IDEAS DEMOCRÁTICAS. LA FORMULA DEL PROGRESO, PO!: • EMILIO CASTELAR. MADRID: ...
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IDEAS DEMOCRÁTICAS.


LA FORMULA DEL PROGRESO,
PO!: •


EMILIO CASTELAR.


MADRID:
E;:TARI.ECIMIENTO TII'Or.nÁFICO DE J. Casas y Diaz, EDITOR.


r.all" del Lobo, 12, principal.


1858 .





~ . I




PROLOGO.


Los escritos políticos, publicados en un periódico, pasan
como el vuelo del a ve por el aire, como el soplo del viento
por la arena; son flores de un dia, latidos del corazon, re-
flejos fugaces del sentimiento: y si no son todo esto, si por
su elevacion y por su trascendencia merecen más, la natu-
raleza del periódico los condena á vivi., como las rosas,
una aurora. El folleto es un pequeño libro, hijo tambien del
sentimiento, apasionado, entusiasta como todas las pasio-
ncs; el folleto es la condensacion del periódico. Tiene sus
mismas cualidades, sus mismos defectos; pero vive más,
porque el pueblo, á quien está consagrado, lo guarda, lo
da mil veces á leer á sus hijos, lo conserva como su pobre
y pequeña biblioteca.


Necesito, pues, decir, por qué yo, casi alejado de la vida
periodística hace tiempo, tomo la pluma para recorrer esta


I En uso del derecho (jtlC concerle la ley sobre propiedad lileraria, que-
da prohibida la rcimpresion Ó rerrocluccion total ó parcial ele esta obra y su
traduccioIl á otro idioma.






segunda escala del periodismo, que se llama folleto. Este
verano he salido de Madrid para desahogal' un poco mi ca-
beza conturbada por largos trabajos. En las ciudades, en
los pueblos, en el campo, en todas partes he encontrado
amigos queridos que se han desvelado por complacerme, por
alegrar mis dias, por mostrarme ese cariño tan necesario
á nuestra vida como el aire; y todos mis amigos, en cam-
bio de su afecto, me han pedido ,que escribiera un peque-
ño libro para el pueblo. Yo mismo habia pensado mil veces
(lile las abstracciones metafísicas, las altas y elevadas esfe-
ras de la ciencia, no son para mi espíritu, que en vano
pretenderá volar por donde vuelan las águilas. Yo he nacido
para recoger las flores que se caen de la imaginacion de los
[loetas, las ideas que se desprenden de la mente del fil6so-
fo, y llevarlas á la conciencia del pueblo, sin levantar nunca
el vuelo allá donde hierven las grandes tempestades y soló
respiran los genios. Yo hc nacido para dirigirme á los dé-
biles, que no se rien de mi debilidad; á los ignorantes, que
no ven el mal gusto de mis imágenes; á los oprimidos, que
poco dispuestos para entender la ciencia, entienden siempt'e
la voz del sentimiento.


y no se debe perder ya ni una hora de tiempo. Qucra-
mos ó no queramos, lo cierto es que nuestros tiempos son
tiempos democráticos. Todo tiende á la libcrtad, á la igual-
dad, á la fraternidad de los pueblos. La imprenta, llena del
espíritu del porvenir, llueve ideas de progreso en la con-
ciencia humana; la electricidad, más rápida que el hura-
can, lleva en sus alas de fuego el verbo de la civilizacion
por toda la redondez de la tierra; el vapor, condensado en
las manos del hombre, destruye las fronteras, horra el es-
pacio; América y Europa, separadas por el Océano, sc




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abmzan, se unen, se confunden milagl'Osamente en un beso
de amor; y el hombre, que sabe que son obra suya todas
estas maravillas, crece al par que crece la civilizacion; y
así como encuentra en sus brazos fuerza para remover el
mundo material, es su espíritu ciencia para descubrir los
tesoros de la naturaleza, encuentra en su alma, en su
sér, la raiz del derecho, y quiere ser libre, y lo sáá; por-
que Dios pelea por su causa.


Un repúblico ilustre, maravillado del aumento de la
Dcmocraeia, no aeertaba á comprender la eausa de que hoy
nuestros imperios quieran ser demoerátieos, nuestras mo-
narquías demoerátieas, nuestras repúblicas democráticas,
nuestros escritores demócratas, y hasta nuestros nobles
populares. La razon es muy seneilla. Cada edad tiene su
fórmula, su idea. La Edad Media fué la edad de la aristo-
cracia; el Renacimiento la edad de los reyes absolutos; el
espacio que separa '1789 de 1848, la edad de la clase me-
dia; los tiempos que ahora comienzan, son la edad de la
justicia, del derccho, la cdad de la Democracia.


Si esto es cierto, si todos lo eonfiesan, porque todos lo
vell, j, será justo, será honroso dejar al pueblo en su igllo-
rancia, en su degradacion? Esos amantes del órdell, de la
paz, que embl'Utecen al pueblo, que quieren privarle de la
luz de la verdad, de la luz del cielo, no saben que en su
orgullo están amamantando las fieras que han de devorar-
los. Un pueblo sin el conocimiento de su derecho, sin la
conciencia de su debe¡', es como el negro esclavo del Áfri-
ca, que, cuando rompe la cadena, todo lo atropella, todo lo
(lestroza. Pero un pueblo instruido en sus derechos, co-
noeedor de su dignidad; un pueblo que sabe que la libertad
110 crece ni fructifica con sangre, sino con la generosidad




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de todos los que de veras la aman, léjos de gozarse en el
mal, por no ser opresor perdona á sus opresores; por no
ser cruel, olvida á sus verdugos.


Ahora bien, decidme, ¿ quiénes aman y desean más el
órden, vosotros, que remachais las cadenas del pueblo, ó
nosotros, que las quebramos? ¿ quiénes evitan más eatá~­
trofes, vosotros, que embruteceis al pueblo, ó nosotros, que
llevar,nos la esperanza á su corazon, la fé á su conciencia?
¿ quiénes coadyuvarán á la obra de la Providencia, vosotros,
atajando el paso al progreso, ó nosotros, contribuyendo á
su realizacion? Os empeñais en ocultar la verdad desde lo
alto de vuestro poder. j Inútil empeño! Conseguiréis lo que
conseguiria un hombre que, por estar en la más encum-
brada montaña, quisiera con su sombra privar del sol á la
tierra.


Pero, no seré nunca adulador del pueblo; ántes mil ve-
ces quebraria mi pluma y ahogaria todas mis ideas en la
conciencia, El que no dobla la rodilla al poderoso, no la
dobla tampoco al humilde; el que no adula á los reyes, no
dcbe adular á los pueblos. El tirano que vive de la injusti-
cia, encerrado en su soberbia, há menester de la adulacion
que encubre la verdad; el pueblo lo que necesita es verdad
y justicia. Y la verdad es que los pueblos desmoralizados,
los pueblos sin fé y sin conciencia, que no tienen dignidad,
que se entregan á sus pasiones, despues de conmover hasta
sus cimientos la sociedad, despues de traer' todos los males
de la anarquía, sin haber fundado nada, sin haber sem-
brado nada para alimento de sus hijos; quebrantados por
sus escesos, sin fuerza para mantenerse de pié, van á
caer macilentos á los piés de un déspota, para que les
guarde con su espada el bnltal sueño que viene siempre




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en pós de las flaquezas y de los vicios. Por eso aconsejaré
"iempl'e la virtud á los pueblos.


Afortunadamente, el pueblo español ha dado muestras
de que sus virtudes son eternas, de que su dignidad nunca
se eclipsa. Al comenzar el siglo, habia llegado al último
estremo de abyeccion y decadencia. Una corte corrompida é
imbécil dirigia sus maravillosos destinos, y dominaba sobre
estos hombres que domeñaron con su valor la tierra. La
nacíon española se habia convertido en satélite de la Fran-
cia. A disposicion de Francia pODia sus ejércitos, sus escua-
dras. Aún recordamos con lágrimas en los ojos la rota de
Trafalgar. El Gobierno de la nacíon era como impura man-
cebía, donde solo dominaba la voluntad de un torpe favo-
rito. Todas las fuentes de nuestra vida se hahian agotado,
todo el esplendor de nuestro poder se habia perdido. Entón-
ces el afortunado guerrero de la revolucion creyó llegada
su hora. Miró al pueblo, y le vió enflaquecido, tri.ste, y lc
creyó aparejado para la servidumbre . .Mandó sus huestes
con las manos llenas de cadenas para amarrar al pueblo
español. Mas aquel pueblo, dormido, esclavo, al sentir el
látigo del estranjero, se levantó, buscó en el polvo las lan-
zas de sus padres; desgajó los árboles para hacer chuzos,
abrió las entrañas de la tierra para encontrar hierro; levan-
tIÍ en cada casa una fortaleza, en cada pueblo un campa:
mento; arrojó á las hatallas sus hijos y hasta sus mujeres;
amasIÍ de nuevo con sangre de sus venas el altar sagrado
de ·la patria; y desbandIÍ las huestes vencedoras de mil re-
yes, enseñando ú los pueblos esclavos cómo los pueblos li-
bres vencen y humillan siempre á los tiranos.


y en la última guerra civil, ¿no renovó España por
su libertad las glorias que hahia obrado por su independen'




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cia? ¿No consintió desangrarse largos años antes que tornar
á ser esclava ? (~No acabó pOl' un esfuerzo sobrehumano con
los restos de la sociedad antigua? i~ N o se \'ieron en puehlo:"
memorables renacer los ínclitos varones de Zaragoza y de
Xumancia? lo No trabajó este pueblo en pr{) de su lihertad.
como no han trabajado quizá otros pueblos de Europa, qUf'
han conseguido en tres dias por la revolucion 10 que nos-
otros hemos alcanzado en siete años por la guerra '1 ¡ Oh !
del pueblo español no debemos desesperar nunca; porque,
en toda la historia, cuando parece más abatido, es cuando
se levanta más poderoso y más grande.


Lo que há menester el pueblo español, es levantarse ú
la altura del espíritu de este gran siglo, poner su vida en
consonancia con la fórmula de progI:eso que ha dado la fi-
losofía moderna, la ciencia moderna. Todos los partidos prf'-
tenden haber encontrado esta fórmula, todos creen poseel'la.
Los absolutistas dicen que España necesita vol\'er á su punto
de partida, retroceder en su carrera, para encontrar la feli-
cidad perdida. Los neo-católicos predican un absolutismo
falso, una religion adulterada y hasta una libertad enga-
ñosa. Los moderados, como si hubieran perdido el don del
e-onsejo, no quieren ni sus antiguas soluciones, ni buscan
otras nuevas. El partido progresista, desde '1848, estú su-
friendo una descomposicion que no quiere él mismo com-
prender, que no quiere analizar, y que si no comprenlle,
analiza y remedia pronto, muy pronto, puede causar su total
perdicion, su ruina; pero pronto, pronto, hoy mismo, por-
que mañana será tarde.


La fórmula del progreso no es mia, no es de ningun
hombre y es de todos, ó mejor dicho, es de Dios, presente
siémpl'e por sus leyes en la naturaleza y en la historia. En




!.l
ese edificio cada generacion ha puesto una piedl'a; en ese sol
cada inteligencia ha den'amado un rayo de su luz. A com-
ponerla han contribuido todas las ciencias, todos los genios;
á grabarla 1m el espacio, todos los momentos de nuestra
edad, que ha sido llamada la edad de las revoluciones. Los
tiempos modernos son tan grandes, que con" razon puede
asegurarse que han creado un nuevo hombre en el hom-
bre. Sí, el hombre que crec su libertad dependiente de otro
hombre, cuando su libertad proviene de Dios', no es hom-
bre; amarrado á su cadena, pasa sus dias, como el árbol,
viviendo <lel jugo de la tierra; pero sin movimiento, sin es-
píritu, esa llama divina de la vida. A despertar en el pue-
blo la conciencia de su derecho se encamina este pequeño
libro. Esta no es una obra de partido, no: es una obra
provechosa para todos, si no por su mérito, por sus rectas
y puras intenciones. Yo lo he escrito principalmente para el
pueblo. Por eso hablo de las nociones más comunes de la
política que necesita conocer el pueblo. Vosotros, los po-
derosos, los felices, no querais en buen hora la libertad:
pero tú, hijo del pueblo, que padeces encorvado bajo el
peso de tus miserias; tú, que no has sentido bajar aún it
tu conciencia el áura de la libertad; tú, desposeido de todo
Ilerecho; tú, desgraciado, pon tu confianza en Dios, y sen-
tirás resonar en los aires un suave concierto, semejante
al que oian los pastores de Nazaret, cuando los ángeles del
Señor les anunciaban la buena nueva; una voz divina que
te anuncia que la injusticia no es eterna; que la libertad sc
estenderá tambien sobre tu frente; que tus hijos al ménos
Yerán esa tierra de promision, que ahora ves tú con los ojos
del alma retratarse tranquila en el espejo de tu esperall7.a.


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LA FÓRMULA DEL PROGRESO.


I.


Los hombres apegados al sentido de la sociedad antigua y en-
oariñados con su silencio sepulcral, con su inmovilidad, lamentan
las contradicciones de esta sociedad, la existencia de sus partidos.
El ruido que producen las luchas ardientes de la tribuna y de ia
prensa, el clamoreo de los comicios, el ardor de las polémicas,
la renovacion de los gobiernos, paréceles indicio seguro de que
la sociedad, como nave que ha perdido en la tempestad el liman
y las velas, va á dar en los abismos, á desaparecer entre las rá-
fagas de los huracanes. No es posible, dicen, que exista una so-
ciedad que concede á todos sus hijos la libertad de pensar; una
sociedad maltratada por tantos partidos; una sociedad que cobija
ideas contradictorias; una sociedad en que el hijo suele !lO pensar
como el padre, ni el hermano como el hermano ;üna sociedad, en
fin, que tiene por ley de su naturaleza la guerra; no es posible
que exista una sociedad de esta suerte, sin traer el desconcierto,
sin producir, como el árbol venenoso, la muerte. ¡ Felices, dicen,
aquellos tiempos, tranquilos como la inocencia, hermosos CQmo la




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niñez, en que la voluntad del rey dominaba todas las voluntades,
y la conciencia del sacerdote todas las conciencias, y el gobierno
era como un patriarca, y la sociedad como un hogar, donde nada
se oia, nada más que la voz del. respeto y de la sumision de to-
dos, ó el rezo sagrado que levantaban los corazones unidos en
Dios, cuando la campana, hiriendo ora alegre, ora tristemente
los aires, anunciaba el Ave-Maria ó las Animas; felices tiempos,
en que ningun ciudadano se curaba de la cosa pública, dejándola
abandonada al rey, seguro de que habia de hacer siempre lo me-
jor, como sujeto á responder á Dios de sus acciones; felices tiem-
pos, en que el hombre iba á la guerra cuando el clarin le llamaba,
á morir cuando el rey queria, y exhalaba gozoso la vida en los
combates, muriendo por su soberano, sin preguntarle siquiera la
causa por que moria: que hasta este punto se despojaba el vasallo
de su voluntad y de su conciencia!


Estos elogios tributados á la sociedad antigua me parecen elo-
gios tributados á la muerte. ¡ Feliz el que duerme en el sepulcro,
porque no siente; feliz, porque no padece; feliz, pOI'que no pien-
sa ; feliz, porque no ama; feliz, porque no S8 mueve; feliz, en
una palabra, porque no vive! ¿ No sabeis que, al alabar esa ato-
Día, ese silencio, esa sumision ciega del hombro á otro hombre,
ese completo sacrificio de la personalidad humana, lo que en rea-
lidad alabais es el suicidio, es la muerte?


Los gobiernos que parecen tener en la médula de los huesos
el temor á todo, suelen caer en este mismo defecto, y quiercu
cerrar el campo de la vida á todo pal'tido que no sea su partido,
á toda idea que no sea su idea. En los tiempos que cOl'ren, hemos
visto un partido en el colmo del poder y en el colmo tambien de
la soberbia. Hagamos leyes, dijeron, que sean como una red,
donde queden llrendidos nuestros enemigos. Levantemos una Cá-
mara aristocrática; porque la aristocracia pensará como nosotros
y nos ayudará en nuestra obra. Abramos los comicios á los que
paguen contribucion cl'ecidísima; pOl'(jne ¿ c6mo lIO ha .de sel' mo-
derado todo el que es rico? Sujetemos el pensamiento á leyes res-




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lrictivas; pongámosle un áncora de quince mil duros, para que
no se pueda mover, ni áun flotar en su inmenso océano, y sea
siempre nuestro esclavo. Cerremos todas las avenidas del poder,
tapiemos todas sus puertas. Solo nosotros debemos mandar; nos-
otros somos la inteligencia, nosotros los mejores; sea, pues, para
11osotros el poder; no haya más partido que el partido moderado.
y un estadista célebre, levantándose en el Congreso, dijo desde
el banco del Gobierno: al enemigo ve.ncido, golpe de gracia. Y
un jóven, demócrata antes- de ayer, moderado ayer, y hoy neo-
católico, dijo tambien desde el banco del Ministerio: hemos hecho
tina ley de imprenta contra el partido democrático. Y la eterna
razon, la eterna justicia, que nunca, abandona el mundo, se son-
I'ió desdeñosamente de tanta vanidad, y los condenó á ver pronto
la impotencia de su soberbia.


La verdad es que no se puede ir contra las leyes de la natu-
!'aleza, contra las leyes de la conciencia. El espíritu es uno, como
la naturaleza es una en esencia. Pero el espíritu y la naturaleza
tienen sus leyes, fuera de las cuales no pueden moverse. La ley
del esplritu es la contradiccion, porque el espíritu es libre. Si no
hubiera bien y mal, no habria moral; si no hubiera virtud y vi-
cio, no habria libertad; si no hubiera verdad y error, no habria
ciencia; si no hubiera fealdad y hermosura, no habria arte; si no
hubiera materia y espíritu, no habria hombre. Esta es la eterna
antítesis de la naturaleza humana. El hombre debe, sí, dominar,
vencer todo cuanto le sea contrario, todo cuanto tienda á perder-
le; pero no debe decir: Dios mio, quítame la razon, porque pue-
de pensar un error; quítame la conciencia, porque puede justifi-
ear un vicio; quítame la imaginacion, porque puede idear la
['ealdad; quitame la libertad, porque puede caer en el mal; des-
truye mi cuerpo, mi organizacion, porque puede con su contacto
manchar mi esplritu. La armonía de los contrarios, la síntesis de
la antltesis, es la fuerza, es la vida del hombre. El conocimiento
que tiene de que existe el mal, es como un faro que le señala el
bien; la conciencia de la maldad del vicio le lleva á la virtud; la




U
existencia de la fealdad le inclina á amar más la hermosura; y el
error hace resplandecer á sus ojos con luz más nueva la verdad.
~o querais poner en un hombre la naturaleza de un Dios, porque
haréis del hombre un bruto. Los Baltasares, los Nerones, los
Calígulas han existido, porque los hombres les hicieron creer que
no podian pensar error ni obrar maldad.


El espíritu humano, ademas de la naturaleza material, donde
vive la vida del sentimiento, t.iene otra natuealeza más alta, más
geande, más sublime, donde vive la vida de la razon, la vida de
la idea, y esa segunda natuealeza se llama sociedad. No pidais
que la sociedad no tenga las mismas leyes que el hombee; poequB
entónces, ó oreeis la sociedad superior al hombre, 6 el hombre
superior á la sociedad, y de una armonía divina formais una con-
tradiccion absurda. Las mismas leyes de la naturaleza humana
deben ser las leyes de la sociedad. Si el espíritu es libre, si la
libertad lleva en sí misma la contradiccion, si de la contradiccion
resulta la armonía, como del choque de uos cuerpos la luz, pedir
una sociedad sin partidos equivale á pedir un sistema planetario
sin leyes de atraccion y repulsion , una ciencia sin controversia y
sin lucha, un hombre sin cuerpo, sin materia. Mirad toda idea,
y veréis c6mo toda idea tiene tres términos: tésis, antítesis y sín-
tesis. Mirad el tiempo, y veréis c6mo tiene tres fases: pasado,
presente y porvenir. Mirad el espíritu, y veréis cómo tiene tres
grandes facultades: sentimiento, voluntad y razono Pues bien,
toda sociedad donde entran como factores necesarios la naturale-
za, la idea, el tiempo, y sobre todo, el hombre y sus derechos,
el hombre y. su libertad, ha de tener las leyes de la naturaleza,
las leyes del tiempo, las leyes, sobre todo, del hombre.


Los partidos tienen una razon más alta, una razon más gran-
de, una razon más divina, digámoslo así, tIlle la voluntad de los
hombres. ¿No habeis notado cómo en la naturaleza cada sér es
un eslabon de una cadena, un término de una série? ¿No habeis
visto que en el reino vegetal hay una progresion desde el helecho
hasté1. el cedro del Líbano? ¿No h~beis notado que en esos mun-






dos de luz que flotan sobre nuestras cabezas hay una razon comun
entre la estrella fosforescente que pasa y el inmóvil sol? ¿No ha-
beis visto que en nuestra misma alma, desde el tosco sentimiento
hasta la sublime idea hay una série como desde el helecho hasta
el cedro, desde el aereolito hasta el sol, como desde el infusorio,
que vive en una gota de agua, hasta el águila, que vive en los
infinitos espacios?


Eso mismo sucede en la sociedad. La idea política es una sé-
rie. Esa série nadie puede romperla, nadie puede quebrantarla.
Los partidos existirán siempre, como existirán siempre las leyes
tIe la conciencia, las leyes de la natural-::za. Los que no sirvan ú
la causa del progreso, los que no recuerden nada, los que no
conserven nada, los que no prometan nada, morirán. Pero habrá
siempre partidos de recuerdos, partidos de conservacion, partidos
de esperanzas. Los que ayer eran conservadores, pasan hoy á sel'
históricos; los que eran progresivos, pasan á ser conservadores,
y nace una nueva protesta, y con la protesta nace un nuevo pro-
greso. Pero los partidos existen, porque no pueden dejal' de exis-
tir; existen siempre, porque están en las leyes de la naturaleza
humana. I Oh! vosotros los que quereis destruir el partido demo-
crático 1 tan fácil es conseguir vuestro intento, como arrancar á
los astros su armonía, á la idea su forma, al corazon su esperan-
za, á la vida sus dulces ilusiones, á la imaginacion su inspira-
cion y á la libertad el infinito espacio que Dios le ha concedido en
la historia.


11.
En el órden lógico del tiempo, el primer partido que aparece


como un recuerdo, es el partido absolutista. ¿Puede ser su idea
fórmula de progreso? Con esta sola pregunta podlamos terminar
nuestras observaciones sobre el absolutismo. La misma conciencia
de los absolutistas contesta por nosotros; su juicio mismo viene
con nosotros á confesar que el absolutismo no puede ser de nin~




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guna suerte fórmula de progres·o. Tanto valdria preguntar si la
escolástica es fórmula de progreso en filosofía; si la hipótesis e~
fórmula de progreso en las ciencias; si la alquimia es fórmula de
progreso en química; si la astrología mágica es fórmula de pro-
greso en astronomía; en una palabra, si las diferentes fases pOI'
que han pasado al nace!' y al crecer las ciencias, son fórmulas de
progreso preferibles á sus épocas de desarrollo y robustez.


El absolutismo fué una fórmula de progreso desde el siglo xm
hasta el siglo XVI, porque comba tia con mano fuerte otra forma
de ser de las sociedades, más opresora y más bárbara, la forma
feudal. En esa época, cuando el rey escribe las Partidas, ideal
de un poder absoluto, cual podia ser concebido en aquel tiempo;
cuando nombra sus Merinos para las villas y ciudades, sus Ade-
lantados para los reinos y provincias; cuando arroja de las Córtes
la nobleza; euando se decora con las insignias de las órdenes
militares; cuando levanta á su alto tribunal todos los juicios;
cuando recoge los diamantes arrancados por las atrevidas manos
de los señores á su corona; cuando forja con las espadas rotas de
los ejércitos feudales su espada poderosa é incontrastable; el rey
que se levanta sobre tantos poderes opresores, sobre tantos tira-
nuelos, aplastándoles la cabeza, es la personificacion viva del
progreso.


:Mas bien pronto se vió que el absolutismo contradecia las le-
yes de la naturaleza humana, que negaba los principios funda-
mentales de la sociedad. El rey, necesitado de una fórmula para
sostener su gobierno, puso los ojos en el cielo, y con soberbia sin
igual dijo: mi corona: es un reflejo de la corona de Dios; mi poder
es una emanacion del poder divino. Luis XIV, el rey más orgu-
lloso entre todos los reyes absolutos, decia que Dios, al trasmi-
tirle el poder, le habia trasmitido algo de su inteligencia, algo
de su inefable autoridad. i Triste retroceso en la historia de la
humanidad I El pueblo habia salido del castillo feudal pal'a I'etro·
gradar á los tiempos de los déspotas de Oriente. El rey se creía nn
Dios: el misero mortal se levantaba en Sil soberbia hasta el cielo.




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Bien pronto un rayo de divina cólera habia de sepultar ese go-
bierno en los abismos, y ese rayo, que áun hoy humea, fué la
revolucion francesa.


¿ En qué se fundaba el rey absoluto para exigir una ciega obe-
diencia? En su derecho divino. ¿ Qué muestras le habia dado Dios
tle ese derecho? ¿Dóntle estaba el título para arrogarse ese poder
celeste? ¿Habia hecho, por ventura, Dios alguna escepcion de la~
leyes de la naturaleza en pró de los señores absolutos? ¿Habia
encendido en su inteligencia un fuego más vi YO que en la inte-
ligencia de los demas hombres? ¿ Habia tocado con su dedo in-
mortal, por ventura, la frente del rey, para hacer brotar allí una
centella del cielo? ¿ Habia hablado una palabra en favor de cier-
tas personas ó de determinadas familias?


Todo derecho desciende, sí, de Dios, como de Dios desciende
la inspiracion, como de Dios baja en torrentes la vida de la na-
turaleza, Mas el derecho, como el arte, como la ciencia, como la
naturaleza, tiene sus leyes, y en cuanto está en el hombre, el
tlerecho es humano. El derecho es hijo de nuestra limitacion, de
nuestra inteligencia, de nuestra naturaleza. Por eso Valdegamas,
sin quererlo y sin saberlo, dijo una blasfemia cuando dijo que
nios es la concentracion de todos los derechos. El derecho es una
condicion, y lo condicional no cabe en lo absoluto. Ahora bien,
nios, al crear al hombre, ¿creó á unos reyes y á otros esclavos?
Cuando nace el príncipe, no nace con una corona de oro en la
frente. Sujeto á mis propias miserias, como yo ha llorado al na-
cer, como yo ha padecido hambre, sed y fria, como yo nace dé-
bil Y pobre. La ley humana viene entónces y le da un derecho; la
sociedad humana le concede un poder.


Los pueblos orientales eran más lógicos que nuestros absolu-
tistas: creian en el derecho divino, y lo creian con todas sus con-
secuencias. Creian que el rey descendia directamente de Dios; que
su cuna habian sido las estrellas; que su. cuerpo estaba fabricado
de materia más hermosa que la materia de los demas mortales;
que su alma reflejaba el cielo; que su palabra era inspirada y sus


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mandatos eran divinos; que Dios hablaba por su boca; que su
vida era tranquila como la vida inmortal, y su muerte dulce como
el sueño de los ángeles; que debia tener altares, holocáustos, in-
ciensos; que desde el principio de los tiempos habia sido su fa-
milia destinada al poder, como los esclavos, malditos engendros
de las tinieblas y de la noche, habian sido destinados por su mal
para la servidumbre; y así levantaban á los tronos y á los altare:;
dioses, que bien pronto se convertían en bestias.


Mas en ese derecho divino de los reyes no pueden creer los
tiempos modernos, porque lo han visto nacer, lo han visto vivir,


. lo han visto morir, y morir en un cadalso. i Derecho divino, en-
gendro de jurisconsultos aduladores, de sacerdotes regalistas, de
filósofos teológicos, de pueblos anhelantes de servidumbre! ¡ De-
recho divino, el que dependia muchas veces de la indigestion Je
un rey, de la voluntad de una prostituta 1 ¡ Derecho divino, el
poder que arrastraba Madame Dubarry por las mancebías de
Paris! ¡Derecho divino, el númen que movia á Cárlos IX á ase-
sinar vilmente á su pueblo! ¡ De derecho divino la codicia de
Luis XI, la liviandad de Francisco 1, la crueldad de Felipe 11, la
impureza de Luis XV, pasiones que fuel'On otros tantos nÍlmenes
del gobierno de estos reyes! ¡ Oh! nunca, nunca, desde el princi-
pio de los tiempos, no se ha escupido una blasfemia más horrible
á la f('ente del Eterno, ni la blasfemia de Satanás.


Las consecuencias de la idea del derecho divino son bien cier-
tas, bien manifiestas. Si el reyes de derecho divino, el rey re-
presenta á Dios en la tierra; si representa á Dios, su voluntad no
puede querer el mal, ni su inteligencia el error, y solo á Dios
debe dar cuenta estrecha de sus acciones, de sus ideas; por con-
siguiente, el vasallo no puede ni debe intervenir en el gobierno
del rey, ni quejarse de sus detel'minaciones; porque la voluntad
del reyes el supremo código del pueblo.


Así" el poder absoluto, apenas habia tenido la corona, fué to-
cado de impotencia. Murieron nuestras Córtes, que tantos dias de
gloria dieron á la nacion española; el municipio, el gran soldado




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tle la reconquista, arrolló su bandera y quebró sus armas; el
pueblo conquistador, el pueblo aventurero, fué disperso y roto en
mar y tierra; la miseria enflaqueció los cuerpos, la ignorancia
las almas; los cánticos populares se perdieron, y el pueblo autor
del Romancero solo supo balbucear los infames romances vulga-
res, signo de su envilecimiento; la literatura se tornó cortesana ,
la leng'ua alambicada, la filosofía sofística; y para que nada ral-
Lase á nuestra desgracia, gobiernos estranjel'os, creyéndonos im-
potentes como al \lLtimo vástago de la casa de Austria, pensaron
en dividirse corno vil presa la gran Nacion española.


III.


El absolutismo padece hoy una gran desgracia y sufre un tre-
mendo castigo. Es un mal que la descomposicion de los cadáveres
haya de causar horror á la. vista, asco al estómago. ~l cadáver
del absolutismo se descompone en presencia de todos, que quisié-
ramos verle reposar tranquilo en las tumbas de bronce, en los
panteones de mármol que le ha levantado la memoria de las na-
oiones. La descomposicion de esa forma de gobierno se conoce
hoy en el mundo por ese sistema absUl'do, incalificable, que sus
mismos manLenedores no entienden, y que se llama neo-catolicis-
mo. Para impugnar este sistema basta referir todos sus errores.
Proclama que el progreso es mentira; que desde el siglo XVI Dios
ha abandonado de su mano el mundo, precipitándolo en abismos
pavorosos; que la razon y el absurdo se aman con amor invenci-
ble; que la Edad Media con sus castillos feudales, sus guerras
contínuas, su malestar gocial, era una edad paradisáica y lumi-
nosa; que el hombre ha decaido desde que es libre; que la socie-
dad ha enfermado desde que no es ya esclava; que aquellas leyes
sociales, destinadas á reunir toda la riqueza en los conventos y en
las iglesias) eran leyes verdaderamente cristianas; y que, para




20


volver á nuestra pristina pureza, debemos volver á principios del
siglo XVI, reparar· el castillo gótico arruinado, encerrar al sier-
vo en la gleba, apagar la luz que irradia la naturaleza, detener
el vuelo del espíritu, quebrar la gran maza del Hércules de la
verdad, la imprenta; macerar el cuerpo robusto de la civilizacion,
la industria; arrancar la libertad, que es la verdadera alma de
este nuestro siglo.


Examinad una por una las proposiciones de los neo-católicos, y
echaréis de ver que todas son igualmente absurdas. La ra7.0n es
débil y no puede alcanzar la ciencia, dicen. El sentido comun re-
chaza esta proposicion. El único criterio aplicable á la ciencia es
el criterio humano, y el criterio humano es la razono La religion
no puede ser sentida sino por la fé; pero la ciencia no puede se¡'
alcanzada sino por el raciocinio. Si destrUÍs la razon , destruís la
base de toda certidumbre, arrancais la raiz de toda verdad. Des-
pues de llamaros católicos, negais con el cora7.0n ese mismo Dios
que saludais con los labios. Para el que no cree en la razon, la
ciencia es como una larga procesion de espectros, y el mundo
como una ilusion engañosa. La razan solo nos da la raza n de
las cosas. Mas el neo-católico, para contestar á estas afirma-'
ciones, dice: Sois racionalistas, no hay más que hablar; sois ra-
cionalistas. En este sentido lo eran San Pablo, San Agustin, San-
to Tomás, Mallebranche, Fenelon. Pero el neo-católico, paru
preservarse del contagio, dice, murmurando palabras de S11 maes-
tro: La razon y el absurdo se aman con amor invencible. Yestu
es toda su afirmacion filosófica.


¿ y su afirmacion religiosa? Divina religion cristiana, manan-
tial de nuestros consuelos, paño de nuestras lágrimas, númen de
todas nuestras virtudes, fuente de inspiracion pam el artista; tú,
que has engendrado tantos espíritus valerosos y libres y fuertes;
tú, que has derramado flores llenas de los aromas del cielo en el
camino de los pobres y de los afligidos; tú, que has bajado resplun-
deciente de luz y de hermosura al negro calabozo donde gemian
los esclavos, y has roto para siempre sus cadenas; tú, que has ali-




21
mentado con el pan de la vida á tantas generaciones al pié de los
altares; tú, la casta musa del alma inspirada del Dante; tú, que
pronunciaste por vez primera desde la sonrosada nube que te lle-
vaba al ciélo, la palabra « libertad»; tú, que has despertado en el
corazon humano el sentimiento de un ideal infinito, que se dilata
hasta la eternidad; tú, divina religion, protectora del hombre desde
la cuna hasta el sepulcro, perdona á los que te hacen cómplice de
todas las tiranías, fiel aliada de todos los tiranos, sancion de todos
sus errores, velo de todas sus faltas; perdónalos, como perdona-
ba en su agonía tu divino autor á los mismos que lo escarnecian y
lo crucificaban.


y si tal es su afirmacion religiosa, ¿ cóm0 será su afirmacion
histórica? El mundo, dicen, ha retrocedido; la revolucion francesa
os el triunfo de Satanás sobre Dios; la Providencia ha abandonado
á la historia; el absolutismo era el dulce y cariñoso padre de los pue-
blos; el castillo feudal era el hogar de todas las virtudes; el pue-
hlo esclavo, atado al carro de los reyes, era feliz; en el mundo
triunfará siempre el mal sobre el bien, como la serpiente triunfó
en el Paraiso, y Barrabás fué preferido á Jesucristo. Y despues,
para concluir esta pintura, esclaman: El ángel del Apocalipsis ha
venido; señales pavorosas manchan el cielo; la tierra tiembla, y
se acel'ca el fin del mundo. lIaceis bien, sí, en desesperaros, en
oreer que el mundo, que huye en su triunfal carrera de vuestras
plantas, va á concluirse; porque solo concluyéndose el mundo po-
drá triunfar vuestra doctrina.


IV.


Los tiempos que COlTen son tl'istes como la incel'tidnmbre, pa-
VOl'OSOS como la guerra. Hay en algunos entendimientos aran pOi'
palpar sombras, y en algunos corazones amor á la muerte. Los
partidos que más vida han gozado, tienen por instinto supremo




22
el instinto del suicidio. Para vivir buscan todo lo que la civiliza~
cion ha matado, y matan todo lo que la civilizacion vivifica. El
principio vivificador de esta civilizacion es la libertad, y no hay
injuria que no hayan escupido nuestros sofistas á la libertad; el
principio destrozado por la civilizacion es el privilegio, y no hay
esfuerzo que no haJan intentado para resucitar el privilegio.


En una ocasion solemne -hemos visto á los plebeyos dirigirse
con respeto al panteon de lo pasado y evocar la sombra de laaris-
tocracia. En nuestro asombro hemos preguntado, si aquellos hom-
bres eran españoles, si aquellos hombres eran monárquicos, y
nos han dicho que sí , y se ha cubierto de vergüenza nuestro ros-
tro, de dolor nuestro corazon. ¡ Españoles! y olvidan que la ley
de nuestra historia es el conUnuo abatimiento de la aristocracia;
porque siempre que en nuestl'a histol'ia se abate la aristocracia,
se exalta la justicia. I Monárquicos! é invocan el nombre de Sau
Fernando, de Alonso X, de Isabel la Católica, uniéndoles á los
nombres de los nobles.


Tended la vista por el mundo, y do quier haya dominado una
aristocracia, encontraréis un desierto poblado de esclavos. Tres
grandes aristocracias ha habido en el mundo moderno: la aristo-
cracia mel'cantil de Venecia, la aristocracia caballeresca de Polo-
nia, la aristocracia guerrera de Hungría. Venecia maniatada su-
fre que el ág'uila de los emperadores austriacos le arranque las
entrañas, como el cueno de Júpiter al gigante Prometeo. Polonia,
¡ oh ! no se puede hablar de Polonia, sin que vengan las lágrimas
á los ojos; Polonia ha sido descuartizada impiamente, y sus lme-
sos repartidos entre los déspotas, como se reparten los chacales una
presa. Hungría, ¡ ay! Hungría, que detuvo con su cruz y su es-
pada, como Polonia, á los turcos, es hoy, el escabel de sus ene"':
migos, y en sus montañas no resuena el canto de la libertad, sino
el ruido de las cadenas. Todas han sido grandes, pero todas han
sido desgraciadas; y todas han sido desgraciadas, porque todas han
sido aristocráticas.


Mas oimos una voz !fue nos dice: ¿ r la Illg'laterra? Contesta-




23


rémos. La aristocracia ha tenido su tiempo, como todas las insti-
tuciones humanas. El Oriente se hubiera perdido sin sus grandes
aristocracias sacerdotales; y el mundo moderno se hubiera perdi-
do en la Edad Media sin sus grandes aristocracias guerreras. Mas,
cuando cesó la hora de la guerra, cesó tambien la hora de la aris-
tocracia. Así, desde el siglo XVI los grandes rivales de los reyes,
los señores de los castillos, fueron criados de los reyes, domésti-
cos de su palacio. Y la descomposicion de todas las aristocracias
ha alcanzado tambien á la aristocracia ing'lesa. Esta aristocracia
tenia cuatro grandes privilegios: el privilegio religioso, pOI' la in-
tolerancia de su iglesia; el privilegio económico, pOI' el monopolio
de todas las rentas; el privilt'!iio político, por el feudalismo del
sufragio, pegado como el castiilo 3eñorial ¡í, la tierra; el privilegio
administmtivo, por la exclusiva poses ion de todos los altos des-
tinos públicos. Mirad atónitos y pasmados cómo se desploma esa
aristocl'acia, na pel'dido sus privilegios religiQsos , con la emanci-
pacion de los católicos; ha perdido sus privilegios económicos, por
la ley de cereales; ha perdido sus privilegios políticos, por la re-
forma electoral; pierde hoy sus privilegios administrativos, y per-
derá mañana sus pl'ivilegios sociales. Cada paso que da Inglater-
ra hácia la libertad y el progreso, es un paso que la aleja Je Sil
al'istocracia i y cada paso que la aleja de su aristocmcia , es un paso
que la acerca ¡í, la humanidad.


La aristocracia descansa sobre tres grandes errores: sobl'e un
error filosófico, sobre un error económico, sobre un errol' social. El
el'rol' filosófico consiste en que es imposible creer en la aristocl'acia
sin admitir que la virtud, el genio y el talento son hereditarios, lo
cual es opuesto á la lihel'tad humana y á la justicia divina. El er-
,'01' económico consiste en que es imposible admitir las al'istocra-
cias sin admitir las vinculaciones, y es imposible admitir las vin-
culacionos sin amortizar, y poI' consiguiente, falseal' la propiedad.
El error social consiste en que, como es imposible admitir la al'is-
tocracia sin admitir las vinculaciones, tambien es imposible admi-
tir las vinculaciones sin admitir 01 privilegio dentro de la familia,




24
el privilegio de un hermano sobre los demas hermanos, y la ne-
cesidad de que el padre ¡ oh injusticia 1 deje á todos sus hijos en
el mundo pobres para dejar á uno solo poderoso y rico.


Si la aristocracia en todo el mundo decae, en España ha
muerto despues de una vida tempestuosa y triste. En el inmenso
y hermosísimo campo de nuestra historia nacional descuellan cinco
grandes reyes, Alfonso VIII el de las Navas, San Fernando, Al-
fonso X, Alfonso XI y Doña Isabel la Católica. Alfonso VIII es gran-
de, no solo por sus hazañas pasmosas, sino por habel' obligado á la
nobleza á escribir su derecho consuútudinario, lo cual equivalia á
herirlo en el corazon, porque un derecho escrito, aunque sea in-
justo y cruel, ya no es tiránico. San Fernando es querido, no solo
porque conquistó á Córdoba y á Sevilla, sino porque conquistó las
Córtes para los plebeyos, la propiedad para los municipios; es gran-
de, no solo porque venció á los muslimes, sino porque dominó á
los nobles. Alfonso X, débil por su carácter, es fuerte por su idea;
dejó flaco á su pueblo, pero agotó sus fuerzas escribiendo el ideal
de una revolucion contra el feudalismo. Alonso XI fué la. voluntad
y la fuerza que le faltó á" Alonso X, como lo atestigua el Orde-
namiento de Alcalá. Isabel la Católica es grande, es querida, es
popular, porque fué fuerte contra los fuertes, poderosa sobre todos
los poderosos, y con una mano acabó la obra de nuestra nacio-
nalidad, la destruccion de los árabes, y con la otra acabó la obra
de nuestra politica, la destruccion de la nobleza. Si me negais
esto, negad nuestra literatura, que lo cuenta; destruid nuestros
monumentos, que lo testifican; ahogad la voz de nuestra historia,
que lo dirá miéntras dure la sucesion de los siglos. ¡ Resucitar la
aristocracia I ¿ Quién os ha dado poder para despertar de su sepul-
cro á los muertos?


v.
¿ Qué partido pretende en España resucitar la nobleza, qué


partido? ¿ Es, por ventura, el pUI,tirlo realista? No, porque esta




gran fraccion dcl pueblo español, pOI' su orígen, por sus tenden-
cias, má~ bien es popular que nobiliaria. El partido restauradO!'
es hoy aqui el partido moderado. Desconociendo el espíritu del si-
glo , olvidando sus timbres y su orígen revolucionario, ha puesto
su empeño en levantar piedra á piedra el edificio que habia des-
truido la revolucion, que habia soterrado la Providencia. Desde
que sobre el despedazado trono de Francia se ha erguido un Cé-
sal', condensando en su frente el pensamiento de la revolucion
social, el partido moderado, estranjero por su orígen, estranjero
por su doctrina, estranjel'o por su índole, anda pidiendo un Cé-
sal', cuando los Césares solo pueden levantarse en alas de gran-
des revoluciones, cuando los Césares siempre han sido el azote,
la cuchilla de las pequeñas oligarquias , y no es más que una oli-
garquia el partido moderado.


No hay nada más curioso que la, confesion pública del partido
moderado y las penitenciail que hoy se impone. La sociedad mo-
derna, dice, está desmoralizada, completamente desmoralizada.
Es verdaLl; mas al mismo tiempo debia decir: Yo he corrompido
las conciencias, yo he envenenado los corazones; do quier ha
amanecido un alma pura, allí he ido yo con mis reclamos á empa-
ñarla ; do quier ha resonado el eco de un corazon fuerte, allí he
ido yo con mis ofertas á pudrirlo; y no contento con corromper las
conoiencias, los individuos, he corrompido la nacion entera, ofre-
ciendo pOI' oro el derecho, por oro el sufragio, por oro la libertad
de escribir, por oro la dignidad humana. He arrojado semilla de
maldicioll, y recojo frutos de muerte. Y ahora pretendo curar el
mal, aumentándolo con la perversidad de los remedios, los cuales
solo dan de si el peor de los escepticismos, el escepticismo político.


En verdad, el escepticismo es la consecuencia más lógica de la
doctrina moderada. No es una afirmacion poderosa y grande como
todas las afirmaciones; es una negacion estéril como todas las ne-
gacion~s. Cuando la escuela antigua con voz severa llama al
partido moderado y le dice: « ven, adora mi derecho divino, )) el
partido moderado es clama : « no, no puedo ir, porque yo perte-


4




26
nezco á la revolucion.)) Cuando la revolucion con su voz de true ..
no le llama y dice: «( ven y adora los derechos populares, )) el par-
tido moderado esclama: (1 no puede ser, porque yo pertenezco á la
antigua sociedad.)) Amigo de todos, á todos ha hecho traicion.En
el dia de las grandes tribulaciones de los antiguos principios, los
ha dejado naufragar, sin dolor; y en el dia en que han salido de
madre las nuevas ideas, se ha dejado arrastrar por la impetuo·
sa corriente. Como nada afirma, nada cree; y como nada cree,
ha arrancado sus dos alas al espíritu, el sentimiento y la' idea.


El partido moderado no puede estar unido, porque no tiene el
lazo poderoso de una idea; no puede estar unido, porque no tiene
el lazo poderoso de un sentimiento. Las negaciones pueden man-
tener una hora de combate; pero no pueden mantener una hora de
victoria. Cuando el partido moderado combatia á la sombra de sus
negaciones, era fuerte; cuando venció, echó de ver que solo pal-
paba tinieblas. Sus repúblicos, sus oradores, sus magnates reuni-
dos quisieron hallar una doctrina, y se conflllldieron sus lenguas,
y se encontraron en una nueva Torre de Babel. Unos pedian que
se conserváran Constituciones forjadas por el partido progresista;
otros volvian con amor los ojos á la sociedad antigua, y enseña-
ban sus hacinadas reliquias á la adoracion de sus correligionarios;
aquellos ponian los ojos en la monarquía de Luis Felipe, y la co-
piaban, matando las raices de nuestra civilizacion, el municipio; és-
tos, más tarde, copiaban el imperio, destruian la tribuna, que-
brantaban la imprenta, perseguian todas las ideas nuevas, soña-
ban con las antiguas teocracias, católicos sin fé , cesaristas sin Cé-
sal'; algunos, no ya contentos con retroceder hasta el sepulcro del
absolutismo, se hundian en las tinieblas de los tiempos pasados,
é ideaban restaurar el castillo feudal, los tres antiguos brazos,
los tiempos en que ellos eran siervos de ,la gleha, sin propiedad,
sin personalidad, sin verdadera vida; y los más abandonaban su
antigua bandera y se apercibían solicitos á ofrecer incienso al
primer astro que se levantase por Oriente: que estos serán siempre
los amargos frutos del escepticismo.




27


El partido moderado, si hubiera sido sinceramente revoluciona-
rio, hubiera conservado la obra de la revolucion; si hubiera sido
sinceramente monárquico, hubiera levantado el derruido edificio
de la monarquía absoluta. En estos últimos tiempos parece como
que ha conocido su error, y ha cambiado de conducta; y siendo
sinceramente monárquico, ha retrocedido hasta encontrarse fren-
te á. frenle con la sociedad antigua. No pudiendo matar la prensa,
le ha puesto una mordaza; no osando derruir la tribuna, ha sus-
pendido sobre la tribuna una reforma; sin fuerza para realizar una
reslauraeion completa, ha desenterrado la nobleza; sin poder
para atajar la corriente de las ideas del siglo, ha intentado dete-
nedas arrojando en ellas cuerpos muertos, desorganizados, que
las nuevas ideas arrastran en sus ondas al océano del olvido. Mas
el partido moderado ha retrocedido, porque el partido liberal ha
avanzado. Ya no es un partido de conservacion, es un partido de
lucha. Eso prueba que la sociedad se escapa de sus manos,


Y la pru eba de que el partido moderado ha retrocedido, se
encuentra en las grandes afirmaciones políticas y sociales con que
una de sus parcialidades se ha engalanado últimamente. La" teo-
cracia antigua es su fórmula de gobierno. El mundo deberia per-
tenecer á los teólogos, y entre los teólogos á los místicos. En
vano la razon muestra que la teocracia es propia de pueblos
dormidos en la cuna, de pueblos niños, que necesitan para obe-
decer oir la voz de su Dios en la voz de sus imperantes; en vano
la historia enseña que, cuando los pueblos son ya viriles y robus-
tos, rompen con estraordinario esfuerzo el yugo de un gobierno
que pesa con igual pesadumbre en la voluntad y en la conciencia;
en vano la religion atestigua que su gran obra es la separacion
del poder temporal y el poder espiritual, obra de progreso, de li-
bertad, uno de los timbres más altos del Cristianismo; en vano el
sentido comun manifiesta que, separado el sacerdote del pié del
altar para perderse en la region tormentosa de la política, el fue-
go del altar se apagaria pronto y el hervidero de las pasiones hu-
manas empañaria el brillo del santuario; en vano, abriendo las




28


grandes pagmas de la epopeya de la primitiva Iglesia, les mos-
traríamos las pasmosas imágenes de San Ambrosio, de Ossio, tro-
nando desde sus sillas episcopales, combatidas por tantos huraca-
nes, contra la confusion de los poderes terrenales con los poderes
celestes; en vano diríamos que el siglo XIX, por su índole espe-
cial, por su idea madre, no puede consentir tal gobierno; todo
en vano; porque habiendo cerrado los ojos á la luz y los oidos á la
verdad, se gozan en sumirse en el polvo de las edades pasadas y
buscar la vida en el seno de la muerte.


No son ménos particulares sus afirmaciones sociales. Para la
cuestion social planteada por el siglo presente, solo guardan las
soluciones antiguas. El pueblo español era muy feliz, cuando los
conventos poseian todo su territorio, y la amortizacion secaha las
fuentes del trabajo, y las vinculaciones hacian en una misma fa-
milia á unos hermanos señores y á otros hermanos esclavos, y
el rey poseia la facultad de confiscar las tierras, segun le placía,
y los señores feudales recibian sin trabajar en sus tesoros el tra-
bajo del pobre, y en España. no habia propiedad, sí, uo habia
propiedad particular, porque los conventos, las iglesias, el rey,
los señoríos , los vínculos, se alzaban con todo el territorio espa-
ñol, con toda la riqueza. i Y estos tiempos han de ser el modelo
de nuestra regeneracion! ¡ Tan fácilmente se olvidan las lcccione~
de la historia I Abrid ese gran libro ,.y veréis á nuestros pueblos
enflaquecidos y pobres á consecuencia de tan triste estado social;
veréis en la Edad Media en las cartas pueblas esfuerzos gigantes-
cos para remediar tamaño mal; veréis en todas las Córtes , y prin-
cipalmente en las Córtes del tiempo de los Felipes, á los procma-
dores pedir con lágrimas en los ojos remedios contra la escesiva
amortizacíon; veréis que en el reinado de Cárlos JTI, todos nues-
tros filósofos, todos nuestros repúblicos, todos nuestros grandes
pensadores, levantaban su voz diciendo que España no podh sel'
rica y feliz, si no lanzaba de sí con gran esfuerzo los males que le
habian traido largos siglos de dnra servidumbre; veréis, por úl-
timo, que la revolucion liberal, mensajera de Dios, vino ú cortar




29
el árbol de aquella sociedad, porque solo daba amargos frutos de
muerte.


Vosotros, hijos de los siervos; vosotros, que en la série de los
tiempos habeis- cargado con el peso de tantas amarguras, de tan~
tos trabajos, sin hogar donde refugiaros, sin familia que os con-
solára, espuestos siempre á perecer por un mandato del señor,
que tenia el pié puesto sobre vuestras gargantas, heridos en vues-
tros derechos, degradados de la augusta personalidad que recibis-
teis del cielo; si hoy teneis propiedad, familia, derechos; si la ley
guarda con su espada vuestros hogares; si podeis dormir tran-
quilos, sin temor á que os arranque del lecho aquel clarin que lla-
maba á vuestros padl'es á guerras en que mil veces se libraha
solo el capricho de sus amos; si sois hombres, en una palabra,
lo deheis á esa libertad tan denostada hoy, tan perseguida por
los mismos á quienes ha dado el ser; lihel'tad que debeis guardar,
acrecentar y trasmitir incólume y completa á vuestros hijos,
porque es la fuente de todos vuestros bienes, la raíz de vuestra
vida.


VI.


Hna fraccion del antiguo partido conservador comprendió, con
ese instinto propio de los partidos, que su vida habia de ser pre-
eal'ia, miéntras continuase retrocediendo á lo pasado, tan sin cri-
terio y sin consejo. A la mitad del camino, reconoció el abismu
y quiso detenel'se, sin considerar que las ideas en tiempos revo-
llleionarios son huracanes, que todo lo arrancan de su asiento y lo
arrastran en su soberbio ímpetu, con fuerza muehas veces supe-
rior á la voluntad de los hombres. Así como el paso dado por los
moderados neo-absolutistas les llevó fatalmente á creer en el ré-
gimen antiguo, el paflo dado por los moderadofl neo-progresistas
debia llevarles fatalmente tambien á hL revoluciono Lo cierto e:::




30


que en esta gran descomposícion de un gran partido resultó lo que
no podia ménos de resultar, á saber: que repúblicos notables re-
trocedieron, y otros no ménos notables avanzaron, y de aquí el
partido reformista, que tendia sus brazos al absolutismo, y la
Union Liberal, que tendia sus brazos al partido progresista.


La Union Liberal nació humilde, creció soberbia, y hoy dú-
mina, si bien su dominio será transitorio, rápido. El país no ha:"
brá olvidado que allá por los años de 1844 habia en las Córtes un
partido, llamado puritano, que se proponia conservar la Consti-
tucion de 1837, como el símbolo más puro de la idea doctrinaria.
En este partido Pacheco era la oabeza, Pastor Diaz el corazon y
Serrano el brazo. Ellos eran una protesta viva contra la empeder-
nida idea doctrinaria de Pidal, contra la violencia y la intoleran-
cia mahometana de Narvaez. Por sus ideas y su conducta pare-
cían aquellos hombres destinados á fundir en el crisol de su poli-
tica los elementos conservadores del pat'tido progresista. Mas, le-
vantados desde los bancos de la oposicion al pavés del gobierno,
mostraron bien pronto que se encontraban solos, y solos en el
gobierno, donde la soledad es tan difícil. Pasaron como un me-
teoro. El resplandor que tras sí podian dejar, no era parte, no
podia serlo, á servir de guia á un nuevo partido. Entónces un
hombre, que en cualquier partido, en cualquiera donde se ha-
lle, será siempre la pasion de ese partido, abandonó el campo mo-
derado y á sus compañeros los puritanos, y se lanzó resueltamente
en las filas progresistas, pidiendo un puesto de soldado, cuando
acababa de ser jefe. Este hombre era Escosura, y mostraba con
su rápida conversion que los hombres del puritanismo llevaban en
su alma, acaso sin quererlo, una tendencia revolucionaria, hija,
si no de su voluntad, de sus ideas.


Pero la idea de union aún no habia nacido. Anduvieron los
tiempos, y vino á preponderar en el gobierno la tendencia abso-
lutista, representada por Bravo Murillo. Entónces los puritanos,
los conservadores liberal~s y los progresistas se encontraron jun-
tos en la. hora del peligro) juntos en la hora del combate. Su




3i


(Jampaña fué porfiada, su grito de guerra continuo, y en esa cam-
paña unian sus fuerzas, y en ese grito de guerra unian sus voces,
los acentos de su corazon. ¿ Por qué no hemos de estar unidos
en el dia de la victoria los que estamos unidos en el dia del com-
bate? se decian unos á otros. La revolucion de Febrero, cayendo
como una bomba á los piés de los antiguos partidos medios, les
obligaba á unirse, á confundir sus enseñas para salvarse del co-
mun naufragio. Los moderados se veian abandonados de sus hues-
tes, qne huian á todo huir, por miedo, á refugiarse bajo la ban-
dera absolutista; los liberales se veian abandonados de sus anti-
guas valerosas muchedumbres, que "orrian á todo correr, por
amor, á alistarse bajo la bandera de la democracia. En este aisla-
miento necesitaban acercarse, necesitaban confundirse.


Además, la revolucion de Febrero habia levantado un proble-
ma pavoroso, el problema social. Esta idea, como todas las ideas
nacientes, habia sido escrita con sangre en las calles de Paris. Un
terror pánico, semejante al que sobrecogió á los patricios roma-
nos cuando Spartaco sacó de sus cadenas de esclavo hierro para
defender su libertad; un terror horrible sobrecogió á los partidos
medios. Ni moderados ni progresistas tenemos, dijeron, en nues-
tro dogma palabras con que conjurar la tempestad, ideas con que
resolver el problema; aunemos nuestros esfuerzos para estinguir-
lo. ¡Insensatos! No sabian que esos grandes problemas no se re-
suelven nunca con impotentes negaciones. Y así el miedo crecia,
crecia y ahogaba á muchos espíritus. Un orador elocuente deda
en el Congreso por aquellos dias , dirigiéndose temblando ú, los in-
dividuos de la oposicion conservadora, que se apartaban del Go-
bierno: cuando llegue el día de la tribulacion, la congoja ser(l
tanta, que llamarémos hermanos áun á aquellos que son nuestra::;
adversarios políticos; entúnces os arrepentiréis, aunque tarde tal
ve~, de haber llamado enemigos á los que son vuestros hermanos! !


Y una ley que está en la esencia misma de los hechos his-
tóricos, una ley que nadie puede quebrantar, producia esta union
de los dos partidos medios. Los conservadores liberales, á medida




32


qne crecia la tendencia del Gobierno al absolutismo, iban acer-
cándose al partido progresista; los progresistas iban templando
sus ideas hasta convertirse en moderados. Ejemplo ,~vo de esto
son el nombre del Sr. Rios Rosas y el nombre del Sr. Cortirla.
El primero se perdia ya en las huestes progresistas, el segundo
en las huestes moderadas, á manera de dos ejércitos enemigos,
que al encontrarse la vanguardia del que va detrás con la reta-
guardia del que va delante, en vez de pelear se abrazan y se con-
funden y caminan unidos. Si alguna duda pudiera caber de esta
verdad, la reunion del Circo, en que Madoz y Mendizábal renun-
ciaron á la Milicia Nacional, probaria siempre que el partido pro-
gresista, viendo que las corrientes de la revolucion de Febrero
habian pasado sobre su cabeza, se vol vi a instintivamente, por
una fuerza muy superior á su voluntad, hácia el camino que lle-
vaba el partido conservador.


La tendencia del Gobierno de Bravo Murillo al absolutismo
y de las oposiciones á la libertad amenazaba un golpe de estado
ó una revoluciono El régimen constitucional, herido en lo que
tenia de monárquico por la revolucion de Febrero, y herido
en lo que tenia de liberal en el 2 de Diciembre, pasaba en toda
Europa por una de sus más grandes crisis. Como es tan dificil
de alcanzar esa alquimia que se llama eclecticismo, los que ama-
ban el régimen constitucional por lo que tenia de democrático (.
liberal, iban á producir una revolucion, cuya trascendencia no
podian medir; y los que amaban el régimen constitucional por lo
que tenia ue monárquico, iban á dar un golpe de estado, que
acaso descargarian ellos mismos sobre sus mismas cabezas. En
esto sonó en el reloj de los tiempos la revoluCÍon de lS¿;4. Entón-
ces la union Liberal se hizo hombre y se llamó O-Donnel1.


La Cnion Liberal, tan fuerte para destruir, fué Uébil, fué
impotente para ,afirmar, para crear. Su hombre, sí, el homhre
que la repre~enta, con la indiferencia pintada en el rostro y el
dolor en el corazon, se golpeó la frente para encontrar esa idea.
No existia. La Union Lihrl'al no tenia idea, no podia tenel'la. Por




33


eso el general O-Donnell es un enigma, y á estas. horas él mismo
está asombrado de sus inconsecuencias, de sus contradicciones.


El hombre que representa la Un ion Liberal con más titulos, es
O-Donnell. Frio, impasible, sin fé, sin creencias de ningun
linaje, entregállllose á la corriente de los hechos, más bien
que dominándolos; falto del poder de una gran idea, que
imprime fuerza al cO\'azon; desasosegado siempre por el ,deseo
de mandar y la resistencia á ceder á los dos bandos opuestos
que le rodean; mofándose de los partidos y sus hombres, en-
gañúndolos á todos, ora con promesas, ora con esperanzas; el
general O-Donnell es enviado por la Providencia á descomponer
los antiguos partidos; y cumpliendo con este destino providencial,
en 1834 faltó con el programa de Manzanares á los moderados,
en 1856 faltó con la disolucion de la Milicia á los progresistas,
y en 1858 acaba de faltar con la circular de Posada Herrera á la
(Jnion Liberal: i triste privilegio, en verdad, el de esos hombre,s
que vienen á representar grandes negaciones en la historia 1


El eclecticismo filosófico ha dado sus frutos, la duda, el des-
creimiento, la incertidumbre., el marasmo. Nada más grande que
ver á los partidos antiguos, que han servido á la humanidad,
agruparse en torno de una idea muerta, con la misma fé que se
agrupaban en torno de una idea viva; adorar un sepulcro con el
mismo amor con que adoraron un trono: nada más grande; pero
nada más miserable, nada más triste que ver á los partido~ medios
morir consumidos por su deseo de vivir, por su afan de mando, y
morir dejándose en el mundo desgarrada su honra y maldecida su
memoria. La Union Liberal debia, al ménos, para templar un
poco la agonía de los partidos medios, buscar un calmante á sus
dolores en el filtro de una nueva idea, de un pensamiento capaz
Je ligar las voluntades. Yo un dia crei de buena fé que la Union
Liberal habia encontrado ese pensamiento, que la Unían Liberal
tenia ya un alma que derramar en el partido que habia formado
con los esc0!llbros de todos los partidos.


Celebrábase una gran sesion en las Córtes Constituyentes. Un
5




31


diputado sostenia que los antiguos partidos continuaban vivos, sí,
vivos y robustos. Entónces vi levantarse al Sr. Rios Rosas. La du-
dosa claridad de la tarde, que penetraba por las bóvedas, teñia
de melancólica luz los objetos y agrandaba las sombras. El ora-
dor sacudió su cabeza, como el lean su melena: crispó sus ma-
nos; lanzó un suspiro semejante al anuncio de lejana tempestad;
inclinóse un poco á manera de un magnetizador, como para suje-
tar á su palabra el Congreso; abrió los labios, que vibraban ya
como una caldera de vapor pronta á estallar si no encuentra respi-
ro; y lanzó sobre todos un rio de elocuencia. Sus palabras pare-
cian como el diluvio en que se anegaban todos los viejos partidos.
i Qué pintura tan verdadera y tan sombfía de sus traiciones, de
sus apostasías I En aquel momento la palabra del Sr. Ríos Rosas
pintaba, esculpia sus ideas. Todos veíamos pasar ante nuestros
ojos asombrados los viejos partidos, como ciertos condenados del
infierno del Dante, con la pesada capa de plomo sobre las espaldas,
la duda mordiéndoles la frente, el desengaño atenaceándoles el
COl'azon. La idea del Sr. Rios parecia el rayo del cielo que los preci-
pitaba en el polvo. La Union Liberal mostró en el Congreso que
tenia gran inteligencia para negar, como habia demostrado en los
campos de batalla que tenia. gran fuerza para destruir. Mas no ha
pasado aún del período critico al periodo dogmático, no ha pasa-
do aún de las negaciones á la afirmacion.


Meditemos un poco, para concluir, sobre la naturaleza de la
Union Liberal. No soy de los que creen que la Union Liberal es
un sueño hijo de la fantasía de ciertos hombres. Nunca he sido
partidario del sistema que quiere dar á grandes hechos históricos
pequeñas causas; nunca he creido que un vaso de agua fuera
la causa de una guerra tremenda entre dos naciones. La Ullion
Liberal ha nacido y vive por razones eficaces, poderosas, gran-
des. Los antiguos partidos han visto el crecimiento, la fuer-
za que han tomado los dos grandes partidos, que son los po-
los de todo el movimiento de la civilizacion moderna; y temerosos
de vel' arrastrados sus penates, destruidas sus ideas, se acercan,





35


se confunden, unen sus enseñas, como en Roma se unian los ca-
balleros y los patricios, cuando aparecia aquella revolucion so-
cial, que tuvo sus profetas en los Gracos, sus soldados en Mario
y Catilina, su idea en César.


Pero ¿ qué es la Union Liberal? La Union Liberal, ó no es nada,
ó es la destruccion de los dos antiguos partidos y la formacion de uno
nuevo compuesto de huestes de los antiguos. Pues bien, yo digo
que la Union Liberal se realiza, que la Union Liberal se realizará,
á despecho de los progresistas y de los moderados que quieran
permanecer fieles á sus antiguas banderas. Mas la Union Liberal,
¿ sabeis lo que es, sabeis lo que significa? Pues significa, es, la
destruccion completa, el aniquilamiento del régimen parlamenta-
rio. Sí, el régimen constitucional es un pacto, y nada más que
un pacto; ó si os parece mejor, un contrato, y nada más que un
contrato. Es un pacto entre la idea absolutista, la idea monár-
quica, y la idea liberal, la idea democrática. Esto pacto ha naci-
do del estado de los ánimos, que no tienen fé bastante para creer
en lo pasado, ni arrojo bastante para fiarse á lo porvenir. Y cuan-
do los ánimos andan en la incertidumbre, es muy fácil que cam-
bien á cada momento de opinion y de rumbo. Hay épocas en los
gobiernos constitucionales, en que el ánimo de las gentes se in-
clina á la autoridad, á la monarquía, á la paz. En estos tiempos,
el partido moderado se levanta y dice á la opinion: «yo te daré au-
toridad, monarquía y paz.)) Hay otras épocas, en que la indecisa
opinion se inclina á la libertad, al progreso, á la revolucion, y el
partido progresista le da, en cuanto puede, todos estos elemen':"
tos. Así, cuando la opinion se inclina á lo pasado, el partido con-
servador evita que caigan los pueblos en el absolutismo; y cuando
se inclinan á lo porvenir, el partido progresista evita que vayan á
dar en la democracia. Mas quitad estos dos términos, formad con
ellos un solo partido, y habiendo quitado las dos fuerzas centrípe-
da y centrifuga del régimen constitucional, cuando la opinion se
incline á lo pasado, irá á dar en el absolutismo; cuando se incline
á lo porvenir, entrará triunfante en el campo de la democracia.




36


La Uniontan decantada es la muerte de los antigum partidos. Se
acercan para abrazarse, y se abrazan para morir unidos. Pero la·
muerte de los dos partidos, no lo dudeis, es la muerte del sistema.


VII.


Por fin me encuentro con dolor frente á frente del partido pro-
grMista. En pocas ocasiones de mi vida he sentioo una mezcla
más penosa de amor y odio, de santa fé y pavorosa duda. Antiguo
partido progresista, yo te saludo como el hijo saluda la memoria
de su padre; yo te deseo un eterno y tranquilo reposo, y en pre-
mio de tu penosa vida, el recuerdo, la gratitud oe tooos los bue-
nos. Nunca jamás olvidarémos nosotros, los hijos del siglo XIX,
tus grandes, tus preclaros servicios, antiguo partido progresista.
Ardía la inquisicion; sus hogueras manchaban con su humo el
pensumiento humano, cuando no lo consumian en sus llamas; al-
zaste tú la frente, hijo predilecto de la revolucion , y con tu alien-
to sobrehumano apagaste las hogueras y encendiste en el alma oel
hombre el fuego divino de la libertad. El absolutismo pesaba so-
bl'e todos eomo una coyunda, como una cadena; nuestros padres
eran juguete de la ambician de un favorito y sus cortesanos; ha-
blaste tú, y el absolutismo se quebrantó como la estátua de bar-
ro que soñó el Profeta. Sobre nuestros labradores pesaban los se-
ñoríos; el fruto de la propiedad y del trabajo era para los mag-
nates; viniste tú, y con mano poderosa arrancaste hasta las raices
del feudalismo. Pesaban sobre la industria mil trabas, sobre la
propiedad mil gabelas, sobre el comercio la tasa, y tú acabaste
con las trabas " las gabelas y la tasa. El municipio yacia en el
suelo, despojado de su poder; falto de su sá via; no se acogían á su
sombra ya los pueblos, bien hallarlos con su dura servidumbre; pero
tú levantaste de nuevo el mllnicípio. El pueblo español, fuera de
la vida política, vivia bien j el desgraeiado 1 en la gemmonía de




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los esclavos; pero tú le alzaste, le infundiste un soplo de nueva
vida, le armaste con la santa idea de sus derechos. Andaba el
gobierno á merced solo de la voluntad de un hombre, y tú pusis-
te el gobierno en la ley, escribiendo entre las ráfagas de la tem-
pestad el Código inmortal de 1812. La elocuencia habia enmude-
cido, la literatura estaba moribunda; subiste á la tribuna, á la
gran tribuna, que las olas del Océano arrullaban como los ecos de
una gran música, y pasmaste al mundo con tu elocuencia; y des-
pues cogiste la rota lira de nuestros padres, y brotaron bajo tus
dedos á torrentes cánticos divinos consagrados á la libertad y á la
patria. No teníamos ni siquiera espacio donde fijar la planta; el
estranjero nos habia robado el hogar, habia despojado nuestros
templos, nos habia vencido y humillado por falsías, creyéndonos
pueblo indigno de ser sometido por la guerra; y tú, tú , viejo par-
tido progresista, con una mano escribias los códigos venerados
de la libertad, y con la otra der!'ibabas en el polvo, auxiliando á
todo el pueblo español, las huestes enemigas, que huyeron aver-
gonzadas, ocultando sus frentes sobrecargadas de laureles, sin
honor y sin bandera; porque todo lo dejaron en el altar de nues-
tra patria. Tú eras legislador COffiO Solon, guerrero como TemÍs-
tocles, poeta como Tirteo. Y tenias al mismo tiempo algo que vale
más que el genio, más que el valor, más que la inspi!'acion: te-
nias una vi!'tud tan a!'raigada, una moralidad tan estóica, una
fé tan viva, que nada pudieron contra tí todos los reveses, todos
los dolores, todas las amarguras, y lo que es más difícil de resis-
ti!' aún, todas las seducciones del mundo, soldado generoso de la
libertad.


Cuando acabó la hora de legislar, la ho!'a de combatir, y co-
menzó la hora de padece!', ¿quién te escedió en padecimientos,
má!'tir de la libertad? Tü habias dado al rey un trono, y el rey
te dió un cadalso.' Tú habias dado al pueblo libertad, y el pueblo,
por ignorancia, te encenó en hondos calabozos. Tú habias de-
vuelto su independencia á la patria, y no encontraste un asilo en
la patria, ni áun el asilo que la tierra concede á. las mismas fip¡,.




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ras. Tú habias grabado en la frente del hombre la idea del dere-
cho, y no encontraste compasion en el hombre.


I Cuántas veces hemos oido desde la infancia contar las amar-
·guras, las penalidades infinitas.de esos tribunos, su largo y tris-
tísimo Calvario! Perseguidos, dispersos, heridos en su honra, en
su familia; condenados al presidio como facinerosos, á la horca
como asesinos ; sin hogar, sin serIes dado ver la madre patria;
arrostrando todo linaje de miserias, hambrientos, enfermos por
las calles de estrañas ciudades, rodeados de amarguras inenarra-
bies, aquellos hombres, verdaderamente justos, verdaderamente
liberales, nunca sintieron ni flaquear el corazon, ni vacilar la in-
teligencia, y enseñaron á sus hijos, nacidos en el destierro, en la
emigracion, con fé sobrehumana, á idolatrar la patria que no po-
dian ver, á seguir la liberdad que habia hecho su desgracia; fé
santísima, fé que es un don del cielo reservado para los escogidos,
fé. propia de los mártires.


y decid me : estos hombres, que apagaron las hogueras de la
inquisicion, que dieron libertad al pensamiento, que levantaron la
frente del pueblo, ¿ qué eran? Eran demócratas. ¿ Qué fué su ve-
nerable Código? Una Constitucion democrática. Ellos establecian
la soberanía de la nacion, su autonomía, su independencia; la san-
tidad inviolable .del hogar doméstico, la igualdad ante la ley, la
libertad del pensamiento, la abolicion de "todo privilegio. de cas-
ta ó de familia, el sufragio universal, la instruccion del pueblo,
la Cámara única, la libertad de la provincia, la independencia del
municipio dentro de su esfera; en una palabra, el gérmen de to-
dos los de techos , de todas las ideas que son hoy el símbolo de la
democracia; y si no llegaron á otros principios más generales ó más
altos de la democracia, fué, no por falta desu amor ála verdadera,
á la santa libertad, sino por el estado de los ánimos y el influjo de
los acontecimientos. Pero ellos eran demócratas, y dejaron escri-
to· en la conciencia del pueblo un Código que el pueblo invoca
siempre en sus amarguras, un recuerdo que el pueblo adora siem-
pre , un nombre que se repite de generacion en generacion, una




39


idea verdaderamente democrática, á cuyo impulso laten de gozo
los corazones, la Constitucion de 1812.


Mas I qué fatalidad tan grande I Cuando más tarde el partido
progresista fué llamado á reformar esa Constitucion, se olvidó de
ella y la rasgó página por página, sustituyéndole la Constitucion
de 1837. I Qué amarga decepcion! La soberanía del pueblo fué
relegada al preámbulo de la Constitucion, y arrancada de sus ~r­
ticulos, como perjudicial y dañosa; la libertad de la prensa fué
entregada al oro corruptor; el sufragio universal fué reemplazado
por el censo; el jurado exislió ~scrito, pero no realizado; la li-
bertad fué mutilada, si, y mutilada por los que. se llamaban hijos
y herederos de los gloriosos legisladores de Cádiz. ¡ Situacion es-
traordinaria la del partido progresista! A una avenencia difícil,
imposible, con el partido moderado sacrificó todas sus ideas, to-
das sus glorias, y entregó el alma vilmante al Pontifice doctrina-
rio que á la sazon reinaba en Paris. Podia haber consultado el
espíritu nacional, que está impregnado de democracia, y no ha-
berse ido á postl'ar de hinojos ante una escuela que será eterna-
mente estranjera en nuestra patria. Podia haber sido fiel á su
nombre de progresista, y haberse movido Mcia la realizacion de
la verdadera justicia, [hermanada por lazo indisoluble con la ver-
dadera libertad; pero prefirió saludar el astro que estaba en su
zenit, oir la voz de los que se llamaban defensoros de la suprema
inteligencia, y bien pronto echó de ver que se habia engañado,
que no habia esperanza, que su Constitucion, árbol doctrinario,
daba de si frutos doctrinarios, es decir, que por sus leyes electo-
rales, por sus leyes de imprenta, por sus leyes políticas subieron
como por un camino desembarazado al poder los moderados, sus
eternos enemigos.


El partido progresista, que se habia arrancado por sus propias
manos las flores de su corona, que habia prestado el cuello a~ sa-
crificio, como aquella hermosa virgen griega que arrojaba sus jo-
yas y sus laureles y su propio cuerpo á las llamas; el partido pro-
gresista, que habia pisoteado todos sus principios políticos, 'cuando


t




40


vió que el partido moderado pisoteaba sus principios administra-
tivos, se indignó, y encendió la tea r~volucionaria, apelando á
una insurreccion en las calles, cuando habia rehuido hacer una
revolucion más grande, más serena, más provechosa, más pacIfi-
ca, en el templo de las leyes, ahoí'rando así á la nacion convulsio-
nes siempre dolorosas.


Realizada una revolucion, subió al poder un hombre cuya
significacion será siempre enigmática, un hombre cuya populari-
dad es igual á su impotencia. Ese hombre, que fUé, un tiempo,
moderado, pasó á representar , á encarnar el partido progresista;
ese hombre, que habia realizado la anhelada paz, fué símbolo de
la revolucion, bandera de la revolucion, dueño de la revoluciono
Sus calidades personales son difíciles de examinar, por lo mismo
que casi todas son negativas. Espartero no es la idea, no es el
sentimiento de la revolucion; es su instinto, y como el instinto es
ciego, y como el instinto es torpe. Así toma el ruido .de In. revolu-
cion por la obra de la revolucion, y cree que el pueblo es feliz
cuando mil voces aclaman á Espartero, cuando la Milicia Nacional
le saluda, cuando las ciudades se engalanan para recibirle, cuan-
do el entusiasmo y la pasion estallan por todas partes y en c:in-
ticos guerreros suben, poblando los aires, hasta el cielo.


El pueblo le ha amado, y en ese amor ha habido una razan.: le
ha amado, porque era, como el pueblo, sencillo; le ha amado, por-
que, nacido de las entrañas del pueblo, se habia levantado por su
propio esfuerzo hasta humillar los más altos poderos; le ha ama-
do , por una razon de sentimiento noble y generosa, porque en el
poder ha sabido conservar la honradez y hasta la ignorancia del
campesino, la sobriedad y hasta la franqueza del soldado.


Espartero tiene algo que seduce: en el poder parece un ciu~
dadano modesto, y fuera del poder un príncipe destronado. Cuan-
do manda, manifiesta gran deseo de volver á la vida privada; y
cuando está en la vida privada, oculta sigilosamente Sil deseo de
mandar. Tiene una cualidad muy española, ó mejor didlO, muy
árabe: cree en su estrella, y lo fia todo á la fatalidad del destino .


..




41


Ha sido muy afortunado en los juegos de azar, y no conociendo la
política, cree, como muchos que la conocen, que la política es un
juego de azar. Allá en su mente no hay una idea, ni siquiera cru-
za un pensamiento por su cerebro vacío. Y así como no hay ni una
idea en su mente, no hay ni asomo de resolucion en su pecho.
~o hace nada; pero á todo está dispuesto, con tal que todo se lo
den hecho. Es necesario matarse por él, Y despues ir á buscarlo,
para que se aproveche de la victoria y la malogre. Él hubiera
podido encanzar la revolncion en el derecho, que es S11 gmn cáu-
ce; pagar al pueblo su amor en grandes instituciones, en gran-
des reformas; contener y aherrojar con su popula\'idad las aviesa!'
ambiciones; cegar á los partidos con el b\'illo de la gloria nacio-
nal; enviar aquellos ejércitos, quizá los primeros del mundo,
aquellos heróicos ejércitos, á la guerra santa, á la guerra patrió-
tica dol Africa; levanta\' á España de su abatimiento, haciendo Oil'
su voz poderosa en el consejo de las naciones; yasí hubiera logrado
hoy, en su vejez, la satisfaccion de la propia conciencia; y mañana,
en la po.:;teridad, los laUt'eles de la historia.


Mas para esto se necesitaba una idea, y Espa\'tero no tiene
ideas; resolncion, y Espartel'o no tiene resolncion; fuerza, y Es-
partero, por lo mismo que no tiene ni ideas ni resolucion, no
tiene fuerza. 1;:1, sin embargo, algo significa, algo representa;
porque Dios no manda nunca ciertos hombres á la tierra sin darles
UIla idea que realizar, un destino que cumplir. Dejándolo todo al
a.caso; sin pensamiento, ni en la oposicion ni en el gobierno;
pagado de sus antiguos recuerdos, y sin renunciar nunca á sus
esperanzas; ambicioso, aunque ignorando el camino por donde
llega el hombre de aliento y elevadas miras al término de sus
ambiciones, el Duque de la Victoria es la encarnacion de la fór-
mula negativa que los liberales de allende el Pil'Íneo inventaron,
tle esa fórmula de « dejad hacer, dejad pasar,}) fórmula que
le ha lIeyado como entumecida ola unas veces al Capitolio, y otras
lo ha derribado como una ráfaga de pavoroso huracan en los
abismos. Dejémosle reposar en paz; su nombre será funesto siern-


6




<12


pre en la historia de nuestras combatidas libertades. Quiera el
cielo que no le veamos aparecer nunca por los horizontes del
gobierno; pues al brillar y al apagarse ha sido siempre como
un sangriento cometa, sin dejar en pos de sí nada más que
ruinas.


En este periodo de tiempo, el partido progresista nada pro-
gresó. Gastó su ticmpo en luchas infecundas, en vergonzosas
recriminaciones. La lucha fué tanto más triste, cuanto que era
resultado, no de ideas, y sí de pas¡'ones mur:has veces odiosas. La
violencia llegó á tal estremo, que los mismos progresistas es-
tendieron las manos al estranjero y llamaron en su auxilio á
sus enemigos, y sus enemigos fueron sus verdugos. Dias de luto,
dias de desolaeion siguieron; pero, fuerza es decirlo, nada arle-
lantaron los progresistas en la clec;gracia.


Por fin llegó un dia tremendo para todos los doctrinarios; el
dia del juicio universal de todas esas ideas y ¡Je su condenacion
inapelable; uno de esos di as en que la Providencia se maninesta
claramente en el tiempo y en el espacio; el dia 24 de Febrero
de 1848. EnLónces los progresistas que habian sido inneles á la ideil
democrática; los que habian enterrado la Constitllcion de 1812;
los que hilbian puesto á precio el derecho electoral; los que ha-
bian amarrado con cadenas el pensamiento á la tierra; los que
habian erigido una oligarquia en vez de un gobierno; los que
habian arrojado al pueblo ignominiosamente de lil participacion
en la vida política; aterrados de ver brillar otra vez en los aires
la idea que ellos creian enterrada pilra siempre en frio ocaso, y
temerosos de que esa idea, que subia con firme paso al trono de
la tierra, les pidiera cuenta de sus apostasías, retrocedieron es-
pantados , y demandaron asilo á los conservadores en su campo, si
no para aquel momento, porque las transiciones bruscas son im-
posibles, para más adelante, ag'uardando solo llue sonára la hora
de la reconciliacion.


Pero habia en el partido progresista, y sobre todo en sus
huestes, en sus muchedumbres, una série de hombres que, si no




43


habian abrazado una fórmula de progreso más ámplia, era porque
no ILL habian entrevisto. Estos hombres) asi que vislumbraron la
verdadera libertad, se apereibieron á peleLLr por ella. La liber-
tad habia sido el anhelo de sus corazones, la libertad la estrella
nortede sus inteligencias. Pues bien, á la libertad rindieron culto,
prestaron acatamiento, llamándose desde entónces con snnombre
natural, propio) llamándose demócratas.


LLL descomposicion del partido progresista es evidente, es pal-
pable. A veces los hombres son como ideas vivas: Cortim y Oren-
se, los dos, señalan la doble descomposicion del partido progre-
sista en sentido conservador y en sentido democrátieo. Cuando
Cortina anunció sus ideas conservadoras, pudo mirar en derredor
de si y decir: mi voz clama en el desierto. Todos le habian
abandonado. Cuando Orense, fiel á su dictado de progresista, pro-
clamó la democracia) nadie le seguia; estaba tambien solo, tam-
bien abandonado. Mas el tiempo, en el cual reside la lógica eterna
de la historia, demostró que esa doble descomposicion no provenia
del capricho de los hombres, sino de las necesidades de los tiem-
pos. y hoy la idea de Cortina es poder, y se llama Union Liberal.
y hoy la ideLL de Orense est[t orgLLnizLLda en un gran partido, y se
llama Demoeracia. PostrAos ante la Providencia, que se revela con
luz tan clara y tan divina en nuestra rnismLL historia.


Pero entre estos hombres ha quedado una fracflion que no tie-
ne razon de ser, que no tiene razan alguna de existencia: el par-
tido progresista puro. Este partido no puede progresar con sus
ideas de hoy, porque á los partidos medios les falta tiempo para
conservarse, y no piensan en progresar. Este partido, ó se sui-
eida, ó se convierte á la democracia. No tiene más remedio. Si
eree que de la Union Liberal le separan solo cuestiones de canti-
dad y no de calidad de prinflipios, debe irse á la Union Liberal.
Pero si cree que necesita progresar, debe trasformarse en parti-
do democrático. Vosotros, los que creeis en la libertad, mirad que
solo la democraeia puede dar de sí la verdadera libertad; vos-
otros, los que amais la igualdad, mirad que solo la democracia




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puede realizar la igualdad política; vosotros, que amais el pro-
greso , aoordáos de que hoy la democraoia es la FómH':LA DEL PRO-
GRESO.


VIII.
El progreso es nuestra creencia, nuestra te. El progreso es,


como ha dicho con razon un gran escritor, la fé del siglo XIX, la
gran oreencia de todos sus hijos. Do quier convirtamos los ojos,
hallarémos las señales manifiestas de las huellas que ha dejado esa,
idea divina en la conciencia y en el espacio. Sea cualquiera la pá-
gina de la historia que abramos, alli estará viva, vigorosa, como


. el aliento de todas las generaciones, como el espíritu de todos los
siglos.


En las capas de la tierra, en esas grandes lápidas, donde el
Creador ha dejado eso ritas oon caractéres indelebles las séries de
trasformaoiones que ha sufrido el globo, se ve claro, manifiesto
el progreso, que sube desde los séres infel'Íores, últimos eslabo-
nes de la cadena zoológica, hasta el hombre, cuya organizacion y
cuya inteligencia es oomo el anillo nupcial de Dios con la natu-
raleza.


En la historia el progreso es olaro, es palpable; el pária anti-
guo, maldecido de Dios y de los hombres, sin familia donde es-
playar el corazon, sin un asilo en la tierra, más dura para él que
para los brutos, á los que nunca niega una madriguera; sin espe-
ranza, porque hasta el cielo era como de bronce á sus clamores;
encorvado eternamente bajo el duro peso de su trabajo, arrastrán-
dose en el polvo, atormentado por los eslabones de su eterna ua-
dena, que iba dejando caer como un castigo, de generacion en ge-
neracion, sobre la frente de sus hijos; el pária antiguo, decia, des-
pues de haberse arrastrado por la Persia, la Fenicia, el mundu
asiático; despues de haber dormido en la gemmonía romana; des-
pues de haber guardado el oastillo feudal, y haberlo enriquecido




45


con el sudor de su trente, y mantenido con la fuerza de sus bra-
zos; despues de este largo penosísimo martirio, en que cada dia
era para el infelíz como un sorbo de hiel; hoy, merced al progre-
so, es ciudadano, tiene la propiedad de su trabajo, el amor de
su familia, puede por su esfuerzo engrandecerse sin mancilla,
vive vida activa y libre, y no tardará mucho en alcanzar la tota-
lidad de su sér , porque no ha de tardar mucho tiempo en conse-
guir la plenitud de su derecho, que le ha decretado el Eterno,
que le reconoce ya la conciencia universal del linaje humano.


y no hay que engañarse, la historia del progreso es la historia
de la libertad del hombre, y la historia de la libertad es toda la
historia humana. Buscad el hombre primitivo allá en su cuna, y
apenas lo encontraréis, ú os parecerá como una piedra perdida
en el monte, como una hoja perdida en el bosque. Mas tarde, por
las llanuras del Asia, se levanta una nube de polvo; es el hombre
(Iue pasa del estado contemplativo al estado guerrero, de la ino-
cencia á la primera juventud. Luégo los bosques crugen heridos
por el hacha, las plantas machacadas se deshilan en fibras, se
urden nuevamente en telas; es que el hombre se ha lanzado al
mar, y quiere abrazar en su seno palpitante de amor toda la tier-
ra. y como el amor es la vida, como el amor es el soplo divino
que todo lo fecunda; entre las riberas del Mediterráneo, mas lu-
eie~te qne la primer estrella .de la tarde, se levanta Grecia, coro-
nada de mirtos y de rosas, destilando la miel de la inspiracion,
rodeada de genios, como el florido arbusto en primavera de blan-
cas mariposas; y en su regazo blando y amoroso calienta la pri-
!ller aparicion de la libertad en la historia.


Pero esa libertad antigua, que si no era toda la libertad del
hombre, era al ménos la líbertad social, la libertad de ese indi-
viduo superior que se llama Estado, será conducida w los car-
ros guerreros de Roma por la tierra; y para servirla, brotarán
soldados las ciudades, lanzas los campos; y el mundo entero, tras-
formado por una lucha tremenda, perdera sus antiguas manchas;
y las naciones, como metales fundidos al calor de la guerra, iriÍ,n




46


á perderse en el crisol de la Ciudad Eterna, para formar el cuer-
po, la organizacion de una nueva humanidad.


Pero esta humanidad necesita un alma que la anime, que le
dé vida, y esa alma viene del cielo. En lo alto de un monte del
Asia, á la luz rojiza del relámpago, estremecida de terror la
tierra, el Hijo del hombre exhala su último suspiro, y en él va
envuelta la nueva idea, que va á unir todos los espíritus en la
humanidad, y la humanidad en Dios, idea de libertad, de igual~
dad, que va ú. prestar nueva vida al hombre y magestuoso im-
pulso á la corriente de los siglos\


Pero el cuerpo antiguo, la organizacion antigua, el munao
antiguo es muy estrecho para contener la hirviente alma de la
nueva civilizacion, y Roma se quiebra, y cae hecho pedazos su co-
losal poder, y se abre el polo, y de su oscuro seno salen nuevos
actores de la historia, nuevos hombres, tribus indómitas y bár-
baras, que abrasan todo lo que se ha corrompido en la tierra, para
que nI] infeste los aires, y se postran ante los desat'mados após-
toles de la nueva religion, que es el alma de la libertad, como los
bárbaros son su formidable espada. En este doloroso tránsito de un
mundo á otro mundo, parecia que el hombre y la libertad iban á
morir anegados en un gran diluvio; pero Dios arrojó roca sobre
roca en el mundo; los castillos feudlles para salvar el cuerpo de la
civilizacion, los monasterios para salvar el alma de la civilizacion,
yel mundo siguió, aunque combatido, por la carrera triunfal del
progreso en pos de la libertad. Pero allí, en las profundas entra-
ñas de la sociedad, como séres sin vida, como cuerpos sin alma,
privados de toda luz, de toda verdad, yacian los eternos mártires
lle la historia, los hijos del pueblo: la idea de progreso, que nun-
ca se eclipsa, descendió sobre la frente de tantos infelices, calentó
sus sienes, les infundió una vaga idea de derecho; y alentados de
esta suerte, fundaron el municipio, como una choza donde pudie-
r:an salvar de los rayos de los señores feudales los sagrados penates
de su primera libertad.


El privilegio, que era la base del castillo feudal y del rnunici-




47


pio y de la ciencia y del arte mismo en toda la Edad Media, debía
romperse para que el mundo caminára á la igualdad, que es co-
mo el fundamento de la libertad. Y los reyes quebrantaron el cas-
tillo feudal, y los filósofos destruyeron las antiguas escuelas, y el
espíritu de igualdad dispersó los gremios, y del seno de tantos
organismos rotos se levantó más pura, más libre la personalidad
humana. Mas el gran elemento, el gran poder que habia destro-
zado las organizaciones varias de la Edad Media, fué la monar-
quía; y la monarquía cobró un poder desmedido, llamando á sí
toda la vida social, rel1niéndola en su seno como en el centro de
toda actividad, y queriendo sustituir su poder absoluto á la vo-
luntad, á la razon y á la conciencia del hombre.


Entónces el mundo presenció un espectáculo nunca visto en
los anales de la humanidad. Los filósofos esclarecieron la concien-
cia humana, grabando en ella la idea de libertad. Los grandes
naturalistas libertaron al hombre de las preocupaciones y temores
que lo atormentaban, interpretándole los secretos de la creacion
y alejando de su camino las sombras. Los artistas buscaron los
;í,rboles de ~Iarathon y de Platea para cortar sus liras y derramar
en el corazon de los pueblos el viril sentimiento de libertad. La
industria misma forjó armas contra los poderosos, corazas para
los débiles. Los descubrimientos de la imprenta, de la brújula, del
péndulo, del telescopio, de tantos y tantos secretos, que son in-
numerables, mulliplicat'on los sentidos del hombre, encendieron
en su mente el fuego sagrado de la ciencia, lo arrebataron de este
mundo, y lo abismaron en ese inmenso cielo, donde ruedan en
conoertada y nunca interrumpida armonía maravillosos mundos,
que muestran en su luz la rica florescencia de la vida. Y como
consecuencia de este gran movimiento filosófico, artístico, cientí-
fico, industrial, que provenía del renacimiento, debía venir tam-
bien un movimiento político, y llegó, y el año de 1789 presenció
la declaracion de los derechos del hombr~, corona centelleante de
la libertad, victoria del hombre sobre todas las resistencias que se
habían opuesto á su triunfal carrera.




48
Pues bien, recorriendo con los ojos del alma este largo Cal":


vario, l qué se encuentra? El camino incesante del hombre hácia
lll. li?ertad. Pero decid, progresistas, ¿ la humanidad ha seguido
este camino sin fé y sin conciencia? ¿ La humanidad no ha teni-
do hácia el progreso nada más que un instinto ciego? ¿La huma-
nidad , para caminar hácia adelante, no ha puesto sus ojos nunca
en una idea, en una institucion, en un hombre, como el centro· de
sus aspiraciones y de sus esperanzas? ¿ La humanidad, en un a
palabra, no ha tenido nunca una fórmula de progreso? Yo no veo
progreso sin fórmula de progreso; yo no lo veo en la historia,
nunca, por más que abismo mis ojos hasta donde se estienden 10::;
últimos límites del tiempo y del espacio. El sacerdote que conver-
tia los pueblos nómadas en repúblicas ó monarquías teocráticas,
les daba un código, una fórmula de progreso, como el divino Moi-
sés á los hebreos, como el ardiente Mahoma á los árabes. El le-
gislador que deseaba civilizar las antiguas repúblicas, regulari-
zarlas, escribia al frente de su obra un ideal á que se ajustaban
los pueblos, como Solo11 escribió sus códigos, como Ser vio Tulio
sus constituciones plebeyas, como César escribia con la punta de
Sil espada los decretos sociales que cambiaban el sér de Boma y
abrian los anchos surcos donde iban á estenderse los fundamen-
tos incontrastables del Imperio.


Sin necesidad de estendernos por la historia antigua, leed nues-
tra misma historia, mirad nuestra misma civilizacion. Desde el si-
glo V, en que vienen sobre nosotros los bárbaros del Norte , hasta
el siglo VIII, en que vienen los bárbaros del Mediodia, la fórmula
del progreso político está en la Iglesia. Por eso al pié de la Iglesia
van los reyes á depositar su cetro y los guerreros á deponer su
espada; por eso los pueblos se agolpan á sus puertas, pidiéndole
con grandes clamores leyes; por eso flotan sobre todos los códigos
de aquella edad la palabra y el espíritu de la Iglesia, que educa
los bárbaros, y unge su feente con el óleo del Cristianismo, y ciñe
á sus sienes la despedazada corona del antiguo imperio. Desde el
siglo VIII hasta el siglo X, la fórmula del progreso e~ la fuerza, es




49
la guerra, es la victoria sobre los bárbaros. El señor feudal escri-
birá con la punta de su lanza, sobre su rodilla cubierta de acero,
las cartas señoriales que arrojará al pueblo como los restos de su
festin á los perros, y el señor feudal, que es el más fuerte, el
más guerrero, será tambien el más poderoso. Desde el siglo X
hasta el XIII, la fórmula del progreso está en el municipio, en las
cartas pueblas. Y el municipio llena toda la historia. Protege co-
mo el árbol pátrio el sueño de los pueblos, hace propietarios á los
humildes, arranca el suelo de las garras del águila feudal, da una
lanza al pechero, consagra su vivienda como con un santuario, lo
levanta del polvo; y despues de obrar todas estas maravillas, en-
tra en las C(¡rtes, ílclipsa todas las órdenes del Estado y presta su
vida al derecho. Desde el siglo XIII hasta el siglo XVI, la fórmula
del progreso está en los reyes, que escriben las Partidas para rea-
lizar la unidad legislativa, y precipitan en el polvo á la nobleza
para realizar la unidad social, y unen unas provincias con otras
provincias, unos pueblos con otros pueblos, unos reinos con otros
reinos, para realizar la unidad política.


Despues de esto, la fórmula del progreso es compleja, y la re-
sume la filosofia: Descartes, que proclama la independencia de la
razon humana; Kant, que enseña los limites del derecho; Rous-
seau , que despierta la conciencia de su personalidad en los pue-
bIas; Fenelon mismo, que en su lenguaje divino encierra el pre-
sentimiento de la I'evolucion; Cárlos III, Pombal, José JI, que van
estendiendo las atribuciones políticas del poder civil sobre el po"':
der religioso; todos los poetas que avivan el sentido de lo humano
en el hombre, hasta que en un día tl'emenuo, pel'o grande, la fór-
mula del progreso aparece entre rayos en la Asamblea Constitu-
yente , que dió las tablas de su derecho á. los pueblos.


Ahora bien, decidmo, progresistas, decidme, ¿ creeis que todo
progreso lleva á. la libertad? Sí. ¿ Creeís que todo pl'ogreso tiene
su fórmula? Sí. Pues entúnces, decid, ¿ cuál es hoy la fÓl'mula del
progreso? La ConsLitucion de 1856, decís, esa Constituéion que
llevais muerta en vuestras entrañas, y rlue ha de producir vuestra


7




!lO


muerte, pues el feto corrompido cancera siempre las entrañas de
:m madre. Pero examinemos bien esa Constitucion , que llamais
vuestra fórmula de progreso, y verémos que M corresponde al es-
píritu de nuestra época.


La Constitucion de 1856, tantas veces encomiada por los pro-
gresistas, se resiente de la falta de unidad y de la· incertidumbre
de las Constituyentes. Ninguna época ha sido tan contraria iÍ. la
formacion de una ley fundamental, como la época de 1854. Los
partidos estaban disueltos, y la disolucion de los partidos debia al-
canzar á los legisladores, y la disolucion ó la anarquía de ideas
de los legisladores forzosamente habia ele alcanzar á su obra. No
existia aquella homo~eneidad dc sentimientos, que existia en la
totalidad de los legisladores de Cádiz; no habia tampoco un ideal
doctrinario dó convertir los ojos, como en 1837, corno en 1845.
La Asamblea era una Asamblea discorde, indisciplinada, llena de
fé y de entusiasmo, pero que en sus graneles y supremas deter-
minaciones se dejaba llevar de la impresion del momento, que
pasa, más bien que de la eterna idea, que corre perenne en el
fondo de todos los hechos. Cuatro grandes fracciones pusieron su
mano en esa obra, que debia, como la Tone de Babel, confundir
á sus mismos arquitectos: la fra0cion doctrinaria conservadora,
representada por Rios Rosas; la fraccion doctrinaria progresista,
representada por Olózaga, fiel ú las tradiciones de '1837; la frac-
cion progresista-democrática, que representaban en la comision
los Sres. Valera y Lasala; y la fraccion democrática pura, com-
puesta de notabilísimos diputados, amigos mios mny queridos,
cuyos nombres, universalmente respetados, son uno de los mús
bellos ornamentos de aquellas indescifrables y enigmáticas CÓl'tes.


La Constitucion se resentia de este fraccionamiento: Bias Ro-
sas habia logrado fortificar el poder real dándole todos sus atribu-
tos, y en esto la Constitucion era esencialmente doctrinaria ó mo-
derada; Olózaga habia llevado á ella dos Cámaras electivas, yen
esto la Constitucion era fiel al pensamiento de 1837; Valera y
Lasala habían logrado que las Córtes no pudieran ser arbitraria-




5f


mento disueltas, que estuviesen reunidas en plazo fijo, y despues
de disueltas dejáran una comision permanente, yen esto la Consti-
tucíon seguia un nuevo rumbo, una nueva estrella, el Código
de 1812; Figueras, con su elocuencia apasionada y sentimental y
bella, habia conseguido que, plra aspirar á los má~ altos destinos
de Palacio, no fuera necesario ningun título nobiliario, ninguna
distincion de clase y categoría, y en esto el Código de 1856 era
democrático: de suerte que esa Constitucion , confusa, indescifra-
ble, que por un lado tocalla en los linderos del absolutismo y
por otro en las fronteras de la democracia; que no admitia distin-
ciones de clases, y sancionaba una especie de aristocracia débil y
tornadiza en su segunda Cámara; que proclamaba el derecho de
todos, y ponia á su lado el censo, el oro como precio del derecho;
obra sin unidad, sin armonía, sin sistema, debia venirse pronto á
tierra, falta de una idea sistemática, único fundamento que hace
imperecederas las obras de los hombres, siendo como la fuerte
roca que resiste serena al contínuo oleaje de los siglos.


Ahora bien, progresistas, ¿podeis admitir como fórmula de
progreso vuestra Constitucion, confusa, anárquica, indescifrable?
¿ Creeis que el des(¡rden puede dar nunca el órden, que el caos
puede engendrar la luz? La luz viene de Dios, y Dios es unidad,
totalidad, armonía; y las ideas para ser grandes, y las obras para
ser duraderas, dentro de sus condiciones limitadas, han de pare-
cerse como el hombre á Dios. Los pueblos no se apasionan nunca
de esos Códigos que encierran tantas discordancias. Las ideas
malas áun en una obra buena todo lo corrompen, como la fruta
podrida corrompe la fruta sana, y nunca la fruta sana cura á la
podrida, cuando están mezcladas. Vuestra Constitucion podrá ser
una bandera de guerra, y nada más; pero mirad que es muy triste
mostrar i los pueblos una bandera en el dia de la lucha, y otra ban-
dera en el dia de la victoria; porque de esos cambios viene el des-
creimiento que hoy corroe el coraZOH de vuestro desgraciado par-
tido, grande en su nacimiento y pequeño en la hora de su muerte.


¡, Teneís, por ventura, miedo á la muerte? PuM qué, ¡,no es




52


una nueva vida lo que os ofrece la Democracia? Es la sávia del
árbol jóven; es la sangre del cuerpo niño; es el sentimiento de la
juventud, animando un corazon gastado; es la flor que brota en la
rama seca de un árbol añoso. La hora de vuestra muerte ha sona-
do, porque esta es la hora de todos los partidos medios. Es en vano
que os refugieis en la Constitucion del 37, ó en la Constitucion
del 56; de todas os arroja ese ministro de Dios, que se llama el
tiempo. Tambien los moderados tienen tres ó cuatro leyes funda-
mentales, como vosotros: la Constitucion del 45, el acta adicional,
la reforma de Bravo Jlurillo , tambien las invocan en las horas de
sus grandes tribulaciones. Progresistas, escoged entre vuestra ne-
cesaria trasformacion democrática ó la muerte. La reaccion no os
mata; os mata ¡ oh dolor 1 el progreso. Abrazáos pronto, pronto,
al ideal democrático, que como un filtro puede rejuveneceros
y dar fé á vuestras almas, robustez á vuestro cuerpo, ó caed en la
huesa como corpo morto cade.


En la hora de vuestra agonía, nosotros áun os podemos en-
señar un ideal realizado, como la columna de fuego que nos
alumbra. Mirad, mirad. Al concluir la Edad Media, brillaba el
iris del renacimiento en el cielo, y la idea de libertad latía en la
conciencia del hombre. Dios conoció que una idea tan nueva. ne-
cesitaba un suelo virgen para implantarse; que un elemento tan
grande necesitaba, para estenderse y vivil', de una grandiosa natu-
raleza. Entónces el genio de Occidente, 01 genio español, abrió
sus alas, cernióse en lo infinito, y arrancó á Dios el secreto de su
nueva creacion, escondida como una perla entre las halgas del
Océano. Aquel nuevo mundo, que inadiaba electl'icidad, fllego,
vida; con sus horizontes inundados de luz, con sus montes COI'O-'
nados de nieyo y fuego, con sus bosques ceñidos de eternas guir-
naldas de flores, con sus rios caudalosos como mal'es y sus ma-
res inmensos como ciclos, debía ser el hermoso tabernáculo de la
libertad.


j Espectáculo magnífico, delante del eual es necesario doblar
la rodilla para loar <\ Dios, como la dobla el marinero cuando ve




53
levantarse centelleante el sol entre las espumosas ondas! En el
mundo de la lihertad, el hombre esculpe el derecho que Dios es-
culpió en su alma, el derecho natural, coetáneo con el espí-
ritu humano, aunque tardamente realizado en la historia. El
sufragio universal llama, congrega allí á todas las clases, for-
tifica la voluntad de los pueblos, convierte en mansas áuras lo~'
huracanes revolucionarios. La LIBERTAD' es allí, como ha di-
eho un gran escritor, el derecho de obedecer solo á la ley;
y la IGUALDAD, el derecho de obedecer todos á una misma ley,
El poder no queda en una sola mano que lo esgrima como una
espada, no se reparte en una oligarquia, que lo esplota co-
mo una mina; se estiende como el aire, como el cielo, sobre to-
dos los ciudadanos. La nacionalidad no es el hogar esclusivo, el
hogar de una sola familia, no; es el templo donde encuentran asi-
lo todas las razas, refug'io todos los desgraciados, y hermanos
todos los hombres. La personalidad humana no necesita sacrificar
ni su conciencia, ni su voluntad, ni su derecho en aeas del Es-
tado; [¡ntes el Estado es como la vivienda segura del derecho. El
puelJlo por sí se gobierna, y gobierna grandes Estados, y está en
todas partes con la rapidez de su pensamiento y la fuerza de
su brazo; y cruza de caminos de hierro el desierto, de poblaciones
tlotantes los rios, de canales los altos montes. Los ministros,
los gobernantes, elegidos por todos, toman el poder como una car~
ga y en provecho de todos lo convierten. Si elegidos por los po-
bres, tienen respeto á los ricos; y si elegidos por los ricos, tienen
la sobriedad de los pobres. Así este pueblo mereció que Dios le
cediera su rayo, como en señal de que él solo habia lo~mdo ser
en la historia el rey de la naturaleza. Pero bien pronto su idea
sacudió el viejo mundo con su electricidad; porque su idea era
universal, era humanitaria. Aquellos hombres poseianla llave del
destino, tenian la fórmula del progreso, la Democracia.


Resumamos este largo capitulo en corolarios fundamentales:
1.° El progreso es una verdad filosófica y una verdad his~


tórica.




1)1


2.° El progreso es el camino constante del hombre hácia. la
libertad.


3.0 El progreso tiene en cada edad una fórmula, que tiende
á la libertad.


4. o La fórmula que sea más liberal, esa eE; la más progresiva.
5. o La fórmula más liberal en el siglo XIX es la Democracia.


IX.
La fórmula del progreso, no hay que dudal'lo, la fórmula del


progreso es la Democracia. Mis lectores me permitirán que les
hable de mi por algunos brevísimos instantes. Un escritor, un
poeta; entusiasta, jóven, ha escrito un magnifico artículo en las
columnas de La Iberia, sobre mis lecciones del Ateneo. El poeta
se llama Cál'los Rubio, y es de todos en Espafia conocido por la
dulzura de sus versos y la inspiracion inagotable de su númen.
El poeta es amigo mio, y como amigo mio, me ha elogiado de una
manera que no merezco. Se dejó arrastrar del corazon, y el cora-
zon es un criterio muy engañoso, porque cree bueno y grande y
bello todo lo que ama. Pero el amigo de la infancia, si ha sido
benévolo con mi persona, ha sido injusto con mis ideas. Yo le hu-
biera contestado largamente en las columnas del mismo periódico
donde escribió su crítica; mas, escribiendo yo este folleto, dije:
en él encontrará, en cada una de sus páginas, en cada una de sus
palabras, una contestacion á su crítica, y una contestacion, perdó-
neme la ,inmodestia, victoriosa.


Poeta, aún recuerdo los días venturosos en que los primeros
resplandores de la inspirueion bajaban del oielo sobre tu frente.
Aún recuerdo los primeros cantos de tu lira, trémulos como cl co-
ruzon agitado por el primer amor, ¡ el corazon! que se parece en
esa edad á la flor entreabierta, arrullada por las áuras de la prima-
vera. Aún recuerdo que tu musa era la libertad, que sentias lo
que yo sentía, que amabas lo que yo amaba; IIue al leer juntos




o[)
las páginas de la historia, te indignabas contra los tiranos y te
dolias de los esclavos. Aún recuerdo que tus versos tenian el acen-
to elevado del patriotismo, y que al resonar en mi corazon, le in-
fundian el ardor, la vida del sentimiento democrático. ¿ Por qué,
te pregunto, por qué, siendo tú hoy el mismo que entónces , y pro-
fesando las mismas ideas, y teniendo los mismos sentimientos,
nos hallamos separados, tú en un bando, yo en otro bando, y sepa-
rados por insuperables abismos? Créeme, créeme. Eres jóven; tu
corazon está puro como en los dias de la infancia; tu inteligencia
es lozana; si quieres la libertad, si quieres el progreso, si amas la
dignidad humana, abrázate á la bandera de la Democracia. Al de-
cirte esto á tí, se lo digo en ti á t'1S compañeros, todos mis ami-
gos, se lo digo á toda la juventud progresista.


He dicho y repito, y repetiré mil veces, que la fórmula del
progreso es la Democracia. Mas para esponer esta fórmula, nece-
sito ahuyentar los fantasmas, las sombras que pueblan medrosa-
mente mi camino:


1.0 La Democracia, dicen sus enemigos, es contraria al
Cristianismo; proposicion absurda, proposicion falsa. El Cristia-
nismo, como verdad religiosa, se ha realizado en la Iglesia, en los
Santos Padres, en la gran familia humana. Pero el Cristianismo
no es sólo una verdad religiosa, es tambien una gran verdad so-
oial. Y el Cristianismo, como verdad social, se realizará cuando
se realice el derecho, cuando todos los hombres sean libres, cuan-
110 todos los hombres sean hermanos, cuando se conozca por úni-
co Señor á nuestro padre, que está en los cielos. La Democracia
no es uontraria al Cristianismo, es la realizacion social del Cristia-
nismo.


2.° La Democracia, dicen, es enemiga no solo de la religion,
es enemiga del órden. Esta proposicion es no ménos falsa, no
ménos engañosa. La libertad ha descendido del cielo á pacificar á
los hombres. Los déspotas necesitan de la guerra, porque solo con
la guerra pueden mantener á su imperio en cadena3, porque el
ruido de la guerra no deja que los vasallos oigan la voz de su pen-




56


sámiento, ni sigan los reclamos del corazon, que les llamará
siempre á la libertad. La Democracia consagra que todos los
hombre:, puedan pensar libremente, reunirse libremente en los
comicios para manifestar su voluntad, asociarse como herma-
nos en paz á cumplir todos los fines de la actividad humana. Pues
bien, dando tanta espansion al esplritu, la Democracia quita es-
pansion á la fuerza bruta. El hombre que discute, no violenta á
su contrario, le persuade. El pueblo que puede ser libre por la
ley, que puede realizar sus legítimos deseos en los comicios, que
puede manifestar su pensamiento, no corre á la plaza pública á
desangrarse inútilmente en estériles revoluciones. La revolucion
es hija de la tiranía; porque cada cosa engendra en la sociedad,
como en la naturaleza, su semejante, y la violencia engendra siem-
pre la violencia. Más fácil es una revolucÍon en Husia , que una
revolucion en Inglaterra ó en los Estados-Unidos. La libertad,
como un rio , cuando tiene ancho cáuce, marcha sosegadamente
en su camino, reflejando serena los arreboles del cielo; pero cuan-
do se la encierra, cuando se la comprime, como las aguas, 1'0111-
pe sus diques y todo lo inunua y lo destroza. La Democracia es
el cáuce de la libertad; la Democracia es la muerte de las revolu-
ciones sangrientas, y el nacimiento de esa revolucion pacífica que,
derramándose por la sociedad, renovará constantemente su vida,


3. o La Democracia es enemig~ de la familia, dicen tambien
algunos de nuestros enemigos. Al oil' tanta calumnia, el corazon
se aflige y rebosa en amargura. Parece imposible que se proce-
ja de tan mala fé con una doctrina que viene á cerrar. tantas
llagas sociales y á derramar el oloroso bálsamo de la esperanza
en tantos corazones heridos. Mas cuando pensamos que contra
toda fórmula de progreso se han empleado las mismas armas, el
espíritu se dilata gozoso, el corazon salta de alegría dentro del
pecho, y esas mismas calumnias aparecen á nuestros ojos como
las sombras de una noche que espira. Los sacerdotes de la anti-
gua ley decian que Jesucristo llevaba eil sus entrañas á Lucifer,
porque Jesucristo venia á formular el progreso religioso. Los 80-




117


fistas griegos dieron la cicuta á Sócl'ates, porque Sócrates era el
progreso moral. Los sábios encerraron á Galileo, menospreciaron
ú Colon, porque Colon y Galileo eran el progreso cientifico. Las
Escuelas quemaron los libros de Bacon y Descartés, porque esos
libros eran el progreso filosófico. ¿ Qué mucho que todos se levan-
ten contra la verdad democrática, cuando es la aplicacion de to-
dos los progresos religiosos, morales, científicos y filosóficos á
esta sociedad enferma? i Enemigos nos llamais de la familia! Sa-
bed que nosotros queremos que brille sobre todo la personalidad
humana, último esfuerzo de la creacion. Y la personalidad huma-
na solo se eompleta por la familia, que debe ser eterna, que debe
ser inviolable, que debe ser sagrada. Nosotros creemos que el
hombre no es hombre, si no se une irrevocablemente á la mujer,
si no se dilata y se perpetúa en sus hijos. Por eso creemos santo el
matrimonio, y pedirnos que sea inviolable el templo de la familia,
el hogar doméstico. Vosotros, los que por satisfacer vuestros ren-
cores, vuestros odios políticos, vuestras malas pasiones, habeis mil
veces violado el hogar doméstico, herido el corazon en sus senti-
mientos más puros, arrancado el padre á sus hijos, el esposo á la
esposa, partiendo así los corazones; vosotros, que habeis quebran-
tado con vuestra espada la piedra del hogar, vosotros sois los ver-
daderos enemigos de la familia. Pero nosotros, que deseamos que
la espada de la ley guarde el hogar, corno la espada de fuego del
serafin enviado por el Eterno guardaba la entrada del Paraiso,
nosotros darnos á la familia toda su inviolable majestad.


4. o La Democracia es enemiga de la propiedad. ¡ Mentira, vil
mentira I La raiz de la personalidades, ó el trabajo, ó la propiedad.
El trabajo vive de la propiedad, como el árbol de la tierra; y la
propiedad vive del trabajo, como el campo del rocío del cielo.
Destruir uno de los términos, es destruir el otro. La Democracia
quiere la armonía entre la propiedad y el trabajo. Esas calum-
nias Sfl derraman en el mundo para alarmar la conciencia del
pobre labrador, para retraerlo de su amor á la libertad. El labra-
dor, ese artista de la naturaleza, que con el cincel de su trabajo


8




58


hace brotar por do quier flores y frutos, que recoge la vida en su
fuente purísima y la reparte próvido entre los hombres; que obli-
ga á germinar todas las fuerzas encerradas en el seno de la tierra;
que derrama á torrentes el pensamiento de Dios en toda la crea-
cion; que auxilia al Eterno en su obra creadora; el labrador, por
medio de la libertad del crédito, de las grandes instituciones de-
mocráticas, de los Bancos territoriales y agrícolas, se emancipará
y pedirá la libertad como pide el agua del cielo para sus sedien-
tos campos.


Concluyamos, concluyamos; porque si habíamos de contestar
á tantas calumnias, nos faltaria tiempo y espacio. Esta persecu-
cion debe servirnos para estrechar nuestras distancias, para unir-
nos más y más en derredor de nuestra bandera. Cuando los is-
raelitas , arrancados al patrio suelo, vagaban por las orillas de
los rios babilónicos á la sombra de los sáuces , abofeteados, escu-
pidas, maltratados por los látigos de sus señores, entonaban los
cánticos de sus profetas, y poniendo los llorosos ojos en los últi-
mos límites del horizonte, esclamaban: Si pudiera olvidarte, lIne
me olvide tambien de mi mano derecha; si dejo de pronunciar tu
nombre, loh Jerusalen 1 que se pegue al seco paladar mi lengua.


x.


La palabra escrita con caractéres indelebles en nuestra ban-
dera es « el derecho. » Nuestra escuela viene á realizar en toda
su plenitud la santa idea del derecho. Esta idca ha sido diversa-
mente considerada por las escuelas filosóficas, y su sentido capi-
tal no se ha aclarado y distinguido hasta lluestros tiempos. Unas
escuelas, no viendo en el hombre nada, sino el sentimiento fugaz,
han dado por razan fundamental del derecho la utilidad, por facul-
tad generadora de esa gran idea el puro instinto. De aquí han
partido, y por ese camino han llegado á convel'tir al hombre en
bruto y la sociedad en una inmensa tiranía. Homo lwndni lupus.




159


Otras escuelas, poniendo sus ojos en esas esferas donde la luz es
eterna, en el cielo, han creido que el derecho sólo existe en Dios.
Estos se parecen á. los etiopes, que hacen á los dioses negros,
porque ellos son negl'os. Poner en Dios la idea pmamente huma-
na del del'echo, es humanizar á Dios y darle el cetro de los tira-
nos, que Dios quiebra con su soplo inmortal, como el huracan
quiebra las frágiles caüas. Otros han creído que el derecho no es
una idea, sino un fenómeno histórico, que tiene su razon de ser
en el tiempo, en las tradiciones, en la historia y hasta en el clima
(le cada sociedad. Estos justifican y hasta divinizan todos los de~
'lirios y todos los errores de la humanidad: la esclavitud, el tor-
mento, la pena de muerte, el derecho absoluto del padre sobre el
hijo, del seüor sobre el siervo de la gleba, todas las instituciones
bárbaras por las cuales ha pasado la humanidad en su largo mar-
tirio, dejando en ellas impresa indeleblemente su preciosÍsima
sangre.


Nosotros esplicarémos clara, sencillamente nuestra idea del de-
recho, poniéndola, en cuanto sea posible, al nivel de otras ideas
que parecen más claras y mús prácticas.


El homhre existe en la naturaleza y existe en la sociedad.
Para existir en la naturaleza, necesita espacio donde moverse, aire
que respirar, luz que le guie ; si viniera al mundo, y todo el mun-
do esLuviese ocupado por otros hombres, no tendria ni un pedazo
de tierra donde fijar la planta, ni una piedra donde reclinar la
cabeza, y corno el justo de la antigua Ley, pediria á su madre que
le recibiese de nuevo en sus entrañas, ó á la muerte que le conce-
diera en su triste regazo un triste asilo. Así corno el hombre, en
cuanto es una organizacion, necesita que la naturaleza le conce-
da un espacio, el hombre, en cuanto espíritu, necesita que la so-
ciedad le conceda otro espacio donde moverse, necesita que la
sociedad le conceda, ó mejor dicho, le reconozca su derecho.


El hombre es en sí; pel'o necesita existir, y para existir nece-
sita manifestarse tal como es; y siendo compuesto de alma y cuer-
po, si nomo cuerpo necesita de espacio, como almá necesita de




60
libertad. Las condiciones de su existencia física las sabemos, y á
todas provee sábiamente la naturaleza. Las condiciones de su exi~­
tencia moral son: el derecho,de manifestar su pAnsamiento, el de-
recho de manifestar su voluntad, el derecho de conservar su con-
ciencia, el derecho de ser libre, ó lo que es lo mismo, de sel'
hombre.


El derecho es , pues, la existencia de la personalidad humana
en la sociedad. El hombre es individuo, yen cuanto el hombre es
individuo, el derecho es la consagracion de la existencia de 8n
personalidad. Pero no es solamente individuo el hombre; en sn
corazon existen sentimientos que le ligan á otros hombres, en su
mente ideas universales, en su naturaleza leyes que le hacen re-
conocer otro sér colectivo, que se llama humaniilad; y así que AS-
tiende la vista fuera de sí y ve sus semejantes, reconoce que el
derecho se estiendA tambien á sus semejantes, y que as! como el
derecho individual es la existencia de su personalidad, el derecho
general, el derecho humano es la coexistencia ele todas las per-
sonalidades. Asi definieron admirablementA la justicia los legis-
ladores antiguos, cuando dijeron que la justicia consiste en tri-
blle'1'e SltUm cltique.


¿El derecho reside originariamente en la sociedad, ó reside
originariamente en el hombre? Nosotros crecmos que el hombre
engendra la sociAdad segun las leyes de su naturaleza. Como no
admitimos que el hombre pudiera vivir sin cuerpo, no admitimos
tampoco que el hombre haya vivido nunca fuera de la sociedad.
Mas si por las leyes humanas la sociedad nace, la sociedad vivo,
su fundamento incontrastable y ctemo debe ser nuestra misma
naturaleza. Fundar una sociedad contra la naturaleza humana,
es un gran crÍmen, un crímen horrible, que se paga cosechando
largas y tremendas desgracias. El derecho reside originariamente
en el hombre; y siendo el hombre factor nece"ario de la sociedad,
la sociedad, para ser humana, debe fundarse en el derecho.


Nosotros no queremos divinizar la nutllraleza humana; la con-
sideramos contingente, condicional, y por lo mismo sujeta al dere-




6i
cho. Si el hombre fuera, como Dios, un sér absoluto, la ley de su
vida se realizaria sin obstáculo alguno, en toda su fuerza, en todo
su vigor; si el hombre fuera absoluto, la esencia y la existencia
serian en él idénticas, y existiria tal como- es, sin sombras que
rmpañáran s'\1 conciencia, sin frenos que contuviesen su voluntad.
Mas siendo, como es, un sér condicional, sujeto á contingencias, de
su condicionalidad dimana su derecho. No siempre ha existido tal
como e:::, y volviendo los ojos á la historia, se ve que muchas
instituciones han sido una violacion horrible de la naturaleza del
hombrA. Para existir tal como es en sÍ, necesita que las condi-
(Jiones esternas de su desarrollo social se identifiquen con las
condiciones internas de su desarrollo moral; necesita del derecho;
necesita, An una palabra, ser en la sociedad tal como Dios le creó,
hombrA.


¿.Y qué es el hombre? Un sér racional y libre. La razon y la
libertad son las dos grandes leyes de su naturaleza. Como sér ra-
cional. tiene inteligencia, juicio, conciencia. Como sér libre, tiene
voluntad. La sociedad, pues, para ser justa, ha de respetar la
naturaleza del hombre, ha de corresponder con grandes institu-
cionAs eL todas sns grandes facultades. El pensamiento del hombre
debe encarnarse en la tribuna y en la prensa; su conciencia debe
ser inviolable y resl?etada; su juicio, poseedor de las nociones de
lo bueno y lo malo, debe reflejarse en el jurado, su voluntad en
los comicios, en la libre asociacion, y todas estas instituciones, á
las cuales tiene derecho el hombre, deben consagrar su persona-
Iidad, cúspide hermosísima de la naturaleza, último esfuerzo de
la creacion.


1, Cuál es el hombre más perfectamente moral? El que causa
toda su vida con libertad entera, arreglándola á las leyes de su
razon, á la voz de su conciencia. El hombre que admite lo que
no cree justo, que obra lo que no cree bueno, es inmoral, y su
vida pasa como pesaroso ensueño. ¿Cnál es el hombre más per-
fectamente social? El que puede producir, causar toda su vida en
la sociedad. Todo cuanto el hombre pueda hacer por sí I debe ha~




62
cerlo, sin abandonar de ninguna suerte su voluntad y su concien-
cia á otro hombre. y esta es una ley de alta moral; porque el
hombre es el responsable de todas sus acciones, y si no es libre,
no es justo exigirle responsabilidad. Ahora bien, el Estado no debe
pensar por el hombre, no debe ser la conciencia del hombre, no
debe absorber su voluntad, no debe amortizar su trabajo y sus
fuerzas, no, porque entónces aniquila al hombre; el Estado debe
limitar su accion ti realizar el derecho, á dar garantías de que el
derecho de un ciudadano nunca será violado por todos, "ni el de-
recho de todos por uno solo, como tantas veces ha sur,edido en la
historia de nuestras revoluciones. El Estado es, pues, la reali-
zacion del derecho.


En la naturaleza existen muchos individuos; pero sin concien-
cia de su individualidad. El homLre, solo el hombro puede arro-
gantemente decir: « Yo soy.» El hombre, solo el hombre tiene la
concienr,ia de sí, el conocimiento de su fuerza. El hombre es su-
geto libre, personalidad; mas la ley de su personalidad, el atri-
buto de ese sugeto, es el derecho. Pero nos dicen: ¡,no reconoceis
el (leber? Sí, mil veces sí. El deber es el recono<1Ímiento del ue-
rer,ho en una persona distinta de nosotros. El deLer es la limíta-
cion que la libertad individual encuentra en la libertad de sus se-
mejantes.


Así como los cuerpos son impenetrables, así el dorecho de
cada uno es sagrado y todos deben respetarlo. A manera que
r,rece el derecho, crece el deber; porque así como autoridau y ra-
zon son dos pala9rlLs en el fondo idénticas, así derecho y deLer
son los dos términos de una ecuacion matemática.


Lo mismo que hoy sostenemos, hemos sostenido siempre.
El 22 de Enero de 1856 resumíamos así nuestras ideas sobre el
derecho en el periódico La Soberanía Nacional:


1.0 El derecho es una nocion universal. Está encerrado en el
alma de todos los hombres. Es la idea á la cual so ajusta la
ley ele nuestro sér. Cada uno de los órganos del cuorpo existe
en sí y tiene relaciones con todos los domas, componiendo un




1)3
abreviado mundo; y cada una de las facultades del alma existe
con mútua relacion, componiendo como un abreviado cielo. La
idea del derecho es la idea eterna del sér . No se concibe la exis-
tencia sin manifestacion. No se concibe, pues, el hombre sin el
derecho.


2.° La idea del derecho no es hechura de la voluntad humana,
y como la voluntad no la ha creado, no puede, no, destruirla; de
suerte que debemos aceptarla en todos tiempos y paises, ley infali-
ble de nuestra actividad.. Las leyes de la armonía en la natura-
leza enlazan los séres, formando como una pirámide que, par-
tiendo de la materia inorgánica, Si' pierde en el cielo con la her-
mosa organizar,ion del hombre, áng'?l que despliega sus alas en la
cima de la creacion. La ley del derecho se estiende al arte, á la
ciencia, á la inrlustt'Ía, á todas las varias manifestaciones del sér,
formas c¡ue torna el espíritu al encarnarse en la sociedad, ora como
f\lerza ciega, ora como sentimiento, ora como idea, que es el pun-
to de conjuncion de lo finito con lo inflnito.


3." Si el derecho es tan íntimo onla naturaleza humana, ¿qué
debe hacer el Estado? Debe limitarse á dar al hombre condiciones
propicias para el completo desenvolvimiento de su naturaleza. Así
el derecho envuelve dos nociones fundamentales: la libertad y la
igualdad.


4.° Entendemos por igualdad, no el principio vago de la es-
nuela liberal, que la reclama solo ante la ley civil; no el absurdo .
principio de la escuela comunista, que sumerge al hombre en el
seno del panteísmo sonial, donde se pierde como un grano de are-
na en el desierto; sino el pl'illcipio de la escuela democrática, que
reconociendo la ley de la variedad, concede condiciones iguales á
todos los individuos, para que lleguen por sí al cumplimiento de su
destino.


El clerecho admite, pues:
1 . [) La igualdad de condiciones.
2.° La desigualdad de aplicacion y desenvolvimiento en las fa-


cultades del hombre.




64


3.° Igual consideracion para las diversas manifestaciones de
la actividad humana.


Lo que decimos hoy hemos dicho siempre. El alma del dere-
cho es LA LIBERTAD.


XI.
No hay palabra que conmueva el corazon y cautive la inteli-


gencia, como la palabra <üibertad.)) Al oirla, el hombre se siente
mayor, y toda la fuerza de su naturaleza moral se revela claramen-
te á. su conciencia. Colocado el hombre entre la naturaleza y Dios,
anillo misterioso que une lo finito con lo infinito, sus sentimientos
son como el lazo que le ata á la tierra, sus ideas como la primera
luz del ciclo, y sólo por su libertad se pertenece á si mismo, como
sér en sí responsable de sus obras y de su vida. Por eso, sin duda,
las generaciones en su peregTinacion por la tierra han buscado la
libertad; por eso la historia está llena de guerras tremendas, las
ciencias de aspiraciones generosas, encaminadas todas á recabar
esa ley misteriosa de nuestro sér, que se llama libertad. Palabra
divina, que ha poblado de artistas, de héroes, de mártires la
tierra; que ha inspirado generosos sacrificios; que centellea en la
frente de los poetas, cuando abren las alas de su imaginaeion;
que inunda de luz el alma del filósofo, cuando se arroba en eon-
templar la verdad; palabra, que pronunciaban los que morian por la
patria en las Termópilas, y los que morian por Dios en los Circos
romanos, y los que morian por la humanidad en las grandes pri-
meras guerras de nuestro siglo; palabra, que está escrita al frente
de nuestros códigos, en el libro de nuestras constituciones, que
está grabada indeleblemente en nuestra conciencia; palabra, por la
cual se han sacrificado infinitas generaciones, y que resuena como
un eco sin fin desde las primeras hasta las últimas páginas de la
humana historia.


Pero, fuena es decirlo, la libertad no ha sido bien compren·




6!i


dida, no ha Rido alcanzada, no ya como derecho ó como institu-
cion social, como idea, hasta nuestros tiempos. Véase, si no, elli-
uro de la historia, y se comprenderá que la libertad ha sido el do-
gal con que el fuerte., el poderoso ha oprimido al débil, al humil-
ele. En el oscuro fondo de las primitivas sociedades no habia liber-


. tad sino para el sacerdote. El que velaba al pié del altar de los
groseros primitivos dioses, ese tenia conciencia, voluntad, razono
Los demas hombres, sometidos á su dominio, eran como las gradas
de su trono, como las piedras inertes y frias de su altar. Despues
el dominio de la sociedad pasó de los sacerdotes á los guerreros:
el que habia forjado una espada, el que habia conseguido más vic-
lorias, el que habia esterminado más ejércitos, ese era hombre;
los demas que le rodeaban, eran sus instrumentos de muerte, eran
como su lanza, como su escudo, como su caballo. Vinieron otros
tiempos, amaneció otra idea en el horizonte, y así como ántes lo
fueron todo ciertas clases sociales, despues lo rué todo el Estado.
Ante esa deidad, que vi via devorando y rumiando sus hijos, des-
aparecia la conciencia; la voluntad, la razon del hombre. El Es-
tado envenenaba á Sócrates, abria las venas de Séneca, crucifica-
ba á Jesucristo. El Estado dominaba desde el seno de la concien-
cia, último refugio de la libertad, hasta el seno del hogar domés-
tico. Amaneció más tarde una luz divina en el cielo, una nueva
revelacion en el espíritu del hombre. La humanidad supo cuál era
su destino religioso, cuál era la justicia divina. Esta justicia te-
nia por base la libertad del hombre, sólo por ser hombre, y la li-
bertad tenia pOi' base la igualdad de todos ante Dios. Mas esta re-
velacion de la verdad no pasó de la esfera religiosa á la esfem
social.


El gran cataclismo del mundo antiguo, el nacimiento do una
nueva edad, la muerte de la religion de la naturaleza, la caida de
tantos dioses, la ruina de tantas instituciones, la irrupcion gene-
ral de pueblos bárbaros que cubrieron con sus bandas la tierra á
manera de inmensa nube de langosta, el dolor intensísimo que
sentia en sus entrañas la humanidad al producir un nuevo elemen-


9





56


to~social, todo esto trajo consigo la inevitable necesidad del feu-
dalismo. Entónces solo hubo libertad para los señores y esclavitud
para: los demas hombres. El noble, es decir, el fuerte, el pode-
roso, levantaba su vivienda, como el águila, ?llá en el pico de las
montañas, la fortalecia contra todo peligro, la poblaba de solda-
dos, la, aislaba con fosos, con muros, con rastrillos; y en 811 inte-
rior, apercibidos siempre caballo y lanza á la pelea, vivia dic-
tando leyes, recogiendo para sí los frutos del tl'abajo de sus sier-
vos, dominando sobre toda la comarca con poder absoluto ó incon-
trastable, de tal suerte, que en más estimaba sus ganados que
sus vasallos. Allí no habia más hombre libre que el señor feudal.
Es verdad que al lado del castillo se levantaba el municipio; es
verdad que el municipio escribia venel'andos códigos y forjaba de-
rechos progresivos; es verdad que en esta suerte de pequeñas re-
públicas se consel'vaba el fuego sacro de la libertad; pero esta li-
bertad era particular, prendida á la tierra como las mices de un
árbol, encerrada dentro de los limites de un corto horizonte; li-
bertad que hacía más dura y más triste y más penosa la condi-
cion de los siervos amarrados al pié del castillo feudal. Vino otra
nueva edad: los reyes, sobreponiéndose al feudalismo y al muni-
cipio, destruyeron y enterraron la Edad Media; con una mano
rasgaban los fueros de los señores, con la otra los fueros de los
pueblos; arruinaban los castillos, y arruinaban tambien los ayun-
tEtmientos; hacian entrar todos los fueros particulares, todas las
libertades fraccionadas, todos los elementos sociales, todos los de-
rechosy todas las tiranías bajo las ruedas de su poder ni velador,
de su poder absoluto, llegando así socialmente todos á la deshon..:.
rosa igualdad de la servidumbre. El noble fué criado del rey; el
plebeyo, vasallo del rey. No hubo más que un hombre libre,
el rey.


Mas cambiaron los tiempos. Aquella igualdad en la servidum-
bre era una gran enseñanza para los hombres; y adivinaron que,
as! 'como eran iguales en la esclavitud, podian ser iguales en la
libertad. Entónces el espiritu de la revolucion, traído en alas de





67
la tempestad, se apoderó del hombre, y agitándole y enfurecién-
dole como el espíritu divino á la Pitonisa de Delfos, le inspiró el
gran cántico de la libertad, el Evangelio social, la decIaracion de
los derechos del hombre. En el Sinaí de la revolucion, cuando la
tempestad se desencadenaba sobre el mundo, cuando el rayo her-
vía sobre todas las cabezas, cuando iba á caer una lluvia de san-
gre, como nuevo hautismo de la humanidad regenerada.; el espíri-
tu humano, hablando por boca de la Francia, arrojó en el mundo
la santa idea de la igualdad civil, de la igualdad política, de la
verdadera libertad.


Mas sucedió con la revolllcion francesa lo que ántes habia su-
cedido con el Cristianismo. Como la v.erdad religiosa no pasó de
la esfera divina, como no pasó de la conciencia á la politica, la
revolllcion francesa no pasó de los códigos civiles á los códigos
políticos. Bien pronto la clase media, que se habia despertado al
grito de la revolucion; la clase media, que habia sido la deposi-
taria del poder en la Asamblea Constituyente; la clase media, que
habia aeabado con las últimas sombras del feudalismo; la clase
media, que habia uncido tÍ su carro triunfal los reyes, quiso al-
zarse con todo el poder, sin dar parte alguna al pueblo, que la
habia auxiliado en su demanda con sus ideas y con su sangre. La
clase media, ménos gloriosa que la antigua aristocracia, no fué
ménos injusta. Olvidó bien pronto que su frente habia estado ta-
ladrada con el clavo de la servidumbre; que su hogar doméstico
habia sido violado por la tiranía; que sus padres habian regado
de sudor y sangre la tierra para alimentar á sus voraces señores;
que su cuna era la mi3ma cuna del pueblo, el dolor y la servidum-
bre; y enriquecida con la desamortizar:ion, con los restos de la
fortuna del clero y la nobleza, y embriagada en el festin de su vic-
toria, y orgullosa como todos los vencedores, cayó en la injusticia;
y no sabiendo á qué precio vender la libertad y el derecho, los
vendió vilmente por miserable oro. Si; el privilegio continuó, la
libertad se fraccionó, la libertad se perdió, la libertad no luce aún,
no, en Europa. Todos sois iguales ante la ley ; pero yo que soy




68


gobiel'llo, dijo la clase media, nombraré los tt'ibunales. Todos tie-
nen opcion al den:Clho ; pero sólo el rico puede entrar en los co~
micios, sentarse en las Cámaras. Todos podeis publicar libremen-
te vuestras ideas; pero á fin de probar la alteza de vuestra inteli-
gencia, es necesario que me mostreis oro, mucho oro. Sin dine-
ro que os rescate de la servidumbre, no po deis ser libl'Cs. Todos
sois iguales ante el impuesto; pero yo, clase media, que doy fos
diputados, los ministros, los empleados, los alcaldes; yo, sola-
mente yo, puedo votar y distribuir los impuestos. La libertad,
emanacion de Dios, esencia de la naturaleza del hombre, alma de
Sil alma; la libertad, por la cual se habian sacrificado tantas ge-
neraciones y habian venido á la tierra tantas tempestades; la li-
bertad, que el Criador repartió igualmente entre todos los llom·
bres; la libertad, que habia sido sellada con divina sangre en el
altar del Calvario; la libertad fué vilmente vendida de nuevo, vil-
mente sacrificada, obligándola á llevar la coyunda de la gl'Osera ma-
teria bruta, cuando ha descendido pura como el espíritu, inmortal
eomo el hombre y divina como su orígen, de los mismos cielos.


Es necesario, pues, que la libertad sea verdad. Importa poco
que el poder esté en manos de uno, ó en manos de muchos, si
ese poder es tiránico é injusto. En materia de tiranía, estarémos
siempre por la más seneilla, por ser la ménos gravosa. Y todo
poder que no se funda en la justicia, es tiránico; así como toda
justicia que no se funda en la igualdad, es absurda y desmiente y
contradice su propia naturaleza. Nosotros creemos que las socie-
dades no estarán organizadas con arreglo al ideal de la verdadera
justicia, hasta que no hayan consagrado todas las libertades, y que
todas las libertades no pueden existir, sino basadas en su idea
capital, en su idea madre, en la igualdad. Por eso no es liber-
tad la que s610 consiste en los privilegios de una aristocracia, no
es libertad la que públicamente comercia con el derecho y lo tasa,
aunque sea á vil precio.


Pero nosotros áun creemos más: conceded el derecho de
sufragio á todo un pueblo, ceñidle la corona de su soberanía, 1'0-




(HJ


deadlo de todo el poder imaginable, y dejad á su libre arbitrio la
justicia, el derecho; y habréis constituido una tiranía áun má::¡
temible que la tiranla de los reyes, y habréis matado la libertad
con muerte más certera y más dolorosa. ~o; la democracia no
quiere ninguna tiranía, no quiere ningun despotismo, ni el des-
potismo de los sacerdotes, ni el de los guerreros consagrado en
Ol'iente, ni el uespotismo de la sociedad consagrado en Grecia y
Roma, ni el despotismo feudal consagrado en la edad media, ni el
despotismo de los reyes consagrado en el renacimiento, ni mucho
ménos el despotismo del pueblo, que quieren, con grave daño de
la libertad, consagrar algunas escuelas que se llaman á s1 mis-
mas liberales y progre si vas.


Nuestra fÚl'mula es sencilla, es clara: contra el derecho no
hay derecho ni en los monarcas, ni en las asambleas, ni en los
comicios donde se reune todo un pueblo. ¿ Qué importa que mi
derecho esté al arbitrio de un rey, Ó al arbitrio de una asamblea?
¿Qué me importa que me lo arranque un tirano, ó que me lo
arranque un pueblo? Hay algo superior á todo poder, más alto
que toda soberanLt, más fuerte que toda voluntad, más respeta-
ble que toda tradicion, y es la ley de la naturaleza humana, gra-
bada por Dios en mi conciencia con la misma fuerza con que ha
grabado la ley de gravedad en los cuerpos. ~Ii derecho es mi vi-
da, mi derecho es mi sér; es al espíritu lo que el espacio es al
cuerpo. y por eso en una sociedad justa, todo poder, llámeslI
como se quiera, todo poder habrá de respetar la conciencia, la
voluntad, la razon del hombre, encarnadas en grandes institucío~
nes, como la prensa, el jurado, el sufragio universal. Y esta es
la. verdadera libe¡'tad; la lihertad, que no levanta una clase sobro
los hombros de otra clase; la libe¡'tad, que no pregunta al hombro
ni por su cuna, ni por su oro, sabiendo que todo' hombre es hijo
de Dios, y que el asiento incontrastable del derecho es el alma;
la libertad justa, que se manifiesta á todos igualmente, que se
estiende sobre todos los hombres como los arreholes del cielo,
como los ra.yos del sol.




'70


La libertad es una é indivisible; penetra toda el alma, como
el aire circunda todo el cuerpo. Si esclavizaís una facultad del
alma, si oprimís alguna de las manifestaciones de nuestro sér,
habeis esclavizado y oprimido todo el hombre. Nada importa que
dejeis libre su voluntad, si dejais esclava su razon; la voluntad,
sin la razon que la guie, se despeñará en los abismos, como nave
sin timon ó sin piloto. Pero nada importa que dejei~ libre la ra-
zon, si esclavizais la voluntad; porque la libertad de la razon, sin
la libertad de la voluntad, será como una alma sin cuerpo, como
una idea sin forma, como un principio sin consecuencias. Y no
importa que liberteis la razon y la voluntad, si esclavizais la con-
ciencia; cualquiera que sea el altar donde se sacrifique, la liber-
tad se perderá en lo vacío, como la nube de humo de los holocáus-
tos paganos. Nada importa, en fin, que liberteis del yugo á una
de las facultades humanas, sí no las libertais á todas; porque
será lo mismo que sí ligais un miembro del cuerpo y lo separais
del movimiento de la vida y de la circulacion de la sangre, pron-
to vendrá á entorpecer la vida de todo el cuerpo.


Cuanto más miramos esta teoría, más verdadera nos parece;
como que es la consecuencia social de toda la civilizacion presen-
te. Mirad, si no, el movimiento de la historia moderna, y veréis
cómo esta misma verdad que nosotros sustentamos en política, se
reconoce en religion, en filosofía, en ciencias, en artes, en có-
digos , en toda la gran evolucion del pensamiento humano. Los
pueblos antiguos tenian cada uno su religion privilegiada, su re-
ligion particular, su Dios, que amaba á su pueblo y aborrecía
á los demas pueblos; que ofrecia una recompensa á los sacerdo-
tes, y otra á los guerreros; que glladaba un cielo para los libres,
y otro cielo distinto para los esclavos; religion de privilegio,
qne no murió hasta que Jesucristo vino del cielo á predicar un so-
lo Dios para toda la humanidad, padre de tCirlos los hombres, jus-
to, igual para el pobre que para el rico; un Dios, en cuya pre-
sencia no hay gerarquíns sociales; un Dios, que mira á carla uno
segun sus obras, y no segun su cuna; Dios justo , eterno ideal




'H


de la moderna civilizacion. Y esta es la democracia relígiosa.
y lo que sucedió primero con la religion ) sucedió más tarde


con la ciencia. Las escuelas filo~óficas eran una aristocracia cien-
tífica. Se creia más venerable el principio mis antiguo. Aristóte-
les era un tirano, que ungia con su óleo todas las conciencias,
y sólo la razon por él ungida era una razan verdaderamente filo-
sófica. La palabra del maestro pasaba de generacion en genera-
cion, aumentada, controvertida, desfigurada, y la palabra del
maestro era la única autoridad de ja ciencia. Para saber, lo que
ménos se necesitaba era pensar; lo que más se necesitaba era
aprender. La tradicion y la auto!'i~~a,~ habian absorbido al único
instrumento de la ciencia, al raciocinio. Y un dia se levantó un
fllósofo y dijo: en la razan se encuentra la base de la ciencia.
y desde que este nuevo Sócrates apareció en la historia, todo ha
cambiado de rumbo, y el pen::iamiento humano ha comprendido
más claramente su inmortal destino. Y esta es la democracia fi-
losóllca.


y lo que sucedió con la filosofía, sucedió con las cienciaf; na-
tural es; que cuando un princi pio es yerdadero, llega hasta tocar
la raiz misma de la vida. Las hipótesis tradicionales se encade-
naban de generacion en generacion. Pero Bacon dijo: es necesa-
rio basar las ciencias físicas en el hombre, en su observacion y
en su esperiencia. Y desde entónces, las fuerzas del hombre se
han centuplicado; su mirada se ha perdido en el éther y ha con-
tado los astros; su pensamiento enlaza· en armonías unos séres
con otl'05 séres; sus fnerzas domeñan todos los elementos; su po-
der llega hasta aproximar el rayo y esclavizar el vapor y la elec-
tricidad.


y esto mismo, en una palabra, ha sucedido en todas las cien-
cias , en tocliJ,s las manifestaciones sociales. La economía política
se enlaza con el dcrecho , y en nombre del derecho pide las li~
bertades económicas. Los códigos civiles se fundan en la igual-
dad, y por la igualdad esplican y abonan la justicia humana. Lo
que es verdad r.n religion, en filosofía, en las ciencias naturales,




7~


en la economía política, ¿no ha de sor tamhien una gTan verdad
social?


Contra estas verdades no se. oponen nunca objeciones capi-
tales; el temor á la anarquía, el recelo de gravÍsimos desórdenes,
hé aquí todo cuanto se diee en contra de nuestra teoria. Nos-
otros creemos que la palabra libertad y la palabra órden son dos
términos de una ecuacion, como la palabra autoridad y la palabra
razono No hay órden sin libertad, no hay libertad sin órden, co-
mo no hay autoridad sin razon en que se apoye, ni hay razon que
no lleve en si virtualmente la autoridad. La eonfllsion, el des6r-
den, nacen de la injusticia, de permiti!' á unos lo que se niega á
otros, de basar el derecho en el oro, de establecer privilegio~
inicuos, de matar la libre actividad del pensamiento, de menos-
preciar la naturaleza humana, de violar la inviolable conciencia,
de perseguir hasta en el cerebro el espiritu, de ahoga!' todas las
voluntades bajo la voluntad de un tirano, de consenti!' que pesen
aún sobre los hombres los últimos e31abones de la cadena que han
roto á tanta costa, des pues de tantos y tan largos martirios; con-
rllsion y desórden que no cesará hasta que no se consagre la ver-
dadera libertad, la única que es posible, la libertad que ordena y
concierta todas las voluntades y devuelve al hombre la integd-
dad de su sé!'.


Si esta libertad hemos sostenido siempre, hoy como a ye)',
esta sostendrémos mañana como hoy. Nuestra politica está basada
en algo más respetable que la tradicion y la rutina y el interes de
partido: en la naturaleza del hombre. Queremos levantar al opri-
mido, pero no convertirlo en opresor; queremos destrui!' el pri-
vilegio, y no que el privilegio venga á nuestras manos; queremos
justicia para los mismos que han sido injustos; queremos ser vel'-
dademmente hermanos de los que nos han llamado enemigos, y
dar libertad á los que han remachado nuestros hierros. La ven-
ganza no es propia de corazones generosos. El terror y la muerte
todo lo agostan, todo lo aniquilan, los abrojos y las flores. Pe-
dimos la abolicion de toda tiranía, porque no quel'emo'l ni que 10:3




73


esclavizado res sean esclavos; pedimos la muerte .de todo privilegio,
porque no queremos que los privílegiados sepan cuán duro y
amarg·o es sufrir la injusticia de los privilegios; queremos que
caigan los cadalsos; que se acabe la guerra del hombre CJn el
hombre; que las revoluciones se realicen allá en las esferas de la
ley, sin conmover la sociedad; que los pueblos se unan; que t~­
das las inteligencias abran sus alas á la luz del dia; y porque de-
seamos todo esto, defendemos la verdadera libertac, que es la
democracia.


XII.
La eondicion de toda vel'dadel'a libel'tad es la igualdad. Esta


santa iJea de la igUlLldaJ natural de todos los hombres ha sido
desconocida, negada en la historia antigua, en la, antigua socie-
daJ. La casta por largo tiempo ha l'ebajado á la humanidad, ha
dividido la tamilia, que Dios creó una en esencia. Existió pl'imero
la casta de las razas, pues unos nacian para el poder, otros nacian
para la esclavitud, segun la cuna que al nacer los habia l'ecibido
en su seno. Existió despues la (lasta de la patl'ia. El que habia
llacido en Homa ó en Atenas, e3e cm hombre; los que habian en
otras regiones del mundo nacido, esos eran bál'baros. Existió
despues, cuando ya el Cdstianismo habia sonreido en la concien-
cia humana, la casta de la propiedad. El que poseia inmensos ter-
ritorios, fuel'tes y mUl'ados castillos, ese era hombre; sus traba-
jadores eran sienas. La inj usticia mudaba de forma; pel'O quedaba
flomo una gota Jc veneno en el fondo de todas esas trasformacio-
nes de la sociedad. La casta Jc la familia fué la forma social del
Oriente; la casta de la patria la forma social del mundo clásico,
y la casta de la pl'Opiedad la forma social de la Edad Media.


j La desigualdad humana fué predicada por los genios más
hermosos Jel mundo antiguo, fué sancionada por los filosofas más
grandes 1 Homero justifica la esclavitud; i Homero 1 que andaba


10




74
pobre y desvalido por los campos y los pueblos; y dice en su len-
guaje sublime, que todo hombre, al caer en la servidumbre, deja
en manos de Júpiter la mitad de su alma. ¡ Ay! al ménos, com-
prendia el poeta, que sólo robando al hombre su alma, puede con-
denársele á la deshonrosa esclavitud. Platon, el genio más grande,
sin duda, de la antigua Grecia, Platon, dado á extasiarse en la
contemplacion del mundo oriental, predicó la desigualdad huma-
na y organizó en castas su república. El error más grave de Platon
fué querer dar á las castas, no el fundamento de la conquista, ni
de la diferencia de las familias, como en Oriente, sino un fundamen-
to psicológico. En todo hombre hay una fazon que manda, una vo-
luntad que es el ministro de la razon, y sentimientos que obedecen
á la voluntad y á la razono En toda sociedad debe haber, segun el
filósofo, razon, voluntad y pasiones. La razon debe estar represen-
tada por los filósofos, nacidos para mandar; la voluntad, por los
guerreros, nacidos para hacer valederas y coercitivas las órdenes de
los filósofos; y las pasiones, por los artesanos, por los labradores,
por los jornaleros, nacidos para obedecer. I Tremenda injusticia,
negar la pasion al filósofo y la razon al jornalero I Platon com-
prendió que, para admitir esta difereucia de categorías socia-
les, era necesario admitir tambien la diferencia de las almas. ¿ Y
cómo había de llegar á este principio tan bárbaro el gran filósofo
que habia visto bajar las alma¡;; de Dios, y las ideas de Dios? Sin
embargo, Platon admite que el alma del filósofo ¡tiene mezcla de
oro, el alma del guerrero mezcla de plata, y el alma del artesano
mezcla de hierro. Ved á lo que conduce un :gran error social;
Platan, para fLIndar Sil república, necesitó destruir 19s fundamentos
capitales de su filosofía, la unidad del hombre, la inmaterialidad
del alma. Pero no sólo Platon se engaña; tambien se engaña
Aristóteles. La esclavitud es de del'echo natural, segun el gl'an
maestro de Alejandro; el esclavo no tiene, no puede tener la mis-
ma inteligencia que el hombre libre. Parece imposible: el discí-
pulo conquistador comprendió,mejor la naturaleza humana que el
maestro, sábio y filósofo. Cuando el gran Alejandro, centelleante




711


de gloria, arrastrado por sus triunfales ejércitos, llevando en llUS
manos la lira griega y en su jóven pecho inmenso y divino amor,
estrechaba contra su corazon palpitante de entusiasmo todas las
razas del antiguo Oriente, y las hacía partícipes de su gloria y de
su vida, celebl'aba sin duda, en medio de su oriental campamento,
el primer festin, la primer alborada de una nueva humanidad, fun-
diendo el vencedor con el vencido, el esclavo con su amo, el grie-
go con el bárbaro, el Oriente con el Occidente, el mundo entero
en su inspirado pensamiento.


Pero la desigualdad continúa. El mundo romano está fundado
en la diferencia de castas, ma/ores el minores gentes. Pero como
la humanidad, al aparecer el mundo romano, ha meditado ya mu-
cho, las gentes menores, los plebeyos romanos, han sentido la idea
del derecho en su conciencia, la pasion de la igualdad en su pe-
cho. Y realizan lo que sienten. Por eso la historia romana es el
poema, sin duda, más grande que ha escrito el genio del hombre.
El pueblo rey pedirá la igualdad en las leyes, la igualdad en el
campo de batalla, la igualdad en los comicios, la igualdad en el
hogar doméstico, la igualdad en el templo; y poco á poco será
cónsul, legislador, pontifíce, magistrado; descubrirá los secretos
escondidos cn las fórmulas de jurisprudencia, pisará el suelo del
sacrificio, tomará la espada del capitan para abrir en la ti~l'I'a
surcos donde caigan las nuevas ideas, y subirá hasta la cumbre
del Capitolio, y llamará alli á todos los pueblos y á todas las ra-
zas de la tierra á participar de su derecho y de su augusta sobera-
nía. Pero en aquel pueblo hubo tambien hombres que pensaron
y creyeron en la desigualdad humana. Los orgullosos patricio~ no
podian creer que las comedias de Terencio fueran .de Terencio;
porque no podian creer que un esclavo tuviese inteligencia. Mas
el esclavo se vengó de ellos; porque un dia pudo decir en el
teatro:


Horno sum, el m'MI Immani á me alienum puto,
y pudo ver que hasta los mismos patricios, olvidados de su ran-
go, aplaudian este sentimiento natural de la igualdad humana,




7~


encerrado en tan sublimes versos, Yen verdad el sentimiento de la
igualdad natural iba poco á poco progresando en el mundo, como
todas las grandes ideas. La filosofía estóica predicaba la unidad del
género humano; Ciceron decia que el hombre siente amor, caridad
hácia el hombre; y Séneca, el gran Séneca sostenia que el senti-
miento de compasion, de amor, de cal'idad debia estenderse á to-
dos los hombres; porque ubicumque 'tomo est, ibi beneficio lo-
CleS esto


El cielo debia sellar con un sello divino la idea de igualdad.
El IIijo de Dios, rodeado del pueblo, predicaba que todos los
hombres son hijos de Dios, que todos ante Dios son iguales, que
todos son hermanos; y cuando sen tia las primeras angustias de
su tristísima agonía, cuando iba á llevar A sus cárdenos labios el
cáliz de todas sus amarguras, pedia al Cielo que uniese á torios
los hombres entre si, como el Salvador está unido á su Padre; pa-
labras divinas, que eran el bautismo de la humanidad regenerada,
y la comunion divina de la eterna, de la santa, de la verdadera
igualdad entre todos los hombres.


La idea de igualdad durmió en el seno del caos feudal pOI' mucho
tiempo, hasta que por fin se despel'tó en el siglo pasado. Y no se
alcanza, y no se comprende cómo la conciencia no ha descubierto
Antes esa idea de la igualdad humana. El hombre quese levanta al
cielo, retratando en su organizacion todas las maravillas del Uni-
verso; coronado por un cerebro, en el cual se oye palpitar siem-
pre una idea; iluminado por sus hermosos ojos, radiantes de es-
piritualismo, que se pierden con su mirar allá en el éther; arma-
do de fuerzas que, aunque débiles, son bastantes á sujetarle to-
dos los sé res de las escalas inferiores de la creacion; el hombre,
cuya voz es más dulce y más suave y más flexible que el 0ántico
del ruiseñor escondido en la enramada, cuya palabra es el eterno
comentario de la creacion; el hombre debe reconocer que todos
los hombres tienen esta misma organizacion privilegiada, que to-
dos son fundamentalmente iguales en el seno de la madl'e natura-
leza. No hay más que una y sola naturaleza humana.




77
Y si todos los hombres son iguales por su naturaleza, todos son


iguales por su alma. El sentimiento de la caridad , de la compasion,
del amOl', de la familia es innato al corazon humano; vive en el
seno de todos los hombres, de tal suerte, que sin esos sentimientos la
vida se evaporat'ia en lo vacío. La conciencia protege bajo sus alas,
como ángel de paz, el alma de todos los hombres; pues todos sien-
ten y conocen lo justo y lo injusto, y todos tienen, cuando bien
proceden, la satisfaccion interna, y cuando proceden mal, todos
sienten la herida del remordimiento. La razon se alza sobre las
facultades intelectuales de todos los hombres; porque no hay nin-
guno (Iue no tenga idea de lo bueno, de lo verdadero, de lohermo-
so; no hay ninguno, por tosco que parezca, que no luzca en su
frente el sello divino de una idea. Ahora bien, si todos los hom-
hres son iguales por su naturaleza material, todos son iguales por
su naturaleza moral, por su alma.


De aquí, de esta doble idea de la igualdad de los hombres
por la naturaleza y por el espíritu, nace esa idea de humanidad,
flue presintió Alejandro, que Roma realizó en sus códigos, que el
Cristianismo reveló en su esencia moral; idea superior á todos los
tiempos, á todas las diferencias de climas y de razas; idea, que
alcanza así al pobre negro dormido en su cabaña de palmas, como
al patricio ing'lés encerrado en su palacio de mármol; idea, que es
(Jomo el luminar esplendoroso de las artes, de las ciencias, y que
debe encarnarse pronto, muy pronto en las institucionespoliticas,
para que todos los hombres sean hermanos y reconozcan por único
Señor, como decia Jesucristo, á nuestro Padre, que está en los
cielos.


Se me dirá: «¿admitís el mismo talento, el mismo genio en
Platon que en el último de los mortales; la misma voluntad en
Leónidas que en un miserable cortesano?» No, mil veces no. Existe
diferencia en la intensidad de la razon , en la intensidad de la vo-
luntad, en la intensidad de la conciencia: esto es cierto, esto es
evidente; pero todos tienen razon, todos tienen voluntad, todos
tienen conciencia. Los que no la tienen 1 son desgraciadas escep..,




78
dones, séres enfermos, que nada dicen contra la regla general.
Unos tienen gran genio filosófico, y leen los secretos más oscuros
de la concienoia; otros tienen sonriente imaginacion, y son poetas,
artistas, ángeles que Dios envia á sembrar de flores el camino de
la vida; aquellos han nacido robustos y con inclinacion al trabajo
material; éstos han nacido místicos, y sus almas, blancas como las
palomas, no saben posarse nunca en la tierra; pero de esta di-
versidad de inclinaciones, de talentos, de aptitudes, nace la ar-
monía social; y así pedimos, en nombre del derecho, igual liber-
tad, igual consideracion para todas las grandes manifestaciones
de la inagotable actividad humana.


La idea de igualdad va penetrando en todas las esferas de la
vida. Nuestra religion es igual para el pobre y para el rico , ~ara
el soberano y para el vasallo. Tenemos, pues, la igualdad reli-
giosa. Nuestra ley moral es una para todos los hombres, una. en
todos los climas y en todas las zonas de la tierra. Somos, pues,
moralmente iguales, porque la ley moral está promulgada en to-
das las conciencias. La justicia no es justicia, segun el sentir del
género humano, si no es igual para todos los hombres. Luego la
idea de justicia está basada en la idea de igualdad. La ley civil
admite á todos los individuos de la sociedad á los cargos públi-
cos, y promulga para todos sus disposiciones, y llama á todos á
unos mismos tribunales. Luego somos civilmente iguales. La
Iglesia, cuando va á consagrar la familia por medio del santo
matrimonio, no pregunta á los que están de rodillas á sus plantas,
si ha nacido el uno en cuna de oro y el otro en cuna de paja, si-
no si se aman; porque el amor, que es la ley de la naturaleza,
á todos iguala. Y esta ley de igualdad llega hasta las últimas
esferas de la vida, y la economía política la ha consagrado con
una palabra que se llama <tia libre concurrencia.))


Si todo esto es cierto, ¿ qué dirémos de los escritores que
sostienen aún en pleno siglo XIX la desigualdad humana? ¿qué
dirémos de los que pretenden separar por un abismo al hermano
de su hermano? Me. Garniel' de Casag.(lac, escritor que vende




711


su conciencia á las malas causas, su voluntad á los tiranos, su
pluma al que más la puja, ha escrito ¡parece mentiral ha escrito
hoy, despues de estar la libertad y la igualdad consagradas en
nuestros códigos, que la esclavitud, la bárbara casta, han sido en
la historia, no sólo de derecho natural, sino de derecho divino.
:JIr. Courtet sostiene que la diferencia de razas esplica toda la his-
toria. La esclavitud, dice, de las razas inferiores, de las razas
pobres ignorantes, la esclavitud está fundada en la natura-
leza humana. Siempre habrá una raza privilegiada por la na-
turaleza. De aquí va á dar en el absurdo de que no pueden ser
felices las sociedades~onde todoR los hombres son de una misma
raza, y que se necesita la existencia de dos razas distintas, una
para ser libre, rica , feliz, y otra para ser pobre, esclava y des-
graciada. Estos absurdos no necesitan refutacion. Mr. Cante, ju-
risconsulto de grandes conocimientos, aunque de pobres ideas,
sostiene que el derecho se modifica segun el clima; como si el de-
recho fuera un fruto de la tierra, y no una ley inmortal del alma
humana.


Apartemos nuestros ojos de tantos errores, apartemos nues-
tros ojos. Yo apreciaré siempre el sentimiento del débil, la razon
del ignorante, la amistad del pobre, la protellcion, el cariño del
desvalido; porque siguiendo la ley de mi religion, la voz de mi
conciencia, veré en todos los hombres, en todos, siempre herma-
nos, hijos, como yo, de un mismo Dios, y pediré para todos la
igualdad santa del derecho.


XIII.
Los principios que acabamos de es poner , son de tal gravedad,


que deben ¡'educirse á corolarios, para la mejor inteligencia posi-
ble de todos ellos: .


1,° La sociedad, para ser justa, debe fundarse en el derecho
ingénito á la naturaleza del hombre.




80
2.° El derecho es la consagracion de la existencia de la per-


sonalidad humana en la sociedad.
3.° La personalidad es el hombre mismo, en la totalidad de


su sér, en la integridad de las leyes de su naturaleza, con la con-
ciencia de su sensibilidad, de su razon y de su voluntad.


4. o El hombre es , pues, sensible, libre y racional.
;). o El derecho, siendo la consagracion de la personalidad,


debe es tenderse á todas las facultades del hombre.
6.° La sensibilidad debe ser consagrada con el respeto abso-


luto á la familia y á su inviolable santuario, que es el hogar do-
méstico.


7. 8 La voluntad debe ser consagrada por el derecho, abriendo
un espacio á todas las manifestaciones de la actividad del hombre.


S. o La razon debe ser consagrada, dejando libertad absoluta
á sus dos manifestaciones principales, á la palabra hablada y á la
palabra escrita.


9. o El derecho es anterior y superior al dogma de la sobera-
nia nacional.


tO. La soberanía nacional, para ser verdadera, debe fundarse
en el derecho.


11. La soberanía del pueblo no tiene derecho contra el de-
recho.


12. La esencia del derecho es la libertad.
13. La libertad se divide, segun la doble naturaleza del hom-


bre, en libertad de pensamiento y libertad de acciono
14. La condicion de toda libel'tad es la igualdad.
15. La igualdad comunista, que mata toda actividad y es


propia sólo de tiempo~ bárbaros, no es la igualdad qne nosotros
profesamos.


t 6. Nuestra ley :le igualdad es la unidad racional, moral, 50-
I'.ial y politica del hombre en la variedad y diferencia infinita de
sus manifestaciones.


17. El derecho une al hombre con el hombre, en ley de amor y
libertad, como la atraccion une los astros en concertada armonía.




Si
18. Cada hombre está obligado por la ley moral y por la ley


polltica á respetar el derecho en todos los hombres.
19. La sociedad, que empieza por reconocer el derecho en


cada hombre, debe castigar al que desconozca ó falte al derecho
de sus semejantes,


20. El que lastima el derecho de otro, lastima su propio de-
recho.


21. El deber es el reconocimiento del derecho en una persona
distinta de nosotros.


22. Los derechos fundamentales no pueden enagenarse ni
pueden renunciarse por el hombre; porque el hombre no tiene de-
recho al suicidio.


23. Las funciones del Estado deben reducirse á garantizar y
hacer inviolable el derecho de todos los ciudadanos.


Tales son las ideas capitales encerradas en los anteriores ca-
pitulas. De todas ellas harémos aplicaciones en los capítulos si-
guientes, repitiéndolas, porque son como la clave de toda la
doctrina democrática.


XIV. '.


Hemos dicho que el derecho es ingénito al hombre y superiol'
á todos los poderes. Hemos visto en el derecho la manifestacion
de la naturaleza humana en la sociedad. Hemos examinado nues-
tl'a naturaleza, y demostrado que el hombre tiene sentimientos, vo-
luntad y razono Hemos estudiado la ley de todas estas facultades,
y hemos visto que es la libertad. Hemos dividido la libertad en
libertad de pensamiento y libertad de accion: tratemos, pues, aho-
ra de la libertad de pensamiento.


El hombre estaria pegado á la tierra, como el árbol, como el
pólípo , viviria vida feliz y tranquila en el seno de nuestra madre
naturaleza, seria como un adorno más de lacreacion, como un ani-
llo más de la série inmensa de los sé res , si en su frente no brotá-


H




82


ra la idea, el pensamiento, que le alza del polvo y le da alas para
volar más allá de los astros, y le inviste con la soberanía augus-
ta de toda la creacion, y le hace intérprete de todos los misterios,
que se encierran en las diversas organizaciones, en los varios ob-
jetos derramados en el mar inmenso de la vida, y le lleva léjos de
estas sombras pasajeras que huyen, léjos de estos fenómenos tran-
sitorios, léjos de esta vida material encadenada por el tiempo, á
reposar tranquilo allá en la region donde nunca anochece, donde
la vida nunca pasa ni muere, donde el dolor no habita; para que
pueda contemplar en todo su esplendor el eterno ideal de la virtud,
de la verdad, de la hermosura; continuo, devorador anhelo de
nuestra desterrada alma.


Pero si el pensamiento es lo que hay de divino en el hombre,
¿el pensamiento estará encerrado tambien dentro de las leyes de
nuestra naturaleza? Sí, en ninguna de sus facultades m~nifiesta
más claramente su esencia el hombre. Si no tuviera pensamiento,
sería el hombre hijo sólo de la naturaleza, y dentro de la llatura-
lezll, encontraría satisfechas sus aspiraciones, realizados sus deseos.
El infusorio vive contento en una trémula gota de agua, pronta
á evaporarse; el insecto bajo la verde hoja, como en un mundo
infinito; el pajarillo en su nido; el pez en la amarga onda que lo
arrastra; yel hombre, cuando se encuentra sólo en la naturalez,a,
aunque mil flores embalsamen el ambiente, y las parleras aves le
regalen con sus cánticos, y las áuras le besen amorosas, y la vida
toda le infunda su voluptuoso calor, imagina en su mente otro
mundo más hermoso, suspira y se desasosiega como un desterra-
do: que por su pensamiento es hijo del cielo. ~Ias el pensamiento
no es absoluto, no es eterno. Si el pensamiento fuera absoluto, el
hombre poseeria toda la verdad, comprenderia toda la ciencia. El
pensamiento humano está sujeto á la ley de contradiccion, á la
antinomia. Se desarrolla por medio de grandes oposiciones, y de
estas oposiciones saca luégo el hombre la armonía. Si el hombre no
tuviera pensamiento, sería como el bruto; si su pensamiento no tu-
viera oposicion, contradicciones, sería el hombre como Dios. Mas




83


el hombre es naturaleza y espíritu, sér orgánico y ángel, hijo del
amor de lo finito con lo infinito; habitante del mundo por su cuer-
po y habitante del cielo por su alma; sér que llova en si su pro-
pia ley, que determina con voluntad entera sus acciones y sus pen-
samientos, superior á todo fatalismo, libre, en una palabra: y así
el pensamiento participa de su doble naturaleza, se desarrolla
tambien por oposiciones, y vive dentro de la santa ley de la liber-
tad. ¿ Quién puede, pues, trastornar las leyes del pensamiento?
Más fácil sería trastornar las leyes de la naturaleza. ASÍ como á
ningun poder le es dado alcanzar que el cuerpo no busque su cen-
tro de gravedad, así tampoco le es dado alcanzar que el pensa-
miento no sea libre.


La historia de las contradicciones del pensamiento es la his-
toria de toda la ciencia humana; porque la antítesis es la ley de
nuestra naturaleza; porque la libertad es la esencia de nuestro
espíritu. Nace el pensamiento griego, y nace como la mariposa
que abandona s\t capullo, pegado á la naturaleza; pero bien
pronto aquel pensamiento tan sereno, tan pacifico es arrastrado
á la guerra por una voz interior, y llega á desconocer y aniquilar
la misma naturaleza. La escuela jónica y la escuela eleática prue-
ban la libertad humana, la ley de la contradiccion. Nace Sócrates,
y parece como que la ciencia va á reposar en un solo pensamien-
to , y á los piés de Sócrates brotan Platon y Aristóteles, atento el
uno al mundo material, y el otro al munqo de las eternas armo-
nias; genios diversos y contrarios, que en sus dos escuelas anti-
téticas muestran las dos fases de nuestro espíritu. Viene luégo la
escuela estóica, que mira á la humanidad, y al par nace su opo-
sicion, la escuela epicúrea que sólo mira al individuo. Toma la fi-
losofía una tendencia práctica, positiva, en el derecho romano.
una tendencia social, y alIado de aquella tendencia se desarrolla
su opuesta, una tendencia mística, exaltada, idealista, en ese sue-
ño rle oro, que se llama la escuela de Alejandría. Triunfa el Cris-
tianismo; el mundo entra en la Edad Media; el pensamiento pare-
ee que va á reposar tran4uilo al pié de Roma, y nacen dos es-




84


cuelas contrarias, la nominalista y la realista. Llega la épeca de
pedir libertad para el pensamiento filosófico, y Descartés la pide
en nombre de la razon, y Bacon en nombre de la esperiencia, y
los dos, caminando á un mismo fin, forman dos escuelas contra-
rias. Entra la filosofía moderna en su periodo dogmático, y el
gran Spinoza sumerge al espíritu en la naturaleza, como si fuera
una gota de lluvia perdida en el mar, y el gran Leibnitz , levan-
ta el alma á una individualidad infinita. Llega el periodo critico
de la filosofla moderna, y Kant es su Descartés, y Locke su Ha-
con. Empieza el periodo armónico, el periodo sintético, y Fichte
predica el idealismo subjetivo, y Schelling el idealismo objetivo.
Viene Hegel, y parece como que su ciencia ha dominado toda la
naturaleza y todo el espíritu en su idealismo absoluto; y bien
pronto el espíritu se renueva y aparece la contradiccion dentro de
la escuela.


En los pueblos donde el pensamiento no es libre, la opo-
sicion no es por eso ménos cierta. En los pueblos orientales, el
sacerdote veia deslizarse á cada paso bajo su altar sagrado la ví-
bora de la herejía. Mahoma, que dió su libro por el último estre-
mo de la ciencia y de la religion, levantó hereges, los calentó en
su seno, yesos hereges arrojaron piedras sobre sus mezquitas,
sombras en su libro, pueblos inmensos y guerreros sobre sus ca-
lifas. No es posible, no, ir contra la ley del pensamiento, que es
la libertad. La más alta manifestacion del pensamiento religioso,
la más alta manifeslacion del pensamiento filosófico, la más alta
manifestacion del pensamiento moral, han sido perseguidas ,aho-
gadas por los tiranos. Y donde los tiranos pusieron cadalsos, la
humanidad ha puesto altares; y las cabezas heridas han destella-
do al caer, como una chispa, el alma de infinitas generaciones;
y el pensamiento perseguido se ha levantado del fondo de las
frias cenizas atizadas en su daño, y ha cegado á sus mismos ver-
dugos; y lo que era ayer blasfemia, mentira, es hoy verdad, cien-
cia; yel hombre ha derramado muchas lágrimas para lavar la san-
gre de lo:. mártires que sacrificaron impíamente sus padres; porque




85
el hacha, la hoguera, el martirio, no alcanzarán al pensamiento,
pues espiritual, y por lo mismo libre, s~ cierne sobre la tormenta
y el huracan y las sombras, y dirige su reposado vuelo Mcia
Dios:, que es el eterno centro de las almas.


xv.
La libertad de pensamiento se manifiesta socialmente en la al ta


institucion de la imprenta, que es el gran pedestal de todas las
ideas. Cuando el mundo de la Edad Media caia, y se arruinaha el
castillo feudal, rodando sus piedras sobre la frente de la aristo-
cracia desplomada; cuando el mundo griego lanzaba su último ge-
mido en las orillas del Bósforo, y entregaba su lira despedazada
á Italia; cuando la estátua antigua ievantaba la cabeza resplan-
deciente de hermosura entre las ruinas, y suspendia al mundo con
las armonías desconocidas que vibraban sus labios de mármol vi-
vificados por el beso de mil artistas; cuando entre las ondas del
Océano se alzaba un nuevo mundo, que parecia renovar los pri-
meros dias de la creacion; cuando el pensamiento huia de las es-
cuelas para enardecer con su soplo la conciencia humana y darle
nueva vida; cuando nuestra personalidad, rompiendo tantos gri-
llos como habia arrojado sobre ella el feudalismo, se dilataba y
crecia, entonando nuevos cánticos, escribiendo nuevos principios
de derecho, abismando su mirada en el éther. misterioso y con-
tando los astros; cuando sucedian todas estas maravillas que asom-
bran; Dios, para contribuir á la obra de la libertad con la efi-
cacia de su providencia, tocó la frente inspirada de un hombre
con su dedo inmortal, y le dió luz para que descubriera la im-
prenta, columna de nuestra razon, que se levanta serena é inmó-
vil sobre la continua corriente de los siglos. Desde e~ instante en
que se descubrió la im prenta, debia entrar como un elemento ne-
cesario en nuestra sociedad, como levadura indispensable en nues-
tra vida; porquG no es posible prescindir de esos hechos históri-




B6


COS, que son como estrellas fijas en el camino de la humanidad.
La imprenta comenzó su carrera; clavó la rueda del tiempo,


para que no pudiese aplastar las grandes ideas, las grandes obras
del ingenio humano; unió unos pueblos con otros pueblos, por
medio de la comunion del pensamiento; llamó á sí la historia en-
tera, para que el hombre libre tuviese la esperiencia de todas las
edades; salvó el alm3. de los mismos que perecian en las hogue-
ras, arrancándole así sus presas á la muerte; bajó al hogar del .
campesino, al taller del trabajador, á la choza del pobre, y llovió
sobre ellos las lenguas de fuego de las nuevas ideas, y los hizo
apóstoles de la revolucion; socavó poco á poco, cual la gota de
agua que cae sobre una piedra, los fundamentos del absolutismo;
y difundió en el hombre la idea de su dignidad y de su persona-
lidad, y quebró, por último, la coyunda de los esclavos, yarman-
do con su clava la revolucion triunfante, hizo para siempre impo-
sible la negra tiran1a.


Desde entónces la imprenta entra en nuestra civilizacion, co-
mo un elemento necesario. Los partidos medios, que todo lo pro-
fanan, que todo lo destruyen, han viciado la institucion de la im-
prenta. No han comprendido que la imprenta debe ser libre como
el pensamiento, que la imprenta debe ser antitética eomo la li-
bertad. No han eomprendido que las luchas en las esferas de las
ideas matan las luchas en la esfera de los hechos. No han com-
prendido que quitar su libert~d á la imprenta es lo mismo que
quitar su equilibrio á las aguas. No han eomprendido que eom-
primir el pensamiento es lo mismo que comprimir el aire, y que
el pensamiento se escapará siempre de sus manos. No han com-
prendido que es más lógico quitar el juicio de todas las ideas á
la eonciencía, como haeÍa el absolutismo, que concederle juris-
diccion sobre unas ideas, y negársela sobre otras. No han com-
prendido que su perseeucion contra ciertos principios no alcanza
más que es tenderlos y propagarlos. No han comprendido que es
inmoral exigir el oro como único titulo para ejercer el derecho.
No han comprendido que la imprenta sólo se combate con la im-




87


prenta misma, y que el gran castigo del escritor, cuando falta á
su deber, es el menosprecio en que cae y el remordimiento de su
conciencia. No han comprendido que crear una imprenta privile-
giada es crear una imprenta fuerte, una imprenta tiránica. No
han comprendido que el pensamiento castigado lleva una aureola
de martirio, que es una corona de gloria. No han comprendido
que, cuando un escritor enseña una herida del poder en su frente,
enseña en ella la debilidad del poder que le ha herido. Y como no
han comprendido todas estas verda ies, que son axiomáticas, han
hecho de la imprenta un privilegio, que como todos los privile-
gios es absurdo, y como todos los privilegios entraña la perturba-
cion, la anarquía; han hecho de la imprenta un arma terrible con-
tra su mismo poder; han hecho de la imprenta, e1emento de paz
y de armonía, una causa permanente de desórden. SI; porque es
desórden que unos por ricos hablen, y otros callen por pobres;
porque es desórden que los escritores sean como una familia pri-
vilegiada, y los periódicos sean como una compañía comercial;
porque es desórden que á unos se les permita defender sus ideas, y
á otros se les ponga una mordaza, cuando el criterio humano es
en todos igualmente respetable; porque es desórden que el Go-
bierno que ha de responder ante la opinion de sus actos, tenga en
sus manos el ahogar la opinion; porql16 es desórden, que siendo
absolutamente libre la tribuna, la palabra hablada, no tenga la
misma libertad la prensa, la palabra escrita; desórden, si, cine
muchas veces lloran los pueblos y los gobiernos con lágrimas de
sangre.


Lo hemos dicho y lo repetirnos: contra el pensamíento no hay
barreras, contra el pensamiento no hay verdugos. EL pueblo judío
hirió la cabeza divina, que traia el pensamiento de Dios, y se hi-
rió á sí propio, y destrozó su templo, y legó una maldicion eterna
á sus hijos, que aún llevan impresa la mancha de aquel crimen.
El pueblo romano hirió á San Pablo, que iba á completar la uni-
dad material de Boma con la unidad espiritual del Cristianismo, y
el pensamiento de San Pablo se cierne hoy sobre el despedazado




88
Capitolio. Pero si estos ejemplos, por divinos, pueden parecel'
escusados, en la historia puramente humana se encuentra la mis-
ma enseñanza. El nombre de los verdugos de Sócrates yace olvi-
dado, y la idea de su victima reluce como sol sin ocaso en la con-
ciencia humana. Los patricios romanos creyeron ahogar la idea
social, ahogando en su garganta la voz elocuente de los Gracos, y
aquella voz, penetrando en los limbos del porvenir, evocó las gi-
gantescas figuras de los Marios y los Césares. La Edad Media
ahogó á mil pensadores ilustres, cuyos nombres son otras tantas
estrellas en el cielo de la historia. Las obras de Descartés fueron
quemadas, y ellas quemaron la mano de sus verdugos. El pensa-
miento de Copérnico fué desterrado de las escuelas y las Universi-
dades, y ese pensamiento fijó el sol en el centro de las esferas é
impulsó la tieera en su carrera triunfal por el espacio. Colon, an-
dando hambriento, descalzo, de corte en corte, de palacio en pa-
lacio, y descubriendo un mundo de riquezas, como no lo habían
soñado igual ni áun los poetas, es la imágen fiel de las angustias
y de los triunfos del pensamiento humano. No queremos aglome-
rar ejemplos, que están en la conciencia de todos; el pensamien-
to no puede ser perseguido por ningun Gobierno, ni puede ser al-
canzado por ninguna fuerza, ni puede ser herido por ninguna es-
pada, porque el pensamiento es invisible é impalpable como el
espíritu.


La imprenta no puede ser, como espresion del pensamiento
humano, su forma, no puede ser perseguida, no puede ser holla-
da por ningun Gobierno. La prueba de esto se encuentra en que
todos los repúblicos no han podido fOl'jar una buena ley de im-
prenta; porque no se puede levantar una buena ley contra las
leyes del espíritu, como no se puede levantar un edificio contra
las leyes de la naturaleza. ¿De qué medios quereis valeros para
castigar la imprenta? De los jueces comunes. La magistratura, así,
no puede tener majestad ni prestigio, el oleaje de las pasiones
humanas escupe su amarga espuma á la frente de los magistra-
dos. ¿Del jurado? AlU no castigais el pensamiento, no; le ceñls




89


la corona de la victoria. Lo sé por propia esperiencia. El escri-
bano lee el artículo denunciado, en medio de un pueblo numeroso,
que aplaude, que grita, que se entusiasma á cada palabra, á
cada frase; el fiscal habla, y por elocuente que sea, recibe insul-
tos Ó menospreoio del público; el defensor se levanta, habla, y
por poco elocuente que sea, arranca lágrimas á todos los ojos, y
gritos de entusiasmo á todos los pechos; exagera las ideas del al'-
tículo denunoiado, y sus palabras caen como chispas eléctricas
sobre una multitud, que las repite, que las comenta, que las exa-
gera, que las propaga; y despues el articulo queda absuelto en
medio de una tempestad de entusiasmo, que magnetiza á los mis-
mos jueces. Ahora bien, ¿ qué conseg'uís con presentar los perió-
dicos ante un tribunal de jueees? Conseguís que bajen á nuestra
areniJ. ardiente, conseguís que por la movilidad de los gobiernos
condenen hoy lo que ayer ensalzaban, y ensalcen mañana lo que
condenaban ayer. Testigos somos hoy de una expiacion tremenda,
que yo deploro, que yo lamento; porque quiero la libertad para
los vencidos; porque quiero eompleta seguridad para mis propios
enemigos; porque quiero el amparo del derecho para todos los
partidos. Mas el partido moderado votó una ley de imprenta ab-
surda y cruel, y esa ley de imprtmta ha herido en el corazon á
sus mismos autores. Una mala accion entraña en sí el mal siem-
pre, no tanto para el que la sufre, como para el que la comete.


Ví en las Córtes Constituyentes una lucha entre los dos atletas
de aquella Cámara, entre Hios Hosas y Rivero. Se deba tia la ley
de imprenta. Ilios Rosas era el pI'imer orador de aquel Parlamen-
to; pero lo era, cuando callaba Rivero. Este posee conocimientos
inmensos, cl'lldicion portentosa en todos los ramos de la ciencia
social, aptitud más para hombre de gobierno que para tribuno.
Su palabra es tarda, es dificultosa, y sin embargo, es elocuenti-
sima. Parece su pecho el hervidero de un volean, y sus ideas bro-
tan iluminadas por resplandores siempre fulgurantes y nuevos. La
lucba entre su palabra y su idea da á sus discursos la fuerza, la
majestaJ de una gran tempestad. Aquella voz qne truena, aque-


12




90


lla palabra que fulmina, aquella elocuencia sintética, aquella.
pasion que se ve circular como la sávia del pensamiento, atraen,
magnetizan. Mas Rivero se distingue en la lucha, en el combate,
en la discusion: se dirige á su enemigo, le alcanza, le derriba, hi-
riéndole siempre en la cabeza, y des pues lo aniquila, y se goza en
su aniquilamiento con una elocuencia grande, pero cruel. Sus
discursos no tienen la sensiblerie francesa hoy tan en boga, no;
son discursos de elocuencia vigorosa, de antigua raza españoL.
En ellos se ve que el hombre que los pronuncia es fisiólogo, médi-
co, jurisconsulto, líterato, mósofo. Las formas son .muchas veces
descuidadas; pero el pensamiento es siempre grande, es siempre
nuevo, es siempre admirable. No digo esto porque sea mi amigo,
no; yo conozco las prendas de todos nuestros oradores; hago jus-
ticia á la habilidad parlamentaria de Olózaga; á la reposada, gra-
ve y serena elocuencia de Pacheco ; á la impctuoslsima y admira-
ble palabra de Rios, cuando la pasion le inspira; al sentimiento
de Escosura, tan bien espresado, que no parece sino que va á du-
rar en aquel corazon un siglo, cuando apénas dura muchas veces
un minuto; á la punzante y cáustica y flexible palabra de Gonzalez
Bravo; á los donosos epigramas de Benavides; al conocimiento de
la lengua, á la inagotable riqueza de giros, á la maravillosisima
y portentosa facilidad del rey de nuestros oradores, de Alcalá Ga-
liano, que es dueño de la palabra, como Júpiter lo era en el Olim-
po del rayo; mas por lo mismo que reconozco estas prendas en
todos los que son mis adversarios, conozco la alteza de pensa-
mientos, la profundidad de miras, la varia y rica palabra, la
portentosa y exaltada pasion de mi amigo el Sr. Rivero, que será
siempre uno de nuestros más preclaros oradores.


Decia, ántes de comenzar esta digresion, que vi en las Córtes
Constituyentes una lucha tremenda entre Rios Rosas y Rivero so-
bee libertad de imprenta. Rios Rosas hizo esfuerzos de ingenio es-
traordinarios para justificar su sistema; porque una de sus cuali-
dades más brillantes, sin duda, es la argucia: mas Rivero mostró
con una elocuencia sentida, con una elevacion portentosa, con la




9\


superioridad que á su reconocido talento le daba su pensamiento,
que nuestras ideas sobre la imprenta son, no solamente ideas de
libertad, sino tambien grandes ideas de gobierno. Imprenta, ins-
trumento más maravilloso que el telescopio y el telégrafo y la
locomotora, último esfuerzo del genio humano, que has traido la
eternidad al seno movible del tiempo, juro amarte siempre como
te amo ahora, no olvidar ni un minuto tus beneficios, no renegar


. de tí, como han renegado tantos que te deben el sér, y poner á
tu servicio esta mi pobre pluma, para que seas, como el alma, en-
teramente libre.


XVI.
Hemos dicho que la libertad se divide en libertad de pensa-


miento y libertad de aceion. IJa libertad de pensamiento la hemos
consagrado en la imprenta; la libertad de accion la con~agramos
en el santo, en el imprescriptible, en el sagrado, en el inviolable
dCl'echo de asociacion. El derecho de asociacion viene á comple-
tar al hombre en sociedad, á unirlo con sus hermanos en ley de
amor y reciproco respeto, á multiplicar de \lna manera asombrosa
su actividad. El hombre debe realizar el bien, y el bien se reali-
za cumpliendo todos los fines de la humanidad en el mundo. Para
cumplir estos fines, el hombre há menester de libertad; sí, de li-
bertad para ejercer su razon y Sil voluntad, su pensamiento y su
acciono


El hombre no puede vivir solo; la inclemencia de los elemen-
tos; la debilidad de Sil naturaleza, serian parte á quebrantar ó
destruir bien pronto su vida. Como Dios ha querido que realizára
el hombre por si mismo su vida, le ha mandado débil á la tierra,
para que se debiese á si desde el sustento hasta la tela que le sal-
va de las asechanzas de la natnraleza. El animal puede vivir ais-
lado, porque, como su vida tiene un solo fin, y está organizado
para ese fin , f;\flilmente 10 flumple en su limitada y reducida esfe-




92


ra. Mas la misma riqueza de su sér, la variedad de sus fa.culta-
des, la trama de su existencia, el espacio inmenso abierto á su
devoradora actividad, su inclinacion á subir de esfera en esfera
hasta lo infinito y abrazar en sí lo limitado y contingente, obligan
al hombre, si ha de cumplir todos los fines de su existencia, y de
consiguiente realizar el bien, á unirile á sus semejantes, pal'a en-
uontrar en sus corazones amor que purifique y engrandezca su
sentimiento, fuerzas que agucen su voluntad, ideas que ilumi-
nen su alta inteligencia, condiciones, medios con que realizar y
cumplir toda sn naturaleza.


La primera asociacion, la asociacion fundamental, es la que
tiene por objeto realizar el derecho; la asociacion fundamental es
el Estado. Pero el Estado no debe fundarse contra nuestra natura-
raleza, sino en nuestra naturaleza; nG debe fundarse contra nues-
tro derecho, sino en nuestro derecho. Por consiguiente, el Esta-
do debe respetar la libertad y la igualdad natnral de todos los
hombres, su pensamiento y su acciono Sólo concretándose á este
fiu, podrá el Estado vivir en armonía con la naturaleza humana y
realizar su fin primordial, su fin único, el derecho.


Pero el derecho en su sentido eoncreto es sólo uno de los
fines de la naturaleza humana, una de sus leyes. Y la naturaleza
humana es rica, es varia, es múltiple en sus manifestaciones. El
hombre es la armonía de la creacion, la síntesis de lo finito y de
lo infinito, el lazo que une el cielo con la tierra, el sacerdote que
levanta á Dios las mudas oraciones de todos los séres , el intér-
prete del pense.miento divino, el hermoso y sagrado santuario
donde se une el espíritu y la naturaleza. Por lo mismo, tien-
de á unirse la naturaleza, á participar de su fuerza, á fundirla
nuevamente en el crisol de su pensamiento, á despojarla de abro-
jos y darle el aroma de Sil alma; y tiende tambien á espaciar
su espíritu, inquieto, sediento de amor, ansioso de luz, en las'
regiones celestes y puras de lo absoluto, en el seno inmenso de
ese mar sin ribera3, de ese gran sér) que todo lo contiene y todo
lo vivifica, de Dios. Por lo mismo, el Estado debe contribir á que




93


el hombre cumpla y realice Sil dO,ble naturaleza física y moral. Ma~
papa realizar en toda su variedad la ley de su naturaleza, el hom-
bre necesíta principalmente del derecho de asociacion. Pedimos,
pues, el derecho de asociacion, las asociaciones dentro del Estado;
pero asociaciones que respeten la libertad del individuo, la auto~
nomla de la sociedad; asociaciones que se funden, como se funda
el Estado, en Sil base primordial, única, en la idea del derecho.


Hemos dicho que los fines del hombre son flsicos y morales. Y
estos fines los cllmple el hombre por la asociacion, que comple~
ta la armonía de su sér. La primer tendencia del hombre es, :'i.
extraer su vida, por su trabajo, del seno de la naturaleza. PM
este medio, el hombre torna dulce y amorosa á la dura tí erra ; le
arranca la cizaña; busca en su seno la fuente de la vida, como el
niño busca el pezon del pecho maternal; produce flores, frutos,
nuevos séres, como ideas caidas de su mente, y desarrolla todas
las fuerzas que el Creador encerró en la cre.acion. Mas este
trabajo aislado sería un trabajo inútil. Por eso pedimos derecho
de asociacion para los propietarios y los trabajadores del campo;
derecho que podrá crear el crédito territorial para el labrador y
el crédito personal para el jornalero; derecho que podrá libertar
al infeliz de la miseria; derecho que podrá realizar pacificamente
las reformas económicas que guarda el porvenir.


:Mas el trabajo no es solamente agrícola, es tambien indus-
trial. La asociacion es necesaria, indispensable en este trabajo.
Un hombre, por rico que sea, no puede por sí solo emprender
grandes industrias. Reducido á sus fuerzas, su actividad chocaría
á cada paso contra mil obstáculos. La esplotacion de las minas, de
los caminos de hierro, la fabricacion de todos los artefactos ne-
cesarios á la vida humana, exige la concurrencia de muchos capi-
tales. La asociacion, pues, será siempre una fuerza económica
que centuplicará la fuerza del capital. Si es necesaria para el ca-
pitalista , no es ménos necesaria para el trabajador. La asociacion
tambien aumenta sus fuerzas, le da independencia, le da liber-
tad, le evita SOl' esclavo del capitalista, le acorre en sus nece..,




94


sidades, en sus desgracias; impide que se muera de hambre,
Cllando le falta el trabajo; le alivia, si enfermo; le sostiene con-
tra los efectos de las perturbaciones económicas; y concluye así
radicalmente con la dañosa esplotacion del hombre por el hombre.


Pero el hombre no vive sólo en la naturaleza, sino que se ele-
va á otras regiones más puras y serenas. La idea de la hermosq-
ra es innata á su alma, porque el hombre es artista. Por medio
del arte destruye las disonancias de su sér y se une en suave
armonía con lo creado y con Dios. Por medio del arte serena la
tempestad de sus pasiones y abre Sil corazon y su conciencia á la
luz, al rocío del cielo. Por medio del arte levanta una creacion
espiritual sobre la creacion material; pero creacion viva, libre,
hermosa, como el alma. Para cumplir este fin de la naturaleza
humana, los artistas deben tambien realizar el principio de asocia-
cion, que es el gran principio de la fraternidad humana. Así, lé- .
jos de ser enemigos, léjos de ser entre sí rivales, conocerán que
deben ser como un coro de ángeles suspendido sobre la tierra.


Vosotros, poetas, artistas, hi,jos privilegiados de la naturaleza,
séres que Dios envia con un resplandor de su corona en la frente,
con un eco de su palabra en los labios; vosotros, que llevais en
vuestra mano una lira para endulzar todos los dolores, en vuestro
corazon bálsamo para cerrar todas las heridas; vosotros, que
sembrais de rosas este áspero y largo y trabajoso camino; vosotros,
que nos descubrís y nos enseñais desde léjos las riberas de nues-
tra patria, que se oculta entre los árboles del firmamento; vos-
otros, que sois la armonía de todas las armonías; vosotros, no
adormezcais á los tiranos, ni arrastreis vuestras blancas alas por
el lodo del mundo; porque el genio, que es la libertad en su ma-
yor grandeza, en su espresion más magnifica, dehe vivir de sí
mismo, y debe consagrarse á la santa causa de la humanidad
y del progreso, y así alcanzaréis vuestro gran destino, que es
hermosear y engrandecer al hombre; destino que podeis cum-
plir asociados, porque de otra suerte seréis como ruiseñores per-
didos en un desierto, regalando vuestros cánticos al vaclo. Los




9t:


, hombres, pues, pueden y deben asociarse para emplear sus fuer-
zas físicas, y pueden y deben asociarse para realizar la idea de
la hermosura, dulce armonía de sus sentimientos.


Mas no es sólo el apropiarse la naturaleza física y el realizar
el arte, el destino todo del hombre. Pueden y deben unirse tam-
bien los hombres á contribuír á la realizacion de su fin moral, ora
con la predicacion, ora con el ejemplo, ora con la práctica de las
buenas obras. La caridad individual, aunque arda en vehementes
deseos de curar el mal, de socorrer al desgraciado, de amparar
y consolar al afligido, poco alcanza; pero unidos todos los corazo-
nes en un mismo sentimiento, con igual deseo, pueden realizar el
bien, y cerrar muchas heridas, y en~ :¡gar muchas lágrimas. Así
como admitimos la asociacion de las fuerzas individuales para
apropiar la naturaleza al hombre, y admitimos la asociacion de _
los sentimientos para es tender y propagar el arte, admitimos la
asociacion de las voluntades para cumplir y realizar el bien. El
hombre puede realizar, ejercer sus fuerzas asociado al hombre, y
realizar asociado la idea de la hermosura y la idea de la- bondad
en todas sus manifestaciones.


Pero la hermosura, la bondad se completan con la verdad,
tercer término de esta misteriosa trinidad, que el hombre lleva
encilrrada en su conciencia. Para alcanzar la verdad y grabarla
con mano fuerte en el espacio, el hombre necesita de la asocia-
cion, sí, de la asociacion para aprender, de la asociacion para
enseñar. Reunidas las inteligencias libremente, se dividen las es-
feras de· la ciencia, penetran en todas ellas, y conservando la uni-
dad armónica, tan necesaria para el conocimiento como para la
vida, llegan á comprender y alcanzar ese fin sagrado de la cien-
cia, la verdad, y á repartirle entre los hombres como el pan
bendito del alma. Deseamos tambien las asociaciones cienUficas.
En la asociacion industrial ejerce el hombre sus fuerzas; en la
asociacion artística realiza y completa su sensibilidad; en la aso~
ciacion moral su voluntad; en la asociacion científica su razono


La idea de la hermosura, de la bondad, de la verdad, no vi-




96


ven abstracta mente , sino en la sociedad, donde se realizan todas las
grandes ideas. Por eso no debe oponerse la sociedad á las tenden-
cias que el hombre tiene á influir en ella con su voluntad y su in-
teligencia. El hombre puede espresar libremente en asociacion los
pensamientos y proyectos que tiendan á mejorar la condieion de los
pueblos. En Inglaterra yen los Estados-Unidos, las asociaciones
pollticas han realizado todas las reformas, que son el poder y la
gloria de estos grandes paises. La palabra de Cobden abrir) la isla
nebulosa y oscura al amor de la humanidad. (Jn ciudadano deseo·
nocido, llamando así la atencion de los pueblos, abl'iú las puertas
de los Estados-Unidos al comercio de todas las naciones. Hoy mis-
mo por la asociacion se aproxima Inglaterra al sufl'agio univer-
sal y á la reforma administrativa, .último golpe asestado á la
frente de la nobleza.


Pero el hombre no vive solamente en la tierra: sus ideas, sus
sentimientos se pierden, como la esencia de las flores, en el cielo.
La verdad de la existencia de un Dios personal, infinito, eterno, la
encuentra el hombre, lo mismo en las maravillas de su alma que
en las maravillas de la naturaleza. Cuando presta oido á la armonía
de los mundos, b~sca instintivamente, con los ojos arrasados de
lágrimas, al gran artista que concierta las esferas y las inunda con
los reflejos de su eterna luz. Cuando convierte su mirar á la tier-
ra, ve en la tierra un templo, y en todos sus rumores, en el mur-
mullo de las brisas y las olas, en el canto de las aves, en el su-
surro de los bosques, una eterna plegaria religiosa. Pero esa ora-
cion, ese reconocimiento de Dios, todos los sé res lo hacen sin
conciencia, y sólo el hombre sabe y conoce que debe á su crea-
dor sus ideas y sus sentimientos, y por eso el hombre solo es el
sét' religioso de la cl'eacion. Nosotros, pues, contra lo que ha he-
cho la escuela liberal, admitimos las asociaciones religiosas; por-
que admitimos que la sociedad debe cumplir todos los fines de la
naturaleza humana.


Remos concluido. Resumamos las ideas capitales. La libertad
se divide en libertad de pensamiento y de acciono La primera se




91
consagra principalmente en la imprenta; la segunda, en la asocia-
cion. Toda asociacion debe ser libre, y como libre, debe fundar-
se en el derecho. Toda asociacion debe respetar al Estado y á
la ley. La asociacion tiene por objeto realizar toda la naturale-
za humana, abrir espacio á su desasosegada actividad. En las
asociaciones agrícolas é industriales, el hombre desarrolla todas
sus fuerzas; en las asociaciones artísticas, su imaginacion, su
sensibilidad; en las asociaciones políticas, su voluntad, su derecho;
en las asociaciones cientrfiGas, su inteligencia; en las asociaciones
religiosas, su aspiracion á lo infinito; en la sociedad democrática,
toda su rica naturaleza, sin sombras que la oculten, sin man-
chas que la empañen; su naturaleza, la obra predilecta del
Creador.


XVII.
El desconcierto es general en la sociedad, y el malestar pro-


fundísimo en los ánimos. El eclecticismo filosófico ha engendrado
la duda, y la transicion en que nos hallamos lima y gasta los
grandes caractéres. Rotos los principios sobre que habian girado
las sociedades antiguas; derramados nuevos elementos en la at-
mósfera; oyendo la voz de nuestros padres que se levanta del gran
osario de los siglos pasados, atraidos por la libertad que 'surge
del seno de esas revoluciones, corrientes eléctricas que han sa-
cudido la tierra; los hijos del siglo XIX son desgraciados como
todos aquellos á quienes cabe en suerte nacer en épocas inciertas
en sus principios é indecisas en su camino, y nacer faltos de fé
para -reposar bajo el paterno techo, ó de aliento para romper todos
los obstáculos y lanzarse resueltamente en el océano de lo por-
venir.


Mas en estas épocas, 'tan frecuentes como lastimosas, los hom-
bres que ponen sus ojos en un principio de justicia, y á ese prin-
cipio ajustan sus acciones, son fuertes como el árbol que arraigado


i3




98
en la tierra resiste el furor de los huracanes y el rudo empuje de
las inundaciones, irguiéndose altivo y sereno, inundado de luz,
aposentando en sus ramas, como en no violado seguro, las man-
sas aves del cielo. Y las únicas ideas que hoy pueden satisfacer
los ánimos y alentar los espíritus, desorientados por el continuo
choque de las pasiones; las únicas ideas que se levantan vigorosas
y lozanas, son las que, despues de resolver en grandes armonías
todas las contradicciones de nuestros tiempos, fundan una paz in-
contrastable, eterna, abriondo con la libertad espacios infinitos á
las revoluciones tranquilas y pacificas, y sellando con la idea del
derecho para siempre la era sangrienta de nuestras perdurables
discordias.


Lograr una paz inalterable: hé aqui el deseo de los que, can-
sados de tantas revoluciones sangrientas y de tantas impotentes
restauraciones, quieren que la sociedad camine á su fin y progreso
con regular y compasado movimiento. El deseo de paz es vivo, es
profundo, es legí timo: la tierra removida bajo nuestras plantas;
01 aire cargado de tempestades; incertidumbre hoy, lo desconocido
mañana; movimientos muchas veces inútiles, abriendo cráteres
bajo nuestras plantas; los altares ca idos ayer, levantados hoy; los
ídolos rotos, vueltos á recomponer por reacciones ora sangrientas,
ora ridículas, siempre infecundas; unas clases levantándose contra
otras clases; unos partidos contra otros partidos; los vencedores
creyéndose tiranos, los vencidos, párias; nuestra sociedad ofrece
un espectáculo tristísimo, que mueve ;i profundo y amargo dolor;
espectáculo que no cesará hasta que la libertad sea completa, y
cierto y seguro el reinado del derecho.


En verdad, el deseo de paz, que es el deseo de todos los que
sienten y deploran los males de nuestra civilizacion, no puede sa-
tisfacerse sino dando dignidad á los pueblos. Y para dar dignidad
á los pueblos, precisa no dejarlos abandonados al ole,tje de las
pasíones, sino levantar su espíritu á la conciencia de sus derechos.
El hombre que no tiene criterio bastante para conocer el mal y
el bien, ni voluntad eficaz para realizar lo que cree justo, es in-




99
moral, juguete de sus instintos; y eL pueblo que !lO tiene oonoaÍ-
miento de sus derechos, que no se dirige á SI mismD', está sieID"pl'~
aparejado para la servidumbre. Como no conoce lo que es justo,
como no fia en sus propias fuerzas, como todo lo espera de ele-
mentos estrañQs á su derecho, ora dobla de grado la cerviz ante
un tirano, ora oye la palabra fogosa de un tribuno, y ajeno al
sentimiento sublime de su personalidad, se deja llevar, sin saber
á dónde, á, su total ruina. Nosotros lo decimos con entera fran-
queza. El mal es grave, y el remedio del mal es, sin embargo,
fácil. Cuando los pueblos conozcan lo que es justo, no abriran sus
oídos al reclamo de la injusticia; cuando sientan su propia volun-
tad, no se rendirán á voluntades dominantes y estrañas. Guián-
dose pOI' si, con los ojos puestos en el norte de la justicia, con-
fiados eu sus propias fuerzas, no consentirán en ser cortesanos de
los déspotas, ni cortesanos de los tribunos levantados un dia por
el choque de las pasiones en la plaza pública. Los que deplorais
que el pueblo unas veces haya seguido la voz que le llamaba á la
matanza, otras la voz que le llama:)a á la guerra y á la gloria;
los que sentís que se haya dejado deslumbrar por los misterios de
una teocracia despótica ó por el brillo ,de una espada victoriosa,
convencéos de que no puede el pueblo pertenecerse á sí'mismo,
miéntras no lleve como una comna en su frente la santa idea de
su derecho,


El derecho es ingénito al espíritu, como sus propias facultades.
El derecho es la ml1nifestacion del alma humana en la sociedad.
COI'lO Dios, al crea!' el cue!'po, lo creó con su forma, al crear el
alma, la creó con su derecho. Como los cuerpos están encerrados
en la naturaleza de tal suerte que no pierden las leyes esenciales
de su sér, la estension, la impenetrabilidad, la gravedad; las al-
mas deben en la sociedad estar de tal suerte que no pierdan las
leyes de su esencia, la razon, la voluntad. Para manifestar su
razon, necesitan la libertad de su pensamiento en todas sns'esferas;
para manifestar su voluntad, necesitan la liberlad del sufragio; y
de aquí provienen las grandes instituciones que son el ideal de




100


este siglo, el término de todo el progreso de la filosofía moder-
na, la áltima palabra y el último suspiro de la revoluoion.


Queremos, oomo una de las grandes manifestaciones de la
actividad humana, el sufragio, porque queremos la libertad;
queremos, como condicion precisa del sufragio, que sea uni-
versal, porque queremos la igualdad. Esta idea de igualdad ha
sido rechazada hasta por las mismas escuelas liberales; la iguaJ-
dad, que es la esencia de nuestra escuela , de la escuela demo-
crática, parece á las escuelas liberales, si jnsta, peligrosa, como si
la justicia pudiese nunca dañar ni á la sociedad ni al hombre. La
naturaleza, dicen, nada ha hecho igual. 1 Error gravísimo I Co-
nocida una mariposa, conoceis todas las mariposas; conocido un
ruiseñor, conoceis todos los ruiseñores; conocida una planta, cono-
ceis todas las plantas que pertenecen á su familia. La igualdad es
la ley general; la desigualdad la escepcion. El hombre no tendría
ninguna idea, si no la sujetase á la categoría de igualdad. El na-
turalista, estudiando un individuo de una especie, conoce toda la
especie; el químico, estrayendo los elementos esenciales que com-
ponen una gota de agua, conoce los elementos esenciales que com-
ponen el inmenso Océano; y Platon '! Aristóteles, estudiando su
pensamiento individual en su propia conciencia, han estudiado las
leyes generales del pensamiento. La desigualdad puede existir en
los accidentes; la igualdad existe en las esencias. Si esto no os
place, no acuseis al que lo dice; acusad al Creador, que hizo todas
las cosas con peso y medida, y las arrojó en los espacios para que
formáran una eternll. armonla.


La ley que rige en la naturaleza y en la conciencia, debe
regir en la sooiedad; la ley de igualdad, que reína en el mundo,
debe reinar en el derecho. Por eso queremos que el derecho sea
para todos igual, y por eso que sea universal el sufragio. Todos
los dias, á todas horas oimos que el sufragio universal es el des-
quiciamiento de lo sociedad', por lo mismo que está basado en la
idea de igualdad. Y sin embargo, el mundo camina en todas sus
grandes trasformaciones y progresos á la igualdad. Un día en la




101


historia existia la desigual religiosa. Los poderosos, los fuertes,
los aristócratas tenian un Dios; los débiles, los pobres, los escla-
vos, otro Dios; los aristócratas un altar, una teogonía suya; los
pobres, los esclavos, otro altar, otra teogonía diferente; los hé-
roes, los guerreros gustaban allende el sepulcro delicias en los
ellseos campos, que no podian gustar nunca los plebeyos; y
cuando se oyó resonar en el mundo una voz divina que predicaba
la igualdad ante Dios del pobre y del rico, del rey y del vasallo,
del señor y el siervo, el mundo ahogó aquella voz; y sin embargo,
triunfó para siempre, con el triunfo del Cristianismo, la santa idea
de la igualdad religiosa.


En el mundo existian tambien las diferencias de castas. Un03
nacian para mandar, otros para obedecer. Unos desde la cuna se
consagraban á conversar con los dioses, otros desde la niñez á
los rudos trabajos de la industria. Unos heredaban el sacerdocio
y lo trasmitian á sus sucesores; otros heredaban la servidumbre
y la trasmitian, como una mancha, de generacion en genel'acion.
El niño, cuando se reconocia, iba ya con la cadena atada al pié,
y la arrastraba hasta el sepulcro. El primero que hubiera osado
protestar contra aquella injusticia, hubiera pasado por loco; y
sin embargo, nació la igualdad social, más justa á todas luces que
las antiguas bárbaras castas.


En otro tiempo existia la desigualdad civil. De esta desigual-
dad están plagados nuestros códigos de la Edad Media. El rico-
hombre tenia un tribunal diferente del tribunal del villano. La ley
era más ruda para los desgraciados ciudadanos que para los po-
derosos próceres. El que mataba á un magnate, era castigado con
más dura pena que el que mataba á un individuo del estado llano.
La pena de muerte no alcanzaba en muchos reinos la frente de la
nobleza, que, como sus castillos, se perdía en el cielo. Pues bien:
¿quién les hubiera dicho á los magnates que, llegados otros tiem-
pos, habian de perder estos privilegios? ¿ Y quién serta hoy osado
(Í, decir que la desigualdad civil, consagrada en los fueros de la
Edad Media, es preferible a nuestra igualdad civil, que une á to~




f02


dos ante el númen divino de la justicia? Pu'es así como se alcan-
zó la igualdad religiosa, se alcanzó la igualdad civil; y como se
alcanzó la igualdad civil, se alcanzará la igualdad politica, cuya
consagracion es el sufragio universal.


Cuanto más meditamos esta cuestion, más claro vemos la jus-
ticia de nuestra causa. 6 no debe existir el sufrag-io, como pre-
tenden los absolutistas; ó de existir, dehe ser universal, como
pretendemos nosotros. El término que han encontrado las escue-
las ooctrinarias para resolver esta cllestion, es feudal, es vicioso.
Vincular el 'derecho en la materia bruta; poner el criterio en el
oro; conceder el sufragio, no á la conciencia, no ¡\ la voluntad
humana, sino al vil metal; establecer que tiene más razon el ([ne
tiene más dinero, que tiene más alma el que tiene mi'Ls renta, es
subvertir de tal suerte todos los principios de justicia, que esas
escuelas, como se vió en la Francia de Luis Felipe, manchan la
conciencia de las naciones, las tornan egoistas é interesadas,
ahogan en ellas todos los sentimientos sublimes, y las arrastran
á la idolatría del becerro de oro; falta gravlsima que, tarde ó
temprano, quebranta y destroza los más fuertes imperios, cance-
rando con la lepra de la inmoralidad sus entrañas destinadas por
Dios á llevar los santos principios de la libertad y rle la justicia.


El error de dar al dinero un prerlominio nocivo en la socie-
dad, prorluce gravisimos males que testifica el tiempo. Cuando
leemos la gran epopeya de la historia romana, y (Jon los ojos del
alma miramos á los Gracos caer exánimes, ex.halando de su seno
la esencia más pura del alma de Roma; á Mário, empeñarlo en
guerras desastrosas dentro de los muros de la gran ciudad; á
Sila, bañándose gozoso en la sangre de 103 ciudadanos; á Pompe-
yo, corriendo á ocultar su vel'güenza y encontrando ~a mucl'te ; á
Catilina, luciendo en su frente el reflejo de exaltadas y terribles
pasiones; cuando vemos la lengua de Cicel'on pegada en los ros-
tros ; las entrañas de Caton, último asilo del patl'Íotismo, piso-
teadas por los legionarios; César, cubriendo con su manto, como
cQn un magnífico sudario, la antigua lihertad; lo que en reali-




f03


dad vemos sobre todos aquellos males, produciéndolos, como el ve-
neno produce el dolor y el dolor produce la muerte, es el grave
error en que cayó el Senado al entregar el poder y la direccion
de Roma á los usureros; error que pagó el Senado con cinco si-
glos de atroz y oprobiosa servidumbre.


La base, pues, del buen derecho que nosotros defendemos,
es y debe ser, como la base de todo verdadero derecho, la igual-
dad; porque el censo es injusto, es inmoral. Mas contra la idea
que sustentamos, contra la uni ver~alidad del sufragio, se dice:
es irrealizable, es quimérica. ¡Quimérica! En primer lugar, todo
lo que tiene su razon de ser en la cO~lciencia, tarde ó temprano
tiene realidad en el espacio. En segunJo lugar, hemos visto rea-
lizadas mil injusticias: ¿y no hemos de creer en que se realizará
la verdad y la justicia? ¿Ha de estar la humanidad condenada a
arrastrar como una cadena el peso de todos sus errores hasta el
terrible dia de la consumacion de los tiempos?


1 Decís que el sufragio universal es una utopía 1 Nosotros en-
tendemos pOI' utopia lo que es irrealizable, y por lo mismo no
puede ser utopia lo que se ha realizado. El sufragio universal se
ha realizado y vive bajo una república democrática como los Es-
tados-Unidos; en un imperio como la Francia; y se realizará
pronto, muy pronto en la gran monarquía parlamentaria, en
Inglaterra, donde, merced á la libertad del pensamiento y á la
gran eficacia de todos los derechos individuales allf consagrados,
la idea de igualdad penetra y triunfa, rompiendo los fortísimos di-
ques y muros que le opone una aristocracia antigua y gloriosa.
En nuestra misma España, en el gran eódigo democrático, ele
que arrancan como de su raiz todas las instituciones liberales; en
aquel cúdigo, escrito cuando la nacion, abandonada Ú sí misma,
derrocaba en el polvo las gigantes legiones del guerrero del siglo;
cuando se despertaba á un tiempo en nuestra patria el espíritu de
la libertad moderna y el gran espíritu tradicional, patriótico,
eterna savia del árbol de nuestra nacionalidad; en la Constitu-
cion de 1812; aquellos legisladores cuyo nombre se repetirán




i04


unas á otras las generaciones libres, como un legado sacratísimo,
pues ellos señalan una nueva época en nuestra historia, un ins-
tante sublime en nuestra vida; aquellos legislad~res consigna-
ron el gran principio del sufragio universal. Y si bien se mira,
ese principio, tan combatido hoy y denostado, existia en nuestras
antiguas venerandas tradiciones. Abrase el libro sagrado de
nuestra gloriosa historia, regístrense sus épicos anales, y seve-
rá que en el seno de la Edad Media existe como el espíritu del pro-
greso y de la libertad el municipio, y que en muchos de esos mu-
nicipios se consagra la libre elcccion de los magistrados populares
por la voluntad de todo el pueblo; ¿ por qué, pues, ha de ser
trastornador un principio, que existe en nuestros códigos, en
nuestras mismas tradiciones, y que vive hoy en naciones ricas y
poderosas del orbe?


El sufragio universal, dicen, es el panteismo social. N o, mil
veces no, contestamos. El panteismo absorbe unas clases en otras
clases, unos individuos en otros individuos, unos derechos en
otros derechos; ahoga la voz del débil, mata la conciencia del
humilde, aniquila impíamente la lilwe personalidad del hombre;
y nosotros queremos un gobierno que respete todos los derechos
sagrados, que fortiflque la personalidad humana, que armonice


. todas las fuerzas hoy discordes, que funde una paz basada en el
respeto á la libertad en todas sus manifestaciones, y en la prácti-
ca constante de la justicia; paz que, como un cielo sin nubes,
derramará vida y alegria en el ánimo de los pueblos.


Se dice, por último: el sufragio universal sólo puede servir
al absolutismo. I Parece imposible que áun amedrente ese fantas-
ma, que vaga en los aires como el último suspiro que exhala el
moribundo al pasar de esta vida á la eternidad I El absolutismo,
en su tiempo, en la hora que le señaló para cumplir su destino la
Providencia, fué grande, sÍ, ¿ por qué ser inj ustos? como todas
las instituciones que cumplen su destino. Nosotros, cuando baja-
mos á las tumbas del Escorial, bajamos con respeto, recordando
las hazañas de aquellos tiempos, y nos parece ver entre las dudo-




lOo
sas sombras dibujarse aquel gran imperio, cuya cabeza se perdia
en el cielo, en cuya corona estaba engarzado como un diamante
el sol; cuyo manto, más anchuroso que el Océano, envolvia mun-
dos, continentes desconocidos, inmensas regiones; y al recordar
tantas grandezas, nuestro corazonlate de entusiasmo, y caemos
de hinojos bajo el recuerdo de aquellas inmarcesibles glorias, que
guardamos en el pecho para trasmitirlas incólumes á nuestros hi-
jos, como los timbres más preclaros de la pátria historia.


Mas si abrís los sepulcros, si levantais los cadáveres, si que-
reis volverles á ceñir su corona, por más que los envolvais en
púrpura, esos cadáveres serán siempre repugnantes y asquerosos
como la muerte. No turbeis el reposo de los muertos; no profa-
neis la tumba donde duermen nuestros padres. Las restauraciones
son imposibles. Como no puede levantarse hoy de su tumba el feu-
dalismo, que tambien fué glorioso, que contuvo en su carrera
muchos pueblos bárbaros, que infundió á Europa con las Cruzadas
el . espíritu de Oriente; como no puede levantarse de su tumba de
mármol el caballero feudal, no puede levantarse tampoco de su
tumba el rey absoluto.


Concluyamos. Queremos el sufragio universal, acompañado de
todos los derechos individuales, que son sus auxiliares y su com-
plemento; porque anhelamos el reinado de la justicia, el triunfo
definitivo de la libertad, la armonía de todos los grandes intere-
ses sociales, la dignidad de los hombres é inalterable paz en las
naciones.


XVIII.
La democracia que esponemos, está fundada en la natura-


leza humana, en las facultades del hombre. Creyendo nosotros
que la conciencia humana, poseedora de las nociones de lo
justo y de lo injusto, debe entrar tambien como factor necesa-
fio en la organizacion social , pues no debe desaprovecharse nin-


14




too
guna de las maneras de ser de la actividad; sostenemos, comó
institucion que corresponde á nuestra conciencia, el jurado. Si no
fuera por detenernos más de lo que piden la forma y el fondo de
este pequeño libro, . habíamos de . mostrar que nuestro sistema es
el más sencillo de todos los sistemas de gobierno, y el que de-
vuelve, no sólo ·su integridad ál hombre, sino tambien su inte-
gridad al Estado. Las teocracias antiguas, que deseaban el go-
bierno de la sociedad por Dios, eran como un símbolo de la
democracia, que desea el gobierno de la sociedad por las leyes
grabadas en nuestra conciencia, en nuestro espiritu; leyes divi-
nas, escritas por el Creador, como las leyes mismas de la natu-
raleza. Así, nosotros, para consagrar estas leyes, consagramos
la sensibilidad, la voluntad, la razon der hombre en todos sus de-
rechos , y por último, su conciencia, en el jurado.


El jurado es una institucion antiquísima que se pierde en la
noche de los tiempos. Los pueblos primitivos, con la sencillez
propia de su carácter, en sus contiendas, en sus luchas, cuando
de la edad guerrera ó nómada pasaban á la edad social, recur-
rian á los más áncianos, á los más vir~uosos, que sentados á la
entrada de sus pobres chozas, les daban las primeras sacratísi-
mas nociones de la justicia, los primeros resplandores del dere-
cho. En la movible arena del desierto, en las pámpanas de Amé-
rica, en '!as piedras que han quedado, restos de las sociedades
antiguas, se encuentran las huellas de esa institucion sacratísima,
que prueban que la justicia ha sido en la humanidad un instituto
ántes de ser una idea. No de otra suerte puede esplicarse la
institucion de los jueces ancianos en muchos pueblos antiguos;
testimonio cierto de que el hombre fia en la conciencia del hom-
bre, para cumplir y realizar la justicia.


Hay dos instituciónes antiquísimas, que se dilatarán desde el
principio hasta el fin de los tiempos, y que resumen la justicia y •
el gobierno del pueblo. Estas dos instituciones son el jurado y el
municipio. El municipio es como el padre; el jurado como el
juez de los pueblos. El municipio ha sido la primitiva forma de




i07


gobierno; el jurado el primitivo tribunal. El municipio es como la "
familia pol1tioa, y el jurado es tambien patriaroal. El munioipio
es la forma sin duda más senoilla de gobierno, y el jurado es la
administracion más senoilla de justicia. Uno y otro han velado en
la ouna del hombre: y uno y otro vuelven á ser hoy el ideal de
los pueblos, el ideal de progreso; s1, porque sólo muere y des-
aparece lo que no está fundado en la naturaleza del hombre.


Al comenzar la civilizacion moderna, el elemento que habia
de ser el alma y el elemento que habia de ser el cuerpo de aque-
lla oivilizacíon, se unian, se concertaban en armonla. El alma de
la civilizacion era el Cristianismo, y el cuerpo de la oivilizacion
eran los bárbaros. Los cristianos, en el fondo de las catacumbas,
como apóstoles de una nueva libertad, establecian el jurado; y los
bárbaros, en el fondo de los bosques , brazos y fuerzas de la nue-
va libertad, establecian tambien el jurado, enlazándose "as1 la
idea y el heoho, el esplritu y el ouerpo de las nuevas edades.
Por eso, sin duda, en la Edad Media encontramos en el seno de
aquellos municipios, que guardan como lámparas el fuego sacro
de la libertad, la instituoion del jurado. Mas en la nueva evo-
lucion histórioa, ouando los reyes, para realizar la unidad legis-
lativa y la unidad polltica, "llamaban á si todos los poderes y
asumían todas las atribuciones, siendo la personificacion viva de
la sociedad, investidos con la toga de la justicia, mataron la ins-
titucion del jurado. Sin embargo, en nuestra patria .. bajo el ab-
solutismo, como esas estátuas que suelen quedar firmes y en
pié bajo las ruinas de un grandioso edificio, quedó el ayuntamien-
to , que ejercia ministerio de juez en algunos casos; pero quedó
como sombra lejana del jurado.


" La institucion ael jurado, propia de los pueblos primitivos,
es propia tambien de los pueblos civilizados, como lo enseñan
Inglaterra y los Estados-Unidos. Pero se dice, que ~ólo la raza
anglo-sajona es idónea para el jurado, porque esa raza es in-
dividualista, y que el jurado no fructificará en la raza latina,
porque esa raza es sooialista. La raza anglo-sajona, suele d{} ...




108


cirse, en toda la historia ha fortificado el individuo, como lo
prueban el protestantismo y las instituciones inglesas; y la raza
latina ha fortificado la sociedad, como lo prueban el Catolicismo
y el Imperio romano. Mas nosotros contestarémos que la verdad,
como hija de la razon, es una misma en todos los cUmas, y
la libertad, como esencia del hombre, una en todas las razas,
y la justícia, por lo mismo, superior á todas las tradiciones de' la
historia. Si el jurado es justo en Inglaterra, el jurado es tam-
bien justo en España; ó de otra suerte estas altas instituciones
serian como los árboles, que sólo brotan en ciertos climas , y no
participarían de la vida universal de nuestras ideas. Por lo mismo
que la raza latina tiene tendencias á la discipUna, á la organiza-
cion militar, á la unidad absorbente; por lo mismo que gusta de
grandes imperios y que suele caer frecuentemente á los piés de
un dictador, en cuyas aras sacrifica su libertad; es necesario des-
pertar en ella el sentimiento vivo y profundo de su personalidad;
y esto difícilmente se alcanzará, sino por medio de instituciones
como el jurado. Mas en" pueblos de raza latina existe el jurado,
aunque no con la estension que Inglaterra, y la consagracion de
su bondad se ve con sólo considerar que, miéntras han caido altas
instituciones, tronos que parecian firmísimos, el jurado se con-
serva y penetra en la ley, en las costumbres , en la vida del pue-
blo. Testigo es Francia. Y áun en nuestra misma raza, y Aun en
nuestra misma península se halla en todo su vigor establecido el
jurado. En Portugal existe, y magistrados dignísimos me han
asegurado, que resplandece en esa institucion ya el espíritu de
justicia concertado con el espíritu de progreso. ¿ Qué digo de
nuestra península? En nuestra patria, en Valencia, el labrador,
que á la puerta de la catedral, investido por todos los de su cla-
se, dirime las contiendas entre iguales, todavía es una prueba de
que el jurado es tambien patriótico, es tambien español.


Inmensas son las ventajas del jurado. Es el progreso en la ley,
es el árbol de seculares códigos rejuvenecidos por una eterna pri-
mavera; es la oost4mbre poniéndose en oonsonanoia oon la justi-





!09
cia; es la conciencia humana encarnándose en los tribunales y en
la sociedad. En Inglaterra la ley condena aún á los escritores á
la vergüenza pública, á la picota, y el jurado ha abolido la ley,
haciendo caer la barbárie con sus absoluciones en desuso. En el
jurado la conciencia del individuo templa la inflexibilidad de la
ley. El hombre', que no puede llamarse hombre miéntras no ejer-
cite todas sus facultades, en el jurado ejercita su reflexion, su
raciocinio; y asf como en los comicios adquiere hábitos de legis-
lador y ama la ley que ha forjado, en el tribunal adquiere hábi-
tos de juez, y respeta la autoridad de la cosa juzgada, como su
propio derecho. Como conoce que un dia puede ser objeto de los
mismos procedimientos que emplea, se acostumbra á la equidad,
y á lo que todavía engrandece más al hombre, á saber lo que es
la responsabilidad moral de todas sus ideas y de todas sus accio-
nes. Llamado el ciudadano á juzgar de sus compañeros, de sus
hermanos, léjos de encerrarse en un egoismo siempre funesto, y
más que funesto, criminal, se interesa por las desgracias de to-
dos, por sus males, y adquiere esa ardiente caridad social, que
ha producido tantos milagros y tantas maravillas. Por el jurado
vamos volviendo á la fórmula más sencilla de gobierno: la division
de poderes se destruye, y la sociedad manda, y la sociedad juz-
f,'a, y la sociedad ejecuta y aplica la ley, llegando así á la armo-
nia entre el individuo y el Estado. Los pueblos no pueden ser li-
bres sin el jurado; porque mal podria ser orígen de ley el que no
conoce las consecuencias de la ley. La seguridad individual no pue-
de garantirse sino por el jurado, que no dependiendo del poder,
no tiene para qué mirar al poder, ni justificar sus caprichos y sus
violencias. Por eso ha dicho con razon un escritor, Mr. Tocqueville:
«El pueblo que ha de reinar, sólo aprende á reinar en el jurado.))


XIX.
Hemos espuesto las teorlas fundamentales de la Democracia.


Resumirémos las consecuencias politicas, administrativas I econó~




HO
micas ysociales de esta doctrina, clara y sencillamente, como cum-
ple á quien escribe para el pueblo. La Democracia viene á des-
truir un error muy arraigado en política, el error de creer con-
tradictorios, enemigos la sociedad y el individuo. La Democracia
viene á demostrar, que así como el hombre y la humanidad no se
contradicen, sino que se completan; así como "alma y espíritu
no son dos ideas contrarias, sino sintéticas; así como el senti-
miento y la idea no se repelen, sino que se armonizan; así tam-
bien la sociedad y el individuo son una armonía viva, eterna, fun-
dada en las leyes igualmente reales de la naturaleza y de la lógi-
ca. Nosotros rechazamos la doctrina que quiere sacrificar el indi-
viduo al Estado, y la doctrina que quiere destruír el Estado á los
piés del individuo; nosotros estamos á igual distancia del despo-
tismo y de la anarquia, y no las escuelas doctrinarias, que han
unido en consorcio nefando el despotismo en el Gobierno y la
anarquía en todas las relaciones y en todas las fuerzas sociales.
Queremos que, en cuanto sea dable, se rija el hombre por las
leyes de su propia naturaleza; que no pida á la sociedad un crite-
rio científico, á la sociedad una cOnciencia prestada, á la socie-
dad una voluntad agena, á la sociedad hasta el pedazo de pan de
sus hijos; porque en cambio de todos estos préstamos, la sociedad
le pedirá su alma y la arrojará con menosprecio á la gemmonía
de los esclavos. Queremos que sobre las leyes' de nuestra natura-
leza no tenga jurisdiccion alguna el Estado; porque esas leyes
son superiores á la voluntad humana, son obra de la voluntad di-
vina. ¿ No sería ridículo que una Asamblea, un pueblo se pusiese
á legislar sobre la atraccion, la gravedad, sobre las leyes de los
cuerpos físicos? La naturaleza se 'reiria de la impotencia de tales
gobiernos, de tan soberbios soberanos, y continuaria moviéndose
dentro de sus eternas incontrastables leyes. Pues de admitir el es-
p~ritu, se concluye que el espíritu tiene tambien sus leyes, y que
estas leyes son tan reales, tan verdaderas, tan incontrastables,
como las leyes mismas de la naturaleza. Y como la ley de nuestra
naturaleza es el derecho I y como la ley del derecho es la libertad,




lit
nosotros negamos jurisdiccion sobre la libertad á ia misma sobe-
nla del pueblo. El partido progresista no ha comprendido que,
predicando la soberanía absoluta del pueblo, no hace más que
predicar la tirania. SI, por el consentimiento del pueblo, por su
soberanla, reina el Czar de las Rusias sobre millones de esclavos;
por consentimiento del pueblo, el fatalismo musulman pesa con
incontrastable pesadumbre sobre la porcion más hermosa de la
tierra, y envenena las dulces áuras del Bósforo; por consenti-
miento del pueblo, Napoleon se ha levantado al poder absoluto so-
bre las ruinas de la República. Si el pueblo es u-n soberano abso-
luto, el pueblo puede negar los fundamentos de la sociedad hu-
mana, arrojar de los comicios á sns hermanos, poner una mor-
daza al pensamiento, violar la dignidad del hombre y el hogar do-
méstico, falsear completamente el derecho; el pueblo es un· dés-
pota como los déspotas de Oriente. Pues qué, ¿no conocen los pro-
gresistas, que cuando en esos pueblos bárbaros el jefe de la na-
cion quiere introducir la libertad de conciencia, la igualdad civíl,
el pueblo grita contra esas mejoras, y se levanta en armas contra
esa justicia? La soberanía absoluta del pueblo puede justificar
todas las injusticias, puede levantar en sus hombros á todos los
tiranos. Vosotros, progresistas, predicais esa soberanía, y en su
nombre violais el derecho, desconoceis la igualdad, mutilais la
libertad, poneis el criterio político, no en el espiritu, sino en el
oro, arrojais al pueblo de los comicios, desconoceis la santa in-
violabilidad del pensamiento, dais al pueblo soberano, como por
mofa, una corona de espinas y un frágil cetro de caña. Nosotros
admitimos la soberanía del pueblo de una manera más limitada,
pero más eficaz, pero más cierta. Decimos que sobre la sobera-
nla del pueblo está 1a soberanía del derecho, la razon, la con-
ciencia, la voluntad del hombre, que son de origen divino. As!
no admitimos que en nombre de todo el pueblo se pueda violar
el hogar doméstico, ni desconocer la libertad del pensamiento, ni
herir el derecho en ninguna de sus manifestaciones. Ponemos fue-
ra del alcance de todos los poderes la razon, la voluntad, la con-




H2


ciencia, la personalidad del hombre, la soberanía del individuo.
Pero de~pues admitimos la soberanía del pueblo para nombrar
los legisladores, y hasta para sancionar la ley; la soberanía
del Estado. Admitimos la soberanía del pueblo, sin escluir á
nadie, como haceis vosotros, progresistas, que despues de pre-
dicar el absolutismo de la mayoría de los ciudadanos, dejais á la
mayoría sin libertad y sin derecho. Nuestra fórmula es la siguien-
te: respeto al derecho del individuo, primer manifestacion de la
idea social; respeto al derecho del municipio, segunda evolucion
de la idea social; respeto á la provincia, tercera evolucion de la
idea social; respeto al Estado, última evolucion de la idea social;
y así unirémos en armonía el derecho de cada uno con el derecho
de todos, matando para siempre las revoluciones, y ~stableciendo
un Gobierno fortísimo, no por ser Gobierno, sino por ser la encar-
nacion de la justicia. Hé aquí, pues, cómo la Democracia, sin sa-
crificar el Estado al individuo, ni el individuo al Estado, llega á
producir la armonía de todas las fuerzas sociales, llega á encon-
trar la síntesis entre el derecho y el Gobierno. Esta es la conse-
cuencia política de nuestra doctrina. Y decidme, ¿no es esta tam-
bien la fórmula del progreso?


De las consecuencias políticas pasemos á las consecuencias
administrativas. Es necesario quitar del Gobierno las mil aten-
ciones inútíles que le rodean. Los pueblos siguen un desarrollo
análogo al desarrollo del hombre. Miéntras son niños, no pueden
administrar sus intereses. Pero, cuando han ,llegado á edad ma-
dura, no hán menester de la patria potestad. Entónces deben por
si y ante s1 administrar sus intereses locales. Como es imposible
que un estraño conozca la conciencia ajena con toda claridad, es
imposible que el Gobierno conozca los intereses, las necesidades,
la vida de los pueblos, mejor que el pueblo mismo. Hoy sucede
que el Gobierno ha de atender á todo, á los caminos vecinales, á"
las escuelas del municipio, á sus paseos, hasta al ornamento de
sus calles. He visto dos pueblos separados por la caída de un
puente insignificante I no poder unirse I porque Madrid no les da-




H3
ba permiso para reedificar el puente. Como el Gobierno hoy lo
puede todo, se le exige la responsAbilidad de todo, y así se
desacredita el Gobierno. Si el maestro es nulo, el Gobierno tiene
la culpa; si el camino está interceptado, el Gobierno tiene la cul-
pa; si los artículos de primera necesidad suben, el Gobierno tie-
ne la culpa; si llueve, es por el Gobierno; y si el tiempo está
seco, el Gobierno es el cuJpado: y hasta cierto punto tienen ra-
7.On los que de todo acusan al Gobierno; porque el Gobierno es
alcalde, maestro, comerciante, aduanero y hasta peon de alba-
ñil; porque el Gobierno todo lo amortiza en sus manos. Nos-
otros quitaríamos al Gobierno tantos cuidados. Le dejaríamos el
nombramiento de los empleados de la nacion, dentro de ciertas
reglas, y haríamos inamovibles los empleos. Así moriria, por un
lado, la tiranía de la administracion; y por otro, la incertidum-
bre de los auministrados. A la provincia le daríamos el nombra-
miento de los empleados de la provincia, dentro tambien de cier-
tas leyes, para que se admillistrára por sí sus intereses. Al muni-
cipio le dejaríamos la misma libertad para regirse por sí, para
administrar sus intereses locales. Esto sucede en nuestra patria,
esto pasa en las Provincias Vascongadas. La libertad es el alma
de aquellos pueblos. El padre la trasmite al hijo como una heren-
cia sagrada. Sobre aquellas leyes flota el espíritu de miles de ge-
neraciones que las han sellado con su sangre. Bajo el árbol que se
alimenta con las cenizas de los vascongados, juran todos la santa
libertad. La madre enseña al niño á pronunciar con amor el
nombre de sus sacratísimas libertades; el anciano cuenta á los
jóvenes los sacrificios hechos por la libertad, y les enseña que
cada piedra es como un túmulo, y cada campo como un cemen-
terio, y cada montaña como una fortaleza inexpugnable, cuyas
piedras se mueven por sí solas contra los enemigos de las liber-
tades vascongadas. El pueblo nombra su gobierno; es decir, el
jefe.de la familia. El gobierno que todos han nombrado, es como
el anciano venerable padre, á quien todos respetan, y que bendi-
ce á todos. La administracion es en sus manos beneficiosa para


15




H4


los ciudadanos. Ese gobierno, nacido' de las entrañas mismas del
pueblo, promueve los intereses de todos, rotura los terrenos in-
cultos, abre en las montañas, en los desfiladeros, al borde pavo-
roso de los abismos, magnificas y espaciosas calzadas. Su admi-
nistracion es rápida, es sencilla, es ba.rata; porque felices los
pueblos que dirigen sus intereses por sí mismos. Para organizar
con armonía el Estado, para que toda actividad se emplee, y no
se pierda, pedimos la descentralizacion administrativa. No que-
remos que los ayuntamientos den cuenta de la gestion de sus ne-
gocios al Gobierno, sino al pueblo que los nombra. No quere-
mos que los presupuestos municipales sean hechos por el Go-
bierno, sino por el pueblo. No queremos que la promocion de
los intereses locales dependa del Gobierno, sino del ayunta-
miento. No queremos matar la vida municipal; porque sin vida
municipal no hay dignidad, no hay libertad posible en los pue-
blos. Municipio; árbol tan sagrado como nuestra nacionalidad,
tan glorioso como nuestra historia; encina misteriosa, de la
cual cortaban sus coronas nuestros poetas populares, sus lan-
zas las milicias que pelearon en las Navas yen Granada; eterno
testigo y eterno refugio de nuestras libertades; tú, que dirigiste
y afianzaste la obra maravillosa de la reconquista del pátrio sue-
lo; tú, que para siempre quebraste los últimos eslabones de la
pesada cadena de la servidumbre; tú, que mostraste las primeras
nociones de su derecho al ciudadano; tú, que acogiste al débil
contra el fuerte; tú, que te alzaste en la guerra de la Indepen-
dencia á romper y desbandar á los enemigos de nuestra patria, y
tocaste con tus ramas en el esplendente cielo de la gloria; tú,
cortado por la segur impia que gentes sin duda estrañas á nues-
tra patria y á nuestras grandes tradiciones forjaron, te alzarás
de nuevo á recoger bajo tu amparo el heróico pueblo de la inmor-
tal España. Las consecuencias administrativas de nuestro sistema
son á un tiempo racionales é históricas; por un lado miran á la
ciencia, y por otro á nuestras venerandas tradiciones.
~\ \'d~ ~\)n.\)~~ní:\ncilé\,~ -po\\\lcas ue \a 'DemocracIa son la libertad




H1i


del hombre, y las oonseouenoias administrativas la libertad del
pueblo, las consecuencias económicas son. la libertad y el movi-
miento del capital y del trabajo, del cambio y del crédito. La De.:..
mocraoia simplificará el impuesto; . porque la libertad es sencilla
como la verdad, yes al mismo tiempo económica como un buen pa-
dre de familias. Mr. Guizot decia que un pueblo, para ser libI'e, 1\e-
cesitaba gastar mucho; y ~Ir. Bastiat, al oit' tal proposicion, aña-
dió, que hombre que así discurria, estaba destinado á perder la
libertad y el Gobierno de la Francia. El presagio del economista
se ha cumplido, al paso que la sentencia del república no ha
echado raices en el ánimo de los pueblos. En verdad, sucede todo
lo contrario de lo que dice Mr. Guizot; el único gobierno barato
es el gobierno libre. Mi querido amigo, el eminente economista
D. Gabriel Rodriguez, cuyas lecciones ha oido con tanto entu-
siasmo el ilustrado público que concurre al Ateneo de Madrid,
dice con razon: « Lrr libertad es barata; ser libre es lo que ménos
cuesta.)) Nada hay que exija mayores sacrificios que la tiranía; por-
que ésta neoesita, para organizarse y subsistir, una fuerza inmen-
sa que no tiene por si, y que ha ¡fe tomar por tanto de los indi-
viduos de la sociedad tiranizada. Y en efecto, el Gobierno pan-
teista, que llena toda la sociedad, dice al ciudadano: yo pensaré
por ti; dame dinero para grandes Academias, para mantener á los
sábios : yo te proporcionaré juegos, teatros, espectáculos; dame
dinero para pagar á los artistas: yo seré comerciante; dame di-
nero para mis industrias:, yo te daré el tabaco que fumas, la
sal necesaria para tu sustento; pero dame dinero para proveer
á estas necesidades: yo nombraré hasta los peones de los caminos,
hasta los guardas rurales, hasta los serenos, por medio de mis
corregidores; pero dame dinero: yo protegeré tu industria, im-
pediré que vengan los géneros estraños; pero dame dinero: yo
seré hasta jugador, si es preciso; pero dame dinero para la lote-
ria: y como necesito mucho dinero, impondré contribucion sobre
todo, sobre el pedazo de pan que te llevas á la boca, sobre el acei-
~e que te alumbra I sobre el vino oon que reparas tus fuerzas,




H6


sobre el agua que bebes; y si alguna vez me veo apurado, la im-
pondré hasta sobre el aire que respiras. El gobierno democráti-
co, desembarazando al Estado de tantas y tan inútiles cargas, y
dejando ancho espacio abierto á la. actividad indi vidual, disminuirá
el presupuesto, será un gobierno barato. Al mismo tiempo supri-
mirá las contribuciones indirectas, cuya injusticia es reconocida;
contribuciones que pesan más sobre el infeliz que sobre el rico y
poderoso; contribuciones que envenenan las fuentes del trabajo;
contribuciones de las cuales ha dicho un escritor y ministro mo-
derado, que la humanidad se ha de a,vergonzar de ellas, como nos
avergonzamos hoy de la servidumbre y de la tasa. Mas la Demo-
oracia no sería humanitaria, si no abriese las puertas á la libertad
del oambio. Dios ha querido que el hombre se una al hombre por
el cambio de ideas y de productos. Dios ha derramado varios cli-
mas en la tierra y varias aptitudes en las razas, para que del
trabajo de todos y de sus productos resul~e la armonía de todas
las fuerzas, y la apropiaoion por el hombre de la naturaleza, áun
la más oruel á sus halagos y la ménos propicia á sus esfuerzos.
El siglo XIX quiere que cada sociedad viva dentro de otra sociedad
más alta, que es la sociedad humana; y para eso ha forjado el
vapor ~ ha descubierto la virtud de la eleotricidad, ha tendido un
hilo misterioso entre Europa y América, lazo de dos continentes;
ha derrocado la muralla de la China, y abierto sus ciudades lle-
nas del polvo de los siglos; se esfuerza hoy, como Hércules, por
romper el istmo de Suez y confundir las olas de dos mares que Qesean
abrazarse; y nuevo argonáuta, va en pos del vellocino de oro de la
industria, escribiendo al frente de las naciones la palabra mágica
que va á concluir con el egoismo de las razas y con la enemistad de
las nacionalidades; la palabra que agita al mundo: la libertad de
oomercio. Y en efecto, por medio de esta libertad, caerán las bar-
reras que separan á los pueblos, "las rivalidades que destrozan á
las naciones; los hombres comprenderán que su in ter es particular
es armónico y conforme con el interes de todos; los pneblos com-
prenderán que su aislamiento es la muerte; la reforma arancela-




ti7


ria aliviará los tributos; cada raza se dedicará al fin particular á
que la llaman sus inclinaciones; el trabajo del hombre no será
para una sola familia, sino para toda la humanidad , y poco á
poco el comel'cio libre, ese heraldo de todas las grandes ideas, irá
uniendo en santa fraternidad las naciones, y preparará el camino
al dia feliz, al dia anhelado de la paz universal entre los'hombres;
día que entrevemos c?mo una esperanza siempre que fijamos los
ojos en el porvenir, que oculta bajo sus alas el tiempo. Y todas
estas libertades económiúas se completarán con la libertad del cré-
dito, que abrirá fnentes ignoradas á la riqueza pfrblica. El comer~
ciante podrá encontrar en los Bancos de Descuento alivio y desaho-
go; el industrial, en las Cajas de Ahorros de su asociacion, remedio
á sus penas y seguridad en su trabajo; el propietario, en los
Bancos territoriales, medios de mejorar yacrecentar su propiedad;
el labrador, en los Bancos agrícolas, un refugio contra la miseria;
y todos, en la libertad del crédito, un auxiliar de fuerza inmensa
para su trabajo: que tales maravillas, obra siempre la libertad. El
crédito necesita , más que ninguna fuerza económica, de la libertad.
Por más reglamentos, por más pres~rvativos, por más trabas qua
inventeispara impedir la libertad del crédito, lo cierto es, que
esta gran fuerza social, resultado del es~íritu humano, como toda
fuerza social, tiene su ley, su centro, su vida en la libertad. Así,
pues, la libertad democrática dará una aplicacion mejor al im-
puesto, haciéndolo reproductivo y no matando la produccion en
su fuente; abolirá todas las contribuciones indirectas, gravámen
del pueblo; establecerá la libertad del cambio, movimiento neco-
sario á la riqueza; fundará en bases incontrastables el crédito,
sávia verdadera de todas las libertades económicas. Las conse-
cuencias politicas ) administrativas y económicas de la Democracia
son bien palpables.


¿ Qué dirémos de las consocuencias sociales? Pobre hijo del
pueblo, cuando estudio tu larga historia, se cubre de luto mi
corazon, de lágrimas mis oj os. Dios te creó hombre, y te con-
cedió ruzon para ,que ~o conocieras, voluntad para que le imi-




liS
táras, y amor para que le siguieras; y los tiranos· borraron
esa imágen divina de tu alma, y quisieron que fueras como una
bestia consagrada á su servicio. Tú, en aquellos tristes tiempos,
encorvado sobre la tierra con una cadena al pié y otra en el brazo,
con un peso inmenso, incontrastable sobre el alma, sin luz algu-
na, porque sólo te rodeaban espesisimas tinieblas, trabajabas con
ardor, con fé, llevado de tu generoso instinto, como el ruiseñor
aprisionado que regala con dulces cánticos los oidos de su bárba-
ro dueño; y así has hermoseado el mundo, le has imbuido tu pro-
pia vida con el sudor que destilaba tu frente, le has espiritualiza-
do; has depositado en cada piedra una lágrima, en cada pliegue
del 'aire un suspiro, y has conseguido que la tierra viva de tu
misma vida, se alimente de la esencia de tu alma, y anhele ansio-
sa producir bajo tus manos sus más perfumadas flores, sus más
sazonados frutos, como obedeciendo, palpitante de amor, á tu di-
vino pensamiento. Mucho has padecido; pero mucho ha trabajado
por tí la humanidad. Cada revolucion ha roto una de tus argollas
y ha arrancado á tu corona una de sus espinas. Del fondo del se-
pulcro donde te habian enterrado, te levantas resplandeciente
de libertad, mostrando en tus heridas que has padecido por la
justicia y por la humanidad. Ya hoy posees el fruto de tu trabajo,
un hogar, una familia, una ley civil igual con tus señores de
ayer; y la Democracia, ¡ oh eterno mártir de la historia! te vol-
verá tu integra personalidad, te'dará todas las condiciones de tu
derecho, asegurará por la libl'e asociacion un espacio, si, un es-
pacio inmenso á la actividad de tu alma, y te alzará triunfante so-
bre los despedazados restos de todas las injusLicias y de todas las
tiranías.


xx.
La Democracia que profesamos, léjos de ser"anti-religiosa,


como pretenden nuestros enemigos, es esencialmente cristiana.
Nuchas veces ¡le esorito sobre esta tésis I en la oual nunca insisti ...




U9


ré bastante. Siempre he amado la libertad, como la esenoia de
mi vida; pero siempre he amado el Cristianismo, como la única
~speranza de mi alma. No, no puedo creer que mi espíritu se haya
de perder como una gota de agua que se evapora; porque mi es-
piritu, desasosegado, inquieto, triste en este mundo, necesita del
seno de Dios para dilatarse y encontrar la paz que tanto anhela.
S!, la libertad ha descendido del cielo, la libertad es cristiana, la
Democracia es la aplicacion social del Cristianismo. Sobre este
punto escribia yo lo siguiente á un amigo querido de la infancia,
que acababa de entrar en el sacerdocio, y que al darme esta no-
ticia, poco despues de haber yo pronunciado mi discurso del teatro
de Oriente en 1854, me afeaba mis i(~Jas democráticas. Perdónen-
me mis lectores, y tambien la persom que recibió esta carta; pero
en ella veo resumidos todos los motivos de mis creencias: •


«Querido amigo: Me noticias que has entrado en el sacerdocio.
Rien sabe el cielo que envidio la tranquilidad de tu alma, y que
me alegro de que no haya yacilado ni un momento siquiera tu vo-
cacion religiosa. En esa vida de heróicos sacrificios, de constante
abnegacion de ti mismo en aras de tus hermanos, podrás encon-
trar un bálsamo que apacigüe todas las pasiones de la juventud
y que cierre todas las h~ridas del desengaño .. Es muy hermoso
vivir en perpétua comunicacion con el cielo; sentir todos los di as
descender el espiritu de Dios á la' conciencia; mirar el mundo
como una sombra que huye; recoger en el pecho las ·lágrimas de
todos los desgraciados; sostener al que vacila, alentar al que duda,
esclarecer al que niega; acompañar al hombre desde la cuna has-
ta el sepulcro con la oracion y la caridad; ver la fé dirigiéndo-
nos como un ángel en nuestro camino Mela la eterna patria del
alma, y esperar despues de la muerte un seguro eterno en el seno
de Dios, cuyo amor únicamente puede llenar el insondable abis-
mo de nuestro desgraciado corazon. Sí, amigo mio; yo aqdi no
he olvidado nuestra fé, que guardo como el aroma del alma. Áun
recuerdo aquellos dias tranquilos en que, ll~no el pecho de ale-
gría y la mente de cariñosas ilusiones, subíamos al santuario que




i20
los labradores adornaban con los tesoros del campo, y despues de
orar, sentíamos más dulcemente correr la vida, aquella vida tan
pura como el cielo que centelleaba sobre nuestras cabezas, y tan •
risueña como el plateado mar que se rompia á nuestras plantas.
Áun recuerdo que nuestra alma no estaba en nosotros; se cernia
Robre las flores como la mariposa, y se elevaba al eÍelo como el
águila. Cuando volvíamos de nuestros inocentes juegos, la cam..;
pana que saludaba el último resplandor del dia, nos juntaba á to-
dos en mística oracion, y en la primer estrella de la tarde, que so-
litaria brillaba en el desierto cielo, creíamos ver la sagrada imá-
gen de María, tal como nuestra mente la pintaba en sus ensue-
ños; y aquella imágen, invocada por el rezo de nuestras madres,
entornaba nuestros párpados y recogia amorosa nuestra última
plegaria. Sí, nuestra vida era puramente religiosa; adorábamos
la religion en nuestro hogar, en nuestras fiestas; la aprend[amos
en e\ eOYa'lR\n de todos \os séses ~\1erid()s·, \a '{e\am()~ \;Iraí:,\,ií:,ad,\ (',n
el campo por los pobres jornaleros, que al volver de sus faenas,
despues de abandonar los instrumentos de labranza y recoger el
ganado, rezaban á la puerta de la casa, como el navegante que,
al descubrir desde léjos el santuario de la Virgen, se arrodillaba
en su barco, seguro de que su manto habria sido en su ausencia el
amparo de su mujer y de sus hijos; y así creíamos que el rumor
de las hojas, de las olas, de las brisas, de toda la naturaleza, era
una inmensa, una amorosa oracion que todos los séres, desde
la luciérnaga hasta la estrella, desde la arena que removia la in-
quieta ola hasta el fuego del sol, enviaban agradecidos á su Crea-
dar. I Y tú has creido que esa luz se ha apagado en mi alma, y
lo has creido al l?el' mis discursos y mis artículos, y no has visto
que mis ideas políticas se derivan inmediatamente de mis ideas re-
Jigjosas J De la santa jdell del Djos lJnico 1 que de un pooo de harI'O
hizo nuestros cuerpos, y de un suspiro de sus labios nuestras al-
mas; Dios, que quiso que la humanidad fuera una familia con un
solo padre; de esta santa idea de la unidad de Dios se deriva,
como los rayos de luz se derivan del sol, la unidad de la justicia,




Uf


la unidad del derecho, que yo quiero para todas las clases, lo mis-
mo para el pobre que para el rico; porque así solamente la justicia
y el derecho pueden asemejarse en esta vida á su eterno modelo,
que es nuestro Dios.


La libertad, esa libertad que tanto te asusta, es tambien de ori-
gen cristiano. ¿ Cómo puedes exigir al hombre la responsabilidad
de sus acciones, si el hombre no es libre? ¿ En virtud de qué prin-
cipio de justicia le impones un castigo, ó le prometes un premio,
si pobre esclavo, como la fria piedra, no puede tener ni libertad,
ni de esa libertad conciencia? ¿Por qué le aconsejas, le amena-
zas, le hablas, le predicas. lo persuades, sino por el convenci-
miento íntimo que tienes de que Dios ha dejado á la voluntad del ,
hombre la direccion de su vida? Si, tú y YO'y todos somos libres.
Podemos evadir, quebrantar las loyos; podemos caer por nuestra
propia voluntad en los abismos, y por nuestra propia voluntad le-
vantarnos hasta el ciolo. En esto el hombre que pelea, el hombre
que con el cincel do su voluntad puede formarse interiormente,
es muy superior á los ángeles. No te asustes; no lo digo yo; lo
dico San Agustin. Si la libertad 11limana te asust~, querido ami-
go, tanto, rasga tus vestiduras sacerdotales ,y pide á Dios que te
dé la felicidad de esas olas que se estrellan á la puerta de tu
casa, sin poder nunca resistir al ímpetu del viento, ó la felicidad
del ruiseñor que canta en tu jardin, sin conocer acaso la dulzura
de sus melodías ni el encanto de sus arpegios. El Evangelio nos
Jo ha dicho. Dios nos ha dado una revelacion, porque somos li-
bres; ha puesto un cielo sobre nuestra cabeza y el fuego devora-
dor á nuestras plantas, porque somos libres; ha abandonado su
trono de es trollas y ha venido atlUÍ á morir por nosotros, porque
somos libres; nos pide amor, virtud, fé, porque somos libres; y
en verdad te digo, que así como la libertad se cumple en la reli-
gion y en la naturaleza, debe cumplirse en la sociedad ,pafa que
el hombre sea dueño de su destino y artífice de todas sus obras.
Quiero la libertad, que está regada con la sangre de Dios .


. Pero áun te parece peor la palabra <<igualdad,)) segun dices;
16




422
ésa. palabra, qUé es el verdadero secreto de la Democracia. Al oir
igualdad, ves ya el comunismo asomando la cabeza; el comu-
nismo, que en verdad es la barbárie. La igualdad democrática
es como la igualdad cristiana, como la igualdad religiosa; y por
lo' mismo, no debe poner espanto en ningun pecho humano, y
mucho ménos en el pecho de un sacerdote. Dios da á todos los
hombres una misma ley, una misma revelacion, y despues juzga
á cada uno segun sus obras, segun sus méritos. La Democracia,
que es la consecuencia del Cristianismo, quiere una ley, un dere-
cho igual para todos, y deja luego á la libertad del hombre el
desarrollo desigual de su voluntad, de su inteligencia y de sus
fuerzas. Y en esto consiste la armonía social; porque asl el filóso-
fo se entregará libremente á estudiar su pensamiento; el artista, á
entonar sus cánticos, á reproducir con Sil inagotable espíritu
creador las obras del Eterno; el industrial, á domeñar las fuerzas
ciegas de la naturaleza; el labrador , á herir la tierra con su aza-
don, tan prodigioso como la vara de Moisés, que sacaba agua de,
las peñas; y todos, igualmente considerados, ,eon iguales dere-
chos é iguales deberes, contribuirán á levantar un mundo de ar-
monlas, de amor, que oscurezca para siempre el recuerdo de este
mundo de contradiccione~ , que lleva aún sobre si el peso de mu-
chas injusticias. ¿Esta igualdad no es divina? ¡Ah! ¿Cómo no amas
la igualdad, cuando todos los dias lees el Evangelio? El mismo
Dios tomó nuestra forma y se sujetó á nuestras miserables con di-
cíones. Había creado la tierra y vertido en ella la vida y la semi-
lla de todas las cosas, y tuvo hambre; habia "estido á las aves
con su rico plumaje y ,á los brutos con sus varias pieles, y nació
desnudo; habia encendido con su aliento el sol y las estrellas, y
tuvo fria; habia de sus próvidas manos derramado los espumosos
torrentes, y tuvo sed; habia creado al hombre de un poco de
barro y de un soplo de sus labios, y se sujetó á la jurisdiccion del
hombre y á su justicia , y dió su sangre para rBscatarle y redimir-
le de la más negra de las servidumbres. En toda esa vida divina,
que tantas veces hemos leido juntos y en un mismo libro, en toda




423
esa vida divina r.esplandece la idea d4l igwtldad. Desoendiente 00
reyes é hijo de artesano, Jesus r.eunió en su persona todas las
clases, porque vino á redimirlas á todas. Al pié de suouna re-
unió á los déspotas de Oriente y á los sencillos pastores del campo,
como para mostrar que iban á conoluirse, desde aquel día divino,
todas las bárbaras antiguas castas. Su palabra era un bálsamo
para el afligido, un apoyo para el débil. No fué á las Academias á
buscar por apóstoles á los sábios ; fué á las playas á buscar á los
pobres pescadores. Amenazaba al soberbio, y se detenia delante
del niño y del anciano, y estrechaba contra su corazon á todos los
que padecian. Los reveladores antiguos habian venido para los sá-
bios, para los poderosos; y Jesus vino para exaltar á los pobres
de espíritu, y á los necesitados, y á los enfermos, y á los esclavos.
Delante de su justicia, como aelante de su amor, no hubo ni ricos
ni pobres, ni reye~ ni vasallos, sino hombres. No tomó pOI' atri-
bulo de su poder e! oro y la riqueza; tomó la pobreza y la mise-
ria, como para señalar que, si habia venid-o para todos, habia ve-
nido muy especialmente para los pobres. Cuando, en la. Cl'l~z,
agonizante, suspendió su cabeza sobre el pecho, dejó su palabra
en testamento á todos los desheredados, á todos los oprimidos; y
los oprimidos y los desheredados le cuentan siempre enLre sus
hermanos y entre sus mártires. ¿ Quieres una prueba más grande
y más verdadera y más elocuente de que la igualdad ante la ley,
la igualdad ante la justicia, la igualdad ante el derecho, como la
igualdad ante Dios,· son dogmas enteramente cristianos?


Desen.gáñate, amigo mio, desengáñate, y abandona muchas de
esas preocupaciones que tienes. El Cristianismo no le pregun-
ta al hombre por su cuna; le pregunta por su vida y le es ti-
ruasegun obras. No le pregunta si es artesano j si es labrador,
si es jornalero; le pregunta sólo si cumple con sus deberes, si
ama la virtud. Así, enseñándonos á compadooer á los pobres, nos
ha mostrado que debemos ver en los pobres hermanos, hijos de
Dios. Ese pordiosero enflaquecido, sin hogar, sin padras, sin am-
paro, de quien me hablas, puede, sí es fiel á. Dios y á lo~ hombres




i24
llevar sobre su frente uha corona de estrellas, más hermosa que
todas las coronas de los reyes: y sus ojos, apagados por el ham-
bre, pueden penetrar la verdad absoluta y abismarse en el- se-
no de Dios; y su corazon, menospreciado del mundo, puede reci-
bir, como un vaso de bendicion, ese amor infinito que anima toda
la naturaleza y es el alma de nuestra alma. ¡ Ay I Pero tú, sa-
cerdote del Señor; tú, que vienes á la tierra á ejercer el ministe- ,
rio más suhlime que es dado alcanzar al hombre; tú, has nacido
en pobre cuna, ha,> trabajado en el campo, has conseguido con
el sudor de tu frente el pan de tu padre anciano y de tus l'equc-
ñuelos hermanitos; y ahora, si en la Iglesia hubiera esos privile-
gios aristocráticos que hay en muchas sociedades, no podrias con-
sagrar tu vida purísima en el altar á tu Dios. Pues lo que nos-
otros' queremos es la muerte de todos los privilegios; queremos
que todos los hombres sean libres, iguales y hermanos.


Despues de todo, nuestra doctrina es una doctrina de paz y
misericordia, como el Cristianismo. Yo he aprendido estos senti-
mientas, estas ideas, ahí, en el pueblo, son ideas de mi infancia.
El poeta que no ha visto la naturaleza, no puede cantarla; y el
político que no ha visto los pueblos, no sabrá nnnca una palabra de
política. Cnando ve uno ahí á una infeliz mujer quitarse cl pan
de la boca para pagar, por ejemplo, los consumos, comprende
toda la injusticia de esos tributos, que así van á caer, como una
maldicion , sobre los miserables, que comen mncho más pan que
los ricos, Cuando ve uno que el pobre no tiene ni voz ni voto en
las cuestiones municipales, y que muchas veces le imponen cos-
tosos sacrificios sin consultarle, se indigna contra nuestra orga-
nizacion política. Cuando llega el dia de la quinta, y el pueblo
cae en inmenso duelo, y se cierran las puertas, como si temieran
dar paso á la fatal nueva, y el azar decide la suerte, la vida, el
sustento de una familia; cuando se ve á la pobre jóven palpitan-
te, esperando si le arrancarán dA su lado al sér que ama; á la
madre, á la madre, pálida, desencajada, con 1m; ojos secos, los
labios cárdenos y el mirar errante, preguntanuo por su hijo,




12B


por el hijo de sus entrañas, que no verá más en la tierra; en esos
días', que yo recuerdo con horror, en esos días todo el mundo
se hace demócrata; tú mismo, deja hablar al corazon, y dime si
no lo has sentido asi al leer este recuerdo; como que tu. pobre
madre estuvo á punto de perder el juicio, cuando sucedió la des-
gracia de tu hermano.


No quiero molestarte más. Medita esta carta, y verás que es
verdad cuanto te digo. La religion no es contraria á ningun de-
recho, no es enemiga de ningun progreso. Como verdad absolu-
ta , está sobre todas las verdades; como poder infinito, sobre todos
los poderes. Los que izan la bandera religiosa para hacer proséli-
tos politicos, son enemigos de la religion, y por hipócritas son los
mercaderes que Jesus arrojó del templo .. Tesus fué misericordioso
con la adúltera, paciente con el usurero; perdonó á la prostituta
y al ladron arrepentido; pet;o á esos mercaderes, que comercia-
ban en el templo, los arrojó ignominiosamente de la casa de su
Padre. No quiero, pues, que consideres enemigas de la religion
estas doctrinas mias, no quiero. Mi único deseo es, "tornar á ver
esos felices campos. Y sentiria mucho que, cuando me cobijára ese
cielo, cuando me rodeára ese mar, cuando me recibieran e~os
hermosos campos, creyeras que yo habia perdido la fé de mi ma-
dre, y habia olvidado nuestro santuario y aquellos dulces cán-
ticos de la niñez ;y al abrazarme pensáras que abrazabas un im-
pio", del cual te habia de separar la muerte algun dia, cuando
siempre hemos Cl'eido que las grandes y generosas pasiones de
la vida se dilatan hasta la eternidad. Adios: te quiere mucho-
Emilio .»


XXI.
Nuestra democracia es, no solamente cristiana, sino tambien


española. Patria mia, tú, que me hag dado la primera luz de mi
vida, y que guardarás en paz mis cenizas, porque no puedo creer
que Dios me condene á morir, cuando te amo tanto, léjos de tu




i26


hermoso seno; tú, que has producido, alimentado á todos los séres
que amo; tú, que has inspirado mis sentimientos, mis ideas; tú, la
más grande, la má~ heróica entre todas las naciones; tú, mártir
de la historia, que por espacio de siete siglos estuviste dando tu
sangre para salvar á. Europa de la barbárie; tú, que descubriste en
el seno de los mares un mundo tan hermoso como tu rica inago-
table fantasía, y plantaste allí el árbol de la Cruz; tú, que en las
Navas libraste al mundo de la cimitarra de los almohades, y en
Lepanto de la cimitarra de los turcos; tú, que venciste á Carlo-
Magno, el guerrero más grande de la Edad Media, á Francis-
co 1, el guerrero más grandB del Renacimiento, y á Napoleori, el
guerrero más grande de la Re volucion; tú, levántate y dí á los que
te calumnian, á los que creen que has nacido para la esclavitud,
díles que tu libertad es tan hermosa y tan clara como tu sol, qU6
tu historia es un continuo sacrificio por la emancipacion progt'e-
si va del hombre, que ántes que¡¡rás ver á tus hijos muertos,
como los has llomdo tantas veces desde Sagunto hasta Zaragoza,
que vedos ari'astrando la vil cadena de esclavos.


He dicho que nuestra democracia es tambien española, Lam-
bien histórica. Los hombres que sólo miran á la superficíe de las
cosas, no comprenden cómo se puede asegurar que España ha
sido siempre una verdadera democracia. No debe tenerse por de-
mocracia solamente el conjunto de nuestros principios; todos los
esfuerzos que la humanidad ha hecho para llegar á la libertad,
son esfuerzos hechos para llegar á la democracia. I Y cuántos es-
fuerzos no ha hecho nuestra patria! Ademas, las naciones se dis-
tinguen, no solamente pClr su carácter político y por su carácter
religioso, sino tambien por su oarácter social. La verdad social,
la idea social, es como el alma de las nacione s. De e~a idea so-
cial se tintura la religion, la política, todas las instituciones. El
c3píritu de un pueblo es, ya lo he dicho, su esencia social. Los
pueblos pueden ser aristócratas ó demócratas, segun sus tenden-
cias , bajo esta ó la olra forma. República habia en Venecia, y
Venecia era una aristocracia. Monarquía ha haLido y hay en Es-




f2'7


pana, y España ha sido una democracia. Nuestra forma política
no habrá estado en consonancia con nuestra verdad social, si se
quiere; pero nuestra verdad social es, como ha dicho muy bien
un escritor, cuya autoridad no puede ser á nadie sospechosa, Do-
noso Cortés, nuestra verdad social es la democracia .


. Desde el principio de los tiempos, la democracia es el carác-
ter de nuestra patria. Remontándonos á los primeros y más an-
tiguos pobladores, échase de ver que en aquellas tribus dispersas,
nuestros padres, nuestros progenitores, adoraban ya la idea ca-
pital de la democracia, la idea de igualdad. Ábranse las páginas
de Estrabon, de Diodoro Sí culo , de casi todos los historiadores
antiguos, y en esas páginas, que son JI ot'áculo de nuestra primiti-.
va historia, se ve que aquí no hay aristocracia militar, como ~ntre
103 gel'manos, ni al'Ístocracia sacerdotal, como entl'e los celtas, sino
pequeñas familias patrial'cales, sujetas á la autoridad de un jefe,
ántes padl'o amoroso que cruel señor. Parece que esta tierra tan
hermosa, de naturaleza tan esplendorosa, de sol tan puro y tan lu-
cien te , rica en flores, tan plácida y serena como su azul cielo,
siempre sonriente, quiere unir á todos sus hijos en este sentimien-
to sublime de igualdad, para que todos amen igualmente á la
amorosa patria. Y si todos los pueblos Mn menester el amor de
I~ patria, ninguno lo necesita como España. Levantada al estremo
de EUl'opa, con dos mares por alfombra, tocando pueblos bárba- .
ros, ha de resistir el ímpetu y el choque de esos pueblos, no tan-
to por sí, como por interes de la civilizacion univel'sal. Los espa-
ñoles han de amar la patria, por la patria y por el mundo. Por
eso España se apal'ece siempre á nuestros ojos como un guerre-
ro, que, blandiendo su lanza en la cumbre de sus montañas, con-
tiene á costa de su pura generosísima sangre á la corriente de
los bál'baros, miéntras Europa, por nuestra patria protegida, se
entrega á elaborar los elementos de la civilizacion universal.


Este amor de la patria, de la independencia, que en España
existe desde los primeros dias de nuestra historia, prueba que es-
tos pueblos son libres; porque nunca el esclavo amó la patria.




128


Siempre que un pueblo enemigo viene á tocar nuestros pátrios la-
res, el español se levanta y le hiere en el corazon. La libertad de
la patria es nuestra diosa, es nuestro eterno inagotable númen.
Viene el cartaginés, é Indortes é Istolacio caen á sus plantas
exánimes, prefiriendo morir á ver esclava su patria. Vienen los
romanos, é Indibil i Mandonio dan su sangre por la libertad y la
independencia, El hijo del pueblo" en la cruz, léjos de mostrarse
desanimado ó débil, entona un cántico de victoria que se pierde en
el cielo. El primer símbolo de nuestra nacionalidad no es un sa-
cerdote, ni un guerrero, ni un príncipe; es un pastor. Las cró-
nicas romanas hablan con espanto de este héroe, que por un es-
fuerzo gigante engendraron las entrañas de la madre España. Su
nombre es Viriato. Pastor, y sencillo como pastor; avezado á las
luchas; frugal,independiente; respirando con gozo el aire de la li-
bertad; reuniendo en torno de su enseña todas las tribus, todas las
gentes; amando las montañas' como el águila, y las selvas como el
lean; generoso con el vencido, cruel en la batalla; más grande
que sus enemigos, los señores del mundo; apasionado no sólo de su
cuna y de su hogar, sino de toda nuestra privilegiada tierra;
gustando de los combates, de la tempestad y de los huracanes; se-
reno en el peligro, como en su elemento, y mal hallado con la paz
y el regalo; Viriato, el campesino, el pastor, el hijo del pueblo,
contiene á los ejércitos vencedores de todas las razas, rompe sus
huestes, las desbanda, huye su presencia con la rápida ligereza
de la niebla, y vuelve á encontrarlos, descargando su espada cen-
telleante como un rayo; burla á los primel'Os capitanes del mun-
do; logra que el Senado Romano, rey de reyes, le pida paz y se
humille en su presencia, y obliga á sus enemigos á que apelen á la
traicion para vencerle; mostrando así eternamente las virtudes, la
fuerza, el valor que guarda en su pecho nue~tro heróico pueblo.
y este ejemplo no fué perdido: los cántabros y los astures aplas-
taron bajo las piedras de sus montañas el águila romana; y si ven-
cidos, lo fueron más por el destino que por sus enemigos; y si es-
clavos, huyeron de la esclavitud, refugiándose en brazos de la




129
• •


muerte. Cuando acababa la República romana, acabó la eterna
guerra de Españá. El Imperio rornano, léjos de contrariar las t~n- I
dencias y el carácter de nuestra patria, como sU'obra erala obra
de la nivelacion de todas las razas, de la igualdad de 'todas las
gentes, contribuyó, y no poco, á dar este· carácter de igualdad
á nuestra raza, que es su rasgo más distintivo y acabado .


. Vinieron los bárbaros, y con los bár~aros un nuevo e1emento
social. Estos pueblos traian por sus victorias la necesidad de fundar
una aristocracia. Ellos debiart á los· pueblos vencidos hacerlos sier-
vos. La organizacion debia ser una organizacion militar y fue~te y
avasalladora y enemiga de todos los vencidos. Mas loh milagro·de
nuestra historia I Aquellos pueblos tan orgullosos, aquellos pué-.
bIas tan aristócratas, apénas han puesto el pié en nuestrQ suelo, •



sienten ~l devorador deseo de igualdad, y tienden sus brazos con
amor á los vencidos, y los levantan á su dignidad .y á su sobera-
nía. El pueblo vencido se refugia en la Iglesia, que da el pan de la
vida, sin distincion de gerarquias, al esclavo y al señor. En la
Iglesia se educa nuestra democracia, y unge con el óleo sagrado la
frente de sus mismos señores. La influencía de la idea capital, de
la idea madre de nuestra civilizacion, se ve en el Fuero Juzgo, que
une al vencedor y al vencido; . que en su derecho penal está libre
tIe muchas ideas bárbaras y aristocráticas, comunes á otrospue-
blos de la misma edad; que hasta cierto punto consagra, en cuanto
es dado á siglos tan apartados, la santa igualdad ante la ley; obras
todas de nueiíltra democracia religiosa y d~ la influenciabenefi-
ciosisima del Catolicismo en el derecho.


Despues de los bárbaros del, Norte vienen los bárbaros del Me-
diodia. La comun desgracia une á los españoles dispersos. Como
en un naufragio el señor se abraza á su esclavo para salvarse ó
perderse unidos, en Covadonga todos los desgraciados españoles
olvidan suscategorias y se unen alrededor de una enseña, la Cruz,
y nombran un jefe, Pelayo. Mas como un solo jefe no puede estar
~ un tiempo en todas partes, ni combatir á tantos enemigos contra
él congregados, nace el guerrero, que no ha de tener punto de ré-


17




:130
. . ' ~so, que ha de estar siempre en la brecha, que ha de dar ~na


voluntad y un pens'amiento á tantos siervos; _el señor feudal. El
señor feudal 'será el propietario único, el dueño de las vidas de sus
siervos, la. fuente de todo derecho, la concentracíon de toda auto-
ridad, para que asi todos se muevan al compás de su voluntad y
de su pensamiento.


Mas.castílla no puede por mucho tiempo sufrir el yugo feu~al.
Bajo la sombra del castillo, no léjo,s de sus almenas, va ánacer el
á.rbol de libertad, el municipio. Asi ¡oc quebranta la servidumbre;
así nace y se robusteceJa libertad; asi se agranda la esfera de la
emancipacion Plogresiva del hombre. El rey, que ve debilitada su
autoridad, firma un pacto con el pueblo, y le ofrece en cambio de


·su auxilio, libertad. La carta puebla que baja del trono, es el
patJto social y político entre el monarca y las villas y las ciuda-;
des. La lucha entre el rey y la nobleza se es tiende desde el
siglo X hasta el siglo XVI. El pueblo se inclina siempre á su
libertad, siempre á su emancipacion. El municipio, amparo del
pueblo, tiene su gobierno paternal, su jurado; tiene sus mili-o
cias , que son como sus brazos; tiene sus propios, que son como
su peculio y el título de su emancipacion. Asi, cuando la patria
le pide oro, le da su oro; cuando la patria le pide fuerzas, le da
sus fuerzas; cuando suena la hora de la guerra, pelea; y cuando.
suena la hora de la paz, escribe la santa idea del derecho en las
Córtes. El municipio da la igualdad y la libertad á los pueblos,
quebranta el yugo feudal, y rescata con su pobre ó~olo al siervo
de la gleba, que se lévanta ála libertad transfigurado, con los es-
labones de su cadena rotos á sus plantas. El municipio es la gran
Democracia de la Edad Media.


A esta obra de la Dergocracia ha contribuido la monarquía.
Alonso V, apénas fija la planta en la movible arena que le arre-
batan las ondas tumultuosas de las irrupciones enemigas, esti~n­
de las bases del municipio de Leon, como un muro, para que se
rompa en él para siempre la aguda lanza del árabe. En este mu-"
nicipio el gobierno de la ciudad está encomendado á los ciudada-




i3i


nos, y el hogar doméstico del pobre es tan sagrado romo un san-
tuario. La,seguridad indiv}dual es la base de, todas estas cartas"


• pueblas. La ley, ·conlO una ,espada de fuego, guarda el hogar
doméstico, ,el nido sacratísimo donde se aviva la idea de la per-
sonalidad del mtefo individuo que va á brillar en la historia. El
Fuero es una constitucion democrática, como' que tiene por objeto
avivar el espiritu del estado llano, que sólo puede vivir animado


• por el aire de la libertad. Y esto es tan cierto, que despues de
Grecia no ha habido )lll pueblo que haya sido actor en la historia
como el pueblo español. Su voz llenaba los ámbit'Üs de las Córtes;
su espada relucia la primera en los combates; sus pendones con-
gregaban innumerables soldados; sus jueces modificaban el dere-
cho; su historia era al mismo tiempo la historia de nuestros más
gloriosos esfuerzos; sus cantos, si, cantos sagrados, son la fuente
de nuestra poesía, la creacion más grande y maravillosa del genio
español, nuestra Iliada; pues propios y estraños inclinan la cabe-
za al .escuchar ese poema, cuyo Homero es todo un pueblo; poe-
ma, que pinta nuestras más dulces aspiraciones y c~mtiene lllles-
tras mayores glorias; poema, que resume nuestra vida; poema
cuyo nombre hace latir de orgullo el corazon; porque no hay es-
pañol que no mouule algun canto del inmortal romancero, que
es como la augusta voz de nuestros padres. Y esta fuerza popu-
lar, y este derecho popular, y estos cánticos populares, prueban
que en España habia una gran democracia. Cuenta que río lo digo
yo sólo: conmigo lo dicen escritores tan sesudos como Lafuente,
tan eruditos como mi amigo Moran, tan empedernidamente doctri-
narios como Pidal, tan iluminados como Valdegamas.


y á esta obra de la Democracia ha contribuido la monarquía.
Alfonso VI, ,al llegar á Toledo, levanta no sólo una fot'taleza
contra los árabes, sino un asilo para el pueblo. En Toledo es-
cribe el genio castellano las dos ideas de toda nuestra vida: la
guerra contra los árabes, y la guerra por la libertad. Despues de
Alfonso VI viene el tempestuoso reinado de Doña Urraca: la gran
tormenta fecunda el suelo, y brotan nuevos munioipios, bajo cti-




i32
yas ramas se refugia el pueblo. Alonso VII, e,l hijo de Doña Ur-
raca, recorre las tierras españolas para castigar A los nobles, y
escribe con su victoriosa espada en los camp?s empapados de san-
gre, la unidad de la monarquía, primer amenaza este,ndida como
una maldiilion sobre la frente del feudalismo. Alonso VIII, aban-
~onado de los nobles 'al pié de Cuenca, en tan a~argo trance re-
curre al pueblo, y el pueblo acude en tropel á su llamamiento, y
le ofrece sus brazos, su vida; y miéntras las piedras de los muros ..
de Cuenca ruedan á sus plantas, se abren magestuosamente las
altas puertas de las Córtes para cobijar á los plebeyos. Esta alianza
del pueblo con el rey brilla magestuosamente en las Navas de To-:,
losa, donde reyes, sacerdotes, magnates y plebeyos, cortando el
paso á los feroces almohades, salvan, no ya sólo la patria, sino el
mu~do. Pero al compás que caminábamos en la obra de la recon-
quista, caminábamos en la obra de la libertad. San Fernando, rey
que parece, más que una persona histórica, un ideal escrito por
un sAbio para resumir en él un siglo de portentosa revolu,cion;
San Fernando establece los merinos, para matar la jurisdiccion
feudal; los adelantados, para humillar la soberbia de la nobleza;
los propios, para que el pueblo tenga su peculio; un mismo fuero
en las varias poblaciones que conquista, para llegar así al dia
feliz de la gran reforma" al dia en que nobles y plebeyos obedez-
can una misma ley. Mas, por este tiempo, el mundo se siente
como sacudido por la electricidad revolucionaria. Las universi-
dades, que brotan del suelo para educar el estado llano; el dere-
cho antiguo, que amanece contl'a el quebrantamiento del derecho
en el feudalismo; los jurisconsultos, que con sus códigos se le-
vantan frente á frente de la nobleza y oponen la idea á la
fuerza; el estudio del derecho canónico, que fortifica la monar-
qula; todos estos grandes fenómenos históricos, ajustados tí. una
ley divina, á una ley prDvidencial, están pidiendo un hombre que .
las condense y las ofrezca como un ideal á los siglos, como una
esperanza á la inquieta Democracia de la Edad ~fedia. El hombre
predestinado á este fin maravilloso es Don Alomo el Sábio. Él mata




l33
la anarquía de,las fuerzas feudales con la unidad social; ·mata la
tiranía de la jurisdiccion de la nobleza, ,encarnando en su alto tri-
bunalla justicia; esfuerzo gigantesco, incomprensible, cuya gran.:.
deza debia quebrantar á un hombre que se anticipaba á los 5Í-
glos y que luchaba sin conciencia por ideas que sólo habian de
madurar doscientos años de continuas revoluciones. Mas si la no-
bleza derroGó al David que habia herido su frente, el pueblo, lleno
de aliento, vigorizado por las contfnuas luchas, amaestrado en la
tri~te escuela' del dolor, cuando los nobles, sin el fr~no del rey,
parece que van á repartirse en pedazos nuestra patria; el pueblo,
se levanta, despliega su bandera, ahuyenta ásus enemigos, y con
una mano salva la corona, que flotaba perdida en el mar de todas
las p~iones, y con la otra mano escribe esforzadamente nuevas
libertades, nuevos derechos, que engrandecen su poder y su gloria.
Doña Maria de Molina, ángel que bate sus alas de luz en una de
esas negras noches tan frecuentes en la. historia , es el nombre au-
gusto que proclama la Democracia española; el grito de guerra
de la libertad contra el privilegio. En -esta revolucien, Alonso X es
la idea, Doña Maria de Molina el sentimiento, Alonso XI la inte-
ligencia, Don Pedro el Cruel la fuerza y el terror. Don Pedro, ese
bárbaro, que tiene en sus venas sangre de tigre, ha sido absuel~o
por la historia é idealizado por la poesía; porque la historia, que
es la v~rdád, y la poesía, que es el resplandor de la verdad, han
comprendido que aquel hombre fué hasta la muerte fiel al espiritu
de su siglo. Vino despues la usurpacion de la rama bastarda, y
con la usurpacion de la rama bastarda, el renacimiento bastardo
tambien de la nobleza. Sin embargo, la Democracia tenia tal fuer-
za, que áun despues de esta política bastarda logró aumentar sus
libertades y sus derechos. El mal, como el bien, produce siempre á
la larga sus frutos. Y la restauracion de la nobleza produjo to-
dos los disturbios, todas las guerras, todas las tempestades del
siglo XV. En vano quiso atajar el paso á la noL!cza Don Alvaro
de Luna: la nobleza le arrastró al cadalso. Ásf es que, al con-
cluir el siglo XV, la nobleza era fuerte, y como fuerte anárquica;




f34


yel rey era débil, era impotente. Pero ent6nces el espíritu del pro-
greso levantó al trono de España una mujer estraordinaria, que fué
la idea viva de su siglo. Aquella mujer casta, virtuostsima, or-
nada con todas las prendas de -un gran carácter; de sensibilidad
inde5críptible , de inteligencia elevada, de eorazon varonil y fuer ...
te; como si un ángel le hubiera revelado que habia de ser la enM
earnaeion de nuestra grandiosa nacionalidad; camina perseveran-
te hácía s.u fin 1 y derroca en el polvo á la nobleza, quitándole sus
últimas guarTdas, su castillo, sus privilegios, las posesiones des-
gajadas del patrimonio real, la jl1risdiccion criminal, la maes-
tranza de las órdenes militares; y de aquellos nobles, que
eran bandidos, hace héroes inmortales; y aquella monarquía tan
débil se transfigura, y Dios premia tantos esfuerzos por la ci~liza­
cion y la libertad, concediendo á Isabel la Católica que redima á
Granada; y doblando con un nuevo mundo la creacion, para que
alli se estienda su inmarcesible gloria.


Todos estos esfuerzos constituyeron en España lo que segura-
mente no habia ~n ninguna de las naciones europeas en tan alto
grado, un gran pueblo. Notadlo, todos los que de veras amais á
la patria. Ha habido aquí muchas épocas inmorales, y la inmo-
ralidad nunca ha llegado al pueblo. Ha habido muchas épocas dc
total decaimiento de nuestras fllerzas, y el pueblo ha sido valero-
so. Luis XIV no llevó á cabo su idea de dividir la nacion españo-
la y repartir sus despo.ios , no por respeto al impotente CArlos II,
sino por temor I!-l potentísimo pueblo español. Es cierto que el
ab30lutismo cegó las fuentes de nuestra vida, y debilitó sobrema-
nera al pueblo, y hasta )0 desmoralizó; pero no es ménos cierto
que Aun bajo la inmensa mole del poder absoluto se conservaron
algunas pavesas de nuestra libertad, salvadas por la digna cons-
tancia de este gran pueblo.


Al finalizar el siglo, todos nos creian impotentes y desmora-
lizados. El hombre, ante el cual se ha.bia de hinojos postrado Eu-
ropa, quiso uncirnos á su carro triuntal. El pueblo español, sin
reyes, sin gobierno, sin ejército, sin armadas, se levantó, y le-




f3a


vantó al mismo t!empo sus antiguas libertades, y dió un ejel\lplo
á lodos los pueblos del mundo, que aprendieron de Zaragoza y
de Gerona á luchar con los tiranos. Por eso Napoleon, cuando
veia amenazada por el estranjero la Francia ~ Ilscitaba á sus sol-


, dados á que defendieran el pátrio hogar, comQ lo habian defen-
dido contra ellos los indomable:; y heróicos españoles. Por eso
Grecia en la guerra de su independencia, cuando se levantaba á
luchar en sus montes y el!. sus play;¡,,:, sin recordar sus Termópi-
las y sus Leónidas, recordaba la b~!'oicidad de España, y todos
StaS hijos pronunciaban en el combate nuestro nombre, sagrado
para los que pelean por la patria. Por eso los rusos,. entre el
estruendo de la guerra y la muerte y el incendio, batiéndose
como desesperados, unían bajo los muros de Seba.stopol al nom-


• bre glorioso de Moscou el nombre gloriosisimo de Zaragoza. En
una tan gran nacion, donde hay un tan gran pueblo, puede haber
una gran Democracia. Por eso hemos dicho, que léjos de oponer-
nos á nuestras gloriosas. tradiciones, las consagramos con la li-
bertad; por eso hemos sostenido una y mil veces, que nuestra De-
mocracia es á un mismo' tiempo cristiana y española, en armonía
eon nuestra religion y nuestra historia .


. EPÍLOGO.
lIe llegado al fin de mi trabajo, que reconozco imperfectí-


siIno. Acaso algun dia pueda decir que cste folleto no es más que
el prólogo de una obra que pienso escribir sobre los Fundamentos
racionales é históricos de la Democracia moderna. Creo que al-
canzo el fin que me propongo: mostrar que con nuestras ideas,
con las ideas democráticas, lograrémos afianzar en sólidas bases
.la paz y hacer imposibles las revoluciones sangrientas. Para lle-
gar á este corolario, hemos estudiado, no las tradiciones his- •
tóricas, no las costumbres y el clima, sino la raiz de toda vida,
el fundamento de toda verdad; el espíritu del hombre. Hemos




t36


enc.onlt'ado que el espíritu procede en su desarrollo por oposi-
ciones, de las cuales resulta la arroonla de la naturaleza con
el hombre y del hombre :con Dios. Hemos visto que esta fuerza
del esplritu, esta variedad de su vida, esta riqueza de sus colores,
esta inagotable fecundidad, se conoce por la varia riqueza de
ideas, que encerradas en fuertes y vigorosas organizaciones, com-
ponen los partidos. Los partidos no son un capricho del hombre,
una agregacion fortuita de fuerzas que el interes liga, como pre-
tenden los escépticos, los que ni comprenden ni estudian el alma
de la civilizacion; los partidos son la forma de las ideas en que
estalla una contradiccion continua, permanente; contradiccion
que por fin se resuelve en una slntesis suprema, en una cancel'-
tada y completa armonía, que enlaza los siglos con los siglos. ,


En esta varia y rica orgánizacion de los partidos, el absolu-
tismo, más cercano de lo pasado, cada dia se va hundiendo más
hondamente en su ocaso. Se han- apagado las hogueras en que
atormentaba el pensamiento; se han roto las leyes en que pren-
dia y sujetaba la actividad humana; se ha destrozado casi por si
mismo el código de sus derechos; se ha perdido la tierra en que
agarraba sus raices ; se han roto las corporaciones que eran como
las escalas de su trono; se ha perdido -hasta el. sentimiento que
lo animaba, ese último refugio de los dioses lares; sc ha apagado
el rayo de la luz celeste, la aureola del derecho divino, en las on-
das tumultuosas de nuestras revoluciones; y el coloso de ayer es
hoy un monton de cenizas que esparce de continuo el soplo de los
tiempos. Los absolutistas, que áun hoy adoran con fé, con cariño
la antigua monarquía, me parecen tan poéticos y respetables
como aquellos senadores romanos, que vestidos de blanco y coro-
nados de encina, sacrificaban á los risueños dioses paganos en el
altar de sus padres, miéntras Teodosio declaraba religion del Im-
perio el Catolicismo, y se oian á lo léjos los bramidos de los bár-


• baros. Para vosotros, absolutistas fieles, sin duda, escribió el gran
poeta español este sublime pensamiento: victrix causa diis placuit;
,~ed victa Catoni. .




i37
La sociedad pasada, en su agonía, ha transigido con la socie-


dad presente por medio del sistema doctrinario. Esta transaccion
está representada por el partido moderado. Mas cada paso que el
partido moderado da, prueba que, falto de su antiguo ideal, se
encuentra como en oscura noche, sin hallar ni rumbo cierto, ni
estrella que le guie. Unas veces se vuelve á lo pasado, y quiere
infundir vida á los muertos. Otras veces se cubre con la hipócrita
máscara de un falso liberalismo. Muchas veces, suspendido en-
tre dos abismos, sin acertar ni con afirmaciónes, ni con nega-
ciones, se consume estérilmente en el marasmo. Un tiempo fué
en .que el partido moderado tenia soluciones para todos los pro-
blemas, fórmulas para conjurar todas las tormentas. MI'. Gui-
zot enseñaba, en nombre del sistema doctrinario, la historia;
Mr. Cousin la filosona; MI'. Conte el derecho. Toda la ciencia
humana habia sido abrazada por sus sectarios. Ellos se dividian
el imperio del ·mundo. MI'. Cousin, desde lo alto de la cátedra,
soplaba sobre la Frap.cia la idea doctrinaria; Mr. Guizot con-
densaba la idea doctrinaria desde lo alto de la tribuna. Aquella
idea era débil, era enfermiza. Ni partia del derecho hum¡mo, ni
del derecho divino; ni admitia la autoridad, ni la razon; ni
acertaba con la fórmula de la monarquía, ni con la fórmula de la
libertad. Y la escuela era fotográficamente copiada en España;
aunque en muchas ocasiones, fuerza es decirlo, superando al
original. Donoso Cortés era el pensamiento de la escuela; Mar-
tinez de la Hosa la imaginacion; Galiano la palabra; Pidal la pa-



sion; y Pacheco, gran escritor, gran orador, Pacheco, el hom-
bre más notable de la escuela, era á un, mismo tiempo pensa-
miento, palabra, fantasía, aunque no pasion; era la estátua ma-
gestuosa y severa que coronaba aquel edificio. Pero vino el dia
fatal para el partido moderado; el dia 24 de Febrero de 1848;
Luis Felipe huyó, dejando vacío su trono, y huyó, más que del
pueblo, de sus propios remordimientos; Guizot bajó de la tribuna,
arrancado por aquella gran corriente eléctrica; la palabra de Cou-
sin, la Sibila filosófica, se heló en sus labios; la Francia mostró


l8




138


el cáncer que habían abierto en sus entrañas esas ideas, y el
mundo abandonó los frágiles altares del sistema doctrinario, donde
sólo se sacrificaba á la duda; y desde entónces, nuestros doctrina-
rios anduvieron confusos, sin entenderse, como los hombres des-
pues de la confusion de las lenguas en la torre de Babel. La imá-
gen de aquella familia de Pompeya, sorprendida en medio de una
fiesta por la ardiente lava del volean, pinta admirablemente la si-
tuacion del partido moderado en este trance siempre memorable.
Ya Pacheco habia éasi abandonado, no las ideas del partido mo-
derado, pero sí sus hombres, dirigiéndose á otra tendencia más
liberal, y Donoso abandonaba tambien al partído moderado, di-
rigiéndose á otro pensamiento más reaccionario. La transforma-
cíon de estos dos hombres, los más notables de la escuela, mos-
traba que el partido moderado se descomponia, y daba de sí el
neo-catolicismo y la Union Liberal.


La Uníon Liberal, que hoy manda, es el eclecticismo del eclec-
ticismo, la confusion de todas las confusiones posibles. Cuando se
necesitan ideas claras, la Union Liberal trae nuevas tinieblas;
cuando se necesita fé, la Union Liberal siembra dudas; cuando
suspiran las intelígencias por un dogma definido, la Union Liberal
entrega á la opinion públíca hambrienta y sedienta las migajas
del festin' de todos los partidos, las heces de las amargas copas
donde han bebido todos nuestros repúblicos. La Union Liberal, sin
embargo, domina hoy, porque ni los partidos estremos tienen
aún medios para ve~cer, ni los partidos medios tienen ya fuerza
para conservarse. La Union Liberal es necesariamente lógica en
estos instantes de perturbacion, en que el mundo presencia la
ebullicíon de tantas ideas nuevas, la evaporacion de tantos viejos
elementos. En esta época solemne del mundo y de la historia, la
Unlon Liberal ha venido á representar negaciones más bien que
una afirmacion soberana; la liga del interes , que no puede llegar
á nada que sea eterno, inquebrantable, sino á un pacto que,
como escrito en la movible arena de la utilidad, el menor vien-
to deshará, sin que de él quede ni áun mCll1ol'ia. Sin embargo,




139
hoy por hoy, la Uníon Liberal es el único partido conservador po-
sible, el único entre los partidos medios esencialmente lógico.


Pero as! como la Union Liberal es el único partido conservador
que existe, la Democracia es el único partido progresivo. El an-
tiguo partido progresista, si ha de ser fiel á su enseña, debe ser
demócrata. ¿Qué contestará cuando el pueblo le diga?: Yo creí que
ibas á romper todas mis cadenas; te levanté al poder en 1836, Y
tú me arrancaste mi Constitucion, y me volviste á la esclavitud, de
quo habia salido por un esfuerzo generoso de mi genio: yo, an-
sioso de paz, te abrí el camino del Capitolio en 1840, y tú en el
Capitolio te olvidaste del pueblo: yo volví á dar mi sangre por tí
en 1854, y tú volviste á darme la servidumbre, que sólo tenia de-
I'ocho á esperar de mis enemigos: no tienes libertad bastante para
apagar mi sed, no tienes remedio para mis dolores. Y, en efe~to~
al oir estas quejas del pueblo, el buen partido progresista, el que
no se ha manchado en cábalas ni intrigas, el que conserva su fé
pura, su corazon entero, esclama: la fórmula del progreso es la
Democracia.


La ley del progreso es la libertad. El mundo en su cami-
no, guiado por la Providencia, va siempre constantemente hácia
la libertad. Por eso la fórmula del progreso en todos los tiempos, en
todas las naciones, ha encerrado siempre la santa idea de libertad.
Por eso la Democracia, que hoy consagra la libertad en todas sus
manifestaciones, la Democracia es la fórmula de progreso. Su idea
capital es el derecho; la idea capital del derecho, la libertad; la
condicion de la libertad, la igualdad. El derecho es la manifes-
tacion del espíritu humano en la sociedad, de su pensamiento en
la tribuna y en la prensa, de su voluntad en los comicios yen las
libres asociaciones, de su conciencia en el jurado. La Democracia
unge con el óleo sagrado la frente de todo hombre, le devuelve
la dignidad pristina que al crearlo le concedió el Eterno, lo hace
verdaderamente rey de la naturaleza. El derecho es la corona del
hombre, como la tierra es su trono. Esta teoría, que devuelve su
integridad perfecta al individuo, tiene consecuencias admiuistra-






HO
tivas, consecuencias económicas, consecuencias sociales. A imi-
tacion del hombre, en nuestro sistema el municipio y la provincia
recobran toda la integridad de su sér, viven vida independiente
y libre. Y así como las facultades del hombre son libres, sus fuer-
zas son tambien libres, y el comercio, la industria, la asociacion,
el crédito progresan con la lihertad, como el navío acelera flU mar-
cha magestuosa sobre las olas, cuando viento favorable agita sús
velas. Y por fin, las ideas democráticas, descendiendo sobre la
frente del pueblo, le alivian en sus dolores, le sostienen milagro-
samente en esa continua lucha que tiene empeñada con la natu-
raleza para ganarse el sustento, le prometen que la última fOl'ma
de la esclavitud acabará pronto, y que podrá dejar á sus hijos la
libertad, pal'a que no sufean las ignominias que desgmciadamonto
sufrieran sus padl'es. lIé aquí nuestl'as ideas resumidas formularia-
mente:


1.0 El derecho, como base de la sobel'anía del pueblo.
2. ° Igualdad de derechos político., para todos los' ci udad ano~.
5.° Libertad de imprenta.
4. ° Libertad de asociacion para todos los fines de la actividad


humana.
~. ° Sufragio universal.
6.° El jurado.
7.° Inviolabilidad del hogar doméstico y de la personalidad


humana.
S.o Descentralizacion administrativa.
9. ° Integrida~ del municipio y de la provincia.
10. Inamovilidad de los empleados públicos.
11. El impuesto único.
12. Abolicion de los consumos, de los estan()os , de loda COlÍ-


tribucion indirecta.
13. Libertad de comercio.
14. Libertad de crédito.
15. Igual consideracion y respeto para todas las manifestacio-


nes del espíritu humano.





Uf


16. EIevacion de todas las clases y de todos los ciudadanos
á la vida pública.


f 7. Abolicion de la pena de muerte.
i8. Abolicion de las quintas, haciendo de la milicia una ver-


dadera profesion para el soldado, como lo es para los jefes. .
19. Abolicion de todo fuero y jurisdiccion privilegiada.
20. Consagracion, en resúmen, de la personalidad humana


con todos sus derechos y con todas sus facultades.
Esta es nuestra fórmula, esta es la fórmula de toda la Demo-


cracia. Este es el sentido que dehe darse á la soberanía del pue-
blo. Yo he oido últimamente esplicar la soberanía del pueblo al
primero de todos nuestros oradores parlamentarios, al hombre
que se engasta en el Parlamento como la perla en la concha, al
Sr. Olózaga; y á pesar de su talento y de su elocuencia, no me ha
persuadido á creer que sea soberanía popular la soberanía de los
progresistas. La idea ver'dadera del derecho, la idea verdadera
del progreso, S11 fórmula, sólo la posee la Democracia. Despues de
escribir este libro, que es como un largo exámen de conciencia
político, lo repito hoy con más fé, con más convencimiento aún
que cuando por vez primera lo dije en el Teatro Real, la fórmu-
de nuestra civilizacion es la Democracia.


Mi ilustre amiga, la eminente poetisa Doña Carolina Corona-
do, ha dicho en una de las composiciones más bellas, que guarda
el Parnaso español para su gloria y nuestra gloria, que el rumor
de la naturaleza y sus resplandores han dado siempre á su espíri-
tu aliento para volar al Creador. Lo mismo me sucede á mí con la
historia del siglo XIX. Cuando veo que el mundo, ahora como
nunca, siente el anhelo de libertad; cuando miro la América li-
bre, elaborando nuevas ideas para la historia, para la humanidad;
la India y la China abriéndose á la voz de Europa, como dos orá-
culos que revelan el secreto de sus misterios; la Italia, la Polo-
nia, la Hungría, vencidas, pero no resignadas, acariciando siem-
pre su libertad; la Rusía trabajando con la espada de su emperador
por la unidad de razas desconocidas y la emancipacion de sus sier ...


"






142


vos; Grecia libra y regenerada; Bélgica independiente; el Piamon-
te sacudiendo sus cadenas; Alemania preparando en el silencio
de sus Academias nuevas revelaciones científicas; España y Por-
tugal cónfundiendo cada día más sus almas, como las esencias
de dos flores que se unen amorosamente en los aires; Inglaterra,
la egoista Inglaterra, destruyendo el cetro de hierro de su aristo-
cracia, entrando en comunion con la humanidad, abriendo con las·
llaves de oro de SR comercio ciudades ignoradas y regiones in-
mensas á todos los pueblos, á todos los navegantes; cuando veo
todas estas maravillas, me postro en el corto espacio en que vivo,
y uno mí débil voz al cántico de todos los siglos y á la oracion de
todos los séres, y alabo al Eterno.


Cuando veo los milagros del siglo XIX; el frágil barco anima-
do por el vapor, corriendo contra los vientos y domeñando las
olas; el martillo de la industeiarompiendo, pulverizando las mon-
tañas; la locomotora volando con la celeridad del relámpago, como
si el alma de la naturaleza hubiera entrado en su seno; el rayo, el
rayo asesino, descendiendo á las manos del hombre, y fiel á su voz,
llevando de regio n en region en sus chispas de oro los mandatos
de la voluntad humana; la imprenta reproduciendo las ideas, como
el campo reproduce las flores, y conservándolas como la atrac-
cion conserva las estrellas; la química descomponiendo los cuer-
pos, y llegando hasta sorprender en sus retortas la esencia miste-
riosa é impalpable de la materia; la máquina moviéndose, traba-
jando, como si la sangre de nuestras mismas venas corriera por sus
cilindros y por sus ruedas; los pueblos unidos con los pueblos,
las razas con las razas, el hombre dilatándose en la humanidad;
cuando considero todos estos milagros, mis labios, ¡Dios mio I in-
voluntariamente modulan en tu loor una religiosa plegaria. ¡ Dios
mío I por todo te debemos gratitud, por todo te tributamos nues-
tras oraciones. Yo te pido todos los días que me concedas amor á
la libertad y á la. justicia, horror al crímen y á la tiranía. Y así,
cuando mis dias estén contados, cuando baje al sepuloro, al pre-
sentarme temblando en tu presenciü: para que me juzgues y para




H3


que me perdones, podré decir: la débil inteligencia que me diste,
más débil que la fosfórica luz de la luciérnaga, te la devuelvo,
despues de haberla consagrado á los pobres, á los op¡¡imidos,
que serán los bienaventurados, segun las promesas de tu mise-
ricordia.