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D'I se u RSO
ufDO POR EL sllioR


~. ...
DON JOSÉ MANUELPEDREGAL


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CONTE"ST ACIÓN
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DEL ~CMo. sdOR


DON AMÓS SALVADOR


EL DIA 4 DE MA YO¡,DE ...919
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" MADRID ,.
IMPREITA CLÁSICA ESPA}fOLA
G:~etade Chamberí. Teléf.o 1-430


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DISCURSO
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SEÑORES ACADÉMICOS:


Desde el día en que me fué notificado el tan grande
como Inmerecido honor que me dispensabais llamándome
a ocupar un puesto entre vosotros, luchan en mí dos


.,.
opuestos sentimientos. "


Me inclinaba el uno a manifestaros mi rendida gra-
titud, pero declinando el honor de formar parte de la
Academia, fundándome, no tan sólo en la modestia deé-
mi actuación pública, sino, principalmente, en que ésta,
aunque no fuese de tan poco relieve como lo es, no se
conforma a la manera académica, ni ha llegado nunca a
alcanzar, no ya valor científico, sino ni siquiera aquel
artistico indispensable para disculpar vuestra benevo-
lencia al elegirme.


Pero el otro sentimiento que me impulsaba a aceptar
nacía de que me ofrecíais la vacante produolda por la
muerte del inolvidable, venerable para todos, pero acaso
para mi más que para nadie, don Gumersíndo de Azcá-
rate. Y esto, que a primera vista parece que lógicamente
había de acentuar mi propósíto.de no aceptar, si me li-
mitase a considerar que .todavía resultaba más injustifi-




- 8"-


cado que asint~eyo a'~ustituira quien tan alto y gran
lugar ocupaba en esta Corporación, venía por el contra-
rio y obedeciendo más al sentimiento que a la razón, a
determinarme a aceptar centuplicando mi gratitud por
vuestra oferta. Seguramente, al dar prioridad al se_-
miento sobre la razón en este caso, me pongo a tono con
la determinante de vuestra elección, que no pudo aspi-
rar a que yo sustituyese a Azcárate ni de cerca ni de le-
jos en aquella su insustituible sabia labor de cooperación
científica con vosotros, labor para la cual forzosamente
habréis de acudir a otros hombres doctos. Seguramente,
no acierto a dar otra explicación a mi elección; os de-
jasteis llevar del sentimiento al querer compartir el que
suponíais en él, de que yo, muy lejos de él en cuanto a
valer científico, pero muy cercano en afección perdura-
ble a su memoria y al s_ido intimo de su vida, ocupa-
se su puesto, y al ocupado fuese testimonio viviente del
homenaje que la Academia quería rendir a la memoria
inmaculada de aquel hombre verdaderamente sabio y
santo.


1


Bn memoria de Azcárate


No he de hacer, sería pretensión contradictoria con
lo que acabo de decir, y sería, además, tarea superflua
ante este docto auditorio, exposición crítica, ni resumen,
ni siquiera catálogo de aquella labor cientifica tan in-
tensa.y perseverante durante más de medio siglo, que
asombra por su extensión y emociona por el constante
desinterés que la inspira. Porque habrá seguramente en




-9-


el campo de nuestra ciencia quien supere a Azcárate en
brillantez o en extensión de su labor, aunque es difícil;
pero no hay seguramente quien le iguale en aquella ab-
soluta rectitud para la investigación y exposición de la
verdad, que no encontraba en su espíritu sereno prejui-
cio alguno que lo enturbiara ni fuera estímulo para vio-
lentar ni torcer su natural cauce.


Al volver la vista atrás y contemplar tan admirable
labor, no puede dejar de impresionar con profunda emo-
ción a cuantos amen nuestra patria, con el amor que ins-
pira como ideal conjunto de sentimientos, tradiciones y
aspiraciones elevadas, la huella siempre noble que la ac-
tuación de Azcárate deja constantemente.


Siempre; en todo momento, parecería exeepcíonál-
mente penoso que un factor de tal calidad y elevación
moral como era Azcárate, de~e de actuar arrebatado
por la muerte; pero ¿no es verdad que en estos momen-
tos solemnes para la vida de España, para la vida del
mundo, su falta se hace aún más agudamente peftdsa?


Siéndolo siempre, nunca como ahora nos han sido tan
indispensables los grandespreetígtos.eocialee; nunca tan
inexcusable la asistencia de earacteres de una pieza,
rectos, firmes y buenos como el suyo.


.Nunca como ahora necesitaba ser robustecida, sonar
con voz fuerte y autorizada la nota de tolerancia que él
como nadie personificó. Y no ciertamente.porque su bon-
dad fuese debilidad, que de debílídades bondadosas no
estamos faltos; ni porque su tolerancia propendiese al
acomodamíento, que no propendia, sino porque su recti-
tud moral.rsu absoluto desinterés y su amplísima com-
prensión le llevaban a reconocer cuanto de noble y sano
en unos u otros campos brotase. Y siendo como es necesa-
rio que hoy para salvación de España se recoja y unifí-


e,




-10-


que cuanto con estos caracteres se dé, véase si no es do-
loroso que uno de 10B pocos y más calificados para reco-
gerlo y personificarlo con insuperable prestigio y auto-
ridad nos falte para siempre.


No olvidarán cuantos le conocieron, no podré olvi~
nunca yo, que durante tantos años tuve la dicha de com-
partir sus más íntimos pensamientos respecto del des-
arrollo de nuestra vida pública, con cuánto amor reco-
gía, viniesen de donde viniesen, las notas de espirituali-
dad noble que contribuyen a elevar el nivel moral de
nuestra política, y con qué profunda pena deploraba las
máculas y lunares que la afean y rebajan, sin anímosi-
dad nunca para las personas, lleno de pena por sus de-
bilidades culpables, deseando ardientemente que un
acierto o una virtud le diesen pie para rectificar su se·
veridad justiciera. _.


Esa característica de 8U temperamento, como por na-
tural impulso de su espíritu, acertaba a ocupar siempre
una actitud de ponderación ante los problemas más como
plejos y que más pudiesen apasionar, que los ponía ya,
desde luego, por virtud del modo sereno de plantearlos, en
camino de paz y resolución. Y esa solución de concordia
y armonía era tan connatural a su modo de ser, que bien
puede asegurarse estar su vida entera encaminada a ser
instrumento de pacificación y resolución de conflictos.


Considérese si en país como el nuestro, en el cual la
intransigencia y la estridencia tienen asegurada la po-
pularidad casi siempre, no sería providencial la misión
de quien encarnase la tolerancia con autorídad tal, que
ya que no le granjease la popularidad, que nunca buscó
ni le halagaba, tuviese asegurada, a fuerza de bien ga-
nado y merecido, el general respeto que le acompañé
hasta su muerte por todos llorada. ,




- 11 --


Esta vocación a la tolerancia informa. IU vida entera
y no se apreciará nunca bastante cuánto en este respec-
to le debe la Sociedad española,


Ningún político dió como Azcárate a la tolerancia re-
ligiosa, al respeto debido a la conciencia, una delicadeza
tan exquisita. Nadie sintió tanto como él, con dolorosa
pesadumbre y repugnancia, las coaccíoaes brutales de
unos y las groseras invectivas de otros, y nadie trabajó
con un celo más ardiente pM"a la extensión de un estado
de opinión que impusiera una legalidad en armonía con
el respeto piadoso que todos debemos a las creencias de
nuestros semejanteg, respetables hasta cuando son erró-
neas, y quizá cuando se creen erróneas, más piadosa-
mente respetables para quienes se consideran en pose-
sión de la verdad.


¡Con cuánta emoción invotJa.ba siempre aquel Con-
greso de las religiones de Chicago, en el cual el Pad~e­
nuestro había unido en la oración los espírítus de cató-
licos y protestantes, de mahometanos y judíos! ¡Con
cuánto amor por su parte aprovechaba toda ocasión de
exaltar y rendir culto a las virtudes de los que en las
ideas habían discrepado profundamente de las suyas!
¡Con cuánto afán buscaba lo sereno y noble que une y
atenuaba lo apasionado y violento que separa! ¡Y qué
penoso es considerar que no pudo conseguir el sueno de
toda su vida de reposar para siempr~en la misma tierra
que cubre los cuerpos de sus padres, porque todavía, y
no sabemos por cuánto tiempo, es nuestro país excepción
y refugio de la última intransigencia que separa en
muerte a los que en vida, estuvieron unidos por los lazos
del cariño más entrañable!


No pudo Azcárate ver realizado su sueno dé una to-
lerancia religiosa basada en el mutuo respeto, y no pudo


,




- 12-


tampoco alcanzar a ver establecida una legalidad polí-
tica que permitiera la noble y desinteresada colabora-
ción en el Gobierno de nuestra patria de cuantos como
él no tuvieran más preocupación que la de hacer preva-
lecer en todo caso, y por encima de todo otro intel'és;Tla
voluntad de la nación que había de tener cauce legal y
expedito para imperar-con áníca e incontrastable sobe-
ranía.


Esa ansiedad suprema era por él con tal intensidad
sentida, que pocas cosas le excitaban a tan viva protes-
ta como los intentos, frecuentes en nuestro país, de su-
bordinar el bien público a los intereses particulares, y
tanto le hería la pretensión de subordinarlo a un interés
dinástico, de .clase, alta o baja, militar u obrera, siem-
pre que fuese parcial, como la de sacrificarlo a los lla-
mados derechos adquirMos, que tantas veces son tan
sólo intereses creados, y no digamos el de sustituirlo por
el interés de partido y aun por el interés privado. Pero
no era la que Azcárate sentía la unidad arbitraria yani-
quiladora, que como solución más fácil de los problemas
políticos se presenta a los espíritus simplistas que mate-
rializan la unidad y la soberanía declarándola como ob-
jeto físico indivisible, sino como unidad orgánica de la
entidad social, para cuya existencia tan importantes y
vitales son las partes como el todo, y tan de muerte se
siente amenazada por la separación como por la asfixia
de BUS partes orgánicas.


Así, sintiendo Azcárate en su temperamento, bien
acusado de leonés, la unidad de la patria españole, Iué
siempre de loa que, con espíritu más abierto, reconocie-
ron la personalidad de los organismos locales, regiones
o municipios, y les atribuyeron en sus funciones pecu-
liares una intensa y exclusiva acción, que bien puede




-- 13 -


calificarse de soberanía, sin que por esto se merme en
nada la que al poder central corresponde,'ya que hade
actuar sobre esferas y atribuciones perfectamen~ede­
terminadas como propias de su personalidad.


JCon cuánta autoridad podría hoy Azcárate hacer oir
su voz a los unos y a los otros, llegando a concordias fe-
cundas, no por transacción y~~tometimiento,sino por con-
,~< -


formidades de convencimiento y mutua satisfacción!
Fué su vida entera un i~esante esfuerzo por alcan-


zar bases de amorosa concordia para una cooperación
sinceia de los hombres buenos, y es nota curiosa de su
vida j- carácter, que las contrariedades, casi diarias, que
en ese camino había de depararle, y ciertamente Ie-de-
paraba, la intransiguencia ambiente, nunca lograron
agriar su carácter ni entibiar su inquebrantable opti-
mismo. Resistió éste todas las pruebas: prontamente
reaccionaba su fe contra los desengaños más dolorosos,
y, en cambio, perduraban en su ánimo, como nota con-
soladora de aliento, cuantas muestras, por débiles que
fuesen, hallaba en su camino, de la posibilidad de llegar
a la ansiada armonía. ¡Qué satisfacción la suya cuando
consideraba despejado el camino para el progreso patrio!


¡Con cuánta confiada alegria nos transmitía, en oca-
sión memorable, después de su visita al Rey de España,
que habían desaparecido los llamados obstáculos tradí-
cionales, y la democracia, si los demócratas sabían y
querían, podía llegar a establecer la vida política de
nuestro país sobre las bases que ya son comunes a la de
todos 108 pueblos cultos!


Pródiga en desengaños fué con él. la realidad, y, sin
embargo, el optimismo,' reinó siempre en su espíritu,
pronto a volar hacia la concordia amada.


Fortísimo espíritu, que se mantuvo en su anhelo haa-




-14-


ta el momento mismo en que la materia débil hubo de
negarse a servirle. Sabido es que entre todas sus aspira-


,.. .~


eíoues universales da concordia ideal, sobresalió, en sus
últimos años, la de conseguir base de armonía que pro-
curase cauce especialmente amplio para atenuar, ya que
'suprimir no fuese posible, la lucha de clases, que tanto
repugnaba a su espíritu ge~~roso. Por su virtud y auto-
ridad personal, había conseluido saturar el Instituto de
Reformas Sociales, tanto en su representación patronal,
COOlO en la obrera, de un e~ritu tal, que hacía posibles
soluciones que en la intransigencia ambiente en el país
eran realmente admirables. Nunca podremos ~idar
aquella tarde de diciembre en que Azcárate, fuerte el
espíritu, pero rendido el cuerpo, ~e disponía a entregar
la dirección. efectiva de aquella institución a quien éi
creía que había de ser fi~l continuador de su obra. Creía
consolidada la concordia, estaba seguro de su acierto al
designar el sucesor; tanto más seguro cuanto que, lle-
vado de su natural propensión, lo había buscado en el
campo político contrario a sus ideas, experimentando el
placer, para él incomparable, de hallar afinidades y re-
conocer excelencias en sus contrarios. Iba a realizar una
buena obra, y se disponía a expresar en aquella sesión
su alegría por dejar en tan buenas. manos y en tan buen
camino su obra predilecta; pero la fortuna, que tantas
veces le fué adversa, le preparaba en aquel día su golpe
definitivo. Por un accidente de la política del Gobierno,
la representación obrera estimaba necesarío retirarse
del Instituto, y un momento antes de comenzar la ses!ón
se lo comunicaba así a su presidente. La concordia que-


. daba rota; el espíritu del maestro sufrió uno de aquellos
golpes rudos, reaccionó el espírltu, fuerte aún; aquello
no podía ser. Al día siguiente pondría él toda su energía




- 15-


al servicio de la concordia amada, se restablecería ésta,
y el Instituto continuaría la obra de paz. Así lo iba a
asegurar al abrir la sesión... , pero éstano llegó a abrir-
se; el cuerpo no pudo resistir lo que el espíritu ya había
vencido; la palabra expiró en 8U8 labios, y se extinguió
para nosotros aquel alma fuerte y noble, que acabó como
había vivido: en un anhelo de realizar con amor el bien
~""de sus semejantes.


II


La soberanía en la Constitución vigente.-Suprema-
cía del Poder Real


Como homenaje a su memoria, someteré a vuestra
atención unas CONSIDERACIONES SOBRE NUESTRA VIDA PO-
LíTICA, EN RELACIÓN CON LA CON§)TITUCIÓN, y ESPECIAL-
MENTE CON LA REGIA PRERROGATIVA.


Las conmociones políticas violentas que sufrió Espa-
na durante todo el siglo pasado, y la inquietud espiritual
que agudizó en sus postrimerias la pérdida del imperio
colonial, si fueron eficaces para patentizar el fracaso d,tf
la organización política que parecía regir la vida del
país, no lo fueron para abrirel cauce a una democracia
que afirmase BU voluntad y la. impusiese eh una fórmula
política. No la. había encontrado antes en la efímera mo-
narquía que se propuso ser democrática, níea la no me-o
nos efímera república que se propuso ser federal, y
cuando sobrevino la restauración, la monarquía reinan-
te, bien puede afirmarse que se buscó y dió fórmula en




- 16-


la doctrinaria constitución del 76 a un equilibrio de in-
tereses parciales que encontraban su garantía en la mo-
narquía, y ésta én ellos su apoyo; pero de ning-ún modo
a un sistema político que asegurase la formación de
la conciencia y la voluntad nacional, y garantizase
que' ésta había de prevalecer. Antes, por el contrario,
tanto en los textos oficiales, como en la aplicación de los
medios de gobierno, se inspiró siempre el poder público
en una absoluta desconfianza del pueblo, al cual se su-
penía copartícipe de la soberanía con la corona, pero no
se le daba medio alguno de eficacia legal para asegurar,
no ya su supremacía, sino ni siquiera su coparticipación
en el Poder.


La supremacía estaba perfectamente asegurada al
~


monarca, y claro es que prevaleció, pero no en el Go-
bierno personal del soberano, sino .en una oligarquía in-
terpuesta entre los dos co-soberanos, que ejerció, y aun
ejerce, la verdadera soberania.


Fué, realmente, una obra hábil la de Cánovas al agru-
par alrededor de la institución monárquica el mayor nú-
mero posible de intereses, persuadiendo, además, a cuan-
tos poseian algo, de que no había nada más ímportante
que el mantenimiento del orden material, al cual había
que sacrificarlo todo, y todo se sacrificó. Hábil para la
conservación de la institución monárquica, que subsistió
a través de graves crisis, pero funesta para el país, que
sufrió los más graudes desastres, y el mayor de todos,
seguramente, el de haber renunciado a constituirse como
una democracia, y con ello a BU personalidad, suplanta-
da por aquel conjunto de intereses dinásticos y oligár-
quicos que han hablado en los momentos graves y decí-.
sivos a nombre de la nación.


Era natural que así ocurriese. Establecida la copar-




- 17-·


.ticipación en la soberanía; declarada la consustanciali-
dad de la monarquía con la soberanía nacional, aunque
Cánovas reconociese que el poder real emanaba del pue-
blo, como esta emanación la consideraba realizada en la
historia, y no sujeta a rectificación, que en ningún caso
estimaba válida, es claro que dentro de la legalidad no
cabía otra democracia que aquella que reconociese ese
absurdo apoderamiento irrevocable. La monarquía res-
taurada era en cierto modo lógica al tomar esa posición;
no debía nada a la voluntad nacional: lo debía todo a los
hombres que, por habilidad y por fuerzas combinadas,
la habían hecho triunfar. La pasividad de la nación al
tolerar el nuevo orden de cosas, ¿no estaba suficiente-
mente correspondida con la declaración de su copartici-
pación en la soberanía, siquiera fuese teórica?


Enfrente de aquel estado oficial, l~ democracia, no
rehecha de los quebrantos que su falta de preparación
le había acarreado en los pasados ensayos., no tuvo vi-
gor para imponerse ni por la violencia ni por el ejerci-
cio constante de una acción ciudadana, que acabase por
hacer verdaderos los fingidos convencionalismos de la
legalidad.


Las apelaciones a la fuerza, acaso porque otra cosa
no era factible, se encaminaron a insurreccionar, des-
moralizándolos, los elementos militares.


La acción ciudadana se manifestó tan endeble, que
toda mixtíficación y falseamiento de su voluntad fué
fácil. Quizá por esto, cuando, los que habían construido
una legalidad que hacía teóricamente a la institución
monárquica inexpugnable, se aseguraron de-que prácti-
camente también 10 era, por la debilidad de la democra-
cia, se decidieron a consentir la incorporación de leyes
democráticas, que no podían alcanzar, ni alcanzaron.


I




-18 ~


vida real. Por esto la evolución que en los países demo-
erátieos consistió en la adaptación y sometimiento, de la
monarquía a la democracia, hasta el punto de justificar
su existencia como más apta que ninguna otra para ha-
cer prevalecer de un modo normal la voluntad nacional',
se tradujo en España en evolución de los demócratas,
que se allanaron a servir un régimen que no admite que,
mediante la reforma de la Constítucíónr sean por la ~o­
luntad expresa del pueblo confirmados sus poderes. La
posición de la institución monárquica en España fué per-
fectamente fijada por Cánovas al afirmar que «jamás
por ningún camino se puede llegar, por medio de la le-
galidad, a la supresión de la monarquía, a causa de que
no hay legalidad sin la monarquía».


Toda fa actuación de los Gobiernos se subordinó-a
este principio. Que quienes así plantearon el problema
político en España no sirvieron a la democracia, es evi-
dente; pero ¿sirvieron los intereses de la monarquía? Los
hechos contestan elocuentemente que no.


Al ahogar la democracia, dejaron al monarca el dis-
frute tranquiló del Poder, que las oligarquías ejercieron
sin cortapisa alguna. Fomentaron los intereses parciales
que tuvieron a bien, porque el interés público, sin voz,
nada demandaba; pero esto, que fué comodidad, fué tam-
bién gran desgracia para la nación y para la monarquía,
porque llegaron momentos en que la nación debía haber
hablado; esos momentos en que las resoluciones, como
implican grandes sacrificios, no pueden adoptarse, sin
grave responsabilidad, más que por quienes han de so-
portarlos, y entonces la nación se encontró sin voz y
hasta sin convicción que expresar, y, ciertamente, para
el jefe de un Estado no debe haber situación más do-
lorosa.




- 19-


nI


Urgencia de democratizar el Estado español


Hasta hoy la falta de opinión pública fuerte, el fal-
seamiento sistemático de la débil existente, ocasionó
graves danos, de los cuales, sin duda, somos cuantos in-
tervenimos en la vida pública, en mayor o menor grado,
responsables, según la mayor o menor eficacia de los
medios de acción que cada cual tiene a su alcance; pero
con ser graves los danos ocasionados por la falta de una
organizaciQn política verdaderamente seria y eficaz, no
son comparables con los' que puede ocasíonarños la con-
tinuación en esta vida ficticia. Pudieron dentro de este
marco convencional contenerse los hechos políticos que
afectaban tan sólo superficialmente a la estructura so-


#


cial, y tenían también mucho de convenc onales, Pero
cada día se intensifica más la acción sindical, que hará
entrar en juego fuerzas poderosas; y desgraciados los
países que no tengan una organizaciórgpolttica robusta,
porque ~ los primeros embates se vendrá a tierra el con-
vencionalismo que hoy mantiene el equilibrio de unos
cuantos intereses que hacen veces de economía nacional.
y ese cimiento sólido y robusto no puede encontrarse
más que en la democracia pura, entregándose a ella y
reconociéndola como única fuente de poder a la que to-
dos, absolutamente todos, desde el rey hasta el último
obrero, han de servir y que a todos ha de poderse im-
poner.


Urge estimular la actuación de ese gran poder y
abrirle cauces rápidamente eficaces de expresión, por-




- 20-


que sólo en él se encontrará pronto la garantía de un or,
den que hasta hoy se mantenía por un puro artificio, sin
fuerza alguna real.


Las grandes democracias con efectividad son las úni-
cas fuerzas que en adelante se impondrán dentro de las
naciones, y las únicas cuya voz se oirá en lo internacio-
nal. Será, pues, una -temerídad pretender gobernar en
adelante con aparatosas organizaciones, encubridoras
de poderes arbitrarios tan débiles como ostentosos, y será
menester que todos los poderes busquen la confirmación
y contacto inmediato con la fuerza real del pueblo.


Es Espaiia uno de los países en los cuales, por tener
.una organización política más falsa, urge más el reme-
dio con la vivificación de sus órganos. No hemos de ~a­
cer expoeíéíón de sus vícíoa, porque éstos en numerosos
trabajos, y hasta en varios discursos, leídos en circuns-
tancias análogas a ésta, han sido por personas doctísimas
enumerados.


Nuestra finalidad más bien se encamina a examinar
los medios que en España podían ser aplicados para ha-
cer rápidamente, ganando tanto tiempo perdido, lo que
en otras partes h~ sido obra lenta de adaptación. Obra
nada fácil, porque precisamente la llevada a cabo hasta
aqui, con la excepción de algunos intentos loables, ha
sido precisamente la de consolidación de los intereses
oligárquicos, si bien dándoles apariencia de organiza-
ción democrática.


En otras naciones, con cuyas instituciones políticas
se comparan frecuentemente las nuestras, en Inglaterra,
principalmente, es verdad que la expresión de la sobe-
ranía estaba organizada en forma semejante a como
luego la sistematizaron los constructores de nuestra
Constitución del 76, y Cánovas pudo invocar varias ve-




- 21 -


ces la autoridad de Blaekatone en apoyo de su obra. Pero
es difícil, desde un punto de partida semejante, llegar a
resultados tan dispares como a los que allí y aquí se ha
llegado.


Es verdad que allí la corona tenía, como aquí, ase-
gurado el ejercicio de su soberanía; pero no lo es menos.
que allí la soberanía del pueblo se fué afirmando hasta
asentarse sólidamente su ejercicio exclusivo en la Cá-
mara de los Comunes, en tanto que en España la parti-
cipación del pueblo en la soberanía no llegó nunca a es-
tablecerse eficazmente, actuando, en cambio, la de la
corona de un modo c9nstante y eficaz.


En Inglaterra, de un estado político en el cual, no
sólo no podía la representación del pueblo en la Cámara
baja hacer prosperar iniciativa que no contase con el
asentimiento de los lores y la corona, sino que en la mis-
ma composición de los comunes influían considerable-
mente la corona y los lores, se pasa gradual, pero firme-
mente, a un estado en el cual, con perfecta legalidad, la
voluntad del pueblo, representada por los comunes, se
impone con fuerza incontrastable a la corona ya los
lores. _


En Inglaterra el Gabinete se va desligando constan-
temente del poder Real, afirmándose como órgano con
sustantividad propia más definida cada vez, como sepa-
rada del monarca, y más ~ubordinadaa los Comunes. En
Espafia el Gabinete continúa siendo, teórica y práctica
mente, el conjunto de los ministros que el rey nombra y
separa libremente, y cuya responsabilidad política ante
el Parlamento es absolutamente ilusoria -e impractica-
ble. La doctrina de Cánovas,· en cuanto a la sustantívi-
dad del poder del Gabinete, continúa en vigor. Estimaba
aquél, como razonó al explicar el cambio de Gobierno




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que sucedió a la muerte de don Alfonso XII, que moría
el Ministerio en el mismo minuto que expiraba el rey. El
Poder público soberano se transmitía automáticamente
al nuevo, el cual en el mismo minuto debía otorgar su
confianza a un nuevo Ministerio. N-o daba alos ministros
calidad ninguna para salvar el intervalo entre la muerte
del uno y el juramento del otro el haber sído convalida-
do su nombramiento por la confianza del Parlamento, ni
el tener a su favor el asentimiento de un partícipe de la
soberanía en la plenitud de su funci6n en tanto que el
otro partícipe no lo estaba. No; la convicción de Cá-
novas respondía perfectamente a la realidad de que el
Gabinete recibía tan s610 su fuerza del rey y con él
moría.


El Parlamento creado por el Ministerio en la prácti-
ca, y subordinado siempre en la constituci6n y en la
zealídad a la comodidad de éste, ningún valor eficaz te-
nia. Las únicas dificultades que la Corona podía encon-
trar en el desarrollo de su política, si así se puede lla-
mar, no podrían venir sino de la oligarquía que a la
sombra de las instituciones monárquicas vivía, y esto
a lo que obligaba era a una serie de equilibrios y como
pensaciones entre los diversos intereses en juego.


.Para vivir esta vida política, claro es que cuanto
más ausente estuviese el pueblo, más facilidades; y Iué
política generalmente seguida~la de enervar su acción
desde el Ministerio, tanto en los momentos de elecciones
generales, que se falseaban a poca costa, como en el des-
arrollo de su vida local, constantemente supeditada a
un centralismo puesto al servicio de los intereses políti-
cos de la oligarquía. .-
- La muerte de todo espíritu de ciudadanía era así in-


evitable, y los escasos intentos de reanimarla no lo 10-




- 23-


graron. La ley Electoral de 1907, del señor Maura,re.
presenta, sin duda, un excelente deseo en este sentido,
y habría podido ser eficaz, pero la utilización de los me-
dios de saneamiento que puso en manos del Tribunal Su-
premo, a nuestro entender con manifiesto error, no pudo
ser más torpe.


Más eficacia habría alcanzado de llegara ser ley el
proyecto de régimen local; pero la preocupación de bus-
cal' compensaciones a la acción del sufragio directo en
las Corporaciones locales ocasionó la oposición, contra-
riando, a mi jucio, sus intereses políticos, de una parte
de las izquierdas, que fué suficiente, unida a la de los in-
~


tereses oligárquicos, que con más motivo se veían ame-
nazados, para que no prosperase después de tan larga
discusión como había alcanzado.


De todos modos, la marcha general de nuestra polí-
tica continuó encaminada a mantener la apariencia de-
moerátíca, pero dejando los poderes eficaces en man6s
de una oligarquía que se hacía pagar muy caro su su-
puesto mantenimiento del orden social y de la monar-
quía, con la cual no perdía ocasión de declarar consus-
tanciales sus intereses.


Para la Corona, sin dudarera muy cómodo este ré-
gimen, especialmente mientras subsistían dos partidos
turnantes en el Poder, que tomaron a SU cargo la repre-
sentación de las fuerza~iberalesy conservadoras.P~
recia asegurada una normalidad política 'perpetua, y, sin
embargo, este régimen no combatido, vino por su sola vir-
tud o por su falta de virtud a mostrarse, y aun recono-
cerse en el más estrepitoso fracaso. La ficción política no
había podido crear más que ficciones; no había, no hay,
realidad alguna de Gobierno; no hay Poder público con
raíz en el alma nacional, porque la democracia no ha




- 24-


, llegado a actuar y los Poderes artificiosos se ven sin
fuerza real alguna y teniendo que capitular en cuanto
enfrente de ellos se levanta una protesta violenta, que
unas veces tiene justificación, y otras responde sólo a
intereses o apetitos que congreguen algunas audacias.


IV


Pretendida ineficacia de la democracia
'!' y del Parlamento


No puede negarse, realmente no se niega ya, la ra-
zón que tenemos todos los españoles para la protesta,
porque se reconoce por los mismos hombres que duran-
t8 muchos anos han disfrutado el Gobierno, el absoluto
fracaso de sus métodos y la necesidad de un cambio ra-
dical.


No podía ser otra cosa lógicamente, y sería inútil
negarlo, pues la realidad se impone por fin y exige con
imperio una manera ideal y técnica de actuación en el
Gobierno que hasta hoy no ha preocupado a nuestros
hombres políticos. Pero es curioso en relación con esta
declarada falta de técnica, y, por consiguiente, de efi-
cacia en el Gobierno, que se pretenda, cohonestarla y
cargarla en cuenta a la democracia que se supone en
contradicción con la eficacia y al régimen parlamentario
que se supone por naturaleza propenso a quebrantar los
Poderes fuertes y enemigo de una sólida administración.
Mentira parece que pueda en serio razonarse así en un
país en donde es evidente que la democracia no ha ac-




- 25-


tuado y que el régimen parlamentario no ha sido sino
un comodín de los Gobiernos.


No; si el Poder ejecutivo no ha establecido una ad-
ministraci6n eficaz; sir como nuestros hombres públicos
declaran, no tenemos una Hacienda ordenada, ni un
ejército efectivo, ni una cultura propia del siglo, ni una
justicia que garantice nuestros derechos, ni una sanidad
pública, ni tantas y tantas cosas como al Estado exigen
hoy los ciudadanos de todos los países civilizados, no se
puede achacar a una democracia que no ha hecho acto
de presencia, ni a un Parlamento, que hechura del Minis-
terio, le ha dado, o mejor le ha dejado tomarse todas las
facilidades que pudo emplear para el bien y no supo uti-
lizar. Ni siquiera el Parlamento ha defendido aquella
prerrogativa de que fueron celosas las representaciones
en Cortes de todos los tiempos, la que simbolizó en te-
ner los cordones de la bolsa; pues además de votar cuan-


.-


tos recursos el Ministerio le propuso, sin exigir garan-
tías de su eficaz inversión, toleró constantemente la
ilimitada utilización del crédito a sus espaldas, que des-
figur6 constantemente en la práctica, haciéndo desco-
nocidos para quienes los votaron casi todos los presu-
puestos. •


Y, sin embargo, íbamos en camino en estos últimos
años de hacer "Jasar en autoridad de cosa juzgada, que
8; todos estos male~ eran una realidad, se debía a ltJs
excesos de la democracia y del parlamentarismo que
era urgente atajar poniendo fuera del alcance de sus pe.
cadoras manos cuanto representase permanencia y efi-
cacia para el bien público, dejando a las Asambleas re-
presentativas del pueblo reducidas a la discusi6n de
amenas e inofensivas divagaciones, tan s610 interrum-
pidas para dar, sin excusa ni pretexto, su aprobación a




- 26-


los proyectos saturados de tecnicismo, elaborados por
Juntas y entidades bien preservadas del corrosivo con-
tacto de la democracia, siquiera la democracia pudiera
salir de tales proyectos molida y maltrecha.


Gran fortuna tué que de afuera nos viniese el reme-
dio e imposibilidad de que se consolidase y llevase a
cumplido efecto lo que habría sido inevitable ruina de
nuestra economía nacional, y muerte antes de nacer, de
las instituciones parlamentarias y democráticas, en cuya
efectividad han de encontrar alivio, y acaso con perse-
verancia curación radical los males de nuestra vida po-
lítica. En esto, como en tantas cosas, debemos nosotros,
como debé el mundo entero al resultado de la guerra,
grandes bienes. La contradicción entre la democracia y
la eficacia, ya jamás podrá ser mantenida. La democra-
cia se enseñoreará del mundo, y. hasta nosotros llegará
su imperio. Entoncea se verá como es posible una orga-
nización democrática y técnicamente eficaz para todos
los servicios nacionales. Necia sería la pretensión de ano
ticipar cómo cristalizará en nuevas fórmulas fecundas
la democracia, que, servida por la técnica, difunda el
bienestar asegurando a todos el disfrute del imprescindi-
ble para vivir una vida digna de seres humanos. Pero es
indudable que el rresultado de la guerra ha de acercar-
nos considerablemente a ellas, y es deber de los que ten-
gan fe en una renovación de la vida política que la haga
apta para recoger y encauzar un contenido ideal que,
hasta ahora, o no existía, o no tenía el suficiente vigor,
que aporten su contribución a la obra.


Claro es que sería materia notoriamente excesiva
para un trabajo de esta clase, y mucho más de este mío,
en que yo quiero limitar todo lo posible las pretensiones
y la molestia que os causo, el examen de todos aquellos




- 27-


factores que habían de concurrir a la modificación de
nuestra .organisaeión política para convertirse en una
democracia efectiva, examen que, para ser completo,
habría de comprender desde la organización del sufra-
gio, con el "antecedente índispensable de formación de
la opinión pública, hasta las últimas manifestaciones del
cumplimiento y eficacia de las disposiciones del Poder
público. En la necesidad de concretar dentro de este
amplio campo la atención para uno solo de los factores
que han de concurrir en la acción política, he de refe-
rirme en las siguientes consideraciones a la función que
en la letra de nuestra constitución, en la práctica actual
y en la democracia, cuyo advenimiento es inevitable,
corresponde al rey.


v


Las prerrogativas del rey y las de las Cortes
en la actualidad


El rey, en nuestra Constitución, no sólo es el coro-
namiento del sistema, la sanción, el punto sobre la i. Es
también la base, el principio, la iniciación. Cánovas ~­
presaba bien su idea cuando, dirigiéndose a Salmerón, le
decía que no.... podría estar en la Cámara ni representar
al pueblo, sino mediante la convocatoria del monarca.
Así es; en nuestra ~onstituciónno tienen garantía eficaz
los derechos individuales, a merced siempre de la sus-
pensión por Real decreto; no tienen garantía de eficacia
las Cámaras, cuyas sesiones pueden, en todo momento,




- 28


ser por Real decreto suspendidas; no tiene el llamado
Poder judicial ninguna que no esté pendiente de un Real
decreto; no tienen los representantes del país en Cortes
ninguno que, eficazmente, ampare su inmunidad. El Po-
der real es el único que tiene su acción constitucional
eficazmente establecida y garantizada.


El rey convoca y disuelve las Cortes, y suspende y
cierra sus sesiones sin limitación alguna, pues no puede
considerarse tal la de que se reunan todos los años.


P\lfde negar, en todo caso, su sanción a las leyes;
las hace ejecutar; conserva el orden en el interior y la
seguridad del Estado en el exterior; tiene el mando su-
premo del ejército, y dispone de las fuerzas de mar y
tierra; concede los grados, ascensos y recompensas mi-
litares; cuida de que se administre justicia; le correspon-
de indultar a los delincuentes; declara la guerra y hace
y ratifica la paz; dirige las relaciones diplomáticas y co-
merciales; acuna la moneda; decreta la inversión de los
fondos públicos; confiere los empleos civiles, y concede
honores de todas clases; nombra los senadores vitalicios,
y nombra y separa libremente los ministros.


Toda la vida oficial del Estado está ahí.
I


Pero ¿no son estas funciones atribuidas por todas las
Constituciones a los jefes de los Estados, reyes o presi-
dentes? ¿No puede el rey de Inglaterra, como dice Bage-
46t, anular toda la actividad del gobierno del país? ¿No
establece la Constitución, terminantemente, que ningún
mandato del rey puede llevarse a efecto si no está re-
frendado por un ministro, que por sólo este hecho se
hace responsable? ¿Es que la libertad par~ nombrar los
ministros no está limitada por la existencia de los par-
tidos políticos? ¿No es necesario que el Parlamento les
mantenga su confianza para que puedan seguir siendo




- 29-


ministros del rey? ¿No es facultad de las Cortes otorgar
o negar los recursos económicos, sin los cuales el rey no
podría ejercer su poder un momento? ¿No.está en manos
de las Cortes la fijación de las fuerzas permanentes mi-
litares, que pueden limitar y aun anular, privando al
rey de medios para. imponerse, si asi lo pretendiera, a
los deseos del pueblo? ¿No son 108 ministros responsables
ante las Cortes, acusados por el Congreso y juzgados
por el Senado, como en la misma Constitución se deter-
mina?


En efecto: todos estos preceptos constitucionales es-
tán en vigor como lo están los que estatuyen las Ifa-
cultades del Poder real; pero tratándose de una consti-
tución doctrinaria, artificiosa, puesto que se propone
conciliar lo inconciliable, la coexistencia y coparticipa-
ción en el poder de dos soberanías, no se puede formar
juicio respecto de cómo se desarrolla la vida política del
país ateniéndose al texto constitucional, pudiendo, por
el contrario, anticiparse que la realidad política podrá
ser una u otra, pero nunca la que a la letra en la Cons-
titución se expresa. Será, pues, menester examinar qué
realidad alcanzan las previsiones constitucionales en
cada caso, para formar idea de la Constitución verdadera
de nuestro país, y juicio de la extensión e intensidad del
Poder real. Sólo en vista de esta realidad se podrá luego
apreciar cuál habría de ser la misión del rey en Ia orga-
nización política que las nuevas ideas y las nuevas ne-
cesidades ha de imponer, de un mod~ o de otro, a todos
los pueblos. Porque todo hace hoy pensar que las for-
mas van a poder ser muy variadas, en cuanto al apara-
to externo, en la gobernación de los pueblos; pero que,
en cambio, no podrá ninguno sustraerse al contenido
sustancial de libertad y democracia que invadirá el




30


mundo, y a ninguno le será lícito aislarse o dejarse ais-
lar por sus conductores; pues ya a éstos se les pregunta-
rá constantemente si hablan a nombre de sus pueblos, y
aun se les exigirá la comprobación. Y esto porque, apar-
te de la justicia que a todos ya interesa, importa a la
tranquilidad de todos quesean los pueblos los que actúen,
y no los calificados tan exactamente de poderes arbitra-
rios. Podrá, pues, estar todavía en. cuestión si prevale-
cerá la más perfecta fórmula de Wilson para la consti-
tución de una Sociedad general de las Naciones, o se
mantendrá con mayores garantías de estabilización pa-
cífica el sistema de las alianzas que parecía fracasado;
o, lo que es más probable, un fuerte, incontrastable nú-
cleo de alianzas, servirá de base y garantía a la futura
sociedad internacional; pero, en todo caso, lo indudable
es que las grandes corrientes de opinión regirán los des-
tinos de las naciones y del mundo, y con sistemas parla-
mentarios o representativos, con monarquías o con.re-
públicas, no podrá ser oído en el exterior ni mantenerse
en el interior, si no es a título de encarnar mejor que
otro alguno esas grandes corrientes directrices.


Por esto la característica de la nueva política inte-
rior y exterior ha de ser la publicidad que todos los días
sugiera y exija la colaboración del pais entero en la for-
mación de sus convicciones, que luego han de ser reali-
zadas con fuerza incontrastable, cualquiera que sea la
organización sistemática política del país; pues la acción
oficial, por naturaleza intermitente, se verá sumergida
en la gran corriente de opinión formada de un modo
constante y espontáneo, y los que acierten a represen-
tarla tendrán una fuerza insuperable. Hasta en 10Sl
momentos de apelación a la fuerza bruta se refleja esta¡
necesidad de contar con la, opinión en los asaltos e in-




- 31 -


cautacíones violentas de periódicos y agencias telegráfi-
cas que se disputan hoy en las revoluciones como posi-
ciones estratégicas superiores a los cuarteles.


Parece lógico pensar que, en un tal estado de cosas,
establecido un régimen de pura democracia; y siendo tan
sólo justificada la existencia de poderes en cuanto re-
presenten grandes fuerzas de opinión, no habrá lugar
para los monarcas, y mis convicciones personales me
inclinan a pensarlo así, pero sería una temeridad el afir-
marlo. Es tan compleja la actuación de las democracias,
escapa tanto a la predeterminación de sus modos de ac-
tuar, y ha de estar cada vez con tanto mayor imperio
sobrepuesta la exigencia de la más oportuna y eficaz ac-
ción de la democracia a la forma del órgano que la sir-
va, que sería muy aventurado predecir la extinción de
la forma monárquica, si ésta pone todos sus prestigios
tradicionales, que pueden tener aún valor real, al s6.&vi-
cio de la democracia. Consideramos, pues, de interés
examinar cómo esto podría tener lugar en España, y
para ellos vamos, como decíamos, a partir del funciona-
miento actual del Poder real.


1
, Corresponde al rey convocar y disolver las Cortes, y


'


suspender y cerrar sus sesiones, sin más limitación que
la de que han de reunirse todos los años.


Es esta una facultad de extraordinaria importancia;
con tal amplitud no la disfruta ningún otro jefe del Esta-
do, en la práctica, aunque perdure en el texto, y es no-
torio que, literalmente aplicada, anula por completo la
acción de las Cortes, y, por lo tanto, la legal del pueblo.
Para que la letra de la Constitución resulte cumplida, le
bastaría al rey mantener un solo día cada afio abiertas
las Cortes. Es, además, ·de una gran trascendencia en
toda la vida política .y económica de la nación} porque'




- 32-


todos los plazos de garantía para el debido debate pre-
vio de los acuerdos anuales fundamentales para el fun-
cionamiento del Estado, quedan subordinados a la dis-
crecional aplicación por la Corona de esta prerrogativa.
En ningún otro país ha sido de tal modo desconocida y
menospreciada la sustantividad de la representación na-
cional, y subordinada-s las garantías de acierto y opor-
tunidad de la función legislativa al arbitrio del monar-
ca: Resulta todavía más hiriente el precepto para la
democracia española, porque se aparta de la buena doc-
trina en este punto establecida por Constituciones ante-
riores, en las cuales se sustraía a la arbitrariedad del
monarca un período mínimo de tiempo que, anualmente,
se consideraba indispensable para el funcionamiento del
Poder legislativo, y si las necesidades del país, en este
respecto, se consideraban servídaa al mínimum con tal
tieJjlPo en tal época, considérese el que hoy, de aplicar-
se aquel criterio, necesitarían las Cámaras para la cre-
ciente labor que la complejidad del Estado moderno les
impone.


Nadie podrá negar que resulta tal precepto absurdo
para quien no considere el funcionamiento del Parla-
mento como un mal apenas tolerable.


Pero no faltará quien, en derecho constituyente al
menos, argumentase diciendo que, no siendo este uno de
los casos en que pudiesen presentarse como contradicto-
rios los intereses de la Corona y de las"Cortes, no habrá
razón" alguna para sentir recelos en cuanto al ejercicio
que de tal facultad pudiera hacer el monarca, tan inte-
resado como el que más lo estuviera en el mejor funcio-
namiento de las Cortes, que habrán de proporcionarle
los medios materiales imprescindibles para el manteni·
miento de la acción ejecutíya, Claro es que para quienes,




- 33 --


al juzgar una Constitución, así discurran, todo se justifi-
ca con la presunción de la alta sabiduría y justificación
de la Corona; pero, desde tal punto de vista, seria inútil
articular Constitución alguna, dejando pura y simple-
mente encomendado el mejor servicio público á la buena
voluntad, que debe suponerse siempre óptima en el rey;
pero como el sistema constitucional, y más cuando se
trata de constituciones doctrinarias, que parten del su-
puesto de la coparticipación en la soberanía, es sistema
de mutuas garantías, que han de quedar sólidamente e~­
tablecidas en defensa de la eficacia de la actuación de
uno de los co-soberanos frente 'a las posibles extralimi-
tacíones del otro, no podrá menos de reconocerse que en
este punto queda por completo desamparada la sobera-
nía de las Cortes.


Pero ¿es verdad que es éste uno de los casos en los
cuales, prácticamente, no es de temer el sistemátiico
abuso? ¿Será racional, y acaso hasta conveniente, con-
fiar en que el Poder real sólo usará esa facultad inspirán-
dose en una alta conveniencia nacional? No era difícil
profetizar lo ocurrido en la aplicación de este precepto.
Era natural que la comodidad de los Gobiernos se sobre-
pusiese casi constantemente al interés nacional, y ésta ha
sido Una de las causas más poderosas para impedir que
en Espafia llegase a' implantarse, mas que en la aparien-
cia, el régimen parlamentario. No parece prudente dejar
al arbitrio de quien ha de ser inspeccionado, como los
ministros, la medida y ocasión en que deban serlo por el
Parlamento, y así ha sido cosa corriente que, en cuanto
su actuación se ha estimado molesta, ha sido suprimida.


La Corona, en cuanto el ejercicio de esta prerrogati-
va se refiere a la disolución de las Cortes, la ha usado
con demasiada frecuencia, pues es sabido qae no ha es-


s




- 34-


perado, en ningún caso, el término legal del mandato;
pero, al fin, esta prerrogativa de disolución, teóricamen-
te al menos, imponiendo una neoeaariaapelacíón al país,
puede encontrar disculpa, y, en la mayor parte de los
casos, basta justíñcacíón. En -cambio, no tiene ninguna
el verdadero desenfreno con que los Gobiernos se han
amparado de la regia prerrogativa para sustraer su
gestión a la investigación del Parlamento, suspendiendo
sus sesiones. En esto se ha llegado a abusos de que no
hay ejemplo en ningún otro país, periodos de más de un
año, sin más que cuidar 'de que no coincidiera con el 80-
lar, han estado sin funcionar las Cámaras, con manifies-
to quebranto del espíritu de la Oonstitución, y han sido
muchos aquéllos en los cuales no han estado reunidas el
mínimum de tiempo que hace más de un siglo se consi-
deraba indispensable. Y si en el número de suspensiones
de seslonee, decretadas al amparo de la regia prerroga-
tiva, y en su duración no se ha guardado discreción n¡'
consíderación alguna a los intereses públicos, en cuanto
así convenía a los del Gobierno, no ha sido menor el es·
cándalo en cuanto a los motivos, pues se han llegado
a suspender las sesiones precisamente para que pudiesen
ser por decreto suspendidas las garantías constituciona-
les, vulnerando así las bases fundamentales de la Cons-
titución, en cuanto garantiza los derechos de las Cortes,
y los de los ciudadanos al mismo tiempo.


Si tal aplicación se ha hecho de los textos constitu-
cionales, violentando su espírit~, para procurar mayo-
res facilídades al poder de los ministros, con menoscabo
de la función legislativa, ¿cómo había de arraigar entre
nosotros el régimen parlamentario, que para vivir nece-
sita, no ya la observancia de los textos constitucionales,
sino una interpretación de los mismos, inspirada en un




- 3ó-


acatamiento sincero de la soberanía de la nación, expre-
sada por el Parlamento, cuyo concurso se solicita, no
sólo para la obra legislativa, sino como asistencia cona-
tante a la total de gobierno?


Por fortuna, es ésta del abuso en la suspensión de se.
sienes, cuestión en la cual no es dificil que se llegue
pronto a un remedio; pues el reconocimiento del mal es
unánime, y recientemente, de modo incidental, pero ex-
preso, se llegó por todas las representaciones políticas a
una coincidencia en el Congreso, respecto de la necesi-
dad de fijar el plazo mínimo de funcionamiento de las
Cámaras durante el afio. Claro es que, afectando esto a
un precepto constitucional, plantea una dificultad de
ejecución relacionada con la pretendida irreformabilidad
de ésta; pero no parece que pueda pasar mucho tiempo
sin que las exigencias de la realidad se incorporen a la
vida constitucional.


Tan ilimitada como la facultad que acabamos de exa-
minar es la que el rey, constitucionalmente, tiene de
negar su sanción a las leyes. No cabe dudar que el veto
absoluto que esto implica es incompatible con toda apa-
riencia de régimen democrático, y no han tratado siquie-
ra los teorizantes de la Constitución, y el más autoriza-
do, Cánovas, de cohonestarlo pretendiendo que el reyes
tan sólo intérprete y defensor en este caso de los intere-
ses permanentes de la nación, amenazados por una de-
cisión de las Cámaras, poco meditarla. Claro es que
tampoco podrían llevar con tal argumento la tranquili-
dad al ánimo de ningún demócrata, ya que, lo más que
él justifica, seria la conveniencia de un veto suspensivo.
Pero ni esto se ha intentado. La negativa de sanción se
ha establecido como una de tantas expresiones de la so-
beranía sustancial de la Corona, que en toda nuestra


..




-- 36---


Oonstituciónlate, y paladinamente fué declarado por
Oánovas su carácter de última y decisiva defensa de la
dinastía, lícita -aún enfrente de la voluntad nacional,
cuando estableció la distinción de partidos, legales e
ilegales, cuya ilegalidad estaba precisamentecaracteri-
zada por su aspiración a un cambio de régimen, que,
aun cuando pudiera llegar el caso de ser unánimemente
requerido por la representación nacional, y aun por la
nación entera, no podía nunca, dentro de la legalidad,
tener realización; pues no podía entrar en la previsión
racional que la institución m.onárquica quisiera suicidar-
se. Olaro que, prácticamente, no tiene el ejercicio de
esta facultad verdadera importancia, aunque teórica-
mente sea fundamental; porque elato es que si la volun-
tad nacional llegase a pronunciarse en un sentido antidi-
nástico, de modo tal como el que Oánovas expresaba, lo
que-no cabe en previsión alguna es que talesvetos, en ta-
les circunstancias, tengan realidad ni eficacia. Y, en con-
trario sentido, no es menos evidente que en una vida po-
lítica, como la que en España se desarrolla, no habiendo
llegado a nacer un Parlamento que pueda actuar con in-
dependencia respecto de los minístroa nombrados libre-
mente por el rey, y, a mayor abundamiento, teniendo la
Corona en sus ~anos la regulación, suspensión y muerte
súbita de las Cámaras, que alentasen propósitos que pu-
diesen merecer no ser sancionados, claro es que no ha-
bía de llegar nunca el trance, siempre violento, de negar
la sanción a leyes que no se habría consentido que fuesen
formuladas. Y así ha ocurrido, y por esto no se ha ne-
gado nunca la sanción a ley alguna, ni seguramente se
negará, mientras no hay Parlamento, porque no hará
falta, y cuando lo haya, porque la negativa no será po-
sible, ni nadie pensará en ella.




- 37 ---


Todo lo cual no obsta para que sea absolutamente in-
defendible la persistencia en el texto eonstitucíonal que
rige en una, aunque sea pretendida, democracia, de un
precepto que fundamentalmente la niega.


VI


BI mando del Bjércíto


..


A continuación del artículo 51, en el cual la Consti-
tución vigente establece la sanción de las leyes, en la
forma que acabamos de examinar, atribuye al rey, en
los artículos 52 y 53, el mando supremo del Ejército y
Armada y la concesión de grados, ascensos y recompen-
sas mílíiares.


Ninguna objeción de príncipío suscita esta atribu-
ción, que encontramos generalmente establecida en to-
das las Constituciones a favor del jefe del Estado; pero
no se puede desconocer la extraordinaria delicadeza que
entraña la determinación del verdadero carácter que
tenga esa jefatura, y efectividad que alcance ese mando,
atribuído a un rey constitucional. Todo matiz en la ex-
presión de estos conceptos, tiene importancia en el texto
de la Constitución, y hasta la tiene, innegable, el hecho
de establecer esta facultad en dos artículos especiales,
en ve~ de incluirla entre las demás, que al rey corres-
ponden, con arreglo al siguiente articulo 64.


Sin embargo, a pesar de este relieve, que la separa-
ción de las demás le da, no cabe dentro de la Constitu-




- 38-


cíón considerar que el mando del Ejército por el rey
constitucional tenga otro carácter ni efectividad que la
actuación toda del monarca con arreglo al artículo 49,
según el cual, ningún mandato del rey puede llevarse a
efecto, si no está refrendado por un ministro, que por
sólo este hecho se hace responsa~ble.


No entramos en este momento a considerar lo poco
adecuada ~ue resulta la fórmula de la responsabilidad
ministerial establecida en el artículo 49, deficiente para
comprender una gestión política que no se reduce a la
expedición de decretos susceptibles de refrendo, sino a
una serie de actos y ~un de omisiones del monarca, de
los cuales en el régimen constitucional han de ser res-
ponsables sus ministros.


Nos basta por ahora dejar establecido que, con arre-
glo al texto Constitucional, el mando del ejército que al
monarca se confiere tiene la misma efectividad que su
jefatura en los demás órganos de la administración pú-
blica, que será' tal y como la naturaleza de las diversas
funciones la consiente, pudiendo afirmarse que no la con-
siente con ninguna efectividad la naturaleza del mando
militar.


Siendo clara y precisa la doctrina constitucional en
este punto,y de muy fácil comprensión y adaptación para
un hombre civil que se encuentre investido con la jefa-
tura del Estado, creemos que ha de ser muy difícil que
se penetren de ella los monarcas constitucionales, por-
que un rey, con toda la tradición militar de la institu-
ción monárquica, es casi imposible que se sustraiga a la
gloriosa sugestión de considerarse .sucesor de los eaudí-
110s sus antepasados, y será, por lo tanto, realmente ad-
mirable que l~ consiga. En la mayor parte de los casos
creemos que los gobiernos que han de responder siempre




- 39-


de los actos del rey han de necesitar un exquisito tacto
para conllevar una situación verdaderamente difícil.


En la misma Inglaterra, la reina Victoria considera-
ba al ejército como dependiendo particularmente del so-
berano, y no dejó de suscitar algunas dificultades para
aceptar en absoluto con Gladstone, que siendo el ejército
uno de los grandes poderes del Estado, no puede tener a
la cabeza más que personas responsables ante el Parla-
mento.


En nuestro país estas dificultades han sido acrecen-
tadas por la intervención que, desgraciadamente, ha te-
nido que tomar el ejército durante todo 'el siglo pasado
en las luchas políticas, con influencia inevitable en el es-
píritu de los reyes. Ytan natural como la propensión en
los reyes a creerse jefes efectivos del ejército, es la de
los ejércitos a considerar esto como un gran bien, espe-
cialmente en el comienzo de los reinados. El hacer/com-
prender a los reyes que la éfectividad del mando militar,
no sólo es inadmisible en la teoría constitucional, sino
funesta a la larga,-y llevar al ejército el convencimiento
del verdadero espejísimo que supone el creer tal efecti-
vidad conveniente, no es tarea fácil para un estadista
que no tenga una grandísima autoridad., Desgraciada-
mente no han sido pocas las ocasiones en que los minis-
tros, lejos de ser dique, han sido complacientes halaga-
dores de tales estímulos, hasta el punto de que lo sor-
prendente, en realidad, es que no haya caído en mayores
excesos en nues~ro país el militarismo de los reyes. Hasta
se les han brindado facilidades para organizar una ac-
tuación sobre el ejército francamente inconstitucional
(que eso representa el decreto de creación del cuarto mi-
litar, sobre el supuesto de que era para el ejercicio del
artículo 52 de la Constitución, o sea para ejercer el mano




-- 40-


do), que no sería justo dejar de reconocer que no han sido
utilizadas por el rey.


Otras veces ha sido la torpe confusión establecida de
Real orden entre relacíonesjpuramenté personales, de
secretaría particular del rey, con la concesión oficial de
grados y recompeusas.
" No se explica que los ministros del rey no compren-


diesen que en tal materia no cabe para el monarca más
posición que la que Cánovas, con profundo sentido de la
realidad y exacta comprensión del interés dinástico,
atribuía constantemente al monarca en el ejercicio de la
gracia de indulto. El rey quería indultar absolutamente
a todos. Sólo ante la seguridad del planteamiento de la
cuestión de gabinete renunciaba 'a ejercitarla.


Análogamente el reyes natural que desee el ascenso
de todos los jefes y oficiales; pero el ministro es quien,
tomando en cuenta el interés que el rey tiene por todos,
refrenda tan sólo los ascensos y recompensas de algunos.


Esto, en cuanto a la acción oficial; pero aun en la
personal es muy de tener en cuenta la opinión de Glad-
stone de que «el soberano no puede, sin graves inconve-
II:ientes, sostener relaciones confidenciales con muchas
personas, y sobre todo con los representantes de clases
o profesiones, porque las miras de éstos, generalmente
estrechas, pudieran ejercer un dominio que impidiera
dirigir como se debe, el timón del Estado, atendiendo a
las superiores constderaeíones del bien público en gene-
ral y del conjunto del cuerpo político»


Hace ya muchos años, en 1850, cuando el duque de
Wellington invitó al príncipe Alberto a aceptar el pues-
to de comandante general del ejército, éste lo rehusó
comprendiendo lo delicado de tal situación.


Tan lejos estamos en España de aquel estado de opi-




- 41 --


nión, ya viejo en Inglaterra, que se ha creído posible,
dentro de la Constitución, el funcionamiento de una Jun-
ta nacional de defensa, en la cual el rey puede opinar y
votar de acuerdo o en contrll'de sus ministros.


Materia es esta que nos llevaría muy lejos en el co-
mentario, dando medida desproporcionada a esta parte
de nuestras consideraciones. Es de esperar que las ense-
fianzas de la realidad vuelvan por el recto sentido del
texto constitucional, que es al propio tiempo la más alta
conveniencia del rey y del ejército.


VII


Relación de los Ministros con las Cortes


El rey nombra y separa libremente a los ministros,
dice el número 9.° delartíeulo 54 de la Constitución co-
rrespondiendo a un precepto análogo de todas las Cons-
tituciones. Ciertamente que para quien tomase tal texto
en su literal sentido resultaría toda la vida política de
los países de régimen parlamentario completamente in-
explicable. ¿Qué relación tienen estos ministros con el
Parlamento? Según la Constitución, serán acusados por
el Congreso y juzgados por el Senado cuando incurran
en respons.abilidad; pero como este caso no se ha dado
nunca desde que la Constitución actual rige (y una sola
vez antes, el afio 59), "bien puede decirse que toda nues-
tra vída parlamentaria no tiene más base Constitucional
que la manifestación hecha, como de pasada, en el ar-
tículo 58, de que los ministros pueden tomar parte en las




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discusiones de ambos cuerpos colegisladorea. Con una
base Constitucional idéntica se ha llegado en los Estados
Unidos al régimen presidencial, de separación casi ab-
soluta de los poderes ejecutivo y legislativo. ¿PodríamoS'
pensar que en Esparta se ha llegado por el contrario a
la implantación del régimen parlamentario? En la apa-
riencia, sí; pues, en efecto, y a pesar de la absoluta li-
bertad del rey para nombrar sus ministros, imitamos las
prácticas inglesas, y por nadie se pone en duda la nece-
sidad de que el Gobierno cuente con mayoría en las Cá-
maras para poder mantenerse en el Poder recibido del
rey. Pero sólo en apariencia, porque al recibir ese Po-
der, cuentan también nuestros Gobiernos con el ejerci-
cio, en la forma abusiva de que nos hemos ocupado, de
la facultad de suspensión y. disolución de las Cortes, y
éstas, hasta ahora, han sido hechura del ministerio que
las convoca; de lo cual resulta que el rey, no sólo nom-
bra a los ministros, sino que, continuando en posesión de
la efectiva soberanía que los autores de la Constitución
idearon, nombra indirectamente la mayoría de las Cá-
maras. La verdad es, pues, que el texto Constitucional
en cuanto al libre nombramiento de los ministros, que
parece no cumplirse, se cumple en realidad. Y segura-
mente el ejercicio de esta prerrogativa es, en nuestro
país, más difícil que en ningún otro, y está llamado a
serlo cada día más. Hace ya muchos anos, al ingresar
en esta Academia una de sus mayores ilustraciones, el
señor Sánchez de Toca, decia que, en España, «el régi-
menparlamentario, que presumía facilitar el oficio de
rey, proporcionándole más seguros elementos de juicio
para la mejor elección de ministros, y, a la 'par, medios
de satisfacción en 108 descontentos del espíritu público,
resulta aquí, por el contrario, para la realeaa, un conti-




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nuo y formidable conflicto, obligándola a tomar a la des-
cubierta en la vida política, y, en particular, contra las
mayorías parlamentarias, iniciativas más delicadas y
directas que las que ejerció durante el antiguo régimen».


Porque, por ejemplo, para el presidente de los Esta-
dos Unidos no ofrece dificultad ni problema alguno. Ha
de buscar los hombres más identificados con su política,
que es la que el pueblo americano ha impuesto con su
elección; y para el rey de Inglaterra no la ofrece tampo-
co, porque el Parlamento, mejor dicho, la Cámara de los
Comunes, le da indicaciones precisas respecto de quie-
nes han de formar el Gobierno, que el rey tiene la segu-
ridad de que responden a una opinión y deseo inequívo-
co del país. En tanto que al rey de Espafia no le es lícito
inspirarse para nombrar SUE! ministros en una política
personal incompatible con la transmisión hereditaria
del trono, la elección de sus ministros tan sólo le está
otorgada para que designe aquellos que personifiquen la
política que el país quiere seguir; pero no tiene indica-
ción bastante autorizada y precisa para saber cuál sea
ésta. Mientras pudo mantenerse el turno en el Gobierno
de dos partidos con sus jefaturas bien definidas que su-
plían artificiosamente la falta de opinión pública, crean-
do a la medida de sus deseos y conveniencia- el Parla-
mento, pudo ser el nombramiento de los ministros cosa
fácil y resolverse las crisis dentro de un sencillo conven-
cionalismo, ya que la formación del Gobierno se encaro
gaba a uno u otro jefe de partido en alternativa que,
si no lo era, parecía pactado. Pero este .artiñcio ya no
puede servir para gobernar a un pueblo; la agitación
material y moral que conmueve al mundo, no puede de-
jar de encontrar repercusión en el pueblo español, y es
urgente que las nuevas fuerzas aooíalee encuentren un






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cauce legal que las lleve a ser motores útiles y no explo-
sivos destructores del organismo social. En Inglaterra
va a. ocupar el puesto de la tradicional oposición de Su
Majestad el Labour Party;'


Fuerzas tales como el movimiento sindical, por ejem-
plo' no pueden ser ni contenidas ni encauzadas por com-
binaciones de gobierno artificiosas que sólo dispongan de
los medios de fuerzas oficiales del Poder. público, que,
además de ser insuficientes e inadecuados, en cualquier
momento pueden ser incluso llevados en contra del poder
que oficialmente defendían.


Pretender afrontar la situación que crea la entrada
en aecíórr de fuerzas que vienen de lo hondo de la socie-
dad con el vigor que les da el responder a necesidades
reales de la vida, oponíéndoles una organización polí-
tica tan superficial que no va más allá de donde acaban
las conveniencias de una oligarquía, sería empresa ver-
daderamente temeraria.


Y, sin embargo, nuestra vida política gubernamental
no ha ofrecido, hasta ahora,al rey, medio de poder ejer-
citar esa libre facultad de nombrar sus ministros sino en
las organizaciones ya, tradicionales que en el transcurso
de cerca de medio siglo han dejado plenamente acredi-
tada su ineficacia para gobernar.


El Parlamento, que debería haber ido recogiendo y
ofreciendo para el gobierno todas las capacidades políti-
cas, ha sido artificiosamente reservado para las cliente-
las dóciles, que han ocupado el puesto que de dere-
cho correspondía a los representantes de las fuerzas con
verdadera eficacia para la actuación política renova-
dora.


Constituido así el Parlamento, ninguna dificultad ha
ofrecido nunca al Poder ejecutivo, y ha hecho dejación




- 45-


de las facultades constitucionales, que, haciéndole árbi-
tro de la concesión de recursos económicos y de la fija-
ción de fuerzas militares, ponían en sus manos la direc-
ción de la vida del Estado, aun sin llegar al desarrollo
del régimen parlamentario.


Durante cuarenta años ha sido relativamente fácil,
dentro de esta política convencional, la actuación de la
Corona, pues las dificultades nacían de incompatibilida-
des o ambiciones personales entre los que, considerán-
dose sus servidores, siempre estaban propicios a un sa-
crificio que podía serlea compensado. Es verdad que al
margen de esta organización política apta para formar
parte de los Gobiernos de la monarquía, hubo siempre
en el Parlamento una representación republicana, escasa
en número, pero contando en su seno individualidades
de gran valer intelectual y moral; pero para nada po-
dían estos hombres ser tenidos en cuenta en el ejercicio
de la prerrogativa real para elegir ministros, -pues no
sólo no había que pensar en que pudieran formar parte
de sus Gobiernos, sino que ni siquiera se estimaba posi-
ble que fuese solicitado su consejo circunstancial. En los
últimos años, cuando comenzaba a comprenderse que
esta política de convencionalismo cerrado era imposible
sostenerla, y a pesar del enorme prestigio moral de Az-
cárate, todavía, cuando el rey quíso oír su consejo, fué
este acto calificado por el órgano en la Prensa del par-
tido conservador de eazcaratadas , Hasta tal punto se
estimaba imprudente que el rey se pusiera en contacto
con quienquiera que no entrase previamente en el con-
vencionalismo gubernamental, aunque unánimemente
fuese reconocido Azcárate como una de las autoridades
morales más altas, quizá la m,ás alta, de la política na-
cional.




- 46-


¿Habrá hoy ya quien crea que sirve los intereses de
la corona contribuyendo a su aislamiento de todos los
que no se le presenten como incondicionales? Realmente
quienes así han procedido o procedan, dificultan el ejer-
cio de la prerrogativa fundamental de nombrar libre.
mente a los ministros.


VIII


Bl rey en la nueva politica.-Influencia y poder


Examinadas las prerrogativas reales que más influjo
pueden tener en la vida política de nuestro país, y con-
vencidos de que dentro de los moldes en que hasta hoy
se ha mantenido ésta no es posible que resuelva los pro-
blemas políticos que hoy se suscitan en el mundo, vamos
a hacer algunas consideraciones acerca de cómo podría
actuar el poder real en la nueva vida.


Pero.ges que, en el nuevo orden de cosas, con el im-
perio inevitable de la democracia, habrá lugar para el
poder real?


Sin duda no para el poder real que los doctrinarios
autores de la Constitución del 76 consagraron en ella
como piedra angular de nuestra organización política,
supuesto indiscutible de toda legalidad, al cual habrían
de someterse toda aspiración o toda conveniencia nacio-
nal, que en cuanto excediesen los límites del convencio-
nalismo establecido habría de ser considerada ilegal.


Pero para una institución real que, abandonando toda
preocupación parcial,' se penetrase de que su razón de




-- 47 --


ser, la justificación y la posibilidad de su existencia des-
cansaban en la fidelidad con que se consagrase a mante-
ner libre el cauce legal, tan amplio como .la corriente lo
demandase, para la expresión de la voluntad soberana
del pueblo; para una institución tal, es posible que toda-
vía hubiese un porvenir de utilidad y de eficacia. Es po-
sible que, despojado el monarca del prejuicio del interés


. dinástico, se pudiese razonar la superioridad de una in s-
tituciónhereditaria para apreciar los movimientos de
opinión que han de regir la vida nacional. No se puede
desconocer la gran dificultad de que un rey llegue a pe-
netrarse de que su deber y su conveniencia le aconsejan
prescindir de sus peraonales convicciones en el ejercicio
del poder real, en el uso de sus prerrogativas; aunque
esto no quiere decir, y no sería humano, que el rey no
tenga convíecíón, y que, como todo espíritu noble que la
tiene, no aspire a que la convicción que él cree acertada
y provechosa para el bien público alcance eficacia. Pero
hay una distinción esencial: al servicio de esa convic-
ción puede poner la influencia que le den sus medios per-
sonales, mayores o menores según su prestigio, su talen-
to, su sugestíón personal; pero no le es lícito en ningún
caso poner al servicio de esa convicción personal el ejer-
cicio de sus prerrogativas reales, que han de ser siempre
instrumento dócil al servicio de la voluntad predominan-
te en el país en cuanto sea conocida, aunque contraríe
aquella personal convicción del rey.


Con lo cual queda claro que el rey no se reduce a un
autómata; que su convicción puede tener la expresión y
la eficacia, la illfluencia, en suma, que su persona alcan-
ce; pero lo que no deberá tener es poder alguno. En los
dos últimos reyes de Inglaterra se puede ver una clara
muestra de esta diferencia, y observar cuán distinta ha




- 48 0-.-


sido la influencia que en la política inglesa han tenido,
aunque ambos hayan ejercido las prerrogativas reales
en la misma forma irreprochable.


Ya Gladstone decía que, durante el reinado de Victo-
ria, la influencia había ocupado el lugar del poder, in-
fluencia que él estimaba considerable y tendiendo siem-
pre a dar a la acción gubernamental más permanencia
y solidez; pero sin afectar en lo más mínimo a la respon-
sabilidad individual de los consejeros de la corona. Y
Bagehot afirma que, con el ejercicio de los tres derechos
que tenía la corona: el de ser consultada, el de estimu-
lar y el de advertir o poner en guardia, un rey dotado
de gran sentido y sagacidad no necesitaba otros.


Se identifica, así considerada, la función del monar-
ca con la del presidente de la República francesa, el
cual, según Duguit, (puede, por su autoridad personal,
por el prestigio inherente a sus funciones, por la con-
fianza que inspira, ejercer una influencia efectiva y be-
neficiosa en la política del país, y, particularmente, en
la política extranjera. Es evidentemente una cuestión
de tacto y de medida, respecto de la cual no se puede
formular ninguna regla». La diferencia está en que la
falta de tacto es más funesta en las monarquías; pues en
las r~úblicas, cuando el presidente no tiene tacto para
ejercer eficazmente esa influencia, tan grande como im-
precisa, ni discreción para resignarse a la impotencia a
que el presidente de la República francesa está, según
Casimiro Perier, sometido, hace lo que éste hizo: dimitir
a los pocos meses de nombrado. Pero ni presidente ni rey
constitucional deben emplear para hacer prevalecer su
punto de vista más que la influencia, y nunca el poder.


Así, el rey que, despojado de todo interés egoísta,
considere objetivamente que la monarquía es la forma




- 49-


de gobierno salvadora para su patria, es muy natural
que ponga en su defensa y afianzamiento toda su influen-
cia y sugestión personal; pero el poder, la prerrogativa,
ni para la defensa de la monarquía le es lícito emplearla
si no está seguro de que le acompaña el apoyo de la opi-
nión del país, en cuyo caso al servicio de ésta, y no del
interés dinástico, la ejercerá.


Es muy corriente entre los incondicionales defenso-
res de la monarquía, la afirmación de que ésta queda hue-
ca, ineficaz, meramente decorativa y condenada a des-
aparecer en plazo breve, cuando, aceptando estos prin-
cipios, abandona la vieja concepción doctrinaria de la
soberanía compartida; pero creemos que cada día la
experiencia abonará más que ésta es la única posición
conservadora de la monarquía, que no podrá sustraerse
a la ley general de que no subsistirán más instituciones
que aquellas que a diario demuestren la utilidad pública
de su existencía. Y desde-el momento en que aaí expre-
samos nuestra opinión, claro ~ que pensamos que puede
Ber útil, y hasta necesaria, ya que necesaria es la jefa-
tura del Estado, y puede, circunstancialmente, ser pre-
ferible la subsistencia en ella de un rey que tenga la
asistencia de la opinión pública y se constituya en su in-
térprete y servidor.


y en cuanto a ponerse en camino ,de desaparecer en
plazo breve la institución real que así proceda, es más
bien racional que ocurra lo contraríoj -pues.vdeede el
momento en que el poder real se nacionaliza y deja de
estar adscrito a interés alguno parcial, ni siquiera al di-
nástico, se suprime todo motivo y ocasión de degaste,ro-
zamiento o contrariedad.


Los intereses que efectivamente corren serio peligro,
y aun seguridad de anulación, son los ilegitimos de la


4




- 50-


oligarquía que a titulo de incondicionales defensores de
las instituciones monárquicas, han venido aprovechán-
dose para su comodidad de las prerrogativas que sólo
en servicio del interés general pueden ejercitarse.


Pero la eficacia de los incondicionales servidores de
las instituciones, ha quedado bien patente en el mundo,
y parece hora de que se desconfíe de todo lo que no !¡lea
bien definidamente condicional.


En el régimen democrático que ha de prevalecer, no
caben esas incondicionales adhesiones. Antes bien, pres-
tarán un gran servicio quienes acierten a fijar y mante-
ner con firmeza las condiciones en las cuales pueden
desempeñar funciones de gobierno, dispuestos a aban-
donarlo en cuanto esas condiciones no se cumplan, sin
que sea licito invocar para ellos compromisos, juramen-
tos ni adhesionés que a tantos amargos trances han con-
ducido al país.


Los que afirman que sólo con esas adhesiones y exal-
taciones personales, .que sólo atribuyendo a la monar-
quía una efectiva soberanía y unos intereses austantívos
peculiares que defender, no opuestos, claro es, pero si
distintos de los de la nación, se afirma la existencia de
aquélla y se fortifica su función, le causan un gran daño,
Tampoco es eficaz buscar su defensa en la coincidencia
y apoyo de elementos sociales que se solidaricen con la
monarquía para defenderla. Su fuerza no puede estar
nunca en la solidez de los elementos que la defiendan, sino
en la supresión de las causas por las cuales pueda ser
atacada. Cuando la opinión pública se penetre de que la
institución monárquica, ni quiere ni puede ser obstáculo
para que prevalezca la voluntad nacional, j).abrá ésta
alcanzado una solidez que no podrán nunca procurarle
las más hábiles combinaciones de fuerzas e intereses.




- 51


IX


Necesidad de un Parlamento reftejo fiel de las fuerzas
efectivas del país.


Pero ¿cuál es esa opinión pública a la cual habrá que
someterse y servir de órgano fiel? ¿Es fácil en nuestro
país oír su voz?


Porque cuando antes hablamos de Inglaterra, el caso
era bien distinto. El admirable desarrollo que allí ha te-
nido el régimen parlamentario, ha permitido que los re-
yes hayan podido apreciar en todo momento el sentir
del país y ejercitar en servicio de éste, y sólo como fiel
indicador de la opinión expresada por la Cámara de los
Comunes, la prerrogativa que como residuo del poder
real tradicional ha quedado en sus manos.


Pero aquí, encaminada durante muchos años la ac-
ción del Gobierno a procurarse mayorías incondicionales
a. costa de falsear el sufragio, apelando a las mayores
violencias y a las más indignas mixtificaciones, se pre-
senta como exigencia previa la de buscar esa opinión y
asegurarle expresión fiel en un Parlamento cuya elec~
ción se sustraiga a tanta tradicional corruptela. Y este
es el momento de mayores dificultades, pero también de
más ineludible deber de vencerlas, que se puede ofrecer
al poder real, porque si bastase la abstención del Go-
bierno -para que la voluntad del pueblo español brotase
espontánea y pura, no le sería difícil al jefe del Estado
encontrar Gobierno que se abstuviera de intervenir;
pero esto es evidente que no basta, antes bien, dejaría




52


libre la acción de tantos elementos interesados en el
falseamiento que suplantarían la voluntad nacional e
imperarían en el Parlamento. Los intereses creados por
partidos y clases son muy fuertes, yel espíritu de ciu-
dadaníamuy débil para que éste no fuese vencido por
aquéllos. Desgraciadamente esta es la realidad, y, más
desgraciadamente aún, esta realidad se cree por muchos
de los que forman en las llamadas clases conservadoras,
que puede ser utilizada con éxito para contener el avan-
ce de la democracia y mantener a nuestro país aíslado
de las corrientes que en el mund~ prevalecen, aseguran-
do así el mantenimiento de un orden que es su única
preocupación. Este es un error que nos llevará a los más
funestos resultados; pues esa misma masa, fácil para el
soborno o para la intimidación ante las amenazas de las
oligarquías locales, que vende, o entrega con temor el
voto, es justamente la más apta para llevar a aplicación
práctica inmediat.a y brutal las concepciones simplistas
que estimulen sus apetitos más bajos.


El mal que los creadores de nuestra Constitución y
directores de nuestra vida política causaron al pueblo
español, dando tan sólo eficacia al poder real y utilizán-
dolo en beneficio de la oligarquía para cerrar el paso a
la democracia con la constante mixtificación de sus ins-
tituciones, y especialmente del sufragio, debe ser hoy
reparado utilizando aquel poder sus prerrogativas para
investir de él a quien tenga voluntad y autoridad moral
para remover todos los obstáculos que se oponen a esa
expresión libérrima y consciente de la opinión pública.
No faltará quien piense en la gran dificultad que esto
supone, no ya pcr la que ofrezcan los obstáculos tan
arrargados que han dé ser removidos, sino porque acaso
el mayor mal de todos los causados por nuestra tradíeío-




- 53-


nal política ha sido el de hacer perder la confianza en
cuantos hombres puedan ser Ilamados a gobernar. Pero
si este punto de apoyo no existe, si el poder real no pue-
de encontrar unos hombres que inspiren confianza al
país hasta que una verdadera representación nacional
pueda actuar, descargando a la corona de la abrumado-
ra responsabilidad que sobre ella pesa, por ser la única
realidad de poder en este régimen ficticio, entonces no
habrá esperanza. Porque no creemos que nadie la pon-
ga en la continuación del convencionalismo artificioso
que declaran fracasado sus mismos artífices y direc-
tores.


Si la gran dificultad de abrir paso a una representa-
ción verdaderamente nacional, se venciese, una vez
constituída ésta, ya todo sería llano, bastaría no pertur-
bar su libre funcionamiento. La prerrogativa de suspen-
sión de sesiones nunca debería ser utilizada, y la diso-
lución tan sólo cuando un movimiento de opinión muy
acentuado e inequívoco lo demandase.


x


Reforma de la Contitución.


Habiendo sido inspirada la Constitución del 76 en un
sentido doctrinario inadmisible hoy, y desde el momento
en que se convenga en la incompatibilidad del ejercicio
de las perrogativas reales en ella establecidas con un
régimen verdaderamente democrático, se planteará el
problema de si es indispensable o conveniente la reforma




\ -54-


del texto constitucional. El estudio de cómo se ha llega-
do en varios países a establecer sólidamente el imperio
de la más pura democracia con textos que literalmente
la contradicen, y cómo con los ínismos textos se puede
llegar y se llega a desarrollar de tan distinto modo la
vida política, que en unas partes se rija por el sistema
presidencial, y en otras, por el parlamentario, el hecho
de haber variado por completo el asiento de la sobera-
nía en Inglaterra, sin que en ningún texto constitucio-
nal se haga declaración sobre ello, y continuando atri-
buída.s al rey jurídicamente facultades que maravilla¡
rían a cualquiera que sólo conozca la práctica inglesa,
lleva a pensar que no es de ningún modo indispensable
para adaptar a un régimen democrático nuestra vida
política, la reforma expresa del texto constitucional.
Esta parece ser la opinión preponderante entre los poli-
ticos españolea, así como la afirmación de que no ha-
biendo establecido la Constitución la manera legal como
habrá de ser reformada, puede modificarse su texto por
una ley ordinaria y en Cortes ordinarias. El punto más
difícil, y al mismo tiempo quizá el de mayor trascenden-
cia práctica, es el de fijación de un periodo mínimum de
funcionamiento obligatorio anualmente de las Cortesf
pues es evidente que contradice terminantemente la pre-
rrogativa de suspensión que sin limitación tiene el rey; y,
sin embargo, personas tan autorizadas como el señor
González Besada, han manifestado su opinión favorable.


En todo lo demás, no cabe duda de que podría esta-
blecerse una práctica realmente democrática con menos
violencia para las prerrogativas reales de la que ha sido
necesaria para privar en la realidad al Congreso de la
facultad que privativa y terminantemente le atribuye la
Constitución de examinar los poderes de los diputados.




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Asi, podría condicionarse en tal forma la facultad de
nombrar senadores vitalicios atribuida en la Constitu-
ción a la Corona, que de hecho llevasen al Senado 108
nombrados una representación popular.


Mayor dificultad ofrecerían, dentro de la Constitu~ión
actual, otras transformaciones en el Senado necesarias
.:para hacerle compatible con un régimen puramente de-
mocrático; mas por no depender éstas de la regia prerro-
gativa no nos ocupamos de ellas hoy.


Pero, aun no siendo indispensable, si se llega a con-
venir en la necesidad de suprimir y no ejercitar las fa-
cultades incompatibles con la doctrina democrática, no
parece que deba haber dificultad, si no que más bien se-
tía convenientísimo hacer constar, de un modo expreso,
la reforma del texto constitucional. Aunque no tuviese
más eficacia que hacer notar que se entraba en un nue-
vo camino, sería bastante, ya que tan desacreditado lo
está el hasta ahora seguido, y sobre todo tan poca fe
existe en la decisión de que por nuestros políticos se em-
prenda otro y se.renu~cie a las viejas prácticas.


Creemos, pues, que, sin ser indispensable, es para
iniciar una política democrática muy conveniente la re-
forma constitucional.


y esto, ¿ha de hacerse en Cortes ordinarias o en Cor-
tes constituyentes? No estableciendo la Constitución pro-
cedimiento especial, claro es que no hay diferencia ri-
tual entre unas y otras; pero sí hay algo fundamental
que aconseja que, aunque unas y otras sean elegídag por
el mismo procedimiento, las distinga en cuanto a su mi-
sión, y esa diferencia consiste en que en la convocatoria
de las Cortes que hayan de retormarda Constitución debe
constar el propósito de someterles ese proyecto y los
puntos que han de ser objeto de reforma, pues parece




- 56-


natural que el país, al emitir su sufragio, haya medita-
do especialmente sobre aquella misión especial de las
Cortes.


Con la convocatoria de Cortes constituyentes se pro-
vocaría además en el país una agitación espiritual que,
lejos de ser temible y perjudicial, como algunos suponen,
estimamos grandemente -provechosa para iniciar la nue-
va política y dar calor de vida al espíritu constituyente;
espíritu y calor sin el cual la más perfecta Constitución
sería estéril, y la más imperfecta podría ser fecunda;
pues, como dice Gladstone, «para practicar la Constitu-
ción británica hay que suponer el buen sentido y la bue-
na fe, sin los cuales sería un conjunto de absurdos y con-
tradicciones.


,


XI


La nueva política y el régimen parlamentario.


Ahora bien: lo que no es posible es juzgar esa vida
política nueva con el criterio que hasta aquí ha servido
para comentar la vieja. Acaso esas Cortes no fuesen un
instrumento de gobierno en el sentido que hoy se da a estas
palabras. Gran ventaja sería que no lo fuese, porque las
de haberlo sido están a la vista. Pero siendo expresión
fiel de la opinión nacíonal, y teniendo asegurado su fun-
cionamiento libre, es seguro que habían de dar al jefe
del Estado orientación segura para la formación de un
Gobierno que con ellas pudiese eonvíaír y realizar labor
fecunda.




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¿Cómo? Quién sabe cómo se manifestaría entonces el
genio político español; pero lo esencial es asegurarle la
espontaneidad de su expresión, y ésta creemos que es la
más alta y urgente empresa en que deben emplearse
prerrogativas que fueron ideadas para cohibirla.


. Después ya se verá si se desarrolla, en realidad, el
régimen parlamentario que hasta ahora ha sido ficción,
o si, de un~ parte, por la pujanza de las nuevas fuerzas
sindicales que han de imprimir carácter a la futura vida
política, y de otra por las modalidades que imponga el
reconocimiento de la personalidad y autonomía de las
entidades locales, se abren otros caminos al ejercicio de
la soberanía nacional.


Para nosotros ninguna forma tan flexible como el ré-
gimen parlamentario, para que bajo el constante impe-
rio dé la opinión pública colaboren el poder legislativo
y el ejecutivo, y el mismo Wilson, personificación la más
alta del régimen presidencial, lamenta que- la falta de
asistencia de los ministros a los cuerpos legislativos haya
impedido en los Estados Unidos aquella colaboración
que permiteque los ministros puedan guiar a las Cáma-
ras sin' imponerles órdenes, y los ministros puedan ser
intervenidos sin eorrer el riesgo de ser mal compren-
didos.


No creemos, como León Donnat y otros, que la exten-
sión del sufragio acabará con el régimen parlamentario.
Es verdad que el aumento del número de electores, i más
aun el de los medíos de publicidad, quitaran cada día
fuerza y dificultarán la relación personal del diputado
con sus electores; pero le impondrán más la relación con
la opinión por la publicidad; predominarán las ideas so-
bre las conveniencias personales que hoy tienen tanta
fuerza, y quedará así la Cámara más inmediatamente




- 58-


ligada y obligada a sufrir-al día el influjo de la opinión
pública; no podrá decirse, como Rousseau decía, que los
ingleses no eran libres más que en el momento de la elec-
ción del Parlamento.


Sufrirá el régimen parlamentario, claro es, y en po-
derlas sufrir está 8U excelencia, grandes modificaciones;
pero cuando ha resistido las grandespruebas a que le han
sometido las necesidades de la guerra, bien podrá servir
las de la paz por preñada que esté de exigencias. Consi-
dérese que en los comienzos de la gran guerra se com-
padecía por muchos a las naciones de régimen parlamen-
tario, creyendo éste una causa de irremediable debilidad
en frente d~ los imperios de acciói'i unificada y predomi-
nio de la técnica, y, sin embargo, se ha visto de qué
modo imponderable las naciones democráticas han dado,
pruebas de su genio inmortal sin someterse, ni siquiera
en los días de mayor peligro a la dictadura. Sobre todo,
el ejemplo del Parlamento francés, negándose en los mo-
mentos de angustia a otorgar los plenos poderes que pe- .
día Briand y reservándose las facultades que había. de
emplear en salvar al mismo tiempo que a la patria la
democracia y el poder civil,' serán inolvidables y harán
callar para siempre a los detractores del régimen parla-
mentario.


Pero no es nuestro propósito examinar hoy las venta-
jas del régimen parlamentario, sino tan sólo hacer unas
consideraciones sobre el ejercicio de la regia prerrogati-
va, y ésta, cualquiera que sea el sistema que prevalez-
ca, como lo que es indudable es que ha de ser fundamen-
talmente un régimen de democracia con absoluto predo-
minio de la opinión pública, es evidente que ha de encon-
trar su fuerza en incorporarse a esa opinión, fuente de
toda vida en la política, acatándola y sirviéndola con




- 59-


los medios poderosos que hoy tiene y sólo así puede con-
servar.


Habrá quien piense que se rebaja la institución mo-
nárquica, cuando no atribuyéndole sustancia propia se
convierte en servidora fiel de la opinión pública. Para
nosotros no puede haber misión más alta.


Pero además, dentro de esa fidelidad a la opinión pú-
blica, a cuyo servicio incondicionalmente deben consa-
grarse las prerrogativas, queda reservada una enorme,
delicada, brillante esfera de actuación por influencia, a
la persona del monarca si sus condiciones le permiten
llenarla. Y si no tiene poder personalmente para decidir
él nada opinable, debe ser, en cambio, la personificación
de todos los ideales y sentimientos nobles y elevados que
unan a los ciudadanos de su país, y actuar con· energía
en todo aquello que.i.ncontestablemente conduce a la ele-
vación moral del pueblo en que reina. Hay número gran-
de de ideas y sentimientos, los más nobles, que nadie en
público se atreve a combatir, aunque muchos contradi-
cen luego en su conduct~. En cuanto eso tiene relación
con la vida pública, y la tiene también la privada de
cuantos intervienen en ella, tiene el rey, a nuestro jui-
cio, una gran miwón moral, que si acierta a cumplir, bas-
ta para llenar una vida útil y brillante.


Terminaré como había comenzado: con el recuerdo y
el nombre de Azcárate, cuyas ideas y sentimientos no
he hecho más que seguir, torpemente en la expresión,
pero seguramente con fidelidad en el fondo, al discurrir
sobre un tema que le era grato. He creído que era el úni-
co medio que tenía de hacerme perdonar el haber ocupa-
do vuestra atención, ya que tan sólo por querer consa-
grar un recuerdo a don Gumersíndo me habéis hecho el
honor de llamarme a participa? de vuestra compañía.




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CONTESTACION .
DBL


EXCMO. SR. D. AMOS SALVADOR
. I






SEÑORES:


También hoy quiero dedicar mis primeras palabras
a recordar con cariño la interesante figura del cultísimo
catedrático, del ciudadano ejemplar, del virtuoso y aus-
tero hombre político, de mi queridísimo amigo don Gu-


- mersindo de Azcárate, a quien de una manera tan ad-
mirable acabáis de ver retratado.


. '


Acaso, por habernos querido mucho, tuvimos a últi-
ma hora algunos pequeños rozamientos, que se hicieron
públicos; pero tales fueron nuestrasquejas y explicacio-
nes, dadas en nuestras respectivas viviendas, que al se-
pararnos, en la suya, abrazándonos, nos vimos llorando!
Cierto que aquellas lágrimas eran arrancadas por los sen-
timientos delicadísimos que siempre provocan las recon-
ciliaciones de las personas queridas; pero pudiera pen-
sarse que ~e soltaron ellas solas, adivinando que eran
de despedida; [porque ya no volvimos a vernos!


Puso, decidido empefio la Academia, y en ella yo,
como el que más, en buscarle un sucesor que le fuera
agradable, y dimos con mi también querido amigo, don
José Manuel Pedregal; y acertamos por completo, no
sólo porque seguramente habrá visto con agrado esa su-




- 64-


cesión desde el lugar donde moran los buenos en la otra
vida, sino porque hemos logrado un compañero de sin-
gulares dotes de inteligencia y de virtudes cívicas.


Poco será lo que, acomodándome a la costumbre, os
diga como bosquejo suyo biográfico, porque, aun cuando
ya puede decirse mucho de él, es más lo que de él se es-
pera; de suerte que acaso fuera más acertado, si no


'rompiera con las costumbres, el hacer 'predicciones, más
bien que narrar sucedidos.


Nació el 1.0 de diciembre de 1871, en Oviedo, y como
su vida ha sido de mucha intensidad, pero de pocos ac-
cidentes exteriores, con cuatro rasgos está hecha su re-
seña biográfica.


Es doctor en Derecho y diputado a Cortes, por Avi-
lés, desde el afio 1907.


Ha heredado, '1 menos temporalmente, de su jefe po-
lítico, don Melquiades Alvarez, la jefatura de la minoría.
reformista en el Congreso, y no estará esta agrupación
descontenta de su dirección; porque si no es un orador
brillante, es muy atinado; sobrio, está siempre en esce-
na, da la impresión de que no es hombre de encrucijada
ni de conjuras, sino de gran sinceridad; estudia mucho
y bien los asuntos de que ha de tratar, interviene, en los
que requieren improvisaciones con singular habilidad
parlamentaria, y es voto de calidad en cuestiones de Ha-
cienda, militares y constitucionales, de lo que dió pal-
pable muestra al fijar la intervención del Rey en la Jun-
ta de Defensa Nacional, y lo ha dado hoy en su discurso,
por tantos títulos notabilísimo. Tiene, para el Parla-
mento, la condición de más valía, que se sobrepone a la
de buen orador, porque sinella nada se dice con auto- .
rídad, y con eíla, todo va rodeado de prestigio: la respe-
tabilidad moral, la buena reputación.




- G5 -


Ha heredado también de su padre, mi amigo, y por
muchos títulos acreedor a mi simpatía, el carácter bon-
dadoso, ecuánime, equilibrado, y la arraigada convic-
ción democrática, tanto en la aplicación de las doctrinas,
gobernando, como en la vida ordinaria, y sobre todo, la
modestia. Pero con ser siempre el padre aquel de quien
más se hereda, todavía hay otro de quien, desde este
punto de vista de la modestia y de la vida política, ha
-heredado más, y ya adivináis que me refiero al señor
Azcárate, con quien ha vivido en constante e íntimo con-
tacto, de quien ha sido, no ya discípulo, y discípulo pre-
dilecto, sino hijo espiritual, a quien se complacía en edu-
carpara la vida política.


Así es que, no sólo haheredado de él lo que más que
todo vale en esta vida, que es las inmaculadas virtudes
ciudadanas, sino este puesto en la Academia y las Presí-
dencias en la Institución Libre de Enseñanza y en la
Institución para la Enseñanza de la Mujer.


Por todas estas notas de su carácter tiene enorme
prestigio político y social en Asturias, donde puede de-
cirse que no tiene enemigos, aun cuando nadie es profeta
en su patria, y menos si se distingue mucho; de suerte
que, si fuera ambicioso de mando regional, sería en esa
comarca una fuerza de excepcional valía.


y no continúo; porque volvería, sin poderlo remediar,
al comienzo de estos apuntes; volvería a decir que lo que
de él se espera es lo que realmente vale; porque lo que
acabo de citar describe a la persona' solamente desde" el
punto de vista de las condiciones que reune para brillar
en los muchos afios que aun le quedan de vida, y pro-
porciona elementos en que apoyarse para predicciones
que pudieran hacerse sin grandes pretensiones de adivi-
no. Confío, en efecto, en,que ni su falta de ambición ni


6




- 66-


su exagerada modestia, serán poderosas para evitar su
encumbramiento, aunque lo fueran para entorpecerlo y
alejarlo, una vez que, como es bien sabido y confirma
el refrán castellano, «el buen pafio en el arca se vendes;
y éste tengo para mí que es un buen pafio!


Pero para que nosotros estemos orgullosos del eom-
pañero nos basta el convencimiento de que es una pro-
longación de aquel otro a quien sucede y que tan since-
ramente hemos llorado.


Más que cuanto yo pudiera añadir dice el hermoso
discurso que acabáis de aplaudir, al que la Academia
me ha hecho el honor, muy agradecido por mí, de encar-
garme la contestación en su nombre.


No sé yo si era posible elegir un tema más de mi
agrado y al que más fácil y rápidamente pudiera yo
contestar, no sólo porque esas materias tenemos el deber
de saberlas de memoria los hombres políticos, sino por-
que bastaría echar mano a los montones de apuntes y
notas que tengo recogidos, para usarlos con otros fines;
pero ya sabéis de antiguo, y ahora veréis claramente,
por qué no puedo entrar en discusión semejante,


Con verdadero entusiasmo entraría en el examen de-
tallado de los conceptos que dilucida, y tengo la presun-
ción de pensar que completaría el estudio. Porque, apo-
yándome en una preciosa frase del señor Azcárate, que
otras veces he examinado más ampliamente, creo que
no hay doctrina o teoría que merezca ese nombre, si a
la vez no es práctica; y la expuesta por el nuevo acadé-
mico, que es la del partido reformista, adolece de lo que
a ese partido le falta, que es impregnarse de realidad,




- 67-


vivir entre los hombres; poner, en suma, BUS programas
en contacto con la experíencia.iy eso pudiera hacer un
viejo como YOr que sabe lo que sólo se aprende con los
añoa; asir entre los dos, hariamos una obra completa.


y amaestrado por la experiencia trataría con sin-
gular agrado de esclarecer y demostrar conceptos tan
interesantes como los que voy a indicar.


1.o Uómo la Constitución vigente de 1876 no puede
decirse que sea doctrinaria, porque no aparezca el Rey
como funcionariodel Estado, y apareciendo, en cambio,
que comparte la soberanía con el pueblo; porque exami-
nando las prácticas y fórmulas del juramento, no puede
caber duda de que el soberano es el pueblo, y que de él
recibe la investidura.


2.o Cómo en ese Código fundamental se observa la
conciliación de las ideas viejas con las democráticas
nuevas, habiéndose dejado a aquéllas todo lo que es pura
fórmula, imposible de realizar en la práctica, de suerte
que, al leer la Constitución, parece que todo lo hace el
Rey; pero las ideas liberales se han quedado con el fon-
do, con lo -que verdaderamente vale, con el artículo 49,
que es toda la Coustitución, y con el que ya' el rey no
declara la guerra, ni hace ni estipula la paz, ni acuña
la moneda, ni manda en los ejércitos de, mar y tierra, ni
da los destinos y honores, ni suspende lás sesiones de
Cortes, ni las disuelve, ni elige libremente los ministros,
ni puede hacer uso del veto, que ni se ha..empleado ni se
empleará jalI)ás, según reconoce el nuevo compañero,
ni gobierna, ni hace nada más que inspirarse en la opi-
nión pública y en los Cuerpos colegisladorea, para que
gobiernen 10B que tienen mayoria en las Cortes, que re-
llresentan al pueblo, sin lo cual tienen que dimitir, por-
que ya no puede haber Gobiernos que no sean populares,




- 68 --


con la condición que luego diré, ni Poderes que no sean
responsables ante los Parlamentos.


3.0 Cómo, sean los que quieran los propósitos que se
persiguieran al redactar el Código del 76 y lo que de éste
se esperara, en los tiempos que corremos no valen los
fines ocultos, sino que todo se realiza a la luz del sol, y,
por lo tanto, en esa Constitución cabe el espiritu de la
del 69S de cuantas se imaginen por liberales que sean,
y con ellit se pueden implantar cuantas reformas demo-
cráticas y sociales vayan imponiendo la civilización y
el progreso; y esto tanto si el rey las acepta, que es el
caso de Espai1a, como si no las quisiera, porque no tiene
medios de resistir, siempre con la condición que he anun-
ciado y que luego diré, ya que hasta la parte permanen-
te' del Senado, que tampoco es nombrada por la Corona,
tiene un juego esencialmente democrático, que no per-
mite un golpe de Estado, haciendo uso de la libertad de
elegir libremente los ministros.


4.o Cómo 'si nos diferenciamos de Inglaterra no es
por la Constitución, que ellos no tienen, ni por las leyes,
que no son superiores a las nuestras, sino por los hom-
bres que han dirigido la política, flexibles allí para aco-
modarse a todas las exigencías de III vida moderna, y
aquí poco apropiados en la última época, para amoldar-
nos a esas variaciones, por culpa de todos.


5.° Cómo la condición indispensable y suficiente
para que todo sea posible con nuestro Código fundamen-
tal a que antes aludía, es la de que los ministros no sean
sencillamente hombres placenteros, sino estadistas pe-
netrados de su altísima misión, ciudadanos austeros y
virtuosos que se penetren 'de sus deberes y los cumplan,
sabiendo estar tan alejados del trato irrespetuoso y seco,
como del halago y la lisonja, que son verdaderos venenos,




- 69-


cuyos efectos se sufren tanto arriba como abajo, y mu-
chisimo más arriba que abajo. Y no hay para qué decir
que nadie debe rehuir, cuando censura, las responsabili-


'"dades del poder; no pudiendo admitirse el ser prontos pa-
ra censurar y tardos y exigentes para aceptar el mando.


6.° Cómo pudieran llevarse a la práctica las refor-
mas constitucionales por medios asimismo constitucio-
nales, y no de la manera arbitraria e inconstitucional
con que quitamos al Congreso la facultad de .examinar
las actas de sus miembros, y hemos llegado y estamos
llegando a modificaciones que ninguna persona de buen
juicio aconsejaría. ~


7.° Cómo ya se ve lo inútil que es variar las Cons-
tituciones si no varían los hombres; cómo aún a aquellos
que constantemente nos dicen que no sabemos nada ni
valemos nada, que estamos anticuados, que no nos ente-
ramos del movimiento político del mundo, y que ellos son
los regeneradores, los que saben y valen, los que mar-
chan en la vanguardia de lo progresivo y moderno, los
que apenas pueden llevar sobre sus hombros sus volumi-
nosas cabezotas por lo pesado de sus privilegiados cere-
bros... ¡les parece la cosa más hacedera que imaginarse
puede, la modificación Constitucional para implantar el
régimen de autonomías integrales, no ya por estas Cor-
tes, sino por Decreto! Cómo no hay leyes buenas con
hombres malos que gobiernen, ni que dejen de serlo con
los buenos.


8.° Cómo cuanto ahora se pide, y para ello que se
cambie la Constitución, puede conseguirse sin cambiarla
o cambiándola por modos Constitucionales, sin. dilatar
por meses y años lo que puede inmediatamente lograrse,
sin dejarlo para Cortes conatituyentes, cuando no se sabe
si serian partidarias de las reformas ni se confía en la




- 70-


bon iad de su convocatoria ni en que representen la ver-
dadera voluntad nacional.


Y, por último, no sería pequeño el espacio que dedi-
cara al estudio de la manera como pudíexa lograrse eso
de que las Cortes fueran representaciónñel de los deseos
populares; porque pedirlo con la insistencia y apremio
que se pide, es cosa facilísima; pero el conseguirlo es
cosa de titanes, cuando cada día se acentúa más el abo-
minable sistema electoral de la compra-venta de votos,
con lo cual no hay sufragio ni propagandas políticas,
como otras veces he demostrado en esta misma casa, y
cuando los que más gritan para pedir dignificación deL
sufragio, son los que más desatentadamente acuden a
ese asqueroso sistema, y sólo van a las elecciones cuan-
do reunen los fondos que exigen esos aborrecibles gastos.


Ya se ve con cuanta facilidad podría hacer un dis-
curso, no tan bueno, pero sí más extenso que el que aca-
báis de escuchar, contradiciendo lo que en él se expone.
¿Y podría yo hacer, dados mis antecedentes, cosa seme-
jante? Habría de haberme pasado la vida predícando,
con repetición copiosísima en actos como éstos, que no
debe tocarse al discurso del académico recipiendario,
porque aun aplaudiéndolo, parece que se alecciona, para
venir ahora a discutirlo extensamente y combatiéndolo?
Acaso explane estas ideas en otra parte, donde pueda ef
autor contestar; pero no aquí, donde no tiene posibilidad
de usar de la palabra ni para rectificar.


Afortunadamente puedo escurrirme y tomar, según
mi dilatada costumbre, un tema derivado del discurso,
sin que sea el discurso mismo, haciéndome cargo de la
alusión que ha hecho a las últimas manifestaciones del
presidente de los Estados Unidos, Wilson, 'relacionadas
con el concierto de las naciones.




-- 71 -


No se concibe, en efecto, que se forme la sociedad de
las naciones, sin que entren a formarla todas, grandes o
chicas, poderosas o débiles, y de grado o por fuerza; por-
que las que se quedaran fuera serían las únicas que go-
zaran del privilegio de ser soberanasvy porque si más
tarde se ha de obligar a cada una a que acate la volun-
tad de la mayoría, con más razón se deberá obligarlas
a que ahora se asocien.


Tampoco se concibe que esa Liga se forme sobre con-
ceptos exclusivamente marciales, sin comprender los ad-
ministrativos, económicos, financieros, religiosos, y en
suma, cuantos integran el concepto político, ya que de
la gobernación de los pueblos se trata, porque no sola-
mente estos que menciono son los más eficaces para
provocar los conflictos .guerreros, sino que pueden ser la
sanción o los modos de 'hacer efectivas las sanciones en
que incurran los que falten a los compromisos pacíficos
contraídos.


El organismo que se construya tendrá un carácter
federal, especial y marcadamente soberano, cuya sobe-
ranía 'se lormará con los retazos de soberanía que Se
arranquen las nacíones que entran en su constitución,
las cuales, por eSe solo hecho, cambiarán su derecho po-
litico, hasta el punto de q'!e, según- asegura el señor Pe-
dregal, habrá de preguntarsesa sus Gobiernos a quién re-
presentan, porque ya no se admiten otras representacio-
nes que las de los pueblos; y si nosotros no podemos me-
nos de entrar en esa Liga, y al formarse ha de variar el
derecho político de los pueblos asociados; natural será
pensar que es mejor esperar a entonces para acabar de
discutir los problemas políticos que nuestro nuevo com-
panero plantea, y justífleado estará el que fO no los dis-
cuta ahora.





- '(~-


y, por otro lado, habré cumplido con el deber que
me ha impuesto la Academia, y habré tomado un tema
derivado del discurso, si digo algunas palabras para
contestar a la pregunta que en estos momentos se sale
de los labios de todos, a saber: «Pero ¿con esa Liga, se
acabarán las guerras?»


o hay que despedir a la razón de]". cerebro, o hay
que halagarla pensando que llegará un día en que el
derecho file hará dominante sobre la fuerza. El ser ra-
cional no puede, sin menosprecíarse a sí mismo, renun-
ciar a que predomine en los actos de la vida humana;
pero no puede olvidar que las condiciones de animalidad
tienen tan grande influencia sobre el espíritu, que, se-
gún los casos, le sirven de ayuda, de estímulo, de acica-
te, de complemento necesario, o lo entorpecen, lo retra-
san, lo imposibilitan, y hasta lo aniquilan y anulan;
porque, a la postre, puede seguir funcionando el cora-
zón cuando la razón se pierde, pero no puede esperarse
que deje de latir y siga funcionando el cerebro.


La constante aspiración del hombre a desterrar las
guerras de la vida de los pueblos se ha exacerbado
hasta lo indecible, bajo la impresión que ha producido
la última guerra internacional, de proporciones y conse-
cuencias tan terribles, que la imaginación se resiste a
considerar que haya sido posible su realización.


Los millones de hombres muertos o inutilizados, que
se han sustraído a todo movimiento vital; la riqueza
anulada, que alcanzará cifras tan difícilmente imagina-
bles, como que figurará en ellas. el billón; las escenas
de desolación pfesenciadas, por consecuencia de los in-


..




- 73-


humanos modos de guerrear de que se ha hecho asom-
broso alarde; los monumentos históricos y artísticos
arruinados; las obras públicas destruidas; los pueblos y
territorios arrasados; las propiedades y hogares invadi-
dos; las mujeres atropelladas; la justicia y el derecho
hollados; la soberanía de los pueblos y la libertad de los
ciudadanos, escarnecidos; todo esto, que p~me espanto
en quien no haya perdido el juicio, excita de modo apre-
miante para imponerse como deber inexcusable el de
acabar con las guerras y el de que los conflictos interna-
cionales se resuelvan por procedimientos derivados del
derecho y no belígeros.


Pero ¿permitirán esas expansiones espirituales las
condiciones físicas no menos humanas de la huma-
nidad?


Porque lo que vemos y palpamos en todo momento
yacada paso, es que de la muerte se vive, que no se
vive sino en luch~ constante, en la que se mata por vi-
vir, y que en esa lucha vence siempre el más fuerte,
cualquiera que sea el derecho que proclame y que asista
al más débil.


Veamos esto más despacio.
Narciso Serra, si no recuerdo mal, puso en boca de un


sepulturero estos versos:


Yo estoy por lo positivo
y mis derechos percibo,
porque no hay ley ni hay alcalde
que me haga enterrar de balde,
pues que de los muertos vivo.


Pero esa no es una frase aplicable tan sólo a los se-
pultureros, sino a todo lo que vive y aun a todo lo que




- 74-


es. Cierto que muchos hombres adquieren .por sí mísmoa
riquezas, títulos, honores y personalidades altísimas;
pero aun éstos, y, en todo caso en la regla general, de
lo muerto se vi ve. No.se ostentan de ordinario títulos ni
honores hereditarios, ni se habitan ni disfrutan palacios,
alhajas y propiedades de familia, sino por muerte-de los
antecesores..


Un .trono no se ocupa por dos reyes, sino por uno,
que no lo alcanza si otro no produce la vacante; y las
jerarquías de la milicia, y de los cuerpos especiales, y
de la administración toda, y los cargos parlamentarios y
políticos, todo eso se adquiere o por una muerte civil,
que se llama unas veces cesantía, otras jubilación, otras
descrédito, o falta de condiciones, o lo que sea, pero al
cabo por vacante, y a lo último por defunción. Pasa con
la vida humana lo que con las riadas: para correr éstas
sobre los lechos de cantos, necesitan primero llenar los
huecos, los vacíos, y así también las generaciones que
vienen no pueden marchar si no llenan Antes los vacíos
que dejan las anteriores.


Los descubrimientos, los inventos, la ciencia, en
suma, son los cantos rodados que forman el lecho que
ellas utilizan y por el que ellas corren; pero no sin
rellenar los vacíos o vacantes que dejan los que fueron.


Yno sólo en el mundo animal, sino en el vegetal, se
ve que los restos de las plantas que mueren forman el
humus que a otras alimentan y dan vida. Y aun en el
mundo inorgánico, desde la nebulosa, y después en el
magma ígneo, donde todos los materiales se englobaban,
todas las rocas plutónicas, sedímentariaa o metamórfi-
cas, son transformaciones, que quiere decir cambio de
unas formas por otras; desaparición, en suma, de for-
mas, ~ lo que es lo mismo, muerte. Así es que, como he




75 -


indicado, no sólo lo que vive, sino lo que es, es o vive por
transformaciones o muerte de lo que era o vivía. Esto,
no obstante, es sólo el comienzo de lo que quiero decir,
porque lo importante es-que se mata para vivir, que no
se vive sin eterna lucha, y que en esa lucha la victoria
es del más fuerte.


Me da miedo entrar en razonamientos tan vulgares y
tan conocidos como los que voy a indicar; pero conste
que de enseñar no trato, sino sencillamente de recordar
lo que todos saben, porque conduce a mis propósitos. Se
observa en el reino animal que las especies más fuertes
se alimentan de las más débiles, y, además, dentro de
cada especie, los individuos más robustos hacen lo mis-
mo con los que lo son .menos; y aun el hombre ha pasado
muchos siglos comiéndose a sí mismo, y todavía, si la
necesida~ apremia, sigue haciendo lo propio, con la
agravante de que no sólo come la carne humana muer-
ta, sino que para comerla, si lees preciso, mata, sobre-
viviendo el más fuerte. Así también se come a los ani-


-,


males que lo son menos, y éstos, a su vez, se lo comen a
él si resultan más fuertes en la eterna lucha por la exis-
tencia.


.Los hombres que no saben manejar las armas, ni tie-
nen apropiado desarrollo físico, sólo cuando los trances
llegan a punto de preferir la exposición de la vida a la
pérdida de la dignidad o del honor, dejan de ser mesura-
dos, tranquilos y pacíficos; pero los que tiran las armas
o disponen de gran desarrollo muscular, aguantan me-
nos, tienen la piel más fina y provocan más. Y como los
hombres, las naciones. Las que se sienten débiles tienen
que ser forzosamente más comedidas y soportan más
fácilmente las vejaciones, así como las que se sienten
poderosas, con poco se alarman, de muchísimo menos se




- 76


sienten ofendidas, y por "un quítame allá esas pajas»
desafían o declaran la guerra. La soberanía sólo se hace
eficaz cuando puede mantenerse por medio de las armas,
y la que no tiene éstas, tampoco aquélla; y ya decía. Ma-
quíavelo que los países se rigen por las buenas leyes ...
¡y por las buenas armas! De suerte que no sólo son éstas
necesarias para la vida internacional, sino para la ínte-
ríor; [como que las leyes dejan de tener eficacia sin la
sanción, y para ésta es necesaria la fuerza! No se verá
jamás en la Historia que hayan declarado la guerra los
pueblos pequeños y débiles, sino los potentes y próspe-
ros, para acrecentar su poderío a costa de los debilitados
y menguados.
, Pero con ser cosa ya demostrada el imperio y domí-


nio inexcusables de la fuerza, no es todavía esto lo peor;
lo peor es que no cabe tenerla sin que se manifieste y
actúe. Muchas veces se llega a tenerla con miras a la


'"paz, obedeci-endo al conocido preceptode que nada con-
duce a ella mejor que el prepararse para la guerra;
pero, apenas Ae tiene, empuja con tanto vigor como
si se hubiera creado con miras exclusivamente mar-
Cl\.~l..~~,


Los agricultores de mi tierra llaman llecos a los terre-
nos que no se cultivan, y por extensión, hacen frases muy
graciosas, como la de no querer que se quede lleco el
voto cuando no q~ieren'dejar de votar; pero nadie espe-
ra barbechos ni llecos en las fuerzas militares; al menos
yo no lo he visto sino en casos tan singulares como po-
cos. Y nadie espere que ningún género de fuerzas subsis-
ta de un modo permanente en estado potencial, porque
cuando menos se piense las despertará la vibración
apropiada, haciéndoles estallar. Y en las fuerzas mar-
ciales, ¡ay!, si la vibración no viene a excitarlas, ellas




-77-


irán en su busca para excitarse con su contacto, si son
poderosas, porque si no lo fueran, ¡por necesidad y sólo
por impotencia, dormirían!


y puesto que de acabar con las guerras se trata, y
ellas proporcionan tantas enseñansas sobre el particular,
y la actual por sus gigantescas proporcígnes, más que
otra alguna invita y obliga a pensar en su destierro, ¿por
qué no decir de ésta algunas palabras que demuestren la
importancia de la fuerza, aun modificada por otras fuer-
zas de índole espiritual? Porque las fuerzas materiales
se modifican, acentúañ y subliman por la intervención
de las espirituales; pero la fuerza, por el sólo hecho de
eerlo, se basta a sí misma, y no necesita, para mostrar-
se como tal, del concurso del entendimiento, mientras
que muchas de las manifestaciones de éste quedarían en
la esterilidad más absoluta sin la intervención de la
fuerza. No necesita de ésta la razón para el progreso
.cientíñeo; pero si para el gobierno de las naciones, para
la política, que es la vida de los pueblos, porque sin ella
no puede hacerse efectiva la sanción, por la que única-
mente tiene eficacia el respeto a laley y la obediencia
al derecho. Y en. cuanto se hable de fuerza armada el
valor dala fuerza es innegable.


Para adelantar un ejemplo de aspecto general, bas-
tará que me haga cargo del principio que recomienda
reunir el mayor número ;dé fuerzas "posibles en el "mo-
mento del combate, las cuales perderán, indudablemen-
te, de valor si no se les hace operar sobre lineas interio-
res, y lo' ganarán si operan o maniobran sobre los flan-
cos, y singularmente si amena~an las comunicaciones
del enemigo; pero, al fin y al cabo] las fuerzas espiritua-
les se resumen en la vo~untady las materiales en la masa,
y ésta puede por si sola llegar a ser aplastante, mientras
~




78 -
~-


que la otra, sin el concurso de la masa o de la fuerza,
casi siempre sería estéril en las funciones de guerra.


Para dar mayor flexibilidad al concepto se ha pre-
ferido sustituir la palabra fuerza por la de superioridad,
hasta el punto de que si se conserva la redacción del
principio que acabo de mencionar, realmente en el fon-
do se dice esto: «llevar a la batalla superíorídad.» Y la
tiene el que, a igualdad de las demás condiciones, es BU"
perior en alguna de éstas: dirección, mando, movilidad,
ínlciatívajveloeidad, disciplina, instrucción, armamen-
to, medios de municionarse, y sobre todo, masa, número
de combatientes.


Veamos ahora cómo en la última campaña internacio-
nal, tanto en sus líneas generales como en la bat~lla, ha
oscilado la superioridad, acercándose la victoria a los unos
o a los otros, y cómo al cabo la resolución ha quedado a
merced de la fuerza, estimada como se quiera, pero ha-
ciéndose dominante la del número de combatientes.


Jamás se habrá abierto una campaña con tanta se-
guridad de ganarla y en el espacio de unos pocos meses,
como abrieron la suya los alemanes en 1914. Nunca tan-
tos millones de hombres se han hallado, no sólo movili-
zados, sino concentrados, reuniendo cuantos elementos
puedan desearse y aun imaginarse para dar valor a un
ejército, y dispuestos para desplegarse estratégicamen-
te y entrar desde los primeros moment~s en combate,
hasta el punto de ponerse en pocos días a veinte kilóme-
tros de París. ¡Era, al abrirse, campaña ganada! Pero
Serbia, que se tomaba tan sólo como un pretexto para la
guerra, tuvo en jaque durante muchos meses al Imperio
Austro-Húngaro; Bélgica, con cuyo paso, acaso, se con-
taba y que hubo de ser atropellada porque era el mejor
camino para la victoria, detuvo a los invasores unos días,




- 79-


que le interesaba muchísimo no haber perdido; Inglate-
rra, en cuya neutralidad se confiaba, se hizo beligerante
por serlo Bélgica; Italia, que formaba parte de la triple
alianza y con la que creía contar, se puso de la parte
de sus adversarios; la milagrosa primera batalla del
Mame, en la que para mí se perdió la campaña; la difi-
cultad de formar ejércitos de millones de hombres en In-
glaterra, donde no tenían más que !uerzas navales y la
no menor de hacer lo mismo en Francia con el territorio
en gran extensión invadido; las esperanzas qufhizo con-
cebir la campaña submarina; la revolución de Rusia,
que se temíó que bastara para inclinar la balanza en ta-
VOl' de los Imperios centrales; la exageración de la cam-
pafia su,pmarína, a la cual llevaba la consideración de
que era mejor tener ,un enemígo más, aunque ~uera la
República Norteamericana, que perder intensidad en una
fuerza que se tenia por decisiva, a lo que podía añadírse
que esa república no era probable que fuera a la guerra,
y que si iba no enviaría ejércitos, y si los enviaba llega-
rían tarde, y si llegaban 'no serían aptos para la victoria
y contribuirían al desaatre; la equivocación en este pun-
to,puesto que fueron a la guerra y enviaron millones de
hombres que llegaron a tiempo de combatir, con todo gé-
nero de elementos abundantes y que combatieron como
fuerzas aguerridas; el fracaso de los submarinos, que no
lograron torpedear un solo barco que transportara tropas
cuando se han movido millones de soldados; y tantas y
tantas 'otras circunstancias, favorables unas, adversas
otras, han convertido una campaña ganada en una es·
pantosa derrota, en la que, como siempre, la fuerza que
sobrenada, y fuerza material, es la que vence.


Quiero decir dos palabras; aunque ya reconozco que
esta parte se hace pesada, de la primera batalla del Mar-




- 80
.-


ne, tanto porque en mi sentir tué un acontecimiento de-
cisivo, como porque la batalla decide al cabo las campa-
ñas, y porque es un gran ejemplo de la fuerza que man-
dan los dos conceptos de voluntad y de masa, predomi-
nando la última.


Se ha dicho que Gallieni faltó a la disciplina y debió
ser fusilado, porque su deber consistía únicamente en
defender París. [Nada de eso! Lo extraño no es que se
portara como un gran militar, sino que no se le mandara


'...


hacer lo que hizo: de todos modos, para desobedecer,
habría sido preciso que tuviera la orden de no salir da
París, porque, en otro caso, hizo lo que más convenía a
la defensa que le estaba confiada.


Dejo aparte la máxima de Napoleón, que sefitla como
un deber militar el de acudir resueltamente adonde llame
el estampido del cañón. Así se ganó la batalla de Maren-
go, que estaba perdida, y con ella la Italia; por haber
acudido Dessaíx al llamamiento del cañón, cuando no
tenía órdenes ni necesidad de asistir a ese combate.


Desde el punto de vista de la defensa de París exclu-
sivamente, Gallieni hizo lo mejor, porque siendo el ata-
que la mejor defensa, nadie habría extrañado, sino
aplaudido, las salidas que hiciera durante el. sitio y
cuando el cerco se estableciera, y no se sabe por qué ha
de extrañarse, y no aplaudirse, el que antes del cerco, y
atendiendo a la defensa más eficaz, saliera al campo a
combatir al enemigo. Pero hay más: se estaba dando
una batalla a su vista, que, ganada por los alemanes,
hubiera traído como consecuencia la caída de París,
mientras que si la perdían. se salvaba París, como se
salvó, ;y acaso la Francia. Y fué a la batalla con su vo-
luntad de correr todas las responsabilidades, hasta la de
perder su reputación militar, según aconsejan los gran-




-- 8i-


des capitanes que han gobernado ejércitos, y llevó ai
combate sesenta mil hombres, que no es cantidad des-
preciable, y que necesariamente había de influir ·en la
resolución de aquella cruentísíma jornada.


Pero ¿qué habría logrado ese tan gran militar, si no
hubiera podido disponer de esa fuerza o hubiera llevado
una cantidad de ella insignificante a la batalla? ¡Siempre
la fuerza, la masa, la cantidad de combatientes, a igual-
dad de las demás condiciones, y pudiendo, por si misma,
contrarrestar muchas de las que no sean favorablesl


Hasta ahora, en estas largas ya y pesadas diserta-
ciones, sólo era mi propósito hacer patente lo que la Na-
turaleza y las condiciones de vida humana nos dicen en
punto alb que exigen la lucha por la existencia, y el
valor en esa lucha de la fuerza, entendiéndose bien que
tanto importa que se trate de la vida física, como-de la
comercial, industrial, económica o lo que sea, porque .
para todo género de vida se impone la: lucha, :y'ésta la
gana el fuerte.


Pero las indicaciones qué acabo de haeervreíaeíona- ,
daS'· con la última gucrrll; conducen auna conclusión, tan
lamentable como exacta, a saber: que la victoria se ha
inclinádo más o menos hacia unos 11 ·ótros· beligerantes,
segun Ias'"eircunstanclas qneInterventan 'en uno u otro
sentfdo;peró qué durante cuatro años, más parecía que
aCáticiab~ a los imperios centrales que a sus contrarios,
y que eriese~áéfode tiempo, 1011 hermosos conceptos


-de justicia, derecho, soberanía de las nacíones y líber-
tadd.e los ciudadanos han rodado áinipulsOB del que apa-
recía eomo vencedor, yque se habrían'vestido con los


.ropajes, cortados á/la moda y al estilo d~Aleina;riia, si
it9t8))o))}e1'3 sido la victoriosa. S610'cuando fuerzas espi-
rituales de la índole de la decisión mas inquebrantable


e




- 82 --


de vencer, del mando único y del excepcional jefe de-
sígnade para desempeñarlo, y, singularmente, c~ndo
las fuerzas norteamericanas desequilibraron el valor
material del número de combatientes, poniéndose la ma-


'yor cantidad de la parte de los aliados con ellas, es cuan-
do aquellos conceptos a que me vengo refiriendo quedaron
a flote. ¿Quién podría decir, sin infantil inocencia, que
las ideás de libertad y democracia habían vencido en
esta lucq.a? Vencieron las fuerzas de que esos grandes


'ideales pudierqn disponer. Si los _contrarios hubieran
vencido, ¡pobre democracia y pobres libertades!


No negaré yo que esos ideales sean de por sí mismos
una fuerza, y que, por serlo, atraen otras; pero si por
eíréunatanclae de cualquiera índole la Iuerza.de las ar-
mas hubtera militado departe de los contrarios, índís-
eutíblemente habrían sucumbido. ¡Siempre la lucha nor-
1113 de la vida, y la' fuerza imponiendo el derecho e ím-,
poniéndose al derecho!


y siendo estos los antecedentes que sirven para plan-
tear exactamente el problema, ¿podrá esperarse que en
lo sueeaívo se sometan a determinaciones de la razón
que se propongan acabar con las 'guerras?


Veamos lo que podrá hacerse para ello.
La Liga de las Naciones. habrá de concretarse con la


formación de organismos determinados, sean del linaje
que se quiera. No discutamos si serán varios: de investi-
gación, de enjuiciamiento y de resolución o uno solo. No
pensemos en si ha de llamarse Consejo, Junta o COSIt pa-
recida; prescindamos de si será tan numeroso que forme
un Congreso deliberante o tan reducido, que venga a ser
esencialmente ejecutivo. Acaso se formen los cuatro po-


. .


deres internacionales de que se viene hablando: legisla-
ticlo, ejecutivo, de justici, y de sanción: ya 19 tenemos




-88


formado, sea el que se quiera; el que resulte de Iíbera-
ciones, que de todo tendrán, menosde fáciles.


Pensar que podria vivir un solo día sin Reglamentos,
Estatutos o Códigos que las ataran, sería puerilidad ma-
nifiesta; y lo mismo diría al que pensara que eS&8 dispo-
siciones podían tener eficacia, si no comprendían loé eoer-
promísos que todas las naciones cOntraían, renunciando
a la libertad de oponerse a lo que se estipulara. Pero no
basta: la eficacia principal estriba en la sanción para
los que no se sometan, y en la posibilidad de imponerla.
y ya nos encontramos con que el organismo no podrá
funcionar sin una fuerza armada de uno u otro género;
pero, en suma, una/fuerza.


I


Porque podrá estipularse el desarme general, o más
bien, la reducción de los armamentos, a lo que se estime
procedente; pero renunciar a las armas, renunciar a la
fuerza pública, es absolutamente imposible, ya porque
acabamos de ver que el nuevo organismo ia neeesíta, ya
porque no pueden pasarse sin ellas las naciones para SU
gobierno interior, si han deo cumplir las leyes, respetar
el derecho y atender a la paz pública en 108 conflictos
que a diario la. perturban.


y teniendo todas las Baoiones ftlel'M8 marciale8, y
ulías inexcusablemente más que otras, ¿no será de temer
la impoéielón< de 108 más fuenes? se- dirá; es cierto, que
ninguna podrá- Sel'yodert1ftJa contra el conjunto de tod38
lasdenYá8; pero ¿1si en determinad8ts circunstancias los
ólut1ft)S intereses agruparan a unas' cuantas, y mejor si
eran las máS podérosaS', de suertecque tuvi~ran prás vo-
tos "1 más fuer., prilft'el'o en 108 acuerdos del o:flganis·
mo, y después, más fUérza armada paraél-cempleo de la
fuerza, que ya hemos visto 10 difícil que es que cuandou
ftO se manifieste, no peligrada la paz?




- 84-


. No pretendo agotar los .rasonamíentoa.vy nadie me
inculpará de tal cosavíendo que, para esta discusión,


-prescindo de un aspecto tan interesante como el que va
envuelto en esta pregunta: «¿La guerra es un malo es
un bien?» Con una arbitrariedad indiscutible acepto la
conclusión de que es un mal, y partiendo de esa base,
sólo me he propuesto significar la. dificultad de desterrar-
la. Termino, pues, como empezaba. Me menospreciaría
a mí mismo si no me sintiera espoleado por el deseó de
contribuir en cuanto consientan mis fuerzas,pequefias o
grandes, al humanitario propósito de acabar en el mun-
do con la guerra: abrigo la lisonjera esperanza de que
eso se logrará; pero esperar es dudar. Cierto que el que
espera la-realización de un suceso confía en que se rea-
lizará conforme a su desec.ipero sin afirmar que así se
realice. Por lo tanto al afirmar, porque esa forma de de-
cir me es más agradable y simpática, que espero la ter-
minación de los estados de -guerra, digo también que
dudo de que las guerras desaparezcan de la ,tierra mien-
tras ella ruede y el hombre. la pise. Hay, no obstante,
otra esperanza que casi borra la duda; la de que las ma- .
sas internacionales y antimilitaristas hicieran imposible,
no ya las guerras, sino la formación de los ejércitos.


¡Y no hablemos nada de si se realizáran las aspira-
ciones de los que quieren la revolución radícalísima im-
puesta por una minoría audaz y violenta, para destruir
cuanto se tiene en el-mundo por fundamental y.respeta-
ble, y por los medios más sanguinarios, más devastado-
res, terroristaa.: yreflidos con toda humana considera-
ción y todo racional consejo! Pero entonces, la guerra
organizada y. temporal se convertiría en otra civil per-
manente y anárquica, en la que cada uno tendría que
defender su hogar ysu vida por cuantos medios le su-




-86-


glera la extrema necesidad. Y entonces claro es también
q~e no habría posibilidad de que existieran orgaliismoB
tan conservadores como el que se trata de crear.


Hay otros conceptos que, según unos, son totalmente
extraños al asunto de que se trata, y, según otros, perti-
nentíslmos. ¿Es que no hay más guerras que las que se
mantienen entre ejércitos organizados y blandiendo o
jugando las armas? No serán tan cruentas, pero si terri-
bles, otras que sin ser de este género son, además de
verdaderas guerras, aunque inermes, causa o pretexto
de las guerras armadas: ~


¿Son, en efecto, para que no se tomen en considera-
eión las guerras industriales, comerciales y económicas
de toda índole? Por de pronto, si de acabar C9,P 1. gue-
rras se trata, ¿cómo no ha de contribuir a ese fin al des-
hacer las causas o los pretextos que pueden motivarlas?


Pero si, ademáe, son guerras, igualmente aniquílades
ras .ycapaces. de produea'. las mayores .venturas,
¿Cómo pasar por ellaala vi8t~.co~o,dístraídos y sin ha-
cer aprecio? . t- .
. _. ,


. Los cañonea de fuego rápido y de !11á~ grueso calibre
no hacentanto daño, aunque no viertan sangre, 'como un
aran~l aduanero o me(fidas.e~s l((1opt_das por
,cierta~ciones en dalio.4e 'otras, y .mucho, más si son
PQderos4s las primeras.y las segundasd,ébiles..


¿En los futuros convenios intel'Pacio~les va a resul-
tar predominante el criterio esEt.Jlcialmente pacifista del
libre cambio, de suerte que cada nacíón'produzca lo que
deba- producir, y dé a los mercados exi~injerQs de todo
el mundo lo que enellos falta a 19s m~ores precios y
que todos den para todos y todos ,e utili~n de lo de to-
dos, o va a triunfar el principio de que 6ada pu.eblo se
baste a sí mísrño, produéjendo en auterrítorío las prime;~




--8&- • ~..T;¡


ral!Í mlleftas de BU industria y las deprimereéecesidad
pata·. alimentación, en previsíón de otras guerr~s" que
eltanto eemo albne1ltar en sus entrañas los gérmenes
de esas perturbaciones guerreras, que ya es una guerra
incipiente? , '


y de otra parte, ¿qué vale desterrar aparentemente
losconflietos marciales si no se destierran otros civiles
y ciudadapos que viven en abierta y eonstante-Iueháf


Acabar eón la guerra no es acabar coalas luchas, de
las que son un caso particular tan interesante como se
quiera, pero una parte del todo, que se debe anular en
totalidad li se pudiera; y en todo caso, en el mayor gra-
do quec0ft8ienta la imperfección humana, que no puede
tenerllonaP llf preteñsíón de reéOlver problemas socia-
les de modo intachable yperteeto,


Así es que, eOll ser tan eonsíderabíe y digno dé'estí-
Tbaeióft. el propósito m!aCabá? eón las guerras, me pare-
ce POCá eIIta pata lo que 1'3 taz6n tiene derecho a pre-
tend~ de nn organismo formado por el concurso de too
.~~. das las nacionalidades del mundo.


:Me parecerá poco. todo lo qUEJ; no sea constituir un
có'njtintD de Estados o Estado de conjunto, representación
ele los mtereses 1tntve~ale$, con miras y procedímíentes
asimismo universales, para -aeabar con lag luehas de
todo linaje; asl aquéllas que estuviera en su mano des-
trui'!' corno J1m 'q'tf6 tan sólo podría mitigar, y como una
de tantas, las que se resuelven por el empleo de Ia8 ar-
mas. Su póder debiera, en mi sentir, éxtenderse hasta
realizar el ideal eentenído en la constitución efe la Repu.
bliéa nortea.me1icana de hacer eflca.zefdisfrute de todos
l~ derechos y"Jfbertades'individuales y colectivos, sin
máB limitación que la que a cada uno imponen las líber-
tadélt Y, les derechos de los demás; y que en el conflicto




87.",~ -:f',*¡
de unos ,~tros se sometan a los del mayor námero o ti..
los de,mayor categoria, porque no puede admitilíe que
.&~.


los derechos y libertades de los menos se impongan a:.I)s
de los más, ni a otros más esenciales, como es el de la
vida, ante el cual todos los otros deben someterse resig-
nados.
~ero ya lo he dicho: estos organismos, con atribucio-


nes más o menos restringidas o amplias, serán pura doe-
.joc


trina si para s,u ejercicio no se apoyan en la fuerza, y
en cuanto lo ~ea ésta, y porque lo es, no dejlj.r,á de ma-
nifestarse como tal y cuando menos se píense, con 1fhes .
que pugnen con los que de ella se esperaran.
s.Y si para acabar con la fuerza es for~o"so. apoya:r:se
en la fuerza, licito será .dudar de fluepuedt acabarse
con la fuerza. . .¡¡


De todas suertes, la última palabra de un optimista
comoyo debe ser para expresarla"confianza de que, al&'
po~e, las ideas y el espíritu-ee impondrán a la mate-
rla; la voluntad regida por la razón, a ~a fuerza; y los
estados d(' paz adorable nfrúctíferos a las matanzas re- .#


"pulsivas de la guerra••
Réstame, para dar por terminado mi cometido, y no


.,; e~teíiderme desmesuradamente, élsaludar al nuevo como
.,,iaJ1er.¿~abriéndole )os bratos y~ dándole la -bíenvenída


en nóin'ttre de la Academia; y, por mi parte, recibirlo
con una mezcla inexplicable de contrariedad y de ale-
gtfa40rque cuando veo que h~e el nút'ero veinte de
Iosque líe apadrinado en actos como éste, pienso en los
muchos años que tengo, y me eqtristece el advertir que
torsosamenta éste será ya el último; tIPo la pena que
me. causa el considerar!o cerca que ~ya mi salida,
se mitiga con el regocijo que experimento al verlo en-
trar, joven ~uny lleno .~ esperanzas. fBien venido sea!