber:
que á mi juicio, al hacer esto los autores del proyecto del
Senado, y la Comision que se sienta en ese banco, no han
previsto lo que pudiera desprenderse de las observaciones
que estoy haciendo. Hago desde luego esta declaracion
y me anticipo al cargo que pudiera hacérseme por atribuir
á los señores de la Comision y á los que redactaron este
proyecto en el edificio del Senado, el haber omitido inten-
cionalmente esas palabras; pero esto no evita el que me
parezcan malas, el que me parezcan defectuosas, porque
no basta que no haya habido intencion de dejar al descu-
bierto intereses muy queridos, sino que es preciso que en
efecto no hayan quedado al descubierto esos intereses; y
cuando se nota que esto sucede, conviene poner el opor-
tuno remedio.


Yo me he acercado á la Comisiqn, como me he acerca-
do á muchas personas ilustradas, animado del deseo de de-
purar lo que hay sobre este asuuto; y se me ha dicho, con
tristeza mia, que no se admite cambio ni en una coma, ni
en una tilde, cosa que lamento en verdad en este momento,
porque aquí no os una coma ni una tilde, aunque sí cosa
sencilla en su redaccion material, lo que debe cambiarse.
El arto ll. o debiera decir que «la religion católica, apostó-
lica, romana es la de la Nacion Española, y del Estado, y
que éste se obliga ó está obligado á mantener el culto y
sus ministros;» y así se ahorrarían á mi juicio, ciertas in-
terpretaciones peligr05ísimas para el porvenir.


Todavía, si la Comision fuera tan benévola, que acep-
tara, como yo se lo ruego encarecidamente, esta senci-
lla variacion, que no es contraria al espíritu del artículo,
todavía si llep.ara ese vaCÍo, accediendo al ruego que le
hago, haría en mi concepto un gran servicio al país y un
gran beneficio á todos 108 que se precian de católicos.


Vuelvo á decir que, á mi juicio, este párrafo debía 1'e-




230 DlsctJRSO
uactarse de la siguiente manera: «La Religion cat6lica,
apostólica, romana es la de la Nacion Española y la del
Estado, y éste se obliga á mantener el culto y sus minis-
tros.» ([JI/, señor IJiputado: Está obligado.) Se obliga, ó
está obligado. De esta suerte se evitarían los inconvenien-
tes gravísimos á que me he referido ántes. Si es la Nacion
la que se obliga á mantener el culto y sus ministros, como
oísteis anoche al Sr. Romero Ortiz, anticipándose á lo que
yo tenía intencion de decir y diré ahora más autorizado con
la observacion de S. S., resulta que con esta redaccion del
articulo, lo mismo pueden ser pagadas las atenciones del
culto y clero por el Estado, que por las provincias, que por
los municipios; esto es, por quien paga á los maestros de
escuela, á los veterinarios y demas personas que desempe-
ñan oficios concejiles, y les paga en muchos casos del mo-
uo que todos sabemos, puesto que por las costumbres que
hay en España, por el abandono en que se hallan esos fun-
cionarios, el Gobierno ha tenido que dictar incensante-
mente severísimas mellidas , amenazando con castigos á
los ayuntamientos y alcaldes que no pagaran á los maes-
tros; y tendrían que ir mendigando los euras párrocos el
sustento diario en la puerta consistorial; y si hay un al-
calde que crea no ser esta una atencion tan preferente como
otra, no sólo se le dejará en la miseria, sino que se le im-
pondrá la humillacion ante su propia feligresía, que es un
mal todavía más grave.


Siguen despues la segunda parte y la tercera del artícu-
lo, que se complementan y relacionan. La segunda parte
dice así: «Nadie será molestado en el territorio español por
sus opiniones religiosas ni por el ejercicio de su respectivo
culto, salvo el respeto debido á la moral cristiana.»


Aquí la salvedad sólo se refiere á los cultos protestan-
tes, y se deja preterido todo lo que concierne á las demas
religiones; es decir, que se nota cierta parcialidad ies-
peeto de los mismos extranjeros. Hay además las claras
frases que dicen: (por sus opiniones religiosas, ni por el




I i
DEL SR. D. CARLOS MARIA PERIER. 231


ejercicio de su respectivo culto.» Me importa mucho lla-
mar la atencion sobre ellas, porque se ha discutido ám-
pliamente dentro de la mayoría sobre si el culto que esta-
blece este proyecto de la Comision es culto privado ó cul-
to público, es la tolerancia religiosa en la vida privada ó
en la vida pública; y conviene hacer notar que al decir «el
respectivo culto ,» ya se dice verdaderamente libertad de
cultos. Creo que en esto me hallo conforme con algunos
señores de la Comision: el culto, en primer lugar, es la
manifestacion religiosa en el exterior; de manera que con
sólo decir culto, se entiende la manifestacion exterior; y
áun cuando es cierto que hay veces en que se dice « culto
interno',» para separarle del «culto externo,» lo es tambien
que cuando no se hace distincion, con sólo decir culto se
entiende por regla general el culto externo.


y como se trata de un artículo de tanta trascendencia,
que vuelvo á decir se refiere á 10 más importante, á 10 más
capital que hay en las entrañas de la sociedad española,
vale la pena de evitar las malas interpretaciones que pue-
den tener lugar.


Pero viene luego el tercer párrafo, que dice: « No se
permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni manifesta-
ciones públicas que las de la religion del Estado»; y pu-
diera creerse, y han creido algunos que en esto se hallaba
la limitacion del culto reducido al culto privado.


Señores Diputados, yo debo manifestar con la franqueza
y lealtad propia de toda, discusion, cualquiera que sea, y
especialmente de esta en que hago el sacrificio de hablar,
porque mi conciencia me lo manda; debo con lealtad com-
pleta, una vez que me he levantado, decir todo mi pensa-
miento y lo que comprendo de esta cuestion en los termi-
nos en que está planteada; y dire desde luego que esa li-
mitacion, si no es capciosa en el espíritu de sus autores,
de seguro es capciosa en la letra que leemos. ¡, Se prohiben
las ceremonias y manifestaciones públicas que no sean las
de la religion del Estado? ¡, Se han prohibido las ceremo-




232 DISCURSO
nias de otras religiones'? N ó, porque los protestantes no
tienen manifestaciones ni ceremonias en las calles y plazas
públicas; las ceremonias y manifestaciones públicas que
tienen los protestantes son las de los templos, que son edi-
ficios públicos.


Por esto he dicho que he leido y releido tantas veces el
artículo de la Comision; y le he tenido que leer y releer
con doble motivo. porque cuando creía andar algun camino
en eso de resolver mis dudas, me he encontrado con la in-
terpretacion que debía considerar auténtica, por salir de
los bancos del Gobierno y de los de la Comision; y he vis-
to, Sres. Diputados, que del banco del Ministerio ha s:üido
una interpretacion que decía: « yo sostendré el arto 11.0 del
proyecto de futura Constitucion, porque autoriza sólo la
libertad privada de cultos.»


Esto decía el Sr. Calderon Collantes, Ministro de Esta-
do, en el Congreso, en la sesion del 14 de Marzo de 1876,
y consta literalmente en el .Diario ae Sesiones: tengo en-
tendido que en otro lugar hizo la propia manifestacion.
Craro es que el Sr. Ministro de Estado creía ver establecida
esa idea en la limitacion de las ceremonias y manifesta-
ciones en la calle y la plaza pública; pero como esas no son
las ceremonias y manifestaciones únicas del culto; como
hay tambien cultos, y son los que tienen más afan de que
se rompa nuestra unidad católica, que no tienen manifes-
taciones en la calle; resulta que no está ahí asegurada la
libertad privada de cultos, sino que está establecida la li-
bertad del culto público. y sobre esta interpretacion su-
plico á la Comision que nos diga su parecer, porque ha sido
interpretado este artículo por un individuo de la misma,
amigo particular mio, á quien siempre oigo con mucho
gusto, el Sr. Silvela, del modo siguiente. El Sr. Silvela
decía con su claro talento, contestando á un Sr. Diputado
de la izquierda de esta Cámara: « Señores, lo cómo os em-
peñais en creer que el culto público no es el establecido en
el arto 11. 0 del proyecto'? Pues donde hay un templo, 1, no




DEL SR. D. c..\.RLOS MARÍA PERIER. 233
hay una puerta á la calle, y en él entra el que quiere,
como sitio público, s610 que guarecido de la intemperie?»
Yo digo que si esto no fuera tan cierto como lo es, ten-
dríamos que modificar el Diccionario de la lengua y el ha-
bla española, y decir cuando vamos al teatro, que no va-
mos á un sitio público, y cuando vamos á la plaza de to-
ros, tampoco vamos á un sitio público, porque son edifi-
cios con puertas. b Y es esto serio, y sobre todo, se puede
defender en un proyecto de Constitucion? Yo me alegraría
mucho que así fuese, porque eso se acercaría más al senti-
do de mi enmienda. Yo ruego, pues, encarecidamente á
mi amigo el Sr. Calderon Collantes y á mi amigo el Sr. Sil-
vela, que traten de concertar estas dos interpretaciones,
porque lo demandan imperiosamente la seriedad del asun-
to en que nos ocupamos y la gravedad de la materia, que
tanto está llamando la atencion con motivo de este artícu-
lo, que amenaza perturbar las costumbres, la vida y el
modo de ser de la España entera. En España he dicho que


. puede producir perturbacion la aplicacion, segun sea de
un modo ó de otro, de este artículo. España, creo haberlo
recordado bastante, es católica, y una de las ocasiones
en que ha probado serlo, es precisamente esta.


No seré yo ciertamente de los que hagan menosprecio
del derecho de peticion, que se ha ejercido, aunque no
haya presentado esas firmas que en otros lugares se hau
tratado de poner en duda; el derecho de peticion en nin-
guna materia podrá ejercitarse en España con más fruto
que á propósito de la materia religiosa, y no creo justa
aquella especie de imprecacion que hizo el mismo Sr. Sil-
vela, permítame S. S. que lo diga, ya que ahora me viene
á las mientes, cuando decía: «esos firmantes (y por cierto
que S. S. no manifestó nada que hiciera concebir sospecha
sobre la verdad de las firmas) , esos católicos que se ocu-
pan en firmar las exposiciones que aquí nos traen de toda::;
las provincias, más valiera que se ocuparan en dar dinero
para levantar templos. » Esto dijo S. S. é increpaba ele est\;l




234 DISCURSO
modo á los católicos, haciéndoles un cargo porque no se
presentaban á hacer un pequeño sacrificio pecuniario,
miéntras daban la firma, lo que nada costaba. El Sr. Sil-
vela olvidaba entónces una cosa que estaba echando por
tierra su argumento en el mismo instante que lo hacía:
los católicos españoles firman exposiciones en favor de la
unidad religiosa, y á la vez levantan templos con su pro-
pio dinero; esos templos que su Señoría queria que levan-
tasen. Y para que no lo dude, le diré á S. S. que en Ma-
drid se están levantando actualmente cuatro con el dine-
ro de los españoles, sólo con simples colectas, y uno de
ellos está ya abierto al culto; estos templos son: uno en
el barrio de las Peñuelas, otro en el de la Prosperidad,
otro en el de Tetuan y otro en el barrio de Salamanca. Hay
otros dos templos recien edificados: como uno es de patro-
nato particular y otro de patronato del Real Patrimonio, no
los he citado; el de Recoletos y el del Buen Suceso; pero
como á lo que han podido hacer para su ereccion esos pa-
tronatos, se han agregado las colectas particulares, debo
añadir tambien esas dos iglesias á las cuatro mencionadas.


Y aún diré más á S. S. No há mucho, en plena revolu-
don, nó porque lo derribara la revolucion, como ha derri-
bado más de otros cuatro ó cinco templos, lo cual desde
luego no sería el ánimo de S. S., porque yo sé bien que el
Sr. Silvela está léjos de querer que los católicos vayan
dando dinero para levantar templos, tÍ fin 'de que la revo-
lucion los vaya derribando (léjos de mí semejante suposi-
cion); por desgracia, digo, segun parece no intencional,
la iglesia de Santo Tomás, uno de los templos principales
de "Madrid, fué destruido por el fuego en plena revolucion,
y en brevísimos días se reunió la cantidad suficiente para
llevar ¡\, cabo las obras de reparacion : si su ejecucion se
ha llevado á cabo con mús ó ménos fortuna, eso no tiene
nada que ver con la proteccion que han dispensado los ca-
tólicos. y si el Sr. Silvela quiere saber la exactitud de
este hecho relativo á los católicos q1te firman exposiciones




DEL SR. D. CÁRLOS MARÍA PERlER. 235
y dan dínM'o para levantar templos, pregúnteselo al Sr. Mi-
nistro de Hacienda, qne se puso al frente de la colecta y
reunió en pocos di as las grandes cantidades que han servi-
do para reedificar dicho templo.


Hay otra ciudad importantísima en esta patria espailo-
la, ciudad católica como todas las demt¡s, la ilustre, la
próspera Barcelona, que emula á las principales capitales
del extranjero, desde que logró derribar las murallas mi-
litares que la ceñían como un círculo de hierro que estre-
chaba la expansion de su vida, y salió á espaciarse por los
alrededores de aquellas pintorescas colinas; y en su en-
sanche, en el que hay un vecindario numerosísimo, agre-
gajo al que ya Barcelona tenía, ha sido necesario atender
al culto. Porque no se había de hacer lo que se hizo cerca
de París al formar un pueblo, en el cual se olvidó la igle-
sia. Dió esto lugar á que un escritor francés, con mucha
oportunidad, dijera que desde el momento en que se for-
maba un pueblo era preciso inspirar el soplo de religion y
moral que le diera vida, y que un pueblo sin campanario
es cuerpo sin alma. N o habían, pues, de hacer esto en Bar-
celo na , donde el sentimiento católico es tan poderoso como
en Madrid y en toda España; y por consiguiente, al hacer
el ensanche se han erigido seis templos nuevos con el di-
nero, con las colectas de los católicos, que firman exposicio-
nes á favor de la unidad y dan su dinero para levantar
templos.


Otro orador no ménos ilustrado que el Sr. Silvela,
no ménos amigo mio ciertamente, el Sr. Fernandez Ji-
Illenez, con quien tantas veces he departido, con quien
tantas veces he descutido, persona cuya elocuencia tantas
veces he admirado, ese orador y otro que ayer dió nuevas
muestras de la profundidad de su intencion, de la clariJad
de su entendimiento y del gran alcance de sus actos polí-
ticos, el Sr. Romero Ortiz, tomaron, para atacar lo que yo
defiendo, por objeto de sus argumentaciones un artificio
(me atreveré á llamarlo así en el buen sentido de la frase)




236 DISCURSO
un artificio retórico, que vendría á querer decir trasposi-
cion de términos. Cuando se va á atacar un objeto que se ve
que es muy fuerte y que tiene pocos flancos vulnerables,
se hace una cosa por los hábiles oradores, que es decir: en
vez de ese término de oposicion, á favor de cierta oratoria
pintoresca y lozana, pongo otro, de modo que no se vea
y se le encuentre allí el auditorio, y crea que es el objeto
de que se trataba; y como ya es un objeto débil en vez del
fuerte, cuya lucha se esquivaba, entónces se arremete con
ese objeto allí suplantado, y de este modo hay ocasion de
darse aires de victoria con toda la gallardía y la galanura
de que son capaces oradores tan distinguidos como el se-
ñor Fernandez Jimenez.


Esta trasposicion de términos que se hizo, consiste en
lo siguiente: ¿vamos á hablar contra la religion católica,
ó contra la Iglesia católica cuando ménos'? Nó, porque eso
no es tan fácil, ó no es tan conveniente. Cojamos la Inqui-
sicion, y puesta la Inquisicion en vez de la religion cató-
lica, se verá con cuánta facilidad y cuán bien se ataca.
Esto fué lo que hizo S. S. al contestar al discurso del se-
ñor Duque de Almenara, con que se inauguraron estos de-
bates.


El Sr. Duque de Almenara no había hablado de Inqui-
sicion, como no ha hablado de Inquisicion ninguno de los
s3ñores que han defendido la unidad religiosa; como no he
hablado yo de Inquisicion ni en esta ni en ninguna de tan-
tas discusiones como he tenido sobre esta materia con el
señor Fernandez Jimenez; y á pesar de ello tomó á su car-
go S. S. la Inquisicion para combatirla. «Trasposicion de
términos)l, repito, se llama esta figura; figura discreta,
graciosa, habilísima, pero que una vez descubierta no tiene
fuerza ninguna. Además, los argumentos que se hagan á
propósito de la Inquisicion, nada tienen que ver con la Igle-
sia católica, porque la Inquisicion no era institucion reli-
giosa, si no más bien política, como elmismo Sr. Fernan-
dez Jimenez, con su grande erudicion, que es una de las




DEL SR. D. CÁRLOS MARÍA PERIER. 237
cosas que yo le envidio, tuvo buen cuidado de hacer notar.


Tambien se traen, á propósito de las materias eclesiús-
ticas, argumentos como el que el Sr. Romero Ortiz traía
ayer delante de esta Cámara. Su serroría, con gracejo, leía
una causa del Santo Oficio, orig'inal, textual, que había
pedido á Toledo para tener el gusto de leerla aquí. ..


El Sr. PRESIDENTE: Si quiere S. S. venir á hablar de
la enmienda ...


El Sr. PERIER: Vaya si quiero, Sr. Presidente; pues
si ese es mi único objeto; muy pronto voy á dar gusto á
S. S. , porque voy por pasos contados á ese objeto.


El Sr. Romero Ortiz traía un expediente del Santo Ofi-
cio con el ánimo de producir efecto en sus oyentes. Ya ha
contestado uno de los señores que rectificaron, me parece
que fué el Sr. D. Fernando Álvarez, lo que yo pensé con-
testarle y hoy le contesto. Tambien yo podría traer á la
Cámara el expediente de una causa criminal seguida ante
un tribunal civil, en la que había absolutamente los mis-
mos incidentes y las mismas pavorosas torturas que nos
describía el Sr. Romero Ortiz, sin más diferencia que la
causa del tribunal civil se refería á una mujer, y la del
Sr. Romero Ortiz se refería á un hombre. Pero cuando no
se defiende la Inquisicion, cuando nadie piensa en esto
para dar fuerza á sus argumentos, ¡,á qué hablar de los
excesos de la Inquisicion?


Otra cosa decía el Sr. Fernandez Jimenez, que es rela-
tiva directamente á la enmienda que propongo y al artícu-
lo del proyecto constitucional á que la enmienda se refie-
re, porque debe tenerse presente, y yo rogaría al Sr. Pre-
sidente y á la Cámara que presente lo tuvieran, que mi
enmienda se refiere á un artículo del proyecto, para susti-
tuirle con otro, y que todo lo que yo diga relativo al artícu-
lo está dentro de la defensa de mi enmienda.


Decía el Sr. Fernandez Jimene~ que íbamos á estar so-
los en Europa, si se aceptara el pensamiento de la enmien-
da que proponemos. Su señoría se referia á otra anterior;


16




238 DISCURSO
no se SI dirá S. S. lo mismo de la mia, que algo varía en
los términos, si bien en cuanto á la unidad religiosa tiene
el mismo espíritu. Nosotros hemos tratado de evitar que
aparezca que los españoles católicos quieren nada de per-
s()cucion, sino que quieren conservar la integridad de lo
que poseen, puesto que no hay necesidades españolas,
puosto que no hay motivo racional legítimo, para exigir
otra cosa. A fin de evitar que se aplique á nuestra enmienda
ese espíritu que se ha llamado intransigente, ajeno á la
ci vilizacion , hemos puesto de intento, nó lo que no ha es-
tado en el ánimo de los que han sostenido otras enmiendas,
sino lo que ha estado en su ánimo y tambien en la práctica,
durante el reinado ilustre de Doña Isabel II, Y yo por mi
parte no tengo inconveniente en aceptar como letra escri-
ta, en los términos que habeis visto; y j ojalá que se acep-


. tara de ese modo el mantenimiento de la unidad religiosa!
Con esa tendencia se prueba que la Iglesia católica no tie-
ne ese exclusivismo ni es" intolerancia; pero tiene el alto
deber de proteger los intereses primordiales, los intere-
ses morales de la humanidad, debidos á la verdadera reli-
gion.


Decía, repito, el Sr. Fernandez Jimenez, tratando de
dar fuerza al argumento: «ahí lo teneis; España con vues-
tra proposicion, señores de la unidad religiosa, andará sola
por todo el mundo, por toda la Europa irá sola, únicamen-
te en compañía de la República del Ecuador. Sólo en la
República del Ecuador yen España habrá lo que vosotros
quereis. »


Esta alegacion es de bastante importancia, y me obliga
á hacer muy brevemente respecto á los Códigos extranje-
ros lo que he hecho muy brevemente tambien con respecto
á los Códigos nacionales; y rogaría al Sr. Presidente y á
la. Cámara que me permitieran hacerlo, á fin de que se
complete el razonamiento, y no huelguen ni vacilen mis
argumentos de uno ni de otro lado.


Es cierto que la Constitucion de la República del Ecua-




DEL SR. D. CÁRLOS MARÍA PERlER. 239
dor de 1861 dice en su arto 12. 0: «La religion de la Repú-
blica es la católica, apostólica, romana, con exclusion de
cualquiera otra. Los poderes políticos están obligados á pro-
tegerla y hacerla respetar.» Y no dice más. Pero tambien
es cierto que recorriendo los artículos de todos los códi-
gos constitucionales de ~os diversos países de América y
Europa, encontrarémos el caso que S. S. creía exclusivo
de España y del Ecuador, más extendido y generalizado de
lo que S. S. cree, bien sea partiendo de la unidad católica,
ó bien partiendo de otras afirmaciones religiosas, que ven-
gan á establecer limitaciones en las manifestaciones con-
trarias y en el ejercicio de cualquiera otro culto. En todos
verá S. S. prohibido con severidad, con mucha más seve-
ridad que lo que acaso infiere S. S. que pueden desear los
que defienden la unidad religiosa católica, cualquier culto
que no sea el del Estado.


La Constitucion del Perú dice tambien, y esto se le ha
olvidado á S. S.: «La religion católica apostólica romana
es la religion del Perú. No se permitirá el ejercicio públi-
co de ningun otro culto. »


y por cierto que este artículo relativo á la base religio-
sa viene á ser sustancialmente igual por su sentido á la
enmienda que he tenido el honor de someter á la Cámara,
la cual tengo la seguridad de que s"ería aceptada por Roma,
puesto que Roma ha aceptado el artículo de la Constitucioll
del Perú; y valía la pena de tener esa seguridad, á mi
juicio, cuando se trata de una cuestion que tanto importa
á la Santa Sede y á la N acion.


I,a Confederacion de Suiza, en su Constitucion de 12
de Setiembre de 1848, tiene el arto 41.°, que dice: «La Con-
federacion garantiza á todos los suizos que proftlsen cual-
quiera de las confesiones cristianas, el derecho de estable-
cerse libremente en toda la extension del territorio suizo,
con arreglo á las disposiciones sig'uientes :


«Primera. Ningun suizo pe1'teneciente tÍ una comunion
cristiana será expulsado ni molestado, si quiere estable-




240 DISCURSO
crees en cualquiera canton, siempre que se halle provisto
de los documentos auténticos que á continuacion se ex-
presan:


»Una fe de bautismo, ú otro documento equivalente.
»Una certificacion de buenas costumbres.
»Un testimonio que acredite que goza de los derechos


civiles, y no se halla. inhabilitado legalmente.,>
Vean los Sres. Diputados qué clase de tolerancia es la


que se practica en la libérrima Suiza, cuyas glorias tantas
veces ha cantado el Sr. Castelar en este sitio. Se expulsan
y se prohibe que se establezcan en el territorio las confe-
siones que no sean las cristianas, se expulsa del territorio
á los que no pertenezcap. á esa religion.


NORUEGA. La Constitucion de 1814 dice en su arto 2.°:
«La religion evangélica luterana es la del Estado. Los in-
dividuos que la profesen están obligados á educar á sus hi-
jos en ella. Los jesuitas y demas órdenes monásticas no son
tolerados. No podrán tampoco establecerse en el reino los
judios, segun se acordó anteriormente.»


INGLATERRA. Acta sobre la religion: «Nadie puede ser
objeto de pesquisa en razon de sus opiniones religiosas, en
tanto que su manifestacion pública no lesione la moral y
el órden establecido.


»La observancia de los domingos y de las fiestas se
considera como de órden público; en su virtud, es obli-
gatoria para todo individuo residente en territorio britá-
nico.


»Los católicos no pueden ejercer las funciones de Re-
gente, de juez en el tribunal de Westminster, de Lord Can-
ciller, Lord Guarda-sellos, Lord Lugar-teniente, Lord de-
legado en Irlanda, ni ser miembros de las universidades ó
colegios anglicanos. Los sacerdotes católicos no pueden ser
miembros del Parlamento.


»Los individuos pertenecientes á una confesion no cris-
tiana'pueden ser miembros del Parlamento, con la condi-
cion de que sean dispensados por una decision especial de




DEL SR. D. CÁRLOS MARÍA PERIER. 241
la Asamblea del juramento de la confesion de la verdadera
fe cristiana.»


Notad, señores Diputados, que hasta llegar á este pun-
to en Inglaterra, hasta el bill de emancipacion de 1830, se
han pasado muchos años, porque ántes del bill de emanci-
pacion de los católicos, éstos en Inglaterra no tenían exis-
tencia legal ninguna; los católicos en Inglaterra eran unos
verdaderos párias; yeso no es de siglos pasados, sino que
existió hasta el siglo presente, hasta en 1830, en plena
civilizacion europea y en plena civilizacion inglesa. Y ha
sido menester, señores Diputados, para que en Inglaterra
se rompan esos moldes tan estrechos, como diría un ilustre
amigo mio, que no sé si en estos momentos se halla en
estos bancos, que hubiese en Inglaterra cerca de dos mi-
llones de católicos ingleses, un arzobispo, 12 obispos,
1.621 eclesiásticos, 1.016 iglesias ó capillas, 6 colegios
de primera clase, 10 de segunda y 1.000 Y más escuelas.
Cuando todo esto ha existido en esta nacion, que señalais,
y con razon, como maestra de costumbres políticas, y á la
que tanto nos proponemos imitar y tan poco imitamos
cuando llega el caso de las verdaderas y útiles imitaciones,
cntónces se ha hecho la concesion, no en virtud, de con-
sideraciones á los extranjeros; no en virtud, como pro-
ponen algunos señores Diputados, y como he oido fuera de
aquí, de la consideracion de que los católicos extranjeros
que vay~n á Inglaterra tengan una capilla pública donde
oir misa y celebrar las ceremonias de su culto, nó para
que los viajeros tengan esas necesidades satisfechas, sino
para que esos dos millones de súbditos, que miéntras no
han llegado á ese número no han hecho alteracion en la
Constitucion de Inglaterra, sean atendidos en sus intereses
morales: para eso, precediendo la existencia de los fieles,
se les ha concedido la existencia del culto. Hay mucha di-
ferencia, señores Diputados, entre reconocer que existe
diversidad de creencias y concederles lo que la concien-
cia reclama, y reconocer que en España no existen, y que




242 DISCURSO
sólo para algun viajero transeunte es necesario hacer lo
que tanto daño puede traer á la pobre, á la destrozada, á
la combatida, á la estremecilla, á la torturada España.


Hay más todavía. La Constitucion de 19 de Mayo
de 1818 de Baviera, dice en el arto 9.°: «A todo habitante
está garantizada la libertad de conciencia absoluta; el cu,l-
to doméstico no puede, pues, ser impedido tÍ nadie, cual-
quiera que sea su religion.


»Las tres confesiones cristianas existentes en el reino
gozan de los mismos derechos civiles y políticos.


»Las personas que profesen un culto no cristiano tienen
la libertad de conciencia absoluta, pero no pal,ticipan de
los derec7w$ de ciudadano, sino en los términos consignados
en las leyes orgánicas sobre su recepcion en la sociedad
política.»)


Vayan viendo el Sr. Fernandez Jimenez y la Cámara
entera la clase de libertades y de expansion que dejan
todas las naciones, esas que están flamantes en el concier-
to europeo; que para la cuestion de que tratamos, lo mis-
mo da que la intolerancia parta del culto nacional católico,
que del culto nacional de otra cualquiera religion.


ITALIA. Estatuto y ley fundamental de la Monarquía,
fecha 4 de Marzo de 1848:


«Art. 1.0 La Rcligion católica. apostólica, romana es
la única religion del Estado. Los demas cultos existentes en
la actualidad son tolerados con arreglo á las leyes.»


Por manera, que si no hay diversos cultos existentes,
no están tolerados; y todavía, si los hay existentes, serán
tolerados con arreglo á las leyes.


El art. 28.° añade: «Las Biblias, Catecismos, libros li-
túrgicos y devocionarios, no podrán imprimirse sin prévia
licencia del ordinario.)


Portugal, el tranquilo hermano nuestro y hoy envidiado
de España, el tranquilo Portugal:


La Carta constitucional de 1826, que sabido es que tiene
un acta adicional de 5 de Julio de 1852, dice en su arto 6.°:




DEL SR. D. CÁRLOS MARÍA PERIER. 243
",La Religion católica, apostólica, romana continuará


siendo la Religion del reino. Todas las demas religiones
serán permitidas á los extranjeros con su culto doméstico ó
pa1,ticular, en casas destinadas para ello sin forma alguna
exterior de templo.


»Art. 145. Nadie puede ser perseguido por motivos de
religion, siempre que respete la del Estado y no ofenda á
la moral pública.»


Pero es de notar que en Portugal no se han contentado
con los preceptos escritos en la Carta constitucional, sino
que han llevado al Código penal otra porcion de artículos
complementarios de aquélla, y que es muy interesante te-
ner presentes al apreciar esta materia en que me voy ocu-
pando.


El Código penal, en su última edicion oficial, dice lo
siguiente:


«Art. 130. Aquél que falte al respeto á la Religion del
reino, católica, apostólica, romana, será condenado á la
pena de prision correccional desde uno hasta tres años, y
á una multa, conforme á su renta, desde tres meses hasta
tres años en cada uno de los casos siguientes :»


Desde tres meses hasta tres años: calculen los señores
Diputados lo que á una renta como la antigua del Duque
de Osuna correspondería.


«1.0 Cuando injurie á la misma Rcligion públicamente
en cualquiera dogma, acto ú objeto de su culto, por hechos
ó palabras, ó por escrito publicado, ó por cualquiera medio
ue publicacion.


»2. o Cuando intente por los mismos medios propagar
doctrinas contrarias á los dogmas católicos definidos por
la Iglesia.


»3-. 0 Cuando intente por cualquiera medio hacer prosé-
litos ó conversiones para religiones diferentes ó secta re-
probada por la Iglesia.


»4.0 Cuando celebre actos públicos de un culto que no
sea el de la misma Religion católica.




DISCURSO


»Si el delincuente fuese extranjero, serán sustituidas en
estos casos las penas de prision y multa por la de expulsioD
temporal del reino.» .


Siguen especificando casos particulares los arts. 131,
132, 133 Y 134, que no quiero leer por no abusar de la be-
nevolencia del Congreso; y llega el 135, Y ruego á los se-
ñores Diputados que tengan. la bondad de prestar especial
atencion:


«Art. 135. Todo portugués, que profesando la Religion
del Reino falte al respet o á la misma religion, apostatando
ó renunciando á ella públicamente, será condenado á la
pena de pérdida de los derechos políticos.


»Si el delincuente fuere clérigo de órde:n sacro, será ex-
pulsado del Reino para siempre.


»Estas penas cesarán luégo que los delincuentes vuel-
van á entrar en el gremio de la Iglesia.»)


Tengo aquí el texto original, pero lo leo en castellano;
sin embargo respondo de su autenticidad y exactitud.


Ya ven los señores Diputados de qué manera va sola por
el mundo la unidad religiosa que defendemos aquí con la
que se profesa en el Ecuador. Ya ven los señores Diputados
que en las naciones principales y más civilizadas de Euro-
pa, partiendo, ya de la misma Religion católica, ya de otros
cultos distintos, se.legislaen las Constituciones yen los Có-
digos para reprimir todo lo contrario á la religion que pro-
fesan esas naciones ó esos Estados. Tal vez vaya más solo
el artículo de la Comision en compañía de un solo artículo
tambien de otra Constitucion americana; tal vez vaya más
solo ese artículo con la Constitucion de la República de Ve-
nezuela de 28 de Marzo de 1864, que en su arto 14.0 lite-
ralmente dice así: «La Nacion garantiza á los venezola-
nos ..... }) entre otras cosas lo siguiente:


«l. a La libertad religiosa; pero sólo la Religion cató-
lica, apostólica, romana, podrá ejercer culto público fuera
de los templos.»)


y es muy de notar, segun ya dijimos, que los protestan-




DEL SR. D. CÁ.RLOS MARÍA PERIER. 245
tes extranjeros, que al parecer son los que más se afanan
por que se lleve á cabo esta funesta novedad entre nosotros,
no tienen ningun culto público fuera de los templos.


Este es el sentido del artículo de la Comision, auténti-
camente interpretado y declarado por el Sr. Sil vela; no pa-
rece sino que está copiado, en su espíritu al ménos, de la
Constitucion de aquella República. Y yo digo ahora: seño-
res de la Comision, ¿no veis que va solo por el mundo, se-
gun las pruebas que acabo de presentar, ese vuestro ar-
tículo con el de la República de Venezuela '?
• Señores, á mí me parece como cosa soñada cuando oigo


hablar de que para entrar en ese decantado concierto euro-
peo, que ya habeis visto á lo que queda reducido, es me-
nester sacrificar la unidad religiosa de España; es decir, es
menester sacrificar lo que da á nuestra nacion carácter
distintivo, carácter esencial, carácter independiente; lo
que la ha hecho grande y prepotente, lo que la hace gloriosa
en su historia, lo que puede hacerla todavía poderosa, unida
y feliz. Yo no sé, señores Diputados, si en España se quita
la razon de su unidad, si la fe , si el sentimiento nacional de
la unidad religiosa se debilita, yo no sé adónde vamos á ir
á ouscar orígenes de unidad, para declarar y probar y ha-
cer que sea cierta la que han menester siempre todas las na-
ciones, para ser organismos fuertes y respetados; yo no sé
á qué otro principio podríamos acudir, ni á qué otra filo-
sofía; si será á la filosofía reciente, que copiada de otras
naciones vemos traer aquí con pretensiones superiores á sus
merecimientos, porque no se hace más que traducir las fi-
losofías extranjeras, tan rebatidas acaso en su propio país
con argumentos incontestables; filosofías, que si hay mu-
cho de noble en estudiarlas para saberlas apreciar, no hay
tanto en querer imponerlas ligera y presuntuosamente en
una Nacion que no ha menester copiar ninguna clase de
sabiduría de otras naciones, para tener un tesoro de sabios
autores como el que tiene España. Y por cierto que lo co-
menzó á mostrar desde el tiempo en que estaba sujeta á la




246 DISCURSO
influencia de aquellos Códigos antiguos, cuyos artículos
antes leí, porque todavía, al concluir la Edad media, cuando
se inauguró el Concilio de Tl'ento, saben los señores Dipu-
tados que acudió a aquella ilustre asamblea una pléyade de
ilustres y sapientísimos varones españoles, que dejaron
muy alto el nombre español, no digo en la historia eclesiás-
tica, sino en la historia universal, probando que la unidad
religiosa no estorba al desarrollo de las ciencias y las ar-
tes. i Qué digo estorbar! cuando veo que los extranjeros
vienen á pedir por favor y con afan que se les permita estu-
diar nuestros monumentos artísticos; vienen a impetrar de
los cabildos de las catedrales que se les deje tomar anota-
ciones de sus archivos, ya de mlÍsica sagrada, ya de pro-
yectos arquitectónicos, ya de libros y códices especiales,
para llevar á otros países un destello de aquella sabiduría
que atesora nuestra patria hasta en sus archivos más igno-
rados, y que hubieran desaparecido ya si se hubiera man-
tenido la famosa secularizacion de las incautaciones, que
de las bibliotecas y archivos de las catedrales, pagados
por los fieles católicos, intentó realizar el Sr. Ruiz Zorri-
lla, con triste inspiracion, cuando fué ministro.


Si no supiera que en España hay todos esos monumentos
de grandeza, que vienen, repito, á estudiar y á imitar los
extranjeros, creería, al oir hablar de cierta manera, que es-
tábamos, nó en Europa, sino en otra parte de la tierra donde
algunos humorísticos, ignorantes y ligeros escritores de
ciertas naciones extranjeras, dicen que está España, como
dolorosamente y con gran pena mia repiten á veces algu-
nos labios españoles. Y me admira tambien, señores, que
cuando en España se quiere que sacrifiquemos á ese famoso
y decantado concierto europeo la unidad religiosa, que es
un asunto vital para nuestro país, no haya una voz siquie-
ra que pida que entremos en el concierto europeo, su-
primiendo el ignominioso espectáculo de las corridas de
toros.


Pero tambien el Sr. Fernandez Jimenez empleó otro




DEL SR. D. CÁRLOS MARÍA PERlEIt. 247
argumento que recuerdo en este instante, y no quisiera
dejarlo sin contestacion, porque, aunque no le tiene, se le
da mucho alcance, y tambien lo repitió en la tarde de ayer
el Sr. Romero Ortiz. Ambos señores decían: «Pide Roma,
pide la Iglesia católica, que tiene allí su cabeza visible,
que no haya libertad de cultos en España. ¿ Con qué dere-
cho se pretende esto, cuando en Roma existe una iglesia
protestante y otra iglesiajudáica '? La ciudad que eso tiene,
¿con qué derecho exige que otra nacion no lo tenga'? ¿ Qué
privilegio es ese'? ¿ Qué significa eso '?»


Significa que en Roma cristiana, la ciudad universal,
como decía con profundo sentido el Sr. Cánovas del Casti-
llo presidiendo el Ateneo de Madrid, la ciudad nobilísima
á cuyo lado todas las demas de la tierra parecen plebeyas,
segun la elocuente frase del Sr. Castelar, pronunciada en
este mismo sitio, había y hay un providencial destino; sig-
nifica que allí en donde se custodia por autoridad sagrada
é inmutable el tesoro de la cristiana religion y doctrina.,
para que no le corrompan y despedacen las disputas de los
hombres, que lo disuelven todo, se ha consentido, por fi-
nes altísimos, y sin el peligro y daño que en otra cual-
quiera parte habría, una representacion de la ciega sina-
goga y del hijo extraviado, el protestantismo, como para
excitarles á toda hora á que vuelvan de su ceguera y de
su extravío; significa lo que signifiea tambien aquel por-
tentoso coliseo de Flavio y Tito, destruido por los nobles
feudales en los siglos de hierro, y atendido con amorosa
solicitud y grandes dispendios para evitar su total ruina
por Gregario XVI y Pio IX; lo que prueba el panteon de
Agripa, conservado incólume por todos los papas, como
las columnas incomparables de Trajano, Marco A~relio y
Foca, los arcos de Constantino, Tito y Septimio Severo, y
tantas otras maravillas del arte antiguo; lo que demuestra
el emularlas y vencerlas en la singular fábrica de San Pe-
dro del Vaticano, la obra de arte más grande y más bella
del mundo; lo que el magnifico taller de mosáicos creado




248 DISCURSO
por Pio IX; lo que el Breve reciente del mismo á favor del
estudio literario de los clásicos antiguos; es á saber: que
la Religion católica acoge y consagra todo lo grande y be-
llo de la humanidad, al par que guarda con exquisito es-
mero la pureza del dogma y de la moral cristiana, y procu-
ra, para bien de esa humanidad misma, atJ"aeJ' tÍ ellos á to-
dos los pueblos y conse1"vaJ'los en aquellos que los poseen.


Resulta, pues, que ni la filosofía, ni la historia, ni el
derecho constituyente, ni el constituido, ni los ejemplos de
dentro ni de fuera de España, abonan la dañosa novedad
que en nuestra patria se introduce por el artículo undécimo
del proyecto de Constitucion.


y no he de molestar más al Congreso; termino rogán-
dole que se sirva aceptar la enmienda que le proponemos.




DEL SR. D. CÁRLOS 1.IARÍA PERIER.


REOTIFIOAOIONES.


El Sr. PERIER: Pido la palabra para rectificar.
El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.


249


El Sr. PERIER: Voy á hacer las breves rectificaciones
á que dan lugar las observaciones con que me han favoreci-
do el señor Candau, individuo de la Comision , yel señor
Ministro de Gracia y Justicia, no sin dar ante todo las más
expresivas gracias al Sr. Candau, cuya cortesía me obliga
sobremanera por lo que ha dicho acerca de mi persona sin
merecerlo yo, ni sin devolverle los elogios con que ha te-
nido á bien honrarme.


Despues de esto, debo contestar al Sr. Candau, resta-
bleciendo la significacion genuina de los conceptos que he
tenido el honor de exponer al Congreso, y que ahora estoy
en el caso de restaurar, puesto qne el Sr. Candau me los
ha atribuido de una manera equivocada. Ha sido el prime-
ro atribuir, á la manera como yo he apoyado mi enmienda,
la intencion de dar á este asunto un carácter puramente
religioso. (El Sr. Oandau: Su señoría, nó; otros, sí.)


El Sr. Candau tiene la bondad de advertirme que este
cargo lo dirigió á otros que hicieron uso de la palabra an-
teriormente, y no á mÍ. Yo me alegro de qus el Sr. Can-
dau lo reconozca así; porque es lo cierto que he comenzado
estableciendo el verdadero carácter de esta cuestion , que
es, religiosa, sÍ, pero religioso-política. Claro es que una
cuestion que se refiere á la manera de establecer y profe-




250 DISCURSO
sar la religion en España, tiene que ser forzosa é ineludi-
blemente cuestion religiosa. El error estaría en declararla
exclusivamente religiosa. No es una cuestion dogmática;
es una cuestion político-religiosa, pero que encierra la más
grave que puede presentarse á un Gobierno y á una Asam-
blea en la vida de las naciones. Le he dado toda esa impor-
tancia, y me alegro, repito, de que el Sr. Cambu haya
reconocido en este punto, que he puesto los tantos donde
deben ponerse.


Ha dicho S. S. á continuacion, que se alegraba de que el
discurso del Sr. Perier le diera lugar á decir que siendo
ésta una cuestion política, nada tiene que ver para el sen-
tido religioso, y que por consiguiente la Comision podía
proponer á la resolucion del Congreso aquello que mejor
juzgara, sin que por eso debiera incurrir, sea el que fuere
el sentido de esta propuesta, en ninguna clase de anatema,
como ligeramente se decía fuera de aquí á propósito de esta
discusion. No es posible que de todo el fonclo y de toda la
forma de mi discur80 pueda deducirse que una Comision,
que un Gobierno, que una Asamblea cualquiera, puedan
hacer en materias religiosas, aunque á la vez sean políticas,
aquello que bien les plazca, sin incurrir en censuras. ¡Harto
interes tendría la manera de resolver la cuestion religiosa,
si pudiera hacerse respecto de ella todo cuanto se preten-
diese, sin que por eso se pudiera merecer censuras religio-
sas, cuando de esa base constitucional ha do resultar el
estar, ó nó, atendicla como lo exigen íosantecedenteshistó-
ricos de España, la religion, que es la vida de los pueblos!


Ha dicho tambien el Sr. Canclau, que he cantado las
excelencias del sentimiento religioso; y me ha favorecido
S. S., añadiendo que estaba completamente de acuerdo
conmigo respecto de esa grandísima importancia; pero que
no era menester en modo alguno que yo hiciera eso en una
Cámara que tenía en mucho los sentimientos religiosos.


No ha sid.ilr mi intencion hacer excitaciones ni dar lec-
ciones de esta clase eL los Sres. Diputados. Pero sí me ale-




DEL SR. D. CARLOS MARÍA PERlER. 251
gro de lo que resulta de este justo enea mio que yo hacía de
los sentimientos religiosos para dar su fundamento sólido á
las disposiciones legislativas; si me alegro de que haya
arrancado cuando ménos la adhesion explícita del Sr. Can-
dau á ese entusiasmo mio. Yo quisiera, sin embargo, que
hubiera respecto de esto mayor correspondencia entre cl
artículo que como resultado de esta conviccion propongo
yo , y el artículo que propone,la Comision, que en mi con-
cepto no está en armonía con los sentimientos y conviccio-
nes, que de consuno profesamos el Sr. Candan y yo.


Ha dicho tambien S. S., atribuyéndome igualmente un
concepto equivocado, que el sentimiento religioso de que
ántes hablaba está señalado y atendido en el párrafo pri-
mero del arto ll. o Yo encontraría en efecto atendido y con-
sagrado en el párrafo primero del arto ll. o el sentimiento
religioso, si el artículo estuviera redactado en la forma que
proponía y que todavía propongo á la Comisiono


El Sr. PRESIDENTE: ¿No conoce S. S. que lo que esb'l
haciendo es contestar y no rectificar~


El Sr. PERIER: N o me propongo contestar; al contra-
rio, voy señalando los conceptos equivocados que me ha
atribuido el Sr. Candau, y ruego al Sr. Presidente que con-
sidere que no he de abusar de la rectificacion, ni he de de-
clararme rebelde á las indicaciones de S. S.


He dicho que mi pensamiento no era negar á la Comi-
sion ni al Sr. Candau que tuviesen sentimientos análogoH
al mio; pero que al formar la redaccion del párrafo primero,
sería mejor que se variase, diciendo, no solamente que la
Religion católica, apostólica, romana es la del Estado,
sino que la Religio.n católica, apostólica, romana es la
Religion de la Nacion Española. Si la Comision tuviera la
bondad de admitir siquiera esta ligerísima alteracion, pro-
duciría esto un gran bien, alteracion que el Sr. Candau ha
dicho que cree redundante, que la cree una cosa pleonásti-
ca, pero á que yo doy mucha importancia.


Me ha atribuido el Sr. Candau otro concepto equivoca-




252 DISCURSO
do; me ha dicho que ponía á los españoles en una disyunti-
va inconveniente; en la disyuntiva de ser católicos ó ser
ateos. S. S. no ha entendido bien mi argumento; solamente
de este modo se explica que haya podido incurrir en seme-
jante equivocacion: yo dije que se estaba elaborando en el
mundo civilizado por virtud del crecimiento de las escue-
las racionalistas, que niegan toda religion positiva, ese
gran dilema: ó católico ó ateo; y recordará S. S. que cité
la autoridad de Proudhon , que es el que había presentado
este dilema. No me atribuya, pues, S. S. una originalidad
en este punto, que no reclamo; yo recojo argumentos de
valía, aunque vengan de personas, que militan en campos
tan contrarios al mio.


Me ha atribuido tambien el Sr. Candau otro concepto
equivocado. Dice que yo me había mostrado tímido ante la
libertad de cultos, y que esto demostraba poca fe en su
alto destino, en su poder inmenso, y que S. S. tenía en
este punto más fe y más confianza que yo. He dicho, y este
era el concepto equivocado que voy tÍ restablecer, que el
catolicismo no se pierde, como no se ha perdido en otras
partes, por la lucha con otras religiones; pero que no era
legítimo, ni justo, ni conveniente, á título de probar su
robustez, entregarla, no ya sólo á la discusion con otras
sectas disidentes del cristianismo, sino al trabajo incesante
del racionalismo, para conseguir la indiferencia: este era
un proceder poco católico.


Añadía tambien el Sr. Candau, que en mi concepto el
momento presente de la historia de España exigía la per-
secucion religiosa. Su Señoría me atribuia un concepto
equivocado, que sólo con leer la enmienda se rectifica. La
enmienda mia no encierra nada de persecucion, ni de in-
transigencia, ni de imposicion, sino que tiene dentro de
los límites católicos todo lo que puede conceder la religion
católica en España.


Tambien me ha atribuido el Sr. Candau, y esto importa
mucho rectificarlo, porque no se refiere á mí sólo, sino á




DEL SR. D. CÁRLOS MARÍA PERlER. 253
otra persona respetable, haber sostenido que en el primer
decreto de S. M., redactado por D. Francisco de Cárdenas,
se habia reconocido que aquí existía la unidad religiosa
más completa. Yo á propósito de contestar á una equivoca-
da interpretacion que S. S. da á mi cita, diré quo leí el
preámbulo, y nó las disposiciones del decreto del Sr. Cárde-
nas, para probar, como se prueba con otros textos oficiales,
que en España no hay más que católicos; y esta autoridad
es muy de atender, porque viene de una persona tan com-
petente, que se hallaba en puesto oficial, y de hombre emi-
nente, veraz y observador profundo, y que por consiguiente
decía oficialmente lo del'to á una Nacion; por eso la cité.


No creo necesario hacer más rectificaciones respecto
del SI'. Candau, y me contento con decir al SI'. Ministro
de Gracia y Justicia, que ha tenido la bondad de contestar
á uno de mis argumentos, diciéndome que lo que yo pro-
ponía en esa ligerísima alteracion del párrafo primero del
artículo de la Comision no era posible admitirlo, porque se
oponía al arto 38 del Concordato, que no comprendo este
argumento del Sr. Ministro de Gracia y Justicia ...


El Sr. PRESIDENTE: Pero, Sr. Perier, V. S. no tiene
que contestar á los argumentos del Sr. Ministro de Gracia
y Justicia.


El Sr. PERIER: Sr. Presidente, no voy á contestar al
argumento; lo que voy es á rectificar el concepto equivo-
cado del argumento mio en que se funda el argumento del
Sr. Ministro de Gracia y Justicia.


Yo creo que no se opone el Concordato á lo que yo pro-
pongo ... (Rumores.)


El Sr. PRESIDENTE: Permítame S. S. Despues de ha-
ber hablado S. S. tres horas .....


El SI'. PERIER: Voy á concluir, si S. S. me deja decir
dos palabras. Decía que lo que ya había propuesto, y sin
duda el Sr. Ministro de Gracia y Justicia no se ha hecho
cargo de ello, es que añadiendo la palabra N acion á la pa-
labra Estado, se evitaban graves males, y que esto no se


17




254 DISCURSO DEL SR. D. CARLOS MARIA PERlER.
opone al artículo del Concordato; y accediendo gustoso á
los deseos del señor Presidente, me siento, dando gracias
á S. S. y al Congreso por la tolerancia que conmigo han
tenido.


VOTAClO:'i.


8eilnres que dijeron si:
Moyano.-San Cárlos (:Marqués de).-Mayans.-Los Arcos.-


Pere;¡; San M:illan.-Torreánaz (Conde de).-Perier.-Sala.-
Mor'eno Leante.-Maspons.-Diaz Herrera.-García Camba.-
Total, 12.




DISCURSO
DEL


EXCJ\lIO. SR. D. CLAUDIO :MOYANO,
EN DEFENSA DE LA UNIDAD CATÚLICA I


PRONUNCIADO


EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS EN LA SESION DEL DIA


8 DE ?olA YO DE 1876.






SESION DEL DIA 8 DE MAYO DE 1876.


Art. 11. La Religion católica, apostólica,
romana es la del Estado. La Nacion se obli-
ga á. mantener el culto y su. ministros.


Nadie será. molestado en el territorio es-
paltol por 8US opiniones religiosas, ni por
el ejercicio de dlJ respectivo culto, salvo el
respeto debido á. la moral cristiana.


No se pcrmitiran, sin embargo, otras ce-
remonias, ni manifestaciones publicas, que
lag de la ~eligio n del Estado.»


(Proyecto d,e Constltucton.)


El Sr. PRESIDENTE: Ábrese discusion sobre la totali-
dad del artículo,


El Sr. Moyano tiene la palabra en contra.
El Sr. MOYANO: Un deber de cortesía me obliga á prin-


cipiar dando las gracia~ á mi amigo el Sr. Conde de Tórres
Cabrera por el cariñoso hospedaje que me ofrecía en sus
tiendas, cabiéndome el sentimiento de no poder aceptarlo,
porque, entre otros inconvenientes, tienen los muertos el
de no poderse mover de donde los ponen. ¿O es que, como
decía el poeta,


«Los muertos que vos matasteis
Gozan de buena salud 7.


Entónces, tampoco puedo ir adonde se encuentra hoy
el Sr. Conde de Tórres-Cabrera, porque no me han conven-
cido los consejos que el ilustre Sr. Marqués de Miraflores,
cuya memoria todos respetamos, daba en la carta cuyos
párrafos ha leido S. S. El Marqués solía equivoearse, como
todos nos equivocamos: y la prueba de su equivocacion es
el ejemplo que está dando esta mayoría.


El Marqués de Miraflores daba por muerto al partido




lHSCURSQ
moderado y á la uníon liberal, partidos de los cuales, se-
gun esa carta, no quedaban más que restos deformes impo-
sibles de conciliar; pues de esos restos se forma hoy la
mayoría, y no hay ni tal deformidad ni tal incompatibili-
dad, á lo que parece.


Señores, si bien es cierto que me ha correspondiao el
primer turno en contra del arto 11, no lo es ménos que
vengo á este debate despues de haberme precedido en él
muchos oradores, elocuentes todos y todos verdaderamen-
te instruidos. Se ha hablado, se ha tratado de la cuestion
religiosa en la discusion del mensaje á la Corona. Se ha
tratado cuando la totalidad de este proyecto, y se ha tra-
tado , por último, con ocasion de las ocho enmiendas que
se acaban de discutir. Es decir, que yo entro en un campo
ya segado, y en el cual, para hallar alguna espiga, se ne-
cesita más vista que la que yo tengo: esto supuesto, me va
á ser muy dificil dar alguna novedad al debate, lo cual me
quitaría hasta la esperanza de ser escuchado por vosotros,
si no fuera porque só por experiencia propia las muchas
consideraciones que guardais á los .años, que por mi parte
os agradezco tanto más, cuanto que soy de los pocos viejos
que aquí nos sentamos, el que más se ha permitido moles-
taros hasta ahora; no abusaría, pues, de vuestra benevo-
lencia, que en varios de vosotros considero hasta afectuosa,
y permitidme esta jactancia, sin duda porque veis en mí al
que en otro tiempo era el compañero de vuestros padres, y
siempre guardamos cierto respeto cariñoso á los que fueron
amigos de nuestros padres. No os molestaría, digo, si la
cuestion de que nos ocupamos no fuera de tal naturaleza
que yo no quedaría bien con mi conciencia si sólo me lj-
mitara á votar, y dudo que lo quede con mi partido.


La cuestion que se ventila hoy, como todas las cuestio-
nes religiosas, tiene el privilegio de herir viva y profun-
damente el corazon de un pueblo, y más si este pueblo es
España, y España acaba de pasar, ó mejor dicho se en-
cuentra en la Circunstancia en que hoy nos encontramos:




DEL EXCMO. SR. D. CLAUDIO MOYANO. 259
despues de tantos desastres, despues de tantas perturba-
ciones como las que ha sufrido este país, España siente la
necesidad de huir de todas aquellas cuestiones que pueden
dar lugar á dividir los ánimos más de lo que por desgracia
se encuentran. Y no hay cuestiones más ocasionadas á di-
vidir los ánimos en todas partes que las cuestiones religio-
sas. Grande es, pues, la responsabilidad que el Gobierno ha
contraido al traerla aquí. i, Y cómo no traerla, se me dirá,
si se está haciendo una Constitucion para el país, yen to-
das las Constituciones que ha habido en lo que va de siglo,
lo mismo aquí que fuera de aquí, se ha resuelto la cuestion
religiosa'? i, Cómo no tratarla en la nuestra'? i, Cómo no re-
solverla'? Yo creo que había un medio muy sencillo para
no haber tratado esta cuestiono Si toda la razon consiste en
que estamos haciendo una Constitucion, con no haber he-
cho esa Constitucion habíamos salido del paso: si no se hu-
biera traido esta Constitucion, si no hubiera habido este
proyecto, como no ha debido haberlo, no habría habido ne-
cesidad de ocuparse de la cuestion religiosa; si se hubiera
restablecido, como creimos muchos que iba á suceder, la
Constitucion del 45, resuelta estaba allí la cuestion reli-
giosa y no habríamos tenido que ocuparnos ahora de ella;
á nadie habría sorprendido el restablecimiento de la Cons-
titucion de 1845, Y me inclino á creer que más ha sorpren-
dido el que no se restableciera. Pero no se ha restablecido
por consideraciones que yo ahora no discuto; todavía teníá
el Gobierno otro camino para no ocuparnos hoy en esta
cuestion; hubiera el Gobierno hecho lo que tenía obliga-
cíon de hacer; hubiera el Gobierno seguido el camino que
debía seguir; hubiera el Gobierno restablecido el Concorda-
to de 1851. Restablecido el Concordato habría quedado re-
suelta la cuestion, y hoy no tendríamos necesidad de resol-
verla; el Concordato era una ley del Reino, más que una
ley del Reino; era una ley internacional, y sabido es que las
leyes internacionales, sin que se pongan de acuerdo las
partes contratantes, no se pueden nunca derogar, y el Con-




DIsCURSO


cordato no lo había derogado nadie; no se ha derogado, por
lo ménos, con el consentimiento de Su Santidad, que era
la otra parte contratante.


En todas partes, cuando se ha celebrado un Concordato
con Su Santidad, como cuando se celebra cualquier trata-
do, se han observado estos principios, que son de sentido
comun, y de derecho internacional. ¿ Qué sucedió en Fran-
cia'? En Francia la revolucion de 1789, como saben los se-
ñores Diputudos, echó abajo todos los cultos, concluyó con
la religion ; vino, andando el tiempo, Napoleon I, Y éste
restablece la religion católica, y pide á Su Santidad la ce-
lebracion de un Concordato; el Papa le mandó al cardenal
Consalvi, con el cual se hizo el Concordato de 1801. Dema-
siado sabeis por cuántas fases ha pasado Francia despues
ele este tiempo; desapareció N apoleon I, vino la restaura-
cion; desapareció la primera rama de la restauracion , vino
otra que desapareció tambien; vino la Repüblica, luégo el
Imperio, despues la República comunista, la República del
petróleo, y por último la República posible ó moderada; y
¿qué sucedió al Concordato en todos estos cambios'? Que
en estos tiempos continúa estando tan vigente como el
año 1801. ¿Por qué no está vigente en España'? ¿Quién lo
ha derogado'? Pues si se hubiera declarado terminantemente
que estaba vigente, á buen seguro que no tendríamos hoy
necesidad de tratar una cuestion tan grave y de tan pavo-
1'osas consecuencias, comüla que ahora nos ocupa.


¡Es que, como decía hoy el Sr. Conde de Torres-Cabre-
ra, lo que hacemos no es contrario á la religion católica, y
que el arto 11 no es contrario al Concordato'? Señores, apé-
nas se concibe cómo se puede hacer esta aseveracion; se
estableció algo en el Concordato acerca de que la unidad ca-
tólica se conservaba en España'? Tanto se estableció ó con-
cordó, cuanto que esa afirmacion constituye su arto 1.0, uno
de los más importantes que tiene; y despues de oir á esos
señores, no parece sino que el Concordato no resolvió nada
sobre esto. En el arto LOse dice textualmente:




DEL EXCMO. SR. D. CLAUDIO MOYANO. 261
« Artículo 1.0 La Religion, católica, apostólica, romana, que,


C01¿ exclltsifJn de cuaZquiera ot1'O culto, continúa siendo la única
de la Nacion Española, se conservará siempre en los dominios
de S. M. Catélica, con todos los derechos y prerogativas de qne
debe gozar, segun la ley de Dios y lo dispuesto en los sagra-
dos cánones. )


En el Concordato, pues, se mantenía la unidad católi-
ca en España; y si el Concordato es una ley internacional,
locon qué derecho so Qcha abajo hoy esta ley ~ ¿ Es, como
ha dicho en el Senado un Sr. Ministro, precisamente el ele
Estado, que este arto 11 de la Constitucion es igual al ar-
tículo i.0 del Concordato' No tengo para qué molestar {¡
los Sres. Diputados demostrando que son dos cosas comple--
tamente distintas. ¿Es, como decía el Sr. Ministro de Gra-
cia y Justicia el último dia, en que el Concordato parte estú
vigente y en parte no~ Entónces yo hago al Ministro de
Gracia y Justicia de hoy, Sr. Martin de Herrera, la misma
pregunta que hice en 1855 á otro Ministro de Gracia y Jus-
ticia, me parece que el Sr. Arias, que dijo lo mismo, y yo
pregunté; locuáles son las hojas que se han roto, y cuáles
las que quedan íntegras~ ¿Qué es lo que no está vigente,
pregunto yo hoy~ loEs quizá el art. l.0~ ¿ y con qué auto-
ridad ~


¿Pero será que el arto 11 de la Constitucion no tiene
nada contra la religion, contra el Concordato, que es la
tésis que sostuvo el Sr. Presidente del Consejo de Minis-
tros ~ Esto ya sería una razono El Sr. Presidente del Conse-
jo de Ministros partió del principio de que el Concordato
está vigente; no sostiene que este artículo sea igual al
Concordato; lo que sostiene es que-este artículo en nada
va contra la religion ni contra el Concordato. lo Y es cierto
esto~ Pues á fe que no bastaría que lo dijera el Sr. Presi-
dente del Consejo.


Hay aquí una cosa particular, á la cual no ha contes-
tado nadie hasta ahora, yes indispensable, porque es la
que resuelve la cuestiono Concurren dos partes ú la cele-




262 DISCURSO
bracion del Concordato; el Gobierno español y Su Santi-
dad; el Gobierno español dice: «con una nueva ley que
presento yo, no dispongo nada en ella contrario al Con-
cordato;» y esto se tiene aquí por artículo de fe, porque
lo dice el Sr. Presidente del Consejo de Ministros. Pues es
necesario oir lo que dice la otra parte contratante, porque
el Gobierno español dice: «nada contra la religion, nada
contra el Concordato;» pero i, qué dice á todo eso Su San-
tidad? Pues vamos á verlo, porque no basta oir al Sr. Pre-
SIdente del Consejo.


Su Santidad acaba de declarar en estas terminantes pa-
labras que yo me voy á permitir leer al Congreso, con fe-
cha 4 ele Marzo de este año, lo siguiente: « Y declaramos
que dicho arto 11, que se pretende proponer como ley del
R0ino, y en el que se intenta dar poder y fuerza de dere-
cho público á la tolerancia de cualquier culto no católico,
cualesquiera que sean las palabras y la forma en que se
proponga, 1)iola del todo los derech.os de la verdad !I de la reli-
gion católica; anula contra toda justicia el Concordato es-
tablecido entre esta Santa Sede y el Gobierno español, en
la parte más noble y preciosa que dicho Concordato con-
tiene; hace responsable al Estado mismo de tan grave aten-
tado; y abierta la entrada al error, deja expedito el cami-
no para combatir la religion católica, y acumula materia
de funestísimos males en daño de esa ilustre Nacion, tan
amante de la religion católica. »


Es decir, que de las dos partes contratantes, una (y no
digo principal ni no principal) declara que lo que se hace
ahora es contrario á la religion católica y al Concordato
celebrado entre Su Santidad y el Gobierno español. i,Habrá
despues de esta declaracion terminante de Su Santidad
quien se atreva todavía á sostener que con el arto 11 no se
viola el Concordato, ni es contrario á la Religion católica?
Pues de todas estas cuestiones, de todas las consecuencias
que pueden traer, nos habríamos librado si se hubiera resta·
blecido la Constitucion de 1845, ó si nó, con haber resta-




DEL EXCMO. SR. D. CLAUDIO MOYANO. 263
blecido el Concordato. Pero no se ha hecho ni lo uno ni lo
otro. 1,Y por qué? Porque se quería traer esta cuestion in-
tacta á las Córtes; yo no he oido más razon; el Gobierno no
ha resuelto esta cuestion ántes, porque quería traerla ínte-
gra á las Córtes españolas; quería que el Rey con las Córtes,
como ha sucedido en los negocios 'úrduos, resolviera sobre
éste lo más conveniente. i, No veis que este está resuelto?
i, No os detiene el temor de que Su Santidad retire ú su vez
todo aquello ú que se obligó?


¡, Pero es cierto, Sres. Diputados, que esta cuestion
haya venido íntegra ú las Córtes , ó es que esta cuestion
ha venido ya resuelta? Basta recordar lo que sobre este
asunto ha mediado desde la constitucion de este Gobierno;
al poco tiempo se celebró una reunion de personas, en ma-
yor ó menor número, que se llamó la reuníon del Senado,
porque tuvo lugar en aquel Palacio; reuníon que se verificó,
como todo el mundo sabe y el Gobierno no ha negado, por
iniciativa de este y con su aplauso. Aquellareunion tuvo por
objeto ver si era posible hallar una legalidad comun ~ los
diferentes partidos liberales; en varias cuestiones no hubo
dificultad ninguna, porque hay cosas que son ya comunes
en las Oonstituciones , hasta que se tocó con la cuestion re-
ligiosa, que á propósito y por miedo de que en ella no hu-
biera acuerdo, se dejó para lo último.


Viene la cuestion religiosa, yen esta cuestion no hubo
avenencia, no hubo. acuerdo ; unos opinaban por una solu-
cion igual á la que hoy se nos propone,'y otros por la so-
lucion que contenía, ó al menos parecida, la Constitucion
de 1845; Y hubo mayoría y minoría, y el Ministerio, se-
gun se decia y luego se ha visto, se inclinó por la mayoría.
Primer acto por el cual se resuelve en España en estos di as
la cuestion religiosa en favor de la tolerancia ó de la li-
bertad de cultos, de que luégo me ocuparé; primer acto,
pues, en que el Gobierno ya impide que esta cuestion vi-
niera íntegra á las Oórtes el dia que hubieran de reunirse.
No hablo de una carta ó de una comunicacion que se atri-




264 DISOURSO
buyó á un diplomático que tenemos en el extranjero, so-
bre si había oido ó no había oido á un Nuncio en otra córte
palabras que indicaban que á Roma le era agradable esta
solucion que contiene el arto 11; Y no me hago cargo,
porque no lo sé y no puedo traerlo como argumento, sólo
ví, estando en el campo, que los periódicos amigos del
Gobierno se apresuraron á decir que Roma estaba conforme
con ella, y repitieron aquello de Roma locuta est, causa
finita est; y ya está todo concluido, porque había hablado
Roma, y había haMado en el sentido que creyó aquel di-
plomático : Roma locuta est, causa finita esto Pero ó no ha-
bló Roma, ó habló en otro sentido; y entónces , causa non
estfinita; es decir, era.finita si Roma estaba conforme con
la libertad de cultos; pero como resulta que no lo está,
causa non est finita; la cuestion no ha concluido, segui-
mos como ántes ; pero la verdad es que no se quería traer
aquí íntegra la cuestion, porque así como se daban facili-
dades á todo aquél que hablaba en favor de la libertad de
cultos, se oponían toda clase de obstáculos á todos los que
pretendían defender la unidad católica, yeso se hacía
porque se decía que era preciso que viniera á las Córtes
íntegra la cuestion religiosa.


Llega la convocatoria; bY qué se dice en el decreto de
la convocatoria á este propósÍto ~ Que el Gobierno está con-
forme con la solucion del Senado. ¿Puede decirse despues
de esto que la cuestion viene íntegra á las Córtes por par-
te del Gobierno'? Ha habido una reunion de los partidos li-
berales; acuerdan una solucion por mayoría; el Gobierno
la acepta, y bajo ese supuesto, entre otras cosas, convoca
las Córtes. ¿ y qué hacen los gobernadores para traer esas
Córtes'? Cuanto han podido por averiguar cómo opinaban
los candidatos y apoyar á los que decían que eran favora-
bles á la libertad de cultos; es decir, apoyar á los que de-
cían que apoyarían lo aprobado en el Senado. Mi amigo el
Sr. Batanero obtuvo del Sr. Presidente del Consejo la afir-
macion de que eso era cierto, y no tengo necesidad por con-




DEL EXCMO. SR. D. CLAUDIO MOYANO. 265
siguiente de molestar al Congreso aduciendo mayores prue-
bas para demostrarlo . El Sr. Presidente del Consej o ha conve-
nido en que á los que solicitaban el apoyo del Gobierno, éste
les pedía por sí ó por medio de sus gobernadores que di-
jeran cuüJes eran sus opiniones respecto á .esta cuestion,
á esta cuostion que decía quería traer íntegra á las Córtes.
Lamento el que haya candidatos que soliciten el acta del
Gobierno, en vez de procurar merecerla de sus electores; si
ha habido, que yo no lo sé; si ha habido algun candidato que
solicitara del Gobierno su apoyo, comprendo, porque yo
no soy tan escrupuloso, que el Gobierno quisiera saber sus
opiniones; pero precisamente la cuestion en que el Gobier-
no no podía hacer eso, es la presente, es la religiosa. En
esta cuestion no le era permitido al Gobierno averiguar,
ni áun relativamente á esos candidatos que iban á solicitar
su apoyo, las opiniones que tenían. ¿, Y por qué'? Por lo
que dijo el mismo Gobierno; porque el Gobierno quería
traer íntegra esta cuestion á las Córtes. Pues si quería
traer íntegra esta cuestion á las Córtes, lo mismo le daba
que los Diputados opinaran de una manera que de otra;
puesto que las Córtes habían de resolver; fuera la libertad
de cultos, fuera la unidad católica, lo que ellas resolvie-
ran eso sería la ley del país. Esto parecía quP, debía haber
hecho el Gobierno, si de buena fe quería traer la cuestion
íntegra á las Córtes. Así es que no es cierto que la cues-
tion no se resolviera declarando vigente la Constitucion
de 1845 ni el Concordato de 1851, porque se quisiera traer
íntegra á las Córtes, porque á haber querido eso, ni se
hubiera llevado la cuestion al Senado, ni se hubiera per-
mitido el Gobierno preguntar á los candidatos que parecían
ministeriales cómo opinaban. ¿Para qué'? La cuestion, pues,
señores, no viene íntegra, por desgracia, la cuestion vie-
ne ya resuelta por parte del Gobierno, que era el que de-
cía que quería traerla Íntegra. No creo, sin embargo, que
venga resuelta por la vuestra, porque no creo, ni quiero
creer, ni puedo creer, me está vedado' creer, que haya uno




266 DISCURSO
solo entre vosotros que por ser Diputado haya sido capaz de
sacrificar á Jesucristo. De consiguiente, por parte nuestra
sigue la cuestion íntegra, por más que por parte del Go-
bierno venga resuelta. Pero, en fin, la cuestion está aquí,
la cuestion h.a venido, la cuestion hay que tratarla; y
puesto que hay que tratarla, vamos á entrar en ella.


Ante todo, me conviene sentar dos cosas; y es la pri-
mera, que siendo aquí todos católicos, cosa que yo oigo
con gran satisfaccion, porque áun cuando se sepan las co-
sas que agradan, siempre tenemos gusto de oirlas, que
aquí se levanta á hablar acerca de este asunto cualquier
Sr. Diputado y empieza por decir que es católico, empieza
por confesar esto en primer término, y hoy nos ha añadi-
do el Sr. Conde de Torres-Cabrera que es tambien apostó-
lico romano, y que por ser todos católicos, y esto lo con-
fieso con toda la sinceridad de que soy capaz, la cuestion que
nos ocupa no puede ser bandera de ningun partido, abso-
lutamente de ninguno. La cuestion lo es de todos; no hay
partido que tenga derecho á monopolizada; es la bandera
bajo la cual nos cobijamos todos los que aquí hemos tomado
asiento. Ahora, si de esta discusion, si de la votacion que
recaiga sobre el artículo que nos ocupa resultase que algu-
nos disgustaban al catolicismo, y que éste disgustado lla-
maba á otras puertas, culpa será de los que tal hayan he-
cho; culpa será de los que hayan disgust.ado, nó de los que
le reciben en su casa.


Esto demuestra, Sres. Diputados, que yo, que reconoz-
co que el catolicismo no es hoy bandera de ningun partido,
no quisiera que lo fuera nunca; únicamente deseo que sea
la bandera de todos los españoles. Esto es lo que quería de-
jar consignado ántes de entrar á debatir la cuestiono


Segundo: aquí se ha hablado mucho en dos sentidos
opuestos, diciendo unos que la cuestion es religiosa y no po-
lítica (y éstos han sido pocos), y afirmando otros muchos,
incluso el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, que es
política, <¡ue la religion no tiene que ver nada con ella; y




DEL EXCMO. SR. D. CLAUDIO MOYANO. 267
á mí me admiran estas dos opiniones, particularmente la
del Sr. Presidente del Consejo de Ministros. No se puede
negar, señores, que la cuestion, dígase lo que se quiera,
es religiosa; y como es religiosa, hay que tratarla en este
sentido. No por esto digo que es exclusivamente religiosa;
discuto de buena fe, y tengo que confesarlo; que la cues-
tion, además de religiosa, es política, pero siempre esen-
cialmente religiosa; y como es esencialmente religiosa,
los católicos tenemos que dar una grande importancia á las
doctrinas religiosas que la resuelven.


Pero sucede una cosa particular: la cuestion es reli-
giosa, sí; pero no somos competentes para tratarla, por-
que no somos ni Obispos ni Concilio; y porque no somos
competentes, la resolvemos como nos parece.


Señores, este no es un modo iógico de discurrir. Yo creo
que cuando no se tiene competencia para resolver una
cuestion, lo que hay que hacer es buscar á los que la ten-
gan, paraque ellos la resuelvan. Es muy cómodo y muy sen
cillo decir: yo no tengo competencia, y sin embargo ha-
go lo que me acomoda: cuando lo natural es que el que no
tenga competencia se someta al que la tenga y acepte lo
que éste diga. i, Dónde está? i,A quién tenemos que acu-
dir? i,Quién tiene competencia para resolver la cuestion
religiosa? Pues la competencia para los que somos católi-
cos, como lo somos todos, está en la Iglesia. .


Señores, los que de católicos nos preciamos, reconoce-
mos la revelacion divina. De aquí parte todo. Creemos que
los sagrados libros fueron inspirados por Dios, y lo cree-
mos pomo punto de fe, aceptando en tal concepto lo que
en ellos se contiene, con arreglo á la inteligencia é inter-
pretacion infalible de la Iglesia, cuya cabeza visible es el
Sumo Pontifice, Vicario de Jesucristo en la tierra. Y sin
extenderme sobre esto, por razones fáciles de comprender,
no he de dejar de decir, por lo que conduce á mi propósito,
que en los cuarenta y cinco libros del Antiguo Testamento,
en todos se habla del monoteismo y de la adoracion al Diof3




268 DISCUltSO
omnipotente, criador de todo cuanto existe, como del pri-
mero de los preceptos que debemos cumplir. Tratase del po-
liteismo y policultismo como de una cosa abominable y dig-
na de los mayores castigos. Ofrece derramar sus bendicio-
nes sobre los que cumplan sus mandatos, pero nó sobre los
que sigan supuestos dioses ajenos y les diesen culto. Lo
mismo se prescribe en la nueva ley. J esncristo ,partiendo
del principio de que Dios es uno y a él sólo debe adorarse,
manda sus Apóstoles a predicar el Evangelio por todos los
~iInbitos de la tierra, y les dice: «el que crea y se bautice,
sera salvo, condenundose el que no crea.»


Establece además la I~lesia, dotándola de la facultad
de interpretar los sagrados libros, concedi~ndola el don,
nunca bastante estimado, de la infalibilidad.


Ahora bien; ¿cómo ha entendido la Iglesia la cuestion
nel culto que estamos obligados a dar á Dios'? ¿Ha admiti-
do la libertad'? Nunca; siempre la ha condenado, y recien-
temente, como antes he leido, el actual Pontífice. Pues al
ménos en este sentido si la Iglesia tiene condenada la li-
bertad de cultos, no somos nosotros buenos católicos al
desobedecer los mandatos de la Iglesia, la cual tiene es-
tablecida la unidad católica.


Es que, se dice, nosotros queremos lo mismo; nosotros
respetamos la Iglesia, nosotros reconocemos la Iglesia
como la única que . ha recibido la facultad de interpretar
los libros sagrados. Todo esto lo aceptamos; pero se dice
aquí por muchos que lo creen con sinceridad, que aquí no
se trata de la libertad de cultos, se trata l1nicamento de la
tolerancia: y una cosa es la tolerancia y otra es la libertad
de cultos,;, son cosas distintas: nosotros, como c3:tólicos,
ereyendo y confesando todo lo que cree y confiesa la Igle-
sia catolica, y condenando la libertad de cultos, no por
este art. 11 la aceptamos, sino que únicamente elevamos
á ley la tolerancia religiosa que se practica. Esto hay ne-
cesidad de demostrarlo de una vez; lo que llamais toleran-
cia de cultos y libertad de cultos, SOIl dos Gosas iguales,




DEL EXCMO. SR. D. CLAUDIO MOYANO. 269
enteramente iguales: tolerancia y legalidad son dos pala-
bras que no pueden estar reunidas; por eso no se puede de-
cir tolerancia legal. Pues si la tolerancia no es más que un
acto puramente moral, se tolera precisamente lo que no
está en la ley; se tolera lo ilícito; se toleran por razones de
otro órden muchas veces cosas que no podemos remediar, y
pasamos por ellas; quisiera llevar en esto la conviccion á los
señores Diputados: la tolerancia es un acto moral; pero des-
de el momento en que la tolerancia se lleva á la ley, ya no
es un acto moral, ya es un ej ercicio legal, ya es un dere-
cho, y produce todas las consecuencias: toleramos mu-
chas veces cosas malas; toleramos el vicio alguna vez en
alguna forma; ¡pero decir que se tolera la virtud! ¿Le ha
ocurrido á nadie el decir nunca: se tolera la virtud, se
tolera al hombre de bien'? Alguna vez se tolera á un bri-
bon, porque no se puede acabar con todos; pero decir que
se tolera á un hombre de bien., sería un pueblo abyecto
aquel en que se dijera semejante cosa.


En el momento, pues, en que la tolerancia constituye
un precepto, deja de ser tolerancia y pasa á ser un dere-
cho, del cual hacen uso aquellos á quienes comprende ó
beneficia.


Así es que no comprendo que á los señores que se sien-
tan en estos otros bancos no les ~atisfaga el artículo, por-
que es el establecimiento de la libertad de cultos. Iba á
poner un ejemplo para demostrar lo que es la tolerancia
y lo que es el derecho: el que tolera puede perturbar: el
que tolera puede prohibir; puede oponerse: todo eso puede
hacer el que tolera, porque puede cansarse de tolerar;
vive el tolerado lo que quiere el tolerante; la imprenta,
por ejemplo: figuraos que no hubiera ninguna ley de im-
prenta y hubiera sin embargo un fiscal por el cual tuvie-
ra que pasar todo lo qne se imprime, y que este permitie-
ra alguna vez, segnn las instrucciones del Gobierno, cier-
tas cosas. Este Gobierno, este fiscal ¿ podría algun dia im-
pedir eso que estaba t~lcrando'? Cuando le diera la gana,


18




270 DISCURSO
cuando quisiera, el fiscal estaría autorizado á todas horas
para que un periódico no dijera hoy lo mismo que se le
había permitido decir ayer, porque no había sido más que
una tolerancia. Poro hay una ley de imprenta, y se esta-
blecen las materias y la forma en que pueda examinarse;
y entónces ya no está en manos de fiscal, ni en manos del
Gobierno ni de ninguna autoridad el impedir lo que el pe-
riódico publique con las condiciones de la ley; esa es la
diferencia que hay entre la tolerancia y el precepto. Y
traida al caso presente, decidme: ántes de 1869 no había
tolerancia escrita, como vosotros deCÍs (que yo no lo con-
cibo); pues si entónces algunos protestantes, algunos ju-
díos hubieran querido celebrar su cultq, que se les tolera-
ba, y la autoridad hubiera querido impedir aquel culto,
lolo habría conseguido'? Sí. loLo habría podido impedir? Sí,
cuando lo tuviese por conveniente. Si los que ejercían ese
culto eran perturbados, no por una autoridad, sino por
un grupo cualquiera que se metía en la capilla ó en la si-
nagoga, lopodían salir á la calle y llamar á los agentes de
Orden público y decirles: nosotros estamos en estos ejer-
cicios, pero un grupo se ha entrado en nuestra iglesia y
nos está incomodando, hagan Vds. el favor de entrar y de
ponerle en órden; podrían esos individuos de Orden públi-
co entrar y hacer eso? Podrían entrar, sólo por ese espí-
ritu de tolerancia de hecho; pero si no quisieran entrar, no
habría fuerza que les obligara á ello, ni los disidentes se
podrían quejar, porque habiéndoles reclamado su auxilio
no se lo habían prestado.


Paro se sanciona este arto 11, Y hay una capilla protes-
tante, una sinagoga, y entra en ella un grupo y trata de
perturbar el culto; lopueden salir los protestantes ó los
judíos á la calle y reclamar el amparo ó proteccion de los
agentes de Orden público? Es claro que sí; y los agentes
faltarían á su deber si no les prestaran ese auxilio, tenían
que prestárselo lo mismo que á mí, católico, si soy pertur-
bado en la iglesia. Por consiguiente, si esto se-hace, loes




DEL EXCMO. SR. D. CLAUDIO MOYANO. 271
posible sostener que la tolerancia legal es lo mismo que la
tolerancia práctica que nosotros hemos consentido hasta
aquí? Decid, pues, que es conveniente la libertad de cul-
tos, y luégo hablaremos de eso; pero no digais que no la
quereis, y que lo que estableceis no es la libertad de cul-
tos, sino la tolerancia; porque es mejor abordar las cues-
tiones resueltamente, y no de esta manera que yo no quie-
ro calificar. La tolerancia pues, elevada á precepto legal,
deja de ser tal tolerancia, y se convierte en derecho, en
cuyo mantenimiento hay que sostener al que reclama au-
xilio. Eso sucede en todas partes; no hay país, de seguro,
en donde haya más leyes sin uso que Inglaterra; por ejem-
plo, se pide allí que se deroguen esas leyes, y los ingleses
no las derogan. ¿Y por qué'? Porque puede venir un dia en
que tengan aplicacion, y por consiguiente, conviene no
derogarlas: y miéntras no esté derogada la ley, pueden
dejar de tolerar lo que hoy estén tolerando en contra de
ella.


Se ve, pues, Sres. Diputados, que no es que no se trate
de la libertad de cultos, y sí de la tolerancia, sino que se
trata de la libertad de cultos; yes bueno partir de aquí; el
arto 11, una vez sancionado, establecerá en España la li-
bertad de cultos; y si no, yo, que reconozco el talento de
la Comision y del Gobierno, creo que les hade ser difícil ex-
plicar la diferencia que hay entre la tolerancia legal y la
libertad.


Pero se dice, y aquí entran las únicas razones que he-
mos oido en defensa del artículo: nosotros, al establecer la
libertad de cultos, no hacemos nada nuevo; lo que hacemos
es seguir la corriente de todos los demas pueblos de Euro-
pa, siendo una afrenta para nosotros el que no aceptemos,
el que no dispongamos, el que no entreguemos á nuestro
país á los adelantos que han aceptado todos los demas paí-
ses. España es la excepcion; los demas plieblos que nos
rodean, todos tienen libertad de cultos, y es una afrenta
para nosotros que cuando los demás gozan de esto, España




272 DISCURSO
esté privada de ello. No tendré que decir mucho !'!obre
esto, porque ya se ha contestado bastante; pero no me
creo dispensado de hacer algunas observaciones para de-
mostrar qué débil es la razon en que hasta ahora se han
fundado, aparte del argumento de que no vendrán los
capitales extranjeros, los que están siempre diciendo
que es una afrenta para nosotros que no tengamos la
libertad de cultos, cuando la tienen todos los demas
pueblos.


Es decir, señores, que cuando todos los demas pueblos
tienen y sienten una desgracia, es una vergüenza para nos-
otros el que no seamos tan desgraciados como ellos. Más cla-
ro: todos los pueblos que nos rodean tienen el cólera, y
nosotros por un milagro de la Providencia, estamos sanos
y buenos; pues es una vergüenza que estemos sanos y bue-
nos los españoles, cuando todas las demas naciones tienen
el cólera. (Risas.) Señores, yo creo que sería una vergüen-
za para nosotros el que todos los pueblos gozaran de un
gran bien, y nosotros por una preocupacion , por una ley
inconveniente, estuviéramos privados de ese bien; pero si
lo que gozan los demas pueblos es un mal, i. por que ha de
ser una vergüenza para nosotros el no tenerlo ? ¡, Es e!'!to
serio '?


Pero en cuanto á la libertad de cultos establecida en
otros pueblos hay mucho que decir.


Es sabido, señores, y de vosotros más que de mí, que
hubo un tiempo en que toda Europa tenía la unidad católi-
ca; he dicho mal casi tQda Europa. Por ejemplo, España
tenía la unidad católica desde Constantino hasta la invasion
de los godos, desde la conversion de Recaredo hasta la
invasion de los sarracenos, y se mantenía la unidad cató-
lica desde la toma de Granada, y si quereis desde Feli-
pe nI hasta el año de 1869; es decir, hasta ayer. Francia era
católica desde la conversion de Clodoveo, aquel sicambro
de que en su elegantísimo discurso hablaba el Sr. Leon y
Castillo; era católica desde la conversion de Clodoveo has-




DgL EXCMO. SR. D. CLAUDIO MOYANO. 2i3
ta Enrique IV, Y lo fué despues desde la toma de la Roche-
la hasta la revolucion de 1789. Austria fué católica desde
los antiguos Emperadores romanos católicos, hasta la in-
vasion de los que se llamaron bárbaros del Norte, y fué ca-
tólica despues desde su conversion hasta Lutero. Italia fué
católica siempre. Prusia es nacion protestante desde que
es reino. Rusia fué siempre cismática como imperio. Gre-
cia y el Imperio de Oriente fueron católicos hasta el cisma
de Focio; volvieron á ser católicos y á caer luego en el
cisma que continúan. Portugal ha seguido las vicisitudes
de España.


Ha habido un tiempo, pues, en qU(~ casi toda Europa era
católica. ¿ Y cómo han ido dejando de serlo los pueblos que
constituyen esta parte del mundo'? Han ido dejando de ser-
lo, por circunstancias que ninguno pudo evitar. Dejaron
de ser católicas Francia é Inglaterra despues de sangrien-
tas guerras, des pues de luchas crueles, despues de au-
mentarse tanto el número de individuos de otras religio-
nes, que los católicos no podían con ellos; y no pudiendo
unos con otros y teniendo necesidad de vivir juntos, vi-
nieron á pactos y á convenios y á tolerarse unos á otros.
Pero en todas partes, y no me detengo en esto, porque lo
ha hecho el otro dia con mucha elocuencia el Sr. Perier;
en todas partes el hecho ha precedido siempre al de-
recho; nunca se ha pretendido que se declare ese princi-
pio , como si fuera un derecho de los españoles, nó. Se ha
establecido la libertad de cultos donde no se ha podido se-
guir sosteniendo la unidad católica; pero nunca de buenas
á primeras, como vulgarmente se dice, sin una necesidad
tan imperiosa como fué la que tuvo Inglaterra en tiempo de
Enrique VIII, la que tuvo Francia en tiempo de Enrique IV;
todo eso ha sido preciso para que los GobiernOEl católi-
cos cedieran y admitieran la libertad de cultos. Se habla
mucho de Roma. Señores, cuando San Pedro fué á Roma,
se encontró con una porcion de hebreos, á los cuales no se
podía. echar, porque San Pedro no tenía el poder temporal,




274 DISCURSO
y más bien puede decirse que los hebreos fueron los que
consintieron á los cristianos, que nó el que los cristianos
sufrieran á los hebreos. Pasaron siglos; la Santa Sede ad-
quirió el poder temporal, y los Papas, ya reyes y pontí-
fices en la segunda mitad del siglo VIII, no pudieron
concluir con los judíos despues de los Riglos que habían
estado en Roma y de las riquezas que allí habían ad-
quirido; pero los sujetaron á las restricciones que el se-
ñor Álvarez os expuso el otro dia, y que ya indicó en
las Córttls Constituyentes el Sr. Cardenal Cuesta. No se
les dejaba libres, vivían en un barrio aparte, con puertas á
los extremos, y se les obligaba á ir á escuchar la predica-
cion del catolicismo á una Iglesia inmediata, y se tomaron
grandes precauciones para que no hicieran la propaganda
de su culto. En cuanto á los protestantes, su estableci-
miento data de principios de este siglo, despues del cauti-
verio de Pio VII. Pio VII se encontró con que los ingleses
habían abierto durante su ausencia una capilla; quiso cer-
rarla y no pudo, porque se opusieron algunos diplomáticos,
entre ellos el embajador de Inglaterra, y entónces Pio VII
se resignó á cerrar los ojos y les sufre; pero nunca la Igle-
sia ha elevado esa tolerancia á derecho. La Iglesia ha cer-
rado los ojos, pero no ha autorizado eso; lo mismo han he-
cho en todas partes de Europa donde desapareció el catoli-
cismo y vino la libertad de cuItos.


Se habla mucho por los que dan una importancia exa-
gerada al principio de libertad, y se dice que el derecho
más estimable es el de la libertad de pensar, y que cuando
tenemos libertad de pensar en todas las cosas, en ninguna
nos hace falta tanto como en la religion, que concierne á
la salvacion de las almas, porque es lo que afecta á los in-
tereses morales. ¿Por qué, pues, se dice, teniendo libertad
de pensar no tenemos libertad de tener nuestro culto ~


Es necesario comprender que hay una gran diferencia
entre la libertad de pensar y la facultad de hacer lo que se
piensa. Son dos cosas distintas. La libertad de pensar la




DEL EXCMO. SR. D. CLAUDIO MOYANO. 275
hemos recibido de Dios; pensamos sin saberlo, y muchas
veces en cosas que no queremos; ¿ pero somos completa-
mente libres de ejecutar lo que pensamos~ ¿En qué país
del mundo 1m criminal puede ejecutar el crÍmen sólo por-
que diga: yo tengo la libertad de pensar~ Hay muchas co-
sas que se piensan y no pueden hacerse, mucho ménos
cuando se trata de exagerar hasta ese punto la libertad de
pensar en cosas malas.


Como de todo esto ya ha oido el Congreso hablar bas-
tante, yo, que siento causarle la molestia que le estoy cau-
sando, voy á limitarme á algunas observaciones que no he
oido aquí, siquiera no tengan gran importancia en este re-
cinto, pero pueden tener alguna fuera de él, Y aquí no se
habla sólo para los señores Diputados, sino para que nos
oiga el país; y puesto que tanto se ha hablado de libertad
de cultos, justo es que se hable algo de unidad católica.


Se ha ::tlegado el principio de la reciprocidad; se ha di-
cho: si nosotros no concedemos la libertad de cultos; si
nosotros no permitimos que vengan aquí las personas que
profesen otra religion á practicar su culto, no nos permiti-
rán ejercer el nuestro en otras naciones. Este es un gran
error; y por lo mismo que es tan grande, no se ha citado
por ninguno de los individuos de la Comision; pero como
ese argumento se ha hecho en otras partes, bueno es ha-
cerse cargo de él.


Esta reciprocidad no es necesaria para que un español
católico, que se encuentre en país donde haya libertad de
cultos, pueda entrar en el templo católico y profesar allí su
religion. La cuestion religiosa está tratada en las Consti-
tuciones de todos los Estados; y si en un país se halla es-
tablecida la libertad de cultos, el católico puede entrar
donde se esté diciendo misa, donde se esté celebrando el
culto católico, sin que nadie le pregunte cuál es su reli-
gion; la libertad de cultos está consignada en la Constitu-
cion de ese Estado, y todo el mundo puede hacer uso de ese
derecho.






276 DIscunso
Hablar de capitales es una cosa tan excusada, que ni


siquiera me permitiría hablar dos minutos sobre ella des-
pues de lo que aquí se ha dicho; pero he de hacerme cargo
de un argumento del Sr. Presidente del Consejo de Minis-
tros, cuando contestando á mi amigo el SI'. Álvarez, decía
que puesto que el Sr. Álvarez creía que podría establecerse
la libertad de cultos si hubiera necesidad de ella, si hubie-
ra tal número de personas pertenecientes á otras religiones
que hicieran indispensable esa medida, la cuestion religio-
sa era para el Sr. Álvarez una cuestion de aritmética. No
me parece eso una cosa seria tratándose de una cuestion
tan grave; pero por lo demas, ¿ qué duda tiene que todas
las cuestiones tratadas en el estilo jocoso con que parecía
tratarla el Sr. Presidente del Consejo son cuestiones arit-
méticas'? ¿ Pues no es cuestion aritmética la misma vida mi-o
nisterial del Sr. Presidente del Consejo de Ministros'? Pues
si votaran como yo pienso, en sentido de la unidad ca-
tólica 200 Diputados y 70 en favor del artículo, ¿qué sería
del Sr. Presidente del Consejo de Ministros, como tal Mi-
nistro, ó qué sería de nosotros '?


La cuestion, pues, de la existencia del Ministerio y del
Congreso viene á ser una cuestion de aritmética, una cues-
tion de números, y en eso vienen á resolverse muchas
cuestiones. Nosotros mismos, ¿ no somos producto de una
cuestion de aritmética'? Si nuestros contrincantes hubieran
obtenido mayor número de votos que nosotros, ellos esta-
rían aquí y nosotros en nuestras casas. Pues las leyes, ¿ por
quién se hacen más que por la mayoría de los legisladores,
y para el mayor número de los legislados'? Pues si yo si-
guiera este modo de argumentar, cuando se nos dice que
con la, libertad de cultos vendrían muchos capitales y sería-
mos más felices, porque la industria florecería, miéntras
que ahora, por falta de esos capitales está arrastrando una
vida miserable, podría yo decir: pues la cuestion para el
Sr. Presidente del Consejo de Ministros viene á ser una
cuestion de cuartos. Pues entónces, la grave cuestion de




DEL EXCMO. SR. D. CLAUDIO MOYANO. 277
saber qué camino hay que seguir para ir al cielo, y si hay
uno ó varios para la salvacion del alma la cuestion; de ¡;i
no ha venido el Mesías, como sostienen los judíos, que de-
cir con los cristianos que el Mesías vino y nos abrió las
puertas del cielo; ó que es lo mismo adol'ar con los católi-
cos al Dios de la Eucaristía y rendir fervoroso culto á la
Virgen Madre, que negar con los protestantes la presencia
real de Jesucristo, y oponerse á rendir el homenaje debido
á la Madre del Redentor del mundo, viene por último á re-
ducirse , en concepto del Sr. Chovas, á una cuestion de
cuartos. i, Sería digno?


Pero yo no acudo á semejante argumento; le he presen-
tado sólo para haeer ver que no es un argumento serio
cuando se trata de una cuestion tan grave como ésta.


y por otra parte, ¿qué tiene de verdadero eso de que
con la libertad de cultos nos vamos á llenar de capitales
extranjeros? Seis ó siete años hace que tal libertad se esta-
bleció, y no tengo noticia de que la consecuencia se haya
realizado; y por más que el Sr. Presidente del Consejo de
Ministros lo afirmaba, creo que lo haría para dar fuerza á
su opinion; no tengo noticia alguna, y si no yo pediré esos
datos al Sr. Ministro de Fomento de las fábricas que se ha-
yan abierto con capitales extranjeros. ¿Qué fábricas se han
abierto: qué establecimientos industriales se han creado,
qué bazares de comercio se han establecido? Porque yo no
he visto nada de eso; he visto aquí en Madrid, despues de
esa ley, algunos individuos vestidos de árabes, que no sé
si lo serían, pues tambien en esto cabe engaño, andando
por esas calles con una porcion de zapatillas de tafilete, de
las que no han debido vender muchas, pues hace tiempo
que no los he vuelto á ver. Tambien por aquellos dias, re-
cien establecida la Constitucion de 1869, uno vestido de
moro, en la esquina de la calle de Espoz y Mina tendía la
mano para recoger las limosnas que le diéramos los católi-
cos. Esto es lo que he visto; y por el contrario, muchos de
vosotros acaso hayan conocido una persona muy importan-




DISCURSO


te y muy instruida, que había vivido muchos años en Es-
paña y en Madrid, á cuya casa asistía nuestra buena so-
ciedad en las grandes fiestas que daba, y que vivía aquí
muy tranquilo haciendo buenos negocios, porque maneja-
ba muy bien su fortuna, sin que nadie se metiera con él,
y que en cuanto se estableció la libertad de cultos lió su
equipaje, se marchó y no ha vuelto, porque dijo: «hasta
aquí he estado muy respetado y querido; pero como esto
tiene que desaparecer, y Dios sabe lo que sucederá cuan-
do desaparezca, me voy.» (El 81'. AloltsO Afartinez: Pues
pedía la libertad religiosa con vehemencia.) Entónces ha-
cía lo que el fabricante de licores, que los hace para que
se emborrachen los demás, y él no los prueba. (Risas de
aprobacion. )


Hay un argumento serio, alegado de buena fe en favor
de la libertad de cultos, y no tratado hasta ahora; el de
que con la libertad de cultos, y esto lo dicen muchísimas
gentes con toda sinceridad, hay más estímulo para los fie-
les y para los sacerdotes, porque donde no hay más que el
culto católico el sacerdote se descuida, no estudia, no ad-
quiere los conocimientos que adquiriría si hubiese libertad,
en cuyo caso, teniendo cada culto sus cátedras abiertas y
con el aran de adquirir prosélitos, cada cual se esforzaría
en comprender y hacer comprender la excelencia de su res-
pectiva religion. Este es un argumento serio, yo lo reco-
nozco ; podría creerse que donde hay libertad de cultos hay
más estímulo, y que los sacerdotes, como encargados de la
enseñanza de la religion, se esforzarían en estudiar y for-
marían un clero más ilustrado que donde hay unidad reli-
giosa. Pero yo contesto á este argumento una cosa muy
sencilla. Es tan grande en mi opinion el mal que trae la
libertad de cultos, que preferiría tener un clero ménos
ilustrado con la obligacion de la unidad católica, á un cle-
ro más ilustrado pero con los inconvenientes de la libertad
de cultos; como prefiero la paz á la guerra; por más que la
guerra me dé generales más prácticos, más ilustrados, más




DEL EXCMO. SR. D. CLAUDIO MOYANO. • 279
aguerridos, más valientes que me da la paz, prefiero sin
embargo la paz; porque ¿quién duda que la guerra es un
grande estímulo para hacerse grandes generales con sol-
dados aguerridos y valientes, ya sea esta guerra entre her-
manos ó con los extranjeros'? Sin embargo, creo que no
habría ninguno de nosotros que quisiéramos estar en guer-
ra sólo por tener buenos generales. Lo mismo sucede con
los médicos cuando hay epidemias, que estudian más, así
como tambien que la caridad se ejerce mucho más cuando
hay pestes, cuando hay calamidades, cuando hay miseria,
que cuando nadamos en la abundancia, aunque no sea todo
virtud, y éntre por mucho el placer de que haya una perso-
na que ponga en los periódicos: «D. F. de T. ha dado tal
cantidad para socorrer esta ó la otra necesidad. » Pues yo
prefiero el que todos estén sanos y buenos, aunque no se
ejerzan esos actos de caridad, y aunque los médicos sepan
un poco ménos de lo que saben. ¿No es preferible que sepan
un poco ménos, que el que por saber más tengamos pestes'?


Por otra parte, señores, ¿es tan cierto que el clero ca-
tólico necesite ese estímulo para estudiar, y sea tan igno-
rante como se quiere suponer por los que sostienen esa
opinion'? Pues no hay más que ver lo que ha sido España y
Europa cuando ha tenido unidad católica; no hay más que
ver sus escritores, y compararlos. con los que tenían esos
mismos pueblos cuando han gozado de la libertad de cul-
tos, y se verá, señores, que la balanza se inclina en favor
del clero católico cuando ha vivido en pueblos que han
gozado de la unidad católica. Luego no necesitan de la li-
bertad de cultos como estímulo para poder estudiar, ni son
tan ... no quiero usar de la frase que se me ocurría; no tie-
nen tal falta de conocimientos cuando hay esa libertad.


Yo me voy á permitir leer una lista de los escritores
españoles y extranjeros defensores de la unidad católica
cuando en sus respectivos países existia , que he tomado á
la memoria, y veréis qué hombres tan eminentes se han
conocido en los pueblos donde había unidad católica.




280 DISCURSO
San Ildefonso, arzobispo de Toledo; San Braulio, idem


de Zaragoza; San Eugenio IIl, idem de Toledo; el Cardenal
Cisneros, el Cardenal Mendoza, Arias Montano, el Tostado,
Santa Teresa de Jesus, los célebres Soto, Melchor Cano, 00-
varrubias, Luis Molina, Vazquez, Fr. Luis de Leon, Fr. Luis
de Granada, el Arzobispo de Toledo Carranza, Lope de Ve-
ga, Calderon de la Barca, Laynez y San Francisco de Borja,
Mariana, Florez, Santo Tomás de Villanueva, Balmes.


Extranjeros: San Agustin, obispo de Hipona; San Am-
brosio, arzobispo de Milan; San Juan Crisóstomo, Santo
Tomás de Aquino, San Francisco de Asis y los grandes
teólogos de esta escuela, que han venido sucediéndose has-
ta este siglo, Fenelon, Bossuet y Pedro Lombardo.


Todos estos son escritores que han vivido, y se han
educado, y han estudiado, y han aprendido en pueblos
donde había la unidad católica. Difícil os había de ser pre-
sentarnos otra lista igual de los que han vivido, y se han
euucado, y han estudiado y aprendido en los pueblos en que
ha habido libertad de cultos.


Al llegar aquí, como os había ofrecido, he concluido de
molestaros, habiendo procurado demostrar que la cuestion
religiosa examinada, está resuelta con la Iglesia en contra
de la libertad de cultos; y como nosotros tenemos por dog-
ma la obediencia á la Iglesia en sus decisiones, alreves que
los protestantes; que como éstos pueden acordar lo que les
parezca, porque parten del libre exámen y pueden tratar
estas cuestiones y resolverlas como les parezca, nosotros,
repito, que nos preciamos de católicos, como cuestion ca-
tólica tenemos que pasar por lo que la Iglesia dice; como
cuestion política podrémos tratarla y resolverla como me-
jor parezca; pero he procurado demostrar que todas las ra-
zones políticas están en contra de la libertad de cultos; y
estando en contra todas estas razones, no creo yo que los
señores Diputados vayan á votar una cosa contraria á la
Iglesia y á todas luces contraria á los intereses materiales
y temporales del Estado.




DEL EXCMO. SR. D. CLAUDIO MOYANO. 281
Antes de sentarme, el Sr. Presidente me va á permitir


leer una exposicion , que de tantas como se han presenta-
do al Congreso, habrá observado que nunca los que las he-
mos presentado hemos pedido que se lea ninguna; y cuan-
do no se ha leido ninguna, creo yo que ántes de que se
vote el arto 11 no es del todo inoportuno que se lea"una
sola, y sea de las más cortas; con permiso, pues, del se-
ñor Presidente, me voy á permitir leerla. Dicen al Con-
greso las señoras de la ciudad de Almendralejo :


((AL CONGRESO DE DIPUTADOS.-Las señoras que suscriben, fie-
les depositarias de las santas tradiciones de la patria, acuden so-
lícitas á los legisladores del país pidiéndoles, con lágrimas en los
ojos. que no las quebranten, que no las rompan, que no las man-
chen ni las vicien, arrancando la raíz de todo lo grande. noble y
generoso que España ha producido, que es la unidad dentro de la
religion verdadera.


Las firmantes, Sres. Diputados, ni saben ni quieren saber
nada de lo que se llama política .. pero no ig-noran, porque de sus
madres lo aprendieron para no olvidarlo jamás y enseñarlo á sus
hijos, que España es la tierra sagrada de la santa cruzada de
siete siglos, coronada con la figura augusta de Isabel la Católi-
ca, que es la que llevó la luz del Evangelio á las Indias Orienta-
les y Occidén tales, que descubrió nuevos mundos, no tanto para
explotarlos, como para rendirlos á los pies de J eSllcristo; y que
su pabellon, unido con el del Papa y amparado por la Vírgendel
Rosario, libertó á la cristiandad en el golfo de Lepanto.


La patria, Sres. Diputados, no es solamente el gran pedazo de
tierra que se extiende del mar al Pirineo; es algo más, mucho
más que eso. Es la historia, es el conjunto de sus grandezas, de
sus aflicciones, de sus letras, de sus artes; es el aire que descien-
de á los valles, bendecido por la Santísima Vírgen , que se vene-
ra en la cima fragosa de los montes; es el ambiente que se respi-
ra al rededor de las ermitas consagradas á Dios en nuestros cam-
pos. Romped eso, y qneda rota la unidad de la patria, y amena-
zada la integridad de su territorio de uno y otro lado de los mares.


Nosotras, nacidas en la tierra de Rernan-Cortés y de Vasco
:Nuñez de Balboa, educadas en los campos de Medellin y de la AI-




282 DISCURSO
buera; nosotras, ignorautes como somos en las ciencias políti-
cas; nosotras os aseguramos que España fué grande cuando con-
servaba incólume su fe ; que amenguó su grandeza cuando la fe
comenzó áelltibiarse, y que será reducida á miserable pequeñez
cuando crezca la tibieza y deje de ser uuestra patria la defensora
de Jesus y de su Iglesia.


Nosotras, ignorantes en política, sabemos, sin embargo, de
un modo positivo y evidente, que Jesucristo es la civilizacion, y
la Iglesia. regida por su infalible Vicario, la única fuente de
progreso.


A vosotros os llama la ley Representantes de España; no des-
mintais vuestro título: nosotras lo somos tambien, porque eu
nuestro corazon atesoramos toda la riqueza del santo amor de
Dios y de la patria, que hemos de trasmitir á nuestros hijos.


Acordaos, Sres. Diputados, de vuestras madres, que os ama-
ron con tierno amor. y no las conmovais en sus sepulcros destro-
zando lo que ellas con toda su alma querían.


Pensad en vuestras esposas y en vuestras hijas, y no las ras-
gueis el corazon exponiéndolas á que los hijos de sus entrañas
sean educados, cuando de su regazo se desprendan, fuera del
seno amoroso de la Iglesia católica.


A Dios pedimos que os ilumine y que á todos nos ampare. No
desoigais nuestra voz por humilde, ni desprecieis nuestro ruego;
así la Vírgen Santísima os proteja, como es cierto que España
toda late en nuestra peticion y en nuestras lágrimas.


Almendralejo 7 de Marzo de 1876.»
(Siguen las firmas de cerca de 3.000 señoras de la ciudad de


Almendralejo y villa de Ribera, en Extremadura.)


Esto demuestra, como demuestran todas las exposicio-
nes que se han dirigido al Congreso, de las cuales hay mu-
chos miles, que el sentimiento de España no es favorable
á la libertad de cultos. Podeis opinar como os parezca; pero
esta verdad no podeis desconocerla nuncv,. En el senti-
miento del pueblo español está la unidad católica, y si la
Constitucion, como nos decia un dia el Sr. Fernandez Ji-
menez, ha de ser á semejanza del pueblo para quien se da;
si esta Constitucion no es la semejanza del pueblo español,




DEL EXCMO. SR. D. CLAUDIO MOYA~O. 283
esta Constitucion será irrita; ya sabeis que írrito es lo que
no tiene fuerza para obligar; si esta Constitucion no se
acomoda á la esencia del pueblo españal, esta Constitn-
cion, desde el momento que nazca, será una Constitucion
irrita; y si nosotros queremos dar á este país una Consti-
tucion que pueda vivir y permanecer, y hacer, como aqui
se está diciendo todos los dias, todo lo posible por que se
consolide la Monarquía, haced que la Constitucion de Es-
paña se parezca á España, y que la Monarquía no se apar-
te del sentimiento de la Nacion, que es eminentemente
católico, y no quiere la libertad de cultos. De otro modo,
una Monarquía que no se apoye más que en una parte de
la Nacion, sea la que sea, se la pone en grave riesgo; una
Monarquía que prescindiese de partidos y clases enteras,
podría llegar á verse muy comprometida, y yo no quiero
que la nuestra se encuentre nunca en este caso.




284 DISCURSO


RECTIFICAOION.


El Sr. MOYANO: Pido la palabra.
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. l'loyano tiene la palabra


para rectificar.
El Sr. MOY ANO: Señores, se ha desnaturalizado de tal


modo el derecho que á rectificar concede el Reglamento
que si cuando se ha tomado parte en el debate no se hace
uso de él rectificando al que ha contestado, éste se tiene
por desairado. Y por esto más que por otra cosa, para evi-
tar que mi amigo el Sr. Bugallal crea que es un desaire en
mí el no rectificar algo á lo que el Congreso acaba de oir,
voy á decir pocas palabras: porque no quisiera que creye-
ra S. S. que era un desaire por mi parte el guardar silen-
cio. Por esta razon, habiendo tratado el SI'. Bugallal la
cuestion en el terreno de la doctrina, en el cual no puedo
seg'uirle, porque sólo he de rectificar errores que me haya
atribuido de hecho ó de concepto, me veo precisado á recti-
ficar uno muy importante que ha cometido á última hora.


Cuestionábase ayer sobre si el arto 11 es ó no contrario
á la religion y al Concordato de 1851. Aquí se había soste-
nido la opinion negativa, la opinion de que este arto 11 no
era contrario ni á la religion ni al Concordato; yo procuré
demostrar que lo era en uno y otro sentido, y dice hoy el
Sr. Bugallal: «cuando Su Santidad hizo csa declaracion
que el Sr. Moyano nos leía ayer, la hizo sin saber lo que
aquí pasaba, sin tener conocimiento de lo que aquí había
sucedido, sin siquiera saber que había habido revolucion
de Setiembre, sin saber que había existido la libertad de
eultos;~ en una palabra, el Sr. Bugallal daba á entender
que el Breve de 4 de Marzo se había dado, como ahora se




DEL EXCMO. SR. D. CLAUDIO MOYANO. 285
dice, inconscientemente. Como esto no puede estar en el
ánimo de ninguno de los Sres. Diputados, como es de tan-
to bulto el estado de ignorancia en que se quiere suponer
á Su Santidad, no cabe en la cabeza de ningun Sr. Di pu-
tado que el Soberano Pontífice, áun encerrado en su mis-
mo Palacio, ignore todas esas cosas á que se ha referido
el Sr. Bugallal; y como no las ignora, el Breve que ayer
leí está dado con pleno conocimiento de lo que aquí ocur-
rió; y dado con pleno conocimiento de lo que aquí ocurrió,
resulta que cuando nos empeñamos en sostener que un tra-
tado internacional no está derogado, cuando una de las
partes sostiene esto, la otra dice que está derogado: ese
arto 11, cualquiera que sean sus palabras, es contrario á la
Religion católica y al Concordato celebrado por la Santa
Sede con el Gobierno español. Y por consiguiente, no bas-
ta que una de las partes sostenga que no deroga ni es con-
trario al Concordato ese artículo, si la otra parte sostiene
que lo deroga y es contrario. Lo que hay aquí es una cosa
muy sencilla; lo que hay es que una de las partes contra-
tantes no tiene cien mil hombres de ejército. Si los tuvie-
ra ... (BlS)' .. Alonso Martinez: Haríamos lo mismo, se de-
fenderíanuestra soberanía y los derechos del Estado como
los han defendido todos los monarcas y como los defendió
el Cardenal Cisnéros.) Si los tuviera no lo haríais, y pre-
cisamente el ver á Su Santidad anciano y cautivo en su
capital debía ser una razon para que aquí se le tratara de
otra manera, para no aumentar la afliccion á su anciani-
dad. Y no tengo más que decir, porque el Sr. Bugallal
nada más ha dicho que merezca rectificarse.


19






DISCURSO
DEL


SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y ~10N,
EN DEFENSA DE LA UNIDAD CATÚLICA,


PRONUNCIADO


EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS EN LAS SESIONES DE LOS DIAS
10, 11 y 12 DE MAYO DE 1876.






SESION DEL DIA 10 DE MAYO DE 1876.


Art. 11. La RllIigion católica, apostólicu,
romana es la del Estado. La Nacion se obli-
ga á mantener el culto y SU3 ministros.


Nadie sera molestado en el territorio es-
pañol por sus opiniones religiosas, ni por
el ejercicio de Sil respectivo culto, salvo el
respeto debido á la moral cristiana.


No se permitirán, sin embargo, otras ce-
remonias, ni manifestaciones publicas, qUIJ
las de la religion del Estado."


(Provecto de C()nstituciotl.)


El Sr. PIDAL Y MON: Señores Diputados, permitidme
que os.lo diga con toda la sinceridad que abriga mi cora-
zon: lo estoy viendo y no puedo creerlo; lo toco, y aún me
permito dudarlo. i Cómo en las primeras Cámaras de la res-
tauracion monárquica y conservadora, yo, ardiente parti-
dario toda mi vida de esa restauracion, en la que creía
simbolizada la resolucion de todos los problemas que la re-
volucion había despertado en contra de mi patria; yo, que
desde estos mismos bancos había combatido con mi tosca
palabra y con mis escasos medios, pero con toda la fe de
mis ardientes convicciones, las soluciones de la revolucion
de los problemas revolucionarios, yo me encuentro hoy en-
frente del primer Ministerio de la restauracion, enfrente
de la mayoría de la primera Cámara de esa restauracion,
combatiendo, señores, la solucion del problema que en-
yuelve, que comprende, que abarca y sintetiza en su re-
solucion presente todos los demas problemas, todas las de-
mas soluciones que entrañaba y abarcaba la revolucion de
Setiembre! i Cómo ha sido posible, señores Diputados, que
en la primera Cámara de la restauraCÍon monárquica ha-
yamos oido hablar con calma, despues de lo que hemos
visto, despues de lo que hemos presenciado durante seis




DISCuRsÓ
años de revolucion, en que á los gritos de separacion de la
Iglesia y del Estado, y de libertad de cultos no ha habido
templo que no haya sido profanado, no ha habido imágen
que no haya sido derribada, ni principio santo que no haya
sido escarnecido; cómo es posible que des pues de esos seis
años de persecucion y de licencia hayamos venido aquí al
dia siguiente de una restauracion, llevada á cabo por la
fuerza, sin compromisos con la revolucion y á despecho de
los elementos más conservadores de la revolucion misma,
y estemos oyendo sin indignacion y con calma la magnífi-
ca palabra del Sr. Castelar hablándonos de religion, las en-
tonadas frases del Sr. Romero Ortiz hablándonos de libertad
de cultos; cómo es posible que nosotros y la mayoría oiga-
mos aquí sin escándalo ni asombro, aplaudiéndole vosotros
muchas veces, el discurso que ayer pronunció el Sr. Caste-
lar; él, que pidiendo la palabra en contra del Gobierno, ar-
rastrado por la analogía de los fines, habló en pró, como lo
ha declarado con esa honradez, con esa nobleza y con esa
leal tad que le caracteriza; él, señores , que tiene que estar
á vuestro lado en esta cuestion en las primeras Córtes de la
restauracion monárquica; él, republicano de toda su vida;
él, que pertenece á ese partido del porvenir que saludaba el
Sr. Moreno Nieto, él encuentra su punto de vista, su pun-
to de combate, nó al lado de la oposicion, sino al lado de
la mayoría, casi en el banco de la Comision, casi con dere-
cho á sentarse en el banco azul!


Señores Diputados, permitidme que os lo diga; permi-
tidme que acaricie esta ilusion engañadora. Sí, esto no es
cierto, esto no es real, yo estoy soñando, yo soy presa de
una terrible pesadilla, yo estoy desorientado con los mil
espectros que ha suscitado en mi camino la vara de un en-
cantador maligno como aquellos encantadores que poblaban
las selvas del Oriente de fantasmas, para que los ~ruzados
no se atreviesen á pasar adelante y dar cima á su grandio-
sa empresa de reconquistar la losa en que había sido sepul-
tado el Redentor del mundo. ¡Ah, señores Diputados! ¿Por




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 291
qué no tiene mi palabra la fuerza de la espada del cruzado
para herir en el corazon al encantador, y una vez herido
el moderno Ismeno, veríais cómo desaparecían los vesti-
glos, cómo todas las cosas volvían á su centro, cómo se des-
lindaban los campos, cómo la revolucion, enarbolando al
frente de sus hordas su lema de libertad de cultos, se sen-
taba en estos bancos, y allí los monárquicos, los dinásticos
de toda la vida, levantando nuestra enseña en la que alIado
del derecho tradicional y hereditario, alIado de la Monar.:...
quía querida enarbolábamos la santa y gloriosa enseña de la
libertad de la Iglesia, que no tiene en nuestro país más fór-
mula que la fórmula de la unidad católica, clave de nuestra
nacionalidad, tímbre de nuestra historia y garantía de
nuestro porvenir?


Señores Diputados, no ~xtrañeis que discurra mal el
que se cree dormido, y no sabe si está despierto ó sueña;
y así es, señores Diputados, que no acierto á entrar en el
debate. Hállome aquí en confusion tan espantosa, encuen-
tro elementos tan divergentes unidos en unas síntesis tan
absurdas, veo tan misteriosos lazos, siento aquí tan invi-
sibles corrientes que se extienden por todos los lados de la
Cámara, que he perdido la brújula con la que yo suelo ca-
minar, que no es más que la lógica, la santa lógica, esa
ley del pensamiento que tan pobre y mezquina aplicacion
tiene en este sitio, en que por regla general se piensa con
una lógica muy distinta á la enseñada en las escuelas. Y
así es , que al entrar en esta cuestion, qoo entraña el pro-
blema más trascendental y más grave que se refiere á todo
nuestro pasado y que se dirige, comprende y sintetiza
todo nuestro porvenir; al entrar en este problema que se
roza con el cielo por la teología ,con el mundo por la filoso-
fía y hasta por los problemas políticos, económicos, socia-
les y artísticos que entraña, al cntrar en esta cuestion tan
vasta y tan profunda, estoy como si me aventurase en me-
dio del Océano, donde el espíritu se anonada ante las agi-
tadas olas que se confunden eon el cielo, y apénas permiten




DISCURSO


distinguir los límites que los separan en la vastísima ex-
tension de sus remotos horizontes; no sé adónde dirigirme,
que en vano se vuelven mis ojos buscando tierra ó norte
para orientarme entre tantos escollos como me circundan;
porque estoy perdido, porque no tengo aquí brújula, aquí
donde debiera tenerla en los grandes, en los inmutables,
en los permanentes principios é intereses de la religion, de
la filosofia y de la civilizacion cristiana, madre de la Mo-
narquía Española, que dejará de serlo el dia que deje de
ser católica la Monarquía en España.


En medio de este Océano, señores Diputados , yo no en-
cuentro m;Íf) límites que las luminosas estelas que han de-
jado en su fugitivo curso los buques que han cruzado este
Océano del debate con fortuna, y los flotantes despojos de
las naves doctrinarias y eclécticas que han naufragado
ante sus ondas, por más que hayan arrojado al agua el las-
tre de sus principios y de su conciencia. En este Océano,
señores Diputados, hemos visto zarpar de vuestras costas
naves veleras, que empujadas por el viento de la verdad,
han venido á anclar en nuestros puertos, y hemos visto
tambien al navío ministerial sin atreverse á aventurarse
primero en los irritados mares, que él mismo había alboro-
tado con el soplo de su doctrina, y aventurarse por fin con
miedo, cuanrlo, más serenas las aguas, le brindaban :.í, ello,
queriendo como enseílorearse de aquel Océano, que les pa-
recía abandonado.


Pero no hay que engañarse, señores Diputados, no hay
que engañarse. Para surcar este mar sin riesgo, no hay
más que una barca segura, la barca insumergible de la
Iglesia, que tiene por velas las alas de la razon , que la im-
pulsa el viento de la fe y que tiene por timon la cruz. No
conozco otra más segura para poder aventurarme sin ries-
go en el gravísimo problema de las relaciones de la Iglesia
con el Estado; problema que ha sido y será siempre un
problema altamente religioso al par que altamente políti-
co. Si nó, si quereis una prueba, mirad lo que han hecho




D~L SR. D. ALEJA~DUO PIDAL y MON. 293
la Comision y el Gobierno al hablar de este proyecto. Mi-
rad qué cúmulo de contradicciones tan absurdas, qué ar-
gumentos tan contraproducentes; por un lado se nos dice:
«queremos conservar Ta unidad católica,» y para conser-
varla la destruyen. Ellos hablan de que son muy católicos
y muy religiosos, y que acatan todas las reglas y disposi-
ciones de la Iglesia, y al mismo tiempo se ostentan ar(lien-
tes partidarios de las libertades y derechos de la concien-
cia, en un sentido que pertenece por derecho de posesion
á la escuela racionalista.


Sientan el -principio del Estado católico; ¿ y para qué '?
Para sacar las consecuencias del Estado ateo. j Qué confu-
sion más espantosa! Yo, señores Diputados, creo que me
haréis la justicia de mi sinceridad; yo entro verdadera-
mente agobiado en este debate. Si yo hubiera de combatir
contra la escuela racionalista; si hubiera de acudir al pa-
lenque abierto contra las escuelas radicales, que tienen la
lógica de sus principios; si yo hubiera de combatir contra
aquellas escuelas que sientan el princi pio ontológico, y de
allí deducen las consecuencias, otro sería mi discurso, otro
sería mi modo de obrar; mayores horizontes se presenta-
rían á mi vista de los que se presentan en este debate. En-
tónces , yo, dirigiéndome á los partidarios de las escuelas
radicales, les recordaría los inmutables principios metafí-
sicos que habían de dar luz y horizontes al debate de la
cuestion religiosa; les recordaría primero lo que es la ver-
dad ante las escuelas metafísicas; les recordaría que la
verdad es la realidad de las cosas, la ecuacion del sér con
la idea de su tipo preexistente en la inteligencia divina;
yo les haría ver que la verdad es el sér, la realidad de los
séres, y que el error es pura negacion , es el no sér, y por
lo tanto que el error no es capaz de derechos, yen su con-
secuencia que la verdad, en virtud de su misma esencia y
de su vida, tiene que ser intolerante con el error. Despues
de sentar esta doctrina, refutaría los argumentos que se
pueden presentar contra esta tésis. Yo me haría cargo del




294 DISCURSO
argumento que á primera vista tiene fuerza, lo reconozco,
del argumento de la libertad de contrariedad. Yo les diría:
¿ dónde quereis que examine la libertad ~ ¿ Quereis que la
examine en el seno de Dios, el sér más libre del universo y
que no puede hacer el mal'? Pues yo os probaré que la li-
bertad del mal no es tal libertad. ¿ Quereis que la examine
como propiedad del espíritu celeste confirmado en la gra-
cia'? Pues yo os probaré que aquel espíritu es libre ,.y que,
aunque libre, no tiene potestad para hacer el mal. ¿Quereis
que la examine como facultad humana'? Pues yo os probaré
que la libertad humana, como facultad de la voluntad, que
quiere necesariamente el bien, y de la razon, que busca
incesantemente la verdad, es la facultad de elegir los me-
dios para realizar el bien y para poseer la verdad; que la li-
bertad de contrariedad en toda escuela espiritualista no
forma parte de la libertad sino como un abuso, como una
imperfeccion, como un defecto de la misma libertad hu-
mana.


Despues estudiaría la objecion que se me presentase en
nombre del derecho, y acudiríamos al derecho, y exami-
naríamos el derecho, y veríamos cómo la esencia del dere-
cho es positiva, y cómo no cabe aplicarle á la negacion,
que es el error; y prescindiendo de la objetividad, acudiría
á la subjetividad para buscar al individuo, y veríamos si
el derecho que el individuo tiene es un derecho que le da
potestad para cometer el mal, ó si es la facultad que Dios
le ha dado para llenar su fin en la tierra; fin marcado por
la razon y por la fe; y veríamos la completa falsedad de los
derechos individuales, segun los defienden las escuelas re-
volucionarias; y como el derecho no es la coexistencia de
todas las libertades ni el conjunto de condiciones necesa-
rias para que el sér realice su esencia en la vida, sino la
derivacion de la ley eterna, la participacion de la ley eter-
na, que es la esencia divina en la criatura racional.


j Oh señores Diputados! ¿ Que n6s quedaría entónces
que hacer'? Buscar en la teoría del Estado el otro argu-




ÚEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 295
. mento racionalista, pero que pertenece ya al órden políti-


co que se nos podría presentar para combatirle por comple-
to. Entónces veríamos con el escalpelo de la ciencia, de la
serena razon y de la sana crítica, que la mision del Estado
es la de realizar el derecho, y que para eso tiene que salir de
esa esfera mezquina y estrecha en que le han encerrado las
escuelas individualistas; que la mision del Estauo es procu-
rar la perfeccion moral del hombre como sér social, y que
para procurar esta perfeccion tiene que tener en cuenta el
fundamento de esa moral, y los grandes principios religio-
sos, y las penas y premios que la dirigen y la sancionan.


Despues de esto, 1, qué nos quedaría ya que hacer? Qu~­
daría reducida la cuestion política a una mera cuestion
histórica; quedaría reducida despues de probar la sustan-
cialidad del culto, y despues que os hubiera demostrado
que los cultos no son, como falsamente, aunque con elo-
cuencia, nos decía ayer el Sr. Castelar, una série de cosas
accidentales, de caminos distintos que al fin y al cabo van
al mismo punto, sino que son cosas radical y esencialmente
contrarias en cuanto se refieren a verdades radical y esen-
cialmente contradictorias; despues de probaros eso, no me
quedaría nada más que pedir sus títulos á todos los cultos,
evocar para que salgan del fondo de su tumba á todos los
cultos antiguos, citar y emplazar á todos los cultos de
ahora para compararlos con el culto católico; y entónces ve-
ríamos qué culto tiene las pruebas teológicas, las confirma-
ciones históricas, las demostraciones filosóficas que tiene el
culto católico; y entónces veríamos quién interpreta mejor
los grandes sentimientos del alma humana; yentónces ve-
ríamos quién llena mejor que el culto católico los grandes
fines de la civilizacion; quién satisface mejor las condicio-
nes de esa gran finaliuad humana, tan desconocida por los
modernos racionalistas y proclamada por la Iglesia católi-
ca, que sólo comprende la glorificacion del individuo con la
posesion eterna y absoluta de Dios.


y uespues, señores, 1,qué me restaría que hacer? Me




296 DISCURSO
restaría encarecer el gran principio de la unidad. Buscaría
esa unidad en el seno del mismo Dios, como atri buto del Dios
Trino y Uno; buscaría esa unidad en el sér como su pro-
piedad trascendental; buscaría esa unidad como sustancial
All el individuo y como específica en la raza humana; bus-
caría la unidad de fin en la creacion; y mirando á la histo-
ria, os enseñaría la unidad religiosa realizada cn el mundo
antiguo en Judea, la unidad científica en Oriente, la unidad
artística en Grecia, la unidad política en Roma; y despues
de buscar la unidad en los diversos momentos de la historia,
como los grandes momentos de su vida, vendría, señores, á
considerar sus grandes beneficios; que siempre la ha conce-
dido Dios cuando ha querido premiar al mundo, así como la
ha deshecho cuando ha querido afligirle y castigarle.


Recordad si nó, señores, la gran unidad material del
Imperio, preparando el camino á la gran unidad moral del
cristianismo; recordad la destruccion de la unidad del Im-
perio por los bárbaros y su reconstitucion por la Iglesia,
formando esa otra gran unidad moral y material, que se lla-
mó la cristiandad; recordad la ruptura de esa unidad pro-
ducida por Lutero en la esfera de la religion, por Descartes
en la esfera de la filosofía, por Rousseau en la esfera de la
política; y cómo el mundo atomizado y pulverizado en la
religion, en la filosofía y en la política, buscando la uni-
dad y no encontrándola verdadera, se arroja en brazos de
la falsa unidad del panteismo, que abarca y confunde en
sí todos los séres y todos los sistemas, y en la falsa unidad
del cesarismo que usurpa y une en sí todos los poderes;
unidades ficticias, que corren á sumirse en el oscuro seno
de esa otra unidad en que se personifican, en esa otra gran
unidad que lo absorbe todo: en la unidad del socialismo
ateo contemporáneo; gran unidad del mal y del error, ti la
que sólo puede oponerse la gran unidad de la verdad y del
bien; la unidad de la fe, que informa todas las esferas y
todas las instituciones religiosas, sociales y políticas: la
unidad de la Iglesia católica.




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 297
y entónces, señores, presenciaríamos un extraño suce-


so. Veríamos á la verdadera unidad del catolicismo dicien-
do: Dios es uno, absoluto, infinito y eterno; pero infinito
con infinidad de perfeccion; y á la falsa unidad del pan-
teismo diciendo~tambien; Dios es uno, absoluto, infinito y
eterno, pero con infinidad de colecciono Veríamos al cato-
licismo diciendo: el hombre es distinto de Dios; la liber-
tad y la voluntad del hombre son distintas de la libertad y
de la voluntad de Dios; el hombre, como sér imperfecto,
está sujeto á error, y por eso viene la ley, la razon y la
pena á marcarle los derroteros que ha de seguir en la tier-
ra, para regular el ejercicio de su libertad en prosecucion
de su último fin. Y veríamos á la falsa unidad del panteis-
mo diciendo: Dios y el hombre son manifestaciones diver-
sas de una sustancia única, y por tanto, la libertad del
hombre es igual á la libertad de Dios, y las manifestacio-
nes de la voluntad del hombre son buenas, justas y legíti-
mas como las de Dios; no es, pues, necesario que haya
ley, ni que haya penas que marquen y regulen el ejer-
cicio de esa libertad absoluta é ilimitada. Y en medio de
esta gran oposicion entre el panteismo, que niega la liber-
tad humana en el órden moral para pedirla falsa y absolu-
ta en el político, y el catolicismo que la sanciona en el ór-
den moral y la regula y explica en el político; en medio de
estas dos grandes luchas, veríamos surgir al individualis-
mo, á ese espíritu estrecho que no ha comprendido ni una
sola palabra de los grandes problemas ontológicos, políti-
cos y sociales que agitan al mundo, y les dice las mismas
palabras, que con gran sentimiento mio acabo de escuchar
de la elocuente voz del Sr. Moreno Nieto, á quien tanto
respeto y admiro; pero que por una alucinacion extraila
hace hoy ese mismo argumento, tan indigno de la gran ca-
pacidad de S. S. Atento el oido al son de la palabr/.'. liber-
tad, sin penetrar en su profundo sentido, dice el indi-
vidualismo: j cómo! el panteismo me pide la libertad po-
lítica, el catolicismo la libertad moral! Pues bien; concedo




298 DISCURSO
las dos libertades; y al mismo tiempo que el panteismo
recoge la libertad politica que le otorga el individualismo
para destruir con ella la libertad moral, el catolicismo,
que es la verdad absoluta y que no puede transigir con
el error, le dice al individualismo racionalista: Non pos-
sumus; no puedo conceder una libertad falsa, que como
princi pio y c~mo consecuencia sólo sirven para matar la
verdadera, la grande, la santa libertad.


Señores Diputados, perdonadme si el estado de mi es-
píritu me había trasportado de una pesadilla á un ensueño;
no estoy combatiendo la libertad de cultos propuesta por
una Asamblea racionalista; estoy combatiendo la libertad
de cultos propuesta por un Congreso católico, en un ar-
tículo que se pretende llamar católico tambien; abajo pues
la inspiracion; á un lado los principios; caigan las alas de
la razon y de la fe; bajemos al campo del eclecticismo;
donde se levanta el artículo 11, á ver lo que se desprende
de sus consecuencias y principios, á ver qué encarna esa so-
lucion; dejemos, pues, los grandes horizontes de la filoso-
fía y de la teología, y vamos al campo práctico, en que el
eclecticismo nos presenta sus abortos.


En rigor de la verdad, si la lógica fuera ley de la Comi-
sion y del Gobierno, desde el momento en que se proclaman
católicos y dicen que es católico el artículo, toda perora-
cion de mi parte estaba terminada con leer las. decisiones
de los Sumos Pontífices, las definiciones de los Concilios,
las declaraciones de los teólogos, los textos de las Sagradas
Escrituras y Santos Padres, que condenan como anticatóli-
cos los principios que informan ese artículo que nos quiere
presentar como católico esa Comisiono Pero bien mirado, no
necesitaría hacer esto, pues me bastaría con leer el Brevn
de Su Santidad que hace pocos di as se leyó aquí; y queda-
ría, como lo está, fuera de duda que el artículo no es cató-
lico desde el momento en que.Su Santidad, maestro en ma-
terias de dogma y moral, ha declarado que ese artículo viola
del todo los derechos de la verdad 11 de la reliflion católica.




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 299
Pero como yo comprendo que vuestro catolicismo tiene


algun sabor racionalista, no quiero presentaros argumen-
tos de autoridad, y voy á haceros argumentos en que la
autoridad se presente como autoridad emanada directa-
mente de la razon, como la admite la escuela racionalista.


La primera objecion que se ha hecho para rechazar el
argumento de autoridad religiosa, ha sido el que todos
habeis oido de labios del Sr. Candau; S. S. nos ha dicho:
esta no es una cuestion religiosa; esta es una cuestion po-
litica; y la razon es muy fundamental, la razon es que
nosotros no somos un Concilio, y que aquí se está tratan-
do de una Constitucion: es decir, señores Diputados, el
mismo argumento que si viérais en un poema planteada y
sostenida una herejía, y al quererla condenar la Iglesia
se le dijera: «esta no es una cuestion religiosa, es una
cuestion literaria.» Lo mismo que si viéramos·en un grupo
estatuario simbolizada la herejía, en que al error se agre-
gase la imprudencia en materia de moral, y al ir á tratar
de condenarle, so' dijera á la Iglesia: « esta no es cuestioll
de moral, ni cuestion de religion, es una cuestion artís-
tica.»)


Este modo de argumentar yo no le comprendo; á mí no
me hace fuerza; creo que la cuestion será artística, lite-
raria ó politica en lo que se refiere á la forma del arte, de
la literatura ó de la política, pero que será de moral en lo
que se relacione con la moral, y será de religion en lo que
se relacione con la religion.


No es solo el Sr. Candau el que ha usado este argumen-
to. Tambien le ha usado, con sorpresa mia, el Sr. Cánovas
del Castillo. El Sr. Presidente del Consejo de Ministros,
queriendo hacer un argumento de autoridad, que tambien
les gusta hacer argumentos de autoridad á los racionalis-
tas, decia: «esto no es cuestion religiosa, esto es cuestion
política;» y me citaba como autoridad, la autoridad de una
persona para mí muy respetable, la autoridad del primer
Marqués de Pidal. Yo desafío al Sr. Cánovas, y aquí tengo




300 DISCURSO
todos los documentos relativos al asunto, á que me enseñe
una sola proposicion en que el Sr. Marqués de Pidal haya
dicho que esta no es cuestion religiosa; lo que el Sr. Mar-
qués de Pidal ha dicho, y yo repito, es que esta no es una
cuestion eclesiástica, lo cual es total y absolutamente dis-
tinto, completamente distinto; y extrañaré que haya una
sola persona medianamente versada en derecho canónico
que se levante á decir que es lo mismo. Pero como quiera
que este asunto lo hemos de tratar más detenidamente al
llegar á la cuestion de Concordato, hago punto final aquí,
y lo dejo reservado· para el momento oportuno.


Señores, esta es una cuestion esencialmente mixta; es
religiosa en cuanto se roza con el dogma y la moral; es
política en cuanto se roza con el estado para que se legisla;
es ni más ni ménos una cuestion de moral, es lo mismo que
si fuera posible que cualquiera de esas escuelas, que las hay,
como todos sabeis, que sostienen respecto á moral y ciencias
metafísicas teorías muy absurdas, viniese en virtud de su
derecho, de ese derecho de creer cada uno lo que quie-
ra, segun vosotros decÍs, á plantear una Constitucion en
que se declarase que era lícito el robo, i,qué sucedería'?
Que aunque sería una cuestion política, en cuanto com-
prendía el derecho en la parte política, era una cuestion
moral, porque declaraba lícito el robo, que tiene prohibido
la moral; pues lo mismo sucede aquí: y yo, amante de la
lógica, digo que votando un artículo en que se dijera que
es lícito el robo, viene á verificarse exactamente el mismo
caso que hoy votando el arto 11. (Rumores.) Cabalmente el
terreno de la lógica es el que tÍ mí más me gusta. i, Qué di-
ferencia habría entre que propusiérais un artículo que vio-
lara los derechos de la religion en la parte moral, que un
artículo en que se viola la moral en la parte de la religion'?
La misma violacion hay para la moral en proponer que el
robo es lícito, que para la religion en proponer que es líci-
to el error. Desde el punto de vista católico no hay dife-
rencia ninguna: podrá haberla desde el punto de vista




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 301
racionalista; pero desde este punto de vista racionalista
no se admite autoridad ninguna, no se admite más que la
autoridad de la propia conciencia.


Yo bien sé que el argumento al extremarle choca ,y
por eso le extremo, para que veais las consecuencias que
se deducen de las premisas que estais sustentando.


No temais, Sres. Diputados, que al combatir el artícu-
lo 11 vaya á repetir los mil argumentos hasta la saciedad
repetidos aquí en favor de la unidad católica, y en contra
de los inconvenientes de la pluralidad de cultos; no te-
mais tampoco que vaya á rebatir ese sinnúmero de sofismas
vulgares, que aducen los partidarios de la llamada libertad
religiosa. Todos ellos han sido magistralmente rebatidos
por los oradores que han tomado parte en el debate; los re-
batió con gran lógica el Sr. Perier , puso algunos en solfa el
Sr. Moyano, y no sé si ha quedado alguno huérfano en de-
manda de un capirotazo de mi lógica; sólo recordaré uno,
que por lo mucho que se insiste en él, Y á pesar de haberlo
rebatido en sus magníficos discursos el Sr. Álvarez (D. Fer-
nando), el Sr. Conde del Llobregat, el Duque de Almenara
Alta y el Sr. Conde y Luque, y creo que tambien el Sr. Tor-
res Cabrera, ha sido repetido por el Sr. Moreno Nieto. ¡Por
el Sr. Moreno Nieto, que no sé lo que le pasa en este deba-
te, que no sé de qué vértigo se halla poseido, que abando-
nando el pedestal de las alturas metafísicas en que reina-
ba, ha descendido para quebrar el cetro de oro de su cien-
cia, dejándole roto á los piés del doctrinarismo ecléctico
en esa tribuna! El Sr. Moreno Nieto decía: «i, Y la Europa
civilizada 1» Este es el argumento sintetizado en esta frase
que ha salido tambien de los labios del presidente de la Co-
misiono i Donosa razon, Sres. Diputados, venir á pedirnos
hoy en nombre de la Europa civilizada, que por todas partes
está presentando el espe.ctácul<l de una persecucion horro-
r.osa á la religion católica, la tolerancia religiosa! j Donosa
razon, Sres. Diputados, que yo nó, sino el ilustre Sr. Pache-
co calificó en su tiempo de una gran necedad! ¡ Donosa ra-


20




302 DISCURSO
zon, Sres. Diputados, la de la Europa civilizada.! Es decir,
confundir el enfermo con la enfermedad, confundir á la
Europa, civilizada por la Iglesia merced á la religion ca-
tólica y á la tésis unitaria, confundirla con el vÍrus racio-
nalista, con el virus corruptor disolvente del principio li-
brecultista, que talla ha puesto que apénas la conoce la
madre que la dió el ser, y de cuya madre ella misma renie-
ga, abofeteándola públicamente hasta en los templos y en
las calles.


i La Europa civilizada! j Ah, señores Diputados, y qué
complacientes estais con la Europa civilizada cuando se
trata de sacrificar nuestra Religion, que no cuando se
trata de sacrificar nuestras pasiones! ¿ Pues no os decía
el Sr. Perier el otro dia: «y los toros ~») ¿ N o nos están lla-
mando bárbaros á voz en grito por todos los ámbitos de esa
Europa civilizada; y sin embargo, no acudís casi todos á
los toros á recrearos en esa barbarie, sin temor á las recri-
minaciones de esa Europa civilizada ~ Pues que, ¿no ha-
beis tenido cuidado, los mismos que nos trajísteis un Rey
hijo de esa civilizada Europa, para hacerle tomar carácter
español, y sin temor á lo que la Europa civilizada dijera., de
llevarle vestido de calesero y con cascabeles y campanillas
á ver ese espectáculo que censura la civilizada Europa? (El
S1'. Ma'l'q1kés de 8ardoal pide la palabra.)


El Sr. PRESIDENTE: Señor Pidal, ruego á V. S. que
cuando hable de cualquier persona que se haya sentado en
el Trono español, y haya sido respetado por España y re-
conocido por Europa, guarde S. S. los miramientos que
debe á todos los compañeros, y que creo que se debe á si
mismo. (Bien, bien.)


El Sr. PIDAL: Señor Presidente, no creo haber pronun-
ciado, y si la he pronunciado en el calor de la improvisa-
cion, que lo dudo, la retiro, ninguna palabra injuriosa·
respecto al que contra todo derecho y contra el voto de
toda la Nacion se sentó en el Trono de San Fernando. (Ru-
mO'l'cs.-P1'otestas en los bancos d-e la i~quie1'da.)




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 303
El Sr. SAGASTA: Señor Presidente, en nombre de la


honra de la Nacion pido que se escriban esas palabras.
El Sr. PRESIDENTE: Orden, señores.
Nadie tiene derecho á interrumpir al orador más que el


Presidente.
El Sr. SAGASTA: Pido que se escriban esas palabras.


Tengo derecho para pedirlo.
El Sr. PIDAL: No hace falta que se escriban, porque


estoy dispuesto á repetirlas siempre que sea necesario.
El Sr. PRESIDENTE: No hay necesidad de que V. S.


las repita.
Se va á leer el artículo del Reglamento referente á la


peticion que han hecho los señores Diputados.
El Sr. SECRETARIO (Rico): Dice aSÍ:


«Art. 145. Si se profiriese alguna expresion malsonante ú
ofensiva á algun Diputado, éste podrá reclamar luégo que con-
cluya de hablar el que la profirió; y si éste no satisface al Con-
greso ó al Diputad0 que se creyese ofendido, mandará el Presi-
dente que se escriba por un Secretario; y si hubiere tiempo, se
deliberará sobre ella aquel mismo dia; y si no, se dejará para
otra sesion, acordando el Congreso lo que estime conveniente á
su propio decoro y á la unioll que debe reinar entre los Dipu-
tados.»


El Sr. PRESIDENTE: Ya conocen los señores Diputa-
dos que su derecho comienza cuando acabe de hablar el Di-
putado que está en el uso de la palabra, al cual debe prote-
ger el Presidente en su derecho, como proteged, á Sus Se-
ñorías eficazmente para que ejerciten el suyo cuando les
corresponda.


Continue V. S., Sr. Pidal.
El. Sr. PIDAL Y MON: Cúmpleme ántes de seguir de-


clarar que no ha sido mi ánimo ofender el amor monárquico
y dinástico de los señores que se sientan enfrente. Yo lo
respeto ... (Un seño?' IJiputado: A la Nacion.) Yo lo respeto;
pero siento que ese amOr á la Nacion, simbolizado por la




304 DISCURSO
dinastía, no lo hayais tenido cuando se trató de Doña Isa-
bel II en la revolucion de Setiembre. (Rumores.-Protestas
en los bancos de la izquierda.)


El Sr. PRESIDENTE: Orden, Sres. Diputados.
Continúe V. S., Sr. Pidal.
El Sr. PIDAL Y MON: La Europa civilizada se me figu-


ra que no se había de ocupar mucho de que nosotros resol-
viéramos nuestros asuntos interiores tal y como nos pare-
ciera; y si me preguntan del seno de la Comision qué dirá
la Europa civilizada, yo os diré que lo que la Europa civi-
lizada dirá es que no comprende que una nacion que po-
seía el inestimable don y la preciada joya de la unidad ca-
tólica, haya sido tan insensata que en un momento de
atolondramiento la haya arrojado gratuitamente por la
ventana, ni más ni ménos que aquellos bárbaros del Sep-
tentrion que al entrar en los palacios de los magnates de
Roma, arrojaban por la ventana las obras de arte, cuyo
mérito y valor no comprendían. Eso será lo que dirá la
Europa civilizada al ver cuán gratuitamente sacrificamos
en aras, no sé de qué exigencias, porque no las decís, y
mañosamente nos las ocultais , la más preciada de nuestras
joyas, adquirida á costa de inmensos sacrificios para le-
garla en herencia á los descendientes de aquellos nuestros
heróicos padres. j La Europa civilizada! i,Pero es que la
Europa civilizada no tiene para nada en cuenta, ó mejor
dicho, no tiene para nada en cuenta la Comision para po-
ner, si nó al frente de la Europa civilizada, al ménos en-
tre la Europa civilizada á la Iglesia, el que la Iglesia fué
la que dió esa civilizacion á toda Europa? Mucho cuidado,
mucha atencion, muchos miramientos hacia los hijos re-
beldes y emancipados que llamais naciones de la Europa
civilizada, y desprecio, animadversion, desoimiento com-
pleto á los maternales consejos y á las justísimas exigen-
cias de la Iglesia católica, que es la que ha civilizado á
Europa y la que tiene derecho á !igurar en primer término
cuando de la Europa civilizada se trata. j Cómo! Prestais




DEL SR. D. AtEJANDltO PIDAL Y MON. 305
oido atento á la voz de una Nacion cualquiera que os pue-
de reclamar el cumplimiento más ó ménos exigible de un
simple tratado de comercio, yeso os parece una razon
tan superior, que no vacilais en sacrificar á ella los inte-
reses de todos los españoles; y en cambio vosotros no te-
neis en cuenta para nada las fórmulas terminantes de la
Iglesia católica, que querais ó no querais, es la madre de
España como nacion y de los españoles como católicos y
creyentes; de esa Iglesia que nos dice por la voz augusta
de su Pontífice atribulado, que el arto 11 viola por com-
pleto los derechos de la verdad y de la religion católica.


Señores Diputados, i,pueden las naciones predicamos
con el ejemplo, es enseñan las naciones civilizadas esas le-
yes de libertad absoluta, no ya para cultos extraños con-
denados por la conciencia pública, por la religion, por la
ciencia, sino para la religion católica que, afírmese ó nié-
guese, es evidente á todos que es la única religion verda-
deray objetiva del universo mundo'? i,Dónde está la tole-
rancia con esa Iglesia católica en la mayor parte de esas
naciones civilizadas á las cuales quereis sacrificar la joya
de nuestra unidad '?


Señaladme una nacion civilizada que haya sacrificado su
unidad religiosa, sin saber por quién, sin tener gran nece-
sidad social, sin que hayan surgido guerras producidas por
la diversidad de cultos, producidas por las luchas de los
sectarios de diversas religiones. Señaladme una naCÍon ci-
vilizada que ti priori y gratuitamente haya sacrificado en
aras no sé de qué nacion bárbara, puesto que ella era civi-
lizada, su unidad religiosa.


¡Ah, Sres. Diputados! Ya os estoy oyendo acudir á ese
argumento, que es la panacea universal de todos vuestros
dolores, que es el recurso único en que os refugiais en
todos los desconsuelos dialécticos. Ya os estoy oyendo de-
cir: ahí teneis á los Estados-Unidos. Señores Diputados,
¡pobres Estados- Unidos, que son la Celestina lógica de
todos los sofismas revolucionarios! Aquí, señores, viene




306 DISCURSO
la república federal, quiere destruir nuestra nacionali-
dad, y dice: ¿no veis los Estados-Unidos? AquÍ vienen los
republicanos, quieren destruir nuestra secular monarquía,
y nos dicen: ¿ no veis los Estados-Unidos? Aquí vienen los
librecultistas ; quieren destruir nuestra gloriosa unidad, y
nos dicen: ¿ no veis los Estados-Unidos'? Yo, Sres. Diputa-
dos, miro á los Estados-Unidos, ¿y qué veo en los Esta-
dos-Unidos'? Pues veo todo lo contrario de lo que dicen los
señores revolucionarios; veo una gran variedad de religio-
nes; veo que no pudiendo tener la unidad católica, porque
no se lo permite su estado social, se contentan, pero se
aferran á la unidad cristiana, hasta el punto de que el que
no profesa la religion cristiana, como se acaba de decretar


. en uno de los Estados, no puede ocupar ningun empleo
público; hasta tal punto, que el que blasfema (y me refie-
ro á un ilustre jurisconsulto americano), que el que blas-
fema en público del nombre de Jesus es públicamente cas-
tigado .


. Yo, señores, veo en esta cuestion lo mismo que ya he
visto en otras cuestiones; los Estados-Unidos eran una na-
cion nueva; no tenían ninguna de aquellas ilustres casas
que, partiendo del período feudal, por su progresivo en-
grandecimiento han podido convertirse en la gran magis-
tratura política q úe se llama la Monarquía, y por eso se
han contentado con la República; hubieran tenido la Mo-
narquía, y no la hubieran sacrificado en aras de ese ideal
tan pródigo de promesas en teoría como pródigo de desen-
gaños en la práctica; hubieran tenido ellos la unidad na-
cional como nosotros, y no hubieran soñado en federacio-
nes; se federaron, porque eran Estados disgregados, que
tendían al progreso en busca de la union. De modo que en
los Estados-Unidos yo me encuentro con la variedad reli-
giosa , y con la variedad nacional y la variedad en la forma
de gobierno, pero tendiendo y aspirando á la fórmula de
las tres grandes unidades: la unidad social, la unidad mo-
nárquica y la unidad religiosa, que se realizarán cuan-




l>EL SR. D. ALEJANl>UO PIDAL y MON. 307
do Dios quiera y segun lo permitan las leyes de la historia;
pero qu~ aunque no se realizaran nunca, por altos desti-
nos de la Providencia, son seguramente los fines á que se
dirigen todos esos elementos discordes que por la ley de
las afinidades tienden á formar un organismo, uno y com-
pleto.


Yo no os recordaré tampoco, Sres. Diputados, que la
unidad religiosa ha sido un bien tan grande, considerado
en el órden político, que ha sido proclamada y defendida
por todos los grandes políticos (aunque muchos de ellos se
hayan valido de medios ilícitos por su esencia misma para
llevarla á cabo): desde Diocleciano hasta Constantino,
desde los reyes Católicos hasta Richelieu, desde Alejandro
de Rusia hasta Bismark , todos la han proclamado y defen-
dido ; y si de los grandes políticos pasais á los grandes
filósofos, la vereis defendida y proclamada por los más
notables de todas las escuelas, desde Platon á Montesquieu,
y hasta el mismo Rousseau. Permitidme que os lea el texto
de Platon, porque es corto, y merece que tengais en cuen-
ta las enseñanzas del filósofo pagano, vosotros, que de fi-
nos católicos os preciais. Dice Platon en su Tratado de las
leyes:


«Invoquemos los dioses ... que nos ayuden a establecer
nuestra ciudad y nuestras leyes. N(jsotros damos por fun-
damento á nuestras leyes la existencia de los dioses. Si al-
guno se hace reo del crímen de impiedad, sea de palabra,
sea de obra, aquél que se halle presente lo denunciará á
los magistrados para que le castiguen. Los primeros infor-
mados citarán en los términos de la ley al culpable delan-
te del tribunal establecido para juzgar esta clase de críme-
nes. El tribunal dictará una pena particular para cada uno
de los casos de impiedad. La pena general será la prision;
el impío será privado de sepultura, y toda persona libre
que trate de enterrarle será perseguida asimismo por el
crÍmen de impiedad. ;1)


Ya tiene el Sr. Castelar otro nombre más que añadir á




308 DISCURSO
SU interminable lista de inquisidores; ya tiene el nombre
de Platon para sepultarle bajo el peso enorme de sus anate-
mas contra la intolerancia religiosa.


No os cito el texto de Montesquieu, porque creo que ha
sido citado ya en esta Cámara; pero citare la ley de las
Doce Tablas, que cambió por completo la faz del derecho
en la antigua Roma, y que dice así:


i « Que nadie tenga dio~es particulares ni nuevos, ni rin-¡
da culto privado á divinidades extranjeras·si no han sido
públicamente recibidas.»


y no olvideis, señores, que en Aténas , en el santuario
de la filosofía helena, la cabeza de Diágoras fué ~puesta á
precio, y las obras de Protágoras fueron quemadas en la
plaza pública. Tal era el horror que á aquellos filósofos es-
piritualistas les causaban los absurdos de la filosofía mate-
rialista y atea.


El mismo Rousseau, cuyo texto bien merece leerse por-
que es magnífico, aunque á su modo, dice, y oid á este
nuevo representante de la intolerancia religiosa:


« Hay, dice Rousseau, una profesion de fe civil, cuyos
artículos debe fijar el soberano, y cuyos dogmas deben ser
sencillos ... La existencia de una divinidad poderosa, inte-
ligente, bienhechora y providente, la vida futura, el pre-
mio de los buenos y eicastigo de los malos. Sin poder obli-
gar á ninguno á creerlos, el soberano puede desterrar del
Estado á todo el que no los crea; puede desterrarlo, no
como impío, sino como insociable. »)


¿Pero qué necesidad tenemos de buscar textos antiguos,
afirmaciones de filósofos atrasados y de trasnochados polí-
ticos ; cuando tenemos aquí una rica y variada coleccion de
textos que pudieran multiplicarse hasta lo infinito, en pró
de la unidad católica y no como razon de momento, varia-
ble segun el suceder de las generaciones, sino con razones
eternas y permanentes, que no se doblegan ante las varia-
ciones de los tiempos?


Yo podría acudir á esa rica coleccion de textos de polí-




DEL SR. D. AJ,EJANDRO PIDAL y MON. 309
ticos y tratadistas españoles y extranjeros que han defen-
dido como un principio religioso al mismo tiempo que como
un beneficio político la preciada joya de la unidad católica;
yo podría citar el texto de Lord Palmerston, que decía que
se dejaría cortar la mano derecha por tener la unidad reli-
giosa en Inglaterra; yo podría citar el texto en que dijo
que España era una gran Nacion, porque había producido
á Cervántes y porque sabía conservar la unidad católica.
¡, Pero qué necesidad hay de todo eso'? ¡, A qué acudir al
Lord Parmerston inglés, para ver que se dejaría cortar la
mano derecha ántes que atentar ú la unidad religiosa , cuan-
do enfrente de mí veo al Lord Palmerston de la España
contemporánea, al Sr. Presidente del Consejo de Ministros,
que dijo que daría su vida, que daría su 1Jida, señores, por
conservar siempre la unidad católica en España'? Y cuida-
do, Sr. Presidente del Consejo, que yo le aseguro á su se-
ñoría que en estos textos no hay etcétera ninguna.


Señores Diputados, si una persona de la alta inteligen-
cia, de la gran capacidad, del profundo entendimiento po-
lítico y literario, que no por desusada benevolencia, sino
por habitual justicia me apresuro á reconocer en S. S.; si
una persona de su talla política, literaria y filosófica, te-
niendo como tiene siempre la conciencia plena del valor de
sus palabras; si S. S. no ha tenido inconveniente en decir
á la faz de España y de la Europa civilizada que á pesar de
los inconvenientes que reconocía en la unidad católica es-
taba dispuesto ,í sacrificar su vida por ella. (El 81'. P'l'esi- ,
dente del Oonsejo de JJfinist'l'os: No es exacto.) ¿No'? Pues
voy á leer el texto. Dice el Sr. Cánovas del Castillo:


«Dije que era cierto que frente á frente de ciertas nacio-
nes , las más influyentes en los negocios, las que más di-
rigen la opinion de Europa en cierto sentido, teníamos una
excepcion muy inconveniente, que era la unidad de cultos.
Pero que con eso y todo, LA DEBÍAMOS CONSERVAR, Y que áun á
COSTA DE MI VIDA CONSERVARlA YO POR MI PARTE
ESA UNIDAD DE CULTOS.




310 DISCURSO
» Allí dije, y repito, que la unidad de cultos era una


dificultad para nosotros, porque nos enajenaba las simpa-
tías de alguna parte de Europa; y añadí, que á pesar de
esas dificultades, y áun corriendo todos los peligros que haya
qu,e correr, por esa batallaré yo SIEMPRE y áun PERDERÉ
MI VIDA, si necesario fuera, por la UNIDAD CATÓLICA.»
(El/:h'. Presidente del Oonsejo de Ministros: Por mi parte.)
¡Por sn parte! ¡ No hay más que la parte del Sr. Cánovas!
(El Sr. Presidente del Oonsejo de .Afinistros: Nó por parte de
la Nacion.) i Ah, si el Sr. Cánovas dijera esa palabra con
verdadera trascendencia! ¡ Ah , si lo dijera, con una sola
expresion de sus labios, vería S. S. cómo cambiaba por
com pleto la faz de la cuestion! (Grandes rumores. - .D~ne­
!lacíon en todos los bancos.) Busque S. S. la salida, que no
he dudado nunca de su talento y de su palabra, que ha de
encontrar el tortuoso sendero de las habilidades para des-
lizarse de estas mallas en que mi lógica y el texto de su
señoría le tienen aprisionado; búsquela en buen hora; pero
conste que si S. S. dice que por su parte no se opone á la
unidad católica, hay una cuestion trascendental, y muy
grave, arrojada por la declaracion de S. S. en medio de esta
Asamblea,


Tenemos de una parte el voto de la Nacion, que no cabe
desconocer, Sres. Diputados, porque no engañamos á na-
die; y así ha tenido lealtad y franqueza de declararlo el se-
ñor Moreno Nieto desde esa tribuna; el voto unánime de
la N acion Española, que no encuentra necesidad de rene-
gar de lo que ha sido su gloria y que quiere con la unidad
católica, que no se moleste á ninguna conciencia, pero que
se resguarde y reserve á su cunciencia católica de los ata-
ques de la impiedad revolucionaria; tenemos de otra altos
poderes que han dicho, y yo lo creo, que son firmemente
católicos y que estarán de seguro deseosos de prestar su
adhesion á los votos de la Nacion Española. ¿Qué hay en-
frente de eso, si no es el Sr. Presidente del Consejo de Mi-
nistros como cúspide, remate y síntesis de toda la organi-




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 311
zacion burocrática y oficial en lo político? ¿Qué hay en-
frente de eso? ¿Las naciones civilizadas? ¡Ah! Nómbreme
á mí Ministro de Estado, y yo me encargo de acallar los es-
crúpulos de las naciones civilizadas. (Risas.)


i Cuúnto amor, Sres. Diputados, profesaré yo á la uni-
dad católica! Lord Palmerston daría por ella una mano; el
Sr. Chovas del Castillo daría su vida; yo daría más: entra-
ría á formar parte del Ministerio presidido por S. S. (Gran-
des J·isas.) La unidad católica, señores) esta unidad, que':
viene á romper y á despedazar, nó el arto 21 de la Consti-
tucion de 1869 , hecho por unas Córtes cuyo valor legal yo
no reconozco, al grito de « abajo los Borbones, » de «abajo
todo lo existente,» todo lo santo, todo lo noble, todo 10
grande, todo lo digno que había en la España tradicional
histórica, no lo hecho por una Asamblea revolucionaria al
dia siguiente de una victoria, que había conquistado con las
armas en la mano, y sin tener que guardar para nada res-
peto y consideracion á los vencidos, nó , sino rota hoy por
una mayoría conservadora de una Cámara católica y po.! __ ºl i
primer Ministerio de una restauracion monárquica y cató-j
lica, rota hoy por el art 11, que viene á decidir, y vosotros I
l~-deéidiréis con vuestros votos, no una cuestion de comas,
como engañosamente os· quiere hacer creer la Comision,
sino la cuestion trascendental que se envuelve en la si-
guiente fórmula: «la herejía, que ha sido hasta aquí un
delito, va á ser desde aquí en adelante un derecho.» Eso es
lo que vais á votar, y no otra cosa; registrad bien vuestras
conciencias; leed el art 11; desentrañad el sentido de las
palabras; no os dejeis alucinar por formas fantasmagóri-
cas; buscad la esencia de las cosas, y vereis que eso y no .
otra cosa es lo que vais á votar.


Señores Diputados, toda España se escandalizó un dia
porque un Ministro lógico dijo desde ese banco, el Sr. Echa.
garay: <t.yo reconozco el derecho al mal.» Pues Sres. Di-
putados: si la mayor parte de vosotros os escandalizasteis
ese dia, ¿ por que DO os escandalizais ahora? Pues el ar-




R12 DISCURSO
tículo 11 que vais á votar i,qué es más que la consagra-
cion y la legislacion de ese derecho al mai, cuya procla-
macion en los labios del Sr. Echegaray tanto os escandali-
zó? Señores Diputados, i el arto 11! i Qué artículo! ¡Cómo
se conoce que ha sido parto de diferentes ingenios! En vano
buscaréis en él el principio primordial, del cual se deducen
lógica y necesariamente las consecuencias que han de for-
mar el organismo ideológico de la lcy. En vano buscaréis·
la claridad, esa claridad que nuestros grandes legisladores
han procurado siempre esparcir en todas las leyes. En vano.
buscaréis una fórmula concreta y definitiva, nó porque no
hubieran sabido encontrarla sus autores, sino porque bus-
caron de intento la confusion, la vaguedad en la fórmula
para producir la confusion en la inteligencia, para que los
entendimientos confusos, los hombres inconscientes pudie-
ran votarla sin completa conciencia de lo que significaba su
voto. Es, Sres. Diputados, el arto 11 del proyecto constitu-
cional, un artículo que no resiste ni un solo momento el
exámen de la crítica más desapasionada. No es claro el ar-
tículo 11 , Y esto sí que es claro, señores ,-tan claro que no
necesito demostrarlo.


Tiene dos interpretaciones el arto 11, Y no necesito
manifestar cuáles son, porque todos vosotros las sabeis de
memoria, y se ha observado ya el fenómeno de que en este


I edificio sólo se presenta la interpretacion de la solucion en
, el sentido más radical, como si se reservase la otra para
\ otro sitio en que los criterios {{¡eran más exigentes en ma-
, teria de conciencia.


< Hay más, Sres. Diputados: por regla general, los ora-
dores que aquí han hablado son oradores como el Sr. Can-
dau, como el Sr. Martin de Herrera, muy fronterizos á
las regiones racionalistas y revolucionarías; yen cambio,
el Sr, Ministro de Estado todavía no ha desplegado sus
labios en este sitio, guardando sin duda su erudicion y su
elocuencia profundas, que yo soy el primero en reconocer,
para los Próceres de la otra Cámara, más dignos de escu-




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDA L Y MON. 313
charla por el respeto que merecen sus canas y la ilustra-
cion que á todos ellos distingue. Solamente el Sr. Presiden-
te del Consejo usará de la palabra en uno y otro lado. Yo
os aseguro, Sres. Diputados, y desafío al más perspicaz
en materias de lógica y de filosofía, á Ilue me busque la
síntesis en que se han de confundir y unificar los discursos
que en una y otra Cámara pronuncie el Sr. Cánovas del
Castillo, como no sea la misma síntesis en que se han de
confundir y unificar los elementos de esta mayoría, corno
no sea la misma síntesis en que se han de confundir y uni-
ficar las dos partes completamente antitéticas del discurso
elocuentísimo que, en defensa del arto 11, nos ha pronuncia-
do aquí esta tarde el Sr. Moreno Nieto. Leal ha estado el
Sr. Moreno Nieto esta tarde, cuando con gran elocuencia
nos ha dicho terminantemente... no recuerdo la palabra
que usó, en este momento, pero me parece que no era
muy parlamentaria ... nada de nubes sobre el arto 11, nada
d.~_ambajes, nada de engaños; aquí lo que se defiemle es la
libertad religiosa, y no sólo la li oertacf religiosa para las
mimifestaciones y ceremonias, sino para la ciencia, es de-
cir, para los principios de la escuef~ racionalista, que con
el nombre de ciencia pretende encubrirse. Y decía el señor
Moreno Nieto, y decía dirigiéndose á los constituciona- .
les: l,por qué no lo aceptais'? i,Porque diga que no se per-
mitirán las manifestaciones exteriores de otros cultos'? Nu
lo decía aSÍ, pero venía á decirlo: eso es la de dada de miel
que se da á las conciencias católicas para que lo voten,
pero en realidad no se les di nada, porque sabido es que
no tienen manifestaciones exteriores los cultos que no son
católicos.
-~-'


y tenía razon el Sr. Moreno Nieto. ¿, Y qué diré, seño-
res, de ese original distingo entre el culto público, priva-
do y doméstico? El culto público se ha entendido siempre,
debe entenderse siempre y se entenderá siempre el culto
que se da en un edificio público, y edificio público es aquel
por cuyas puertas, abiertas á la calle pública, entra y sale


;tJ lA 4~ u--c.;;. ef ~L.
c¿v;é?::>·




")!, ,'--"'1'< (-e: <:
:_~ -R// v<-~,//
( !1/ de fr e rL~
(fJ


314 DISCUltSO
públicamente todo el que quiere. ¿A qué venir aquí con
esos distingos no escolústicos (los escol<Ísticos los hacían
mucho mejores) de culto doméstico y culto privado; dis-
tingos que no satisfacen á nadie, puesto que"'cuando vais
á un teatro no decís que vais á un espectáculo privado,
como si fuérais á un teatro casero, dejando el nombre de
público para los volatineros que representan en la plaza,
sino que vais á un espectáculo público que se representa
en un edificio público, ni más ni ménos público que las
iglesias que tienen puertas abiertas en la vía pública. y
no nos vengais aquí con la farsa de los letreros. Yo os re-
galo los letreros. ¿Qué me importa á mí que si se levanta
una pagoda, entre los mil detalles que como parte de la
naturaleza comprenden y simbolizan el panteismo, haya
un detalle más que diga que es una pagoda, si lo están di-
ciendo por la voz elocuente del arte las partes del mismo
todo'? ¿Qué me importa á mí que si se levanta una cate-
dral protestante, se ponga ó se deje de poner un farolillo
donde diga «capilla evangélica,» si todo el mundo sabe
que es una catedral protestante '1 Sed lógicos, fuera am-
bajes; no digais que se tolera el culto privado; decid
liue lo qu.e proclamais es la libertad y la igualdad de todos
lOE .. cultos.


Señores Diputados, os lo voy á decir con la sinceridad
que anida en mi corazon; es casi preferible al arto 11 del
proyecto constitucional el art. 21 de la Constitucion de
1869, hecha por la revolucion de Setiembre al grito de
i abajo los Borbones t Examinémoslos con calma y sin pa-
sion. Tan euemigo soy de uno como de otro; nada me mue-
ve á defender ni el uno ni el otro, y por esto voy á ser im-
parcial en el paralelo.


En el art.2l de la Constitucion de 1869 dejó clavado
con diestra mano un agudo puñal una persona que me está
escuchando desde un alto puesto. Había allí una frase que
deeía: «si algunos españoles» frase que tiene tanta inten-
cion como intencion politica tiene su autor. En esta frase




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MO)¡'. 315
de «si algunos españoles,» se está viendo la fuerza que hizo
al espíritu revolucionario el estado católico de nuestra
patria. Este «si algunos españoles,» lo comparó aquí con
mucha elocuencia, creo que el Sr. Figueras, á esta otra
frase: «si algun perdido;» y no tengo noticia de que el
autor de la fórmula protestase contra la interpretacion.


Es indudable, señores, que en esas palabras estaba re-
conocido implícitamente (no de la manera que era necesa-
ria y por eso no defiendo yo el artículo á que me refiero),
si nó el derecho, el hecho de la unidad católica, reco-
nocimiento que falta por completo en el arto 11 de la
Constitucion que discutimos, pues por más gestiones que
se hicieron para que se dijese que la religion católica era
la de todos los españoles, siendo ménos violento que
la frase que he citado, no quiso acceder á ello la Comision,
de que formaba parte el Sr. Ministro de Gracia y Justicia.


El ejercicio público de todas las religiones se garantiza
en el artículo 21 de la Constitucion de 1869, Y esto es ni
más ni ménos que lo que con el nombre de culto privado
autoriza el arto 11 del proyecto constitucional.


Pero hay más, Sres. Diputados: sin oponerse al texto
del art, 21 de la Constitucion de 1869, se podía impedir
en una ley orgánica, puesto que el artículo dejaba libre
esta cuestion, se podía impedir que un hereje ocupase el
Ministerio de Gracia y Justicia ó un maestro ateo una escue-
la de primeras letras; miéntras que con el arto 11 no se
podrá impedir, puesto que asegura que nadie será perse-
guido ni molestado por sus opiniones religiosas.


¡Ah, séñores! Ya estoy oyendo el tremendo, el terrible
apóstrofe que mi elocuentísimo adversario de la Comision
me va á dirigir; apóstrofe que sin duda alguna apunta con
ellápiz"en este momento para exclamar despues con su
grandilocuente palabra: ¡, tanto ciega la pasion política al
Sr. Pidal, tan obcecado está que no vé la preciosa declara-
cion que falta en el arto 21 del Código fundamental de 1869,
y que nosotros hemos consignado en el arto 11 de nuestro




316 DISCURSO
proyecto'? loNo ve el Sr. Pidalla declaracion importantísi-
ma de que el Estado profesa la religion católica, de que el
Estado no es ateo '?


loQué he de contestar á este argumento, Sres. Diputa-
dos'? Pues con la lealtad que me distingue, reconoceré que
tiene razon S. S.; el arto 11 es un artículo que c?'ee, pero que
no practica; y como no practica, y.fide sine operibus mortua
est, resulta que la religion que profesa el arto 11 no le sir-
ve ni para respetar la voz de los Prelados, ni para respe-
tar la voz del Papa, ni para aplicar la tésis católica en la
medida de la hipótesis social; no sirve para nada, absolu-
tamente para nada, puesto que tolera lo mismo que en el
órden de la libertad religiosa establece el arto 21 de la
Constitucion de 1869; no sirve ni áun para pagar al clero,
puesto que le paga por la misma razon que el Código fun-
damental de 1869, esto es, considerando las obligaciones
eclesiásticas como una carga de justicia, como una indem-
nizacion de los b~enes robados á la Iglesia .. ( Varios seño-
j'es .Diputados: N Ó, nó.)


Señores de la mayoría conservadora, lono he de poder
repetir en medio de una Cámara monárquica las mismas pa-
labras que mi padre el Sr. Marqués de Pidal dijo á una Cá-
mara revolucionaria'? Pues yo lo he dicho enfrente del par-
tido radical, enfrente de un partido revolucionario, que ha
sido más tolerante conmigo que lo quieren ser en estos
momentos algunos señores de la mayoría. loQué adelanta-
ríais con que lo llamara despojo ó incautacion'? loNo sabeis
por la triste experiencia revolucionaria, que incautacion
es sinónimo en la política española de tomar lo 'ajeno con-
tra la voluntad de su dueño'? lo Para qué sirve, pues, esta
religion del arto 11 del proyecto constitucional'? Pues sir-
ve para quedarse con las regalías, es decir, que el Estado
profesa una religion que no practica, para arrogarse los
derechos que supone que tiene por el mero hecho de creer
en ella, áun cuando no la practica. Pues francamente, no
comprendo la altísima importancia que pueda tener la de-




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MO'N. :317
claracion de que el Estado 110 es ateo, de que el Estado
profesa una religion, si esa religion que profesa no ha de
servir para explicar la tésis de que he hablado á la hipó-
tesis, si no ha ele servir para limitar esa libertad de la
ciencia, es decir, la libertad del panteismo, del materia-
lismo y del ateismo que nos pedía hoy el Sr. Moreno Nieto.
Pero, señores, ¿,para qué os molesto yo con mi pobre voz en
combatir esta inconsecuencia del art. 11 '? Poco trabajo me
ha de costar el buscar y encontrar dentro ele esa mayoría
palabras elocuentes y enérgicas, plumas inspiradas por
razones altísimas de filósofos españoles, que me han de
dar la calificacion que merece el menguado arto 11 del
proyecto constitucional. El Sr. Campo amor , ilustre poeta,
gloria de mi patria, . en un chistosísimo y profundísimo
libro que publicó sobrc filosofía, que se llama nada ménos
que Lo absoluto, escribió grandes, magníficos y profun-
dísimos pensamientos sobre la libertad de cultos, que
traigo señalados, y que no os leeré porque la hora no lo
permite, pensamientos en que defiende semper et ubique la
unidad católica; y despues de examinar varias tésis, llega.
á la tésis del arto 11} Y dice condenándole en profecía:


«Cuando se permite que cada uno crea lo que quiera,
nadie sabe lo que debe creer. El Estado que no conoce la
verdad ni en derecho ni en religion, se declara en incapa-
cidad legal de gobernar á nadie; y entónces es cuando no
sabiendo él lo que se debe creer, proclama ellibrecultismo,
para que cada uno crea lo que más le convenga. Cuando
el Estado-idiota no conoce la verdad, declara legal la anar-
quía en las creencias; y pensando que concede la libertad
política, lo que concede es la libertad del idiotismo. Es ne-
cesario tener la conciencia de su deber; yen esta parte
Mahoma me parece un hombre más digno en su intoleran-
cia, que muchos principes cristianos que profesan una
tolerancia más funesta que el hierro y que la hoguera.


»Mahoma, despues de creer que el Roran era la verdad
suprema, empuñó la espada para hacerla triunfar en el


21




318 DISCURSO
mundo. La premisa era falsa, el medio inÍcuo; pero la con-
secuencia era legítima: no era verdadero y además era
bárbaro; pero fué lógico. En cambio, los príncipes que
empiezan por proclamar que el cristianismo es la verdad,
y luégo permiten el culto del error, son verdaderos en la
premisa, tontos en los medios é ilógicos en la consecuen-
cia. i,Cómo se concibe que la verdad pueda jamús tran-
sigir con la false~ad '? Gloria para siempre á la Iglesia ca-
tólica, que, con una absoluta adhesion á la verdad abso-
luta, ha visto separarse de su dominio unas veces provin-
cias y otras veces reinos enteros, ya por defender los de-
rechos de una esposa legítima, ya por censurar en un mal
rey sus desmanes contra la inocencia ultrajada, conser-
vando incólume el depósito de sus tradiciones sagradas,
tradiciones que constituyen esa moral divina, tipo de las
bellas acciones bumanas, y que, segun el mismo Dios-hom-
bre predij o, «pasarán el cielo y la tierra, pero no pasarán
mis palabras.» .


Como aquí no se trata de príncipes, sino de legislado-
res, yo espero, Sres. Diputados, que por el alto concepto
que debeis tener del Sr. Campoamor, no habeis de esperar
que se os llame con toda la autoridad de sus palabras 'Ver-
daderos en las premisas, tontos en los medios é ilógicos en
las consecuencias.


Señor Presidente, me resta mucho que decir todavía,
y si á S. S. le parece, puesto que está próxima la hora de
terminal' la sesion, podría dejarlo para mañana.


El Sr. PRESIDENTE: Falta todavía media hora, y
S. S. puede continuar; ahora, si es que está fatigado, le
concederé algun descanso.


El Sr. PIDAL Y MON: N ó, Sr. Presidente, continuaré;
era ún,icamente para dejar á la Cámara bajo la agradabilí-
sima impresion de las palabras del Sr. Campoamor, y no
de las mias; pero bien que para todo hay remedio, y no
había de detenerse á la mitad de su tarea la elocuente plu-
ma de mi amigo el Sr. Cam poamor.




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 319
Despues de examinar en principio el arto 11 en profe-


cía, pasa á examinar sus resultados sociales, y continuan-
do, aunque en diverBo lugar y de distinto modo la misma
índole de razones dice:


«Pero es natural; para corromper los corazones no hay
como falsear los entendimientos; y todos los Césares tien-
den á combatir al Papa-Rey, para convertir en Papas á
los Reyes: no se asustan de la libertad de cultos, ese ateis-
mo oficial del Estado, porque suprimido el gran Dios, es
mucho más f<'lcil ser un rey grande entre muchos dioses
pequeños; y faltando á la verdad absoluta moral, se la re-
emplaza por la verdad oficial, y entónces se obliga á creer
en el Estado, que no cree en nada; y de este modo, enci-
ma de las dispersas fuerzas morales se opone la fuerza ma-
terial, y sobre la libertad religiosa se establece permanen-
temente el despotismo civil.


»Pero ya recibirán el pago de su ignorancia y de su
orgullo esos protestantismos, frutos de la ambicion de los
reyes y de la corrupcion de los pueblos, pero frutos de
perdicion, que llevan entrañada en sí la maldicion de la
posteridad; pues los hijos de los reyes ambicios0E1. acabarán
por no tener un rincon de tierra donde reclinar su cabeza;
y los pueblos desenfrenados que-, sacudiendo la autoridad
moral, creen haber conquistado la libertad civil, con-
cluirán por destrozarse en la anarquía, yal fin se dispersa-
rán por efecto de la confusion de las lenguas, como el
antiguo pueblo de la torre de Babel.»


Dos son, Sres. Diputados, las razones más trascenden- .
tales y graves que se han proclamado aq'uí en defensa del
arto 11; razones que voy brevemente á exponer, y procu-
raré rebatir; una razon, si es que merece el nombre de
razon tan manifiesto sofisma, es la siguiente: «Os olvidais
que nosotros no vamos desde la unidad Meia la libertad,
sino que venimos de la libertad hácia la unidad, y nos
quedamos en la tolerancia.»


y yo, señores, sintiendo mucho que la Comision y el




:320 lllf'CUnso
Gobierno tengan tan pocos ánimos para tan fácil jornada,
y que se sienten en la mitad elel camino, y se detengan en
la posada do la tolerancia, cuando semejantes estableci-
mientos son sumamente perjudiciales á la moral, yo me
p\~rmito decir ti, la Comision : si esos raciocinios os p3-recen
tan fuertes, ¡,por qué no los habeis aplicado á la Monarquía'?
Pues la lógica no tiene entrañas, y los monúr(luicos de
cierto género podrán argüiros diciendo: vosotros, ¿ no ve-
nís do la República '? ¿, Pues por qué fuísteis á la Monarquía
hereditaria'? Podríais haberos quedado en el camino y en
la posada de la Monarquía electiva. Yasé yo que no debiais
haber hecho eso; ¿ pero cur tan varíe? ¿ Por qué se hace un
arg·umento respecto de la Religion y no se aplica ese mis-
mo argu~entorespecto de la Monarquía'? ¡, Es que se ha en-
sañado la revolucion con la Monarquía '? ¿ Y no se ha ensa-
ñado tambien con la Religion'? Si la revolucion os ha ense-
ñado que es necesaria la Monarquía en España para poder
salir á la calle, tambien la revolucion os ha hecho ver que
no hay necesidad en España de libertad de cultos, porque',
eon ella sólo han brotado impíos, pero no disidentes de otras
religiones; y la libertad religiosa no ha sido mas que una
condescendencia hecha al espíritu racionalista, y por consi-
guiente á la revolucion, y es y scrá siempre en España la
pcrsecuciun de la Iglesia. Y como consecuencia, la revo-
lucion me ha enseñado á mí que en Espafía es neeesaria la
unidad de la Iglesia y de la Religion.


Otro argumento muy peregrino es aquel en que se nos
dice: no seais intransig·entes, no querais comprometerlo
todo; nosotros concedemos á los racionalistas la tolerancia
para no darles la libertad. i Ah, señoros! Los conservadores
qne hacen este argumento no saben que la revolucion no se
contenta con nada, no .recuerdan lo que ha pasado siempre
en la historia; so parecen ti, Pilatos, que para no crucificar
al Justo mandó que le azotasen para ver si so contentaba. el
pueblo judío, que quería crucificarle, y el Justo fué azotado
por los conservadores y crucifieado por los radicales; os pa-




DEL SR. D. ALE.JA:-<DRO PIDAL y MO~. :321
receis á Pilatos, señores de la mayoría, si no en la fe, al
ménos en la lógica. Dios quiera qlle no os parezcais tambien
muy pronto, Sres. Diputados, en la última de las concesio-
lles á que se llega siempre por la pendiente de las primeras.


Sellor Presidente, realmente voy á tomar la cnestion
lmjo un punto de vista muy distinto del que hasta ahora
me he ocupado. Si S. S. quiere, pues q lle sólo faltan diez
minutos ...


El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cáno-
vas del Castillo): Pido la palabra. Si ha de dejar de hablar
el Sr. Pidal esta tarde, yo quisiera decir unas cuantas pa-
labras, no discutiendo su discurso, sino haciéndome cargo
de algunas alusiones personales, puesto que las alusiolles
personales pueden recogerse en el mismo dia.


El Sr. PIDAL Y MON: Pues entónces seguiré: porque si
el Sr. Presidente del Consejo de Ministros se hiciese cargo
de la alusion, yo no podría rectificar, y quedaría la Cáma-
ra bajo el peso de la hábil palabra de S. S.


El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cúno-
vas del Castillo): Pues que quede bajo el peso de las
inexactitudes del Sr. Pidal; pero ya hablaré en ocasioll
oportuna.


El Sr. PIDAL Y MON: Yo agradecería al Sr. Presidente
del Consejo me señalase las inexactitudes, porque yo fío ...


El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cúno·-
vas del Castillo) : En lo que yo no fío es en las lecturas del
Sr. Piaal.


El Sr. PIDAL Y MON: Pues acepto el reto del Sr. Cú-
novas; y como quiera que en mi texto no hay etcéteras.
yo tomo nota de las palabras de S. S. , y verémos de parte
de quién ha estado la razon, por más que cuando llegue (,1
momento estar{¡, de parte de ~. S. la habilidad.


Voy á aprovechar este pequello momento que me resta,
haciendo una breve y amistosa observacion al elocuente
orador de esta minoría, Sr. Castelar.


Elocllentísimo como siempre, deslumbrador como nlln-




322 DISCURSO
ca estuvo el Sr. Castelar en su discurso de ayer; no he de
detenerme yo en encarecer su elocuencia, que fuera cosa
baladí é impropia de nosotros encarecer lo. que de todo en-
carecimiento se pasa; no he menester encarecer lo eviden-
te , y evidente era que todos vosotros oiais abso~os el dis-
curso del Sr. Castelar , como si creyerais .ver volar por este
recinto con alas las elocuentes palabras que salían de la
boca del Sr. Castelar, como salen las abejas del tronco de
la encina donde guardan la miel de su colmena.


Pero el SI'. Castelar, cuya elocuencia y cuya maravillo-
sa ciencia en el arte de la palabra soy el primero en reco-
nocer, tiene ó le falta, nó segun yo, sino segun mi amigo
ICll Sr. Campoamor, una cualidad que el SI'. Campoamor
llama la moralidad de la J·efe1·encia. El Sr. Castelar no falta
de una manera terminante y concreta á la verdad en la ma-
yor parte de sus aseveraciones; pero toma la verdad tales
colores, sufre tales cambiantes, tales refracciones al pasar
por el mágico prisma de su elocuencia, que llega á nos-
otros un tanto desfigurada. Una de las muchas ventajas
que saca el Sr. Castelar de su elocuencia, es que combate
y ha combatido siempre á todos los partidos, y sobre todo
á todas las causas, con sus mismas armas.


Esto abona muéhísimo la grandeza de la elocuencia
de S. S., pero abona muy poco la grandeza de la causa
que defiende, porque los que defendemos instituciones tan
venerandas como la religion , como la Iglesia y como la Mo-
narquía , tomamos argumentos, ideas é imágenes de esta
Religion y de esta .Monarquía. Pero el SI'. Castelar no pue-
de tomarlos de la República y de la impiedad, porque su
genio y su elocuencia se 10 vedan. Es campo estrecho para
el SI'. Castelar el campo del racionalismo y el campo de la
República; así es que S. S. reconociendo la pequeñez del
ideal que defiende en los discursos en que ataca, se vale de
argumentos, de armas, de imágenes y hasta de palabras de
la Religion y de la Monarquía para combatir á la Monar-
quía y la Religion.




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAt Y MON. 323
Todos recordais aquelIos tan elocuentes discursos en que


el Sr. Castelar combatía la Monarquía democrática de don
Amadeo, todos recordaréis que más que en nombre de la
República, que más que buscando en los arsenales de la
República las armas para herir aquella Monarquía, acudía
el Sr. Castelar ú nuestra Monarquía tradicional, á nuestra
Monarquía histórica, con sus grandes glorias, con sus
magníficos recuerdos, con todos sus brillantes blasones; y
entónces , poniendo en parangon aquella robusta y secular
encina, cuyas raíces se ocultan en las entrañas de la tier-
ra, y cuya copa se eleva hasta perderse de vista en el es-
pacio, y bajo cuyas frondosas ramas se agrupaban las gene-
raciones, con aquel otro débil y enfermizo arbusto trasplan-
tado de extranjera tierra, deducía lo efímero y lo transito-
rio de aquella Monarquía. Y de la misma manera, el señor
Castelar, cuando quiere hablar de las glorias de la marina,
no va á buscarlas en los fastos de la República, porque se la
encontraría' en Cartagena ; va á buscarlas en los fastos de
la verdadera Monarquía, y se la encuentra en Lepanto.


De la misma manera, no busca el Sr. Castelar para
oponer á la intolerancia de nuestra Iglesia la tolerancia de
las sectas falsas y de las revoluciones terroristas que en un
momento dado realizaron todas las infamias y todos los
crímenes de que es capaz un corazon malvado. Nó. Su Se-
ñoría acude á la Religion católica, trepa con la cruz á
cuestas al Gólgota y va á recibir inspiracion al pié de la
cruz, al pié de Cristo, ofrecido en holocausto por la salva-
cion y la redencion del género humano á la justificacion
del EtePno Padre, y que al espirar por la salud y la red en-
cion del mundo, espira no demandando venganza, sino pi-
diendo perdon para sus enemigos, que no saben lo que se
hacen. Esto honra mucho el genio artístico del Sr. Caste-
lar, pero no abona en nada la causa que defiende.


La religion de que ayer nos habló el Sr. Castelar, el
catolicismo que ay~r nos presentó, son una religion y un
catolicismo fantasmagóricos; y tiempo es ya de que nos




324 DISCURSO
conozcamos. Tiempo es ya de que S. S. diga sus opiniones
con la lealtad, con la franqueza, con el valor que yo le rc-
eonozco. No le pido que venga á herir los sentimientos dE'
la mayoría; pero sobrada habilidad tiene S. S. para decir
las cosas en términos científicos (miéntras lo permita la
libertad de la ciencia que pide el Sr. Morono Nieto y el Mi-
nisterio apadrina), que no hiriendo la susceptibilidad de na-
die, den toda su integridad á sus sontimientos é ideas ra-
cionalistas. Tiempo es ya de que sepamos que S. S. comba-
te ciertas instituciones, nó en nombre de otras institucio-
nes, sino en nombre de ese principio racionalista que vie-
ne á resumirse, á simbolizarse, á condensarse en ese mo-
vimiento de la ateocracia contemporánea, que parece que
es el abismo final á donde corren á sumergirse todos los
principios racionalistas condenados por la ciencia, por la
religion , por la política, para convertirse en un supremo
movimiento trastornador, no ya de la ateocracia, sino del
antiteismo religioso, filosófico, social y político, cuyas
primeras armas en España vais á hacer vosotros votando
el arto 11.


Pues bien; el Sr. Castelar, á pesar de este procedimien-
que tanto honra á su genio, inconscientemente, sin duda,
nos ha dado ayer á los que defendemos la unidad católica
y á los que combatimos 01 art 11 un argumento poderoso,
que os debiera hacer abrir los ojos á los que sinceramente
creeis que continuais siendo católicos dentro de la mayo-
ría votando el arto 11. Ese argumento mudo, pero más
elocuente que todos los argumentos elocuentísimos de su
señoría, fué pedir la palabra en contra del art 11 y hablar'
on pró. ¿ Qué m<Ís quereis, Sres. Diputados'? Si alguna
prueba necesitárais de que el arto 11 no tiene nada que in-
comode al SI'. Castelar más quo una profesion de fe que re-
pugna á sus instintos de escuela, pero nó á sus fines de
sectario, la habríamos tenido hoy cuando S. S. se levantó
á decir con nobleza que él no incurría en la sencillez de
oponerse al Ministerio en esta cuestion, po.rque esto no




fiEt RR. D. ALEJANDRO P1DAL y l\fON. 325
es nada alIado de la destruccion (lel principio que su Se-
ñoría llama intolerancia y que yo llamo de la unidad catú-
lica , que eR y serú siempre el dique máR fuerte, el haluar-
te más firme que encontrarán las ideas Rociales, polítir,as
y re~igiosas de S. S. en esta honrada tierra de la Monar-
quía, de la religion y de la unidad católica.


El Sr. PRESIDENTE: Seüor Pidal, habiendo pasado las
horas de Reglamento, se suspende esta discusion.


SESION DEL DIA 11 DE MAYO DE 1876.


El Sr. PRESIDENTE: Sigue la discusion de la totali-
dad del arto 11, Y el Sr. Pidal y Mon en el uso de la pala-
hra, tercero en contra.


El Sr. PIDAL Y MON: No temais, señores Diputados,
que con el pretexto de haceros un resúmen de las obRerva-
ciones que tuve la honra de exponeros en la sesion de ayer,
vaya á repetiros todo ni parte del discurso que ayer pro-
nuncié. Voy simplemente á continuar, ó á terminar, mejor
dicho, la serie de argumentaciones que en contra del ar-
tículo 11 , sustancial y accidentalmente considerado, em-
pecé á hacer en la sesion de ayer tarde. Y procurando re-
concentrar en uno todos los argumentos dispersos que de
las diferentes fases del ;:¡,sunto y de los diversos puntos de
vista de la discusion se me iban presentando en el curso
del debate, concretaré mi pensamiento y lo definiré dicien-
do que me opongo al art. 11 bajo tres puntos de vista: que
me opongo tí él como monárquico y como dinástico, por
creerlo un crímen de leSa jJfonarquía; que me opongo á él
como español, por creerlo un crímen de lesa nacivnalidad; y
que me opongo á él como católico, por creerlo un c?'Ímen
de lesa Religion. Sentada esta proposicion, cúmpleme des-




326 DISCURSO
arrollarla brevemente, ofreciendo á vuestra consideracion
ilustrada las graves razones que me han animado á propo-
nérosla.


Señores Diputados, es para mí indudable que el art. 11
encierra en sí un crímen de lesa Monarquía, y la razon es
muy sencilla. El arto 11, por su significacion, por los an-
tecedentes que le dieron vida, por los procedimientos con
que se ha llevado á cabo, y por las circunstancias que le
acümpañan, indica claramente á los ojos ménos perspica-
ces de cualquier estadista, que viene ú imprimir á la res-
tauracion de la Monarquía en España un carácter comple-
tamente opuesto á sus tradiciones, á sus intereses y á lo
que debía representar en la cuestion religiosa, que en el
presente siglo se debate.


No podeis olvidar, señores Diputados, que la restaura-
cion ha venido aquí despues de luchar dia por dia, mes por
mes y año por año con la revolucion de Setiembre, que
proclamó el primero de sus principios la libertad de cul-
tos; y al proclamarla como principio, y al realizarla luégo
en la práctica, la proclamó y la realizó llevando á cabo la
persecucion más inicua, la persecucion más violenta del
único culto que había en España, de la Religion católica,
dando así clara muestra, dando así claro testimonio de que
lo que encerraba en el nombre de la libertad de cultos era
la destruccion de toda religion positiva, puesto que invo-
eaba una libertad ilusoria para cultos que no había en Es-
paña; y al traducir en las leyes ese principio filosófico, lo
traducía derribando los templos, arrancándolos ,i la Reli-
gion católica que los había levantado, para entregarlos á
cuatro curas apóstatas y concubinarios , que son los únicos
que han levantado en esta tierra clásica del catolicismo la
desacreditada bandera del protestantismo hereje. ¿Qué hi-
cimos nosotros, señores, qué hicimos en nuestra modesta
esfera todos los que defendiamos la bandera de la legitimi-
dad del derecho monárquico'? Protestar uno y otro dia con-
tra esas medidas; protestar en los comicios, protestar en




Ílll:t SIL D. AtEJA~DIW PIDAL y MON. 327
las Córtesrevolucionarias, los que hasta ellas pudieron lle-
gar, protestar en la prensa, y dar á entender al país clara-
mente que la restauracion monárquica, el dia que por for-
tuna y dicha de España pudiera realizarse, no significa-
ría otra cosa más que la vuelta á aquella preciada joya de
la unidad católica simbolizada en política en la Constitu-
cion de 1845, Y canónicamente en el Concordato de 1851.
Así lo creía el país, así lo creían nuestros adversarios,
<mando se oponían á nuestras aspiraciones, presentándonos
siempre como defensores de la unidad católica; y nosotroR,
en lugar de rechazar eso como una aeusacion vergonzosa,
la aceptábamos como uno de nuestros más gloriosos tim-
bres, y decíamos al país: «aquí nos teneis, se nos quiere
privar de una de las grandes conquistas de nuestros padres,
que nosotros queremos conservar para nuestros hijos.»


Así fué, señores Diputados, que en la primera transac-
cion que los defensores de la Monarquía legítima llevaron
á cabo, en el terreno de los intereses, con ciertos elementos
revolucionarios, á quienes los escarmientos de los últimos
años les hacían comprender el carácter de esa misma revo-
lucion, se tuvo buen cuidado de no abdicar en maneraalgu-
na de ese principio, buscando como fórmula de transaceion
y de concordia, que no se podría tocar á esa cuestion altísi-
ma sin ponerse ántes de acuerdo con la Santa Sede.


Vino dcspues, señores Diputados, ese manifiesto de que
tantas veces se ha hablado aquí, ese manifiesto de Sand-
hurst; y yo os puedo asegurar desde lo íntimo de mi con-
ciencia, que no se hubiera firmado ese manifiesto si en él
se hubiera creido ver prejuzgada la cuestion religiosa en
sentido contrario á la unidad católica. Entendíase en él, Y
así era prudente que se entendiera, que se dejaba la cues-
tion íntegra al país, seguros como estaban aquellos parti-
darios de la restauracion monárquica de que el país no po-
dría abdicar en manera alguna de lo que era como la vida
de su vida y como el alma de f:lU alma; de lo que simboli-
zaba sus tradiciones históricas y sus aspiraciones religio- .




DISCURSO


Flas; de aquello por 10 que había derramado su sangre eu
cilm eombates; de aquello por 10 que había arrojado de su
811el0 á razas laboriosas; de aquello que había adquirido ú
costa de grandes sacrificios; y no podía creer nunca que
una vez poseido, había de venir una Cámara conservado-
ra, en un momento de aturdimiento inconcebible, á arro-
jarlo insensatamente por la ventana.


¿ y qué sucedió, señores Diputados? Que se verificó la
rflstauracion, nó por transacciones con los elementos revo-
lucionarios, nó en virtud de concesiones y pactos con los
l~lementos revolucionarios, que pusiesen como condicion
rle la restamacion de la Monarquía legítima el abandono
de la unidad católica, sino contra la voluntad explícita y
terminante de los elementos mús conservadores de la revo-
1 ucion, contra la voluntad de muchas de las naciones que
forman parte de esa Europa civilizada de que nos hablais,
que hicieron todo lo que podían hacer en su esfera para que
no se realizara el advenimiento de la Monarquía legítima,
como ahora deben hacer aunque el Gobierno no ha tenido
todavía por conveniente darnos noticia de ello, para que no
se restablezca lo que debe ser la consecuencia de la restau-
raeion de la Monarquía legítima: la restauracion de la uni-
dad católica.


¿ y qué hizo el Gobierno, señores Diputados? Prejuzgar
la cuestion del morlo mús incomprensible que darse puede.
Esperaba la Nacion con entusiasmo las Gacetas de los dias
siguientes [t la restauracion; esperaba ver en ellas los des-
agravios ú sus sentimientos religi¡lsos heridos por la mano
artera de la revolucion; esperaba ver, no ya sólo restau-
rado el gran principio de la unidad católica, sino, aunque
se tratase de conservar la libertad de cultos, esperaba ver
la restauracion del Concordato, siquiClra fnera para nego-
ciar, porque así se había considerado siempre indispensable
(m los buenos tiempos del partido conservador; porque era
prenda de hidalg'uía, cuando un pacto sagrado se había


. roto, volver ú restablecerlo aunque fuera para tratar des-




ngr, SIL n. ALEJANDIW l'ID\L y :VIO!\". :12!)
pues ele su moelificacion; esperaba ver dcrogados aqne-
llos infames decretos, expresion genuina de lo (llle sig-
nifiea en España la libertad ele eultos, en euya virtud al
grito de separacion de la Iglesia y elel Estado, al grito de
lihertad de eultos y al grito ele ¡ahajo la unidad católica!
se habían expulsado asociaciones religiosas y benéficas, ;'l
las quc no 8(')10 se proscribía por medio de la ley, sino qne
se las vino á manchar aquí con la calumnia; cspcl'úhase,
señores, una serie de desagravios para aquella serie iu-
mellsa de agravios q ne registra la historia de España en
esos seis años, no ménos nefastos para la Iglesia q ne para
la Nacion y la Monarquía.


Pucs bien, señores Diputados; no hubo nada de eso.
Ahora nos hablais de que el Concordato está vigente, y sin
embargo, el Sr. D. Fernando Álvarez, cuya voz elocuentí-
sima oísteis aquí hace pocos dias pronunciando un discurso
saturado de doctrina, de hechos, de raciocinios y ele argu-
mentos que ni habeis podido oscurecer con los aplausos
tributados á otros argumentos expuestos en forma elocuell-
te, ni habeis podido destruir con las armas de la dialéctica
su significacion, su realidad y su fuerza; ese hombre ilus-
tre del partido conservador estuvo dispuesto ú prestar la
autoridad de su nombre y la fuerza de su talento al primer
Ministerio de la Monarquía restaurada, pidiendo nada mús
que se declarase vigente el Concordato de 1851. El Presi-
dente de aquel Gabinete, que de seguro os hablaril ahora
de qne el Concordato está vigente, se negó por completo ú
(lue se hiciera esa declaracion, y el Sr. D. Fernando Álva-
rez no pudo ser ministro del primer Gabinete de la restan-
racion de la Monarquía legítima.


Pero sucedió más, señores Diputados: miéntras la (¡(t-
ecla aparecía todos los dias en blanco respecto á esta cues-
tion, miéntras el país, empeñado en una terrible gueI'l'a
religiosa, esperaba con ánsia esos desagravios como ele-
mentos importantes para su pacificacion; miéntras la 1\ a-
(~i()n estaba en la espcctativa, slwcdía, sel1ol'cl":l, (lue perió-




330 DISCURSO
dicos que defendían la unidad católica y que atacaban a la
revolucion por sus hechos antireJ.igiosos , sufrían todos los
rigores de la arbitrariedad y del despotismo.


y miéntras esto sucedía, porque en aquellos momentos
la política de conciliacion era la política para atraerse los
elementos revolucionarios, y no las masas religiosas,
miéntras se suprimían esos periódicos, circulaban sin tra-
bas libros y periódicos protestantes, en que a pesar de esas
ucelaraciones que se habían hecho de que no se podía tocar
á las cosas religiosas, se atacaban de tal manera, que se
atrevieron á llamar aquellos infames á la faz de España y
de Europa el IJios de la oblea, al Dios de la Eucaristía.


Había lógica, señores, el Gobierno quería hacer ver a
1m; partidos revolucionarios que iba a conservar la libertad
de cultos, y el mejor modo era de seguro dejar en vigor to-
dos los agravios inferidos a nombre de esa libertad allÍnico
culto que profesan los españoles. No es esto decir, señores,
que en algunos momentos no se diera alguna satisfaccion
al espíritu religioso; pero aun en esta cuestion siempre la
mira ha sido mantener incólume el principio de la libertad
de cultos. El matrimonio civil fué una de las leyes prime-
ras que dió aquel Gabinete; i,y cuál fué la ley del matri-
monio civil en su síntesis'? Pues es una ley que se puede
concretar en un silogismo muy sencillo: considerando que
el Estado debe legislar para la mayoría de los españoles,
considerando que la mayoría de los españoles son católi-
cos, sostengo el matrimonio civil como ley del Reino, y
hago una excepcion en favor de los católicos españoles.


Decidme, señores Diputados, i,no es aquí palpable el
empeño de sostener, no ya contra el interes de la conve-
niencia, sino contra toda lógica, el principio de la libertad
de cultos '? i Ah, señores! Cuando oigo decir todos los dias
que el Gobierno lo que quiere es traer íntegra a las Córtes
esta cnestion , recuerdo las palabras de un Ministro de la
revolucion, que decía en una ocasion álos republicanos que
le pedian la separacion de la Iglesia y el Estado: «esperad;




DEL SR. D. ALEJANDRO PIIlAL Y l\ION. 331
ya he roto la unidad católica; ya he afianzado la libertad
de cultos; yo haré las cosas de modo que pueda traer ín-
tegra la cuestion á la resolucion de las Córtes.» Pues de la
misma manera que aquel Ministro trajo íntegra la cuestion
á las Córtes, de la misma manera la ha traido el actual
Gabinete; hay una diferencia, sin embargo, en favor de la
revolucion; la revolucion, si bien escribió ese como lema
de su bandera, cuando convocó á Córtes á todos los par-
tidos , á todos les dijo que podían tener existencia legal;
aquí llamó lo mismo á los defensores del carlismo que á los
defensore., de la república; hizo atropellos, quién lo duda,
pero no llevó sistemáticamente el criterio de su fuerza á
excluir á los unitarios de las urnas en la cuestion religio-
sa, ele la manera que lo ha hecho este Gobierno.


Yo podría leeros uno á uno una porcion de documentos
preciosos y chistosísimas historias que ilustran para el
exámen de las elecciones bajo el punto de vista del arto 11.
Pero no os molestaré; un SÍ lanzado por el Sr. Presidente
del Consejo de Ministros al Sr. Batanero, que le deCÍa que
en las actuales elecciones no se había tenido en cuenta el
ser más ó ménos monárquico, ni siquiera más ó menos D1-
NAsTICO el candidato, sino el que estuviera dispuesto á
votar el arto 11, me releva de decir más sobre este asunto.


¡Ah, señores Diputados! Pero es que antes de estas Cór-
tes habia precedido otra famosa reunion en el Senado. (Lo
que es una disculpa á los ojos de ese Gabinete). ¿, Y qué su-
cedió en aquella reunion del Senado'? Ya, seilores , os lo he
dicho, ya os lo he expuesto al tratar la cuestion consti tu-
cional , y no voy ahora á repetirlo: ello es que allí, en el
seno de aquella reunion, lejos de querer dejar la cuestion
libre, no se quiso aceptar el artículo constitucional del 45,
por rrLÍs que se decía por el sostenedor del voto particular
que allí quedaba la cuestion libre en la cuestion constitu-
cional. ¿, Y sabeis por qué no se quería'? Porque era necesa-
rio traer resuelta la cuestion de la unidad religiosa, porque
era necesario imponeruos ú todos uosotros los intolerantes,




332 DISCURSO
á los que· no queremos abandonar nuestra conciencia y
nuestra historia, el estigma de la apostasía sobre nuestras
honradas frentes.


y así fué, señores, que hubo un Diputado que debe
sentarse cerca de mí, y ese Sr. Diputado, i,qué propuso en
su afan de conciliar'? El Sr. Sual'ez Inclan, que es el Di pu-
tado ti que me refiero, con ese e¡;:píritu de conciliacion,
de que trato, propuso que se dejara la cuestion íntegra
hasta que llegaran las Córtes , y que no se hablara de ella
en la Comisiono y tambien se rechazó este pensamiento,
porque no se quería sin duda traer íntegra la cuestion á
las Córtes; mejor dicho, porque querían traerla completa
y definitivamente resuelta. Otro señor ex-Diputado, que
nunca lamentarémosbastante los defensores de la uni-
dad que no se encuentre en este sitio, el Sr. Casanueva,
¿,qué fué lo que propuso'? Propuso que se reuniera la Jun-
ta magna del Senado, de quien eran unos simples manda-
tarios los de la Comision, y se apelara ante ella. y tan segu-
ro estaba el Gobierno de que la inmensa mayoría de aquella
Junta, y por consiguiente la inmensa mayoría de la Na-
cion, rechazaba el principio de la libertad religiosa, que
no quiso en manera alguna volver ti convocar la Junta; y
era porque quería sin duda traer la cuestion íntegra el las
Córtes. i, Es este el modo con que queríais traer íntegra la
cuestion á las Córtes'? i, Y creeréis que podeis quedaros sa-
tisfechos con unas simples consideraciones hechas ante el
paú;, como si el país tuviera ojos y no viera, tuviese oiclos
y no oyera'?


. Acudióse, señores, aunque tarde, á ejercitar uno de los
derechos más preciosos de los consignados en la Constitu-
eion, y que forma siempre en primera fila entre las tablas
de los derechos que defienden los partidos liberales. Acu-
dióse al derecho de peticion; y aquí donde todos los dias
veíamos á los Ayuntamientos enviando exposiciones en
contra de los fueros, nos encontramos con que los Ayun-
tamientos recibían órdenes del Gobierno para no firmar ex-




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 333
posiciones en favor de la unidad religiosa; tal era vuestro
deseo de traer íntegra la cuestion á la resolucion de las
Córtes. Pero no nos hacían falta para nada los Ayunta-
mientos, porque teníamos detrás de nosotros el país ente-
ro, y empezaron espontáneamente, nó con maquinaciones
de ningun género, que no nos hacían falta, sino á la luz
del mediodía, y con la espontaneidad con que brotan en
los países fértiles con rica savia y propia fuerza los arbus-
tos y las florestas, empezaron por todas partes a brotar ex-
posiciones y firmas. Entónces aquellos Ayuntamientos, a
quienes se había dicho que no debían firmar en favor de la
unidad religiosa, empezaron á poner toda clase de obs-


. táculos á las firmas de esas exposiciones. Los Prelados ha-
blaron, ó quisieron hablar, y excitaron en sus Boletines al
clero de sus diócesis para que ejercitasen, en virtud del
derecho de defensa de la Iglesia, que nadie ménos que vos-
otros debeis negarle, á que convocasen á sus feligreses,
llamándoles al campo de una batalla legal en favor de la
unidad católica, y á que salieran á la defensa de una ban-
dera conquistada en largas batallas y que querían arreba-
tarle los enemigos de la Religion en un momento de sor-
presa.


l, y qué sucedió ~ Que cayó sobre los Boletines la prévia
censura de los gobernadores. Traigo los justificantes de
todos los hechos que voy á denunciar, Sres. Diputados:
aquí traigo los oficios; aquí traigo las pruebas; aquí trai-
go las protestas de los Obispos, en que denuncian ante el
país el hecho de haber sido recogidas las exposiciones, al-
gunas arrancadas violentamente de sus manos, y otras
quemadas públicamente; y aprovecho esta ocasion para
presentar aquí una protesta que dirige á la Mesa un ilustre
Prelado, denunciando el hecho de esos atropellos.


Dejo, pues, á la rectificacion, si se me niega la veraci-
dad de este aserto, el probarlo debidamente, y voy á se-
guir el curso de mi peroracion.


Pero por si esto no basta, Sres. Diputados; por si unas
22




334 DISCURSO
elecciones hechas cuando el Gobierno que quería traer ín-
tegra la cuestion á las Córtes la había prejuzgado en todos
sentidos, y hacía las elecciones manteniendo su dictadura;
por si esto no bastaba, porque públicamente se sabía y es-
taba en la atmósfera política que una de las cuestiones
batallonas del Gabinete era la cuestion religiosa; cuando
todos sabíamos eso y no podía caber á nadie duda del re-
sultado de las elecciones, fué tal el temor que el espíritu
del país impuso al Gobierno al ver que muchos Diputados
comprometidos renunciaban aquel compromiso ante las
exigencias imperiosas de su conciencia, y al ver que
apoderándose estas mismas exigencias imperiosas de la
conciencia hasta de algunos Ministros que se retiraban del
banco azul por no querer votar la base 11, que el Sr. Presi-
dente del Consejo de Ministros, dando la voz al viento,
vino á declarar aquí en la primera votacion solemne que
sobre esto hubo, que la cuestion religiosa, aquella cuestion
que quería traer íntegra á la resolucion del país, la hacía
él cuestion de Gabinete. i,Qué más pruebas quereis, seño-
res Diputados, de que el Gobierno no quería traer la cues-
tion á la libre resolucion de unas Córtes elegidas libre-
mente, ni que estas Córtes juzgasen libremente la cuestion
más importante para los intereses de la Religion, para los
in~ereses de la Monarquía y para los intereses de la Nacíon
Española'?


Pero lo que verdaderamente, señores, constituye á mis
ojos un crímen de lesa Monarquía es venir á traer esta
cuestion en los términos que se ha traido, sobre todo ante
la terrible consideracion de que el arto 11 perjudica esen-
cialmente á los grandes intereses que representa la causa
de la Monarquía. Porque no lo podeis dudar, señores, y es
inútil que lo ocultemos; el deber nuestro de representan-
tes del país es venir á decir la verdad, para que la tengais
en cuenta vosotros los que con vuestro voto habeis de in-
fluir en la balanza en que se decide la gestion de los nego-
cios públicos. Todos sabéís que esta cuestion religiosa ha




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 335
estado siempre íntimamente ligada á la cuestion monár-
quica. i, Qué ha sucedido aquí cuando tuvo lugar la revo-
lucion de Setiembre'? Dos grandes acusaciones se oyeron
en contra de aquel Trono en que estaban simbolizados la
legitimidad y el derecho. La una fué la que planteó la re-
volucion , que decía, tomando como pretexto, señores, de
lo que nunca necesita ser para ella verdadero motivo, de-
cía que aquel Trono había caido por obedecer á influencias
clericales. i, Qué decía en cambio la parte más fuerte, más
vigorosa del país, esencialmente monárquica y esencial-
mente religiosa'? Que había caido debilitado, porque se ha-
bía apartado de las verdaderas máximas, de los verdaderos
intereses religiosos reconociendo el reino de Italia. Ni una
acusacion ni otra eran motivo suficiente para apartarse de
aquel Trono y de aquella dinastía; ni una razon ni otra
eran bastante para dejarla sola y désamparada en su dere-
cho; pero ellas os prueban que la cuestion religiosa era
aquí el punto fundamental, era aquí la razon magna que
daban los dos partidos que se separaban de la dinastía para
decretar su ruina.


Pues bien, señores: yo os pregunto: entre una y otra
parte del país á quien seguramente vais á descontentar,
i, á cuál os tiene más cuenta no descontentar, á los que re-
presentan la fuerza religiosa y monárquica, ó á los que
representan el espíritu revolucionario y republicano'? Pero
por 'ventura, señores, el arto 11, ya que no contente, ya
que no atraiga en torno del Trono á las grandes masas re-
ligiosas , amadoras de la religion y de la Monarquía hasta
el punto de derramar su sangre en defensa de su causa en
los campos de batalla, ¿atraerá en cambio á la revolu-
cion'? i Menguado entendimiento sería el que tal esperanza
abrigase!


La revolucion, señores, ya lo he dicho aquí, la revolu-
cion no transige con la Monarquía, porque la Monarquía es
una institucion hija de la Religion y del Cristianismo, y la
revolucion detesta implicitamente, y expresamente des-




336 DISCURSO
pues, cuanto es hijo del Cristianismo y de la Religion. Se-
ñores Diputados, ¿,nolo estais viendo? Planteais el arto 11,
que es la concesion más grande que puede hacer el partido
conservador al partido revolucionario, y ahí lo teneis abra-
zado por completo y en absoluto con la libertad de cultos
y con la declaracion del Estado ateo, sin querer transigir
con vosotros por una cuestion que despues del discurso del
Sr. Moreno Nieto, puede decirse que ni siquiera es cues-
tion de comas. Nó, señores, la revolucion no transigirá
nunca con los reyes, y permitidme que os recuerde y re-
fresque un poco la memoria trayendo á vuestra considera-
cion un texto de grande enseñanza del ilustre orador re-
volucionario Mirabeau.


Mirabeau, hablando de las libertades dada5 por el Rey,
decía: «Esto es mucho; esto es más de lo que hubiéramos
podido espeJ;ar, y puede salvar á la patria; pero proviene
de un rey, y nosotros no queremos nada de los reyes.»


i Haced concesiones á los revolucionarios, señores Mo-
nárquicos de circunstancias!


He dicho, señores, que me oponía como monárquieo
español al arto 11, por creerle un crímen de lesa naciona-
lidad. Señores Diputados, tan encarnada está en mi ánimo
esta idea, tan encarnada la jdea de que esta cuestion, si es
vital para lá religion en cuanto religiosa, es vital para la
Nacion en cuanto política, que yo declaro que no soy de
esos que dicen que si el Papa levantara la mano y per-
mitiera que se transigiera en esta cuestion, transigiría;
yo , señores, no ~ransigiría aunque el Papa me autorizase
para ello. (Risas.) Comprendo vuestra risa, señores. Tan
poco acostumbrados estais á la sinceridad, que cuando la
oís, aunque sea en mis labios, la poneis en duda.


Acostumbrados á la sublime habilidad del jefe parla-
mentario del Gabinete, habeis perdido por completo el
gusto y el sabor de la inocencia parlamentaria; y al oir á
un orador novel que habla, porque tiene fe en sus princi-
pios y con fe los expresa sin ánimo de tender lazos á ni n-




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 337
guna inteligencia, os produce una impresion de novedad
y de frescura; la impresion que produce el fresco rocío de
los cielos sobre las hojas de las flores agostadas por el ri-
gor del estío.


Nó, señores Diputados; yo como cátólico, podría tran-
sigir , y no encontraría en mi conciencia inconveniente al-
guno en transigir si el Papa me lo autorizara; pero ¿ como
español'? como español, aunque yo no sea más papista que
el Papa, soy más español que el Papa, y como español no
transigiría. i Ah señores Diputados! Comprendo bien, com-
prendo que el Sumo Pontífice Pio IX , rodeado de todas las
amarguras con que la revolucion le aflige, al oir los la-
mentos de las ilustres damas, de las sublimes mujeres de
la NacionEspañola, que elevan sus lágrimas y sus suspiros,
implorándole que interponga su valimiento y su influencia
para que no sacrifiquemos la preciada joya de la unidad ca-
tólica, comprendo bien que el Padre Santo, marchando con
la cruz á cuestas al Calvario á que la revolucion le conde-
na, torne su amoroso rostro y diga á las damas españolas,
al ver que se pierde la unidad católica en España, lo que
Jesucristo dijo á las mujeres de Sion: «No lloreissobre mí,
mujeres de España, llorad sobre vosotras y sobre vuestros
hijos.~


Imperdonable crÍmen sería en mí, señores Diputados,
tratar de probaros, despues del elocuentísimo discurso de
mi amigo el Duque de Almenara, que la Religion católica
es como la forma sustancial de la nacionalidad española;
inútil sería que viniera á traer y relatar todas esas glorias
de la religion católica en España, que ya conoceis, por-
que la mayor parte de ellas se hallan engarzadas como pre-
ciadas joyas en esos brillantísimos párrafos con que com-
bate á la Religion con la Religion misma la inimitable
elocuencia del Sr. Castelar; inútil fuera que viniese á re-
producir nuevamente, á refrescar vuestro recuerdo con
aquellas gloriás hijas de la Religion católica, encarnadas
en el corazon del pueblo español. Solamente os tengo que




338 DiSCURSÓ
decir que un argumento que ha salido de esos bancos, y
con marcada insistencia, prueba que no meditais todo lo
que la gravedad del caso requiere la naturaleza de los ar-
gumentos que se os hacen, para contestarlos.


¿Pues qué habeis creido que es la unidad católica los
que tanta prisa mostrais para destruirla, cuando nos decís
que la unidad católica es muy moderna en España'? Pues
qué, ¿no sabeis distinguir lo que es el principio vital, la
principal premisa de un organismo religioso, político y
científico, de lo que es su desarrollo en la historia y el
planteamiento como hecho definitivo de sus últimas conse-
cuencias'? La unidad católica, el principio de que nace y se
deri va el gran hecho de la unidad católica, existe en todo
su vigor potencial donde quiera que está proclamada la
Religion católjca como religion del Estado. ¿Pues qué ...
Se me hace observar que eso está consignado en el artículo
11 , pero dije ayer, y no creía qu~ había necesidad de repe-
tirIo, que el arto 11 la profesa, pero no la ¡n'actica, y así
puede decirse: fides sine operibus mortua esto Hubo unidad
católica, y la habrá siempre donde haya un estado que
tienda á procurar por medio de todas sus leyes, y en el
grado mismo que las leyes deban procurarlo, que se realice
el gran principio de la unidad católica. A eso tendían nues-
tros ilustres Reyes, que comprendían perfectamente que
eran paralelas aquellas tres unidades que, nacidas en 00-
vadonga, fueron desarrollándose lenta y sucesivamente en
el trascurso de la historia. A eso tendían cuando con la es-
pada en la mano y la cruz en el pecho peleaban y derrama-
ban su sangre en defensa de la unidad nacional, de la uni-
dad monárquica y de la unidad católica.


i. Quereis una demostracion más de actualidad de esta té-
sis'? Pues os presentaré en paralelo dos naciones, pertene-
ciente una de ellas á eso que llamais el mundo civilizado.


Señores Diputados, España está en posesion de la uni-
dad católica de hecho. La inmensa mayoría, la casi totali-
dad, la unanimidad casi completa de los españoles pI:ofesa




DEL SR. D. ALEJANDRO PlDAL Y MON. 339
la Religion católica, y aquéllos que no la profesan no profe-
san culto positivo alguno.


Los Estados-Unidos encierran una porcion de sectas
cristianas disidentes; no tienen en manera alguna estable-
cida la unidad católica. ¿ Qué hace el Gobierno actual de la
Nacion Española'? En lugar de conservar por la ley esa
unidad religiosa que existe de hecho, tiende hacia la liber-
tad de cultos por medio de la tolerancia. Y no me vengais
con el repetido sofisma de que venimos de la libertad á la
tolerancia; sofisma, que despues de haberle rebatido ayer,
le rebatiría hoy si no fuera porque los sofismas puramente
artificiales no necesitan rebatirse. El espect.áculo que nos
da el país entero, la alarma general, el general clamoreo
os está diciendo bien á las claras que ahora, no al dia si-
guiente de una noche de orgía revolucionaria ypor partidos
revolucionarios, despues de una revolucion victoriosa por
las armas, sino al dia siguiente de una restauracion mo-
nárquica y legitimada por un Ministerio conservador y
por una Cámara conservadora, es cuando se va á destruir la
unidad católica en España. Pues bien; en España, que te-
nemos el hecho social de que la inmensa mayoría de los
españoles son católicos, el Gobierno tiende á buscar la li-
bertad de cultos; es decir, en lugar de marchar á la perfec-
cion que le marcan con sus invariables derroteros las leyes
del progreso, marcha hacia lo que el Gobierno debe creer
que es un mal, una imperfeccion, una desgracia; yen
cambio, los Estados-Unidos, se encuentran con que tienen
una porcion de sectas distintas y que no puede establecer
la unidad católica. ¿Pero establecen la libertad de cultos'?
Nada de eso, Sres. Diputados; ellos cumplen el verdadero
precepto de la unidad católica consignando el principio de
la unidad cristiana. Pero hay más: no admiten en su seno
una secta que ante el racionalismo debe ser cristiana, ó
por lo ménos protestante, puesto que no arranca del natu-
ralismo filosófico, sino de la interpretacion con el libre
exámen de Lutero, de las Sagradas Escrituras; la secta




340 nISCURSO
de los mormones se establece y reclama el derecho de vivir
en los Estados-Unidos, y los Estados-Unidos fusilan á
su profeta y destierran á sus discípulos. ¿Quien, pues, está
más dentro de la unidad católica, dentro del principio, que
la informa: el que tiende en la medida de los tiempos y en la.
medida de las necesidades á realizar ese principio, ó los que
inconsideradamente lo rompen, y sin que nadie se lo exija
y contra el voto unánime del país la disuelven '?


Conste, pues, Sres. Diputad0s, que no es cosa de ayer
la unidad católica en España; conste, pues, que desde que
se realiza en el Concilio III de Toledo, en el verdadero si-
glo de oro de la España goda, la conversion de Recaredo y
la fusion de los principios de la unida(l nacional y de la.
verdadera unidad católica, ha ido tendiendo á su desarrollo
este último principio á traves de las irrupciones del AfrÍca
entera, que se derramó en sucesivas invasiones por Espa-
ña, convirtiendo á los que se podían converbr, arrojando
á los que no podían ser convertidos, y siempre caminando
á esta gran unidad, á este gran lazo de los siglos, que ha-
bía de atar con tan fuertes e inquebrantables ligaduras á la
entónces abigarrada España. Conste, pues, que esto fue
sucediendo y sucedió por fin, sin que tras la realizacion de
las últimas premisas, y tras la realizacion de sus gloriosas
consecuencias, viniese aquella época de cáos y de oscuri-
dad que os presentaba el Sr. Castelar. Nó; no es siglo de
cáos ni de oscuridad el siglo XVI, aquel siglo de oro de la
civilizacion española, en que nuestros poetas y nuestros
prosistas fijaron definitivamente los mágicos caracteres del
habla castellana; en que nuestros grandes capitanes recor-
rían el mundo paseando victoriosos los blasones de Castilla,
yen que nuestros grandes teólogos daban incomparables
muestras de su ciencia y de su genio en la Asamblea
Tridentina, el más alto Concilio que vieron los siglos. Es,
pues, señores, crímen de lesa nacionalidad venir á romper
lo que constituye el alma de nuestra Nacion en la Reli-
gion, en la política y en la historia.




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 341
j Ah, Sres. Diputados! j A qué sofismas hay que acudir


para desvirtuar estos raciocinios! Maravillárame á mí, se-
ñores Diputados, si no supiera hasta qué punto ciega el
entendimiento y se hace superior á él la pasion política,
el oir de los autorizados labios del Sr. Presidente del Con-
sejo de Ministros que la Constitucion interna de la Monar-
quía no encerraba este principio de unidad; maravillárame
á mí, señores, porque yo sé tanto como el que más de vos-
otros lo mucho que conoce, lo admirablemente que pro-
fundiza nuestra historia patria, el que más que timbres
perecederos de hombre político, tiene para mí el incom-
parable don de ser un gran historiador y un gran académi-
co; maravillárame á mí cómo una inteligencia tan clara y
tan profunda como la del Sr. Presidente del Consejo de Mi-
nistros, y un hombre tan versado en los anales de la his-
toria patria, podía sostener , obcecado por la pasion del
momento, que la unidad católica no era uno de los elemen-
tos tradicionales de nuestra gloriosa España. Quiero supo-
ner que nó, Sres. Diputados; quiero suponer que aquella
Monarquía, que se levantó con todo su esplendor en Recare-
do; quiero suponer que aquellas Córtes, que toman su ori-
gen por primera vez en aquellos admirables Concilios de
Toledo, que con el Rey aclamaron el principio de la unidad
católica; quiero suponer que esas dos grandes institucio-
nes, que son, y yo lo rBconozco, los dos pilares fundamen-
tales de nuestra Constitucion tradicional é histórica, no
proclamen á la par que la Monarquía en Recaredo y las
Córtes en los Concilios, el gran principio de la unidad ca-
tólica en el tercer Concilio de Toledo; quiero suponer que
desde Covadonga hasta Granada se haya peleado sólo por
la unidad monárquica y nacional, y no por la unidad cató-
lica, que las dió sér y vida en el viejo yen el Nuevo Mun-
do; quiero suponer todo esto, y yo le pregunto al Sr. Pre-
sidente del Consejo de Ministros, si la unidad católica nó,
por lo ménos la Religion, no formaba parte de la Constitu-
cion interna de la Monarquía Española. (BtSr. Presidente




342 DISCURSO
del Oonsejo de Ministros kace signos afirmativos.) Pues si la
Religion forma parte de esa Constitucion, ¿ por qué no me
dais para la Religion lo que me pedís para la Monarquía '?
Si el Sr. Presidonte del Consejo de Ministros me pide, y
con razon, unas grandes garantías políticas para la Mo-
narquía, porque forma parte de la Constitucion interna de
la Monarquía Española, ¿por qué no me otorga á mí esas
garantías para la Religion católica, que S. S. me acaba de
conceder que forma parte de la Constitucion interna de la
Monarquía'? Pues qué, Sres. Diputados, ¿os inspira más
respeto la Monarquía que la Religion '? ¿Os inspira más res-
peto la Monarquía, que es una institucion puramente hu-
mana, que la Religion, que es una institucion divina'?
Pues qué, Sres. Diputados, ¿es posible que vosotros, que
os llamais católicos, pospongais á la Monarquía la Reli-
gion católica, que es la única religion verdadera, la única
que puede salvar las almas, mientras que la Monarquía,
aunque es seguramente la mejor, no es la única forma de
Gobierno que puede hacer feliz á los pueblos'? (Risas).


Verdaderamente, Sres. Diputados, sería hacer injuria
á vuestro clarísimo talento interpretar vuestras risas como
acusándome de poco monárquico. No quiero rebatir el ar-
gumento que algunos han podido ver en vuestras sonrisas,
porque sería hacer terrible injuria á vuestro criterio y á
vuestra clarísima penetracion; porque lo que yo digo lo
han dicho todos los monárquicos, por más monárquicos
que sean. Esto es, que no cabe parangon posible en el ór-
den de la objetividad entre una institucion humana, una
forma de gobierno, siquiera sea para mí tan preciada y
querida como la Monarquía, con la Religion, con aquella
Religion revelada por el mismo Dios, que bajó á morir por
nosotros en ese instrumento infame de suplicio que se llama
la cruz, y sobre cuyos brazos se elevó desnudo para que
atrajera á sítodas las cosas y todos tendieran hacia él como
á su perfeccion final y como e~ último punto de la verda-
dera escala del progreso.




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 343
Pues bien, Sres. Diputados; vosotros me llamais inqui-


sidor y arrojais sobre mí la elocuentísima palabra del señor
Fernandez Jimenez, el torrente de magníficas imágenes
y de fascinadoras figuras que brotan de los labios del señor
Castelar, y los apóstrofes que me dirige el Sr. Romero 01'-
tiz ; vosotros me llamais inquisidor, porque pido la unidad
católica; pues si me llamais á mí inquisidor de la religion
católica, yo os voy á llamar á vosotros inquisidores de la
Monarquía, porque no pido más para la Religion que lo
que vosotros pedís para la Monarquía.


Yo, Sres. Diputados, asistí á una junta de periodistas
al despacho de un Gobernador que está presente, del señor
Elduayen, para tener noticias de lo que se podría tratar en
aquellos di as en los periódicos; y el Sr. Elduayen, celoso
defensor de la Monarquía, decía, mirando ante todo á la
conservacion de aquel Trono, que estaba obligado á que se
conservara, y decía: «Nó; yo no toleraré que se discuta
la forma monárquica, ni áun en artículqs doctrinales, en-
salzando la forma republicana en los Estados-Unidos. » Y
si esto decía el Gobernador de la provincia, atento sólo á
la conservacion del Trono en que cifraba el pueblo español
su ventura, ¿no lo podemos decir tambien respecto de la
Religion'? ¿No lo podcjmos decir en virtud de un principio
que no sea un principio racionalista y que desconozca por
completo la fuerza, el vigor y la realidad de la objetividad
cristiana; que sólo en virtud de un principio racionalista
me podeis negar para la Religion lo que me exigís para la
Monarquía'? ¡Ah, Sres. Diputados; con que no podía salir
un periódico hablando en un artículo doctrinal sobre la
forma republicana en los Estados-Unidos, y en cambio,
señores, podían salir los pE',riódicos protestantes, esos pa-
peluchos incalificables, llamando lJíos de la oblea al Dios
de la Eucaristía, en que creemos y que adoramos todos los
católicos españoles!


Es tan fuerte, es tan incontrastable la union que existe
entre los tres lazos que han unido con fuerte vínculo las




344 DISCURSO
diversas pq,rtes de la Nacion Española, que la revolucion,
señores, la revolucion, que es sapientísima en sus propósitos
y que tiene gran conocimiento de sus fines, fué etapa por
etapa destruyéndolos, para dar fin de eila en el último ca-
taclismo'que hubiera registrado la historia de la España enel
siglo XIX, á no haber la Providencia permitido un suceso
que interrumpiera en su curso á la revolucion de Setiem-
bre. Tres etapas, señores, marcan el curso de la revolucion
de Setiembre; en la primera etapa, las Oortes Oonstituyen-
tes rompen el lazo de la unidad católica; en la segunda
etapa, la Asamblea soberana corta 01 lazo de la unidad mo-
nárquica; y en la tercera etapa, la Asamblea federal se
dispuso á cortar el lazo de la unidad nacional. Así verifica
la revolucion su obra de destruccion y de exterminio. ¿, Y
cómo se verifica la restauracion ~ N otadlo bien, por el mé-
todo inverso.


Vino primero el general Pavía, y salva á España de un
cataclismo anudando con su espada el roto lazo de la· uni-
dad nacional. Vino despues el heroico general Martinez
Campos, y con su espada tambien reanudó el roto lazo de
la unidad monárquica. i, Y qué falta para acabar de com-
pletarla obra de la restauracion~ Falta, señores, que nos-
otros con nuestros votos reanudemos aquí el roto lazo de
la unidad católica. El dia que hayamos hecho eso, podré-
mos marcharnos de aquí tranquilos, podrémos dormir con
la conciencia satisfecha: aquel dia podrémos decir que he-
mos sido verdaderos restauradores y que hemos dado cima
á la gloriosa obra de la restauracion de la España monár-
quica y católica.


Es tambien para mí, Sres. Diputados, cl'Ímen de lesa
nacionalidad el arto 11, por cuanto que al destruir la uni-
dad católica introduce entre nosotros el inextinguible
gérmen de desunion y de discordia; es indudable, señores;
este argumento es demasiado conocido para que venga yo
á ofender vuestra ilustrada inteligencia comentándole.


Sabido es que una de las cosas que establecen más la




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MOl\'". 345
union en los espíritus, en las vóluntades y en las concien-
cias, es el lazo religioso. No me podréis negar que desde el
momento en que el lazo religioso se rompa y á merced de
la ruptura de la unidad católica, se infiltre en nuestras cos-
tumbres el indiferentismo y la diferencia de religiones, han
de surgir naturalmente así en el seno de la familia como en
el de la patria los gérmenes de la discordia, de la desunion
y de la rencilla.


Pero no solamente bajo este punto de vista, señores
Diputados, entreveo yo graves daños en el porvenir de
nuestra patria el dia que rompamos la unidad católica;
entreveo tambien, Sres. Diputados, entreveo perdidos una
porcion de preciosísimos privilegios, que gozamos los es-
pañoles, los españoles católicos, que somos la inmensa
mayoría de la Nacion; privilegios gloriosos, que hacen de
nosotros una verdadera excepcion en el mundo civilizado,
porque somos nosotros los únicos que los disfrutamos.


No es mi voz, Sres. Diputados, no es mi voz, que po-
dreis creer apasionada; es la elocuente voz de aquel repú-
blico ilustre, que se llamaba D. Antonio de los Rios y Rosas;
es la autorizada voz del regalista Aguirre; es la ,ilustre
voz del gran canonista Lafuente; todos lo dicen, todos lo
prueban, todos lo dijeron en aquellos dias aciagos, y acaso
con la autoridad de su palabra consiguieron detener la
marcha insensata de la revolucion, que iba á destruir tan
preciada joya, sosteniendo que si se destruía la unidad ca-
tólica perderíamos tambien, como consecuencias de ella,
aquellos preciosos bienes que constituyen nuestras mayo-
res glorias. Rota la unidad católica, perderíamos el patro-
nato, perderíamos el Tribunal de la Rota, perderíamos la
Bula de la Santa Cruzada, perderíamos las dispensas de la
Nunciatura, perderíamos el Vicariato general castrense,
y hasta se verán inquietados en su conciencia de católicos
aquellos que han visto saneadas sus compras de bienes
eclesiásticos por el indulto de 1851.


Pues qué, ¿ creeis, señores de la Comision, creeis que




346 DISCURSO
votado el arto n está todo acabado? Creeis que no hay más
que venir aquí, depositar vuestro voto yen seguida sen-
taros dispuestos á descansar? Ah, nó, Sres. Diputados! Al
~ia siguiente de haber votado el arto 11, es cuando empie-
za, señores, la gran rencilla religiosa. ¡ Ah, Sres. Dipu-
tados! Aquel dia los Prelados españoles y el Sumo Pontífi-
ce os dejarán de rogar y suplicar que no voteis el arto 11,
que no voteis los fueros de la libertad de conciencia: al
dia siguiente, roto ya de una manera violenta el lazo del
privilegio que tenía la Religion católica en España, la
Santa Sede y los Prelados españoles, al ver que los colo-
cais al igual que los demás cultos, dirán: «Nó; recojamos
nuestros derechos y prerogativas, y preparémonos á la lu-
cha á que con los demas cultos se nos llama.» (Fuertes
rumores.)


Pues qué, ¿quereis votar la libertad de cultos y conser-
var las regalías? ¡Ah! ¿Quereis contratos leoninos? Esto,
Sres. Diputados, da una prueba bien triste de vuestra sin-
ceridad y de vuestro catolicismo.


Yo, con la sinceridad con que acostumbro á tratar to-
das las cuestiones, y porque aquí encaja como de molde,
voy á tratar la cuestion relativa al ilustre negociador del
Concordato, como llamó el Sr. Presidente del Consejo de
Ministros tÍ mi padre el Marqués de Pidal.


Todos vosotros sois testigos, Sres. Diputados, de que
acusando yo al Sr. Condl') de Toreno, que siento muchísi-
mo no esté en este sitio, acusando al Sr. Conde de Toreno
de que faltaba por completo á las tradiciones de un nom-
bre ilustre para él muy respetable, desde el momfmto en
que venía á pedir la destruccion de la unidad católica, el
Sr. Presidente del Consejo de Ministros, aprovechándose
de una réplica que hizo á D. Fernando Álvarez, si mal no
recuerdo, decía que la cuestion no era religiosa, y que
esto lo decía fundado en unas palabras de mi padre el Mar-
qués de Pidal, por donde el Sr. Presidente del Consejo
venía en conocimiento de que yo, y no el Sr. Conde de To-




DEL SR. D. ALEJAKDRO PIDAL y MON. 347
reno, era el que faltaba á las tradiciones de un nombre
ilustre en el partido moderado.


El Sr. Conde de Toreno, señores , faltaba, no sólo á las _
tradiciones de su padre, sino á las suyas propias al defen-
der la libertad de cultos, porque todo el mundo sabe que el
Sr. Conde de Toreno poco tiempo antes de la restauracion
pidió, no sé si al Sr. Alonso Colmenares, pero en fin, á un
Ministro constitucional, lo mismo que no nos quereis dar
ahora á nosotros; y voy á demostrar ahora al Congreso, con
la lectura de breves textos, que no tiene razon de ser la
opinion de que yo falto á las trauiciones del ilustre nego-
ciador del Concordato porque pido la unidad católica, y
adem,ís porque la considero como una euestion religiosa.


« Se quiere, escribía el Marqués de Pidal en una oca-
sion en que se trataba de poner en tela de juicio la unidad
católica en una Cámara revolucionaria; se quiere, eL lo que
parece, por algunos inconsiderados destruir uno de los
mayores bienes de la Nacion Española: la unidad religiosa:
se quiere que desaparezca este gran hecho social, que tan-
tos males evita á la Nacion, que tan arraigado está en su
espíritu, en su vida íntima, en sus tradiciones y en su
historia.
»~Qué queda, preguntaba el Marqués de Pidal, qué


queda, pues, profundos hombres de Estado, que así que-
reis destruir ó debilitar aquel elemento de accion y de
vida'? i, Qué queda, os preguntamos otra vez, para el dia
de un gran peligro, para una grande ocasion'? La España
con su unidad religiosa, con su ardiente y fervoso catoli-
cismo, puede todavía levantarse de la postracion en que se
encuentra, porque ese ha sido siempre el principio de su
vitalidad y energía; pues si la incredulidad y la indiferen-
cia llegan á corroer sus entrañas, á extirpar el gérmen de
vida que la da aliento y animacion, la España no será más
que una sombra de lo que ha sido, un cadáver de Nacion,
presa destinada al primero que se jttreva á alargar sobre
ella la mano. .




348 DISCURSO
»¿ Y éstos me llamai8 políticos, añadía el ilustre nego-


ciador del Concordato Sr. Marqués de Pidal; y éstos me
llamais políticos, dirían hoy la Francia, la Inglaterra y
las demas naciones donde existe la diversidad de religio-
nes, y éstos me llamais políticos, que teniendo y poseyen-
do el gran bien de la unidad de religion le desechan y re-
chazan tan inconsiderada y gratuitamente'?»


Pero me dirá el Sr. Presidente del Consejo de Minis-
tros: no es esta la cuestiono; yo no digo á S. S. que falte
á las tradiciones de su padre defendiendo la unidad cató-
lica; yo no he de negarle que quien falta es el Sr. Conde
de Toreno defendiendo la libertad de cultos; lo que hay es
que S. S. defiende la cuestion de la unidad católica como
una cuestion religiosa, y el padre de S. S. la defendía
como una cuestion política.


¿No es este el argumento, Sr. Presidente del Consejo
de Ministros'? (El8r. Presidente del Oonsejo de Ministros:
Ni áun así es exacto.) Irémos al otro, porque tengo los
defQctos propios de mi inexperiencia; pero creo que no me
negará S. S. la lealtad en el debate. (Rumores.)


¿ Tantas ventajas creeis que tiene el ocupar el sitio que
yo ocupo, que he de buscar mentiras para seguir en él'?
Pues qué, ¿puede uno sentarse en este banco más que por
el amor desinteresado á la verdad, cuando se está tan
cercano en él á las fronteras del ostracismo'? (R1{mores.)


Señores Diputados, tengo buena memoria, y recuerdo
perfectamente las palabras que, si no con tanta franqueza
y sinceridad como yo lo hago, me ha dirigido aquí en al-
gunas ocasiones el Sr. Presidente del Consejo de Ministros;
y si en esas ocasiones no pude rectificar por aconteci-
mientos que deploro; y si no encuentro justo ni convo-
niente volver á remover debates muertos y pasados, os pido
por favor que no me pidais la justificacion de lo que he di-
cho, trayendo al debate argumentos que, como dígo, no
son de esta ocasiono


Qué, señores Diputados, ¿no es el ostracismo político




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 349
lo que quereis para los que defendemos aquÍ ciertas solu-
ciones, al llamaros vosotros el partido conservador de la
Monarquía, y al buscar el elemento liberal en otros parti-
dos que estaban verdaderamente en el ostracismo y fuera
de la Monarquía restaurada'? Pues qué, i,creeis que no sien-
to aquí, bajo mis piés, una porcion de corrientes eléctricas
y volcánicas que me indican los diferentes giros que toma
la política, y los diferentes puntos de vista, los diferentes
manejos de mayoría y minoría que hacen retemblar este
suelo, al parecer tan tranquilo, como el suelo inquieto de
una solfatara '?


Sí, Sr. Presidente; no estoy tan léjos de la realidad que
no sienta el rugido de los huracanes subterráneos.


Pues bien, señores Diputados; yo defiendo la cuestion
como cuestion nacional, como la defendía el ilustre nego-
ciador del Concordato; pero además defiendo la unidad ca-
tólica como cuestion religiosa, áun cuando no la hubiera
defendido así el ilustre negociador del Concordato, que E'Í
la defendió. (El Sr. Presidente del (Jonsejo de Minist1'os: Nó.)
Voy á demostrar que sí al Sr. Presidente del Consejo de
Ministros: «La otra advertencia, dice en uno de sus escri-
tos el Marqués de Pidal, es que al tratar de este grave pun-
to sólo aducirémos razones políticas, y por decirlo así, de
tejas abajo, nó porque no sean á nuestros ojos de gran va-
lia las que en otra esfera y en otro órden de ideas se pudie-
ran alegar, sino porque las contemplamos ajenas de nues-
tra competencia, porque no creemos que hay necesidl),d de
apelar á ellas, y sobre todo, porque juzgamos que no se-
rian de gran eficacia para con muchos de los que sustentan
lo que vamos á impugnar.»


Es decir, que el Sr. Marqués de Pidal, dirigiéndose á
las Córtes Constituyentes del 54, les decía: «yo trato la
cuestion bajo el punto de vista político, porque áun cuando
kay otras grandes razones á nuestros ojos de gran valía queer¿
otra esfera os pudiera alegar, yo no os las digo, porque
acaso no sf'rían oidas.»


23




~50 DISCURSO
¡, Quereis que se os dirija á vosotros el mismo argu-


mento, señores individuos de la mayoría católica'?
Pero continúa el Sr. Marqués de Pidal:
«Todas las razones alegadas serían bastantes p'ara de-


tener á los hombres de Estado más temerarios, aunque nos
hallásemos en circunstancias normales y ordinarias, sose-
gados los pueblos, afianzadas las instituciones, funcio-
nando libre y desembarazadamente los poderes públicos, y
sin los embarazos económicos y administrativos bajo cuyo
peso estamos agobiados. Pero cuando á todos estos peligros
se allega la inminencia de una guerra civil: cuando esta
guerra civil se sabe, por una larga y continuada experien-
cia, que se suscita siempre tomando por principal motivo ó
pretexto que se camina á la ruina de la Religion, ¡oh! en-
tónces es preciso haber perdido el juicio ó desear el triunfo
del carlismo, para arrojarse á semejante desvarío. Entón-
ees, entónces están easi por demas los raciocinios.»


y dice, siguiendo el Sr. Marqués de Pidal despues de
este argumento, que convenía con el de S. S., el que su-
pone que atacar la unidad católica, era hacer política car-
lista; argumento que vino luégo á confirmar S. S. de nue-
vo diciendo que el partido carlista hacía política á lo San-
son, derribando el órden soeial; argumento de S. S. con-
firmado por esas palabras posteriores de S. S., que con el
calor de la improvisacion se olvidó que no debia pro-
nunciar.


Añade en seguida el Sr. Marqués de Pidal:
«Seríamos hipócritas si al terminar estas breves refle-


xiones sobre materia tan grave, no confesásemos que, ade-
más de todas las razones que hemos alegado, nos asiste otra
muy poderosa que pertenece á un órden más elevado de ideas,
ti saber: el interes mismo de la RELIGION que sinceramente
profesamos. Somos católicos, y deseamos como tales el engran-
decimiento del catolicismo; pero de propósito nos hemos abs-
tenido de razones tomadas del interes religioso, por maS
que reeonozcamos su mayor fuerza y ~ficacia, y nos hemos




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 351
limitado á razones políticas y temporales, por los motivos
que al principio hemos expuesto. Ni se necesitan otras
para españoles amantes de su patria, de su prosperidad y
de su porvenir.»


Queda, pues, demostrado, señores Diputados, que no
soy yo el que abandono las tradiciones del ilustre nego-
ciador del Concordato, y sí mi querido amigo el Sr. Conde
de Toreno, á quien celebro ver ya en su sitio, al venir
aquí á sostener la unidad católica, y al sostener que no es
una cuestion política solamente, sino cuestion religiosa,
y aunque á la ligera en mi discurso de ayer le reté al se-
ñor Presidente del Consejo á que me enseñara un texto en
que el Marqués de Pidal dijera que no era cuestion religio-
sa. Lo que mi padre el Marqués de Pidal había dicho es que
no era cuestion eclesiástica, y los que confunden lo ecle-
siástico y lo religioso no han saludado los libros de derecho
canónico. Pues qué, bes lo mismo lo eclesiástico que lo re-
ligioso'? Señores Diputados, todo lo eclesiástico es religio-
so, pero no todo lo. religioso es eclesiástico; el Sr. Conde
del Llobregat es una persona muy religiosa, pero no tiene
nada de cura. (Risas.)


Señores Diputados, si yo tuviera la habilidad parlamen-
taria del Sr. Presidente del Consej o de Ministros, pudiera
seguir batiéndome en guerrillas todo el tiempo que tuviera
por conveniente; pero no es esta mi costumbre ni mi gus-
to; la cuestion aquí planteada es una cuestion que no por
falta de entendimiento, sino por falta de tiempo y espacio,
no ha planteado aquí en su verdadero terreno el Sr. Presi-
dente del Consejo. La cuestion es la siguiente: si roto el
Concordato, está rota la unidad católica (El SI)'. Prisidente
del Oonsejo de Ministros: Esa es la cuestion.); esta es la cues-
tion. Así se plantea clara, noble y resueltamente. Pues esa
cuestion, que despues de todo he sido yo quien la ha plan-
teado ... (El Sr. Presid,nte del CO'l/,se}o de Minist-ros: Nó; yo.)
¡Oh! su señorla no ha hecho más que indicarla, como
quien ha oído campanas sin saber dónde. (.Rumoru.) Quien




352 DISCURSO
ha traido la cuestion al verdadero terreno he sido yo. No
creo que haya ofensa ninguna en estas palabras; si la hu-
biera, yo las retiro. (E18r. Presidente delOonsejo de AIinis-
tros: Ninguna; no hay que retirarlas.) El Sr. Presidente
del Consejo de Ministros me ha acusado de que yo faltaba
á la tradicion de mi padre, porque sostenía que esta cues-
tion no era política, y todo lo que acabo de decir ha tenido
por objeto de.mostrar evidentemente que mi padre había
dicho, nó que la cuestion religiosa fuese una cuestion po-
lítica, sino que no era una cuestion elesiástica, lo cual,
como acaban de ver los señores Diputados, con el práctico y
viviente ejemplo de mi digno amigo el Sr. Conde del Llobre-
gat , no es lo mismo. (Grandesrisas.) La cuestion, repito, es
si roto el Concordato queda rota la unidad católica; argu-
mento que, aunque se probara en contra mia, no destrui-
ría en nada la otra inmensa serie de argumentos religiosos
que hacemos en favor de la unidad; pero vamos á examinar
en su verdadero punto de vista esta cuestiono


Yo sostengo que roto el Concordato está rota la unidad
religiosa. i,Por qué? Porque el Concordato está basado en
el hecho sine qua non de la unidad católica; y la prueba de
que el Concordato está basado en el hecho de la unidad ca-
tólica, es que yo desafío al Sr. Presidente del Consejo de
Ministros y al Sr. Ministro de Estado á que me conserven
el arto 2.0 yel arto 3.° del Concordato desde el momento
qu~ está destruido el articulo 9.°, pues si en los artícu-
los 2.° y 3.° se pactan con fuerza dispositiva una porcion
de derechos á favor de la Iglesia, de lo cual se ve pri-
vada, si se vota el articulo 11, Y una porcion de dere-
chos y de privilegios que solamente se comprenden en el
estado excepcional de la unidad católica, desde el momen-
to que cae esta unidad católica queda deshecho el Con-
cordato. Figurémonos que el Sr. Presidente del Consejo y
yo hiciéramos un pacto sobre el hecho de que en cierto dia
el Sr. Presidente había de ejecutar, precisamente con su
mano derecha, cierta operacion, y que al Sr. Presidente la




DEL RR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 353
sucediera, lo que yo no deseo, á saber: que le cortaran la
mano derecha; ¿, qué resultaría entónces'? Que el pacto de-
jaría de existir, porque le faltaría la base; ¿,cómo se había
de poder cumplir lo pactado, cómo había de poder obrar
con la mano derecha el Sr. Presidente, si no tenía la mano
derecha'? Pues eso mismo sucede con el Concordato.


Pero aquí se presenta una cuestion; es indudable que
todos estais conformes en que eso de la unidad católica y
eso del Concordato se concuerdan y se corresponden, y en
que hay, por consiguiente, que modificar el Concordato,
dado el hecho de la desaparicion de la unidad católica. Sobre
esto, no sólo convengo con la Santa Sede y el Sr. Marqués
de Pidal, sino que ha convenido tambien el Ministro de
Gracia y Justicia, cuando era ministro revolucionario, y el
Sr. Conde de Toreno cuando era de oposicion á esos Go-
biernos. En un elocuentísimo discurso que pronunció mi
querido amigo el Sr. Conde de Toreno en contra de los fa-
mosos decretos del Sr. Romero Ortiz, que siguen todavía
vigentes, decía pidiendo á aquel Ministerio de los consti-
tucionales, que derogase la libertad de cultos y el sufragio
universal, que S. S. nos ha conservado hoy como ministro
de D. Alfonso XII, lo siguiente: «Desde los primeros ins-
tantes, desde los primeros momentos se viene proclamando
por sí JI ante sí, sin contar para nada con quien debía contar-
se, la libertad de cultos. Yo creía entónces que fué un acto
violento el establecimiento de la libertad de cultos en la for-
ma que se kizo, y que era necesario tranquilizar las concien-
cias de los españoles.» (El 81'. Mini/llro de Fomento: Y estoy
de acuerdo ahora con esas palabras.) Pues si está conforme
lo que piensa ahora S. S. con lo que pensaba ántes, siento
que no ponga de acuerdo su pensamiento con su conducta.


El Sr. Ministro de Gracia y Justicia, ilustrado juriscon-
sulto, pidió, si no recuerdo mal, una autorizacion á las
Córtes para reformar el Concordato celebrado con la Santa
Sede en 16 de Marzo de 1851, Y decía pidiendo á las Cór-
tes la autorizacion;




354 DÍSCURSO
«Razones políticas y económicas exigen la reforma del Con-


cordato celebrado con la Santa Sede el 16 de Marzo de 1851, de
acuerdo con esta Santa Sede ...


»Los dos primeros párrafos tienden á consignar en el Concor-
dato lo que es ya un hecho legal é irrevocable: la libertad de cul-
tos y las de euseñanza é imprenta. No necesitan estas declaracio-
ues de la ley fundamental de más fuerza que la que en sí tienen;
pero es bueno que se reproduzcan en todo lugar donde de tales
puntos ha venidotratdndose, y que obtengan una expresa acep-
tacion por parte de la suprema autoridad de la Iglesia, á quien
el Gobierno, en representacion de la Nacíon, respeta, estima y
considera en lo que debe.


-Artículo 1.0 Se autoriza al Gobierno para revisar y reformar,
de aeuenlo con la Santa Sede, el Concordato de 1851 con los ob-
jetos siguientes:


q l. o Poner en armonía el arto l. o de dicho Ooncordato con los
21 y 22 de la nneva Constitucion decretada y sancionada por las
Córtes.Jl


(Preámbulo y p?'o?/ecto de ley presentado por el Sr, kIartin
de Herrera, Ministro de Gracia y Justicia, á las Oórtes Oons-
titu.yentes en 28 de Junio de 1869 para reformar y 1'evisa?' el Oon-
cordato, de acuerdo con la ,yanta Sede.)


De consiguiente, resulta que el Sr. Ministro de Gracia
y Justicia consideraba necesario tratar con la Santa Sede
para reformar el Concordato, para que resucitara en Espa-
fía el Concordato con la libertad de cultos; de manera que
el SI'. Ministro de Gracia y Justicia consideraba necesario
reformar el arto l. o del Concordato, que consignaba la uni-
dad católica, para ponerlo en armonía con el arto 21, que
la destruía. Pues esto es lo que venimos diciendo los que nos
oponemos al arto 11 en nombre del Concordato; esto es lo
único esencial é importante para el asunto que se discute,
porque desde el momento que una de las partes contratan-
tes declare que se ha roto el Concordato, la Santa Sede
tiene razon para decir que por su parte lo está tambien,
quedando, pues, el pacto roto por las dos partes,. Aquí
traigo doscientos textos paraprobarlo, de los hombres más




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 355
importantes de la revolucion, que no leo por no molestar al
Congreso, en que se considera la cuestionlo mismo que yo
la estoy considerando.


En cuanto á la persona del ilustre negociador del Con-
cordato, aunque estaba conforme con esto, es bien sabido
que no opinaba como otros señores en cuanto á la forma en
que la unidad católica estaba en el Concordato; segull
unos, estaba como una simple enunciacion; segun otros,
estaba como una enunciacion con fuerza dispositiva; y mi
padre opinó siempre que no tenía fuerza dispositiva en
cuanto convenio, y allí no estaba mls que como enuncia-
cion de un hecho, pero sobre el cual estaba basado todo el
Concordato. Grandes, poderosísimas razones, todas fundadas
en la obligacion y conveniencia de ma!ltener la unidad ca-
tólica sin necesidad del Concordato, y que leeré al Con-
greso si lo desea, daba el Marqués de Pidal para sostener
este punto de vista; pero siempre conforme en que la uni-
dad católica era la base sine qua non del Concordato. «Yo,
decía el Marqués de Pidal, como español y católico, tengo
obligacion de conservar á mi país la preciada joya de la
unidad católica; yo , como católico y como español, tengo
obligacion de aplicar á mi país las reglas que me dicta
la religion que profeso: pero yo, como español y como
Gobierno, no quiero pactar en un tratado internacional
con otra potencia la unidad católica.» De consiguiente, no
porque era una cuestion de derecho público, sino por-
que era una cuestion que se t'ozaba con la soberanía, y
usa esta misma palabra que se 'rozaba con la soberanía de
la Nacion, era por lo que el Marqués de Pidal no queria
pactarla, y sí sólo consignarla por escrito en un pacto Ín-
ternacional, que despues de todo, por el carácter de pacto
y de privilegio podría tener el mismo valor que si le pac-
tara el Gran Sultan de Turquía. Mi padre creía cumplir así
con un derecho de español y un deber de católico, y lo que
quería era conservarla como español por un deber patrió-
tico, como católico por un deber de su conciencia, pero no




356 DisCURSO
queria consignarla como obligacion de la Nacion enfren-
te de otra N acion , y como una concesion onerosa.


Este es un punto importante para mi persona, pero que
despues de todo, á la Nacion la debe tener sin cuidado,
porque si mi padre fué el ilustre negociador del Concorda-
to, no fué el ilustre firmante del Concordato; ~l que firmó
el Concordato, el Sr. Bertran de Lis, el que con su nombre
y su firma le dió fuerza legal, sostuvo que él al firmarlo
había entendido que aquella consignacion tenía fuerza dis-
positiva. (El 81'. Presidente del Oonsejo: No es exacto.) ¿Que
no es exacto? ¿Por qué me pone S. S. en el conflicto de
estarle leyendo textos continuamente, que le dejen redu-
cido á silencio'? (El 81'. Presidente del Oonsejo: Al fin lee-
rá S. S. uno que pertenezca á la cuestion.) El Sr. Bertran
de Lis ha declarado en varios documentos que traigo aquí. ..
(El 81'. Presidente del Oonsejo: Veámoslo.)


Señores Diputados, hubo hasta una polémica ...
El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cáno-


vas del Castillo) : i Una polémica! Así se tratan las cuestio-
nes de Estado!


El Sr. PIDAL Y MON: ¿Quiere S. S. que lo lea'? Pues
el Sr. Bertran de Lis declaró en ~na polémica que tuvo ...


El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cáno-
vas del Castillo): Una polémica; documentos en que el
Sr. Bertran de Lis declare eso, eso es lo que importa á la
Nacion.


El Sr. PIDAL Y MON : ¿Pues cómo lo había de declarar,
Sr. Presidente del Consejo'? Declaró que él había entendi-
do que daba fuerza dispositiva en el arto 1.0 á la unidad
católica en una polémica que tuvo con el Marqués de Pidal
en los últimos años de la. vida de éste. (El 81'. Presidente
del Oonsejo: Pido la palabra para despues que acabe el se-
ñor Pidal.)


Decía el Sr. Bertran de Lis en carta original que figura
en la polémica y que tengo aquí: «Le repito á S. S., á
quien se ha reputado como autor del Concordato, que su




tHi!t SR. D. ALEJANDRO PIDAL V MON. 357
señoría ha sentado una opinion que, aunque yo respete
mucho como una opinion particular, no puedo ménos de
considerar como funestísima, á saber: que en el arto 1.° del
Concordato no estaba consignado el principio de la unidad
católica. Esta proposicion, autorizada ya con su nombre de
Vd., tomaba vuelo. ¿ Era prudente que guardáramos silen-
cio? N ó , y mil veces nó ; estábamos obligados á combatir el
aserto de Vd. saliendo en pró de la interpretadon verdadera
del arto 1.0 y ~n apoyo de la palabra sagrada del Sumo Pontí-
fice, trasmitida por su Gobierno en un documento oficial so-
lemne y de todo el mundo conocido.»


1, Quiere más S. S.? Seria suponerme á mí demasiado
cándido creer que he de venir desde los bancos de la oposi-
cion tt hacer argumentos al Ministerio. que tiene á su dis-
pQsicion los archivos del Ministerio de Estado y de Gracia
y Justicia sobre puntos concretos en que no estén fundados
mis asertos sobre documentos y pruebas fehacientes. Si yo
me atrevo á entrar en polémica con S. S. en las lides de la
elocuencia, en las luchas de la palabra, en las contiendas
de la historia, en las cuestiones filosóficas, en los hechos
materiales; yo, miserable pigmeo de la oratoria, ¿,cómo
he de atreverme á discutir con S. S., gigante de nuestra
tribuna, sino cuando me halle pertrechado de la honda y de
las piedras con que el humilde pastor David derribó al gi-
gante Goliat ?


Repito, Sres. Diputados, que esta cuestion no tiene
más que una importancia personal; que la importancia de
la cuestion para el país no se relaciona con el modo Con
que el Marqués de Pidal entendía que estaba consignada la
unidad católica en el Concordato, y que todos los argu-
mentos que sobre esto se funden no serán más que una
distraccion de fuerzas, á fin de que la Cámara fijándose en
esas cuestiones personales y de familia pueda perder de
vista el punto concreto é importante del debate, á saber:
que la opinion del Sr. Pidal, iniciador del Concordato,
como la del Sr. Bertran de Lis que lo firmó, y tiene auto-




358 DISCURSO
ridad en la materia, como la del Sr. Conde de Toreno cuan-
do habló en las Córtes, y como la del Sr. Ministro de Gra-
cia y Justicia cuando vino á proponer una reforma del
Concordato para poner en armonía el arto 1.0, que establecía
la unidad religiosa, con el arto 21 , que la echaba por tierra,
ha sido siempre que la unidad religiosa es la condicion sine
qna non del Concordato, y que es imposible cumplirlos ar-
tículos 2.° y 3.° si no existe la unidad católica. Este es el
punto importante del debate, y sobre eso tenemos, además
de las declaraciones de la Santa Sede, las Bulas apostóli-
('.~~s que Jirigiú consignándolo así á los Obispos; letras
apost,',licas en que Su Santidad anunciaba que se había
pactado la unidad católica en el Concordato; letras que ob-
tuvieron el pase de los Gobiernos españoles.


Abandonemos, pues, este terreno, y para dar fin á mi
largo y pesadísimo discurso, permitidme que termine
examinando la última fase de la cuestion , y diciendo por
qué considero que el arto 11 es un crímen de lesa Religion.


Se lío res Diputados, he dicho ántes y me he comprome-
tido á probar, que me oponía al arto 11 , por creer como
católico que es un crímen de lesa Religion ; y para probar
este asert.o no tendría necesidad, si fuérais consecuentes
con las consecuencias que de vuestras premisas se dedu-
cen, de hacer grandes, teológicos y canónicos raciocinios;
me bastaría leeros los varios Breves que el Sumo Pontífice
ha dirigido á varios Prelados españoles. En uno, que ver.!
hoy la luz pública, el Romano Pontífice, previendo la po-
sibilidad de que en la votacion de esta tarde se pierda. la
unidad católica, dice al Prelado á quien el Breve se dirige,
que con esta votacion se va á separar el trigo de la cizaña.
(El Sr. Goicorroetea pronuncia algunas palabras que no se
entienden.)


Estoy tratando la cuestion como católico; como espa-
ñolla he tratado ántes. Si para el Sr. Goicorroetea hay opo-
sicion entre los intereses del catolicismo y los intereses de
España, le aseguro á S. S. que yo en su caso dejaría ó de




DEL SR. D. ALEJANDRO PIIlAL Y MON. 359
ser español ó de ser católico. (El Sr. Goieorroetea: Pues yo
soy espailol y católico.) Pues S. S. defiende segun su modo
de ver dos intereses contrarios, resueltos en una síntesis
que no se puede concebir como no sea la síntesis del ab-
surdo.


El Sr. PRESIDENTE: Ruego á S. S. que se dirija al
Congreso.


El Sr. Ministro de ESTADO (Calderon Collantes): Pido
la palabra.


El Sr. PIDAL Y MON: Me felicito, Sres. Diputados, de
que esta interrupcion haya dado lugar á que haya pedido
la palabra el Sr. Ministro de Estado, porque así verémos
luégo el otro lado de la cuestion, pues no dudo yo que al
tomar la palabra el Sr. Ministro de Estado en este recinto,
en ocasion tan solemne y sobre cuestion tan grave, ha de
poner un correctivo .á las palabras que han pronunciado
muchos señores de la Comision, so pena de aparecer con
su silencio que las acepta y tolera en el mismo sentido y
con el mismo alcance, siendo público y notorio que si Sil
señoría se ha prestado á apoyar el arto 11 , es , nó porque
crea S. S., como el Sr. Martin de Herrera, que es mas ex-
plícito que el de la Constitucion de 1869 ... (El Sr. Minis-
tro de Gracia y Justicia: Yo no he dicho eso.)


El Sr. PRESIDENTE: Sr. Pidal , no es S. S. responsa-
ble de los diálogos que mantiene con los Diputados en los
bancos, pero ruego á S. S. que me ayude á cumplir el Re-
glamento dirigiéndose al Congreso y al Presidente. (Mu,l/
bien, muy bien.)


El Sr. PIDAL Y MON: Doy á S. S. muchísimas gracias
por la observacion que me ha dirigido, y que no compren-
do cómo aplauden aquéllos que debían haberse visto cen-
surados en la indicacion de S. S.


Pues bien, Sres. Diputados; dirigiéndome al Congreso,
le diré yo: gracias á Dios que vamos á ver el reverso de la
medalla; gracias á Dios que vamos á oir aquí otra inter-
pretacion al arto 11, que no sea la del Sr. Candau y la del





360 DISCURSO
Sr. Ministro de Gracia y Justicia, y la de todos aquellos
que dicen desde las opuestas orillas ministeriales a los que
todavía permanecen desterrados en Israel: «Venid á nos-
otros, que hemos conseguido enclavar aquí nuestras tien-
das y levantar la bandera de nuestros principios en medio
del campo conservador enemigo: venid á nosotros, que
aquí hemos planteado, en alianza con los partidos eonser-
vadores, nuestros verdaderos y radicales princi píos, mejor
que los pudimos plantear en alianza con el partido radical
y revolucionario.» Gracias á Dios que vamos á oir la pala-
bra severa y autorizada de un homhre ilustre, que si vota
el art. 11, es porque cree que en él está consignada la
unidad católica, y porque verémos al fin la interpretacion
que da al párrafo tercero, total y completamente opuesta,
segun de público se dice, á la que ha recibido hasta aquí
de esos bancos; interpretacion reservada hasta ahora para
la Cámara de Próceres, y que gracias á mi intemperancia
ya a ser escuchada por vosotros, señores Diputados.


Ya me extrañaba á mí que con su silencio se pudiera
hacer cómplice el Sr. Ministro de Estado de las gravisi-
mas interpretaciones que al arto 11 dieron los Sres. Moreno
Nieto, Fernandez Jimenez , Candau y algunos otros seño-
res de la Comisiono


Y dicho esto, entro a decir que la tésis de que combato
el arto 11, porque constituye un crimen de lesa Religion, la
podría probar con la lectura de los Breves que Su Santidad
ha dirigido á los prelados condenando el arto 11 , Y dicien-
do que VIOLA DEL TODO LOS DERECHOS DE LA VER-
DAD Y de la RELIGION CATÓLICA; pero no quiero, por-
que por lo visto, Sres. Diputados, esto no os convence; y
como no os convence el ver agrupados en torno de la pala-
bra augusta del Pontífiee a todo el Episcopado español uná-
nime , á todo el clero, a todas las notabilidades del catoli-
cismo español, y creeis en virtud de un principio que es
completamente racionalista, que vuestro criterio indivi-
dual es superior en una cuestion que se roza con la moral y




Dl<:L SR. I). AUUANDRO PIDAT. y MON. 361
con la Religion al criterio del Santo Padre yal de todos los
ilustres prelados españoles, como creeis que no basta todo
esto, expondré las razones filosóficas que tengo y que im-
peran en favor de mi tésis.


Señores Diputados, todos sabeis que la Iglesia es una
sociedad perfecta é independiente de derecho divino, eu-
cargada de promover en el hombre la perfeccion en el ór-
den sobrenatural; todos sabeis que el Estado es una insti-
tucion perfecta é independiente tambien, y tambien de de-
recho divino, encargada de realizar el derecho y de procu-
rar la perfeccion moral del hombre como sér social en el
órden natural; todos sabeis que en virtud de esas dos gran-
des nociones de la Iglesia y del Estado que profesan las es-
cuelas católicas, si bien se ha señalado siempre como el
principio fundamental de que nace la libertad en el mundo
la distincion entre los dos poderes, se ha señalado tambien
como el principio de que arranca el órden en el mundo la
concordia entre esos dos poderes mismos.


Pues bien, Sres. Diputados, el Estado al realizar su fin
natural y humano, tiene que realizarle teniendo siempre
presente como norte fijo y como derrotero seguro, el prin-
cipio incontrovertible d~l dogma religioso; porque si bien
el Estado realiza los fines del hombre sobre la tierra, la Re-
ligion realiza el fin último y superior en que se concentran,
confirman y unifican todos los fines humanos englobados en
esa gran finalidad, que es, señores, la gran prueba de la
alteza y sublimidad de la Religion y de la filosofía católi-
cas, enfrente de las escuelas racionalistas.


Las escuelas racionalistas se preocupan muchísimo del
fin de la humanidad, pero no se preocupan de la finalidad
del individuo; el individuo para ellas es un átomo perdido
en el espacio, que se disuelve y se anega en el seno de
no se que totalidad desconocida é incomprensible. Pero
para la escuela católica, el individuo es en cuanto per-
sona, en cuanto poseedor de su personalidad, el pun-
to último en que deben reunirse, y juntarse, y dirigir-




362 ~ISCURSO
se todas las fuerzas de la Sociedad, de la naturaleza y del
espíritu para la consecucion de su último fin ; por eso, so-
ñores, el Estado católico, que tiene que realizar el dere-
cho; el Estado católico, que procura perfeccionar al indi-
viduo como sér en el órden natural, tiene siempre á la vista
aquella gran finalidad que nos presenta la Religion católica
como la sancion de las grandes leyes divinas, como 01 cas-
tigo ó el premio de las acciones humanas; sancion regulada
por la Religion y la moral, bajo la cual caen todas las ac-
ciones de la personalidad, así de la personalidad individual
como de la personalidad colectiva.


y sentaua esta teoría, que es necesaria para deducir
las naturales consecuencias, surge de aquí, señores, qua
hay que considerar dos cosas: la tésis y la ltip6tesis de esta
cuestion; {!tesis é Mpot!tesis que son, señores, con nombres
modernos, ni más ni ménos que aquello que nuestros ilus-
tres teólogos llamaban el per se y el per accidens de la
cuestion religiosa. Es indudable, señores, que el Estado
católico tiene obligacion de proteger yde defender ála Re-
ligion católica, como el único medio de que el sér moral,
al realizar su fin humano en la tierra, le realice con direc-
cion y con sujecion al fin superior de su espíritu en el otro
mundo y en el órden sobrenatural; pero puede haber cir-
cunstancias en las cuales el Estado se encuentre em bara-
zado en la esfera propia de su accion, para aplicar la tésis
con todo el rigor de lo absoluto, no por cuanto embarace
su propia accion como fin, sino en cuanto la embarace como
medio, porque entónces el Estado, embarazado en su ac-
cion , en su propia esfera, nO podrá contribuir en la esfera
superior y ulterior de sus destinos al bien de esa misma
Religion, que viene á redundar en bien superior y eterno
de esos mismos individuos. De aquí, señores, que el Esta-
do soeial de una nacion en relacion con este principio, sea
lo que los teólogos, los filósofos y los políticos modernos
consideran como la hipó tesis de la cuestion; de aquí, se-
ñores , que nuestros grandes teólogos, y la Iglesia católica




DEL SR. D. ALEJANDltO PIDAL y MON. 363
con ellos, hayan dicho que la libertad de cultos, per se,
en su principio, es real y esencialmente mala, y que sólo
es tolerable per accidens, esto es, en cuanto la hipótesis
social hace imposible la aplicacion absoluta de la tésis, y
en la medida en que la aplicacion social de la tésis se hace
posible; de aquí, señores, que haya sido un deber, y nó
un derecho, establecer la tolerancia en aquellas naciones
que se han visto por desgracia desgarradas y divididas en
gran número de sectas y de religiones diversas; de aquí,
señt)res, el que eso sea, no solamente lícito y justo, sino
de bielo; de aquí, señores , que la Iglesia, y los doctores, y
los teólogos hayan considerado siempre como un deber del
Estado el tener en cuenta la hipótesis para la tesis.


Pero esta tolerancia, Sres. Diputados, 1, puede conver-
tirse en el principio de libertad ~ En manera alguna. Esta
tolerancia que la Iglesia acuerda, no la acuerda sino pell'a
lo que el Estado católico no solamente puede, sino que
debe conceder. Pero no la acuerda, ni la puede, ni la debe
conceder como la concede el arto 11, en virtud del dere-
cho que tiene cada individuo de adorar al dios que quiera,
y del modo que le dé la gana; la concede en virtud de la
obligacion que tiene el Estado de atender á su propio fin
en su propia esfera; la concede en virtud de la imposibili-
dad material en que se halla el Estado de sofocar y de cohi-
bir fuerzas grandes, considerables y perturbadoras de la
Nacion.


y esta teoría, que rompe por completo con toda nocion
de derecho individual, segun la escuela racionalista; esta
teoría que presupone la obligacion del Estado de tender
siempre á equilibrar la tésis con la hipótesis, de ir siempre
por los medios de accion y de proteccion que tiene á su mano,
restringiendo el hecho social para acomodarle á la verda-
dera tésis político-religiosa. Pero esta tésis tiene que caer
por tierra desde el momento en que la tolerancia deja de
ser" hecho y se eleva á derecho, como se eleva en el art. 11
(le la Constituciou; desde el momento que esa toleraneia




364 DISCURSO.
se escribe, no en una ley orgánica y secundaria, sino en
la Constitucion, ~y en qué sitio de la Constitucion? entre
los derechos individuales, ya no es la hipótesis cristiana
la que aplicais, no sólo porque aquí no existe el hecho so-
cial que lo exige, no sólo porque aquí no hay esos millones
ele protestantes y herejes, sino porque aunque los hubiera,
elebiérais tolerarlos de hecho, y no escribirlo en la Consti-
tucion entre los derechos individuales como un derecho, lo
cual implica el reconocimiento de la tésis racionalista,
que es la de que el hombre adore al dios que quiera y de la
manera que quiera.


Cuál no sería mi asombro, Sres. Diputados, cuando al
contestar al discurso del Sr. D. Fernando Álvarez, en que
tan clara, tan admirable y tan metódicamente se exponían
estas y otras razones, el Sr. Presidente del Consejo de Mi-
nistros preguntaba con ese son de chunga andaluza que
presta tanta gracia á sus discursos: «~Esta es cuestion de
aritmética, Sr. Álvarez?» i Parece mentira que saliesen
semejantes palabras de los ilustrados labios del Sr. Presi-
dente del Consejo de Ministros! i Parece mentira que su
señoría se hiciese de nuevas al oir ese argumento, que han
proclamado San Agustin, Santo Tomás, Melchor Cano, el
Padre Suarez y todos los grandes teólogos de España y de
Italia en los siglos XII, XVI, XVII Y XIX! i Parece mentira
que esa doctrina, que es nada ménos que la nocion del Esta-
do, que enseña y profesa la Iglesia católica, sea desconoci-
da para S. S.! i Cuestion de aritmética! Sí, Sr. Presidente;
como le dijo á S. S. el Sr. Moyano, cuestion de aritmética
es la existencia de S. S. en ese banco; porque es cuestion
de contar el número de los Diputados que le apoyan ó de-
jan de apoyarle. Pero esas cuestiones de aritmética son las
fórmulas necesarias para determinar las grandes cuestio-
nes de principios. ~ Sabeis por qué es cuestion de aritméti-
ca? Pues es cuestion de aritmética, nó porque sean 6 ó 7
Ú 8.000 el número de los que profesen otro culto que el
católico, que el número no es la expresion de ningun prin-




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 365
cipio, sino la cantidad que expresa el número. Cuando la
cantidad sea suficiente para que el Estado no pueda con-
servar el órden material del país y realizar sus fines, en-
tónces el Estado se verá obligado á establecer la tolerancia
de hecho. Pero cuando la cantidad sea tan insignificante que
no perturbe para nada la tranquilidad de] Estado, entón-
ces el Estado debe mantener la unidad católica, porque no
tiene que tener en cuenta aquella cantidad mínima, que
no puede entorpecer para nada su marcha y la realizacion
de sus fines.


y si para S. S. no es cuestion de aritmética, resulta
que S. S. no está conforme con la doctrina de la Iglesia
católica: que para S. S. no es cuestion de hechos, sino
de principios, y que para S. S., donde quiera que haya
uno, que eso es bien posible, que no profese la religion
católica, entónces S. S. cree que allí debe establecerse la
tolerancia religiosa; es decir, que S. S. se pasa con armas
y bagajes al campo del Sr. Castelar yal campo del señor
Marqués de Sardo al y viene, nó á defender la tésis católica,
sino la tésis racionalista, que dice que el hombre adora al
dios que quiere y de la manera que'le da lagana, en virtud
de ese derecho individual que presupone el desconocimiento
de la verdad objetiva y la obligacion de profesarla. De
consiguiente, si S. S. no tiene otros medios de explicar
las palabras cu~stion de aritmética, sírvase S. S. reco-
gerlas, y no dejar aquí levantada desde el banco ministe-
rial en el primer Ministerio de la restauracion monárquica,
nó las fórmulas vagas, sino la fórmula expresa y concreta
del racionalismo contemporáneo.


y decía el Sr. Presidente del Consejo con la habilidad
que le caracteriza: «~cuántos protestantes cree su señoría
que hay en España ~ Mil, dos mil, tres mil; pues á mí me
parecen pocos, Sr. Álvarez, me parecen pocos para tolerar-
los; pero me parecen muchos para presidiarios.» ~Quién
quiere llevarlos á presidio, Sr. Presidente del Consejo~
loEs llevarlos á presidio el consentirles que en lo interior


24




366 DISUUltSO
de sus casas lean la Biblia, sin que tengan necesidad de
erigir un templo en que colocar con pingües honorarios,
costeados por las sociedades bíblicas, á cualquiera de esos
C1ll'as apóstatas y concubinarios que vienen á ser los porta-
estandartes del protestantismo en España'? Curas, señores,
que me recuerdan aquel dicho de Erasmo, de que la trage-
dia de la herejía acaba siempre en el sainete del matri-
monio; .y que me recuerdan tambien las palabras de un
pl'otestante ilustre que decía, mirando la moralidad de estus
prosélitos: «cuando el Papa escarda su huerto, nos echa
por encima de la tapia las inmundicias de sus jardines. »


Pero, señores, ¡,quién los quiere llevar á presidio'? Su-
prímase, no se permita la propaganda y el soborno, y
verá S. S. cómo vuelven á su redil esas pobres ovejas des-
carriadas, que sólo por las sugestiones de la miseria ó por
los impulsos de la codicia han abandonado el recto sendero
de su felicidad futura. Prohíbase á esos falsificadores de la
religion, á esos envenenadores de la conciencia pública,
que vengan á encubrir con la perdicion de espíritus poco
firmes sus crímenes particulares y sus apostasías, y ocul-
ten en buen hora sus crímenes y sus remordimientos en el
rincon de su casa, Ó su arrepentimiento en el de su igle-
sia, y no les permitamos en nombre del derecho y de la
ley escrita que propaguen y difundan sus falsas y perjudi-
ciales doctrinas; y verá S. S. qué pronto el pobre pueblo
español, ó esa ínfima parte del pueblo español que los es-
cucha, vuelve como oveja descarriada al redil, como el
hijo pródigo á la casa paterna.


El Sr. Presidente del Consejo, arrojando en medio de
esta Asamblea uno de esos argumentos, que aterran y que
al primer momento parece que asustan y espantan, nos
recordaba aquí momentos ántes de la votacion, con opor-
tunidad para S. S. admirable, la revocacion del edicto de
Nantes, y con su poderosa voz, vehículo principal de su
portentosa elocuencia, nos decía: « esto es como revocar
el edicto de Nantes. »




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 367
Señores Diputados, no temais que yo os canse tratando


de deciros en brillantes párrafos oratorios lo que fué la re-
vocacion del edicto de Nantes. Permitidme que como buen
discípulo del Sr. Cánovas en historia y oratoria parlamen-
taria, y cual lo hacía S. S. en otra ocasion contestando al
Sr. Castelar, prescinda del deslumbrador ropaje de la elo-
cuencia para encontrar debajo de él la tristeza de la realidad
y la mala conformacion del esqueleto que disfraza.


A la revocacion del edicto de Nantes comparaba el se-
ñor Presidente del Consejo de Ministros lo que sucedería
aquí si se cerraran esas capillas, ante lo cual se asustaba
el Sr. Romero Ortiz, á quien siento no ver en este sitio,
cuando S. S. no se asustó al cerrar las mucho más impor-
tantes y numerosas de jesuitas que había en España.


El paralelo no puede ser más perfecto, como vais á oir,
Sres. Diputados.


Los protestantes españoles tienen unas cuantas capi-
llas que, ó son unos tugurios vergonzosos, que, como dice
un periódico ministerial, «no hay nada más desierto ,» Ó
unos zaquizamís, c.omo creo que las calificaba el Sr. Mo-
reno Nieto, ó son templos robados por la revolucion á la
religion católica para venderlos á las sectas protestantes.
Poseen tambien algunos hospitales, y para llenarlos han
tenido necesidad de decir que son para todos los cultos,
porque desde el momento en que dicen que son para los
protestantes, no hay quien los ocupe. A ellos iban ántes
algunos üatólicos; si se ponían buenos, se aprovechaban
del hospital y volvían luego á sus casas; si se ponían muy
malos, á pesar de las sugestiones del pastor, solían hacer
ir al hospital un sacerdote católico para confesarse con él.
Esta es la fuerza que tienen los protestantes en España.


Pues bien; cuando se dió el edicto de N antes, tenían
los protestantes en Francia tres mil quinientos castillos,
doscientas ciudades de las ochocientas que había en Fran-
cia, y entre ellas algunas tan importantes como la Roche-
la, Montaaban, Nimes y Montpellier.




368 DISCURSO
Mr. Poirsson, escritor liberal, dice «que los protes-


tantes formaban una Francia aparte, un Estado dentro
del Estado; desmembraron ~l Reino, rompieron la unidad
nacional y territorial, y se habían reunido en Asamblea
general en 1594, llamada la República calvinista.»


A pesar de ser tanta su fuerza, cuando se dió el edicto
de N antes se prohióia en el mismo edicto el culto protestante
en las grandes ciudades de la liga, y el partido calvinista
convino en esta prohibicion.


« Convencido, dice Mr. Poirsson, de que en muchas de
estas ciudades no había ni un habitante que profesase la
reforma, y de que en otras encontraría el ejercicio del
culto abstáculos insuperables.»


Esto sucedía cuando se dió el edicto de Nantes; vamos
á ver en qué circunstancias se hallaban los protestantes
cuando se revocó dicho edicto, que estuvo en fuerza y vi-
gor durante ochenta y siete años.


En esa época había en Francia tres millones de protes-
tantes, y no só1amente se destruyeron los templos de esa
secta, sino que se desterró á los pastores protestantes que
no se convirtieron, dándoles quince dias de término para
abandonar sus domicilios, y se obligó á que los niños
protestantes fuesen educados desde los cinco años de edad
en conventos católicos, separándoles para esto de sus
padres.


Esto fué lo que se hizo cuando se revocó el edicto de
Nantes; revocacion no llevada á cabo por la Iglesia, sino
por el Estado en defensa propia, como sucedió en la noche
de San Bartolomé, como sucedió con las dragonadas,
como sucedió en otra porcion de casos en que el Estado
hizo uso de su derecho de defensa contra los internaciona-
listas de la época, contra los protestantes, que venían en
nombre de la tolerancia entrando á saco y á fuego á la Eu-
ropa entera, saqueando los templos católicos, violando á
las vírgenes del Señor, asesinando á sus sacerdotes, pro-
fanando los altares, dando al aire las cenizas de los cuer-




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAt Y MON. 369
pos santos, haciendo comer la cebada a sus caballos de
guerra en el vientre palpitante y abierto de los católicos,
que defendían, más que á la religion, á la sociedad, de los
protestantes que con sus errores y con sus crímenes ata-
caban á un tiempo mismo á la religion, y á la familia, y á
los poderes legítimos, y á todo órden social.


Pero, Sres. Diputados, lo que asusta, lo que espanta,
lo que verdaderamente aterra el ánimo del católico al con-
siderar el arto 11, es que no se trata de ninguna concesion
demandada por el hecho social de la existencia de una re-
ligion positiva, sino de una concesion innecesaria hecha
al espíritu racionalista, materialista y ateo de la revolu-
cion cosmopolita.


Así lo comprende la Iglesia, y con la Iglesia España y
la Europa toda; así lo han declarado más ó ménos abierta-
mente los defensores del proyecto; ese es el fondo de todos
los argumentos que presentais, lo mismo los que formu-
lais como doctrina, que los que aducís como razonos de
conveniencia; y esto, señores, es lo terrible de esta con-
cesion, que viene á colocar á España, á la católica España,
entre las filas de los que pelean por la revolucion contra
la sociedad, contra Dios y su Iglesia; Señores Diputados,
todos vosotros lo sabeis. No hay ya hoy más que dos cam-
pos en el universo mundo: el campo de la revolucion y el
campo del catolicismo; el campo de la revolucion religio-
sa, científica, social, política y artística, en el que han
venido á confluir todos los disidentes de todas las esferas,
todos los separatismos religiosos, todos los eclecticismos
filosóficos, todos los doctrinarismos políticos, todos los
empirismos sociales, que atraidos por el abismo raciona-
lista y ateo que atrae á la ciencia, la sociedad y el arte
secularizados, se levanta á su grito tradicional de NOJ~ ser-
viam, y arroja á Dios de la religion, destruyendo con elli-
bre exámen de Lutero, que produjo el protestantismo li-
beral y el racionalismo teológico, la esencia de las reli-
giones positivas; y lo arroja de la moral proclamando la mo-




37Ú DISCÚRSO
raI independiente; y lo arroja de la filosofía, que con la
duda de Descartes cae en el sensualismo de Condillac, y
desde allí en el idealismo trascendental de Kant, y de allí
en el panteismo idealista de Hegel, proclamando, por úl-
timo, el materialismo ateo de Buchner; y lo arroja de la
historia, que proclama la fatalidad y desconoce la Provi-
dencia; y lo arroja de la literatura y del arte, que caen por
el naturalismo pagano en las miserias del realismo; y lo
arroja de la sociedad y de la vida por el Estado ateo, que
seculariza á la humanidad , arrancando á la Iglesia la bene-
ficencia y la enseñanza, y crea el registro, el matrimonio y
el entierro civil, y hasta destierra la cruz que se levanta
sobre las tumbas, secularizando el cementerio, poniendo
así el sello definitivo de esa terrible ateocracia, que por la
ley de la religion, por la ley de la lógica, de la historia y
de la filosofía, se convierte en ese horrible antiteísmo que
blasfeman los sectarios de la revolucion, que informa sus
teorías y sus hechos, y cuyo grito de combate es el
grito de guerra á JJíos que resonó en los Congresos de Gi-
nebra y por los labios de la juventud en aquellas palabras
de los estudiantes de Lieja: Odio á lJios; rasguemos el cielo
como una bóveda de papel: si 100.000 cabezas se necesitan
para el triunfo de nuestras ideas, caigan 100.000 cabezas;
grito que resonó en España en los infaustos dias de la re-
volucion de Setiembre, cuando los obreros de Barcelona
ostentaban sus aspiraciones de liquidacion social, mani-
festadas en las mismas palabras de guerra á lJios, pasea-
das en un inmenso cartel por la capital del Principado.
Grito de guerra formulado hoy en el programa de la Inter-
nacional y de todas las sociedades secretas, y cuyo satá-
nico principio había ya formulado Proudhon en, aquellas
infernales palabras: lJios es el MAL, y el culto que se le debe
de tributar la GUERRA.


y esta guerra es la guerra que hacen hoy á Dios, per-
sonificado en su Iglesia, las huestes de la revolucion cos-
mopolita personificada en los gobiernos de la civilizada




DEL SR. D. AL~JAKnRO PIDAL y MON. 371
Europa. Esta y no otra, Sres Diputados, es la guerra que,
atropellando toda razon, todo derecho, toda libertad y toda
justicia hace al catolicismo, en Suiza, la democracia auto-
ritaria y republicana; en Prusia, el cesarismo aleman; la
autocracia moscovita, en Rusia; en Italia, la Monarquía
constitucional; en Bélgica, los liberales; los hermanos li-
ores del masonismo en Portugal, en el Brasil y en Vene-
zuela; sin que se oponga á toda esta inmensa y poderosa
falange de Césares y plebes sectarios de la revolucion atea,
más fuerza que la fuerza divina de la Iglesia, simbolizada
en la fuerza moral de ese venerable anciano, de ese rey
prisionero, de ese santo Pontífice, el inmortal Pio IX, que
al verse combatido por el Hércules de la revolucion, así
como Anteo tomaba fuerza cuando tocaba á la tierra, así
éste la toma elevándose al cielo; se cruza de brazos, y pre-
sentando el pecho á la revolucion, con actitud resignada
la dice: Non possumus ; que no se trata de mi poder, ni de
mi reino, ni de mi felicidad temporal, sino del reino de
Dios y de la felicidad eterna de mis hijos católicos.


Pues bien, Sres. Diputados; no lo dudeis; . no podeis
dudarlo; en favor de ese antiteismo, que nos pide la libertad
de cultos por boca del racionalismo, y á nombre de su men-
tida civilizacion , quereis hacer la concesion de la unidad
católica; y si nó, buscad otra razono No la exigen grandes
necesidades sociales; no la exigen tampoco imposiciones
de naciones extrañas; no las hay; si las hubiera, yo rei-
vindicaría frente á ellas la plenitud del derecho de la N a-
cion , así como el Sr. Cánovas lo invocaba frente á la -San-
ta Sede; pero no las hay, no puede haberlas, no las con-
sentiría el país que rechazó á Napoleon, porque veía en él
al enemigo de sus reyes, y en sus soldados librecultistas
á los enemigos de su Religion. l., Quién lo exige, pues? La
revoluciono La revolucion, que avanza de trinchera en
trinchera, y que plantea la batalla en cada país en un lu-
gar distinto. En Francia, como os dice mi amigo el Conde
del Llobregat "la batalla está planteada en la cuestion de




372 DISCURSO
la libertad de enseñanza, que en nombre de 1a libertad pi-
den los católicos, y que en nombre de la libertad les nie-
gan los liberales. En Bélgica está planteada en la cuestion
electoral. En Italia, en la independencia del Pontificado; en
el Brasil, en el influjo de las lógias; en Suiza y Prusia, en
las llamadas leyes eclesiásticas, leyes de iniquidad y de
opresion, y en España en la unidad católica.


N o lo dudeis ; la concesion de la unidad católica no es
un medio de conquistar la paz, ni siquiera una tregua; es
simplemente una posicion que abandonamos al enemigo en
medio de la lucha.


Nos hablaba el Sr. Moreno Nieto del catolicismo libe-
ral. i Ah, señores; el catolicismo liberal á que apelaba el
Sr. Moreno Nieto no existe ya en el mundo. El catolicis-
mo liberal fué una ilusion dé algunos espíritus generosos,
un modus vivendi, que se creyó encontrar cuando se creía
en los liberales; un argumento ail lwminem de que se echó
mano en los países librecultistas. ¡, Y sabe el Sr. Moreno
Nieto por qué desapareció el catolicismo liberal, que mm-
ca pudo ser una doctrina, y sólo pudo ser una conducta'?
Pues desapareció, porque los católicos libirales se conven-
cieron que no había más liberales que los católicos. i Ah,
señores! exclamaba uno de esos adalides del catolicismo
liberal, el dominico Lacordaire, contemplando la Europa:
«La lucha de la verdad con el error es la lucha de Cain con
Abel. Ven, le dice; bajemos juntos al campo de la libertad.
Sí, pero es para ahogarle allí con la traiciono »


El liberalismo religioso es un sueño; no existen, no
pueden existir liberales; la Religion lo enseña, la filoso-
fía lo demuestra, la historia lo confirma. El hombre que
no ama la Religion, la odia, porque ama las pasiones que
la Religion condena; y si nó , mirad á Bélgica: allí hay un
partido católico, que es el verdadero partido liberal; el
partido de la independencia y el partido de la Constitu-
cion; y enfrente se levanta el partido liberal, que es el
partido de la opresion , de la arbitrariedad y del despotis-




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 373
mo; el partido de la revolucion; i, y qué sucede en la Bél-
gica liberal? Que los católicos salen en procesion y los
apalean los liberales, y la prensa liberal dice «que los ca-
tólicos sólo son buenos para ser apaleados; » que los cató-
licos ganan las elecciones, y los liberales apuñalan á los
electores católicos, y los partidos liberales amenazan al
partido católico con la guerra civil, y le profanan sus ce-
menterios, y se organizan en sectas para aplastar al cato-
licismo; y cuando los liberales reclaman en nombre de la
libertad, los liberales les contestan: «Nada de libertad: el
catolicismo ka de sucumbir, ó legalmente 1Jencido, Ó re1Jolu-
cionariamente aplastado. »


Pues bien, Sres. Diputados; en medio de esta terrible
lucha entre el catolicismo, en quien se reconcentran y se
simbolizan hoy únicamente todas las fuerzas espiritualis-
tas, el órden y la civilizacion, y el ateismo sectario, au-
toritario y ateo, vais á arrojar la llave de vuestra inex-
pugnable fortaleza al enemigo, haciendo que España, la
católica España, abandone cobardemente su puesto en la
vanguardia de las N aciones civilizadas , que pelearon por el
catolicismo, para colocarse como esclava á la zaga de la
política de Bismark, instrumento político en Europa de la
revolucion religiosa, que se resuelve finalmente en el an-
titeismo socialista y satánico de Proudhon.




374 DlSCURSO'


RECTIFICAOION.


Extracto.


El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Pidal tiene la palabra
para rectificar.


El Sr. PIDAL Y MON: Si alguna duda pudiera abrigar-
se de que el espíritu que encierra el arto 11 que se discute
era insostenible ante el espíritu verdaderamente católico,
la hubiera desvanecido el discurso que acabais de oir de
labios del Sr. Alonso Martinez. Comprendo algunas ideas
de las que S. S. acaba de emitir, en boca, por ejemplo,
del Sr. Marqués de Sardoal, pero nó en la de S. S.


Nos ha hablado el Sr. Alonso Martinez de los derechos de
la ciencia. ¿A qué ciencia se refiere S. S.? ¿Habla S. S. de
la ciencia que nace de las negaciones del sofista? ¡Ah,
Sr. Alonso Martinez? No soy yo, no es la Iglesia, no son
los Santos Padres, sino todo hombre que tenga su juicio
sano no puede seguirle en ese camino.' Escuche el señor
Alonso Martinez lo que decía Platon á esos que S. S. llama
representantes de la ciencia: «Retiraos, no vengais á cor-
rompernos; nosotros hacemos una grande obra. Nosotros
tratamos, todos los que queremos ser virtuosos, de repre:...
sentar en nosotros mismos y en el drama de la vida huma-
na la ley divina y la virtud ... No conteis, pues, con que os
dej emos entrar en nuestras ciudades sin resistencia; le-
vantar vuestra tribuna en la plaza pública, dirigir la pa-
labra ú nuestras mujeres, á nuestros hijos, á todo el pue-
blo para enseñarles máximas disolventes de toda virtud.»


No pudiendo el Sr. Alonso Martinez rebatir algunos de
mis argumentos, se ha visto en la necesidad de atribuirme




DRL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 375
afirmaciones que no he hecho, que no puedo hacer, y que
voy á rectificar detalladamente.


Ha supuesto S. S. que yo he dicho que la infalibilidad
pontificia se extendía á toda clase de declaraciones.
¿Cuándo he dicho semejante cosa'? ¿Cuándo he podido de-
cir ocupándome del Breve, sino que esta cuestion se roza-
ba con la moral, y que en la moral el Pontífice era el
maestro'!


Tengo que omitir los argumentos históricos, y de ju-
dios y protestantes de Roma, de que S. S. se ha ocupado,
por ser breve, y voy sólo á concretarme á un argumento.
Todo cuanto S. S. ha expuesto respecto á ciertos hechos
históricos, para inducir de ellos, dando por supuesto que
fuesen ciertos principios aplicables al arto 11, sería bueno
si no hubiera declaracion alguna respecto á dicho artícu-
lo. Pero cuando hay una declaracion terminante en que se
dice por el Sumo Pontífice que ese artículo viola los dere-
chos de la verdad católica y de la religion, ¿qué necesi-
dad tenemos de apelar á esos otros argumentos '!


¿ Cuándo he dicho yo, y esta es otra de las rectificacio-
nes que tengo que hacer, que se debiera dudar de la obe-
diencia que debemos á los poderes legitimos, nó á los
poderes establecidos'? Esa. cuestion no la ha traido aqui
nadie, ni había para qué traerla, lo que yo hice fué pre-
guntar á quién importaba más obedecer, si á Dios ó á los
hombres; y los ejemplos históricos y los textos teológicos
que aquí ha aducido esta tarde el Sr. Alonso Martinez
prueban más y más este aserto. ¿Qué hacían, si nó, más
que confirmarlo, aquellas gloriosas legiones cristianas. le-
giones de héroes que derraman pródigamente su sangre
preciosa en defensa de un tirano en los campos de batalla
del antiguo mundo, y que cuando se les mandaba sacrificar
á los ídolos, dejaban caer de sus valerosas manos las armas,
se dejaban exterminar sin resistencia, tendiendo gozosos
sus cuellos al hacha cobarde del verdugo, proclamando
así, no la libertad racionalista de la conciencia individual,




376 DlSCURSO
sino la santa, la grande, la verdadera libertad de la con~
ciencia humana para confesar á su Dios y proclamar la úni-
ca religion verdadera '?


Pero decía el Sr. Alonso Martinez : al Sr. Pidal le asus-
ta la libertad de cultos, y no conoce que es el modo de que
vengamos á la unidad. Renuncio á combatir este argumen-
to, y voy únicamente á leer un solo texto, que debe ser de
mucha enseñanza para S. S. Decía Voltaire: «Para mí, que
lo veo todo de color de rosa, en este momento veo desde
aquí establecerse la tolerancia, á los protestantes llamados,
á los curas casados y al INFAME APLASTADO sin que na-
die se aperciba.»


¿ Dónde he aplaudido yo el bautismo forzado'? ¿Dónde
he aplaudido yo que Sisebuto hubiera bautizado por fuerza
tt los judíos'? ¿ Dónde he aplaudido yo el que se haya censu-
rado la construccion de los ferro-carriles'? Lo que yo he di-
cho es lo que dijo San Agustin, lo que dijo Santo Tomás
de Aquino, lo que dice el Obispo de Maguncia, y todos los
apologistas y los doctores y los Santos Padres, y todos los
grandes escritores de la Iglesia; que la libertad de cultos
per se, que la libertad de cultos como tésis, es radlcal y
esencialmente mala y contral'ia á la Iglesia, y que lo úni-
co que se puede tolerar, cuando hay grandes necesidades
que lo imponen, yeso en la medida que es necesario; que
lo único que se puede hacer es tolerar ese mal.


El que se dirige á un fin y se encuentra un obstáculo
en el camino, ¿ no está en la o bligacion de ir derecho al
obstáculo para salvarle rodeándole, y no volver grupas al
obstáculo para huyendo hácia el Septentrion venir á co-
locarse delante de él por el M'3diodia dando la vuelta al
mundo'? Pues esto es lo que quereis hacer los que para sal-
var ciertos obstáculos sociales que se oponen á la unidad
volveis la espalda á esa unidad proclamando la tolerancia
y la libertad de cultos.


y despues de dar las más expresivas gracias al señor
Alonso Martinez por la honra que me ha dispensado, y de




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON. 377
que no soy digno ciertamente, dirigiendo á mis escasos
medios las más lisonjeras frases, paso á ocuparme de las
rectificaciones que conciernen al Sr. Presidente del Con-
sejo de Ministros.


1, Cómo había yo de pensar, despues de las acusaciones
que se me lanzan desde los bancos de la mayoría, de exa-
gerado, de intransigente, de demagogo blanco y de inter-
nacional negro, que había de levantarse el Sr. Presidente
del Consejo de Ministros, con todo el prestigio de su auto-
ridad, á expedirme patente de pastelero? Era esta una ha-
bilidad mia desconocida para mí; pero me doy el parabien
de ese diploma que S. S. me expide, que al cabo es un di-
ploma de porvenir, dados los tiempos que corremos.


Pocas veces he escuchado al Sr. Presidente del Consejo
de Ministros con la admiracion de ayer tarde, y siempre le
he escuchado con admiracion. Maravillábame ver á su se-
ñoría empeñarse en el hercúleo trabajo de hacer de la no-
che dia, y del dia noche; y la verdad es que lo consiguió
en efecto con la nube de elocuentes párrafos en que hubo
de envolvernos S. S.


Hizo S. S. un argumento sobre la Inquisicion, apoyán-
dose en una aseveracion mia que voy tambien á rectificar.
Suponía el Sr. Cánovas que yo había pedido la Inquisi-
cion, y al desvanecer yo este error, hubo de replicarme su
señoría con ese aplomo y seguridad que constituye uno de
los secretos resortes de su poderosa oratoria: «pues entón-
ces el Sr. Pidal es un Inquisidor tímido.»


Decía el Sr. Cánovas que la Religion y la Monarquía
eran elementos tradicionales de la Constitucion interna; y
hube de manifestar que lo que el Sr. Presidente del Consejo
de Ministros pedía para la Monarquía por esta razon, pedía
yo tambien para la Religion; y si el Sr. Cánovas me acusa
de inquisidor tímido de la Religion, porque no pido la le-
gislacion penal antigua contra los delitos religiosos, bien
puedo yo acusar á S. S., que no acepta la antigua penali-
dad para los delitos contra los Mon&Tcas , de inquisidor tí-




378 DISCURSO
mido de la Monarquía. Pero si quiere S. S. que transijamos,
y á bien que de inquisidor á inquisidor se trata; si su seño-
ria quiere destruir la unidad católica, y para S. S. la ver-
dadera unidad es la Inquisicion, sustituya S. S. el arto 11
con otro que diga simplemente: «No habrá Inquisicion en
España ,» y yo me ofrezco á votárselo á S. S.


Decía el Sr. Presidente del Consejo de Ministros: «¿por
qué no pedís la Inquisicion ~ No sois lógicos.» Como recti-
ficacion le diré á S. S. dos cosas sobre la Inquisicion:.
primera, que la Inquisicion representa en la historia
toda una institucion hija de la soberanía nacional, vi-
niendo á ser por este concepto toda una institucion pro-
gresista. No conozco mayor aprobacion de la forma y de los
procedimientos de la Inquisicion que la que le pudiera dar
un progresista que dijera al ver pasar los condenados del
Santo Oficio en direccion al auto de fe: cúmplase la volun-
tad nacional: segunda, que la Inquisicion fué en los
reinados de nuestros más poderosos Reyes la forma espe-
cial del cesarismo español enfrente de la Santa Sede.


Reivindicaba el Sr. Presidente del Consejo de Ministros
para sí la gloria de seguir las tradiciones del negociador
del Concordato. Ya debatímos este asunto ámpliamente, y
ahora tambien por vía de rectificacion le diré ...


El Sr. PRESIDENTE: Ruego á S. S. que tenga presen-
te la hora que es, y que tienen que hablar para rectificar y
para alusiones varias personar-.


El Sr. PIDAL Y MON: No puedo dar al Sr. Presidente
mayor prueba de deferencia que renunciar á lo que me res-
ta que rectificar al Sr. Presidente del Consejo de Ministros
y hacerme cargo de otras alusiones. Antes de entrar en la
alusion del Sr. Sagasta, voy á aludir expresamente al se'-
ñor Marqués de Sardo al , seguro como estoy de que con
esta alusion doy gusto al Gobierno, al Presidente y á la
Cámara, que no querrán dejar de oir la voz del Sr. Mar-
qués de Sardoal. Es posible que algunas veces use expre-
siones que ,como nacidas del calor de la improvisacion,




DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAI, Y MON. 379
vayan más allá de donde ir debieran; pero cuando con áni-
mo recto se procede, detras de la impremeditacion del im-
provisador está la calma del hombre sereno, que recoge y
retira si es preciso esas expresiones. Esto me sucedió á mí
el otro dia, por más que la pasion política haya tratado de
desconocerlo. Trataba de restablecer un argumento que
aquí se había empleado acerca de los toros con relacion á
la Europa civilizada, y en apoyo de mi tésis dije que lle-
vábamos al Monarca á los toros, sin recordar para nada ese
meteoro que atravesó como un relámpago el horizonte de
España. Pero en el instante de hacer el argumento, cruzó
por mi mente el recuerdo de ese Rey; y como era un Rey
no nacido ante las rancias preocupaciones de la intoleran-
cia religiosa, sino hijo natural de esa Europa civilizada; y
como los que lo trajeron son los que nos hacen ese argu-
mento contra la unidad, recordé tambien un hecho que to-
dos hemos leido en los periódicos; esto es, que un día don
Amadeo, en uso de su derecho, fué á los toros en un tren
que no quiero calificar, pero que guardaba alguna analogía
especial con las corridas de toros.


No fuí sin duda feliz en la expresion. Yo creí decir que
había ido en un carruaje á la calesera, y los constitucionales
y los taquígrafos hubieron de entender que decía vestido de
calesero; y yo creo que los taquígrafos y los constituciona-
les han hecho poco honor á mi entendimiento I y los consti-
tucionales poco honor tambien á D. Amadeo, pensando que
ha podido haber quien crea que los cascabeles y campanillas
no se referían á los caballos, sino á D. Amadeo. El hecho es
que ante una advertencia del señor Presidente dije que no
había sido mi ánimo injuriar á ninguna persona, y que re-
tiraba toda palabra que pudiera traducirse en ofensa. Pero
como no podía consentir en manera alguna que se inter-
pretase esta retirada como reconocimiento del derecho re-
volucionario enfrente del derecho de la legitimidad que yo
reconocía en el Rey que hoy ocupa el Trono, añadí lo mismo
que desde este mismo sitio en plenas Córtes radicales, y




380 DISCURSO
reinando D. Amadeo , tuve el valor de decir cuando afirmaba
que yo representaba aquí la bandera de la legitimidad y del
derecho; lo mismo que en plena Asamblea soberana, cuando
las turbas armadas rodeaban este recinto, me atreví á de-
cir, á pesar de la campanilla del Sr. Martos, que me retiró
la palabra, y el clamoreo de los republicanos y radicales;
esto es, que todos los poderes de la revolucion que se venían
sucediendo desde 1868 eran poderes de hecho y nó de dere-
cho; palabras que mantuve y que no retiré, como tampoco
ahora retiro las que dije anteayer referentes á la legitimi-
dad de aquella Monarquía, y que sostengo y mantendré
contra toda imposicion, venga de donde venga.


Decía el Sr. Sagasta que si yo llamaba á la desamortiza-
cion robo, hacía cómplice al Papa del robo de los bienes de
la Iglesia. Yo creí que se habían acabado los progresistas,
como dijo el Sr. Presidente del Consejo de Ministros; pero
S. S. y yo estábamos equivocados. No se han acabado los
progresistas, yel Sr. Sagasta, que acusaba al Sr. Moyano
de haber salido de la redoma como el Marqués de Villena,
se nos presenta hoy como salido de otra redoma, tan pro-
gresista como en el año 54. 1, Conque el Papa, que había
saneado las compras de bienes nacionales, es cómplice del
robo de los bienes de la Iglesia'? De manera que si robasen
el reloj al Sr. Sagasta, y S. S., pasados tres ó cuatro años,
cuando el reloj hubiera cambiado de manos y hasta de for-
ma, viese al ratero que le pedía perdon, y S. S. le perdo-
naba, S. S. por el mero hecho de perdonarle, 1,se declara-
ría cómplice del ratero'? Suplico á S. S. que no me atribu-
ya ciertas doctrinas de su escuela. 1, Cuándo, cómo, dónde
he dicho yo que el fin justifica los medios, cuando esa es
una teoría nacida de la escuela de S. S.'? 1, Y lo de las fir-
tnas~ Es posible que alguien haya predicado que se recojan
firmas en favor de la unidad católica; pero le aseguro á Su
Señoría que los que esto predicaban no contaban entre sus
medios los que el Sr. Sagasta empleó para traer votos afec-
tos á su política. (Grandes murmullos.)




DEL SR. lJ .• \LEJANDRO PIDAL y MON. :381
El Sr. PRESIDENTE: Señor Pidal, ruego á S. S ...
El Sr. PIDAL Y MON: Estoy en mi derecho defendién-


dome, y apelo á la imparcialidad de S. S. 7, Se puede decir
que hemos ido seduciendo á los muchachos para recolectar
firmas'?


El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Sagasta habló de un per-
sonaje anónimo.


El Sr. PIDAL Y MON: Pues permítame S. S. explicar el
t5entido de mis palabras. Lo que he dicho del Sr. Sagaste!'
y repito, es que á fin de allegar votos para su política se
valió de recursos que tenían otro destino.


El Sr. SAGASTA: No es exacto. (Rttmores en la minoría
constitucional.)


El Sr. PIDAL Y MON: El Sr. Conde de Toreno firmó una
acusacion contra S. S. (Siguen los rumores .-E1Sr. (Jonde
de Toreno hace signos negativos.)


El Sr. NAVARRO y RODRIGO: El Sr. Conde de Toreno
está diciendo que nó.


El Sr. PIDAL Y MON: ¿Me negaréis el hecho de que
aquí hubo debates sobre cambio de destino de fondos '?


(Varios señ01'es IJiputados : No es éxacto.-Crece la con-
fusion.-Muchos señores IJiputados de la 1ninoria constitu-
ci01~al increpan al Sr. Pidal, y el S1'. Pidalles contesta, pero
no se oyen las palabras de ningun señor IJiputado.-El señor
Presidente hace esftterzos por r¡'establecer el órden.)


El Sr. MARISCAL: A la cuestion, Sr. Presidente.
El Sr. PIDAL Y MON: Lo que yo sostengo no ofende la


honra de ningun señor Diputado. Yo sostengo que no he-
mos apelado á caudales del Estado para recolectar firmas


(La conf1&sion va en au,mento.- Varios señores IJiputados
kablan, pero no se les entiende.)


El Sr. PRESIDENTE: Ruego á los señores Diputados
que dejen hablar al orador.


El Sr. PIDAL Y MON: i Qué espectáculo, señores!
(Murmullos.) ¡Qué espectáculo en una Cámara monárquica,
en la primera Cámara de la restauracion! Aquí se pueden


25




382 DISCURSO
reivindicar los derechos de los Reyes que ocuparon el Tro-
no contra el derecho de la Monarquía que hoy le ocupa;
aquí se puede llamar gloriosa á la revolucion, y no se
puede aludir á un hecho revolucionario, que han condenado
conmigo los que hoy forman la mayoría y 01 Gobierno.
Este espectáculo hablará al país más elocuentemente que
mi voz, y por lo mismo, me siento.


VOTACION.


Señores que dijeron SI:
Silvela.-Fernandez Cadórniga.-Rico.-Cánovas del Castillo


(D. Antonio ).-Martin de Herrera.-Romero Robledo.-Salave-
rría.-Lopez de Ayala (D. Adelardo ).-Toreno (Conde de).-Go-
róstidi.-Guirao.-Alarcon Luján.-Casado.-Borrajo.-Roda.-
Pazo de la Merced (Marqués del).-Valenti.-Estrada (D. Luis).-
Ledesma.-Cantero.-AzcHxraga (D. Marcelo).-Torres Valderra-
ma.-Castell de Pons.-Bernad.-Bas.-Qnevedo.-Patilla (Con-
de de).-Pastor y Magan.-Guillelmi.-Robledo Checa.-Cade-
nas.-Segovia.-Amat.-Torres de Mendoza.-Cánovas del Cas-
tillo (D. Emilio).-LarioEl (Marqués de).-Garrido Estrada.-Goi-
coerrotea.-Gutierrez de la Cámara.-Rodas Rivas.-Cancio Vi-
llamil.-Arnau.-Gambel.-Vida.-Fabra Fontanills.-Palau.-
Juez Sarmiento.-Mena y Zorrilla.-Vicuña.-Gaviña.-Alonso
Martinez.-Fernandez Jimenez.-Ulzugaray.-Candau.-Carde-
nal. -Gonzalez Vallarino.-Acapulco (Marqués rle).-Finat.-
Aurioles.-Almenas (Conde de las).-Torres-Cabrera (Conde de).
-Villalba Perez.-Cruzada Villaamil.--Azcárraga (D. Manuel).
-Sedano.-Rius Salvá.-Lopez Guijarro.-Dacarrete.-Fabié.-
Suarez Inclán. -Gonzalez Goyeneche. - Melgarejo. -Gonzalez
Conde.-Pt'rez Aloe.-Encina (Conde de la).-Sanchez Chicarro.
-Zabálburu.-Garmendia.-Fuentes. - Albacete.-Suarez San-
chez.-Martinez Corbalan.-Lopez de Ayala(D. Baltasar).-Gas-
set y Matheu.-Batlle. -Monedero y Monedero.-Martin Veña.-
Carreras y Gonzalez.-Anton Ramirez.-López Gonzalez.-Gar-
cía Goyena.-Miranda.-Gomez Gonzalez.-Martin de Oliva.-
Gonzalez Alonso.-García Asensio.-Navarro Ituren.-Fernan-
dez Villaverde.-Eseudero. -Navascués.-Bosch y Labrús.-Ma-




DEL SR. D •. UEJA~DRO PIDAL y MON. 383
riscal.-Moreno Nieto.-Villalobar (Marqués de).-Cárdenas.-
Sanchez ~illa.-Conde y Luque.-Jove y Hévia.-Álvarez Bu-
gallal.-Sedó.-Pallares (Conde de). -Riquelme.-Santos.-Pé-
rez Zamora.-Hurtado.- Sanchez de Leon.-CarniCéro.-Alba-
rran.-Fontan. -Boguerin.-Botella (D. Francisco).-Figuera.
(D. Fermin).-Cabezas.-Escobar (D. Ignacio José).-Nuñez del
Prado (D. J osé).-Cislléros.-Argenti.-Zambrana.-Can:pos.-
San Miguel de la Vega (Marqués de).-Cos-Gayon.-Reig y For-
q uet.-Grotta.-Casa-Ramos (Marqués de).-Danvila.-Soldevi-
la.-Manzanera (Vizconde de).-López y López.-Fabra y Flo-
reta.-Fabra (D. Kilo).-Pnente y Pellon.-Lasala.-Ochoa.-
Cavirol.-Sallchez Arjona (D. José).-Taviel de Andrade.-More-
no Mora.-M:Jrtinez de Aragon.-Galante.-Loring.-Navarro
Diaz.-Piñero.-Salamanca (Marqués de). -Marton. - Villalba
(D. Federico).-Casado Mata.-Campoamor.--Navarro y Calvo.-
Montes.-Cerdá.-Castellarna u.-Hu bio.-Da bán.-Botella (don
José).-Maldonado.-Piñan-Almech.-Visconti.-Arenillas.-
Heredia.- Vivanco.-Bañeres.-Quintana.-Polo.-Álvarez Ma-
riño.-Serrano Alcázar.-Barca.-Guadalest (Marqués de).-Or-
doñez.-Toro y Moya.-Gonzalez Vazquez.-Echalecu.-Viudes.
-Barrio Ayuso.-Guilhou.-Clladra.-Vazquez y Rodriguez.-
Perez Garchitorena. - Isasa. - Rivas y Urtiaga. - Agramonte
(Conde de).-Villamejor (Marqués de).-Bayo.-Gosalvez. - Cla-
vijo.- Pons.-Rodriguez Gayoso. - Belmonte.-Cerveró. - Fer-
nandez de la Hoz.-Groizard. -Gamazo.-Nieto Álvarez. - Cua-
drillero.-Muñoz Herrera.-Autrines (Vizcondede los ).-Benayas.
-Genovés.-Hoppe.-Torrado.-Vegacle Armijo(Marqués dela).
-Pinedo.-Salaímr.-Sallchez Bustillo.-Montevírgen (Marqués
de).-De Gabriel.-Carballo - Villavaso.-Martinez de Tejada.-
Alba Salcedo.-Sr. Presidente.


Total,221.
8eño1'es que diy'e1'on :'iO :


Martinez (D. Candido).-Navarro y Rodrigo.-Nuñez de Pra-
lIlo (D. Joaquiu).-Álvarez (D. Fernando).-Mayans.-Ruata.--
Mon.-Zayas.-Malpica (Marqués de).~Carriquiri.-~oyano.­
Batauero.-Llobrcgat (Conde del). - Alcalá (Baron de) .-Ulloa.-
}{oraza. - Hermida.-Reina. - Gonzalez Fiori.-Sala J Ciscar.-
Perier.-Martinez Montenegro.-Viñas.-Sauta Coloma (Cond@




384 DISCURSO DEL SR. D. ALEJANDRO PIDAL Y MON.
de).-Souto.-Cápua.-Parra.-Merelles.-Sagasta.-Collazo.-
Ralaguer.-Reig· (D. Eduardo).-Linares.-Arias.-López Domin-
guez.-Angulo.-Rius y Taulet.-Albareda.-Peñuelas.-Villa-
rroya.-Nuii.ez de Arce.-Avila Ruano.-Villa de Miranda {Viz-
eonde de la).-García Camba.-Alboloduy (Marqués de).-Gon-
zalez Regueral.-Almenara Alta (Duque de).-Pidal y Mon.-Re-
villa (Vizconde de).-Villallueva y Cañedo.-Sanchez Arjona
(D. Gonzalo).-Vallejo (M~rqués de).-Florejach.-Verdugo.-
Los Arcos.- ~fuñiz.-Carreño.-JYlartorell. -Bonanza. - Camps.
-Puebla de Rocamora (Marqués de).-Maspons.-Vehí.-Mon-
toliu.-Xiquena (Conde de) .-Agl'ela.-Cavero.-Salamanca y
Negrete.-Sardoal (Marqués de).-VilIanueva de Perales (Conde
de).-Ayneto.-Diaz de Herrera.-Caramés.-Keira Florez.-
Sanjurjo.-Morales. -Alonso Pesquera.-Sanz. -Saltillo (Mar-
q ues del).-Anglada. -Castelar.-Pavía.-Cam po-Sagrado (Mar-
qués de).


Tot.al,83.




DISCURSOS


PRONU~CIAOOS


EN EL SENADO
EN FAVOR DE LA UNIDAD GATÓLICA ("l.


(*) En atencion á que algmlOs de los argumentos expuestos en (>1 senado, lo
babian sido tambien en el Congreso, y se hallan ya en el lugar correspondientA
de este LIBRO DE LA UNIDAD CATÓLICA, los discursos de los respetables S~nadores


. que la defendieron se ponen solamente en extracto.






ENMIENDA PRESENTADA
POR


EL EXCMO. SR. D. JUAN MARTIN CARRAMOLINO.


Art. H. La Religion católica, apostólica,
romana es la del Estado. La Nacion se obli-
ga á mantener el culto y sus ministros.


"adie será molestado en el territo l'i o es-
pañol por sus opiniones religiosas, ni por el
ejercicio de su respectivo culto, salvo el res-
peto debido á la moral cristiana.


No se permitirán, sin embargo, otras ce-
re:llonias, ni manifestaciones públicas, que
las de la Religion del Estado.»


(Proyecto de Constitucion.)


«El Senador que suscribe suplica al Se-
nado que en lugar del art. 11 del proyecto
de Consti tucion aceptado por la Comision,
~e sirva admitir como enmienda el siguiente:


«La Religion católica, apostólica, romana
es la del Estado. La Nacion se obliga á man-
tener el culto y sus ministros.


Se prohibe para siempre en el territorio
español el ejercido público de todo otro culto
establecido ó que se intente establecer.»-
Juan MaI'tin Carramolino.


Señores Senadores: Sin preámbulo ni exordio alguno,
que no ha menester de galas ni atavíos oratorios la tan mo-
desta como respetuosa, tan clara como franca defensa de
la enmienda que acaba de oir el Senado, doy principio á
mis razonamientos.


Declaro leal y solemnemente que no entiendo, como
tampoco entiende ninguna de las muchas é ilustradas per-
sonas á quienes he consultado, el arto 11 constitucional,
cuya discusion me cabe la honra de inaugurar, y para
prueba irreprochable de que es de todo punto ininteligible,
y por consiguiente inadmisible por falta de claridad, de
aquella claridad de que debe estar dotada toda ley, y mu-
cho más esta ley fundamental de tan grave trascendencia,
ántes de que me ocupe de otras consideraciones puramente
filosóficas, históricas, políticas y morales, vais á ver muy
en breve á cuántos, á cuán oscuros pensamientos, á cuán-




388 DISCURSO
tas, á cuán graves dudas da lug'ar ese anfibológico, ese
enigmático, ese intrincado artículo.


Fué su primitiva fórmula obra de la muy ilustrada Co-
mision de los nueve señoresl'edactores del proyecto de ba-
ses constitucionales, despues admitida y sábiamente corre-
gida por los muy entendidos señores 31 Notables; luégo
lisa y llanamente y con complacencia admitida por los se-
ñores Ministros, y últimamente por la sabia Comision á quien
está encomendada hoy su defensa; y como no es posible
atribuir eso á ignorancia de estos cuatro grupos de tan es-
clarecidos varones, ni ménos me atrevería á inferirles tan
nida y grosera ofensa, fuerza me ha sido elevar mi débil y
humilde contemplacion hasta el cielo; y así, y sólo así,
comprendo fácilmente que á pesar del esmerado estudio,
del ingenioso intento con que se ha elaborado el artículo,
Dios, en sus inescrutables juicios, ha permitido que como
obra y prueba de la flaqueza humana, se extienda y se
haya presentado al Senado para la duda, para la contienda,
para la inconciliable disertacion de los hombres; y por que
no se crea que me entretengo y complazco en argumentos
que alguno podrá considerar á primera vista hasta leves, áun
euando yo entiendo que son gravísimos, debo manifestar
que de no aceptar el arto 11 de la Constitucion de 1845, tan
sábiamente ilustrado y defendido, como el Código todo, por
mi íntimo y afectuoso amigo el Sr. Concha Castañ(~da, ar-
tículo que han de defender otros muchos señores Senadores
que confinan con mis ideas, artículo que es mi deside'J'atum,
y el de todos los católicos de España que piensan como yo;
de no aceptarse, digo, no resisto, doy de paso, y hasta
acepto como cabeza de mi enmienda el primer párrafo del ar-
tículo presentado por la Comision, y que {t la letra dice así:


«La Religion católica, apostólica, romana es la del Esta-
do; la Nacíon se obliga á mantener el cultoysus ministros.»
Este es sustancialmente el artículo de la Constitucion de
1845, Y por eso le admito y sostengo: pero se cambian con
ingeniosa intencion dos importantísimas palabras, Nacíon




DEL EXCMO. SR. D. JUA~ 1-IAUTIl\ CARRA\WLIl\O. 389
y Estada; porque donde dice Estada debiera decirse Na-
cían, y donde dice Nacían se debiera decir Estada; y para
esto sigo el Diccionario de la lengua, y de olIo me han dI'
ser valiosos fiadores los insignes individuos do la Acade-
mia Española que enaltecen el brillo de la Cómision y del
Ministerio; porque ¡Yacían es la universalidad de los indi-
víduos de un territorio, y por consiguiente no debe decirse
«la religion del Estada,» sino la religion do la Nacían; asi
como cuando se sigue diciendo que « la Nacían se obliga {¡
mantener el culto y sus ministros ,» no debe decirse j"a-
cían, porque su expresion propia, precisa, exacta es la dE' 1
Estado, y el Estado, ese supremo Poder político, ese alto
gobierno de la N acion, es 01 que se obliga á mantener el
culto y sus ministros on nombre de la Nacion.


y dadas estas explicaciones, ved ahora el resto de mi
enmienda. Dice así: « Se prohibe para siempre en el terri-
torio español el ejercicio de todo otro cnlto ya establecido,
ya que se intente establecer. » Bien sé que al oir esta fór-
mula no faltarán algunas altísimas personas muy ontendi-
das en la ciencia, que me tengan por muy ignorante, por
muy desgraciado codificador. Se me censurarú, en primel'
lugar, de que exijo un «se prohibe para siempre.» ¿Qué le-
gislador hay tan presumido y arrogante que pueda legislal"
para siempre'? Y sin eJ?bargo, yo voy á sostener ese para
siempre con tres textos notabilísimos, entiéndase bien, de
tres grandes documentos que versan sobre los tres asuntos
más notables respecto á los que ~e afanan más los hombres
científicos en el último tercio do este siglo: la religion, la
familia y la propiedad. Yo he dicho que se prohibe para
siempre, por imitar, por recordar, por dejar y sacar á salvo
é incólume el art. 1.0 del Concordato célebre de 1851, en
que se establece que la Religion católica, apostólica, ro-
mana se conservará pa}"a siempre en los dominios de España;
primer texto. Segundo, la célebre ley, que porque esté vieja
y sepultada en un Código antiguo no deja de ser celebérri-




390 ÍHSCUR!'IO
mamente social, que es la madre generadora de la familia
española, que tuvo que apartarse del regimen de la familia
romana: la ley 47 de Toro dice: «que el hijo ó hija casado
ó velado sea habido por emancipado en todas las cosas para
siempre;» ahí está la familia, ántes la religion; vamos
ahora á la propiedad: la propiedad íntegra, el dominio
pleno puede hacerse menos pleno por ciento cincuenta
razones que yo no he de explicar en este momento, pero
una es las servidumbres, las servidumbres rústicas ó ur-
1mnas: y cuando un dueño de una finca establece sobre su
finca una servidumbre rústica ó urbana en favor de otra
finca, ó instituye una servidumbre rústica ó urbana sobre
otra finca; el rey Don Alfonso el Sá bio, el gran legislador
de las Partidas, ordenó y mandó que una y otra servidum-
bre valan para siemp1'e. Creo que éstas son tres autoridades
que justifican el calificativo para siempre, y que por lo me-
nos no sere tan censurado por quien me haya de juzgar.


En segundo lugar, se me censurará y criticará de un
pleonasmo, repren:;;ible á primera vista, cuando digo que
«se prohibe todo culto, ya establecido, ya que se intente
establecer;» porque si se dice la palabra solemne que se
prohibe, parece que todo debe de entrar, lo uno y lo otro; y
sin embargo, como las leyes se dan constante y general-
mente para lo futuro, como es necesario que sea expreso
su carácter de retroactivas para que puedan aplicarse á las
cosas pasadas, yo no he querido que se me alegue respec-
to de los cultos ya establecidos que esa ley no les coge ni
les comprende, porque las leyes se dan para lo futuro, y
ellos están en posesion y existían anteriormente: pues yo
quiero incurrir en ese pleonasmo; yo quiero ser un mal es-
cribidor, un escritor imperfecto; pero quiero comprender
en la ley, dándola efecto retroactivo, el culto establecido
ó que se pueda establecer. Y por último, señores, para dar
la explicacion de mi enmienda en la forma, que en el fon-
do, como decía sábiamente ayer el Sr. Presidente del Con-
sejo de Ministros, el fondo está esparcido en todo el dis-




DEL EXCMO. SR. D. JUAN MARTI~ CARRAMOLINO. 391
curso, en todo el pensamiento, en toda la doctrina que ha
de formar mi pobre peroracion, digo que prefiero y ante-
pongo la claridad de la ley, de esta ley que yo estoy refor-
mando en este momento, á la oscuridad inmensa del ar-
tículo del proyecto, como vamos á ver, y la prefiero á la
gloria vana de escribir con más correccion, áun cuando pase
por mal codificador. Y con estas explicaciones, que por lo
ménos atenuarán, ya que no limiten, la fuerza de lai res-
puestas y de los argumentos que se me hayan de dar sobre
este punto, voy á entrar en el análisis del segundo párrafo,
que desecho, del artículo puesto á discusion.


Dice así: ( Nadie será molestado en territorio español
por sus opiniones religiosas ni por el ejercicio de su res-
pectivo culto; salvo el respeto debido á la moral cristiana.»


Nadie será molestado por sus opiniones religiosas. &Quó
opiniones religiosas'? ¿ Las expuestas, las ent3eñadas, las
predicadas, las manifestadas en público, ó las que se pro-
fesen sí, pero en el silencio, al abrigo del hogar doméstico
y que no pueden ser conocidas sino por medio de una vi-
tuperable delacion'? En el primer caso esU establecido el
culto público, porque todos e'sos actos son actos públicos
de un culto; y todo culto es externo, es sensible, cae bajo
el predominio de las leyes. En el segundo caso es la mera
tolerancia de conciencia, es una cosa interna, pertenece
al óruen puramente psicológico; es la conciencia, y la
conciencia no es conocida, la conciencia no es punible en
el fuero externo por nadie. ¿ A cuál de esas dos opiniones
religiosas es á la que se refiere el artículo '? ~Cuáles son
aquellas opiniones por las que nadie será molestado por
sus opiniones religiosas'? ¿Las p~meras, ó las segundas'?
y sigue el artículo: « que nadie será molestado ni por el
ejercicio de su respectivo culto. » En este inciso «ni por su
respectivo culto ,» se establece á sabiendas, de lleno, la
pluralidad de cultos. Pues si se establece en éste, no está
establecida en el anterior. ¿Se establece en ambos'? Pleo-
nasmo ridículo. ¡Se establece en uno solo'? El resultado será




39~ DISCURSO
igual: y entónces si se establece en este último inciso.
¿. para qué sirve· el primero, de que nadie será molestado
por sus opiniones religiosas? Vea, pues, la primera duda
que os expongo, contenida en el artículo.


¿ y de qué culto se habla ahí? Al decir que nadie será
molestado por el ejercicio de sn culto, ¿,es por el público ¡'¡
por el privado?


Más franca y lógica estuvo la Constitucion de 1869 1'11
su arto 21, cuando dijo que el ejercicio privado ó público
íle cualquiera culto «queda garantirlo, etc.» sigue el ar-
tículo. ¿,Y qué es lo que se ha querido decir con este artícu-
lo '? ¿ Qué culto es el que se permite? ¿El público, el pri-
vado, ó los dos'? Aquí no "hay más que culto. Pues si se
establece por la Comision, 116 ahí otra duda que es necesa-
rio explicar.


Concluye el párrafo segundo con la frase « salvo el res-
peto debido á la moral cristiana.» No se contenta este
párrafo con exigir el respeto debido, salvando las limita-
(:iones de las reglas uui versales de la moral y del derecho
que establece en su sistema, bien establecido, la Consti-
tucion de 1869; exige más: exige que sea salvo el respeto
debido á la moral cristiana, y exige mucho ménos que lo
que se debe exigir, porque debe exigirse salvo el respeto
debido á la moral católica. Pues qué ese respeto debido
siempre, y en todo lugar, y por todas circunstancias :J
la moral católica, ¿ no se ofende con solo la admisioll
de cualquiera otro culto anticatólico? ¿Se guarda en todo
('ulto anticatólico, aun cuando sea culto cristiano, la mo-
ral eatólica? ¡Ah! N ó, señores, porque ninguna de eRas
religiones, de esas confesiones ó agrupaciones religiosas
beréticas ó cismúticas, que se han segregado del catolicis-
mo , aunque respetan la moral cristiana, no respetan la
moral católica por la adicion, por la súpresion, por la mo-
(lificacion ó por el cambio de muchos actos, ritos, precep-
tos y requisitos que, prescindiendo del dogma y no tocan-
do á él, sin tocar á la moral, exige la moral católica; esar,¡




DEL EXCMO. BR. D. JUAl'< ~ARTIX CAHRAl\lOLI)/O. 393
otras confesiones podrán o bseryar una moral cristiana;
pero cualquiera de ellas, si se establece, ofende la moral
católica, y la moral católica es la que tiene que ser la mo-
ral del Estado; porque la Religion católica es, segun la
Oomision , la Religion del Estado. O se quiero decir que no
son admitidos en esos cultos m{ts que esos que se llaman
cristianos, o se quiere decir que se admiten, que no serán
perseguidos, proscritos ni penados otros cultos que no SOH
cristianos; porque si nó, ¡, que es de la sinagog'a, qué e¡.;
de la mezquita, qué es de la pagoda'? Todos esos CUltOB S011
cultos. ¡, Y están admitidos, ó no están admitidos'? Segun
la Comision sí, porque dice que ya van bastantes años en
que ha estado vigente la pluralidad de cultos, para que po-
chmos restablecer ahora la intolerancia. Estas son las pala-
hras de la Comision, y excuso leerlas, porque se encuen-
tran en el preámbulo. De modo que, como ya está conoci-
da la ribertad religiosa, y llevamos bastantes años de ah-
soluta libertad de cultos, si no se admiten las sinagoga~,
las mezquitas, las pagodas y tantos otros cultos idólatraf::,
se falta á los deseos de la Comisiono Esto por lo ménos es lo
que se desprende de ese razonamiento. Es necesario, pues,
que los hebreos, lOS otomanos y los indios puedan ejercer
libremente su culto; si nó, no hay pluralidad de cultos:
si nó, no hay absoluta libertad de cultos.


Esta es otra duda como todas las que voy exponiendo.
Voy al párrafo tercero , porque tengo que ir haciendo


una larga excursion en mi discurso; y ved como aumenta
la confnsion y la duda.


Dice el párrafo tercero: « N o se admitirán, sin embargo,
otras ceremonias ni manifestaciones públicas que las de la
religion elel Estado. »


y pregunto yo: si quedau permitidos los cultos antica-
tólicos, y no sólo anticatólicos, sino todos los cultos ó
profesiones extrañas al catolicismo, i, no son públicas su¡.;
ecremonias, sus manifestaciones, ni más ni ménos que las
ceremonias y las manifestaciones del culto católico'? Pues




394 DISCORSO
qué i,no han de estar abiertos los templos de unos y otros'?
Si están abiertos i,qué mús publicidad '? Y si están cerrarlas
sus puertas, ¿, cómo entóncos es público y solemne el ejer-
cicio de todo culto'?


¡ Ah, señores, cuántas y cuántas dudas! Y siendo esto
como todo ello es asi, decidme de buena fe (que de ella no
he de dudar, porque siendo vuestra eso me hasta para dar-
la entero crédito) lo mismo los Sres. Ministros que los se-
llores de la Comision, decidme: en primer lugar, i, esU
claro, está explícito, está inteligible para el pueblo paci-
fico, tranquilo, indocto, el articulo constitucional que
vamos á discutir, nada ménos que el que afecta á la reli-
gion de sus padres'? No están expuestas las ideas con toaa
claridad, y las dudas que se me ocurren á mi, se les
ocurren á tollos los que piensan como yo.


Contestaréis, señores de la Comision, que todas esas
dudas, aunque ellas son la esencia misma de la ley, aun-
que son la ley misma, porque se trata nada ménos que de
permitir ó nó uno y otro culto, y tan importantes son los
unos como los otros, diréis qne eso se deja para las leyes
secundarias, y podeis añadir: «y para meras órdenes de un
Ministro que se llame del culto,») i,por qué no, si alguien
ha de entender de esto'?


i,Será acaso que el espíritu de partido que querais aéha-
carme á mí (y no á mí, sino á todos los que piensan co'mo
yo), sean los motivos que me mueven á huscar y ú rebus-
car esas dudas, y qne no existen más que en mi cerebro, mal
constituido y organizado'? i Ah, señores! i, Por qué no es-
cribis claro, cuando Dios os ha dotado de talento tan des-
pejado'? Porque las malas causas no se defienden, no se ex-
plican con la claridad que se requieren, con una claridad
que convenza, que persuada, que arrastre y tranquilice á
todo aquél que busque la verdad.


y paso á otras observaciones más graves y tremendas
aún en el fondo, que han de apoyar mi enmienda.


Sabido es que planteada una cuestion cualquiera con la




DEL EXCMO. SR. D. JU.\:l" MARTI~ CARRAMOLINO. 395
precisa exactitud de sus términos, la discu&ion no pueue
distraerse ni embrollarse ni por ignorancia ni por malicia.
Pues siendo esta una verdad evidentemente lógica, con-
vengamos en el exacto conocimiento, en la precisa inte-
ligencia de los términos que han de jugar en esta discu-
sion, que yo acepto y deseo tambien que los acepten los
que hayan de contender conmigo, para la inteligencia de
todos. Es preciso que convengamos, repito, en la preci-
sion y exactitud de los términos que han de jugar en esta
discusion.


No pretendo, señores, ser un pedagogo ridículo, y mé-
nos ante la sabiduría del Senado; pero me es indispensa-
ble analizar, me es indispensable defip.ir, porque sin ana-
lizar y sin definir no se encuentra nunca la razon humana.
La prueba de esa necesidad de analizar y de definir, es que
cuantos sabios escritores se han ocupado de esta materia,
y cuantos célebres oradores han hecho celebérrimos y mag-
níficos discursos en uno y otro sentido, todos, adoptando
la respectiva dialéctica que más les ha agradado, han vc-
nido á hacer un lenguaje de palabras con nombres sinóni-
mos, idénticos, promíscuos, con nombres que son distin-
tos ú los peculiares, técnicos y específicos; y de ahí la
confusion, porque unos entienden por tolerancia lo que es
libertad, y otros entienden por libertad lo que es toleran-
cia. Unos dicen: tolerancia de cultos; otros dicen: libertrul
de conciencia; unos dicen: tolerancia de actos internos; otros
dicen: libertad de actos externos, y otras cosas por el es-
tilo. Pues ese mismo lenguaje anfibológico y dudoso ha
usado la Comision, porque ha dicho que declara Religioll
del Estado la Religion católica, apostólica, romana, que es
la de la casi totalidad de los españoles; pero consigna la
tolerancia religiosa. ¿Qué tolerancia religiosa'? ¿Qué ex-
tension, qué alcance tiene '?


«Que esa tolerancia religiosa es indispensable al cabo
de bastantes años.)} Seis años y medio ¿,son bastantes años
para alterar la religion de un Estado'?




396 DISCURSO
« Que consignándose la tolerancia religiosa como indis-


pensable al cabo de bastantes años de absoluta libertad
tic cultos, el que concede ésta, concede la tolerancia reli-
giosa.»
~Vego consequentiarn.
Es necesario fijar un lenguaje técnico y claro para que


nos entendamos, para que sepamos lo ciue se nOR pide,
para que sepamos lo que hemos de conceder, para que se-
pamos lo que habrémos de negar, y por ORO yo he de soste-
ner esta tarde estas tres ideas, de las que no me he de apar-
tar sino por equivocacion (y si me equivoco, advertídmelo,
Sres. Senadores): la unidad católica, la plmalidad de cultos
.Y la tolerancia de conciencia, éstos son lQS nombres con
que yo he de determinar constantemente la situacion de la
cuestion religiosa.


i,Qué es unidad católica? Unidad católica es el exclu-
8ivo , público y solemne ejercicio de la religion, protegi-
da por las leyes, se entiende, con ex ~lusion de todo otro
culto.


i,Qué es la pluralidad de cultos? Es el ejercicio público
externo de cuantas religiones ó profesiones religiosas quie-
ran establecerse en la Nacion con arreglo á las leyes.


i, Qué es la tolerancia de conciencia, esa tolerancia re-
ligiosa , confusa para muchos casos? La tolerancia de con-
ciencia es la facultad natural del hombre; es la facultad
ingénita del hombre, que se concede á todos los habitantes
(le la Nacion para que en el secreto, en el silencio del ho-
gar doméstieo , sin templos públicos, Rin enseñanzas, sin
predicacion, sin propaganJa externa, ni pública, ni escri-
ta , ni hablada, pueda entregarse cada uno en su casa al
ejercicio de sus respectivas creencias religiosas. Estas son
las tres ideas que yo quiero inculcar en los Sres. Senado-
res, porque así es eomo lógicamente be de continuar mi
rliscurso. Por consiguiente, voy á hablar ante todo de la
necesidad de la unidad católica.


N o he de emplear en defensa de la unidad católica ni




DEL EXCMO. SR. D. JUAN ~IARTIN CARRAMOLINO. 397
un solo argumento teológico, ni siquiera religioso; todos
han de ser profanos, tomados de la filosofía, de la historia,
de la política, de la situacion y estado de diversas nacio-
nes antiguas y modernas, de las sentencias de grandes
estadistas. Yo sé bien que nada diré de nuevo; ¿ qué he de
decir de nuevo, despues de dos meses de discusion en tan
prolongada y dificilísima materia? Pero eso no me arre-
dra; ¿qué me ha de arredrar? repítalo yo aunque sea cien
veces; con tal de lograr inculcarlo en el ánimo de los
Sres. Senadores y de producir aigun efecto, me doy por
muy satisfecho.


Una ley de las Doce tablas, el primer Oódigo del pue-
blo Rey, de la siempre grande Roma, prescribía que nin-
gun romano adoptase para sí dioses extraños, ni los forja-
se, si no estuvieran admitidos por deidades de la ciudad.
Eso decía el antiguo Oódigo de las Doce Tablas. Tal era
el amor á la unidad religiosa que quería imprimirse al pue-
blo romano. Por ese amor, por ese mismo interes á la cau-
sa de la unidad religiosa, los atenienses dieron la cicuta á
Sócrates; porque fué el primero que concibió y enseñó la
unidad de la divinidad, cuando todos ellos profesaban y
am.abanel politeismo.


Hubo otro pueblo más antiguo que Aténas y que Roma,
con su jefe y legislador, cuyo nombre imperecedero es su-
perior al de todos los legisladores; se llama Moises; Moi-
ses, y no digo más; en quien no quiero que veais nada
sagrado ,nada divino, nada revelado por Dios; miradle
sólo como hombre, como jefe, como legislador; y si os
parece hasta como inventor por sí solo, como falsario,
como todo lo que querais; no mireis en él otra cosa que el
hombre. Pues ese hombre, primer legislador del pueblo
hebreo, entre las diez tablas que dió , la primera que ha-
bía que qbservar fué una: «no tengais dioses ajenos de-
lante de mí.» Tal era el amor, tal la obediencia, tal el
respeto que quería inculcar Moises á su pueblo.


Señores, si esas célebres y sabias naciones de tan re-
26




398 DISCURSO
mota antigüedad se afanaban tanto por la unidad religio-
sa; unos paganos, otros no paganos, como querais juz-
garlos, me es indiferente en este momento; si otras na-
ciones modernas se afanan hoy por conservar la misma
unidad religiosa, sea la que sea, como acontece al Imperio
aleman, á la Suiza y á otros países , que tienden todos á
restablecer, á crear la unidad religiosa, aunque herética
para nosotros los católicos; aunque sea atropellando y per-
siguiendo duramente el catolicismo, oid ahora las grahdes
sentencias, las opiniones de tres notabilísimos estadista w.
lumbreras de la ciencia en la moderna y civilizada Europa.


Decía el sabio Presidente del Parlamento de Guyena, el
sabio Montesquieu (que abandonó su magnifica carrera en
los grandes empleos de la Francia, por consagrarse todo á
la ciencia) , decía «que la N acion que tuviese la fortuna de
conservar la unidad religiosa de su país, no debiera admi-
tir otros cultos, porque la unidad religiosa es la mayor
fuerza del Estado.» Y esto, que no seria más que una teoría
en los respetables labios de ]1fontesq1üeu, ha sido una ver-
dad práctica en España en la guerra de la Independencia:
en efecto, ¿qué elementos se opusieron para salvar la in-
dependencia, el honor y la religion en España'? En honor
de todos, la religion católica (¿habrá quién lo dude'?), de
teoría ha pasado á ser verdad en el territorio español.


Decia tambien el célebre Guillermo Pitt (que desde jó-
ven tuvo tanta influencia en la gobernacion de Inglaterra,
y que por diez y siete años dirigió sus destinos, y lo der.ía
por los años de 1806, cuando ya amenazaban las águilas
imperiales de Napoleon á Portugal y á España); decía:
« Oj alá el pueblo español levante su unidad católica, y
entonces es segura nuestra victoria.» Y que esa optacion
y ese deseo de Pitt se realizó, fué otra verdad en España,
porque bien sabeis el éxito que tuvo el Gran Capitan del
siglo en nuestra famosa guerra de la Independencia.


Pues otro Ministro inglés (uo ménos célebre) de nues-
tros dias, Lord Palmerston (todos lo sabeis de memoria, y




DEL EXCMO. SR. D. JUAN MARTIN CARRAMOLINO. 399
aunque he manifestado que no he de decir nada nuevo,
quiero repetirlo hasta la saciedad); el célebre y respetable
Lord Palmerston decía: «que se dejaria cortar la mano de-
recha por devolver la unidad religiosa á su patria;» y de- .
volvérsela, porque se la había arrebatado, (mando con ella
era tan feliz, el lascivo , el soberbio, el horrible heresiarca
Enrique VIII. j En tanto estimaban esas naciones antiguas
de que os he hablado, esas naciones modernas yesos no-
tabilísimos y grandes hombres de Estado, la necesidad, la
importancia social, la grandísima política de la unidad re-
ligiosa para cada país!


No os hablo de otros, ni os traigo á la memoria otros
ejemplos de las funestas gu~rras religiosas que desde el
primer tercio del siglo XVI fatigaron ú la misma Alema-
nia, ú Suiza, Noruega, Suecia, Dinamarca, Bélgica y
tantos otros pueblos, nó; porque me basta tener presente
dos cosas: el antagonismo de Inglaterra y Escocia con la
infeliz Irlanda, y la deserc¡on formidable que se va verifi-
cando en favor del catolicismo en las doctrinas de la Igle-
sia anglicana, haciendo pública y solemne ostentacion de
su entrada en el catolicismo grandes magnates, sabios
profundos, doctores respetabilísi:nos de la decadente Igle-
sia anglicana.


¿ y no aterran al mundo los horrores causados al termi-
nar el primer tercio del siglo XVI por Enrique VIII, que
poco tiempo úntes había sido célebre y ardiente escritor en
favor del catolicismo contra Lutero, cuando de la noche ú
la mañana, por satisfacer sus vicios, se declarase protector
de la Iglesia y del clero anglicano'? ¿ No os conmueve el
recuerdo de que á los dos añof:! había mandado levantar
los cadalsos elel venerable Juan Fistcher, obispo ele Ro-
chester, y del respetabilísimo Tomús Moor, como insignes
defensores del catolicismo; fulminando asimismo la pros-
cripcion más violenta contra todas las órdenes eclesiásti-
ticas y contra individuos de ambos sexos que pertenecían
al claustro en la Iglesia católica? ¿No os aterra que en el




400 DISCURSO
espacio de cinco años mandase al martirio más de 72.000
ingleses? ¿ No os aterra, no teneis presente los cadalsos
horribles que se levantaron en 01 breve reinado de Eduardo
VI, bajo la direccion del infame Cromwell? ¿ No os llenan
de dolor los tormentos inventados por la furiosa Isabel para
persecucion de los católicos? ¿Qué fué en aquel país de la
unidad católica, del catolicismo, tan glorioso y tan feliz
ántes de Enrique VIII?


Pero volvamos los ojos á Francia; la funesta reforma re-
ligiosa intentada por Lutero en Alemania, .y por otros he-
resiarcas, se había hecho extensiva tambien á la Francia
en el mismo primer tercio del siglo XVI, bajo el reinado
del gran Francisco I, por las tumultuarias doctrinas polí-
ticas y religiosas del en mal hora nacido Juan Cal vino; de
ahí á poco tiempo, las tres guerras de los hugonotes, que
duraron cerca de sesenta años; de ahí la dura necesidad de
la publicacion del edicto de N antes, dado por Enrique IV,
aceptando el calvinismo y conculcando por consiguiente la
unidad católica, que había sido constante en Francia; de
allí á un siglo escaso más adelante, la revocacion de ese
mismo edicto, dada por Luis XIV, Y el restablecimiento
del mismo por el desventurado Luis XVI; restablecimiento
que le llevó al patíbulo; ese es el estado actual de la liber-
tad de conciencia y de cultos en Francia.


Pues bien: ved ahora las sucesivas consecuencias de la
revolucion religiosa de dicha nacion. Catorce monarcas se
han sucedido desde Francisco I, diferentes por sus dinas-
tías: la de Valois, la de Bol' bon, la de Bona parte y la de
Orleans. Sabeis, bien lo sabeis, señores, y recordais la suer-
te de esos catorce Reyes ó Emperadores. Pues cinco han
sido asesinados ó muertos á mano airada; de uno se frustró
el asesinato que contra él se intentaba; cuatro han sido
destronados y proscriptos; sólo cuatro, despues de sufrir
grandes perturbaciones, han descendido desde su trono al
sepulcro. Y que tanto regicidio, tanto destronamiento y
tantas proscripciolles sean por causa de la ignorancia, del




DEL EXCMO. SR. D. JUAN MARTIN CARRAMOLINO. 401
abandono ó del desprecio de las doctrinas que enseña el
catolicismo, nadie, absolutamente nadie que presuma de
hombre de Estado lo desconoce ni lo niega. Pero todavía no
acabó la desgracia en los reyes; descendió á manchar con
sangriento lodo á la Nacion Francesa. Pues qué, ¿,OS olvi-
dais de los horrores de la revolucion de 1789'? ¿, No recor-
dais los grandes horrores causados por espacio de dos si-
glos'? Por último, y más recientemente, ¿,no veis, no sen-
tís todavía los incendios, los trastornos, los asesinatos de
la Oommune en 1871 '? ¿, Querréis, señores, que con nuestra
nueva ley, si desgraciadamente se plantease, fuéramos á
dar lugar á tanto y tanto padecer'? i Ah! i Bendita sea la
unidad católica de nuestro país! i No querais romperla,
señores Senadores!


«Inadmisible la pluralidad de cultos.» Es claro en bue-
na lógica, que estudiadas las horribles catástrofes sociales
(consecuencias necesarias del desprecio y olvido del cato-
licismo en muchas naciones cultas) no es aplicable á nos-
otros, por no encontrarnos en tal situacion, la diversidad
de cultos; y por consiguiente, que no nos hallamos en el
caso de que hoy, sin título alguno (que no dan esos siete
años que se me han fijado en la memoria), hayamos de san-
cionar la pluralidad de cultos. Más de cincuenta años hace,
que en el año de 1823 terminó la segunda época constitu-
cional, y que D. Fernando VII gobernó la Monarquía con
toda la plenitud del poder que había heredado de sus ante-
cesores. Vanos fueron cuantos esfuerzos se intentaron para
conseguir del Monarca que estableciese la extinguida In-
quisicion; y desde entónces acá se puede asegurar que co-
mienza á considerarse y respetarse á todos los españoles
en el asilo y en el silencio de sus doctrinas religiosas. Lue-
go aparece más claro en 1830, áun cuando se me cite por
ejemplo alguno que otro hecho extraordinario y grave, en
que por las circunstancias tuvo que tomar parte la autori-
dad del Estado. Cuantos extranjeros heterodoxos, cuantos
españoles vivían en España en esa época, se puede asegu-




402 nISCURSO
rar que vivían en paz y no se veían inquietados; pero nin-
guno de ellos en esa época se atrevía á pedir ( j qué habían
de atreverse!) la pluralidad de cultos.


Se restableció el gobierno representativo en 1834, Y
todas las Constituciones desde la de 1812 declaraban á una
voz que la Religion de España era la católica, y nadie se
atrevía á pedir en esa época la pluralidad de cultos. Ni en
el parlamento, ni en la prensa, ni de ninguna otra mane-
ra se suscitó jamás la cuestion de la pluralidad de cultos,
hasta que en el bienio de 1854 á 1856 se escribió una Cons-
titucion con el deseo de que hubiese dicha pluralidad; pero
se quedó en deseo, porque la Constitucion no llegó á pu-
blicarse. Nada, pues, hasta entónces de la pluralidad de
cultos. Bajo las garantías de la política y bajo el respetuo-
sísimo sigilo y prudentísimo silencio de los prelados de la
Iglesia española, todos vivíamos en paz y acrecía el nú-
mero de extranjeros, como lo demuestran bien, todos los
que en toda España se dedicaban al ejercicio de la indus-
triaydel comercio. Y entre esa inmensa multitud de obreros
de los ferrocarriles y de empleados en el laboreo de las mi-
nas y en otros grandes trabajos, productores de la riqueza
pública, nadie pedía la pluralidad de cultos; pero triunfó
La revolucion de Setiembre de 1868, y se reclamó como una
de las necesidades sociales y políticas la pluralidad de cul-
tos. En aquella época, hasta aquel mismo dia en que im-
peraba en las calles la revolucion, ni grupos, ni agrupa-
ciones religiosas se reunían en parte alguna; ni había ex-
posiciones humildes y respetuosas que la reclamasen, ni
había masas armadas y amenazadoras que así lo exi-
giesen. Todo esto se vió en 29 de Setiembre de 1868.
¿ Y qué motivos había para proclamar en España la plura-
lidad de cultos'? Motivos políticos ninguno. ¿Mercantiles,
industriales, científicos y de crédito'? Absolutamente nin-
guno. Pues qué, ¿no estaban establecidos honrados extran-
jeros en Madrid y en otras capitales, y recuerdo á Madrid
por su numerosa parroquia de San Luis, en que todos ú la




DEL EXCMO. SR. D. JUAN MARTn~ CARRAMOLINO. 403
mayor parte eran católicos y todos hacían su fortuna y con
eso acrecentaban la del Estado, por su comercio y su in-
dustria, sin que se acordasen siquiera de pedir la libertad
de cultos?


Pero con este motivo se hacen dos grandes argumentos
á que es necesario contestar. Uno consiste en decir: los
extranjeros ven:lrán y nos traerán sus capitales para au-
mentar nuestra riqueza y nuestro crédito. Verdad, es que
los traerán; pero tambien lo es que los han traído inmensos
sin la pluralidad de cultos. Pues qué, los grandes banque-
ros que se conocen lono han comprometido sus fortunas y
sus capitales en España, sin pensar siquiera en reclamar la
pluralidad de cultos? Vengan en buen hora los que quieran
establecerse; háganse ricos; pero despues de hacerse ricos,
lohemos de darles la patente de propagandistas, de pasto-
res, de maestros de los respectivos cultos que han de man-
cillar y conculcar el catolicismo? loLo han necesitado has-
ta ahora? Pero todavía con voz más majestuosa y sonora se
dice: ¡Ah, si la unidad católica es inconciliable con la ci-
vilizacion de los pueblos cultos; si con ella no podemos
entrar en el gran concierto europeo; si vamos á la zaga
de esas naciones; si es indispensable, por tanto, que ha-
gamos la proclamacion de las diversas creencias ! ... Yaña-
den, por conclusion, que de esa manera aumentarémos
nuestra poblacion, que de ese modo se verá el prodigioso
desarrollo de nuestras fuerzas vitales, de las fuerzas vitales
del Estado. Y yo que no soy entendido en la materia, les
digo: pues, señores, considerad el estado de la N acion
desde el año 30, Y señaladamente desde 1849, en que ya
hay grandes datos estadísticos, hasta el año 1868, y decidme
si no os admira el desarrollo de la industria, la extension
del comercio; si no os sorprende el aumento de nuestra
marina mercante, y de su protectora nuestra armada nacio-
nal; si no os sorprende esa red inmensa de caminos de
hierro que cubre la Península; si esa suma tan deseada de
nuestras fuerzas vitales no se ha empleado en España en




404 DISCURSO
defensa gloriosa de nuestra dinastía, del trono constitu-
cional, del Gobierno representativo, de la libertad herma-
nada con el órden, en dos guerras dolorosas, fratricidas,
una que acabó el año 1839, otra que ha acabado en este
mismo año de 1876. ¿No se han empleado nuestras fuerzas
vitales en llevar glorioso nuestro estandarte para devolver-
lo á la patria en las guerras de Cochinchina, de Marruecos,
del Perú y de Joló'? ¿No estamos dando pruebas de emplear
los esfuerzos del país en destruir de todo punto la funesta
insurreccion de Cuba'? ¿No hemos tenido fuerzas y recursos
bastantes para apagar las teas incendiarias de Alcoy y de
Cartagena; teas que ya estaban preparadas para Cádiz, Se-
villa, Valencia y otros pueblos y para convertir en escom-
bros la Nacion entera'? Pues todo eso lo ha hecho España
con la unidad católica. No creo que tendremos que dar el
triunfo de nuestras creencias á los pocos aprendices que ha-
yan resultado en esos bastantes años desde que son cono-
cidos algunos cultos en España.


Pues todo eso lo ha hecho España, á pesar de tantos
trastornos, enesos pocos años, cuando otros pueblos de esos
que se nos traen por modelo y que se nos encomian como
dignos de imitaclOn, han necesitado más de tres siglos
para ponerse al nivel de nuestra situacion.


Otro gran argumento se hace; yo sé que estais cansa-
dos de oirlo, pero no puedo dejar de hacerme cargo de
él; es el ejemplo de Roma: yo tengo que decirlo, por-
que si vosotros lo sabeis, otros no tienen para nada obli-
gacion de saberlo. Tambien dicen con tono muy satisfecho
y magistral, eso sí, c~ando se llega á estas observaciones,
que en Roma se conocen tambien algunos cultos; que es-
tán establecidos allí los judíos, que están establecidos allí
los anglicanos, y por último, que no hemos de ser m '.8
papistas que el Papa, cuando el Papa los consiente y tole-
ra. A ese argumento se debe otra respuesta algo más filo-
sófica que económica y que política; es verda'd que ha ha-
bido judíos en Roma, quizás anteriormente á la entrada de




DEL EXCMO. SR. D. JUAN MARTIN CARRAMOLINO. 405
San Pedro en la ciudad Eterna donde había de sentar su
silla (me lo asegura un Sr. Obispo que se sienta á mi lado),
por lo ménos desde la destruccion de Jerusalen por Tito;
es verdad que había judíos en Roma ántes de la llegada de
San Pedro á Roma; es verdad que no están molestados ni
inquietados; pero no se reflexiona, señores, que cuando
Dios ha consentido que hayan bajado hasta Roma y que es-
tén colocados en el Elgueto, uno de los humildes barrios
del Trastevere, pedestal de la silla de San Pedro, porque
cabalmente cae bajo las cumbres del Vaticano, que tal vez
estén allí para ser sufridos habitantes y confesores conti-
nuos, custodios admirables de la verdad, del cumplimien-
to de las profecías; de esas profecías que recuerdan los li-
bros del Viejo TestamAnto, de que ellos son los más escru-
pulosos y firmes guardadores. Pues no se puede contestar
nada á esa observacion, que no es económica ni política.


Tambien es verdad que hay individuos de la Iglesia an-
glicana que viven en Roma sin causa ni motivo alguno,
porque dolor da recordar su primitivo, aunque pacífico
orígen. Había hecho prisionero el gran Napoleon , que era
primer cónsul, al magnífico papa Pio VI, quien en el cau-
tiverio murió en 1799. Siete meses estuvo huérfana la Igle-
sia católica, hasta la eleccion del no ménos memorable y
respetado papa Pio VII, tambien á su vez prisionero del no
ya Cónsul, sino Emperador, del gran Oapitan del siglo; J
en esta época, dudosa y difícil para Roma, entrando cons-
tantemente ingleses, franceses é individuos de otras nacio-
nes anticatólicas, unos cuantos ingleses tuvieron el pensa-
miento de reunirse en una humilde habitacion, cuyo nom-
bre no pronunció, para practicar su culto. Volvió Pio VII
al trono de San Pedro, protestó de ese culto, se instruyó
un expediente sobre el asunto, y despu8s se creyó por pru-
dencia altísima, por conveniencia importantísima á la Re-
ligion católica, el que el Gobierno Pontificio se callase, no
hiciese nada; ahí teneis el orígen del rito anglicano en
Roma; ha sido, pues, necesaria la gran revolucion de Ita-


t




406 DISCURSO
lia, ha sido preciso que los Estados Pontificios obedezcan
á un Gobierno enteramente secular, para que principien á
levantarse en Roma templos anticatólicos. Y paso á otro
punto.


Hay dos clases de hombres, por rlesgracia de España,
que se muestran adversos al catolicismo y favorables á la
pluralidad de cultos. La primera clase, que es más nume-
rosa, es la de aquellos que frios, olvidados ó plenamente
ignorantes del catolicismo, quieren vivir sin freno, á sus
holguras, practicando un ateismo de hecho, vi viendo un
ateismo práctico, y que avergonzados, sin embargo, de
no profesar religion alguna (porque siempre es vergonzo-
so al hombre vivir sin religion), quieren atenuar su situa-
cion por la desercion del catolicismo, afiliándose á un
culto extraño al permitido por las leyes; indiferentismo
horrible, indiferentismo que es orígen de frecuentes des-
lealtades, que es fundamento de esa revolucionaria volubi-
lidad política que aflige á todas las clases, que es causa de
la corrupcion de costumbres, de la insaciable sed del oro,
venga de donde venga, adquiérase como se adquiera, para
pensar solo en la satísfaccion de sus placeres, de esa am-
bicion, de ese deseo desmedido de mandar, de predomi-
nar, de... pero basta; y todo en el primer momento de-
sastroso, en el primer contratiempo de la fortuna, es tam-
bien causa de mil y mil delitos, y por último, del cobarde
suicidio.


Hay otra clase de hombres á quienes yo honro y debo
honrar con el nombre de ideólogos y pensadores, de esos
que hacen la guerra al catolicismo y protegen la pluralidad
de cultos de otra manera. Esos son los que, llenos de doc-
trinas, de luces y de estudios, están en comunicacion con
grandes sociedades extranjeras, con hombres políticos
nota bIes de aquellos Estados. ¿Y sabeis, ya que tanta afi-
cion tienen á la pluralidad de cultos, cuántos de ellos han
enseñado, están enseñando ó piensan enseñar en esas igle-
sias evangélicas? ¡,Sabeis cuñntos han sido, son ó van á ser




DEL EXCMO. SR. D. JUA\' MARTe, CARRAllOLINO. 407
eus pastores'? ¿ Sabeis cuántos han escrito ó van á escribir
sus Catecismos'? j Ah, señores, á ménos lo tendrían tan al-
tas personas! Nó; lo que sí habréis visto es al frente de
esos cultos anticatólicos, hombres oscuros é ignorantes
los unos, todos extremadamente viciosos y calificados por
el pueblo morigerado como apóstatas de su fe; otros ven-
didos quizá á oro que no es español, y algunos sacerdotes,
pocos, poquísimos, que han llegado á atreverse á celebrar,
yo le llamaría contubernio, un matrimonio, si pudiera
dársele este nombre, para satisfaccion de sus deseos; y
que al oir yo ese argumento en la otra Cúmara, me trajo á
la memoria el célebre dicho del sarcástico Erasmo, que al
hablar de Lutero y de Cal vino , ambos sus contemporáneos,
á los cuales conocía personalísimamente bien, que de sa-
cerdotes católicos habían pasado ú ese tan miserable esta-
do, decía con gracia: «sí, si el protestantismo acaba siem-
pre como las comedias: en bodas.»


y paso al último punto, que es mucho más práctico en
España, la tolerancia de conciencia. Bien brevemente la
voy á tratar, porque ya dejo expuesto cuanto creía justo
para probar la necesidad de la unidad católica en España,
para justificar la absoluta prohibicion de la pluralidad de
cultos; y como he indicado que bajo estas tres ideas, uni-
dad católica, pluralidad de cultos y tolerancia de concien-
cia, he de reasumir toda la cuestion, voy á hablar breve-
mente de la tolerancia de conciencia, que, como indiqué
al principio, consiste en el sigilo, en el abrigo del hogar
doméstico, sin templos, sin propagandas, sin enseñanza,
sin predicacion alguna.


y es singular que hoy pueda yo explanar aquí una idea
que enuncié cuando tuve la honra de tomar parte en la con-
testacion al discurso de la Corona. Dije, para tranquilizar
á muchos Sres. Senadores, que la tolerancia de conciencia
estaba permitida en España hacía siglos, en tanto cuanto
habían exigido las necesidades, el interes, la utilidad, la




408 DISCURSO
paz, la tranquilidad de la Monarquía, y hoy voy á justifi-
carIo, y voy á justificarlo con documentos diplomáticos por
una parte, por otra con el derecho consuetudinario, y últi-
mamente por leyes expresamente sancionadas.


Es de admirar, iba á decir hace un momento, que ese
progreso de civilizacion, que se llama la tolerancia de con-
ciencia, se haya conocido en España ¿en qué tiempos'? En
los nebulosos, en los justamente censurados, en los infe-
lices reinados del distraido, desidioso y negligente Feli-
pe IV y del im Mcil Cárlos II. Desde entónces viene estable-
cida en España la tolerancia de conciencia.


El primer acto es una Real cédula de la Cancillería es-
pañola dada á instancias del cónsul del Rey de la Gran Bre-
taña (así se le titula ahora) ; leeré los documentos que dicen
así; es la esencia:


«Que siendo muchos los ingleses que residían y comer-
ciaban en Andalucía, principalmente en la ciudad de Sevi-
lla, Sanlúcar, Cádiz y Málaga, suplicaban se confirmasen
las exenciones y facultades que les competían, y que ya les
estaban otorgadas por las Coronas de los Reinos de Castilla
y Portugal (entónces, y poco ántes, habían estado unidas
ambas Coronas), mandando que se les guarden y cumplan sin
ninguna limitucion.» Y, entre otras cosas, dice la Real cé-
dula: «y porque asimismo conforme al capítulo de las dichas
paces (las habidas con Inglaterra y España), que hablan en
materia de religion, sin embargo, en algunos pleitos se ha
intentado declaren si son católicos ó nó, excusándose dar fe
en los juramentos que hacen como partes y como testigos.»)


Y dice el rey Felipe IV:
Mando asimismo que en cuanto á esto no se haya de tra-


tar ni trate cosa alguna con los naturales de dicho Reino;
sino que se guarde y cumpla la dicha condicion, sin que
se os hagan semejantes preguntas, dando tÍ los juramentos
que hicieredes en juicio y fuera de él, la fe y crédito que se
diera sifuerades españoles; sin que sobre esto recibais vejacio-
nes ni molestias, ni se os pueda hacer agravio alguno.»




DEL EXCMO. SR. D. JUAN MARTIN CARRAMOLINO. 409
Bien claramente se ve por esta Real cédula, dirigida á los


súbditos de la Gran Bretaña, que en asuntos de conciencia
les estaba permitido obrar como quisieran miéntras no cau-
sasen escándalo. Pasó algun tiempo, crecían las necesidades
de mayor comercio y de mayor contacto con los súbditos de
la Gran Bretaña, y se firmó el primer tratado diplomático
sobre esta cuestion, en 23 de Mayo de 1667, veintidos años
des pues de la expedicion de esa Real cédula citada, acorda-
da entre el rey Cárlos JI de España y el de la Gran Bretaña.


«Art. 28. Y para que los derechos y leyes del comercio
que se han establecido en ,tiempo de paz en favor de los
comerciantes no queden infructuosas, lo cual sería muy de
temer si se causase alguna molestia por caso de concien-
cia ... para que los negociantes puedan estar con seguridad
y tranquilidad, el mencionado Rey de España cuidará y
atenderá con mucha vigilancia á que no se cause ninguna
molestia ó inquietud contra las leyes del comercio, así por
mar como por tierra, á los súbditos del Rey de la Gran
Bretaña, ni se haga el menor gravámen á alguno de ellos,
ó se mueva alguna disputa con motivo ó pretexto de con-
ciencia, con tal que éstos no den en público algun escánda-
lo manifiesto, ó cometan alguna ofensa; y el Rey sobredi-
cho de la Gran Bretaña ... lo mismo, etc.


y el arto 35 dice: «Se concederá y dará lugar conve-
niente y cómodo para enterrar los cuerpos de los sú~ditos
del Rey de la Gran Bretaña que murieren dentro de los do-
minios de España.»


N o puede darse más clara y terminante la concesion de
la tolerancia de conciencia á los súbditos ingleses, pero no
la libertad de cultos, desde que se establecían aquí hasta
su sepultura. Y en prueba de que así se había verificado y
debía continuarse verificando, viene la cédula de nuestros
dias, de 1832, en que se dice: «sin que en los cementerios
puedan erigirse capillas, iglesias, ni señal alguna de cul-
to público ó privado, y todo en local distinto de los cemen-
terios españoles.»




410 DISCURSO
Todo, todo, Sres. Senadores, en favor de la tolerancia


de conciencia; nada, nada absolutamente en favor de la
pluralidad de cultos. Y viene el último de los puntos.


Segundo tratado diplomático, fecha 13 de Febrero de
1668, entre Cárlos II , rey de España yel Rey de Portugal.


Su arto 4.° dice: «Los dichos vasallos y moradores (es-
pañoles y portugueses) tendrán recíprocamente las mismas
seguridades, libertades y privilegios que están concedidos
á los súbditos del Sermo. Rey de la Gran Bretaña, por el
tratado de 23 de Mayo de 1667 (es el anterior) y otro del año
de 1630, de la misma manera que si todos aquellos artículos,
en razon del comercio é inmunidades tocantes á él fuesen
aquí expresamente declarados sin excepcion de artículo al-
guno, mudando solamente el nombre en favor de Portugal
en lugar de Inglaterra. Y de estos mismos privilegios usará
la Nacion portuguesa en los Reinos de S. M. Católica, segun
y como lo practicaba en tiempo del rey D. Sebastian.»


Estamos más allá de Felipe II. Ya va creciendo la tole-
rancia de conciencia en Portugal y España. Pues bien, se-
ñores; si la tolerancia de conciencia está permitida para
algunos extranjeros, lo que hay que hacer en estas cir-
cunstancias ,si es conveniente, es extenderla á otros ex-
tranjeros, nó por un artículo constitucional, nó escrita
constitucionalmente la libertad de conciencia, que no se
necesita, sino que siendo objeto de los actos del Gobierno,
de tratados de Gobierno, está autorizado para eso el nues-
tro, el Gobierno de S. M., para extenderla á los súbditos de
otros Gobiernos, á otros Estados; pero con las limitaciones
que son conocidas, á fin de que no venga jam:ís á enten-
derse que está permitida la libertad de cultos. Para. los de-
más extranjeros ya doy yo el remedio.


Por lo demás, está todavía garantida la libertad de con-
ciencia por el derecho consuetudinario, el cual he explicado
ya al principio de mi discurso.


He manifestado que desde 1823, parece dudoso: pa-
sado algun tiempo, porque entónees la reaceion era dura,




DEL EXCMO. SR. D. JUAN MARTIN CARRAMOLINO. 411
era insufrible, injusta; pues viniendo a tiempos pacíficos
á 1830 , encontramos una gran tolerancia; y como ya ha pa-
sado mucho más del tiempo necesario para introducir cos-
tumbres, claro es que ese es el derecho consuetudinario
para los extranjeros que no sean ingleses ó portugueses,
que éstos tienen un tratado.


Las leyes promulgadas y que ya he expresado, ¿no fa-
vorecen la libertad de conciencia? Pues qué, nuestro Códi-
go penal de 1848, 1850 Y 1870, ¿no pone al abrigo de la
ley á todo español y á todo extranjero para no ser persegui-
do y penado por sólo sus opiniones puramente religiosas,
que es en lo que consiste la tolerancia de conciencia? ¡Quién
lo duda!


V vy á concluir en este momento, porque, señores, ya
os he múlestado demasiado. Rechazo los dos párrafos, se-
gundo y tercero, del artículo constitucional presentado á
discusion. Os'suplico que admitais en cambio la enmienda
en que propongo que de ninguna manera se permita, sino
que se prohiba para siempre en el territorio español todo
otro culto, ya existente, ya establecido ó que en adelante
se quiera establecer. Os he demostrado la importancia suma
de la unidad católica en todas las naciones conocidas; os
he justificado los horrores, las desgracias, los sucesos in-
decibles que ha proporcionado en t.odas partes la pluralidad
de cultos, hasta que por causas legítimas ha tenido que
sancionarse.


Pues bien, señores; yo ruego á los señores de la Comi-
sion, yo ruego á los Sres. Ministros que retiren los párra-
fos segundo y tercero del artículo que estamos discutien-
do; que los estudien; que los presenten de otra manera, si
no admiten mi enmienda. Les pido que lo hagan así, y si
nó pido a los Sres. Senadores que los desechen. Recordad,
señores, que todos, todos somos hijos de la Iglesia católi-
ca. Mirad á lo que nos comprometemos; oid los gritos de
la conciencia. Ayer decía sábiamente el Sr. Presidente del
Consejo de Ministros que todos los actos de su administra-




412 DISCURSO
cion, que son meramente políticos, los dirige con su con-
ciencia. Pues no porque esta cuestion la trateis como polí-
tica deja de estar bajo la conciencia. "Quién ha de fallar en
esta cuestion sin conciencia, aunque la tome como cues-
tion política'? ¿ Cree que de esa manera echa á un lado la
conciencia? j Ah, señores! Oigamos los gritos de nuestra
conciencia, porque si nó temo que llegue un dia para cada
uno de nosotros, el dia en que en el lecho del dolor , rodea-
dos de nuestras respectivas familias, cuando hayamos oido
ese grito, oigamos otro más aterrador ...


V {/J illi per quem 8candalum venerit.


RECTIFICACION.


El Sr. CARRAMOLINO: Ya he dicho al Senado ántes de
ahora que me enojan las réplicas y contestaciones; y si
hoy me levanto es, primero, por la cortesía; y segundo,
por dejar tranquilo completamente al Sr. Ministro de Esta-
do respecto de una expresion que ha indicado relativa á
que se promueve una injusta guerra, no sólo á S. S. sino á
todos los Ministros; si eso lo dice por los que nos opone-
mos á la base religiosa, creo que eso no es guerra, Sr. Mi-
nistro de Estado, pues nunca ha estado en mi ánimo otra
cosa que hablar siempre con todo el respeto que se debe de
todo el Gabinete.


Estoy íntimamente convencido de que S. S. tratará esta
cuestion como otras con la conciencia de católico apostóli-
co romano que le reconozco, lo mismo que la que yo por la
gracia de Dios tengo y profeso; pero eso ¿qué tiene que
ver con decir que se le hace cruda guerra, exigiendo res-
puestas categóricas al argumento que he expuesto'? "Se
me ha contestado, se me ha dicho terminantemente, sí se-
ñor , se admiten los cultos que tienen por base la moral




DEL EXCMO. SR. D. JUAN MARTIN CARRAMOLINO. 413
cristiana como son los ortodoxos, heréticos y cismáti-
cos'? l,Se admiten las pagodas, mezquitas y sinagogas'?
l,Sí, ó nó'? Eso me basta para saber qué es lo que se me
pide; pero decir que está claro el artículo cuando yo
tengo la torpeza de no verlo así, es no contestar á quien
quiere saber; y la exigencia es tanto más justa, cuanto
que hay ob~igacion en los maestros de enseñar á los demás.
Yo quiero saber qué se me pide, para ver qué se otorga,
qué se concede. l, Se dice que todas las herejías, que todos
los cismas de la Iglesia católica están tolerados por este
artículo'? l, Sí ó nó'? l, Se dice que las congregaciones ó
agrupaciones anticristianas de tal culto, como es el judais-
mo, porque la sinagoga es contra Cristo, se admiten'? l, Sí ó
nó'? i,Se admite la pagoda, que es puramente idolátrica, si
ó nó '? Si no me lo dicen, i, cómo he de saber yo lo que
hago? Unos dicen que no comprende el art. 11 del proyecto
más que á los que son cristianos; otros opinan quo com-
prendo á los que pertenecen á todos los cultos; la Comi-
sion dice á su vez que el articulo admito la absoluta li-
bertad de cultos, luego entónces entran todos.


Contesto tambien con la misma cortesía, afecto y cari-
ño que á D. Fernando Calderon Collantes, al digno indivi-
duo de la Comision, porque son dos personas á quienes
aprecio mucho, una por ser antiguo compañero mio y otra
por ser hijo de un antiguo compañero de ambos, que ha
hecho, como yo lo esperaba de S. S., un bellísimo discur-
so: ha tratado tres ó cuatro ideas con facilidad, con belle-
za, con armonía, con todas las dotes oratorias; l, pero ha
contestado á mis observaciones? Esto es lo que pregunto.
l,Son tan débiles, tan vanas, tan despreciables las pre-
guntas que he hecho, que no merece una respuesta categó-'
rica la enmienda, quo es á la que se refieren mis pregun-
tas, puos olla si se aprueba ha de sustituir al artículo '?
Y tanta más razon me asiste, cuanto que S. S. parte de un
error.


Yo he aceptado como cabeza de la enmienda la primera
27




414 DISC. DEL EXCMO. SIL D. J. M. CARRAMOLINO.
parte del artículo; con el primer párrafo estoy enteramente
conforme; y ya sabía yo lo que tenía que suceder, porque
es la costumbre del elocuente Sr. Ministro de Estado, que
tiene gran facilidad en el decir, pronunciar brillantes dis-
cursos, pero no dar directamente contestacion al punto de
que se trata; se toma una ligera idea y se amplifica, se
consume largo tiempo en decir bellezas literarias sobre el
asunto objeto del debate, y se omite hablar de los argu-
mentos que directamente se han hecho.


y como he dicho que siempre me es repugnante hacer
réplicas, habiendo cumplido en este momento mi propósi-
to, que no era otro que manifestar las razones que tenía
para buscar explicaciones que considero necesarias, retiro
mi enmienda.




ENMIENDA PRESENTADA
pon


EL SR. BARON DE LAS CUATRO TORRES.


Art. 11. La Hel igiotl catol ica , apostolica,
romana e~ la del E~tado. La Nacion se obli-
ga a luan tener el culto y S~lS 11linistro~.


:>Iadie sera mol"8tad0 en el territor'io es-
pañol por ,us opiniones religiosas, ni por el
ejercicio de su respectivo culto, salvo el res-
peto debido a la moral cristiana.


:>lo ~e permitiran, sin embargo, otras ce-
remonias, ni manifestaciones públicas, que
las de la Religion del Estado.»


(Proyecto de Constitucion.)
« El Senador que suscribe tiene el honor


,le pedir al Senado que el art. 11 del proyec-
to de Constitucion se redacte en los siguien-
tes terminos:


«La Re!igion católica, apostóliea y ro-
mana, es la de la Nacion Espaüola. El Esta-
do, que la profesa, está obligado á mante-
ner el culto y a sus ministros, y no permit"
el ejercicio ni propaganda de ningun otro.»


Palacio del Renado 30 de Mayo de f876.-
El Baron de las Cuatro Torres.


El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Baron de las Cuatro 1'01'1'01->
tiene la palabra para apoyar su enmienda.


El Sr. Baron de las CUATRO TORRES: Señores Sena-
dores, nadie ménos autorizado que yo para levantarse en
estc augusto recinto y atreverse á. terciar en tan solem-
nes debates. Vengo por primera vez á este alto Cuerpo;
soy uno de sus individuos más jóvenes; no he ejercido nin-
gun cargo político de consideracion , como no sea el de re-
presentante por dos veces de mi provincia en la Cámara
de Diputados. Por último, no tengo el hábito de hablar
ante una concurrencia tan numerosa y respetable, como
se halla aquí presente, y tiene la (lig'nacion de escucharme
en estos momentos . .Juzgad, pues, si necesitaré mucho
más de vuestra benevolencia, que la que solicitaron, acaso
con sobra de modestia, cuantos me han precedido en el




416 DISCURSO
USO de la palabra. Y al otorgármela generosamente, no te-
mais que abuse de vuestra bondad, pues por las razones
que dejo expuestas, he de ser muy breve, excesivamente
breve; procuraré condensar cuanto pueda mi pobre discur-
so en apoyo de la enmienda que he tenido el honor de pre-
sentar al Senado, al cual suplico, como suplico á la mesa,
que me permita practicar una ligera excursion histórica,
porque ha de servir precisamente de base á mis razona-
mientos.


¿Qué es lo que ocurre en este país, Sres. Senadores?
Este país estaba en posesion de la unidad religiosa, desde
hace muchos años. Es verdad que en estos últimos tiempos
algunas escuelas filosóficas, cubiertas con el manto de la
política, habían tratado de destruir esa admirable y pro-
vechosa concordia producida por la unidad religiosa; y ver-
dad es tambien que merced á la ceguera de algunos Go-
biernosque les había autorizado para emplear la enseñan-
za oficial, consiguieron producir cierta excision en deter-
minados círculos de algunos centros de pobhcion; pero ni
esta excision había sido considerable, ni la inmensa mayo-
ría de los españoles se había apartado de su fe , ni el gér-
men de la discordia producido por los innovadores revestía
el carácter de una creencia religiosa que pretendiera esta-
blecer su consiguiente culto.


De sobra sabeis, señores, que el racionalismo, autor
de ese daño, conduce á la abolicion de toda religion posi-
ti va , y por consiguiente á la destruccion de todo culto.


Vino la revolucion de Setiembre, y los adeptos á las
nuevas doctrinas se esforzaron por que prevalecieran en la
esfera del poder, siendo sus resultados la proc1amacion de
la libertad de cultos. Pero ¿ á qué necesidad respondía
aquella medida legislativa? ¿Dónde estaban aquí los pro- '
testantes, los cismáticos, los judíos Y los mahometanos
que se creyeran oprimidos por legislaciones anteriores,


11 que habiendo tomado una parte activa en aquel mo-
vimiento insurreccional, hubiesen conseguido romper




DEL SR. BARON DE LAS CUATRO TORRES. 417
sus pretendidas cadenas'? Aquella medida no fué justifica-
rla por ninguna exigencia social, y sólo puede considerarse
como un arbitrio empleado por la incredulidad de una mi-
noría triunfante para procurar la destruccion de la religion
católica en España.


Llega la restauracion; los españoles abren el pecho á
las más lisonjeras esperanzas; creen que ha lucido pM fin
el dia de las reparaciones; ¿ qué sucede, sin embargo? Se
restaura la Monarquía; D. Alfonso XII, rey legítimo de la
N acion, se sienta en el trono; se hacen laudabilísimos es-
fuerzos para reshblecer el órden material, y ordenar la
administracion; pero no se restablece en la misma medida
el órden moral, yel Gobierno se empeña en sostener la más
injustificada de las novedades introducidas por la revolu-
cion; la libertad de cultos. Las razones que aconsejaron
aquella determinacion vienen reproducidas y condensadas
en el siguiente párrafo del decreto de convocatoria de Cór-
tes: «porque no quiere, dice el Gobierno, renovar las cau-
sas criminales y las persecuciones administrativas por pu-
ros motivos de fe , cosa abolida y condenada en los países
cultos.» Esta declaracion, señores, supone dos hechos:
primero, que ántes de la revolucion de Setiembre se in-
coaban causas criminales y persecuciones administrativas
por puros motivos de fe; y segundo, que no existe una le-
galidad en los países cultos que autorice semejantes perse-
cuciones. ¿ Pero es esto exacto'? i. Quién de vosotros recuer-
da que en los años que precedieron á loE' de 1868 se encau-
sara y persiguiera á nadie pura y simplemente porque no
profesara la fe católica, porque fuera ó no á Misa, porque
comulgara ó dejara de comulgar, porque creyese ó nó en
la divinidad de Jesucristo'? Las leyes, y por consiguiente
los magistrados, no se ocupaban de una cuestion como ]a
fe, que es del dominio de la conciencia humana, que es un
acto radicalmente interno, y que para existir no necesita
reflejarse al exterior. Lo que era materia de nuestra legis-
lacion, lo que las leyes prohibían eran los ataques á la re-




418 DISCURSO
ligion del Estado, era la propaganda contraria á esa mis-
ma religion; y j ojalá, señores, que aquellas leyes se hu-
hiesen respetado siempre!


Es obvio y evidente que un estado católico tiene el
derecho y el deber de proteger el catolicismo, que la opi-
nion contradictoria no mereGe los honores de un serio ex<Í-
meno En efecto, si es axiomático que un estado en gene-
ral está obligado á conservar y defender todos los bieneR
de que se halle en posesion la sociedad civil cuyo régimen
le está encomendado, no puede admitirse que un estado
católico se considere desligado de prestar toda clase de
proteccion al mayor de los bienes de que disfrutan sus súb-
(litos, y que consiste en el conocimiento de la verdad reli-
giosa. Se concibe en abstracto, ideológicamente, que un
estado ateo se muestre indiferente y hasta contrario al
ejercicio de esta funcion administratiya; pero un estado
católico al proceder así, falta al primero de sus indeclina-
bles deberes.


En cuanto ú que en los países cultos no existe una le-
galidad que autorice las persecuciones religiosas, díganlo
los católicos de los diferentes Estados europeos que se con-
sideran al frente de la ci,,-ilizacion ; ellos podrún declarar
si las persecuciones que sufren son legales ó arbitrarias;
pero el hecho de la persecucion ¿ quién le negará?


Son, pues, imaginarias las dos razones alegadas por el
Gobierno para dejar de restablecer en este país la unidad
católica, supuesto que ni afluí se persigue á nadie por pu-
1'OS motivos de fe, ni la tolerancia legal establecida en los
eódigos de las diferentes naciones europeas impide á esas
mismas naciones las escenas que deploramos y que con-
templa atónita y acongojada la verdadera Europa culta.


y prescindiendo de la inexistencia de estos argumell tos,
¿es motivo bastante poderoso para introducir en España la
tolerancia el hecho de que esté establecida en otros países?
Figuraos, Sres. Senadores, que la tendencia que distingue
al siglo actual de preocuparse con desconsoladora prefe-




DEL SR. BARON DE LAS CUATRO TORRES. 419
rencia de los intereses materiales y de descuidar los mora-
les sigue acentuandose en Europa. Llegará un dia, y aca-
so no esté muy lejano, en que las naciones, que por la tan
poderosa como ignorante muchedumbre se consideran al
frente de la civilizacion, deslumbrarán por su riqueza,
pero apestarán con su inmoralidad. Pregunto yo ahora:
¿deberémos copiar esas leyes, desprovistas de sentido mo-
ral, porque el vulgo no atienda sino á la exuberancia de
los pienes materiales que posean'? ¿Deberémos considerar
las leyes como las modas, que hasta que las veamos en los
figurines para adoptarlas'? ¿ Es esta la idea filosófica de la
ley'? La leyes la ordenacion de la razon; es un acto más
de razon que de voluntad; ¿ y vamos á convertirla en arte
de imitacion? Para eso, Sres. Senadores, lo más corto es
que renunciemos á la razon ayudada de la fe , y nos resig-
nemos á justificar la ridícu1a hipótesis de algunos natura-
listas extraviados, volviendo á nuestro supuesto estado
primitivo de monos. No basta, nó , el ejemp10 de lo que se
practique en otros países para importar una legislacion
al nuestro; puede no ser justa esa legislacion, y puede,
ademas de no ser justa, no convenirnos. Hay que atender á
estas consideraciones, y prescindir del hecho, que poco
importa, de su existencia en otras partes.


Aplicando ahora este principio general al caso que nos
oeupa, ¿podrémos afirmar que esa variable legislacion ex-
tranjera de tolerancia debe admitirse en España'? ¿ Qué
tienen que ver esas nacionalidades, que cuentan por millo-
nes los ciudadanos pertenecientes a diferentes comunio-
nes religiosas, con la nuestra, donde el número de adep-
tos á ellas es tan exiguo que apénas puede apreciarse? Tal
vez se me, dirá « que si bien en este país no hay protestan-
tes, ni cismáticos, ni judíos, ni mahometanos en número
sensible, hay sin embargo partidos políticos que han con-
signado en su credo el dogma de la libertad de cultos, y
hasta algunos individuos que han llegado á declarar que
entre la fe y la libertad optaban por la libertad. » El Go-




420 DISCURSO
bierno, se me añadir~í, tropieza con las resistencias de esos
partidos; y colocándose en el terreno práctico, donde se
agita la política, sin pretender destruir principios ni re-
chazar dogmas, se vé forzado á aceptar los hechos confor-
me los acepta la misma Iglesia. » Poco á poco; la Igle-
sia tolera los hechos lastimosos cuando son ciertos é irre-
mediables; pero nó aquellos cuya reprodnccion y efectos
puedan evitarse convenientemente.


El que examinare con calma, sin preocupacion y en ge-
neralla índole de nuestros partidos, y descubriera sus ve-
leidades en materia de doctrinas, su artificiosa composi-
cion y su escasa influencia cuando dejan de ser poder, no
tendrá ciertamente el valor de negarme que procediendo el
Gobierno con celosa resolllcion, contaría dentro de este
país, que todos confiesan ser eminentemente católico, con
medios poderosísimos de resistencia contra esas opiniones
erradas que han sido orígen de tantos males y catástrofes.
Yo no pediría al Gobierno otra cosa sino que en esta cues-
tion gravísima empleara una parte del celo, de la activi-
dad y de la energía que cada uno de sus miembros des-
pliega para conseguir lo que cree conveniente y justo en
otros ramos de la Administracion pública; con esto me da-
ría por satisfecho.


Creedme, Sres. Senadores; aquí no tiene razon de ser
semejante legislacion de tolerancia.


En el manifiesto dado por los Notal)les con fecha 9 de
Enero, hay otros motivos casi oficiales q ne sirvieron al
parecer de fundamento para adoptar el texto del arto 11.
Dicen aquellos señores «que no podían sacrificar al deseo
de union y concordia los fueros de la conciencia.» De suer-
te que, segun ellos, la unida l católica, defendida por 1a
minoría de la Comision, implica el sacrificio de los fueros
de la conciencia; ó lo que es lo mismo, que en el país
donde existe unidad católica se obliga á todos sus habitan:"
tes á que crean en el Catolicismo;» cosa que es completa-




DEL SR. RARON DE LAS CUATRO TORRES. 421
mente inexacta, como sabeis de sobra y acabo !le recordar.


Dicen tambien «que no quieren ligar imprudentemente
la dinastía de Borbon en el concepto de España y de Eu-
ropa al principio de la intolerancia religiosa, poniendo en
manos de la revolucion una bandera que no tardaría en ha-
llar eco en las impresionables muchedumbres. ¿,Pero es que
la opinion de España y de Europa se manifiesta unánime, ó
casi unánime, en el sentido de la tolerancia innecesaria'? ¿,O
no es verdad que si los revolucion::¡,rios la defienden doctri-
nalmente, los católicos la combaten en el mismo terreno'? Y
si nos concretamos á España, ¿, quién duda que siendo gene-
ralmente católica, ha ele abominar toda clase de tolerancia
que no esté impuesta por una ineludible necesidad'? ¿,Por
ventura no lo ha demostrado ya sobradamente y de mil ma-
neras, hasta por medio del extravío de millares de sus hijos,
que en un momento de alucinacion , en un momento de exa-
gerado celo, han contribuido á ensangrentar el suelo de la
patria'?


La razon alegada por los señores de la Comision «de que
no quieren poner en manos de la revolucion una bandera, que
no tardaría en hailar eco en las impresionables muchedum-
bres ,» podría aplicarse á todos los principios, utopias y de-
lirios que sostiene la revoluciono Al aceptar ese criterio
los autores del proyecto de Constitucion, debieron tam-
bien de quitar á la revolucion la seductora bandera de la
tolerancia política, proponiendo la creacion de un órden
de cosas que permitiera toda clase de ataques á la Monar-
quía y á la persona del Monarca, no declarándole por lo
tanto inviolable, y autorizando ti todos los ciudadanos
para que pudiesen proclamar las excelencias de toda clase
y forma de gobierno. Me dirán que su monarquismo no se
lo permite; pero les responderé á mi vez que tambien el
catolicismo que profesan les veda abrir do par en par las
puertas al error, y consentir, pudiendo evitarlo, que las
creencias católicas sean públicamente escarnecidas y vili-
pendiadas.




422 DISCURSO
No h,í mucho ueda apasionadamente el Sr. Romero 01'-


tiz en otra parte «que la teocracia no se satisface nunca;
(IUO cuanto más se la dá, mús pide; que cuanto más RO la
concede, más exige.» En verdad, señores, que esta acusa-
cion de insaciable podría dirigirse fundadamente ú la revo-
lucion. Probad si teneis valor de arrojar ú las fauces famé-
licas de la fiera revolucionaria la unidad religiosa; y veréiR
('omo ni conseguís satisfacer su hambre ni amansar SUR
iraR. Os sucederá lo que dice el Dante de aquella loba mis-
tt'riosa y simbólica que poseía il pasto ha pilÍfame che pria:
psto es, dAspues de satisfacer su apetito siente mÚR el
aguijon del hambre. Es menester estar ciego para no ver
que la revolucion anticristiana nos reclama hoy el Racrifi-
('io definitivo de nuestra unidad religiosa, para harrer el
ilhstúcnlo mayor que se la atraviesa en su camino. Ayll-
IlarUa, ayucladla enhorabuena en RU infernal tarea; aban-
donad dCRcuidadamente la defensa de este gran principio
sucial, ahora que estais todavía ú tiempo y teneisfuerza
para defenderle, y contribuiróis ú precipitar á nuestra pa-
tria en los horrores de la triple anarquía intelectual, moral
y material, despues de recibir los plácemes de nuestros
futuros verdugos. Yo no sé si la unidad católica está con-
(lenada ú desaparecer de nuestra patria; pero si tal debieRe
acontecer en justo castigo {t nuestra imprevision é indife-
rencia, ¡por Dios, Sres. Senadores, que no pueda jamáR
decirse qne unas Córtes que se precian de conservadoras y
de catúlicas la llesconocieron, la despreciaron en su ago-
nla, y la asestaron sin piedad el último golpe!


Concluyen aquellos sellores de la Cornision afirmando
<"que es vano empeño el querer atajar las corrientes de las
ideas de cada siglo;» y añaden que, «dada la situacion de
los ánimos en los países cultos, no es ciertamente la into-
lerancia legal el procedimiento mús adecmdo para salvar
la unidad tatólica.» i Ah! ¿ Dónde estaría la civilizacion
europea, si eSl)Íritus rectos y previsores, y sobro todo si
la Iglesia católica no hubiese atajado las corriente!» del




DEL RR. nA no'\" DE LAS CUATRO TOHHEI'.1-2:~
error, que bajo unas ú otras formas se han desbordado en
todos los tiem pos y paises '? ¿ Qué de horrores no se habrían
ocasionado, si por temor á esas corrientes la Iglesia hubie-
se hoy transigido con un principio falso, y mañana con
otro que hubiera t.enido el triste privilegio de sucederle'?
Dígase lo que se quiera, siem prc será una verdad q ne el
procedimiento más adecuado para ~alvar la unidad religio-
sa en un país, consiste en la aplicacion de la int.olerancia
legal, que por medio de la enseñanza exclusiva de la bue-
na doctrina evita á las int.eligencias el consejo del error, y
con la perspect.iva del castigo se impone á los seduct.oreR
y alucinados. 'Me admira, pues, ciertament.e la opinion
cont.raria manifostada por los señores de la Comisiono Es-
tün seguros esos señores de que en el país donde no se pUf'-
de sostener la int.olerancia legal, tampoco se podrá soste-
ner la unidad relig'iosa, cualquiera que sea el medio que
se emplee para conseguirlo. SUCf~rlerá lo miRmo que si pro-
poniéndose el Gobiorno respetar y hacer respetar el dere-
cho de propiedad, las leyes autorizasen la usurpacion, sin
imponer ningun castigo al ladron y al usurpador. Bús-
quemle, enhorabuena otros medios tan eficaces como los
de la prevencion y represion, que de seguro no se hallarán.
l<~n defensa del art.. 11 se han alegado otros pretextos


tan frívolos como especiosos. Se ha dicho con referencia ;í
la cuestion de tolerancia, que la conducta de los Papas ha-
bía sido contradict.oria; que en la Roma pontificia existía
la libert.ad de cultos; que dicho arto 11 no est.aba en oposi-
eion con el Concordato (y ha habido quien se ha compro-
met.ido á probarlo); que esta cuestion era puramente polí-
tica y no religiosa; qne para ser lógicos debíamos pedir la
Inquisicion al solicitar la conservacion de la unidad cató-
lica; y por último, que era menester que entráramos ya de
lleno en las corrientes de la civilizacion moderna, en el
concierto europeo. Señores, si pensamos séria y cristiana-
mente, cual cumple á nuestra eelad y á nuest.ras creencias.
y recordamos que Jesucristo vino al mundo á establecer la




424 DISCURSO
unidad de la fe entre todos los homl)res: [Jt sint u?turn ovile
et unus pastor, para que fueran una sola familia con un solo
padre, comprenderémos que el ideal de la Iglesia católica,
que sigue las huellas de su Divino Fundador, ha de ser la
unidad de fe. En efecto, á ella aspira, como ha aspirado
siempre, como aspirará miéntras el mundo exista. Si por
fortuna en un país (co:no por ejemplo España) se ha con-
Reguido esa unidad de fe, la Iglesia 1110 puede renunciar :l
ella, porque renunciaría á su ideal; y sólo en el caso extre-
mo, dolorosísimo, de ser completamente imposible el sos-
tenimiento de dicha unidad, se resignaría ú consentir y
tolerar su pérdida temporal.


Fija la vista en estas doctrinas, y teniendo en cuenta
la sitnacion especial de cada país, los Papas'han asentido
ú se han negado tÍ que los Gobiernos católicos admitieran
la tolerancia; y esa diversidad de resoluciones no di-
mana, como veis, de la falta de fijeza en el principio, sino
del estado de los ánimos en las naciones ti que tuvo que
aplicarse.


Ni allí se ha consignado nunca dicha tolerancia en las
leyes, como pretendemos hacer aqui, ni se ha permitido ja-
más la propaganda del judaismo ni del protestantismo,
como resultará indefectiblemente entre nosotros, por lo
ménos respecto ti las sectas cristianas, Ri se aprueba la re-
daccion del artículo 11. Estableciendo que nadie podrá ser
molestado por sus opiniones religiosas, como esas opinio-
nes han de ser habladas, escritas ó propagadas, concede-
rémos carta blanca ú todos los enemigos de la religion ca-
tólica para que puedan desatarse en mil injurias contra la
religion del pueblo espailol. j Qué leyes ésta que ampara
el supuesto derecho de unos pocos, y deja en descubierto
los derechos incontrovertibles de toda una nacion! Veo
con profunda pena que no sólo hay quien no descubre el al-
cance desastroso de dicho artículo, sino hasta supone que
puede conciliarse con las decisiones de Roma y áun con el




DEL SR. B.\RON DE LAS CUATRO TORRES. 425
mismo Concordato. Señores, pareco imposible que un cató-
lico so atreva á sostener esta tésis despues de haber decla-
rado solcmnemente el Padre comun de los fieles con refe-
rencia á dicho artículo, nominatim, que «viola del todo los
derechos de la verdad y de la religion católica y que anula
contra toda justicia el Concordato celebrado entre la Santa
Sede y el Gobierno español en la parte más noble y precio-
sa que el mencionado Concordato contiene.») Yo bien sé que
segun otros católicos la declaracion contenida en el Breve
dirigido por Su Santidad al señor Cardenal Arzobispo de
Toledo es, segun ellos, repito, una declaracion política,
simplemente política, no dogmática, no de fe, que no obli-
ga á ningnn cristiano; es una opinion piadosa, respetable,
altísima; pero no una declaracion de fe, ni obliga á nadie.


Mas yo pregunto á esos señores: ¿desde cuando las pa-
labras de Su Santidad, cuando habla como tal, como maes-
tro universal, han de considerarse simples opiniones que
no ligan á nadil' '? ¿Acaso el Papa tan sólo puede definir
dogmas, y le está vedado entrar en el terreno de la moral '?
¿ Y hay, por ventura, un punto de moral más elevado, más
trascendental que el que se refiere á la suprema direccion
que debe darse tÍ las soci edades'? ¿N i qué otra cosa es la al tu
política más que esa misma suprema direcciono'? El Papa,
en razon del magisterio que ejerce, tiene el derecho y el
deber de fijar las reglas de esa suprema direccion, por tra-
tarse de una cuestion importantísima de moral social, y
las sociedades católicas tienen la obligacion de escuchr.r la
autorizada voz del Romano Pontífice y de obedecer sus
mandatos. Lo mismo obligan éstos tratándose de definicio-
nes dogmúticas que de puntos de moral; basta que el Papa
dA á entender que habla como Papa, que enseñe oficial-
mente, importando poco que lo haga por medio de un Bre-
ve ó Carta, de una Encíclica ó una Bula.


Pero áun cuando esta cuestion no fuese en el fondo, en
sus raíces, una cuestion esencialmente moral; aunque la
querais negar ese carácter, que realmente tiene, de ,nin-




426 DISCURSO
guna manera podréis evitar el incurrir en las censuras de
Su Santidad despues de haber condenado solemnemente
Pio IX en la Encíclica Qu,anta C1tra, elel 8 de Diciembre
de 1864, la audacia (prestad atencion. señores SenadoreR,
que son palabras de Su Santidad), la audacia de aqllellüs
'lue, no pudiendo soportal' la sana cloctrina, pretenden
(1 ue sin pecar ni irrogar perjuicios á la fe católica, se pue-
de negar la obediencia á los juicios y decretos de la Santa
tieue, que se refieren al bien general, á los derechos y dis-
ciplina de la Iglesia, siempre que esos juicios y decretor-;
no toquen á los dogmas de la fe y á la moral. Esta es la
proposicion condenada. El Papa, pues, condena esta doc-
trina que hay quien defiende entre nosotros, y los .que la
siguen se colocan, en espíritu al menos, fuera del gre-
mio de la Iglesia. Ved, pues, señores, si la cuestion reli-
giosa es puramente política, como se viene asegurando;
~t la política tocará resolverla, no me opongo, pero con
arreglo á la moral católica. Someteos á los preceptos de
esa moral, y ni el Papa protestará, ni los católicos espa-
lioles, ó sea la N acion entera, os pondrá dificultades.


Se nos dice que para ser lógicos debieramos pedir la
Inquisicion al solicitar la conservacion de la unidad cató-
lica; señores, ni nosotros ni nadie puede pedir el restable-
cimiento de la Inquisicion , por la sencilla razon de que er-;
hoy un anacronismo; pero si no podemos pedir el resta-
hlecimiento de la Inquisicion, no se crea por eso que tengo
ningun reparo, ningun empacho en declarar muy alto, á
la faz de la Nacion , que aceptamos por completo su espíri-
tu. Y lo más original del caso es que lo aceptan tambien
aquellos que pretenden confundirn03 con la acusacion abru-
madora de inquisidorm; vcrgonzantes; todo Gobierno todo
partido que ponga limitaciones á la propag·anda de crecn-
cias religiosas y al establecimiento de nuevos cultos, ad-
mite y aplica de hecho el espíritu de la Inquisicion , que no
era otro, que consistía principalmente en perseguir y cas-
tigar los delitos que se cometieran contr:.t la rcligion, su-




DEL SR. B.\.RON DE LAS CUATRO TORRE~. 127
puesto que cualquiera que haya saludado la historia sabp
ya de sobra que las crueldades que se han achacado al Tri-
bunal del Santo Oficio eran hijas del rigoI'osísimo sistema
penal á la sazon vigente en toda Europa, aplicado precisa-
mente con más severidad y frecuencia por los encarnizados
detractores de dicho Tribunal, por los protestantes de to-
dos los países.


Uno de nuestros dignos compañeros, que es Cet la vez
ilustre miembro de otra respetable corporacion, y por
eierto nada sospechoso en la materia, puesto que es el se-
üor Valera, recordaba hace muy pocos dias, en su discur-
so de contestacion, pronunciado con motivo de la recepcion
de un nuevo académico, que segun eonfiesa el aleman
Shack, más supuestas brujas fueron quemadas vivas en
_llemaniadurante todo el siglo XVII, que moros, judíos y
herejes fueron condenados en España durante trescientos
años. Pero dejemos aparte ese gran hecho histórico, q no üe
pUfO sabido es ya vulgar.


No tienen razon de dirigirnos la acm.;acion de faltar ú
la lógica los que por un lado protestan de que no q1tieren
renovar las Ca1tSaS criminales y las persecuciones administ'i,(t-
tivas por los que llaman puros motivos de fe , y por otro ase-
guran que dicho artículo 11 cierra por completo la p~erta eL
las sectas no cristianas. ¿Cómo van á hacer efectivo ese
precepto de la Constitucion sin pedir ayuda á la saneion
penal, y por consiguiente sin renovar los castigos y las
persecuciones más ó ménos graduales? Proceden á mi jui-
cio con escaso tino y alucinan inconsideradamente ú la
multitud los que con declamaciones tan sentimentales
eomo vanas tratan de ocultar la realidad de las cosas, que
riespues de todo siempre se abre paso. Lo real, lo cierto, lo
indiscutible es que nosotros, firmemente persuadidos de
que la verdad religiosa reside tan solo en el catolicismo, lt~
aceptamos con todas sus consecuencias, y queremos que
en un país generalmente católico como es España, sea
considerado delito penado por la ley todo ataque al dogma,




428 DISCURSO
~L la moral, ú la autoridad de la Iglesia, mientras que nues-
tros acu8adores, acaso porque no alienten tan firmes creen-
cias, ó por una deplorable alucinacion intelectual, quie-
ren que gocen de ese privilegio ó inmunidad todas las sec-
tas cristianas, como si estuviesen igualmente en pos0sion
de la verdad completa. Otros vendrán, de conciencia más
elástica , que harán extensiva á los judíos y á otras religio-
nes este, que por los incrédulos es considerado un irritan-
te monopolio; y así, poco á poco, abierta la puerta al error
y siendo imposible la proteccion oficial ú, iglesias que se
excluyen y anatematizan, llegarémos á la cúspide de la
soberana perfeccion social revolucionaria, á la Constitu-
cion del Estado ateo, progenitor inférnal de la sociedad
atea.


Necesidad de entrar de lleno en las corrientes de la ci-
vilizacion moderna, en el concierto europeo. Señores, qué
es la civilizacion moderna? La civilizacion moderna es una
mezcla confusa de progresos científicos y materiales, de
extravíos intelectuales y de corrupciones morales. Los pue-
blos se alejan de Dios, quieren convertir en paraíso esta
tierra de peregrinacion, y aplican toda su inteligencia y
aetividad al fomento de cuanto les pueda proporcional' ri-
quezas y placeres. De ahí la predileccion desmedida por
cierta clase de estudios y el abandono y olvido en que ya-
cen las ciencias que por antonomasia podemos llamar ra-
cionales. Si de vez en cuando aparece algun filósofo que se
ocupa de Dios, de la inmortalidad del alma, de la vida fu-
tura , es para buscar argumentos en pró del más grosero
materialismo, que todo lo invade, ó para someter el espi-
ritualismo á las hechicerías de Simon el Mago.


Así observaréis el fenómeno chocante de que los pueblos
que se consideran más cultos, son precisamente los más
escépticos y desmoralizados. Recórranse los grandes cen-
tros de la civilizacion, y se comprobará la exactitud de
mi aserto; tiéndase, por ejemplo, la vista sobre la capital
del nuevo Imperio germánico, sentina de todos los vicios




DEL SR. B.\RO.'< DE L.\S CUATRO TORRES. 429
Y maestra de la moderna incredulidad, á pesar del Á ultU1'-
Kanpl, ó sea de la l'llcffa civl;fízadora, que un gran perso-
naje de aquel país ha declarado al Catolicismo. De 700.000
habitantes que cuenta Berlín, casi todos pl'ot\'stante::;, apé-
nas hay 10.000 (Iue, segun testimonio de ellos mismos,
asistan los domingos ú sus respectivos templos. En 1874,
hace dos años, por cada 100 matrimonios, diez ?! nueve se
sujetaron ú las prescripciones del rito evangélico; en los H J
restantes, se limitaron los contrayentes á presentarse dp-
lante de las autoridades ci viles; los bautismos disminuyeroll
el 551)01' 100, Y por cada 100 entierros tan solo una vez, tan
solo t~na vez, intervinieron los mini.stros del culto. En 1868
as(~endían ya á la aterradora cifra, en Berlin tan sólo, seño-
res, á la aterradora cifra de 71.379 las desdichadas criaturas
sujetas ti la vigilancia de la polida llamada de las costum-
bres; y en el año anterior, de 65.641 individuos arrestados
por los agentes de la autoridad, fueron condenados por
actos contrarios á la moral 30.763; de suerte, señores, que
más prisiones se hicieron en Berlín en aquel año , que por
término medio se hacen en toda España, segun las esta-
dísticas oficiales, puesto que no llegan'á 50.000.


La prensa, esa apellidada gran palanca de la moderna ci-
vilizacion, ha llegado tambien allt al último grado de pros-
titucion. Os recomiendo la lectura de la interesante obra
del profesor de Leipsick Enrique Wuttke, en que pone (k
manifiesto, entre otras villanías, las malas artes que con
pasmosa frecuencia emplean los redactores de pel'iódico~
para sacar gruesas sumas á los artistas, industriales, y en
general á cuantas personas cifran su fortuna en el concep-
to que deben gozar en la opinion pública.


Ahora bien: ¿es esta la civilizacion con que nos brin-
dais~ Cultivemos enhorabuena nuestra inteligencia; in-
terroguemos:'t la naturaleza; robómosla las leyes de los fe-
nómenos físicos; analicemos y sinteticemos la materia;
abramos las puertas á las maravillas de la industria; acre-


28




430 DISCURSO
eentelIlo~ nue~tra riqueza pública; crlleOlIlOS con rapidez
el espacio; pongamos ú nuestro servicio la electricidad;
pero i ay, señores! no toquemos el arca santa de nuestra fe
y de nuestras creencias; no extraviemos el recto juicio del
relativamente morigerado pueblo español aumentando su
contacto con falsas doctrinas, ni pervirtamos mús su cora-
zon con nuevos ejemplos perniciosos.


Si lo que no es cierto, si lo que no es exacto, tuviéra-
mos que comprar los progresos científicos y materiales y la
satisfaccion de nuevos goces con qne nos brinda la so-
berbia del siglo al precio leonino de la mina moral y reli-
giosa de nuestro pueblo, señores, reneg'uemos de una eivi-
lizacion que soca va la virtud y enaltece el vicio.


Visto el escas') fundamento de las razones (lUO han
guiado al Gobierno y ú sus amigos para sostener la peligTo-
sísima innovacion do la libertad de cultos, que tanto mon-
ta en el terreno de los principios la tolerancia que se nos
propone, yo espero que el Senado se apresurará tÍ votar el
inmediato restablecimiento de nuestra unidad legal reli-
giosa, y que al disponerlo así no permitirá que este gran
acto de reparacion moral y política revista el mezquino ca-
rácter de un temperamento incoloro é ineficaz. Por eso
propongo que el artículo 11 del proyecto de la Constitu-
cion se redacte en los sig'uientcs ó parecidos términos, que
juzgo claros y precisos, « La Religion católica, apostólica,
romana es la de la Nacion Española. El Estado, que]a 111'0-
fesa, está obligado á mantener el culto y á su~ ministros,
y no permite el ejercicio ni la propaganda de ning'una
otra,» Hubiera prescindido de esta última frase prohibitiva
y aceptado el primer párrafo del arto 11 del proyecto de
Constitucion, ó bien todo el arto 11 de la Constitucion de
1845, si no fuera porque nuestra unidad religiosa quedó
legalmente rota en cuantas leyes secundarias se publicaron
despues de la promulgacion de la Constitucion de 1869, Y
muy especialmente en el Código penal reformado de !too.




DEI, SR. BARON DE LAS CUATRO TORRES. 431
Quisiera, Sres. Senadores, y voy á concluir, que bas-


tante os he molestado, quisiera con mis ligeras y desali-
ñadas observaciones haberos recordado ciertos principios
que sin duda nadie de vosotros ignora: quisiera que tuvié-
rais muy presente que las leyes han de ser obra de la razon,
y nó producto de la imitacion; que han de fundarse en
verdaderas necesidades sociales, y nó en elucubraciones
pseudo-filosóficas; y sobre todo, señores, quisiera que en
esta cuestion gravísima tuviérais muy presente, no os 01-
vidárais de que los católicos, que creo lo serán cuantos me
cFlcuchan, tenemos un criterio seguro de que valernos, un
precepto que seguir, y este criterio y este precepto brillall
esplendorosamente en las proposiciones 77, 78 Y 7~ del
Syllabus, que condena la libertad de cultos como doctrina;
t'mico título que en realidad de verdad, y despues de todo
puede alegar para su introduccion y conservacion en Es-
paña esa que apellidais tolerancia inofensiva. He dicho.






ENMIENDA PRESENTADA
POR


EL SR. D. POLIOARPO OASADO.


Art. 11. La Religion católica, apostólica,
romana es la del Estado. La Nacíon se obli-
ga a mantener el culto y sus ministros.


Nadie sera molestado en el territori o es-
pañol por BUS opiniones religiosas, ni por el
ejercicio de su respectivo culto, salvo el res-
peto debido a la moral cristiana.


No se permitirán, sin embargo, otras ce-
remonias, ni manifestaciones públicas, que
las de la Religiou del Estado."


(Proyecto de Constitucton.)
«El ~enador que suscribe, ~n virtud del


derecho que le concede el arto i47 del Regla-
mento, propone las siguientes enmiendas al
proyecto de Constitucion remitido al Sena-
do por el Congreso de los Sres. Diputados:


El articulo 11 de dicho proyecto se redac-
tará. en esta forma:


«La Religion de la Nacíon Española es la
católica, apostóliea, romana. El Estado se
ohliga á. mantener el culto y sus ministros,
y prohibe el ejercicio de cualquier otra.»


El Sr. CASADO: ... No temais, Sres. Senadores, que yo
vaya á extenderme largamente por el campo de la historia
y de las concepciones abstractas; voy pura y sencillamen-
te á condensar lo que en esta cuestion hay de esencial, de
fundamental, para que podais desde luego comprender el
pun.to en que se encuentran las dificultades, y cada uno con
la mano en su corazon y tranquila su conciencia, pueda
emitir su voto el dia que seamos llamados á resolver esta
delicada, árdua é importantísima cuestiono Yo empiezo,
señores, por deplorar que al venir con la restauracion
nuestro querido monarca D. Alfonso XII, precedido de
gloria, lleno de entusiasmo, con las grandes esperanzas
que en él encierra la patria, se haya encontrado con una
cuestion de esta naturaleza, que si bien nunca podrá afec-
tarle, porque caerán las resoluciones que se tomen sobre




434 DISCURSO


sus ~linistros rflsponsables, es la verdad, señores, que no
ha de servirle de g'usto, que no tendrá grande satisfaccion
ni mucho menos, al saber, como necesariamente sabrá, de
qué manera se agitan J se controvierten doctrinas tan res-
petables y tan dignas como las que se cruzan en este
debate.


Otra desgracia encuentro yo, señores, y muy grande,
en que se haya esta cuestion llevado y se vaya trayendo
contra lo que yo creo que es la opinion pública de España;
se que la opinion legal, respetable, ante la que todos te-
nemos que bajar la cabeza, y yo el primero, es la decision
del Parlamento, la resolucion que adopten las Cámaras y
que sancione S. M.; pero no negaréis, Sres. Senadores, que
aparte de esta teoria legal, aparte de esta verdad legal,
aparte de esta verdad constitucional, hay en el mundo po-
lítico y no político otro criterio; que este criterio en la
mayor parte, en casi todos, puede decirse, los asuntos,
en todas las cuestiones que no interesan al sentimiento y
á la conciencia de 108 pueblos, está completamente indeci-
so é indeterminado, por más que descanse en aquello que
sus legisladores puedan determinar, y aunque este desde
luego, como no sea un díscolo y perturbador, dislluesto á
acatarlo y respetarlo. Mas aquí, sin embargo, vemos que
se ha producido una verdadera agitacion; pero agitacion
que arranca de un motivo justo y poderoso, que es el sen-
timiento de la conciencia; agitacion á que tienen derecho
no solamente los hombres ilustrados, los hombres que se
llaman científicos, sino áun aquellos que tienen motivos
para creer y para juzgar acerca de una cnestion que tan
íntimamente les interesa; de ahí esa multitud de exposi-
ciones que han venido por cientos y miles de tirmas pidien-
do al Rey, pidiendo ti la Cámara, pidiendo á las Córtes q no
no sancionen el arto 11, que sostengan á todo trance la uni-
dad católica; exposiciones, señores, tan cordiales, tan
entusiastas, tan respetuosas, tan dignas, que al menos las
que yo he tenido el honor de presentar, traidas de mi pro-




DEL SR. CASADO. 435
vincia y remitidas de mi diócesis, abundan en los senti-
mientos de respeto y de consideracion al poder, y al mismo
tiempo se sienten profundamente lastimados, porque creen
que se ataca á lo íntimo y sagrado de sus creencias; pero
estas manifestaciones, seliores, no vienen solas; vienen
acompañadas de todos, absolutamente todos los respeta-
bles Obispos de España, que se han dirigido tambien de la
manera respetuosa y digna que á su posicion correspondía,
pidiendo el sostenimiento de la unidad católica, y manifes-
taudo, por medio de demostraciones muy concluyenteR y
mny claras, que la redaccion del art. 11 que eleva ese pen-
Ramiento á ley, es (lesde luego un verdadero ataque ,t la
unidad católica.


Sentí el otro dia , señores, y francamente me estreme-
ci¡') , qne una persona tan digna, tan respetable como el
Sr. Ministro de Estado, hombre profundamente conciliador,
hombre profundamente científico, hombre versado en 101'
negocios del Estado, y á quien yo rindo, como no puedo mo-
nos de rendir, un respetuoso tributo, dijera: «ya ha habido
otra cuestion en que tambien parece que se mezclaban los
intereses católicos, en que tambien se agitó el pueblo en
este sentido, y vinieron á miles las exposiciones, y sin em-
hargo, contra las exposiciones se resolvió, y no ha ocurrido
nada.» Aludía, y lo dij o así terminantemente, que por esto
entro yo en esta clase de consideraciones, al reconocimiento
(lel reino de Italia. «España creyó entánces, dijo, que debía
reconocer al reino de Italia; los fieles creyeron que con ese
reconocimiento se atacaban las prerogativas y derechos del
Santo Padre, hizo su espontánea manifestacion , y sin em-
bargo, allá en el fondo de los archivos estarán esas exposi-
ciones.» ¡Ah, señores! Digo que me estremeció esta consi-
deracion, porque, si no podemos saber qué hubiera sucedi-
do si la Reina de España entónces, Doña Isabel II, con su
Ministerio responsable hubiera dicho: «no se reconoce el
reino de Italia, no se sanciona la usurpacion; quede desde
luego cada uno de los Príncipes reconocidos con sus 1'es-




.J3() D!SCTTRS(,
pectiYOR derechos, y mi familia y mis parientes no pueden
snfrir la perturlJacioll e11 que se lCR coloca:» si eRto 110 lo
podemos saber, podemos, sí, seílores, casi C011 segnrida<l
(Iecil' qné es 10 (lnc ha s1lcedido por DO hal)el'lo hecho. Qué,
¿, pensais tiUO los aLto8 designios de la Provideneia se mani-
fiestan siempre á los pueblos de una manera ostensible y
estrepitosa'? ¡,Hay necesidad para reconocer las verdades
de que veamos cada dia la reproduccion de un nuevo mila-
gro, que se queden los hombres convertidos en estatuas de
sal,'como sucedió á la mujer de Lot, ó que vengan lluvias
de fuego como la que VillO sobre Sodoma'?


Pero si no han venido demostraciones de esta naturale-
za, ¡, qué 1m ocurrido en Espaíla por consecuencia casi inme-
(liaÜtmente tl ese reconocimiento'? Ha ocurrido que á 10s
muy pocos mese$ de haberse firmado por el autorizado en-
tonces y dignísimo b~.io todos conceptos general Ü'Donncll
ni rpconocimiento de Italia, como Presidente del Consejo
tle Ministros, le hemos "isto morir en un país extranjero,
le hemos visto reducido ú una pobre casa, hemos visto que
allí no ha podido tener ese consuelo que todos los hombres
importantes de España reciben al tiempo de acercarse su
última hora, la bemlicion pontificia. ¡, Y qué ha sucedido,
señores, dentro de nosotros'? Que 1a Reina de España ha
tenido que ver desde un país extranjero que el hijo del
Hey usurparlor, ó incantador, ocupalla su'Palacio, se senta-
ba en la misma mARa y era tenido y salnda(lo como rey de
España, mi(mtraR la seD ora 110raha RUS penas fnora (1(, la
patria.


Croo, señores, q \le esta era una consideracion muy
rligna de tornarse en cuenta, l)orque yo creo que la opinion
pública no se forma precisamente con este movimiento ql1:'
tenemos en la corte, con esto que pasa entre los hom-
1Jres de negocios, con ese movimiento de los que se agitan,
ya para asaltar, ya para sostener los empleos: que hay
opinion pública en el campo, en los lugares, en las ciuda-




DEL SR. CASADO. 4:37
(lt~~ , y q1lt~ cuanclo toclas i~stas manifestaciollrs llegan á las
manos del poder, es necesario qne se consulten, que s('
respeten y que se atiendan. N o insistiendo, pues, para no
molestar tampoco al Senado con consideraciones de esta
naturaleza, voy ;'J, plantear la cuestion y á examinarla den-
tro del terreno eminentemente púctico, que es como ~T()
lÍnicamente puedo considerarla.


Prescindienrlo rle lo que pasara en los primeros siglos.
en los primeros tiempos, tomaré el punto de partida dcs(lf'
el momento histórico (ya que esta es la frase que hoy sr
emplea para determinar épocas especiales) en que la casa
de BOl'bon ocupó el trono de Esparra.


Cuando Felipe V, despnes de la guerra de sucesion,
llegó á entrar pacíficamente en la posesion de su trono
;. qué había cntónces respecto de la cuestion religiosa'? Era
la unidad católica reconocida incontrovertiblcmente por
todos. Así siguió durante el reinado pacífico y grande-
mente feliz de Fernando VI; así ha venido sucediendo des-
pues de los reinados de Cúrlos nI y Cárlos IV, Y así la hemos
j'('cibido ú la muerte de Fernando vn y reinado de Isabel n ..
Narlie se había ocupado entre nosotros, como no fuese en los
tibl'os, como no fuese en los estudios privados, de agitar
(~sta cnAstion; cada uno tenia en su conciencia el modo par-
ticular rle verla; pero no se atrevían á que esas manifesta-
ciones sal iesen á luz, porque la generalidad, la casi tota-
lidad de los espaíloles tenía formado sobre eso su juicio, y SI'
rpspetaban unánimemente esas creencias. Viene laprimera
/lpoea constitucional, el año 1812, Y aquellos legü;ladores,
fine no serán <le ninguna manera tachados por poco valor,
por falta <le esfuerzo y mucho ménos por apegados á añejas
y antiguas prActicas y doctrinas, establecían en la consl
titucion de ]812 esta declaracion ; «La Religion de la Na-
cían Española es y será perpétuamente la católica, apos-
tólica, romana, línica verdadera. ~/


\


La Nacion la protege por leyes sabias yjnstas, yprohibJ el ejel'cicio de cualquiera otra.» ~,




438 DISCURSO
Hoy se nos propone que aprobemos como doctrina,


que sancionemos como ley «que la Religion católica roma-
lla es la del Estado; que la N acion se obliga á mantener
el culto J sus ministros, y que nadie seril molestado en el
territorio español por sus opiniones religiosas ni por el
ejercicio de su respectivo culto, salvo el respeto debido á
la moral cristiana,»


Esto, para todas las personas doctas y no doctas que sr
ocnpan de la cuestion religiosa, es real y efectivamentf'
autorizar la libertad de cultos. No sirve disfrazar las pala-
hras; hay que decir las cosas tal como son: tener todo el
yalor de las convicciones.


La ültima parte de este artículo dice: «Nadie será mo-
ICfltado en el territorio español por sus opiniones religiosas
ni por el ejercicio de su respectivo culto, salvo el respetll
(lebido á la moral cristiana. No se permitir<1n, sin embargo,
otras ceremonias ni manifestaciones públicas que las de la
religion del Estado.»


Es decir, que este es el estado de la cuestiono Hemos
venido pasando por las diferentes vicisitudes que he tenido
el honor de recordar al Senado (nada más que recordar,
porque en su notoria ilustracion estos hechos son bien cono-
eidos, . son disposiciones que están en nuestros Códigos, y
todos los dias y á todas horas las estamos viendo), y nos
f'ncontramos frente á frente de establecer en España la li-
hertad de cultos, puesto que se dice que no solamente no
~;r, perseguirá á nadie por sus opiniones religiosas, sino que
tampoco se le perseguirá, ni se le molestará, ni se le afli-
girá por el ejercicio de su respectivo culto, cualquitwa que
sea la religion que profese, con tal de que no se oponga á
la moral cristiana.


Pues bien, Sres. Senadores, y entro de frente en la
euestion; ¿ es posible, es legal, es justo que esta doctrina
se establezca en España'? Para examinar esta cnestion y
plantearla bajo el criterio que yo creo que debe examinarse
y resolverse, tengo que hacer una pregunta á los señores




DEI. SR. CASADO. 439
Senadores; pregunta que parecer;'l una yulgaridad, que in-
(llldalllemente lo sería bajo cierto punto de viRta, pero qll~
yu creo que no lo es si hemos de entrar en filosóficas y pro-
fundas consideraciones. ¿Qué es el hombre? Si yo me diri-·
giese á un cuerpo puramente científico, puramente na-
turalista, á un cUf'rpo que no tuviese una religion especial
y determinada, se me contestaría fácilmente que el hom-
bre era un organismo compuesto de ciertas y determina-
das condiciones; y hasta si eran materialistas los que esta
contestacion me daban, prescindirían de ese espíritu qtll'
llamamos alma; Pero, señores, me dirijo al Senado espa-
ñol, al Senado católico, al Senado cristiano, al Senado
que profesa la religion que han profesado nuestros padres;
y por consiguiente la contestacion que yo tengo que dar :'1
la pregunta que os dirijo es que el hombre es hechura de
Dios, es criado á su imágen y semejanza, es racional, e:-;
digno de la vida eterna, es la hechura y la pel'feccion de
la produccion divina, y por consiguiente que para buscar
RU orígen, para examinar su naturaleza, para apreciar SUR
condiciones, el criterio que tenemos como cristianos, el
criterio que tenemos como católicos no es, no puede s!'r
otro que el criterio de los libros santos. Para definir al
hombre tenemos que acudir á la Biblia, y tenemos que ver
en el libro y capitulo 1.0 del Génesis que despues de haber
creado Dios el cielo y la tierra, el sol y la luna, el mar y
las estrellas, los montes, etc., y todo lo que constituye la
naturaleza, dijo: hagamos al hombre á nuestra imágen y
semejanza. (Paciamus hominem ad ima.r¡inem et silltilitttdinem
nostram.)


y ya teneis aquí al hombre racional, al hombre hijo de
Dios, al hombre que tiene que prestar por la dependencia,
por la sumision, por las consideraciones que la creacion
lleva consigo, respeto á su autor, obediencia á su Criador,
sumision á sus preceptos, que es lo que constituye la reli-
gion; porque la religion no es más que la sumision, el
respeto y la consideracion que tenemos á Dios como autor




440 DISCURSO
de nuestra nat.uraleza, como conservador de nuestro est.a-
llo, CE)mo productor de todas las cosas que sirven para
nuestro mant.enimient.o y nuestra sustentacion; yal mis-
mo tiempo como crist.ianos y cat.Ólicos queremos recibir
11n dia el premio que esti destinado para el hombre. PueR
hifm ; yo no voy á molestar la atencion del Senado, porqllr
sl'rÍa l'ina impertinencia de mi parte, diciendo c¡'¡mo Re ha
v(~rifiead() est.e ejercicio de la religion, y que deRÜ(~ el mo-
mrnto que el hombre nació, desrle el moment.o que s('
no(') la primera familia humana, tuvo necesariamente
eilIe desenvolverse ese sentimiento religioso. Yo haría
11na digresion de cómo se había verificaclo est.a religion
(']1 Jos tiempos desde los primeros Patriarcas; cómo la ha-
hía desempeñado Jacob, cómo se había tenido en 101"
tiempos de los reyes de Judea; yo podría descender á la
manera en que se hahía ido verificando en las diferenteR
modificaciones que había tenido; pero esto os molestaría
mucho y me apartaría á mí de la cuestion práctica y con-
<:l'eta á que quiero reducirme. y bajo este punto de vista
tengo que decir que despues que reconozcais conmigo que
el Senado es católico, eminentemente católico y cristiano,
y qne reconozcais como orígen del hombl'e el que nos d{l
la Biblia, el que nos presenta como hijos de Dios, como
hechura suya, teneis que convenir tambien (porque estp
rs otro principio, y á mí me gusta de los principios ir á
las consecuencias, pero á las consecuencias lógicas, nece-
sarias y natura12s), que llegada la plenitud de los tiempos
y cuando ya se habían consumado toclas las profecías y ha-
bían desaparecido las sombras, vino otro estado de cosas,
notable, especial, grandísimo; la venida de Jesucristo.


y aquí os voy ú hacer otra pregunta que tambien pare-
eerá vulgar, pero ya veréis que no lo es, cuando yo ven-
ga á determinar mi síntesis y á colocarla frente á frente
(lel art. 11. ¿Qué es Jesucristo~ ¿Es un filósofo consumado~
I.Es un prodigio de su tiempo~ ¿Es uno de aquellos hombros
que hahían publicado doctrinas que atacaban la sensuali-




DEL SR. C.\SADO. ,lA 1


dad, que concluyó con los desórdenes de su tiempo y (lUC
en su precioso Decálogo establecía todo lo que para la so-
ciedad, para la familia y para el Estado puede haber de
mas interesante, de mas respetable y mas digno de apre-
ciacion'? Nó.


Tenemos que ir más adelante; tcneis que convenir eon-
migo (porque me habeis dicho que sois católicos, habc'iR
hecho profesion de serlo y habeis repetido muchas veces
esta confesion), q ue Jesucristo es Dios, que Jesucristo ('H
la verclad, que no puede engañarse ni engañarnos, y que
Jesucristo estableció su doctrina y fundó su Iglesia, y (lUO
esta Iglesia es la Iglesia católica, difundida y explicada
por los Apóstoles, á quienes Jesucristo dió , tÍ los únicos tÍ
q'ltienes dió la facultad de enseñar, la facultad de propagar
su doctrina, porque para eso les invistió del Espíritu Santo;
y si esto os vulgar, será necesario que cligamos altamen-
te: airca cardines c03li pel'ambulat nec nostra consider(~t;
(iue Dios no se ocupa de estas cosas; nosotros no necesi-
tamos acudir al Génesis; podemos perfectamente despa-
charnos á nuestro gusto; es una antigualla, una vejez qu P
:-;ólo puede contarse á algunas pobres mujeres todo eso quP
:-;e dice de la venida de Jesucristo, de su doctrina, de su
predicacion, del espíritu de los Apóstoles: y yo os ofende-
ría y tendríais derecho para censurarme si creyera, si so:-;-
pechase siquiera, ni remotamente, que vosotros creeis eso:
.Y teneis que convenir conmigo, m~ls Ó ménos piadosos, en
(1 ne la doctrina de J esucl'isto es la doctrina de la verdad:
([ue esta es la que se ha publicado por medio de los Após-
toles; que esta es la doctrina que ha venido difundiéndose
1m todos los siglos, y que esa es la que todos los demá¡,;
proclamamos en el símbolo de los Apóstoles, creyendo in
ltnam, sanctam, catlwlicarn et apostolicam Ecclesiam.


Pues bueno; ya estamos en lo principal del camino; ya
cuando se diga quiénes son los unionistas ó unitarios, ú
como querais llamarnos, que defendemos la doctrina con-
traria al arto 11, podemos decir: son aq nenos llue creen




442 DISCURSO
que la doctl'ina de la Iglesia, que es una, que es santa,
católica y apostólica, no puede modificarse por las Córtes
sin la concurrencia del que tiene la suprema autoridad,
(lel (lue tiene el derecho de la enseñanza y del que reasu-
me en sí, como piedra fundamental de la Iglesia, el deber
rle enseñar, el deber de corregir, el deber de autoridad; y
eso que habeis reconocido vosotros, yo os lo demostraré
des pues ; pero por de pl'Onto concluyamos con que nuestra
doctrina, nuestro pensamiento es que siendo la Iglesia ca-
tólica, apostólica, romana una en la doctrina, una en la
tíantirlad, una en la predicacion de los A postoles y una en
HU catolicismo, todo lo que sea alterar esta doctrina, todo
lo qne sea pertmbar este estado de cosas sin la concurren-
eia de sus legítimos pastores, á quienes Dios concedió el de-
recho de enseñar, de modificar y de hacer todas las inno-
vaciones que fueran posibles, convenientes y necesarias
en este órden de cosas, es un verdadero ataque á la unidad
católica, y no puede lícita y honestamente hacerlo, (y en-
tiéndase honestamente en el sentido de la legitimidad)
ninguno que á la vez que dice que es profundamente cris-
tiano católico, apostólico, romano se desentiende de estos
principios, abandona este camino y sigue el que le dicta
su razon) el que le aconseja la conveniencia, siquiera sea
la conveniencia del Estado, porque la conveniencia del
Estado tiene sus límites, está subordinada á ciertos prin-
cipiotl, yesos límites yesos principios pueden recogerse
.Y se deben recoger de distinta manera que se recogen en
esteartíc1l10. AlIado de este orígenque tiene la unidad,
flue tiene la defensa de la unidad católica, está el enlace
flue estas doctrinas tienen con la conveniencia pública.


Vosotros comprenderéis que no hay ningun Gobierno,
por poco autorizado que se encuentre, por poco que estima
su conservacion, que no desee á todo trance tener entre
Ims súbditos las ménos divisiones posibles; y al Estado,
que conserva y que tiene el derecho y el deber de velar por
el sentimiento católico y la unidad de sus administrados,






DEL SR. CAHADO. 443


le es, no solamente necesario, sino grandemente eonve-
niente, el sostenimiento de ese principio y de esa uoctrin<l.
y debe huir, debe apartarse y se debe alejar de todo aque-
llo que menoscabe, de todo aquello que debilite, de tudo
aquello que perturbe y ofenda esa concordia y buena inte-
ligencia de sus administrados.


Hay más: al lado de estas consideraciones generale:-;
viene la consideracion de nuestra historia. Yo no voy ú
referiros ahora puntos históricos, porque respeto profun-
damente al Senado, y estoy temiendo que cada palabra que
diga creais que es casi ociosa y que podía omitirse pul' ser
de todos eonocida, y por consiguiente me limito sólo ;l
presentar los puntos culminantes en mi doctrina.


Lo que nuestra historia antigua y moderna, nuestra
historia despuos de la dominacion romana, nuestra histo-
ria durante la dominacion visigoda, nuestra historia du-
rante la posesion mahometana, nuestm historia despues (le
la reconquista nos dice, está real y efectivamente sosteni-
do en el gran principio de la unidad del Estado, dela uni-
dad de la patria, de la unidad del Rey y de la unidad de la
religion.


Pero tenemos todavía más, seuores, y este es uno de
los puntos principales en que voy á fijarme. La unidad ca-
tólica, no solamente la veo yo aquí, sino que arranca,
como habréis tenido que convenir conmigo, desde la crca-
cion del primer hombre; viene desenvolviéndose despues
hasta la nueva ley de gracia, que en ella recibió una tin--
tura y una modificacion diferente, pero grande y sublime,
.Y que lo (iue era figuracion se convierte en realidad; que
la unidad católica viene ú ser un hecho, y aquello que es-
taba desconocido llega á scr tangible, llega á estar al al-
cance de todos.


Esta unidad, auemüs de todas estas sanciones, de la
eonveniencia, de la utilidad del Estado, de nuestra histo-
ria, de todas nuestras relaciones, de todo aquello que COll-
viene al interés general del Estado, tiene ú su favor una




444 DISCURSO
saneion espeeial por estar eoncordada, y esta concordia no
podernos infring'irla sin faltar expresa y terminantemente
;1, un }lacto internacional.


.\1 ocuparme del Ooncordato do 1851, permiticlnw (lue
01:4 recuerde ligeramente tambien sus antecedentes, quiero
prescindir de detalles, y entro nada más que en el grupn
de las cosas, no por temor (t los detalles, que éstos habrían
de aumentar y dar mayor fuerza el mis débiles argumell-
tos, sino porque, repito, pesa sobre mí el respeto profundo
al Senado, y deseo al propio tiem po terminar todo lo m,ÍI-;
pronto posible, para que no Re me califique de pesado y
de haber dilatado siquiera una hora mús de lo justo esta
discusion,


En el año 1851 habían terminado ya e11 este pobre paü;
las consecuencias de la guerra civil y de los movimientos
revolucionarios, que tuvieron lugar en] 840 Y 48, pero sub-
sistían las consecuencias de lo que se había hecho con los
bienes eclesiásticos en 1841 , con la ley de 2 de Setiembre
de aquel año, en que se había desposeido al clero secular
de sus bienes sin conocimiento y sin autori(lad de la Silla
Apostólica; en fin, estábamos en una situacion verdadera-
mente extraleg'al, en una situacion verdaderamente COIl-
ti'aria á todo lo que la raza n y la justicia determinan, Y
para que uo me creais á mí , oid lo que acerca de esa situa-
(~ion {leela un república eminente; porqun esa es la verdad
de lo que el Concordato lle 1851 declaraba par~dos m,paúu--
les, para el Gobierno español; lo que princi palmcnte SI'
t'esolvió en ese convenio. Aparte de los grandes puntos que
se concordaron, fué uno llevar la tranquilidad A los q lH~ po-
seían los bienes de la Ig'lesia, á los que los poseían bajo
llna tremenda excomunion , á los que los poseían de una
manera ilegal; y si era necesario que justificasen esa po-
sesion y que de algun modo se tranquilizasen esas con-
ciencias, sólo el Padre comun de los fieles podía dar esa
solucion,


Dig'o que para que llO me cl'cais Ú mí, oid lo IIUO el Sc-




DEL SR. CASADO. 445
---.,


ñor RlOS Rosas, hablando de esta cuestion decía en la se- .
sion de 9 de Abril de 1869 : «Hemos arrebatado al clero sus
bienes, le hemos arrebatado su propiedad, que es sagra-
da; su propiedad, que es tan sagrada como la que posee el
Sr. Castelar, porque yo no hago ni quiero hacer esa dis- í
tincion doctrinaria que veo hacer en esos bancos entre la,
prop'iedad individual y la colectiva; para mí toda propie- "
dad es sagrada; y si el clero tenía una propiedad, y se le
ha arrebatado, bno tenemos el aeber de conciencia, no te-:
nemos el deber de honor, no tenemos el deber de vergüen-j
za de indemnizarle por aquella propiedad'?» J


Hé aquí, señores, cómo se encontraba la propiedad
eclesiástica ántes que recayese sobre ella la declaracion
del Concordato. Por vergüenza, por legalidad, por honor,
por deber, por toda clase de consideraciones había que le-
galizar aquel arrebato, aquella usurpacion, aquella ocu-
pacion (llamadla como querais); este hombre eminente,
cuya memoria todos los buenos Íi berales respetan, la ca-
lifica de arrebato. No quiero entrar en otra clase de consi-
deraciones; porque creo que esta palabra dice y significa
bastante lo que se hizo en el año 1836 y en 1841, Y la ne-
cesidad que había de venir á una legalizacion especial y
determinada.


Pues bien; España, que habia concluido sus disen-
siones civiles, por decirlo así; que el carlismo había des-
aparecido: que había entrado la Nacion en un estado
normal de cosas; que tenía la Constitucion de 1845; que
las fuerzas del Estado marchaban ordenadamente con esos
intervalos que por desgracia han perturbado la paz del
mundo; donde nadie pensaba siquiera en que pudiera mo-
dificarse el Trono de nuestra Reina, ni que llevaran sus
aspiraciones los partidos más que á turnar en el ejercicio
de la administracion; España, digo, tenía este lunar, y era
necesario que desapareciese, conviniéndolo y tratándolo al
efecto con la Silla Apostólica. Lo mismo los legisladores
de 1812, que los de 1845 y los de 1851, lo mismo todos,


29




446 DISCURSO
acuden siempre al orígen, Ú la fuont0 (lel derecho. ¡Pues
es claro! No puede haber concierto, no puede haber con-
cordia sino entre dos partes contratantes. El error, la
temeridad (lo digo con todo el respeto elebido y sin las-
timar la consideracion de nadie) que hay en la base 11
es el haberla impuesto, no solamente sin el acuerdo,
sino contra el acuerdo de quien puede legislar sobre esa
materia, de quien debe legislar, como legisló en 1851;
ú ménos que digais (y esto no entra en la caballerosidad
de los legisladores espauoles, ni es posible os haga yo la
injuria de creer que es por torpeza ó por ignorancia) que si
en el auo 1836 se arrebataron 10B bieneB al clero regular,
(lue si en el de 1841 se arre1)ataron al clero secular, y como
decía el que ya cubre la tierra, el Sr. Macloz, Biendo Mi-
nistro de Hacienda en 1855 ó 1856, « que con Concor(lato ú
sin él, con Roma á contra Roma, se habían de vender los
bienes de la Iglesia, » y despues de todo nos encont.ramos
con el Concordato de 1851; que con Roma ó sin Roma se es-
tablecería el rompimiento de la unielad católica, y despues,
viviendo el Papa, ese pobre anciano que se encuentra re-
tiucido á laR murallas (lel Vaticano y que apénas puede aso-
mar su cabeza sin peligro de que perezca su vida, que está
casi olvidada de todos, pero nó de Dios, vendrá por últi-
mo , para evitar m~tS dificultades ú la Iglesia católica, ven-
drá á decir que esH conforme con el artículo, y hemos
concluido.


Si de esta manera se legisla, si creeis que así lo exige
la caballerosidad de los legisladores que sr precian ele ca-
tólicos, de sumisos y o bedientos á la voz de la Iglesia, en-
tónees votad la base y esperad entre tanto á que venga la
soluciono


Oid, ahora, señores, lo que en ese Concordato se esta-
blecía; se dijo en su arto 1.0: « La Religion católica, apos-
tóliea, romana, que con exclusion ele cualquier otro culto
continuará ... » (El 81'. Ministro de Estado: Continúa.
Lea S. S. bien.) « La Religion católica, apostólica, romana,




DEL SR. CARADO. 447
que con exclusion no cualquier otro cnlto, continúa siendo
la única de la Nacion Española, se conservará siempre en
los dominios de S. M. C.»


Este es el texto. Creo, ReüoreR, qne es una nimienad
el si continúa ó continu(tr{í, Voy á explicarme. Se trataba
en elaüo 18;)1 (In tomar como punto de partida el estado
qlH' tenía la sitnarion religiosa consignado en la Constitu-
cion ele 18-15 , Y por conRignient(~ , se hadan estas mani-
festaciones para venir elcRpues ,Í, la parte dispositiva del
artículo en que se dice: se conse1'vaJ'á siemp)'e. Creo indife-
rente que como historia se diga que la Religion católica,
apostólica, romana ha sido ó ha debido ser, continúa, con-
tinuar:'¡, ú que ha de hielo continuar siendo la única de la
Nacion Españ01a (tomarlla frase eomo querais) ; pero venid
cleRplleR :'t convenir conmigo en que el Gobierno espaüol
concord() con la Santa Sede, «que se conservará siempre
en los dominios de S. ~I. C., con todos los derechos y
prerogatiYas de que clol)c gozar s8gl111 la ley ele Dios y
lo dispuesto en los sagl'aclos dnones.» Pero como comple-
mento d(~ ese Concordato, de esta parte dispositiva del ar-
tícnlo 1.0, Y para qne se comprenda mlÚ,l era lo sustancial,
haré otra obscrvacion, rorque generalmente se ha tenido
la manía de decir que cuando se trataba de estas cuostio-
nes con Roma ó con los Obispos de España, era cuestion
ele cuartos, era cnestion de dinero, y (Ine todo consistía
en poder alzar un poeo m~'¡s ó ménos la suma que se pecHa.
Ya en esta época no había qne pedir nada; ya, como ha-
beis visto por el art. 42 de este mismo Concordato, se san:-
cionó la venta de los 1Jienes eelesi;lsticos y se establecieron
las indemnizaciones quP hahían de tener los que se dedi-
caran al servicio del culto católico; por consiguiente, el ar-
tículo 1.0 tiende directa y sustancialmente á la conserva-
cion de la unidad católica. Por si acaso dudaseis de esta
verdad, oidlo que el mismo pontífice Pio IX deCÍa cuando
dió cuenta al Consejo de Cardenales de lo que se había he-
cho en España, y cómo se había formado este Concorda-




448 DISCURSO
too Dice en su alocucion consistorial de 15 de Setiembre


.


de 1851 , documento que está publicado y que por consi-
guiente es oficial:


« Nuestro principalísimo empeño se encaminó á mirar
con todo cuidado por la integridad de la religion y por las
cosas espirituales de la Iglesia. En tal concepto, veréis
queda establecido que la Religion católica con todo~ sus de-
rechos de que goza por ley ó institucion divina y las disposi-
ciones de los sagrados cánones, deberá continuar como án-
tes en vigor y dominando únicamente en aquel Reino, con
prohibicion absoluta y completa de cualquier otro culto.»


Este es el comentario que el pontífice Pio IX hacía al
arto 1.0 del Concordato de 1851; esta es la explicacion que
da á sus Cardenales y al mundo católico, y por consiguiente
convendréis conmigo en que en ese artículo se establece
clara, terminante y expresamente la unidad religiosa y la
prohibicion de todo otro culto. En las letras apostólicas
confirmatorias del Concordato, expedidas en 15 de Setiem-
bre de 1851, dice el mismo Pontífice:


«Quisimos que en este convenio se estableciese ante to-
das cosas, que la Religion católica, apostólica, romana, con
todos los derechos de que goza por institucion divina y por
la sancion de los sagrados cánones, se mantenga y domine
exclusivamente como ántes en todo el reino de las Españas;
de modo que la injuria de los tiempos no pueda inferirle
perjuicio alguno y que se destierre cualquier otro culto. ~


Esto podrá ser bueno ó malo, podría haberse hecho más
Ó podría haberse hecho ménos; lo que yo quiero es que
convengais conmigo en que esto es lo que se hizo. El Pa-
dre Santo, el Consejo de Cardenales, la Iglesia docente de
España, todo lo que constituía la verdadera educacion re-
ligiosa, la verdadera instruccion canónica, aquellas fuen-
tes de donde tenemos que .sacar la doctrina de la enseñan-
za, nos dicen que el arto 1.0 del Concordato de 1851 queda
subordinado á todos los demás; es decir, que para el Papa,
para los autores del Concordato, para todos los que intervi-




...


DEL SR. CASADO. 449
nieron en ese convenio, podria ser más ó ménos importan-
te que hubiera tales ó cuales obispos, tales ó cuales sillas,
que hubiera tales prebendas, que tuvieran estas ó las otras
indemnizaciones por razon de renta ú otro concepto; pero
que lo grande, lo sustancial é importantísimo de dicho
Concordato fué el dejar á salvo la unidad católica de Espa-
ña. Pues para que no se me conteste que si así pudo ha-
cerse entónces, que si así entónces convino, nada tiene de
particular que hoy ese convenio -se modifique, ved que está
previsto en ese mismo convenio; y de aquí es de donde yo
saco la inconveniencia de que se haya traido esta cuestion
por un camino indirecto, cuando tal vez por el camino lla-
no, por el camino natural de los pacto~ y de las estipula-
ciones, por el camino que deben tener esas estipülaciones y
esos pactos, se hubiera llegado á un resultado satisfactorio.
Dice el arto 46: « Este Concordato regirá para siempre en lo
sucesivo como ley del Estado en los dominios de España.
Las partes contratantes prometen por sí y sus sucesores la
fiel observancia de todos y cada uno de sus artículos.»


La Reina de España, su Gobierno, sus representantes,
prometieron á la Silla Apostólica conservar todos y cada
uno de los artículos de ese Concordato; ya sabeis lo que
dice el arto 1.0, Y cómo se ha entendido, explicado, des-
envuelto y publicado. Ya habeis oido cuál era la parte sus-
tancial de este convenio, cuál fué el principal deseo de la
Silla Apostólica, prescindiendo de todas las demas decla-
raciones, aunque no eran ménos importantes. Pues bien;
la ultima parte de este artículo dice: « que si en lo sucesi-
vo ocurriera alguna dificultad, el Santo Padre y S. M. C.
se pondrán de acuerdo para resol verla amigablemente.»


¿ Ha ocurrido, ó nó, alguna dificultad sobre esto'? ¿ No
hay dificultad? Pues entónces no sabemos qué determina-
cion es la que había que tomar: no se ha variado hoy el
statu guo por la Constitucion de 1869 segun los que la sos-
tenían, ó por la Constitucion de 1845 por los que soste-
nían la existencia más ó ménos legal de esa Constitucion.




...


450
¿Había alguna llifkultad ? ¿, Habia algo que variar y mOllí-
ficar, puesto que lo habeis mOllific,:L1o y variado? Si; os ha-
beis encontrml0 frente ~L fl'l:nte üe una rlific:nltad, no os
haheis atrevido ú aceptar el al'tíenlo de la: COllstitucion
de 1860, no hal)eis querido volver ú la de 181;), no habeis
querido hacer casu omisu en el C"Jdigo fnndamental (le una
cuestion tan importante, halJ()is teuill0 la necesidad de
cambiar, y haheis tropezarlo COT~ una dificllltall: (,si en lo
sucesiyo ocurriera alguna dificllltml , el Santo Padre y Su
Majestad Católica se pOll<.ll'::Il ele acuerdo l)ara rf'solvcrla
amigablemente. » ¿ Se ha dalhnlgnn paso en este sentitlo'?
¿ Se ha acuc1irl0 al Romano PontHicl'? ¿ Han acuclido los hi-
jos al seno de su padre, al seno c1r~ un padre tan cariuosu y
lleno de 1wnc1ad, nI seno de su padre, que no mira las pe-
queíleces ni las miserias de esta tiel'ra , sin!) (111l' tiew; fijos
sus ojus en el cielo, y que deslJUOS <le haberlo demostrado
cun ejemplos repetidísimos de amor y cariiio :', la ~acion
Española, se encuentra ya eH la plenitud de sus dias,
próximo á despedirse de este munclo, y (l1w por consigninu-
te tendría el granclísimo placol' elo dar unabrazo cariüoso ú
la Iglesia de Espaila, y al Rey ele Espaila, que es su ahijado
y que ha sido recogido en sus bra;t;os, que lla sido santifi-
cado por él en las aguas del bautismo? Y tr'lliencl0 esa pre-
dileccion espccial, l, cómo crcer que lmhiel'u p()(liclo negar
nada ele alluello que fuera digno, respetuoso, de aquello
que dentro de 1o.s condiciones ele esta clase de asuntos pu-
diera concederse '? K ó ; entónces, ¿ pUl' II ué únks de con-
signar esa doctrina hal)cis traido esta p,Ttnrhueion? Es (lue
ya la conceded. Tampoco acuflimos cuanüo rqnrtímos
los bienes eclesi:ísticos. Tampoco tuvimos qnc hacer nada
con Roma en aquella famosa almoneda que abrió el célel)re
Mem1iz{¡bal. Tamlloco tuvimos que hacl'r llada cuu Hnrna
cuando la mani[~stacion del Ministro de Haciencla Sr. 11a-
duz, y el resultado es que nos hemos encontrado todo le-
galizado , y puede decirse, aunque sea una frase vulgar,
«el que dú pronto clá dos veces. »




DEL SR. CASADO. 451
He dicho ya que esta doctrina ni es caballerosa, ni es


justa, ni es digna; pero si en cualquiera otra circunstan-
cia esta teoría, aunque muy grave y muy peligrosa, pu-
diera pasar aquí, en tristísima scireunsbncias (lo digo, se-
lLores, C011 una grandísima pena y sentimifmto profundo),
en medio de su tri:'1teza , en medio ele su abandono, en me-
dio de su soleda,l, el Pontífice, el gobernador de la Igle-
sia, el sucesor de San Pedro, el jefe de los apóstoles, el
jefe de la escuela docente nos ha dicho cómo piensa rC's-
pecto de este artículo; y en la carta dirigida al Sr. Carde-
nal Moreno, que se ha publicado on los periódicos, qne
está en manos de todos, q ne el Gobierno la ha dejado cir-
eular sin rectificacion de ningnna clase (su fecha 4 de Mar-
zo del 7d), nos ha hecho una declaracion que espanta. Ne-
gar esta declaracioll y firmar el arto 11, es ponerse en
abierta, lucha con su propia conciencia, que por mucha qUt~
sea la habilidad y estrategia de los sofismas que se inven-
ten para poder explicarla, yo creo, seilores, que nadie po-
urú explicarla bien. Podr:t explicarse, diciendo: con Roma
y contra Roma, con Roma y sin Roma, tendrémos el ar-
tienlo 11; pero decir que le aceptaremos siendo hijils res-
petuosos de la Iglesia, dirigiéndose sumisamente al Padre
Santo, llamándonos á voz en grito católicos, apostólicos,
roma110S, que queremos vivir en la fe de nuestros padres,
é irritarse euando se pone en duda la sitnacion legal de
eada uno de vosotros, que yo respeto en todos y cada uno
profundamente, esto no lo comprendo.


No me ocuparé en las razones con que se quiere desva-
necer, ni en los pretextos que se inventan, que no son m:ís
que pretextos que inventan la sutileza y la dialéctiea, que
no son más quo argucias de que se valen los defensores de
las malas causas, pero que al fin el magistrado que tifme
que juzgar, el hombre de ley, de re::titud, que tiene que
resol ver, die e en el fondo de su corazon: «grande ingenio,
mucha estrategia, pero yo no paso por eso.»


El Padre Santo ha visto el proyecto constitucional, por-




452 DISCURSO
que es del dominio público, ha visto la base que se trata
de establecer en el arto 11, Y ha visto, como no ha podido
ménos de ver, la opinion que en una gran parte del pueblo
español había producido esta novedad; ha visto, como no
ha podido ménoA de - ver, la consulta de sus Obispos, de
sus Cardenales, de sus Primados. Señores, una de dos: ó
todo esto no es más que una farsa, no es más que un modo
de vivir y de vestirse de ciertas ropas, y de hacer ciertas
ceremonias, ó si tiene origen, verdad, fundamento y mo-
tivo, que son los que constituyen el verdadero catolicismo,
es necesario que concluyamos que todo esto tiene una ver-
dad positiva, tiene un fundamento, no sólo racional sino
legal; que el que no tenga valor para decir: non est ])eus,
non est Ecclesia, tiene que bajar la cabeza y obedecer.


Respecto á la carta ó breve, ó llámese como se quiera,
es decir, en una manifestacion solemne, en una manifes-
tacion auténtica que no se puede poner en duda, que no
puede llamarse apócrifa, por más que no tenga el carácter
de Bula, de declaracion dogmática, ni todas estas distin-
ciones que se pueden inventar, yo necesito que se me diga
clara y terminantemente: es falso, es supuesto que el Pa-
dre Santo haya escrito e14 de Marzo lo que el Sr. Cardenal
J\loreno ha presentado á los fieles de su Iglesia, y que los
demas Obispos han publicado para conocimiento de todos
los demas fieles; porque si es una superchería, si es una
invencion, á estas horas el Sr. Cardenal Moreno ha debido
estar en la cárcel, ha debido estar sub judice, se le ha de-
bido formar una causa criminal como perturbador del órden
público: y si eso no es verdad, si eso no ha podido ser,
porque en realidad la carta es auténtica, es la verdad, ven-
ga por la Cancillería, ó por la no Cancillería, venga de la
Curia romana ó del Palacio romano, venga en sentidq de
Breve ó rescripto, ved lo que dice hablando en nombre suyo,
hablando como Pontífice de la Iglesia: «Declaramos que
dicho arto 11 del proyecto que se pretende proponer como
ley del Reino, y en el que se intenta dar poder y fuerza de




DEL SR. CASADO. 453
derp,cho público á la tolerancia de cualquier culto no cató-
lico, cualquiera que sean las palabras y la forma on que se
proponga, viola del todo los derechos de la verdad y de la
Religion católica; anula contra toda justicia el Concordato
establecido entre esta Santa Sede y el Gobierno español en
la parte más noble y preciosa que dicho Concordato con-
tiene; hace responsable al Estado mismo de tan grave
atentado; deja abierta la entrada al error, expedito el
camino para combatir la Religion católica, y acumula ma-
teria de funestísimos males en daño de esa ilustre Nacion
tan amante de la Religion católica.»


Yo he visto con mucho cuidado las explicaciones que se
daban sobre esta carta; ninguno se ha atrevido á decir que
flca falsa; ninguno se ha atrevido á decir que no sea una
manifestacion del Soberano Pontífice, que no sea una de-
claracion auténtica. Mi distinguidísimo amigo, compañero
y paisano 01 Sr. Alonso Martinez, que se ocupó con su
grandísima erudicion y su facilísima palabra en esta cues-
tion en otra parte, para desenvolverse de esta clase
de argumentos que á primera vista se forman y que
con tanta fuerza se desarrollan, dijo que estos documentos
que emanan de la Silla Romana, de la Silla Apostólica, no
tenían el concepto de declaracion dogmática, que son
aquellas declaraciones en que Su Santidad, con todas las
precauciones, con todas las solemnidades y con todos aque-
llos preparativos que exige una declaracion dogmática,
dice: esto es de fe; y á la vez concluye ordinariamente con
la sancion penal, anatltema sit; el que no diga esto, el que
sostenga otra doctrina, quede excomulgado: y alIado de
esa carta no viene el anatema ; es decir, que porque no se
crea, ó no so respete, ó no se acepte lo que en esa carta se
dice, no se incurre en excomunion. De esta observacion se
deduce que no serémos herejes, que no incurrirémos en
excomunion , pero nada más; no se deduce, ni se puede
deducir, que no somos ingratos, infieles, desleales, que
no respetamos nuestros convenios, que no se tienen todas




454 DISCURRO
las consideraciones justas y tle hidas al Padre comun tle los
fieles, y que cnalcllliera de nosotros exigiría por todos los
medios legales y jurídicos que lns l',-,)'es permiten, 1·1 llia
que se negaoo el l'espeto y la santidatl ú un eompromiso
celcTJrado sobro cualesquiera hienos, ó pertenencias, por
pequeños ó miserables que fuel'an.


Esto es lo que se pU(~de dcducil' de la carta del 4 de
"\Ial'zo, aunque no se considere eomo una d(~claracion dog-
lfu'ttica; todas las domas rcsoluciones son iguales, Sf'a
Bula, sea Rescripto, sea Encíclie<l, en qne se conteste tÍ,
lUla pregunta, sea la que qnil-ra; toda la cuestion vieno ú
(incdar reducida l estos términos: si esa carta es verdall,
si lo qUG ell ella se dice es porque se ha dicho, y no se Ita
inventado, la consecuencia inmodiata q ne sacaréis es que
se ha violarlo clara, exprcsa y terminantomente el ConcOl'-
dato, estahleciéndose allí uua dcclal':.tciou solemne, ter-
millaute, pública, bilateral ele (iue llO se llad nada y no se
Jllodifical'Ú nada: « si en lo sucesivo ocurriera alguna
(lificultad, el Santo Padre y S. ~L C. se pondr/m de
acuerdo p:lra resol \~¡)rla amigablemente » Sin haber busca-
110 esta resolneion amigahü~ St) ha trr.ido este articulo; y
aparte de la falta de respeto y de eonsidcracion que esta
conducta implica, ¿ hahl\is consi(l(~rad\l lo qne aquí podría
sobrevenir'? Tened presente que en ese mismo Concordato
de 1851, aparte de lo sustancial para la representacion dd
Padre Santo, que era el arto l.", lo sustancial pDra el C+o-
hierno ele Espalia era legitimar las enajenaciones de bienes
eelesiústicos qne no tenían esa sancion; esto se consigna
nn el arto 42: «En este snpuesto , y atendida la utilidad que
ha de resultar ú la Religion de este convenio, el Santo Pa-
(lre, ú instancia de S. M. C., y para proveer ú la tran-
quilidad pública, decreta y declara que los que duran-
tr~ las pasadas circunstancias hubiesen co~pI'ado en los
dominios de Espalia bienes eclesiústicos, al tenor de las
rlisposieiones ú la sazon vigentes. y estún en posesion de
ellos, y los que hayan heredado ó sucedan en sus derechos




DBI, RTI. C,\E~ADO. 455
ú (lichos compradores, no sed,u molestados en ningnn
tiempo ni manera por Sn Santirlac1 ni por los Sumos Pontí-
fices sus sucesores, ;'l1ltcs bien, así ellos como sus causa-
lwhientes c1isfrniar ':n segma y pacíficamente la propiedad
de dichos hicll\:'S y sus emolUlll{mto~ y productos.»


No trato rle ningnna manern, ni es esta mi mision , ele
introllucir pf'l'tnrbacioll alguna en las conciencias de los
qnc) legal y ll'gítimamento pos(~(m esos bienes: pero no
súlo qn:)da roto el pacto, llO s,')lo queda violado el Concor-
¡latD y se falta .': la pr(~scripeinn t('rminant(~ del arto 45,
sino (lnc qnc(la en snspenso , qnc queda completamente in-
f¡'ingida esa sancionlegal y moral (IUC debe tener toda pro-
piedad y toda posrsion para que sea perfectamente legíti-
ma, por la falb üe l'c'speto y cumplimieIlto de los pactos
esbblecidos. Dice el artícnlo: «En este supnésto, habida
(~sta cOllsicll'rncioll, por estos motiyos, porque Sf~ respl'ta
la HI'] igion caU¡Jica .Y se s')sbene que sea una, y porr1ne se
(,f't<:l)kc:~ qno (lesc1'~ luego en el momento en que haya
clla111ui:)ra nOY8([a I1 hahl','¡ ele venir Ú cC\Ilcorelar, accedo ;'l
la:=;; illsbncia', (1,' la R:;ina Cat.',lica rle Espaila, y tlcclaro qur
f-\anciono, saueo y l'c:c:mOí:eo la posesion de los que en laR
pasaclas circunstaneias han obtenido esos bienes.»


La cOllsecuellcia que de esto tiene que dedncirse, si sr
tratara ele un Tribunal ordinario, ya la sabeis ; si cualquie-
ra se presentara con un documento de esta clase, v.iolado
el arto 1.0, violado el arto 45, tendría que quedar roto el
pacto. Y en las relaciones ele los pueblos, en las conside-
raciones que al Padre comun se han de guardar (y no he de
llevar las consecuencias ele este artículo hasta sus últimos
límites), ¿creeis que para el Santo Padre pasan desaperci-
bidas estas cosas? Nó; en las contestaciones que mediaron
cuanclo se trató de establecer la base 2. a el'e la Constitucion
de 1856; en las contestaciones que se dirigían y en las ins-
tancias que se hacían ante la Asamblea para que la unidad
religiosa no se alterase, como se alteraba por aquella base,
decía: «trajimos igualmente á la memoria del Gobierno de




456 DISCURSO
Madrid, como clara y abiertamente se lo habíamos expre-
sado en nuestras letras apostólicas relativas al mismo Con-
cordato, que como los pactos sancionados en él se violasen
ó infringiesen de una manera tan grave, ya no tendría más
lugar la indulgencia por Nos otorgada en razon del dicho
Concordato, en virtud de la cual declaramos, que ni por
Nos, ni por los Romanos Pontífices, nuestros sucesores,
serían molestados de ninguna manera los que hubiesen
comprado y adquirido los bienes de la Iglesia vendidos án-
tes de nuestro referido Concordato.»


Quiere decir, que no ha pasado desapercibido que la in-
fraccion del Conc~rdato podía traer la infraccion del ar-
tículo 42, Y que esto traería una gran perturbacion á las
conciencias cuando ménos; por más que no temais ningu-
no ser privado de la posesion de esos bienes, vosotros com-
prenderéis cuánto importa á la tranquilidad de la concien-
cia el que no pueda menoscabarse por un acto de esta es-
pecie. En mi concepto, está perfectamente demostrado que
la introduccion 4e la base 11 en la Constitucion, que el
pensamiento de elevar la base á ley, conculca desde luego
los derechos de la verdad, conculca los derechos de la doc-
trina católica, infringe clara y evidentemente el Concor-
dato, y lucha con una declaracion auténtica, manifiesta y
terminante de la Silla Apostólica.


y voy ahora á ocuparme de los principales argumentos
que ya todos conocen y se han hecho para sostener la
contraria proposicion. Para sostener esto que yo no puedo
ménos de considerar como una especie de balanza política,
porque creo, señores, sencillamente que si restablecida la
Monarquía legítima, que si en el Trono, quieta y pacífica-
mente, de España D. Alfonso XII con un Ministerio digní-
sima, con hombres de capacidad y verdadero catolicismo,
se hubiese acudido respetuosamente al Padr) Santo, se le
hubiera dicho este es el estado de las cosas, esta es la si-
tuacion en que nos encontramos, este es el pacto, nosotros
baj amos ante él la cabeza, pero el estado de las cosas, las




DEL SR. CASADO. 457
condiciones especiales que determinan la situacion crítica
del país exige la necesidad de que se determine este ar-
tículo en tal ó cual sentido, ¿, cuánta tranquilidad no se hu-
biera llevado, señores, á la conciencia de los españoles'? ¿, Y
nosotros hubiéramos tenido recelo alguno en dar nuestros
votos alIado de los que damos todos los di as al Gobierno y
estamos dispuestos á darle siempre en todas las cuestiones
de gobierno, de política, de conducta'? ¿, Por qué no pre-
guntais en este punto, que sería tan sustancial, que sería
tan de su agrado'? Pero aquí parece que hay una especie de
pugilato, un empeño en separarse de los buenos caminos y
poner en una verdadera confusion el estado de las concien-
cias, y la situacion moral y política del país.


Argumento contra la unidad, es decir, argumento que
tienda á demostrar que está mejor un país en donde no hay
unidad católica, que aquí donde la hay, no se ha inventado
ninguno. ,Todos convienen, tod?s desean que haya unidad
de cultos, yen aquellos países en donde por las circuns-
tancias que todos conocemos la pluralidad de cultos está
establecida, veis, observais el grandísimo empeño que se
está haciendo para que esa unidad se restablezca en el sen-
tido que ellos creen; esos grandes esfuerzos del Imperio de
Alemania, ¿ qué objeto tienen más que ver cómo la Reli-
gion protestante llega á ser la única del país, ver cómo
desaparecen los otros cultos, todas las disidencias'? Es de-
eir, argumentos directos, argumentos positivos contra la
unidad católica, que la consideren como contraria á la
verdadera doctrina, que la consideren como contraria á la
tranquilidad pública, como contraria al desenvolvimiento.
y bienestar de la Nacion, no hay argumento ninguno que
se haya presentado ni que se pueda presentar. Lo único que
se dice es que en el estado en que se encuentran las nacio-
nes , que cuando vemos en todos los países la existencia de
diferentes cultos, que cuando en la misma Roma, de donde
sacamos nosotros la verdadera doctrina y la verdadera en-
señanza, existen esas disidencias, qué razon hay para que




45H DlSCCRSO
nosotros no la tengamos. La razon es muy R~ncilla : IP\f' no
hay necesichl en nuestro país. No so ha (lemoRtl'ad? que
haya esa necesidad, y era preciso {pIe cm pnzasc por estar
solicitada; y cuanclo yo yiese aquí quo una c{)Juisinll {le in-
gleses ó franc·~ses y una eomision de aleman"s lwl)ía aeu-
(lido al Gubicrno exponiendo la n(,ecsiíla(lll(~ la (\xistcnci:l
dc un templo, y el Gobierno hubiese instrni(lo un e\:pc(lientc
y hubiera coneecliclo él tratase ele conceder la existellci:t (le
esa iglesia, pudiera en cierto lllOrlO trauC[ uilizanllc , pOl'llue
creía q ne se atendía ú una necesidad, crcb (FW sr) estal)l(~­
da una cosa necesaria, nó qne so intl'o(lucÍa una cosa ill-
necesaria, nó que se introducía una noy('(1acl qnc s()lJl'(~ 110
ser necesaria, que sobrD no ()star w)]ieita(la, rl1w solJr() S())'
contraria ú la utilidad públiea y esbr en pllgna man ¡fiesta
con todas nuestras tradiciones y crecncias, venía ú j utro-
ducir una pertnrbacion; pertnrhacion, seilnrrrJ, üe que po-
díamos estar libres, y perturbacion que un poco rnús tarde,
ó más temprano, vr1ll1rú tÍ traer consecuencias dCfmstrosas,
y verdaderos y profundos disgustos ú este país trahajado
por tantas divisiones politicas.


Se ha dicho tambien que serú nn medio para que se ex-
cite el clero católico; que hal)ien(10 ~iberb(l y habiendo
disidencias en los cultos, todos procnral';'m hac;:r proselitos,
y que de esta manera el catolicismo, el culto catúlico de-
mostrarú sus grandes elementos, desplcg'll·,'t sus g'rana(\s
banderas ,y que dueilo de la vordaü, posei(lo como estú el;:
la verdad, tendrá la mayor facilidall en cOl1srguil' un dia y
otro dia trinnfos sobro los dornas cultos. Y sefíores: i,neee-
sita el clero católico, necesita el sacerdocio espafíol rli~
estas excitaciones para defender sus dodrinas'? Pncs que,
allí donde la elodrina católica ha sido ataca(la, ¿. no hahe is
tenido desde luégo al Episcopado que la comhate, al clero
que la defiende'? Luego si no hay necesidad ele excitar csa
lucha, ele provocar esa tormenta, ¿,á qué provocarla'? ¿, Y
creeis que de esa lucha, de esa tormenta y de esa pl'ovoca-
cion no han de resultar gravísimos males? Pues qué I ¿es




DEL SR. CASADO. 459
necesario contar siempre C011 las mismas fuerzas '? Y por
mús l1n0 se esté Gn posesioll do la veruac1\)ra y lmena doc-
trina y tener la segnri(lau del triunfo, ¿ no caben mil intri-
gas, amaños y estrategias para qu P el error triunfe y sus-
tituya ú la verdad, y cuanclo se pensaba en un triunfo 1'<1-
dieal y seguro se consiga un tristisimo desengailo? Y en-
tónces, ¿ tendl'émos los lL-rcmoI'cs de la lmena rlodri na
quc hajar la cabez:1 ante los principios del enor? Nó, d:'
ninguna manera; esto se ha dicho varias veces yes un ar-
gumento que no quiero repetir para no moleRtar vuestra
atencion, argumento c1ue eq ni vale ú decir que para tener
huenof' médicos trajéramos las enfermedades cpiuómicas ú
nuestro país, ó que para que los generales adquieran estra-
tegia, t·ktica militar y destrt~za, pl'OVocl'tramos cada a110 Ó
cada mes una gu()rra. Pues yo ereo que es mucho m()jol'
que el general se estó en su campo, envainada su espada,
dispuesto á defender la patria y los derechos de la Nacion,
que no ir huscando aventuras, com!) el famoso hidalgo, para
tener el gusto de combatir ú fastasmas que forjaba en su
cabeza. Lo mismo d(~l)e decirse ele' otra observacion. Que
es necesario, que es muy conveniente que los cspailoles
se acostumbren :l ver que cruzan por las calles hombres
de otros cultos, para que de esta manera se vayan aficio-
nando á ellos, yen cierto modo los repug'nen y detesten;
eso es lo mismo, seilores, que si para infundir en el únimo
de nuestros hijos el amor á la virtud y el odio ú los vicios
fuésemos con ellos ,l las easas de juego para que viesen
los desórdenes, aturdimientos y desastres que allí se eo-
meten, yen último término el desafío y la pel'dicion, para
despues decirles: ahí tienes las consecuencias del vicio,
procura ser virtuoso, ama la virtud.


Esta clase de exposiciones, seilores, ni cst,ín en los dic-
támenes de la razon, en el buen sentirlo, ni pueden admi-
tirse, porque aunque estemos satisfechos y tranq nilo.,; de
que el triunfo quedará de nuestra parte, es necesario con-
tar eon las ftarl'lezas'y debilidades humanas, .Y que no sic m -




460 DISCURSO
pre corresponde la voluntad á las insinuaciones del enten-
dimiento y de la razono


Yo podría, señores, citaros autor"idades en demostra-
cion de la doctrina que estoy sosteniendo, pero temo
cuando enuncio cualquiera idea tropezar desde luego con
que ya la sabeis. Podría deciros qué es lo que han opinado
sobre esta materia hombres tan ilustres, repúblicos tan
distinguidos, varones tan eminentes, nombres que la pos-
teridad tiene grabados en los mármoles y en las piedras, y
que viven enteramente entre nosotros: Argüelles, Pache-
co, Rios Rosas, Sancho, hombres bien prácticos, bien ex-
perimentados, que cuando han tenido ocasion de enunciar
estas doctrinas, todos han hecho la más solemne protesta
de que primero atentarían á su vida, primero faltarían á lo
más sagrado de sus deberes, que menoscabar en lo más mí-
nimo la unidad católica; que consideraban como un atenta-
do contra la N acion el que pudiera introducirse la más pe-
queña novedad en esta materia; que si la novedad ha de
introducirse, que si el culto disidente ha de venir, ya
vendrá; pero no vayamos nosotros á buscarle. Establezca-
mos desde luego buenas doctrinas, defendamos nuestros
muros rodeándolos de aquellas armas con que debemos y
podemos defenderlos, y si á pesar de eso la tormenta
se echa encima y viene desde luego un movimiento que
tenemos que aplacar y sostener, será mucho más fácil ]a
defensa y resistencia, que no cuando nosotros fuésemos
precisamente al campo enemigo á provocarle para que nos
conteste.


Se ha expresado la idea, señores, de que están grande-
mente comprometidos los intereses materiales; que á la
sombra del respeto y de la tolerancia que debe tenerse á lo:;;
hombres que no profesan nuestras doctrinas, han venido
aquí grandes capitales, que se está en el caso de que ven-
gan más , que tal vez con esta declaracion se alej arían y
que no podrían venir á fecundar nuestro suelo y hacer que
prosperen nuestras provincias, tan escasas de medios pro-




DEL SR. CASADO. 461
-píos por el estado del país y por laS! dificultades con Ciue lu-
cha la Nacion.


Señores, ¿,cuándo se ha verificado en España la veni-
da de esos capitales y esa fecundidad de nuestro suelo con
los intereses extranjeros'? Bien lo sabeis; ántes del año de
1868 la España estaba ya cruzada de ferro-carriles; ántes
de 1868 los cristianos y los no cristianos tenían acceso con
nuestros hombres de Estado sin que se les perturbara ni
mortificara en sus creencias ( ni pensarlo siquiera) ; trata-
ban religiosa y puntualmente, y entregaban su dinero, y se
respetaban sus contratos y compromisos. Cuando esos ex-
tranjeros se alejan de nuestro suelo, cuando huyen de esta
tierra como de una tierra apestada, es cuando temen por
la seguridad de sus personas, porque no se tenga el respe-
to debido á sus capitales; y el dia que la perturbacion se
introdujera entre nosotros, el dia que volviesen escenas
lamentables, que declaro quiero apartar para siempre de
España, esa sería la verdadera razon para que los capita-
les extranjeros no se presentasen y la prosperidad pública
no tuviese que contar con ellos. Dad paz, verdadera tran-
quilidad al país y respetad las personas, y no creais entón-
ces que. los extranjeros, porque tengan ó no tengan facili-
dad para poner en cada esquina un templo y para tener en
cada calle una Rinagoga, vayan á dejar de venir á tratar
con el Gobierno español, si es que ese trato les interesa y
les produce beneficio.


En cuanto que la Religion católica se presenta con cierta
oscuridad, de una manera repugnante al ver que se discute,
que se perturba, que se impide .110s queno profesan nuestro
culto el medio de realizar el suyo dentro de nuestro país,
hay, señores, en esto un error bien lamentable. ¿,A quién
se ha perseguido en España hace muchísimo tiempo'? ¿Qué
clase de contratos no se encontraban perfectamente asegu-
rados respecto de los que disentían de nuestro culto'?


Yo, señores, vivo en una provincia, soy hijo de BlÍr-
gos, que acaso no pasa por una de las ciudades más cultas


30




462 DISCURSO
y más distinguidas. Hace muchos años que en Búrgos te-
nían su cementerio los cultos disidentes. Yo mismo, sien-
do alcalde, he tenido que tranquilizar á un pobre hebreo,
que habiendo venido por motivos de comercio á una de las
fondas de la ciudad, había tenido la desgracia de perder á
su hermano, y acudía á mí asustado, pensando que lo iban
á tirar al rio. Le dije que no tuviera cuidado de ninguna
clase, que su hermano seria conducido con respeto al ce-
menterio, en donde podría llorar, rezar y hacer las decla-
raciones que tuviera por conveniente, y así se hizo, y así
se ha estado haciendo en Búrgos. Por consiguiente, señores,
lo mismo ha sucedido en las de mas capitales que por su im-
portancia, por su mayor riqueza, es mayor la afluencia de
forasteros; estos mismos hechos se han repetido y concedi-
do, y á nadie se ha perseguido porque dentro de su casa
tenga libros, profese la doctrina que quiera y santifique los
dias de la manera que tenga por conveniente. Luego ¿qué
clase de intolerancia es la que se nos echa en cara, y por qué
oficiosa y arbitrariamente, contraviniendo los preceptos
legales, vamos á conceder lo que no se nos pide'? Pues si el
estado de las cosas es este, si comprendeis la gran razon
que tenemos para oponer nuestras doctrinas á las vuestras,
para no consentir, en lo que está dentro de nuestra posibi-
lidad, que el estado legal de las cosas se altere, que esa mo-
dificacion profunda se establezca en nuestras doctrinas re-
ligiosas y en nuestras creencias, que son creencias de
nuestros padres, ¿qué es lo que hay, señores, para que se
pueda in.troducir esta alteracion tan radical y tan profunda,
que de seguro ha de producirnos una gran perturbacion en
nuestras conciencias, un gran trastorno para el porvenir'?


No hay una sola ley siquiera en los antiguos yen los
nuevos Códigos que autorice esa pluralidad do cultos, que
sancione esa diversidad de creencias. Mi amigo respetabi-
lísimo, el Sr. Silvela, contestando el otro dia al Sr. Carra-
molino, dijo con oportunidad, y dejando á la cámara gra-
tamente impresionada, qué era lo que establecía la ley 2."




DEL SR. CASADO. 463
del título 25 de la Partida 7.\ que declara, «cómo los cris-
tianos , con buenas palabras é non por premia deben con-
vertir á los moros.» Es decir, que desde las leyes de las Par-
tidas y las contenidas tam bien en la Novísima Recopila-
cion, hasta nuestros últimos decretos, no hay una sola que
autorice la intolerancia, que obligue por fuerza á entrar en
nuestras creencias, sino que haya respeto, que haya con-
sideracion al que no profese nuestras doctrinas; pero la
(mncion contraria, es decir, la autorizacion para que pue-
dan profesarse otras doctrinas diferentes, está expresamen-
te condenada en la ley La, título 3.0 de la Partida 1.., y
condenada despues en todas las leyes y códigos que se han
ido sucediendo. (Un Sr. Senador. ¿ y la ley 1. a del título 24?)
En la ley 1.\ del título 3.0 de la Partida 1. a, despues de
referir que va á tratar de la Santa Trinidad y de la fe ca-
tólica, despues de explicar 16 que era el misterio de la Tri-
nidad y lo que era la fe, la parte dispositiva de la leyes
esta: « Esta es la creencia de Dios verdadera que ayunta al
ome con Dios por amor. E el que lo assi creyere es verda-
dero christiano ; e el que lo non creyere non puede ser sal-
vo nin amigo de Dios.» Es decir, que en las leyes de Par-
tida, en ese monumento precioso del siglo XIII, en esas
leyes que eran á la sazon en que se escribían el monumen-
to más precioso que había en España yen todo el mundo,
que recordaban las Pandectas del derecho romano, que
contenían, no solamente las tradieiones legales, sino
abundantes doctrinas en filosofía, en astronomía, en toda
clase de conocimientos del saber humano, se demuestra
perfectamente en la Partida 7.·, que es donde se trata de la
pena estable,~ida contra los que disienten del culto y de la
autorizacion púa perseguir á los que de ese culto disien-
ten; pero no hay ninguna declaracion terminante, ninguna
declaracion positiva, ninguna determinacion más que la
que establece la ley 1.", título 3.° de la Partida 1'-, que es
como debe creerse y como manda el Rey que se crea.


Por consiguiente, me parece haber demostrado los mo-




464 DISCURSO DEL SR. CASADO.
tivos que he tenido para establecer mi enmienda. Mi obje-
to es demostrar que entramos en una novedad, que no te-
níamos necesidad de acometer; que hemos podido acome-
ter esa novedad por un camino recto y sencillo, pero que
en el estado actual de las cosas infringimos terminante-
mente un pacto público, un pacto internacional, una ley
del Reino; quo nos oponemos de una manera manifiesta á
lo que el Episeopado español y el Santo Padre ha manifes-
tado por conductos tan respetables; y que con explicacio-
nes más ó ménos ingeniosas, con doctrinas más ó ménos
aventuradas, no se saldan cuentas de esta naturaleza. N o
hay que fingir dificultades; hay que exponer las cosas y
acometerlas con claridad para contestarlas; y cuando es-
tas dificultades se presentan y las contestaciones no se dan
satisfactorias y cumplidas, la verdad queda en pié, por
más que la votacion demuestre que no ha tenido fortuna el
que lo ha dicho. Mirad, pues, señores ,)a situacion en que
nosotros ya nos encontramos; que tenemos hijos, que mu-
chos tenemos nietos, y si hemos de legal' una representa-
cion tan pura y tan sencilla como la que á nosotr08 nos le-
garon nuestros padres; y si hemos de dormir tranquila-
mente en nuestras camas, yen las vigilias y en los dias en
q!le no se puede reconciliar el sueño nos asalta algun temor
de no haber procedido con toda la cordura, con toda la re-
flexion, con todo el detenimiento que en materias de esa
naturaleza debe procederse, el que se encuentre asido, el
que se encuentre protegido con documentos, con declara-
ciones, con manifestaciones claras y terminantes que tran-
quilicen su conciencia, dormirá tranquilo; el que dude, el
que recele, el que tenga cuando ménos sospecha de no ha-
ber ido por el camino recto, ese no dormirá con tranquili-
dad; y yo creo, señores, que ante todo es la tranquili-
dad do nuestra conciencia, la tranquilidad de. nuestras
familias, el respeto que debemos á las tradiciones que he-
mos heredado de nuestros padres, y el porvenir que reser-
vamos para nuestros hijos. He concluido.




ENMIENDA PRESENTADA
POR


EL SR. BARON DE COVADONGA.


Art. 11. La Religiotl católica, apostolica,
romana es la del Estado. La Naci')ll se obli-
ga a mantener el cnlto y sus ministros.


Nadie sera molestado en el territorio es-
pañol por ;us opiniones religiosas, ni por el
ejercicio de su respectivo culto, salvo el rflS-
peto debido a la moral cristiana.


:-lo se permitiran, sin embargo, otras ce-
remonias, ni manifestaciones publicas, que
las de la Religion del Estad".»


(Proyecto de Consti!Hcioit.)


m Senador qne suscribe, persuadido de
qne responde al sentimiento religioso de la
:-lacioL1 y no reviste cal'acter de imposicion
de ningnn género, ruega al Spnado acuerde
la redaccion del ¡irt. 11 de la COllstitucicn
de la Monarquía en los términos signientes:


" La neligion de la Nacían Española es la
católica, apostólica, romana. El Estado
esta obligado al mantenimiento del culto y
sus ministros. No se permite el ejercicio pú-
blieo de ninguna otra religion.»- El Bm'on
'le (}o>'adonga.


Sres. Senadores: Tengo el propósito de ser muy breve,
porque realmente esta enmienda ya hace dos meses que
está presentada con la publicidad de nn folleto que todos
los Sres. Senadores han leido, ó que por lo ménos han re-
cibido (y por cierto que he tenido la satisfaccion de que
casi todos los que me han hablado se han manifestado
completa,mente conformes con él , Y entre ellos se hallan
personas muy autorizadas de esta Cámara).


Además habré de ser breve tambien, porque esta cues-
tion está ámplia y brillantemente discutida en todos senti-
dos en el otro Cuerpo colegislador , y en esta Cámara he-
mos oido ya elocuentísimos discursos; de manera que la
bondad de la unidad religiosa, los inconvenientes de la li-
bertad de cultos y las inteligencias que pueden darse á la
tolerancia, todo esto está ya perfectamente discutido.




466 DISCURSO
Es regla invariable de mi conducta en las cuestiones re-


ligiosas no apartarme de las manifestaciones de la Santa
Sede, y me habeis de permitir, Srel"i. Senadores, (Iue haga
un recuerdo oon este motivo.


Hace diez y nueve años, la primera vez que yo me pre-
senté candidato para la diputacíon á Córtes (era en cir-
cunstancias análogas ~t éstas, despues del año 1856), los
electores principales de mi distrito tuvieron por conve-
niente dirigir una excitacion á los candidatos y pregun-
tarles cómo opinaban en todas las cuestiones, empezando
por la cuestion religiosa; y les dije en mi programa en-
tónces que era católico, apostólico, romano, y en conse-
cuencia á estos principios obraría en todas las cuestiones
que se me presentasen en las CÓl'tes relativas á la Religion
y al Estado. Siempre he cumplido lealmente con estos pro-
pósitos, y por lo mismo no me conformo hoy con la redac-
cion del art 11, Y propongo la de mi enmienda ,que yo
entiendo que es conciliadora.


Empezaba mi folleto, y convenía en esto con el otro á
que contestapa, diciendo que en efecto ésta no puede ser
cuestion que se resuelva por partidos ni por intereses de
banderías; y la prueba de que yo no me levanto á comba-
tir el arto 11 por cuestion de partido ni hago la oposicion,
es que os dirijo la palabra desde estos bancos de la mayo-
ría, donde veis que tomo asiento; ademús que yo creo pro-
poner una solucion de concordia.


Me haré cargo únicamente de los :pJ'incipales razona-
mientos que he expuesto en mi folleto.


He dicho ante todo que el artículo era oscuro, y de ahí
que se prestaba á tan distintas interpretaciones, que ve-
nía, en mi opinion, á constituir casi dos bases enteramen-
te contrarias, y por consecuencia de esto la alteracion
constante de este principio en el código fundamental de la
Monarquía. Y la verdad es que despues de las explicacio-
nes que se han dado del artículo, la claridad no ha resulta-
do mayor, porque si comparais, señores, las explicacio-




DEL SR. BARON DE COVADONGA. 467
nes que habeis oido en el otro cuerpo, en el cual se ha di-
cho que era la libertad del templo, la libertad del libro,
la libertad del concepto, la libertad de la ciencia, con lo
que habeis oido <l, esta Comision, sobre todo con las expli-
caciones de su digno Presidente, comprenderéis fúcilmen-
te las diversas interpretaciones que admite; así yo al oir-
le casi decía: pues ahí encaja mucho mejor la redaccion
del artículo que yo propongo. Adem:ls, tampoco esta re-
daccion ha venido á servir para algun otro propósito, ni
tiene por lo visto el de la legalidad comun, porque los se-
ñores de enfrente lo han rechazado completír,imamente.


He dicho tambien que la Nacion pedía que no se con-
trariasen sus sentimientos destruyendo la unidad religiosa.
Cuando esto deCÍa yo hace dos meses, eran millares de ex-
posiciones las que habían venido á ambas Cúmaras, y la
verdad es que despues han seguido llegando mús y más,
y no ha venido absolutamente una sola de disidentes de
nuestra religion que hayan pedido, eu virtud de sus creen-
cias, que se les otorgue la facultad de tener otro culto
público.


Aquí está, señores, la razon principal de no poder
aceptar el arto 11. Yo siento tener que venir á esa carta,
sobre la cual se hacen grandes esfuerzos para decir el va-
lor mayor ó menor qUci pueda tener.


Para mi hay una cuestion clara respecto á la carta, y
es, que la redaccion del arto 11 está en desacuerdo con la
opinion de Su Santidad, que no la acepta; y como la car-
ta es auténtica, no me importa á mí el mayor ó menor
valor que tenga; yo ya sé fija y positivamente que Su San-
tidad, dice que «dicho artículo que se pretende proponer
como ley del Reino, y en el que se intenta dar poder y
fuerza de derecho público á la tolerancia de cualquier cul-
to no católico, cualesquiera que sean las palabras y la for-
ma en que se proponga, viola del todo los derechos de la
verdad y de la Religion católica. »


y por consiguiente, como yo me propongo no apartar-




468 DISCURSO
me en nmgun caso de la opinion de Su Santidad, y resulta
el desacuerdo, es bastante ra:wn para q ne yo no pueda
aprobar el artículo conforme está redactado. Ya digo que
prescindo ahora de que tenga mús ó ménos fuerza la
carta, de que esté dada en una forma ó en otra; al fin y al
cabo no sólo dirige la carta Su Santidad al Cardenal More-
no, sino que tambien le dice: « Mandamos que nuestra de-
claracion se haga pública y á todos conocida;» de modo
que Su Santidad ha querido que aquí sepamos, cuando va-
mos á establecer el arto 11, que no le acepta, que le parece
mal, y que entiende sobre todo que da fuerza, que da de-
recho al error, y por esa razon no lo puede aceptar.


Pues bueno; yo , que tambien digo que quiero toleran-
cia , he buscado otra redaccion, y esa redaccion que yo pro-
pongo·tengo la garantía de que no estú, en el caso en que
se encuentra la que la Comision defiende; y la garantía
que yo tengo de que esa redaccion propuesta por mí será
admitida, es esta: voy á leer el Breve de 5 de Marzo
de 1875 que dice: « Declaramos que entre los grandes be-
neficios qne Dios prodigó en su misericordia y ha dispensa-
do á la ~acion Peruana, hácese notar el don inapreciable
de la verdad católica, que una vez recibida de los misio-
neros del Evangelio, fué tan cuidadosamente conservada,
y de tal manera la practicaron, que hubo entre ellos héroes
que la Iglesia juzgó dignos de ser elevados :'1 los altares.»
Esta fne una verdadera gloria para aquella Nacion, y su
cuidado en conservarla en nada decayó en ella despues de
su separacion de los reyes de España. «Puesto que en la
Constitucion de la República se consigna solemnemente
que el Perú profesa la Religion católica, que la protege, y
no permite el ejercicio púl,lico de ninguna otra, y que la
autoridad dictó varias disposiciones en conformidad con
este deseo de conservar la unidad católica, etc., etc. , me-
rece los elogios y otorga el patronato.» Es decir, que Su
Santidad no sólo elogia la redaccion de este artículo, sino
que en su virtud concede el patronato al .Tefe supremo de




DEL SR. fiARON DE COVADONGA. 469
aquel Estado. Tenemos, pues, aquí una garantia comple-
ta de que si el artículo estuviera redactado tal como yo lo
propongo, Su Santidad, en lugar de decir lo que manifies-
ta en la carta al Cardenal Moreno, nos diría lo mismo que
al Perú, porque es evidente, y es seguro que Su Santidad
no habría dicho para los españoles cosa distinta de lo que
ha dicho en otra parte.


Yo he dicho que admito la tolerancia, y naturalmente
tengo que decir cómo es esta tolerancia; es tolerancia con
las personas, es tolerancia en ia ley por omision ; lo que
expresamente no se prohibe, está consentido; así, pues,
todo el que públicamente no haga manifestacion de sus
creencias ni de sus actos, tiene la tolerancia de ellos: lo
que no puede es hacer ni decir nada contrario al catolicis-
mo ; privadamente se le respeta, con lo cual veis que si
aquí de buena fe no se quiere más que la tolerancia, la to-
lerancia est:'t dentro de la redaecion de este artículo.


¿ Qué se ha dicho en defensa de la redaccion del ar-
tículo 11 tal como ~stá '? Que partimos de la libertad de cul-
tos, y por consiguiente que es un mejoramiento ese ar-
tículo en el cual caben las diversas interpretaciones, y no
la que le han dado la mayor parte de los individuos de la
Comision que han hablado, oponiéndose á otras interpreta-
ciones y á otras explicaciones. Pues bien: ¿cómo partimos
de la libertad de cultos'? ¿Por la legalidad'? Si no existe;
la única Constitucion que la ha establecido no está vigzn-
te , y en eso todo el mundo está de acuerdo; la cosa está
evidente, no hay Constitucion; por lo tanto no puede se1'
que se parta de la legalidad. Vamos á partir, porque exis-
te de hecho. Señores, si tuviéramos necesidad de tener en
cuenta los hechos para sentar los principios, contestad: ¿,á
dónde nos llevaría ese sistema'? Sobre esto de los hechos,
francamente, á mí se me ocurre un ejemplo que es dema-
siado trivial, pero que me parece que está perfectamente
adecuado al caso.


Si á mí viene uno y me quita la capa, voy al juez mu-






470 bISC1TRSCl
nicipal ~n reclamacion de ella, y ante el juez municipal
resulta que la capa es mia ; pero al resolver sobre mi dere-
cho en esta cuestion, se funda eljuez en que el otro ha te-
nido la capa tres clias y se ha abrigado con ella, y en su
consecuencia determina que la capa la usemos segun el
mayor ó menor frio que tengamos el uno ó el otro. j, Creeis
que sería buena solucion ~ Pues esto es equivalente á esa
razon que se da para justificar el arto 11. Yo me asombraba
cuando á propósito del tiempo que lleva la libertad de cul-
tos en España, oía decir ú un Sr. Senador que la libertad
de cultos lleva seis años en España, yal propio tiempo de-
GÍa despues: j,cómo hablais de tradicion de la unidad reli-
giosa cuando no cnenta mús que tres siglos~ De manera,
señores, que eran más seis años para la libertad de cultos
que tres siglos para la unidad religiosa.


Se ha dicho tambien en otra parte yen defensa del mis-
mo artículo que vayamos ú la unidad católica por la per-
suasion y el sentimiento, y precisamente por la persuasion
y el sentimiento es por lo que estamos dentro de esta uni-
dad, y lo que no puede ni debe hacerse es contrariar en la
ley esta unidad.


Decía aquí uno de los señores de la Comision el otro dia,
que la unidad la constituye la unanimidad de creencias.
Efectivamente, yo estoy convencido de que estamos real-
mente en la unidad por esa unanimidad de creencias, pero
que si á esa unanimidad la contrariamos en la ley, claro
estú que no procedemos como se debe. Resulta aquí que
todo el que se levanta á hablar, en cualquier sentido que
sea, empieza diciendo: « yo soy ferviente católico; declaro
que todos los españoles son católicos, y el que ménos dice
q ne la casi totalidad de los espaTioles son cat6licos; pero al
mismo tiempo, ni partidos, ni individuos, nadie quiere
cargar con esa especie de mochuelo del casi, porque el casi
para sí nadie le toma.


He dicho como preámbulo en mi enmienda que no re-
vestía cal'Úcter ni imposicion de ningun género, y esto me




DEL SR. BARON DE COV/tnONGA. 471
parece evidente, porque no hay imposicion en el sentido
de la unidad religiosa, toda vez que á nadie se le obliga
por el articulo á profesar la Religion católica, y mucho me-
ncrs su imposicion, porque tampoco se autoriza la libertad
de cultos, que entónces si que habría verdadera imposi-
cion, porque se haría contra el sentido unánime de la
Nacion.


POI' consiguiente, señores, resulta que el artículo que
dije que era oscuro y vago, tan vago y oscuro ha quedado
despucs de la explicacion, si no ha quedado mús ; que la
peticion, la reclamacion que han hecho los españoles en
una gran mayoría, todos aquellos que han estado en la po-
sibilidad de hacerlo, para que no se rompiese la unidad re-
ligiosa aqui, ha ido en aumento .desde que yo habia dicho
esto en mi folleto; que siempre que se ha tratado de alte-
rar el artículo referente á la Religion en la Constitucion,
ha habido las mismas protestas; lo mismo sucedió el
año 1855 que en 1869, con la diferencia de que el año 55
üieron resultado; porque cuando en 1856 se hicieron las
reparaciones, se reparó completamente la parte de la Reli-
gion, porque se restableció tambien completamente el ar-
tículo de la Constitueion tal cual estaba ántes de la refor-
ma , y las exposiciones no fueron desatendidas.


Naturalmente las reclamaciones hechas en el año de
1869 no debían ser tan atendid,ls; ¿ pero podía esperarse
que en la restauracion no fueran tenidas en cuenta'? Si de
buena fe quercis la tolerancia y no quereis ir ú la libertad
de cultos, podréis tenerla con el artículo que propongo,
pues no hay más que aceptar esta redaccion, entónces es-
taréis de acuerdo con el Sumo Pontífice; mas con 81 artícu-
lo de la Comision estaréis en üesacuerdo. Pero resulta que
Su Santidad ha escrito una carta al Primado de las Espa-
ñas , en la cual manifiesta su desacuerdo y desconformidad
con la Comision, y esto es evidente; por lo tanto, el des-
acuerdo existe.


Yo no os diré, como dijo el otro diaelSr. Concha Casta-




472 DISCURSO DEL SR. BARON DE COVADONGA.
fieda en SU discurso: «¿Quereis mi vida'? ¿quereis mi for-
tuna'? Tomadlas; pero no me quiteis mis creencias;» pues
realmente, ya sé yo que mis creencias no me las quitais;
pero sí os digo: pedidme todas las transacciones posibles
en política, pero no me pidais la más leve disidencia con
el Padre comun de los fieles.


Yo ya he dicho, señores, que creía que esto debía ser
una cuestion libre; y creo más: que de las dos redacciones
que vienen á ser la tolerancia, sólo una es absolutamen-
te la tolerancia, puesto qne al fin hay la garantia de que
ha de tener la conformidad de Su Santidad, y la otra nó.
Pueden perfectamente la Comision y el Gobierno acep-
tarla, y si la Comision no la aceptase, podría el Gobierno
por lo menos dejar en libertad á los Sres. Senadores y no
hacer cuestion de Gabinete la votacion. Por ahora no tengo
mús que decir.




ENMIENDA PRESENTADA
POR


EL SR. D. NICOLÁS OTTO.


Art. 11. La rteligion católica. apostólica,
rOlüana es la lIel Estallo. La ~aciou se obli-
ga á mau tener el culto y sus ministros.


Nallie sera moles tallo en el territorio es-
pañol por sus opitliones religiosas, ni pUl' el
ejercido de su rüsl'ectivo culto, salvo el res-
peto debido a 19. moral cristiana.


No se permitiran , sin embargo, otras ce-
remonias, ni manifestaciones publicas, que
las de la Religion del Estado .•


( Proyl!cto de Constitucion.)


El Senador que suscribe tiene el honor
de proponer al 8e:iado que el arto 11 ,lel pro-
yecto de Constitucion se sustituya con el
siguiente:


«Art. 1i. La rteligion de la ~acion Espa-
ñola es la católj¡;a, apostólica, romana úni-
ca vo-lrdaclera. El Estado tiene obligacion de
sostener el culto y sus ministros.»- Nicolas
Gtto.


Señores Senadores: Sanciona ese artículo tan injustifi-
cada y tan lata tolerancia de cultos no católicos, que léjos
de extirpar ó de curar radicalmente el daño horriblll causado
durante el período de nuestros últimos trastornos al senti-
miento católico español, se limita á atenuar sus proporcio-
nes; y con lo que deja del mal en pié, legalizándolo, parece
excusar y autorizar el hecho revolucionario.


Ese artículo no ostenta Los caractéres de una restaura-
cion perfecta y salvadora; conserva las funestas huellas de
insanos tiempos de furia popular; abre tan ancho campo al
descreimiento, al error, á la herejía, á la discordia y la
pasion; rompe de un modo tal con nuestras viejas historiaR
y nuestras gloriosas tradiciones; se opone en tan fatal ex-
tremo al modo de ser de nuestra patria y al universal cla-
mor de la opinion, que yo, por mucho que sienta salir de
la humllde oscuridad de mi silencio, por mucho que me
cueste romper el natural temor de hablar en esta Asamblea




474 DISCURSO
augusta, y en ocasion solemne y (t la par de insignes ora-
dor~s; no puedo ahogar la voz de mi conciencia conturba-
da, no quiero hacerme solidario en la responsabilidad de
desventuras sin cuento que preveo de elevarla á precepto
escrito en nuestras leyes fundamentales; no só negarme al
deber de traducir aquí, siquiera sea en tosca frase de ver-
dad desnuda, el sentimiento nacional, eminentemente ca-
tólico.


Por eso he firmado la enmienda que el Senado ha oido,
y me levanto a apoyarla.


N o vengo á esgrimir un arma política, no respondo al
criterio estrecho ni á las calculadas miras del espíritu
egoista de partido; no me mueve tendencia alguna de opo-
sicion sistemática al proyecto de Constitucion, ni ú sus
autOí'es, ni al Gobierno, ni eL la Comision , ni eL la mayoría,
ni á ninguna minoría de esta Cúmara.


Vengo sólo con la fe del creyente, de la abundancia de
cuyo corazon habla la boca; vengo fiado en vuestra indul-
gente benevolencia, guiado del deseo íntimo del bien,
animado de un profundo sentimiento de justicia, ajeno á
la ilusion de ganar lauros, que sé bien no me es dado con-
quistar, y ménos en materia tan ampliamente dilucidada,
sobre la cual nada nuevo se puede ya decir.


Cúmpleme rendir tributo de alta consic1eracion ú la res-
petabilidad de la Comision constitucional y del Gobierno.
Cúmpleme hacer justicia á lo recto, ú lo noble, á lo levan-
tado de sus patrióticas intenciones. Cúmpleme comenzar
protestando de mi propósito de hablar con gran modera-
cion, de ser templado y sobrio, de no emitir un eoneepto,
de no verter una frase capaz de lastimar, remotamente si-
quiera, a sus ilustres representaciones ó ú sus clistinguidas
personas.


Pero séame lícito decirles, por más que me cause pena,
que en el proyecto del Código sometido eL nuestra delibera-
cion han padecido error gravísimo, involuntario sin duda,
sobre un punto capital; que han resuelto el gran problema,




DEL SR. OTTO. 475
en mal hora planteado, de un modo que deja abierta perenne
amarga fuente de trascendentales divisiones; que han ne-
gado á Dios lo que es de Dios; que siendo católicos han des-
oído a la Iglesia docente, han arrancado un grito de dolor
y dé' reprobacíon á su Jerarca supremo, han alarmado ú
nuestro pueblo, creyente y timorato; que contradiciendo
la historia de nuestro pasado brillante, depositan un gél'-
men de profundos trastornos para el porvenir; que hall
ideado una ley sin correspondencia á ninguna verdadera
necesidad social, mocleHndola más en países extraños que
en el país que había de regir, atendiendo más á casos sin-
gulares de rara excepcion, que á la constante y muy exten-
sa generalidad de sus necesarias aplicaciones; que en fin,
han formulado una Constitucion de la Monarquía Española,
en esta base, nó por lo que han menester los españoles,
sino por lo que, en su caso, sería conveniencia de algunos
extranjeros.


i,Qué dice el arto 11, objeto de mi impugnacion '?
Ya lo sabeis.
«La Religion católica, apostólica, romana es la del


Estado. La Nacion se obliga á sostener el culto y sus mi-
nistros. Nadie será molestado en el territorio español por
sus opiniones religiosas, ni por el ejercicio de su respec-
tivo culto, salvo el respeto debido á la moral cristiana. N o
se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni manifes-
taciones públicas que las de la Religion del Estado.»


i, Qué ~ice la enmienda por mí suscrita y presentada'?
«La Religion de la Nacion Española es la católica,


apostólica, romana, única verdadera. El Estado tiene
obligacion de sostener el culto y sus ministros.»


Convienen sustancialmente el artículo y la enmienda
en reconocer que nuestra patria profesa el catolicismo, J
que de su cuenta será sostener el culto y el clero.


Difieren princi palmente, en que miéntras aquél, COIl
no muy propio lenguaje, supone contraerse la obligacion
ahora, flsta. la declara preexistente, por no ser su origen




476 DISCURSO
de hay ni voluntario, por ser consecuencia precisa de la
proteccion debida á la Religion del país, por ser antigua in-
eludible carga dejusticia la de indemnizar á la Iglosia des-
de que injustamente fué expropiada de sus bienes; en que el
arto 11 reconoce en la N acion esa carga, mientras con ma-
yor exactitud la enmienda sienta serIo del Estado, huyendo
así de que un dia, torcidamente interpretado el texto, pu-
diera alguien intentar que pese sobre las provincias ó los
Municipios, y nó sobre la representacion genuina del or-
ganismo soeial; en que si del artículo se deduce que la
obligacion pública de sostener el culto y los ministros de
la Religion católica se cifra únicamente en ser ésta la que
profesan con excepciones rarísimas todos los españoles, el
sentido de la enmienda la hace consistir, no tan sólo en
esa causa principalísima, sino en la justa necesidad de
reintegrar ó componsar á la Iglesia de algun modo aque-
llo de que fué desposeida; y por fin, en que m.i enmienda,
con todo el sentimiento de la fe, con la seguridad de lo
evidente, sustenta (y no lo sustenta la base correlativa del
proyecto de Constitucion), que el catolicismo es la única
Rt>ligion verdadera, denotando así la proteccion que el Es-
tado debe darle por leyes sabias y justas.


El artículo formulado en la enmienda cuya adopcion
tengo el honor de proponer al Senado, nada dice que tien-
da á medidas inquisitoriales ó á persecuciones religiosas,
incompatibles con la civilizacion de nuestra epoca, pero
más incompatibles todavía con el espíritu de caridad, de
paz y mansedumbre evangélicas. No niega la toleran-
cia práctica ó do hecho, con los disidentes; no quiere su
cxtorminio: porque una religion que, como decia Tertulia-
no, consiste en morir y nI) en mata1', huye ele imponerse ó
de reinar por el hierro y el fuego; y tambien porque (~stá
muy lejos de mi ánimo resucitar instituciones sin razon de
ser en nuestros dias. Viene, en suma, á reproducir con
útiles variantes y adiciones un texto legal moderno acep-
tado por nuestros partidos liberales, aceptado ú su vez por




DEL SR. OTTO. 477
el Padre comun ae los fieles, y que sirvió de punto de par-
tida á las negociaciones para el Concordato de 1851.


Pero si la reforma que indico no pide más proteccion
que la indispensable á los intereses católicos, no se con-
tenta con ménos. No otorga, como el arto 11 del proyecto de
la Comision, garantías expresas á otros cultos; no llega
adonde jamás hasta la Constitucion de 1869 llegaron nues-
tros códigos; no da lo que ningun elemento social deman-
da, ningun interes legítimo reqüiere, ningun antecedente
histórico aconseja, ninguna prevision política reclama.


Tiene por objeto, Sres. Senadores, la enmienda some-
tida á vuestra deliberacion, sancionar en la ley fundamen-
tal del Estado la más perfecta unidad religiosa, con exclu-
sion virtual de todo otro culto, con respeto absoluto, pro-
fundo á los derechos y libertades de la Religion católica,
apostólica, romana, única verdadera.


¿ Por ventura creeis que hay más que un Dios?
Oh, nó! Yo no haré al Senado, al ilustre Senado espa-


ñol, la injuria de pensar que uno solo de sus esclarecidos
miembros deje de creer con San Pablo en 1tn solo J)ios, en
una sola fe, en un solo bautismo,. que deje de recordar ó de
apreciar la aspiracion del divino Verbo: «Padre mio, que
todos sean uno, como Tú y Yo somos una cosa, un pastor y
un solo rebaño.» Yo no haré á esta Cámara la ofensa de su-
ponerla ménos religiosa que el gran filósofo pagano que
decía: «O no ha.y Dios, ó J)ios es uno; tÍ pluralidad de J)ioses,
nulidad de J)ioses; tÍ pluralidad de religiones, nulidad de re-
ligiones.» Yo estoy cierto de que nadie en el Senado ignora
aquella lp.y de las Doce Tablas, famoso código del gran
pueblo romano: «Ninguno tenga J)ioses separadamente.»


¿Con qué título, pues, á nombre de qué principios, re-
trogradando siglos y siglos, se quiere admitir hoy en
nuestra patria, dentro de un órden legal y justo, la plura-
lidad de religiones?


Es porque, se dice, excepcion hecha de la República
del Ecuador, sólo España dejaría de consignar en sus códi-


31




478 DISCURSO
gas la libertado tolerancia de cultos, que aceptan y susten-
tan todas las naciones del mundo civilizado. Es porque no
puede sancionarse un anacronismo, una excepcion que nos
aisle, que nos separe del gran concierto europeo.


Algo parecido se alegaba el año 1865 en favor del reco-
nocimiento del reino de Italia, para vencer las grandes y
justificadas resistencias que en altísimas regiones como
en la opinion pública encontraba aquella medida. Entónces
se anunciaba que por tal medio entraríamos en el comercio,
en el trato de las grandes potencias, nos captaríamos sus
simpatías, y en ellas encontraríamos poderosos auxilia-
res contra las horribles empresas de la demagogia, si, por
desgracia, alguna intentaban en la Península, ó contra posi-
bles agresiones dél filibusterismo en las colonias. El reino
de Italia fue al fin reconocido. Y bien, ¿qué sucedió, á pe-
sar de los siniestros augurios, á pesar de las mil exposi-
ciones presentadas, alguna de ellas hasta criminal, á pesar
de los medios con que se pretendió alarmar y extraviar la
opinion? preguntaba aquí no ha muchos dias con estas ó
equivalentes palabras el Sr. Ministro de Estado.


y bien; ¿qué ventajas se obtuvieron, pregunto yo á mi
vez? ¿ Qué sucedió, Sr. Ministro de Estado? La catástrofe
de 1868, los desbordamientos de una revolucion sin límites
ni freno, la guerra de Cuba (que aún es hoy, en autoriza-
da declaracion del Sr. Presidente del Consejo de Ministros,
la mayor calamidad y el peligro mayor para la patria),
contestarán por mí con elocuencia. ¿ Y qué auxilio nos die-
ron esos amigos buscados á tan caro precio, al afligirnü>-~
tantas y tan crueles desventuras? Entiéndase bien; yo no
supongo esas desdichas producto· necesario ó consecuencia
inmediata de aquel malhadado reconocimiento, aunque
siempre juzgué peligroso tentar á la Providencia. Lo que
JO asevero es, que ni los consejos de la diplomacia, ni so-
corro alguno de las potencias fueron parte á impedir que
nuestros males sobrevinieran, ni una vez ocurridos, nos
dió nadie ayuda ó lenitivo en ellos.




DEL SR. OTTO. 479
Hoy se nos recomienda que aceptemos el arto 11 del


proyecto constitucional, á título tambien ó como medio de
entrar en el concierto europeo. Y añadía hábilmente el
Sr. Silvela: «pues un dia copiámos ejemplos funestos en
época de persecuciúnes religiosas, hoy procede nos deje-
mos llevar de las corrientes europeas, que son corrientes
de tolerancia.» Yen todos los tonos se nos repite que de-
bemos seguir la marcha del mundo , que la vida de los pue-
blos modernos no es vida de exclusivismos, que es vida de
libertad para todas las manifestaciones religiosas.


Esto se afirma, esto se aduce cual poderoso argumento
cuando Rusia no hay que decir si persigue al catolicismo;
cuando Austria, proclamando mentida libertad de cultos,
hace negacion verdadera del católico en sus leyes; cuando
en Alemania han sido expulsadas la Compañía de Jesus y
otras órdenes religiosas, además de encarcelados algunos
obispos y un sin número de sacerdotes; cuando en Fran-
cia, despues de las persecuciones del primer Imperio, de
la Restauracion, y de Luis Felipe, despues de los escándalos
de la República y del segundo Imperio, hoy la situacion
deja tanto que desear; cuando en Bélgica los católicos, si
sostienen sus doctrinas en la prensa, son apaleados por los
que así se llaman liberales; si acuden á las urnas y en las
urnas triunfan, al salir de los comicios son apaleados ó
apuñalados por los que todavía se llaman liberales; cuan-
do en la libre Suiza carecen de libertad los católicos para
fundar colegios ó asociaciones, obispos legítimos han sido
perseguidos ó desterrados; curas tambien legítimos, arran-
cados violentamente de sus iglesias, hansido reemplazados
por apóstatas, y los pobres fieles, ni pueden oir misa en
su templo, puesto en entredicho, como no la oigan de al-
gun sacerdote renegado ó cismático, ni contraer matri-
monio ó bautizar á sus hijos, á no valerse del oficio de
semejantes ministros; cuando en Italia, por fin, la Iglesia
en sus derechos y en sus instituciones ha sufrido tan tre-
mendos golpes, miéntras que el Sumo Pontífice, estrecha-




4S0 DISCURSO
do como en un círculo de hiorro , tiene el palacio por cárcel.


¡, Son estos los modelos que quereis tomar'? ¡, Es esta la
libertad que anholais'? ¡, Es este el pensamiento que infor-
ma nuestra futura Constitucion'? ¡, Son estas las inspiracio-
nes á que obedecer deben los legisladores de un país emi-
nentemente católico'? .


Yo concedo, no obstante, á la Comision Constitucional
que esa supuesta libertad de cultos verificada en las nacio-
nes de Europa sea cierta y real y noblemente observada,
que no la manchen actos contínuos ó frecuentísimos de
fiera oposicion á la Iglesia católica.


El que otros pueblos, por circunstanciasó motivos de su
especial organismo, cediendo á necesidades ó preocupacio-
nes ó desdichas propias, tuvieran que adoptar la libertad
de cultos consiguiente á su diversidad de creencias, no
autoriza, no sirve de razon para que en España, donde por
singular favor de la Providencia profesamos todos, con ra-
rísimas excepciones, la religion de Jesucristo, dejemos de
amparar nuestra fe y nuestro culto por los medios natura-
les, justos, convenientes y ordinarios.


La ciencia de la política no es, Sres. Senadores, una
ciencia exacta, una cienda de nivel, ni sus reglas y sus
procedimientos se ajustan á un compas fijo, á una norma
de igualdad inflexible. Atenta á las ideas, á las costum-
bres, á las circunstancias y á las aspiraciones de los pue-
hlos, varía y se acomoda en cada uno cuanto es lícito y
I'equiere su situacion particular. No lleva indiscretamente
determinadas ideas, determinadas instituciones de un país
á otro para aplicarlas sólo porque en uno prosperen, como
el médico no da el remedio á los pacientes sino en contem-
placion á su enfermedad, á sus años, á su temperamento,
á su estado é idiosincrasia; como el agricultor no da los
cultivos á las tierras sino en conformidad á sus clases, á
las zonas, al clima, á los medios de labor establecidos y á
lo que enseña la experiencia. Tal institucion ó tal medida,
útil, eficaz, fecunda y bien recibida en un país, puede




Ogt SR. OTTO. 481
ser repugnante, letal. perturbadora (m otro. acaso no
lejano.


Si en Inglaterra hay muchos millones de protestantes
alIado de muchos millones de católicos, podrá admitirse
que el Gobierno dé libertad para su culto á los muchos mi-
llones de disidentes, porque esa proteccion igual responde
á las diferentes exigencias populares, á las respectivas as-
piraciones de cada confesion, á lo que políticamente se
presenta como una verdadera necesidad social. Si en Fran-
cia, á la par de una inmensa poblacion católica hay tres
millones de protestantes, consideraciones de órden público
aconsejarán tolerar el culto de esa y las demas iglesias
existentes, para no exponer al Estado á una perpetua
guerra civil provocada por la prohibicion de profesar otra
religion que la oficial. '


¿Dónde están en nuestra España esos millones de pro-
testantes, de judíos, de sectarios, en una palabra, por res-
peto al clamor de los cuales deba romperse la unidad. re-
ligiosa, que habiendo ilustrado grandes épocas anteriores,
desde la muy gloriosa de los Reyes Católicos, sigue para-
lela y robustece á la unidad nacional?


La Comision Constitucional, en cuyo seno hay tan pre-
claros jurisconsultos alIado de politicos eminentes, sabe
muy bien que, segun antiguo apotegma jurídico, sólo don-
de hay la misma razon procede adoptar igual disposicion,
porque donde la razon es diferente no habría justicia en
dictar idéntica medida.


Díganme ahora los respetables señores de la Comisiono
diga en su alta sabiduría el Senado, si aquí se impone la
fuerza de esa corriente, si aquí se experimenta esa necesi-
dad, si aquí se siente su peso, si no sería anteponerse con
oficiosa curacion al mal de que nadie se queja en nuestra
patria.


Ya demostrado que la necesidad no surge entre los es-
pañoles mismos ~ se atribuye al Gobierno por su deber de
atender á los extranJeros que vienen á nuestro país. Puesto




482 DISCURSO
~ue nosotros al viajar á otros pueblos, se dice, apetece-
mos y encontramos facilidades para los actos públicos de
nuestro culto, sentimientos de equidad y deberes de buena
correspondencia prescriben dentro de nuestra Nacion igua-
les concesiones á favor de aquellos que nos las dispensan.
Es en efecto regla de equidad y de derecho natural que de-
bemos hacer con los demús aquello que queremos se haga
eon nosotros mismos; mas esto ha de entenderse en actos
lícitos y en casos iguales, nó en materias injustas ni en
circunstancias diferentes, como diversas son, que no igua-
les, las circunstancias del pueblo español, identificado en
sus sentimientos religiosos, á las de otros pueblos que no
tienen esa dicha.


El derecho de los extranjeros no alcanza á pretender,
nuestros deberes no nos llevan á sufrir que la fe católica
de España se ofenda con la propagacion y el culto de otras
creencias, sólo por agradar á los que viniendo de fuera las
profesen. Yesos que habrían de venir de fuera, esos ex-
tranjeros de tal suerte contemplados, llamados y rogados,
no acuden á las pequeñas localidades, ó es si acaso en nú-
mero tan exiguo, que aun reunidos no alcanzan á fundar
Iglesia, no son bastantes á erigir capillas donde celebrar
su culto; adonde se dirigen es á los puertos de mar ó it los
grandes centros de poblacion, y allí con afiliarse á la ca-
pilla del embajador ó del cónsul de su país, ya logran los
medios de ejercer su culto, sin que desde Cárlos IV acá se
haya jamás impedido. La necesidad de atender á lo indis-
pensable está ya satisfecha, como lo está la del enterra-
miento de los cadáveres de los protestantes en los cemen-
terios, que ántes; mucho ántes de la revolucion de 1868
existían en Múlaga, Bilbao, Barcelona y algun otro punto,
donde la residencia de tales sectarios lo había hecho pre-
ciso. Estamos sin duda obligados á respetar á los extranje-
ros, que nos traen su cultura, los adelantos de su industria
y su comercio, sus capitales, las ventajas de su trato; á
respetarles, digo, su personalidad, su conciencia, su pro-




DEL SR. OTTO. 483
piedad, á concederles todo aquello que sin lesion de los
buenos principios ó del país se pueda y debería en su caso
determinar una buena ley de extranjería. A lo que no es-
tamos obligados los españoles es á darles en nuestra Cons-
titucion una garantía escrita, que sea en mengua de nues-
tras propias creencias, á consagrarles un derecho que des-
dore y contradiga nuestra proverbial religiosidad, á darles
formal permiso para dividirnos con sus actos, para levan-
tar un altar en frente de otro altar y una cátedra en frente
de la cátedra del Espíritu Santo.


Las opiniones religiosas, miéntras se han encerrado en
el sagrado íntimo de la conciencia, han sido siempre li-
bres, jamás fueron materia de prohibicion para las leyes
civiles. Proclamar hoy, pues, su tolerancia, ó es una con-
cesion afectada, aparente, nula, porque nada añade en
sus efectos, ó entraña una autorizacion inadmisible en
buenos principios para manifestar por actos externos esas
opiniones; autorizacion impía, anticatólica, como que
equivale á proclamar la soberanía de la razon, la absoluta
libertad de la conciencia.


Por otra parte, la tolerancia del culto de una religion
supone la propaganda de las verdades que la constituyen.
Permitir el culto y no la publicacion del dogma á que se
refiere, sería dar libertad para lo más y negarla para lo
ménos; sería no consentir la idea en la esfera especulati-
va, y consentirla llevada á todo su desarrollo en las reali-
dades de la práctica. Así se ve que en Francia, en Ingla-
terra y Alemania hay libertad de imprenta para las reli-
giones católica, protestante y judáica, habiendo adem{jf.!
una libertad intelectual casi absoluta.


La libertad de discusion en materias religiosas equiva-
le, ó cuando nó, conduce al derecho de propaganda de los
principios religiosos que cada cual profesa; y como el fin
de la propagacion es el de adquirir prosélitos, el resultado
que se seguiría de los precedentes sentados en el proyecto
constitucional, sería romper definitivamente de hecho,




484 DISCURSO
como ahora parece intentarse sólo de derecho, la unidad
católica que todos miramos como un bien.


Como un bien, sí, miraron la unidad religiosa en In-
glaterra Lord Jhon Russell, Lord Clarendon, Lord Pal-
merston, Lord Derby. Como un bien inestimable, que debía
á toda costa conservarse, miraron la unidad católica en
España, no digo las escuelas conservadoras, sino todas las
entidades, todas las ilustraciones, todas las eminencias
del partido progresista hasta 1868. Desde entónces acá se
ha ido modificando la opinion de ciertos hombres políticos;
mas no es porque atiendan á una necesidad pública, real;
no es porque en 1868, al estallar la revolucion, al hacer su
explosion á ideas y sentimientos comprimidos, el pueblo
pidiera la libertad religiosa. Decidme si nó, ¿ cuál de aque-
llas infinitas Juntas revolucionarias instaladas hasta en el
último villorrio, hasta en la más exigua y miserable aldea,
dió el grito ó tomó el acuerdo (á pesar de haber dado tan-
tos y tan desaforados gritos, de haber tomado su fugaz
soberanía tantos y tan estupendos acuerdos), de romper la
unidad católica legal y tradicional'?


Hasta la Constitucion de 1869, ni á la libertad religío-
sa, ni siquiera á la tolerancia escrita, suministran prece-
dentes nuestras Constituciones promulgadas en lo que va
de siglo.


La Constitucion de Bayona dice en su arto l. o: « La Reli-
gion católica, apostólica, romana, en España y en todas las
posesiones españolas, será la religion del Estado y de la
N acion, y no se permitirá ninguna otra.»


La Constitucion de las Cortes de Cádiz, que comienza:
«En el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Es-
píritu Santo, autor y supremo legislador de la sociedad.»
establece en su arto 12: « La Réligion de la N acion Española
es y será perpétuamente la católica, apostólica, romana,
única verdadora. La Nacion la protege por leyes sabias y
justas, y prohibe el ejercicio de cualquiera otra.»


La de 1837 contiene el siguiente arto 11: «La Nacion




DEL SR. OTTO.


se obliga á mant.ener el culto y los ministros de la Religioll
católica, que profesan los españoles.»


La de 1845 determina en su arto 11: «La Religion de la
N acio"dEspañola es la católica, apostólica, romana. El Esta-
do se obliga á mantener el cnlto y sus ministros.»


La non nata de 1856 quiso decir en su arto 14: «LaNacion
se obliga ú mantener y proteger el culto y los ministros de
la Religion católica, que profesan los españoles. Pero nin-
gun español ni extranjero podrá ser perseguido por sus opi-
niones ó creencias religiosas, miéntras no las manifieste
por actos públicos contrarios á la Religion.»


Como se ve, nuestras leyes fundamentales han recono-
cido siempre que la Religion católica, apostólica, romana es
la de los españoles, y se han hecho un deber de proteger-
la. Jamás han consignado el de tolerar otra, ni ménos la
libertad de ejercer cualquiera culto. Yeso que, como ob-
servaréis con sólo recordar las fechas, todas esas Consti-
tuciones han venido en pos de grandes sacudimientos, dl'
grandes trastornos sociales, de grandes revoluciones. Y el
Senado, institucion eminentemente conservadora, el Se-
nado, que se reune y delibera hoy, no por razon y por el .
hecho de un movimiento revolucionario, sino al revés, por
la necesidad, con el espíritu y para los fines de una restau-
racion bienhechora, ¿irá más adelante que todos los revo-
lucionarios españoles, admitiendo una novedad peligrosa,
que nunca los padres de nuestras libertades admitieron?


Teneis, sin embargo, un apoyo, señores de la Comi-
sion; encontrais establecida en la Constitucion democráti-
ca de 1869 la libertad de cultos, y creeis hacer un bien,
,Í, juicio mio, que no soy pesimista ni exagerado, un bien
relativo, retrogradando hasta la solucion del arto 11 de
vuestro proyecto ... Observo que el SI'. Silvela indica por lo
bajo á sus compañeros de Comision que tomen acta de es-
tas palabras mias. No tengo inconveniente; las repetiré,
si place así; no han sido inconscientemente ,ó con ligere-
za, ó en el calor de mi oracion pronunciadas ... Insisto en




486 DISCURSO
qne haceis un bien relativo, señores de la Comision, no
llegando al mal todavía mayor de 1869, deteniéndoos en
esa funesta gradacion del mal en el arto 11 de vuestro pro-
yecto.


Hallais el hecho de la libertad de cultos, y dándole la
fuerza de un hecho consumado, no os atreveis á anularlo
por completo, aunque yo bien sé por vuestra religiosidad
notoria, por vuestros grandes talentos, por vuestra pre-
dar a ciencia, que lo quisiérais destruir. Pero la Constitu-
cion de 1869, que jamás estuvo en íntegra observancia,
que ni áun á sus autores pareció bien hasta finada la situa-
cion qu~ le dió vida, esa Constitucion quo el Gobierno de
S. M. ha declarado repetidas vecos inexistente, como la
han declarado aquí en nombre de la Comision los señores
Condes de Bernar y de Uasa-Valencia, esa Consti tucion
cuyos principios no admite vuestro proyecto, i, es un pre-
cedente que debais tener en cuenta sólo aquí cuando la
desechais en casi todo lo demás '?


Hay, ya lo sé, quien dice que no se pueden destruir los
hechos consumados. Me extendería demasiado si hubiera de'
entrar en el exAmen de esa tésis, que no es para admitida con
facilidad y en absoluto, que por otra parte me sería agra-
(lable y provechoso dilucidar. Concedido que por regla ge-
neral no sea dado prescindir de ellos, cuando tienen de ta-
les carúcter verdadero. i, Cómo, pues, se supone destruida
la unidad católica, que era en España un hecho consuma-
do'? Y si se puede destruirlos, i,cómo no os atreveis por
completo con el hecho consumado de la libertad de cultos,
segun os atreveis en algun modo hasta reducirla á toleran-
cia, y seg'un se atrevieron los legisladores de 1869 con el
hecho legal, históriea y filosóficamente considerado, de la
nnidad católica '?


El art. 11 , en el que encierra la Comision su pensa-
miento, establece un derecho á favor de los herejes, y la
tolerancia no es un derecho. La tolerancia si no reconoce
por base y por causa una ab~oluta necesidad social, es en




DEL SR. OTTO. 487
religion el indiferentismo, la idea de que todas las religio-
nes son ignalmente buenas ó igualmente inútiles, de que
tanta razon hay para abrazar una como otra, de que existe
ingénita en el individuo la libertad de conciencia, de que
es inmanente en él la libertad de pensar, y de que sería
una violacion de ese derecho ilimitado, absoluto, impres-
criptible, anterior y superior á toda ley, el impedir á cada
cual profesar la religion que más le plazca, y ejercer á su
arbitrio el culto de la que adopte ó en que viva. Ni vosotros
necesitais que yo os persuada del error de semejantes pro-:
posiciones, condenadas por la autoridad de la Iglesia, nI
faltad ciertamente en estos debates quien con una compe-
tencia muy superior á la mia lleve la cuestion á ese terre-
no para ilustrarla profundamente.


La verdadera tolerancia no es ese derecho individual.
que consagra el impío racionalismo. La tolerancia, bien lo
sabe el Senado, es la paciencia, es el sufrimiento de lo
malo, cuando de combatirlo pudieran seguirse guerras,
grandes trastornos ó muy serios inconvenientes. La tole-
rancia, no es en el que la ejerce el cumplimiento de un de-
ber, ni en aquél á quien se dispensa el ejercicio de un dere-
cho. Es un mero acto de condescendehcia que reside cn
las costumbres y no está escrito en las leyes. En cuanto
pasa de las costumbres á las leyes, ya deja de ser toleran-
cia; se convierte en derecho positivo; lo que pudo ser en la
autoridad un deber moral, pasa á ser un deber legal. tenien-
do aquéllos á cuyo favor se establece el correlativo derecho
<le exigir su observancia; y cuando el tolerado tiene título es-
crito, tiene accion expedita para reclamar el cumplimiento
de una ley, ya no será tolerado, ya ni siquiera será tolerante
con el Gobierno que falte á lo acordado; ya entónces ejer-
cerá un derecho reconocido y se habrá recorrido la distan-
cia que hoy juzga la Comision infranqueable.


Pero ya me parece estar oyendo calificar mi plan de
reaccionario, de ultramontano, y tachar mi enmienda de
antilibcral. de intransigente.




DISCURSO


¿ Reaccionario, antiliberal el pensamiento de ml en-
mienda'? ¿ Habrá llegado la confusioll á tal punto, habrá
hajado tanto ya el nivel, será tan absoluto el dominio del
error, que ya sólo se haya de llamar liberal lo que deprime
á la Iglesia católica'? ¿Por ventura no es ya, no será siem-
pre inconcuso que donde está el espíritu de Dios está la
verdadera libertad'? ¿ Por ventura no es mil veces ménos
restrictiva mi enmienda que el arto 12 de la Constitucion
(le 1812, obra de vuestros maestros de Cádiz, de los pa-
triarcas de las libertades españolas '?


No es, pues, antiliberal, por más· que en cierto modo
po<1ais considerarla intransigente.


Permítame el Senado manifestar en qué sentido admito
para mi enmienda la nota de intransigencia.


Jesucristo ha dicho: Yo soy el camino, la luz y la vida.
Ahora bien; si quien le sigue posee la verdad absoluta, la
verdad infalible, como la verdad y el error, léjos de tole-
rarse mútuamente se repelen, es natural que el catolicis-
mo rechace toda idea que no se halle dentro de la más pura
ortodoxia; es natural declare que juera de la Iglesia nadie.
puede salvarse; es natural que no admita el culto de otra
religion tenida por falsa; es natural no consienta alzarse
ídolos allí donde alcanza su jurisdiccion. Una conciliacion,
una amalgama, sería falta de fe en la verdad ineluctable á
que se rinde tributo; y desde que se ejercieran funestas
eondescendencias, no quedaría más que un escepticismo
inmenso. Cabe transaccion dentro de los principios funda-
mentales de una escuela; se convierte en confusion ó apos-
tasía cuando tiene lugar entre dogmas ó principios de eR-
ellelas diferentes. En lo que es secundario ó accidental, (¡
rle procedimiento, cabe transigir; en lo que es de fe ó sus-
tancial, ó constituti vo de una doctrina ó de un sistema, no
hay medio de ceder sin abdicar. La intolerancia es sólo la
aversion al error; no hay más libertad que en lo dudoso;
en el principio evidente, en la verdad demostrada, como
evidente y demostrado es para todos vosotros, Sres. Sena-




DEJ,. SR. OTTO. 489
dores, lJllC la Religion católica, apostólica. romana os la
única verdadera, no toneis, no podeis reconocer la liber-
tad de nadie.


No quiere esto decir que se haya de compeler á ningu-
no á profesar 'nuestras cr0encias; no induce esto la imposi-
cion del catolicismo. Cada cual en el fondo de su concien-
cia tenga la religion que quiera; téngala bajo su responsa-
bilidad moral; la ley civil no le perseguirá, no le molestarú,
si públicamente ó de modo que sea en ofensa del culto ver-
dadero, no ejerce el do sus preferencias.


A los que siguiendo mi criterio no asienten á la base 11
del proyecto pendiente de discusion , no es justo acusarles
de que quieren imponer su credo, nó; rechazo ese cargo
por su notoria injusticia. No nos ocurre la locura de hacer
profesar el catolicismo á la fuerza. Rogando por la conver-
sion de los disidentes, se les deja on libertad civil de
abrazar ó no la fe de Jesucristo. Lo único que se quiere es
no dar un derecho expreso para aquello que por sel' en men-
gua de nuestra comunion basta y sobra con la tolerancia
de puro hecho.


Es vulgar imputacion la de que la Iglesia católica ha
sido siempre intolerante, y se la ha querido demostrar con
el recuerdo de la Inquisicion, de las guerras religiosas y
hasta de ciertos excesos de Gobiernos harto represivos, en
quiones se creyó influía. Todo ello son en puridad golpes de
efecto, argumentos de sensacion presentados para alucinar
á personas indoctas ó apasionadas, y por lo mismo serian
recurso desgraciado en una Asamblea tan insigne como la
llamada á dar su fallo en esta vital cueation.


Cuando los partidarios del libre exámen anatemati-
zaban á todo el que lÍo abrazaba su doctrina, como Rous-
seau, como Guizot, como sucedió en la confesion de Augs-
burgo; cuando apóstoles del pensamiento libre en absoluto
condonaban y perseguían á todo el que no pensaba del
mismo modo que ellos, como sucedió en todos los casos ci-




490 DISCURSO
tados y en otros mil casos más, ¿se podrá tachar á la Igle-
sia católica de intolerante, á nombre de esa libertad de
conciencia, y precisamente por los que no la consideran


. entre los derechos individuales ilimitados?
Se extrañan, es peor, censuran los partidarios de la


tolerancia do cultos que nosotros queramos poner el arca
santa de nuestra fe, el sublime objeto de nuestras adoracio-
nes y reverencias al abrigo de contrarios ataques, al res-
guardo de nefandas profanaciones. Y yo me permito pre-
guntar: á los que admitiendo sectas y cultos y propaganda
falsos dan lugar á que sea minado el terreno á la religion de
su país, ¿les será lícito quejarse de que otros combatan la
propiedad, la familia y el órden social? i Oh, la propiedad,
replican, es sagrada é inviolable! ¿Ser:t por ventura más sa-
grada é inviolable que Dios mismo? ¡La socicuad, la familia!
Por más transcendentales que quieran suponerse las verda-
des relativas á la familia y á la socieuau, ¿ son por acaso de
un órden superior á los eternos principios de la moral, ó por
mejor decir, son otra cosa que la aplicacion de esos eter-
nos principios? Si el pensamiento es libre, si quien preten-
de coartado en lo más mínimo viola derechos sagrados, si
la conciencia no debe estar sujeta á traba alguna, no hay
razon para condenar las herejías políticas más subversivas
del órden social y más funestas, para condenar el regicidio
ó los principios comunistas más deletéreos y perturbadores.
Pretendiendo hacer respetar todas las opiniones religiosas,
hasta el ateismo , se sienta un precedente favorable al deli-
rio, al fanatismo político de todos los trastornadores, que
tambien tienen ó afectan tener sus convicciones, y tambien
presumen que la imposicion de determinados principios y
procedimientos de gobierno es una tiranía ejercida sobre
sus conciencias, conculca su innata é invulnerable li-
bertad.


Garantizar la verdad religiosa; una segun la ley natu-
ral, una segun la ley revelada, una segun la tradicion , una
demostrada palmariamente al realizarse las profedas J los




DEL SR. OTTO. 491
milagros; garantizar la ve ruad religiosa, en la cual se ha-
llan encarnadas nuestra literatura, nuestra historia y la
grandeza de nuestros monumentos artísticos; garantizar
esa religion fuente de nuestras más sublimes inspiraciones.
aliento para nuestras acciones más heroicas, objeto precio-
so de los afectos más puros y más íntimos, es garantizar
todas las virtudes y todos los grandes principios sociales.


Buscar la verdad religiosa en la unidad es querer en rc-
ligion lo que existe y se encuentra en todo órden de cosas
como eje al rededor del cual gira nuestra humana natura-
leza, y centro al que mira fija para no desviarse cn su
carrera. La unidad es lo que buscan en su afan anhelant(~
por la dicha el corazon; la mente en la verdad; los sabios
en el lenguaje universal, como expresion del pensamiento
humano; los políticos más avanzados en la fraternidad que
sirva de vínculo estrecho, amante, reciproco á todos los
hij os de 10il hombres; los legisladores en la identidad de
Códigos, pesos, medidas y monedas, como norma igual
para las relaciones entre los miembros de cualquiera na-
cion ó para las transacciones que ajusten entre sí. Todos
buscan la unidad que da la fuerza, la unidad que rige el
órden.


Despues de esto, ¿ tendré necesidad de refutar ante el
Senado errores tan vulgares y ya tan refutados como el de
que la tolerancia de cultos, legitimando el establecimien-
to de otras religiones en España, con la discusion cons-
tante de los respectivos dogmas á que dará lugar, y con
el mayor esmero de los secuaces de cada una, avivará el
sentimiento de la fe, hará al clero católico más ilustrado
por los compromisos de la controversia diaria, y á nuestros
fieles más observantes de los preceptos divinos y eclesiás-
ticos? Parece imposible que al favorecer la introduccion de
otros cultos en nuestro país se quiera hipócritamente afec-
tar proteccion al catolicismo. Nó. Sobre esto la Iglesia
sabe bien ú qué atenerse; y cuando el Sumo Pontífice y el
Episcopado á quienes incumbe con el depósito de la fe la




492 DISCURSO
guarda de la moral, lo entienden y enuncian de otro modo,
üispensadme que no asienta ,'t semejante opinion. Podrá
ser, será verdaderamente la libertad ó tolerancia de cultos,
dentro de un plazo más ó menos breve, causa de gran
r0accion en favor del catolicismo; porque la persecucion,
que es triste destino de la Iglesia, ha sido siempre para
ella un gran elemento de propaganda; porque la sangTc
de los mártires fué en todo tiempo fecunda semilla de cris-
tianos; porque de entre los mismos perseguidores saldrá,
ú un Pablo que se convierta en el Apóstol de las gentes, ü ,
un Constantino que coloque sobre su diadema el signo de
la redencion, derribando los altares de los ídolos; y por-
que si derramamos lágrimas al subir al Calvario, no es por
ignorar que á la vista del Gólgota está el lugar glorioso de
la resurreccion. Todo eso lo saben perfectamente quiones
sin embargo de saberlo bien, condenan la facilidad que
aquí se da al establecimiento do otras religiones.


Post nuoila Ph(J}ous. Nunca luce el sol más puro y más
radiante que despues de la tormenta. Y con todo, si en
vuestra mano estuviera el poder de las altas regiones ,¿for-
jariais el rayo y cerneriais y desarrollariais la tempestad
sobre la cabeza de vuestros hijos, y anegariais y devasta-
riais la campiña de vuestro pueblo, sólo por verla des pues
regada con el agua pluvial y alumbrada por el fulgor del
sol en el más puro horizonte'? j Oh, qué gloria es la gloria
del t.riunfo! ¿ Encenderiais , sin embargo, voluntariamente
la guerra en vuestro país, la guerra asoladora, la g'uerra
que empobrece, la guerra quo desangra ~L la patria, la
guerra que es ocasion de tantos males, sólo por ceñir un
clia en vuestras sienes, colocados sobre un monte de ruinas
junto á un lago de sangre, el laurel de la victoria'?


No se han de hacer los males para que venga el bien; el
fin no es cierto, nó, que justifique los medios; ni la fe en
el porvenir ha de ser causa de que 8e busquen de presente
y por antojo los desastres, sino de que se sufran resig'na-
dos cuando inevitablemente sobrevengan. Escrito está que




DEL SR. OTTO. 493
fJ. uien ama el peligro en él perece; lo natural, lo justo es
no abandonar jamás los consejos de la prudencia. ¿,Cómo
así tanto contra la tolerancia, me diréis acaso, cuando al-
gnn Concilio, algnn Pontífice, varios Santos Padres y es-
critores católicos la han sancionado expresamente'?


Por si esto se me quisiera oponer, me adelanto .á ne-
gar , y me reservo pro bar, que ni el Concilio Iliberitano,
ni Pio VII, ni San Justino, ni San Atanasio , ni San Agus-
tin, ni San Hilario de ~oitiers, ni San Bernardo, ni Fene-
Ion, á quienes erróneamente alguno ha atribuido haber di-
eho algo en este sentido, han dado la menor ocasion á ar-
gumentos que se puedan utilizar aquí.


Extremando el de que todas las naciones civilizadas se
niegan á una fanática intolerancia religiosa, se cita el
ejemplo de lo que á la vista del Sumo Pontífice acaece en
la misma capital del orbe católico. Cuando en Roma hay
un barrio de judíos y una ca pilla protestante, ¿, se insiste
en la intransigencia yen cerrar con fiero exclusivismo las
puertas de España al culto protestante y á la religion ju-
daica '?


Yo siento mucho, siento de todas veras, Sres. Senado-
res, teneros que hablar de lo que ya á fuerza de repetido
es monótono y enfadoso. Quisiera dispensarme y relevaros
de ello. Pero cuando este y otros análogos argumentos,
despues de refutados victoriosamente desde estos bancos
por varios oradores que me han precedido en el uso de la
palabra, siempre se reproducen por los partidarios de la
base 11, como si no se hubieran oido ó no mereciesen apre-
cio sus concluyentes respuestas, me creo en el caso de in-
sistir sobre él, ya recelando que el ilustrado Sr. Bremon, á
quien con gusto veo tomar notas y aprestarse á contestar-
me, me arguya con lo que sucede en Roma.


Desgraciadamente J esta objecion ha perdido ya su
fuerza, porque el Papa carece de medios materiales para
impedir hoy lo que sucede en la capital de sus antiguos
Estados. i El Papa no es ya Rey de Roma en el hecho! Re-


32




494 DISCURSO
trotrayéndome empero á época anterior, he de hacer lige-
ras indicaciones sobre este punto.


Aquí teneis explicados los abusos, que introducidos
contra razon, contra derecho, contra la voluntad del Sumo
Pontífice, que continuados por la falta de medios para com-
batirlos, no deben ser invocados por ser regla jurídica y
de crítica que lo que existe por necesidad no se debe traer
como argumento.


Se hacen cargos á la intolerancia religiosa de haber
dado motivo al empobrecimiento de nuestro Reino expul-
sando de él á los judíos y moriscos, y de habor sido causa
de desmembraciones del territorio nacional ocasionando la
pérdida, ya de los Países Bajos, ya de ricas colonias nues-
tras en América.


Por todos lados se ataca nuestra unidad religiosa; hasta
se concita contra ella el sentimiento nacional, cuyas glo-
rias son precisamente sus mismas glorias, sus mejores tim-
bres. Mirad y decidme si hallais otro país cuya historia y
cuyos intereses se hallen identificados de tal suerte con los
intereses y la historia de la Iglesia de Cristo.


Yo no dispongo de tanto tiempo " porque he de arreglar
el mio á la justa medida de vuestra paciencia, como sería
preciso para vindicar cumplidamente nuestra unidad ca-
tólica de las malévolas imputaciones insinuadas. Pero tam-
poco puedo dejarlas consentidas, y bien que someramente.
las paso á rebatir.


Los judíos no fueron lanzados de España por el poder de
la Iglesia católica ni á impulso de la intolerancia religio-
sa. Fué la autoridad Real la que ordenó aquel extraña-
miento, y no por espontáneo acuerdo, sino cediendo al
clamor de la opinion pública, á los odios de raza, á la re-
pulsion que á los españoles inspiraba la sórdida avaricia
de aquellos implacables usureros.


Los moriscos, que ni eran españoles ni querían serlo,
despues de haber sido dominadores, no se resignaban al




DEL ~R. OTTO. 495
papel de vencidos. Inquietos por la codicia del mando, como
algunos de nuestros actuales partidos políticos, estaban
siempre en tenebrosas conspiraciones, en secretas inteligen-
cias con varias naciones que se hallaban en guerra con la
nuestra. No siendo posible reducirlos á una perfecta obe-
diencia y á normal sosiego, el Gobierno español, que ade-
más de tener que acudir á guerras exteriores se veía empe-
ñado en la grande empresa de poblar y colonizar toda la
América central y meridiona~, despues de meditarlo mucho,
no cediendo á miras religiosas, sino á motivos puramente
políticos, entendiendo era perjudicial cobijara el seno de la
patria al enemigo artero, aleve, que acechaba el momento
de atacarla, decretó la expulsion de los moros despues de
negarse éstos á abrazar la fe de Jesucristo; expulsion for-
zosa que no podréis reprocharme, si teneis en cuenta que
entóncos la pidió Francia á los hugonotes, Inglaterra á los
católicos irlandeses, y Europa toda á los judíos. Por lo de-
más, ni los moriscos arrojados de España eran los 900.000 á
que los hace ascender Llorente, sino solos 100.000 al decir
de otros historiadores, ni su ausencia nos indujo grandes
pérdidas materiales, como quiera que al marcharse á las
costas africanas no llevaron positivas riquezas, sino la ab-
yecta ignorancia, la miseria y la aversion al trabajo que
todavía muestran en la Argelia y en Marruecos.


Bélgica y Holanda, que nunca formaron parte inte-
grante de la Nacion Española, se separaron de ella porque
querían constituir una nacionalidad propia, y porque en
su empresa las favorecieron Francia, Alemania é Ingla-
terra. Si esta disgregacion se quiere explicar por ser Es-
paña católica, habrá de borrarse de nuestra memoria que
Inglaterra, con ser nacion protestante, perdió las riquísi-
mas colonias que poseía en la Amérka del Norte. Por otra
parte, miéntras Holanda, que aceptó el protestantismo, se
emancipó, nó para establecer la libertad de conciencia
( como sería preciso si de algun modo hubiera de dar mate-
ria al argumento), sino la cruel intolerancia que demostró




496 DISCURSO
luégü durante tres siglos de persccucion al catolicismo,
Bélgica, que conservó su antigua fe religiosa, estuvo
siempre perseguida por el Gobierno protestante holandés
hasta que sacudió su yugo en 1830.


N o es mas justo el cargo relativo á la responsabilidad
del exclusivismo religioso en la pérdida de las Américas.
Es bien notorio á la ilustracion de esta Cámara que nues-
tras posesiones de Ultramar se perdieron por causa de que
ocupada la Metrópoli eon la guerra de 1808 á 1812, consi-
guiente á la invasion francesa, teniendo que reconcentrar
todas sus fuerzas para hacer frente al coloso de Europa,
no pudo enviar á América los recursos indispensables para
impedir el movimiento separatista que comenzaba á ad-
vertirse; las perdió España por causa de su debilidad, COll-
siguiente tambien á las luchas intestinas con que la de-
voraban los partidos políticos; por causa, en fin, de la in-
tervencion moral y quizá material de Inglaterra.


Despues de todo, ¿me será preciso recordar que la uni-
dad católica, con exclusion de otro cualquiera culto con
respecto á la Iglesia, ele todos los derechos y prerogativas
que debe gozar segun la ley de Dios y lo dispuesto en los
sagrados cánones, es un precepto del Concordato de 1851,
solemne tratado bilateral que una sola de las partes no ha
podido romper á su antojo? Pues Su Santidad, en el Breve
de 4 de Marzo próximo pasado, refiriéndose tí, la base 11
del proyecto constitucional, dice terminantemente: «y de-
claramos que dicho artículo, que se pretende proponer
como ley del Reino, y en el que se intenta dar poder y
fuerza de derecho público á la tolerancia de cualquier culto
no católico, cualesquiera que sean las palabras y la forma
en que se proponga, viola del todo los derechos de la ver-
dad y de la religion católica, anula contra toda justicia el
Concordato establecido entre esta Santa Sede y el Gobierno
español en la parte más noble y preciosa que dicho Con-
cordato contiene, y hace responsable al Estado mismo de
tan grave atentado.»




DEL HIt. OTTO. 497
Roma locuta; no cabe discusion ya.
He oido con gran fruicion de mi alma las manifestacio-


nes que esta tarde ha hecho el Sr. Ministro de Estado
respecto á hallarse vigente el Concordato, y de que no
habría asentido al proyecto constitucional, de que no ha-
bría asentido al dictámen de la Comision, si entendiera que
el arto 11 del proyecto lo rompía. Yo, que estimo, que ve-
nero tanto la autoridad del SI'. Ministro de Estado, debida
no sólo á su alto cargo, sino á sus dotes y merecimientos,
me duelo de no poder apreciar esas declaraciones sino como
la expresion de una conciencia noble. Porque despues de
que Pio IX ha dicho que aceptando el arto 11 de nuestra
futura Consti tucion queda roto el Concordato, por mucha
qne sea la importancia, por grande qne sea la autoridad
de las palabras dol Sr. Ministro, para los católicos es in-
comparablemente mayor la autoridad y la importancia de
las concluyentes, decisivas palabras del inerrable Cabeza
de la Iglesia. A éstas me atengo en tal manera, que des-
pues de reproducirlas, creo que no deho añadir ninguna
mia, y doy fin á mi sencillo discurso.


Mucho he cansado vuestra atencion, Sres. Senadores, y
úun así no he hecho sino exponer algunas de las ideas qne
en confuso tropel se agolpan á mi mente sobre esta vasta tí
interesantísima materia. No las desestimeis por haberlas
oido de mis labios desautorizados. Recordad que ha dicho un
hombre ilustre, Montesquieu, á quien ciertamente no tache-
réis de ultramontano, algo que parece la síntesis de mi dis-
curso en su parte práctica: «Cuando una Nacion está con-
tenta con la religion que profesa, será excelente aquella ley
civil que no permita el establecimiento de ninguna otra.»


Consignad, pues, en la ley fundamental, en sustitu-~
cion del arto 11 del proyecto de la Comision, el que ten-
go el honor de someteros, y habréis hecho un bien inmenso
ti la religion y á la patria.


Concluyo, por tanto, rogando al8enado se digne allmi-
tir mi enmienda.




498 DISCURSO


REOTIFIOAOION.


El Sr. Bremon, al contestarme, ha dado brillante
muestra de su ilustracion, p.or que le felicito, y de bene-
volencia grande para Conmigo, que profundamente le
agradezco. N o alcanza mi derecho á replicar; diré sólo
algunas palabras por vía de rectificacion. Porque el decidir
cuestiones religiosas no es propio de una Asamblea deli-
berante, y porque componiéndose ésta de católicos, care-
cería de libertad para resolver la planteada, entiende el
Sr. Bremon que el Senado no tiene competencia en la ma-
teria bajo mi punto de vista. Para el Sr. Bremon la cues-
tion es puramente política; es una cuestion de gobierno,
si bien añade que afecta intereses religiosos.


Siendo la cuestion meramente política, en sentir del
Sr. Bremon, ¿cómo puede ser que no tenga el Senado com-
petencia para tratarla~ (.El Sr. Bremon: En ese terreno sí.)
& Comprende S. S. que á no ser de sus atribuciones le hu-
biera sido sometida ~


Es indudable que así como reviste carácter político,
entraña tambien carácter religioso; es de una naturaleza
mixta. Su aspecto religioso es innegable por lo que toca di-
rectamente á la conciencia, á Dios, al culto, á la unidad ó
pluralidad de religiones. Y si no es religiosa, ¿cómo se dice
que la solucion propuesta á ella en el arto 11 del proyecto
constitucional cabe dentro del Concordato~ ¿Cómo se ha
hecho mérito de ese tratado, en el que se fijan los dere-
chos, las relaciones mútuas del Gobierno español, y del Vi-
cario de Jesucristo, y de la Iglesia de España ~


La solucion propuesta por la Comision constitucional al
digno individuo de ella que á nombre de la misma se ha
dignado contestarme, se le antoja una solucion favorable
para los intereses católicos. Sobre esto me parece que la




DEL !!IR. OTTO. 499
Iglesia misma es juez irrecusable. Los católicos tenemos
una Iglesia docente por autoridad divina. Si el Papa, si el
Episcopado entienden que no es buena solucion, ¿querre-
mos nosotros mejorar sus elevados juicios'? ¿Nos conside-
raremos más en el caso de darlos con derecho y con acierto
que aquellos á quienes fue encomendado el depósito de la
fe y concedida mision de regir y gobernar la sociedad de
Jesucristo '?


No están lejanos los tiempos, exclamaba el Sr. Bre-
mon, en que cierta Asamblea dirigía ataques gravísimos á
la Religion de nuestro país. Temiendo que puedan sobre-
venir esos tiempos, cree S. S. que conviene quitar la ban-
dera de la libertad religiosa á la revoluüion, y que conci-
liando las corrientes encontradas del mundo moderno, en
el suave temperamento del artículo 11 se conjura un gran
peligro.


Hay, en efecto, una lu<?ha de corrientes que chocan en
la sociedad de nuestros di as , entre la tendencia religiosa
exclusivista, que pide para los disidentes todo el rigor de
los Poderes civiles, y la tendencia liberal exaltada que va,
no solamente á la libertad absoluta de cultos, sino más
allá tambien, á la negacion de todo el órden sobrenatural.


La solucion que el proyecto constitucional ofrece no es
conciliadora, porque no armoniza las voluntades, como que
la de la Iglesia se ha mostrado abiertamente opuesta, y
mucho ménos sirve al objeto para el que el Sr. Bremon la re-
comienda. Para escudar al catolicismo contra tan horribles
ataques, como los que S. S. recuerda, para defenderle de
ellos en el momento del peligro, dado que pudiera repetir-
se, no es lo más discreto y más prudente desarmarlo; no es
lo más seguro, á título de acallar al enemigo, facilitarle
la entrada y dejarle campo expedito. Seame permitido in-
terrogarle en un símil. Si S. S. tiene un tesoro precioso
guardado dentro de su casa y teme haya fuera quienes se
lo quieran arrebatar, z,qué conducta observará como buen
padre de familias; la de dejar abierta la puerta de su casa




500 DISCURSO
de modo que puedan penetrar en ella los que codician y no
han de respetar su bien, ó la de tomar toda clase de pre-
cauciones y seguridades para evitar el riesgo, sin temor á
que por ello se disgusten ó se irriten y tomen pretexto
para su rapacidad en ese falso agravio los que mira como
enemigos'? Aquí hay dos procedimientos, uno que permite
la desaparicion del tesoro; otro que sin lesionar principios
justos y atendibles, excluye ese peligro. El último es el
que se recomienda de mi parte ;juzgo que es el que ofrece
mayores garantías, y en estas materias, como en tantas
otras, lo mejor es siempre lo más seguro.


Conmemorando el Sr. Bremon sucesos recientes de
nuestra patria, me ha apostrofado así: ¿ cómo se combate
la tolerancia religiosa'? lo Pues no es verdad que el cj érci to
de la tolerancia, el ejercito que llevaba escrito en sus ban-
(leras el lema de la libertad, acaba de vencer en los cam-
pos de batalla al ejército de la intolerancia, al ejército del
fanatismo'? Y yo pregunto á S. S.; ¿por ventura el ejercito
español, el ejército que defendía los derechos legítimos del
Monarca, de la N acion y de las instituciones representati-
vas, llevaba escrito en sus banderas el lema de la tole-
rancia ó de la libertad religiosa'? El lema de la libertad po-
lítica y prudente sí , nó el lema de la libertad religiosa. El
ejercito que en Sagunto había hecho posible el restableci-
miento del derecho, dol órclen y del reposo, aplastando la
hidra revolucionaria, no habia de sustentar luégo el müs
funesto de los errores de la revoluciono El ejército capita-
neaelo y conducido á la victoria en el Norte por nuestro ex-
celso y valoroso Monarca, que al ponerso á su frente le re-
cordaba que os católico, y que en el manifiesto de Sand-
hurts tenia escrito que sería Roy católico, como lo habían
sido sus predecesores, ese ejército no es cierto, no pocHa
ser cierto que luchara por la tolerancia religiosa ...


El Sr. VICEPRESIDENTE ("Marqués de Santa Cruz):
Su señoría ha pedido la palabra para rectificar, y observo
que está haciendo un segundo discurso.




DEL SR. OTTO. 501
El Sr. OTTO: Atiendo con muchisimo gusto las indica-


ciones de S. S.
Otra idea de que debo ocuparme ha indicado el Sr. Bre-


mOno La de que el Papa se muestra caritativo y benigno
dentro de Roma mismo con los judíos y protestantes. i Si lo
es con todos! i Si al fin y al cabo son ovejas .descarriadas!
i Si Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se con-
vierta y viva! Digno de notarse me parece en cuanto á esto
que S. S. se haga tanto cargo de las palabras y los actos
del Pontifice Romano, cuando pueden favorecer á protes-
tantes y j udios, y no tenga tanto interes en aceptar y se-
guir las palabras de Su Santidad cuando se dirige á los ca-
tólicos por medio del Breve de que me he ocupado.


El Cardenal Cuesta ha sielo una autoridad que para con-
cluir me ha citado el Sr. Bremon.


Decía el gran Cardenal Cuesta, gloria de la Iglesia elp
España, que si en el terreno teológico se le consultaba,
diría que la libertad de cultos no puede votarse sino cuan-
tio las circunstancias lo exijan para evitar mayores males.


Parecía el Sr. Bremon encontrar ese argumento comil
el argllmento Aquíles, y habérselo reservado para el últi-
mo, como la contestacion más definitiva y concluyente.


Cierto que las palabras del Sr. Cardenal Cuesta son de
grande autoridad para mí, como para todos los católicos
españoles. Yo las hago mias, con grande honor y sin es-
fuerzo alguno. Puede decirse que ellas son la síntesis de
mi discurso. Yo he presentado en él la tolerancia religiosa
bajo dos conceptos distintos. O bien como consecuencia ne-
cesaria de la libertad de conciencia, derecho individual ab-
soluto é ilimitado, en cuyo caso, más que á la tolerancia,
hay lugar ti completa libertad, yen cuyo sentido la he re-
chazado por anticatólica é impía, ó bien bajo el supuesto
de que siendo lo normal y apetecible siempre la unidad ca-
tólica, puede, sin embargo, aceptarse como mal inevitable
la tolerancia de falsos cultos, por el temor de guerras ó por
una grande y verdadera necesidad. Así creo haberlo dicho




502 DISCURSO DEL SR. OTTO.
en mi discurso, y con el Sr. Cardenal Cuesta repito: Si es-
tuviéramos en tiempos en que la presencia de una gran po-
'blacion de sectarios de cultos no católicos, ó el justificado
propósito de librar al país de grandes males inexcusables
de otro modo, nos impusieran el penoso sacrificio de re-
nunciar á la unidad católica, pase que se pretendiera tanta
abnegacion; mas léjos como estamos de semejante caso,
sería una locura desprendernos de tan valiosa joya.


Ni quisiera extenderme demasiado, ni cometer con el
Sr. Bremon la descortesía de dejar sus principales argu-
mentos sin respuesta. Me he ocupado ya de ellos, así lo
creo al ménos j y no insistiendo más en mi enmienda, se-
ñor Presidente, la retiro.




ENMIENDA PRESENTADA
POR


EL ILMO. SR. OBISPO DE A VILA.


Art. 11. La Religion católica, apostólica,
romana es la del Estado. La Nacion se obli-
ga ti man tener el cnlto y sus ministros.


Nadie será molestado en el terri torio es
pañol por $US opiniones religiosas, ni por el
ejercicio de su respectivo culto, salvo el res-
peto debido ti la moral cristiana.


No se permitirán, sin embargo, etras ce-
remonias, ni manifestaciones públicas, que
las de la Religion del Estado. ~


(Proyecto de Constitucion.)
El abaj(J firmado pide al Senado se ~ir­


va acordar que el art. 11 del proyecto cons-
titucional se redacte del modo siguiente:


«Siendo la Religion católica, apo~tóli­
ca, romana la única de la Nacion Española,
el Estado se obliga ti protegerla, y ti soste-
ner, por vía de indemnizacion, el cnlto ysus
ministros. »-El Obispo de Avila.


El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el Sr. Obispo de
A vila para apoyar su enmienda.


El Sr. Obispo de Á VILA: Antes voy á tener el honor de
presentar al Senado 183 exposiciones pidiendo el manteni-
miento de la unidad religiosa, que acabo de recibir de los
principales pueblos de mi diócesis.


El Sr. PRESIDENTE: Pasarán á la Comision correspon-
diente.


El Sr. Obispo de Á VILA: Señores Senadores, el que tie-
ne la honra de dirigir la palabra á este alto Cuerpo, lo hace
por vez primera, y claro está que ha de comenzar por im-
petrar la benévola indulgencia de los ilustrados y dignos
miembros que le componen.


La enmienda que acaba de leerse, Sres. Senadores, no
es mia; pertenece casi por entero, con ligeras modificacio-
nes, á una gloria y á una ilustracion de nuestra patria, que
ya ha dejado de existir: al eminentísimo Sr. Cardenal Cues-




504 DISCUItRO
ta, Arzobispo ele Santiago, que la presentó, la apoyó y sos-
tuvo en las Córtes Constituyentes del año 1869. Yohe crei-
do que no podia traer aquí un título más honroso, ni un mo-
tivo más justificado, ni razones más fundamentales para
apoyar lo que en esa enmienda se contiene, y que yo hago
mia , aunque, como he dicho :lntes , con ligeras variantes,
que tomar el pensamiento de ese insigne Prelado de la Igle-
sia católica, colocado en circunstancias ménos favorables
que las en que nos vemos los que hemos merecido sentarnos
en estos bancos, perteneciendo ú esa misma clase.


El Sr. García Cuesta decía en aquellos momentos (te
mayor conflicto social: « Yo he aceptado este cargo, no por
motivos políticos, que los dejo abandonados á los seglares,
sino porque media una importante y trascendental cuestioll
l'\'lig'iosa, que propiamente me pertenece; para defender
los fueros y los derechos de la Iglesia católica, de esta re-
ligion que profesamos la casi totalidad de los espaíloles, y
que es la lÍnica verdadera que conoce el mundo.» Esto de-
cia el Emmo. Cardenal Arzobispo de Santiago; así se ex-
plicaba en las Córtes Constituyentes de 1869. Ya aquel
Prelado lamenütba como una de las más grandes calamida-
des para su patria que se pusiera en tela de juicio esa li-
bertad de cultos que entónces vino en un período, como
sabe bien el Senado, de febril agitacion política, que gra-
cias ú Dios ha pasado; y en este otro período mús apacible,
más calmado, período ya de estabilidad monárquica y de
esperanzas de paz durable, el Gobierno de S. M. y la Comi-
si(m han creido deber presentar en la base 11, que nos
oeupa, la libertad del culto privado.


Aquel Prelado lamentaba que se introdujera la libertad
(lr~ cultos; yo lamento tambien que se traiga aquí la liber-
tad del culto privado. Como él decía repito yo ahora: no
hay necesidad en nuestra España de que se toque á la
unidad religiosa, que viene siendo el elemento constituti-
vo y principal dc: nuestra naeionalidad.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ~




DEL ILMO. i:lR. OBISPO DE ,\ VILA. 505
y sentados ya estos precedentes, entro á apoyar la en-


mienda qu.e he tenido el honor de presentar á la bas~~ 11 rlel
proyecto constitucional. Yo reconozco en los individuos
del Gobierno de S. M. y en los señores de la Comision los
mejores deseos y las mejores intenciones de buscar y prl'-
sentar aquí una fórmula en la cuestion religiosa que pueda
satisfacer a todos; pero yo creo que la Comision no ha te-
nido en cuenta que la unidad religiosa es indivisible; un
hay más que uno de dos medios: ó conservarla intacta eH
la forma que tuvo siempre en España, ó temer, con fun-
damento , que á poco que se la toque se la destruya; y,
i ay de las consecuencias que esa destruccion puede traer!
i Ay de los conflictos en que puede verse envuelta nuestra
desdichada N acion, sedienta, no ya de conflictos, sino de
períodos pacíficos, tranquilos y felices.


Yo voy á examinar esa tolerancia del culto privado que
la Comision ha establecido en la base 11, bajo el aspecto
jitosóflco, religioso 11 político; y creo poder llevar al ánimu
de los Sres. Senadores el convencimiento de que esa intro-
duccion es inmetivada, y si es inmotivada, es peligrosa; y
si es peligrosa, no responde al pensamiento de los legis-
ladores españoles. ¿Qué dice la buena y sana doctrina filo-
sófica acerca de esta reforma capital y trascendentalisima?
¿Qué es lo que se encuentra en el fondo ·de toda cuestion
social, principalmente de nuestro siglo'? Dice la verdade-
ra y sana doctrina que la verdad religiosa es una, corno
Dios es uno; y si la verdad religiosa es una, el culto, que
no es más que la manifestacion de las creen'3ias uno debe
ser. Si, pues, es una la verdad religiosa, y no puede ser
mas que una, el culto con que se adora á Dios es, y no
puede ser más que uno, y no solamente en un estado, en
una nacion, sino que debiera ser uno y conforme en todos
lOi::l estados y naciones del mundo. ¡Oh, qué cuadro tan
edificante! ¡ Dejadme considerar qué sería de los hombres
si todos adoraran al mismo Dios, en el mismo templo, con
idónticas ceremonias, con iguales ritos! j Con un culto




506 DISCURSO
solo, uniforme, constante, invariable! ¿ N o sería la tierra
una sociedad de hermanos, un paraíso, la perfeccion del
género humano bajo el aspecto religioso? i Bendito sea
Dios! iOjalá llegara á conseguirse ese complemento de fe-
licidad para la humanidad entera!


i Un Dios, una fe, un bautismo! Hé aquí las palabras de
Saulo, convertido en San Pablo: Que todos sean uno como
Tú JI Yo somos uno. Hé aquí las palabras del manso Jesus
en su oracion la noche de la cena; y la Iglesia repite el
eco de esa voz divina, predicando á los siglos: «Un solo
pastor y un solo rebaño.» Hé aquí las enseñanzas de la fi-
loso fía , de acuerdo con el cristianismo. Todos los pueblos
han tenido siempre este mismo instinto de la unidad. En
las Doce Tablas, ¿no leemos que á nadie se permita tener
dioses separadamente: «separatim nema nabessit IJeos '1»
¿ N o vemos en todas las naciones esa aspiracion á la uni-
dad, elevada hasta el punto de ser el pensamiento domi-
nante de todos cuantos han dirigido las riendas del Estado?
Los atenienses dieron la cicuta á Sócrates, porque proclamó
la unidad de Dios. No se detuvieron á examinar si tenía ó
no razon, sino que, por el contrario, le administraron el
veneno mortifero. Los mismos mártires cristianos, ¿no fue-
ron llevados á la hoguera porque proclamaban la idea de
la unidad religiosa, del único Dios y del único culto que á
Dios debía consagrarse, sin examinar, sin estudiar si ellos
podían dar culto á la verdad, y si esa verdad, reina del
mundo, podía apoderarse, como se apoderó despues, de
todos los que la combatían? ¿No vino la irrupcion de los
bárbaros, y á pesar de ella la unidad religiosa avanzó lle-
vando en su seno con las fecundidades de la unidad la ci-
vilizacion de la verdad? En nuestra España, en nuestro
católico continente, el gran Recaredo, seguido de 1m;
magnates visigodos, abjuró el arrianismo, estableció la Re-
ligion católica como ley fundamental de nuestro país,
echando los cimientos á la verdadera y grande nacionali-
dad española.




DEL ILMO. SR. OBISPO DE ÁVILA. 507
Más tarde vemos esa catástrofe que nuestra historia


patria escribe con sangre y con lágrimas, y D. Alfonso
el Sabio pinta con la elocuencia de un Isaías; esa escena
de la cual debemos apartar la vista, echando un velo de
luto sobre las márgenes del Guadalete; vemos desaparecer
allí la Monarquía goda, viniendo los hijos de Mahoma á
apoderarse de nuestros campos y de nuestros templos, que-
riendo sustituir el Koran al Evangelio, apagando las lám-
paras de nuestros santuarios y obligando á nuestros padres
al destierro y á las calamidades de la antigua Israel.


Pelayo, al frente de un puñado de valientes españoles,
con la unidad religiosa por bandera, hace retroceder las
huestes agarenas, que en su desalentada fuga van repi-
tiendo las palabras mismas de los egipcios huyendo de Is-
rael: « Huyamos de ese pueblo victorioso; Dios está con
ellos y les dá el triunfo.» La Europa, alentada por esa uni-
dad ,se levanta compacta en la Edad Media para contener
el ímpetu del islamismo, sin lo cual hoy sería como Marrue-
cos, y sus cultas naciones estarían sometidas á la falsa
doctrina de Mahoma.


España nunca fué más grande que cuando sintió más
vivo el sentimiento de su unidad religiosa. Entónces es
cuando ha sido más grande, más respetada y más admira-
da de los pueblos extranjeros. Isabel la Católica vende sus
joyas, y da su importe á Colon para ayudarle á descubrír
un mundo nuevo, á la sombra del sentimiento fecundo de
la unidad religiosa. Esta unidad vigorizó en la guerra de
la Independencia el ardiente heroismo de la patria para
triunfar del coloso del siglo, que habia amarrado á Euro-
pa al carro de su fortuna.


Las grandes ideas levantan á los pueblos; por eso la
unidad religiosa levantó fabulosamente á España, y revis-
tió de valor y grandeza las costumbres y la historia de este
suelo en que hemos tenido la dicha de nacer.


Tal es la enseñanza de la filosofía de acuerdo con la
l'eligion católica; en cuanto á las enseñanzas de esta Reli-




508 DISCURSO
gion santa y divina, son más elevadas; tienen más alcan-
ce que las enseñanzas de la filosofía, por mús que esté de
acuerdo con la verdad católica, Esta Heligion santa y re-
velada al hombre por el mismo Dios, nos dice que Dios es
infalible, que no puede engañarse ni engañarnos, y las re-
laciones del hombre con su Dios las ha marcado lo mismo
en el Antiguo que en el Nuevo Testamento, En el Deute-
ronomio leemos: «llgo Domiwus: De'us lOfjnitur: el Señor
(Ece, el Señor !tabla; si vosotros ois la voz de vuestro Dios; si
quereis seguir el verdadero camino sin permitir Cttltos ajenos
rí vuest1'o Dios, entónces yo !taré alianza con VOSOt1'OS" entón-,
ces yo !taré caer sobre vuestros campos lluvias cong1'uentes y
oportunas; yo apartaré de vuestro suelo las espadas batalla-
doras,. yo fecundiza1'é vuestra paz; yo afirmaré 1ni alianza
con vosotros; pero i ay de ti! pueblo l1~io, si ttí te apartas de
mis cal1~inos, si desoóedeces mis leyes, si das culto á falsos dio-
ses, si me niegas el qtte preferentemente se me debe, entónces
maldito serás en el campo, maldito en la ciudad, maldito en
tus ganados, maldito en tus graneros, maldito en tus n oc1tes ,
/Jutldito en tus dias, maldito en t1tS generaciones, La mald 1-
(~ion de Dios se extendía sobre todo aquel que se apartase
del culto único ordenado por el verdadero Dios,


y en la ley nueva, en esa ley de gracia, en ese Testa-
mento nuevo, i,no nos dice este Divino Maestro, de cuyo
sagrado culto y doctrina estamos ocupándonos, no nos dice
lleno de ese duldsimo amor que tiene á los hijos que vino it
redimir con su sangre, no nos dice despues de consagrar
su cuerpo y su sangre, que esto !temas de 1wcer en memoria
suya, y que esta1'á con nosotros siemp1'e !tasta la cons1tmacion
de los siglos? i, Qué significa esto, seílores Senadores '? ¿, N o
está clara y terminante la voluntad de Dios para que den-
tro de las prescripciones de la religion revelada le adoren,
sirvan y dén culto con esta unidad de ritos y ceremonias
que en nuestra Iglesia, que es la Iglesia de Jesucristo, se
viene practicando tantos siglos hace? i,No está dentro de
nosotros, no llevamos en el fondo del alma la necesidad




DEL ILMO. SR. OBISPO DE Á VILA. 509
vehemente de esa vida moral y religiosa'? l,Por qué, pues,
esa religion santa, que tiene máximas ciertas para todas
las dudas humanas, que tiene consuelos para todos los
ayes y soluciones para todos los problemas, no ha de con-
servar ese culto único, siendo así que por desgracia y sin
motivo se quiere llamar é invitar á esos cultos supersticio-
sos, profanadores de un suelo tan enriquecido por la uni-
dad religiosa, siendo así que esta misma Iglesia tiene en
sus máximas consignado que solamente por causas justas,
por causas grandes, por causas honesta;:; se puede tolerar
que dos bandos armados en una nacion misma vengan á las
manos con motivo de ejercitar diversos cultos, yentónces
se entablen negociaciones de paz y se eviten las catástro-
fes y derramamiento de sangre? l, Existen hoy, señores Se-
nadores, esas causas justas, poderosas, grandes, que nos
hagan tener que abrir la puerta á esa libertad del culto
privado que en la base 11 quiere establecerse'? Y lo peor,
señores Senadores, es que esa libertad del culto privado,
como ha dicho muy bien un Sr. Senador que me ha pre-
cedido, es tan elástica, que tras ella vendrán todas las
consecuencias que el Sr. Silvela nos decía el otro dia; y
vendrá, señores Senadores, la propaganda, el folleto, el
libro, el periódico, la escuela, la educacion de la niñez;
vendrán todos esos males cuyas consecuencias son fáciles
de prever y nada lisonjeras para el porvenir de la familia,
de nuestra sociedad y de nuestra patria.


¿No valiera más, Sres. Senadores, dejar consignada esa
tolerancia práctica, sin darla derecho ni fuerza legal en el
Código fundamental que estamos discutiendo, como de
acuerdo piden la voz augusta del Romano Pontífice y la uná-
nime voz del Episcopado de España, y la voz de nuestros
pueblos? ¿No valiera más dejar en ese statu qua en que decía
el Emmo. Cardenal Cuesta, Arzobispo de Santiago, que
había vivido por tantos siglos nuestra Nacion, sin que se
abriera la puerta á esos cultos, que tarde ó temprano nos
han de traer al terrible conflicto de las guerras religiosas '?


33




5JO DISCURSO
¡, y qué os diré, Sres. Senadores, del órden político~ ¡,No


estamos viendo en la historia antigua, y en la misma con-
temporánea, que los hombres de Estado que dirigen los
destinos de las naciones, trabajan incesantemente por es-
tablecer en sus respectivos pueblos la unidad de religion,
porque saben bien es la base, norma y fundamento de to- .
das las demas unidades ~ ¡,No suspiran todos esos hombres
distinguidos por que esa unidad se arraigue en su patria,
porque saben bien que la diversidad de cultos ha de traer
consigo las discordias social, doméstica é individual ~ ¡, No
ha dicho el célebre Montesquieu que la unidad religiosa era
elemento de primera fuerza de toda nacion, y tambien
que jamás consentirla la ingerencia de nuevos cultos~ ¡, No
ha dicho el célebre ministro Pitt, cuando veía amenazando
á este resto de la Europa al coloso del siglo, que no encon-
traba otro medio de contrarestar sus fuerzas invasoras y
victoriosas que hacer alianza con la España, porque en Es-
paña encontrarían un lazo de fuerza resistente é invenci-
ble, que era la unidad religiosa ~ Y el éxito correspondió
gloriosamente á sus esperanzas. Y no niego yo lo que de-
cía mi compañero de provincia, Sr. Ruiz Gomez, dias pasa-
dos, que se aliaron con ejércitos españoles otros ejércitos
que igualmente combatieran. Tampoco me negará el señor
Ruiz Gomez , ni otro Sr. Senador, que sin el valor espa-
ñol, sin el patriotismo español, sin la fuerza interior que
daba la unidad religiosa, acaso el coloso del siglo se hu-
biera enseñoreado de nuestra patria, como se enseñoreó de
la Europa entera.


De otra parte, Sres. Senadores, saben todos los que me
escuchan que es mision de los Gobiernos edificar y restau-
rar, y nunca destruir. Los dignos miembros que componen
el Gobierno de S. M. saben esto perfectamente; por eso he
salvado sus deseos y sus intenciones; la mision de los Go-
biernos nunca es destruir; es siempre edificar, restaurar, y
mucho más en los dias que atravesamos, y que no tengo
necesidad de repetir ni recordar á los señores que me es-




DEL lUJO. SR. OBISPO DE ÁVILA. {jl1
cuchan; pues la manera de restaurar y edificar en /lna Na-
cion que tanta necesidad tiene de esto, es que las leyes
tengan lo que siempre deben tener: un hn justo, un fin
honesto, un fin santo; y para dar á las leyes el nn hones-
to, el nn justo y el fin santo, es preciso el apoyo de la mo-
ral, que el apoyo de las buenas leyes es la moral; y
siento que no esté el respetable Sr. Ministro de Estado en
su banco, porque con mucho gusto aprovecharía una idea
que citaba dias pasados. Decía S. S. con su proverbial elo-
cuencia, que no bastan las leyes, si no tienen por base las
buenas costumbres; y como ha dicho un escritor contem-
poráneo , los hombres hacen las leyes, pero las mujeres
forman las costumbres.


Pues bien, preguntad ú esas madres nuestras, á esas
esposas vuestras, madres, hermanas é hijas, si prefieren
que la libertad de cultos venga ú nuestra patria y so rompa
la unidad religiosa, y ellas os dirán resueltamente que nó,
porque la verdad cuando se desfigura, cuando cambia ele
facciones no es la verdad; es la simulacion de la verdad;
aquella no es la verdad; en esto van de acuerdo con el in-
mortal Bossuet.


Apoyo de las leyes es la moral, y fundamento de la mo-
ral es la Religion; reparad bien que destruida sin causa ni
motivo justificado la unidad religiosa, flaquea la moral y
pierde su fuerza toda ley; y como el ol)jeto de esta. ley ha
de ser la felicidad social haciendo converger al bien y al
adelanto á todos los asociados, serú todo lo contrario, si le
quitais ese lazo de union interior, ese elemento de primera
fuerza constitutiva de toda ley, que es la moral apoyada
sobre la Religion, y ésta sobre la unidad.


Base y apoyo de buenas leyes es la moral, y base y apo-
yo lÍnico de la moral es ]a unidad religiosa, señores Sena-
dores: no nos cansemos, convengamos; esta verdad no
puede tocarse, porque es un encadenamiento mist~ioso y
recíproco; si se rompe un eslabon} se rompen t0dos y se
pierde toda su fuerza.




512 DISCURSO
Pero he hablado tambien en mi enmienda acerca dp, la


obligacion en que el Estado se encuentra de indemnizar al
culto y á los ministros de este culto. Todos los Sres. Sena-
dores saben que la Iglesia poseía sus bienes con derecho
perfecto, con título legítimo; sociedad lícita y sociedad
permitida, adquirió sus bienes en buena ley; el Estado la
privó de ellos; el Estado se incautó de sus bienes, expro-
piándola por motivos de utilidad plíblica; y es sabido has-
ta en las más triviales nociones del derecho, que la indem-
nizacion es una regla correlativa de la expropiacion por
causa de utilidad pública. Si preguntamos á todos los le-
gisladores y á todos los jurisconsultos de España, de Eu-
ropa y del mundo, nos dirán hasta dónde alcanza esta obli-
gacion de indemnizar cuando ha habido expropiacion por
causa de utilidad pública. Aquí muchos extrañan que esto
se pida cuando apénas llega á la tercera parte la indemniza-
cion de lo que la Iglesia estaba poseyendo. Yo ruego á los
Sres. Senadores que se detengan y mediten ántes de dar el
voto y resolver una cuestion de tanta trascendencia, sobre
asunto tan importante, y cuyas consecuencias acaso no po-
damos mañana evitar.


Recordad conmigo que la unidad religiosa viene siendo
arcano venerando de la duracion y de la permanencia de
nuestras leyes, costumbres y modo de ser; y con vuestra
inmotivada alteracion vais á traer las escenas aquí desco-
nocidas del cambio y la mudanza en estas vitales condicio-
nes del desarrollo de la familia católica española. Esta uni-
dad religiosa, apoyada sobre la roca invulnerable y eterna
de la Cruz, está viendo pasar hace muchos siglos los hom-
bres, las doctrinas, las instituciones, los funestos ensayos
de otros pueblos, sus ruinas morales y materiales, espec-
tros de lo pasado y profetas de lo porvenir, como la ribera
mira el torrente, como la costa mira el Océano, como el
cielo mira la tierra, como Dios:mira al hombre.


Recordad, Sres. Senadores, que sois hijos de la unidad
religiosa, que perteneceis á familias y sociedades en que




DEL ILMO. SR. OBISPO DE ÁVILA. 513
esa unidad religiosa ha sido gérmcn principal de la vida
social y doméstica, y de la felicidad que con ella se os ha
trasmitido; recordad tambien que perteneceis á una Nacion
civilizada, fomentada, desenvuelta y engrandecida por
ese pensamiento de la unidad religiosa, ¿,Qué había entre
nosotros, Sres. Senadores, ántes de establecerse la unidad
religiosa? Había, como sabeis, la division, la discordia, el
politeismo, la idolatría, la esclavitud, la servidumbre. ¿,Y
quién nos sacó de aquellassom"bras y tinieblas de muerte en
que se agitaron nuestros antecesores, durmiendo el sueño de
las tinieblas, que duermen todavía aquellos pueblos, cuya
frente y cuyo corazon aún no ha tocado el fuego puro y santo
de la suspirada unidad religiosa? ¿ Quién nos salvó de aque-
llas selvas? ¿Quién c0nstruyó nuestras magníficas ciuda-
des? ¿, Quién levantó nuestros suntuosos templos, inspiró
nuestras leyes y fundó nuestras familias, trazó nuestras
fronteras, dió vida social y doméstica á la familia, que
trasformó, levantó y unificó? ¿Quién, en fin, nos dió pa-
tria y Dios? La fe, al amparo de la unidad religiosa, seño-
res Senadores. ¿ Quién fué la mano que desmontó esos terre-
nos incultos, y vino á fecundizar con el arado las conquis-
tas hechas por la espada? ¿ Quién fué, quien conservó en la
triste Edad Media los fragmentos de la sabiduría humana y
la plenitud de la sabiduría divina? ¿No fué, señores Sena-
dores, la fe al amparo de la unidad religiosa, elemento de
primera fuerza, como dice Montesquieu, junto á la cual no
debemos ingerir los cultos superstici0S0S'? ¿Quién dió vida
á esa admirable maravilla de la familia cristiana, á ese en-
cantador conjunto que se describe mejor con lágrimas del
corazon que con las palabras<~ La fe católica al amparo de
la unidad religiosa; el padre católico creyente que da
ejemplo á sus hijos, que es el sacerdote, el patriarca del
hogar; la madre el ángel de la familia; la madre, consa-
grada por esa religion al servicio de Dios, de su esposo, de
sus hijos, y esa doncella cristiana que, pura y perfecta por
las enseñanzas de la Religion, es comparflda en la tierra




514 DISCURSO
con los ángeles en el cielo. ¿Quién nos elió tantas virtudes
sin número'? ¿Quién llevó á cabo tantos sacrificios sin nom-
bre? ¿,Quién hizo que Espaila se extendiese en sus domi-
nios, aboliendo los esclavos de los hombres, y trasformán-
dolos en esclavos de Dios'? La fe, al amparo de la unidad
religiosa, Sres. Senadores. ¿Quién fué quien nos libró del
infierno de las pasiones'? ¿ Quién nos hizo lo que somos,
criaturas dignas rescatadas, verdaderamente libres'? La fe,
~1 la sombra de la unidad religiosa. Este es el hecho social
de nuestra España, más grande en el órden geográfico
é histórico, es el más grande y asombroso de nuestra
patria.


Dicho esto, voy á concluir dirigiéndoos una slÍplica, que
se reduce á que no enconti'ando motivo ni utilidad en lo
que la Comision propone para dejar esa libertad del culto
privado, que tantas y tan trascendentales consecuencias
puede traer á nuestra patria, os ruego que tengais en cuen-
ta las lecciones prácticas que nos da la historia. Abrid la
historia religiosa, y abrid tambien la historia profana. En
los tiempos de los Patriarcas, en los tiempos de los Profe-
tas, en los tiempos de los Reyes, en los tiempos de los
Pontífices, ved siempre que Dius ha castigado á sus mis-
mos amigos cuando se han separado del culto único que 61
quiere que se le dé , lo mismo en la antigua ley que en la
ley nueva, así como tam bien ha bendecido, lleno de mise-
ricordia, á los que han seguido fieles dándole el culto que
él quiere que se le dé. Deteneos en el ejemplo de aquella
Aténas, emporio un dia de civilizacion, que por la inmo-
raliclad de sus filósofos, por la corrupcion de sus costum-
bres, por la variacion del culto dado al verdadero Dios,
vino á degenerar en un pueblo afeminado y vicioso, cayen-
do so bre él el terrible castigo de la justicia de Dios, que 1"
reduj o á ser víctima de tiranos conquistadores. Pero, ¡oh
consuelo! De los restos de aquella civilizacion, depurados
en la desgracia, se levantaron más tarde los egregios Pa-
dres elel Oriente, los Crisóstomos y los Damascenos, lum-




DEL ILMO. ~R. OBISPO DE ÁVTT.i\. 515
breras de la fe y de la ul1idatl, g-ral1des fignras que reno-
varon la faz de la tierra con su elocuencia, con su ejemplo
y con su doctrina. ¿, Y sabeis cómo'? Estableciendo y ense-
ñando el culto único recibido de Dios, el que quiere que
le dén los pueblos y los hombres. El mismo Corinto, tea-
tro de aberraciones é impurezas, fué campo de las victo-
rias de San Pablo, estableciendo este culto, esta enseñan-
za, esta doctrina verdadera.


Roma, aquella Roma pagana, con sus Césares, con sus
dictadores, con sus cónsules, con sus tribunos, con sus
damas profanas, con sus oradores, esta Roma es la con-
q uista tam bien de Pedro el pescador, y va á Roma para es-
tablecer ese culto, esa religion única revelada, verdadera
y santa.


Nuestra misma patria en aquella época que ántes he ci-
tado, en aquella época en que la Monarquía goda, disuelta
por sus vicios y por su sensualismo, hizo venir sobre nues-
tro país aquel enjambre de enemigos de nuestra fe, de
nuestra unidad y de nuestra nacionalidad, esta misma pa-
tria engendró un hombre extraordinario, un hijo de Favila,
el gran Pelayo, fundador de una Monarquía, que eclipsó las
antiguas Monarquías; y este grande hombre tenía en su
corazon la unidad religiosa, la unidad católica, de que
han nacido las mayores grandezas españolas. Así, pues,
Sres. Senadores, yo os suplico que teniendo en cuenta es-
tas consideraciones, réchaceis ese pensamiento; suplica-
ría al Gobierno de S. M. que se sirva retirar del proyecto
constitucional esa libertad privada de cultos, porque aca-
so en su. buena intencion no ha meditado bastante las con-
secuencias que pudiera tener; ruego á la Comision que
deseche ese pensamiento, y á los Sres. Senadores que re-
cuerden nuestra historia, nuestro pasado, nuestro presen-
te, nuestro porvenir, vuestros hijos, las generaciones
que nos sucedan, y nosotros mismos cuandD lleguemos á
la hora tre:nenda de nuestra muerte. No se lleve á cabo un
pensamiento para el cual no hay causa ni motivo, y que




516 DISCURSO DEL ILMO. SR. OBISPO DE ÁVILA.
puede traer tantas y tan horrendas consecuencias para la
sociedad, la familia y la patria, y que ahora es tiempo de
que se puedan evitar para siempre los muchos peligros que
han de venir si obstinadamente se consigna la base pro-
puesta.


Os ruego, pues, para concluir, señores miembros del
Gobierno, señores individuos do la Comision , que no sen-
teis ese principio en el Código fundamental del Estado;
dejad el culto único, para que á él puedan venir los disi-
dentes en virtud del convencimiento, por la persuasion,
que es como se impone la verdadera religion; que no 11e-
veis á cabo esa trascendental medida, para que no se es-
tremezcan nunca las cenizas de Recaredo y de Pelayo, para
que no se estremezcan tampoco los asilos santos ele Cova-
donga y del Pilar de Zaragoza. He dicho.




ENMIENDA PRESENTADA
POR


EL EXCMO. SR. MARQUES DE MONTESA.


Art. 11. La Religion católica, apostólica,
rOl,lana es la del Estado. La Nucioll se obli-
ga a mantener el culto y sus ministros.


Nadie sel'u molestado en el territorio es-
pañol por sus opiniones religiosas, ni '1wr el
ejercido de su r(',pecti vo culto, salvo el res-
peto debido a 19 moral cristiana.


No se permitiran , sin embargo, otras ce-
remonias , ni manifestaciones publicas, que
las de la Religion del Egtado.


( Proyecto de Con .• mueion.)


El Senador que suscribe tiene la honra
de proponer que el art. 11 de la Constitu-
ci on se redacte en conformidad á la siguien-
te enmienda:


« La Religion católica, ap03tólica roma-
na, continuara siendo la de la Nacion gs-
pañola.


El Estado conservara el patronato, cum-
pliendo la correlativa obligacion de mante-
ner el culto y sus ministros; concordará con
el Sumo Pontifice cuanto se refiera a lo pu-
ramente eclesiastico y religioso, y legisla-
rá. sobre lo que haya de tener caracter y
fuerza de ley. »-El Marqués de Montesa.


¡V álgame Dios, señores Senadores, trece enmiendas,
y me toca apoyar la última! Esto sólo serviría para arre-
drar al más valiente, y nunca me he preciado de tal. To-
dos estais cansados, y yo creo que más que todos; esto na-
turalmente me obliga en primer lugar á no seguir cansán-
uoos mucho, ú ser todo lo más breve que pueda; pero vos-
otros comprenderéis que si yo hubiese sabido que iban á
ser trece enmiendas, hubiera habido una ménos : pero
como no lo sabía, vine tL entrar en el palenque, y una
vez en él, no es cosa de separarme sin romper siquiera
una lanza.


Señores, no puedo ser liberal en materia de religion,
porque soy católico; es necesario tener esto muy en cuen--




51R DISCURSO
ta, porque ahol'~ ~mpiezo <Í hahlar en serio. No puedo ser
liberal en materia Je religion porque soy católico; como
católico, soy, aunque el último, uno de los miembros de
la Iglesia católica. La Iglesia católica, señores, tiene tres
estados: el triunfante, el purgante y el militante. El esta-
do triunfante lo constituyen los santos que están gozando
por sus virtudes de la vida eterna; el purgante, los peca-
dores buenos que están purgando su culpa para llegar al
triunfo completo; los de mas estamos en la Iglesia militan-
te , somos militares, somos soldados. i Ah! Si tuviera yo
los conocimientos militares del Sr. Ministro de la Guerra,
os diría y os convencería, y os entusiasmaría diciendo:
¡,cómo puede haber milicia sin disciplina y sin subordina-
cion'? Estamos en la milicia y necesitamos reconocer un
jefe; no podemos prescindir de ese reconocimiento sin ser,
;,qué '? insubordinados; y no quiero pronunciar, porque me
quemaría los lahios , la palabra que en materia de religion
tendría que usar si quiero dar La verdadera significacion.


Es necesario proclamar las verdades enteras, muy en-
teras, porque nuestros adversarios proclaman las suyas
con gran entereza. ¡, Y sabeis en qué consiste muchas ve-
ces que se consideran vencedores'? Pues no es por otra cosa,
sino porque ante la bravura la moderacion parece debili-
dad. Es preciso proclamar las verdades enteras; es preciso
defender las verdades religiosas.


He oido en la discusion, no aquí, querer disminuir el
mérito de las verdades religiosas por decir que son irracio-
nales é inevidentes. Señores, j las verdades religiosas irra-
cionales é inevidentes! Es verdad que están sobre la razon
y sobre la evidencia; no están en contra de la razon y de la
evidencia; están sobre la razon y la evidencia; pero, se-
ñores , las verdades religiosas para ser perfectas, tienen
que ser irracionales é inevidentes en ese sentido; las ver-
dades religiosas para ser perfectas, tienen que ser merito-
rias. ¡, Y qué mérito hay en lo racional y en lo evidente'?
¿ Qué mérito hay en creer que una misma cosa á un mismo




DEL EXCMO. SR. MARQUÉS DE MONTESA. 519
tiempo no puede ser y dejar de ser'? ¿ Dónde está el merito
de esa verdad'? ¿ Qué mérito hay en creer que el todo es
mayor que cada una de sus partrs'? Romped esa mesa y lo
encontraréis demostrado. Las verdades religiosas tienen
que ser meritorias, y por eso tienen que fundarse en otro
criterio, que es el de la conciencia, el de la fe, el de la
autoridad. ¿ Quereis un ejemplo'? Pues cualquiera. Dios
murió en la Cruz por salvar sus criaturas. ¿ Quereis ver el
merito'? Pues notad que no sólo en esa verdad está su mé-
rito, sino el premio de su mérito, porque esa verdad con-
suela.


¿Creen, por ventura, los que quieren combatir las ideas
religiosas que el criterio en que fundan las suyas es más
verídico que el nuestro'? Cá. i La razon! Con todos los ar-
gumentos de razon que se podían hacer en aquel tiempo,
se tenía á Colon por loco. i La evidencia! i Oh , la eviden-
cia! A los que querían suponer que la tierra giraba al rede-
dor del sol se les decia: «¿Pero no lo veis'? ¿ Cómo quereis
sostener eso, cuando todos vemos lo contrario'? ¿ No teneis
en contra de vuestro aserto la evidencia, no sólo la evi-
dencia, sino la evidencia inmediata '?


Pues vino Fucoul con su pendulo y su giróscopo, é hizo
ver el movimiento de la tierra: ya es evidente y demostra-
do por Fucoul con su péndulo y su giróscopo.


i El criterio! ¿A qué me venís con el criterio'? ¿Dejará
de estar dentro del hombre y dentro de la creacion, perju-
dicada desde el pecado original, y por consiguiente de ser
imperfecto'? Buscad cualquier criterio y veréis cómo es tan
imperfecto como otro que me pongais delante.


Tengo que ir acortando mi discurso, porque, la verdad,
me engañan mis fuerzas físicas.


Mi enmienda, señores, es de detalles, como se ha cla-
sificado , y sin embargo, se opone á los que quieren más
libertad que la que les concede el articulo, á los que quie-
ren ménos y á los que pretenden lo mismo que propone el
articulo. Tengo que combatir contra todos, pero con armas




520 DISCURSO
corteses; la barra ae mi lanza estará embotada; la punta
de mi espada con boton ó zapatilla; no quiero herir á las
personas; no quiero lesionar las, como ahora se dice; no
quiero nada más que en lugar de ir á la batalla ir al asalto,
y oponer escuela á escuela, doctrina á doctrina, argumen-
to á argumento, treta á treta, pero nada más. Las perso-
nas para mí son todas tan·respetables, que en dejando el tra-
je del asalto me darán y les daré mi mano con el mús cor-
dial afecto.


Vamos á ver cómo me entiendo con los que quieren más
libertad. Estos sellares son indudablemente, aunque poco
religiosos, muy lógicos, porque dicen «que el Estado no
(lebe tener religion; de consiguiente, puede dar toda clase
de libertades religiosas: porque inmediatamente que el Es-
tado no tenga religion, se encuentra completamente librr,
r,n materias religiosas, y siendo completamente libre pue-
de dar libertad á todos.»


Esto es lógico indudablemente; no hay más que negar
el supuesto. El Estado entre nosotros debe tenE'r religion:
el Estado debe ser religioso, de be ser católico. Inmediata-
mente que el Estado es católico, se encuentra sujeto á la
jefatura que ántes he explicado concerniente á mi persona,
porque lo mismo el individuo que la colectividad, si están
en idénticas circunstancias, tienen que reconocer la mis-
ma jefatura. Si pues el Estado es católico, i, qué le pedís '?
;,Que deje de serlo? i,Es esto? Se me figura que no se han
de atrever á tanto;· se me figura que les ha de costar mu-
cho trabajo el pedir, para que el Estado pueda dar toda
clase de libertades religiosas, que se declare ateo. Creo que
no pedirán eso. i, Y para qué la lucha contra una creencia
negativa? Pues vamos á ver qué piden, no atreviéndose
(porque yo creo que tienen miedo, y miedo muy racional,
no ese miedo que desdora, sino ese otro miedo que es el prin-
cipio del hombre sabio, del hombre culto, del hombre pa-
cífico), no atreviéndose, pues, á pedir el ateismo del Estado,
quieren disfrazar un poco su pretension, y piden la libertad




DEL EXCMO. SR. MARQUES DE MONTESA. 521
de conciencia. Ya vamos á ocuparnos de esa señora, que lo
digo con franqueza, i la he visto tan maltratada! i La li-
bertad de conciencia! ¿ Qué es la conciencia, señores'? La
conciencia es el sentimiento Íntimo propio del alma en su
esprculacion más pura é íntima, por el cual se conoce la
verdad. Tened entendido eso. La conciencia podrá estar
perjudicada, podrá estar si se quiere extraviada, pero el
hombre que obra con su conciencia pura, sin haber querido
él extraviarla, sin haber querido voluntariamente perjudi-
carla, obra la verdad.


Pues bien; considerando la conciencia de este modo, ¿á
qué se reduce todo eso de libertad de conciencia'? ¿ Quién
puede violentarla'? i, Quién puede cohibir ese don directo
del ciclo y superior á todos, porque repito que es superior
al entendimiento'? Ese don del cielo, ese don de Dios, esa
trasmision de la divinidad en el hombre, ¿quién puede bajo
ningun concepto limitarlo, coartado ni hacer nada absolu-
tamente ele él? Podrá dirigirse bien ó mal, podrá encon-
trarse uno en el caso ele acertar ó de errar en su conciencia,
segun el camino que tome. Todo eso sí; pero en su pura con-
ciencia, en el concepto puro, incondicional, ¿ quién trata
ni puede tratar de conciencia'? ¿ Quién es ca paz de meterse
en mi conciencia, ni cómo me he de meter yo en la de na-
die? Bajo este concepto, ¿quién pide libertad de concien-
cia? Yo quisiera que se me presentara un demandante para
ser yo el demandado, y me dijera: (~dame libertad de con-
ciencia.» ¿De quién'? ¿De la tuya? Si la tienes tú y no la
tengo yo. ¿De la mia? Si no te la puedo trasmitir.


Pero es preciso ver para qué se pide esto. ¿ Se pide una
cosa que se tiene'? Nó. Se pide, nó por lo que ella es en sí,
sino como premisa para venir á parar en otra peti'Cion. ¿Y
cuál es esta peticion? ¿Qué quereis con esa peticion? Que
nos concedais las manifestaciones externas de nuestra con-
ciencia. ¡Hola! ¿ Con qué ya no es lo interno, ya no es el
concepto, ya es otra cosa, ya son manifestaciones exter-
nas, ya no es puramente espiritual, ya hablais de manifes-




522 DIS<.;URSO
taciones; es decir, de cosa plástica, material, de cualq uie-
ra cosa que sea'? ¿ De veras'? Pues volvamos al símil de la
demanda.


Yo soy el Estado, soy el demandado. ¿ Me pides libertad
en las manifestaciones de tu conciencia, en materias reli-
giosas'? ¿Me la pides á mí'? Pues ten entendido que como
yo soy católico y no la tengo para mí, no la tengo para
otro. Yo como católico, en las manifestaciones de mi con-
ciencia estoy sujeto al ritual romano, por decirlo así. Pues
lo que yo no tengo para mí, ¿cómo he de tenerlo para dár-
telo'? Si el Estado es católico, ¿ cómo ha de dar libertad de
las manifestaciones de la conciencia en materias reli-
giosas'?


Por consiguiente, entendámonos de una vez, llamemos
á las cosas como son, no nos metamos en logogrifos, sea-
mos sencillos, y así nos podrémos entender y convencer-
nos, que yo thmpoco he de huir del convencimiento.
¿Cómo he de huir de eso'? Sería huir de la razono


Pero van á otros argumentos y dicen: ¿por qué no se
nos ha de conceder lo que existe en otra parte'? ¿No vemos
en todas partes lo mismo que pedimos para España'? Pues
¿ por qué no se nos ha de conceder'? ¿A quién lo pedís'? Es-
tamos siempre lo mismo. ¿ A quien lo pedís'? ¿ Qué es lo
que sucede'? ¿A que os referís'? ¿Cuál es vuestra razon'? ¿La
libertad, ó la tolerancia'? De esto hablarémos despues. Está
en todas partes; ha estado en Roma mientras el Pontífice
católico era al mismo tiempo Rey de Roma. Pues, ¿por que
se ha de negar'? Y ya entra aquí mi enmienda; ya tengo
que contestar con mi enmienda.


Concedido; en todas partes todo eso de libertad y de to-
lerancia religiosa está ó concordado ó impuesto. N o tiene re-
medio; ó se le impone al catolicismo, ó está concordado con
el catolicismo. ¿Estamos en el caso nosotros los militares
(porque recuérdese que somos soldados), de sublevarnos
contra nuestro jefe para imponerle nuestra voluntad'? Nú.
Pues concordémonos con él.




DEL EXCMO. SR. MARQUÉS DE ~roNTESA. 523
Otro argumento hacen los librecultistas. ¿Teneis miedo


á la discusion? ¿ N o cOllsiderais que la discusion engrande-
cerá la Religion? 1, No considerais que de la discusion y de
la lucha sale la verdad? Reparad bien, señores Senadores,
esta ultima expresion: sale la verdad. Yo ya sé, señores
Senadores, que de la discusion sale la verdad. La verdad
es como la espuma, cuanto más se la agita, y mucho más
si se la agita con ánimo de destruirla, más crece y flota.
Pero de la discusion sale la verdad. ¿ Y para qué queremos
la verdad cuando ya la tenernos? ¿ Es qué discutiéndola se
engrandecerá '? ¡Ah! Si la discusion se hubiera de sostener
siempre entre las personas que pudieran discutirla con alta
razon, con alta filosofía, con alta ciencia, sí; pero ¿quereis
llevar la discusion de las ideas religiosas á las nueve déci-
mas partes de los españoles, que no saben leer ni escribir,
y sin embargo creen en Dios, y hacen bien en creer en
Dios, porq\lO esa doctrina así se la enseñaron sus padres?
¿Que~eis llevar á esos la discusion? ¿Os atreveréis á hacer-
lo'? Pues esto es lo que dicen los que hacen ese argumento
de que de la discusion sale la luz. Pero si ya la tenemos,
¿para qué vamos á buscarla? Y sobre todo, ¿ necesita la Re-
ligion católica esa discusion? ¿Necesita la Religion católi-
ca esa agitacion? ¿ Acaso necesitamos entrar en ella'? Que
lo diga quien pueda, que nosotros no somos quien tiene
que decirlo.


Con los que quieren ménos libertad, como que estamos
más próximos, nos podrémos entender mejor. Estos seño-
res tambien tengo que luchar contra ellos; me parece que
son muy religiosos, pero poco lógicos; se me figura que su
celo les ciega un poco; yo quisiera traerlos á mi enmienda;
giran alrededor de la Constitucion de 1845, Y se les figura
(y lo creen con toda su sinceridad), que aquello era lo bue-
no, y lo procuran cuál más, cuál ménos; el uno le afiade un
adjetivo, el otro un adverbio, el otro se lo quita á ver si
pasa mejor; yen fin, giran así al rededor del artículo, y no
se acuerdan de que el artículo de la Constitucion de 1845




524 DISCUR~O
estuvo vigente por espacio de muchos años, y de que no
tuvimos paz hasta el año de 1851 ; es decir, que hasta que
vino el Concordato, la España católica estuvo separada de
su Jefe.


Pues bien, señores; es preciso convencerse de que por
más que se haga, por más que hagamos nosotros, por más
que el Estado haga en estas materias, no ha de satisfacer
nunca al Soberano Pontífice, no ha de satisfacer nunca al
Vaticano: y la razon es muy sencilla, señores; porque la
cuestion no es sobre lo sustancial, sino sobre sustanciacion.
El anterior Ministro de Gracia y Justicia y el actual enten-
derán perfectamente la distincion. Pero la sustanciacion en
todos los negocios es abs01utamente necesaria para llegar
á lo sustancial, como que si la sustanciacion se lleva mal, no
se llega á lo sustancial; y oj alá estuvieramos á la altura
que llegaron los romanos para poder fijar la sustanciacion
de un modo conveniente. La cuestion es de sustanciacion;
la cuestion consiste en cómo se ha de proceder y hasta
quien ha de proceder. El Soberano Pontifice a priO?'i no
consentirá, ni puede consentir, ni ha consentido jamás en
que haga otro lo que á el le toca, ó haga por sí solo lo que
les toca á los dos; si queremos establecer en la Constitu-
cío n el artículo del año de 1812 dirá que nó, y dirá bien; si
queremos establecer en la Constituciun el Credo, dirá que
nó, y dirá bien; porque si dice que si porque es bueno,
comprenderá que si da facultad para establecer ahora lo
bueno, mañana nos la tomaremos para establecer lo malo,
y no podrá reconocer el derecho que de suyo se imponga.
Es preciso que esto se tenga muy presente. No hay más
medio que el Concordato para tratar la cuestion religiosa;
para los que quieren menos derechos esto basta; y vaya-
mos al artículo.


El artículo, señores, se ha leido, se ha comentado, se
ha trastornado; no se las cosas que se han hecho de el.
Confieso la verdad; en el tiempo que hace que está en dis-
cusion, hasta lo he entendido de tres ó cuatro modos dis-




DEL EXCMO. SR. ;\fARQUÉS DE MONTESA. 525
tintos; tanto, que he dicho: i hombre! ¿ qué sig'nificará '?
Segun las explicaciones de Fulano, debe ser tal cosa; se-
gun las de Zutano, es otra; pues ú ese se le dá la razono De
modo que lo he entendido de tres ó cuatro modos, todo lo
cual quiere decir que se puede entender en diversos sen-
tidos.


Pero voy á ver si fijo mi última inteligencia; el artícu-
lo tiene tres párrafos: el primero se reduce á lo consabido,
de declarar que el Estado tiene una Religion y se obliga {1
mantenerla. i Pase! El segundo establece la libertad de cul-
tos clara y terminantemente. El tercero prohibe la libertad
del culto externo público; y prohibiendo la libertad del
culto público, concreta el significado del parrafo segundo
á la libertad del culto privado.
~le parece que esto es todo lo más que se entiende del


artículo. Pues bien; yo pregunto: aceptando todas esati
cosas, sabiendo lo que es la conciencia, sabiendo que el
culto no consiste mttS que en las manifestaciones, en loti
medios de tributar á Dios lo que se le debe; y que se
distinguen, el interno, que es la pura conciencia; y el
externo que consist" en ceremonias, en cosas materiales,
en cosas plásticas que se ejecutan por medio de la materia,
yo preguntaría: ¿qué diferencia hay del culto externo
privado al culto externo público? Me dirán que el privado
es el que puede hacerse con manifestaciones externas,
pero sin que las vea nadie, porque si nó, se convierte en
público.


Téngase entendido, señores, que es matrimonio públi-
ea el que se hace ante el párroco y dos testigos. Pues ¿cómo
RA quiere sostener que no es público lo que sucede en un
templo con la puerta abierta? Me he fijado en el matrimo-
nio, por parecerme un ejemplo oportuno tratándose de ma-
teria religiosa. Pues bien: el matrimonio, base constituti-
va de la familia, para ser público, para no ser clandestino,
basta que se celebre ante el párroco y dos testigos (prescindo
de todas las solemnidades del matrimonio civil, que ya han


34




526 DISCURSO
pasado, ó no sé si han pasado, purque en esa época no
pertenecía yo á nada, ni á la sociedad). Si esto es así,
i,cómo se quiere suponer que es privado el culto que se ce-
lebre en un templo á puerta abierta'? Yo no lo entiendo, y
no tiene nada de particular que no lo entienda. Me sucede
en esta cuestion lo mismo que cuando oía hablar al Sr. Va-
lera; me admiraba, pero no le entendía. Y me decía yo :
i,qué es esto? Pues me lo expliqué, señores, porque siem-
pre procuro explicarme lo que siento. Dije: i Ah, ya lo he
encontrado t Esto es como lo que decía Fenelon. Dice éste
en el Telémaco que Calipso veía venir por el mar á la costa
dos personas; á una de ellas conoció, era Telémaco, hijo
de Ulises, pero no sabía quién era la otra, y dice: «esto es
porque los dioses superiores no se dejan conocer de los in-
feriores, sino cuando les conviene ,» y por tanto Minerva
no quería ser conocida de Calipso. Pues bien: por eso yo,
inferior al Sr. Valera y á la Comision, no entiendo lo que
dice ni uno ni otra.


Pero vamos á otra cosa; vamos á ver cómo defienden el
artículo, porque si yo no entiendo el artículo, es muy fá-
cil que lo combata mal: tengo que ir viendo lo que se dice
en su defensa, para ver qué fuerza tienen los argumentos
que se presentan en su apoyo. Voy á empezar por uno, el
más grande, tanto, señores, que cuando le oí estaba al
lado de un amigo mio, que me dijo: «i, cómo se contesta
eso? » y le dije: «Eso está traido por los cabellos; eso es
falso. » i El argumento Aquiles, señores t Y hecho por el
Aquíles de la discusion , por un hombre que verdaderamen-
te no creo tenga igual para discutir, por el Sr. Presidente
del Consejo de Ministros.


Antes he dicho que le admiraba, y ahora lo repito; y
sobre todo, le admiro más y más cuando discute; ese es el
Aquíles de la discusion que tenemos en España, y de ello
debemos vanagloriarnos; y esto lo digo con sinceridad,
!Oi bien siento el que (sin duda por ser hoy sus di as) no esté
en el banco ministérial , para que me oyera; pero ya se lo




DEL EXC:\IO. SR. :\IARQUÉS DE MOXTESA. ;)27
dirán sus compañeros. Dicho señor decía en uno de sus
magníficos discursos (y lo decía como él sabe hacerlo;
porque no sólo dice grandes cosas, sino que tiene un modo
admirable de expresarlas) ; decía, repito, con una rapidez
extraordinaria, para que qUl:ldara dicho y pasara como el
rayo, matando y sin que se le oiga: «la cuestion es de
regalías, la regalía es la soberanía; luégo la cuestion no
es religiosa.» Este es su argumento. Señores yo os diré
(porque me complazco siempre en confesar mi insuficien-
cia) , cuando oí esto, en el instante dij e: «esto es falso»;
pero ¿ dónde estaba el vicio'? Para averiguarlo tuve que
reconcentrarme y pensar; y he tenido que ir á las reglas
de la lógica para buscar el vicio, porque yo le veía, pero
necesitaba poderlo presentar palpable; encontré la forma
de argumentacion contra la argumentacion de la forma.
« La cuestion es de regalías; la regalía es la soberanía,
luego la cuestion no es religiosa.» Este es un entimema
en el que se quita siempre una de las premisas, por co-
nocida, porque no se necesita enunciar, y por eso es el
gónero de argumentacion más fuerte; pero aquí se quita
la premisa, porque conviene quitarla, es preciso para
destruir el argumento traer esa premisa á la argumen-
tacion; y hacer que el paralogismo, que consiste en pre-
sentarla como entimema, se convierta en silogismo. Y
aquí está el silogismo: «lo que es de soberanía no es reli-
gioso; es así que la cuestion es de soberanía, luego no es
religiosa. »


Lo que es de soberanía no es religioso: nego majore'm.
¿Por quó lo que es de soberanía no ha de ser religioso?
¿ Pues no tiene la religion un soberano'? ¿ Qué significa el
que no sea religioso lo que es de soberanía'? Es así que la
euestion es de soberanía, distingo minorem. ¿ Es de sobera-
nía? Sí, ó por mejor decir, es de dos soberanías, porque
tienen que concurrir las dos. No nos embrollemos, pues,
en el uso de la palabra. Regalía se llamaba lo que ahora se
llama soberanía, porque regalía no quería decir más sino





DISCURSO


el supremo poder del Rey, y así es que era de regalía todo
lo que estaba dentro del supremo poder del Rey. No pode-
mos ahora decir regalía, despues de todas esas cosas que
se han dicho de la soberanía, el concepto puro y complejo
de intenso, diviso, indiviso, compositum, etc., de todas
esas cosas que se han inventado ahora. Ahora decimos so-
beranía; ¿ yen dónde reside la soberanía'? En la Nacion;
sí , pero en el concepto puro N acion no puede ser; hoy re-
side la soberanía en las Córtes con el Rey, segun los prin-
cipios de las Monarquías constitucionales. Pues bien; hoy
no se puede decir que la soberanía es regalía, porque no
es solo del Rey, sino que es del Estado; estamos confor-
mes. Quiere decir, que cambiando los términos, como laR
cambiaba perfectísimamente el Sr. Presidente del Consejo
de Ministro~ , al decir que la regalía es la soberanía, nos
encontramos conque tenemos dos soberanos en la cuestion;
el Soberano Estado y el Soberano Pontífice. Pues no hay
más remedio; cuando se encuentran dos Soberanos, ó es-
tán separados, ó están en lucha ó están concordados. ¿ Que-
reis estar separados'? ¿ Porlemos estar separados'? El Estado
católico, ¿ puede estar separado del Jefe del catolicismo'?
Nó. ¿Quereis estar en lucha '1 Tampoco. Pues no teneis más
remedio que estar concordados. Me parece que con esto,
no sólo se destruye ese argumento A quíles, sino que de su
destruccion se viene á sacar por consecuencia lo que he in-
dicado.


Pero vamos á otras razones, que si se quiere ya son di-
rectas. Se quiere suponer que la cuestion no es religiosa.
¡Señores, no es réligiosa la cuestion ! ¿ Quereis buscar cri-
terios para demostrar la verdad contraria'? Acudid á vues-
tra conciencia; por eso la he explicado ~omo criterio. ¡Pero
decir que la cuestion no es religiosa!


Pues aún hay otro criterio que es del sentimiento uni-
versal. Id preguntando á todo el mundo, y os dirán sin
salir del lenguaj e vulgar: «Hoy se discute la base religio-
sa; el Marqués de Montesa va á hablar sobre la base reli-




DEL EXCMO. SR. MARQUÉS DE MONTESA. 52~
giosa; el Sr. Ministro. de. Gracia y Justicia estuvo ayer
brillantísimo hablando sobre la base religiosa»; y no pue-
de ser otra cosa. i., Sabeis lo que os pasa'? Lo que á aquel
famoso tartamudo, hombre célebre en España; le dijeron
que en París le curarían el tartamudismo , y se fué allí. Yo
no sé lo que le pasó; vino muy satisfecho de haberse cura-
do; pero para decirlo necesitaba media hora, y á nadie po-
día convencer.


Pero si no quereis tener por suficiente esta probanza,
acudamos á otra, que es lt vuestra propia confesion. Todos
los Sres Ministros, todos los señores de la Comision lo han
confesado, todos sin excepcion , y todos los Notables, y los
nueve, y los treinta y tantos, todos; estoy seguro de que
no ha habido uno que no lo haya confesado, que se trata de
tolerancia religiosa; no se trata de libertad de conciencia,
sino de tolerancia religiosa; luego es religiosa la cuestion,
luego es religiosa la mat.eria. Pues vamos á ver lo que es
tolerancia, y vamos á ver si estais acertados siquiera en
esto. i.,Qué es la tolerancia '? Tambien he oido llevar y traer
esta palabra de aquí para allá para maltratarla. Señores,
la tolerancia no es más que una de las modificaciones de la
caridad; la tolerancia consiste en sufrir con paciencia y
resignacion las adversidades y flaqnezas de nuestros pró-
.iimos.


El Sr. Ministro de Gracia y Justicia me dice que si;
como que lo ha aprendido en el Padre Astete ó en el Padre
Ripalda.


El Sr. VICEPRESIDENTE (Marqués de Santa Cruz):
Señor Marqués, ruego á S. S. tenga la bondad de concre-
tarse más al punto de la cuestiono


El Sr. Marqués de MONTESA: i Pues si estoy hablando
precisamente de to1(~rancia! No obstante, con toda fran-
queza le diré que si S. S. cree que estoy fuera de mi dere-
cho me siento, porque lo estoy deseando; no puedo más;
me faltan las fuerzas físicas.


El Sr. VICEPRESIDENTE (Marqués de Santa Crnz): No




530 DUWITRSO
deseo que S. S. se siente. Por ('1 contrario, le oigo con
muchísimo gusto, y celebro la muchísima gracia con se
expresa; pero yo quisiera que se concretara un poco más.


El Sr. Marqués de MONTESA: Decía, señores, que la
tolerancia es una de las moJificaciones de la caridad, que
consiste en sufrir con paciencia y resignacion las adversi-
dades y flaquezas de- nuestros prójimos; esta es la toleran-
cia. & Quereis ver el ejemplo sublime de tolerancia'? Consi-
derad á Jesucristo pendiente Je la cruz y diciendo en favor
de los qne allí le habían puesto y le maltrataban: i Perdo-
nadlos, Señor, decía dirigiéndose á su santísimo Padre:
jJe9'donadlos, jJorq'ue no saben lo que se hacen! ¿ En qué con-
siste la totorancia'? En la libertad de sufrir ó no sufrir, si
bien sea con pena, lo tolerado; el que no tiene libertad no
puedo ser tolerante. Para ser toleran te es necesario que el
tolerante sufra, aunque con pena; pero que pueda, como
pudo hacerlo Jesucristo, sin más que un soplo de su divi-
nidad, destruir todo 10 que le pase.


Este es el ejemplo de la tolerancia, y esta es la tole-
rancia.


Inmediatamente que hagais obligatoria la tolerancia,
deja de ser tolerancia. y se convierte, ¿en qué'? en libertad.
Inmediatamente que la tolerancia pasa de deber imperfec-
to, que se puede pedir pero no exigir, la verdadera obli-
gacion, aquel en cuyo favor esH la tolerancia tiene el dere-
cho, y ese derecho le constituye en libertad de usarlo ó no
usarlo; ya es libre, ya hay libertad, no hay tolerancia. Me
parece que me concreto. Tenemos por consiguiente, por
vuestra confesion, puesto que confesais que se trata de to-
lerancia religiosa, que se trata de una cuestion religiosa y
que es de libertad religiosa.


Pero vamos eL otras cosas tambien concretas: elicen Jos
que defienden el artículo que no hay más remedio que pa-
sar por él, y sobre poco más ó ménos todos dicen lo mis-
mo: que es una transaccion. & Transaccion, señores'? i Tran-
saccion! Yo no só si en el tiempo que he cRtado por esos




DEL EXCMO. SR. MARQUÉS DE MONTESA. 531
mundos de Dios sin acercarme á la ciencia ni á los 10m bres
científicos se me ha olvidado lo poco que sabía, ó no só lo
que me pasa. En mis tiempos (no sé si ahora será otra
cosa) , definíamos la transaccion: «decision convenida y
no gratuita de cosas dudosas.» ¿Cuál es la cosa dudosa'?
¡Por qué dudais'? ¿ Con quién se transige'? ¿ Sobre qué du-
dais'? ¿ Cuál es vuestra duda? ¿ N o podeis salir de ella in-
mediatamente? Si teneis lo que no puede faltar, si teneis
el criterio de autoridad, que como ántes he dicho, vale
tanto como el de razon y el de evidencia (que vale más,
porque otros pueden engañar, ese no engaña, porque el
que obedece no yerra); si teneis ese criterio para salir de
la duda, ¿ por qué no acudís á él'? Por consiguiente, ¿dón-
de está esa transaccion'? ¿ Con quién quereis transigir?
lo Con el Sumo Pontífice? Concordad. ¿Con los enemigos de
la religion? Preguntad al Sumo Pontífice cómo se puede
transigir y hasta qué punto se puede llevar la transaccion.
Pues si teneis el modo de salir de la duda, ¿ para qué
creais un conflicto que concluye con la palabra «cosa
dudosa? »


Me parece que estais fuera de lo lógico, y por eso creo
que no sois niuy religiosos ni sois muy lógicos; y ahora
voy á entrar en otra clase de argumentos, que áun cuando
no se pueden llamar tales, sin embargo, son cosas que se
deben contestar.


Se ha dicho aquí repetidas veces: no tenernos compro-
miso especial con ninguna nacion , tenemos el general,
porque es preciso seguir, por el compromiso de l~ razon de
Estado, el rumbo de las ideas, para no divorciarnos (esta es
la palabra) de la civilizacion general. Seaen buen hora eso
del divorcio. No tenemos ningun compromiso con nadie en
particular, decís: el Concordato esb't vigente, el Gobierno
lo cumple, el Gobierno lo considera vigente, lo cumple y
lo cumplirá. ¿Pero es cierto que no hay compromiso con
nadie'? ¡Ah! Despues de esto se nos ha dicho que el Con-
cordato está vigente en todo ménos en esto; ya lo entien-




DISCURSO


¡lo, porque hasta anteayer no lo había entendido; ahora si
que lo entiendo, pues yo digo en mi enmienda: concordad
tamhien en ese punto.


Decía el Sr. Ministro de Estado el otro dia que con una
sola palabra podría contestar ú todos los que le arguyen,
pero que desde ese sitio hay que guardar gran reserva; y
esa palabra no podía salir de sus labios; tiene ra7.0n su Se-
ñoría, yo no sé que palabra es esa, ni quiero saberla, yo
soy ele aquellos que creen que jamás debe reclamarse un
expediente que esté pendiente. Parece que está estableci-
do que los Cuerpos Colegisladores tengan el derecho de
hacerle venir aquí y preguntar por él; jamás me tomaré
yo esa libertad; cr'eo que es un abuso, creo q ne no hay
posibilidad ele hacer nada, si miéntras está pendiente un
negocio no se gnarda absolutamente el secreto, y mucho
mús un negocio diplomático, mucho más cuando ese ne-
gocio no es sólo diplomático, sino diplomático y religioso;
es un gran abuso, lo digo con franqueza; á mí me ha gus-
tado mucho revolver archivos, pero Secretarías me guar-
daría muy bien. Hace, pues, perfectamente el Sr. Minis-
tro (no sé qué palabra es esa, pero repito, que hace muy
bien en callarla, en ocultarla, en tenerla bajo siete suelos,
que no se trasluzca nada; pero el caso es, que consignan-
do en la Constitucion el artículo constitucional como yo le
presento, entóncos ya no tendría el Sr. Ministro que mirar
mucho ciertas palabras; entónces ya no se encontraría el
Sr. Ministro con que para el concordato, para llegar á un
comun acuerdo con la Santa Sede le incomodaban las pa-
labras del artículo; y si le incomodan las palabras del ar-
tículo para una cosa tan grave, ¿,por que no las borra y
acepta mi enmienda? Tambien he oido decir: « ¿, la Iglesia
podía cLmandar auxilios materiales para sostener sus rlo('-
trinas, y como una de tantas la unidad?» Y el Sr. Presi-
dente del Consejo contestaba: « El arto 11 nada permite,
no hace mús que no prohibir, no es posible en el estado
actual (le la ci vilizacion llevar á presidio ú nadie por que




DEL EXCMO. RR. MARQ.TJÉR DE MO"\'TERA. 533


~ea ó no sea católico.» Yo acepto todo eso y mucho más de
mis maestros, y los considero como talos sin adulacion;
-pero por eso quisiera que me enseñaran un poco. más.


Sentadas estas premisas, si no se puede llevar á presi-
dio por ser ó no ser católico, es decir por materias religio-
sas; si el articulo nada concede, y sí sólo no prohibe, y si
la Iglesia no tiene derecho de pedir los medios materiales
para sostener sus doctriaas, decidme, porque lo ignoro:
i,que haréis con los que lleven á cabo ó ejecuten ceremo-
nias ó manifestaciones públicas contrarias á la religion
del Estado'? i, Los declarais indemnes, los castigais ó los
perdonais'? Me parece que no hay más que los tres extre-
mos; el artículo dice: «N o se permitirán sin embargo otras
ceremonias ni manifestaciones públicas que las de la Reli-
gion del Estado.» Prescindiéndose de este sin embargo, que
aunque sé que es un adverbio y lo que significa filológica
y gramaticalmente, como veo el sin embargo tan cerca
del no, habrá alguno que quiera convertir la oracion, y en
vez de decir: «no se permitirá sin embargo,» leerá «se
permitid con embargo:» prescindiendo de esto, que queda
para la correccion de estilo, decidme: á los que incurran
en el hecho, que no me atrevo ti calificar de delito ó falta,
de otra ceremonia ó manifestacion que las de la religion
del Estado, decid: i,qué haréis con ellos'? Algo tendréis
que hacer, porque desengañaos: el derecho penal no .tie-
ne otro objeto, no tifme otro principio, no puede explicar-
se de otro modo que como garantía de todos los demas de-
rechos; pues si no garantiza eso, i, para qué le queremos'?
y si lo garantiza, tiene que imponer una pena; por consi-
guiente, no lo entiendo: vuélvome á Fenelon.


Llego á examinar mi enmienda. Habeis comprendido,
y creo qne me he hecho entender, todas las doctrinas, to-
dos los antecedentes, todo lo que se necesita para llegar a
explicaros su significado: esto me basta. Dice así:


.« La Religion católica, apostólica, romana continuará
¡:;iendo la de la Nacion Española. El Estado conservará el




DISCURSO


patronato, cumpliendo la correlativa obligacion de man-
tener el culto y sus ministros; concordará con el Sumo
Pontífice cuanto se refiera á lo puramente eclesiástico y
religioso, y legislará sobre lo que haya de tener carácter y
fuerza de ley.»


Aquí creo que se comprende todo lo verdaderamente
sustancial que debe consignarse en la Constitucion segun
nuestro derecho, segun nuestra historia, segun todos los
antecedentes, y que sin embarazo ninguno deja á todos en
libertad, en verdadera libertad, no mistificada, de hacer lo
hueno, de establecer lo bueno y hacer que se ejecute.


«La Religion, católica, apostólica, romana continuará
siendo la de la Nacion Española. » Aquí quiero decir que ja-
más ha dejado de serlo, que por más que una Cúnstitucion
haya supuesto que no necesitaba consignarlo, ó haya que-
rido tambien por transacciones suprimirlo, el resultado es
que hace mucho, desde la conversion de Recaredo, la
Religion católica ha sido la Religion española, porque
contra la musulmana, contra el Roran, siempre se mantu-
vo íntegra.


Digo Nacion, y no Estado, porque la Nacion es la ex-
presion más general, más generalizadora, y el Estado ya
es más concreto. Se ha discutido mucho sobre lo que es
Estado; digo yo lo que decía ántes: á mí se me ha debido
olvidar mucho; algo de lo que he sabido, aunque he sabido
poco; pero el Estado todo el mundo sabe lo que es; el Es-
tado no tiene otra genealogía que la que hemos aprendido
en el derecho romano.


El hombre y la persona son cosas muy distintas: el
hombre es el ente racional, la persona es el hombre consi-
derado en su estado, es decir, Estado es la Nacion consi-
derada en su personalidad; la Nacion constituyendo per-
sonas jurídicas para poder ser capaz de derechos y obliga-
ciones, de obrar, de resistir y de todo lo demás. Este es el
Estado, ni más ni ménos; por consiguiente, he dicho: la
Rcligion e~ dfl la Naeion, de este ente en toda su exten-




DEI, EXCMO. SR. MARQUÉS DE MONTESA. 535
sion; el Estado es el que conservará el patronato. Aquí
hay algo que explicar: el patronato corL'espünde a. la Na-
cion Española, en derecho canónico, en su esencia y su
fundamento sin ninguna consideracion; en esto soy más
regalista que todos los regalistas. El patronato por dere-
cho canónico se adquiere por tres causas: por fundacion,
por edificacion y por dotacion; la fundacion consiste en
dar el fundo en que se ha de establecer la sociedad católi-
ca; la edificacion en edificar el templo y las casas de sus
ministros, y la dotacion en mantener el culto y clero.


En España existen las tres cosas, porque la N acion Es-
pañola ha dado el fundo, ha hecho los templos y ha man-
tenido el culto y clero; y por eso digo yo: «conservará el
patronato cumpliendo la correlativa obligacion de mante-
ner el culto y clero.» No quiero meterme en si á la Iglesia
se la debe porque se la haya quitado, porque me dirán
unos: ya el Papa lo consintió; el Concordato esti vigente;
no quiero meterme por lo tanto en esto ni en lo otro; quie-
ro irme a. lo fundamental y por eso digo: «correlativa obli-
gacion del patronato mantener el culto y clero.» ¿Cómo lo
ha de mantener? Que lo concuerde.


Pero siendo este el derecho de la Nacion cuando existía
la regalía, cuando la soberanía residía en toda su plenitud
en el Rey, el Rey era el que ejercía el derecho de Patrona-
to; y ahora digo que el Estado, la Monarquía constitucio-
nal, el Rey, como es ahora Rey, el Rey coruo poder ejecu-
tivo y parte del legislativo , con su Gobierno, con sus Mi-
nistros, con todas las condiciones de Monarca constitucio-
nal: el Estado. Esto es una variacion sustancial en nuestra
historia política, que la creo necesaria, y por eso la esta-
blezco. «Concordará con el Sumo Pontífice cuanto se refie-
ra á lo puramente eclesiástico y religioso, y legislará so-
bre lo que haya de tener carácter y fuerza de ley.»


Esto es muy claro y muy sencillo. Todo aquello que se
refiera á ese mismo modo de ejercer el patronato, ú los
límites de las dos potestades que se reconocen siempre en




DIRCURRO


el dereeho de patronato, ú todo lo que sea eelesiástico y
religioso, que es todo lo que puede tener relaeion eon el
patronato, sobre todo esto eoneordar,t eo~ Sn Santidad; le-
gislará el Estado sobre todo lo demás.


Pero me diréis: &y ~l qué eso? Os lo voy á deeir: se
creerá tal vez inútil, porque á qué repetir que al Estado le
corresponde la faeultadlegislativa; pero no es así. Es ne-
cesario estableeerlo así, porque hay un anteeeelente quP
se nos puede echar encima, porque hay quien ha creido
que los Concordatos en toda su extension, y sobre todo sin
mús q ne ser Coneordatos, tengan fuerza de leyes en ER-
paña. Me alegraría mucho que el Sr. Presidente me dije-
ra: «Concrétese S. s.» No puedo hacer mús que esta indi-
eacion. Para salvar ese escollo, he puesto alIado de eon-
eordar el legislar, no creyendo que está demás. Pues qué
¡.os parece que con referencia ú materias que se rozan ex-
traordinariamente con la religion no teneis que legislar'?
A cada paso. Pues qué, ¿ no he dicho ántes que el 25 por
100 de las Partidas se rozan eon materias religiosas, y la
mayor parte de ellas eRtán en desuso, unas derogadas por
leyes posteriores y otras porque nuestras eostumbres no
pueden admitirlas? Pues sobre todo eso teneis que legislar,
podeis y debeis legislar, sin que el Sumo Pontifice deba,
pueda ni quiera meterse sobre semejante cosa. ¿Quereis una
prueba, una cosa eonereta'? Pues vamos á ello.


Todos los que estamos aquí, Sres. Senadores, hemos
sido tintes cristianos que españoles, porque hemos nacido
cuando regía la ley 13 de Toro, que para tener el feto por
uacido y no abortivo exigia que estuviese bautizado; ele
modo que le negaba toda personalidad jurídica, inclusa la
de ser español, si no estaba bautizado. Esto es notorio, y
tanto, que no sé si hoy se presenta al Supremo Tribunal la
cuestion de si se hereda á uno que no esté bautizado con
arreglo á la ley de Toro; si se lleva esa euestion al Supre-
mo Tribunal, tendrá que mirarse mucho cómo la resuelve.
Sin pmbargo; dentro del derecho púhli(~o, deRdc la COUR-




t.itueion del 37 , y prescindiendo de todas las anteriores,
para ser español no se necesita ser bautizado. ¿Os ha pues-
to inconveniente Roma, se ha metido en eso, le ha ocurri-
do semejante cosa? Pues ahí terreis el ejemplo de lo que se
üe be concordar y legislar.


Voy á concluir, señores; os he manifestado mis ideas,
mis doctrinas: os he explicado el objeto de mi enmienda.
¿Qué mús puedo decir'? Sin embargo, úntt'S de sentarme
debo hacerme cargo, aunque muy brevemente, de una cI)sa
acerca de la cual se habla mucllo, pero respecto á la cual
se ha hecho poco. Me refiero á ese inmenRo fárrago (si así
se puede llamar) de exposiciones, que cuando ménos, han
producido la ventaja de aumentar la renta del papel sella-
do. Contra ellas se ha dicho, en primer lugar, que no sirven
para nada, porque se empieza por dudar de la legalidad de
sus firmas, que no están autentizadas por la fe públioa,
ni siquiera están cotejadas con otras, y que por consi-
guiente no pueden hacer fe en el estricto derecho. Pero hay
otra fe en mi juicio, que es la verdad sabida y la buena fe
guardada, que tambien la reconocen nuestras leyes; y por
esta verdad sabida y esta buena fe guardada. no podemos
menos de reconocer que en esas exposiciones está expues-
to el pensamiento de una de las mitades del género huma-
no: de la mujer. Yo quisiera tener la elocuencia con que
ayer se habló de la mujer, pero no puedo ménos, señores,
para que mi discurso tenga algo de bueno, que imitar los
grandes modelos. La mujer es nuestra madre, nuestra es-
posa, ó la madre de nuestros hijos, á quien correspondo la
~rimera educaciún de éstos; la mujer, de quien se dice (yo
lo he oido y es un gran dicho del Sr. Presidente del Con-
sejo de Ministros): «Dadme la debilidad de la m\ljer y no
la fuerza del hombre;» (repito que es un gran dicho del
Sr. Presidente del Consejo de Ministros, que yo creo muy
(ligno de S. S.); la mujer, esa mujer qne tenemos rebajada
en todo menos en religion; esa mujer, á quien se la impone




538 DISCURSO DEL EXCMO. SR. ~{ARQUÉS DE MONTESA.
la obligacion de cuidar de los hijos, de cuidar del hogar
doméstico, de los criados, de la servidumbre, de todo lo
que se refiere al gobierno interior del hogar; esa mujer á
quien se la imponen todas esas obligaciones, y no tiene
para cumplirlas más libro ni más texto que el Catecismo;
á esa mujer que es todo esto, ¿la vais á colocar en el peli-
gro de que deje salir un dia de paseo ú su doncella, que se
puede ir ú un templo protestante, á un templo judío, sin
malicia, por mera curiosidad y sin darse cuenta de lo que
hace, y tenga despues en su casa, sin saber de dónde
procede, un gérmen de ponzoña? ¿ Qué es lo que os pide la
mujer'?


i Ah, la mujer! La mujer es la perfeccion de la creacion;
la mujer fué la última obra del Creador; para hacerla pa·
rece como que Dios se ensayó en el hombre, y luégo hizo
la mujer. (Gmndes risas.) ¿ No es esto así'? ¿Es tal vez
una herejía? Si lo es, que me perdonen los que me pueden
perdonar. Indudablemente se ve que para hacer á la mujer
Dios purificó la materia, puesto que á mí me hizo de barro
y á mi mujer de carne y hueso. (Risas.) Comparadla con el
hombre. El hombre piensa, medita, calcula, discurre, dis-
cute, disputa. Coged todos estos verbos, mezcladlos, amal-
gamadlos, conjugadlos por todos los modos y todos los
tiempos: ¿qué deducireis de ellos'? Que el hombre duda, y
la mujer nó: la mujer siente. Y he concluido.




DISOURSO
DEL ILMO. SR. OBISPO DE ORIHUELA


EN CONTRA DEL ARTICULO i I DH PROYECTO DE CONST1TUC¡O~.


« La Religion católica, apostólica, roma-
Ila es la del Estado. La Nacion se obliga a
mantener el culto y sus ministros.


Nadie sera molestado en el territorio es-
pañol por EUS opiniones religiosas, ni por el
ejercicio de su respectivo culto, salvo el
respeto debido a la moral cristiana.


No se permitirán, sin embargo, otras
ceremonias ni manifestaciones públicas qll')
las de la religion del Estado. »


El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Obispo de Orihuela tiene
la palabra en contra.


El Sr. Obispo de ORIHUELA: Señores Senadores,
comprenderéis con cuánta dificultad debo entrar en e~te
debate.


N o es fácil para un Obispo, y un Obispo Senador, poco
versado en estas lides parlamentarias, levantarse á com-
batir un precepto de un proyecto constitucional ante una
Asamblea puramente politica , sábia, respetable. Auménta-
se esta dificultad por cuanto ese precepto, áun cuando se
le considere puramente político, no puede ménos de ro-
zarse con intereses verdaderamente religiosos; y por otra
parte, la materia, Sres. Senadores, puede decirse que está
ya completamente agotada, nada nuevo puede decirse en
ella, pues áun cuando las palabras sean lo mismo que las
fisonomías, que dos no se parecen, sin embargo, despues
de más de cincuenta discursos notabilísimos, luminosos,
dichos por los más eminentes oradores de esta Cámara. el
Senado comprenderá que todo cuanto se diga ya está ma-
nifestado y hasta repetido.


Grave, pues, y trascendental es la cuestion que nos
ocupa; la España entera tiene su atencion fija en nosotros.




540 DISCURSO
Continúa la discusion de la importante cllestiOll l'elig'iosa
de tolerancia y libertad de cultos; y como la España se
impresiona tanto de todo lo que afecta á su rdigion , y
como en todo lo que mucho nos impresiona se fija natural-
mente la atencion, por eso os digo que la España la tiene
fija en nosotros en estos momentos.


Bien hubiera querido que esta cuestion no se hubiese
puesto en tela de juicio; confieso francamente, con toda
la conviccion de mi alma, qUt"l hul)iera querido que se ha-
llasen medios para que las cosas hubiesen continuado como
estaban ajustadas y convenidas entr0 potestades legíti-
mas, y no se hubiesen'traido á esta üiscusion estos ncgo-
(~ios, que precisamente tienen que dividir en parte los áni-
mos. Pero una vez traida al terreno de la discusion, no
puedo excusarme, Sres. Senadores, no puedo declinar el
deber de ocuparme en ella, y procuraré hacerlo de la mejor
manera que me sea posible.


Para ello empezaré por preci"sar los términos de la cues-
tion, porque allá en los años de mis estudios aprendí de un
insigne escolástico maestro mio «que el que puede y logra
plantear bien una cuestion ,tiene ya adelantada la mitad
de la prueba. » Yo me alegraré, Sres. Senadores, no sola-
mente tener adelantada esa media prueba, sino que fuese
completa y digna de la respetable y sabia Cámara que me
escucha.


Empezaré, pues, precisando los términos de la cues-
tion para evitar vaguedades y equivocadas inteligencias.


Se habla mucho de tolerancia religi08a ; se habla mu-
(',ho de libertad de culto~ ; se discute eso en este respetable
sitio y en todas partes; por España se habla de lo mismo,
pero generalmente confundiéndolas como si fuesen una
misma cosa, cuando en realidad son dos enteramente dis-
tintas, si bien ambas se refieren á un mismo objeto, cual
es el sentimiento religioso, ese sentimiento que en verdad
puede llamarse el primero de todos los sentimientos que la
mano de Dios grabó en el corazon de los hombres, }Jorque




DEL ILMO. SU. OBISPO DE ORIHUELA. 541


ese sentimiento nace con el hombre, vive siempre con el
hombre y le acompaña hasta la muerte, porque el hombre
salió de Dios, vive por Dios, debe vivir para Dios y ha de
volver á Dios.


Tanto la tolerancia religiosa como la libertad de cultos,
consideradas teológica ó especulativamente, en abstracto
Ú en 01 órden lógico de las ideas, son un absurdo insoste-
nible ; porque siendo la religion el conjunto de todas las
obligaciones y deberes que el hombre tiene para con Dios,
siendo Dios uno y una la naturaleza del hombre, claro está
que estas obligaciones y estos deberes no pueden ser más
que unos, y por consiguiente una religion, uno su culto,
porque el culto no es más que la manifestacion exterior de
la religion misma.


Pero la cuestion presente no es una cuestion teoló-
gi¡;a, no es una cuestion dogmática, no es una cuestion
especulativa; no. puede considerarse en abstracto en el
órden lógico de las ideas, porque si tal fuese, esa cues-
tion no podría haber venido aquí, esa cuestion no podría-
mos discutirla, y en ese caso mi voz se hubiera levan-
tado, no para apoyarla ni contradecirla, sino para protes-
tar de nuestra incompetencia. La cUE\stion, pues, que nos
ocupa, es una cuestion puramente de aplicacion, una
cuestion práctica, una cUE\stion concreta y de hecho, por-
que de hecho vemos que hay muchas religiones y muchos
cultos en el mundo. Por consiguiente, bajo este supuesto
que dejo indicado, y bajo cuyo punto de vista trataré so-
lamente la cuestion, sin separarme del criterio social y
religioso con que creo que debo analizarla, me parece
que la cuestion podrá reducirse á los términos siguientes:


¿Podrá haber en España individuos que pertenezcan á
otra religion que no sea la católica? ¿Podrán estos indivi-
duos manifestar sus opiniones religiosas y ejercer sus res-
pectivos cultos'? O lo que es lo mismo: ¿podrá por la ley
haber en Esparra judíos, mahometanos, protestantes y
otros individuos de otras sectas? ¿ Y podrán éstos manifes-


35




542 DISCURSO
tal' sus opiniones religiosas y ejercer sus respectivos cul-
tos, ó se ha de conservar en España la unidad católica y
solamente su culto'?


Antes de emitir mi juicio sobre este punto tan impor-
tante, conviene á mi intento decir alguna cosa sobre la
pluralidad de religiones y diversidad de cultos, cuya bre-
ve historia conducirá mucho á dilucidar la cuestiono


La pluralidad de cultos y la diversidad de religiones,
no son, Sres. Senadores, en el hombre un derecho, sino
una desdicha y una verdadera desdicha. Yo dejo á los filó-
sofos y á los críticos que examinen y estudien la causa y
orígen de este hecho tan general; yo les dejo que establez-
can y recorran todas las razas humanas que tengan por
conveniente; les dejo el estudio de la influencia que pue-
rla ejercer en el corazon del hombre la diversidad de climas
y de temperamento, los diferentes conocimientos y cos-
tumbres que puedan adquirir por medio del comercio, por
medio de la irrupcion , de los cautiverios y por la guerra;
todo este vasto campo les dejo para que estudien y exa-
minen las causas de este grande hecho, y fijen en qué
consiste.


Para los católicos, señores, esta causa es muy sabida;
para los católicos esta causa es tan clara como óbvia , tan
sencilla como segura. Todo católico sabe, ó debe saber, de
qué manera tan acabada salió el hombre de manos del
Criador, que le dotó con todas las facultades propias de la
naturaleza, y le enriqueció además con los dones de su
gracia, completando su verdadera felicidad; todo católico
sabe, ó debe saber, de qué manera el hombro cayó de este
estado de felicidad verdadera, perdiendo desde luego todos
los dones gratuitos, quedando profundamente herido en los
dones naturales, con su razon oscurecida, viciada su vo-
luntad, desordenados los sentimientos todos de su alma,
quedando su naturaleza flaca, enferma, corrompida. En
este general y funesto desórden, no podía ménos de com-
prenderse el sontimiento religioso, y desde luego observa-




DEL ILMO. gR. OBISPO DE ORIHUELA. 543
mos que la historia del hombre nos presenta esta triste
verdad.


Sabía el hombre, porque á ello le impulsaba su natura-
leza, que tenía un Dios, y que debía tributarle culto; pero
ignoraba ya quién era ese Dios y el culto que debía rendir-
le. Aquí tuvo, pues, el principio de su desdicha, forján-
dose religiones, inventando dioses ó divinidades y fingien-
dos e cultos á medida de su capricho y de sus pasiones
corrompidas. Este hecho tan lamentable ha venido refle-
jándose en toda la historia del mundo, de manera que no
parece sino que la idolatría naciese en la cuna misma del
género humano.


En las ocho generaciones antidiluvianas que mediaron
desde Seth, hijo de bendicion de nuestros primeros padres,
hasta Noé, en el espacio de mil seiscientos años próxima-
mente que comprende e~ta larga época, fueron tan puni-
bles y vergonzosas las prevaricaciones del hombre, que
toda carne había corrompido su camino, arrancando al mis-
mo Dios un arrepentimiento y un tremendo castigo. Se
arrepintió, dice el sagrado texto, de haber formado al
hombre sobre la tierra, y llevado del dolor vehemente de
su corazon, borraré, dijo, de la tierra al hombre que he
criado; y envió el diluvio: P(J}nituit eum quod !wminem je-
cisset in terra. Et tactus dolore cordisintl'insecus, delebo , in-
quit, kominem quem creavi á jacie terrte.


Ocho personas se salvaron de esta universal catástro-
fe. Todo esto, como veis, nos lo dice la historia de nues-
tra religion, que es el criterio con el que dije que iba á
examinar esta cuestiono Ocho personas se salvaron sola-
mente de esta universal catástrofe.


Volvióse á multiplicar la especie humana; poblóse de
nuevo la tierra, sin que por tan severo escarmiento des-
apareciese del corazon del hombre su funesta propension á
los falsos cultos. Los pueblos primitivos se entregaron á la
idolatría lo mismo que las generaciones antidiluvianas,
y desde Noé, saivado misteriosamente de las aguas, hasta




544 DISCURSO
Abraham, el patriarca de la fe. En esta época de mil años
próximamente, ni faltaron prevaricaciones en los pueblos,
ni se apartaron de los cultos impíos, conservándose siem-
pre excepciones afortunadas, que conocían el culto del ver-
dadero Dios.


En Abraham y su numerosa descendencia formóse Dios
un pueblo escogido, dióle leyes y preceptos, estableció
ritos y ceremonias, hízole depositario de las verdades de
su religion y de su culto. Este pueblo puede propiamente
llamarse teocrático, porque fué formado y dirigido inme-
diatamente por Dios: mas á pesar de esto, no faltaron pre-
varicaciones en él, Y más de una vez sufrió calamidades y
desastres, irrupciones y cautiverios, guerras y descala-
bros, porque olvidando los preceptos de su Dios, hacía cau-
sa comun con los pueblos paganos, y formaba coro en sus
sacrílegos cultos. Hubo épocas, en la variada historia de
este pueblo escogido, en que florecieron ilustres varones,
valientes, llenos de fervoroso celo que contribuyeran efi-
cazmente á la conservacion y pureza del culto del verda-
dero Dios.


Hubo tambien mujeres célebres, ilustres heroinas, las
mujeres célebres de la Santa Biblia, que por sus hechos
extraordinarios y prodigiosos fueron el asombro y orna-
mento de su pueblo, como dice el sagrado texto, las que
despues por la gloriosa memoria de su edificante historia
han llegado hasta nosotros, y llegarán hasta la consuma-
cion de los siglos; porque la mujer, llamada vulgarmente
sexo flaco y débil, es tambien capaz de actos heróicos de
valor y fortaleza, capaces de conquistar la celebridad de
todas las generaciones, mayormente si esos actos se refie-
ren á los sentimientos de amor y ternura que grabó Dios
de una manera especial en sus sensibles corazones. i Lás-
tima, señores, que no se pusiera más cuidado en su edu-
cacion religiosa, porque sin duda contribuirían, ó al mé-
nos podrían contribuir, al mejoramiento del género huma-
no! Pero toda la sabiduría de las leyes de este pueblo pri-




DEl. IJ.MO. :'lB. OBISPO DE ORIHUET.A. ;;4;)
V-ilegiado, toda la accion y fuerza de sus diferentes formas
de gobierno, toda la eficaz enseñanza de sus edificantes
modelos no fueron bastantes para arrancar del corazon del
hombre la propension y gérmen corruptor que le precipitaba
en los falsos cultos. ¿ Qué debemos deducir de estos hechos
que brevísimamente acabo de referir'? Una verdad muy
triste, muy amarga, sí , pero cierta. La pluralidad de cul-
tos y la diversidad de religiones en el primer período de la
vida del mundo fué siempre un testimonio permanente y
lamentable de la desdicha dei hombre. Llegó despues en la
plenitud de los tiempos la ley de gracia; la luz del cielo
bajó á la tierra; Dios mismo viene al mundo, conversó con
ni hombre. La fuerza de su celestial doctrina penetra en
el corazon del mundo pagano; las g8ntes abrazan sus ver-
dades, llevadas por las marcadas señales que traían de su
orígen sobrenatural é irresistible; comunica Dios su mi-
Rion reparadora á aquellos varones sencillos, afortunados,
escogidos para la predicacion, propagacion y enseñanza
del Evangelio, y les dice « qne le había sido dada toda po-
testad en el cielo y en la tierra, que conforme el Padre lo
había mandado á Él, f~llos mandaba para que predicasen
el Evangelio á toda criatura, bautizándolas en nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; que el que creyera
en Él sería salvo, y el que no creyera se condenaría.)}


Este divino mandato se cumple, el Evangelio es pro-
mulgado por todo el mundo, y la verdadera religion y ver-
dadero culto del verdadero Dios es conocido hasta en los
confines de la tierra. Los pueblos abandonan sus falsas dei-
dades ; abjuran sus errores; el mundo de la oscuridad y de
las tinieblas se convierte en un mundo de claridad y
de luz. ¿ Pero acabó por esto la idolatría'? Nó. Entre los
pueblos dichosos que primeramente recibieron la enseñan-
za del Evangelio, fué uno nuestra España, y á nuestros
padres cupo la gloria de recibir y conservar el santo depó-
sito de la fe, que despues nos han trasmitido, si bien con
las alternativas á que siempre está sujeta la miserable con-




DISCURSO


dicion humana. Y bien, Sres. Senadores; he referido ya
estos hechos de todos tiempos y de todas partes, que prue-
ban concluyentemente que la pluralidad de religiones y
diversidad de cultos no es un derecho en el hombre, sino
una desdicha hija de EU flaca, enferma y corrompida natu~
raleza. ¿ Y debe traducirse este hecho á ley de España'? ¿Es
la ley fundamental del Estado la que debe establecerlo'? ¿Es
la ley constitutiva de los españoles la que permite que haya
en nuestro país individuos que profesen diversos cultos, y
que haya, por ejemplo, judíos, mahometanos ó protestan-
tes que puedan tener sinagogas, mezquitas y capillas evan-
gélicas'? ¿ O no han de tener esta libertad áun cuando sean
considerados y tolerados entre nosotros todos sus indivi-
duos'? Puntos son estos, señores, que deben meditarse con
serio detenimiento, para lo cual he de empezar por ana-
lizar la base 11. Dice ésta en su primer párrafo (aunque
creo que todos los Sres. Senadores la saben de memoria):
« La Religion católica, apostólica, romana, es la del Esta-
do.» Con un poco más de precision ó claridad no habría difi-
cultad ninguna. Si este párrafo dijese que es la religion de
la N acion Española y el Estado se obliga á mantener el
culto y sus ministros, sería más admisible. Dice el segun-
do párrafo: «Nadie será molestado en territorio español
por sus opiniones religiosas ni por el ejercicio de sus res-
pectivos cultos, salvo el respeto dehido á la moral cris-
tiana. »


Segun este párrafo, todo el que no sea católico puede
estar tranquilo y seguro en España sin ser molestado.


Tampoco puede pasar desapercibida la segunda parte
de ese párrafo, en el cual aparece que el único correctivo
que se pone á la libertad de cultos es el respeto debido á la
moral cristiana. ¿ Quién, señores, ha de hacer esta clasifi-
cacion y quién ha de aplicarla'? ¿ Quién ha de señalar los
límites de ese respeto'? ¿Dónde principia y dónde acaba'?
Esto 1 señores, no lo dice el proyecto, y esto puede dar




DEL ILMO. SR. OBISPO DE ORIHUELA. 547
lugar á terribles dudas, á sérios conflictos y acaso á tris-
tes consecuencias.


El tercer párrafo dice que no se permitirán Uljn embar-
go, otras ceremonias ni manifestacioufls religiosas que
las de la religion del Estado; de doude yo deduzco el si-
guiente raciocinio: la religion del Estado es la católica,
apostólica, romana; no se permitiú en España más ceremo-
nias ni manifestaciones públicas que las de la Rcligion del
Estado; por consecuencia no se permitir:'tn más ceremonias
ni manifestaciones públicas que las de la Religion católica,
apostólica, romana; y ahora añado: es así que el culto pú-
blico no debe consistir más que en ceremonias ymanifesta-
ciones religiosas, luego si no se permiten más ceremonias
que las de la religion del Estado, no debe haber en Espa-
ña más culto público que el de la Religion católica, apos-
tólica, romana.


Señores, voy á citar un nombre que no quisiera por su
muchísimo respeto, el de nuestro Romano Poutífice, el de
nuestro Santísimo Padre, que es para todos los católicos
centro de unidad, de verdad y de santidad: pues bien; el
Santo Padre, i,cómo ha de aprobar esa base en el sentido
de tolerancia de doctrina contraria á las creencias católi-
cas'? i,No comprende el Senado, que explicado de esta ma-
nera es imposible que se acepte'? i,Cómo el Jefe de la Igle-
sia católica ha de consentir que en ningun país católico,
ni en ningun país del mundo se predique, se tenga por
verdad una doctrina contraria al dogma católico'? bEs po-
sible que nosotros consintiéramos en el órden social que se


. predicaran doctrinas antisociales'? De ninguna manera;
sería destruir todos los principios, todos los fundamentos
constitutivos de la naturaleza del hombre; por consiguien-
te, en ese sentido la tolerancia de las opiniones religiosas
no es admisible.


Constituye esta alta Cámara un Cuerpo respetable, de-




548 DISCURSO
liberante, en el que la sabiduría, la experiencia y la pru-
dencia de sus dignos individuos deben aconsejar y deben
inspirar todas sus determinacioñes; ¿yen qué motivos,
en qué fundamento, señores, he,nos de creer que sus
determinaciones estriban'? Yo creo que en aquellos qne
deben ser inseparables de las leyes para qne s,ean bue-
nas, en aquellos que deben ser comunes :'L todas las leyes,
en la justicia, en la utilidad, en la conveniencia de los
pueblos á quienes se les dan. ¿Y puede considerarse justo,
señores, que á un pueblo católico, siempre católico, que
su Gobierno es católico, su Monarquía católica, que está
en posesion de su exclusivo culto católico, se le pueda dar
una ley qne no esté conforme con todas estas apreciaciones
católicas'? Si las leyes para que sean buenas han de hacer
justicia al corazon de los pueblos, si el corazon del pueblo
español es católico, ¿por qué se le ha de dar una ley que no
es católica'? Si las leyes justas se han de formar para las
mayorías, si la mayoria del pueblo español es católica, ¿,por
qué se le ha de dar la libertad de cultos, y no ha de conser-
var el culto católico exclusivo '?


Si esta libertad se pidiese en fuerza de motivadas recla-
maciones hechas por agrupaciones grandes, nacionales ú
extranjeras, y si se pidiesen y se hicieran cumplir las con-
Ric1eraciones , miramientos y respetos mútuos que en tales
casos deben exigirse y cumplirse, ó si por desgracia los
españoles llegásemos {t un punto tal de abandono y de 01 vi-
do que no quisiéramos ni supiéramos conservar las glorias
que en materias religiosas y en el fnero de nuestras creen-
cias nos legaron nuestros padres y mayores, entónces po-
dría permitirse la tolerancia religiosa y establecerse la li-
bertad de cultos; entónces y sólo entónces, por un acto de
justicia que nos cubriría de ignominia y de oprobio, prl'O
que nos castigaría merecidamente, podría imponerse dicha
libertad. Pero miéntras este caso no llegue, lo que Dios no
permita, ni la creo ni debe considerarse justa. Pero se dirá,
señores, que el hombre es dueño de sus creencias, que tie-




fiEL TUfO. SR. OllIRPO DE ORllITJEL,\. 54\1
no ÜOl'OcllO Ú ~omnniearse e,m el Dios ele su conciencia ele
la manera extorioI' II no teng'a por conveniente, y que toda
lim1 tae1011 {¡ J'cstriccion qne se haga en esta materia es una
coaccioll, mm violencia de su legítimo derecho.


Esta. R(\UOres, f~S la doctrina que por ahí se propaga,
qne estú en hoca ele todo el mundo; pero el argumento á mi
ver, ó tiene muy poca, ó mejor dicho, no tiene fuerza nin-
guna , ya porque los derechos del hombre no son ni tanto:::
ni tan absolutos como so quiere suponer, ya porque el
üerecho del individuo está siempre sujeto, supeditado al
(lprl~cho (b la eolectiyidad, como las partes están sujetas ;1
las (~onrliciones del todo, como las minorías están sujetas :'1
las mayorías. El hombre ante la sociedad no es lo mismo
que anto la naturaleza; son dos estados mqy distintos, aUll
cuando siempre sean unos respecto del mismo sujeto por la
seg'Ul'idad, por las conveniencias que la sociedaclle ofrece,
para la cual está criaLlo; es necesario que sacrifique gran
parte de esa libertad, de esa facultad natnral , de la cual sn
dü;e que nacen esos derechos,


Que el hombro es dueüo siempre ele sus creencias, l. J'
quién se las impone y quién ,::;e las quib'? El hombre pued,~
tener las creencias que q ni era ; es muy elneüo de ellas, pI
mifmlO Dios lo di0e: Qui credide1'it et baptizatns fuerit, sa1-
1'US erit,' qui non cl'edide1'it, condemnabit1tr,


Luego el hombre puede creer ó nó, luego el hombre es
dueilo de sns creencias; esta es una verelad que nadie niega
ni impugna. Pero respondiendo siempre {t Dios. El hombl'(~
puede tener todos los dereehos que quiera, es una verdad:
pero el ejercicio de estos dereehos, ¿ podrú serlo sin suje-
eion ú las leyes'? El hombre puede tener lihertad para cmi -
tir su pensamiento, libertad de elegir ó establecer aqueaa
forma de gobierno que tenga por eonveniente ; pero ¿ podd.
hacer esto separándose ú oponiéndose á las leyes'? ¿Habrá
poder posible que á cualquiera que se levantase por actos
exteriores contra el Gobierno constituido, por hacer uso de
esos derechos, y elice: «yo estoy en mi derecho, yo uo




;)50 nISCURSO
quiero esa forma de gobierno, yo quiero esta otra, y pOl>
consiguiente yo me la doy"h N o habría ni se consentiría;
y habría, sí, accion y derecho en la sociedad para compro-
meterle, ptna ollEgarle , hasta para castigarle porque no se
sujetara á las leyes y formas de la mayoría. Luego, seño-
ros, si la mayoría de los católicos da lugar ó derecho á que
se coarte un poco esa facultad natural, ese derecho tan
dústico y tan ~ato que se quiere suponer al individuo, nin-
guna coaccion puede haber en ello.


Ademús, señores, ¿ es útil establecer las dichas liberta-
rles en España'? Tampoco; ántes al contrario, sería utilísi-
mo conservar la unidad para que pudiese reportar las ven-
tajas conocidas que son hijas de la unidad, porque la uni-
dad es la pel'feccion en todas las cosas. La utilidad en los
pueblos, lo mismo que en los individuos, es siempre hija
de la buena doctrina, de los buenos ejemplos, de las prúc-
ticas edificantes, . de los conocimientos útiles que pueden
elll'iq uecer el entendimiento humano y ennoblecer ó embe-
llecer sus actos. ¿ Y puede contribuir á la sana doctrina una
ley que permite igualmente el ejercicio de actos contrarios,
q ne supone ideas contrarias y que mútuamente se destru-
yen'? ¿Pueden llamarse buenos ejemplos aquellos que pro-
cedan de una escuela, por ejemplo, que aamita igualmen-
te todos los métodos de enseñanza'? ¿ Pueden llamarse prác-
ticas edificantes aquellas que varían segun el capricho y
veleidad de los individuos'? ¿ Y pueden creerse conocimien-
tos útiles que puedan enriquecer el entendimiento humano
y ennoblecer sus actos los que llevan consigo como condi-
cion indispensable la confusion y el caos, que permiten lo
mismo el error que la verdad, la luz y las tinieblas, y creen
ig-ualmente practicable el vicio que la virtud '?


Pues, señores, francamente hablando, yo considero que
la tolerancia religiosa y la libertad de cultos representan
esa doctrina, representan esa escuela; porque al cabo, ¿qué
es la libertad de cultos más que el conjunto de todas estas
contrariedades, ele todos estos inconvenientes'? ¿QuÁ po-




DEL ILMO. SR. OBISPO DE ORIHUET~A. 551
dría contribuir á la ciencia el filósofo que admitiera indis-
tintamente todas las teorías para resolver los problemas y
dificultades de aquella'? ¿Qué servicio podría prestar á la
medicina, por ejemp1o, el médico que igualmente admitie-
se para curar todas las enfermedades, todos los métodos y
todas las meclicinas '? ¿, Qué representaría un hombre de Es-
tado que admitiera todos los actos contrarios ú la forma de
gohierno liue se destruyen entre sí'? Esto, seüores, seria lo
mismo que sancionar el desórden, la confusion, sin alcanzar
jamús la utilidad que deben proponerse las buenas leyes.


¿ y serú conveniente, y esta es la tercera y última pre-
gunta , establecer en España la libertad de cultos'? La con-
veniencia de la ley se deduce de la mayor facilidad en su
cumplimiento, de la mayor ventaja que le resulte de ella
al pueblo :'L quien se le da.


¿, y puede decirse que es fácil el cumplimiento del ejer-
cicio de la libertad de cultos en España'? ¿, Puede creerse,
seilores, que España vería con fria serenidad el ejercicio,
por ejemplo, del culto de ~Iahoma ... (¿que no es permitido?
Enhorabuena; yo soy muy gustoso en que no se le permita),
ó de otro cualquier culto que no esté conforme con el cató-
lico'? El pueblo español podría mirar esto como un motivo
permanente de conflicto; como una agitacion constante de
los ánimos, como una ocasion inevitable de insultos, de
odios, de agresiones contra la ley que el legislador pru-
dente debe tener muy en cuenta; y creo no aventurar nada
al decirle que le sería muy difícil, sino imposible, hacerlo
cumplir. Yo creo, señores, que á los pueblos no se les
pueden dar más leyes que aquellas que buenamente puedan
cumplir, porque lo que buenamente no puede cumplirse,
eso nunca debe mandarse. Respecto á si el pueblo español
está en condiciones de cumplir fácilmente, y ver si le re-
porta ventaja el cumplimiento del ejercicio de los diversos
cultos, apelo á las conciencias de los Sres. Senadores, y
ellas responderán mejor de lo que yo pueda hacerlo .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .




nIRr:URRO


Réstame hahlar un poco respecto del sentimiento reli-
gIOSO.


Nadie me negad" señores, que 01 corazon del pueblo
español es altamente católico y religiosamente católico. Si
alguna duda pudiera haber en esto, bastaría solamente una
rúpida ojeada sobre la multitud ele monumentos, sobre la
multitud de sus fundaciones piadosas, y sobre los ro cuerdos
que á cada paso nos ofrece.


Pues bien; si el sentimiento religioso del pueblo espa-
líol es católico, ¿ con qué derecho se lastima ese sentimien-
to, permitiendo en España la tolerancia y el ejercicio de
todas las relig'iones que no sean católicas'? ¿Es posible q\l(~
('1 corazon religioso del pueblo español vea tranquilo, vea
con indiferencia el ejercicio de todos los demas cultos '? La
naturaleza, señores, nos enseña lo contrario; la sociedad
nos lo enseña tambien; la náturaleza nos dice que un hijo
no puede oir maltratar ni insultar á su padre; la naturaleza
nos dice que un hermano no deja que se le injurie á otro
hermano; la sociedad nos dice que un Senador defiende los
fneros del elevado Cuerpo á que pertenece, de sus eompa-
üeros, como se defienden todos los fueros de las colectivi-
dades; pues si este sentimiento es natural, si tambien ve-
mos estos mismos sentimientos en la sociedad, porque no
es posible que ninguna persona tÍ quien se le haya encar-
gado de la conservacion de los intereses públicos consienta
ningun acto que tienda contra aquellos intereses que está
obligado á conservar, ¿ por quó hemos de decir que al sen-
ti miento religioso de España se le puede lastimar, cuando
110 es posible que segun la religion, que es uno de los sen-
timientos, el primero del corazon humano, deje de resistir
:í todos esos actos porque los cree idólatras, porque los
eree contrarios ú todo lo que él siente, y por consiguiente,
de be ser celoso de sus fueros '?


Se me dirá, señores, que todos los pueblos de la tierra
viven así, y por consiguiente qne no hay ningun motivo


. particular para hacer una excepcion ó privilegio con Es-




DEL ILMO. SiL OBISPO DE ORIHUELA. 553
paña. Demasiado sé, señores, que no todos, pero casi la
mayor parte de los pueblos viven así; & pero sabe el Sena-
do por qué viven así principalmente? Porque el mundo ae-
tual, señores, es casi un mundo proteo, es casi un mundo
que admite todas las creencias, un mundo que no tieue
creencias fijas, como debía tenerlas, porque los pueblos y
los individuos que tienen creencias fijas en ciertos princi-
pios que son eternos y que son propios de la naturaleza ¡')
de la condicion del hombre, en esos, señores, no hay tran-
saccion ninguna. De esos principios la naturaleza, la reli-
gion y la sociedad nos dicen que seamos celosos; por con-
siguiente, cuando en un pueblo entra esa tolerancia de
cultos'para que cada uno haga lo que tenga por convenien-
te, es, señores, porque el pueblo ha perdido ya el fervor de
su fe. POI' eso repito que casi todos los pueblos viven hoy
en la libertad de cultos; pero para eso era menester pre-
guntar primero si esa tolerancia y libertad de cultos es
un bien absoluto; y si era un bien absoluto, imponérselo
al pueblo español, como la vacuna se les impone á los ni-
:ií.os, aunque lloren, para librarles de una enfermedad dD
muerte; pero como la libertad de cultos no es bien abso-
luto ,al contrario, es una calamidad, un mal que tiene
muchísimas imperfecciones, por eso digo que se debe res-
petar este sentimiento del pueblo español. Además, seño-
res I yo soy tan amante de mi patria, tan español, que
quisiera que hasta las modas fueran puramente españolas;
yo quiero que España viva á la española, y yo no quiero
que se introduzcan aquí las semejanzas de otros países,
que allí podrán ser muy buenas, pero que aquí creo yo qUf\
todavía no podrán producir esos buenos resultados.


Siempre es mal principio, señores, el atribuir un su-
ceso ó un acontecimiento al inmediato que le precedió;
esta es una falsa consecuencia: Post !toe, ergo propter !toe.
«Que los pueblos que tienen libertad de cultos son felices,»
i Ah, señores! Sobre eso de la felicidad hay muchísimo que
decir; yo creo que la felicidad de los pueblos es lo mismo




554 DISCURSO
que su riqueza y que la riqueza de los particulares; creo
que no es mis rico el que más tiene, sino que es más rico
el que ménos necesita; porque á veces el que más tiene no
puede atender á todas sus necesidades; por tanto, es más
rico el que no necesita pedir nada á nadie, más rico aun
que el millonario que_ no tiene para satisfacer sus gastos y
sus caprichos. No soy optimista, señores; no soy pesimis-
ta tampoco, ó al ménos procuro no ser ni lo uno ni lo otro;
pero nadie me negará que en España, más que diversas re-
ligiones, lo que hay es una indiferencia glacial, una frial-
dad pasmosa, inconcebible; en España lo que hay es que
nos vamos haciendo indiferentes á todo; pero si meditára-
mos las causas de donde proviene esa indiferencia y CtlU
frialdad, quizás veríamos que eran muy distintas de las
que se le atribuyen; es menester hacer justicia, en part(~,
al corazon del pueblo español, del cual todavía podernos
sacar muchísimo fruto.


Esa indiferencia glacial y esa inconcebible frialdad des-
aparece en el dia de la pruflba: el dia en que sobreveng·a
alguna calamidad, alguna de esas lecciones frecuentes
que la Providencia nos da, se.üores, esa indiferencia,
toda esa frialdad desaparecerá y los veréis acudir entán-
ces presurosos á demandar aquellos auxilios que ántes
despreciaban y ttmían en poco; el dia en que sobrevengan
esas grandes catástrofes con que son asolados algunas
veces los pueblos, aunque la época no puede fijarse,
pero que alguna vez han de sobrevenir, cuyas conse-
euencias fatales hemos visto; y áun en mi mismo país se
ve con mucha frecuencia que sobreviene el tifus á calen-
turas perniciosas, y llegan, señores, esos casos, que yo
mismo he visto, en qne desaparece la indiferencia, con
honra del carácter español. Pues bien; el pueblo español
todavía puede ser esto; contentémonos con la solucion que
el mismo pueblo nos da; con esa solucion que nos brinda,
que es conveniente, que es útil y justa. Esta solucion es:
tolerancia completa con los individuos, y arreglo parti-




DEL IL~ro. SR. OBISPO DE ORIHUELA. 555
cular y conveniente con los compromisos contraidos , pero
sin que permitamos en adelante el establecimiento de otros
nuevos, ni consintamos, ni toleremos en absoluto laR
creencias y la libertad de cultos.


Réstame, para concluir (y pido sobre todo la indul-
gencia del Senado), el dirigir unas cuantas palabras el los
católicos que hoy pueden estar afligidos. PermÍtaseme
tambien hacer una peticion ó una súplica al Gobierno
de S. M.


Los que somos católicos, los que por la misericordia
de Dios y dicha nuestra formamos esa gran familia, cuya
cabeza invisible es Dios, y cuya cabeza visible es su Vica-
rio en la tierra; los que estamos unidos como hermanos
con un mismo vínculo en la fe; los que confiamos en la
Providencia de Dios para que se cumplan sus sabios é ines-
crutables designios, tengamos presente, y no lo olvide-
mos nunca, que los acontecimientos de la vida del hom-
bre, ó son siempre consecuencia de sus actos anteriores, ú
expiacion y castigo de sus faltas; tengamos presente, y
no lo olvidemos nunca, que necesitamos buscar y estudiar
esa fe, basada en los principios del Santo Evangelio; nO
una fe como generalmente la estudia y la busca el mundo,
hija del cálculo, de la conveniencia ó de apreciaciones par-
ticulares, nó ;.sino una fe basada en aquellos principioR
fijos, firmes y eternos, que no faltarán nunca, porque
proceden del mismo Dios; una fe que esté basada en la
palabra de Dios, en la infalibilidad de la Iglesia, que es la
única maestra de todas las verdades, y que tambien 150
halle basada en las decisiones del Romano Pontífice, que
en materia de moral y de dogma son infalibles é irreforma-
bles dichas decisiones. Tengamos presente que necesita-
mos esa fe que á todos enseña y á nadie repele; esa fe
que á todos atrae y á nadie repudia, esa fe que á t'ldos edi-
fica y á nadie mortifica; esa fe que nos eleva á Dios como
principio eterno de toda felicidad; esa fe, por último, que
no se separa jamás de la bondad suprema de Dios, porque




556 DISCUH:SO
éste debe ser siempre el camino seg'uro para el cielo, sin
111 vidarse que vivimos en la tierra.


Pel'mítame el Senado una lJl'evÍ:sima digrcsion y (ille
me ocupe de lo que con motivo de la unidad l'oligio:sa se
ha dicho en este mismo sitio y que se rüpite en muchas
partes; hablo de la transigencia ó intransig;encia. ¡Como
si no tuviéramos ya bastantes divisiones y subdivisiones
entre nosotros: como si la familia española no estuviera
ba:stante dividida, cuyas divisiones, que tanto contribu-
yen á que no gocemos de los beneficios que debiera produ-
cir la union, la com~ordia, el sentimiento mútuo, venimos
ú aumentar con esa division llamando trilnsigentes é in-
transigentes! Sólo dos palabras emplearé para dl~cir lo (FW
es transigencia e intransigencia. La institncion católica,
ó sea la santa Iglesia, es una institucion divina, que tierw
principios firmes, invariables, pl'incipios eternos que gra-
bó Dios en el paraíso en el COl'azon del hombre, y (Iue es-
cribió despues en tablas de piedra en el monte Sinaí , aque-
llos principios que enriqueció con sus revelaciones el mis-
mo Divino Maestro y selló con su sangre en el monte Cal-
vario. Pues bien; en estas verdades no cabe transaeeioll;
en est()~ principios no puede transigirse, y el pedirlo süría
en vano, porque sería ponerse en contl'adiccion d mismo
Dios, y por tanto sería un absnrao, un imposible transigir
en ellos, porque es lo mismo que si se dijera al hombro
(iue dejara de ser racional cuando la razon es el primer ele-
mento constitutivo de su naturaleza. Pero esta mi8111Cl ins-
titucion católica, esta misma Iglesia que tiene esa vida in-
terior en la forma de sus principios constitutivos, lJritwi-
pios eternos, que no faltarán nunca; esta misma Iglesia
tiene una vida exterior, una vida orgánica, una vida d(~
disciplina, porque el hombre que está llamado tt la eterni-
dad tiene que vivir en el tiempo y satisfacer las necesida-
ües de la vida; y así como el individuo por diferencia de
edad tiene diferentes necesidades, así de la misma manera
la institucion católica de la Iglesi:J" las necesidades de la




DEL ILMO. SlL OBISPO DE ORlHUELA. 5~7
misma varían segun los tiempos y las circunstancias.


En estas cosas, que son hijas de la variacion del tiem-
po, de las circunstancias y de las diversas necesidades del
hombre, en éstas cabe la transigencia; pero entiéndase
bien esta transigencia, que no es el resultado ó la opinion
de cualquiera, sino que es el de la inspiracion de Dios, que
llega á aquéllos que por su voluntad están constituidos para
conservar, velar y proteger los intereses de la sociedad y
de la religion. Pues qué, señores, la vida ¿no es un puro
testimonio de la transigencia'? ¿No tiene necesidad el hom-
bre de transigir, muy contra su voluntad, con el tiempo?
i,Pue~ no transigimos con los años'? ¿Qué quieren decir las
canas que brotan en nuestra cabeza, el pelo que se nos cae
y todo lo que anuncia la vejez, sino que forzosamente te-
nemos que transigir con el tiempo? La historia del pueblo
judío, ¿no es la historia de la transigencia del mismo Dios
con aquel pueblo escogido?


Si el Evangelio, ese libro admirable, se leyera todo lo
que debiera leerse; si los cristianos supieran esa gran pá-
gina de la vida del mundo, y supieran esas grandes verda-
des que se tratan en el libro de los Reyes, escrito por los
Profetas, comprenderían que la vida es una serie conti-
nuada de alianzas y de pactos hechos por Dios con el pue-
blo. Pues qué, el mismo Dios ¿no tuvo que transigir con el
pueblo judío'? Luego hay circunstancias en que el transigir
es una verdadera necesidad, y apelo á los tiempos pre-
sentes, á ese pacto solemne que tanto se cita: al Concor-:-
dato de 1851. ¿Qué existía ántes del Concordato de 1851 '?


En el año de 1850, nadie tenía motivo ó razon á alegar
derechos hasta despues del 16 de Marzo de 1851 en que se
pactaron y establecieron. Luego despues de esa feeha
existen cosas que ántes no existían, y cosas que no hacían
formar derecho positivo; yen estos casos cabe transigen-
cia. Pero no debemos olvidar, señores, una regla de pru-
dencia, de justicia y sabiduría, como nos dice San Agus-
tin: « En todas las cosas debemos tener: en las necesa-


36




558 DISCURSO
rias, unidad; en las dudosas ú opinables, libertad; en to-
das, caridad.») In necessariis unitas, in dubiis libertas, in
omnibus ckaritas.


Esta es la regla de San Agustin. Qua la aprendan bien
los católicos, que no se aparten jamás de esta verdad de
la fe, que, como ya he indicado, es indispensable para los
0atólicos, que deben saber que la verdadera unidad tiene
su asiento, su verdadero centro, su benéfica 1'aíz en nues-
tros corazones. ¿Qué importa que diga la ley que sea uno
el culto en España, si los católicos somos tan descuidados,
tan abandonados, que no lo llevamos impreso en nuestros
corazones'? ¿ Y cómo proclamar ef!ta unidad religiosa si no
tenemos esa unidad indispensable en nuestra fe'?


He concluido, señores, pero ántes me resta hacer una
súplica al Gobierno de S. M., no una súplica de preferencia
ni de privilegio; es una súplica muy sencilla; es una sú-
plica que me parecE' muy justa; es una súplica que voy á
hacer interpretando los s~mtimientos del pueblo español
católico, súplica que hago con tanta más confianza, cuanto
que he tenido, y nó en una ocasion sola, la dicha inefablc
de oir de augustos labios, que no debo nombrar sino para
respetarlos, qlf,e todo sea por la religion católica, q'ue todo sea
para la religion católica; palabras, señores, que se graba-
ron en mi corazon; palabras tÍ las que pago un tributo de
verdadera justicia repitiéndolas en este augusto recinto,
ante esta respetable Cámara para que se sepan, por lo
mismo que son palabras que inundan de santo júbilo mi
alma, porque no pudiendo ménos de producir este efecto en
un Obispo español, deben ser tambien una prenda de gran
confianza para toda España, porque revelan un sentimien-
to de piedad, un sentimiento de catolicismo tan grande
como puede caber en los mayores príncipes, en los más
esclarecidos reyes que han protegido la Iglesia católica.


y ahora, interpretando y haciendo justicia ~t los senti-
mientos católicos del Gobierno de S. M. Católica, yo le




DEL ILMO. SR. OBISPO DE ORIHUELA. 559
pido, suplico y espero que este Gobierno, siguiendo los
impulsos de su corazon católico, y queriendo satisfacer el
deseo de este pueblo que se lo pide, empezará ejerciendo
todos sus actos de proteccion y amparo siempre por la Re-
ligion católica. Y si por circunstancias superiores á la vo-
luntad del hombre que no me es dado á mí apreciar,
hemos de pasar por la amarga pena de que veamos consig-
nada en el Código la tolerancia religiosa y ejercicio de di-
versos cultos; si es imprescindible, repito, que el corazon
católico español experimentl' y sufra los rigores de esa
amarga contrariedad, que bien quisiéramos todos evitarla;
si hemos de entrar en ese órden nuevo para España de de-
ferencias , respetos y miramientos mutuos con los disiden-
tes de nuestras creencias, necesario es que se principie
siempre por el respeto y el miramiento que se debe á la Re-
ligion católica, porque á ello tiene derecho por su santi-
dad, por su antigüedad, por su respetabilidad y por su tra-
dicion; necesario es que dcsaparez0an para siempre de Es-
paña esos actos incalificables que todos hemos presenciado
con lágrimas amargas; esos tristes ejemplos que nos han
ofrecido algunos, penetrando tumultuariamente en el tem-
plo con el sombrero puesto y con el cigarro en la boca, in-
sultando á los predicadores y diciéndoles: «es mentira eso
que estais predicando;~ es necesario que desaparezcan para
siempre esas malas creencias, que con descrédito de los
sentimientos católicos y de la civilizacion hemos visto mu-
chísimas veces en España, que se han convertido en per-
secuciones verdaderas del catolicismo, en persecuciones de
nuestras cosas más santas, más venerandas y más respeta-
bIes; es necesario que se acaben para siempre los sucesos
de Cataluña, de Málaga, de Palencia, de Sevilla, los suce-
sos de este mismo Madrid, en cuyos escaparates se osten-
taban caricaturas indecentes ó pinturas obscenas que ofen-
dían lo más grande, lo más alto, sagrado y respetable que
hay para todas las conciencias; y si queremos, señores,
que ese respeto sea una verdad; si queremos que todos los




560 DISCURSO DEL ILMO. SR. OBISPO DE ORIHUELA.
que pertenezcan á diferente culto sean atendidos y respe-
tados, es necesario que ese respeto se extienda á nosotros
mismos, y yo espero del Gobierno de S. M. que se mostrará
muy propicio para adoptar todas aquellas medidas que ha-
gan desaparecer de España tantos males y tan tristes re-
cuerdos. Con esa firme decision, el Gobierno de S. M. Ca-
tólica podrá satisfacer los deseos del pueblo católico espa-
ñol y contribuir á la verdadera enseñanza que le proporcio-
ne los dias de felicidad y ventura de que tanto necesita
despues de inveterados trabajos y del rigor de sus frecuen-
tes perturbaciones.


He dicho.




DISCURSO


DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA
EN CONTRA DEL ARTICULO i 1 DEL PROYECTO DE CONSTITUCJON.


«LB Religion católica, apostólica, roml-
na es la del Estado. La Nacion 5e obliga á
mantener el culto y sus ministros.


Nadie sera moll'stado en el territorio es-
pañol por sus opiniones religiosas, ni por el
ejercicio de su respectivo culto, salvo el
respeto debido á la moral cristiana.


No se permitirán, sin embargo, otra~
ceremonias ni manifestaciones públicas que
las de la religion del Estado. lO


(Provecto de Constltucion.)


El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el Sr. Obispo de
Salamanca. (Sensacion.)


EISr. Obispo de SALAMANCA: Señores Senadores, doy
principio á las observaciones que se me ofrece hacer á la
base ll. a con una idea emi tida en el dia de ayer por nuestro
digno compañero y mi venerable hermano el Sr. Obispo de
Orihuela. Decía S. S. que con gran sentimiento de su alma
veía que se hubiera suscitado este debate en los Cuerpos
Colegisladores, y esa agitacion y ese sentimiento es pre-
cisamente el que me domina en el momento presente. Se-
ñores, me intranquiliza el que se susciten debates religio-
sos en estos centros políticos, porque por mucho que sea el
buen juicio, por mucha que sea la rectitud y buena inten-
cion (y, señores, estas cualidades se encuentran en la Cá-
mara en grado muy notable), por muy bueno que sea el de-
seo; en medio ~e tanta pasion y de tal complicacion de in-
tereses como la política ofrece, rara vez la doctrina reli-
giosa sale bien librada en estos debates. Por otra parte,
siempre me da susto cuando la política entr~ á contender
con la religion, pues de ordinario lleva alguna pretension
sobre ella; pero mi ánimo se posee de verdadera afliccion
cuando se plantea esta cuestion pavorosa, esta cuestion




562 DISCURSO
terrible de la Religion como hecho social, por la importan-
cia que en sí tiene, por la tendencia que en nuestros dias
revela, y por la situacion que descubre. De nadie puede
pasar inadvertido que este es el punto cardinal de relacio-
nes entre el Estado y la Religion, Ó ,dicho en términos
usuales, entre la Iglesia y el Estado; punto que, desde el
momento de constituirse las Naciones cristianas, se ha
dado por resuelto, por perfectamente establecido hace mu-
chos siglos, mas que no se ha traido á discusion en n,ues-
tra España hasta estos últimos tiempos: lo que hoy se dis-
cute ,lo que hoy se inquiere es si el Estado y la Iglesia
han de continuar viviendo y entendiéndose como hasta
aquí, cada cual con su Roberanía propia, mutuamente res-


o petada, cada cual con su accion propia, mutuamente favo-
recida y auxiliada.


En esta época de prosuncion y de osadía se ha dudado
de la bondad, ó mejor, no se ha tenido por buena la obra
establecida on los Concilios de Toledo y en las Asambleas
del campo de Mayo, la obra del gran Constantino, que
cristianizando el Poder hizo por la felicidad y civilizacion
de los pueblos más que todos los legisladores y políticos
de los siglos anteriores y posteriores. o


Esta obra, respetada por tantos siglos, enaltecida por
tantas glorias; esta es la que se trata de revisar. No nos
hagamos ilusiones. Nosotros no rebajamos un punto de esta
altura la cuestion que se ventila, y figuraos, señores,
cuánto temor y confusion se impondrá á los Prelados que
tomamos parte en este debate, siendo así que sobre nos-
otros pesa la obligacion de sostener aquello que edificaron
y conservaron tantos sabios y tantos santo,s. Ellos estable-
cieron en nuestra España la armonía entre la Iglesia y el
Estado; aquéllos, gigantes, pusieron á la patria y á la Igle-
sia en camino de prosperidad y de ventura; nosotros, pig-
meos, no sabemos si asistimos al divorcio de ambas yal
punto en que nuestra Nacion se precipita por el derrotero
de una ruina inevitable. Una sola comlideracion nos alien-,




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 5~3
ta, y es, que si acertamos á identificarnos con el espíritu
y á exponer la doctrina de la Iglesia, nuestro mérito será
indudablemente muy inferior al de aqUi~llos varones emi-
nentes, pero estarémos, sin embargo, en el mismo órden,
porque en la Iglesia nada difiere sustancialmente con tal
que esté conforme con lo que ella profese. Esto os hará
comprender, Sres. Senadores, que mi propósito esta tardo
es hablaros como Obispo, si bien usando de la investidura
de Senador; que no me avengo á esa idea de que aquí to-
mamos parte en estos debates en concepto de meros ciuda-
danos; que no me avengo á que esta cuestion pase como
una cuestion puramente política.


Entre las diversas oposiciones, entre los diversos acon-
tecimientos con que ha 'venido preparándose esta delibera-
cion de una manera muy desfavorable á la conservacion de
la l1nidad católica en España, declaro que nada me ha afec-
tado tanto como leer en esas circulares, que por cierto han
sido muy generales, ver esas circulares dadas por los go-
bernadores civiles, secundando sin duda y obedeciendo las
órdenes ó excitaciones del Gobierno; en las cuales han di-
cho que esta eB una cuestion puramente política, y que
por tanto ni los Ayuntamientos ni ningun funcionario pú-
blico que tuviese dependencia del Gobierno debía tomar
parte en esas exposiciones, que se han dirigido al Gobierno
y á los Cuerpos Colegisladores, pidiendo la conservacion ó
restablecimiento de la unidad católica. ¿ Pues qué, me he
dicho entre la duda y el asombro, yo que he promovido
esas exposiciones en mi diócesis, no he hecho más que ocu-
parme de política'? i Y he empleado el tiempo que tanto
necesito para cumplir las altísimas obligaciones que mi
dignidad me impone, en hacer política, en una profesion
tan ajena á mis aficiones y á mi carácter! Si he advertido
á mis fieles, por medio de los párrocos, que atravesando dias
críticos para la suerte de nuestra Re1igion en la amada pa-
tria, dias de ansiedad en los que se trataba de fijar las con-
diciones sociales y públicas en virtud de las cuales el ca-




564 DISCURSO
tolicismo había de conservarse entre nosotros, estaban en
el caso de hacer presente de una manera conveniente sus
votos y hacer protestas las más solemnes de su ardiente
fe, de modo que llegara á oidos del Monarca, de modo que
fuera conocida por los Cuerpos Colegisladores que habían
de resolver esta gran cuestion; si esto he hecho únicamen-
te en ejercicio de mi ministerio, decía yo: ¿ por qué á mis
actos no se les da su verdadero valor, y por qué los Ayun-
mientos y funcionarios públicos no han de tomar parte en
esas exposiciones ? ¿ Pues qué, el representante del poder
público, el que ejerce autoridad en España, ya no puede
llamarse católico? ¿ya no tiene fe que testificar?


Yo no he llegado, Sres. Senadores, a darme cuenta de
cómo y en qué sentido se dice que esta es una cuestion
puramente política.


La política, a mi entender, es el arte ó ciencia de go-
bernar los Estados, de mantener el órden público en cosas
y personas segun sus respectivos derechos, medio de man-
tener el orden y la justicia exterior en las sociedades hu-
manas; pero no creo que este medio tenga un éxito satis-
factorio sin referirse á Dios, orígen de toda autoridad, ra-
zon:¡ término de todo órden y de toda justicia. No creo que
pueda llamarse verdadera política la que prescinde de la
ley divina y de las consideraciones que á Dios son debidas.
La política tiene que estar sujeta á las prescripciones de la
justicia, á las prescripciones de la ley divina, de la que en
ningun caso puede prescindir.


Nó; si en política pudiera prescindirse de la idea de
Dios, si en política pudiera prescindirse del temor de Dios;
entonces, preciso sería decir que no s?lamente era la polí-
tica una profesion que no servía para el cielo, sino que ni
siquiera tenía su lugar propio sobre la tierra; era necesa-
rio decir que le tenía únicamente donde pasan las cosas sin
Dios; y esto ya veis que de ninguna manera se puede ad-
mitir.


En ninguna ocasion ha podido preRGindirse ménos del




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SAL AMA KC -\. 56;-)
respeto religioso en todas las cuestiones que se agitan so-
bre !a esencia, condiciones y gobierno de la sociedad,
puesto que en nuestros dias, en eso que se llama alta polí-
tica, nada se puede decidir, ni nada se puede decir sin que
inmediatamente se tropiece con la idea de Dios y su provi-
dencia. En esto sabeis como convienen hombres que profe-
san sistemas diametralmente opuestos, desde Donoso Cor-
tes hasta Proudhon.


y si en ninguna cuestion de éstas puede prescindirse de
la Religion; si todas llegan últimamente al carácter de re-
ligiosas, con mucha más razon la que actualmente nos
ocupa, dado que ella comprende todas las relaciones entre
la Iglesia y el Estado, y todo el orden religioso en sus re-
laciones con el orden civil viene incluido y comprendido
en esta cuestiono Si, pues, el objeto da esencia á la cosa,
preciso es convenir en que esta es una cuestion esencial-
mente religiosa, es una cuestion eminentemente religiosa,
la cuestion religiosa por excelencia, la más religiosa de
todas las que pueden venir al consejo y cleliberacion de los
poderes públicos."


Pero se dice: es religiosa la cuestion, mas de compe-
tencia política. No lo negare; he empezado por confesar
que yo mismo no tomaba parte en estos debates sino como
Obispo, pero á la vez Senador; es decir, valiéndome di'
derechos políticos, hablando á una Cámara política y tra-
tando de una ley politica; pero no es de competencia polí-
tica independiente, que era lo que se había de probar para
que la evasiva fuera de algun resultado: llamar á esta
cuestion puramente política, para des pues resolverla sin
consideracion á nada ni á nadie, sería imitar la conducta
de aquel hombre que viéndose enfrente de muchas prohibi-
ciones religiosas, políticas, paternales, prohibiciones de
todo género, dijera: «pero ¡,qué me importa á mí todo
esto'? El acto que yo voy á ejecutar es un acto pura-
mente humano, puramente personal,» y lo ejecutara á su
antojo. ¡, No os parece que este hombre sería un ejemplo




566 DISCURSO
vivo de insensatez y de libertinaje'? No se adelanta nada
con decir: esta es una cuestion de regalías, esta es una
cliestion de soberanía. Por lo que hace á las regalías,
yo creo que ni las vanidosas de Felipe IV ni las jansenísti-
cas del tiempo de Cárlos 111 nos ponen al alcance de esta
cuestion; para abordarla sería necesario invocar y practi-
car regalías iguales tí las que proclamaron en Inglaterra
Enrique VIII y Eduardo VI. Tampoco se adelanta nada con
decir es cuestion de soberanía; no se adelanta nada con
invocar la soberanía del Estado, porque el Estado en el
<'n'den religioso tiene sus deberes que cumplir, y solamen-
te dentro del cumplimiento de sus deberes se puede reco-
nocer su autoridad.


En di as anteriores os decía, señores: en materias de
religion no hay verdadera soberanía sobre la tierra, no
hay mús que la soberanía y majestad de Dios :i quien se
adora, y un magisterio y sacerdocio que explica la fe,
aplica la moral, dispone y dirige el culto. Ni el mismo Ro-
mano Pontífice, en aquello que es de derecho divino, en
aquello que es de ol'denacion divina,. goza de verda-
dera soberanía, y no tiene otro orígen la célebre fórmu-
la ]'{on poss1tmus. Contra esa fórmula no cabe contradic-
cion, no cabe oposicion, no hay medio hábil ni lucha per-
mitida sobre la tierra. No es un acto de materia libre para
el Romano Pontífice; no es una contestacion ó fórmula vo-
l untaria; es una confesion de incompetencia en lo humano
y de sumision al mandato divino. Se le pide que haga Ulla
concC'sion, que dicte una disposicion; mas si ve que se
opone al mandato divino, desde'luego contesta: «Non jJOS-
S1VtlWS.» Y soñores, aquello petra lo cual el mismo Romano
Pontífice se considera incompetente, ¿habl'Ú algun poder
que lo pueda ejecutar lícitamente sobre la tierra, por alta
que sea la soberanía que invoque'? Y es necesario decir muy
alto; es necesario recordar en estos tiempos en que, á puro
gritar libertad é inventar libertades, tanto terreno va
ganando la tiranía; es necesario repetir, conforme á la doc-




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 5~7
trina, al espíritu y al derecho católico, que en la tierra no
hay ninguna soberanía independiente: para que en,la ticrra
hubiera una soberanía sin limitacion superior, era necesa-
rio que los hombres hubieran sorprendido el arte de crear,
y el título de creador no se lo arrebata nadie á Dios. (Bien.)


Partamos, pues, del principio de que en el órden reli-
gioso el Estado tiene deberes que cumplir en la materia
que nos ocupa, y que está sujeto á la correspondiente res-
ponsabilidad. Cuán ligeramente se discurre, Sres. Sena-
l'es, cuando al tratarse de la religion socialmente conside-
rada, es decir, de la religion que se mantiene y se de-
fiende en la sociedad y á nombre de la sociedad, se contes-
ta con mucha sencillez; pero las Naciones, los Estados,
¿tienen almas'? ¿se van á salvar, ó se van á condenar'?
Ciertamente que nó; y sin embargo, no se necesita tanto
para que haya una religion con IOUS derechos sobre el Es-
tado; basta con que la religion pueda y deba ser un hecho
social y colectivo, y basta que sus actos se ejerzan por la
sociedad, a nombre de la sociedad y en bien de la socie-
dad, como á nombre de la sociedad y en bien de la socie-
dad se practica la justicia, la beneficencia, se contraen y
se pagan las deudas y se ejereen otros muchos actos.


y tocante a la responsabilidad, nunca la justicia y la
providencia de Dios se muestra más zelosa de reparar el
órden perturbado y vengar el derecho infringido, que
cuando las culpas toman el carácter de sociales; diríase
que por lo mismo que los estados no tienen alma que sufra
en otra vida, Dios no da tregua, é inmediatamente que se
extravían los pueblos sufren luégo el escarmiento. Nues-
tra desgraciada España nos ofrece ejemplos tristes, no
muy añejos, y muy elocuentes en e8te órden.


Respecto á lo inexorable de la expiacion en materia de
culpas sociales, las ideas de los hombres no dejan de con-
formarse con la sabiduría de Dios.


Eso que se llama opinion pública, espíritu público, se
muestra en este punto implacable; nunca se da por satis-




568 DISCURSO


fecho de la expiacion de aquéllos que han extraviado la
sociedad; y por más que los vea confundidos y abrumados
por el remordimiento de la conciencia, y por mucho que
los vea padecer, nunca se apiada de ellos; ántes los persi-
gue con sus anatemas hasta el sepulcro. Así, la providen-
cia de Dios nunca deja sin castigo los extravíos é infideli-
dades de los pueblos; y á pesar de eso asegura, por medio
de los libros santos, que á los poderosos que han abusado
(le su influencia y extraviado la sociedad, les están reser-
vados tambien tormentos poderosos. Los orácnlos santo~
seiíalan como mús terribles los pecados ajenos á los cuales
hayamos podido contribuir, porque no es fácil entonces
calcular la responsabilidad. No se necesita ser ningun
místico, no se necesita tener un espíritu meticuloso, para
temblar ante la responsabilidad que contraemos cuando,
dirigiendo la sociedad, podemos ser causa de las faltas de
nuestros súbditos; no se necesita ser místico, ni tener es-
píritu meticuloso; basta ver con alg'una claridad y peusar
sériamente, para temblar ante la responsabilidad que pesa
sobre los legisladores, sobre los gol)ernantes, por lo mis-
mo que en ellos y sobre ellos vienen á concretarse los de-
beres y responsabilidad de los Estados.


y ¿,cuáles son los deberes del Estado en el orden reli-
gioso'? Examinémoslo primero por el derecho natural. Si
el Estado es la sociedad con gobierno propio é indepen-
diente, yen la sociedad busca el hombre el desarrollo y
}lerfeccion posibles de sus facultades y sus intereses legí-
timos de todo género, es obvio que las facultades, las as-
piraciones y las necesidades religiosas del individuo deben
t.omarse muy en cuenta por la sociedad. Claro es que la
sociedad tiene que ser religiosa, y la Religion puede y
debe llegar á ser un bien social, importante, precioso, y
tan atendible como es suma la importancia que tiene en el
individuo.


Pues bien; si la sociedad ha de ser religiosa con el in-
dividuo y para el individuo, dedúcese lógicamente que no




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMA'\CA. 569
puede descuidar la religiosidad de éste, porque una socie-
dad tanto será más perfecta cuanto más perfecciones ten-
gan los individuos que lo componen, y porque en virtud
de la influencia recíproca entre el individuo y la sociedad,
en virtud de ese movimiento de aprehension y expansion
que entre ambos existe, cuanto más perfecta es la socie-
dad, más apta se hace para comunicar al individuo la per-
feccion mayor posible; y en el caso presente, cuanto más
religioso sea el individuo, más relig'iosa será la sociedad,
y cuanto más religiosa sea la sociedad, más religioso po-
drá hacer al individuo. Pues para que los individuos comu-
niquen eficazmente la religiosidad á la Nacion, se necesi-
tan dos condiciones: verdad y unidad. La primera, si me
es licito hablar así, es una condicion cualitativa, y la se-
gunda cuantitativa. Si los individuos no profesan la ~eli­
gion verdadera, comunicarán á la sociedad la irreligiosi-
dad, ó por lo ménos la comunicarán una relig'iosidad vi-
ciosa, imperfecta; y si no la profesan todos, los disidentes
no contribuirán á la religiosidad de la Nacíon, ántes por el
contrario, serán un obstáculo para la misma.


Para constituir las virtudes sociales se necesitan cua-
lidades homogéneas y legítimas en los individuos; y cuan-
to más universales sean éstas, más poderosas resultarán
aquéllas, De estas afirmaciones, que nadie podrá rechazar,
se desprende que el Estado, y más concretamente hablan-
do, la parte directiva de la sociedad, tiene por primer de-
ber no escandalizar á los asociados, ora mirando con indi-
ferencia la verdad religiosa, ora siendo causa de que se
acepte el error acerca de la religion. Esto en el terreno de
lo que no debe hacer; que en su esfera de accion, y segun
el modo que le es propio, debe procurar que en la sociedad
se profese la verdad religiosa, y que se profese con uni-
formidad, dando así á la sociedad la perfeccion y ventajas
que proceden de la unidad. Y unª, vez conseguido este
bien de la unidad, debe mirar el Estado á la Religion como
un bien social que debe ser defendido, como que no sola-




570 DISCURSO
mente interesa á la felicidad espiritual de los asociados,
sino al honor de la sociedad.


Debe, por último, por interes de la sociedad y por ho-
nor á la Religion misma, dar á ésta toda su importancia
y su desarrollo en todo aquello que tiene un alcance legíti-
mo, y sobre todo en el órden moral y jurídico, íntimamen-
te relacionados con el órden religioso; conforme con estas
ideas, las prescripciones del catolicismo se imponen tam-
hien á los Estados como verdaderos é ineludibles deberes.
La teología preceptiva, fundándose en aquellas palabras
de nuestro Salvador: «Se me ha dado toda potestad en el
cielo y en la tierra; id, enseñad á todas las gentes; el que
creyere y se bautizare sera salvo, el que no creyere se
condenará;» y en otros pasajes semejantes, viene á esta-
blec.er con solidísimo fundamento el siguiente dog'ma, el
siguiente precepto dogmático: «Todo hombre, individual
ó socialmente considerado, lo mismo los individuos que
los pueblos, tienen obligacion de aceptar la fe católica
apénas les sea conocida, y de guardarle fidelidad despues
de recibida. » Importa, Sres. Senadores, sobremanera fijar
esta idea, porque como dice un célebre escritor de nuestros
dias, el P. Liberatore, el desconocimiento de esta verdad
es el orígen de todos los errores político-religiosos de nues-
tra época. Por eso, dice, es necesario ante todo, en las
polémicas político-religiosas, establecer que cada hombre,
cada familia, cada pueblo, tiene el deber estrechísimo de
entrar y permanecer en la sociedad de la Iglesia católica,
y el de someterse á la autoridad de su Cabeza 'suprema,
bajo pena de eterna condenacion. {( Subesse Romano Ponti-
fici omni lz,umanm creaturce declaramus, dicimus et definimus
omnino esse de necessitate salutis.» (Bula dogmática de Bo-
nifacio VIII, «[Jnam Sanctam. » )


y nuestro venerable pontífice Pio IX en Febrero de
1875 decía á un célel:¡¡e catedrático de la universidad de
Lovaina: «Miéntras á la sociedad civil se le antoja que el
progreso de la civilizacíon, logrado ya, segun lo cree, pul'




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 571
ella, le dicta el constituirse, gobernarse y regirse sin con-
tar con Díos ni C0n la religion divina; miéntras que soca-
vado así el cimiento de su propia fúbrica social, va prepa-
rándose á sí misma el derrumbamiento; oportunísimamen-
te en vérdad has venido tú á recordarle con tu insigne
disquisicion sobre las leyes de la sociedad cristiana, que
uno mismo es el fundador de la Religion y del humano
consorcio; que una misma y eterna es la ley de lo justo,
dictada por igual á todos y á cada uno de los hombres,
individuos y sociedades.»


Sin ir más allá en las pruebas que dejan asentado este
principio, conforme con el mismo, el Sumo Pontífice, en
cumplimiento do su misiono altísima de conservar incólu-
me esta doctrina, de la cual los pueblos y los individuos
han de esperar no solamente su salvacion eterna, sino su
misma ci vilizacion, ha condenado tres errores bajo el tí-
tnlo de liberalismo moderno, y dice así: « En la época pre-
sente (lo condena como error, es decir, lo leo formulado
como error), en la época presente no conviene ya que la
Religion católica sea considerada como la única Religion
del Estado, con exclusion de todos los demas cultos.» Se-
gundo: «por eso merecen elogio ciertos pueblos católicos
en los cuales se ha provisto, á fin de que los extranjercs
que á ellos llegan á establecerse puedan ejercer pública-
mente sus cultos particulares.» Tercero: «es efectivamen-
te falso que la libertad civil de todos los cultos y el pleno
poder otorgado á todos de manifestar abierta y pública-
mente todas sus opiniones y todos sus pensamientos, pre-
cipite más fácilmente á los pueblos en la corrupcion de las
costumbres y de las inteligencia¡;¡ y propague la peste del
indiferentismo. »


Podeis comprender, por lo formal de estas consideracio-
nes, la gravedad de la obligacion que tiene el Estado de
mantener la Religion, la fe católica, cuando llega á ser
un bien colectivo, un bien social; y podreis comprender
tambien la obligacion en que legisladores y gobernantei




572 DISCURSO
están de cumplir este deber á nombre del Estado. No se
puede decir por esto q ne tenga éste el derecho de imponer
por la fuerza la Religion catolica, no .. Esto no lo ha pt'o-
fesado nunca nuestr:1 teología. El catolicismo para intro-
ducirse á nadie ha hecho violencia; no ha derramado mús
sangre, como ayer decía muy bien el Sr. Obispo de A.vila,
no ha derramado más sangre que la de sus mártires. Esta
es una nota que le distingue históricamente, que condena
todas las apostasías y religiones falsas. Pero cuando la re-
ligion es una verdad socialmonte reconocida, entónces tie-
ne derecho á que se la proteja, segun la doctrina que he
indicado ántes; tiene derecho á que se la proteja contra
las agresiones del error, y esas agresiones son principal-
mente la apostasía pública, y despues la propaganda con-
tra ella.


De aquí puede deducirse ser cierto, como se ha dicho,
(1 ne el Estado no puede concordar propiamente él por su
propio derecho sobre esta materia, sobre el mantenimiento
y proteccion de la Religion católica, pero precisamente
por una razon enteramente opuesta á las que se han adu-
cido en estos debates. El Estado no tiene por sí derecho de
eoncordar sobre esto, porque nadie da el cumplimiento de
sus obligaciones como prenda recíproca para recibir otros
beneficios, como generalmente se conceden en los Concor-
datos que se celebran con la Silla Apostólica. & Se celebran
por ventura entre las Naciones tratados propiamente tales
para observar el derecho de gentes? Pues de igual mane-
ra es impropio el coutrato que se hace con la Iglesia sobre
la observancia del derecho divino.


Pero la Iglesia, siendo la maestra de la fe, siendo la de-
positaria de la doctrina, tiene derecho a llamar á cuentas
;Í, los Estados, respecto al cumplimiento de esos deberes que
he indicado ántes. Es más; tiene necesidad de exigirles que
hagan protestacion explícita de la fe que deben á la ver-
dad divina, y de su disposicion á cumplir los deberes que
de ella emanan, cuando se trate de celebrar algun Concol'-




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 573
dato general para el arreglo de todos los asuntos, en el
cual tengan que intervenir ambas potestades.


y ha llevado la Iglesia su generosidad hasta el punto
de que, á pesar de que esos compromisos del Estado son de
por sí obligatorios, ella no ha tenido para el mismo Estado
compensacion, sino la de dispensar larguísimos beneficios.
En esta parte la Iglesia es comparable á una madre muy
buena, que sin más que por obtener una obediencia comun
y ordinaria de parte de su hijo, le colma de beneficios.
Pero considerad al mismo tiempo cuál es la conducta del
hijo, que no solamente desatiende las obligaciones que le
impone la piedad filial, sino hasta lo que debe por gratitud
al amor de su madre. N ó , no es su soberanía, sino la sumi-
sion á la soberanía de Dios, lo que al Estado le impide con-
cordar propiamente acerca de la profesion de la verdad y
Religion católica.


y llegando á este punto, comprenderéis perfectamente
el interes que hay en discutir si esta cuestion es ó nó ecle-
siástica. Siendo religiosa como es, y de una manera emi-
nentísima, aunque reciba gran valor del carácter que tam-
bien tiene de eclesiástica, nunca le vendrá de este lado su
principal importancia. Si es religiosa, tambien será ecle-
siástica en segundo lugar, puesto que la Iglesia es la
maestra que interpreta y aplica la Religion. Pero hemos
visto que la Iglesia, en estos tiempos en que están tan flo- .
jos los lazos de caridad, exige muy poco para hacer uso de
su generosidad, y como remunera los compromisos en este
punto, y así ha sucedido en España con el Concordato
de 1851, Y por consecuencia, esta cuestion, que por su
propia índole era directamente religiosa, y eclesiástica en
segundo término, se ha hecho tambien á su vez en primer
término eclesiástica, y se le ha añadido este nuevo respe-
to, esta nueva razon, para que esté sometida á la autori-
dad de la Iglesia.


Desde Roma, donde sin duda se han de comprender
estas cuestiones mejor que en ninguna otra parte, nos están


87




574 DISCURSO
manifestando estos dos aspectos de la cuestiono Lo mismo
en 1855 que ahora, al ver el Santo Padre que se trataba de
tocar á la unidad católica en España, se apresuró á recla-
mar por medio de su Ministro de Estado. Y la razon
principal (no diré que no haya alguna otra) que alegó, lo
mismo entónces que ahora, son las estipulaciones del Con-
cordato; así recordaréis que el Cardenal Antonelli alegaba
esto principalmente. Pero ha visto Su Santidad que eran
desatendidas sus reclamaciones como Príncipe soberano de
la Iglesia; que continuaban los propósitos librecultistas , y
entónces, levantándose como el depositario, como el maes-
tro, como el defensor de la fe, ha condenado esta ba-
se ll.a en la carta al Cardenal Moreno, que todos conocen,
porque tantas veces se ha citado en esta Cámara, fundán~
dose, no solamente en la infraccion del Concordato, sino
en otras razones de mucha más importancia. Esta cuestion,
pues, áun cuando éntre en las atribuciones y en la esfera
política, es necesario resolverla conforme á las prescrip-
ciones de la conciencia católica. Yo no diré que no haya
necesidad de consultar tambien las conveniencias; pero las
conveniencias dejan de ser tales cuando no están subordi-
nadas á las prescripciones de la justicia.


Expuesto el carácter de la cuestion, examinemos su
objeto, su esencia material, digámoslo así, y dispensad-
me, Sres. Senadores, si mis observaciones adolecen de
cierto carácter didáctico, porque este debate ha sido lleva-
do hasta tal punto de sutileza, que si no ha de decaer la
discusion, preciso es ante todo presentarla bajo el análisis
más exacto que posible sea.


Se dice «que el objeto de esta cuestion no son los prin-
cipios; que no tratamos de doctrinas, porque las doctrinus
de la Iglesia todos las aceptamos, todos las respetamos;
pero que esta es una cuestion de hecho.») Esto último es
verdad; pero es necesario averiguar si la existencia de ese
hecho lastima ó no la verdad de los principios católicos á
la vez que compromete la conciencia del que lo ejecuta.




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 575
¿,Cuál es el hecho'? Está reducido á que por la Constitucion
del Estado se concede la libertad legal para practicar en
España todos los cultos disidentes, lo cual vale tanto como
hacer que la legislacion española, si llega a aprobarse esta
base, deje de estar conforme con el derecho católico. Vale
tanto como hacer que las leyes españolas dejen de consi-
derar la Religion católica como única, preferente, privile-
giada, exclusiva, y por tanto, como verdadera.


La Religion católica, en fuerza de esta base pierde su
derecho, pierde la autoridad que como talle corresponde
de imponerse a los individuos y al Estado, y se la reduce
a tener lo que le queda por pura gracia de éste, lo mismo
que les sucede a las demás. De aquí que erigiéndose el Es-
tado en ordenador de categorías entre los diversos cultos,
se atribuye un derecho de superintendencia religiosa, bajo
la cual queda comprendida hasta la Religion verdadera, y
el órden religioso cae b.ajo el imperio del Poder secular.


En resúmen, si se aprueba esta base, España deja de
tener leyes católicas y Gobierno católico (entiéndase bien
Gobierno, no Ministros ni Magistrados, lo cual es muy dis-
tinto) , y como la legislacion y el Gobierno es lo que prin-
cipalmente caracteriza a una Nacion, habrémos de conve-
nir en que por esta base España deja de ser católica; al
ménos la España oficial.


Dícese luégo «que el Estado se declara católico.» El
Estado se llama católico; eso ya lo vemos en la base ll. D;
pero es preciso averiguar la razon y la justicia con que se
llama católico. El Estado es católico cuando conserva la
unidad católica; cuando hace todo lo que le es posible en
favor de la unidad católica. Pues bien; aquí, á mi modo de
ver (nadie se ofenda), el Estado puede llamarse católico,
pero empieza por desentenderse de las obligaciones de ca-
tólico. Ya hemos visto que las obligaciones principales del
Estado católico son impedir las apostasías públicas y la
propaganda contra el catolicismo.


Confieso que he oido con el mayor gusto las declaracio-




576 DISCURSO
nes que hoy ha hecho el Sr. Conde de Coello , y las que en
di as anteriores nos hizo el Sr. Ministro de Gracia y .Justi-
cia; pero debo decir que no resuelven por completo la di-
ficultad. Han dicho que con esta base, siendo el Estado ca-
tólico, se impiden las apostasías públicas y la propagan-
da contraria al catolicismo. Señores Senadores, debo con-
fesar que no he quedado tranquilo, porque no he oido decir,
al contrario, me parece que he oido contradecir, el que vi-
nieran al Código penal prescripciones ó sanciones de estas
afirmaciones, y si no van al Código penal esas sanciones,
entónces esas declaraciones no pueden satisfacerme.


Yo estoy siempre dispuesto á oir laG explicaciones más
ó ménos graves que acerca de esa base se me pudieran dar;
pero esta tarde se me ha de permitir que considere que en
dicha base no se incluyen los deberes que el Estado tiene
de impedir las apostasías públicas é impedir la propagacion
contraria al catolicismo: pues estos son los deberes del Es-
tado, esto es lo que da razon al Estado para llamarse cató-
lico. Por lo tanto, áun cuando se llame católico (que yo no
pienso en quita.rle ese dictado), lo cierto es que nosotros
no podemos considerarlo como católico, y séame permitida
la expresion, porque miéntras no me llega el turno de ha-
blar sé hacer el sacrificio de callar, sé tolerar; pero cuando
se me impone el deber de decir la verdad, yo no puedo mé-
nos de manifestarla toda, sobre todo si se trata de la ver-
dad sagrada, que estoy obligado á explicar y defender por
mi ministerio, aunque sea indigno de representarlo. (AIues-
(¡'as de aprobacion.)


Se llamará católico el Estado en España en virtud de la
base ll. a; pero para nosotros, para la Iglesia, el Estado
será indiferentista. La legislacion, en virtud de la cual se
establece este'modo de cosas, tenemos que considerarla (áun
cuando serémos muy parcos en los calificativos), tenemos
que considerarla como una religion naturalista, es decir,
como una religion que desatiende la autoridad del órden
sobrenatural.




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 577
Se ha dicho que bien puede atribuirse el dictado de ca-


tólico el Estado, puesto que consigna la obligacion de
mantener el culto y clero de la Religion católica. Pues,
señores, esta para mí no es razon suficiente. En primer tér-
mino, se necesita haber leido muy poco de derecho público
para desconocer que entre los mismos autores racionalistas
se considera á los Estados, áun cuando no sean católicos,
cualquiera que sea la denominacion que tengan, se les
considera obligados á mantener el culto y los ministros de
las confesiones dominantes en el país; por otra parte, ve-
mos Estados protestantes, que no descuidan, sino que de


. alguna manera proveen, el mantenimiento del culto ca-
tolico , á la vez que hay Estados que se llaman católicos,
y que yo no examino si tienen ó nó perfecto derecho para
llamarse tales, que se obligan á mantener, no solamente
el culto de la Religion católica, sino tam bien el de otras
religiones. Esto en general; pero i,y en particular'? En Es-
paña, i,cómo el Estado se puede atribuir el dictado de ca-
tólico, solamente por la obligacion de mantener el culto y
los ministros de la Iglesia católica'? Pues qué, i, no se con-
sidera que el Estado es deudor'? Pues entiéndase que la
Iglesia de España prefiere más ser mantenida por el Estado
deudor que por el Estado católico, tal como lo constituye
la base ll. a


Aparte de esto se dice que se nos deja el privilegio de
la verdadera publicidad para las procesiones. Señores, esta
publicidad no se nos ha prohibido por los librecultistas del
año de 1869; no se nos ha prohibido por loS mismos canto-
nalistas; pero además, sobre esto no cabe privilegio en
favor de la Religion católica en competencia con los cultos
disidentes. Para que haya privilegio es necesario que ántes
haya igualdad de derechos, y que sobre esa igualdad de de-
rechos se eleve á uno por cima del otro; y como los cultos
disidentes no tienen procesiones, no se debe tomar por pri-
vilegio que la Religion católica pueda celebrarlas.


No hay razon, pues, suficiente para que el Estado se




57R DISCURSO
llame católico; y por lo tanto, al ménos por hoy, sostengo
la afirmacion anterior de que España por esta base deja de
ser católica, al ménos la España oficial.


El Sr. PRESIDENTE: Señor Obispo, ruego á S. S. que
si le es posible esfuerce un poco la voz, porque me dicen
aquí varios Sres. Senadores que no pueden tener el gusto
de oirle, y si S. S. quiere, puede ocupar la tribuna.


El Sr. Obispo de SALAMANCA: Muchas gracias, señor
Presidente; procuraré complacer á S. S., y continúo.


Bien comprendo, Sres. Senadores, que estas ideas han
de sorprender y acaso pueden sublevar el ánimo de los que
hayan creido que dicha base u. a no es tan perjudicial al
catolicismo; pero es que sin duda se ha formado en esta
cuestion alguna alucinacion por tantas y tantas invenciones
como se han oido , que indudablemente llevan el objeto de
tranquilizar las conciencias delicadas: se ha formado gran-
dísimo empeño en el curso de este debate, en sostener que
esta disposicion no trae consigo sino la tolerancia religiosa,
y que esta tolerancia eS idéntica á la que tuvieron nuestros
antepasados con los moros y con l0s judíos.


Señores, yo no voy á entrar aquí en un debate grama-
tical, porque en medio de tantas discusiones como se sos-
tienen en la época presente, naturalmente se abusa del
lenguaje; se adoptan fórmulas convencionales; y querer
sostener el valor de las palabras, en medio de todo esto,
sería á mi ver una tarea capaz de agotar y rendir la voca-
cion más decidida de académico de la lengua. Pero sí debo
sostener que esto no es tolerancia, ó al ménos, si se llama
tal, segun el lenguaje del dia, no tiene ningun parecido
con la conducta de nuestros antepasados.


Si tolerancia es sufrimiento de algun mal, es de sentido
comun que no deba darse sino por necesidad y sólo en lo
necesario, y así es como precisamente toleraban nuestros
príncipes á los disidentes, á los moros, tÍ los judíos y tam-
bien si acaso quedó algun arriano despues del Concilio III
de Toledo; se les toleraba, porque se les encontraba esta-




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 579
blecidos, por un motivo respetable y respetado hasta se-
gun el espíritu y el derecho católico.


Como hemos visto, cuando el catolicismo llega á ser la
Religion exclusiva del Estado, cuando la Nacion está
constituida segun el derecho católico, lo que la Religion
exige del mismo Estado es que la defienda contra las agre-
siones del error, contra la apostasía, contra las sectas que
la combaten y contra la propaganda que contra ella se
hace. Pues esto es lo que llicieron nuestros Reyes Católi-
cos, á quienes se trata con injusticia haciéndoles cómpli-
ces de la tolerancia que hoy se pretende introducir; ellos
toleraron únicamente á los moros y á los judíos que no eran
apóstatas. No se presentará ni un solo documento, ni un
solo hecho histórico, por el cual se pruebe que tolerasen á
ninguna asociacion de renegados.


Todas las Naciones, bien sea al constituirse segun el
derecho, bien por las trasformaciones que sufran ó por las
incorporaciones que se hagan, pueden encontrarse en el
caso de otorgar esta tolerancia.


Respecto de los judíos (esto, i. quién lo duda?) no sola-
mente se les podía tolerar, sino que la obligacion de tole-
rarlos pesaba sobre la generalidad de las naciones católi-
ca~; es decir, que estas tienen la o bligacion de tolerar á
los judíos, si han de cumplir las profecías que constan en
el Nuevo Testamento; pero este deber es general, y no
obliga á cada nacion en particular; es como el matrimonio,
que, segun el derecho católico, obliga á todos en general
(no á cada uno en particular), ó sea á la especie humana,
porque así se atiende á su propagacion. Por tanto, aquella
Nacion que no tenga judíos, tampoco tiene obligacion de
importarlos. No trataré yo de examinar los medios por los
cuales salieron de España; pero si la expulsion no se hu-
biese justificado bastante, la ausencia está bien sostenida,
porque bastantes quebrantos proporcionaron á nuestros
antepasados, y sobre todo, bastante parte tuvieron en los
diversos males que sufrió la Nacion. Y á los moros y tÍ los




5RO ntsCt1RSO
judíos en España se les toleró únicamente en lo necesario,
es decir, únicamente se les concedían los derechos comunes
á la vida y á la honra; pero para disfrutar todos los derechos
de la ciudadanía, era condicion necesaria el profesar la Reli-
gion del Estado. Además, esa tolerancia nunca se consignó en
la Constitucion del Estado; vivían bajo una ley particular
que ninguna trascendencia tenia al resto de la legislacion.


La Religion católica era respetada por todos, inclusos
los disidentes. Obligábaseles á rendirle homenaje, aceptan-
do predicadores que se la proponían. La Iglesia se enten-
día con el Estado. disfrutando de todos sus derechos, de
todos sus fueros, segun el derecho canónico; no se regía
por ningun Concordato ó convenio que mermase el derecho
canónico comun, el cual regía en toda su extension.


Pues apreciad ahora la diferencia. Desde luego noto
que este artículo está colocado en la Constitucion ó pro-
yecto de Constitucion, en un lugar que le está delatando
escandalosamente. Hemos visto que el catolicismo se im-
pone como deber á los individuos y á. las naciones: este
e.s un derecho de Dios, autor y término de la Religion, y
no hay derecho contra derecho. Por lo tanto, los verdade-
ros derechos del hombre estin en que se le facilite el prac-
ticar la Religion verdadera, no el abandonarla.


Pues bien; este artículo está bajo el título que dice: De
los españoles y sus derechos. Luego por este artículo se tra-
ta de conceder un derecho á los españoles; no solamente
se concede, pues, á los infieles, sino que se concede tam-
bien á los apóstatas. En cambio, todo fiel cristiano, hasta
los m:í.s amantes del catúlicismo, tenddn que sufrir este
derecho y soportarlo por toda su vida. Dice así:


«La Religion católica, apostólica, romana es la del
Estado. La Nacion se obliga á mantener el culto y sus mi-
nistros.


»Nadie será. molestado en el territorio español por sus
opiniones religi0sas, ni por el ejercicio de su respectivo
culto, salvo el respeto debido á la moral cristiana.




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 581
»No se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni


manifestaciones públicas que las de la Religion del Es-
tado. »


y no solamente se concede este derecho ú todos los es-
pañoles, sino que cualquiera que llegue á pisar el terri-
torio español ha ele verse investido con este nuevo, pere-
grino y flamante derecllo.


Es preciso confesar que los legisladores del año 1869
procedieron con más timidez al autorizar el ejercicio de
los falsos cultos; y esto á pesar de la efervescencia de las
ideas revolucionarias. Allí se decía: « Si algun español...»
es decir, si alguno, por un capricho, por condiciones par-
ticulares, quisiere profesar otro culto ... y no parece sino
que aquellos legisladores profetizaron á lo Caifás sin sa-
berlo ni creerlo; puesto que se ha visto en el trascurso de
seis años, que solamente hombres excepcionales se han
adherido á los cultos disidentes. Pues bien; despues de esta
experiencia, de este ejemplo, de esta prueba que ha dado
España de que no gusta de la libertad contra Dios, ahora
esa misma concesion se nos presenta con toda su amplitud.
« Nadie será molestado ... etc.» Con mayor extension, con
mayor amplitud, no pudieron conceder los legisladores
franceses de fines nel pasado siglo, adoradores de la diosa
Razon, la exencion que por este artículo se conced!) al
hombre de adorar á Dios con el verdadero culto. Es más:
la primera parte de este artículo ó párrafo de la base, en-
tiendo que no es más que una traduccion del arto l.0 de la
famosa declaracion de derechos del hombre, molde fatal
de todas las Constituciones naturalistas que se han hecho
en nuestro siglo. Y, por ventura, este derecho ¿es nece-
sario'? Decía que la libertad se ha de dar: primero, por ne-
cesidad; segundo, en lo necesario y solo en lo necesario.
¿Es necesario'? ¿ Que falta me hace que se me adorne con ese
derecho'? Lo que pido y suplico al Estado con todo encareci-
miento, lo que quiero es que me preserve de los escánda-
los de este mal ejemplo, para que yo no abandone esta




582 DISCURSO
Religion que ha de constituir mi felicidad futura, y aun la
presente en lo posible, y que nos proteja contra las se-
ducciones y áun me sostenga en medio de mis propias de-
bilidades y desvaríos. ¡,A quién se le ocurre llamar derecho
á la facultad ficticia de hacer el mal? ¡,No os parece, se-
llares Senadores (y lo digo con todo el respeto debido á
los autores y mantenedores de la base), no os parece que
semejante derecho es un insulto para el fuerte y un estí-
mulo para los débiles?


Pero hay otra cosa, y es: que como este derecho se
concede á la ciudadanía, se combina, se robustece y se
ensancha por todos los demas derechos, por el ejercicio de
la imprenta, de la tribuna y hasta por el prestigio de la
autoridad, convirtiéndose no solamente en el derecho de
practicar los cultos falsos, sino en un medio de seduccion
y hasta de imposicion de esos cultos. Ya veis que esto no
es tolerar el error por consideracion á las personas, como
decía muy bien mi venerable hermano el Obispo de Ori-
huela, sino por consideracion al error; esto no es tole-
rancia, sino autorizacion, sino libertad concedida al mal;
autorizacion y libertad que se conceden ántes de que el
mal exista: es un llamamiento al error, es una excitacion
al mal. Yo no hago cargos, pero la verdad es que si esta
base lleg'a á votarse, se establece la libertad del mal.


Por el momento, y para facilitar esta discusion, voy a
admitir que lo que se contiene en esta base ll. a es una to-
lerancia, porque esta suposicion me da dos ideal';: prime-
ra, que á los cultos disidentes se les tiene por malos; sólo
respecto del mal se dice que hay tolerancia; y segunda,
que da á entender que si se tolera no es por consideracion
al mal, sino porque hay verdadera imposibilidad de cum-
plir el precepto de mantener en toda su integridad la ver-
dad católica. A un lado, pues, esos principios funestos de
la escuela revolucionaria, esa libertad de conciencia de
que tanto se habla, y que fuera de la religion verdadera,
no es mús que el ateismo de la conciencia y la ruina de la




DEI. ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 583
libertad; esa soberanía autonoma y satánica del Estado
que levanta su autoridad hasta el Trono del mismo Dios,
herejía final de este siglo revolucionario, síntesis la más
alta de toda la polémica, de toda la guerra que se hace
contra la religion y contra la Iglesia.


Voy á concretarme únicamente al argumento que se
llama de necesidad, o mejor dicho, puesto que he presen-
tado la cuestion bajo el punto de vista de un precepto, al
argumento de posibilidad o imposibilidad del cumplimien-
to de ese precepto. ¿A qué se reduce el argumento de ne-
cesidad'? La teología, de acuerdo con la sana y recta polí-
tica, establece diversas reglas; pero todas ellas (me iré
concretando á fin de no ser demasiado extenso) vienen á
reducirse á que hay que consentir en una nacion, si no la
tolerancia, ó bien la libertad religiosa, cuando la nacion ó
la sociedad hayan sufrido cierto cambio que la modifique
notablemente de derecho ó de hecho, ó bien por nn dere-
cho que tenga todas las condiciones para ser respetado, ó
hien por un hecho tal que obligue á cambiar el derecho, so
pena de comprometer la existencia del órden y de la so-
ciedad. ¿ Existe entre nosotros hoy esta necesidad de dere-
cho'? ¿Hay aquí algun derecho respetable con todas las
condiciones para ser respetado'? Hemos dicho que en una
Nacion donde la Religion católica es considerada como la
única verdadera (y tengo que decir que hasta los mismos
autores de la base 11.· están conformes con esto), siguien-
do el criterio católico, podía haber tolerancia para los in-
fieles, para los judíos, para los herejes criados y educados
en la herejía, pero para los apostatas nó. Pues bien; en
España, sean pocos ó sean muchos los disidentes, todos
ellos son apóstatas, y apóstatas de ayer, y apóstatas á
quienes no ha impulsado la idea religiosa, y apostatas que
no pueden invocar en su defensa más derecho que el que
procede de una ley ó de una Constitucion que por con fe-
sion de los mismos patrocinadores de esta base nadie ha
tomado en serio en España, sino para pedir reparaciones




584 DISCURSO
por los agravios que de ella se han recibido. Mucho se ha
discurrido, mucho se ha fantaseado sobre el abolengo y
españolismo de esta tolerancia á la moderna que ahora se
trata de introducir.


Pues bien; ese abolengo, esa historia, esa tradicion,
esa legalidad están reducidas ú una Constitucion protesta-
da por el clero, repugnada por la historia, desestimada
por los extranjeros, anatematizada por los naturales, in-
fringida por sus mismos autores y declarada nul[). por todos
los partidos contrarios. Y fuera de esa Constitucion, ¿qué~
No hay sino la ley del llamado matrimonio civil, que no
pueele ciertamente confundirse con la libertad de cultos,
pues este nuevo género de matrimonio no se ha contraido
ú nombre de ningun culto. Pero, señores, aunque este
llamado matrimonio dure entre nosotros el mismo tiempo
que la libertad de cultos, lo cierto es que el tal matrimo-
nio no invoca para nada ninguna creencia. Pero de hecho
al ménos, ¿hay alguna necesidad? ¡,Modifican acaso los
disidentes nuestro ser social, ó por su número ó por su po-
der? Pero ¿quién los conoce~ Han tenido necesidad de dar-
se á. conocer por letreros y cartelones puestos de avanzada
hasta en las esquinas, anunciando los servicios religiosos
á la manera que se anuncian las funciones teatrales. Esto
es una verdadera prostitucion de la idea religiosa. Bien se
conoce que ni la herejía ni el cisma son los encargados de
conservar esa idea y de enaltecer.la en el mundo. Yo creo
que se esU produciendo entre nosotros una alucinacion.
Los cultos disidentes, como sabeis, se introdujeron en Es-
paEa con grande aparato, con gran ruido, pero ante las
carcajadas y chistes de los españoles, y con algunas sus-
pensiones de pagos que se fueron comunicando desde el ex-
tranjero, esas salas ó capillas protestantes, ó como quiera
llamarse, fueron desapareciendo, hasta el punto de que era
necesario preguntar mucho para saber dónde había una. Se
ha dicho que la revolucion es hija del protestantismo, y voy
ú hacer una observacion. Que la revolucion es hija del pro-





DEL ILMO. SR. OIHSPO DE SALAMANCA. 5R5
testantismo, es verdad. Con más verdad se dice todavía que
el protestantismo no es sino un fase de la revolucion ; pero
sin duda al padre le han parecido demasiado pesadas las
bromas de la hija en España. Cuando más alta estaba la
revolucion; en el período úlgido de la revolucion; cuando los
Obispos en España eran llevados á la cúrcel; cuando párro-
cos celosos se ocupaban en conciliar los ánimos para hacer
menores los quebrantos; cuando los sacerdotes pundonoro-
sos resistían en su lugar angustias de muerte por defender
los intereses de la Iglesia y de la patria; entónces, cuando
á ellos todo les sonreía, no pareció ninguno de esos impro-
visados pastores.


En el año anterior me encontraba yo en esta capital
cuando se hizo la restauracion. Y habrémos de convenir en
que á este centro es á donde han concurrido todos los disiden-
tes á hacer sus mayores esfuerzos de propaganda. Entón-
ces ví renovados y aumentados las muestras y los carteles.
¿Pero esto da lugar, por ventura, á suponer que en año y
medio que llevamos de restauracion se hayan levantado
los protestantes ó disidentes, siendo así que durante la re-
volucion no prosperaron? Por eso decía yo que en mi con-
cepto se está produciendo una alucinacion tÍ nuestros ojos.
No desconozco que hay escuelas y que esas escuelas estún
concurridas. Señores, esto es algo más sério que la liber-
tad de cultos.


Nuestro insigne Balmes decía que el protestantismo es-
taba muerto, que había muerto como secta religiosa: que
cuando se le llamó á vivir tranquilamente alIado del culto
católico, se vió que ya no existía como secta religiosa;
tuvo tanto de existencia como tiempo tuvo para derramar
sangre de católicos; y añadía Balmes que dadas las condi-
ciones de la propaganda, y dado el carácter y genio espa-
ñol, si alguna vez se introducía en España la libertad de
cultos, esos centros no serían más que verdaderos clubs
revolucionarios.


Por lo que hoy se ve, ni aun el pueblo alucinado por la




586 DISCURSO
revolucion quiere hacer centros suyos los salones protes-
tantes, ni creo que apelaría á ese recurso, si por desgracia
subsistieran, á no ser que acosado por una represion muy
fuerte, hubiese de disfrazar sus planes y adelantar así sus
trabajos.


Pero lo cierto es, Sres. Senadores, que las escuelas sos-
tenidas por los disidentes, y sostenidas en odio al catoli-
cismo, son un semillero, y semillero fecundo, de incredu-
lidad y de comunismo. ~ Qué espíritu quereis que comuni-
quen unas sectas que tienen que empezar por enseñar á
odiar la religion de nuestra patria, sin que puedan susti-
tuirla por ningun sentimiento, por ningun principio, ni
religioso, ni moral, pues hace ya tiempo que han perdido
todo sentimiento religioso ~ ~ Qué han de respirar las tier-
nas criaturas en cuya alma no se vierte sino odio á Dios, á
quienes se ha enseñado á creer lo que quieran y como quie-
ran; odio á la ley, odio á la autoridad, puesto que no se
les ha explicado nunca la ley divina, la única que f0rma
los hábitos de obediencia para vivir en sociedad ~ Es verda-
deramente lastimoso que á título de instruccion se sosten-
gan esos centros en donde se malean á la vez nuestro espí-
ritu católico y nuestro espíritu nacional. ~ N o somos acaso
bastante ricos para sostener el suficiente número de escue-
las donde la juventud sea convenientemente preparada
para la religion y para la patria ~ Los Gobiernos llevados de
un celo mal entendido por la ilustracion, aprueban esos
esfuerzos que se hacen por los particulares; celebran la
competencia que se entabla con ese motivo con el catoli-
cismo y las sectas disidentes; no tienen reparo en que el
sacerdote católico tenga que luchar con el apóstata inso-
lentado, en que la noble dama española viva en la inquie-
tud y el desvelo por cuidarse de los trabajos de disolucion
de la mujer oscura; pero j ah, señores! j qué caras.. ha de
pagar un dia la patria estas complacencias indiferentistas
de sus gobernantes!


Se dice, señores, que el mantener la unidad, así como el




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMAKCA. ¡)R7
restablecerla en la ley, sería ocasionado tÍ mayores males,
á nuevos cataclismos. Pero esto no lo comprendo; creo que
es un exceso de prudencia. Además (perdónenme que me
explique así los señores que mantienen la base 11."); creo
que manifiestan poco amor á la Relig'ion católica y poca
confianza en la fuerza del elemento religioso; porque si tu-
vieran verdadero amor á la religion, no temerían á sus ene-
migos; y si tuvieran verdadera confianza en la fuerza dol
prineipio religioso, sabiendo que la Religiones enemiga de
la revolucion, tratarían de protegerla y robustecerla para
luchar contra toda especie Je invasiones. Eliminar, señores,
de nuestra legislacion los grandes principios religiosos, y
desarraigar los hábitos que el catolicismo ha creado en el
pueblo español por no irritar á la revolucion, no es otra cosa
que entr{'garse desarmados en manos de la revolucion mis-
ma. y cuenta que ésta nunca se satisface, siempre experi-
mentará la misma ánsia de coneluir con toda idea de lo so-
brenatural; y en punto á los partidos que más ó ménos cons-
cientemente aceptan las revoluciones, nada les ofrec0
materia más á propósito para combatir el Poder que las
cuestiones religiosas; las materias religiosas son una tela
interminable de donde cada partido y cada fraccion pueden
hacer una bandera para subir á su sombra á las alturas del
poder.


Hay quien tiene por peligroso el volver atrás, y por im-
posible restablecer el sistema represivo en materia de re-
ligion. Pues, señores, si esto no se puede hacer, ó se cre,e
que no se puede hacer, entiendo yo que poco se puede es-
perar de la política que se inaugura por esta Constitucion,
cuando precisamente lo que España necesita, 10 que Espa-
ña espera, lo que España reclama, es que se abandone esa
política seguida por tantos años, esa política de dejarse ir
en todo lo que se refiere al órden moral; política que em-
pieza por ser política de debilidad, continúa siendo políti-
ca de injusticia y concluye por ser política de ruina, pri-
mero en lo moral y despues en lo material. Yo no creo que




588 DISCURSO
sea el miedo el que aconseje que no se cierren esos centros
de propaganda protestante: me parece tí mi que para que
desaparezcan no se necosita ni un decreto, ni una Real ór-
den; no se necesita más quo esta tarde unó de los Sres. Mi-
nistros diga una palabra en favor de los intereses del Cato-
licismo; no se necesita mis sino que nosotros no votemos
la base 11. a, Y con esto se dan por desahuciados sin ulterior
recurso. Y si esto es tan sencillo y tan fácil, ¿ no se ha de
poder hacer en obsequio de la Religion, de la buena causa,
de las aspiraciones legítimas del país, cuando en casi todo
lo que va de siglo se están sucediendo los atropellos, las
violencias, las luchas y las guerras civiles tan sólo po!"
querer cambiar el estado político-religioso de España en
sentido heterodoxo '?


Tampoco creo que sea miedo el que aconseje que no se
restablezcan en el Código las penas en materias religiosas,
hasta donde yo creo que puede hacer eso el Estado para
evitar las apostasías públicas y la predicacion de doctrinas
contrarias al catolicismo. Digo que no puede ser el miedo,
por lo cual yo no me explico esa resistencia á redactar un
artículo más definido en el Código. i, Pues no se está vien-
do que el Gobierno actual y los que le han precedido en
todo el período de la restauracion, han prohibido en la es-
fera oficial la enseñanza anticatólica '? Yo no puedo ménos
de reconocer que se ha hecho eso; yo aplaudo eso, que
sin duda honra á los que le han hocho. Pues ahora, ¿ por
qué no se ha de hacer en lo sucesivo, sobre todo cuando
vayan entrando las cosas más en caja y aquí se establezca
un órden más formal'? Por otra parte, ¿acaso la base ll.a
impide consignar esas disposiciones'? Yo me he detenido
mucho en este punto y he agradecido que aquí se haya
procurado disipar ese temor.


Preguntaba el Sr. Carramolino si aquí se consentirían
las sinagogas, y sobre todo las pagodas. Me parece que se
le dijo que nó. Pues bien, ¿qué se va á hacer contra los
liue vengan haciendo propaganda en sentido judaico'? Será




DEL ILMO. SR. OBISPO '1m SALAMANCA. 5S9
necesario tener en el Código alguna sancion ó pena. i, Que
se va á hacer COn los que tengan la ocurrencia peregrina de
hacerse budhistas ó paganos'? Luego esta base no excusa el
consignar esa disposicion en el Código. Pero tendrá que
haber prescripciones de otro genero; es decir, tendrá que
recargarse el Código en fuerza de esa misma base 11. a A
los cultos disidentes no se les permitirán las manifestacio-
nes públicas: pues eso ha de tener su sancion en el Código
lo cual no estaba en el anterior á 1868.


La verdad es que el Código reformado, en el sentido
que estaba redactado, y que regía antes de la revolucion,
se podía sostener á mi ver con mucha más facilidad, por-
que se fundaba en el sentimiento yen las costumbres públi-
cas, y defendía al poder social con mucha más facilidad
que no ese título incoloro y enredado que se ha introducido
despues de la Constitucion de 1869. El autor de esa re-
daccion creo que ha puesto el mayor cuidado en evitar los
insultos. Pues bien; dado el carácter español, esos casos
serán muy frecuentes, cuando en cambio dudo yo que hu-
biera uno solo entre todos los españoles que, estando en su
sano juicio, se dejara llevar á presidio por solo el capricho
de leer libros y Biblias a secas.


Se dice que este género de derecho no está en práctica
ya en las otras naciones: convenido. Si se tratase del dere-
cho internacional, áun entónces pudieramos pedir algun
privilegio en favor del catolicismo, en razon á los grandí-
simos servicios que en favor del derecho de gentes, del de-
recho internacional, el catolicismo ha prestado en Europa
ántes de que se formaran las naciones actuales. Pero no es
eso; se trata del derecho nacional, y por muy dados que
seamos á aceptar ciertos principios de fuera, me parece que
no estamos en el caso de poner á nuestra Nacion bajo la
tutela y disciplina de las otras Naciones. A mi ver, lo con-
veniente y lo lógico es que nosotros gobernemos segun
nuestra experiencia, segun nuestra conveniencia y segun
la independencia de nuestro país; y si para esto es necesa-


38




590 DISCURSO
rio que se excite alguna animadversion de parte de los ex-
tranjeros, creo que para resistirla no se necesita más que
el valor cívico que ha mostrado siempre el pueblo españoL ..
Pero en llegando á este punto la discusion, la pasion le-
vanta el ánimo y trasporta la cuestion á otro terreno. Se
dice: pedir la unidad católica es pedir la Inquisicion, es
volver al tiempo de los tormentos; y esto verdaderamente
es una cosa acerca de la cual no debo guardar silencio.


En vez de interpretar la unidad católica en su verda-
dero valor, en vez de considerarla como la armonía en lo
que hay de más elevado, como la union de los corazones
en lo que hay de más puro y encantador, como la armonía
en el órden moral y religioso, y por lo tanto como una as-
piracion grandiosa en la vida de los pueblos, como la pri-
mera belleza que se puede realizar en la humanidad, sus
adversarios no quieren verla ni ofrecerla sino bajo el as-
pecto de los tormentos y de la Inquisicion, olvidándose que
nosotros no pedimos hoy esto; cuando pedimos que esa
unidad sea mantenida en las leyes y en el gobierno del
Estado, se dice que pedimos una cosa inhumana. ¡Oh, se-
ñores 1 No hay nada más humano que la Religion dictada
por el Autor de la humanidad, hecha á medida del corazon
humano, consagrada por el sacrificio del Hombre-Dios y
dada al hombre para su perfeccionamiento y su salvacion.
Es, pues, no hacer justicia al Catolicismo decir que es in-
humano. Ahora bien; si el Catolicismo pide la unidad, si
pide la intolerancia, si pide ser único y exclusivo, i. por
qué estas cosas se han de tener por inhumanas'? A los de-
fensores del derecho divino no se nos hace justicia al con-
siderársenos en oposicion con el derecho humano, pues no
hay contraposiciq,n eyacta entre ambos derechos. Defen-
diendo el derecho de Dios, defendemos el derecho del hom-
bre; pero del hombre de la razon , del hombre de la virtud,
de la libertad, y sólo condenamos el derecho del hombre
de la concupiscencia, del hombre del libertinaje , del hom-
bre de la tiranía.




.'


DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 591
Pero hay tal empeño en caracterizar de terrible la


unidad católica, que se dice: i,por qué no pedís la In-
quisicion'? Pues muy sencillo; no la pedimos, porque la
misma humanidad nos lo impide hoy. j Quién nos diera
poder pedir la Inquisicion segun las doctrinas del 1e-
recho. y el espíritu católico, nó segun se la han figurado
los enemigos de la unidad católica, presentándola como
un monstruo horrendo, inconmensurable, inventado para
asustar á los católicos tímidos y para ocultar detras de
él todas las crueldades de las herejías, que no han tenido
más vida ni más aliento que el que les ha comunicado la
pasion que les mueve á hacer una guerra inicua al Cato-
licismo!


La Religion católica, siendo la suma verdad, es tam-
bien la suma prudencia, y por lo tanto aconseja unos tra-
tamientos para los sanos y otros para .los enfermos; tiene
en cuenta que ántes es vivir que demostrar la energía de
la vida, y si los pueblos en la actualidad están enfermos de
esa indiferencia, que yo creo que no es todo indiferencia,
sino que es más amor á los placeres sensuales, molicie,
vanidad; si los pueblos están enfermos de este achaque, la
Religion y la moral católica convienen en aconsejar que al
enfermo no se le imponga el peso y el esfuerzo que al sano;
cuando está enfermo el pueblo, puede haber lugar á ciertos
tratamientos ó «tolerancia negativa» hasta que llega la
reaccion; pero querer aplicarle el tratamiento del libre cul-
to, sobre ser un anacronismo, porque es querer calmar los
padecimientos del siglo XIX con 1.os expedientes del siglo
XVI, es atormentar nuestra sociedad, es violentarla.
Nuestra sociedad está sana en cuanto no profesa cultos fal-
sos, y á pesar de eso se la trata como á enferma de libl'e~
cultismo, se la hace admitir el contagio y tragar el
veneno.


No quiero ocuparme de la necesidad que se atribuye ii
nuestras relaciones con los extranjeros. Yo creo que este
punto está suficientemente dilucidado, y hasta pudiera ser




,.


592 mSOURSo
que se volviese á tratar por personas más competentes que
yo; ni tampoco quiero entrar en esos compromisos que se
dice que existen. Yo no he sabido que los extranjeros ha-
yan reclamado sobre esto; siempre nos han dejado en paz;
ellos son muy amantes de la independencia, para que yo
entienda que puedan atacar á nuestra N acion. Y decía yo:
si por consideracion á los extranjeros y valiéndose del pre-
texto de la influencia extranjera se nos quisiera hacer una
imposicion en el órden religioso, y el protestantismo se
prestara para ello, esto solo pudiera bastar para que la re-
chazáramos como agresiva.


Voy á explicar ligeramente dos ideas que me parecen
oportunas. Creo que hay que tener presente que los trata-
dos para propagar é introducir una religion nunca se han
hecho sino en favor de religiones á que se ha atribuido
virtud para elevar á los pueblos á mayor grado de civiliza-
cion, á más conformidad con las condiciones y deseos de la
humanidad. Pues bien; no vemos que estos tratados se ha-
yan hecho sino en los pueblos de Asia y por los bárbaros
de Africa, y me. parece que no tenemos nosotros este con-
cepto ni de nuestra religion ni de nuestra civilizacion. Por
otra parte, no se puede sostener ese argumento que se lla-
ma de reciprocidad; ni los extranjeros con buena fe lo pue-
den invocar, ni realmente lo han invocado. Realmente no
hay modo de pactar con los extranjeros en este punto:
nosotros gozamos en este punto de un estado perfecto, que
es la unidad, y por lo tanto ellos no tienen derecho á exi-
girnos nada, porque nada pueden darnos en cambio del
sacrificio de esta unidad preciosa que tenemos. No pueden
darnos nada, porque la libertad que allí tenga el culto ca-
tólico es cosa resuelta por ellos, no por consideracion á
nosotros mismos, sino porque han descendido de un estado
más perfecto, y han resuelto la cuestion en ese sentido
para sus naturales; no, repito, por consideracion á nos-
otros, sino por razones que nada nos atañen, ni implican
ni pueden implicar sacrificio alguno en favor nuestro. En




DEL fLMO. SR. OBfSPO DE SALAMANCA. 593


otros términos: la unidad católica y la libertad de cultos
son términos opuestos, inconciliables, y así es imposible
que las Naciones extranjeras que profesan esta libertad
pacten con España, que es la Nacion de la unidad.


y despues de esto, ¿qué queda de la argumentacion li-
brecultista'? ¿ Con qué apariencia de razon nos podríamos
excusar de la responsabilidad en que incurriríamos si votá-
ramos esa base contraria á los deberes que el Estado tiene
en favor del catolicismo'? Yo no veo aquí más que fórmulas
vagas, y fórmulas á que apela todo sistema falso cuando
se ve acusado por un análisis exacto y persistente; fórmu-
las en las cuales se encierra, fórmulas de las cuales nadie
le saca.·


Así se ve que el libre culto, despues del fiasco sufrido
durante estos seis años pasados, en nuestra patria, no tie-
ne que invocar sino eso que se dice concierto europeo, ci-
vilizacion, ilustracion. Es necesario que entremos en el
concierto universal; ¿ quién es capaz de sostener este ais-
lamiento'? Esto es 10 que más se dice; pero creo que es lo
que ménos vale .


. Comprendo que el concierto pueda explicarse sobre la
unidad, pero aquí se trata de establecerlo sobre la diver-
sidad, que trae consigo la perturbacion.


La Religion verdadera, siendo única, constante é inva-
riable, es capaz de crear y mantener lazos comunes entre
los Estados, y favorecer la asociacion universal, y contri-
buir así de una manera poderosa á realizar los destinos de
la humanidad. Por el contrario, la herejía, el cisma, como
que nacen siempre del quebrantamiento de la unidad, se
oponen á esta concordia, y son la rémora más grande para
que se llegue á realizar esa gran comunidad humana. Uno
de los caractéres más repugnantes del protestantismo será
siempre ese carácter de division, esa tendencia á la divi-
sion. Nada hablará más en favor de todo corazon que haya
gustado las complacencias de nuestra Religion, que esa
perturbacion y division del protestantismo, que llega hasta







594 DISCURSO
el individuo. Ninguna cosa entusiasma más, decía un cé-
lebre y heroico controversista aleman, ninguna cosa entu-
siasma más el corazon sano y recto, que la consideracion
de que entre los hombres domine un solo espíritu, como
dominaba á los fieles de la Iglesia en los primeros tiempos.
Por eso nada habrá más contrario al sentimiento humani-
tario que el criterio protestante, que destruye toda regla
fija en punto á religion y moral, que son las bases de la
vida humana.


A las aspiraciones, al grito de nuestro Divino Salvador
que, en presencia de Jos tormentos de su pasion amarguí-
sima, renuncia todos sus deseos, aspiraciones y toda la
obra de la redencion en aquella ferviente oracion que diri-
gía á su Padre celestial: «Padre Santo, que todos creyen-
do en mí sean uno, al modo que tú en mí y yo en tí somos
uno,» á esta aspiracion sublime deÍ amor contesta en el si-
glo XVI un reformista perturbador de Alemania: «Cada uno
entienda el Evangelio á su manera.»


No se me oculta que en los tiempos presentes el natu-
ralismo trabaja por establecer este concierto sobre las ba-
ses de tolerancia y libertad; pero este criterio de libertad
conduce seguramente, ó más seguramente, á la division y
á la lucha que el mismo principio protestante. El princi-
pio de la libertad, si no encuentra trazados sus límites
por la nocion segura de la verdad y de la justicia, es siem-
pre incierto, y en lugar de servir para arreglar y calmar
las pasiones, no sirve más que para excitarlas.


l, Por qué se nos ha de exigir ese extraño concierto~
Permitidme una semejanza. Si entre muchos hombres cada
cual cojease de su manera, por la discordancia que esto
produjera, ¿se podría llegar á la armonía consiguiente al
paso natural y recto~ Pues qué, ¿no hay preferencias reli-
giosas en las otras naciones? i, No han dado y dan todavía
la preferencia á formas determinadas, hasta el punto de
perseguir á las demas, y sobre todo al Catolicismo ~ Lo que
se ve claro es que en cada Nacion se trabaja por tener una




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 595
religion dominante, y si pudiera ser, exclusiva; se trabaja
por establecer la unidad, siquiera sea por la herejía ó por
el cisma. Y si nosotros tp,nemos la verdadera unidad esta-
blecida y arraigada de una manera incontrastable, como
lo están probando estas luchas y conmociones, ¿por qué
hemos de abandonarla? ¡Desgraciada manera de imitar,
hacer alarde de seguir la política de otros países, y no obs-
tante dejar de hacer en pro de la unidad de nuestra fe
verdadera lo que ellos hacen para dar unidad á su Reli-
gion, áun siendo falsa! Permitidme que emita algunas
ideas más.


Ya veo el concierto á que se nos invita; concierto ne-
gativo, concierto fatal; el nombre propio es el de con-
juracion: concierto contra la Religion verdadera, que es la
única que incomoda á los Gobiernos, porque sostiene con
entereza los derechos más preciados de la naturaleza y de
la persona humana; concierto para destruir la gerarquía
eclesiástica, para destruir la distincion, armonía y com-
binacion de los dos Poderes, base indispensable de la civi-
lizacion cristiana; concierto para hacer pasar el poder es-
piritual á manos del poder secular; concierto para poner
impedimentos en el ejercicio de su autoridad al Vicario de
Jesucristo, hasta encerrarlo en el Vaticano, y áun allí no
darse por contentos.


¿ y nosotros habíamos de entrar en esta especie de cons-
piracion contra la Religion, que ha inspirado nuestras más
preciadas glorias; contra la Iglesia, el mejor auxiliar de
nuestras empresas; contra nosotros mismos, contra España,
que ya no tiene de qué gloriarse sino de su historia y de su
espíritu incontrastable y eminentemente católico? ¿Nos-
otros habíamos de entrar en concierto con los que martiri-
zan á nuestro Santo Padre, y habíamos de aumentar las
amarguras de su corazon, descargando el golpe más terri-
ble que puede recibir la Religion de manos del Estado?
i, Tendríamos nosotros, hijos mimados de la Silla Apostóli-
ca, haciendo esto, votando esta ley, tendríamos valor para




596 DISGURI!IO
resistir una mirada de aquel venerable anciano, si acaso
nos la dirigiese con los ojos bañados en lágrimas, y repi-
tiendo las palabras del César moribundo ti su querido Bru-
to, que le decía: tu quoque,jlli mi; tú tambien, hijo mio'?


Yo no quiero ocuparme en otros argumentos que los li-
brecultistas levantan sobre la idea de civilizacion, forjados
de una manera arbitraria. Bien comprendeis que esta civi-
lizacion es precisamente la que está condenada por el Ro-
mano Pontífice, la civilizacion que incluye en sí todas las
flaquezas de la época presente. La Iglesia continuará su-
friéndolas con paciencia, pero nunca sancionará esos erro-
res. Todas las épocas, todos los siglos han tenido sus ca-
prichos, sus amores desordenados, y la Iglesia siempre ha
trabajado por corregirlos con la longanimidad de una bue-
na madre. ¡ La civilizacion! Ya se contentaría esa civiliza-
cion naturalista con que se la llamase puramente cultura
material, puesto que la faltan los dos fundamentos de la
civilizacion legítima, que son los fundamentos de la ver-
dad religiosa y la moral. Si no fuera por el contraste que
forma de todas maneras por parte del catolicismo, ya hu-
biera degenerado ese mejoramiento material y hubiera de-
jado á los pueblos de Europa en un estado semejante á
aquel en que hemos encontrado los pueblos del Asia.


La cuestion para mi no admite género de duda; pero
supongamos que fuese dudosa. Se trata de una cuestion ca-
tólica. ¡, Qué haceis'? Y aquí me habeis de permitir que use
un género de argumentos tal vez no de la aprobacion de
todos, pero que, si me lo permite el Sr. Presidente y la
Cámara, los expondré, porque tengo necesidad de hacerlo;
los argumentos de su autoridad. Aquí se han invocado au-
toridades de todo género, desde la Biblia hasta Voltairc;
la mayor parte de la discusion se ha sostenido con autori-
elades. Pues señor, si tanto han abundado las autoridades,
si aquí ha habido un sinnúmero de autoridades, ¡, no será
razon hacer uso del principal argumento de autoridad para
¡'esolver esta cuestion'? Además, se trata de una cuestion




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 597
católica, y sabemos todos, como católicos que somos, que
en el Catolicismo todo en último término se resuelve, lo
mismo en las cosas ciertas que en las dudosas, por el crite-
rio de la autoridad. No me explicaría yo que habiendo ve-
nido esa carta, los que quieren resolver la cuestion confor-
me á su conciencia de católicos (y creo que todos la desean
resolver así) la hubieran dejado pasar inadvertida, no hu-
bieran tratado de estudiarla, y con el mayor respeto bajar
la cabeza ante su autoridad. Yo comprendo muy bien, por
el contrario, como una cosa muy natural, que se haya aco-
gido como un don precioso, inesperado; que los católicos
se hayan abrazado á ella y la hayan puesto sobre su cora-
zon, y que en estos momentos críticos, ante una cuestion
tan trascendental para la Religion y para la patria, digan:
«Esta es mi norma, esta es mi pauta; yo no la abandono,
yo sigo asido á ella hasta que el valor de este documento
sea destruido por otro documento de igual valor.»


y así veis que casi todos los oradores que han tratado
de esto combatiendo la base 11. a, han hecho mencion <;le
dicho documento, y yo no lo extraño.


Ninguno acaso necesitaba ménos usar de ese argumen-
to de autoridad que el Obispo, porque el Obispo tiene tam-
bien mision y autoridad apostólica (si bien naturalmente
en un grado muy inferior al Sumo Pontífice); porque como
Obispo está tan unido en espíritu y doctrinas con el Roma-
no Pontífice, que no necesitaba más que hablar segun este
mismo espíritu. Pero al mencionar ese documento tantas y
tantas veces, se han emitido bastantes ideas equiv00adas
en uno y otro sentido, y un Obispo no puede ménos de vol-
ver por ese documento y colocarle en su verdadero punto
de vista, porque la verdad católica, señores, de ninguna
manera se defiende mejor, nunca se hace más por ella que
cuando se coloca' en su verdadero terreno. Algunos han
dicho que esto es una condenacion formal; que el que vote
la base 11. a queda desde luego excluido del seno de la iglesia;
que este hecho está caracterizado de herejía. No es cierto,




598 DJSCURSO
á mi modo de ver. El documento no tiene ese valor; pu-
diera habérselo dado el Romano Pontífice, pero la verdad
es que ese carácter no aparece en la carta. Y no porque le
falte la condicion del anatema, que esto no es necesario,
sino porque el Romano Pontífice no ha tenido por conve-
niente dar á esa definicion el carácter de universalidad que
corresponde para que sea definicion ex catlteilra, ni hacer
una especial condenacion con pena eclesiástica especial.
Por lo tanto, aquellos que no atiendan más que á la exco-
munion , á quedar ó no excluidos del seno de la Iglesia, no
es esto lo que han de temer. i,Pero este documento no tie-
ne valor doctrinal? Sí le tiene. En primer término decla-
ra que la base 11." va contra la verdad y la Religion cató-
lica, y hace reos de grave atentado á los que la sostienen.
Estos obran contra la ley de Dios, contra el primer precep-
to del Decálogo, que manda adorar á Dios y sólo á Dios
como Ello ha dispuesto, en espíritu y én verdad; y como
la adoracion y el culto se apoyan inmediatamente en la fe',
claro es que tambien van contra la fe; si bien no llega el
Romano Pontífice á caracterizar la falta de herejía, será
próyima á la hereji.a, tendrá sabor á herejía: poco impor-
tan los detalles del diagnóstico cuando la enfermedad está
caracterizada de mortal; pero lo cierto es que' la.stima
la fe.


Esta manifestacion está en la letra misma de la dec1ara-
cion, que empieza diciendo : «Declaramos que esa base 11.·,
redactada en los término que lo está ó en otros semejantes,
lastima la verdad y la Religion católica. » No es , pues, una
definicion ex catkeara: no condena por herejía, pero es una
declaracion que afecta al cumplimiento de la ley de Dios,
á la integridad de la doctrina y al respeto y obediencia
que se debe al Jefe de la Iglesia, sobre cuya autoridad se
constituye, y por cuya autoridad se mantiene la comunion
católica.


Se dice tambien (y yo no he podido darme razon en qué
sentido) que éste era un documento del Gobierno de Su San-




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 599
tidad. Digo que no comprendo el valor del argumento, por-
que en Roma, en la Iglesia no rige el Gobierno represen-
tativo: no hay más autoridad que la del Romano Pontífice,
que se deriva ó se comunica á sus diversos representantes,
segun el cargo que ejerzan. La teología y el derecho canó-
nico nos enseñan que áun 'cuando no aparezca la firma del
Romano Pontífice, áun cuando no se haga mencion del
Romano Pontífice, sobre todo si el documento emana de
alguna de las sagradas Congregaciones, obligará á las
conciencias de los católicos, segun la maJor ó menor gra-
vedad de la materia, por solo el respeto á la autoridad del
Soberano Pontífice· Extraño además esa evasiva, porque
cuando fué conocido en España este documento, por los
periódicos afectos á la base, y por las agencias telegráfi-
ca~, se daba una explicacion que contradice á ésta. En-
tónces, para desvirtuar su valor, se decía: «El Cardenal
Antonelli no tiene conocimiento de este documento.~ Lo
tendría, ó nó lo tendría; como no había pasado por su Se-
cretaría, no tenía nadie derecho para preguntarle si lo co-
nocía ó nó. No puede· decirse, pues, que este documento
es del Gobierno: este documento es de la Silla Apostólica;.
este documento es del Romano Pontífice. Empieza: Pius
Papa nonus: y concluye, Pius Papa nonus : la idea, la de-
claracion, la firma, la autoridad, todo, absolutamente to-
do, es del Romano Pontífice.


Yo me extendería más en estas consideraciones, pero
no quiero hacerme impertinente, porque si no hubiera
ocurrido esta necesidad para la marcha del debate, yo me
habría impuesto la prohibicion de hablar de teología, ó
por lo ménos de usar los términos facultativos de la ciencia.


Se ha dicho tambien «que no se trata de una doctrina
general, sino que se trata de un hecho; se trata de si en
la base 11.- está ó nó contenida alguna doctrina condenada .
por la Iglesia; ó de otra manera: se trata de saber si Es-
paña, sin faltar á las prescripciones y á las doctrinas ca-
tólicas, puede admitir la libertad de cultos, ó sea la tole-




600 DISCURSO
rancia religiosa, porque tales sean las condiciones en que
se encuentre el país, que le coloquen en la imposibilidad
de cumplir el precepto anteriormente presentado; y como
el Santo Padre no puede conocer con tanta exactitud como,
por ejemplQ , el Gobierno de España las condiciones y la
situacion de la Nacion, áun cuando la doctrina sea verda-
dera (así se me concedió en dias anteriores), como que ya
se mezcla la cuestion del hecho, como hay que atender ú
circunstancias y condiciones que acaso el Romano Pontífi-
ce no conozca , sobre eso ya no se puede decidir tan do
plano.»


Pues, señores, prescindiendo de que la declaracion de
Su Santidad es concreta, y condena absolutamente la ba-
so U.a, yo no creo que el Romano Pontífice deje de estar
muy al corriente de la situacion en que se encuentran hoy
las cosas en España; ántes al contrario, casi me atrevo á
asegurar que la conoce mejor que nosotros; lo primero,
porque tiene medios para ello; y lo segundo, porque el
Romano Pontífice mira las cosas de España como las de to-
das las naciones, á tal altura, con tal elevacion, que no le
puedo engañar ni la pasion de partido, ni el interes perso-
nal, ni ninguna otra razon que pueda ser causa de que no
vea claro en el asunto.


Verdaderamente, señores, yo no me atrevería á hacer
estos argumentos, en primer lugar, porque á decir verdad,
me repugna este recurso, esa apelacion del Papa mal in-
formado al Papa bien informado, de la que han usado mu-
chos cuando han desertado de las filas de la Iglesiá; recur-
so que llegó hasta obtener una condenacion en el siglo pa-
sado , si bien no trato yo de igualar este caso con aquél: y
por otra parte, yo no diría eso por consideraciones al mis-
mo Gobierno, al Gobierno español, al actual Ministerio y
á los que le han precedido; porque el Gobierno, queestá en
relaciones con la Silla Apostólica, ha debido informarle de
la situacion de España, y procurar persuadir al Romano
Pontífice que era llegada la ocasion de introducir, por las




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 601
circunstancias del país, los cultos disidentes. La serie de
reclamaciones hechas por la Silla Apostólica le ha ofrecido
frecuentes oportunidades para hacerlo.


Dice el Romano Pontífice en la mencionada carta:
«Desde el momento mismo en que accediendo á las rei-


teradas instancias de ese Gobierno, enviamos nuestro NUll-
cio á Madrid, dimos comision al mismo Nuncio para que
por todos los medios que estuviesen á su alcance, procura-
se con los que gobiernan la Nacion, y con el serenísimo
Rey Católico, que fuesen reparados plenamente los daños
inferidos á la Iglesia de España por las turbulencias civiles
durante el tiempo de la revolucion , y para que todo aquello
que se había pactado en el Concordato de 1851, Y despues
en los convenios adicionales, fuese con toda fidelidad ob-
servado. Y como por la Constitucion de 1869, establecida
la libertad de cultos, se infirió una grandísima injuria á la
Iglesia en ese Reino y al citado Concordato, que tenía fuer-
za de ley, nuestro Nuncio, segun las instrucciones que do
Nos había recibido, así que llegó á Madrid, puso todo su
cuidado y esfuerzo en que se restituyese enteramente todo
su vigor al Concordato, rechazando absolutamente toda
novedad contra lo estipulado en los artículos de dicho pac-
to, que cediese en detrimento de la unidad religiosa ... Pos-
teriormente, habiéndose publicado en los periódicos espa-
ñoles una fórmula y modelo de la futura Constitucion que
había de ser sometido al exámen de los Supremos Congre-
sos del Reino, cuyo artículo undécimo tiende á que se res-
tablezca en España la libertad ó tolerancia de los cultos no
católicos, determinamos al punto que se tratase esta cues-
tion por el Cardenal nuestro Secretario de Estado con el
Embajador de España cerca de esta Santa Sede, entregán-
dole una nota, fecha 13 de Agosto de 1875, en la que se de-
clarasen las justas causas de nuel!!tras protestas que contra
el dicho artículo exigía de Nos el derecho y nuestro eleva-
do cargo. Las declaraciones dadas con este motivo fueron
reiteradas por esta Santa Sede en la respuesta que creyó




602 DISCURSO
conveniente dar á algunas observaciones hechas por el
Gobierno español en su defensa, declaraciones que tampo-
co dejó de repetir nuestro Nuncio en la corte de Madrid al
Ministro de Estado, exigiéndole en conferencias tenidas
con él, que de sus oficiales reclamaciones se tomase acta
en el Ministerio de su cargo.»


Hé aquí como el Romano Pontífice enumera toda la se-
rie de reclamaciones que ha hecho ante el Gobierno español
(sé que de las dirigidas á otras regiones no debo hablar)
en favor de la conservacion ó del restablecimiento, como
quiera decirse, de la unidad católica.


Pues bien; si tantas han sido las ocasiones que ha dado
el Romano Pontífice al Gobierno para explicarse; si el Ro-
mano Pontífice está dispuesto á oir estas explicaciones y á
consentir benigno las modificaciones que se le exijan,
cuando sean imprescindibles, deberíamos concluir que,
ó los Gobiernos no han sentido la necesidad que hoy se ale-
ga, ó que si la han sentido, no han sabido explicarla en
Roma. Por esto digo que yo no haría este género de argu-
mentos.


Sr. Presidente, me encuentro fatigado, y rogaría á
S. S. que suspendiese la sesíon por algunos instantes.


El Sr. PRESIDENTE: Se suspende la sesion por quince
minutos.


Eran las cinco y media.


Abierta de nuevo la sesíon á las seis ménos cinco mi-
nutos, dijo


El Sr. PRESIDENTE: Continúa la sesion. Tiene el uso
de la palabra el Sr. Obispo de Salamanca.


El Sr. Obispo de SALAMANCA: Fatigados como debo
suponer que estais, á pesar de vuestra gran benevolencia
y consideracion al oirme hablar de este asunto tan trillado,




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 603
de buena gana os dispensaría de lo que me queda por decir;
mas la importancia, que puedo llamar vital, de la cuestion
que se debate, y la consideracion de que á un Obispo se le
ofrecerán poquísimas ocasiones de hacer uso de la palabra,
me permiten alguna mayor libertad.


Lo que me queda que decir se reduce á ligeros comenta-
rios de los calificativos aplicados á la base U! por el Vi-
cario de Jesucristo, cabeza suprema de la Iglesia; y me
parece oportuno hacer estos comentarios para que no se ex-
trañe cierto concepto si pareciese fuerte á los Sres. Sena·
dores; yo no quisiera molestar á nadie: únicamente expo-
ner la verdad, y luégo cada cual que la aplique como ten-
ga por conveniente, porque yo aquí no tengo más mision
que la de un Senador que es Obispo, yen este concepto
tengo representacion y autoridad en la Iglesia, aunque no
me atribuya ante el Senado el cargo de Pastor de unas al-
mas que no me están encomendadas.


He dicho que aun cuando sobre esta cuestion no ha re-
caido una decision ex catheilra, hay, sí, una declaracion doc-
trinal, como se ve por la letra de la carta del Santo Padre,
que dice: «])ecla'famos que dicho artículo, que se pretende
proponer como ley dél Reino, y en el que se intenta dar
poder y fuerza de derecho público á la tolerancia de cual-
quiera culto no católico, cualesquiera que sean las pala-
bras y la forma en que se proponga , viola del todo los de-
rechos de la verdad y de la Religion católica; anula contra
toda justicia el Concordato establecido entre la Santa Sede
yel Gobierno español en la parte más noble y preciosa que
dicho Concordato contiene; hace responsable al Estado
mismo de tan grave atentado, y abierta la entrada al error,
deja expedito el camino para combatir la Religion católica,
y acumula materia de funestísimos males en daño de esa
ilustre Nacion, tan amante de la Religion católica, que
miéntras rechaza con desprecio dicha libertad y tolerancia
pide con todo empeño y con todas sus fuerzas se le conser-
ve intacta á incólume la unidad religiosa que le legaron




604 DISCUReo
sus padres, y la cual está unida á su historia, á sus monu-
mentos, á sus costumbres, y con la que estrechísimamente
se enlazan todas las glorias nacionales.»)


Esto es obvio y fácil de entender.
La verdad, siendo un bien connatural al entendimiento


humano, siendo su misma vida, se impone por su propia
excelencia, por su propia autoridad. N o de otra suerte que
se ill).ponen los alimentos sanos si se ha de conservar y des-
arrollar la vida del cuerpo.


En el órden jurídico no hay competencia imaginable
entre la verdad y el error; como no la hay entre el bien y
el mal: porque el error y el mal, siendo una negaeion, un
elemento de muerte para la vida intelectual y moral, no
pueden tener derecho alguno; sería la iniquidad más abso-
luta el que la ley les reconociese derechos.


Se dice sin embargo por los indiferentistas que los de-
rechos no se conceden al mal y al error, sino á la libertad
humana, que puede optar por ellos. Tal es el refugio del
error y de sus patrocinadores; acogerse para tener plaza
en la vida pública á derechos que se suponen falsamente
en la personalidad y libertad humana.


Pero tambien este recurso es completamente vano, por-
que á la libertad tampoco le es dado invocar derechos para
el mal y para el error. Nadie ha podido aún desmentir la
sentencia de nuestro Salvador cuando decía que la verdad
era la que nos haría libres.


No desconozco que puede haber libertad física para esos
extremos; pero libertad moral y libertad legal, es decir,
derecho ante la conciencia y ante la ley, nunca.


y áun la misma libertad de hecho empleada para abra-
zar el error, no es sino la misma locura; y empleada para
seguir el mal, no es ya la libertad, sino servidumbre; es
pura fragilidad, debilidad, decaimiento, esclavitud bajo la
tiranía de los malos instintos. No se puede abusar de la
libertad sin que desde luego se pierda; ella misma se suici-
da por sus propios excesos.




DEL lUlO. SR. OBISPO DE SALAMAKCA. 605
Solamente en ciertos casos dudosos rige la libertad: in


dubiis libertas. La libertad no constituye por si un principio
absoluto y permanente de derecho. La libertad no es más
que un elemento de la operacion humana, y las acciones
humanas no pueden confundirse con sus reglas. La liber-
tad dará mérito ó demérito á la accion humana; pero lajus-
ticia le ha de venir de más alto.


y en la ocasion presente i, estamos en caso de duda '?
Ante todo hay que observar, que tratándose de determinar
las bases y el procedimiento para el ejercicio de la libertad
legal, se ofrecen muchas ménos dudas que tratándose de
la libertad moral: primero, porque en la vida pública no
se desciende á los detalles de la vida particular, y los de-
talles son los que ofrecen más ocasiones de duda y de per-
plejidad; segundo, porque para fijar las reglas de la liber-
tad legal, se tiene por auxiliar inmediato y propio el sen-
tir comun, que siempre es criterio más seguro que el sen-
tir individual.


En España la verdad religiosa no sólo es conocida, sino
evidente y hasta acreditada con una gloria imperecedera.


En España se reconoce la verdad cat61ica , se la ama,
se la profesa unánimemente. ¿, Qué consideracion merecen
algunas ligeras excepciones'? Se la profesa en la unidad y
con llila firmeza que revela bien á las claras su profundo
arraigo entre nosotros. El catolicismo en España es una
verdad admitida, hist6rica, tradicional, esencial; es una
doctrina soci:}l, un principio que constituye una base tam-
bien social.


Y, señores, sin razon ninguna, sin más que por consi-
deracion á principios que por el hecho mismo de serIe con-
trarios son y tienen que ser falsos, se prescinde de esta
verdad y se le niegan su valor y sus prerogativas. ¿Qué
derecho hay para tratarla con este menosprecio'? Hija de
la sabiduría eterna, ella es la verdad; la gran verdad de
loo siglos, la que ha salvado todos los accidentes de la his-
toria; la verdad segun la cual, conforme á los designios


39




606 DISCURSO
de la Providencia, se ha desarrollado la vida de lahumani-
dad, la que más generalmente ha constituido el fondo del
sentir racional del género humano. Al rededor de ella han
girado todas ias verdades que han sido patrimonio del saber
entre los hombres, con ella han chocado todos los errores,
en ella se han depositado y tienen vida todas las lecciones
de la experiencia; y ahora se la reduce á la categoría de una
doctrina opinable, y se le obliga á sostener competencias
con el error para dominar en España ... en España, donde
ha brillado como el sol sobre el meridiano; en España,
donde ha ilustrado como por privilegio las inteligencias;
en España, en donde si alguno cierra los ojos á su luz no
los abre para buscar otra luz, sino que prefiere quedarse á
oscuras.


Bien puede decir nuestro Santisimo Padre que la ley
cuya deliberacion nos está ocupando, es injuriosa á la
verdad.


y no se alegue que se la iguala hasta cierto punto en
condiciones con el error para obligarla á la lucha, hacerla
más viva en las inteligencias; porque si la verdad religio-
sa es un don del cielo, ~qué derecho tenemos nosotros para
poner á prueba los dones de Dios '? ~ Qué derecho para poner
en peligro la fe , ni áun de uno solo de nuestros hermanos '?
Conviene que se reanime el espíritu católico; ~ pero he-
mos de tomar como medio aceptable el dejar de prestar á
la verdad el homenaje y la defensa que le debemos'? Entón-
ces hariamos buena la impía sentencia de que el fin justi-
fica los medios.


Además, si hubiera un Gobierno que por este medio se
propusiera avivar la fe , cometería un desacierto.


Por la oposicion lo que se excita en los católicos, como
entre los que profesan una doctrina á todo trance, es el
celo de propaganda y defensa, de resistencia y de lucha, y
esto siempre produce excitaciones é inquietudes que el go-
bernante sabio no debe provocar. Lo que á éste le convie-
ne excitar es el celo de la piedad y de la perfeccion reli-




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 607
giosa , y esto se hace con la moderacion, con la justicia,
con la proteccion, y sobre todo con el buen ejemplo, con-
virtiendo el poder en un medio eficaz de educacion. Mas
hé aquí que se excita el espíritu. religioso con la contra-
diccion, y luégo se le ti'ata de comprimir, porque se temen
las inquietudes que de esto se originan. ¿No es esta últi-
ma la conducta del que hiere, ó manda herir á un hombre
teniéndole maniatado para qUJ no se defienda, y hasta
ahogando su voz para que no clame contra la injusticia'?
Conviene que haya herejías, es necesario que vengan es-
cándalos; pero i ay de aquél por q uion el escándalo viene!


Añadamos una nueva circunstancia. No se trata sim-
plemente de la aceptacion y defensa de la verdad en gene-
ral, sino de la verdad religiosa. No se trata solamente de
cumplir un deber para con nuestro entendimiento, sino un
deber, ó mejor dicho, el conjunto de todos nuestros debe-
res para con Dios.


Se trata de la verdad que nos enseña á conocer á Dios
Eegun su grandeza, y á venerarlc con la pureza y fervor
de corazon que reclaman su bondad y su santidad.


¿ y qué religion llena estas condiciones tan cumplida-
mente como la Religion católica'? Ella es la que restituyó
al mundo la nocion de Dios, perdida hasta el punto de ado-
rarle como desconocido, segun hizo notar San Pablo ante
los jueces del Areópago; ella la que descubrió los mayores
misterios de la naturaleza y señaló los destinos del hombre;
ella la que ha causado y promovido sus verdaderos progre-
sos, la que ha santificado sus aspiraciones y tendencias
hasta elevarle á la union con la Divinidad; ella la que en-
tusiasmó siempre el corazon de nuestros padres, la que ha
inspirado sus mayores proezas al genio español; y ahora se
le piden ... mejor dicho, se le niegan los títulos para reinar
en la Nacion, que es patrimonio de la Madre de Dios, en la
patria de los místicos y de los Santos, en la tierra en don-
de los poetas no solamente han cantado, sino que se han
atrevido á representar los misterios de la gracia y las ale-




608 DISCURSO
. grías de la gloria, y en donde los artistas, segun expresion
de un modesto cuanto instruido literato, han pintado el
cielo como su propia casa, y las vírgenes y los ángeles
como á las personas de su propia familia. A esta Religion
purísima y . benéfica, tan venerada de los españoles, se la
cita hoy á juicio ~ se la pretende condenar á que admita en
amigable consorcio el fanatismo ciego de Lutero y la teo-
logía glacial de Calvino.


La ley se propone decir á los españoles, 6 s(~a á los ca-
tólicos , que la Religion nacida al pié de la Cruz, regada
por la sangre de un Dios; la Rcligion que Él mismo enseñó
cuando quiso que los hombres aprendiesen á adorarle en
verdad, no es la única del agrado de Dios, y que este pue-
de quedar bien servido con las invenciones humanas. ¿ No
es esto injuriar á l~ Religion verdadera'? ¿No es sancionar
las imposiciones de la razon enferma sobre el mismo Dios'?


y ya se ve; como que no se pueden perturbar ni viciar
las relaciones ni de los individuos, ni de las naciones con
Dios sin que sufran un trastorno consiguiente las relacio-
nes con la Ig'lesia, que le representa en el mundo, por eso
en el juicio que merece al Sumo Pontífice la base de que se
trata, es natural que despues de haberla calificado Pio IX
de injuriosa á la Religion amada, se diga que á la vez es
destructora del Concordato que debía estar vigente.


Yo, que deseo concluir, no quiero entrar en un debate
ámplio sobre la anulacion del Concordato en fuerza de la
base ll. a; y acaso aunque tuviera tiempo no lo haría, no
porque rehuya este debate, sino porque se han acumulado
tantos arg'umentos y tantas sutilezas sobre esta materia,
que casi se ha venido á producir una especie de alucina-
cion; casi se ha llegado á entender que de lo que se trata
aquí es de ver si la base 11. a destruye ó no destruye el Con-
cordato. Nó, señores, ya lo habeis visto; la cuestion es
mucho más alta; áun cuando no existiera el Concordato, ó
úun cuando permaneciese incólume enfrente de esta ley,
no por eso se disminuiría en lo sustancial la responsabili-




DEI, nJ\w. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 609
dad en que se incurre estableciéndola. La cuestion es ne-
cesario colocarla al nivel de la ley divina; está muy por
encima del Concordato, y para no contribuir yo á esa es-
pecie de extravío que se ha producido, dejaré de tratar á
fondo la cuestion del Concordato, por más que desearía que
Re discutiese despacio, pues así se confirmaría que los de-
rechos de la verdad resultan vulnerados por la base ll. a


Entre tanto, yo me permito observar dos cosas. Para
entrar en este debate necesitamos dos condiciones: prime-
ra, que los documentos que se aduzcan ó se presenten
para probar que el artículo 1.0 del Concordato no tiene sino
un valor histórico, sean tan formales, tan auténticos como
aquellos en que Roma ha hecho presente que dicho artículo
no es histórico, sin.o dispositivo; segunda" que estos
argumentos se hayan presentado en Roma sin ninguna ate-
nuacion, sin ninguna explicacion que los haya podido
desvirtuar, y que en Roma la Santa Sede los haya acepta-
do y haya dado pruebas de que se conformaba con aquel
sentido, á la manera que es visto que los documentos que
han venido de Roma exponiendo el arto 1.0 del Concordato
en sentido de obligar á la observancia de la unidad, se han
aceptado por el Gobierno español sin atenuacion ni restric-
cion alguna.


Por otra parte, y esta es, señores, mi segunda observa-
cion, hemos visto que cuando se celebró el Concordato de
1851, el Romano Pontífice, teniendo en cuenta la tibieza de
los Estados en este siglo respecto al cumplimiento de sus
deberes católicos, quiso que se hiciera un Concordato ge-
neral; había en España quien opinase por un Concordato
particular á estilo de los de los siglos anteriores, que eran
concordias para resolver negocios especiales; pero Roma
insistió mucho en que había de ser general, y había de em-
pezarse por consignar el compromiso solemne del Estado
para cumplir sus deberes de católico, atendidas todas las
condiciones de la Nacion Española; porque habiendo de ser
un arreglo general para entenderse en todos los negocios.




610 DISCURSO
comunes entre ambas potestades, había que establecer sobre
eS3 hecho legal y formal, sobre ese compromiso, otros de-
beres que el Estado tenía que cumplir, mejor dicho, las
estipulaciones de parte del Gobierno español en favor de la
Iglesia estribaban sobre eso; todas son una consecuencia
necesaria de ese primer artículo, como nos está demostran-
do la letra del mismo Concordato. Ya vemos cómo el Ro-
mano Pontífice presenta. el Concordato en las Letras A pos-
tólicas con que le acompañó, y que son parte del mismo
Concordato; primero presenta todos los compromisos de
parte dpl Estado en favor de la Religion, y luégo tenemos
todos los de la Iglesia en favor del Estado.


Dicho documento dice así: «Quisimos que en este con-
venio se estableciese ante todas cosas que la Religion ca-
tólica, apostólica, romana, con todos los derechos de que
goza por institncion divina y por la sancion de los sagra-
dos cánones, se mantenga y domine exclusivamente como
ántcs en todo el Reino de las Españas, de modo que la in-
juria de los tiempos no pueda inferirle perjuicio alguno, y
que se destierre cualquiera otro culto; que en todas partes,
en las universidades y colegios, seminarios y escuelas pú-
blicas y privadas se enseñe con pureza la doctrina católica;
que se conserven íntegros é inviolables los derechos de la
Iglesia que conciernen principalmente al órden espiritual;
que los Prelados y los ministros sagrados tengan libertad
en el desempeño de sus funciones episcopales yen las del
sagrado ministerio, singularmente para custodiar la fe y
defender la doctrina de las costumbres y disciplina ecle-
siástica, removiendo cualesquiera dificultades é impedi-
mento s , y que se preste por todos la consideracion y honor
que se deben á la autoridad y dignidad eclesiásticas. Y :'t
fin de impedir más y más que nada pueda por cualquier
motivo oponerse al bien de la Iglesia, se ha sancionado,
entre otros artículos, que todo aquello que se refiere ¡'t las
personas y cosas eclesiásticas de que no se hace mencion
en el convenio, se trate y administre en un todo conforme




nEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 611
á la disciplina canónica y vigente de la Iglesia, y que
cualesquiera leyes, órdenes y decretos contrarios á este
convenio deben quedar completamente anulados y supri-
midos.


»Dado en Roma, etc.»
Todo esto lo dice seguidamente el Romano Pontífice,


á pesar de no contenerse en artículos consecutivos, forman-
do un cuadro de todos los compromisos del Estado en favor
de la Iglesia. Leed todos los artículos del Concordato, del
5.° al 43, y no encontraréis uno en que la Iglesia no pierda,
no ceda algo en favor del Estado. Ved, pues, cómo estas
estipulaciones y compromisos dependen todos del arto l. o
El arto 1.0 establece la unidad religiosa en estos términos:
«La Religion católica, apostólica, romana, que con exclu-
sion de cualquiera otro culto, continúa siendo la única de
la N acion Española, se conservará siempre en los dominios
de S. M. Católica, con todos los derechos y prerogativas
de que debe gozar segun la ley de Dios y lo dispuesto por
los sagrados cánones.»


Viene e12.0 y dice con la ilacion correspondiente. «En
su consecuencia, la instruccion de las universidades, cole-
gios, seminarios,!/ escuelas públicasó privadas, de cualquiera
clase, será. en todo conforme á la doctrIna de la misma Re-
ligion católica; y á este fin no se pondrá impedimento al-
guno á los Obispos y demás Prelados diocesanos encarga-
dos por su ministerio de velar por la pureza de la doctrina,
de la fe y de las costumbres, y sobre la educacion religio-
sa de la juventud en el ejercicio de este cargo, áun en las
escuelas públicas.»


Dice el 3.°, siempre guardando la ilacion: «Tampoco se
pondrá impedimento alguno á dichos Prelados ni á los
demas sagrados ministros en el ejercicio de sus funciones,
ni los molestará nadie bajo ningun pretexto en cuanto se
refiera al cumplimiento de los deberes de su cargo; ántes
bien, cuidarán todas las autoridades del Reino de guardar-
les y de que se les guarde el respeto y consideracion debi-




612 DISCURSO
dos, flegun los divinos preceptos, y de que no se haga cosa
alguna que pueda causarles desdoro ó menosprecio.· Su
Majestad y su Real Gobierno dispensarAn asimismo su po-
deroso patrocinio á los Obispos en los casos que le pidan,
principalmente cuando hayan de oponerse á la malignidad
de los hombres que intenten pervertir los ánimos de los fie-
les J corromper sus costumbres, ó cuando hubiere de im-
pedirse la publicacion, introduccion ó circulacion de los
libros malos y nocivos.»


Artículo 4.°, con ilacion tambien: «En todas las demás
cosas que pertenecen al derecho y ejercicio de la autoridad
eclesiástica y al ministerio de las órdenes sagradas, los
Obispos y el clero dependiente de ellos gozarán de la plena
libertad que establecen los sagrados cánones.»


Mas el arto 5.° ya se explica así: «En atencion á las po-
derosas razones de necesidad y conveniencia ... » y trata de
la circunscripcion de diócesis y demas asuntos particula-
res en este y en los artículos siguientes.


Salta despues al articulo 43, que dice: «Todo lo demás
correspondiente á personas· y cosas eclesiástícas sobre lo
que no se provee en los artículos anteriores, será dirigido y
arlministrado segun la disciplina de la Iglesia canónica-
mente vigente.»


Ultimamente, en el 45 se establece que «en virtud del
Concordato se tendrán por revocadas en cuanto á él se opo-
nen, las leyes, órdenes y decretos publicados hasta ahora
de cualquier modo y forma en los dominios de España, y el
mismo Concordato regirá para siempre en lo sucesivo como
ley del Estado en los propios dominios. Y por tanto, una y
otra de las partes contratantes prometen por sí y sus suce-
sores la fiel observancia de todos y cada uno de los artículos
de que consta. Si en lo sucesivo ocurriese alguna dificultad,
el Santísimo Padre y S. M. Católica se pondrán de acuerdo
para resolverla amigablemente.»


Se me ha pasado decir una cosa cuando hablaba del ca-
tolicismo del Estado. Debo manifestar con franqueza que




DEJ. ILMO. SR. OBISPO DE SALAMA:"CA. 613
nos asusta ese catolicismo que se atribuye al Estado, que
nos hace temer, y yo por mí estoy receloso, no tengo in-
conveniente en decirlo, porque al mismo tiempo que el Es-
tado se llama católico, veo un empeño tenaz en sostener
que el Concordato está vigente á pesar de la base ll~a


Entre otras muchas cuestiones, veo que se abre la puer-
ta á una controversia interminable, que nos habrá de pro-
ducir muchos disgustos y quebrantos, los cuales creo de-
bieran evitarse. Por esto al plantearse la. cuestion del Con-
cordato no se ha de tratar sólo de si está vigente el artícu-
lo l.0, sino todos los que vienen ligados á él; porque de
otra manera, ¿qué se adelantaría'? Si todos los consiguien-
tes al arto l.0 se echan por tierra; si los Obispos no pueden
intervenir en la enseñanza de los establecimientos para
que allí no se enseñen cosas contrarias á la doctrina católi-
ca; si los Obispos no pueden hacer que se impida la pu-
blicacion de libros de doctrinas contrarias al catolicismo:
si no pueden acudir al brazo secular; si en todo lo que no
se determina en el Concordato no ha de regir el derecho
propio de la Iglesia para que recoja esos libros; si no ad-
quirimos la seguridacl de que cuantas disposiciones se han
dado desde 1868 acá en contra del Concordato han quedado
de hecho derogadas, entónces ¿ qué habrémos adelantado '?
Aun cuando concediéramos esa hipótesis, del carácter
histórico del arto l.0, resultaría que quedaba de parte
del Gobierno español en el Concordato un artículo inútil
(porque si es histórico es inútil) , y todo lo demás anulado:
es decir, que el Concordato quedaba caido por completo
del lado del Gobierno español; y si se quería entónces
exigir que la Iglesia lo mantuviera por su parte, sería
una injusticia manifiesta; injusticia que la Iglesia no po-
día consentir; y si el Gobierno se empeñaba en hacerlo
cumplir, se producirían interminables inquietudes. Es pre-
ciso para tratar esta cuestion con seriedad traer contesta-
ciones francas y terminantes sobre todos los artículos co-
herentes con elLo




614 DISCURSO
Con estas condiciones, pues, si se plantea el debate,


dispuestos estamos á sostenerle; y entre tanto debemos
dej al' en pié la afirmacion del Romano Pontífice, hecha con-
forme á sus manifestaciones de 1845, de 1847, de 1851 y de
1855; manifestaciones que no han sido hasta ahora contra-
dichas por los Gobiernos españoles. Y si se le ataca, que no
lo temo, volverémos por su honra.


Ya comprenderéis Sres. Senadores, por qué el Padre
Santo tiene razon para decir que con la base 11.a se comete
un atentado grave, se haco reo el Estado de un atentado
grave, no s610 grave por su esencia, 'sino además por sus
consecuencias en primer término, como dice tambien Su
Santidad. Mas si grave es el atentado que envuelve el ar-
tículo que se nos propone, todavía se hace mucho más grave
por las consecuencias que de él se habían de desprender.
Ved la situacion deplorable á que su aprobacion habría de
reducir á la Iglesia inevitablemente en España.


En primer lugar, abierta la puerta al error, dice con
admirable sabiduría el Romano Pontífice, deja expedito el
camino para combatir la Religion cat6lica. Merece la más
seria consideracion á Su Santidad el agravio que sufre el
Catolicismo por esta disposicion, puesto que desde luego
pierde el carácter de verdad, y por lo tanto todo el valor,
todas las distinciones que como única religion verdadera le
corresponden. La doctrina cat6lica seguirá recomendándo-
se por el ministerio de la Iglesia; seguirán acreditándola
con sus ejemplos y virtudes los fieles que sinceramente la
profesen; seguirá celebrándose por nuestros monumentos
y nuestra historia; pero aparte de las predicaciones y malos'
ejemplos contrarios, que no podrán ménos de tolerarse,
siempre se verá desacreditada por el testimonio de nuestro
derecho constituyente, menospreciada por la voz de las le-
yes que en consonancia con el mismo se habían de dictar,
deprimida, rebajada por la conducta de los gobernantes,
que se habían de ver precisados por lo ménos á tratarla se-
gun el criterio de la indiferencia; y digo por lo ménos,




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 615
porque introducido el principio heterodoxo, no solamente
no reclamándolo, sino repugnándolo el sentimiento del país,
habiendo de estar constantemente repelido por ese mismo
sentimiento, exigiría que los Gobiernos lo tratasen con el
cuidado y esmero con que se cuida una planta exótica, si-
quiera para que su exigua existencia diese la razon á la ley
por la cual se había importado. Y estos cuidados y esta
conducta de los gobernantes habrían de constituir un gé-
nero de predicacion funesta que pondría en peligro la fe
de nuestras almas.


Es posible haya quien califique todo esto de puraR
aprensiones de una imaginacion alterada, puesto que en la
misma base se consigna ántes la proteccion y predileccion
á la Religion c::üólica, lo cual basta para que no caiga en
ese menosprecio que acaQo de indi~ar.


Es verdad que en la primera parte se trata con distin-
cion á la Religion católica; pero el daño se le hace en la
segunda, sin que se llegue á reparar en la tercera. Poco
consigue la esposa con que se la declare tal, si al mismo
tiempo se la obliga á tolerar en su misma ca¡'la á la man-
ceba.


La fórmula de «Religion del Estado» es una de las más
temibles y vitandas que hoy se ofrecen en la controversia
político-religiosa, pues está probado no significar otra cosa
sino que el Estado descuida la Religion de los individuos,
y sin embargo, él se declara religioso para tener pretexto
de influir en las cosaR de la religion , por donde se ve que
lo que busca es quedar sin deberes y conservar derechos.


La Religion católica, contra la voluntad de los mismos
autores del artículo, entraría en un período de constante
oposicion: y quisieran ó no quisieran los Gobiernos que se
sucediesen, habría de sufrir una verdadera persecucion.
Persecucion, sí, porque en la persecucion vive el que est:'t
fuera de las garantías de la ley; y la Iglesia y la Religion
católica, planteada esta Constitucion, habrían de vivir sin
ellas.




DHICURSO


Hecordad si no (y este recuerdo me basta como prueba),
recordad lo que ha pasado en el tiempo que ha regido ó
desue que se confeccionú la Constitucion del 69. Para la
Iglesia no había más ley que la vejacion. ¿ Se trataba de
sus compromisos á favor del Estado'? Pues se la hacía res-
petar todos los imaginados hasta entónces, aunque fuese
necesario desenterrar leyes de todos nue ,tros Códigos,
hasta del Fuero .Juzgo ; pero ¿ se trataba de los compromi-
sos del Estado para con la Iglesia'? Pues se invocaba el de-
recho nuevo y se alegaba que éste suprimía los privilegios;
mas como á la Iglesia se la hacían respetar los que le eran
contrarios, resultaba inhabilitada para disfrutar hasta de
los beneficios del derecho comun.


y cuenta, señores, que los elemen tos más reaccionarios
de la revolucion eran los que se mostraban más celosos de
que la Igle:"ia siguiese sometida á las regalías, con lo cual
le impedían usar de los derechos que proclamaban los más
revolucionarios.


No se quedaba en pié más que la obligacion de pagar
sus rentas al clero, para ~o cual, segun la situacion de las
cosas en España, no había necesidad de muchos artículos
en la Constitucion, pues le basta y Ir) sobra la accion que
le da el derecho particular; no se necesita sino que en la
misma Constitucion, al hablar de la administracion de
justicia, no se ponga ninguna excepcion en contra de la
Iglesia; y á pesar de ser tan incontestable este derecho á
percibir lo suyo, ya sabemos cómo el pago iba haciéndose
una cosa enteramente histórica hasta que lo ha í'abido ha-
cer efectivo el actual Sr. Ministro de Hacienda, quien áun
cuando haya obrado en justicia, siempre merecerá nuestro
elogio, ya por las circunstancias dificilísimas en que lo ha
verificado, ya porque no se ha creido excusado de guardar
formalidad en este asunto.


Pues á una situacion semejante á la que nos ha tenido
reducidos la revolucion , nos llevarían los preliminares que
hoy se quiere que sentemos.




rH;:L ILMO. SR. OBISPO DE SAL\MANCA. 617
Por eso yo no he creido de interes descender á analizar


los términos de la ley que nos ocupa en su parte favorable
al Catolicismo, ni ti fijar su sentido y la extension que se le
pueda dar; sería una tarea vana cuando hoy mismo, si
quiero preguntarlo, no encontraré dos políticos que con-
vengan en su valor.


Por de pronto, álln cuando se asegura qUe el Catolicis-
mo es la Religion del Estado, no veo que se respeten los
derechos del fuero de la Iglesia en cuanto á sus personas
ni en cuanto á sus cosas. Tampoco se sabe hasta qué grado
disfrutan de libertad é independencia los eclesiásticos para
el ejercicio de su ministerio; yen punto á la enseñanza que
costee ó patrocine el Estado, sería aventurado todo lo que
se quisiera hoy establecer. En dias anteriores discutía, ó
mejor, departía yo en este sitio con el Sr. Ministro de Fo-
mento acerca de este punto, y áun á riesgo de que se diga
que el clero es insaciable cuando reclama sus derechos,
confieso que las explicaciones de S. S. me dejaron satisfe-
cho; pero ya he oido hablar despues de enseñanza confor-
me con la religion positiva, y sobre esta base bien cabe
que en las universidades de España se explique el Korau.
Otras veces se ha hecho mencion de una enseñanza cristia-
na , y como el protestantismo tiene la pretension de ser
cristiano, veo la posibilidad de que, tratándose de Reli-
gion se enseñe un dogma sin Iglesia docente, y un dere-
cho canónico sin Papa y sin Obispos, y tratándose de la
moral se dé como criterio la sola razon nat.ural, sin consi-
deracion alguna á la revelacion , con lo cual tendrémos eu
plaza, y muy autorizadas, todas las teorías racionalistas.


y es, señores, que cuando no se sabe el por qué se ha-
cen las cosas, tampoco se acierta con el cómo se han de
hacer. En otras Naciones, como la tolerancia religiosa se
haya introducido por una verdadera necesidad de órden
público, como no se ha hecho la concesion en fuerza de
principios cuya práctica puede ser tan diversa, los contra-
tos particulares verificados entre las partes contendientes




6IR DISCURSO
han determinado el derecho en todos sus grados, y se ha
estahlecido el modo de vivir en todas las esferas. Mas aquí
se hace todo en obsequio de una idea que todavía no hemos
podido poner en claro, pero que de seguro es contraria ti. la
Religion establecida; y no se sabe cómo esta idea será eje-
cutada, y la suerte de la Iglesia será vivir al dia , siempre
esperando el programa de cada Ministerio cuando entra á
gobernar, ó la última palabra del que sea Ministro de Gra-
cia y Justicia. i, No es esta la situacion más desgraciada á
que pueden venir á parar las instituciones'? i,No es esta
una verdadera opresion de la Iglesia? Verdaderamente la
perspectiva de tales situaciones sería para abatir y hacer
desfallecer los ñnimos mis varoniles, si no se luchara en
la Iglesia y por la Iglesia, que está muy acostumbrada á
sufrir por salvar los derechos de la conciencia contra las
intrusiones y tiranía del Estado civil. Nada de esto nos sor-
prende.


Un amigo mio, muy dado á clasificar las ideas, se
tiguraba al Estado como un huésped de mala fe, que pri-
mero procura con súplicas y amaños poner el pié en el
terreno de la Iglesia, despues se hace fuerte contra ella,
y últimamente acaba por lanzarla ó someterla á su dominio.
En el primer grado, ó en el período de intrusion, c,om-
prendía todas las trabas y restricciones del jansenismo re-
galista, más la desamortizacion. En el segundo hacía en-
trar todo lo que se llama secularizacion, y cuanto se quie-
ra significar con la repetida é indefinida fórmula de sepa-
l'acion entre la Iglesia y el Estado; y para el tercero dejaba
el cesarismo y todo lo que se suele entender por organi-
zacion civil de la Iglesia misma.


Mas sea lo que qui~ra delt. exactitud de estas compara-
ciones, es lo cierto que cuando en el Estado domina una
política que prescinde del temor de Dios, su intento cons-
tante es despojar y debilitar á la Iglesia, hasta anular su
accion y someterla á su poder; no suprimirá la religion,
pues que el sentimiento religioso es natural en el hombre,




I>EL ILMO. SR. OBISPO DE S \LAJ\1ANCA. 619
pero procurará hacerla servir á sus fines. Este es el ideal
del naturalismo encarnado en la revolucion atea; ;i esto
irán siempre encaminados sus afanes, esta serA siempre su


empresa. E[ cristianÍsmo, proclamando [a máxÍma de dar ,l
Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, salvó
la Religion de la tirania y capricho de los Césares; intro-
dujo la distincion de los dos poderes como condicion indis-
pensable para la civilizacion de los pueblos; mas esto fue
una gran pérdida para el naturalismo, fué su ruina; así
que desde entónces trabaja sin cesar por retrotraer las co-
sas al estado que tenían en los siglos paganos.


Hoy esta empresa se continúa bajo la bandera de liber-
tad en algunos pueblos y de civilizacion en todos; pero
respecto de este género de civilizacion, ya dije ántes el
juicio que debía formarse; y por lo que hace á la libertad,
se abusa lastimosamente de esta palabra, pues las liberta-
des que se introducen en este órden, al fin no se disfrutan
sino por el Estado ó por los ql,l.e lo dirigen, pero con dalio
de la sociedad, sufriendo siempre la Iglesia las defrauda-
ciones más amargas; bajo el r0inado de la libertad, la Re-
ligion católica queda en la situacion de una Reina destro-
nada, á quien sólo por ser verdadera Reina se le niegan
despueshasta los derechos de ciudadanía.


Dispensadme, Sres. Senadores, dispensadme el que m~
haya atrevido á ocupar vuestra benévola atencion con estas
ideas generales; pero no han dejado de parecerme oportu-
nas, para que se comprenda mejor el alcance de la medida
que se nos propone.


Cuando se trata de e<;tablecer un3. ley librecultista, y de
establecerla por consideracion á las ideas de libertad, ci-
vilizacion y otras vaguedades por el estilo, tened enten-
dido que en puridad de lo que se trata es de !a seculariza-
cíon de la vida pública de las Naciones, y esto áun cuando
no lo intenten los que proponen la medida. Declarándose el
Estado indiferente entre todas las religiones, de hecho se
divorcia de la Iglesia. Por de pronto esforzaráse en persua-




620 DISCURSO
dirla de que no hay infidelidad, ni desconocimiento, ni di-
vorcio; pero entre tanto, él.irá arreglando la casa á su
manera, y los negocios que se trataban ántes de comun
acuerdo entre ambos Poderes, quedarán bajo la accion ex-
clusiva del Poder secular. La enseñanza, la benefieencia,
la familia, el cementerio, la vida, la muerte, todo, todo
se irá secularizando.


Ved las consecuencias que de un lado se desprenden de
la base que estamos discutiendo.


El gérmen del mal aparece pequeño; casi impercepti-
ble; pero su desarrollo natural llena muy bien el cuadro
que acabo de trazar.


Esto es lo que podría prometerse la Iglesia como resul-
tado de la base constitucional; veamos ahora qué daños
resultarían en contra de la patria, y advierto que siguien-
do el órden de las ideas con que el Romano Pontífice hace
su declaracion, me ha quedado para el fin lo que no puede
ménos de excitar vivamente los sentimientos de todo cora-
~on noble.


Perdonad me , Sres. Senadores, si hablando de ésto pro-
nero alguna expresion poco conveniente. No se puede ha-
blar de la patria sin apasionarse; y cuando la pasion agita
el corazon, no es fácil medir las palabras.


Con este proyecto, á la patria se la trata con no ménos
injusticia que á la verdad y á la Religion católica, y se la
expone á mayores peligros. Bien sabeis que lo que más
honra á España, que el rasgo que más ennoblece y distin-
gue el carácter de España es el sentimiento católico. En
cuestiones muy empeñadas, en situaciones muy compro-
metidas se sienten graves apuros, y no deja de mezclarse
la pasion; y si no está uno en guardia y sobre sí, fácilmen-
te llega á impedirse la recta i:ttteligencia de las cosas.
Así me explico yo por qué en dias anteriores se ha lle-
gado á aseverar que había otros rasgos en nuestro carác-
ter, otros sentimientos en nuestro espíritu, otros principios
en la opinion comun del pueblo español más tradicionales,




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SAI.AMANOA. 621
más connaturalizados, más firmes que el sentimiento cató-
lico. Esto creo que está en contradiccion, lo mismo con
nuestra historia que con nuestra condicion actual. Yo no
niego su españolismo á esos sentimientos, á esos princi-
pios, pero á cada cosa lo suyo. Ninguna idea política que
se conciba, ninguna institucion es capaz de resistir las
pruebas que ha resistido, resiste y resistirá el Catolicismo
español.


Ni el genio español ha encontrado idea que le fortifi-
case y elevase más que el Catolicismo, ni el Catolicismo ha
encontrado para sí nada más adaptable que el genio espa-
ñol. Desde que la Nacion acepta la fe en el Concilio III de
Toledo, entre la Iglesia y España ha sido inquebrantable la
más estrecha alianza, el amor ha sido recíproco, recíprocos
los auxilios, comunes las desgracias y comunes las victo-
rias. Juntas resisten á orillas del Guadalete contra el isla-
mismo, al que no supieron combatir los degenerados y eter-
nos disputadores de Constantinopla, y juntas se rehacen y
alzan elpendon de la~reconquista en Covadonga ;juntas su-
fren en la rota de U clés y en la de Alarcos, y j untas triun-
fan en Clavijo, en las Navas yen otros cien combates has-
ta coronarse juntas del laurel de la victoria sobre las torres
de la Alhambra. Y despues de haber atajado los pasos del
mahometismo invasor, oponen un nuevo muro de hierro
al protestantismo, no ménos agresivo y sí más disolven-
te! hasta hacerle perder su carácter y pretensiones de
secta religiosa y reducirlo á mendigar una vida ficticia
del Poder civil. Juntas escribieron su norma comun de vi-
da, así en los cánones de los Concilios, como en los Có-
digos de la Nadon; y obrando de comun acuerdo, forma-
ron en Salamanca el patrimonio más rico, el primer fo-
co de verdadera ciencia que conocieron nuestros padres.
En aquella ciudad, fuente del saber católico español, la
Iglesia informó á España de que no era un loco el hom-
bre que le ofrecía un nuevo mundo; y juntas asimismo la
Religion y la patria marcharon á sus conquistas, juntas


40 .




,. 622 DISCURSO
civ.ilizaron la América, y hubieran tambien civilizado el
Asia, á no haberlo estorbado la reforma protestante que in-
fundio en las Naciones que la admitieron el cálculo uti-
litario.


España no puede hablar de sus grandezas si no pone á
su lado á la Iglesia; y á su vez la Iglesia, cuando pone á
su lado á España, no puede hablar por lo general ni de
disgustos, ni de discordias, ni de quebrantos, sino sola-
mente de recíprocos plácemes y de glorias comunes. La
Religion y la patria se ven ur~idas íntimamente en nues-
tra historia; historia magnífica, la más gloriosa entre las
de los pueblos civilizados, epopeya sin ficcion, drama don-
de los héroes no faltan nunca de la escena; esa historia en
que nunca se pierde el sentimiento de lo sublime. Ahora
bien; la historia del pueblo español se hace incomprensi-
ble de todo punto desde que deja de tenerse en cuenta el
sentimiento catolico.


y cuando á pesar de los trabajos de desunion hechos en
el siglo pasado por el jansenismo regalista, yen el pre-
sente por la revolucion atea, esta alianza per~anece inque-
brantable, hé aquí que ahora se la quiere romper, quitan-
do á la N acion su carácter, desnaturalizándola, y haciendo
que en adelante no tenga ni leyes, y por lo tanto ni forma
de nacion catolica.


Hasta ahora bastaba ser hijo de España para ser hijo
de la Iglesia; una y otra concurrían á la formacion de
nuestro sér. La patria, levantándose sobre esta Península
privilegiada en la Europa, ya de antiguo centro del mundo,
ofrece al cielo sus hijos: y la Iglesia, primera maravilla
de la diestra del Excelso, tiende sus brazos para recibirlos
en su seno. Ambas se unen y compenetran, formando para
nosotros una sola y misma madre; en su seno recibimos á
la vez sangre española y sangre católica; en sus brazos
vemos á la vez la luz del cielo y la luz de la fe; con los
alimentos de la patria recibimos las bendiciones de la
Iglesia; con el aire de la patria nos llegan los ecos de las




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 623
predicaciones de la Iglesia; con el espíritu de la patria se
nos infunde el espíritu de la Iglesia; á la Iglesia y á la
patria aprendemos á amar y venerar á un mismo tiempo.


y ahora, señores, sin sombra siquiera de necesidad se
pretende mezclar con ese noble espíritu de españolismo y
catolicismo los miasmas más deletéreos del cadáver de la
herejía; ahora se quieren oscurecer nuestras glorias histó-
ricas con invenciones de los clérigos concupiscentes del
siglo XVI.


No solamente se intenta separar á España de la Iglesia
y dividirnos á nosotros mismos, introducir la guerra entre
españoles, sino hasta dentro de nuestro propio corazon,
puesto que dentro de nosotros mismos habrán de luchar
unos instintos con otros instintos, un amor con otro amor.


Mal haya sea eternamente anatematizado el sistema
que mintiendo libertades y respetos á la dignidad huma-
na, divide así y pone en guerra al hombre interior y al
hombre exterior, al hombre que aspira al cielo y al hom-
dre que vive sobre la tierra, al hijo de la patria y al hijo
de la Iglesia.


N o es fácil calcular, señores, hasta dónde se lleva la
division, el trastorno y la violencia cuando contrariando
su propio sentimiento se divide una nacion rompiendo la
unidad de su fe. Todo entónces sale de quicio, todo decae
y se torna inseguro. j Qué error! No podía ocurrir otro
medio de más efecto para introducir en España una per-
turbacion irremediable. Y digo irremediable, porque de-
clarándose la política indiferente entre la verdad y el error,
y desconociendo los principios socialmente reconocidos
entre nosotros, no queda criterio fijo, ni verdadero, ni
ficticio, al cual nos hayamos de atener. Si no fueran tan fu-
nestos para la patria, i cuán ridículos se ofrecerían á nues-
tra vista esos alardes de despreocupacion que hace el
Estado librecultista! N o advierte que careciendo de ideas
fijas en el órden religioso, pronto tiene que tropezar en
escollos que le harán ver su torpeza!




624 DISCURSO
Ved que apénas se decide por la libertad en punto á la


fe, tiene que volver sobre sí y buscar un criterio en órden
á la moral, porque teme que se le acuse de que descuida
la moral. Mas hé aquí que con esto se abre inmediatamen-
te una puerta, desde la cual se descubre toda la miseria
del sistema librecultista. El Estado que lo admite nos dirá
que no puede ~ostener las definiciones de la Iglesia, por-
que á él no le toca dar por definidas las doctrinas; mas in-
mediatamente se mete él á definidor, fijando el criterio
bajo el cual se propone defender la moral, no advirtiendo
que su magisterio es enteramente vano y estéril.


En la Constitucion del 69 se hacía mencion de las
prescripciones universales de la moral, y nadie supo cuá-
les eran; yen una discusion solemne en que se trataba de
juzgar la moralidad de una asociacion liquidadora de todo
lo que es hoy la sociedad, despues de haber hablado los
primeros oradores, despues de haberse producido todos los
sistemas, la Cámara quedó sin. saber si era moral ó inmo-
ral una sociedad que negaba á Dios, la familia y la pro-
piedad; hasta que movida aquella mayoría por las excita-
ciones de un celoso Ministro de la Gobernacion, lanzó el
anatema de inmoralidad; pero no tomando por guía á la
moral universal, sino al sentimiento católico que á los
Diputados se les había inspirado en el regazo de sus ma-
dres. Aquella tarde, señores, fuí yo Diputado ministerial.


Pues no creais que se adelanta más con el criterio de
la moral cristiana que se consigna en esta base. Se dice
cristiana para huir del magisterio de la Iglesia y por dar
cabida á las sectas protestantes; se deja el criterio católi-
co, porque hay quien se avergüenza de él; pero es el caso
que el criterio protestante no existe, pues á los protestan-
tes les sucede en órden á la fe y á la moral lo que sucedía
á los gentiles, que en fuerza de tener tantos dioses, no
tenían realmente ninguno. Aquellos á quienes ha hecho
gracia el principio de moralidad cristiana no sé qué dirán
de la célebre fórmula de Lutero: « Peca fuertemente, pero




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 625
cree más fuertemente, porque los adulterios y homicidios
no dañan á la santidad del creyente.» ¿ Ni qué contestarían
al que pretendiese la bigamia apoyado en la autorizacion
que Lutero y demas corifeos de la reforma concedieron tÍ
Felipe, Langrave de Resse, en 1540'? Fácilmente sedicemo-
ral cristiana, mas no se tiene en cuenta que donde domina
el libre culto la moral está sostenida únicamente por res-
peto á las costumbres católicas.


y bien; si una nacion que se hace librecultista se queda
sin moral fija, tambien se quedará sin derecho fijo; porque
dí gas e lo que se quiera, la moral es y será la esencia del
derecho. Esa nacion, pues, no tendrá derecho fijo, y por
lo tanto ni órden, ni tranquilidad, ni prosperidad alguna
sólida y duradera. Los que tales cambios producen, no ha-
cen sino sacar esas ideas sacrosantas de su centro catolico,
del cual reciben su fecundidad, para arrojarlas al viento de
la discusion, haciéndolas estériles para la vida de las na-
ciones, y convirtiéndolas en piedra de contradiccion y
orígen de interminables inquietudes. No hay medio de
gobernar en justicia si se vuelve la espalda á Dios; y si el
derecho divino se desprecia, y si se arroja por el suelo, no
faltará algun ambicioso que lo usurpe, invistiéndose con
él para oprimir al pueblo.


No hace muchos di as que notando un Sr. Senador la
contradiccion que había en distinguir á los partidos ú opi-
niones en legales é ilegales en el órden político, y en re-
putarlas á todas legales en el órden religioso, se le dió por
contestacion desde los bancos de enfrente que esto bien
podía hacerse, porque no alteraba el órden público.


Yo no creo, yo no puedo persuadirme de que prevalezca
en España una política tan superficial y tan efímera; pues
en donde no se toman en cuenta las ofensas hechas á Dios,
no hay verdadera justicia en hacer penables las ofensas á
los hombres; no hay derecho, no hay inviolabilidad funda-
da en donde se desconoce el derecho é inviolabilidad de
Dios. No hay sino suprimir los tres primeros mandamien-




626 DISCURSO
tos del Decálago, para dejar sin base los restantes.


No bien se ha roto la primera tabla, cuando ya hay
quien grite que se haga pedazos la segunda. El derecho
quedará á merced del que asalte el poder, á merced de los
partidos, y siempre estará mudándose, porque los partidos
tienen necesidad de distinguirse; y será siempre egoista y
arbitrario, porque los partidos tienden á procurar su do-
minacion.


Es sin duda lastimoso que á la Nacion se la obligue á
correr azares incalculables por no reconocer su espíritu, su
índole, sus exigencias, por querer gobernarla al estilo de
otros países.


Verdaderamente que en vista de esta preocupacion ó
esta tendencia, cada vez más dominante, no sabemos qué
hacer. Nosotros ya lo hemos visto, Sres. Senadores; lo
estamos experimentando durante seis años; yo lo hacía
presente aquí dias anteriores: entre los males que me ha
causado la revolucion, ninguno me .ha atormentado tanto
como el separarme de los Gobiernos para trabajar en obse-
quio de mi patria. Yo tambien tengo corazon para amar á
mi patria; pero tengo que combinar el amor de la patria y
el amor de la Iglesia. que realmente se confunden en un
solo amor. Yo los encontraba aquí unidos; y por más que
los quieren separar, yo no puedo separarlos, ni creo que la
separacion pueda intentarse sin que entrambos se sientan
heridos.


En la Iglesia sé muy bien lo que he de hacer, porque
las doctrinas y conveniencias de la Iglesia nunca varían; el
que quiere cumplir el servicio de la Iglesia no tiene que
perder un solo pensamiento. En la Iglesia todo el vivir es
hacer; pero para la patria, señores, extraviada por la polí-
tica, es muy doloroso tener en algunas ocasiones que de-
jarla ir, sin poder hacer más que advertirla de su ruina.


Pero trabajarémos tambien con fe por el bien de la pa-
tria, puesto que nos consta que Dios no ha hecho las na-
ciones insanables; puesto que su Vicario en la tierra no




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 627
asegura que con nosotros, y alIado de nosotros, defenderá
los principios, las excelencias de la España exclusivamen-
te católica. Y si el Vicario de Jesucristo está con nosotros,
no dudamos que harémos el bien de España; reclamaré-
mas, lucharémos, nunca reconocerémos como justas las
medidas que se adopten contrarias al bien de la Religion,
y por lo tanto al bien de la patria. Si las obedecemos, será
con las condiciones con que el mal se sufre, pero nunca
borrarémos la distincion entre leyes justas é injustas,
pues este es el modo con que la Iglesia salva en el mundo
la nocion de lo verdadero y de lo justo. Este es el modo con
que es la Iglesia en el mundo la roca inquebrantable, en
donde se apoyan los derechos de Dios; este es el modo con
que ha sido el yunque donde se han gastado todos los mar-
tillos que amenazaban triturar la humanidad.


Ved cómo el Romano Pontífice, el anciano de la ama-
bilidad, el anciano de la entereza, el anciano de vida pro-
digiosa, el anciano á quien con motivo del trigésimo ani-
versario de su pontificado consagran en estos di as sus pen-
samientos y su amor más de 200 millones de católicos, si-
gge y promete seguir animoso en la empresa de defender
los intereses y el honor de la España católica. Despues de
la carta al Oardenal Moreno, yo no hubiera hecho mencion
de la que acaba de dirigir a\ Arzobispo de Valladolid y sus
sufragáneos, por lo mismo que soy uno de los favorecidos
con esa muestra de agrado de Su Santidad. Pero pública-
mente se ha hecho mencion de ella, y aprovecho este
precedente para llamar la atencion del. Senado sobre su
contenido. En la carta al Oardenal Moreno, como hemos
visto, reprueba la base constitucional y todas las doctrinas
que convienen con ella; mas no apartando la vista de su
amada España, viendo que continúan los propósitos de des-
catolizar su legislacion, en la del Sr. Arzobispo de Va-
lladolid pasa á reprobar implícitamente las personas, va-
liéndose del ejemplo de los Príncipes contumaces y répro-


¡ bos que apartaron á Israel de los caminos del Señor, y de




628 DISCURSO
la parábola de la paja y del grano con que el Salvador del
mundo hacía palpable la ejecucion de su justicia.


No seré yo el que aplique entre nosotros estos pasajes
bíblicos.


A mí no me es dado calificar de paja más que á ese
apocamiento para sostener la honrosa excepcion que for-
mamos en nuestras creencias y en nuestras costumbres; á
ese miedo que nos imponen nuestras propias glorias, y á
la cobardía que sentimos para mantenerlas; á ese candor
con que nos hemos tornado admiradores de las grandezas
ajenas; á ese prurito de hacer nuestras leyes inspirándo-
nos en doctrinas y ejemplos que nos son extraños; á esas
Constituciones, á esos cuadros de política que hemos visto
todos los dias sin más efecto que la perturbacion que pro-
ducen miéntras se hacen. Esto y solamente esto es la ver-
dadera paja entre nosotros.


Pero si he de hablaros en estos momentos críticos con
la franqueza con que debe hablar un Obispo, y con la ca-
ridad que debe tener un hermano, á la vez que con la
cortesía y buena correspondencia que os debe el compañe-
ro considerado muy por encima de sus merecimient?s,
cuando medito seriamente sobre nuestra situacion, y no
sólo sobre nuestra situacion, sino sobre la de todos los
pueblos que despues de gozar la civilizacion parece sien-
ten inquietudes y nuevos estímulos, no descubro otra
causa para explicar el mal, que el haberse hecho la polí-
tica muy presuntuosa, pues que ha empezado á prescindir
de las consideraciones debidas á la ley divina, normasupre-
ma é invariable; y por lo tanto el remedio más directo y
eficaz que descubro para corregir y evitar los males presen-
tes es el temor de Dios. Estamos en una época en la cual Re
puede dar la demostracion más brillante de que el temor
de Dios es principio de la sabiduría. Pues al que busca la
sabiduría, le sale naturalmente al encuentro la justicia, y
es principalísimamente la justicia quien hace á los pueblos
gloriosos y respetables ante la historia.




DEL ILMO. SR. OBISPODESALAMANCA. 629


Pues bien; desconocer la virtud de la Religion, y des-
conocerla de una manera tan absoluta, tan inmotivada como
se hace por la base 11. a del proyecto constitucional, es po-
nerse fuera de condiciones para conocer y practicar la jus-
ticia; por este camino, seguido con la celeridad que su-
pone la vehemencia del genio español, se precipita la
Nacion por la pendiente de una inevitable ruina.


i,Se quiere proclamar hoy el Estado indiferente en ma-
teria de religion'? Pues pronto tendrémos el Estado iri.cré-
dulo, el Estado ateo, y por consiguiente el Estado inmoral,
el Estado arbitrario, el Estado tiránico, el Estado corrup-
tor, el Estado corrompido, el Estado en disolucion.


Hasta ahora ha podido participar más ó ménos de estos
vicios; desde hoy se le harían connaturales, le vendrían
de lleno por la fuerza del nuevo derecho, por la índole y el
espíritu de las nuevas leyes calcadas sobre una base re-
probada.


REOTIFIOAOION.


El Sr. Obispo de SALAMANCA: Señores Senadores, no
temais que me alargue mucho en la rectificacion, porque
en esta clase de manifestaciones juega mucho el yo , y es
palabra que me ha repugnado siempre repetirla. En primer
término, tengo que pagar, y la pago con mucho gusto,
una deuda de gratitud al honorable Sr. Alvarez por las con-
sideraciones inmerecidas que me ha guardado, al mismo
tiempo que por las frases lisonjeras que por su benevolen-
cia, y nada más que por su benevolencia, me ha dirigido.


Despues de esto debo declarar que cuando el Sr. Presi-
dente del Consejo de Ministros empezó su contestacion en
el dia de anteayer, me sentí poseido de verdadera pena,
porque creí por el primer momento, dada la respetabilidad




630 fHSCURSO
del testimonio de S. S., haber sido poco afortunado en tra-
tar como so merecía una cuestion del mayor interes para
todos. Prescindo de la idea que emitió S. S. al decirme,
que en su opinion, sin justicia había dicho yo que si se in-
troducía en España el principio librecultista, nos quedába-
mos sin moral y sin principio fijo do derecho. No quiero
entrar en la discusion de este punto, porque necesitaría
alargarme mucho para tratarle regularmente; me contento
con aseverar que si por desgracia el Sr. Presidente del
Consejo de Ministros tiene necesidad de ocuparse en lo su-
cesivo del sistema librecultista, tratando las cosas como el
acostumbra á tratarlas, fundamentalmente, de seguro tro-
pezará con esa dificultad, una de las más graves, si no la
mayor, entre las muchas que tiene el sistema librecultista.


El Sr. Presidente del Consejo de Ministros afirmaba en
su replica que acaso con apasionamiento había yo extravia-
do la cuestion; no había acertado á plantearla en su verda-
dero terreno; y decía yo: «Si al cabo de tanto tiempo y
tanto ir y venir he estado fuera del terreno en que debía
ocuparme de ella, mi papel ha sido infelicísimo.» Pero esta
pena se templó desde luego, porque vi que el Sr. Presiden-
te vino á plantear la cuestion precisamente en un terreno
en que yo por bastante tierfipo había estado discurriendo.
Decía S. S. : «La cuestion está reducida únicamente á saber
si en España hay necesidad de introducir los cultos disi-
dentes;» ó de otra manera, de conceder la libertad legal
para los cultos disidentes, ó si se quiere, de romper la
unidad católica legal; aquí no tratamos de la materia. De
esto me había ocupado ya; pero no veo la cuestion com-
pleta con solo tratarla bajo este punto de vista; si se tra-
tara únicamente de satisfacer una necesidad que sentía Es-
paña, no había más que proveer á esta necesidad si tenía-
mos recursos para ello,. como se la provee de una ley de
órden público, de una ley administrativa ó de una ley
cualquiera de otro genero. Pero bien sabe el Senado que
otra idea, sientase ó no se sienta, está presidiendo los de-




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 631
bates; otra idea que domina todas las inteligencias, que
oprime todos los corazones; idea de órden muy superior y
que produce todas las dudas, todas las vacilaciones, todas
las perplejida:des: la idea de la licitud; es cierto que hay
que examinar el argumento de necesidad, como yo lo he
tratado en la manera que se alcanza á mi inteligencia;
pero es necesario tambien tratar la cuestion de la licitud;
es decir, de si nosotros estamos en el caso ó tenemos fa-
cultades p~ra satisfacer esa necesidad; ó de otra manera,
si esa necesidad es tan grave, si llega hasta tal grado que
nos podamos considerar con facultades ó con libertad para
satisfacerla.


Pero siendo necesario tratarla ante la ley, me ocupaba
preferentemente en establecer un precepto; porque como
cuestion de licitud tenía que tratarse siempre ante un pre-
cepto; y preguntaba: ¿cuál es,este precepto? Pues el pre-
cepto es que todo hombre, individual ó socialmente consi-
derado, lo mismo los individuos que los pueblos, y digo lo
mismo de las familias, luego que el catolicismo les es su-
ficientemente 'conocido, tienen necesidad de aceptarlo, y
una vez aceptado, están en el deber de no abandonarle.


En esto me ocupé, y partiendo de este principio, que
nadie me ha negado, puesto que las doctrinas se admiten
en absoluto, procuré hacer aplicacion al caso presente.
En varias ocasiones hice notar mi persuasion de que tanto
por parte del Gobierno como por los señores de la Comi-
sion se me admitirían las doctrinas, suposicion que con
grande contentamiento he visto confirmada por las de-
claraciones del Sr. Presidente del Consej o de Minis-
tros; pues lo que procede examinar, añadía, es si una vez
admitido el precepto estamos en condiciones de cumplirle,
ó sea averiguar si la necesidad que tiene la patria de auto-
rizar los cultos disidentes es tan poderosa, tan imperiosa,
que nos ponga en la necesidad de prescindir del precepto
católico.


En esta forma fué, yen mi concepto debía ser plantea-


..




632 DISCURSO
da la cuestion, porque hemos de tener presente que áun
cuando el Estado tenga su soberanía, lo cual, repito, yo
nunca he negado, esta soberanía no es, como indiqué al
empezar mis observaciones, una soberania absoluta; no es
una soberanía sin limitacion superior: si no lo es la so-
beranía de la Iglesia, en todo lo que la ley divina impone,
¿cómo ha de serlo la del Estado'? No es independiente el
Estado en materias religiosas. En esta parte tendrá que so-
meterse en primer termino á la ley divina, y en segundo
al magisterio de la Iglesia, así como la Iglesia tendrá
que someterse á la soberanía del Estado en todo lo que se re-
fiere á los intereses puramente temporales.


Yo no niego la soberanía del Estado; pero en materias
religiosas no le concedo esas facultades que se le quieren
atribuir aquí, y mucho ménos las que él se arroga para in-
troducir esta modificacion tan trascendental y tan notable,
que cambia tan profundamente el modo de ser religioso de
España, porque se dice: es tambien una aprension, una
ilusion el suponer que aquí todo cambia con esta base; de-
cir, por ej em plo , que el Poder se seculariza; pues, seño-
res, yo así lo veo; el Poder, el Gobierno se seculariza en
consecuencia de esta ley.


N o hablo de secularizaciones particulares, de seculari-
zacion de la beneficencia, de secularizacion de la en~eñan­
za, de secularizacion de los cementerios: el Gobierno es el
que se seculariza en España por medio de esta base; y si no,
aparte de la independencia que hoy se atribuye ó se le quie-
re atribuir para resolver esta cuestion fundamental de re-
laciones entre el órden civil y el órden religioso, quiero
que se me diga que va á suceder mañana con todas las le-
yes que se dicten en consonancia con esta base, si por des-
gracia llega á ser ley. ¿ Quién las va á dictar'? ¿ Quién va á
disponer la intervencion que haya de tener la Iglesia en la
enseñanza pública y en todo género de enseñanza'? ¿ Quién
va á disponer sobre la independencia de que han de gozar
los eclesiásticos en el ejercicio de su ministerio'? En la ley




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 633
de imprenta ¡,qué intervencion se dará á la Iglesia para to-
do aquello que se refiere á la propaganda católica ó anti-
católica'? ¡, Quién va á disponer todo lo referente al matri-
monio'? Y lo mismo se pudiera preguntar de muchas y mu-
chas cosas, ¡,Se reconocerá el dereeho y autoridad de la
Iglesia para intervenir en todas estas materias'? ¡,Se puede
temer que, conforme al sistema que plantea esta base, el
Estado diga: «yo soy quien ordeno todo eso, sin contar con
la Iglesia '?»)


El Sr. Marqués de Montesa decía el dia anterior que el
matrimonio civil en España fue ántes matrimonio canónieo,
porque España tomó el matrimonio del Concilio de Trento.
Esto prueba que España vivió sometida á la legislacion
canónica en materia matrimonial. Pues bien: ahora tendrá
que hacerse al revés. Yo no niego, dadas las buenas inten-
ciones de los señores que presiden los destinos de la Na-
cion; no niego que concederán valor civil al matrimonio
canónico, pero desde luego se comprende que esto lo ten-
drá por pura gracia del Estado, y que el Estado recogerá
esta concesion cuando guste. A esto llamo secularizarse el
Poder, secularizarse el Gobierno, y lo miro como una con-
secuencia de la base U.a Todos los asuntos religioso-civi-
les que hasta aquí se resolvían de .. comun acuerdo entre
ambas potestades, todos en virtud de esta disposicion qU'3-
dan á discrecion del Poder civil.


El Sr. Presidente del Consejo de Ministros, y lo mismo
el Sr. Senador á quien he tenido el gusto de oir, contes-
tando á mis obsel"Vaciones, argüían sobre la carta en que
aquí nos hemos fijado todos, y decían: «Esa carta no ha
obtenido el p,ase, y ha debido obtenerlo; esa carta no se
puede invocar.»


No sé haberme ocupado de la carta en este sentido ni
una sola vez; yo no he dicho que la carta tenga valor ofi-
cial; no he tratado de imponérsela al Gobierno, ni á la Co-
mision, ni al Senado ni á nadie; por lo tanto si ha obteni-
do ó no el pase, si lo ha debido obtener ó no, esta no es




634 DISCURSO
cuestion que debamos ventilar ahora; si el que la ha publi-
cado ha faltado, si se ha hecho punible, si se tratase aquí de
su responsabilidad resolveríamos la cuestion en justicia;
pero lo cierto es, como se confiesa desde el banco de la Co-
mision, que ese documento representa el juicio genuino de
Su Santidad; que ese documento, de la manera que sea, se
ha conocido en España; que de ese documento se han hecho
cargo los católicos; que los 0atólicos lo han puesto sobre su
corazon; que lo han declarado pauta de su conducta en esta
cuestion gravísima. Y habiéndose traido al debate se han
emitido ideas más ó ménos acertadas respecto de él, Y de
estas ideas me hacía yo cargo on cuanto yo lo entendía,
procurando dejarlo en su lugar y darle su verdadero valor.


Pero áun cuando se me resiste personalizar los debates,
tengo que hacerme cargo de una declaracion del Sr. Presi-
dente del Consejo de Ministros.


Habiendo dieho que me proponía hablar en esta cues-
tion como Obispo, si bien advirtiendo que tenía muy pre-
sente que hacía uso de los derechos de Senador, de la in-
vestidura de Senador y que hablaba á una Cámara política,
replicaba S. S.: «Aquí no hay más representacion que la
de Senador, ni aquí hay que ocuparse en más intereses que
los de la patria.» Esto tiene su verdad, yo lo admito; pero
necesito dar alguna~ explicaciones. Yo no quiero averi-
guar en qué concepto se me ha exigido que pruebe mi in-
vestidura de Obispo para ser Senador; yo no quiero inter-
pretar esa ley; porque no tengo pretensiones políticas,
como sé que la Iglesia no las tiene; aquello que se nos
concede, lo agradecemos; lo agradecemos, nó por nos-
otros, sino por el honor que se dispensa á la Iglesia, y so-
bre todo por el propósito que manifiesta de mantener la
armonía entre la Iglesia y el Estado; no quiero hacerme
cargo de esa condicion que ámí se me ha exigido para ser
Senador; pero hechas las salvedades que yo hacía, dadas
las atenuaciones que podría necesitar esa expresion de que
aquí quería hablar como Obispo, bien se comprende qué es




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 635
lo que intentaba; no venía á hacer uso de la autoridad de
Obispo, no ostentaba ninguna representacion eclesiástica
ni propia ni delega,da; decía únicamente que quería condu-
cirme segun las ideas, segun los propósitos, segun las as-
piraciones propias de un Obispo, y esto me parece que era
conforme con el sentir, con el juicio estimativo de la Cá-
mara, que esperaba oirme hablar como Obispo.


Pero se dice: aquí no hay que hablar más que de los in-
tereses de la patria. Esto es lo que me obliga á rectificar.
Yo no pretendo otra cosa que procurar el interes de la pa-
tria. Es verdad que defiendo los intereses de la Religion y
los derechos de la Iglesia. Tambien puede suceder que al-
guna vez los derechos de la Iglesia estén en oposicion con
aquellos derechos que se quieren atribuir al Estado, y que
entónces, en el conflicto, tenga yo que hacer mi papel de
estar del lado de la Iglesia; pero ahora no nos hallamos en
ese caso; estamos discutiendo una ley que no lo es todavía,
y que no sabemos qué historia tendrá. Defendiendo yo los
intereses de la Religion, que es en lo que me ocupé prin-
cipalmente, entiendo que defendí los intereses de la patria.
Pues qué, ¿no son intereses de la patria los intereses reli-
giosos'? ¿No lo son los intereses católicos'? Por otra parte,
áun cuando yo sostengo, como es de obligacion_sostener,
la soberanía de la Iglesia enfrente del Estado, entiendo que
la armonía, la combinacíon acertada de estas dos sobera-
nías son tan interesantes, que sin ellas no habría civiliza-
cion ni órden. Defendiendo, pues, los intereses de la reli-
gion y defendiendo los derechos de la Iglesia, no creo que
me pongo en contradiccion con la patria; podré ponerme
en contradiccion con la política que no hace el bien de la
patria, pero contra la patria nó. Para defender los intereses
de la Religion puedo ser impulsado por el más elevado pa-
triotismo, y para defender los derechos de la Iglesia en-
frente de las abrogaciones injustas del Estado no necesito
invocar la l'epl'esentacion de Obispo, puesto que me basta
la justificacion de Senador.




636 DISCURSO
y por hacerme cargo de algunas ideas del amable y


respetado Sr. D. Cirilo Alvarez, diré, que al defender esta
doctrina, que me parece es la propia del catolicismo, no
me propongo ni de cerca ni de léjos, ni directa ni indirec-
tamente, hacer triunfar ningun género de principios so-
lamente políticos. Estoy mUY,léjos de eso; las ideas pura-
mente políticas, no las conozco, nunca las he tenido. Se
dirá: ¿pues cómo es posible haya un ciudadano español que
no las tenga'? Yo no sé cómo, pero lo que sé decir es que
nunca las veo aparecer formuladas en mi mente, que nun-
ca siento su influencia para nada. Y si alguna vez se me
han pedido manifestaciones ó adhesiones políticas, no he
sabido hacerlas; no soy más que un Obispo católico y un
súbdito español, conforme á las leyes del Catolicismo,
como manda Dios, y nada más. El Sr. Presidente de la Cá-
mara sabe con qué seriedad y escrupulosidad procuré yo
prestar el jurament0 que se nos exige para sentarnos en
estos bancos, por lo mismo que comprometía mi respon-
sabilidad ante los hombres, y sobre todo mi conciencia
ante Dios.


Yo amo todo lo que la Iglesia ama; yo bendigo todo lo
que la Iglesia bendice; todo lo que es legítimo segun el
Catolicismo lo pongo sobre mi corazon, porque mi corazon
lo llena sólo el Catolicismo, y lo llenaría aunque tuviera
mayor capacidad.


El Sr. D. Cirilo Alvarez entendió que yo hacía á la li-
bertad de cultos orígen de todos los males que han venido
sobre la Europa y sobre el mundo, y de todas las pertur-
baciones y trastornos revolucionarios. Mucho habría que
decir respecto de esto y no poco que atribuirle; pero lo que
anteayer dije fué que el orígen de todos los males está, á
mi entender, en que la legislacion de los países ha pres-
cindido de la norma eterna de la justicia, que es la ley di-
vina; ó lo que es lo mismo, hablando prácticamente, que
el orígen de todos los males está en la falta del temor de
Dios, y esto creo yo que no lo negará el Sr. Alvarez, y 80-




DEL ILMO. SR. OBISPO DE SALAMANCA. 637
bre todo no extrañará que un Obispo así 10 diga. Por lo
tanto, y volviendo sobre las ideas principales de mi recti-
ficacion, si combato la competencia, la independencia del
Estado en esta cuestion, ya se presente bajo la forma de
soberanía ó de regalías; si combato la facultad del Estado
para hacer lícitamente esta ley contraria al Catolicismo, es
porque creo que su soberanía en esto está limitada; que su
soberanía no es absoluta, no le da facultad bastante para
resolver por sí solo esta cuestiono


Esta es la idea que me propuse hacer resaltar más en la
larga peroracion que impuse á la Cámara la pena de oir
anteayer.


41




DISOURSO
DEL EXCMO. SR. D. ANTONIO BENAVIDES


EN CONTRA DEL ARTicULO i 1 DEL PROYECTO DE CONSTITUCION,


" LB Religion católica, apostólica, roma-
na es la del Estado, La Nacion se obliga á
mantener (>1 culto y sus ministros,


Nadie será molestado en el territorio es-
pañol por sus opiniones religiosas, ni por el
ejercicio de su respectivo culto, salvo el
respeto debido á la moral cristiaua,


No se permitiran, sin embargo, otras
ceremonias ni manifestaciones públicas que
las de la Religion del Estado, »


(Proyecto de Constitucton,)


El Sr. BENAVIDES: Señores Senadores, si no se ani-
dase en mi pecho una profundísima fe, aunque con poca
esperanza, es bien seguro que no molestaría en este mo-
mento vuestra atencion despues de un discurso como el
del Sr. Obispo de Salamanca, y despues de una contestacion
como la del Sr. Presidente del Consejo de Ministros, que á
su elocuencia natural y á su infinito saber reune la gran-
dísima autoridad que lo tiene en ese sitio. Temeridad pa-
rece, Sres. Senadores, que una persona como yo se pre-
sente en este debate á terciar en él, á hacerse cargo de
argumentos teológicos y á contestar á la magnífica im-
provisacion del Sr. Presidente del Consejo de Ministros;
pero he dicho ántes que tengo mucha fe en mi doctrina,
que tengo mucha fe en mi creencia, y creo que tengo
razon, á pesar de lo que ha dicho el señor Presidente del
Consejo de Ministros.


Señores Senadores, yo me prometo ser muy breve: pri-
mero, porque no me gustan los largos discursos; segundo,
porque está el Senado ya premioso, como lo está el Gobier-
no tambien, para resolver esta cuestion, que hace tantos
meses nos agita, yen la cual pasan dias y dias sin acabar




DEL SR. BENAVIDES. 639
de resolverla, siendo ya preciso terminarla. Si no fuera
cuestion tan séria, si no fuera cuostion tan formal, si esta
cuestion no tuviera trascendencia tan grande como tiene,
estaba yo en el caso de felicitar en estos momentos al Se-
nadoyfelicitar desde este sitio á mi país. ¿Por qué'? me pre-
guntarán los Sres. Senadores; por una razon muy sencilla:
porque va á tener una nueva Constitucion, porque estamos
tocando los momentos de poseer tan inestimable bien. Tre-
ce Constituciones tenemos nada más en lo que va de siglo
con ésta, f~omprendiendo la primitiva de Bayona y el Acta
adicional de D. Antonio de los Rios y Rosas: trece justas
son; me parece que no podemos quejarnos; la felicidad es
conocida.


Es verdad que pocas se han observado (Dios la dé más
ventura á la actual, yo se lo deseo, porque una Constitu-
cíon bien observada indudablemente puede labrar la felici-
dad en nuestro país: y como la felicidad de nuestra patria
está tan léjos, la vemos á tan larga distancia, quién sabe
si por esta Constitucion, que se llamará la Constitucion
de 1876, naturalmente, porque ese es su origen, este es el
año de su nacimiento, esta es la fecha de su natalicio, se
podrá obtener, si se observa, la felicidad de la patria. Aquí
había dos Constituciones; había dos partidos que se dispu-
taban el poseer la Constitucion respectiva; pero se dijo por
quien lo entendía mejor que los partidos: «Nó, señor, va-
mos á hacer otra;» resultado: que en lugar de dos tuvimos
tres, como prácticamente'lo hacemos aquí hoy. bY qué re-
sulta de aquí'? Resulta una cosa muy sencilla: que cuando
un partido llegue al Poder, llegará naturalmente con su
Constitucion; no variarémos sólo de Ministerio; variaré-
mos al mismo tiempo que de Ministerio de ley funda-
mental.


Señores, no hablo por lo que á mi respecta, por el ori-
gen que traigo, por el partido á que he pertenecido siempre;
no hablo del partido moderado; el partido moderado murió:
,'equiescat in pace, y no hay más que entonar á su memoria




640 DISCURSO
las preces de los difuntos. Estamos conformes en eso; sin
embargo, á mí se me ocurre en este momento una cosa; si
mi memoria no me es infiel, un pensador profundo ha di-
cho : «Los gérmenes históricos no perecen nunca; se pasan
algunos años y áun siglos enterrados; y aunque parezcan
secos, un aire, el más sencillo del mundo, el más ligero, la'
más pequeña humedad, cualquier elemento, los vuelve otra
vez á la vida, la lozanía surge, se aumenta, y dan frutos
mucho mejores que en los primeros momentos de su exis-
tencia;» pero al mismo tiempo que tenemos tantas Oons-
tituciones (perdóneme el Senado y tambien el Sr. Presiden-
te, porque entro en la cuestion inmediatamente, pero tén-
gase esto por prólogo, siquiera por no hacer tan sensible
la variacion del discurso del Sr. Presidente del Consejo de
Ministros y del Sr. Obispo de Salamanca al débil y misera-
ble que estoy pronunciando en estos momentos), si, como
decía, tenemos trece Oonstituciones, cosa rara, singular
y portentosa, adviértalo el Senado, yo le suplico, no tene-
mos un presupuesto, digo más: no le hemos tenido nunca,
en ningun tiempo ni ocasion (no hablo en este momento
para hacer oposicion al Sr. Ministro de Hacienda ni al Mi-
nisterio actual) , no le hemos tenido nunca. Los presupues-
tos empezaron en 1827 en tiempo de D. Luis López Balles-
teros; desde entónces se han presentado hasta hoy en dé-
ficit los presupuestos, yeso es como si no tuviéramos pre-
supuestos.


En aquellos tiempos á que aludo los gastos eran pocos y
las contribuciones sumamente moderadas; en aquellos
tiempos había déficit. Yo, que he tenido ocasion por mis
estudios particulares de examinar los papeles y estados de
aquellos años, sé que los presupuestos se liquidaban con
un déficit, cuando las Milicias provinciales estaban sobre
las armas, de 200 millones; cuando no estaban, de 100 Ó
de 150; de manera, que desde entónces acá no hemos teni-
do presupuesto, y á pesar de tener tanta Oonstitucion nos
ha faltado el presupuesto. Por lo demás, la tE'orÍa es suma-




DEL SR. BENAVIDES. 641
mente fácil; sobre el papel se hacen magníficos planes; es
verdad que se desgarran con gran facilidad; es verdad que
la espada ó la autocracia acaban sin gran dificultad con
una Constitucion, acaban con trece, acaban con todas, ab-
solutamente con todas.


AlIado del partido moderado J y comprendido tambien
en el mismo anatema con respecto á su Constitucion, ha-
bía otro partido; ese partido se llamó y se llama hoy para
que nos entendamos, y dejémonos de la mayor ó menor pro-
piedad de los nombres y de los términos, y dejemos úni-
camente la inteligencia, el partido constitucional. Al par-
tido constitucional se le ha perdonado la vida, no se le ha
declarado muerto; llamándose constitucional se le ha mata-
do laConstitucion, se ha quedado sin nombre propio, sin
el nombre que se puso, el que le correspondía por haber
hecho la Constitucion del año 69.


Ahora voy á entrar en la cuestion, en la cuestion reli-
giosa. Señores, yo, lo digo francamente, yo no he visto
una cuestion cuya discusion haya durado más tiempo; ni
la famosa de los Ayuntamientos allá del año 40, que tam-
bien duró bastante y tuvo mal resultado. Todos los orado-
res han manifestado con sulÍla elocuencia sus opiniones,
ya pertenezcan á una opinion, ya pertenezcan á otra; el
Gobierno ha defendido la suya como acostumbra á hacerlo;
los Sres. Ministros han hablado perfectamente, con muchí-
sima expresion y provistos de grandes documentos, pro-
vistos de toda clase de pruebas, algunas de esas que no
tienen contestacion; cañones Krupp se podían llamar, para
asestar sus tiros contra las oposiciones; puede ser que al-
gunas municiones les sobren, porque nosotros no estamos
tan provistos de gente, ni tan provistos de ardimiento ni
de municiones que tengamos que estar todavía mucho tiem-
po obligando á los Sree. Ministros á que desempeñen el pa-
pel de defensores de la fortaleza, de la manera que han
empezado, con la heroicidad que lo hacen; y creo que les
han de sobrar algunos de los documentos que han traído




642 DISCURSO
recientemente para batirnos en brecha. Hay que advertir
una cosa, y es que tampoco he visto ninguna cuestion en
que haya sido mrnos el número de argumentos y de razo-
nes; se han repetido cien veces algunos, esa es la verdad;
eso ha suplido por el número; pero yo me determino á pro-
bar que las razones alegadas por el Gobierno y por los par-
tidarios del Gobierno en esta cuestion magna han sido muy
pocas, no llegan á seis; variaciones sobre idéntico tema
y vuelta otra vez á lo mismo; las que han ocupado la aten-
cion maravillosa y portentosamente han sido únicamente
dos: primero, el hecho consumado; segundo, el concierto
europeo, cuyos argumentos estoy seguro no han de salir de
mis labios muy bien librados, especialmente el concierto,
que creo va á quedar de tal modo, que no juzgo ha de ha-
ber mucha gente que quiera asistir á esta funcion; es un


, concierto que yo llamaré sin inconveniente, en el terreno
histórico, en el terreno filosófico. en todos los terrenos, el
desconcierto europeo tal como existe hoy.


Pero ántes, señores, tengo que examinar lo que se dis-
cute; el artículo ó la base ll.a; y la base ll.a dice que «la
Religion católica, apostólica, romana es la del Estado»; dice
que «la Nacion se obliga á mantener el culto y sus minis-
tros,» en lo cual estamos enteramente conformes; es una
copia de un artículo de otras Constituciones, que han se-
guido en ello fielmente los autores del proyecto actual de
Constitucion; pero luégo empieza la dificultad: «ninguno,
nadie será perseguido ni molestado en el territorio español
por sus opiniones religiosas ni por el ejercicio de su res-
pectivo culto, salvo el respeto debido á la moral cristiana.»
Pero digo yo á los señores de la Comision: 1, me quieren
decir los señores de la Comision y declarar formal y tex-
tualmente qué entienden por moral cristiana'? Porque yo,
francamente, con la declaracion seca de esos señores me
he quedado sin entenderlo. Yo no quiero que me expliquen
un tratado de moral, ni yo voy á explicarlo tampoco; pero
una palabra siquiera para que lo comprendamos. Entiende




DEL SR. BENAVIDES. 643
el Senado que vamos á votar una cosa muy importante; los
debates mismos lo dicen; los discursos que ha pronuncia-
do el Sr. Presidente del Oonsejo de Ministros y sus demas
colegas, el interes grande que todo el mundo demuestra en
ello; es una cosa muy importante lo que se va á votar; es
una cosa que se va á votar para muchos di as ; no es una
cosa transitoria; por 10 ménos, es menester que todos que-
demos completamente convencidos de lo que es la base 11. 8 ;
Y yo, francamente, será debilidad de mis órganos, será
debilidad de mi entendimiento, será lo que se quiera, pero
yo no lo entiendo.


¿Qué quiere decir la moral cristiana? ¿Me quieren de-
cir los señores de la Oomision, y vuelvo á hacer otra pre-
gunta, dónde está el dogma de esa moral? Porque franca-
mente, moral sin religion no la comprendo; sería tanto
como una justicia sin Tribunal; á la moral la acompaña
siempre la religion. ¿Dónde está la Religion, la Religion
cristiana'? Si me hablaran de la Religioh católica, ya
nos entenderíamos; pero despues de las reformas famosas
que unos consideran como el supremo bien de la humani-
dad, y otros, y yo soy de ese número, la consideramos
como la perdicion completa, es el resultado que habiéndo-
se dividido el catolicismo y el cristianismo, hoy no sabe-
mos lo que es moral cristiana, ni hay autoridad ninguna,
pues que cada uno es dueño de establecer la que tenga por
conveniente.


Todo el que se titula protestante, el que ha adoptado la
reforma, no tiene freno alguno en sus creencias; no tiene
autoridad ninguna; es solo árbitro en la interpretacion;
como quiera se despacha á su gusto, no tiene que obede-
cer á nadie; se rebela contra toda autoridad: esa es la re-
forma. ¿ Y qué religion puede haber cuando no hay autori-
dad, cuando no está suj eta á pauta alguna, ni á dogma,
ni á reglas de las cuales no se pueda pasar'?


Señores, todo eso será lo que se quiera; podrá ser muy
cómodo p~ra cierta clase de personas; pero lo que puede




644 DISCURSO
desprenderse de ahí es una cosa tan distinta de la moral
católica, que más no puede ser. ¿Dónde está la moral? Se-
ñores, yo podría presentar muchísimos casos; en este mo-
mento me acuerdo de dos.


Como ahora se dice, á la raíz de los sucesos, locucion
que no me gusta, pero que se usa muchísimo y va quedan"":
do encarnada en nuestra preciosa lengua; á la raíz de los
Rucesos, es decir, cerca de los tiempos de la reforma, ha-
bía un célebre reformista, sastre por más señas, aleman,
y que vivía en uno de los pueblos de Alemania. Este inter-
pretó el Evangelio á su gusto, como le interpretan todos:
¿y cómo lo interpretó, se-ñores? Lo interpretó por casar-
se, y por casarse cuatro veces. No se contentó ni se tran-
quilizó con su propia conciencia ni con su propia determi-
nacíon, sino que acudió á la fuente. ¿ Quién era la fuente
en aquella ocasion ? Lutero. Dijo á éste que estaba lleno de
escrúpulos, porque pensaba casarse una, dos, tres, cuatro
veces (una poligamia completa; no inj~rio al sastre, ni él
se daría por injuriado aunque viviera). 'Le dijo Lutero que
había hecho muy bien, que era dueño de sus acciones;
además que no tenía que responder más que á la autoridad
suya, y puesto que había satisfecho su gusto y había he-
cho bien, no tenía que reprocharle absolutamente nada.
i Buena moral, señores! í Ese es un cristiano! El Elector
de Hesse , Jaime, otro cristiano; ese se contentó con ca-
sarse dos veces, y fué autorizado por los doctores de aque-
lla Iglesia. Por eso pregunto á los señores de la Comision:
¿ es esa moral con la cual y á la cual han de ajustarse las
nuevas sectas que vengan á España? Si es esa, ya conoce-
rán los señores de la Comision que no puedo votar el ar-
tículo; repruebo completamente esa moral, porque eso es
peor que la moral independiente, que la moral universal;
es peor que todo eso, no hay nada más malo que sujetar
únicamente á la razon individual el resultado de las buenas
ú malas acciones de los hombres.


Ciento cinco sectas protestantes hay á estas horas en




DEL SR. BENA VIDES. 645
Lóndres, cada una tiene su moral, cada una su religion,
cada una su corazon , sus costumbres, sus hábitos; esta-
blecen y leen el Evangelio y lo interpretan como lo tienen
por conveniente.


De esas falsas creencias se origina naturalmente la mo-
ral; esa es la moral que predomi.na sin duda ninguna en
los señores de la Comision; si no en los señores de la Co-
mision, al ménos á la que se han de ajustar las nuevas
sectas disidentes que vengan á España. Yo no puedo pasar
por eso, ni creo que el Senado.


Pero es más: i, cómo interpretan los señores de la Comi-
sion las cuestiones que envuelve en sí esta base 11."? No
hay dos ideas conformes; si oimos al Sr. Ministro de Gra-
cia y Justicia, en una tarde encantó oirle; si oimos á mi
amigo el Sr. Vaamonde, eso excede á toda ponderacion,
porque en triunfo le hubieran sacado los católicos el otro
dia si lo hubieran oido; otros no son tan ortodoxos; todo
varía. Si vamos á examinar bien lo que ha pasado, ha ha-
bido una verdadera confusion; no se entiende nadie: se-
gun se quería convencer eL unos, se hablaba en un sentido;
si se quería convencer á otros, se hablaba en otro sentido,
y es menester hablar claro; es cuestion que tiene muchas
consecuencias. i,Qué va á ser ele la propaganda? i, Qué va á
ser de la imprenta? i, Va á tener todo el mundo permiso para
hablar y escribir de estas materias en todas partes, de to-
das maneras y en todas formas? Si es ese el pensamiento
del Gobierno, ¿por que no lo declara? i, Por qué no lo de-
termina aquí hoy mismo de manera que quede votado que
ningun Gobierno que venga en lo sucesivo pueda variar
despues la base como éste lo ha determinado, con aproba-
cion del Senado, en cierto sentido?


Creo que estas dudas, estas dificultades deben quedar,
ántes de que la ley salga del paso en que hoy se encuen-
tra , que creo que saldrá muy pronto, quizá en esta misma
tarde, allanadas, obviando todas las dificultades á fin de
que cada uno vote como buen católico '. que aquí todos lo




646 DISCURSO
somos, lo que crea más oportuno y lo más conveniente.


Pero, señores, aquí ocurre una cosa, y muy singula'"
Todos los que se manifiestan. muy amigos del proyecto
de ley que se discute, empiezan excusándose siempre,
y los primeros los Sres. Ministros; y los señores de la Co-
mision no digamos: no lo digo por mí, dice el que ha-
bla ; yo soy católico, apostólico, romano; yo creo que la
Religion verdadera es la Religion católica; yo educo á
mis hijos en la Religion catolica; yo tengo á mi mujer,
y es ferviente católica; yo soy ferviente católico: si
se le pregunta por casualidad, ¿ y cómo eso, por qué
eso'? Contesta: porque es la única Religion verdadera que
hay; y digo yo en seguida: ¿y por qué apetece usted que
venga otra que no sea católica'? Nada, porque yo no puedo
ir contra ... (y aquí empiezan las dudas y dificultades), el
concierto europeo ... la civilizacion ... y no hemos de ir á la
zaga de todos los demás ... todas las naciones tienen ese
precioso don de la libertad de cultos, y no hemos de ser
ménos, etc. ; eso es lo que contestan. Pero yo repito: ¿pero
eso no es un mal '?-Eso es indudable; la Religiún católica
es la verdadera.-Luego aquella es el error, es decir, es
un mal.-Sí señor, un mal.-Pues entónces, ¿ por qué lo
admite usted '?-Usted pesará las razones que he dado.-
Las razones las peso, las apunto' aquí: pues no hay otras.
El Sr. Presidente del Consejo de Ministros ha dicho algu-
nas que oportunamente se contestarán; hasta ahora no he-
mos oido más que esas. Luego entónces es que reconoce
usted (el que habla conmigo) , usted es católico, usted lo
que respeta es el derecho que tienen al mal, que usted le
respeta en el prójimo, no en sí propio. Pues no hay otra
salida que dar á esto; esta es la verdadera cuestion y sali-
da que tiene, lo cual será muy convincente para algunas
personas, pero para mí es lo más ilógico que he visto en
mi vida. Hay, pues, una falta de lógica en los argumentos
del Gobierno de S. M. y de la Comision que ha extendido
el dictúmen.




DEL SR. BENAVIDES. M7
Anteayer se hicieron dos argumentos nuevos (uno de


ellos, que el otro no lo es), y he puesto nombre á cada ar-
gumento. El primero es el de las regalías, el de la sobera-
nía ú omnipotencia del Estado, llámese como se quiera;
el otro podiamos llamarlo de antecedentes históricos. El
primero pertenece al elevado y profundo entendimiento del
Sr. Presidente del Consejo de Ministros, y el segundo cor-
responde al Sr. Conde de Coello de Portugal. De ambos me
voy á ocupar.


Señores, la palabra regalia suena en mis oidos como ha
sonado siempre desde que era muchacho y paseaba las
aulas, como nos sucede á todos los que nos hemos dedica-
do á la carrera del foro. Yo advertí siempre una cosa; que
las regalías han tenido orígen en la existencia de aquellas
dos sociedades, de aCluellos dos grandes imperios que ha-
bía sobre la tierra: la Iglesia y el Estado, que eran dos
grandes omnipotencias; la Iglesia, encargada del bien de
las almas; el Estado, del bien de los pueblos; es decir, de
las cosas puramente terrenales.


Estas dos sociedades tenían que entenderse para vivir
en paz, porque vivían en un mismo territorio; y aunque al
principio vivieron separadas, perseguidas y en gran lucha,
llegó el caso de concordarse, de establecer ciertas reglas
para vivir en ::trmonía, en bien de todos, en bien de la Igle-
sia y del Estado. Cuando había perfecta igualdad entre estas
dos sociedades, no había cuestion ni podía haberla; pero
cuando una era más poderosa que la otra, surgían induda-
blemente cuestiones, y cuestiones graves .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . " ....... .


Siguiendo en la cuestion de regalías, y habiendo aque-
lla tendencia de las dos sociedades, segun el mayor ó me-
nor poder que les daban sus riquezas, los tiempos y circuns-
tancias por donde pasaban, claro es que el Senado com-
prenderá que éstos, no son los tiempos de Bonifacio VIII ni
de Cárlos III siquiera. ¿Qué se teme ahora del Poder ecle-
siástico? El Poder eclesiástico en los tiempos á' que he hecho




648 DISCURSO
alusion, en los tiempos famosos de las regalías era rico ; más
que rico era poderoso, los tiempos le daban una gran auto-
ridad que despues no ha tenido; al contrario, se ha visto
mermado constantemente. ¡, Estamos hoy en esos tiempos '?
¿ Hay que estimar las regalías de la manera que se quieren
considerar en los momentos actuales'? ¿ A qué conduce eso'?
?,Dónde está el fantasma que hay que combatir'? Yo veo
ahora (y no lo digo por los momentos presentes, pero ya
comprenderán los Sres. Senadores que aludo á tiempos no
muy antiguos, y tengo gran razon); yo veo ahora al clero
pobre, perseguido, humillado, sin alientos para nada.
¿Para qué sirven las regalías'? ¿Para qué armar el brazo se-
cular'? ¡, Para qué hay Audiencias que esgriman sus espadas
en contra de los clérigos, cuando con los recursos de fuer-
za en lo antiguo se les sometía'? Ahora me parece (yeso
que llevo mucho tiempo de no estar en los tribunales), me
parece que los casos de recursos de fuerza serán escasísi-
mos; creo que serán muy pocos, porque el clero está em-
pobrecido; las cuestiones con los legos me parece que no
existen; los diezmos y otros derechos todo eso ha desapa-
recido. Que no se otorgan las apelaciones. j Si ahora no
hay ninguna apelacion! ¡, Cómo se podría resistir ningun
juez, á quien se le pide una apelacion á admitirla'? Eso era
en los tiempos en que lo podían todo. Por eso digo sobre las
regalías que han bajado tanto del punto tan subido que lle-
garon á tener en algun tiempo, que si aquellos fiscales del
Consejo, Campo manes , Molina y aquellos jurisconsultos
famosos, el Conde de la Cañada, que instruía los recursos
de fuerza, Cobarrica y todos aquellos tratadistas jurídicos
levantaran hoy la cabeza, estoy seguro de que se reirían
de lo que habían escrito.


Por eso, señores.,~soy de opinion que en la historia no
hay contradicciones. La historia varía muchísimo, y los
hombres varían en la historia, y se dice: «contradiccion.»
N ó; es que han variado los ~tiempos; que han variado las
circunstancias, que cada hombre pienEla, segun los tiem-




< DEL SR. BEN AVIDES. 649
pos y laR circunstancias, y nada hay tan p,oderoso como
los sucesos.


Ya veo que el Sr. Ministro de Estado apunta mis pala-
bras, porque crea haberme cogido, y ese es el grande ar-
gumento de los hechos consumados. Estoy prevenido.


Dice el Sr. Presidente del Consejo de Ministros que si
en los tiempos antiguos se hubiera presentado una carta
venida de Roma como la que se ha presentado por el Car-
denal Moreno, indudablemente hubiera sido extrañado de
los Reinos y hubieran sido ocupadas sus temporalidades.


Yo á eso digo que niego el supuesto, y como le niego,
no puedo contestarle precisamente. La carta al Cardenal
Moreno hacía relacion á un asunto, no de fe estricta; pero
que se roza con la fe; á una cuestion eclesiástica de gran-
de interes, como es la pluralidad de cultos. i, Cree el señor
Presidente del Consejo de Ministros, cree el Senado que en
los tiempos de Cárlos III se podía tratar de esa cuestion '?
Imposible; por consiguiente, como el hecho es imposible,
no hay que ocup:use de él. Yo he estudiado esa pragmática,
que por cierto es una pragmática muy curiosa la del señor
Cárlos IU, que es la ley 9.", título 3.°, libro 2.° de la Noví-
sima Recopilacion, expedida en Aranjuez. Tiene nueve ca-
pítulos, y allí se prohibía todo lo que hay que prohibir;
de Roma no pasaba nada sin que pasara por el Consejo.
Pero examinad despacio aquellos nueve capítulos. i, Hay
algo que se parezca á lo que existe actualmente? ¿Hay al-
go que se parezca al Breve; á la Encíclica á carta, á como
se quiera llamar, del Pontífice actual? ¿ Qué había de ha-
ber, señores? La Inquisicion estaba entánces en todo su
auge; la Inquisicion condenaba á Olavide; precisamente
por aquellos momentos la Inquisicion trataba de condenar,
á á lo ménos de juzgar, al Conde de Campomanes y á los
juristas de aquella época. .


Si se hubiera encontrado la Inquisicion con algo pare-
cido á lo que aquí se discute, el que hubiera invocado esa
tolerancia á el que hubiera tenido la parte más pequeña en




650 DISCURSO
ello, hubiera ido al quemadero. i Pues buena estaba la cosa
entónces para' andarse con juegos! Por eso se pueden con-
cordar perfectamente todaR las doctrinas cuando se exa-
minan los tiempos y se examina cada tiempo segun el cri-
terio, la opinion y las circunstancias; si no se está siem-
pre en un error contínuo, yeso no es propio de Ministros
ni de legisladores.


Voy ahora con el Sr. Conde de Coello de Portugal.
Decía el Sr. Conde de Coello, que en España se había


quemado mucho, que habíamos sido muy intolerantes,
que habíamos tenido una época muy desastrada, que esa
era una crueldad (no puedo llamarle ni darle otro dictado);
que nuestros mayores habían procedido con intolerancia,
y que á esa intolerancia, que respirábamos en aquel tiempo
por todos nuestros poros, se debe indudablemente el atraso
en que nos encontramos; que no estamos dentro del con-
cierto europeo (vuelta otra vez con el concierto europeo),
y que no disfrutamos de esas ventajas y circunstancias tan
favorables que disfrutan las demas nacioneB.


Señores, he reparado que en esta discusion se ha hecho
gala de este argumento, por cierto no muy patri6tico,
porque se pinta á nuestros abuelos como una especie de
bestias feroces. que no tenían consideracion de ningun gé-
nero con sus semejantes. Pero si tÍ eso se me dice que no
pintamos más que lo verdadero, yo digo que la pintura no
es gráfica, que no es exacta; porque, seílores, he oido al
Sr. Conde de Coello que en el siglo XVI y XVII no fuimos
como en los siglos anteriores. Pues ni más ni ménos; fui-
mos lo que fué toda la Europa; y es muy probable que fué-
ramos mucho ménos intolerantes que la Europa; España,
como toda la Europa, fué romana, fué bárbara, fué feu-
dal, yen el feudalismo tenemos que levantar muy alta la
cabeza, porque si es verdad que en las provincias de Ara-
gon y Cataluña pudiera haber algunas manchas sobre esa
cuestion, no las hubo nunca en Castilla, porque jamás
Castilla se prestó á ningun género de concesiones vergon-




DEL SR. BENAVIDES. 651
zosas, como se prestaron todos los demas señores de la Eu-
ropa, inclusa la sabia y la ilustrada Inglaterra de los tiem-
pos presentes. Despues la España hizo lo que la Europa;
fué fuerista; no hubo ningun pueblo que no tuviese sus
fuerofl, y fueros muy respetados, que son cuerpos de legis-
lacion; hasta muy entrado el tiempo, hasta muy entrada
la época moderna, son verdaderos cuerpos de legislacion,
y sobre todo en Europa, lo mismo que en España, se dió
la gran batalla que constituye la historia de toda la Edad
Media entre los diversos elementos que vinieron de los
bárbaros, del derecho romano y de la antigua civilizacion;
la aristocracia ó la nobleza, la democracia, la Monarquía
y la Religion.


Estos cuatro elementos estuvieron constantemente en
lucha, vigilándose los unos á los otros unas veces, y otras
sirviéndose de grande apoyo; la Iglesia y el pueblo unidos
se lo prestaron á la Monarquía, y así es que advertimos, y
esto fué en toda Europa, advertimos precisamente que al
finalizar el siglo XV se forman las g'randes Monarquías.
¿ En dónde? En toda Europa. El derecho público de Europa
ha sido el derecho público de España; y como decía ántes,
no homos sido ni más ni ménos que los extranjeros.


Se ha hablado mucho de la Inquisicion; se dice que se
cometieron unos horrores espantosos. Que lo dijeran los
extranjeros no me llamaría la atencion. No he visto yo á
muchos ingleses denigrar como merece ser denigrado En-
rique VIII; pero nosotros estamos siempre con Felipe II:
estamos siempre hablando mal de él, yeso que la opinion
se ha rehecho un poco; pero en los tiempos antiguos, in-
cluso en los tiempos de Quintana, cuando escribió las poe-
sías del Escorial, fué una opinion muy popular que había
sido una flera, que había sido el déspota más tirano y ma-
yor que conocía la humanidad; por poco se le compara has-
ta con el mismo Neron, y era todo lo contrario.


Señores, siguiendo este mismo tema, la revolucion
más popular, como que fué con exceso ya no solamente po-




652 DISCURSO
pular, sino social en aquel tiempo presagiando todo lo que
ha venido despues, anticipándose á Proudhon yanticipán-
dose á todos los socialistas franceses, ingleses y alemanes,
es la revolucion conocida en la historia con el nombre de
Germanía en Valencia, la cual tenía por objeto acabar con
una clase social por completo, segun el dicho ele la madre
del chico que vendía sombreros en una de las tiendas prin-
cipales de Valencia; el chico tenía cinco años y le dijo la
madre: «Mira; ven acá; ¿ves aquél que va por la calle'?
Pues aquel es un caballero y como dentro de tres dias los
van á matar á todos, te lo digo para que fijes la atencion
en su figura, y cuando tú seas más grande podrás decir:
yo conocí á los caballeros; conocí uno que me enseñó mi
madre.» Esta era la revolucion anárquica y social de Va-
lencia. ¿Pues sabe el Sr. Conde de Coe110 cómo empezó'?
Con dos asesinatos. Eso no tendría nada de particular, que
ejemplos hemos tenido de eso despues; pero ¿cómo fueron
los asesinatos'? Quemando á las víctimas en la plaza pú-
blica. Había un gusto muy grande por quemar, nó á los
herejes, sino á todo el mundo; á todo el que se descuida-
ba lo quemaban. ¿Sabe el Sr. Conde de Coello el número
de víctimas de Inglaterra en tiempo de Enrique VIII'?
Pues pasaron de 80.000, número adonde no ha llegado
nunca la Inquisicion. Es verdad que hay que hacer una
justicia, porque Enrique VIII estableció una religion á su
gusto y para su uso particular, que no se parecía á otras;
y como él era teólogo y la había establecido como digo para
su uso, le sucedía á todo el que se separaba de aquella au-
toridad, de aquel dogma que él había establecido, que caía
cn el anatema; pero con una diferencia: que á los católi-
cos los mandaba ahorcar, á los protestantes los mandaba
quemar; pero la pena de muerte inexorable. Más de 80.000
fueron víctimas de él.


En esa Alemania tan ponderada de hoy, en todas esas
orillas del Rhin, ¿no se quemaron muchas más víctimas en
calidad de brujas que la Inquisicion quemó en sus buenos




DEL SR. BENAVIDES. 653
tiempos'? Pues eso acontecia entónces. i, P01' qué ha de ser
siempre sobre España y sobre su Inqulfllcion sobre la que
la intolerancia y el anatema terrible de la intransigencia
caiga'? Pero vamos á las razones poderosas que tenemos
para variar en cierto modo, no la Religion de nuestros pa-
dres (yo no defiendo eso); yo discuto siempre de buena
fe; yo ya sé que el Gobierno no desea eso; yo creo cons-
tantemente que no quiere ni desea eso, y que sus inten-
ciones son las mejores. ¡Qué duda tiene! Yo conozco á to-
dos los que lo componen. i, Qué mira había de tener el Go-
bierno al ir precisamente contra la corriente que el pueblo
español considera como el más alto de todos sus intereses'?
Repito que de ningun modo tiene interes en ello, pero in-
dudablemente está obcecado en cierta parte y mirando la
cuestion de cierta manera.


Decía que aquí no ha pasado nada. ¡ Ojalá no hubiera
pasado nada! Pero lo que ha pasado no se puede olvidar.


Siete años hacía (ú ocho años decía el Sr. Presidente
del Consejo de Ministros, exagerando un poquito, porque
~on siete y pico). Pues bien; me han parecido ocho siglos,
y creo que á S. S. le habrán parecido lo mismo. No es la
cuestionde la duracion; la cuestion es de proselitismo, la
cuestion es de haber abrazado esa causa, de haber creado
verdaderos intereses que hay que respetar hoy.


Pues yo digo que no hay que respetar ninguno. A uno
que profesa las opiniones que tiene la Comision, y que
habla elocuentemente, y habló en otro sitio que no quiero
nombrar, le oí decir en pleno Parlamento que no creia, que
no consideraba que hubiese venido un solo protestante, y
que la cuestion no la consideraba de esa manera, como un
hecho consumado, porque no se había consumado ninguno.
Esta es la verdadera cuestiono •


Se habla, señores, del edicto de Nantes. i. Qué tiene
que ver esto con la cuestion? Si fuera el edicto de N antes,
resultaría que quien en los tiempos presentes se determi-
nara á revocarlo tendría que ser un Luis XIV, que en aque-


42




654 DISCURSO
lla época no estaba tampoco con la cabeza muy segura,
porque si nó no lo hubiera hecho.


Yo voy á presentar un ejemplo. Hace ocho dias leí en
un periódico que se preparaba ya en Filipinas una expedi-
cion que debía ir contra los moros á una isla bastante tur-
bulenta, enemiga constante de España, que ha roto todos
los tratados de paz, que yo me acuerdo que desde el año
de 1840, Y ántes del 40 , tenía hechos con nuestra N acion.
En fin, que se portan como verdaderos salvajes. Se orga-
nizó la expedicion, y muchos creyeron en aquellas islas y
aquí que España tenía derecho á conquistar la isla. No
fué así; Dios no lo permitió. Hubo unas escaramuzas, que
costaron bastante sangre por desgracia, dieron algun cas-
tigo, no sé hasta qué punto, á los moros, y se volvieron
otra vez. Pero supongamos por un momento que lo que
no fué hubiera sido; supongamos que hubiéramos conquis-
tado la isla ... (El Sr. kfinist-ro de Estado: Lo está ya.) Lo
ignoraba. Supongamos que se hacía prisioneros á todos los
habitantes; supongamos que éstos desde aquel mOl;nento
son ya españoles; supongamos que un millon ó más Hon
mahometanos. Ahí está el caso de establecer el mahome-
tismo. Ese es el modo de establecer la libertad de cultos;
ese es el modo de establecer el mahometismo. Hay que res-
petar esos intereses, esas voluntades; pues ese es el modo
de establecerlo: pero no el llamarlos uno á uno para que
vengan á hacerse cismáticos, judíos, herejes; es decir, á
crearlos nosotros mismos, y á pintarlos como lo haría un
pintor afamado.


Señores, yo sé un acontecimiento que no quería decirlo,
porque no tengo pruebas para ello, porque es de esos que
no se prueban. A un cura de estas parroquias de Madrid se
ha presentado una mujer en estos di as pasados y le ha di-
cho: «Vengo á pedir á Vd. licencia, señor Cura, para ins-
cribirme en el gremio de la Iglesia protestante, pero nada
más que por tres meses (Risas), porque me hallo algo
apurada de dinero, y me han ofrecido una cantidad que me




DEL SR. BENAVIDES. 655
liberta por ahora del hambre, que no puedo sufrir. En pa-
sando estos tres meses, yo me vuelvo otra vez al gremio de
la Iglesia. Así,no hay nada perdido.» Esto no lo he visto yo,
no lo puedo asegurar como cosa cierta; pero no dudo que
sea posible y verosímil, que puede suceder, y como este
caso hay muchos. Yo no quiero que la libertad de cultos se
establezca sino cuando lo pidan las necesidades y el tiempo.
Entónces en vano sería que nos opusiéramos á ello; entón-
ces vendría la circunstancia y daríamos más fuerza, y no
habría esta discusion; y si por cualquiera otra causa qui-
siéramos motivarla, sería completamente en balde.


Pero vuelvo á decir que el hecho no existe como tal;
que esos hechos que ha repetido y repite siempre la histo-
ria y más en esos casos que en otros cualesquiera, han sido
siempre resueltos por la necesidad i:nperiosa. ¿ Cómo se
estableció la libertad de cultos en el Norte de Europa'
¿Fué por una ley? ¿,Fué por un decreto? Fué porque se es-
tableció. Se estableció en Inglaterra. ¿Por qué? Porque se
le ocurrió al bueno de Enrique VIII decir á todo el mundo
que se le considerase como jefe de la Iglesia. De modo que
cambió de religion como quien muda de camisa. Y tambien
muda toda Inglaterra de religion. Es verdad que despues
les costó la vida á muchas personas, que el reinado fué
turbulento y sangriento, y todas esas cosas sucedieron
para restablecer despues la libertad de cultos.


Pues en Francia no se ha establecido la libertad de cul-
tos, sino despues de matanzas sin cuento, despues de la
revocacion del edicto de Nantes; porque solo el leer las
páginas de la historia de aquella época hace temblar las
carnes; porque millones de individuos salieron de Francia,
cada uno á un país extranjero á establecerse para vivir, que
era el único deseo que se tenía. i Y qué de riquezas perdió
la Francia! Este es el modo como se ha establecido la li-
bertad de cultos. Es verdad que nosotros tuvimos los ju-
díos, y aquí se ha hecho mucho uso de que los judíos fue-
ran expulsados. Es verdad. Pero ¿ fueron expulsados sólo




656 DISCURSO
de España en .aquel tiempo'? Lo fueron de Portugal, de
Francia, de Inglaterra; es verdad que luégo han vuelto.


Aquí no han vuelto; no sé si será una ventaj a ó desven-
taja, pero la expulsion fué necesaria, lo mismo que la ex-
pulsion de los moriscos; yo lo confieso eso; no importa
nada para mi argumentacion, pero debo decir que ellos
mismos tuvieron la culpa de que se les echara del territo-
rio; no podían entenderse, y se hacían la guerra más es-
pantosa , y los conversos eran sus mayores enemigos; se
delataban á todas horas y no dejaban que descansara la
autoridad ni un solo minuto. Por consiguiente, ellos y sólo
ellos tuvieron la culpa de que se les expulsara. En cuanto
á los moriscos, no hablaré una sola palabra de ellos, por-
que ya he dicho que doy todas estas cosas de barato, pero
fué un sacrificio inmenso para la N acion Española el per-
der una poblacion tan numerosa, gentes muy bien acomo-
dadas y muchos que se dedicaban á la industria. Todo eso
es cierto; yo lo condeno; nada de eso me gusta. Pero des-
pues de haber hecho esos grandes sacrificios, des pues de
haber conquistado lo que se conquistó á precio tan subido,
ahora, sin que nadie lo pida, sin que haya necesidad, sin
que nadie lo exija, ahora vamos á tiraxlo por la ventana.
Pues precisamente estas son pruebas que vienen en apoyo
de las razones que yo he manifestado, é indican que sien-
do (como lo es) la unidad católica una gran cosa, no debe
perderse cuando no hay necesidad para ello. «Que nos cos-
tó mucho trabajo y muchos esfuerzos el conquistarla.» Eso
es indudable, señores, y la unidad católica no es un vili-·
pendio, no es una deshonra, sino que es un gran timbre;
eso lo han reconocido y lo han dicho todos los hombres no-
tables del país, empezando por Mendizábal y concluyendo
por el último de los que se dedican en la actualidad á la
política. He citado á Mendizábal, porque es un hombre li-
beral, lo mismo que Argüelles, los cuales habían oido esta
opinion á Lord Palmerston. Este decía: «j Dichosos los que
saben conservar la unidad católica!» Tam bien lo ha dicho




DEL SR. BENAVIDES. ti57
con mucha razon el Sr. Sagasta, que tampoco es un testigo
que se dejará de reconocer en las circunstancias actuales.


A otro género de consideraciones podría dar lugar to-
davía el debate. Pero es una cosa clara; todos los argu-
mentos (que como digo, son seis ó siete) que se aducen
para acabar con la unidad católica (legalmente hablando),
todos han salido contraproducentes. Decían: «Establezca-
mos la libertad de cultos, y vendrán las flotas de oro á enri-
quecer á España.» Pues no ha venido un solo céntimo pro-
ducto de la diversidad de cultos establecida por el articulo
constitucional de 1869. En cambio, cuando venía aquí el
dinero de los extranjeros era cuando había aquí una unidad
católica admirable. Por cierto que estamos siempre dicien-
do que nosotros enriquecemos á los extranjeros que vienen
aquí á llevarse nuestro dinero; y yo lo que he advertido es
otra cosa , que vienen á traernos su dinero, y luégo no se
lo devolvemos. Aquí vinieron muchos millones para cons-
truir los ferro-carriles, que puede decirse son hechura de
los extranjeros. La especulacion les salía bien, y no se les
ocurría decir si teníamos ésta ó la otra Religion; vieron la
especulacion, les pareció bien, y que España gozaba mu-
cha fama de honrada (como que era proverbial la honradez
castellana) y dijeron: pues allá vamos; y trajeron su di-
nero y sus inmensos capitales, y luégo no han vuelto.


Otro argumento, que tam bien ha salido contraproducen-
te: «N ó , señor; es que las ciencias y las artes ... Hay que
mirar que estamos á un lado de toda la Europa; no hay
quien escriba, no hay filósofos, no hay historiadores ...
Deje Vd. que vengala diversidad de cultos, y verá Vd. co~o
se llenan de sabios todos los pueblos de España, y qué fe-
lices vamos á ser con esa sabiduría que nos van á introdu-
cir.» Pues precisamente el siglo XVI, que es el siglo de la
in tolerancia, es la época en que más florecieron las artes y
las ciencias de España. Ella es en la que hubo más y mejo-
res poetas, nunca se ha hablado mejor en español, nunca
ha habido mejores artistas, y los pocos filósofos que hemos




658 mSCURSO
conocido son de aquella época. En aquel tiempo nació el
inmortal Cervántes; en aquel tiempo descubrió Colon el
Nuevo Mundo y le siguió en sus conquistas y espíritu ci-
vilizador Hernan-Cortés.


Todo esto, señores, acontecía en la época que segun al-
gunos fué la más calamitosa de nuestra patria. jOjaU vol-
viéramos á ella! En cambio, hoy se escribe mucho libro,
como el libro de Renan sobre la vida de Jesus. i, Y qué ha
ganado la humanidad con los libros de Renan'~ (porque no
es uno solo). Pues no ha ganado nada. Vemos, pues, que
de la unidad católica, ó por lo ménos de tiempo de ella,
son estos grandes hechos históricos que he citado. El des-
cnbrimiento de América nos honra de tal manera, que aun-
que no tuviéramos otro timbre, con ese teníamos bastante
para causar la ad.miracion del mundo. Todo lo referente {~
esa guerra épica que sostuvimos con los franceses, debido
era á la Religion católica; pero de esto me ocuparé despues
brevemente. Ahora tengo que hacerme cargo del concierto
clI/ropeo.


Yo pregunto á los que hablan de esto, de qué concierto
hablan; i, del concierto de las naciones, del concierto de los
sabios, ó del concierto de los pueblos'? Si hablan del con-
eierto de las n3.ciones, es decir, de que España, sólo por-
que rompa la unidad católica y deje lugar y proteja á las
sectas disidentes va á entrar en el concierto europeo, es de-
cir , en el concierto de las naciones, en esa union de las
naciones, en esa pentarquía que dirige á su arbitrio y ú su
placer todas las cosas del mundo, están en un error muy
grave. Una época tuvimos en que pudimos entrar, pero
esa epoca ya pasó. No crean los Sres. Senadores que aludo
ú la reciente del Duque de Tetuan, á la de la union liberal;
hablo de cuando concluimos la guerra de la Indepen-
dencia. Nosotros habíamos vencido, y habíamos vencido al
capitan del siglo, como se dice por antonomasia; los rusos
estaban muy orgullosos, porque pegaron fuego á Moscow;
yen efecto, la catástrofe fué tan inmensa que perdió Na-




DEL ~R. BENAVIDES. 659
poleon aquella famosa campaña del Norte, en que tenía
tantas esperanzas.


¿Pero se limitó España á pegar fuego á una poblacion'?
Humeantes estuvieron por muchísimo tiempo las ruinas de
Zaragoza; humeantes las de Gerona; humeantes lás de otra
porcion de pueblos en la Península. ¿Qué más, señores '?
Los españoles pegaron fuego á España entera y ante aque-
lla resistencia no encontraban ningun género de riesgos
que no afrontasen, y ante aquellas heroicidades de hom-
bres, mujeres y niños tuvo que rendir su cuello el vence-
dor de tantas naciones y de tantos pueblos. ¿Qué hacía la
Alemania en aquel tie,mpo'? En aquel tiempo humillaba su
cabeza en Jena. ¿Qué le sucedió á Austria'? Lo mismo. Si
no hubiera sido por los españoles, no habría tenido la In-
glaterra un palenque donde pelear. Inglaterra nos franqueó
sus puertos, sus soldados y sus bagajes; todo lo que pudie-
ra facilitarnos la victoria, ménos su dinero, del que siem-
pre hemos andado escasos desde los tiempos del Gran Ca-
pitan. Pues bien; tantas heroicidades se debieron en parte,
no quiero decir en todo, á la unidad católica; porque fran-
camente, señores, las condiciones etnográficas de los es-
pañoles son terribles, son muy malas, y han sido muy
malas desde muy antiguo. No tenemos unidad de raza; es-
cas~mente tenemos unidad de territorio, porque hasta el
extranjero, para vergüenza nuestra, lo tenemos en nuestra
casa. N o tenemos unidad de lengua; no tenemos unidad de
legislacion; no tenemos unidad de nada; no conservamos
más que dos magníficas unidades: la unidad católica y la
unidad monárquica. La monárquica existe, pero muy que-
brantada; la república por" un lado, y tantos y tan diver-
sos partidos por otro, la han quebrantado, .no hay duda
ninguna. La que se conservaba más á salvo todavía era la
unidad católica; si perdemos la unidad católica, se acabó
todo. Pues bien; digo y vuelvo á repetir, que en medio de
estas condiciones etnográficas tan malas que tenía España,
esta N acion con sus dos magníficas unidades pudo vencer




660 DISCURSO
á la Francia toda. ¿ Qué digo á la Francia'? A la Europa en-
tera, que estaba coaligada entánces con Napoleon. Es ver-
dad que la coalicion se acabó, pero aquí vinieron, sin ir
más léjos, polacos, alemanes, badenses, y toda aquella
gente que reunía N apoleon para emplearla naturalmente en
sus empresas Pues perdimos aquella ocasion; no entramos
en el concierto europeo; las grandes potencias establecie-
ron la política á su manera, y sin consultarnos entónces
tuvo orígen á nacimiento la Santa Alianza. Despues nos
sucedió lo mismo; yen aquella ocasion , ¿ qué fué lo que
obtuvimos en com pensacion de tanto como perdimos'? Nada;
la plaza de Olivenza, que habíamos ganado poco ántes,
el año 6 , en la guerra que se llamó de las Naranjas; vic-
toria que se debiá, segun se dice, al Príncipe de la Paz,
que era el que mandaba los ejércitos.


Pues no entramos en el concierto europeo de las nacio-
nes, porque allí no se entra con esa gran facilidad que se
cree; es menester para eso ser muy poderosos, tener mu-
cha importancia, tenor muchos cañones, tener muchísimo
dinero; es menester pagar religiosamente todas las deudas
que se tienen con los extranjeros; es menester que no nos
llamen Nacíon de tramposos, que es el lenguaje que usan
nuestros amigos los ingleses cuando hablan de España; son
necesarias, en fin, todas estas circunstancias; y cuando
las reunamos, sin preguntarnos qué religion tenemos, ni
si tenemos poca ó mucha tolerancia, el dia que esta Nacion
sea la Nacion de Felipe II, á siquiera la de Oárlos III, aquel
dia se podría plantear la cllestion, y quizá la ganásemos
con tal que tuviésemos Gobierno que mereciera la pena
de llamarse tal. ¿ Y sabe el Senado porqué al concluirse la
guerra de la Independencia no fuimos todo lo grandes que
debiamos haber sido en otras circunstancias'? Porque el
pueblo español era muy grande, sí; yo no he visto ningun
pueblo que haya acometido empresa como aquella; eso
constituye verdaderamente nuestra gloria, y de ella de-
bíamos estar hablando constantemente; pero al mismo




DEL SR. BE~AVIDES. 661
tiempo que el pueblo era muy grande, el Gobierno, seño-
res, era muy pequeño. (El8r. Conde de Coello de Portugal:
Pido la palabra para rectificar.)


¿No es esa pentarquía de la que se habla cuando se tra-
ta del concierto europeo? ¿Pues qué es? ¿Es concierto de
los sabios? Señores, veo que el Senado, ó mejor dicho, la Co-
mision, se halla en una grave equivocacion. Estamos en
ese concierto europeo de los sabios: en un año ha habido
veinte Congresos científicos; á todos ellos ha sido invitada
España. Es verdad que no ha ido nadie (Risas); ¿y sabeis
porqué no ha ido nadie? Porque los sabios no tienen dine-
ro, sobre todo en España; porque son pobres y es menes-
ter que el Gobierno los lleve, que les costee el viaje, y si
nó, no irán á ningun concierto europeo. Esos conciertos han
sido de abogados, de naturalistas, de prehistóricos, de
geógrafos; presente está aquí el hermano de uno de los que
precisamente han brillado más en este Congreso, que es
una gloria española, el Sr. Coello, hermano del Sr. Conde
del mismo apellido, el ingeniero, el geógrafo, el autor de
esos magníficos planos que están en las manos de todo el
mundo; con él ha ido tambien D. Cárlos Ibañez, otro sabio,
el jefe de nuestra estadística; ambos han ido al Congreso
de París; han sido perfectamente recibidos y obsequiados,
los han considerado múchísimo, y nadie les ha hablado de
Religion; yo he tenido buen cuidado de preguntárselo; les
han hablado muchísimo de geografía, de los adelantos que
hace España; de lo que debe hacer; por eso se ha fundado
en nuestro país, tí imitacion de la francesa, la Asociacion
libre Geográfica.


Allí han ido estos dos señores por su propia cuenta, y
por amor á la ciencia han llevado las obras de España. A
España se la han concedido veinte premios, y uno de ellos
(debo decirlo, señores, me alegro que se me presente
ocasion de decirlo.), uno de ellos, de primera clase, lo han
obtenido las obras de la Academia de la Historia de Ma-
drid, pues la Academia de la Historia es la que asist~




(j62 DISCURSO
generalmente á esos Congresos; á ellos han ido el se-
ñor Lafuente y el Sr. Gayangos á su costa; porque aun
cuando han acudido al Gobierno, no digo al Ministerio ac-
tual, sino al ente moral Gobierno, se les ha contestado que
esos gastos no estaban previstos en el presupuesto, que no
se podian hacer porque no había un real, yes la verdad;
por consiguiente, la ciencia, que no apremia como apre-
mian los soldados y otras cosas, queda siempre postergada.
N o necesitamos que nos lleven al concierto europeo, es-
tamos en él; y si no estamos más, no es culpa nuestra ni
de los extranjeros; por eso decia que quería hablar del con-
cierto europeo.


Seilores, esto va siendo ya demasiado largo, y ofrecí ser
breve; no me parece que he faltado todavía á mi palabra,
y voy á concluir con una última reflexiono Un pensador
profundo ha dicho hace unos cuantos años una cosa muy
notable. Dando cuenta á una de las primeras sociedades li-
terarias, á uno de los cuerpos científicos de Madrid, se ex-
presaba asi: « Dos acontecimientos célebres han ocurrido
en el mundo (ya ve el Senado que yo cito de memoria, no
leo; puede que haya alguna inexactitud en mis palabras
debida á eso, á que no me gusta incomodar al Senado le-
yendo, así es que traigo apuntes y apénas los miro); dos
acontecimientos graves, decia, hari. ocurrido en el mundo;
uno de ellos es la caida del poder temporal del Papa; otro
la victoria de la raza germana sobre la raza latina.» Estos
eran dos hechos que el pensador decía que exponía á la
consideracion de sus oyentes; no hay aquí consecuencia
ninguna; aquí no hay nada todavía; pero continúa: «yo
preveo el riesgo de que el protestantismo aleman, padre
de todos los protestantismos, quiera imponerse como la
regla de la Religion y la moral en Alemania, así como
Alemania ha conquistado hasta ahora la supremacia y la
superioridad de la Europa y de la política europea con sus
victorias militares.» Esta era una profecía debida al gran
talento de esa persona á quien me refiero, que por respeto




DEL SR. BENAVIDES.


á su modestia no nombro en este momento, pero creo que
ya habrá comprendido el Senado á quien aludo; esa profe-
cía, señores, se ha cumplido.


Lo que estoy diciendo es sumamente grwe; lo digo sin
intencion de ningun género, como esclareciendo la cues-
tion; lo digo dando una voz de alerta, así como cinco años
antes se dió en el Ateneo de Madrid. ¿No ven los señores
Senadores algo en estas palabras que yo acabo de pronun-
ciar'? ¿No hay algo'? Pues sí, hay mucho; yo desearía que
los Sres. Senadores examinasen, viesen cualquier gabinete
de lectura hoy, viesen los periódicos de Europa, y sobre
todo los periódicos alemanes; pues la intencion está bien
conocida. ¿Qué vemos á más de lo que acabo de decir '?
Una guerra terrible en Alemania, una guerra terrible, de-
l'iastrosa, atroz; el catolicismo es perseguido en todas par-
tes; el orígen, la mano oculta es la misI?a; no deja des-
cansar ni á Bélgica, ni ú Holanda, ni ú Suiza; en todas
partes produce cuestiones, conflictos y persecuciones
acérrimas al catolicismo; de manera que cuando el Santo
Padre ha tenido el poder temporal, no tiene ahora un pal-
mo de tierra que le corresponda; no tiene ni la pequeña
ciudad Leonina, que en algun tiempo se creyó que iba á
ser el refugio del Pontífice, y con cuya posesion en cir-
cunstancias tan apremiantes se consideraba muy feliz; no
tiene en su palacio meramente más que unjardin para po-
derse pasear y hacer un poco de ej ercicio ; y con decir que no
ha bajado á San Pedro, está dicho todo. Desde sus venta-
nas vé á los italianos; ¿ qué digo, desde sus ventanas'? Los
italianos entran en el Vaticano armados por compañías á
hacer el ejercicio en el verano, para libertarse de los ar-
dores del sol; los he visto muchas veces que llenan tres ó
cuatro patios y se adelantan hasta una pequeña Iglesia ti-
tulada de San Estéban, frente por frente á la puerta donde
está la guardia del Santo Padre. Todo lo ha perdido: pues
no se le deja ni descanso en esta situacion; raro es el dia
en que no se recibe alguna mala noticia venida de otros




664 lYIBCURSO
parajes, pretendiendo como se ha pretendido varias veces,
que se quite por completo la ley de garantías. ¿SabE'is,
Sres. Senadores, lo que es la ley de garantías? Es la con-
sideracion que el Rey de Italia guarda al Pontífice, y ten-
go un gusto especial en manifestar que, á pesar de las
exigencias de potencias poderosas y del empeño tan gran-
de que se ha mostrado para acabar con la ley de garantías,
ella es el único respeto que se tiene hoy al Sumo Pontífice,
porque á virtud de ella está reconocido como rey, y se le
guardan las consideraciones como á tal: no sólo conside-
raciones diplomáticas ó de atencion.


Esto pasa en el mundo hoy dia: y como no estamos en
el concierto europeo, no es extraño que no lo sepamos; y
digo yo: en momentos tan críticos como éste, cuando se
hace una gUf'lrra tan declarada al Pontificado, cuando se
ad vierten en todos los países esos síntomas que los perió-
dicos de Berlin declaran terminantemente, ¿ vamos á pri-
varnos de la unidad católica? ¿ Nó os llama la atencion ese
argumento que se ha tomado de intransigencia y de ultra-
montanismo, sin que sepan muchos dar razon de lo que es
esa palabra, que se usó en España en tiempos antiguos en
contra de los regalismos, y que hoy se aplica á todo el
mundo, porque lo que se quiere es acabar con el catolicis-
mo? Y digo yo muchas veces: ¿Qué adelantarán los ale-
manes con acabar con el catolicismo? ¡Ah, señores! Es que
los alemanes van todavía más léjos; su artillería tiene mu-
chísimo más alcance; la unificacion de la Alemania no está
completa; se trata de completarla, y se trata de comple-
tarla con la Holanda y con la Bélgica. Pues despues de con-
ceder esto; adonde se va derechamente, eso lo dicen todos
los periódicos á todas horas; esta es la cuestion del dia, se
está debatiendo siempre; luégo se va á la unidad religio-
sa, á la unidad protestante, y por último, señores, se sueña
en el Imperio de Occidente.


N o me detendré más en esto; pero muchos síntomas hay
de que el emperador Guil¡ermo sea el Cárlo Magno protes-




DEL SR. BEN A VIDES. 665
tan~e, que es lo que quiere y para eso trabaja tanto; y para
eso se trabaja en Holanda, en España, en Bélgica y Aus-
tria, y los síntomas son iguales en todas partes.


Señores, siendo estas las circunstancias de Europa,
¿ vamos á tratar nosotros aquí de la cuestion católica,
cuando la cuestion puede ser de razas? Porque indudable-
mente de razas es; y los hechos históricos del siglo V pue-
den reproducirse en el siglo actual; no olvidemos que nos-
otros pertenecemos á la raza latina. ¿Vamos á renegar
hasta de nuestro oríg~n? La cuestion indudablemente es
de razas; han visto humillar á la Francia, que es la que
representaba realmente el. papel de la raza latina; ¿ qué
nos queda? La Italia y la España. ¿La Italia ha de volver
la espalda á los que tanto la favorecieron? Y la España si
la debilitamos hoy, ¿ha de ser poderosa'? ¿ Para qué? Ab-
solutamente para nada. Esta, señores, es cuestion de buen
sentido; ponernos á la cola por el modo y la forma, y á la
manera de las Naciones P!otestantes, en lugar de ponernos
á la cabeza del catolicismo, es un plan que no comprendo;
será cómodo, sera hábil, pero de seguro no será glorioso.






APÉNDICE.


NOTICIA HISTÓRICA


DE LA UNIDAD CATOLICA
y


DE LA LIBERTAD DE CULTOS EN ESPAÑA.






ADVERTENCIA.


La brevedad del espacio de que podemos disponer nos obliga
á ser más concisos de lo que quisiéramos en esta Noticia his-
tórica de los acontecimientos que prepararon y arraigaron en
nuest1'a patria la unidad religiosa, y de las tentativas ke-
ckas en diversas épocas paJ'a quebrantarla, kasta que sus ene-
migos consiguieron el objeto con la apJ'obacion del art, 11 de la
Constitucion, votada por los OueJ'jJos colegisladoJ'es, y sancio-
nada por S, M, en Julio del pJ'esente año.


El asunto mereceria , en verdad, un libro de estudio dete-
nido y de no pequeño volúmen, que ak01'a nos es imposible es-
cribi?'. Obligados á limitar nuestra narraci01t á las ceñidas
páginas que nos quedan, despues de insertar los respetables
docttmentos pontificios, las magnijlcas exposiciones de los
Obispos, y los brillantes discursos de ])iputados y SenadoJ'es,
procttrarémos al ménos indicar los keckos culminantes de nues-
tra kistoria , que tengan relacion con el objeto de este libro.


Para proceder con método y claridad, dividimos este
opúsculo en las épocas Ó periodos en que suele dividirse la kis-
toria de España, tÍ contar desde el establecimiento del cristia-
nismo.


43




Lo breve delojJúsc1tlo nos eximirá de entra1' en considera-
ciones capaces de afectar á los partidos politicos en que des-
graciadamente está dividida España, concretándonos general-
mente á contar los sucesos desnudos de comentario.


Si de la narracion resultase algun motivo de queja ó de re-
sentimiento, atribúyase á los keckos, nó á nosotros, que vamos
solamente á referirlos.


Madrid 13 de Octtfbre de H~76.


FRANCISCO DE Asís AGUlLAR.




NOTICIA HISTÓRICA


DE LA UNIDAD CATOLICA
y


DE LA LIBERTAD DE CULTOS EN ESPAÑ¡\.


ESPAÑA ROMANA.


SUMAHIO.-I. Unidad de Dios y unidad de Religion.-lI. Primer deber de los
cristianos.-3 Su separacion de los infieles.-4. Id. de los herejes y·apóstatas.
-l». Pel'secuciones.-G. Conversion de Gonstantino.-7. Deberes de los pl'ínci-
cipes católicos respecto a los infieles y herejes.-8. España bajo los sucesores
de Constantino.


l. Muy en los principios de la Iglesia, el glorioso apóstol
Santiago, y poco despues los varones apostólicos instruidos
por S. Pedro y S. Pablo, enseñaron á nuestros antepasados
que no hay más que un Dios único, criador, legislador, con-
servador de todas las cosas, y remunerador del hombre; así
como q!le habiendo un solo Dios, tampoco puede haber más
qUA una fe verdadera y un solo bautismo (1) ó medio de sal-
varHe por la aplicacion de los méritos infinitos de Nuestro Se-
llor Jesucristo, Dios y hombre verdadero (2). De donde dedu-
cían lógicamente que cualquiera fe, enseñanza ú opinion que
no esté conforme con el Evangelio, es errónea, así como que
cualquiera culto contrario al de la .Iglesia, regida y goberna-
da por el Espíritu Santo, es desagradable á. Dios é ineficaz
para alcanzar la salvacion, pues no todos los que digan «8e-


(i) Unus Dominus, una fides, unum baptisma.-E'phes .• IV, o.
(2) Qui crediderit et baptizatus .fuerit, salvus erit.-Marc .• XVI. 16.




672 APÉNDICE.
ñor, Se?íM',» entrarán en el reino de los cielos, sino los que lo
digan conforme á la voluntad del Padre (1).
~. Tambien predicaron aquellos santos antiguos que estan-


do todos los hombres obligados á procurar la gloria del Supre-
mo Hacedor y el bien de los prójimos, los cristianos hemos de
hacer cuanto esté en nuestra mano para que el Evangelio sea
siempre más conocido y profesado, la idolatría destruida y toda
corrupcion purificada; empleando en este objeto el individuo la
influencia de sus facultades particulares, el padre su autoridad
en la familia, el príncipe su reg'alía, y cada uno los medios de
accion legítima de que el Señor le haya dotado, segun su carác-
ter y gerarquía social. Siguiendo nuestros mayores estos pre-
ceptos, aumentaban diariamente el número delos que creían, re-
duciendo en la misma proporcion el de los idólatras, suspirando
siempre por el feliz momento en que la luz de Belen alumbrase
á todo el mundo, y disipadas las tinieblas del paganismo, al
modo que las de la noche se desvanecen al asomar el sol por los
montes de Oriente, se cumpliese el ardientísimo deseo de J esu-
cristo, de que todos seamos una misma cosa con union pa,re-
éida á la que existe eternamente entre él y Dios Padre (2).


3. Eran tan diferentes el fin, el criterio para estimar las
cosas, los medios de obrar y las costumbres entre cristianos y
gentiles, que si bien vivían en un mismo país, porque otra
cosa no era posible, formaban dos sociedades esencialmente
distintas, huyendo los fieles de comunicarse con los adorado-
res de los ídolos para vivir en unidad con los que profesaban
la misma fe y tenían la misma esperanza; sabiendo bien que
no se cogen uvas de los espinos ni higos de las zarzas, y que
todo árbol que no dé buen fruto ha de ser cortado (3). No


(1) Non omnis qui dieit mihi, Domine, Domine, intrabit in regnum
eoelorum : sed qui facit voluntatem Patris meL-Mat., VII, 21.


(2) Ut omnes unum sint, sieut tu Pater in me, et ego in te, ut et
ipsi in nobis unum sint.-Joan., XVIII, 21,


(3) ¿Nunquid eolliguntde spinisuvas, autde tribulis fieus? ... Omnis
arbor. qure non facit fruetun~ bonum, exeidetur.-ftfat., VII. 16·19.




APÉNDICE. 873
siempre podían los cristianos evitar el encuentro y trato con los
infieles; pero no acudían á sus tribunales, prefiriendo cual-
quier árbitro de la Iglesia á los magistrados del imperio para .,
juzgar sus diferencias (1); no les daban á sus hijas en matri-
monio para no ponerlas en riesgo de prevaricar (2); no co-
mían con los judíos (3); no permitían á los dependientes idó-
latras que guardasen ídolos en sus casas, pudiendo impedir-
lo (4); tenían hasta cementerios propios para que, ni á;un en la
muerte, sus cuerpos se mezclaran con los de los infieles (5).
Algunos más fervorosos ó más precavidos, renunciaban á to-
das las conveniencias sociales y se retiraban á viv.ir en las con-
cavidades de los montes, ó en medio de los desiertos, para li-
brarse de la vista de los ídolos y los peligros de la seduccion.
Si había quien titubease ante la grandeza de estos sacrificios,
se le recordaban las palabras del Doctor de las gentes á los pri-
meros fieles de Corinto: No q~terais U1tciros en el mismo Y1f,-
(Jo con los i?1jieles. PM'que 6qué tiene que vM'lajusticia con la
iniq1tidad'l 6 Y qué compañia puede haber ent1'e la luz y las ti-
nieblas'? O 6qué concordia entre Chisto y .Delial'l O 6qué
parte tiene el/iel con el i?1jiel '1 O 6 qué consonancia entre el
templo de IJios y los ido los 'l. .. Por lo cual salid vosotros de
entre tales (Jentes, y separaos de ellos (6).


... A los herejes y apóstatas que despues de haber recibido
la fe, la abandonaban, resistiéndose á las exhortaciones de la


(1) Audet aliquis vestrum habens negotium adversus alterum, judi-
cari apud iniquos, et non apud sanctos ? .• Srecularia igitur judicia si
habueritis: contemptibiles qui sunt in Ecclesia, illos constituite ad jll-
dicandum.-1: Corinth., VI, 1 Y 4.


(2) Propter copiam puellarum gentilibus mínime dandre sunt virgi-
nes christian re , ne retas in flore tumens in adulterio animre resolvatur.
-Can. 115, conc. Elib.


(3) Si vera quis clericus, vel fidelis cum judreis cibum sumpserit,
placuit eum a communione abstinere.-Can. ¡SO, id.


(4) Admoneri placuit fideles ut in quantum possint prohibeant ut
ne idolo in domibus suis habeant.-Can. 41 , id.


(¡s) Can.34,3¡S,id.
(6) I ad Corínth.




674 APÉ¡'¡DlCE.
Iglesia, se les miraba como á los gentiles y publicanos, segun
el precepto del mismo Señor Jesucristo (1) , ó se evitaba toda-
vía mas por completo, su trato, negándoles hasta el saludo,
conforme al aviso de S. Juan, para no hacerse participantes
de su iniquidad (2).


á. Así se formó la unid,ad católica: primero entre los indi-
viduos; despues entre las familias; más tarde en ciertos barrios
de las ciudades, ó en las ciudades enteras, para venir última-
mente á ser la base de la unidad política de los Estados. Pero,
j cu:ínto les costó á nuestros padres aquella santa intransigen-
cia, que era la intransigencia de la verdad contra la mentira,
de la virtud purísima contra el vicio corruptor! Sus bienes les
eran confiscados; los amigos se avergonzaban de haberlos
conocido; los hijos y las esposas se separaban de ellos; los
padres los repudiaban, y la ley los condenaba a la misma in-
famia y á los mismos suplicios que á los sacrílegos y trastor-
nadores del órden social. i Diez veces regaron el imperio con
su sangre! i En España apénas hay ciudad ó pueblo de aquel
tiempo que no se honre con la memoria de algunos Mártires!
Hubieran podido librarse de tan larga y atroz persecucion, li-
mitándose á ensalzar el culto católico sin condenar á los de-
más, puesto que algunos emperadores veneraron la imágen
de Jesucristo junto á las de Júpiter y Apolo; pero de este modo
no se habría conseguido el fin de la redencion, ni el mundo
se habría salvado.


6. Al cabo de tres siglos de lucha entre la sociedad de
verdugos y la sociedad de Mártires, la cruz coronó la diade-
ma de los Césares, cesó la persecucion, y las leyes fueron ha-
ciéndose cristianas. Cuando el imperio fué convertido, el
mundo antiguo, que estaba á punto de extinguirse, quedó res-
taurado. La conversion de Constantino no debe estimarse como


(1) Si autem Ecc1esiam non audierit, sit tibi sicut ethnicus et publi-
canus.-Mat., XVIII, 17.


(2) Nolitc recipel'e eUI1l in domul1l. nec Ave ei dixeritis. Qui enim
dicit iIli At1e, communicatoperibusejus malignis.-Joan., episLII, 10y 11.




APENDIC:t<!. 675
la conversion de un individuo, sino como la declaracion de
que el imperio era cristiano. El vencedor de Majencio debió
comprender que al doblar la rodilla ante Cristo, se obligaba á
respetar á su Vicario como á superior espiritual, á guiarse por
la doctrina de-la Iglesia, y á continuar por su parte la obra
en que habían trabajado tantas generaciones, consagrando á
ella el influjo de su victoria y de su majestad: que «los reyes
cristianos, segun S. Agustin, sirven á IJios como reyes, ha-
ciendo en su servicio aquellas cosas q7te 8610 los reyes pueden
hacer .»


". Digamos desde ahora cuáles son los deberes de un prín-
cipe católico, respecto á los infieles y herejes que residan ó
quieran establecerse en sus Estados. Entiéndese que habla-
mos dentro de los límites de lo que al príncipe es posible
hacer, puesto que en no habiendo posibilidad, tampoco hay
responsabilidad. A los infieles y herejes que residan pacífi-
camente, y por derecho de antigua costumbre ó de capitllla-
cion ó contrato, en sus Estados, el príncipe católico debe pro-
tegerlos en la vida, en la honra yen la propiedad; pero debe
privarles de toda accion de propaganda de su doctrina, ó capaz
de escandalizar á los fieles, y ha de procurar por medios jus-
tos que ellos mismos se conviertari. Si se empeñasen en hacer
prosblitos, ó escandalizar á los católicos, el rey católico debe
impedírselo y castigarlos oportunamente, teniendo en cuenta
que en la categoría de derechos, el particular cede ante el ge-
neral y el humano ante el divino. El establecimiento de nue-
vos infieles ó herejes puede permitirse únicamente cuando el
bien de la Religion ó la tlsperanza de convertirlos lo reclamen;
jamás por intereses temporales.


Tal es, en resúmen, "la doctrina de los doctores y moralis-
tas católicos sobre este asunto.


8. Esta regla siguieron los emperadores desde Constariti,.
no, separándose de ellos J ulíano, el Ap68tata, y otros "que se
hicieron infelizmente fautores de cismáticos y herejes. Espa-
ña en este período siguió la suerte de las demas provincias
del imperio; pero la fe católica estaba tan arraigada entre




670 APÉNDICE.
nuestros mayores, que la unidad católica fué conservada in-
alterablemente de hecho, á pesar de los cambios que los legis-
ladores imperiales introdujeran en el derecho.


ESPAÑA GODA.


SUMARIO :-g. Invasion de los bárbaros. -.0. Persecucion de Leovigildo.-
11. Conversion de Recaredo. -l •. Conducta de los primeros reyes católicos
con los infieles y herejes.-IS. Unidad católico-política. -1". Decadencia y per-
dicion de la España goda.


9. Cuando aquel frondoso árbol, que se llamó imperio ro-
mano, fué despojado de sus provincias para formar Estados
independientes, al modo que el jardinero corta á un árbol laR
ramas para plantarlas de nuevo 'y convertirlas en otros árbo-
les, Espalia cayó en poder de los visigodos, que profesaban
la secta arriana. Otra vez hubo confiscaciones, cárceles y mar-
tirios para los fieles españoles, confundiéndose en los perse- .
guidores de ahora el orgullo del vencedor con el odio del sec-
tario; pero este doble carácter de la persecucion apretó más
los lazos de la unidad religiosa entre los vencidos, que halla-
ban en ella una protesta contra la conquista, un consuelo
para sus desventuras, y el único resto de su pasada libertad.


10. Leovigildo, el más emprendedor y el más político de
todos los reyes visigodos, comprendiendo que no habría en el
reino verdadera unidad política y social, miéntras los godos
tuviesen una religion y los españoles profesasen otra, intentó
amalgamarlas, confundiendo las dos en una, y fracasado este
inten to, quiso destruir la religion de los indígenas, emplean-
do las violencias que se leen en los Padres de Mhida, y de-
elarando últimamente la guerra á los espalioles, reunidos en
Sevilla, junto al trono de San Hermenegildo. Los españoles
fueron vencidos; pero el hecho prueba cuán fuerte era la uni-
dad religiosa en que vivían nuestro~ padres, y Sil aversion á




APÉNDICE. 677
los cultos falsos. El jefe de los cat6licos perdi6 la corona de la
tierra, ganando la inmortal de la gloria.


11. Poco despues la sangre y las oraciones del mártir Rey,
los remordimientos de Leovigildo y la sabia enseñanza de San
Leandro y otros doctores, lograron lo que las armas no habían
conseguido. A 8 de Mayo del año de 589, el rey Recaredo, la
reina Baddo, ocho Obispos, muchos nobles y otras principa-
lidades de la raza herética, firmáron en Toledo, ante el Con-
cilio de los Obispos españoles, la profesion de la fe cat6lica, de-
clarando al mismo tiempo leyes generales del Reino los cáno-
ncs de la Iglesia, es decir, las leyes hasta ent6nces propias de
los vencidos, con las cuales habían conservado su unidad reli-
giosa. En aquel dia se constituy6 sobre la base de esta sagrada·
unidad la unidad nacional, formando godos y españoles un
solo pueblo, mezclándose la sangre de los hijos piadosos de los
mártires con la sangre vigorosa de los descendientes de los con-
qllistadores, y nuestra Monarquía tom6 el carácter bravo, hon-
rado é hidalgo que la distingue en todo el curso de su historia.
I~. Siguiendo las reglas cristianas de moral y ~e derecho


(§. '), Recaredo y sus sucesores permitieron permanecer
en España á los judíos y arrianos, que desaparecieron poco á
poco, convirtiéndose 6 expatriándose voluntariamente; pero
áun estando en España, se les consideraba como extraños á
la gran sociedad española, ni se legislaba para ellos, á no ser
para reprimir sus tentativas de propaganda 6 para proteger á
los ministros de la Iglesia, encargados de predicarles. Había
tambien en algunos lugares del reino restos de la antigua ido-
latría pagana, respecto de los cuales, no existiendo los motivos
de tolerancia que paralos arrianos y judíos, el Rey y el Concilio
6 C6rtes decretaron que el sacerdote y el juez de cada pueblo hi-
ciesen inquisicion de ellos y los extirpasen y castigasen, ame-
nazando con graves penas á los inquisidores que en esto obra-
sen con negligencia (1). Sisebuto, cuarto sucesor de Recare-


(1) Ex consensu gloriosissimi Principis sancta 8yundus ordinavit ut
omnis sacerdos in suo loco UGa cum judice territorio per omnem Hispa-




678 APÉNDICE.
do, movido del ejemplo de otras naciones, casi todas pronun-
ciadas á la sazon contra los judíos, ó llevado de un celo indis-
creto, intentó obligar á los de España á convertirse con la
fuerza en vez de valerse de la persuasion; pero su decreto no
fué aprobada por los Santos de aquel tiempo (1).


13. Un tercio de siglo más tarde, las circunstancias ha-
bían mejorado tan notablemente, que se creyó deber hacer
respecto á los judíos y herejes que quedaban, lo que algunos
años ántes se había hecho con los paganos, decretándose en el
Concilio VI de Toledo, que no se permitiese vivir en España á
(luiellcs no fueran católicos, debiendo cada nuevo Rey, ántes
de recibir la corona, jurar que no toleraría jamás en sus Esta-
dos á los infieles, y que conservaría y defendería siempre la
Religion católica (2). Entónces corrió para nuestra patria uno
de aquellos felicísimos períodos, en que, apaciguadas las pa-
siones, ajustados todos los derechos, tranquilos y contentos
en su respectivo estado los ciudadanos y las clases sociales, la
historia, que suele alimentarse d8 envidias y desastrés, apé-
nas encuentra nada que contar. La eleccion de Wamba yel


niarum et Galliam quibus idolatria adhuc perduret, studiose perqui-
rant: et iUico exterminandam curent et severissime puniant. Qui hac
in re negligentes fuerint, excommunionis perículum se sciant subitu-
ros. Siqui vero Domini hoe malum a possesione sua, et familia slirpare
neglexerint, ab cpiscopo et ipsi a communione pellantur.--Can. XVI
Con. Tolet. ITI.


(1) Quí initio regni judreos ad fidem christianam permovens rnmula-
tionem habuit, sed non secundum scienliam; poLestate enim eompu-
lit, quos provocare fidei ratione oportuerit.-S. ISIDOR., l/ist. Goth.


(2) Grates Deo maxime persolvendas, quod Regi tam salutare instil-
lavcrit coneilium. viresque immisseritjudreos a suo regno extrudendis
neminiqlle qui eatholieus non foret, in suo imperio commorandi facul-
talem umquam se daturum ¡;poponderit. Quamobrem diuturnam vitam
Regi rnternamque felieitatem depreeantUJ' Patres. I'ost hrne constituunt,
ut qui deineeps Rcx foret salutandus , antequam regni habenas aeeipe-
ret, juraret se nusquam infideles in suo regno toleraturum , eatholieam-
que religionem semper defensururum, eonservaturum.-Cau. IlI, COltc.
Tolet. VI, anu. 638.




APÉNDICE. 679
vencimiento de la escuadra mahometana apenas asomó por
nuestras costas, descubren hacia el fin de este período la gran-
deza moral y material que España había alcanzado en algunos
años de paz, fundada en la más perfecta unidad religiosa.


1". ¡Lástima que despues de Wamba la ley de esta uni-
dad dejase de cumplirse, abriéndose otra vez la puerta de la
naCÍon ú los judíos, que luego ayudaron á los enemigos del
catolicismo a vengar la afrenta sufrida en tiempos de aquel
monarca y á apoderarse de nuestra patria! Cuando D. Rodri-
go fué derrotado en las márgenes del Guadalete, los reyes
nombraban á los Obispos, entre estos se contaban Opas y Sis-
berto, las relaciones con la Santa Sede se habían dificultado
ó interrumpido, las costumbres estaban corrompidas, y una
multitud de partidos dinásticos y políticos dividían á los espa-
ñoles ..... A nimus mentinisse 7wr1'et luctuque 'refugit.


ESPAÑA RESTAURADORA.


SUMARIO.-"'. Carácter de la restauracion.-:l8. Conducta de los reyes cristia-
nos con los enemigos de nuestra te -1". Reyes que transigieron con éstos.-
:18. Conquista de Granada yexpulsion de los judíos.-:lD. Expulsion de los
moros.


15. Sabido es con qué facilidad los moros se apoderaron
de España, y tambien se sabe que apénas el invasor acabó de
tomar posesion de nuestras llanuras, aparecieron desde el
Caho de Creus á Finisterre grupos de españoles armados,
dispuestos á la resistencia yal ataque del enemigo: Covadon-
ga, Vizcaya, Navarra, San Juan de laPeña, Rivas y Ripoll,
fueron otros tantos puntos estratégicos de aquella larga cor-
dillera, en cada uno de los cuales fué proclamado rey ó con-
de el hombre más animoso y más hábil para la guerra. Lo
que importa aquí consignar es que los godos convertidoíl por
la desgracia, que es un tremendo aviso de Dios, más pensa-
ron en la restauracion de las cosas religiosas que en la de los
intereses políticos y materiales, como lo demuestran la mul-




t580 APÉNDICE.
titud de santas imágenes que fueron encontradas más tarde,
miéntras casi no se ha hallado señal de que ocultasen sus al-
hajas y tesoros: al atacar á los mahometanos, más odiaban al
enemigo de la Religion que al invasor de la patria. Tan cierto
es esto, que juzgaríamos impertinencia pedantesca el tratar
de demostrarlo. El carácter de la restauracion en su conjunto
es eminentemente católico.


16. En quella lucha, la más duradera de cuantas se re-
fieren en las historias, se presentaron gran variedad de acci-
dentes, circunstancias diversas, necesidades á primera vista
contradictorias, que obligaron á los gobernantes españoles á
observar con los judíos é infieles mahometanos una conducta
tambien diferente, aunque estuviese siempre conforme con la
regla que ántes hemos señalado (,). El bien de la Religion in-
teresado en abatir la media luna de los castillos y lugares
fuertes, ensanchando el espacio abierto á los misioneros y
soldados cristianos, obligaba á veces á entrar en capitulacio-
nes con el enemigo; otras veces la esperanza de la conversion
aconsejaba.recibir en país cristiano á los moros fugitivos de los
suyos ó acosados de la miseria, habiendo sucedido que los que
vinieron sectarios de Mahoma, llegaron á grande altura de fe
y fervor cristiano: la prudencia debía apreciar las circunstan-
cias y regular la conducta conveniente en cada caso. Pero en
ninguno se les permitía la propaganda de sus errores, ni se les
consideraba como miembros de nuestra sociedad, y, si se les
consentía practicar su culto, había de ser en esos barrios, arra-
bales cerrados á los cristianos, que conservan todavía en Ma-
drid, Toledo y otras ciudades los nombres de Moreria y ue Ju-
deda. No se les reconocía el derecho de libertad; sólo se les
tolera1Ja más 6 ménos, segun eran las circunstancias, reinando
la unidad católica de hecho y de derecho en el país español.


1,. . Hubo, es cierto, reyes poco dignos del título de cató-
licos, que entraron en vergonzosas transacciones con los sec-
tarios de Mahoma, y otros que se dejaron imponer por los ju-
díos; pero la tradicion ha conservado sus nombres al través
de las edades posteriores, acompañados de epítetos denigra-




APÉNDICE. 681
tivos, que demuestran como sus contemporáneos les tenían
por monarcas mal cumplidores de las obligaciones de toda
realeza cristiana, y por representantes infieles de la sociedad
confiada á su gobierno. La historia de las cien doncellas y de
la victoria de Clavijo, si son ciertas, prueban la condenacion
del cielo; y, si no son ciertas, la condenacion del pueblo contra
los Mauregatos y gobernantes demasiado acomodaticios.


18. Cupo la gloria de poner término á la guerra á los re-
yes llamados por antonomasia cat6licos, Fernando é Isabel,
rindiendo á Granada, último baluarte de la morisma, por una
capitulacion semejante á otras que se habían celebrado. Alá-
base la benignidad de estos reyes, que ciertamente era gran-
de, como si al conquistar á Granada hubiesen procedido con
criterio ménos severo que el de sus antecesores católicos: pero
la historia nos dice que «el Rey no quiso de modo alguno en-
trar hasta despues que vió colocada la cruz sobre la torre más
alta, y convertida ésta en tierra cristiana ,» y un romance mo-
risco pinta el carácter de aquella conquista y sus inmediatos
resultados en la ciudad, diciendo:


Por un lado entran las cruces,
De otro sale el Alcorán;
Donde ántes oían cuernos, .
Campanas oyen sonar.


El Z'e-.Deum la1bdam1ts se oye,
En lugar de Ald, Alá, Alá;
No se ven por altas torres
Ya las lunas levantar.


y ¿cómo habían los Reyes Católicos de ser más tolerantes
con los moros, de lo que las reglas cristianas permiten, cuan-
do doce años ántes habían establecido en Sevilla la Inquisicion
contra los judíos, y tres meses despues de la conquista de
Granada expulsaron del reino á los hijos de Israel, parecién-
doles la Inquisicion insuficiente para impedir la propaganda
con que pervertían á algunos cristianos '2




682 APÉNDICE.
19. Pa::lados ocho años, se dictó una di:-lposiciol1 seme-


jante contra los moros de Granada, que con sus rebelde:-lle-
vantamientos y la crueldad usada en algunos lugares con los
cristianos que caían en su poder, faltaron por su parte al
cumplimiento de las estipulaciones convenidas. Los historia-
dores modernos, guiados por principios poco cristianos, acusan
de inmotivada esta expulsion; pero no pueden al ménos negar
que los Reyes obraron conforme á la voluntad nacional para la
que los mahometanos eran siempre infielesy enemigos de lJios.
Tal era la aversion de los españoles á todo lo contrario al ca-
tolicismo, que los descendientes de familias cristianas antiguas
se envanecían con el título de cristianos viejos mas que con los
titulos de nobleza que algunos podían ostentar. Desde entón-
ces quedó otra vez restablecida la unidad religioso-política
absoluta, al mismo tiempo que se restablecía la unidad monár-
quica rota desde 711.


ESPAÑA AUSTRIACA.


>iUMARIO.-'O. Carlos 1.-'1. Felipe H.-,'. Felipe ¡V.-'II. Su cédula en fa-
vor de los protestantes ingleses re$identes en Españp. .. -, •. Carlos II.


~o. Cárlos r, educado en Alemania entre los progresoR del
renacimiento pagano y los principios del prote:-lt.allti:-lmo, vino
á España animado de un espíritu diferente del de :-JUi'i abneloi'i.
Cualesquiera que fuesen su conducta y SU:-l illtenciones como
particular, las condescendencias con que dejó crecer y propa-
garse la herejía en el Norte, el InterÍ'in con que puso en pe-
ligro la fe católica, la embajada de Vargas al concilio de
Trento, la prision del Papa, las alianzas con los ciRmáticos de
Inglaterra, y el absolutismo, Remejante al de los príncipes
protestantes, que empleó más de una vez en lo religioRo y en
lo político, hacen que no se le pueda presentar como modelo de
gobernantes católicos hasta el momento en que, conociendo
la vanidad de las cosas terrenas y tal vez espantado de sí mi:,;-




APÉNDICE. 683
mo, se desciñó la corona para retirarse á un monasterio; Es-
paña conservó íntegra la unidad ca~ólica por su grande fe y
su propio esfuerzo, á pesar de los tudescos que vinieron con el
Rey, y de los españoles que le acompañaron á la vuelta á
Alemania; contribuyendo los temores de ver quehrantada la
unidad, tan trabajosamente recobrada, á que muchos españo-
les, que de otro modo habrían permanecido pacíficos, toma-
sen parte en la guerra civil terminada en Villalar.
~.. Felipe II, monarca de un carácter extraordinario y


de un espíritu enteramente español, ahogó oportunamente
los germen es de disidencia sembrados en tiempo de su padre,
y cerró del todo las puertas de España á la herejía. Lo que 108
protestantes escribieron de este Rey, y los revolucionarios
han copiado mil veces, forma su mejor elogio para los católi-
cos. Excusado es decir que conservó íntegra la unidad católi-
ca: pero recordarémos que en las providencias que tomó, anda-
ba tan identificado con la voluntad nacional, que al leer la
historia de aquellos sucesos, el lector no sabe á veces si el
Rey dirigía al pueblo, ó si el pueblo gobernaba al Rey. Reina-
do glorioso, en que con la unidad religiosa florecieron las
ciencias, las artes y todos los elementos de gloria y bienestar
nacional, mereciendo ser llamado el siglo de oro de la histo-
ria española.
~~. Felipe III piadoso como su padre, pero muy inferior á


él en dotes de gobierno, hubiera sido probablemente un Ranto,
á estar colocado en una esfera ménos elevada. El amor á la
unidad católica y á la independencia de España le llevó en
1610 á expulsar del reino á los moriscos, que maquinaban para
destruir la una y arrebatarnos la otra, andando en tratos eon
los moros de Africa. Sin embargo, á espaldas del Rey revivió
el regalismo y penetró en nuestra patria el funesto renaci-
miento pagano, padre de toda la civilizacion moderna, co-
menzando la decadencia que se manifestó tan rápida en los
reinados siguientes.
~3. En el de Felipe IV se perdió para España el reino


de Portugal, estuvo á punto de perderse Cataluña y corrió al-




t584 APÉNDICE.
gun peligro Andalucía: la licencia de costumbres está pintada
en los romances y dramas de aquel tiempo: el renacimiento
adquirió muchos prosélitos: el regalismo tomó un carácter más
osado y avieso: esparcían se calumnias contra los institutos
religiosos envueltos en una anécdota picaresca ó en un chiste
epigramático: se murmuraba de la propiedad eclesiástica, y
había otros síntomas indicadores de que el fervor religioso y
el conocimiento del verdadero espíritu católico se habían d~­
bilitado mucho. Decadencia religiosa, decadencia política. En
tales circunstancias el horror antiguo á los herejes se trocó en
henevolencia. En los primeros años del reinado, el protestan-
te príncipe de Gales, que luégo fué Cárlos I de Inglaterra y
murió decapitado, estuvo seis meses en -Madrid, obsequiado
por toda la corte, tratando de su casamiento (que al fin no se
verificó) con una hermana de Felipe IV. Poco despues la cor-
te de España ayudaba con su influencia y hasta con socorros
materiales á los herejes hugonotes de Francia contra el Rey
cristianísimo.
~... Tratándose tan bien á los herejes en el extranjero,


era natural que se considerase á los que de Inglaterra venían
á España en gran número, sea que huyesen de las guerras
que asolaron por entónces á su país, sea que los trajese la es-
peranza de lograr entre nosotros pingües ganancias. Los que
vivían en Sevilla, Sanlúcar, Cádiz y Málaga, acudieron há-
cia 1645 al Rey, pidiéndole algunas exenciones de las leyes
antiguas, que les facilitasen los contratos con españoles, y
Felipe IV mandó por Real cédula «que en los juicios no se le:,;
pregunte si son católicos ó nó, y que se dé fe á los juramentos
que hagan á su modo, como si fueran españoles.»


2:». Cárlos II, testigo pasivo de la última decadencia ei3-
pañolaen tiempo de la casa de Austria, en23 de Mayo de 1667,
firmó con el rey de Inglaterra un tratado, prometiendo cuidar
y atender «á que no se cause ninguna molestia ó inquietud
contra las leyes del comercio, así por mar como por tierra, á
los súbditos del rey de la Gran Bretaña, ni se haga el menor
gravámen á alguno de ellos, ó se mueva alguna disputa con




APÉNDICE. 685
motivo 6 pretexto de conciencia, con tal que éstos no dén en
público algun escándalo manifiesto 6 cometan alguna ofensa»,
y que se les concederá lugar para enterrar los cuerpos de los
que muriesen en España (1). Este tratado y la cédula de Feli-
pe IV antes citada, no daban a los herejes extranjeros los de-
rechos de ciudadanía en España, limitándose á suspender en
favor de ellos algunos de los efectos de la legislacion anterior,
miéntras no diesen ning'un escándalo: era una tolerancia par-
cial, más 6 ménos justificada, concedida á los ingleses herejes,
nó a los herejes en general, que se excusaba con las nece-
sidades del comercio, y sobre todo, con la esperanza de que en
reciprocidad se suspenderían en Inglaterra las leyes existentes
contra los católicos.


ESPAÑA BORBÚNICA.


S¡;~!AIUo.-a5. Reinado d~ Felipe V.-lIO. Reinado de Carlos 111.-:1'. Reinudo
d~ Carlos IV.-:l8. La libertad de cultos en este reinado.


~á. La guerra de sucesion , que asoló algunas provincias
de España á principios del último siglo, fué más que guerra
civil entre españoles, guerra general en que tomaron parte
casi todas las naciones de Europa. Con este motivo vinieron á
pelear en favor dc uno y otro bando, judíos y herejes, que de-
bían naturalmcnte andar mezclados con los españoles; duran-
te la guerra, cada partido culpaba al otro de los desastres sa-
crílegoR causados por aquellos extranjeros, no reparando que
tambien los tenía en sus filas. Mas los exceso" de unos y otros
cOlltribuyeron á estrechar y hacer ma" Íntima en el pueblo es-
pañol la unidad católica, juzgando á todos los herejes por 1ft


(1) Este tratado y la cédula aludida en el párrafo auterior, no los
hemos vi~to sino citados en el discur~o del senador Excmo. Sr. D. Juan
;\Jartin Carramolino.


44




686 APÉNDlCE.
muestra de los que acahaha de ver en nuestra patria. Hemos
dicho que este efecto se produjo en el pueblo, porque en las
elases elevadas el roce con 108 protestantes y otros extranje-
ros introdujo el regalismo francés é hizo cundir la indiferen-
da religiosa, el desamor á la Iglesia, y el deseo de noveda-
des peligrosas. Los Memoriales de agravios contra la Santa
Sede, las repetidas expulsiones del Nuncio, las infructuosas
tentativas de concordatos, la divergencia entre el clero, y so-
hre todo la correspondencia seguida entre los que dirigían las
Córtes de Madrid y de París, demo1ltrarÍan á quien ahrigase
dudas, que aquella época no dehe servir de modelo de fe y
de piedad por lo que toca á una gran parte de 108 jefes guber-
nativos.
~6. El regalismo llegó á su apogeo en tiempo de Cár-


los III, en cuya época comenzaron la secularizacion de la en-
señanza y la desamortizacion de los hienes eelesiásticos, fué
prohihida la comunicacion directa entre la Santa Sede y los
fieles españoles, y se propagaron entre la juventud 108 lihros
de la literatura volteriana y de la fi:tlsa filosofía francesa.


El mismo dia en que Cárlos III firmó la pragmática, en
virtud de la cual fueron expulsados los jesuitas, firmó tam-
bien el decreto aprbbando el contrato celehrado con Thurriegel
para traer 6.000 alemanes y flamencos á poblar á Sierra More-
na. Es verdad que se puso por condicion del contrato que los
inmigrantes hahían de ser católicos, y por consiguiente que
en el terreno legal no sufrió quehranto la unidad católica; pero
en la práctica, ni aquella circunstancia era fácil de averiguar,
tl i se q uiso averiguarla con escrupulosidad; pues se encargó
la intendencia á D. Pablo Olavide, entónces volteriano ó he-
reje , y á otros empleados, con cuyo amparo entraron vario::;
protestantes.
~". Gohernó despues en nomhre de Cárlos IV el famoso


Godoy, cuyo nomhre es suficiente para recordar el carácter de
la época. Las ideas regalista::; y jansenista::; se propagaron en-
tónces sin reboso y sin decoro; prohihíase la publicacion de
la hula pontificia A 1tctorem fidei, y se costeahan la::; reimpre-




APÉNDICE. 687
slOne::; de lo::; libro::; prohihidos de Italia y Portugal: púsose á
España al borde de un cisma á la muerte del papa mártir
Pio VI; la indiferencia religiosa cundió entre las cabezas de
las diferentes clases sociales y entre la juventud escolar de to-
das categorías, sin que sirviesen de advertimiento las llama::;
del incendio revolucionario en la nacion vecina.


28. Empero el suceso más notable de aquel reinado, en
relacion con el asunto de estas páginas, fué la propuesta de
permitir en España el establecimiento legal de los judíos he-
cha al monarca por D. Pedro Varela, ministro de Hacienda, en
27 de Marzo de 1797, porque el pueblo hebreo, decía el ~li­
nistro, «segullla opinion general, posee las mayores riqueza::;
de Europa y Asia.» i Como si las riquezas materiales, áun
siendo ciertas, pudiesen compensar la pérdida de los bienes
morales! Es curioso, á la par que triste, leer en la Memoria
del Ministro apuntadas las mismas ideas que han servido más
tarde de argumento á los partidarios de la libertad de cultos.
«Las preocupaciones antiguas, decía, ya pasaron; el ejemplo
de todas las naciones de Europa, y áun de la misma silla de
la religion, nos autoriza; yfinalmente, la doctrina del apóstol
S. Pablo á favor de este pueblo proscripto puede convencer á
lo::; teólogos más obstinados en sus opiniones y á las concien-
cias más timoratas, de que su admision en el reino es más
conforme. á las máximas de la religion que lo fué su expul-
sion; y que la política del presente siglo no puede dejar de
ver en este proyecto el socorro del Estado con el fomento del
comercio y de la indnstria, que jamás por otros medios llega-
rán a equilibrarse con el extranjero, pues ni la actividad ni la
economía son prendas de la mayoría de los españoles.» He
aquí á un ministro deCárlos IV proclamando la libertaddecul-
tos en España, en plena legislacion antigua y existiendo la
santa Inquisicion; pues si bien habla solamente del judío,
las razones alegadas pudieran valer para todas las herejías y
especies de infidelidad. Y en efecto, si bien esta proposicion
no fué puesta en práctica, a 8 de Setiembre del mismo año 1797
se dió una Real orden, permitiendo venir y establecerse en




688 APÉNDICE.
España á los artistas y fabricantes extranjeros, aunque no fue-
sen católicos (ya no limitando el permiso á los hebreos), impo-
niéndoles la única condicion de someterse á las leyes civiles
del pais; al mismo tiempo se mandó á la Inquisicion, que no
molestase á estos extranjeros por sus ideas rclig'iosas, con tal
que respetasen las costumbres públkas. Así quedó rota la uni-
dad católica, bien que de esa manera vergonzante y excusán-
dola ante el pueblo con la necesidad de fabricantes y artistas.


REINADO DE FERNANDO VII.


SU~IARIO.-tD. Guerra de la Independencia.-30. Juntas de armamento y direc-
cion.-31. Principio de las Córtes de Cadiz.-3:1. Tolerancia y libertad de
cultos.-33. ArticuLo 12 de la Constitucion de Cactiz.-3". Historia de su apro-
bacion.-a5. Vuelta de Fernando VIl.-IIG. Restablecimiento de la Cons-
titucion.


~9. La invasion de los franceses á principios de 1808
desbarató los proyectos que desde medio siglo se venían fra-
guando en elevadas regiones contra la religio:lÍdad de nues-
tro pueblo. Los mismos ministros de Fernando VII en su
breve reinado ántes del viaje á Bayona, lo fueron luégo de
José Bonaparte, y la mayor parte de los Consejos y altos em-
pleados no tuvieron escrúpulo en someterse á Napoleon con
casi todos los personajes afiliados al jansenismo ó al partido de
las novedades. El pueblo, que no participaba de ellas, se le-
yantó contra el autócrata, é hizo morder el polvo á RUS solda-
rlos, haRta entónces in vencibles, en el Brllch y en Bailén, <':0-
menzando con tan inesperarlos triunfos aquella lu<.:ha, que se
acabó á los seis años, persig'uiendo nuestros guerrilleros á los
invasores hasta el otro lado de los Pirineos. En aquellos seis
años, los ingleses apoderados de Portugal, vinieron á Espa-
ña, prestándonos un auxilio interesado, que nos hicieron pa-
gar muy caro, pues destruyeron muchos monumentos pa-
trios y contribuyeron á debilitar el sentimiento católico.




APÉ~DICE. 689
30. Para promover la guerra y dirigir los armamentos y


demas ramos de la administracion pública, formáronse juntas
en las provincias, al principio aisladas é independientes entre
sí, no permitiendo otra cosa la urgencia del peligro y premu-
ra de las circunstancias, despues puestas en comunicacion,
L:omo lo reclamaba la necesidad d~ aunar los esfuerzos de to-
dos, y últimamente subordinadas, aunque con alguna repug-
nancia, á la Junta Central establecida en Aranjuez, y más
tarde en Sevilla; en cuyo seno pudo descubrirse muy pronto el
gérmen de los partidos que todavía nos afligen. La idea de
convocar Córtes y reformar las leyes de los últimos reinados,
L:ontaba con no pocos partidarios; pero aquí entraba la divi-
sion política, pues miéntras unos querían retroceder á las le-
yes de la monarquía antigua acomodándolas á las necesidades
de la época, otros pretendían cambiar la monarquía en aque-
lla especie de república ideada por los revolucionarios france-
ses en los principios de su triunfo. La Junta Central pidió lu-
ces, tal vez sólo para ganar tiempo, y entre otros proyectos
de constitucion, le fué presentadó uno en 1.0 de Noviembre
de 1809, proponiendo que (wingun ciudano fuese incomodado
en su religion, sea la que quiera.» No era fácil que la libertad
de cultos se aceptase por la Junta, cuando el pueblo se batía
por defender nuestra santa é histórica unidad, pero este paso
demuestra qué ideas inspiraban ya á la gente il1tstrada.


SI. A 24 de Setiembre de 1810 se abrieron al fin las Cór-
tes extraordinarias, dcseadas y temidas á la vez por muchos.
El primer proyecto que se discutió fué el de la libertad de im-
prenta, promulgado como ley en 10 de Noviembre inmediato;
durante cuya discusion se descubrieron ya deseos de establecer
la libertad de cultos, y comenzó tÍ llamarse, aunque con al-
guna confusion, á los partidarios de las novedades liberales,
nombre que recorrió toda Europa y fué luego adoptado en to-
das partes. Los hombres religiosos, que deseaban reformas
políticas, creyéndolas necesarias á la misma religion para
borrar los abusos de los últimos reinados, se dividieron,
uniéndose los más á los realistas para oponerse al torren-




~90 APÉNDICE.
te revolucionario, y los otros á los liberales, con la espe-
ranza de contenerlos en los límites de lo lícito. Algo lograron;
pero su i~fluencia fué débil por lo escaso del número, la habi-
lidad de los contrarios, y la energía de los más avanzados, que
querían la desorganizacion eclesiástica aún más que la po-
lítica.
3~. Uno de los principios proclamados por las sectas del


siglo XVIII era la libertad de cultos, muy distinta de la tole-
rancia cristiana (1). La tolerancia, reconociendo la falsedad de
las sectas, las sufre en circunstancias dadas como un mal menor
con tra otro mal mayor; la libertad, por el contrarío, les reco-
noce derecho á existir, el cual no puede fundarse sino en la
negacion de Dios, ó en la negacioll de una revelacion divina
del dogma y culto verdaderos, ó en la negacion del deber:;del
hombre á procurar la gloria de Dios y la extension de su reino
con el cumplimiento de su voluntad. Con la tolerancia puede
sostenerse la moral, porque el que tolera, puede señalar lími-
tes á su sufrimiento Ó cOlldescellrlencia, diciendo á los tolera-
dos: «Hasta aquí os snfriré ó permitiré; más allá no lo consicll-


('1) ,Empiézase á proferir en muchos parajes lo que acaso no se ha
oido en los diez y siete siglos que van pasados desde el orígen del cristia-
nisulO hasla ahora. i Oh si mi voz pudiera penetrar el cielo, y llegar 'u
neo h3.~ta la presencia ne aquel mismo Dios, que vino en cuerpo pasible
á la tierra para enseñar la Religion revelada, la única que le es agrada-
ble ! Empiézase á publicar en aIla voz, que importa poco el profesar
p,gta ó la otra religion, ó el honrar á Dios de esta ó de la oll'a manera
precisamente, (~on tal que se le honre y aparezca de buenas costUI11-
Ilres.-Sermon predicada PO!' el P. Mattzell, en 1~ de Noviembre de 17it
w las exequias del papa Clemente XIV.


A la venlad , el erro!' de la libertad de cuItas no es nuevo, sino muy
antiguo y reproducido, como casi todo~ los errores modernos, por el re-
nacimiento del paganismo. En el siglo 11 lo profesaba Apeles, hereje
marcionista, enseñando, segun EusebIO, le que no se debe molesta¡' á
nadie por su modo de pensar, dejando á cada uno que viva sosegadamen-
t(~ en la c¡'eencia que haya abrazado .• Los protestantes abrazaron este
falso principio, pero dentro de ciertos límites.




APHNDlCE. 691
to.» Empero, asentado el principio de la libertad de concien-
cia y reconocido el derecho del hombre á arreglar su culto,
los gobiernos no pueden, sin menoscabar este derecho y aque-
lla libertad, prescribir ó prohibir nada que se presente con tí-
tulo de religion, y la moral, consecuencia del dogma, ha de
ser libre como él. Afortunadamente no se han tocado hasta
ahora los extremos de esta teoría, porque los gobiernos libre-
cultistas, inconsecuentes con sus principios, no han concedi-
do jamás la libertad de conciencia, sino la libertad que les ha
parecido bien á ellos, es decir, una libertad politica, limitada
y convencional, sustituyendo la autoridad civil á la eclesiás-
tica en la definícion de lo que puede ó no puede permitirse.


33. De temer era que las Córtes de Cádiz adoptasen este
principio, proclamando la libertad de cultos; pero sea por la
oposicion de los diputados católicos dentro del Congreso, sea
por la de España entera, que lidiaba por la Religion católica, ó
porque ninguno en particular se atreviese á arrostrar la indig-
nacion pública que su proposicion hubiese excitado, la Cons-
titucion de Cádiz leida en proyecto á 18 de Agosto de 1811, Y
jurada á 19 de Marzo de 1812, llevó el arto 12 que dice: «La
Religion de la Nacion Española es y será perpétuamente la ca-
t61ica, apostólica, romana, única verdadera. La Nacion la
protege por leyes sabias y justas, y prohibe el ejercicio de
cualquiera otra.» Oigamos cómo lo explica el Sr. Conde de
Toreno, jóven constituyente y amigo de la novedad, y como
tal, testigo muy calificado. «Así no heria la determinacion de
las Córtes, ni los intereses, ni la opinion de la generalidad,
antes bien la seguía y áun la halagaba. Pensaron, sin embar-
go, varios diputados, afectos á la tolerancia, en oponeri:le al
artículo, ó por lo ménos en procurar modificarle. Mas pesadas
todas las razones les pareció por entónces prudente no urgar
el asunto, pues necesario es conllevar á veces ciertas preocu-
paciones para destruir otras que allanen el camino, y conduz-
can al aniquilamiento de las mas arraigadas. El principal daño
que podía ahora traer la intolerancia religiosa, consistía en el
influjo para con los extranjeros, alejando á los industriosos,




692 APENDICE.
cuya concurrencia tenía que producir en España abundantes
bienes. Pero como no se les vedaba la entrada en el reino, ni
tampoco. profesaban su relig'ion, sólo sí el culto externo, era
de esperar que con aquellas y otras ventajas que le15 afianzaba
la Constitucion, no se retraerían de acudir a fecundar un te-
rreno casi vírgen, de grande aliciente y ceho para granjerías
nuevas.»


34. Para complemento de este punto importante de nues-
tra historia conviene añadir algunas noticias. La Comision
constitucional había puesto en el primer proyecto: «La Nacion
Española profesa la Religion católica, apostólica, romana, úni-
ca verdadera, con exclusion de cualquiera otra.» Esta re<lac-
cion descontentó a dos clases de personas, parecien<lo á una,;;
que el artícnlo sólo consignaba un hecho, que podía dejar de
yerificarse, sin imponer obligacion para lo venidero, y te-
miendo otras que con lo de la exclusion se derogasen las le-
yes de Felipe IV (O!3) , de Carlos II (~4) Y de Carlos IV (~5).
Los diputados que impugnaron el artículo en el primer
sentido, pidieron que se pusiera no sólo que da Nacion pro-
fesaba, » sino que « debería profesar siempre» la Religion
católica, y que los que no la profesasen, no serían tenidos
por españoles ni gozarían los derechos de tales, como ántes
de las últimas concesiones sucedía. Los liberales buscaban un
medio para dejar la puerta abierta á mayores cambios, flÍn
oponerse directamente á la opinion y manifiesta voluntad de
la inmensísima mayoría de los españoles. Pareció que este me-
dio sería el pon~r a la misma Religion bajo la proteccion de
las Córtes, sahiendo de qué modo el título de pJ'otectores hahía
servido a los reyes pasados para estahlecer las opresiones del
regalismo. Vuelto el artícllb á la Comision y enmendado, se
aprohó como lo hemos copiado en el párrafo anterior. Respec-
to al sentido de la proteccion, véase lo que dice el citado se-
ñor T oreno: «Además el artículo, bien considerado, era en sí
mismo anuncio de otras mejoras: la Religion, decía, será
protegida por leyes sabias y justas. Cláusula que se endere-
zaba á impedir el restahlecimiento de la Inquisicioll, para cU'ya




APÉNDICE: 693
providencia preparábaile desde muy atrás el partido liberal...
Cuerdo, pues, fué no provocar una discusion en la que hubie-
ran sido vencidos los partidarios de la tolerancia religiosa. Con
el tiempo, y fácilmente creciendo la ilustracion y naciendo in-
tereses nuevos, hubiéranse propagado ideas más moderadas
en la materia, yel español hubiera entónces permitido sin obs-
táculo que, junto á los altares católicos, se alzasen los templos
protestantes, al maclo que muchos de sus antepasados hallían
visto, durante siglos, no lejos de sus iglesias mezquitasysina-
gogas.» La primera ley en que las Córtes hablaron de proteger
á la Religion, fué leida en 8 de Diciembre ele 1812,y promul-
garla en 22 ele Febrero ele 1813, Y elice así: «1.0 La Reli-
gion católica, apostólica, romana, será protegida por leyes
ron formes á la Constitucion. 2. o El tribunal ele la Inquisicion
ps illcompatihle con la Constitucion.»


:15. El conocido manifiesto-decreto, dado por Fel'llan-
do VII en Valencia á 4 de }layo de 1814, ah olió la Constitu-
cion y demas leyes y decretos de las Córtes, con lo cual la
legislacion española volvió á quedar en el estado que tenía al
principio de la guerra de la independencia. Para precaver en
adelante abusos habidos en la nacion, el Rey dijo en el expre-
sado manifiesto: «Yo trataré con los procuradores de España
y de las Indias, y en Córtes legítimamente congregadas, com-
puestas de unos y otros, lo más pronto, que restablecido el
órden y los lmenos usos en que ha vivido la Nacion y con su
acuerdo han establecido los Reyes mis augustos predecesores,
las pudiese juntar: se establecerá sólida y legítimamente cuan-
to convenga al bien de mis reinos, para que mis vasallos vivan
prósperos y felices en 1tna Religion y un imperio estrecha-
mente unidos en indisoluble lazo;» pero este caso no llegó.
Las leyes regalísticassiguieron en vigor con pena ele las per-
sonas ilustradas y católicas, que lamentaban lo incompleto de
la rcstauracion religiosa, miéntras la impiedad hallaba medios
para hacer su propaganda, señaladamente entre la juventud
yen el ejército, y adquiría nuevas fuerzas por medio de las
sociedades secretas: segun el testimonio de Borrow, agente de




694 APÉNDICE.
una 1Jociedad bíblica inglesa, se repartían abundancia de hI-
blias protestantes en los puertos.


36. A 1.0 de Enero de 1820 se sublevaron las tropas des-
tinadas á América, cundiendo la rebelion por varias provin-
cias minadas por la francmasonería. A 6 de Marzo el Rey dió un
decreto, en que se leía: «Conformándome con su dictámen
por ser con arreglo á la observancia de las leyes fundamenta-
les que tengo juradas, quiero que inmediatamente se celebren
Córtes; á cuyo fin el Consejo dictará las providencias que es-
time oportunas para que se realice mi deseo, y sean oidos los
representantes legítimos de los pueblos.» Aldia siguiente, dijo
en otro decreto: «Siendo la voluntad general del pueblo, me
he decidido á jurar la Constitucion, promulgada por las Córtes
generales y extraordinarias en el año 1812.» Al otro dia decía
en un manifiesto á la Nacion: «Marchemos francamente, y yo
el primero, por la senda constitucional.» Así comenzó la se-
gunda época constitucional á la moderna, que duró cerca de
tres años, poniéndole fin los decretos de 30 de Setiembre
y l. o de Octubre, dictados el primero en Cádiz, y el segundo
en el Puerto de Santa María. En el del dia 30 decia Fernan-
do VII: «Declaro de mi libre y espontánea voluntad, y prome-
to bajo la fe y seguridad de mi Real palabra, que si la necesi-
dad exigiese la alteracion de las actuales instituciones políti-
cas de la Monarquía, adoptaré un gobierno que haga la feli-
cidad completa de la Nacion, afianzando la seguridad perso-
nal, la propiedad y la libertad civil de las Españas.» En el de-
creto del segundo dia determinaba: «Son nulos y de ningun
valor todos los actos del Gobierno constitucional (de cualquier
clase y condicion que sean) que ha dominado á mis pueblos
desde el dia 7 de Marzo de 1820 hasta hoy dia 1. () de Octubre
de 1823.» Habiéndose limitado las Córtes y el Gobierno en
este período á conservar y desenvolver la Constitucion de 1812,
si bien la Religion sufrió profundos quebrantos, no se dió
ninguna ley sobre libertad de cultos. La division entre los li-
berales, la guerra de los pueblos contra las Córtes, la descon-
fianza de Fernando y las amenazas de las demas potencias no




APÉNDICE. 695
dieron tiempo para hacer otra cosa. Despues de 1823, Fer-
nando VII se negó á restablecer la Inquisicion , y las logias tIe
las sectas secretas se multiplic¡tron.


REINADO DE ISABEL II HASTA SU MAYOR EDAD.


SUMARIO.- ••. Guerra civil.-38. Constitucion de 1837.-39. propaganda
protestante.-40. Vellida de Jorge Borrow. -1i. Su viaje pOI' España. -42. Su
vuelta á Inglaterra.-43. Rilgencia de Espartero.


37. A la muerte de Fernando VII, 29 de Setiembre de
1833, se suscitó la. cuestion dinástica que dió una bandera con
el lema de legitimidad á cada uno de los antiguos bandos. Los
partidarios del antiguo régimen se unieron generalmente á
D. Oárlos, quizá más por la esperanza de que con él triunfa-
rían sus principios, que por ra7.0nes de derecho dinástico; por
iguales razones, pero en sentido contrario, los liberales rodea-
ron la cuna de D. a Isabel II, viniendo á confundirse el partido
isabelino con el liberal , y el partido de la monarquía antigua
con el carlista, aunque en el isabelino hubiese muchas perso-
nas católicas, y no pocas en el carlista indignas de figurar en
una agrupacion católica. En el campo carlista no se dictó nin-
guna disposicion contra la unidad religiosa; que si D. Cárlos no
la hubiese conservado por religion, hubiera debido defenderla
por interés político. Mas á D." María Cristina no le fué posible
cnmplir el Manifiesto de 4 de Octubre de 1833, en el cual había
dicho: «La Religion y la Monarquía, primeros elementos de
»vida para España, serán respetadas, protegidas y manteni-
»das por mí en todo su vigor y pureza. El pueblo español tie-
)>lle en su innato celo por la fe y el culto de sus padres, la más
»comp1eta seguridad de que nadie osará mandarle sin respetar
»los objetos sacrosantos de su creencia y adoracion ; mi cora-
»Z011 se complace en cooperar, en presidir este celo de una na-
»cio11 eminentemente católica, en asegurarle que la religion
»inmaculada que profesamos, su doctrina, sus templos y sus




696 APÉNDICE.
»ministros serán el primero y más grato cuidado de mi go-
» bierno.» Las personas católicas que defendían el derecho de
D. a Isabel, faltas de fuerza popular, fueron arrolladas por la
revolucion, y ántes de dos años España se hallaba transfor-
mada : los ministros del Señor habían sido insultados, perse-
guidos, sacrílegamente asesinados; muchos templos entreg'a-
dos á las llamas ó destruidos por la piqueta revolucionaria; la
doctrina del Evangelio combatida en periódicos, folletos, li-
bros, discursos públicos, yen romances callejeros; la Religion,
en una palabra, gemía en la más triste desolacion. La misma
Heina se vió acometida en la Granja por los sargentos encar-
gados de custodiarla, y cediendo á las exigencias de los amo-
tinados, juró la Oonstitucion de 1812 en la noche del 12 al 13
rle Agosto de 1836. A este acontecimiento siguieron tumultos
en muchas poblaciones principales, en lQS cuales traduciendo
las frases francesas de la época del Terror, se pedían los hienes
y las cabezas de los aristócratas (1). Larevolucion iha hacien-
do su camino.


38. Bajo la influencia de estas circunstancias se hicieron
las elecciones para las nuevas Oórtes constituyentes, que fue-
ron a'biertas en '24, de Octubre. La mayoría perteneció á los
exaltados; sólo que algunos de sus antiguos directores se acer-
caban ya allJando moderado, impulsados por los desengaños
ó por otros motivos particulares. Uno de aquellos diputados
dijo: «La España era un edificio viejo, se ha caido, y es ne-


(1) En una. proclama á los barceloneses se decía: • ¿ Sabeis quién son
-nuestros enemigos? Los aristócratas; esos que no quieren nivelarse
.con nosotros, que viven á ex.pensas de nuestro sudor, y que tienen
,derecho á ultrajarnos, porque el fa\'or ó la intriga les ha dado una
• faja, ó porque conservan pergaminos de sus abuelos ..... jA las armas!
.derribemos los derechos de los aristócratas, derribemos sus calJezas,
• para que no les quede el arbitrio de reconquistarlos. Con su sangre re-
.juvenecerá Cataluña, España, Europa toda .• El Alcalde de la capital de
Cataluña comemó una alocucion al pueblo con estas palabras: • Soy hijo
• de un maestro albañil. La aristocracia y el carlismo son nuestros ene-
.migos, son sinónimos. j Alerta, hijos!.




APÉNDICE. 6n7
»cesarÍo acabarlo de derribar, para formar sobre sus ruinas
»otro más hermoso. Sólo entónces tendré la satisfaccion de re-
»nurH.:iar al principio disolvente para dejar á las Córtes venide-
»ras el principio conservador. Ahora es preciso atruinar.» Otro
dijo: «El pueblo no quiere ya más fiestas: la Iglesia le ha di-
»cho que ayune y vaya á misa, y no ha ayunado ni ha ido á
»misa. Nosotros, suprimiendo las fiestas, no hacemos sino
»sancionar lo que el pueblo ha hecho, como sucedió con el
»diezmo y los frailes.» Tales eran algunos de los diputados
llamados á reformar la Constitucion de 1812 ó á hacer otra
nueva. Pidióse la tolerancia religiosa, y si bien sus partidarios
no pudieron lograrla, consiguieron que se sustituyese el ar-
tículo 12 del Código de Cádiz con el siguiente, que es el 11 de
la nueva Constitucion: «La Nacion se obliga á mantener el
»culto y los ministros de la Religion católica que profesan los
»españoles.» En eléual artículo no se hace profesion de fe reli-
giosa, ni se prescribe hacerla, ni se prohiben expresamente
los cultos falsos, ni se reconoce en la Nacion el deber anteríor
de mantener el culto y los ministros de la Heligion católica, li-
mitándose á consignar el hecho innegable de que éRta era la
profesada por los españoles: ni se avino la comision á añadir
á católica los títulos de apostólica romana, como pidió el di-
putado Sr. Tarancon. Y sin embargo, este artículo representa
nn principio de victoria sobre los revolucionarios más exalta-
dos, y, en lo político, la nueva Constitucion enmendó la de
Cádiz, dejando más expedita la accion del monarca.


:19. Sabido es que por espacio de muchos años Francia 6
Inglaterra se disputaron la influencia en ERpaña, contando la
primera con una parte del partido moderado, y la segllnda
con el pal·tido exaltado y los repartidores de Biblias protestan-
tes; los cuales, miéntras la diplomacia preparaba sus proyec-
tos en elevadas regiones, recorrían los pueblos, dispertando,
en donde eran escuchados, un amor á lo inglés confundido
con lo protestante, que resfriaba al mismo tiempo el amor á
la religion y á la patria. Desde 1~35 vinieron varios de esos
agentes, inficionando principalmente las provincias del Me-






698 APÉNDICE.
diodía, produciendo entre sus moradores aquella desazon
(Iue despues ha dado en diversas ocasiones tan funestos frutos.
Diticil, y ahora innecesario, sería seguir á aquellos viajeros
sembradores de incredulidad y de trastornos; pero teniendo á
la vista el libro que con el título de La Biblia en Esparia pu-
blicó uno de ellos, Jorge Borrow, extractarémos algunas no-
ticias, sin responder más que de la exactitud con que las tra-
ducimos.


¡JO. Llegado Borrow á Madrid á principios de Febrero
de 1836, se presentó con recomendacion del embajador inglésá
Mendizáhal, quien le contestó á su propuesta; «No es esta la
»primera vez que se me hacen semejantes peticiones; desde
»que estoy al frente del gobierno no han cesado de incomodar-
»me los ingleses que se llaman cristianos evangélicos, y lle-
»gan en tropas de algun tiempo acá á España ..... Hoy mismo
»viene V. á querer que acabe de indisponerme con el clero, (Iue
»ya me es poco favorable. 1., Qué extraña manía os lleva á atra-
»vesar tierras y montes para repartir la Biblia? Este libro nos
»es enteramente inútil; traigan VV. pólvora y fusiles para veu-
»cer á los rebeldes y dinero para pagar á la tropa, y verán cómo
»les recibimos bien.» De mal humor estaría en aquel momento
Mendizábal, próximo á caer del ministerio. Cambiado éste,
Borrow se presentó á Alcalá Galiano, que le dió recomenda-
cÍon para el duque de Rivas, el cual le envió á Olivan. Hé aquí
la conversacion que medió entre los dos (tom. l, pág. 162) :
«¿, V. pide permiso para imprimir el Nuevo Testamento ?-Sí.
- y por esto ha visitado V. á S. E. ?-Así cs.-¿ V. quiere im-
primirlo sin notas explicativas ?-Es claro.-En este caso S. E.
no puede dar permiso, porque el Concilio de Trento prohibió
toda publicacion de las Sagradas Escrituras sin notas. -1., Es-
paña está sujeta á los decretos del Concilio ?-En ciertas cosas,
pero particularmente en el punto de que se trata.» Pasáronsc
algunos meses en estas diligencias, interviniendo el embaja-
dor iuglés, hasta que en la segunda semana de Agosto, lstu-
riz, sin dar permiso por escrito, dijo á Borrow (pág. 177). «Im-
prima V. ::ill Testamento y propáguelo cuanto quiera.» El




APÉNDICE. 699
agente fué á Inglaterra á pedir nuevas instrucciones, recorrió
luégo la Andalucía, repartiendo biblias en castellano impre-
::;as en la Gran Bretaña, y volvió á Madrid para hacer su im-
pre::;ion á principios de 1837 .


.t.. «¡, Cree V. E., preguntó Borrowal embajador inglés,
que necesito pedir permiso al Gobierno actual'? -De ninguna
manera; Istúriz ::;e lo dió, Y el Gobierno de hoyes aún más
liberal que Istúriz. Yo soy testigo de este permiso, yeso bas-
ta.» Al cabo de tres meses se habían impreso 5.000 ejemplares
del Nllevo Testamento sin notas, que el agente salió el1 Mayo
á repartir por las provincias. En Salamanca dejó un depósito
en una de las principales librerías, anunciándolo en el diario
y por carteles en las esquinas; lo mismo hizo en Valladolid,
en donde vendió muchos; en Leon los sacerdote::; corrieron de
casa en casa, avisando contra el libro anunciado en las esqui-
llas , y denunciaron á los tribunales el librero, que entónces
fijó el cartel en la puerta misma de la catedral; en Astorga
fué mall'ecibido ; en Lugo vendió todos lo::; ejemplares que
llevaba; en la Coruña vendía siete ú ocho cada dia. Así recor-
rió Galicia y Astúrias. Dice el autor, que en varios lugares
halló sacerdotes que admirado::; de ver la Biblia en Castellano
le ayudaron á propagarla; noticia más propia para contarse
en Inglaterra que para ser creida en España. Al poner fin á la
narracion de su viaje, MI'. Borrow hace la siguiente observa-
cÍon (tomo 2.°, pág. 29): «i Cómo cambia todo con el tiempo!
Durante ocho meses el agente de una sociedad que los papistas
tienen por herética, ha recorrido esta España tan afecta á la
corte de Roma, y este agente no ha sido apedreado ni quema-
do; y sin embargo, hace una cosa que debiera remover 1m;
cenizas de los inquisidores y obligarles á salir de sus tumba:;
gritando, ¡aborninacion! Y se me deja hacer sin que nadie me
incomode.» i Razon había para admirarse 1


.t ~. V uelto á Madrid, abrió una tienda en la calle del
Príncipe, poniendo en grandes letras el rótulo: IJespaclw de
la Sociedad Biblica 1/ ext1'anjera, cuyo anuncio fijó en las es-
quinas é hizo publicar en los periódicos. Entónces subió al go-




700 APÉNDICE.
bierno el conde de O±iüia con otros ministros moderado,.; , y tie
prohibió la venta de los N1te1JOS Test/tmentos protestantes. El
embajador inglés trabajó mucho para que se retirase la órden,
pero Ofalia, excusándose con los obispos y el clero, se man-
tuvo firme. Como Borrow apoyado por el embajador per,.;istie-
,.;e, en Mayo de 1838 se le puso en la cárcel de Villa, en don-
de e,.;tuyo tres semanas, con órden al alcalde de guardarle to-
(la dase de consideraciones. Aún al ponerlo en libertad se le
dieron satisfacciones, pero Ofalia se negó terminantemente á
permitirle otra vez la venta de sus libros en Madrid. Entónces
Borrow recorrió algunas poblaciones de Andalucía, y se volvió
á su país. Al año sig'uiente, un tal MI'. Rule estahleció en Cá-
diz una enseñanza protestante, que fué prohihida por las
autoridades, y el maestro expulsado. Tambien fué expulsado
en Marzo de 1840 un MI'. Lion, metodista .


.t3. Caido aquel Gobierno y encargada la Regencia del
Reino al general Espartero, la propaganda protestante volvió
á hacerse con más libertad que ántes. El 001zstitucional de
Barcelona decía en 24 de Enero de 1841: «El caballero inglés
»que por la Sociedad Bíhlica británica y extranjera de Lóndres
»se encargó de imprimir y circular las Sagradas Escrituras en
»la ciudad de Barcelona y en las provincias del litoral Medite-
)>rráneo , durante los años de 1835 , 36 , 37 Y 38 , tiene la satis-
»faccion de volver á poner en conocimiento de esta ciudad y la
Mmtigua provincia de Cataluña, que todavía hay existentes
),algullos ejemplares de la Biblia y Nuevo Testamento, que
)Jvenderá al precio de coste y costas, esto es, á 25 reales la Bi-
»hlia y á 10 el Nuevo Testamento; la primera en castellano y
"el segundo en catalan, todo impreso y encuadernarlo en esta
>!eiudafl... España ha entrado ya afortunadamente en el g'l'e-
»)Jllio de las naciones libres, y ya e,.; hora que sea tolerante ":!'
»)e,.;tudie su relig>ion, ete.» Díjose entónees en los periódicos
(ille la propaganda inglesa había destinado á 200 metodistas
,\ misionar en España, señalándoles grandes sueldos, y en
efedo , aparecieron repartidores de Biblias en muchas partes'
:-;obre todo en Madrid, en donde abrieron algunas escuela:-;,




APÉNDICE. 701
sin que las autoridades civiles tomasen providencias para re-
primirlos ; ántes bien, puede creerse que algunas los veían
con gusto, si no les protegían, pensando en establecer en Es-
paña un(1 especie de anglicanismo oficial y libertad para las
otras sectas. No contribuyó poco esta conducta á la rápida y
humillante caida de la Regencia.


CONCLUSION DEL REINADO DE ISABEL II.


SUMARIO.-<l&. Consutucion de 1845.-&$. Concordato de 185i.-<l •. Gómo lo
entendió Su santiúad.-<lr. Revolucion de 1854.-<18. Su proyecto de Constitu-
cion.-..... Exposiciones contra la segunda base.-$O. Propaganda protestan-
te. 51. Sus resultados en Andalucía.-$ •. Revolucion de 1868.-1i •. Manifllsta-
ciones librecuItistas del Gobierno provisional.-I5<1. Su manifiesto a los espa-
üoles.-55. Propagandaprotestante.-li8. Trabajos da oposicion que se le hacen
51'. Esfuerzos para unir á todos los espalíoles católicos.-65. Constitucion de
1869. -$8. Exposiciones.


¡J¡J. El pronunciamiento de 1843, el único que en nuestro
concepto pudiera llevar el nombre de nacional, fue aceptado
con público y general entusiasmo, creyendo la mayoría de las
juntas y del pueblo que se trataba de hacer una verdadera
restauracion religiosa y social en España; pero los hombres
que ocuparon el poder, no supieron ó no quisieron realizar
c¡;ta esperanza comun. Declarada la mayor edad de la Reina,
se trató de reformar la Constitucion de 1837 en un sentido
más monárquico, conforme á las doctrinas sustentadas por los
vencedores; pero ni en la reforma constitucional; ni en las
otras leyes secundarias llegaron, por lo que toca á los asuntos
religiosos, á lo que ellos mismos habían defendido en las C6r-
tes anteriores. El artículo 11 de la Constitucion sancionada
á 23 de Mayo de 1845 mejora el de 1837, añadiendo á la pa-
labra católica, las de apostólica romana, afirmando que la Na-
cían profesa la religion en vez de decir los españoles, e impo-
niendo al Estad() en lugar de á la Nacion el deber de mante-
nerla. Dice así: «La Religion de la Nacion Española es la cató-
»lica, apostólica, romana. El Estado se obliga á mantener el


45




702 APÉNDICE.
»culto y SUS ministros.» Diríase que aquel ministerio y aque-
llos diputados dejaron la cuestion religi'Jsa casi como estaba,
para contentar en algo á sus adversarios, y llevar adelante las
reformas políticas que tenían proyectadas. Empero, si bien es
verdad que no se corrigió mas el artículo constitucional, con-
viene decir que se le interpretó en un sentido mas católico que
antes en las leyes orgánicas y rlecretos, y que la. Iglesia recibió
muchas reparaciones parciales, así en 10 material corno en lo
moral; era, sin embargo, necesaria una ley de reparacion ge-
neral, que asentas~ sohre sólidas bases el órden religioso, se-
gun lo consintiesen las nuevas circunstancias, devolviendo
la tranqwlidad á los espíritus tanto respecto á lo pasado como
á lo porvenir, en cuanto cabe en la prevision humana.


45. Esta necesidad vino á satisfacer el Concordato co-
menzado a celebrar por el papa Gregorio XVI y concluido
por Pio IX en 1851. Hé aquí los artículos de dicho convenio
directamente relativos al asunto de esta historia:


«Articulo 1.0 La Religion católica, apostólica, romana,
»que, con excl1lsion de cualquie1' otro Cltlto continúa siendo
»la única de l{~ 2Vacion Españolct, se conservara siempre en lo,,,
»dominios de S. M. Católica, con todos los derechos y prero-
»gativas de que debe gozar segun la ley de Dios y lo dispuesto
»}Jor los sagrados canones.» Este artículo fija al 11. 0 de la
COllstitucion de 1R4¡), que a la sa;r,on regía, un sentido católico
opue8to al que le habían atribuido los partidari08 de la liber'-
iad de cultos al permitir ó solicitar en virtud de él la propa-
ganda protestante en España. El Concordato no dice expresa-
mente que la Religion católica se eon8ervara siempre umCCt,
corno era (1); pero se deduce del contexto de aquel artícn-


(-1) El Concordato había comenzado á redactarse en 184~; pero no
rué ratificado. Sobre la inteligencia de este artículo copiarémos parte
de una carta del Sr. Rertran de Us , escrita en 1.· de lJiciembre de 18~9,
en la cual este caballero, que siendo 1I1ini'itro tuvo la honra de firmar
el Concordato, decía: • Lo que pasó en esta ocasion fué lo siguiente: Al
.examinar el art. 1.0 Mons. llrunelli manifestó que la Santa Sede había




c\.PÉNDICH. 703
lo, y más si cabe, de los siguientes, que no podrian cum-
plirse sin la exclusion de cual(luier otro culto.-«Art. 2." fl)1¿
»su consecuencia (repárese bien en la ilacion establecida entre
estos artículos) , la instruccion en las universidades, colegios,
»seminarios y escuelas públicas ó privadas de cualquiera clase
»flerá en todo conforme á la doctrina de la misma Religion ca-
»tólica; y no se pondrá impedimento alguno á los Obispos y
»demas Prelados encargados por su ministerio de velar sobre
»la pureza de la doctrina de la fe, y de las costumbres y sobre
¡>la educacion religiosa de la juventud en el ejercicio de este
»cargo, áun en las escuelas públicas.» «Art. 3.°; .. S. M. y su
»Real Gobierno dispensarán asimismo su poderoso patrocinio
»yapoyo á los Obispos en los casos que lo pidan, principal-
»JIlellte cuando hayan de oponerse á la malignidad de lo,;
»hombres que intenten pervertir los ánimos de los fieles y co-
»rl'omper sus costumbres, ó cuando hubiera de impedirse la
»}Jublicacion, introduccion ó circulacion de libros malos y 110-
»civos.» ¿Cómo podrían cumplirse estos artículos Rin la uni-
dad católica?


,tenido interes en añadir el adverbio siempre, despues del futuro COIt-
.sentará ..... - y arlade que se puso dicho adverbio siempre, porque sien-
.do importantísimo afianzar del ml'do más eficaz nuestra envidIable
.unidad católica, no parecía inoportuno vigol'izar ese principio. inse\'-
dándolo en el Concordato. para imprimirle así el carácter de una per-
.fncta obligacion. De esle parecer rué lambien el Sr. Gonzalez Romero;
-y con una conviccion profunda y con resuelto y franco propósito, acep-
o tamos la adicion del adverbio siempre, por cuyo medio entendimos ex-
-presar, ó más bien robustecer, el principio de la exc\usiol1 obligatoria
.t!r, cualquier otro culto: beneficio inestimable que procuramos ex.ten-
.der á toda la monarquía, sustituyendo á las palabras en ella (que la·
.primera redaccion decía con referenc,ia á España) las de se conserval'(í
-siempre en los dominios de S. fl'1. Católica. - De dónde se ve que en la in-
tencion de los que concluyeron y firmaron el Concordato, el úrtícll-
lo 1.0 tiene este sentido: La Religion católica. apostólica, romana, que
con exclusion de cualquier otro culto continúa siendo la única de la
Nacion Espa~ola _ se conservará siempre del mismo modo, siendo
¡mica, etc.




704 APÉNDICE.
tl6. Su Santidad entendió de esta manera el Concordato,


segun claramente lo dijo en la Alocucion dirigida á los Carde-
nales en el Consistorio de 5 de Setiembre del mismo año
1851, con estas palabras: «El grande objeto que os preocupa
«es el asegurar la integridad de nuestra santísima Religion, y
»el proveer á las necesidades espirituales de la Iglesia. Con
»este fin veréis que en el citado convenio se ka tom({do por
»óase el principio de que la Reli.qioncatólica, con todos los de-
»rechos de que goza en virtud de su divina institucion y de las
»reglas establecidas en los sagrados cánones, debe, como en
»otro tiempo, ser exclusiva en ese reino, de manera que todos
»los dentas cultos estaran en él prokibidos.» El Gobierno no
solamente no protestó en manera alguna ni opuso reparos á
estas palabras, sino que acomodó á ellas su conducta, prom-
hiendo diversas veces los demas cultos y hasta quemanQ.o los
libros de los propagadores: los mismos librecultistas demos-
traron que este era el sentido legal del Concordato y de la
Constitucion despues de dicho 'convenio, modificando la con s
titucion y las leyes cada vez que intentaron establecer la liber-
tad de cultos. Es verdad que en la práctica hubo en ocasiones
una tolerancia parecida á la libertad, 'especialmente para las
"edas de carácter político ó filosófico; pero esta tolerancia de-
pendía de las personas, reconociéndose siempre que no tenía
fundamento en las leyes. '


ti,.. En 28 de Junio de 1854 se sublevó la guarnicion de
caballería de .Madrid; la batalla de Vicálvaro, tenida el dia 30,
obligó á O'Donnell, jefe de los sublevados, á retirarse á Man-
zanares, de"de donde publicó á 7 (le Julio el famoso progra-
ma , pidiendo el auxilio de los progresistas, quienes llamaron
á Espartero. La explosion revolucionaria fué terrible, tomando
,desde luego un carácter anticatólico y antimonárquico que
hasta entónces no se había visto en España. Formáronse jun-
tas , segun costumbre, en las cuales se proclamaron los prin-
cipios más revolucionarios; la de Cádiz declaró ilegal el Con-
cordato; la de Valladolid restableció la desamortizacion; la de
Tarragona disolvió la comunidad de La Selva; lá de Teruel




APENDlCE. 705
prohibió la segunda enseñanza en el seminario, la congrega-
cion del Amor Hermoso, y redujo el número de parroquias; la
de Búrgos expulsó á los jesuitas en nombre del Concordato;
la de Madrid trató de restablecer la desamortizacion completa
y suprimir fiestas; en una palabra, querías e establecer en to-
do la legislacion de 1843 á la caida de Espartero, con más lo
que entónces no se pudo llevar á término y lo que despues se
había proyectado en los clubs. Los revolucionarios más avan-
zados, satisfechos de aquel inesperado triunfo, pensaron ya
en establecer el imperio ibérico y algunos en proclamar la re-
pública. Bajo estas circunstancias se. eligieron los diputado::;
para las Córtes, que fueron abiertas á 8 de Noviembre. En el
discurso de la Corona se guardó absoluto silencio respecto á la
cuestion religiosa; pero en el que pronunció el Sr. Luzuriaga
á 12 de Diciembre, que podía considerarse como programa del
Ministerio, decía el Ministro: «Otro principio del Ministerio:
»Unidad religiosa en todo lo que tenga carltcter exterior ...
»Dentro de ese principio las Córtes pueden presumir si el Go-
»bierno estará ó no dispuesto á proteger todo lo que no sea
})abiertamente contrario.» Esta manifestacion del Gobierno y
toda la marcha de la revolucion inspiraron aliento á un tal
Ludwid Philipson para que tomando el nombre de los judios
alemanes, pidiese la libertad de cultos en España; la solici-
tud, leida en el Congreso á 30 de Diciembre, decia: «Los
»israelitas de Alemania, y en su nombre el doctor Ludwid
»Philipson piden, tengan á bien las Córtes dar cabida á la li-
» bertad de cultos en la ley fundamental del Estado, como
»una de sus principales bases.» Las Córtes votaron que una
comision se ocupase en el exámen de la solicitud; indicio de
que la mayoría no la rechazaba. .


"8. La comision encargada de redactar, las bases para la
nueva Constitucion leyó su trabajo el dia 13 de Enero. La ba-
se 2.& decía: La Nacíon se obligad mantener?! proteger el C1tlto
?!los ministros de la Religion católica que profesan los es pafio-
les. (Hasta aquí era el arto 11 de la Constitucion de 1837.)-
Pe1'O ningun español ni extranjero podrá ser pM'seguido civil-




706 APÉNDICE.
mente por S1tS opiniones miént1'as no TrtS 11uln~jZeste por actos
públicos éont1ywios rt la Religion. Once enmiendas se presen-
taron á esta base, las diez admitiendo la libertad de cultos con
más ó ménos amplitud. Enla segunda por órden de discusion,
apoyada por Suris y Baster, se decía netamente: «Pedimos
»que la base Z.& se redacte en estos términos: La ley garanti-
»za la libertad de conciencia y de cultos.» La quinta, que apo-
yó D. Juan Antonio Seoane, añadía á la base: «y los extrall-
»)jeros tendrán para el ejercicio de su culto en Esparra las miR-
),mas garantías que en su respectivo país tengan para el culto
»cat6lico los españoles.» El Sr. Degollada apoyó la sexta, que
despues del primer párrafo de la comision , decía: «Pero en las
»poblaciones de mas de 30.000 almas, se tolerará el que en
»forma decorosa se rinda á cualquiera otra. Nadie podrá ser
»perseguido ni molestado por motivos de religion, siempre
»que con sus actos no se ofenda la moral pública, ni perturbe
»el culto de los .demás.» La sétima, presentada por D. Francis-
»CO Salmeron y Alonso, decía: «En las actuales capitales de
l;proviIll~ia y puertos habilitados de la Península é islas adya-
»celltes se permite el ejercicio del culto de cualquiera otra re-
»ligion ,pero sin prácticas públicas exteriores.» La octava,
apoyada por el Sr. Figuerola, era igual á la anterior; pero li-
mitando la libertad á las capitales de primera clase. La nove-
na fué la del fervoroso católico D. Tomás Jaen , concebida en
estos términos: «La Nacion se obliga á proteger y mantener
»con decoro y puntualidad el culto y los ministros de la Reli-
»gion católica, apostólica romana, que es la del Estado y la
»única, que profesan los españoles.» El dia·Z8 de Febrero fué
aprobada por ZOO votos contra :)Z (]) la segunda hase de la co-


(t) Señores qne dijeron no: Marqués de la Vega de Armijo. Moyano.
llios llosas. Sanz • Hazañas. Cortina. Roda. Iñigo • Marqués de Ce¡'ve-
)'a, Mouzon • Camprodon • Sanchez del Arco. Guardamino, Victoria de
IJecca, (;arcía (n. Sebastian), Mariátegui, Cuenca., Sagra, Osorio y
P¡mio, Hernandez de la Rua, Duq ne de ~ Abrantes, Santana, Ca~tro,
Camacho, Yañez Rivadeneira (n. Ignacio). lHm'qués de Ovieco, Yañez




707
mision, quitado el adverbio ci1.iilmente y añadida la palabra
creencias, en esta forma: «La NacÍoon se obliga á mantener y
>\proteger el culto y los ministros delaReligion cat61icaquepro-
»fesan los españoles. Pero ningnn español ni extranjero podrá
»ser perseguido por sus opiniones ni creencias, mientras no las
»manifieste por actos públicos contrarios á la Religion.» Ha-
biéndose declarado el Congreso en sesion permanente hasta
haber votado la base, varios diputados estuvieron en su puesto
desde las once de la mañana hasta las doce y media de la no-
che: desde las C6rtes de Cádiz no se había visto una seRion
igual. La Constitucion hecha sobre estas bases no llegó á ser
sancionada ni á regir, por causas ajenas á esta compendiosa
historia.


49. Desde que se ley6 el proyecto de-bases para la Consti-
tucion, los Obispos acudieron á las Córtes pidiendo en razona-
das exposiciones que se conservase la unidad católica. Si-
guiendo el ejemplo de sus pastores, los fieles acudieron tam-
bien con exposiciones, que llevaban cientos y millares de
firmas. El autor de este escrito, j6ven ent6nces todavía, hizo
imprimir y circular cuanto pudo la siguiente invitacion, que
recuerda con gusto al cabo de veinte y dos años:


«ESPAÑOLES: La Religion de Dios y de nuestros padres es-
tá en peligro! Las Córtes han desoido la voz de los Obispos,
mofado á los diputados católicos, negádose á escuchar las re-
clamaciones de los pueblos y aprobado Ci)NTRA LA VOLUNTAD
NACIONAL la 2.' Base de la Constitucion. Esta no tiene aún el
carácter de ley, y el mal por consiguiente no está consumado.
¿ Quereis que se consumeJ ¿ Quereis ser enemigos de Dios y
de la INMACULADA, y que vuestros hijos tambien lo sean? ¿Sí 6
nó? Si lo quereis, continuad en ese silencio que os pierde; si


Rivadeneira (O. Matias), Yañez Rivadeneira (D. Manuel), Torrecilla
Arias, Concha (O. :\Ianuel), Canova~. Cantalejo, Valdés, Echarri, Jaen.
(D. Tomás) , Iranzo , Cantero, Duque de Se~illano, Collado, Noceda 1.
Hancés, Gállego , Baron de Salillas , Lamadl'id , Altuna , Olano, tTdacta,
Osorio (D. Ramon) • Gurda Tasmra , Gaston. Blanco.




708 APÉNDlCE.
no lo quereis, decidlo en voz alta que resuene como trueno ate~
rrador en los salones de la ~samblea! Teneis el derecho de pe-
ticion; elevad, pues, todos los que quereis ser católicos, va-
lientes protestas contra el acuerdo del 28 de Febrero. Fuera
apatía y temores! N o ~e trata de política, sino de religion, y es
hora de que hablen los buenos y se sepa que quiere ser CATÓ-
LICA, APOSTÓLICA, ROMANA la voluntad nacional.-B. S. M.


Unos españoles católicos (1).


Jamás ha habido en España una manifestacion tan nume-
rosa, legal y pacífica de la voluntad general como aquélla. En
todas partes circulaban exposiciones; todos, sin distincion de
clases ni edades, querían firmarlas; no había que buscar las
firmas, pues las· gCJltes acudían espontáneamente, como
quien cumple un deber imperioso, adonde estaba la exposi-
cion. El Gobierno temió aquella explosion del sentimiento re-
ligioso, y prohibió se presentasen exposiciones, bajo el
pretexto de que se había votado la base segunda, como si vo-
tada la base por las Córtes fuese ya ley, ó como si no fuera ya
lícito exponer para que las leyes se modifiquen. Con fecha de


(1) Este fué el primer papel impreso del autor; el segundo, la si-
guiente exposicion escrita á instancia de algunos artesanos de Vich:


• Los que suscriben, artesanos y trabajadores de algodon , vecinos to-
dos de la ciudad de Vich , á las Córtes Constituyentes con dolor y con
respetG exponemos:


Que nos ha causado la más desagradable sorpresa el pl'oyecto de ley
Ile desamortizacion presentado por el Ministl'o de Hacienda. Y ¿cómo
podía dejar de ser así, cuando de llevarse á cabo el indicado proyecto,
van á quedar las Ca~as de Beneficencia, sin los recurso~ necesarios pa-
I'a ser en adelante nuestro refugio en la enfermedad y la vejez, y no~­
oLros sin la única esperanza de encontrar un pedazo de pan para satisfa-
cer nuesh'a hambre, y un paño para enjugar nuestras lágrimas el dia
de la desgracia? Ni basta para calmar riuestra zozobra que el ·Estado
asegure á estas casas, que nosotros llamamos san Las , la renta que per-
ciben en la actualidad; pues dudamos que tal promesa pueda cumplir-
se, á pesar de la buena voluntad de los que dirigen el tesoro hallándose
tan exhausto como es público y notorio. ¿No es muy frecuente contestar




APÉNDICE. 709
6 de Marzo el Gobernador civil de Barcelona pasó á los alcal-
des una órden-circular en que decía: «Votada ya dicha base
»por las Córtcs en la sesion de 28 del anterior, es un deber de
»todos los españoles acatar aquella soberana resolucion; y
»que si bien es lícito ejercer el derecho de peticion que tiene
»todo ciudadano, sobre esta y otras no menos importantes
»cuestiones sujetas á la alta deliberacion de las Córtes; no
;.)obstante, cuanto se dirige á contrariar lo por ellas acordado,
»se considera como un conato de subversion contra el Gobier-
»no ... Velarán los señores Alcaldesy Ayuntamientos para que
»en sus respectivas jurisdicciones no se promuevan pública-
»mente semejantes actos, siendo los primeros en prestar home-
>maje al fallo de la Asamblea; y procederán á la formacion ele
»las correspondientes diligencias contra todos aquéllos que
»atentaren así al órden, menguaren el respeto debido á las
»Córtes, y concitasen por estos y otros medios la opinion pú-
»blica contra el Gobierno establecido.» Al dia siguiente 7 ele
Marzo el Ministro de la Gobernacion firmó una Real órden,
cuyas son las palabras siguientes: «Las bases de la futura
»Constitucion del Estado: una vez votadas por las Córtes


no hay dinero en caja, á los que acuden á cobrar en la del Estado sus ha-
beres?


i Por Dios y por nosotros, señores diputados, no querais destruir de
una plumada indiscreta, la única esperanza que nos consuela en medio
de nuestros trabajos! Ya que tanto abogais por nosotros, no nos conde-
neis á morir y ver morir á nuestros padres é hijos en la de~nudez, des-
pojando de sus bienes á las casas que nos alimentan y visten cuando no
podemos por nosotros mismos huscar el pan y el abrigo. ¿ASÍ se nos pa-
gat'Ía el haber ondeado, llenos de entusiasmo,labandera de MORAUDAD
Y JUSTICIA? Somos fieles y sufridos; pero el sufrimiento tiene su límite,
y por lo mismo, deseosos de que no se nos arrastre á la desesperacion:


Suplicamos á las Córtes, no d€l1 su aprobacion al proyecto de desa-
mortizacion presentado, ni á otros que tiendan á hacer más miserable
la condicion del pobre y del jornalero.


Vich 11 de Marzo de iS¡¡¡L-Siguen las firmas .•
y el tercero un libro de Oraciones para rogar á Dios por las necesida-


des presentes, del cual hubo de hacer en breve tiempo varias ediciones.




710 APÉNDICE.
»Cunstituyentes, están fuera de toda discusion. Así lo han
»acordado las mismas Córtes, resolviendo no oir las peticione"
»que en sentido contrario les sean dirigidas ... Por estas consi-
»deraciones, y para que tenga cumplido efecto lo acordado
»por las mismas, S. M. conformándose con el parecer ele su
),Consejo de ministros, se ha dignado mandar evite V. S. se
»)firmen y dirijan exposiciones contra las bases de la Consti-
), tucion aprobadas.»


:íO.Entónces volvió á embravecerse la propaganda protes-
tan te , ocasionando serios disgustos al Gohierno, pues no que-
ría, por una parte, exasperar á los españoles permitiéndola, y
por otra parte se veía aguijoneado por el emhajador inglés á
declararla lícita. Lord Howden, que desempeíiaha este último
cargo, hizo muchas instancias, á las que el Ministerio contes-
tó con evasivas; pero siguiendo el sistema de las sociedades
híblicas, se presentó en Madrid un titulado ohispo metodista,
contra el cual el pueblo se declaró, de suerte que se le prohi-
hió continuar una edicion de 20.000 ejemplares de la Biblia
(1118 había principiado, y áun hubo de hacérsele entender que
su permanencia en la corte era inconveniente. El pretendido
Obisl)O se trasladó á Barcelona, en donde se vió en grandes
compromisos para responder á las preguntas intencionadas
que por hombres del pueblo' se le dirigieron. Otros propagan-
distas no tuvieron mejor fortuna: el pueblo se reía de ellos
ruando se presentaban públicamente, y el Gobierno no se
atrevía á protegerlos de una manera franca. Pero en las pro-
vincias andaluzas y en algunas ciudades populosas lograron
('stahlecer á modo de secta secreta, una red de clubs de propa-
ganda, que aliados con los focos dc conspiracion ibérica 6 re-
publicana, subsistieron á pesar de la reaccion sobrevenida
en 1856.


á.. El resultado de esta propaganda mal contenida, ya
(lne no consentida, por los gobiernos posteriores al infausto
hienio, se vió en parte por los motÍnes de Andalucía en .Junio
ele 1861. Unidos los demócratas con los protestantes, debían
intentar hacer nn levantamiento general el dia 2 de Julio;




Al'lbDICE. 711
pero un motín en Mollina el dia 28 de Junio precipitó las co-
sas, y. al siguiente 29, dia de San Pedro, Pérez del Alama
entró en Iznajar con 400 republicanos, cuyo número ascendió
inmediatamente á 5.000, estableciéndose al otro dia en Laja.
Aquella revolucion fué sofocada; mas la propaganda protes-
tante y librecultista siguió haciéndose secretamente con gran-
ües g'astos sufragados por la sociedad inglesa, y públicamentt'
por muchos periódicos y no pocos catedráticos. Los Obispos
r('e!amaron inútilmente contra la licencia de la prensa y la
mala enseiíanza, El reconocimiento del reino de Italia en
186:> indicó los progresos de la revolucion en las esferas ofi-
ciales; así como las apostasías de los clérigos Aguayo y Me-
di na , y la conducta de algunos otros, daban á conocer los
avances de la propaganda secreta. Las disposiciones que para
contenerlos fueron adoptadas en 1867 y principioi3 de 1868,
llegaron demasiado tarde. La revolucion estaba organizada,
contando con la union de todos los liberales descontentos, con
la desconfianza que de la mayor parte de los hombres públicos
tenían los católicos, y con los auxilios de las sectas extran-
jeras.
5~. España quedó sin gobierno central el dia 29.de Se-


tiembre de 1868, entregada á la direccion de los jefes militares
y üe las juntas revolucionarias, que se apresuraron general-
mente á dar muestras inequívocas de su mala voluntad á to-
das las instituciones católicas. El dia 3 de Octubre la Junta
provisional de Madrid encomendó al general Serrano «la for-
»macion de un ministerio provisional que se encargase de la
»gobernacion del Estado hasta la reunion de las Córtes Cons-
»títuyentes.» El dia 4 el General declaró que aceptaba el en-
cargo, que no se apresuró en cumplir; el dia 8 la Junta supe-
rior revolucionaria publicó «la siguiente declaracion de-dere-
»chos: sufragio universal; libertad de cultos; libertad de en-
»señanza; libertad de reunion y asociacion pacíficas; libertad
»de imprenta sin legislacion especial, etc.» in este mismo
dia 8 el general Serrano nombró ministros á los Sres. Prim,
Lorenzana, Romero Ortiz, Topete, Figuerola, Sagasta, Rui4




712 APÉNDICE.
Zorrilla y Lopez de Ayala. Los decretos de 12 de Octubre su-
primiendo la Compañía de Jesus; deldia 15, derogando el de 25
de Julio anterior sobre adquisicion de bienes por las comunida-
des religiosas; del dia 18 , suprimiendo toda comunidad y ca-
sa religiosa establecida desde 1837; los del dia 19 disolviendo
ó prohibiendo las conferencias de San Vicente de Pau} y su-
primiendo la pension del M. R. Arzobispo dimisionario de
Cuba, y otras disposiciones parecidas, enseñaron que el Go-
bierno no entendía que los institutos católicos hubiesen de go-
ílar. de las libertades proclamadas por las juntas.


53. Con fecha del mismo dia 13 de Octubre, el Ministro
de Estado dirigió a los agentes consulares una circular, en la
cual se leía: «El pueblo ... al sacudir, como hoy lo hace fiera-
»mente, su yugo, se emancipa de los últimos vínculos del ré-
»gimen antiguo y se coloca de un salto, por decirlo así, den-
),tro de los dominios del derecho moderno ... Y al llegar a este
);punto, el Gobierno provisional no puede ménos de tocar con
»la circunspeccion y delicadeza que la materia exige, una
»cuestion de trascendencia suma, la cuestion de la libertad
»religiosa. Nadie hay que ignore, y el Gobierno tiene una
»verdadera satisfaccion en proclamarlo así, que España ha si-
»do y es una naeion esencial y eminentemente católica ... Las
»constituciones de la España moderna, aun las más liberales,
»rindieron todas escrupulosamente el homenaje de su respeto
»a esta viva y constante preocupacion de nuestra patria; y si
>>una vez, como en 1856, se intentó arriesgar tímidamente un
»paso en direccion opuesta, el efecto causado en los corazo-
»nes sencillos por el grito que, con una sinceridad mas que
»uudosa , dieron ciertos partidos, vino a probar que la opinion
»no estaba madura todavía, y que.era indispensable aguardar
Ml1as ~ropicia ocasion para reformar el estado legal de las co-
;isas en asunto tan grave.


»Afortunadamente, desde ent6nces han experimentado
»modificacion profunda las ideas, y lo que no hace mucho
)Jera considerado como una eventualidad lisonjera, pero sólo
»realizable a largo plazo, vemos hoy que se anuncia como un




APÉNDICE. 713
»hecho inmediato, sin que las conciencias se alarmen y sin
»qlle una voz discordante venga á turbar el general concier-
»to ... De aquí, no la tibieza del sentimiento católico, que por
»dicha se mantiene siempre vivo entre nosotros, sino la opi-
>mion universalmente difundida de que la concurrencia en la
»esfera religiosa, suscitada por una prudente libertad, es ne-
»cesaria para suministrar á la ilustrada actividad del clero un
»pasto digno de ella, y proporcionarle temas de discusion eu
»armonía con lo elevado de su sólida ciencia y con la sagrada
»responsabilidad de su carácter. Las Juntas populares han
»manifestado tambien sobre este punto sus opiniones y de-
»seos; y, aparte de la variedad de fórmulas que en el torbelli-
»no de los sucesos no es posible improvisar correctamente ni
»vaciar en un molde comun, el pensamiento fundamental y
»generador de todas ellas es el mismo: el de que no quede-
»mos rezagados ni solos en el movimiento religioso del mun-
»do. Por tanto, se alzará el entredicho, y desaparecerán de
>muestros códigos, como han desaparecido ya de nuestras
»costumbres, prevenciones inútiles y sanciones ilusorias. Las
»diferencias dogmáticas no inducirán, comoh~sta aquí, incom-
»patibilidades y exclusiones que rechaza y condena á voz en
»gTito la conciencia de los pueblos libres.»


Hé aquí proclamada la libertad de culto;; en E;;paña por el
Gobierno provisional, sin paciencia para esperar á que las
Córtes resolviesen sobre este punto tan fundamental de nues-
tra verdadera Constitucion. Si no hubiésemos de limitarno;;
en este opúsculo á consignar hechos, observaríamos que el
documento no puede ser más pobre en el fondo y en la forma:
el Gobierno tiene á dicha y siente satisfacci07t de que Espa-
ña sea eminentemente católica, y llama una fortuna el pro-
greso de la indiferencia por el cual es posible proclamar la li-
bertad liue en 1855 todavía alarmó las conciencias; queriendo
manifestar las ventajas esperadas de la nueva libertad, no en-
cuentra sino la de que el clero tendrá más que ·hacer. En
cuanto á que nadie protestaba, bien sabían los ministros que
las protestas no eran fáciles en 'aquellos dias.




714 APÉNDICE.
5il. En una espede de Manifiesto á la Nacían pnblicado


en la G(tceta de 26 de Octubre, decía el Gobierno: «La más
»importante de todas, por la alteracion esencial que introdu-
>lce en la organizacion secular de España, es la relativa al
» planteamiento de la libertad religiosa. La corriente de los
»tiempos, que todo lo modifica y renueva, ha variado profun-
»damente las condiciones de nuestra existencia, haciéndola
»más expansiva; y so pena de contradecirse, interrumpiendo
»ellógico encadenamiento de las ideas modernas, en las que
»busca remedio, la ~acion Española tiene forzosamente que
»admitir un principio, contra el cual es inútil toda resisten-
»cia. No se vulnerará la fe hondamente arraigada, porque au-
»toricemos el libre y tranquilo ejercicio de otros cultos en pre-
»senda del católico; antes bien se fortificara en el combate,
»v rechazara con el estímulo las tenaces invasiones de la ill-
"


»diferencia religiosa que tanto postran y debilitan el :-len ti-
¡)miento moral. Es ademas una necesidad de nuestro estado
»político, y una protesta contra el espíritu teocrático, qne á
»la sombra del poder recientemente derrocado, se había inge-
»rido con pertinaz insidia en la esencia de nuestras institucio-
»nes, sin duda por esa influencia avasalladora que ejerce so-
»bre cuanto le rodea, toda autoridad no discutida ni contra-
»restada.» ¡Ah! Ya no es aquí el deseo de dar trabajo al cle-
1'0, sino la ambicion de debilitar y avasallar al e:-lpíl'itu teoCr}L-
tico (catolicismo, en buen castellano), quien mueve á procla-
mar segunda vez. la lihertad de cultos.


55. Aprovecháronse de ella los propagandistas protei'l-
tantes para establecerse en Madrid 'y principales poblacionel'l y
recorrer todas las provincias, repartiendo sus biblias, litur-
gias, y varios opúsculos contra nuestra santa fe (1). Hubo tre:,;
clases de protestantes: los ingleses, que ejercían su oficio


(1) En esto gastaron mucho dinero. Desde Lóndres se envió á los
diputados una liturgia anglicana en español, con una carta de felicita-
don y de t;úplica para que establecieran claramente la libertad de culo
tos en la Constitucion. Yo tengo el ejemplar y carta que recibió uno de
los diputados católicos; supongo que se enviaría á todos.




·\PÉ2'lDICE. 715
de predicadores como siempre acostumbraron; los suizos, (Iue
parece eran enviados más desinteresadamente, y lo;; espauoles.
Umt ól'llen del Minis.terio, expedida á 9 de Noviembre y segull
uecía á instancias de un protestante, autorizaba para edi-
ficar templos de su falso culto; díjose en los periódicos que
los suizos iban á edificar una catedral, pero se indicó tambiell
que el encargado había gastado el dinero en otro objeto muy
distinto, y hubieron de contentarse con arreglar sus capillas
en cuartos alquilados. En cuanto á los espauoles protestante,.;
podemos asegurar que fueronménos de los que temíamos;
ca::iÍ se limitó su número á dos docenas de presbíteros mal
avenfdos con sus superiores y con la disciplina, distribuidos
entre Madrid, Sevilla, Barcelona y algun otro punto (1), que
sedujeron a unos cuantos centenares de gente pobre con el di-
nero que manejaban en abundancia (2). Al }lrincipio sus ca-


. (1) Callando los nombres de estos desgraciados, cl'eo conveniente
decir algo de sus cualidades, para que se vea la clase de gente que
eran. Uno de ellos había sido expulsado ántes de la revolucion de 1::. co-
munidad que en el Escorial formaba el P. Pages; otro lo fué del semi-
nario establecido en el mismo Monasterio, por el rector D. Dionisio de
Gonzalez. A uno le había negado las órdenes el Obispo de Barcelona.
Otro había huido de la diócesis con una jóven ,caso muy raro en Espa.
lía; hallándose despues en Madrid el cura de la parroquia de la jóvell,
ésta In pidió 1l0I'Lludo que Sl~ dignase hautizar secretamente al hijo qllt~
estaba próxima á dar á luz. y como el saeerclote le hicies() las oh~erva·
¡:jones oportunas, la infeliz redobló el llanto. excusando su conduela
cot! I[UO si dejaban el empleo no tendrían de qué vivir. El sic de c(Bteri~.


(2) En Madrid hubo quienes llevaron á bautizar á sus hijos á la capi-
Ha protestante para recibir el dinero con que se lo pagaban, y luégo los
llevaban á la parroquia para que .fuesen cristianos. Los periódicos ha-
blaron de una mujer (Iue había pedido permiso á su párroco para hacer-
se protestante una temporada, á fin de vivir con el sueldo que le ofre·
CÍan, y volver despues á la parroquia. Una jóven que había tenido la
desgracia de alistar~e en la secta, me decía: • Que Dios está con ellos
no puede negarse.-¿En qué lo conoce V?-En que abunda !Ducho ni
dinero.> Un bat'bero enfermo á quien fui á confesal' en su casa, despidió
á los pastores que le asistían y mantenían, en cuanto se vió de alguna
gravedad.




716 APÉNDICE.
pillas fueron bastante concurridas, pero de cnriosos (1) : áun
los que se preciaban de revolucionarios, no querían ser llama-
dos protestantes, pudiendo asegurarse sin temor de errar, que
no hicieron ni una conveJ'sion, aunque la vista de las capillas
produjese en no pocas personas ignorantes el sentimiento de
la indiferencia. Por lo que toca á las esperanzas de que los
extranjeros judíos, cismáticos, mahometanos y protestantes
vendrían cargados de dinero luego que hubiese libertad de
cultos, el fracaso fué completo. Fuera del dinero mal aprove-
chado de la propaganda, no vino otro. Ni una fábrica, ni un
comercio, ni una obra de cualquier clase, produjo la libertad
de cultos. Al contrario: los negocios se paralizaron, y el dine-
ro huyó de España para librarse de los peligros de la revo-
lucion.


56. Pasado el primer asombro de los ánimos, los Obispo!!
levantaron la voz, dirigiéndose al Gobierno, aunque inútil-
mente, para que hiciese cumplir las leyes y contuviese los
desmanes que los revolucionarios cometían impunemente
contra los católicos.-Varios eclesiásticos, áun corriendo gra-
ves riesgos, se dedicaron á predicar contra la l)ropagacion del
error; en Barcelona un capellan de regimiento predicó en me-
dio de la Rambla, atrayéndose á un grupo numeroso de perso-
nas que escuchaban al protestante, el cual creyó prudente
retirarse; en Madrid el presbítero Sr. Rongier se ofreció por
medio de los periódicos á disputar con los ministros protestan-
tes, pero ninguno aceptó la invitacion.-Corriendo el mes de
Diciembre se inauguraron dos asociaciones, cuya sola apari-
cion reanimó á nuestros católicos, sobrado abatidos, la A sa-


o ciacion de católicos en España y la Juventud católica, viéu-


(1) Habiéndose puesto una capilla en un cuarto junto á Santa Catali-
na de los Donados. la capilla se llenó de gente; pero quedó vacía al tocar
á misa en la iglesia p.,óxima. Esto sucedió varias veces; y habiéndolo
sabido el bondadoso Reclor de Santa Catalina. D. Miguel Oehoa. hizo too
car á misa muchas veces. con lo cual obligó á los protestantes á mu-
dar de barrio.




APÉKDICE. 717
nose en la Ulla y en la otra á católicos fervorosos pertenecien-
tes á diver;:;os partidos políticos, unido;:; para defender la fe,
prescindiendo de diferen<.:Ías secundarias (1) ; ambas se pro-
pagaron rápidamente por las provincias. La Asociacion de
Católicos redactó, imprimió y distribuyó en abundancía una
porcion de opúsculos refutando los de los pl'Otestantes , costeó
misiones, abrió y sostuvo muchas escuelas católicas de pri-
mera enseñanza, y despues intentó crear nna universidad con
el título de E;:;tudios Católicos, y desplegó en todo género ele
obras buenas una grande y hien dirigida actividad: cuanclo
se formó poco clespues, á imitacion suya, la Asoeiaeion cató-
lica de Señoras, los trahajos pudieron hacerse con más des-
ahogo y libertad. La Juventud Católica atraía tí, sus salone:;
diariamente, y sobre todo en los dias de academias generale.s,
á una multitud de hombres de todas clases, ávida de escuchar
it aquellos jóvenes que atacaban con talento y buena lógica á
la herejí:;¡ y á la impiedad, ó cantaban en inspirados versos la:;
excelencias y hellezas de la santa Religioll católíca.-Fundú-
ronse en varias poblaciones periódicos semanarios puramente
religiosos para mantener, avivar' y fomentar la fe, la esperall-
ha, la caridad y el amor á la Igle;:;ia contra las invasiones de
la incredulidad (2), haciendo casi todos protestas terminantes


('1) ta primera Junta directiva de la As()ciaciol/, de Católicos estaba
formada por los Señores Marqués de Viluma, Conde de Orgaz, Conde de
Vigo, U. Leon Carbonero y Sol, D. Francisco José Gania, D. Ramon Vi-
nade)', D. Enrique Perez Hernandez. J,a muerte del Sr. Garvia y las au-
sencias de otros señores, hicieron que se modificase duraate el año de
1869, siendo compuesta en 1.° de Enero de '1870 por los señores Marqués
!,le VIluma, Marqués de Mirabel, D. Leon Carbone)'oy Sol, D. Antonio Li·
zárraga, D. Ramon Vinader, D .. Enrique l


'
rrez HerI)andez, D. Juan Tró y


Orlolano. Casta oir rstos nombres para ver en ellos la union !le los dos
elementos que luégo se llamaron alfonsino y carli~ta, Lo mismo puedo
decirse de la .Juventud Católica.


(2) En LO de Noviembre, al mes justo de la revolucion, apal'eció el
primer número de El Católico, que tuve el gusto de redactar y costear
solo hasta 24 de Octubre de 1869, en que lo suspendi para publicar con
el Sr. D. Juan Ol,tí y tara la revista La Ciudad de Dios. Publicá)'onse


46




718 APÉ~IllC.E .
de que no busüaban llingun fin polítioo sino el triunfo de la
religion.


a'. En medio de los males gravísimos que afligían el
ánimo, sentíatle cierto üonsuelo al ver esta union y actividad
de los fieles. Para rohu"tecer y arraigar esta UlllOll se hicieron
esfuerzos para üOllcililr á Dolía Isabel y á D. Cádos, j efes de
las dos ramas en que lesde 1833 e"tá dividida la Real fami-
lia. El Pensamiento ~~~p(lñol decía en 13 de Enero de 1869:
«La persona que Rin ,lenoscaho de eso.:; principios fundamen-
»tales, haga más por a conciliacion, la que llevando por norte
»el hien del país, sea ná" g'enerosa, esa apareüerá más grau-
»dE', más admirable á nuestros ojos.-Hoy la Divina Provi-
»dencia ha puesto á Dolía Isabel II en la misma situacion en
»que está D. Cárlos VII: en un mismo destierro, en un mismo
»infortunio ... Nosotros vemos ... ¿será una ilusion de nuestro
ȟorazon cat61ico ante todo y sohre todo? Xosotros vislumbra-
»mos una solucion nobilísima, magnánima, que elevaría á
»quienes la adoptaran cien codos sobre todos los tronos de la
»tierra ... Piénsese en ella. La Iglesia la acogería con lágri-
»mas de gozo, con bendiciones fecundas en bienes, la patria
»con entusiasmo, con ese entusiasmo salvador, prepotente,
»que vence toda dificultad, y derriba todo obstáculo, con na-
»turalidad, sin esfuerzos, sin sacrificios y sin sangre.» Las
conferencias celebradas con este ohjeto no dieron el re"nltado
(lue «la Iglesia hahría acog'irlo con lágTimas de g'ozo ,» ha-
ciéndose sentir al poco tiempo el fraca"o en los periódicos, y
en las .T untas que hasta aquel momento obraran üordialmente
unjdas.


luégo en ~Iadl'id. además de los periódicos antiguos. LaLlbcl'tarl Cristia-
na. y Lu Voz del Sacerdocio que cambió el nombre por el de Voz de la
Espafia Católicu ; El Semtlntlrio Vusco-Nuvan'o. en Vitoria; h.'l Semina-
rislu Español. en Vich ; El Amigo del Pueblo en Barcelona; La Juventud
Clltólica. en Cuenca; En Vel'dudero Amigo del Pueblo. en Segovia; El
Júven Católico. en Toledo; El In dependien le • en Salamanca; La Voz del
patl'iotismo. en Leon ; La Pl'opaganda Católica. en Palencia. y otros y
otros que no recordalTlo~.




APENDICE. 719
58. Bajo la impresion de estas circunstancias, muchas


veces adversas, pocas favorables, se hicieron las elecciones de
diputados para las Córtes Constituyentes. Presentáronse al-
gunas candidaturas católicas, ménos de las que parecía re-
guIar, las cuales fracasaron en su mayor parte por la cohihi-
cion ejercida por el Gobierno, por las violencias cometida:,;
por los agentes de los partidos avanzados, y por la division
que comenzó á notarse entre los católicos (1). Abiertas la"
Córtes á 11 de Fehrero de 1~69, se procedió en 2 de Marzo á
nombrar para que redactase un proyecto de Constitucion, una
comision en la cual no se diólugar á ninguno de los diputado->
elegidos por católicos. El proyecto de Constitucion ,leido á
las Córtes en 30 del mismo mes, decía respecto al punto que
nos ocupa; «Art. 20. La Nadan se obliga á ma7ttener el culto
y Zas minist¡·os de la Religion católica. Art. 21. El piercicio
público ó p)'Ívado de cualquiera otro culto, queda garantido (~
todos los extranje¡'os ¡'esidentes en Espaíia, sin más limita-
ciones qlte las reglas universales de la moral y del derecho.-'-
Si algunos españoles p}'ofesasen otra'l'eligion que la católica,
es aplicable á los mismos todo lo dispuesto en el párrafo ante-


(1) Sin haber pensado en solicitar ninglma diputaeion, se me ofre·
ció la de un distrito eminentemente católico de parte de las personas
más autorizadas en el país; contesté que aceptaría, si se me eli-
giese sin tener yo que hacer nada ni escribir más carta que aquella
contestacion, en la cual dije que -si me eligen. entenderé que soy dipll-
• tado de la Unidad católica .... reservándome la libertad de habla.r y
-votar en todos los demas asuntos lo que juzgue más conveniente al
.bien de la religion y de la patria. conforme al Evangelio y á nuestra
• historia .• Al principiarse las elecciones recibí oh'a carta. pidiéndomr.
que me comprometiera á votar al rey que votasen los demas diputados;
á esta carta no cont~sté hasta despues de hecha la eleccion. Si me hu-
biese comprometido y salido diputado, habría debido volar á D. Amadeo
de Saboya, porque los demas diputados del distrito. ménos uno. le die-
ron el voto. Sin aquellas desconfianzas de última hl)ra. hubiera podido
lriuhfar toda la candidatura católica, pues tuve. á pesar dI) ellas. un
número considerable de votos; así salió elegido solo un diputatlo de di-
cha candidatura. por ser hijo de la ciudad y hallarse en ella.




,.


720 APE'IDICE.
rior. Esta redaccion no satisfizo á los católicos ni á los libe-
rales que no formaban parte del Gobierno, y en contra de ella
se presentaron las siguientes enmiendas:


«Siendo la Religion de la Nacion Española la católica,
apostólica, romana, el Estado se obliga á protegerla y soste-
uer por vía de indemnizacion el culto y sus ministros,» por el
Emmo. Sr. Cardenal Cue3ta, arzobispo de Santiago;-«Ar-
tículo 20. La Religion de la Nacion Española es la católica,
apostólica, romana. Art. 21. El Estado se obliga á man-
tener el culto y sus ministros,» por D. Cruz Ochoa:- «La
NacÍon se obliga á mantener y proteger el culto y los mi-
ui::;tros de la Religion católica que profesan los españoles. Pero
ningnn español ni extranjero podrá ser perseguido por su:;
opiníones ó creencias religiosas, miéntras no las manifieste
por actos públicos contrarios ála Religion ;» por }lendez Vigo.
Otros diputados propusieron que se añadiese á los articulos
del proyecto lo siguiente: «Ningllna Igle:;ia, corporacion ó
asoc.iacion religiosa, ni nillgun sacerdote ni ministro de nin-
guna relig'ion, podrán ejercer sobre los miembros y sacer-
dotes de sus religiones respectivas, otra jurisdiccion que la es-
piritual,» por el Sr. Suñer y Capdevila. Las Diputaciones
provinciales y los Ayuntamientotl quedan obligados á mante-
ner el culto católico y los ministros de ht misma Religion, im-
poniendo una' contribucion sobre los fieles,» por el Sr. Rubio.
'( El Estado se obliga á mantener el culto y los ministros de la
Religion católica, apostólica, romana, imponiendo al efecto
una contribucion especial directa á los que la profesen, y re-
caudándola con inaependencia de las demás que exijan las
cargas públicas,) por Garrido. «El E::;taclo renuncia al ejerci-
cio de las regalías,» por Estrada. No hablemos de las blasfe-
mias y expresiones sacrílega:; que algunos diputados pronun-
ciaron en las Córtes, ni de la constancia y lóg'ica con que los
diputados católicos defendieron las buenas doetrinas y nuestro
derecho, porque su relacion nos llevaría demasiado léjos. Los
(los artículos del proyecto fueron durante la discusion refun-
rlidos en uno solo, que decía: «Art. 21. La Nacíon se obliga á




721
l/mantener el culto y los Ministros de la Religioll católica.-
»El ejercicio público ó privado de cualquiera otro culto queda
»gamntido á todos los extranjeros residentes en España, sin
»más limitaciones que las reglas universales de la moral y del
»derecho.-Si alguno de los españoles profesasen otra reli-
»gion que la católica, es aplicable á los mismos todo lo dis-
»puesto en el párrafo anterior.» Este artículo fué aprobado
por] 63 voto,; contra 40 (1) en la sesion de ;) de Mayo; la
ConstitucioIl fué firmada en l. o de .r nnio y publicada el dia 7
en la Gaceta de Madrid.


án. A las exposiciones dirigidas por el Episcopado al Go-
bierno provisional en defensa de la unidad católica, siguieron
las de muchedumbre de fieles, fIue, á pesar' de lo débil de sus
es peranzas de ser atendidos, se apresuraban á dar esta mues-
tra de su fe, que en muchas partes exigía gran valor por los
peligros á que se exponían los firmantes. Es cierto que ni en
todos los lugares pudieron hacerse exposiciones, ni en don(lt~
se hicieron pudieron firmarlas cuantos lo deseaban; sin em-
hargo, subieron á millones las firma,; recogidas, y si éstas se
hubiesen contado como votos ó expresion de la voluntad nacio-
nal, la unidad católica se habría conservado. Sólo laexposicion
redactada por la Asociacion" de Oatólicos en l!:ypañ a reunió
3.448.396 FIRMAS procedentes de 10.110 pueblos; presen-
tóse á las Córtes el dia 6 de Abril por el Excmo. Sr. Obispo de
Jaen. Al mismo tiempo que estas exposiciones, hiciéronse en
m uchísimos pueblos funciones religiosas en desagravio á Dios
por las ofensas que su Divina Majestad recibia en las Córtes.


(1) SerlOres que dijeron '110: Iranzo, Es1rada (D. Gnillermo), Echeva-
rría, Arguinzoniz, Ortiz de Zára1e, Pardo Bazan, Vinader, BobarliJla,
Zabalza, Irasi, García Tarces: Ayala (l). Franci~co Juan de), AIeibal',
Ochoa de tllza, Diaz Caneja, ManteroJa, Ory , Duque de Tetnan. Mendez
Vigo. Cors y Guinard, Ochoa (D" Cruz), Vazquez de Puga, Alvarez Buga.
lIal, Santa Cruz, Cascajares, Igual y Cano, Ruiz Vila, Calderon Collan-
tes, Santiago, ~Iarqués de Santa Cruz de Agnirre, Elduayen. Merelles,
Cánova!; rlel Castillo, Rivero (D. José Vicente), Lasala, Bafl'í'irl), Gonzá·
ltlZ Marron • García Gomcz, Pino y Reig.




AÑO PRIMERO DEL RElNAD0 DE D. ALFONSO XII.


SUMARIO.-6 •. Resultado~ de la libertad de cultos.-61. Proclamacion de n. Al-
fonso.-61. Primeras disposiciones del Gobierno. -63. La prensa. -6<1. Prime-
l'as exposiciones p.lr la Unidad católica.-6$ Venida del Sr. Nuncio.-66. Reu-
níon de Notables ,-62' . Propaganda en favor de la libertad de cultos.-68. Pro-
yecto de los Notables.-69. Carta d"l Nuncio de Su Santidad.- 'JO. Los
periódicos la combaten ó defienden.


60. Los resultados producidos por la libertad de cultos
fueron desgraciadísimos. El dinero esperado de los judíos y
protestantes no vino; por el contrario, varios capitalistas y
comerciantes establecidos de ántes en España, en vez de lla-
mar á sus paisanos y correligionarios, procuraron poner en
;;egnridad el dinero que poseían. Más que la propaganda pro-
t.estante , única que se hizo, causaron daño las libertades que
:o<e tomaban las turbas para cometer toda clase de excesos con-
tra los cat6licos. Las leyes que fué preciso dictar atropellada-
mente sobre registros, enseñanza, contra el matrimonio, etc.,
para dar cumplimiento al artículo constitucional, llevaron la
perturbacion al seno de las familias cristianas hasta en las más
:'lolitarias aldeas. La clase eclesiástica en masa, muchos cate-
dráticos, oficiales, militares y otros empleados públicos, se
negaron á j nrar aquella Constitncion librecultista , á pesar de
qne por este acto se les dej6 cesantes, y dejaron de pagárseles
:·\I1S haberes. Los sacerdotes que juraron, fueron en número
menor que los que fueron asesinados 6 casi murieron de ham-
hre por no jurar. Muchas personas que nunca pensáran en to-
mar las armas, ni en afiliarse á los partidos militantes, fueron
:1 engrosar las filas de D. Cárlos, juzgando que era ya el único
medio de restablecer la Religion y el 6rden en España; no
pocas se fueron á las provincias del Norte, s6lo por huir de
los excesos revolucionarios. El dia 3 de Enero de 1874 se
apoder6 del gobierno un partido relativamente conservador,
que hizo algunas diligencias para reconciliarse con la Santa
Sede; pero no quiso 6 no tuvo tiempo para llevarlas á cabo.




APÉ"mCE.
61. El dia 30 de Diciembre de 1874 el ejercito acantona-


do en Sagunto proclamó á D. Alfonso XII, en quien de ante-
mano había abdicado su aug'usta Madre, deshaciéndose el
Gobierno republicano sin oponer ninguna resistencia. Creyóse
generalmente en los primeros momentos que con el trono se
restauraría la legislacion existente en 1868, es decir, la: Cons-
titncion de 1845 juntamente con el CO!lcordato de 1851, que
fijaba BU Beutido en lo tocante á la cnestion religiosa; empero
las esperanzas se trocaron en temores al ver en el primer Mi-
nisterio á hombre:'! que habían servido al Gobierno provisio-
naJ, á D. Amadeo de Sabaya y á la República, mientras que-
daban en el retiro aquelloB que bajo la pesadum ure revolucio-
naria habían permanecido constantemente fieles á la Religion
y á la dinastía. Los temores se aumentaron cuando La 001'-
J'espondencia de Espalia afirmó y desmintió en pocas horaB,
que compromiBos internacionales (que creemos no había) se
opondrían al restablecimiento de la Unidad católica. Por otra
parte, las capillas protestantes, qne permanecieron cerradas en
los primeros di as , volvieron á abrirse, y la misma Oorrespon-
dencia anunció el dia 11 de Enero que «el periódico cristiano
»(protestante) La Luz, fundado por D. Antonio Carrasco, )
»que había sido suspendido, continúa publicándose sema-!
»nalmentc, sin que en realidad haya dejado de aparecer:
»en una sola semana, merced á laB explicaciones verbales (
»que dió en el negociado de la prensa. Le darnos la' enhora-
»buena.» La desazon causada por estos indicios de las inten- \
ciones del Ministerio, se manifestó muy transparentemente en
la carta de felicitacion que los Prelados escribieron al nuevo
Monarca, aludiendo casi todos á la cuestion religiosa con de-
::;eos de que se resolvieBe }wonto y en sentido católico.
G~. Las primeras disposiciones del Ministerio no eran


tampoco á propósito para calmar la eomun ansiedad. En
circular de 2 de Enero á los Prelados decía que la procla-
macion de D. Alfonso sería «(el principio de una nueva era, en
»la cual se verán restablecidas nuestras bl}.Cnas relaciones
»con el Padre comun de los fieles, desgraciadamente intel'-




i24
»rumpidas por las injusticias y los excesos de 10s último~
»tiempos; se procederá en todo lo que pueda afectar á estas
»recíprocas relaciones con el consejo de sabios Prelados y de
»acuerdo con la Santa Sede; y se dará á la Iglesia y á sns
)JMinistros toda fa proteccion que se les debe en una Nacion
»como la nuestra eminentemente católica.» La Gaceta del (lia
10 publicó un decreto devolviendo á los Prelados lo,; bien e,; ele
que se les había despojado clespnes de la conmutacion del atio
1860; pero solamente los que se hallasen en poder rlfll Estado
.y no estuviesen aplicado8 Ú servicios púhlicos. La "'aceta del
(lía 11 publicó la carta de R/le,qo y encargo iL 108 Prelados para
que diesen gTacias á Dios y pidiesen por el Hey. Por decreto
(lel dia}5 se mandó pagar las obligaciones del culto y clero
(~onforme al presupuesto formado para 1870-71, diciéndose en
el }Jreámbnlo: «mas (~l Gobierno) de V. M. jnzg'a que es de-
»ber suyo, cumpliendo leyf's y estipulaciones solemnes que
),ílO pltedrm descrJl/ocerse, comprender df'sde luego en el a(~­
»tllal presupuesto los ('I'éditos necesario,; por los haherc,; del
);culto y clero, ete. (1).» Con fecha. de 22 del müallo mes se
<lecretó que «los hijos pr,Jcedentes de matrimonio cx.clusiva-
»mente canónico, cuya inscripcion en el registro eivil fue:-H~
»cornpetentcmentc solicitada, sean inscritos como hijos legi-
»tirnos siempre qne se haga eonstar legalmente el matrimo-
"nio de suspadr<'s.» Disposiciones reparadoras, pero incomplc- (
tas, en las cuale" se veía el deseo de no heril' la susceptibili- ,
c1ad de los revolucio?arios ¡" el cn~rlado_ d: no cO,l~prometel'se )
en nada para lo vemdero respedo a la ~hmlad eatohca, que era !
d punto fundamental de todo.


63. La prensa, qne snele ser expresioll de los propósitos y
opiniones de lo.~ partido,; políti~o,; , ya que no de la univerSH-
lielad del país, se hallaha en \lIla situacion singular. Lo,; dia-


Cl) Con este deCl'eto á la vista decia El Pueblo: .El Ministerio Cáno-
'vas no se ha atl'cvirlo conlJ'a la 1 ibertad de cul tos, pero en cambio con-
'1\igna 166 millones de reales al aiio para sostenimiento del clero cató-
.lico,>




·\PÉ"I}'CE. i2iJ


ríos antígnos (lIH~ en 18G9 habían defendido hríllantemente la
Unidad católica, estaban suprimidos desde principios de 1874
y no era fácil crear otros nuevos. Los periódicos de oposicioll
revolucionaria, qne atacaban al Gobierno por toda medida re-
paradora, manifestaban gr'ande confianza de que la liberta(l
de culto.,> sería cOlHlervada. Entrél los periódicos ministeriale,.;
lmhín dos tendencias claramente distintas: la de los revolncin-
narioR hechoil alfonsinos el dia del triunfo de D. Alfonso, y la
(le lo,.; fple le hahían defendido durante el período revolllcin-
llario. Los primeros apoyahan las COMjl1 istas 1'evolucionari(ls
y principalmente la lihertad de cnHO.3, queriendo limitar 1n
restauracion á la forma monárquica y ú la dinastía; los otro:,
abogaban por una restauracion más ámplia , pero Re vió dolo-
rosamente fllle aflojaban en la defensa de la Unidad católka
lo,; llli:4l1lo,; que me8es ántes la sosbníall con elocuencia y
gran copia de razone,;, las cuales ahora se volvían contra ello . ;.
l)efendi('ndo lo::! intereses religiosos aparecieron El Porveni1'
cristiano y El 001'reo de 3fadrid, qne fneron de poen dllrcl-
(~ion , y Lrt Itspaii (t Católica. Este, fundado en J nlio delaiio an-
terior, estaha escrit.o por algunos redactores del suprimido
Pensamiento Español y los jóvenes que ell 18Gfl hahían fun-
lIado La Or1{Z(ula , unidos para defender á la Religion contra
los emhates revolucionarios, haciendo abstraccion en el pe-
riódico de las opiniones que cada uno en particular profesa8P
respedo á las cuestiones meramente políticas: cambiada la si-
tuacion con el restablecimiento del trono, alguno de los re-
dactores de La llspafía se retiró; pero los demás, firmes en su
primitivo intento, emprendieron una campaña vigorosa en fa-
vor de la Unidad católica, que les valió el aplauso de altas
autoridades eclesiásticas, la hendicion de Su Santidad.y la"
iras de los librecultistas de opo,;icion ó ministeriales, que les
acusaban de carlistas y perturbadores de la restauracioB;
miéntras algunos carlistas no ocultaban su disgusto de qne
hubiese un periódico defensor de la Unidad religiosa no afilia-
do al partido. En Marzo de 1875 apareció III Siglo Futuro,
qne defendió tambien la Unidad católica, pero más bien qlle




-,'.


"' .
.. .. ~
~'"




726 AP~;\'DTCF..
en el terreno político, en que era combatida, en el filosófico y
con autoridades sagradas; con lo cual pudo evitar la supl'e-
sioll (1).
6~. De estas circunstancias, algunas inesperadas y otras


a primera vista contradictorias, nació en los ánimos cierta
vacilacion , q ne se manifestó al tratarse de dirig'ir exposicio-
llP:i en favor de la Cni(lad, como se había lH~cho en 18;);) y
lH69. ElltnjJaJ'cial decía á últimos de Enero: «Pareee (lue va-
)Jrias seiloras de la aristoeracia estan firmando, con el pro-
)Jp:Jsito de elevarla á S. M., una exposicion, á cuyo texto He
),1(· atribuye sig'uificacion político-relig-ioHa. 'ram bien parecl~
»)que una distingllida dama, a quien le ha sido presentada
>Aieha exposieion para que la suseribiesc, se ha negado á
»hacerlo, fundada en respetables consideraciones.» EHte suel-
to r,~trata perfectamente el estado de perturbacion en los espí-
ritnil hasta que los campos quedaron deslindados.


El primero que pidió la Unidad católica fué el Sr. Obi¡,;po
(le Jaell en exposieion que en 2;) de Febrero dirig-ió al Rey,
«pn demanda de que se restablezca la Unidad católica en los
»)dominios de España eonforme á las tradiciones seculares de
¡)la Monarquía, y en satisfaccion del voto general de los espa-
),ñoles;» decía el ilustre Prelado que «filé votada la libertad
);(le cultos en dias azaro¡,;os y turbulentos,» pintaba los desas-
tr.'s que hahía causad;), y añadía: «El pueblo católico espera
)¡("on ansiedad indecible salir de :;emejantes angustias de espí-
);l'itu, muy convencido de que S. M., Hey católico, decretará
»sin demora y en la forma conveniente, la justa medida que
>,E,;paña suspira ver realizada ... No se pide con esto ning'un
»g¿)IlCrO de proscripciones, sino desagravios que desvanezcau
)en este punto el general descontento.-¡ Señor! Tenga V. M.


¡ (1) El Gobicrno que trató con un rigor extremado á La Elpaña Cató·


{
lira suspendiéndola varias veces hasta suprimirla. dejó en paz á El


,


': Siglo Futul'o; lo cual indica que. áun estando en guerra civil. temía más
" la r!pfensa vigdrosa y exclusiva de la Unidad católica h()cha por La Espa"


fUI. f¡tlC la defensa de la misma Unidad. segun la hacía El Siglo. Es un
dalo import~nte pal'a la historia del gohierno y del tiempo.




A PÉ:\DTCR. 727
»la gloria de haber re~tablecido en España la enidad católica.»
Es probable que los demas Prelados hubieran dirigido ana-lo-
gas exposiciones, si la suspension de mes y medio impuesta á
La España Católica, que publicó la del de Jaen, y las medidas
tomadas por el Gobernador civil ele esta provincia con el Obi~­
po no les obligasen á guardar cierta reserva. La Junta supe-
rior de la Asociaci,m de Católicos, pidió la Unidad en una ex-
posicion de 25 de Febrero (1). Con fecha de 23 ele Marw (2)
dirigió la suya el Excmo. Sr. Obispo de Canarias, diciendo:
r< ••• Me perimadí desde luego que inmediatamente ostJntaría
» V. M. su catolicismo restableciendo la Unidad c¡ltólica ... Como
»veo que se demora ese solemnísimo desagravio que se debe
»ú nuestra santa y divina Religion , por el cual suspira la ma-
»yoría inmensa del pueblo español; con el respeto debido, me
»llego á los pies del Trono para rogar encarecidamente á
» V. M. que ... se re.~tablezca luego ese punto capital del último
»Concordato.» Con ocasion de la propaganda protestante que
se hacía, el Excmo. Sr. Ohispo de Cádiz hi7.0 otra expo:licioIl
en (i de Abril, pidiendo tambien á S. M. el restablecimiento
(le la Unidad religiosa. En 4 de Julio hizo lo mismo el Obispo
de Caria (3).


6;;. Habiéndose comenzado á hablar de reanudacion de
relaciones con la Santa Sede y de la venida de nuevo Nuncio
en España, todas las esperanzas y los temores se fijaron en
este punto, juzgando que el representante del Papa no ven-
dría, si las cuestiones religiosas no estuviesen arregladas pré-
viamente ó en camino de inmediato arreglo. Llegó el Nuncio,
el piadoso Mons. Juan Simeoni, á 28 de Abril; y contra lo que
habían anunciado algunos periódicos ministeriales, fué reci-
bido por parte de las autoridades con una modestia que con-
trastaba con la suntnosidad desplegada en otras ocasiones


(1) Bspaña de 21 de Enero de 1li7tl.-Para los que deseen lerr las ex·
posiciones, citamos los númel'os de La España y del SiglO,


(2) Lft España Católica en 19 de Mayo.
(:1) Espftña de H; de Febrero de 1876. Siglo del iR.




análogas. Yisitáronle mucl1as comisiones de las socicrlades ca-
tólicas de Madrid, pidiéndolo todas unánimemente q ue recaba:5(~
elel Gobierno el restablecimiento legal de la Unidad católica,
y S. E. contestó instando á los solicitantes á hacer por su
parte todo lo posible con el mismo fin (1). El dia 3 de Mayo
~Tons. Simeolli, recibido eH audiencia solemne por S. 1\1., dijo
al ney: '( ... En cuaute> á mí, no dejaré en mi pequeliez de dil'i-
),g:ir tOflos mis esfllerzos á promover intereses tan preciosos I
» y yitales, así para la Iglesia, como para esta católica ~Ioual'- !
J, fpúa , que no pue<le tener joya más hrillante para sn corona,
),ui base más sólida para su trono, qne la única Religiou que
;,811 otro tiempo la elevó á tanta gloria y á tanta grandeza.»
El Rey contestó: «Católico yo y católica mi patria, faltábanos
»il ella y á mí lo qne yenís á traernos, una prueba del afecto
Hle Su Santidad á mi persona y á mi familia, y la huena ar-
¡,monía entrp mi Gobierno y la Santa Sede, qne tanto ansiaJm
),collmigo la Nacion Espaliola.» Sahiendo que estos discur,.;os
solpmne8 se consultan mútuamellte lÍntef' de prollunciarlos, j
se ve el cnidado con que de,.;de el principio el Gobierno evitaba!
fran(! uearse respecto <le la cuestion principal.


06. De los hechos referidos se desprende que la situacíon
riel G-obierno, oblig·ado á defender el trono de ll. Alfonso y rc-
,.;uelto ó inclinarlo ú legalizar la libertad de cultos, no era ha-
lagüelía. Enfrente tenía ú los republicanos que no querían el
trono ni la Unidad católica; á los carlistas, que querían la TTni-
(lad católica, pero con D. Cárlos en el trono; y á los antiguos


(.i) I-Iabir,ndo formado parte de varias comisiones. puedo asegurar-
lo; per'o Rrlemás consta Jlor los periódicos. E/Imparcial deda I'n 1\ de
j[ayo: • El ~uncio tle Su Santidad manifestó ayer en un acto de carácter
n oficial á varias personas notables que le visitaron, el vehemente deseo
.abrigado por el Vaticano de que se rr,stalJlezca en España la Unida(l
,católica. é hizo además algunas indicaciones muy transparentes sobre
ola conveniencia de recabar en fa VOl' de la autoridad pontificia alguna
,de las regalías de la corona . • -El Diario Español, ministeJ"Íal. dijo: • Lo I
'11llfl importa es que el Gobierno no acceda, como creemos no accederá
;;á. ~enl(~jantes pretensiones, dado caso fIue el Nuncio las fOrlTIule., ~




isabelinos, ántes llamados neo-católi~os, fIne fieles á los j llra-
mentos hechos á Doña Isabel Ir, veían en D. Alfonso á su le-
gítimo sucesor, pero querían la Unidad religiosa. A su lado e..;-
tallan gran parte del partido unionista, una parte menor del
partido moderado, y los hombres avanzados que se declararo!!
monárquicos al triunfar la monarquía; pretenJiendo cada uno
de estoil grupos conservar sus antiguas ideas y realizar prop6-
tlitos que no convenían con los de sus compañeros. Le era, por
tanto, urgente u~lÍr esto:> elementos en un haz y buscar un
símbolo, siquiera vago y mal definido, que pudieran abrazar
todos; á cuyo fin fueron convocados para el 20 de ~rayo en el
palacio del Senado, compareciendo 341, que con 238, que se
adhirieron, formaron un total de 579 Notables adictéls. NOlll-
hróse en la primera sesion una j unta de 39 indivíd uos, encar-
gada de formular la::; ba::;es de una legalidad COIllUll: trabajo
que la ca misio n encargó á su vez á una subcomision de nueye
indivíduos. Atendiendo á que la inmensa mayoría de los cntú-
licos amantes de la Unidad se abstuvieron de coneulTir al Se-
nado y no tu vieron, por consig'uiente, represelltaeioll en la,,:
cOIIli~>Íones, pudo teltlerile de:>de luego un fatal resultado de
todas estas diligencias. Por esto, el Excmo. Sr. Obispo de Co-
ria recurrió en 4 de J nlio á S. ~l., exponiendo los males de 1 a
libertad de culto:> y la obligacion de volver á la Unidad.


fn. Los trabajo" de la subcomi"ion duraron dos me"e:>,
g'lHtrdandose acerca (le ello:> una re:>el'va desaco,,;tumbmda Cl!
tales juntas yen tales U8UutOS. Miéntras tanto ,,;c ponían en
práctica todo,,; lo,,; medio:> para ganar pro:>élitos á la libertall
(le culto:>, consistiendo uno de ellos en la propaganda perio-
dítltica. El Pneblo clasificar¡.do en 2 de J nlio á lo,,; periódico.~
de Madrid, decía: «Periódico:> que defienden la libertad reli-
»giosa: La Bande1'{{ lúpaTiola, 81 hnpaJ'Cial, El lJi{{rio 88-
»})({iIo!, La Politica, El Popular, El Perro GJ'({¡tde, 81 801-
" feo, La Ibe?'út, L{t .EpON{, La. P}'ens(t, La Pah'üt y El·
»Pueblo. Total 12.-PeriÓdicos que defienden la intolerancia:
»Et Siglo Futuro, La Aspaña Católica, El Bco de Bspaña ,\"
»El Pabellon Nacional, Total 4.-Dud~tlo: El Tiempo.), Con




730 .\PÉ"DlCE.
razonl'espondía La España el dia 3, que el argumento sería
más concluyente suprimiendo á los cuatro periódicos unitarios,
l~omo se había suprimido á los antiguos; y, en efecto, el día
9 fué suspendido por quince dias el valiente adalid de la U ni-
dad católica que así hablaba; el dia 19 lo fué por igual tiempo
su colega El Siglo J?Ut1lrO; el día 23 La España Oatólica fué
suprimida definitivamente. En estas circunstancias la ansiedad
de los católicos era grande, mereciendo sus esfuerzos que el
Sumo Pontífice, en un discurso dirigido á la nobleza romana el
dia 21 de Junio, dijese estas notables y honrosísimas palabras:
ESPAÑA, E" ~mDIo DE LAS DIFICULTADES QUE LA RODEAN, PIDE
CO~ FIRMEZA y CO","STANCIA LA UNIDAD CATÓLICA. Sin embarg'o,
esta firmeza y constancia que realmente existían, no apare-
cían en actCls públicos de general entusiasmo, capaces de im-
poner ó contener á los librecultistas; ¿,por qué'? porque las me-
didas con los periódicos unitarios, con los Boletines Ecles¿ás- ,
ticos, y otras tomadas por las autoridades quitaban la libertad á (
las personas tímidas; porque otras personas se excusaban con
el temor de una catástrofe nacional, si cayese en aquella sazon ?
el Gobierno, wya marcha religiosa reprobaban; porque algu- )
nas creían que serían bastantes la actitud resuelta y las razones;
del representante del Papa y de los Obispos; y porque otras)
confiando en el triuufo de D. Cárlos tenían por excmmdo y áun /
l>€ligroso acudir para nada al Gobierno. )
6~. A 12 de Julio la comision de los :39 celehró su seg'un-


da sesion para oit' el proyecto constitucional de legalidad co-
llllln elaborado por los nueve señores de la subcomision. El
artículo 11 relativo á la Religion decía: «La Nacion se obliga--)
»á mantener el culto y los Ministros de la Religion eatólica,
»que es la del E,;taelo.-Nadie será mole,;tado en el territorio ¡


, »español por ws opiniones religiosas ni por el ejercicio ele ,;u i
»)respectivo culto, salvo el respeto debido á la moral cri<ltia-l
)>lla.-No se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni \
»)lnallife,;taciones públicas que las de la Religion elel Estado.» }
-El SI'. Marqués de COl'vera y el Sr. Casanueva sostuvieron/
\:on gTan copia de razone,;, que no fueron atendida,;, la COIl-




APE:\DICE.


\'eniencia de restablecer en vez de este artíeulo, 0,1 correspon-
diente de la Constitucion de 1845 (44), segun se le entendía
ántes de la revolucion de 1868. El Gobierno declaró suya en
cierto modo, la fórmula dell)royecto, motivando la suspemüoll
á El Siglo FUttt1'o, en que «considerando que los ataques for-
»mulados por El Si,r¡lo F1f,tu,ro contra los defensores de una
»determinada constitucion se dirigen claramente contra t'l
»)sistema político que rige en Espaila.» La supre::;ion de La ,h's-
paFia Católica se fundaba en que sus actos censurados consti-
»tuÍall verdaderos actos de cooperacion, cuando 110 de compli-
»cÍdad con el enemigo:» de suerte que vino á ser suprimido
legalmente por carlista el periódico que hacía profesion de no
pertenecer á ningun partido político y al que los carlistas mi-
raban por lo mismo como alfonsino. El artículo 11 presentarlo
por la subcomision fue aprvbado sin IllodificacÍon sustam:ial,
el dia 22 por 23 votos contra 8, que fueron de los Sres. Mon,
Carramolino, Marques de COl'vera, Moyana, Amorós, Uasa-


, nueva, Pidal y Guendulain, Luego dijeron los periódicos mi-
nisteriales que el artículo había sido consultado previamente
con el Gobierno y aprobado por todos los Ministros.


69. Dos periódicos ministeriales, La Epoca y 1sTl IJiaTio
ES'jJañol, sorprenrlieron á los católicos en 9 de Agosto, anun-
ciando el primero con referencia «á respetabilisimos persona-
jes representantes de Su Santidad en Europa,» y el 8egulldo
('011 referencia á informes autorizados «que ha sido perfeda-
),mente recibida en el Vaticano la redaccion dada al artícll-
)¡lo 11 del proyecto cOll8titucional.» Aunque esta noticia apa-
recie::;e tan autorizada, al dia siguiente L(t (Jorrespondenci{l
hubo de atenuarla; pero sirvió de tema á los periódicos tra-
yendo y llevando el nombre de Su Santidad con modos !lO
siempre convenientes. Ni bastó á contenerl08 el afirmar Ni
Paoellon Nacional del dia 14 de Agosto qne lo asegurarlo por
los ministeriales no era cierto; dando á entender que hablaba
informarlo por el Sr. Nuncio. Llegada á Roma por telégrafo
la noticia de lo que aquí pasaba, el Cardenal AntoneIli, mi-
uitltl'o ue E::;tado, llamó al Embajador espaiiol para decirle qn~




732 .\PE"IHCE.
lo puhlicado por los periódÍ<.:os ministeriales no era verdad, y


" dirigió al Gobierno español en nombre de la Santa Sede, por
medio del mismo Embajador, un despacho, haciendo ver que
el proyectado arto 11 de la Constitucion destruía el l. o del Con-
cordato de 1851 y los 2. 0 y 3.° que son consecuencia
ele aquél. El último párrafo del despacho pontificio decía:
« y no se eche en olvido que el desconocimiento que los go-
), hiernos anteriOJ'es' hicieron de su unidad religiosa fué una
»)de las causas de la guerra civil que se sostiene todavía en
))algnnas provincias del reino. Por todo esto, y en vista de las
> tristes cOllsecnencias que se han insinuado, la Santa Sede
»ha creido un deber :-luyo e:-ltrechísimo proponer á la cOllside-
)) racioll del Gohiel'llo español estas breves cOllsideracione:-l elll-
»)peñándole á no permitir la introduccion del arto 11 en el1'e-
),petido proyecto, porque de otro modo podría eomprometer la
»tal! deseada armonía eutre la Santa Sede y el Gobierno espa-
),ño1.» De e:-lte de:-lpacllO "e envió copia al Sr. Nuneio con 61'-
<lPll de darlo á conocer á los Obispo:>, como lo llizo por carta-
circular de 25 de _\g'osto, «á fin de que sirva de norma á V. S.
)~ para apreciar la importancia con que mira la Santa Sede tan
»grave asunto.»


, O. Contra la eil'culal' del Nuncio publicada por 108 perió-
dico:> liberales en los dias 1:~ y 14 de Setiembre, se levantó Ulla
p;ran polvareda, sO:-lteniélldose por aquéllo:> que el despacho
(lel cardenal Antonelli no podía haberse circulado sin obt~ller
el Pase regio. Hasta El Impa)'ciat, cuyos amig'os habían dero-
gado con el Códig'o penal de 1870 las leyes antiguaR Robre e:-;te
}Junto, escribía: «Es antigua prel'ogativa de los Monarcas es- ;
»)pañoles que el Papa no pueda comunicar libremente en cier-I
;;t,a,.; materias con los Obispos y Arzobi:::pos del reino 8ill <{ue el
),docnmento circulado á 10:>ll1ismos obtenga el Placetde S. :M .);
E:>to dijeron tambien los periódicos ministeriales, dando á en-
1,~llder así la intencion <le j untar la libertad de cultos modcr- \
na con elregali8mo de la Monarquía antigua, permitieIl do por·
la libertad de cultos que se atacase á la Iglesia, sin dejarle por
el Pase regio la libertad necesaria para defenderse. El Pabe-




APÉ:fDICE. 733
llon Nacional dijo algo en defensa del Nuncio y del despacho;
pero todos los demas periódicos le combatían ó callaban, hasta
que el dia 20 El Siglo Futt(}·o comenzó una serie de articulos,
debidos á la pluma de D. Juan Manuel Orti y Lara, habiendo
dado por razon de su silencio, «la modestia y parsimonia y
prudencia verdadera» que se había impue6to , sobre todo des-
pues de la snspension sufrida en Julio anterior. No era inútil
la prudencia, pues las autoridades que daban tanta libertad á
los impugnadores, la limitaban extrañamente á los que defen-
dían (1); El Pabellon Nacional fué el dia 21 suspendido por
un mes.


(1) En prueba de esto añadirémos lo siguiente: Habiendo oido en la
tarde del dia 14 a personas respetabilísimas lamentar la supresion de
La España Católica para responder á 108 periódicos liberales. y viendo
por la noche que El Siglo Futuro no decía todavía nada acerca de
cueslion tan importante'- fuÍ el dia 10 á instar á mis amigos los redacto-
res á que la tratasen, quienes me dijeron tener órden del Director de no
decir nada por temor á una suspension; sin embargo, el16 pOI' la tarde
vino uno, de parte del Director, á invitarme á escribir algun artículo,
como lo hice inmediatamente. El 17 St~ lo llevé á la Redaccion. y dicién-
dome que no podía insertarse, porque el Director escribiría sobre el mis-
mo asunto la serie que comenzó á publicar el dia 20. envié el mio á la
excelente revista La P1'opagandll Católica de Palencia, que lo publicó en
su número del 2~ de Setiembre; pero suprimiendo de órden del Sr. Go-
bernador civil las líneas que van entre paréntesis y con letra bastardilla
á continuacion:


»LA CIRCULAR DEL SIL NUNCIO DE SU SANTIDAD •


• 1. Si hubiésemos de apreciar la importancia del suceso. en cuyo
nexámen vamos á ocuparnos, por la que le han atribuido casi unáni-
.memente los periódicos de lladr-id, habríamos de creer que es COS,t
'muy rara el que el Nuncio de Su Santidad en estos Reinos escriba car-
.tas á los Sres. Obispos ,ó bien que la carta de 25 de Agosto envuelve la
• gravedad de una Bula de excomunion, de la anulacion de los privile-
.gios otorgados por la Santa Sede á la corona de España ó de otra medi-
·da extraordinaria; plles tal ha sido la polvareda levantada en el cam-
• po de la prensa y tal es la afanosa precipitacion • la ligereza en formar


47




AÑO SEGUNDO DEL REINADO DE D. ALFONSO XII.


SUMARIO.-~I. Declaraciones librecultistas del Gobierno. -~ •. Manifiesto de
los No~ables.-~II. Inst"urciones episcopales par-a las elecciones á Córtes. -'C.
Exposiciones a~. M.-'5. Exposiciones de los Arzobispos y Obispos sufragá-
neos. - ~8. ~xposiciones de los tieles. -,~. Apertura de las cortes.-'8. Ins-
tancias de los Obi.,pos a lo~ lieles a presentar exposiciones.-'rft. Exposiciones
de los Prelados á las Cortes. -80. Ex;)osiciones de los pueblos.-81. Observa-
ciones sobre ~llas.-8'. Celo de Su Santidad por España.-8a. Sus Breves al
Cardenal Arzobispo de Toledo y al Arzobispo de Valladolhl.-8C. Discusion del
arto 11 de la Constituclon ell el Congr"so.-83\. Su votaclon.-80. Su discuslon
y votacion en el Senado.-"". iQue debemos hacer ahora los católicos!


".. La G(tceta de 1." de Enero de 1876, publicó un de-
creto convocando la ~acion á Cortes para el dia 15 de Febrero,
precedido de una larga exposicion firmada por todos los Minis-


.juicio,~, y la preocupacion revelada en citas equivocadas y en aulori-
,dalics contra prodncentes con que algunos colegas han obrado en esta
.ocasion, que diticilmente hubieran podido hacer más, si se tratase
.realmente de una ruptura violenta de relaciones ó de algun entredicho
"general.


,Sin embargo, la cosa es muy sencilla.
• Probemos ante todo á hacel' una bl'eve exposicion de los hecho~.
• Dhcutíase en Espaüa con ll1á~ ó ménos calor! buen discurso y abuu-


,dancia de razones sobre el artículo 11 del proyecto de Constitucion vo-
,tado en la reunion del Senarlo, que e~tablece en España, dentro de los
"imites pOI' el mismo ar·tícu!o señalados, la libertad de CllltO~, (qne
.ningun católico ¡mede admitir, sino como un mal que se haya hecho
.inevitable), cuando en mal hora se le ocurrió á un pel'ióclico afirmar
-que en el Vaticano no se hacía oposicion al artículo 11 constitudonal
.de España. Pocos de nuestros lectores habrán olvidado los térm ¡nos con
.que se hizo dicha alirmacion.


• Esta noticia modificó de lal manera la situacion de los combatien-
.tes, que hubo un periódico grave que se pasó á handerasdesplegadas al
• hando opuesto. sosteniendo lo contrario á lo que había hasta entónces
• sostenido, sólo, segun lllanife~tó, para estal' en donde estaba ell'adre




APE~DICE. 735
tws, en la cual decian : « Y por lo que toca á las elecciones,
»solemnemente declara aquí que ningun ciudadano será pri-
»vado del ejercicio del derecho que hoy disfruta, sean Glbales-
»qttiera SltS opiniones, que nadie le ha de preguntar cuando


.Sallto. La zozobra fLlé no pcqueña entre los defensorcs de la Unidad ea-
-tólica. • áun dudando de la verdad de la noticia publicada con todas la~
.apariencias de autenticidad; pero la satisfaccion de los Iibre·cullistas
·fué inmensa. pareciéndoles. nó sin razon. qLle", tratándose de u na
• cuestion religiosa, una palabra del Sumo Pontífice valía más para los
'católicos que lodos los argumentos de La Epoca y de El Diario Espatiot .


• Si fuese preciso, recordaríamos los artículos y sueltos en que di-
.chos periódicos y sus colegas hablaban de la autoridad pontificia y de
.la obligacion de los católicos de segLlir el parecer de Pío IX , escritos en
.sentido muy diverso dd que emplean en estos dias .


• No pudiendo Roma permitir que se propalasen á mansalva aquellas
.noticias ;quc en primer lugar eran (alsas. en segundo lugar calumnio-
·,as. yer. tercer lugar ocasionadas á producir dudas y escándalos, hubo
·de manifestarlo paladinamente para de(ensa de su buen nombre y de
·los (u eros de la verdad, ftsí como) y para restablecer en los términos en
'que ántes se hallaba, la lucha entre los dos bandos españoles .


• Para lo cual parece que el Emmo. Cardenal Antonelli pasó una co-
• rnunicacion al Embajador d(l España en Roma, diciéndole con toda
.franqueza el punto de vista desde el cual Su Santidad mirata la cues·
• tion y el juicio que acerca de ella tenía formado .


• ~Ias este paso justo y legítimo, que habría bastado traLándo~e de una
.negociacion diplomática entre ambas supremas potestades, era insufl-
.ciente para calmar la ansiedad producida (por noticias (alsas) entre bs
• católicos y dar á conocer á todos la opinion de la Santa Sede. Habién-
·dose el conflicto creado extra-diplomáticamente, no es ext,'año que
.para salvarlo no bastasen las fórmulas diplomáticas; y ciertamente
.podía servir de poco una nota reservada al Embajador; si miéntras
.tanto los periódicos, dándose aires de autorizados, podían continuar
.escribiendo en sentido contrario al de la nota .


• Además el 'Padre Santo no es un soberano como los otros: Beva
·ante todo los títLllos de Vicario de Cristo, cuya gloria ha de velar, y de
• padre de los fieles, cuya salvacÍon debe procurar. descubriéndoles lo"
.lazos del error y enseñándoles la verdad por cuantos medios Dio~ ha
'puesto en su mano .


• Por estos motivos, ó por otros que tal vez ignoramos, el Emmo. Se-




APÉ~DICE.
»deposite en la urna el sufragio. A ningun ciudadano se ha


I
»ue negar tampoco su condicion de elegible, siéndolo actual-
»mente. Lo único q1M ha de impedir.el Gobierno es q1te se de-
»elare nadie rebelde ti la J.1fonarq'uia constitllcional.» Quedaba,


.ñor Cardenal Secretario de Estado de Su SantiJad creyó conveniente


.participar á su I'epresentante en Madrid, y por su medio á los Obispos


.españoles. los pasos que en noma acababan de darse. con cuya noticia
·Ia verdadera opinion del Padre Santo fuese conocida (y cesase la in-
o quietud de las cOllcieitcias en una cuestivn que. mírese como se mire. y
-llámese como se llame, las afecta p¡·ofnndamente) .


• No sabemos hasta qué punto merece el concepto de nola diplomáti-
.ca un aviso del Pastor Supremo de la Iglesia á los demas Pastores 105
• Obispos sus hermanos. participándoles su modo de pensar y lo que ha
• hecho sobre un punto importante del gobierno eclesiástico; aviso ó
·nota que no hace referencia á ninguna negociacion pendiente. sino á
• una I'eclamacion hecha por el Sumo Jerarca católIco á un Gobierno ca-
• tólico, (en CUIJos dominios la verd,ld era tergiversada con dario de la
.misma verdad); pero áun suponiendo que hubiese negociacion, lo cual
• no se deduce de los documento~ • y que la carta del Cardenal Antonelli
• fllese una verdadera nota diplomática, ¿ de cuándo acá no- es lícito á
• los Gobiernos. á los ~Iinistros de Estado y de Negocios extranjeros. co-
.municar á sus representantes la marcha de las negociaciones pendien-
• tes, á cuya conclusion han de contribui r naturalmente, y enterarlos
.del pensan'íiento suyo para que coadyuven con conocimiento de causa
·á su realizacioll? Si esto no fuese licito ¿de qué servirían los Embajado-
·res ó Nuncios? ¿qué oficio sería el suyo?


.Lo que en esla ocasion ha hecho ell\linistl'o del Papa suponemos que
,lo habrá hecho otras muchas veces con el Nuncio de España y con los
• de los demas países. y que lo harán nuestros Ministros y los de todo el
• mundo con sus representantes en las Córtes extranjeras. j Qué! ¿ Acaso
·en este mismo asunto no hahrá escrito el Ministro español al Embajador
• en Roma los adelantamientos que haeía en la opinion pública el art. 11
.del proyecto constitucional y lo que el Gobierno opinaba en cada caso?
» y el Embajador español en Roma ¿no lo habrá comunicado segun lo haya
,juzgado conveniente. á los demas empleados de la embajada obligados
.á ayudarle á hacer que prevalezca la opinion del Gobierno?


.Por consiguiente. no vemos hasta aquí nada extraordinario é inn~i­
• tado para llamar la atencion y excitar el celo ministerial de los periódi-
-cos. como la carta del Sr. NUi1cio lo ha hecho .


• 8mpero o un Obispo español ((jne '/lO lo es para dl!{ender la entrada




APÉNDICE. 737
pues, reconocido el derecho de elector y elegible para los in-
fieles y heterodoxos, con tal que no se rebelasen contra la
Monarquía constitucional; negado dicho derecho solamente á
los partidarios del gobierno absoluto y del republicano. Más
claro todavía explicaba sus propósitos librecultistas el Gobier-
no, declarando suyo el pi'oyecto de los Notables por estaa pa-
labras: «Por dernas es sabido que, con su conocimiento y
»acllerdo, tuvo lugar en el Senado numerosísima reunion de


·de In hel'ejín en ICspañn. sino pum de(end~l' In ReUgion t1el'dadcm),
-viendo sin duda á sus diocesanos participar de las dudas geneI'ali)s que
.habían engendrado las equivocadas noticias de los periódicos. acerca
.!le las opiniones de Su Santidad. creyó deber participarles cuáles son
• éstas y hé aquí el origen inmediato del alboroto. Un corresponsal. que
.por lo vísto no conoce la nomenclatura de la curia romana para dig-
.tinguir cntre una carta del Nuncio y una Bula dell'apa. se apresura á
·escribir á su pcriódico que el Obispo de Cádiz ha predicado una Bula
.cont.ra la libertad de cultos. y (como casi todos los diarios que se puuli-
-can hoy en Jladrid son librecultístas , todos salen al campo, enristrada
.ln valiente pluma. para de(Mder lo que miran como una conquista de
.los tiempos modernos. la libertad de cnltos amenazada nada méllos que
'}Jor lns palabras de un anciano Obispo y una supuesta Ruln pontificia) .


• Tal vez habrá contribuido á esto la escasez de asuntos sobre que
.escribir con libertad. en que los periodistas se encuentran actualmente
-por efecto de las circunstancias públicas .


• De todos modos nos parece que algunos habrán recordado involun-
.tariamente las batallas de los molinos de viento y de los carneros .
• cuando, pasada la primera impresion. hayan p.xaminado el eampo con
.ánimo sereno .


• ;lIas.en el ataque, que no se puede llamar polémica, se han vertido
.ideas y afirmado hechos • que merecen y rl(~ben ser contestados para
• dejar cada cosa en el lugar que le corre~ponrfc_


-Esto será objeto. Dios ll1p.diante. de otro artículo.
FRANCISCO DE ASlS AGUIL.\II.


El artículo 11, que remití tambien á La Propaganda. estuvo ya
compuesto. en prueba de lo cual conservo las galeradas impresas; pe,'o
no pudo publicarse; hasta se prohibió publicar en dicha revista un sucl-
to bibliográfico sobre mi opúsculo El Pase regio.




;'


738 APÉNDICE.
l/antiguos repl'csentaate;:; del paí::;, la cual designó una comi-
>/síon, que ha trabajado con fruto en preparar solnciones COll-
»ciliadoras para los problemas constitucionales. En esto último ,.
»tambien ha intervenido eficazmente el Gobierno, y se 7talla~
»en un todo conforme con el proyecto de la comision rcferida.» ¡
A los católicos no carlistas ni republicanos, sostenedores de la
Unidad, que durante un año habían trabajado para hacer pre-
valecer su creencia, el Gohierno les contestaba en el mismo
preámbulo al decreto: « Sin llegar á lo que pretenden ciertos
);monárquicos, para el Gobierno muy rcspetables por su vivo
;,amor á la dinastía, que, ó~<?.:-i?.~~~.a práctico, ó tendría que
)¡;:ler la inmediata renovacion de las causas criminales y las
-~ - . -"---...-- ~'-... "-


»)p~.l2'..eeuciones administrativas por puros motivos de fe, cosa
»ull~nimemente abolida y condenada ~.J2.~_p.aíses c~~ltºs, el ;
»Go]]ie.rno. d~ V. M.debe declarar con franqueza, y á fin de'"
»~, no ignoF.á~dolo, pUedaJ1.definir su propia actividad~
»así los amigos fieles como los adversarios desembozados y ,
>;leal~s, qu~será muy cOliservador, aunque siempre libe~al- ~
»·~~servador, en todas las cuestiones.» . -.. :",
,~. Pasados ocho dias, la comision de los Notables dió


cuenta de sus trabajos al público por medio de un manifiesto,
en el que decían respecto de la cuestion religiosa: «Un solo ,


\ ¡)punto, el religioso, logró el privilegio de dividir las opinio- "
¡)ues y provocar un ardiente debate, á cuyo término tuvimos
»el hondo pesar de que se disgregara la comision, separándo-
);se de su seno Ulla minoría que, no por ser poco numerosa,
»deja de merecer respeto, y que en razon de esÚl~nica diver-
>,gencia resolvió abandonar la totalidad del proyecto. Bien
»hubiéramos querido retener á nuestro lado, áun á costa de
»grandes concesiones, á tan estimables colegas; pero no po-
¡)díamos sacrificar al deseo de union y concordülTos!\¡eros


_'-o __ ._ ...... ~ ... _,


»d~}~,.eonciencia, ni ligar imprudentemente la dinastía de
;,BorlJon, ~l la <Jlinion de Esp[iña y de Europa, al princi-
);pio de la intoi~rancia religiosa, poniencÍ~ en manos de la
H~\~oluéion una bandera~l~· :;}ü-tárdaría eil halla;- eco en
das _~El)~'esionahles muchedumbres.» Las frases de la comi~
~-:-:.-




APÍ~"DICE.
sion eran muy estudiadas para anunciar la libertad de cultos,
hiriendo lo ménos posible el sentimiento religioso de 10s cató-
licos, y atemorizando á los tímidos, que se asustaban á la sola
idea de una nueva revolucion republicana.


"3. Declarado ya oficialmente el Gobierno por la libertad
de cultos y desvanecida la esperanza de conservar la unidad
por medio de empeños y consejos que la prudencia había
mantenido reservados, los Obispos y los católicos en general
creyeron llegado el caSé) de hacer pública su oposicioll, y de
procurar el mayor número de votos favorables en las próx~
mas Córtes. Con esta idea el Cardenal Arzobispo de Valencia)
e8cribi6 en l. o de Enero una carta á los arciprestes, curas y'
dero de su diócesis, diciéndoles: «Que no cabe en la cOllcien- "
¡lcÍa de un católico votar esa libertad de cultos, ni siquiera 8U
>Aolerancia: que no cabe enviar con nuestro voto á las Cór-
»te::l per30na alguna que no abrigue este mismo sentimiento: :
»y que por interes del catolicismo debemos trabajar,por todos
»los medios lícitos y honestos, para que todos los que vayan;
»á las Cortes, sean las que fuesen sus ideas políticas, estén
»decididos á sostener la unidad religio::la (1).» El Cardelllil
Arzobispo de Toledo, en pastoral del dia 8, exhortó al clero y
fieles á pedir á Dios «qne derrame copiosas luces y abundantes
»gracias sobre el Rey y las Córtes del Reino, para que de co-
I)mun acuerdo salven al país, y le libren de las inmensas des-
»gracias que vendrían sobre 61 inevitahlemente con la des-
»truccion de la unidad católica (2).» Autorizada por el Arzó-'1
bispo de Tarragona y los prelados de Barcelona, Gerona, \
Tortosa, Vich, Lérida y Solsona, se publicó con fecha del i
dia 10 una instrnccion, prescribiendo: I( Que ningun cat6lico
)Ipuede votar esa libertad de perdicion, ni enviar con su su-
»fragio á las Córtes á aquéllos que se muestran dispuestos á
»establecerht en España. Que estamos en el deber de emplear


(1) Publicada por La España de 12 de Enero. Por El Siglo Futuro
del HI.


(2) España, 12 dr Ene,·o.




l740 \PÉNDICE. ~ j >,todos los medios leg'ales para que no tomen asiento en el
( » Congreso ni en el Senado los que abrigan semejante propó-
\, »sito. Y que hemos de valernos de los resortes iícitos y ho-
; >>nestos que estén a nuestro alcance, para que solamente re-
I »presenten al pueblo católico español en los comicios, aquéllos


»que, sean cuales fueren sus opíniones políticas, estén firme-
»mente resueltos a restablecer, y en su caso defender, la unidad
d'eligiosa en nuestra querida patria (1).» Con la misma fecha
de 10 de Enero el Obispo de Zamora quiso enviar á su clero la
drcular del Arzobi;:;po de Valencia, por encontrar en ella sus
mismas ideas y sentimientos (2); pero el Gobernador de la
provincia prohibió la circulacion del documento episcopal.


,,¡J. Al mismo tiempo comenzaron los prelados á exponer
directamente á S. M. el deber y ventajas de conservar la uni-
dad católica, aprovechando algunos la ocasion de contestar
á la carta de Ruego y enc(trgo que se les había dirigido en 2:3
de Diciembre anterior para que diesen gracias a Dios en el
aniversario de la restauracion de la Monarquía. Con este mo-
tivo el Obispo de Lugo decía en fecha de 31 de Diciembre al '\
Ministro de Gracia y Justicia: «Excmo. Sr.: séame permiti- )


f
»do preguntar: ¿serán aceptas al Señor las acciones de gra-;
»cias que hoy se mandan tributarle estando la España, como \
»nacion, divorciada de Dios? ¿ ~ o habiéndose dado el primer .
»paso para reconciliada con el Todopoderoso, Rey de reyes y
»Señor de los que mandan? ¿ Qué ha hecho Dios para que un
»gobierno de España, contra la voluntad de los españoles, le
»privase del derecho que tiene á ser el único adorado y servi-
»do, y su Religion comola sola verdadera, admitida, guardada,
»y practicada por todos en España?. .. Procure el Gobierno, y
}¡lJI'ocuremos los españoles todos volver al camino de la unidad
)¡católica (3).» En 1.0 de Enero dijo al mismo Ministro el Ar- ,
zobispo de Granada: «Cumplido fielmente, por mi parte, el !


(1) España. 14 de Enero. Siglo Futuro del 19.
(2) España. 20 de Enero y 16 de Febrero. Siglo Fnluro del 17 .
(3) Siglo 2'1 de Febrero. España del 20.




APÉNDICE. 741
¡
, »piadoso encargo de S. 1\f., creo qne acogerá con su Real be-


i


);nignidad acostumbrada ~n humilde y respetuoso rnego, que
»por el digno conducto de V. E. me atrevo á dirigirle, esti-
»mulado por mi deber y conciencia de prelado: el rueg'o de
»que procure reiltaurar cuanto ántes y mantener incólume la
»preciada "C" nidad católica de nuestra Nacion, malamente rota
»y tirada por el suelo en una noche de infausta memoria.» To-
da la carta está á la página LII de este libro (1). El Obispo (le
Zamora hablando tambien en nombre de su cabildo y demás
clero decía con fechadeldia 10 á S. M.: «Se lamentan en gracia
»de V. M. , de que la restauracion de su trono se vea aislada de
»la base religiosa eilpañola, fundamento perenne de este solio
»en que no se ha sentado ninguno de sus gloriosos ascendien- 1\
»tes sin llevar por firme apoyo y sustentáculo la Unidad cató-
dica. Ni un solo día, Señor, ha debido carecer V. M. de tan
»sólído asiento, ni permitir se resolvieran por otro criterio que
»el de la rrnid(ul católica las cueRtiones que le salieron al pa-
»so, áun ántes que tuviese la satisfaccion de ocupar el Rolio
»de San Fernando y de Felipe II (2).»


, =-. El Arzobispo de Búrgos con los Obispos sufragáneos
de Vitoria, Palencia, Lean, Calahorra y Santander dirigie-
ron á S. :Nr., en 4 de Enero, la Exposicion que está á la pági-
na XXXVI de este libro (3). Por sí y autorÍímclo expresamente


(1) España, 22 de Febrero. Siglo del 23.
(2) Siglo Futuro del 28 de Enero. Boletin Eclesiástico riel !l de Pebre-


ro. España del 11'i.
(3) España. de 19 de Enero.-Siglo Futuro del 20. El Boletin..Ecle-


siástico de Osma de 28 de Enero, publicó la Ex.posicion con la nota si-
guiente: .Aunque alllmo y Rvmo. Prelado de esta diócesis, la cual en
• virtud del último Concordato, pertenece á la provincia eclesiástica dl~ .
»Burgos, le fu.3 remitido el original del siguiente documento, cuando I
'ya le habían firmado el Arzobispo y Obispos c'Omprovinciales, S. S. lIus- \
.trísima no tuvo por conveniente poner en él su firma por causas q:~e .
• juzgó graves. y no son de este lugar. Acudirá. Dios mediante, á las
.Córtes • sin embargo de que tiene el pensamiento que sucederá lo que
-en las de 1869. Pluguiese á Dios que no fuese ahora así..




742 APÉNDICE.
/ por los Prelados sufragitneos de Coria , Cuenca, Plasencia y
; Sigiienza, envió el Arzobispo de Toledo la magnífica exposi-
\ ('ion de la página XLIII, fechaela á 15 ele Enero (1), á la cual
• "Se adhirieron por escrito el clanstro ele profesores de los Estu-


dios católicos, el clero de la parroquia de San Luis, de Crip-,
tana y algun otro. Dos dias despues firmó la exposicion que


f i
p'stú á la página LlII el Arzobispo de Santiago por sí y por losi


- ~
Obispos ele Lugo, Tuy, Mondoñedo, Oviedo y Vicario capitn- (
lar de Ol'ense (2). En 22 de Epero hicieron lo mismo el Arzo- ..
hispo de Valencia, autorizado por los Obispos de Mallorca y )
Menorca, y Vicarios capitulares de Segorhe y de Ibiza, pági- ¡
na LIX; y el Arzobispo de Valladolid con los Obispo::l de Za-
mora, Astorga, Salamanca, Gobernador eclesiástico de
.hila y Vicario capitular de Segovia, pág. LXV (3). El Arzo-
bispo de Granada, autorizado por los Obispos de . Cartagena, '1
Jaen y Málaga y los Vicarios capitulares de AlmerÍa y Guadix, 1
acndió en 29 .de Enero (4). ~\. 2 de Febrero lo hizo el Patriarca'
de las Indiafl. página LXXV (5) , y el dia 4 el Arzobispo de Za- !
ragoza autorizado por los Obispos de Temel, Jaen y Pamplo-
na , y varios capitulares de Huesca, Barbastro y Albarracin, ¡
eHya exposicion está á la página CXXIX (6). ,.f


_.. A imitacion de los Ilustrísimos Prelados dirigieron ex-
posiciones á S. M. algunos fieles de diversas categorías, pi-
diondo la Pnidacl católica. El 2G de Enero presentaron una
fi.¡·mada por más de 3.000 españoles pertenecientes casi todos \
ú la nobleza, á la milicia, yal foro, los Excmos. Sres. D. Fer-)
nando Alvarez, Margues de Villamagna, D. Domingo Mori~­
no, Bal'on de Cuatro Torres, Conde del Asalto, y Marqués de
Zafra (i). Al dia siguiente las Excmas. Sras. Duquesa de Bae-


('i) Esprúlll de 17 de Enero.-Siglo Futuro del dia 18.
(2) Siglo Futuro de i,0 de Febrero,y España del4.
(3) Espaf¿a de 3 de Febrero.-Siglo Futuro del 4,
(t) Espalia 7 de Febrero. -Siglo Futuro del riligmo dia.
(:i) España de 3 de ~'ebrero.-Siglo Futuro del mismo día.
(ti) h'spalia del 4 de Febrero.-Siglo Futuro del r.,
(7) B.~pañu de li de Fcurero.-Siglo Futnro dpl mif\lllo dia,




f
APENDlCF.. 74::\


} na. COndei'la de Supernnda (1), Condesa del Asalto, '\Iarrllle::!a
J !le Pidal , Comle.3a de Gnaqni , de Peñaranda de Bracamonte,


Marquesa de San Miguel Daspenas, y Marquesa de Zugasti,
depositaron en manos de S. M. otras exposiciones con mas de
fiO.OOO firmas (2).Uon fecha 2 de Fehrero el Marqués de Fuen-
santa, que al ver el giro impreso a la politica se había retira-
do á Mallorca, escribió «desde su olvidado retiro» empeñando
ú S. I\I. a desoir a los partidarios de la libertad de cultos (3).


,,. . Así se abrió la lucha electoral. El Gobierno, que no
n!'ltaha seguro del triunfo en la cuestion religiosa, á pesar (le
la certeza de que no acudirían a las urnas los carlistas arma-
Joo'\ ni los que habían sido desterrados de sus dominios, empleó
toda su influencia para que los Diputados y Senadores elegidoil
estuviesen comprometidos de antemano á votar la libertad de
(~Il1tos. Si usó de alguna condescendencia en las opiniones de
los candidatos, no fué para los devotos de la Unidad religiosa,
á q !lienes se combatió de una manera desusada en España, en
donde tantas maneras de combatir se han emplearlo en épocas
de eleccione,;; favorecieron al Gohierno las circunstancias,
haciendo que muchísimos católicos se ahstuviesen de votar,
quiénes cohibidos por el temor, quiénes por graves compro-
misos contraídos. Abriéronse las Uórtes el día 15 de Febrero.
pronunciando S. M. un discurso, en el que recordó la reann-
uacion de relaciones con le Santa Sede, anunciando q ne «trá- :
J>tase entre ambas potestades del arreglo de los asuntos pen-
»dientes, dentro de las condiciones que imponen los interese::!
>¡respectivos de la Iglesia y del Estado.» Al dia siguiente tra-


- tandose de constituir el Congreso, surgió una cuestion sobre
el juramento, con cuyo motivo el Diputado Sr. Pidal y :Ylon
pidió la palabra para hacer constar «que la primera dificultad


(1) El nombre de es~~ señora se ha hecho vulgar ~n Madrid y aun en
Esparta por la parte p¡'incipal que ha tomado en todas las obras de reli·
gion y rlf~ caridad. muchas de las cuales í'on debidas á su celo.


(2) España de 26 de Enero.
(3) F:spmia de 27 de Ellfn'o.




744 APÉ~DlCR.
»con quc tropieza esta Cámara para constituirse surge de la
»cuestion llamada de la libertad religiosa.»


'8. Desde cntónces las exposiciones se dirigieron gene-
ralmeu.te á las Córtes. Ya con fecha 4 de Febrero el Arzobispo
de Tarragona en circular dirigida á los párrocos, les decía:
«En vísperas de ver reunidas en Madrid las Córtes del reino,
x,á las que regularmente se someterá para que lo dis(',Il-
»)tan y aprueben el arto 11 del proyecto de Constitucion, por
»el que se trata de establecer en España la libertad de cultos.
¡¡hemos creido más conveniente reunir las firmas de todos
¡,nuestros diocesanos que quieran la conservacion de la única
)//I;eraaacm rdigion conforme ha existido desde los máR 1'0-
»ltlotos tiempos. Y para que en esa parroquia de su digno car-
»go pueda saberse el número n.e fieles que se adhieren a lo
»manifestado por el Excmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Tole-
»do y por No's , sírvase V. encabezar el prüner pliego del se-
»110 11.° en que han de constar las firmas, con la siguiente y
»hreve exposicion ... » Y seguía el modelo de la exposicion (1).
00n el mismo objeto y casi en iguales términos se dirigieron
lÍo los párrocos de sus diócesis los Obispos de Gerona (2) y de
Barcelona (3) en 6 de Febrero, encargandoles el último que
hiciesen rogativas por la unidad. Del mismo dia esta fechada
una Pastoral del Obispo de Badajoz (4), exhortando á todos
"ns diocesanos á firmar las exposiciones y á orar. El Obispo
de Santander (5) dirigió una circular á los párrocos en 14 de
Febrero, encargandoles promover este asunto y rezar en la
y!isa la oracion «contra los perseguidores de la Iglesia.» y
luego otras oraciones con el pueblo. En 15 de Febrero expidió
una circular análoga el Obispo de Menorca (6); en 16 los Obis-
pos de Calahorra (7), de Córdoba (8), Y de Cádiz (9); en 18


(1) España de 8 de Febrero.-Siglo del9. (2) España de 16 de Fe-
[¡rero.-Siglo del 17 . .:..<, (3) España de 14 de Febrero. (4) Siglo de 21 de
Febl'ero.-Bspaiia del 2a. (r)) Siglo de 1." de Marzo.-Espa1ia del 3.
(6) Espatia de 28 de Febrero.-Siglo del 29. (7) España del 29 de Fe-
brero. (8) España de 22 de Febrero.-Siglo del 23. (9) España de 21
de Febrel'o.-Siglo del 22.




APÉNDICE. 745
el ele Málaga (1), Y por segunela vez el ele Gerona (2); en 25
el ele Car.tagenll (3); en 29 el Vicario capitular ele Segorbe (-ti
en 1.0 de Marzo el Arzobispo ele Sevilla (5), Y el Obispo de
Mondoiiedo (6) yen 16 el Arzobispo ele Valladolid (7). La
Junta superior de la Asociacion de Católicos exhortó á las de-
mas juntas á hacer exposiciones y recibió inmediatamente va-
rias con el mismo objeto.


"t. El mismo dia en que se abrieron las Córtes, el Emi-
nentísimo Sr. Cardenal Arzobispo de Toledo (8) y sus sufra-
gáneos, les dirigieron una exposicion, pidiendo la conserva-
cion de la Unidad católica. Con fe.cha de 16 ele Febrero les di-
rigieron otra el Arzobispo y Obispos de Tarragona (9) Y los de
Valencia (10). En 19 expuso en el mismo sentido el Cabildo
catedral de Palencia (ll) yen 24 el de Leon (12). En 26 el Ar-
zobispo y sufragáneos de Santiago (13), en2810sdeSevilla(14)
yen 29 los de Búrgos (15). En 1.0 de Marzo el Cabildo de To-
ledo (16). En 3 de Marzo el Cabildo de Teruel (17). En 4 el
Cabildo de Tuy (18). En 7 el Metropolitano y sufragáneos de
Valladolid (19), y el Metropolitano y Obispos de Zaragoza (20).
En 9 el Cabildo de Orihuela (21). En 19 el Arzohispo y Obis-
pos sufragáneos de Granada (22). En 31 el CabildodeJaca(23).
En 27 el Cabildo de Astorga, y en 29 el de Orense (24)_ En 17
de Abril el Cabildo de Jaen (25), etc., y otros Prelados que


(l) lúpUtin del-28.-Siglo del 29. (2) Espafilt de 26 de Marzo. (3) Es·
paña de 7 de ~[arzo.-Siglo del H. (4) T!,'spañlt de 27 de Marzo. (~j) Si·
glo de 16 de Uarzo.-Esputia del 2;). (6) Siglo de 22 de Marzo.-Espatia
de127. (7) Sigw de 29 de Marzo. (8) Siglo de 19 de Febrero. - Espat1rt
del21. (9) España de 27 de ~Iarzo. (:10) Siglo de 1 "de Marzo -ESPlt-
tia del.i. (11) Españll de 18 de Abril. (12) Siglo de 28 de Febrero.-Es-
paña de 1.' de Marzo. (13) Siglo de 8 de Jlarzo.-España de Hl de Abril.
(14) Siglo de 13 de Marzo.-España del 16. (1~) Siglo de 29 de Marzo.
(16) Siglo del 19.-España riel 3 de Mayo. (17) España de 8 de 1\1:11"
zo.-Siglo del mismo dia. (18) Siglo de 13 de Mal'zo.-España del 17.
(19) Siylo de 21 de Marzo. - España del 22. (20) Siglo de H de ~Ltrzo.
-Espaf¡,a del 15. (21) Espaíla de 20 de Marzo. (22) Esputia de 29 dr.
Marzo. - Siglo de J. o de Abril. (23) E~paña dé H. d(~ Abl'il. (~i) Sigl'}
de 4 de Abril. (2lJ) España de 26 de Abl·jl.·-Siglo del 27.




746 Al'ÉXDICE.
{


como el de Santander, se pre..,entaroll por segunda ve7., y otros
Cabildos y corporaciones.


80. Los pueblos, siguiendo el ejemplo de los Pre-
lados, acudieron tambien. La exposicion más notable en-
tre la.., de esta clase, fué sin duda la que la nobleza catalana
elevó á las Córtes en 7 de Abril, firmada por 117 caballeros de
las familias más tituladas é históricas del antiguo Principado.
De las exposiciones firmadas por todas las clases en los pue-
blos hemos podido recoger los datos que ponemos á continua-
cÍon, debiendo advertir que son bastante incompletos.


PRO l~eIAS. 1',1 E ~POSi-1 Firm~:tes.--', i
l


PROVIN(:IAS. I RXPOS¡-'I Firma.ntes 1I
, ClUDes. í I Clones. 1
" 1 j-~ ~-~- ---- 1- --11 I 1--


IAlava ............. 1 f I 9~1 f1uelva ............ ¡ f 1 218' Al~acete .......... : 11): 3.1~1 Huesca .... ··· ..... 1 1~ I 443í
AlIcante .......... 1 9 1 816 JaerJ.............. 16 6.731
Alicantey Valencia.: 31) I 30.00(~1 Lérida ............ 191 37.200
Almería .......... 1 2\l 110,2921 Lugo. .. ....... 2 I 1)!;0
Avila ............ 183 I Madrid ............ , 235 I 41.9i9
R:l'iajoz.... .. . .. .. 92! 63.861) Málaga............ 1, 26;H
Baleares ...... " " ¡ ti8 1 67.741 Múrcia............ ·H' 28.1)19
Barcelona ........ '1128 29.619


1


Oviedo.. ...... .... 1. 1 t~
Búrgos ........... , 6t9 H8.140 Palencia......... 199 36.499
Cádiz ............. I " 16 703 Pontevedra........ 121 37.417
Cácf'res........... 10 2.1)60 "alamanca ........ 231 tl6.tJ80
'Canaria". .. . . ... .. .j 813 Santander......... fi6.n61
Castp.llon... . •... .. '1 I 7.000 Sevilla............ 1 22.6i\:1
Ciudad·Real... .. . . 3a '16.34'l Tal'ragona ........ , 266 2U93
Córdoba......... .. 43 8~2 Toledo............ 2iH 6~.1)28


I
cuenca ............ 3Uí.931 Val~pcia.......... 48. 12.22;)1
Gerona ........... 117, 36.000 Valladolid ......... ' '1: 196


¡Granada. ......... 98 i 28.824 Zamora ......... "1 .i I iO,43ti
iGuadalujara....... 8\ 12.420 [ Zaragoza.... ...... H. 7.9~~


81. Puede calcularse que llegó á 5.000 el número de pue-
blos, á 2.000.000 el de firmantes en favor de la Unidad Cató- f
lica, número menor que el presentado con un motivo seme- i
jante en 1869; pero juzgaría mal quien dedujese de esta
diferencia una disminucion proporcional en la religiosidad del
pueblo español. Para apreciar en lo justo el valor de las expo-
siciones ha de tenerse en cuenta el estado del país asolado e11
mucha,; provincias por la guerra civil, que no terminó hasta úl-
timos de Fehrero , dejando los ánimos sumidos en graves preo-
cllpacione,;; por cuya razon las provincias que en otras circuns-




APÉ~DICE. 747
tancias habrían acudido más unánimemente, no fig'uran en el
cnadro ó están en una relacion insignificante. Deben tambien
tenerse presentes las causas ántes indicadas, y ademas la
persecucion de los firmantes por parte de varias autoridades. El
Gobierno no llegó á publicar una Real órden contra la libertad
de peticion, como en 1855; pero su" representantes en la"
provincias acaso hicieron más de lo que se había hecho en nin-
guna otra oca"ion. LO:-l periódicos denunciaron la" medidas ar-
bitrarias tomadas por varios alcaldes contra los párrocos res-
pectivos, ó los vecinos católicos encargados de recoger firmas.
La España de 3 de Abril publicó la siguiente circular de un
Gobernador de provincia: « Prevengo á V: que no forme part(~
»en manifestaciones sobre unidad religiosa, ni consienta la for-'
»men tampoco los concejales ni de mas autoridades de esa loca-
\lidad, debiendo impedir dickas manifestaciones cuanto p1teda :»
documentos parecidos publicó el mismo periódico en otros nú-
mero". Para contrarestar estos desafueros faltaban los pe-
riódicos católicos, que siendo ahora muy pocos, todavía ,,8
hallaban muy cohibidos. Hasta los Umo". Sres. Obispos ca-
recían de medios para hacer llegar su voz á los fieles, habiell-
do sucedido al de J aen, al de Lugo , al de Osma y á otros lllll-
chos una cosa semejante á la que pasó al de Zamora; en
otras partes se amenazó á los impresores que imprimiesen 10f!
Boletines ó Pastorales del Prelado.


8\!. Su Santidad en este tiempo dió repetidas muestra,.;
de amor á los españoles, contando la cuestion de llUe:-ltra
unidad religiosa entre las que más preocupaban á la Santa
Sede. No creemos llegado el caso de publicar las negociacio-
nes reservadas que mediaron; pero bastan lo" documen-
tos público" para demostrar esta solicitud personal del Sumo
P"ontífice. De su órden el Emmo. Cardenal Antonelli hizo al
Embajador español en Roma la manifestacion que luégo
mandó comunicar á los Obispos españoles por la NurwiatUl'R,
en la carta de 25 de Agosto de 1875 ('0). En 16 de Enero
de 1876, Pio IX escribiendo á los Ohispo~ de Citdiz, Canariati,
Badajoz y Vicario capitular de Córdoba, alababa "u celo por


¡




/


748 APÉNDIOE.
la mejor de las causai:l, exhortándolos á procurar, «que los
»fieles todos en España se peri:luadan y tengan por cierto que
»con la unidad católica que sostenemos, se defienden y con-
»)i:lervan juntamente no sólo el culto debido á Dios, los dere-
»chos de la Iglesia y religiosidad que á públicos convenios es
»debida, si que tambien las antiguas glorias de la nacion, de
»la paz de los ciudadanos y la firmeza del bienestar y i:lalud de
»1a patria (1).» Por aquellos dias el Decano del Sacro Colegio
á nombre y representacion de Pio IX, exhortó á Roma y á to-
do el orbe cristiano á orar, porque el enemigo de Jesucristo
uesafia, «en cierto modo á las naciones que desde los tiem-
»pos más remotos le eran adictas; para que renieguen legal-
»mente de la religion ue sus padres, la causa misma de su
¡)antigua grandeza y de la gloria de su nombre» y á pedir
por los «pueblos que habiendo sido un dia eminentemente ca-


, , »tólicos por su culto, por sus costumbres y por sus leyes, uo-
>¡minados en estos momentos por máximas de falsa libertad,
),están en peligro de ver consumarse los más inícuos desig-
)mios, dejando libre la entrada á toda religion extraña.» Esos
pueblos y naciones, tan delicadamente aludidos, no podrían
ser más que nuestro pueblo y nacion, por quieu Su Santidad
exhortaba á orar.


83. Con fecha 4 de Marzo, el Padre Santo se dignó escri-
bir al Emmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Toledo el breve en
(lue decía, refiriéndose al artículo 11: « Declaramos que dicho
»artículo, que se pretende proponer como ley del reino, y en


'\ »el que se intenta dar poder y fuerza de derecho público á la


"


»tolerancia de cualquiera culto no católico, cualesquiera que
»tlean las palabras y la forma en que se proponga, viola del
¡>toclo los derechos de la verdad y de la Religion católica;
»anula contra toda justicia el Concordato establecido entre
»esta Santa Sede y el Gobierno español, en la parte más no-
»ble y preciosa que dicho Concordato contiene; hace respon-
»sable al Estado mismo de tan grave atentado; y abierta la


(1) Esparia. 21 de Febrero. Siglo del 22.




APÉNDICE. 749
»entrada al error, deja expedito el camino para combatir la
»Religion católica, y acumula materia de funestísimos males en
»daño de esa ilustre Nacíon (1).» En 15 de Marzo Su Santidad
honró á los seiIores que habían presentado la exposicion en
favor de la unidad católica (' 6), con una carta gratulatoria,
en que les decía: «Comprendeis bien y percibis con la clarÍ-
»dad debida la gravedad de la causa que sosteneis, y que son
»iguales al zelo y fervor que en apoyo de esta misma causa,
»cumpliendo con vuestros deberes religiosos, habeis procnra-
»do manifestar en la ocasion presente (2).» Al Sr. Arzobispo
de Valladolid le escribió el Papa en 20 de Abril un breve, feli-
citándole á S. S. 1. Y á sus sufragáneos por haberse opuesto al
proyecto de ley de libertad de cultos, y haber demostrado «que
»el tal proyecto se opone al comun deseo de la N acion, que
»vendrá á dividir los ánimos precisamente cuando las críticas
»drcunstancias exigen la más estrecha union de fuerzas; que
»por último tiende completamente al daño de la Religion ca-
»tólica, puesto que cualquiera libertad concedida al error por
>>una ley, necesariamente se convierte en destruccion de la
»verdad (3).»


8... Abrióse la discusion del artículo 11 en el Congreso á
28 de Abril, defendiendo el duque de Almenara Alta su en-
mienda, que decía así: « Art. 11. La Religion católica, apos-
»tólica, romana, con exclusion de todo otro culto, es la Reli- \
»gion de la Nacion Española.-El Estado se obliga á mante-
>>11er el culto y sus ministros:» fué retirada. En la mü;ma se-
sion el Sr. Batanero comenzó á defender la siguiente enmien-
da: «Art. 11. La Religion ~e la Nacían Española es la católi-
»ca, apostólica, romana, y la misma Nacion está obligarla á
»sostener el culto y sus ministros.-Se prohibe el culto y la
»propaganda de otras religiones:» fué retirada. La del señor
Conde del 110 bregat, defendida en la sesion de l. o de Mayo, de-
cía así: «Art. 11. Siendo la Religion de la Nacían Española


(1) Espatia, 21 de ftlarzo.-Síglo del H. (2) España, LO de Abril.-
Siglo del 3. (3) Espafta, 10 de "ftlayo.-Siglo del 22.


48




750 APÉNDICE;.
»la católica, apostólica, romana, el Estado se obliga á prote-
»gerla y á sostener por vía de indemnizacion el culto y sus
»ministros.» El dia 3 D. Fernando Alvarez defendió la suya
motivada y redactada en los siguientes términos: «Los dipu-
»tados que suscriben tienen el honor de pedir al Congreso que
»se suprima el artículo 11 del proyecto de Constitucion pre-
»sentado por el Gobierno de S. M. y aceptado por la comision
»y atendiendo á que el Concordato de 1851 no debe ser alte-
»rado en ninguna de sus importantes prescripciones sin que
»se acuerde entre ambas potestades lo más justo y convenien-
»te, proponen que mientras esto suceda, se sustituya el refe-
»rido artículo con el 11 de la Constitucion de 1845, que dice
»asÍ .: La Religion de la N acion Española es la católica, apos-
»tólica, romana.-El Estado se obliga á mantener el culto y
»sus ministros:» fué desechada por 225 votos contra 37. El
dia 5 D. Cárlos María Perier defendió esta otra enmienda:
«~t. 11. La Religion de la Nacion Española es la católica,
»apostólica, romana. El Estado se obliga á mantener el culto
})y sus ministros.-Ninguna persona será perseguida en Es-
»paña por las opiniones religiosas que profese privadamente,
»miéntras no ataque con actos ó manifestaciones públicas á la
)}Religion católica: » puesta á votacion, sólo obtuvo 12 votos
favorables. En la sesion del dia 4 el Sr. Romero Ortiz defen-
dió la siguiente enmienda, única librecultista : «Art. 11. La
»Nacion se obliga á mantener el culto y los ministros de la
»Religion católica. -El ejercicio público ó privado de cual-
»quier otro culto queda garantido á todos los extranjeros re-
»sidentes en España, sin más limitaciones que las reglas uni-
»versales de la moral y del derecho.-Si algunos españoles
»profesaren otra religion que la católica, es aplicable á los
»mismos todo lo dispuesto en el párrafo anterior: » desechada
por 189 votos contra 33. En la sesion del dia 8 se apoyaron las
dos enmiendas siguientes: la primera por D. Rafael Conde y
Luque: proponía que, «En cumplimiento del arto 45 del
»Concordato d~ 1851, se incluya en el proyecto constitucional,
»á continuacion del artículo 11, la siguiente disposicion trall-




APÉNDICE. 751
»i:lítoría:-El Gobierno de S. M. propondrá á la Santa Sede la
»revision y reforma del Concordato vigente, á fin de estable-
»cer sobre nuevas bases las relaciones entre la Iglesia y el
»Estado, tan profundamente modificadas por el artículo ante-
»rior:» fué retirada. La otra enmienda, apoyada por el conde
de Torres-Cabrera, pedía que al párrafo tercero del artículo 11
del proyecto de Constitucion se añadiese: «De tal manera,
»que así como los que profesen otras religiones tendrán dere-
»cho á la tolerancia civil en el ejercicio de sus respectivos
»cultos, los que profesen la Religion del Estado tendrán de-
»recho á no ser perturbados con acto alguno de propaganda
»contra la Religion católica:» fué retirada. En la sesion del
mismo día 8 comenzó la discusion del artículo , hablando en
favor de la unidad católica los Sres. D. Claudio Moyano y
D. Alejandro Pidal y Mon.
~á. En los discursos pronunciados por los diputados cat6-


licos en estas sesiones se esforzaron, con profundidad en el
pensamiento y brillantez en la forma, los principales argumen-
tos hist6ricos, políticos y filosóficos á favor de la unidad reli-
giosa. Quien desee recrear el ánimo y fortalecerlo con podero-
sas razones, léalos por entero en el libro que precede: nos-
otros no podemos aquí analizarlos. En contra se expusieron
las vulgaridades con que desde últimos del siglo pasado se
viene propagando el error librecultista, ya condenado en el
8yllabus y en muchos breves y otros documentos de la Santa
Sede. No se oyeron en las Córtes palabras tan escandalosas
como las de Sunyer en las de 1869 ó de otros diputados; pero
obligados algunos por la servidumbre que imponen los parti-
dos, ó llevados de especial ambicion, dijeron lo que ellos mis-
mos se guardarian de decir delante de sus hijos ó en una con-
versacion particular. Hubo quien se marchó de Madrid en vís-
peras de la vQtacion para no haber de votar en contra de Sil
conciencia ni contra el Gobierno: conducta que si demuestra la
fe de los que la siguieron, no habla muy alto en pró de su valor
civico y religioso. Los mártires no obraron asi. Acercándose el
dia de la votacion, esperábase con ansiedad la proclamacion de




752 APÉNDICE.
\


su resultado, qu~ fué el aprobarse el artículo del proyecto
constitucional por 221 votos contra 83, habiendo dejado de vo-
tar 78 diputados. De los 83 que votaron contra el artículo, 55 lo
hicieron por la unidad católica (1) , y 28 por mayor libertad; de
los 78 que se abstuvieron, 28 estaban tambien por la Uni-
dad (2). De los 221 que aprobaron el proyecto, 69 eran em-
pleados. Estas observaciones las publicaron los periódicos, sin
que fuesen por nadie recusadas. Verificóse tan lamentable vo-
tacion el dia 12 de Mayo de 1876 .


.. ' :--> 86. La discusion del artículo 11 en el Senado comenzó el
dia 7 de Junio por la enmienda de D. Juan Martin Carramoli-
no, que pedía se sustituyese el artículo 11 del proyecto con
el siguiente: «La Heligion católica, apostólica, romana, es la
»del Estado. La Nacion se oblig'a á mantener el culto y sus
»ministros. Se prohibe para siempre en el territorio español el
»ejercicio público de todo otro culto establecido ó que se in-
»tente establecer.» Fué retirada. Contra la Unidad defendió


(1) Señores que votaron por la Unidad catolica : Agreda, Marqués
de Alboloduy , llar/m de Alcalá, Duque de Almenara Alta. Alonso Pes-
quera, Femando Alvarez. Ayneto, Batanero, Bonanza, Marqués de
Campo Sagrado, Camps, Cápua. Caramés, Carriquiri, Cavero, Diaz
de Herrera, Florejachs , García Camba. Gonzalez Regueral. Hermira.
Conde del Llobregat, Los Arcos, Marqués de Malpica, l\Iartínez Monte-
negro, Maspons , Mayans, l\Ion, ~Iarqués de l\lontolill, l\Ioralesy Gomez,
~loraza, !\Ioyano, Neira, Florez, Nuñez de Prado, Perier, Pidal y l\lon,
!\Iarqués de Puebla de Rocamor a , Reina, Vizconde de la Revilla, Ruatá
Sic han , Sala y Císcar, Marqués del Saltillo, Sanchez Arjona, Sanjurjo,
Sanz, Conde de Santa Coloma, Souto, Marqués de Vallejo, Vehi, Ver-
e! ugo, Vizconde de la Villa de Miranda, Villanueva y Cañedo, Conde de
VilIanueva de Perales, Villas, Conde de Xiquena, Zayas.


(2) Diputados favorables á la Unidad católica, que no votaron: Ara-
naz, Barandica, Campos de Orellana, Diaz l\IÍl'anda, Lorenzo [)omin-
guez, Marqués de Francos, Garda Lopez, Garcia Zúñiga, Miguel y
lUanleon , Marqnés de ~Jirasol, Morcillo, Antonio Angel ~Ioreno, More-
no Leante, lUuñoz y Vargas, Ot ero, Perez San DIiBan , Quiroga, lláde-
nas, llojas, l\Iarqués de S. Cárlos, Conde de Torreanaz, Marqués de
Torres de la Presa, Marqués de Tribes, Turull, Valero y Algoza . Vaz-
.quez de Puga, Viezma, Marqués de la Sierra.




APÉNDICE. 753
una enmienda en el mismo dia el Sr. Ruiz Gomez. En la se-
sion deIS, el baron de Cuatro-Torres apoyó su enmienda que
decía: «Art. 11. La Religion católica, apostólica, romana, es
»la de la Nacion Española. El Estado, que la profesa, está
»obligado á mantener el culto y á sus ministros, y no permi-
»te el ejercicio ni propaganda de ningun otro.» Fué retira-
da. El Sr. Casado en la sesion del dia 9 apoyó otra enmienda,
redactada en estos términos: «El arto 11 de dicho proyecto se
»redactará en esta forma: La Religion de la Nacion Española
»es la católica, apostólica, romana. El Estado se obliga á
»mantener el culto y sus ministros, y prohibe el ejercicio de
»cualquiera otra.» Fué retirada. El Sr. Valera apoyó su en-
mienda librecultista. En la sesion del dia 10 el Baron de Co-
vadonga apoyó esta otra: «Art. ll. La Religion de la N acion
»Española es la católica, apostólica, romana. El Estado está
»obligado al mantenimiento del culto y sus ministros. No se
»permite el ejercicio público de ninguna otra religion.» Fué
retirada. En la misma sesion D. Nicolás de Otto apoyó la si-
guiente: «Art. 11. La Religion de la Nacion Española es la
»c{ltólica, apostólica, romana, única verdadera. El Estado
»t\ene obligacion de sostener el culto y sus ministros.» Fué
retirada. El Sr. Obispo de A vila apoyó la suya en la sesion del
12, concebida en estos términos: «Art. ll' Siendo la Religion
»católica, apostólica, romana, la única de la Nacion Espalío-
»la, el Estado se obliga á protegerla y á sostener por vias de
»indemnizacion el culto y sus ministros.» Fué retirada. Bre-
vemente apoyó y retiró otra el Marqués de Cáceres, que creía
convenir el restablecimiento de la Constitucion de lS45. El
Sr. Rodriguez defendió otra librecultista. El dia 13 defendió
la suya el Marqués de Montesa, que decía así: «Art. 11. La
»Religion católica, apostólica, romana, continuará siendo la
»de la Nacion Española. El Estado conservará el patronato,
»cumpliendo la correlativa obligacion de mantener el culto y
»sus ministros; concordará con el Sumo Pontífice cuanto se re-
»fiera á lo puramente eclesiástico y religioso, y legislará so-
»bre lo que haya de tener carácter y fuerza de ley.» Fué re ti-




754 APÉNDICE.
rada. El Duque de Rivas no pudo presentarse por estar enfer-
mo á apoyar otra, proponiendo que se prohibiese la propa-
ganda de las demas religiones. Concluidas las enmiendas, se
pasó en la misma tarde del dia 13 á discutir el artículo 11 del
proyecto, hablando en contra el Sr. Obispo de Orihuela. El dia
14 consumió el segundo turno en contra el Obispo de Sala-
manca, pronunciando un discurso magnífico en todos concep-
tos, que ha merecido los honores de la traduccion á otras len-
guas. El Sr. Benavides habló el último en este sentido en la
sesion del dia 16, Y se procedió á la votacion del artículo del
proyecto que fué aprobado por 113 votos contra 40 (1). _______


87. Así quedó rota la gloriosa Unidad católica, lazo pre-
ciosísimo que por espacio de tantos siglos había unido en un
solo haz á todos los individuos de la nacionalidad española.
Nuestras fronteras, cuidadosamente cerradas á la herejía y á la
infidelidad, quedan abiertas legalmente á todos los errores. Los
males que el artículo ha de producir naturalmente en el órcrtm
religioso y político, se irán tocando poco á poco. Por los dis-
cursos pronunciados en el Congreso y en el Senado aparece
claro que los partidos liberales tienen diversas ú opuestas in-
terpretaciones del artículo 11, el cual significará cosas con-
trarias, segun el partido que gobierne; pero siempre en daño
mayor ó menor de nuestra Santa Fe. Ahora juzgamos deber
nuestro trabajar: 1.0 para restablecer legalmente la Unidad
perdida; 2. o para detener , cuanto sea posible, las consecuen-


(1) Señores que dijeron nó: Otto • Baron de Cuatro Torres, Concha
Castañeda. Marqués de Santa Cruz, Marqués de Leis. Conde de S. Juan,
nIazquez , Cuenca, lUarqués de la Merced, Conde de Puñonrostl·o , Mar-
qués de Albranca, Conde de la Cañada. Marqués de Novaliches. Bena-
vides, Marqués de lUontesa. Conde de Roderno • Barona. ~Iarqués de Mo-
nist\"Ol • Casado, Baron de Covadonga, Carramolino. Obispo de Sala-
manca. Villanova. Conde de las Cahezuelas. De BIas, ~Iazo, Ulloa,
Maluquer. Monteverde, Conde de Alpuente. Duque de Fernan-Nuñez,
Conde de Vilehes. Valera, ~Iarqués de Ferrera. Asquerino, Conde de
h'anzo , Obispo de Orihuela, Obispo de A vila , Esponera. Conde de Casa
Galindo.




APÉNDJCE. 755
cías de la libertad de cultos por medio de los códigos y leyes
orgánicas; 3.° para impedir que esa libertad de cultos legal
pase a las costumbres, ayudando y fomentando las misiones
católicas, la enseñanza católica, las publicaciones católicas,


. las obras de caridad, y sobr~~odo 1~ ~ll.~?l! entre todos los
caj;@eos, prescindiendo de cuestiones secundarias y aho-
gando ambiciones particulares, para formar bajo la direccion
inmediata de nuestros Obispos y la suprema del Papa, Vica-
rio de nuestro Señor Jesucristo,


UNUM OVILE ET UNUS PASTOR.


A. M. D. G.




LISTA DE LOS SUSCRITORES


que por ltabe'l' contribuido despues de impreso el pliego l. o, no
jlgMan en la IJedicatoria.


Un Suscritor á La España.
D. Antonio Sanmartin. Conde de Corbu!.
D. Elíseo Amarelle.
D. Manuel Senante.
D. Juan Hinojosa.
D. Eduardo Hinojosa.
D. Leopoldo Vazquez.
D. Victor Suarez Capalleja.
D. Cándido Fnentefria.
D. Francisco Reig y Llopis.


SUSCRITO RES DE BARCELONA.


D. José A. Buxeres.
D. Domingo de Camlt.
D. José Ventura y Mallo!.
D. Juan María Foyé.
D. Francisco Sanso
D. José ele Portell de Oms.
D. José Cailá.
D. Antonio Girauelier.
D. Joaquin Castell de Pons.
El Marqués de Casa·Brusi.
D. José Coll.
D. Juan Bofill.
D. Joaquin de Negre.
Un Sacerdote de Gracia.
D •• Juan Pena.
Un católico. apostólico. romano.
J). namon ele Miqllelerena.
D. Meliton de Llol'ella.
D. Antonio Aimar.
D. F. C.
D. F.n.
D. P. N.
D. Scbastian Plaja.
D. Luis Mayora.
Un estudiante católico de Tárrega.
El Marquós de Palmerole.
D. Andrés Roca.
D. José Taltabull.
D. B. R.




ÍNDIOE.
Paginas.


Hedicatol'ia á Su Santidad. . • . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . v


DOCUMENTOS PONTIFICIOS.
t:arta de la Nunciatura Apostólica..... . ..•..•. . . ... . . . . . ... XIll
Breve de Su Santidad al Excmo. St'. Obispo de Cádiz. ........ XIX
Breve de Su Santidad al Emmo. Cardp.nal Moreno. Arzobispo


de Toledo ....... '" .... . .. .... . .... ............ .•••. .•. XXI
Carta de Pio IX á las Señoras españolas......... .......•.... XXIX
Breve de Su Santidad al Excmo. Sr. Arzobispo de Valladolid.. xxx


DOCUMENTOS EPISCOPALES.
EXPOSICIONES .b.. s. M. EL REY.


Del Metropolitano y Sufragáneos de Tarragona. •... ... .. . ..• uxv
Del Metropolitano y Sufragáneos de Búrgos ....... " . .• . . .. .• XXXVII
Del Metropolitano y Sufragáneos de Toledo.. . ..........•.. XLlIl
Oel Sr. Arzobispo da Granada (1\. . . . .. . . . . . . .... . . .. . . . . . .. LII
Del ~Ietropolitallo y Sufragáneos de Compostela.. ... . .. •. . . • LlII
Del Metropolitano y Sufragáneos de Valencia. . . • . . . . . . . . . . • . LIX
Del Metropolitano'y Sllfragáneos de Valladolid............... LXV
Ud Sr. Patriarca de las Indias... .......................... LXXV
Del Metropolitano y Sufragáneos de Zar-agoza. . . . . . . . . . . .•.• . LXXIX


EXPOSICIO",ES J .. LOS CUERPOS COLEGISLADORES.
Del Metropolitano y Sufragáneo, de Toleelo .................. , LXXXVII
Del ~letropolitano y Suf¡'agáneos de Tarragona ............ '. XCVII
Del ~letropolitano y Sufragáneos de Valencia.. ............. cm
Del Metropolitano y Sufragáneos de Compostela... • •••. .•. .•. ex
Del Metropolitano y Sufragáneos de Sevilla.. . .• . . .. . . . . . . . . . ex VIII
Dell\letropolitano y Sufragáneos de Búrgo..;............. ..... eXXVI
Del Metropolitano y Sufragáneos ele Valladolid............... exxxlI
Del Metropolitano y Sufragáneos de Zaragoza. . . . .. • . ... . . . . . CXXXIX
Del ~Ietropolitano y Sufragáneo~ de Granada.. . . . . . . . •. .. . . . CLVIl


DISCURSOS
PRONUNCIADOS EN EL CONGRESO DE LOS SEÑORES DIPUTADOS EN


FAVOR DE LA UNIDAD CATÓLICA.
Del Excmo. SI'. Duque de Almenara Alta. . . . . . . . . .. • • ... . .... 1
Del Sr. D. ~ranuel Batanero y Montenegro ....•.... , . ...•.... 63
Bel Sr. D. Javier de Barcaiztegui • Conde del Llobregat...... 103
Del Sr. D. Fernando Alvarez............................... 139
Del Sr. D. Carlos María Pe riel' . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203
Del Excmo. Sr. D. Claudio Moyano........... .•.... .... ..•.. 2aa
Del Sr. D. Aleíandro Pidal y ~ton.... ... . . . . . . . . . . • . . . . . . . ... 287


(1) Siguiendo el plan general de la obra. debiera haberse puesto la exposicion
dit"igida [H)t· el nüsmo Exenlo. PI~,·lad1) t'n llnion C0"~ l:iU8 sufragá.npo~.


49




DISCCRSOS


PRONUKCIADOS EN EL SENADO EN FAVOR DE LA UNIDAD
CATÓLICA.


Del Excmo. Sr. D. Juan Martin Carramolino................. 387
Baron de las Cuatro Torres. . . • . . • . • • • . .. . • . . 415
D. Policarpo l:asado... ... . .......•..... ..... 433
Baron de Covadonga.. . . . . . • . . . . . . . • .•. . • • . . . 465
D. Nicolás OtLo........................ ...... 473
Obispo de Avila ..•..........•..•. , ...••. '" . a03
Marqués de Montesa..................... .... 517
Obispo de Orihuela. . . . . ... . ....... .. . .... ... a39
Obispo de Salamanca .. , •. . . ..••. . ..•• . . . . •. . 561
D. Antonio Benavides.. . . . . •. . . • . • . .• .. • . .. •. 638


APÉNDICE.
NOTICIA HISTÓRICA DE LA UNIDAD CATÓLICA Y DE LA LIBERTAD DE CULTOS


EN ESPAÑA.


Advertencia ......•. '. . . . •••..•. . •• . .. .••. •. . . . . . .. .•.• ... 669
España Romana ..... '" .. . .... .............•.........•••.. 671
España Goda •.. , ••.•.. , ...•• , . . . ..•. . . . •• •.••••. .. .• ..••• 676
España Restauradora .•.•••.• , •••....•.. ..•••••.•....•...•• 679
España Austriaca. . . . . • . . . • . • . . . . . . . • . . . • ... • . . ... . . . . . . . • . 682
España Borbónica. ..••.•..•..... ....... •......•.... ..•.... 685
Reinado de Fernando VII.... . . . . . . . . . . ... • ...... . •. .. . ..... 688
Reinado de Isabel II hagla su mayor edad.. • . . . . •.• . . . . . . . • . . 695
Conclusion del reinado de Isabel n. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 701
Año 1." del reinado de Alfon!>o XII. ... . • .. . .. • . • .. . .. . .. ... . 722
Año 2." del reinado de Alfonso XII. . . .. • .. . • . . . .. . • .. • • . .. . . 737