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LA CRISIS HE ~UESTRO


. Pr~cio: DIEZ pes~tas.


:-'1 A DH] LJ


Ce' , ,j¡. la Cdbcl., núm. '7.
1914


:. J.o-"
)






LA CRI~IS DE NUESTRO


PARLA.MENTA.RISMO






~ JieAQuíN SáN<!IIEZ DE Te<!A
........... _ ... "' ......


L! CRISIS DE NUESTRO


PA~RL1MENTARISMO


MADRlD
IMPRENTA DE JSlDOFO PE,RJt.LE8


Calle de 11 Cabe28, lltm. '7.
1914






ZN"DZCE


CAPITULO PRIMERO
las liquidaciones de nuestro parlamentaris-


mo al cerrar la primera centuria del ré-
gimen.


PAginas.


Contraste entre lo que la revolución tiene derruido
en España y la mediocridad de las transforma-
ciones que ha producido en nuestro orden social
y político. Ahora es cuando el espíritu revolucio-
nario empiela á fermentar en los más hondos es-
tados pasionales de nuestras clases populares.
para :¡uienes durante la centuria anterior, la re-
\'oluclón paso como meteoro supel'Ílcial. . . . 11


Lo que á esta fecha nos presenta el balancd de nues-
tras revoluciones en la última centuria.-Nues-
tro parlamentarismo y los ideales de Patria
Mayor . . . . . . . . . . • . . . . 18


Las transfol'maciones de los elemenws de nuestra
constitución interna. Nuestra sociedad €s ahora
menos democrática que cuando se ini~ióla trans-
formación del Estado para adquiri:- los órganos
políticos del Gobierno democrático. . . . . . 20


Cómo se enfeudaron á patronatos de plutocracía las
oligarquías políticas que figuran repl'esentando
al pueblo. ausente de nuestro parlamentarismo. 23


El espíritu revolucionario ahora e:¡ fermentación
primera sobre nuestra masa soda~. procede de
las fuerzas renovadoras que tienen su centro de
gr'avitación en los eonflictos entre e! capital y el
salariado . . . . . . . . . . . . . . 28


CAPÍTULO SEGL"~DO
la descomposición de nuestt"QS p¡artidos


parlamentarios.
Ruptura dc la solidaridad gU!J~l'l1aru9iltal de los


partidos turnantcs respecto á las fundamentales
esencias constituciona les dell'égimen. . . . . 37


Cómo se ha desnaturalizado la necesaria relación
parlamentaria de los gobcl'nanf,e:o .~:)~ todas sus
oposiciones. . . . . . . . . . . . . . 41


De qué manera venimos á paral' á que toda nues-
tra política interior se sintctir:~ ]~ist6ricamente




\'1lI
Páginas.


en las incidencias de una conspiración vulgar y
anacrónica contra la' forma de gobierno. 47


Los procedimientos de esos con.piradores y conse-
cuencias gue producen en las estimas de la opi-
nión pública y en ~as actuaciones de nuestros go-
bernantes . . . . . . . . . . . . . . 50


Cómo se ha producido el fenómeno de un parla-
mentarismo, actuaimente necesitado de par"tilios
idóneos para su gobierne. . . . . . . . . 62


CAP!TCLO TERCERO


Factor.es de degradación ó de enaltecimien·
to que concur:ren á la transformación del
parlamentarismo.


De los factores'que, aunque sustraídos al albedrío
humano, son p:-ir.cipales determinantes de los
destinos de un régimen de gobierno. . . . . 75


Las fases de la Revolación y la obra que en ellas
incumbía á los Par:amentos y á las ~ealezas con
respecto á la ciujadanía y á la Patria Mayor. . 78


Degradaciones de :.:s :oarlamentarismos sin Realeza
y Parlamento esp:3ados para política de Patria
Mayor y enaltecimiento de los civismos del Esta-
do nacional moder:Jo . . . . . . . . . . 86


Los Parlamentos y s::..:s partidos politicos represen·
tan ya instituciO!~.e, de gobierno completamente
transfiguradas ')3'0 1:1 intbjo de los fenómenos de
psicología social;ue actualmente desarrolla la
Prensa . .. ......... 89


La Prensa que necesita nuestro parlamentarismo. 98
Cuál es el mejor patronato para un periódico.-Pa-


triciados íntelectu::. '.es y morales necesarios á un
Gobierno de Opir:i'lD p6blica. . . . .. . 1(l:~


El culto de la Monarc,uía por ser la instituci6n que
aquí ha hecho grande al pueblo, representa. den-
tro de nuestro par:a:nentarismo. la espiritualidad
más fecunda para gran actuación de p¡'ensa al
serYÍcio de la Espa:':a :\layo[·. 112


CAPITCLO CUARTO
La actuación personal del Rey en el régimen


parlamentario.


Situaci6n person9.l dd jefe del Estado en la obra de
g,:¡bierno dentro de: parlamentarismo .. 123


La tésis del Sr. Azcárate en cuanto á las funciones
del poder real d,"".~"o del parlamentarismo, 123




-IX
Poginas.


Tesis coutrapuesta á la del Sr. Azcárate én cuanto
al cometido de la institución real en el parlamen-
tarismo. . . . • . . . . . . . . . . 147


'.lue el sistema parlamentario funciona con doble
naturaleza: la del texto legal de la Constitución y
la de la teoría parlamentaria. . . . . . . . 150


Según la teoría parlamentaria, lo mi!!mo que según
los textos legales de la Constitución, el .Rey es el-
elemento eficiente y activo de gobierno. . . . 1M


El orden parlamentario de relación entre el Rey y
los ministros . . .. ........ 158


Realidades que en definitiva determinan las preemi-
nencias de los poder'es constitucionales . . . . 160


Los ejemplCls de Leopoldo J de Bélgica y de la Rei-
na Vktoria. . . . . . . . . . . . . . 165


Cómo se elabora la soberanía en las realidades de
la vida IlllCL);¡31. . • . . . . . • . . . 168


La parte más c'cncíal de las Constituciones es la
organización de los poderes públicos y de las ma-
gistraturas [¡ue los han de ejercitar .. .. 1iO


:'10 es esencial que el capítulo de los derechos indi-
<:¡duales figure dl el artículado de la Constitución 1 iI


La c,)nstitud(,n pal'~arricntaria no nace de los textos
constitucionales sino de la interpretación que es-
tos recil ,('11 en la práctica. . . . . . . . . li5


Tamhión delltro del parlamentarismo el ser Rey
(¡uicre decir regir y gohernar . . . . . . . In


Conlcsbeión del Sr. Azcárate (sesión de 5 de Marzo
de 190i).. . . . . . . . . 181


Répli(;a á la lcsis del Sr. Azcárate. . . . 18i
O·Jr;rl.e radíca la soberanía CO!l forme á los princi-


cipios fUlldamen~ales del constitucionalismo par-
:arncutario... ........... 190


L'llcoría de la di\'i"ión de los poderes es inadap-
table al ¡>arlarncIJtar·islllo.. . . . . . 192


Entro el pal'larn"t.~arismo y las prácticas de nues-
tro antiguo rógimcn, resulta!: muy escasas dife-
]'ewias en cuaLtll á la elección y la destitución
del primer Ministro. .. ..... 193


.l{octifieacÍ{¡n y resumen del Sr. Toca (12 de Mar-
zo de 190i).. . . . . . . . . . . . . . 200


Lo gue soría el despacho del Rey con sus Minis-
tros. si se aplicara como principio cardinal para
el Gobierno el criterio de que la función real
dentro del parlamentarismo se reduce á nombrar
ministros y disoher Cámaras.. . . . . . . 201


En el régimen parlamentario, el grado de la inter-
vención personal del Rey en asuntos de gobier-
no, se determina por la índole de la materia de
Estado pendiente de resolución. . . . 206


1 'entro del régimen parlamentario, como en cual-




- x-
PAginas.


quiar otra forma de gobierno, la extensión y li-
mites de 10 que el Jefe del Estado puede hace!'
tli~:~'. se. en.cu~nt.ra .en.lo~ e~ta~os. de. o~ini.ón.pú: 208


La responsabilidad del Rey en la ficción constitu-
cional y en la práctica del parlamentarismo.. .


Parangón del antiguo régimen y el parlamentario,
en punto al reclutamiento, formación y designa-
ción del personal político y singularmente de los
ministros. . . . . . . .


Cuáles son, en cuanto á la práctica de la vida polí-
tica, las primordiales preeminencias del (iobier-
no parlamentario. . . . . . . . . . . .


La obra política maestra del régimen parlamenta-
rio, consiste precisamente en ser 01 sistema de
gobierno quo más ha solJresalido, r.o sólo en con-
vivir con la opinión, sino además en aprovechar-
se de ella. . .. ...


Realidades políticas y sociales que interponen con
mayor necesidad la interven'ión porsonal del
Jefe del Estado en función de gobierno.. . . .


La valoración del poder real dentro dol inyentario
de los bienes patrimoniales de nuest¡'a patria.. .


Rectificación-resumen del Sr. Azcárate (20 de Mar·
zo de 1907) ..


CAPITULO QUINTO


Los síntomas iniciales de descomposición de
un régimen de gobierno. se producen ern
sus cumbres descubriendo la corrupciólTI
ética de clases directoras en desvío del!
concepto fundamental de las institucione!
políticas.


210


214


222


222


224
227


231


Para un parlamentarismo con sufragio universal,
el hecho de que la ciudadanía resulte sin eficacia
de actuación política es síntoma de descomposi-
ción del régimen aún más temeroso que lo que
significaba el silencio de los pueblos bajo las mo-
narquías patrimoniales. . . . . . . .. 244


Los síntomas iniciales de descomposición que en
nusstro parlamentarismo representa la corrup-
ción ética de las clases directoras. . . . . . . 24U


Transformación en los modos de sentirse la fe
monárquica dentro del Estado nacional moderno. 26~


El vigor ó la degradación de un régimen de gobier-
no depende ante todo de causas morales. .. 266




- XI-
Páginas


Lo que fundamentalmente caracteriza á cada civi-
lización son sus espiritualidades primarias. . . 271


Espiritualidados primarias para reconstituir un ré-
gimen de Estado nacional moderno y liberar las
energías ,[taJes de un pueblo en linaje de civili-
zación cristiana . . . . . . . . 278


Descompos[ciún de nuestro parlamentarismo duran-
te el último quinquenio. , . . . . .. . . . 294


El Gobierno liberal bajo la jefatura de Canalejas . 316
Los partidos poi iticos durante la presidencia del


Conde de Romanones. . . . . . . • • . 333
¡Cuál ha sido, en HJl3, la fuerza motriz de nuestro


artificio consLitucional y parlamentario~.. 345
Realidades positivas que impusieron en nuestro


parlamentarismo el sistema de dos partidos gu-
bernamentales turnantes. . . . . . . . . 365


Tercerías contra los partidos turnan tes en el gobier-
no de nuestro parlamentarismo. . 379


El concepto del poder soberano en la política del
avance de sus izquierdas al reconocimiento de
nuestra legalidad constitucional . 38:-


Para las directivas del gobierno las razones de Es-
tado deben llevar su primacía • . . . .• 405


Dos ejemplos de contraste: el Imperio alemán y el
de Napoleón III . 414


CAPíTULO SEXTO


Cómo se ha producido la de5composición
actual de la dinámica de nue5tro parla-
mentari~mo_


Lo que impus~ en el período de la Restauración
nuestra dinámica constitucional de los partidos
turnan tes eu el gobiemo . . 420


Educación y extensión progresiva del cuerpo elec-
tora! indispell~alJle al rógimen parlamentario. . 437


Consecuencias p¡'oducidas en la dinámica de nues-
tro parlamentarismo por la manera de implantar
el procedimiento electoral de «un hombre un
votO». . . . . . . . • . . . .. 443


Que sin Parlamento, el Estado nacional moderno,
no puede actuar como gobierno de opinión públi-
cai Y dadas las potencias del poder colectiVO de
las muchedumbres en la sociedad contemporá-
nea, un régimen parlamentario que ha otorgado
el sufra do universal no puede ya prescindir de él. 45íj


Realidades esenciales que faltan á nuestro parla-
mentarismo para actuar como instrumento de go-




- XII-
Páginas.


bierno de opinión pública adecuado á las necesi-
dades del tipo moderno del Estado nacional . . 472


Del tratamiento para que nuestro Parlamento rece-
bre BU plenitud de eficacia como órgano de opi-
nión pública . . . . . . . . . . . . . 477


Rehabilitaciones necesarias á nuestro parlamenta-
rismo para ser utilizable en gobierno de Estado ,.
nacional moderno . . . . . . . . . . . 492


El síntoma más grave de la descomposición del ré-
gimen. es que el Parlamento resulte sin eficacia
como órgano de opinión de ciudadawia conscien-
te de la naturaleza de su gobierno y dueña de sus
comicios.. ... . .. 508


Cuando una radical antítesis entre la constitución
legal y la contitución real no se resuelve guber-
namentalmente. la realidad se impone al fin re-
volucionariamente.. . . .. .... 519


Por radical que resulte la antítesis entre los estados
jurídicos y las realidades sociales de un pueblo.
siempre es soluble gubernamentalmente adaptan-
do la constitución legal á lo que se ha renovado
en la constitución real. . . . . . . . . . 527


Qué Parlamento nos es necesario para resolver gu-
bernamentalmente la antítesis entre la constitu-
ción legal y la constitución real. . . . .. 540


La prensa como instrumento de gobierno de opi-
DIón pública en el Estado nacional moderno.. . 549




CAPITULO PRIMERO
....


Las liquidaciones de nuestro parlamen=
tarismo al cerrar la primera centuria
del régimen.


Contraste entre lo que la revolución tiene derruído en
España y la mediocridad de las transformaciones que ha
producido en nuestro orden social y político. Ahora es
cuando el espíritu revolucionario empieza á fermentar en
los más hondos estados pasionales de nuestras clases po-
pulares, l,ara quiene, durante la centuria anterior, la
revolución pasó como meteoro superficial.


Lo que á esta fecha nos presenta el balance de nuestras
revoluciones en la última centuria.-Nuestro parlamen-
tarismo y los ideales de Patria Mayor,


Las tr'ansformaciones de los elementos de nuestra cons-
titución interna. Nuestra sociedad es ahora menos demo-
crática que cuando se inició la transformación del Estado
para adquirir los órganos políticos del Gobierno demo-
crático,


Cómo se en fcudaron á patronatos de plutocracia las
oligarquías políticas que figuran representando al pue-
blo, ausente de nuestro parlamentarismo.


El espíritu revolucionario ahora en fermentación pri-
mera sobre nuestra masa social, procede de las fuerzas
renovadoras que tienen su centro de gravitación en los
conflictos entre el capital y el salariado.






Contrasttl entre lo que la revolución tiene derruido en Espa-
ña y la mediocridad de las transformaciones que ha produ-
cido en !luestro orden social y político. Ahora es cuando el
espíritu revolucionario empieza á fermentar en lo>! mas hon-
dos estados pasionales de nuelltras clases popular~s, para
quienes durante 1" centuria anterior, la revolución pasó como
meteoro superficial.


Al cabo de una centuria consumida por ente-
ro entre las convulsiones, guerras civiles y cala-
midades públicas que acompaiian á las grandes
catástrofes revolucionarias, es bien triste compro-
bar á la fecha actual, en las liquidaciones de
nuestra vida política, que padecimos todas las de-
solaciones de una era revolucionaria sin contra-
partida alguna positiva de redenciones en el ré-
gimen interno y resurgimientos de prestigios de
sobel'anía en el concierto internacional. Aunque
el proeeso revolucionario no se produjo aquí en
las cumbr'es del Estado con aparatos trágicos tan
emocionantes como en la Monarquía francesa
durante el período del Terror, en realidad sus fie-
rezas en el conj unto de nuestras discordias civi-
les, resultan en suma mucho más cruentas y de
mucho mayor cuantía la destrucción de los valo-
res patrios en nuestro haber patrimonial. El sal-
do final que nos resulta de la tragedia, se reduce
para nosotros á comIlrobar la esterilidad de cien
años de revolución,


En las renovaciones del siglo XIX resultamos,
entre las naciones de Europa, el pueblo que mal-




- 12-


gastó mayor caudal de energías espirituales y
malbarató más hacienda al montar el mecanismo
externo de su derecho público sobre ideologías
fantásticas y absurdas imitaciones de cosas extra-
ñas, inadaptables á la constitución interna de
nuestra Patria.


Otras naciones tuyieron la fortuna de encon-
trarse asistidas, hasta en medio de los extr'emeci~
mientos más trágicos, por gobernantes del linaje
de estadistas á quienes la realidad enseña por sí
misma tal cual ella es y no por figuras y pala-
bras vanas. Pero aquí, hasta en los períodos de
mayor sosiego del nuevo régimen constitucionai,
los gobernantes se mostraron refractarios al sell-
tido práctico de 1&s Cosas más elementales pam
el moderno vivir como naeión. Subjetivismos en-
fermizos les invirtieron la visión sobre lo más po-
sitivo ,le ia vida nacional. Mutilaron la realidad
pretelldi\3lJdo someterla á moldes inadaptables al
modo dd ser de nuestro pueblo. No eonsiguie-
ron crea¡' aquí derecho vivo de ciudadanía par-
lamentaria, pero produjeron en cambio los es-
tragos consiguientes al iIlgerir en un organismo
nacional substancias que éste no puede asimi-
lar. Sobresalimos entre todos los pueblos del
constitucionalismo europeo en cuanto al olvido
de que lo más importante del régimen de go-
bierno para cada nación es el suyo propio, aun-
que teóricamente parezca infeI'ior al constrUÍ-
do por otro pueblo extraño. Olvidamos gue In
más sustantivo del derecho público, no lo hacen
los legisladores, sino el pueblo mismo; y que la
opinión pública, las libertades públicas, los estados
de la conciencia y de la voluntad colectiva de una
nación, pueden expresarse de muy diversos mo-




- 13-


~Os,. y que su modo más positivo de expresión no
",s sl.er:upre el texto legal ó los recuentos de los
COmlelOS del llamado sufIwrio ufll'versal NT
" .. . b. o su-l~lmu" .lt1corporarnos á las co[>['ientes gen ' 1
ne 1, 1 " , '. e/a es
.... ,u llstor la, adaptafldonos á los factores nue-
~'GS gue. b evul.uciótl contemporánea apo['ia á las
:,ob8nillHL~ ll::lCI'llldles, ni supimos tampoéU con-
.,anar elltr:e lo lJl'opiu, aquello (lue es corno ele-
:;16tlto Yl(aJ pennauollte y característica peí'sonal
ae rl ue>;!!':! ex Istel lc' ia,


,.,sa~; al LeraCJUlles, u.t'~


i'e~Jtando :l i;;>s veCes golpes de Estado, y basta el
-.:ambi,) mús radical en la institución del poder so-
Jerano, se acom paüaron de extremeciinientos
20nHll,::;i\'os, guerras civiles, bancatTotas de ha-
jenda, dilapidaciones del haber patrimonial, es-
;ragos y desoladoras caiamidades públicas; pero
~omo el pueblo no tomó parte en tales mudanzas
de régimen, no hubo verdadera revolución. Tales
alteraciones, resultaron fenómenos de meteorolo-
gía en la superficie, completa mente ineficaces
para llevar renovaciones de vida á los fondos or-
gánicos de los vicios y podredumbres del antiguo
régimen. Sus agitadores padecían la superstición
-le creer que con himnos estridentes se conmovían




-14-
las capas profundas de los abismos oceánicos y
que por las soflamas retóricas y los textos p~o~
mulgados en la Garete¿ se transformaban las esen~
cías de toda la realidad social. Su mentalidad era
refractaria á com prender' que la fuorza propulso-
ra de Ull régimen de gubierno, la potencia (Jue
ver'da3el'ameuto actúa en una existellcia llaciolJul
y trallsful'nw la J¡isLwia, llU es el Hl'tifkio mecáni-
co de texic's !)l'omulé(ad0s (;orncJ leyes ",iuo lo~


L u '


~~n~in"~r) .. t-" ~. 1" ..... "·'l,';r,)'n..:,: ~¡'1 1¡'Lc..; h()r-nlji'n~ y,


mentos de nuestra den!,--
nifestaciones demagógicas, supuraban más bien
misoneísmo. U na minoría sugestionada con la
imitación de cosas exóticas y en ceguera para la
visión de las realidades más car'actel'ísticas do
nuestra constitución interna y de la lJsicología de
los estados sociales aquÍ engendrados por la his-
toria, impuso el mecanismo parlamentario me--
diante alzamientos en los que, fingiéudose man-
dataria del pueblo para apoderal'se de la goberna-
ción, no actuaba, en realidad, sino como elemen~
to faccioso secuestrador de los instl'Umentos del
poder pa¡'a imponer los decretos de su pasión re--
volucionaria á la resistencia pasiva de la mase.
social. De esta manera, en los artificios de nues-




-15 -
tra vida política, vino á sobreponerse un parla-
mentarismo con la extraña característica de vivir
sin cuerpo electoral y de que las instituciones fun-
damentales del régimen se desplomarían si los
comicios expresaran con verdad la voluntad de la
muchedumbre. El régimen vive de la suposición
de que el primer Ministro gobierna al Rey en
nombre de una mayoría parlamentaria y bajo la
ficción de que el Parlamento representa al pueblo;
y el Rey, á su vez, gobierna al pueblo dictándole
reales mandatos conforme al sistema político ó á
los consejos del primer Ministro, cuyos mandatos
reales ha de obedecer el pueblo, aunque el pueblo
no los haya pedido, ni siquiera los comprenda.


A este pueblo, sin preparación alguna para
comprender y practicar el civismo de los co-
micios, se le dió el sufragio universal asentado en
la fórmula de «un hombre un voto». Y á su vez,
los gobernantes, en convencimiento de que el su-
fragio universal, manifestándose de verdad, de-
rrocaría las instituciones fundamentales del régi-
men, ejercitan contra los comicios violencias y
corrupciones tales, que cada elección acumula
progresivamente más fatídicas desmoralizaciones
y desvíos de la ciudadanía. Así, el Parlamento, en
v.ida de mera aparieneia, se reduce á una tribuna
que sólo sirve á discusión perpetua de cosas vanas
para la vida nacional y singularmente el tema de
la forma de gobierno, que es el más vano y ma-
léfico de todos al tomarse por tésis de discusión
perenne. Esa tribuna, es instrumento de oposición
ineficaz para instruir y dirigir al pueblo educando
ciudadanías. En ella encuentran los tribunos el
tornavoz más poderoso para las propagandas de
la indisciplina social y para poner en evidencia




- 16-


dos hechos igualmente funestos para el régimen:
la necesidad de una reforma fundamental y la
impotencia del régimen para realizarla.


Por estos contrastes entre la condieión real de
las clases populares y las apariencias de sus ins-
tituciones políticas, y entr'e la opinión pública,
que con ficciones constitucionales de serlo todo,
no es nada electoralmente, nuestro parlamenta-
rismo, en lugar de formar ciudadanos conscien-
tes de sus deberes y de sus derechos y dispuestos
á sacrificarse por el interés general, fomenta, por
el contrario, rebeldías contra las instituciones; y
en vez de ser propagandista de civismos, empon-
zoña hasta en lo más íntimo y recóndito de las
administraciones locales los contactos de la ciu-
dadanía y del poder público, con tiranías engen-
dradoras de exasperaciones de odios, que están
acumulando síntomas siniestros de formidable
explo.::;ión de venganzas implacables, en cualquier
evento que se produzca la combustión espontánea
de esa masa.


Con todo ello vienen á coincidir ahora fenóme-
nos del espíritu desconocidos en nuestro pueblo
durante la centuria anterior. Sentimos resquebra-
jarse nuestra corteza social por las primeras ma-
nifestaciones eruptivas del verdadero espíritu re-
volucionario, fermentando con vertiginosa inten-
sidad sobre nuestras masas populares.


En las concentraciones de la vida urbana, y
hasta por las diseminaciones de la vida agraria,
el extremecimiento revolucionario está solivian-
tando muchedumbres. El fermento que en la cen-
turia anterior, dentro de nuestra economía nacio-
nal, agitaba sólo exiguas minorías impopulares
reclutadas entre los núcleos más inquietos de la





- 17-


nobleza, de las profesiones liberales y de las ar-
mas, y que manifestando primero sus rebeldías
Bn el orden religioso y luego contra el régimen
político, produjeron las alteraciones de la última
centuria, transciende ahora con iras sociales hasta
los fondos más profundos de las plebes. Entre
aquellas clases populares, antes airadas en rebel-
día misoneista contra los ¡'eformadores, empiezan
á manifestarse desasosiegos de espíritu revolu-
cionario con rebeldías mucho más transce!l(len-
tales que las de los revolucionarios gue fabrica-
ron nuestro parlamentarismo.


Si en las postrimerías de la Monarquía absolu-
ta,cuando se inició sobre los Gobiernos la influen-
cia activa de los estados de opinión, el disolvente
más enél'gico de aquel régimen resultó de que el
espíritu crítico se pusiera en contacto con un Go-
bierno arbitmrio gue no daba á estas potencias
del espíritu público medios de actuación legal,
este mismo formidable agente tiene que desarro-
llar acción mucho más corrosiva al ponerse en
contacto con un parlamentarismo que, á la vez
de aparentar vida intensa de ciudadanía con li-
bertades públicas, secuestra á los estados de opi-
nión los medios constitucionales más eficaces
para su actuación legal.


Por todo ello, el momento histórico presente
impresiona tanto como uno de los más críticos
de la era moderna para los destinos de nuestra
Patria.




- 18-


Lo que á esta fecha nos presenta el balance de nuestras re-
voluúiones en la última centuria.-Nuestro parlamentaris-
mo y los ideales de Patria Mayor.


Durante la centuria anterior, otros nacionalis-
mos alcanzaron la fortuna de que sus realezas
esposadas con las instituciones parlamentarias,
organizando el Estado, educando y habilitando á
sus ciudadanías para el régimen moderno de los
Gobiernos de opinión pública, recogiendo en su
pI'opia historia el aliento espiritual de la Patria Ma-
yor, realizaran maravillosas empresas de trans-
formación política y social. En transcurso de dos
generaciones, pueblos pobres, humildes y menos-
preciados por los poderosos, se encumbraron á
los más altos poderíos económicos é imperiales.
N aciones que parecían meras denominaciones
geográficas, incapaces de espíritu unitario, frac-
cionadas, impotentes y estenuadas por la malaria
emanada del detritus palúdico acumulado en los
fondos históricos sobre que vegetaba su existen-
cia, sanaban súbitamente al respirar el ambiente
vivificador de ideales políticos que aunaban, en-
grandecían y dignificaban las patrias pequeñas
con las magnificencias de soberanía de una patria
grande constituída en potencia para irradiar é im-
poner todos prestigios y respetos en las relaciones
internacionales.


Para estas grandes empresas de Estado, en las
que las realezas conjuntamente con el Parlamen-
to, reconstituyeron, engrandecieron y dignifica-
ron su patria, educando y habilitando ciudada-
nías para sentir los ideales de Patria Mayor y ac-
tuar con el vigoroso espíI"itu de civismo, que es
como el soplo vital para los modernos Gobiernos




-- 19 --


0e opi~1ión pública, nuestra Penímmla encontraba


11'0 naci')lwlism
'
) con pote¡wi(¡s rln eSI-"l'llual¡dad


para yivificar el gran sentimiento patrio, más ya--
liosas quo las que ex(remecieron el ulma alema-
na después del desastre de Jena. Y por de conta-
do, los particularismos geográficos no interpo-
nían en Iluestra Ptltlim·;uia obstáculos de tantas
complejidades corno los que se opusieron para la
política unitaria de Patria Mayor á Italia en su
Península y á la nación alemana en el Centro de
Europa.


El poder real concentraba en nuestJ'os reinos
:>tcatamientos sin parecido en cualquiera otra Mo-
narquía eUI·opea. En ningúll pueb:o resultaban
wn yi \")8 Y tenaces los fenómenos de esa psicolo-
gía coleetiva de las naciones seculai'¡nent0 cons-
cituídas ba.io el ampar'o dE; la realeza, y por la
"llallas multitudes, para pr'oducir las manifesta-
eiones más intensas de su palriotísmo, necesitan
identificadas con las muesfras de su lealismo
monárquico. Xuestro pueblo sentía tan ahiucada-
mente estos deber'es de sumisión á la voluntad
real, que repugnó pOI' ello el nuevo constitueiona-




- 20-


;ismo y no pre:,;Lú sus acatamieiitos á las Cortes.
,..:,~'"' ..... n f'~C\"?'_l ~A rn~t)rl()r'c:nlj~1 pi I!P.TP


Las tran~form,:\eion(;'s dt\ los ülE'nl(,·ntü~, do nne~tl'~ c,¡nstitución
inee: ne<. ;-':lk~t,·:, >.o,j8,ia I os "hor.l !ll<ltlf)~ damocrarÍC'l que
cuando S8 Ín;"ici la trar.· t', rmació" del ¡';stado para arlquirir
los orgL'r,oOi políti"Ob Jd ( oLierno ck·n¡o0rático.


Con tOllo esto, y (:(Jmo incomparable factor
para facilitar aquí las l'etlo"~\l:i()lleS sociales y po-
líticas que requiere la "ida del Estado moderno,
coincidía á la \ez la Cil'cullstal1cia de que nues-
tros estados sociales, al fillalizm' la Monarquía
patrimonial, eran de heeho los más democráticos
que conoció la Europa del antiguo régimen, y que
además, toda la evoiución de la historia nos lle-
vaba á que nuestra sociedad democrática, trans-
formándose gradualmente en democracia electo-
ral, adquiriera los órganos políticus esenciales
para el GolJierno demo(;rático, Resultábamos, en
suma, más intensamente que cualquie¡' otra na-
ción de Europa, una sociedad democrática que
no había llegado aún á incorporarse las formas
del Gobierno democrático y á cOllstituirse políti-
camente en democracia,




- 21-


Desgraciamente, á pesar de todo esto, por cul-
pas de la realeza y de las oligarquías del parla-
mentarismo, nuestra sociedad es ahora de hecho
menos democrática que cuando entró en gesta-
ción para adquir'ir los órganos políticos del Go-
bierno democrático. Somos una de las naciones en
las que el régimen par'lamentario no ha servido
para dar ciudadanos á sus comicios ni justicia y
pan con libertades públicas á sus clases más nu-
merosas. El único testimonio que prestan los co-
micios es el de que, no obstante figurar en parla-
mentarismo con sufragio universal, nuestro pueblo
no se ha incorporado al régimen parlamentario.


Los partidos gubernamentales alternan en el
poder como si fuer'an meras denominaciones dis-
tintas de una misma razón social, y á modo de
Compaiiías, con repertorio rotativo sin arraigo en
la economía nacional, que ajena tí. las cuestiones
sociales y á la primacía de los órganos ecor;ómi-
cos para la defensa de la soberanía en el Estado
nacional moderno, gobiernan· siu orientación
transcendente, viviendo para sí, teniendo por
base diferenciaciones de ficción, perturbando la
vida económica con trabas de arbitrios fiscales,
desórdenes administrativos, concesiones de mo-
nopolios y otorgamiento de privilegios.


Así, todo nuestro desenvolvimiento económico
moderno se ha efectuado espontáneamente sin la
intel'Vención del Gobierno, á menudo, á pesar del
Gobierno. La evolución de la autonomía política
nacional, y de la ética social y política propia de
las democracias electorales, se ha quedado esta-
cionada en España en transformación política
operada en las apariencias de las leyes, no en
las costumbres.




- 22-


Pero es manifiesto, á la vez, que en el transcur-
so de la centuria última, se han transformado
hondamente muchos elementos de nuestra cons-
titución interna.


Por de contado en cuanto al sentimiento patrio,
nuestra cohesión espiritual difiere mucho de la
que agitaba á nuestros antepasados hace un siglo,
Singularmente, el último decenio acusó más alar-
mante depresión en esa cohesión espiritual, nú-
cleo primario de toda estructura de cuerpo de na-
ción. Durante el siglo XIX jamás aparecieron tan
esmirriados como ahora en los fondos morales
de la voluntad y de los sentimientos y en la psi-
cología entera de nuestra convi vencia social, esos
espiritualismos colectivos que más íntimamente
vinculan á los hombres á una patria. Y como la
vitalidad ó la decrepitud de los nacionalismos se
determina principalmente por su manera de sen-
tir el patriotismo, el balance de nuestros valores
patrimoniales arroja por este concepto, á la fecha
presente, saldo impresionante.


Todos los problemas que en las tristes liquida-
ciones de 1898 se planteaban ante nuestra sobe-
ranía, requiriendo que el presupuesto del Estado
no tuera sólo una máquina fiscal, sino principal-
mente un órgano de reconstitución, siguen en
pie imponiéndose en los mismos términos angus-
tiantes que en aquella fecha y agravados por el
propio transcurso de los quinquenios transcurri-
dos en esterilidad para la obra reconstituyente.


Los partidos políticos, en vez de concentrar su
actividad sobre aquellos programas de urgencia
que, por responder á lo más positivo del vivir
como nación, se sobreponen á todas las demás
cuestiones, prosiguen, por el contrario, en la




- 23-


misma polémica baldía que entablaron en el si-
gio anterior sobre teorías de política abstracta.
Las mismas agremiaciones de los elementos ro-
tati vos en la gobernación, cuyas disciplinas co-
:6cti \"aS representa ban, más que doctrinarismos,
una experiencia de vida política concertada para
alternar en el poder con conocimiento de perso-
nas y prácticas del régimen de gobiel'l1o, perdie-
¡,on las tradiciones colectiyas de su concül'dia,
,')jviendo ú leyantal' sus plataf<.n'mCls de disputa
subre cosa!:> en flue no va nada positivo, á no ser
o' consumir' les emperlOs en competencias de es-
0;ilafunal'se en vanidades de Estado.


Climo s() en/'. udaron á patronatos de plutocracia las oligar-
l11i:¡S p,)litíeas 'luO figuran repre~el1tando al pueblo, ausente
de 1, u8stru patl¿¡'iIl8ntarisrno.


CiHtudo 00[' los faetmes eeonómicc,s de la ci-


~ ,-"- ___ .< ,J.u.u..,:,d t:uutU\~,J
"'J' •


en estar CUll el mús podel'dsoJ. Las institucione::::
del poder público m:1.l1tenían las exterioridades
de J'('g;melc democl'úÜcO, pero los hombres com-
probab(~ll de cOlltimw que 81 débil es rarísima




- 21-


que en tiempos modernos significa tener desnacio-
nalizados y secuestrados los órganos principales
de la vida económica, nunca, sin embargo, se pro-
dujeron como ahora en esta órbita las característi-
cas de atrofia en el espíritu de la ciudadanía yeG
el sentimiento de los prestigios del poder públic<J,


Ante la abso¡'cióll de los imperialismos fi[lar:-
cieros, resultan más agrayados que nunca, en
nuestl'O personal político, los síntomas de ur~a
conciencia nacional insensible á que se le ~ecue::;­
tren y se le desnacionalicen aquellus emp¡'eS3S
enclayadas en su territorio y que representan
primarias clayes económicas de la independencia
de las ciudadanías y de la sobel'anía patria, N~\
hace u estima de que nuestra yida pulítil~a resulte
degradada po!' los procedimientos de explotaciór:
industl'ial y ~i)}anciera que nos ha legado la an-
terior' cen(;lria y (jue tienen dei:m aciOll'il izada kcl::l
nue~tr'a eell!lolllía natl'ia '


car'acterístico de un régimen yenidl) á descCJTl!¡JV
sición porque sus instituciones resultan imputen-
les para amparar justiciel'ameute á los hombres,


La masa social, al infeudarse con los nexos




- 27-
extralegales formados p'ol' el engranaje de la
mutualidad de patronatos y clientelas beneficia-
rias, concertados en las relaciones particulares
respectr) á las 'recíprocas prestaciones de servicios
aunque no comprendieran la dinámica guberna-
mental da este parlamentarismo, inclinaban con
preferencia á vincularse al patronato del oligarca
político, sobre todo al afiliado á los partidos tur-
nantes en la gobernación. Consideraban como á
la más poderosa y eficazmente protectora de las
oligarquías, al compuesto de los núcleos oficiales
que alternativamente se apoderaban del pode¡'
público. Todavía no vislumbraban la preeminen-
cia de la oligarquía financiera pam desarrollar
')rganizaciones de poderío avasalladores de los
mismos elementos directores de la política.


Mas ahora, entre las clases directoras y singu-
larmente entre los caudillos de las reivindicacio-
:les de las dases obreras contra el capitalismo, se
inicia nueva or'ganización social del patronato y
de la clientela. Empiezan á vislumbrar las poten-
cias que los patronatos de plutocracia desarrollall
sobre el G,)biemo y la economía ilacional, y que
por ellos la jerarquía burocrática, los servicios de
la Administración pública y Jos mismos oligarcas
de la política, resultan avasallados á un sistema
beneficiario extralegal de pakonato y clientela
aún más poderoso gue el que organizan los parti-
dos gubernamentales. Advierten que, por las vas-
tísimas organizaciones de servicios que implica el
Estado modemo, y por los factores económicos
de la vida contemporánea, las naciones se con-
"ierten en burocracias inmensas, y que nuestro
parlamentarismo, lejos de resultar órgano ade-
cuado para la educación y selección de la catego-




-- 28-
ría de estadistas que requieren lo~ problemas eco-
nómicos, los conflictos sociales y las materias de
Estado de nuestro tiempo, produce avasallamien--
miento cada vez mayor de los estados sociales, y
hasta de los partidos políticos al sistema beneficia-
rio del patronato plutocrático. Que por ello, al
régimen del derecho público, con apariencia de
evolucionar á que las fuerzas populares constitu-
yan su principal motor, se sobrepone en la reali-
dad una oligarquía cada vez más estrecha, el:
términos que los mismos gobernantes resulten
meramente personas interpuestas por podereS
ocultos que gobiernan y administran como per-
sonalidades anónimas irr'esponsa bIes, envueltas
en tinieblas artificiales habilísimamente produci-
das, para que ni los gobernados sepan á quienes
recurrir, ni los que, según la jerarquía oficial
aparecen en función de gobernantes, puedan dar-
se clara cuenta de lo que hacen ni á dónde val'!
á parar.


Lo que más claramente se destaca ahora á
la visión de nuestros pueblos sobre sus institucio-
nes parlamentarias, es que á ellas no les ampa-
ran y que han peedido esa principal razón de ser
de toda institución de poder público, que consiste
en gobernar en beneficio del interés general, ó,
por lo menos, de algo ó alguien que represente
primacía en los estados sociales.


El espíritu revolucionario ahora en fermen1ación primera so-
bre nuestra masa social, procede de las fuerzas renovado-
ras que tienen su centro de gravitación en los contlictos enlIe
el capital y el salariado.


Tampoco las cuestiones sociales pueden solven-
tarse jurídicamente como por brote súbito de un




- 29 --
¡Jl'incipio ético que se lleva á un texto de ley. La
legislación social sólo es viable cuando se pro-
mu:ga Gomo totalización de una experiencia
sucial.


En el orden de las cuestiones sociales y econó-
micas, mucho müs que en cualquiera otra esfera
de la vida colectiya, la renovaci0u del derecho se
;'i'oduce C')!' GOiltiUUO asalto que las necesidades
C:i:Jciales, ll'all"fonnadas en perenne evolución, di-
i'igetl Ci}:1Írd. las f('ll'lllUlas .i urídicas del derecho
8scl'ik" ¡':'itTlUl¡.!ado pul' el b:stado.


I le lllUllel'a que al Cl'Gl:lnllt:lllU LctjJHi:tJI:::íW. t:: llJ-
J.ustl'i:,.! de los itlgentes factores económicos que
desal'l'ulia la sociedad contemporánea, van co-
l'respulldieudo proporcionalmente las reivindica-
CÍOlle.s y las organizaciones de defensa de las
dases (¡breras.


Pero en Espaüa nos encontramos á la hora pre-
sente, respecto de estas formidables cuestiones,
BI) la cOlldicióll singular de que por las corrientes
de! ini8l'cambio mundial nuestras clases obreras
se han sobresaltado con todas las necesidades y
)Jasiones del salariado en los emporios mayores de
la acti\idad económica más intensa, mientrae que
entre tanto el desarrollo de nuestra economía na-
cional se desen vuel ve mísera y atrofiadamente
::011 relaci'~)[l al movimiento mundial. Así nos he-
rnos adelantado á otorgar á los proletariados una




-- 30 -


legis!;:;.eión soeial que las ecollOmíe's llao::ionales
no pueden soportar sino cuando tiellen pOcJerosí-
sima estructura de gran inuustl'i;l, 1<>-t8 misma
armadura jurídica de la legislación :Ádúa sobre
nuestros órganos económicos, :dl"llW:::llJolo.s
aniqui)ú:ld.,)r)s y esmirl'iCtnuolos.


Eil legislación socialltemos idn nosn(ro,.; dema-
siado deÍ·'J'isa y sin derrotero eSludi(1..:lo .. \"í, á la
hora jli'e"r:llt0, nos encontram(:s en la imposibili-
dad de )¡,E'er' estima de la siluaGióll etl que es-
tamos.


;:'1 el capnal no gana, el obrero no puede ser
retribuído, y la lucha social no puede tener otro
desenlace que el desquiciamiento de todo el régi-
men de nuestra pr'Oducción, la quiebr'a de la eco-
nomía nacional y su incapacidad para la vida
moderna.


El resultado de la lucha social, de esta manera
planteada, ha sido la huelga violenta, que liqui-
da los negocios, la huelga de irritación impuesta
por disciplinas de directivas ajenas á los intereses
concretos de cada grupo profesional, ó iI'I'adiando.
por solidaridad de asociaciones coaligadas, impo-
siciones que espantan el capital y á los patronos,
y que en vez de mejorar la condición de la clase
obrera aumentan sus angustias en los conflictos
del tI'abajo, sin presentarles otras soluciones que
las de la emigración,




- 31 -


Así hemos venido á la primera resultante de
ser una de las naciones en que el jornal está á un
tipo inferior en 50 por 100 al promedio de los pue-
blos civilizados, y á la vez los artículos de prime-
ra necesidad para la vida han llegado á un enca-
recimiento de más del 50 por 100.


Nuestra legislación social se ha producido á
modo de súbito florecimiento de un principio,
cuando ella no puede ser más que la totalízación
de una lenta experiencia ¡cocial.


La originalidad más fundamentalmente carac-
terística de las sociedades modernas se contrae,
principalmente, á su estructura económica. El
problema de la familia y del Estado se planteó
claro y amplísimo en Atenas y en Roma, pero
las sociedades antiguas no conocieron la gran in-
dustria.


La estructura económica de la sociedad moder-
na se sintetiza en eslos dos términos, á la vez
asociados y antagónicos: El capital y el salariado,
ambos encerrados y agitados en el cuadro de la
psicología y fisiología económica de las naciones
contemporáneas, que no podrían subsistir si les
faltara la triple libertad del interés comercial, de
la especulación financiera y de la sociedad ar.ó-
nima.


En la relación moderna entre el capital y el sa-
lariado, la huelga por su parte ha tomado carac-
teres novísimos. El aspecto exclusivamente gre-
mial y profesional encerrado en los particulares
intereses de cada oficio, se ha convertido en se-
cundario. Ahora abarca, hasta con organizacio-
nes internacionales, á todos los proletariados, es-
tableciendo entre ellos estrechas solidaridades de
clase, solidaridades más poderosas que las que




- 32-


se derivan de los mismos sentimientos patrios.
Sus reivindicaciones y programas, son de protes-
ta contra la totalidad del actual orden de cosas;
y la huelga, como instrumento revolucionario, es
mucho más transcendental que en el de los pro-
nunciamientos y motines de los agitadores po-
líticos en la última centuria.


La finalidad contemporánea de las grandes
huelgas del socialismo, no es redimirse de una
servidumbre dentro de un oficio, ó enseñorearse
de algunos talleres, sino crear una fuerza capaz
de imponel'se como poder soberano transforma-
dor del mundo. Y en contraste con tales aspira-
ciones de transformar el mundo entel'o según les
parezca, se caracterizan por su naturaleza nega-
tiva en punto á coneretar lo que ha de ser la ciu-
dad futura.


Los conflictos sociales entre el capitalismo y
el trabf'ljo obrero asalariado, rebasan actualmen-
te todos Jos artificios y ficciones de nuestro dere-
cho público. La nueva realidad social y política
no es la de las oligarquías que crearon nuestro
parlamentarismo y actuando en él como comuni·
dades gobernantes ó como oposiciones al con-
cepto fundamental de la soberanía dentro del ré-
gimen, creaban extralegalmente el sistema bene-
ficiario de los patronatos y clientelas. Es más
bien la oposición de la masa social y, sobre todo,
la del proletariado al sistema oligárquico que ha
convertido al sufragio y á las formas representa-
tivas del Gobierno de opinión en ficciones bur-
lescas.


Con estas nuevas oposiciones se produce el fe-
nómeno de que el proletariado ya no busque fue-
ra de su clase sus principales amparos de patro-




- 33-
nos poderosos, sino que dentro de su propia
masa organiza las relaciones del patronato y de
la clientela para la resistencia y la imposición
agresiva, por medio de un desarrollo de potente
solidaridad entre Asociaciones por él creadas con
fines sociales profesionales y políti.cos de lucha
de clase.


Por primera vez llegan hasta la última estr~ti­
ficación de nuestras plebes las trepidaciones del
espíritu revolucionario. Ahora es cuando esas
masas que en la anterior generación se mallifes-
taban aún con natul'aleza misoneista, aparecen
en nuestra historia como elemento subversivo in-
dependiente de los que antes se agitaban en las
conspiraciones de clubs y cuarteles. La huelga
solidarizada sustituye al pronunciamiento como
instrumento de revolución. Advertimos que so-
bre esa enorme masa se opera intensa fermenta-
ción dispuesta á explotar en cuanto el acaso de los
sucesos determine instante propicio. Esos prole-
tariados puestos en efervescencia por la literatura
y las pasiones del internacionalismo socialista,
sindicalista ó ácrata de nuestro tiempo, constitu-
yen el centro de la gravitación actual de las fuer-
za revolucionarias. Todas ellas giran sobre el
nexo de las realidades sociales que pongan en
conflagración las iras del proletariado. Las esta-
dísticas sólo acusan oficialmente á esta fecha en
España 148.000 afiliados á la Unión General de
Trabajadores. Mucho más exigua era la minoría
revolucionaria en los tiempos heroicos de las
propagandas que iniciaron el combate contra la
servidumbre política del antiguo régimen. Pero
además, las actuales pasiones de rebeldía se al-
zan contra la servidumbre económica con reivin-




- 34-
dicaciones que impresionan á las muchedumbres
más hondamente que las ideologías del constitu-
cionalismo puramente formalista. Y á la vez de
esto, por el desarrollo de la prensa y de las aso-
ciaciones, la organización de estas multitudes se
manifiesta con mayor potencia inicial y con
energías expansionales que de año en año dupli-
can sus afiliados.




CAPITULO SEGUNDO


La descomposici6n de nuestros partidos
par lamentarlos.


Ruptura de la solidaridad gubernamental de los parti-
dos turnantes respecto á las fundamentales esencias cons-
titucionales del régimen.


Cómo se ha desnaturalizado la necesaria relación par-
lamentaria de los gobernantes con todas sus Oposi0iones.


De qué manera venimos á parar á que toda nuestra po-
litica interior se sintetice históricamente en las inciden-
cias de una conspiración vulgar y anacrónica contra la
forma de gobierno.


Los procedimientos de esos conspiradores y consecuen-
cias que producen en las estimas de la opinión pública y
en las actuaciones de nuestros gobernantes.


Cómo se ha producido el fenómeno de un parlamenta-
rismo, actualmente necesitado de partidos idóneos para
su gobierno.






Ruptura de la solidaridad gubernamental de lOs partidos tur-
nantes respecto á las fundamentales esencias constitucio-
nales del régimen.


En contraste con esta nueva realidad política y
social, los viejos partidos del parlamentarismo
aparecen ante ella como atacados de ceguera. Los
desgastes del régimen produj ero n en ellos honda
alteración hasta en sus disciplinas tradicionales,
como núcleos en cuyo alrededor se agrupa alter-
nativamente la opinión concentrando fuerzas gu-
bernamentales para la dirección de los intereses
públicos.


Degeneran en agrupaciones personales sin otro
vínculo unitario que el de las adhesiones á un
jefe, mantenidas por el cebo de lo que tendrá en
sus manos cuando sea poder. Los jefes cierran
más estrechamente todos los caminos á quien no
se vincule á esos patrocinios que monopolizan y
entregan los cargos del Estado por motivos de
índole privada. Así, á la par que esas disciplinas
imponen mayores servilismos mentales, los oli-
garcas, al rendir sus prestaciones de adhesión
individual á un jefe, obtienen en compensación
mayores soldadas de gracias personales del Esta- ,
do, y más amplias é incondicionales entregas de
los ramos de la Administración pública. En con-
traposición al sentir de que la excelencia y digni-
dad de un régimen de gobierno se acredita prin-
cipalmen te por la demostración práctica de su




- 38-


eficacia como instrumento supremo de organiza-
ción social y dignificación patria, aparece en ellos
cada vez más anublada la noción de las obliga-
ciones primordiales del régimen para con el ge-
neral respecto de los derechos constitucionales de
la ciudadanía y para con la dignidad del poder
público.


La relación misma de los partidos entre sí ha
venido á incoherencia y subversión hasta en aque-
llas mismas elementales distinciones que la deli-
cadeza dellealismo político impone siempre á los
gobernantes pam la defensa de la institución fun-
damental del régimen. Las complacencias con
quienes alardean el propósito de derogar revolu-
cionariamente esa institución fundamental del
Estado, se sobreponen como títulos de preferencia
á la benevolencia oficial y privada de los deposi-
tarios del poder público. Así, en el funcionamien-
to del régimen y en las derramas de sus favores,
no sólo aparecen desquiciados y subvertidos los
respetos de las obligaciones recíprocas entre los
partidos gubernamentalmente vinculados por su
coincidencia con las mismas esencias constitucio-
nales, sino que además, en la propia relación de
los gobernantes con las representaciones de las
oposiciones extremas, quiénes pugnan porque la
institución fundamental desaparezca revoluciona-
riamente, resultan preferidos á quienes encierran
en las vías legales sus aspiraciones reforma-
doras.


Todo régimen de gobierno implica siempre en
su institución del poder soberano un principio
capital del cual se deriva la orgánica de las demás
instituciones. Esa institución de soberanía con
diversidad de formas, según se personalice en una




- 39-


realeza, en un monarca temporero, en una aristo-
cracia ó en un Parlamento, en una República
presidencial ó en una República parlamentaria,
representa siempre dentro de la estructura jurídi-
ca, del derecho público, el supremo poder organi-
zador de la vida nacional, y dentro de la dinámi-
ca social el órgano más adecuado para que se
manifiesten coordinadamente las fuerzas vivas de
una patria. Jurídicamente, es un poder sobeI'ano,
indestructible sin su propio consentimiento, y
socialmente, un alzamiento revolucionario contra
él resulta en la alternativa ó de ser rebeldía impo-
tente, ó de constituir tremendo maleficio público.
Todo régimen de gobierno perece en cuanto, por
la degradación de su principio generador, se
inutiliza para mantener estos postulados en el 01'-
den jurídico y social. Así, todos consideran á la
institución fundamental de su soberanía como el
órgano vital de su existencia y un baluarte cuya
defensa impone, con estigmas de alta traición,
incompatibilidades de complacencia con los asal-
tantes.


POI' lo que esta suprema necesidad de defensa
representa en todo régimen, ningún asociado á la
obra gubernamental puede desolidarizarse de esa
obligación, cualquiera que fuere el cargo ú ofi-
cio en que desempeñe funciones de servicio pú-
blico. Por ello, las mismas democracias inclinan
tanto á considerar que las libertades públicas no
pueden ser más que tolerancias, y para el jaco-
bino, la libertad suele consistir en el derecho de
hacer él lo que le venga en gana, y usar del po-
Jer público para impedir á los demás hacer lo
que quieran. De ello también se deriva que en las
repúblicas parlamentarias se prodigan tantos




- 40-
ejemplos de que la finalidad cardinal de las leyes
responda ante todo á asegurar la reelección de
una mayoría posesionada del poder. A estos mis-
mos efectos, á la par que los distritos cuya repre-
sentación parlamentaria es de oposición, resul-
tan comarcas sometidas á la jerarquía oficial de
los Gobernadores nombrados por el Gobierno; en
cambio, las comarcas cuya representación parla-
mentaria es gubernamental, resultan territorios
no sometidos á la acción directa del Gobierno, y
entregados á la influencia de núcleos parlamenta-
rios que, á cambio de su ministerialismo, gozan
prerrogativa de designar funcionarios administra-
tivos y gubernativos como agentes por ellos in-
terpuestos para ejecutar sus órdenes.


Aunque los Gobiernos que se sucedieron en la
primera República francesa desde la Convención
al 18 brumario, llevan en la historia la más seña-
lada reputación por sus criterios de exclusiva en
punto á seleccionar el personal respondiendo á la
norma de que, cuanto más alto es el cargo con
mayor estrechez se impone recabar en él la soli-
daridad del funcionario con el principo funda-
mental de la constitución del Estado, en realidad
no hicieron ellos más que atemperarse á las ordi-
narias prácticas de gobierno. Pusieron en los más
altos cargos lo más distinguido de su personal.
Otras Repúblicas posteriores se mostraron en esto
con exclusivismos aún más rígidos; pero la Repú-
blica de la Convención y los inmediatos herede-
ros del terrorismo, impresionaban más honda-
mente por su personal político. Por la naturaleza
de su institución de soberanía y los compromisos
de su historia, aquellos Gobiernos no disponían,
como la Monarquía, de grandes señores ó de per-




- 41-


sonalidades insignes para los más altos puestos.
En defecto de personajes de tal linaje, selecciona-
ron á sus conspícuos, entre quienes habían pres-
tado más relevantes servicios en las gestas de su
República.


El título más impresionante de la heráldica de
aquellos convencionales resultaba en haber votado
la sentencia enviando al Rey al cadalso. Y para
figurar como miembros del Directorio ó Embaja-
dores de la República, necesitaron justificar su
participación en el regicidio cual título principal
para su nombramiento. Constituyeron lo que
Mme. Stael calificaba de «aristocracia del regiei-
dio». El personal diplomático, seleccionado entre
esa aristocracia, dejó en los anales cancillerescos
incidentes tan grotescamente memorables como
los de la recepcion oficial de Garat, en la Corte de
Nápoles; de Guinguene, en la de Carlos Emma-
nuel de Saboya, y del propio Sieyes, en la de
Berlín.


Cómo se ha desnaturali;¡;ado la necesaria relación parlamentaria
de los gobernantes con todas sus oposiciones.


Según nuestra Constitución, el órgano funda-
mental para la personillcacion soberana de nues-
tra personalidad colectiva como nación, reside en
la suprema potestad de las Cortes con el Rey.
Pero junto al texto jUl"Ídico de las constituciones,
la realidad, á su vez extralegal, interpone siempre
factores tan potentes, que ellos de por sí informan
y transforman el sentido de la ley constitucional.


De las interpretaciones prácticas que estos fac-
tores de realidad han dado aquí á los textos cons-
titucionales, surgió nuestro parlamentarismo
como condicionado indispens3 ble para obras de


"




- 42-


gobierno en las que las Cortes y el Rey resulten
en unidad de pensamiento y acción. De ello, á su
vez, se deriva el orden de relaciones entre los go-
bernantes y sus oposiciones, pues el arte de con-
llevar y beneficiar los elementos de la oposición,
asociándolos á la misma obra de gobierno, es una
de las principales preeminencias del parlamenta-
rismo.


Como consecuencia inevitable de la propia na-
turaleza humana, no habrá jamás gobernantes
ni institución fundamental de gobierno á satisfac-
ción de todos. El mejor de los Gobiernos ha de
tener siempre por seguro que no le ha de faltar
muchedumbre de descontentos. Pero muy pocos
son los gobernantes que á ello se resignan. Los
más se irritan contra la oposición en términos de
no retroceder ante procedimientos de violencia
para aniquilar á sus contI'at'Íos. Algunos, más
sagaces, comprendiendo la imposibilidad de dar
gusto á todos, soportan la oposición y se acomo-
dan á convivir con ella. La obra maestra de la
política en esto, consiste, no sólo en tolerar la
oposición, sino además en aprovecharse de ella.
El régimen parlamentario es el sistema de gobier-
no que más ha sobresalido en este arte político.
Los gabinetes del parlamentarismo tienen que ser
por esencia la antítesis de los gobernantes en tor-
peza de no resignarse á tolerar' la contradicción.
En vez de tomar contra sus oposiciones actitudes
de antagonismos inconciliables, iracundos é im-
placables en poner fuera de la ley á sus impugna-
dores, encerrándoles en la alternativa ó de ren-
dirse á discreción ó de descuajar todo el régimen
del poder público, introducen, por el contrario, á
las oposiciones en el propio régimen de su go-




- 43-


b~el'J1(j CU/ll') un elemento nec8sario de su mismo
mecanismo gubernamental. El parlamentarismo
e::¡ la institw..:iún de gobierno mejor compenetrada
da que la lIatmaleza humana será siempre más
üapresionable y crédula á lo que se dice miste-
7'i,:Jsarnente que á. las censuras de solemnes pre-
¡.,;,)nes, y que por ello la crítica maldiciente nunca
:'i~sulta tan maléfica como cuando se la intenta re-
pr'imir con represiones violentas, imponiéndole
's; ;encio ó reduciéndola, por lo menos, á. que no
[-'Jeda decirse de público lo que se murmura en
¡"imdo. Así el pal'lamentarismo ha venido á in-


,rmar la razón práctica de su instituci(¡n, en
'_,tlrta fllosoría, de aceptar todo lo que anda mez-
;: ado en la vida. Por esto, en relación á las opo-
;~;,::iones, considel'a que lo más sabio y discreto es
~;0modar'se á. ellas, obser\"ándolas y oyéndolas
";:1 atenci'Jn detol'ente, gozatldo de ellas en cuan-
~,' tengan de amables, y resignándose ante lo que
e "..:iclTen de ama1'go.


','1 pógimou parlamentario p" l""f~"n.~-'


'i Líe es el más toleralJie ele lOS Uoblernos malos.
En suma, la caractel'ística principal del régime1l,
:2onsiste en su estima de que ninguno de los fac-
t<:l'esque entI'aIl en el compuesto social, por gran-
de que fuel'a su prepotencia, se basta por sí solo
p':i.ra la complejidad de la máquina de gobierno
en el Estado nacional moderno. Aunque engen-




-,11-


drado por aristo~ra('ias, no llega á florecimiento
sino en ambiente democrático. Está en su apogeo
cuando lns oligarquías necesitan ser popul~res y
aparecen principalmente afanadas en procurar el
beneficio del pueblo. Pal'a ningún régimen de
gobierno es tan peligroso, que los grandes senti·
mientos del pueblo resulten un enigma. Nece~,jta
en los c:omicios oposic:iones coa amplitud de su-,
fragio y pasiones populares que l'eporeutrll1 IHI'i'8.
las cumhres del Estadu, siquiera como ÍndicClci,)[]
de lo que no puede illtentarse, ó al mellOS cumo
ad vertencia de los mirarnien tus á guardar' y po: i-
gros á precayer eulo que se emprende.


Pel'o entee los vicios de ol'igen y los desga" 'es
de nuestro parlamentarIsmo, estas necesidadec, de
vivir en pr'udencia política de perpetuas tJ'all~:(;­
ciones. villieron á degenera!' en la prudencia f.': [-
fermiza de complacencias ill,:nmpHtibies í'(,!l hs
más primordiales obligaéioncs que el lealismcl 1\')-
lítico impone para la det'ellsa de la instiluci'~)rl ,'u'l-


-- --,.,,) ele. 111'1') ,M'mar'c¡uía pal"lament:~'.'


, ' \ j' ,- ¡'el' i ¡''''Jl' Los deposltal"lUS del p,Jncr pU) lC:U. "',,,,'
la serenidad panl la L)l'taleza y tempi,WZH dd é, )-
beruante y la "isi/m de las l'ea':idades m;'¡,: tI"L:¡;-
cendelital'~s. ellos pOi' insensibilidad 011'::'., ,:I"IS
por sobrecogimiento de tercor alltel:,O" ~;,Íl',t.llr:'is
de ayance del espírilu t'8yolucionanu el l ;¡" 1'1-


1 I 1 1 1,1,1' ',',', "" •. '1,' " ,',?!, ',-f",: (~ iJ!\J-qi.JiG:LlJ~::~~ r\e ~lS rnu. '~; - _ ..




: ctl:t)18.:;b, éJltl'3 ¡as perfe,-;ciolles de los derechos
_Uld:J.d:u¡os en 1;.) cUllstituci,)n legal y las corrup-
'1' 'l18s de lu CU1J::;liluci,)n vi va en la realidad posi-
[l\'d. '\0 '~C):lc;idera¡¡ que el presagio más fatídico
el::; iUlllú;enle catústl'ufe yel fundamento más po-
,,;t:., o Je ;.1 l'eYülul~¡(Jl1, radica en que nuestro par-
':c¡¡lel:t:il'i~,mo suma á la permanencia de las ar-
Jltrrll'iedc,dos más i:ltoleI'Jbles del despotismo an-
lif uu, 1<.'s lluevos ahl'a vios de las clases popula-
re,.; ell el OI'den ec:óllomic:o y social. Lejos de darse
,_'uetltd de las silJie:::;lras disyuntiyas que por todo
es!) c;t) están condeusando ante la institución
i'u IldJ.men tal del l'!]gimen, los gobernantes vinie-
!'üll, [JC1[' el contr'ario, al desvarío de reducir su
. ;,i(ln ;i, "iyir sólo para el momento presente, su-
I),;rdin;lndolo todo á que no se les altere en el día
la quietud del sosiego material. Bajo esta pasión
de úllimo, los turnan tes en el poder quebrantan
::1:'; pl'áctieas gubernamentales de aquella funda-
nnulal sr)lidal'idad de su coincidencia en punto á
'l¡;fender' las esencias cardinales del régimen. Su-
¡,Editan su actuaci(jn de gobierno á obtener paces,
tranquilidad, benevolencias y apoyos de profesio-
mdes del desorden, alardeadores de no querer
C(,l1vivencias en ciudadanía, sino cómplices ó
vi2timas para los atentados revolucionarios.


Con este concepto de la prudencia política, sa-




Resultó sobrado patente á la sag-acldad de 10"
profesionales del desorden que la p!'O\'ocaci(¡¡l de
miedo y la ametlaza do lo que ellos llam,'1l una
revolución, SOlJ principales I'epol'tes p~lr:i deter-
minar b conducta de quienes eí] tal enndicí('i} ':l~
ánimo se succd,en en los mús :tltos cal'g-o,; f1úhli"
cos, Así, est,y; cabos de ro\'ueltas P(W Sl.lo; ¡¡jl'L''''
y hecho::;, ~: PI'!' los yO tos qua intol'),onen :1,1" I~:
deposit,ll'i'ls de! pudel' púlúco, pT'orhH:C!l h ':;3::-,
sación de :~e¡, el:'J~; lus ¡'ep['eC'elt!::IJtC" de Ji' 1'''''''_'
za, contaGdo con el miedo P:ll'(l hacerse obe-
decer.


Por los rastros de cO:lcllmit'J1:l'i:\'; y l'u'ipI'(,cÍ-
dades de personales servicios en ot')l'gamieIltos ~
dispensas del favor oficial, se \islul.1hra también
con sobrada frecuencia, que cuant:) hacen ó de,
jan hacer algunos responsables de la goherna-
ción, es la resultante de un terno!' á los inquietos,
ó de paces ó treguas pactadas con quien amena-
za ó infunde temor de perturbar la quietud mate ..
rial. En tales promiscuidades, la ética de Jos lea-
lismos políticos apareee agraviada y subvertida.
á punto de que el gobernar la Monarquía en co-
laboración con los conjw'ados para suprimirla,
se considere buena prudencia política.




- 47-


De qué manera venimos á parar á que toda nuestra políti-
ca interior se sintetice históricamente en I1'.S incidencias de
una conspiración vulgar y anacrónica contra la forma de
gobierno.


De esta manera los años transcurridos en lo que
va de este siglo y no corto período de la última
centuria, presentan para nuestra política interior
la triste nota de sintetizarse históricamente en las
incidencias que ha tenido una conspiración con-
tra nuestra institución real. Los tratamientos polí-
ticos, judiciales y gubernativos que los turnantes
en el poder dieron al proceso de esta conjuración,
constituyen toda la urdimbre de nuestra vida po-
lítica interna durante ese período.


Conspiradores sin ia mas elemental intuición
de las causas fundamentales que determinan ulla
revolución verdadera, y apareciendo, en cuanto á
la concepción de la historia y al sentido del go-
bierno propio del Estado nacional moderno, en el
aturdimiento de personas caídas de un quinto
piso, pretenden imponerse como protagonistas
revolucionarios predestinados á derrocar sobera-
nías reales é imperiales. Aunque presumiendo de
perspicacias singulares para precipitar los suce-
sos, adelantánrln;'::fl á ll'l<:i ;'::Añg]p;,:: (lA lnR tiFJmpos y
para desempeñar papel de revolucionarios capa-
ces de determinar el curso de los destinos nacio-
nales, no cuentan más que con la audacia para
crímines horrendos, sumada á extraordinarias
connivencias y maestI'Ías en el arte de fabricar y
difundir, con las potencias más activas de la le-
yenda, calumnias denigradoras de gobernantes.
bajo cuyas sugestiones se solivianten en formida-
ble protesta colectiva los sentimientos humanita-




- 48-


rios, produciendo esas tempestades de opinión pú-
blica ante las cuales el gobernante tímido entrega
las prerrogativas del poder público para que no
se perturbe la paz, y el gobernante imprevisor, se
encuentra de súbito ante la disyuntiva de optar ó
entre una represión que salpique estigmas, ó una
flaqueza que quebrante los primordiales pr6sti-
gios del decoro de la ley y de la eficacia de los
tribunales.


De índole muy diversa es el sentido revolucio-
nario de las más sagaces directivas internaciona-
les de los proletariados contemporáneos.


Tienen clarísima intuición de que la originali-
dad profunda de la sociedad moderna se contrae
principalmente á su estructura económica asenta-
da sobre la gran inaustria que no conocieron las
edades anteriores, y que esta nueva estructura de
la sociedad moderna se sintetiza en estos dos fac-
tores: 01 capitalismo y el salariado, fundidos como
órganos vitales de las mismas funciones y en la
extrafla condición de resultar á la vez solidarios
y antagónicos.


Esas directivas tienen aprendido también de
las enseñanzas acumuladas por la historia de las
alteraciones de los Estados en la era moderna,
que mientras el estremecimiento revolucionario no
consista en liberar á la sociedad de estructuras
jurídicas engendradas en las relaciones de la vida
privada y de la vida pública por un estado social
que ya tenga perdida toda razón de sobrevivirse,
los golpes de Estado son meros accidentes y hasta
los cambios constitucionales del régimen político
meros nominalismos. Ellas no desconocen que
aunque una ola de violencia estremezca todo el
aparato gubernamental y jurídico, la convulsión,




- 49-
si no penetra hasta los fondos sociales, se reduce
en su balance final á las catástrofes de un meteoro
de superficie con cuadro de grandes emociones
públicas, pero que apenas alter'an el proceso social
en las existencias nacionales; y que por ello cuan-
to mayor resulte el aparato de las Gatástrofes en
una revolución que sólo afecte á las denominacio-
nes de la forma de gobernar, contrasta en térmi-
nos más sorprendentes con la mediocridad de las
transformaciones sociales que produce.


Pero los protagonistas de las actuales con8pira-
ciones contra la institución fundamental de nues-
tro régimen político, no se rigen por estos concep-
tos transcendentales de la filosofía de las revolu-
ciones. No conciben que la ren,ovación del dere-
cho público, al igual que la del derecho privado,
se produce por continuo asalto que las necesida-
des sociales, transformadas en perenne (wolución,
dirigen contra las fórmulas del derecho escrito
promulgadas por el Estado. Ni siquiera se han
dado cuenta de que la gran corriente del espíritu
revolucionario fluye ahora por los cauces de las
cuestiones sociales y que el ambiente de la revolu-
ción no irradia ya de las clases medias sino de
masa de plebes mucho más formidables. No ad-
vierten que la huelga es instrumento revoluciona-
rio mucho más poderoso y transcendental que el
pronunciamiento en el siglo anterior. Ellos persis-
ten en maquinar la destrucción de soberanías por
los procedimientos de aquellos antiguos complots
de club y cuartel que, considerando al motín ó al
golpe de Estado como equivalentes de una revo-
lución, creían cambiar un régimen con sólo mu-
dar el nombre de las cosas y poner unas perso-
nas en lugar de otras. Son revolucionarios que




- tíO-


supm'an misoneismo hasta en sus procedimientos
para fraguar revoluciones. Todavía ignoran que
el intento de realizar por taJes procedimientos
una revolución en las estructuras sociales, repre-
senta rutinaria aberración de método, y que has-
ta en el caso de su mayor éxito se reduce á per-
petrar crímenes vulgares para mera sustitución
de unas personas á otras ó un mero cambio en
las denominaciones jurídicas del poder soberano
y del régimen del Estado. Por ello, á pesar de des-
arrolla¡' sus planes con los objetivos más subver-
sivos y los aparatos revolucionarios más tragicos,
desenlazan en vulgares motines ó en algún asesi-
nato alevoso ó en bombas arrojadas á la vía pú-
blica en circunstancias premeditadas con atroz
humanitarismo, púlU que c.;ammndo los mayores
estragos ó Ínmúlando mayor número de vícti-
mas, impl'esionen con más intenso terror:


Los procedimientos de esos conspiradores y consecuencias que
producen en las estimas de la opinión pública y en las actua-
ciones de nuestros gobernantes.


Esa conjuración actúa internacionalmente. Su
directiva principal se resguarda en extranjería ó
en inmunidades de otras categorías. Tiene por
agentes á los elementos de las más arrebatadas
rebeldías y su procedimiento principal se sistema-
tiza en fabricar y ditundir dentro y fuera de Espa-
i"la, con campañas que llama populares, y por to-
dos los medios de la propaganda cosmopolita, le-
yendas difamadoras que impresionen y sugestio-
nen con la sensación de que nuestra manera de
gobernar se reduce á persecuciones crueles. Pre-
gonan que aquí se gobierna en colaboración con
el verdugo y convirtiendo en verdugos á los agen-




- 51 -
tes de la autoridad, y que la diferenciación entre
los partidos turnantes dentro del régimen de esta
Monarquía, consiste en la maquinación de los
primeros para imponer á los segundos actos
cruentos que los hagan cómplices de que «se tien-
da un puente sobre los fosos del Montjuich le-
gendario de los tormentos». Mediante estas leyen-
das denigradoras y desenfrenando iras de multi-
tudes á título de justicieras, han difundido por el
ambiente, dentro y fuera de España, las contami-
naciones de la inducción colectiva al atentado
personal contra las más señaladas personificacio-
nes del pI'incipio de autoridad en nuestras je-
rarquías,


La leyenda fraguada sobre los supuestos tor-
mentos aplicados á los procesados por los críme-
nes de Alcalá del Valle en 1 de Agosto de 1903,
tuvo por finalidad concitar inducciones colectivas-
para un atentado como el de la calle de Rouan,
preparado como remate trágico de aquel viaje de
nuestro Rey á Francia, que fué anunciado con un
año de antelación.


Afortunadamente, ese crimen resultó frustrado
en cuanto á producir los estragos premeditados
por sus autores.


La conspiración prosiguió en acecho de otra
fecha fija. La encontraron señalada dos años des-
pués con motivo de las bodas reales. Y al intGnto
de hacer culminar como efémeride de sus senti-
mientos de humanidad la fecha de 31 de Mayo
de 1906, fraguaron el plan que vino al desenlace
de aquella bomba arrojada en la calle Mayor al
paso de la comitiva regia y de cuyos estragos se
registraron en el sumario, además de los daños
menores, 23 asesinatos y 38 lesiones gravísimas.




- 52-
Pero las tramitaciones del sumario sobre ese


atentado, por lo que en ellas se hizo y por lo que
se dejó de hacer, han repercutido con consecuen-
cias más transcendentales en nuestra goberna-
ción. Desde entonces se inició grave divergencia
en las relaciones de los partidos respecto á aque-
llos puntos de conducta en que el lealismo no
.consiente diferenciaciones entre los turnan tes en
el podel' con la obligación de defender á la institu-
.ción fundamental del régimen.


Las diligencias, no ultimadas, al declararse ce-
rrado aquel sumario, dejaron sensación pública de
peligrosas capitulaciones. Se traslució haber me-
diado notificación, con apercibimiento de que Fe-
rrer mueeto sería más peligeoso que Ferrer vivo.


Sin embargo, los juicios de la opinión quedaron
en suspenso ante la iutelTogación de si tales capi-
tulaciones de gobiemo r-espondedan á buena pru-
dencia política ó á una flaqueza moral por parte
de gobernantes dispuestos á que la ley se cumpla
ó quede sin eficacia, á capricho, según las cir-
cunstancias políticas. La incertidumbre respecto
de esa interrogación, no podía resolverse sino
con la respuesta que le dieran posteriores su-
cesos.


Esa respuesta la dieron tres años más tarde las
jornadas de aquella semana trágica en que, cor-
tadas de súbito las comunicaciones de Barcelona
con el resto de España, al cabo de los días terri-
bles transcUI'ridos entre la angustia de ignorar y
el temor de recibir noticias de lo acaecido, cundió
al fin la tremenda noticia de que durante esos
días la ciudad emporio de nuestra vida económi-
.ca había estado en desamparo de fuerza que im-
pusiera respeto y á merced de turbas que en satur-




- 53-


nal de abominaciones se entregaron al incendio y
saqueo de conventos y persecución y tor[(1ento de
las gentes de religión, profanando sus s~pulcro&
y desenterrando los cadáveres para llevarlos en-
tre ludibrios y ultl'ajes por calles y plazuelas á la
injuria de las turbas.


Yen el esclal'ecimiento de esas tragedias, vino
á culminar que actuaba en ellas como autor prin-
cipal el mismo que fué instigador de que Morral
al'rojara á la calle Mayor la bomba de 31 de
Mayo de 1906.


Como desenlace de todo aquel drama, quedó
también culminando uno de los más sorprenden-
tes fenómenos que estúpidas leyendas pueden
producir sobre la psicología colectiva de los esta-
dos contemporáneos de la opinión pública. Bajo'
la acción de esa leyenda, instantáneamente difun-
dida por el ambiente europeo, enormes masas de
muchedumbl'e, á la par que no pocas personali-
dades de notoria ilustración y hasta de clases go-
bernantes, aparecieron en súbitas efervescencias
de espíritu para levantar en apoteosis de personaje
místico de alta intelectualidad, á un desventurado
de la mayal' mediocridad de espíritu sumada á
tremendos e:stigmas de degenel'/:lción moral. En
ciudades cultísimas de Europa, se dedical'on lápi-
das conmemol'ativas á la memol'ia de Francisco
Fener y Guardia, como heróico y sabio precur-
sor del espíritu de los tiempos nuevos, inicua~
mente mar'til'izado por laS sañas abominables de
los jueces y gobernalltes de España.


Los tristes anales de aquellos días de tan inten-
sas emociones públicas, produjeron revelación
angustiadora. U 11 incidente de fl'ontera en nues-
tras plazas nortoafricanas, sirvió de causa oca-




- [,4-
sional para que estallal'a en crisis la descomposi-
.ción orgánica que nuestros estados sociales y
nuestro proceso gubernamental traían en gesta-
dón. Aquel estallido trágico venía á demostrar
algo del mal acarreado en los desconciertos de
nuestra gobernación y en las degradaciones de
nuestro civismo.


Sobre asunto internacional de tan capital impor-
tancia para los destinos patrios como el que des-
de 1900 nos ha planteado Europa en Africa, el
Gobierno y el espíritu público nacional, en cuan-
to se refiere á la gestión de nuestra política en
Marruecos, se desarrollaban sus relacioneq en fa-
tídicos desacuerdos. El Gobierno se quejaba de
faltarle en esto asistencia de opinión pública.
Esta, á su vez, se quejaba de que el Gobierno en
tal materia se mostrara en reservas injustificables
á la par que los hechos impresionaban como in-
coherencias de conducta. La prensa, por su par-
te, no informada ni encauzada gubernamental-
mente y en jactancia de dirigir opinión, se mos-
traba en iguales desconciertos. Bajo sus impulsos
incoherentes alternaban los pacíficos y los bulli-
ciosos, y con más frecuencia los que promiscua-
ban en ambos sentimientos.


En el conjunto de los actos de indisciplina so-
cial, y singularmente en los sucesos de Barcelona
durante aquellos días críticos, ante el concepto
ético, el carácter del delito colectivo importaba
mucho más que la suma de los delitos ejecuta-
dos individualmente.


Sobre cualquiera de los crímenes perpetrados
en aquellas revueltas se sobreponía la interroga-
ción de si constituía acto verdadera y exclusiva-
mente imputable á quien lo cometía. Algunos pre-




- ;.J[)-


sentaban el matiz propio del delito preparado y
perpetrado bajo la presión de las diciplinas de la
conjura ó de la secta, pero los más participaban
de la naturaleza del delito cometido en el estado
de alma que se forma bajo los contagios psíqui-
cos de muchedumbre en espasmos ·de motín. To-
dos implicaban de alguna manera, por lo menos,
la complicidad del medio ambiente en que se pro-
ducían. Para aquilatar justicieramente las res-
ponsabilidades, se imponía tener en cuenia las
transformaciones del alma individual al contacto
de la acción colectiva de los estados sociales, No
eran casos liquidables en justicia al por menor.
Representaban, sobre todo, una fenomenología
de ambiente. A los mismos gobernantes les falta-
ban por ello en la hora de la represión, aquellas
principales esencias de la autoridad para repri-
mir', que sólo se tienen cuando el poder público
se ejercita sin que puedan discernírsele responsa-
bilidades morales en los orígenes ó desarrollos de
una alteración que estalla hasta enfrente de fuer-
za previamente habilitada para imponer respeto.
Los propios gobemantes á quienes les ocurre la
des"entura de que tales tragedias sobrevengan
en ocasión de actuar ellos como depositarios del
poder público, tienen siempre en esto innegables
descargos de justicia al interponer la considera-
ción de que la verdadera historia reserva sus ma-
yores severidades para el momento en que esas
tragedias se inician y para las acciones ú omisio-
nes que las desarrollan, pel'o no para la hora ~n
que sus crímenes de desenlace se liquidan y
pagan.


El contagio de las indisciplinas sociales con in-
ducciones colectivas al delito, creado, fomentado




é irradiado por tan múltiples focos sobre nuestro
ambiente social, vino á condensarse ante un lla-
mamiento improviso de los efectivos militares.
Instantáneamente se hizo palpable á un tiempo la
desorganización de los cuadros militares vacíos
de efectivos para inmediata movilización de fuer-
za, y la rebeldía del espíritu social para la pres-
tación de estos servicios de las armas. Los solda-
dos que se creían definitivamente licenciados,
protestaban como inícua su llamada. Los del
cupo último, todavía sin la consistencia del espí-
ritu y práctica del soldado, descorazonados por
todo lo que presenciaban, propendían á entregar-
se á todo temor y á toda acusación. Se advertían
en las filas las contaminaciones y efervescencias
de las propagandas antimilitaristas y de los odios
sociales fieros é implacables incubados en las
convivencias de los centros urbanos.


Entonces se exteriorizaron con realidad des-
carnada alguno de los prodromos ocultos en
nuestros fondos sociales.


En cuanto al orden interior, las declaracio-
nes de estado de guerra, ponían de manifies-
to en Barcelona un desamparo de fuerza mili-
lar que ante la turba incendiaria obligaba á rete-
ner los soldados en los cuarteles y que al enviár-
~ele refuerzos presentaba caso de todos los efecti-
vos de un regimiento entero puestos á las órdenes
de un capitán, pOI' no haber podido reunir del
conjunto de sus cuadros 150 soldados disponi-
bles para el servicio de armas. Y á la vez des-
embarcaba en Melilla compañía que reducida la
víspera á 16 números disponibles, se encontraba
de improviso en la línea de fuego elevada á 250 Y
300 hembres, sin que ni los jefes ni los subalter-




- 57-


nos conocieran personalmente á los que ponían
en línea de fuego. Ante el conflicto de orden pú-
blico, los mandos superiores apareCÍan asumidos
ó dejados sin la eficacia del sentir que en elios la
responsabilidad del mando debe pesar más que
la vida. A la vez de esto, en las líneas de fuego
en Melilla, la oficialidad recién salida de las Aca-
demias con espíritu heróico, se encontraba ante
trances en que la muerte parece más clemente
que la vida y prodigó aquellos gloriosos ejem-
plo~ lapidariamente inmortalizados sobre sus se-
pulcros.


En cuanto á la política exterior, ningún COlj-
cierto internacional con eficacia para garantiza"
la seguridad, al menos en punto á resistir impJ-
siciones de extraños. Lo pasado acumulaba im-
previsiones; k) presente, mostraba fragilidad en
todos los resortes del poder público, y para todos
los eventos del día siguiente sólo se vislumbraba.a
incertidumbres y peligros.


Pero el peligro mayor de nuestra gobernación
en esos momentos críticos, consistía en aterrado,
desamparo gubernamental de instrumento de
opinión pública para deshacer los estados de opi-
nión internacional creados en denigración de Es-
paña y puestos á punto de efen'escencia para
estallar en formidable huracán.


Los medios actuales de la gran publicidad CO~:l
efectos inmediatos fulminantes han creado un
nuevo poder europeo que todos los Gobiernos ne-
cesitantener muy en cuenta. Este nuevo poder
internacional de la opinión, es por naturaleza j us-
ticiero. Aunque en sus primeros impresionism.Js
puede transitoriamente aparecer indeciso y aun
extraviado por arteros surgimien.~os ~lasta el PUIl-




-58-
to de emitir veredictos atropellados; si se le infor-
ma debidamente de la verdad, rectifica espontá-
neamente sus juicios poniéndose en definitiva da
parte de la justicia y de la humanidad.


Los profesionales de conjuras políticas, acredi-
tan certero instinto en cuanto al manejo de los
instrumentos fabricadores de opinión. Superan
ellos á no pocos gobernantes. Ellos tienen sobra-
da experiencia de cómo con esos formidables
instrumentos, de lo que hoy se llama el poder de
la opinión, se producen y arr'ebatan turbas crimi-
nales y públicos criminales. No ignoran que ja-
más la apologética alcanza en la psicología colec-
tiva las potencias de la difamación, y que descu-
brir ó inventar un gr'an objeto de odio, es uno de
los medios más seguros del éxito periodístico.


Preso Ferrer en las resultas de la semana trá-
gica de Barcelona, convicto de llevar la principal
respo!lsabilidad en aquellos sucesos y con la
agravante, además, de los antecedentes de convic-
to y confeso por prueba documental, como induc-
tor de los atentados perpetrados tr~s años antes
en la calle Mayor, las directivas de la conspira-
ción volvieron á interponer ante nuestro Gobierno
la misma conminatoria, de que si á Ferrer se le
aplicaban las sanciones penales de nuestros códi-
gos, resur'girían de nuevo por el mundo clamo-
res imponentes de públicos arrebatados en iras
por leyendas como las de los tormentos de Mont-
juich y Alcalá del Valle, produciéndose en el
ambiente europeo inducciones colectivas al asesi-
nato y á explosiones revolucionarias. Sonaba de
nuevo la notificación de que Ferrer muerto, ha-
bría de ser más peligroso que Ferrer vivo.


Planteábase, en suma, nuevamente ante nues-




.,,, ..... !tJu::,u, d. la \'tu., ULl 1111....01.'-"- _______ .. _


;19. sido factor de incalculables desventuras pam
b .. persistencia de nuesteas desestimas en los esta-
dos de la opinión europea.


Reunido nuestro Parlamento en momentos en
'pe la campaña de la leyenda ferrerista, corría
desbordada por toda Europa en difamación del
Gobierno de España, los elementos que en nues-
tr0 parlamentarismo llevan la alternativa de la
oposición gubernamental dentro del régimen, le-
,¡OS de contribuir al restab'ecimiento de la verdad
deshaciendo justicieramente la leyenda denigra-
dora, sin que ello cohibiera enérgicas impugna-
ciones gubernamentales de la oposición al l\!i-




del temeroso estallido reyoJucionario que repre-
sentaban las .iornadas de Julio de 1909, y sobcs
todo, allte el formidable alcance de la difamac/,n
contra España, que cundía pOI' Europa, se de.i:i-
ron arrebataI' por los remolinos pasionales de
!as mesnadas re\'olucionarias á punto de tornar
actitudes incompatibles con las más fundamenta-
les esendas del lealismo político que ell'égimen
impone á los partidos turnantes en la goberr,~,­
dón. Su r¡rocedeI' de entonces resulta mueL, ¡
más fatídico que la leyonda fel'rerista, y !3. difil-
mación misma se ncentWJ desde entOl1r:es cel'




- 61-


De todo eilo se dorivaron traspasos del poder
intencionados, al efecto de que las responsabili-
dades del gobemante actuaran con fuerza medi-
calriz paI':~ restablecer la paz de los espíritus, y
que entre los turnantes en la gobernación se en-
tetldiel'an PO!' igual los deberes de su solidaridad
en cuanto á las e:3oncias del poder público.


Mas aún después de semejantes traspasos del
poder al intetlto de extender las grandes compro-
oaciop..es que se imponen á la responsabilidad del
gobemume, continuaron en progresiva agrava-
ción las flaquezas del poder público y del civismo
de la ciudadanía pal'a corresponder' con aquella
solidaridad de ias conciencias, que no sólo con-
dena el cl'imen, sino que con sus reprobaciones
morales, lo atajan desde el comienzo de los cami-
nos que conducen á él. Faltó en el espíritu colec-
tiyO la sensibilidad ética que proscribe del ambien-
te social todas las sugestiones hacia la violación
de aquellos respetos á la personalidad humana en
el doble aspecto de la vida y del hono!', que son
requisito indispensable para la dignidad de las
ciudauauÍas en el Estado nacional moderno.


PUf 3U parte, entre aquéllos en quienes descan-
san las más altas representaciones temporeras
del poder público, se prodigaron demasiados
ejemplos de flaqueza que reduce la gobernación
do la Monarquía á una cuestión de orden públi-
co, cuyo principal secreto de paces, consista en
gobernar á virtud de complacencias con los que
ludieran perturbar la quietud material del mo-
mento ministerial presente.


Con ello resultó sobrado patente á la sagacidad
de los profesionales del desorden, que la provo-
cación del miedo y la amenaza de una revolución"




- 62-
son resortes principales para determinar la con-
ducta de quienes se suceden en los cal'gos públi-
cos. Así, en sus dichos y hechos, ante los depo-
sitarios del poder público, producen la sensación
de ser ellos la representación de la fuerza, con-
tando con el miedo para hacerse obedecer. Y por
los rastros de concomitancias y reciprocidades, de
personales servicios concertados en secreto entre
los dispensadores del favor oficial y los agitado-
res de turba, se vislumbra también con sobrada
frecuencia, que cuanto hacen ó dicen algunos
responsables de la goberllación es la resultante
de cuanto les permiten hacer ó dejar de hacer
los enemigos del régimen.


Todo esto repercute á su vez en la relación de
lOS partidos.


Cómo se ha producido el fenómeno de un parlamentarismo ac-
tualmente necesitado de partidos idóneos para su gobierno.


Es condición de la naturaleza humana que,
bajo cualquier forma de gobierno, los partidos
representen elementos esenciales de la vida polí-
tica. Pero dentro de las instituciones parlamenta-
rias los partidos políticos constituyen órganos tan
esenciales para conllevar, encauzar, interpretar
y dirigir opinión pública, que, sin ellos, el régimen
no puede subsistir. La vida parlamentada nece-
sita poner en presencia partidos gubernamenta-
les contrapuestos. Le son indispensables partidos,
instrumento de gobierno, turnantes en la goberna-
ción, con condiciones para mantener la dirección
del Estado, con unidad de pensamiento y conti-
nuidad de acción, es decir, elementos capaces de
constituir Gobiernos que gobiernen y de conti-
nuar gubernamentales hasta en la oposición. Ac-




esto mi!3ffiJ 1l1llgUll l''''''~
á sus opositore-=; la !)]'oc]amacióp dA sus peculia-
res criterios, los avances de sus programas, la
ini~iacíón de sus l'efOl'mas y el ¡Jl'ocural' recoger
para sí, á la par que pat'a la dinámica constitu-
ciollal del régimen, cuantas adhesiones pueda so-
bre el conjunto del espíl'itu social, y, singular-
mente, sobre los elementos que le sean atines.


Parlamento que no contl'apone huestes políti-
cas en e8ta condición pOlle en conf1Clgración inte-
reses y pasiones irlCOllclliables con Gobiemos que




Nuestra gobernación presenta ahora la singu-
lar paradoja de un parlamentarismo necesitado
de partidos políticos.


En torno de las· incidencias del proceso des-
arrollado por la conspiración contra nuestra forma
de gobierno, la disputa de los partidos turnantes
ha venido, con efecto, á recaer sobre puntos de
lealismo, respecto de los cuales dentro del régi-
men no cabe entre ellos diferenciación, y . resulta
contra naturaleza que alternen simultaneando




- 65-


conductas y políticas antitéticas. Con ello, en los
traspasos del poder y en la actuación de las opo-
siciones figuran rotas aquellas solidaridades cons-
titucionales :ndispensables al gobierno parlamen-
tario. L03 partidos se recriminan mutuamente
porque cuando están en el poder .no resultan Go-
hierno que go~ierne, ni cuando están en la oposi-
ción tampoco resulten actuando como instru-
mentos gubernamentales.


El uno se declara en implacable hostilidad por
los agravios que en las votaciones obtuvo del
Gobierno; su contl'ario, para asaltar el poder ó
retenerlo, estrecha connivencias con los enemi-
gos del régimen, sin distinguir entre los adversa-
"jos que aspiran á la transformación de la mo-
narquía y los que la impugnan proclamando en
alardes revolucionarios la necesidad de suprimir-
la. Y á la vez de declarar no ser idóneo para al-
ternar dentro del régimen con quienes no man-
tengan en el Gobierno la continuidad de la acción
del poder público, realizada conforme á las leyes
yen defensa de la institución fundamental, pro-
testa de que participaciones en delitos de lesa ma-
jestad y lesa humanidad puedan s 1'vir como tí-
tulo de preferencia para favores oficiales ó priva-
dos otorgados por los representantes del Rey en
::omplacencias incompatibles con la ética del po-
der público y la eficacia de las leyes represivas.


El bando opuesto rechaza los criterios de im-
placable hostilidad como incompatibles con el ré-
gimen y proclama á modo de contraste criterios
antitéticos respecto de la ética del poder público.
Entiende que prevenir importa más que reprimir,
y que hasta en el caso de inevitable represión, si
las represiones enérgicas se ajustaban á los anti-




- 66-


guos estilos del derecho público informado en
el principio de que la condición principal de la
pena consiste en ser eficaz, aunque resulte cruel,
dentro de la orgánica de la coerción jurídica del
Estado moderno, se considera que una buena po-
licía es el mejor derecho penal. Que vale más
conceder hoy lo que mañana será arrancado
por fuerza y hacer por prudencia hasta lo que
no nos agrada, antes que los hechos nos obliguen
á capitular. Que si bien el poder público es un
instrumento para hacerse obedecer, ha de tener-
se á la vez en cuenta que cuando la necesidad de
la coerción resulta en su mínimum es cuando
mejor se acredita que el derecho está en su pun-
to máximum, y que además la autoridad es una
fuerza que no depende tanto de la voluntad del
que impera como de los estados de conciencia
de los que han de obedecer.


De esta manera toda nuestra política interior
ha venido á concentrarse en una vulgar cuestión
de orden público interponiendo una situación de
hecho que se impone á la nación y á los partidos.
y disputando s0bre ella, los partidos políticos
aparecen ahora disociados en sus modos de apre-
ciar el lealismo á esencias tan vitales para el me-
canismo parlamentario que el régimen no puede
subsistir si los elementos gobernantes, por impul-
sos de la propia conciencia, no se sienten sobre
ello mancomunados en voluntad y conducta.


«Nuestro buen gobierno-decía Lord Salisbu-
ry-consiste en esto sólo: hemos aprendido que
jamás el Gobierno debe llegar al límite de su po-
der, ni la oposición al límite del derecho. El ré-
gimen parlamentario requiere para su manejo
regular gran experiencia y una destreza y suavi-




- 67-


dad de mano que no poseen todavía todos los
narlamentarios del continente.»


Esta es la principal característica de la crisis
actual de nuestro parlamentarismo. A las graves
deficiencias originarias y de degf'adación orgáni,
ca de que adoleda nuestro par]amentat'Ísmo, se
suma así actualmente el extr'aíio fenómeno de que
el régimen aparezca en necesidad de constmir-
se partidos idóneos para el gobierno. Y Jamas
ejemplo de este caso paradógico de ¡:H.riamenta-
rismo en dn.rnanda de partidos gubel'namf.mtales}
al cabo de !ltla centuria invertirla en montar los
complicados mecatlismos de un Pul'lamento, sus
sistemas de representación, sus métodos electora-
les, procedimientos de tribUlla y de constitución
de gabinete, sus formalismos para el deb,üe políti ..
(~o y la discusión, votación y saneión de sus impe
ratiYos, teniendo un texto constitueional magní-
fico sólo tachable de dem¡:¡"i:·vlo bueno.


c:::;e PUUUI..,V Ul<'j"J11tl d.UtJI!lWS ue n1Ciestros el ""
en pericia para comentar ó aplicar en cada caso
una teoría de parlamentarismo extralegal que la
práctica ha desarrollado como espl6ndida vegeta-
ción parasitaria 'jue recubre el texto cons'titu-
cional transformando la iloración de ~.U artieu-




- 0S-
.:ldo y el tenor literal de cada uno do sus textos
legales.


Pero á pesar de L)do esto, el regimen no fun-
ciona 0:1 condición de que por el movimiento de
cada una de esas piezas y pUl' la sel'ie de jugadas
sucesivas, resulte un todo orgánico que constituya
fUllCió!1 dil'ectiya de gubel"l1ante. Todo ese con-
junto da elernen!os aparece á manera de piezas
c(Jlocar1as sin orden de cOllexión y como al acaso
subre Uil tab:t;¡'o de ajeJrez, po!' manera que nadie
pueda c;Jmprendéc la partida en su cOlljunto. En
':et'dad tampUCl) lw.y planteada pat'tida formal,
¡J~e", no ¡'0sulbn frente á fretlte contendientes que
aJernás de situar y movet'la marcha de las piezas
C'!Qf'Jí':ne á las 1'2glas del juego, hayan abarcado
ell sindél'8sis de conj Ull to la ma¡'cha de las fichas
y ['azunado el moti \0 (lue impnlsó á adelantar
Ulla pieza en lugar de otra, que también hubiera
¡Jodido ¡no';erse sin L:l.ltat· á las reglas del juego.


1 _


_ ....... 1 UUL,J,Vu \AV bV U1U1 J.J.V. .L VU ......... L.uVU.!tHILU
presente, dentro de nuestro parlamentarismo, el juego ha yenidü á parar á que los jugadores idó-
neos, desYÍándose de la sindéresis principal de la
partida, y prescindiendo de la solidari.dad de sus
('espectivas jugadas, por ofuscaciones en la por-




-()9 -
fia de un incidente episódico y secundario, deja-
ron como descartados los demás factores de la
partida, y las dos piezas principales de blancos y
negros aparecen á solas y frente á frente en me-
dio del tablero.


01 vidamos en esta partida las primacías de la
pieza principal y la finalidad cardinal de las re-
glas de su juego. Olvidamos la elemental adver-
tencia, tantos siglos hace consignada por Aristó-
teles, de que «una constitución no es en suma
sino la manera de determinar, con relación al Es-
tado y á la ciudadanía, la organización regular de
las magistraturas y sobre todo de la soberana», y
que por ello, sobre el tablero del parlamentaris-
mo, lo mismo que sobre cualquiera otra forma.
constitucional, el régimen de gobierno se centra
sobre un principio capital del que se deriva la or-
ganización de las demás instituciones.


Olvidamos también que con predominio de
aristocracia ó de democracia, instituyéndose e:'l
Monarquía ó en República, las formas de go-
bierno se reducen en definitiva á una organi-
zación del poder público para la eficacia de la
coerción jurídica indispensable al Estado; y que
cuanto más democrática sea la naturaleza de un
Gobierno, se impone en él con mayor apremio
de órgano vital, vigorosa organización del poder
ejecutivo; y que una de las pl'imordiales esencias
para la constitución de un régimen parlamentl:!-
rio sano y robusto, consiste en que el poder eje-
cutivo dentro de su esfera legítima sea enérgic:)
y potente, á la vez que fuera de esa órbita resuje
plenamente contl·arrestado por las libertades ci',"-
dadanas. Es decir, que en las funciones de h
coerción jurídica necesaria al cumplimiento j:;




-70 -


las leyes, y como poder encargado de la admi-
nistración del país y de defenderlo contra sus
enemigos interiores ó exteriores, resulte irresisti-
ble, pero que fuera de esa órbita, las libertades
públicas desarrollen contra los actos arbitrarios
del poder extralimitado de las leyes, potencias
formidables que dejen á los funcionarios del Es-
tado sin eficacia de coerción jurídica,


El Estado de los grandes nacionalismos mo-
dernos cuya soberanía necesita dirigir ó resguar-
dar tan múltiples y complejos servicios, no puede
quedar reducido á los empeños de su defensa
contra incidencias de alteraciones de orden públi-
co promovidas por conspiradores contra la forma
de gobierno. Pero resulta par'a él mucho más
grave aún que la flaqueza de los depositarios del
poder públi~o venga á capitulaciones en las cua-
les, á cambio de la quietud material del momen-
to presente, se entreguen los resortes principales
del mismo poder,


Corta sucesión de gobernantes que condescien-
dan á tales capitulaciones por preferir al cumpli-
miento del deber de su cargo, su personal quie-
tud en la hora de su mando, basta de suyo para
que la institución soberana, hasta en los más po-
derosos Imperios, quede fatídicamente vinculada
á no poder concertar, ni siquiera esbozar, aquellos
pensamientos de gobierno que verdaderamente
dignifican á una nación, Retener las apariencias
de la gobernación entregando para recoger auras
de popularidad, los elementos más esenciales á la
eficacia de la coerción jurídica del Estado, es la
ilusión común y el síntoma más siniestro de todo
régimen agonizante, Y el régimen parlamentario
,perece más rápida y trágicamente, ó ridícula-




-71 -


mente, que cualquier otro, en cuanto llega á con-
siderar al poder ejecutivo como á un enemigo de
las libertades públicas, en lugar de mantenerlo
instituido como principal salvaguardia de la li-
bertad nacional y de las libertades individuales de
la ciudadanía.


En la crisis actual de nuestro parlamentarismo,
están brotando á la superficie del régimen, so-
brados síntomas de estarse disolviendo la fuerza
organizada en contraste con la anarquía que se
organiza. El régimen parece no darse cuenta de
estar más en peligro por lo que no gobierna que
por lo que se conspira contra él.






CAPITULO TERCERO
Factores de degradaci6n 6 de enalteci-


miento que concurren á la transfor-
maci6n del parlamentarismo.


De los factores que, aunque sustraídos al albedrío hu-
mano, son principales determinantes de los destinos de
un régimen de gobierno.


Las fases de la Revolución y la obra que en ellas in-
cumbía á los Parlamentos y á las realezas con respecto á
la ciudadanía y á la Patria Mayor.


Degradaciones de los parlamentarismos sin realeza y
Parlamento esposados para política de Patria Mayor y
enaltecimiento de los civismos del Estado nacional mo-
derno.


Los Parlamentos y sus partidos políticos representan ya
instituciones de gobierno completamente transfiguradas
bajo el influjo de los fenómenos de psicología social que
actualmente desarrolla la Prensa.


La Prensa que necesita nuestro parlamentarismo.
Cuál es el mejor patronato para un periódico.-Patri-


ciados intelectuales y morales necesarios á un Gobierno
de opinión pública.


El culto de la Monarquía por ser la institución que aquí
ha hecho grande al pueblo, representa, dentro de nues-
tro parlamentarismo, la espiritualidad más fecunda para
gran actuación de prensa al servicio de la España Mayor.






'::/
;~ "' • .>\' ~~ .. ~.Y


08 los factores que aunque sustraídos al albedrío humano, son
principóles determinantes de 108 destinos de un régimen de
gobierno.


No es menester añadir que, para la crisis pre-
sente de nuestro parlamentarismo, concurren ade-
más muchos otros factores que los indicados en
este resumen sintético.


El juicio de un período de historia resulta siem-
pre constreñido á ceñü'se al señalamiento de los
síntomas más salientes y á la observación de las
causas y hechos más característicos que deter-
minan sus fenómenos so~iales. Pero en la rea-
lidad social y política, en mayor grado aún que
en la realidad física, rara vez un fenómeno es
resultante de una sola causa. Multitud de causas
distintas concurren á producirlo, sin que el en-
tendimiento humano alcance á discernir la parte
que corresponde á cada una de ellas. Un factor
que al asomar en la historia pareció tan insigni-
ficante que entonces ni siquiel'a lo mencionaran,
resulta repercutiendo en siglos posteriores con la
transcendencia de gran acontecimiento. A 10R he-
chos de esta naturaleza se suman además aque-
llos otros fenómenos comprendidos en el inmenso
capítulo de lo que la antigüed'3.d denominabaja-
tum y en nuestra ignorancia decimos ahora el
acaso, clasi6cando con ellos los fenómenos y con-
tingencias, cuyas razones y determinantes se sus-
traen á nuestro conocimiento. En ese misterio del




- 7fl-


acaso, se encierran, sin embargo, para los desti-
nos de las naciones y la sucesión de los imperios,
determinantes mucho más principales que lo que,
según los convencionalismos de nuestra sabidu-
ría, reducida al círculo minúsculo de lo observa-
ble, solemos titular «las leyes de la historia>.~.


En las transmisiones de la vida de generación
á generación, están los mayores enigmas históri-
cos de ese formidable acaso. lJe él surge la je-
rarquía de los nacionalismos imperiales, y dentro
de cada nacionalismo la más legítima jerarquía
de sus aristocracias, concretándose, á la vez, las
personificaciones de los poderes soberanos. Por él
se engendran los elementos más positivos del
condicionado de cada régimen de gobierno, según
las realidades sociales hereditarias en el respectivo
linaje de los pueblos.


Del azar en el nacimiento de un hombre emi-
nente ó de las vicisitudes que llevan á las cumbres
del Estado personal más ó menos idóneo para
funciones directivas en un organismo patrio, de-
pende que el ideal colectivo de nación se sienta en-
salzado á más altos conceptos del patriotismo, y
que unos pueblos resurjan de encogimiento mile-
nario, y otros salgan de la hUlnildad para tomar
puesto entre las grandes soberanías diJ'ectoras de
]a historia, en contraste con que á la vez podero-
sos imperios entren en el período de la deca-
dencia.


Para los destinos de las naciones, que renova-
ron sus soberanías con las instituciones parlamen-
tarias nacidas de la descomposición do:!l antiguo
régimen, estos fenómenos, que se determinan se-
gún el proceso invisible de lo que denominamos
lo fortuito, encerraban en sus enigmas el hado




principal de las prosperidades ó desventuras para
cada nación.


Los destinos de los pueblos dependían por ente-
ro de que el régimen parlamentario tuviera la
fortuna de encontrar' en sus realezas ó en sus cla-
ses directoras, personalidades con dotes eminen-
tes para manejar las nuevas instituciones del Es-
tado nar;iollal moderno. En suma, el genio rey
creador de su pueblo ó de una de esas mentalida-
des ó psicolugías individuales sin las cuales los
tiempos lú pueden realizar su espíritu.


Por cima de la virtualidad que en sí mismas
pueden contener' las instituciones para su eficacia
de gobierno, estará siempre la capacidad de los
hombres que las manejan. En el Imperio del ~ol
Naciente, j(j mismo que en el clima del ronstitu-
cionalismo europeo, los destinos de Patria Mayor
bajo un régimen parlamentario, dependen, princi-
palmente, de que entre los per'sonajes introduci-
dos, pOt' los acasos de las corrientes de la vida, en
el escenario del Estado, resulten puestas en con-
tacto y adaptadas para ese mistel'ioso consorcio
de voluntades que engendra las determinaciones
del supremu poder. Necesita Emperador y Canci-
ller, ¡{ey y primel' Ministro, Mikado y Sohogun,
apol'tando cada uno á su manera, y conforme á
su respectiyo rango y condición, cualidades nati-
vas que se coordinen y completen para que me-
diante la virtualidad de la jerarquía según la di-
versidad de las instituciones humanas, irradien
aquella capacidad gobernante que por secreto
providencial viene diseminada al azar, sin regla
ni ley en cada generación, y por cuyo secreto
inexcrutable unos son llamados á la vida con
oficios y ministerios de obediencia y otros con




-78 -
papel de soberanos, y resulta con tanta frecuen-
cia que un Rey aparece dando á otro el poder qU&
no tiene de por sí, y que el lugarteniente, por el
contrario, se hace obedecer cuandu el que lo pone
en su lugar no halla el debido imperio para impo-
ner autoridad; y unas veces el Monarca os impe-
rial por la grandeza de quien le sirve, y otras el
Canciller construye imperio por reflejar ht gran-
deza del Monarca á quien sirve.


Las fases de la revolución y la obra que en ellas incumbía á los
Parlarnfmtos y á las realezas con respecto á la ciuaaúI>nía y á
la Patria Mayor.


La transformación del Estado y del tejir]o jurí·.
dico del organismo social que, desde 178!:1 se im-
puso á las naciones de Europa, se rAdl1 j(1 All el
balance definitivo de su primera fase á eliminar
en la estructura social de los nacionalismos, un
sistema de obligaciones y derechos engel1dr'ado en
el régimen político y en las relaciones de la vida
privada por un estado social que mucho antes
había perdido su razón de sobrevivirse. Peto para
amoldar esa nueva estructura de las fórmulas ju-
rídicas á las realidades del estado social, traía,
con fuerza propulsora irresistible, un procedi-
miento revolucionario que planteaba ante las rea-
lezas la disyuntiva de que si ellas no cooperaban
á esa obra, la revolución se haría sin COJlt;>r con
el poder real y en este caso contra él.


Liquidada esta· primera fase de la revolución
para el alumbramiento del poder soberano consti-
tuído con el Parlamento y el Rey, se imponía á las
nuevas instituciones de la soberanía como obra
peculiar de la segunda fase, dirigir, canalizar y
educar las potencias de la opinión públicl:t :jue, en




-79 -


esa primera fermentación del espíritu unitario de
los grandes nacionalismos, habían asaltado y des-
truído las bastillas del antiguo régimen. Debían
transformar la naturaleza impulsiva de esas po-
tencias del espíritu social adaptándolas orgánica-
mente á las necesidades del Estado nacional mo-
derno. Necesitaban formar ciudadanías conscien-
tes con las dotes del civismo idóneo para actuar
con opinión consistente desarrollando influencia
activa y constante sobre la dirección de los inte-
reses públicos.


El primer impulso revolucionario había elemi-
nado los instrumentos que ponían en manos del
poder real absoluto prerrogativas de coerción ju-
rídicamente irresistibles.


Aquella antigua organización jurídica del po-
der coercitivo del Estado, había representado, sin
embargo, durante largo transcurso de siglos, la
fuerza creadora de la patria grande. Un conjunto
de regiones, ciudades, villas, aldeas y de esta-
mentos sociales que no se sientan compenetrados
en conciencia colectiva de su solidaridad, no cons-
tituye propiamente una nación. Aunq1le el país
en que cohabiten tales elementos disgregados figu-
re bajo una misma denominación en los vocabu-
larios de la geografía física, no forman propia-
mente un cuerpo nacional. El hecho de que esos
fragmentos territoriales y particularismos del es-
píritu público de clase y localidad, vengan á coor-
dinarse en la obediencia política á una misma
institución ó personificación de poder soberano,
representa ya el comienzo de la nacionalización;
es decir, el primer avance de una expresión geo-
gráfica hacia las vivificaciones y dignificaciones
de la Patria Mayor. En ello encontró su razón de




- 80-


ser y justificación en la historia, el régimen de
la Monarquía patrimonial.


La revolución dió nuevo avance á esa obra
prosiguiendo con potencias de energía muy su-
perior á las de la realeza en el antiguo régimen,
la suplantación del espíritu local ó de clase de los
particularismos, con el gran espíritu público de
la vida nacional en las instituciones de~ Estado
moderno.


En la evolución social de las naciones, los con-
flictos entre las fuerzas renovadoras de la vida y
las potencias conservadoras de la inercia, allle-
gar á extremecimientos convulsivos producen en
la extratificación social, como en la masa geoló-
gica, alzamientos y depresiones, cumbres y fosas,
valias y oteros.


Por esta pugna entre las estáticas de la tradi-
ción y la dinámica de los elementos meteóricos
de la asociación humana, se fOl'man también en
la geología política de las naciones los farallones
del acantilado costero batidos por las olas oceáni-
cas, ó los cortes labrados y roídos por los cauces
de torrentera ó de curso normal que se abren las
aguas.


Así, en la era medioeval, con las tempestades
oceánicas del espír'itu en el seno de la etnarquía
cristiana ó con los desbordamientos sucesivos
producidos en las torrenteras interiores de cada
cuadro geográfico. por los meteoros que agita-
ban el espíritu local en grandes avenidas de reac-
ciones misoneistas ó de explosiones de actos so-
ciales, prorrumpiendo con imperio de voluntad
colectiva en la manifestación de las nuevas aspi-
raciones y necesidades de la vida, se había for-
mado la inmensa organización corporativa de




- 81-


aquellos tiempos. Universidades, Concejos, Con-
cilios, Cortes, Estados generales, Dietas, surgie-
ron entonces á modo de barreras de acantilados
para resistir y encauzar las grandes avenidas del
espíl'itu social, ó de atalayas para gober'narlo con
razón directora. Aquellas barreras y atalayas me-
dioevales, eran mucho más eficaces para resistil'
los embates producidos por opinión de muche-
dumbres en efervescencia de espíritu revolucio-
nario que para resistir los meteoros del tradicio-
nalismo, ó para reform~r las degeneraciones or-
gánicas.


El extremecimiento revolucionario que inició
la era moderna, ha producido también acantila-
dos de esta índole, y construído sobre ellos sus
atalayas. Las Cámal'as del parlarnentf:¡rismo re-
presentan el mayor farallón y la principal atala-
ya. Pero su dinámica de resistencia se produce
generalmente con fenómenos invertidos á la ca-
racterística de la acción social en las Corporacio-
nes medioeyales.


Aunque en las teorías de los tratadistas del par-
lamentarismo y en las polémicas de sus partidos
sea tan cOl'l'iente el equívoco de referirse á la fun-
ción rep!'esentati va de la voluntad nacional como
á la más esencial de sus Cáma!'as, sin embargo,
muy corta experiencia del !'égimen basta á ob-
servar que la función más transcendental de un
Parlamento no ['adica en actuar como espejo de
los estados de opinión y voluntad expresados en
los comicios. La función p!'imol'dial de un Pal'la-
mento, no consiste en someterse al mandato im-
perati vo de los comicios, ni en reflejar el espíritu
de los electores, sino en crearlo, ó por lo menos,
en informarlo. Dado caso que para expresa!' los




- 82-


fenómenos de espíritu que agitan á los pueblos,
sea apropiada la denominación de «alma nacio-
nal», ahora tan prodigada, el alma de una na-
ción, es por naturaleza múltiple y multiforme, fluc-
tuante, vaga, permanentemente confusa y ondu-
lante. Los Parlamentos modernos, sobre todo
cuando su acción se combina felizmente con la
cooperación fecundadora del proselitismo de la
Prensa, constituyen instI'Umentos de potencia ja-
más conocida hasta aquí en la historia, para que
los estadistas puedan concretar, encauzar, nor-
malizar y vivificar las más caudalosas corrientes
de espiritualidad unitaria. Los complicados me-
canismos con que el parlamentarismo toma tan-
tas apariencias de régimen representativo, hasta
en los C1J.SOS en que aparecen como esenciales y
necesarios, no lo son sino en un mundo relativa-
mente secundario, respecto á su finalidad capital
y prim~ri~,. dE:' actuar como el órgano espiritual de
un Estado nacional, y de vivificar y modelar,
encauzar y expansionar los movimientos del alma
de los pueblos. Jamás se produjo en la historia
de las instituciones del Estado, instrumento de
tanto alcance corno el Parlamento moderno com-
binado con la Prensa, para que el verdadero es-
tadista pueda operar con acción activa directa,
de energía continua y con tan formidables poten-
ciás sobre eso espíritu, que esparcido, difuso é
imponderable por todos los miembros de una co-
munidad nacional, agita á la mole entera y com-
perc.etra á todo un gran cuerpo de nación con el
impulso unitario de un solo pensamiento y de una
misma voluntad.


A los Parlamentos incumbía, en primer térmi-
no, crear y educar ciudadanía idónea para fun-




- 83-


ciones activas en los comicios con las eficacias
de patriotismo que no se manifiesta á modo de'
agudo accidente epiléptico en crisis momentá-
neas, sino como virtud social de nación en ro-
busta energía de espíritu público, reflejando cons-
tantemente en la vida colectiva el·sentir cilldada-
no de las disciplinas sociales. Los partidos del
parlamentarismo debían, ante todo, acreditar en
las relaciones del ciudad{no con los poderes pú-
blicos, la demostración de que un Parlamento de
necesaria convocatoria anual y sin cuyo concur-
so resulh, sin e6cacia jurídica, la coerción jurí-
dica del E:stado para la percepción del impuesto,
es la garantía primaria de la libertad nacional, y
que la ciudadanía, eficazmente resguardada por'
esta libertad nacional, encuentra en ella á la vez
la más positiva seguridad de las libertades indi-
viduales.


Necesitaban infundir al espír'itu social el amor
á las libertades públicas, por representar ellas en
nuestro tiempo los mejores manantiales para la
vivificación del patriotismo. Debían sentir y ha-
cer sentir y probar á los demás que la libertad es
la forma moderna del patriotismo, no porque las
instituciones parlamentarias representen por sí
mismas urm exclusiva en las esencias del amor
patrio, sino porque ellas, en la era contemporá-
nea, atraen á obras de cooperación eficaz hasta á:
sus mismos adversarios, mientras que el poder
despótico aleja de las virtudes cívicas hasta á los
mismos patriotas, y dej a fríos en el alma todos
los sentimientos del patriotismo.


A las realezas, á su vez, les correspondía
aportar á esta obra aún mayores enaltecimientos.
Ellas eran las principalmente llamadas á desviar




-M-
á las ciudadanías de los desenf¡'euo8 pasionales
en estériles desgarramientos intestinos. Ningún
órgano constitucional el'::l compHl'able á la Corona
para hacer resplandecer la visión más espiritual
de la patria común, con eficacias de 11'ansferir á
empresas digtliOcadoras las energías esterilizadas
en esas pugllas de los particulal'ismos, en las cua-
les nadie resulta acol'de con los demás y todos tie-
Hen que roüÍ!' per'petua batalla, sin que el 6spíritu
colectivo pueda eucoutl'ar orientación solidaria.


Las realezas que en siglos anteriores, por per-
sonificarse en ellas toda la unidad nacional, re-
cogieron las prerrogativas del poder absoluto
cristalizado eu Munarqub patrimonial, tenían den-
tro del nuevo régimen funcione:; no menos trans-
cendentales parJ. mantener las aureolas y consa-
gracionos de lo intangible y sagrado.


Aunque en el espíritu colectivo de las naciones
se produce allOl'a, espontáneo el sentir unitario de
la patria común, y las obras de unidad nacional
no sólo pueden florecer en esta era hasta sin asis-
tencia de !teses, sino que el Estado moderno des-
arrolla para I'ealizar las fuerzas unitarias mucho
más potentes que las del poder real eo siglos an-
teriores, la realeza, sin embargo, continúa perso-
nificando necesidades no menos transcendenta-
les, manteniéndose dentro del régimen parlamen-
tario como el símbolo vivo de la nación por cima
de todos los partidos, sin dar el cuerpo á ningu-
no y reverberando en los ánimos las más subli-
madas espiritualidades de la Patria Mayor.


El régimen parlamentario ha transfigurado la
institución real en esencias no menos transcenden-
tales que las que pl'odujeron las transformaciones
de las Cortes, Estados generales y Dietas de los




- 85 --


siglos anter'iores en los Parlamentos modernos.
Un Rey que, á virtud de los llamamientos en la
sucesión de la G;¡'ona, representa en el trono al
personaje en quien se ha encarnado la voluntad
colectiva de la n':lcionalidad, rnedi:lOte gestación
de muchas gencl';lciones en transmisión heredita-
ria desarrollada á la par en las entrañas del pue-
blo yen los linajes de la realeza, cOlltinúa funcio-
nando dentro del régimen con las más altas pre-
eminencias de órgano incomparable para trans-
mitir el poder soberano como la afirmación más
vital y sintética de la continuidad é identidad del
desenvolvimiento de la vida nacional, más allá de
los límites de cada generación que pasa. Y si la
realeza en estas funciones transmisoras del poder
no ha perdido su potencia de reflector del alma
colectiva, actuando sobre las generaciones actua-
les con esa influencia inmensa é incalculable que
trae de las generaciones pasadas como maravillo-
so condensador de todos los estados de la concien-
cia nacional, resulta á la par el órgano más apro-
piado para incorporarse con mayor intensidad
vital á las nuevas realidades surgidas con el nue-
vo espíritu de los tiempos, Alcanza, sobre todo,
primacías insupembles para repercutir las voces
del pueblo y del espíritu público, y hacer reverbe-
rar las más sublimadas espiritualidades patrias en
las relaciones de la vida internacional.


El parlamentarismo esposado con Reyes capa-
ces de por sí, ó por asistencia de estadistas genia-
les y sintiendo el deber de morir por el Rey, para
ser aI'tífices de la gran política nacional, realiza
en el transcurso de un solo reinado empresas de
Patria Mayor que las realezas del antiguo régi-
men no coronab'u1 sino al cabo de varios siglos.




- 86-
Las mismas fuerzas revolucionarias resultan po-
,&encias al servicio de la Patria Mayor con linajes
reales compenetrados en lealismo político al más
vivo sentir de que el Rey debe morir por la reale-
.za y la realeza se debe á la Patria Mayor, y que
aunque los parlamentarismos sólo piden jura de
la Constitución, la conciencia real impone comple-
tarla, jurándose el Rey á sí mismo consagrar la
vida entera al empeño de traspasar á su sucesor
una Patria Mayor y más poderosa que la que re-
cibió de sus progenitores.


De~radaciones de los parlamentarismos sin realeza y Parla-
mento esposados para política de Patria Mayor y enalteci-
miento de los civismos del Estado nacional moderno.


Las realezas que se mostraron incapaces para
que de sus desposorios con el Parlamento surgie-
ra la Patria Mayor, resultaron pronto degradadas
~uando no suprimidas por el parlamentarismo.
A las que quedaron en pie en tal condición du-
rante el proceso revolucionario de la última cen-
turia, las envolvió indiferentismo glacial, dispues-
to á plasmarse con cualquiera forma de gobier-
no. El lealismo político se transformó en que cla-
ses altas, mesocracias y plebes formaran enorme
masa acomodataria á convivir en República sin
l'epublicanos Ó en autocracia sin monárquicos, re-
duciendo sus civismos al acatamiento pasivo de
la autoridad constituída cualquiera que fuera su
denominación. Actuaron como masa neutra que
no se desmandaba contra los estados posesorios,
.ni permitía tampoco que los revolucionarios los
.alteraran sino en caso de fuerza mayor, ó de des-
amparo, ó abuso extremo del poder público. Esta
honda alteración del lealismo, se produjo tam-




- 87-


bién hasta en el modo de sentir los estadistas la
naturaleza de su relación política con el Monar-
ca. Al antiguo sentimiento del monarquismo que
resumía el más alto honor de una vida política
en la continuidad de los servicios personales ren-
didos á su Rey, vino á sustituirse el sentir que el
más alto timbre del nombre de Estado se sintetice,
por el contrario, el poder presentar balance de
grandes servicios públicos prestados bajo las más
opuestas instituciones de gobierno.


A su vez los parlamentarismos se descompo-
nen rapidísimamente en la orfandad de Rey apro-
piado á política real exaltadora del concepto de
nación. Rarísima vez un Parlamento se basta
por sí solo á procurar á los Ministros esas segu-
ridades de apoyo y fijezas en los pensamientos
cardinales de política, que la complejidad del Es-
tado moderno hace más indispensables que nun-
ca como condición primaria de las directivas de
gobierno.


El gobierno del Estado moderno entraña servi-
cios de tanta complejidad y tal suma de dificulta-
des por indisciplinas sociales, incoherencias de
opinión pública, incertidumbres de estabilidad y
responsabilidades de ejecución, que para desarro-
llar parlamentariamente con ese instmmento em-
presa política de más alcance que la del mero
trámite ordinario de la gobernación, se requieran
dotes muy extraordinarias de estadista á la par
que disciplinas de partido de extraordinario vigor
para que un Parlamento sirva á interponer y
mantener gobernantes y planes de Estado ejecu-
tados con acción constante.


Dentro de las condiciones sociales contempo-
ráneas, lo más corriente en parlamentarismos




- 88-


sin asistencia de realeza, es que sus Parlamentos
ni resulten órganos de espíritu público nacional,
ni sirvan siquiera á formar opinión pública de-
finida é interponerla con acción consistente á los
depositarios del poder público. Ellos desnaturali-
zan las democracias en oligarquías y procrean
Cámaras que á la vez de absorber todas las
prerrogativas gubernamentales, reducen en su
seno á los elegidos, á tener por preocupación má-
xima, la de prolongar sus estados posesorios,
dando mayoría á cualquier Gobierno circunstan-
cial y no votando sino aquellas leyes que de al-
guna manera, siquiera indirecta, puedan tavore-
cer la reelección de sus votantes. Por las combi-
naciones circunstanciales que cada egoismo indi-
vidual concierta á este fin con sus coincidentes
aunque pertenezcan á los bandos más opuestos,
desaparecen las grandes disciplinas de la filia-
ción en colectividades, y los partidos se desha-
cen, reforman y transforman de continuo en gru-
pos inestables y proteicos, tal pueden ellos servir
para selec0ión de gobernantes. Es consiguiente
que los personajes por ellos introducidos en car-
gos ministeriales ó presidenciales, reduzcan la
ambición á gozar en paz de su lucrativa nulidad
los días de poder que les correspondan. Y seme-
jante condición del personal político, resulta aún
más incompatible con que pueda mantenerse en-
tre sucesivas situaciones de "gobierno, aquella
fundamental unidad y continuidad de conducta y
pensamiento solidario, respecto de las esencias
cardinales del Estado y del propio régimen de
gobierno.




- 8;)-


Los Parlamentos y sus partidos políticos, representan ya insti-
tuciones de gobierno completamente transfiguradas bajo el
influjo de los fenómenos de psicología social que actualmente
desarrolla la Prensa.


Sobre todo esto vienen á sumarse ahora para
mayor complejidad de gobernar eón instituciones
parlamentarias, los fenómenos producidos en la
psicología social por las formidables potencias de
acción disolvente, aunque tal vez regeneradora
en su síntesis final, que desarrolla la Prensa en
el período actual de su evolución.


Bajo el influjo de la gran Prensa novísima, el
espíritu social se está disociando y agrupando en
nuevas formas. La Prensa está descomponiendo
las agrupaciones sociales en públicos puestos en
discordia ó en conexión transitoria por la psicolo-
gía que corresponde á diferentes estados de áni-
mo, según las impresiones del momento. Esta di-
visión tiende á sobreponerse á todas las demás
en la misma proporción con que va desarrollán-
dose vertiginosamente el nuevo poder enorme é
incalculable de la Prensa. Sobre cada suceso que
produzca emoción social, la clasificación psicoló-
gica de los públicos respecto del caso concreto,
va importando más que cualquiera otra.


El gran instrumento agitador de esta psicolo-
gía de los públicos es la Prensa, á punto ya de
llegar á período en que unos cuantos rotativos
pueden actuar como órgano creador y agitador
de opinión nacional imponente. Sin que ni los
propios gobernantes se hayan dado aún plena
cuenta del alcance de estos instrumentos de opi-
nión pública, la Prensa ha producido ya transcen-
dentales efectos en la dinámica del régimen par-


7




-00-
lamentario. Por de contado, en cuanto á la efica-
cia de las fuerzas propulsoras que los partidos
políticos representan, ninguna diferenciación es
hoy de tanta monta como la de sus característi-
cas actuales, comparadas con las de los tiempos
en que la Prensa no tenía los equipos que aho-
ra le permiten crear, difundir é internacionali-
zar opinión nacional europea y cosmopolita, del
propio modo con que la producción económica
saje de las manufacturas y talleres de la gran
industria, y el crédito y la fuerza se movili-
zan y transmiten instantáneamente á distancias
enormes.


Los Par'lamentos, antes y después de este for-
midable poder actual de la Prensa, representan
instituciones de gobiel'l1o completamente diver-
sas. La Prensa ha convertido para ellas á los pú-
blicos en potencias más tel'l'ibles y avasalladoras
que los partidos turnantes en el poder. Hasta en
el pl'opio Parlamento británico, modelo clásico y
gran educador de todos los Parlamentos del mun-
do, se han operado entre los pal'tidos descompo-
SlCIones, movilizaciones, dislocaciones y combi-
naciones circunstanciales de fuerzas incompati-
bles con el funcionamiento regular del ¡'égimen
tí la manera del periodo clásico de su apogeo du-
rante la última centuria. Allí también los partidos
se deshacen y transforman: se compenetmn y
reabsorben ó se· anulan en mutaciones súbitas.
De pronto se amplían en proporciones gigantes-
cas, adquiriendo las fuerzas enOl'mes, pel'o efíme-
meras, de inmenso público, y poco después (en
ocasiones val'ias veces dentl'O de una misma le-
gislatura) se desvanecen como si participamn de
la naturaleza de los elementos fluidos que se 801i-




- 91-


difican por intervalos y según las circunstancias,
pero que bajo la acción de los cambios atmosfé-
ricos retornan á estado de fluidez que les permi-
ta plasmarse dentro de la nueva forma del reci-
piente en que la realidad encierra y aprisiona
esta matm'ia de suyo amorfa. Responden á la
misma ley de los líquidos que derivan su forma
de las relaciones con el recipiente.


En suma: el terrible y formidable poder de la
Prensa, con sus efectos de transfigurar los grupos
sociales en públicos accidentalmente conectados,
ha atrofiado y amenaza descomponer totalmente
las disciplinas del lealismo que vinculaba á los
partidos parlamentarios y los está sustituyendo
por agI'Upaciones con la conexión transitoria ca-
racterística de la psicología de los públicos re-
fractarios á disciplinas sociales permanentes. Las
primeras manifestaciones de la especial psicolo-
gía política del espír'itu de partido que ha sido ge-
ueradora de las instituciones parlamentarias, sur-
gieron en el Parlamento británico como produc-
to espontáneo del desenvolvimiento histórico de
aquella sociedad política. En su inicial aparición,
esa psicología 9,e las disciplinas de partido se ma-
nifestaba á modo de reglas de un sport político
reservado á las aristocracias y al cual las demás
clases asistían como público que sólo participaba
del drama en calidad de espectador. Sobre esa
base y con incorporación gradual de más nume-
rosos contingentes sociales á las partidas de tal
sport, fueron allí elaborándose lentamente las
prácticas del sistema que en el siglo XIX recibió
el nombl'e de parlamentarismo.


Por el propio proceso de su progresiva evolu-
ción, el sistema se adaptó también espontánea-




- 92-
mente al modo de ser de la vida política de Ingla-
terra y á él se adaptaron, á la vez, en espíritu,
las leyes constItucionales, aunque manteniendo
en apariencia, inalterables, los textos legales del
Gobierno por regia prerrogativa. En síntesis, la
especial psicología del espíritu público, generado
por el funcionamiento secular del Parlamento en
Inglaterra, produjo de por sí los partidos de
aquel Parlamento contorme á la ley biológica
de que la función se cree los órganos que nece-
sita. Y los partidos á su vez desarrollaron el par-
lamentarismo también por el mismo proceso bio-
lógico de función que se crea ó transforma su
organismo propio.


Cuando aquel sistema parlamentario llegó á
madurez, las democracias del Continente han po-
dido apropiarse después sus procedimientos pro-
curando imitarlos. Ese régimen autóctono de In-
glateIT<l. transplautado á otras naciones, tuvo
muy varia fortuna, pero comprobándose siempre
que el ambiente de las demagogias no es propio
para hacerlo florecer como instl'Umento de buen
gobierno. Hasta en Inglaterra misma, donde
además de nacer espontáneamente como sport
político de una aristocracia en apogeo y con ca-
pacidades políticas hereditarias para crear las
costumbres, iniciar las tradiciones y desenvolver
las disciplinas de un sistema de tan difícil mane-
jo, resulta, sin embargo, actualmente muy des-
quiciado. Su período de apogeo fué brevísimo.
Estadista tan sin par como Lord. Salisbury, por
su consumada experiencia y profunda sabiduría
de hombre político, caracterizó maravillosamente
este proceso del parlamentarismo, vertiendo so-
bre él, con ocasión de una convel'sación íntima




- 93-


con nuestro Emb~jador Duque de Mandas, la si-
guiente sentencia: «URtedes, los del Continente,
han partido de dos errores: el uno, el de creer
que el sistema del Gobierno inglés es bueno en
sí mismo cuando no lo es; y el otro, el de creer
que pueden manejar desde luego un sistema que
requisl'e para su manejo regular gran experien-
cia y una destreza y suavidad de mano que no
poseen todavía, Ocurre, sí, que como nosotros lo
hemos proriut~ido lentamente y lo manejamos sin
cesar, nos lo hemos adaptado á nuestro modo de
sel', Ó nosott'Os nos hemos adaptado á él, Y así la
cosa va marchando, pero en el Continente el caso
es muy distinto.»


En las transfOl'maciones del Estado desde 1789,
las clases medias al enseflorearse como directo-
ras del poder político, tomaron por modelo al
parlamentarismo británico é irradiaron luego su
.ejemplo y prácticas á contingentes oficiales más
numerosos. De esta manera, á medida que se de-
mocratizaba el Gobierno, el sport político de las
aristocracias vino á convertirse en sport de mul-
titudes.


El parlamentarismo, transplantado á las nacio-
':les del Continente, ha podido mantener el juego
de sus instituciones mediante partidos organiza-
dos con disciplinas de carácter permanente para
alternar como instrumentos gubernamentales del
poder público. Tales disciplinas necesitaron ajus-
tarse á su vez á un sentido de la realidad muy
compenetrado de que el poder es en definitiva la
resultante de estas dos fuerzas: las creencias y los
deseos, las ideas y las necesidades que predomi-
nan en los estados sociales. Esos partidos eran
dominadores del cuerpo electoral, en término~




- 94-
que los elementos sociales no sometidos á la dis-
ciplina de las filiaciones políticas, aparecieran
como público asistente á un espectáculo, y que
sólo participaba al drama político en concepto de
espectador. Las naciones que durante el transcur-
so de la última centuria lograron períodos su-
ficientes de normalidad para arraigar en sus ciu-
dadanías las prácticas de este sistema, cuentan
ahora con una base tradicional de estados consue-
tudinarios que prestan al régimen valiosas consis-
tencias para transformación gradual ante las re-
novaciones vertiginosas de fuerzas propulsoras
que la prensa aporta á la dinámica constitucional
del poder público.


A la dinámica tradicional de los partidos del
parlamentarismo, la Prensa contrapone ahora.
como p¡'incipal fuerza motriz los estados psicoló-
gicos de públicos proteicos formados con gentes
diseminadas por todos los ámbitos, multitudes
innumerable!::, de continuo impresionadas colec-
tivamente por sugerimientos que, transmitidos á
distancia, las agitan pasionalmente como si fuera
muchedumbre efervesciendo en la plaza pública.
Semejante manera de actuar sobre el espíritu so-
cial, es la más propicia para que se prodiguen
con intensidad sin igual los fenómenos de que un
interés colectivo imaginario presentado entre es-
trépitos de periódicos ó de oradores populares
ponga en vértigo á muchedumbres, estremecien-
do á las naciones en bandos fieros y reduzca á los
depositarios del poder público á actuar como me-
ros ejecutores de lo que pidan los clamores de
multitud delirante, mientras que el interés colec-
tivo de más positiva realidad, quizás el primario
para la vida nacional, no forme bandería ni si-




- 97-
minadores de la Historia. Sobre esas potencias
podrán surgir también personificaciones del po-
der y de la autoridad mucho más asombrosas que
las más extraordinarias hasta aquí conocidas por
los siglos. Pero ante lo que la Prensa representa
ya á la hora presente, el parlamentarismo está
predestinado á rápida y fundamental transfor-
mación,


Los Parlamentos que cuentan con partidos en
vigo!' de disciplinas efkaces á mantener la diná-
mica constitucional de desenvolvimiento evoluti-
vo, capaz de oponer á la presión de muchedum-
bres en vértigo Gobiemos que gobiernen, podrán
quizás salvar sin convulsiones este temeroso pe-
ríodo crítico en que la Prensa entra á actuar en
la dinámica del poder público como fuerza supe-
rior á la del Parlamento mismo.


Mucho más crítico es este momento histórico
para parlamentarismo que al cabo del primer cen-
tenario de su institución se encuentra toda vía en
caso de necesitar partidos idóneos para su Gobier-
no. Pero resulta aún más temeroso el trám,ito á la
nueva era, si se suma además el apremio de re-
cobrar el tiempo esterilizado y los ideales perdidos
durante una centuria consumida en descomposi-
ción de su estructura social y política, sin haber
logrado la finalidad primaria del parlamentaris-
mo, y encontrándose á esta hora en la neL:esidad
previa de reconstmi¡' fundamentalmente su or-
den moral interior para tener ciudadanía adapta-
ble á las grandes libertades públicas.


A nación que se encuentre en tal caso, le son
aún más indispensables poderes públicos feliz-
mente secundados por las mejores potencias
de la Prensa, para exaltar mancomunadamen-




- 98-


te en la conciencia colectiva los grandes ideales
patrios.


La condición primaria para que resurja aquí la
patria grande, radica en que por la Península
entera conmuevan á los espíritus como pasión
intensa los sentimientos de la Patria Mayor.


La Prensa que necesita nuestro parlamentarismo.


Los parlamentarismos sin base de cuerpo elec-
toral idóneo para actuación CÍvica en los comicios,
si han de mantener continuidad de gobierno en
sus transmisiones del poder público, conviviendo
con las apariencias de una forma parlamentaria
en eficacia de imponer Ministros, resultan por su
propia ficción fatídicamente condenados á orga-
nizar sus bandos gubernamentales bajo la si-
guiente disyuntiva: ó agitando artificiosamente
estados de opinión pública, principalmente por
medio de la Prensa; ó bien reduciendo el proce-
dimiento electoral á patentes de corso entregadas
contra los respectivos distritos á cada uno de los
candidatos oficialmente encasillados.


A pesar de los estragos que lleva consigo el
soliviantar comicios creando y moviendo arti-
ficiosamente los estados de opinión, resulta sin
embargo en la disyuntiva de ambos procedimien-
tos, el término menos maléfico en punto á habi-
tuar las ciudadanías á las prácticas electorales.
Nuestro parlamentarismo ha tenido la desventura
de que en él prevaleciera el procedimiento de la
patente de corso.


Así, á esta fecha, nuestro parlamentarismo,
con sus bandos de oligarquía descompuestos y
menospreciados ante el concepto público, se en-




- 99-
cuentra en impotencia para seguir manteniendo
las ficciones de convivir bajo las apa.l'iencias de
una forma parlamentaria idónea. á operar por sí
misma los traspasos del poder público, con ga-
rantía de conservarla en continuidad de gobier-
no la más elemental solidal'idad en las esencias
constitucionales del régimen.


Los pueblos que ha oprimido y raziado á dis-
creción de los elegidos por medio de patentes de
corso, no miran como instrumento de gobierno
al Parlamento que aquí engendramos. Acéptanlo
sólo con-, un órgano de protestas.


Por esta:> realidades las Cámaras de este cons-
titucionalismo nuestro, resultan radicalmente sin
eficacia como instituciones parlamentarias. Para
llegar á la normalidad de los modernos Gobier-
nos de opinión pública, en los que todo cambio
ministerial debe determinarse y explicarse por
sucesos públicos y representar un estado del espí-
ritu nacional, registrado y llevado al poder por los
órganos constitucionales que lo acreditan como
opinión preponderante, nuestras Cámaras necesi-
tan un período sanatorio, durante el cual actúen
como Cortes de gobierno representativo más bien
que como cuerpos de régimen parlamentario.


Durante este período curativo, la gran Prensa
es la más poderosa fuerza creadora y educadora
del espíritu público. Sin ese instrumento guber-
namental para movilizar en impulsos de opinión
activa las potencias del sentir colectivo, encau-
zándolas y dirigiéndolas á grandes finalidades pa-
trias, las muchodumbres resultan ingobernables-
dentro del Estado moderno.


Si para gobernar las democracias antiguas de
ágora, de toro ó de zoco, se bastaban los oradores,




- 100-


hoy ante las enormes multitudes que incorporan
y agitan las democracias modernas, el ol'adol' por
sí solo es una impotencia, Diez periódicos llevan
hoy ese ministerio sobre multitudes de cincuenta
ó cien millones, con más holgura y eficacia de
acción continua que la desplegada tan penosa-
mente po" veinte oradores sobre aquellas ciuda-
danías, que congregaban á lo sumo 20,000 oyen-
tes en el ágora de Atenas ó en el foro romano.


y en punto á lo que debe presidir en el progra-
ma de creación de un buen órgano de publicidad,
y á lo que debe r.;presentar en nuestro tiempo
para el manejo gubernamental de los instrumen-
tos de la gran prensa, el cometido de los patricia-
dos intelectuales y morales necesarios á un Go-
bierno de opinión pública, limítome aquí á repro-
ducir una página con fecha ya de años sobre el
tema cada vez más actual: La Prensa en los Go-
biemo8 de opinión pública (1):


«Por el programa y demás circunstancias que
concurren en la creación del periódico La Jl1onar-
quia que se propone usted crear, le tributo mis
mayores simpatías. l\ioguna ventura que le de-
pare el destino llegará á superar los éxitos que
yo le deseo.


Para servir con él al público, su fundador ha
puesto pródigamente de su parte, con ejemplar
empeño, cuantos eSfU6l'ZOS están á su alcance.
Pero, además de esto, es indispensable, á la vez,


(1) Cuando empezó á publicarse el periódico La Monarquía,
su Director al exponerme el programa que se proponía seguir
en el des2rrollo dll su empresa nutriéndolu principalmente con
artículos de colaboración independiente, me rogó unas cuarti-
lias par8 el primer número. Las páginas finales del presente
capítulo so reducen ti la reproducciun de dicho articulo.




- 10: -


que las clases se:ectas á quienes se dirige le pres-
ten también decidida cooperación, cada cual en
su respectiva esfera: los unos Gon prestaci6n pel'-
sonal de colaboraciones; y los más con progresi-
vas suscripciones y propagandas que le permitan
derramar en abundancia todas las mejoras en sus
servicios, como órgano de opinión. Sin estas coo-
peraciones ningún periódico puede servir bien al
público. No contando con estas abundancias para
cubrir las necesidades primarias de un buen ór-
gano de publicidad, vale más no fundar periódi-
cos. Pero, una vez asegurados estos menesteres,
el dinero debe considerarse como la cosa más
secundaria en empresas periodísticas. Sin natu-
raleza altruista no hay buen periódico. Hasta en
la esfera privada, quien de algún modo no vive
para otro, vive mal consigo mismo; pero el vivir
sólo para sí mismo, subordinando á personales
concupiscencias el servicio de la verdad y del in-
terés público, es la peor de las condiciones para,
instituir periódicos destinados á actuar como ór-
gano de información pública y desempeñar mi-
nisterio de dirigir opinión colectiva.


La Prensa ha adquirido en nuestros días for-
midables potencias, y constituye el instrumento de
gobierno de mayor transcendencia. El no estimar-
la en nada es aún más insensato que el sacrificar-
lo todo á ella. Sin el tornavoz de la Prensa, hasta
los mismos Parlamentos parecen recintos sepul-
crales. Y á su vez el estadista de más superiores
dotes para descubrir un más alto concepto de la
vida política y un más depurado é intenso sentil'
de los ideales patrios resulta, sin el auxilio de la
Prensa, en absoluta impotencia para realizar las
más vulgares operaciones de gobierno. Por eile'




- 1(¡2-
también, en estos Gobiernos de opinión, nada
interesa tanto como el que para las delicadas fun-
ciones de relación entre la opinión pública y sus
órganos actúen verdaderas aristocracias intelec-
tuales y morales. Los modernos Gobiernos de opi-
nión presentan tan complejos mecanismos de Es-
tado; su organismo implica puntos de conexión
tan sutiles y con tan extrañas transmutaciones de
fuerzas entre la dinámica propia de la opinión pú-
blica y la de sus órganos, que las actuales insti-
tuciones representativas, ya sea bajo forma con-
gresional ó en la parlamentaria, resultan ingo-
bernables. Con facilidad extrema, por degenera-
ción de sus propios órganos, se desnaturalizan ó
vienen á descomposición fulminante al faltarles
clases directivas de consumada pericia y excep-
cionales capacidades en el manejo gubernamen-
tal de la opinión pública.


Lo más esencial para que el periódico agrupe
estas asistencias selectas, y con ellas actúe de in-
fOl'mador leal y á la vez de dirnctor benéfico de
opinión colectiva, consiste en que en su obra se
encuentren dignificados cuantos acudan á pres-
tarle cooperación. Y, para este efecto, la condición
más primaria es la de que el órgano de comuni-
cación con al público, además de acreditar funda-
mentales seguridades de honorabilidad en la in-
formación, asegure también á los que concurran
á su colaboración °el sentil'se en compañía selecta
de gentes que, aunque diferenciándose de opi-
niones, pl'actican lo que sustentan y están con-
vencidas de que lo que sustentan es lo más bene-
ficioso para el bien público, y así lo habrán de
mantener, sin que ninguna influencia los desvíe
ode sus deberes.




- 103-


Cuál es el mejor patronato para un periódico.-Patriciados
intelectuales y morales necesarios á un gobierno de opinión
publica.


A pesar de la capital importancia de la Prensa
en la nueva dinámica de los Gobiernos de opinión,
y de que su transcendencia como instrumento de
poder aumenta en la misma vertiginosa propor-
ción y medida en que las plebes van conquistan-
do mayor influjo de opinión activa sobre los go-
bernantes, no han sido, sin embargo, hasta aho-
ra las oligarquías políticas las que más han so-
bresalido en las aplicaciones y el manejo de esta
fuerza arrolladora. Antes que nadie se apoderaron
de ella las dominaciones financieras, transfor-
mándolas rápidamente en el principal y más in-
contrastable instrumento de sus empresas.


Estadistas como Cavour y Bismarck, que tanto
sobresalieron por extraordinarias maestrías en el
manejo de los órganos de publicidad, no llegaron
á superar á las oligarquías plutocráticas en cuan-
to á la sagacidad para darse cuenta de que en las
relaciones entre el periódico y sus lectores me-
dia el gran equívoco de figurar esos papeles co-
mo meros ecos de la opinión y relatores de noti-
cias, cuando en realidad ellos son los que crean
la opinión y determinan lo más importante de
los sucesos.


Los hombres de negocios que operan con el
dinero de los demás, y sobre la inagotable credu-
lidad de las multitudes, fueron los más perspica-
ces psicólogos en beneficiar el fenómeno socioló-
gico, por cuyo ministerio, para la conducta colec-
tiva, la impresión que de las cosas se produce en
el ánimo de las gentes importa mucho más que la .




- 101-


realidad de los hechos en sí mismos. Eilos se ade-
lantaron á los políticos en punto á advertir que,
como efecto de las condiciones en que colectiva-
mente se crea y desenvuelve la opinión, y como
consecuencia de la inclinación instintiva dé la
mentalidad humana, en busca siempre de direc-
ción de pensamiento y conducta, la multitud, y
hasta los mismos representantes del poder públi-
co, determinan principalmente su conducta por
las impresiones que se le sugieran.


Por ello pusieron tan primordiales empeños
en apoderarse de los órganos de opinión, y bajo
su influencia se operó rápidamente la transfor-
mación mercantilista de la prensa periódica. Así
los papeles diarios y revistas que en el período
primitivo de los modernos Gobiernos de opinión
parecían destinados á representar puras ideas, ge-
nerosos altruismos, instrumentos costosos de es-
cuelas y partidos, tomaron naturaleza de empre-
sas industriales, respondiendo todo en ellas, así
el artículo de fondo como la noticia del suelto y
del anuncio, á factura literaria industrial. La oli-
garquía plutocrática, con alta intuición de la im-
portancia de los órganos de publicidad para el
juego de las operaciones del capitalismo, los ava·
salló también de igual manera que á las demás
empresas enfeudadas en su imperialismo finan-
ciero. En sus manos, los periódicos fueron pro-
ductos manufacturados en gigantesca industria
que recoge inmensos lucros especulando sobre su
temible poder de formar opinión con potencias
capaces de traspasar las fronteras de los Estados
y producir de un pueblo á otro y á espalda de los
Gobiernos, complicidades misteriosas, como de
alianza ó consigna internacional secreta.




- ICJ;)-
Mas luego, á pesar de la formidable potencia


de las dominaciones financieras en la estructu-
ra económica de las naciones modernas, el poder
eolectivo de las multitudes ha venido á actuar
también con presión tremenda y permanente so-
bre los poderes públicos. Las plebes se han trans-
formado en órgano de una opinión cada vez más
poderosa, para influencia activa y constante en
la gobemaci6n de los Estados. Y por la propia
mole de las masas así agitadas en sus estados de
opinión dentl'o de ellas, el Ilúmoro por sí solo,
independientemente de toda calidad en las voces.
y R.un en contra del yaler de sus razones y de la,
füerza de otras realidades, adquiere potencias irre ..
sistibles.


En eontr'arosición al periodismo, instmmento
de plutocracias, surge así en el seno de las demo-
eraci3s cuntempuráneas otro que vineula sus me-
dios de existencia, lo mismo que todas sus consi-
deraciones éticas, en la venta del mayor número
de ej em [)lares por ser'vil' de contin uo al público
aquello que la muchedumbre está siempre más
dispuesta á r.om [}['ar.




- 1{J6 -
mayor parte por la plutocracia, y la pal'te restan-
te, salvas contadísimas excepciones, entregada á
la demagogía ó á los industriales, explotadores de
los más bajos instint,)s de las muchedumbres, en
las ciudadanías, sin propio vigor de espíritu pú-
blico para vivir el régimen de los modernos Gu-
biernos de opinión, ó sin ar'istocracia de estadis-
tas, capaces de contrarrestar los efedcls sociales
de la Prensa en estado anárquico é il!Orgánic'J, el
Estado se encuentra desarmado del principal ins-
trumento para regir las sociedades contemporá-
lleas. De esta manera, el mismo régimen parla-
mentario aparece descompue3to por la degenera-
ción de sus propios órganos de opinión pública,
y las naciones suelen verse en trance b'ecuente
de que cuando en torno de ellas ó de su Gubierno
Se) producen fácilmente por UllOS ú otros, con los
instrumentos de la Prensa, el silencio, ó la indi-
ferencia, ó los enloquecimientos de las multitudes,
el gobernante es quiGn dispone de menos medios
para encauzar estados de opinión.


Los Gobiernos de opinión son los que más ne-




- 107-
se cree y actúe con independencia de los órga-
nos que dicen representarla.


El mayor escollo de los modernos Gobiernos
de opinión pública consiste en el justiprecio y
manejo gubernamental de los valores sociales y
políticos que ella produce. Y en ~sta operación,
la dificultad principal estriba en no confundir la
opinión pública con los órganos ¡que pretenden
repre:'>sntarla. Un sentimiento, una impresión,
una idea, y aún más, un programa de conducta
que es, en definitiva, lo mejor que determina un
progl'ama de principios ó de intereses, lo mismo
en su primera faz de opinión naciente, que aspi-
I'a á concretal'se y difundirse, como en el perío-
do de opinión definitivamente formulada, creada,
propagarla y profesada por partidarios, necesita
órganos que la exterioricen en los empeños de
conseguir para su cl'eencia aceptación y asenti-
miento; pues la opinión no vive sino creando
(¡pinión. Y eomo, á su vez, en la pugna de esta
Dpinión contm las oposiciones que la resisten,
otros órganos contrarios levantan sus voceríos,
resultan inevitables en esta pugna las porfías de
los estados pasionales. El hacer entre tales pug-
nas la estima de la importancia y grado de acep-
tación que esa opinión alcanza, el justiprecio, en
suma, de los valores sociales y políticos que pro-
duce, representa dificultad aún mayor que la de
formar juicio propio sobre la esencia y aplica-
dones de lo que esa opinión sustenta. Así, el
avalúo de los órganos de la opinión es para el
gobernante operación aún más delicada que la
de estimar el fondo mismo de sus propuestas.


Todo esto ha venido á extremar complejida-
des en la nueva dinámica de los Gobiernos de




- 108-


opwlOn pública por los fenómenos sociales que
acompañan á la acción de la Prensa y á la movi-
lización de inmensas multitudes con influencia
activa sobre el poder público. Los órganos de la
opinión, Parlamentos, pI'ensa, partidos políticos,
masas neutras, agrupaciones de intereses, luchas
de clases, desarrollan ahora, en relación al Go-
bierno, y en cuanto á crear, formar y dirigir
opinión colectiva, fuerzas que de continuo con-
trarrestan é invierten á la misma opinión públi-
ca. Nunca, en tanto grado como ahora, ha podi-
do comprobarse que lO que se denomina órgano
de opinión suele ser el más potente generador
y transformador de opinión. Nunca tampoco se
produjo tan paradójicamente el fenómeno de que
el órgano invierta su propia función.


Estos fenómenos se producen, á su vez, por
manera tan diversa, dentro de cada psicología
nacional, que nada requiere tanta delicadeza de
tacto y tao extremada experiencia, adquirida en
trato cit"cunstancial y directo de personas y cosas~
como los aciertos en interpretar, justipreciar y di-
rigir la opinión pública la observación de su ma-
nera de formarse, la valoración de sus elementos
generadores y popu lares, y la estima de si es
obra ó iniciativa de una oligarquía, ó reflejos de
cestados de ánimo de muchedumbres, si responde
á un sentimiento personal ó á causas transitorias
y circunstanciales, ó bien es sentimiento general
de clases sociales ó expresión de estado de con-
ciencia nacional.


Aunque los empirismos de la política no suelen
apreciar generalmente en los fenómenos de opi-
nión pública sino aquella alteradón que produce
estrépito en las cotidianas actuaciones de la Pren-




- lO~j -


sa y de los Parlamentos, tales meteoros son de
muy secundaria importancia con relación á los
estados de la conciencia popular y á la p"i~(llogía
del temel'OSO veto de las muchedumbres, cuyo si-
lencio pasivo es más de cuenta.


Las oleadas de opinión que el flujo y reflujo
~olidiallo de la política arroja de coutlllUO á la
Prensa y á la tribuna, con ser también muy de
euenta, como factores de gobierno, rebultan, sin
embarg'), mallifestaciones de tall encoutradas
procedeuci;¡s, 'yen ellas se cruzan yatl'Opellan,
(~Ollt¡'a],I'¿~;tállduse y neutralizándClse mutuamente
dirediYiiS tan heterogóneas y fuerzas tan antitéti-
:as, que rara Y8Z puedcn servil' de bastl para fiiar




- 110-


limitado de las dimensiones ordinarias de los es-
critos destinados á las columnas de este lluevo
periódico. Prescindo, por ello, de otros aspectos
aún más intel'esantes que en los modernos Go-
biernos de opinión presenta la Prensa, como so-
metida á la oligBrquía Ó actuando de tornayoz del
espíritu de las plebes.


Lo dicho basta para apunte de alguna de las
dificultades que e~te nueyo órgallo de la opinión
pública necesita dominar. Villculándose á un pa-
tronato de oligarquía plutolTátiea, ó siendo UllO
de tantos periódicos, propiedad de alguno de esos
personajes á los que la riqueza les permite tener
entre sus capítulos de lujo un (írgano de publiei-