DE LAS POMAS DE GOBIERNO. DE LAS FORMAS DE GOBIERNO Y DE LAS LEYES POR QUE...
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DE LAS


POMAS DE GOBIERNO.




DE LAS


FORMAS DE GOBIERNO
Y DE


LAS LEYES POR QUE SE RIGEN.


OBRA ESCRITA EN FRANCE:S


POR M, H. PASSY
Miembro del Instituto


m


kr1 'I TRADUCIDA AL CASTELLANO POR D. EUGENIO DE OCHOA.


DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA,


Madrid :1871.—Imp. de Bailty-Bailliere.


--K>ivivvvvvvv,c-


MADRID
CARLOS BAILLY-B.A.ILL1ERE


DE LOS SEÑORES DIPUTADOS Y DE LA ACADEMIA DE JURISPRUDENCIA
maitu) DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL, DEL CONGRESO


Y LEGISLACION


Plaza de 'Topete, nám. 8.
Lo% IntES
1 EVA-YOR ,Ints,


J. B. Bailliere é hijo. 11. Bailliere. I
Bailliere hermanos.


187 1 .


Ca




1


INTRODUCC1ON.


Contiene este libro un -estudio de las causas en
que se funda la diversidad de las formas de go-
bierno. Esta diversidad no es cosa nueva : data de
la época misma en que aparecieron las primeras
agregaciones políticas, en que se constituyeron los
mas antiguos Estados, y muchos son los escritores
que han probado á explicarla. Imposible era en
verdad que unas investigaciones en que desde
hace mas de veinte siglos han tomado parte tantos
entendimientos clarísimos, resultasen completamente
estériles, y sin embargo es seguro que no han
dado todos los frutos apetecibles : si hay verdades
que se han puesto en completa evidencia, otras
muchas hay que han dejado en la sombra 6 que
no han conseguido ilustrar mas que con escasas
y dudosas claridades.


En semejante asunto, solo á los hechos, tales
cuales nos lo manifiesta la historia, hay que pedir
las noticias necesarias para el logro de las inves-
tigaciones: esos hechos son el producto, la resul-
tante del juego combinado de las aspiraciones, de las
necesidades, de los sentimientos, de las pasiones,
de los diversos móviles á que obedece la huma-
nidad, ó en otros términos, la expresion mas com-
pleta y real de las verdaderas leyes de la natura-




6 INTRODUCCION.
leza. Desdeñar su observacion, recusar su auto-
ridad , es condenarse á caminar á ciegas, con in-
evitable riesgo de extraviarse.


Tal es, á decir verdad , la falta que mas fatal-
mente ha pesado hasta aquí sobre el progreso de
las ciencias sociales y políticas. En vez de estudiar
al hombre en las manifestaciones mas generales y
mas constantes de su actividad, en vez de pregun-
tar á sus obras lo que es realmente, los más de
los publicistas le han hecho tal cual en su opinion
deberia ser. Desdeñando ó desconociendo las en-
señanzas de la historia, han prestado algunas de
sus inclinaciones mas fuerza que la que en rea-
lidad poseen, quitado á otras una parte de la que
les corresponde , atribuido á alguna de sus aptitu-
des y calidades un predominio demasiado exclu-
sivo, y de esta suerte han salido concepciones por
lo coma inexactas y con harta frecuencia qui-
méricas de datos en mucha parte imaginarios.


Por lo que concierne á las formas de gobierno,
es evidente que los hechos no han sido suficiente-
mente examinados, por cuanto uno hay que, si
hubiese obtenido toda la atencion que le es debi-
da , habria podido por sí solo suministrar informes
seguros y decisivos el hecho es la disparidad per-
sistente y continua de aquellas formas. Vanamente
la civilizacion ha dilatado sus conquistas, vana-
mente ha introducido en la situacion de las socie-
dades mudanzas de cada vez mas considerables ;
lejos de ejercer influencia alguna patente sobre las
maneras de ser de la organizacion fundamental,
no ha borrado ni ha menguado ninguna de las di-
ferencias radicales que las separan, y lo mismo en


INTRODUCCION. 7
nuestros días que en las mas remotas edades exis-
ten repúblicas y monarquías de diversas índoles,
y esto sucede no menos en los paises mas adelan-
tados que en aquellos en que subsisten todavía
numerosas reliquias de la barbarie primitiva.


Lo que sobre todo hubiera debido advertir la
importancia de este hecho y hacerle tomar en
séria consideracion , es lo que hay en él de pecu-
liar á las formas bajo las cuales se constitu ∎ en y
funcionan los gobiernos. Tómense todas las combi-
naciones, todas las instituciones que han producido
los pasados siglos entre los diferentes pueblos, y
no se encontrará una sola que sucesivas modifica-
ciones no hayan venido á acercar á un tipo coman,
á ir trayendo poco á poco á cierta recíproca seme-
janza. Esclavitud, servidumbre del terruño, distin-
ciones de castas y de clases, todas estas institucio-
nes tan inicuas y diversas juntamente, han des-
aparecido ó no tardarán, donde quiera que la
civilizacion progrese, en desaparecer ante un ré-
gimen único, el que funda la igualdad de los de-
rechos. Del propio modo, á sistemas administra-
tivos y judiciales, á leyes civiles y penales, á có-
digos entre los que existian enormes contrastes se
han sustituido otros mas ajustados á las prescrip-
ciones de la equidad, y por lo mismo menos dis-
cordes entre sí. Lo que ha ejercido una grande ac-
cion, lo que mejorando los arreglos que requiere
la vida social los ha hecho mas uniformes, es el
natural desarrollo de los conocimientos humanos
á medida que han ido adquiriendo nuevas luces,
las sociedades discerniendo y comprendiendo mejor
las exigencias de la razon , han ido prestándoles




INTRO DUCCION.


mayor obediencia, y cuanto más se ha ensanchado
el lugar que les han asignado en sus obras, más ha
disminuido la que en un principio habian ocupado
en ellas las singularidades y las semejanzas.


De donde proviene que hasta aquí la marcha
progresiva de la civilizacion no ha ejercido sobre
las formas de gobierno la misma accion que sobre
todas las demás partes de la organizacion social,
y que entre estas formas continúan subsistiendo
diferencias no menos caracterizadas que las que
las distinguian en las épocas mas distantes de la
nuestra. Seguramente un hecho de esta natura-
leza no permite dudar que es preciso buscar su
causa en la accion soberana de leves de un órden
especial; pero ¿cuales son esas leyes? de qué modo
ejercen su accion? es tal su naturaleza que hayan
de conservar en el porvenir toda la eficacia que
tuvieron en lo pasado? Cuestiones se entrañan
aquí de grandismo interés y cuyo exámen, aun
cuando deje mucho que desear, no puede menos
de añadir algo á los conocimientos que necesitan
las sociedades para regular y corregir el curstyde
sus destinos.


o


DE LAS


FORMAS DE GOBIERNO.


CAPITULO PRIMERO.
DE LAS FORMAS DE GOBIERNO Y DE LO QUE CONSTITUYE SU DIFERENCIA.


Antes de entrar en el exámen de las causas de la di-
versidad de las formas de gobierno, tenemos que decir
lo que son para nosotros esas formas, y en qué consis-
ten las diferencias que las separan. Segun ha observado
con razon un escritor moderno, «todavía se está bus-.
cando en nuestros dias una justa clasificacion de las
formas de gobierno, y discutiendo las denominaciones
propias para cada una de ellas ( 1).» Cierto es, é im-
porta no dejar subsistir duda alguna tocante al sentido
que en el discurso de esta obra damos á una palabra
interpretada hasta aquí de muy diversas maneras.


Hay para la humanidad un gobierno primordial, cuyo
tutelar imperio ha soportado en todos tiempos ; á sa-
ber: el de las leyes que le impuso su autor. Estas le-
yes, ejerciendo su accion sobre ella por medio de las
inclinaciones , de las necesidades , de las facultades que
le han cabido en suerte , deciden de las maneras gene-
rales de existencia y de actividad que le son propias;
ellas son las que, imponiéndole la vida colectiva, la de-
terminan á los sacrificios que exige esta vida , y merced
á su omnipotencia se han formado y desarrollado todas
las sociedades que, desde los tiempos mas antiguos, han
aparecido en la tierra.


(I ) La República y la Monarquía, por Dufau. Introduccion, pá-
gina 4 3.




DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


Estas leyes, empero, no se han reservado mas que
una autoridad encerrada dentro de ciertos límites. Ca-
balmente porque han dotado á los hombres de libertad
y de razon, los han obligado á cumplir una tarea junta-
mente necesaria y laboriosa : obligacion suya es pro-
veer á la conservacion de la comunidad de que forman
parte, trazarse reglas de conducta, darse leyes que,
haciéndolos capaces de voluntad y de accion colectivas,
pongan las fuerzas de todos al servicio del interés ge-
neral.


Así, debajo de la alta soberanía, que pertenece á las
leyes naturales , y dentro de los límites que estas leyes
asignan á la libertad humana, empieza otra soberanía,
aquella cuyo ejercicio tienen las sociedades , y de la
que sacan el derecho de obligar á sus individuos y de
obligarse á sí mismas.


Uno de los caractéres de esta soberanía es que, por
mas que en principio resida en el conjunto de los indi-
viduos reunidos en una misma agregacion social , su
ejercicio no puede ser constantemente colectivo. Apli-
caciones tiene que la poblacion en masa no puede ha-
cer; para que sea efectiva, para convertirla en fuerza
activa y reguladora, es forzoso crear é instituir pode-
res que sean sus órganos , que la representen y obten-
gan los medios de hacerse obedecer : á estos poderes va
á parar en cada Estado la porcion de soberanía que la
comunidad está incapacitada de ejercer directamente
por sí misma, y su conjunto es lo que constituye en él
lo que se llama el gobierno.


Otro carácter de esta soberanía es ser cosa hasta tal
punto inherente al cuerpo social, que no hay posibili•
dad para los poderes públicos, bajo cualquier forma y
con cualquier título que funcionen, de apropiársela


CAPÍTULO I. 11


toda entera. En todos los paises existen entre los go-
bernados, sentimientos, intereses, opiniones, volunta-
des, creencias, dotados de una fuerza tal, que imponen
á los gobiernos, no solo ciertas cortapisas, sino hasta
direcciones y reglas. ¡ Y cómo pudiera ser de otra
suerte! Si no es dado á las sociedades subsistir sino á
condicion de someterse á un gobierno, á los gobiernos
mismos no les es dado subsistir sino á condicion de ob-
tener de las sociedades que rigen los elementos de vida,
las fuerzas, los medios de accion que su conservacion
reclama ; por esta razon existen siempre entre los go-
biernos y las naciones sobre las cuales se extiende su
autoridad, ó por lo menos las partes de esas naciones
que dominan á las otras , relaciones de dependencia
mútua , y en la realidad una coparticipacion de la so-
beranía efectiva, que , por mas desigual que parezca,
cualesquiera que sean, en lo concerniente á ella , las
declaraciones de la ley, no puede conducir á dárselo
todo á los unos ó á los otros.


Ha habido en este mundo gran número de Estados.
en que leyes constitutivas han venido á medir y fijar
las partes respectivas. Unos eran republicanos, y no
admitian sino poderes elegidos , renovados , limitados
por la sociedad misma ; otros eran monárquicos , pero
en ellos no podia el príncipe ejecutar un acto de alguna
importancia , echar una contribucion, disponer de nin-
guno de los recursos y de las fuerzas públicas , pro-
mulgar un edicto ó una ley sino con el concurso y
beneplácito de la nacion, consultada en debida for-
ma. Menos visible, menos regular en otros Estados, la
coparticipacion del ejercicio de la soberanía , no era
menos por eso en ellos una realidad , y vanamente se
buscarla un gobierno que no haya tenido que contar




1
DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


con otras voluntades fuera de la suya , y no se haya
visto forzado á inclinarse ante su supremacía.


Ahí tenernos Estados completamente autocráticos: en
ellos el monarca es la ley viva , y posee un derecho ab-
soluto sobre las personas y las cosas: libertad completa
tiene para decretar matanzas y confiscaciones, para sa-
crificar á sus pasiones, á sus caprichos del momento,
todo lo que considera un obstáculo para su satisfaccion:
tradiciones de lo pasado, leyes escritas, prescripcio-
nes religiosas, nada de lo que fascina y subyuga los
ánimos se ha omitido para consagrar su autoridad, san-
tificar su persona y desprenderla de toda responsabi-
lidad delante de los hombres. ¡ Pues bien ! en estos mis-
mos Estados , la omnipotencia de la corona no es en el
fondo mas que una ficcion menda.: multitud de fuer-
zas vivas la tienen en jaque y le trazan insuperables lí-
mites. Ni los próceres, ni los ministros del culto, ni
los soldados, ni el pueblo están dispuestos á soportarlo
todo de su parte; hay intereses, creencias, máximas,
simples prácticas, cuyo desprecio no consienten , y
cuando el príncipe lo olvida , las insurrecciones vienen
á recordarle que su soberanía no es completa , y que al
lado, encima de ella, subsiste otra que tiene sus horas
de despertar, y nunca se deja reducir á la nada.


Hay más, y la historia lo acredita ampliamente : en
ninguna parte la autoridad está sujeta á tantas debilida-
des y sacudidas, en ninguna parte está menos al abrigo
de peligros y desastres que en los Estados en que se
halla concentrada toda entera en manos del príncipe.
Lo que tiene de excesivo y monstruoso se convierte en
contra de los que están investidos de ella; conjuracio-
nes palaciegas , revueltas populares, sediciones milita-
res, los amenazan con frecuencia, y para destronarlos


CAPITULO


13


ó matarlos es para lo que recuperan los gobernados la
soberanía de que parecian haber abdicado. Cualesquiera
que sean los preceptos de la ley, las máximas preconi-
zadas y admitidas , siempre queda una esfera donde se
refugia la soberanía nacional , y de la que sale sedienta
de venganza cuantas veces se la ataca en ella.


Pero si es imposible que las sociedades se resignen á
soportarlo todo, tampoco es posible que no cedan , por
lo menos en parte , á esos mismos poderes, el ejercicio
de la soberanía: aun en los mas pequeños Estados, el
pueblo no puede estar permanente en la plaza pública,
y arreglar por sí mismo todo lo que atañe á sus intere-
ses; forzoso le es elegir mandatarios , organizar un go-
bierno que le reemplace , y en gran número de casos
tome la iniciativa: el Estado no tardaria en perecer si
así no fuera. Los negocios tienen sus exigencias; algu-
nas surgen inopinadamente y reclaman soluciones in-
mediatas; otros, ocasionados por las relaciones con los
países extranjeros, reclaman negociaciones complica-
das y secretas, y fuerza es que los gobiernos decidan y
obren por su propio impulso. Sin duda tendrán un dia
ú otro que dar cuenta de los motivos de sus determina-
ciones , y que correr la responsabilidad de los errores
ó de las faltas cometidas; pero no por eso habrán de-
jado de hacer sin conocimiento ni beneplácito de sus
comitentes verdaderos actos de soberanía , y actos en-
tre los cuales podrá haber algunos que comprometan lo
porvenir , y cuyas consecuencias será ya imposible
evitar.


Así , en todos los Estados se reparte el ejercicio de la
soberanía: la porcion de esa soberanía que no retienen
las sociedades mismas , pasa por necesidad absoluta á
los poderes que las rigen ; y la desigual magnitud de las


1




DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


porciones dejadas á esos mismos poderes es lo que
constituye la diferencia de las formas de gobierno, bajo
las cuales existen y funcionan las sociedades. Partiendo
de los Estados en que su propia porcion es la mas con-
siderable , hasta aquellos en que es la mas reducida , las
formas de que se revisten son de cada vez mas diver-
sas, y no hay gobierno particular cuya forma no se
modifique cada vez que la porcion de soberanía de que
tiene derecho á usar aumenta ó se reduce.


Igualmente seria exacto,
decir que la suma de sobera-


nía efectiva, de libertad política, cuyo ejercicio conser-
van las sociedades, es lo que decide de la forma misma
de los diversos gobiernos , porque, en efecto, de esta
suma depende directamente la que resta para los go-
biernos mismos.


Ahora, ¿cómo clasificar las diferentes formas de go-
bierno? Lo primero, en dos categorías separadas por
una distincion fundamental , la que los hace republica-
nos ó monárquicos. Lo que caracteriza á los gobiernos
de forma republicana, es que emanan en su integridad
de la eleccion : entre los poderes cuya reunion ofrecen,
no hay uno solo cuyos titulares no sean designados y
nombrados por el todo 6 por una parte del cuerpo so-
cial , y que en ciertas épocas no deba volver á los que
le han conferido, y dar ocasion á nuevas colaciones.
Bajo esta forma de gobierno, las sociedades conservan
y ejercen la soberanía constituyente ; es decir, la sobe-
ranía en la medida mas lata en que su uso puede ser
colectivo.


Lo que distingue á la forma monárquica es que no
deja mas que en parte á las sociedades el ejercicio de la
soberanía Constituyente. Hay en el gobierno un poder,
y es el primero de todos, que vive y funciona á título


CAPÍTULO I.
puramente hereditario. El nacimiento le confiere ; la
sociedad ha investido con él al titular actual , y con él
investirá del propio modo á su sucesor : las transmisio-
nes se efectúan en un órden regular, ó por la ley, y
que obliga á los gobernados á aceptar el jefe que ese ór-
den les da.


Tales son las dos formas bajo una ú otra de las cuales
están constituidos en la actualidad los gobiernos de las
naciones mas florecientes. Y no porque no puedan
existir y hayan con efecto existido otras ; lejos de eso.
Estados ha habido en que la potestad real era electiva;
pero no podia conferirse fuera del seno de una misma
familia : los ha habido en que el príncipe estaba en liber-
tad de designar él mismo su sucesor; pero estas combi-
naciones no han resistido á las necesidades producidas
por el progreso ascendente de .1a ciy ifizacion , y en
nuestros dias , Europa y el inundo americano que ha
poblado, solo contienen monarquías y repúblicas ; es
decir, Estados en que subsiste una potestad real heredi-
taria, y Estados en que no existe ningun poder político
que no sea de designacion nacional.


Despues de la diferencia radical que establece entre
las diversas formas de gobiernos el ejercicio ó el aban-
dono por los gobernados de la soberanía constituyente,
vienen todas las que resultan de la desigualdad de la
medida segun la cual concurren esos mismos gobernados
a las decisiones legislativas, contribuyen á administrar
justicia, en una palabra, participan en la direccion de los
negocios públicos. Es. tal el número de estas diferencias
que siempre ha sido imposible aplicar á las formas de
gobierno que particularizan denominaciones suficiente-
mente características.


Consideremos varias monarquías : lo que tienen de




16 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
comun es la existencia en el Estado, de un poder con-
fiado á un jefe que se posesiona de él por derecho de
nacimiento, pero ¡ qué de diferencias en la naturaleza
y extension de ese poder ! Si hay monarquías en que
el príncipe, exento de todo freno, dispone á su arbitrio
de la vida y la hacienda de todos, las hay tambien en
que, súbdito de la ley, solo disfruta de una autoridad es-
trechamente limitada : la nacion tiene mandatarios que
concurriendo con él á todas las decisiones, á todas las
medidas de interés general, forman en realidad parte
integrante de un gobierno cuyos actos serian nulos si
no hubiesen obtenido su aprobacion. Y entre estas dos
especies de monarquías, ¡ cuántas otras hay en que las
prerogativas de la corona no son ni tan latas ni tan re-
ducidas! Cuantas son las monarquías, tantas son las for-
mas de gobierno entre las cuales establece diferencias
mas ó menos sensibles la diversidad de las porciones de
soberanía efectiva cuyo ejercicio se reserva la nacion
para sí.


Por lo que respecta á las repúblicas, jamás han exis-
tido dos de constitucion enteramente idéntica. Lo que
de semejante tienen, es que en todas, la nacion, ó por lo
menos una parte de la nacion, nombra ella misma las
personas á quienes está confiada la alta direccion de los
negocios; lo que tienen de distinto es la suma de poder
ejecutivo de que están investidas esas personas. Así, al
paso que algunas repúblicas no han admitido á su frente
mas que simples consejos, renovados varias veces cada
ario, obligados á tomar al menor incidente nuevo el pa-
recer del pueblo, otras han vivido bajo el mando de
jefes elegidos por vida , dueiios de distribuir numerosos
empleos y de hacer en los más de los casos prevalecer
su voluntad. Seguramente estas repúblicas en nada se


CAPÍTULO 1. 17
parcelan entre sí, y todo era diferente en las formas
bajo las cuales, una vez constituidas, operaban sus go-
biernos.


Otro punto de notar es que el poder constituyente,
el derecho de elegir sus gobernantes, cualquiera que
sea su importancia, no basta para asegurar á los que
gozan de él una ancha parte en la administracion de los
intereses públicos. Soberana el dia en que compone su
gobierno, una nacion puede al siguiente encontrarse
de nuevo en tutela y forzada á obedecer decisiones dic-
tadas sin su concurso. Esparta con sus Moros, Venecia
con su Consejo de los Diez, las repúblicas de Italia,.
cuando concedian el seiiorío á un personaje encargado de
apaciguar las discordias intestinas, sufrian una sujecion
Completa ; en cambio, una nacion puede admitir el de-
recho hereditario al trono y permanecer sobra de sus
propios destinos : tal es el caso en las mas de las monar-
quías llamadas parlamentarias ó constitucionales. Allí
la resolucion última en todas las cosas pertenece á la
nacion misma ; ella es quien , representada por manda-
tarios de su eleccion , discute y vota las leyes, regula
los servicios públicos, fija el importe de los gastos y de
los ingresos, y sea cual fuere la pompa de que esté ro-
deado, el príncipe no puede resistir mucho tiempo á las
voluntades que ella manifiesta , y que siempre tiene
medios de hacer prevalecer.


Ya lo vemos : el ejercicio de la soberanía se presta á
infinita variedad de combinaciones, y de aquí, en las
formas de gobierno, diferencias tan numerosas , que
siempre ha sido imposible clasificarlas y denominarlas
todas.


Más aun : las formas de gobierno se han considerado
bajo diversos aspectos , y hasta el presente ha sido uso


FORMAS D1 GOBIERNO-2




18 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
casi general clasificarlas en tres categorías , con arreglo
al número de las personas á quienes pertenecia el ejer-
cicio de la potestad soberana, siendo los antiguos los
que han formado regla en este punto, cometiendo un
error, inspirado en cierta manera por las particulari-
dades de su estado social. Los antiguos consideraban la
esclavitud como cosa necesaria y legítima, y esta creen-
ci iniluia poderosamente en sus concepciones políti-
cas: á sus ojos , la fuerza era soberana , y los que la
poseian tenían derecho de dictar sus voluntades al resto
de sus conciudadanos; de aquí tres formas de gobierno,
cuyas denominaciones provenían de la cifra respectiva
•de los gobernantes y de los gobernados, de los señores
y de los súbditos del Estado. Aquellas tres denomina-
ciones eran la monarquía ó el reinado de uno solo, la
aristocracia ó el reinado de los menos, la democracia ó
-el reinado de los más, formas cuya degeneracion en-
gendraba la tiranía , la oligarquía , y la demagogia ó la
oclocracia. No es esto decir que estuviesen acordes la
práctica y la teoría, y que en los mas de los Estados no
existiese una cierta mezcla de esas formas, mezcla que
por lo connin los publicistas recomendaban como el
medio mejor de prevenir los abusos á que daba márgen
el predominio exclusivo de una de ellas; pero la idea
que se formaban los antiguos del origen y esencia de la
soberanía, no les permitia admitir que hubiese que con-
siderar en lo concerniente á ella, cosa que no fuese el
número de los que se repartian su posesion y ejercicio.


Cierto que no hay Estado en que la reparticion
los derechos políticos no sea un hecho de grave impor-
tancia. Al entregar el mando á un número mayor ó
menor de individuos de la comunidad, este reparti-
miento influye notablemente en la direccion impresa á


CAPÍTULO I. 19
dos negocios públicos, y es raro sobre todo que no
tenga por efecto asegurar á intereses de clase una pre-
ponderancia excesiva; pero de ningun modo indica lo
que ante todo caracteriza y distingue á los gobiernos,
el grado de independencia y de potestad soberana que
legítimamente les pertenecen. Y tan cierto es esto, que
las monarquías y las repúblicas pueden pasar de la con-
•icion aristocrática á la condicion democrática , ó de
-esta á aquella, sin que el cambio afecte en nada á la
constitucion ni á las prerogativas del poder ejecutivo:
basta para que así suceda, que el derecho de participar
-en la formacion y composicion de las asambleas legis-
lativas se extienda ó se restrinja entre las poblaciones,
quedando I yor lo demás en el mismo pié que antes to-
das las cosas , en cuanto se refiere , por una parte , al
alcance efectivo de aquel derecho, y por otra , al prin-
cipio, á la manera de existir, á la extension de las atri-
buciones del gobierno.


Por mas defectuosa que fuese una clasificacion que,
arrancando únicamente del número de los hombres en
posesion de derechos políticos, no atendia en lo mas mí-
nimo ni á la importancia de esos derechos ni á la medi-
da de accion libre y soberana abandonada á los gober-
nantes, no por eso ha dejado de estar mucho tiempo en
favor, y aun hoy los más de los publicistas continúan
admitiéndola. Desde fines del siglo xvn , sin embargo,
empezaron á formularse ideas nuevas ( 1 ). Locke declaró


( 1 ) Ocioso seria recordar aquí las cuestiones suscitadas, con ocasion
de la soberanía, antes y en el transcurso del siglo xvi. Los escritos
de Filmes, de Hobbes, de Suarez, de Hoffmann , de Buchanan , ma-
nifiestan que no entraba en los ánimos la idea de que la soberanía
pudiese ser compartida, ni que su ejercicio pudiese dar márgen á
acomodamientos que regulasen los derechos de los Príncipes y de los




20 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
que la autoridad real tiene limites naturales, y que hay
casos en que el pueblo está en el derecho de resistir á
lo que en ella pudiera haber de injusto y de violento (1).
Montesquieu fué quien haciendo en su definicion de la
naturaleza de los tres diversos gobiernos , la parte de
las monarquías en que uno solo gobierna, pero por me-
dio de leyes fijas y establecidas, abandonó la clasifica-
cion antigua , para crear otra nueva , mucho mas con-
forme con la realidad de las cosas ( a). Sin embargo.,
pueblos. Tres sistemas se presentan en primer término: uno que
atribuyendo al Príncipe la soberanía del derecho divino, no le hace
responsable de sus actos mas que ante Dios, y quiere que sea obede-
cido, so pena de pecado para los que se resisten á sus mandatos; tal
es en el fondo la doctrina de Bossuet , preconizada en su política sa-
cada de la Santa Escritura. Un segundo sistema hace de la soberanía
del Príncipe una copcesion cuya necesidad ha reconocido el pueblo, y
que ya no puede invalidar ni recoger. El tercero, por último, arran-
cando de la misma nocion, admite, no el derecho de restringir la
autoridad (lel Príncipe, sino el de darle muerte cuando abusa de ella.


(P) Tratado sobre el gobierno civil (Treatise on civil gobernment).
(2) Montesquieu no ignoraba que solo hay leyes fijas y establecidas


allí donde el Príncipe no tiene poder ni para hacerlas ni para cam-
biarlas por sí solo, y por consiguiente allí donde la nacion interviene
en el establecimiento de las leyes á que obedece, leyes que obligan al
Príncipe, á la par que á ella misma. Este es realmente su pensamien-
to, que transpira en las mas de las páginas del Espíritu de las Leyes,
y señaladamente en aquellas en que se trata de las leyes que forman
la libertad política en sus relaciones con la Constitucion.


Por lo demás, es de advertir que el recuerdo de los tiempos en
que las leyes no podian imponer nuevas cargas ni alterar las leyes
fundamentales sin el concurso de los Estados generales, duraba toda-
vía en Francia. llabíasele visto revivir en multitud de escritos de los
últimos años del reinado de Luis XIV, y cuando el parlamento anuló
el testamento del rey, fué prueba de que todavía estaba admitido en
principio que á la nacíon misma quedaba reservado, por lo menos en
ciertos casos, el derecho legal de participar en el ejercicio de la po-
testad soberana.


CAPÍTULO 1.
lieeren es el primer escritor que, rompiendo por com-
pleto con la influencia de las tradiciones de la antigüe-
dad, ha mostrado que lo que diferencia á los gobiernos
es la naturaleza de sus relaciones con los gobernados;
es decir, la suma de soberanía efectiva que les toca en
parte (1).


Preciso ha sido entrar en algunos pormenores sobre
el punto de vista en que se han colocado los antiguos
para definir y clasificar las formas de gobierno. Solo
.una cosa, empero, importa aquí , y es que se sepa bien
cuál será en el discurso de este libro el sentido anejo
á esta expresion , que se reproducirá con frecuencia
ahora bien , este sentido, que ya se ha explicado, es el
siguiente: Por las palabras forma de gobierno entende-
mos la forma que, para un gobierno, resulta de la me-
dida de independencia asegurada por una parte á su
existencia y por otra á sus actos. Es evidente que (le
esta medida depende la de la soberanía efectiva , cuyo
uso conservan las sociedades, y que seria igualmente
verdadero decir que la forma de un gobierno resulta de
la medida segun la cual la sociedad que rige participa
en su composicion y en el ejercicio de los poderes de
que está investido, ó si se quiere de la medida de liber-
tad y de accion política de que se halla en posesion la
sociedad que rige.


Ahora , ¿por qué razon las sociedades humanas no
tienen igual participaqion en su propio gobierno? ¿Por
qué en unas hay poderes emanados todos de la eleccion,
y en otras un principado, una monarquía hereditaria?


( 1 ) lleeren.
lieber der character der desposticben verfassung


und der staals verfassung ueberhaupt.
2.° Beber die entrichtung, der ausbidoung uní! die praktichen


•.einfluss des politischen theorien in dem neuern Europa.




1
DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


¿Por qué no concurren todas en igual medida al esta-
blecimiento de las leyes y á la fiscalizacion de los actos
que importan á su suerte? Tales son las cuestiones que'
vamos á examinar, y si nos es posible á resolver,


CAPITULO II.


CAUSAS DE LA DIVERSIDAD DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


La naturaleza de las disparidades que presentan las.
constituciones políticas indica con bastante claridad
dónde debe encontrarse su origen. En todas partes la
tarea de los gobiernos es laanisma: mantener la paz y
la union en el seno de los Estados que rigen, asegurar
su defensa contra los ataques del extranjero ; tal es esa
tarea , y si todos los gobiernos no la llenan bajo condi-
ciones de existencia y fuerza idénticas , natural es con-
cluir de aquí que esto consiste en que no en todos los
Estados es igualmente sencilla y fácil. Tal es, con efecto,
la realidad de las cosas. Los Estados distan mucho de
parecerse entre sí; extension, configuracion de los ter-
ritorios, cantidad, origen, espíritu, tendencia de las po-
blaciones que contienen , todo entre ellos difiere y si
los hay que no tienen que luchar mas que contra flacos
gérmenes de division y de ruina ; otros, por el contra-
rio , resisten con dificultad á la accion disolvente (le los
que abrigan en su seno : esto es lo que diferencian ne-
cesariamente la forma bajo las cuales funcionan los go-
biernos. Cuanto menos se prestan á la vida colectiva los
elementos cuya asociacion tienen que conservar, mas
laboriosa es su tarea, y mayor suma de independencia,.


CAPÍTULO II. 23
estabilidad y fuerza propia necesitan para cumplirla.


Imposible seria, en efecto, que pudiese subsistir una
agregacion social si los que de ella forman parte con-
servasen sobre sus destinos mas accion que la que com-
porta el grado de armonía y conformidad de que son
capaces. En este caso, los disentimientos acabarian por
adquirir una violencia completamente subversiva: á las
rencorosas animosidades que suscitan, se agregarían las
que provocasen las contiendas políticas , y en breve co-
munidades que la flaqueza de la autoridad central deja-
rla fraccionarse en partidos enemigos unos de otros,
llegarian á la impotencia de mantener su unidad nacio-
nal ; por eso hay en cada Estado, en razon del carácter
y de la intensidad de los motivos de discordia que en sí
encierra, una parte mayor ó menor de soberanía elec-
tiva que las poblaciones no pueden retener sin compro-.
meter la paz pública , y esa parte la abandonan á su
gobierno, necesidad que se les impone por sí misma , y
que siempre que la desconocen no tarda en serles re-
velada por el progresivo vuelo de los males inherentes.
á las disensiones intestinas.


Pocas sociedades hay bastante mal compuestas para
que no puedan participar en cierta medida del ejercicio
de la potestad legislativa ; menos todavía hay que lo es-
tén bastante bien , para poder reservarse en toda su la-
titud el ejercicio de la potestad constituyente. Y es por-
que de todos los actos de soberanía nacional , la eleccion
de los gobernantes -es la que vivifica y desarrolla más
todos los antagonismos existentes. Trátase , para cada
uno de los partidos, qué intereses contrarios ponen en
pugna, de apoderarse de la direccion (le los negocios
públicos, del derecho de dictar su voluntad á los de-
más, de apropiarse los beneficios del mando, y de sa-




DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


car de él los medios de conservarle, y de aquí conflictos
que no termina la decision de las mayorías del momen
to, por cuanto los vencidos no se resignan á una der
rota , ile la que esperan rehacerse en breve; antes bie n
ponen todo su conato en desconceptuar y perder en la
opinion á un gobierno enemigo, y con harta frecuencia
los tropiezos y apuros que logran suscitarle, le retlu
cen á la impotencia de llenar su cometido. Ni es esto
tollo: allí donde las magistraturas y los cargos públicos
emanan todos de la eleccion, son objeto de codicias,
tanto mas ardientes cuanto mas ensalzan á los que las
obtienen ; y á las causas naturales de desunion se agre
gan las que produce el choque de las ambiciones priva
das. Investiguemos por qué tantas repúblicas florecien
tes al principio han sucumbido víctimas de desórdenes
que las dejaban indefensas, y encontrarémos la venia
dora razon de ello en los engrandecimientos que reali
zaban. Cada adquisicion territorial producia dos efectos
igualmente perniciosos: por una parte aumentaba el
número de las causas de division ya existentes , y por
otra , aumentando la importancia de las altas funciones
de gobierno, imprimía á las rivalidades personales un
grado mayor de violencia y encono.


Considerando las cosas en toda su realidad, lo que en
todos tiempos ha diferenciado las formas de gobierno es
lo que los Estados mismos tenian entre sí de diferente
Cuantos eran los Estados, tantos eran los cuerpos po
líticos cuyos elementos constitutivos no eran en todos
ni igualmente homogéneos ni igualmente conciliables, y
tal régimen que , en un Estado, hubiera bastado ám
pliamente para la conservacion del Orden y la m'ion
habría sido impotente en otro para atajar la marea cre
ciente de una anarquía destructora.


CAPÍTULO ft•
Desde los tiempos en que se formaron los primeros


Estados aparecieron formas de gobierno en extremo
desemejantes , efecto de las diferencias que se realiza-
ron en la composicion misma de aquellos Estados. Unos
extendieron á lo lejos sus conquistas, y fundaron vas-
tas dominaciones ; otros se engrandecieron menos ó se
contentaron con pequeños territorios , y pronto las
constituciones políticas fueron no menos varias que las
situaciones. Los grandes Estados , los que contentan
poblaciones diversas en origen y lengua , que una na-
cion victoriosa habia sometido y mantenia bajo su yugo,
se habrian desmembrado si la autoridad central hu-
biese estado sujeta á fluctuaciones; por eso se sujetaron
al cetro de una dinastía real cuyos jefes fueron árbi-
tros de imponer su voluntad á todos.


No sucedió así en los pequeños Estados , donde la
unidad nacional no tenia que temer ningun choque hos-
til: allí la renovacion de los poderes públicos no oca-
sionaba sino agitaciones poco peligrosas, y el sistema
electivo se mantuvo ó acabó por prevalecer. Y no fué
Únicamente en la clasificacion de los gobiernos en dos
categorías bien deslindadas en lo que tuvo grande in-
fluencia el grado de cohesion de las poblaciones reuni-
das bajo una misma direccion , mas tambien en lo que
tiene de flexible y modificable la forma peculiar á cada
una de esas categorías. No todas las repúblicas atribu-
yeron á los miembros de la comunidad una accion
igualmente frecuente, igualmente decisiva en la eleccion,
las resoluciones y las obras de los caudillos que eleg,ian;
tampoco las monarquías todas abandonaron á los prín-
cipes , á quienes dejaban sucederse á título heredita-
rio, prerogativas de igual latitud. En todos los Estados,
el espíritu que animaba á los gobernados, el mayor




26 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
menor concierto de que eran capaces en la vida polí-
tica, ejercieron grande influencia en la parte de sobe-
ranía, cuyo uso conservaron ó adquirieron.


No quiere esto decir, sin embargo, que los Estados
hayan tenido constantemente la forma de gobierno me-
jor ajustada á su situacion : las cosas de este mundo no
se compaginan con tanta regularidad, y es raro que las
de la política no dejen algo que desear. La razon es
muy sencilla ; los Estados experimentan numerosas
mudanzas, sus fronteras no son inmóviles , adquieren
ó pierden territorios; las levaduras de divisiones, cuya
actividad tienen que temer, aumentan ó disminuyen,
así en número corno en intensidad, y el régimen esta-
blecido no se modifica con tanta rapidez como los he-
chos con que debiera estar en armonía. Lo que princi-
palmente opone obstáculos es el espíritu debido á las
instituciones en práctica: sea cual fuere la parte de so-
beranía cuyo ejercicio les legara lo pasado, ni los go-
bernantes ni los gobernados consienten en abandonar
nada de ella, y por lo comun se necesitan largas luchas
para llegar á un nuevo repartimiento. Hay, sin embar-
go, para cada Estado, un límite á los extravíos que pue-
de admitir en punto á organizacion gubernamental , y
lo que Cija ese límite es las crísis revolucionarías que se
producen cada vez que se pasa de él , y que, cuando
nada se hace para atajar su corriente , acaban por sem-
brar irremediables males y hacerse destructoras.


Así se sostienen en los diversos Estados formas de
gobierno que , sin ser siempre exactamente las que
exigen las circunstancias del momento, no se apartan
de ella, sin embargo, lo bastante para ser impractica-
bles; solo que no en todos los Estados son esas formas
igualmente propicias al incremento de las prosperida-


CAPÍTULO II. 27


des sociales. Lejos de eso: desde las que mayor accion
soberana dejan á los pueblos, hasta aquellas que no les
dejan ninguna, todas llegan á ser de cada vez mas com-
presivas , y las hay realmente opresoras; pero considé-
rese bien la cuestion y se reconocerá que si existen
malas formas de gobierno es porque hay Estados de
composicion demasiado viciosa para admitir otras me-
jores: tales son los Estados en que chocan entre sí ele-
mentos cuya asimilacion es imposible. Estos Estados
son producto exclusivo de la fuerza, y ella sola puede
hacerlos durar: todos caerian disueltos si el poder que
conserva su unidad no fuese completamente árbitro de
sustituir su propia voluntad á la de aquellos cuyas in-
conciliables discordancias tiene que reprimir y con-
tener.


En todas partes la libertad política tiene por medida
el grado de respeto asegurado á los derechos (le la jus-
ticia y de la humanidad. Las naciones que importen á
otras una asociacion que estas aborrecen; aquellas en
que subsisten leyes cuya parcialidad siembra entre las.
diferentes clases enemistades profundas , no pueden ni
conservarla ni adquirirla en abundante medida : los di-
sentimientos, cuyo peligroso estallido determinaria la
vida pública, las obligan á soportar el dominio de un
amo; duro castigo de las iniquidades que han cometido.
y continúan cometiendo, siendo de notar que á la mag-
nitud de esas iniquidades corresponde el peso de la ser-
vidumbre, que se ven forzadas á soportar. Verdad es
esta cuya prueba se encontrará en los siguientes capí-
tulos.




DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


CAPITULO 111.


DE LAS CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN Á DIVERSIFICAR LA MEDIDA
DE SOBERANÍA CUYO EJERCICIO PUEDEN CONSERVAR LAS SOCIEDADES.


Las circunstancias que deciden la extension de la par-
te que pueden tomar las sociedades, sea en la cons-
titUCiOn , sea en los actos de los poderes que las rigen,
son numerosas y diversas : unas se relacionan con el
grado de fuerza que tienen en si los motivos de desór-
den y de divisiones, á cuya influencia viven sujetas esas
mismas sociedades ; otras con hechos de índole geográ-
fica y territorial. Veamos cuáles son , entre esas cir-
cunstancias , las que hasta el presente han influido con
mas constancia y energía.


Composieion de tos Estados,


Las poblaciones de la misma raza y el mismo origen
se avienen gustosas á la vida colectiva: entre ellas no
subsiste oposicion alguna de costumbres , de espíritu,
de tendencias , y es muy raro que aquellas cuya aso-
ciacion data de lejos no deseen ardientemente conser-
varla. Juntas han defendido el suelo que ocupan ; victo•
rias y reveses, esfuerzos y sacrificios, prosperidades y
desgracias, todo les ha sido comun , y su unidad nacio-
nal recibe de los recuerdos de lo pasado una consagra-
cion que acaba de hacerla cara para todos.


No sucede así con las poblaciones que salen de diver-
sos troncos, y no hablan la misma lengua. Estas tienen


CAPÍTULO Hl. 29
siempre alguna oposicion á vivir en comunidad política;
se miran como extrañas unas á otras ; celosas rivalida-
des las separan, y si las instituciones no limitasen es-
trechamente su vuelo, esas rivalidades traerian en pos
de sí conflictos y choques capaces de imposibilitar el
mantenimiento de la union.


Por desgracia , no hay Estado de alguna extension
que únicamente contenga hombres de la misma pro-
cedencia nacional. Por espacio de largas edades la tier-
ra no fué mas que un vasto campo (le batalla: vana-
mente se buscada en ella un solo punto habitable que
no se hayan disputado sucesivamente razas diversas , y
de los despojos que unas eras otras han ido dejando en
las mismas comarcas, han salido los grandes Estados
modernos.


Nada mas lento que la formacion de las nacionalida-
des nuevas: no se necesitó menos de muchos siglos
para fundar las que, en Europa, nacieron de la mezcla
de las razas germanas con las razas neo-latinas, y, sin
embargo, la obra encontró particularísimas facilidades.
Acostumbradas de muy atrás á la servidumbre civil y
política, las poblaciones que Roma habla gobernado
vieron con indiferencia la llegada de nuevos seiiores, y
estos pudieron ir á establecerse y dispersarse en el
seno mismo de los campos, sin tener que recelar re-
vueltas capaces de poner en peligro su existencia. Esto
fué lo que, mezclando á los hombres de las dos razas,
favoreció su fusion: de su contacto continuo surgieron
idiomas que llegaron á serles comunes , y poco á poco
elementos en un principio refractarios se fundieron en
verdaderos cuerpos de naciones.


La cohabitacion en los mismos puntos del suelo no
habria bastado, sin embargo, á crear aquellos senti--.




30 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
mientos íntimos que la nacionalidad exige sean comu-
nes á todos, si entre los pueblos conquistadores y los
pueblos conquistados hubiesen existido otras diferen-
cias á mas de las de los orígenes y las lenguas. Supon-
gamos que no hubiesen pertenecido al mismo culto, ó
que en su constitucion física hubiesen aparecido dese-
mejanzas fuertemente caracterizadas ; de seguro, no
solo habrian subsistido las antipatías primitivas, mas
habrian adquirido tal vez mayor intensidad.


Así es á lo menos como hasta ahora han pasado las
cosas en todos los países donde, en el mismo suelo, han
vivido pueblos que, á la diferencia de los orígenes,
agregaban las de las creencias religiosas. Sabido es con
cuán implacables odios persiguieron los Españoles á los
Moriscos, vencidos é indefensos, y cómo acabaron por
arrojarlos de las provincias cuya prosperidad labraban
con su trabajo.


Del mismo modo, cuatro siglos de residencia en el
mismo suelo, y bajo un mismo gobierno, no han lo-
grado transformar en compatriotas á los habitantes de
las provincias de la Turquía europea : Cristianos y Mu-
sulmanes , todos han conservado, unos contra otros,
los sentimientos de aversion que los animaban en tiem-
po de la conquista, y los dominadores de Constantino-
pla no tienen enemigos mas irreconciliables, mas dis-
puestos á quebrantar su dominacion que aquellos de
sus vasallos que no profesan el Islamismo.


No son menos fecundas en rencorosos disentimien-
tos las desigualdades de órden físico que la oposicion de
los cultos religiosos. En la América española la dife-
rencia de los colores siembra entre las razas indígenas
y las de procedencia europea interminables discordias:
todo gobierno que conviene á los unos tropieza con la


CAPÍTULO III. 31


enemistad de los otros, y de aquí las mas de las revo-
luciones que se suceden tan rápidamente en unas repú-
blicas, en que el poder, en cualesquiera manos en que
se encuentre, tiene siempre que luchar contra una parte
de la poblacion que rige. La esclavitud no existe ya en
la gran república del Norte de América; los negros son
libres; pero subsiste entre los blancos la opinion de que
sus nuevos conciudadanos son de raza inferior, y por
mucho tiempo los desprecios que les hacen fomentarán
antagonismos de un efecto contrario á la buena inteli-
gencia en la vida pública.


Hoy no quedan ya en Europa mas que muy pocos
puntos donde no esté acabada la fusion de las poblacio-
nes que en ellos se encontraban mezcladas; pero que-
dan muchos donde están reunidas en un mismo haz
provincias cuyos habitantes no tienen (le comun entre sí
mas que la coexistencia bajo una misma autoridad cen-
tral. No es imposible que se mantenga la concordia en
aquellos de esos Estados en que la anexion asegura á
las provincias que la han aceptado considerables venta-
jas, en que esas provincias no forman mas que una pe-
queña parte del conjunto, y no tienen la suficiente im-
portancia para pensar en constituirse, formando Esta-
dos particulares : esto se ha visto mas de una vez , y
especialmente en Suiza , donde cantones de diferentes
procedencias forman una confederacion , cuya conser-
vacion desean igualmente todos los miembros.


No es este , sin embargo, el curso habitual de las co-
sas en los Estados que para engrandecerse se han apo-
derado de paises cuyos habitantes teman su nacionali-
dad particular : todo allí es padecimientos para pueblos
á quienes la fuerza de las armas ha privado de su anti-
gua independencia. Libres eran , se gobernaban á sí




DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


propios , y dirigían á su arbitrio el empleo de sus re-
cursos y de sus fuerzas ; ahora les es forzoso obedecer
á voluntades que ya no son las suyas, derramar su san-
gre por intereses que no son mas que los de dominado-
res extranjeros: hay en esto para ellos una degenera-
clon que los humilla profundamente, y cuanto mas alto
y glorioso era el rango que ocuparon en el mundo,
mas insoportable se los hacen los recuerdos de lo pa-
sado ; así la historia de las anexiones, que acarrean para
los que las sufren la pérdida de su autonomía, ha sido
siempre casi la misma. Siempre se ha visto á los go-
biernos, bajo cuya autoridad pasaban pueblos conquis-
tados , empezar por prodigarles concesiones y favores;
pero tarde ú temprano, revueltas y sublevaciones con-
tinuas les revelaban la inutilidad de sus esfuerzos , y
entonces, á una política cuya ineficacia estaba demos-
trada, sucedia otra enteramente contraria. La sumision
que los miramientos y las muestras de benevolencia no
habian podido obtener, la fiaban los gobiernos á me-
didas violentas y compresoras , y estas medidas no ha-
cian mas que aumentar la energía y la persistencia de
los ódios , cuyos efectos estaban destinadas á prevenir.


Por lo demás , es (le notar que la dificultad de fundir
en un mismo cuerpo político pueblos de razas y nacio-
nalidades distintas, ha ido en aumento á medida que la
civilizacion ha realizado nuevos progresos. En las épo-
cas en que el tornan de las poblaciones vivia bajo el
peso de la esclavitud personal ó de la servidumbre del
terruño, poco le importaba la suerte del Estado en que
corra su triste existencia , y nuevos señores le encon-
traban siempre dispuesto á aceptar su yugo: esto ex-
plica la formacion y la caída igualmente rápidas de los
antiguos imperios de Asia, la facilidad con que Ilórna,


CAPÍTULO III. 33
una vez en posesion de Italia , extendió sus conquis-
tas, la fortuna que alcanzaron los establecimientos de
las pequeñas tribus del Norte en las provincias que ya
no defendian las legiones romanas, la escasa resistencia
que encontraron las expediciones que sometieron á los
sucesores de Mahotna tantas apartadas regiones. El
corto número era el único que tenia interés en recha-
zar unas invasiones que solo á él amenazaban , y una
batalla perdida le dejaba en la imposibilidad de conti-


1 nuar la lucha. A contar desde fines de la edad media,
numerosas mejoras se efectuaron sucesivamente en la
condicion de la mayor parte de las sociedades (le Euro-
pa ; las masas ganaron en libertad y en inteligencia , y
poco á poco el espíritu de nacionalidad se fue desarro-
llando en todas las clases ; así lo atestiguaron , primero
el rompimiento de la Union de Calmar, luego las luchas
que arrancaron la Holanda á la soberanía de España, y
restituyeron á Portugal su completa independencia.


En nuestros Bias , y merced á progresos de una ra-
pidez desconocida en las edades anteriores, el espíritu
de nacionalidad ha adquirido en Europa un grado de
fuerza cuyas manifestaciones han sido mas numerosas
y patentes que en otra época alguna.


Entre los Estados que comprendían pueblos extraños
á la nacion cuya dependencia sobrellevaban , pocos hay
que de menos de medio siglo á esta parte no hayan in-
tentado desmembramientos, sido teatro de guerras in-
testinas ; así (-loanda tuvo que resignarse á la separa-
cion que Bélgica reclamaba á mano armada, y el Aus-
tria ha tenido que dejar á Italia , romper los lazos de
una asociacion aborrecida. Por otra parte , dos veces
Polonia se ha sublevado contra Rusia, y dos veces ha
prodigado su sangre en la esperanza tristemente bur-


roamas DE GOBIERNO.-3




31 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
lada de volver á ser señora de su propio destino. Hun-
gría , despues de haber fracasado en sus primeros es-
fuerzos , se ha aprovechado de las derrotas del Aus-
tria, y fuerza ha sido reconocerle derechos políticos,
que en realidad la constituyen en un Estado, si no sepa-
rado, distinto á lo menos del resto de la monarquía
austriaca (9.


Semejantes hechos muestran cuán raro es que pue-
blos de razas diversas puedan acomodarse á la vida co-
lectiva. Esta vida pesa á algunos de entre ellos , y estos
por lo comun espiar la ocasion de proporcionarse una
distinta y separada ; así es que no ha habido hasta aquí
mas que dos maneras de régimen que hayan logrado
mantener bajo un mismo gobierno á pueblos en parte
enemigos de la asociacion entre ellos establecida : el
uno es el régimen autocrático, y el otro un régimen
que no admite al ejercicio de la soberanía mas que
aquel de los pueblos que, habiendo subyugado á los
otros , tiene grande interés en conservarlos bajo su do-
minio. El primer régimen es detestable; por lo que res.
pecta al segundo, Irlanda y las Bailías , en otro tiempo
dependientes de los cantones suizos , han aprendido á
sus expensas cuán grandes males acarrea para aquellos
cuyos intereses deja á la discrecion de dominadores ex-
tranjeros.


( 1 ) Desgraciadamente, Austria no ha llegado al término de sus agrie ,
tos. Entre los pueb'.os de razas diversas que retiene bajo una mis=j
ma soberanía, reinan profundas divisiones: Alemanes, Galizios, Bol
hemios, todos aspiran á una existencia distinta, y por mas habili-
dad que pueda desplegar el gobierno, tiene que luchar contra di0
cultades casi invencibles, y que Ilegarian á ser:o del todo si una de
las naciones que rige obtuviese en la asamblea central una mayoría
que le permitiese sacrificar á sus intereses propios algunos de los de
las naciones de que se compone la asociacion política.


CAPÍTULO ni. 35
Hasta el presente no ha habido mas que muy pocos


grandes Estados en que haya podido conservarse la li-
bertad política , y es porque no hay uno solo de esos
Estados que, en el transcurso de su formacion , no se
haya tragado territorios cuya poblacion le era extraña
y casi siempre hostil. Las naciones en este punto han
observado la misma política que los gobiernos : todas
han tenido la pasion de las conquistas, todas han con-
tado con orgullo las provincias que hablan sometido á
su soberanía, y muchas hay cuya decadencia ha sido
determinada por la enormidad de los sacrificios que
han hecho para conservar posesiones que lejos de
acrecentar su poderío real, habian llegado á ser para
ellas una fuente de dificultades, de peligros y de ruina.


iNada ha hecho tanto daño á las sociedades humanas
como la pasion de las conquistas , la cual, no solo las
ha puesto en contínua lucha á unas con otras, mas ha
obrado en todas como causa de servidumbre interior.
Si aquellas á quienes abandonaba la fortuna de las ar-
mas perdian su independencia, las otras no conserva-
ban intacta la libertad de que hablan disfrutado : cada
ensanche territorial complicaba su situacion y sus ne-
gocios ; no podian mantener sumisos á. unos pueblos
recien vencidos, sino á condicion de dejar al poder cen-
tral mayor iniciativa y fuerza efectiva , y al cabo se
encontraban delante de gobiernos á quienes habian
dado medios de accion tales, que fácilmente podian em-
plearlos en domar todas las resistencias que encontra-
ban sus voluntades particulares.


Esperémoslo: día llegará en que las sociedades mas
ilustradas se muestren menos ávidas de e n grandeci-
mientos y conquistas. Hoy las de Europa han apren-
dido hasta qué punto la libertad política importa al des-




36 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
arrollo de su bienestar, y no tardarán en reconocer que-
esa libertad no se arraiga en los suelos donde abundan
semillas de discordia. Lo que necesita para durar y
crecer es el apego de los que gozan de ella al vínculo
que los une, y esto es lo que no existe en los Estados
donde viven bajo un mismo gobierno poblaciones entre
las cuales las hay á quienes la fuerza sola puede impe-
dir separarse de las demás.


Diversidad de las creencias religiosas.


En el número de las circunstancias que contribuyen,
á sembrar en el seno de los Estados los disentimientos
mas fecundos en conflictos políticos, figura la diferen-
cia de las creencias y de los cultos. Desde la mas re-
mota antigüedad, donde quiera que se encontraron cara
á cara religiones distintas, ocasionaron disturbios entre
las poblaciones, y en los imperios de la antigua Asia
estallaron largas y sangrientas luchas. Si el politeismo
griego se mostró menos intolerante , en Roma, donde'
existia un sacerdocio oficial, los cultos de origen ex-
tranjero encontraron una vigilancia hostil, y algunos.
hubo cuyo ejercicio se prohibió bajo las penas mas se-
veras. Apareció mas adelante el cristianismo, y la san-
gre de numerosos mártires selialó cada uno de sus pa-
sos : vencedor y triunfante á su vez , el cristianismo
tomó la ofensiva , y los últimos sectarios del paganismo
tuvieron que sufrir ultrajes y crueles persecuciones.


Por pequeiia que sea la desigualdad de las creencias,
no por eso deja de suscitar entre aquellos á quienes se-
para violentos rencores. Durante largas edades , no se
han visto nacer en el mundo cristiano una disidencia,


CAPÍTULO ni. 37
-un cisma religioso que no haya suscitado las mas tre-
mendas borrascas: albigenses , cathares , lollards , hu-
-sitas, todas las sectas que rompieron con la Iglesia es-
tablecida fueron condenadas al exterminio. Llegó el
tiempo en que la Reforma arrebató á la fé romana gran
número de sus adherentes; católicos y protestantes se
despedazaron con furor, y durante mas de un siglo
guerras sin tregua renacientes convirtieron á gran parte
de Europa en espantoso campo de batalla.


Sin duda los hombres se han ilustrado; las hogueras
de la Inquisicion están apagadas; en ningun punto de
Europa volverán á empezar las proscripciones y los
destierros en masa á que en pleno siglo xviii un arzo-
bispo de Saltzburgo condenaba todavía á aquellos de
entre sus vasallos cuya fé no era la suya ; pero no hay
país en que las antipatías , debidas á la diferencia de las


• confesiones religiosas, hayan perdido toda influencia, y
no obren en más ó menos ancha medida, como princi-
pio y causa de divisiones sociales y políticas.


Que así sucede, lo mismo en los paises donde leyes
inicuas coartan la libertad (le conciencia, que en aque-
llos donde uno de los cultos existentes ha oprimido por


•largo tiempo á los demás, cosa es de todo punto incon-
lestable. En el imperio otomano, entre cristianos y mu-
sulmanes, persisten enemistades profundas, y que, ín-
terin no lleguen á sosegarse, reducirán estrechamente
el terreno en que hombres nacidos bajo un mismo
príncipe podrán ser llamados á tratar de comun acuer-
do las cuestiones de órden administrativo ó político.


Seguramente allí los antecedentes han sido de natura.
leza propia á crear una situacion muy tirante ; pero en
?ninguna parte, en Europa, los disentimientos religio-
sos han perdido su antiguo imperio ni cesado de fo-




38 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
mentar gérmenes de discordias y ódios. Hasta en los;
Estados en que la libertad de cultos deja menos que de-
sear, entre los hombres que no pertenecen á las mis-
reas Iglesias, continúan subsistiendo desavenencias , y
en muchos de ellos animosidades y rencores fáciles de.
reavivar.


Véase Francia: de ochenta años á esta parte las le-
yes que la rigen no establecen diferencia alguna entre.
las comuniones cristianas, y pronto liará cuarenta que•
admitieron al culto israelita en el número de los que.
subvenciona el Estado. ¡Pues bien! estas leyes, tan sa-
bias y prudentes, no han logrado extinguir completa-
mente las antipatías originadas de la desigualdad de-
creencias : dos veces , en 1815 y en 1848 , esas antipa-
tías han dado margen en varios puntos del territorio á^
las mas deplorables violencias , haciendo necesaria la,
intervencion de la fuerza pública para desarmar á los,
agresores.


Hechos todavía mas graves atestiguan á mayor abun-
damiento la gran fuerza que conserva todavía'en Eu-
ropa la diferencia de los cultos , y hasta qué punto-
puede oponer obstáculo, aun en nuestros tiempos, á la,
buena armonía que requiere la vida colectiva. Esa di-
ferencia fué la que, en 1830, determinó á Bélgica á.
romper violentamente los lazos que la unjan á holan-
da, la-que en 1847 armó á los cantones suizos unos
contra otros, y la que todavía hoy mantiene en los mas,
de los Estados libres, partidos sobre cuya conducta.
ejercen una influencia frecuentemente excesiva los in-
tereses peculiares á tal ó cual Iglesia.


Seguramente, las pasiones religiosas han perdido.
mucho de su antiguo ardor. Merced á los progresos de
las luces , las costumbres se han hecho mas apacibles,


CAPÍTULO Hl. 39


las ideas han ganado en elevacion y rectitud , y donde
quiera que ha alcanzado el respeto que le es debido, la
libertad de conciencia ha dado resultados tales , que es
lícito esperar de ella frutos cada dia mas benéficos. Yo
hay, sin embargo, que forjarse ilusiones : es difícil á
los hombres comprender que otros hombres puedan
con perfecto derecho no pensar ni obrar como ellos , y
en materias religiosas, sobre todo, el menor disenti-
miento tiene el triste don de conmoverlos é irritarlos:
á sus ojos , no adherirse á la fé que ellos profesan , es,
no solo condenar esa fé , declararla falsa y mentirosa,
sino además hacer un insulto á la razon de los que se
contentan con ella; tal es la queja que los sectarios de
cultos diferentes tienen inevitablemente unos de otros,
queja que muy difícilmente se perdona. Por lo comun,
además las Iglesias á que pertenecen no les recomien-
dan la concordia ; no solo cada una de ellas se cree en
exclusiva posesion de la verdad; mas las hay que , en
vez de limitarse á darse por verdaderas , sientan corno
regla absoluta que , fuera de su gremio, no hay salva-
clon posible, y como no se mira con buenos ojos en la
tierra á los que se considera condenados á la reproba-
cion celeste , natural es temer su contacto, alejarse de
ellos é inclinarse á creer que puede ser meritorio pro-
fesarles algo del Odio que se supone les profesa el mis-
mo Dios, con lo que, no menos naturalmente, á la ma-
levolencia que se les manifiesta corresponden ellos con
iguales sentimientos ; así, en los países en que viven
Juntas creencias opuestas, se ve á las poblaciones divi-
dirse en grupos distintos, en cuyas relaciones entra un
grado de hostilidad , y que en la vida pública están
siempre dispuestos á alistarse bajo banderas contra-
rias.




40 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO
El tiempo hará justicia de las animosidades que hasta


ahora ha engendrado y alimentado la diversidad de
creencias y de cultos. Evidentemente la obra adelan-
ta, y es lícito creer que continuará adelantando; sin
embargo, mientras le reste hacer progresos, que (lista
mucho de haber realizado todavía , fuerza será contar á
las disidencias en materia de fé religiosa entre el nú-
mero de las causas que contribuirán á reducir la me-
dida de soberanía efectiva , que podrán ejercer las so-
ciedades sin peligro para su propia conservacion.


libisentitnientos entre las diversas fracciones del
cuerpo social.


No hay sociedad que no lleve en su seno una causa
de desunion dotada de actividad incesante: esta causa
es la desigualdad natural, necesaria, inevitable , de las
condiciones y de las haciendas. El corazon humano
tiene sus lados malos, y tomados en general , los hom-
bres no están menos dispuestos á ver con desagrado las
distinciones de que carecen que á envanecerse con las
que poseen; así es que no hay clase social en que no se
encuentren á un mismo tiempo la envidia á las otras
clases mas fovorecidas que ella por la fortuna , y el
menosprecio á las que lo están menos : de aquí, entre
las diversas clases de una misma comunidad, desave-
nencias tanto mas caracterizadas cuanto mas difieren
las situaciones respectivas. Al paso que el rico encuen-
tra motivos de orgullo en la magnitud misma de los gas-
tos que solo él puede hacer, el pobre tiene que luchar
.contra el rigor de las necesidades, y es raro que no
..acabe por mirar con ojeriza á aquellos cuya opulencia,


CAPÍTULO III.
ostentad a á sus ojos , le parece casi siempre un insulto
á su miseria.


Es probable que la desigualdad de las riquezas habría
sido menos fecunda en envidias y animosidades si en to-
do tiempo no hubiera tenido otro origen mas que el jue-
go libre v espontáneo de las leyes providenciales; pero
no ha sido así. Las sociedades humanas han tenido todas
que atravesar largas eras de dominacion aristocrática:
nacidas en la ignorancia y la miseria , no les era dado
triunfar de estas plagas sino á condicion de empezar
por dejar concentrarse en un número cortísimo de ma-
nos lo poco superfluo que conseguian sacar de afanes
groseros en inhábiles; así , únicamente pocha elevarse
una clase que nnia á los solaces que exige el cultivo del
entendimiento , los medios de suscitar, de remunerar
los descubrimientos á la sazon mas necesarios al bien
general. Por eso, como tecla dominacion llamada por
los intereses del momento, la dominacion aristocrática
se constituyó fácilmente: en todas partes las costum-
bres eran medio salvajes ; la fuerza lo desidia todo, y
los débiles, expuestos á violencias infinitas, reclama-
ban y pagaban la proteccion de los (pie podian defen-
derlos. Esto fué lo que , ocasionando la division de las
poblaciones en pequeños grupos, colocados alrededor
de los caudillos cuya supremacía aceptaban , hizo sur-
gir aristocracias poderosas y por largo tiempo respe-
tadas. Desgraciadamente , la experiencia atestiguar, que
nunca ha existido fraccion social que , cualquiera que
fuese la índole de los beneficios de que disfrutaba , no
baya usado de ellos en provecho de sus particulares in-
tereses. Las aristocracias no se contentaron con las
ventajas anejas al ejercicio del mando, antes bien se ad-
judicaron todos los derechos, todos los bienes, todos




42 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
los privilegios de que era posible privar á los que vi-
vian bajo su patronato, y poco á poco fué ensanchán-
dose la distancia que los separaba del resto de la comul
nidal. De su lado estuvieron la riqueza y el poder, del
otro la indigencia y la servidumbre , y á la accion de
las causas naturales de la desigualdad de las clases y de
las haciendas , vino á agregarse, para agravar sus efec-
tos , la que producian unas instituciones de cada vez
mas inicuas.


El régimen aristocrático no estaba destinado á durar
eternamente. Su mision , en la época en que se consti-
tuyó, consistia en disciplinar masas todavia incultas, en
formarlas á la vida sedentaria , en acostumbrarlas á ta- i
reas regulares, en asegurar á las artes y á la industrial
los medios de tomar vuelo , que les negaba la pobreza
general; pero esta mision no era de aquellas cuya uti-
lidad es la misma en todas las edades. A medida que
fué produciendo sus efectos , las masas populares fue-
ron creciendo en número, en inteligencia , en habili-
dad para el trabajo , en aptitud para la vida social, y
llegó el momento en que se cansaron de las cargas
que les imponia una tutela , cuya necesidad no sentian
ya , con lo cual empezaron entre ellas y las clases que
las tenian bajo su dependencia luchas cada vez mas
animadas. Pedir á los hombres el abandono de las pre-
rogativas que los levantan por encima de los otros hom-
bres, es pedirles un sacrificio, al cual no saben resig-
narse: á sus ojos , la igualdad es la canta, es la humilla-
cion , y cuanto mayor desden les ha inspirado hacia los
que la reclaman el hábito de ser obedecidos, menos dis-
puestos están á someterse á ella ; así fué que las aristo-
cracias defendieron á todo trance los privilegios de que
se encontraban en posesion : vencidas , no se resigna-


CAPÍTULO 1II.
han á la derrota, y aun allí mismo donde su dominio-
estaba para siempre quebrantado, subsistia en ellas la
esperanza de recuperar siquiera una parte de lo per-
dido. Por lo que respecta á las clases que acababan de
emanciparse, la victoria mas completa no bastaba á
aplacar sus resentimientos : el recuerdo de lo pasado,
duraba en su mente; vejan á sus antiguos señores des-
contentos de las mudanzas ocurridas; encomplacíanse
inquietarlos , en humillarlos , y por ambos lados una
actitud desconfiada y hostil continuaba fomentando ar-
dientes enemistades.


Basta echar una ojeada sobre la historia de la huma-
nidad para pasmarse de la enormidad de los males de
que llegaron á ser origen los ódios de clases. En el
mundo griego y romano, donde la esclavitud (le la mu-
chedumbre no les permitia moverse mas que en el es-
trecho círculo de los hombres libres, esos ódios fue-
ron, sin embargo, la peor de las calamidades: grandes
y pequeños, patricios y plebeyos, ricos y pobres, en-
traron sucesivamente en lucha ; no hubo acto de sobe-
ranía , magistratura, mando que conferir que no los,
pusiesen en pugna, y aquellas repúblicas desorganiza-
das, desgarradas por disensiones que reducian los po-
deres constituidos á la impotencia de llenar su come-
tido, acabaron todas por caer bajo el yugo (le un tirano-
ó bajo el de conquistadores extranjeros.


En el mundo salido de las ruinas del imperio roma-
no, las cosas siguieron próximamente el mismo ca-
mino. En él se formaron poderosas aristocracias, que
oprimieron á cuantos no figuraban en sus filas, y al
cabo estallaron desórdenes, bajo cuyo peso sucumbie-
ron las mas de las repúblicas nacidas en la edad me-
dia: tal fué especialmente la suerte de las que Italia ha-




44: DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
bia visto nacer y crecer: en el origen, la nobleza po-
seia allí la supremacía; la clase media se la arrebató, y
no hizo de ella mucho mejor uso, hasta que atacada á
su vez, fu& forzoso cederla á otras clases de condicion
inferior, y Estados hubo en que, descendiendo de capa
en capa, llegó á la última. Desgraciadamente, cada una
de las revoluciones que la hicieron cambiar de manos
-acarreó nuevas violencias y proscripciones; los vence-
-dores eran inexorables con sus adversarios, y Pm á
poco se fueron hacinando en todas las clases indecibles
rencores, con lo que llegó el dia en que poblaciones
divididas en bandos, igualmente sedientos de venganza,
no pudieron ya gobernarse á sí mismas : la anarquía
extendió sus estragos , y dejaron á uno de sus caudillos
apoderarse del gobierno y fundar una casa soberana.


Entre las repúblicas de Italia , solo Venecia no se re-
sintió de los males inherentes á los rompimientos pro-
ducidos por las divisiones intestinas. Los patricios lo-
graron conservar en toda su plenitud el ejercicio de la
soberanía ; pero jamás triunfo político filé pagarlo á tan
Salto y detestable precio por los que le obtuvieron : so-
-metiéndose ellos mismos á un régimen de silencio y
terror fué corno los patricios quitaron al pueblo todo
medio de probar la suerte de las armas; pero no hubo
.entre ellos uno solo cuya libertad, y hasta cuya vida,
.no pudiese poner en peligro una delacion secreta.


Ni los cantones aristocráticos de la Suiza, ni las pro-
-vincias unidas de Holanda se sustrajeron á las disensio-
nes de que habian sido víctimas casi todos los Estados
libres de Italia. En Suiza , aquellas disensiones no hi-
-cieron mas que provocar frecuentes y peligrosas bor-
rascas; en holanda produjeron la calda de las institu-
ciones republicanas. Descontentas de la subordinacion


CAPÍTULO III.
que les imponian las prerogativas de las corporaciones
municipales, las masas populares se pusieron del lado
de la casa de Orange, ayudándola unas veces á recupe-
rar, otras á robustecer el Statouderado, y al cabo á
convertirle en patrimonio hereditario.


Natural era que los ódios de castas y de clases no
tuviesen en las monarquías tanta fuerza como en las
repúblicas; sin embargo, no dejaron de tener en ellas
grande accion. Esos ódios habian obligado á las más de•
las repúblicas á transformarse en principados heredita-
rios, y obligaron á todas las monarquías , con exccp-
clon de una sola , á transformarse en autocracias. Al
principio en ningun país de Europa habian dispuesto
los reyes por sí solos de la suerte de los pueblos. Asam-
bleas nacionales tomaban parte en el gobierno, y nada
importante se hacia sin su consentimiento; ¡pues bienl
ese régimen no sostuvo los embates á que le expusieron
los ódios de clases. Unas sociedades divididas en frac-
ciones, que habian llegado á ser irreconciliables , no-
pudieron conservar derechos cuyo ejercicio no produ-
cia mas que interminables conflictos, y se dejaron des-
pojar casi sin resistencia.


Hubo más: tal llegó á ser la fuerza de las ojerizas
con que mútuamente se miraban las diferentes clases,
que la corona, siempre que entró en lucha con una de
ellas, pudo contar con la asistencia de las demás. En
Espalia , cuando ocurrió el levantamiento de las comu-
nidades, la nobleza acudió en su auxilio, olvidando que,
con asegurar su triunfo, iba á ponerla en ocasion de
continuar la carrera de sus usurpaciones. En Dina-
marca, por el contrario, la clase media fué la que, acu-
diendo en auxilio de la corona, la ayudó á romper de
un solo golpe todas las trabas que encontraba su auto-




46 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
rifad. Con paso mas lento, pero no menos decisivo,
anduvieron las cosas en Francia : arbitra de servirse ya


•de la clase media contra la nobleza , ya de la nobleza
.contra la clase media , el poder real las tomó sucesiva-.
mente por auxiliares : las asambleas nacionales le opu-
sieron tanta menor resistencia cuanto que llegó á ha-
cerse imposible á los diversos órdenes formular en
ellas resoluciones comunes, y no tuvo otra cosa que
hacer mas que cesar de convocarlas , para que no que-
dase en el Estado mas voluntad que la suya.


Solo Inglaterra, en Europa, logró conservar sus li-
bertades políticas; y no porque la corona no hiciese es-
fuerzos para arrebatárselas; pero como la nobleza no
poscia las inmunidades ni los privilegios que, en las
monarquías del continente, separaban á las poblaciones
en clases irreconciliables, la nacion , menos desunida,
resistió al empuje, y salió con honra de la larga y san-
grienta lucha que le fué preciso sostener.


Tales han sido en Europa las mudanzas ocurridas en
la situacion respectiva de los pueblos y de los gobier-
nos. Entre castas y clases á quienes las leyes no hacian
justicia igual, se encendieron Odios , cuya intensidad no
cesó de aumentar el desarrollo mismo de la civiliza-
clon , y llegó un momento en que sociedades, divididas
en fracciones enemigas unas de otras , abandonaron á
los poderes que las regian la parte de soberanía que la
falta de union no les permitia ya ejercitar sin poner en
peligro la paz pública.


Hoy las cosas han cambiado de aspecto : Europa no
cuenta ya mas que un cortísimo número de Estados en
que todavía subsisten numerosos restos de la antigua
organizacion aristocrática; en los demás, la ley no hace
distincion alguna entre las personas , y la igualdad de


CAPÍTULO 47
los derechos ha llegado á ser la suprema norma. ¿Cuá-
les son los frutos de un régimen en todo punto confor-
me con la equidad ? Libre por fin de toda intervencion
facticia, la distribucion de las riquezas ¿ha cesado de
engendrar animosidades y excisiones tales que haya ne-
cesidad de tomarlas en cuenta en la suma de poder
atribuida á los gobiernos? Veamos cuáles son en este
punto los informes que suministran los hechos menos
contestables.


Tomando esos hechos en lo que tienen de mas apa-
rente, lo que atestiguan es que las diferentes clases so-
ciales ni poco ni mucho se han acercado unas á otras;
lejos de eso , jamás aquella de esas clases cuya existen-
cia estriba principalmente en las remuneraciones seiia-
ladas al. trabajo manual se ha mostrado mas hostil á las
otras , y jamás entre todas han sido mas numerosos y
manifiestos los disentimientos. Acaso tengan en esto al-
guna parte las tradiciones de lo pasado : con las institu-
ciones no desaparecen inmediatamente los frutos que
han dado, y mucho tiempo despues de su cable, se
conservan rastros de sus obras en el estado intelectual
y moral de las naciones sobre las cuales han imperado.
Sin embargo, sea cual fuere la medida en que pueden
ejercer todavía cierta accion ideas y sentimientos naci-
dos y madurados bajo un régimen que ya no existe, la
verdadera causa del mal no radica ahí; otra hay mas
general, unas decisiva, y que por sí sola ha bastado
siempre para engendrarle, alimentarle y difundirle, y
esta hca


om
usa


bres
es


la
la impresion que hace naturalmente en


l s
prójimo, Muy pocospocos hay


de su suei te con la del
rójá quienes no afecte dolorosa-


mente
á


la
otros,


privacion de los bienes, con que ven favore-
cidos y á quienes la inferioridad del lote que




1


48 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
les ha cabido en suerte no disponga á mirar con malos
ojos á los que poseen uno mejor : esto es lo que, en to-
llos tiempos, ha sembrado en el seno de las poblacio-
nes enemistades tanto mas agrias cuanto mas desigual-
mente repartida se encontraba en ellas la riqueza. En
el mundo antiguo, donde los pobres tenian el triste con-
suelo de ocupar un rango muy superior al de los es-
clavos, no por eso dejaron de estallar entre ellos y los
ricos contiendas tan vivas y continuas que acabaron
por arrastrar en pos de sí la ruina de la mayor parte
de las repúblicas. En nuestros tilas, por último, todo se
diferencia en las miras , las pretensiones , las volunta-
des , la política de las clases á quienes separa la des-
igualdad de las condiciones y de las haciendas , y el an-
tagonismo subsistirá más ó menos manifiesto, porque
emana de hechos naturales , y cuya corriente no es
dado á las sociedades alterar, sino so pena de sucum-
bir bajo el peso creciente de incurables miserias.


Que las formas bajo las cuales se muestra en el tila
ese antagonismo no son ya las que presentaba en las
épocas anteriores; que el estado presente de las artes y
de la civilizacion ha modificado su alcance y su carác-
ter, puntos son que patentizaréinos mas adelante: aquí
debemos limitarnos á afirmar que subsiste bastante ca-
racterizado, bastante patente para que sea preciso con-
tinuar incluyéndole en el número de los elementos de
discordia, cuya influencia decide de la latitud de las
concesiones que las sociedades, para vivir en paz, tie-
nen que hacer á los gobiernos que las rigen.


CAPÍTULO III. 49


IV.


Circunstancias territoriales.-11Diversidad de los
intereses locales.


Pocos Estados hay de alguna importancia donde no
estén en lucha intereses del órden industrial, efecto or-
dinario de lo que hay de inconciliable en sus pretensio-
nes. Ávidos de preferencia y de lucro, todos se quejan
de la insuficiencia de la parte que naturalmente les
toca; todos quisieran que el poder los ayudase á au-
mentarla; todos reclaman de él concesiones y favores,
que á ninguno podia conceder sin perjudicar á los de-
más, y de aquí , entre ellos , rivalidades profundas en
disentimientos politicos.


Esas rivalidades, sin embargo, no ejercen en todas
partes una accion igualmente poderosa ; en este punto,
todo depende principalmente de la manera como se ha-
llan establecidos y distribuidos en el seno de los Esta-
dos los diversos géneros de trabajo. Allí donde esos
géneros, á pesar de lo que tienen de especial, están di-
seminados y mezclados en toda la haz del territorio na-
cional, las envidias que los dividen alcanzan escasa im-
portancia polilica ; pero la adquieren grande , por el
contrario, allí donde algunos de ellos ocupan residen-
cias distintas y separadas. En este caso, la aglomera-
cion , la concentracion de intereses de la misma espe-
cie en determinados puntos , produce gravísimos efec-
tos; por una parte, imprime á lo que esos intereses
tienen de natural egoismo un particular incremento de
animacion y de vigor, y por otra, erigiéndolos en inte-
reses de localidad , presta á sus exigencias un carácter


FORMAS DE GOBIERNO.- á




50 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
y fuerzas que las hacen á la par mas exclusivas y mas'
audaces en sus manifestaciones.


Cuanto mas extension tienen los Estados, mas nu-
merosas y vivas son en ellos las enemistades debidas á la
desigualdad de las circunstancias locales. La razon es
muy sencilla : temperaturas, tierras , situaciones geo-
gráficas que difieren notablemente, asignan á las diver-
sas provincias grados y modos desemejantes de activi-
dad industrial, y es difícil que se avengan igualmente a
las mismas reglas: contribuciones , obras públicas, ré
gimen comercial , relaciones exteriores , nada en las
decisiones y los actos de la autoridad soberana los afecta
de la misma manera ; lo que conviene á las unas no
conviene á las otras. Entre aquellas donde florecen las
artes fabriles y aquellas que no son todavía mas que
agrícolas, entre las regiones mediterráneas y las regio-
nes marítimas, entre todas las circunscripciones terri-
toriales que no se emplean en las mismas labores y no
recogen los mismos productos, surgen disidencias que,
si los gobiernos no estuvieran armados de los medios
de atajarles el vuelo, acarrearían en breve excisiones„
capaces de poner en peligro la unidad nacional.


Nada mas raro que un grande Estado donde no sub-
sisten entre algunas de las partes que encierra enemiS,.
tales debidas á la disparidad de las situaciones econO
micas: tal es el caso en el imperio de Austria, en
que esas enemistades se mezclan á todas las que es
paree en el seno de las poblaciones la diferencia de la
nacionalidades y de las razas; tal es tambien en la Gra
Bretaña , donde entre sus agravios de la Inglaterra;.
Irlanda incluye la ruina de aquellas de sus industrias
cuya competencia temia la isla Hermana. En Espaiia,
rivalidades , en parte de origen industrial , dividen


CAPÍTULO tu. 51.


as provincias, y especialmente á Catalulia y Andalu-
cía ; en Francia mismo hay en punto á contribuciones
y á comercio exterior no pocos puntos, sobre los cua-
les los departamentos del Mediodia y del Norte distan
-mucho de haber llegado á entenderse.


En ninguna parte las divisiones que produce la di-
versidad de los intereses locales han sido tan profundas
ni han obrado mas eficazmente que en la gran repú-
blica americana del Norte, y es porque en ninguna
parte existen en un mismo Estado tantas diferencias
entre los climas, las calidades de las tierras, los géne-
ros de produccion , las situaciones geográficas; así, de
cerca de medio siglo á esta parte, no se ha visto que se
plantee allí una cuestion de repartimiento de las cargas
públicas, de régimen fiscal, de soberanía general que
no haya levantado tempestades y puesto á la Union en
peligro. Reservado estaba á la de la abolicion de la es-
clavitud no poder ser resuelta mas que por la fuerza de
las armas: cualesquiera que debiesen ser sus conse-
cuencias, los Estados del Norte nada tenian que temer
de la emancipacion de los negros, y para los del Sur,
por el contrario, no porfia menos de ocasionar la des-
organizacion del trabajo y la ruina de los cultivos que
constituian su prosperidad. Esto fué lo que los decidió
á romper el pacto federal, y á empellar una lucha en la
que han sido vencidos, y justamente vencidos; pero su
derrota no ha acabado con todos los principios de dis-
cordia que la diferencia de los elementos de riqueza
siembra naturalmente en un Estado de enorme exten-
sion, y algunos hay que trabajan ya activamente. A los
Estados del Norte ha pasado el dominio político, y lo
han empleado en privilegiar los intereses que le son
propios: solo ellos tienen grandes intereses fabriles, y




JZ DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
todos , en los arreglos rentisticos que han hecho previa_
lecer, ha tenido por objeto rechazar del mercado inte-.
rior aquellos productos extranjeros cuya competencia.
les impide vender los suyos á un precio exorbitante,
Bajo este sistema , los demás Estados se ven condena-
dos á pagar mas de lo que valen mercancías de que no.
pueden prescindir, y en realidad á pagar un verdadero.
tributo, en beneficio exclusivo de los que han conse-
guido imponérsele ; injusticia flagrante , y que si sub.
siste , llegará á ser tarde ó temprano origen de vivas
peligrosas contiendas.


Hasta aquí ha sido preciso, en la constitucion de 1
gobiernos, tomar en cuenta las fuerzas que necesita.
para mantener la paz entre aquellas de las provincia'
que rigen , en quienes intereses particulares condensa
enemistades respectivas. ¿Sucederá siempre lo mismo.
¿No ha de llegar un dia en que. esas enemistades ceda
ante los progresos de la razon humana? Por poco con,
solador que sea en este punto el ejemplo de los Esta-
dos-Unidos del Norte , no hay que darle demasiada im-
portancia. Un el número de las causas del mal figura la
ignorancia : ella es la que en todo tiempo ha decidido
del grado de influencia de las sujestiones del egoisnao
local : á medida que vaya disminuyendo, las condicio-
nes, las exigencias del bien público se comprenderá'
mejor, y los sacrificios que es preciso hacerle encon-
trarán menos oposicion. Por otra parte , no hay en el
fondo antagonismo real entre los intereses que emana
de las diversas aplicaciones del trabajo, y la justicia co -
todos bastará para convencerlos de ello é ir atenuand
gradualmente pretensiones y envidias mal fundadas. La
obra podrá ser lenta, pero llegará á término, y es li-
cito creer que una de las causas de division, contra las


CAPÍTULO 53
cuales ha sido indispensable armar á los poderes públi-
cos , acabará por extinguirse y desaparecer (1).


y.
Necesidades de la defensa nacional.


En todo tiempo los Estados han tratado de engrande-
cerse, y hartos testimonios da la historia del encarni-
zamiento con que se han disputado las menores partí-
culas del terreno donde acaban sus fronteras; aun hoy,
no hay uno que no tenga que velar atentamente por la
conservacion de lo que ha adquirido: solo que esta ne-


•cesidad no pesa igualmente sobre todos. Algunos en-
cuentran particulares seguridades, ya en la gran suma
de fuerzas de. que disponen, ya en los obstáculos que la


•configuracion ó la situacion del suelo que ocupan opo-
nen á las invasiones, ya , por último, en el interés que
tienen los Estados vecinos en que no sean presa de uno


•de ellos; otros, por el contrario, no pueden contar
para su defensa mas que sobre el acertado empleo de
los recursos militares de que están en posesion.


Hasta aqui , las sociedades , en sus arreglos políticos,


(4 ) Es imposible, en efecto. que la libertad comercial no acabe por
-triunfar en todos los Estados donde la civilizacion avanza con paso
firmo y seguro. Los privilegios industriales, cualquiera que sea el
nombre con que se los decore, constituyen una infraccion al derecho


•comun, y su efecto inevitable es, en primer lugar, el establecimiento,
en beneficio de tinos cuantos, de una contribucion pagada por el
resto de sus conciudadanos, y en segundo la alteracion del curso na-
tural del trabajo y de las riquezas, en otros términos, la violacion
de las leyes, en cuyo respeto estriba el desarrollo mismo de la pros-
peridad social. Estas verdades van adquiriendo de dia en dia mayor
ascendiente, y ya se acerca el momento en que solo encontrarán un
corto número de contradictores interesados en negar la realidad.




54 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
han tornado muy en cuenta los peligros anejos á la/
guerras que tenían precision de sostener,- y cuanto mas.
graves y continuos eran esos peligros , mayores sacri-
ficios hacian á la necesidad de union en los esfuerzos.
destinados á conjurarlos, y mas se ensanchaba la parte
de soberanía efectiva que cedian á los poderes llamados.
á invigilar su defensa.


Así ha sucedido desde aquellas edades en que se for-
maron las primeras asociaciones políticas : todas ellas.
entonces no consistian mas que en pequeñas comunida-
des, en tribus ó dans , entre los cuales la lucha era in-
cesante , y que una sola derrota pocha reducir á la des--
truccion ; de aquí una forma de gobierno cuya genera-
lidad atestigua hasta qué punto emanaba de las mas im-
periosas exigencias de la época. Cada tribu ó clan obe-
decia á un caudillo investido de la suprema autoridad;: •
pero ese caudillo era elegido por ella misma entre los.
individuos de una misma y sola familia ; así resultaban,
conciliadas dos necesidades. igualmente distintas : una,„
que el mando no cayese en manos incapaces de ejer-
cerle; otra, que las transmisiones á que daba ocasion,
no fuesen bastante libres para abrir á numerosas rivali-
dades una palestra en que pudiesen producir entre sí.
luchas demasiado violentas.


Despues de este régimen aparecieron otros mas di-
Tersos, pero cuyas mas marcadas disparidades tuvieron,
por causa principal la desigualdad de los peligros naci-
dos para los diferentes Estados de las guerras que te--
nian que sostener: así las grandes dominaciones de que
el Asia llegó á ser teatro no tardaron en convertirse en.
monarquías absolutas , y es porque el pueblo que las
habia fundado, al imponer su yugo á pueblos vencidos,.
tenia, no solo que luchar contra los enemigos de fuera,.


CAPÍTULO ru. 55


mas contra las revueltas de sus propios vasallos : pode-
res divididos habrían dejado introducirse el desórden en
sus filas , y fnéle preciso someterse él mismo á un do-
minador. En los más de los pequehos Estados prevale-
ció, por el contrario, la forma republicana : compues-
tos por lo general de una ciudad y de algunas aldeas, la
poblacion que contenían encontró detrás de las mura-
llas de su capital seguridad suficiente para no tener que
temer que un ataque enemigo las sorprendiera inde-
fensa, y naturalmente quiso gobernarse á sí propia.
Esta revolucion , sin embargo, no fué general : en el
mundo helénico, ni el Epiro, ni la Macedonia , pasaron
por ella ; siempre en lucha con las razas bárbaras que
poblaban sus fronteras, obligados á rechazar correrías
que no les daban un punto de respiro, aquellos Estados
no podian durar sino á condicion de estar siempre so-
bre las armas, y continuaron pidiendo á casas reales
caudillos investidos de un mando continuo.


Las transformaciones políticas fueron numerosas en-
tre los antiguos , y casi siempre se verificaron bajo la
presion de circunstancias militares. Lo que decidió á
las tribus de la Judea á constituirse en monarquía fué.
el temor de sucumbir en sus luchas con sus vecinos:
batidas y amenazadas de caer nuevamente en servidum-
bre, reclamaron la creacion de un poder bastante con-
centrado, para imprimir mayor unidad á sus esfuer-
zos, y á pesar de la oposicion del sacerdocio, al go-
bierno de los Jueces sucedió el de los Reyes.


Del propio modo, en Sicilia la invasion de los ejérci-
tos de Cartago ocasionó mudanzas importantes en la.
constitucion de la mayor parte de las ciudades de ori-
gen griego : en ellas la autoridad se concentré en ma-
nos de los generales encargados de velar por la cortina




116 DE LAS FORMAS DE comEallo.
seguridad. Siracusa , aun despees de la batalla de
meres , aceptó la soberanía de Gelon, y hasta el dia en
que Roma la sometió á sus leyes, fué casi sin interrup-
clon gobernada por tiranos.


Casi el mismo curso siguieron las cosas en la edad
media y en el mundo moderno. Guerras continuas
contribuyeron poderosamente á extender los poderes
atribuidos á los príncipes y á constituirlos en defi-
nitivamente hereditarios. Lo que prueba hasta qué
punto las mudanzas realizadas eran necesarias , es la
impotencia en que se vieron aquellos de entre los gran-
des Estados que conservaron la corona electiva, de re-
sistir á las armas de sus vecinos ; todos perecieron ó
tuvieron que renunciar á su antigua autonomía.


So pena de ruina , los Estados tienen que buscar las
fot mas de gobierno mas adecuadas á asegurarles la de-
fensa contra los ataques de fuera, y por lo comun hay
para determinarlos á ello una fuerza decisiva, la que
pertenece á los ejércitos llamados á derramar su san-
gre en los campos de batalla.


Naturalmente , los ejércitos reciben de la particular
manera de existencia que les es propia el espíritu que
aplican á la apreciacion de las cosas del órden político.
Todo, en el duro cometido que tienen que desempeñar,
contribuye á infundirles el respeto á la subordinacion
y á la disciplina : la guerra es para ellos una imponente
y segura escuela. Todo allí se mueve bajo el impulso
de una voluntad suprema ; si esa voluntad encontrase
resistencia , si las órdenes que de ella emanan no fue-
sen ejecutadas sin reserva ni demora , no solo se com-
prometería el éxito de las operaciones, mas tambien el
honor y la salvacion de todos. Cosa es esta que sabe el
.último soldado, y no hay dia en que no tenga ocasion


CAPÍTULO
de aprenderlo; por eso cuesta trabajo á los ejércitos ad-
mitir que el buen órden pueda existir allí donde los
poderes tienen que sostener luchas frecuentes contra
los partidos que tratan de derribarlos, pareciéndoles
que los gobiernos, siempre expuestos á ataques, á in-
sultos que no consiguen reprimir, merecen por lo me-
nos una parte de los cargos que se les dirigen, y en to-
dos los casos no están á la altura de la tarea que tienen
que desempeñar.


Por otra parte , y tambien esto es muy sencillo y
natural , al talento, á las prendas que mas brillan en la
guerra es á lo que los ejércitos conceden la preeminen-
cia: los que la vida administrativa y política pone de
relieve no les parecen de un órden tan meritorio, ni
creen que basten por sí solos para crear un titulo á las
mas altas funciones del Estado, y nunca ven sin pena
que se confie á hombres que no poseen otros, y hasta
cuyo nombre suele serles desconocido, una autoridad
que da derecho á exigir su obediencia y á decidir las
cuestiones que los interesan.


Hasta aqui no hay ejemplo de que los ejércitos se ha-
yan adherido firmemente á los gobiernos que concep-
tuaban demasiado débiles para conducir con energía las
cosas públicas. Entre las enseñanzas de la vida militar
y el espectáculo de los apuros, bajo cuyo peso se do-
blegaban poderes disputados por partidos enemigos
unos de otros, existía una contradiccion que los asom-
braba y confundia , y si se cometian violencias, si 0.a-
naba tert eno la anarquía, era fácil á cualquier caudillo,


eunna empresa
de su confianza , arrastrarlos á favorecer


pr revolucionaria.
Los sentimientos, las ideas que animan á los ejérci-


tos , no se confinan exclusivamente en sus filas: por lo




58 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
comun , las poblaciones en cuyo seno se reclutan estos,
comparten aquellos sentimientos y aquellas ideas , y en
tanto mayor medida cuanto mas hombres cuentan que
han servido bajo las banderas. Nada hay, por otra par-
te, que tanto afecte á las masas como los resultadcs de
las luchas con el extranjero, y tanto cuanto se enorgu-
llecen con las victorias alcanzadas sobre el enemigo del
momento, tanto se sienten humilladas por las derrotas
sufridas ; en términos de que vanamente un gobierno,
bajo el cual se suceden los reveses, será la emanacion
directa de sus voluntades, pues siempre aplaudirán su
caida y contribuirán á ella.


Nada hay en estos asertos que no tenga en su apoyo
la verdad histórica. En todas las épocas, en Europa, se
ha visto á los ejércitos abandonar á los gobiernos redu-
cidos á la impotencia de conservar el órden en lo inte-
rior, y á la generalidad de las poblaciones asociarse
y aplaudir las revoluciones de que ellos eran instru-
mento: así pasaron las cosas en Roma. A la vista de las
escenas de matanza y corrupcion de que el Foro 'labia
llegado á ser teatro, los soldados perdieron todo res-
peto á las instituciones que les dejaban el campo libre,
y no escucharon mas que la voz de aquellos de sus ge-
nerales que se sabian dueños de su confianza. Suce-
sivamente los de Mario y los de Sila trataron á Roma
como ciudad conquistada : lo propio hicieron los de
César, y mas adelante las legiones que, despues de la
batalla de Accio , prestaron á Octavio las fuerzas (le-
gue tenia necesidad para reinar solo y fundar el im-
perio.


A contar desde la edad media hasta nuestros días, se-
mejantes sucesos se producen con frecuencia ; primero-
en las repúblicas italianas que , desgarradas casi todas.


CAPÍTULO in. 59


por interminables disensiones , acabaron por caer bajo
la dictadura de caudillos militares, que las transforma-
ron en principados hereditarios para sus descendientes;
luego en Dinamarca , amenazada de ruina por las vio-
lencias de los partidos en lucha. Los ejércitos habian
sido derrotados , el enemigo sitiaba á la capital; los sol-
dados y el pueblo acudieron en auxilio de la corona , y
un acto de fuerza vino á cambiar el régimen existente,
á hacer hereditaria la monarquía , y desgraciadamente
tambien á añadir á las inmunidades necesarias al cum-
plimiento de su mision , prerogativas que la emancipa-
ron de toda fiscalizacion y de todo freno.


En la mas grande y floreciente de las repúblicas de-
Europa fué donde los hechos tomaron el curso mas fe-
cundo en enseñanzas. En Holanda, las libertades repu-
blicanas prevalecian en tiempo de paz , y se amengua-
ban ó sucumbian en tiempo de guerra : á los ojos de.
los soldados, de los marineros y del pueblo, un gobier-
no compuesto de personajes civiles no podia imprimir-
á las fuerzas militares la vigorosa direccion que recla-
man las luchas con el extranjero, y bastaba un revés
para poner el colmo á su descontento, que es lo que
sucedió cuando los ejércitos de Luis XIV invadieron el.
territorio nacional. Por todas partes estallaron suble-
vaciones y entregaron la suprema autoridad á Guiller-
mo de Orange, el cual, habiendo llegado á ser rey de-
Inglaterra, murió sin dejar hijos, con lo que empezó
una nueva era republicana, á que puso término la.
guerra de la sucesion de Austria. Con este motivo so-
brevino una nueva revolucion restablecióse el esta-
touderado en todas las Provincias Unidas, y bajo con-
diciones tales, que la Holanda tomó puesto en realidad.
entre los Estados monárquicos.




tO DE LAS FORMAS DE GOBIERYO.
Sabido es lo que sucedió en Inglaterra y en Francia


durante las revoluciones que transformaron momentá-
neamente aquellos Estados en repúblicas: sobrevino la
anarquía, y los ejércitos prestaron su apoyo á los actos
de fuerza, que entregaron los destinos nacionales en
manos de unos caudillos, á quienes dejaron árbitros de
<disponer de ellos á su albedrío.


No queda ya en Europa mas que una sola república
.en pié, y es tambien la única que ha debido á ventajas
de situacion de un órden muy especial la posibilidad de
prescindir de tener ejércitos regulares y permanentes.


-Protegida por sus montañas, y mas aun por el interés
-que ponian las potencias limítrofes en que no cayese
'bajo la dependencia de una de ellas, la Confederacion
:suiza, desde hace mas de tres siglos, no ha tenido que
pelear por la defensa de su territorio. La invasion fran-
cesa de 1798 no se relacionaba con ningun proyecto de
conquista duradera , y despues, como antes , ha podido
dispensarse de mantener en pié las fuerzas militares,
-en cuyo sostenimiento estriba principalmente la seguri-
dad de los demás Estados.


Sucede con las necesidades de la defensa nacional lo
mismo que con todas aquellas con que tienen que con-


. tar las sociedades en sus arreglos políticos. Todo Es-
'tado á quien su situacion impone el deber de estar cons-
tantemente dispuesto á hacer respetar sus derechos y
-su territorio, acabarla por sucumbir si no dispusiese
de ejércitos acostumbrados á la disciplina , avezados á
las maniobras y prontos á entrar inmediatamente en
.campaña : ahora bien; tales ejércitos tienen ante todo
necesidad de confianza en la energía y habilidad de los
,poderes á que obedecen , y siempre que esos mismos
poderes llegan á la impotencia de conservar el órden y


CAPÍTULO ni. 61
la paz en lo interior, los menosprecian y desean su.


caida.
Gobiernos ha habido á quienes el temor de ver á los'


ejércitos tornárseles hostiles, ha conducido á reducir su
cifra á menos de lo que exigian las necesidades de la
defensa nacional; esto es lo que hizo el patriciado ve-
neciano, despues de haber perdido á Candía y la Mo-
rea ; solo conservó un puiiado de soldados, reclutados
entre las tribus semi-bárbaras de la Dalmacia , merce-
narios á quienes bastaba pagar puntualmente para no
tener nada que temer de ellos. Esta política dió sus fru-
tos : Venecia desarmada se encontró á merced de suce-
sos cuyo curso se habla puesto en la imposibilidad de-
modificar; llegó el momento en que la Revolucion fran-
cesa convirtió á Italia en vasto campo de batalla, y Ve-
necia no pudo prestar la menor ayuda á aquella de las.
dos potencias cuyo triunfo importaba á su seguridad;
así se vió abandonada de ella, y no tuvo mas recurso
que inclinarse humildemente ante el terrible fallo que
la condenó á muerte política.


Igual falta cometió la nobleza polaca. La adhesion de
los soldados á Sobieski la habla enseñado que no seria
imposible á un rey victorioso encontrar en sus filas el
apoyo que necesitase para realizar vastas reformas y
reconstituir una monarquía hereditaria ; así usó de su
soberanía para amenguar cada vez más las fuerzas
puestas bajo la direccion de la corona. Vanamente las
invasiones de Cárlos XII de Suecia, y mas adelante las
de los Rusos , pusieron muy de manifiesto los peligros
de la situacion; Polonia continuó indefensa, conser-
vando apenas algunos regimientos mal organizados: ar-
senales, fortalezas, artillería , todos los medios de re-
sistencia al choque de las potencias vecinas le faltaron




DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


el dia del combate, y no bastó el valor heróico de los
levantamientos en masa para libertar á la nacion del
mas desastroso de los fines.


VI.


Extensiou territorial.


Entre las circunstancias á que se ha atribuido una
-cierta accion sobre las formas de gobierno, ninguna se
ha mencionado tan frecuentemente como la magnitud ó
•extension misma de los Estados. Era opinion muy cor-
riente entre los mas de los publicistas de Grecia que el
régimen republicano no pocha florecer y conservarse
mas que en las ciudades donde la poblacion no pasaba
de cierta cifra, opinion que los modernos han adoptado
en general , y á que Montesquieu , entre otros, ha
prestado el apoyo de su alta autoridad. u La propiedad
natural de los pequeños Estados, dice el ilustre escri-
tor, es ser gobernados á modo de república, la de los
medianos vivir sometidos á un monarca , y la de los
grandes ser dominados por un déspota.» La verdad es
que este aserto tiene en su abono el menos recusable de
los testimonios, el de los hechos consumados. Con efec-
to, solo los pequeños listados han conseguido hasta el
presente atravesar una larga série de siglos bajo poderes
de delegacion nacional ; los otros no lo han logrado, y
entre los mas grandes se cuentan muy pocos que no se
hayan visto reducidos á aceptar el yugo de un señor.
Las razones que han decidido en este punto son senci-
llas y fáciles de comprender.


En el órden general, á la extension de los Estados
Corresponde el grado de energía de las causas de des-


CAPÍTULO ni. 63


composicion que encierran en su seno. La fuerza es la
que ha creado los mas extensos •. entre la mayor parte
de los pueblos á quienes ha reunido bajo un mismo go-
bierno, no existe ninguna afinidad, ninguna simpatía
natural, y aun de ordinario, el contraste de los oríge-
nes, de los idiomas, de las tradiciones y de las costum-
bres , de las creencias y de los cultos, los dispone á
aborrecerse mútuamente, siendo muy raro que entre
ellos no haya algunos que aspiren á separarse de los
demás. Y no es esto todo : cuanto mayor terreno ocu-
pan los Estados, mas se diferencian en ellos los climas,
los suelos, las situaciones geográficas, y mas gérmenes
de envidias siembra entre las diversas provincias la dis-
paridad de los medios de trabajo y de produccion. Así,
en !os grandes Estados se encuentran á granel las cir-
cunstancias mas fecundas de disentimientos sociales y
politiCos, y esos Estados no vivirían mucho tiempo si
la autoridad que los rige no tuviese su razon de ser y
sus medios de accion mas que en las voluntades cuyo
antagonismo es preciso que pueda contener. Al imperio
de las necesidades que emanan de circunstancias de ór-
den material , se agrega para imponerles en cierta ma-
nera la forma monárquica, la influencia ejercida por la
extension territorial sobre el espíritu que aplican las
poblaciones al uso del derecho de constituir ellas mis-
mas todos los poderes públicos.


En todas partes el ardor de las ambiciones se pro-
porciona á la altura misma del fin que les es lícito al-
canzar. Si no hay Estado donde la dominacion no des-
pierte codicias, nada hay, sin embargo, en los peque-
ños, capaz de suscitarlas muy vivas : las ventajas ane-
jas á la posesion del poder son medianas; negocios poco
importantes de que tratar, unos cuantos empleillos de




671 DF. LAS FORMAS DE GOBIERNO.
que disponer, tal es el lote del jefe del gobierno, y por
lo comun este lote no suscita entre los que se le dispu.
tan pasiones muy fogosas; pero no es esa la situacion
de los grandes Estados. Allí el que llega al primer pues.
to tiene mucho para sí y puede mucho para los demás:
los negocios cuya direccion le pertenece sun de bas-
tante importancia para asegurar la celebridad de su
nombre ; los empleos, las dignidades de que dispone
son numerosos , y están suficientemente retribuidos
para crearle ámplios medios de influencia personal.
Nombradía, poder, clientela considerable, ninguna de
las satisfacciones que los hombres anhelan con mas em-
peño le falta, y es raro que un puesto que las proporcio-
na con abundancia no desencadene, cuantas veces llega
á vacar, rivalidades tempestuosas, y aun terribles.


Si todo, en los grandes Estados , tiende á agravar el
choque de las ambiciones en pugna, todo en ellos tam-
bien tiende á fomentar en el seno de los pueblos las
mas enconadas excisiones , efecto inevitable de las con-
secuencias que acarrean para los diversos partidos las
victorias y las derrotas, por cuanto no es solo la admi-
nistracion de los negocios públicos lo que se disputan
los partidos, sino la cosecha de los beneficios reserva-
vados á los que consiguen apoderarse de ella. Cuantio-
sos emolumentos, toda clase de recompensas empiezan
á ser el patrimonio de los vencedores; los vencidos, ó
lo pierden todo, ó no esperan conseguir nada, y de
aquí resulta que cada vez que el poder pasa á nuevas
manos, una multitud de existencias sufre dolorosas
perturbaciones. Cierto que las irritaciones nacidas de
la discordancia de las opiniones y de las aspiraciones
políticas son muy vivas; las que provocan las heridas
y los padecimientos del interés personal lo son mucho


CAPÍTULO III. 65
más todavía: ellas son las que reavivan sin tregua las
contiendas intestinas , impelen á los partidos á las mas
violentas empresas , y mantienen entre ellos guerras á
muerte.


Otro efecto produce la extension territorial, en que
importa parar la atencion. Los pequelos Estados tie-
nen la ventaja de que nada de lo que pasa en ellos que-
da ignorado del público : los negocies allí son sencillos;
los hombres mismos son conocidos, y rara vez y por
poco tiempo se extravía la opinion. No sucede lo mismo
en los grandes Estados: los negocios, sobre todo los
que nacen de las relaciones con los países extranjeros,
exigen en ellos, para ser bien comprendidos, luces que
solo pdsee la minoría. Por otra parte , el valor real de
los hombres políticos no es apreciado allí sanamente
sino por los que lo ven de cerca, y por lo comun la
masa del público no preve lo que producirán las deci-
siones que le compete tomar. ¿Qué resulta de esto? Que
obra bajo el imperio de las impresiones del momento,
juguete de las mas falaces apariencias, y por poco que
un accidente inesperado venga á conmoverle, se le ve
variar bruscamente de parecer, y pasar en sus ideas y
determinaciones de un extremo á otro. En los Estados
de grande extension es un mal gravísimo la movilidad
de las opiniones: no solo esa movilidad priva á los po-
deres del apoyo necesario al logro de sus obras , mas
emancipa á los partidos del único freno capaz de atajar
sus arrebatos : cualesquiera que hayan sido sus culpas,
autorizándoles á contar con una pronta vuelta del favor
popular, los deja libres de no consultar en sus actos
mas que los intereses que le son propios, y de obede-
cer ciegamente á las rencorosas pasiones que los ani-
man unos contra otros.


FORM&S DE GOBIERNO.-5




06 DI LAS FORMAS DE GOBIERNO.
Visto está ; los grandes Estados son naturalmente los


que tienen que luchar contra las causas de d esorganiza-
cion mas numerosas y activas. A aquellas de esas cau_
sas que radican en la diferencia original de las pobla-
ciones y en la divergencia de los intereses particulares
á las localidades , vienen á agregarse otras que se deri-'
van de la alta importancia de las ventajas inherentes al
ejercicio del poder, y esto es lo que en el mundo euro-
peo no ha permitido su conservacion sino bajo forma
de gobierno que aseguraban á la autoridad central una
ancha parte de independencia y de soberanía efectiva.


Es observacion de Montesquieu que para conserva
en un Estado los principios del gobierno, es precisó
mantener este Estado en la grandeza que tenia ya;.
atendido á que cambiada de espíritu si se redujesen
se ensanchasen sus límites. Lo que es seguro es que el
grado de aptitud de las sociedades á gobernarse ellas
mismas ha 'variado con la extension del territorio, y
que á las mudanzas realizadas en esta extension casi
siempre han respondido otras en las constituciones po-
líticas. No hay Estado muy pequeño que, á menos que
una fuerza exterior no haya contenido sus naturales
tendencias, no se haya transformado en república ; no
hay Estado. que, llegado á una cierta grandeza, no haya
tenido que optar entre una inevitable ruina y el régi-
men monárquico : la historia de Roma no es en este
punto mas que la reproduccion á grandes rasgos de la
historia de los demás Estados de la antigüedad. Lo mis-
mo que las ciudades helénicas, Roma , en la cuna , no
pudo soportar el peso de la autoridad real , y el des-
tierro de los Tarquinos vino á libertarla de ella : en
breve comenzó la carrera, lenta al principio, de las
conquistas que dilataron su dominio hasta los últimos


CAPÍTULO III. 67
confines del mundo civilizado. El espíritu de los anti-
guos Bias no resistió á las mudanzas ti aidas por el des-
mesurado engrandecimiento de las posesiones que tenia
que regir : con la importancia de las magistraturas y de
los mandos creció el ardor de las codicias que suscitaba
su ejercicio; por otra parte, la complicacion de los ne-
gocios llegó á ser tal, que el pueblo, incapaz de juzgar
su marcha, abandonó su manejo á los que mas genero-
samente pagaban sus sufragios. A las ordinarias razo-
nes de discordia se mezclaron cada vez más las que
producian las rivalidades entre las personas: jefes enri-
quecidos á expensas de las provincias que acababan de
gobernar tuvieron su partido, sus servidores, sus cor-
tesanos, sus ejércitos ; la ambicion los puso en guerra
unos contra otros, y al cabo de sesenta años de anar-
quía y de guerras civiles , la república romana no tuvo
que optar mas que entre la desmembracion del Estado
y la sumision á las órdenes de un señor.


Desmoronóse el imperio romano, y una nueva era
'comenzó para Europa. Numerosos Estados se forma-
ron en ella : pero entre los




grandes, solo aquellos en
que prevaleció completamente el principio monár-
quico, lograron consolidar su existencia. Debilitados
por las disensiones que ocasionaba la eleccion de rey,
lodos los demás perecieron ó perdieron su antigua in-
.dependencia ; así Bohemia y Hungría descendieron al
rango de simples posesiones de la Casa de Austria.
Mas desgraciada todavía, Polonia desapareció fraccio-
nada y repartida por las potencias cuyas fronteras lin-
daban con las suyas. A su vez se extinguió el Impe-
rio germánico, pero mas pacíficamente: sus jefes no ha-
bian podido conservar en él la unidad; obligados á ha-
cer concesiones á aquellos de los grandes vasallos cu-




68 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
yos sufragios daban la corona, habian dejado á Alema-
nia cubrirse de una muchedumbre de principados, cada.
vez mas exentos de su autoridad, y cuando Francisco
depuso el cetro que habia recibido de la eleccion , no.
hizo mas que deponer las insignias de una supremacía.
disipada de mucho tiempo atrás y ya meramente no-
minal.


Por lo que respecta á las repúblicas, Europa en la.
edad media, tiene bastantes , y la Italia, sobre todo, las
rió nacer en crecido número. Todas en el origen eran
Estado.s muy pequelos, compuestos por lo general de
una ciudad soberana y de unas cuantas aldeas someti-
das á su dominio. Sabido es cuánto brillaron las de Ita--
lia , y como acabaron por desaparecer, siendo en el
fondo la sed de conquistas lo que las perdió : las mas.
fuertes subyugaron á las otras, y á medida que se en-
grandecieron, nuevos y mas agrios motivos de discor-
dia vinieron á unirse á los que ya turbaban su reposo.
Los partidos que luchaban en su seno arreciaron sus
luchas con tanta mas persistencia y encarnizamiento,
cuanto mas crecian en importancia las ventajas anejas á
la direccion de los negocios públicos; hízose imposible.
á unos poderes frecuentemente derribados contener la
marea creciente de los mútuos rencores ; la anarquía
fué ganando terreno, y llegó un momento en que po-
blaciones cansadas de los padecimientos que les imponia
la falta de seguridad, dejaron á uno de sus caudillos.
apoderarse de la dictadura, y servirse de ella para con-
vertirla en señorío hereditario.


El mismo régimen federativo no seria bastante á pre-
servar á las repúblicas de las transformaciones que
acarrean los cambios introducidos en los límites de los.
Estados, de lo cual tenemos una prueba en las revolu-


cAPírm.o
69


ojones que se sucedieron en el suelo de las provincias
midas de Holanda. No fué en sus inmediaciones donde
esas provincias realizaron conquistas , sino allende los
mares, en la India , en América, á enormes distancias
de la metrópoli, y esto no impidió, sin embargo, que
aquellas conquistas preparasen la ruina de las institu-
ciones republicanas, y la razon fué que era preciso
para conservarlas , sostener en ellas ejércitos y escua-
dras , distribuir grandes mandos, elegir numerosos ad-
ministradores, vigilar con ojo avizor el curso de los su-
cesos capaces de comprometer su seguridad , de donde
resultaba mayor número de negocios de los que podian
llevar á buen término unos magistrados amovibles,
blanco de la animosidad de los partidos que habian
combatido su nombramiento, embarazados por las fluc-
tuaciones de la opinion pública, y con harta frecuencia
tambien por los disentimientos que estallaban en sus
propias filas. Difícil en todo tiempo, la tarea lo era mu-
cho más cada vez que Holanda tenia que sostener una
guerra con cualquiera de las potencias de Europa:
multiplicábanse los reveses, y la nacion, descontenta
de los poderes que no lograban evitárselos, entregó sus
destinos á príncipes hereditarios.


Tales son las principales entre las circunstancias
-que, en todo tiempo, han contribuido á diferenciar las
condiciones con que los diversos Estados pueden vivir
y durar ( 1 ). Estas circunstancias han mezclado y com-
binado la accion que les es propia ; mútuamente se han


(I ) Nada se ha dicho en este capítulo de la influencia ejercida sobre
el espiritu de los pueblos por el estado de su civitizacion, Punto es
este que examinaremos mas adelante con toda la atencion que su im-
portancia merece.




70 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
prestado y quitado fuerzas, y su efecto en conjunto es
el que , decidiendo del grado de sociabilidad política de
las poblaciones sometidas á las mismas leyes , ha deter-
minado la suma de independencia y de soberanía efec-
tiva






que han necesitado los gobiernos para llenar su co-
metido.


Así se explica la diversidad de las formas de go-
bierno. Cuantos son los Estados , tantos son los cuer-
pos políticos que , por lo mismo que no tienen ni la
misma estructura ni la misma composicion, no están>
obligados , para subsistir, á dejar á la autoridad que los
rige iguales ni aun parecidos medios de predominio..
Para la conservacion de aquellos cuyos elementos,
merced á su homogeneidad natural , se prestan todos á
la vida colectiva, bastan poderes emanados integral-
mente de la eleccion nacional ; para la conservacion de
aquellos en que discordes elementos tienden á sepa-
rarse, se necesitan poderes cuya existencia y transmi-
sion no dependan ó dependan menos de las voluntades
cuyo antagonismo tienen que contener. Esto es lo que-
desde el origen ha producido, no solo repúblicas y mo-
narquías, sino tambien repúblicas en que los ciudada-
nos no se reservaban en todas la misma parte en el-
manejo de los negocios, y monarquías en que la corona
distaba mucho en todas de poseer prerogativas de igual
extension.


CAPÍTULO IV.


71


wwwww


CAPÍTULO IV.


DE LAS RAZONES QUE DECIDEN A LAS SOCIEDADES A ADOPTAR TAL (5
CUAL FORMA DE COBIERSO.


Las sociedades, libres de toda dominacion extranjera,
deciden soberanamente de su propia organizacion : ellas
crean, constituyen y mantienen todos los poderes esta-
blecidos en su seno, y ningun gobierno subsistiria si
ellas no le prestasen las fuerzas mismas de que tiene
necesidad para ser obedecido ; pero ¿de qué modo las
sociedades son conducidas á aceptar, ,4 preferir tal ó
cual constitucion política? ¿En qué signos reconocen la
necesidad de ceder á la autoridad que las rige una parte
mayor ó menor de independencia y de estabilidad?
Todo aquí es sencillo y fácil de explicar.


Existe para los hambres una necesidad primordial
que los sigue en todas las edades , y cuyo imperio no
hace mas que crecer á medida que van avanzando en
civilizacion : esa necesidad es la de libertad doméstica y
civil, de libertad en el empleo de su inteligencia y de
sus fuerzas , en la pesquisa de los bienes que les faltan,
en el disfrute de las riquezas que con justicia han ad-
quirido. Ninguna necesidad ejerce sobre ellos una ac-
cion tan completa, y ninguna con mas ardor desean sa-
tisfacer.


Y la razon es sencilla : leyes naturales hacen de toda
falta de libertad civil una causa de padecimientos priva-
dos y públicos. Para los individuos no poder usar á su
arbitrio de los medios de bienestar de que disponen,
verse precisados á dejar en la inaccion facultades y ap-




'72 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
titud cuyo empleo saben que mejorará su suerte, es vi-
vir bajo el peso de molestias y trabas eminentemente
dolorosas. Para el cuerpo social, el mal no es menos
grave : fuerzas latentes impulsan á la humanidad á mul-
tiplicarse gradualmente; á las generaciones que se ex-
tinguen suceden otras mas numerosas, y estas sufririan
privaciones crecientes, si no llegasen á crearse nuevos
y mas ámplios recursos. Imprimir á sus trabajos un
incremento de fuerza y fecundidad, extender y perfec-
cionar sus aplicaciones, tal es la tarea que les está im-
puesta, so pena de estancarse en la indigencia, y que
no pueden llenar sino en la medida misma en que se
encuentran libres de desplegar su actividad.


Pero la libertad civil tiene sus condiciones de exis-
tencia y de progreso : lo que la crea y la constituye, lo
que la hace eficaz es la seguridad social, la certeza para
las personas de que no se verán turbadas ni molestadas
en el uso de sus haciendas y de sus facultades producti-
vas, ni en el goce de los frutos que de ellas sacan. Segu-
ridad y libertad; estas dos cosas no son en realidad mas
que una misma (I); solamente que la primera engendra la
otra, y determina su medida ajustada á la que ella mis-
ma obtiene.


(1 ) Asi lo han juzgado con razon los mas afamados publicistas. Vea-
mos cuál es la opinion de Juan Bodin :


«La verdadera libertad no consiste en otra cosa que en gozar uno
de sus bienes con seguridad; en no temer que se le ofenda en su ho-
nor propio, en el de su mujer y en el de su familia.» De la. Repú-
blica, libro VI, cap. IV.


«La libertad pública, dice Montesquieu, es esa tranquilidad de es-
píritu que proviene de la opinion que cada cual tiene de su seguri-
dad, y para que se tenga esa libertad es preciso que el gobierno sea
tal que un ciudadano no pueda temer á otro ciudadano.» Espíritu de
las Leyes, libro II, cap. VI. Esta definicion, sin embargo, deja algo


CAPÍTULO tv. 73
Supongamos un Estado en el que la seguridad nada


deje que desear ; la libertad , en este caso, será en él
completa : no habrá allí empresas, ni empleo de los
capitales y del trabajo que prohiba ó limite el temor de
no poder recoger sus frutos. Seguros de lo presente,
confiados en lo porvenir, los hombres , movidos por el
deseo de mejorar su suerte, avanzarán impávidos por
todas las sendas abiertas á sus esfuerzos , y bajo sus
manos hábiles y firmes, la riqueza aumentará mucho
mas rápidamente que la poblacion misma. Suponga-
mos, por el contrario, un Estado donde la seguridad no
sea completa ; á lo que de ella falte corresponderá una
falta igual de libertad : allí habrá campos donde no es-
tará bastante asegurada la recoleccion para que los la-
bradores se atrevan á sembrarlos , caminos que man-
tendrá cerrados el miedo de fatales encuentros ; la in-
dustria permanecerá encerrada en la esfera fuera de la
cual la aguardarian peligros, y por falta de libertad , la
sociedad , privada de impulso, será víctima de padeci-
mientos, de que le seria fácil libertarse bajo un régi-
men mejor.
que desear: hubiera sido completa si Montesquieu hubiese añadido
al fin estas palabras necesarias : «ni tampoco el gobierno mismo.»


John Stuart Mill, despues de haber enumerado las condiciones de
la libertad, y mostrado que existen en el derecho para cada uno de
usar á su arbitrio de sus facultades intelectuales y de sus medios de
accion, añade:


«Ninguna sociedad en que este derecho no esté plenamente asegu-
rado es libre, cualesquiera que puedan ser las formas de su go-
bierno. Solo son verdaderamente libres las sociedades en que ese de-
recho subsiste en toda su integridad. La única libertad digna de este
nombre es la de buscar nuestro bien por nuestros propios medios,
mientras no tratemos de privar á los otros del suyo, d de molestar
sus esfuerzos para obtenerle.» Ora liberty, introduccion . pág. 26.




DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


Lo que muestra hasta qué punto el Estado de las so-
ciedades depende del grado de seguridad de que disfru-
tan, es la magnitud de los males que vienen á afligirlas
siempre que baja á ese grado; en este caso lo que en-
cuentran no es ya solamente obstáculos á la extension
de sus conquistas industriales, sino la necesidad fatal de
abandonar las antiguas. Vanamente no habrán perdido
nada de su aptitud para reproducir ; vanamente habrán
conservado las luces, el saber, el suelo, los capitales,
todos los elementos de prosperidad que ponían en obra;
lo que ya no tienen en la misma medida es la libertad
de servirse de todo aquello, lo cual tiene empleos, cuya
remuneracion ha llegado á ser demasiado insegura para
que sea prudente continuar en ellos; tales son en pri-
mer lugar los que mas requieren para su prosperidad
la asistencia del tiempo y del crédito, ó atienden á los
Consumos . de puro lujo: estos son los primeros que se
paran ó se encierran en mas estrechos límites. Otros
sufren á su vez igual suerte, y cuanto mas la disminu-
cion de la seguridad reduce la esfera en que operaba el
trabajo, mas se multiplican y amontonan las miserias
reservadas á poblaciones , ante las cuales se han cer-
rado en mayor ó menor número, las fuentes k donde
antes iban á beber sus medios de existencia y de bien-
estar.


En todo tiempo los padecimientos nacidos de la falta
de seguridad han sido los mas insoportables , y ellos
son los que han venido á enseriar á cada una de las so-
ciedades humanas á cuál forma de gobierno queda su
situacion particular que diese la preferencia. Su ma-
nera de operar era sencilla y eficaz: si aquellos padeci-
mientos emanaban del exceso ó de la insuficiencia de la
autoridad constituida , en uno y otro caso la poblacion


CAPÍTULO 75
prevenida, informada de los vicios del régimen estable-
cido, trataba de obtener su reforma , y así se iban pre-
parando revoluciones, que al cabo estallaban con roas
menos violencia : aquellas revoluciones seguian su cur-
so , y llegaban al término indicado por la especie de los
males y de los descontentos que las provocaron. Ocasio-
nadas por aquellos de entre esos males que son obra de
los poderes árbitros de decidirlo todo por sí mismos,
su resultado era restituir á las sociedades una parte
mayor en el ejercicio de la soberanía ; ocasionadas por
aquellos que son obra de los poderes incapaces de con-
servar en lo interior la paz pública, su resultado era
agrandar la parte de soberanía correspondiente á esos
mismos poderes. Tantas revoluciones de ambas espe-
cies ha visto el mundo efectuarse que es fácil mostrar
cuál ha sido su marcha habitual.


Destino es de los gobiernos en posesion de mas au-
toridad que la que exige el cumplimiento de su mision
llegar tarde ó temprano á pesar dolorosamente sobre
las sociedades sometidas á su direccion. Hay, para que
así suceda, razones de una fuerza decisiva : las socieda-
des son naturalmente progresivas; se ilustran y se des-
arrollan , y su situacion no cesa de modificarse. Yue-
vas luces vienen, no solo á aumentar la fecundidad de
los trabajos, mas tambien á diversificar sus aplicacio-
nes ; los productos que consumen se multiplican y
aquilatan : los cambios se extienden y se ramifican, la
riqueza reviste formas mas variadas , se hace mobilia-
ria en mayor proporcion, y por todas partes nacen in-
tereses que, mas delicados, mas vulnerables que los
intereses antiguos , no pueden contentarse con el grado
de seguridad que á estos bastaba. Errores, culpas del
poder que , durante las edades anteriores , solo ocasio-




76 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
alaban danos fáciles de reparar, llegan á ser para pobla-
ciones cuya actividad industrial y mercantil se ha acre-
centado y perfeccionado, causas de apuros y ruina; esas
poblaciones anhelan las garantías que les faltan, y pron-
to la experiencia las conduce á reconocer que no las
hay para ellas realmente eficaces mas que en el ejerci-
cio del derecho de participar en las decisiones cuyo
efecto les alcanza.


Desgraciadamente, cuanto mayor es la autoridad de
que están investidos los gobiernos, menos están estos
dispuestos á consentir que se les cercene. Hay dolen-
cias intelectuales y morales que se deben á la costumbre
del dominio : á la soberbia que les inspira el alto rango
.que ocupan se mezcla naturalmente cierto desden ha-
cia aquellos cuya suerte depende de sus determinacio-
nes; propenden á considerarlos incapaces de razon en
la vida pública , y á creer que, en su interés mismo,
importa rehusarles libertades de que solo podrian hacer
nal uso.


En las monarquías absolutas, tal es el pensamiento
que por lo comun predomina en el ánimo del príncipe.
El explendor y la pompa que le rodean , los homenajes
y adulaciones que le prodigan, el exagerado celo con
que se ve servido hasta en sus caprichos mas lamenta-
bles, todo contribuye á mantenerle de ilusiones, y pre-
ciso le seria poseer una superioridad de. espíritu muy
rara, para que no llegase á creerse encargado de una
mision providencial, y comprometido á no abandonar
ninguna de las prerogativas con cuyo auxilio la des-


Existe además , para confirmarle en esta opinion,
una influencia siempre presente , la de su corte. Los
servidores del príncipe no ignoran que lo que realza


CAPÍTULO V. '77
los oficios que ejercen, que lo que presta esos oficios
una elevacion que su carácter propio dista mucho de
darles, es la distancia que la supremacía de que goza
pone entre aquel á quien sirven y los demás hombres,
y que toda mengua de esa supremacía los amengua-
ria á ellos mismos. Están, por otra parte , en la fuente
de las gracias y de los favores; les es fácil obtenerlos en
abundancia, y perderian mucho si el príncipe llegase á
tener menos libertad de distribuirlos á su arbitrio y se
viese forzado á usar de mas parsimonia; por eso los
cortesanos hacen constante oposicion á las innovado_
nes políticas, tienen para rechazarlas máximas tradi-
cionales, y en caso necesario aseguran al amo que es
para él caso de honra conservar en toda su entereza la
autoridad que heredó de sus mayores y que debe trans-
mitir tal cual la heredó á los que han de sucederle en
el trono.


Hoy que tantas y tan terribles revoluciones han
traido enseñanzas que faltaban en otro tiempo, las cór-
tes mismas han modificado su lenguaje, y los reyes
comprenden mejor las exigencias y los peligros de su
papel; pero no sucedia así en lo pasado, y casi siempre
las embriagueces de la omnipotencia , determinando á
los que la poseian á rechazar las mudanzas llamadas
por las transformaciones del estado social , imprimían
al descontento público un empuje cada vez mas rápido,
hasta que llegaba el momento en que á quejas y repre-
sentaciones, siempre desdeñadas, sucedian manifesta-
ciones mas atrevidas. Estallaban frecuentes sediciones,
y en vez de considerarlas como avisos saludables ó
atendibles , los príncipes las tomaban por ultrajes dig-
nos de castigo; la irritacion los conducia á cometer im-
prudencias, emperiábase la lucha, y á la larga acababan




/8 DE LAS FORMAS DE COME ONO.
por triunfar las naciones, por mas que fuesen vencidas
en un principio : la fuerza siempre creciente de sus le-
gítimos intereses las impulsaba á renovar sin tregua el
combate.


Así han sucumbido muchos gobiernos á quienes In
infatuacion de un poder sin límites habla hecho incapa-
ces de prestarse á las innovaciones reclamadas por los
progresos de la industria y de la riqueza ; así han caldo
en diversos tiempos y lugares castas soberanas, dinas-
tías, coronas que, imbuidas de las doctrinas admitida
en las edades en que su dominacion habia alcanzado el
apogeo, habian llegado á no poder ya practicar ni aun
siquiera comprender otras. Concesiones sucesivas las
habrían salvado ; pero las tradiciones de lo pasado se
oponían á que las hiciesen, y si los peligros del mo-
mento se las arrancaban , aquellas concesiones tardías
y harto visiblemente lloradas no bastaban ya á atajar la
corriente de los sucesos: en lo mas recio de la lucha
empeñada habian nacido irritaciones, cóleras que no se
aplacaban, y continuaban persiguiendo la ruina de los
poderes cuyas faltas las habian provocado.


No menos numerosas ni menos violentas han sido
las revoluciones causadas por la insuficiencia de la au-
toridad central. Lo que las provocó fué la agravacion
contínua de los males que vienen á asediar á las socie-
dades , siempre que el gobierno, bajo el cual viven , no
está constituido de suerte que pueda imponer á las di-
visiones intestinas un freno que ataje su desarrollo. En
este caso, esas divisiones crecen y se envenenan , y los
partidos que producen se tornan irreconciliables, efecto
inevitable de un sentimiento que inspiran siempre á
los partidos las luchas que sostienen unos contra otros,
y que en ellos adquiere tanta mas pujanza cuanto nia-


CAPÍTULO IV. 79
yores son las ventajas anejas á la victoria: ese senti-
miento es el Odio. Los insultos y los ultrajes que se
prodigan los partidos, las iniquidades que los vencidos
tienen que soportar, todo contribuye á arraigarle , á
hacerle crecer en el fondo de los corazones , y llega un
momento en que la necesidad de t'aliar á adversarios
detestados se sobrepone á todo y arrastra las determi-
naciones. Cuando las cosas llegan á este punto, no hay
para los Estados órden ni reposo: las derrotas cuestan
demasiado caras á los que la sufren para que se resig-
nen á ellas; la opresion, las violencias de que son ob-
jeto, les parece que justifican el empleo de todos los
medios de emancipacion; tramas , conjuraciones , ten-
tativas armadas, todo lo intentan , con la esperanza de
recuperar el poder. Expuestos á incesantes ataques,
derribados y rehechos sucesivamente, los poderes no
resisten á choques demasiado repetidos, y al cabo llega
la anarquía, con su inevitable secuela de peligros y pa-
decimientos. Tal ha sido en todos tiempos la marcha de
las cosas en los Estados en que las poblaciones conser-
vaban en el ejercicio de la soberanía mayor parte de la
que comportaban las causas de desórden , cuya desor-
ganizadora accion sufrian : el exceso de la libertad polí-
tica les quitaba la libertad civil, y sobre ellas pesaba la
mas dolorosa de las servidumbres , la que impone la
falta de seguridad para las personas y para sus obras.


A diferencia de !as sociedades todavía incultas, aque-
llas en que la riqueza y la civilizacion han realizado
progresos de cierta importancia, no pueden soportar
por mucho tiempo los males que acarrea la insuficien-
cia del poder llamado á dirigirlas. En la edad media,
los reyes no ejercian mas que una especie de dominio
eminente, con harta frecuencia desconocido, y por lo


li




80 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
comun la fuerza de las armas decidia entre ellos y los
grandes feudatarios, lo cual era en realidad la anarquía,
pero una anarquía que, confinada en las altas regiones
sociales, no descendia de ellas para extender á otra
parte sus estragos. Presente en todos los puntos del
territorio, la potestad señorial bastaba para conservar
en él el órden acostumbrado, y cualesquiera que fue-
sen los conflictos interiores, las masas populares no
tomaban parte en ellos , y aun rara vez intentaban ob-
tener por medio de insurrecciones parciales una ate-
nuacion de las miserias que el estado de servidumbre
les imponia. Hoy todo ha cambiado en la situacion del
mundo europeo: merced á los progresos de las artes y
de las luces , las ocupaciones, los géneros de trabajo y
de produccion que desalienta y ataja toda momentánea
falta de seguridad , se han multiplicado grandemente, y
bastan ligeras conmociones intestinas para afectar do-
lorosamente numerosas existencias. Por otra parte, la
libertad civil, la igualdad de los derechos, han asentado
definitivamente, por fin, su benéfico reinado; mas por
lo mismo que no existe ya otra autoridad fuera de la
de los gobiernos, esta autoridad no puede flaquear sin
dejar el campo libre á los mas terribles excesos. No
hay Estado, en efecto, que no contenga hoy un fondo
de poblacion, enemigo, no solo de las instituciones po-
liticas, sino tambien de las leyes que rigen natural-
mente el órden social : reclutado principalmente entre
los hombres á quienes descontenta la comparacion de
su suerte con la que á otros ha cabido, y entre aque-
llos á quienes reveses de fortuna y desengaños de la
ambicion han irritado contra un régimen que no ha sa-
bido preservarlos de estos males , ó á quienes instintos
perversos hacen ávidos de desórdenes , ese fondo cons-


CAPÍTULO IV.
81


tituye en todas partes una fuerza progresiva, siempre
pronta á aparecer, y que, desde el momento en que los
poderes regulares flaquean y se rinden, se presenta y
trabaja; de esta suerte , al lado de los partidos en lu-
cha, se constituye uno nuevo, el partido de la destruc-
cion. Este partido quiere derrocarlo todo, personas y
cosas: la propiedad, la riqueza, son sobre todo el ob-
jeto de sus ataques, y es evidente que si alcanzase un
dia de triunfo, lo emplearia en cubrir el suelo de escom-
bros y de ruinas. Tal es la situacion que la anarquía,
cada vez que se presenta, no tarda en ofrecer á las so-
ciedades modernas : amenazadas en las condiciones
mismas de su existencia , estas se espantan con funda-
mento, y se apresuran á favorecer toda revolucion que
promete restituirles la seguridad que han perdido.


Nada hay mas raro que las revoluciones que no em-
piezan por traspasar los límites en que debian encer-
rarse. Casi siempre las naciones que acaban de padecer
bajo un régimen político, ceden á la aversion con que
le miran , y nada dejan subsistir de él. Aquellas á quie-
nes la autoridad abrumaba con su peso se apresuran á
quitarle los medios de hacerse obedecer y respetar, y
poco tarda con esto la anarquía en castigar su impru-
dencia; las que han llegado á la orilla del abismo, ar-
rastradas por intestinas disensiones , abdican íntegras
unas libertades cuyo uso se ha convertido en contra de
ellas, y caen en completa servidumbre : así , á revolu-
ciones que han sido desmesuradas, suceden contrare-
voluciones que no lo son menos. Las sociedades pasan
de un extremo á otro, sufriendo sucesivamente males
de especies contrarias, y reacciones en sentidos diame-
tralmente opuestos. Unas se ha visto que, rendidas y
agotadas por incesantes fluctuaciones, han acabado por


FORMAS DE GOBIERNO.-6




8 62 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
perder la energía y las fuerzas que necesitaban para
resistir á los ataques de sus vecinos, otras que no han
logrado fijarse en el punto mismo en que las aguardaba
el reposo, sino al cabo de mas de un siglo de pruebas
y oscilaciones sucesivas.


«Bajo cualquier régimen posible, dice Hume, hay lu-
cha eterna , abierta ó subterránea , entre la autoridad y
la libertad, sin que sea dado á una ni á otra alcanzar un
triunfo completo ( 1 ).» Y es porque nada hay estable en
el estado de las sociedades: grandeza territorial, rela-
dones entre las personas, conquistas intelectuales, em-
pleo del trabajo, reparticion de las riquezas, todo lo
que obra sobre el espíritu que las anima experimenta
frecuentes modificaciones , y la suma de potestad sobe-
rana que necesita un gobierno para asegurar la conser-
vacion de la paz pública no conserva por mucho tiem-
po el mismo nivel. Ahora bien , cualquiera que sea el
cambio que se haya de realizar, la obra no se efectúa
sin encontrar resistencias, sin poner en pugna intere-
ses, á los que continuas transformaciones sociales vie-
nen á suministrar sin tregua motivos de discordancia y
de conflicto.


Que los gobiernos nunca están dispuestos á dejar re-
ducir la autoridad de que se hallan investidos ; que
tienden por lo comun á ensancharla , es cosa segura;
pero no lo es menos que la libertad política es cosa
cuyo precio estiman bastante los hombres para que
constantemente procuren aumentar la parte de ella que
poseen : así nacen y se perpetúan entre la libertad y la
autoridad luchas en las que esta sucumbiria


(I) Essays and treatises on severat subjects. Essay V, on thc ori-
gin of governements.


CAPÍTULO IV. 83
mente, si la gravedad de los males que acarrea su cerce-
namiento, siempre que es excesivo, no viniese á cu-
brirla con una proteccion eficaz. Hay, con efecto, mas
naciones arrastradas á su perdicion por la insuficiencia
que por la exageracion de las fuerzas que poseen en
ellas los poderes públicos.


Es destino de las humanas sociedades tener que ca-
minar constantemente entre dos escollos , la servidum-
bre y la anarquía ; pero lo que no á todas es dado es
poder mantenerse á igual distancia de uno y otro. Las
hay á quienes los elementos discordes que entran en su
composicion impelen naturalmente á la anarquía , y
esas no la evitan sino á condicion de hacer enormes
concesiones á la autoridad encargada de impedirla: cae-
rian en disolucion, y no tardarian en perecer si no con-
sintiesen en aceptar en todo ó en parte los males que
trae en pos de sí la servidumbre politica. Ciertamente
hay que compadecer á las sociedades cuya situacion es
la que dejamos referida, pero importa observarlo: esta
situacion , al fin y al cabo, no es para la mayor parte
de ellas mas que un fruto de sus obras: en su mano te-
dian trazarse otras sendas distintas de las que han se-
guido. Nada las obligaba á abusar de su poder, á ensan-
char sus posesiones, á someter á su dominio pueblos
-que no le quedan , á promulgar leyes que privilegia-
ban á los fuertes á costa de los débiles , que reservaban
al corto número los beneficios de la vida colectiva: ellas
lo hicieron , y del logro mismo de sus empresas salió
para ellas la necesidad de abandonar su suerte á las de-
cisiones del príncipe.


¿ Cuáles son en Europa los Estados donde las comu-
nidades políticas tienen menor parte en su propio go-
bierno? No hay engalio posible; son aquellos en cuya




84 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
formacion la violencia ha hecho el papel mas conside-
rable ó mas reciente. Esos Estados contienen poblacio-
nes que el tiempo no ha reconciliado con la incorpora-
cien á que les ha sido fuerza someterse: odios de raza
fermentan en ellos; solo una ocasion propicia aguardan.
allí las insurrecciones, las rebeliones para estallar, y la
fuerza es lo único que conserva el órden establecido.
En semejantes Estados, no hay ni puede haber libertad-
para nadie: la misma nacion dominadora , la que ha
puesto y retiene á las otras bajo su dependencia ,
puede ser libre: el informe y frágil edificio que ha cons-
truido no tardaria en desmoronarse si la autoridad que.
vela por su conservacion no estuviese fuertemente
concentrada , y en aptitud de quebrantar todas las re-
sistencias á la ejecucion de sus voluntades.


Hay Estados donde la unidad nacional no está en pe-
ligro, pero en que subsisten, entre las diversas fraccio-
nes de la comunidad, disturbios y disensiones que li-
mitan estrechamente la parte que pueden tomar en el
ejercicio de la soberanía, y si nos remontamos á la
fuente de esas divisiones , la encontraremos en las ini-
quidades cometidas en épocas mas ó menos lejanas. Allí
donde las naciones han sido separadas en clases des-
igualmente tratadas por la ley, los privilegios á las unas
conferidos han sido para las otras una causa de daños y
humillaciones , y de aquí han nacido entre ellas ene-
mistades que la vuelta al derecho comun no podia ex-
tinguir sino á fuerza de tiempo : allí donde disentimien-
tos religiosos continúan sembrando vivas y profundas
irritaciones, es serial y efecto de la supremacía de que
ha gozado alguno de los cultos coexistentes. Ese culto
ha hecho la guerra á los otros, ha perseguido, dester-
rado, proscrito, dado muerte á sus sectarios, y la liber-


CAPÍTULO 85
tad restituida á las conciencias no ha bastado para bor-
rar en veinte y cuatro horas , ni en los que los han co-
metido, ni en los que han soportado su peso, el recuerdo
de tales actos. Examinemos una á una todas las animo-
sidades, todas las pasiones rencorosas que oponen obs-
táculos á la armonía que necesitarian las poblaciones
para intervenir pacíficamente en sus propios asuntos, y
descubriremos que todas ellas no son mas que el amargo
fruto de una iufraccion antigua ó actual á las reglas de
la equidad.


Así se cumple la expiacion de los delitos pasados. La
libertad , la seguridad , esos bienes sin los cuales no hay
para las asociaciones humanas ni dignidad ni prosperi-
dad duradera , faltan ó permanecen incompletos donde
:quiera que subsisten todavía rastros de la violacion de
las leyes morales : cuanto mas numerosos y profundos
.son esos rastros, mas peligrosas son las divisiones que
fomentan, y más la necesidad de impedir sus estragos
obliga á las naciones á asegurar á los gobiernos que las
rigen poderes cuya extension las deja á ellas mismas
sin defensa contra los excesos del despotismo.


Preciso era que fuese así ; preciso era que toda injus-
ticia social ó política, que toda violacion de los derechos
ajenos llevase su castigo, y que no hubiese una iniqui-
dad que, cualquiera que pudiese ser su provecho inme-
diato, no debiese á la postre convertirse en contra de
sus autores, y llegar á ser para ellos una causa de bu-
millacion y padecimientos.


Las naciones tienen sus codicias desenfrenadas , sus
.ávidas y orgullosas pasiones, é importaba que la expe-
riencia viniese á enseriarles cuánto cuesta satisfacerlas.
Las de la antigüedad perecieron por no saber á donde
las conduelan los triunfos que mas anhelaban: ansiosas




86 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
de grandeza y poderío, pugnaban por subyugarse mú-
tuamente; no menos ansiosas de riquezas, condenaban
á la esclavitud á unas muchedumbres cuyo trabajo se
apropiaban , y cada una de sus victorias las encaminaba
á inevitable ruina. Una hubo que logró subyugar á
todas las demás , y el castigo de sus iniquidades no se
hizo espesar : á medida que fué extendiendo sus con-
quistas, nuevos gérmenes de corrupcion y discordia se
desarrollaron en su seno, y llegó un momento en que-
esos gérmenes adquirieron irresistible pujanza. Guer-
ras civiles y horribles proscripciones sembraron por
do quiera el luto y la matanza, y liorna, estenuada y
sangrienta , hubo de resignarse al abandono de unas li-
bertades que la arrastraban á su perdicion. Boina , sin
embargo, no encontró, bajo el cetro de un tirano, el
reposo que necesitaba : tenia que mantener sumisas nu-
merosas naciones vencidas por sus armas , que conte-
ner á las muchedumbres hambrientas que encerraba su.
recinto, que prevenir los levantamientos de las turbas.
de esclavos difundidas por las ciudades y los campos, y
la rodeaban hartos peligros para que la soberanía efec-
tiva no pasase toda entera á manos de los únicos que
podian defenderla contra ellos. De esa soberanía se
apoderaron los ejércitos ; ellos impusieron sus volunta-
des á unos emperadores cuya vida estaba á merced
suya, y las exigencias no tuvieron límites. Lo que no
cesaban de reclamar era el alza de su soldada, y para.
contentarlos fue preciso arrancar á las provincias mas-
de lo que pocha!' dar sin arruinarse : industria y pobla-
cion todo decayó bajo el peso de cargas cada día mayo-
res, y cuando por fin la estenuacion llegó al colmo, el;
imperio, sin dinero y sin soldados , no tardó en espirar-
bajo los golpes de los bárbaros.


CAPÍTULO IV. 87
Las naciones que no desaparecieron en la larga y


sangrienta lucha que provocó la calda de la dominacion
romana tuvieron mejor suerte. Por una parte, la es-
clavitud no conservó en ellas su primitivo vigor, y el
ascendiente progresivo de las luces evangélicas preparó
y consolidó su abolicion definitiva ; por otra , el adve-
nimiento del régimen feudal no dejó durante muchos
siglos á ninguna de ellas en estado de conquistar y sub-
yugar á las otras , y su civilizacion, desembarazada de
los elementos deletéreos que corrompieron á la de la
antigüedad , pudo avanzar con paso lento, pero seguro
y continuo. No por eso las naciones modernas dejaron
de tener que contar con las injusticias que encubrian
sus instituciones; empefiáronse conflictos y luchas en-
tre clases separadas por distinciones facticias, y fácil
fué á unos gobiernos cuyo apoyo invocaban sucesiva-
mente, ensanchar sus prerogativas á costa de unas y
otras. A fines del siglo xvn no quedaba ya en el conti-
nente europeo, exceptuada Polonia, un solo grande Es-
tado en que subsistiesen todavía enteras las libertades
políticas cuya desigual reparticion habla sembrado en
el seno de las sociedades numerosos gérmenes de dis-
cordia. En todos, los disentimientos ocurridos entre los
gobiernos habían permitido al poder real confiscarlos
en su provecho y erigir sus voluntades én suprema
regla.


Desde hace cerca de un siglo ha empezado en el con-
tinente europeo una evolucion en sentido contrario.
Merced á los progresos cada vez mas rápidos de las ar-
tes y de la riqueza, casi en todas partes han nacido y
se han multiplicado intereses que la omnipotencia de
los príncipes dejaba privados de garantías indispensa-
bles á su prosperidad: de aquí reclamaciones y luchas


1




88 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
que, en la mayor parte de los Estados, han traido el
establecimiento del régimen parlamentario. Todo, sin
embargo, en la marcha de los hechos ha experimentado
la influencia del grado de armonía de que se hallaban
capaces en la vida pública las poblaciones reunidas en
un mismo haz político. Allí donde la libertad no ha rea-
lizado ninguna conquista ó no las ha realizado mas que
de poca importancia ; allí donde ha perdido una parte
de las que ya habia efectuado, el mal ha procedido de
divisiones intestinas, debidas unas á la diferencia de los
orígenes y de las nacionalidades, otras á odios nacidos
de las separaciones por largo tiempo establecidas con-
tra clases desigualmente tratadas por las leyes; la li-
bertad favórecia ó parcela favorecer el vuelo de esas
divisiones, y esto es lo que ha limitado más ó menos
estrechamente la medida , segun la cual las sociedades
Je Europa han podido adquirir y conservar el derecho
de tornar parte en su propio gobierno.


Así en todas las edades ha ejercido su accion una ley
dura, pero justa y tutelar en el fondo. Haciendo de las
iniquidades que cometen un manantial de animosidades
y de discordias interiores, esa ley impone á las nacio-
nes un castigo merecido : cuanto mas han atropellado
las prescripciones del derecho y de la justicia, mas se
reduce la suma de libertad política de que pueden dis-
frutar, y mas tiempo se necesita , aun cuando trabajan
en repararlos, para que los errores de lo pasado cesen
de oponer obstáculos á la mejora de su suerte.


CAPÍTULO V. .89
••n•••


CAPITULO Y.


LE LOS GOBIERNOS PRIMITIVOS.


Casi nada sabemos de los primeros principios de la
humanidad; las únicas tradiciones históricas que mere-
cen alguna fé no se remontan á mas de veinte siglos an-
tes de la Era cristiana, y esta es la prueba de que, du-
rante las edades anteriores , ninguna agregacion social
tuvo bastante consistencia para dejar rastro duradero de
su paso por la tierra. 1)e aquí resulta que en los pueblos
menos adelantados en civilizacion es donde hay que ir á
buscar los informes que nos faltan tocante á los métodos
de organizacion gubernamental bajo los cuales corrió la
larga y penosa infancia de las sociedades humanas.


En el estado primitivo, los hombres no subsisten mas
que de los productos espontáneos de la naturaleza. Su
vida se pasa en buscarlos : despues de haber consumido
todo lo que ofrece el punto del suelo que ocupan , se
alejan de él para ir á buscar en otra parte nuevos re-
cursos , recorriendo así sucesivamente espacios suma-
mente extensos. En aquella época las asociaciones exis-
ten en el estado embrionario; la insuficiencia de los me-
dios de nutricion coarta su desarrollo, y rara vez se
componen de mas de un centenar de familias. Sin em-
bargo, por mas miserables, por poco numerosas que
sean las comunidades salvajes , no carecen de asuntos
que les impongan esfuerzos colectivos : cada una de ellas
tiene por enemigas á todas las demás; unos hombres, á
quienes no cesan de amenazar los mortíferos golpes del
hambre, no consienten que unos extranjeros utilicen la
caza y se lleven los vegetales de que para sí propios tie-




90 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
nen necesidad. Todo encuentro entre dos tribus ocasiona
un choque sangriento , una batalla en pos de la cual los
vencedores degüellan sin piedad á cuantos vencidos no
han logrado sustraerse á su alcance; por esa razon las
comunidades rodeadas de graves peligros se someten
gustosas á una direccion que es lo único que puede pre-
servarlas de su ruina. Hasta en los tiempos ordinarios,
dejan á los mas hábiles, á los mas expertos el cuidado de
conducirlas , y lo que ellos proponen ó aconsejan es la
regla á que se someten todos.


«Indecible asombro causa , dice, hablando de las tri-
bus de la América septentrional, el hombre que mejor
las ha conocido, el reverendo Heckewelder ( 1), ver cómo
una asociacion sin código de leyes, sin sistema de juris-
prudencia , sin forma establecida de gobierno , y hasta
sin un solo magistrado electivo ó hereditario , puede vi-
vir en paz y practicar las virtudes morales; cómo un
pueblo puede estar bien gobernado sin ninguna autori-
dad reconocida y solo por el ascendiente que disfrutan
los hombres de un talento superior sobre los de mas
ordinario temple, y por una sumision tácita , aunque
general , á la aristocracia natural de la experiencia , del
ingenio y de la virtud; tal es, sin embargo, el espec-
táculo que presentan las razas indias; así las he visto
yo durante mi larga residencia entre ellas » Así con efec-
to pasan las cosas entre las tribus que viven principal-
mente de la caza, de la pesca y de los frutos espontá-
neos de la tierra. Esas tribus no experimentan la nece-
sidad de poderes estables y regularmente constituidos,
y los pareceres, las decisiones de los que han dado prue-


( 1 ) Historia, usos y costumbres de las naciones indias que habi-
taban antiguamente la Pensilvania y los Estados circunvecinos,
por el reverendo Juan Heckewelder, misionero moravo, cap. viti.


CAPÍTULO V. 9/
ha de cordura é intrepidez en las ocasiones arduas bas-
tan para conservar el buen órden en lo interior, y solo
en el caso, á la verdad bastante frecuente, en que tienen
que emprender una expedicion guerrera se ponen mo-
mentáneamenteal mando de aquel de entre ellos á quien
consideran mas capaz de dirigirlos con acierto , lo cual
es la forma republicana en toda su plenitud y en sumas
alto grado de sencillez.


A la vida errante y salvaje han sucedido modos de
existencia mas variados y sedentarios. Hostigados por
la necesidad , los hombres buscaron medios de mejorar
su suerte , descubrimientos sucesivos les permitieron
someter á la domesticidad algunas de las especies de
animales de que se alimentaban ; aprendieron á sem-
brar la tierra y á obtener cosechas, y empezaron á fijar-
se en los sitios mismos , donde practicaban sus labores,
con lo que una abundancia antes desconocida facilitó su
multiplicacion , y las diferentes comunidades fueron
poco á poco creciendo en bienestar y en número.


Inmenso cambio fué en la condicion de la humanidad
el establecimiento de la vida pastoril y agrícola. En to-
das las asociaciones surgieron trabajos é intereses que
no tardaron en reclamar una proteccion que solo po-
dian hallar en la organizacion de poderes estables y en
disposicion de hacerse obedecer: á necesidades continuas
de órden interior se agregaron otras mas imperiosas to-
davía, necesidades producidas por el carácter mismo
que tomaron unas guerras exteriores que habian ya lle-
gado á ser incesantes. En el origen , las diferentes tri-
bus se babilla disputado los terrenos en que se encon-
traban , con mas abundancia que en otras partes , los
productos naturales de que subsistian , y tan luego
como empezaron á cultivar el suelo, se disputaron los




DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


mas abundantes pastos y las tierras que mejor retri-
buían entonces su trabajo. Otra circunstancia contri-
buyó poderosamente á mantener y vivificar las hos-
tilidades entre las que se encontraban vecinas ; tenian
ganados , allegaban cosechas ; estas riquezas suscitaban
codicias, y el deseo de despojarse mútuamente entró
en el número de las causas que les impidieron vivir en
paz unas con otras. Expuestas á continuas invasiones,
siempre enfrente de ataques destructores, fuéles pre-
ciso adoptar un régimen que pudiese darles un poco
de la seguridad que les faltaba, y todas llegaron natu-
ralmente á someterse á un jefe encargado de pacificar
los disturbios que las debilitaban, de ejercitar en lo
exterior una atenta vigilancia y de reunir bajo su
mando todas las fuerzas que podian oponer á agresio-
nes constantemente amenazadoras. Jueces y generales,
custodios y repartidores del botin que producian las
expediciones afortunadas , aquellos caudillos adquirie-
ron una autoridad cada vez mas respetada , y llegó
tiempo en que les fué fácil trasmitirla toda entera á
sus descendientes; de esta suerte se preparó una era
nueva , la era llamada heróica ó patriarcal , era durante
la cual tribus antes salvajes se transformaron en clans
sedentarios y cubrieron la tierra de una muchedumbre
de pequeños Estados , á la cabeza de cada uno de los
cuales se habia levantado una familia investida de la
potestad señorial.


La historia nos ha transmitido, sobre este periodo de
la vida de la humanidad, informes de incontestable cer-
teza; así, cuando los IIebreos pusieron la planta en el
país de Canaan, tuvieron que guerrear contra nada me-
nos que treinta y un reyes, que salieron armados á su
encuentro. Del mismo modo, en la época del sitio de


CAPÍTULO V.
937


Troya, la Grecia, amen de más de cincuenta Estados
principales, contaba mas del doble ó el triple de otros
menos importantes: tales eran tambien las disposicio-
nes políticas en los demás países de que han llegado
hasta nosotros noticias ciertas. Italia , España , las Ga-
lias, la Germania , encerraban centenares de poblacio-
nes distintas, y que , por mas que muchas de ellas per-
teneciesen á razas del mismo origen , no por eso deja-
ban de estar casi siempre en guerras unas contra otras.
El sistema patriarcal ha dejado vestigios bien patentes
todavía en la mayor parte de las regiones donde la civi-
lizacion ha permanecido estacionaria : apenas hace un
siglo que desapareció de las partes montañosas de Es-
cocia; hoy reina todavía en casi todos los países semi-
bárbaros, y hasta en algunos rincones atrasados de
Europa.


Entre las circunstancias que mas activamente con-
currieron á consolidar el régimen vigente durante las
edades heróicas, una hay que merece tanta mayor aten-
cion cuanto mas realmente decisiva fué la influencia
que ejerció. Las familias en quienes recayó el derecho
de gobernar descendian por lo general de algun cau-
dillo, cuyos servicios habian dejado en la memoria de
los pueblos profundos recuerdos: celebrados, glorifica-
dos cada vez más por los cantos de los poetas los gran-
des hechos de aquellos personajes, fueron poco á poco
tomando caractéres hasta tal punto sobrehumanos, que
llegó á ser imposible atribuirlos á simples mortales;
solo un Dios, ó por lo menos el hijo de un Dios, ha bia
podido llevarlos á cabo, y al fin sus autores pasaron
por ser de origen celestial. Nada contribuyó tanto á
asegurar á sus vástagos la obediencia de los pueblos; las
tribus se ufanaban de tener á su cabeza una familia de




94 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
tan alta prosapia. Rehusarle la surnision hubiera sido
atraerse el enojo de la divinidad de que descendia ; eje-
cutar sus voluntades era , por el contrario, hacerse
propicia aquella divinidad.


Sin duda alguna la política cundió en ayuda de la sen-
cilla credulidad de los pueblos para la formacion de una
creencia que debla asegurar á los gobiernos una autori-
dad á cubierto de contestaciones ; mas no por eso fué
aquella creencia ni menos sincera ni menos profunda.
Entre los Griegos llegó á ser general: tomemos uno á
uno todos los héroes nombrados por Hornero, y no
encontrarémos uno solo que no cuente á un inmortal
entre sus antepasados, y aun hay muchos que lo tienen
por inmediato autor. Ahora bien; esta creencia ha flo-
recido donde quiera que la civilizacion, salida de la in-
fancia, ha alcanzado el nivel á que llegó ente las pri-
meras razas helénicas. En Roma , gran número de fa-
milias patricias se atribulan con orgullo un origen di-
vino, y en los demás paises de Europa los jefes de clans
ó tribus pasaban por ser descendientes de un celícola:
tal era tambien en la antigua Asia la opinion admitida
en punto á los fundadores de imperios y de dinastías,
y, cosa muy digna de observacion , en aquellas partes
de América donde á la llegada de los Europeos habia
prevalecido ya la vida agrícola y sedentaria, Mejicanos,
Peruanos, Natchez, todos aquellos pueblos tenian por
seguro que la familia que los gobernaba era del linaje
de alguno de los dioses á quienes tributaban culto.


Pero por mas apoyo que las familias ó los jefes en
posesion del mando encontrasen en la veneracion reli-
giosa de que estaban rodeados, los pueblos no hablan
abdicado toda participacion en el ejercicio del poder so-
berano. Duros eran los tiempos; los hombres tenian


CAPÍTULO v. 95
toda la altivez, toda la entereza de carácter que da el
ejercicio de las armas ; los peligros anejos á las derro-
tas eran inmensos, y cuando se trataba de la salvacion
de todos, nadie hubiera osado decidir solo de la con-
ducta que debla observarse: de aquí, asambleas llama-
das á dar su parecer cada vez que habia que tomar una
resolucion de gran transcendencia , y cuya convocacion
no permitia acometer nada importante sin el concurso
y la cohesion de los principales miembros de la comu-
nidad. Por otra parte, el mando, por mas que una sola
familia tuviese derecho á él , no se transmitía única-
mente por Orden de primogenitura: un caudillo inex-
perto no habria ofrecido á la tribu las garantías de ha-
bilidad que reclamaba la direccion de sus fuerzas, y
cuando el que acababa de perder no dejaba hijos en
edad suficientemente capaz de reemplazarle, elogia uno
de sus parientes cercanos. Entre las tinieblas que cu-
bren los primeros tiempos de la Grecia, es visible que
tal era allí la costumbre : la autoridad, el generalado,
pasaba frecuentemente de una á otra rama de la fami-
lia real, y de aquí nacian rivalidades y luchas, despues
de las cuales, los vencidos, expulsados del suelo natal,
iban seguidos de los que se hablan comprometido en su
causa á echar lejos de allí los cimientos de una nueva
dominacion.


Gracias á Tácito , tenemos en lo que pasaba entre los
Germanos una muestra bastante exacta de lo que debió
pasar entre las demás naciones en la época en que em-
pezaran al salir de la barbarie. Las tribus germánicas
no se consideraban libres de elegir su jefe mas que en-
tre los in ti víduos de la familia consagrada , pero aquel
jefe lo elegian á su albedrío sin tomar muy en cuenta
los derechos de la herencia directa, y hasta era uso en-




96 DE I.AS FORMAS DE GOBIERNO.
tre muchas de ellas preferir á los hijos del último prín-
cipe uno de sus hermanos, persuadidos de que á la su-
perioridad de la edad , aquel hermano unía la que
procede de la experiencia , y además como le habian
visto comportarse en gran número de circunstancias
sabian lo que valia y lo que tercian derecho á esperar de
el Ha habido á mayor abundamiento gran número de
tribus bárbaras en las que el uso de elegir para reem-
plazar al príncipe uno de sus hermanos llegó á trans-
formarse en regla de Estado, siendo verosímil que esas
tribus temiesen que la herencia en el mando les arreba-
tase toda accion sobre sus propios destinos (1).


Considerando los gobiernos de la edad patriarcal en
lo que tuvieron de mas general, veamos cuáles fueron
sus rasgos característicos. En lo mas alto de cada clan,
tribu, poblacion ó Estado , figuraba un caudillo encar-
gado de administrar justicia é investido de mando mili-
tar: aquel caudillo, sacado de una familia que tenia ella
sola el derecho de suministrarle, no se posesionaba de
la autoridad sino en virtud de una eleccion ó con el be-
neplácito del pueblo. Asambleas nacionales invalidaban
ó ratificaban las decisiones, cuya desaprobacion ó adop-
cion podria tener alguna importancia para la comuni-
dad. Es seguro que las dotes personales del príncipe ó
los accidentes del momento debian influir considerable-
mente sobre la medida de accion soberana que como
propia le competía, pero sociedades de todo punto guer-
reras no se dejaban escatimar de un modo duradero sus


CAPÍTULO vt. 97
libertades ó derechos, y en el fondo el régimen á que
se sometian no era ni monárquico ni republicano.


Lo mas notable que tuvo este régimen es que ofrecia
la mezcla confusa de reglas y de formas que , andando
los tiempos , debian reinar aisladas. Heredabilidad (1)
real , eleccion , asambleas deliberantes , cooperacion de
los gobernados en el manejo de los negocios públicos,
todo se encontraba allí á la vez, y lié aquí por qué este
régimen se presta tan fácilmente á todas las modifica-
ciones que vinieron á exigir á la larga los cambios que
se realizaron en la composicion de los diferentes Estados.


CAPITULO VI.


DE LAS FORMAS DE GOBIERNO DUR NTE LAS EDADES QUE PRECEDIERON
Á LA CA IDA DE LA REPUBLICA ROMANA.


Imposible era que el régimen patriarcal no experi-
mentase numerosas transformaciones. La civilizacion
no debia caminar con paso igual entre los diversos gru-
pos de poblacion que le habian adoptado : entre aquellos
grupos , unos, merced á la bondad de suelo que ocupa-
ban, crecieron rápidamente en número y poder, otros
realizaron menos progresos ó permanecieron estacio-
narios, y con las situaciones sociales se modificaron las
constituciones políticas.


La guerra, sobre todo , contribuyó á determinar las


Consúltese acerca de este punto la obra de M. Desmeunier, cuyo
título es: Espíritu de los usos y costumbres de los diferentes pueblos.
Entre los turcos, el primogénito de la familia, hermano 6 hijo, es to-
davía el sucesor, el heredero le gal de los difuntos, incluso en lo que
atañe á la propiedad territorial.


(1 Este vocablo no se encuentra en el Diccionario de la Academia,
pero lo vemos usado por D. Joaquin Francisco Pacheco , en el tomo
único que publicó de su Historia de la regencia de Doña María Cris-
tina, pág. 170, y la adoptamos con gusto como el mejor equivalente de
la voz francesa hérédité. (N. del 1'.).


FORMAS DE GOBIERNO.-7




98 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
mudanzas que se efectuaron en la organización de los
poderes públicos. Hubo vencedores y vencidos, nacio-
nes conquistadoras y naciones conquistadas: algunas de
las primeras subyugaron á muchas de las otras , y su
dominio se extendió sobre vastos territorios; así se fue-
ron constituyendo poco á poco Estados de tamaño y
composicion diferentes. Las formas de gobierno debie-
ron conformarse con las exigencias de situaciones á la
vez nuevas y diversas, y llegó el momento en que vió
nacer y establecerse monarquías y repúblicas.


Mí o n ar qu í as


¿Cómo nacieron las mas antiguas monarquías? ¿Qué
principios tuvieron aquellas que durante una larga su-
cesion de siglos aparecieron unas tras otras en las vas-
tas regiones que mas adelante pasaron completamente
bajo el dominio de los Persas? Montones de escombros
seí'ialan los solares donde se alzaron muchas de sus ca-
pitales; la historia ha recogido algunas tradiciones rela-
tivas á los sucesos que determinaron su fundacion y su
calda ; ella nos ha transmitido los nombres de algunos
de los príncipes que las rigieron y gobernaron: todo lo
denlas yace sepultado en una sombra impenetrable has-
ta el presente.


No es dudoso, empero, que las primeras monarquías
salieron de necesidades traidas por circunstancias de
órden militar. A. pesar de su fraccionamiento en peque-
las tribus distintas y con frecuencia enemigas , las po-
blaciones difundidas por una misma region se diferen-
ciaban rara vez por su origen, y de aquí entre ellas re-
laciones que , en caso de necesidad, les permitian en-


CAPíTULo
99


tenderse y obrar de concierto. Unas veces se confede-
raban para emprender una expedicion lejana é ir á bus-
car una nueva residencia, otras para atajar el torrente
destructor de una invasion extranjera. Cuando esto su-
cedia, la confederacion necesitaba un general , que por
lo coman era elegido por los jefes de los diversos ctans
que entraban en la asociacion; y cuando las circunstan-
cias eran tales que reclamaban la prolongacion del
mando á que aquel general habia sido llamado, érale á
-veces posible adquirir un ascendiente que le permitia
fundar una dinastía real.


Es evidente, sin embargo, que en ninguna parte en
Europa los caudillos de las confederaciones militares
consiguieron transmitir á sus descendientes la autoridad
que debían á la eleccion de los que se alistaban bajo sus
órdenes. Ni Agamenon, ni los Brenos y los Yergo-
brechts de los Galos, ni los Lars, ni los Pórsenas de los
Etruscos, ni los Hermanns de los Germanos, ejercieron
mas que un mando temporal y de limitada duracion.
Distinto curso siguieron las cosas en Asia : en épocas
que se pierden en la noche de los tiempos, el Asia fué
teatro de emigraciones y de luchas gigantescas. Nume-
rosas hordas , abandonando la vida pastoril, se reunían
para invadir comarcas mejor dotadas que las que pasta-
ban sus ganados.; lanzábanse unas veces del fondo de la
Escitia , otras de los desiertos de la Arabia ó de las cum-
bres de las montalias medio incultas á las fértiles llanu-
ras que regaban el Tigris y el Eufrates , y cada vez que
conseguian apoderarse de ellas , preciso les era perma-
necer unidas para recoger los frutos de la victoria. Con
este fin dejaban al caudillo bajo cuyo mando habian pre-
valecido sus armas , una autoridad preponderante que,
merced á las dificultades mismas de la ocupacion de las




100 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
comarcas nuevamente conquistadas. aquel encontraba
casi siempre medio de fijar en su familia.


Los imperios que acababan de fundar unas razas ve-
nidas de fuera, no tardaban en derrumbarse, unos bajo-
el choque de nuevos conquistadores, otros derribados
por la insurreccion de las poblaciones á cuyas expensas
se habian formado , y en su lugar se levantaban otros.
nuevos destinados á sufrir á su vez la misma suerte.
Expuestos á frecuentes invasiones, teniendo que temer
rebeliones peligrosas, estos no duraban tampoco cierto
tiempo, sino á condicion de abandonar á un jefe supre-
mo una autoridad que á poca costa le era dado transmi-
tirá su propia descendencia.


Todo con efecto en lo poco que sabemos de los mas
antiguos imperios de Asia, atestigua que para ellos la
unidad del mando era cosa indispensable. Diversas en
origen y lenguaje las naciones que reunian bajo el.
mismo cetro, estaban profundamente divididas: unas, en.
posesion del dominio, abusaban de las fuerzas que se le
hablan dado; otras , subyugadas ó tributarias , espiabaa
la ocasion de sacudir el yugo que pesaba sobre ellas , y
pronto hubiera sucumbido el Estado Ano haber residido
el mando todo entero en manos de un jefe libre para
imponer á todos su voluntad personal.


Algunos hechos de incontestable autenticidad derra-
man por lo demás bastante luz sobre la naturaleza de
las circunstancias que transformaron en monarquías
los Estados fundados en el suelo asiático: unos pertene-
cen á la historia de la nacion judía , otros á la de los
Persas.


Las tribus Hebráicas se hablan apoderado de la tierra
prometida y verificado su repartimiento; pero termina-
da la obra, no tardaron en relajarse los vínculos de la..


CAPÍTULO VIL 101.
:alianza. Ni el gobierno múltiple de los ancianos, ni el
de los jueces bastaron para conservar su primitiva
fuerza : sobrevinieron disensiones, y su triste fruto fue
la derrota ; muchas veces los Hebreos vencidos cayeron
en servidumbre, y descontentos al cabo de un régimen
bajo el cual les parecia imposible resistir á los ataques
de las naciones vecinas, pidieron que la autoridad se
constituyese en manos de uno solo , y obligaron á Sa-
muel á darles un rey.


Lo que los Hebreos habian hecho con la esperanza de
triunfar de los peligros que amenazaban su existencia
nacional , lo hicieron las tribus Persas con el fin de po-
der ir á buscar fortuna fuera de las ásperas y estériles
montañas, donde empezaban á encontrarse estrechas:
uniéronse en un mismo cuerpo y confiaron á Ciro el
mando supremo. Nada en Asia resistió á su empuje;
bastóles chocar con las antiguas dominaciones que en-
contraron de pié para hacerlas caer una tras otra; pero
señoras ya del mas vasto imperio de la antigüedad, fue,-
les preciso so pena de no poder conservar su posesion,
continuar sometidas á un solo príncipe. y Cambises he-
redó la autoridad misma, cuya investidura habla recibi-
do su padre.


Tambien en Egipto peligros sin cesar renacientes die-
ron origen á las primeras monarquías. 'Por largo tiem-
po Egipto no habia contenido mas que pequeños Esta-
<los, gobernados todos por gerarquías sacerdotales que
habian arrancado á sus poblaciones á las miserias de la
barbarie primitiva. Llegó el tiempo en que la riqueza
del pais y los tesoros guardados en los templos desper-
taron la codicia de las razas circunvecinas : enjambres
de nómadas invadieron el suelo y fundaron en él esta-
blecimientos , con lo que tuvieron principio guerras




DF: LAS FORMAS DE GOBIERNO.


durante las cuales la parte del pueblo consagrada al ofi-
cio de las armas, tuvo que hacer el papel principal. La,
casta sacerdotal se habla reservado el derecho de nom-
brar los generales ; mas pronto no le fué ya posible-
quitar á los soldados los caudillos á quienes babia ilus-
trado la victoria, y entre estos se encontraron algunos,
que , favorecidos por las circunstancias de la época , lo-
graron crearse dominaciones personales y transmitirlas
á nuevas casas reales.


¿ Cuáles fueron los caractéres distintivos de las mo-
narquías primitivas? ¿De qué modo estaba en ellas re-
partida y ejercida la soberanía ? Veamos lo que al tras-
luz de la oscuridad de los tiempos es posible discernir.


En las épocas en que aparecieron las primeras mo-
narquías pueblos y reyes eran todos bárbaros aun , y
de aquí entre ellos relaciones á la vez inseguras y casi
siempre violentas. l.os reyes se servian de las fuerzas
que tenian á su disposicion sin regla ni medida, pero
no sin encontrar resistencias que muchas veces se tor-
naban agresivas y victoriosas: dos potencias sobre todo,
aristocrática una , sacerdotal la otra, no los dejaban li-
bres de obrar á su arbitrio, y de hecho compartian con
ellos el ejercicio de la soberanía. Descendientes de los
caudillos , bajo cuyo gobierno hablan vivido las tribus
antes de estar reunidas bajo un mismo príncipe, los,
grandes, seguros de la adhesion de numerosos clientes,.
se hallaban en estado de hacer respetar sus prerogati-
vas. Por otra parte, los ministros del culto, unidos por.
un interés comun , y formando de ordinario una castre
objeto (le veneracion profunda, hablan adquirido un as-
cendiente ante el cual tenian que inclinarse los reyes
mismos.


En los Estados donde la casta sacerdotal habla sabide›


CAPÍTULO vi 103
acaparar la potestad soberana , hablan sido menester ne-
cesidades muy imperiosas para que se resignase á dear
que se estableciesen tronos. En Egipto, donde tuvo que
ceder á las exigencias de los ejércitos, hablase reservado
el derecho de consagrar á los reyes, y dándoles lugar en
sus filas, consiguió someterlos á observancias y reglas
que los retuvieron en parte bajo su tutela : á la larga,
empero, los reyes fueron ganando terreno , si bien
nunca consiguieron hacerse de todo punto indepe•
dientes de la autoridad de los templos , y todavía en la
época en que los soldados de Cambises fueron á trans-
formar el Egipto en provincia del imperio Persa , esta-
llaban frecuentes luchas.


En la Judea los reyes no ejercian mas que una sobe-
rama constantemente disputada. Muy á duras penas ha-
blan consentido los sacerdotes en el nombrauliento de
un jefe de justicia y de guerra: en sus manos residia el
depósito de las leyes, y todo su afan era subordinar la
corona á sus propias inspiraciones. Descontentos de
Saul, fulminaron contra él y toda su raza el anatema,
y entregaron el cetro á David : entre el sacerdocio y la
corona hubo lucha permanente, y esta lucha fué mas
de una vez la causa decisiva , la fuente principal de los
desastres que abrumaron á la nacion.


No mucha menor parte en el gobierno tuvieron las
castas sacerdotales en las mas antiguas monarquías de
la Asiria. Sacerdotes y guerreros juntamente, los Cal-
deos decidian de todas las cosas en Babilonia, y los re-
yes no hubieran osado descontentarlos : del propio
modo, los magos hablan adquirido en la. Media una in-
fluencia tan profundamente arraigada, que sobrevivió á
la calda misma del imperio.


Imposible era , por lo demás , que el ejercicio de la




101 DE LAS FORMAS DE GOBTEIENO.
autoridad, en las grandes monarquías de la antigua
Asia, estribase en cimientos estables y regulares. Los
pueblos cuyas armas habian creado aquellas monar-
quías, eran demasiado incultos para comprender y
aceptar las combinaciones políticas, únicas que hubie-
ran podido asegurarles su conservacion : en ninguna
parte existian entre ellos ni el respeto al derecho aje-
no, ni la inteligencia de las ventajas anejas á la volunta-
ria miro ision á leyes que protegiesen á las naciones que
habian subyugado. Reyes, grandes , corporaciones reli-
giosas, todo lo que tenia vida y fuerza, no pensaba úni-
camente mas que en acrecentar de dia en dia su parte
de opulencia y de autoridad , y de aquí luchas , ya sor-
das, ya violentas, pero que paraban siempre en intro-
ducir la anarquía en el gobierno, preparaban y preci-
pitaban Siti caida.


Una circunstancia particular aceleraba el curso de
los desórdenes interiores. Las naciones que venían á
derribar las dominaciones establecidas y á fundar otras
nuevas, no conservaban largo tiempo la energía guer-
rera á que habian debido el triunfo de sus armas: cuan-
to mas ruda y grosera habia sido su vida en el suelo
natal, menos resistian á las corrupciones que engen-
dran riquezas súbita y violentamente adquiridas. La d-
eban á un desenfrenado lujo, la sed de las satisfacciones
sensuales se difundian entre ellas, y pronto se desorga-
nizaban unos Estados en cuyo seno jefes enervados, en-
vilecidos por el exceso de los placeres, eran incapaces
de mantener el órden y la disciplina.


Al imperio de los Persas, el último en el órden de
los tiempos, el menos bárbaro, el mas poderoso de
cuantos existieron en la antigua Asia , es á quien hay
que preguntar lo que habian sido las monarquías de que


CAPÍTULO FI. 105
se constituyó heredero. Sellares de las mas vastas y
florecientes partes del mundo asiático, los Persas toma-
ron posesion de. ellas á título de nacion soberana : Giro,
su jefe, conservó un mando, cuya concentracion , en
manos de uno solo, exigian los peligros y cuidados de
la ocupacion de las regiones conquistadas; pero aquel
mando, absoluto en apariencia , no se ejercia en reali-
dad mas que bajo la doble fiscalizacion de los grandes;
es decir, de los descendientes de las familias bajo cuyo
gobierno habian vivido antes las diversas fracciones de
la raza victoriosa , y del gremio sacerdotal , fuerte con
el respeto que de consuno alcanzaban sus funciones
religiosas , y la superioridad de sus luces.


Las locuras de Carnbises produjeron una revolucion
que modificó grandemente la organizacion del imperio.
Carnbises habia hecho dar muerte á su hermano, y
queriendo los magos apropiarse el gobierno, corrieron
la voz de que aquel hermano no había muerto, dieron
su nombre á uno de los suyos , y le sentaron en el tro-
no. Carnbises murió en el momento mismo en que se
preparaba á ir á castigar la impostura, y de hacerlo se
encargaron los grandes : los magos fueron atacados,
vencidos, inmolados , y su ruina arrastró consigo la de
la antigua autoridad sacerdotal. Desembarazados de un
poder rival y libres de disponer ellos solos de los des-
tinos del imperio, los grandes no consultaron mas que
su propio interés : al dar la corona á Dario, exigieron
la formacion de un consejo de Estado, de que habian de
formar ellos parte integrante, y la reduccion á veinte
del número de las satrapias , antes seis veces mas con-
siderable. Con esto robustecian mucho su poder: agran-
dando de aquella suerte otros tantos territorios, cuya
administracion se les debia confiar necesariamente, los




106 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
jefes de las principales familias se formaban en el Es-
tado Estados particulares , desde el fondo de los cuales
podrian regatear la obediencia y tratar de igual á igual
con el soberano. No tardó la innovacion en dar sus fru-
tos : los sátrapas reinaron en las provincias cuyo go.
bierno tenian; con derecho de levantar en ellas con-
tribuciones y sostener tantos soldados cuantos podian
pagar, empezaron á no rendir homenaje al principe, á
no ejecutar sus ' órdenes sino en cuanto no eran bas-
tante fuertes, y á reducirle á la necesidad de dejarles
una completa independencia: así fué declinando poco á
poco la autoridad central, y llegó el momento en que
unos reyes que no osaban ya reclamar la sumision que
les era debida , solo muy rara vez se mostraron fuera
de su palacio. Esclavos allí de un pueril y fastuoso ce-
remonial, enervados por la vida de serrallo, juguetes
de las intrigas de cuantos se les acercaban, aquellos
hombres que al parecer disponian de la vida y de las
haciendas de todos , temblaban continuamente por sí
mismos: sus cortesanos, sus guardias , sus criados, po-
dian sin temor darles muerte , seguros de la impuni-
dad bajo el sucesor á quien su crimen daba el poder
supremo. Desde el primer Dario, de once príncipes
que subieron sucesivamente al trono, no hubo uno que
no enrojeciese sus gradas con su propia sangre, ó ne
las encontrase enrojecidas con la sangre de alguno de
sus deudos.


Solo una cosa parece haber amortiguado entre los
Persas el progresivo vuelo (le la anarquía, y es el res-
peto que inspiraba el alto origen de la casa real. Los
sátrapas se hacian la guerra entre sí, y en caso de ne-
cesidad la sostenian contra su soberano ; pero en el
concepto de la nacion , la corona no porfia pertenecer


CAPÍTULO VI.


107
mas que á un descendiente de Aquemenes, y nadie,
aun entre los mas poderosos, hubiera sido osado á apo-
derarse de ella. Corno Ciro y Cambises , Dario, hijo de
Histaspes , era uno de los vástagos del héroe nacional;
esto fué lo que le permitió ocupar el trono, y lo que
conservó tambien su transmision entre los individuos
de su familia,


Tal fué el gobierno salido de las conquistas de Ciro;
tal y menos culto aun habia sido el de los antiguos im-
perios de Asia. Emanada del mando militar, la autori-
dad real no conocia allí ni límites fijos ni reglas positi-
vas, pero de hecho estaba demasiado aislada , ignoraba
demasiado la medida misma de sus derechos , carecia
demasiado de fuerzas propias para subsistir er, toda la
plenitud que habia tenido en su origen. En lucha cons-
tante con influeneias y poderes que la tenian en jaque,
era tanto mas violenta en sus actos cuanto mas amena-
zada se sentia; veíasela emplear el ardid contra los que
le resistian, defenderse con el hierro y muchas veces
tambien con el veneno; pero á la larga se doblegaba ante
resistencias que no cesaban de multiplicarse , y llegaba
á la impotencia de asegurar al Estado la medida de so-
siego y tranquilidad que necesitaba para subsistir. Un
leve empuje habla bastado á los Persas para derribar
por tierra unos imperios en que todo era desórden y
anarquía , y el que ellos fundaron cayó á su vez al pri-
mer choque de los ejércitos de Alejandro.


La calda del régimen de los tiempos heróicos no dejó-
en pié, en la parte de Europa , cuyo recuerdo ha con-
servado la historia, mas que dos Estados monárquicos,
la Macedonia y el Epiro ó Molosia. No eran estos coma
los imperios de Asia , vastas dominaciones reunidas en
un mismo haz por la espada de un conquistador ; eran




108 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
Estados peq líelos, incultos y pobres , pero que cons-
tantemente atacados por las razas bárbaras limítrofes
con ellos , no habrian podido defenderse si las tribus
que encerraban no se hubieran reunido bajo un solo y
mismo mando militar. A juzgar por lo que dice Plutar-
co, el ejercicio de la soberanía se repartía en la Molosia
entre los reyes y la nacion : todos los alos canjeaban
en la asamblea general , y bajo la sancion de un sacrifi-
cio ofrecido á Júpiter marcial , unos el juramento de
gobernar con arreglo á las leyes , otros el de defender
tambien con arreglo á las leyes el reino y la corona.
Menos sabido es lo que pasaba en Macedonia ; pero di-
versos hechos atestiguan que los grandes . los jefes de
las tribus que formaban la confederacion eran podero-
sos y temidos, y no hay duda que se necesitaba consul-
tarlos siempre que se trataba de un acto de interés ge-
neral. Evidentemente las formas (le gobierno no se di-
ferenciaron sino muy poco, en ambos paises, de las que
hablan prevalecido durante la era patriarcal : la corona
pasaba de uno de los miembros de la familia soberana
á otro , sin que el órden de las transmisiones estuviese
sujeto á reglas constantes el aura popular, el azar de
los sucesos decidian en este punto : la manera como Fi-
lipo, padre de Alejandro, suplantó á su sobrino A min-
io, el largo y sangriento conflicto entre Pirro y Neop-
tolmo , dan de ello formal testimonio. Lo que corrige,
•empero, en una cierta medida los inconvenientes anejos
á la ausencia de regla invariable en materia de sucesion
á la corona , fué un sentimiento de la misma naturaleza
que el que dominaba en los imperios del Asia ; entre los
Macedonios, la casa real tenia por autor á Hércules , en-
tre los Epirotas descendia de Aquiles , y ni uno ni otro
•{1e los dos pueblos hubiera consentido que el cetro fuese


CAPÍTULO VI. 109'
arrebatado al linaje del héroe á quien rendía culto;
tal punto era dominante este pensamiento que el Epira
no pensó en constituirse en república sino cuando ya
no quedó un solo vástago varon de la raza sagrada de.
los Eácidas.


Despues de las monarquías de origen patriarcal ó na-
cidas de la conquista , la antigüedad las vió formarse de
otra especie, cuales son las que produjo la desmembra-
cion de los Estados de Alejandro. Al cabo de largos y
sangrientos combates, unas cayeron en manos de caudi-
llos indígenas, otras mas cercanas á Europa y mas im-
portantes , se constituyeron bajo el mando de los gene-
rales macedonios: estas fueron militares y absolutas.
En los pueblos que sometieron á una misma domina-
cion no existia ya ninguna de las fuerzas sociales que,
durante las épocas anteriores, hablan impuesto limites
á las voluntades de los reyes; la alta nobleza, tan altiva
y tan respetada entre los pedos y los Persas , donde.
subsistian aun restos de la primitiva organizacion por
dans ó tribus, habia desaparecido en las provincias,
cuya posesion pudieron conservar los generales griegos;
las clases sacerdotales no tenian ya ascendiente mas que
en el recinto de los templos ; solo los ejércitos tenian
aptitud para pesar en la direccion de los negocios; pera
compuestos en gran parte de mercenarios, su fidelidad
estaba asegurada á todo príncipe que les dispensaba li-
beralmente una parte de los subsidios que ellos le ayu-
daban á arrancar á sus vasallos. El genio griego no re-
sistió á los estímulos del despotismo, al cual fué cedien-
do cada vez más de generacion en generacion : ni los
descendientes de Seleuco , ni los de Tolomeo conser-
varon la energía marcial , el sentido claro y práctica
que distinguian á sus ascendientes, y fácil fué á los Ro-




110 DE LAS FORMAS DE GOBIEBNO.


manos apoderarse de unos Estados á cuya defensa eran
incapaces de acudir con toda la habilidad necesaria sus
degenerados seíiores.


No hay que dejarse engañar por las denominaciones:
si se atiende al fondo de las cosas, se ve que hubo en el
mundo antiguo Estados regidos en un todo por un solo
y mismo príncipe , pero que no hubo verdadera mo-
narquía. En ninguna parte floreció ni reinó el principio
constitutivo de la monarquía , la transmision de la co-
rona siguiendo un órden fijo, inalterable, á cubierto de
toda contestacion y determinado únicamente por he-
chos de nacimiento y consanguinidad. Los usos de los
tiempos heróicos continuaron prevaleciendo : la corona
no cesó de ser considerada como el patrimonio par-
ticular de una familia consagrada por el explendor de su
origen , pero cuyos miembros todos tenian títulos casi
iguales , y en la preferencia que daban á uno de ellos,
los pueblos no iban dirigidos por la idea de que existiese
para el pariente mas cercano del jefe que acababa de
morir, un derecho que debiera tornársele en cuenta. Los
Persas no admitian el honor de gobernarlos mas que á
los príncipes de la sangre de Aquemenes , pero dejaban
á aquellos príncipes acuchillarse en las gradas del tro-
no , y cualquiera que fuese el vencedor le saludaban
con sus aclamaciones. De la propia suerte en el Epiro y
la Macedonia, la corona era disputada por todos aque-
llos de entre los príncipes de la casa real que habian
sabido hacerse rartidarios, y al cabo se la llevaba el
vencedor. Durante el último siglo que precedió al adve-
nimiento de Hipo II de Macedonia, diez reyes se ha-
blan apoderado de ella y perdídola uno tras otro , y Fi-
lipo que se la arrebató al hijo de su hermano tuvo que
deshacerse él tambien de uno de sus deudos que á mano


CAPÍTULO Vi. 111
armada se la reclamaba ; y hasta sucedia con bastante
frecuencia que , á fin de conciliar pretensiones , cuyo
choque acarreaba calamidades nacionales, se autorizaba
á dos competidores á reinar juntos. Á la muerte de Ale-
jandro no quedaban de la raza de los Heráclidas mas
que un idiota y un niño de pecho, hermano el uno,
hijo el otro del conquistador de Asia, y los próceres ma-
cedonios los declararon reyes á ambos; del propio modo
los Molosos , cansados de las sangrientas luchas que fo-
mentaba la rivalidad de Pirro y Neoptolerno , quisieron
que se repartiesen un trono que Pirro no guardó para
sí solo sino despees de haber hecho asesinar á su com-
petidor. Tampoco el órden de la sucesion á la corona
estuvo sometido á reglas inviolables en las monarquías
formadas con los restos de la dominacion pérsica. Como
las dinastías fundadas por los generales griegos no te-
nian mas título á la obediencia de los pueblos que la po-
sesion misma de la autoridad real , las luchas entre los
pretendientes al trono habrian producido bien pronto su
caida, y los reyes de Siria procuraban precaverlas de-
signando préviarnente al deudo que habia de recoger su
herencia. Este uso admitido igualmente por los reyes de
Egipto daba pocas é insuficientes garantías, por cuanto
los príncipes excluidos ó descontentos de su parte ape-
laban á las armas, y César, á su llegada á Alejandría, se
encontró encendida la guerra entre las dos hijas y el
hijo del rey que acababa de morir.


Evidentísimo es que en el mundo antiguo el régimen
monárquico no salió de la infancia. Lo que definitiva-
mente constituye este régimen lo que le distingue y le
imprime su verdadero carácter, es el establecimiento
de leyes que regulen las transmisiones de la corona , de
manera que no pueda surgir duda ninguna en punto al




112 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
órden , segun el cual deben verificarse ; ahora bien,
ninguna de las sociedades de la antigüedad tuvo tales
leyes bastante positivas para obtener el respeto de todos
y preservarla de los sangrientos conflictos á que daban
ocasion las vacantes del trono. Todas dejaron á la fuer-
za el papel decisivo en las competencias entre los prín-
cipes de la casa real , y apenas manifestaron una escasa
preferencia en favor del derecho (le aquel de entre los
hijos de su último príncipe que se encontraba en edad y
capaz de empular las riendas del gobierno, y la razon es
que eran demasiado incultas todavía para comprender
la necesidad de someterse y someter á los grandes per-
sonajes á reglas invariables y fijas. Para desprender el
principio monárquico de las complicaciones y de las
confusiones que contrariaban su vuelo , se necesitaba
una experiencia de la vida colectiva, una inteligencia de
los intereses públicos que faltaron por largo tiempo á los
hombres y que en el mundo moderno no han empezado
á dar sus frutos, sino desde hace muy pocos siglos (1).


II.


Repúblicas.


Corno las mas antiguas monarquías , las primeras re-
públicas emanaron de necesidades debidas á los cambios
ocurridos en la situacion de unos Estados que hasta en-
tonces !rabian vivido bajo el régimen patriarcal; solo
que aquellas necesidades no obraron de repente , y se
necesitó mucho tiempo para que su accion llegase á ser
completamente decisiva..


(') Mas adelante verémos que el imperio romano tampoco tuvo re-
gla de sucesion á la corona, y que el principio hereditario solo obtuvo
en él aplicaciones inciertas y transitorias.


CAPÍTULO VI.
113


Veamos cuál fué la marcha ordinaria de los sucesos.
La vida agrícola habla impreso á las guerras un nuevo
impulso : las tribus, en contacto unas con otras, no se
batian ya únicamente con la mira de los provechos del
pillaje, antes bien trataban de subyugarse mútuamente,
y por lo coman la servidumbre era el destino fatal de
aquellas á quienes no favorecía la fortuna de las armas;
por eso procuraron asegurarse garantías contra los
reveses, y por do quiera se levantaron recintos for-
tificados , donde en caso de derrota encontraban un
asilo y podian sostener largo tiempo los embates del
enemigo.


Así, se fundaron ciudades amuralladas, donde se re-
fugiaba la parte de las poblaciones que amenazaban las
embestidas del extranjero , y aquellas ciudades se pobla-
ron rápidamente; innovacion fecunda en resultados po-
líticos de gran consideracion. Las derrotas no arrastra-
ron ya consigo la inmediata ruina de los vencidos : los
vencedores, para completar su triunfo, tuvieron que
emprender asedios durante los cuales sus propios ho-
gares, privados de una parte de sus defensores, per-
manecian expuestos á formidables correrías, y las guer
ras, por lo mismo que su objeto no porfia alcanzarse
sino á costa de largos y peligrosos esfuerzos, fueron
menos frecuentes y mas regulares. Convenios, tratados,
ajustaron gran número de las diferencias que antes oca-
sionaban continuas hostilidades; juramentos religiosos
garantizaron la fidelidad á los empdios contraidos, y
las sociedades, mas seguras de su existencia , no tuvie-
ron ya necesidad de continuar viviendo bajo jefes inves-
tidos de un mando absoluto ó poco menos.


Por otra parte , las ciudades no podian crecer ni po-
blarse sin que se formasen en su seno intereses que re-


FORMAS DE GOBIER:',;"0.•-••8




114 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
clamaban seguridades de que carecían bajo el gobierno
de un príncipe. La vida urbana, en cambio de las ven-
tajas que produce, exige sacrificios de una especie par-
ticular. Poblaciones llamadas á construir y entretener
muros de defensa, á erigir templos , edificios de utili-
dad pública , á someterse á reglamentos de policía mu-
nicipal, no se prestan á los sacrificios de tiempo y de
dinero que tienen que hacer, sino en cuanto han lle-
gado á punto y sazon de apreciar su conveniencia, y
fuerza es tomar su parecer en cuanto concierne á las
más de las medidas cuya ejecucion cae á su cargo : así,
los reyes no pudieron en una multitud de casos reser-
varse el derecho exclusivo de decretar ; preciso les fué
dejar constituirse consejos , asambleas , senados que
concurrieron con ellos á las resoluciones de órden pú-
blico, y no tardaron en adquirir suma importancia.


Ni podia ser de otra manera : tanto cuanto el poder
real encuentra elementos de vida y duracion en las na-
ciones que cubren un vasto territorio, tantos menos
encuentra en las que viven confinadas en estrechos li-
mites, y sobre todo en los Estados que no se compo-
nen mas que de una ciudad y de su término. Todo allí
le falta para florecer y conservarse: desnudo de pompa
y de explendor, pobre porque el Estado no podria ha-
cer mucho por él , sin medios de darse un séquito nu-
meroso y decidido, encuéntrase solo y casi desarmado
en presencia de los gobernados. Otro inconveniente
para él es que los negocios en que tiene que entender,
lejos de realzar su dignidad, tienden , por el contrario,
á rebajarla. Esos negocios por lo general son pequeños,
y tales que cualquiera puede comprenderlos : redú-
cense á cuestiones de interés local, á litigios de poca
importancia; preciso es , sin embargo, so pena de in-


CAPÍTULO vt.
115


utilidad, que el príncipe intervenga en su solucion, que
lleve en ellos el peso de su supremacía , y de aquí re-
sulta que, poniendo mano en todas las cosas , sobre él
viene á pesar una responsabilidad que le entrega á ata-
ques cada vez mas vivos y numerosos. Ahora bien , es
raro que los poderes á quienes el curso de las transfor-
maciones sociales hace incómodos y amenaza con una
Pronta ruina, no busquen en el uso excesivo de las
prerogativas que han recibido de lo pasado nuevos me-
dios de lustre y fuerza : tal fué la marcha que siguió el
poder real en los más de los pequeños Estados de la an-
tigüedad. A medida que fué sintiendo declinar el presti-
gio de que habla gozado durante la era patriarcal, mos-
tróse mas celoso de sus atribuciones, mas dispuesto á
ensanchar el círculo de su accion , mas ávido de rique-
za , mas receloso é irritable , y llegó un momento en
que las poblaciones, cansadas de su importuna activi-
dad , trabajaron por desembarazarse de él.


La semejanza (le los sucesos que produjeron la su-
presion del poder real en los pequeños Estados de la
antigüedad, atestigua cuán poco compatible era en ellos
con las necesidades y los intereses que engendraba en-
tonces el desarrollo de la civilizacion. Un gobierno pu-
ramente municipal bastaba á aquellos Estados, y la mo-
narquía era allí , no solamente inútil, mas un embara-
zo, un obstáculo para el manejo de los negocios: de
aqui los descontentos que excitó y las revoluciones que
determinaron su abolicion. Y no solo en el suelo de
Grecia é Italia se consumaron aquellas revoluciones:
donde quiera que en Europa algunas ciudades habían
llegado á ser el centro y el baluarte de una asociacion
politica, la autoridad de los reyes fué atacada y des-
truida. Tal habla sido ya la marcha de las cosas en Es-




116 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
paria antes de la época en que penetraron en ella los.
Cartagineses, y tal comenzaba á producirse en las Ga-
lias en el momento en que traspasaron sus fronteras-
las legiones de César.


Veamos ahora de qué modo las Repúblicas del mun-
do Griego y Romano, únicas cuya historia es bastante
conocida, se constituyeron, y á qué mudanzas sucesi-
vas estuvieron sometidas las formas de gobierno bajo,
las cuales transcurrió su existencia.


Repúblicas griegas,


En la época en que las ciudades de Grecia se trans-
formaron en repúblicas, no halda una cuyo territorio-
no contuviese clases de poblacion profundamente sepa-
radas, lo cual era uno de los efectos de las luchas guer-
reras que en el origen hablan mediado entre las nume-
rosas tribus que se habian disputado la,ocupacion del
territorio. Por do quiera, los mas débiles habian sido.
despojados, sujetos al terrurio ó reducidos á personal
servidumbre, y sus señores los retenian bajo un yugo
terriblemente pesado. Encima de esta clase, que era
con mucho la mas numerosa , se levantaba la de los,
hombres libres, la única que contaba por algo en el Es-
tado ; pero esta misma se hallaba dividida en dos frac-
ciones, compuesta la una de la muchedumbre, y la otra
de las familias que, oriundas en su mayor parte de los-
caudillos It quienes obedecieran en otro tiempo las di-
versas tribus, habian permanecido en posesion de ri-
quezas y prerogativas importantes : esta aristocracia
era la que habia formado al lado de los reyes el consejo
nacional. Desde el principio aquella aristocracia partí-


CAPÍTULO NI.
117


zipó en la direccion de los negocios sociales, y cuando
hubo conseguido expulsar á los reyes, se apoderó de los
poderes que su ausencia dejó vacantes : así se consti-
tuyó en las nacientes repúblicas el reinado de los mag-
nates y de los nobles. El ejercicio de la soberanía vino
á pertenecer casi por completo á patriciados que le
conservaron durante tres ó cuatro siglos, y que no le
perdieron sino por falta de haber sabido usar de él á
satisfaccion de los gobernados: el exceso del poder ejer-
ció sobre ellos su funesto imperio; de generacion en
generacion fué creciendo en sus filas el orgullo de
casta , el desprecio de los derechos de cuantos no figu-
raban en ella, la dureza y la rapacidad en sus relacio-
nes con los que vivian bajo su dependencia , y al cabo
estallaron insurrecciones de que les fué imposible
triunfar.


Despues del gobierno de los magnates vino uno de
muy distinta especie. La muchedumbre habia vencido :
victoriosa , lo podia todo en el Estado; pero incapaz de


,conducir los negocios por sí misma , abandonó su direc-
•cion á aquel de entre los individuos de la comunidad
que mas completamente logró captar su confianza, y en
todas partes tuvo principio la era llamada de las tira-
nías. Este período de la existencia de las repúblicas de
Grecia no tuvo, empero, en su origen el carácter malé-
fico que parece indicar la denominacion con que se le
conoce: léjos de eso, Cité por mucho tiempo favorable á
los intereses del mayor número y los sirvió eficazmen-
te. Para los tiranos , el enemigo era el patriciado caldo
y empeñado en recuperar el mando: de aquí para ellos
la necesidad de apoyarse en la masa de los hombres li-
bres, de conciliarse su adhesian asociándolos á todas las
medidas de Orden político, no obrando sobre ellos mas




118 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
que por vía de consejo y de influencia. Mientras los an-
tiguos patricios inspiraron temores, mientras pareció,
que no habian perdido ni la esperanza ni la posibilidad.
de recobrar su antigua supremacía, los tiranos gober-
naron con prudencia y moderacion ; pero á medida que-
disminuyeron los peligros que necesitaban conjurar,.
vióselos ceder cada vez más á las sugestiones del inte-
rés personal. Numerosos actos de concusion y violencia
provocaron contra ellos ódios cada vez mas ardientes.
Expuestos á peligros, se ensañaron furiosos con los-
enemigos de su dominacion , y al cabo sucumbieron co-
mo habian sucumbido antes que ellos los reyes, cuyo
puesto habian cogido y cuyo poder se hablan adjudi-
cado.


Asi se verificaron en Grecia tres revoluciones conse-
cutivas. Al gobierno de los reyes sucedió el de los nobles
ó de los magnates, y luego el de los tiranos, que por le
general fué de corta duracion : exceptuando á Esparta,
en todas partes los sucesos ocurrieron en el mismo ór--
den y de la propia manera , á causa sin duda de que
entre los Estados de Grecia no existian sino pequeñas
diferencias de estructura y composicion. Extension ter-
ritorial, número, clasificacion de las poblaciones , esta-
do de los ánimos y de las costumbres, todo en ellos era,
sumamente parecido , y de aquí el curso tan notable-
mente uniforme de las mudanzas que en casi todos ex-
perimentaron las formas de los gobiernos. Preciso fué&
para diversificar más los modos de la organizacion civil
y política, que legisladores diversamente inspirados vi-
niesen á mezclar en mas extensa medida la accion da
prescripciones facticias á la de las circunstancias natura-
les que hasta entonces habian ejercido el imperio mas
decisiv o.


CAPÍTULO VI. 119
La calda de las tiranías trajo para las poblaciones la


necesidad de proceder á nuevos arreglos políticos. Su-
cesivas derrotas hablan rebajado á la antigua aristocra-
cia: entre las familias que la componian, unas se habian
extinguido en el destierro, otras, blanco de las persecu-
ciones de los tiranos , no habian conservado mas que en
parte las riquezas allegadas por sus ascendientes. El
pueblo á la inversa 'labia crecido en importancia: ha-
bíasele admitido á concurrir lx la administracion de los
negocios , y no estaba dispuesto á renunciar unos dere-
chos cuyo valor conocia: por eso el nuevo órden mejoró
grandemente su condicion. Vanamente, empero, los le-
gisladores probaron á conciliar todos los intereses opues-
tos; la obra no podia lograrse mas que á medias. Las
luchas de lo pasado hablan difundido en todas las clases
ódios duraderos: grandes y pequeños , ricos y pobres,
todos se disputaron el mando, y se reanimaron las con-
tiendas entre la aristocracia y la democracia.


No hay que engañarse, sin embargo, tocante al senti-
do de los términos usados entre los antiguos: jamás
hubo en Grecia cosa parecida á lo que en nuestros dias
se llama democracia. Lo que se llamaba así era el con-
junto ó la mayoría de los hombres libres, como lo que
se llamaba aristocracia era el corto número de aquellos
de entré esos hombres á quienes levantaba por encima
de la muchedumbre la superioridad del rango y de la
hacienda ; pero de hecho la poblacion libre, y cuales-
quiera que pudiesen ser en sus filas las distinciones pro-
cedentes de la desigual reparticion de las prerogativas
cívicas, no por eso dejaba de constituir una minoría
privilegiada, un cuerpo realmente aristocrático. Debajo
de ella vivia , excluida de todo derecho civil y político,
la verdadera masa social, la muchedumbre compuesta




120 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
en su totalidad de vasallos , de siervos y de esclavos. En
Atenas la república, al decir de los antiguos, democráti-
ca por excelencia, la poblacion libre que tomaba parte
en la administracion de los negocios públicos, nunca ex-
cedió de una sexta parte de la totalidad de los habitantes
del territorio nacional (1).


En las filas de la minoría privilegiada era donde se
confinaban los conflictos políticos. La esclavitud de la
muchedumbre contribuia poderosamente á estimular
su ardor: ufanos con la superioridad de su condicion,
los menores de entre los ciudadanos se mostraban ávi-
dos de igualdad cívica ; quedan tener asiento en las
asambleas, voto en ellas, nombrar y poder ser nom-
brados para todas las magistraturas, y toda combina-
cion que no las llamaba á participar en el gobierno en
la misma proporcion que los mas eminentes ciudadanos
les parecia una denegacion de justicia y un ultraje.


Llegó una época en que las disensiones políticas pre-
cipitaron la decadencia de las repúblicas de Grecia, efec-
to de las desordenadas pasiones que suscitó su continui-
dad , porque en el origen parecen haber producido me-
nos mal que bien y concurrido en una cierta medida al
pronto desarrollo de la civilizacion. Dando un vigoroso
temple á los caractéres, imprimiendo á los ánimos una
actividad enérgica y sostenida, favorecieron el vuelo del
ingenio griego y aceleraron sus triunfos: así autoriza á


( 1 ) Sabido es que cuando se hizo el censo decretado por Demetrio
de Faiera, el Ática contaba veinte y un mil ciudadanos, diez mil mete-
cos ú extranjeros avecindados y cuatrocientos mil esclavos; tal era,
segun todas las apariencias, la proporcion entre los ciudadanos y los
esclavos en la mayor parte de las dem:is repúblicas de Grecia. Parece
seguro, sin embargo, que en Atenas no se levantó el censo mas que
de los ciudadanos, sin hacer mencion del número de sus mujeres y de
SUS hijos.


CAPÍTULO VI.


121
creerlo el estado de atraso en que permanecieron las
artes y las letras en aquel de los Estados de Grecia en
que las contiendas intestinas estuvieron contenidas en
los mas estrechos límites.


En ninguna parte , con efecto , mientras duró la edad
brillante de Grecia , las luchas entre los partidos fueron
menos animadas y frecuentes que en Esparta. La po-
testad soberana residia allí toda entera en una raza pri-
vilegiada, la cual retenia bajo su dependencia á dos dis-
tintas clases de poblacion, una la de los Laconios, va-
salla y tributaria , tres ó cuatro veces mas numerosa
que sus señores; la otra mas considerable todavía , la de
los Ilotas, reducida á la servidumbre del terruño y
vasalla ó esclava del Estado.


El legislador 'labia puesto principalmente la mira en
el sostenimiento de la supremacía de que gozaba la casta
que 'labia conquistado el territorio. fin de precaver
en sus filas las discordias que siembra la desigualdad de
las riquezas , 'labia repartido las tierras afectas á su
mantenimiento en tantos lotes cuantas familias contaba,
y á fin de quitar á los disentimientos que produce el
choque de las ambiciones los medios (le estallar, 'labia
constituido los poderes públicos bajo formas que no de-
jaban á las voluntades populares mas que la menor ae-
do!' posible, y en el fondo el gobierno apenas era re-
publicano.


El gobierno se componia primeramente de dos reyes,
pertenecientes á dos casas , oriundas una y otra de la
sangre de Hércules, y que reinando juntos tenian la
presidencia del Senado, la de las ceremonias religiosas
y el mando de los ejércitos. Venia luego un Senado que
contaba veinte y ocho miembros vitalicios , todos de
mas de sesenta arios, y á este Senado pertenecian la po-




122 DI LAS FORMAS DE GOBIERNO.
testad legislativa y el derecho de estatuir sobre los ne-
gocios públicos: estaba además confiado á cinco magis-
trados llamados eforos, y que se renovaban todos los
aiios, el cuidado de velar por la conservacion del órden
establecido y el mantenimiento de la seguridad pública.
Por lo que respecta á los ciudadanos, apenas tenian
parte en el ejercicio de la soberanía. Existian dos gran-
des magistraturas hereditarias , cuya transwision se
verificaba sin su concurso , y su accion constituyente se
limitaba á llenar las vacantes que ocurrían en un cuerpo
senatorial , vitalicio y poco numeroso , y á designar los
eforos. En materia ejecutiva y legislativa , su papel era
todavía mas reducido : llevábanles resoluciones ya pre-
paradas en el seno del Senado , y no tenian mas dere-
cho que el de declarar si las aprobaban ó las des-
echaban.


En Atenas, las cosas caminaban sobre muy distinto
pié. Despues de haber derribado todas las barreras que
separaban las diferentes fracciones de la poblacion do-
minadora, revoluciones sucesivas habian hecho pasar el
gobierno á ruanos de la totalidad misma (lelos ciudada-
nos. Poderes legislativo, ejecutivo y judicial, adminis-
tracion civil y económica , todo competia á todos ; nin-
guna distincion existia en los derechos individuales , y
nada 'milla hacerse en el Orden político mas que á vir-
tud (le resoluciones tomadas en asamblea general por
mayoría de votos.


Atenas y Esparta fueron no solamente los Estados
mas poderosos de Grecia , sino tambien aquellos cuyas
constituciones políticas contrastaron mas entre si, y con
razon se los puede considerar como los puntos extre-
mos entre los cuales se clasificaron todos los demás.


Pues bien, ni Atenas ni Esparta se sustrajeron á las.


CAPÍTULO VI. 121
consecuencias de lo que hablado exclusivo en las reglas.
que presidian á su manera de organizacion guberna-
mental. Si Atenas tuvo muchísimo que padecer de re-
sultas de la caprichosa movilidad de la muchedumbre,
de la envidia que le inspiraban todas las especies de su-
perioridad social , de su ingratitud con los mejores ser-
vidores del Estado, de su pasajero entusiasmo por los.
hombres que lisonjeaban sus malos sentimientos , de su.
embriaguez en los tilas de triunfo, de su abatimiento
en los reveses, Esparta no padeció menos por la falta.
de iniciativa de los ciudadanos y por la gradual pesa-
dumbre de una autoridad demasiado concentrada para.
no deber degenerar en dominacion tiránica. Los publi-
cistas de Grecia no han titubeado en poner las institu-
ciones de Esparta muy por encima de las de Atenas , y
en proponerlas á la imitacion corno el mejor de los mo-
delos , siendo indudable que lo que determinó su prefe-
rencia fué el espectáculo de los excesos cometidos allí.
por los partidos durante la guerra dei Poloponeso y de=
las reiteradas faltas que dieron la victoria á los genera-
les lacedemonios. El curso de los sucesos hubiera debi-
do sacarlos de su error, pues no tardó en dar un men-
tís á las opiniones que profesaban.


Esparta , con efecto , empezó á declinar desde el mo-
mento en que el triunfo de sus armas excitaba la mas,
viva admiracion, y esto mismo á causa y por inevita-
ble efecto de aquellas de sus instituciones que mas nos
han ponderado los antiguos. Ilion que merced h sus-
súbditos laconios poseyese una poblacion militar doble'
por lo menos de la de los demás Estados de Grecia, su-
cu mbió ante el genio de Epaminondas y quedó hundida'
bajo el peso (le sus derrotas: medio siglo despues de
haber llegado al apogeo de su poderío no quedaba en




124 DE LAS FORMAS DE. GOBIERNO.
su seno una sexta parte de las familias de que se 'labia
compuesto en el origen la casta soberana ; la desigual-
dad de las riquezas habia llegado á ser excesiva y sobre
todos pesaba una autoridad opresora.


Y es porque á las causas que naturalmente tienden á
reducir cada vez más la cifra de los miembros de una
aristocracia cerrada , se agregaban en Esparta otras
causas particulares. Como las instituciones imponian la
ociosidad á las familias privilegiadas , las de esta clase
•que se empobrecian por cualquier motivo no podian
reparar sus pérdidas : una vez presa de la indigencia,
su situacion empeoraba sin cesar y acababan por ex-
tinguirse ; de esta suerte se formaron en las filas mis-
mas de la poblacion soberana vacíos, cuyo continuo
ensanche acabó por traer la subversion del órden esta-
blecido. Los Espartanos tenian que conservar en la
obediencia , no solo á la masa subyugada de los Ilotas,
mas tambien á los Laconios, avezados como ellos á las
:armas y numéricamente mucho mas fuertes ; así, á
medida que disminuian en número, tuvieron que te-
iner más las revueltas de sus súbditos, y se vieron re-
ducidos á dejar constituirse un poder armado de los
•medios de precaver su peligroso estallido. Aquel poder
recayó naturalmente en los eforos, á quienes estaba
,confiada la policía general del Estado ; en ellos des-
cansaba el cuidado de asegurar su conservacion , de
decretar las medidas cuya aplicacion inmediata podian
exigir los peligros del momento , y lo que habia de in-
determinado en sus atribuciones facilitó de cada vez
más su desmesurada extension.


Natural era por otra parte que los magistrados, cuya
eleccion anual era lo único que dejaba al pueblo un poco
.de accion en el manejo de los negocios, obtuviesen de


CAPÍTULO VI. 125
él mas apoyo que los reyes y los miembros del Senado;
por eso la autoridad de los eforos fué aumentando á
medida que las circunstancias sociales vinieron á acre-
centar los peligros que corria la cosa pública, y acabó
por transformarse en dictadura colectiva. Así fué todo
decayendo en Esparta: leyes, costumbres , libertad cívi-
ca; nada resistió á la fatal influencia de los cambios.
ocurridos en la fuerza y la situacion de la clase ó casta
reinante; y la decadencia caminó con paso tan rápido,
que Esparta , lejos de poder conservar el principal pa-
pel en los asuntos de Grecia, mantuvo á duras penas su,
rango aun en el mismo Peloponeso.


Mucho mas vigor y vida tuvo Atenas : las mas duran
pruebas no fueron parte á abatirla. Vendida y entrega-
da por Lisandro á las sanguinarias venganzas de los
restos de sus antiguas facciones aristocráticas, supo,
en menos de un año, reconquistar su independencia
y recuperar el primer puesto entre los pueblos del.
Grecia.


Cierto que el turbulento y movedizo espíritu del
pueblo privó á Atenas de los medios de arreglar su po-
lítica al compás de los intereses reales y duraderos del
Estado ; pero el mal tuvo algunas compensaciones. Ate-
nas fué la única república, donde, á despecho de las opi-
niones que prevalecian en toda Grecia, el ejercicio de la
industria no se consideró cosa que envilecía á los que.
á él se dedicaban. Los traficantes, los artesanos, los ma-
rineros que formaban la mayoría de los ciudadanos, no
podian admitir que unas profesiones de que vivían no
fuesen dignas de hombres libres, y Atenas se encontró,
en la práctica activa de las artes y del comercio una
fuente de riqueza, que le permitió reparar las conse-
c uencias de sus desastres militares y llenar en breve




126 DE. LAS FORMAS DE GOBIERNO.
los vacíos que frecuentes guerras causaban en las filas
de la poblacion cívica.


Otra ventaja tuvo Atenas de un órden infinitamente
-superior : en ella fué donde las letras, las artes y las
ciencias encontraron los estímulos que determinaron
su rápido y brillante vuelo ; ella fué su mas radiante y
fecundo foco, y en ninguna parte , en la antigiledad,
Tealizó el genio humano tantas y tan nobles conquistas.
Atenas hizo ella sola en pro de la civilizacion mas que
tollo el resto de Grecia, mas que todas las otras ciuda-
des del mundo antiguo. Tales eran entre sus habitantes
la aficion al saber y el culto del arte que ningun revés
político pudo extinguirlos , y que decaída y subyugada
por Roma, Menas continuó siendo la ciudad sábia , la
ciudad á donde acudia la juventud de Italia á buscar la
alta instruccion y completar sus estudios. Seguramente
cualesquiera que hayan sido sus vicios, unas institucio-
nes que dieron tan Opimos frutos, debian aventajará la
de los otros Estados, y sobre todo , valer mas que las
-que hicieron de Esparta una mansion de ignorancia y
grosería.


No hubo en Grecia república donde , como en Atenas
y en Esparta , la soberanía no perteneciese toda entera
.á una sola fraccion de la poblacion total. La principal di-
ferencia entre los sistemas practicados nacia de la des-
igualdad proporcional del número de los hombres libres
admitidos á ejercerla directamente, y en todos los Esta-
dos existian luchas mas ó menos animadas entre los que
quedan reducir aquel número y los que quedan aumen-
tarle.


Aquellas luchas no cesaron de crecer en violencia:
partidos libres para luchar sin tregua llegaron á ser ene-
migos irreconciliables. Los vencedores no se limitaban


CAPÍTULO vr. 127
á apoderarse del poder , sino que trataban á los venci-
dos con implacable dureza: cada revolucion traía pros-
cripciones sangrientas á veces ; no habla ciudad que no
contase numerosos desterrados, que aguardaban á que
un cambio de fortuna les permitiese volver al suelo na-
tal, y solicitaban socorros del extranjero contra sus
propios compatriotas. En Atenas, la faccion demagógica
siempre que estuvo encima, condenó y persiguió á sus
adversarios, y al decir de Jenofonte, la faccion aristo-
crática , durante los ocho meses de reinado que le valió,
despues de la toma de la ciudad, la presencia de una
guarnicion lacedemonia , hizo perecer mas ciudadanos
que cuantos habia destruido la larga guerra del Pelopo-
neso.


De todos los males que causaron á Grecia las disen-
siones intestinas , el mayor fué la decadencia y corrup-
cion de las costumbres públicas y privadas. El espíritu
de partido tiene de funesto que conduce á los hombres
al desprecio de las mas simples prescripciones de la
equidad : fracciones en lucha llegan á aborrecerse de tal
manera que nada de lo que puede dañar á sus adversa-
rios parece vituperable ; no hay mentira , violencia,
perfidia que no acaben por aprobar si cuadra á su par-
ticular interés. Entre los Griegos, el sentido moral no
resistió á la accion sobrado contínua de las pasiones que
fomentan las divisiones intestinas, y, á la postre, no les
quedó de las altas cualidades que hablan desplegado du-
rante las guerras médicas mas que el valor militar, lle-
gando á ser tales cuales nos los ha pintado su compatrio-
ta Polibio: astutos, fementidos, artífices de fraudes y
amaños, y prontos á prescindir de sus compromisos,
siempre que creian poder eludirlos impunemente.


Con razon hace remontarse Tucidídes á la guerra del


.11




128 ni?. LAS FORMAS DE GOBIERNO.
Peloponeso la progresiva invasion del mal. «Este mal,
dice ( 1 ) , se difundió por toda la Grecia á. causa de las
diversas facciones, de las cuales el pueblo llamaba á los
Atenienses, y la otra á los Lacedemonios ; cada una de
aquellas facciones procuraba triunfar durante la guerra
con la ruina de la faccion contraria, visto que la paz
no habia dado ni ocasión ni medios para ello , á mas de
que Atenas y Lacedemonia atizaban unas discordias que
redundaban en su provecho. Esto causó numerosos des-
órdenes en las ciudades y los causará siempre pareci-
dos mientras haya hombres en la tierra.» Observa ade-
más Tucídides que el mal no cambió solamente los áni-
mos, sino hasta el uso y el sentido de los vocablos; que
entre los partidos en lucha, la imprudencia se denominó
celo en favor de los amigos; la cordura y la modera-
cion , cobardía; el engaiio , cuando lograba su objeto,
prueba de talento. Luego a piade : «Nadie tenia presente
ni la justicia ni el interés del Estado , sino únicamente
la pasión que se trataba de satisfacer por medio de ex-
traordinarias condenas y de inauditas crueldades. Ni la
fé ni la religion eran respetadas en los tratados ; todos
procuraban sorprenderse uno á otro al mencionarlos,
y el que mejor lo conseguia era el mas estimado. Los
que no pertenecian á ningun partido eran perseguidos
por los demás: así la oposicion de las facciones sembró
todo linaje de males por la Grecia. La probidad, la sin-
ceridad se vieron desterradas de ella, y llegaron á ser
tema de burlas : la malicia y la perfidia usurparon su
puesto con el constante afán de daáarse recíproca
mente.»


Cosa notabilisima sin embargo : á despecho de la de-
cadencia moral. la forma republicana subsiste en Gre-


( 1 ) Tucídides, lib. III, S 14.


CAPÍTULO vi.
129


cia, resistiendo con buen éxito á choques que parecian
deber destruirla Vióse , sin duda, levantarse en ella al-
gunas dominaciones personales , pero fueron efímeras
y no se transmitieron á los descendientes de los que las
ejercieron.


Y fué porque solo se verificaron en el suelo de Grecia
escasas mudanzas en la situacion de los Estados. Exten-
sión territorial, relaciones exteriores, cifra y composi-
cion de las poblaciones , todas las circunstancias cuyo
concurso tiene una accion eficaz sobre la forma de los
gobiernos, continuaron allí siendo próximamente lo que
eran en tiempo de la calda de las monarquías heróicas,
y siguieron prestando un apoyo decisivo al régimen po-
lítico, cuyo establecimiento habian determinado.


Hasta el dia en que se elevó el poderío macedonio,
ninguno de los Estados de Grecia consiguió extender
grandemente su territorio , y los que tal intento aco-
metieron no tardaron en volver por fuerza á sus anti-
guos límites. Pudieron, es cierto, algunas de las princi-
pales ciudades atraer y retener bajo su proteccion in-
teresada á ciudades de menor importancia : Atenas y
Esparta pudieron someter á su yugo pueblos de que los
separaba el mar , pero una y otra no obtuvieron suce-
sivamente en Grecia mas que una preponderancia mo-
mentánea, y cuando Tebas victoriosa pareció pensar en
establecer la suya , Atenas, olvidando sus resentimien-
tos contra Esparta, cambió dos veces sus alianzas, á fin
de asegurar el mantenimiento de la independencia ge-
neral.


Lo que sirvió de salvaguardia á las instituciones re-
publicanas fué la impotencia en que se encontraban los
Estados de Grecia de.. engrandecerse con la incorpora-
ción de otros Estados limítrofes. Para ellos la guerra,


FORMAS DE GOBIERNO.-9




130 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO
en caso de derrota , no acarreaba las consecuencias des-
tructoras que habria tenido si les hubiera sido posible
subyugarse mútuamente. La necesidad generalmente
admitida por todos de velar por la conservacion del
equilibrio de las fuerzas respectivas , daba á los venci-
dos aliados cuya asistencia los preservaba de ruina ; de
donde resultó que, aun en la época en que la mayor
parte de aquellos Estados empezó á pagar mercena-
rios, el interés militar no prevaleció bastante para que
general alguno pudiese transformar los ejércitos en ins-
trumentos de tiranía. Solo en los últimos y peores dias
de la Grecia , cuando los reyes de Macedonia no cesa-
ron ya de atentar contra la independencia de las repú-
blicas existentes , se vió en algunas ciudades al poder
caer en manos de jefes que le conservaron con ayuda
de los soldados puestos bajo su mando.


La suerte de los Estados fundados por los Griegos en
Italia atestigua á mayor abundamiento hasta qué punto
la seguridad de que gozaban las ciudades de la madre
patria contribuyó á preservar de ruina á las formas de
gobierno que habian adoptado aquellas ciudades. Las
colonias salidas de su seno habian llevado al suelo en
que se fijaron las leyes , las máximas , las tradiciones
corrientes en sus metrópolis , y, sin embargo, no pu-
dieron conservar largo tiempo las instituciones bajo las
cuales habia comenzado su vida; y era porque su exis-
tencia estaba á merced de los azares de la guerra. Las
de la Italia meridional tenian , no solo que resistir á los
ataques de los aborígenas, que las habrian aniquilado si
hubiesen logrado vencerlas en los campos de batalla,
mas como lo demuestra la destruccion de Sibaris , no
se trataban muy bien unas á otras , y el temor de los
graves peligros que las cercaban las obligó á dejar pa-


CAPÍTULO VI.
131


sar la dominacion á manos de jefes investidos del man-
do militar. Parecido curso siguieron las cosas en Sici-
lia: á las guerras con los pueblos que habitaban su suelo
sucedieron otras mas formidables. Empezaron las in-
vasiones cartaginesas , y no hubo ya desde entonces
para los Estados de origen griego otro medio de salva-
cion que el empleo constante de ejércitos reclutados
por do quiera , y á quienes su cornposicion disponia á
favorecer las tentativas ambiciosas de los generales
bajo cuyo mando servian: así nacieron en Vela , en
Agrigento, en Selinonta , en Siracusa , tiranías que , te-
niendo su razon de ser en la gravedad de los peligros
exteriores , se sucedieron casi sin interrupcion, hasta
el día en que la mano de Roma se alargó para asir la
Sicilia entera. ¿De dónde provino la degeneracion del
espíritu griego? ¿Cómo unos pueblos de tan pronta y
viva inteligencia no descubrieron ningun remedio á los
desórdenes cuya continua extension los enervaba y
corrompia? ¿Por qué los descendientes de aquellos hom-
bres que tanto heroismo habian desplegado contra los
Persas se mostraron tan débiles ante las empresas de
los reyes de Macedonia , y mas débiles todavía cuando
tuvieron que disputar á los Romanos los últimos restos
de su independencia? Cuanto mas se escrutan los he-
chos, mas se convence uno de que el mal no procedió
de la forma de los gobiernos, sino de lo que habia de
profundamente vicioso en los cimientos mismos de la
organizacion social.


Evidentemente dos cosas eran necesarias para pre-
servar de decadencia y ruina á los pequeños Estados de
Grecia: primera , (p i e la poblacion que contenian pu-
diese crecer gradualmente en número, en actividad in-
dustrial, en bienestar ; en segundo lugar, que pudiese




131 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
formarse y subsistir entre las diferentes repúblicas urt
lazo federal bastante sólido para asegurar, en caso de-
peligro cornun , la union de las fuerzas de todas bajo.,
una sola y misma direccion; ahora bien , era imposible-.
que ni una ni otra de estas dos cosas se realizase ea
presencia de los sentimientos y de las ideas que bebian.
las clases libres y soberanas en la inicua y facticia su-
perioridad que debian á la conservacion de la esclavi-
tud de las masas sociales.


En las monarquías, el príncipe tiende por lo emula,
á nivelar las categorías y las situaciones: tiene que con-
tar con los privilegiados , los grandes y los nobles, y
como encuentra en las clases que sufren de resultas de-
la desigualdad de los derechos los auxiliares que nece-
sita para extender su autoridad sobre todos, la fuerza,
de las cosas le conduce á favorecer su emancipacion..
Las aristocracias obedecen á muy distintas inspiracio-
nes : lo que constituye su grandeza es el rebajamiento,
del resto de la poblacion , y de aquí su tendencia á
mantener y aumentar la distancia que de él las separa..


Las clases libres , en Grecia, se vieron á veces obli-
gadas, por derrotas que las diezmaron terriblemente,
á admitir en sus filas extranjeros , y hasta esclavosp
pero no por eso persistieron menos en retener á las.
masas en una servidumbre que á ellas mismas les acar-
reó grandes males. La industria no porfia florecer en
manos cargadas de cadenas , y hubo un punto de des-
arrollo, pasado el cual no tardó en llegar á quedarse.
estacionaria. En los Estados donde , como en Esparta,
el trabajo estaba prohibido á los ciudadanos , la casta
gobernante , segada por perpétuas guerras, disminuyó.
rápidamente, y su disminucion numérica, ocasionando
una excesiva concentracíon de las riquezas , llegó á ser


CAPÍTULO vr. 133
' ,ama cansa activa de desórdenes y desmoralizacion (1).


En los Estados donde, corno en Atenas y en Corinto,
los ciudadanos no se rebajaban pidiendo al ejercicio de
las artes y del comercio recursos distintos de los que
sacaban de la posesion de las tierras , la casta gober-
-nante continuó siendo numerosa ; pero confinada en
una angosta esfera , su actividad solo tuvo una fecundi-
dad limitada. Por otra parte , las formas bajo las cuales
operaba no dejaron de contribuir al empobrecimiento
.de las prendas cívicas: el espíritu mercantil adquirió
am ascendiente cada dia mayor ; unos hombres á quie-
•es la guerra iba á arrancar al seno de sus negocios
privados no entraban en empala sino con repugnan-
cia y Poco á poco se fué generalizando el uso de pagar
mercenarios, y confiarles en parte la defensa de los Es.
tallos.


Los mercenarios llegaron á ser una de las plagas de
Grecia. No habia república que no pudiese reclutarlos
en la proporc,ion misma de sus recursos económicos, y
para suministrarlos se contaba , á más de los numerosos
proscritos que las vengativas pasiones de los partidos
arrojaban fuera de la ciudad natal , con una multitud de
:hombres libres que , no queriendo recurrir para ga -
liarse la subsistencia á trabajos que desconceptuaba la
parte que en ellos tomaban los esclavos , cordal] el
:mundo en busca de una soldada militar. Estos peleaban


(t) En Esparta , en la época en que el rey Agis trató de restablecer
•el antiguo orden, no quedaban mas que setecientos ciudadanos, y los
nueve mil lotes de tierra, distribuidos en el origen á igual número


-de familias, hablan llegado á ser propiedad de menos de ciento. Los
Lacedemonios y los Ilotas distaban mucho de haber disminuido en la
misma proporcion, porque veinte anos despues de la muerte de Agis,
el rey Cleomenes consiguió reunir todavía un ejército de veinte mil
¡hombres.




134 DE LAS FORMAS DE GomEnNo.
indiferentemente por todas las causas , y en caso de ne-
cesidad hasta contra sus mismos compatriotas: millares
de ellas iban á Sicilia, á Cartago , á Persia , á Egipto,
donde quiera que se retribuyesen suficientemente sus-
servicios ; y cuando, despues de haber allegado un pe-
culio en país extranjero, volvian al suyo, era para lle-
var á él hábitos de turbulencia, costumbres y senti-
mientos que los constituian en amigos y fautores de la
mayor parte de los desórdenes provocados por las
contiendas de las facciones en lucha; así decayeron y se
descompusieron en Grecia los elementos mismos del
poderío nacional. La parte de la poblacion en que resi-
dían la vida y la accion políticas, no solo decreció nu-
méricamente, mas no conservó ni el patriotismo ni el
grado de surnision á las voluntades públicas que exigia
la defensa del suelo , y su degeneracion arrastró consigo.
la de unos Estados, donde, despues de ellas, no existiaa
mas que muchedumbres degradadas por los padeci-
mientos de la esclavitud.


Tales eran, sin embargo, las ventajas que debia Gre-
cia á la superioridad de su cultura intelectual que no le.
faltó para continuar libre y respetada mas que saben
otorgar al interés comun las concesiones de que tenia
necesidad para prevalecer. La union entre los numero-
sos Estados que cubrian el territorio helénico habria
bastado para ponerlos en situacion de arrostrar todas.
las embestidas de fuera ; pero ni lo que subsistia de las,
antiguas anfictionias ( 1 ) y de las fiestas celebradas en
nombre de todos, ni la gravedad creciente de los peli-
gros que corria la independencia nacional , fué parte á
que los Griegos se concertasen y entendiesen. Si al fin


e) Tribunal compuesto de los anfictiones ó diputados de todas las.
ciudades de Grecia.
(N. del T.).


CAPÍTULO VI. 135
se formaron ligas parciales; si los triunfos que obtu-
vieron aquellas ligas demostraron claramente lo que
hubiera podido producir una confederación general, la
obra no apareció mas que en Orinen y harto tarde para
dar buenos frutos. La servidumbre de las masas habia
maleado á las pequerias aristocracias en cuyas manos se
encontraba el gobierno de las repúblicas: acostumbra-
das á la dominador) absoluta en el ó •den doméstico lo
mismo que en el político, la idea de dejar constituirse
una autoridad con derecho de reclamar la sino ision á
los em pelos contraidos, les era profundamente antipáti-
ca, y preferian á una asociacion que les habria impuesto
el sacrificio de algunas porciones de la soberanía sin lí-
mites de que gozaban, un aislamiento que debía tarde ó
temprano llevarlas á su perdicion. Los Romanos descu-
brieron fácilmente el lado flaco del espíritu griego:
anunciando que estaban resueltos á que cada pueblo y
cada Estado volviese á la plena posesion de sus liberta-
des y de sus leyes particulares , ó en otros términos,
volviese al aislamiento, fué corno prepararon la servi-
dumbre de todos. aquella declaracion hecha en los jue-
gos ístmicos fué recibida con arrebatos de júbilo que
Montesquieu califica con razon de estúpidos. El porta-
dor de la buena nueva fué cubierto de flores : los Grie-
gos no comprendieron que la autonomía para cada pue-
blo era para todos la impotencia contra el estableci-
miento de la dominacion extranjera, dominacion algo
mas temible que la que sus ciudades habrian podido ejer-
cer unas sobre otras , y el castigo de su ciega obceca-
cion no se hizo aguardar mucho tiempo.


Desacertado seria, empero , imputar á la forma que
tomaron los gobiernos el triste fiarle los Estados de G re-
cia. Todo bien considerado , aquella forma era la única




136 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
que convenía á su situacion , y ninguna otra les habria
permitido elevarse tan rápidamente á la supremacía
que constituyó su alta y verdadera distincion. Lo que
ocasionó la caida de las repúblicas de la Helenia es lo
que pesó sobre los destinos de todos los demás Estados
de la antigüedad, un órclen social cuyos vicios, entonces
incorregibles, eran tales que acababan por transformar
en causas de decadencia las prosperidades adquiridas: la
esclavitud dela muchedumbre señalaba á la p roduccion
de la riqueza nacional límites insuperables , había un
punto de desarrollo en el que la industria cesaba de
adelantar, y alcanzado ese punto, las poblaciones no po-
dian ya obedecer á las leyes que las impulsaban á mul-
tiplicarse de geueracion en generacion sino á costa de
padecimientos cada vez mayores. Por eso no vejan mas
medio de mejorar su condicion que la guerra y las con-
quistas; pero la sumision y despojo de los vencidos, si
aumentaban los recursos de que tenian necesidad, no
solo alteraban el espíritu que exigia el respeto de las
instituciones, mas creaban á los poderes dirigentes apu-
ros que no estaban preparados á vencer, y pronto su
impotencia para conservar suficientemente el buen &-
den abria á las pasiones subversivas ancho campo en
que ejercitar sus estragos. Peor era aun cuando un Es-
tado perdia alguna de las ventajas que le 'labia valido la
superioridad de sus armas; en este caso, la disminu-
cica de las riquezas de que había dispuesto acarreaba
juntamente con inevitables miserias corrupciones des-
organizadoras : las principales repúblicas de Grecia tu-
vieron que pasar por estas pruebas de las que general-
mente salieron muy mal. Atenas, investida del mando
de aquellas de entre las islas y ciudades griegas, á quie-
nes las derrotas de los Persas habian restituido la liber-


CAPÍTULO VI. 137
tad, sacó de ellas tributos que no la enriquecieron sino
á expensas de las calidades mismas de que no podía pres.
'eludir para gobernarse habitualmente; luego , cuando
la guerra del Peloponeso le hubo arrancado la domina-
cion de que tanto habla abusado, nuevos gérmenes de
perversion nacieron de la atenuacion de sus elementos
de bienestar. Otro tanto aconteció en Esparta, que, des-
pues de haber adquirido una preponderancia, cuyo ejer-
cicio no podía conciliarse con la conservacion de sus
instituciones , no la perdió mas que para caminar á su
ruina con pasos agigantados. Los Estados de la antigüe-
dad giraban en un circulo fatal : incapaces de progresos
económicos continuos, el reposo los dejaba en una in-
digencia que casi siempre iba en aumento, y no podian
ni engrandecerse por fuera ni estrechar sus límites sin
experimentar cambios que precipitaban la decadencia de
sus costumbres y de sus instituciones.


1V.


República romana.


La historia de Roma es la que más abunda en ense-
ñanzas políticas, y la razon es que Roma experimentó
mayores y mas completas metamórfosis que ningun
otro Estado. Cúpole en suerte llevar sus fronteras hasta
los últimos confines del mundo conocido en la antigüe-
dad; las comarcas y las naciones mas diversas recibie-
ron sucesivamente sus leyes, y de aquí , en su condi-
cion primera una série de mudanzas que nada dejaron
subsistir de ella. Monarquía de forma heróica ó patriar-
cal en su origen , república durante cerca de cinco si-
glos, Roma acabó su larga existencia bajo el cetro de
señores en posesion de una autoridad despótica. Jamás




138 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
apareció tan distintamente, como en el trascurso de las
revoluciones porque pasó, hasta qué punto las maneras
de la organizacion gubernamental están llamadas á va-
riar con el conjunto de las circunstancias que ejercen su
accion colectiva sobre la estructura y la composicion de
los Estados.


Los primeros principios de Roma fueron los de la
mayor parte de los Estados de Grecia. noma, todavía en
su cuna, sacudió el peso de la autoridad real; constitui-
da luego en república , vivió bajo el dominio de una
aristocracia que no tardó en hacer mal uso de las pre-
rogativas cuyo ejercicio disfrutaba, con lo que estallaron
entre los grandes y el pueblo largos y peligrosos con-
flictos , al cabo de los cuales la igualdad civil y política
llegó á ser patrimonio de todos. Aquellos conflictos, sin
embargo , tuvieron en Roma muy distinto carácter que
en Grecia, lo cual provino de la desemejanza que exis-
tia en el origen y condicion de unas y otras poblaciones..


Los Estados de la Helenia hablan sido fundados por
pequeñas tribus que, al cabo de largas luchas , queda-
ron (Indias de las diversas fracciones del territorio..
Donde quiera, aquellos de los vencidos que no pudieron
huir, hablan descendido á la clase de siervos 6 esclavos,
y en todas partes se hablan formado capas de poblacion
grandemente separadas entre sí ; una de ellas, que era
con mucho la menos numerosa, ejercía exclusivamente
la soberanía; las otras , sujetas al terruño, ó manteni-
das en servidumbre doméstica, no eran contadas mas
que á título de instrumentos de trabajo, de máquinas
obreras, y las leyes no las tomaban en cuenta mas que
para remachar las cadenas cuya abrumadora pesadum-
bre tenian que soportar.


En Roma , el punto de partida no habla sido el mis-


CAPíTlii,o 139\
mo. Para poblarse , Roma empezó por recibir en sus-
muros á cuantos buscaban una pátria ó un asilo , y los
mismos esclavos fugitivos, desde el momento en que-
pisaban su suelo hospitalario, recobraban la libertad: así-
se allegó un primer fondo de poblacion en el que no
figuró por largo tiempo mas que un corto número de-
esclavos, y que formado de la mezcla (le hombres de di-
versos orígenes siguió en sus relaciones con los pueblos-
vecinos descarríos distintos de los que hablan seguido-
los Griegos. En vez de reducir á servidumbre á los ven-
cidos , los Romanos se los apegaban con los vínculos de•
una alianza ofensivay defensiva, ó si tenían por qué te-
mer de ellos nuevas hostilidades , los transplantaban á-
su propio territorio y se limitaban á imponerles la obli-
gacion de residir en él: humana y prudente política
que debió Roma el rápido incremento de sus fuerzas y
de su poderío militar.


Pero si, á diferencia de los Estados de Grecia, no con-
tó Roma en su seno á los principios mas que hombres-
libres, la igualdad cívica no existia allí. Por encima le-
la muchedumbre se levantaba una aristocracia heredita-
ria, cuyos jefes tenian asiento en el Senado y compues-
ta de familias de quienes dependian numerosos clientes,.
verdaderos vasallos políticos que en cambio de la pre-
teccion con que él los cubria, debian á su patrono fide-
lidad, y, en caso necesario, asistencia pecuniaria. Los-
patronos y sus clientes constituian la clase municipal,.
la parte de la poblacion que unía al derecho de ciudad
el de participar activamente en las decisiones de interés•
general.


Tal era la composicion de la sociedad romana en el,
momento en que el destierro de los Tarquinos la dejó,
en libertad de no obedecer mas que á magistrados ele-




140 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


idos por ella. En el país coexistian dos poblaciones
-completamente distintas, la una en posesion del poder
subernamental é investida de todas las ventajas que pro-
duce su ejercicio ; la otra . la poblacion plebeya, exclui-
da de los cargos y de las dignidades públicas y que no
tenia , en razon del rango asignado á las centurias de
•que formaba parte, mas que un derecho ilusorio de su-
fragio. El matrimonio estaba vedado entre las personas
-que no pertenecían al mismo órden , y de hecho las dos
poblaciones constituian dos castas políticas y civiles,
privilegiada y soberana la primera, súbdita la segunda y
sin accion sobre las leyes á que le era forzoso some-
terse.


Una desigualdad tan chocante no porfia menos de sus-
citar quejas cada vez mas vivas y apasionadas; pero lo que
aceleró su explosion fué la dureza del patriciado en sus
:relaciones con los plebeyos. Mucho se han encarecido
.las virtudes de la antigua Roma, la sencillez , la fruga-
lidad de los mas grandes personajes, sus sacrificios por
-el bien de la patria. ¡Mentiras de retóricos! Lo que ates-
tiguan los hechos mencionados por los historiadores
mas fidedignos es que jamás aristocracia alguna fué mas
altanera , mas inicua, mas descaradamente rapaz que
la que gobernó sola despues de la expulsion de los Tar-


•quinos. Apenas hubo recogido y confiado á dos cónsules
renovados todos los aiios los poderes que la abolicion de
/a monarquía dejara vacantes, se abandonó sin reserva
á los soberbios y codiciosos instintos que la dominaban.
(-labia en el patrimonio público tierras conquistadas so-
bre el enemigo, de las cuales se apoderó legitimando
-así con sus usurpaciones las proposiciones de ley agra-
ria que, hasta los últimos dias de la República, sirvie-
ion á los agitadores para revolver á su arbitrio las pa-


J


e


CAPÍTULO VI. llt
siones populares ; promulgó leyes que permitian á los,
acreedores apoderarse de la persona de todo deudor
insolvente, y las hizo aplicar con implacable rigor con-
tra hombres á quienes la obligacion de hacer la guerra
á su propia costa forzaba á tomar dinero prestado para,
dejar á sus familias con que subsistir durante la ausen-
cia : así , doce años despues de la calda de la antigua.
monarquía, los plebeyos, perdida la paciencia , se 'lega-
ron á prestar el servicio militar; el año siguiente se re-
tiraron armados al Monte Sacro, y fuerza fué entonces.
concederles la institucion de magistrados destinados á.
protegerlos y cuyo veto invalidaba aquellas de las nue--
vas decisiones que conceptuaban contrarias á los inte-
reses populares.


Inmenso cambio ocasionó la creacion del tribunadop
los plebeyos tuvieron por fin defensores y órganos, y les.
fué posible reivindicar unas despues de otras las liber-
tades que les faltaban. Durante dos siglos hubo abierta
lucha entre ellos y los patricios, y la lucha terminó en
ventaja suya. Amen de la conciencia de su derecho, los•
plebeyos tenian en su favor la fuerza del número , la
costumbre de las armas, la impotencia en que se halla-
ba la república de resistir á sus enemigos sin el auxilio-
de ellos, y sucesivas victorias realzaron gradualmente
su condicion. Todas las exclusiones de que se quejaban
desaparecieron unas despues de otras : derecho de ha-
cer leyes bajo forma de plebiscito, facultad de contraer
matrimonio fuera de sus propias clases , libre acceso al
consulado, á los oficios de la curia y hasta á las digni-
dades sacerdotales; todo lo necesario para participar por
completo en el ejercicio de la soberanía lo obtuvieron,
y cuando por último su retirada al monte Janículo pro-
dujo la abrogacion definitiva de las leyes en materia des




14 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
deuda privada , los patricios no conservaron más me-
dios de distinguirse que los que debian á la ilustracion
-de sus nombres , á la superioridad de la riqueza y á la
deferencia voluntaria de los clientes que continuaron
solicitando su proteccion.


Mas de dos siglos se necesitaron para completar la
.obra que sacó á la plebe romana de la sujecion origi-


; pero una vez que hubo llegado aquella obra á su
natural término, Roma tuvo el estado social y la orga-
zdzacion gubernamental mas equitativos que conoció
jamás el mundo antiguo. Como los esclavos , á pesar de
que habia aumentado su número, no formaban todavía
mas que un elemento muy reducido de la poblacion to-
tal , la república resultó ser realmente democrática : la
soberanía residió en manos de casi todos; no hubo po-
dar que no emanase de la mayoría de los sufragios, no
hubo empleo ni dignidad que no fuese accesible sin con-
diciones de censo ó de nacimiento. El senado, lejos de
perder en consideracion con la adrnision en su seno de
aquellos plebeyos que habian mandado los ejércitos ó
desempeñado las grandes magistraturas civiles , fué por
.ello mas respetado y pudo llenar su mision conserva-
-dora mejor que en ninguna de las épocas anteriores.


Desde el momento en que triunfó dentro de sus muros
la igualdad civil y politica , data la era heróica de Roma.
Debilitada por disensiones intestinas que paralizaban
.sus fuerzas vivas , Roma hasta entonces habia conser-
vado á duras penas las fronteras debidas á las victorias
.de sus reyes: solo la toma de Veya , efectuada en tiem-
pos en que ya los plebeyos habian obtenido la satisfac-
-cion de la mayor parte de sus justas quejas, habia de-
vuelto algun lustre á sus erinas ; pero no habia sido
;bastante fuerte , ni para sostener el choque de los sol-


CAPÍTULO vi 143
dados de Breno, ni para domar á sus vecinos los Sam-
nitas. Una vez pacificada en lo interior, Roma no tardó,
por el contrario, en someter á las naciones italianas, y
en poder medirse con Cartago ; y si el genio de Anibal
puso su existencia en peligro, la victoria de Zaina la
dejó sin rival. En menos de un siglo subyugó la Galia
Cisalpina , la Grecia y la Macedonia , el .frica, la Es-
paiia, el litoral del Asia Menor, y se puso en aptitud de
apoderarse de todas aquellas comarcas accesibles á sus
legiones, cuya adquisicion porfia tentarla; pero en cam-
bio sus instituciones empezaron á no ser ya suficientes
para la conservacion del órden exterior, y se vió irse
-formando poco á poco las tempestades cuyo estallido
debia acabar por arrollarlas.


Y es porque Roma no era ya el pequelo Estado que,
en tiempo de la expedicion de Pirro á Italia, no con-
taba todavía sino algo mas de un millon de habitantes:
era un Estado que se habia anexionado territorios de
inmensa extension , que halda puesto bajo su depen-
dencia á una multitud de naciones extranjeras , y que,
á medida que se hala ido engrandeciendo, habia visto
entrar en su seno nuevas causas de disturbio y divi-
sion.


Pocos escritores hay que no hayan atribuido la ruina
de la república romana á las alteraciones que sobrevi-
nieron en la coruposicion misma de la poblacion cívica,
de la parte de la nacion cuyos sufragios decidian en el
nombramiento de los magistrados y en el manejo de los
negocios. Cierto que aquellas alteraciones fueron junta-
mente desgraciadas y grandes: á las razas sanas de es-
piritu y vigorosas de cuerpo que habian peleado contra
los ejércitos de Cartago sucedieron otras de muy dis-
tinto temple. Diezmada por incesantes guerras, mas




144 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
que diezmada aun por la indigencia que pesaba sobre
familias cuyos vástagns válidos se vejan llamados y suje-
tos veinte años seguidos bajo las banderas, la antigua
poblacion plebeya desapareció casi por completo, y
Roma hubiera acabado por carecer de pobladores si re-
baños de esclavos traídos de las provincias conquista-
das no hubiesen venido á repoblar los campos , y si
muchedumbre de libertos no se hubiesen establecido
en la ciudad, para ser en ella troncos de nuevas fami-
lias cívicas. Por lo que respecta á las altas clases , tam-
poco continuaron siendo tales cuales hablan sido en lo
pasado : las guerras sin fin que devoraban la mejor
parte del pueblo eran para ellas , y no fué esta una de
las menores causas de su continuidad , una fuente de
lucro y de opulencia, por cuanto ellas eran las que re-
cogian los beneficios de las conquistas, pagados con la
sangre y la ruina de los plebeyos. De sus filas salian
hombres que , investidos del mando, iban á estrujar á
los vencidos, y ganarse en un momento monstruosos
caudales ; así se descompuso y vició en todos sus ele-
mentos la sociedad romana. Al lugar que ocupaban los
plebeyos llegó una multitud, en su mayor parte de ori-
gen servil, degradada por la miseria y la ociosidad,
ávida de desórdenes y conmociones; en el del antiguo
patriciado apareció una verdadera plutocracia, cuyos
miembros, atestados de riquezas mal adquiridas, ali-
mentaban y pagaban ejércitos de clientes , de libertos,
de mendigos, á fin de poder disponer en caso de nece-
sidad (le sus sufragios y de sus brazos: todo era cor-
rupcion , arriba como abajo. La plebe romana , aquella
plebe que distribuia las dignidades públicas y decretaba
sobre el gobierno de las provincias, vendia sus votos al
que podia comprarlos, y tal era su ininteligencia de sus


CAPÍTULO VI.
115


intereses , que lejos de saber sostenerlos , dejaba cobar-
demente sucumbir aun á aquellos mismos que proba-
ban á levantarla de su postracion y abatimiento. Las
limosnas de los ricos y la asistencia del Estado, pan y
circenses, era todo lo que pedia , y sus anhelos no se
levantaban á más que al goce del derecho de vegetar en
vergonzosa holganza.


Preciso es recordarlo, sin embargo : por fecunda en
corrupciones que sea la extrema desigualdad de las ri-
quezas, este mal en Roma no era tan nuevo como se
supone. Desde los primeros días de la república, habia
provocado entre las casas patricias y el pueblo luchas
tanto mas encarnizadas cuanto la desigualdad de los de-
rechos estimulaba vivamente su ardor ; pero lejos de
haber desfallecido en la prueba , Roma salió de ella mas
libre y poderosa. Esta vez , por el contrario, sucum-
bió, y la razon fué que á medida que habia dilatado sus
conquistas , á las antiguas causas de discordia hablan
venido á agregarse otras nuevas mas activas y perni-
ciosas. «Unicamente la grandeza de la república dice
Montesquieu, causó el mal y trocó en guerras civiles
los tumultos populares.» Verdad dice el ilustre escri-
tor, y tanto que razon hay para asombrarse de que
añada poco despues : Roma no pereció sino porque
terminó demasiado pronto su obra ( 1).» Roma , desme-
suradamente engrandecida por la conquista, no podia
continuar siendo republicana , y cualquiera que hubiese
sido la lentitud con que completase su obra , no por eso
habria dejado de llegar un momento en que pereciese
desgarrada por las guerras civiles, ó tuviese que some-
terse por fuerza á la dominacion de un príncipe.


Hay para los Estados un punto de grandeza, pasado
( I ) Grandeza p decadencia de las Romanos. cap. IX.


FORMAS DE GOBIERM-10




110 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
el cual la autoridad central, siempre que no contiene
un elemento que no sea electivo y amovible, cesa infa-
liblemente de ser suficiente para el mantenimiento del
órden interior, y á la postre de la unidad nacional.
Mientras Roma no tuvo súbditos ni aliados mas que en
Italia, los negocios públicos nada ofrecieron en sí que
el vulgo de las gentes no pudiese claramente compren-
der y decidir con bastante conocimiento de causa, y
por otra parte, como el ejercicio de las magistraturas
nada producia á los que de ellas estaban encargados
mas que un poco de lustre personal , no era grande el
empano por obtenerlas , á punto de haberse visto la
dictadura misma conferida á hombres a quienes se ha-
bla encontrado labrando tranquilamente sus tierras
cuando iban á anunciarles su nombramiento. Todo esto
cambió á medida que Roma, dilatando las fronteras del
Estado, tuvo que unir á los cuidados de su propio go-
bierno los de la administracion del pueblo, á quien con-
denaba á obedecerle, y pronto los negocios se compli-
caron demasiado para que pudiese la multitud penetrar
su verdadero sentido. Incapaz de apreciar las eventua-
lidades ó la oportunidad de una guerra con los Partos ó
con las tribus de la Germania , de juzgar por sí misma
del valor real de las combinaciones destinadas á regu-
lar la administracion de provincias remotas que deseo-
necia hasta de nombre, daba á la ventura , cuando no
se los compraban , sufragios que la ignorancia de los
efectos que debian producir le hacia considerar indife-
rentes, y reservó toda su atencion para las cuestiones
de personas. Estas cuestiones , por desgracia , suscita-
ban debates de una violencia cada vez mayor: no se
trataba ya para los grandes y para los ricos de hacerse
adjudicar oficios y dignidades desempeñados la vista


CAPÍTULO VI.
147


de todos, sino de obtener empleos cuyo ejercicio les
permitia recoger con maravillosa profusion todas las
satisfacciones que tientan el orgullo y la codicia de los
hombres, y de aquí, entre las pretensiones rivales, dis-
cordias que llenaban cada dia mas á Roma de tumultos
y conflictos subversivos.


Tal fué la dolencia cine olió al traste con la república:
lo que la mató, lo que tarde ó temprano debla infalible-
mente darle el golpe mortal , fué la magnitud de las
ventajas anejas á la obtencion de las magistraturas civi-
les y militares. ¿Qué frenos hubieran podido contener
el ardor de las codicias que suscitaban el mando de nu-
merosos ejércitos , el reinado sobre vastas provincias,
la facultad de levantar en ellas tributos y allegar en un
momento tesoros, por cuyo medio habia la seguridad
de poder comprar en Roma , no solo la impunidad para
las exacciones cometidas, sino el derecho de ir á come-
ter otras nuevas , mas culpables todavía? No 'labia per-
sonaje en aptitud de hacer frente á los gastos de una
eleccion que no quisiese vencer á todo trance: disenti-
mientos entre los ricos y los pobres , entre los anti-
guos y los nuevos ciudadanos , entre los Romanos pri-
mitivos y los Italianos favorecidos con el derecho de
sufragio, todas las semillas de desunion , todas las cau-
sas de agitacion y discordia acumuladas en el Estado
eran fomentadas y vivificadas por cuantos solicitaban el
apoyo de los diversos partidos en lucha , y el fuego de
las disensiones, constantemente atizado, no cesó un mo-
mento de extender sus estragos: Subió de punto el mal
cuando hubo en Roma gentes bastante ricas para asala-
riar y guardar á su servicio millares de ciudadanos
siempre prontos á ejecutar sus órdenes: entonces se
convirtió el Foro en un campo de batalla , en el que




1í8 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
iban á estrellarse en fiera lid ejércitos enemigos, y
donde rara vez terminaban las elecciones sin abundante
efusion de sangre.


En la época en que los Gracos reclamaron la aplica-
cion de las leyes agrarias, corrió la sangre con tal abun-
dancia que tres mil ciudadanos perecieron al mismo
tiempo que Cayo, y no tardaron en empeorar todavía
las cosas , llegando al extremo de verse verdaderos em-
presarios de elecciones encargados de asesinar á los an-
tagonistas de sus patronos. Unos magistrados calan he-
ridos en la sombra , otros á la luz del dia y hasta en la
silla misma donde estaban administrando justicia, y mu-
chas veces la autoridad se encontraba reducida á dejar
impunes tan grandes atentados.


¿Cómo hablan de atajar las leyes el progreso de la deca-
dencia de los poderes? Las leyes no tenian ya, no podían
ya tener mas que mandatarios infieles ; no se llegaba á
ser algo en el Estado mas que á condicion de burlarse
de sus prescripciones : en el medio siglo que precedió á
la batalla de Farsalia , escasamente hubo en liorna un
tribuno , un cónsul , una dignidad que, para asegurar su
nombramiento , no hubiese , á mas de pagar los sufra-
gios , llenado el Foro de gente armada. Sin duda se en-
contraban todavía en el Senado algunos personajes que
lamentaban en alta voz la ruina de las costumbres ro-
manas , y suplicaban á los magistrados que pusiesen un
término á tantos desmanes. Eran aquellos en su mayor
parte ancianos que habian visto mejores tiempos y á
quienes el peso de los años condenaba al reposo ; pero
en los mismos bancos se sentaban hombres mas jóve-
nes, ávidos de opulencia y honores, cómplices ó fauto-
res de los excesos que producia el choque de las ambi-
ciones privadas. La censura , aquella noble y saludable


CAPÍTULO VI.
Mstitucion de los hermosos dias de la república, no
osaba ya expedir sus fallos, y su mision cesó en cierta
manera por sí misma. Razon había tenido en decirlo
Yugurta: Roma estaba de venta, y solo aguardaba un
comprador; todo lo podia allí el dinero, porque lo daba
todo , dignidad, distinciones, poder , empleos públicos,
y hasta dinero.


Extraño y curioso espectáculo es el de Roma impo-
tente para conciliar sus libertades políticas con las mu-
danzas que su engrandecimiento territorial habia in-
troducido á la par en el número y la actividad de los
elementos de descomposicion que abrigaba y en el esta-
do de las costumbres y de los ánimos. Llegó un mo-
mento en que la autoridad suprema no existió ya
mas que de nombre : los magistrados elegidos eran
reemplazados por sus competidores de la víspera ; las
facciones, sucesivamente victoriosas y vencidas , unas
veces se aliaban entre sí , otras luchaban á muerte : á
las decisiones publicadas sucedian al dia siguiente otras
contrarias , y por momentos iba penetrando mas hon-
damente la anarquía en las regiones gubernamentales.
De aquí las guerras civiles y sociales que llenaron la Si-
cilia y la Italia de luto y sangre : la república no vicia
mas que por efecto de la enfermedad misma que devo-
raba sus restos. Los grandes se tenian mútuamente en
jaque , y siempre los habla que , por miedo de tener que
someterse al yugo de un rival , le prestaban en caso de
sumo peligro las fuerzas que ya no poseían los pode-
res constituidos : la república era una presa que re-
husaban ceder á otro los que no podian apoderarse
de ella para sí solos , y vivió hasta el dia en que cayó
moribunda á los pies del caudillo, que consiguió el
,primero postrar á sus pies á cuantos hasta entonces


1*




150 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
habian opuesto obstáculo al logro de sus designios..


En medio de los desórdenes á que abria cada vez
mas destructora carrera la creciente insuficiencia de la
autoridad central , subsistia una fuerza que, siendo la
única regularmente organizada , debia al cabo decidir
soberanamente de los destinos del Estado : aquella fuer- 11
za residia en los ejércitos. Nada mas admirable que la,
disciplina de los ejércitos romanos , que su fidelidad al
honor de la bandera y al juramento militar, y mientras
conservaron el respeto á las órdenes emanadas de la,
metrópoli , la república perseveró en pié ; pero todo en
la marcha de los sucesos tendia á mermar y destruir
aquel respeto. Llegaba á noticia de los ejércitos que
facciones rivales habian trabado lides en las calles de
la ciudad , que los cónsules habian peleado uno con-
tra otro , que soldados extranjeros y esclavos mez-
clados á los combatientes habian degollado impune-
mente á algunos ciudadanos , y naturalmente mira-
ron con desden á unos poderes incapaces de repri-
mir y castigar á los reos; á la larga llegaron á dudar
de su derecho á ser obedecidos , y en la incertidum-
bre en que los ponian las peripecias de las luchas em-
peñadas entre las ambiciones opuestas , se acostumbra-
ban á no escuchar mas órdenes que las de sus gene-
rales.


Fácil era por otra parte á los generales romanos ad-
quirir sobre las legiones que mandaban una influencia
sin límites : la ley misma les confería un poder dictato-
rial. Solo ellos distribuian los ascensos , los castigos y
las recompensas. Señores de las provincias, cuya cus-
todia tenian á su cargo , las administraban , las estruja-
ban á su arbitrio, y aquellos que, dotados de gran ta-
lento militar, no regateaban al soldado su parte en los-


CAPÍTULO VI. 151
despojos de los vencidos, obtenian en breve su confian-
za y su afecto.


Mario y Sila dieron los primeros el fatal ejemplo de
apelar á los ejércitos de las decisiones tomadas por los
comicios. Sus soldados no titubearon en apoyarlos , y
uno y otro marcharon sucesivamente sobre Roma, y su-
cesivamente tambien la trataron como á ciudad con-
quistada: no solo los ciudadanos cayeron á millaresbajo
la espada de los legionarios, sino á millares tambien
bajo el hacha cielos verdugos , y no paró ahí la carrera
de los ultrajes y de las ignominias que hubo de sufrir
Roma. Mario 'labia violado las leyes á fin de arrancar
á Sila el mando contra Mitrídates. Sila osó más todavía;
obligó á los Romanos á conferirle la dictadura, y de ella
usó para imponerles la obediencia á una constitucion
hecha por él solo.


El porvenir (le la república estaba irrevocablemente
trazado: á contar del dia en que Mario y Sila pudieron
apropiarse uno despues de otro el supremo poder, tuvo
principio su larga y dolorosa agonía. La soberanía ha-
bla pasado de manos del Senado y del pueblo á las de
los soldados y de sus generales, y no era ya posible
que retrocediese y volviese de nuevo á su fuente ori-
ginal.


En los campos de Farsalia sucumbió definitivamente
la república. Cuarenta años hacia entonces que Babia
entrado Sila en Roma al frente de sus legiones, y desde
entonces no 'labia cesado la anarquía de corroer cada
vez mas los cimientos del Estado. Guerras intestinas,
conjuraciones de cada vez mas audaces, ligas y rompi-
mientos entre generales que se repartian los despojos
de los antiguos poderes hablan señalado los continuos
progresos del mal, y visiblemente Roma, presa de san-




15'2 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
grientas revueltas, habria acabado por perecer toda en-
tera si al fin no hubiese encontrado un amo (1).


¿Era posible que se sustrajese la república á su triste
destino? No sucumbió mas que porque nació en su seno
un hombre que , dotado de un genio sin igual , le puso
al servicio de una arnbicion personalísima? Las repúbli-
cas, cuya suerte puede depender de la superioridad na-
tiva de un hombre, han cesado de ser viables; y por lo
que concierne al estado en que se encontraba Roma,
oigamos á Montesquieu : «'i César y Pompeyo, ha di-
cho este autor, hubieran pensado como Caton, otros
hubieran pensado como César y Pompeyo, y la repú-
blica , destinada á perecer, habria sido arrastrada al
precipicio por otra mano (2).»


Todo es verdad en estas palabras. La república ro-
mana estaba condenada á morir : en la situacion á que


(1) Pintare° cita un discurso de Caton de Utica respondiendo á
Pompeyo que pone claramente al desnudo la verdadera situacion del
gobierno romano.


«Por mi parte, dice Caton, cuando al salir de mi Pretura se me dió
una provincia, la rehusé, en lugar de que Pompeyo, toma las unas
por fuerza y da las otras á sus favoritos. Y muy recientemente aun.
¿ no ha prestado á César un ejército de seis mil hombres para la con-
quista de las Galias, sin que César os lo ha ya pedido, y sin que Poni-
peyo le diese con vuestro beneplácito? Pero en el dia nuestros ejérci-
tos, nuestras armas, nuestros soldados, nuestros caballos, son cosas
que los particulares se prestan sin reparo unos á otros y que se
restituyen recíprocamente. Y Pompeyo en este punto • es tan liberal
que reteniendo solamente el título de imperalor y de general, da gus-
toso sus ejércitos y sus provincias á los demás, y se queda en la ciu-
dad con objeto de excitar sediciones en los comicios y provocar nue-
vos disturbios; de donde resulta claro que, por medio de la anarquía
que introduce, prepara y se reserva la monarquía.» Pintare° , Vida de
cato» de Utica.


(2) Grandeza y decadencia de los Romanos, cap. XI.


CAPÍTULO VI. 153
la habian traido sus conquistas, era imposible que unos
poderes nada mas que de delegacion nacional , pudiesen
dominar las causas de division y ruina que se hablan
acumulado en su seno. A los disentimientos resultantes
de la reunion en un mismo cuerpo político de tantos
elementos diversos, y cuya separacion solo la fuerza
podía impedir, se agregaban los que producian los con-
flictos entre ambiciones privadas que habian llegado á
ser inconciliables , por cuanto lo que en realidad se
disputaban los jefes del Estado, eran grandezas regias,
y no retrocedian delante de nada de cuanto pudiese
darles ó conservarles su posesión. Hombres que acaba-
ban de gobernar vastas provincias , de disponer en ellas
á su antojo de las vidas y haciendas de muchos millones
de súbditos , que habian vivido allí rodeados de muche-
dumbres de cortesanos y servidores, bajo el hálito em-
briagador de los goces del dominio absoluto, no podian
resignarse á entrar de nuevo pacíficamente en la socie-
dad coman , y empleaban en reconquistar nuevos man-
dos las riquezas que habian robado durante el ejercicio
de sus empleos.


Los que sanan vencidos en la urna electoral no obe-
decian á las decisiones de los comicios sino por falta de
fuerza bastante para resistirles ; los que habian sabido
captarse el amor de los soldados' no cedian , y á cada
instante estallaban rebeliones que no dejaban á sus au-
tores otro medio de salvacion que el de las victorias á
mano armada.


Así lo comprueba la conducta de Mario, de Sila , de
Cinna , de Pompeyo Strabon, de Sertorio, de Perpena
y de otros muchos grandes personajes. De la propia
suerte, Craso y Pompeyo, rivales de gloria y poderío,
se negaron uno y otro á licenciar las tropas que habian




151 DE LAS FORMAS DE COBIERNO.
traido á Italia ; pero se aliaron con César y formaron
un triunvirato que dictó insolentemente sus voluntades
al Senado y al pueblo. Un gobierno reducido á soportar
tales usurpaciones estaba herido de muerte: por en-
cima de él se hablan levantado hombres bastante pode-
rosos para dominarle, y entre los cuales debia, por fin,
encontrarse alguno que, favorecido por la marcha de
los sucesos , se encargase de darle el Ultimo golpe.


Se ha hecho demasiado honor á César suponiendo
que para adquirir la supremacía que se arrogó era pre-
ciso unir á una ambicion capaz de largas previsiones,
un genio de todo punto extraordinario. De tal manera
estaba preparado el terreno en Roma, que todo general
victorioso tenia probabilidades de triunfo. Indudable-
mente César, como los más de los hombres eminentes
de su época, estaba decidido á encumbrarse tan alto
cuanto lo permitiesen las circunstancias del momento,
pero nada en sus actos descubre los largos y profundos
cálculos que se ha querido atribuirle. César no era ya
jóven cuando la muerte de Craso le dejó solo en pre-
sencia de Pompeya: cualquiera que fuese su confianza
en su propia fortuna, no deseaba un rompimiento, y lo
que le decidió á él fué la envidiosa infatuarían de su ri-
val. Hombre de realidad ante todo , César temia una
lucha cuyo resultado debla hacer muy incierto la infe-
rioridad de las fuerzas con que contaba ; no podía pro-
veer la torpeza con que procederian sus adversarios, y
fué preciso, para decidirle á pasar el Rubicon , que un
decreto del Senado, quitándole su mando, viniese á no
dejarle mas alternativa que la rebelion ó una surnision
que le habria puesto á merced de los que deseaban su
pérdida ; mas una vez comenzada la guerra, cada una
de sus victorias abrió á César nuevas perspectivas , y


CAPÍTULO VI. 135
cuando por fin los últimos restos del partido pompe-
yano cayeron deshechos, bastúle tender la mano á una
soberanía que por sí propia se le ofrecia, y que nadie
se hallaba ya en estado de disputarle.


De tarde en tarde se han visto hombres que , duefios
de regular á su arbitrio la suerte de su patria , no han
usado del poder que les cabía en suerte mas que para
depurar y consolidar las libertades públicas. Semejan-
tes hombres, raros en todo país, no se encuentran en
las repúblicas, que de mucho tiempo atrás se bambo-
lean bajo el peso de disensiones continuas , y esto por
la razon de que es imposible á los mas cuerdos como A
los mas hábiles no reconocer que el Estado no puede
florecer nuevamente bajo instituciones que conceden á
voluntades de una discordancia irremediable , dema-
siada parte en el ejercicio de la soberanía. El ejemplo
dado por Sila no debia tener imitador, porque su obra
no habia durado siquiera tanto como él; ahora bien,
desde los dias de Sila , la degeneracion de Roma no ha-
bla cesado de agravarse y extenderse : pueblo, Orden
ecuestre, familias consulares , senado, todo se habla re-
bajado y corrompido bajo la presion de los males debi-
dos á la insuficiencia de la autoridad. Ninguna mano
habria podido sanar las llagas ya abiertas, reanimar
en los corazones el apagado sentimiento del bien pú-
blico, reducir á justos límites ambiciones cuyo desapo-
derado vuelo no cesaba de provocar la grandeza de los
mandos ; en una palabra , devolver á los Romanos la
capacidad que para siempre hablan perdido de gober-
narse á sí mismo.


Nada demostró mas claramente la imposibilidad á
que habla llegado Roma de subsistir bajo la forma re-.
publicarla que los sucesos que siguieron á la muerte de




156 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
César : los asesinos no supieron qué hacerse con el lo-
gro de su crimen ; no discurrieron plan alguno de re-
forma, y dejando á las cosas seguir su acostumbrado
curso, vieron con nuevos personajes reproducirse las
sangrientas escenas de lo pasado (1 ). En Asia, en África,
en las Galias, en todas partes, los caudillos de los ejér-
citos se pusieron en pugna, y al cabo surgió un nuevo
triunvirato, el que formaron Antonio, Octavio y Lé-
pido ; luego, cuando este último resignó prudentemente
la parte en el gobierno que no era bastante fuerte para
conservar intacta , vióse recomenzar lo que en tiempo
de César y Pompeyo 'halda sucedido despues de la
muerte de Craso. Los dos caudillos en cuyas manos re-


(1 ) Las cartas de César no dejan duda alguna tocante á lo incorre-
gible de la situation. Como todos los amigos del Estado republicano,
Ciceron aprueba el asesinato de César y alaba á sus autores:Bruto y
Casio son hombres divinos; pero el mismo Ciceron no sabe qué par-
tido habrá que sacar del suceso, y pronto advierte, con asombro, que
la calda del tirano no ha desarraigado ni destruido la tiranía ; así se lo
-escribe bajo todas las formas posibles á su amigo Atico. O dii boni,
vivit tyrannis, tyrannus occidit. Ejus interfecti morte lactamur, cu-
jas fasta defendimos.» Pero pocos dial despues escribe: « Interfecto


•ege, liberi non sumus; puis, sublato enirn tyranno, tyrannida ma-
nero video.» Epístolas 9, 11, 1 4, á Atico. Ciceron fué el hombre mas
ilustrado de su tiempo. Pero no le fué dado mas que á ninguno de
sus contemporáneos darse cuenta de la impotencia á que habla llegado
Roma de conservar unas instituciones inconciliables va con la desme-
surada grandeza de sus conquistas. De aqui las incertidumbres y las
flaquezas que se le han echado en cara. No es. sin embargo, el valor
lo que le faltaba, sino la percepcion clara y limpia de las realidades
de la época.


Tratando Montesquieu del estado de Roma, despues de la muerte
de César, dice : « Hasta tal punto era imposible que la república pu-
diese restablecerse, que sucedió lo que nunca antes se habia visto,
-que ya no hubo tirano, y que tampoco hubo libertad: porque el caos
.que habia destruido continuaba subsistiendo.»


CAPÍTULO vi. 157
sidia el poder supremo, se le disputaron; de nuevo es-
talló la guerra civil, y el vencedor quedó único duelo
absoluto del Estado.


Citando se examina de cerca la sucesion de los acon-
tecimientos que vinieron á derribar la república, un
hecho hay que á primera vista parece difícil de expli-
car. Las antiguas instituciones no cayeron al primer
empuje, antes tuvieron numerosos defensores : los me-
jores ciudadanos , las mas elevadas inteligencias, les
permanecieron fieles; ni dinero ni soldados faltaron á
los que combatieron por ellas: generales de consumada
habilidad dirigieron las operaciones militares , y, sin
embargo, se sucedieron las derrotas, sin que ningun
triunfo algo importante interrumpiese su carrera. En
Farsalia , en Tapso, en Munda , en Filipos, en todas
partes la victoria abandonó las banderas (le los últimos
sostenedores de la república.


Que la gran capacidad militar de César entró por
mucho en los resultados de las luchas que sostuvo en
persona es un hecho evidente; pero muerto César, no
pasaron las cosas de distinta manera. En Filipos, Casio
y Bruto mandaban soldados no menos aguerridos, no
menos numerosos que los de Antonio y Octavio: dueños
de la ruar, tenias á su favor todas las ventajas de la po-
sicion , y sin embargo la victoria les volvió las espal-
das. ¿De dónde provinieron las derrotas sucesivas que
sufrieron los ejércitos republicanos? ¿En qué consistió
que ni un solo triunfo vino á cortar el hilo de sus conti-
nuos reveses?


La razon es que, en el ánimo de los jefes llamados á
dirigirlos, pesaban abrumadores cuidados. Vencedores,
¿ qué produciria la victoria? ¿Cómo retener á Roma en
la pendiente del abismo á donde todo en su estado inte-




158 DE. LAS FORMAS DE GOBIERNO.
rior , contribuia á arrastrarla, y sacar de las institucio-
nes á que no querian sobrevivir los medios de remediar
males, cuyo progresivo desarrollo no hablan podido ata-
jar un solo dia al cabo de mas de un siglo? Estas terribles
cuestiones los asediaban , y era imposible que las evi-
tasen, cuando ante sus mismos ojos se producian hechos
que les advertian que era preciso, de todo punto for-
zoso , buscar su solucion. Pompeyo oia desde su tienda
el ruido de las disputas que suscitaban entre sus tenientes
las rivalidades de ambicion; vela á los jóvenes patricios
que habian acudido bajo sus banderas , disputarse anti-
cipadamente los oficios y las dignidades que la derrota
de los cesariauos iba á dejar vacantes; sabia que le acu-
saban de dar largas á la guerra con la esperanza de que,
durando , acabaria por ofrecerle ocasion de transformar
en soberanía completa el mando quc ejercia, y que mur-
muraban de él que , nuevo Agamenon , trabajaba por
conservar su papel de rey de los reyes , todo lo cual
bastaba para recordarle en qué situacion caido la
república y que nadie era ya poderoso á impedir que
sonase en breve su postrera hora.


Todo en la conducta de los últimos campeones de la
república, patentiza en ellos aquella desazon (le ánimo,
aquel tumulto de la conciencia que de ordinario produ-
ce la falta de fé en el porvenir de la causa á que hemos
consagrado nuestros servicios. k todos se los vió apre-
surarse á librar á la suerte (le una batalla el cuidado de
decidir entre ellos y sus adversarios; no parece sino
que presa de dolorosas impresiones querian á todo tran-
ce acabar con ellas de una vez : estío fue lo que, des-
pues de haber perdido á Pompeyo en Farsalia , perdió
á Bruto en Filipos. Ni uno ni otro de aquellos genera-
les permitió al tiempo madurar su obra ; ambos re-


CAPÍTULO vi'. 159
nunciaron á las probabilidades de triunfo que les pro-
metia su auxilio, y uno tras otro sucumbieron en una
lucha en que parecia que la victoria debia acompañar á
sus armas (1).


Tal ha sido siempre, á mayor abundamiento, la suerte
de los gobiernos á quienes los cambios ocurridos en el
estado de las sociedades que les incumbe regir no per-
miten llenar suficientemente su mision; siempre se ven
mal defendidos. Los desórdenes que dejan producirse,
los reiterados ataques de que son objeto , revelando
cuán poderosas son las realidades sociales con las que
se encuentran en desacuerdo , desconciertan á los que
se arman en su favor ; ni á los consejos militares ni á
los campos de batalla llevan la lucidez de inteligencia
que necesitarian para triunfar de las dificultades que
los rodean , y á sus resoluciones falta el grado de cor-
dura, de vigor y de oportunidad sin el cual es imposi-
ble sobreponerse á la fortuna.


CAPITULO VII.


IMPERIO ROMANO.


Roma no podía ya subsistir como república : sesenta
arios de guerras civiles sin tregua renacientes habian
mostrado que no le quedaba mas medio de salvacion
que someterse á la voluntad de un jefe (2); Roma, sin


(') Concluida la cena, Casio cogió la mano de Mesala, y apretán-
dosela con cariño como acostumbraba hacerlo: Mesala , le dijo en
griego, séme testigo de que, como el gran Pompeyo, me veo obligado,
contra mi opinion, á entregar al azar de una batalla la suerte de mi
patria. (Pintare°, Vida de Bruto).


( 2) Roma, dice Plutarco, con ocasion de la batalla de Filipos, no po-




160 DE LAS FORMAS DE 60BIERINO.
embargo , no se transformó en monarquía , y es :
porque en ninguna época del mundo antiguo , ni las
ideas ni las costumbres prestaron al principio monár -
quico el apoyo de que tenia necesidad para triunfar de-
finitivamente, En los Estados en que reinaban, los prín-
cipes mismos usaban del poder supremo como de una
propiedad meramente personal, y hubieran considera-
do atentatoria á su prerogativa toda combinacion legal
que les hubiese impedido disponer á su arbitrio de la
corona ; y por lo que respecta á los gobernados, una
regla que podia entregar los destinos del Estado á nirios
de tierna edad ó á entes ineptos, no hubiera obtenido
su asentimiento, y las contiendas que suscitaba entre los
miembros de la familia real la vacante del trono les pa-
rcelan cosa menos temible. En liorna á los obstáculos
que en todas partes habria encontrado el estableci-
miento de un régimen hereditario absoluto , se ariadian
otros puramente locales. Durante cerca de cinco siglos,
los flomanos se hablan gobernado á sí mismos; no ba-
bian tenido mas que magistrados de su propia eleccion:
en el derecho de elegir á su arbitrio todos los hombres
llamados á ejercer una porcion cualquiera de la sobe-
ranía era en lo que habia consistido la principal distin-
cion entre ellos y los habitantes de las provincias con-
quistadas, y á sus ojos hubiera sido rebajarse al nivel
de sus súbditos , someterse á un principado cuya trans-
mision hubiese llegado á ser independiente de toda ac-
cion del cuerpo social. El nombre de rey , por otra par-


din ya ser gobernada por una autoridad repartida entre muchos : te-
nian necesidad de un jefe único. Sus reflexiones en este punto son cu-
riosas y explican por qué tantos hombres distinguidos sostenian, du-
rante los últimos dial de la república, la concentracion de la autori-
dad en manos de un solo jefe.


CAPiTULO VII. 161
te , era odioso á los Romanos; cuando la expulsion de
los Tarquinos , los patricios pusieron todo su ernpeiio
en hacerle tal, y aquel nombre con efecto habla acabado
por ser para ellos objeto de un horror supersticioso. Cé-
sar no pereció mas que por no haber suficientemente
tomado en cuenta el Odio que inspiraba : bastó que de-
jase clarearse la intencion de cambiar la dictadura per-
petua por la corona , para que hasta los mismos hom-
bres á quienes se habia complacido en colmar de bene-
ficios abandonasen su causa, y se vió á los mas grandes
personajes, y aun á los mejores, felicitar á los asesinos
por el logro de su crimen ( 1 ). Octavio comprendió
cuánto le importaba contemporizar con los recelos y
rancias preocupaciones del orgullo romano : carácter
sutil y moderado , exento de vanidad, bastante sensato
para no pedir al tiempo presente teas que lo que podia
obtener de él sin sacudida, y sin confiar nada á la ca-
sualidad, solo aspiró á lo posible, y lo posible para él


( 1 ) Veamos en qué términos refiere Plutarco lo que sucedió cuando
Antonio fué á ofrecer á César la corona durante la celebracion de las
lupercales:


«Cuando César rechazaba las instancias de Antonio, todo el pueblo
manifestaba su alegría con sus aplausos y gritos, y era cosa á la ver-
dad sorprendente y maravillosa que tos que consentian que se ejer-
ciese sobre ellos todo el poder despótico de los reyes, temiesen y de-
testasen el solo título de rey como la entera ruina de sus libertades.»
(Plutarco, Vida de Antonio).


La reflexion de Plutarco con ocasion de esos hombres que, acep-
tando el poder real de César, no quedan que llevase solo el nombre
que designa al que lo ejerce, es exacta y verdadera. Los nombres
ejercen con harta frecuencia sobre las imaginaciones la mas fascina-
dora influencia, y Augusto, bajo los antiguos títulos de irnperator y
de príncipe del Senado, pudo allegar sin peligro mayor suma de po-
der personal que la que hubiese podido obtener bajo la denominacion
aborrecida de rey.


FORMAS DE GOBIER.NO. -11




162 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
despues de la victoria de Aedo, era la conservacion y la
extension gradual de la autoridad de que se encontraba
único depositario.


Con efecto , aquellos mismos Romanos á quienes tan
mal sonaba el titulo de rey se sometian sin dificultad al
mando de uno solo. Sila se habia apoderado de la dic-
tadura , y no la depuso sino porque estaba ya cansa-
do de ejercerla ; César se la balda hecho votar á per-
petuidad : lo mismo podia hacer Octavio, pero prefirió
recoger y concentrar en su persona , bajo denomina-
ciones usadas de antiguo y por porciones sucesivas to-
dos los elementos de la potestad soberana.


La derrota y muerte de Antonio le hablan constituido
único heredero de los poderes extraordinarios que doce
ailos antes se habia adjudicado el triunvirato de que
fué uno de los miembros. Cuando volvió á liorna, na-
die podia oponer obstáculo á la ejecucion de sus desig-
nios: todos esperaban verle renovar las venganzas y
las proscripciones que, con arreglo á las máximas de la
época el vencedor estaba siempre en derecho de ejercer
contra sus adversarios. No lo hizo así Octavio : lejos de
eso, no señaló su regreso mas que con liberalidades que
abundantemente sufragaron los tesoros traidos del
Oriente y el patrimonio público, y dándoles tierras y
dinero fué como premió á los que habian sostenido su
causa. Los veteranos recibieron cada cual un peculio
considerable, y los simples legionarios desusadas grati-
ficaciones.


Ni fué olvidado el pueblo : cada cabeza de familia co-
bró cuatrocientos sestercios , y el número de las per-
sonas á quienes el Estado distribuia periódicamente li-
mosnas en frutos, aceite y trigo, se elevó á mas de dos-
cientas mil.


CAPÍTULO VII.
163


Por lo que respecta al Senado, Octavio acabó de so-
Ineterle á fuerza de expurgos y mercedes. Amenazados
de acusaciones de indignidad de que no hubieran podido
•defenderse , doscientos de sus individuos se vieron re-
ducidos á resignar sus funciones , y Octavio , para ase-
gurarse el apoyo de los demás, no tuvo otra cosa que
hacer sino encargarse del pago de su censo y de los
gastos anejos á la obtencion de la edilidad curul.


Preparado así el terreno, Octavio declaró terminada
su mision y la intencion de retirarse á la vida privada.
En la situacion en que se encontraba la república , su
retirada habria desencadenado nuevos tumultos y en-
tregado á Poma á los excesos de la soldadesca, por lo
que el Senado fué á suplicarle que conservase el gobier-
no y salvase á la patria en peligro: Octavio fingió no
inclinarse sino á su pesar ante las exigencias del mo-
mento, y no aceptó mas que por diez afros la tutela del
Estado. Varias veces en su larga carrera repitió el mis-
mo papel, y derecho tuvo para exclamar en su lecho de
muerte: «i Aplaudid , amigos ! bien se ha representado
la comedia.»


Sabido es de qué manera Octavio se hizo conceder
sucesivamente todas las magistraturas, todas las prero-
gativas, todos los poderes de que se formó la soberanía
imperial. Iniperator, tuvo con el mando en jefe de los
ejércitos el de las provincias en que aquellos residian;
investido de la potestad tribunicia , fué inviolable y ad-
quirió el derecho de anular á su arbitrio las decisiones
de los magistrados. El titulo de príncipe del Senado le
valió la direccion de las deliberaciones, y el de Augusto
una especie de consagracion religiosa que sirvió no po
co para proteger su persona contra las conjuraciones y
/os atentados. La potestad consular por otra parte le




161 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
confirió en toda su plenitud la accion ejecutora en Roma.
y en Italia, y la doble prefectura de la anona y de las
costumbres le (lió á la par la administracion de la ciudad
y la censura que le autorizó á expulsar del Senado y
del órden ecuestre á los hombres de quienes tenia
motivos de estar descontento. Otros diez ;Mos bastaron
á Augusto para traer y reunir en sí solo todos los po-
deres efectivos que hasta entonces habian estado repar-
tidos entre las diversas magistraturas , cuyo conjunto-
habia compuesto el gobierno de la república : solo le-
faltaba la direccion suprema de los asuntos religiosos, y
la muerte de Lépido, permitiéndole apoderarse del
sumo pontificado, vino á asegurársela por completo.


Augusto , á mayor abundamiento , cuidó de apoyar
su autoridad en una fuerza material destinada á ponerse
á cubierto de todo ataque : la formacion de las cohortes
pretorianas tuvo á sus órdenes veinte mil hombres que,
mandados por jefes de fidelidad á toda prueba , bastaban
ámpliamente para la policía de la ciudad y la seguridad
del príncipe.


De esta suerte se consumó bajo apariencias legales y
á pasos prudentemente mesurados, una revolucion que
nada dejó subsistir de las formas del antiguo gobierno.
De las atribuciones soberanas , cuyo ejercicio le habia
pertenecido, el pueblo no conservó mas que la facultad
de nombrar para algunas magistraturas del órden civil
y judicial; solo el s= enado pareció conservar en el Es-
tado un papel de verdadera importancia: él era el que
promulgaba las leyes nuevas y administraba la justicia
política, y Augusto , dándole la administracion de una
parte de las provincias, le }labia dejado empleos que
conferir y riquezas que distribuir ; pero en el fondo
todo era ilusion en el poder de que estaba investido el


CAPÍTULO vu. 165
,Senado : su composicion le condenaba á la mas servil
obediencia. No se entraba en él sino despues de haber
desempeñado oficios, cuyo acceso abria únicamente el
príncipe, nose tenia asiento en él sino bajo la amenaza
contínua de una expulsion que él tenia derecho de pro-
-nunciar, , y nadie habria sido bastante osado para con-
trariar una voluntad siempre arbitra de quitarle lo que
una vez le habla otorgado Así fué que el Senado se
mostró siempre de una docilidad á toda prueba : segun
la expresion de Tácito fué un instrumento de reinado,
una asamblea únicamente destinada á registrar y ratifi-


,car las decisiones del amo y á tomar á su cargo la res-
ponsabilidad de las iniquidades de la política imperial.


Extraño ha parecido á algunos escritores que los Ro-
manos se resignasen tan pronto á la servidumbre y ni
siquiera hubiesen tratado de obtener alguna garantía
-contra un despotismo que la ausencia de todo freno de-
bia infaliblemente hacer insoportable, pero nada hay en
esto que no se ajuste al espíritu mismo de la época. Los
antiguos no admitian que pudiesen existir derechos in-
terentes á la personalidad humana ; á sus ojos, la sobe-
ranía del Estado era absoluta , y cualesquiera que fue-
sen las manos en que residiese , los que gozaban de ella
no tenian que consultar en sus determinaciones mas
que motivos de prudencia y utilidad. Estas nociones,
emanadas directamente del espectáculo de la esclavitud
doméstica , dominaban en todas las clases, y en Roma
'especialmente no encontraban la menor contradiccion.
Allí se habia disputado el dominio á mano armada , y
sucesivamente habia sido patrimonio de facciones y
jefes diferentes, pero á nadie habla admirado ver á los
-que lo ganaron en la lucha disponer á su arbitrio de las
'vidas y haciendas de los vencidos . Sila , Mario, los


ad,




CAPÍTULO VII. 167
dura cadena. En realidad no habla ya nacion romana;
lo que llevaba este nombre no era mas que un confuso
tropel de poblaciones, entre las que no existia ningun
vínculo, ninguna comunidad de deseos, de miras ni de
sentimientos: si hubiera sido posible al Senado pensar
en trazar á la autoridad del príncipe reglas positivas,
no habria encontrado fuera de su seno, ni apoyo ni
brazos para defenderle, y habria caido víctima de sus
esfuerzos, y aun muy verosímilmente objeto de irri-
sion para aquellos mismos cuyos intereses habria in-
tentado defender.


Pero si todo en la situacion de la sociedad romana la
habla conducido á. no poder conservar nada de sus an-
tiguas libertades, no por eso era menos imposible que
se encarnase completamente la soberanía en un hom-
bre, y no fuese á residir, por lo menos en parte, en
aquellos cuyo concurso le permitia su ejercicio. En me-
dio de las ruinas de lo pasado existia una fuerza sólida-
mente organizada que, movida por intereses que le eran
propios, debla á la postre someterlo todo á su domina-
clon : aquella fuerza era la militar. Los ejércitos habian
puesto término á la anarquía; el nuevo gobierno no es-
tribaba mas que en el apoyo que ellos consentian en
prestarle, y natural era que impusiesen sus condicio-
nes; así no tardaron los ejércitos en erigirse en poder
político, en apoderarse de las prerogativas que se ha-
bian escapado de manos de la nacion , en ejercer la so-
beranía constituyente , y en pesar sobre los cm perado -
res, á punto de convertirlos en meros ministros de sus
voluntades particulares.


Era Augusto demasiado astuto para que sea lícito su-
poner que no hubiese previsto bajo qué yugo iba al fin
á pasar el Estado que él trabajaba por reorganizar, pero


166 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
triunviros, César, habian inmolado á sus adversarios.
y consumado numerosas confiscaciones á fin de enri-
quecer á sus soldados. Augusto á su vez habla entrado
en posesion de la suprema autoridad, y no podia ocur-
rirse á los Romanos señalar á aquel nuevo poder límites-
que les habrian parecido inconciliables con la idea que.
se formaban de su verdadera naturaleza.


No á titulo de hombres , sino al de miembros del
cuerpo soberano, era en el que habian disfrutado los-
ciudadanos romanos prerogativas é inmunidades parti-
culares; desde el dia en que cesaban de elegir sus ma-
gistrados y de hacer ellos mismos las leyes que regian.
al Estado, debian encontrarse indefensos contra los ac-
tos






de una autoridad que ya no les pertenecia. Para que•
asi no fuese, preciso habria sido que continuasen go-.
bernándose á sí propios ; ahora bien, las largas y san-
grientas guerras civiles que habian acabado de rebajar-
los y desmoralizarlos, no tuvieron desde el origen otra-
causa mas que su impotencia para contener el vuelo de.
las facciones que una tras otra se arrancaban el domi-
nio y habian ludibrio y mofa del interés público. Nada
en este punto 'labia cambiado mas que para empeorar:
el Estado no contenia ya mas que elementos incapaces-
de voluntad y de accion colectiva; en la ciudad misma,.
entre todas las clases, reinaban manifiestas enemista-
des. Enervados por el lujo y la crápula , los ricos te-
mían que nuevas conmociones viniesen á poner su for-
tuna en peligro: sin mas ambicion que la de continuara
encenagados en una infame y torpe ociosidad, las ma-
sas populares se limitaban á pedir pan y circenses ,
debajo de ellas rugian oleadas de esclavos sedientos de•
desórdenes, y dispuestos á aprovechar toda ocasion de
precipitarse sobre aquellos que los tenian amarrados á:




168 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
todo lo debia á la buena voluntad de los ejércitos; creia
poder contar con el amor que les inspiraban el nom-
bre y la familia de César, y obligado á atender á las di-
ficultades del momento , abandonaba á lo porvenir el
cuidado de llenar la tarea que le impusiese el incierto
curso de los sucesos.


Treinta y dos arios de un reinado que no pudieron
turbar conjuraciones urdidas en la sombra permitieron
á Augusto consolidar su obra gubernamental. Otra em-
pezó que, continuada por sus sucesores, hizo honor al
imperio, y llegó á ser su mejor, su único título al res-
peto de los pueblos y al aprecio de la posteridad.


La república no habia sabido mas que conquistar: ha-
bia estado demasiado agitada , demasiado tumultuosa,
para extender sus miradas sobre lo porvenir, y saber
regularizar la dominacion , que era su patrimonio. Los
procónsules que enviaba á regir las provincias no te-
nían que consultar mas que sus propias voluntades: casi
todos atendian lo primero á enriquecerse en ellas per-
sonalmente, á devorar los despojos de sus administra-
dos , seguros de que las quejas de sus víctimas no en-
contrarian eco en Roma si se volvian con bastante di-
nero para poder comprar los votos que necesitaban
para obtener la absolucion de sus maldades: la gran ta-
rea del imperio fué asentar por todas partes el órden y
la subordinacion , y esa tarea fué desempeñada en toda
la extension que comportaba un estado social, corroido
á la par por los vicios del politeismo y por las corrup-
ciones de la esclavitud personal. Organizacion adminis-
trativa y judicial, códigos y colecciones de las leyes,
academias y escuelas, vías de comunicacion , todo lo
que honró á la civilizacion romana fué obra del impe-
rio, el cual hizo todavía más: concediendo á los habi-


CAPÍTULO VII.
169


Cantes de las provincias los derechos hasta entonces re-
servados únicamente á los ciudadanos de Roma, con-
sumó un acto de alta equidad, y que , por espacio de
mas de dos siglos, contribuyó á asegurar el manteni-
miento de una unidad nacional, cuya destruccion ame-
nazaban tantas causas.


La muerte de Augusto vino á revelar la verdadera si-
tuacion política del imperio romano. Augusto habia
puesto empeño en no presentar la autoridad que ejer-
cia mas que como una simple delegacion vitalicia ; en
principio, el Senado debia continuar siendo la fuente
original de los poderes confiados á los emperadores, y
su sancion pocha dar validez á toda nueva investidura.
Tiberio, con efecto, notificó al Senado la vacante del
imperio, pero al mismo tiempo escribió á los ejércitos y
á las cohortes pretorianas , y moderacion fué por su
parte si no se contentó con ser proclamado militar-
mente.


Otro hecho demostró mejor todavía dónde estaban en
realidad la fuerza y la accion soberanas. Los ejércitos
de las Galias, á la nueva de la muerte de Augusto,
ofrecieron á Germánico darle el imperio. Tácito ha di-
cho que la muerte de Neron hizo patente un gran se-
creto , el de que los ejércitos podian nombrar un empe-
rador fuera de Roma; pero este secreto habia debido
cesar de serlo de mucho tiempo atrás, porque las le-
giones de las Galias , medio sigo antes , habian procla-
mado un emperador, y no les faltó para consumar la
empresa mas que el consentimiento del caudillo elegido.


Bajo el reinado de Tiberio desaparecieron los últimos
vestigios del antiguo órden político. Augusto habia de-
:lado al pueblo el derecho de nombrar los pretores; Ti-
berio le arrebató este derecho y le transfirió al Senado,




170 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
dócil órgano de sus voluntades. Augusto se habia con-
tentado con la inviolabilidad inherente á su poder ; Ti-
berio hizo dictar la ley de majestad que transformaba en
crimen de Estado todo ataque verdadero ó supuesto,
por palabras ó por actos al respeto reclamado para la
dignidad imperial.


Con Neron se extinguió la familia cesárea. Merced al
prestigio del nombre de su fundador y al respeto que
profesaban los pretorianos á la memoria de Augusto,
cuatro emperadores se hablan sucedido á virtud de adop-
ciones legales, y los soldados los habian aclamado sin
mas exigencia que la del pago de un dón de feliz adve-
nimiento, especie de albricias á que se (lió el nombre
de donativum. I.as extravagancias de Neron cambiaron
el curso de las cosas: en todas partes se sublevaron los
ejércitos. Los que ocupaban á Espada proclamaron á
Galba, que era á la sazon su general , y la promesa de
un rico donativum decidió á los pretorianos á ratificar
una eleccion en que no habian tomado parte. Galba no
pudo cumplir la obligacion contraida en su nombre,
con lo que los pretorianos le dieron muerte y pusieron
en su lugar á Oton , ocasion y principio de horribles
tempestades. A. ejemplo de las legiones de España, las
del Rin habian nombrado un emperador; trasmontaron
los Alpes, y despues de derrotar á los soldados de Oton,
llevaron á Roma á Vitelio, el caudillo de su eleccion, de
lo que noticiosos los ejércitos de la Siria y de la lliria
quisieron hacer tambien un emperador, y Vespasiano,
á quien eligieron, se llevó la palma de la victoria.


Así, en menos de dos cuatro ejércitos dieron
sucesivamente un jefe al Estado, y cuatro veces el Se-
nado tuvo que rendir homenaje á los pies de un nuevo
señor.


CAPÍTULO N'II.
171.


Todo, en los sucesos que acababan de verificarse de-
bla naturalmente producir honda impresion en los áni-
mos. La sangre romana habia corrido á torrentes; los-
pretorianos habian sido vencidos ; las legiones de las Ga-
lias habian sucumbido á su vez ; no habia ejército que.
no tuviese que lamentar crueles é irreparables pérdidas.
Por otra parte, el último choque habla ocurrido en las
mismas calles de Roma; en las que los soldados se habian
acuchillado á la vista de sus conciudadanos, y el Capito-
lio. cuna querida y venerada de la grandeza nacional, se
había desmoronado consumido por las llamas. S abíase
que la Judea resistia tenazmente á los ejércitos romanos,
y acababan de recibirse nuevas de que los Bátavos ,
plena insurreccion, amenazaban al imperio con la pér-
dida de una de sus provincias. En todas las filas circu-
laban siniestros rumores; decíase que Marte y Júpiter'
Capitolino abandonaban al pueblo de su eleccion, y que
ya estaba cercano el dia en que Roma habría dejado de
existir. Vespasiano supo sacar partido de la general
consternacion: los soldados bajaron la cabeza ante un
general, cuya entereza habian aprendido á temer, á la
par que estimaban su carácter, sometiéronse á las ór-
denes que recibieron de él, y pronto quedó restablecido
el órden en el imperio,


Los hechos de Vespasiano atestiguan que trató de po-
ner un término á las invasiones de los ejércitos en la,
política. Puso empeño en realzar al Senado y devolver-
le la consideracion que habia perdido : expulsó (le él á.
los hombres mal notados que en tan gran número-
figuraban en su seno, y llamó á los mas eminentes per-
sonajes de la ciudad y de las provincias para que fueran-,
á ocupar las sillas vacantes ; obra que á la verdad no
resultó infructuosa ; por cuanto á la muerte de Domi-




172 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


ciano , el Senado pudo nombrar un emperador, y con 41
Nerva á quien eligió, tuvo principio aquella larga era
de calina interior que se ha llamado la edad de oro del
imperio.


Seguramente que si el imperio romano hubiera con-
tenido en sí elementos de vida y regeneracion, Trajano
los habria descubierto y separado de la liga que esterili-
zaba su autoridad , pues jamás príncipe alguno fué mas
grande ni mejor; pero no era dado á persona alguna ex-
tirpar vicios que tenian su raiz en la composicion mis-
ma del Estado y reavivar en las almas los sentimientos
de patriotismo y honradez, únicos que tienen poder
Tara hacer que florezcan las sociedades. I.o único que
fué posible á Trajano y á sus sucesores, fué buscar
en combinaciones administrativas algunos nuevos me-
dios de órden y asegurar á los Romanos ochenta
.arios, durante los cuales la justicia y la moderacion
.reinaron en los consejos y en los actos de los prín-
cipes


Era desgracia de la Sociedad romana hallarse cona-
puesta de partes hasta tal punto heterogéneas que los
mas prudentes emperadores , Trajano , los Antoninos,
.Marco Aurelio, la juzgaron incapaz de ejercer sobre sus
propios destinos una accion que no llegase á ser fatal-
mente subversiva; así, lejos de pensar en restituirle un
.poco de vida política, conservaron la autoridad en todo
su absolutismo y sin mas freno que el miedo en los que
de ella disponian , de los odios y de las rebeliones que
.pudieran provocar sus excesos, de que resultó que
bastase un mal emperador para que las causas de ruina
recobrasen toda su funesta actividad. Cómodo deshizo
,él solo la obra en que hablan trabajado sus cinco prede-
cesores, y cuando pereció inmolado por su córte, Roma


CAPÍTULO N'II. 171
tuvo que sufrir saturnales militares no menos sangrien-
tas y mas vergonzosas que aquellas á que habla dado,
triste serial la muerte de Seron. El Senado quiso nom-
brar un emperador, y, Pertinaz , A. quien designó, fué-
asesinado por los pretorianos ; luego , estos, en una es-
pecie de ciego delirio , tuvieron la donosa ocurrencia de
sacar el imperio á pública subasta y de adjudicarle al
precio de algunos millares de dracmas por cabeza de
soldado á uno de los dos compradores que se presenta-
ron ; pero los pretorianos no habian contado con el
odio que les tenian los legionarios que, encargados de la
custodia de las fronteras, les echaban en cara estar me-
jor pagados por llevar en Roma una vida muelle y ocio-
sa de lo que lo estaban ellos por soportar las fatigas de
los campamentos y los peligros de la guerra. Tres ejér-
citos se sublevaron, y cada uno proclamó un empera-
dor: emperióse la lucha entre ellos y Septimio Severo,
elegido por las legiones de la Iliria, quedó duelo único
del imperio.


Vanamente trabajó Severo por consolidar los des-
tinos del Estado ; su hijo no le imitó, y el mal recobro
su marcha ascendente. losejércitos continuaron ha-
ciendo y deshaciendo emperadores; de tarde en tarde
apareció un jefe que , merced á altas dotes personales,
pudo obtener el respeto de los soldados y detener por
un momento al imperio en la pendiente del abismo.
Solo Diocleciano modificó la forma del gobierno esta-
blecido : á fin de poner á los emperadores á cubierto de
las tramas y de los atentados que suscitaba el deseo de
sucederles , puso el gobierno en participacion ; se di&
un colega y proclamó dos Césares destinados á heredar
la autoridad suprema. Inútil combinacion : los Césares
entraron en reñida lucha : cada vacante del trono las




174 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
vió renovarse y desencadenó guerras intestinas de una
especie nueva.


Constantino verificó un cambio todavía mas decisivo.
-Vencedor de sus asociados al gobierno se quedó único
dueño del imperio y transportó su silla á Bizancio, lo
cual fué un gran suceso: si tuvo por efecto constituir un
Estado que consiguió vivir durante once siglos, apresu-
ró la calda de la dominacion romana en el Occidente.
Menos de cien años despues de la fundacion de la nueva
.capital, Italia estaba invadida y Roma cala en manos
de Alarico , de las cuales no salió mas que para llegar á
.ser poco despues presa de los Vándalos, y acabó por
sucumbir bajo los golpes de los Méralos que la incorpo-
raron al reino bárbaro que formaron en el suelo de
Italia.


Cerca de cinco siglos subsistió el imperio romano.
Dos cosas prolongaron la duracion que parcelan deber
rehusarle la insociabilidad de los elementos de que se
componia , la contínua degradacion de las costumbres
.de los habitantes de la capital , y el horrible peso del
despotismo de sus sehres : una fué el estado de atraso
de las naciones que lindaban con sus fronteras; otra, la
superioridad por largo tiempo manifiesta de los ejérci-
tos que vigilaban la conservacion de su territorio. La
república habla legado al imperio ejércitos en cuyas
filas vivieron largo tiempo las tradiciones de lo pasado:
el soldado romano se acordaba con orgullo de las vic-
torias alcanzadas por sus antecesores; se ufanaba con
la grandeza de su patria , con el número de los pueblos
que Babia subyugado, con sus grandes adelantos en el
arte militar, de que daban testimonio sus continuos
triunfos; tenia en mucho el honor de sus águilas; la
pérdida de una batalla le heria en el alma, y no habis


CAPÍTULO VII.


175
esfuerzo á que no estuviese pronto para obtener una
reparacion. El grito de dolor de Augusto al saber la
derrota de Varo, salió de la boca del último de los le-
gionarios , al mismo tiempo que de la suya, y mientras
no se alteró profundamente la composicion de los ejér-
citos, el imperio romano nada tuvo que temer de los
ataques de fuera.


Pero si los ejércitos romanos bastaron por mucho
tiempo para la defensa del territorio nacional, no por
eso el ascendiente que adquirieron dejó de ser una cau-
sa eficaz y continua de decadencia y ruina. En un Es-
tado donde las poblaciones, debilitadas y divididas, no
podian ya ejercer la menor influencia en el manejo de
los negocios públicos, era inevitable que la fraccion del
cuerpo social que unía á intereses comunes á sus miem-
bros suficiente fuerza para asegurar la realizacion de
sus voluntades se elevase al mando. Pronto los ejérci-
tos de Roma echaron de ver que los emperadores no
tenian mas sosten, mas medios de accion que los que
ellos consentian en prestarles, y empezaron á regatear
sus servicios, llegando hasta á arrogarse el derecho de
conceder la dictadura imperial, hasta darla y quitarla
cuando bien les parecia , y á desempeñar por sí mis-
mos el oficio del poder constituyente. El tiempo no hizo
mas que ensanchar su dominacion, y la soberanía que
se hablan arrogado, sin mas freno que rivalidades y en-
vidias, que á veces se resolvian en sangrientas batallas,
llegó á ser de cada vez mas completa. Septimio Se-
vero Labia dicho á sus hijos: Contentad á los solda-
dos , y no os apureis por lo demás. Mas adelante fué
un rasgo de valor de otro emperador osar decir á los
soldados: De vosotros dependía conferirme el impe-
rio, pero puesto que me le habeis conferido, lo que pe-




176 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
dis no depende ya de vuestra voluntad sino de la mia.


Desgraciadamente , los ejércitos no se limitaron á
proclamar los emperadores : árbitros en el Estado,
obraron corno han obrado en todos tiempos las gerar-
guías , las clases, las corporaciones posesionadas de la
supremacía ; no consultaron mas que sus particulares
intereses, y prescindieron por completo de los del resto
de la comunidad. Uno de los vicios que desde los pri-
meros tiempos de la república habian mancillado el ca-
rácter romano, la codicia, llegó á ser el móvil princi-
pal de su conducta : César, á fin de asegurarse su adhe-
sion , les habia doblado la soldada , y desde entonces
no cesaron de reclamar nuevos aumentos. Domiciano,
Caracalla y otros emperadores no habian podido resis-
tir á sus exigencias, y la soldada militar acabó por ele-
varse á una cifra inconciliable con la extension de los
recursos del imperio. Y no fué esto todo ; los soldados
no se contentaron con la paga cuotidiana ; fué preciso
añadirles, á mas del donalivum impuesto á cada empe-
rador nuevo, concesiones y gratificaciones extraordina-
rias, reclamadas cada vez que sobrevenia un suceso
inesperado. Un emperador, ha dicho Montesquieu , era
el ministro de un gobierno violento, elegido para la
particular utilidad de los soldados; ahora bien , esa uti-
lidad la veian los soldados ante todo en la extension
contínua de las ventajas pecuniarias anejas al ejercicio
de su profesion.


El imperio tenia una administracion numerosa y
fuertemente constituida: funcionarios de todos órdenes
invigilaban en las provincias la ejecucion de los manda-
tos de arriba, y como habia llegado á ser posible al
fisco arrancar á los contribuyentes hasta su último
óbolo, sus exigencias se multiplicaron más y más, Cues-


CAPÍTULO vil. 177
tion de vida ó muerte era para los emperadores dar la
satisfaccion á los soldados : los soldados pedian dinero;
preciso era á toda costa encontrarlo, y de aqui la ruina
de las poblaciones que, desapiadadamente estrujadas,
no tardaban en doblegarse bajo el peso de una indigen-
cia cada dia mayor. Tal llegó á ser la despoblacion de
Italia y de las provincias, que cesaron de poder bastar
al reclutamiento de unos ejércitos que no contaban ar-
riba de cuatrocientos mil hombres ( 1), y que fué for-
zoso recurrir á los servicios de mercenarios extranje-
ros. Cómodo habla alistado bajo sus banderas veinte
mil bárbaros ; sus sucesores alistaron más todavía, y
llegó tiempo en que de ellos se compusieron principal-
mente los ejércitos romanos, con lo que desapareció de
sus filas el espíritu de los antiguos (Has. Poco importaba
á los Germanos, á los Sármatas , á los Árabes, el ho-
nor de la bandera bajo la cual militaban ; lo que les im-
portaba era el precio á que vendian el empleo de sus
brazos : allegar un peculio y volver á sus hogares me-
nos pobres que cuando salieron de ellos , tal era su fin;
y una vez conseguido este, íbanse á llevar á sus com-


(') Los que disminuyeron en número, así en Italia corno en las pro-
vincias, fueron los hombres libres. Plinio atribuye la despoblacion
los latifundio, á la concentracion de las propiedades en un corto nú-
mero de manos; pero es preciso advertir que esta misma concentra-
cion fué un resultado de la miseria pública. Los pequeños cultivado-
res, libres, abrumados por las reclamaciones del fisco, abandonaban
sus labores , y vendian á vil precio fincas cuya posesion los arrui-
naba. Los asertos de Plutarco, en su tratado de los oráculos que han
cesado, atestiguan á qué increib!e extremo habla llegado el mal en
su tiempo: n Grecia , dice . no pondria en pié tres mil soldados. Es-
parta está despoblada ; de Micenas solo queda el nombre; el Epiro y
las comarcas vecinas se despueblan por dias. Los soldados romanos
se establecen en casas actualmente abandonadas.»


FORMAS DE GODIERNO.-I2




118 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


patriotas los secretos del arte militar romano, y A ha-
cerlos mas formidables para aquellos cuya fatal domi-
nacion debian quebrantar definitivamente un dia.


Así se debilitaron y descompusieron los ejércitos, so-
bre cuya superioridad estribaba la existencia misma del
imperio. Los ejércitos romanos tuvieron la suerte que
de ordinario se prepara toda fraccion de la comunidad
que Arbitra de los destinos del Estado, olvida que exis-
ten otros intereses á mas de los suyos, y no piensa
mas que en extender las ventajas en cuya posesion la
ha puesto el curso de los sucesos : así prepararon su
propia ruina. A fuerza de exigencias con los que le
cultivaban , esterilizaron el suelo de cuyos productos
vivian ; hicieron el desierto en torno suyo, y al cabo
todo les faltó al mismo tiempo. Poblaciones esquilma-
das y reducidas en número, no pudieron ya continuar,
ni llenando sus cuadros , ni aprontándoles los medios
de bienestar y conservacion que necesitaban para lle-
var á feliz término la tarea que tenian á su cargo.


Montesquieu ha comparado el imperio romano á los
Estados berberiscos, donde, en su tiempo, la milicia in-
vestida de la potestad soberana, hacia y desliada á su
arbitrio un magistrado llamado el dey. «Y tal vez, aáa-
de, es regla bastante general, que el gobierno militar
es , en ciertos conceptos , mas bien republicano que
monárquico.» La historia del imperio romano no confir-
ma en este punto la opinion expresada en forma dubi-
tativa por el ilustre escritor ; allí el gobierno fué com-
pletamente militar, y sin embargo, el principio monár-
quico encontró la adhesion casi constante de los ejérci-
tos: no solo estos no se opusieron á las transmisiones
hereditarias, mas admitieron sin contestacion lasque se
efectuaron en virtud de simples adopciones, de lo cual


CAPÍTULO VII
179


tenernos una prueba en la série de los príncipes que su-
cedieron unos á Augusto , otros á Nerva. Hubo más:
.aquellos mismos soldados, tan prontos siempre á em-
papar sus manos en la sangre de los emperadores de su
eleccion , se mostraron mas respetuosos con los que no
habian recibido de ellos la investidura; no cayeron bajo
sus golpes Domiciano , Cómodo, Caracalla , tigres con
figura humana ; los dos primeros perecieron víctimas
41e conjuraciones urdidas por sus deudos, y el último
murió asesinado por un centurion , á quien habla ul-
trajado.


El conjunto de los hechos lo demuestra: en el soldado
romano no hubo nada de hostil al principio monár-
quico, y si este principio no se levantó á la altura de
una regla inmutable y absoluta , imputarse debe á cir-
cunstancias extraIas al carácter militar del gobierno. En
todas partes el despotismo obra de una manera perjudi-
cial sobre las razas llamadas á ejercerle , y es de notar
4111C en Roma todo tendia singularmente á agravar sus
naturales efectos. La esclavitud doméstica , un pueblo
encenagado en la miseria; un corto número de ricos que
temblaban por sus caudales mal ganados y se daban pri-
sa á gozar de ellos, todo esto ofrecia el estado so-
cial mas propio para degradar las almas y vivificar
las inclinaciones bajas y sensuales : la atmósfera de Ro-
ma estaba envenenada , y cuanto roas altas eran las si-
tuaciones, mas hacia sentir en ellas su influencia dele-
térea. Si esa atmósfera intluia poco sobre los empera-
dores elegidos por los ejércitos, hombres de edad ma-
dura y formados por la vida de los campamentos , era
fatal á todos los que nacidos ó criados entre las paredes
del palacio imperial, la habian respirado desde muy
temprano. Rodeados desde la infancia de esclavos y ser-




180 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
oidores, siempre prontos á inclinarse ante sus capri-
chos , de cortesanos que para hacerlos contribuir á su.
propio encumbramiento, ponian todo su conato en esti-
mular el vuelo de las pasiones y de los vicios, cuyos
gérmenes aparecian en ellos, los emperadores llegaban
al solio mentalmente enervados, moralmente perverti-
dos , ciegos de orgullo y de licencia, Incapaces de apli-
cacion seria, en las sangrientas escenas del circo, en los
excesos de los festines y de la crápula, era donde bus-
caban distracciones al cuidado de los negocios públicos.
A gigantescas orgías sucedian otras todavía mas gigan-
tescas: y cada dia era preciso discurrir otras, cuya no-
vedad recrease unas imaginaciones corrompidas y has-
tiadas; pero el tesoro se agotaba, los soldados empeza-
ban á murmurar, á quejarse de que se gastasen loca-
mente sumas que hubieran querido ver empleadas en
larguezas para ellos, y pronto empezaban las confisca-
ciones y los asesinatos ( 1 ). Despues de haber asesinado,
para enriquecerse con los despojos de sus víctimas, los
emperadores asesinaban para prevenir las venganzas
de que se sentida amenazados, y á medida que multipli-
caban sus crímenes, el miedo se apoderaba mas de ellos
y su razon sucumbia en tan horrible lucha ; de aquí los
furores y las locuras de Calígula, Dieron, Dorniciano,
Cómodo y Caracalla. Si estos hombres no hubieran na-
cido destinados á ser emperadores , no se habrian di-
ferenciado de los otros hombres: lo que los preparó á
llegar á ser tan pronto verdaderos mónstruos , fué la
fatal atmósfera en que pasaron su juventud.


( 1 ) Tiberio habla previsto estas consecuencias de la ruina del teso-
ro. «Si agotamos el tesoro para divertirnos, tendremos que llenarle á
fuerza de crímenes, » dijo al Senado. Tácito, Anales, lib. II, capítu-
lo xxxvill.


CAPÍTULO VII.
181


Parece por lo demás, que la naturaleza misma se
negó á la conservacion de dinastías, cuyos vástagos,
desde la primera generacion , eran presa de un vérti-
go. Los matrimonios de los emperadores fueron de una
esterilidad completamente extraordinaria, y por espa-
cio de más de dos siglos, ninguno de los hijos que de
ellos nacieron dejó posteridad masculina; de aquí extin-
ciones que el sistema de la adopcion no logró prevenir
del todo y que dieron margen á elecciones de que se
apoderaron los ejércitos á despecho de las prerogativas
del Senado. Justo es, por lo demás, reconocerlo : la
•eleccion de los soldados recae casi siempre en hombres
de capacidad probada. Lo que necesitaba el imperio
.era jefes expertos , acostumbrados al mando , conoce-
dores de la guerra, queridos y respetados de sus cam-
paneros de armas : tales fueron en general los que pro-
clamaron los soldados. Seguramente fueron un mal in-
menso las luchas producidas por la diversidad de los
nombramientos; pero al cabo la victoria se declaraba


-en favor de los mas hábiles entre los competidores lla-
•ados á disputarse el trono , y despues de una crisis
dolorosa, el luden acababa por restablecerse. Si se ex-
ceptúan tres de los emperadores del período Antonino,
Roma debió á las investiduras dadas por los ejércitos,
los señores mas aptos para regirla: Vespasiano, Septi-
mio Severo, Aureliano y otros la sacaron de una anar-
-quia, que panela incurable, y merced á su enérgica y
prudente actividad, el imperio recobró bastante vida
para poder sostener el choque de nuevas tempestades.


Todo bien considerado , detestable gobierno fué el del
imperio romano , pero fué un gobierro tal cual natu-
ralmente aparece en los Estados en que superabundan
las causas de descomposicion y ruina. Lo que los em-




182 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
peradores tentar que regir no era una nacion , sino un
conjunto de poblaciones sucesivamente conquistadas, y
que diversas en origen, lengua, intereses y civilizacion,
echaban de menos por lo comun su antigua independen-
cia y no podian prestarse á la fusion en un mismo cuer-
po social. Una sola fuerza impedia al haz romperse y
de aqui el ascendiente que adquirió : los ejércitos rei-
naron, porque sin ello, la unidad nacional habria infali-
blemente perecido, y la fuerza bajo la cual se constitu-
yó la autoridad, fué la que mejor cuadra con las ideas
que se forman ellos del órden. Hombres acostumbrados
á los lazos de la disciplina gerárquica que, en el ejerci-
cio de su profesion , tienen frecuentes ocasiones de co-
nocer cuánto importa que la ejecucion de las volunta-
des del jefe no encuentre desobediencia alguna , no dis-
cur • en cosa mejor en el órden político que la concen-
tracion de una autoridad sin límites en manos de una
solo. Ni siquiera se ocurrió á los soldados romanos la.
idea de poner al lado de los emperadores un consejo en-
cargado de vigilar los intereses militares, antes los deja-
ron plenamente árbitros de sus acciones, libres de toda
otro freno fuera del miedo de perecer degollados si can-
saban la paciencia de aquellos que los conservaban en el
poder ; del propio 1110.1.10 tampoco se ocuparon los sol-
dados en imponer reglas á las transmisiones de la dicta-
dura imperial. Los sentimientos naturales al corazon
humano les inician encontrar equitativo que pasase de•
un padre á su hijo, aun cuando este no lo fuese mas que
por adopcion; pero siempre que se extinguía una di-
nastía, cosa que sucedia con frecuencia , daban el im-
perio á uno de sus generales é imponían al Senado la,
obligacion de registrar y ratificar sus decisiones :
poblaciones eran contadas por nada bajo semejante go-


CAPÍTULO vitt. 183
bierno , y su suerte resultaba de cada vez mas lamen-
table. Llamadas á pagar las locas prodigalidades de los
emperadores, los aumentos de soldada y las gratifica-
ciones que exigian los legionarios. sucumbieron bajo el
peso creciente de la carga: á generaciones empobreci-
das sucedieron otras mas pobres todavía , y al cabo las
provincias mas florecientes en un principio no conser-
varon bastantes brazos para continuar arrancando al
suelo á más de los recursos que necesitaban para si
propias, todos los que reclamaba el sostenimiento de
los ejércitos. El imperio romano, arruinado y despobla-
do, no habria durado tanto tiempo si hubiera tenido en
sus fronteras europeas otros enemigos que unas tribus
medio nómadas y que, aun cuando se confederaban
para atacarle , no conseguian poner en pié mas que
fuerzas irregulares poco numerosas é incapaces de lar-
gos y sostenidos esfuerzos.


CAPITULO VIII.


DE LAS FORMAS DE GOBIERNO EN LOS ESTADOS SALIDOS DE LAS RUINAS DEL


IMPERIO ROMANO.


El imperio romano habia caido en disolucion : arrui-
nadas y despobladas las provincias que de él habían for-
mado parte, nada podian para su propia defensa. Nue-
vos selores vinieron á apropiárselas; enjambres de Bár-
baros cruzaron las fronteras, y despues de haber sa-
queado y talado cuanto encontraban á su paso, se acan-
tonaron en los puntos del territorio que mejor les pa-
recieron y empezaron á vivir allí á. costa de los natu-
rales.




DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


A aquellos establecimientos momentáneos sucedieron
otros mas estadizos. Entre las belicosas muchedumbres
venidas del Norte, las hubo que consiguieron apode-
rarse de provincias enteras y que se adjudicaron en
propiedad una parte de las tierras á título de botin (1).
con lo que empezaron á formarse nuevas dominaciones.


¿Bajo qué formas organizaron los Bárbaros los pode-
res destinados á regir los Estados que trataban de for-
mar? Bajo las formas cuya costumbre habian contraido
en su propio país. Los Germanos no habian pasado
todavía de aquel grado de civilizacion en que los hom-
bres no pueden constituir asociaciones numerosas : di-
vididos en dans ó tribus , el régimen patriarcal era
el único que conocian ; cada tribu vivia bajo la sobe-
ranía de una familia reputada de origen heróico ó


(2), y entre cuyos individuos elegia su caudillo, pe-


(4 ) No se sabe cuál fue la cantidad de las tierras que los Francos se
repartieron en las Galias. Los Vkigodos y los Borgoñones, donde quie-
ra que se establecían, se adjudicaban los dos tercios del suelo. Otros
pueblos, entre ellos los Lombardos, no seapropiaban masque una ter-
cera parte. En Inglaterra, los Sajones, á lo que parece, se lo apropia-
ron en totalidad.


(2) Es un hecho muy notable en la historia de la humanidad el pa-
pel que desempeñaron, durante los primeros años de la civilizacion,
las familias que pasaban por descender . de un personaje divino. He-
mos tenido ya ocasion de señalar la importancia de este papel en las
razas que fundaron los Estados primitivos del antiguo mundo, y que
no fué menos caracterizado entre las naciones que salieron de sus ho-
gares para disputarse los restos de la dominacion romana. No hubo
poblacion germana ó escandinava que no se considerase orgullosa
de contar en su seno una familia soberana descendiente de Odie, de
Thor ó de algunos otros dioses objeto del culto nacional. Lo mismo
sucedia entre los Eslavos y los Hunos, así como tambien en varias
naciones de America que, antes de la llegada de los Europeos, estaban
criadas en la vida agrícola. Fué tal entre los bárbaros del Norte la
persistencia del sentimiento de respeto inspirado por las familias de


CAPÍTULO VIII. 185
ro aquel caudillo no ejercia mas que una autoridad muy
limitada : desde el momento en que se presentaba una
cuestion de interés general, tenia obligacion de convo-
car á los guerreros que reconocian su mando , y estos
decidian en asamblea general lo que se habla de hacer:
tal era el sistema de gobierno que las razas del Norte
trajeron consigo á las comarcas de que se hicieron due-
iias. No solo la potestad legislativa pertenecia al conjun-
to de los miembros de la asociacion, mas en parte tam-
bien la potestad constituyente , no admitiendo el dere-
cho de elegir príncipe otra restriccion que el uso de no
sacarle mas que del seno de una familia privilegiada en
tre todas.


Este sistema de gobierno estaba destinado á experi-
mentar alteraciones de cada vez mas profundas. Todo
habia cambiado en la situacion de los pueblos que aca-
baban de entrar en posesion de las provincias en que se
habla extinguido la dominacion romana. Aquellos pue-
blos no tenian ya solamente que ocuparse en intereses
sencillos y fáciles de discernir, en pacificar las diferen-
cias que estallaban en su seno, en organizar expedicio-
nes guerreras , en someter las relaciones entre las per-
sonas á reglas mas ó menos precisas; necesitaban no
solo consolidar y regularizar su establecimiento en país
extranjero, mas mantener sumisas razas numerosas y
naturalmente enemigas, constituir poderes cuya accion


origen sobrehumano que resistió á las enseñanzas del Cristianismo.
Vanamente afirmaba el clero que los dioses, cuyos altares destruían.
no habian sido mas que encarnaciones del demonio ; vanamente los
maldecía desde lo alto de los púlpitos sagrados, los Godos en España,
los Sajones en Inglaterra, los pueblos de la península escandinava no
dejaban por eso de venerar la sangre de Odio y de desear por jefes
mas que hombres que descendiesen de él.




186 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
se extendiese hasta los últimos confines de los territorios
conquistados organizar una administracion capaz de.
proveer á las necesidades del órden y de la union, ta-
rea que , cualquiera que fuese el auxilio que pudiesen
sacar de las luces del clero y de los hombres mas emi-
nentes de la pohlacion subyugada, era superior á sus
fuerzas.


Nada, en efecto, habla preparado á los Germanos
las obras cuyo cumplimiento reclamaba la conserva-
cion de sus conquistas. Algunas de sus tribus se limita-
ban todavía á la vida pastoril; las mas adelantadas no
eran mas que medio agrícolas ; las pocas tierras que ha-
blan logrado roturar se cultivaban en comun , y allí
donde autorizaban su division, los lotes se sometian to-
dos los a pios á un nuevo repartimiento ; así la falta de
propiedad territorial bien asentada, de vínculo fijo en-
tre las personas y elsuelo, no habla permitido á las ra-
zas del Norte adquirir los conocimientos necesarios para
la formacion de un gobierno capaz de proveer á todas
las necesidades del Orden social.


En realidad lo que faltaba á los Bárbaros de origen
germánico era la nocion de cosas tales como el Estado,
como una asociacion política que tiene y conserva á la
par la unidad territorial y nacional. Lejos de dar cabida
á esta nocion en sus concepciones de Orden social, pa-
rece que tomaron empeiio en excluirla de ellas; así, en
vez de preparar la fusion de las razas que el azar de los
sucesos habla yuxtapuesto en el mismo suelo, consagra-
ron su separacion dándoles códigos que los sometian
leyes completamente distintas. De la propia suerte, en
vez de fundar una autoridad central destinada á reunir
bajo una misma direccion todas las fuerzas desparrama-
das por el territorio, no vieron en los Estados, las


ri-


CAPÍTULO VIII.


187
quezas, las prerogativas , los poderes de que su jefe se
hallaba en posesion , mas que una especie de patrimo-
nio que la equidad obligaba repartir entre sus hijos, y
de aquí sucesivos repartimientos que á la muerte de un
rey daban origen á tantos nuevos Estados, cuantos eran
los hijos que dejaba con derecho de reclamar su parte
en la herencia.


La ignorancia general no era el único obstáculo para
la formacion de una autoridad central estable y res-
petada; otro no menos insuperable existia en el es-
tado de las costumbres y de las inteligencias. Como
todos los Bárbaros , los Germanos prescindian grande-
mente en todos sus actos de los derechos ajenos : un
egoismo brutal y casi siempre ciego presidia á sus de-
terminaciones, y todo era lucha entre unos hombres.
que no retrocedian ante ninguna violencia siempre que
se trataba para ellos de la satisfaccion de cualquiera de
las cosas que codiciaban. Vanamente el gobierno hu-
biera buscado entre ellos servidores dóciles y fieles:,.
imposible le era encontrarlos tales que no hiciesen au-
dazmente uso de las atribuciones cuyo ejercicio les con-
fiaba para aumentar, á expensas de la cosa pública ,
parte de riqueza y de poderío personal.


En las edades en que la autoridad central no está
bastante ilustrada y bien servida para bastar al cumpli-
miento de su mision „hay un sistema de organizacion
social y política que acaba siempre por prevalecer.
En medio de los desórdenes que mantiene el embate
impaciente de las pasiones y de las voluntades contra-
rias, se encuentran hombres que quieren dominar todo
lo que los rodea : la necesidad de proteccion conduce á.
las poblaciones á aceptar, á comprar su patronato, y
poco á poco nacen y crecen aristocracias que se apo-




188 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
doran de todos los poderes que la impericia y la debi-
lidad de la autoridad central no permiten á esta ejer-
cer útilmente por sí misma.


Así fueron las cosas en todas las regiones de Europa
que las razas de origen germánico vinieron á devastar
.d invadir. La monarquía bárbara, mezcla de eleccion y
de beredabilidad, sujeta á repartimientos que ocasiona-
ban la desmembracion de los Estados, no era capaz de
asentar su supremacía sobre sociedades en que se ro-
zaban tantos elementos todavía indisciplinables, y ni si-
quiera consiguió conservar la parte de soberanía que le
confiriera la dit. eccion de los esfuerzos , á cuyo triunfo
se habla debido la conquista de las provincias antes ro-
manas , llegando á perder sucesivamente la casi totali-
dad de las prerogativas de que disfrutaba, las cuales vió
pasar á manos de cuantos tenian alguna fuerza y poder
.en el seno de las poblaciones. No se efectuó, empero, el
cambio en un momento : preciso fué que pasasen algu-
nos siglos para completar el triunfo de la aristocracia
territorial, y constituir el feudalismo bajo su forma de-
finitiva.


Lo que facilitó el curso de los sucesos fué el empleo
.que la corona se vió obligada á hacer de las riquezas
nue en tiempo de la conquista le habian cabido en suer-
te. Los Bárbaros no habian sorteado todas las tierras de
cine se habian apoderado , antes bien habian puesto en
reserva algunas de ellas, unas para formar el patrimo-
nio real, otras para suministrar á la corona medios de
retribuir los servicios que tenia que organizar en inte-
rés comun de esta, los reyes concedian el usufructo á
:aquellos de entre sus compañeros de armas , á quienes
encargaban mandar y administrar en su nombre, pero


.11' título revocable y bajo condicion de que en caso de re-


CAPÍTULO VIII.


181
vuelta ó de fallecimiento del donatario, volverian al que
las habia concedido ó á sus herederos.


Natural era que los hombres llamados á recoger las-
ventajas que producían los beneficios, pues tal era el
nombre que se daba á los territorios , cuyo disfrute
otorgaba la corona, tendiesen á adquirir su propiedad
definitiva. A falta de la necesidad de independencia per-
sonal propia de los Germanos , el espíritu de familia
hubiera bastado para hacérsela desear ; y con efecto,
no tardaron los reyes en encontrar resistencias cada
vez que intentaron recobrar los bienes que solo habian
otorgado temporalmente. Probaron primero á poner á
salvo sus derechos confirmando á detentores á quienes
no pifian desposeer la concesion de que estos disfruta-
ban ; luego esta misma práctica cayó en desuso y lleg&
el dia en que los beneficios entraron en la categoría de
las propiedades hereditarias (1).


Innovacion era esta que debia infaliblemente produ-
cir otras. Es indudable que en la época del primer re-
partimiento de las tierras que se adjudicaron los Bárba-
ros, los lotes entregados á los personajes de cuenta fue-.
ron mucho mas considerables que los de los simples
soldados, y la beredabilidad de los beneficios acabó de
fundar una clase territorial, tanto mas poderosa cuanto


( 1 ) En Francia, un acto solemne, el tratado de Andelot, vino en 587,-
setenta y seis años despues de la muerte de Clodoveo , á consagrar, en
provecho de los grandes y de los leudos , el derecho de transmitir á
sus servidores los beneficios que habian recibido de la corona. Este.
tratado no hizo, por lo demás, mas que dar la sancion real á un hecho
establecido de largo tiempo atrás. Laque obligó al poder real á abdicar
su derecho de reversion fué la debilidad á que quedó sujeta á conse-
cuencia de los largos y sangrientos conflictos nacidos del reparti-
miento de los Estados de Clotario entre sus cuatro hijos.




190 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
que los titulares conservaron con la propiedad definiti-
va de las fracciones del suelo de que solo tenian en de-
recho el usufructo, los poderes mismos que hablan te-
nido mision de ejercer en nombre del príncipe. La co-
rona, al perder la libre disposicion de los beneficios,
perdió al mismo tiempo una parte de los recursos, con
cuyo auxilio se proporcionaba apoyos y lograba conser-
var en parte la autoridad de que era en principio fuente
.primera.


Un medio quedaba al poder real de mantener bajo su
jurisdiccion todas las partes del territorio, y era el de
repartir en las provincias oficiales encargados de invi•
gilar en ellas la ejecucion de las leyes, y asegurar la su-
mision de los pueblos, medio (le que hizo uso, y del
que , en Francia, sacó Carlomagno todo el partido po-
sible, cubriendo con una red de empleados elegidos por
él todas las comarcas sobre que reinaba, y no olvidando
nada de cuanto porfia quitar á la gerarquía militar y ci-
vil que instituyó la tentacion de usurpar los derechos
de la corona. ;Estéril tentativa! la situacion social opo•
nia insuperables obstáculos al logro de su empresa : el
poder real continuó doblegándose bajo el peso de los
apuros que él solo habia podido dominar; las violentas
convulsiones que ocasionaban los repartos territoria-
les entre los hijos de aquellos príncipes que contaban
varios, acabaron de debilitarle, y el espíritu que , en
tiempo de los Merovingios , habla permitido, no solo á
los titulares de los beneficios apropiárselos, mas á los
-maires ó gobernadores del palacio convertir su cargo
en posesion hereditaria , se despertó mas indomable
que nunca. Medio siglo despues de la muerte de Carlo-
magno, uno de sus sucesores hubo de resignarse á pa-
gar el apoyo de dos de sus principales mandatarios,


CAPÍTULO VIII. 191
abandonándoles á título hereditario el gobierno de las
provincias cuya administrador. les habia sido confiada,
y en 890 la asamblea de Kiersy-sur-Dise arrancaba á
Carlos el Calvo el derecho para los duques, condes,
vizcondes y demás oficiales de la corona, de transmi-
tir á sus hijos las dignidades , beneficios, y otras remu-
neraciones, de que solo estaban investidos de por vida.
Así se efectuó en Francia la revolucion que, despues
de haber arrebatado á la corona la colacion de los be-
neficios y de los empleos públicos, debia parar en sub-
dividir el suelo nacional en una multitud de pequdios
Estados, regidos por jefes en posesion , cada cual en el
suyo, del ejercicio de la potestad soberana.


No hay que figurarse que esta revolucion alcanzó su
último término sin encontrar largas y vivas resisten-
cias: lejos de eso, en todas partes hubo lucha , y en
Francia, donde el poder real sufrió mas reveses que en
otros paises, dos dinastías sucumbieron una despues de
otra , extenuadas por los esfuerzos que hacían para de-
fender sus prerogativas. Ni los Merovingios, ni los Car-
lovingios cedieron sin combate su menor parte, pero
fueron vencidos y dehian serlo. En el origen los Fran-
cos, inciertos del porvenir, y temiendo que otros bár-
baros viniesen á. disputarles los frutos de sus conquis-
tas, habian sentido la necesidad de permanecer unidos
y prontos siempre á ejecta :r las órdenes de su princi-
pal caudillo; pero á medida que esta necesidad dejó de
ser tan imperiosa, la de independencia personal , la
propension al individualismo recuperaron toda su fuer-
za. Acostumbrados en el suelo natal á regatear sus ser-
vicios , no se habian alistado bajo las banderas de los
príncipes que los convidaban á ir á buscar fortuna en
lejanas tierras, mas que á condicion de recibir de ellos




192 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
liberalidades y de tener parte en el botin que ayuda-
sen á recoger. Llegados á las provincias que la ruina
del imperio romano dejaba indefensas, apropiáronse en
ellas cuanto podia tentar su codicia ; las tierras que se
reservaron se repartieron entre todos, y si aquellos
que, á más de su lote, obtuvieron un segundo á título
de beneficio, se consideraron ligados con el donador,
no creyeron estarlo tanto con su sucesor, y pronto se
juzgaron posesores con buen titulo de lo que habian
recibido de otra mano que la suya. ¿Cómo hubiera po-
dido la corona reducirlos á mejores sentimientos? Ha-
blar en nombre de los intereses del Estado le era impo-
sible , porque ella misma ignoraba lo que es el Estado,
y con qué condiciones se constituye y subsiste. Faltá-
bale , por otra parte, la fuerza material: privada de
renta pecuniaria , no tenia mas medio de remunerar
los servicios que se le prestaban que el de desprender
de su propio patrimonio bienes que ceiba en usufructo;
ahora bien , los nuevos concesionarios no tardaban en
pensar y obrar como los antiguos, y por dias se iba en-
sanchando el círculo de las usurpaciones contra las
cuales luchaba vanamente.


Lo mismo que los beneficios, los mandos, los oficios mi-
litares y civiles acabaron por sustraerse á la delegacion
real : á los poderes políticos que conferian iban anejas
retribuciones, suministradas unas por las rentas de las
fincas públicas, recaudadas otras sobre los administrados
y los justiciables ( 1 ). Tales ventajas eran demasiado rea-
les para que los que gozaban de ellas no trabajasen por


( 1 ) Es decir, sujetos á alguna jurisdiccion ó justicia ordinaria. Es
voz que no admite el Diccionario de la Academia, pero que nos de-
cidimos á usar, por considerarla necesaria como término de derecho.


(N. del T.).


CAPÍTULO VIII.
193


llegar á ser sus propietarios inconmutables , y tambien
en este punto la corona fué vencida y despojada: los hom-
bres con quienes tenia que habérselas eran sus propios
agentes, aquellos á quienes Babia entregado el gobierno
de las provincias y el cuidado de representarle en ellas;
para tenerlos sumisos necesitaba recurrir á auxiliares
que no le prestaban asistencia sino á condicion de reci-
bir ducados y condados, y aquellos auxiliares , una vez
provistos, elevaban las mismas pretensiones que sus
predecesores. Así llegó un momento en que , sola con-
tra todos, no le quedó otro arbitrio que el de suscribir
á exigencias que la privaron de toda accion , fuera de
las porciones del territorio, sobre las cuales no habla
llamado todavía á nadie á suplirla en el ejercicio de sus
derechos y prerogativas.


La acumulacion, á título hereditario, de las dignida-
des y empleos creados y conferidos por la corona , dió
el último golpe á los gobiernos que habian principiado
á darse los bárbaros. No hubo ya autoridad general : la
soberanía efectiva pasó casi íntegra á manos de una
aristocracia territorial, compuesta de hombres que, en
su origen, no habian sido mas que los mandatarios del
jefe del Estado, y la corona no conservó sobre las por-
ciones del suelo que no formaban su patrimonio parti-
cular, mas que derechos de alta soberanía, difíciles de
hacer respetar (1).


(1 ) El poder real no sufrió en todos los Estados en que prevaleció
el régimen feudal el mismo menoscabo que en Francia. En Italia, la
traslacion de la corona imperial á los Alemanes les restituyó fuerzas,
y Oton el Grande dictó una constitucion que contuvo por largo tiem-
po las usurpaciones de los grandes y pequeños feudatarios. En Ingla-
terra, donde el feudalismo no aparecia aun mas que en gérmen,
termo el Conquistador, estableciéndose allí bajo formas regulares,


ToRvA.s. DE oonisnm..).-13




191 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
Sabido es lo que fué el régimen feudal : lo que le im-


primió su carácter mas distintivo fué, la union de la so.
beranía á la propiedad del suelo, y no porque no exis-
tiesen entre los diversos Estados vínculos que , no solo
los subordinaban á los grandes feudos , dependientes
únicamente de la corona , sino que además establecian
entre los Estados mediatos una série de obligaciones
que descendian de los unos á los otros; mas, sin em-
bargo, todo feudatario, cualquiera que fuese el grado de
la gerarquía en que se encontraba en sus tierras, una
vez cumplidos los servicios que tenia á su cargo, era
rey en los límites de su posesion: hombres y cosas,
todo le estaba sometido y le debia obediencia.


En realidad cada selor feudal , una vez pagado el de-
bido homenaje á su inmediato superior, al duelo de la
tierra de que dependia la suya , á nadie tenia que dar
cuenta de sus actos; él administraba justicia á sus hom
bres , levantaba y empleaba á su arbitrio los impues
tas, aculaba moneda , construia fortalezas, sustentaba
fuerzas militares, y movía guerra á sus enemigos; más


tomó todas las medidas que reclamaba el mantenimiento de la supre-
macía legal de la corona: dejando á los titulares de los feudos que
instituyó. el cuidado de proveer en ellos á las necesidades de la ad-
ministracion y de la justicia, reservóse su dominio directo, y trans-
mitió á sus sucesores una autoridad difícil de quebrantar. En España
siguieron las cosas distinto rumbo : el poder caldefendió con for-
tuna sus prerogativas en los reinos de Leon y de Navarra; en Casti-
lla, por el contrario, los grandes dueños del pais, reinaron en él hasta
el dia en que Sancho el Grande acudió con sus Navarros á forzarlos á
la sumision. Por lo que respecta á Alemania , los emperadores. espe-
cialmente los de la casa de Sajonia, impusieron respeto por largo
tiempo á los grandes vasallos: mas adelante la lucha entre el sacerdo-
cio y el imperio vino á debilitar la autoridad imperial, y Alemania se
cubrió de principados que, llegando á ser hereditarios, se sustraje-
ron cada vez más á la dependencia del poder central.


CAPÍTULO VIII.
195


:aun, casos había en que era libre de declarársela á su
soberano, como cuando este rehusaba, ó congregar á
sus pares para dirimir una contienda suscitada entre
-ellos, ó conformarse con la decision acordada (1).


A. pesar de los vicios que encubria y que debian tar-
de ó temprano provocar su ruina, el sistema feudal
-probó mejor que el que vino á reemplazar. Todo habia
sido confusion, de,sórden y violencia antes de la época
en que se constituyó: el mismo Carlo-Magno habia fra-
casado en sus esfuerzos por sacar á sus Estados de la
anarquía é introducir en ellos un poco de civilizacion:
desde el dia en que su potente mano no habia ya estado
presente para atajar su vuelo , las pasiones egoistas y
codiciosas habian reaparecido en toda su energía pri-
mera y recomenzado su accion cada dia mas disolvente.


El sistema feudal se generalizó demasiado en todas las
comarcas cuya posesion adquirieron las razas germá-
nicas para que no sea preciso considerarle en ellas como
una emanacion natural del conjunto de las circunstan-
cias sociales. Evidentemente lo que le hizo surgir fué
la impotencia en que se veia el poder real de organizar
su propia accion y de encontrar servidores capaces de
prestarle un concurso suficientemente ilustrado y fiel.
Habia gran número de aplicaciones de la soberanía que


( 1 ) Evidentemente el feudalismo real, el que enlazaba cada estado
á un estado superior, habla salido del feudalismo personal; es decir,
de los empeños en cuya virtud, en un principio, los hombres se obli-
gaban unos con otros, á fin de obtener proteccion y asistencia mú-
tuas. En la edad media los señores feudales no compraban los servi-
cios de las personas únicamente por concesiones de tierras; daban
tambien permisos de caza, derechos de pasto, participacion en los
peajes, ele. Era el equivalente de los donativos de armas, caballos,
ropas, por cuyo medio los guerreros germanos se atraian compañe-
ros y auxiliares.


j




196 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
quedaban en suspenso , y de que fué preciso que aban-
donase el ejercicio á los personajes que, en contacto di-
recto con las poblaciones, estaban mas que ella misma
en aptitud de regirlas y disciplinarias; de aquí la aseen-
sion contínua de una aristocracia que, diseminada por
todos los puntos del territorio , se fué poco á poco apo-
derando de los elementos de riqueza y poder de que la'
corona no podia hacer uso útilmente, y llegó en todas
partes, si no á la misma independencia, por lo menos á,
adquirir mucha mas de la que necesitaba para dictar
sus voluntades al rey.


En medio de los sucesos que señalaron la progresiva
decadencia del régimen político admitido en la época en
que se fundaron las dominaciones bárbaras , ¿qué oficio
hicieron las asambleas nacionales, aquellas asambleas
que á la sazon tenian solas el derecho de sancionar las
transmisiones de la corona y de imprimir á las resolu-
ciones del poder un carácter obligatorio? Su oficio tuvo
de notable que dependió por lo relativo á su importan-
cia, de la situacion misma de la autoridad central, y
creció ó disminuyó á la par con aquella autoridad mis-
ma. En el origen, la corona habla gozado de un ascen-
diente efectivo : su parte en el botin recogido habia sido
cuantiosa, y merced á las liberalidades que podia hacer,
las asambleas le habian prestado un auxilio eficaz y cons-
tante.


Poco á poco su celo se habla entibiado, y cuando los
beneficios cesaron de ser revocables, hombres que ya
no tenian nada que pedir, no abandonaron ya sino á
duras penas los campos, cuya propiedad no podia ya
escapárseles de entre las manos ; así la accion legislati-
va y la direccion de los negocios acabaron por concen-
trarse en simples consejos en que no figuraban mas que


CAPÍTULO mi. 197
..algunos grandes personajes pertenecientes á la corte y
al clero. En Francia , la calda de los Merovingios trajo
una nueva era : Pepino se empeñó en revivificar las
asambleas políticas y obligó á los hombres mas impor-
tantes del Estado á tomar asiento en ellas. Carlo-Magno
hizo más todavía: no solo quiso que las asambleas fue-
sen anuales y convocadas en épocas fijas, sino que mo-
dificó su composicion llamando á delegados elegidos por
los notables de los condados á tomar asiento en ellas al
lado de los obispos y de los grandes, siendo verosímil
que esperase encontrar en los representantes de los
hombres libres, auxiliares contra las usurpaciones de
una aristocracia, cuya creciente ambicion le daba cui-
dado. Defraudada quedó su esperanza: todo en el movi-
miento social favorecia el vuelo de la poderosa aristo-
cracia : en Kiersy,


, el poder real recibió un golpe que
le aniquiló, y su caida arrastró consigo la de las asam-
bleas nacionales. Nada mas natural ; la unidad nacional
estaba rota ; el Estado se habia dividido en pequeños
principados distintos , sobre los cuales la corona no ha-
bia conservado accion alguna directa, y que para tratar
de los asuntos que les eran propios , no tenian necesi-
dad mas que de cortes locales compuestas de vasallos
reunidos bajo la presidencia del señor de la tierra.


En los Estados en que la soberanía no quedó tan com-
pletamente desmembrada como en Francia, la unidad
nacional subsistió más, y las asambleas generales no ca-
yeron en desuso; solo que su composicion no fué la de
los tiempos anteriores. A. medida que se habia ido des-
arrollando, el régimen feudal habia producido en la
condicion y las relaciones de las diferentes clases de la
poblacion mudanzas cada vez mas marcadas. El nútue-
:ro de los hombres libres , de los propietarios de bienes




198 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
alodiales, se habia reducido: la necesidad de proteccion.
los habla obligado á casi todos á ponerse á titulo de va-
sallos y de terratenientes bajo la dependencia de los se-
fiores circunvecinos, con lo que , en calidad de súbdi-
tos ó de dependientes de un superior, perdieron todo
derecho de participar por sí mismos en el ejercicio de la
soberanía , y únicamente los feudatarios inmediatos, los
altos barones , los dignatarios de la Iglesia, iban á dar ó
á negar su asentimiento á las proposiciones relativas al
manejo de los negocios del Estado.


CAPITULO IX.


LOS CAMBIOS QUE EXPERIMENTARON LAR FORMAS DE GOBIERNO , Á
CONTAR DESDE. LA IPO.IA FEUDAL EN AQUELLOS ESTADOS DE EUROPA EN,
QUE LA POTESTAD REAL LLEGÓ Á SER DEFINITIVAMENTE ummirAnt.4.


En la época en que el feudalismo acabó de constituir-
se, los Estados en que reinaban las razas de origen ger-
mánico parecian hallarse en plena descomposicion. En
todos la potestad real, último lazo de la asociacion poli-
tica, estaba dando las últimas boqueadas, y aun en Es-
paña misma donde la guerra contra los Moros hacia mas,
necesaria aun que en otras partes la unidad del mando,
la aristocracia territorial continuaba sus usurpaciones,.
y ya habia conseguido cubrir á Castilla de fortalezas
que le aseguraban su completa dominacion. En Francia
la corona no regia ya mas que la pequdia fraccion del
territorio que poseia Hugo Capelo en el momento mis-
mo de su eleccion ; todo el resto se habia escapado á.
su autoridad, y segun todas las apariencias, para con-
servar perpétuamente la independencia adquirida. No,


CAPÍTULO 199
fué esto , sin embargo , lo que sucedió : el poder real se
levantó de su humillacion ; ensanchó poco á poco el
círculo de sus conquistas , y llegó el tiempo en que,
venciendo todas las resistencias , adquirió una sobera-
nía que, únicamente en Inglaterra, no consiguió eman-
ciparse de toda restriccion y de todo límite.


Esta revolucion que no tardó menos de seis siglos en
consumarse, fué en realidad tan natural como la que an-
tes se habia efectuado en sentido diametralmente opues-
to. Lo que decidió su curso fué el advenimiento mismo
del régimen feudal, que con máximas y principios nue-
vos , trajo numerosos cambios en la condicion de una
parte de las poblaciones.


Durante largos siglos, todo en la constitucion política
de los Estados fundados por los Francos y los Godos.
habla sido abandonado al azar de los sucesos. En prin-
cipio , la corona continuaba siendo en ellas electiva do
hecho, la heredabilidad habia prevalecido en la práctica
ordinaria, pero sin poder transformarse en derecho de-
finitivamente reconocido ( 1 ). El establecimiento del sis-
tema feudal vino á modificar las ideas : á los ojos de los
hombres de la época, todo lo que daba riqueza y pode-


( 1 ) Es evidente, que bajo los últimos Carlovingios, el principio de
la heredabilidad real, lejos de haber ganado terreno, lo habla per-
dido. Antes de la eleccion de Hugo Capelo, hablan ocurrido las de
Eudes, Roberto y Raul : el monje Richer nos ha trasmitido sobre el
estado de los ánimos, en el momento de la caida de los Carlovingios,
noticias preciosas. Verdaderos ó supuestos, los dos discursos que atri-
buye, uno á Cárlos, hermano de Lotario y tio paterno de Luis V, ha-
ciendo valer sus derechos á la herencia real, el otro al arzobispo Adal-
beron, manteniendo en favor de los grandes el derecho de elegir para
ponerle á su frente al que estimasen por mas digno y capaz de man-
dar, derraman mucha luz sobre el conflicto entre las ideas que se dis-
putaban entonces la victoria.




200
DE LAS FORMAS DE GOBIERNO. .


río, revestia el carácter propio de los feudos, y les pa-
recia natural que la corona, puesto que tenia á más de
su alta y general soberanía , su patrimonio y sus vasa-
llos directos, no fuese tratada en punto á transmision
de distinta manera que los feudos mismos. La trans-
mision, sin embargo, no se verificó de un solo golpe:
los reyes, á fin de asegurar la corona á aquel de sus hi-
jos que debia sucederles, empezaban por hacérsele aso-
ciar. Así procedieron IIugo Capelo y sus tres primeros
descendientes ; pero ya el cuarto no tuvo necesidad de
imitarlos, tanta autoridad habia adquirido sobre los
ánimos el principio monárquico.


Francia, por lo demás , fué el único país en que,
merced al régimen sálico, .caminaron las cosas tan á pri-
sa. En España, el uso adoptado por los reyes godos de
hacer coronar durante su vida á aquel de sus hijos á
quien quedan tener por sucesor, prevaleció durante el
noveno siglo; pero la lucha entre la eleccion y el princi-
pio hereditario no terminó hasta el 1348 , cuando las
Cortes de Alcalá sancionaron definitivamente la ley lla-
mada de las Partidas. En Inglaterra mismo, la falta de
reglas fijas en cuanto concernía á los derechos de suce-
sion al trono dejó la puerta abierta á las pretensiones
mas diversas , y la larga guerra de las Dos Rosas no fué
mas que un fruto de las (ludas que subsistieron en este
punto (9.


(') En Inglaterra, los estatutos de Enrique VII no señalan siquiera
reglas definitivas, y esto es tan cierto que si Isabel en su lecho de
muerte no hubiese declarado que consideraba á Jacobo de Escocia
por el verdadero heredero de la corona, es dudoso que este hubiese
podido sucederle.


En España la ley de Partida dejó muchos casos por decidir ; así
fué que la misma Isabel de Castilla no reinó sino á pesar de los legí-
timos derechos de la hija de su hermano y predecesor Enrique IV.


CAPÍTULO IX. 201
A las ventajas que le valió un sistema de transmision


que la libertó de los azares de la eleccion , pronto agre-
gó la corona otras no menos favorables al incremento
de su poder, y estas las debió á las modificaciones que
sobrevinieron en el estado y cornposicion de las socie-
dades, cuya autoridad estribaba sobre su existencia.


Cuatro siglos y más hacia que los Estados fundados
por los bárbaros del "Norte arrastraban una existencia
lánguida bajo el peso de padecimientos y miserias sin
cuento; jamás la anarquía suspendió en ellos por un
momento sus estragos mas que para reaparecer en
breve no menos violenta y destructora : la organizacion
feudal tuvo el mérito de imponerles límites. Levantan-
do en todos los puntos del suelo dominaciones siempre
activas y presentes, introdujo en ellos un poco de ór-
den y de seguridad, por cuanto era interés de los seño-
res feudales preservar de correrías enemigas las tierras
sometidas á su soberanía. Las mismas guerras priva-
das contribuyeron á hacerles comprender la necesidad
de tratar bien á los hombres cuyas faenas los enrique-
cian y les suministraban los subsidios que reclamaba el
sostenimiento de sus fuerzas militares; y á pesar de la
rudeza de los tiempos, lograron en general libertarlos
de una parte de los males que antes los hablan abru-
mado.


Cambio fué este cuyos frutos no se hicieron esperar:
Do solo los campos empezaron á repoblarse, mas tam-
bien las ciudades fueron poco á poco recobrando la vida
que las habia abandonado. Merced al desarrollo permi-
tido al trabajo agrícola, estuvieron mejor abastecidas;
merced á la extension de las salidas abiertas á los pro-
ductos de su industria, aumentó su bienestar : á los ha-
bitantes de los castillos feudales era á quienes vendian




242 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
los mas de los objetos trabajados en sus casas. Tenían
aquellos habitantes lujo á su manera; gustábanles las ri-
cas armaduras, las telas recamadas y las pieles de mu-
cho precio, las copas, los collares , las joyas artística-
mente cinceladas, y sus consumos no tardaron en abrir
á las poblaciones urbanas copiosa fuente de riqueza y
actividad.


En la época feudal , nada mas notable que la rapidez
con que crecieron las ciudades , burgos y aldeas. Desde
principios del siglo mi, hubo muchas poblaciones en
Francia que , despues de haber comprado por dinero la
exencion de la antigua dependencia del señorío, queda-
ron en libertad de administrarse á si mismas.


Importante acontecimiento fué la formacion de cla-
ses urbanas, definitivamente sustraidas á la servidum-
bre- señorial. Los altos barones y los dignatarios de la
Iglesia no fueron ya los únicos que contaron por alga
en el Estado; al lado de ellos se habla levantado una
poblacion que tenia sus intereses propios, sus inclina-
ciones, sus voluntades políticas, y que iba allegando
rápidamente el poder y las fuerzas que dan el número,
y la riqueza.


Naturalmente, aquella poblacion era enemiga de la
aristocracia feudal por mas que hubiese pagado Am-
pliamente sus franquicias é inmunidades , no siempre
sus antiguos señores les dejaban disfrutarlas en plena
seguridad , y muchas veces trataban de arrancarle nue-
vos sacrificios. Por otra parte, los habitantes de las,


(1) Solo Inglaterra viO reinar cierta conformidad entre los comunes
y los señores feudales, lo cual fué obra de la supremacía efectiva con
que Guillermo el Conquistador habla dotado á la corona. Como los
reyes eran bastante fuertes para imponer sus voluntades á todas las
clases de la nadan, estas hicieron durante mucho tiempo causa comun.


CAPÍTULO IX.


?03
ciudades no podian dejar sus muros sin exponerse á ve-
jaciones y peligros : los seiiores cuyas tierras atravesa-
ban les exigian derechos de tránsito, y aun á veces los.
retenían en cautiverio hasta aprontar su rescate, sin
que fuesen por cierto mejor tratadas las mercancías en.
eirculacion: sometidas A tasas arbitrarias , no era cosa
rara que fuesen saqueadas ó robadas de viva fuerza á.
sus posesores. Tales relaciones no eran conducentes á
conciliar á las dos clases, y en el corazon de la que su--
fria las violencias de la otra se encendieron Odios cuyo
alcance político tuvo suma importancia.


Cuanto mas se desarrollaba la industria en las ciuda-
des, mas se hacia sentir en ellas la necesidad de que
existiese una autoridad capaz de asegurar el manteni-
miento de la justicia y de la paz en todos los puntos del,
territorio nacional. Esta autoridad no porfia pertenecer
mas que á la corona, y de aquí la asistencia que recibió,
de las comunidades siempre que estallaron conflictos.
entre ella y los grandes vasallos que le negaban la obe-
diencia. Los reyes habian protegido á las comunidades
en la época de las primeras emancipaciones; seguros-
de obtener su concurso, facilitaron que pudiesen veri-
ficar otras nuevas y las ayudaron á tomar puesto en,
el Orden político En Francia , Felipe el Hermoso, res-
tableciendo las grandes asambleas bajo el nombre de-
Estados generales , llamó á sus representantes á figurar
en ellas (1), y mas de un siglo hacia ya que las comuni-


( 1 ) San Luis habla pensado sin duda alguna en llevar á cabo la obra-
de Felipe el Hermoso. Dos veces por lo menos llamó á los delegados-
de ciertas ciudades para que fuesen á tomar asiento en el consejo de
los barones. lis verosímil que semejante alteracion del régimen esta-
blecido no era posible todavía : esta es la razon por qué no se realizo-
definitivamente hasta treinta y dos años despues de la muerte de-
aquel rey.


él




"101 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


dados de Aragon y de Castilla formaban parte de las
Cortes. En Inglaterra , la admision de los comunes en
el Parlamento fue obra de los mismos barones: la ne-
cesidad de apoyo contra las empresas de la corona los
-condujo á buscar auxiliares en el pueblo.


Por grandes que fuesen las mudanzas que hablan ex-
perimentado las formas de gobierno en los Estados con-
vertidos definitivamente en monárquicos, nada hacia
debilitado en ellos el respeto de que habían sido objeto
-en el origen ciertas reglas de política. Jamás poder al-
suno individual , en cualesquiera manos que residiese,
no se hacia creído en derecho de modificar él solo las
leyes y costumbres existentes ó las cargas establecidas:
los mismos simples feudatarios no se hubieran atrevido
á elevar el importe de los subsidios que cobraban antes
de haber obtenido el consentimiento de los terranien-
tes libres de sus fincas; era este un principio funda-
mental por todos admitido, y sobre el cual hablan pa-
sado los tiempos sin amenguar su vigor original.


Así , en la época en que la presencia de los mandata-
rios de las comunidades vino á modificar la composi-
cion de las asambleas nacionales, la libertad política te-
nia toda la extension compatible con la existencia de un
poder real transmitido á título puramente hereditario.
La sociedad, ó por lo menos todo lo que en su seno no
sufria ninguna servidumbre civil, participaba ámplia-
-mente en el ejercicio de la soberanía : leyes generales,
reglamentos en materia de impuestos, llamamientos
para servicios de guerra, nada de cuanto afectaba á los
intereses públicos se decidia sin el concurso del clero,
de la nobleza y del estado llano ; la corona no podia
traspasar los límites trazados al uso de sus prerogati-
-vas; toda usurpacion por su parte parecia imposible, y


CAPÍTULO


205
lo habria sido en efecto si el estado social no hubiera
encubierto vicios que, á la larga , debian sembrar en el
seno de las poblaciones incurables discordias.


La libertad política es uno de esos bienes que no se
conservan sino con ciertas condiciones : no dura ni se
consolida sino allí donde los que la disfrutan son capa-
ces de un cierto grado de concordia, caso en que no se
encontraba ciertamente la edad media. Entre las dife-
rentes clases de las poblaciones existian líneas de sepa-
racion propias para hacerlas tanto mas enemigas unas,
de otras cuanto mas avanzaban en civilizacion. Ufana
de las prerogativas que le reservaban , con la primacía
del rango, una multitud de distinciones lucrativas , la
nobleza no estaba en manera alguna dispuesta á sacrifi-
carlas y menos aun á compartirlas con nadie: el des-
precio que manifestaba al estado llano era sincero, y no
consistia únicamente en el contraste de los trabajos, de
los hábitos , de las ocupaciones de los hombres que le
componian con las formas y el género de vida usados
en los castillos feudales ; acordábase de que aquellos
hombres descendian de los pecheros y de los villanos
que habian sido sus vasallos ; de que únicamente debian
á las franquicias que ella les habia otorgado la riqueza
que poseian, y parecíale lícito eximirse á sus expensas
del peso de las cargas públicas. El estado llano por su
parte, no podia estar contento con un régimen que le
negaba derechos , cuyo valor le hacia conocer más y
más cada uno de los progresos de su actividad; cuanto
más crecia en fuerza é inteligencia , más se irritaba
contra las humillaciones y las injusticias que tenia que
soportar, más aspiraba á quebrantar las trabas que los
privilegios nobiliarios oponian á su vuelo. La paz era
imposible entre dos órdenes, uno de los cuales no podia




'206 nE LAS FORMAS DE CORIERNO.
obtener la reparacion de sus agravios sin lastimar al
otro en su orgullo y en sus intereses : su antagonismo
-emanaba de causas demasiado hondas para no estallar
-cada vez que entraban en contacto, y el tiempo no hizo


as que aumentar su violencia.
No necesitó mucho arte la monarquia para levantar


-su dorninacion sobre unas sociedades en cuyo seno la
desigualdad de los derechos fomentaba incurables ani-
mosidades. La fuerza de las cosas la llamaba á desem-
peñar el oficio de arbitra entre clases que se ahorre-
oían mútuamente, con lo que fué fácil intervenir en sus
desavenencias y tomar sucesivamente de cada una de
ellas las fuerzas que necesitaba para someter á la otra á
sus particulares voluntades, llegando por fin una época
en que. despues de haber arrollado sucesivamente todas
las resistencias, se encontró casi sola en posesion del
ejercicio de la soberanía.


La Espala fué donde antes consiguió la corona apo-
derarse del poder absoluto. Como los municipios se
Rabian organizado allí en el transcurso del siglo xi , los
ódios de clases nacieron y produjeron sus efectos en
aquel país mucho antes tic manifestarse en Francia:
todo , en los fueros que se daban las comunidades, ates-
tigua hasta qué punto detestaban á la casta señorial;
desterraban á los hidalgos y á los caballeros de su re-
cinto , les vedaban la compra de tierras en su término,
á menos de que renunciasen á las prerogativas de su Or-
den, y muchos de ellos no permitian á las doncellas
de origen plebeyo casarse con hombre nacido en las
clases de la nobleza (1 ). Guerreros y dueños de formi-


( 1 ) Colmeiro. De la Constitucion y del gobierno de los reynos de
Lean y Castilla, tomo 11. Declinacion del municipio y sus causas.


CAPÍTULO a..


207
dables milicias, empezaron á formar desde el siglo xii,
bajo el nombre de Hermandades, cofradías armadas que,
no limitándose á asegurar la tranquilidad en su propio
término, se encargaban de ir á castigar lejos de él las
agresiones y demasías de la nobleza. Mas adelante , las
ciudades empezaron á unirse con tratados de mútila
defensa , obrando dice un historiador espalol , como
repúblicas, y cual si no hubieran existido reyes por
encima de ellas. Los nobles por su parte, se unjan á fin
de conservar sus privilegios , y sus ligas eran frecuen-
tes. Rabia en el territorio dos poblaciones que no esta-
ban de acuerdo mas que para pelear contra los Moros;
pero que, terminada la guerra, volvian á ser enemigas
y que, desde el momento en que se planteaba una cues-
tion de arreglo interior , tomaban partido una contra
otra. Cierto que semejante estado de los ánimos y de los
hechos ofrecia á la corona numerosas ocasiones de en-
sanchar su poder, pero dos cosas se oponian á que las
aprovechase ampliamente. Por una parte, las reglas ad-
mitidas en materia de sucesion al trono dejaban en un
cierto número de casos surgir contestaciones, y aquel de
entre los pretendientes que alcanzaba el triunfo no se
atrevia á ostentar pretensiones que habrian vuelto á sus
competidores los medios de renovar la lucha; por otra,
Espah no constituia un mismo Estado , y en ninguno
de los reinos que abarwtba disponia la corona de los me-
dios de influencia y de accion que solo la grandeza ter-
ritorial tiene el poder de conferirle.


La reunion de los cetros de Aragon y Castilla en la
misma mano vino á suprimir los mas de los obstáculos
que hasta entonces habian atajado el vuelo de la autori-
dad central, y entonces se vió hasta qué punto es difícil
á las naciones profundamente divididas por ódios de




208 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
clases y de castas conservar sus libertades. El cardenal
Jimenez de Cisneros no vaciló en ejercer la regencia y
en levantar subsidios sin el consentimiento de las Cortes,
y pronto el orgullo nacional tuvo que sufrir nuevos ul-
trajes: el manejo de los negocios públicos se confió á
extranjeros, y cuando el rey Cárlos I dejó á España para
ir á recibir en Alemania la corona imperial, subió de
punto el descontento. No Rabia ya ilusion posible : era
llegado el momento en que España, á menos de un vio-
lento y afortunado esfuerzo , tenia que doblarse bajo el
despotismo. Las comunidades tomaron las armas, pero
fieles á sus antiguas animosidades, anunciaron que no
las depondrian hasta despues de haber obtenido , á mas
de las garantías necesarias ya para el uso de sus fran-
quicias , la abolicion de las inmunidades de que gozaba
la nobleza en materia de impuestos, lo cual fué una falta
enorme: amenazada en unos privilegios, cuya injusticia
se le ocultaba en fuerza de serle tan beneficiosos, la no-
bleza se alistó bajo el pendon de la potestad real , y su
concurso le dió el triunfo. Fatal jornada fué para Espa-
ña la de Villalar : no tuvo otra mas nefasta desde la tan
terrible del Guadalete. La derrota (.1 ,; las comunidades
dejó á las libertades públicas sin defensores: vanamente
pocos arios despues, el clero y la nobleza probaron á
retener algunas reliquias de ellas; su negativa á figurar
á título de brazos en la junta general del reino recibió
por respuesta una desdeñosa despedida. No es esto de-
cir que no subsistiese un simulacro de representacion
nacional: los gobiernos mas absolutos no rompen con lo
pasado sin guardar las apariencias. Felipe II y su suce-
sor continuaron convocando las Cortes de los reinos so-
metidos á su poderío todos los quinquenios; pero los
buenos tiempos de aquellas asambleas habian pasado, y


CAPÍTULO IX.
209


las Córtes no sirvieron mas que para sancionar volun-
tades, cuya creciente obcecacion no tardó en arrastrar
á Esparia á la mas triste decadencia.


Distinto camino siguieron las cosas en Francia y
mas pacíficamente completó en ella sus conquistas el
poder real. 1-labia este favorecido la emancipacion de
os municipios, los cuales no trataron de sustraerse á
su autoridad, ni se les vid como en Esparia , confede-
rarse y unir sus fuerzas con objeto de ensanchar sus
privilegios; antes bien, á fines del siglo xin, algunos de
ellos empezaron á cansarse de la porcion de indepen-
dencia que les daban sus fueros y prefirieron ponerse
bajo la tutela de la corona : los demás no tardaron en
hacer lo mismo, y sus habitantes no constituyeron m as
que un estado llano (bourgeoisie) libre, pero que no se
gobernaba ya á sí mismo (1).


(') Las causas que decidieron álos municipios á renunciar á las ins-
tituciones que les confería la autonomía local, no son bien conocidas.
El cambio se efectuó tan rápidamente que ya estaba muy adelantado
en 1303, época de la primera reunion de los Estados Generales del
reino. De hecho, los municipios mas libres hablan recurrido muchas
veces á la intervencion (le los reyes en sus desavenencias con los se-
ñores feudales, y San Luis no habria podido expedir sus ordenamien-
tos, si no hubieran reconocido desde un principio á la corona el de-
recho de inmiscuirse en sus asuntos. Entre las causas que parecen
haber influido en el ánimo de los municipios, deben contarse : 1.° las
dificultades y los apuros nacidos de las reservas de sus antiguos se-
ñores, seglares ó eclesiásticos, así como de la diversidad de jurisdic-
ciones emanadas de aquellas reservas; 2.° el excesivo gravamen de
los pechos y cargas inherentes al goce de sus privilegios; por último,
el daño que les causaban las disensiones intestinas. No solo sus habi-
tantes se disputaban las ventajas anejas al ejercicio da los cargos mu-
nicipales, sino que tambien entre los que descendian de familias ave-
cindadas desde el origen, y los recien venidos que reclamaban el de-
recho de participar en la gestion de ros intereses urbanos, surgieron
numerosas y vivas controversias.


FORMAS DE GOBIERNO.-li




(21.0 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
Mudanza fué esta de que reportó grandes ventajas la


corona que primero habla tenido á los municipios por
auxiliares contra la aristocracia feudal ; en lo sucesivo
iba á tenerlos bajo sus órdenes, y podria usar de sus
fuerzas como de las suyas propias,


A este fin se apresuró á entrar activamente en el ma-
nejo de sus asuntos. Hízose representar en su seno por
oficiales encargados de intervenir á. nombre suyo en el
nombramiento de los consejos y en el manejo de los
intereses y de los bienes comunales. En 1317 dió un
paso todavía mas decisivo, quitándoles la direccion de
sus milicias, cuyo mando recibieron capitanes elegidos
por ella: entregáronseles las armas, y ellos solos tuvie-
ron el derecho de distribuirlas en caso de necesidad por


, ellos reconocida ( 1). Semejante arreglo no era única-
mente efecto del deseo natural á la corona de manifes-
tar y extender su supremacía : no obstante haber re-
nunciado sus prerogativas políticas, las ciudades hablan
continuado floreciendo y poblándose , y su poder habia
empezado á dar motivos de inquietud, confirmados y
agravados por diversos sucesos. En 1328, las ciudades
flamencas se }labial' sublevado para la defensa de sus
antiguas franquicias, peleando con singular energía, y
si Felipe de Valois no hubiese acudido á socorrer á su
conde al frente de la caballería francesa , la victoria ha-
bria coronado sus esfuerzos. Treinta arios despues , las


( 1 ) Habia varias clases de municipios, unos francos ó jurados, me-
nos independientes que los señores feudales; otros privilegiadoS, l i


-bres tan solo dentro de la medida fijada por sus privilegios ; los de
más prebostales, ó sometidos enteramente á la voluntad real. La re-
nuncia de las comunidades juradas á sus cartas fué trayendo poco á
poco la extincion de estas diferencias; pero dejando en todas al es-
tado llano los medios de aumentar su número y bienestar.


CAPÍTULO 211
resistencias que el estarlo llano de las grandes ciudades
opuso á la agravacion de las cuotas, el papel que se ad-
judicó Estéban Marcel y el apoyo que le prestó la po-
blacion parisiense , las sangrientas escenas de la Jaque-
ria (1), difundieron nuevamente el temor de las violen-
cias populares, y la corona modificó su antigua política,
llegando á persuadirse de que la seguridad del Estado
estribaba en la separacion y el antagonismo de las dife-
rentes clases. Mientras continuaba arrebatando una á
una á la nobleza aquellas de sus prerogativas que ha-
cian sombra al ejercicio de su propia soberanía , dejóle
íntegras las que , mejorando su condicion á expensas
del estado llano, debían interesarla en el mantenimiento
del régimen establecido, y sembrar entre ambos órde-
nes ódios tenaces. Esta politica , que al cabo debia con-
ducir á la monarquía á un abismo, no era en manera
alguna un secreto. En 1484 , Felipe de Poitiers , dipu-
tado de la nobleza de Champaria, no vaciló, cuando se
convocaron en Tours los Estados generales, en decla-
rarla prudente y necesaria. Desde entonces nunca dejó
de estar en favor, y durante el siglo xviii pasaba toda-
vía por la mejor entre los mas de los hombres de Es-
tado (2).


(i ) Guerra de pecheros sublevados contra sus señores, que por los
años 1338 y durante la prision del rey Juan en Inglaterra , asoló la
mayor parte de Francia. Diósele aquel nombre del de su caudillo Gui-
llermo Claillet, apellidado Jacques Bonhomme: duró unas seis sema-
nas, al cabo de las cuales fué destruida por el capta] de Buch.


(Nota del T.).
(2) Veamos lo que se lee en las memorias presentadas al duque del


'Orleans . regente de Francia, por el conde de Boulainvilliers, en el
lítuin: « Principio comun d los autores de las Meritorias para repa-
rar los inconvenientes de la hacienda.» T. II, p. 137.


«Todos los autores de las memorias están convencidos del principio




212 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
Yo es esto decir que la corona haya sido hostil al es-


tado llano; momentos 'hubo, por el contrario, en qu•
puso particular empeño en satisfacerte, y bajo el rei-
nado de Luis XI, Paris y las grandes ciudades del reino-
obtuvieron concesiones de cierta importancia ; pero en:
la marcha general de las cosas, la nobleza fue tratada,
en lo que concernia á sus inmunidades y distinciones,.
con grandes miramientos , no siempre conformes con
los intereses generales del Estado (r).


Es de notar que por mas vivas que fuesen las envi-
dias y las enemistades de castas, no ocasionaron en.


que tan peligroso es que el pueblo viva con demasiada holgura como.
triste es verle abrumado. Esta fué la primera rellexion que el difunta
príncipe de Conti hizo acerca del proyecto del establecimiento de un
diezmo real por el mariscal de Vauban ; y bueno es, en efecto, que el
villano sienta la necesidad en que se encuentra de obedecer, y que no.
se acostumbre de tal suerte á la propiedad de lo que tienen , que
pueda considerarse como independiente.»


Mas adelante el conde de Boulainvilliers pide, en nombre de este
mismo principio, el mantenimiento de los privilegios de los eclesiásti-
cos y de los caballeros.


El mismo espíritu domina en las observaciones del guarda-sellos
Miromenil, en punto á la supresion de la servidumbre corporal (cor-
vée) por Turgot, lo mismo que en las observaciones del Parlamento•
en la misma época, y doce años despues en la carta dirigida al Rey-
por los príncipes de la sangre, con ocasion de la duplicacion del nú-
mero de individuos del estado llano.


(1 ) Bajo el reinado de Francisco I, Francia no tenia mas infantería•
que ocho 6 diez mil soldados levantados en Gascuña. Era preciso
comprar á precio de oro los servicios de los Suizos y de las bandas.
de lansquenetes alemanes, y de ello se resentian mucho las operaciones.
militares. Y no porque Francia careciese de hombres aptos para ser-
vir á pie, sino porque la nobleza se oponía á que se alistasen, por-
miedo de que difundiéndose en el pueblo la costumbre de las armas,.
resultasen mas difíciles de mantenerse sumisas las poblaciones de los-
campos: el rey, sin embargo, quiso crear una infantería francesa


CAPÍTULO IX.
213


Francia, á contar del décimocuarto siglo, la interven-
-cion directa del poder real. La nobleza vivia sin inquie-
tud en punto á la suerte de sus privilegios, convencida
de que la corona no permitiria que le fuesen arrebata-
dlos; el estado llano se consolaba de la inferioridad de
su rango, en primer lugar viendo hasta qué extremo el
de los pobladores de los campos estaba mas rebajado
todavía, y en segundo porque quedaba á sus individuos
mas eminentes la facilidad de elevarse, sea entrando
.en la Iglesia sea por medio del ejercicio de las magis-
traturas. Donde recaia con todo su peso el vicio de las
instituciones era sobre las masas sociales, sobre la gen-
te menuda de los campos y de las aldeas; pero esta cla-
se infeliz , abrumada bajo el cúmulo de sus miserias,
no tenia ni jefes ni órganos que pudiesen formular sus
quejas y solicitar el remedio de ellas.


Bajo el reinado de Carlos VII, la corona aprovechó
la gravedad de las circunstancias del momento para ob-
tener derechos cuyo uso debla á la larga asegurarle ir-
resistibles medios de dominacion. Hasta entonces habia
necesitado el consentimiento de los Estados generales
para obtener subsidios. Carlos VII se hizo conceder la
facultad de imponer pechos á su arbitrio, dice Commi-
nes , el cual añade: rcY en ello consintieron los señores
de Francia, en cambio de ciertas pensiones que les fue-
ron prometidas por los dineros que se levantaron en


pero el intento vivamente combatido por cuantos le rodeaban, no
duró mucho.


Véase con este motivo las relaciones de los embajadores venecianos
cerca de Francisco I y de sus sucesores. Los detalles que contienen
,en este punto son curiosos y de una incontestable verdad.


Relacion de Francisco Juestiniano, vol. I. pág. 4 S3.
Relacion de Miguel Scariano, vol. I, pág. 495.




211 DF. LAS FORMAS DE GOBIERNO.
sus tierras. Con lo sucedido y con lo que sucederá, gran-
daiio ha hecho el Rey á su alma y á las de sus suceso-
res, abriendo además cruel llaga en su reino, que por
mucho tiempo chorreará sangre ( 1 ).» En realidad lo que
los selores hicieron fué un contrato de venta: cediendo.
á la corona un derecho que renunciaban á ejercer ellos
mismos para lo futuro en sus propios dominios, se ase-
guraron en materia de impuesto inmunidades comple-
tas; pero entregando á los villanos , ó sea al pueblo,
á los agentes del fisco, no comprendieron el alcance
que iban á tener las armas que ponían en manos del.
príncipe.


El establecimiento del pecho perpétuo, la facilidad de
recaudar su producto, dando á la corona los medios de
sostener un ejército permanente , iban á permitirle
romper sucesivamente todas las trabas que encontraba-
aun la extension de su supremacía. Cárlos VII tuvo un
ejército medio regular ; Luis XI mantuvo en pié hasta
cincuenta mil soldados , y si sus sucesores no hubiesen:
consumido en lejanas guerras los recursos de que po-
dian disponer, toda oposicion á su voluntad habria des-
aparecido (2).


(') Crónica é historia hecha y compuesta por el difunto glosen Fe-
lipe de Commines. señor de Argenton. «Cuándo empezó la imposi-
clon de pechos.» Folio LXV111.


( 2) lin hecho muy conocido demuestra el partido que podian sacar
los reyes de las fuerzas militares á su soldada. Gobernaba á España
el cardenal Jimenez : humillados de verse sometidos á las órdenes de'
un fraile, los grandes le preguntaron en virtud de que poderes re-
clamaba su obediencia, y llevánilolos el cardenal á ver los cañones
que tenia dispuestos en uno de los patios del palacio donde habitaba,
les dijo: «Estos son los poderes que me ha confiado el Rey, y con ellos-
gobernaré el reino hasta el dia en que el príncipe nuestro señor venga.
á gobernarle por sí propio.»—!CoLmEllto. De la. Conslilucion y del go-
bierno de los reinos de Leon y Castilla. vol II, pág. 275`.


CAPÍTULO IX. 215
Luis XI y su hija madama de Beaujeu hablan tenido,


con efecto, que sostener las últimas luchas verdadera-
mente peligrosas. Forzoso les habia sido combatir con-
tra aquellos grandes feudatarios que, seiiores por dere-
cho hereditario de vastas fracciones del territorio, se
coligaban contra la autoridad real , y que si hubiesen
triunfado habrian nuevamente desmembrado el Estado
y rehecho la obra del siglo décimo : la reunion á la co-
rona de los poderosos ducados de Borgaia y de Bre-
tala fué decisiva; mas pronto surgieron nuevos apuros
y peligros de otra especie.


La administracion estaba en la infancia : en vez de no
delegar á sus principales mandatarios mas oficios que
los que tuviesen bajo su dependencia contínua, la corona
les abandonaba el gobierno de las provincias, el mando
de las plazas , las dignidades militares, y hasta el dere-
cho de levantar tributos y de gastar su producto. Se-
mejante régimen creaba situaciones que entregaban á
los que las ocupaban riquezas y fuerzas, con cuya ayu-
da podian pesar sobre el manejo de los negocios, y ha-
cerse temibles en el Estado ; así los príncipes de la san-
gre, los magnates, los validos , se disputaron aquellas
situaciones, y muchas veces la corona debió ceder á las
exigencias de unos hombres á quienes ella misma habia
suministrado los medios de arrancarle concesiones cada
vez mas importantes.


Llegó el mal á su colmo durante las guerras de reli-
gion. Catalina de Médicis, con su empeño de contener
á los partidos, á unos por medio de otros, no hizo mas
que amortiguar momentáneamente sus disidencias: cada
uno de ellos tuvo sus jefes, sus ejércitos, su hacienda,
sus fortalezas , sus alianzas con el extranjero; y la co-
rona , amenazada por todas partes , se encontró denla-




216 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
siado débil para imponer respeto á las facciones traba-
das á su vista en fiera lucha. En medio de aquella san-
grienta anarquía , el canciller de L'Hopital y sus ami-
gos pensaron en restituir á la nacion el derecho de
concurrir regularmente al ejercicio de la soberanía;
pero su propósito fue letra muerta. Los partidos no se
curaron de la organizacion del poder: lo que quedan
era la dominacion en el Estado y la destruccion de sus
adversarios.


El advenimiento de Enrique 1V devolvió á la corona
el ascendiente de que la hablan despojado las guerras de
religion; no obstante lo cual, la magnitud de las venta-
jas anejas al ejercicio de las altas funciones civiles y mi-
litares, continuó sembrando ardientes codicias. Los
hombres poderosos en la córte la llenaron de tramas y
conspiraciones, cuyo triunfo, dándoles la administracion
de los intereses públicos , les habria permitido acaparar
para ellos mismos y sus clientes , las dignidades y los
oficios mas importantes.


Durante la menor edad de Luis XIII, las conjuracio-
nes palaciegas produjeron lamentables atentados; pero
vino Richelieu que hizo severa justicia en las desenfre-
nadas ambiciones con que estaba en lucha la corona y
hasta se excedió muy sobradamente en libertar al po-
der de los obstáculos que embarazaban su accion.


Un último choque tuvo, empero, que sostener la co-
rona. Bajo la regencia de Ana de Austria los más de los
príncipes y de los grandes intentaron todavía una vez
más imponerles sus voluntades : un rey niáo , un ex-
tranjero al frente de los negocios , insoportables contri-
buciones, la magistratura descontenta, todo se unía para
acrecentar los apuros. La Fronda, sin embargo, no tra-
jo mas que mezquinos y ruines conflictos : lo que sus


CAPÍTULO IX.


217
jefes quedan era dignidades, pensiones y mandos ; nin-
guna idea de bien público los animaba, y bien pronto
la nacion se cansó de los sangrientos excesos que acar-
reaba una lucha , de la que, cualquiera que fuese su re-
sultado, nada útil tenia que esperar. La victoria del
poder real fue completa.


Luis XIV recogió el fruto de los largos y duros afanes
de Richelieu ; seáor absoluto en su córte, iba á serlo en
el Estado.


En medio de las transformaciones que experimenta-
ron en Francia las instituciones políticas, los Estados
generales no desempeáaron mas que un papel de poca
importancia. Si llegaron momentos en que la gravedad
de los peligros del Estado les ofreció la ocasion de ad-
quirir definitivamente una parte en la direccion de los
negocios , no supieron aprovecharla. Vanamente recla-
maron en diversas épocas convocaciones en fechas fijas,
pues se manejaron tan mal para dar fuerza á su peti-
cion, que el gobierno quedó en libertad de no acceder
á ella ( 1 ). Yo fueron mas hábiles ni mas felices en ma-
teria de legislacion y de impuestos : reconociendo á la
corona el derecho de promulgar ella sola leyes y edic-
tos que lo regulaban todo en el Estado , consintiendo
que levantase socorros y subsidios sobre los artesanos
y la plebe de las ciudades, le dejaron la facultad de
prescindir de su concurso y de ir extendiendo gradual-


(') Los Estados generales reunidos en Tours, en 1483, solicitaron
ser convocados de doce en doce años, y con el objeto de dar fuerza
á su peticion, no votaron los subsidios mas que para aquel período.
Los de Orleans, en 1560, y los de Paris, en 1614, solicitaron igual-
mente que las convocaciones se verificasen de cinco en cinco años.
La córte no dió respuesta, ó se limitó á promesas que no pensaba
cumplir.




218 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
mente su dominacion soberana ( 1 ). En el fondo no for-
maron mas que un gran consejo consultado de tarde en
tarde en las circunstancias extraordinarias, y el canci-
ller de L'Hopital no se engañaba diciendo en Tours,
en 1560, «Los Estados generales no son mas que una
audiencia que concede el rey á la nacion.»


Lo que evidentemente causó la decadencia de los Es-
tados generales fué el antagonismo de los elementos de
que se componian. No habia nacion en Francia , habla
clases que la desigualdad de los derechos hacia enemi-
gas unas de otras, y cuyos representantes era imposi-
ble se entendiesen en nada de lo tocante á las situacio-
nes respectivas. La nobleza no se limitaba á defender


( 1 ) No es esto decir que en diversas épocas los Estados generales
no hubiesen tratado de apoderarse del gobierno. Además de las ten-
tativas de los de 1357, bajo el reinado de Juan, hubo en 158S los de
los Estados de Blois, que solicitaron que el poder legislativo pertene-
ciese por entero á los tres órdenes, y que la potestad real no conser-
vase mas que el poder ejecutivo; pero no se trataba aqui de hacer
consagrar principios políticos: los Estados generales de 1357 trabaja-
ban en interés de Cárlos el Malo, rey de Navarra, y los de 1585
querian invalidar á Enrique III y dar la corona á los Guisas.


Por lo que respecta á las reglas en materia de subsidios, los Esta-
dos generales no las establecieron bastante estrictas para quitar á la
corona los medios de recaudar rentas sin su consentimiento. Durante
la menor edad de Cárlos VI, sus tics abrumaron con impuestos á las
poblaciones urbanas y se adjudicaron se producto. Hubo disturbios
y la ciudad de Rouen expulsó á los oficiales reales; pero se quedó
sin apoyo y fué castigada ; por eso Cárlos VII, acomodándose á los
hechos consumados en lo antigno, contestó, al decir de Monstrelet, á
algunas observaciones de los grandes con motivo de los tributos, el
Rey tiene derecho de fijar los impuestos; ninguna necesidad hay de
reunir los Estados, para cubrir los tributos, y los gastos de tantos
diputados son una sobrecarga para el reino. Esta doctrina fué la que
prevaleció definitivamente, y ya en tiempo de Luis XIV no encontra-
ba cont radi ce:on alguna.


CAPÍTULO IX. 111
sus prerogativas, antes bien (tedia otras nuevas y tra-
bajaba por impedir á los villanos sustraerse á sus exac-
ciones. El clero resistia toda participacion ajena en los.
oficios públicos, y quería extender sus inmunidades; y
por lo que respecta al estado llano, no habla una de sus-
quejas que no ajase el orgullo ó no amenazase los inte-
reses de los órdenes privilegiados, atrayéndose de su
parte insultos y ultrajes (1). Unas asambleas en cuya


( 1 ) Basta cotejar las reclamaciones de los diferentes órdenes para-
reconocer cuán imposible era á los Estados generales llenar su mi-
sion. Veamos cuáles fueron: en los Estados de 4560 y de 1576, las
principalespeticiones dirigidas á la corona, cuyo logro habria modifi-
cado las relaciones entre los órdenes.


El clero pidió que las justicias señoriales subsisl losen en toda su in-
dependencia; que se le devolviesen las inmunidades de que habla,
gozado hasta entre, los paganos, decia él; que los pechos fuesen úni-
cainente personales, á lin de que sus individuos no tuviesen que
pagarlos por ninguna de sus tierras; y que las personas del estado
llano vistiesen de diferente modo que la nobleza.


Esta pidió que la justicia real no se entrometiese en las justicias se-
ñoriales; que se prohibiese la caza á todo plebeyo (el clero por su
parte se habla quejado de los daños y perjuicios que causaba la no-
bleza cazando en la época de la siega); que un decreto real declarase
á todo plebeyo incapaz de poseer un feudo; de poseer viveros, palo—
mares, pajareras, molinos ó lagares; que se prohibiese á todo hombre
que no fuese de noble cuna tomar un título y dar á su mujer el dc-
demoiselle; que se disminuyese el número de curiales; que en lo suce-
sivo hubiese en cada tribunal supremo cuatro caballeros que ciñesen.
espada, atendido. que estando compuestos los tribunales de gente-
menuda, no miraban bastante por los privilegios de la nobleza.


El estado llano pidió que el Rey extendiese la accion de su propia,
justicia; que ningun eclesiástico poseyese dos beneficios; que los sacer-
dotes. en materia de concubinato y bastardía, fuesen juzgados pos.
los tribunales civiles, y no por la oficialidad, que nunca los castiga-
ba ; que los señores no pudiesen continuar obligando á los labradores
á trabajar para ellos sin jornal, ni imponerles contribuciones en paja
Ó en grano, so pretexto de preservarlos de la carga de alojamiento-




220 nE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
seno nadan conflictos cada vez mas violentos venia á
-ser incapaz de toda concordia política: la corona les de-
jaba consumir su tiempo en querellas que sabia atizar
en caso de necesidad, y fácil le era burlarse de las re-
clamaciones contradictorias recomendadas á su aten-
cion. En París fué donde se reunieron los últimos Es-
tados generales, los de 1614: el estado llano tenia en él
órganos de rara habilidad, mas pronto surgieron entre
los tres órdenes debates tan ágrios que la corona pare-
ció dar una prueba de cordura disolviendo una asam-
blea incapaz de deliberar con fruto.


En 1614, solo restaba á la corona triunfar de los prín-
cipes y de los grandes para quedar duela absoluta de
ladireccion de los negocios. La victoria alcanzada sobre
la Fronda fué decisiva: en ninguna parte subsistió en
Francia la posibilidad de resistir á la voluntad real, y
la nacion entera se doblegó respetuosamente ante un
poder cuya súbita ascension y nuevo brillo deslumbra-
ban todas las miradas.


Y no porque no subsistiesen en el país algunos restos
•de vida politica, pero en el fondo aquellos restos eran
mas aparentes que reales. Richelieu }labia arrancado á
--de los hombres de armas y haciéndolos apalear y saquear cuando se
negaban á pagar aquellas contribuciones; que se impidiese á los seño-
res establecer hornos, molinos, lagares, y hacer desjarretar todos los


-caballos enganchados en molinos que no fuesen los suyos, sin por eso
tener señorío (Estados de 1576); que se les prohibiese talar las mie-
ses y las viñas so pretexto de que tenian derecho de caza; que se pro-
hibiese á los nobles obligar por medio de cédulas reales (lettres de
.cachet) á las doncellas á casarse contra su gusto ó á hacerlas encerrar
hasta que aceptasen por fuerza el marido que el señor les daba, etc.


Los lamentos del tercer estado atestiguan cuáles eran entonces las
iniquidades que tenia que soportar, y cuál debla ser la violencia de sus
.odios contra los órdenes privilegiados.


CAPÍTULO IX.
2211


los Estados provinciales las prerogativas á que daban
mas importancia: Luis XIV completó la obra, y durante
el siglo xvni, su existencia no se prolongó sino porque
ya no ponla obstáculo á nada de cuanto queda la corona.


lIáse dicho , y tal era el sentir de Montesquieu, que'
el despotismo en Francia habla encontrado límites en
la constitucion de los parlamentos y en las prerogati-
vas reservadas al clero y It la nobleza. Cierto que nun-
ca ha habido país en que no existiesen intereses y fuer-
zas con que el príncipe haya tenido que contar; pero en
Francia los parlamentos no estuvieron en ninguna
época en estado de contener los abusos del poder real:
la naturaleza de sus funciones, la venalidad de las sillas-
en su seno, el espíritu de cuerpo que los animaba, todo
contribuia á asegurarles una cierta altura de situacion,.
pero no el derecho de intervenir útilmente en las deci-
siones de la autoridad real. Grandes fueron sin duda.
sus pretensiones en el transcurso del décimo octavo si-
glo; pero un lecho de justicia ( 1 ) las ponia á raya, el
destierro castigaba sus reclamaciones, y bastó que
Luis XV lo quisiese así para que el Parlamento de Pa-
ris fuese disuelto y reemplazado Los Parlamentos con-
taron grandes y sabios magistrados , nobles páginas hay
en su historia; pero su accion fué estéril desde el punta
de vista de las libertades políticas. Mas que los otros-
servidores de la corona contribuyeron á acrecentar su,
preponderancia, y cuando se pusieron en oposicion con
sus designios, lo hicieron principalmente para impedir
la reforma de las iniquidades que mas duramente pesa-
ban sobre la nacion.


Por lo que respecta á la nobleza, las distinciones de


(I ) Sesion presidida por el Rey (Id de justiee). (N. del T.).




2 22 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
nue gozaba no le conferian participacion alguna en el
gobierno, y si las conservó , fué únicamente porque la
corona creyó encontrar su propio provecho en dejár-
selas.


Creíase , con efecto, en las altas regiones del poder
'ue la nacion dejarla de ser gobernable si la desigual-
dad de los derechos no continuaba fomentando entre
las diferentes clases sociales incurables divisiones, opi-
nion que favorecía demasiado los intereses de los órde-
nes privilegiados para que no la profesasen con sin-
•cero ardor; y como ellos formaban la inmediata co-
mitiva del príncipe , aquella opinion acabó por levan-
tarse en la córte á la altura de una de esas máximas de
Estado que ni siquiera es lícito examinar, por tan fun-
dadas en razon pasan á juicio de todos. Esto fue lo que
valió á la nobleza la conservacion de sus inmunidades


--- y de sus privilegios : reducida á sus solas fuerzas no hu-
biera podido defenderlas; un edicto real expedido á
tiempo hubiera bastado para arrebatárselos y hacerla
entrar bajo el derecho comun.


Pero aquella misma nobleza que no pagaba pechos,
á. cuyos individuos estaban reservados los provechos
de casi todos los servicios del Eslado y de la córte, no
por eso estaba menos á merced de los caprichos de la
autoridad: el respeto profesado á sus inmunidades y
privilegios no se extendia en manera alguna á las per-
sonas. El hombre de más elevada cuna porfia ser rele-
gado á sus Estados, desterrado del reino, arrojado y re-
'tenido en una prision sin prévio proceso , como el últi-
mo de los villanos y ivia sujeto de lleno al capricho del
amo, y muchas veces aquel capricho no era mas que el
de un ministro, de una favorita , de una ramera privi-
legiada.


CAPITULO IX.


223
Lo que atestigua la sucesion de los sucesos verifica-


dos en Francia es que, lejos de haber servido de barre-
ra contra las usurpaciones de la corona, las distincio-
nes de castas y de clases facilitaron por el contrario
su incremento. La libertad política no puede subsis-
tir sino allí donde reina la justicia; instituciones que
alteran en provecho de una porcion cualquiera de la
comunidad la mútua reparticion de las cargas y de los
beneficios del estado social traen necesariamente su
ruina. En Francia la desigualdad de los derechos sem-
braba entre las diferentes clases de la poblacion sobra-
dos disentimientos y rencores para que pudiesen usar
útilmente del derecho de participar en su propio go-
bierno. Cada asamblea de los Estados generales ebria un
palenque en el que sus representantes iban á luchar
violentamente, y bastaba á la corona una corta dósis de
habilidad para tenerlos en jaque á los unos por medio
de los otros, y engrosar cada vez mas á expensas de to-
dos su parte de potestad soberana.


En Francia , como en Espaiia , el despotismo llegó á
ser el triste é inevitable fruto de las iniquidades que en-
cubria el régimen social. Cuanto mas adelantaba la civi-
lizacion, menos se resignaba el estado llano á la condi-
cion que le imponian los privilegios del menor número
y más audacia porfia en sus reclamaciones. En los Esta-
dos generales de 1614, pidió que se aboliesen los pechos
ó los pagasen todos: la nobleza y el clero se dieron por
avisados, y la corona pudo , sin riesgo de desagradarlos,
abstenerse de convocar nuevas asambleas nacionales.
Por lo demás, la corona misma no debla adquirir la
autocracia mas que para doblarse bajo el peso que se
echaba encima: emancipada de toda fiscalizacion, libre
de no consultar en lo sucesivo mas que su propia vo-




Ali124 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
Juntad , no supo ni dar satisfaccion á las necesidades á
quedaba origen el progreso de las artes y de la indus-
tria , ni reparar con respecto á las masas sociales los
desmanes de lo pasado , y cuando la ruina de la hacien-
da la obligó á hacer un llamamiento á la nacion, se en-
contró delante de jueces irritados. El estado llano habia
crecido en fuerzas y luces, y él fué quien dictó la ley:
de un solo golpe arrancó á los órdenes privilegiados las
distinciones que, de largos siglos atrás, hablan sido para
él un manantial de humillaciones y padecimientos , y
buscó en una nueva constitucion seguridades contra los
excesos y las faltas del poder; pero arrastrado por ven-
gativas pasiones, se pasó del blanco y desencadenó tem •
pestades de una violencia que , mas de una vez, estuvo á
punto de ser destructora.


Entre todas las naciones de la Europa occidental, In-
glaterra es la única en que la monarquía no llegó en
ninguna época á ser completamente absoluta. Y no por-
que la corona fuese allí menos ávida de predominio que
en todas partes, pero el terreno sobre el que trabajó no
era tan favorable al logro de sus intentos; jamás en In-
glaterra estallaron entre las diferentes clases de la po-
blacion los rencorosos conflictos que las exasperaron
mútuamente en Francia y en España : Guillermo el Con-
quistador, al organizar allí con sus propias manos el ré-
gimen feudal, habia puesto límites á las ventajas reser-
vadas á una aristocracia que él mismo acababa de fun-
dar. Los grandes vasallos, terratenientes directos de la
corona, formaban el alto consejo de la nacion, y solo
ellos, con los jefes del clero, concurrian al ejercicio
del poder legislativo ; pero ni ellos ni los feudatarios de
órden inferior constituian una casta, una nobleza sepa-
rada del resto de la nacion á favor de inmunidades y


CAPÍTUT.0 IX.
225


privilegios civiles. Pagaban su cuota correspondiente
del impuesto ; sus hijos no gozaban distinciones exclu-
sivas, antes bien todos, excepto el que heredaba la tierra
y el título á ella anejo, caian bajo el derecho comun y
volvian á la clase de simples plebeyos. Por otra parte,
la humildad de la cuna no era obstáculo á la elevacion
de las personas: una hazaña bélica, un servicio hecho
al Estado, sacaban á un hombre de la oscuridad, y el
ennoblecido de la víspera tomaba la delantera sobre los
descendientes no titulados de los antiguos barones del
reino. Esta constitucion meramente política de la aris-
tocracia inglesa ejerció la mas feliz influencia sobre los
destinos de la nacion : previniendo ó atemperando las
divisiones que la desigualdad de las condiciones y de los
derechos fomentaba en los demás Estados, privó á la
autoridad real del arma , cuyo empleo hubiera sido el
mas terrible para las libertades públicas.


Hubo, sin embargo, en Inglaterra, una fraccion nu-
merosa de la poblacion , que por mucho tiempo fué
particularmente adicta á los intereses de la corona , y
era la que resiclia en los campos. Compuesta de hom-
bres sobre los cuales pesaba una verdadera servidum-
bre del terruño, vivid expuesta á humillaciones y vejá-
menes que la hacian hostil á sus señores, y Enrique III,
en lucha con la aristocracia territorial , le prometió su
proteccion , con la esperanza de sacar de ella una asis-
tencia eficaz (') ; pero era entonces todavía aquella clase
demasiado inculta, y estaba demasiado humillada para
servir útilmente á ninguna causa política : durante el


( 1 ) La emancipacion de las clases rurales no se completó sino durante
las largas guerras que originó la rivalidad de las casas de York y de
Lancaster. Cotton , en su Historia del largo reinado de Enrique III,
menciona y reproduce en parte la proclama en que el rey promete al


FORMAS DE GOBIERN0..-15




226 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
siglo XIII no habia fuerza real mas que en los barones
y en la poblacion de las ciudades y de las aldeas , y esta


, que dependia directamente de la corona, temia
demasiado sus exacciones para acudir en su auxilio; an-
tes, por el contrario, contrajo con sus adversarios una
alianza que le valió, con el derecho de estar represen-
tada en el parlamento, el de tomar parte en la votacion
del impuesto.


Circunstancias extrañas á las relaciones establecidas
entre las diversas clases de la comunidad contribuye-
ron Cambien á dejar á la nacion en aptitud de eludir los
ataques intentados contra sus instituciones. Merced á
su situacion geográfica, Inglaterra no tuvo que sostener
guerras fronterizas mas que con. Escocia , cuyas fuer-
zas distaban mucho de igualar á las suyas: el mar, po-
niéndola á cubierto de las invasiones enemigas, le per-
mitió prescindir de tener ejércitos permanentes; así fué
que no tuvo mas que milicias, y la corona, reducida á
las solas fuerzas militares que su patrimonio privado le
permitia sostener, nunca poseyó bastantes para triun-
far de las resistencias provocadas por sus pretensiones
á la omnipotencia.


Un hecho que tampoco dejó de tener alguna impor-
tancia es la escasa extension del territorio. Cielo y cli-
ma , nada diferia bastante entre las provincias para que
la desemejanza de los géneros de industria y de produc-
cion promoviese entre los intereses locales una oposi-
cion de que hubiera sido fácil al poder sacar ventajas.
Por otra parte, los diputados del Parlamento no tenian


pueblo protegerle contra la tiranía de los grandes lores. Esta pro-
clama, lanzada corno á la desesperada, produjo poco efecto. Colton's
short vicio of the long regn of Enri III, pág. 27.


CAPÍTULO
227


largo viaje que hacer para acudir á él; las cargas im-
puestas por las convocaciones no eran muchas, y los
comunes no solicitaron , como lo hicieron muchos mu-
nicipios de Espaiia, el permiso de abdicar un derecho de
representacion cuyo ejercicio les era demasiado one-
roso.


Solo á costa , sin embargo, de largas y sangrientas
guerras , consiguió Inglaterra conservar sus libertades
políticas. Por mas que en principio la corona no pu-
diese por sí sola ni imponer un tributo ni promulgar
una ley nueva, sus atribuciones estaban mal definidas,
y le quedaba un campo del que, con un poco de habi-
lidad , podia sacar numerosos medios de dorninacion.
la administracion le pertenecia: ella era la fuente de la
justicia, y ejercia el derecho de gracia; distribuia á su
arbitrio honores y títulos, cobraba el producto de las
multas y de las confiscaciones judiciales, y el regla-
mento de las materias de policía y de comercio le per-
mida allegar ámplios recursos. Cuanto mas medraba la
nacion en industria y riqueza, mas abundante materia
ofrecia á las combinaciones fiscales que parcela autori-
zar la dudosa extcnsion de los derechos de la corona.
Isabel habia monopolizado y cedido á precio de oro el
tráfico de muchas especies de mercancías ; Jacobo
acuñaba moneda, vendiendo las dignidades nobiliarias,
las licencias comerciales, los oficios de juez, las abso-
luciones de los reos, y hasta los empleos de la córte.
Otro manantial de rentas que hizo odiosamente pro-
ductivo fué la confiscacion: sentencias dictadas por tri-
bunales de su devocion le entregaron los despojos de
un crecido numero de familias. Carlos I, su hijo, dió
algunos pasos más por el mismo camino, levantó con-
tribuciones por su propia autoridad, alistó soldados, y




228 rw LAS FORMAS DE GOBIERNO.
para aligerar el peso de los gastos los alojó en las casa
de los particulares.


Pero mientras la corona trabajaba en crearse rentas.
y fuerzas que le fuesen propias, la nacion , por su par-
te, realizaba progresos que la hacian de cada vez mas
sensible á los abusos y violencias que la aquejaban. Mé-
todos de trabajo mas ingeniosos y fecundos, un comer-
cio mas activo, nuevas luces difundieron por todas las
clases la necesidad de órden y seguridad, y llegó á ser
imposible reunir el Parlamento sin que inmediatamente.
entrase en lucha con la córte. El último de los que con-
vocó Jacobo I exigió el remedio de los males del país, y
declaró que no concederia subsidios sino bajo la condi-
cion de que comisarios elegidos por él habian de recau-
dar su producto y de vigilar su empleo.


Cárlos I no encontró á las asambleas nacionales me-
nos desconfiadas ni mas tratables, y probó á prescindir
de su concurso, cosa posible en tiempo de paz , pero.
que cesaba de serlo desde el momento en que alguna
circunstancia inesperada hacia necesario un aumento de.
gastos. Ilarta ocasión de conocerlo tuvo Cárlos : once
arios hacia que gobernaba solo, cuando una insurrec-
cion en Escocia le obligó á poner un ejército en pié de
guerra; mas como le faltase el dinero, forzoso le fue
convocar el Parlamento, cuya Cámara de los comunes,
se manifestó mas irritada que nunca. En presencia de
un príncipe que no habla ocultado sus pretensiones al
poder absoluto, y cuyos actos habian atestiguado tantas
veces el desprecio de los derechos mas caros á la na-
cion, no guardó ya miramiento alguno: en vez de limi-
tarse á arrebatar á la corona los poderes , cuyo abuso
habia puesto en peligro personas y haciendas, y á so-
meter el ejercicio de la prerogativa á reglas que era


cApírno
229


•dudia de imponer, se apoderó del gobierno mismo, y
puso en entredicho á la corona, no quedando á Cárlos
.que elegir mas que entre dos partidos: abdicar ó pro-
bar la fortuna de las armas. A este último fué al que
recurrió, y su causa no tardó en sucumbir.


De esta suerte se atajó en Inglaterra el curso de las
usurpaciones de la corona. Acaso príncipes mas hábiles
de lo que lo fueron Jacobo I y su hijo hubieran logrado
.conquistar el poder absoluto; pero su triunfo no habria
sido de larga duracion : ya era pasado el tiempo en que
la corona, pugnando por reprimir los excesos de la
:aristocracia territorial, habia debido al afecto del pue-
blo numerosos medios de ensanchar su dominacion (o).
Va obra habia dado sus frutos , y el creciente vuelo de
la civilizacion habla creado y multiplicado intereses , á
•quienes su delicadeza misma hacia cada vez mas ávidos
de seguridad, y tan contrarios á los males nacidos de
la exageración de la autoridad , como á los que emanan


•de su insuficiencia, de donde se originaron los grandes
descontentos provocados por las violencias y las exac-
,ciones de la corona. en la época en que se empellí la
lucha, la nación no hubiera sido bastante fuerte para
-triunfar, lo hubiera sido mas adelante , porque todo, en
el progreso que iba alcanzando, se unia para generali-
zar y vivificar en su seno la necesidad . de garantías efi-


(I ) Es observacion de Bacon que los Tudor. y particularmente Isa••
bel , prestaron al pueblo el servicio de arrebatar á los grandes lo que


-en el ascendiente de esta clase habla de contrario á sus intereses y á
los derechos de la corona. Procedieron, dice Bacon, de suerte y con
la mira de que los hombres, en vez de depender de otros hombres,
no dependiesen mas que del príncipe y de la ley. Works of Frances
Bacon. Observations on a libel , vol. 3, pago 67. Edition de Londres,


• 4 819.




230 DF. LAS FORMAS DE GOBIERNO.
caces contra los padecimientos á que estaba condenada..


En el punto de civilizacion á que habia llegado Ingla-
terra, el despotismo no era ya viable en su suelo. Otras.
naciones han podido soportarle largo tiempo, pero para
las que han crecido en industria y riqueza , no ha tar-
dado en llegar el dia en que han reclamado sin rebozo
su parte de potestad y accion soberanas, y esto es lo'
que de setenta a pios acá ha traido tantas revoluciones,.
que, cualesquiera que hayan sido y puedan ser todavía
sus peripecias , no por eso dejarán de conseguir todas.
su objeto y su término.


CAPITULO X.


DE Los CAMBIOS ocunninos EN LAS MONARQUIAS DE LA EUROPA.
OCCIDENTAL, CONTANDO DESDE LOS TIEMPOS. EN QUE LA CORONA ALCANZÓ-
EN ELLAS SU MAS ALTO GRADO DE POTESTAD SOBERANA.


Las razas del Norte, en la época en que invadieron,
el mundo romano, no eran bastante ilustradas para'
constituir en los Estados que fundaron poderes durade-
ros y regulares. Medio electiva , sometida como los-
territorios sobre que se extendia su mando, á reparti-
mientos hereditarios, la corona no pudo conservar la.
medida de autoridad que necesitaba para llenar su mi-
sion ; preciso le fué asistir á la formacion de una aristo-
cracia territorial que le fue despojando poco á poco de
sus prerogativas, y que á la postre no le dejó mas que•
unos derechos de soberanía por largo tiempo amena-
zados de ruina y próxima extincion.


La corona, empero, volvió en si de su largo desfalle-
cimiento. La necesidad de órden interior y de unidad'.


CAPÍTULO X. 231
nacional vino en su auxilio : cesó de ser electiva y divi-
sible, y mejor constituida logró no solo recuperar los
poderes que habla perdido, sino tambien adquirirlos
mas considerables. Nada atajó su vuelo , y en Francia,
lo mismo que en España, llegó un momento en que sus
voluntades no encontraron mas que impotentes resis-
tencias._


Al cabo las cosas debian tornar otro sesgo. Lo que
tanto 'labia encumbrado á la corona era el bien que
producian sus conquistas: á medida que realizaba otras
nuevas , la aristocracia feudal , mas contenida, se iba
haciendo menos opresora, y las masas populares se ape-
gaban más y más á un poder, cuya proteccion las ayu
daba á mejorar de condicion. Imposible era, sin embar-
go , que la corona conservase eternamente la omnipo-
tencia que habia adquirido: la civilizacion tiene sus exi-
gencias , y las sociedades que avanzan no pueden resig-
narse á soportar largo tiempo la servidumbre política.
-Una instruccion constantemente en aumento, métodos
de trabajo mas variados é ingeniosos , empresas cuyo
logro requiere la asistencia del crédito , las hacen mas
sensibles á las faltas del poder, y la necesidad de seguri-
dad las conduce á querer ser consultadas en el manejo
de los negocios públicos: esto fué lo que en las monar-
quías de Europa preparó conflictos destinados á estallar
tarde ó temprano. Por excesiva que pueda ser su parte
de soberanía, nunca los príncipes están dispuestos á
abandonar la mas mínima parte de ella: á sus ojos es un
derecho que tienen obligacion de trasmitir á sus des-
cendientes tal cual le recibieron de sus predecesores, y
por lo comun toda demanda de concesion los irrita tan-
to más cuanto parece acusarlos de incapacidad en el
cumplimiento de su tarea, con la desgracia además, de




232 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
que todo en las influencias que pesan sobre su ánimo,
tiende á confirmarnos en esa manera de ver y de sentir.
Los príncipes no reinan solos : validos de agentes inter-
medios saben lo que pasa lejos de sus miradas, y muy
pocos hay que no reciban de su inmediato acompaña-
miento las ideas que presiden á sus determinaciones.
En el fondo, allí donde el poder pertenece todo entero
al príncipe, su córte le gobierna , y por medio de él go-
bierna al Estado.


Ahora bien , las córtes tienen intereses que las hacen
ser enemigas (le toda atenuacion de la autoridad real. Si
el príncipe cesase de disponer á su arbitrio de las ren-
tas públicas , no podria ya distribuir tan liberalmente
las gracias , los favores , cuya mejor parte toca natu-
ralmente á los que más se le acercan ; si no fuera la
encarnacion misma del Estado, los servicios de que su
persona es objeto, perderian algo del lustre que realza
su verdadero carácter. Estas consideraciones son deci-
sivas, y en todo tiempo las córtes se han opuesto á las
reformas que los pueblos deseaban con mas fundada
razon.


En nuestros dias se ha visto algunos monarcas abdi-
car el despotismo y llamar ellos mismos á sus súbditos
á compartir la soberanía efectiva. Antes de fines del si-
glo pasado, ninguno de ellos hubiera pensado en seme-
jante cosa. La experiencia no !rabia aun dado sus frutos;
numerosas revoluciones no hablan venido todavía á re-
velar el peligro de las excisiones entre los gobiernos y los
gobernados, y los príncipes, lejos de figurarse que sus
prerogativas pudieran ser excesivas , solo pensaban en
ensancharlas.


En Inglaterra fué donde estalló la primera de las re-
voluciones producidas por las usurpaciones sucesivas


CAPÍTULO X.


233
de la potestad real. Esta potestad no era absoluta, pero
trabajaba por llegar á serlo, y ya la obra estaba muy
adelantada. Cárlos I quiso completarla, para lo cual ne-
cesitaba el apoyo de un ejército ; mas para tener un
ejército, necesitaba dinero, y esto es lo que las asam-
bleas nacionales no querian concederle. Cárlos probó á
prescindir de su concurso, y durante mas de diez años
que gobernó solo , los actos de violencia y de peculado
á que se entregó sin pudor, sembraron en todas las cla-
ses vivos y sérios disgustos, hasta que llegó el momento
en que , creciendo el déficit de su hacienda, no tuvo
mas recurso que convocar un Parlamento. Sus faltas
habian sido demasiado graves para que los mandatarios
de la nacion pudiesen perdonárselas , y no tratasen de
encerrar la autoridad en estrechos é insuperables lími-
tes, con lo que se envenenó el conflicto, y de él salió
necesariamente la guerra civil : la nacion se dividió en
dos bandos; al lado de la corona se pusieron los nobles,
las universidades , la mayoría del clero , las clases que,
satisfechas de una preeminencia adquirida, temian per-
derla ; en contra suya , á la clase media y á los artesa-
nos de las ciudades, á los pequeños terratenientes li-
bres de los campos, á los disidentes en materia de
culto, á las clases dedicadas á las faenas industriales:
por lo que respecta á la alta aristocracia, en ambos ban-
dos contó individuos de su seno, y por largo tiempo se
sostuvo la lucha indecisa.


Sabido es cuál fué su definitivo resultado : Cárlos I
pagó con su cabeza las derrotas que habla sufrido, y su
muerte dejó á los vencedores el cuidado de reorganizar
el gobierno. Difícil era la empresa. Inglaterra, á la ver-
dad , no tenia que temer el estrago de los ódios de cas-
tas y de clases que de ordinario agravan tan grande-




231 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
mente los peligros de las crisis políticas; pero abri-
gaba en su regazo otras causas de discordia dotadas de
formidable energía, En ella abundaban los disentimien-
tos religiosos : varias sectas hablan sufrido persecucio-
nes, y su celo (le resultas habia llegado á ser mas ex-
clusivo. Mientras la victoria permaneció indecisa, sacri-
ficaron algo á la necesidad de la concordia ; pero en
cuanto cayó la monarquía , su antagonismo se manifes-
tó sin embozo. Lo que las dividia no era únicamente la
discrepancia (le las creencias ; no halda una que no pro-
fesase sobre el origen, la esencia , la constitucion de
los poderes públicos, ideas sacadas de las formas bajo'
las cuales funcionaba la autoridad en su propia Iglesia,
y que no reclamase á gritos su triunfo. Las animosida-
des se hicieron de cada vez mas vivas : los independien-
tes, sostenidos por el ejército, arrojaron á los presbite-
rianos del Parlamento , y el golpe dado al cuerpo , en
posesion entonces del gobierno , no hizo mas que au-
mentar el desórden y la confusion.


No hay sociedad en que la anarquía, cada vez que so-
breviene , no haga surgir partidos resueltos á subvertir
hasta en sus cimientos el órden civil y politico: así pa-
saron las cosas en Inglaterra. En una época en que la
exaltacion religiosa era allí general , aquellos partidos se-
constituyeron bajo formas de sectas consagradas al cul-
to de las verdades divinas. Despues de los anabaptistas,
enemigos declarados de toda autoridad mundana, y los
milenarios , que reclamaban el reino (le Dios y de sus
santos, vinieron los niveladores que reclamaban la
igualdad de los bienes: Inglaterra sufría la enfermedad
cuyos gérmenes fomentan en todos tiempos y en todas
partes la envidia á las distinciones de la riqueza y la ig-
norancia entre el mayor número de las condiciones del


CAPÍTULO X.


235
estado social. La ausencia de poderes regulares habia
favorecido su desarrollo, y el peligro se iba agravando.
por chas.


Quedaba, sin embargo, en Inglaterra una fuerza or-
ganizada , vigorosamente disciplinada , hecha á la obe-
diencia y con intereses propios que no estaba dispuesta
á dejar desconocer y atropellar : aquella fuerza era el
ejército. Durante los últimos seis arios el ejército habia
vivido sobre las armas , su sangre habla enrojecido nu-
merosos campos de batalla , y justamente ufano de los
servicios que 'labia prestado , quería continuar bajo las
banderas y seguir cobrando las remuneraciones á que
se creia con derecho- Entre los partidos rivales habia
algunos que pensaban en licenciarle: él lo sabia é inter-
vino en la lucha; su voluntad se sobrepuso á todas y en-
tregó el gobierno á aquel de sus generales que ocupaba,
el primer puesto en su estimacion.


El nuevo gobierno fué dictatorial, siendo por lo me-
nos dudoso que pudiese dejar de serlo. Las guerras civi-
les dejan en pos de sí resentimientos y divisiones por
largo tiempo incurables: hombres que acaban de pelear
bajo opuestas banderas continúan tratándose como ene-
migos en la vida civil. En Inglaterra, el grado de con-
cordia que necesita el manejo de los negocios públicos
habia llegado á hacerse imposible, no solo entre los rea-
listas y los vencedores, sino tambien entre los presbi-
terianos y los independientes. El Parlamento largo sub-
sistia; pero al expulsar á una parte de sus individuos,
habia rasgado el título, en cuya virtud ejercia el poder:
Cromwell no ignoraba cuán grande impotencia pesada
sobre toda nueva asamblea, por lo que se apresuró á
disolver la que todavía funcionaba bien ó mal, y se re-
solvió á gobernar solo. Hasta el fin de sus días Crom-




236 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
well fué árbitro de los destinos de Inglaterra , y bajo su
vigorosa y prudente mano, los partidos fuertemente
contenidos, cesaron de apelar á la fuerza de las armas.


Cromwell no podia tener sucesor. Lo que le habia
levantado por encima de todos era el brillo de sus vic-
torias, el ascendiente que le habian asegurado sobre. el
ejército, la energía con que habla castigado las rebelio-
nes y reducido á los facciosos mas turbulentos: estos
títulos debian extinguirse con él, y su hijo , en efecto,
se apresuró á renunciar á una autoridad que iba á es-
capársele de entre las manos.


Una vez mas se encontró Inglaterra sin gobierno.
El Parlamento largo volvió á reunirse ; el ejército le di-
solvió de nuevo y retoñó la anarquía. Una insurreccion
de los republicanos que fué forzoso sofocar con las ar-
mas, hizo temer la reproduccion de las calamidades de
la guerra civil , y un general querido de los soldados
pudo traer á los Estuardos y restituirles la corona.


La nacion estaba cansada y sin aliento: habia lidiado
por la conservación de sus derechos , y dos veces la
.anarquía habia estado á pique de arrastrarla á su per-
dicion; habia querido limitar las prerogativas de la
corona , y habia caído bajo la dictadura militar ; habia
pedido la libertad religiosa , y bajo el mismo Cromwell
habia sufrido por parte de los puritanos una tiranía que
se habia extendido hasta los actos mas sencillos de la
vida doméstica. La gran mayoría consideró el restable-
cimiento de la monarquía corno una emancipacion , y
Cárlos II fué recibido con arrebatos de júbilo.


Pero las restauraciones traen consigo los gérmenes
.de nuevas tempestades: entregan el poder á un partido
vencido, y este le recobra, no solo con el deseo de
¿asarle en beneficio de la causa que ha sustentado , mas


CAPÍTULO X.
237


con el de vengar su derrota en los que se la han hecho
sufrir. La reaccion, sin embargo, no fué extremadamente.
violenta. Los que habian restablecido la monarquía no
eran los realistas; muchos de sus antiguos adversarios
habian entrado con Monk en la coalicion que acababa de
restaurar el trono, y era preciso guardarles considera-
ciones; había por otra parte en el país cincuenta mil
soldados recien licenciados, y hubiera sido una insen-
satez suscitar en ellos irritaciones que habrian podido
decidirlos á empuñar de nuevo las armas. Cárlos II,
además, no era de carácter propio para sostener una
política agresiva ó rencorosa : incapaz de ódio y de
amor , no pensaba mas que en gozar en paz las delicias
de la grandeza ; su única pasion era la de los placeres,
y los ministros, á quienes abandonaba el cuidado de los
negocios, no podian captarse su confianza sino á condi-
clon de evitarle los disgustos que le habrian molesta-
do si sus actos hubiesen provocado descontentos difíci-
les de apaciguar.


Los principios de su reinado fueron bonancibles ; no
así su fin. lin la época de su regreso nada se habia he-
cho para regular los derechos de la corona y prevenir
los conflictos que su incertidumbre ocasionaba : unos
cuantos arios de reposo bastaron para despertar en el
país necesidades de libertad que aumentaba sin tregua
el desarrollo de la actividad industrial, y á parlamen-
tos de una docilidad servil sucedieron otros menos dis-
puestos á inclinarse ante las voluntades reales. El senti-
miento dominante en Inglaterra era el ódio al papis-
mo : Cárlos , rehusando asociarse á él , disminuyó el
número de sus amigos, al paso que le valieron la adqui-
sicion de otros ciertas concesiones arrancadas por la
necesidad que tenia de dinero. Inglaterra atravesaba




238
DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


entonces uno de esos períodos que acarrean las largas
tormentas políticas: oscilaba entre el temor de las de-
masías del poder y el de caer nuevamente en la anar-
quía, y cualquiera que fuese el lado de donde viniesen
actos capaces de sembrar borrascas, se declaraba en
contra de sus autores. Todos los partidos fracasaron
sucesivamente en las empresas hostiles que intentaron,
y en la época en que murió Cárlos II, las conspira-
ciones de sus adversarios acababan de devolverle el as-
cendiente de que le habian privado la falta de sus par-
tidarios.


Un poco de buen sentido y nada más, habría bastado
á su sucesor para consolidar su propio gobierno. Las
altas clases temian demasiado los sacudimientos revolu-
cionarios para no dar apoyo al poder, y las rebeliones
de los duques de Montmouth y de Argyl, fácilmente so-
focadas, dieron una prueba de ello: un poco de genero-
sidad en el uso de la victoria ludida ejercido una favora-
ble reaccion en los ánimos ; pero Jacobo fue implaca-
ble, y la crueldad que desplegó en sus venganzas , di-
fundió por todas las clases la indignacion y el ódio.


Lo que él queda era el poder absoluto, y lo queda
sobre todo para acabar con el protestantismo : católico
mogigato, no comprendió que la obra era imposible, y
la llevó adelante , sin embargo, con la mas ciega obsti-
nacion, llegando en breve á tener á todo el mundo en
contra suya , clero , aristocracia , pueblo , sin que él lo
echara de ver.


Tal era, empero, la postracion de los ánimos y de las
voluntades en Inglaterra ; que la caida de Jacobo no fué
la obra de un levantamiento nacional: los hombres mas
resueltos entraron en negociaciones con Guillermo de
Orange , su yerno , y le invitaron á trasladarse á In-


CAPÍTULO X. 239
glaterra. Guillermo desembarcó seguido de quince mil
hombres, y Jacobo , abandonado de todos , fué á buscar
un asilo en país extranjero.


El trono estaba vacante: una asamblea nacional le
confirió á Guillermo y á su esposa María , y al mismo
tiempo declaró inhábiles para ocuparle á los hijos naci-
dos del segundo matrimonio de Jacobo.


Del advenimiento de Guillermo y de María data para
Inglaterra una nueva era. Repetidas colisiones y crisis
intestinas de larga duracion , habian acabado por mos-
trar á qué condiciones porfia apaciguarse la tempestad,
y el óilt de los derechos vino á reanudar entre la corona
y la nacion los vínculos , cuyo rompimiento habla sido
tan funesto para ambas. So se restableció, empero, la
calma de repente: los partidos no se someten de seguida
á las derrotas que experimentan , antes conservan largo
tiempo ilusiones que los extravian, y es raro que la es-
peranza del triunfo no los haga descender, en cierta
manera inconscientemente, al papel de enemigos de la
cosa pública. Los jacobitas no se limitaron á sus-
citar, á un gobierno que detestaban, tropiezos y di-
ficultades que pesaron fatalmente sobre la marcha gene-
ral de los negocios, el extranjero los tuvo por cómplices
en cuanto emprendió contra su propio pais. En I7/5,
en lo mas recio de la guerra de sucesion de Austria,
todavía estaban solicitando de Francia el envio de tro-
pas, á cuya cabeza el nieto de Jacobo II intentó una
expedicion que , á haber triunfado , habria hecho bajar
á Inglaterra del alto rango que acababa de alcanzar.
Cerca de sesenta arios hacia entonces que vivian los Es-
tuardos en el destierro, y mas de ciento eran pasados
desde que se dió la primera batalla entre los ejércitos de
Cárlos I y los que peleaban en nombre del Parlamento.




210 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
A contar de la revolucion de 1668, sin embargo , el


gobierno parlamentario ganó definitivamente el pleito
en el suelo británico: la poblacion 'labia entrado en po-
sesion legal de derechos que, no solo le aseguraban su
conservacion, mas la ponian en estado de ensanchar
cada vez más la parte de soberanía efectiva, cuyo ejer-
cicio habla recobrado definitivamente.


Esto es lo que ha levantado tan alto la fortuna de In-
glaterra. Asociada á su propio gobierno, deliberando y
votando por medio de mandatarios de su eleccion cada
vez que uno de sus intereses estaba en juego. Arbitra
de su suerte en todo, la nacion ha adquirido en poco
tiempo con las dotes intelectuales y morales que re-
quiere la vida política, las que crean la prosperidad in-
terior. Ninguna otra en Europa, si se exceptúa Holanda,
ha realizado tan rápidamente progresos tan considera-
bles: inteligencia de los negocios, habilidad en el empleo
de las fuerzas , mejoras legislativas, riqueza y poderío,.
la libertad cuerdamente regulada, le ha ciado todo lo que
hace florecer las sociedades humanas. Y no porque
no encerrase en su seno numerosos y terribles gér-
menes de discordia; pero merced al principio mo-
nárquico, las ambiciones personales encontraban lími-
tes insuperables. y no les era dado poder imprimir á
aquellos gérmenes una actividad fatal á la paz pública.


En la época misma en que Inglaterra se sublevaba
contra los ataques que Carlos I dirigia á sus libertades,
la corona en Francia completaba la conquista del poder
absoluto. Lo que se la habla facilitado era el fracciona-
miento de la nacion en clases, entre las cuales la des-
igualdad de los derechos imposibilitaba toda concordia
política, razon por la cual se guardó muy bien de tocar
á un estado de cosas que habria asegurado el curso de sus


CAPÍTULO X.
211


victorias. Tanto como se dedicó á extinguir en las pro-
vincias los últimos restos de las antiguas franquicias,
otro tanto cuidado puso en conservar todas las distincio-.
nes que separaban las poblaciones en castas enemigas
unas de otras, sistema que le parecia aconsejado por la
experiencia ; mas lo que ignoraba al consagrarle es que
las sociedades no son estacionarias , y que su progreso
trae inevitablemente tiempos en que las iniquidades
cada dia mas fecundas en padecimientos públicos, aca-
ban por labrar la ruina de los poderes que las dejan
subsistir.


La monarquía absoluta en Francia no tuvo en reali-
dad mas que medio siglo de esplendor y grandeza. A
los triunfos de la primera mitad del reinado de Luis XIV
sucedieron crueles reveses, y pronto empezaron á acu-
mularse los apuros, bajo cuyo peso debia al cabo su-
cumbir un gobierno á quien el régimen mismo que con-
sideraba indispensable á su propia conservacion ponia
en la impotencia de remediar aquellos males.


Las sociedades que avanzan no pueden continuar
prosperando bajo el despotismo, y Francia, á menos de
pararse en el camino de la civilizacion, habria acabado
siempre por reclamar la reforma de una constitucion
política que la entregaba al azar de las regias veleida-
des, Se engañaria, sin embargo, quien viese en la ne-
cesidad de libertad política el principal móvil de la re-
volucion que estalló en 1789; lo que movió mas enér-
gicamente á los pueblos fué una necesidad de igualdad
debida á los numerosos y crueles padecimientos que los
privilegios de la nobleza y del clero imponian á las ma-
sas sociales.


Rabia habido tiempo en que aquellos padecimientos,
aunque muy reales, se habian sobrellevado con pacien-


FORMAS DE GOBIERN0,-16




212 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
cia. Las clases sobre las cuales habla pesado la servi-
dumbre estaban todavía abrumadas bajo el doble yugo
de la ignorancia y de la miseria ; sufrian los rigores de
su condicion sin discernir claramente sus causas, sin
imputar lo cine tenian de excesivo á la parcialidad de
unas leyes cuyo alcance é injusticia no comprendian.


En el transcurso del décimooctavo siglo todo cambió
en este punto. La civilizacion realizó numerosas con-
quistas: con un mayor bienestar vinieron nuevas lu-
ces, y los vicios de las instituciones aparecieron á las
miradas menos penetrantes. Los moradores de los cam-
pos y de las aldeas llegaron á discernir claramente el
dalo que les hacían , así las inmunidades de los órdenes
privilegiados en materia de impuesto, como las diversas
cargas á que se hallaban sujetos en beneficio de los se-
ñoríos territoriales , y poco á poco fueron cundiendo y
agravándose entre ellos irritaciones cada vez mas vivas.


Iguales efectos producían las demás prerogativas de
la nobleza. El estado llano se !labia elevado á bastante
altura para que aquellas prerogativas le lastimasen en
sus intereses: ya contaba ella en su seno crecido nú-
mero de hombres en posesion de los beneficios de la
riqueza y de la educación , pero á quienes estaba ve-
dado sacar partido de ellos segun sus propias conve-
niencias : solo á los caballeros pertenecia el derecho de
llevar la charretera y obtener los honores que recom-
pensaban los servicios militares ; nada podia abrir á los
plebeyos el acceso de gran número de carreras que se
sentían capaces de recorrer con acierto. Semejante ré-
gimen era fecundo en irritaciones continuas : por una
parte heria profundamente á aquellos á quienes conde-
naba á una incapacidad bochornosa, por otra fomentaba
en aquellos á quienes favorecia un orgullo de casta, cu..


CAPÍTULO X.
243


yas frecuentes manifestaciones no cesaban de atizar re-
sentimientos ya antiguos y profundos.


Se acusa á la filosofía del siglo XVIII de haber pro-
vocado el desprecio sobre las tradiciones y las creen-
cias mas dignas de respeto, y cierto que la acusacion es
'fundada en parte; pero una cosa que no hay que olvi-
dar es que aquella filosofía no fué mas que un fruto na-
tural de la atmósfera en que nació. Es efecto inevita-
ble de las injusticias sociales, siempre que la autoridad
las cubre con su sancion , imprimir á las ideas una di -
xeccion fecunda en desatentados y subversivos descar-
ríos. ¡ Recordemos lo que era Francia bajo el reinado
de Luis XV! Al pié de la escala un pueblo privado de
todo derecho, miserable objeto de todas las arbitrarie-
dades, devorado por la miseria , temblando siempre
ante las exigencias del fisco, temblando Cambien ante
las de los señores cuyas tierras cultivaba, reducido á
esconder los ahorros que tercia verse arrancar por
peco que pud iese sospechársele de haber logrado sacar
de sus sudores algo mas de su cuotidiano sustento; un
poco mas arriba clases libres de enriquecerse, pero no
de salir de su condicion , sometidas á reglamentos que,
haciendo á las más de las industrias patrimonio exclusi-
vo de gremios cerrados, atajaban su vuelo y no dejaban
.á los pobres la facultad de elegir su género de trabajo;
encima, y grandemente separados de la muchedumbre,
Ordenes engreidos con sus inmunidades y privilegios, y
<pie los clefendian con obstinacion en lo que tenian de
mas opresivo, de mas perjudicial á los intereses de to-
dos, por poco provecho pecuniario que sacasen de
ellos; por último, en la cima, el mundo oficial de los
dignatarios de la Iglesia y de la córte, los altos persona-
jes del Estado, ostentando un desenfrenado lujo, y dispu-




211 DE LAS FORMAS DE GOflIERNO.
tánclose las liberalidades y los favores de un amo á quien,
perpetuasnecesidades de dinero asociaban á las mas.
vergonzosas especulaciones. Cierto que los magnates
distaban mucho de rescatar con la dignidad de su con-
ducta el vicio de las instituciones cuyo provecho reco-
gian, y natural era que el espectáculo de tales iniquida-
des y de tamarias corrupciones suscitasen en gran núme-
ro de generosos ánimos las rebeliones que los arrastra-
ron mas allá de los caminos de la razon y de la verdad..


Como quiera, el pensamiento popular y la filosofía.
del siglo xviii concordaron en un punto esencial, en el.
ódio al régimen establecido y en el deseo de alcanzar
su reforma.


Con tanto mayor fuerza debian obrar estos senti-
mientos cuanto que todo, en el curso natural de las co-
sas, tendia á vivificar su formidable vuelo. Los prínci-
pes absolutos ponen difícilmente coto á sus caprichos,
y Luis XV no habia sido menos pródigo que su prede-
cesor; pero aun suponiendo que uno y otro hubiesen
mirado por los caudales públicos, la situacion rentística
habria acabado por hacerse muy crítica. Francia avan-
zaba en civilizacion, y poco á poco se multiplicaban las
necesidades á que el Tesoro tenia que proveer. Esta
inevitable efecto de todo progreso social carece de in-
convenientes por lo comun, porque con las nuevas ne-
cesidades viene naturalmente un aumento de la riqueza
pública , que permite hacerles frente ; pero en Francia
no sucedió así : como las clases privilegiadas, no solo no
pagaban contribuciones, mas disfrutaban derechos cuyo.
producto recaudado por ellas amenguaba mucho el
campo abierto á las exacciones del fisco, la materia im-
ponible , por mas que aumentase gradualmente ,
pudo suministrar todos los recursos de que el Estado.


CAPÍTULO 215
tenia absoluta necesidad, y el déficit no cesó en ir en
aumento.


La necesidad de elevar los ingresos al nivel de los
gastos redujo al gobierno á una situacion lamentable.
Faltábale el dinero, y no podia proporcionárselo sino
bajo condiciones conducentes á agravar los desconten-
tos que ya existian. Unas veces recurria á empréstitos
usurarios , á bancarrotas parciales , á medidas de des-
pojo, y estos vergonzosos arbitrios hacían pesar sobre
él un descrédito fatal ; otras veces se dirigia á los con-
tribuyentes ; pero cada agravacion del impuesto, au-
mentando la irritacion debida á la injusticia de las in-
munidades de que gozaban las clases mas ricas, acababa
•de hacer subir hasta la autoridad real los ódios que sus-
citaba un régimen que no queda alterar en nada.


Llegó, empero, un dia en que el mal pareció deber
pararse. Luis XVI acababa de subir al trono ; era un
príncipe de costumbres puras , amigo del bien, compa-
decido de los padecimientos de sus vasallos y sincera-
mente deseoso de remediarlos.


Evidentemente no habia mas que un medio de con-
seguirlo, y era la sumision del clero y de la nobleza á
las obligaciones comunes en materia de cargas públi-
cas. Por este medio, la carga, pesando sobre todos, se
babria aligerado para los que hasta entonces la habian
soportado solos : el Estado babria encontrado recursos,
y no hubiera tardado en desaparecer con ello un ma-
nantial de peligrosas animosidades. Un hombre de bien,
iliachault d'Arnouville habia propuesto el empleo par-
cial de este remedio veinte arios antes, y no consiguió
hacerle aceptar. Turgot , mas ilustrado y resuelto toda-
vía , quiso á su vez aplicarle de una manera mas atre-
vida, y tampoco fué mas afortunado.




246 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
Seguramente Luis XVI deseaba el bien ; en todo susz


intenciones eran excelentes, y empezó por prestar á su;
ministro un apoyo franco y sincero ; pero habria nece-
sitado una dosis de genio, con que la Providencia no.
dota mas que á un cortísimo número de elegidos, para
dejar continuar una obra contra la cual conspiraban to-
dos los poderes que, en las monarquías absolutas, tie-
nen su puesto al lado del del príncipe, y casi siempre
acaban por supeditarle.


En Francia, aquellos poderes eran la córte y los par-
lamentos. Frecuentemente surgian disgustos entre ellos;:
pero uno y otro detestaban igualmente las innovacio-
nes, especialmente las que amenazaban amenguar las.
distinciones de castas y de clases, y las rechazaban con
igual tenacidad.


Por parte de la córte no habla cosa mas natural. La
córte se componia de los grandes personajes del reino,
de los jefes del clero y de la nobleza, y era muy senci-
llo que en las cosas del órden político se aconsejasen de
sus particulares intereses: así estaban firmemente asi-
dos á la conservacion de las inmunidades y de los privi-
legios; tocar á ellos era en su sentir tocar al arca santa,
al paladion del Estado, llevar á su ruina un trono que-
la confusion de las clases y de las condiciones dejaria,
infaliblemente desmantelar, y solo y aislado en frente-
de la turbulencia y agresivos impulsos de las masas po-
pulares.


En igual lenguaje se expresaban los parlamentos. Ea-
bian estos prestado grandes servicios: la unidad nacio-
nal era en parte obra suya, y la corona les debla las-
más de aquellas de sus conquistas que habian sido real-
mente provechosas al interés general ; pero en el si-
glo XVIII los parlamentos no trabajaban ya mas que ea


CAPITULO X. 217
extender su importancia propia, y sus pretensiones ha-
bian llegado á ser una causa de apuros, y á veces hasta
de peligros.


Acaso no se daban cuenta á sí mismos del fin á que
parcelan dirigirse ; pero todo en su actitud y sus actos
denotaba el designio de reducir el gobierno á aceptar su
tutela. El arma de que se valían era el derecho de re-
presentacion , derecho que los parlamentos hablan em-
pezado á atribuirse desde el décimoquinto siglo : cuan-
do un edicto les parecia contrario á los intereses del
Estado, se negaban á inscribirle en sus registros, y no-
tificaban á su autor los motivos en que se fundaba su
determinacion; de aquí entre ellos y la corona contes-
taciones á que Luis XIV puso término definitivamente
por medio de una declaracion que prohibió á los parla-
mentos hacer objecion alguna contra los actos y prag-
máticas emanadas de la voluntad real. En 1715 se de-
volvió á los parlamentos el derecho de representador',
del cual no tardaron en hacer el mas incómodo uso.


Por lo comen, todo cuerpo, toda agregacion de hom-
bres que aspira á ensanchar el puesto que le corres-
ponde en el Estado, emplea un proceder cuyo logro es
casi siempre seguro, y que consiste en erigirse en cam-
peon de los intereses mas generales , en órgano de los
deseos y de los agravios de las masas. Los abusos, las
injusticias nacidas del egoismo de los gobiernos, tienen
en él un declarado adversario, y la popularidad que ad-
quiere no tarda en darle las fuerzas que necesita para
realizar sus designios.


Los parlamentos hicieron cabalmente lo contrario: lo
que cubrieron con su proteccion fué la desigualdad de
los derechos , con toda la secuela de iniquidades socia-
les que arrastraba en pos de sí. El de Paris , que daba




24 8 DE LAS FORMAS DE GORIERNO.
el tono á los demás, no se cansó de defender, hasta en
lo que tenia de mas opresivo y desacreditado, los privi-
legios de los dos primeros órdenes, y cada vez que el
gobierno probó á corregir su exorbitancia, encontró
negativas de. inscripcion en los registros y vivas repre-
sentaciones.


Sin duda alguna, el espíritu profesional tuvo su parte
de influencia en la conducta del parlamento. Los magis-
trados, por mas ilustrados que sean, se resisten siem-
pre un poco á considerar defectuosas las leyes de cuya
aplicacion están encargados. Les repugna admitir que
la ciencia, que laboriosamente han adquirido, pueda pe-
car por algun punto; que las decisiones que han dictado
hayan podido no ser todas conformes á las verdaderas
prescripciones de la justicia y de la razon; pero lo que
resulta incontestable es que al defender la causa de las
altas clases, el parlamento defendia la suya. La venali-
dad de los oficios habia alterado profundamente su com-
posicion original : haciendo del derecho de juzgar una
propiedad transmisible á merced del detentor, habla
traido la formacion de familias posesionadas de todas
las ventajas de la opulencia y de la nobleza. Sus indivi-
duos compraban señoríos , percibian los tributos feuda-
les anejos al dominio, titulaban á aquellos de sus hijos
á quienes no destinaban á la carrera parlamentaria , y
sus intereses no se diferenciaban en nada de los que
movian á los órdenes privilegiados.


Desde el momento en que Turgot anunció la inten-
cion de arrebatar á las clases privilegiadas aquellas de
sus prerogativas cuya conservacion contribuia más á
los padecimientos del pueblo y á la penuria del Te-
soro , el parlamento le trató como á enemigo á quien
era preciso darse prisa á derribar. Trabajo cuesta hoy


CAPÍTULO X.


249
comprender la violencia de su lenguaje y la singulari-
dad de los asertos que contienen sus representacio-
nes (1 ), y á los ataques del parlamento se unieron los
de la servidumbre misma del rey, en términos que
Luis XVI acabó por mirar á Malesherbes y Turgot
como á innovadores extraños al arte de gobernar : el
primero se retiró antes de haber recibido la órden de
dejar los negocios; Turgot esperó su destitucion, y no
tardó en obtenerla.


Se ha dicho que con un poco mas de arte y de mira-
miento hacia las ideas y las cosas de su tiempo, Turgot
habria podido contener la oposicion que encontraron


(1 ) Turgot quería conservar. corrigiéndola, la obra del canciller
Maupeou , y se habia opuesto á la nueva convocacion del parlamen-
to; y de aquí contra él vehementísimos enconos. El parlamento, sin
embargo, trabajando contra él, no hizo mas que renovar con mayor
acrimonia sus anteriores manejos contra todos los contralores gene-
rales, de quienes suponia que pensaban en abolir algunas de las
exenciones pecuniarias de que gozaban los órdenes privilegiados. Las
representaciones que redactó, con ocasion del edicto sobre la servi-
dumbre personal (la corvée), son curiosas por cuanto demuestran
hasta qué grado de violencia y de ineptitud pueden conducir á hom-
bres de entendimiento cultivado, el orgullo de casta y el egoismo de
los intereses privados. En ellas es donde se encuentra la declaracion
que ha llegado á ser famosa , de que el pueblo no tiene mas mision en
la tierra que la de servir y pagar, y que esta es la única parte de la
Constitucion que el rey no puede alterar. En la misma época, el par-
lamento persiguió con ardor todas las publicaciones desfavorables á
la conservacion de los derechos feudales. El libro de Boncerf fue con-
denado á ser quemado por mano del verdugo; ahora bien , aquel li-
bro se limitaba á seóalar los inconvenientes anejos á los derechos
feudales, los obstáculos que oponian á los progresos de la agricultura,
y luego aconsejar á los señores que procurasen una avenencia con
sus terratenientes acerca de ellos, mediante una suma de dinero, y á
la corona que protegiese esta clase de transacciones, dando el ejemplo
en los estados de su pertenencia.




250 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
sus planes; pero esto es desconocer cuál era el estado
de los ánimos en 1774. A ningun hombre era dado en-
tonces, por mas habilidad que hubiese desplegado en
palabras ó en obras, llevar á los órdenes privilegiados
á hacer á las necesidades del Estado el sacrificio de la
mas mínima parte de sus prerogativas. El destino de
los contralores-generales 'labia llegado á ser fatal: si no
hacian nada para realizar mas amplios recursos , crecia
el déficit, se agravaban los apuros y calan acusados de
debilidad é ineptitud; si por el contrario buscaban nue-
vas fuentes de rentas, érales preciso caminar derecho á
la reduccion de las exenciones pecuniarias de las altas
clases, y calan abrumados por los manejos de la córte
y las estrepitosas representaciones del parlamento; tal
habla sido la suerte de los trece últimos predecesores
de Turgot, y tal fué la de. sus siete sucesores : todos
ellos en el fondo no tuvieron que escoger mas que su gé-
nero de caida.


Turgot llevó al ministerio una conviccion que sostuvo
su valor. Su intendencia de Lirnoges le 'labia ilustrado
en punto á lo inminente de los peligros que iban aglo-
merándose con rapidez, y sabia que no quedaba mas
medio ' le conjurarlos que el de plantear grandes y enér-
gicas reformas, conviccion de que procuró hacer par-
tícipe al rey, sin cuyo apoyo sus obras no podian tener
probabilidad alguna de éxito; mas cuando aquel apoyo
que había obtenido un momento llegó á faltarle, se re-
tiró anunciando tristemente cuál iba á ser la suerte del
desgraciado príncipe á quien no 'labia podido arrancar
á la influencia deletérea de su corte (I).


( 1 ) Turgot pronunció estas palabras : El destino de los príncipes
conducidos por sus cortesanos , es el de Carlos I.» La carta que es-


CAPÍTULO X.


251
La caida de los únicos ministros que habian trabajado


sériamente por libertar á la monarquía de los males,
que la devoraban, puso en evidencia una fatal verdad:
el gobierno no pocha ya reformarse por sí mismo; los
intereses, cuya preponderancia soportaba , no se lo
consentian, y estaba condenado á sucumbir víctima del
egoismo de aquellos cuyos consejos prevalecian en su
seno. Tal fué, con efecto , su destino. En 1789, trece
arios despues de la calda de NIalesherbes y de Turgot , el
Tesoro se vió completamente exhausto , y la corona en
tan desesperado trance , no tuvo mas arbitrio que lla-
mar al país en su socorro , lo cual valia tanto como
confesar las culpas de lo pasado, y entregar el porvenir
á las tempestades que se habla dejado formar.


Si algo demuestra hasta qué punto la córte 'labia per-
manecido extraria á la inteligencia de las mudanzas ocur-
ridas en el estado de los ánimos, es su actitud en el mo-
mento en que convocó á los Estados generales. Nada
absolutamente estaba preparado para dar satisfaccion á
los deseos de que iba á ser órgano aquella gran asamblea
que acababa de reunir con la esperanza de obtener de-
ella los medios de enjugar el déficit del Tesoro y de
verla inclinarse respetuosamente ante la declaracion de
la voluntad del rey, ni tampoco para contenerla por
medio de concesiones prudentemente mesuradas ; así
fué que la asamblea no titubeó en apoderarse del poder
constituyente, y la revolucion comenzó su inevitable
carrera.


Jamás, en ninguna parte y en pais ninguno, se habian
encontrado cara á cara fuerzas de tan decidido antago-
cribió á Luis XVI al salir del ministerio, manifiesta igualmente de-
qué naturaleza eran las inquietudes que le inspiraba el porvenir y
esfuerzos que hizo para comunicárselas al rey.


1




25d DE L4S FORMAS DE GOBIERNO.
nismo. De un lado, una corona nutrida de las máximas
del despotismo monárquico . sin haber nunca todavía
practicado otras, y á quien era difícil, si no imposible
no considerar toda reduccion de su autoridad como aten:
tatoria á su dignidad y á sus derechos ; del otro , una
asamblea resuelta á renovarlo todo en el estado social y
político , pero desnuda de experiencia y procediendo
bajo el impulso de principios, entre los cuales hacia
muchos que, cualquiera que pudiese ser su valor teóri-
co, no podian cuadrar á un país en el que largos siglos
de servidumbre 'minan sembrado numerosas dolencias
intelectuales y morales. Por otra parte, en las ciudades
y en los campos dos poblaciones completamente enemi-
gas : la una, investida del dominio , acostumbrada á
ejercerle, y firmemente adherida á las instituciones que
se le aseguraban ; la otra, la masa misma, harta de los
padecimientos y de las humillaciones á que vivia conde-
nada y que hacia extensivo á los que de ellos sacaban
provecho el ódio con que miraba los privilegios. Una
vez empdada la lucha entre elementos tan poco con-
ciliables , debia encender pasiones subversivas y provo-
car largas y terribles tempestades.


Dos grandes obras á la par tenia que llevar á cabo
la Asamblea constituyente: la una social, la otra políti-
ca : la primera era la mas fácil. Derribar y demoler
hasta que no quedase rastro de ellas las rancias distin-
ciones de castas y de clases, esto es todo lo que exigía, y
unos cuantos decretos expedidos á la ligera, bastaron
para consumarla. La Asamblea sin embargo , hizo más
todavía. Depositó en las leyes destinadas á regir el órden
civil principios de incontrastable verdad , eternos ci-
mientos del derecho entre. los hombres, y ante los cua-
les debian estrellarse, andando el tiempo, todos los ata-


CAPÍTULO X. 251
ques de que fueron objeto. Tal es el gran servicio que
prestó al mundo y derramó bajo sus trabajos una gloria.
imperecedera.


La segunda de aquellas obras presentaba, por el con-
trario, innumerables dificultades. Improvisar una cons-
titucion, efectuar de un solo golpe , en el seno de una
monarquía absoluta , una reparticion de la soberanía
que venga á asegurar á una nacion, extraila hasta en-
tonces á la vida política, toda la medida y nada mas
que la medida de libertad de que es capaz, obra es que
no podia llevarse á buen término en un país donde se
verificaba de repente y al mismo tiempo una revolu-
cion social. Dominada por los recuerdos de lo pasado,
viendo con cuánta repugnancia se prestaba la córte á
las innovaciones , la Asamblea no creyó poder debilitar
demasiado la autoridad real, y el edificio que constru-
yó se vino abajo al primer embate.


No hay para los príncipes, á quienes una revolucion
viene á privar de prerogativas cuya conservacion han
reclamado, mas que un partido prudente, y es el de
abdicar. Esos príncipes son unos vencidos que no pue-
den aceptar dignamente las condiciones que se les im-
ponen: sometiéndose á ellas, se rebajan sin provecho
para su causa; nadie cree en su sinceridad, y las des-
confianzas que los acosan se convierten para ellos en
nueva causa de humillaciones y peligros.


Muy otra es la situacion de su sucesor. El nuevo
pacto ha avanzado la hora de su reinado ; no tiene
ni cortapisa que soportar, ni pasado con qué rom-
per, y sobre él no pesan las irritaciones nacidas de un
conflicto , en el que no se ha empeñado personal-
mente.


Resignándose á conservar unos poderes, cuya dismi-




DE LAS FORMAS DE COBIERNO.


nucion le llegaba al alma, Luis XVI cometió una falta
irreparable. Se le acusó de hacer traicion á los intere-
ses confiados á su custodia, en secreta complicidad


con
los enemigos del buen órden de cosas, y el gobierno de
.que era jefe no tardó en sucumbir.


Bajo los mas tristes auspicios vino la Convencion á
.reemplazar á la Asamblea legislativa y á proclamar la
República. El estado de Francia parecia desesperado: la
:anarquía habia llegado á su punto, y los espantosos crí-
menes cometidos en Paris hablan Suscitado otros se-
mejantes en las provincias. Numerosos ejércitos ene-
migos habian invadido el territorio nacional ; muchos
franceses peleaban en sus filas: la guerra civil habla es-
tallado en el Oeste; dinero , municiones, armas , todo
faltaba ; el hambre hacia estragos; los servicios públicos
estaban desorganizados; la Convencion se apoderó del
,gobierno , y pronto se doblegó todo bajo su terrible y
fatal autoridad.


Vanamente se querria no ver en los sangrientos ex-
cesos de la época convencional mas qué un fruto del
delirio infundido en los ánimos por la fatalidad de las
circunstancias. Un gobierno degollando por sistema, de-
-cretando metódicamente proscripciones y suplicios en
masa, buscando su punto de apoyo en el ultraje á los
-derechos , á los sentimientos mas sagrados de la huma-
nidad, cosa es que no se habia visto todavía ni en tales
proporciones, ni bajo tan detestables formas. Fuerza es
reconocerlo: el reinado del terror denota, así en los
.que le organizaron, corno en los que á él se sgmetieron,
una de aquellas perversiones del sentido moral que no
se producen en un momento ; su causa debla encon-
trarse en las profundidades de lo pasado, y con efecto,
-esa causa no era otra mas que la accion deletérea de las


CAPÍTULO X. 255
rencorosas rivalidades que la desigualdad de los dere-
chos habia sembrado entre las diferentes clases de la
poblacion. Cuanto más habia adelantado la civilizacion,
más se habia agravado el mal, y durante los arios que
precedieron á la convocacion de la Asamblea constitu-
yente, numerosas causas habían contribuido á aumen-
tar su intensidad.


Seguramente que de todas las formas de gobierno po-
sibles la peor es la que confiere á una sola Asamblea el
completo ejercicio de la soberanía: lo que constituye es
la omnipotencia de un partido, y una omnipotencia que
pronto degenera en tiranía. El partido que obtiene la
mayoría no la conserva sino á costa de luchas sin tre-
gua renacientes , tiene delante de sí adversarios cuya
oposicion le irrita , y es raro que el deseo de hundirlos
no le arrastre á actos de violencia.


La Convencion tuvo la particularidad de caer bajo el
yugo de la minoría de sus propios individuos. Tenia su
asiento en Paris, entregarla á los ataques de una faccion
que disponia de los brazos de la muchedumbre: los Ja-
cobinos y la municipalidad (la commune) en la que rei-
naban. lanzaban sangrientas hordas que acudian arma-
das á sostener á los amigos que contaban en su seno é
imponerle sus voluntades ; así se constituyó la singular
y desapiadada tiranía de una Asamblea, á quien el mie-
do redujo á servir de instrumento é furores de que su
mayoría no participaba. Abandonó á sus dominadores
la cabeza de Luis XVI y de la reina, les sacrificó aque-
llos de sus individuos á quienes se empdiaron en poner
fuera de la ley, y solo por obedecerlos expidieron de-
cretos, monumentos de demencia y de crueldad, cuyas
víctimas cayeron á millares bajo el hacha de los ver-
dugos.




156 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
La sangre embriaga á los que la derraman ; pero á la


embriaguez sucede el cansancio , y llegó un momento
en que entre los fautores del terrorismo hubo algunos
en cuyo corazon penetró un vivo arrepentimiento, con
lo que tuvieron principio entre ellos y sus cómplices
disentimientos que prepararon la derrota del partido.
Los terroristas que quisieron los primeros atajar el cur-
so de las ejecuciones sucumbieron; pero su muerte
misma llegó á ser una nueva causa de discordias: sus
amigos se sintieron en peligro, invocaron el apoyo de
los moderados, y el 9 termidor trajo con el fin del ter-
ror una reacciou que ya no debia pararse. La Conven-
cion arrastró durante quince meses todavía una lángui-
da existencia : los proscritos á quienes se habia arro-
jado de su seno volvieron á ella; fuéle preciso defen-
derse contra las nuevas agresiones de la faccion jaco-
bina y contra los manejos de los reaccionarios. Habia
hecho una Constitucion locamente demagógica , é hizo
otra mas practicable ; pero haciendo audazmente trai-
cion al principio mismo en cuyo nombre habia inmo-
lado tantas víctimas , impuso á la nacion la obligacion
de elegir los dos tercios de sus nuevos representantes
entre sus propios individuos.


La Convencion ha dejado una memoria á la que nada
puede lavar de las manchas que la cubren. Cierto que
durante su reinado se hicieron grandes cosas; pero el
régimen sanguinario de la época no hizo mas que com-
prometer su definitivo planteamiento. Lo que prestó á
Francia las fuerzas que necesitaba para hacer frente á
las tempestades que la asaltaron fué el entusiasmo ex-
citado por la completa abolicion de los numerosos res-
tos de servidumbre que conservaban antes de 1789, las
inmunidades y prerogativas de los órdenes privilegia-


CAPÍTULO X.
- 257


dos. El plebeyo, libre por fin de elegir su carrera y de
elevarse á todas las distinciones del estado social, el vi-
llano á quien la calda de los derechos feudales y del ré-
gimen señorial emancipaba de una multitud de trabas,
de humillaciones y gravámenes pecuniarios, igual ya
ante la ley á sus antiguos dominadores , experimenta-
ban una inmensa alegría, y no 'labia sacrificios ni peli-
gros á que no estuviesen prontos á someterse , por de-
fender unas conquistas cuyo gran valor conocian por
completo.


La guerra extranjera fué lo que permitió á los indi-
viduos de la Convencion forzarla á doblegarse bajo su
sanguinario yugo. Atacada por una formidable coali-
cion, la nacion no podia prescindir de poderes que cen-
tralizasen sus fuerzas; pero en cualesquiera manos en
que hubiera estado el gobierno, habria peleado con la
misma energía. Las violencias de la Convencion en nada
acrecentaron ni los recursos militares ni el ardor pa-
triótico que la salvaron : lejos de eso, aquellas violen-
cias crearon mas obstáculos de los que removieron,
por cuanto provocaron en lo interior una parte de las
insurrecciones que estallaron en las ciudades del Me-
diodía.


No paró aquí el daño causado por la Convencion. Por
largo tiempo el recuerdo de las matanzas y de las con-
fiscaciones que habla decretado pesó sobre los ánimos,
y la libertad politica pagó la pena de los atentados co-
metidos en su nombre : vejase á los partidos prontos á
despedazarse de nuevo, y Francia invocó con sus votos
un poder bastante fuerte para defenderla de sus ex-
cesos.


La Constitucion del año III no era tan defectuosa
como se ha querido suponer. Distribuia la potestad le-


y oRmAs DE GoBIER0.-17




258 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
gislativa entre dos asambleas , y sometia al poder eje-
cutivo á condiciones de elegibilidad y renovacion inge_
niosamente concebidas; pero no le era dado triunfar de
un obstáculo absolutamente invencible. Francia no po-
dia vivir como república : á las antiguas levaduras de
division , los sucesos revolucionarios acababan de agre-
gar otras nuevas, dotadas de una actividad que solo el
tiempo podia ir calmando, y mas que nunca necesitaba
un gobierno en cuyo seno el primer puesto pertene-
ciese á un poder cuya existencia y duracion no depen-
diesen de las discordes voluntades que 'labia de refre-
nar. Vanamente el Directorio trató de pacificar los áni-
mos: ni los actos de violencia, ni las concesiones le
dieron buen resultado; los partidos volvieron á la lu-
cha, la insubordinacion hizo progresos , los servicios
públicos se desorganizaron , los ejércitos, mal abasteci-
dos , experimentaron reveses, y bastaron unos cuantos
centenares de soldados para derribar de un solo golpe á
un gobierno incapaz de llenar su mision.


La jornada del 18 !mamario fué decisiva, por cuanto
llamó al poder á un general á quien numerosas victo-
rias habian granjeado el amor de Francia, y que seguro
del apoyo de los ejércitos , podia acometerlo todo. El
primer Cónsul postró todas las resistencias : los parti-
dos se sometieron, y bajo su pujante mano volvieron la
calina y la paz dentro y fuera de la nacion.


Pedir á un hombre habituado al mando militar, ante
el cual se prosterna una nacion cansada de los males
de la anarquía, que se subordine en el cumplimiento
de la tarea que le impone el voto público , á voluntades,
cuyo antagonismo acaba de poner en peligro la existen-
cia del Estado , es pedirle cosas que no comporta ni el
sentimiento que tiene de su propia seguridad, ni el as-


CAPÍTULO X.
259


tendien te que debe á los servicios que le han elevado
encima de todos , ni el curso de los sucesos que le han
fl echo necesario. Washington no habia nacido en Eu-
ropa , en una vieja monarquía derribada hasta en sus
cimiento s , donde subsistian entre los diversos elemen-
tos de la poblacion animosidades y resentimientos que
el tiempo solo podia apaciguar , donde necesidades de
órden militar reclamaban la presencia bajo las bande-
ras de quinientos mil soldados: el primor Cónsul no le
imitó. Hizo lo que Cromwell habia hecho antes que él;
apoderóse él solo de una dominacion que nadie habria
osado disputarle; bízose luego ofrecer el imperio á título
hereditario, y tomó puesto entre las testas coronadas.


Así concluyó eu Francia la era republicana. En 1789,
la nacion Labia querido dos cosas, la igualdad civil y la
libertad política. La primera de estas cosas la tenia ya:
las inmunidades y las distinciones de castas habian des-
aparecido ; todos los Franceses eran iguales ante la ley;
la propiedad bajo todas sus formas, los empleos , las
dignidades eran accesibles á todos, conquista inmensa,
bien digna de los esfuerzos que habia costado y que de-
bla remunerarles con prosperidades cada dia mayores.
Por lo que respecta á la libertad , la nacion no la había
encontrado bajo ninguno de los gobiernos que se habian
sucedido durante la tormenta revolucionaria. Ignoraba
sus condiciones fundamentales; no sospechaba que la
libertad no puede existir sino en la medida en que las
prescripciones de la justicia y de los derechos indivi-
duales son respetados, y dejando á los poderosos del
dia disponer á su arbitrio de las vidas y haciendas de sus
adversarios, se condenó á sufrir las mas funestas y ver-
gonzosas servidumbres.


Sentado quedó, sin embargo , un gran principio, y




260 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
era que la nacion debia concurrir directamente á su
propio gobierno : bajo el Imperio mismo estuvo repte_
sentada , y cuerpos políticos votaban en su nombre las
resoluciones de órden legislativo. Sin duda aquellos
cuerpos intimidados y asalariados no se reunian mas
que por la forma , pero se reunian y ya era algo : su
existencia era un homenaje tributado al derecho nacio-
nal ; atestiguando el respeto que le era debido , le man-
tenia en pié y en aptitud de recobrar tarde ó temprano
las fuerzas y la autoridad que le faltaban.


El Imperio no duró arriba de diez aiios. Jamás sobe-
rano alguno estuvo tan libre como su jefe de toda in-
fluencia exterior. Los príncipes destinados al trono na-
cen en medio de una córte , cuyas opiniones, máximas
y tradiciones de antiguo formadas, tienen por lo COMMI
harta influencia sobre el espíritu que aquellos príncipes
aplican á la direccion de los negocios. Napoleon que,
por el contrario , tuvo que crear su córte , sus conse-
jos, sus grandes funcionarios, no encontró en aquel
mundo nuevo mas que sumision á sus propias ideas.
Habia puesto una mordaza á la prensa ; nada servia de
obstáculo á sus intentos, nada le señalaba las injusticias
y los peligros que abrigaban ; solo era en concebirlos,
solo en ejecutarlos, y esto fué cabalmente lo que le
perdió.


No hay genio , por superior que sea , que resista lar-
go tiempo á la embriaguez de la omnipotencia. Una sé-
rie de maravillosos triunfos acabó de decidir á Napoleon
á no consultar en sus concepciones mas que su inclina-
cion y sus personales deseos, á creer en sí mismo, y
llegó a punto de sajar y acometer grandezas imposi-
bles. La obra que quiso fundar era demasiado quiméri-
ca para no desmoronarse al primer empuje de la adver-


CAPÍTULO X.


261
sidad : hay más; aun dado que Napoleon hubiese con-
seguido á fuerza de victorias llevarla toda entera á tér-
mino, no habria sido por eso mas viable, porque se
hubiera necesitado para sostenerla la espada misma
de su autor.


Aquella obra se hundió en vida de Napoleon : una
expedicion desgraciada le descargó un golpe irreparable,
y la Europa, sublevada contra el que la tenia bajo su
:dependencia , le abrumó con el peso de sus ejércitos.


Napoleon dejó á Francia menos grande de lo que la
habia encontrado, menos grande de lo que fué bajo la
antigua monarquía. La nacion habia derramado torren-
tes de sangre por intereses que no eran los suyos, y
redimido caramente su deuda con el que la sustrajo á
los males de la anarquía : ¡ triste y memorable ejemplo
de la impotencia en que, están aun los hombres mejor
organizados de usar con moderacion de una autoridad
sin límites! Genio , resolucion, audacia, actividad, nada
de lo que subyuga á la fortuna , faltó á Napoleon, y tan-
tas altas y fuertes cualidades no bastaron para evitarle
las amarguras del vencimiento. Napoleon fué el artífi-
ce de su propia ruina : al imponer silencio á las opinio -
snes que no eran las suyas, quedó sin defensa contra sí
mismo , y repetidas fascinaciones de entendimiento,
cada vez mas falaces, le condujeron al abismo.


La anarquía republicana habia engendrado el despo-
tismo imperial: los excesos del despotismo imperial des-
pertaron en Francia una ardiente sed de libertad polí-
tica. La carta de 18,14 vino á fundar el gobierno repre-
sentativo y á asegurar á la nacion abundante parte en el
ejercicio de su soberanía.


No tardó la experiencia en demostrar cuán hábil y
prudente era aquella política. La casa da Borbon habia




262 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
pasado mas de veinte arios en el destierro: necesaria ha-
bia sido para devolverle el trono una invasion enemiga,.
y esto era para ella una desgracia dificil de hacer olvi-
dar ; por otra parte, en torno suyo bullia un partido
que pedía sin rebozo el restablecimiento del antiguo ré-
gimen. Los sucesos de los cien días vinieron á aumentar
los apuros de la situacion, su resultado trajo consigo.
crueles venganzas . y las conquistas de la revelucion se
vieron en peligro. El régimen parlamentario puso re-
medio al mal : la libre discusion hizo justicia de los ar-
rebatos y de los delirios reaccionarios: las luces que di-
fundió atajaron la corriente de las pasiones del momen-
to, y Luis XVIII pudo transmitir A su sucesor una au-
toridad sólidamente establecida.


Desgraciadamente Carlos X no era, como su herma-
no, capaz de hacerse superior á los recuerdos de lo
pasado. La revolucion no se representaba en su mente
mas que por su lado sombrío y sangriento : el ruido de
los debates parlamentarios le inquietaba , era para él
un presagio de la vuelta de aquellas tempestades que tan.
fatales fueron á su raza , y no dudaba que la monarquía
iba A sucumbir muy pronto , si no volvía á tener por.
antemural un clero rico y poderoso, y una aristocracia,
regularmente constituida. Tales ideas debían infalible-
mente perderle si intentaba su realizacion. Carlos X,.
en un día de demencia , rasgó con sus propias manos.
el pacto á que habla jurado fidelidad , lo cual era reno-,
var las locuras que habian perdido á Jacobo llde Ingla-
terra, y como este hacer pedazos la corona que le bu-
biese sido fácil conservar y transmitir á sus descen-
dientes.


El trono estaba vacante; la rama segunda de la casa
de Borbon subió á ocuparle. No hubo solo cambio de.


CAPÍTULO x. 263
dinastía , sino un órden de cosas nuevo : la revolucion
triunfó en lo que sus aspiraciones hablan tenido de le-
gítimo. El principio de la soberanía nacional fué plena-
mente consagrado: la igualdad civil y la libertad política
no tuvieron ya ataques que temer ; el régimen repre-
sentativo obtuvo todas las garantías apetecibles, y el
pais ejerció sobre su propio destino una accion á la par
regulada y decisiva. Durante 18 arios Francia nada tuvo
que envidiar á los pueblos de mas antiguo libres, y du-
rante aquel período gozó mas copiosas y seguras pros-
peridades que en ninguna otra época de su historia


Un dia, empero, el gobierno de julio desapareció bajo
el choque de un motin popular. Cierto que jamás gobier-
no alguno mereció menos el golpe cine le derribó: la co-
rona habia llenado todos sus compromisos; ningun con-
flicto habla sucedido entre ella y las asambleas llamadas
á representar á la nacion ; todas las proposiciones de
interés general se debatían libremente, y no habia pro-
greso alguno social ó político á que opusiese obstáculo
la constitucion; preciso fué el suceso mismo para mos-
trar claramente dónde radicaban las causas que le pro-
dujeron.


Existe en Francia un sentimiento que debe á los re-
cuerdos del antiguo régimen y á algunas de las faltas
cometidas en tiempo de la Restauracion una extremada
irritabilidad , y es el amor á la igualdad, la aversion á
todo lo que en las instituciones recuerda las distincio-
nes de casta y de clases. Antes de la revolucion de julio
este sentimiento se habia mostrado enérgico y resuelto;
desde el dia en que la libertad política no tuvo ya peli-
gros que encontrar, hizose mas activo, y su imperio
sobre las masas no cesó de ir en aumento.


Si hay un hecho que la historia haya puesto fuera de




DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


toda controversia es que allí donde los derechos políti-
cos están reservados al corto número, las clases á quie-
nes faltan acaban siempre por hacerse enemigas del ré-
gimen que se los niega. En Francia, el sistema electo-
ral era de tal naturaleza , que pronto debia suscitar ir-
ritaciones y odios : escasamente se contaban doscientos
mil electores en una poblacion de mas de treinta y
cinco millones de almas, y su título no era otro mas
que la posesion de un cupo dado de propiedad inmue-
ble; ni el ejercicio de una profesion liberal, ni los ser-
vicios hechos al Estado, ni el lustre del saber bastaban
para suplir á la falta del censo exigido por la ley; pocha
un hombre haber mandado ejércitos y escuadras , ha-
ber adquirido la mas alta fama científica, y quedar he-
rido de incapacidad política. Hablase olvidado al fundar
este sistema que no hay distinciones sociales que me-
nos respeto y mas envidia inspiren á los hombres que
las que estriban sobre la superioridad de la riqueza.


En la práctica, un sistema que conferia á tan redu-
cido número de ciudadanos el derecho de elegir los re-
presentantes del país acarreaba una multitud de incon-
venientes y peligros. Nada demostraba que hubiese
conformidad entre las mayorías parlamentarias y las
mayorías nacionales, y, en efecto, esta conformidad fal-
taba muy á menudo. Natural era . por otra parte, que
las 'nasas populares no tuviesen fé en las obras de unas
asambleas á cuya formacion no contribuian : más aun;
mirábanlas como destinadas á defender únicamente los
intereses de la clase que las elogia, y entre aquellos inte•
reses y los suyos propios figurábanse que existia una
oposicion radical.


Esto fué sobre todo lo que sembró en la gran mayo-
ría de la nacion descontentos cada vez mas pronuncia-


CAPÍTULO X. 265
dos. Las masas populares, en las ciudades principal-
mente , llegaron á figurarse que las cámaras en cuya
cornposicion no participaban, prescindian por completo
de sus deseos y de sus necesidades, y que unas leyes
hechas por los mandatarios de los ricos debian estar
necesariamente impregnadas de una parcialidad inicua;
así nació en ellas un espíritu de ódio y rebeldías que los
partidos revolucionarios supieron explotar. Jamás en
época alguna aparecieron tantos escritos destinados á
sublevarlas contra el Orden establecido. Entre aquellos
escritos, muchos eran obra de soñadores, de utopistas
sinceros en sus errores; otros, por el contrario, ema-
naban de hombres á quienes locas ambiciones hacian
ávidos de tumultos y revueltas , pero todos desarrolla-
ban el mismo fondo de ideas y enseñanzas. Los padeci-
mientos de las clases obreras eran fruto del vicio de las
instituciones; el menor número habla usado de su do-
minacion para apoderarse de los bienes de este mundo:
fácil era , sin embargo, reparar las injusticias de lo pa-
sado, bastando para ello imponer á la distribucion de
las riquezas condiciones que reservasen una mejor
parte en ellas á aquellos cuyos brazos las producen. La
ignorancia es crédula , y las masas no eran bastante
ilustradas para discernir el lado quimérico y falaz de
los planes de reorganizacion social que les prometian
una suerte mejor : tomáronlos por lo serio, y en sus filas
muchos hombres no dudaron de que la caida del régi-
men monárquico debia ser el punto de partida de una
era de bienestar y prosperidades sin cuento.


Evidentemente , si el sistema electoral hubiera sido
menos exclusivo, las ideas que germinaban en el seno
de las masas populares habrian sido llevadas á la tribu-
na, y los debates, poniendo en evidencia todo lo que te-




266 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
p ian de ilusorio y de falso, habrian hecho justicia de ellas;
pero caminaban en la sombra, á hurtadillas del poder,
y en la falta misma de contradiccion bebian las fuerzas
que aseguraban su triunfo. Cosa singular ! los gober-
nantes ignoraban hasta qué punto se extendia su impe_
rio sobre los ánimos, cometian la falta de rechazar toda
Proposicion de reforma electoral , y entre tanto ya
aquellas ideas habian adquirido bastante fuerza para
lanzar en un momento millares de combatientes á las
calles de Paris, y decidir la momentánea caida del sis-
tema monárquico.


La revolucion de febrero trajo cambios de una tras-
cendencia imprevista, aun para aquellos mismos que la
habian provocado. Proclamóse la república ; pero la
república no era mas posible en 1848 de lo que lo habia
sido en 1792, y no fué mas de lo que podía ser, un
breve y borrascoso interregno, un claro entre la calda
de una dinastía real y el advenimiento de otra dinastía.


Preciso es hacer justicia á los hombres que deseaban
la república. Treinta arios de gobierno parlamentario no
habian pasado en vano para su instruccion ; sabían á
qué abismos conducen la violencia y el desprecio de las
prescripciones de la justicia y del derecho. Casi todos
lucharon franca y resueltamente contra los arrebatos y
brutalidad demagógicos ; no cedieron á las formidables
exigencias de las ciases á quienes numerosos sectarios
llamaban á no dejar piedra sobre piedra en el presente
estado social , y cuando fui forzoso aceptar la batalla,
lidiaron con rara y honrosa energía.


nada, sin embargo, en la conducta de los hombres,
podia remediar el vicio radical de la situacion. Fran-
cia cobijaba en su seno causas de perturbacion y (le dis-
cordia, cuya actividad no podia encadenar unos pode-


CAPÍTULO X. 267
res exclusivamente de constitucion republicana. Los
partidos pugnaron por apoderarse del gobierno, y los
mas violentos recurrieron á las armas : hubo lucha en
las calles; ríos de sangre corrieron por ellas, y la anar-
quía , destruyendo la seguridad , estrechó la esfera del
trabajo. Los capitales , intimidados, emigraron ó aguar-
daron para hacer algo á que volviese la tranquilidad;
muchas empresas se pararon; faltó trabajo, y la nacion
tuvo que soportar miserias de un peso abrumador.


Lo que restituyendo un poco de vida á la industria
permitió á la república durar tres a pios , fué el uso que
hizo la nacion de sus derechos políticos: llamó á la pre-
sidencia á un hombre cuya eleccion (lió claro testimo-
nio de su antipatía hácia el régimen del momento. Era
aquel hombre el representante de una raza que habia
llegado á ser real, de aquella raza cuyo jefe habla der-
ribado la primera república y se habia hecho adjudicar
la corona imperial. A su nombre iba unido un prestigio,
que, conciliándole el favor del pueblo y el de los ejérci-
tos, prestó al poder ejecutivo fuerzas que no habria en-
contrado en la parte de poder que le dejaba la Consti-
tucion. Las embestidas de las fracciones demagógicas-
fueron fácilmente rechazadas: la nacion tuvo delante
de sí dos años de. tranquilidad asegurada, y el trabajo
recuperó un poco de la actividad que le habla arreba-
tado una anarquía fecunda en sangrientas excisiones.


La proximidad del momento en que la nacion iba á.
tener que renovar por entero el gobierno establecido
reavivó todas las angustias : vióse á las ambiciones pri-
vadas echar el resto, á los partidos prepararse á encar-
nizadas luchas , á los mas violentos invocar las renco-
rosas envidias, las desenfrenadas codicias de la muche•
(lumbre, y el espanto fué tal, que se hizo fácil al hom-




268 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
bre á quien el voto popular Babia llamado á presidir los
destinos del Estado, quebrantar de un solo golpe las
instituciones del momento, y apoderarse de la potestad
soberana.


La república de 1848 fué de mas corta duracion to-
davía que la que en 1792 se levantó sobre las ruinas de
la antigua monarquía. A pesar de la diferencia de los
tiempos, ambas sucumbieron de la misma manera, y
por efecto de las mismas causas. Llamando á la nacion
á ejercer el poder constituyente , abrieron á las discor-
dias intestinas un campo de batalla , en que adquirie-
ron una actividad desorganizadora, y la anarquía vino
á difundir por todas partes las miserias y los padeci-
mientos; cayeron como caen todas las instituciones que
están en desacuerdo con las realidades del momento,
como caen todos los gobiernos incapaces de asegurar á
las sociedades la suma de seguridad sin la'cual no pue-
den vivir. Su calda ocasionó una de esas reacciones que
determina con harta frecuencia la naturaleza de los ma-
les mas recientemente sufridos : la autoridad central se
habla hallado demasiado débil para cumplir plenamente
su mision , y para huir de ese peligro se le dió el de-
recho de constituirse ella misma á su gusto. Bajo el
primer imperio se adjudicó á sí propia una parte de po-
der tan considerable, que la nacion no conservó resto
alguno de vida politica; bajo el segundo, no se apropió
tanta , pero sí mucha mas que la que le habria bastado
bajo la monarquía representativa.


Ile.gado, por fin , Francia al puerto? ¿No volverá
á ver ya estallar ninguna de esas tempestades que de
casi un siglo á esta parte han venido á derribar los po-
deres que la regian? Mas de una razon hay para dudar-
lo. Por lo comun , sobre los gobiernos nacidos de un


CAPÍTULO X. 269
golpe de Estado, pesan los vicios de su origen : las vio-
lencias que han cometido dejan largos resentimientos.
en los que de ellas han sido víctimas ; forzoso les es
contener numerosas enemistades, y como la parte que
á duras penas conceden á la libertad no alcanza la me-
dida que requiera el interés social, descontentos cada
dia mayores no tardan en suscitarles dificultades y pe-
ligros. La historia, por otra parte, nos da hartos testi-
monios de que las grandes revoluciones no logran su
objeto ni llegan á su fin sino despues de haber im-
puesto á muchas generaciones sucesivas, largas y á ve-
ces peligrosas pruebas : no menos de un siglo se ha ne-
cesitado para conducir á su término la que aseguró á
Inglaterra los beneficios del régnuen parlamentario,
pues todavía en 1845 saltaron algunos chispazos de la
guerra civil. La revolucion francesa además ha camina-
do en medio de complicaciones sin ejemplo, hasta nues-
tros filias: no ha sido únicamente política, sino social
al mismo tiempo. A las divisiones, á los rencorosos
conflictos que producen las súbitas transformaciones
del poder y los cambios de dinastía, ha agregado todas
las que suscita entre las diferentes clases de la pobla-
cion, la caida de una aristocracia por largo tiempo do-
minante, y de aquí conflictos y luchas, cuya desenfre-
nada carrera es difícil atajar. Solo una cosa hay segura,
y es que Francia no puede recobrar definitivamente
la paz interior, sino cuando , merced á nuevas luces,
las pasiones políticas, á cuyo imperio vive sujeta , ha-
yan perdido mucha parte de la fuerza subversiva que
por desgracia conservan todavía.


Las transformaciones políticas de que Inglaterra y
Francia, despues han dado el ejemplo, se han consuma-
do, ó están á punto de consumarse en la mayor parte de




ti O DE LAS FORM AS DE GOBIERNO.
las monarquías de Europa. Unas han caminado pací-
ficamente con la cooperaciou de los mismos príncipes,
otras bajo la pre,sion de sucesos revolucionarios y san-
grientas luchas: no queda ya en Europa mas que un
solo Estado cristiano que subsista bajo la completa de-
pendencia de la corona ; todos los demás tienen asam-
bleas quo votan libremente las contribuciones, discuten
las medidas de utilidad colectiva , en una palabra, par-
ticipan mas ó menos ampliamente en el ejercicio direc-
to de la soberanía nacional.


Mudanza es esta muy significativa. Durante muchos
siglos consecutivos, todo en la sucesion y desenvolvi-
miento de los hechos sociales, ha favorecido la concen-
tracion de la autoridad en manos de la persona real, y
antes de la época en que estalló la revolucion francesa,
no se contaban en Europa mas que dos Estados, Ingla-
terra y Suecia, en que la corona no era libre de arras-
trarlo todo en pos de su sola voluntad. Hoy se verifica
un movimiento en sentido contrario: la era de las mo-
narquías constitucionales es llegada, y por do quiera los
pueblos reclaman garantías contra los errores y las fal-
tas de los poderes que los rigen , garantías que buscan
en el derecho de concurrir á la obra de su propio go-
bierno , y los que todavía no las poseen , no cesarán de
hacer esfuerzos hasta haberla obtenido en la medida
que comportan las causas de division , á cuya fatal in-
fluencia están sujetos. Sin duda la nueva evolucion no
se completará sin encontrar en la mayor parte de los
Estados tropiezos y resistencias ; tendrá que luchar
unas veces con los intereses, la soberbia, las preocupa-
ciones de las córtes, otras con la ignorancia y los arre-
batos populares, á veces tambien con los engaños y las
ilusiones que engendran en punto á libertad concepcio-


CAPÍTULO Xl. 97 1.


Bes incompletas; pero emana harto directamente de ne-
cesidade s originadas por progresos realizados ya en la
condici on de las sociedades para no deber por fin triun-
far de todos los obstáculos qne acaso logren atajar mo-
mentáneamen te su carrera.


CAPITULO XL
PE LOS ESTADOS DE EUROPA, DONDE. LA CORONA CONTINUÓ SIENDO


ELECTIVA.


En los primeros arios del siglo xvi, el principio mo-
nárquico no habia triunfado definitivamente masque en
aquellas comarcas de Europa á donde se 'labia extendi-
do la clominacion romana : allende el Rin y los Alpes,
en el imperio germánico y en los paises eslavos y es-
candinavos, la corona 'labia continuado siendo electiva,
y el gobierno conservaba todavía en realidad la forma
republicana.


Hoy no queda ya en aquellas regiones un solo grande
Estado que no se haya transformado en verdadera mo-
narquía y ninguno de aquellos en que no se ha verifi-
cado el cambio se ha sustraido á su perdicion: Bohe-
mia y liungria han llegado á ser meras posesiones de
la casa de Austria; Polonia ha sufrido una reparticion
que la ha aniquilado por entero; el imperio germánico
ha desaparecido, y el territorio que en el origen obede-
cia todo entero á su jefe, se ha subdividido en una mul-
titud de Estados distintos y separados (I).


(1 ) Grandes sucesos posteriores á la publicacion de este libro y de-
masiado recientes por lo tanto para que necesitemos recordarlos, han
modificado sustancialmente el estado de cosas á que se refiere el autor
y abierto nuevos horizontes á la política, no menos que á la filosofía
de la historia.


(Nota del T.).




1*


272 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
La ruina de todos los Estados en que la corona con-


tinuó siendo electiva no ha sido un efecto sin causa: lo
que la determinó fué la debilitacion contínua de la auto-
ridad destinada á servir de vínculo á los diversos ele-
memos que reunian aquellos Estados en un solo y mis-
mo todo. Príncipes nombrados de por vida carecian del
grado de ascendiente que hubieran necesitado para lle-
nar de un modo eficaz su mision. Si ocurria que uno de
ellos, merced á circunstancias favorables ó á una ex-
traordinaria capacidad, conseguia hacer respetar los de-
rechos de la corona, á su muerte aquellos derechos su-
frian casi siempre gran menoscabo. Los pretendientes
al trono no llegaban á él sino á condicion de suscribir
las concesiones reclamadas por aquellos cuyo sufragio
solicitaban; fuerza les era renunciar ya á prerogativas,
ya á rentas, á posesiones patrimoniales que habian per-
tenecido á sus predecesores, y rara vez acontecia que
una nueva eleccion no arrebatase al poder real alguno
de los elementos de fuerza ó de potestad con que antes
habia contado.


¿Cómo bajo semejante régimen no habian de adquirir
indomable violencia las disensiones intestinas? El único
freno que las contenia era la autoridad central , y esa
autoridad no cesaba de declinar: así se iban agravando
las divisiones, y los partidos llegaron á no conocer mas
móvil que las rencorosas pasiones encendidas por las
vicisitudes de sus luchas. Cada vacante del trono trajo
largas y funestas borrascas : cualquiera que fuese el ele-
gido de la mayoría , los disidentes continuaban siéndole
hostiles, y por poca probabilidad de triunfo que tuviesen
proclamaban á otro , en cuyo caso, harto frecuente, es-
tallaba la guerra civil, y la fuerza decidia de cuál lado
estaba el derecho. Lo mas fatal que 'labia en el conflicto


CAPÍTULO XI. 273
era que los partidos invocaban la ayuda de las potencias
vecinas , y cuando la obtenian , no era sino á costa de
sacrificios necesariamente contrarios al bien público.
Aun fué mayor la desgracia: reyes sacados del seno
mismo de la nacion , solian encontrar resistencias de
que les era dificilísimo triunfar. A la oposicion de los
rivales que les hablan disputado el trono, se agregaba
contra ellos la malquerencia de los hombres cuyo or-
gullo se revelaba ante la obligacion de obedecer á un jefe
emanado de sus propias filas , y rara vez llegaban al
término de su reinado sin tener que sofocar revueltas;
de aquí una marcada preferencia á los candidatos ex-
tranjeros: ahora bien, estos eran naturalmente grandes
personajes , príncipes, testas ya coronadas que tenian
fuera intereses considerables, y no titubeaban en servir
á aquellos intereses á costa de los del país que les habia
confiado sus destinos. Esta fué para los Estados en que
el trono era electivo una causa de decadencia formida-
blemente activa : mientras la anarquía los devoraba en
lo interior, la direccion impresa á sus negocios exteriores
no era la que exigia el mantenimiento de su indepen-
dencia , y al cabo todos sucumbieron ó no debieron su
salvacion mas que á revoluciones que vinieron á afiliar-
los en el número de las monarquías hereditarias.


Largo tiempo, sin embargo , aquellos mismos Es-
tados soportaron sin excesivo sacudimiento los vicios
de su Constitucion política, y es porque entonces no es-
taban en contacto inmediato mas que con otros Estados
poco adelantados en civilizacion , y porque además las
tradiciones y las costumbres nacionales, por otra parte,
atenuaban en la práctica algunos de los inconvenientes
anejos al modo de transmision de la corona. Tal era en
cada uno de aquellos Estados el respeto profesado á los


• ORlaS DE GOBIERNO.-18




ff


2;1 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
descendientes del jefe fundador que nadie se crea con
derecho para disputarle el trono, y que casi siempre el
hijo primogénito del último rey era llamado á suceder
á su padre: sistema era este monárquico mas que á me-
dias, y que si no excluia enteramente las rivalidades y
los conflictos, tenia por lo menos la ventaja de restringir
su número é importancia.


Desgraciadamente las familias á quienes un origen
reputado heróico aseguraba el privilegio de la elegibili-
dad al trono, se fueron extinguiendo en diversas épo-
cas, y su desaparicion dejó á todas las ambiciones en
libertad de manifestarse, con lo que pronto los Esta-
dos fueron presa de disensiones que determinaron su
caida.


Extralo parece que unas sociedades árbitras de sus
propios destinos no hayan renunciado á un régimen
que visiblemente las conducia á su perdicion, hecho que
se explica por la manera como estaban compuestas: to-
das vivian bajo las tutelas de aristocracias territoriales,
muy apegadas á las distinciones que las elevaban por
encima del resto de la comunidad y celosas de todo po-
der de que no disponian ellas mismas. Ei derecho he-
reditario habria sustraido á los reyes á la dependencia
en que los tenia la eleccion; ella los habria puesto en
aptitud de ensanchar sus prerogativas y de adquirir un
ascendiente, ante el cual todo se habria doblegado. Las
castas dominantes lo conocieron así, y esta fué la razon
por qué se obstinaron en conservar una forma de go-
bierno que por mas funesta que hubiese llegado á ser al
interés nacional, tenia para ella el mérito de poner en
seguridad sus particulares intereses.


Así fué que esta forma no sucumbió sino allí donde
circunstancias especiales aceleraron el desarrollo de


CAPÍTULO 275
clases movidas por necesidades de órden y seguridad
que la dominacion aristocrática no satisfacia suficiente-
mente. De los seis grandes Estados en que la corona
continuaba siendo electiva y vitalicia á fines del déci-
mo quinto siglo, solamente dos, los Estados escandina-
vos, se convirtieron en verdaderas monarquías ; ambos
eran Estados marítimos; ambos debieron á las relacio-
nes mercantiles que les era fácil mantener en lo exte-
rior un vuelo industrial, eminentemente favorable á la
formacion de clases medias poderosas, y aquellas clases
medias fueron las que prestaron á la corona las fuerzas
que necesitaba para obtener la heredabilidad.


Larga fué en Suecia la lucha y ocasionada á numero-
sas peripecias. Desde el año 1513 Gustavo Vasa consi-
guió arrancar de los Estados la declaracion de que sus
descendientes reinarían por derecho hereditario, lo cual
no impidió que dos de sus primeros sucesores fuesen
desposeidos y preciso fué todo el esplendor de las vic-
torias de Gustavo Adolfo para consolidar el principio
monárquico. La abdicacion de Cristina permitió á la no-
bleza recuperar un ascendiente completo; pero en 1680
sobrevino una reaccion , y la corona, declarada nueva-
mente, no solo hereditaria , sino transmisible á las
hembras á falta de herederos varones, llegó á hacerse
absoluta. Las locuras guerreras y la muerte de Cár-
los XII trajeron por segunda vez una revolucion: los
Estados prescindieron por completo de la ley de suce-
sion adoptada treinta y siete años antes, dieron la coro-
na á la mas jóven de las hermanas de Cárlos XII, y las
condiciones que le impusieron los dejaron plenamente
árbitros de la direccion de los negocios públicos: jamás
Suecia habla caido en tanta degradacion como en aque-
lla época. Banderías vendidas al extranjero la arrastra-




2'76 m: LAS FORMAS DE GOBIERNO.
ban al abismo y hubiera perecido si la revolucion de 1773-,
no hubiese venido á reconstituir la autoridad real y de-
volverle las fuerzas necesarias para el cumplimiento de,
su mision.


En Dinamarca, la revolucion fué mas tardía ; pero,
completó su obra en un momento. Cansada de los des-
órdenes que dividian al Estado, mas cansada todavía de.
las humillaciones y padecimientos que les imponia
supremacía de la nobleza , el clero y las clases medias.
se entendieron con la corona , y en 1660 ocurrieron en.
los muros (le la capital sucesos que derribaron de un.
solo golpe el antiguo edificio político; la corona adquirió.
por una parte el derecho hereditario, y por otra un po-
der sin límites de ninguna especie; el Odio que inspira-
ba la.


aristocracia arrastró á los vencedores mas allá.
de los límites indicados por la prudencia mas vulgar.
Por miedo de que la corona careciese de medios para
impedir á los vencidos recobrarse de su derrota , la
eximieron de todo freno legal y se sometieron á una
servidumbre, cuyo peso no tardó en parecerles mo-
lesto.


Solo los Estados escandinavos, merced á las revolu-
ciones que pusieron término á las luchas y desastres
debidos á la debilidad constitutiva de la autoridad cen-
tral , conservaron su antigua independencia; ni la Bo-
hemia, ni Ilungria, ni Polonia tuvieron semejante for-
tuna. Persistiendo en rehusar á la corona el apoyo de
la heredabilidad, se prepararon los tristes destinos que
les cupieron en suerte.


Bohemia y Flungria salieron en cierta manera al en-
cuentro de los golpes que debian quebrantar su existen-
cia nacional. Eligiendo una y otra en 1526 á Fernando
de Austria, se dieron un rey que, habiendo empezado


CAPÍTULO NI- 277
por reclamar las dos coronas á título de marido de la
hermana del príncipe, cuya muerte las habia dejado va-
,cantes, desvaneció toda duda en punto á la naturaleza
de sus designios. Fernando era hermano del emperador
•Cárlos \T , y la extension de los Estados que poseia por
derecho propio le daba los medios de dominar resisten-
cias ante las cuales habian retrocecido sus predecesores.
Pocas encontró : tumultos y revueltas que no procuró
evitar, le ofrecieron la ocasion de meter en Bohemia
tropas alemanas., y los insurgentes abrumados y des-
-pa yoridos no tuvieron mas recurso que implorar su
clemencia, con lo que, ducho de la situacion, pidió Fer-
nando á la dieta que asegurase préviamente á su hijo la
sucesion al trono , y desde entonces el consentimiento
de la nacion en la eleccion de su jefe degeneró en sim-
ple y vana formalidad. En 1619, sin embargo, los Bo-
hemios, descontentos de las violencias de Fernando II
le declararon privado de sus derechos y pusieron en
su lugar al elector palatino La derrota de este prínci-
pe los dejó á merced del vencedor. Fernando se apre-
suró á abolir una Constitucion que la nacion misma, al
decir de él, habla violado pronunciando el destrona-
miento de su jefe legitimo. A centenares rodaron las
cabezas bajo el hacha de los verdugos ; confiscaciones
en masa despojaron á un misms tiempo á la nobleza de
los campos y al estado llano privilegiado de Praga: mas
de treinta mil familias abandonaron el suelo natal , y la
Bohemia, vencida y esquilmada, descendió á la catego-
ría de provincia austriaca.


Hungría conservó por mas tiempo algunos restos de
independencia nacional. Fernando de Austria no habia
sido el único rey electo en 1526 ; Juan Zapoli , vaivodo
de Transilvania, obtuvo los sufragios de un partido po-




278
DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


deroso , y durante doce a pios no cesó un instante la
guerra civil entre los dos competidores. Los Turcos
acudieron á sostener la causa de Zapoli, sus ejércitos
talaron el país , y el temor de que no quisiesen ya salir
de él, trajo un acomodamiento, conviniéndose en que
cada uno de los príncipes electos conservaria con el
título de rey la porcion del territorio de que se hallaba
posesionado. Con la muerte de Zapoli se reavivó el
conflicto; su hijo recibió de los suyos la corona, y Fer-
nando salió de nuevo á campana. Tambien entonces
acudieron los Turcos; pero Fernando quedó dueno del
terreno, comprando su retirada con la obligacion de
pagar á la Puerta un tributo anual.


Fernando debió el logro de sus intentos al terror que
causaban las invasiones otomanas. Los Húngaros con-
cedieron á su hijo la reversion de la corona , y desde
aquella época no tuvieron mas reyes que los príncipes
que sucesivamente heredaban Estados de la casa de
Austria , si bien hasta el 1687 no se completó la trans-
formacion politica. El emperador Leopoldo trataba á
Hungría como á provincia conquistada, construyendo
fortalezas y manteniendo en ella guarniciones alema-
nas, con lo que exasperada la nacion se sublevó, y los.
Turcos , rompiendo la tregua recien ajustada , intervi-
nieron activamente: sus armas victot losas no se para-
ron sino delante de los muros de Viena; pero destrozadas
y perseguidas por Sobieski, su retirada dejó á los Hún-
garos en presencia de un soberano implacable. Los su-
plicios que sesenta :lbs antes habian aterrado á Bohe-
mia, retajaron en un nuevo teatro : un tribunal fun-
dado en Eperies hizo correr rios de sangre , y la Dieta
convocada en Presburgo no obtuvo su supresion sino á
condicion de declarar á la corona definitivamente here-


CAPÍTULO XI. 279
ditaria, en beneficio de los descendientes de Leopoldo (1).


Así acabaron Hungría y Bohemia: del rango de Esta-
dos libres y soberanos descendieron al de provincias
anejas á las posesiones de una dinastía extranjera , y á
su antigua existencia nacional sucedió otra de depen-
dencia cada vez mas completa.


Mas lamentable todavía fué la suerte de Polonia : sus
vecinos la desmembraron de comun acuerdo, y la na-
cion no tuvo siquiera el triste consuelo de pasar toda
entera á manos de un mismo dominador.


Por largo tiempo, sin embargo, Polonia habla ocu-
pado un alto puesto entre las naciones de Europa. Bajo
los Piasts , la corona 'labia sido de hecho hereditaria;
pero ya bajo los Jagellones la sancion que la transmi-
sion debla recibir habla empezado á favorecer las usur-
paciones de la clase entonces -única en posesion del
suelo. El último de los Piasts , Casimir() 111, no pudo
asegurar su sucesion á su sobrino Luis de Hungría sino
haciendo concesiones á la nobleza, y Luis á su vez no
pudo dejar la suya á su hija Hedwigis sino abandonan-
do á los grandes considerable porcion de los dominios
del Estado, y haciendo inamovibles los más de los man-
dos de que sus predecesores disponian libremente.
En 106 la nobleza ensanchó aun más el campo de sus
conquistas. Juan Alberto, amenazado de deposicion,
sancionó leyes que arrebataban al estado llano de las


(') La dieta de Presburgo, sin dejar de acceder á las exigencias de
Leopoklo, habla reservado á la nacion el derecho de disponer de la
corona si llegaba á extinguirse la línea masculina de la casa de Aus-
tria. El emperador Carlos VI no tenia 11125 que una hija, y á su
muerte los Húngaros debían volver á ser árbitros de elegirse un rey.
Carlos VI los decidió á aceptar su pragmática sancion, y María Te-
resa sucedió pacíficamente á su padre.




1.1
280 DE LAS FORMAS DE GORIEBNO.
ciudades y A los villanos de los campos el derecho de
poseer tierras , y hasta el de llegar á las dignidades de
la Iglesia. Aquellas leyes llegaron á ser fatales : conde-
nando á inhabilitacion civil y política á la inmensa ma-
yoría de la nacion, adjudicando al menor número to-
dos los beneficios del estado social , atajaron el vuelo de
la civilizacion y contribuyeron Ampliamente á la deca-
dencia que el país no tardó en experimentar.


En 1572 se extinguió la línea masculina de los Jage-
Dones , y la nobleza aprovechó el interregno para im-
poner á la corona nuevas condiciones de existencia.
1)espojóla de la casi totalidad de sus atribuciones, no le
permitió obrar sino bajo la tutela de un consejo perma-
nente, y cuidó de vedar al príncipe depositario de la
corona todo acto conducente á influir en el nombra-
miento de su sucesor.


Por mas impotente y precaria que fuese la potestad
real , dispuráronsela dos competidores , ffernesto de
Austria y Enrique de Anju. Triunfó Enrique , pero
apenas llegado á la capital , dejóla para ir á recoger en
Francia la herencia de su hermano CArlos IX, con lo
que fué preciso adjudicar de nuevo la corona. Un par-
tido se la dió á Ana, hermana de los últimos Jagello-
nes , y la hizo casarse con Estéban Bathory; otro eli-
gió á un archiduque de Austria, y al punto estalló la
guerra. Bathory, príncipe hábil y guerrero, batió á sus
adversarios , y merced al ascendiente que supo alcan-
zar, Polonia recobró bajo su reinado algunos días de
grandeza y explendor.


La muerte de Bathory restituyó A las cosas el curso
funesto que les impritnia el vicio de las insttituciones.
Dobles elecciones que dejaban al azar de las batallas el
cuidado de decidir entre los competidores que ponian


CAPÍTULO Xl. 281
frente á frente; reyes contra los cuales se armaban con
frecuencia confederaciones que fallaban su destrona-
miento, que no conservaban el apoyo de un partido
sino abandonando á sus jefes los tesoros y las preroga-
tivas de la corona, y que impotentes en lo exterior, no
por eso dejaban de encontrar el medio de empeñar á la
nacion en las guerras exteriores que les placía empren-
der, esto fué lo que se vió en Polonia por los tiempos
de Segisinundo Vasa y de sus hijos. Pretendian estos
príncipes la corona de Suecia, y trataron de conquis-
tarla con fuerzas sacadas del Estado de que eran jefes;
los Polacos se batieron por intereses que no eran los
suyos, y salieron de la lucha extenuados por tristes y
numerosas derrotas.


La abdicacion de Juan Casimiro, el último de los hi-
jos de Segismundo, trajo una nueva complicacion. Los
Polacos estaban hartos de reyes extranjeros : el partido
que no pensaba así finé vencido, y Miguel Wisniowiecki
alcanzó la victoria sobre el príncipe de Condé. Despues
de él , Juan Sobieski debió la corona á la victoria de
Choczitn. El brillo mismo de sus triunfos, la populari-
dad que gozaba entre los soldados , se volvieron contra
él: temerosas de su ambicion , las dietas le negaron
hasta los medios de llevar adelante , en lo exterior,
guerras necesarias á la seguridad de las fronteras, y
murió abrevado de pesadumbres.


Con la muerte de Sobieski tuvo principio la época fa-
tal , aquella en que el extranjero hizo y deshizo á su
arbitrio reyes que no eran ya mas que los de una fac-
cion. Augusto de Sajonia , nombrado por una dieta
compuesta de sus partidarios, [labia sacado de sus pro-
pios Estados las tropas con cuyo auxilio habla batido á
los amigos de su rival, el príncipe de Borbon Conti:




282 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
deseaba conservarlas á su lado, y la esperanza de con-
seguirlo, utilizándolas en el interés de Polonia , le ha-
bia determinado á servirse de ellas , para arrancar la
Libonia á los Suecos. Cárlos XII empurió la espada, y
despues de haber vencido á los Sajones, invadió la Po-
lonia, donde encontró por aliado al partido que habia
rehusado sus sufragios á Augusto, y aquel partido, con-
vocado bajo sus auspicios , dió el trono á Estanislae
Leczinski.


Cinco arios despues, Cárlos XII sufrió en Pultawa
una derrota decisiva , con cuya ocasion los Rusos acu-
dieron á destronar á Estanislao y restituyeron la corona
á Augusto, el cual volvió á Polonia acornpariado (le un
ejército sajon. Pedro el Grande, por su parte, no ha-
bia retirado sus tropas, con lo que se conmovió la no-
bleza, y la confederacion de Tarnogrod reclamó la eva-
cuacion del territorio nacional; mas por desgracia no.
pararon aquí sus exigencias. Habia temido que Sobieski
hubiese usado de su crédito sobre sus soldados para re-
formar violentamente la Constitucion del país ; luego
temió que Augusto encontrase en el ejército polaco apo-
yos para el cumplimiento de designios semejantes, y re-
dujo el efectivo de aquel ejército á diez y ocho mil hom-
bres; lo que valía tanto como desarmar á Polonia y en-
tregarla indefensa á las garras de sus vecinos.


Harto lo demostró la experiencia. Murió Augusto, y
la dieta restauró en el trono á Estanislao Leczinski: las
córtes de Viena y San Petersburgo significaron su opo-
sicion; tropas rusas acudieron á expulsar un rey legal-
mente elegido y á colocar á otro en el trono que reci-
biera de la voluntad nacional.


Fué este el golpe de gracia para la desventurada Po-
lonia. Extenuada por disensiones incurables , dividida


CAPÍTI:Lo 283
en facciones mas enemigas unas de otras que del extran-
jero, habia perdido toda posibilidad de accion colectiva
y forzoso le era llevar en paciencia ultrajes que no po-
día ya repeler ni vengar. El mal empeoró bajo el
jefe que Austria y Rusia habian impuesto á Polonia, y
cuando murió, bastóle á Catalina 11 enviar algunos miles
de soldados á Varsovia para asegurar la corona al can-
didato de su eleccion. Pasaba esto en 1764, y ocho arios
despues se hacia el primero de los repartimientos que
debian arrebatar á Polonia hasta los menores restos de
su existencia nacional.


So se resignó, empero , la nacion á su desdichada
suerte: en vista de la muerte que la amenazaba, se re-
animó y se revolvió bajo el purial de sus asesinos; pero,.
¿qué podia hacer contra los ejércitos que se aglomera-
ban en su territorio? Carecia de adininistracion, de po-
deres civiles, de hacienda, de todo medio de reunir y
organizar las fuerzas desparramadas por un vasto ter-
ritorio: soldados expertos, artillería, arsenales, armas,
fortalezas, todo le faltaba á la vez, y desgraciadamente
la servidumbre que pesaba todavía sobre ella no habia
preparado á las masas populares á aquellos arranques
de patriotismo que son los únicos capaces de dar á las
naciones un postrer medio de salvacion. La nobleza casi
en su totalidad voló á las armas; pero el heróico de-
nuedo que desplegó en el momento supremo no sirvió
mas que para honrar una caida que los largos errores
pasados hablan hecho inevitable.


Aquella caida, en efecto, nada tuvo de imprevisto : de
muchos arios atrás la habian predicho los mas grandes
personajes del Estado, y Juan Casimiro entre otros, an-
tes de deponer la corona , había anunciado en repeti-
das ocasiones que si Polonia persistia en vivir coma




e


.281 DE LAS FOBMAS DE GOBIEBNO.
república, pereceria bajo los golpes de sus vecinos. Del
propio modo Juan Sobieski habia muerto desesperando
de la salvacion de su patria : sabíase además que desde
mediados del siglo xviu , Carlos Gustavo. rey de Suecia,
no habla titubeado en proponer al gran elector Federico
Guillermo entenderse juntos para repartirse un país
presa de discordias que ya le dejaban casi indefenso. Los
hechos , por otra parte, hablaban bastante alto para que
no debiese subsistir duda alguna sobre lo futuro: la
anarquía no cesaba de ir ganando terreno; el gobierno,
expuesto á continuos ataques, sin dinero y sin fuerzas
militares, ni aun siquiera podio proteger y cubrir sus
fronteras. Durante la guerra de siete años, los ejércitos
rusos iban y venian impunemente por un territorio
abierto en todos sentidos y vivian en él á costa de los
naturales. Federico II, por sn parte , levantaba en él
_contribuciones y reclutaba á la fuerza mozos para sus
regimientos : evidentemente una nacion condenada á
soportar tamaños desafueros, tocaba á su término. Solo
los Polacos parecian ignorarlo : en vez de buscar su
remedio en la reorganizacion del poder público ;


con-
:servaron tenazmente un régimen que le iba debili-
tando cada vez más , y al cabo llegó el dio en que su
total anonadamiento los entregó en manos del ex-
tranjero.


Que el mal provino por completo de la forma misma
del gobierno, hecho es sobre el cual no puede abrigarse
la menor duda. Lo que perdió á Polonia fué la insufi-
ciencia de la autoridad central ; ahora bien, esta insufi-
ciencia no fué otra cosa mas que un fruto natural de la
Constitucion politica. La nobleza era la única que par-
ticipaba en la eleccion de los reyes y fácil le fué some-
terlos á sus voluntades. Los príncipes que solicitaban


CAPÍTULO XI. 285
sus sufragios, pero que despues de haberlos obtenido
querian dejar la corona á un sucesor elegido por ellos,
estaban obligados á complacerla y pagar en nuevas con-
cesiones la realizacion de sus deseos: de aquí las leyes
que vinieron á destruir la obra de Casimiro el Grande,
á sujetar á los villanos á la servidumbre del terruño, á
atajar la formacion de un estado llano , á arrancar á la.
corona prerogativas esenciales al mantenimiento del ór-
den interior, y por último, á reducir los ejércitos, cuyo-
mando le correspondia á un efectivo que dejó al país
sin defensa.


Jamás casta alguna reinó completamente mas que la
nobleza polaca. Soberana en sus tierras donde el labra-
dor era siervo, soberana en el Estado, donde tenia dere-
cho de reclamar á mano armada la satisfaccion de sus
agravios, todo lo porfia, y la suerte del país estuvo toda
entera en sus manos.


Pero el poder absoluto no ciega menos á las corpora-
ciones que lo ejercen que á los individuos, y la nobleza
polaca sufrió plenamente su influencia deletérea. El or-
gullo de casta llegó á ser la regla única de sus resolu-
ciones : conservar á todo trance las distinciones que la
elevaban tan alto, tal fué la pasion que la dominó , y
esta pasion le ocultó las necesidades políticas mas evi-
dentes.


Lo que 'labia de comun en las ideas á que obedecia la
casta soberana ni aun siquiera sirvió para preservarla
de los males anejos á las disensiones intestinas , antes.
bien unos hombres acostumbrados al mando en sus Es-
tados ostentaban en los actos de la vida política una so-,
berbia fácilmente irritable. Toda resistencia á sus vo-
luntades los llenaba de indignacion : las minorías no se
sometían á las resoluciones á que se hablan opuesto, y




86 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
los partidos una vez empellados en la lucha no tardaban
-en llegar á ser irreconciliables.


Vanamente se agravaba el mal , vanamente en el lu-
gar de una nacion capaz de voluntad y accion colectivas
no existian ya en Polonia mas que facciones en guerra
unas con otras ; en vano el territorio estaba visible-
mente á merced de las empresas de sus vecinos, pues la
nobleza no se cuidó mas que de mantener en toda su
maléfica integridad las instituciones que le aseguraban
la soberanía conquistada en detrimento de todos.


Tal era la fuerza de las preocupaciones nacidas entre
los nobles de un largo hábito de la dominacion , que ni
aun el repartimiento de 1772 tuvo poder bastante para
modificar su imperio. Andrés Zamoiski habla sido en-
cargado de preparar la reorganizacion del Estado:
en 1780 comunicó á la dieta un trabajo que, entre otras
proposiciones , contenia la de proceder á la emancipa-
cion de los siervos y al ensanche de la autoridad real,
lo cual era poner el dedo en la llaga y seóalar los re-
medios. Aquella proposicion arrancó de todos los ban-
cos gritos de cólera, y una votacion casi unánime pro-
clamó á Zamoiski traidor á la patria.


Cierto que once años despues otra dieta se mostró
mas ilustrada y equitativa, pues no solo ratificó las pro-
posiciones rechazadas en 1780, sino que cambió la for-
ma misma del gobierno, y la corona se declaró heredi-
taria en la casa de Sajonia , pero desgraciadamente ya
era tarde. Las potencias que ya se habian apoderado de
una parte de las provincias no quedan que el resto de
la presa pudiese escapárseles ; tenian de su lado la
fuerza, y dos nuevos repartimientos verificados entre
ríos de sangre vinieron á coronar la obra de iniquidad.


El principio electivo subsistió tambien en Alemania,


CAPÍTULO 287
pero sin acarrear todas las desastrosas consecuencias
que produjo en Polonia. No entregó la nacion al yugo
del extranjero , pero la condujo á fraccionarse en una
multitud de naciones, cada cual con sus leyes, su go-
bierno , sus alianzas , sus fuerzas militares , libres para
moverse mútuas guerras, libres hasta para moverlas al
jefe, cuya soberanía aceptaban y arrancarle porciones
de su patrimonio hereditario cuando la fortuna corona-
ba sus empresas.


En el transcurso del décimo siglo , el principio mo-
nárquico parcela destinado á prevalecer en Alemania.
La corona no savia de la casa de Sajonia : se dejaba al
que la cenia designar su sucesor, y Oton el Grande ob-
tuvo sin dificultad de la dieta de Worms una votacion
que -aseguraba á su hijo , á la sazon de tierna edad, la
herencia del trono.


La muerte de Oton III atajó el curso de las cosas.
Oton no tenia hijos, y su primo Enrique el Santo no le
sucedió sino á costa de concesiones que debilitaban la
autoridad imperial. Aquel príncipe no fué elegido en
dieta general; dirigióse á los Estados particulares de los
ducados y fuéle preciso renunciar á algunos de los de-
rechos de que habian gozado sus predecesores en mate-
ria de impuesto y consentir en la renovacion de los tí-
tulos, en cuya virtud gobernaban los duques las gran-
des circunscripciones del imperio.


El advenimiento de la casa de Franconia trajo nuevos
conflictos. Gonzalo el Sálico tuvo que luchar contra los
príncipes de la casa de Sajonia, y que conducir una ex-
pedicion á Italia : la necesidad de asegurarse apoyos en
Alemania le decidió á otorgar á los feudatarios de se-
gundo órden la heredabilidad de los Estados , de que
hasta entonces solo habian sido meros usufructuarios.




288 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
Dado el primer paso, las largas contiendas de la casa


de Franconia con el papado dieron ocasion á otros mas
decisivos. Enrique 1V, en pugna con competidores ele-
gidos por el partido que sostenia la causa pontificia, sa-
crificó á las necesidades de su propia defensa preroga-
tivas esenciales al mantenimiento de la supremacía im-
perial : los condes fueron hereditarios , los obispos y
los margraves adquirieron derechos y poderes mas la-
tos, la mayor parte de las grandes ciudades obtuvieron
cartas que las hicieron dueñas de gobernarse á su arbi-
trio, y por do quiera en Alemania se formaron Estados
cuya independencia solo tuvo límites fáciles de ex-
tender.


En 1135 , en el momento en que Lotario II subió al
trono, el imperio estaba en plena disolucion: los pri-
meros príncipes de la casa de Suevia, merced á las
fuerzas que recibian de sus posesiones hereditarias,
consiguieron reanimar el poder central ; pero la doble
eleccion de Felipe y de Oton de Brunswick le debilitó
de nuevo, y mas adelante el largo interregno vino á
precipitar su decadencia.


Lo que hubo de particular en Alemania fué la exce-
siva concentracion del derecho electoral. En Polonia
todos los nobles tomaban parte en la eleccion del jefe
del Estado, y el número de los que acudian á las dietas
pasó alguna vez de ochenta mil: en Alemania, por el
contrario, no hubo desde el origen mas votantes que
los duques investidos del mando de las grandes cir-
cunscripciones territoriales ; y cuando estos, converti-
dos en hereditarios , cesaron de ser considerados como
mandatarios de la corona, no quedaron mas electores
que los titulares de los grandes oficios del imperio. Esta
combinacion, que atribula á siete dignatarios solamente


CAPÍTULO Xl.
289


el derecho de elegir los emperadores , tuvo sus venta-
jas y sus inconvenientes: preservó al país de las con-
mociones que indefectiblemente habria causado el ejer-
cicio del poder constituyente, si de él hubieran estado
posesionadas grandes masas de poblacion ; pero abrió
libre curso á los manejos subterráneos y á vergonzosas
transacciones. El dinero llegó á ser el principal medio
de triunfo. Ricardo de Cornualla no ganó la partida á
Alfonso de Castilla , sino comprando á mas alto precio
los sufragios. Cuatro necesitaba para obtener la mayo-
ría, de ellos pagó tres á razon de cinco mil libras cada
uno, pero el cuarto, el del Arzobispo de Colonia , le
costó doce mil ; del mismo modo Adolfo de Nassau
tuvo que hacer enormes sacrificios para adquirir la co-
rona; lo mismo tambien Cárlos IV cuando quiso asegu-
rar su sucesion á su hijo Venceslao, y cuando Cárlos
de Espaiia y Francisco I de Francia solicitaren el cetro
imperial , uno y otro rivalizaron en prodigalidad con
los electores. No siguieron las cosas enteramente el
mismo curso durante los dos siglos últimos: los descen-
dientes de Fernando I no encontraron ya contendientes
capaces de disputarles un título, al que solo iban anejas
prerogativas mas honoríficas que reales, y que parecia
de interés público dejar en manos de príncipes, cuyo
personal poderío habia llegado á ser el principal ba-
luarte de Alemania contra las invasiones de los ejérci-
tos otomanos.


En la época en que la eleccion de Rodolfo de Habs-
burgo vino á terminar el grande interregno, ya Alema-
nia contenia doscientos diez y nueve Estados particula-
res, en su mayor parte eclesiásticos, y todavía se vió
nacer despues otros ciento cincuenta y uno nuevos. La
impotencia de una autoridad sometida á los azares de la


FORMAS DE GOBIERY;0.-19




290 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
-eleccion habia dejado rebosar por todas partes la anar-
quía : las ciudades se unian entre sí por medio de tra-
tados de alianza, movian guerra á los nobles, y poco
faltó para que consiguiesen erigirse como los cantones
suizos en confederacion libre, y de todo punto inde-
pendiente. Los príncipes, por su parte, se batian, á
fin de extender su patrimonio hereditario; las diferen-
tes porciones de la poblacion fundaban asociaciones, de-
fendiendo á mano armada intereses de casta y de clase,
y muchas veces en lucha con el resto de la comunidad.
Tribunales secretos se arrogaban el derecho de admi-
nistrar justicia, y sus fallos, ejecutados en la sombra,
difundian el espanto: la potestad imperial procuraba en
vano restablecer un poco de órden y tranquilidad; en
ninguna parte se conserva bastante fuerte su accion
para obrar con alguna perseverancia y eficacia.


Y no porque teóricamente no estuviese constituida
la soberanía. En principio residía juntamente en el em-
perador y en los diferentes Estados del imperio : cole-
gios en que los electores , los príncipes y las ciudades
libres estaban representados , tomaban bajo la presi-
dencia del emperador ó de un mandatario elegido por
él, resoluciones declaradas obligatorias para todos; pero
no habla allí ninguna fuerza para asegurar la ejecucion,
y por lo comun aquellas resoluciones no pasaban del
estado de letra muerta.


Despues de la guerra de treinta aiios, la necesidad de
reposo habla llegado á ser general, y el tratado de Wes-
falia vino á regular de nuevo las relaciones de los Esta-
dos, ya entre sí, ya con la autoridad central : obra es-
téril; las condenas fulminadas contra los infractores de
lo acordado no tuvieron mas efecto que en los tiempos
anteriores; aquellas condenas no impidieron á dos dee-


GAPÍTIlLo xt.
291


Lores de Baviera tomar sucesivamente partido por Fran-
cia en lucha con el cuerpo germánico, ni á Federico II
de Prusia arrebatar la Silesia á María Teresa. Durante
el décimo octavo siglo, la fuerza decidió las contiendas
empeñadas entre los príncipes á quienes de derecho al-
canzaba la soberanía imperial , y no hubo empresa que
-no pudiesen acometer aquellos de entre dichos prínci-
pes que sabian ganar batallas. Así , cuando el estableci-
miento de la confederacion decidió al emperador á de-
poner la corona , hacia ya mucho tiempo que la unidad
alemana estaba rota, y no existia mas que á título de
recuerdo histórico.


En 1815, Alemania hizo un esfuerzo para recons-
tituirse. Todo habla cambiado en su seno ; ya no te-
nia jefe investido por la eleccion del derecho de re-
clamar obediencia ; en vez de trescientos setenta Es-
tados que contenia á principios del siglo xvn, no con-
taba ya mas que treinta y nueve, y por medio de un
pacto de alianza probó á recobrar un poco de vida co-
lectiva.


¿Lo ha logrado en la necesaria medida ? La Asamblea
de Francfort , esa asamblea compuesta de los plenipo-
tenciarios de los Estados signatarios del acta federal
iformó un poder superior ante el cual hayan tenido
que inclinarse las soberanías particulares? Los sucesos
se han encargado de responder. Las confederaciones
son siempre tanto mas frágiles cuanta mas desigualdad
hay en las fuerzas de los que forman parte de ellas, y
entre las potencias representadas en Francfort, las ha-
bia que no solo eran bastante considerables para que
fuese imposible en caso de disentimiento obligarlas á
someterse á las voluntades de la mayoría, sino que re-
tibian además de su importancia misma intereses espe-




292 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
ciales, de un órden superior á los que las unjan á la.
asociacion general.


Desde el punto de vista de la unidad nacional, Ale-
mania, antes de la batalla de Sadova , no estaba mas.
adelantada que durante los tres siglos últimos.


Si luego ha dado un gran paso hácia aquella unidad,
no ha sido sino derribando antiguas dinastías, para in-
corporar á Prusia los Estados que ellas gobernaban, y
si la obra comenzada llega á su término, ya no habrá
Alemania, pero en el lugar que ocupaba en Europa ha-
brá surgido un vasto imperio hereditario, que reunirá
bajo una misma direccion pueblos que, en su mayor
parte, tendrán tarde ó temprano que echar de menos,
las ventajas que les aseguraba una existencia distinta y
separada (1).


Si hay una forma de gobierno cuya incompatibilidad
con la duracion de los grandes Estados haya demos-
trado la experiencia , es seguramente la que abandona
el poder real á los azares de la eleccion. En Europa, ni
uno solo de los Estados en que ha prevalecido esta
forma ha logrado subsistir. IIungría y Bohemia han pa-
sado bajo el dominio del Austria y perdido su antigua
independencia; el Imperio germánico ha caido en diso-
lucion , y Polonia, mas desgraciada todavía, ha sufrida
un repartimiento que la ha aniquilado.


Y es porque aquella forma no permitia al poder cen-
tral adquirir ó conservar el ascendiente que necesitaba.
para llenar su mision. Por una parte, manteniéndose
bajo la dependencia de los que elegian á su depositario.
vitalicio, acababa por reducirle á la impotencia de lil-


( e ) La primera parte de esta profecía se ha cumplido, y muy de te-
mer es que se cumpla tambien, y pronto, la segunda. Téngase pre-
sente que el autor escribia esto hace poco mas de un ano. (N. del


CAPÍTULO 293
,char contra las causas de descomposicion social que le
era preciso contener; por otra, imprimia á aquellas
mismas causas un incremento de actividad que las hacia
de cada vez mas funestas.


Nada mas sencillo que esta marcha de las cosas.
Cualquiera que fuese su composicion , el cuerpo llama-
do á elegir el príncipe atendia ante todo á sus particula-
res intereses. Traficaba con sus sufragios: ningun can-
didato tenia probabilidad de triunfar sino á condicion de
hacerle concesiones, y de aquí resultaba que por lo
comun cada nueva eleccion quitaba á la corona algunas
de las prerogativas ó de las atribuciones de que hasta
entonces Babia tenido el libre ejercicio.


No solo la humillacion contínua de la autoridad real
dejaba mayores vida y poder á los gérmenes de discor-
dia que cobijaba el Estado , mas existia para estimular
su desarrollo una causa dotada de invencible energía,
cual era el ejercicio mismo del poder constituyente.
A cada vacante del trono los partidos corrian el azar de
.ganarlo ó de perderlo todo , porque el príncipe que de-
bia su nombramiento á uno de ellos no podia, so pena
de quedar á merced de los partidos contrarios, sus-
traerse á la dominacion del que le habla dado la corona;
así los conflictos eran en extremo violentos. Rara vez,
la minoría se resignaba con su derrota; muchas veces
proclamaba un rey de su eleccion, y entonces estallaba
una guerra civil que , cualquiera que fuese su resulta-
do definitivo , dejaba á la nacion dividida en facciones
irreconciliables siempre prontas á renovar sus luchas;
así, á los naturales motivos de disension se agregaban
otros mas fatales todavía debidos al juego mismo de las
instituciones políticas, y de aquí los incesantes progre-
sos de la anarquía, bajo la cual sucumbieron al cabo to-




DE LAS FORMAS. DE GOBIERNO.


dos aquellos Estados de Europa en que la corona conti-
nuó siendo electiva y vitalicia.


CAPITULO XII.


DE Lis REHBLICAS EN LA EDAD MEDIA Y EN EL MENEO MODERNO.


Europa ha contado en su seno gran número de re-
públicas, que han vivido bajo formas muy diversas; y-
entre aquellas que conservaron su unidad constitutiva
y las que unidas unas á otras por un pacto de defensa
comun , se sometieron en lo que concernia á la ejecu-
cion de los respectivos compromisos á una autoridad
central, subsistieron diferencias demasiado caracteriza-
das para no haber influido sensiblemente sobre sus des-
tinos; así, conviene clasificarlas por separado.


Repúblicas unitarias.


Hubo en la Edad media una era, durante la cual apa-
recieron en los más de los Estados de Europa tenden-
cias á la organizacion republicana. Las ciudades liabian
adquirido una alta importancia : ricas y con poblaciones
numerosas, muchas de ellas disponian de milicias aguer-
ridas y formidables, é intereses cada dia mas cuantiosos
las impulsaban á reclamar con creciente energía el de-
recho de gobernarse á sí propias Tal fué, en efecto, el
fin que trataron de alcanzar, pero ni en Alemania, ni
en Flandes y los Paises Bajos , consiguieron despren-
derse de los vínculos del vasallaje original, y las luchas.
que sostuvieron no les fueron ventajosas.


Solo en el suelo de Italia no sucedió así: aili la auto


CAPÍTULO XII. 9.95
comía llegó á ser patrimonio de las ciudades y hubo
un momento en que se verificó su transformacion en
verdaderas repúblicas , resultado que debieron á cir-
cunstancias de un órden especialísimo. En una época en
que la fuerza lo decidia todo, lo que más tercian los
Papas era la formacion en la Península de un Estado
bastante poderoso para poner á Roma bajo su dominio:
en su sentir , el libre ejercicio del poder de que estaban
investidos, exigia la subdivision de Italia en muchos pe-
queños Estados, y cada vez que una casa real dilataba
en ella sus conquistas , le suscitaban fuera enemigos
que venian á derribarla Esta política hábilmente practi-
cada dió sus frutos : en cuatro siglos quebrantó sucesi-
vamente tres monarquías ya considerables , cuyos ins-
trumentos fueron sucesivamente los Griegos, los Fran-
cos y los pueblos Teutónicos , y vino ó parar en hacer
de Italia un feudo del Sacro romano Imperio, de un im-
perio cuyo jefe elegido y residente en Alemania no te-
nia medios de ejercer fuera de sus posesiones heredi-
tarias mas que una autoridad incierta y sujeta á litigio.


La situacion que debió Italia á la politica de la Santa
Sede decidió el curso de las revoluciones de que fué
teatro. Mientras que en las otras comarcas de Europa,
las ciudades tenian delante príncipes que , para mante-
nerlas sumisas, disponian de fuerzas siempre prontas á
reunirse bajo su bandera , en Italia las ciudades no te-
nian que contar mas que con un alto soberano que vi-
via en país extranjero, sin ejército suyo á sus inmedia-
ciones , y á quien de ordinario sus asuntos propios, en
el suelo mismo de Alemania, daban demasiado que ha-
cer para dejar en libertad de ocuparse activamente de
los que en otra parte reclamaban su atencion: así fué que
su ernancipacion se fué realizando poco á poco, y cuan-




296 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
do la cuestion de las investiduras vino á poner en pug-
na al Imperio con el Papado, poco trabajo les costó
completarla.


A principios del duodécimo siglo, en el momento en
que el Concordato de Worms vino á terminar la gran
querella de las investiduras, no habla ya en Italia ciudad
grande ni pequeña que no se gobernase á sí misma.
Unas se habian apoderado á viva fuerza de las liberta-
des que les faltaban; otras las habían comprado á bajo
precio á emperadores siempre escasos de dinero, y bien
-que en derecho la Península no hubiese cesado de de-
pender de la corona germánica, de hecho estaba cubier-
ta de una multitud de repúblicas de origen y forma mu-
nicipal.


La historia de aquellas repúblicas fué en todas casi la
misma. Despues de dos ó tres siglos de una existencia
borrascosa, todas, excepto Venecia y Génova, sucum-
lieron bajo el peso de los males inherentes á las disen-
siones intestinas; ninguna de ellas consiguió darse un
gobierno capaz de reprimir las violencias de los parti-
dos, y mucho tiempo antes de las invasiones de que
Italia fué víctima, la anarquía las 'labia condenado á so-
portar la tiranía de jefes que las habian convertido en
principados hereditarios.


Y no porque la forma republicana no conviniese y
Basta fuese la única que podía convenir á pequeños
Estados que, en su mayor parte, no corisistian mas que
en una ciudad y su término ; pero en la época en que
esta forma prevaleció en Italia, la barbarie era general,
y todo en el estado de los ánimos, de las costumbres y
de las instituciones se mira para imprimir á las pasiones
que suscita la vida pública un indomable vuelo.


Por donde quiera entonces las ciases sociales estaban


CAPÍTULO XII. 9,97
profundamente separadas. Distinciones facticias impo-
nian á las masas numerosas una sujecion opresiva, y en
sus filas se habian hacinado ódios que no aguardaban
mas que una ocasion de estallar, y que se presentó tan
luego como las ciudades tuvieron que proveer á su pro-
pio gobierno. La eleccion á las magistraturas y el dere-
cho de ejercerlas suscitaron entre los privilegiados y el
resto de la poblacion interminables contiendas. El do-
minio en un principio habla pertenecido á los obispos,
los cuales no pudieron conservarle, como tampoco la
nobleza, en cuyas manos habia venido á parar : el esta-
do llano se le arrancó , y pronto este á su vez se puso
en pugna con los artesanos y la plebe: así se sucedie-
ron revoluciones que no concluian mas que para pre-
parar otras, efecto natural de las iniquidades que eran
siempre su secuela. El partido triunfante no se limitaba
á adjudicarse la direccion de los negocios, sino que tra-
bajaba por reducir á los vencidos á la impotencia de re-
parar su derrota, y leyes de proscripcion llevaban el
luto y la ruina á sus huestes; así es que no se consu-
maba revolucion alguna que no aumentase el número
de los enemigos que las revoluciones anteriores habian
creado al órden establecido , y el poder, cualesquiera
que fuesen las manos á. que habla pasado, no tardaba en
sucumbir bajo ataques de cada vez mas encarnizados y
frecuentes.


Las guerras que mútuamente se hicieron las ciudades
contribuyeron á agravar el mal. No era solo el deseo
de ensanchar su propio territorio, lo que las hacia ene-
migas á unas de otras, antes bien intluia para ello con
mayor fuerza todavía otro linaje de codicias: manufac-
tureros y traficantes disputábanse la posesion de los
mercados abiertos á la venta de los productos de su tra-




298 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
bajo, y de aquí entre ellas rivalidades fecundas en im-
placables rencores. A.y de aquellas á quienes la fortuna
de las armas dejaba á merced de un vencedor! Su ruina
era segura : sus habitantes eran dispersados ó si obte-
nían el permiso de continuar residiendo en sus hogares,
no era sino á condicion de renunciar al ejercicio de la
industria que hasta entonces había labrado su prosperi-
dad. Guerras que podian acarrear tales consecuencias
apasionaban vivamente los ánimos: una empresa malo-
grada, un revés de alguna importancia bastaban para
ocasionar la caida del partido gobernante, y revolucio-
nes que transferian bruscamente el poder á sus adver-
sarios, no dejaban de agravar y multiplicar los gérine-,
nes de discordia.


INo tardó en abrirse otra fuente de division. Al cabo
de treinta años de independencia , Italia era presa de
desórdenes tales que los emperadores creyeron llegado
el momento de restituirla á la obediencia. Las ciudades,
amenazadas de próxima ruina, la nobleza de los cam-
pos, el Papa mismo expulsado entonces de Roma trans-
formada en república, los vencidos de los diversos par-
tidos, los llamaban en su ayuda, y Federico I acudió al
frente de un ejército alernan á reclamar el ejercicio de
los derechos que creia corresponderle en virtud de
una eleccion que con la corona imperial conferia la
que habia pertenecido á los reyes de la antigua Lom-
bardía; peroaquellas mismas ciudades que se inclinaban
delante de su alta soberanía , que enviaban sus cónsu-
les á llevarle dádivas y homenajes, que le invitaban á
dirimir sus discordias, no consentian renunciar en su
favor á las libertades é independencia de que gozaban,'
y pronto la sumision que exigió de ellas provocó un
conflicto que renovado bajo dos de sus sucesores en-


CAPÍTULO XII. 29T
sangrentó la Italia por espacio de mas de un siglo.


Aquel conflicto fué el que dió origen á los dos gran-
des partidos que bajo el nombre de Gibelinos y Güelfos
se hicieron la guerra desde el uno al otro confin de la
Península. El primero , reuniendo bajo su bandera to-
das las existencias , todos los intereses que el desmem-
bramiento de la soberanía habia puesto en peligro, sos-
tenia las pretensiones de Federico; el otro defendia las
libertades adquiridas, y lo que aumentaba mucho su
fuerza era la alianza de la Santa Sede que, restituida á
su política natural, no solo no queda que Italia tuviese
un soberano, mas aspiraba á sustituir su propia supre-
macía a la que no hdbian sabido conservar los empe-
radores


Nada podia ser tan funesto á Italia como la especia
de excision de que llegó á ser teatro. Hasta entonces
las colisiones políticas hablan sido parciales y locales: si
no habia una sola aldea donde las diferentes clases de
la poblacion no se disputasen el ejercicio del poder, las
contiendas se resolvian por el choque de fuerzas mera-
mente interiores y sin intervencion de fuera, pero no
fué ya así en cuanto se planteó la cuestion de saber si
Italia restituida bajo la autoridad preponderante y cen-
tral del jefe del imperio, volveria á la unidad monár-
quica, ó si acabarla de fraccionarse en pequeños Esta-
dos libres de gobernarse cada cual á su albedrío. Era esta
una cuestion general que se anteponia á todas las demás
y muy propia para llamar á todos los que querian que
se resolviese del mismo modo á prestarse mútuamente
asistencia en todos los puntos del territorio , y así suce-
dió en efecto : Güelfo ó Gibelino , cada uno de los dos.
partidos en pugna trabajó porque prevaleciese su causa
donde quiera que algo podian sus esfuerzos , con lo qu




300 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
todo se complicó y empeoró en las respectivas situacio-
nes. No hubo ya para los partidos derrotas irrepara-
bles: los vencidos iban á buscar en el extranjero los
medios de recomenzar la lucha; toda ciudad tenia en sus
propios desterrados enemigos siempre prontos á ata-
carla; todo se volvia tramas, traiciones , incesantes
guerras, escenas de degüello y de venganza, y á tal pun-
to llegó el exceso de los rencores políticos , que en la
época en que la muerte del emperador y rey Federi-
co II dejó á los Gibelinos sin jefe, no quedaban ya fuera
de Toscana sino muy pocas ciudades donde los padeci-
mientos inherentes á la anarquía no hubiesen permitido


algun personaje importante apoderarse de la sobe-
ranía.


Las repúblicas italianas no tuvieron en realidad mas
que una existencia muy breve: Si Venecia y Génova
vivieron casi hasta nuestros dias, no sucedió así con las
demás : la misma Florencia , que fué la que duró mas
tiempo , no conservó su libertad por mucho mas de dos
siglos, y en todos los sucesos no se diferenciaron mas
que en la mayar ó menor rapidez con que se consumó
su ruina.


»En Florencia, dice Maquiavelo , el espíritu de fac-
cion dividió primeramente á los nobles entre sí, luego
á los nobles y al pueblo, y por último, á los primeros y
á. las últimas clases del pueblo mismo. Muchas veces
uno de aquellos partidos victoriosos se dividió en otros
dos: jamás semejantes disensiones causaron en ciudad
.alguna. tantas muertes, destierros y destrucciones de
familias (9.


»Florencia, dice en otra parte el mismo autor, esta-


(1 ) Historia de Florencia, lib. I.


CAPÍTULO XII. 301
ba desgarrada, no por una sola faccion , sino por una
infinidad de ellas, las del pueblo y los nobles , de los-
Güelfos y los Gibelinos, de los Blancos y los Negros;
solo se veían allí armas y combates, y constantemente
ardian en refriegas diferentes barrios de la ciudad (1).»


Por mas que horrorice este cuadro, fuerza es reco-
nocer que la situacion de Florencia habia sido ó conti-
nuaba siendo la de todas las ciudades de Italia: no habia
una en que las poblaciones no hubiesen estado ó no es-
tuviesen aun divididas en facciones irreconciliables,
siempre prontas á entrar en batalla y á proscribirse
mútuamente. Esto fué lo que perdió á las repúblicas
italianas : ninguno de los gobiernos que se dieron con-
siguió hacer respetar las leyes establecidas: la mas des-
enfrenada anarquía extendió gradualmente sus estragos,
y los males que proporcionaba acarrearon la ruina de
las instituciones que no hablan podido atajar su des-
tructora invasion.


En general, la libertad política pereció en Italia por
las mismas manos que tenían la mision de defenderla:
fácil fué á los capitanes del pueblo, á los podestás, á los
jefes militares usar de los poderes que les estaban con-
fiados para apoderarse de la soberanía y asegurársela
en herencia á sus deudos. Sin duda casi todos tuvieron
luchas que sostener, adversarios que combatir; pero los
vencedores consiguieron el objeto de sus esfuerzos.
Muchos de ellos sucumbieron bajo los ataques de sus
rivales de ambicion; familias ya reinantes fueron derro-
cadas y reemplazadas , y en medio de los conflictos que
se abrieron, hubo varias restauraciones de la vida repu-
blicana; pero ya era tarde para volver definitivamente


(t ) Historia de Florencia, lib. 111.




3O2 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
á ella. Rencorosas pasiones de incurable violencia ha-
blan hecho á las poblaciones incapaces de concordia po-
lítica, y la impotencia de gobernarse á si propias no les
permitia ya sustraerse al yugo de un tirano. Florencia
era la ciudad que habia conquistado la última su libertad,
y fué tambien la que la conservó mas tiempo : más de
medio siglo necesitaron los Médicis para someterla á su
autoridad, pero las circunstancias acudieron en su au-
xilio, y como todas las demás ciudades de la Península,
Florencia acabó por caer bajo la dependencia de una
casa soberana.


A primera vista cuesta trabajo comprender por qué
los Estados de Italia no pudieron subsistir bajo la forma
republicana, que era para ellos la forma natural, la que
mejor se adaptaba á su situacion territorial y á la esca-
sa poblacion que reunian bajo un mismo gobierno; pero
examinándolo de cerca, nada se explica mas fácilmente
que su destino, porque jamás Estados republicanos tu-
vieron que luchar contra tantas y tan poderosas causas
de discordias y perturbacion.


En el duodécimo siglo, en plena edad media, fué cuando
la decadencia de la autoridad imperial dejó á los Italia-
nos abandonados á sí mismos. En aquellos tiempos in-
cultos y groseros, los ánimos carecian de toda mode-
racion , y los menores disentimientos producian verda-
deras batallas : ahora bien , los motivos de disentimien-
to abundaban en Italia. El régimen feudal habia sembra-
do allí numerosas distinciones gerárquicas, y las clases


quienes pertenecia la dominacion abusaban grande-
mente de ella en daáo de las demás; así fué que la
emancipacion de las ciudades no tardó en desatar fu-
riosas borrascas. Nobles y estado llano , estado llano y
artesanos, artes mayores y artes menores, todas las


CAPÍTULO XII. 303
fracciones dela poblacion, entre las cuales existian dife-
rencias de rango, de condicion , de riqueza, de modo de
vivir, de trabajo y ocupaciones, entraron sucesivamen-
te en luchó, y á medida que se repitieron los combates,
las irritaciones y los rencores se hicieron mas nume-
rosos y vivos.


No fueron, sin embargo, las rivalidades de castas y
de clases lo que decidió la suerte de las repúblicas ita-
lianas. Por grande dalo que causasen , nada tenian
aquellas rivalidades que el tiempo no pudiese modificar,
y abandonadas á si mismas, todo paso hácia el derecho
cornun les babria quitado algo de su primitiva crudeza.


Lo que hundió á las repúblicas italianas fué que á los
fermentos de discordia aglomerados en su seno vinie-
ron á mezclarse otros , dotados de una actividad mas
funesta todavía. El único freno capaz de moderar y
contener los arrebatos de los partidos es el respeto á la
independencia nacional, y el vilipendio que va anejo á
los excesos que pueden ponerla en peligro: ahora bien,
este freno cayó durante las largas guerras á que dieron
ocasion y principio los esfuerzos de los príncipes de la
casa de Suevia , para devolver á la corona imperial sus
antiguas prerogativas. General fué la conllagracion : en
todas partes se peleó en pró ó en contra del restableci-
miento de la soberanía imperial: todos fueron Güelfos
ó Gibelinos antes de ser ciudadanos, y no hubo Estado
donde cada uno de los dos partidos en lucha no contase
fuera, en los hombres que defendian allí la causa á que
él mismo se 'labia adherido, aliados cuyo apoyo invo-
caba en caso de necesidad contra sus propios compa-
triotas.


El patriotismo no resiste á tales pruebas: la intro-
duccion del extranjero en los conflictos á que daba már-




PE


30 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
gen la eleccion de los gobernantes no tardó en debili-
tarle, y llegó un momento en que su extincion dejó
al espíritu de partido en libertad de desplegar toda su
eficacia desorganizadora.


Es tendencia natural de los partidos inmolar los inte-
reses generales al interés particular. En Italia, donde
las violencias que ejercian unos contra otros eran causa
de que les fuesen de cada vez mas temibles las derro-
tas, se acostumbraron á procurar el triunfo á todo
trance , y no hubo iniquidad , traicion, atentado, ma-
tanza, ante que retrocediesen cuando de ello esperaban
algun provecho, y los ejemplos que dieron ocasionaron
los mas fatales efectos.


Y es porque no hay posibilidad de que la ley moral
se doble en ninguna de sus aplicaciones, sin doblegarse
al mismo tiempo en todas las demás: el desprecio de
sus prescripciones en la vida pública acarrean necesa-
riamente un desprecio igual en la vida civil. Las armas
de que se valen los partidos para llegar á sus fines, aca-
ban por parecer de uso lícito á los individuos para el
logro de los bienes que codician. La corrupcion des-
ciende (le las regiones donde estallan los conflictos polí-
ticos á aquella en que se rozan las rivalidades , las pre-
tensiones , los intereses privados , y á medida que ex-
tiende en ella sus estragos corroe los cimientos en que
estriban las libertades sociales.


Las repúblicas italianas no son las únicas á quienes
condujo á su ruina la degeneracion moral; tal fué en el
mundo antiguo la suerte de las repúblicas griegas.
Desde el orígen habian existido en estas dos partidos,
compuestos el uno de nobles y de ricos , el otro del
vulgo de la poblacion libre; Esparta , en tiempo de la
guerra del Peloponeso, tomó bajo su proteccion al pri-


GAPiTULo xii. 305
mero, Atenas (lió la suya al segundo, y pronto el senti-
miento cívico perdió su energía tutelar en unos Esta-
dos en que la intervencion del extranjero fué aceptada
por los que en ellos se disputaban la direccion de los
negocios públicos. Prevaleció con esto el espíritu de
partido sobre el patriotismo : arreciaron las pasiones
rencorosas que suscita, y excesos de cada vez mas gra-
ves sembraron en las ideas y en las costumbres las
mas fatales semillas de ilepravacion ; de aquí la degene-
racion del carácter nacional, de aquí aquella doblez,
aquella infidelidad á los compromisos , aquellos sacrifi-
cios al egoismo que sei-iala Polibio, y que, haciendo á
los Griegos incapaces de todo concierto en el empleo de
sus fuerzas, los dejó á merced de las empresas de Roma.


En Grecia, sin embargo, no tomó el mal las propor-
ciones enormes que adquirió en el suelo de Italia ; no
tuvo allí por cómplice á la opinion docta , y los mas
ilustres filósofos no cesaron ni un momento de comba-
tirle y procurar su remedio. En Italia, donde los moti-
vos de discordia eran á la par mas numerosos y com-
plejos, el sentimiento religioso habla desfallecido ante
el abuso que hacia 'Roma de su autoridad en provecho
de sórdidos intereses ; la teoría se rebajó tanto como la
práctica, y no valieron más los preceptos que las obras.
Alcanzar el resultado á cualquier costa, tal fué para
todos el fin propuesto ; el elogio se reservó para el
triunfo, el vituperio para la derrota , y Maquiavelo,
cuando escribió el libro del Príncipe , no fué mas que
el eco, el editor ingenioso y diserto de las máximas ad-
mitidas, lo mismo por los claros ingenios de su país
que por los príncipes á quienes enseriaba , con el arte
de deshacerse de sus rivales, el de conservar y engran-
decer sus Estados.


YOR11 AS DE GOBIEEN0.-20




306 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
1.a degradacion de las conciencias fué lo que condujo


á las repúblicas italianas á la servidumbre. Si las nocio-
nes de justicia y de deber hubiesen conservado en ellas
su natural fuerza, las pasiones vengativas y codiciosas
habrian encontrado el freno que les faltó, y no habría
llegado á ser su accion tan disolvente, al paso que, por
otra parte, unas sociedades menos desunidas , porque
habrian sido mas honradas hubieran inspirado mas
respeto ; los ambiciosos habrian osado menos, y no ha-
bria llegado la era fatal de las tiranías.


No hubo en Italia mas que dos repúblicas que se sus-
trajeron al comun destino, y una y otra debieron su
conservacion á circunstancias muy especiales. Si entre
las que consolidaron la existencia de Venecia hay que
contar la formacion de un patriciado hereditario, el
nombramiento vitalicio de los (lux , la institucion del
Consejo de los Diez, el régimen de terror mantenido
por la inquisicion de Estado, todavía entra por más la
configuracion del suelo en que se levantaba la ciudad,
cuyos diferentes barrios estaban aislados unos de otros
por dilatadas marismas , de manera que cualesquiera
que pudiesen ser los motivos de descontento, era im-
posible al pueblo obrar en masa , y descargar uno de
esos golpes de fuerza que derriban súbitamente los po-
deres establecidos. El gobierno tuvo que desbaratar tra-
mas urdidas en la sombra , conjuraciones preparadas
en su propio seno, pero no tuvo que temer insurrec-
ciones , á las que faltaba toda probabilidad de triunfo, y
muy poco arte y habilidad necesitó para establecer y
perpetuar la tiranía que habia usurpado.


Diferentes eran las cosas en Génova : nada alli im-
pedia los choques á mano armada , y mas de una vez la
poblacion, fatigada por la anarquía que la amenazaba


• CAPÍTULO XII.
307


.de ruina , se resignó á confiar á príncipes extranjeros
el ejercicio de la señoría. Génova, empero, nunca tar-
dó en desembarazarse de los lazos que se habia echado
encima, y el recobrar su autonomía, efecto de un con-
junto de circunstancias , debidas tambien á su posicion
geográfica. Merced á la faja de montañas que la rodea-
ba , Génova , protegida contra las invasiones enemi-
gas, no podia pensar en extender su dominio mas que
sobre algunos puntos del litoral vecino, y si acometió
nt)ru rras marítimas, si hizo inútiles sacrificios con la es-
peranza de reinar sobre Córcega, no tuvo á lo me-
nos , como las otras repúblicas de Italia , que sostener
las luchas encarnizadas y fecundas en discordias que
fomentaban entre estas la sed de engrandecimiento, á
la par que el deseo de subyugarse mútuamente. Por
otra parte , Génova , situada en un confin de la penín-
sula, quedó en libertad de no tomar en las largas luchas
del sacerdocio y del imperio mas que la parte que con-
venia á sus intereses del momento, y las rencorosas pa-
siones que provocaron aquellas luchas no vinieron sino
rara vez á mezclarse en sus muros con las que produ-
cían en ellos las rivalidades intestinas.


Igualmente favorecida fué Génova bajo otros concep-
tos. Era una ciudad marítima , llena de vida comercial,
que realizaba inmensos beneficios, y tal llegó á ser en
ella el número de las familias poderosas por la riqueza
que mútuamente se•acian contrapeso, en términos de
que ninguna de ellas hubiera podido aspirar á la domi-
nacion política sin encontrar en la coalicion de las otras
un obstáculo insuperable.


Génova , sin embargo, tuvo que defenderse contra la
conquista extranjera, primero cuando la expedicion á
Italia de Carlos VIII de Francia, y luego durante las




308 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
guerras que treinta alias despues estallaron entre Cár_.
los V y Francisco I, logrando siempre eludir los peli-
gros que la amenazaban. Los príncipes que se d isputa-
ban el dominio de Italia tenian igualmente necesidad.
del auxilio de sus escuadras, y Génova, variando de.
alianzas á tiempo , logró conservarse sdiora de sus
propios destinos.


Es por lo demás un hecho dignísimo de observacion.
que únicamente las ciudades marítimas fueron en Italia
las que no cayeron bajo el yugo de jefes, cuya domina-
cion pasó á sus descendientes. Pisa era libre todavía
cuando tuvo que abrir sus puertas á los soldados de
Florencia; Venecia y Génova vivieron como repúblicas
hasta el dia en que ejércitos extranjeros fueron á poner
término á su existencia.


Injusto seria dejar las repúblicas (le Italia sin recor-
dar de qué servicios les fué deudora Europa. hay en la
libertad política, aun allí mismo donde las disensiones
que consiente preparan su inevitable ruina, una virtud
que en ciertas épocas ha hecho á las poblaciones que de
ella han disfrutado, ser las únicas capaces de arrancar á
la civilizacion las trabas que embarazaban ó impedian
su marcha.


El mundo antiguo no caminaba ya: ni el Egipto con
sus castas y su régimen teocrático, ni los grandes im-
perios del Asia abrumados por el despotismo militar
podian ya suministrarle los medios de avanzar, y Gre-
cia fué la que le (lió impulso. La libertad política vino á
difundir en el seno de los pequdios Estados que conte-
nia la vida y el movimiento . la elocuencia , el co-
nocimiento de los negocios , el arte de captarse el
favor público fué lo que decidió del triunfo de los
partidos, y pronto Grecia , merced á las excitaciones


CAPÍTULO XII.
309


debidas al juego mismo de sus instituciones , allegó las
luces en las cuales la humanidad no habria podido ex-
tenderse y continuar la carrera de sus conquistas.


Ahora bien, la mision que cupo á Grecia hace mas
de veinte siglos, tuvo Italia que llenarla á su vez. En la
Edad media la fuerza bruta habla alcanzado un absoluto
predominio, y apenas quedaban algunos vestigios de la
civilizacion á que se había levantado el mundo romano:
las ciudades de Italia ganaron la libertad, y sus habitan-
tes no tardaron en recibir de las luchas mismas ocasio-
nadas por el choque de las ambiciones locales una ener-
gía intelectual que aplicaron á todos los empleos de su
:actividad. Navegacion y comercio agricultura é in-
dustria, artes y ciencias , no hay medio alguno de pro-
greso, no hay elemento de grandeza y prosperidad que
no consiguiesen usar con una habilidad cada dia ma-
yor, y cierto que sin las ensdianzas debidas al logro de
-sus obras, las naciones de Europa habrian vegetado m u-
clio mas tiempo bajo el peso de la ignorancia y de la
,barbarie.


Muy pocos dias pacíficos y bonancibles contaron las
:repúblicas de Italia: apenas nacidas viéronse envueltas
-en tempestades de indomable violencia. Acaso era pre-
,ciso nada menos que la produccion y el vuelo de las pa-
siones políticas que á la postre debían matarlas para
asegurar el triunfo de la grande obra que les cupo en
suerte llevar á cabo; pero de aquella grande obra la hu-
manidad entera ha recogido los frutos, y por mas triste
-que sea la decadencia de que ha ido seguida para sus
:autores, justo es honrar la memoria de estos.




310 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


Repáblieas federales.


La Europa moderna no ha contado mas que dos re-
públicas federales de una importancia real, una la Suiza,
hoy mas grande, mejor constituida, mas compacta y
floreciente que en ninguna de las épocas anteriores;
otra la Holanda que , al cabo de menos de dos siglos de,
existencia, se convirtió en monarquía hereditaria. Una
diferencia tan marcada en la suerte de aquellos Estados
merece tanta mayor atencion cuanto que es imposible,
imputarla á la desigual eficacia de las causas de divisioa
interior, contra que tuvieron que luchar una y otra.


De los dos Estados, en efecto, aquel en que las referi-
das causas labraban con menos actividad, es cabalmente'
el que no ha podido subsistir bajo la forma republicana,
y no porque las instituciones no les dejasen en Holanda
una fuerza excesiva. La union ele Utrecht no constituyó-
allí poder alguno central con derecho á reclamar la
obediencia : cada una de las provincias confederadas
quedó en plena posesion de su propia soberanía; todas
enviaban á los listados generales mandatarios encarga-
dos de representarlos en ellos, y bastaba la oposicion de-
cualquiera de ellas para invalidar el voto de las demás.


Igual sistema é idénticos resultados en las diversas-
provincias: todas tenian sus Estados particulares en que
figuraban los delegados de la nobleza, los del clero y los
representantes de las ciudades. Tambien allí se necesi-
taba la unanimidad de los sufragios para que fuesen le-
gales las decisiones, y era raro que el veto de uno (lelos.
órdenes ó de una ciudad no anulase hasta aquellas mis-
mas decisiones que mas conformes parecian al interés,
general.


CAPÍTULO xn. 311
Por otra parte la desigualdad de los derechos políticos


y civiles fomentaba en el seno de las poblaciones conti-
nuos disentimientos : no solo la nobleza y el estado llano
estaban habitualmente en contienda , mas á cada mo-
mento estallaban en las ciudades disensiones de extre-
mada violencia, y era porque el gobierno pertenecia
allí á un corto número de familias que formaban una
aristocracia municipal investida de todos los beneficios
anejos á la administracion de los negocios públicos. La
masa de los habitantes no soportaba sino á duras penas
la sujecion que pesaba sobre ella, y el ódio al órden es-
tablecido la disponia á apoyar todas las revoluciones
que prometian su cambio.


Pero por mas defectuosa que fuese la organizacion
política y social de las provincias unidas de los Paises
.Bajos, la de los cantones de la Suiza lo era todavía más.
Cuantos eran los cantones, otros tantos eran los Esta-
dos, los cuales bien que unidos entre sí por pactos de
alianza defensiva , conservaban hasta el derecho de ha-
cer la guerra por su propia cuenta y de contratar en el
extranjero empeños particulares.


Holanda tenia sus Estados generales, y á fin de pro-
veer á la ejecucion de las resoluciones adoptadas, un
Consejo de Estado permanente compuesto de mandata-
rios de todas las provincias: Suiza no tenia siquiera
asamblea llamada á deliberar sobre las cosas de interés
nacional. Las dietas que se titulaban generales no se
reunian mas que para regular la administracion de los
territorios conquistados y poseidos en comun , estándo-
les vedado inmiscuirse en ningun otro asunto ; así
aquellas dietas se negaron á funcionar desde el momen-
to erg que estalló la excision religiosa; y en su lugar apa-
recieron dos, la una protestante que tenia su residencia




312 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
en Aran , la otra católica que residia en Lucerna , y
aquellas dietas trataban entre sí como de potencia á po-
tencia (1).


A tal punto se consideraban los cantones como Esta-
dos en plena posesion de su autonomía, que no titu-
beaban en dirimir sus contiendas con las armas en la
mano, ni aun en ensanchar sus posesiones á expensas
unos de otros; así , durante la guerra que , en 1712,
Berna y Zurich tuvieron que sostener contra cinco de los
cantones católicos, estos , batidos en todas las refriegas
no obtuvieron la paz sino cediendo á los vencedores su
parte de soberanía sobre el condado de Baden y algunas
de las bailías libres. Aquella paz, ajustada en Aran, aca-
bó de romper los últimos lazos de la unidad nacional:
los cantones vencidos solicitaron la Koteccion de Fran-
cia, y un tratado de alianza les aseguró el auxilio mili-
tar de esta potencia para el caso en que ocurriese un
nuevo conflicto.


Por lo que respecta á la situacion interior de los can-
tones, mucho distaba de ser tan buena como la de las
provincias unidas de los Paises-Bajos. Casi en todas par-


( 1 ) Las únicas dietas que se continuó calificando de generales fue-
ron las que convocaban los embajadores extranjeros cuando tenian
que hacer proposiciones capaces de interesar á varios cantones á la
vez: en este caso los embajadores tenian ob'igacion de pagar los gas-
tos de viaje y de residencia en los puntos de convocacion de los dele-
gados de los diferentes cantones. En aquellas dietas los católicos y los
protestantes tornaban asiento separadamente, y los embajadores te-
nian que negociar con dos asambleas distintas y frecuentemente ene-
migas.


Del mismo modo los cantones suizos no tenian en el extranjero re-•
presentante coman; cada canton enviaba agentes particulares que tra-
taban en su nombre, y no se mezclaban de modo alguno en los asun-
tos de los demás cantones.


CAPÍTULO XII. 313
tes subsistian en Suiza numerosos y eficaces motivos de
division: por una parte los habitantes de los territorios
sumisos soportaban con impaciencia una dominacion
que los humillaba; por otra, en los cantones aristocráti-
cos, que eran con mucho los mas importantes, la po-
blacion de los campos y la mayor parte de la de lal ciu-
jades esperaban la ocasion de derribar un régimen que
los privaba de toda participacion en el gobierno del Es-
tado. Mas de una vez en Berna, donde la soberanía se
labia concentrado en provecho de menos de cien fami-
lias, habian ocurrido revueltas que claramente patenti-
zaban la irritacion de las masas; del propio modo en
Lucerna, en Basilea, en Zurich, las insurrecciones hablan
sido frecuentes, y todo en la segunda mitad del siglo pa-
sado , anunciaba la proximidad de una era fecunda en
acontecimientos revolucionarios.


En Suiza, empero, la forma republicana resistió á to-
dos los embates , y la invasion francesa de 1798, lla-
mada y ayudada por los numerosos descontentos que
encerraba el país, la dejó no solo intacta , mas enmen-
dada y robustecida. En Holanda, por el contrario, aque-
lla forma no tardó en sucumbir, y su existencia no duró
dos siglos cabales.


Pues bien, todo en la disparidad de la suerte que ex-
perimentó en Suiza y en Holanda se derivó de un solo
y mismo hecho, de la diferencia de las situaciones terri-
toriales. Como observa el historiador Juan de Muller,
la Suiza, encerrada en sus montaiias, á cubierto de los
ataques de sus vecinos, pudo conservarse extraí= a á las
luchas de los otros Estados y conservar una neutralidad
que, dispensándola de los esfuerzos y de los sacrificios
que impone la guerra en lo exterior, le permitió sub-
sistir bajo el régimen federal. Distinta era la situacion




1


1


314 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
de Holanda en posesion de colonias apartadas, blanco
de las envidias que suscitaba el mismo esplendor de su
fortuna comercial , precisada á defenderse á un tiempo
mismo, por mar y por tierra, forzoso le fué tomar par-
te en las mas de las grandes guerras de que Europa lle-
gó á ser teatro, y acabar por afiliarse so pena de inva-
sion y de ruina, bajo una forma de gobierno que asegu-
rase á sus fuerzas la unidad de direccion, cuya ausencia
habria sido infaliblemente castigada con reveses de cada
vez menos reparables.


Se ha dicho que la presencia en el seno de las Provin-
cias-Unidas de una familia de sangre real, á quien el ex-
plendor de su origen, sus alianzas con muchas de las ca-
sas soberanas de Europa y las dignidades que de antiguo
venia disfrutando, elevaban desmesuradamente por en-
cima de todas las demás, fué allí la causa decisiva de la
ruina del sistema republicano. Es seguro, en efecto, que
la casa de Orange ocupaba en el país un rango de espe-
cialísima altura y no menos seguro que tendió sin tregua
á engrandecerse y consolidar las ventajas inherentes á
la preeminencia de que gozaba ; pero no es menos se-
guro que sin esa casa , sin el ascendiente que ejer-
cia, sin los servicios que ese mismo ascendiente le per-
mitió, y solo á ella permitió prestar, jamás los Paises-
Bajos habrian conseguido conservar su independencia.
Porque era estatouder de varias provincias, logró Gui-
llermo el Taciturno hacer firmar en Utrecht el acta que
reunió á siete de ellas en un mismo cuerpo político;
porque nadie tenia medios de disputar el mando á su
hijo Mauricio, vio España malograrse los esfuerzos que
no cesaba de hacer por restablecer su dominio. Dos ve-
ces , andando los tiempos , Holanda recobró las fuerzas
que necesitaba para rehacerse de las derrotas que la ha-


CAPÍTULO XII.
3 l


bia conducido al borde del abismo, confiando la direc-
cion de sus negocios á príncipes de la casa de Orange.


Los Estados federativos encierran naturalmente un
principio de decadencia , cuya accion, nula ó poco sen-
tida en las épocas de calma y prosperidad , no tarda en
hacerse mucho mas intensa cada vez que las circuns-
tancias del momento vienen á imponerles apuros y car-
gas extraordinarias : ese principio es la discordancia de
los intereses, bajo cuyo imperio consideran la situacion
los diferentes miembros de la asociacion, y consienten
en prestar su concurso á las medidas, cuyo empleo
puede esta exigir.


En las Provincias-Unidas, los Estados generales, en
tiempo de paz, bastaban á dirigir los negocios; en tiem-
po de guerra les era casi siempre imposible llevarlos á
buen término , y es porque entonces á los disentimien-
tos que mantenian en su seno las rivalidades personales,
venian á agregarse los que producian los conflictos entre
provincias sobre cuyos intereses no obraba de la propia
manera el curso de los sucesos. Entre las disidencias.
Babia una que toda lucha empellida con las potencias
circunvecinas hacia nacer constantemente. Mientras la
Holanda y la Zelandia pedian que ante todo se pusiesen
las costas á cubierto de todo ataque y se armasen es-
cuadras bastante numerosas para proteger eficazmente
las colonias y el comercio marítimo, el Giieldres y el
Over-Issell quedan, por el contrario, que se empezase.
por proveer á la defensa ten itorial, y que ejércitos nun-
ca suficientemente poderosos en su sentir, viniesen á
cubrir las fronteras y á preservar su suelo de los ma-
les de la invasion. Ninguna comhinacion porfia convenir
igualmente á aquellas provincias: lo que las unas pedian
era rechazado por las otras, faltaba el asentimiento ge-




316 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
peral á unas decisiones que solo él podia hacer legales:
la guerra iba mal dirigida, y los mas peligrosos reveses
Nenian á demostrarlo.


No menos faltaba la concordia cuando habla que to-
mar partido en pro ó en contra de alguna de las poten-
cias de Europa , que contratar alguna alianza, declarar
la guerra ó ajustar la paz. En semejantes casos, cada
una de las provincias no consultaba mas que sus parti-
culares intereses, y mas de una vez la necesidad de
concluir decidió á las mayorías á actos que las prescrip-
ciones mismas del pacto federal vedaban formalmente;
así, el tratado de Wesfalia fué ratificado, á pesar de la
oposicion de la Zelandia. Vanamente tambien la misma
provincia se pronunció en 1741 contra la triple alianza,
.á la sazon en proyecto, pues no fueron oidas sus re-
clamaciones, y las negociaciones siguieron adelante.
Dos años despues, en 1743 , ocurrió un hecho de mu-
cha mayor gravedad. María Teresa de Austria , atacada
por todas partes , solicitaba socorros; tres de las siete
provincias no accedieron á su peticion, prescindiendo
.de lo cual las otras cuatro pusieron á su disposicion
veinte mil soldados. Hablase visto durante el siglo ante-
rior á la ciudad de Amsterdam impedir ella sola un
rompimiento con Francia, y en la ocasion referida se
vió, por el contrario, con desprecio de la ley funda-
mental, á una escasa mayoría arrogarse el derecho de
wrancar á la confederacion de la neutralidad , de que
no podia salir sin someterse á los azares de una guerra
que, segun todos los anuncios , debia ser fecunda en
apuros y peligros.


Lo que al cabo trajo la formacion de un poder de
esencia monárquica fué la impotencia en que se encon-
traban los Estados generales de llegar al grado de con-


CAPÍTULO XII. 317
cordia que necesitaba el logro de los esfuerzos á que
forzaban á la nacion las relaciones con los países ex-
tranjeros. No se estableció aquel poder sin encontrar
larga y enérgica oposicion: desde el origen, la simple
reunion en las mismas manos del gobierno particular
de las diferentes provincias y del mando militar habia
pesado sobre gran número de intereses y sembrado
inquietudes sobre el porvenir de las libertades públi-
cas. El odioso asesinato de Barneveldt y la proscrip-
cion de los Arminianos mas adelante, las violencias por
cuyo medio Guillermo II trató de impedir el licencia-
miento de la porcion del ejército cuyo sosten acababa
de hacer inútil la paz de Wesfalia , habian suscitada
profundas irritaciones, y acabado de crear al estatou-
derado general numerosos y pujantes adversarios ; mas
por otra parte , la defensa nacional tenia exigencias im-
posibles de desconocer, y por lo comun con la guerra
aparecia la necesidad de confiar su direccion á un cau-
dillo investido de una autoridad decisiva. Así se vió for-
marse en Holanda dos partidos, enemigo el uno, amigo
el otro del estatouderado general, y entre aquellos par-
tidos se empelió una lucha , cuyo resultado aseguró la
victoria al segundo.


Nada mas instructivo que las peripecias de aquella lu-
cha. En 1579 el acta de union firmada en Utrecht cons-
tituyó á las siete provincias de los Países Bajos en Es-
tado federativo, y mientras que aquellas provincias tu-
vieron que combatir contra los ejércitos que Espala no
se cansaba en enviar contra ellas, la potestad ejecutora
fué patrimonio de los príncipes de la casa de Orange:
cuatro de ellos la ejercieron sucesivamente y en la
mas ancha medida. En 1648 el tratado de Wesfalia res-


1 tituyó la paz á Holanda , reconocida á título de Estada




318 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
libre é independiente por las demás potencias de Euro-
pa, y dos arios despues fué tanto mas fácil al partido
republicano obtener la supresion del estatouderado ge-
neral, cuanto que el titular, Guillermo II, acababa de
morir, no dejando en pos de sí mas que un hijo toda-
vía en la cuna. Hermoso período fué el que se abrió
entonces en la existencia de IIolanda : hombres de rara
eminencia dirigieron sus negecios , y á pesar de una
guerra desgraciada, pero corta con la Inglaterra de
Cromwell, todo floreció y prosperó en su seno. En 1672,
por el contrario, estalló una desastrosa tempestad : los
Estados generales temían el espíritu de los ejércitos;
habíanse emperrado en reducir su número, y cuando
Luis XIV les declaró la guerra, las provincias fronteri-
zas, mal guardadas, cayeron á pocos dias en su pe-
der, con lo que por todas partes se alzó un grito de
indignacion y de ira contra un gobierno que no había
sabido ni preveer el ataque ni descubrir los medios de
resistirle : sobrevinieron insurrecciones , la sangre de
los mejores ciudadanos corrió bajo los golpes de un po-
pulacho furioso, y el estatouderado general restablecido
en la persona de Guillermo III no tardó en declararse
hereditario.


Treinta a pios despues se consumó una revolucion en
sentido contrario. Guillermo habla muerto en el trono
de Inglaterra, y con él quedaba extinguida la rama pri-
mogénita de la casa de Orange. Aprovechando la oca-
sion , los Estados generales se posesionaron nuevamen-
te de los poderes públicos , y de nuevo desapareció el
estatouderado general. Cerca de medio siglo vivieron
entonces las Provincias-Unidas en forma de república.
Y no porque en el ~mente mismo en que la muerte
de Guillermo III las dejó en libertad de cambiar la for-


CAPÍTULO XII.
319


ma de su gobierno dejase de imponerle considerables
cargas la guerra de sucesion ya encendida ; pero aque-
lla guerra no era de índole capaz de amenazar su segu-
ridad: hacíanla como aliadas del Imperio y de Ingla-
terra , y las victorias en que tenian participacion, no
solo daban satisfaccion ámplia al ódio que la nacion en-
tera profesaba á Luis XIV; mas contribuian á popula-
rizar el régimen bajo el cual se recogia el beneficio de
aquellas victorias.


No sucedió así en 1747. La guerra emperrada con
Francia tomó mal giro ; la Flandes holandesa estaba in-
vadida , las plazas que las defendian caian unas despues
de otras en manos de los vencedores, y la república,
casi en su último trance, parecia no tener ya mas re-
curso que resignarse con su ruina. Entonces se repro-
dujeron las escenas de 1672 : las masas se sublevaron
contra un gobierno presa de divisiones que le condena-
ban á la impotencia; los Estados generales cedieron , y
Guillermo de Nassau-Dietz , heredero del nombre de
Orange, llegó á ser estatouder general y comandante
en jefe de los ejércitos de mar y tierra , á título heredi-
tario.


Así llegó el momento en que las provincias unidas
de los Países Bajos se transformaron definitivamente en
Estado monárquico. Todo, en las séries de las revolu-
ciones que trajeron esta transformacion , se unió para
mostrar cuán decisiva es la parte que en materia de
forma de gobierno acaba siempre por corresponder á
las exigencias de la defensa nacional. Cierto que Holan-
da reunía las más de las condiciones que de ordinario
permiten á las sociedades subsistir en forma de repú-
blica: era menos grande, y no mucho mas poblada
que Suiza; no abrigaba tantos gérmenes de discordia;




320 DE LAS ' FORMAS DE GOBIERNO.
pero lo que diferia entre los dos países era la natura-
leza de sus relaciones con las naciones extranjeras.
Nada impedia á Suiza vivir en paz con todo el mundo:
en manera alguna podia temer cine sus vecinos pensa-
sen en engrandecerse á sus expensas; ella misma no
tenia conquistas que codiciar, y sus mas evidentes in-
tereses le aconsejaban que no tomase parte alguna en-
las sangrientas conflagraciones de que era teatro Eu-
ropa. Distinta era la situacion de Holanda : fronteras
de fácil acceso , un comercio de inmensa extension,
posesiones , coloniales, objeto de temibles codicias , todo
le atraia frecuentes choques con las otras potencias, y
solo velando cuidadosamente porque ninguna de estas
adquiriese por mar ó tierra una preponderancia dura-
dera, era como podia asegurarse la conservacion de las
ventajas en que estribaba su prosperidad.


Durante mas de un siglo no hubo en el mundo euro-
peo conflicto alguno de importancia al que hubiese po-
dido Holanda permanecer extraiia : preciso le era, so
pena de encontrarse tarde ó temprano expuesta á las
hostilidades del vencedor, lanzarse en la lid y pelear en
ella con todas sus fuerzas.


Esto fue lo que decidió la suerte de sus instituciones
políticas. Un país obligado á aceptar luchas en que á.
veces hasta su misma existencia estaba en juego no po-
dia prescindir por mucho tiempo de una autoridad
constituida de tal suerte que impusiese respeto á los
partidos cuyas divisiones paralizaban ó debilitaban el
empleo de sus fuerzas. Dos veces Holanda estuvo á
punto de sucumbir víctima de las faltas diplomáticas y
militares que las rivalidades entre las provincias, entre
los órdenes, entre las ambiciones privadas en pugna,
hicieron cometer á los Estados generales, y dos veces


CAPÍTULO XIII. 321
no se recobró sino entregando á un príncipe de la casa
de Orange la alta direccion de sus negocios. Si la expe-
riencia de 1672 pudo no parecer suficientemente deci-
siva , la que se renovó en 1747 acabó de descorrer el'
velo ; la cuestion entonces quedó juzgada á los ojos de
las masas nacionales , y bajo el nombre de estatoudem
generales perpetuos, Holanda se dió en realidad sobe-
ranos hereditarios.


CAPITULO XIII.


DE LOS ESTADOS Y DE LOS GOBIERNOS DE AMERICA.


América se halla hoy cubierta de Estados cuya auto-
nomía es completa. Entre esos Estados hay uno cuya
existencia excita tanto mas interés cuanto que de un si-
glo á esta parte no ha cesado de agrandarse y florecer
bajo una forma de gobierno que en Europa no ha po-
dido establecerse y durar mas que en el reducido y.
montañoso término de Suiza: tal es la gran república fe-
deral del Norte. Vanamente se buscaria en el globo un
punto donde la actividad humana haya realizado tan
prontamente tan vastas y numerosas conquistas, donde
la poblacion y la riqueza hayan aumentado con tanta
rapidez.


¿De dónde ha provenido la alta y brillante fortuna
de los Estados de que se compone la union americana?
Evidentemente de diversas causas, pero de causas en-
tre las cuales debe contarse en primer lugar el juego
de las instituciones políticas. Cuanta mayor participa-
cian en su propio gobierno dejan las instituciones á los
hombres , mas engendran , propagan y vivifican en


roKmAs DB coniERNo.-21




1


*1


DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


ellos las dotes que requiere el progreso social, á con-
dicion , sin embargo, de que esos hombres sean capa-
ces del grado de concordia indispensable para el man-
tenimiento de la paz pública ; ahora bien , la poblacion
de los Estados-Unidos poseia esa capacidad en altísimo
grado, en la época en que rompió los lazos que la liga-
ban con Inglaterra. Era una poblacion de costumbres
sencillas y rígidas , diseminada en un territorio de in-
mensa extension, dada casi toda entera á las labores
agrícolas, y que , merced á los límites en que siempre
se 'labia encerrado la autoridad metropolitana , habia
aprendido de mucho tiempo atrás . á tratar ella misma
los más de sus propios asuntos.


En otro concepto, por mas fecunda en corrupciones
que debiese ser á la postre la esclavitud de los negros,
nada en la situacion social era entonces de naturaleza
capaz de sembrar las pasiones rencorosas, cuyo peli-
groso vuelo tienen que reprimir las sociedades cadu-
cas. El pueblo americano no conocia ni las que produce
el contraste de las condiciones y de las riquezas, ni las
que engendra la divergencia de los intereses locales : la
igualdad de los derechos , la general medianía de las
haciendas, el alto precio del trabajo manual, la ausen-
cia de industrias concentradas en puntos particulares
del territorio prevenia el nacimiento de unas y otras.
Hombres y cosas, todo en los Estados-Unidos ofrecia á
la libertad republicana un terreno que en ninguna parte
Labia encontrado hasta entonces tan bien preparado.


Pero hecha la parte del régimen político, queda to-
davía otra muy considerable que atribuir á circunstan-
cias de las que, antes del descubrimiento de América,
ninguna fraccion de la humanidad habia estado en apti-
tud de recoger los beneficios.


CAPÍTULO XIII. 323
En el viejo mundo era imposible á las sociedades hu-


manas adelantar con paso rápido. 1.o que pesaba sobre
so marcha era la poca eficacia de sus afanes: por gran-
de que fuese la liberalidad con que la naturaleza les
ofrecia sus clones , preciso les era aprender á utilizar-
los, y solo lo conseguian con auxilio de conocimientos,
.cuya adquisicion siempre lenta y parcial nunca les per-
miti a1adir mucho á la vez á los recursos que sabían
proporcionarse. De muy distinto modo pasaron las co-
sas en la América del Norte : armado de los medios de
produccion debidos á los sucesivos descubrimientos de
todas las generaciones anteriores, fué como un pilado
de Europeos llegó á tomar posesion de regiones com-
pletamente incultas. Delante de las imaginaciones se
extendian tierras que no aguardaban mas que un poco
de trabajo para cubrirse de abundantes mieses; libres
eran de concentrar sus esfuerzos sobre las que mas co-
piosamente los remuneraban; tenian para sacar de ellas
las riquezas que guardaban , artes , luces, fuerzas de-
bidas á la civilizacion, entonces la mas adelantada. Ja-
más poblacion alguna 'labia disfrutado de tales facilida-
des de desarrollo, reunido tan poderosos medios de cre-
cer en bienestar al mismo tiempo que en número.


Para los hombres que fueron á poblar la América del
Norte, la libre disposicion de un suelo virgen y casi sin
límites no fué solamente un manantial de prosperidades
económicas de incomparable fecundidad, sino Cambien
una causa de cordura y calina políticas. En un país
donde la tierra carecia casi de valor venal, y el trabajo,
por el contrario, estaba á precio muy alto, bastaba á
los mas pobres un poco de prudencia y escaso esfuerzo
para llegar en breve á la propiedad; asi es que no se
encontraba fraccion alguna de la poblacion en quien el




324 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
descontento de su suerte suscitase pasiones revolucio-
narias: en ninguna parte existian esas masas inquietas.
y turbulentas que, en las ciudades de Europa, son hos-
tiles al órden establecido ; donde quiera las realidades.
eran bastante satisfactorias para que los espíritus vio-
lentos y quiméricos no pensasen en torcer su curso na-
tural. Para todas las actividades Labia anchos campos.
abiertos : las roturaciones lejanas , las conquistas sobre
el desierto absorbian gran número de ellas, que el ma-
logro de sus esfuerzos hubiera podido en cualquiera.
otro país convertir en maléficas, y los partidos, des-
embarazados de la mayor parte de los elementos que:
por lo comun provocan sus demasías, solo sostenian lu-
chas que cualquiera que fuese su resultado ningun per-
juicio acarreaban para los intereses públicos.


Mucho valió tambien á la raza establecida en los Es-
tados-Unidos la comunidad de origen y de lenguaje con
aquella de las naciones de Europa que desde fines del.
siglo XVII 'labia realizado mayores progresos. Sabido es.
de cuánto provecho le fueron las costumbres , los sen-
timientos religiosos , los hábitos laboriosos , la necesi-
dad de independencia personal que llevó á su nueva pa-
tria , y no se han tenido suficientemente en cuenta los
servicios que le hicieron y le siguen haciendo todavía
las producciones literarias y científicas de Inglaterra.
Supliendo á la que los Estados-Unidos no podian dar,
aquellas producciones ejercieron la mas tutelar influen-
cia : por una parte han servido para fomentar y difun-
dir entre hombres en gran parte desparramados por
los campos, y por lo general dedicados á duras ocupa-
ciones, un grado de cultura intelectual que su género.
de vida comenzaba á rebajar ; por otra, á las ideas, á
las nociones , á las tendencias emanadas de las particu-


CAPÍTULO XIII. 325
laridades de su estado social y político, opusieron otras
de procedencia y carácter diferente, y que por mucho
tiempo han contribuido á mitigar lo que de sobrada-
mente exclusivo tenias las primeras. Fasta para apre-
ciar lo que pasó en este punto que aun'en nuestros dias
América no cuenta mas que un cortísimo número de
hombres enteramente dados al cultivo de las letras y de
has ciencias, y que la porcion mas ilustrada de la pobla-
cion , la que forman los letrados y curiales, continúan
'bebiendo en fuentes casi únicamente inglesas las luces
de cuyo auxilio le seria imposible prescindir.


iNo para aquí la enumeracion de las circunstancias á
que han debido los Estados Unidos una existencia pri-
odlegiada entre todas. Las naciones del antiguo mundo
no se han formado y crecido mas que entre el continuo
estruendo de las armas : no poseen una partícula de
terreno cuya conquista ó cuya conservacion no les haya
costado ríos de sangre, y sobre ellas no ha cesado de
pesar la fatal necesidad de sacrificar una enorme por-
cion de los frutos de sus afanes al sostenimiento de
fuerzas militares, necesidad que los Estados-Unidos no
-tan experimentado mas que en muy escasa medida:
-solo dos veces, de casi un siglo á esta parte, han teni-
do que sostener en lo exterior luchas de corta dura-
.cion, y casi siempre algunos miles de soldados han bas-
tado para preservar sus fronteras de todo peligro, con
lo cual se han libertado de una de las cargas cuyo gra-
vamen ha pesado mas duramente sobre el vuelo de las
sociedades humanas. Los hombres y las riquezas que
en todos los demás países han devorado continuas
guerras, los brazos que los grandes ejércitos perma-
nentes han arrancado al trabajo, los han conservado
-ellos en beneficio de las obras de la paz, y de aquí




r
326 DE LAS FORMAS DE comEuNo.
han nacido progresos de una rapidez nunca vista 1.


Los Estados-Unidos han tenido una verdadera edad'
de oro, y mientras no les falte la tierra virgen , mien-
tras que las inmensas regiones de que disponen no con--
tengan una poblacion quince ó veinte veces mayor, esa
edad no habrá llegado á su último término; sin embar-
go, la situacion de los Estados-Unidos no es ya lo que-
era á fines del siglo pasado. En lugar de menos de cinco
millones de habitantes que tenian entonces, tienen hoy
mas de treinta : sucesivos engrandecimientos han mas
que doblado la extension del territorio nacional; el nú-
mero de los Estados y de los distritos admitidos en la.
confederacion ha triplicado : en lo interior, como en
las costas, se han levantado y crecido ciudades que no
ceden en importancia mas que á las dos primeras capi-
tales de Europa; el trabajo no es ya únicamente agrí-
cola ; diversas industrias manufactureras han echado.
raices en su suelo, y ya se encuentran en el norte y en
el centro circunscripciones donde la vida económica
empieza á revestir todas las formas bajo que se ha des-
arrollado en las más de las comarcas del antiguo mundo.


¿Cuáles han sido los efectos de estas mudanzas? Hasta
aquí por do quiera los progresos de las artes y de la
riqueza , la densidad creciente de las poblaciones , los
engrandecimientos territoria'es han ejercido sobre los


( I ) Es de notar, sin embargo, que la falta de tropas regulares ha.
puesto á la confederacion en gran peligro: si la autoridad central hu-
biera dispuesto de cincuenta mil soldados ejercitados, la guerra de la
separacion no hubiera estallado, (5 hubiera concluido en pocos meses.
Con durar cerca de cuatro años, esa guerra ha costado la pérdida de
trescientos mil hombres, y dejado al país bajo el peso de una deuda,
cuyos intereses exceden con mucho de lo que cuesta á las mas gran-
des naciones de Europa el sostenimiento anual de los ejércitos que
mantienen en pié.


CAPÍTULO mit. 327
arreglos del órden político una influencia mas ó menos
caracterizada , y que de ordinario ha acabado por con-
vertirse en detrimento de las grandes asociaciones fe-
derales. ¿Ha sucedido lo mismo en el suelo americano?
La mas completa libertad política , las extraordinarias
facilidades que encontraban las conquistas del trabajo
han bastado para mantener allí en toda su integridad el
espíritu , las costumbres , las dotes cívicas y privadas
que á principios del presente siglo aseguraban á la au-
toridad central todo el ascendiente que necesitaba para
llenar su mision.


Los hechos dirán cuál ha sido en este concepto la
marcha de las cosas.


Hay un fermento de discordia que naturalmente abri-
gan todos los Estados cuando llegan á un cierto punto
de grandeza, y que tarde ó temprano debia adquirir en
los Estados-Unidos una actividad cada dia mayor : tal es
la oposicion que engendra entre los intereses de las di-
versas porciones del territorio la diferencia de los cli-
mas, de las condiciones geográficas, de los métodos de
labranza y de los géneros de produccion. En la época
en que se formó la confederacion, esta oposicion estaba
todavía latente ; pero á medida que la poblacion mas
numerosa y menos desparramada tuvo que pedir mas
al suelo, viósela asomar y crecer rápidamente ; intere-
ses nacidos y desarrollados bajo la influencia de las par-
ticularidades locales sembraron entre los Estados del
Sur y los del Norte, entre los Estados únicamente agrí-
colas y aquellos en que empezaban á fundarse indus-
trias manufactureras, disentimientos de cada vez mas
caracterizados , y cada dia fué haciéndose mas difícil
dictar leyes generales que no suscitasen descontentos
en unos ó en otros.




328
DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


Así lo atestiguan las crisis interiores que de cerca de
cuarenta arios á esta parte han venido á perturbar la
tranquilidad de que gozaban los Estados-Unidos: todas
esas crisis tuvieron por causas decisiones legales que
algunos Estados tuvieron por nocivas á los intereses
que les eran propios. La primera estalló en 1829: un
acuerdo emanado de los poderes públicos habia atribui-
do al gobierno central el derecho de disponer de




las
tierras no apropiadas ó baldías en toda la extension del
territorio nacional; aquellos de los Estados que conte-
nian muchas tierras de esa clase se consideraron como
víctimas de un despojo, y poco faltó para que rompie-
sen con el resto de la confederacion. Con este motivo
salió á relucir , bajo el nombre de nulificacion , una
teoría en virtud de la cual los diversos Estados , jueces
supremos de la validez (le las leyes dictadas por el con-
greso, estarian en libertad de negarse á su ejecucion en
.su propio territorio, lo que valia tanto corno reconocer
en beneficio de cada Estado particular una soberanía
por encima de la soberanía colectiva. La union no ha-
bria subsistido diez arios si hubiese llegado á prevalecer
tal doctrina, y, sin embargo, el apoyo que le prestaron,
:en el seno mismo del congreso, personajes eminentes,
atestiguó que respondia á sentimientos ya poderosos en
una parte del pueblo americano, y que por poco que el
curso de los sucesos viniese á estimular su vuelo, no
tardarian en provocar los mas graves conflictos.


Una prueba hubo de ello tres arios después. El 'Norte
habla llevado ventaja en el arreglo de los aranceles de
Aduanas : la Carolina del Sur negó obediencia á las
prescripciones votadas por la mayoría de los Estados y
-tomó medidas para impedir en su propio territorio la
cobranza de las nuevas cuotas, lo cual era romper coa


CAPÍTULO XIII. 329
la asor,iacion, y á no ser por la vigorosa y rápida ener-
gía que desplegó el presidente Jackson , de seguro ha-
bría corrido la sangre.


Desde entonces el mal no ha cesado de empeorar: no
ha habido progreso que al vivificar lo que (le exclusivo
tenían los particulares intereses de los Estados , no ha-
ya dado por efecto hacerlos de cada vez menos conci-
liables. Los disentimientos crecieron en número y as-
pereza ; la cuestion del Kansas se debatió á tiros, y si
la eleccion á la presidencia no hubiese en 1857 sido fa-
vorable á un candidato adicto á la causa del Sur , la
guerra civil no habria tardado cuatro arios en estallar.


Seguramente en el número de los motivos que deci-
dieron á los Estados del ' s ur á romper el pacto federal,
habia uno de detestable índole , por cuanto se trataba
para ellos de preservar de toda modificacion un régi-
men social fundado en la esclavitud y que consagraba
las mas fatales iniquidades. Esos Estados han sucumbi-
do, y los amigos de la humanidad han debido congratu-
larse de su derrota; pero no hay que forjarse ilusiones:
los intereses que quisieron defender no eran mas que
un desgraciado fruto de circunstancias peculiares al
suelo que ocupan. Bajo un cielo casi abrasador, necesa-
rias eran labores agrícolas de una dureza á que no po-
dia conformarse la raza europea, y no tuvo mas arbi-
trio que pedir á Africa trabajadores capaces de desem-
peñarlas en su lugar: así se habla aglomerado en el Sur
una poblacion negra dedicada al cultivo de las tierras y
cuya servidumbre parcela á los que disponian de. sus
brazos el medio único de conservar y acrecer la rique-
za que ya hablan adquirido.


Hoy no existe ya la servidumbre en ningun punto
-del territorio de la America septentrional: ha desapare-




330
DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


ciclo como desaparecen uno tras otro todos los restos•de
la barbarie de los pasados tiempos, pero con ella no se
han extinguido todos los motivos de antagonismo, cuya
eficacia tiene que temer la asociacion federal. Nada po-
dría conseguir que entre los intereses de Maine y del
New-Hampshire, y los de Tejas ó la Luisiana no subsis-
tan divergencias fuertemente caracterizadas ; nada po-
dría alcanzar que en materia de hacienda, de aduanas,
de relaciones exteriores , las leyes promulgadas en
Washington afecten del propio modo á los Estados na-
cientes del Oeste y á los Estados mas antiguos, y ya po-
pulosos y fabriles del Norte y del Centro. Hay en la in-
fluencia ejercida por la diferencia de los medios sobre
las ideas y las voluntades de poblaciones separadas
por enormes distancias , un manantial de disturbius que
rara vez el tiempo deja de ensanchar, y cuya perniciosa
fecundidad acabarán tarde ó temprano por agravar los
engrandecimientos territoriales recientemente efectua-
dos por el pueblo americano.


Preciso hubiera sido para mantener entre los Estados
admitidos en la Confederacion americana la paz tan
desgraciadamente rota en tiempo de la eleccion del pre-
sidente Lincoln ; preciso seria para preservarlos de las
borrascas y de las excisiones con que los amenaza el
porvenir un progreso que no se ha efectuado y que, á
juzgar por lo pasado, no está destinado á realizarse.
Lícito era ciertamente suponer que en una nacion com-
pletamente duela de su propio gobierno, en plena po-
sesion de todas las libertades practicables, y que dispo-
ne de facilidades, de medios de desarrollo de una abun-
dancia sin igual, el nivel intelectual y moral habla de ir
elevándose de cada vez más, y que cada generacion ida
aventajando en sensatez, en cordura, en amor del bien


cAríTuLo xm. 331
público á las anteriores : no ha sido tal, sin embargo,
el curso de las cosas. Si los individuos han adquirido.
en el suelo americano altas y vigorosas cualidades; si
han aprendido á desplegar en sus empresas la mas au-
daz actividad ; si no hay obstáculos ni peligros que no
sepan arrostrar siempre que brilla á sus ojos la espe-
ranza del éxito, lados hay en su carácter que han decai-
do de una manera visible, y esos lados son principal-
mente los que mayor influencia ejercen sobre las mani-
festaciones de la vida pública.


Vanamente, en efecto , se buscarian en los Estados-
Unidos los sentimientos y las costumbres que á fines.
del siglo pasado presidian las relaciones entre los par-
ticulares. La sed del lucro ha sentado allí sus reales, y
como todas las pasiones generalizadas ha traido en pos
de sí la mas funesta indulgencia con las fechorías de
que es origen. Una parte del público americano se ha
acostumbrado á considerar los negocios como un palen-
que, donde todas las armas son lícitas: la infidelidad á
los empeños contraidos, las especulaciones fraudulen-
tas, las tretas del agio nada tienen que no le parezcan
disculpable cuando las corona el éxito, y por lo comun
los que de tales cosas se aprovechan pierden menos en su
estitnacion que los que no han sido bastante ladinos
para defenderse de ellas.


En todas partes es un mal positivo la relajacion de
las costumbres mercantiles; en los paises libres este
mal adquiere especialísima gravedad. Lo que constituye-
la fuerza de los pueblos que se gobiernan á sí propios,
lo que asegura su porvenir es un grande amor al bien
público, la resignacion á los sacrificios que puede re-
clamar: ahora bien , allí donde la sed de las riquezas
puede bastante para pesar de mala manera sobre el es-




1
332 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
píritu que preside á las transacciones civiles, es impo.
sible que los sentimientos patrióticos se conserven en
toda su primitiva integridad. El sentido moral no reci-
be herida alguna que no se extienda á todo lo que él ri-
ge , y cuando se doblega en alguna de sus aplicaciones,
pronto se doblega tambien en todas las demás.


Entre las causas que en los Estados-Unidos tienden á
alterar el espíritu público, una hay, cuya eficacia no ha
cesado hastf aquí de aumentar el tiempo. A medida que
las artes y la liqueza han recibido nuevos desarrollos,
no solo ha aumentado la pob!acion, mas entre los ele-
mentos que la componen se han producido diferencias
de situacion cada vez mas considerables. Ya han em-
pezado á formarse en las grandes ciudades masas que
viven principalmente de faenas manuales, y entre las
cuales nacen y se difunden poco á poco las ideas y los
sentimientos que, en todos los paises, surgen natural-
mente en el seno de las muchedumbres.


Cierto que no hay país en que la instruccion popular
y de las clases medias esté tan generalmente dotada ni
.tan pródigamente distribuida como en los Estados-Uni-
.dos, pero nada puede conseguir que la dósis que de ella
•exige la sana inteligencia de los negocios en un grande
Estado llegue á ser patrimonio del vulgo de las pobla-
ciones. En América como en Europa, las masas no sa-
ben contar con el porvenir: en todas las cosas el interés
inmediato , el interés del momento es lo único que las
mueve; cualquiera que pueda ser su importancia, los
otros intereses no se manifiestan de un modo bastante
claro á sus miradas para arrancarles una atencion for-
mal, y con harta frecuencia mezquinas y apasionadas
concepciones presiden al uso que hacen de sus dere-
chos políticos.


CAPÍTULO xin. 331
Una cosa que es imposible no observar en los Estados-


Unidos es el achicamiento continuo del valor de los hom-
bres llamados á manejar los negocios públicos. No solo
la administracion de los Estados particulares no se confia
ya sino rara vez á los mas aptos para dirigirla, mas lo
propio sucede con la que rige la asociacion entera. Si
merced á un método de eleccion que abandona á las
legislaturas locales el cuidado de componerle, el Seriado
no ha perdido casi nada de su antigua elevacion; la Cá-
mara de los representantes, por el contrario, ha visto
disminuir poco á poco el número de aquellos de sus
individuos que mas cordura é inteligencia llevaban á
sus deliberaciones. La presidencia misma no se ha sus-
traido á la suerte de los demás poderes: John Quincy
Ildains cierra la lista de los grandes hombres de Estado
que sucesivamente la hablan ilustrado; despues de él no
han venido mas que personajes de vulgar capacidad, y
cosa notable, en un país donde los ejércitos hacen tan
poco papel, los servicios militares han llegado á ser los
que por lo comun han creado el título menos contesta-
do á las preferencias electorales.


Nada hay, por lo demás, en el curso actual de las co-
sas que con razon deba asombrarnos. Cuanto mas ha
aumentado la poblacion general, mas aumento ha adqui-
rido la parte de esa poblacion en cuyas filas faltan mas
el bienestar y la instruccion , y mas se ha ensanchado
la parte de influencia que ejerce sobre la eleccion de los
mandatarios del país. Por una parte no le gusta lo que
se levanta por encima del comun nivel, y las superio-
ridades debidas á la riqueza tienen muy especialmente
el don de desagradarle ; por otra , está ufana de su po-
der, y quiere ser halagada. Preciso es, para obtener
sus sufragios, inclinarse ante sus voluntades , adoptar




334 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
sus pasiones y sus preocupaciones , prodigarle elogios,
aplaudir en caso de necesidad hasta sus exigencias me-
nos sensatas, y como los mejores y los mas dignos no
se resignan á rebajarse tanto, se hace de cada vez mas
raro que triunfen en las luchas electorales.


Todo bien considerado, y tres anos de guerra civil
han dado de ello la triste prueba, la union americana no
se ha sustraido á las dolencias á que en todo tiempo han
estado sujetas las sociedades humanas. Ni las libertades
civiles y políticas mas completas, ni las mas extraordi-
narias ventajas de situacion han bastado á preservarla
de ellas. A mas de los disentimientos que naturalmente
se producen con ocasion de la renovacion de los pode-
res públicos, ha visto nacer los que engendra la dispa-
ridad de los intereses locales , y evidentemente estos
están destinados á crecer á medida que las diversas
fracciones del territorio nacional se vayan poblando
mas abundantemente. No solo el tiempo aumentará la
dificultad ya real de hacer igualmente aceptables las
cargas colectivas á poblaciones cuyos elementos y con-
diciones de prosperidad diferirán mucho, mas tambien
la de repartir esas cargas sin lastimar los derechos de
la equidad. }lijo todo régimen federal , los Estados re-
presentados en las asambleas tratan de hacer prevale-
cerlos intereses que les son propios, y es raro que los
que tienen la mayoría del momento no impongan su
voluntad á los demás. Vanamente los Estados en mino-
ría se resisten: preciso les es obedecer á resoluciones
de una parcialidad nociva para ellos , y de aquí irrita-
ciones que tarde ó temprano provocan borrascas revo-
lucionarias (1).


( 1 ) La guerra de la separacion ha asegurado la mayoría á los Esta-
dos del Norte, y en los pactos ajustados para hacer frente á las car-


CAPPITILO XIII. 333


Seguramente nada en la América del Norte amenaza
el porvenir de las instituciones republicanas; pero lo
que ya ha estado en peligro y lo que el tiempo acabará
por amenazar de nuevo es el sostenimiento de la aso-
ciacion tal cual hoy existe. Preciso seria , para retener
bajo una misma autoridad central á Estados separados
por enormes distancias , y cuyos intereses serán cada
dia mas divergentes, una dósis de prudencia y de razon
que hasta el presente no se ha encontrado en ninguna
otra fraccion de la humanidad. El ideal cuya realizacion
persiguen los Americanos atestigua una falta de sentido
político verdaderamente lamentable: lo que quieren es
la extension contínua de sus fronteras , la anexion á los
territorios que poseen de todos los que les están cir-
cunvecinos y no forman todavía parte de ella : no ven
que hay para todas las aglomeraciones de pueblos y de
territorios un grado de extension, pasado el cual nin-
gun gobierno podria ser poderoso á llenar bien su co-
metido, y no hay gran temeridad en afirmar que no
transcurrirá medio siglo sin que nuevas y sangrientas
colisiones vengan á enseriárselo.


Hay en la América , establecidos bajo la forma repu-
blicana , otros Estados además de la Confederacion del
Norte , y son los que Espacia tenia antiguamente bajo
su dependencia. Su situacion es digna de séria atencion:
ningun elemento de prosperidad les falta ; vastos espa-


gas rentísticas, estos Estados no han titubeado en hacer prohibitivos
aquellos de los aranceles de Aduanas que protegen las industrias fa-
briles establecidas en su propio suelo. Los intereses de los Estados
agrícolas del Oeste y de los Estados del Sur han sido sacrificados , y
es imposible que á la larga ó á la corta no surjan en el seno de la
asociacion contiendas tanto mas difíciles de apaciguar cuanto mas
tiempo haya durado el régimen fiscal actualmente establecido.




1.


336 tur. LAS FORMAS DE GOBIERNO.
GiOS , tierras de admirable fecundidad , minas do fácil
laboreo, todos sus mas preciosos dones les ha prodigado
la naturaleza, y, sin embargo, su existencia se arrastra
presa de los males de una anarquía crónica. Guerras
civiles sin tregua, renacientes, pesan sobre el trabajo y
le privan de todo impulso: los poderes públicos son el
ludibrio de las facciones que se disputan su ejercicio;
las presidencias se transforman en dictaduras , de que
sucesivamente se apoderan caudillos incapaces de con-
servarlas. Ningun órden, ningun respeto á las leyes;
donde quiera la fuerza al servicio de ambiciones y co-
dicias insaciables.


Cerca de medio siglo va ya transcurrido desde que
las repúblicas de origen español adquirieron la mas
completa independencia : nuevas generaciones han na-
cido y madurado en ellas bajo un régimen que parecia
deber difundir la vida y la prosperidad en su seno, y
nada todavía permite anunciar el término de los desór-
denes de que han sido víctimas hasta el presente. ¿De
dónde nace tanta diferencia entre su destino y el de las
repúblicas que forman la Confederacion del Norte? De
causas sencillas y fáciles de discernir


En la época en que las colonias inglesas rompieron
los brazós que las unian á la metrópoli , la poblacion
que contenian era laboriosa y activa , estaba acostum-
brada á arreglar ella misma la mayor parte de los asun-
tos Ulteriores, y por consiguiente preparada á com-
prender y tratar los que iba á crearle una completa au-
tonomía. En sus filas figuraban muchos hombres cuyas
luces nada dejaban que desear, y que en los paises mas
adelantados de Europa habrian sido contados con justo
título entre los mas ilustrados y capaces.


No sucedia así en la América española, donde en


CAPÍTULO XIII.
337


ninguna parte se encontraba el grado de cultura inte-
lectual y moral que requiere el recto uso de la libertad
política. La madre patria Babia transportado allí el ré-
gimen á que debia su propia decadencia: al despotismo
ejercido por los vireyes se agregaba otro mas abruma-
dor todavía , el despotismo clerical , y en aquellas po-
blaciones, encorvadas bajo una doble servidumbre, no
existian en suficiente medida la inteligencia y el amor
del bien público. No faltaron á la insurreccion caudillos
que pelearon valerosamente en los campos de batalla;
pero en el cija del triunfo los Estados que acababa de
crear no encontraron hombres que supiesen organizar-
los y administrarlos, y sobre todo que consintiesen en
sacrificar al interés general ios intereses que les eran
personales: así se vió estallar entre las ambiciones ri-
vales conflictos de una violencia desorganizadora. San-
grientos combates acabaron por decidir en qué manos
residida la supremacía; los vencidos espiaban la oca-
sion de comenzar nuevamente la lucha: á la revolucion
que los 'labia derribado sucedia otra que derribaba á
sus adversarios, y poquísimos gobernantes hubo que
consiguiesen llegar al término legal de sus funciones.


Habla, á mayor abundamiento, en la composicion de
las sociededes sustraidas al dominio de España un vicio,
cuyas fatales consecuencias solo el tiempo podia ami-
norar. Por todas partes se encontraban en contacto po-
blaciones, unas de descendencia europea, otras de des-
cendencia americana : estas eran con mucho las mas
numerosas; ellas habian aprontado el fondo de las fuer-
zas opuestas á los ejércitos de la metrópoli, y sin su
apoyo la causa de la independencia no habria triunfado;
Pero en ellas no se 'labia extinguido el recuerdo de las
iniquidades que por espacio de tres siglos habian estado


FORMAS DE GOBIERNO.-22




4


338 DE LAS FORMAS DE COBIERNO.
sufriendo y abrigaban hondos rencores. Cualquiera que
fuese el partido posesionado del gobierno , continuaban
descontentas, y fácil era á todos los fautores de desór-
denes reclutar en sus filas hombres siempre prontos á
favorecer las empresas revolucionarias.


Así se explica el contraste de los resultados produci-
dos en el suelo americano por instituciones fundadas
en los mismos principies, y es porque esas institucio-
nes no encontraron en todas partes un terreno igual-
mente favorable á su instalacion. Ninguna de las cuali-
dades morales é intelectuales que exige su práctica fal-
taba á las poblaciones de origen inglés cuando llega-
ron á la independencia , al paso que casi todas, por
el contrario , faltaban á las poblaciones sobre quie-
nes habla pesado el yugo de Espada. No tenian es-
tas ni las luces ni los sentimientos que reclama la vida
republicana : una larga servidumbre, manteniéndolas en
la ignorancia de los deberes que el interés coman impo-
ne á todos, 'labia dejado una excesiva preponderancia á
las propensiones egoistas. Las ventajas anejas á la pose-
sion del poder aparecieron á los ojos de los fuertes como
una presa de la que tenian derecho de apoderarse, y á
juzgar por lo pasado , lejano está aun el tiempo en que
unas sociedades presa de la anarquía hayan vencido
definitivamente los obstáculos que se oponen á que re-
cojan los beneficios de la libertad política.


CAPITULO XIV.


RESUMEN Y CONCLUSIONES IIISTORICIS.


Hay en lo concerniente á las formas de gobierno dos
verdades que la historia de lo pasado ha puesto en ple-


CAPÍTULO XIV. 339
,na evidencia: la una es que á contar desde las mas re-
motas edades, esas formas fueron y no cesaron de se-


rguir siendo desemejantes; es la otra que su desemejanza
no fué mas que un fruto de la que se produjo y se per-
petúa entre los Estados mismos. Tan luego corno los Es-
tados comenzaron á diferir en estructura , magnitud y
composicion, no pudieron ya subsistir bajo las mismas
condiciones orgánicas. Si todos tenian igualmente nece-
:sidad de una autoridad central con derecho á reclamar
la obediencia general, aquella autoridad no tuvo en to-
dos concesiones semejantes: todo dependió en este pun-
to de las dificultades que encontraba el cumplimiento de
su tarea. Tenia que conservar el Orden y la paz entre


.los elementos reunidos bajo su direccion, y allí donde
•estos elementos tendian mas á destruirse, fuéronle ne-
cesarias fuerzas de que en otras partes podia prescin-
dir: esto fué lo que diversificó las formas de gobierno.
Para los Estados, fué ley vital dejar á los poderes lla-
mados á regirlos tanta mayor independencia y sobera-
nía efectiva cuanto menos capaces de concordia eran las


:poblaciones que contenian, y los hechos ocurridos en
todas las épocas atestiguan que á ninguno de ellos fué
lícito desconocer las prescripciones de aquella ley sino
tajo pena de decadencia y ruina.


Cierto que el Inundo antiguo se diferenciaba en mu-
chos conceptos _del mundo en que vivimos. Numerosos
restos hubo de la barbarie original de que no acertó á
desembarazarse: la fuerza fué en él la medida única del
derecho y subsistió la esclavitud en toda su corruptora
dureza ; la soberanía del Estado erigida en regla funda -
mental no cesó de pesar en él de un modo terrible sobre
la libertad doméstica y civil, y sin embargo , aquellas de
-entre las circunstancias sociales, cuyo imperio se ex-




n


310 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
tiende sobre la constitucion de los poderes públicos no-
obraron en él ni con menos eficacia ni de distinta ma-
nera que en el mundo moderno.


En el mundo antiguo no hubo ningun grande Estado
en que el ejercicio de la soberanía no acabase por con-
centrarse en manos de un principe. Creados por la.
fuerza, reteniendo bajo una misma dominacion pueblos
diversos en origen y lenguaje, en muchos de los cuales
subsistia el deseo de recuperar su antigua autonomía,
los grandes Estados se habrian fraccionado si la autori-
dad hubiese sido en ellos compartida , 6 hubiese sola-
mente estado sujeta á voluntades, cuyas discordancias
tenia que contener. Por lo que respecta á los pequeños
Estados, todos se transformaron en repúblicas, pero
aquellas repúblicas se batieron unas contra otras ; las
menos poderosas no pudieron conservar su indepen-
dencia, y las que se engrandecieron á su costa sucum-
bieron á su vez, víctimas de las disensiones de que fue-
ron teatro, y es porque las repúblicas no pueden di-
latar sus fronteras sin que nuevos y mas enérgicos mo-
tivos de discordia vengan á mezclarse A todos los que
ya labran en su seno. A medida que extienden sus con-
quistas , las ventajas anejas al ejercicio de las magistra-
turas y de los mandos crecen en importancia, y por lo-
mismo excitan mas ardientes codicias; así, á las con-
tiendas producidas por la divergencia de las miras y de
los sentimientos políticos se agregan las que encienden
las rivalidades entre las personas, y estas no tardan en
sembrar en todas las clases animosidades cada vez mas.
rencorosas.


Asi nació y se propagó en aquellas de las repúblicas
de la antigitedad que predominaron sobre las otras la
corrupcion que las arrastró á su pérdida. El espíritu de.


CAPÍTULO X15". 34.1
.partido adquirió en ellas el mas maléfico imperio: todo
.amor del bien público se extinguió en unos hombres á
.quienes la grandeza de las satisfacciones 'aseguradas á
los que se apoderaban del gobierno ponia constante-
mente en pugna unos con otros; sus luchas aumenta-
ron en violencia y llegó el momento en que unos pode-
res entregados á los azares de la eleccion cesaron de
bastar al sostenimiento de la paz interior. Tal era la si-
tuacion de las repúblicas de Grecia cuando las legiones
romanas fueron á darles el golpe de gracia ; tal llegó á
ser á la postre la de la misma Roma. Desgarrada por
guerras civiles que la inundaban de sangre, Roma no
tuvo ya mas recurso que optar entre uno ú otro de
estos destinos : ó dejar á los caudillos de sus ejércitos
repartirse, para erigirlas en dominaciones que les per-
teneciesen por derecho propio, las provincias cuyo
mando les habia confiado, ó deponer sus libertades á
los piés de aquel á que, despues de haber vencido y
muerto á los otros, restituyese á la autoridad central
el grado de fuerza y de concentracion que necesitaba
para conservar al Estado en posesion de sus conquistas.


En el mundo que data de la ca ida del imperio romano
no obraron menos soberanamente las leyes que diver-
sifican las formas de gobierne. Allí prevaleció en el
origen el régimen vigente entre los pueblos que vinie-
ron á fundar nuevos Estados , los cuales obedecian á
príncipes, pero á príncipes que ellos mismos elegian en-
tre los individuos de una familia privilegiada, y cuyas
decisiones no tenian fuerza obligatoria mas que en vir-
tud del asentimiento de asambleas llamadas á examinar-
las. El tiempo introdujo numerosos cambios en la Cons-
titucion y la suerte de los Estados: los hubo que la
corona continuó siendo vitalicia, otros en que llegó á




342
DE LAS FORMAS rn GOBIERNO.


ser hereditaria , y otros, por fin , que se convirtieron,
en repúblicas. Ahora bien, entre aquellos Estados, sal-
va la Confederacion helvética , hoy no subsisten mas.
que los que han adoptado la forma monárquica ; los de-
más no han resistido á los embates de la fortuna ad-
versa, y todos han perecido sucesivamente. Lo que los.
mató fué el vuelo que en su seno tomó la anarquía:.
en aquellos en que la corona continuó siendo elec-
tiva, dos cosas sobre todo fueron fatales: en primer lu-
gar, los largos y á veces sangrientos conflictos que pro-
vocaban las vacantes del trono ; en segundo, el progre-
sivo debilitamiento de la autoridad real en los que se la,
disputaban , y para conseguirlo no titubeaban en sacri-
ficar sus derechos á las exigencias de los partidos con,
quienes tenian que tratar para obtener su apoyo. En las.
repúblicas que aparecieron en la Edad media, todo pasó.
lo mismo que en las que vió nacer y crecer la antigüe-
dad: en Italia, donde muchas de ellas se elevaron á un
alto grado de riqueza y esplendor, las rencorosas pasio-
nes que engendra el choque de las ambiciones privadas,
adquirieron la mas indomable violencia. Partidos á quie-
nes la derrota entregaba á los golpes de implacables ad-•
versarios , volvian á la lid sedientos de venganza: per-.
seguidos antes y proscritos , perseguian y proscribian
luego á su vez; las confiscaciones , los destierros, los
asesinatos se sucedian sin tregua , y poblaciones abru-
madas por los padecimientos á que las condenaban in-
cesantes revoluciones, acabaron por resignarse á la ser-
vidumbre política.


Pero si es cierto que en todos tiempos las asociacio-
nes políticas no se han conservado sino á condicion de
abandonar á los poderes llamados á regirlas toda la por-
cion de soberanía que ellas no podían ejercer por sl


CAPÍTULO XIV. 313.
mismas sin caer en la anarquía, seguro es tambien que,
sin dejar de conservar entre sí las mas notables dispari-
dades, las formas de gobierno se han prestado en el
inundo moderno á mejoras que no pudieron realizarse
en el antiguo.


Es un hecho que entre los antiguos, la forma mo-
nárauica nunca llegó á todo su desarrollo. En ninguna
parte , lo mismo en el imperio romano que en las vastas
dominaciones del Oriente , el principio de la heredabi-
lidad obtuvo la consagracion legal que necesitaba para
regular por sí solo las transmisiones de la corona, y con
efecto, aquellas transmisiones estuvieron siempre ex-
puestas á numerosos azares , inevitable resultado de las
iniquidades y de los vicios que no cesó de abrigar el es-
tado social. Yo podia caber en las ideas de un tiempo en
que la esclavitud pasaba por legítima que la autoridad
tuviese otra medida que la fuerza de que disponio , y
que la soberanía política no permitiese á los que la ejer-
cian exigirlo y hacerlo todo : cualesquiera que fuesen las
manos en que residiese , allí estaba toda entera, absolu-
ta, sin reconocer á los gobernados, á los vasallos, de-
recho alguno de resistir á sus órdenes y de pedirle
cuenta de sus actos. Bajo el imperio de tales nociones
era imposible fundar un órden invariable de sucesion al
trono: el príncipe no ataba su propia voluntad y no po-
dio atar la de sus sucesores; incumbencia suya era sa-
car partido en favor de los suyos, de los generosos ins-
tintos de equidad que en todo tiempo han influido vic-
toriosamente en materia de herencia civil, y arreglar
las cosas á fin de asegurar á uno de sus hijos ó de sus
deudos la posesion de la corona ; pero no siempre lo
conseguia y muchas veces su muerte daba la selial de
luchas, en cuyo término el vencedor, cualquiera que




344 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO
fuese estaba seguro de no encontrar en las masas nin-
guna oposicion al fallo pronunciado en su provecho por
la suerte.


Otra fué la situacion en los Estados salidos de las
ruinas del mundo romano. Los pueblos que vinieron á
fundarlos no concedian á los jefes, á quienes levantaban
sobre el pavés mas que un mando limitado, y asam-
bleas generales resolvian en última instancia sobre todas
las cosas de interés público , por manera que existía un
verdadero repartimiento de la soberanía efectiva, que el
tiempo pudo modificar , alterando sus primitivas pro-
porciones, pero aun en los paises en que la corona lo-
gró emanciparse de toda fiscalizacion nacional , queda-
ron actos que nunca fué libre de llevar á cabo por sí
sola (1).


La razón por que la forma monárquica pudo por fin
llegar á todo su desarrollo en las dominaciones que es-
tablecieron los pueblos que se repartieron los restos del


( I ) Importa hacer notar que la forma de gobierno que los bárbaros
del Norte transportaron á los Estados de que se hicieron dueños, dis-
taba mucho de tener la novedad que se le ha querido atribuir. En
realidad aquella forma no se diferenciaba en nada de la que siempre
ha prevalecido en las naciones fraccionadas todavía en pequeñas tri-
bus 6 claras: reinó en Grecia y en Italia hasta la época en que se cons-
tituyeron en aquellos paises las repúblicas municipales, y ni los Molo-
sos ni los Macedonios la habian repudiado del todo cuando los ejérci-
tos romanos fueron á subyugarlos. Cada uno de aquellos pueblos te-
nia su familia privilegiada, en cuyo seno etegia sus reyes; pero aque-
llos reyes no gobernaban sino bajo la fiscalizacion y con el concurso
de asambleas nacionales más ó menos numerosas. Entre los Melosos
la Asamblea nacional se reunia por derecho propio dos veces al año
y admitía ó desechaba las proposiciones del jefe del Estado. lo cual,
era Cambien, á no dudarlo, el régimen vigente entre los Godos, los
Francos, los Bu rgundios, los Lombardos y las demás naciones que vi-
nieron á invadir la Europa romana.


CAPÍTULO XIV.
345


imperio romano, fué porque aquellos pueblos , durante
mucho tiempo, conservaron abundante parte en el ejer-
cicio de la autoridad soberana. Lo que aquella forma
necesitaba para salir del estado rudimental era la defi-
nitiva consagracion de un órden regular de sucesion al
trono ; ahora bien , esta consagracion que le habla falta-
do ó que solo !labia obtenido en grado insuficiente, allí
donde no existia mas regla que la voluntad del príncipe,
la encontró en los Estados donde la nacion int ervenia di-
rectamente en el manejo de los negocios públicos. Leyes
positivas regularon en ellos el órden en que debian ve-
rificarse las transmisiones de la corona , y aquellas le-
yes , por lo mismo que no podian variarse sin el con-
sentimiento de una asamblea nacional, impusieron á to-
dos un respeto inviolable.


Los antiguos consideraban el estado monárquico co-
mo el peor de todos, y tal era en efecto para ellos : no
solo no los preservaba de los males anejos á la violen-
cia de las colisiones intestinas, por cuanto era raro que
la herencia del príncipe no armase á unos contra otros
á aquellos de sus deudos que se encontraban en aptitud
de pretenderla ; mas acababa siempre por acarrear la
decadencia y la ruina de las naciones que regia. Lo que
constituia era la omnipotencia de un hombre, y esta no
tardaba en llegar á ser completamente opresora. A di-
ferencia de las repúblicas en que subsistian intereses
que, comunes á los gobiernos y á los gobernados, obte-
nian constantes miramientos, no habia en las monar-
quías mas que un solo interés que se consultase, el del
amo, y este interés era demasiado exclusivo para no
pesar de una manera abrumadora sobre todos ios de-
más. Arrebatar á las poblaciones todas las riquezas que
era dable arrancarles , hé aquí lo que aconsejaba ante




346 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO. .


todo á unos príncipes naturalmente ávidos de lujo y
magnificencia, y cuya grandeza estribaba principalmente
en la suma de los soldados que lograban sostener : de
aquí exacciones y violencias que crecian á medida que
se hacia mas difícil recoger sus frutos, y que propa-
gando por todas las clases miserias de cada vez mas nu-
merosas y profundas , desorganizaban el trabajo y for-
zaban á la civilizacion á pararse ó á retroceder.


No ha sucedido así en el mundo moderno. Lejos de
haber en él opuesto obstáculo á los progresos de las ar-
tes y del bienestar, la forma monárquica les ha sido fa-
vorable, y en nuestros Bias las naciones de Europa
mas adelantadas son las que la han aceptado las prime-
ras en toda su plenitud.


La autoridad de los reyes tuvo que pasar en Europa
por numerosas y diversas pruebas. A un período du-
rante el cual no cesó de debilitarse y declinar, ha suce-
dido otro, en el que sucesivas victorias le han permi-
tido adquirir la omnipotencia, y ahora empieza un ter-
cero, en que revoluciones que no todas han alcanzado
su Ultimo término, la obligan á cejar y contentarse con
una parte más ó menos limitada en el ejercicio de la so-
beranía.


Todo en estas vicisitudes fué el resultado de las mu-
danzas que trajo el mismo vuelo de la civilizacion unas
en pos de otras, en las tendencias y la situacion de las
poblaciones reunidas en un mismo cuerpo social. En el
origen la fuerza residia toda entera en manos de los po-
seedores del suelo : fuera de sus filas no existian en los
campos mas que siervos del terruiio, y en las ciudades
mas que un corto número de habitantes, á quienes la
administrador' romana habia acostumbrado á llevar en
paciencia todos los géneros de opresion ; así fué que la


CAPÍTULO XIV.
corona se encontró sola delante de una aristocracia ter-
ritorial , ávida de independencia, y que aspiraba á ejer-
cer en sus dominios todos los derechos de la soberanía.
Vanamente defendió sus prerogativas , pues al cabo fué
vencida , y el triunfo del feudalismo la dejó desarmada
y medio muerta.


Restituyendo á los Estados un poco de órden y segu-
ridad, el régimen feudal labró su propia ruina. Se re-
animó el trabajo ; las ciudades volvieron á ser focos de-
actividad industrial , y al cabo sus muros contuvieron
poblaciones bastante numerosas y pujantes para que'
fuese preciso contar con ellas : así se constituyó en los-
Estados una clase nueva, que tenia sus necesidades, sus
aspiraciones, sus voluntades propias, enemiga natural
de aquella cuya supremacía pesaba de un modo funesto'
sobre sus mas caros intereses, con lo que se hizo posi-
ble al poder real recuperar vida y fuerza. Aquel poder-
estaba en libertad de escoger sus aliados, de oponer una
á otra dos clases entre las cuales la desigualdad de los'
derechos fomentaba odios profundos, valerse sucesiva-
mente de las fuerzas de cada una, y extender por gra-
dos, á sus expensas , conquistas cuyo vuelo les era hu-
posible atajar por falta de armonía.


Así procedió el poder real, y salvas Inglaterra y Sue-
cia, no hubo Estado en Europa donde los conflictos-
ocurridos entre la nobleza y las demás fracciones de la
poblacion no le hayan permitido apoderarse del poder*
absoluto. No estaba destinada á conservarla : la civiliza-
clon no podia avanzar sin sembrar en el seno de las ma-
sas nacionales nuevas necesidades de libertad y de igual-
dad , y llegó un momento en que se levantaron junta-
mente contra los excesos de la autoridad real y contra
los privilegios reservados al corto número : estallaron




4


548 1W LAS FORMAS DE GOBIERNO.
revoluciones, y ya visiblemente ha empezado para las
monarquías de Europa una nueva era , la del régimen
representativo ó parlamentario, es decir, de un régi-
men bajo el cual leyes constitutivas aseguren á las so-
ciedades mismas el uso constante y regular del derecho
de tener participacion en su propio gobierno.


Tales han sido los hechos generales que la historia ha
puesto de relieve : lo que atestiguan es la existencia de
leyes que hacen depender las formas de gobierno del
.grado de concordia de que son capaces en la adminis-
tracion de sus asuntos las poblaciones reunidas en un
mismo cuerpo político. Estas leyes no obran hoy de
distinto modo en nuestros dias que obraron en las épo-
cas mas antiguas, y es lícito considerarlas corno desti-
nadas á conservar en todo tiempo la eficacia de que han
.dado prueba hasta el presente.


tiesta examinar en qué medida podrá ser dado á las
mudanzas que el porvenir está llamado á realizar en el
estado de las sociedades, no atenuar su poder, sino mo-
dificar los resultados que han producido durante las
edades hoy consumadas.


CAPITULO XV.


LI INFLUENCIA EJERCIDA SOBRE LAS FORMAS DE GOBIERNO POR LOS


PROGRESOS DE LA CIVILIZACION.


Es opinion hoy muy acreditada que las sociedades , á
medida que adelantan en civilizacion , se van haciendo
mas aptas para gobernarse á sí mismas, y que ya está
cercano el dia en que las de Europa no dejarán subsistir
en su seno poder alguno que no sea la expresion direc-


CAPÍTULO xv. 349.
ta y no permanezca bajo la dependencia continua de sus-
voluntades ; en otros términos, se transformarán en
repúblicas. Veamos en qué consideraciones se apoya
esta opinion.


Dos efectos igualmente incontestables tienen los pro-
gresos de la civilizacion ; por una parte, aumentan la
suma de los conocimientos que requiere la sana inteli-
gencia de los intereses colectivos; por otra, debilitan la
fuerza de las pasiones egoistas y subversivas. Ahora
bien , las sociedades no se resignan mas que á los sacri-
ficios, cuya necesidad les demuestra la experiencia , y
cuando se eleva su nivel moral é intelectual, recobran
de los poderes que las rigen toda la parte de sobera-
nía efectiva que se sienten capaces de ejercer sin me-
noscabo para la cosa pública. Esto es lo que hacen en
nuestros dias: hácia fines del siglo pasado no habla en
el continente europeo mas que monarquías absolutas;
en el dia no queda ya mas que una , y es la mas atrasa-
da de todas , que no se haya convertido en monarquía
parlamentaria. Natural es , pues, que el paso ya dado
vaya seguido de otros muchos: la civilizacion no sus-
penderá su carrera ; nuevas luces vendrán á permitir á
las sociedades el uso de las libertades de que no gozan
todavía. Ya no se limitarán á tornar solo una parte en
las decisiones legislativas : capaces de llenar bien una
tarea mas dificil , querrán designar, escoger ellas mis-
mas los hombres á quienes se confie la direccion de los
negocios generales, y la heredabilidad monárquica des-
aparecerá como desaparecen todas las instituciones que,
cuando cejan de ser útiles , se tornan necesariamente
onerosas.


Estos asertos ¿ tienen en realidad todo el valor que
se les atribuye ? Es bien seguro que los progresos de la




:350 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
civilizacion conducen á los pueblos á reclamar mas ám.
plia parte en su propio gobierno? En semejante materia,
el testimonio que importa invocar ante todo, es el de la
historia. A medida que á las generaciones arrebatadas
por el tiempo han ido sucediendo otras nuevas, la hu-
manidad se ha revelado mas noblemente en sus obras,
y las aspiraciones, las necesidades, los móviles á que
obedece han llegado á ser de cada vez mas distintos y
caracterizados. Veamos, pues , cuáles han sido hasta
aquí los cambios experimentados por las maneras de
ser de la organizacion política , y si hay algunos que
se hayan efectuado en un órden y en conformidad con
un espíritu sobre los cuales el desarrollo de las luces y
de la humana razon haya ejercido la influencia que se
le presta.


Y ante todo, hay un primer hecho cuya realidad no
ofrece asidero alguno á la duda, y es que á despecho de
los progresos de la civilizacion , las formas de gobierno
no son hoy ni menos diversas, ni menos desemejantes
de lo que lo eran en las épocas en que las artes y la in-
dustria no hablan tomado todavía mas que un escaso é
incierto vuelo. El mundo antiguo, la Edad media, tu-
vieron numerosas repúblicas y , cosa muy notable , tu-
vieron muchas mas que las que ha conservado la Euro-
pa moderna.


Y no es esto todo : si hay una forma de gobierno que
sea menos antigua que las demás, que para echar raíces
y adquirir su pleno y entero desarrollo parezca haber
tenido necesidad del apoyo de un estado de civilizacion
bastante adelantado, es seguramente la forma monár
quita, la forma bajo la cual las transmisiones de la co-
rona , préviamente reguladas por leyes positivas , se
sustraen á toda intervencion del cuerpo social.


CAPÍTULO xv. 351
La antigüedad no conoció esa forma mas que en el


estado rudimental. En las comarcas sometidas á reyes,
lo mismo en Europa que en Asia , la corona formaba
el patrimonio exclusivo de una casa, á la cual privile-
giaba entre todas, un origen reputado heróico ó divino;
pero á la nacion pertenecia el derecho de conferirla á
aquel de los príncipes de la referida casa que concep-
tuaba mas digno de ella, y era bastante raro que la elec-
clon no diese margen á conflictos dirimidos á mano ar-
mada.


Jamás tampoco en it[ imperio romano prevaleció de-
finitivamente un órden cualquiera de sucesion al trono.
El Senado tenia el derecho de nombrar los emperado-
res, y por su parte estos se arrogaban el de darse su-
cesores, pero de hecho los ejércitos decidian soberana-
mente y no consultaban en la eleccion que imponian
mas que su propia conveniencia.


Entre las naciones que acudieron á repartirse las
provincias que la caida del poderío romano dejó inde-
fensas, el sistema monárquico estaba todavía en la in-
fancia. Cada una de aquellas naciones tenia su familia
principal. pero estaba en libertad de elegir entre los in -
divididos de aquella familia el caudillo que consideraba
más apto para mandarla, y este no debia la corona
mas que al consentimiento de los magnates y del pue-
blo. Por poco conforme que fuese con las exigencias
del establecimiento en paises conquistados , no se ne-
cesitó menos de cerca de siete siglos para borrar los úl-
timos vestigios de este sistema, siendo Francia la pri-
mera que renunció á practicarle. Los Capetanos, con
el fin de asegurarse el trono para uno de sus hijos, ha-
bian cuidado de hacerle proclamar y consagrar vivien-
do ellos; y ya á contar desde el reinado de Luis VIII, no




352 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
tuvieron que recurrir á aquella formalidad, y la corona
convertida en completamente hereditaria , pasó por
pleno derecho al pariente mas cercano de aquel, cuya
muerte la dejó vacante. Otro tanto sucedió poco despues
en todos los Estados de la Europa occidental.


Por mucho mas tiempo continuó siendo electiva la
corona en las partes de Europa, donde no habian pe_
netrado las artes y la civilizacion romana, y poco mas
há de dos siglos que cesó de serlo en los Estados
escandinavos. Hungria , Bohemia , Polonia , el impe-
rio germánico , perdieron su existencia nacional , ó
cayeron en disolucion antes de admitir , y cabalmente,
por no haber admitido la forma verdaderamente monár-
quica, la que funda y regula de una manera invariable
la heredabilidad de la corona.


Tales han sido los hechos. Ciertamente que nada, ni
en su carácter, ni en el órden segun el cual se han pro-
ducido y desarrollado, viene en apoyo de la opinion de
que el régimen monárquico declina donde quiera que
las sociedades crecen en inteligencia y razon ; porque,
en suma , este régimen es el que, á contar desde el si-
glo mi, ha ganado mas terreno en Europa , y eso á ex-
pensas de aquel al que se supone que el vuelo de la
civilizacion presta fuerzas cada vez mas irresistibles.


Lo que evidentemente ha obrado corno causa de er-
rores, es el cambio que desde fines del siglo XVIII ha
empezado á efectuarse en las mas florecientes monar-
quías de Europa. En ellas el poder real ha cesado de
decidir de todas las cosas y el establecimiento del siste-
ma representativo ha asegurado á las poblaciones mas
ó menos participacion en el ejercicio de la soberanía,
lo cual constituye un hecho de suma importancia y de
la mas feliz trascendencia; pero este hecho no puede


CAPÍTULO XV. 353
sin evidente error suponerse emanado de necesidades
de vida y libertad políticas, extralias á las edades de ig-
norancia, que ha aguardado para nacer y obrar á que
llegase un cierto grado de civilizacion y que debe ad-
quirir tanta mayor intensidad cuanto mas se eleve ese
grado.


Basta examinar las cosas con un poco de Menden
para reconocer que la necesidad de libertad política,
fruto natural de la constitucion misma del entendimien-
to humano, no es en manera alguna de fecha reciente,
y que donde quiera y siempre ha reclamado todas las
satisfacciones compatibles con la conservacion de los
Estados.


Así desde la infancia de las sociedades se manifestó
en toda su fuerza y provocó numerosas ravoluciones.
El fué el que decidió á los pobladores todavía incultos
y groseros de las costas de Grecia é Italia , á suprimir
las monarquías nacidas bajo el régimen patriarcal y á
gobernarse á sí mismas.


Del mismo modo en la Edad media, y cuando Europa
habla vuelto á caer en la barbarie, él era el que impelia
á las ciudades á conquistar su autonomía y el que, tan
luego como se debilitó allí la dominacion imperial, cu-
brió á Italia de repúblicas por largo tiempo prósperas.


Por lo que respecta á los pueblos que vinieron á
consumar la ruina del imperio romano y á fundar los
grandes Estados de la Europa moderna, la falta de ci-
vilizacion no les impedia participar en grande escala en
su propio gobierno : no solo elegian el príncipe á quien
competia el mando , mas no habia ley, empresa guer-
rera, levantamiento de subsidios, resolucion de alguna
entidad que no exigiese el asentimiento de asambleas
nacionales plenamente libres de aceptar ó repeler las


l'ORNAS DE GomERNo.-23


da




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354 DF: LAS FORMAS DE GOBIERNO.
proposiciones ele la corona. En el fondo, aquel era real-
mente el régimen parlamentario , mal organizado sin
duda y falto de muchas condiciones necesarias para
asegurar su práctica regular y contínua , pero que t e -
nia, sin embargo, al poder real bajo una fiscalizacion de
tal manera eficaz, que hubo una época en que le con-
dujo á la impotencia de defender sus prerogativas y de
preservar de una desmembracion á la soberanía.


Si llegó un tiempo en que el poder real recuperó con
muchas creces lo que habia perdido y en las más de las
monarquías llegó á ser absoluto, efecto fué de mudan-
zas debidas al desenvolvimiento mismo de la civiliza-
cion. Las sociedades de Europa encubrian en su seno
numerosas iniquidades : la nobleza y el clero, investi-
dos de prerogativas y privilegios exclusivos , formaban
en ellas órdenes distintos, únicos al principio en pose-
sion de la vida pública. Debajo ele aquellos dos órdenes
y á enorme distancia venian, primero la poblacion por
largo tiempo pobre y poco numerosa de las ciudades,
luego las masas rurales mantenidas en servidumbre y
que no contaba por nada en el Estado : semejante régi-
men sembraba en el seno del cuerpo social enemista-
des




11P4


profundas. Las clases que soportaban sus rigores
aspiraban á una suerte mejor, y el obstáculo al logro de
sus deseos consistia no solo en la fuerza material de
los órdenes superiores, mas tambien en la que esos
mismos órdenes sacaban del derecho de que aquellas
clases gozaban de concurrir al ejercicio ele la sobera-
nía; así fué que pusieron de parte de la corona en las
luchas que esta tuvo que sostener contra la aristocracia
feudal , y le suministraron una buena porcion de las
fuerzas de que tenia necesidad para imponer á todos
una sumision cada vez mas completa.


CAPÍTULO xv. 355
Durante aquellas luchas la corona tuvo interés en


abrir á las clases urbanas la entrada en las asambleas
nacionales : en ellas fueron á sentarse sus representan-
tes, y no tardó su presencia en suscitar allí frecuentes
conflictos El estado llano tenia conciencia de sus dere-
chos; era hostil á los órdenes cuyas inmunidades y pri-
vilegios le condenaban á numerosos padecimientos, y
.aquellos rechazaban con enojo toda combinacion con-
.ducente á modificar su situacion. Si á veces los desma-
nes de los gobiernos encontraban unánime vituperio,
rompíase la concordia desde el momento en que se bus-
caban los medios de reducir los gastos, de repartir me-
jor las cargas, de fiscalizar eficazmente el manejo de los
negocios públicos , y las legislaturas llegaban á su tér-
mino sin mas resultado que el de dar á los disentimien-
tos sociales nuevos y numerosos pábulos.


Esto fué lo que ocasionó la ruina de las asambleas
nacionales. La desigualdad facticia de las categorías y
de las condiciones engendraba divisiones que las sumian
en la impotencia, y los reyes , cesando de convocarlas,
heredaron la parte de soberanía que antes les habla per-
tenecido. Evidentemente hubo en esto una de esas evo-
luciones que los desarrollos del estado social determi-
nan naturalmente, pues ocurrió poco mas ó menos por
la misma época en las monarquías de la Europa occi-
dental , y solo fracasó en Inglaterra , donde merced á
instituciones que no dejaban á la nobleza mas que ven-
tajas de órden político, la nacion se encontró bastante
unida para atajar las usurpaciones de la corona , con-
servar y robustecer el derecho de intervenir activa-
mente en el manejo de los asuntos.


Hoy se está consumando una nueva transformacion,
cuyo progreso en los más de los grandes Estados favo-




356 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
roció la revolucion francesa al establecer en Francia la,
igualdad de los derechos. Los odios de castas y de eta..
ses se han mitigado, y las sociedades, mas capases de-
concordia, han reclamado garantías contra los abusos
que acarrea el exceso de la potestad real: de esta suerte
el sistema representativo ha vuelto á aparecer en las
naciones que le hablan dejado sucumbir, y á aparecer
mejor organizado, mejor adaptado á los fines que le son.
propios, funcionando con mas regularidad, y fecundo
en ventajas, ya tan patentes, que aun allí donde las fal-
tas de los hombres puedan tal vez comprometer su.
suerte, no tardará en rehacerse de los pasajeros reve-
ses que haya experimentado.


Se engañan, pues , los que señalan las actuales con-
quistas del régimen parlamentario corno anuncios de.
una nueva era, como el efecto de una necesidad de li-
bertad política , nacida recientemente , y que por un
órden natural debe ir creciendo por dias en fuerza y
brios. Por el contrario, esa necesidad se ha manifestado
en todos tiempos , y hasta en la misma Edad media ob-
tuvo en el mundo europeo numerosas satisfacciones;
solo que entonces la libertad política no aprovechaba
mas que á las clases privilegiadas , y por la razon que
suministraba á esas clases los medios de retener á las
otras bajo un yugo opresor es por lo que no ha resis-
tido á los embates que les reservaba la marcha ascen-
dente de la civilizacion. Ante todo, las masas populares
atendian á su propia emancipacion, y querian sustraer-
se á los padecimientos á que las condenaba la domina-
cion señorial, y hé aquí por qué apoyaron las usurpa- 4
ciones de la corona, único poder á la sazon que parecia
tener interés en mejorar su suerte. En el fondo esto
era lo que los aconsejaba la situacion del momento, y


CAPÍTULO XV.


3,37.


acaso la única politica que en realidad podia acelerar la
época en que cayesen los últimos eslabones de las ca-
denas que les rabian impuesto las violencias de lo pa-
sado.


Pero si hasta aquí los progresos de la civilizacion han
dejado subsistir todas las diferencias que desde el oil,
gen separaron á las formas de gobierno, en cambio han
ejercido sobre el estado y la condicion de las sociedades
el mas benéfico indujo. Donde quiera que se han efec-
tuado, ha disminuido la parte que las reglas puestas en
práctica abandonaban á los abusos de la fuerza : unos
hombres que crecian en inteligencia y saber aprendian
á discernir el mal, allí donde antes se sustraia á su pe-
netracion , y le conservaban menos lugar en sus con-
cepciones y en sus obras; de aquí en las costumbres y
en las leyes , en las resoluciones y los actos de los po-
deres públicos , así como las relaciones entre los gober-
nantes y los gobernados , mejoras que, aumentando, la
seguridad de las haciendas y de las personas, han eman-
cipado á la actividad individual de un gran número de
trabas que antes comprimían su vuelo.


Monárquica ó republicana , no hay forma guberna-
mental bajo la cual la civilizacion , siempre que ha au-
mentado, no haya extendido y consolidado la libertad
civil : el despotismo mismo no ha sido poderoso á im-
pedirle derramar sus beneficios. Así en Francia , en la
época misma en que predomina el régimen autocrático,
en que la voluntad absoluta del príncipe habla llegado
á ser la ley suprema , numerosas reformas vinieron á
sembrar copiosamente los gérmenes de un porvenir
mejor : actos de violencia y despojo, tratados hasta en-


,tonces con indulgencia, encontraron una severa repre-
sion ; castigada en todos sus ramos, la administracion




358 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
invigiló mas atentamente la seguridad pública, el tra-
bajo sacudió muchas de las ligaduras que impedian
desarrollo, y la nacion realizó progresos que no habia
podido obtener hasta entonces. Y es porque hay una,
fuerza que á menos de que un régimen político sea mas.
vicioso que ninguno de cuantos Europa ha conocido,
lucha victoriosamente contra los abusos de la autori-
dad , y es la fuerza resultante de las sucesivas adquisi-
ciones (lel espíritu. Desde el momento en que nuevas-
luces se a piaden á las que ya la ilustran , la opinion cre-
ce en rectitud y poder : exige mayor respeto á los-
derechos de la justicia y de la humanidad , á las exi-
gencias (lel pro comunal , y los poderes al parecer mas•
libres de atropellar sus preceptos acaban siempre por
echar de ver que tienen un interés vital en aca-
tarlos.


Ahora, ¿de dónde proviene que los progresos de la
civilizacion, tan favorables al desarrollo de la libertad
civil, no han ejercido hasta aquí sino poca ó ninguna
accion sobre el vuelo de la libertad política? Nada mas.
fácil de explicar.


Las sociedades no duran sino á condicion de no re-
servarse mas que la medida de libertad política, cuyo
uso deje subsistir el órden y la paz en su seno; y lo que
determina esta medida es el grado de eficacia de las
causas de division y de ruina, á cuyo influjo viven su-
jetas. Ahora bien , entre esas causas las hay á que no
pueden alcanzar para destruirlas los progresos de la ci-
vilizacion: si es dado á estos ir arrebatando poco á poca
á las rivalidades locales, al egoismo de los intereses pri-
vados, á los ódios religiosos, algo de su fuerza primiti-
va, nada pueden sobre los disentimientos debidos á los
vicios de la composicion de los Estados, y antes, por eh


CAPÍTULO XV. 359
contrario, suelen mantener y estimular su natural ardor.


Con efecto, en las edades semi-bárbaras, los pueblos,
á pesar de la diferencia de los orígenes, se resignaban
con bastante facilidad á la union bajo un mismo gobier-
no. No sucedió ya así cuando hubieron adquirido tra-
diciones , sentimientos, costumbres, prácticas que les
fueron peculiares; entonces los separaron unas nacio-
nalidades definitivamente formadas, y de cada vez llegó
á ser mas difícil imponerles la vida colectiva : así lo
atestiguan los apuros que continúan pesando sobre
aquellos Estados de Europa donde coexisten en masas
compactas poblaciones de diversas razas. Ninguna es-
pecie de armonía reina entre tales poblaciones : las le-
yes, las reglas, las medidas generales, que convienen
á las unas no acomodan á las otras; el tiempo no ha de-
bilitado los rencores, las enemistades respectivas, y si
esas poblaciones estuviesen llamadas á participar en
comun en la gestion de los negocios públicos , á con-
tiendas ceda vez mas envenenadas sucederian escisio-
nes desorganizadoras. ¿Nuevas luces engendrarán dispo-
siciones menos hostiles al mantenimiento de la asocia-
cion establecida ? Lícito es dudarlo, porque las luces , á
medida que se van difundiendo, hacen sentir más el va-
lor de la autonomía , y exacerban por consiguiente la
amargura del sentimiento que causa su pérdida. No
puede repetirse bastante á las naciones ávidas de con-
quistas: con serlo se condenan á la servidumbre polí-
tica; cada uno de sus engrandecimientos, aun cuando
no les dé súbditos difíciles de contener, les trae nuevos
gérmenes de discordia, y de aquí para ellas la obliga-
cion de armar y de concentrar la autoridad directora
de tal suerte, que no les quede medio alguno de resis-
tir á sus exigencias.





360 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
Ni siquiera es verdad que los progresos de la civili-


zacion dispongan á los hombres á tener en menos sus
intereses particulares en los actos de la vida política.
La ambicion , la soberbia, la codicia, todas las pasiones
egoistas, tienen raíces indestructibles, y en todo tiempo
obrarán tanto mas fatalmente , cuanto mas considera-
bles sean las satisfacciones á que puedan aspirar. ;Véa_
se cuál ha silo su accion en nuestros días! Apenas si
en las pequeñas monarquías constitucionales de Europa
han sembrado de tarde en tarde apuros de que se ha
resentido la direccion de los negocios; en las grandes,
por el contrario, los han sembrado mas graves y fre-
cuentes , sin duda porque en ellas la importancia de las
ventajas anejas á la posesion del poder ha estimulado su
ardor, y cierto que la influencia que han ejercido en las
luchas empajadas, ya entre los partidos, ya entre las
personas, ha entrado por algo en los reveses que des-
graciadamente ha sufrido en esas grandes monarquías
el régimen parlamentario.


Por lo demás por diversos que sean sus efectos,
uno tienen los progresos de la civilizacion que predo-
Mina sobre todos los demás: Donde quiera que se efec-
túan aumenta necesariamente la necesidad (le órden y de
seguridad , y la razon es sencilla, pues á medida que la
riqueza aumenta, al lado de los trabajos que proveen á
las mas imperiosas exigencias de la vida humana, sur-
gen otros nuevos destinados á dar satisfaccion á los va-
riados gustos y delicados que despierta y permite con-
tentar. Ahora bien, estos mucho mas que los otros te-
men las conmociones (le toda especie, lo cual consiste
en la naturaleza misma de los productos que suminis-
tran : como estos productos no son de primera necesi-
dad, basta que el horizonte se anuble un poco para que


CAPÍTULO XV. 361
el pedido de ellos disminuya, y en este caso , inevita-
bles padecimientos vienen á pesar lo primero sobre la
parte de las poblaciones que los fabrica y los pone en
circulacion ; luego , constriñendo á esta á reducir sus
consumos, sobre el resto del cuerpo social. Hoy las na-
ciones adelantadas no podrían ya soportar desórdenes é
inseguridades del porvenir que hace menos de dos si-
glos les parcelan tolerables : en su seno han nacido en
gran número intereses y existencias que no prosperan
sino merced al mantenimiento continuo de la tranqui-
lidad pública y que mataria en breve todo régimen de-
masiado fecundo en agitaciones y crisis políticas.


Importa tener muy en cuenta las mudanzas que el
vuelo de las artes y de la industria introduce en las si-
tuaciones sociales. Al mismo tiempo que crecen en in-
teligencia política, las naciones que están en progreso
imprimen en su trabajo direcciones que las hacen mas
sensibles á los males resultantes de la falta de seguridad,
y si necesitan mas amplias garantías contra la impericia
y los arrebatos de la autoridad, más ámplias también
las necesitan contra las invasiones de la anarquía.
. No hay que esperar de los progresos de la civiliza-
cion mas que frutos de la misma especie que los que
han dado hasta aquí. A. leyes , á reglas nacidas en las
épocas de ignorancia y de barbarie, han hecho suceder
otras mas ajustadas á las prescripciones de la razon y
de la equidad ; han emancipado á la actividad humana
de ligaduras impuestas unas veces por falsas aprecia-
ciones del interés social, otras por la intervencion abu-
siva de la autoridad en el dominio reservado á la liber-
tad individual; han mejorado la máquina ad m i n istrati-


, modificado las relaciones entre las personas ; mas
-por lo que respecta á las formas de gobierno no han




362 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
amenguado su diversidad. ni sus fundamentales dife-
rencias.


Y es porque no es dado á las adquisiciones del espj_
rito extinguir en el seno de los Estados los motivos de
discordia que mantiene en ellos su misma cornposicion.
Si entre estos motivos los hay que esas adquisiciones
logran debilitar, otras hay en cambio á que dan nueva
fuerza ; y hasta aquí las naciones han adelantado sin
poder reducir sensiblemente la medida de independen-
cia y estabilidad que necesitaban los poderes que las re-
gian para llenar su mision.


Admitir que se acerca el dia en que las naciones de
Europa, ilustradas por luces que todavía les faltan, lle-
garán á ser todas igualmente aptas para vivir en paz
bajo poderes de su eleccion , es prestar á los progresos
de la civilizacion efectos que hasta ahora no han de-
mostrado en parte alguna. Seguramente el mundo grie-
go y romano se quedó muy inferior al nuestro , y sin
embargo, la forma republicana prevaleció en él aun an-
tes de que hubiese realizado progresos algun tanto ca-
racterizados, y fué porque esta forma era la mas apro-
piada á la situacion de los Estados que contenia. Aque-
llos Estados eran pequeños, no encerraban mas que
hombres libres de un mismo tronco, y por mucho
tiempo no tuvieron que luchar mas que contra débiles
y raras causas de disturbio y disension. Todo lo con-
trario sucedió en el mundo moderno; desde el origen
no solo los Estados ocuparon en él vastos territorios,
mas entre las poblaciones aglomeradas en su suelo sub-
sistian todas las enemistades que fomenta la diferencia
de las razas, de las tradiciones, de los idiomas, de las
condiciones de existencia, y el régimen monárquico era
para ellos de una necesidad tal que ni uno solo de los


CAPÍTULO XVI.
363


Estados en que la corona continuó siendo electiva y vi-
talicia logró conservar su independencia.


Seguramente el porvenir tiene y guardará sus secre-
tos; pero lo que no admite duda es que se incurrirá en
error siempre que en las conjeturas que se hagan sobre
lo que nos ha de traer no se dé á las miserias y á las
imperfecciones de nuestra naturaleza la considerable
parte que les es debida. Hay en los hombres una irrita-
bilidad nativa que ningun progreso intelectual es capaz
de destruir y que en todo tiempo perseverará tanto mas
fecunda en desórdenes políticos cuanto mas vivas y nu-
merosas excitaciones les suministre el conjunto de las
circunstancias sociales : esto es lo que autoriza á asegurar
que mientras haya en este mundo Estados entre los cua-


1 les existan diferencias de magnitud, de estructura y de
composicion, la imposibilidad de obtener en todos el
órden y la union bajo las mismas condiciones orgá-
nicas conservará entre las formas de gobierno deseme-
janzas no menos marcadas que las que han subsistido
hasta el presente.


CAPITULO XVI.


DE LA DEMOCRACIA EN SUS RELACIONES CON LAS FORMAS DE GOBIERNO.


"Nada mas nuevo en el mundo que el estado social á
que se ha dado el nombre de democracia , estado cuya
posibilidad no vislumbraron siquiera las naciones mas
adelantadas de la antigüedad. Todas tuvieron á la escla-
vitud por cosa legítima y necesaria ; todas dejaron sub-
sistir entre las diversas clases de la poblacion desigual-




EN'


364- DE LAS FORMAS DE GOBTF,RNO.
dados facticias, y aun allí donde desaparecieron todas
las distinciones que separaban á los hombres libres, no
por eso dejaron estos de continuar formando un órden
privilegiado , una casta reinante sobre masas condena-
das á la servidumbre , en suma , un cuerpo verdadera-
mente aristocrático.
, Poquísimos cambios introdujo en las preexistentes
clasificaciones la caida del imperio romano. Los bárba-
ros del Norte las conservaron muy próximamente ta-
les cuales las habain encontrado : ellos mismos, á mayor
abundamiento , contaban en su seno familias á quienes
el nacimiento elevaba por encima de las demás, y ape-
nas hubieron fundado nuevas dominaciones cuando se
constituyó en todas una aristocracia territorial investida
de numerosas prerogativas, la cual se reservaba la po-
-sesion exclusiva de una gran parte del suelo y mantenia
al resto de la poblador' bajo un yugo que redujo á la de
los campos á la servidumbre del terrub.


Necesaria fué una larga série de siglos para preparar
la ruina del régimen aristocrático. Cada progreso de la
civilizacion le fué contrario; pero por mucho tiempo
aquellos á quienes favorecia lograron defenderse contra
todos los ataques, y aun hoy existe en Europa más de
un Estado donde se conservan de él numerosos y po-
tentes restos.


,En Francia, y solo en 1789 , fué donde por primera
vez desaparecieron definitivamente todos los privile-
gios , todas las separaciones de castas y de clases. La
;obra no habla sido mas que bosquejada en algunas de las
ciudades libres de Italia y en los tres pequeiios cantones
de Suiza, y en ninguno de aquellos casos Babia tenido
por base un principio de equidad social : del propio
modo se habla visto en los Estados-Unidos de la Amé:"


CAPÍTULO I. 361
rica del Norte definir y proclamar en alta voz los dere-
chos del hombre y del ciudadano , pero sin dejar por
eso de conservar en la práctica la esclavitud de los ne-
gros, y sin atender á los medios de preparar su térmi-
no. A. Francia, por el contrario , pertenece 01 honor de
haber derribado de un solo golpe todas las barreras le-
vantadas entre los diversos miembros de la comunidad.
y reconocido á cada uno la libertad de levantarse tan
alto cuanto lo permitiese el éxito de sus esfuerzos. Este
régimen es lo que hoy se llama democracia , denotnina-
clon qué no solamente tiene el vicio de ser inexacta,
por cuanto ni democracia ni aristocracia puede haber
en los paises donde la ley es la misma para todos; mas
que ofrece Cambien el inconveniente mas grave todavía
de suscitar y fomentar entre numerosas partes de la
poblacion la idea de que les quedan victorias que alcan-
zar sobre las otras , é intereses á los cuales faltan las
garantías, la proteccion, los medios de desarrollarse que
tienen derecho á obtener.


Como quiera, la igualdad de los derechos, la demo-
cracia, puesto que tal es la denominador' usada, cons-
tituye un régimen de todo punto superior á los que le
han precedido : es el establecimiento, la consagracion
de la justicia en las relaciones entre las personas, la so-
beranía restituida á las leyes que naturalmente regulan
la distribucion de las riquezas, y cierto que semejante
régimen está demasiado conforme con los datos de la
razon para que no se le deba considerar como el que
reserva el porvenir á todas las sociedades que adelantan
en ; pero la igualdad de los derechos ¿no
producirá nuevas formas de gobierno? El espíritu que.
engendra y propaga ¿no llegará á ser necesariamente
hostil á toda manera de organizacion política en que la




366 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
existencia de un elemento hereditario mantenga una in-
fraccion al derecho com un? Muchos escritores han re-
suelto afirmativamente estos árduos puntos, y hé aquí
las principales consideraciones en que se apoya su
opinion.


Jamás, dicen, la forma monárquica ha podido pres-
cindir de la existencia de las clases que tuviesen corno
ella privilegios que conservar. Esas clases son las qué
siempre le han servido de antemural, comprendiendo
que su suerte estaba íntimamente enlazada con la suya,
y que si la dejaban sucumbir se encontrarian en pre-
sencia de unas masas ávidas de igualdad que tarde ó
temprano les arrancarian las ventajas exclusivas en cu-
ya posesion se encontraban: ahora bien, la igualdad de
los derechos no deja en pié ninguna clase que esté par-
ticularmente interesada en hacer el oficio que el cuerpo
general de la nobleza sabia que no le era posible aban-
donar sino so pena de inevitable decadencia y ruina. La
corona se encuentra aislada y desmantelada; no le que-
dan mas auxiliares, mas sostenes que los agentes y los
funcionarios del Estado , mas que hombres en corto
número y que, en todos los casos, estarán tanto menos
dispuestos á comprometerse por su causa , cuanto no
ignoran que bajo cualquier régimen posible, sus servi-
cios obtendrán la remuneracion que les es debida.


Por otra parte, si la igualdad de los derechos quita al
sistema monárquico las fuerzas que le prestaban las
clases privilegiadas, tiende á suscitarle adversarios cada
vez mas numerosos. La lógica tiene su eficacia, y desde
el momento en que un principio político prevalece en
el órden social , es imposible que su aplicacion se de-
more mucho tiempo en el órden gubernamental; hom-
bres entre quienes no existe ya ninguna distincion fac-


CAPÍTULO XVI. 367
ticia , que disfrutan todos igual libertad de medrar en
riquezas , y de llegar á las mas altas situaciones, no
pueden avenirse con un régimen que les cierra el ac-
ceso al primero y mas brillante de los oficios públicos,
y naturalmente el tiempo los conducirá á desear que en
el gobierno como en las sociedades mismas no subsis-
tan mas que dignidades y poderes á que todos tengan
derecho de pretender.


Y ante todo, ¿es verdad que la forma monárquica no
ha vivido sino merced al apoyo de las clases privilegia-
das ? La historia no justifica en manera alguna este
aserto ; lejos de eso : lo que demuestran sus anales es
que, como todas las clases, todas las fracciones de la
comunidad que adquirieron una preponderancia mar-
cada, los cuerpos de nobleza, las aristocracias no aten-
dieron en todo tiempo mas que á sus particulares inte-
reses, y procuraron constantemente su triunfo. Acre-
centar y conservar, cuando ya no podian acrecentarla,
la parte de poderlo y de riqueza que habla llegado á ser
su patrimonio ; tal fué constantemente su política , y
esta política la han practicado bajo las formas de go-
bierno menos semejantes entre sí , en las repúblicas
como en las monarquías , en Venecia, en Berna, en
Polonia, lo mismo que en Francia y en España.


No hay en Europa monarquía donde por espacio de
largos siglos la aristocracia y la corona no hayan estado
en pugna , y, cosa muy digna de notarse , en donde
quiera que venció la aristocracia, viósela , no solo ar-
rancar á la corona prerogativas indispensables al des-
empeño de sus funciones, mas procurar, y muchas ve-
ces conseguir mantenerla ó transformarla en magistra-
tura electiva ó vitalicia. La historia de los Estados es-
candinavos, lo mismo que la de Hungría , la de Bobo-




log




368 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
mia , la de Polonia , y hasta la del imperio germánico,
no consienten la menor duda en este punto.


En aquellas (le las monarquías de Europa en que se
hablan conservado algunos rastros de la civilizacion ro-
mana, los sucesos tomaron muy distinto rumbo: allí la
autoridad real encontró en las poblaciones urbanas, en
el estado llano, aliados que la sostuvieron en sus luchas
y la ayudaron á ensanchar cada vez más el círculo de
sus atribuciones. Vencidas y desarmadas, las aristocra-
cias sufrieron las consecuencias de la derrota : perdie-
ron la parte de soberanía efectiva cuyo ejercicio se ha-
bian adjudicado, y no conservaron mas que inmunida-
des y privilegios, destinados á sucumbir á su vez.


Aun entonces, si sirvieron á la corona y le prestaron
asistencia contra las innovaciones cuyas consecuencias
tenian que temer ellas mismas, esta no salió bien librada
del precio con que tuvo que pagarles su apoyo. Forzoso
le fué dejar á las aristocracias los privilegios de que go-
zaban en materia de contribuciones , de dignidades, de
oficios civiles y militares, y condenarse á la impotencia,
por una parte, de realizar los recursos cuyo empleo exi-
gia el material desenvolvimiento de los servicios públi-
cos, y por otra de elegir libremente los servidores del
Estado; situacion tanto mas enojosa cuanto no se consu-
maba un progreso que no tuviese por efecto sembrar y
multiplicar entre las clases sociales los descontentos que
provoca la desigualdad de los derechos. Harta ocasion
hubo de echarlo de ver en Francia. En el transcurso del
siglo XVIII , el estado de la hacienda fué empeorando sin
cesar : un solo remedio rabia, y era la supresion de las
inmunidades concedidas á los órdenes privilegiados,
pero fué imposible obtener que los que recogian el pro-
vecho de aquellas inmunidades consintiesen en sacrifi-


CAPÍTULO Xvi.
369


cartas. Llegó el dia en que la necesidad de enjugar el dé-
ficit trajo la convocacion de los Estados generales, y
entonces estallaron los ódios lentamente aglomerados
en las clases en que los favores reservados al corto nú-
mero sembraban humillaciones y padecimientos, y si
el poder real desapareció en la tormenta revolucio-
naria fué principalmente por no haber sabido separar
su causa de la de clases y castas, cuyas prerogativas
no podían ya de mucho tiempo atrás conciliarse con el
interés social.


En grande error incurren los que creen que para es-
tablecerse y durar la forma monárquica ha tenido ne-
cesidad de la proteccion de clases investidas de particu-
lares privilegios. No hay sociedad donde no surjan na-
turalmente intereses y fuerzas dispuestos á prestar su
apoyo á todo poder necesario al mantenimiento de la
paz pública : el papel que el temor de caer bajo la ley
del derecho comun ha acabado por imponer á algunos
de los cuerpos de nobleza de Europa, los hombres mas
ilustrados, aquellos cuya fortuna habria tenido mas que
padecer en caso de crisis política, le habrían desempe-
ñado por sí , y con tanto mayor éxito cuanto menos
expuesto hubiese estado el gobierno á los ataques ince-
santes que provoca todo régimen bajo el cual no se ad-
ministra justicia á todos.


Hay á mayor abundamiento un hecho que hasta para
mostrar cuán poco necesaria es la existencia de una
aristocracia al sostenimiento del sistema monárquico.
Este sistema, en lo que tiene de mas abusivo, ha sido y
continúa siendo el que prevalece en los mas grandes
Estados de Asia, y aun en Europa, en el imperio otoma-
no; allí , sin embargo, no se encuentran ni cuerpos de
nobleza, ni clases en posesion de privilegios hereditarios.


FORMAS DE GOBIERNO.-24




1


370 DR LAS FORMAS DE GOBIERNO.
Resta ahora examinar de qué manera obrará, en ma-


teria de organizacion gubernamental, el espíritu que be-
terán las sociedades en el régimen fundado por la igual-
dad de los derechos. En este punto la experiencia no ha
suministrado todavía ningun dato decisivo, pero hay un
hecho que no puede ponerse en duda , y es que en todo
tiempo ha habido para las sociedades necesidades de Or-
den y de seguridad, que no habrian podido dejar sin sa-
tisfaccion mas que so pena de descomposicion ,.y cuyo
imperio ha bastado casi siempre para decidir de la me-
dida de soberanía cuyo ejercicio han reclamado y con-
servado. Así, el punto que hay que esclarecer es si será
dado al sistema democrático arrebatar á los fermentos
de perturbacion y discordia contra que tienen que lu-
char los diferentes Estados la fuerza disolvente que han
poseido hasta ahora. Si hubiera de ser así , ya no hay
duda : las sociedades no tendrian ya que temer la in.
vasion de la anarquía, podrían proceder en paz á su
propio gobierno, y la forma monárquica desapare-
ceria corno han desaparecido todas las formas socia-
les y políticas que el tiempo ha venido á declarar in-
útiles.


Pero , para reconocer cuán poco fundadas son estas
conclusiones , basta recordar de qué naturaleza son las
causas de desunion, cuya perniciosa actividad tienen que
reprimir los poderes públicos. Entre estas causas las
hay de &den geográfico y material, y estas, lo mismo
que los progresos de la civilizacion , no pueden ni su-
primirlas ni atenuar su fuerza los arreglos interio-
res: bajo cualquier régimen posible la extension y la
composicion de los Estados conservarán la influencia
que les es propia y contribuirán á decidir de la fuerza
y del número de los disentimientos que subsistirán en-


CAPÍTULO XVT. 371
tre las diferentes partes de las poblaciones reunidas
bajo una misma autoridad directora.


Todo bien considerado no hay en realidad mas que
una fuente de divisiones y conflictos que la equidad de
las leyes civiles y políticas sea poderosa á cegar, y es
la que los privilegios de castas y de clases tenias anti-
guamente abierta. Esta cesará de dejar correr animosi-
dades, cuyo motivo ya no existirá, pero subsistirá otra,
tan antigua como la humanidad, cuya fecundidad ha
alimentado en nuestros dias, y es la que alimentan las
diferencias naturales de las condiciones y de las ri-
quezas.


El mundo hasta aquí no ha tenido clase social que no
.haya tratado de usurpar algo sobre derecho comun ó
sea de acrecentar su parte de poder y de bienestar á ex -
pensas del resto de la comunidad; y es porque no hay
para cada una de esas clases mas que un interés que la
conmueva de veras, y ese es el que se le figura ser par-
ticularmente el suyo : ese interés es el único que percibe
clara y distintamente, el solo que conceptúa de una im-
portancia real , por manera que de bonísima fé les se-
lila el primer lugar y reclama para él un predominio
más ó menos exclusivo.


Investiguemos de dónde han venido en materia de
prosperidad, de impuesto, de categorías, de dignida-
des , de cargos públicos, y hasta en materia de oficios
y tráficos, las numerosas injusticias que sancionaron
los tiempos pasados y encontrarémos su fuente princi-
pal en las inmunidades y privilegios que sucesivamente
le hicieron otorgar todas las clases con que tuvieron
que contar los gobiernos. Noblezas , cleros , curiales y
militares , fabricantes , mercaderes , artesanos , todos
probaron la fascinacion de los intereses que les eran




372 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
propios, y todos procuraron y con harta frecuencia con-
siguieron obtener concesiones que no les eran debidas:
Pues bien, esa exclusiva preocupacion de sus particu-
lares intereses que tanto imperio ha ejercido hasta aho-
ra sobre el espíritu de cada una de las clases sociales,
no es de extrañar que se manifieste tambien hoy ea
aquella de esas clases, cuyos medios de existencia con-
sisten principalmente en retribuciones cuotidianas á
jornales, y que se manifieste ardiente, fecunda en er-
rores y en pasiones revolucionarias.


Hay para estas clases una causa permanente de pa-
decimientos y de irritacion , y es la comparacion que
hacen entre su suerte y la de las otras fracciones de la
comunidad: al paso que duras y continuas faenas los.
dejan expuestos á numerosas privaciones, ven á otras
clases mas favorecidas por la fortuna gozar las dulzuras
del ocio y vivir en la opulencia. Semejante contraste
las choca y las hiere, y es muy raro que la impotencia
de discernir las verdaderas razones de esto no las con-
duzca á considerarlo como obra de leyes que han han
orificado sus intereses á los de los hombres que las han
hecho: tal es el pensamiento que en todos tiempos ha,
surgido y circulado en sus filas y que en todos tiempos
ta rabien ha difundido en ellas en más ó menos copiosa
medida el ódio á los ricos y el anhelo de mudanzas y
conmociones políticas.


Hoy este pensamiento trabaja enérgicamente á las
poblaciones obreras, y aun allí donde la igualdad civil
y política es completa, ha adquirido mayores vida y pu-
janza que tuvo nunca en las épocas anteriores. Y es
porque ha encontrado el apoyo de una multitud de con-
cepciones sistemáticas que han venido una tras otra á
acusar de iniquidad al órden social existente y á pedir


CAPÍTULO XVI. 273
su transfortnacion más ó menos radical. No obstante
que estén en mútilo desacuerdo, un punto fundamental
hay, que todas esas concepciones admiten igualmente,
y es que el Estado tiene el derecho de intervenir en la
reparticion de las riquezas, y que bastaria que lo qui-
siese para que llegasen á ser mas ricas las que hoy lu-
chan con los horrores de la indigencia ( I). No se ne-


( i ) Tal es, con efecto, la idea que se encuentra en el fondo de todas
las concepciones del socialismo. Esta idea, en lo que concierne al de-
recho del Estado, no es nueva, por cuanto desde los tiempos mas re-
motos ha sido desgraciadamente puesta en práctica en beneficio de
las fracciones del cuerpo social que lograron apoderarse del mando;
así, en las épocas aristocráticas, presidió á las combinaciones, con
cuyo auxilio el menor número se reservó tierras, bienes. ventajas
cuya adquisicion y goce vedaba al resto de la comunidad, y ¡cosa
notable! por mas injustos que fuesen, los privilegios de castas y de
clases han tenido apologistas sinceros. No ha mucho tiempo aun que


.en Francia algunos escritores los declaraban de necesidad pública y
sostenian que su caida acarrearla infaliblemente la ruina de la agricul-
tura y el empobrecimiento general. Hoy, al socialismo aristocrático ha
sucedido otro nuevo, el socialismo democrático, que á su vez reclama
la violacion de las leyes naturales y del derecho comun en el interés
de las clases jornaleras. Nada hay en esto que deba causarnos gran
sorpresa : las clases jornaleras han crecido en número y en fuerza,
.han adquirido una verdadera importancia, y no hay ciertamente si -
tuacion que tanto como la suya excite la simpatía de los amigos de la
'humanidad: su favor además no es ya de desdeñar, y natural es que
diversos motivos hayan conducido á muchos hombres á formular
planes de organizacion en armonía con el deseo que, como á todas
las clases sociales, llegadas antes que ellas á un cierto grado de po-
derío, les ha nacido de obtener leyes que las privilegien á expensas
del resto de la comunidad: de aquí tantos proyectos de reforma, tan-
tos sistemas y teorías como han venido á prometerles mudanzas
irrealizables y á fascinarlas con vanas y quiméricas esperanzas.
Desgraciadamente, aun entre aquellos de entre esos proyectos, cuyos
autores iban movidos por los mas loables sentimientos, no hay uno
-que, si se probase á realizarle, no diese inmediatamente resultados
contrarios á los que anuncia; y es porque, como ha dicho con razon




1
3 n DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
cesitaba tanto para confirmar á unas poblaciones des-
contentas de su lote en la opinion de que no se les hace
justicia y de que tienen razon en reclamar arreglos so-
ciales combinados de manera que les proporcionen mas
ámplia participacion en los bienes de este mundo.


Así han obrado sobre el espíritu de una parte de las
masas jornaleras las doctrinas que han aceptado la de-
nominacion colectiva de socialismo. Por mas impracti-
cables, por mas vanas y quiméricas que sean, no por
eso han dejado tales doctrinas de producir su efecto:
unos hombres á quienes han venido á asegurar que se-
ria fácil acrecentar inmediatamente la parte que les
corresponde en la distribucion de las riquezas, las han
tomado naturalmente por lo sério . formándose en ellos
la conviccion de que leyes injustas los privan de venta-
jas que tienen derecho á reclamar y obtener, y nunca
han sido tan manifiestamente hostiles como ahora sus
disposiciones con respecto al órden establecido.


Esperémoslo: dia llegará en que mas ilustradas todas
las partes de la poblacion reconocerán que para cada
una de entre ellas, como para la comunidad toda ente-
ra, no hay mas fuente de prosperidad, no hay mas me-
dio de mejorar de condicion que el libre vuelo de las
actividades personales, que el respeto al derecho per-
teneciente á todos de trabajar, de ahorrar, de adquirir,.
un escritor ilustre, Federico Bastiat, si es posible al corto número des-
pojar al grande , no lo es al grande despojar al corto. Reducir la,
parte del capital , limitar la cutita de los caudales y de las herencias:
seria impedir el incremento del fondo que retribuye á la mano de
obra, quitar á la actividad individual las remuneraciones que estimu-
lan sus esfuerzos, atajar el vuelo de las invenciones y, oponiendo as••
táculos á progresos que no se efectúan sino merced á la mejora de
los métodos del trabajo, imponer aun á los mas pobres un inevitable-
recargo de miseria y padecimientos.


cAriTuto 375
de acrecentar de dia en dia la suma de los bienes de
que dispone ; pero este dia no ha llegado e). Numero-
sas masas continúan suponiendo que leyes coercitivas
podrian y deberían introducir mayor igualdad en las
condiciones y las riquezas; reclaman arreglos sociales
cuyo menor ensayo las abrumada á ellas mismas con
insoportables miserias , y mientras dure este estado de
cosas, entre ellas y las clases á quienes amenazan con
el despojo subsistirá un antagonismo , cuyo efecto se
hará sentir en las combinaciones de órden guberna-
mental.


Así , escasos ó nulos serán los cambios en la situa-
cion en que ponen á las Monarquías de Europa los
gérmenes de turbaciones y discordias que abrigan en su
seno. Si la igualdad de los derechos ha podido desterrar
de ellas algunas de las irritaciones á que daban pábulo
las rancias preocupaciones de las épocas aristocráticas,
ha dejado, no obstante, subsistir y crecer en violencia
aquellas que en todo tiempo ha fomentado la desigual-
dad natural de las riquezas y no existe en ellas hoy más
que antes el grado de concordia social y política , único
que permitirá su transformacion en repúblicas viables.


Considerados los hechos del momento, parecen conducentes á
autorizar la idea de que tarde temprano estallarán en Europa luchas
sociales, y que las que en ella han empezado ya bajo forma de huelgas
y de coaliciones acabarán por tomar un carácter mas violento y deci-
sivo. En todo caso, el resultado de las luchas no es dudoso: espanto-
sas miserias nacerán infaliblemente de la suspension de una multitud
de trabajos, de la inaccion y de la emigracion de los capitales, y esas
miserias reducirán á la postre á las clases mismas que habrán empe-
fiado el combate á deponer las armas. Las leyes que rigen la produc-
clon y la distribucion de las riquezas no se dejan violar impunemen-
te, y cuanto mas adelantadas están las sociedades, mas pronto llega el
castigo de las infracciones de que han sido objeto.




376 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


CAPITULO XVII.


DE LA INFLUENCIA EJERCIDA SOBRE LOS PROGRESOS DE LA CIVILIZICION


POR L. DIVERSIDAD DE LIS FORMAS DE GOBIERNO.


La civilizacion no realiza un solo progreso que no
exija, y al que no haya debido preceder un progreso
del entendimiento humano. En todas las épocas ha sido
lo que la hacia ser la dósis de instruccion , de sensatez,
de habilidad adquirida por las diversas sociedades, y
nunca ha adelantado sino allí donde á las luces ya alle-
gadas iban á agregarse otras nuevas.


Todo por lo demás en este mundo ha sido ordenado
con el fin de asegurar su mayor vuelo. Entre los arre-
glos que responden á este fin , figura en primera línea
la diversidad de las circunstancias locales: no hay zona,
no hay region , no hay comarca donde la temperatura,
la situacion geográfica, las propiedades del suelo, los
productos naturales no ofrezcan particularidades bas-
tante marcadas. En ninguna parte encuentra la huma-
nidad exactamente ni las mismas necesidades , ni los
mismos medios de proveer á ellas, y no hay un solo
rincon del globo que no imponga á los modos de exis-
tencia y de actividad de sus habitantes , por lo menos
algunas diferencias.


Mucho debe la civilizacion á la diversidad de las cir-
cunstancias locales. Subdividiendo el trabajo general,
asignando á las más de sus principales aplicaciones cen-
tros más ó menos distintos y separados, esa diversidad
le ha suministrado las fuerzas mismas de que tenia ne-
cesidad para dilatar sus conquistas. Cada especie de la-


CAPÍTULO XVII. 377
bor, cada clase de industria llegó á ser tanto mas fe-
cunda en luces, cuanto se concentró mas en aquellos
de los puntos de la tierra que consentian ó privilegiaban
solos su ejercicio: allí, aquellos cuya inteligencia y cu-
yos brazos ocupaba, inquirían de corona acuerdo los
medios de sacar mejor partido de sus esfuerzos, y cuan-
to mas numerosos eran y mas unidos estaban, mas se
multiplicaban para ellos los frutos de la experiencia, y
con esos frutos los descubrimientos, cuya realizacion
acrecia gradualmente su fuerza productora. Así nacie-
ron y se formaron los conocimientos sin los cuales ha-
bría sido imposible á la humanidad salir de la barbarie
nativa y que emanaron de fuentes de una variedad casi
infinita : vinieron del Norte y del Mediodia, de las re-
giones mediterráneas, de los países ricos en nacimien-
tos metálicos y de los países únicamente agrícolas , en
una palabra, de todos los lugares diversamente dotados
por la naturaleza. Luego aquellos conocimientos, co-
municados de pueblo á pueblo, se mezclaron , se com-
binaron , se fecundizaron mútuamente, y de su reunion
se compuso el fondo de saber á que debe la civilizacion
su actual altura. Difícil seria ciertamente remontarse al
origen de todos aquellos de que están en posesion las
sociedades hoy mas avanzadas; pero lo que no admite
duda es, que son de muy diversas procedencias, y que
hay muchos entre ellos que no hubieran podido nacer
en el suelo mismo donde en mas grande escala se be-
nefician.


Lo mismo que la diversidad de las circunstancias so-
ciales , la diversidad de las formas de gobierno ha tenido
su parte de influencia en el desarrollo de la civiliza-
cion. Lo que la primera ha hecho para la adquisicion
de las luces que han venido á ilustrar y mejorar las




378 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
aplicaciones del trabajo , la otra lo ha hecho para la ad.-


uisicion de las luces que necesitaban, por una parte los
progresos de las ciencias sociales y políticas, y por otra,
el vuelo de muchas artes de utilidad pública.


Hay, á mayor abundamiento, un hecho que importa
notar, y es que las formas de gobierno no obran aisla-
damente. A la influencia que les compete se mezcla y
une la de las situaciones sociales de que son producto;
la magnitud, la estructura, la cornposicion de los Esta-
dos tienen su accion propia, y hay resultados á que con-
tribuyen esas circunstancias en gran manera.


Como quiera, cuantos son los Estados diferentemen-
te constituidos y regidos, tantos son los campos en que
la vida colectiva experimenta pruebas diversas. En
unos se producen los inconvenientes y los males anejos
al exceso de independencia y de concentracion de la au-
toridad central; en otros los que la insuficiencia y sub-
division ocasionan. Repúblicas y monarquías de todas
especies, cada forma politica, imprimiendo á las institu-
ciones , á las leyes, á las regias que admite y practica
caracteres particulares, hace nacer de ellas resultados
diversos, y por medio de la comparacion de estos re-
sultados es como han aprendido las sociedades huma-
nas lo que saben hoy en punto á las condiciones, bajo
las cuales les es dado florecer y conservarse.


La diversidad de las formas de gobierno no ha ejerci-
do accion solamente sobre la formacion de los conoci-
mientos de órden social y político, sino que ha servido
por otros caminos al adelanto de la civilizacion. Estados
en cuyo seno los poderes públicos no estriban sobre
cimientos semejantes, tampoco llevan en sí el mis-
mo espíritu , tampoco obedecen á las mismas ten-
dencias en el empleo de los recursos de que disponen,


CAPÍTULO XVII.


379-
y de aquí en la direccion que imprimen á las artes di-
ferencias más ó menos notables: así, entre las inven-
ciones y los descubrimientos cuyos beneficios ha reco-
gido la humanidad , los ha habido que para realizarse
han exigido medios que no en todas partes encontraban
igualmente favorables. Unos no han encontrado el que
les hacia falta sino allí donde en vastas regiones se ex-
tendia la dominacion de un príncipe; otros, sino allí
donde reinaba la libertad republicana, y si no hubieran
existido mas que Estados constituidos y gobernados de
la misma suerte , la civilizacion , por falta de algunos.
de los móviles de que ha recibido impulso , no habria
logrado superar todos los obstáculos que se oponian á
su marcha.


Por lo demás, fácil es seguir y patentizar el movi-
miento de los hechos: la historia ofrece en lo que les
concierne informes bastante numerosos, bastante segu-
ros para no dejar duda alguna sobre la parte de influen-
cia que la diversidad de los modos de organizacion polí-
tica ha ejercido sobre el progresivo desarrollo de la ci-
vi lizacion.


Hubo una edad ante la cual la humanidad vivió frac-
cionada en pequeñas comunidades regidas por caudillos
investidos del mando supremo: aquella fué la edad de
los clans ó tribus , la edad de las monarquías heróicas
ó patriarcales, y mientras esa edad duró, la civilizacion
no salió de la infancia. Llegó la época en que algunas
de aquellas comunidades, despees de haber logrado
subyugar á sus vecinas sacaron de ellas las fuerzas ne-
cesarias para la realizacion de nuevas conquistas y con-
siguieron fundar grandes imperios. Entonces dos cosas-
ejercieron la mas enérgica accion: una fué la necesidad
para los señores de los nuevos Estados de investigar y




380 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
descubrir los medios de mantener reunidos en un solo
haz pueblos extraños unos á otros , diseminados por
vastas superficies, enemigos los más de aquel de entre
ellos que les habla arrebatado la independencia ; otra
la concentracion en las manos de los gobernantes de ri.:
,Piezas, tanto mas cuantiosas cuanto que provenian de
contribuciones levantadas sobre un número mayor de
súbditos y de tributarios.


En Asia y en las márgenes del Nilo fué donde nacie-
ron aquellos de los grandes Estados que lograron los
primeros constituirse. Al trasluz de las tinieblas que
encubren su origen, se ve que tuvieron vastas capita-
les, ejércitos semi-regulares , sistemas rentísticos , ser-
vicios públicos gerarquizados, que levantaron numero-
sos monumentos, y lo que les hace mas honor todavía,
que ejecutaron grandes y difíciles obras destinadas á
acrecentar el bienestar general.


Poco sabemos de las cosas de los antiguos imperios
ílue vió formarse el Asia , pero no es dudoso que reali-
zaron descubrimientos y llevaron á cabo obras que
atestiguan numerosas victorias alcanzadas sobre la bar-
barie. Al lado de los recintos murados de los palacios,
de los templos, de los colosales monumentos con que se
complacieron en cubrir el suelo, los príncipes decreta-
•an obras concebidas con la mira del bien cornil: las
aguas del Tígris y del Eufrates fueron encauzadas, em-
pleadas en regar una tierra frecuentemente resecada
por los ardores del sol, y á inciertas y mezquinas cose-
chas sucedieron otras mas regulares y abundantes.


Por lo que respecta al Egipto, mejor conservados to-
•avía se encuentran los rastros que nos ha dejado de
su antigua civilizacion. Cierto que en los Estados que
en él se formaron subsistieron numerosos restos de la


CAPÍTULO XVII.
381


primitiva barbarie, mas no por eso aquellos Estados de-
jaron de ser á manera de focos, en que se concentraron
y de donde irradiaron á lo lejos luces que faltaban enton7
ces á la humanidad. A pesar de los numerosos vicios
orgánicos , sus sistemas administrativos, sus reglamen-
tos de policía rural, algunas de sus leyes tuvieron partes
asaz sabiamente concebidas para prestar á las otras na-
ciones enseñanzas de gran valor. Lo propio sucedió con
aquellos canales , con aquellos lagos que recogian para
restituirlas á la tierra las rebasadas aguas del Nilo, con
aquellas nivelaciones ejecutadas en vastas superficies;.
todas aquellas obras imprimieron á unas artes todavía
en la cuna vivo y feliz impulso, y su terminacion di&
frutos que, aun desde el punto de vista científico, fue-
ron de verdadera utilidad. Sabido es á mayor abunda..
miento cuánta celebridad alcanzó durante siglos la sa-
biduría del Egipto : todavía en la época en que Grecia
brillaba con el mas vivo explendor, sus legisladores y
sus filósofos iban á consultarle; visitaban los templos,
conferenciaban con sus moradores, y de ellos sacaban
lecciones instructivas. El mismo Platon no desdeñó las
que fué allí á buscar.


Imposible hubiera sido seguramente á la humanidad
salir de la infancia si hubiese continuado viviendo toda
entera bajo el régimen patriarcal. Eran los Estados de-
masiado pequeños para ofrecer á los conocimientos
científicos un campo que permitiese su desarrollo con-
tinuo : industrias inhábiles y groseras dejaban á las po-
blaciones bajo el peso de la indigencia, y los mismos
jefes de los clans no siempre se sustraian á los padeci-
mientos de la necesidad. Todo cambió en las vastas do-
minaciones que surgieron fuera de Europa : por mas
incultos que fuesen sus fundadores, forzoso les fué es-




282 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
tablecer reglas que impusiesen á los vencidos la obe-
diencia y contuviesen la rapacidad de los vencedores,
:amen de que los tributos pagados por numerosas po-
blaciones los pusieron, como así mismo á sus principa-
les servidores , en posesion de rentas cuantiosas, y no
tardaron en mostrarse ávidos de fausto y magnificen-
cia. Quisieron tener moradas suntuosas , muebles , ro-
pajes , paramentos, armaduras de rica y primorosa la-
bor, y los sacrificios que hicieron para obtener todo
2quello llegaron á ser fecundos en descubrimientos de
utilidad general.


Tal es el ordinario efecto de las aficiones que la opu-
lencia despierta y difunde : los esfuerzos de destreza é
imaginacion, que exigen por parte de los que trabajan
-en satisfacerlas, se convierten naturalmente en prove-
cho de todos los linajes de industria. La verdad es que
construyendo palacios y templos fué como aprendieron
los hombres á edificar mejor y á menor coste moradas
mas sencillas: del propio modo la fabricacion de los ob-


jetos de lujo llegó á ser para ellos fuente de una multi-
tud de invenciones, que contribuyeron á mejorar la
produccion de las cosas al alcance de todos; del mismo
modo tambien las grandes obras, cuya ejecucion deter-
minó la vanidad de los príncipes ó el deseo del bien pú-
blico, produjeron descubrimientos, de que se apodera-
ron rápidamente las artes , llamadas á facilitar las co-
municaciones o á aumentar la feracidad de las tierras.


Así ejerció su influjo la creacion de los vastos impe-
rios que vinieron á reunir bajo un mismo cetro tribus
demasiado aisladas y esparcidas por el mundo para lle-
var á cabo conquista alguna intelectual de cierta impor-
tancia. Dos resultados principales tuvo aquella crea-
-cion : por una parte dió origen á las primeras nociones


CAPÍTULO XVII.
383


de organizacion administrativa y política que ha reco-
gido la ciencia, y por otra imprimió á gran número de
empleos del trabajo un vuelo que siempre les habia fal-
tado, con lo que la civilizacion realizó en poco tiempo
progresos que hasta entonces le habian sido imposibles.


No tardaron, sin embargo, aquellos progresos en en-
contrar insuperables límites. Sobre los Estados donde
se consumaban pesaban servidumbres que á la postre
debian atajar su vuelo: al príncipe pertenecia el mando
supremo; todo, en el manejo de los negocios, dependia
de su voluntad, y el miedo á las revueltas era lo único
-que luchaba en él contra los sentimientos egoistas que
desarrolla el ejercicio de la omnipotencia; sin embargo,
al lado de su autoridad existia otra mejor ordenada, me-
nos sujeta á arrebatos, pero que llegó á ser al fin no
menos compresiva. Por largo tiempo los ministros del
culto hablan llenado una mision tutelar, hablan conse-
guido disciplinar á hombres todavía semi-salvajes, acos-
tumbrarlos al Orden , al trabajo, y además habian reco-
gido y conservado el poco saber, debido á los sucesivos
descubrimientos de las edades pasadas; pero con el
triunfo vinieron el orgullo y la ambicion. Constituidos
en castas , en corporaciones distintas , habían cedido al
deseo del lujo y de la dominacion, y usado de un ascen-
diente justamente adquirido para monopolizar todas las
ventajas compatibles con la naturaleza de sus funcio-
nes. No habla mas enseñanza que la que ellos consen-
tian en dar : multiplicaron las prescripciones religio-
sas , recargaron la vida civil con una multitud de prác-
ticas, de obligaciones, de observancias sin relacion con
la moral , y oprimieron las inteligencias bajo un yugo
abrumador; de esta suerte á los males inherentes al
despotismo real se unian los que engendran la servi-




381 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
dumbre intelectual, y la civilizacion encontró límites,
mas allá de los cuales le fué imposible continuar su
marcha.


Necesitábanse, para restituirle el movimiento, nue-
vos Estados y nuevas formas de gobierno. Nacieron es-
tas en el litoral del Mediterráneo, á donde fueron los
Fenicios á fundar ciudades que, merced á los progre-
sos que en ellas hicieron la navegacion , el comercio y
las artes fabriles, aumentaron considerablemente los
conocimientos ya adquiridos. Los Griegos , á su vez,
aparecieron en la escena , y pronto la civilizacion se le.
vantó á una altura que conservó durante una larga sé-
rie de siglos.


Tuvo Grecia la ventaja de que ninguno de los pue-
blos que en ella fueron á establecerse pudo extender á
lo lejos su dominacion particular. Cortábanla en todos
sentidos grandes cordilleras , la mar penetraba profun-
damente las cortaduras de siscostas, y cuando ilus-
trados por los ejemplos de las naciones que los habian
precedido, sus pobladores hubieron levantado ciudades,
cuyas murallas los ponian á cubierto de los peligros
anejos á las invasiones hostiles , Grecia no tardó en cu-
brirse de una muchedumbre de pequeños Estados , in-
dependientes unos de otros, libres cada cual de organi-
zarse ó de regirse segun sus propias conveniencias.


Llegó la época en que desaparecieron las monarquías
patriarcales y en que los Estados helénicos se transfor-
maron en repúblicas, volviendo en todos la soberanía
toda entera á los hombres en posesion de los derechos
cívicos : nombramientos de los magistrados, arreglo y
reparticion de las cargas , cuestiones de paz y guerra,
cuanto se referia á la direccion de los negocios públicos
era de su incumbencia , y no se tomaba resolucion al-l-


CAPÍTULÍ LO XVII.
38'5


guna de interés general que no hubiese sido discutida y
aprobada por sus sufragios.


Un régimen tan bien adecuado á la situacion de los
Estados pequeños (lió en breve ópirnos frutos, Mientras
las poblaciones de Egipto y Asia vivian abrumadas bajo
el peso del doble despotismo real y teocrático, los Grie-
gos llamados por la participacion en su propio gobierno
á continuos esfuerzos de inteligencia y patriotismo, ad-
quirieron pronto un valor y una actividad de espíritu
que los hicieron triunfar de todos los obstáculos que
hasta entonces habian impedido ó atajado el curso de la
civilizacion. Jamás pueblo alguno desplegó tanto ardor
en la investigacion de las verdades científicas , ni llevó
tan lejos el amor á lo bello en las artes y en las letras;
jamás pueblo alguno allegó en tan poco tiempo tantos
conocimientos diversos, ni dejó rastros tan luminosos
de su paso por la tierra.


Inútil seria recordar aquí todo lo que debe la civili-
zacion á los Griegos. Entre los campos accesibles á las
labores de la inteligencia, muy pocos hay en que los
Griegos no pusiesen mano los primeros sacando de ellos
cosechas de incomparable abundancia : más descubri-
mientos efectuaron ellos solos , más luces recogieron
que todas las demás naciones de la antigüedad juntas.
Desgraciadamente, para ellos tambien estaban contados
los días risudios, y debia llegar la época en que las ins-
tituciones que tanto habian hecho para su prosperidad
no bastarian ya á contener el destructor efecto de las
divisiones intestinas. Desde el origen, en todas partes el
ejercicio de la soberanía habia encendido contiendas
entre los que quedan reservársela al corto número y
los que quedan distribuirla por igual entre todos los
hombres libres : la guerra del Peloponeso vino A vivi-


FORMAS DE GOBIEXINO.-25




386 DE LAS FORMAS DI: GOBIERNO
ficar y envenenar aquellas contiendas ; los más de los
Estados se encontraron arrastrados á tomar parte en
ella, y en todos los partidos en lucha tomaron, el uno
en el apoyo de Esparta, el otro en el /le Atenas, fuerzas
que acrecentaron cada vez más la violencia de los cho-
ques. Por otra parte , la larga duracion de la guerra
ejerció la mas fatal influencia : multiplicáronse y com-
plicáronse los negocios ; alianzas y negociaciones, elec-
cion de los generales, operaciones militares, gastos ex-
traordinarios, todas estas cosas traían sin cesar nuevas
ocasiones de conflictos, y los partidos continuamente en
lucha llegaron á hacerse irreconciliables. Esto fué lo
que desmoralizó á los Griegos : cada ciudad contuvo
dos poblaciones separadas por indomables ódios ; los
vencedores del momento no escasearon ni los destier-
ros ni la muerte á sus adversarios , y por do quiera
se encendieron las detestables pasiones que engendra el
deseo de vengarse de ultrajes continuos. Así desapare-
ció el amor del bien público : el deseo de sustraerse á
los males que acarreaba la pérdida del poder decidió de
la política de los partidos, y aquellos mismos Griegos
que habian sabido rechazar tan valerosamente las inva-
siones de los Persas no supieron ni prever ni atajar las
usurpaciones de Filipo de Macedonia. Andando el tiem-
po , Roma tuvo pocos esfuerzos que hacer para poner-
los bajo su dependencia. Bajo dominadores extranjeros,
los Griegos perdieron todo lo que les quedaba de la in-
geniosa y fecunda actividad que habían desplegado en
las investigaciones de órden intelectual , y aunque con-
servando el tesoro de los conocimientos adquiridos,
cesaron de enriquecerle con nuevas adquisiciones.


Por numerosas y brillantes que fuesen entre ellos las
conquistas del entendimiento, una hubo, sin embargo,


CAPÍTULO XVII. 387
que los Griegos no lograron hacer. Los Estados que
fundaron carecian de extension: todos se componían de
una ciudad principal y de unas cuantas aldeas , y es
dudoso que ninguno de ellos llegase á contar nunca, in-
clusos los esclavos, mas de quinientos mil habitantes.
¿ Con qué condiciones orgánicas podian vivir y durar
tales Estados? ¿ Cuáles eran las leyes, las instituciones
ivas conducentes á asegurarles el órden en lo interior y
la seguridad en sus relaciones con los extranjeros? Es
fas cuestiones dieron en qué entender á los Griegos, y á
:su estudio aplicaron el ardor y sagacidad que les eran
.naturales; pero dos hechos habian pesado sobre sus
concepciones y retenidolas en un circulo demasiado es-
trecho. Era el uno la exigüidad, la pequeliez de los Es-
tados; era el otro la esclavitud de las masas, que consi-
derada como una necesidad social , no les permitia le-
vantarse á la inteligencia de los derechos de la humani-
dad ; así fué que sus publicistas no pensaron mas que
en descubrir los medios de constituir la soberanía de
manera que su ejercicio estuviese exento de turbaciones
y peligros. Dejarla en manos de los mas dignos sin pro-
vocar en las masas cívicas una irritacion fecunda en sa-
cudidas revolucionarias, tal fué el problema que inten-
taron y no consiguieron resolver. Su atencion se con-
•centró en las combinaciones de que eran susceptibles la
distribucion de las magistraturas, de los oficios, de los
poderes, la clasificacion de los hombres libres y el re-
partimiento de los votos; mas en lo respectivo al dere-
cho público y al privado , sus descubrimientos no tuvie-
ron importancia alguna y han conservado muy poco
lugar entre los que nos legó la antigüedad.


A los Romanos tocó en suerte llenar, á lo menos en
parte , los vacíos que hablan dejado subsistir los Grie-




388
DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


gos en un órden de conocimientos que tanto necesitaba
la humanidad para realizar nuevos progresos. A dife-
rencia de las repúblicas de Grecia , Roma habia exten-
dido á lo lejos sus conquistas, y el inundo- civilizado
casi todo entero recibió sus leyes y su soberanía ; pero
despues de la obra de la fuerza dehia naturalmente co-
menzar otra: Roma tenia que regir y gobernar las vas-
tas regiones que habian caido bajo su yugo ; tenia que
mantenerlas en la obediencia , que sacar de ellas todos
los recursos en hombres y en dinero que podian sumi-
nistrar, y unírselas con lazos que no intentasen romper.


El estado de atraso en que á la sazon se hallaban los
hombres , escasamente habla permitido á los seliores
de los grandes imperios de Asia bosquejar groseramente.
aquella obra, que para los Romanos mismos era nueva
y ardua , y solo el imperio se encontró en disposicion
de acometerla y llevarla á feliz término.


No es esto decir que la necesidad de atender á ella
• no se hubiese sentido en Roma antes del establecimien-
to del imperio, pero imposible hubiera sido á la repú-
blica llevarla á cabo. Por una parte , durante el medio
siglo que precedió á su caida, estuvo desgarrada por
guerras civiles que no le dejaban ningun sosiego ; por
otra , la plebe romana estaba demasiado engreida con
la dominacion que ejercia para consentir en ver en los
pueblos conquistados algo mas que unos vasallos desti-
nados á llenar los vacíos del Erario público y á ponerla
á ella en estado de obtener á vil precio ó gratuitamente
el sustento cuotidiano. Bajo ningun pretexto se habría,
resignado á. reconocerles derechos que limitasen su so-
beranía, y menos aun á compartir con ellos su ejer-
cicio.


Bajo el imperio, por el contrario, se levantó un pch


CAPÍTULO XVII.


389
.der que despues de haber absorbido todos los derechos
políticos , cuyo monopolio habian poseido los ciudada-
nos romanos, tuvo interés en contentar á las provin-
cias y en poner bajo leyes uniformes todo lo que le es-
taba sometido. Lo que facilitó su obra fué un progreso
intelectual que empezó á realizarse antes de la calda de
la república: entre los pueblos que Roma 'labia con-
quistado ó puesto bajo su protectorado por la cuenta
que le tenia , habia algunos mas adelantados en civiliza-
cion que los mismos Romanos. Las artes, los monu-
mentos, los libros y el saber de Grecia, la riqueza fa-
bril y comercial (le las ciudades del Asia menor y del
Egipto habian maravillado á los vencedores, y por mu-
cha soberbia que les inspirase la superioridad de sus
armas, no pudieron continuar mirando como pertene-
cientes á razas inferiores á unos hombres que los aven-
tajaban bajo tantos conceptos, y de quienes no se les
ocultaba que tenían mucho que aprender : así entre los
Romanos de las altas clases se había atenuado ó habia
desaparecido el rencoroso desprecio al extranjero, que
basta entonces presidiera á las relaciones entre los pue-
blos de diferentes orígenes, haciendo (le la fuerza el úni-
co límite de las exigencias de los que subyugaban á los
otros. Abundan las pruebas de la mudanza efectuada en
las ideas, y la mas patente se encuentra en el lenguaje
que usó Ciceron con ocasion de la ley natural, y mas
claramente todavía, en la grande expresion de fraterni-
dad del linaje humano que pronunció dándole su sentido
verdadero. Seguramente Ciceron fué una de las vastas
inteligencias (le su tiempo ; pero el pensamiento que
expresó con tanta elocuencia, no era enteramente nue•
TO en Roma, y cabalmente porque ya allí ejercia cierta
influencia fué posible á los legisladores del imperio in-




390
DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


troducir en las leyes que redactaron una equidad
que nunca antes hablan dado cabida.


Lo que de consuno exigian la composicion del Estado
y la forma de gobierno que habla producido, era la apli-
cacion de reglas que pudiesen convenir igualmente á
pueblos diversos en origen y costumbres , que habita-
ban climas desemejantes y en los que la civilizacion no
Babia llegado , ni con mucho , al mismo grado de altura;
ahora bien, para descubrir tales reglas, preciso era re-
montarse á lo que hay de mas general en los senti-
mientos á que obedece la humanidad, consultar aquellos
de los datos de la razon y la conciencia que, obrando
idénticamente en todas las naciones , constituyen las
bases primeras y siempre legítimas de la moral y del
derecho, y esto es lo que hicieron en la medida que
permitian las circunstancias de la época los jurisconsul-
tos romanos. Las leyes que dictaron rindieron á la-
igualdad entre los hombres libres homenajes que nun-
ca antes habla recibido, y por mas que los códigos del
imperio no llegasen á fulminar una formal reprohacion
sobre la esclavitud personal, ensancharon grandemente-
las conquistas del espíritu y sembraron por el mundo
claridades que le faltaban y de que aun en nuestros
días continúa aprovechándose la ciencia.


Al gobierno del Imperio se debieron tambien en ma-
teria administrativa obras llenas de útiles ensdanzas._
Cierto que aquellas obras no estuvieron exentas de er-
rores y vicios : dando á la autoridad central una parte
excesiva , dejaron sin garantías intereses colectivos y
privados de la mas alta importancia , pero aunque dan-
do mas allá del blanco, tuvieron el mérito de fundar y
mantener por largo tiempo el &den y la tranquilidad
en un estado en que reinaban enormes discordancias,


CAPÍTULO XVII. 391
y ofrecieron partes dispuestas con bastante sabiduría
para haber servido de modelo á muchos de los arreglos
que en las más de las naciones occidentales están toda-
vía en crédito y hasta en práctica.


Injusto seria juzgar de las leyes civiles y de las reglas
administrativas del Imperio por la impotencia en que
estuvieron de preservarle de una decadencia progre-
siva. Heredero de las conquistas de la república, el Im-
perio constituia una de esas monstruosidades sociales
Cuya existencia no puede ser de larga duracion: haci-
namiento informe de naciones extrAas unas á otras,
los elementos heterogéneos de que se componia no po-
dian conservar su unidad facticia sino bajo la presion
contínua de la fuerza que la habla creado, y aquella
fuerza debía al cabo llegar á ser destructora: á los ejér-
citos en quienes residia correspondió naturalmente la
supremacía real. Unicamente preocupados de sus inte-
reses particulares, los ejércitos no cesaron de reclamar
nuevas y mas árnplias remuneraciones, y unos empe-
radores á quienes nombraban y derribaban á su antojo,
no se atrevian á resistir sus intimaciones. Riqueza y
poblacion , todo fué decayendo á la par, bajo el peso
creciente de los impuestos, á que fué preciso recurrir
para pagar sus servicios al precio en que ellos los esti-
maban , y llegó un dia en que las provincias , esquil-
madas, y de cada vez mas desiertas , no pudieron su-
ministrar á las legiones los hombres y el dinero que
necesitaban para continuar cubriendo unas fronteras
constantemente amenazadas. Entregándole á la tiranía
militar, los incorregibles vicios de su composicion de-
bian infaliblemente conducir al Imperio á su ruina : no
era dado á la humana sabiduría hacerle durar, y lo que
tuvieron de mejor las obras de sus legistas y de sus ad-




4


392 DE LAS FOBMAS DE GOBIERNO.
ministradores, solo sirvió para prolongar su agonía, y
retardar su inevitable acabamiento.


Con el imperio romano se eclipsó la civilizacion del
mundo europeo. Apenas subsistieron en un corto nú-
mero de puntos algunos restos de las artes y de las
ciencias, debidos á los largos y laboriosos esfuerzos de
las generaciones extinguidas, y durante muchos siglos
la barbarie quedó triunfante. Vencida de nuevo, no re-
trocedió sino con suma lentitud , y, cosa muy digna de
notarse, la civilizacion no se reanimó ni volvió á tlore-
cer, sino despues de haber atravesado pruebas y fases
próximamente semejantes á las que habia encontrado
la civilizacion antigua ; precisos le fueron, para recu-
perar vida y fuerza, apoyos, estimulantes, vehículos
de igual clase, y siguiéndose , merced al sucesivo res-
tablecimiento de Estados y de modos de organizacion
zubernamental diversos, en el mismo órden que en las
edades en que comenzó la humanidad el curso de sus
primeras conquistas.


En el mundo antiguo, la civilizacion dió sus prime-
ros pasos en Estados regidos por príncipes, y bajo la
tutela teocrática: en el mundo nuevo, salió del sepul-
cro y echó de nuevo á andar bajo formas políticas aná-
logas y bajo la misma tutela. En la época en que se der-
rumbó la civilizacion romana, ya la Iglesia estaba fuer-
temente constituida : sus ministros eran los únicos en
posesion de las escasas luces escapadas del general nau-
fragio; solo subsistia un poco de órden y seguridad allí
donde su autoridad alcanzaba , y naturalmente hablan
heredado todos los poderes que la ruina del Imperio ar-
rancó de manos de los delegados; así fué que los bárba-
ros necesitaron su concurso para reorganizar los Esta-
dos que vinieron á fundar, y les hicieron numerosas é


CAPÍTULO X VII. 393
importantes concesiones. En tiempos en que reinaba la
fuerza brutal, la elevacion de un poder que tenia su
autonomía propia fué un gran bien , y libre de dictar
en nombre del mismo Dios mandamientos que los mas
audaces no infringian sin secreto espanto, la Iglesia usó
hábilMente de las armas que recibiera de su alta mi-
sion ; luchó con buen éxito contra las pasiones todavía
salvajes de los conquistadores, é hizo refluir hasta en
sus filas un poco de vida intelectual y moral. Por otra
parte, los monumentos religiosos con que cubrió el
suelo, los gastos que decretó para hermosearlos, los te-
soros y objetos de gran valía que allegó en ellos, ataja-
ron la decadencia de muchas artes é industrias , y poco
á poco se fué formando en la Europa occidental un ter-
reno en que la civilizacion pudo echar nuevas raices y
levantarse á cierta altura.


La Iglesia , empero, no estaba destinada á prestarles
siempre los mismos servicios. Bica y colmada de los
bienes de la tierra, investida de inmensas prerogativas,
debla, como todas las potencias llegadas á la cúspide de
la grandeza compatible con su naturaleza, acabar por
convertirse en un obstáculo á toda mudanza en el es-
tado de las luces y de las ideas. Mostróse , con efecto,
hostil á toda enseñanza que no diese ella por sí misma,
y viósela recurrir á la fuerza para mantener á las cien-
cias humanas bajo el yugo de la teología ; y tal fué la
oposicion con que pesó sobre la cultura intelectual que
a civilizacion no habria podido dilatar sus conquistas si


no se hubieran formado en Europa Estados donde la
libertad republicana vino á despertarla é imprimirle de
pronto un victorioso vuelo.


En Italia fué donde se consumó el gran suceso: á las
ciudades libres de este país tocó el papel que hicieron




1


391 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
en el mundo antiguo las ciudades libres de Grecia. Las
tempestades desencadenadas por las largas luchas que
se empellaron entre los Papas y los emperadores, liber-
tántlolas de toda dependencia , las hicieron árbitras de
sus propios destinos, y pronto sus habitantes adquirie-
ron la valentía de inteligencia y el vigor de carácter
que exigia y dala participacion en el manejo de las cosas
públicas. No hubo aplicacion posible entonces de los
esfuerzos de la inteligencia y del trabajo que no inten-
tasen con buen éxito las repúblicas italianas: letras, ar-
tes, industrias de todas clases, cuanto ilustra y enri-
quece á las sociedades humanas se desarrolló brillante-
mente en su seno y las luces que se reunieron allí fue-
ron á difundirse por el resto de Europa y á iluminar y
acelerar en ella la marcha de la civilizacion.


Las repúblicas italianas no se sustrajeron á la suerte
que entre los antiguos fué la de las repúblicas mas flo-
recientes. Corno estas , sufrieron todos los males que
engendra á la larga el incesante progreso de las divisio-
nes intestinas; y como ellas tambien acabaron por ser
víctimas de esas divisiones : excepto Venecia y Génova,
todas sucumbieron unas despues de otras , pero cuando
sucumbieron, su tarea estaba cumplida: ya hablan ar-
mado á la humanidad de manera que ningun obstá-
culo pudiese en lo sucesivo atajar su marcha.


La civilizacion , con efecto , no era ya como en la
época romana, patrimonio exclusivo de un solo y único
Estado, y no estaba , por consiguiente , condenada, si
perecia aquel Estado, á no poder sobrevivirle. Arrai-
gada, por el contrario, en un gran número de Estados
distintos y separados , su porvenir estaba asegurado : si
era posible que tales ó cuales de aquellos Estados des-
apareciesen , no lo era que no subsistiesen por lo me-


CAPÍTULO XVII. 391
nos algunos en que estuviese en seguridad y continua-
se floreciendo. Por otra parte , entre los Estados de
que habla llegado á ser patrimonio existian desemejan-
zas de composicion y de régimen gubernamental que,
imprimiendo á los esfuerzos de la actividad humana
direcciones diversas, no podian menos de multiplicar
sus frutos. Las adquisiciones intelectuales, los descu-
brimientos, las invenciones á que un Estado no se pres-
taba suficientemente debian encontrar otro suelo mas
propicio , y por lo mismo realizarse de cada vez mas
rápidamente en beneficio de todos.


Tal ha sido, con efecto , el curso de las cosas en la
Europa moderna. A. contar del siglo XV , la civilizacion
alimentada por fuentes á la par numerosas y diversas,
no cesó ya de ir en aumento , y en la época en que la
era republicana tuvo fin en Italia , habla llegado á un
grado de elevacion en el que las causas de decadencia y
ruina no podían ya alcanzarla. Cierto que la civilizacion
de la antigüedad tuvo partes de un admirable esplendor,
mas no por eso dejó de estar á merced de las vicisitu-
des que corria la fortuna de los Estados , y la caida del
imperio romano arrastró la suya ; lo que le faltó , lo
que no pudo reunir en cantidad suficiente , fueron los
conocimientos que necesita la multiplicacion contínua,
de los Untes del trabajo. En las edades mismas en que
llegó á su apogeo , las ciencias naturales y físicas no sa-
lieron de la infancia, y unas industrias que no ilumina-
ban mas que con pálidos é inciertos fulgores permane-
cieron en su mayor parte inhábiles y fueron de una
eficacia estrechamente limitada. Y no porque los Esta-.
dos que lograban vencer y subyugar á otros Estados no,
dispusiesen algunas veces de cuantiosas riquezas; pero-
aquellas riquezas, violentamente arrancadas á los ven.




396 DE LAS FORMAS DE oomEnNo.
ciclos, no contribuian al advenimiento de las artes di-
rectamente productoras ; desaparecian además, siem-
pre que los que de ellas gozaban sufrian desastres, y las
naciones que acababan de desplegar mayores magnifi-
cencia y lujo, calan de nuevo en la indigencia tan luego
como no les quedaba mas para subsistir que los escasos
recursos que conseguian sacar de su propio suelo.


Hoy no tiene ya que temer la civilizacion tales eclip-
ses. Lo que la liberta de ellos , lo que le veda todo re-
troceso, lo que no le consentiria siquiera una parada
de cierta duracion , es la extension, y sobre todo, la es-
pecie de las conquistas que ha consumado. Hoy el hom •
bre ha extendido poderosamente su dominio sobre la
naturaleza : merced á la inteligencia que ha adquirido
de muchas de las leyes á que obedece , la ha hecho mas
dócil á sus voluntades, y la cooperacion que de ellas sa-
be obtener asegura á sus esfuerzos remuneraciones de
una abundancia desconocida en las mas brillantes eda-
des de la antigüedad. Ahora bien, esa abundancia, lejos
de estar expuesta á disminuir , no puede ya menos de
aumentar, puesto que es debido á conocimientos cien-
tíficos que han llegado hace mucho tiempo al grado de
madurez en que les es dado , no solo conservarse, sino
fecundarse mútuamente y multiplicarse por sí mismos.


Evidentemente la civilizacion moderna recibe de su
desarrollo mismo fuerzas motoras, cuyojuego deja me-
nos que hacer á algunos de los móviles sin los cuales
en otro tiempo no hubiera podido avanzar y crecer;
pero si la diversidad de las formas de gobierno ha per-
dido y está destinada á perder todavía algo de su anti-
gua eficacia, nada en los hechos pasados y presentes
autoriza á creer que acabará por perderla de todo
punto.


CAPÍTULO XVII. 397
Sigamos á la civilizacion en su marcha desde la se-


gunda mitad del siglo xv, época en que descubrimien-
tos de un alcance decisivo vinieron á suministrarle las.
armas que necesitaba para quebrantar todas las resis-
tencias, con las cuales continuaba estando en lucha:
pues bien , no hubiera podido ser así, si no hubiesen
existido en Europa Estados regidos por poderes dife-
rentemente organizados y constituidos.


Supongamos, en efecto, que Europa, á fines de la
Edad media, no hubiese contenido mas que Estados de
la misma forma gubernamental : veamos lo que habria
sucedido. Si la forma general hubiese sido monárquica,
las naciones, no viendo funcionar otra, habrian consi-
derado esa forma corno la única que comporta la exis-
tencia social; á sus ojos la monarquía no habria sido
simplemente una institucion de origen humano , una
garantía de Orden y de unidad politica, antes bien de su
universalidad misma habria recibido una especie de ca-
rácter providencial. En vez de pensar en regular sus
atribuciones , los pueblos la habrian rodeado de un res-
peto supersticioso, y dejándola plenamente libre de exi-
girlo todo , se habrian sometido á un despotismo cuyo
peso los habria infaliblemente privado de los medios de
crecer en instruccion y bienestar.


Si, por el contrario , la forma única hubiera sido re-
publicana , nada habria con ello ganado la civilizacion.
El mal que amenaza á las repúblicas , y que acaba por
matarlas cuando no consiguen removerle, es la invasion
de la anarquía : como la autoridad que las rige emana
toda entera de la eleccion, los partidos se la disputan, y
cualquiera que sea el de entre ellos que la obtiene, los.
otros, al verla en manos enemigas, se empellan por lo
comun en contrariar su ejercicio, en amenguar sus pre-




:398 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
rogativas, en arrebatarle las fuerzas de que se vale
para repeler sus ataques. En ninguna parte , dada una
Europa en que no hubiesen existido mas que repúbli-
cas, habria conservado todas las fuerzas indispensables
para el cumplimiento de su mision: la similitud de los
hechos en todos los Estados habria conducido á consi-
derarlos como de órden natural y normal, y las pobla-
ciones no habrian pensado en atajar su carrera, lo que
infaliblemente habria impreso á la anarquía un incre-
mento destructor. Los partidos, desde el dia en que la
autoridad central hubiese cesado de poder reprimir su-
ficientemente sus arrebatos, habrían luchado entre sí á
muerte, y la continuidad de las luchas las habria hecho
ser de cada vez mas vivas y encarnizadas : á unas
primeras violencias habrían sucedido otras mas graves;
los mas odiosos excesos habrian encontrado excusa en
aquellos, á cuyos intereses ó á cuyas venganzas hubie-
ran sido provechosos: bajo el imperio de las pasiones
rencorosas habria perecido la moral pública, y habria
llegado el momento en que las violencias de las faccio-
nes definitivamente irreconciliables habrian privado á
los Estados de la medida de órden y seguridad sin la
cual todo nuevo progreso se hace imposible.


Por lo demás no es de manera alguna necesario re-
currir á suposiciones para mostrar de qué servicios ha
sido deudora la civilizacíon moderna á la diversidad de
las formas de gobierno ; basta para saber á qué atenerse
en este punto echar una ojeada sobre los hechos con-
sumados en Europa en el transcurso de los últimos
cuatro siglos.


A. fines del siglo xv, todo en los Estados de Europa
mas adelantados era confusion y desórden ; en ninguna
parte, ni los poderes ni los servicios públicos respon-


CAPÍTULO XVII. 399
dian á su verdadero destino : mal organizados y mal
distribuidos, se rozaban en su afan de usurparse algo
mútuamente, de arrancarse unos á otros los medios de
dominacion, y por do quiera los pueblos tenían que ar-
rastrar padecimientos debidos á los vicios á que la ge-
neral ignorancia dejaba cabida en las reglas que pare-
cian entonces las mejores.


Necesarias eran para remediar el mal luces que con-
tinuaban faltando á todos, y cuya adquisicion no hu-
biera podido efectuarse ó, en todo caso , no se habria
efectuado sino con suma lentitud si los modos de ser de
la organizacion política hubieran sido en todas partes
los mismos. Y con efecto, en los Estados en que pre-
dominaba la autoridad real surgieron aquellas que re-
clamaba la mejora del órden administrativo , y en los
Estados en que la poblacion participaba activamente en
el ejercicio de la soberanía, las que reclamaba la mejora
del órden político.


Así, Francia fué la que dió el primer ejemplo de una
organizacion administrativa algun tanto regular. La au-
toridad real, á medida que iba allí ganando terreno,
trabajó por poner bajo su custodia y direccion todos
aquellos de entre los poderes públicos que continuaban
emancipados de ella y la obra audazmente llevada ade-
lante por grandes y hábiles ministros avanzó cuanto lo
permitían los numerosos privilegios reservados al clero
y á la nobleza. No es decir que las combinaciones admi-
tidas no tuviesen partes defectuosas y no arrebatasen á
importantes intereses locales y colectivos garantías ne-
cesarias á su prosperidad; pera aquellas combinaciones
bajo otros conceptos , estaban sabiamente discurridas
y llegaron á ser para Europa una fuente de útiles en-
seáanzas.




400 DE LAS FORMAS DE GORIERNO. •


Pero si Francia, en lo que respecta al órden admi-
nistrativo, suministraba luces provechosas, distaba mu-
cho de contribuir al progreso de los conocimientos que
reclamaba la completa mejora de las instituciones polí-
ticas. Bien que durante las guerras de religion los des-
órdenes de que era presa hubiesen decidido á escrito-
res de alto mérito á acometer de frente las más de las
cuestiones á que dan origen la existencia y las formas
de los gobiernos , el poder real , fuerte con el apoyo de
poblaciones , tanto mas ávidas de calma y tranquilidad
cuanto que de las disensiones que acababan de estallar
salieron para ellas intolerables padecimientos,
acabado por conquistar la soberanía absoluta , y á las
máximas de los tiempos en que subsistian otros de-
rechos que los suyos hablan sucedido otras conformes
á las realidades del momento. Estas hacían del príncipe
el senior completo de los hombres y de las cosas: su
voluntad era la suprema ley, y desde el momento en
que la daba á conocer, sus vasallos no tenian otra cosa
que hacer mas que inclinarse y acatar. Aquellas doctri-
nas, por lo demás , no eran de invencion reciente:
mucho tiempo antes del fin de la edad media, el estudio
del derecho romano les labia conciliado el favor de los
más de los jurisconsultos , y muy naturalmente habian
obtenido el de los reyes y las cortes; pero erigidas en
dogmas fundamentales, admitidas y tenidas como ver-
daderas por hombres de preclaro ingenio en un país
que bajo el reinado de Luis XIV hacia tan principal figu-
ra en Europa, y ejercía en ella una verdadera dictadura
intelectual, habrian adquirido un fatal ascendiente si
Estados que llamaban tambien la atencion no hubiesen
proclamado y practicado otras muy distintas. Los mas
visibles entre estos Estados eran Holanda é Inglaterra.


CAPÍTULO xvn. 401
Holanda vivia en forma de república : magistrados ele-
gidos por las ciudades y los campos gobernaban sus
asuntos, y jamás todavía Estado tan pequdio habla alle-
gado tantas riquezas y alcanzado tan alto punto de pros-
peridad y poderío Difícil era dudar que sus institucio-
nes entrasen en el número de las causas de su fortuna,
y tal fué con efecto la opinion que vino á servir de con-
trapeso á la que propagaba por Europa en provecho de
la aristocracia real el esplendor con que brillaba enton-
ces Francia en el mundo.


Por lo que respecta á Inglaterra, las luchas que se
habian empeñado en su seno entre la corona, que aspi-
raba á la dominacion absoluta , y la nacion , resuelta á
conservar intacta su parte en el ejercicio de la sobera-
nía , ejercieron todavía mas poderosa accion sobre los
ánimos. Los partidos no combatian ya entre sí única-
mente en los campos de batalla ; escribian , y á las pu-
blicaciones de los sectarios del derecho divino respon-
dian las de los defensores del derecho nacional , y por
ambas partes se agitaban y resolvian en opuestos sen-
tidos todos los problemas relativos al origen y natura-
leza de los poderes sociales, á los derechos respectivos
del Estado y de los ciudadanos á la extension de las
prerogativas que necesitan los reyes para llenar su mi-
sion , y por mas apasionadas que fuesen, no dejaron
por eso las controversias de producir luces que fueron
á irradiar mas allá de los confines del suelo británico.


Así, merced á la diferencia de las formas de los go-
biernos de Europa, se encontraron frente unos de otros
en el transcurso del décimoséptimo siglo, sistemas y
principios políticos de una oposicion manifiesta. A
cuáles de aquellos principios pertenecia la superioridad?
No tardó en demostrarlo el curso de los hechos. Luis XIV


YORMAS DE GOBIERNO.-26




402 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
murió dejando á Francia humillada por una larga série
de reveses, abrumada bajo el peso de las cargas que le
habian impuesto las ambiciosas empresas y el soberbio
fausto de su amo. Holanda , por el contrario, estaba
floreciente, y justamente engreida con el triunfo de los
esfuerzos que habia hecho durante la guerra de la su-
cesion de España. Por su parte , Inglaterra , definitiva-
mente posesionada de la libertad política , desplegaba
en el manejo de sus negocios una hábil y enérgica ac-
cion , y por dias se la veia ir creciendo en riqueza y
poderío. Semejante contraste no porfia menos de labrar
hondamente en los ánimos, y con efecto, la impresion
que produjo no tardó en llamar la atencion de una
multitud de hombres ilustrados sobre las consecuencias
de las instituciones políticas y sobre las condiciones de
la prosperidad de los pueblos.


En Francia , sobre todo, fueron las investigaciones
ardientes y numerosas. Cuanto mas habia deslumbrado
y fascinado á la nacion el brillo de la primera mitad del
reinado de Luis XIV, tanto mas sensible fué á la pos-
tracion de sus últimos años, y tanto mas los padeci-
mientos que sobre ella pesaban le hicieron comprender
la necesidad de reformas que arrebatasen al príncipe el
derecho de disponer de ella á su arbitrio: de aquí aque-
lla fermentacion de los ánimos, que fué en aumento
durante todo el transcurso del siglo xvin, é hizo brotar
tantos escritos que contenian ideas nuevas, y con harta
frecuencia impracticables.


Entre los antiguos , los legisladores y los filósofos no
se contentaban con el estudio de las cosas de su propio
país , antes iban á examinar por sí mismos lo que pa-
saba en suelo extranjero, y á beber en el estudio de las
reglas y de las leyes que en él veian vigentes , enseñan-


CAPÍTULA XVII. 403
zas que suplian á la insuficiencia de las que les ofrecia
el suelo natal. Lo que los particulares hacian en este
punto lo hacían tambien los Estados, y la historia nos
ha conservado el recuerdo de las medidas tomadas por
los Romanos para reunir los informes y noticias con
cuyo auxilio se redactaron las leyes de las Doce Tablas.


En el siglo xvin se tomaron muy en cuenta los arre-
glos políticos y civiles admitidos por las diversas nacio-
nes de Europa, y la ciencia sacó algun fruto de las
.comparaciones á que dieron ocasion. Voltaire y Mon-
tesquieu , durante su residencia en Inglaterra, vieron
de cerca cómo operaba el régimen parlamentario, y el
merecido elogio que de él hicieron le recomendó á la
pública atencion: desgraciadamente, á medida que iba
andando el tiempo , las faltas y la incapacidad del go-
bierno real no cesaban de acrecentar en Francia el ar-
dor de los descontentos, y poco á poco germinó la idea
de que se necesitaba uno de especie enteramente nueva.
Los recuerdos clásicos de la antigüedad griega y ro-
mana, el Contrato social de Rousseau, los escritos naci•
dos del falso saber de Mably ejercieron considerable in-
fluencia y cuando los Estados-luidos de la América
del Norte , en libertad de elegir su forma de gobierno,
adoptaron la única que cuadraba á su situacion, su
ejemplo aseguró á las máximas republicanas un vali-
miento cada vez mas marcado.


Nada habia aun, sin embargo, completamente fijo en
las opiniones por la época en que se convocaron los
Estados generales. Lo que ante todo pedía la nacion era
la supresion de los privilegios de que gozaban la no-
bleza y el clero, y el establecimiento de un régimen que
la pusiese á cubierto de los peligros anejos á las faltas
'que hasta entonces habla estado su gobierno en libertad




u


104 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


de cometer. Sus ideas sobre el primer punto estabas
perfectamente fijadas, pero eran vagas, indecisas, in-
formes sobre el segundo: á excepcion de Mirabeau y
de un cortísimo número de inteligencias privilegiadas,
los constituyentes ignoraban bajo qué condiciones podía
fundarse la libertad política en Francia, y la mayoría
caminó al azar, arrastrada por las pasiones que susci-
taban en sus filas los desmanes de lo pasado y la male-
volencia de los cortesanos. Hubo en la obra de la Asam-
blea constituyente dos partes muy distintas, una que
será su eterno honor, la consagracion en las leyes des-
tinadas á regular las relaciones entre los hombres , de
los principios ajustados á las mas sabias prescripciones
de la equidad; otra, incompleta, defectuosa , que con-
fundió derechos de naturaleza diferente , y transporté
al órden político algunos que no tienen realidad mas
que en el órden civil. La Asamblea, al decretar la
nueva constitucion , no solo desconoció lo que exigia la
situacion de la Francia , mas se dejó muy atrás los lí-
mites de lo posible, y apenas hubo declarado terminada
su tarea, cuando el frágil edificio que acababa de levan-
tar se desplomó y desapareció en un momento.


Jamás revolucion alguna fué tan abundante en lec-
ciones políticas como la de que, á contar desde el alio
1789, fué teatro Francia : ella puso en plena evidencia.
verdades que hasta entonces la historia no habla sea-
lado con suficiente grado de evidencia para asegurarles
la autoridad que les es debida. El mundo supo definiti-
vamente en primer lugar que todo gobierno llegado á
la impotencia de dar satisfaccion bastante á las necesi-
dades de justicia y libertad que experimentan natural-
mente las naciones en progreso, está condenado á pere-
cer; en segundo lugar, que toda sociedad que en la


CAPÍTULO XVI. 405
parte que se toma en el ejercicio de la soberanía efec-
tiva , excede la medida fijada por el grado de fuerza de
los motivos de discordia á cuyo imperio vive sujeta,
va á parar inevitablemente á la anarquía ; por último,
que á la anarquía sucede fatalmente la dictadura de un
hombre, y una dictadura tanto mas dula y compresiva
cuanto la anarquía á la que reemplaza ha acarreado
padecimientos cuyo recuerdo hace temer mas su vuelta.
Aquellas lecciones no fueron de todo punto perdidas, y
tuando cayó el primer imperio napoleónico, el sistema
representativo, adoptado por tres monarquías del con-
tinente, llegó poco á poco á ser en casi todas las demás
objeto de aspiraciones que al cabo debian convertirse
en realidad.


Europa habla atravesado tiempos en que los reyes no
podian ni recaudar subsidios ni tocar á las leyes sin el
concurso y beneplácito de la asamblea nacional ; pero
aquel régimen , que no pasó del estado embrionario,
Babia sucumbido , y apenas subsistían aquí y allá al-
gunos vestigios de él en el continente europeo. Gran
fortuna fué encontrarle en Inglaterra regularizado, per-
feccionado, desarrollado, funcionando hacia mas de un
siglo con general satisfaccion : si por no haberse encon-
trado allí restablecido y no poder sacar de él las ense-
ñanzas que su práctica ofreció, hubiera sido preciso in
quirir, inventar los medios de asociar seguramente á
las naciones que viven bajo la forma monárquica á la
direccion de sus propios asuntos , grande habria sido el
apuro , y los errores cometidos habrian ocasionado
crueles chascos y recios y peligrosos conflictos.


No es esto decir que el sistema representativo haya
logrado preservar de crisis revolucionarias á todos los
Estados que ha venido á regir, ni por ello hay que ha-




1


406 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
cede un cargo. No hay forma gubernamental tan buei.
na cuanto quiera suponerse que , transportada á un-
suelo nuevo, no necesite para florecer en él modifica-
ciones más ó menos importantes, cosa que en el conti-
nente no se tuvo bastante en cuenta cuando se importó,
en él el régimen tomado de Inglaterra. En Francia, las.
condiciones impuestas al ejercicio del derecho electo-
ral, el modo de composicien de las asambleas no se
conciliaban con los principios sobre que estribaba el
órden civil, y de aquí los descontentos que, lentamente.
aglomerados , acabaron por hacer explosion, y derri-
bar bruscamente, en 1848, un gobierno digno de me-
jor suerte. Tambien entonces prevalecieron las pasio-
nes del momento, y la nacion, arrastrada mas allá del
blanco señalado por sus verdaderos intereses, no tardó
en dejarse retrotraer violentamente mas acá. Cierto
que no es imposible que el sistema representativo su-
fra todavía reveses en tal ó cual punto del continente
europeo; pero por lo mismo que ha echado raíces en
gran número de Estados diversos, las luces que exige
y produce su práctica se multiplicarán rápidamente, y
las faltas que deben evitarse llegarán á ser juntamente
mas raras y mas fáciles de reparar.


De esta suerte han operado hasta ahora las diferen-
cias realizadas en la composicion de los Estados , y por
consiguiente en las formas de gobierno. Diversificando
los resultados de la vida colectiva, permitiendo com-
parados unos con otros, esas formas han suministra-
do, por una parte, á las ciencias sociales, crecido nú-
mero de datos experimentales, que reclamaba su pro-
greso, y por otra á las sociedades mismas una parte de.
las noticias que necesitaban para mejorar sus institu-
ciones y aprender bajo qué condiciones les es dado cre--


CONCLUSION. 407
cer en prosperidad. Si merced á la acumulacion de los
conocimientos ya adquiridos, su accion no ha conser-
vado toda la eficacia que tuvo en los tiempos en que las
sociedades, menos ilustradas que hoy, ignoraban el arte
de manejar sus negocios , no dejarán por ello estas di-
ferencias de figurar en el número de los móviles desti-
nados á imprimir á la civilizacion su progresiva car-
rera. La gran mision de la humanidad es irse elevando
cada vez más á la inteligencia de lo verdadero y de lo
justo, y de (lar á ambos, á medida que con mayor cla-
ridad discierne sus exigencias , mayor cabida en las re-
glas á que obedece ; ahora bien , esta mision no tendrá
término, y en toda edad las luces que reclamará su
cumplimiento se recogerán tanto mas fructuosamente
cuanto broten de manantiales juntamente mas nume-
rosos y variados.


............. ......


CONCLUSION.


Llegados al término de este estudio, no sea á inútil
resumir sus principales resultados y recordar algunas
de las verdades que ha permitido recoger y evidenciar.


La primera de esas verdades es que la diversidad de
las formas de gobierno no es en el fondo mas que un
fruto de lo que los Estados mismos tienen de deseme-
jante entre sí. Cuantos son los Estados , tantas son las
comunidades políticas cuya estructura y composicion
no son las mismas, y sí los hay que no contienen mas
que elementos á los cuales conviene la vida colectiva,
otros, por el contrario, los contienen menos sociables
y de un antagonismo siempre pronto á estallar.




1


/i08 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


Esto es lo que no permite á los gobiernos llenar en
todas partes su cometido con condiciones de existencia
y bajo formas semejantes : cuanto menos conciliables
son los elementos que tienen que conservar en un solo
y mismo cuerpo, mas fuerza propia necesitan para con-
tener y dominar sus discordancias , y mayor es la me-
dida de estabilidad, de independencia , de fuerza coac-
tiva . que viene á ser su patrimonio.


Y la razon es sencilla. Yo es dado á las sociedades
humanas poder subsistir sino á condicion de despren-
derse de toda la parte de soberanía efectiva que no po-
drian ejercer por sí mismas mas que á costa de luchas
y escisiones desorganizadoras, parte que abandonan á
los gobiernos que las rigen; pero no para todas es igual
esa parte. Lo que decide en este punto es el grado de
fuerza de los nmivos de discordia á cuyo imperio fatal
viven sujetas: aquellas en cuyo seno reina mayor union
sacrifican una parte pequeña , se reservan la accion
constituyente, y no dejan á unos poderes cuyos depo-
sitarios eligen y renuevan á su albedrío sino atribucio-
nes cuyo uso no cesan de fiscalizar ; las otras, por el
contrario, ceden una parte grande. Lejos de constituir
todos los poderes bajo los cuales se colocan, hay uno,
y es el principal, al que dejan una existencia y volunta-
des propias , y cuya transmision se opera sin su con-
curso, de donde nacen repúblicas y monarquías de es-
pecies diversas ; pero no hay Estado cuya conservacion
no exija de las poblaciones que encierra sacrificios de
libertad política , tanto mas considerables cuanto me-
nos capaces son esas mismas poblaciones de concierto
en la vida pública.


Tal es la necesidad , la ley que, no permitiendo á to-
das las sociedades conservar la misma parte en el ejer-


CONCLUSION. 409
cicio de la soberanía, siembra entre las formas de go-
biernos disparidades casi innumerables. Esta ley es in-
flexible : no impide á las naciones disputarse la gran-
deza y el poderío, las deja libres de batirse unas con
otras, de despojarse , de subyugarse , de destruirse
mútuamente; pero cualquiera que sea el estado en que
las encuentre , siempre viene á imponerles bajo pena
de muerte la obediencia á sus preceptos.


Que en todo tiempo esta ley ha ejercido una accion
decisiva , es cosa en punto á la cual la historia no deja
duda alguna. En todas las épocas se han visto sucum-
bir los Estados donde los poderes públicos no obtenian
todas las concesiones que necesitaban para atajar la in-
vasion de la anarquía. Tal ha sido en Europa la suerte
de las repúblicas que habian ensanchado su territorio:
sus instituciones no bastaron á preservarlas de tumul-
tos y desórdenes, cuyas causas habian agravado y mul-
tiplicado sus conquistas, y perecieron bajo los golpes
del extranjero, ó no se salvaron sino sometiéndose á la
dominacion de un caudillo, que las transformaba en
principados hereditarios.


En las monarquías mismas se han verificado revolu-
ciones suscitadas por la corriente de las disensiones in-
testinas: allí la autoridad real ha aumentado ó dismi-
nuido, segun que el órden y la paz han sido más ó me-
nos difíciles de conservar, y si hay en Europa dos Es-
tados donde no haya cesado de ser absoluta, es porque
esos Estados son los que contienen mayor número de
pueblos, entre los cuales la diferencia de los orígenes,
de los recuerdos , de las situaciones geográficas , de los
cultos y de las civilizaciones, mantiene profundas ene-
mistades.


Un hecho muy digno de observacion es la ausencia




410 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
de toda correlacion entre el estado de las civilizaciones
y las formas bajo las cuales existen los gobiernos: estas
formas no son hoy ni menos diversas ni menos opues-
tas que en las edades mas incultas. Vanamente las so-
ciedades han crecido en saber y en razon : necesidades
nacidas del desarrollo mismo de las artes y del trabajo
las han hecho mas sensibles á los padecimientos causa-
dos por la falta de seguridad presente y venidera , y le-
jos de haber perdido terreno en Europa , el régimen
monárquico es el que mas ha ganado de tres siglos á
esta parte.


Tales han sido hasta aquí los hechos consumados en
el mundo europeo, y no hay que forjarse ilusiones
acerca de su significacion : lo que demuestran es que
las sociedades no son libres de optar entre las diversas
formas de gobierno, y cada una de ellas está obligada,
so pena de ruina, á desechar todas aquellas que deja-
rian á las causas de discordia y de descomposicion que
abriga en su seno una actividad destructora.


Puede suceder que entre las opiniones que prevale-
cen en una nacion haya algunas inconciliables con las
exigencias mas reales de su situacion politica. Esto se
ha visto con bastante frecuencia en Europa, particular-
mente en los Estados de corona electiva, que no podian
conservar su independencia sino renunciando al sis-
tema á que pertenecia su preferencia , y hasta en Ho-
landa, donde se constituyó un partido anti-republicano,
en tiempo en que el régimen en práctica bastaba allí
todavía para la conservacion de la paz pública. ;Pues
bien ! algo análogo á esto pasa hoy en el suelo euro-
peo : en él la forma monárquica tiene numerosos ad-
versarios que la consideran como un legado de la bar-
barie de los tiempos pasados, y trabajan activamente


CONCLUSION. 411
por acelerar su caida , inevitable y próxima en su sen-
tir. Hecho es este de una importancia bastante real
para que no sea inútil examinar sus causas y medir su
verdadero alcance.


Y lo primero, hay una realidad que en todos tiem-
pos, en todas partes, ha militado en favor de la forma
republicana , y es la incontestable superioridad que tie-
ne desde el punto de vista especulativo. Los hombres-
son naturalmente ávidos de independencia; siempre les.
cuesta mucho someterse á ajenas voluntades , y el ideal
para ellos es no tener en todas las cosas que obedecer
á nadie mas que á sí mismos; ahora bien, lo que en
punto á régimen de gobierno se acerca mas á ese ideal
es la forma republicana. Bajo esa forma, á menos de
que la vicien profundamente privilegios de castas y de.
clases , los miembros de la comunidad son sus propios.
seliores , hasta donde lo comportan las exigencias de la
vida colectiva : gobierno y gobernados á la par no tie-
nen que inclinarse sino ante poderes que ellos mismos
delegan y recuperan á su arbitrio, que no cesan ni un
momento de depender de aquellos á quienes represen
tan , y nada pueden decidir sino con conocimiento y
beneplácito de la mayoría nacional.


Natural es que un régimen que más y mejor que
otro alguno responde á aspiraciones juntamente ince-
santes y legitimas , tenga en todos los Estados partida-
rios más ó menos numerosos. Nada , allí donde no fun-
ciona, viene á revelar de qué naturaleza serian las difi-
cultades, los apuros , los desórdenes que acarrearia , y
de aquí las ilusiones que se forjan los que desean y pro
curan preparar su inmediato establecimiento.


No es esta la primera vez que han surgido y circu-
lado las ideas republicanas en Estados donde su aplica-




X12 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
cion habria sido imposible; así durante el décimosexto
siglo, en medio de los sangrientos conflictos desencade-
nados por las reformas religiosas, aparecieron en la luz
del día y encontraron la adhesion de los jefes de los
partidos , á la sazon en lucha con los poderes constitui-
dos; numerosos escritos las recomendaron á la aten-
cion pública, y el de la Boétie alcanzó inmensa nom-
bradía. Iloy estas ideas cuentan numerosos partidarios,
y lo que explica el hecho es la situacion presente de
muchas de las antiguas monarquías : pasan al estado
constitucional, y la transicion las somete á pruebas cuyo
término no ha llegado todavia. En el ánimo de los prín-
cipes confirman trabajando los recuerdos y las tradi-
ciones de lo pasado ; les cuesta trabajo conformarse con
la reduccion de la autoridad de que gozaban sus prede-
cesores: la obligacion de ceder á las voluntades públi-
cas, de inclinarse ante las decisiones de las mayorías
parlamentarias , de dejar la dirercion de los negocios á
Ministros cuyas opiniones se apartan de la suya , los
turba y los inquieta, y conducidos á un terreno que no
conocen, caminan por él con desconfianza, y muchas
veces bajo el peso de angustias que los extravian: Por
lo que respecta á las naciones , tampoco ellas están su-
ficientemente familiarizadas con las exigencias del pa-
pel que tienen que desempear: la libertad política,
nueva para ellas , les causa cierta embriaguez; todo lo
que encierran en punto á elementos discordantes fer-
menta, se divide y choca entre sí con violencia. Las vi-
-cisitudes de los conflictos empellados, ya entre las opi-
niones, ya entre las personas , levantan pasiones des-
atentadas , y los partidos extremos prueban á vencer
por la fuerza las resistencias que no pueden domar
Icor las vías legales.


CONCLUSION.
- 411


Tal ha sido y no ha cesado suficientemente de ser el
curso de las cosas en las grandes monarquías del conti-
nente europeo, donde se ha establecido el sistema re-
presentativo. En la época en que se efectuó la mudanza,
ni los reyes ni los pueblos habian adquirido la expe-
riencia que reclama la práctica serena y regular del
nuevo régimen; por ambas partes se han cometido fal-
tas, y las de los reyes no han contribuido poco á dar
adversarios al principio en cuya virtud se conserva y
trasmite su autoridad.


Qué podrán producir los esfuerzos de los partidos
antimonárquicos ? Lo que ya han producido : agitacio-
nes y crisis revolucionarias, caidas y cambios de dinas-
tías, períodos anárquicos, seguidos de largas dictadu-
ras, y nada más , porque no está en manos de niugun
partido crear á la forma republicana las condiciones de
vida y duracion que hasta el presente le han faltado en
los grandes Estados de Europa.


En efecto, no hay forma gubernamental que para es-
tablecerse y echar raices en un Estado no tengal necesi-
dad de dejar subsistir en él toda entera la medida de
Orden y seguridad de que disfrutaba ese Estado bajo la
forma anterior, y esto es lo que la forma republicana
no puede hacer en ninguna monarquía de alguna im-
portancia. En ella están reunidos en un mismo cuerpo
político elementos demasiado numerosos y demasiado
diversos para que sea dado á poderes emanados todos
de la eleccion conciliar sus discordancias: lo que falta-
ria á estos poderes es la independencia necesaria para
el cumplimiento prudente y regular de su cometido; en
vez de ser los servidores de todos, no podrian serlo
mas que del partido triunfante en la lucha electoral. So
pena de quedarse sin apoyo, tendrian que contentar




414
DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.


.sus exigencias , hacer prevalecer sus miras y preten-
siones particulares , aceptar la complicidad activa de
sus rencores, sacrificarle los intereses que él conside-
rase en oposicion con los suyos , y bajo un régimen de
una inevitable parcialidad, no tardarian en producirse
resistencias y colisiones cada vez mas violentas.


Lo que no tardaria en llevar el mal á su colmo es el
estado actual (le los ánimos en una parte de las pobla-
ciones de las grandes ciudades. En todo tiempo el odio
á los ricos ha germinado entre las masas que se ocu-
pan en los trabajos manuales, y pocas sociedades libres
hay donde ese odio no haya acabado por crear dificul-
tades y peligros. En nuestros dias, diversas circunstan-
tias le han comunicado un incremento de fuerza y ar-
dor : por una parte el desarrollo de las industrias fa-
briles , concentrando en los mismos puntos masas á las
cuales falta el bienestar, ha contribuido poderosamente
á imprimir á los sentimientos que les inspira la com-
paracion de su suerte con las de las clases acomodadas,
un carácter mas rencoroso ; por otra parte, las nume-
rosas publicaciones que les aseguran diariamente que
seria fácil fundar un régimen nuevo, bajo el cual alcan-
zarian mas ámplia parte en los bienes de este mundo,
y no tendrian que luchar dolorosamente con los horro-
res de la indigencia, las han nutrido de esperanzas ir-
realizables; así es que no hay empresa revolucionaria á
que no estén resueltas á dar su apoyo, y si los poderes
establecidos sucumbiesen en uno de los Estados avan-
zados de Europa, se las verla precipitarse á la arena,
decididas á atacar y destruir á todo trance los cimien-
tos sobre que estriba todo Orden social.


Aquí es donde reside hoy el obstáculo menos supera-
ble para la lransformacion de las grandes monarquías


CONCLUSION. 7115


en repúblicas. Poderes salidos del incesante choque de
los partidos en pugna serian demasiado flacos y movedi-
zos para preservarlos de los males que produce la anar-
quía: á los disentimientos que fomenta entre ellos la di-
ferencia de los intereses locales , se agregarian , así los
que suscita la divergencia de las opiniones políticas co-
mo los mucho mas temibles que engendra la desigualdad
de las condiciones y de las riquezas , y bajo su accion
compleja bajaria cada vez más el grado de seguridad
necesaria para la conservacion de la actividad industrial.


De esta suerte, con la libertad del trabajo disminui-
rian sus esfuerzos y sus obras: los peligros del mo-
mento , la falta de confianza en el porvenir suspende-
rian el empleo (le los capitales disponibles; no pudiendo
dar salida á sus productos, se cerrarian muchos talle-
res; diariamente se reducida el número de los brazos
ocupados, y al cabo unas sociedades condenadas á re-
nunciar á trabajos indispensables á la conservacion del
bienestar adquirido, experimentarian padecimientos cu-
yo peso las determinaria á apoyar cualquier revolucion
que les prometiese su término.


Nada hay en estos asertos que no tenga en su abono
la autoridad de la experiencia. Tres veces en Europa,
desde la mitad del siglo xvit. grandes Estados han echa-
do abajo la forma monárquica, y otras tantas veces la
anarquía los ha forzado á volver á ella. En Inglaterra,
bastó la aparicion de los niveladores en la escena polí-
tica para permitir á Cromwell apoderarse del gobierno,
y despues de su muerte para decidir á la nacion á res-
taurar el trono: del propio modo en Francia , la impo-
tencia en que se veia de reprimir los excesos de la de-
magogia fué lo que por dos veces produjo la calda del
sistema republicano, y condujo al país á aceptar reac-




28
28
56


40


49
53
62


71


89


416 DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
ciones que le han dejado sin defensa contra los abusos
del poder personal. Cuantas veces se renueve la prue-
ba , otras tantas tendrá el mismo resultado.


Se ha visto á algunas repúblicas transformarse y sub-
sistir en forma de monarquías, y no hay ejemplo de
que una monarquía de cierta extension territorial haya
conseguido transformarse y subsistir en forma de re-
pública. Entre las que la han intentado, unas , abruma-
das por disensiones de una violencia creciente , han
acabado por sucumbir bajo las armas extranjeras; otras
han retrocedido en su camino pero atravesando y su-
friendo dictaduras más ó menos largas y opresoras. Tal
ha sido hasta aquí el curso constante de los sucesos , y
á menos de que sobrevengan en la situado'', el tempe-
ramento, las tendencias y aptitudes políticas de las na-
ciones de Europa mudanzas que no anuncia ningun
signo precursor, y en que las enseisianzas de lo pasado
nos vedan creer, tal continuará siendo durante todo el
porvenir sobre que autorizan á formar conjeturas los
datos de lo presente.


En vano las sociedades han aspirado siempre á go-
bernarse completamente á sí mismas, pues muy pocas
han podido conseguirlo : la situacion á que las habia trai-
do lo pasado no se lo ha permitido á las demás. En estas
oxistian causas de division, á que la vida republicana hu-
biera dejado una actividad disolvente , y preciso les ha
sido admitir poderes cuya existencia y transmision no
dependiesen de las voluntades cuyas peligrosas discor-
dancias tenian que contener. Nada ha cambiado en este
punto, y mientras subsistan entre los Estados diferen-
cias de estructura, de magnitud y de composicion , las
formas de los gobiernos continuarán siendo diversas.


FIN.


ÍNDICE DE LAS MATERIAS.


INTRODUCCION. O


CAPÍTULO I.


De las formas de gobierno y de lo que constituye su dife-
rencia 9


CAPÍTULO II.




Causas de la diversidad de las formas de gobierno.. . . .
22


CAPÍTULO


De las circunstancias que contribuyen a diversificar la me-
dida de soberanía cuyo ejercicio pueden conservar las so-
ciedades




— Composicion de los Estados
t1.—Diversidad de las creencias religiosos.
iu.—Disentimientos entre las diversas fracciones del


cuerpo social
tv.—Circunstancias territoriales. —Diversidad de los in-


tereses locales
v. —Necesidades de la defensa nacional


— Extension territorial.


CAPÍTULO IV.


De las razones que deciden á las sociedades á adoptar tal ú
cual forma de gobierno


CAPÍTULO V.


De los gobiernos primitivos
FORMAS DB GOBIERNO.-27




418 ÍNDICE DE LAS MATERIAS. ÍNDICE DE LAS MATERIAS. 419


CAPÍTULO VI.
CAPÍTULO XIII.


De las formas de gobierno durante las edades que precedie- De los estados y de los gobiernos de América.
321




ron á la calda de la república romana. 97




1.—Monarquías. 98 CAPITULO XIV.
11. —Repúblicas. 112
ni. —Repúblicas griegas. 116 Resítmen y conclusiones históricas 338
iv. — Repúblicas romanas 137


CAPITULO XV.
CAPÍTULO VII.


De la influencia ejercida sobre las formas de gobierno por los
Imperio romano.


159 progresos de la civilizacion 348




CAPÍTULO VIII. CAPÍTULO XVI.


De las formas de gobierno en los estados salidos de las ruinas
De la democracia en sus relaciones con las formas de gobierno. 393




del imperio romano.


185
CAPÍTULO XVII.


CAPÍTULO IX.


De los cambios que experimentaron las formas de gobierno,
á contar desde la época feudal en aquellos estados de Eu-
ropa en que la potestad real llegó á ser definitivamente he-
reditaria


198


CAPÍTULO X.


De los cambios ocurridos en las monarquias de la Europa oc-
cidental, contando desde los tiempos en que la corona al-
canzó en ellas su mas alto grado de potestad soberana. .




250


CAPÍTULO XI.


De los estados de Europa, donde la corona continuó siendo
electiva.


271


CAPITULO XII.


De las repúblicas en la edad media y en el mundo moderno. . 294
Repúblicas unitarias.




294
Repúblicas federales


310


De la influencia ejercida sobre los progresos de la civilizacion
por la diversidad de las formas de gobierno. 376


CONCLOSION 407


FIN DEL ÍNDICE.




LIBRERÍA DE D. CARLOS BAILLY-BAILLIERE.
Plaza de Topete, núm. 10.


MANUAL


CONTRIBTJCION
TERRITORIAL Y ESTADISTICA.


Aprobado y recomendado por el Ministerio de Hacienda en
Reales órdenes de 22 de enero de 1856, 11 de octubre de 1860


9 de mayo de 1867, y por el de Gobernacion en 17 de junio
de 1867, abonándose por esta última á los Ayuntamientos,
en su Presupuesto municipal , el importe de los ejemplares
que adquieran ; publicado por D. Ramon LOPEZ BORREGUE-
RO, jefe de negociado de 2.° clase de la Direccion general de
Contabilidad de Hacienda pública. Tercera edicion, completa-
mente reformada. Madrid, 1868. Un tomo en 8.°, 5 pesetas
en Madrid, y 5 pesetas y 50 cént. de peseta en provincias,
franco de porte.


Curso completo de Derecho natural ó de Filosofia del dere-
cho con arreglo al estado actual de esta ciencia en Alemania
por H. AIIRENS, antiguo profesor de filosofía y de derecho
natural en la Universidad de Bruselas, profesor de derecho
natural, público é internacional en la Universidad de Gratz,
en Austria. Quinta edicion, corregida y notablemente aumen-
tada, traducida por U. Manuel M aria lama nt . Segunda
edicion española.. Esta obra consta de un magnífico tomo en
8.° prolongado , y se vende á 8 pesetas y 50 cént. de peseta
en Madrid y 9 pesetas y 50 cént. en provincias, franco de
porte.


Coleccion completa de los Tratados, Convenciones, Capitu-
laciones, Armisticios y otros actos diplomáticos de todos los
Estados de la América latina, comprendidos entre el golfo de
Méjico y el cabo de Hornos, desde el año 1493 hasta nuestros
días, precedidos de una memoria sobre el estado actual de la
América, de cuadros estadistícos, de un diccionario diplomá-
tico, y de una noticia histórica sobre cada uno de los tratados
mas importantes, por Cárlos CALVO, miembro corresponsal
del Instituto histórico, de la Sociedad de geografia y de la
Sociedad imperial zoológica de aclimatacion de Francia; de la
Sociedad de economistas de Paris, etc. Madrid, 1862-1866.
10 tomos en 8. 0, 151) pesetas.


— Segundo período. Desde la revolucion hasta cl reconoci -


___ 2 —


miento de la independencia: Anales históricos de la revolucion
de la América latina, acompañados de los documentos en su
apoyo desde el año de 1808 hasta el reconocimiento de la in-
dependencia de ese extenso continente, por Cárlos CALVO.
Paris•Madrid, 1861. Tres tomos, 45 pesetas.


Manual de Evaluacion de los solares y fincas urbanas. Con-
tiene las fórmulas y tablas necesarias a este objeto siendo de
utilidad inmediata para los Arquitectos, Ingenieros, Maes-
tros de obras, Propietarios, Empresas constructoras y toda
persona que se dedique á la edificacion y especulacion de fin-
cas urbanas, por D. illanuel MARTINEZ NUÑEZ , arqui-
tecto de la Real Academia de nobles artes de San Fernando.
Madrid, 1867. Un tomo en S.°, 5 pesetas en Madrid y 5 pe-
setas y 50 cént. de peseta en provincias, franco de porte.


TRATADO


DE MEDICINA Y CIRUGÍA LEGAL


TEÓRICA Y P R.k cTicA
Seguido de un Compendio de Toxicología, por el doctor don


Pedro MATA, catedrático de término en la Universidad cen-
tral , encargado de la asignatura de Medicina legal y Toxi-
cología, etc. Obra do texto, premiada por el Gobierno, oigo
el Consejo de Insiruccion pública. Cuarta edicion, corregida,
reformada , puesta al nivel de los conocimientos mas moder-
nos, y arreglada á la legislacion vigente. Madrid, 1866-67.
Tres magníficos tomos en 8.° mayor, divididos en cinco par-
tes y encuadernados en tela á Ic inglesa, 43 pesetas en Ma-
drid y 47 pesetas y 50 cént. de peseta en provincias, franco
de porte.


De la Experimentacion Fisiológica como prueba pericial en
los casos de envenenamiento, por el doctor U. Pedro MATA.
catedrático de término de la Escuela de Medicina de la Uni-
versidad central, encargado de la asignatura de Medicina le-
gal y Toxicologia , etc. Obra que sirve de complemento á la
Medicina legal y Toxicología del mismo autor. Madrid, 1868.
Un tomo en B.°, 4 pesetas en Madrid y 4 pesetas y 50 cént. de
peseta en provincias, franco de porte.


De la Libertad moral ó Libre albedrío. Cuestiones fisic-psico-
lógicas sobre este tema y otros relativos al mismo, con apli-
cacion á la distincion fundamental de los actos de los locos y
!os de los apasionados ó personas responsables, por el doctor




__a 3


1). Pedro MATA , catedrático de término en la Facultad de
medicina de la Universidad central , encargado de las asigna-
turas de Medicina legal y Toxicología, etc. Madrid 1868. Un
tomo en S.", encuadernado en tela á la inglesa, 8 pesetas y
50 céntimos de peseta en Madrid y 9 pesetas y 50 cént. de
peseta en provincias, franco de porte.


NOTA IMPORTANTE. —Esta obra , del eminente escritor don
Pedro Mata, estuvo cuatro meses en la Fiscalía de imprenta
y censura eclesiástica sin obtener el pase, y es mas que se-
guro que sin la G'ori ostt Illevoluelma DE SETIEMBRE DE
1868, esta obra no hubiese visto la luz pública en España.


JURISPRUDENCIA CIVIL VIGENTE,
ESPA:NOLA Y EXTRANJERA.


Segun las sentencias del Tribunal supremo , desde el esta-
blecimiento de su jurisprudencia hasta las vacacio nes de ju-
lio de 1861, conforme á la nueva Ley hipotecaria, á los fueros
de Cataluña , Aragon , Navarra y Vizcaya, y á las publica-,
cion es ma s notables sobre legisiacion comparada ; por D. Juan
Antonio SEOANE, magistrado cesante de la Audiencia de Ma-
drid, abogado del ilustre Colegio de esta corte, etc. Madrid,
1861. Dos magníficos tomos en ft.", de buen pape! v esmerada
impresion , 10 pesetas en Madrid y 11 pesetas y 50 cént. de
peseta en provincias, franco de porte.


Tratado de las Obligaciones por POTHIER, traducido al es-
pañol con notas de derecho patrio por D. José Fer rer y Su-
b i rana, D. Mariano Noguera y D. Francisco Caries. Se-
gunda edicion. Madrid. 1872. Un tomo en S.°, 6 pesetas en
Madrid y 6 pesetas y 50 cént. en provincias, franco de porte.


Tratados, convenios y declaraciones de Paz y de Comercio
que han hecho con las potencias extranjeras los Monarcas es-
pañoles de la casa de , desde el año de 1700 hasta el
dia, puestos en órden é ilustrados muchos de ellos con la his-
toria de sus respectivas negociaciones, por D. Alejandro del
CANTILLO, oficial que ha sido en la primera secretaria de
Estado y del Despacho. Madrid , 1813. Un tomo en á.°, 25 pe-


. •


setas en Madrid y 27 pesetas en provincias, franco de porte.
Nueva. Legislacion de Minas. Decreto de 29 de diciembre de


1868, anotado por D. Fernando de MADRAZO , abogado del
Colegio de Madrid. Madrid. Un tomo en 12.°, 2 pesetas en Ma-
drid y 2 pesetas y 25 céntimos de peseta en provincias, franco
de porte.


Esta obra es indispensable á todas las Soricdades mineras, á los so-
cios, abogados, etc.




LA CREACION
Por M. Edgar QUINET, traduccion de D. Eugenio de


OCHOA, de la Real Academia española. Esta magnífica obra
consta de dos tomos en 12.°, buen papel y esmerada impre-
sion. Precio de la obra: 7 pesetas en Madrid y 8 en provin-
cias, franco de porte.


Estudio sobre el arte de hablar ea público, por BAUTA1N.
Traducido por D. N. C. y D. A. B., abogados del ilustre cole-
gio de Barcelona. Un tomo en 11°, 3 pesetas.


Tratado práctico de las Enfermedades del estómago. Por el
doctor T. BAYARD. Traducido y anotado por D. Cárlos Mes -
tr e y 51 a r zal, médico-director de las aguas y baños mine-
rales de Puertollano, socio de mérito de número y correspon-
sal de varias corporaciones científicas, etc. Madrid. Un tomo
en 4,.°, 7 pesetas y 50 cént. de peseta en Madrid y 8 pesetas y
50 cént. de peseta en provincias, franco de porte.


Las personas que padecen de esta dolencia encontrarán bue-
nos v saludables consejos en esta obra, y los profesores de
la ciencia hallaran en ella un Guía para sus estudios en tan
importante materia.


Gula Pórico-práctica para el uso del Artista cantante, por
Leon GIRILDONI , artista y socio honorario de varias Acade-
mias filarmonicas; traducida al español por José Maria de
Goizne la . Madrid, 1870. Un tomo en 12.°, 2 pesetas y 50
céntimos de peseta en Madrid y 3 pesetas en provincias, fran-
co de porte.


Manual del 'irle de estudiar con fruto, ó sea Guía del que
quiere instruirse y utilizar la memoria y el tiempo: obra es-
crita en francés por A. de GRANDSAGNE , JUMEN r V.
PARISOT; revisada y traducida al español par D. José C a n a-lejas y Casas. Tercera edicion. Madrid, 1872. Un tomo en
12.°, encuadernado en tela á la inglesa, 3 pesetas y 25 cént.
de peseta en Madrid y 3 pesetas y 75 cént. de peseta en pro-
vincias, franco de porte.


Cancionero popular. Coleccion escogida de seguidillas y co-
plas, recogidas y ordenadas por D. Emilio LAMENTE y AL-
CANTARA . de la real Academia de la Historia. Madrid. 2 to-
mos en 12.°, 7 pesetas en Madrid y 8 pesetas y 50 cént. de pe-
seta en provincias, franco de porte.


Historia de la Isla de Cuba, por D. Jacobo de la PEZUELA,
de la Academia de la Historia. Madrid, 1868. Cuatro tomos
en 8.°, magníficamente encuadernados en tela á la inglesa,


pesetas en Madrid y 28 en provincias, franco de porte.




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Miscelánea de literatura, viajes y novelas, por D. Eugenio
de OCHOA , de la real Academia española. Madrid , 1867.
Un tomo en 12.° Precio : 3 pesetas en Madrid y 3 pesetas y 50
céntimos de peseta en provincias, franco de porte.


Contiene :
Horacio. — II. Un paseo por mérica.—III. El Emigra—


do.— IV. El Español fuera de España. — V. Un Enigma.—VI. "No
hay buen tin por mal camino.— VII. Hilda. Necrópolis.—IX.
Recuerdos de A mberes. — X. Florencia.—XI. De Jaffa á Jerusalen.—
XII. Mesa revuelta.


Manual popular de Gimnasia de sala médica é higiénica, ó
Representacion y descripcion de los movimientos gimnásticos
que, no exigiendo fingen aparato para su ejecucion, pueden
practicarse en todas partes y por toda clase de personas de
uno y otro sexo; seguido de sus aplicaciones á diversas en-
fermedades, por D. G. M. SCHREBER , doctor en medici-
na, etc.; vertido del aleman por II. Van Oordt; traducido al
castellano y considerablemente aumentado, por D. E. S de O.
Madrid, 1871. Séptima edicion. Un tomo en 12.°, con 45 fi-
guras intercaladas en el texto y encuadernado en tela á la In-
glesa, 3 pesetas y 25 céntimos de peseta en Madrid y 3 pe-
setas y 75 cént. en.provincias, franco de porte.


De la Salud de los Casados ó Fisiologia de la generacion del
hombre é higiene filosófica del matrimonio, por el doctor don
Luis SERAINE, autor de los Preceptos del matrimonio y de la
Salud de los niños; traducida de la última edicion francesa
por D. Joaquin Gassó, profesor de medicina. — Obra apro-
bada por la Autoridad eclesiástica.— Tercera edicion. —Ma-
drid. Un bonito tomo en 12.°, elegantemente encuadernado en
tela á la inglesa, 3 pesetas y 75 céntimos de peseta en Ma-
drid y 4 pesetas y 25 cént. de peseta en provincias , franco
de porte.


El Cancionero de Juan Alfonso de BAENA. (siglo xv ).
Ahora por primera vez dado á luz con notas y comentarios,
Madrid 1851. Un tomo en 't.°, 20 pesetas en Madrid y 21 en
provincias, franco de porte.


El Jardinero de los salones ó Arte de cultivar las flores en
las habitaciones, en las ventanas y en los balcones, por YSA-
BEAU; vertió) del francés al castellano por D. José Brun
y Pages. Segunda edicion, ilustrada con 13 grabados in-
tercalados en el texto. Madrid, 1872. Un tomo en 12.° en-
cuadernado en tela á la inglesa, 3 pesetas y 25 céntimos de
peseta en Madrid y 3 pesetas y 75 cént. en provincias, fran-
co de porte.


Madrid. —Imp. de Bailly—Bailliere.