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EL SABER POLITICO


EN MAQUIAVELO




PUBLICACIONES DEL
.' (0.. \


INSTITUTO NACIONAL DE ESTUDIOS JURIDICOS'


Serie 8."


ESTUDIOS DE HISTORIA
DEL PENSAMIENTO JURIDICO


o


Núm. 1


FRANCISCO JAVIER CONDE


EL SABER POLITICO
EN MAQUIAVELO


• MINISTERIO DE JUSTICIA


Y CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTlFICAS




FRANCISCO JAVIER CONDE
Catedrático de Derecho Político, Secretario de Embajada


EL SABER POLITICO
EN MAQUIAVELO


MADRID


194 8




ES PROPIEDAD. QUEDA HECHO EL DEPÓSITO
Y LA INSCRIPCiÓN EN EL REGISTRO QUE MARCA
LA LEY. RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS.


GRÁfiCAS GOl\ZÁLEZ. - Migucl Scrvct, 15. - Tcléfono "707 10. - Madrid








Las citas corresponden
a la famosa edición.
de obras completas


de MDCCCXIIl






· PROLOGO






e UMPLIDO el trabajo, al disponerme a trazar estas
líneas preliminares, se me viene a las mientes un añejo
refrán castellano, versión de otro latino. Me digo a
mí mismo si escribir sobre Maquiavelo no es llevar
buhos a Atenas o hierro a Vizcaya. Legiones inconta-
hles de historiadores, filólogos, juristas, sociólogos y
políticos, filósofos y literatos, han indagado a lo ancho,
a lo largo y a lo hondo la vida y la obra del publicista
italiano. Ni un solo pliegue de su azaroso vivir, ni una
hebra de su pensar, han podido sustraerse a tan apa-
sionada y sostenida pesquisa. Dar cima a una nueva
investi~ación puramente erudita, con ser labor inmen-
sa, apenas añadiría un adarme al caudal de 10 ya co-


]3




nocido. Pero pienso que no es desdeñable el intento
de adentrarse nuevamente en las fuentes originales, a
caza del sentido último de la sabiduría maquiavélica,
en estas horas altas de la historia en que los conceptos
forjados por el sutil florentino cobran una vertiginosa
y desconcertante equivocidad. El fruto un tanto para.
dójico de esta indagación es la certeza de que la clave
real de Maquiavelo, y acaso también una de las cifras
del Estado moderno, es la Retórica. He ahí la razón
de este libro, que encomiendo a la benevolencia del
lector.


Madrid, septiembre de 1947.


JAVIER CONDE


14




1


LA FAMA DE MAQUIAVELO






D os suertes de perduración de contrario signo de-
para la historia al pensador político: la conservación
embalsamada y distante del clásico y la perennidad ac-
tiva y operante del mito. Del clásico puede decirse que
«está ahí», levantado sobre su tiempo y circunstancia
propios, borrosa la figura, desvaído el nombre tras la
obra, la definición o el concepto. Si acaso se nos pro-
pone como paradigma a imitar o como tirano pertinaz
contra quien rebelarnos, no nos incita irresistiblemente
a volvernos a él y, frente a su grandeza, el historiador
difícilmente rebasa la curiosidad anticuaria o la Iec-
ción pragmática. Desde tanta lejanía parece ocioso in-
dagar la intimidad que alumbró tales conceptos, la


17




vena y el movimiento VIVO de esa intimidad. El clá-
sico no esconde secreto alguno.


Mas ocurre a veces que la obra de un pensador que.
da anegada y absorbida en el fulgor de su figura o en
la resonancia de su propio nombre, modos superiores
de pervivencia a los que el romano llamó gloria -cuan·
do prevalece la figura- y fama -cuando perdura el
nombre-o La figura gloriosa y el nombre famoso se
transmiten de generación en generación, ora acrecidos,
ora simplificados, ora adensados y potenciados. Enton-
ces el recuerdo cuaja en imágenes, que son como el tra-
sunto de 'su propia fuerza. Cada pueblo, cada época,
cada centuria, alumbra en su regazo una imagen nue-
va y la serie de esas imágenes reverdecidas a podía
con matiz distinto forma parte integrante de la histo-
ria del pensador tanto como su obra. Despliégase su
ser en el reflejo iluminado de los siglos y sólo se acier-
ta a comprenderlo íntegramente tras de haber reco-
rrido paso a paso la huella que el nombre dejara en la
memoria de los pueblos y las generaciones.


Así, en el caso de Nicolás Maquiavelo, florentino,
a quien ha cabido la buena y mala fortuna de entrar
en la historia como nombre famoso. Tanto Nomini Nu-
llum Par Elogium, reza la blanca lápida sencilla que
cierra su sepulcro en la Santa Croce florentina. c(... pero
che -ha dicho en una ocasión Maquiavelo mismo- e'


18




sono le forze, che facilmente s'acquistano i nomr, non
i nomi le forze» (1). Pero ni él mismo, que, en de-
fecto de otra más alta, acaso buscó siempre en vida
la gloria del escritor político (2), hubiera osado soñar
<[ue la fuerza fascinadora de su pensamiento sería ca-
paz de granjearle tanto nombre. Más que otro alguno
en la historia del pensamiento político, el nombre de
Maquiavelo aprisiona en el seno misterioso de su so-
nido una extraña fuerza encantada, como de mágico
conjuro. Todavía hoy, después de varios siglos de un
racionalismo a ultranza que ha desencantado toda cla-
se de signos, nombres y símbolos, la simple evocación
del publicista florentino suscita extraños terrores, hace
vibrar en el oído el eco de lejanas resonancias y trae
ante los ojos espectáculos de luz y calígine, fundacio-
nes y destrucciones.


La imagen de un hombre, el recuerdo de una cosa,
la memoria de un suceso que una generación transmite
.a otra, acentuando o atenuando el rasgo y el color, sue-
le ser obra de pocos. ¿Quiénes han sido esos pocos que
han dado a la figura de Maquiavelo perfil neto, he-


(1) Discorsi, págs. 105·6.
(2) V. Discorso sulla Rijorma, pág. 121. No es exagerado


decir que Maquiavelo fué teórico a pesar suyo' y de su genuina
vocación política práctica. ,


19




eho de la opinión vacilante juicio cierto y del juicio
fórmula? (3).


El comienzo del mito se ha de buscar en la actitud
de aquella instancia. única y suprema que en el primer
tercio del siglo dieciséis pondera inapelablemente Ias
acciones y obras humanas: la Iglesia. En un princi-
pio no es hostil a~bquiavelo. Imprímense sus obras
capitales pOI: vez prímera en, prensas vaticanas Y Ile-
van el «imprimatur» de Clemente VII (4). La valora-
ción positiva perdura mientras. Maquiavelo vive y toda-
vía en los años siguientes a su muerte son los juicios-
vacilantes y subjetivos. Pero la. condenación vendrá irre-
mediablemente. Maquiavelo ha predicho la ruina de la
Iglesia, ha hecho a las virtudes cristianas responsables
de las desgracias de Italia (5). El cambio de actitud


(3) V. R. Kdnig, Niccolo Mackíavelli,' 1941, págs. 23 y si-
guientes.


(4) V. A. Gerber, Niccolo Machiavelli. Die Handschriiten;
Ausgaben und Uebersetzungen seiner Werke, Gotha, i912.1913.
El Breve de Clemente VII autorizando al librero Antonio Bla-
do la impresión de las Historias, el Príncipe y los Discursos, es
de 23 de agosto de 1531.


(5) V. Discorsi, 397; ídem, 188·9: «La Religione nostra a
glorificato piú glí uomini umili e contemplativi, che gli attivi.
Ha dipoi posto il sommo bene nella umihá, nell'abiezione, e
nel dispregio delle cose umane; quell'altra 10 poneva nella gran-
dezza dell'animo, nella fortezza del corpo, e in tutte le altre
cose atte a fare gli uomini fortissimi. E se la Religione nostra


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no se hará esperar mucho, y por graves razones. En
cuanto la Reforma se desvela a sí misma como peligro
universal, la Iglesia no puede ya pasar por alto repro-
ches e invectivas, por pequeños que sean. Pronto co-
mienza la ofensiva contra Maquiavelo desde el sector
más aguerrido de la Iglesia militante. En 1559 es que-
mado por. los jesuitas «in effigie», en Ingolstadt; Six-
to IV incluye sus obras en el Indice y la sentencia
es definitivamente confirmada por el Coneilio de Tren-
to en 1564 (6). /~
~ 1 'oIi 4'""En el curso de esta campana contra e veneno ma-,l,. ..l;;: -;.


quiavélico se forma el primer juicio consistente sobre ~ ::
Maquiavelo. En 1576 publica Gentillet su famoso Dis- ".. ~Ncl. ,•
curso, al que se dará más tarde el nombre de Antima-
quiauelo, verdadero arsenal donde los escritores poste-
riores irán a bucear en busca de los mejores argumen-
tos contra el florentino. El jesuita Antonio Possevino
-dirá de él en 1592: «Sceleratum Satanae organum»;


richiede che abbia in te fortezza, vuole che tu sia atto a patire
piu che a fa re una cosa forte, Questo modo di vivere adunque
pare ch'abbia rendutto il mondo debole, e datolo in preda agli
uomini scellerati... E benche paja che sia effeminato il mondo,
.. disarmato il cielo, 'nasce piú senza dubbio dalla viltá degli
uomini, ehé hanno mterpretato la nostra Religione secondo l'ozio,
.. non secondo la virtñ.»


(6) V. Konig, op, cit., pág. 25 y sigs, V. también el Prólogo
a la edición de 1813, pág. XV.


21




o tres años más tarde el Padre Rivadeneyra le llamará
«ministro de Satanás» (7). Junto. a ellos, una pléyade
de escritores y polemistas, que las más veces no hacen


(7) La obra de Rivadeneyra tiene como subtitulo Contra lo
que Nicolás Maquiavelo y los politlcos de este tiempo enseñan.
El juicio entero sobre Maquiavelo reza así: <<.. . tomando por
fundamento que el blanco a que siempre debe mirar el Prínci-
pe, es la conservación de su Estado, y que para este fin se ha de
servir de cualesquiera medios, malos o buenos, justos o injustos,
que le puedan aprovechar; pone entre estos medios el de nuestra
santa Religión, y enseña que el Príncipe no debe tener más
cuenta: con .ella de lo que conviene a su Estado. Y que para
conservarle, debe algunas veces mostrarse piadoso, aunque no lo
sea ; y otras abrazar cualquiera Religión, por desatinada que
sea. ¿Quién puede sin lágrimas oír los otros preceptos que da
este hombre para conservar los Estados, viendo la ansia con que
algunos hombres de Estado los desean saber, la atención con que
los leen, y la estima que hacen de ellos, como si fuesen venidos
del Cielo (para su conservación), y no del Infierno para ruina
de todos los Estados? Porque, demás de hablar haxamente de la
Iglesia Católica y Romana, y atribuir las leyes y victorias de
Moysén, no a Dios que le guiaba, sino a su valor y poder; y la
felicidad del hombre, al caso y a la fortuna, y no a la Religión
y a la virtud: enseña que el Príncipe debe ceer más a sí, que
a ningún sabio consejo; y que no hay otra causa justa para ha.
cer guerra, sino la que parece al Príncipe que le es conveniente
o necesaria: y que para cortar toda esperanza de paz, debe ha-
cer notables injurias y agravios a sus enemigos; y que para des.
truir alguna ciudad 00 provincia sin guerra, no hay tal como
sembrarla de pecados y vicios; y que se debe persuadir que las
injurias pasadas jamás se olvidan, por muchos beneficios que se
hagan al que las recibió. Que se debe imitar algún tirano vale-
roso, en el gobierno, y desear ser más temido, que amado, por-


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sino repetir los argumentos de Possevino contra la obra
maquiavélica. He aquí el dictamen en bloque: Maquia.
velo es el ministro del Diablo, preparador de la Hefor-
ma. Puede a este respecto tomarse como ejemplar la
opinión de Rivadeneyra. Dice así: «Sembró al prin-
cipio este mal hombre y ministro de Satanás, esta pero
versa y diabólica. doctrina en Italia (porque como en
el título de sus obras se dice, fué ciudadano y secre-
tario florentino). Después, con las herejías qne el mis-
mo Satanás ha levantado, se ha ido extendiendo y pe.
netrando a otras provincias, inficionándolas de mane-
ra que con estar las .de Francia, Flandes, Escocia, In-
glaterra y otras abrasadas por el fuego infernal de ellas,
y ser increíbles las calamidades que con este incendio
padecen, no son tantas, ni tan grandes, como las que
les ha causado esta doctrina de Machiavelo, y esta falo
sa y perniciosa razón de Estado» (8). La argumenta-
ción suele ser similar en todos: a medida que trans-
curre el tiempo y el polemista se siente más distante
históricamente de. Maquiavelo, se toma este nombre
como símbolo y cifra de un tipo de política y se le


que no hay que fiar en amistad; y otras cosas semejantes a estas,
todas dignas .de quien él era, y de ser desterradas de los conse-
jos de cualquiera Príncipe Christiano, prudente y amigo de con-
servar su Estado» (págs. 1 y sigs, de la edición de 1788).


(8) Pág. III.


23




utiliza como escudo en la pugna confesional para acer-
carse cubierto al enemigo.


La ofensiva de los grandes escritores católicos pro-
yecta el nombre de Maquiavelo sobre el fondo histó,
rico universal de las guerras de religión bajo la imagen
de aliado del diablo reformador. Y como el ir en tal
compañía siempre trae fama, aunque mala, en este pun-
to empieza el nombre de Maquiavelo a hacerse noto.
rio en toda Europa (9). Multiplícanse las traducciones:
en 1550 al francés, al latín en 1560, más tarde al ho-
landés y al inglés. En España la Inquisición hace que
las traducciones sólo circulen en versión manuscrita.


Por un fenómeno de paralelismo, típico en todas
las grandes polémicas, los escritores protestantes esgri-
men las mismas armas en sentido contrario. Es como
una repetición de la ofensiva católica, invirtiendo los
términos. Ahora toca a los católicos ser tachados de ma-
quiavélicos. Maquiavelo es el responsable de la Saínt
Barthélemy. Los publicistas protestantes -recordemos
nuevamente al hugonote Inocencio Gentillet con su An-
timaquiavelo (1576)- siguen camino similar al de los
tratadistas católicos. Como en el tratado del Padre Hi-
vadeneyra, el blanco que se toma por mira es el Prín-
cipe, del cual se entresaca la doctrina en forma de


(9) v. Konig, op. cit., págs. 23 y sigs,


24




pzincipios generales y leyes universales. De los prin-
cipios se infiere luego el carácter impío y ateo del autor.


A través de esta ofensiva en frentes múltiples el
nombre de Maquiavelo se convierte en centro de po.
lémicaagria y violenta dentro de la atmósfera tensa
y cargada de la Reforma y la Contrarreforma, donde
cada cual fulmina sobre el adversario el baldón de ma-
quiavelismo. Las cosas se complican de tal manera que
Possevino llegará a tachar de maquiavélico el antima-
quiavelismo de los protestantes. Aquí ya no correspon·
de al nombre realidad alguna. El adjetivo «maquiavé-
.lico» se ha convertido en pura denominación genérica
de ciertos fenómenos marginales de la vida histórico.
social, que sin consideración a su valor y a su sentido
80n arrojados péle-méle en el cajón de .sastre del ma-
quiavelismo.


Tan menguado de sustancia quedad nombre que
la leyenda se muestra propicia en extremo a la penetra-
ción de toda suerte de influencias históricas y litera-o
rias, Las baladas escocesas del siglo XVII adjetivan a
Maquiavelo con el epíteto de «old nick», nombre po.
pular y jocoso que al diablo se da en aquellas tierras.
En Francia, tanto el nombre como la obra de Maquia.
velo se amalgaman con el grupo de leyendas del Ro-
man de Renart, al que se suman incluso los nombres
de Pietro Aretino y San Ignacio de Loyola. Formase


25




al cabo una figura tragicómica tan disparatada, com-
pleja y distante de la realidad, que se acaba por olvi-
dar que Maquiavelo es nombre propio y se escribe la
inicial con-minúscula (10).


En España, la corriente antímaquiavélíca, vigorosa-
mente mantenida desde los últimos decenios del XVI,
perdura con el mismo tesón a todo lo largo del Ba-
rroco. Una espléndida falange de escritores cierra brio-
samente contra la obra de Maquiavelo, y, a fuerza de
emplear los mismos argumentos, los afila y pule con
incaU:sable tenacidad. Para Claudio Clemente, Juan de
Torres, Orosco Y'Covarruhias, Quevedo, Cehallos, Gra-
cián, Márquez, Rivadeneyra;·· Alvia de Castro, Santa
María, Antonio López de Vega, Mártir Rizo, Saave-
dra Fajardo, el maquiavelismo es «turbación de la sra-
zón» , destruye el Estado, engendra tiranía y conduce
irremediablemente al fracaso. Este coro barroco es uná-
nime, el fundamento de la ofensiva idéntico, su sen-
tido unívoco, las armas dialécticas las mismas, repe-
tidas hasta el infinito (U).


En Inglaterra, si damos por bueno el juicio de Ma-


(10) V. Koníg, opvcit., págs. 32 y sigs,
(ll) Tal vez con excepción de los «tacitistas» Alamos Ba-


rrientos y Lancina, V. Maravall. Teoría española del Estada en
el siglo XVIl, Madrid, 1944, págs. 363 y sigs.


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caulay, cl proceso de diabolización . del nombre se des-
arrolla a lo largo del XVII (Macaulay, Critical, Histori-
cal atul: Miscellanesus Essays; New York, 1860, 1, 267
Y s.]. Apenas hay un escritor de la época isabelina que
no aluda a Maquiavelocoino encarnación de la hipocre-
sía, de la crueldad y del crimen. El tipo del villano
en losdramae de Shakespeare, Marlowe, Ben Jonson,
Fletscher, es pergeñado con rasgos maquiavélicos, como
en el famoso monólogo de Ricardo, Duque de Glouces.
ter, en la tercera parte del Rey Enrique VI.


Un hecho político decisivo en la trayectoria del
mundo moderno va a producir súbitamente un cambio
de luces: la afirmación real del Estado moderno so-
berano, quc alza sobre la pugna de las religiones el
principio de la tolerancia y de la neutralidad en ma-
teria confesional. El nombre de Maquíavelo pierde poco
a poco carácter polémico confesional y comienza a ser
valorado bajo otro signo. El cambio es lento. Para Bo-
dino, creador· del concepto de lá. soberanía y paladín
de la tolerancia, Maquiavelo sigue siendo, acaso por
librarse él mismo de ~a mácula de maquiavelismo, prin-
cipal y peligroso portavoz de la tiranía y del ateís-
mo (12). También los teóricos ingleses del Divine Right


(12) V. Les six livres de la Republique, pref. págs. 1I1, V.


27




o/ Kings, muy influídos por .la obra bodiniana (13),
aluden frecnentemente .a Maquiavelo con evidente hos-
tilidad. El mismo Spmozavapenas.vse atreve a aventu-
rar la hipótesis de que Maquiavelo persiguiera un fin
bueno con sus consejos (Tratado Político, cap. V, sec-
ción 7).


El siglo XVIII seguirá fiel a la vIeF leyenda. Las
tesis se repiten monótonamente desde Pierre Bayle y
Diderot hasta Rousseau (14).


También el Antimaquiavelo de. Federico el Gran-
de (1740) (15), en cuyo prefacio el autor dice <catre-


(13) V. Frggis, J. N., The Divine Right 01 Kings, 1922, pá-
ginas 129 y sigs.


(14) He aquí el conocido juicio del Contrato' Social: «En
feignant de donner des Iecons aux rois, il en a donné de grandes
aux peuples. Le Prince de Miachiavel est le livre des repuhli-
cains. Machiavel était un honnéte homme et un bon citoyen;
mais, attaché a la rnaison de Médicis il était forcé, dans I'oppres-
sion de sa patrie, de déguiser son amour pour la liberté. Le choix
-seul de son execrable héros manifeste assez son intention secre-
te; et I'opposition des maximes de son li vre du Prince, et de
son Histoire de Florence démontreque ce profond politique n'a
-eu jusqu'Ici que des leeteurs superf'iciels ou corrompus. La cour
de Rome a séverement défendú son livre: je le erois bien; e'est
elle qu'il dépeint le plus clairement.» L. JII, cap. 6. Montesquieu
haee una curiosa interpretaeión psicológica del Príncipe en su
Esprit de Lois, 1, XXIX, cap. 19.


(15) V. Antimaquuwelo, trad. alemana de Oppeln-Brouikows-
k i, 1922, pág. 94.


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del barroco. El mismo Feijóo no / puede contener la
risa cuando oye «tales discursos a hombres que han
tenido bastante enseñanza para razonar con más exac-


verse a defender lo humano contra un monstruo que
qUIsIera destruirlo», se mueve esencialmente en la mis-
ma línea, que ha perdurado hasta nuestros días en la
interpretación del poeta noruego Kinck (16). La figu-
ra de Maquiavelo se separa del fondo sombrío de la
Reforma, pero apenas ha variado la luz que ilumina
su faz (17). El crimen de Maquiavelo, dice Federico
el Grande, estriba no sólo en haber seducido y enve-
nenado el sentido moral de los ciudadanos particula-
res, sino, sobre todo, en haber torcido perniciosamen-
te la mente de los Príncipes, llamados a ser custodios-


del Derecho e imágenes de Dios en la tierra. Lo que ((-~
los hombres del dieciocho borran resueltamente del mito .,,* "./...0'
~ .-


tradicional es su perfil satánico. La crítica ilustrada ;¡ ::
.~ z:


acoge con sonrisa irónica el satanismo del dieciséis v' . •\,~~~


(16) Hans E. Kinck, Machiavelli. Seine Geschichte und seine
Zeit; (Traducción alemana, Basel, 1938.)


(17) En una historia cabal de la fama de Maquiavelo habría
que abordar el interesante problema de los fundamentos socioló-
gicos de esta singular unidad de interpretación del sentido de la
obra maquiavélica en toda la trayectoria del Estado moderno
hasta su consolidación como Estado absoluto.


29"




titud» (18). Maquiavelo le parece «un mal hombre».
Confiesa que sabe muy poco de su vida y que no co-
noce su obra sino a través de las máximas citadas por
otros autores. Las interpretaciones tradicionales se le
antojan falsas, retorcidas o sofísticaa. Su sentido mo-
ral se rebela contra la tesis de que las máximas ma-
quiavélicas son útiles, su espíritu crítico rechaza la aro
tificiosa versión a la manera de Rousseau. Su sentido
histórico, típicamente «ilustrado», le lleva a interpre-
tar el maquiavelismo como un fenómeno genérico y vá-
lido para todos los tiempos y todos los pueblos. El
maquiavelismo no es de hoy ni de ayer, no es siquiera
un invento de Maquiavelo, al que no debe sino el nomo
breo Su raíz está en la naturaleza humana. No es doc-
trina sacada de la historia por Maquiavelo o tomada
de éste por sus secuaces, pertenece a la esencia misma
del hombre, está, en cierto modo, allende la historia,
«no ha menester siglos». Es un fenómeno «natural» en
la acepción más profunda del vocablo. Al convertirse
en «natural», deja de ser «demoníaco», es sencilfamen-
te «normal» o mejor, «vulgar» (19).


(18) Teatro Crítico Universal, torno V, discurso 4.°, «Mio'
quiavelismode los antiguos».


(19) «Ni veo yo tanta profundidad o agudeza en esas decan-
tadas máximas de Aristóteles o de Maquiavelo. Basta para al-
canzarlas un entendimiento mediano, y para ponerlas en ejecn-


30




La crítica dieciochesca ha preparado la vía a la com-
prensión genuinamente «histórica» dé Maquiavelo. Esta
será la obra de la centuria siguiente. Con el despertar
de la conciencia histórica en el siglo décimon~no entra
el mito de Maquiavelo en Una fase radicalmente dife-
rente (20).


La actitud historicista, con sus dos prmcipios cardi-
nales de la individualidad y la evolución, no pretende
medir los fenómenos históricos con un criterio racio-
nal absoluto; trata de mirarlos y aprehenderlos en su
propio centro vital. Maquiavelo empieza a ser perge-
ñado como una figura histórica singular, incomparable
y única, nacida de ciertos supuestos. Ante el ojo del
historiador se abre el panorama desgarrado del Rena-
cimiento: Maquiavelo, hijo de la trágica realidad del
Cinquecento italiano, escindida en facciones y bande-
rías. Se descubre una nueva vía de acceso al misterio
del Príncipe. Bastará leerlo al revés, tomar como cla-
ve el último capítulo: la «Exortazione a Iiberase I'Ita-
Ha da barhari», El precursor de esta nueva interpre-
tación es Herder: Maquiavelo es, ni más ni menos,
producto de una época determinada y su obra una es·
pecie de historia natural de la humanidad, cuyas má-


cíén no se ha menester más que un corazón despiadado, o tor-
cido,»


(20) V. Kdning, op, cit., págs. 44 y sigs.


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ximas principales, dice Herder, pueden verse prácti-
camente en Carlos V, Catalina de Médicis, Enrique VIII
y Felipe 11. El Príncipe no es ni una sátira, ni un li-
bro político pernicioso, ni la mezcla de ambas cosas.
Maquiavelo -añade Herder- era un hombre recto y
honesto. Jamás fué su intención ofrecer una teoría ge-
neral de la política, se limitó a retratar las costumbres
y los modos de pensar y de hacer propios de su tiem-
po (Briefe zur Beforderung der Humonitiit, Carta 58).
A partir de este instante se abandona el plano pura-
mente ético en la valoración de Maquiavelo y se le
juzga desde el ángulo del Estado nacional. Se recha-
za definitivamente como absurda la actitud que ve en
la obra maquiavélica un compendio de principios polí-
ticos y morales válidos para todos los tiempos. El des-
tino del nombre cambia decididamente. En adelante
será esgrimido como ejemplo de pensamiento conse-
cuente para apoyar las aspiraciones de Alemania y de
Italia a su propia unificación nacional.


Fichte, espíritu gigante y apasionado, considera al
«noble florentino» mal comprendido, calumniado, in-
justamente difamado y peor tratado aún por sus mis-
mos defensores (21). En su sentir, la flojedad de la


(21) l moiejern Machiavellis Politik auch noch auf anden;,
Zeiten Anwendung habe,


32




moral maquiavélica no es cnlpa de su autor, SInO de
su época. No pretende Maquiavelo elaborar un dere-
cho político trascendental. El Príncipe es un libro del
que cualquier príncipe ha de poder echar mano en
toda ocasión y en cualesquiera circunstancias, y el plan
a que obedece está determinado por la estructura de
su país y de su época. Sus preceptos están pensados
para un país cuyo pueblo no quiere someterse al yugo
de la ley, pues Maquiavelo no deja de repetir que allí
donde el gobierno es firme, como ocurre a la sazón
.en España, en Francia o en Alemania, no pueden ní
deben ser aplicados. Esta situación -sigue diciendo
Fichte- ha cambiado totalmente desde. que Maquia-
velo escribía; lo que no ha cambiado un solo punto
-es aquel sector de los preceptos maquiavélicos que ata-
ñen a las relaciones entre los Estados. Aquí conserva
Maquiavelo plena actualidad. En esta clase de relacio-
nes no impera la ley ni el derecho, si no es el del más
fuerte: «... esta relación pone los derechos divinos so-
beranos del destino y del gobierno del mundo en ma-
nos del Príncipe y le eleva sobre los mandamientos de
la moral individual a un orden ético más alto, cuyo
contenido material se encierra en estas palabras: «sa-
lus et decus populi suprema lex esto».


En este camino nuevo la voz briosa del joven He-


3 33




gel .será decisiva (22). Maquiavelo es el espíritu que
con serena y fría reflexión, en una época de miseria,
de odio y descomposición general (la Italia del R,~na-


,,"cimiento), ve como única vía salvadora la unión de to-
dos 108 italianos en un Estado, señala con implacable
consecuencia lo que la ciega furia y la corrupción del
tiempo hacen necesario para redimirse y exhorta a su
Príncipe a que asuma el papel de redentor de Italia
y la gloria de liberarla de sus desgracias. El último
capítulo del Príncipe es prenda segura de la sinceridad
y seriedad de su autor. La interpretación que ha visto
en este libro una ironía voluntariamente enmascarada
es, a los ojos de Hegel, el intento sutil de poner a salvo
el nombre y el genio de Maquiavelo sin abandonar del
todo el plano de la valoración moral. Cua~do se le mira,
no ya como un compendio de príncipos políticos y
morales válidos para -siempre, sino como una idea for-
jada al contemplar la situación de la Italia de enton-
ces, (<DO sólo queda el Príncipe justificado, sino que
aparece como la concepción magna y verdadera de un
entendimiento político auténtico del más grande y no-
ble sentido». Italia tenía que ser un Estado y, desde
este ángulo, los procedimientos del Príncipe aparecen


(22) Su juicio sobre el sentido de la obra maquiavélica está
compendiado en la obra genial de su juventud Die Verjassung
Deutschlands. Parte especial, 1, 8.


34




bajo distinta luz. «Lo que hecho por un particular con-
tra otro 'particular, o por un Estado contra otro Es·
tado u otro particular resultaría abominable, es ahora
justo castigo ... El Estado tiene como deber supremo
mantenerse a sí mismo ... El cumplimiento de este de.
ber supremo por parte del Estado no es un medio,
sino un castigo ... )) Frente al crimen de la anarquía, el
uso de la violencia no es simple medio instrumental.
sino justa punición. Las abominables hazañas del Prín-
cipe maquiavélico quedan sanadas en un pretendido
plano de justicia suprema, allende la moral ordinaria,
buena tan sólo para medir los actos de un particular
frente a otro o de un Estado contra otro Estado. Pero
todavía subraya Hegel otra nota a la cual será extra-
ordinariamente sensible la hermenéutica posterior: la
obra de Maquiavelo es el magno testimonio que él mis-
mo ofrece a su propio tiempo y de su propia creencia,
de cómo el destino de un pueblo en trance de deca-
dencia política puede ser salvado por obra del genio.
El Príncipe es ahora el «héroe» o «genio» en lucha con
la fortuna. Empieza a ser interpretado desde el con-
cepto de «virtud», como fuerza creadora, mítica e in-
comprensible de un hombre. Este argumento (genia.
lista» en defensa de Maquiavelo pasará a nutrir todas
las' interpretaciones posteriores. Se trasfunde en él la
peculiar afición hacia el «hombre genial», considerado


35




a partir de Shaftesbury como «revelación» en sentido
casi religioso (23).


El nombre, antaño odioso, acompaña ahora en toda
su trayectoria, en las avanzadas del nacionalismo re.
volucionario, a las pretensiones de Alemania e Italia
como grandes potencias durante todo el siglo XIX. En
Alemania, este proceso de reivindicación de signo «na.
cionalista» culmina en la Política de Treitschke. Ya an-
tes, en 1858, Dollman ha escrito una Defensa del ma·
quiavelismo, y en 1878 el historiador Cad Schirren pre.
senta al Príncipe como arquetipo del «hombre natu-
ral», dominado por el apetito de poder, «tal como es,
como no puede dejar de ser y como será hasta el fin
de sus días», En Italia, dos grandes poetas del Risor-
gimento italiano, Alfieri yUgo Foscolo, confieren a
Maquiavelo la dignidad de héroe nacional. Cuando
en 1925, en su Preludio al Mwchiavelli (24), Benito
Mussolini interpreta y justifica al Príncipe como teoría
del estado de necesidad, no hace sino canonizar el mito
de Maquiavelo como paladín de la· unificación nacio-
nal (25).


(23) Sobre el concepto del genio, V. Lange Eichbaum, Gente
als Problem, 194,1, págs. 11 y sigs,


(24) En Gerarcbia, 1925.
(25) En la literatura política española del siglo XIX sobre-


sale por su singularidad el Prólogo a una traducción anónima


36




del Príncipe publicada en Madrid en 1821. Representa este
curioso prólogo una tentativa de comprensión histórica, tal vez
única en la España del diecinueve. Comienza el autor combatien-
do la tesis rusoniana que hace del Príncipe una sátira de pro-
pósito contra el poder arbitrario. El Príncipe está hecho «de
buena fe» y no es sino un compendio del arte de gobernar ex-
traído de la historia. Su inmoralidad depende de los principios
vigentes en su época, porque «considerándose entonces todos los
Estados de Europa como patrimonios legítimos de ciertas fami-
lias, y a su habitantes como vasallos que habían renunciado a los
derechos de su naturaleza, o no los conocían, toda la ciencia
política se reducía a enseñar a los príncipes el modo más fácil
y seguro de mantenerse en la posesión de sus dominios, justa o
injusta, legítima o abusiva ... » «El maquiavelismo no es otra cosa
que la doctrina y la práctica del absolutismo. Maquiavielistas
prácticos -dice, recogiendo incluso una parte de la leyenda neo
gra contra España- son todos los estadistas sobresalientes de la
antigüedad, y los que hoy gozan de mayor nombre en España ... )
«la razón de Estado» es máxima que se encuentra adoptada en
todos los tiempos por todos los gobernantes de España, procla-
mada y recibida por casi todos los publicistas españoles, y esto
a pesar de la hipócrita manera con que se han proscrito las
obras y aun el nombre célebre del primero que la estableció
como un dogma político», Las coordenadas socíolégicas en que
el prologuista y traductor está inscrito son fáciles de precisar:
se trata de un liberal español que escribe a raíz del movimiento
revolucionario de Riego y la punta del prólogo está enderezada
contra la Santa Alianza y sus pretensiones intervencionistas en
nombre de la «legitimidad). «El principio de la legitimidad mal
entendida no es sino maquiavelismo disfrazado». El prologuis-
ta subraya agudamente la parte de hipocresía que secretamente
mueve a algunos difamadores del publicista florentino. También
descubre certeramente la intención arcana que moviliza contra
el italiano las plumas de los hombres representativos del diecio-
cho: «corifeos de la filosofía moderna, daban a los pueblos lec-
ciones muy útiles tomando la máscara de censores severos de la


37




doctrina de Maquiavelo... bajo el nombre del Secretario de
Florencia, los filósofos modernos han podido hacer impunemen-
te muchas veces en el espacio de dos siglos la sátira más amar-
ga de los gobiernos arbitrarios de Europa», Tras de haber des-
nudado ante los ojos del lector las raíces sociológicas de la fama
de Maquiavelo, el prologuista confiesa el móvil histórico y ob-
jetivo que le ha llevado a hacer la traducción: la curiosidad y
el deseo de comprender cabalmente la obra maquiavélica. Este
afán objetivo de comprensión, infinitamente distante de la pura
actitud pragmática y que deja traslucir una conciencia histórica
nueva, lleva al prologuista a esta conclusión: «me convencí al
instante que unos y otros (defensores y detractores) exageraban».
La doctrina de Maquiavelo no contiene los verdaderos princi-
pios de la política, es simple compendio de lo que la historia
enseña. Sus máximas «no son :tan exactas ni tan ajustadas a la
buena moral que puedan siempre servir de regla segura a los
jefes de los pueblos, ni tan abominables que formen, como se ha
pretendido, un arte infernal que lleve los hombres a su ruina
por medio del fraude y de la maldad».


38




II


EL COLOQUIO CIENTIFICO
ACTUAL EN TORNO AL MITO


DE MAQUIAVELO






E L análisis sucinto de la fama de Maquiavelo nos
revela la suerte que la historia depara al pensador
político convertido en mito. Cada generación se siente
obligada a encararse nuevamente con él. Detrás de cada
interpretación se adivinan las fuerzas reales de la his-
toria. El espectáculo que ofrece la fama de Maquiave-
lo al correr de los tiempos ilumina en su misma en-
traña la trayectoria del Estado moderno y la pugna de
las fuerzas que alientan en su seno. La Reforma, la
Contrarreforma, la Ilustración, el siglo XIX, han de-
finido su actitud positiva o negativa frente al mito.


Pero la polémica perdura todavía hoy. Las diferen-
tes- interpretaciones fundamentales que hemos visto sur-


41




gil' desde pocos años después de la muerte de Maquia-
velo reaparecen en la discusión contemporánea infini-
tamente matizadas y enriquecidas. La problemática ha
ganado en largura y profundidad, pero, allá en lo
hondo, el historiador, el jurista y el político de nues-
tros días siguen enfrentándose con la obra y el nomo
bre de Maquiavelo pertrechados de un haz de cuestio-
nes similares a las de antaño.


La crítica histórica contemporánea ha permitido co-
nocer con mayor rigor el trasfondo sobre el que se le-
vanta la ingente figura del publicista italiano. Pero,
como eterno ritornello, resuenan en la bibliografía ac-
tual sobre Maquiavelo las viejas preguntas aún no cum-
plidamente atendidas. ¿Qué se proponía en su obra?
¡,Acaso enseñar, como él mismo dice al comienzo de
los Discursos? ¡,Dar una lección útil? ¿A quién? ¿Se
limita la plnma de Maquiavelo a describir «realmente»
la situación política de su tiempo, poniéndola, por así
-decir, en «fórmula»? ¿Es el Príncipe compendio de
preceptos y reglas generales para el adiestramiento en
el ejercicio del poder absoluto? ¿Será, por ventura,
cierta la aguda interpretación de Rousseau y el Prin-
cipe es acaso una máscara literaria tras de la que es-
conde su autor una entrañable vocación por la liber-
tad? Las preguntas vuelven como perpetuum. mobile a
la mente y a la pluma de los intérpretes contemporá-


42




neos y, hoy como ayer, las respuestas oscilan desde las
que califican a Maquiavelo de político realista hasta las
que ven en él el contrapunto del realismo político y
un representante genuino del utopismo a ultranza.


La nota común a las Interpretaciones actuales más
finas -salvo las que se limitan a repetir la problemá-
tica tradicional- es el empeño hondo y acendrado, he.
redado del siglo anterior, de comprender a Maquiavelo
'históricamente. La diferencia entre los exégetas de la
centuria pasada y los contemporáneos estriba en que
éstos no se limitan ordinariamente a la pura valoración
y comprensión histórica. Llévales tal comprensión a re-
plantear con ·mayor rigor y conocimiento de causa el
problema moral inesquivable que el maquiavelismo en-
cierra en su entraña. A través de este sutil coloquio
contemporáneo sobre los temas maquiavélicos, el lector
avisado percibe fácilmente que al pronunciar su sen-
tencia sobre Maquiavelo cada interlocutor falla en con-
ciencia, afirmativa o negativamente, sobre el sentido y
el valor del Estado moderno como forma de organiza-
ciéu política.


Escojamos, entre muchos, algunos interlocutores de
alto bordo.


43




1


La interpretación heroiea
o geni.lista


Es, en cierto modo, la prolongación de la línea her-
menéutica iniciada por los grandes filósofos del Idea-
lismo alemán. Maquiavelo aparece aquí como inicia.
dor y formulador de la idea del Estado moderno y por-
tavoz máximo de la manera moderna de entender la
política como «poder». Versión que es hoy usual y co-
mún gracias a la influencia del famoso y magistral li-
bro de Meinecke sobre La idea de la razón de Esta-
do (1).


La interpretación se centra en los conceptos maquia-


(1) Die Idee der Staatsrdson, 3." edición, 1929.




vélicos de Virtu, Fortuna y Necessiuá. Con el estu-
dio de Maquiavelo inaugura Meinecke su libro y en
él comienza la historia de la idea de la razón de
Estado en Occidente (2). Todo su pensamiento políti-
co es, en sentir de Meipecke, razón de Estado. Una sin-
guIar constelación de factores históricos ha permitido
el nacimiento de la obra maquiavélica. Por lo pronto,
la coincidencia de un gran derrumbamiento político con
una magna renovación espiritual. La Italia del siglo XV,'
partida en cinco Estados, da lugar a un arte político
racionalmente calculado, donde para nada cuentan los
escrúpulos religiosos y morales. Las grandes catástro-
fes de la invasión española y francesa han afinado el
espíritu político de los italianos. En esta gran escuela
aprende Maquiavelo -como Secretario y diplomático de
la República florentina hasta 1512- su primera lec-
ción y empieza a pensar por su cuenta (3). De la gran
renovación espiritual del Renacimiento sólo tomará Io
que le interesa para la comprensión de la realidad po.
lítica. No absorberá el caudal entero del movimiento
renaciente y sus ojos -dice Meinecke- están cerrados
a la comprel1siónde las necesidades religiosas y especu-
lativas de la época. Centrará su mirada en el Estado.


(2) Op, cit., págs. 36 y sigs.
(3) Op, cit., págs. 37 y sigs.


,


~~.1 '~#.


45




en sus formas y funciones y así florece en él y llega a
máxima perfección el elemento específicamente racio-
nal y calculador del Renacimiento humanista genuino.
El ejemplo de la Antigüedad no es invocado por Ma.
quiavelo con fines puramente retóricos. En Maquiavelo-
renace, en cierto modo, el hombre antiguo y, pese al
aparente respeto que guarda a la religión y a la Igle-
sia es, en el fondo, un verdadero pagano. En la An·
tigüedadbusca Maquiavelo la «grandeza del ánimo y la
fortaleza del cuerpo». El primer rasgo que. define a
Maquiavelo, según la creencia meineckiana, no es otro
sino el «naturalismo». Es como un portavoz de las fuer-
zas vivas de la naturaleza y por eso su doctrina des-
emboca en un politeismo de los valores vitales. La cla-
ve de Maquiavelo está, a juicio de Meinecke, en su,
concepto de la oirtú, rico entramado conceptual donde
se hermanan la tradición antigua y el humanismo, que
abarca cualidades éticas, pero que encierra también en
su seno una dimensión dinámica, puesta por la nat':l.
raleza en los hombres, heroísmo y brío para las ha-
zañas políticas y guerreras y, sobre todo, una singu-
lar capacidad y fuerza para la fundación y conserva-
ción del Estado (4).


Esa órbita de la virtud, subrayada por Meinecke"


(4) Op. cit., págs. 39 y sígs,


46




está junto al círculo de la moral, pero allende ese
círculo, en nuevo mundo aparte. Es, por así decir, una
esfera «ética» distinta de la esfera ordinaria de la mo-
ral, plano superior, en cuanto constituye la fuente del
«vivere político», suprema tarea abierta al humano.
crear. Maquiavelo no duda en afirmar el derecho a
violar todos los demás órdenes con tal que se cumplan
los fines supremos. El «pecado» sigue siendo para Ma-
quiavelo un acto inmoral; no es propiamente virtud,
pero puede proceder de la virtud. Este concepto sin-
gular nace de una mezcla de pesimismo e idealismo y
es como una síntesis de elementos mecánicos y vitales.
Los hombres no hacen nada bueno si la necesidad nl:-;Ii.
les constriñe. Sólo el hambre hace a los seres hUJ~>I' ~\


.... --


nos diligentes; sólo por la pena conocen la justi ¡. "#
Así, la justicia y el bien moral necesitan de la co~-'~~; . .""'':


'.. -..,~.~ .
ción política. Pero este positivismo causalista de Ma-
quiavelo, añade Meinecke, está iluminado por el fuego-
de la uirtii ; fe en la potencia creadora de los gran.
des hombres que con sus hazañas elevan la virtud de
los demás. Junto a este positivismo subraya Meínecke
la nota mecanicista y vitalista en el concepto maquia-
vélico de la virtud. La virtud maquiavélica es, pues,
algo así como energía vital combatiente; recoge en su
seno la andreia helénica, más que las virtudes cristía-
nas. El fin del Estado es el desenvolvimiento y crea-


41




ción de esa nueva virtud. Quizá la meta de la vida
de Maquiavelo, añade Meinecke, fué la regeneración
del pueblo italiano y de su Estado. Pero esta singu-
lar mezcla de idealismo y vitalismo está lastrada con
la grave problemática que alienta en la esencia de la
razón de Estado. Se ha roto la unidad religiosa y ética
de la Edad Media. Maquiavelo cree haber descubierto
una verdad nueva y no se cuida de la contradicción.
No encuentra ya ningún plano sobresaliente donde pu-
dieran unirse las diferentes regiones de la vida. Se li-
mita a sacar apasionadamente las consecuencias más ex-
tremas y terribles de su verdad y, a fuer de buen des-
cubridor, se goza en el espectáculo de las diferentes po-
siciones a que su verdad le lleva y no duda en acon-
sejar constantemente la medicina [orte y la regola ge-
nerale, Pero hay una discrepancia, que nunca acertó
Maquiavelo a vencer, entre la esfera ética de la uirtii
v la esfera de la moral. Inevitablemente, el nuevo con-
cepto rebaja a rango de instrumentos la religión y la
ética. Es la virtud un concepto natural y dinámico que
incluye la ferocia y en vano trata de vincularse al
concepto del «ordem como virtu ordinata y fuerza
de mando racionalmente regida. La oirtú ordinata de
Maquiavelo toma en cuenta la religión sólo por su im-
portancia política. Cierto que el fundamento del Esta-
do está en la religión, las leyes y la justicia. Pero ya


48




Ja religión y la moral no valen por sí mismas, carecen
de autonomía, son simples medios para conseguir los
fines de la virtu, De ahí aquel terrible consejo ma-
quiavélico, tan preñado de peligros y de incalculable
influencia en la historia del pensamiento político, de
que se debe apoyar a la religión aunque sea falsa.


En la aguda visión de Meínecke muéstrase Maquiave-
lo como un hombre desarraigado de toda religión, su-
mido en un mundo desdivinizado y entregado a las
fuerzas que la naturaleza le dió para empezar la lucha
con la naturaleza misma. Así es, añade Meinecke, como
Maquiavelo siente y ve su propia situación histórica.
Su impresionante realismo trata de señorearla. A un
lado está fortuna, a otro virtú, La ausencia de viro
tu ha llevado al hombre a ser vencido por la fortuna.
Hay que oponer diques al Destino. Sólo la mitad de
nuestros actos gobierna la fortuna. Por ella cambian
los Estados y todo se muda, hasta que advenga un hom-
bre fuerte capaz de vencerla. Vencer a la Fortuna es
(lomo vencer a mujer y requiere audacia y astucia. Aquí,
dice finalmente Meinecke, se revela el límite puesto a
la Virtud. El individuo no puede escapar del todo a su
naturaleza. Varian los casos y hoy es malo lo que ayer
era bueno. La fe en la fuerza casi incontrastable de la
fortuna pone a Maquiavelo al borde del fatalismo. Pero
el fatalismo maquiavélico sirve, en realidad, para ten-.


4 49




sar el arco. Es preciso que virtit venza a fortuna. Sí
ésta es astuta, también aquélla debe serlo. Con esto
queda desvelada a los ojos de Meinecke la esencia mis-
ma del maquiavelismo. En el obrar político es lícito
el empleo de- medios impuros cuando esos medios im-
portan para el mantenimiento del poder. Es el hom-
hre maquiavélico un ser sin luz trascendente, abando-
nado a la lucha con fuerzas demoníacas más poderosas
que él. Por eso la virtud tiene derecho a usar toda cla-
se de armas. El tercer término que comprende el jue-
go de los conceptos maquiavélicos .es, según Meinecke,
el vocablo necesS'Ítta. Virtud, Fortuna y Necesidad
cierran la clave del pensamiento maquiavélico. La ne-
cesidad es la coacción causal, el medio que reduce a
forma la materia humana, origen de la moral y de la
justicia. Es la fuente de toda utilidad en los actos hu-
manos. A mayor necesidad, mayor virtud, y cuando la
razón no basta, necesidad obliga. Necesidad carece de
ley. De ahí que el maquiavelismo sea una singular mes-
colanza de naturalismo, voluntarismo y racionalismo.
Hay que seguir los impulsos de la vida, pero hay que
saber señoreados con la razón. Sin su fe en el bien de
la necesidad, dice Meinecke, Maquiavelo no hubiera
proclamado tan resueltamente la maldición que la ne-
cesidad entraña. Ile· aquí también lo que hace al ma-
quiavellsmo tan radical. Maquiavelo no tiembla ante


50




ningún abismo moral. El empleo de los medios que
aconseja no era nuevo en su tiempo, pero Maquiavelo
ha tenido el valor de expresarlo y fundamentarlo como
sistema. Por eso representa UJl punto de in1lexión en
la historia europea. La cosa en sí no era nueva, lo nue-
vo fué que se enseñase al político como lección y pro-
grama. El gobernante tiene que aprender a no ser bue-
no cuando la necesidad lo exige. Ya no se tiene con-
ciencia de que el empleo de medios malos entrañe' una
violación de la moral, sino que se encuentra justa la
violación misma por razón de la necesidad. Junto al
bien, el mal aparece como un medio necesario para
consolidar el bien. Maquiavelo introduce así un dra.~';~
mático dualismo en la cultura moderna. El Estado mo- -!!t# -'\\.
derno se desligará de las fuerzas espirituales para eri- i . f}
girse en poder temporal autónomo y organizado racio.- 'Q •~


-- tl',1~($ "
nalmente. Pero se sentirá dramáticamente acongojado '~-"=...--->-;"
en su andadura por la conciencia de tal contradicción:
no podrá prescindir de la moral ylo que hace es vio-
larla cuando la necesidad lo exige. Pero Maquiavelo
no ve la contradicción inmanente al maquiavelismo;
se lo impide su férrea doctrina de la necesidad. En
efecto, la misma fuerza que obliga al Príncipe a obrar
mal _obliga a los súbditos a ser morales; sólo por ne-
cesidad obra el hombre bien. La necesidad es, pues,
para Maquiavelo fuerza que hiere y sana. El juego de


51




los tres términos, virtud, fortuna y necesidad, autori-
za el uso de medios deshonestos y los hace inocuos.
Maquiavelo sigue, pues, creyendo en la validez de la
religión, de la moral y del derecho. Incluso en alguna
ocasión llega a. afirmar que si el Príncipe puede, no
debe apartarse 4el bien. Pero en seguida añade UJl trá.
gico consejo: él Príncipe no necesita ser virtuoso, sólo
aparentado. La mentalidad de Maquiavelo no se da
cuenta de lo trágico de esta actitud moral. Su mente
sólo conoce un camino recto: el de la utilidad, frente
a la moral, hasta sus últimas consecuencias.


52




La interpretadón ...demóniea»


El término «demónico» alude a la sugestiva tesis
del libro de Gerhard Ritter Machtstaat und Utopie,
publicado en 1940. Aparece aquí el maquiavelismo co-
mo uno de los modos fundamentales de la conducta hu-
mana frente al problema moral del poder, válido para
todos los tiempos y no sujeto a nacionalidad determi-
nada. El contrapunto está constituido por lo que el
mismo Ritter llama «moralismoi (5). Moralismo y ma-
quiavelismo son, pues, dos maneras cardinales de en-
tender y hacer la política. Esta tipología sirve a Ritter


(5) Prefacio, pág. 3.


53




para deslindar la OpOSIClon ideológica entre una polí-
tica «continental» y una política «insular». Frente a
Maquiavelo se levantan el nombre y la hazaña de To-
más Moro, representante de la actitud genuinamente
«moralista».


Aunque la distinción no viene tomada en términos
absolutos y los dos tipos que se postulan sirven sólo
de polos de orientación para interpretar la realidad
histórica, Maquiavelo asume en esta versión el papel
de maestro del Estado moderno continental europeo,
mientras Tomás Moro, con su Utopía, aparece como
portavoz del Estado inglés insular moderno. El giro
de los tiempos de la Edad Media al siglo XVI se ca-


. racterizaría, a los ojos de Ritter, no ya por el equí-
voco concepto de «individualismo», acuñado por Burck-
hardt, sino por la aparición en todos los países de
Europa de una novedad "i-adical: el Estado moderno.
Maquiavelo y Tomás Moro son los dos polos del pen-
samiento europeo moderno que osaron abordar resuel-
tamente el problema que sus contemporáneos .sólo vie-
ron sumido en sombras: el carácter demónico del po-
der (6). Por primera vez en la historia advierte Ma-
quiavelo el lado sombrío de la política: la naturaleza


(6) Págs. 70 y sigs,


54




maliciosa del linaje humano (7). La esencia de la po-
lítica queda definida como lucha total: la relación ami-
go-enemigo sojuzga toda clase de consideraciones mo-
rales y humanas. Maquiave10 no es sino un hijo de su
tiempo, de un mundo abandonado de Dios, donde el
hombre se halla entregado a sí mismo y al señorío de
las oscuras fuerzas de la naturaleza. Los lazos que el
destino tiende y la malicia de los hombres pueden
crear situaciones en que la simple necesidad de afirmar-
marse a sí mismo se anteponga a toda clase de mira-
mientos morales. El «maquiavelismor como tipo del
pensamiento político descansa sobre estos supuestos de-
cisivos: la inseguridad de un destino que se cierne cie-
go, traidor e incalculable sobre nuestras cabezas y el
infinito egoísmo, la miseria infinita del género huma-
no (8). En este sentido, piensa Hitter, resultaría inne-
cesario esforzarse en la defensa de Maquiavelo y no sólo
no merece excusas, sino las mayores alabanzas, como
descubridor radical del carácter «demónicoi del po.
der (9). Podría, a lo sumo, reprochársele haber estí-


(7) Págs. 24 y sigs,
(8) Págs. 29 y sigs.
(9) El término «damonísch- es realmente intraducible. Con-


viene verterlo qnizá por «deménico», pues no significa sólo «de-
moníacoo o cosa del demonio, en cuanto reflejo de las peten-
cías del mal en el mundo humano histórico, sino, a la vez, obra


55




mado en tan poco la sensibilidad moral de los gober-
nados y su natural reacción frente a la bestialidad del
poder. Pero, en realidad, la imagen natural y desnu-
da del hombre que Maquiavelo nos ha legado se repite
en todas las formas de civilización, más o menos cu-
bierta por el barniz de lo que suele llamarse cultura.
De ahí el valor imperecedero y permanente que tiene
la visión maquiavélica de la esencia de la lucha por
el poder. En realidad, dice Ritter, cuando se lucha en
serio por el poder las cosas son tal como Maquiavelo
las pinta. Frente al afán de éxito caen por tierra toda
clase de principios y convicciones morales.


Al hilo de esta interpretación, el valor permanente
de la obra maquiavélica consistiría en haber desentra-
ñado la esencia «demoníaca» del poder. Para el que
considera «enemigo» a todo aquel que se opone al éxi-
to de sus acciones y concede a la relación amigo-ene-
migo el valor supremo, la moral pierde su validez au-
tónoma y absoluta (10). El segundo estrato del pen-
samiento político maquiavélico sería su fe ideal en
el poder como principio de orden. El mismo poder
político, cuyo carácter demoníaco nOS es mostrado en


de «genios» a' usanza helénica. Ritter ha tomado el vocablo de
Tillich «Das Diimonische», 1926.


(10) Págs. 32 y sigs.


56




su desnudez, se convierte así en prinCípiode educación
moral del linaje humano. He aquí, según Ritter, la
clave del concepto maquiavélico de la virtU (ll). La
doctrina de Maquiavelo enseña como lección suprema
la primacía ética de la política. Pero la intención Ul-
tima de Maquiavelo sería conferir a esa ciega pugna
por el poder de su propio mundo en tomo sentido
superior. El héroe maquiavélico saca el orden del caos
-siquiera sea por la violencia- y alcanza la regene-
ración de los pueblos decadentes gracias a una nueva
virtu política.


La interpretación de Rítter desemboca por esta ver-
tiente en las aguas caudales de Herder y Hegel: el sue-
ño más fervoroso del florentino, el objetivo capital de
su obra, consistirían en lograr la resurrección de Italia
por obra de un héroe salvador (12). La clave de las
intenciones maquiavélicas vendría cifrada en el capítu-
lo final del Príncipe y en la exhortación a los ita-
lianos. De ahí que, a los ojos de Ritter, la tesis ma-
quiavélica sea mucho más que una simple doctrina de
la lucha por el poder y de la tiranía. Maquiavelo ha
forjado un mito político propiamente dicho (13). Al


(11) Págs. 36 y sigs,
(12) Pág. 39.
(13) Pág. 40.


57




poner por eje del acontecer político la lucha por el
poder y al erigir la guerra en la hora suprema en que
se acrisola la virtud política, Maquiavelo se convierte
a sí mismo en prototipo de la moderna teoría del Es-
tado continental. De esta suerte, la política maquiavé-
lica es la que mejor responde a las exigencias de los
.grandes Estados nacionales del continent! europeo. Es
arte de lo actual, de lo que en cada instante adviene,
arte del momento histórico, no de lo que dura (14).
Es doctrina fuerte para tiempos de crisis, no para tiem-
pos de paz, para esos peligrosos períodos de decaden-
-eia y descomposición política y moral. Mirada desde el
punto de vista de su influencia histórica, la lección del
Príncipe ha servido admirablemente al. Estado absoluto
de los siglos XVI y XVII Y a las grandes monarquías
militares y burocráticas del continente europeo. La meta
de Maquiavelo no era el Estado nacional, como algu-
1108 creen, añade Ritter, sino el Estado autoritario, una
especie de despotismo sin límites claramente definidos,
'Suavizado por un inteligente arte de gobierno, venta-
joso para los gobernados. Nada tiene esto que ver con
la idea nacionalista del siglo XIX. Es Maquiavelo pro-
feta del risorgimento, mas no del resurgir nacional de
los italianos Su pensamiento político está limitado por


(14) Pág. 44.


58





el horizonte de su época. El valor imperecedero de su
doctrina estriba en haber enseñado por primera vez
la férrea lección de la necesidad del poder como'su-
puesto de toda libertad y haber descubierto que en la
médula de toda fundación política hay siempre una afir-
mación y acumulación de poder material; su princi-
pal mérito, haber mirado cara a cara a la esencia mis-
ma del poder (15).


(15) Págs. 47 y sigs.


59




La interpretación deci.ioaida


De la tesis de Meinecke a la interpretación del ma-
quiavelismo como teoría del «estado de necesidad» hay
sólo un paso. En la bibliografía contemporánea son
muchos los que han seguido este camino. Descuellan,
entre otras, la conocida interpretación de Mussolini a
que antes aludíamos, la de Holstein y la de Freyer (16).
Examinemos como más significativa la de este último.


El pensamiento de Maquiavelo -dice el gran soció-
logo- no se nos ofrece en un solo plano, sino en va-


(16) Hans Freyer, Machiavelli, Leipzig, 1938.


60




rios estratos a lo hondo. En una primera capa, el acon-
tecer político aparece como la sucesión de una serie
de situaciones que se repiten en forma típica, de las
cuales cabe deducir reglas para la acción. En este as-
pecto, la acción política es una técnica que puede ser
aprendida, enseñada y elaborada teóricamente. Objeto
de esa técnica es el estudio de las reglas que condu-
cen al éxito. El objetivo es, pues, puramente técnico
y Maquiavelo no se cuida de preguntar cuál sea el sen-
tido y el valor de la meta propuesta. De ahí la radio
calidad de la técnica maquiavélica. En este primer es-
trato del pensar maquiavélico la teoría política es téc-
nica de la lucha absoluta. Pero no se agota en ello. ~-~
Lo que hace de la teoría política maquiavélica más que! 1"" f 1
una técnica es el concepto de uirtñ, Constituye el su-. fi, ... i


, ' ..,)
puesto «substancial» de la acción política, con lo cual iW~':'!4" ' ,/1


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la obra de Maquiavelo -en su segundo estrato-- se con- ,
vierte en una metafísica de la substancia política. El
objeto de esa metafísica es aprehender conceptualmen-
te la qualitas occulta en que la oirtñ consiste. Sus pro-
blemas se amplían hasta constituir una teoría de la
estructura del campo de fuerzas político. En el tercer
estrato, lo decisivo es el giro eminentemente político
que Maquiavelo confiere a la virtu, enderezada sólo
a la conformación de las cosas terrenas, al ejercicio
del poder sobre hombres y cosas. El concepto se des-


61




liga resueltamente de su subsuelo moral. En un tercer
estrato, como apuntábamos hace un instante, la obra
de Maquiavelo nos ofrece una teoría del campo de fuer-
zas político, lo que podríamos llamar UJIa verdadera
«teoría de la Constitución». La estructura de ese eam-
po de fuerzas es tal que se halla en mudanza perma-
nente. Esta condición tiene como consecuencia el cam-
bio constante de las formas de acción. Llegamos así al
último estrato, el más hondo. Es el punto en que Ma-
quiavelo se enfrenta con su propio presente y con su
patria. Lo que Maquiavelo busca, conforme a sus pro.
pios supuestos, es la forma de acción política que co-
rresponde a su propio tiempo. Ahora no se trata de
discernir una regla general para una situación abstrac-
ta, sino de dar con fórmula válida para una hora his-
tórica singular. Las horas históricas no son susceptibles-
de sistematización, sólo guardan relación unas con
otras en cuanto individualidades. Frente al problema
con que acucia una hora histórica no cabe una regla
general, sino un hombre concreto, el hombre adecua-
do a ella, el héroe que esté a la altura de SUB exigen.
cias, El toque está no en cómo se hace, sino en quién
puede hacerlo. En este cuarto estrato la ciencia polí-
oca de Maquiavelo se convierte en ética de la hora
histórica (pág. 142). Frente a sus urgencias la teoría
no puede ofrecer una receta, limítase a conjurar el tipo


62




humano capaz de señoreada. Es en este cuarto estra-
to profundo donde el maquiavelismo adquiere su abo
soluta radicalidad. De pura técnica de la acción se trans-
fiere a la intimidad de la persona. La política como éti-
ca del momento histórico exige que el gobernante sa-
crifique incluso la salvación de su alma y admita cons-
cientemente al mal dentro de sí. El problema de la Po-
lítica y la Moral trasciende ya de la pura técnica po-
lítica. El criterio de la acción no es otro sino la exi-
gencia del momento histórico. Lo político co~siste en
decidir desde los supuestos de la propia situación.


He aquí la aguda versión de Freyer. En línea pa·
ralela, aunque desde supuestos muy distintos, está la
de Holstein.


Destaca Holstein (17) en Maquiavelo el carácter de
humanista, no sólo por razón de su formación y de 81l'
conducta personal,sino por haber. ido a buscar apoyo.
y fundamento de su doctrina política en la Antigüedad.
Pero esta actitud de Maquiavelo uo permite calificar.
le de tradicionalista y menos aún de erudito que es-
cribiese por puro interés científico. Aunque jamás llegó.
al campo de la acción, Maquiavelo encarna, pOJ: su ac-
titud espiritual, al hombre político por excelencia, do-
minado por el apasionado deseo de lograr la unidad


(17) V. Staatsphilosophie, págs. 54 y sigs,


6~




y la libertad de la nación italiana (18). Con gran finu-
ra observa Holstein que aunque Maquiavelo utiliza
constantemente material histórico antiguo, se guarda
muy bien de tomar de la Antigüedad su idea política
central. Ni Platón, ni Aristóteles, ni siquiera Cicerón
han dejado en él huella. Es la consecuencia de una de-
cisión fundamental. Trata de ver el Estado y la vida
política tales como son, no ya como resultan de su fun-
damentación ético-filosófica. Maquiavelo es, pues, a los
ojos de Holstein, el político realista que se limita a
ver el Estado tal como se lo ofrece la realidad polí-
tica coetánea. El punto de arranque es el pesimismo
antropológico. El Estado es creación consciente de hom-
bres fuertes y valerosos. La multitud es incapaz de tal
tarea, obra del señorío. Como Meinecke, Holstein ve
el centro de la doctrina maquiavélica en el concepto
de virtu, interpretado, a la manera meineckiana, como
cosa natural, impulso y voluntad vital. Holstein subra-
ya más enérgicamente que Meinecke el carácter natu-
ralista de la virtud maquiavélica: de nada sirve su
asociación con las fuerzas espirituales; la ratio está
en Maquiavelo al servicio de la voluntad apasionada.
Pero no es certero, añade Holstein, considerar aMa·
quiavelo desde el dilema moralismo o inmoralismo. La


(18) Op, cit., pág. 55.


64




obra maquiavélica no es sino un conjunto de reglas
para el caso de necesidad. Cap ello la ética pierde su
sustancia trascendente y queda rebajada al rango de
magnitud terrenal. Mirado a esta luz, el sistema de
Maquiavelo es el contrapunto del pensamiento medie-
val y, en cierto modo, el polo opuesto a toda consí-
deración ética de la política. La ecuación clásica entre
ley natural y derecho natural desaparece aquí total-
mente. La naturaleza no es ya un conjunto de fuerzas
configuradoras de vida que se realizan en normas; es
simple acontecer que se produce en virtud de acumu-
laciones concretas de fuerzas. Los supuestos espiritua-
les de que Maquiavelo parte sólo consienten una inter-
pretación individualista del acontecer político. Por eso
es ajeno a la mente de Maquiavelo cuanto signifique _.


.,."--- -......


atribuir sentido sobretemporal al curso histórico. Su /.~.... ""/~'
imagen de la historia es realmente la de un mecanis- (:! \
mo. El destino carece de sentido y es inescrutable; lo"l ...


.-¡
único que queda es la tarea concreta del hombre acti- ~iI!,"••t. > .:


< • - ••--~~;;~~~..
vo, la decisión de cada instante. El acontecer huma-
no, que constantemente se recrea en la serie de las ge·
neraciones, carece de sentido; permanece en sí, incom-
prensible e incomprendido. No más que un punto fir-
me: el Estado, como obra del hombre político activo.
Es el valor del que todo lo demás se deriva. Y esto
impide que la doctrina maquiavélica pueda ser cali-


65




ficada de inmoralismo; lo que Maquiavelo hace es po-
ner en lugar de la ética cristiana una nueva moral,
cuyo centro supremo de impulsión es el egoísmo del
Estado. No sin razón ve Holstein en la actitud maquia-
vélica el comienzo del anarquismo. Su valor histórico
permanente estribaría en haber percibido por vez prí-
mera lo que hay de impulso elemental de vida y de
fuerza natural en el Estado, como producto de la enero
gía humana.


66




La iaterpretaeióa estétiea


Aquí la obra maquiavélica es considerada desde el
subsuelo estético del humanismo. Maquiavelo humanis-
ta: he ahí el punto de partida de esta nueva y aguda
versión. Se inicia por los grandes poetas del Risorgi-
mento italiano, Hugo Fóscolo y Alñeri, y es recogida,
ampliada v enriquecida singularmente por GundoH (19),
von Marti~ y otros (20). La tesis culmina magistral-
mente en el excelente libro de R. Kónig (21).


En Gu~doU empieza a dibujarse una imagen de


(19) Caesar, págs. 21 y sigs,
(20) Sociologie der Reooissance, 1932.
(21) Niccollo Machiavelli, Ziírich, 1941.


67,




Maquiavelo de signo contrario a la que por tradición
venía afirmándose. Frente al político realista de la tra-
dición aparece la imagen de un Maquiavelo utopista,
perdido en deseos y sueños sublimes. Como Salustio,
dice Gundolf, Maquiavelo pertenece al grupo de las
almas débiles con espíritu fuerte, más dadas al ensue-
ño que a la acción, que viven más de su fantasía que
en el tiempo propio, imitadores, aunque no hipócritas,
de la dignidad, la libertad y la virtud. Según Gundolf,
la actitud humanista, con su recurso a la Antigüedad
en .busca de lección y norma para el presente, es lo
que caracteriza y da sentido a la obra maquiavélica.
Maquiavelo no es sino el fundador y maestro de esa
literatura política humanista, entendiniiento excelso do-
minado, más que por la voluntad política, por el im-
pulso apasionado de conocimiento de la realidad polí-
tica. Su admiración hacia el genio político de César
Borgia es de índole «estética». El frenesí por la ac-
ción que en aquel héroe se trasluce es lo que aMa·
quiavelo atrae, más que sus objetivos políticos concre-
tos. El capítulo final del Príncipe, la invocación patrió.
tica que sirve como de escudo a esa admiración, es
sólo el velo que encubre la actitud genuinamente esté-
tica (22). Y Gundolf resume su juicio en estas pala-


(22) Op, cit., pág. 126.


68




bras: «Ciceroniano y Liviano por sentimiento íntimo,
Maquiavelo es una forma apasionada, más vigorosa y
densa, de Montesquieu» (23).


Esta nota estética en la valoración de Maquiavelo
ha sido acentuada también en Italia por Francesco de
Sanctis, que pinta al florentino como el gran realista
de la Edad Media moribunda. Como la realidad de su
tiempo no ofrece vía alguna de salvación, Maquiavelo
se refugia en la ironía. Consciente de que la corrup·
ción reinante no tiene remedio por vía normal, cae en
una extraña exaltación desde la cual teje sus sueños
utópicos.


Pero quizá la más enérgica pintura de Maquiavelo
desde la perspectiva estética sea la de von Martin. Jun-
to a otros méritos excepcionales, los trabajos de von
Martin han puesto al descubierto los profundos su-
puestos sociológicos del Renacimiento. La figura de Ma-
quiavelo queda perfectamente iluminada desde el somo
brío trasfondo de la época renaciente. Maquiavelo es
la mente lúcida y serena asomada al alto balcón del
humanismo renaciente que contempla la bancarrota de
la sociedad renacentista creada por la alta burguesía.
Frente al concepto del orden divino y natural como rea-


(23) Op. cit., pág. 126.


69




lidad objetivamente dada, esta capa social de signo
liberal asume la tarea de ordenar el mundo como una
«obra de arte» abierta a las humanas hazañas. El mun-
do burgués que rodea a Maquiavelo es un mundo des.
encantado, en cuyo mecanismo interviene el hombre
conforme a Un plan racional. En él la religión y la
política han quedado rebajadas a la categoría de puros
instrumentos. Frente a la alta pirámide de valores. de
la Edad Media, la burguesía renaciente alza el prín-
cipio de la «libre concurrencia», sujeto al señorío Ii-
bre de la ley natural. El dinero, factor fundamental y
determinante de la nueva forma económica, ha trans-
formado la realidad estática de la Edad Media en otra
altamente móvil. Frente al caballero, el campesino y
el artesano medieval se levanta ahora el «burgués», todo
cálculo, que todo lo piensa desde la razón, no ya por
tradición. Este nuevo tipo sociológico del «burgués»
crea una nueva aristocracia del talento y del valor fren-
te al señorío de la sangre. El factor económico empie-
za a señorear los estilos de vida. Aparece el «espíritu
de empresa», calculador y previsor, que pronto dará
nacimiento a un nuevo arte de la economía, de la po-
lítica y de la guerra. El Estado y la guerra empiezan
a ser considerados como (cobras de arte», Surge así una
nueva manera de política, que reduce ésta a puro cálcu-
lo racional, política absolutamente objetiva y desalma-


70




da, perfectamente metodizada, donde los problemas se
plantean como puras cuestiones de construcción. Simulo
táneamentebrota el concepto del «genio» y el culto al
«gran hombre», En ese uníverso vdeeencantado ya no
hay lugar para los sentimientos medievales de comu-
nidad cristiana, ni hueco para un concepto tan bello
'Como el de la Cristiandad medieval. Todos los conteo
nidos· naturales y sobrenaturales comienzan a ser ra-
cionalizados hasta el límite. La creencia dominante es
iJUe todo se puede «hacer» y que para lograrlo baste
recurrir a una mecánica racional. Conviértese entonces
el hombre de fin en puro medio del mando. El cami-
no espiritual de esta burguesía renaciente principia en
el activismo y acaba en el estatismo de los literatos hu-
manistas. El humanista se refugia en una actitud pura-
mente estética. Retirado en la penumbra de un Iejano
mundo de sueños, recluye su alma en la isla hienaven-
turada donde goza la bucólica quietud de un noble cla-
sicismo allende la vida real. Es el ideal petrarquiano
de la pura introversión. Von Martin subraya con pre.
'Cisión la diferencia entre esta actitud estética del hu-
manista y la vía contemplativa del hombre medieval.
Mientras los monjes medievales constituyen un estamen-
to propio y forman parte integrante del organismo
cristiano, la contemplación humanista es simple «afi-


71




ción», actitud puramente privada (24). El literato mo
derno es un aventurero del espíritu que se sustrae 1
cualquier orden, incluso al burgués. El intelecto hu
mano ya no es siervo de la teología y pierde su esta
bilidad, tórnase versátil, sigue su propio caminar, }¡
ruta propia del nuevo aventurero de la inteligencia
romántico del espíritu, que desplaza al romántico dI
la acción. La huída humanista de los sinsabores de
mundo a la quietud de la existencia privada entraiu
la renuncia al activismo y la romantización del inte
rés político. En este aire quietista e insano, donde sóle
se respira «reposo y orden», brota la afición hurgues.
a la forma. política que, siquiera sea con renuncia de
la libertad, garantiza mejor que otra el orden y la tran
quilidad: la tiranía. Así, la línea política del huma
nismo va desde la apasionada patética de la libertad er
Boccacio y Salutati a la apología de la obediencia en
Pontano. El símbolo de la actitud humanista es el re-
tiro a la «villa», que representa, desde el punto de vis.
ta sociológico, el triunfo cultural del humanista sobre
el capitalista. Es como el preludio de la bancarrota
burguesa. La economía, la política, el arte y la Iite.
ratura se afinan hasta el «virtuosismo». Pero con el viro


(24) Op, cit., pág. 26 y sigs.


72




tuosismo se perdió la virtud genuína, que exige enero
gía activa. Este es precisamente, dice von Martin, el
problema de Maquiavelo. La obra del florentino, com-
pendioagudo y completo de su tiempo, plantea el pro-
blema trágico de la ausencia de virtud como causa ba-
pital de la quiebra de su época. Maquiavelo es el gran


titán en lucha contra su propia época. Los Discursos
son una crítica acerada y violenta de su tiempo, cuyas
flaquezas advierte con mirada sutil. Esa misma pene-
trante mirada descubre a Maquiavelo que la cultura
burguesa entra ya en su otoño y se acerca a las puertas
del invierno. La ley de la Historia será, para Maquia-


velo, un ciclo trágico, donde el triunfo y la cumbre
significan «seguridad: y la seguridad (decadencia». La
seguridad burguesa: he ahí el peligro para Maquiave-
lo. Apóstata de los ideales sagrados de su época, la fi-
losofía maquiavélica es la filosofía del éxito. Su lanza
se vuelve contra el ideal del bienestar económico y del
goce refinado que constituyen la bandera de la cultura
humanista. La burgucsía, saturada de ideales, estática,
ha caído en un pobre pacifismo que lleva consigo la
decadencia de toda oirtú en sentido dinámico, cuya úl-
tima expresión es la guerra. El humanismo, que pro-
metiera al hombre hacerle «hombre», le ha hecho SIm·
plemente «burgués». Maquiavelo levanta como ejemplo


73




supremo la sombra de la autigua Roma, preconiza el
retorno a las costumbres sencillas de antaño, la vuelta
al pueblo en armas, a una verdadera «democracia». Su
voz anuncia la bancarrota del liberalismo burgués y da
fe -certera y profética- de la quiebra política del
capitalismo: la economía dineraria de los comercian.
tes ha dado al traste con el heroísmo y la fuerza. com-
bativa. El despego de Maquiavelo hacia la economía
es el reproche contra una época que ha puesto la eco-
nomía sobre la política y la razón sobre la pasión. La
política «burguesa» sustituye el viejo espíritu guerrero
y heroico por el espíritu comercial. El «burgués» mo-
derno sólo tiene virtudes específicamente «burguesas»,
«antiguerreras» y hasta la libertad sólo es, a sus ojos,
una cosa «útil», Hasta la guerra se ha trocado en ne-
gocio. El ciudadano abdica en favor del burgués y el
único ideal abierto al hombre es el de la libertad pri-
vada, libertad frente al Estado. He ahí lo que Maquia-
velo, penetrando sagazmente en las antinomias de su
tiempo, advierte con claridad meridiana. Para él, la
política burguesa, con su ideal pacifista y antiheroico,
'Corresponde a la moral del Cristianismo, no ya a la del
Cristianismo original de Cristo, sino a su degeneración
clerical. Frente a este idealismo falso y embellecedor
reacciona briosamente, dice von Martin, la honestidad
realista de Maquiavelo con voluntad de destrucción. Es


74




también campeón contra el fendalismo. Von Martin des.
taca certeramente otra nota singular: hay en Maquia.
velo el resentimiento del ciudadano contra el noble.
El denominador común de la actitud maquiavélica es
-el mito de la oirtic antica, la virtud romana, imagen
ideal de la vieja Roma campesina. En esa imagen halla
Maquiavelo la fuente para una política enérgicamente
activista. De la conciencia clara y aguda de la propia
-decadencia brota en Maquiavelo la idea salvadora del
«renacimientoi de la virtud romana. Italia hállase ame-
nazada por todas partes y en ninguna se ve voluntad
-de defensa. Todo es materia corrotta, Pero lo que im-
porta no es la masa, sino el caudillo. El dictador trae-
Tá la «renovación», alzándose desde la oscuridad y la
bajeza hasta convertirse en predilecto de la Fortuna y
realizador de grandes hazañas. El héroe maquiavélico
-está libre de normas morales, sin más ayuda que su
virtud y sin otro deber que el de alcanzar el éxito.
Sólo él sabrá realizar el milagro de salvación y lograr
la libertad y la unidad de Italia. Por este lado, a jui-
ocio de von Martín, Maquiavelo se aproxima a Petrarca,
aunque el romanticismo maquiavélico tiene un matiz
de signo racionalista. Su creencia última y suprema es
-que un organismo artificial puede salvarlo todo. Ten.
drá que venir el Saco de Roma a poner término a es-
tas ilusiones.




E~ - esta vía de iluminación de la actitud intelec-
tual de Maquivelo desde la perspectiva humanista y
estética, la interpretación más extremosa está represen-
tada por el reciente y sugestivo estudio del suizo René
Konig, Después de examinar en los primeros capítulos-
de su libro los caminos que ha seguido hasta el pre-
sente la interpretación de la obra maquiavélica, consi-
dera Konig que el haz de problemas que el estudio
de Maquiavelo deja en el aire parece casi insoluble:
¿ Quién y cómo -se pregunta KOllig- fué realmente
el hombre Maquiavelo? ¿Aliado del diablo reformador?
¿. Consejero funesto de príncipes? ¿Patriota abnegado y
resuelto? ¿Cuál era su intención? ¿Es realmente un
político o toda su obra sólo es una máscara literaria
para mostrar las cosas de su época? ¿Era efectivamente
humanista que huía de su propio presente? ¿Hacia el
pasado o hacia el futuro, como profeta de Italia re·
dimida? Según Konig, cada una de estas preguntas PUf'-
de dar pábulo a todo un sistema interpretativo. Pero
ninguna respuesta nos otorga en su entereza la verdad de
la obra y del hombre que Maquiavelo fué. Y lo que
importa es descubrir la actitud espiritual entera de
Maquiavelo. En realidad, Kónig va a seguir la ruta
iniciada por los poetas del Risorgimento, que hemos
visto culminar en la visión de von Martin. Pero la te-
SIS de Konig va a subrayar' unilateralmente la dimen-


76




sión estética de la obra maqniavélica. El resultado es
no sólo un Maquiavelo humanista, sino un Maquiavelo
esteta,


La puerta de acceso a la intimidad de Maquiavelo
está, según Konig, en los Discursos sobre las primeras
décadas de Tito Livio. El objeto de los Discursos, que
tantas polémicas han suscitado, no es el estudio de la
República como forma de Estado, sino algo ,infinitamen-
te más vivo y hondo. En los Discorsi Maquiavelo nos
descubre cómo ve él mismo su propio tiempo. Son el
documento en que el autor cobra conciencia de la si.
tuación histórica en que se halla inmerso. Se trata, ni
más ni menos, de un análisis de la coyuntura históri-
ca coetánea de Maquiavelo. El tema de la República
no constituye el nervio de la obra, cumple sólo una fun-
ción auxiliar. Nótese, advierte Konig, que en parte al.
guna se habla de las Repúblicas libres como realidad
presente o posibilidad futura, sino como de algo que
ya pasó. Pasó, pero está ahí como imagen ejemplar y
purificada del Estado libremente ordenado, con valor
de metro y paradigma. La imagen sirve para medir la
situación presente. Así, las disquisiciones sobre la An·
tigüedad y la Roma libre de antaño cumplen, a jui-
cio de Konig, la específica función marginal de ílumí-
nar por el contraste y la polémica la situación presen·
te. Como la luz artificial que el pintor introduce en


77




el cuadro para vigorizar sombras y contrastes. No le
interesa a Maquiavelo la luz como tal luz, sino los per-
files y proporciones que deja entrever. Y lo decisivo es-
esto, añade Konig : Maquiavelo ve su propia época como
situación de crisis radical. El análisis de esa situación
crítica constituye el tema capital de los Discursos. Todo
lo demás -la apoyatura externa en Tito Livio, las fuen-
tes antiguas que se toman por modelo, etc.-, es ac-
cesorio. La conciencia de crisis se adensa y afina a Io-
largo de los tres libros que integran los Discursos. En
ese progresivo esclarecimiento van apareciendo los prm-
cipales conceptos políticos de Maquiavelo. Todos ellos
documentan su actitud inicial frente a la realidad. Son
como la decantación teórica de una conciencia que ve
su propio presente como etapa de crisis radical. Konig
estudia en su libro los jalones principales que marcan
esa línea de creciente lucidez a lo largo de la obra ma-
quiavélica. Esta conciencia de crisis radical suscita en
Maquiavelo un argumento terrible: la maldad natural
del hombre, su absoluta malicia, le empujan a salir de
la anarquía originaria y a recorrer las formas políti-
cas en serie irreversible, para volver de nuevo al pun-
to de partida. La malda-I natural del hombre es, a
los ojos de Kónig, la fórmula tremenda en que Ma-.
quiavelo vierte su profunda amargura frente a la fla-
queza y corrupción de la época renaciente. La radica-


73




lidad de la fórmula cumple también la función de ilu-
minar la crisis de su propia época. El objetivo intern\>
de los Discursos es, pues, mostrar y analizar Ía crisis
en que la Italia del Renacimiento se halla sumida por
culpa de la Iglesia católica. Y es en el curso de esas
consideraciones cuando, según Konig, surgen en Ma-
quiavelo los conceptos políticos capitales: Virtud, For-
tuna y Necesidad. La interpretación de Konig entronca
aquí con la ya estudiada de Meinecke. El concepto de
virtud sirve simplemente de parangón para contrastar
la actualidad. Tiene, según Konig, más carácter polé-
mico que positivo y, a su través, Maquiavelo subraya
en relieve el perfil de su propia época. Irremediable-
mente, la teoría de la virtud desemboca en una teoría
del hombre polarizador de virtud: el Príncipe, Capi-
tano o Condottiero que rige pueblos y guia ejércitos.
El arte político maquiavélico consiste en no dejar que
la virtud se adormezca. En tiempos de crisis no bastan
medios normales. Cuando la vida política carece de


, sanción espiritual y moral y se reduce a pura energía
dinámica sólo puede renovarse si se la retrotrae a sus
últimos principios. Esa reducción sólo es posible me-
diante una iluminación previa y un esfuerzo de auto-
conocimiento. He ahí, continúa Konig, el sentido úl-
timo de los Discursos. No es una obra teórica sobre una
forma concreta de Estado, sino un esfuerzo de prepa-




ruoron analítica para una acción que se concreta luego
en el Príncipe. Son, pues, los Discursos el documento
personal en el que Maquiavclo describe su visión de la
actualidad histórica. El secreto de la intimidad de Ma-
quiavelo estriba, pues, a los ojos de Konig, en el anhe-
lo de imponer un orden al caos integral del Renaci-
miento. Pero lo grave es, añade Kiinig, que la fórmu-
la de orden que Maquiavelo va a proponer es pura-
mente «estética». El orden a cualquier precio; he ahí,
podríamos decir, el afán último de Maquiavelo. La vía
de salvación que va a escoger es la del humanismo.
Con ademán antiguo, el humanismo tratará de dar al
mundo desgarrado del Renacimiento una garantía esté-
tico-Iiteraria por medio de un orden, pero trasuntiva-
mente. Lo que el presente no ofrece al humanista, se
buscará en el ejemplo de la Antigüedad. Konig estu-
dia minuciosamente en la biografía de Maquiavclo todo
cuanto puede apoyar su propia interpretación estética.
Así, la vida entera de Maquiavelo, mirada por dentro,
aparece a los ojos de Konig como una progresiva im-
pregnación de su alma entera por el elemento estéti-
co. El ambiente social en que se mueve, su formación
humanista, el contacto con la pura facticidad del Re.
nacimiento como Secretario de Estado florentino, sus
experiencias capitales, empujan el espíritu de Maquia.
velo hacia la pendiente estética, que tiende a transíor-


80




mar los fenómenos, no ya en conceptos. o principios
generales, sino en imágenes, tras de las cuales acaba
por desaparecer toda realidad. Su aguda conciencia de
la crisis, la cotidiana familiaridad con un mundo de
puros hechos sin sanción superior, la asiduidad a los
conventículos humanistas, ~onde se forma el espíritu
de la nueva urbanidad y se discuten temas políticos con
propósito puramente estético y se crea un estado de
exaltación que emborracha las mentes de imágenes es-
téticas lejanas, le llevan desde muy temprano a seño-
rear la realidad «estéticamente», como único modo de
alcanzar un plano firme entretanto desconcierto. Ko-
nig interpreta psicológicamente la actitud maquiavéli-
ca como consecuencia de un hecho decisivo en su
vida: el destierro. Maquiavelose venga de la realidad
inaccesible para el exilado volcando sobre ella el


.fulgor sombrío de la maldad. La inactividad ahueca su
idea de la política hasta convertirla en figura estética.
Los hechos políticos no son considerados Como expre-
sión y figura externa de las fuerzas internas de un Oro
den, sino en su epidermis. Cuando la realidad ha per-
dido totalmente su sentido y el que se encuentra frente
.a ella carece de ancla firme, sólo cabe el mentido so-
siego de tomarla como figura estética. He ahí la espe-
cífica función de Maquiavelo en el Renacimiento. Has-
ta él la política fué servidora parte de la Ética. Pero


6 81




la ruptura no consiste, como la opnnon tradicional en-
tiende, añade Konig, en secularizarla y erigirla en es-
fera autónoma -la esfera de la oirtñ de que habla, por
ejemplo, Meinecke-, sino que lo decisivo es más bien
el medio a través del cual se produce la secularización:.
el estético. Es como un refugiarse en lo bello. Maquia-
velo convierte la Política en parte de una Estética uni-
versal, donde la voluntad deja de ser potencia ética y
es reducida a puro fenómeno estético. La señal estéti-
ca de tal voluntad es lo que Maquiavelo ha vivido cer-
ca de César Borgia: la explosión subitánea e inespe-
rada, la irrupción violenta en pos de aventuras brillan-
tes, ese como espumear permanente de la decisión de
cada instante, que no conoce el orden ni la figura. El
punto de partida estético no es en Maquiavelo -a jui-
cio de Kdnig-e- fenómeno secundario, sino actitud pri-
maria que determina, tanto la estructura de los produc-
tos de su pensamiento, como la forma, método y figu-
ra del pensamiento mismo. La neutralidad maquiavé-
lica no es la neutralidad de la teoría, ni la neutralidad
de la técnica, sino la de la estética, que sólo deja sub-
sistente el valor de 10 bello. Entonces todo el juego de
las fuerzas políticas se transfigura en una red de rela-
ciones por cuyas mallas escapa la realidad entera. Las
potencias históricas reales se truecan en puntos ingrá-
vidos e inextensos dentro de un sistema de coordenadas


82




en que la posición de cada punto se conoce por su re-
lación con los demás. La red de puntos señorea la rea-
lidad viva de manera que resulta inconcebible la pero
manencia de un punto en sí mismo e incluso su neu-
tralidad frente a los demás. Según esta interpretación,
Maquiave10 tiende sobre el mundo una red ideal que
le aisla de la realidad. Mas no por capricho o incapa-
cidad. En él se manifiesta la hondura de una crisis
que ha disuelto toda suerte de órdenes y medidas y
sólo deja abierta la posibilidad de imaginar la ilusión
de un futuro mejor. Es como el preludio de la tempes-
tad. Sólo a la luz de la crisis del Renacimiento y como
testimonio lúcido de ella se comprende rectamente. la
obra de Maquiavelo. El modo intelectual de Maquia-
velo es el de la inteligencia en el medio de la estética.
Desde este ángulo estético juzga también Kónig al Prín-
cipe maquiavélico. No es propiamente un tratado ético-
político ni una ética del obrar político, sino una obra
de arte. Desde esa dimensión estética se propone de-
volver a su época, en forma de obra de arte, lo que
la realidad ofrece irremediablemente desgarrado. A esta
luz, el Príncipe se desvela como tentativa de un orden
en bloque. Pero el. orden no se logra en la esfera po-
lítica, sino en la dimensión del arte. No es un órgano
creado para configurar el mundo, sino al revés: obra
de un hombre inmerso en una actualidad caótica que


83




angustiosamente se afana por la quietud. Persuadido
de que la quietud no puede volver, forja en su mente
apasionada la aventura temeraria de dar a ese mundo
corrompido un orden nuevo en la visión de la Italia
redimida de los bárbaros y una construcción discipli-
naria capaz de asegurar la paz. La misma audacia del
proyecto le lleva a saltar sobre la realidad, creyendo
poder curar sus males con ferocidad organizada. Te-
rrible utopía a la inversa. Sin saberlo quizá él mismo,
crea una obra de arte, la novela de la Italia moribun-
da. Quiéhrase el intento como empeño político, pero
la obra perdura como expresión, bajo especie de figu-
ra estética, de un hombre doliente al que le está ve·
dada la acción y que siquiera en su obra consigue re-
ducir a quietud el caos de su época. Dos notas típicas
definen la actitud estética de Maquiavelo: la ironía y
la violencia. La primera salva la distancia entre la ima-
gen y la realidad con una sonrisa conciliadora. La se-
gunda corta la tensión con la espada y encara el mun-
do con furia sagrada. Empieza Maquiavelo sonriéndose
y acaba en la espada: es el camino que va de los
Discursos al Príncipe. Entre ambos, el mito de Italia
redimida. El Estado de Maquiavelo brota de una ima-
gen estética proyectada sobre la realidad, pero como a
pesar de todo apunta a un blanco real, sale del marco
estético súbitamente armado y pone a decisión en el




campo de batalla lo que el sueño le prometió como
realidad. Es como un Estado de bandidos con UJl in.
finito afán de seguridad. Anhelo angustiado de quietud
y de que la turbulenta realidad cristalice en figura es-
tética mecánica. Precisamente lo que da a entender el
vocablo stato con su doble acepción: Estado por ron•.
dar, dinámica del mando -signoria- y situación es-
table. Tal Estado sólo aspira a subsistir en el sentido
del puro conservarse, más que a durar por la reali-
zación permanente de órdenes y valores sohretempora-
les. No es un Estado justo, sino un Estado de necesi-
dad en sentido profundo.


85






111


LA IDEA DE MOVIMIENTO,
SUPUESTO METAFISICO
DEL PENSAR MAQUIAVELICO






S 1 tuviéramos que aquilatar el valor de cada una de
las varias interpretaciones reseñadas en el capítulo ano
teríor, hallaríamos que, por senderos distintos y aun
contradictorios, nos conducen sucesivamente a una frac-
ción de verdad y, en algún caso, a una verdad entera.
La dimensión heroica,genialista, decisionista o estéti-
ca no son bastantes a salvar la ohra maquiavélica del
juicio moral condenatorio en sentido cristiano. Desde
una perspectiva absoluta, las cosas son como son y la
fuerza de la verdad no se elude con distingos científi-
coso Esto a salvo, 00 se puede negar que la perenne
gigantomaquía en torno a Maquiavelo entraña una pro.
gresiva iluminación y comprensión de sus últimos y


89-




más hondos supuestos. Animados del rmsmo propósito
esclarecedor, nos disponemos a terciar en este magno
coloquio con el esbozo de una nueva interpretación.
No se trata de sustituir o poner en tela de juicio el
valor de las demás y menos aún de negar la validez
del juicio ético condenatorio. Si la respuesta es dístín-
ta se debe, simplemente, a que vamos a acercarnos a
Maquiavelo con un manojo de interrogaciones dife-
rentes.


Antes de preguntar por los supuestos sociológicos e
históricos de su pensamiento o de bucear en su intí-
midad biográfica, indaguemos SI existe en el mundo de
ideas maquiavélico un arco de bóveda, algo así como
una idea clave. Luego vendrá el tratar de esclarecer
aquellos supuestos y otras cien cuestiones más.


En nuestro sentir, esa idea clave no es la uirtú,
como pretende Meinecke, ni la necessitá, a la manera
de Mussolini o de Freyer, ni tampoco el concepto hu-
manista del orden estéticamente entendido, como afir-
man von Martin y Konig. Todos estos conceptos son
simples piezas parciales dentro de un horizonte meta-
físico determinado por UJIa idea capital que a todo con-
fiere sentido y engarza en unidad: la idea del movi-
miento. La clave maestra del pensar maquiavélico es
una idea de la realidad como puro movimiento. Esta
pura y absoluta «movilidad» atraviesa el cosmos ente-


90




ro, las cosas físicas y animadas y el mundo humano.
Por lo pronto, se refleja en la radical dinamización del
ser del hombre. Veamos, en esquema, las notas esen-
ciales de la antropología maquiavélica.


La esencia del hombre, su ser mismo, es el moví-
miento (1). No es el hombre una realidad estática,
sino radicalmente dinámica, pura energía. Maquiavelo
emplea para definirla el término «voluhilidad», Tan alto
es el grado de movilidad, que apenas si el hombre con-
sigue mantenerse en la misma situación por Un plazo
de diez años (2). Todas las cosas humanas se encuen-
tran sometidas a incesante rotación, pues cada decena
de años varían los hombres con las costumbres y co-
mienzan a infringir las leyes. Pero el movimiento hu-
mano no es absolutamente arbitrario, sigue siempre di-
rección determinada. La naturaleza del hombre es al-
tamente mudadiza y versátil, pero, a la vez, férrea y
tenaz en sus inclinaciones (3). Frente a ellas poco o
nada puede la voluntad humana. Es como un haz de
impulsos, instintos y pasiones a los que nada cabe opo-
ner. La movilidad humana sigue, pues, el cauce rela-
tivamente inexorable de las propias inclinaciones. La


1) Discorsi, pág. 7.
2) ldem, pág. 304.
3) Idem, pág. 347.


91




interpretación maquiavélica del movimiento natural hu.
mano se aproxima a la idea del mecanismo. El moví-
miento es siempre igual, como el de una máquina. Se
equipara al del cielo, al del sol y al de los elemen-
tos (4). En este sentido, los hombres son como siempre
fueron. Como el cuadro de las fuerzas motoras es siem-
pre idéntico, la resultante suele ser también parecida:
«... tutte le cose del mondo, in ogni tempo, hanno il
proprio risoontro con gli antichi tempi, Il che nasce,
perché essendo quelle operate dagli uomini, che hanno
ed ehhero sempre le medesime passioni, conviene di
necessittá che le sortíscano il medesimo effeuo». Los
hombres nacen, viven y mueren según un mismo 01',
den y su trayectoria vital en nada se diferencia una
de otra (5).


Mirada la interpretación maquiavélica desde uno de
sus ángulos, en seguida se ofrece como la seculariza-
ción de la idea cristiana del hombre. No perdamos de
vista la perspectiva cristiana. También para el cristia-
no de la Edad Media, como para San Agustín, el hom-
bre es una realidad altamente dinámica, la vida huma.
na un andar, un caminar. Pero el movimiento tiene
sentido diferente. La vida humana, entendida al modo


(4) Discorsi, pág. 7.
(5) Idem, pág. 52.


92




agustiniano, es también un arduo movimiento, un no
poder permanecer en sí misma. Todo en el hombre es
pasajero y fugitivo, 10 que fuí ya no lo soy, jamás llega
el hombre a aquietarse en su ser: «Omnes enim partes
eius, et omnia momenta fugitiva sunt» (6). La radical
movilidad atraviesa todos los estratos del hombre, in-
cluso su inteligencia: «Mens ipsa hominis, quae dici-
tur rationalis, mutabilis est, non est idipsum. Modo
vult, modo non vult; modo scit, modo ne scit; modo
meminit, modo ohliviscitur» (7). El mismo anhelo de
la vida empuja al hombre más allá de sí mismo. No le
basta su vida, aspira a otra potenciada, entera y plena.
El alma se eleva sobre sí misma hacia la fuente de toda
vida: Dios. Cuando. quiere permanecer en sí misma es-
capa de sí misma; sólo en el Dios invariable y eterno
se libera la existencia de su propia sombra, sólo en Él
halla quietud y recogimiento. El movimiento agustinia-
no es un caminar hacia Dios, hacia la felicidad eterna
y la inmortalidad. En cambio, el movimiento maquía-
vélico no es un perenne caminar hacia la trascenden-
cia, sino un como rotar sobre sí mismo, sin posible li-
beración. Por eso el problema del hombre no es ya
averiguar de dónde viene y a dónde va, sino «qué es».


(6) Sermón XLVII, 4.
(7) Enarrtuiones in Salmos, CXXI, 6.


93




El hombre es, simplemente, un ser que gira perpetua.
mente sobre sí mismo y nunca sale de sí mismo, de
sus propias pasiones. La visión de la historia como
un ciclo perenne es consecuencia inevitable de la in-
terpretación del vivir humano desde la pura inmanen-
cia. Como el hombre no tiene la posibilidad de salir
de sí mismo, gira irremediablemente sobre sí mismo.


Es el contrapunto de la visión cristiana de la his-
toria como sucesión de «edades» hacia la madurez, la
plenitud y la trascendencia. En San Agustín el univer-
so es una especie de despliegue, una distensión (8),
la historia, a modo de un ser colectivo único en mar-
cha y en progreso constante hacia la perfección sobre-
natural. Los pensadores cristianos medievales intenta-
rán trazar la síntesis de la historia total de la humani-
dad apoyándose en el esquema agustiniano de las eda-
des del mundo. La secularización del concepto de na-
turaleza hace que el hombre se encuentre de pronto
nuevamente sumido en un horizonte similar al de la
antropología antigua. La idea maquiavélica del ciclo
es una recaída en la idea antigua del movimiento como
un eterno volver hacia sus principios. Cuando el griego
piensa en la inmortalidad habla de «eterna juventud»,


(8) V. GilSOD, op. cit., págs. 183 y sigs,


94




un eterno recomenzar el movimiento desde su prin-
cipio..


Sin propósito ni criterio sistemático, Maquiavelo es,
evidentemente, heredero de la tradición antropológica
de la Antigüedad y del Cristianismo. La idea del hom-
bre como un ser dotado de potencias y de un haz de
instintos fundamentales (ad qlUle natura primo incli-
nat), las «naturales inclinaciones» de la escolástica (9)
es un viejo legado. Lo que varía es el sentido que se
confiere a la naturaleza humana y a sus inclinaciones.
La secularización del concepto cristiano de naturaleza
trae consigo que el movimiento de la vida humana sea
interpretado en el sentido metafísico de descenso. Los
instintos del homhre le llevan siempre, por tendencia
natural, hacia el desorden: «Ma dove la elezione ah-
bonda, e chi vi si puó usare licenza, si rlempie suhito
ogni cosa di contusione e di disordine» (10). El térmi-
no desorden tiene aquí pleno alcance metafísico. Por
eso la inteligencia humana propende naturalmente al
error. Sin excepción, todos los hombres, grandes y pe-
queños, yerran, mientras no exista una barrera infali-
ble contra el error (11). En el plano moral, esta ten•


. (9) Santo Tomás, Suma Teolégica, 1, 60, 2; 62, 2; 81, 1.
(10) Discorsi, pág. 20.
(11) Idem, pág. 167; v. también Discorsi, pág. 165.


95




dencia al desorden se manifiesta en el correr humano
hacia la corrupción y la maldad. La inestabilidad hu.
mana es, simplemente, tendencia a la corrupción, a
volverse el hombre de bueno malo (12). La pluma
brillante de Maquiavelo emplea las tintas más fuerte"
para dibujar la innata malicia del ser humano. VivÍr
es corromperse progresivamente y cada edad una etapa
hacia la descomposición y la malicia absoluta (13). La
virtud más difícil a los ojos de Maquiavelo es, preci-
samente, la bondad, ya que, en cierto modo, contradi-
ce a la naturaleza humana (14).


Dentro de esta tendencia natural hacia el desorden
señala Maquiavelo otro modo de inclinación caracterís-
tico y grave, sobre el cual montará más tarde buena
parte de sus consejos políticos: es la pendiente del
vivir humano hacia lo fácil, rehuyendo las empresas
difíciles. Esta inclinación a lo fácil lleva al hombre a
seguir una peligrosa vía, que Maquiavelo llamará la vía
del mezzo, en contrapunto a la diritta vía, media vía
entre los extremos, que son, precisamente, las hazañas
difíciles. La bondad y la maldad como contrapolo son
extremidades que rara vez el hombre alcanza, pues su


(12) Discorsi, pág. 129.
(13) Dell'orte delta guerra, págs. 204·5.
(14) Discorsi, págs. 42, 106.


96




natural facilón le impide ser perfectamente bueno o
perfectamente malo, bueno o malo con grandeza (15).


A través de este esquema antropológico, cuya clave
-es la tendencia natural del hombre hacia el desorden,
se advierte ya claramente que el problema capital para
Maquiavelo no será otro sino el problema del orden.
Pero veamos todavía cuáles son los factores determi-
nantes del movimiento humano, los motores de esa
criatura tan radicalmente mudable y tornadiza.


Maquiavelo llega a formular en este punto lo que
podríamos llamar un verdadero tratado de las pasiones.
Con insistencia platónica y agustiniana, Maquiavelo no
se cansa de subrayar la fuerza de la pasión en el hom-
bre. Es puro juguete de sus pasiones, sobre todo, de
una que por sí misma lleva ya al plano político: la
ambición. Es ésta consustancial al ser humano. Hay
'en él un apetito que jamás se sacia, por la des-
proporción que existe entre el deseo y el cuadro de
posibilidades que cada instante ofrece al hombre. Ma·
-quiavelo imprime al concepto de ambición un sello
genuinamente político. Se trata de una ambición o de-
seo de mandar y de conquistar del que siempre resulta
-en el hombre una inevitable posición de descontento


(15) Discorsi, págs. 88, 89 y 96.


7 97




e inquietud (16). La falta de ecuación entre el deseo
de poder y la potencia humana produce desorden y
discordia. También por esta vertiente volvemos a la
idea capital del desorden. El predominio de esta fuer-
za motora hace al homhre incapaz de amistad y pro-
picio a la enemistad. La proyección en el plano polí-
tico de este punto de partida antropológico es la gue~
rra: «Egli e sentenza degli antichi scrittori come gli
uomini sogliono affliggersi nel male, e stuccarsi nel
bene, e come dall 'una e dall'altra di questc due pas-
sioni nascono i medesimi effetti. Perche qualunque vol-
ta e tolto agli uomini il combattere per necessittá, com-
hattono per amhizione; la quale e tanto potente ne'pet-
ti umani, che mai a qualunque grado essi salgano, gli
abbandona. La cagione e, perche la natura ha creato
gli nomini in modo che possono desiderare ogni cosa,
e non possono conseguire ogni cosa; talché essendo
sempre maggiore il desiderio che la potenza dello ac-
quistare, ne risulta la mala contentezza di quello che
si possiede, e la poca satisíazzione di esso. Da questo
nasce il variare della fortuna loro, perche desiderando
gli uomini, parte di ave re piü, parte temendo di non
perdere lo acquistato, si viene alle inimicizie e alla


(16) Discorsi, págs, 173·9; v. también Discorsi, 92 y 255,


98




guerra, dalla quale nasce la rovma di quella provincia,
el'esaltazione di queH'altra» (17).


De este elemento capital de la naturaleza humana
se desprenden, en cierto modo, todos los demás rasgos
antropológicos: la impaciencia, que impide al hombre
aplazar por mucho tiempo sus pasiones (18) y la in-
quietud. El corazón del hombre es inquieto. Pero un
abismo separa la inquietud maquiavélica del agustinia-
no inquietum cor, La inquietud cristiana es conciencia
del pecado y anhelo de reposar en Dios, mientras la
inquietud maquiavélica no es sino el desasosiego aguo
do de la ambición, que hace al hombre olvidar los
vínculos del amor y de la amistad (19).


Pero no se agota aquí el rico enjambre de las
pasiones que mueven al hombre," según Maquiavelo.
Junto a la envidia (20), el espíritu de venganza y
el afán de rapiña, que hacen del hombre un animal
de presa, subraya Maquiavelo tres dimensiones capi-
tales de la humana pasión: el ansia de lo nuevo, el
apetito de poder y la angustia de la seguridad. Si
lo que aquí nos ofrece Maquiavelo no es un tra-


(17) Discorsi, pág. 112.
(18) Idem, págs. 344·5.
(19) Idem, pág. 381.
(20) Idem, págs. 368 y 403.


99




tado general de antropología, válido para todos los
tiempos, no se puede negar que quizá esas tres notas
definen rigurosamente los rasgos esenciales del hom-
hre «moderno», dominado por el ansia insaciahle de
mudar de situación, la voluntad de poder al modo nietz-
scheano y el anhelo infinito de seguridad. Con admira-
hle finura psicológica advierte Maquiavelo en el hom-
hre de su tiempo, para erigirlo en principio general
de la antropología, la nota de hastío que muerde la
entraña del mundo moderno desde que, perdida toda
luz trascendente, el homhre se pone a sí mismo como
centro y meta del universo (21). Nada importa estar
bien o mal, porque el cansancio de las cosas le viene
al hombre, no ya de las cosas mismas, ni de su situa-
ción, sino de sí mismo, de su propio ser. Por otro lado,
Maquiavelo erige también en nota esencial y dominan-
te del homhre una cualidad sobresaliente de su tiem-
po, hervidero de pasiones políticas y escenario de las
más atroces luchas por la conquista del poder. Y cuan-
do se siente más Iihre de pluma no vacila en calificar
la tremenda pasión humana del poder como bruua ca-
pidita di regnare, Pero este matiz peyorativo en la con-
sideración de uno de los grandes instintos humanos ca-
pitales queda horrado por la naturalidad con que Ma-


•(21) Discorsi, pág. 380.


100




quiavelo enJUICIa el afán de conquista como cosa ee-
ramente molto naturale e ordinaria (22).


Dentro de este juego mecánico y casi inexorable de
los instintos e impulsos humanos, que hacen del hom-
bre un puro manojo de energías sueltas, sólo existe un
principio regulador del movimiento: a ese principio,
en cierto modo cósmico y convertido en potencia casi
mítica, llamará Maquiavelo necessittñ, Juega este voca-
blo en toda la obra maquiavélica, como certeramente
ha advertido Meinecke, papel decisivo. Pero lo esen-
cial no estriba en la conjugación del concepto con la
Fortuna y la Virtud sino, más bien, en ser el verdadero
principio regulador del movimiento humano.


Propende el hombre, por sus tendencias naturales,
hacia el desorden. La necesidad, es decir, el cambio
de los tiempos, la mudanza de las circunstancias, la
fuerza de las cosas, obligan al hombre a enderezar su
movimiento natural de abajo arriba. El hombre solo
alcanza las cimas de lo humano -la bondad y la glo-
ria- por virtud de la necessitt:a (23). En este concepto
de la necessittá transparece uno de los elementos pzi-
mordiales del mundo de ideas maquiavélico. La fuerza
de las cosas es, en cierto modo, en cuanto principio


(22) II Principe, pág. 10.
(23) Discorsi, pág. 356; Discorsi, pág. 91.


101


"




regulador del acontecer humano, un pzincipio de ra-
cionalidad cuya comprensión constituirá uno de los pos.
tulados cardinales de la sabiduría maquiavélica.


He ahí el sentido y el alcance de la idea de moví-
miento en la antropología maquiavélica. Pero aún que-
da por examinar una nota esencial, pues sobre ella
edificará después Maquiavelo, como veremos, uno de
los elementos de la sabiduría. Es la inclinación na-
tural del hombre, siempre en movimiento, no ya al
reposo, sino al estancamiento. La naturaleza humana
une a su radical versatilidad una como persistencia y
obstinación que la lleva, no ya a aquietarse en sí mis-
ma, pero sí a aferrarse a los modos del vivir consueto.
El uso y la costumbre, sobre todo los usos malos y
las costumbres corrompidas, tienen para el hombre,
por su tendencia capital hacia el desorden, una atrac-
ción singular. En este sentido, el uso y la costumbre
son los únicos diques capaces de oponerse al inexora-
ble movimiento humano (24). La naturaleza humana
no sólo es absolutamente mudable, tiende también por
sí misma a obstinarse en la corrupción y en el des-


(24) Discorsi, pág. 74. «Ma le cattive consuetidini, o per
l'ignoranza o per la poca diligenza degli uomíní, ne per i mal.
vagi né per i buoni esempi sí possono levar vía» (Dell'arte
della guerra, pág. 226). «E voí sapete come nelle cose consuete
gli uomini non pati-conu» (Dell'arte delln. guerra, pág. 234).


102


_:J




orden, La última palabra de la antropología maqúia-
vélica es, pues, la idea del ser humano como un mo-
vimiento continuo hacia el desorden.


Pasemos ahora a examinar, desde dentro de las fuen-
tes mismas, la segunda gran dimensión del movimiento,
lo que podríamos llamar su dimensión cósmica. Este
principio del movimiento como realidad cósmica se cifra
-en la figura misteriosa de la Fortuna. En este punto
Maqniavelo es fiel a su tiempo y coincide con buena
palote de los grandes escritores del Renacimiento. La
Fortuna es como el contrapunto de la voluntad huma-
na y ambas son «volubilísimas» e «inestables» (25). Es,
.si se quiere, un principio aún más radicalmente muda-
ble que el hombre, porque ni siquiera se conoce su
raíz. El ser humano, pese a su absoluta variabilidad,
es, hasta cierto punto, calculable, cuando se conocen
los motores de su movimiento, que son las pasiones.
En cambio, la Fortuna es un principio de variabilidad
de las cosas absolutamente inaccesible e inescrutable.
En él radica la variación de todas las cosas y, singular-
mente, de las cosas políticas, el acontecer de cada día.
Su poder es poder de todos los días y frente a la For-
luna el poder humano resulta perfectamente ímpoten-


(25) Il Principe, pág. 21.




te (26). La primera nota que caracteriza el movimien-
to de la Fortuna es la irracionalidad: anda -dice Ma-
quiavelo- «per vie traverse ed incognite» (27). De ella
depende la variación de los tiempos, tema permanente
del pensar maquiavélico. Es, pues, la Fortuna, como
la transfiguración del tiempo, potencia incierta y mis-
teriosa, indiferente a la inquietud y los dolores huma-
nos. Esta angustiada conciencia maquiavélica de la va-
riación del tiempo por ohra de la Fortuna es la últi-
ma raíz que confiere a la obra de Maquiavelo sentido
trágico. La lucha del homhre contra la Fortuna es pug-
na esencialmente «trágica). El elemento trágico con-
siste en la falta de adecuación entre el movimiento hu-
mano y el de la Fortuna, o sea, del tiempo. Mientras-
la naturaleza humana propende, como hemos visto, a
aferrarse y obstinarse en sus propios modos y formas-
de vida, la Fortuna, potencia caprichosa e incaleula-
hle, varía los tiempos y altera así «trágicamente) el
destino del homhre: «in un uomo la fortuna varia


(26) «... dove gli oumini hanno poca virtú, la fortuna dimos-
tra assai la potenza sua; e perche la e varia, variano le repubhli-
che e gli Sta ti spesso, e varieranuo sempre infino che non surga
qualcuno che sia dellantichitá tanto amatore, che la regoli in
modo, che Don abbia cagione di dimostrare, ad ogni girare di
Sole, quanto ella puote» (Discorsi, pág. 2921.


(27) Discorsi, pág. 288.


104




perche ella varia i tempi, ed egli non varia i modi» (28).
El sentimiento trágico de la vida humana tiene en Ma-
quiavelo como motivo cardinal esa trágica indiferencia
del tiempo frente a las cosas humanas, pues, como el
mismo Maquiavelo dice: «TI tempo si caccia innanzi
ogni cosa, e pub condurre seco hene come male, e male
come bene» (29).


El juego dramático entre el movimiento de la For-
tuna y el de la naturaleza humana es, ni más ni me-
nos, el problema de la libertad. Fiel a su tiempo, Ma·
quiavelo canta en mil pasajes la fuerza incontrastahle
de la Fortuna. Otro gran escritor italiano, Guicciardini,
ha polemizado duramente contra los que, atribuyéndo-
lo todo a la prudencia y a la virtud, excluyen «la potes-
ta della fortuna», ya que las cosas humanas «a ognío-
ra ricevono grandissimi moti di accidenti fortuiti, e
che non e in potestá degli uomini ne a prevedergli ne
a schivergli; e, benché le accergimento e sollecitudine
degli uomini possa moderare molte cose, nondimeno
sola non basta, ma gli bisogna ancora la buona fortu-
na». y como Maquiavelo y Guiacciardini, otros mil.
Pero Maquiavelo, que se plantea seriamente el proble-
ma de la libertad humana, da una solución original y


(28) Discorsi, pág. 347.
(29) II Principe, pág. 8.


105




singular. El hombre no pued~· oponerse a la Fortuna,
sólo puede secundarla. «Puede -dice textualmente-
tessere gli orditi suoi, e non romperli» (30). Maquiavelo
va a adoptar en este punto capital postura distinta a la
de sus contemporáneos. El mismo nos lo dice de esta
guisa: «... molti hanno avuto ed hanno opinione, che
le cose del mondo siano in modo governate dalla For-
tuna e da Dio, che gli uomini con la prudenza loro non
possano correggerle, anzi non vi abbiano rimedio alcu-
no; e per questo potrebbero giudicare che non Iusse da
insudare molto nelle cose, ma Iasciari governare dalla
sorteo Questa opinione e suta p iú creduta ne'nostri
tempi, per la variazione grande delle cose, che si sono
viste e veggonsi ogni di fuori di ogni umana conjettura.
Al che pensando io qualche volta, mi sono in qualche
parte inchinato nella opinione loro. Nondimanco per-
che il nostro libero arbitrio non sia spcnto giudico po.
tere esser vero, che la fortuna sia arbitra delle meta
delle azioni nostre, ma che ancora ella ne Iasci go.
vernare l'altra meta o poco meno a noi» (31). La For-
tuna es árbitra de la mitad del movimiento, de la
otra mitad «o poco menos» lo es el hombre mismo.
Este curioso pasaje, donde Maquiavelo atribuye a la


(30) Discorsi, pág. 288.
(31) II Príncipe. pág. 93.


106




Fortuna el cincuenta por ciento de parte en el movi-
miento de las cosas humanas, es altamente significati-
vo. La idea de Fortuna es, ciertamente, la seculariza-
ción de la idea cristiana de la Providencia, Pero esa
secularización no ha alcanzado todavía los últimos es-
tratos. No es simple resurrección o retorno a la idea
antigua de la tyche helénica o del fatum romano, rea-
lidad misteriosa que rige inexorablemente los destinos
humanos, incluso el destino de los dioses mismos. Es
la idea secularizada de la Providencia cristiana, donde
todavía el término «fortuna» conserva un misterioso hilo
de enlace con lo trascendente. En Maquiavelo, la idea
de la Fortuna como principio cósmico del movimiento
es a modo de una componenda o compromiso entre la
idea de Dios y la idea de UJ:} universo regido por leyes
ciegas e inescrutables. Una sutil línea separa la actitud
maquiavélica del escepticismo radical de Guiacciardini.
La Fortuna lo puede todo y es en sus giros incognos-
cible. Pero en Maquiavelo, a diferencia de Guiacciar-
dini y de otros muchos escritores del Renacimiento, to-
davía brilla un último y genuino, aunque levísimo, ful-
gor cristiano. Pese al señorío de la Fortuna sobre las
cosas humanas, el hombre nunca debe perder la espe-
ranza: «perche non sapendo il fine suo, ed andando
quella per vie traverse ed incognite, hanno sempre a
sperare, e sperando non si abbandonare, in qualunque


107




fortuna ed in qualunque travaglio si trovino» (32). La
esperanza es el último y escaso residuo cristiano en
la obra maquiavélica. Aquí y allá invoca Maquiavelo
nombres apenas ya con fuerza, pero que nos descubren
el trasfondo Iejano y casi perdido de la idea de un
Dios que rige con su Providencia todas las cosas huma-
nas (33). Se diría que, al secularizarse la Providencia
en Fortuna, ésta no pierde del todo su sabor original
y queda como prendida en un mundo intermedio entre
la trascendencia y la pura inmanencia (34). Se trata,
realmente, de una nueva transcendencia, si se nos per-
mite expresarnos así. Porque la Fortuna maquiavélica
no es una realidad inmanente al mundo humano, sino
trascendente, aunque el sentido de la trascendencia haya
dejado de ser cabalmente cristiano.


Estos dos movimientos principales son las coorde-
nadas en las que se halla inscrito el problema de la
felicidad humana. Para Maquiavelo, que ha puesto el


(32) Discorsi, pág. 288.
(33) «Que sto luogo e nolabile assai a dimostrare la potenzu


del Cielo sopra le cose humane». Discorsi, pág. 285.
(34) Es errónea, a nuestro juicio, la interpretación de Croce


en su Teoría e Storia delta Storiagrajia, pág. 216, de que la
secularización de la idea de la Fortuna hace desaparecer no sólo
el Dios del Cristianismo, sino también la idea de racionalidad,
de finalidad y de evolución. Por lo menos no es cierto del todo
para Maquiavelo.


108




· centro de la vida humana en la vida misma, la Ielici-
dad se ofrece como un problema terreno. Con la varia-
ción de perspectiva, el problema de la felicidad ha pa·
sado del allende al aquende. La felicidad no es sino
la concordancia entre el movimiento humano y el de
la Fortuna. Como ambos movimientos proceden de raíz
diferente y los dos son arbitrarios, la concordia no se
da por sí sola y requiere la adaptación de uno a otro.
No hay entre el hombre y el giro de los tiempos (la
Necesidad en una de sus dimensiones) armonía preesta-
blecida, sino más bien discordia cierta (35). De ahí que
el problema de la felicidad consista para el hombre
en acomodarse continuamente al giro del tiempo: «Cre-
do ancora che sia felice quello, che riscontra il modo
del procedere suo con la qualitá dei tempí, e símil-
mente sia infelice quello, que con' il proceder suo dis-
cordano i tempi» (36).


Junto al leve poso cristiano que aún alienta en Ma·
quiavelo bajo especie de esperanza aparece como con-
trapunto la típica nota secularizada de la desconfian-
za, donde se advierte el abismo que separa la actitud


(35) (e.. variando la fortuna, e stsndo gil uomuu nei loro
modi ostinatí, sono lelici rnentre coneordano insieme, e come
discordano sono infelicí» (ll Príncipe, pág. 96).


(36) II Principe, pág. 96.




maquiavélica de la actitud cristiana: la Fortuna no eS'
solícita Providencia que se cura de las cosas humanas.
ni es tampoco una ley objetiva que preside el cosmos,
sino peincipio irracional de movimiento en el que no
se puede confiar del todo (37). Es, por su misma esen-
cia, principio irracional y, por tanto, incierto y radi-
calmente arbitrario, caprichoso, y antojadizo (38).


Esa radical incertidumbre desvela por otro costado
el sentido trágico de la existencia humana. La idea de
Fortuna introduce en el cosmos un principio de arhi-
trariedad. Sólo un esfuerzo titánico permitirá al hom-
bre adivinar a medias el movimiento de la Fortuna.
Pero esta hazaña no es accesible a Un hombre cualquie-
ra, a lo que podríamos llamar el «hombre medio», sino
sólo a un hombre dotado de excelente sabiduría, la sa-
biduría maquiavélica. El hombre corriente, el «vulgOl),
en el decir maquiavélico, estaría irremisiblemente con-
denado a la infelicidad y sería juguete de las mudan.
zas y juegos de la Fortuna. Para vencer a Fortuna hace


(37) «... quel principe, che si appoggia tutto in sulla Ior-
tuna, rovina come quella varia» (Il Principe, pág. 94).


(38) «Fa bene la fortuna questo, che ella elegge un uomo ,
quando ella voglia condurre cose grandi, di tanto spirito e (li
tanta virtú, che e'conosca quelle occasioni che ella gli porge.
Cosi medesimamente, quanto ella voglia condurre grandi rovine,
la vi prepone uomini che aiutino quella rovina» tDiscorsi, pá-
gina 287).


no




falta un como don «sobrenatural» de sabiduría: la vir-
tud. Por aquí se introduce en Maquiavelo, aunque tam-
bién en forma secularizada, un segundo elemento cris-
tiano. Del mismo modo que la Providencia se secula-
riza en Fortuna y se erige en principio de arbitrariedad,
la idea cristiana de la «gracia» se seculariza en la idea
paganizante de la «virtud». Frente a la Fortuna como
potencia «trascendente» se eleva una nueva potencia
también misteriosa, trascendente y arbitraria: la vir-
tud. La creación se torna pura arbitrariedad. Por eso
el contrapolo de la arbitrariedad de la Fortuna es la
arbitrariedad de la Virtud, extraña fuerza maravillosa
que alienta, según Maquiavelo en algunos hombres y
en algunos pueblos (39). Al tornarse arbitrarios Dios,
el mundo y el hombre, el mismo principio de arbitra-
riedad se introduce también en la economía de la gra-
cia. Esto es precisamente lo que se refleja en la idea
maquiavélica del «genio» frente a la idea del «vulgo».
Las dos ideas centrales de Fortuna y Virtud son, en el
mundo de ideas maquiavélico, consecuencia del dislo-
camiento de la armonía entre ratio y voluntas eJl la
idea de Dios.


Ahora ya podemos dar un paso adelante en el aná-
lisis de la idea de movimiento. La resultante de los


(39) V. Discorsi, pág. 177.


III




dos movimientos que hemos examinado es un determi-
nado concepto de la realidad social. Maquiavelo se Ii-
mita a trasponer al acontecer humano, considerado en
bloque, los principios de su antropología. Si el hombre
es un ser absolutamente móvil, la realidad social re-
sultante de los actos humanos no será, a los ojos de
Maquiavelo, sino un tejido mecánico de acciones cuya
nota esencial es también el movimiento continuo :
«Essendo le cose umane sempre in moto, o le salgono
o le scendono» (40). La realidad social es también rea-
lidad radicalmente dinámica, donde jamás se da el re-
poso o la quietud (41). Y como en el caso del movi-
miento humano, el movimiento social sólo tiene dos
direcciones: hacia arriba y hacia abajo. También en
este caso el concepto matriz es el de naturaleza. La
realidad social es lo que Maquiavelo llama un «cuer-
po mixto», «il corpo misto della umana generazio-
ne» (42). La «naturaleza» del cuerpo mixto es análoga
a la de los cuerpos simples. La clave está en compren-
der rectamente el sentido del término «naturaleza» en
Maquiavelo. ~o es Maquiavelo físico ni matemático,
aunque su mente no esté lejana de esta actitud intelec-


(40) Discorsi, pág. 176.
(41) Idem, págs. 31·32.
(42) Idem., págs. 201-2.


112




tual. Pero a través de la relativa imprecisión de con-
ceptos que en él se encuentra se advierte la transfor-
mación esencial que sufre en su propio tiempo el con-
cepto mismo de naturaleza. Maquiavelo es en este puno
to testigo inteligente del nacimiento de la física modero
-na, preparada a través del cambio de la actitud Inte-
'leetual desde fines del siglo XV. Desde Aristóteles, la
palabra naturaleza venía significando movimiento actual
y virtual que emerge del fondo mismo del ser que se
mueve (43). Es un movimiento que emerge del fondo
y de ahí que la naturaleza sea propiamente el p rinci-
pio del movimiento. Pero la física moderna va a fun-
darse sobre una reforma del concepto aristotélico de
naturaleza. De la visión del movimiento como un «Íle.
gar a ser» se pasa ahora a la idea del movimiento como
simple «variación». «Lo que las cosas son -dice Aris-
tóteles- se presenta cuando las miro desde el punto
de vista de la medida.» Pero esa medida era para el
filósofo helénico unidad ontológica. Ahora ese métron.
se torna pura determinación cuantitativa. La mente hu-
mana ve el ser de las cosas todas desde el punto de
vista de la cantidad. El movimiento como pura varia.
ción empieza a ser considerado desde el punto de vista
matemático como una función del tiempo. «La natura-


(43)


8 rV. X. Zubiri, Naturaleza, Historia, Dios, 1944, 360. S·,~ .:,i.~.. Q
"·'l~lt. .




leza -dice Zubiri (44)- ya no es orden de causas, sino
norma de variaciones, lex; ley. Y toda leyes obra de
un legislador. La naturaleza es entonces una ley que
Dios impuso al curso de las cosas.» Para Maquiavelo,
la naturaleza será, ni más ni menos, principio del mo- .
vimiento, movimiento que emerge del fondo. El mo-
vimiento de la realidad social es, sencillamente, el mo-
vimiento «natural» de la materia humana: «Perche la
natura come ne'corpi semplíci, quando vi e ragunato
assai materia superflua, muove per se medesima molte
volte, e fa una purgazione, la quale e salute di quel
corpo; C08i interviene in questo corpo misto della uma-
na generazione, che quando tulle le provincie sono rr-
piene di abitatori, in modo che non possono vivere, ne
possono andare altrove, per essere ocupati e pieni tutti
i luoghi; e quando l'astuzia e malignitá umana e ve-
nuta dove la puó venire, conviene di necessittá che il
mondo si purghi per uno de tre modi: accioché gli
uomini essendo divenuti pochi e hattuti, vivano piú



comodamente, e diventino migliori» (45). La naturale-
za es, pues, el fondo que mueve por sí mismo muchas-
veces. Se advierte en este pasaje decisivo una curiosa
reducción de la moral al concepto de naturaleza como


(44) Op, cit., pág. 364.
(45) D~corsi, págs. 201·2.


114




materia. El movimiento de las generaciones humanas
queda equiparado al movimiento de la materia: cuan-
do ésta llega a ser superflua, como pasa en los cuer-
pos físicos, ella misma. se purga. Cuando la población
humana crece hasta el exceso necesita purgación que
elimine lo superfluo. Del mismo modo, la marea de la
maldad y de la bondad humana es el paralelo del mo-
vimiento «físico»: Cuando la malicia crece hasta el puno
to extremo que puede alcanzar, es necesario que «el
mundo se purgue», para que los hombres se tomen me-
jores. Esta reducción de la moral al concepto «físico»
de naturaleza lleva en sí la tendencia a extender a la
realidad humana el concepto «moderno» de la naturale-
za física. De esta suerte, la naturaleza humana, en su
dimensión individual y colectiva, se convierte en una rea-
lidad cuantificada, mensurable. Como pronto tendremos
ocasión de ver, uno de los problemas capitales de la sao
biduría maquiavélica consistirá precisamente en arbitrar
un medio de «medir» la naturaleza humana, así como
el grado de maldad y de bondad de un hombre o de
una comunidad.


La naturaleza como principio del movimiento en-
tendido en forma de variación es para Maquiavelo una
verdadera ley objetiva, «ley natural». La ley natural es
la norma que preside el «curso de las cosas»: «Egli e
cosa verissima comme tutte le cose del mondo hanno


115




il termine della vita loro. Ma quelle vanno tutto il cor-
so che e loro ordinato dal cielo generalmente, che non
disordinano il corpo loro, ma tengonlo in modo ordi-
nato, o che non altera, o s'egli altera, e a salute, e non
danno suo. E perche io parlo de'corpi misti, come sono
le repubbliche, e le Sette, dico che quelle alterazioni
sono a salute, che le riducono verso i principi loro. E
pero quelle sono meglio ordinate, ed hanno piú lunga
vita, che mediante gli ordini suoi si possono spesso rin-
nuovare, ovvero che per accidente, fuori di detto ordi-
ne, vengono a detta rinnuovazione, Ed e cosa piú chia-
ra que la luce, che non si rinnuovando questi corpi,
non durano, Il modo del rinnuovarli e, com'e detto, ri-
durli versi i principi suoi; perche tutti i principi delle
Sette, e delle repubbliche, e de'regni conviene che abo
biano in se quelche bontá, mediante la quale ripligino
la prima riputazione, ed il primo augumento loro. E
perche nel processo del tempo quella bontá si corrom-
pe, se non interviene cosa che la riduca al segno, amo
mazza di necessittá quel corpo» (46). Pero ya se ad-
vierte hasta qué punto la idea de naturaleza y de mo-
vimiento con que Maquiavelc opera se han distanciado
de la metafísica antigua, concretamente de la aristoté-
lica, para nutrirse de los conceptos, todavía en esta.


(46) Discorsi, pág. 301·2.


116




dio de puro apuntamiento, que ofrece en su tiempo la
nueva imagen matemática del universo físico.


Lo que Maquiavelo hace, acaso sin pararse a pen-
sar en su gravedad, es transportar a la realidad huma-
na esa idea de la naturaleza como principio del moví-
miento y del movimiento como variación. Con esto se
prepara el camino a lo que podríamos llamar «fisicali-
zación» y «matematización» del hombre, que se con-
vierte en un ser «mensurable» como cualquier otro
cuerpo del mundo «fisico». Pero Maquiavelo no llega-
rá a la radical «fisicalizaciórn del ser humano. El in.
telecto de su tiempo no ha recorrido todavía las etapas
decisivas ni cuenta con los instrumentos conceptuales
necesarios. Por aquí se confirma también que la acti-
tud intelectual de Maquiavelo es propiamente «Ínter-
media». Todavía no han perdido del todo fuerza en
su mente los viejos conceptos cristianos.


Ese último poso cristiano secularizado no consiente
a Maquiavelo renunciar del todo a la idea de la Iiber-
tad cuando se refiere al mundo humano. De ahí que SI
bien el movimiento de la naturaleza es interpretado
como «variación», no queda, sin embargo, equiparado
al movimiento de las demás cosas. La ley natural es
«el curso de las cosas», «ordínato dal cielo», pero Ma-
quiavelo distingue cuidadosamente entre las cosas que,


como el hombre, tienen libertad, y las que no la~.: ~.)/.
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nen. La peculiaridad del movimiento humano como
variación es, como ya sabemos, su tendencia al desor-
den. El desorden es fruto de la libertad. Tampoco en
este caso resulta difícil reconocer los supuestos ideales
que han hecho posible la actitud intelectual de Ma-
quiavelo. La libertad humana se ha convertido en «li-
·cencia», porque la idea de Dios que alienta en el trans-
fondo es la idea de un Dios arbitrario que, si bien es
autor de la creación, deja que las cosas, una vez crea-
das, subsistan por sí mismas entregadas a su arbitrio,
con independencia absoluta de su Creador (47). La li-
bertad cristiana secularizada se toma licencia arbitra-
ria y, por esa razón, el movimiento humano, a dife-
rencia del movimiento de las demás cosas del mundo,
conduce por sí mismo al desorden. Es evidente que si
Maquiavelo fuera verdadero cristiano buscaría la sal.
vación a la manera cristiana, hacia arriba. Pero como
el hombre no puede salir de sí mismo hacia la tras-
cendencia y su vida es perpetuo rotar sobre sí mismo,
como la historia humana no es sucesión de edades al
modo cristiano, sino ciclo, perpetuo giro, la única vía
de salvación que cahe dentro de la actitud maquiavé-
lica es «volver atrás», «ritraere indietro». Para eludir


(47) Como es sabido, el punto decisivo de arranque de esta
nueva actitud metafisica es Occam.


ll8




el desorden a que la naturaleza humana como princi-
pio del movimiento conduce, el hombre ha de girar so-
bre sí mismo, volver hacia atrás, retrotraerse a su pro.
pia naturaleza, es decir, a la fuente del movimiento.
En el principio del movimiento, en la naturaleza, en
la physis, está la fuente perenne de nueva vida. Para
e] griego, como decíamos, inmortalidad significa eterna
juventud. Por eso la naturaleza es inmortal, en cuanto
-es fuente inagotable, principio inexhaustible del movi-
miento. El «ritraere indietro» maquiavélico es, senci-
llamente, la «vuelta a la naturaleza», no al modo de
Rousseau o de los hombres del XVIII, sino a la ma-
nera helénica, como retorno hacia el principio del bien
T del movimiento, hacia la fuente perenne de la «in.
mortalidad» y de la «duración» (48).


Dentro del horizonte maquiavélico la única «rege-
neración» posible para el hombre es retrotraerse atrás
hasta el principio mismo del movimiento, Es curioso
que Maquiavelo emplee para calificar esa eterna rota-
ción del hombre sobre sí mismo, ese retornar a su
propia raíz, los mismos términos que en el pensamien-
10 y en la tradición cristianos aluden a la transforma-


(48) La tesis maquiavéliva del «ritraere indietro» responde a
sus últimos supuestos metafísicos y tiene infinitamente mayor
profundidad que la que le confieren las interpretaciones de Mei·
necke y Konig.


119




ción esencial del ser del hombre por obra del miste-
rio de la Redención: «regeneracióm o «renovación».
Son, ni más ni menos, los términos con que San Pablo
expresa la divinización y deificación del hombre por
virtud de la Encarnación. El «hombre nuevo: paulino
loes por re-generación, por deificación real, por reci-
bir el hombre naturaleza divina (49). Para Maquiave-
lo, perdido el horizonte cristiano de la trascendencia,
la única forma posible de re-generación, será «volver
a comenzar la generación», volver al principio del mo-
vimiento, a la naturaleza humana. La naturaleza hu-
mana no se re-genera en Dios y por obra de Dios, sino
girando sobre sí misma, retrotrayéndose hacia sí mis.
ma indietro. «El hombre nuevos de Maquiavelo es el
que vuelve sobre sí mismo, buscando en sí mismo el
principio del propio movimiento. A esta luz, el postu-
lado maquiavélico de retorno a la Antigüedad clásica
como postulado ideal para la regeneración y renova-
ción del hombre y su agria polémica contra la Iglesia
Católica y el afeminamiento de los hombres por obra
de la religión cobran nuevo y más profundo significado.
Confirma el hecho de quc para Maquiavelo, como para
otros grandes espíritus del Renacimiento, por ejemplo,
Erasmo, el vocablo renacentia (renacimiento) tenía sen-


(49) V. Zubiri, op. cit., págs. 544 y sigs,


120




ti do cristiano, es decir, que lo mismo uno que otro
buscaban una «regeneración» de contenido cristiano.
Esto es lo que nos autoriza a calificar la actitud inte-
lectual de Maquiavelo como «intermedia», en cuanto
trata de unir el afán cristiano con el espíritu de la
Antigüedad (50).


Veamos ahora en pormenor el sentido concreto que
'la rotación de las cosas humanas tiene en el plano po-
lítico. El pasaje capital a este propósito se halla al co-
mienzo del libro quinto de las Istorie Fiorentine. Reza
así: «Sogliono le provincie il piú delle volte nel va-
riare, ch'elle fanno, dall'ordine venire al disordine, e
di nuovo dipoi dal disordine all'ordine trapassare; pero
che non essendo dalla natura concedute alle mondane
cose il Iermarsi, come elle arrivano alla loro ultima per-
fezione, non avendo piú da salire, conviene che scen-
dino, e similmente scese che le sono, e per gli disor-
dini ad ultima bassezza pervenute, di necessittá non
potendo piú scendere, conviene che salghino, e cosi
sempre da1 bene si scetule al maje, e dal male SI sale
al bene. Perchi: la virtii partorisce quiete, la quiete ozio,


(50) En su libro sobre Erasmo apunta certeramente Huizinga
[Erasmus, .Basel, 1936, pág. 136) cómo se ha concedido dema-


siado valor a los aspectos mundanos y paganos del Renacimien-
to. ((El espíritu del siglo XVI -dice- idolatraba las formas
paganas ; pero el contenido que postulaba era cristiano».


121




l'ozio disordine, il disordine rovma e similmente dalla
rovina nasce l'ordine, dall'ordine virtú, da questa glo-
nia e buona fortuna». Los dos conceptos polares entre
los cuales se despliega el ciclo son, naturalmente, los
de «orden» y «desorden», El. acontecer político oscila
continuamente del orden al desorden y del desorden
al orden. Mas por hallarse en el plano político ambos
términos se rellenan de sustancia ética: decir orden
equivale a decir bien, y desorden vale tanto como mal.
Así, el perenne ascender y descender del hombre co-
bra plenariamente sentido moral. Incide aquí de lleno
en las nociones del bien y del mal el concepto ma-
quiavélico de la colectividad humana corno corpo misto
o materia mixta. El ascenso al bien y el descenso al
mal son, en cierto modo, como un proceso de satura-
ción física. Cuando la realidad humana colectiva alcan-
za el punto de sobresaturación o «perfección natural»,
empieza a iniciarse el movimiento en sentido contra-
rio. Maquiavelo ha señalado en este pasaje la curva
entera del movimiento. Los puntos de saturación, ex-
tremos de la onda, son, hacia arriba, la gloria y la
buena fortuna; hacia abajo, la ruina. Los puntos in.
termedios por donde el hombre pasa fugazmente son de
arriba abajo: quietud, orden, ocio, desorden, ruina;
y de abajo arriba: ruina, orden, virtud, gloria y buena
fortuna. En esta rotación participan por igual la na-


122




turaleza humana como priucipio del movimiento y la
Fortuna como principio cósmico de arbitrariedad.


He ahí, en sus líneas maestras, la idea del movimien-
to como clave del pensar maquiavélico. No sólo ilumi-
na hasta muy adentro el sentido de su antropología;
permite también ordenar en la medida posible las múl-
tiples piezas sueltas de un pensamiento tan escasamen-
te sistemático como el del publicista florentino. Tiene
esta idea raíces tan profundas que no consiente una
pura explicación sociológica. Sin embargo, esaexpli.
cación puede servir de complemento para comprender
en toda su hondura el sentido de la obra de Maquiave-
lo. Desde ese ángulo nuevo, lo que interesa es averi-
guar qué relación concreta puede haber entre la idea
maquiavélica de movimiento y la situación histórica de
la cual emergió. La inquisición nos permitirá insertar
la obra de Maquiavelo en su biografía, como testimo-
nio máximo de una vida agitada y dramática.


¿Cómo veía Maquiavelo su propia época desde la
idea de movimiento, eje de su pensar? La investigación
-de los últimos años nos ha legado los más varios y
opuestos retratos de Maquiavelo. Acaso quepa resumir
las tentativas de interpretación biográfica en dos direc-
dones fundamentales: las que nos pintan a Maqllia-
velo con pincel «clasicista» y ven en él al humanista
sereno y recogido entregado a la contemplación de la


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historia antigua, que señorea con su mirada de águi-
la la triste y turbulenta realidad circundante. Coincide
con la imagen que, acaso pensando en su gloria futu-
ra, quiso el propio Maquiavelo dejar de sí mismo; Re-
trato de Un hombre injustamente castigado por la for-
tuna, desengañado del mundo, imposibilitado de obrar
el bien, que se refugia en el estudio de los antiguos y
enseña a otros el fruto de su experiencia «acciocché
sendone molti capaci, alcuno di quelli piú amati dal
cielo possa operarlo» (51). Frente a este retrato clasi-
cista, el retrato «romántico» (52), donde se nos mues-
tra al desterrado político, angustiado en su propia so-
ledad, alejado del mundo real y lacerada el alma por
una conciencia histórica lúcida e implacable que le
hace ver su época como etapa de caos y crisis integral.
La obra aparece entonces como la destilación del re-
sentimiento frente a una realidad inaccesible. ¿Cuál de
estos dos retratos es más verdadero? He aquí una cues-
tión que acaso resulte para siempre insoluble. Mas para
atinar al blanco acaso sea preciso enfocar el problema
por ruta diferente. La conciencia aguda de las cosas de
su tiempo que COnstantemente se acusa en los escritos


(51) Discorsi, pág. 179.
(52) Apuntado en De Sanctis, culmina en la obra tantas ve-


ces citada de Konig.


124




maquiavélicos no permite ver en él al investigador se·
reno, elevado sobre las angustias y las incertidumbres
del vivir cotidiano. Pero tampoco se acierta cuando se
«romantiza» su figura y a través de una hábil constrnc-
non psicológica se toma como centro decisivo de su
vida la vivencia del destierro, para deducir después de
esta experiencia dolorosa una actitud intelectual de re-
sentimiento y venganza contra la realidad y los hom-
bres de su tiempo. No cabe tampoco atribuir a Maquia-
velo, por lúcida que parezca su visión de los aconteci-
mientos de la época, conciencia histórica plenaria y ver-
dadera. El problema está, a nuestro entender, en pla-
no distinto. Lo que cumple no es tratar de construir
sobre una experiencia vital única el mundo de ideas
y conceptos maquiavélicos, sino ver en qué medida y
de qué manera sus ideas claves han servido a Maquia-
velo de órgano para interpretar su propia situación
histórica, su propio tiempo. Reiteremos, pues, nuestra
interrogación anterior: ¿Cómo ve Maquiavelo su pro-
pia época desde la idea de movimiento?


La respuesta no es difícil: dentro del ciclo peren-
ne de las cosas humanas, su propio tiempo se presenta
a sus ojos como una etapa de radical desorden. En este
sentido, la tesis de Konig de que los Discorsi son el
libro en que Maquiavelo resume su conciencia del pre-
sente como época de crisis radical es indudablemente


125




cierta, pero insuficiente. No sólo los Discorsi, la obra
entera de Maquiavelo está impregnada de esa angus-
tiosa conciencia del presente como tiempo desordena-
do. Pero se comete un grave yerro hermenéutico cali-
ficando la conciencia «histórica» de Maquiavelo como
conciencia de «crisis». Maquiavelo no ve su propio pre-
sente como «crisis» propiamente dicha, a la manera
como hoy interpretamos el concepto de crisis, sino como
un punto fugaz y transitorio en la perenne rotación
de las cosas humanas. Ve su siglo como una etapa de
corrupción (53). Cierto. Pero ve la corrupción más bien
como «de-generación», Los modos del vivir presente son
la resultante de los momentos históricos anteriores, de-
terminados por la rotación inexorable de que antes ha-
blábamos. El desorden nace del ocio y el ocio fué antes
precedido de quietud, virtud y buena fortuna. Es, pues,
el ocio el que ha traído consigo las desgracias presen-
tes y Maquiavelo va a darnos en claro diagnóstico las-
razones del ocio. Son, de un lado, el afeminamiento de
los hombres, su ablandamiento y debilidad para la ac-
ción por culpa, como expresamente dice, de la religión
católica o, mejor, de la degeneración del Cristianismo;
En esencia, el alegato de Maquiavelo contra la Iglesia:


(53) V. Discorsi, pág. 248; Dell' Arte cJella guerra, págs. 195·6.
Las citas podrían multiplicarse hasta el infinito.


126




Católica estriba en que la predicación de la «humildad»
ha debilitado el coraje humano para la acción. La pér-
dida del horizonte de la trascendencia ciega el espíri-
tu de Maquiavelo a la comprensión de la excelsa vir-
tud cristiana de la humildad. La moral antigua estaba
fundada sobre las exigencias de la vida social humana
considerada como fin último, mientras el cristiano re-
gula la suya sobre una sociedad más alta, la que cria-
turas dotadas de razón pueden constituir con su Cria-
dor (54). La virtud de la humildad exige la existencia
de un Dios trascendente y por su propia esencia no
cabe dentro de la actitud maquiavélica. La segunda cau-
sa del ocio antecedente al desorden es la pérdida del
vigor militar (55). Esta etapa de ocio comprende en
la mente de Maquiavelo lo que él llama proceso de de-


(54) Gilson, L'expri: de la Philosophie medievale, 1932, pá-
gina 185 y sigs. «Omnis virtus moralis est circa actiones vel
passiones, ut dicitur in n Ethic. (Iect, 111). Sed humilitas non
conmemoratur a Philosopho inter virtutes quae sunt circa passio-


. nes; nec etiam continetur sub justitia quae est circa actiones,
Ergo videtur quod non sit virtus. Ad quintum, dicendum quod
Philosophus intendebat agere de virtutibus, secundum quod ordi-
nantur ad vitam civilem, in qua subjectio unius homínis ad al.
terum secundum Iegis ordinem delerminatur: et ideo continetur
sub justitia legali. Humilitas autem, secundum quod est specialis
virtus, praecipue respicit subjetionem hominis ad Deum, prop-
ter quem etiam aliis humiliando se suhjicit», Santo Tomás, Summa
Theologica, i.n«, q. 161, arto 1, ad 5.


(55) Dell'arte della Guerra, págs. 267·8.




generacron del Cristianismo y coincide más o menos
con lo que hoy denominaríamos Edad Media cristia-
na (56). Esa etapa de ocio y decadencia fué precedida
por otra de orden, virtud y buena fortuna: la Anti-
güedad clásica o, mejor aún, lo que Maquiavelo lla-
mará «antichitá vera e perfetta» (57). Dentro del ciclo
en que Maquiavelo se encuentra el punto inicial del
movimiento es la Antigüedad, mientras los siglos si-
guientes son de decadencia y procesión hacia el des-
orden. La exaltación de la Antigüedad no es pura afio
ción humanista, sino resultado concreto ·de su propia
visión del acontecer humano como ciclo. Del mismo
modo, la visión de la Edad Media como etapa de trán-
sito hacia el desorden absoluto encaja de lleno en la
idea del movimiento histórico como rotación. Así, su
propio presente se le antoja etapa de corrupción abo
soluta: los pueblos del entorno, franceses, españoles,
italianos, todas las naciones juntas, son la «corruttela
del mondo», El mal ha llegado al punto de sobresatu-
ración: la bondad huyó de todos los rincores de la tie-
rra para fijarse en una sola provincia (58). La prime-


(56) Discorsi, pág. 248.
(57) Idem, pág. 158.
(58) «La qual bonlá é tanto piú da ammirare in questi tempi,


quanto ella e piú rara, anzi si vede essere rimasta 801a in quella
provincia» (Discorsi, pág. 158),


128




~'a parte del ciclo está a punto de consumarse. Tan bajo
11a llegado el hombre en su descenso que necesariamen•
.te, inexorablemente, perfecta ya la corrupción, pronto
volverá a iniciar el ascenso. He ahí por qué la con-
<ciencia histórica de Maquiavelo no puede ser calificada
-de «pesimista», ni queda suficientemente explicada con
-el fácil comodín del resentimiento. No es conciencia de
«crisis», sino conciencia de hallarse en un punto tran-
sitorio dentro del ciclo de las cosas humanas que, por
ser de absoluta y radical corrupción, pronto conducirá
a la etapa siguiente de orden, virtud y buena fortuna.
He ahí también la razón profunda de la fe maquiavé-
lica en la posibilidad de resucitar los modos antiguos.
Si la Antigüedad verdadera e incorrupta fué el princi-
pio del movimiento y, por ende, etapa de orden y bon-
-dad, Maquiavelo cree hallarse en la aurora de una nue-
,'a era de bondad y fortuna. Su conciencia histórica no
sólo no es «pesimista», es más bien «optimista», si se
tiene en cuenta su creencia en que está a punto de co-
menzar una nueva y más feliz vida. Pero, en realidad,
...1 pesimismo y el optimismo histórico sólo encajan Ino-
piamente en una visión lineal de la historia, totalmente
ajena a la mente de Maquiavelo. Lo mismo sucede con
la idea de «crisis». Cuando se atribuye a Maquiavelo
una conciencia de crisis al modo contemporáneo, como
hace Konig, el sentido total de la obra maquiavélica se


9 129




cifra en la necesidad de buscar una fórmula que per-
mita salir de la situación crítica. Entonces los consejos
del Príncipe y de los Discorsi aparecen necesariamente
como el remedio heroico y extremo que Maquiavelo
propugna para salvarse. Sin embargo, la conciencia que
Maquiavelo tiene de su tiempo no es de crisis irreme-
diable, que exija medicinas heroicas, sino conciencia
de hallarse inmerso en un momento concreto y pasaje.
ro del ciclo entero del acontecer humano, De ahí el
error de interpretar el sentido de su obra y el concepto
capital de la virtud maquiavélica como remedios extre
mos o como una doctrina del estado de necesidad. Cuan-
do Maquiavelo postula la virtud extrema no lo hace
como remedio de urgencia para salir de una situación
irremediable de crisis que exija una medicina heroi-
ca. La virtud es una pieza eminente, pero normal, de
la sabiduría maquiavélica, que sólo cobra sentido ge-
nuino cuando se la engarza rectamente en la idea me-
tafísica del movimiento y del ciclo de las cosas huma-
nas. Lo único cierto es que, dada la inclinación de la
naturaleza humana a obstinarse en la corrupción y sien-
do su propio tiempo etapa de extremo desorden, por
fuerza hacía falta una sabiduría suprema para salir del
apuro. Pero en fin de cuentas, a los ojos de Maquiave-
lo el ocio engendra el desorden y el desorden ruina;
y, a su vez, por inevitable rotación, de la ruina nace


130




el orden, del orden la virtud y de éste la gloria y hue-
na fortuna. Frente a su época de absoluto desorden Ma·
quiavelo no pierde aquella esperanza que él mismo dice
nunca deben perder los hombres «in qualnnque fortu-
na e in qualunque travaglio si trovino». Las recetas del
Príncipe son, ciertamente, medicina fuerte, mas no re-
medios heroicos de urgencia para una situación de irre-
mediable crisis. Son, en suma, encarnación y sustancia
de la sabiduría maquiavélica, porque la conciencia de
crISIS es esencialmente extraña a la mente del gran flo-
rentino.


131






IV


LA SABIDURIA MAQUIAVELICA






1


El pro),lell1a del sa),er


QUÉ es «saben) para Maquiavelo? En un pasaje
muy poco citado del Príncipe (1) distingue Maquiavelo
tres modos de «cerehrosn : «E perche sono di tre ge-
merasioni cervelli; l'uno intende per se; l'altro dis-
-eerne quello che altri intende; e il terzo non intende
per se stesso, ne per dimostrazione d"i altri; que! primo
.e eccellentissimo, il secondo eccellente, il terzo inutile».
No parece necesario insinuar que lo que para Maquia-
velo constituye propiamente «saber» es el señalado en
dicho pasaje de saber «eecellentissimo». Ese modo emi-


(1) Pág. 37.


135




nente de sabiduría se cifra en la fórmula «intendere
per se». Para Maquiavelo saber será, por lo pronto;
entender. Él mismo va a precisar el1 otro pasaje del
Príncipe el objetivo de ese «intendere per se» en que-
la sabiduría consiste. Lo que se trata de entender es la
«veritá effelluale della cosa», la verdad efectual o efec-
tiva de una cosa (2). El contrapunto de esta verdad
de la cosa es la «imaginazione di essa» (3). Entender
una cosa será, pues, saber la «verdad» de esa cosa, no
la imaginación de la misma. Como a juicio de Maquia-
velo la mente humana propende naturalmente al error,
ese «intendere per se» de la verdad efectiva de las co-
sas no será, ni mucho menos, hazaña fácil. La inmensa
mayoría de los hombres, el «vulgo», no tendrá acceso"
a la verdad efectiva de las cosas. El juicio del vulgo
no producirá «verdad», sino «opinión». La «Opinión»,
a diferencia de la «verdad de las cosas», no dice lo que-
las cosas «son», sino lo que las cosas «parecen»: «Ognu-
no vede quel che tu pari, pochi sentono quel che tUl
sei» (4). «Saben) no será, pues, para Maquiavelo, opi-


(2) Págs. 55·6.
(3) Loe. cit.
(4) 1l Principe, pág. 66; v. también loe. cit. «perche il TIII-


go ne va sempre preso con quello che pare, e con l'evento della
cosa; nel mondo non e se non volgo, e i pochi ci hanno Iuogo;
quando g1i assai non hanno dove appogiarsi».


136




liar, decir lo que las cosas son «en rm sentir», sino de-
cir lo que las cosas «son realmente», discernir el «sen>
del «parecer)). La tarea, decimos, no será accesible al
hombre «vulgar», sino a un tipo humano que Maquia-
velo no vacila en llamar eccellentissimo: Apunta aquí
claramente, aunque sin carácter sistemático, la idea del
«genio: como contrapunto del vulgo. La discriminación
maquiavélica entre «genio» y «vulgo» , como consecuen-
cia del principio de arbitrariedad introducido en la eco-
nomía de la gracia, se refleja en la teoría maquiavélica
del conocimiento (5). Esta sensibilidad para los tipos
humanos extraordinarios y excelsos frente al hombre
corriente se revela en cien pasajes de la obra maquia-
vélica. El don «genial» por excelencia es para Maquia-
velo la inteligencia o, como él mismo dice, el ceroel-
lo (6). Es el don que permite «intendere per se) la
verdad de las cosas y no se deja engañar por ellas. La
condición primaria de la sabiduría maquiavélica es,
pues, el intelecto, aquella facultad divina del hombre


(5) «En aquella época -dice von Bezold en su lihro L'eti't
della Rijorma, 1928, pág 217- no se llegó todavía a nna defini-
ción científica del genio; pero, en cambio, el sentimiento de
lo extraordinario observado en personajes extraños y en la pro-
pia individualidad jamás fué tan vivo y apasionado como en aque-
lla sazón.»


(6) Discorsi, pág. 160.


]37




por la que discierne el ser de las cosas de su parecer.
«Saben es saber lo que las cosas son efectivamente, o
sea, saber lo que las cosas son, no ya «de momento»,
sino lo que «son siempre». Las cosas son siempre las
mismas, también el hombre es siempre el mismo; de
ahí que saber qué sea el hombre y qué sea el acontecer
humano en su dimensión individual y colectiva sea sa-
ber lo que siempre es. Ese «ser siempre» de las cosas
es su naturaleza. El objetivo de la sabiduría estriba,
pues, para Maquiavelo, en entender la naturaleza de
las cosas. Y como la naturaleza no es sino principio del
movimiento, «decir» lo que las cosas son será entender
su movimiento, «pre-decir», Entonces saber no es sim-
plemente saber, sino «pre-decirn e «(e facil cosa a chi
esamina con diligenza le cose passate, prevedere in ogni
repubblica le future» (7). Saber es, pues, pre-ver, pre.
decir el movimiento de las cosas, lo que las cosas Ile-
gan a ser (por necesidad»; no es simplemente discer-
nir el «ser» del «parecer», ni decir lo que una cosa es,
sino ((por qué» es. Al saber lo que las cosas son y ((por
qué» son así y no de otro modo sabemos la necesidad
de que sean como son y, por tanto, por qué no son de
otro modo (8). Sólo entonces hemos entendido la cosa,


(7) Discorsi, pág. 119.
(8) V. Zubiri, op. cit., pág. 59.


138




hemos «de-mostrado» en ella su necesidad. El inten-
dere per se maquiavélico es, pues, un saber de cómo
las cosas son necesariamente y un pre-decir cómo han
llegado a ser por necesidad. Es, si se quiere, un saber
«positivo», o más exactamente, un modo de saber que
precontiene en germen lo que el positivismo del si.
glo XIX formulará como postulado supremo del saber:
savoir pour préooir,


Pero no paran aquí las cosas; el pre-decir o prever
de la sabiduría se propone algo diferente de la pura
pre-dicción o pre-visión. El saber nos dice lo que las
cosas son «de veras» y la verdad es, por tanto, un acuer-
do con las cosas, pero, sobre todo, un acuerdo con las
cosas futuras. La verdad que se busca entonces es real.
mente un intento para dominar el curso de las cosas.
El objetivo del saber será pre-decir el curso de aqué-
llas, pero con la intención suprema de crear fórmulas
que permitan manejar la realidad con la mayor sen-
cillez posible. El saber se convierte entonces en una
«técnica» para el dominio de las cosas. La segunda di-
mensión esencial de la sabiduría será para Maqniave10
«saber usar bien» de la verdad, «sapere usare bene»
de las cosas: «sapere bene usare la bestia» (9); «reli.


(9) Príncipe, pág. 64,




gione bene usata» (10), «non usar male questa pie.
t11» (ll), «avere saputo pigliare il modo» (12). Saber
es, por consiguiente, «saber hacer», pre-decir el curso
de las cosas para manejarlas con la mayor «utilidadr
posible. El saber maquiavélico, en esta se~nda dimen-
sión, es un saber pragmático, donde la verdad de las
cosas se mide por su eficacia: la verdad de una cosa
tiene más o menos valor según se pueda «con piu uti-
lita usare» (13). El objeto de la sabiduría es «saber
hacer» lo más perfectamente posible: «cercare d'ot-
tenerquel suo desiderio in ogni modo» (14), con la
mayor economía de medios posibles y la mavor per-
fección en el resultado.


Resumamos: «intendere per se» es discernir lo qu~
«es» de lo que «parece», es también entender lo que
las cosas son por necesidad, predecir el curso de las
cosas y crear fórmulas que. permitan manejar la rea-
lidad con la mayor perfección y sencillez posibles. La
sabiduría maquiavélica es un saber «positivo», «técni-
er» y «pragmático»


Veamos ahora cuáles son las vías de conocimiento,


(Iü) Discorsi, pág. 63.
(ll) Príncipe, pág. 60.
(12) Discorsi, pág. 252.
(l3) Dell'Arte della Guerra, pág. 217.
(l4) Discorsi, pág. 132.


140




(dos «métodos» del saber. El rmsmo Maquiavelo nos <
lo dice en la dedicatoria del Príncipe: «quanto la
cognizione delle azrom degli uomini grandi, imparata
da me con una lunga sperienza delle cose moderne,
ed una continua lezione delle antiche; le quali avendo
io con gran diligenza Iungamente escogitate ed esami-
nate, ed ora in uno piccolo volume ridotte, mando alla
Magnificenza Vostra» (15). Dos son las vías propias para
el conocimiento de las cosas humanas: por un lado,
la «historia», por otro, la «experiencia». Examinémos-
las una y otra.


El «método» más seguro y certero para saber cómo
son las cosas humanas, pre-decir las futuras y manejar.
las del modo más sencillo es, ni más ni menos, la his-
toria. Incide aquí sobre Maquiavelo, como es notorio,
la influencia de los autores clásicos, singularmente de
Polibio y de Cicerón, para quienes la historia es «maes-
tra de la vida», «magistra vitae». El fin de la historia
es la enseñanza, la lección pragmática: «Acciooche
-dice Maquiavelo al dar razón de haber escrito sus
Discursos- coloro che questi miei Discorsi leggeranno,
possano trame quella urifitá, per la quale si debbe
ricercare la cognizione della istoria» (16).


(15) 1l Príncipe, dedicatoria.
(16) Discorsi, pág. 7.


141




Para comprender cabalmente el alcance de esta in-
terpretación pra~tica del acontecer histórico no de.
hemos olvidar que la filosofía maquiavélica de la his-
toria ve en ella perenne rotación, ciclo constante. La
naturaleza de las cosas es siempre la misma, también
el hombre y los pueblos son siempre los mismos: «Ei
si conosce facilmente per chi considera le cose presentí
e le antiche, come in tutte le cittá e in tutti i popoli
sono quelli medesimi desideri e quelli medesími umo-
ri, e come vi furono sempre. In modo ch'egli e facil
cosa a chi esamina con diligenza le cose passate, pre.
vedere in ogni repuhhlica le future, e farvi quelli ri-
medi che dagli antichi son o stati usati, e non ne tro-
vando degli usati, pensarne de'nuoví, per la simi'litu-
dine degli aecidenti» (17). La identidad de ser de las
cosas consigo mismas permite, como ya sabemos, pre-
decir su curso, prever las cosas "lturas al conocer 10
que las pasadas fueron. El acontece r histórico no es
una línea de permanente variación donde cada caso o
circunstancia se distingan de los demás por su singu-
laridad y unicidad, sino permanente repetición de ca-
sos o accidentes pasados. Sólo levísima diferencia sepa-
ra un accidente de otro. El hecho histórico no se de.
fine por su singularidad sino por su similitud con los


(17) Discorsi, págs. 119·20.


142




demás hechos. Cabe, pues, la ordenación de cada ac-
cidente histórico dentro de un tipo común que recoja
todos los hechos similares. La utilidad de la historia
estriba, por consiguiente, en la posibilidad de «tipifi-
car» el acontecer humano. Los hombres y los pueblos
son siempre los mismos y en lo esencial sólo varían
muy de tarde en tarde. El historiador ordena el mate-
rial histórico reduciendo los acontecimientos singulares
a «tipos» comunes donde la diferencia leve entre unos
accidentes y otros queda anulada por los rasgos comu-
nes «típicos» que emparentan a los diferentes hechos
similares entre sí. Esto permite a Maquiavelo calificar
a un hombre y a un pueblo en forma «típica», subra-
yando simplemente el rasgo dominante, lo que en cas-
tellano llamaríamos ((SU tipo»: «Fa ancora facilita il
conoscere le cose future per le passate, vedere una na-
zione lungo tempo tenere i medesimi costumi, essendo
o continuamente avara, o continuamente fraudolente, o
avere alcun altro simile vizio o virtú» (18). Esta «tipo-
Iogía» de bombres y pueblos lleva a Maquiavelo a ci-
frar el ser de las cosas en un rasgo único sobresaliente
que absorbe las demás diferencias (19). Como las cosas


(18) Discorsi, pág. 438.
. (19) Véanse a este propósito las interesantes observaciones de


Kiínig en su libro, ya citado, sobre el procedimiento de tipifi-


143




son siempre como son, continúan siendo como fueron.
He ahí la razón suprema de la utilidad pragmática de
la historia. El valor de una «verdad histórica» depen-
de, por tanto, de que exprese la realidad común a una
serie grande de hechos análogos. La historia es a modo
de reveladora y confirmadora de la verdad de lo que
una cosa es cuando acredita que se repite constantemen-
te (20). Ahora podemos comprender con precisión el
sentido que para Maquiavelo tiene la historia como ma·
gistra vitae o tradición. Hay en el hombre, como ya
sabemos, una inclinación natural a aferrarse a los usos
consuetos, a seguir la vía dc la costumbre. La natura-
leza humana tiene como rasgo dominante la tendencia
a la imitación. El conocimiento de la historia desvela


cacron propia de Maquiavelo. El análisis de ese modo de tipifi-
«acién, que Koníg equipara a los tipos estéticos dc la comedia y
del drama -las llamadas comedias de tipos- sirve al autor para
reforzar su tesis de que los conceptos maquiavélicos no son
conceptos propiamente teóricos sino, simplemente, generalisacio-
nes al modo estético. Nosotros estimamos, sin embargo, que este
modo de tipificación no es en Maquiavelo simple generalización
a la manera estética, sino el único método de conocimiento que
cabe dentro del supuesto filosófico-histórico que ve la historia
como ciclo perenne. De ahí que los «conceptos» maquiavélicos
no sean de orden estético, sino propiamente teórico, dando al
término «teoría» y «saben) el alcance que les hemos conferido
en las páginas anteriores.


(20) Mostra questo, che noi diciamo, essere vero ogni Isto-
ria in mille Iuoghi» (Discorsi, pág. 215).


144




al historiador las vras que siguieron los hombres del
pasado. Importa discernir las buenas de las malas. Den-
tro del mundo de ideas maquiavélico sólo pueden ser
vías buenas las seguidas por los hombres excelentes en
sabiduría. La tradición, la historia, enseñan al hombre
a «volver al pasado», a recoger en el pasado las vías
buenas, aprovechando la tendencia natural del hombre
a la imitación. El amaestramiento de la historia con-
siste en que abre al hombre la posibilidad de endere-
zar por buen camino su tendencia natural a la imita-
ción. Es el primero y principal sendero por donde el
hombre se dispone al conocimiento de las cosas huma.
nas. La tipificación histórica permite discernir lo que
«es» de lo que «parece», deja también pre-decir el cur-
so de las cosas futuras y enseña a manejarlas con la
mayor perfección posible. La lección de la historia es,
a la vez, positiva, técnica y pragmática, enseña a «dis-
cernir» y a «hacer con perfección» mediante la imita-
ción : «perche camminando gli uomini quasi sempre
per le vie battute da altri, e procedendo nelle azioni
loro con le imitazioni, né si potendo le vie d'altri al
tutto tenere, né alla virtú di quelli che tu imití ag-
giugnere, debbe un uomo prudente entrare sempre .per
le vie battute da uomini grandi, e quelli che sono stati
eccellentissimi imitare, acciocche se la sua virtú non
v'arriva, almeno ne renda qualche odore; e tare


10




gli arcieri prudenti, ai quali parendo il luogo dove di.
segnano ferire troppo lontano, e conoscendo fino a quan-
to arriva la virtú del loro arco, pongono la mira assai
piú alta che il luogo destinato, non per aggiuggnere con
la loro forza o ferocia a tanta altezza, ma per potere
con l'ajuto di si alta mira pervenire al disegno loro» (21).
Esa lección será tanto más excelente cuanto mayor la
excelencia del objeto histórico. La lección de la Anti-
güedad, reino de los más grandes y eminentes ejem-
plares de la humanidad, es lección en extremo exce-
lente. De nuevo la afición del humanista aparece cimen-
tada sobre una concepción de la historia como ciclo
perenne.


La segunda vía de conocimiento de la realidad hu-
mana es la que Maquiavelo, de acuerdo con muchos.
de sus contemporáneos, denomina «experiencia», Expe-
riencia es, en fin de cuentas, sentido de <do común»,
En su virtud, la mente humana destila de cada impre-
sión que recibe los rasgos comunes a muchos otros. Así
es como la idea da lugar a un «tipoi común a muchos.
individuos. Es el segundo camino que permite la tipi-
ficación de la realidad. En la terminología aristotélica
se llama al que posee este «sentido de la común» tek-
nites, Es el experto o perito. Si la historia permite


(21) Il Principe, pág. 17,


146




tipificar las cosas pasadas para pre-decir las futuras,
la experiencia «personal» permite tipificar las presen-
tes, discernir, dentro de la oleada incesante de los acon-
tecimientos diarios, lo que hay de común entre ellos.


La sabiduría maquiavélica, fundada sobre la histo-
ria y la experiencia, permite alcanzar la verdad de las
cosas para manejarlas con la mayor perfección posible.
Lo que podríamos llamar «doctrina maquiavélica» es,
según él mismo nos dice en la dedicatoria del Príncipe,
fruto de ambos métodos del saber. Sobre ambas fuen-
tes erige Maquiavelo un cuadro de «reglas generales»
que, ora se apoyan en la historia, ora en la experien-
cia, ora en ambas a la vez (22). El postulado supremo
de la sabiduría consiste en formular un repertorio de
reglas generales sobre el curso necesario de las cosas y
el modo de manejarlas (23).


(22) Perche l'esperienza non te n'ha mostro nessun piiI cerro
o píú vero» tDiscorsi, pág. 197). «Quanto sia laudahile in un
príncipe mantenere la Iede, e vivere con integritá, e non con
astuzía, ciascuno lo intende. Nondimeno si vede per esperienza
ne'noslri tempí, quelli principi ayer fatto gran cose, che della
fede hanno tenuto poco conto, e che hanno sapnto con l'astuzia
agirare i cervelli degli uomini, ed alla fine hanno superato que
lli che si sono fondati in su la Iealtá» (Il Principe, pág. 63.)


(23) Señalar cuáles hayan podido ser las experiencias «per-
sonales» de Maquiavelo de las que él mismo deduce sus reglas
generales sería tarea propia y harto sugestiva de una biografía
de Maquiavelo, pero ajena al propósito de este trabajo.


147




He ahí precisado en sus dimensiones capitales el sen-
tido de la sabiduría maquiavélica. Tócanos ahora exa-
minar en pormenor el problema de la sabiduría refe-
rido a un objeto más eminente: la realidad política,
¿Qué es para Maquiavelo el «saber político» propiarnen-
te dicho?


148




El .aLer político


Como treno constante se advierte aquí y allá en la
obra maquiavélica al hablar de la función de gobier-
no, del príncipe y del pueblo como titulares del poder
político un adjetivo fundamental que precede siempre
a los demás calificativos: el adjetivo saoio; Así, el ideal
del Príncipe es, no ya un príncipe bueno, justo, gran.
de y virtuoso, sino, sobre todo, un príncipe saoio, La
sabiduría política es para Maquiavelo un modo especí-
fico de sabiduría que participa de todas las notas que
a ésta distinguen. Por consiguiente, un saber «positi-
vo», «técnico» y «pragmático». El político es un tek-


149




nites cuya función consiste en conocer la realidad po-
lítica como siempre es, su naturaleza, pre-decir el cur-
so necesario de las cosas políticas y saber hacer con pero
fección para manejarlas con la mayor sencillez posible.
El «sabio» en política ha de entender las cosas por sí
mismo, como el mismo Maquiavelo dice, ha de ser «sa-
vio per se stesso» (24). Ahora bien, ese «saber hacen)
con pericia y experiencia significa, en el caso de la
política, «saper commandare» (25). El contenido de la
sabiduría política es, por propia definición, el mando,
El sabio político no es sino el que sabe mandar. Y como
mandar, desde el punto de vista sociológico, consiste
en ser obedecido, «saper commandare» .no es otra cosa
sino saber ser obedecido. La esencia de la sabiduría
política estriba, pues, en saber ser obedecido con per-
fección: ((Ed e una regola verissima, che quando si co-
manda cose aspre, conviene con asprezza farle osser-
vare, altrimenti te ne troveresti ingannato. Dove e da
notare, che, a voler esser ubbidito, e necessario saper
comandare, e coloro sanno comandare, che fanno com-
parazione deIla qualita loro a quelle di chi ha a ubbi-
dire, e quando vi veggano proporzione, aIlora coman-
dino; quando sproporzione, se ne astenganr» (26). De.


(24) Il Principe, pág. 90.
(25) Discorsi, pág. 384.
(26) Idern, pág. 384.


ISO




tengámonos un instante a comentar tan sugestivo pasa-
je. Supuesto primordial del mando y de la obedien-
cia es una relación de cualidad entre el que manda y
el que obedece. Tal relación es calificada por Maquia-
velo de «proporción», Evidentemente nos hallamos den-
tro de la tradición platónico-aristotélica en toda su pu-
reza originaria, La consideración del mando como un
problema de proporción cualitativa revela que Maquia-
velo postula como esencial al «saper comandare» no
sólo un mando sociológicamente efectivo, sino un man-
do «justo», El sentido real del pasaje puede cifrarse
en la afirmación de que sólo sabe mandar el que man-
da por razón de proporción, es decir, por razón de
justicia. Como es notorio, la doctrina platónica del
mando, y con mayor rigor la aristotélica, descansan
sobre la distinción de dos tipos de igualdad: la igual-
dad simple (isotes) y la igualdad proporcional (analo-
gia). Una y otra son principios matemáticos y, por con-
siguiente, modos racionales de realización de la jus-
ticia. En el primer caso la justicia se realiza por «ana-
logía aritmética», en el segundo por «analogía o pro-
porción geométrica» (27). La relación mando-obedien-


i27) Etica a Nicómaco, 1132 a 2 y 1131 b. 12. V. Max Salo-
mono Der Begriff der Gerechtigkeit bei Aristóteles, Leiden, 1937,
pág«, 26 Y sig-.


151




era cae por su misma naturaleza dentro del segundo
principio. Entre el que manda y el que obedece hay
diferencia de cualidad (kat' axíall), por razón de valor
o dignidad. Clara y patente en :Maquiavelo la herencia
helénica: sólo sabe mandar el que mide su cualidad y
la del que ohedece y halla entre ambos la proporción
geométrica que justifica el mando y le hace efectivo.
Pero sigamos adelante nuestra indagación sobre el sa-
ber político.


Por lo pronto, mando y obediencia son cosas de
hombres y la sabiduría política tiene por objeto el co-
nocimiento de la realidad política en cuanto realidad
humana. Y como la realidad política es, a los ojos de
Maquiavelo, movimiento continuo, el objeto del saber
político será dar razón de tal movimiento, sujetar en
lo posible a cálculo el curso del acontecer político, ha-
cerlo previsible para poder manejarlo después. Dos son,
sabemos, los principios fundamentales del movimiento
de las cosas políticas: uno, la naturaleza humana, otro,
la Fortuna como principio cósmico. El objetivo primor-
dial de la sabiduría por fuerza ha de ser armonizar los.
dos movimientos, si se aspira a predecir su curso Iu-
turo, El saber maquiavélico es, ante todo, un saber
acordar el movimiento del hombre por razón de su na-
turaleza con el movimiento del tiempo o de la fortu-
na. Si la felicidad consiste en la concordancia v con-


152




cierto de ambos movimientos, sólo la sabiduría polí-
tica permite al hombre alcanzar la felicidad. Los tiem-
pos cambian y el hombre propende por naturaleza a
estancarse en sus propios modos y formas de vida. El
sabio atempera unos a otros y pone los modos del pro-
pio vivir en consonancia con los giros del tiempo. El
saber político consiste en saber (girar a tiempo», o me-
jor, (girar con el tiempo», seguir paso a paso las mu-
danzas de la fortuna, los cambios que las circunstan-
cias traen consigo. Cuando las circunstancias cambian,
el imperativo de la sabiduría lleva también a mudar
los modos propios: «e coloro che per cattiva elezione,
o per naturale inc1inazione si discordano dai tempi,
vivono il piu rle]le volte infelici, ed hanno cattivo esito
le azioni loro: al contrario l'hanno quelli che si con-
cordano col tempo» (28). Cuando el hombre se aferra
a los modos propios y no sigue el rumbo del tiempo,
su acción es ineficaz, fracasa, y con el fracaso cae en
la infelicidad. Es el contrapunto de la sabiduría y la
verdad, o sea, la ignorancia y el error.


He ahí la razón última y más honda de lo que po-
dríamos llamar neutralidad maquiavélica frente a los


(28) Discorsi, pág. 344. El pasaje decisivo a este respecto se
encuentra en una carta de Maquiavelo a Pietro Soderini, tomo VIII,
pág. 149.




valores morales. El saber maquiavélico entraña, por su
propia esencia, una reserva fundamental, una cláusula
rebus sic stantibus permanente. El imperativo de la fe.
licidad obliga al hombre a cambiar de modo según las
mudanzas del tiempo; cuando las circunstancias que
dieron nacimiento a una acción cambian, el hombre
sabio debe automáticamente cambiar, a tenor de las
circunstancias nuevas: «non si osservano ancora tutte
le altre promesse, quando e'mancano le cagioni che le
fanno promettere» (29). Como el saber maquiavélico
no persigue objetivo trascendente, ni está sancionado en
última instancia por la idea de una Providencia recto-
ra de las cosas y los negocios humanos, la sabiduría
estriba en comprender cabalmente el movimiento hu-
mano, predecir el curso del acontecer político y mane-
jarlo luego con la mayor perfección posible. He ahí por
qué el príncipe «sahir» no está sujeto a la fe ni a la
palabra dada y debe prescindir de ambas cuando faltan
las razones que le movieron a darlas. El carácter po-
sitivo, técnico y pragmático del saber maquiavélico neu-
traliza desde el principio la esfera del saber frente a
los valores morales y religiosos. El primer elemento del
«saper comandare» estriba en saber «mudar a tiempo»,
«mudar con el tiempo», mudar con la fortuna, en vez


(29) Discorsi. pág. 437.


154




de empeñarse en permanecer en los modos propios:
«sta re in modo edificato con l'animo, che bisognando
non essere tu possa e sappia mutare il contrario» (30).
El primer postulado de la sabiduría política lleva a
o ponerse a Ia inclinación natural del hombre a ohsti-
narse en sus formas de vida, variándolas con el giro del
tiempo, el «animo disposto a volgersi secondo che i
venti e le variazioni della fortuna gli comandano» (31).
Sólo por esa vía se conquistan la verdad y la felicidad.
Lo contrario es el error (32).


El saber político es un saber positivo: saber para


(301 II Príncipe, pág. 65.
131) Idem, pág. 65. V. también la carla a Soderini, antes


citada.
1.32) «Na-cene ancora la rovina dclla citta, per non si variar


gli ordini delle republiche co tempi» (Díscorsi, págs. 347.8). «In
ogni cosa, come altre volte si e detto, e nascosto qualche proprio
mule, che fa surgere nuovi accidenti, e necessario a questi con
nuovi ordini provvedere» iDiscorsi, pág. 353). (,Ne si trova
uomo si prudente che si sappia accomodare a questo, si perche
non si puó deviare da quello a che la natura inclina; si ancora
perche avendo sempre uno prosperato camminando per una vía,
non "i puó persuadere che sia bene partirsi da quella; e poro
Tuomo rispettivo, quando cgli e lempo di venire all'impelo non
lo sa Iare, donde egli rovina; che se si mutasse natura con i
tempi e con le cose, non si muterebbe fortuna» (ll Principe, pá-
gina 95). «Non puó pertanto un signore prudente, ne debbe os ser-
'vare la fede, quando tale osservanzia gli torni contro, e che sono
-pente le eagioní che la fecero prornettere» (11 Príncipe, pág. 64).




prever y predecir el curso de las cosas. La previeron
que Maquiavelo persigue es de orden racional: el co-
nocimiento de las cosas pasadas permite, mediante la
tipificación de los hechos, formular reglas generales vá-
lidas para los acontecimientos futuros, El predecir de .
la sabiduría es, por tanto, un predecir racional. Pero
sería erróneo atribuir a Maquiavelo un racionalismo ra-
dical, tan falso. como tachar la sabiduría maquiavélica
de positivista y pragmatista al modo del positivismo y
del pragmatismo del siglo XIX. La actitud intelectual
maquiavélica es positiva, técnica y pragmática, pero aún
110 ha cumplido la inteligencia las etapas que la sepa-
ran del positivismo contemporáneo. Tampoco en el pla-
no gnoseológieo la actitud intelectual de Maquiavelo es
radical, sino «intermedia», como en el religioso y moral.


Junto a la predicción «racional» del curso de las
cosas hay una predicción «irracional», que presupone
en el sabio maquiavélico un como don «sobrenatural»
(genial) de profecía. El medio de secularización del ele-
mento religioso es en éste caso la astrología. Es bien
notorio que los últimos decenios del siglo XV y del XVI
están saturados de arriba abajo de magia, ocultismo y
astrología (33). Bajo la bandera del platonismo -dice
von Bezold- se difunde ampliamente el neoplatonis-


(33) Von Bezold, op. cit., págs. 212 y sigs.


156




mo con todo su cortejo de Cábala, mística de los nú-
meros y astrología, una concepcion del mundo que ve
fantasmas en todas partes. La atmósfera era tan densa
que ni los mismos humanistas consiguieron escapar a
su influjo. El Renacimiento proclama la magia «como
ciencia sublime y sacrosanta» (34), porque no sólo con-
duce al conocimiento de la naturaleza,. sino que re-
sume en sí la fuerza unida de la física, de la matemá-
tica y de la teología. Tampoco Maquiavelo escapa a
esta influencia de la astrología como mezcla suprema de
ciencia y ocultismo. Aunque no comparte las supersti-
ciones de la mayor parte de sus contemporáneos, el ele-
mento mágico se filtra también tenuemente dentro de
su propio mundo de ideas. La predicción adquiere en-
tonces inopinadamente dimensión mágica: «mai non
venne alcuno grave accidente in una cittá, o in una
provincia, che non sia stato, o da indovini, o da reve-
lazioni, o da prodigi, o da altri segni celesti predet-
to» (35). La existencia de fuerzas desconocidas y mis-
teriosas que planean sobre el mundo humano, ya que
no creencia firme es, al menos, realidad que muy bien
puede ser cierta: «La cagione di questo credo sia da


(34) La frase es de Agrippa, autor del famoso libro De occul·
ta Philosophia, publicado en 1530·31.


(35) Discorsi, págs. 161·2.




essere discorsa e interpretata da uomo, che abbia noti-
zia delle cose naturalie soprannaturali, il che non ah-
biamo noi, Pure potrebbe essere che sendo questo aere,
come vuole alcuno filosofo, pieno d'intelligenze, le qua·
li per naturale virtú prevedendo le cose future, ed aven-
do compassione agli uomini, acció si possano prepara-
re alle difese, gli avvertiscono con simili segni, Pure
comunque si sia, si vede cosi essere la veritá, e che
sempre dopo tali accidenti sopravvengono cose straor-
dinarie o nuove alle provincie» (36). La sabiduría po-
lítica cobra por este flanco una misteriosa dimensión
cuasi-religiosa a través del elemento mágico. El «mila-
gror no se ha eliminado radicalmente del círculo ma-
quiavélico, subsiste como elemento mágico, pero sub-
ordinado a la dimensión esencialmente «positiva» y, por
tanto, racional de la sabiduría maquiavélica (37).


(36) Discorsi, págs. 162·3.
(37) He aquí algunos textos muy significativos a este pro-


pósito: «Pertanto se colui, che e in un principato, non conosce
i malí .se non quando nascono, non e veramente. savio; e ques-
to e dato a pochi» (ll Príncipe, pág. 51). «Cosi interviene nelle
cose dello stato, perche conoscendo discosto, il che non e dato
se non ad un prudente, i mali che nascono in quelle si gnarísco-
no presto; ma quando, per non gli aver eonosciuti, si Iasciano
crescere in modo che ognuno li conosce, non vi e piiirimedio))
(ll Principe, pág. 8). «I quali hanno ad ever non solamente ri·
guardo agli scandali presenti, ma ai futori, ed a quelli con ogni


158




La predicción permite al gobernante «sabio» cono-
cer el curso necesario de las cosas. Si el primer objeto
de la sabiduría política consiste en atemperar el mo-
vimiento humano al giro de los tiempos, el saber como
predicción permite acomodar las acciones humanas al
curso necesario de las cosas, o sea, a la necesidad. La
acomodación a la necesidad pertenece, pues, a la esen-
cia misma del saber político. El sabio debe «entrare
per tutte quelle vie che giudicano esser necessarie» (38).
Lo que decide si una acción es conforme o no a la ver-
dad es su concordancia con la necesidad, con el curso
de las cosas. Nada importa a Maquiavelo el contenido
de esa acción, si es cruel o piadosa, buena o mala, If-
cita o ilícita desde el punto de vista moral. Lo único
que cuenta es el «giro de las cosas», la mudanza del
tiempo, obediente a una ley natural «trascendente» al
hombre, a la cual debe éste plegar sus actos y rendir
acatamiento. Lo que decide de la bondad o maldad de


industria riparare, perche prevedendosi discosto, facilmente vi si
puó rimediare, ma aspettando che ti si appressine, la medicina
non e piú a tempo, perche la malattia e divenuta incurabile» (ll
Príncipe, pág. 7). «E di necessittá, come altre volte si e detto,
che ciascuno di in una cíttá grande nascono accidenti che abbiano
hisogno de1 medico e secondo che gli importano piñ, conviene
trovare il medico piú savio» (Díscorsi, págs. 446·7).


(38) Discorsi, pág. 308.


159




una acción es si fué «male o bene usata», El carácter
pragmático de la sabiduría maquiavélica hace que el
«saper comandare» lleve en sí el «sapere usarer cuan-
tas cosas sean precisas para acomodarse a la necesi-
dad (39).


(39) «Bisogna a un principe supere usure l'una e l'altra na-
tura, e l'una senza l'altra non e durahile. (ll Principe, pág. 64'.


160




La «estaLilidad» eOlDo meta
de la sabiduría polítiea


Si exammamos ahora cuál pueda ser el objetivo
'Concreto del saber político pronto hallamos la respues-
ta en el mismo Maquiave1o. Se trata de conducir a los
hombres a un «vero vivere politicoi (40). Sólo en rara
ocasión se encuentra en Maquiavelo el término «vive-
re politico». Más frecuentemente se topa aquí y allá la
expresión, muy similar, sin duda, de «vivere civilmen-
te» (41). Ambas expresiones sólo en un senti~o son con-


(40) Discorsi, pág. 31.
(41) V., por ejemplo, Discorsi, pág. 143, y Discorsi, pági-


nas 189·90.


11 161




sideradas inequívocamente por Maquiavelo: como con-
trapunto del «vivere corrotto» (42). La vida política o
civil es lo contrario del vivir en corrupción. Pero hay
todavía otra expresión maquiavélica que desvela mu-
cho mejor el sentido que para Maquiavelo tiene el vi-
vir «políricon : es el vocablo «quietud», «vivere quieta-
mente» (43). El verdadero vivir político es un vivir
en quietud verdadera. Como claramente se adivina, la
quietud es el polo metafísico contrario al movimiento.
El postulado supremo de la sabiduría maquiavélica no
puede ser sino la «quietud», La realidad política es
por sí misma inevitable y continuo movimiento. El pro-
blema de Maquiavelo, no ya por razones puramente so-
ciológicas, sino determinadas por la Índole de su ac-
titud intelectual entera es, precisamente, la «estahilr-
dad». Si las cosas humanas se hallan perpetuamente so-
metidas a movimiento y el movimiento es inevitable, el
problema maquiavélico no podrá consistir en aniquilar
el movimiento, .en paralizar la realidad política, sino
simplemente en hacerlo «estable», hacer un «movimien-
to estable». Dos son, como ya sabemos las dimensiones
del humano movimiento: por un lado, la propia na-
turaleza del hombre, por otro el girar del tiempo o de


(42) V., por ejemplo, Discorsi, pág. 168.
(43) V. Discorsi, pág. 143, Y Discorsi, pág. 131.


162




la fortuna. La tarea primordial de la sabiduría 'polí-
tica estriba en drenar» el movimiento de la naturale-
za humana, que tanto vale como frenar las pasiones
humanas. Bien claro nos lo dice el propio Maquiave.
lo: «fará tanto piú pronti i legislatori delle repubbli-
che o de'regni a frenare gli appetiti umani, e torre loro
ogni speranza di potere impune errare» (44). La am-
bición, la impaciencia, el afán de lo nuevo, el ansia
de poder, la tendencia a lo facilón, he ahí los apetitos
e inclinaciones naturales del hombre que el político ha
de frenar, reducir a equilibrio, encauzar, «estabilizan>.
Abandonada a sí misma, la naturaleza humana propen-
dea corromperse, a desordenarse, a moverse sin freo
no en absoluta y radical inestabilidad. Parejamente, en-
tregado el intelecto a sus propias fuerzas lleva inevita-
blemente al error. Frenar la tendencia al error es es·
tabilizar la inteligencia del hombre. El primer instru·
mento de la sabiduría maquiavélica será la coacción en
sus dos formas capitales: como educación y como puní-
ción. El primer supuesto de la quietud es la coacción.
Para que el hombre no yerre, sus apetitos no se desbo-
quen en absoluta licencia haciendo del hombre un ser
irremediablemente inestable e incalculable, es necesario
que no pueda errar «impunemente». La idea del Derecho


(44) Discorsi, pág. 130.


163




en Maquiavelo se reduce, por este lado, a pura coac-
ción. La antropología maquiavélica no consiente otra
salida: un ser determinado por la ambición y el afán
de novedad, sólo se frena con el miedo al castigo. El
«vivere quietamente» se funda, pues, sobre la coacción:
«in una repubblica non corrotta, sono cagione di gran
beni, e fanno che la ne vive libera piu, mantenendosi per
paura di punizione gli uomini migliori, e meno amhi-
ziosi» (45). El grado de coacción estará en razón in.
versa del índice de corrupción de la materia humana.
La obstinación en los modos de vida corrompidos ohli-
ga a una mayor coacción. Esta razón inversa entre coac-
ción y corrupción es lo que nos va a permitir más ade-
lante definir la sabiduría maquiavélica, en una de sUS
dimensiones, como técnica de la proporción.


Pero quietud no significa parálisis ni falta de mo-
vimiento, porque dentro del horizonte metafísico de Ma.
quiavelo el movimiento es inevitable. La estabilidad es,
simplemente, una forma del movimiento, un movimien-
to en orden. El concepto de estabilidad viene a parar
al concepto de orden: «E non e cosa che faccia tanto
stabile e ferma una reppubblica, quanto ordinare que]-
la in modo, che l'alterazione di questi umori che I'agí-
tano, abbia una via da sfogarsi ordinata dalle lego


(45) Discorsi, pág. 9•.


164




gil) (46). Si qUlSleramos, pues, formular una conclu-
sión capaz de esclarecer desde el principio el sentido
y el alcance del «vivere político», no encontraríamos
otra más ajustada al pensar maquiavélico que la de
definirlo como un vivir en orden. El orden se nos des-
vela así como la esencia y fundamento de la realidad
política.


A la consecución del orden se dirige, como a fin
supremo, el maquiavélico «saper comandare». Sólo a
esta luz se comprende rectamente el sentido que tienen,
dentro del pensar maquiavélico, los diferentes elemen-
tos de la sabiduría. Sólo serán buenos, desde el punto
de vista de la sabiduría política, los caminos que con-
duzcan a aquietar la realidad humana, manteniéndola
en situación de equilibrio estable y encauzando el In-
evitable movimiento por vía reglada y calculable. De
ahí que la sabiduría maquiavélica sea, por lo pronto y
de modo eminente, «retórica» (47). La dimensión téc-
mea y pragmática del saber maquiavélico obliga al sao
bio, no sólo a «saber ser», sino también a «saber pa.


(46) Discorsi, pág. 33.
(47) Subrayamos este aspecto «retonco» del saber maquia-


vélico para poner de manifiesto hasta qué punto puede ser erró-
nea cualquier tentativa de interpretación del pensamiento ma-
quiavélico como pura «teoría política» o como una «estética po-
Iítica» al modo de Konig.


165




recen). La propensión natural del hombre al error hace
que la mayoría de los hombres -el vulgo- sean in.
capaces de distinguir el «sen del «parecer». Por eso,
el arte político es primordialmente (retórica», arte de
persuadir, de conquistar la opinión. En este sentido,.
el sabio maquiavélico no se cuida tanto de si los me.
dios que emplea para aquietar la .realidad humana «son»
buenos o malos, como de que «parezcan» buenos, El
«buen parecer» gana la opinión de los hombres y, con
la opinión, fama y gloria. La sabiduría maquiavélica,
como retórica, es propiamente una técnica de la repu-
tación. La opinión (doxa) trae consigo la gloria (doxa).
Las famosas recetas maquiavélicas para el mando pro-
ceden de una actitud «retórica». Y en esto estriba su
neutralidad frente a los valores éticos. En fin de cuen-
tas, el primer cuidado del sabio maquiavélico no es si-
no parecer de modo que granjee la huena opinión, Ia
fama y la gloria. El límite está alli donde empieza a
peligrar la fama (48).


(.18) Quede aquí apuntada enérgicamente la dimensión retó-
rica de la sabiduría maquiavélica. El tema, totalmente virgen,
que sepamos, exige y merece tratamiento aparte, incluso de carác-
ter sistemático. Meta de ese estudio sistemático seria la ilumina-
ción del campo de problemas que abrazan estas dos coordenadas:
Política-Retórica. Es, realmente, un campo virgen y fecundo al
que quisiéramos dedicar próximamente nuestra atención. Desde
la perspectiva teórica podrá verse fádlmente en qué honda me-


166




Sólo así se comprenden en su verdadero valor las
famosas expresiones maquiavélicas sobre el fraude con
gloria y el fraude sin gloria, donde el elemento decisi-
vo no es ya el fraude, sino la gloria, es decir, la opio
nión. La dimensión retórica de la sabiduría maqniavé-
lica explica asimismo el valor respectivo que guardan
entre sí los términos amor, temor, odio y desprecio en
la doctrina maquiavélica del mando político. Lo más
peligroso para la buena opinión es el desprecio, harto
más grave que el odio o el temor (49). Puede el temor
ser deseable si granjea buena fama. En cambio, el des-
precio es término insoslayable de llegada para los que
'Siguen la «vía del mezzor o quieren eludir la decisión
política amparándose en la «neutralidad» (50).


-dida esta dimensión «retórica» atraviesa la entraña del Estado
moderno y de su pensamiento político a lo largo de toda su
trayectoria, hasta las formas políticas contemporáneas.


(49) «... non e cosa piii necesaria a un principe che gover-
narsi in modo coi sudditi, e con gli amici, e vicini, che non di-
venti, o odiso, o contennendo, e seppure egli ha a lasciare I'uno
di questi due, non stimi I'odío, ma guardisi dal disprezzo» (Ear-
ta XXXVII a Francesco Veltori Oratore a Roma, tomo VIII,
página 135).


(50) «Papa Giulio non si curo mai di essere odiato purché
fusse temuto, e riverito, e con que! suo timore messe sottoso-
pra i1 mondo, ,e condusse la Chiesa dove ella e, e io vi dieo che
chi sta neutrale conviene che sia odiato da chi perde, e dis-
prezzato da chi vinee ... » (Carta a Veltori antes citada).


167




Mas para penetrar en la esencia de la sabiduría ma-
quiavélica conviene todavía distinguir dos dimensiones.
capitales, una racional, otra irracional. Por la prime.
ra, la sabiduría política maquiavélica se propone lo-
grar la estabilidad reduciendo el movimiento de las
cosas humanas a cálculo, racionalizando al máximo el
material humano. Viene a ser la sabiduría como una
«técnica de la proporción». El «saper comandare» com-
porta en el que manda el fino discernimiento del valor
cualitativo -axía- del que obedece. El sabio -recor-
demos el bello pasaje- ha de medir proporcionalmen-
te las cualidades. La cualidad condiciona el modo del
mando, el modo de lograr la estabilidad y de realizar la
justicia. La estabilidad se conquista mediante una cui-
dadosa técnica de la proporción que discierne la calidad
del material humano y aplica un criterio u otro según
dicha calidad. Cuando el material humano es bueno, la
estabilidad se logra por camino distinto que cuando es
malo: «percheultr'i ordini e modidi vivere si dcbbe 01'-
dinare in un soggetto cattivo, che in un buono, ne puó
essere la forma simile in una materia al tutto contra-
ria» (51). Desde este punto de vista, el sabio maquia-
vélico es neutral frente al material humano y se pro-
pone un objetivo estrictamente técnico. El «saber ha-


(51) Discorsi, pág. 73.


168




cer» obliga a discernir el bien y el mal y a aplicar
una regla para el primero, otra para el segundo. La
conocida distinción maquiavélica entre los modos de
mandar y la tradicional autinomia entre los Discorsi y
el Príncipe se resuelven si se considera que la sabidu-
ría maquiavélica postula métodos diferentes cuando el
material a manejar es de naturaleza distinta. El quid
está en hacer las cosas con «proporción» (52). Decir
proporción equivale a decir grado de corrupción (53).
El mismo Maquiavelo, en un pasaje del Arte de la Gue-
rra, compara implícitamente el político al escultor:
«Questa forma si puó imprimere negli uomini sempti-
ci, rozzi e propri non ne'maligni, male custoditi, e
Iorestieri, Ne si troverá mai alcuno buono scultore, che
creda fare una bella statua d 'un pezzo de marmo maie
abbozzato, ma si bene d'uno rozzo» (54). Cuando el
grado de corrupción es escaso y el material humano
igual, por razón de la sustancia, ese material es apto
para recibir una forma singular del vivir político, lo
que Maquiavelo, sin hipocresía alguna, ensalzará como
la forma suprema de convivencia humana: el «viven-
libero» o «vive re politico» propiamente dicho. Empe-


(52) Discorsi, pág. 16l.
(53) Idem, págs. 160 y 16l.
(.54) Dell'Arte della Guerra, pág. 420.


169




ño erróneo seria tratar de imprimir a ese material bue-
no «trista forma» (55). Por el contrario, allí donde el
material está en trance de corrupción y la desigualdad
reina por doquier, no cabe un «vivere libero», sino un
modo de convivencia fundado más en la fuerza que en
la libertad: «In tutte le cittá, dove e grande equalitá
di cittadini, non vi si puó ordinare principato se non
con massima difficultá ; ed in quelle cittá dove e gran-
de inequalitá di cittadini, non vi si puó ordinare re-
pubblica se non con rnassima difficultá» (56). La igual-
dad de sustancia de los hombres, en cuanto principio
de equilibrio y de estabilidad, decide sobre el modo
político de la convivencia humana: «Che dove e equa-
lita non si puó fare prmcipato, e dove la non e, non
si puó far repubhlica» (57). En este punto, errar es
peligroso. La sabiduría política ba de atinar en la
proporción, pues de otro modo, habiendo desproporción
entre el material humano y la forma que se le quiere
imprimir, el edificio amenaza ruina: «Tanto e diffi-
cile e pericoloso voler fa re libero un popolo che voglia
viver servo, quanto e voler fa re servo un popolo, che
voglia vivere Iiberoi (58). Esta «técnica de la propor-


(55) Discorsi, pág. 343.
(56) Discorso sulla Riiorma, pág. 112.
(57) Discorsi, pág. 156.
(58) Idem, pág. 345.


170




ción» obliga a alterar los modos del mando cnando el
material hnmano se altera. En efecto, cuando el mate-
rial hnmano objeto del mando es malo, la proporción
exige qne el que manda sea menos bueno. La extrema
maldad del que obedece requiere en el que manda, en
proporción geométrica, una extrema maldad. Si el po.
lítico se empeñase en ser siempre bueno mientras los
hombres varían y se tornan de buenos malos, perece-
ría por falta de proporción. La bondad o maldad del
gobernante deja de ser un problema en sí de carácter
érico para convertirse en un concepto de pura propor-
ción, csto es, de simple técnica matemática. «Volendo
un príncipe mantenere lo "tato, e spesso forzato a non
esser bueno; perche quando quella universitá, o po-
polo, o soldati, o grandi che siano, della quale tu giu-
dichi per mantenerti aver bisogno, e corrotta, "ti con-
vien seguir l'umor suo, e sodisfarle, e allora le buone
opere ti sono inimichi» (59). Los vocablos bueno y malo
pierden su contenido moral autónomo y sustantivo para
convertirse en términos neutrales de una función mate-
mática. Bueno es lo que guarda proporción y conduce
a la perfección, malo 10 que aleja de ella. El príncipe
hueno de Maquiavelo es el príncipe sabio, el gober-
nante que sabe usar bien de la bondad y de la maldad


159) Il Principe, pág. 72.


171




cuando, por razón de proporción, así lo requiere el
material humano. Las acciones políticas, las leyes, los
usos y costumbres, no son buenos o malos en sí y por
sí, sipo sólo por razón de proporción, según se atem-
peren o no a la naturaleza humana. Lo que decide so-
bre la bondad y la maldad no es un principio autó-
nomo de moral, sino su proporción o desproporción (60).


Pero este elemento racional no constituye el con-
tenido entero de la sabiduría. Hay un límite natural
al uso de la razón y del cálculo que busca en cada
caso la proporción de las cosas: son los que podríamos
llamar «casos extremos», donde la corrupción es tan
grande que predomina el mal sobre el bien. Este caso
límite pone al descubierto la segunda dimensión de la
sabiduría, su elemento propiamente irracional. Pero se-
ría erróneo, como de ordinario se hace, subrayar en la
sabiduría maquiavélica esta dimensión irracional para
calificar la doctrina de Maquiavelo como teoría de los
«casos de excepción» o de los estados de necesidad.
Equivale a trasplantar en su obra nociones y conceptos
que sólo tienen razón de ser dentro de las coordenadas


\
(60) «Gli ordini e le leggi fatte in una repubblica nel nasci-


mento 5UO, quando erano gli uomini buoni, non sono dipoi
piú a proposito, divenuti che sono tt-isti» (Discorsi, pág. 71).
«Era questo ordine buono, quando i cittadini erano buoni» (Dis-
corsi, pág. 73).


172




de la teoría política de los siglos XIX y XX. Del mis-
mo modo que la necesidad es un elemento «normal»
del pensar maquiavélico y no su pieza extrema, tam-
bién esta dimensión irracional de la sabidnría consti-
tuye una parte normal, no ya excepcional o extraor-
dinaria. El sentido del saber maquiavélico no es, en
ningún caso, dar solución de urgencia a una crisis ra-
dical.


Cífrase la dimensión irracional de la sabiduría en
el vocablo, muy conocido para nosotros, de Virtud. Re-
cordemos algunos conceptos anteriormente expuestos:
junto al movimiento de la naturaleza humana está el
misterioso y difícilmente calculable de la Fortuna, el giro
de los tiempos. Si para señorear la primera causa del
movimiento basta la técnica maquiavélica de la pro-
porción, para dominar la segunda y atemperar la na-
turaleza humana al curso de las cosas hace falta una
dimensión nueva y altamente irracional: para vencer a
Fortuna, para seguir su caprichoso curso, hace falta en
el hombre una potencia extraordinaria y «graciosa»,
casi «sobrenatural», «genial», donde se mezclan en mis-
teriosa unidad los más activos y excelentes ingredien-
tes. La Virtud maquiavélica es como una síntesis de
las virtudes antiguas y también de algunas virtudes
cristianas. Pero es más que eso. Es la virtud, en pri-
mer lugar, contrapunto del «ocio», actividad, energía,


173




dinamismo (61). Considerado en bloque, el concepto
viene, sin duda, del arte militar. Virtud por excelen-
cia tienen los ejércitos y, por tanto, SU8 componen-
tes (62). Meinecke -y con él todos los intérpretes sub-
siguientes- ha acentuado sobre todo 108 rasgos que
aproximan el concepto de Virtud al de violencia, iden-
tificándola, en fin de cuentas, con el otro término ma-
quiavélico de «ferocía». Sin embargo, si se tiene en
cuenta que el término procede del campo militar, su
equivalente no es propiamente la violencia, sino, más
bien, el valor, a saber, el valor para la guerra y la
acción militar (63). El (momo virtuoso» de Maquiavelo
no es el activista desarraigado de toda religión, sumi-
do en un mundo desdivinizado y entregado a las fuer.
zas que la naturaleza le dió. No es tampoco el esteta
que reduce la acción política a la explosión subitánea
e inesperada de la voluntad. El «uomo virtuoso» e&


(61) « ... uomini oziosi, ed inabili ad ogni virtuoso esercíaio»
(Discorsi, págs. 10·11).


(62) «Aveva Annibale posta tulla la virtü del suo esercito
nella seconda schíera» (Dell'Arte della Guerra, pág. 319).


(63) «E gli uomini diventano eccelenti, e mostrano la loro
virtü secondo che sone adoperati, e tirati innanzi dal príncipe
loro, o repubblica, o re che si sia, Conviene per tanto, che dove
sono assai potestati, vi surgano assai valenti uomini; dove ne-
son poche, pochi» (Dell' Arte della Guerra, pág. 271).


174




propiamente el hombre valiente: «Sendo adunque yero
che dove siano piú imperi, surgano piü uomini valen-
ti, seguita di necessittá che spegnendosi quelli si spen-
ga di mano in mano la virtú, venendo meno la cagione
che fa gli uomini virtuosi. Essendo pertanto dipoi eres-
ciuto l'imperio Romano, ad avendo spente tutte le re-
pubbliche ed i principati d 'Europa e d'Africa, ed in
maggior parte quelli dell'Asia, non Iasció alcuna via
alla virtú, se non Roma. Donde ne nacque che comin-
ciarono gli uomini virtuosi ad essere poche in Europa
come in Asia: la quale virtú venne poi in ultima de-
c1inazione, perche sendo tutta la virtú ridotta in Roma,
come quelle fu corrotta, venne ad essere corrotto quasi
tutto il mondo, e poterono i popoli Sciti venire a pre-
dare quell'imperio, íl quale aveva la virtú d'altri spen-
to, e non saputo mantenere la sua, E henche poi queI-
l'imperio per la inondazione di quelli barbari si _di-
videsse in pin parti, questa virtú non vi e rinata; l'una,
perche si pena un pezzo a ripigliare gli ordini quando
sono guasti; l'altra, perche il modo del viver d'oggi,
rispetto alla Christiana Heligione, non impone quella
necessittá al difendersi, che anticamente era» (64). La
valentía es una cualidad tanto del cuerpo como del


(64) Dell'Arte della Guerra, págs. 272·3.




·alma (65). Maquiavelo tiene huen cuidado de deslin-
dar el término uirtii del término forza (66), así como
del término potenza: «E non sarehbe piú dipenduto
dalla fortuna e forze d'altri, ma solo dalla potenza e
virtú sua» (67).


Acaso sea cierto, como Meinecke pretende, que este
elemento de violencia alienta en el concepto maquia-
vélico de la virtud, pero como todas las interpretacio-
nes posteriores, incluso la estética de Konig, subrayan
con excesivo vigor esta dimensión extrema de la virtud,
es indudable que la desorhitan un poco. Partiendo de
nuestros propios supuestos, consideramos más certero
enfocar el concepto de la virtud desde el ángulo total
de la sabiduría maquiavélica. La riqueza de su conte-
nido procede del fondo inicial del cual emerge el con-
cepto: el arte de la guerra. La virtud es, primordial.
mente, una facultad humana que permite atemperar
el movimiento de la naturaleza al de la fortuna. La
función de la virtud estriha en «conocer la ocasión».
Es una cualidad de la inteligencia, antes que de la
voluntad. Virtud «excelente» llama Maquiavelo a esa


(65) «... VirtiJ. d'animo e di corpo» (Discorsi, pág. 342).
«. .. gran virtú d'animo ... » (ll Principe, pág. 70). « .. pusillani-
mita e difetto naturale d'animo ..» (ll Principe, pág. 35).


(66) Discorsi, pág. 398.
(67) Il Príncipe, pág. 26.


176




singular facultad de conocer la ocasión o preverla, con
la cual el hombre consigue vencer a la Fortuna, ya que
Fortuna, en su inescrutable movimiento, pone al hom-
bre delante las cosas: «Queste occasioni pertanto fe-
'cero questi uomini felici, e I'eccellente virtú loro feee
quella occasione esser conosciuta; donde la loro patria
ne fu nobilitata, e díventó felicissima» (68). La esen-
cia de la virtud consiste, desde este ángulo, en ver la
ocasión y cogerla, no dejarla pasar en vano. Es, por
eso, la única vía segura que el hombre tiene para al.
canzar la felicidad, la única propiedad que le permite
señorear el movimiento de las cosas humanas y medir.
se con la fortuna: «Ed esaminando le azioni e vita loro
non si vede che quelli avessero altro dalla fortuna che
l'occasione, la quale dette loro materia da potere in-
trodurvi dentro quella forma che parse loro; e senza
quella occasionela virtú dell'animo loro si sarebbe spen-
ta, e senza quella virtü I'occasione sarebbe venuta in-
vano» (69). Es en el «arte de la guerra» donde la vir-
tud se muestra en toda su amplitud. La caza de la oca-
sión es parte primordial del arte militar y de ella de.
pende, las más veces, el buen éxito de la contienda. Por
este lado, la virtnd es la secularización y tecnificación


í68) Il Principe, pág. 18.
(69) Idem, pág. 18.


12 177




· del concepto cristiano de prudencia. Desde el punto de
vista de la sabiduría maquiavélica, corresponde a los
términos previsión y predicción, que constituyen parte
esencial del saber político (70).


Queda aún una nueva faceta por donde el concepto
de virtud pierde el tinte excesivamente activista que le
han conferido las interpretaciones clásicas para iluminar
con luz distinta y más suave el problema del mando po-
lítico en la concepción maquiavélica. No sólo es previ-
sión de las ocasiones, mas también medio para conseguir
la aquiescencia de los que obedecen. La virtud, en cuan-
to valor para la acción y para la guerra, despierta ad-
miración, y, con la admiración, seguimiento. En las co-
sas de la guerra sólo la virtud es capaz 'de conquistar la
«reputación». Ni la sangre ni la autoridad -dice Ma.
quiavelo textualmente- la dieron nunca sin la vir-
tud (71). Quizá se trasluce aquí el resentimiento burgués
de Maquiavelo contra la nobleza. También es cierto
que en este pasaje se refleja en toda su hondura el cambio
de actitud intelectual frente a la Edad Media, con su
jerarquía de valores sociales. Con crudeza sin par, Ma-
quiavelo da por definitivamente caducados los viejos
valores de la sangre y la autoridad, para elevar a la


(70) Discorsi; pág. 27l.
(71) Dell'Artf! della Guerra, pág. 386.


178




cúspide la virtud del individuo moderno, apoyado en
sus propias fuerzas. Pero el sentido de este pasaje pro.
fundo no para sólo en esto. Al contraponer el concep-
to de uirtú a los de la sangre y la autoridad, se define
uno de los elementos esenciales del mando político:
la virtud entendida como «ejemplaridad», única vía
para conquistar fama y reputación. En este sentido, la
virtud es un elemento cl~ve de la Retórica maquiavé-
lica. La reputación anuda al que manda y al que obe-
dece con un lazo esencial, el único que resiste cuando
la maldad humana quiebra los demás vínculos (72).
La virtud maquiavélica no consiste sólo en mandar con
violencia y ferocia, consiste simultáneamente en «per.
suadir». El hombre «valeroso» persuade con el ejemplo,
no sólo con la fuerza. Pero esto no quiere decir que


(72) «... gli uomini sono spinti da due cose principali, o
dall'amore, o dal timore; talche cosi li comanda chi si fa ama
re, come colui che si fa temere; anzi il piú delle volte e seguito
e ubbidito phi chi si fa temere che chi si fa amare, Importa
pertanto poco ad un capitano, per qualunque di queste vie ei
si camini, purche sia uomo virtuoso, e che quella virtil lo faccia
riputato tra gli uomini. Perche quando 13 e grande, come fu in
Annibale ed in Scipíone, ella can celia tutti quelli errorí, che si
fanno per farsi troppo amare, o per farsi troppo temere» (Dis.
cOTsi, pág. 380). «... in quelli eserciti, ne'quali non e una affe-
zione verso di qnello per chi e'combattono, che gli faccia diven-
tare suoi partigiani, non mai vi potra essere tanta vírtú che basti
a resistere ad uno nimico un poco virtuoso» (DiscOTSi, pág. 130).


179




la fuerza no sea precisa cuando la necesidad, el curso
de las cosas, la «malignidad» de la fortuna, el giro in-
opinado de los tiempos, así lo exigen. No es un azar
que al escoger Maquiavelo lema poético para la olau-
sura del Príncipe tomase estos versos de Petrarca:


«Virtü contro al furore
Prendera l'arme e fia il combatter corto;
Che l'antico valore
Negli Italici cuor non e ancor marta».


donde la virtud se apresta al combate contra el [urore,
o .sea contra la violencia. Cuando se la mira, no como
una pieza excepcional, sino como un elemento normal
de la sabiduría, la virtu es, en fin de cuentas, aquella
cualidad sobresaliente de la inteligencia que permite
al hombre señorear el movimiento de las cosas huma-
nas: «La vera virtñ non teme ogni minimo acciden-
te» (73).


(73) Discorsi, pág. n4.


180




V


EL ORDEN DEL ESTADO






1


El eoaeepto del orden


Resumamos el resultado de nuestra indagación ano
terior. El problema de la estabilidad es igual al del
movimiento ordenado. Quietud no significa para Ma·
-quiavelo estar parado, cosa imposible en el mundo hu-
mano, significa estar «quieto», La realidad política es
esencialmente dinámica y la estabilidad significa orden,
mas no orden estático, sino dinámico, orden en movi-
miento. A conseguir ese movimiento en orden se ende-
reza la sabiduría política maquiavélica. Será lo prime-
ro averiguar el significado del orden dentro del pensar
maquiavélico. ¿Qué es un orden?


una simple ojeada a los escritos de Maquiavelo eVI·


183




dencía que el vocablo (Orden» es, a todas luces, el más
usado y más variamente manejado a lo largo de toda
la obra. Lo cual autoriza ya a suponer legítimamente
que en la significación de dicho vocablo está quizá el
secreto último de su pensamiento. Certeramente advier-
te Kdnig que el postulado del orden es el postulado ma-
quiavélico por excelencia. Pero la afirmación se hace
desde una perspectiva puramente sociológica. El to-
que está en indagar si en Maquiavelo el orden es algo
más que un postulado supremo nacido de la contem-
plación de una realidad turbulenta y desordenada, es
-esto sería lo decisivo- el supuesto último de su actitud
intelectual. Del mismo modo que el desorden es para
él algo más que un juicio sobre la realidad circundan-
te, el orden es también el contrapunto del desorden en
sentido metafísico. Pero acerquémonos a las varias sig-
nificaciones del vocablo para buscar en ellas, en la me-
dida posible, el sentido unívoco que ponga en nuestra
mano el concepto maquiavélico del orden.


Un «orden» es, ante todo, en acepción generrca, lo
que podríamos llamar un sistema de formas de vida
considerado en bloque. Así habla Maquiavelo del (01'-
dine Romano» (1), refiriéndose, 5in duda, a los diferen-


(1) Discorsi, pág. 32. V. también Discorsi, págs. 378-9:
(c.. quelli che ordinano come debhono vívere».


184




tes modos del vivir en la antigua Roma. En este sen-
tido primario y capital, orden equivale a un conjunto
de usos, costumbres, leyes, modos de vida, modos de
pensar y de hacer, propios de una colectividad huma-
na. Hacia la misma meta apunta la segunda acepción
del vocablo «orden», como manera concreta de estar Con-
formadas las cosas humanas. Orden es un como «estar
en forma». La significación se orienta hacia el concep-
to de «forma» (2). Una realidad en orden tiene «Ior
ma». Su forma es, precisamente, la forma del «or-
den» (3). Podríamos decir, a la manera helénica, en
la seguridad de aproximarnos así a la mente de Maquia-
velo, que toda realidad ordenada posee un eidos, una
figura interna cuya expresión es la «forma» externa.
Estar en orden significa, en esta segunda acepción, es-
tar en forma. El término orden alude al modo de es-
tar dispuestas internamente las cosas determinantes de
su figura. Pero todavía hay en Maquiavelo una terce-
ra acepción genérica. Orden significa unidad: una
realidad es ordenada, está en orden, cuando constitu-
ye una unidad: «Cotesto sarebbe quando non si rife-
rissero ad uno, ma riferendosi fanno ordine, anzi sen-


(2) Delt'Ar:« dclla Guerra, pág. 341; ídem, págs. 288·9;·
ídem, pág. 290.


131 Idem, pág. 303.


185




za essi e impossibile reggersi» (4). Esta tercera acep~
ción resume fielmente la tradición agustiniana del or-
den como «ordinatio ad unum», patrimonio común de
los publicistas medievales. La forma del orden es la
forma de la unidad mediante la referencia de todas las
cosas a un principio. Pero no se trata de una acepción
abstracta del orden, sino muy concreta. Esa «referen-
cia a unos de que habla Maquiavelo en el pasaje ante-
rior es referencia de una pluralidad de hombres a uno
solo. El orden humano entraña, pues, la referencia a
un centro unitario (5). Esta tercera acepción nos des-
cubre que para Maquiavelo el término «orden» pertene-
ce necesariamente a un p'lano racional. Maquiavelo no
se refiere aquí a lo que podríamos llamar «órdenes es-
pontáneos» en sentido sociológico. Su supuesto metafí-
sico, la tendencia del hombre hacia el desorden, no
consiente fundar el concepto del orden sobre las fuer-


(4) Dell'Arte del/a Guerra. pág. 268.
(5) Pueden citarse como ejemplos de lo que Maquiavelo en-


tiende por ese centro unitario: «Pero un prudente ordinatore
d'una repnbblica, e che abbia questo animo di volere giovare
non a se ma al bene comune, non olla sua propria successione
mu alla comune patria, debbe ingegnarsi d'avere I'autoritá solo)
iDiscorsi, pág. 41) y «Deve pertanto un principe non si curare
dell'infamia di crudele, per tenere i sudditi suoi uniti, ea in
fede; perche con pochissimi esempi sará piú pietoso che quelli,
i quali per troppa pietá Iasciano seguire i disordini, di che ne
nasca oceisioni o rapine» (JI Principe, pág. 60).


186




zas espontáneas de la naturaleza humana. El orden será,
en cualquier caso, producto de un esfuerzo consciente
y racional del hombre. Por su misma esencia, la idea
del orden exige ese pcincipio racional. La unidad del
orden depende fundamentalmente de la existencia de
un plan racional y consciente: «E debessi pigliare ques-
to per una regola generale, che non mai o di rado, oc-
corre che alcuna repubblica o regno sia da principio
ordinato hene, o al tutto di nuovo fuori degli ordini
vecchi riformato, se non e ordinato da uno; anzi e ne-
cessario che uno solo sia quello che dia il modo, e dalla
cui mente dipenda qualunque simile ordinazione» (6).
Ese «plan» en que viene a cifrarse el elemento racional
del orden es un proyecto consciente que endereza los
actos humanos por el camino conducente a la perfec-
ción. En frase del propio Maquiavelo: «11 diritto cam-
mino che la possa condurre al perfetto e vero fine» (7).
Todo orden supone, pues, un proyecto racional que
prescribe cauce y meta al movimiento humano. Com-
prende la puesta ·en marcha del movimiento, el cauce
por donde ha de discurrir -<dI díritto camminon-s- y
el fin adonde conduce, el «perfetto e vero fine». Es el
proyecto racional que garantiza el curso ordenado del


(6) Discorsi, pág. 41.
(7'1 Idem, pág. 13.


187




movimiento y el logro de la perfección (8). Esto exp'li-
ca la importancia que en la mente de Maquiavelo tie-
ne. al enjuiciar cualquier realidad política presente o
pasada. la discriminació'n sobre quién fuera el primo le.
gislatore que puso en marcha el orden (9).


Estas tres acepciones fundamentales del vocablo pero
miten comprender el alcance que el concepto del oro
den tiene cuando es usado por Maquiavelo para califi-
car globalmente un modo concreto de convivencia hu-
mana como totalidad. Así por ejemplo, una «repúbli-
ca» significa un orden global (10). Por la misma razón,
Maquiavelo distingue entre «ordine civile» [Tl), que
suele identificar con el «ordine politico» (12) y «ordi-
ne assoluto». Orden significa entonces el modo entero
de estar en forma y en unidad que condiciona un siso
tema de formas de vida, procedimientos, maneras de
pensar y de obrar. Así, cabe ordenar las formas de vida


(8) «Quelle altre, che se le non hanno l'ordine perfetto,
banno preso il principio buono, e atto a diventare migliori, pos-
sono per la occorrenza degli accidenti diventare perfette» (Dios·
corsi, pág. 13).


(9) V. por ejemplo, Discorsi, pág. 180.
(10) (e.. considerato tutto questo ordine come repuhblica ... ~


(Discorso sulla Rilorma, pág. 120).
(11) Discorso sulla Riforma, pág. 106.
(12) Idem, pág. 114.


188




y de proceder para la conquista, para la quietud, et-
cétera (13).


El principio racional del orden, su elemento cons-
ciente, es lo que hace posible para el hombre la acción
colectiva: «Tumultariamente e disordinatamente non si
faccia alcuna cosa» (14). La acentuación de dicho ele-
mento aproxima el concepto maquiavélico del orden
al concepto moderno de «organización».


Si nos preguntamos ahora cuál pueda ser para Ma·
quiavelo la imagen ejemplar de un orden en sentido
genérico, la respuesta no resulta muy difícil: es el or-
den de la milicia, el orden militar (15). Prototipo del
«bueno ordine» lo llama Maquiavelo: «Dove e huona
milizia conviene che sia huono ordine, e rade volte anco


(13) «". se non si e trovato mai repuhblica, che abbia fatti i
progressi che Roma, e nato che non si e trovata mai repubblica che
sia stata ordinata a potere acquistare come Roma. Perche la virtú
degli eserciti gli fecero acquistare I'Imperio, e l'ordine del proce-
dere, e il modo suo proprio, e trovato dal suo primo Legislatore,
gli fece mantenere I'acquistato... » (Discorsi, pág. 180).


(14) Dell'Arte delta Guerra, pág. 402.
(15) Recuérdese que la decadencia de la milicia es, a los


ojos de Maquiavelo, la causa fundamental del desorden de su
tiempo. No es propósito de este trabajo enjuiciar la obra de Ma-
quiavelo como tratadista del arte de la guerra. Es, sin duda,
uno de los más brillantes y profundos escritores militares de su
tiempo. Lo que nos importa es señalar el entronque eseucial en-
tre su concepto del orden político y el orden militar.


189




occorre, che non VI sia buona fortuna» (16). En él en.
carna por modo excelente la perfección del orden: la
forma de orden, la unidad y el plan como elemento
racional. Es el «esercito perfettoi (17), el «esercito
giusto» (l8), la «figura perfetta» (19). En efecto, ese
«eaercito giusto» cumple a la perfección los postulados
de nn orden como realidad dinámica. Porque la esen-
cia del orden militar estriba, según Maquiavelo, en ser
un movimiento en orden, una forma del movimiento que
jamás se desordena. El orden de la milicia no en otra
cosa consiste sino en «imparare ad osservare gli ordini
negli esereiti, cosi nel camminare, come nel combattere
e nell'alloggiare» (20). No es una realidad estática, sino
radicalmente dinámica: «Ordinato cosi l'esercito si ha
a fare muovere, e nell'andare osservare tutto questo ordi-
ne» (21). El objetivo de la ordenación militar es crear
una figura perfecta capaz de andar en todas direccio-
nes, hacia delante y hacia atrás, a derecha e izquier-
da, hacia arriba o hacia abajo, sin que jamás se turbe


(16) Discorsi, pág. 21.
(17) Dell'Arte della Guerra, pág. 362.


. (18) Idem, pág. 362.
(19) Idem, pág. 422.
(20) Idem, pág. 242.
(21) Idem, pág. 340.


190




el orden (22). Es aquella forma de movimiento que
lleva en sí misma el principio del orden, un moverse
ordenado y capaz de ordenarse en pleno movimien-
to (23). «Vedere che andando mantenga gli ordini» (24),
«tenere l'ordine delle file in ogni qualitá di moto e di
luogo» (25), como el mismo Maquiavelo dice. El fun-
damento de este tipo ejemplar de orden es lo que Ma-
quiavelo llama «disciplina», que no es sino una hahi-
tuación interna y externa del hombre a estar siempre
en orden: «Ma torniamo all'ordine riostro, e seguitan-
do questa materia degli essercizi dico, come non b~ta
a far buoni eserciti avere indurati gli uomini, fattili
gagliardi, veloci e destri, che bisogna ancora, ch'essi
imparino a stare negli ordini, ad ubbidire a'segni,
a'suoni, ed alle voci del capitana; sapere, stando, ri-
tirandosi, andando ínnanzi, combattendo, e cammman-
do, mantenere quelli, perche senza questa disciplina,
eon ogni accurata diligenza osservata e practicata, mai
esercito non fu buono» (26). Este concepto maquiavé-


(22) «... andare forre, o innanzi, o indietro, passare per loghi
difficili senza turbare I'ordíne» (Dell' Arte della Guerra, pági-
na 257).


(23) «Camminare con tale ordine, e nel camminare ordinarsi
per combattere» (Deli: Arte della Guerra, pág. 344).


(24) DeU'Arte della Guerra, pág. 308.
(25) Idem, pág. 249.
(26) Idem, pág. 247.


191




lico de la disciplina es, a nuestro entender, pieza maes-
tra de su pensar. Hacia él se orientan todos los demás
conceptos maquiavélicos" incluso el de Virtud. La VIr-
tud maquiavélica está más cerca de la «disciplina» que
de la «ferocia», Es una cualidad suprema del hombre
que resume toda clase de virtudes y, a la postre, lo
más poderoso de que el hombre puede disponer: «PUO
la disciplina nella guerra piú che il Iurore» (27). Mei-
necke ha observado con agudeza que, junto al concepto
irracional de la virtud, existe el de la virtud «ordina-
ta))7 Pero su inclinación a identificar la virtud con la
violencia no le ha permitido valorar rectamente el pa-
pel decisivo que el concepto del orden juega en el cua-
dro de ideas maquiavélicas (28). La virtud maquiavéli-


(27) Dell'Arte della Guerra, pág. 413.
(28) (c .. i Romani ed i Greci hanno fatta la guerra con i


pochi, affortificati dall'ordine e dall'arte; gli occidentali e gli
orientali l'hanno falta con la moltitndine; ma l'una di questi na-
zioni si serve del furore naturale, come seno gli occidentali,
l'altra delle grande ubbidienza che quelli uomini hanno a'loro
re. Ma in Grecia ed in Italia non essendo il furore naturale, ne
la naturale riverenza verso i loro re, e stato necessario voltarsi
alla disciplina, la quale e di tanta forza ch'ella ha fatto che i
pochi hanno potuto vincere il furore e la naturale ostinazione de-
gli assai» (Dell' Arte delta Guerra" pág. 380). «... in ogni paese
con l'esercizio si fa buoni soldati, perche dove manca la natura
supplisse l'industria, la quale in questo caso vale piiI che la
natura» (Dell'Arte della Guerra, págs. 209·10).


192




-ca es una emergencia del orden: «. .. dall'ordine nasce
il furore e la virtú» (29).


Si el orden de la milicia es el arquetipo del movi-
miento ordenado, también se da en él como caracte-
rística esencial el elemento consciente y rector determi-
nante de la unidad. «In uno esercito bene ordinato nes-
suno debbe fare alcuna opera, se non regolato» (30)
-dice Maquiavelo en un pasaje importantísimo---. Es,
por ello, modelo de orden racional y consciente, capaz
de reducir a unidad perfecta las acciones humanas, co·
ordinándolas hacia un mismo fin. En frase lapidaria
ha fijado Maquiavelo el objetivo del arte militar: «11
fine di chi vuole fare guerra e potere combattere con
-ogni inimico 811a campagna, e potere vincere una gior-
natta» (31). El orden militar se endereza a poder com-
batir con cualquier enemigo y vencerlo. En este sen-
tido, el orden es fuente de la virtud y fuente de la for-
tuna. Por eso, como antes apuntábamos, todos los con-
-ceptos maquiavélicos se reducen, en último término, a
este concepto primario y capital del orden (32).


(29) Discorsi; pág. 423.
(30) Idem, pág. 423.
(31) DeU'Arte della Guerra, págs. 208-9.
(32) Como ejemplo pueden citarse los dos textos siguientes:


K" quelli eserciti che fanno altrimenti, non sono veri eserciti
ce se ne Ianno alcuna prova, la fanno per furore e per Im-


13 193




El orden de la milicia representa para Maquiavelo,
como vimos, la figura ejemplar del orden. No es, pues,
extraño que el concepto del orden político se apoye
también en esa imagen ejemplar y de ella se nutra
como parangón y arquetipo. Si el modelo de un ejér-
cito bien ordenado consiste en que «nadie pueda hacer .
obra alguna sino regulada», éste va a ser el esquema
que sirva a Maquiavelo para formular su concepto del
orden político.


peto, non per vrrtu. Ma dove e la virtú ordinata, usa il furor
suo coi modi e co 'tempi, ne diff'íeultá veruna lo invilrsce, ne gli
fa mancare l'animo, perche gli ordini buoni gli rinfrescano I'ani-
mo e il furore, nutriti dalla speranza del vincere, la quale mai
non manca, infino a tanto che gli ordini stanno saldi. Al con-
trario interviene in quelli eserciti, dove e furore e non ordine,
como erano i Francesi, i qualí tuttavia nel combattere maneava-
no; perche non riuscendo loro col primo impeto vincere, e non
essendo sostenuto da una vírtú ordinata, quel lor furore, nel
quale egli speravano, ne avendo fuori di quello cosa, in la qua-
le eí confidassero, como quello era raffreddo, rnancavano» (Dis·
corsi, págs. 423.4). (l... la Religione introdotta da Numa fu tra
le prime cagione della felicita di quella citta, perche quella can-
so buoni ordini, i buoni ordini fanno buona fortuna, e dalla
huona fortuna nasquero i felici successi delle imprese» tDiscor-
si, pág. 51).


194




El concepto del E.tado


Ante nuestra mirada se abre ya en toda su ampli-
tud el problema de la sabiduría política maquiavéli-
ca: sujetar el movimiento humano colectivo a un oro
den, hacer de la materia humana colectiva una figura
perfecta y terminada, mantenerla en equilibrio estable,
en forma y unidad, enderezarla por cauce racional de
modo que su curso sea previsible y calculable. Esa fi-
gura perfecta es el Estado, lo stato, Será el contrapunto
de la «moltitudine inordinata» (33). Stato; es, pues, por
definición, un orden «estable», un movimiento ordena-


(33) Discorsi, pág. 428.


195




do. Pero el toque está en saber cómo puede ordenarse
el movimiento, cuál sea la esencia de un orden en mo-
vimiento. No se trata de un orden en reposo, estático,
sino dinámico, puesto que el movimiento de las cosas
humanas obedece a ley natural. El único modo de oro
denar el movimiento consiste en «dirigirlo», o mejor,
«enderezarlo» en una sola dirección: «NeSSUllO stato si
pub ordinare che sia stabile, se non e overo principato,
o vera repubblica: perche tutti i governi posti intra
questi duoi sono difettivi. La ragione e chiarissima,
perche il principato ha solo una via alla sua resoluzio-
ne, la quale: e scendere verso la repuhhl ica, e cosi la
repuhblica ha solo una via da resolversi, la quale esa.
lire verso il principato. Gli stati di mezzo hanno due
vie, potendo salire versi il principato, e scendere verso
la repubblica, donde nasce la loro instabifitá» (34). He
aquí un prodigioso pasaje de Maquiavelo donde se nos
desvela lo que a sus ojos constituye el movimiento oro


. denado. Importa ordenar la materia humana colectiva
de modo que sólo se ofrezca una vía al movimiento.
Por eso, en puridad, sólo son dos los modos posibles
de ordenar políticamente la realidad humana como fi-
gura perfecta: «il vero principato e la vera repubbli-
ca», Las figuras intermedias son defectuosas, imperfec-


(34) Discorso sulla Rif~rma, tomo IV, pág. 111.


196




taso La razón que Maquiavelo nos da no es otra sino
la del movimiento. Si Ios cauces abiertos al movimien-
to son varios, no puede hablarse de «estabilidad». Sólo
es «estable» aquella figura en movimiento a la que le
es dado seguir una dirección única, un orden. Sólo es
stato propiamente dicho ~a realidad humana ordenada
en forma que ha de seguir cauce preciso y unívoco. Los
«stati di mezzo: -recuérdese aquí la famosa tesis ma-
quiavélica sobre la «via dei mezzos-s- son, por su pro-
pia esencia, «inestables», (CUO Estados» (35).


No es arbitrario que para definir al stato hayamos
recurrido a la terminología que Maqu~avelo aplica con-
cretamente al orden militar: «figura perfecta». Tam-
bién el Estado es un orden perfecto. El término perfec-
ción riene aquí, como en el resto de la obra maquiavé-
lica, sentido genuinamente técnico. Perfecto no otra
cosa significa sino «terminado», «acabado», «bien he-
cho». Y esto es lo decisivo: Maquiavelo considera que
un orden es perfecto, perfecta su figura, cuando no le
falta nada, cuando está compuesto por todas las partes


(35'1 V. tamhién este otro pasaje: «Non puó pertanto la San-
tita Vostra, se la desidera fare in Firenze uno stato stahile per
gloria sua, e per salute degli amici suoi, ordinarvi aItro che un
principato Yero, o una repubblica che ahbia le parti sue. Tutte
le aItre cose sono vane, e di brevissima víta» (Di.~corso sulla Ri-
forma, tomo IV, pág. IlI).


197




que constituyen su esencia, cuando «todo :ha sido pre.
visto»: «Talehé mai sia perfetta una repubhlica, se con
le leggi sue non ha provvisto a tutto, e ad ogni acciden-
te posto il remedio, e dato il modo a governarlo» (36).
Infinita distancia separa este concepto de perfección de
la «societas perfecta» del pensamiento medieval y de
la «autarquía» helénica. Perfección significa ahora «om-
niprevisión», predecirlo todo, preverlo todo. Es la quin.
taesencia de la sabiduría política maquiavélica. El ele-
mento racional propio de todo orden adquiere prima-
cía en el plano político. El orden político será, pues,
un orden altamente racional, donde todo se halla ra-
cionalmente previsto y calculado. A través de ese pa-
saje de Maquiavelo se asiste al nacimiento del Estado
moderno como forma de organización política ultrarra-
cional, con su tendencia al centralismo racional frente
al derecho tradicional y feudaL Esta forma de organí-
zación política postula un orden jurídico unitario y un
modo del mando absolutamente centralizado. El orden
político aparece como resultado de un proyecto racio-
nal de la mente (37). Sólo lo que nace de una mente


(36) Discorsi, pág. 107.
(37) <L.. a ordinare una repubblica e necessatio essere 8010»


(Discorsi, pág. 43). «Non e adunque la salute d'una repubblica o
d'un regno avere un príncipe che prudentemente governi men-


198




única puede ser «perfecto», es decir, acabado, sin que
le falte ninguna de sus partes (38). En el término pero
fección se resume cuanto Maquiavelo postula para el
orden político, que no es sino un sistema terminado de
órdenes estables y reducidos a unidad. Cuando esos ór-
denes mudan, muda el Estado (39). Claro es que sería
empeño vano buscar en los escritos de Maquiave1Q una
definición del Estado. El término stato se usa en mil
acepciones distintas, algunas aparentemente contradic-
torias. Sin embargo, el análisis escrupuloso de todas
esas significaciones diferentes desvela cómo en la raíz
(le todas ellas alienta una acepción genérica, tomada


tre vive, ma uno che 1'ordini in modo, che morendo ancora la
si mantenga» (Discorsi, pág. 51).


(38) Desde este ángulo se entiende rectamente la distinción
maquiavélica entre las formas políticas puras y mixtas. Si Ma·
quiavelo postula como «perfecta» la forma mixta, se debe a que
el vocablo mixto significa propiamente «compuesto de todas las
parles esenciales» (V. Discorsi, pág. 19).


(39) ((CoIUl che desidera o che vuole rifonuare uno stato
d'una cittá, a volere che sia aceetto, e poterlo con satisfazione di-
ciascuno mantenere, e necessítato a ritenere l' ombra almanco
de modi antichi, accióche ai popoli non paia avere mulato ordine,
.ancora che in falto gli ordini nuovi fussero al tutto alieni dai
passati : perche l'universale degli uomini si pasee cosi di quel
che pare, eome di quello che e; anzi molte volte si muovono píü
per le cose che pajono, che per quelle che sono» (Discorsi, pá-
gina 86).


199




quizá del uso cotidiano del vocablo en aquella época
y que no es otra sino la que acabamos de apuntar. Hay
un pasaje de los Discorsi donde Maquiavelo parece ha.
ber concretado en un ejemplo lo que entiende por «or-
den político», o sea, por el «orden del Estadon : «... in
Roma era l'ordine del Govcrno, ovvero dello Stato, e
le leggi dipoi, che con i magistrati frenavano i citta-
dini. L'ordine dello Stato era I'autoritá del popolo,
del Senato, dei Tribuni, dei Consoli, il modo di chie-
dere e del creare i magistrati, e il modo di fare le Ieggi,
Questi ordini poco o nulla variarono negli acciden-
ti» (40). El «orden del Estado romano» abarca en su
seno una multitud de cosas distintas: la autoridad del
pueblo, la del Senado y de los Tribunos, la de los-
Cónsules, el modo de crear la Magistratura y el modo
de hacer las leyes. Este catálogo de cosas diferentes-
es, más o menos, lo que hoy llamaríamos parte orgá-
nica de una Constitución, que comprende el modo de
organizar el poder y los métodos para la creación del
Derecho. El orden del Estado en sentido estricto, que
Maquiavelo hace coincidir con el «ordine del Governo)),
abarca en su recinto todo lo relativo a la organización
y ejercicio del poder político, así como el procedimien-


(40) Tliscorsi, pág. 72.


200




to de creación de las normas jurídicas. Esos órdenes
específicos son el stato propiamente dicho, pero tras
ellos y nutriendo también el concepto del Estado se
halla toda la serie de órdenes que hacen de una colec-
tividad humana una figura perfecta, un orden global
estable.


y aquí viene el entronque esencial entre el orden
político y el orden militar. La médula del Stato es el
orden de la milicia. Se diría que, al construir la ima-
gen del orden político, Maquiavelo no sólo ha tenido
en cuenta, sino que acaso ha tomado como arquetipo
la idea ejemplar del orden militar. Es el prototipo del
«buono ordine». No es posible ningún movimiento or-
denado «senza il militare ajuto» (41). Lo que aquí se
postula no es el enlace entre lo polítieo y lo militar a
la manera tradicional, sino algo específicamente «nue-
vo», «moderno»: la inserción del orden militar dentro
del orden político como parte suya y elemento esen-
cial. 'l"o es sólo que Maquiavelo defienda el principio
de una «milicia nacional» frente a los ejércitos merce-
narios de su tiempo, en los cuales ve una de las cau-


(41) Dell'Ane della Guerra, pág. 186; v. también «Il fon-
damento di tutti gli Sta ti, e la buena milizia, e come dove non
e. questa, non possono essere ne alcuna altra cosa buonas (Dis-
corsi, págs, 409·4101.


201




8a8 primordiales de la decadencia del 'mundo y de su
patria (42). Esto no basta. Lo específicamente «moder-
no» es que Maquiavelo introduce el orden militar en
la esencia misma de la política, atribuyendo al Estado
el monopolio de lo milita!": «... sendo questa un'arte,
mediante la quali gli uomini d'ogni tempo non posso-
no vivere onestamente, non la pub usare per arte se
non una repubblica, o un regno: e I'uno e l'altro di
questi, quando sia bene ordinato, mai non consenti ad
alcuno suo cittadino o snddito usarla per arte; ne mai
alcuno uomo buono l'esercitó per sua perticolare aro


(42'1 Discorsi, pág. 130, Y DelCArle della Guerra, pág. 2-17.
V. también: <(.. la rovina d'Italia non e ora causara da altra
cosa, che per essere in spazio di molti anni ripo satasi in suHe
anni mercenarie (Il Principe, pág. 44). «E fra i peceati de'prin-
cipi italiani, che hanno fatto Italia serva de'forestieri. non ci
e il maggiore, che avere tenuto poco conto di questo ordine , ed
ayer voIto tutta la loro cura alla milizia a eavallo, 11 quale di sor-
dine e nato per la malrgnitá de'capi, e per la ignoranza di coloro
che tenevano Stato. Perché sendosi ridotta la milizia Italiana da
veinticinque anni indietro, in uomini che non avevano Stato,
ma erano come capitani di ventura, pensarono suhito come po-
tessero mantenersi lariputazione stando armati loro, e disarmati
i principi» (Discorsi, pág. 244) «.. non si puó far fondamento in
altre armi, che nelle proprie; e le armi proprie non si possono
ordinare altrimenti che per via d'una ordinanza. ne per altre
vie introdurre forme deserciti in alcún luogo, ne per altro modo
ordinare una disciplina militare» (Del/'Arte del/a Guerra, pá-
ginas 216-17).


202




te» (43). Pero si el orden militar pertenece a la esen-
cia de la política, Maquiavelo se guarda muy bien de
identificar el orden político con el orden de la mili-
cia y de equiparar el «ordine civile e político» a un
campamento militar: «Tanto piú debbe un regno bene
ordinato fuggire simili artefici, perche solo essi sono
la corrutela del suo re, ed in tutto ministri della ti-
rannide. E non mi allegate all 'incontro alcun regno pre-
sente, perché io vi negheró, quelli essere regni bene 01'-
dinati. Perche i regni che hanno bnoni ordini, non
danno l'imperio assoluto ai loro re, se non negli esser
citi, perche in questo luogo solo e necessaria una su-
bita deliberazione, e per questo che vi sia una unica
potestá r nelle altre cose non puó fare aleuna cosa sen-
za consiglio, ed hanno a temere quelli che lo eonsiglia-
no, che'egli abbia alcuno apresso, che ne'tempi di pace
desideri la guerra, per non potere senza essa vivere. Ma
io voglio in questo essere un poco p iú largo, ne rieer-
eare un regno al tutto buono, ma simili a quello che


(43) Dell'Arte delta Guerra, pág. 199. V. también «... le
armi hanno ad essere adoperate o da un prmcipe, o da una re-
publica: il principe deve andare in persona, e fare lui l'ufficio
del capitano; la repubblica ha de mandare i suoi cíttadini, e
quando ne manda uno che non riesca valente uomo, debbe eam-
biarlo; e quando sia, tenerlo con le leggi che non passi il segnon
(Il Principe, págs. 44·45, y Dell'Arte della Guerra, pág. 203).


203




sono oggi: dove ancora da're debbono esser temuti
quelli, che prendono per loro arte la guerra (44). El
buen orden político no consiste en el imperio absoluto
ni en la «decisión suhitánea», Pero, en fin de cuentas,
cuando Maquiavelo se ha planteado a sí mismo el pro.
blema de cuál sea el fin último de la política sólo ha
acertado a dar una respuesta, la misma que más tarde
será elevada por Descartes a eje de la metafísica «mo-
derna»: la seguridad (45).


(44) Dell'Arte della Guerra, págs. 203·4.
(45) V. Discorsi, págs. 8, 10, 13, 66, 67 Y 198. El Príncipe.


pág. 52; Y Dell'Arte della Guerra, pág. 360.


204




VI


LA DIPLOMACIA MAQUIAVELICA






1


L O que el Stato maquiavélico ofrece al homhre es
la seguridad. Todo en torno suyo y dentro de él, su
misma naturaleza, es radicalmente inseguro. El Stato,
obra suprema de la sabiduría, es un sistema organiza.
do de órdenes de vida que tiene su seguridad en sí
mismo. Un StDito inseguro sería una «contradictio in
terminis»,


Sólo el que tiene en sí mismo la razón de su se-
guridad es capaz de regirse por sí mismo. El que no la
tiene, pende de otro y a otro ha de recurrir para de.
fenderse. Por razón de su ser, el Stato maquiavélico ce


207




autónomo y sólo es Estado en la medida en que se rige
por sí mismo (1). La autonomía es como el reverso de
la seguridad. Cuando Maquiavelo se plantea el proble-
ma de qué número de hombres, qué extensión de te·
rritorio son necesarios «ad W1 vivere politico», lo re·
suelve sin vacilar con el solo argumento de la seguri-
dad (2). Pero ese sistema de órdenes seguros en que el
Estado consiste, logrado y mantenido a fuerza de sao
biduría, está amenazado también desde fuera. Nada se
opondría en la mente de Maquiavelo a que un solo
Stato abarcase la tierra toda, si no es la infinita varíe-


(1) Príncipe, págs. 37 v 38.
(2) V. Discorsi, pág. 30: «E in tutte le cose umane si vede


questo, chi le esaminará bene, che non si puó mai canceUare uno
inconveniente, che non ne surga un ahro. Pertanto si tu vuoi fare
un popolo numeroso ad armato, per poter fare un grande Impe-
rio, lo fai di qualitá che tu non lo puoi dopo maneggiare a tuo
mono, se tn lo mantiene o piccolo o disarmato per potere ma-
neggiarlo, se egli acquista dominio, non lo puoi tenere, o diven-
ta si vile, che tu sei preda di qualunque ti assalta. E pero in
ogni nostra deliberazione si debbe considerare dove sono meno in-
eonvenienti, e pigliare quello per migliore partito, perché tutto
netto, tutto senza sospetto non si trova mai», La ecuación Stato-
seguridad desvela también que en Maquiavelo el término stato
está absolutamente desvinculado de cualquier contenido, por
ejemplo de lo «nacional». Así puede Maquiavelo llamar Stato lo
mismo a Roma -«Stato di Roma» (Discorsi, 341)·- que al de
los Médici --{(stato di Mediei»- en Florencia tDiscorsi, pág. 341L
que a un Continente entero como Asia -do stato d'AsÍlü) iPrin-
cipe, pág. 15).


208




dad de los hombres: «Che come la natura ha fallo
all'uomo diverso volto, cosi gli abbia fallo diverso in.
gegno e diversa fantasía» (3). De tal diversidad nacen
los diferentes órdenes y formas de vida y con ellos los
distintos Estados: «Perche sano tanti ordini di cose,
-quanti sano provincie e stati» (4). La realidad inter-
estatal se presenta así, a los ojos de Maquiavelo, como
un inmenso pluriversum en perenne movimiento. Den-
tro de él cada Stato es principio y razón de inseguri-
dad para los demás, de suerte que la seguridad de los
-órdenes interiores está absolutamente condicionada por
-el grado de seguridad exterior: C(... un principe deve
avere due paure, una dentro per contode'sudditi, l'altra
-di fuori per conto de'potentatiesterni» (5). Es eviden-
te que dentro de estas coordenadas lo exterior ha de
tener primacía sobre lo interior: «... sempre staranno
ferme le cose di dentro, quando stieno ferme quelli di
fuori» (6). El «primado de la política exterior» es real.
mente la ley de bronce del Stato maquiavélico.


Por necesidad inmanente, la radical inseguridad del
Stato es fruto inevitable del mismo afán de seguridad


(3) Carta a Piero Soderini, en Regusa.
(4) En la misma carta antes citada.
(5) Príncipe, pág. 67.
(6) Idem, pág. 67,


14




que constituye su razón de ser -«non pare agli uominj
possedere sicuramente quello che l'uomo ha,' se non si
acquista di nuovo dell'altro» (7)--. Por la misma na-
turaleza de las cosas, el apetito de seguridad engendra
el de conquista y acrecentamiento. Pone Maquiavelo
buen cuidado en distinguir dos maneras de ordenarse'
en vida civb: «ordinarsi per acquistare» y «ordinarsi
per mantenere» (8). Pero si se apuran las cosas, un
Estado ordenado sin otra mira que la de mantenerse-
tendría inevitablemente, para no perecer, que ordenar-
se eeper acquistare»,


Por una trágica paradoja, el afán de seguridad que


(7) Discorsi, pág. 26. V. también la carta a Vettori: «Credo,
anzi son certo, che il duca di Ferrara, Luechesi, e simili co-
rreranno a farsí loro raccomandati, come ne hanno preso uno,
actum erit de libertate Italiae, perche ogni giorno sotto mille CQ-
lori toglieggeranno e prederanno, e varieranno stati, e quello
che giudicheranno non poter far ora, aspetteranno il lempo a
farIo, ne si fide alcuno che non pensino aquesto, perché gli e
necessario che ci pensino , e quando e'non vi pensassero, ve li
fara pensare l'ordine delle cose che fa l'uno acquisto, l'una vi·
ttoria da sette dell'cltran, Refiriéndose a su propio presente, v.la
carta al mismo Viuori de 10 de agosto de 1513: «. .. e vi prego
ehe voi consideriate le cose del Mondo ... e le Potenze del Mondo,
e massime delle Repubbliche come le creschino, e vedrete come
agli uomini prima basta poter difendere se medesimi, e non
esser dominati da altri; da questo si sale poi a offendere altri;
e a voler dominare altri».


(8) Discorsi, pág. 249.


210




constituye la médula del stato maquiavélico hace que
éste quede constitutivamente inscrito en el horizonte
de la guerra. El estado normal del pluriversum políti-
co es la guerra, Para Maquiavelo la guerra no es un
estado de excepción, caso extremo o posibilidad Iímí-
te, sino situación ordinaria. Por una razón profunda y
grave: mientras las cosas y el hombre sean como son
(es decir, siempre, desde su punto de vista), la guerra
es el supuesto de la seguridad.


Recordemos algunos rasgos de la antropología ma-
quiavélica proyectados en grande sobre los Estados. La
vecindad no une a los Estados con lazos de amor, sino
de odio, lo mismo a los Principados que a las Repúbli-
cas. El motor último es el mismo que en los Indivi,
duos: la ambición de dominar, la envidia del otro (9).
La situación natural entre dos Estados está determina-
da por el odio,la ambición y el miedo. Más que co·
mo pasiones individuales han de entenderse aquí es-
tos términos en sentido político. El miedo es «la pau-
ra dello Stato», terror de perder el Estado, una de las
caras de la ambición, no ya de los individuos, sino del
Estado mismo. El stato maquiavélico es a modo de un
hombre en grande dominado por las pasiones. Ambi.
ción, temor, odio, ingratitud, determinan sus acciones.


(9) Discorsi, pág. 3:>7.




En el famoso Capítulo de la Ambición (ID), describe
Maquiavelo los atroces efectos de esta pasión cuando
no puede desfogarse dentro del mismo Estado y busca
un objetivo externo para descargar en él su furia arro-
lladora (ll). Como el hombre, también el Estado es or-
dinariamente ingrato, como lo fueron Roma y sobre
todo Atenas: «Dove Ingratitudo pose il suo nido, piu
che altrove brutto» (12). Dominado por un infinito afán
de seguridad, el stato maquiavélico es esencialmente
egoísta, se mueve sólo por razón de utilidad (13). A
ella se sacrifican toda clase de vínculos morales o ju-
rídicos. Ninguno es tan recio que pueda contrarrestar
el anhelo de «vive re sicuramente», Inútil y peligroso
hacer cálculos sobre qué forma de Estado -República o
Principado- será más fiel a su palabra. La fidelidad
sólo se guarda cuando no está en peligro la propia con-


(10) Dedicadova Luigi Guicciardini, tomo V, pág. 436.
(11) «Quando una region vive efferata per sua natura, e poi


per accidente di huone Ieggi ínstrutta ed ordínata, l'Ambizion
contra I'esterna gente usa il furor, ch'usarlo infra se stessa ne
la legge, ne il re gliene consente; onde il mal proprio quasi sem-
pre cessa, ma suol ben disturbare l'altrui ovile, dove quel suo
furor I'insegna ha messa» (cap. cit.).


(12) Idem, tomo V, pág. 431.
(13) Discorsi, pág. 172: «Romponsi le confederazioni per lo


utile, In questo le repuhliche sono di Iunga piú osservanti degli
accordi, che i principi»,


212




servación, Cuando sobreviene «la paura dello Stato»,
ningún Estado mantiene la fe, la promesa dada (14).


En estas condiciones, la seguridad exige que el Es-
tado maquiavélico viva siempre en estado de guerra.
El mismo Maquiavelo ha cifrado este insoslayable des-
tino en una frase lapidaria: «Ordinarsi in modo alla
guerra, che sempre si potesse far guerra ... », La guerra
es siempre posible y sólo es seguro lID Stato que se or-
dena «como si» la guerra fuese siempre real.


Apenas cabe dentro de estos supuestos un concep-
to de paz en sentido positivo. Más que de paz se puede
hablar de tregua o armisticio (15).


La ecuación Stato-seguridad se amplía con un tér-
mino nuevo: guerra. Stato significa seguridad y ésta,
poder hacer siempre la guerra. Sólo es autónomo (me.
dio siglo después se dirá «soherano»], mejor, sólo es


(14) Discorsi, pág. 171: «. .. esaminare qual fede e pru sta-
hile, e di quale si debba tenere piú conto, o di quella d'una
repubblica, o di quella d'un príncipe, lo esaminando tutto, credo
che in molti casi e'siano simili, ed in alcuni vi sia qualche dis-
Iormitá. Credo per tanto, che gli accordi fatti per forza non ti
saranno ne da un príncipe, ne da una repubblica osservati ; credo
che quando la paura dello Stato venga, runo e l'altro per non lo
perdere, ti romperá la fede, e ti userá ingratitudine».


(15) (t... le cose del mondo sono si varie, che egli e quasi irn-
possibile che uno possa con gli esserciti stare un anno ozioso, e
eampeggiarle» (Príncipe, págs. 38-39).


213




, Estado un Estado en la medida en que puede «mettere
ínsíeme un esereito giusto, e tare una giomata con
qualunque li viene ad assaltare» (16). El fundamento
de la seguridad y de la autonomía del Estado son, por
esta razón, <das armas propias», las «buenas armas», el
.ejército justo». En la guerra, como en el mando, hay
siempre, ya lo sabemos, una razón de proporción:
«Perche da uno armato a uno disarmato non e pro·
porzione alcuna; e non e ragionevole che chi e arma-
to obbedisca volontieri a chi e disarmato... ) (17). La
dialéctica del mando y la obediencia está en propor-
ción directa del poder armado. En la dialéctica exter-
na de dos Estados, el mejor armado impone la ley al
otro, mientras éste pierde su autonomía, deja de ser
Estado (18).


(16) Príncipe, págs. 37·38. El texto completo dice así: «E
per chiaríre meglío questa parte dico, come io giudico coloro
potersi regger per se medesimi, che possono o per abbondanza
d'nomini o di danari mettere insieme un esercito ginsto, e- fare
una giornata con qualunqne li viene ad assaltare ; e cosi giudico
coloro aver sempre necesittá di altrí , che non possono comparire
contro al nimico in campagna»,


(17) Dell'Arte della Guerra, pág. 223; ídem 216·17; ídem,
414; Discorsi, pág. 212; Príncipe, pág. 45; ídem, 99; ídem, 46;
Discorsi, pág. 214; Legazione al Duca Valentino», VI, pág. 288;
Discorsi, pág. 130; idem, págs. 409-410.


(18) V. el texto capital: «E quando un príncipe o una re-
pubblica durerá fatica, e metterá diligenza in questi ordini ed


214




EJI el poder de darse a sí mismo ley y no recibirla
de nadie estriba la autonomía del Estado, su seguridad,
lo que en él hay de Stato propiamente dicho. Por eso
un Estado que no sepa o no pueda hacer la guerra es
para Maquiavelo un concepto esencialmente contradic-
torio, un contrasentido o, más bien, un contra-ser.


En este pluriverso político, cuya situación normal es
la guerra y en el que cada Estado ha de estar en con-
diciones die poder hacer siempre la guerra, no hay mar-
gen para la neutralidad. La neutralidad es la «via del
mezzoa, si perniciosa en materia de Estado, aún más
en política exterior (19).


La neutralidad es también un contrasentido, por-
-que es contraria a la seguridad del Estado. El neutral
no se evita a sí mismo la guerra, sólo logra diferirla.
La seguridad interior y exterior del Estado depende
fundamentalmente de su fama. Así como el mayor pe-
ligro interior estriba en el desprecio de los súbditos
'hacia el que manda, así en la política exterior un Es-
tado al que los demás desprecien es objeto seguro de
injuria y, por tanto, de nuevas causas de guerra. Vol-


in que sta esercitazione, sempre avverrá che nel paese suo saranno
buoni soldati , ed essi Cieno superiori a'loro vicini, e saranno que-
1Ii che daranno e non riceveranno le leggi dagli altri uomini.


(19) Discorsi, pág. 434.


215




vemos a tropezar por este lado con la retórica maquia-
vélica. Permanecer neutral entre dos que combaten
«non sia altro che cercare di essere odiato e disprezza-
to» (20), ya que es mostrarse amigo inútil y enemigo
no formidable «dimodoche qualunque vince ti offende
senza rispetto» (21).


La neutralidad engendra odio en el que pierde y
desprecio en el que vence, y el odio y el desprecio
son siempre razones de nueva guerra. Obligado a optar
entre el odio y el desprecio, Maquiavelo no vacila en
subrayar el mayor peligro que el segundo compor-
ta (22). Si la política interior descansa en buena parte
sobre la opinión e importa más para el que manda
parecer bueno que serlo, la seguridad exterior del Stato
maquiavélico depende también de la opinión de los de-
más Estados. En última instancia, la guerra, inevitable
y unificadora, y la paz, inalcanzable e incierta, son va.
lores secundarios {rente a la gloria, deidad suprema.


Reparemos un instante en el juego dialéctico de los
términos guerra, .seguridad y neutralidad. Los tres es-
tán indudablemente en Maquiave10 allende el problema
de la guerra justa. El Stato maquiavélico hace la gue-


(20) Carta a Francisco Vettori de 20 de diciembre de 151L
(21) Idelll, id.
(22) Idem, íd.


216




rra por necesidad inmanente; por eso es la necesidad
razón suprema e inapelable, no la justicia. Dentro del
pluriverso maquiavélico, dominado por la Necesidad, no
hay hueco para la Justicia. Por lo menos, el hueco e~
mínimo. Las sutiles distinciones de la tradición agusti-
niana y escolástica sobre la justicia y la injusticia de
la guerra caen totalmente fuera de las preocupaciones
de Maquiavelo. La ruptura con la tradición es patente.
En ninguna parte de su obra se pregunta formalmente
Maquiavelo por la licitud de la guerra. Ni el más mí-
nimo rastro de discriminación moral entre guerra ofen-
siva y defensiva, causa justa o injusta, recta o torcida
intención, modo justo o injusto de hacer la guerra. En
ninguna de las infinitas guerras que tiene delante de
los ojos y a veces enjuicia se le ocurre suscitar la cues-
tión de cuál de los beligerantes pueda ser el culpable.
Sólo la necesidad, como reza uno de los más famosos
y citados textos del Príncipe, es la medida de la justi-
cia: «Quella guerra e giusta che l'e necessaria» (23).
Dicho en otros términos: la seguridad del Estado defi-
ne lo que es justo y lo que es injusto.


Si no olvidamos que la seguridad está esencialmen-
te vinculada a la fama, pronto advertimos que, real-


(23) Príncipe, pág. 98. El texto aparece repetido en los Dis-
corsi ; pág. 359, en versión latina.


217




mente, 'la instancia suprema que decide de la necesi-
dad y, por ende, de la justicia e injusticia de la guerra
es la gloria. Contundente y significativo a este respecto
es un pasaje autobiográfico del Arte de la Guerra: «E
veramente se la fortuna mi avesse conceduto per lo ad-
dietro tanto stato, quanto basta a una simile impresa,
io crederei in hrevissimo tempo avere dímostro al mon-
do, quanto gli antichi ordini vagliano; e senza duhbio,
o io l'avrei accresciuto con gloria, o perduto senza ver-
gogna». Un Estado sin gloria no es seguro, es, en cier-
to modo, un no Stato, un contrasentido. Suelen las in.
terpretaciones tradicionales resumir la doctrina maquia-
vélica en' el principio (da razón de Estado es ley su-
Inema», versión moderna del viejo dicho romano «Sa-
lus publica suprema lex». Si se quiere dar por buena
la fórmula, no debe olvidarse su sentido profundo: el
fin del Stato maquiavélico es la seguridad, pero como a
su vez la seguridad está cifrada en la gloria, la ratio
status, la razón de Estado, es precisamente la fama y
la gloria, en la cual consiste su autoconservación, Esta
dimensión «retórica» de la razón de Estado es absolu-
tamente esencial. En caso extremo, el Stato debe pe-
recer con gloria, antes que perdurar sin ella, ya que
sin gloria no sería propiamentc Stato, Importa traer a
cuento a este propósito una sutil diferencia en la que
apenas parece haberse reparado. Los dos textos capi-


218




tales de los Discorsi donde Maquiavelo afirma en for-
ma tremenda y terminante que cuando está en tela de
juicio la salud de la patria no caben consideraciones
sobre si es justo o Injusto, piadoso o cruel, laudable o
ignominioso (24), no se refieren al Stato, sino a la «pa-
tria». La salud de la «patria», su vida y su libertad es-
tán no sólo sobre lo justo y lo injusto, la piedad y la
crueldad, sino incluso sobre la gloria. La patria, sí,
pero no el Stato. Dejemos para más adelante averiguar
qué sea la patria. Por lo pronto, ilumina en forma de-
cisiva el concepto maquiavélico del Stato como un sis-
tema de órdenes y formas de vida cuya principal cua-
lificación, la razón de su estabilidad y de su seguridad,
la razón de que sea propiamente Estado, es la gloria.
La ratio status, su ley interna. el motor último de sus
acciones, no es la autoconservación a secas, sino la pero
duración gloriosa. En el pluriverso político sólo dura
lo, glorioso. Si acaso llega a perecer, pervive bajo la
especie de nombre famoso y figura gloriosa. He ahí la
esencia de la maquiavélica razón de Estado.


El adjetivo que más cumple al Estado maquíavéli-
co es gagliardo (25). Es evidente que la neutralidad,
«via del mezzo», ha de parecer a Maquiavelo contraria


(24) Discorsi, pág. 435.
(25) Dell'Arte della Guerra, pág. 273.


219




a la gallardía y a la gloria. El argumento contra la
neutralidad es también de orden retórico. Dentro de los
supuestos de la guerra justa, el fundamento de la neu-
tralidad es que ninguno de los contendientes tenga a
8U favor la justicia. En caso contrario, es decir, cuando
la guerra es justa, ser neutral es violar el deber de lu-
char por la restauración del derecho. Dante condena al
máximo desprecio y castigo a los ángeles que en la Íu-
cha entre Dios y Lucifer permanecieron neutrales (26).
En lo que toca al hombre, Maquiavelo prefiere la bon-
dad o la maldad a la «via del mezzo»; en lo que al
Stato concierne, las únicas formas estables son, como
decíamos, el «vero principato» y (da «vera repuhlica».
Los «Stati del mezzo» son inestables. En la política ex-
terior, la «amistad» y la «enemistad» son preferibles
a la neutralidad: «E ancora stimato un principe quan-
do egli e vero amico, o vero nimico, cioe quando sen-
za alcun rispetto si scuopre in favore di alcuno contro
un altro» (27). Claro es que los términos «amigo» y
«enemigo» no tienen en Maquiavelo sentido absoluto o
total. La razón es obvia: el concepto primario del que


(26) El modernísimo concepto de (<DO beligerancia», díferen-
te del de neutralidad, puede ser interpretado, partiendo del es-
quema de la guerra justa, como la declaración de que uno de los
contendientes tiene a SU favor la justicia.


(27) Príncipe, pág. 84.


220




aquéllos dependen, la guerra, no tiene en modo algu-
no significación total. Aunque Maquiavelo propugna la
sustitución de los ejércitos mercenarios por una milicia
propia de cada Estado, cambio que introduce, sin du-
da, en la guerra un factor de totalización, no ve en
ésta una contienda definitiva y destructora entre ene-
migos totales e <ele vittorie non sono mai si schiette,
che il vincitore non abbia ad avere qualche rispetto, e
massime alla giustizia» (28). A la justicia y a la glo-
ria, habría que añadir, para mayor fidelidad al es-
píritu de Maquiavelo. Desde la perspectiva contempo-
ránea de la guerra total, este modo de guerra es típi-
camente «agonal» (29). Aunque en la mente de Maquia-
velo la guerra es un fenómeno permanente, todavía la
concibe más como una «acción» que como un status, El
enemigo es siempre parcial, «de una jornada»; la gue-
rra, camino para alcanzar la gloria, más que la destruc-
ción del enemigo. El «vae neutris» de Maquiavelo tie-
ne, pues, sentido eminentemente retórico.


(28) Príncipe, pág. 85.
(29) V. Carl Schmitt, Uber das Verhiiltnis der Begriffe Krieg


nnd Eeind, en Positionen und Begrij]e, págs. 244 y sigs.


221




SaLer politico y .aLer
d¡ploD1átic:o


El análisis del problema de la seguridad nos ha des.
velado el verdadero sentido que tiene el entronque del
orden político y el militar dentro del Stato maquiavé-
lico, Pero, al mismo tiempo, nos descubre que el con-
tenido de la sabiduría maquiavélica JlO se agota en el
«saper comandare». Tiene la sabiduría una segunda ver-
tiente, lo que podríamos llamar su cara externa, com-
plemento de aquella su cara interna que consiste en
saber ser obedecido. Maquiavelo ha cifrado el eonteni-
do de esta segunda mitad de la sabiduría en la fórmu-


222




la «saper fare la guerra», paralela al «saper' coman-
dare». Ambos saberes se compenetran entrañadamente,
sostiénense uno a otro, se completan. El «arte de la
guerra» es, como ya sabemos, el único que sustantiva-
mente pertenece al que manda como cosa propia y con-
sustancial a la función política (30). En cierto modo,
como el Stato maquiavélico obedece a la ley dc hron-
ce del primado de la política exterior, el «saper co-
mandare» está formalmente inscrito en el «saper fa re
la guerra»: «. .. l'arte mia (el arte de la guerra) e
governare i miei sudditi e difenderli, e per poterli di.
fendere, amare la pace, e saper fare la guerra» (31).


La meta del primero es la (estabilidad», del segun.
do la (seguridad». Resultado de ambos, el Stato como
figura perfecta, terminada, con todas sus partes, esta.
ble y seguro. Tócanos ahora examinar en sus compo-
nentes principales este segundo saber que a la seguri-
dad conduce.


Aparentemente, la expresión «saper fa re la guerra»


(30) «Debbe adunque un principe non avere altro oggetlo,
ne altro pensiero, ne prendere cosa alcuna per sua arte, fuori
deIla guerra, ed ordini e disciplina di essa; perche queIla e sola
arte che si aspetta a chi comanda; ed e di tanta virtü, che non
solamente mantiene queIli che sono nati principí, ma molte volte
fa gli uomini di privara fortuna salire a quel grado» (Príncipe.
página 52).


(31) Dell'Arte della Guerra, pág. 208.


223




alude a algo puramente técnico : conocer la técnica mi.
litar. Pero si la atribuimos sólo esta significación, que
sería la actual, sustentada sobre la discriminación en.
tre sabiduría, ciencia y técnica, pecamos, sin duda, por
defecto. En el término maquiavélico «saper fa reo> se
encierra, como fácilmente podemos recordar, un haz
tridimensional de significaciones: 1), conocer la natu-
raleza de una cosa; 2), predecir su curso; 3), crear
fórmulas que permitan manejar la realidad con la ma-
yor economía de medios posible y la mayor perfección
en el resultado.


En nuestro caso, el objeto del triple saber es «la
guerra». Para que el Stato sea seguro, el sabio ma-
-quiavélico ha de conocer la naturaleza de la guerra,
predecir su curso y manejarla con la mayor sencillez
y perfección posible. En seguida se advierte que este
saber no es mera prolongación de lo que hemos venido
llamando' sabiduría «pulítica». Consiste ésta en «sa-
per comandare» y 'en él se agota. La realidad polí-
tica se actualiza a través del juego dialéctico entre el
mando y la obediencia. El ámbito de la político coin-
cide con el del mando, el de la sabiduría política con
el «saper comandare». Mando y obediencia determinan
así la dialéctica interna del Stato, Allende esa idialéc-
tica interna comienza una nueva zona de la realidad
-que sólo en virtud de ilícita transposición de conceptos


224




puede ser denominada «política». La política acaba
donde termina el mando. Hacia fuera el Stato no mano
da, ni los demás Estados le obedecen. Constituye cada
uno un sistema singular de órdenes y formas de vida
dotado de autonomía. La articulación de esta realidad
trans-política es objeto de un nuevo y eminente saber,
<complemento del saber político propiamente dicho, al
'que, por razones sistemáticas, vamos a denominar «sa-
ber diplomático» (32).


Ahondemos, con intención sistemática, la diferencia
entre ambas partes complementarias de la sabiduría ma-
-quiavélica. Los elementos de la realidad ~e el saber


(32) Como es natural, Maquiavelo no habla en parte alguna
-de «diplomacia», «diplomático» o «sabiduria diplomática». La
-discrtminacién que hacemos entre «política» y «diplomacia», sao
ber «político» y saber «diplomático» tiene para nosotros valor ri-
.gurosamente sistemático y nos sirve aquí para iluminar con dis-
tinciones necesarias el contenido de la sabiduría maquiavélica. Una
teoría de la política rectamente entendida debe tomar por base
esa distinción. Buena parte de las sombras que hoy oscurecen
la teoría política y el Derecho internacional proceden del confu-
sionismo que trae consigo operar con términos tan equívocos como
Jos de «política interior» y «política exterior». En rigor, la ex-
presión «política exterior» es un contrasentido que desnaturaliza
d concepto de la realidad política y tiene raíces históricas harto
visibles. Se comete el mismo contrasentido cuando, consciente
o inconscientemente, se considera a la «comunidad internacional»
-como comunidad «política». Quede para otra sazón más oportuna
poner pies y cabeza a estas afirmaciones.


15 225




diplomático ha de captar y articular son infinitamente
más complejos. Mientras la sabiduría política consiste
en señorear y reducir relativamente a cálculo el mo-
vimiento del hombre y el de la Fortuna, atemperando
uno a otro en pos de un vivir «quieto», el saber di.
plomático ha de señorear formas de movimiento más
arbitrarias y difíciles de predecir y manejar: el movi-
miento de los Estados entre sí, dominados por pasio-
nes iguales a las humanas, sujetos también a los giros>
arbitrarios de la Fortuna, a la caprichosa distribución
de la virtu y en permanente colisión unos con otros en
pos de un vivir «seguro». La faz visible de este movi-
miento es la guerra y por esta razón el saber diplomá-
tico tiene por objeto eminente señorear el movimiento
de la guerra real o posible, predecir su curso y ma-
nejarla con perfección. ¿ Qué vías conducen a este sa-
ber? La pregunta nos lleva a plantearnos de lleno la
cuestión del método maquiavélico para señorear el fe-
nómeno de la guerra.


Fiel a sí mismo, postula y practica Maquiavelo el
mismo método de tipificación, fundado sobre la hiato-
ría 'y la experiencia, que le hemos visto preconizar como
vía capital de acceso a la sabiduría política. Se trata
ahora de reducir cada Estado a un tipo. A estos efec-
tos el Estado s-e descompone según el sencillo esquema
dialéctico de los que mandan y los que obedecen. El


226




toque está en reducir, por un lado, el pueblo, y por
otro, el gobernante, a tipos fácilmente manejables, de-:
terminados por una o varias pasiones dominantes, vil'.
tudes o vicios: «Fa ancora facilita il conoseere le cose
future per le passate, vedere una nazione lungo tempo
tenere medesimi costumi, essendo o continuamente
avara, o continuamente fraudolente, o avere alcun al-
tro simile vizio o virtú» (33). La influencia decisiva del
factor imitación hace que ordinariamente los pueblos
sigan el humor y la voluntad de sus gobernantes (34).
Esta doble reducción permite interpretar en cada caso
la voluntad de un Estado o el sentido de sus acciones.
Provisto de este método tipificador, el sabio maquiavé-
lico opera con los diferentes Estados en juego como
magnitudes conocidas cuyas acciones concretas son Iá-
cilmente previsibles en cuanto responden siempre a un
vicio o virtud predominante ínsito en su raíz.


Pero no basta poder conjeturar el sentido de las
acciones, es preciso también calcular su fuerza, medir
el poder efectivo de cada Estado en9función de la gue-
rra real o posible. En el cálculo se ha de operar pre.
cisamente con cuatro elementos: gente de que dispone,


(33) Discorsi, pág. 438.
(34) «... i popoli vogliono quello che i re, e non i re quella-


che i popoli». Carta a Vettori, temo VIII, pág. 127·128.


227




dinero, gobierno y fortuna (35). De los cuatro sólo dos
son racionalmente calculables: el dinero y el gobier-
no, este último por el método de tipificación. Los otros
dos, gente y fortuna, sólo pueden ser conjeturados
irracionalmente. La Fortuna «col suo furibondo impe-
to molte volte or qui, or quivi va trasmutando le cose
del Mondo», y «sottosopra e stati e regni mette, secon-
do che a lei pare... )) (36). En cuanto a la «gente», sólo
es calculable en cantidad, pero no su cualidad o oirtu,
y he aquí que, al igual que en los individuos, la oirtü,
contrapunto de la fortuna, transita misteriosamente por
el mundo y se posa hoy en tal Estado, mañana en otro"
Ayer en Asiria, en Media, en Persia, más tarde en Ita-
lia y Roma, hoy voluble e incierta, casi extinta. El úni-
co elemento que hace racionalmente calculable la virtu
es la curiosa creencia maquiavélica de que en conjun-
to, considerado el mundo en bloque, la cantidad de
uirtú es siempre la misma, magnitud constante e inva-
riable (37); los que varían son sus soportes o titulares.


(35) «oo. la guerra si ha a mísurare con le genti, con el da-
naro, con il governo, e con la fortuna». Discorsi sopra le cose. di
Alamagna, tomo IV, págs. 175·176.


(36) Capítulo de Fortuna, V, pág. 425.
(37) «... giudico il mondo sempre essere stato ad un medes-


simo modo, ed in quello esser stato tanto di bnono, quanto di
tristo; ma variare questo tristo e qnesto buono di provincia in
provincia, come si vede per quello si ha notizia di qnelli regni


228




La introducción de esta constante obedece, sin duda, a
la necesidad que Maquiavelo siente de, racionalizar al
máximo el espacio trans-polítíco en pos del mayor gl"ao
do posible de seguridad.


Como, por otra parte, la oirtii es la condición maes-
tra, lo que importa es saber qué Estados (pueblos y
gobernantes) son sus titulares en una situación dada. El
problema capital de la sabiduría diplomática estriba,
pues, en conocer cabalmente la distribución y propor-
ción de las fuerzas políticas teniendo en cuenta los cua-
tro elementos y especialmente la oirtic de cada uno de
ellos (38). En principio, la distribución de la uirtic de-
pende del número de Estados existentes. Tiende la viro
tu a concentrarse en los imperios, y cuando hay pocos,
éstos la absorben por completo. La existencia de una
multitud de Estados autónomos asegura una mejor dis-
tribución de lavirtu. Pero esto no obsta para que esa


antichi, che variavano dell'uno all'aItro per la variazione de'cos-
tumi, ma il mondo restava quel medesimo; solo vi era differen-
za, che dove quello aveva prima collocata la sua vírtú in Assir'ia,
la collocó in Media, dipoi in Persia, tanto che la ne venne in
Italia e a Roma; o se dopo l'imperio Romano non e seguito im-
perio che sia durato, ne dove il mondo abbia ritenuta la sua viro
tu insieme, si vede nondimeno esser sparsa in di molti nazioni,
dove si vive va virtuosamente» (Discorsi, pág. 177).


(38) Quando un principe vuol conoscer qual fortuna debbino
avere due che combattono insieme, convien prima misuri le foro
ze, e la virtú dell'uno e dell'altro» (Carta a Francesco Vettori).


229




distribución obedezca a una misteriosa preferencia que
no se debe sólo a las cualidades naturales de los pue-
blos ni a su disciplina (39).


Conocida la distribución real de la uirtii y de los
otros tres elementos se puede «predecir» el curso de la
guerra, pues «chi ha piú di dette cose si ha a credere che
vincerái (40). Pero la sabiduría maquiavélica es, como
se recordará, eminentemente pragmática. Al stoto ma-
quiavélieo le está vedada la neutralidad. No basta sao
ber quién va a vencer en la guerra, hay que entrar en


(39) «Sendo adunque yero che dove siano piit imperi, sur-
gano piú uomini valenti, seguita di necessítá che spegnendosi que-
lli si spenga di mano in mano la vírtü, venendo meno la cagio-
ne che fa gli uomini virtuosi. Essendo pertanto dipoi cresciuto
l'imperio Romano, ed avendo spente tutte le repuhhliche ed i
principati d'Europa e d'Africa, ed in maggior parte quelli dell'
Asia, non Iascio aleuna via alla virtú, se non Roma. Donde ne naco
que che cominciarono gli uomini virtuosi ad essere pochi in Eu-
ropa come in Asia: la quale virtit venne poi in ultima decliuazio-
ne, perche sendo tutta la vírtú ridotta in Roma, come quella fu
corrotta, venne ad essere corrotto quasi tutto il mondo, e pote-
rono i popoli Sciti venire a predare quell'imperio, íl quale aveva
la virtú d'altri spento, e non saputo mantenere la sua. E ben-
che poi quell'imperio per la inondazione di quelli barbari si
dividesse in piú parti, questa virtú non vi e rinata; runa, pero
che si pena un pezzo a ripigliare gli ordini quando sono guasti ;
l'altra, perche il modo del viver d'oggi, rispetto alla Cristiana
Religione, non impone quella neccessitá al difendersi, che anti-
camente era ... » (Dell'Arte della Guerra, 272·3).


(40) Discorsi sopra le cose d' Alamagna.


230




ella y ganarla. Todos los elementos de la sabiduría con-
vergen hacia este objetivo supremo: ganar la guerra.
El ideal del stato maquiavélico es «la guerra victorio-
sa», pues sólo en ella estriba su gloria y, por tanto, su
seguridad (41).


El ideal de la ((guerra victoriosa» es naturalmente
inconciliable con el de la guerra justa. La decisión a
favo~' de los beligerantes no se inspira en la justicia de
su causa, sino en la consideración de quien es el vence-
dor probable según un cálculo previo de las fuerzas en
juego. Así, el método, es decir, la «alianza», está con-
dicionada no ya por la justicia, sino estrictamente por
la utilidad. Los sistemas de alianzas se forman y des-
hacen por razón de utilidad. El mismo ideal retórico
de la guerra victoriosa neutraliza, desde el punto de
vista moral, los medios y modos de hacer la guerra.
Aquí es donde encontramos la verdadera clave para in.
terpretar la tesis maquiavélica del (fraude» allende toda
consideración moral. En la guerra el fraude es siempre
«glor-iosr» (42). Por esta razón: va dirigido «contra


(41) La famosa tesis de Ericlí Kaufman en su Clausula rebus
sic stontibus frente al ideal de Stammler tiene un claro antece-
dente en la doctrina del gran florentino.


(42) «(... io non intendo quella fraude esser gloriosa, che ti
fa romper la fede data, ed i patti faui; perche questa, ancora
..1lf' la ti ar-qni-f i qualrhe volta Stato e regno, come di sopra si


231




un enemigo que no se fía de ti». Indudablemente, Ma-
quiavelo apunta aquí a un sentido del término fraude
como «estratagema» o «añagaza» guerrera. Con gran
esmero dialéctico, más que moral, distingue: Maquiavelo
entre el fraude en la guerra y el fraude en otra clase
de acciones (43). La falta de densidad moral allá en
lo hondo de su conciencia y la dimensión retórica que
tienen todas sus afirmaciones le permiten tan pe~igro­
sas acrobacias conceptuales como esta distinción entre
fraude glorioso y no glorioso. La distinción, que esen-
cialmente tiene validez para la guerra, es luego trans-
potada al plano político gracias a la estrecha conexión
dialéctica entre el «saper fare la guerra» y el «saper co-
mandare». Y aquí está la cruz de la cuestión: el es-
quema que sirve en el plano político para fundamentar
el mando con fraude está determinado por el que pre-
tende justificar el fraude en la guerra -el hecho de ir
enderezado contra un enemigo que no se fía de ti-o
Por un fenómeno de reversión inevitable dentro del


discorse, la non ti acquisterá mai gloria. Ma parlo de quella frau-
de, che si usa con quel nimico che non si fida di te, e che con-
siste proprio nel maneggiare la guerra» (Discorsi, pág. 434). «An-
cora che usare la fraude in ogni azione sia detestabile, nondime-
no nel maneggiar la guerra e cosa laudabile e gloriosa, e pari-
mente e laudato colui che con fraude supera il nimico, come quel-
lo che lo supera con le forze» (Discorsi, pág. 433).


(43) En los párrafos de la nota anterior.


232




cuadro maquiavélico, la idea de enemistad y de des-
confianza determina en forma decisiva la dialéctica del
mando y de la obediencia en que lo político consiste.
Confirmase así por otra vía la influencia decisiva que
el Arte de la Guerra tiene sobre el concepto maquia-
vélico d·el stato, al par que se aprieta el nudo que en-
laza las dos partes esenciales de la sabiduría maquia-
vélica y se nos muestran ambas dominadas por un ob-
jetivo retórico.


233




Los métodos del s.Ler
diplolftátieo


Centremos en buena hora nuestra atención en el
sabroso empeño de contemplar la situación histórica de
Maquiavelo a través de la lente de su propia sabiduría.
¿ Cómo ve él mismo desde su alto saber político y di.
plomático la constelación real de las fuerzas de su pro-
pio mundo en torno? ¿A qué resultado le lleva su mé-
todo tipificador de pueblos y gobernantes, su saber de
predicción, su saber pragmático en «manejrgiare la
guerra»?


El ángulo de visión de Maquiavelo comprende en
su .área el juego de todas las grandes potencias de la


234




época y tiene por centro Italia y más concretamente
Florencia, su patria. Su mirada aquilina pesa y sopesa,
juzga, calcula el valor de cada fuerza, el natural de
cada pueblo, las raíces de su poderío, el grado de su
riqueza, la fertilidad de su suelo, el iugenio de sus ha.
bitantes, las condiciones personales de sus gobernantes,
sus virtudes y vicios. Italia, con su complejo tablero
de fuerzas; Francia, Alemania, España, Inglaterra, Sui-
za; Papas, Príncipes, Duques y potentados italianos,
Luis XII, Maximiliano, Fernando el Católico, Car-
los V, César Borgia; he ahí los principales protago-
nistas. Cada pueblo, cada gobernante, es caracterizado
por medio de unos cuantos rasgos tipificadores.


Así por ejemplo, Italia es un pueblo que ha perdí-
do su antigua oirtu; degenerado, sin sentido de la uni-
dad y de la fuerza por culpa de sus mismos príncipes,
ignorantes del arte de la guerra, cuya defensa está en-
tregada a armas mercenarias con capitanes de aventu-
ra. Tan extrema división y debilidad la ha convertido
en presa de la crueldad e insolencia bárbaras. Su re-
dención, difícil, pero no imposible, sólo se logrará a
fuerza de disciplina, retrotrayéndola a su primigenia
virtud (44).


(44) V., a guisa de ejemplo: Príncipe, págs. 98·99; Discor-
.si, pág. 244; Carta a Vettori de 26 de agosto de 1513; Legazione


235




Certerísimas las observaciones que se refieren a Fran-
cia. Es un «reino» grande y opulento, compuesto de
una pluralidad de Estados (Bretaña, Borgoña, Picar.
día, ete.) que constituyen un todo cerrado y unitario.
La raíz de su fuerza es la unificación del poder por obra
de la Corona y el quebrantamiento de los poderes feu-
dales, clave de la antigua división y apoyo de las co-
rrerías inglesas en el Continente, hoy piezas maestras
(Stati) del Reino. Maquiavelo percibe con agudeza la
diferencia que hay entre la realidad que se nombra en
la expresión «reino de Francia» y los Estados de aven-
tura que hoy nacen y mañana perecen en el escenario
italiano. Su sensibilidad de historiador le permite apre.
ciar en su valor verdadero el largo y seguro proceso de
unificación y centralización de la monarquía francesa,
fundada en sólidos cimientos antiguos. Su sensibilidad
para estimar la significación de los fenómenos socioló-
gicos le lleva a fijar su atención en la singular novedad
que supone la ejemplar obediencia y veneración con


olla Corte di Francia, tomo VI, pág. 500; Dell Arte delta Gue.
rra, pág. 413; ídem, pág. 215; ídem, pág. 247; Príncipe, pági-
na 47; Discorsi, pág. 424; Príncipe, pág. 44; ídem, pág. 101;
ídem, pág. 97; Dell'Arre delta Guerra, pág. 380; Príncipe, pá-
gina 100; Carta a Vettori de 10 de agosto de ] 513, tomo VIII,
págs. 75·76; etc.


236




que los franceses sirven a su rey. La observación, cuyo
alcance sólo se mide por el contraste de lo que sucedía
en Italia, revela que Maquiavelo se da cuenta cabal de
la definitiva crisis del feudalismo en su estructura so-
ciológica y del advenimiento de una nueva forma polí-
tica determinada por la desaparición de los poderes
intermedios (señorío y vasallaje) y la vinculación di.
recta del súbdito, no ya a su Señor, sino al «soheranoi
común. La misma conciencia lúcida de que la Francia
de su tiempo llevaba en su seno, casi maduro, el pri-
mer Estado moderno, suscita en Maquiavelo otra ob-
servación de sorprendente clarividencia: la superiori-
dad militar evidente de esta nueva forma de organiza-
ción política frente a la antigua. La Francia actual (ar-
mada, experimentada y unida», nada debe temer de
un país como Inglaterra, indisciplinado, inexperto en
la guerra y perteneciente aún a la estructura feudal (45).
Vienen luego una serie de jugosas observaciones sobre
el natural y la condición de los franceses. a los que
ciertamente no distingue con su simpatía: «avaros, 80-
berbios, feroces, infidentes, volubles, ligeros, enemigos
de la lengua y de la fama de Roma, tacaños, incum-
plidores de su palabra, ganosos de 10 ajeno, fieros más


(45) Ritratti delle cose della Francia.


237




que gallardos o diestros... » (46). Habla aquí el floren-
tino dolido de las invasiones y males de su patria.
~i juicio de Maquiavelo sobre España e& más parco,


apenas alguna alusión aquí y allá, como de pasada y
con gran cautela, tal vez porque no conocía de hecho
nuestro país, tal vez por prudencia. Sólo le hallaremos
explícito al enjuiciar la persona y las acciones de Fer-
nando el Católico. Claro que no deja de advertir el fe-
nómeno de centralización del poder y el camhio socio.
lógico de estructura del mando y de la obediencia, si-
milar al de Francia (47). En cuanto a simpatía, aún
es menor, si cabe, que la que siente por los franceses
y no se recata de decir que «franceses, españoles e ita-
lianos juntos son la corruttela del mondo» (48).


Alemania es, en cambio, ohjeto predilecto de JUICIO
y observación. Hay en su estructura interua algo que


(46) Pueden verse como muestra los siguientes pasajes: Prín-
cipe, pág. 69; Discorsi, pág. 306; ídem, págs. 76-77; ídem, pá-
gina 438; Príncipe, pág. ll; Ritratti delle cose della Francia,
pág. 152; ídem, pág. 152; ídem, pág. 151; ídem, pág. 151;
ídem, pág. 150; ídem, pág. 148; ídem, pág. 142; ídem, pá-
gina 141; ídem, pág. 140; ídem, págs. 139-140; ídem, pág. 137;
ídem, pág. 136; ídem, pág. 135; ídem, pág. 133; Carta a Fran-
cesco Vettori, 20 diciembre 1514; etc.


(47) «E veramente alcuna provincia non fu mai unita o feli-
ce, se la non viene tutta alla ubbidienza d'una repubblica o d'un
príncipe, como e avvenuto alla Francia ed aIla Spagna»,


(48) Discorsi, pág. 158.


238




es a la vez causa de oirtú y poder y causa de flaqueza:
la gran pluralidad de Principados y Repúblicas. La
abundancia de medios naturales, hombres, riquezas y
armas, la hacen poderosa. Como en el caso de Francia,
España e Italia, Maquiavelo percibe con maravillosa
agudeza la verdadera cruz del problema germánico, de-
terminado por su peculiar estructura. El nervio de su
poderío, advierte certeramente el sagaz florentino, son
las Comunidades, ricas y poderosas, mientras los Prín-
cipes son débiles por su gran división, el principio he.
reditario y la ofensiva del Emperador, que tiende a apo~
yarse en aquéllas y a disminuir a éstos. Esta estructu-
ra hace imposible la centralización del poder en ma-
J1.0S del Emperador a la manera francesa o española.
Si por un lado los Príncipes no son suficientemente fuer.
tes para oponerse a los designios imperiales, el Empe-
rador no lo es tanto que pueda obligarles a que le ayu·
den. Con clara visión del futuro, Maquiavelo conside-
ra improbable que las Comunidades y los Príncipes se
avengan a favorecer los planes del Imperio. Estas ra-
zones hacen de Alemania una pieza considerable, sin
duda, potencialmente en el tablero político, pero débil e
incalculable de hecho (49).


(49) Sirvan de ejemplos: Dell'Arte della Guerra, pág. 274;
Ritratti delle cose dell'Alamagna, tomo 4, pág. 153; ídem, pági.


239




El juicio de Maquiavelo sobre Suiza ha sido objeto
de estudio preferente de varios historiadores contempo-
ráneos, sobre todo suizos (50). Lo primero que llama
su atención es su fuerza militar. Son tal vez el único
pueblo que conserva siquiera sea una sombra de la ano
tigua oirtis, Es, en cierto modo, el arquetipo de pueblo
armado y, como tal, autónomo. Pueblo sobrio, armí-
gero, altivo e incorrupto, ofrece el mejor material para
construir sobre él un «vero vivere político». Según von
Muralt (51), las observaciones de Maquiavelo sobre Sui-
za le sirven luego de base en sus disquisiciones teóricas
sobre la República como forma de Estado en el capí-
tulo 55 del libro 1 de los Discorsi. En realidad, más
que a Suiza se refiere Maquiavelo a Alemania, única
zona del mundo donde campea en su tiempo la oirtñ (52).


na 60; ídem, pág. 159; ídem, pág. 157; ídem, pág. 156; ídem,
pág. 155; ídem, pág. 154.


(50) Wilhelm Oechsli Quellenbuch zur Scluoeizergeschichte,
/ür Haus und Schule, Zürich, 1886; Emil Díirr, Machavellis Uro
teil über die Schweizer, en la Zeitschrift für Geschichte und Al-
tertumskunde, Basel, 1918, tomo 17; Fernando Scorretti, Machia·
vel et les suisses, Neuchatel, 1943; Leonhard von Muralt, Machia·
vellis Staatsgedanke, Basel, 1945.


(51) Op, cít., págs. 137 y sigs,
(52) En cualquier caso, la estimación especial que Maquia-


velo hace de Suiza o de Alemania no autoriza a torcer la inter-
pretación de la obra maquiavélica en el sentido del libro de
von Muralt, para quien Suiza desempeña dentro del pensamiento


240




No menor ingenio y penetracion muestra Maquiave-
lo para enjuiciar a los grandes protagonistas de su tiem-
po. Los retratos de César Borgia, de Luis XII o de Ma-
ximiliano son primores de juicio y de agudeza. Los
más, excepto el de Fernando el Católico, están perge-
ñados a la vista del original. El esquema que Maquia-
velo emplea en la caracterización es el mismo en los
Iiornbres que en los pueblos: un cuadro complejo de
pasiones humanas, virtudes y vicios, que se oombi,
nan de manera varia, aunque siempre corra a lo largo
de la combinación el hilo áureo de la pasión dominan-
te. Este esquema antropológico, que tipifica el «natu-
ral» del pueblo o del hombre estudiado, se completa
con otro que sirve para encuadrar su despliegue histó-
rico o biográfico desde el ángulo de la Sabiduría en sus


.de Maquiavelo el papel de utopía rectora que confiere al con-
cepto maquiavélico del Suuo determinación ética. A nuestro jui-
cio, esta valoración singular de Suiza o más bien de Alemania
no basta por sí sola, en modo alguno, para transir de slgniflea-
ción ética la sabiduría maquiavélica, cuyo verdadero sentido sólo
se puede captar partiendo, como nosotros hemos intentado hacer,
de la vida y de la obra entera, del pensamiento y de las acciones
,de Maquiavelo en toda su entereza.


Los principales juicios sobre Suiza son los siguientes: Ritraui
delle cose della Francia, pág. 141; ídem, pág. 136; Carta a
Francesco Vettori, de 26 de agosto de 1513, tomo VIII, pág. 90;
ídem, pág. 90.


16 241




dos dimensiones, virtit y [ortuna (53). El esquema an-
tropológico no tiene en ningún caso carácter sistemáti-
co y se descompone en una infinidad de tornasolados
matices, como avaro, soberbio, feroz, infidente, volu-
ble, ligero, tacaño, fiero, gallardo, diestro, sagaz, astu-
to, etc. No se trata, pues, de un esquema rígido y li-
mitado que a manera de patrón es aplicado a realida-
des diferentes, sino de un prisma en el que la realidad
se descompone en su rica diversidad de colores. Lo va-
rio se aprieta en unidad en torno al rasgo dominante.


Frente a Luis XII, el primer personaje de cuenta
que Maquiavelo conoció, la variedad de matices que en
la persona ve es reducida a un rasgo esencial, que pre-
tende dar razón de la unidad de todas sus acciones : la
utilidad (54). Luis XII obra siempre por razón de uti-
lidad. Sus cortesanos le tienen por prudentísimo, horn-


(53) Sin entrar en el valor sistemático que pueda tener el
«esquema quintuple»: templanza, justicia, fortaleza, prudencia y
confesionalidad, en el biografismo barroco, al que se refiere
A. Ferrari en su Fernando el Católico en Gracián, Madrid, 1945,
es indudable que en Maquiavelo, si existe tal esquema, no es
en él criterio metódico y está diluido hasta el infinito en un
cuadro mucho más complejo de pasiones, virtudes y vicios.


(54) Koníg, en busca de argumentos a favor de su tesis es-
tética, estima que la vivencia que Luis XII produce' en Maquiave-
lo es la «vivencia del poden. A nuestro juicio, con las fuentes
en la mano, la interpretación de Luis XII tiene como rasgo do-
minante no el poder, sino la utilidad.


242




bre de «orejas largas y creer corto) (55). Maquiavelo
considera todas las acciones del monarca como moví-
das por la utilidad: su política italiana de apoyo al
Pontífice ((por tener más armas que ningún otro, estar
menos fatigado y ser el jefe de la religiém (56); su
mala memoria de los favores pasados cuando está en
tela de juicio una utilidad presente (57). El juicio se
traslada en la misma forma al pueblo francés: sólo tie-
ne sentido de la utilidad presente <eper che sono acce-
cati dalla potenza loro e dall'utile presente, e stimano
solamente o chi e armato o chi e pasato a dare» (58).
Maquiavelo mide esta manera de ser con su propio cri-
terio de la sabiduría. El sabio tiene en cuenta el pasa.
do para predecir el futuro. Obrar sin más mira que el
presente inmediato y la utilidad del momento no es
obrar sabiamente. Ni Luis XII, ni Francia, serán para
Maquiavelo ejemplo de sabiduría. Más que de arque-
tipo, le servirán de contrapunto del sabio maquiavélí-
co, en quien la conciencia de la utilidad presente está
siempre inscrita en un horizonte que comprende el pa·
sado y el futuro.


Contemplemos ahora a Maquiavelo frente a César


(55) Legazione alZa Corte di Francia, VI, pág. 158.
(56) Idem, VI, pág. 145.
(57) Idem, VI, pág. 99.
(58) Idem, VI, pág. 99.


243




Borgia. Nadie suscitará en él admiració~ más VIva y
exaltada. Con maravillosa y casi anormal agudeza -co-
mo dice Konig- entra Maquiavelo en el alma de Cé-
sar Borgia. Lo que le atrae en él es el virtuosismo de
su táctica, su carácter y conducta «seeretísima» (59),
su arte del silencio y de la reserva, su asombrosa ca-
pacidad de disimulo, su sangre fría, el carácter subirá-
neo de sus acciones, el gobernarse ceda se», su profundo
sentido de lo útil. También las acciones de César Bor-
gia están dominadas por la razón de utilidad: «Qui
non si vive, che ad utiljtá propria, e a quella, che pare
loro intendere, senza prestarne fede ad altri» (60). Pero
es un modo diferente de entender la utilidad. Borgia
tieI~e un sentido admirable del «giro de los tiempos»:
«Il che sará secondo che il tempo governará le cose, le
quali sono piú stimate qui di per di che altrimen-
ti» (61).


¿Fué realmente César Borgia para Maquiavelo aro
quetipo de sabio? La tesis viene repitiéndose desde muy
atrás, desde Villari a Kénig. Según ella, la audacia y el
arte de aquel monstruoso prodigio renaciente suscitaron
en la mente de Maquiavelo la idea del héroe político


(59) Legazione al Duca Valentino, VI, pág. 331.
(60) Idem, VI, págs. 284·5.
(61) Idem, VI, pág. 284.


244




por excelencia, presto, hábil, audaz, capaz de conseguir
el fin propuesto saltando sobre toda clase de obstácu-
los (62). La admiración tórnase luego exaltación y c~n­
vierte esta primera idea en la imagen estéticamente su-
blimada del príncipe llamado a sojuzgar el caos de la
realidad italiana y fundar un Estado italiano uníta-
rio (63). Es esta la interpretación tradicional y en gran
parte acertada. César Borgia fué en .la mente de Ma-
quiavelo modelo de sabiduría, pero sólo en un aspecto:'
como príncipe nuevo. El texto capital del Príncipe, ci-
tado miles de veces en la infinita bibliografía sobre Ma-
quiavelo, lo dice taxativamente (64). Y lo confirma este
otro de una carta a Vettori de 31 de enero de 1514:
«Il duca Valentino, l'opera del quali io imiterei sem-
pre cuando fossi principe nuovo.. .», La sabiduría ma-
quiavélica es técnica -de la proporción y Maquiavelo
estima que el modo de obrar de Borgia es el más ade-
cuado al material humano y a los supuestos .de hecho
con que tiene que habérselas el príncipe nuevo. Pero
el contenido de la Sabiduría no se agota en esto. Por
eso la admiración primera se torna en conmiseración
cuando Maqniavelo ve a César Borgia obrar sin sen ti-


(62) ViIlari, op. cit., tomo 1, pág. 391.
(63) V. Konig, loe. cit.
(64) Príncipe, págs. 27·8.


245




do de la proporCIOno El último juicio que formulará
sobre él no es, como se ha pretendido, hijo de un co-
barde desprecio hacia el caído, sino estimación melan-
cólica de una vida que sólo supo andar a medias el ca-
mino de la sabiduría: «... i peccati sua lo hanno a
poco a poco condotto aUa penitenza, che Iddio lasci !le'
guire il meglio» (65).


Retrato de mano maestra es el del Emperador Ma-
ximiliano. Es hombre voluble y pródigo; además eré-
dulo, no se aconseja de nadie y quiere lo imposible.
Como contrapartida, posee grandísima virtit, es helíco-
sísimo y maneja los ejércitos con justicia y orden. Des-
graciadamente, tan gran virtud queda, anulada por 108
dos vicios primeros. De templar aquellos sería perfec-
tísimo, estaría mucho más cerca del parangón de la sa-
biduría. Maquiavelo nos dice aquí paladinamente qué
prendas compondrían la máquina de un príncipe pero
fettisimo, adjetivo que jamás se le ocurrió aplicar a
César Borgia: un gran capitán, que mantiene su país
y maneja sus ejércitos con justicia, y que no sea volu-
ble ni pródigo. Un hombre así sería tan perfecto que
tendría éxito en todo (66). Maquiavelo formula en este
punto una curiosa hipótesis, que parece presentir la fu-


(65) LegaziJone olla Corte di Roma, VI, pág. 453.
(66) Ritratti delle cose della Magna, IV, pág. 168.


246




'tura grandeza de Carlos V: «Potrebbe se fusse un re
di Spagna, in poco tempo far tanto fondamento da se,
che gli riuscirebbe ogni cosa» (67). Y las razones que
.añade son aún más singulares: siendo rey de España
podría «rnuover guerra suhitor y «aggiugnere aquesto
la reputazione». España sería para el Imperio -p'ensa-
ha Maquiavelo- la posibilidad real de hacer la gue-
rra en cualquier sazón con la subitaneidad del raY9 y,
al par, fuente de reputación. Un Imperio fundado so-
bre el poder militar de España y adornado con su glo-
ria inmarcesible, ¿no fué esta, por ventura, la reali-
dad del Imperio de Carlos V?


Detengámonos un instante en ese término, tan pre.
ciado para Maquiave1o, de «reputación». El va a dar.
nos la clave de la interpretación maquiavélica de Fer-
nando el Católico y de lo español.


Se ha repetido y explotado hasta la saciedad el fa.
moso pasaje del Principe en donde se califica a Fer-
nando V de «quasi principe nuovoi (68). Sin embargo,
el texto en cuestión sólo contiene un aspecto parcial del
juicio de Maquiavelo. Es como el juicio «público», des-
tinado a la estampa. Junto a él y casi coetáneo, hay un
juicio «privado», en cierta medida confidencial, que


(67) Loe. cito
(68) Príncipe, págs. 83·4.


247




figura en la correspondencia con Francisco Vettori (69).
Sólo el lúcido cotejo de ambos permite reconstruir la
verdadera opinión del sutil florentino sobre el sutilfsi-
mo aragonés. Examinemos primero el texto del Prín-
cipe. El lector atento advierte en seguida que lo que
allí admirativamente se subraya es algo, muy diferente
de lo que Maquiavelo pondera en Luis XII, César Bor-
gia o Maximiliano: Fernando el Católico, rey débil,
se ha convertido en el primer rey de los cristianos por
.fama y por gloria. La hazaña fernandina consiste para
Maquiavelo en haber tejido maravillosamente una tra-
ma gloriosa de acciones sucesivas que le ha permitido
concentrar en su mano el poder entero después de so-
juzgar a los poderes feudales. El método no ha sido otro
sino la reputación. La gloria y la fama que sus accio-
nes le han granjeado han puesto en su mano un, Stato
seguro, ya que la seguridad estriba precisamente en la
gloria.


Re aquí el juicio «púhlico», El «privado», bien mi.
radas las cosas, es su verdadero complemento en el mis.
mo sentido. Aparece suscitado por Vettori directamen-
te, que tiene noticia de que el Rey Católico ha pro-
puesto a Francia una tregua y quiere conocer la opi-
nión de Maquiavelo. Si la noticia es cierta, escribe Vet-


(69) Cartas de abril de 1513.


248




tori, consideraré 'que el Rey Católico «non sia quelluo-
mo che e predicato iu astuzia e in prudenza» (70). En
su respuesta Maquiavelo eujuicia las accioues fernandi-
nas, según su peculiar método, desde la perspectiva de
la sabiduría, Por la misma razón metódica, España es
identificada con su Rey. Siempre ha considerado a Es-
paña (léase también Fernando el Católico) «más astu-
ta y afortunada que sabia y prudente», Veréis -afirma
un poco más adelante- en el Rey de España «astucia
y buena fortuna, más que saber y prudencia». Pero no
paran aquí las cosas. Cuando Maquiavelo va a dar ra-
zón del problema concreto que le plantea Vettori -la
tregua entre España y Francia- apunta, como en el
pasaje del Príncipe, al mismo bla~co de la «reputa-
ción» como rasgo dominante de las acciones de Fernan-
do y de España: «Il fine suo non e a questa o aquella
vittoria, ma e darsi reputazione ne'popoli suoi, e te-
nergli sospesi nella moltiphcitá delle faccende .. ~. A
ese afán de reputación se debe, según Maquiavelo, la
entrada de Fernando en el escenario italiano y de ahí
que fuera siempre «il primo motore di tutte le confu-
sioni Christiane». Él y España son para Maquiavelo
modelos de «reputación», arquetipos de aquella dimen-


(70) Carta de 9 de abril de 1513.


249




sión de la sabiduría maquiavélica que hemos denomi-
nado «retórica».


Pero la retórica es sólo una dimensión, siquiera sea
decisiva, de la sabiduría. Como Fernando, según Ma·
quiavelo, se cuida sólo de la gloria y de la fama sin
conocer qué fines le pone delante la Fortuna y cuál es
la lección de la necesidad, tampoco es el Católico Rey
parangón de la sabiduría maquiavélica (71).


En realidad, ninguno de los protagonistas reales que
Maquiavelo conoció o enjuició, Lui~ XII, Maximiliano,
el Papa Julio II y tantos otros, ni siquiera César Bor-
gia o Fernando el Católico, fueron a sus ojos verdade-
ramente «sabios», sino, a lo sumo, representantes más
o menos acabados de alguna de las múltiples facetas
de la sabiduría. El ideal de la sabiduría maquiavélica
no fué determinado por un, personaje real, sublimado y
quintaesenciado, sino fruto de una teoría del saber cu-
yos tiÍltimos supuestos hemos procurado desvelar en los
capítulos anteriores.


(71) Di-crepamos en este punto de la tesis de .~. Ferrari, en
su libro ya citado. de que Fernando representó para Maquiavelo
<da perfección polítíea total. encarnada en acción o empresa y
en organización de poden> (op , cir.. pág. 86).


250




El oHeio diplomático


La tipificación de pueblos y gobernantes es el mé-
todo que permite a Maquiavelo juzgar certeramente so-
bre la paz y la guerra, predecir su curso, omniprever
las circunstancias y ponerse del lado del ganador pro-
bable: «Apresso se io mi ho a dichiarare amico dell'uno
de'dua, e vegga che accostandomi ad uno io gli dia la
vittoria certa, e accostandomi con l'altro glie ne dia
duhbia, credo che sará sempre da pigliare la certa, pos-
posto ogni obbligo, ogni interesse, ogni paura, ed ogni
altra cosa che mi dispiacesse» (72). Como el Stato ma-


(72) Carta a Vettori de 20 de diciembre de 1514, VIII, pá-
gina 141.


251




quiavélico ha de estar siempre dispuesto a entrar en
la guerra del lado del vencedor más prohahle, no pue-
de menos de mantener continuamente una sutilísima
trama de alianzas, tan flexihle y ágil de movimientos
que pueda en un instante hacer variar los centros de
gravedad de la constelación de fuerzas hacia el lado
más conveniente a sus intereses. En el maquiavélico
«saper fare la guerra» van incluídas, como uno de sus
elementos más sutiles, una teoría y una práctica de la
negociación, que constituyen el «saher diplomático» en
sentido estricto.


El «saher político» se cifra, decíamos, en «saper co-
mandare», La realidad política se actualiza permanen-
temente a través del mando y de la ohediencia. Pero
lo político acaha donde termina el mando. La posibi-
lidad de unidad que ofrece el pluriverso de Estados no
se realiza en el espacio maquiavélico por medio del
mando, sino a través de la «negociación», Mando y ne-
gociación son dos modos diferentes y entre sí irreduc-
tihles de ayuntar a los hombres en unidad hajo la es-
pecie del orden. Desde el punto de vista sociológico,
mandar consiste en ser obedecido, en imponer la ohe-
diencia con medios propios. El resultado del mando es
un tipo de orden altamente preciso y eficaz. Preciso,
porque supone la existencia de una unidad decisoria




de mando que atempera los mandatos a las exigencias
de tiempo, lugar y personas; eficaz, porque cuenta con
medios propios para imponer regularmente la obedi~n.
cia, Por su parte, la negociación conduce a un tipo de
orden «pactado» o «convencional», CJIya estructura es
esencialmente diferente en lo tocante a precisión y efi-
cacia. Menos preciso, porque falta una unidad de deeí-
sión que atempere la regla del orden al juego cambian-
te de hombres y fuerzas. Menos eficaz, porque el or-
den carece de medios propios para realizarse a sí mis.
mo. El Stato maquiavélico, cuya esencia estriba en el
mando, es, desde esta perspectiva, un orden del primer
tipo, cuya «estabilidad» o «estatalidad» depende de su
precisión y eficacia. Fuera del Stato, el orden [seguri-
dad) sólo es posible bajo la especie de un orden «ne-
gociado» o «pactado».


La diversidad estructural de estos dos tipos de orden
pone de manifiesto la diferencia entre Política y Diplo-
macia, saber político y saber diplomático. Si la fun-
ción política se realiza mediante el mando, el oficio di-
plomático consiste en «negociar».


Maquiavelo no sólo fué él mismo un gran «nego-
ciador» maquiavélico, sino qne también dejó esbozada,
bajo la especie de instrucciones o consejos, una teoría,
la primera teoría propiamente «moderna», del oficio


253




diplomático (73). La relación entre Política y Diploma-
cia parece a Maquiavelo tan estrecha que (me si puó chía-
mare atto allo Stato colui, che non e atto a portare ques-
to grado» (de Embajador) (74). A un modo del mando,
podríamos decir, dando mayor hondura a esta intuición
del florentino, corresponde un modo de negociación.


La razón de tan estrecho parentesco está en que am-
bos son modos del obrar humano deutro de un ámbito
de posibilidades cuya configuración depende en cierta
medida de la libre decisión del que manda o negocia.
Maquiavelo intuye con prodigiosa lucidez el carácter
creador de la actividad diplomática, inaprehensible con
la categoría de mandato o comisión. Hay un texto ex-
traordinariamente revelador a este respecto: «Lo ese-
guire fedelmente una commissione sa fare ciascuno che
e buono, ma eseguirla sufficientemente e difficultá» (75).
Esta agudísima distinción entre «fidelidad» y «suficien-
cia» en el cumplimiento de una «comisión», pone de
manifiesto el carácter genuinamente creador de la fun-
ción diplomática. El término «suficiencia» tiene en el
texto aludido doble acepción. Por un lado, obrar con


(73) Lo más esencial está contenido en la Istrueione [aua a
Raffaello Girolami y en los Ritraui delle cose della Magna.


(74) Istrusione a Raffuello Girolami, IV, pág. 177-
(75) " Istrusione a Raiiaello Girolami,


254




suficiencia significa hacerlo desde un saber que entra-
-ña la posesión de todos los elementos necesarios para
que' la negociación conduzca al término deseado. Así
lo aclara el mismo pasaje citado añadiendo que «colui
la eseguisce sufficientemente, che sa bene la natura del
principc, c di quelli, che lo governano ... ». Pero hay
una segunda significación sobreentendida: sólo obra su-
ficientemente el que, en función de ese saber, no se li-
mita a ajustarse estrictamente, «fiehnente», a la comi-
sión recibida, sino que creadoramente la lleva a caho
mediante una decisión autónoma y libre entre las po-
sibilidades que su situación le brinda. El diplomático
no es, pues, simple «comisionado», «mandatario», «de-
legado», «administrador», «gerente. o «agente» del que
le envía, sino «representante» en sentido genuino (76).


(76) Sobre el concepto de «representacion», véase mi libro
Representación política y régimen español (Madrid, 1945): Re-
presentar en sentido «político» es actualizar la posibilidad de
unidad que ofrece una realidad. en si misma plural. El repre-
sentante político lo que hace es reducir a unidad la realidad pln-
ral del pueblo. El pueblo como pura realidad social no es en
si mismo una unidad dotada de voluntad, sino una posibilidad.
La representación convierte en actual lo que es puramente po-
sible. El representante confiere actualidad al representado; no
obra por él o en lugar suyo, sino que le constituye como unidad
de acción. En la esfera interestatal «representar» consiste también
en actualizar la posibilidad de unidad (orden) que ofrece una plu-
ralidad de organizaciones políticas autónomas. La realidad Inter-


255




Maquiavelo ha percibido finamente el carácter im-
previsto, discrecional, creador y de libre decisión en
que la diplomacia se mueve. A través de sus Legacio-
nes se advierte el exquisito cuidado que pone en no
rebasar el límite justo de la comisión recibida, pero
también en no quedarse corto en el ejercicio de su fun-
ción de representante. Ante una circunstancia impre-
vista no duda en decidir por su cuenta, considerando
que sin esa decisión no seguiría «suficientemente» la
comisión (77). Es precisamente ese ámbito de libre de-
cisión que la representación comporta lo que hace tan
extraordinariamente difícil la función diplomática. Pe-
ro esa libertad no es indeterminada. En la parte que
no está rigurosamente determinada por los términos de


estatal es en sí misma plural, aunque con la posibilidad de con-
vertirse en unidad ordenada. La función del representante de
cada una de esas unidades políticas autónomas consiste en actuali-
zar al máximum esa posibilidad de unidad. En cualquier caso,
la función del representante no es la de un lugarteniente, man-
datario, agente, apoderado, delegado o comisionado, sino la de
actualizador· de la unidad interestatal. Lo que le separa del re-
presentante «político» es que mientras la unidad del orden en
que el Estado consiste se realiza a través del mando y la obedien-
cia, la unidad del orden interestatal sólo se logra y se mantiene
relativamente mediante la «negociación» permanente. He ahí la
razón profunda de que el representante «diplomático» aparezca.>
·siempre bajo la especie de negociador.


(77) V., por ejemplo, su Legozione tersa nlln Corte di Fran-
cia, VII, págs. 350-1.


256




la comisión, el espacio propiamente libre, hay siempre
una idea directriz total que sujeta esa libertad dentro
de un sistema de coordenadas. Cuando Maquiavelo
anuncia en sus Legaciones que no ha vacilado en tomar
parte por decisión propia en una negociación no pre-
vista en la comisión, invoca inmediatamente la idea rece
tora a la cual es fiel en el ejercicio de su libertad de
decisión: el bien de su patria (78).


Veamos ahora cómo se articula internamente la re-
lación entre el representante diplomático y su repre-
sentado. El imperativo de fidelidad y suficiencia im-
pone al representante la obligación ineludible de tener
al representado al corriente de lo que su propio saber
y conocimiento progresivo de la situación le vaya des-
'Cubriendo. La primera dimensión que ha de llenar un
diplomático es la de ser para su representado cabal «in-
formador». La función informativa es esencial a la di.
plomacia: ((... perche la piú importante parte che ab-
hia un oratore, che sia fuori per un prineipe o repub-
blica, si ie conjetturare bene le cose future, cosí delle
pratiche come de 'fatti, perche chi le conjettura savia.
mente, e le fa intendere hene al suo superiore, e ca-
gione che il suo superiore si possa avanzare sempre con
le cose sue, e provvedersi ne tempi debiti»,


(/8)


17


Loe. cit.


257




Sin esa «información» fundada en «sabia conjetura»
el Estado sería ciego hacia fuera. Maquiavelo precisa
minuciosamente no sólo las partes que debe abarcar la
información, sino también la forma en que ha de ha-
cerse. Los textos maquiavélicos a este respecto son pre-
ciosos, como sistematización del sistema de información
vigente en su época, y por ser además la primera for-
mulación teórica de este esencial aspecto del oficio di-
plomático «moderno».


En cuanto al contenido, la norma maquiavélica es
precisa y terminante. Dos son los objetivos principales:
(da guerra y las negociaciones en curson : «a volere fal'
nene l'uffizio vostro voi avete a dire che opinione si
abbia dell'una cosa e delf'altra» (79). A cada uno de
estos dos extremos se ha de aplicar el método maquia-
vélico. Para calcular quién es ganador probable en la
guerra es preciso medir, como ya sabemos, la natura-
leza de la gente,el dinero, el gobierno y la fortuna.
En cuanto a la negociación, hay que suponer que. cada
una de las piezas que toman parte en el juego nego-
cia por su cuenta con todas las demás. Una información
cabal y certera sobre estas dos partes permite al .repre-
sentado obrar «sabiamente», es decir, precaverse, pre-
venirse, deliberar con pleno conocimiento de causa y


(79) Discorsi sopra le cose di Alamagna, IV, págs. 175·6.


258




acertar en la decisión, en la guerra y en la negociación.
Por lo que afecta a la forma, Maquiavelo propone


un modelo ejemplar de informe diplomático. Para ma-
yor precisión recojamos sus propias palabras: «Fanno
ancora grande onore a un imbasciatore gli avvisi che
lui scrive a chi lo manda, i quale sono di tre sorte :
o di cose che si trattano, o di cose che si son concluse
e fatte, o delle cose che si hanno a fare, e di queste
conjetturare bene il fine che le debbono avere» (80).
Un informe perfecto debe abarcar el pasado, el presen-
te y el futuro: lo ya acontecido, lo que está en curso
y lo que se puede prever que acontecerá. Las cosas pa.
sadas se conocen fácilmente 'a no ser que sean secretí-
simas. La función diplomática consiste en descubrir tal
secreto, si lo hay. Conocer las presentes es tarea más
dura. El conocimiento del pasado ayuda eficazmente en
esa tarea. La conjetura del futuro se hace apoyándose
con el juicio propio en el pasado y en el presente. El
saber «diplomático», como el saber político, consiste
también en «predecir». Maquiavelo aconseja varios pro-
cedimientos de técnica informativa, que todavía no han
perdido actualidad y recuerdan la técnica periodística
de nuestros días: utilizar a los curiosos que abundan
siempre en torno al poder, festejarlos con juegos y han-


(SO) Instrusione a Girolami.


259




quetes, sonsacarles noticias a cambio de las propias, et-
cétera (81). La información ha de ser recíproca. Im-
porta mucho que, a su vez, el representante esté perfec-
tamente enterado de lo que acontece en todas partes.
La trabazón de los fenómenos políticos y diplomáticos


(81) «E perche sone sempre nelle corti di varie ragioni fac-
cendieri, che stanno desti per intender le cose che vanno attor-
no, e moIto a proposito farsi amico di tutti, per potere da cias-
cuno di loro intendere delle cose. L'amicizia di simili si acquis-
ta col trattenerlí con bancbette e con giuochi; ed ho veduto a
uomini gravissimi il giuoco in casa sua, per dar cagione a simili
di venire a trovarlo, per poter parlare con loro, perche quello
che non sa uno, sa l'aItro, e il piú dell volte tutti sanno ogni
cosa. Ma chi vuole che altri gli dica quello che egli intende, e
necesario che lui dica ad aItri quelle che lui íntende, perche il
migliore rimedio ad avere degli avvisi e dame. E perche in una
cittá, a volere che un suo ambasciatore sia onorato, non puó
farsi cosa migliore, che tenerlo copiose di avvisi, perche gli uo-
mini che sanno di poter trame, fannno a gara per dirgli quello
che gl'intendono, pero vi ricordo che voi ricordiate agli Otto,
all'Arcivescovo, e a quei Cancellieri, che vi tengano avvisato delle
cose che nascono in Italia, ancora che minime, e se a Bologna,
Siena, o Perugia seguisse alcuno accidente, ve ne avvisinc, e
tanto maggiormente del Papa, di Roma, di Lombardia e del reg-
no; le quali cose ancora che le passino discosto dalle faccen-
de vostre, sonno necessarie ed utili a sapere, per quello vi ho
detto di sopra, Bisognavi pertanto sapere, per questa via le pra-
tiche che vanno atorno ; e perche di quello che voi ritrarrete, al-
cuna cosa vi sia vera, alcuna falsa, ma verisimile, vi conviene
col giudizio vostro pesarle, e di quelle che hanno píñ conformita
col vero, farne capitale, e le altre lasciare ire» tlstrusione [atta ..
a Girolami, IV, págs. 179·180).


260




es tan estrecha que un hecho cualquiera, por 'ínfimo y
remoto que parezca, puede repercutir decisivamente so-
bre las cosas en curso. Un informe perfecto ha de re-
unir todavía otra condición: ser objetivo. El juicio
personal del informante debe aparecer velado tras una
Iaz objetiva. Es como un dato que se propone al jui-
CIO del representado. Un informe diplomático es, pues,
una descripción objetiva sobre el presente, el pasado y
el futuro de una guerra y de una negociación que el
representante somete al juicio del mandante (82). Eu
sus Instrucciones a Girolami, que iba de Embajador a
España, desgrana Maquiavelo por lo menudo un pro-
grama de información verdaderamente exhaustivo (83).


(82) Legazione al Duca Valentino, VI, pág. 317: «E mi pare
che sia l'uffizio mio scriverle, e queUo deUe SS. VV., e il giudi-
carIe ... ll.


(83) Ho veduto ancora a qualche uomo savio e pratico neUe
amhascei-ie usare questo termine, di mettere almanco ogni due
mesi innanzi agli occhi di chi lo manda tutto lo stato, e l'essere
di quella cilla e di quel regno, dove egli e oratore, La qual cosa
fatta bene fa un grande onore a chi scr ive, ed un grande utile
a chi e scritto, perche piú facilmente pub consigliarsi, mtenden-
do parricolarmcnte le cose, che non le intendendo. E perche voi
íntendiate appunto questa parte, io ve la dichiareró meglio. Voi
arrivate in Spagna, esponete la commissione vostra, l'ufizio vos-
tro, e scrivete subito, e date subito notizia dell'arrivata vostra, e
di quello avete esposto aU'Imperatore, e deUa risposta sua, ri-
mettendovi ad un'aItra volta a serivere particolarmente deUe cose
del regno, e delle qualttá del princípe, e quando per essere stato


261




La información es el supuesto de la negociación pro-
piamentedicha. El término que Maquiavelo usa es
«praticare», practicar. Negociar es, en fin de cuentas,
«tratar» con otro sobre un asunto. Su éxito depende na-


la per qualche giomo ne avrete particolar notrzra, Dipoi vni avete
ad osservare con ogni industria le cose dell'Tmperatore e del
regno di Spagna, e dípoi dame una piena notizia, E per venire ai
particolari dico, che vo i avete a osservare la natura dell'uomo, se
si governa, o Iasciasi governare, se egli e avaro o Iiberale, se
egli ama la guerra o la pace, se la gloria lo muove o altra sua
passione, se i popoli lo amano, se !\li sta piú volentieri in Spag-
na che in Fiandra, che uomini ha intorno che lo eonsigliano, ed
a quello che sono volti, cioe se sono per fargli fa re imprese nuo-
ve, 'opure cercare di godersi questa presente" fortuna, e quanta
autoritá abbiano con lui, e se li varia o li tien fermi, e se di quei
del re di Francia ha alcuno amico, o se sono corruttihili , Dipoi
ancora e bene considerare i signori e baroni che !\li sono piu al
largo; che potenza sia la loro, come si contentino di Iui, e" quan-
do fussero malcontenti como gli possono nuocere, se Francia ne
potesse corrompere al cuno . Intendere ancora del suo fratello
come lo tralla, como vi e amaro, come e contento, e se da lui
potesse naseere alcuno scandolo in quel regno, e ne!\li altri suoi
stati. Intendere appresso la natura di quei popoli, e se quella
lega che prese l'arme e al tullo posara, o se si dubita che la pos.
sa risorgere, e se la Francia le potesse dar fuoco sotto, Conside-
rarete ancora che fine sia quello dell'lmperatore, come egli in-
tenda le cose d'Italia, se egli aspira allo stato di Lombardia, o
se gli e per lasciarlo godere agli Sforzeschi; se egli ama di ve-
nire a Roma, e quando; che animo egli abhia sopra la Chiesa,
quanto confidi nel Pape, come si contenta di Iui, e venendo in
Italia, che bene o che male possano i Fiorentini sperare o teme-
re» (lstruzione a Giro/ami, IV, págs. 180·182).


262




turalmente de la atemperación recíproca de los que en-
tre sí negocian. A esa atemperación la podemos deno-
minar «tacto», es decir, aquel sentido peculiar que aco-
moda la propia conducta a las circunstancias singula-
res de tiempo, lugar y personas. En numerosas ocasio-
nes alude Maquiavelo a esta esencial condición de la
técnica diplomática: «gli parlai cerimonialmente, se-
condo si conveniva a all'uomo e al tempo» (84). El taco
to hace que se usen gestos y palabras justas en cada
sazón, suaves o duras, audaces o discretas, solapadas o
claras, que se responda adecuadamente a las ajenas, en
función del objetivo a lograr. Lo que el negociador se
propone siempre es «persuadir» al otro, mover su áni-
mo en una dirección determinada. De nuevo nos encon-
tramos con la retórica. El oficio diplomático es esen·
cialmente «retórico» en esta segunda acepción clásica
de la retórica como «saber persuadir» (85). Y lo es
también en el profundo sentido que le hemos venido
confiriendo. El supuesto del «saber persuadir» es la
reputación y la fama, precisamente la reputación de
«hombre de Iiarn : «E sopra tutto sidebbe ingegnare un


(84) Legazione terza alla Corte di Francia, VII, pág. 332.
(85) V. como ejemplos de la técnica maquiavélica de per-


suadir: Legazione aIla Contessa Caterina Sjorza, VI, pág. 26;
Legnzione al Duca Valentino, VI, pág. 204; Legazione olla Corte
di Francia, VI, págs. 93·4; etc.


263




oratore di acquistarsi reputazione, la quale si acquista
col dare di se esempli di uomo da bene, ed esser tenu-
to liberale, intero, e non avaro e doppio, 'e non esser
tenuto uno che creda una cosa, e dicane un'altra. Ques-
ta parte importa assai, perché io so di quelli che per
essere uomini sagaci e doppi hanno in modo perduta
la fede col príncipe, che non hanno mai potuto dipoi
negoziare seco; e seppure qualche volta e necessario
nascondere con le parole una cosa, bisogna farle in
modo o che non appaja, o apparendo sia parata e
presta la difesa» (86). Su contrapunto es la «doblez».
Para iluminar el alcance «retóricor de esta tesis ma-
quiavélica, examinémosla desde el ángulo de la «rnen-
tira». ¿. Qué postura adopta Maquiavelo frente a ~a
«mentira» como arma técnica de la negociación? Sólo
en una ocasión habla el diplomático florentino de la
necesidad, no propiamente de mentir, sino «de escon-
der una cosa con palabras». La ocultación de la cosa
ha de hacerse de modo «que no aparezca o si aparece
esté preparada y presta la defensa» (87). Indudable-
mente, «ocultar una cosa» no es lo mismo que mentir.
La importancia que en el mismo pasaje atribuye Ma-


(86) Instruzione fatta... a Raffaello Girolami, tomo V, pá-
gina 178.


(87) Idem íd., pág. 178.


264




quiavelo a que el diplomático evite ser tenido por do-
ble, parece argüir que a los ojos de Maquiavelo la men-
tira, incluso la simple ocultación de una cosa, eran
armas peligrosas desde el punto de vista técnico. Pero,
a la postre, en el diplomático, como en el gohernante,
lo que importa es la reputación más que la realidad
parecer más que ser, ser tenido por hombre de fiar, (di.
beral, 'entero y no avaro, ni doble».


Maquiavelo considera admisible en buena técnica
diplomática granjearse amigos por todos los medios, sin
excluir lo que en rigor pudiera pareccr soborno (88).
Era un medio normal en su época y el florentino no
vacila en aconsejar a su patria que siga los mismos mé-
todos de pisanos, luqueses, venecianos, etc.


De todas las cualidades que Maquiavelo admiró en
César Borgia, una de las que más elogia es su secretísi-


fHlri « Appresso non vogliamo mancare di ricordare con ogni
debita reverenzia alle Sigg. Vostre di farsi qualche amico, il qua-
le mosso da altro che. da affezione naturale, vegghi le cose di
VV. SS., possasi qua manegiare, e chi e qua per voi se ne possa
valere a vostra utilitá ; il che quanto e perche e'sia necessario
non ve lo discorreremo altrimenti, avendo costi tanti savi cstta-
dini stati qua Amhasr-iatori, che ve ne saprarmo rendere migliore
ragione di noi, ma diremvi sol questo, che con qucst'armí si di-
(endono i Pisaní, vi offendono i Lucchesi, si ajutano i Venezia-
ni, il re F ederígo, e qualunque ha a trattare cosa al cuna ; e chi
non fa eo", crede vineere il pi ato senza pagare il procuratorei
(Lepazione alta Corte di Francia, VI, pág. 120).


265




mo modo de negociar, «secreto admirable». La diplo-
macia, como el mando, requieren un mínimum de ar-
canidad. La distinción maquiavélica del genio y del··
vulgo abona la necesidad del secreto. La negociacióu di-
plomática transcurre en un juego de destreza eu el que
los adversarios no descubren sus cartas: «non scopren-
do in alcuna parte le commisioni sue» (89).


Nos queda por examinar una última faceta de la neo
gociación diplomática. Nos referimos al papel decisivo
que en ella juega el tiempo. El tiempo es para Ma-
quiavelo «padre de la veritá» (90). Como ya sabemos,
el tiempo se pone delante de todas las cosas y trae con-
sigo lo bueno y lo malo. En acomodarse a sus giros es·
triba la sabiduría. Sólo a quien el tiempo da la razón
estaba en ]0 cierto. En Ia negociación diplomática, im-
porta esperar el tiempo propicio. Es obra de las sabias
lecciones que Maquiave10 ha oído de labios de César
Borgia: «io dall'altro canto temporegio, pongo ore-
cchie ad ogni cosa, e aspetto il tempo mio» (91). El
término «contemporizar» pertenece a la esencia de la ne-
gociación diplomática. En Maquiavelo significa aplazar
la decisión mientras ésta no puede ser enteramente lú-


(89) Legazione al Daca Valentine, VI, pág. 226.
(901 Legazione alta Corte di Roma, VI, pág. 386.
(91) Legazione al Daca Valentino, VI, pág. 229.


266




cida, esperar a que el tiempo nos descubra la verdad.
En este sentido negociar es siempre «contemporizar»,
atemperarse al tiempo, esperar el propicio, «ganar tiem-
POl): «perche nell'uno modo e nell'altro ci daranne
tempo, e se fu mai vero quel proverbio, che chi ha tem-
po ha vita, in questo caso e vcr'issimo» (92).


En estas notas esenciales fija Maquiavelo la técnica
de la negociación diplomática. Consideradas en sí mis-
mas, son las piezas maestras del saber diplomático en
su dimensión técnica y pragmática. Su verdadera signi-
ficación sólo se comprende a la luz del objetivo último
al que sirven. Como remate de esta investigación a 10
largo y a lo hondo del pensamiento maquiavélico se
nos viene a las mientes una última interrogación: ¿cuál
fué realmente el objetivo de la diplomacia maquiavé-
lica?


(92) Spedizione a Francesco Guicciardini, VII, pág. 491.


267




5


Etlloll de la diplomacia
maquiavélica


Pasemos sumaria revista a los objetivos posibles den-
tro del horizonte histórico de Maquiavelo.


Tesis predilecta y casi tópica es que Maquiavelo pre-
tendía sobre todas las cosas el equilibrio de Italia, es-
cindida en una pluralidad de Estados perpetuamente
en guerra. ¿ Soñó, en efecto, Maquiavelo con ese equi-
librio dentro del espacio italiano?


Corre a lo largo de toda la vida de Maquiavelo, sobre
la cual gravita el hondo dramatismo del vivir «moder-
no», una preocupación entrañable: Italia. Del fondo
de su alma Iaoerada por los desvíos de 1a fortuna, por


268




el destierro, por la COnCIenCIa de la propia inutilidad,
sube un clamor de desesperación por la miseria italia-
na. En una carta a Filipo Nerli, escrita en los últimos
años de su vida, en la que se oye resonar el Saco de
Roma, escribe el autor de El Príncipe con ira y melan-
colía: «Comincio ora a scrivere di nuovo (la Historia
de Florencia), e mi sfogo accusando i principi, che
hanno fatto ogni cosa per condurci qui» (93). La mezo
quindad de los príncipes italianos, su torpe ambición,
su ceguera, han hecho a Italia sierva del extranjero.
Franceses, españoles, alemanes, suizos, pelean en su sue-
lo. A todos ellos, con desprecio profundo de humanis-
ta y de italiano del Renacimiento, los envuelve Maquia-
velo en el dicterio de «bárbaros». La redención de Ita-
lia die los bárbaros que la oprimen, he ahí el angus-
tiado afán que confiere unidad a la azarosa vida del
pobre florentino. -Conciencia aguda y dramática de que
acaso él mismo hubiera sido capaz de ~ar cima a la
empresa si el Cielo le hubiese deparado mejor fortuna.
Ya que no le es dado ponerlo por obra, tratará de ci-
frar por escrito la gran lección. Será la lección de la
Sabiduría contra la ignorancia «di coloro chi tenevano
Stato» (94). Conciencia trágicamente lucida de que las


(93) VIII, pág. 180·!.
(94) Discorsi, pág. 244.


269




ocasiones se pierden una a una y no volverán a pre·
sentarse más. i Cuán doloridas y apremiantes adverten-
cias a sus compatriotas italianos encierra el maquiavéli-
co Capítulo de la Ocasión! Desesperadamente, Maquia-
velo repasa en su mente diamantina las vías que acaso
pudieran llevar a la redención. ¿La unión de los italia-
nos en un haz? Ensueño imposible. Huyó la virtud de
la tierra italiana, antaño hija dilecta. «Me hacéis reír
-escribe a Vettori- cuando habláis de la unión de
los otros italianos» (95). La fuerza estriba en las armas
y ¿quién sería capaz de levantar de la nada, de la
anarquía y la desunión, un ejército italiano unido y en
forma? Sólo una férrea disciplina podría obrar tal mi-
lagro. La lección de Maquíavelo en el Arte de la Gue-
rra será lección de disciplina. Pero tampoco esta lec.
ción será aprovechada por los italianos. En 1526, in-
sospechadamente cercana la muerte, la desesperación tal
vez compartida por su correspondiente Gnicciardini, le
lleva a increpar al amigo de siempre: «Voi sapete
quante occasioni si sono perdute ; non perdete questo,
ne confidate pili nello starvi, rimettendovi alla fortnna e
al tempo, perche col tempo non vengono sempre quelle
medesime cose, ne la fortuna e sempre quella medesi-
ma, lo direi piú oltre, se io parlassi con uomo che


(95) Carta de 10 de agosto de 1513, VIll, 75·6.


270




"non intendesse i segreti, o non conoscesse il mondo. Li-
berate dinturna cura Italiam, extirpate has immanes
belluas, quae hominis praeter faeiem et vocem nihil
habent» (96).' En tal desesperación, el cuidado perma-
nente de Maquiavelo -motivo coustante a cuyo servi-
cio está su sabiduría política y diplomática- es im-
pedir que uno de los bárbaros extranjeros se enseñoree
totalmente de Italia. Mientras sean varios y, pugnan.
tes entre sí, ninguno de ellos se habitúe a (da dulzura
del dominan), la redención es siempre posible. No es
difícil adivinar en qué lado va a centrar Maquiavelo su
recelo. El enemigo más terrible a sus ojos es aquel a
quien mueve el más peligroso y eficaz motor: la fama.
Fernando el Católico, o sea, España, es no sólo el p ri-
mer causante de la confusión italiana, sino el que con
más fuerza y probabilidades de éxito «disegnava man-
giarsela». Por eso saluda Maquiavelo con júbilo «la
morte del re di Castiglia» (97). El segundo y peligroso
señor posible es Alemania. Lo da a entender Maquiave.
lo en bella y plástica imagen: «questo fiume Tedesco
'e si grosso, che ha bisogno di un arginc grosso a tener-


(96) ;Carta al cit., 17 mayo 1526, VIII, pág. 202.
(97) Legazione alla Corte di Roma, VII, pág. 127. V. tamo


bién la pág. 137, etc.




101> (98). La imagen refleja certeramente el carácter de
marea invasora que tuvieron siempre los movimientos
del mundo germánico. La tercera flecha del recelo está
dirigida contra los suizos. Su propincuidad a Italia hace
que puedan fácilmente erigirse en árbitros suyos, (ce per-
che questo mi spaventa, io ci vorrei rimediare ... » (99).
La idea de que un solo señor y un solo pueblo domi-
nen el espacio italiano aterroriza a Maquiavelo. El te-
rror le lleva a fijar los ojos en Francia como única, po-
bre y relativa vía de salvación. Maquiavelo no se enga-
ña respecto de Francia, ni sobre sus objetivos próxi-
mos y lejanos. No siente simpatía alguna por los fran-
ceses, está, como su amigo Vettori, harto de la «insolen-
zia, sazíetá, e taglia Franzese», pero es la única pieza
que puede contrarrestar a las otras e impedir el seño-
río de uno solo. Ni un solo minuto de su vida abando.
nará Maquiavelo esta creencia capital. Si mirase fría.
mente la situación -escribe al mismo Vettori- se apre·
suraría a correr a Francia y pedirla que ocupase Lom-
bardía, Sólo Francia puede oponerse a la marea ale-
mana. Sólo Francia tiene interés real en unir los Esta-
dos italianos, o al menos los de Toscana, su patria chi-


(98) Carta a Francesco Vettori de 10 de agosto de 1513.
VIII, págs. 77-8.


(99) Carta a Vettori de 26 de agosto de 1513.


272




ca (100). Y si Francia no basta «10 non ci veggo altro
rimedio, e voglio cominciare ora a piagnere con voi la'
rovina, e sirvitu nostra ... » (101). Si Francia no basta,
sólo queda el desesperado consuelo de llorar la defini-
tiva e irremisible ruina y esclavitud de Italia.


Evitar a cualquier precio la' servidumbre de Italia
bajo un solo señor ¿encierra realmente este postulado
maquiavélico un principio consciente de equilibrio ita-
liano o europeo? Maquiavelo, testigo inteligente y lúci-
do de la constitución del Estado moderno en Francia y
en España ¿soñ¿ realmente una Europa articulada en
virtud de un principio de equilibrio recíproco de las
grandes potencias, una Italia unida y poderosa dentro
de ese ordenado pluriverso? Si, por ventura, soñó amo
bos sueños ¿cuál podía ser a sus ojos el principio de
ordenación y unificación?


Una idea y una realidad están, sin duda, fuera del
horizonte de Maquiavelo: la Christianitas. Leves alu-
siones a los Estados y Repúblicas cristianas (102), pero
sin que arguyan nunca la referencia a una unidad real.
El concepto del Stato es perfectamente neutral desde
el punto de vista religioso. Hasta el turco, el viejo y


!lOO) Legazione alla Corte di Francia, VI, pág. 500.
(101) Carta a Vettori de 26 de agosto de 1513, VIII, págs. 92·3.
(102) Discorsi, pág. 54.


13 273




tenaz enemigo de la Cristiandad, es un Stato como otro
cualquiera, que cuenta en el cálculo diplomático en ra-
zón de su poder (103). En un par de ocasiones, cuan-
do se encrespa contra la molicie de la Iglesia renacien,
te, esgrime la amenaza del peligro turco como UD fla-
gelo y asegura que no se maravillará (che avanti passas-
se UD. auno egli avesse dato a questa Italia una gran
bastonata» (104). Pero cuando la iritación cede el paso
;a la ironía habitual, no le duele calificar las profecías
de signo apocalíptico sobre el diluvio próximo o el pe·
ligro turco que llenan a la sazón el aire italiano, de «DO-
velle di panc.acce» (105). El turco sólo es enemigo como
Estado, ha dejado de serlo religioso y se ha tomado
político. Desde la perspectiva del florentino, centrada
en Italia y en evitar que una sola potencia señoree su
espacio, el turco es una pieza más que sirve de contra-
peso: (E senza dubbio -escribe aun amigo-- se il
Turco non Iussi, io credo che gli Spagnuoli sarebbono
venuti a fare l'Ognissanti con esso noi» (106). Lo que
acontece con la Christianitas ocurre también con el Im-


(103) Jf'rí~pe, pág. 13.
(104) Carta a Francisco Vettori de 27 de junio de 1513, VIII,


págs. 62·63.
(105) , Carta a Francesco Guicciardini de 18 de mayo de 1521,


VIII, págs. 161.2.
(106) Tomo VIII, pág. 218.


274




perio. Maquiavelo lo juzga desde el ángulo del Estado
moderno, como un gran Estado en potencia, débil hoy
por su estructura interna, tal vez fuerte mañana si si.
guíese la vía de unificación y concentración del poder
iniciadas por Francia o España. La hipótesis que Ma-
quiavelo formula para el caso que el Emperador «fusse
re di Spagna» lo confirma. Un Imperio apoyado en la
gloria y en el poder militar de España no sería, a los
ojos de Maquiavelo, un retomo a la idea medieval del
Sacro Imperio Romano Germánico, sino un Estado mo-
derno poderosísimo e incontrastable. Ante un fenóme-
no histórico como el de Carlos V, que parece llenar la
hipótesis concebida. de cara a Maximiliano, Maquiave.
lo se plantea el problema de si el Emperador «quiere
convertirse en señor del mundo». Ese señorío mundial,
si acaso llegase -y Maquiavelo tal vez lo creyó posi-
ble- seria algo radicalmente distinto de la vieja y fe-
necida idea medieval. Es muy probable que Maquiave.
lo muriese con esta duda y que en los últimos momen-
tos de su vida aún se acreciera más aquel recelo y deses-
peración por las miserias de Italia.


Ningún vínculo sustancial une entre sí a los miem-
bros del pluriverso maquiavélico, sujetos tan sólo por
un sistema de alianzas altamente cambiante. Nada más
distante del pensador italiano que la idea de una co-
munidad europea, como posible unidad de cultura bajo


275




el signo del Humanismo o del sistema universal de los
valores renacentistas. El término Europa no tiene .en
Maquiave10 más significación que la puramente geo-
gráfica. Es una parte del Mundo. Si acaso se tiñe una
vez de matiz político, es para ser caracterizada como una
parte «llena de repúblicas y principados», donde se dan.
por tanto, en grado superior, las condiciones de mayor
virtud y guerra permanente propias del pluriverso po.
lítico (107).


En rigor, pues, el principio del equilibrio de los Es-
tados es en Maquiavelo una idea latente, una intuición,
pero no un principio evidente y consciente. Su mirada
no se dirige a «Europa», está como clavada en Italia y
más propiamente aún en Florencia. Su visión del plu-
riverso político es concéntrica, sin contorno fijo. Sólo
el centro es patente. El espacio en tomo a ese centro
se angosta o se amplía según que las fuerzas inscritas
en él repercutan o no sobre el centro. Cierto que el
postulado supremo de evitar a toda costa que uno de
los puntos inscritos en el círculo señoree al centro lleva
prefigurado en sí el principio del equilibrio de fuerzas,
ya que sólo el contrapeso de unas por otras puede evi-
tar el señorío de uno. Pero no más que prefigurado.


(107) Dell'Arte della Guerra, págs. 271·2.


276




El sueño de Maquiavelo fué algo mucho más con-
neto, pero infinitamente más difícil de realizar. Ma·
quiavelo soñó una patria gloriosa y afamada como cen-
tro del universo. Y como afamada, segura. Pero al
apuntar al blanco de la fama, fundó el vivir político
sobre la opinión y no sobre la verdad, hizo de la Poli-


-tica, Retórica. La Verdad se vengó de él haciéndole a
su vez juguete perpetuo de la opírrión de los hombres,


277










PRÓLOGO ......•••...............


1. El concepto del orden
2. El concepto del Estado


VI. LA DIPLOMACIA MAQUIAvÉLIn ..
1. El plurtverso de Estados .
2. Saber político y saber diplomático
3. Los métodos del saber diplomático
4. El oficio diplomático
5. Etbos,]" la diplomacia maquiavélica


1. El problema del saber
2. El saber político .
3. La «estabilidad» como meta de la sabiduría


política ..


V. EL ORDEN DEL ESTADO


87
133
135
149


11
15


39
44
53
60
67


161
181
183
195
205
207
222
234
251
268


LA SABIDURÍA MAQUIAVÉLICA


1. LA FAMA DE MAQUIAVELO ..•......... .. z- ..
11. EL COLOQUIO CIENTÍFICO ACTUAL EN TOR:'\O AL :\IITO DE


MAQUIAVELO .


1. La interpretación heroica o geniali~ta .
2. La interpretación «deménica» ..
3. La interpretación decisionista .
4. La interpretación estética .


LA IDEA DE MOVIMIENTO, SUPUESTO MET.~FíSICO DEL PEN·
SAR MAQUIAVÉLICO .. ..


11I.


IV.


281






OTRAS OBRAS DEL A u r o n


1. El pensamiento político de Bodino.-Anuario de Histo-
ria del Derecho, Madrid, 1935.


2. Introducción al Derecho Político actual. - Ediciones
Escorial, Madrid, 1942.


3. Teoría y sistema de las formas políticas.-Publicaciones
del Instituto de Estudios Politicos, Madrid, 1944.


4. Reprp.sentación política y régimen español. - Madrid.
1945.






asrA O BR A SE ACABÓ D E IMPRIMIR E N LOS
rALLERES DE GRÁFICAS GONZÁLEZ,


MIGUEL SERVET, 15, MADR ID, EL


31 DE DICIEMBRE DEL AÑO
DEL SEÑOR DE MCMXLVIl