Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
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LIBRO PRIMERO (1808)


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LIBRO PRIMERO.


TURBACION DE LOS TIEMPOS.— FLAQUEZA DE ESPAÑA.— POLÍTICA DE FRANCIA.— PAZ
DE PRESBURGO.—DESTRONAMIENTO DE LA CASA DE NÁPOLES.—TRATOS DE PAZ CON
INGLATERRA.— RÓMPENSE ESTAS NEGOCIACIONES.— TAMBIEN OTRAS CON RUSIA.—
PREPARATIVOS DE GUERRA.—TROPAS ESPAÑOLAS QUE VAN Á TOSCANA.— IZQUIER-
DO: DINERO QUE DA Á NAPOLEON.— ENFADO DEL PRÍNCIPE DE LA PAZ CONTRA NA-
POLEON.— SUS SOSPECHAS. — PIENSA LIGARSE CON INGLATERRA.— ENVIA ALLÁ
Á DON AGUSTIN DE ARGÜELLES.— PROCLAMA DEL 5 DE OCTUBRE.— DISCÚLPASE
CON NAPOLEON.— PROYECTOS CONTRA ESPAÑA.— LOS DOS PARTIDOS QUE DIVIDEN
EL PALACIO ESPAÑOL.— ENTRETIÉNESE Á IZQUIERDO EN PARÍS.— M. DE BEAUHAR-
NAIS EMBAJADOR DE FRANCIA EN MADRID.— SECRETOS MANEJOS CON EL PARTIDO
DEL PRÍNCIPE DE ASTÚRIAS.— TROPAS ESPAÑOLAS QUE VAN AL NORTE.— PAZ DE
TILSIT.— TROPAS FRANCESAS QUE SE JUNTAN EN BAYONA.— PORTUGAL.— NOTAS
DE LOS REPRESENTANTES DE ESPAÑA Y FRANCIA EN LISBOA.— SE RETIRAN DE AQUE-
LLA CÓRTE.— 18 DE OCTUBRE DE 1807, CRUZA EL BIDASOA LA PRIMERA DIVISION
FRANCESA.— 27 DE OCTUBRE, TRATADO DE FONTAINEBLEAU.— CAUSA DEL ESCO-
RIAL.— MARCHA DE JUNOT HÁCIA PORTUGAL.— ENTRADA EN PORTUGAL, 19 DE
NOVIEMBRE DE 1807.— LLEGADA Á ABRÁNTES, 23 DE NOVIEMBRE.— PROCLA-
MA DEL PRÍNCIPE REGENTE DE PORTUGAL, 22 DE NOVIEMBRE.— INSTANCIA DE LORD
STRANGFORD PARA QUE SE EMBARQUE.— 29 DE NOVIEMBRE, DA LA VELA LA FAMI-
LIA REAL PORTUGUESA.— 30 DE NOVIEMBRE, ENTRADA DE JUNOT EN LISBOA.— EN-
TRADA DE LOS ESPAÑOLES EN PORTUGAL.— 16 DE NOVIEMBRE, VIAJE DE NAPOLEON
Á ITALIA.— REINA DE ETRURIA.— CARTA DE CÁRLOS IV Á NAPOLEON.— DU-
DAS DE NAPOLEON SOBRE SU CONDUCTA RESPECTO DE ESPAÑA.— 22 DE DICIEMBRE,
DUPONT EN IRUN.— 9 DE ENERO DE 1808, ENTRADA DEL CUERPO DE MONCEY.—
24 DE ID., PUBLICACIONES DEL MONITOR.— 1.º DE FEBRERO DE 1808, PROCLAMA
DE JUNOT.— FORMA NUEVA REGENCIA, DE QUE SE NOMBRA PRESIDENTE.— GRAVO-
SA CONTRIBUCION EXTRAORDINARIA.— ENVIA Á FRANCIA UNA DIVISION PORTUGUE-
SA.— 16 DE FEBRERO, TOMA DE LA CIUDADELA DE PAMPLONA.— ENTRA DUHESME
EN CATALUÑA.— LLEGA Á BARCELONA.— 28 DE FEBRERO, SORPRESA DE LA CIUDA-
DELA DE BARCELONA.— ID., SORPRESA DE MONJUICH.— 18 DE MARZO, OCUPACION
DE SAN FERNANDO DE FIGUERAS.— 5 DE MARZO, ENTREGA DE SAN SEBASTIAN.— 7
DE FEBRERO, ÓRDEN PARA QUE LA ESCUADRA DE CARTAGENA VAYA Á TOLON.— DES-
ASOSIEGO DE LA CÓRTE DE MADRID.— CONDUCTA AMBIGUA DE NAPOLEON.— SO-




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BRESALTO DEL PRÍNCIPE DE LA PAZ.— LLEGADA Á MADRID DE IZQUIERDO.— SALE
IZQUIERDO EL 10 DE MARZO PARA PARÍS.— TROPAS FRANCESAS QUE CONTINUARON
ENTRANDO EN ESPAÑA.— MURAT NOMBRADO GENERAL EN JEFE DEL EJÉRCITO FRAN-
CES EN ESPAÑA.— PIENSA LA CÓRTE DE MADRID EN PARTIR PARA ANDALUCÍA.—
PROVIDENCIAS QUE TOMA.


La turbacion de los tiempos, sembrando por el mundo discordias, al-
teraciones y guerras, había estremecido hasta en sus cimientos antiguas
y nombradas naciones. Empobrecida y desgobernada España, hubiera,
al parecer, debido ántes que ninguna ser azotada de los recios tempo-
rales que á otras habian afligido y revuelto. Pero, viva aún la memoria
de su poderío, apartada al ocaso, y en el continente europeo postrera de
las tierras, habíase mantenido firme y conservado casi intacto su vasto y
desparramado imperio. No poco, y por desgracia, habían contribuido á
ello la misma condescendencia y baja humillacion de su gobierno, que,
ciegamente sometido al de Francia, fuese democrático, consular ó mo-
nárquico, dejábale éste disfrutar en paz hasta cierto punto de aparente
sosiego, con tal que quedasen á merced suya las escuadras, los ejércitos
y los caudales que áun restaban á la ya casi aniquilada España.


Mas, en medio de tanta sumision, y de los trastornos y continuos vai-
venes que trabajaban á Francia, nunca habian olvidado sus muchos y
diversos gobernantes la política de Luis XIV, procurando atar al carro
de su suerte la de la nacion española. Forzados al principio á contentar-
se con tratados que estrechasen la alianza, preveian, no obstante, que
cuanto más onerosos fuesen aquéllos para una de las partes contratan-
tes, tanto ménos serian para la otra estables y duraderos.


Menester, pues, era que para darles la conveniente firmeza se auna-
sen ambas naciones, asemejándose en la forma de su gobierno, ó con-
fundiéndose bajo la direccion de personas de una misma familia, segun
que se mudaba y trastrocaba en Francia la constitucion del Estado. Así
era que apénas aquel gabinete tenia un respiro, susurrábanse proyec-
tos varios, juntábanse en Bayona tropas, enviábanse expediciones con-
tra Portugal, ó aparecian muchos y claros indicios de querer entrometer-
se en los asuntos interiores de la península hispana.


Crecia este deseo, ya tan vivo, á proporcion que las armas francesas
afianzaban fuera la prepotencia de su patria, y que dentro se restablecían
la tranquilidad y buen órden. A las claras empezó á manifestarse cuan-
do Napoleon, ciñendo sus sienes con la corona de Francia, fundadamente




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pensó que los Borbones sentados en el sólio de España mirarian siempre
con ceño, por sumisos que ahora se mostrasen, al que había empuñado
un cetro que de derecho correspondia al tronco de donde se derivaba su
rama. Confirmáronse los recelos del frances despues de lo ocurrido en
1805, al terminarse la campaña de Austria con la paz de Presburgo.


Desposeido por entónces de su reino Fernando IV de Nápoles, her-
mano de Cárlos de España, habia la córte de Madrid rehusado, durante
cierto tiempo (1), asentir á aquel acto y reconocer al nuevo soberano Jo-
sé Bonaparte. Por natural y justa que fuese esta resistencia, sobremane-
ra desazonó al Emperador de los franceses, quien hubiera sin tardanza
dado quizá señales de su enojo, si otros cuidados no hubiesen fijado su
mente y contenido los ímpetus de su ira.


En efecto, la paz ajustada con Austria estaba todavía léjos de exten-
derse á Rusia, y el gabinete prusiano, de equívoca é incierta conduc-
ta, desasosegaba el suspicaz ánimo de Napoleon. Si tales motivos eran
obstáculo para que éste se ocupase en cosas de España, lo fueron tam-
bien, por extremo opuesto, las esperanzas de una pacificacion general,
nacidas de resultas de la muere de Pitt. Constantemente habia Napoleon
achacado á aquel ministro, finado en Enero de 1806, la continuacion de
la guerra, y como la paz era el deseo de todos hasta en Francia, forzoso
le fué á su jefe no atropellar opinion tan acreditada, cuando había cesa-
do el alegado pretexto, y entrado á componer el gabinete inglés Mr. Fox
y lord Grenville con los de su partido.


Juzgábase que ambos ministros, sobre todo el primero, se inclina-
ban á la paz, y se aumentó la confianza al ver que despues de su nom-
bramiento se habia entablado entre los gobiernos de Inglaterra y Francia
activa correspondencia. Dió principio á ella Fox, valiéndose de un inci-
dente que favorecia su deseo. Las negociaciones duraron meses, y aun
estuvieron en París como plenipotenciarios los lores Yarmouth y Lauder-


(1) M. Bignon en su Historia de Francia, escrita por encargo que Napoleon le dejó en
su testamento, niega este hecho y los que tienen conexion con él. Sin embargo, iguales é
idénticos á los que nosotros referimos los estampa en su historia el general Foy, amigo y
compañero de M. Bignon. Ademas, por papeles concernientes al propio asunto, que áun
se conservan en la secretaria de Estado de España, consta que luégo que fué comunica-
da al gabinete de Madrid la cesion en José Bonaparte de la corona de Nápoles, se dió ór-
den al embajador español en París para que éste se presentase al Príncipe de Talleyrand
y le expusiese verbalmente los derechos á aquella corona de Cárlos IV y su estirpe. Cierto
que los acontecimientos posteriores y la debilidad del gobierno español no consintieron
apoyar con la correspondiente energía las reclamaciones empezadas, ni continuarla; pero
ellas prueban no ser infundado cuanto en el caso refiere el autor de esta historia.




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dale. Dificultoso era en aquella sazon un acomodamiento á gusto de am-
bas partes. Napoleon en los tratos mostró poco miramiento respecto de
España, pues entre las várias proposiciones, hizo la de entregar la isla
de Puerto-Rico á los ingleses, y las Baleares á Fernando IV de Nápoles,
en cambio de la isla de Sicilia, que el último cederia á José Bonaparte.


Correspondió el remate á semejantes propuestas, á las que se agre-
gaba el irse colocando la familia de Bonaparte en reinos y estados, como
tambien el establecimiento de la nueva y famosa confederacion del Rin.
Rompiéronse, pues, las negociaciones, anunciando á Napoleon como
principal razon la enfermedad de Fox y su muerte, acaecida en Setiem-
bre de 1806. Por el mismo término caminaron las entabladas tambien
con Rusia, habiendo desaprobado públicamente el emperador Alejan-
dro el tratado que á su nombre había en París concluido su plenipoten-
ciario M. d’Oubril.


Aun en el tiempo en que andaban las pláticas de paz, dudosos to-
dos y áun quizá poco afectos á su conclusion, se preparaban á la prose-
cucion de la guerra. Rusia y Prusia ligábanse en secreto, y querian que
otros estados se uniesen á su causa. Napoleon tampoco se descuidaba, y
aunque resentido por lo de Nápoles con el gabinete de España, disimu-
laba su mal ánimo, procurando sacar de la ciega sumision de este aliado
cuantas ventajas pudiese.


De pronto, y al comenzar el año de 1806, pidió que tropas españo-
las pasasen á Toscana á reemplazar las francesas que la guarnecian. Con
eso, lisonjeando á las dos córtes, á la de Florencia porque consideraba
como suya la guardia de españoles, y á la de Madrid por ser aquel pa-
so muestra de confianza, conseguia Napoleon tener libre más gente, y al
mismo tiempo acostumbraba al gobierno de España á que insensible-
mente se desprendiese de sus soldados. Accedió el último á la demanda,
y en principios de Marzo entraron en Florencia de 4 á 5.000 españoles,
mandados por el teniente general don Gonzalo Ofárril.


Como Napoleon necesitaba igualmente otro linaje de auxilios, vol-
vió la vista, para alcanzarlos, á los agentes españoles residentes en Pa-
rís. Descollaba entre todos D. Eugenio Izquierdo, hombre sagaz, travieso
y de amaño, á cuyo buen desempeño estaban encomendados los asuntos
peculiares de don Manuel Godoy, príncipe de la Paz, disfrazados bajo la
capa de otras comisiones. En vano hasta entónces se habia desvivido di-
cho encargado por sondear respecto de su valedor los pensamientos del
Emperador de los franceses. Nunca habia tenido otra respuesta sino pro-
mesas y palabras vagas. Mas llegó Mayo de 1806, y creciendo los apuros




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del gobierno frances para hacer frente á los inmensos gastos que ocasio-
naban los preparativos de guerra, reparó éste en Izquierdo, y le indi-
có que la suerte del Príncipe de la Paz mereceria la particular atencion
de Napoleon si se le acudia con socorros pecuniarios. Gozoso Izquier-
do y lleno de satisfaccion, brevemente, y sin estar para ello autorizado,
aprontó veinte y cuatro millones de francos (2), pertenecientes á la ca-
ja de Consolidacion de Madrid, segun convenio que firmó el 10 de Ma-
yo. Aprobó el de la Paz la conducta de su agente, y contando ya con ser
ensalzado á más eminente puesto en trueque del servicio concedido hi-
zo que en nombre de Cárlos IV se confiriesen, en 26 del mismo Mayo
(3), á dicho Izquierdo plenos poderes para que ajustase y concluyese un
tratado.


Pero Napoleon, dueño de lo que quería, y embargados sus sentidos
con el nublado que del Norte amagaba, difirió entrar en negociacion has-
ta que se terminasen las desavenencias con Prusia y Rusia. Ofendió la
tardanza al Príncipe de la Paz, receloso en todos tiempos de la buena fe
de Napoleon, y temió de él nuevos engaños. Afirmáronle en sus sospe-
chas diversos avisos que por entónces le enviaron españoles residentes
en París, opúsculos y folletos que debajo de mano fomentaba aquel go-


(2) Tenemos noticia original del despacho que con este motivo escribió á Madrid D.
Eugenio Izquierdo, y tambien podrá verse en el manifiesto que de sus procedimientos pu-
blicó el Consejo Real, la mencion que en su contenido se hace del convenio concluido
por Izquierdo en 10 de Mayo de 1806.


(3) Plenos poderes dados por el rey Cárlos IV á D. Eugenio Izquierdo, embajador ex-
traordinario en Francia, en 26 de Mayo de 1806, renovados en 8 de Octubre de 1807.


Don Cárlos, por la gracia de Dios, rey de España y de las Indias, etc.
Teniendo entera confianza en vos, D. Eugenio Izquierdo, nuestro consejero honora-


rio de Estado, y habiéndoos autorizado, en virtud de esta confianza, justamente merecida,
para firmar un tratado con la persona que fuere igualmente autorizada por nuestro aliado
el Emperador de los franceses, nos comprometemos de buena fe y sobre nuestra palabra
real que aprobáremos, ratificáremos y harémos observar y ejecutar entera é inviolable-
mente todo lo que sea estipulado y firmado por vos. En fe de lo cual, hemos hecho expedir
la presente, firmada de nuestra mano, sellada con nuestro sello secreto, y refrendada por
el infrascrito, nuestro consejero de estado, primer secretario de Estado y del Despacho.
Dada en Aranjuez, á 26, de Mayo de 1806.— YO EL REY.— Pedro Cevallos.


NOTA. Traduccion española de la francesa que habia entre los papeles de D. Euge-
nio Izquierdo, quien al pié de la dicha traducccion francesa puso las dos certificacio-
nes siguientes en frances: — 1ª Certfico que esta traduccion es fiel. París, 5 de Junio de
1806.— Izquierdo, consejero de Estado de S. M. C.— 2.º Certifico que estos poderes han
sido renovados día 8 del presente mes en el real sitio de San Lorenzo.— Fontainebleau,
27 de Octubre de 1807. Izquierdo.— (LLORENTE, tomo III, núm. 106.)




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bierno, y en que se anunciaba la entera destruccion de la casa de Bor-
bon, y en fin, el dicho mismo del Emperador, de que «si Cárlos IV no
queria reconocer á su hermano por rey de Nápoles, su sucesor le reco-
noceria.»


Tal cúmulo de indicios, que progresivamente vinieron á despertar las
zozobras y el miedo del valido español, se acrecentaron con las noticias
é informes que le dió M. de Strogonoff, nombrado ministro de Rusia en
la córte de Madrid, quien habia llegado á la capital de España en Ene-
ro de 1806.


Animado el Príncipe de la Paz con los consejos de dicho ministro, y
mal enojado contra Napoleon, inclinábase á formar causa comun con las
potencias beligerantes. Parecióle, no obstante, ser prudente, ántes de to-
mar resolucion definitiva, buscar arrimo y alianza en Inglaterra. Siendo
el asunto espinoso, y pidiendo, sobre todo, profundo sigilo, determinó
enviar á aquel reino un sujeto que, dotado de las convenientes prendas,
no excitase el cuidado del gobierno de Francia. Recayó la eleccion en
(4) don Agustin de Argüelles, que tanto sobresalió años adelante en las
córtes congregadas en Cádiz. Rehusaba el nombrado admitir el encar-
go, por proceder de hombre tan desestimado como era entonces el Prín-
cipe de la Paz; pero instado por don Manuel Sixto Espinosa, director de
la Consolidacion, con quien le unian motivos de amistad y de reconoci-
miento, y vislumbrando tambien en su comision un nuevo medio de con-
tribuir á la caida del que en Francia habia destruido la libertad pública,
aceptó al fin el importante encargo confiado á su celo.


(4) Nota justificativa sobre un hecho importante.
En una obra que se publicó en Paris, en lengua francesa, bajo el titulo de Memo-


rias del Príncipe de la Paz, cuando se imprimió la primera edicion de esta Historia, qui-
so darse una desmentida respecto de una comision que tuvo en Lóndres D. Agustín Ar-
güelles por los años de 1806. En comprobacion de la verdad de lo referido, insertamos
aquí integra una carta documentada del mismo Sr. Argüelles, cuyo original conservamos
en nuestro poder.


«Madrid, 12 de Abril de 1837.


» Querido Toreno: No puedo explicar á V. lo que me ha sorprendido la nota impre-
sa del tomo IV de las Memorias del Príncipe de la Paz, pág, 210. que V. me incluye en su
estimada carta.


» Es incomprensible que el autor de dichas Memorias niegue lo que pasó entre los
dos, estando vivo el que, afirmándolo, no cree tener menor derecho á ser creido que el que
lo contradice. Si él es un caballero en su patria, V. sabe muy bien que yo lo soy igualmen-
te en ella; y este carácter de nacimiento en ambos, anterior é independiente de vicisitudes




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humanas, me impone el deber de vindicar y sostener como cierto lo que comuniqué á V. en
Lóndres, en Junio de 1808, y le repetí despues en várias ocasiones. Una sencilla relacion
de las principales circunstancias del hecho que se intenta oscurecer con artificio en la re-
ferida nota, pondrá á V. en estado de juzgar con conocimiento de causa de la verdad de lo
que aseguré á V. en la primer época en Inglaterra, y despues repetidas veces en España.


» Hacia fines de Setiembre de 1806; un dia, á cosa de las diez de la mañana, me lla-
mó á su despacho en la caja de Consolidacion el señor D. Manuel Sixto Espinosa, y que-
dando á solas los dos, me dijo, en sustancia, lo que sigue:


«Acabo de llegar de Aranjuez, y es preciso que V. se disponga para ir á Lóndres, á
una comision importante y de la mayor reserva. A fin de asegurar esta reserva, me he
comprometido á que V. se encargue de la comision, por lo mismo que V. no llamará la
atencion con su salida de aquí ni con su permanencia en aquella capital. La pérdida de
Buenos-Aires no puede ménos de acarrear una catástrofe en la América, y de resultas
la bancarota del Estado, si no se ataca prontamente el mal, reconciliándonos con los In-
gleses. Así lo he declarado francamente en Aranjuez, añadiendo que yo no podía conti-
nuar al frente de la caja en medio de tantos riesgos como se iban á correr con la prolonga-
cion de la guerra con Inglaterra. De resultas se ha convenido en intentarlo del mejor mo-
do que sea posible.»


» Usted me ha oído diferentes veces hablar de mi sorpresa al verme designado por el
Sr. Espinosa para una comision semejante, siendo yo tan jóven, sin experiencia de nego-
cios y, con tan poca propension á entrar en ellos. Finalmente, despues de resistirlo cuan-
to pude, cedí con indecible repugnancia á sus reflexiones, y salí de su despacho á dispo-
ner mi viaje. El 3 de Octubre por la mañana me llevó el Sr. Espinosa en su propia berlina
á casa del Príncipe de la Paz. Tengo muy presente que en la escalera hallamos que baja-
ba el Sr. Noriega, entonces tesorero general, con quien se detuvo minutos el Sr. Espino-
sa. Noté que este último señor, habiendo hablado con una persona, al parecer secretario,
entró sin preceder recado, y yo me quedé en una antesala. A poco rato la misma persona
me hizo pasar adelante, y hallé en un salon inmediato al Príncipe de la Paz con el Sr. Es-
pinosa, ambos en pié. Como era la primera vez que yo veia al Príncipe de cerca, le obser-
vé con suma atencion, y recuerdo todavía muy distintamente su fisonomia, su tono de voz
y hasta que tenia vestida una bata de seda de color oscuro. Despues de haberme recibido
con mucho agrado, me dijo, con muy poca diferencia, lo siguiente:


» Ya el Sr. D. Manuel ha enterado á V. de la naturaleza del encargo que se le confia.
Aprovechándose V. de las recomendaciones que V. lleve, procurará V. persuadir á aque-
llos magnates (expresion que tengo muy presente) de que el Gobierno está muy deseo-
so y dispuesto á entrar en negociaciones; y que admitirá gustoso cualquiera persona de-
bidamente autorizada que quieran enviar al intento; y asegúreles V. desde luégo que este
Gobierno no pondrá ninguna condicion, sino una satisfaccion por el insulto de las fraga-
tas. Usted se entenderá en derechura con el Sr. D. Manuel, avisando, sin pérdida de mo-
mento, cuanto V. adelante; y en su consecuencia se le antorizará á V. para cuanto sea ne-
cesario y conveniente, segun las circunstancias lo exigieren. Por lo que me ha informado
el Sr. D. Manuel, no dudo que V. corresponderá á esta confianza con todo celo, actividad
y reserva.»


Ocultóse á Argüelles (5) lo que se trataba con Strogonoff, y tan só-
lo se le dió á entender que era forzoso ajustar paces con Inglaterra si no




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se quería perder toda la América, en donde acababa de tomar á Bue-
nos-Aires el general Beresford. Recomendóse en particular al comisio-


» Contesté del mejor modo que me fué posible, y recuerdo tambien que el Sr. Espi-
nosa, al volvemos en su berlina, se manifestó muy satisfecho del modo como yo me habia
expresado. Al dia siguiente, 4 de Octubre, por la mañana, sali en posta para Lisboa, don-
de entregué en propia mano al Conde de Campo-Alange, nuestro embajador en aquella
córte, la carta de que acompaño copia autorizada en debida forma, pues acaba de hallar-
se y existe original en el archivo de nuestra legacion. Antes de embarcarme recibí cartas
del Sr. Espinosa en que me encargaba que lo hiciese sin pérdida de momento, y aprove-
chando el primer paquete, salí para Falmouth, no obstante que me hallaba en cama con
calentura. Desde Lóndres avisé puntualmente al Sr. Espinosa cuanto me habian contes-
tado las personas con quienes hablé, lo que consta y se conserva original en el expedien-
te respectivo, archivado con los demas pertenecientes á la correspondencia extranjera de
aquel establecimiento.


» De esta relacion resulta que la comision ha existido. Ni los términos en que me fué
confiada, ni las circunstancias que la acompañaron, ni las intenciones con que pueda pu-
blicase hoy la nota en que intenta oscurecer la verdad el autor de las Memorias, pueden
destruir el hecho. Yo no pude inventarle. Tan jóven entonces, pues tendria poco más de
veinte y ocho años, sin ningun carácter público que me hiciese conocido, siéndolo del Sr.
Espinosa por una casualidad; entregado, como V. sabe, al estudio de libros y materias po-
co á propósito para hacer fortuna en ninguna carrera; reducido á un corto circulo de ami-
gos, que V. conocia bien, modestos todos ellos y aficionados, como yo, á la vida retirada y
laboriosa, ¿Cómo era posible que yo fraguase encargo semejante? Me abstengo de hacer
otras reflexiones en un punto en que la evidencia del hecho ni las reclama ni las necesita.
Espero que esta relacion sea suficiente para que V. pueda vindicar el aserto de su obra; y
si V. considerase conveniente aprovecharse de esta carta, autorizo á V. para que haga de
ella y del documento adjunto el uso que su prudencia le dicte.


» Celebraré que V. se conserve bueno y que disponga como guste del corazon de su
afectísimo amigo, Q. B. S. M.— AGUSTIN ARGÜELLES.— Excmo. Sr. Conde de Toreno.»


» Legacion de S. M. C. en Lisboa.— Copia de un despacho del Príncipe de la Paz, de
tres de Octubre de mil ochocientos seis, al Excmo Sr. Conde de Campo-Alange, entónces
embajador de S. M. C. en esta córte.— Excmo. Sr.: D. Agustin Argüelles, que va á esa ciu-
dad con el objeto de embarcarse para Lóndres á tratar de negocios de su propio interes,
lleva al mismo tiempo un importante cargo reservado del real servicio; y así espero que V.
E. se servirá no solamente proporcionarle los medios de que pase prontamente á su desti-
no, sino tambien facilitarle los auxilios, que pendan de su autoridad y las recomendacio-
nes oportunas. Dios guarde á V. E. muchos años. Madrid, á tres de Octubre de mil ocho-
cientos seis.— El Príncipe de la Paz— Sr. Conde de Campo-Alenge.— Don Evaristo Perez
de Castro y Colomera, del Consejo de Estado, caballero gran cruz de la real y distinguida
órden de Cárlos III. gran cruz de la órden de Cristo en Portugal, enviado extraordinario y
ministro plenipotenciario de S. M. C. Doña Isabel II cerca de S. M. F. doña Maria II etc.,
etc.— Certifico que la copia que antecede de un despacho del Príncipe de la Paz, dirigi-
do al Sr. Conde de Campo-Alange con fecha de tres de Octubre de mil ochocientos seis, es
auténtica y literal, y la firma la del referido Príncipe de la Paz, de mí bien conocida; cu-
ya copia he hecho sacar á mi vista del original, existente en el archivo de esta legacion de




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nado discrecion y secreto, y con suma diligencia, saliendo de Madrid á
últimos de Setiembre, llegó á Lisboa sin que nadie, ni el mismo embaja-


mi cargo. Y para que conste lo firmo y sello con el sello de mis armas en Lisboa á vein-
te y cinco de Febrero de mil ochocientos treinta y siete.— Evaristo Perez de Castro.—
(Hay un sello.)— Don Ildefonso Diez de Rivera, conde de Almodóvar, secretario de Esta-
do y del despacho de la Guerra é interino del de Estado, etc., etc.— Certifico que la firma
que antecede es verdadera y la misma que usa siempre en sus escritos el Sr. D. Evaris-
to Perez de Castro, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de S. M. C. cerca
de S. M. F la Reina de Portugal. Madrid Diez y ocho de Marzo de mil ochocientos trein-
ta y siete.— El Conde de Almodóvar.— Corresponde con su original, que me ha sido ex-
hibido por el Sr. D Agustin Argüelles, á quien lo devolví, y firmó su recibo, de que doy fe
y á que me remito.


Y para que conste donde convenga, á su instancia, yo, el infrascrito escribano de esta
villa de Madrid, pongo el presente, que signo y firmo en ella á primero de Abril de mil ocho-
cientos treinta y siete.— D. Claudio Sanz y Barea.— Recibí el original.— Agustin Argüe-
lles .— Legaización.— Los escribanos del número de esta M. H villa de Madrid, que aquí
signamos, firmamos, damos fe que el doctor don Claudio Sanz y Barea, por quien va dado
y signado el testimonio que antecede es tal escribano del número, nuestro compañero, co-
mo se titula y nombra, y en actual ejercicio de su destino, y para que conste donde conven-
ga, damos á presente, sellada con el de nuestro cabildo, en Madrid, fecha ut supra.— Hay
un sello.—José García Varela.— Martin Santin y Vazquez.— Miguel María Sierra.— Don
Luis Mayans, ministro togado de primera instancia en esta M. H. villa de Madrid.— Cer-
tifico que D. Martin Santin y Vazquez, D. José Garcia Varela y D. Miguel María Sierra, por
quien va autorizada la legalizacion anterior, son tales escribanos de número de esta mis-
ma villa é individuos de su cabildo, como se titulan y nombran, los cuales desempeñan sus
respectivos oficios. Y para que conste donde convenga firmo ésta en Madrid, á primero de
Abril de mil ochocientos treinta y siete. Luis Mayans.— Don José Landero, notario mayor
de los reinos y secretario del despacho de Gracia y Justicia de España é Indias. etc., etc.—
Certifico que D. Luis Mayans, por quien aparece autorizado el documento que precede, es
tal juez de primera instancia de Madrid, como se titula, y de su puño y letra, al parecer, la
firma que pone, Y para que conste doy el presente en Madrid, á cinco de Abril de mil ocho-
cientos treinta y siete.— José Landero.—Don José María Calatrava, secretario de Estado y
del despacho, presidente del Consejo de ministros, etc., etc.— Certifico que D. José Lan-
dero, por quien va autorizada la anterior partida, es tal secretario de Estado y del despacho
de Gracia y Justicia, como se titula, y la firma que pone á su final de su puño y letra. Y pa-
ra que conste doy el presente en Madrid á seis de Abril de mil ochocientos treinta y siete.—
(Hay un sello.— José María Calatrava.— Primera secretaría de Estado. Registrado número
445.— Nous ambassadeur de S. M. le Roi des Français près S. M. C.: Certifions véritable
la signature ci-de-sus de Mr. José María Calatrava, premier sécretaire d’État de S. M. C. et
president da Conseil des Ministres. Madrid, le 8 Avril 1817.— Pour Mr. l’Ambassadeur et
par autorisation.— Le premier sécretaire d’ambassade, E. Drouyn de Lhuy.»


Y si el autor de las Memorias ha perdido la suya sobre un hecho de tamaña entidad,
¿qué crédito podrán merecer los demas sucesos que relata en su obra?


El público ha hecho ya justicia de ésta, considerándola como una fastidiosa compila-
cion, falta de verdad é interes histórico, y desnuda de todo mérito literario; no queriendo,




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dor, Conde de Campo-Alange, trasluciese el verdadero objeto de su via-
je. Disponíase D. Agustin de Argüelles á embarcarse para Inglaterra,
cuando se recibió en Lisboa una desacordada proclama del Príncipe de
la Paz, fecha 5 de Octubre (6), en la que, apellidando la nacion á gue-


por lo tanto, nosotros manchar las páginas de nuestra Historia, destinada á un objeto gran-
dioso, con responder á personalidades que nos tocan, falsas ó ridículas, comunes todas y ex-
presadas en lenguaje vulgar. Por otra parte, maltratados en dichas Memorias, con casi todos
los hombres célebres y dignos que ha contado la España desde Cárlos III acá, holgámonos
de estar en medio de compañía tan buena y honrosa; sólo nos dolemos de que el Príncipe de
la Paz, nada versado en letras, haya querido aparecer convertido en autor al fin de su carre-
ra, poniendo á ella funesto colmo, y sirviendo de instrumento torpe y ciego á tres ó cuatro de
sus antiguos aduladores ó secuaces, verdaderos componedores de las Memorias, quienes,
escudados con el nombre del Príncipe han derramado en su obra á manos llenas la hiel y las
falsedades, desfigurando sin recato alguno la historia entera del reinado de Cárlos IV.


Posteriormente se ha publicado en Paris, en español, otra edicion en seis tomos de
las Memorias del Príncipe de la Paz, con la especificacion de ser la única edicion original
publicada por el mismo Príncipe. Repítense en ella en impropio, pedantesco y áun á ve-
ces asqueroso lenguaje los baldones, las injurias y los falsos hechos de los tomos impre-
sos en frances, dándoles sólo mayor extension y desenvolvimiento. Atribúyese la nueva
produccion, ó si se quiere version en español, á un clérigo andaluz de pobres letras y mal
asentado concepto; quien, creido de que iban en España á restituir los bienes al Príncipe
de la Paz, se arrimó á él y le prestó su pluma, esperando recibir con creces la recompensa
que juzgaba debida á sus obsequiosos, pero no desinteresados, desvelos.


(5) La amistad que media hace muchos años entre don Agustin de Arguelles y noso-
tros nos ha puesto en el caso de haber oído muchas veces de su misma boca la relacion
de esta mision que le fué encomendada. A mayor abundamiento, conservamos por escrito
una nota suya acerca de aquel suceso.


(6) Proclama de don Manuel Godoy.
En circunstancias ménos arriesgadas que las presentes han procurado los vasallos


leales auxiliar á sus soberanos con dones y recursos anticipados á las necesidades; pe-
ro en esta prevision tiene el mejor lugar la generosa accion del súbdito hacia su señor. El
reino de Andalucía, privilegiado por la naturaleza en la produccion de caballos de guerra
ligeros; la provincia de Extremadura, que tantos servicios de esta clase hizo al señor Fe-
lipe V, ¿verán con paciencia que la caballería del Rey de España esté reducida é incom-
pleta por falta de caballos? No, no lo creo; ántes si espero que del mismo modo que los
abuelos gloriosos de la generacion presente sirvieron al abuelo de nuestro rey con hom-
bres y caballos, asistan ahora los nietos de nuestro suelo con regimientos ó compañías de
hombres diestros en el manejo del caballo, para que sirvan y defiendan á su patria todo
el tiempo que duren las urgencias actuales, volviendo despues, llenos de gloria y con me-
jor suerte, al descanso entre su familia. Entónces sí que cada cual se disputará los laure-
les de la victoria: cuál dirá deberse á su brazo la salvacion de su familia; cuál la de su je-
fe; cuál la de su pariente ó amigo; y todos á una tendrán razon para atribuirse á si mismos
la salvacion de la patria. Venid, pues, amados compatriotas; venid á jurar bajo las bande-
ras del más benéfico de los soberanos; venid, y yo os cubriré con el manto de la gratitud,




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rra, sin designar enemigo, despertó la atencion de las naciones extrañas,
principalmente de Francia. Desde entónces miró Argüelles como inútil
la continuacion de su viaje, y así lo escribió á Madrid; mas, sin embargo,
ordenósele pasar á Lóndres, en donde su comision no tuvo resulta, así
por repugnar al gobierno inglés tratos con el Príncipe de la Paz, minis-
tro tan desacreditado é imprudente, como tambien por la mudanza que
en dicho príncipe causaron los sucesos del Norte.


Allí Napoleon, habiendo abierto la campaña en Octubre de 1806,
en vez de padecer descalabros, habia entrado victorioso en Berlin, de-
rrotando en Jena al ejército prusiano. Al ruido de sus triunfos, atemori-
zada la córte de Madrid, y sobre todo el privado, no hubo medio que no
emplease para apaciguar el entónces justo y fundado enojo del Empera-
dor de los franceses, quien, no teniendo por concluida la guerra en tan-
to que la Rusia no viniese á partido, fingió quedar satisfecho con las dis-
culpas que se le dieron, y renovó, aunque lentamente, las negociaciones
con Izquierdo.


Mas no por eso dejaba de meditar cuál seria el más acomodado me-
dio para posesionarse de España, y evitar el que en adelante se repitie-
sen amagos como el del 5 de Octubre. Columbró desde luégo ser para su
propósito feliz incidente andar aquella córte dividida entre dos parciali-
dades, la del Príncipe de Astúrias y la de D. Manuel Godoy. Habían na-
cido éstas de la inmoderada ambicion del último, y de los temores que
había infundido ella en el ánimo del primero. Sin embargo, estuvieron
para componerse y disiparse en el tiempo en que había resuelto el de la
Paz unirse con Inglaterra y las otras potencias del Norte; creyendo éste
con razon que en aquel caso era necesario acortar su vuelo, y conformar-
se con las ideas y política de los nuevos aliados. Para ello, y no exponer
su suerte á temible caida, habia el valido imaginado casar al Príncipe de
Astúrias (viudo desde Mayo de 1806) con doña María Luisa de Borbon,


cumpliéndoos cuanto desde ahora os ofrezco, si el Dios de las victorias nos concede una
paz tan feliz y duradera cual le rogamos. No, no os detendrá el temor, no la perfidia: vues-
tros pechos no abrigan tales vicios, ni dan lugar á la torpe seduccion. Venid, pues, y si las
cosas llegasen á punto de no enlazarse las armas con las de nuestros enemigos, no incu-
rriréis en la nota de sospechosos, ni os tildaréis con un dictado impropio de vuestra leal-
tad y pundonor por haber sido omisos á mi llamamiento.


Pero, si mi voz no alcanzase á despertar vuestros anhelos de gloria, sea la de vues-
tros inmediatos tutores, ó padres del pueblo, á quienes me dirijo, la que os haga enten-
der lo que debeis á vuestra obligacion, á vuestro honor y á la sagrada religion que profe-
sais.— EL PRÍNCIPE DE LA PAZ.




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hermana de su mujer doña María Teresa, primas ambas del Rey é hijas
del difunto infante D. Luis. El pensamiento fué tan adelante, que se pro-
puso al Príncipe el enlace. Mas Godoy, veleidoso é inconstante, variadas
que fueron las cosas del Norte, mudó de dictámen, volviendo á soñar en
ideas de engrandecimiento. Y para que pasáran á realidad condecoróle
el Rey, en 13 de Enero de 1807, con la dignidad de almirante de Espa-
ña é Indias, y tratamiento de alteza.


Veníale bien á Napoleon que se aumentase la division y el desórden
en el palacio de Madrid. Atento á aprovecharse de semejante discordia,
al paso que en París se traia entretenido á Izquierdo y al partido de Go-
doy, se despachaba á España, para tantear el del Príncipe de Astúrias, á
M. de Beauharnais, quien, como nuevo embajador, presentó sus creden-
ciales á últimos de Diciembre de 1806. Empezó el recien llegado á dar
pasos, mas fueron lentos hasta meses despues, que, llevando visos de
terminarse la guerra del Norte, juzgó Napoleon que se acercaba el mo-
mento de obrar.


Presentósele, en la persona de D. Juan Escóiquiz, conducto acomo-
dado para ayudar sus miras. Antiguo maestro del Príncipe de Astúrias,
vivía como confinado en Toledo, de cuya catedral era canónigo y digni-
dad, y de donde, por órden de S. A., con quien siempre mantenia se-
creta correspondencia, habia regresado á Madrid en Marzo de 1807.
Conferencióse mucho entre él y sus amigos sobre el modo de atajar la
ambicion de Godoy, y sacar al Príncipe de Astúrias de situacion que
conceptuaban penosa y áun arriesgada.


Habian imaginado sondear al Embajador de Francia, y de resultas
supieron por D. Juan Manuel de Villena, gentil hombre del Príncipe de
Astúrias, y por D. Pedro Giraldo, brigadier de ingenieros, maestro de
matemáticas del Príncipe é infantes, y cuyos sujetos estaban en el secre-
to, hallarse monsieur de Beauharnais pronto á entrar en relaciones con
quien su Alteza indicase. Dudóse si la propuesta encubria ó no engaño;
y para asegurarse unos y otros, convínose en una pregunta y seña que re-
cíprocamente se harian en la córte el Príncipe y el Embajador. Cercio-
rados de no haber falsedad, y escogido Escóiquiz para tratar, presentó
á éste en casa de dicho Embajador el Duque del Infantado, con pretex-
to de regalarle un ejemplar de su poema sobre la conquista de Méjico.
Entablado conocimiento entre monsieur de Beauharnais y el maestro del
Príncipe, avistáronse un dia de los de Julio, y á las dos de la tarde, en el
Retiro. La hora, el sitio y lo caluroso de la estacion les daba seguridad
de no ser notados.




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Hablaron allí sosegadamente del estado de España y Francia, de la
utilidad para ambas naciones de afianzar su alianza en vínculos de fa-
milia, y por consiguiente, de la conveniencia de enlazar al príncipe Fer-
nando con una princesa de la sangre imperial de Napoleon. El Emba-
jador convino con Escóiquiz en los más de los puntos, particularmente
en el último, quedando en darle posterior y categórica contestacion. Si-
guiéronse á este paso otros más ó ménos directos, pero que nada tuvie-
ron de importante hasta que en 30 de Setiembre escribió M. de Beauhar-
nais una carta á Escóiquiz, en la que, rayando las expresiones de que no
bastaban cosas vagas, sino que se necesitaba una segura prenda (une ga-
rantie), daba por lo mismo á entender que aquéllas salian de boca de su
amo. Movido de esta insinuacion, se dirigió el Príncipe de Astúrias, en
11 de Octubre, al Emperador frances, en términos que, segun verémos
muy luégo, hubiera podido resultar grave cargo contra su persona.


Hasta aquí llegaron los tratos del embajador Beauharnais con D.
Juan Escóiquiz, cuyo principal objeto se enderezaba á arreglar la union
del príncipe Fernando con una sobrina de la Emperatriz, ofrecida des-
pues al Duque de Aremberg. Todo da indicio de que el Embajador obró
segun instrucciones de su amo; y si bien es verdad que éste desconoció
como suyos los procedimientos de aquél, no es probable que se hubiera
M. de Beauharnais expuesto con soberano tan poco sufrido á dar pasos
de tamaña importancia sin prévia autorizacion. Pudo quizá excederse;
quizá el interes de familia le llevó á proponer para esposa una persona
con quien tenía deudo; pero que la negociacion tomó orígen en París lo
acredita el haber despues sostenido el Emperador á su representante.


Sin embargo, tales pláticas tenian más bien traza de entretenimiento
que de séria y deliberada determinacion. Íbale mejor al arrebatado tem-
ple de Napoleon, buscar por violencia ó por malas artes el cumplimien-
to de lo que su política ó su ambicion le sugeria. Así fué que para remo-
ver estorbos é irse preparando á la ejecucion de sus proyectos, de nuevo
pidió al gobierno español auxilio de tropas; y conformándose Cárlos IV
con la voluntad de su aliado, decidió en Marzo de 1807 que una division,
unida con la que estaba en Toscana, y componiendo juntas un cuerpo de
14.000 hombres, se dirigiese al norte de Europa (7). De este modo men-
guaban cada dia en España los recursos y medios de resistencia.


(7) Estado de los regimientos que componían la expedicion de tropas españolas al man-
do del teniente general Marqués de la Romana, destinada á formar un cuerpo de observa-
cion hácia el país de Hannóver.




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Entre tanto Napoleon, habiendo continuado con feliz progreso la
campaña emprendida contra las armas combinadas de Prusia y Rusia,
habia en 8 de Julio siguiente concluido la paz en Tilsit. Algunos se han
figurado que se concertaron allí ambos emperadores ruso y frances acer-
ca de asuntos secretos y arduos, siendo uno entre ellos el de dejar á la
libre facultad del último la suerte de España. Hemos consultado en ma-
teria tan grave respetables personajes, y que tuvieron principal parte en
aquellas conferencias y tratos. Sin interes en ocultar la verdad, y léjos
ya del tiempo en que ocurrieron, han respondido á nuestras preguntas
que no se habia entónces hablado sino vagamente de asuntos de España;
y que tan sólo Napoleon, quejándose con acrimonia de la proclama del
Príncipe de la Paz, añadía á veces que los españoles, luégo que le veian
ocupado en otra parte, mudaban de lenguaje y le inquietaban.


Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que con la paz, asegurado Napo-
leon de la Rusia, á lo ménos por de pronto, pudo, con más desahogo, vol-
ver hácia el Mediodía los inquietos ojos de su desapoderada ambicion.
Pensó desde luégo disfrazar sus intentos con la necesidad de extender á
todas partes el sistema continental (cuyas bases habia echado en su de-
creto de Berlin, de Febrero del mismo año), y de arrancar la Inglaterra
á su antiguo y fiel aliado el Rey de Portugal. Era, en efecto, muy impor-
tante para cualquiera tentativa ó plan contra la Península someter á su
dominio á Lisboa, alejar á los ingleses de los puertos de aquella costa, y
tener un pretexto, al parecer plausible, con que poder internar en el co-
razon de España numerosas fuerzas.


Deberán salir de España por la parte de Irún los cuerpos siguientes: infantería de lí-
nea, tercer batallon de Guadalajara, 778 hombres; regimiento de Astúrias, 2.332; primero
y segundo batallon de la Princesa, 1.554; infantería ligera, primer batallon de Barcelona,
1.245 plazas; caballería de línea, Rey, 670 hombres y 540 caballos; Infante, Id., id.


Por la parte de la Junquera: infantería de línea, tercer batallon de la Princesa, 778
plazas; dragones, Almansa, 670 hombres y 540 caballos; Lusitana, id., id.; artillería, un
tren de campaña de 25 piezas y el ganado de tiro correspondiente, 270 hombres zapado-
res minadores, una compañía, 127 hombres.


Existentes en Etruria, y que constituyen parte de la expedicion: infantería de línea,
regimiento de Zamora, 969 plazas; primero y segundo batallon de Guadalajara, 996; in-
fantería ligera, primer batallon de Cataluña, 1.042 hombres; caballería, Algarbe, 624
hombres y 406 caballos; dragones, Villaviciosa, 634 hombres y 393 caballos.


Total, 14.019 hombres y 2.859 caballos.— Id. plazas agregadas, 2.216 hombres y
241 caballos.— Madrid, 4 de Marzo do 1807.


NOTA. No se expresan las plazas agregadas de cada cuerpo, aunque si el total de las
que deben ser.




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Para dar principio á su empresa promovió muy particularmente las
negociaciones entabladas con Izquierdo, y á la sombra de aquéllas y del
tratado que se discutia, empezó en Agosto de 1807 á juntar en Bayona
un ejército de 25.000 hombres, con el titulo de cuerpo de observacion
de la Gironda, nombre con que cautelosamente embozaba el gobierno
frances sus hostiles miras contra la península española. Dióse el mando
de aquella fuerza á Junot, quien, embajador en Portugal en 1805, había
desamparado la pacífica mision para acompañar á su caudillo en atrevi-
das y militares empresas. Ahora se preparaba á dar la vuelta á Lisboa,
no ya para ocupar su antiguo puesto, sino más bien para arrojar del tro-
no á una familia augusta, que le habia honrado con las insignias de la ór-
den de Cristo.


Aunque no sea de nuestro propósito entrar en una relacion circuns-
tanciada de los graves acontecimientos que van á ocurrir en Portugal, no
podemos ménos de darles aquí algun lugar, como tan unidos y conexos
con los de España. En París se examinaba con Izquierdo el modo de par-
tir y distribuirse aquel reino, y para que todo estuviese pronto el dia de
la conclusion del tratado, ademas de la reunion de tropas á la falda del
Pirineo, se dispuso que negociaciones seguidas en Lisboa abriesen el
camino á la ejecucion de los planes en que conviniesen ambas potencias
contratantes. Comenzóse la urdida trama por notas que en 12 de Agos-
to pasaron el encargado de negocios frances Mr. de Rayneval y el emba-
jador de España, Conde de Campo-Alange. Decian en ellas que tenian
la órden de pedir sus pasaportes, y declarar la guerra á Portugal, si para
el 1.º de Setiembre próximo el Príncipe Regente no hubiese manifesta-
do la resolucion de romper con la Inglaterra y de unir sus escuadras con
las otras del continente para que juntas obrasen contra el comun enemi-
go, se exigia ademas la confiscacion de todas las mercancías proceden-
tes de origen británico, y la detencion, como rehenes, de los súbditos de
aquella nacion. El Príncipe Regente, de acuerdo con Inglaterra, respon-
dió que estaba pronto á cerrar los puertos á los ingleses y á interrumpir
toda correspondencia con su antiguo aliado; mas que en medio de la paz
confiscar todas las mercancías británicas, y prender á extranjeros tran-
quilos, eran providencias opuestas á los principios de justicia y mode-
racion, que le habian siempre dirigido. Los representantes de España y
Francia, no habiendo alcanzado lo que pedian (resultado conforme á las
verdaderas intenciones de sus respectivas córtes), partieron de Lisboa
ántes de comenzarse Octubre, y su salida fué el preludio de la invasion.


Todavía no estaban concluidas las negociaciones con Izquierdo; to-




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davía no se habia cerrado trato alguno, cuando Napoleon, impaciente,
lleno del encendido deseo de empezar su proyectada empresa, é infor-
mado de la partida de los embajadores, dió órden á Junot para que en-
trase en España, y el 18 de Octubre cruzó el Bidasoa la primera division
francesa, á las órdenes del general Delaborde; época memorable, prin-
cipio del tropel de males y desgracias, de perfidias y heroicos hechos
que sucesivamente nos va á desdoblar la historia. Pasada la primera di-
vision, la siguieron la segunda y la tercera, mandadas por los generales
Loison y Travot, con la caballería, cuyo jefe era el general Kellerman.
En Irun tuvo órden de recibir y obsequiar á Junot don Pedro Rodriguez
de la Buria; encargo que ya habia desempeñado en la otra guerra con
Portugal. Las tropas francesas se encaminaron por Búrgos y Valladolid
hácia Salamanca, á cuya ciudad llegaron veinte y cinco dias despues de
haber entrado en España. Por todas partes fueron festejadas y bien re-
cibidas, y muy léjos estaban de imaginarse los solícitos moradores del
tránsito la ingrata correspondencia con que iba á pagárseles tan esmera-
da y agasajadora hospitalidad.


Tocaron, miéntras tanto, á su cumplido término las negociaciones
que andaban en Francia, y el 27 de Octubre, en Fontainebleau se firmó
entre don Eugenio Izquierdo y el general Duroc, gran mariscal de pa-
lacio del Emperador frances, un tratado (8) compuesto de catorce artí-


(8) Tratado secreto entre el Rey de España y el Emperador de los franceses, relativo á
la suerte futura del Portugal.


Napoleon, emperador de las franceses, etc. Habiendo visto y examinado el tratado
concluido, arreglado y firmado en Fontainebleau, á 27 de Octubre de 1807, por el general
de division Miguel Duroc, gran mariscal de nuestro palacio, etc., en virtud de los plenos
poderes que le hemos conferido á este efecto, con D. Eugenio Izquierdo, consejero hono-
rario de Estado y de Guerra de S. M. el Rey de España, igualmente autorizado con plenos
poderes de su soberano, de cuyo tratado es el tenor como sigue:


S. M. el Emperador de los franceses y S. M. el Rey de España, queriendo arreglar de
comun acuerdo los intereses de los dos estados, y determinar la suerte futura de Portu-
gal de un modo que concilie la politica de los dos países, han nombrado por sus ministros
plenipotenciarios, á saber: S. M. el Emperador de los franceses al general Duroc, y S. M.
el Rey de España á D. Eugenio Izquierdo, los cuales, despues de haber cangeado sus ple-
nos poderes, se han convenido en lo que sigue:


1.º La provincia de Entre-Duero-y-Miño, con la ciudad de Oporto, se dará en toda
propiedad y soberanía á S. M. el Rey de Etruria, con el título de rey de la Lusitana sep-
tentrional.


2.º La provincia del Alentejo y el reino de los Algarbes se darán en toda propiedad y
soberanía al Príncipe de la Paz, para que las disfrute con el titulo de príncipe de los Al-
garbes.




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culos, con una convencion aneja, comprensiva de otros siete. Por estos
conciertos se trataba á Portugal del modo como ántes otras potencias ha-


3.º Las provincias de Beira, Tras-los-Montes y la Extremadura portuguesa quedarán
en depósito hasta la paz general para disponer de ellas segun las circunstacias y confor-
me á lo que se convenga entre las dos altas partes contratantes.


4.º El reino de la Lusitania septentrional será poseido por los descendientes de S. M.
el Rey de Etruria hereditariamente, y siguiendo las leyes que están en uso en la familia
reinante de S. M. el Rey de España.


5.º El principado de los Algarbes será poseido por los descendientes del Príncipe de
la Paz hereditariamente, siguiendo las reglas del articulo anterior.


6.º En defecto de descendientes ó herederos legítimos del Rey de la Lusitania sep-
tentrional ó del Príncipe de los Algarbes, estos países se darán por investidura por S. M.
el Rey de España, sin que jamas puedan ser reunidas bajo una misma cabeza ó á la co-
rona de España.


7.º El reino de la Lusitana septentrional y el principado de los Algarbes reconocerán
por protector á S. M. el Rey de España, y en ningun caso los soberanos de estos paises po-
drán hacer ni la paz ni la guerra sin su consentimiento.


8.º En el caso en que las provincias de Beira, Tras-los-Montes y la Extremadura por-
tuguesa, tenidas en secuestro, fuesen devueltas, á la paz general, á la casa de Braganza
en cambio de Gibraltar, la Trinidad y otras colonias que los ingleses han conquistado so-
bre la España y sus aliados, el nuevo soberano de estas provincias tendria con respecto á
S. M. el Rey de España los mismos vínculos que el Rey de la Lusitana septentrional y el
Príncipe de los Algarbes, y serán poseidas por aquél bajo las mismas condiciones.


9.º S. M. el Rey de Etruria cede en toda su propiedad y soberanía el reino de Etruria
á S. M. el Emperador de los franceses.


10. Cuando se efectúe la ocupacion definitiva de las provincias de Portugal, los dife-
rentes príncipes que deben poseerlas nombrarán de acuerdo comisarios para fijar sus lí-
mites naturales.


11. S. M. el Emperador de los franceses sale garante á S. M. el rey de España de la
posesion de sus estados; del continente de Europa situados al mediodía de los Pirineos.


12. S. M. el Emperador do los franceses se obliga á reconocer á S. M. el Rey de Es-
paña como emperador de las dos Américas cuando todo esté preparado para que S. M.
pueda tomar ese titulo, lo que podrá ser, ó bien á la paz general, ó á más tardar dentro de
tres años.


13. Las dos altas partes contratantes se entenderán para hacer un repartimiento igual
de las islas, colonias y otras propiedades ultramarinas del Portugal.


14. El presente tratado quedará secreto, será ratificado, y las ratificaciones serán
canjeadas en Madrid veinte días á más tardar despues del dia en que se ha firmado.


Fecho en Fontainebleau á 27 de Octubre de 1807.— Duroc.— Izquierdo.
Hemos aprobado y aprobamos el precedente tratado en todos y en cada uno de los artí-


culos contenidos en él; declaramos que está aceptado, ratificado y confirmado, y promete-
mos que será observado inviolablemente. En fe de lo cual hemos dado la presente, firmada
de nuestra mano, refrendada y sellada con nuestro sello imperial, en Fontainebleau, á 29
de Octubre de 1807.—Firmado. —Napoleon.— El ministro de Relaciones exteriores.—
Champagny.— Por el Emperador, el Ministro secretario de Estado, Hugo Maret.




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bian dispuesto de la Polonia, con la diferencia de que entónces fueron
iguales y poderosos los gobiernos que entre sí se acordaron, y en Fon-
tainebleau tan desemejantes y desproporcionados, que al llegar al cum-
plimiento de lo pactado, repitiéndose la conocida fábula del leon y sus
partijas, dejóse á España sin nada, y del todo quiso hacerse dueño su in-
saciable aliado. Se estipulaba por el tratado que la provincia de Entre-
Duero-y-Miño se daria en toda propiedad y soberanía, con título de Lu-
sitania septentrional, al Rey de Etruria y sus descendientes, quien, á su
vez, cederia, en los mismos términos, dicho reino de Etruria al Empe-
rador de los franceses; que los Algarbes y el Alentejo igualmente se en-
tregarían en toda propiedad y soberanía al Príncipe de la Paz, con la de-
nominacion de príncipe de les Algarbes, y que las provincias de Beira,
Tras-los-Montes y Extremadura portuguesa quedarian como en secues-


Convencion anexo al tratado anterior, aprobada y ratificada en los mismos términos.
Articulo 1.º Un cuerpo de tropas imperiales francesas, de 25.000 hombres de infan-


teria y 3.000 de caballería, entrará en España y marchará en derechura á Lisboa; se re-
unirá á este cuerpo otro de 8.000 hombres de infantería y 3.000 de caballería de tropas
españolas con 30 piezas de artillería.


2.º Al mismo tiempo una division de tropas españolas de 10.000 hombres tomará po-
sesion de la provincia de Entre-Duero-y-Miño y de la ciudad de Oporto; y otra division de
6.000 hombres, compuesta igualmente de tropas españolas, tomará posesion de la provin-
cia del Alentejo y del reino de los Algarbes.


3.º Las tropas francesas serán alimentadas y mantenidas por la España y sus sueldos
pagados por la Francia durante todo el tiempo de su tránsito por España.


4.º Desde el momento en que las tropas combinadas hayan entrado en Portugal, las
provincias de Beira, Tras-los-Montes y la Extremadura portuguesa (que deben quedar se-
cuestradas) serán administradas y gobernadas por el general comandante de las tropas
francesas, y las contribuciones que se les impondrán quedarán á beneficio de la Francia.
Las provincias que deben formar el reino de la Lusitania septentrional y el principado de
los Algarbes serán ministradas y gobernadas por los generales comandantes de las divi-
siones españolas que entrarán en ellas, y las contribuciones que se les impondrán queda-
rán á beneficio de la España.


5.º El cuerpo del centro estará bajo las órdenes de los comandantes de las tropas
francesas, y á él estarán sometidas las tropas españolas que se reunan á aquéllas; sin em-
bargo, si el Rey de España ó el Príncipe de la Paz juzgaren conveniente trasladarse á es-
te cuerpo de ejército, el general comandante de las tropas francesas y estas mismas esta-
rán bajo sus órdenes.


6.º Un nuevo cuerpo de 40.000 hombres de tropas francesas se reunirá en Bayona á
más tardar el 20 de Noviembre próximo para estar pronto á entrar en España para trans-
ferirse á Portugal en el caso de que los ingleses enviasen refuerzos y amenazasen atacar-
lo. Este nuevo cuerpo no entrará, sin embargo, en España hasta que las dos altas poten-
cias contratantes se hayan puesto de acuerdo á este efecto.


7.º La presente convencion será ratificada, etc.




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tro hasta la paz general, en cuyo tiempo podrian ser cambiadas por Gi-
braltar, la Trinidad ó alguna otra colonia de las conquistadas por los in-
gleses; que el Emperador de los franceses saldria garante á Su Majestad
Católica de la posesion de sus estados de Europa al mediodía de los Pi-
rineos, y le reconoceria como emperador de ambas Américas á la con-
clusion de la paz general, ó á más tardar dentro de tres años. La con-
vencion que acompañaba al tratado circunstanciaba el modo de llevar
á efecto lo estipulado en el mismo: 25.000 hombres de infantería fran-
cesa y 3.000 de caballería habian de entrar en España, y reuniéndose
á ellos 8.000 infantes españoles y 3.000 caballos, marchar en derechu-
ra á Lisboa, á las órdenes ambos cuerpos del general frances, excep-
tuándose solamente el caso en que el Rey de España ó el Príncipe de
la Paz fuesen al sitio en que las tropas aliadas se encontrasen, pues en-
tónces á éstos se cederia el mando. Las provincias de Beira, Tras-los-
Montes y Extremadura portuguesa debian ser administradas y exigírse-
les las contribuciones en favor y utilidad de Francia. Y al mismo tiempo
que una division de 10.000 hombres de tropas españolas tornase pose-
sion de la provincia de Entre-Duero-y-Miño, con la ciudad de Oporto,
otra de 6.000 de la misma nacion ocuparia el Alentejo y los Algarbes, y
así aquella primera provincia como las últimas habian de quedar á car-
go, para su gobierno y adininistracion, de los generales españoles. Las
tropas francesas, alimentadas por España durante el tránsito, debian co-
brar sus pagas de Francia. Finalmente se convenía en que un cuerpo de
40.000 hombres se reuniese en Bayona el 20 de Noviembre, el cual mar-
charía contra Portugal en caso de necesidad, y precedido el consenti-
miento de ambas potencias contratantes.


En la conclusion de este tratado Napoleon, al paso que buscaba el
medio de apoderarse de Portugal, nuevamente separaba de España otra
parte considerable de tropas, como ántes habia alejado las que fueron al
Norte, é introducia sin ruido y solapadamente las fuerzas necesarias á la
ejecucion de sus ulteriores y todavía ocultos planes, y lisonjeando la in-
moderada ambicion del privado español, le adormecia y le enredaba en
sus lazos, temeroso de que, desengañado á tiempo y volviendo de su des-
lumbrado encanto, quisiera acudir al remedio de la ruina que le amena-
zaba. Ansioso el Príncipe de la Paz de evitar los vaivenes de la fortuna,
aprobaba convenios que hasta cierto punto le guarecian de las persecu-
ciones del gobierno español en cualquiera mudanza. Quizá veia tambien
en la compendiosa soberanía de los Algarbes el primer escalon para su-
bir á trono más elevado. Mucho se volvió á hablar en aquel tiempo del




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criminal proyecto que años atras se aseguraba haber concebido María
Luisa, arrastrada de su ciega pasion, contando con el apoyo del favorito.
Y no cabe duda que, acerca de variar de dinastía, se tanteó á várias per-
sonas, llegando á punto de buscar amigos y parciales sin disfraz ni rebo-
zo. Entre los solicitados fué uno el coronel de Pavía, D. Tomas de Jáure-
gui, á quien descaradamente tocó tan delicado asunto D. Diego Godoy;
no faltaron otros que igualmente le promovieron. Mas los sucesos, agol-
pándose de tropel, convirtieron en humo los ideados é impróvidos inten-
tos de la ciega ambicion.


Tal era el deseado remate á que habian llegado las negociaciones de
Izquierdo, y tal habia sido el principio de la entrada de las tropas france-
sas en la Península, cuando un acontecimiento con señales de suma gra-
vedad fijó en aquéllos dias la atencion de toda España.


Vivia el Príncipe de Asturias alejado de los negocios, y solo, sin in-
flujo ni poder alguno, pasaba tristemente los mejores años de su moce-
dad sujeto á la monótona y severa etiqueta de palacio. Aumentábase su
recogimiento por los temores que infundia su persona á los que entón-
ces dirigian la monarquía; se observaba su conducta, y hasta los más
inocentes pasos eran atentamente acechados. Prorumpia el Príncipe en
amargas quejas, y sus expresiones solian á veces ser algun tanto des-
compuestas. A ejemplo suyo, los criados de su cuarto hablaban con más
desenvoltura de lo que era conveniente, y repetidos, áun quizá altera-
dos al pasar de boca en boca, aquellos dichos y conversaciones avivaron
más y más el ódio de sus irreconciliables enemigos. No bastaba, sin em-
bargo, tan ligero proceder para empezar una informacion judicial; sola-
mente dió ocasion á nuevo cuidado y vigilancia. Redoblados uno y otra,
al fin se notó que el Príncipe secretamente recibia cartas; que muy ocu-
pado en escribir, velaba por las noches, y que en su semblante daba in-
dicio de meditar algun importante asunto. Era suficiente cualquiera de
aquellas sospechas para despertar el interesado celo de los asalariados
que le rodeaban, y una dama de la servidumbre de la Reina le dió aviso
de la misteriosa y extraña vida que traia su hijo. No tardó el Rey en es-
tar advertido, y estimulado por su esposa, dispuso que se recogiesen to-
dos los papeles del desprevenido Fernando. Así se ejecutó, y al dia si-
guiente 29 de Octubre, á las seis y media de la noche, convocados en el
cuarto de S. M. los ministros del Despacho y D. Arias Mon, gobernador
interino del Consejo, compareció el Príncipe, se le sometió á un interro-
gatorio, y se le exigieron explicaciones sobre el contenido de los papeles
aprehendidos. En seguida su augusto padre, acompañado de los mismos




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ministros y gobernador, con grande aparato y al frente de su guardia, le
llevó á su habitacion, en donde, despues de haberle pedido la espada, le
mandó que quedase preso, puestas centinelas para su custodia; su servi-
dumbre fué igualmente arrestada.


Al ver la solemnidad y áun semejanza del acto, hubiera podido ima-
ginarse el atónito espectador que en las lúgubres y suntuosas bóvedas
del Escorial iba á renovarse la deplorable y trágica escena que en el al-
cázar de Madrid habla dado al orbe el sombrío Felipe II; pero otros eran
los tiempos, otros los actores y muy otra la situacion de España.


Se componían los papeles hasta entónces aprehendidos al Príncipe
(9), de un cuadernillo escrito de su puño, de algo más de doce hojas, de
otro de cinco y media, de una carta de letra disfrazada y sin firma, fe-
cha en Talavera á 18 de Marzo, y reconocida despues por de Escóiquiz,
de cifra y clave para la correspondencia entre ambos, y de medio plie-
go de números, cifras y nombres que en otro tiempo habian servido para
la comunicacion secreta de la difunta Princesa de Astúrias con la Rei-
na de Nápoles, su madre. Era el cuadernillo de las doce hojas una ex-
posición al Rey, en la que, despues de trazar con colores vivos la vida y
principales hechos del Príncipe de la Paz, se le acusaba de graves de-
litos, sospechándole del horrendo intento de querer subir al trono y de
acabar con el Rey y toda la real familia. Tambien hablaba Fernando de
sus persecuciones personales, mencionando, entre otras cosas, el haber-
le alejado del lado del Rey, sin permitirle ir con él á caza ni asistir al
despacho. Se proponian como medios de evitar el cumplimiento de los
criminales proyectos del favorito, dar al Príncipe heredero facultad pa-
ra arreglarlo todo, á fin de prender al acusado y confinarle en un casti-
llo. Igualmente se pedia el embargo de parte de sus bienes, la prision
de sus criados, de doña Josefa Tudó y otros sujetos, segun se dispusiese
en decretos que el mismo Príncipe presentaria á la aprobacion de su pa-
dre. Indicábase como medida prévia, y para que el rey Cárlos examina-
se la justicia de las quejas, una batida en el Pardo ó Casa de Campo, en
que acudiese el Príncipe, y en donde se oirian los informes de las per-


(9) Hemos visto las más de las piezas que obraron en este proceso. Decimos las más,
porque como el original ha rodado por tantas manos y personas de intereses encontrados,
no seria extraño que se hubiesen extraviado algunos documentos ó alterado otros. Dicho
proceso paraba en poder de D. Mariano Luis de Urquijo, y á su muerte, acaecida en Pa-
ris en 1817, pasó al del Marqués de Almenara. No sabemos si éste lo conserva aún, ó si
lo ha entregado al rey Fernando VII.




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sonas que nombrase S. M., con tal que no estuviesen presentes la Rei-
na ni Godoy; asimismo se suplicaba que llegado el momento de la pri-
sion del valido, no se separase el padre del lado de su hijo, para que los
primeros ímpetus del sentimiento de la Reina no alterasen la determi-
nacion de S. M.; concluyendo con rogarle encarecidamente que en ca-
so de no acceder á su peticion, lo guardase secreto, pudiendo su vida, si
se descubriese el paso que habia dado, correr inminente riesgo. El pa-
pel de cinco hojas y la carta eran, como la anterior, obra de Escóiquiz; se
insistia en los mismos negocios, y tratando de oponerse al enlace ántes
propuesto con la hermana de la Princesa de la Paz, se insinuaba el modo
de llevar á cabo el deseado casamiento con una parienta del Emperador
de los franceses. Se usaban nombres fingidos, y suponiéndose ser conse-
jos de un fraile, no era extraño que mezclando lo sagrado con lo profano
se recomendase ante todo, como así se hacia, implorar la divina asisten-
cia de la Vírgen. En aquellas instrucciones tambien se trataba de que el
Príncipe se dirigiese á su madre, interesándola como reina y como mu-
jer, cuyo amor propio se hallaba ofendido con los ingratos desvíos de su
predilecto favorito. En el concebir de tan desvariada intriga ya despun-
ta aquella sencilla credulidad y ambicioso desasosiego, de que nos dará
desgraciadamente, en el curso de esta Historia, sobradas pruebas el ca-
nónigo Escóiquiz. En efecto, admira cómo pensó que un príncipe mozo
é inexperto habia de tener más cabida en el pecho de su augusto padre
que una esposa y un valido, dueños absolutos por hábito y aficion del pe-
rezoso ánimo de tan débil monarca. Mas de los papeles cogidos al Prín-
cipe, si bien se advertia, al examinarlos, grande anhelo por alcanzar el
mando y por intervenir en los negocios del gobierno, no resultaba pro-
yecto alguno formal de destronar al Rey, ni ménos el atroz crímen de un
hijo que intenta quitar la vida á su padre. A pesar de eso, fueron causa
de que se publicase el famoso decreto de 30 de Octubre, que, como im-
portante, lo insertarémos á la letra. Decía pues: «Dios, que vela sobre
las criaturas, no permite la ejecucion de hechos atroces cuando las víc-
timas son inocentes. Así me ha librado su omnipotencia de la más inau-
dita catástrofe. Mi pueblo, mis vasallos todos conocen muy bien mi cris-
tiandad y mis costumbres arregladas; todos me aman y de todos recibo
pruebas de veneracion, cual exige el respeto de un padre amante de sus
hijos. Vivia yo persuadido de esta verdad, cuando una mano desconoci-
da me enseña y descubre el más enorme y el más inaudito plan que se
trazaba en mi mismo palacio contra mi persona. La vida mía, que tantas
veces ha estado en riesgo, era ya una carga para mi sucesor, que preocu-




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pado, y obcecado y enajenado de todos los principios de cristiandad que
le enseñó mi paternal cuidado y amor, habia admitido un plan para des-
tronarme. Entónces yo quise indagar por mi la verdad del hecho, y sor-
prendiéndole en su mismo cuarto, hallé en su poder la cifra de inteligen-
cia é instrucciones que recibia de los malvados. Convoqué al exámen á
mi gobernador interino del Consejo, para que asociado con otros minis-
tros practicasen las diligencias de indagacion. Todo se hizo, y de ella re-
sultan varios reos, cuya prision he decretado, así como el arresto de mi
hijo en su habitacion. Esta pena quedaba á las muchas que me afligen;
pero así como es la más dolorosa, es tambien la más importante de pur-
gar, é ínterin mando publicar el resultado, no quiero dejar de manifestar
á mis vasallos mi disgusto, que será menor con las muestras de su leal-
tad. Tendréislo entendido para que se circule en la forma conveniente.
En San Lorenzo, á 30 de Octubre de 1807.— Al gobernador interino del
Consejo.» Este decreto se aseguró despues que era de puño del Prínci-
pe de la Paz; así lo atestiguaron cuatro secretarios del Rey, mas no obra
original en el proceso.


Por el mismo tiempo escribió Cárlos IV al emperador Napoleon dán-
dole parte del acontecimiento del Escorial. En la carta, despues de in-
dicarle cuán particularmente se ocupaba en los medios de cooperar á la
destruccion del comun enemigo (así llamaba á los ingleses), y despues
de participarle cuán persuadido había estado hasta entónces de que to-
das las intrigas de la Reina de Nápoles (expresiones notables) se habian
sepultado con su hija, entraba á anunciarle la terrible novedad del dia.
No sólo le comunicaba el designio que suponia á su hijo de querer des-
tronarle, sino que añadia el nuevo y horrendo de haber maquinado con-
tra la vida de su madre, por cuyos enormes crímenes manifestaba el rey
Cárlos que debia el Príncipe heredero ser castigado, y revocada la ley
que le llamaba á suceder en el trono, poniendo en su lugar á uno de sus
hermanos; y por último, concluía aquel monarca pidiendo la asistencia
y consejo de S. M. I. La indicacion estampada en esta carta, de privar
á Fernando del derecho de sucesión, tal vez encubria miras ulteriores
del partido de Godoy y la Reina; desbaratadas, si las hubo, por obstácu-
los imprevistos, entre los cuales puede contarse una ocurrencia que, de-
biendo agravar la suerte del Príncipe y sus amigos si la recta imparcia-
lidad hubiera gobernado en la materia, fué la que salvó á todos ellos de
un funesto desenlace. Dieron ocasion á ella los temores del real preso y
el abatimiento en que le sumió su arresto.


El dia 30, á la una de la tarde, luégo que el Rey habia salido á caza,




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pasó el Príncipe un recado á la Reina para que se dignase ir á su cuar-
to, ó le permitiera que en el suyo le expusiese cosa del mayor interes: la
Reina se negó á uno y á otro; pero envió al Marqués Caballero, ministro
de Gracia y Justicia. Entónces bajo su firma declaró el Príncipe haber
dirigido, con fecha de 11 de Octubre, una carta (la misma de que hemos
hablado) al Emperador de los franceses, y haber expedido en favor del
Duque del Infantado un decreto, todo de su puño, con fecha en blanco y
sello negro, autorizándole para que tomase el mando de Castilla la Nue-
va luégo que falleciese su padre; declaró ademas ser Escóiquiz el autor
del papel copiado por S. A., y los medios de que se habian valido pa-
ra su correspondencia: hubo de resultas varios arrestos. En la carta re-
servada á Napoleon le manifestaba el Príncipe (10) «el aprecio y respe-


(10) Carta del príncipe de Astúrias, Fernando, al emperador Napoleon, en 11 de Oc-
tubre de 1807.


«Señor: El temor de incomodar á V. M. I. en medio de sus hazañas y grandes nego-
cios que lo ocupan sin cesar, me ha privado basta ahora de satisfacer directamente mis
deseos eficaces de manifestar á lo ménos por escrito los sentimientos de respeto, estima-
cion y afecto que tengo al héroe mayor que cuantos le han precedido, enviado por la Pro-
videncia para salvar la Europa del trastorno total que la amenazaba, para consolidar los
tronos vacilantes, y para dar á las naciones la paz y la felicidad.


» Las virtudes de V. M. I., su moderacion, su bondad áun con sus más injustos é im-
placables enemigos, todo, en fin, me hacia esperar que la expresion de estos sentimientos
sería recibida como efusion de un corazon lleno de admiracion y de amistad más sincera.


» El estado en que me hallo de mucho tiempo á esta parte, incapaz de ocultarse á la
grande penetracion de V. M., ha sido hasta hoy segundo obstáculo que ha contenido mi
pluma, preparada siempre á manifestar mis deseos. Pero lleno de esperanzas de hallar en
la magnanimidad de V. M. I. la proteccion más poderosa, me determino, no solamente á
testificar los sentimientos de mi corazon para con su augusta persona, sino á depositar los
secretos más íntimos en el pecho de V. M. como en el de un tierno padre.


»Yo soy bien infeliz de hallarme precisado, por circunstancias particulares, á ocul-
tar como si fuera crimen una accion tan justa y tan loable; pero tales suelen ser las conse-
cuencias funestas de un exceso de bondad, áun en los mejores reyes.


» Lleno de respeto y de amor filial para con mi padre (cuyo corazon es el más recto y
generoso), no me atrevería á decir sino á V. M. aquello que V. M. conoce mejor que yo; es-
to es, que es as mismas calidades suelen con frecuencia servir de instrumento á las per-
sonas astutas y malignas para confundir la verdad á los ojos del Soberano, por más propia
que sea esta virtud de caractéres semejantes al de mi respetable padre.


» Si los hombres que le rodean aquí le dejasen conocer á fondo el carácter de V. M.
I., como yo lo conozco, ¿con qué ánsias procuraria mi padre estrechar los nudos que de-
ben unir nuestas dos naciones? Y ¿habrá medio más proporcionado que rogar á V. M. I.
el honor de que me concediera por esposa una princesa de su augusta familia? Éste es el
deseo unánime de todos los vasallos de mi padre, y no dudo que tambien el suyo mismo
(á pesar de los esfuerzos de un corto número de malévolos) así que sepa las intenciones




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to que siempre habia tenido por su persona; le apellidaba héroe mayor
que cuantos le habian precedido; le pintaba la opresion en que le habian
puesto; el abuso que se hacia del corazon recto y generoso de su padre;
le pedia para esposa una princesa de su familia, rogándole que allana-
se las dificultades que se ofrecieran; y concluia con afirmarle que no ac-
cederia, ántes bien se opondria con invencible constancia, á cualquiera
casamiento, siempre que no precediese el consentimiento y aprobacion
positiva de S. M. I. y R.» Estas declaraciones espontáneas, en que tan
gravemente comprometía el Príncipe á sus amigos y parciales, perjudi-
cáronle en el concepto de algunos; su edad pasaba de los veintitres años,
y ya entónces mayor firmeza fuera de desear en quien habia de ceñirse
las sienes con corona de reinos tan dilatados. El decreto expedido en fa-
vor del Infantado hubiera por sí solo acarreado en otros tiempos la per-
dicion de todos los comprometidos en la causa; por nulas se hubieran
dado las disculpas alegadas, y el temor de la próxima muerte de Cárlos
IV y los recelos de las ambiciosas miras del valido, ántes bien se hubie-
ran tenido como agravantes indicios que admitídose como descargos de
la acusacion. Semejantes precauciones, de dudosa interpretacion áun
entre particulares, en los palacios son crímenes de Estado cuando no


de V. M. I. Esto es cuanto mi corazon apetece; pero no sucediendo así á los egoístas pér-
fidos que rodean á mi padre, y que pueden sorprenderlo por un momento, estoy lleno de
temores en este punto.


» Sólo el respeto de V. M. I. pudiera desconcertar sus planes, abriendo los ojos á mis
buenos y amados padres, y haciéndolos felices al mismo tiempo que á la nacion española
y á mi mismo. El mundo entero admirará cada día más la bondad de V. M. I., quien ten-
drá en mi persona el hijo más reconocido y afecto.


» Imploro, pues, con la mayor confianza la proteccion paternal de V. M. á fin de que
no solamente se digne concederme el honor de darme por esposa una princesa de su fami-
lia, sino allanar todas las dificultades y disipar todos los obstáculos que puedan oponerse
en este único objeto de mis deseos.


» Este esfuerzo de bondad de parte de V. M. I. es tanto más necesario para mi, cuan-
to yo no puedo hacer ninguno de mi parte, mediante á que se interpretaria insulto á la au-
toridad paternal, estando, como estoy, reducido á solo el arbitrio de resistir (y lo haré con
invencible constancia) mi casamiento con otra persona, sea la que fuere, sin el consenti-
miento y aprobacion positiva de V. M., de quien yo espero únicamente la eleccion de es-
posa para mí.


» Ésta es la felicidad que confío conseguir de V. M. I., rogando á Dios que guarde su
preciosa vida muchos eños. Escrito y firmado de mi propia mano y sellado con mi sello en
el Escorial, á 11 de Octubre de 1807.— De V. M. I. y R. su más afecto servidor y herma-
no.— FERNANDO. (Traduccion hecha por Llorente en sus Memorias, y sacada del original
inserto en el Monitor de 5 de Febrero de 1810.)




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llegan á cumplida ejecucion y acabamiento. Con más razon se hubiera
dado por tal la carta escrita á Napoleon; pero esta carta, en que un prín-
cipe, un español, á escondidas de su padre y soberano legítimo, se diri-
ge á otro extranjero, le pide su apoyo, la mano de una señora de su fami-
lia, y se obliga á no casarse en tiempo alguno sin su anuencia; esta carta
salvó á Fernando y á sus amigos.


No fué así en la causa de D. Cárlos de Viana: aquel príncipe, de edad
de cuarenta años, sabio y entendido, amigo de Ausias March, con dere-
cho inconcuso al reino de Navarra, creyó que no se excedia en dar por
si los primeros pasos para buscar la union con una infanta de Castilla.
Bastó tan ligero motivo para que el fiero D. Juan, su padre, le hiciese en
su segunda prision un cargo gravísimo por su inconsiderada conducta.
Probó D. Cárlos haber ántes declarado que no se casaria sin preceder la
aprobacion de su padre; ni áun entónces se amansó la orgullosa altivez
de D. Juan, que miraba la independencia y derechos de la corona atro-
pellados y ultrajados por los tratos de su hijo.


Ahora en la sometida y acobardada córte del Escorial, al oir que el
nombre de Napoleon andaba mezclado en las declaraciones del Prín-
cipe, todos se estremecieron y anhelaron poner término á tamaño com-
promiso, imaginándose que Fernando habia obrado de acuerdo con el
Soberano de Francia, y que habia osado con su arrimo meterse en la
arriesgada empresa. El poder inmenso de Napoleon, y las tropas que ha-
biendo empezado á entrar en España amenazaban de cerca á los que se
opusiesen á sus intentos, arredraron al generalísimo Godoy, y resolvió
cortar el comenzado proceso. Más y más debió confirmarle en su pro-
pósito un pliego que desde Paris (11), en 11 de Noviembre, le escribió


(11) Extracto del coloquio tenido por D. Eugenio Izquierdo con el ministro Champag-
ny. (LLORENTE, tomo III, núm 120.)


Mr. Champagny: No quiero meterme en cuestiones; me limito á decir á v. de Orden
del Emperador : 1.º Que pide muy de véras S. M. que por ningun motivo ni razon y ba-
jo ningun pretexto no se hable ni se publique en este negocio cosa que tenga alusion al
Emperador ni á su embajador en Madrid, y nada se actúe de que pueda resultar indi-
cio ni sospecha de que S. M. I. ni su embajador hayan sabido, entendido ni coadyuva-
do á cosa alguna interior de España. 2.º Que si no se ejecuta lo que acabo de decir, lo
mirará como una ofensa he ha directamente á su persona, que tiene (como V. sabe) me-
dios de vengarla, y que la vengará. 3.º Declara positivamente S. M. que jamas se ha
mezclado en cosas interiores de España, y aseguras solemnemente que jamas se mez-
clará; que nunca ha sido en pensamiento el que el Príncipe de Astúrias se casase con
una princesa, y mucho ménos con Mlle. Tascher de la Pa¿¿¿¿OJOJO???????erie, so-
brina de la Emperatriz, prometida há mucho tiempo al Duque de Aremberg; que no se




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Izquierdo. En él insertaba éste una conferencia que habia tenido con
Champagny, en la cual el ministro frances exigió, de órden del Empera-
dor, que por ningun motivo ni razon, y bajo ningun pretexto, se hablase
ni se publicase en este negocio cosa que tuviese alusion al Emperador ni
á su embajador. Vacilante todavía el ánimo de Napoleon sobre el modo
de ejecutar sus planes respecto de España, no quería aparecer á vista de
Europa partícipe en los acontecimientos del Escorial.


Antes de recibir el aviso de Izquierdo, le fué bastante al Príncipe de
la Paz saber las nuevas declaraciones del real preso para pasar al sitio
desde Madrid, en donde como amalado habia permanecido durante el
tiempo de la prision. Hacia resolucion, con su viaje, de cortar una cau-
sa cuyo giro presentaba un nuevo y desagradable semblante: vió á los re-
yes, se concertó con ellos, y ofreció arreglar asunto tan espinoso. Yendo,
pues, al cuarto del Príncipe, se le presentó como mediador, y le propu-
so que aplacase la cólera de sus augustos padres, pidiéndoles con arre-
pentimiento contrito el más sumiso perdon; para alcanzarle, indicó como
oportuno medio el que escribiese dos cartas, cuyos borradores llevaba
consigo. Fernando copió las cartas. Sus desgracias y el profundo ódio
que había contra Godoy no dejaron lugar á penosas reflexiones, y áun la
disculpa halló cabida en ánimos exclusivamente irritados contra el go-
bierno y manejos del favorito. Ambas cartas se publicaron con el decreto
de 5 de Noviembre, y por lo curioso é importante de aquellos documen-
tos, merecen que íntegramente aquí se inserten. «La voz de la naturale-
za (decia el decreto al Consejo) desarma el brazo de la venganza, y cuan-
do la inadvertencia reclama la piedad, no puede negarse á ello un padre
amoroso. Mi hijo ha declarado ya los autores del plan horrible que le ha-
bian hecho concebir unos malvados: todo lo ha manifestado en forma de
derecho, y todo consta con la escrupulosidad que exige la ley en tales
pruebas; su arrepentimiento y asombro le han dictado las representacio-
nes que me ha dirigido y siguen:


«Señor: Papá mío: He delinquido, he faltado á V. M. como rey y co-
mo padre; pero me arrepiento, y ofrezco á V. M. la obediencia más hu-


opondrá como tampoco se opuso cuando lo de Nápoles) á que el Rey de España case á
su hijo con quien tenga por acertado. 4º Mr. de Beanharnais no se entrometerá en asun-
tos interiores de España; pero S. M. I. no le retirará, y nada debe dejarse publicar ni es-
cribir de que pudiera inferirse cosa alguna contra este embajador. Y 5.º Que se lleven á
ejecucion estricta y prontamente los convenios ajustados el 27 de Octubre último; que
no haya pretexto para dejar de enviar las tropas prometidas; que en ningun punto fal-
ten, y que si faltan, S. M. mirará esta falta como una infraccion del convenio ajustado.




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milde.» Nada debia hacer sin noticia de V. M.; pero fuí sorprendido. He
delatado á los culpables, y pido á V. M. me perdone por haberle menti-
do la otra noche; permitiendo besar sus reales piés á su reconocido hijo,
FERNANDO.— San Lorenzo, 5 de Noviembre de 1807.»


» Señora: Mamá mía: Estoy muy arrepentido del grandísimo delito
que he cometido contra mis padres y reyes; y así con la mayor humildad
le pido á V. M. se digne interceder con papá para que permita ir á besar
sus reales piés á su reconocido hijo, FERNANDO. San Lorenzo, 5 de No-
viembre de 1807.»


» En vista de ellos, y á ruego de la Reina, mi amada esposa, perdono
á mi hijo, y le volveré á mi gracia cuando con su conducta me dé prue-
bas de una verdadera reforma en su frágil manejo; y mando que los mis-
mos jueces que han entendido en la causa desde su principio, la sigan,
permitiéndoles asociados si los necesitaren, y que concluida me consul-
ten la sentencia ajustada á la ley, segun fuesen la gravedad de delitos y
calidad de personas en quienes recaigan; teniendo por principio para la
formacion de cargos las respuestas dadas por el Príncipe á las demandas
que se le han hecho; pues todas están rubricadas y firmadas de mi pu-
ño, así como los papeles aprehendidos en sus mesas, escritos por su ma-
no; y esta providencia se comunique á mis consejos y tribunales, circu-
lándola á mis pueblos, para que reconozcan en ella mi piedad y justicia,
y alivien la afliccion y cuidado en que les puso mi primer decreto; pues
en él verán el riesgo de su soberano y padre, que como á hijos los ama,
y así me corresponden. Tendréislo entendido para su cumplimiento.—
San Lorenzo, 5 de Noviembre de 1807.»


Presentar á Fernando ante la Europa entera como príncipe débil y
culpado; desacreditarle en la opinion nacional, y perderle en el ánimo
de sus parciales; poner á salvo al embajador frances, y separar de todos
los incidentes de la causa á su gobierno, fué el principal intento que lle-
vó Godoy y su partido en la singular reconciliacion de padre é hijo. Al-
canzó hasta cierto punto su objeto; mas el público, aunque no enterado
á fondo, echaba á mala parte la solícita mediacion del privado, y el ódio
hácia su persona, en vez de mitigarse, tomó nuevo incremento.


Para la prosecucion de la causa contra los demas procesados, nom-
bró el Rey, en el dia 6, una junta, compuesta de D. Arias Mon, D. Se-
bastian de Torres y D. Domingo Campománes, del Consejo Real, y seña-
ló como secretario á D. Benito Arias Prada, alcalde de córte. El Marqués
Caballero, que en un principio se mostró riguroso, y tanto, que habiendo
manifestado delante de los reyes ser el Príncipe por siete capítulos reo de




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pena capital, obligó á la ofendida Reina á suplicarle que se acordase de
que el acusado era su hijo; el mismo Caballero arregló el modo de seguir
la causa, y descartar de ella todo lo que pudiera comprometer al Prín-
cipe y embajador frances; rasgo propio de su ruin condicion. Formada
la sumaria, fué elegido para fiscal de la causa D. Simon de Viegas, y se
agregaron á los referidos jueces, para dar la sentencia otros ocho conse-
jeros. El fiscal Viegas pidió que se impusiese la pena de traidores, seña-
lada por la ley de Partida, á D. Juan Escóiquiz y al Duque del Infantado,
y otras extraordinarias, por infidelidad en el ejercicio de sus empleos, al
Conde de Orgaz, Marqués de Ayerbe y otras personas de la servidumbre
del Príncipe de Astúrias. Continuó el proceso hasta Enero de 1808, en
cuyo dia 25 los jueces, no conformándose con la acusacion fiscal, absol-
vieron completamente y declararon libres de todo cargo á los persegui-
dos como reos. Sin embargo, el Rey por sí y gubernativamente confinó y
envió á conventos, fortalezas ó destierros á Escóiquiz y á los duques del
Infantado y de San Cárlos y á otros varios de los complicados en la cau-
sa: triste privilegio de toda potestad suprema que no halla en las leyes
justo límite á sus desafueros.


Tal fué el término del ruidoso y escandaloso proceso del Escorial.
Con dificultad se resguardarán de la severa censura de la posteridad los
que en él tomaron parte, los que le promovieron, los que le fallaron; en
una palabra, los acusados, los acusadores y los mismos jueces. Vemos
á un rey precipitarse á acusar en público, sin pruebas, á su hijo del ho-
rrendo crímen de querer destronarle, y ántes de que un detenido juicio
hubiese sellado con su fallo tamaña acusacion. Y para colmo de baldon
en medio de tanta flaqueza y aceleramiento, se nos presenta como án-
gel de paz y mediador para la concordia el malhadado favorito, principal
orígen de todos los males y desavenencias; consejero y autor del decre-
to de 30 de Octubre, comprometió con suma ligereza la alta dignidad del
Rey; promovedor de la concordia y del perdon pedido y alcanzado, qui-
so desconceptuar al hijo sin dar realce ni brillo á los sentimientos gene-
rosos de un apiadado padre. Fué tambien desusado, y podemos decir ile-
gal, el modo de proceder en la causa. Segun la sentencia, que con una
relacion preliminar se publicó al subir Fernando el trono, no se hizo mé-
rito en su formacion, ni de algunas de las declaraciones espontáneas del
Príncipe, ni de su carta á Napoleon, ni de las conferencias con el emba-
jador frances; á lo ménos así se infiere del definitivo fallo dado por el tri-
bunal. Difícil sería acertar con el motivo de tan extraño silencio, si no
nos lo hubieran ya explicado los temores que entónces infundia el nom-




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bre de Napoleon. Mas si la política descubre la causa del extraordinario
modo de proceder, no por eso queda intacta y pura la austera imparcia-
lidad de los magistrados; un proceso, despues de comenzado, no puede
amoldarse al antojo de un tribunal, ni descartarse á su arbitrio los do-
cumentos ó pruebas más importantes. Entre los jueces habia respeta-
bles varones, cuya integridad habia permanecido sin mancilla en el lar-
go espacio de una honrosa carrera, si bien hasta entónces negocios de
tal cuantía no se habian puesto en el crisol de su severa equidad. Fuese
equivocacion en su juicio, ó fuese más bien por razon de estado, lo cierto
es que en la prosecucion y término de la causa se apartaron de las reglas
de la justicia legal, y la ofrecieron al público manca y no cumplidamente
formada ni llevada á cabo. Se contaban tambien en el número de jueces
algunos amigos y favorecidos del privado, como lo era el fiscal Viegas.
Al ver que se separaron en su voto de la opinion de éste, aunque ya cir-
cunscrita á ciertas personas, hubo quien creyera que el nombre de Na-
poleon, y los temores de la nube que se levantaba en el Pirineo, pesaron
más en la flexible balanza de su justicia que los empeños de la antigua
amistad. Es de temer que su conciencia, perpleja con lo escabroso del
asunto y lo arduo de las circunstancias, no se haya visto bastantemente
desembarazada y cual convenia de aquel sobresalto que ya ántes se ha-
bia apoderado del blando y asustadizo ánimo de los cortesanos.


Esta discordia en la familia real, esta division en los que goberna-
ban, siempre perjudicial y dolorosa, lo era mucho más ahora, en que una
perfecta union debiera haber estrechado á todos para desconcertar las
siniestras miras del gabinete de Francia, y para imponerle con la íntima
concordia el debido respeto. Ciegos unos y otros, buscaron en él amis-
tad y arrimo; y desconociendo el peligro comun, le animaron con sus di-
sensiones á la prosecucion de falaces intentos; alucinamiento general á
los partidos, que no aspiran sino á cebar momentáneamente su saña, ol-
vidándose de que á veces con la ruina de su contrario, el mismo vence-
dor facilita y labra la suya propia.


Favorecido por la deplorable situacion del Gobierno español, fué el
frances adelante en su propósito, y confiado en ella, aceleró más bien
que detuvo la marcha de Junot hácia Portugal. Dejamos á aquel general
en Salamanca, adonde habia llegado en los primeros dias de Noviembre,
recibiendo de allí á poco órden de Napoleon para que no difiriese la con-
tinuacion ejecutiva de su empresa bajo pretexto alguno, ni áun por falta
de mantenimientos, pudiendo 20.000 hombres, segun decia, vivir por to-
das partes, áun en el desierto. Estimulado Junot con tan premioso man-




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dato, determinó tomar el camino más breve, sin reparar en los tropiezos
ni obstáculos de un terreno para él del todo desconocido, Salió el 12 de
Salamanca, y tomando la vuelta de Ciudad-Rodrigo y el puerto de Pe-
rales, llegó á Alcántara al cabo de cinco dias. Reunido allí con algunas
fuerzas españolas á las órdenes del general D. Juan Carrafa, atravesaron
los franceses el Erjas, rio fronterizo, y llegaron á Castello-Branco sin ha-
bérseles opuesto resistencia. Prosiguieron su marcha por aquel fragoso
país, y encontrándose con terreno tan quebrado y de caminos poco tri-
llados, quedaron bien pronto atras la artillería y los bagajes. Los pueblos
del tránsito, pobres y desprevenidos, no ofrecieron ni recursos ni abrigo
á las tropas invasoras, las que, acosadas por la necesidad y el hambre,
cometieron todo linaje de excesos contra moradores desacostumbrados
de largo tiempo á las calamidades de la guerra. Desgraciadamente los
españoles que iban en su compañía imitaron el mal ejemplo de sus alia-
dos, muy diverso del que les dieron las tropas que penetraron por Bada-
joz y Galicia, si bien es verdad que asistieron á éstas ménos motivos de
desórden é indisciplina.


La vanguardia llegó el 23 á Abrántes, distante veinte y cinco leguas
de Lisboa. Hasta entónces no había recibido el gobierno portugues avi-
so cierto de que los franceses hubieran pasado la frontera; inexplicable
descuido, pero propio de la dejadez y abandono con que eran goberna-
dos los pueblos de la península. Antes de esto, y verificada la salida de
los embajadores, habia el gabinete de Lisboa buscado algun medio de
acomodamiento, condescendiendo más y más con los deseos que aque-
llos habian mostrado á nombre de sus córtes; era el encontrarle tanto
más difícil, cuanto el mismo ministerio portugues estaba entre sí poco
acorde. Dos opiniones políticas le dividian: una de ellas, la de contraer
amistad y alianza con Francia, como medida la más propia para salvar la
actual dinastía y áun la independencia nacional; y otra, la de estrechar
los antiguos vínculos con la Inglaterra, pudiendo así levantar de los ma-
res allá un nuevo Portugal, si el de Europa tenía que someterse á la irre-
sistible fuerza del Emperador frances. Seguía la primera opinion el mi-
nistro Araujo, y contaba la segunda como principal cabeza al consejero
de Estado D. Rodrigo de Sousa Coutiño. Se inclinaba muy á las claras á
la última el Príncipe regente, si á ello no se oponía el bien de sus súb-
ditos y el interes de su familia. Despues de larga incertidumbre, se con-
vino, al fin, en adoptar ciertas medidas contemporizadoras, como si con
ellas se hubiera podido satisfacer á quien solamente deseaba simulados
motivos de usurpacion y conquista. Para ponerlas en ejecucion sin gran




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menoscabo de los intereses británicos, se dejó que tranquilamente diese
la vela el 18 de Octubre la factoría inglesa, la cual llevó á su bordo res-
petables familias extranjeras con cuantiosos caudales.


A pocos dias, el 22 del mismo mes, se publicó una proclama prohi-
biendo todo comercio y relacion con la Gran Bretaña y declarando que
S. M. F. accedia á la causa general del continente. Cuando se creia sa-
tisfacer algun tanto con esta manifestacion al gabinete de Francia, llegó
á Lisboa apresuradamente el embajador portugues en París, y dió aviso
de cómo habia encontrado en España el ejército imperial, dirigiéndose
á precipitadas marchas hácia la embocadura del Tajo. Azorados con la
nueva los ministros portugueses, vieron que nada podía ya bastar á con-
jurar la espantosa y amenazadora nube, sino la admision pura y senci-
lla de lo que España y Francia habian pedido en Agosto. Se mandaron,
pues, secuestrar todas las mercancías inglesas, y se pusieron bajo la vi-
gilancia pública los súbditos de aquella nacion residentes en Portugal.
La órden se ejecutó lentamente y sin gran rigor; mas obligó al embaja-
dor inglés, lord Strangford, á irse á bordo de la escuadra que cruzaba á
la entrada del puerto, á las órdenes de sir Sidney Smith. Muy duro fué
al Príncipe regente tener que tomar aquellas medidas: virtuoso y timora-
to, las creia contrarias á la debida proteccion, dispensada por anteriores
tratados á laboriosos y tranquilos extranjeros; la cruel necesidad pudo
sólo forzarle á desviarse de sus ajustados y severos principios. Aumen-
táronse los recelos y las zozobras con la repentina arribada á las riberas
del Tajo de una escuadra rusa, la cual, de vuelta del Archipiélago, fon-
deó en Lisboa, no habiendo permitido los ingleses al almirante Siniavin,
que la mandaba, entrar á invernar en Cádiz. Lo que fué obra del acaso
se atribuyó á plan premeditado y á conciertos entre Napoleon y el gabi-
nete de San Petersburgo.


Para dar mayor valor á lo acordado, el gobierno portugues despachó
á París, en calidad de embajador extraordinario, al Marqués de Marial-
va, con el objeto tambien de proponer el casamiento del Príncipe de Bei-
ra con una hija del gran Duque de Berg. Inútiles precauciones; los suce-
sos se precipitaron de manera que Marialva no llegó ni á pisar la tierra
de Francia.


Noticioso lord Strangford de la entrada en Abrántes del ejército fran-
ces, volvió á desembarcar, y reiterando al Príncipe regente los ofreci-
mientos más amistosos de parte de su antiguo aliado, le aconsejó que sin
tardanza se retirase al Brasil, en cuyos vastos dominios adquiriria nue-
vo lustre la esclarecida casa de Braganza. Don Rodrigo de Sousa Couti-




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ño apoyó el prudente dictámen del Embajador, y el 26 de Noviembre se
anunció al pueblo de Lisboa la resolución que la córte habia tomado de
trasladar su residencia á Rio-Janeiro hasta la conclusion de la paz ge-
neral. Sir Sidney Smith, célebre por su resistencia en San Juan de Acre,
quería poner á Lisboa en estado de defensa; pero este arranque, digno
del elevado pecho de un marino intrépido, si bien hubiera podido retar-
dar la marcha de Junot, y áun destruir su fatigado ejército, al fin hubiera
inútilmente causado la ruina de Lisboa, atendiendo á la profunda tran-
quilidad que todavía reinaba en derredor por todas partes.


El príncipe D. Juan nombró, ántes de su partida, un consejo de re-
gencia, compuesto de cinco personas, á cuyo frente estaba el Marqués
de Abrántes, con encargo de no dar al ejército frances ocasion de que-
ja, ni fundado motivo de que se alterase la buena armonía entre ambas
naciones. Se dispuso el embarco para el 27, y S. A. el Príncipe regen-
te, traspasado de dolor, salió del palacio de Ayuda, conmovido, trému-
lo y bañado en lágrimas su demudado rostro; el pueblo, colmándole de
bendiciones, le acompañaba en su justa y profunda afliccion. La Prince-
sa, su esposa, quien en los preparativos del viaje mostró aquel carácter
y varonil energía que en otras ocasiones ménos plausibles ha mostrado
en lo sucesivo, iba en un coche con sus tiernos hijos, y dió órdenes pa-
ra pasarlos á bordo y tomar otras convenientes disposiciones con presen-
cia de ánimo admirable. Al cabo de diez y seis años de retiro y demencia
apareció en público la Reina madre, y en medio del insensible desva-
río de su locura, quiso algunos instantes como volver á recobrar la razon
perdida. Molesto y lamentable espectáculo, con que quedaron rendidos
á profunda tristeza los fieles moradores de Lisboa: dudosos del porvenir,
olvidaban en parte la suerte que les aguardaba, dirigiendo al cielo fervo-
rosas plegarias por la salud y feliz viaje de la real familia. La inquietud
y desasosiego creció de punto al ver que por vientos contrarios la escua-
dra no salia del puerto.


Al fin el 29 dió la vela, y tan oportunamente, que á las diez de aque-
lla misma noche llegaron los franceses á Socaven, distante dos leguas de
Lisboa. Junot, desde su llegada á Abrántes, habia dado nueva forma á
la vanguardia de su desarreglado ejército, y habia tratado de superar los
obstáculos que con las grandes avenidas retardaban echar un puente pa-
ra pasar el Cécere. Antes que los ingenieros hubieran podido concluir
la emprendida obra, ordenó que en barcas cruzasen el rio parte de las
fuerzas de su mando, y con diligencia apresuró su marcha. Ahora ofre-
cia el país más recursos; pero á pesar de la fertilidad de los campos, de




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los muchos víveres que proporcionó Santaren, y de la mejor disciplina,
el número de soldados rezagados era tan considerable, que las delicio-
sas quintas de las orillas del Tajo y las solitarias granjas fueron entrega-
das al saco, y pilladas como lo habia sido el país que media entre Abrán-
tes y la frontera española.


Amaneció el 30, y vió Lisboa entrar por sus muros al invasor ex-
tranjero; dia de luto y desoladora afliccion: otros años lo habia sido de
festejos públicos y general regocijo, como víspera del dia en que Pin-
to Ribeiro y sus parciales, arrojando á los españoles, habián aclamado
y ensalzado á la casa de Braganza; época sin duda gloriosa para Portu-
gal, sumamente desgraciada para la union y prosperidad del conjunto de
los pueblos peninsulares. Seguia á Junot una tropa flaca y estropeada,
molida con las forzadas marchas, sin artillería y muy desprovista; mues-
tra poco ventajosa de las temidas huestes de Napoleon. Hasta la mis-
ma naturaleza pareció tomar parte en suceso tan importante, habiendo,
aunque ligeramente, temblado la tierra. Junot, arrebatado por su imagi-
nacion, y aprovechándose de este incidente, en tono gentílico y supersti-
cioso daba cuenta de su expedicion escribiendo al ministro Clarke: «Los
dioses se declaran en nuestro favor; lo vaticina el terremoto que, atesti-
guando su omnipotencia, no nos ha causado daño alguno.» Con más ra-
zon hubiera podido contemplar aquel fenómeno, graduándole de présago
anuncio de los males que amenazaban á los autores de la agresion injus-
ta de un estado independiente.


Conservó Junot por entónces la regencia que ántes de embarcarse
habia nombrado el Príncipe, pero agregando á ella al frances Hermann.
Sin contar mucho con la autoridad nacional, resolvió por sí imponer al
comercio de Lisboa un empréstito forzoso de dos millones de cruzados, y
confiscar todas las mercancías británicas, áun aquellas que eran consi-
deradas como de propiedad portuguesa. El cardenal Patriarca de Lisboa,
el Inquisidor general y otros prelados publicaron y circularon pastorales
en favor de la sumision y obediencia al nuevo gobierno; reprensibles ex-
hortos, aunque hayan sido dados por impulso é insinuaciones de Junot.
El pueblo, agitado, dió señales de mucho descontento cuando el 13 vió
que en el arsenal se enarbolaba la bandera extranjera en lugar de la por-
tuguesa. Apuró su sufrimiento la pomposa y magnífica revista que hubo
dos dias despues en la plaza del Rocío: allí dió el General en jefe gra-
cias á las tropas en nombre del Emperador, y al mismo tiempo se tremo-
ló en el castillo, con veinte y cinco cañonazos, repetidos por todos los
fuertes, la bandera francesa. Universal murmullo respondió á estas de-




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mostraciones del extranjero, y hubiérase seguido una terrible explosion,
si un hombre audaz hubiera osado acaudillar á la multitud conmovida.
La presencia de la fuerza armada contuvo el sentimiento de indignacion
que aparecía en los semblantes del numeroso concurso; sólo en la tarde,
con motivo de haber preso á un soldado de la policía portuguesa, se al-
borotó el populacho, quiso sacarle de entre las manos de los franceses,
y hubo de una y otra parte muertes y desgracias. El tumulto no se sose-
gó del todo hasta el dia siguiente por la mañana, en que se ocuparon las
plazas y puntos importantes con artillería y suficientes tropas.


Al comenzar Diciembre, no completa todavía su division, D. Francis-
co María Solano, marqués del Socorro, se apoderó sin oposicion de Yél-
bes, despues de haber consultado su comandante al gobierno de Lisboa.
Antes de entrar en Portugal había recomendado á sus tropas, por medio
de una proclama, la más severa disciplina; conservóse, en efecto, aun-
que obligado Socorro á poner en ejecucion las órdenes arbitrarias de Ju-
not, causaba á veces mucho disgusto en los habitantes, manifestando,
sin embargo, en todo lo que era compatible con sus instrucciones, desin-
teres y loable integridad. Al mismo tiempo, creyéndose dueño tranquilo
del país, empezó á querer transformar á Setúbal en otra Salento, ideando
reformas en que generalmente más bien mostraba buen deseo que pro-
fundos conocimientos de administracion y de hombre de estado. Sus ex-
periencias no fueron de larga duracion.


Por Tomar y Coimbra se dirigieron á Oporto algunos cuerpos de la
division de Carrafa, los que sirvieron para completar la del general D.
Francisco Taranco, quien por aquellos primeros dias de Diciembre cru-
zó el Miño con solos 6000 hombres, en lugar de los 10.000 que era el
contingente pedido; modelo de prudencia y cordura, mereció Taranco el
agradecimiento y los elogios de los habitantes de aquella provincia. El
portugues Accursio das Neves alaba en su historia la severa disciplina
del ejército, la moderacion y prudencia del general Taranco, y añade:
«El nombre de este general será pronunciado con eterno agradecimien-
to por los naturales, testigos de su dulzura é integridad; tan sincero en
sus promesas como Junot pérfido y falaz en las suyas.» Agrada oir el tes-
timonio honroso que por boca imparcial ha sido dado á un jefe bizarro,
amante de la justicia y de la disciplina militar, al tiempo que muy diver-
sas escenas se representaban lastimosamente en Lisboa.


Así iban las cosas de Portugal, entre tanto que Bonaparte, despues de
haberse detenido unos dias por las ocurrencias del Escorial, salió, al fin,
para Italia el 16 de Noviembre. Era uno de los objetos de su viaje poner




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en ejecucion el artículo del tratado de Fontainebleau, por el que la Etru-
ria ó Toscana era agregada al imperio de Francia. Gobernaba aquel reino
como regenta desde la muerte de su esposo, la infanta doña María Luisa,
quien ignoraba el traspaso hecho sin su anuencia de los estados de su
hijo. Y no habiendo precedido aviso alguno, ni confidencial, de sus mis-
mos padres los reyes de España, la Regenta se halló sorprendida el 23
de Noviembre con haberle comunicado el ministro frances d’Aubusson
que era necesario se preparase á dejar sus dominios, estando para ocu-
parlos las tropas de su amo el Emperador, en virtud de cesion que le ha-
bia hecho España. Aturdida la Reina con la seguridad é importancia de
tal nueva, apénas daba crédito á lo que veia y oia, y por de pronto se re-
sistió al cumplimiento de la desusada intimacion; pero insistiendo con
más fuerza el Ministro de Francia, y propasándose á amenazarla, se vió
obligada la Reina á someterse á su dura suerte, y con su familia salió
de Florencia el 1.º de Diciembre. Al paso por Milan tuvo vistas con Na-
poleon; alegrábase del feliz encuentro, confiando hallar alivio á sus pe-
nas; mas en vez de consuelos sólo recibió nuevos desengaños. Y como si
no bastase para oprimirla de dolor el impensado despojo del reino de su
hijo, acrecentó Napoleon los disgustos de la desvalida Reina, achacan-
do la culpa del estipulado cambio al gobierno de España. Es tambien de
advertir que despues de abultarle sobremanera lo acaecido en el Esco-
rial, le aconsejó que suspendiese su viaje, y aguardase en Turin ó Niza el
fin de aquellas disensiones; indicio claro de que ya entónces no pensa-
ba cumplir en nada lo que dos meses ántes habia pactado en Fontaine-
bleau. Siguió, sin embargo, la familia de Parma, desposeida del trono de
Etruria, su viaje á España adonde iba á ser testigo y partícipe de nuevas
desgracias y trastornos. Así en dos puntos opuestos, y al mismo tiempo,
fueron despojadas de sus tronos dos esclarecidas estirpes; una quizá pa-
ra siempre, otra para recobrarle con mayor brillo y gloria.


Áun estaba en Milan Napoleon, cuando contestó á una carta de Cár-
los IV, recibida poco ántes, en la que le proponia este monarca enlazar
á su hijo Fernando con una princesa de la familia imperial. Asustado,
como hemos dicho, el Príncipe de la Paz con ver complicado el nom-
bre frances en la causa del Escorial, parecióle oportuno mover al Rey á
dar un paso que suavizára la temida indignacion del Emperador de los
franceses. Incierto éste en aquel tiempo sobre el modo de enseñorear-
se de España, no desechó la propuesta; ántes bien, la aceptó, afirmando
en su contestacion no haber nunca recibido carta alguna del Príncipe de
Astúrias; disimulo en la ocasion lícito y áun atento. Debió sin duda in-




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clinarse entónces Bonaparte al indicado casamiento, habiéndosele for-
malmente propuesto en Mantua á su hermano Luciano, á quien tambien
ofreció allí el trono de Portugal, olvidándose, ó más bien burlándose de
lo que poco ántes habia solemnemente pactado, como várias veces nos
lo ha dado ya á entender con su conducta. Luciano, ó por desvío ó por
no confiar en las palabras de Napoleon, no admitió el ofrecido cetro; mas
no desdeñó el enlace de su hija con el heredero de la corona de España;
enlace que, á pesar de la repugnancia de la futura esposa, hubiera teni-
do cumplido efecto si el Emperador frances no hubiera alterado ó muda-
do su primitivo plan.


Llena, empero, de admiracion que en la importantísima empresa de
la Península anduviese su prevenido ánimo tan vacilante y dudoso. Una
sola idea parece que hasta entónces se había grabado en su mente: la de
mandar sin embarazo ni estorbos en aquel vasto país, confiando á su fe-
liz estrella ó á las circunstancias el conseguir su propósito y acertar con
los medios. Así á ciegas y con más frecuencia de lo que se piensa, suele
revolverse y trocarse la suerte de las naciones.


De todos modos, era necesario contar con poderosas fuerzas para el
fácil logro de cualquier plan que á lo último adoptase. Con este obje-
to se formaba en Bayona el segundo cuerpo de observacion de la Giron-
da, en tanto que el primero atravesaba por España. Constaba de 24.000
hombres de infantería, nuevamente organizada con soldados de la cons-
cripcion de 1808, pedida con anticipacion, y de 3.500 caballos sacados
de los depósitos de lo interior de Francia, con los que se formaron regi-
mientos provisionales de coraceros y cazadores. Mandaba en jefe el ge-
neral Dupont, y las tres divisiones en que se distribuía aquel cuerpo de
ejército, estaban á cargo de los generales Barbou, Vedel y Malher, y al del
piamontes Fresia la caballería. Empezó á entrar en España sin convenio
anterior ni conformidad del gabinete de Francia con el nuestro, con arre-
glo á lo prevenido en la convencion secreta de Fontainebleau; infraccion
precursora de otras muchas. Dupont llegó á Irun el 22 de Diciembre, y
en Enero estableció su cuartel general en Valladolid, con partidas desta-
cadas camino de Salamanca, como si hubiera de dirigirse hácia los lin-
deros de Portugal. La conducta del nuevo ejército fué más indiscreta y
arrogante que la del primero, y daba indicio de lo que se disponia. Es-
timulaba con su ejemplo el mismo general en jefe, cuyo comportamien-
to tocaba á veces en la raya del desenfreno. En Valladolid echó por fuer-
za de su habitacion á los marqueses de Ordoño, en cuya casa alojaba,
y al fin se vieron obligados á dejársela toda entera á su libre disposi-




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cion; tal era la dureza y malos tratos, mayormente sensibles por prove-
nir de quien se decia aliado, y por ser en un país en donde era transcu-
rrido un siglo con la dicha de no haber visto ejército enemigo, con cuyo
nombre, en adelante, deberá calificarse al que los franceses habian me-
tido en España.


No se habian pasado los primeros dias de Enero sin que pisase su te-
rritorio otro tercer cuerpo, compuesto de 25.000 hombres de infantería y
2.700 caballos, que habia sido formado de soldados bisoños, trasladados
en posta á Burdeos de los depósitos del Norte. Principió á entrar por la
frontera el 9 del mismo Enero, siendo capitaneado por el mariscal Mon-
cey, y con el nombre de cuerpo de observacion de las costas del Océa-
no; era el general Harispe jefe de estado mayor; mandaba la caballería
Grouchi, y las respectivas divisiones Musnier de la Converserie, Morlot
y Gobert. Prosiguió su marcha hasta los lindes de Castilla, como si no
hubiera hecho otra cosa que continuar por provincias de Francia, pres-
cindiendo de la anuencia del gobierno español, y quebrantando de nue-
vo y descaradamente los conciertos y empeños con él contraidos.


Inquietaba á la córte de Madrid la conducta extraña é inexplicable
de su aliado, y cada dia se acrecentaba su sobresalto con los desaires
que en París recibian Izquierdo y el embajador Príncipe Maserano. Na-
poleon dejaba ver más á las claras su premeditada resolucion, y á veces,
despreciando altamente al Príncipe de la Paz, censuraba con acrimo-
nia los procedimientos de su administracion. Desatendia de todo punto
sus reclamaciones, y respondiendo con desden al manifestado deseo de
que se mudase al embajador Beauharnais á causa de su oficiosa diligen-
cia en el asunto del proyectado casamiento, dió, por último, en el Moni-
tor de 24 de Enero un auténtico y público testimonio del olvido en que
habia echado el tratado de Fontainebleau, y al mismo tiempo dejó tras-
lucir las tramas que contra España urdia. Se insertaron, pues, en el dia-
rio de oficio dos exposiciones del ministro Champagny, una atrasada del
21 de Octubre, y otra más reciente del 2 de Enero de aquel año. La pri-
mera se publicó, digámoslo así, para servir de introduccion á la segun-
da, en la que, despues de considerar al Brasil como colonia inglesa, y de
congratularse el Ministro de que por lo ménos se viese Portugal libre del
yugo y fatal influjo de los enemigos del continente, concluia con que in-
tentando éstos dirigir expediciones secretas hácia los mares de Cádiz, la
Península entera fijaria la atencion de S. M. I. Acompañó á las exposi-
ciones un informe no ménos notable del ministro de la Guerra Clackem,
con fecha de 6 de Enero, en el que se trataba de demostrar la necesidad




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de exigir la conscripcion de 1809 para formar el cuerpo de observacion
del Océano, sobre el que nada se habia hablado ni comunicado anterior-
mente al gobierno español; inútil es recordar que el sumiso senado de
Francia concedió pocos dias despues el pedido alistamiento. Puestas de
manifiesto cada vez más las torcidas intenciones del gabinete de Saint-
Cloud, llegamos ya al estrecho en que todo disfraz y disimulo se echó á
un lado, y en que cesó todo género de miramientos.


En 1.º de Febrero hizo Junot saber al público, por medio de una pro-
clama, «que la casa de Braganza habia cesado de reinar, y que el empe-
rador Napoleon, habiendo tomado bajo su proteccion el hermoso país de
Portugal, quería que fuese administrado y gobernado, en su totalidad, á
nombre suyo y por el general en jefe de su ejército.» Así se desvanecie-
ron los sueños de soberanía del deslumbrado Godoy, y se frustraron á la
casa de Parma las esperanzas de una justa y debida indemnizacion. Ju-
not se apoderó del mando supremo á nombre de su soberano, extinguió
la regencia elegida por el príncipe D. Juan ántes de su embarco, reem-
plazándola con un consejo de regencia, de que él mismo era presiden-
te. Y para colmar de amargura á los portugueses y aumentar, si era po-
sible, su descontento, publicó en el mismo dia un decreto de Napoleon,
dado en Milan, á 23 de Diciembre, por el que se imponia á Portugal una
contribucion extraordinaria de guerra de 100 millones de francos, como
redencion, decia, de todas las propiedades pertenecientes á particula-
res: se secuestraban tambien todos los bienes y heredamientos de la fa-
milia real y de los hidalgos que habian seguido su suerte. Con estas ar-
bitrarias disposiciones trataba á Portugal, que no habia hecho insulto ni
resistencia alguna, como país conquistado, y le trataba con dureza dig-
na de la Edad Media. Gravar extraordinariamente con 100 millones de
francos á un reino de la extension y riqueza de Portugal, al paso que con
la adopcion del sistema continental se le privaba de sus principales re-
cursos, era lo mismo que decretar su completa ruina y aniquilamiento.
No ascendia probablemente á tanto la moneda que era necesaria para
los cambios y diaria circulacion, y hubiera sido materialmente imposi-
ble realizar su pago, si Junot, convencido de las insuperables dificulta-
des que se ofrecian para su pronta é inmediata exaccion, no hubiera fi-
jado plazos y acordado ciertas é indispensables limitaciones. De ofensa
más bien que de suave consuelo pudiera graduarse el haber trazado al
márgen de destructoras medidas un cuadro lisonjero de la futura felici-
dad de Portugal, con la no ménos halagüeña esperanza de que nuevos
Camoens nacerian para ilustrar el Parnaso lusitano. A poder reanimarse




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las muertas cenizas del cantor de Gama, sólo hubieran tomado vida pa-
ra alentar á sus compatriotas contra el opresor extranjero, y para excitar-
los vigorosamente á que no empañasen con su sumision las inmortales
glorias adquiridas por sus antepasados hasta en las regiones más apar-
tadas del mundo.


Todavía no habia llegado el oportuno momento de que el noble orgu-
llo de aquella nacion abiertamente se declarase; pero queriendo con el
silencio expresar de un modo significativo los sentimientos que abrigaba
en su generoso pecho, tres fueron los solos habitantes de Lisboa que ilu-
minaron sus casas en celebridad de la mudanza acaecida.


Los temores que á Junot infundia la injusticia de sus procedimien-
tos, le dictaron acelerar la salida de las pocas y antiguas tropas portu-
guesas que áun existian, y formando de ellas una corta division de apé-
nas 10.000 hombres, dió el mando al Marqués de Alorna, y no se habia
pasado un mes cuando tomaron el camino de Valladolid. Gran número
desertó ántes de llegar á su destino.


Clara ya y del todo descubierta la política de Napoleon respecto de
Portugal, disponian en tanto los fingidos aliados de España dar al mundo
una señalada prueba de alevosía. Por las estrechuras de Roncesvalles se
encaminó hácia Pamplona el general d’Armagnac con tres batallones, y
presentándose repentinamente delante de aquella plaza, se le permitió,
sin obstáculo, alojar dentro sus tropas; no contento el frances con esta
demostracion de amistad y confianza, solicitó del virey, Marqués de Va-
llesantoro, meter en la ciudadela dos batallones de suizos, so color de
tener recelos de su fidelidad. Negóse á ello el Virey, alegando que no le
era licito acceder á tan grave propuesta sin autoridad de la córte: ade-
cuada contestacion, y digna del debido elogio, si la vigilancia hubiera
correspondido á lo que requería la crítica situacion de la plaza. Pero tal
era el descuido, tal el incomprensible abandono, que hasta dentro de la
misma ciudadela iban todos los dias los soldados franceses á buscar sus
raciones, sin que se tomasen ni las comunes precauciones de tiempo de
paz. No así desprevenido el general d’Armagnac, se habia de antemano
hospedado en casa del Marqués de Vesolla, porque situado aquel edifi-
cio al remate de la esplanada y enfrente de la puerta principal de la ciu-
dadela, podia desde allí con más facilidad acechar el oportuno momen-
to para la ejecucion de su alevoso designio. Viendo frustrado su primer
intento con la repulsa del Virey, ideó el frances recurrir á un vergonzoso
ardid. Uno á uno, y con estudiada disimulacion, mandó que, en la noche
del 15 al 16 de Febrero, pasasen con armas á su posada cierto número




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de granaderos, al paso que en la mañana siguiente soldados escogidos,
guiados bajo disfraz por el jefe de batallon Robert, acudieron á la ciuda-
dela á tomar los víveres de costumbre. Nevaba, y bajo pretexto de aguar-
dar á su jefe, empezaron los últimos á divertirse tirándose unos á otros
pellas de nieve; distrajeron con el entretenimiento la atencion de los es-
pañoles, y corriendo y jugando de aquella manera, se pusieron algunos
sobre el puente levadizo para impedir que le alzasen. A poco, y á una se-
ñal convenida, se abalanzaron los restantes al cuerpo de guardia, des-
armaron á los descuidados centinelas, y apoderándose de los fusiles del
resto de la tropa, colocados en el armero, franquearon la entrada á los
granaderos ocultos en casa de D’Armagnac, á los que de cerca siguie-
ron todos los demas. La traicion se ejecutó con tanta celeridad, que ape-
nas habia recibido la primera noticia el desavisado Virey, cuando ya los
franceses se habían del todo posesionado de la ciudadela. D’Armagnac
le escribió entónces á manera de satisfaccion, un oficio en el que, al pa-
so que se disculpaba con la necesidad, lisonjeábase de que en nada se
alteraria la buena armonía propia de dos fieles aliados; género de mofa,
con que hacia resaltar su fementida conducta.


Por el mismo tiempo se habia reunido en los Pirineos orientales una
division de tropas italianas y francesas, compuesta de 11.000 hombres
de infantería y 1.700 de caballería: en 4 de Febrero tomó en Perpiñan el
mando el general Duhesme, quien, en sus Memorias, cuenta sólo dispo-
nibles 7.000 soldados; á sus órdenes estaban el general italiano Lecchi
y el frances Chabran. A pocos días penetraron por la Junquera, dirigién-
dose á Barcelona, con intento, decian, de proseguir su viaje á Valen-
cia. Ántes de avistar los muros de la capital de Cataluña, recibió Duhes-
me una intimacion del Capitan general Conde de Ezpeleta, sucesor por
aquellos dias del de Santa Clara, para suspender su marcha hasta tanto
que consultase á la córte. Completamente ignoraba ésta el envío de tro-
pas por el lado oriental de España, ni el embajador frances habia siquie-
ra informado de la novedad, tanto más importante, cuanto Portugal no
podia servir de capa á la reciente expedicion. Duhesme, léjos de arre-
drarse con el requerimiento de Ezpeleta, contestó de palabra con arro-
gancia que á todo evento llevaria á cabo las órdenes del Emperador, y
que sobre el Capitan general de Cataluña recaeria la responsabilidad de
cualquiera desavenencia. Celebró un consejo el Conde de Ezpeleta, y
en él se acordó permitir la entrada en Barcelona á las tropas francesas.
Así lo realizaron el 13 de aquel mes, quedando, no obstante, en poder
de la guarnicion española Monjuich y la ciudadela. Pidió Duhesme que,




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en prueba de buena armonía, se dejase á sus tropas alternar con las na-
cionales en la guardia de todas las puertas. Falto de instrucciones, y te-
meroso de la enemistad francesa, accedió Ezpeleta con harta si bien dis-
culpable debilidad á la imperiosa demanda, colocando Duhesme en la
puerta principal de la misma ciudadela una compañía de granaderos, en
cuyo puesto había solamente veinte soldados españoles. Pesaroso el Ca-
pitan general de haber llevado tan allá su condescendencia, rogó al fran-
ces que retirase aquel piquete; pero muy otras eran las intenciones del
último, no contentándose ya con nada ménos que con la total ocupacion.
Andaba tambien Duhesme más receloso á causa de la llegada á Barcelo-
na del oficial da artillería D. Joaquin Osma, á quien suponia enviado con
especial encargo de que se velase por la conservacion de la plaza; pro-
bable conjetura, en efecto, si en Madrid hubiera habido sombra de buen
gobierno; mas era tan al contrario, que Osma había sido comisionado pa-
ra facilitar á los aliados cuanto apeteciesen, y para recomendar la buena
armonía y mejor trato. Sólo se le insinuó en instruccion verbal que pro-
curase de paso indagar, en las conversaciones con los oficiales, cuál fue-
se el verdadero objeto de la expedicion, como si para ello hubiera habi-
do necesidad de correr hasta Barcelona, y de despachar expresamente
un oficial de explorador.


Trató, en fin, Duhesme de apoderarse por sorpresa de la ciudadela y
de Monjuich el 28 de Febrero; fué estimulado con el recibo, aquel mis-
mo dia, de una carta escrita en París por el Ministro de la Guerra, en la
que le suponia dueño de los fuertes de Barcelona; tácito modo de orde-
nar lo que á las claras hubiera sido inicuo y vergonzoso. Para adorme-
cer la vigilancia de los españoles, esparcieron los franceses por la ciu-
dad que se les habia enviado la órden de continuar su camino á Cádiz;
mentirosa voz, que se hacia más verosímil con la llegada del correo reci-
bido. Dijeron tambien que ántes de la partida debian revistar las tropas,
y con aquel pretexto las juntaron en la esplanada de la ciudadela, apos-
tando en el camino que de allí va á la Aduana un batallon de vélites ita-
lianos, y colocando la demas fuerza de modo que llamase hácia otra par-
te la atencion de los curiosos. Hecha la reseña de algunos cuerpos, se
dirigió el general Lecchi, con grande acompañamiento de estado mayor,
del lado de la puerta principal de la ciudadela, y aparentando comuni-
car órdenes al oficial de guardia se detuvo en el puente levadizo para dar
lugar á que los vélites, cuya derecha se habia apoyado en la misma es-
tacada, avanzasen cubiertos por el rebellin que defiende la entrada; ga-
naron de este modo el puente, embarazado con los caballos, despues de




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haber arrollado al primer centinela, cuya voz fué apagada por el ruido de
los tambores franceses que en las bovedas resonaban. Entónces penetró
Lecchi dentro del recinto principal con su numerosa comitiva, le siguió
el batallon de vélites, y la compañía de granaderos, que ya de antemano
montaba la guardia en la puerta principal, reprimió á los veinte españo-
les, obligados á ceder al número y á la sorpresa; cuatro batallones fran-
ceses acudieron despues á sostener al que primero habia entrado á hur-
tadillas, y acabaron de hacerse dueños de la ciudadela. Dos batallones
de guardias españolas y walonas la guarnecian; pero llenos de confianza,
oficiales y soldados habian ido á la ciudad á sus diversas ocupaciones,
y cuando quisieron volverá sus puestos encontraron resistencia en los
franceses, quienes, al fin, se lo permitieron, despues de haber tomado
escrupulosas precauciones. Los españoles pasaron luégo la noche y casi
todo el siguiente dia formados enfrente de sus nuevos y molestos hués-
pedes; é inquietos éstos con aquella hostil demostracion, lograron que se
diese órden á los nuestros de acuartelarse fuera y evacuar la plaza. San-
tilly, comandante español, así que vió tan desleal proceder, se presentó á
Lecchi como prisionero de guerra, quien osando recordarle la amistad y
alianza de ambas naciones, al mismo tiempo que arteramente quebran-
taba todos los vínculos, le recibió con esmerado agasajo.


Entre tanto, y á la hora en que parte de la guarnicion habia bajado á la
ciudad, otro cuerpo frances avanzaba hácia Monjuich. La situacion ele-
vada y descubierta de este fuerte impidió á los extranjeros tocar, sin ser
vistos, el pié de los muros. Al aproximarse se alzó el puente levadizo, y en
balde intimó el comandante frances Floresti que se le abriesen las puer-
tas; allí mandaba D. Mariano Alvarez. Desconcertado Duhesme en su do-
loso intento, recurrió á Ezpeleta, y poniendo por delante las órdenes del
Emperador, le amenazó tomar por fuerza lo que de grado no se le rindie-
se. Atemorizado el Capitan general, ordenó la entrega; dudó Alvarez un
instante; mas la severidad de la disciplina militar, y el sosiego que toda-
vía reinaba por todas partes, le forzaron á obedecer al mandato de su je-
fe. Sin embargo, habiéndose conmovido algun tanto Barcelona con la ale-
vosa ocupacion de la ciudadela, se aguardó á muy entrada la noche para
que, sin riesgo, pudiesen los franceses entrar en el recinto de Monjuich.


Irritados á lo sumo con semejantes y repetidas perfidias los genero-
sos pechos de los militares españoles, se tomaron exquisitas providen-
cias para evitar un compromiso, y dejando en Barcelona á las guardias
españolas y walonas, con la artillería, se mandó salir á Villafranca el re-
gimiento de Extremadura.




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Al paso por Figueras habia Duhesme dispuesto que se detuviese allí
alguna de su gente, alegando especiosos pretextos. Durante más de un
mes permanecieron dichos soldados tranquilos, hasta que ocupados to-
dos los fuertes de Barcelona, trataron de apoderarse de la ciudadela de
San Fernando con la misma ruin estratagema empleada en las otras pla-
zas. Estando los españoles en vela, acudieron á tiempo á la sorpresa y la
impidieron; mas el Gobernador, anciano y tímido, dió permiso dos dias
despues al mayor Piat para que encerrase dentro 200 conscriptos, bajo
cuyo nombre metió el frances soldados escogidos, los cuales, con otros
que á su sombra entraron, se enseñorearon de la plaza el 18 de Marzo,
despidiendo muy luégo el corto número de españoles que la guarnecian.


Pocos dias ántes habia caido en manos de los falsos amigos la plaza
de San Sebastian: era su gobernador el brigadier español Daiguillon, y
comandante del fuerte de Santa Cruz el capitan Douton. Advertido aquél
por el Cónsul de Bayona de que Murat, gran duque de Berg, le habia in-
dicado en una conversacion cuán conveniente sería para la seguridad de
su ejército la ocupacion de San Sebastian, dió parte de la noticia al Du-
que de Mahon (12), comandante general de Guipúzcoa, recien llegado
de Madrid. Inmediatamente consultó éste al Príncipe de la Paz, y antes
de que hubiera habido tiempo para recibir contestacion, el general Mon-
thion, jefe de estado mayor de Murat, escribió á Daiguillon participán-
dole cómo el gran Duque de Berg habia resuelto que los depósitos de in-
fantería y caballería de los cuerpos que habian entrado en la Península
se trasladasen de Bayona á San Sebastian, y que fuesen alojados den-
tro, debiendo salir para aquel destino del 4 al 5 de Marzo. Apénas ha-
bia el Gobernador abierto esta carta, cuando recibió otra del mismo jefe
avisándole que los depósitos, cuya fuerza ascenderia á 350 hombres de
infantería y 70 de caballería, saldrian antes de lo que habia anunciado.
Comunicados ambos oficios al Duque de Mahon, de acuerdo con el Go-
bernador y con el comandante del fuerte, respondió el mismo Duque ro-
gando al de Berg que suspendiese su resolucion hasta que le llegase la
contestacion de la córte, y ofreciendo entre tanto alojar con toda como-
didad fuera de la plaza y del alcance del cañon los depósitos de que se
trataba. Ofendido el Príncipe frances de la inesperada negativa, escribió
por sí mismo en 4 de Marzo una carta altiva y amenazadora al Duque de
Mahon, quien, no desdiciendo entónces la conducta propia de un des-


(12) Esta órden se copia de los papeles que en defensa suya ha publicado el mismo
Duque de Mahon.




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cendiente de Crillon, replicó dignamente y retiró su primera respuesta.
Grande, sin embargo, era su congoja y arriesgada su posicion, cuando la
flaca condescendencia del Príncipe de la Paz, y la necesidad en que ha-
bia estrechado á éste su culpable ambicion, sacaron á todos los jefes de
San Sebastian de su terrible y crítico apuro. Al márgen del oficio que en
consulta se le habia escrito, puso el generalísimo Godoy de su mismo
puño, fecha 3 de Marzo, «que ceda el Gobernador la plaza, pues no tie-
ne medio de defenderla; pero que lo haga de un modo amistoso, segun lo
han practicado los de las otras plazas, sin que para ello hubiese ni tantas
razones ni motivos de excusa como en San Sebastian.» De resultas ocu-
pó con los depósitos la plaza y el puerto el general Thouvenot.


Hé aquí el modo insidioso con que en medio de la paz y de una es-
trecha alianza se privó á España de sus plazas más importantes: perfi-
dia atroz, deshonrosa artería en guerreros envejecidos en la gloriosa pro-
fesion de las armas, ajena é indigna de una nacion grande y belicosa.
Cuando leemos en la juiciosa historia de Coloma el ingenioso ardid con
que Fernando Tello Portocarrero sorprendió á Amiens, notamos en la
atrevida empresa agudeza en concebirla, bizarría en ejecutarla y loable
moderacion al alcanzar el triunfo. La toma de aquella plaza, llave entón-
ces de la frontera de Francia del lado de la Picardía, y cuya sorpresa, se-
gun nos dice Sully, oprimió de dolor á Enrique IV, era legítima; guerra
encarnizada andaba entre ambas naciones, y era lícito al valor y á la as-
tucia buscar laureles que no se habian de mancillar con el quebranta-
miento de la buena fe y de la lealtad. El bastardo proceder de los gene-
rales franceses no sólo era escandaloso por el tiempo y por el modo, sino
que tambien era tanto ménos disculpable cuanto era ménos necesario.
Dueño el gobierno frances de la débil voluntad del de Madrid, le hubie-
ra bastado una mera insinuacion, sin acudir á la amenaza, para conse-
guir del obsequioso y sumiso aliado la entrega de todas las plazas, como
lo ordenó con la de San Sebastian.


Tampoco echó Napoleon en olvido la marina, pidiendo con ahín-
co que se reuniesen con sus escuadras las españolas. En consecuencia
dióse el 7 de Febrero la órden á D. Cayetano Valdés, que en Cartagena
mandaba una fuerza de seis navíos, de hacerse á la vela dirigiendo su
rumbo á Tolon. Afortunadamente vientos contrarios, y, segun se cree, el
patriótico celo del comandante, impidieron el cumplimiento de la órden,
tomando la escuadra puerto en las Baleares.


Hechos de tal magnitud no causaron en las provincias lejanas de Es-
paña impresion profunda. Ignorábanse, en general, ó se atribuian á ama-




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ños de Godoy: lo dificultoso y escaso de las comunicaciones, la servi-
dumbre de la imprenta, y la extremada reserva del Gobierno, no daban
lugar á que la opinion se ilustrase, ni á que se formase juicio acertado de
los acaecimientos. En dias como aquellos recoge el poder absoluto con
creces los frutos de su imprevision y desafueros. Tambien los pueblos, si
no son envueltos en su ruina, al ménos participan bastantemente de sus
desgracias; como si la Providencia quisiera castigarlos de su indolencia
y culpable sufrimiento.


Por lo demas, la córte estaba muy inquieta, y se asegura que el Prín-
cipe de la Paz fué de los que primero se convencieron de la mala fe de
Napoleon y de sus depravados intentos; disfrazábalos, sin embargo, és-
te, ofreciendo á veces en su conducta una alternativa hija quizá de su
misma vacilacion é incertidumbre; pues al paso que proyectaba y ponia
en práctica hacerse dueño de todo Portugal y de las plazas de la frontera
sin miramiento á tratados ni alianzas, no sólo regalaba á Cárlos IV, en los
primeros dias de Febrero, en prueba de su íntima amistad, quince caba-
llos de coche, sino que asimismo le escribia amargas quejas por no ha-
ber reiterado la peticion de una esposa imperial para el Príncipe de As-
túrias; y si bien no era union ésta apetecible para Godoy, por lo ménos
no indicaba Bonaparte, con semejante demostracion, querer derribar del
trono la estirpe de los Borbones. Dudas y zozobras asaltaban de tropel
la mente del valido, cuando la repentina llegada, por el mes de Febre-
ro, de su confidente D. Eugenio Izquierdo acabó de perturbar su ánimo.
En la numerosa córte que le tributaba continuado y lisonjero incienso,
prorumpia en expresiones propias de un hombre desatentado y descom-
puesto. Hablaba de su grandeza, de su poderío; usaba de palabras poco
recatadas, y parecia presentir la espantosa desgracia que como en som-
bra ya le perseguia. Interpretábase de mil maneras la apresurada venida
de Izquierdo, y nada por entónces pudo traslucirse, sino que era de tal
importancia, y anunciadora de tan malas nuevas, que los reyes y el pri-
vado, despavoridos, preparábanse á tomar alguna impensada y extraor-
dinaria resolucion.


Por una nota que despues en 24 de Marzo escribió Izquierdo (13), y
por lo que hemos oido á personas con él conexionadas, podemos funda-


(13) Nota dirigida desde París al Príncipe de le Paz por el consejero de Estado D. Eu-
genio Izquierdo. (ESCOIQUIZ, Idea sencilla, número 1.º)


La situacion de las cosas no da lugar para referir con individualidad las conversacio-
nes que desde mi vuelta de Madrid he tenido por disposicion del Emperador, tanto con el




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damente inferir que su mision ostensible se dirigia á ofrecer de un mo-
do informal ciertas ideas al exámen del gobierno español, y á hacer so-


gran mariscal del palacio imperial, el general Duroc, como con, el vice-gran elector del
imperio, Príncipe de Benevento.


Así me ceñiré á exponer los medios que se me han comunicado en estos coloquios
para arreglar, y áun para terminar amistosamente los asuntos que existen hoy entre Espa-
ña y Francia; medios que me han sido trasmitidos con el fin de que mi gobierno tome la
más pronta resolucion acerca de ellos.


Que existen actualmente varios cuerpos de tropas francesas en España es un hecho
constante.


Las resultas de esta existencia de tropas están en lo futuro. Un arreglo entre el go-
bierno frances y español, con reciproca satisfaccion, puede detener los eventos y elevar-
se á solemne tratado y definitivo sobre las bases siguientes


1.ª En las colonias españolas y francesas podrán franceses y españoles comerciar li-
bremente, el frances en las españolas como si fuese español, y el español en las francesas
como si fuese frances, pagando unos y otros los derechos que se paguen en los respecti-
vos paises por sus naturales.


Esta prerogativa será exclusiva, y ninguna potencia sino la Francia podrá obtenerla
en España, como en Francia ninguna potencia sino la española.


2.ª Portugal está hoy poseido por Francia. La comunicacion de Francia con Portugal
exige una ruta militar, y tambien un paso contínuo de tropas por España para guarnecer
aquel país y defenderle contra la Inglaterra, ha de causar multitud de gastos, de disgus-
tos, engorros, y tal vez producir frecuentes motivos de desavenencias.


Podría amistosamente arreglarse este objeto quedando todo el Portugal para Espa-
ña, y recibiendo un equivalente la Francia en las provincias de España contiguas á es-
te imperio.


3.ª Arreglar de una vez la sucesion al trono de España.
4.ª Hacer un tratado ofensivo y defensivo de alianza, estipulando el número de fuer-


zas con que se han de ayudar recíprocamente ambas potencia.
Tales deben ser las bases sobre que debe cimentarse y elevarse á tratado el arreglo


capaz de terminar felizmente la actual crisis política en que se hallan España y Francia.
En tan altas materias yo debo limitarme á ejecutar fielmente lo que se me dice.


Cuando se trata de la existencia del Estado, de su honor, decoro y del de su gobierno,
las decisiones deben emanar únicamente del Soberano y de su Consejo.


Sin embargo, mi ardiente amor á la patria me pone en la obligacion de decir que en
mis conversaciones he hecho presente al Príncipe de Benevento lo que sigue:


1.º Que abrir nuestras Américas al comercio frances es partirlas entre España y Fran-
cia; que de abrirlas únicamente para los franceses es, dado que no quede de una vez arro-
llada la arrogancia inglesa, alejar cada dia más la paz, y perder, hasta que ésta se firme,
nuestras comunicaciones y las de los franceses con aquellas regiones.


He dicho que áun cuando se admita el comercio frances no debe permitirse que se
avecinen vasallos de la Francia en nuestras colonias, con desprecio de nuestras leyes
fundamentales.


2.º Concerniente á lo de Portugal, he hecho presentes nuestras estipulaciones de 27 de
Octubre último; he hecho ver el sacrificio del Rey de Etruria; lo poco que vale Portugal se-




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bre ellas várias preguntas; pero que el verdadero objeto de Napoleon fué
infundir tal miedo en la córte de Madrid, que la provocase á imitar á la


parado de sus colonias; su ninguna utilidad para España, y he hecho una fiel pintura del
horror que causarla á los pueblos cercanos al Pirineo la pérdida de sus leyes, libertades,
fueros y lengua, y sobre todo pasar á dominio extranjero.


He añadido: «No podré yo firmar la entrega de Navarra por no ser el objeto de execra-
cion de mis compatriotas, como sería si constase que un navarro habia firmado el tratado
en que la entrega de la Navarra á la Francia estaba estipulada.


En fin, he insinuado que si no habla otro remedio para erigirse un nuevo reino, virei-
nato de Iberia, estipulando que este reino ó vireinato no recibiese otras leyes, otras reglas
de administracion que las actuales, y que sus naturales conservasen sus fueros y exencio-
nes. Este reino ó vireinato podría darse al Rey de Etruria ó á otro infante de Castilla.


3° Tratándose de fijar la sucesion de España, he manifestado lo que el Rey, nuestro
señor, me mandó que dijese de su parte, y tambien he hecho de modo que creo quedan
desvanecidas cuantas calumnias inventadas por los malévolos en ese país han llegado á
inficionar la opinion pública en éste.


4.º Por lo que concierne á la alianza ofensiva y defensiva, mi celo patriótico ha pre-
guntado al Príncipe de Benevento si se pensaba en hacer de España un equivalente á la
confederacion del Rin y en obligarla á dar un contingente de tropas, cubriendo este tri-
buto con el decoroso nombre de tratado ofensivo y defensivo. He manifestado que noso-
tros, estando en paz con el imperio frances, no necesitamos para defender nuestros ho-
gares de socorros de Francia; que Canarias, Ferrol y Buenos-Aires lo atestiguan; que el
Africa es nula, etc.


En nuestras conversaciones ha quedado ya como negocio terminado el del casamien-
to. Tendria efecto; pero será un arreglo particular, de que no se tratará en el convenio de
que se envían las bases.


En cuanto al titulo de emperador que el Rey, nuestro señor, debe tomar, no hay ni ha-
bla dificultad alguna. Se me ha encargado que no se pierda un momento en responder, á
fin de precaver las fatales consecuencias á que puede dar lugar el retardo de un dia el po-
nerse de acuerdo.


Se me ha dicho que se evite todo acto hostil todo movimiento que pudiera alejar el sa-
ludable convenio que áun puede hacerse.


Preguntado que si el Rey, nuestro señor, debia irse á Andalucía, he respondido la
verdad: que nada sabia. Preguntado tambien que si creia que se hubiese ido, he contesta-
do que no, vista la seguridad en que se hallaban, concerniente al buen proceder del Em-
perador, tanto los reyes como V. A.


He pedido, pues se medita un convenio, que ínterin que vuelve la respuesta, se sus-
penda la marcha de los ejércitos franceses hácia lo interior de la España. He pedido que
las tropas salgan de Castilla; nada he conseguido; pero presumo que si vienen aproba-
das las bases, podrán las tropas francesas recibir órdenes de alejarse de la residencia de
SS. MM.


De ahí se ha escrito que se acercaban tropas por Talavera á Madrid; que V. A. me
despachó un alcance; á todo he satisfecho, exponiendo con verdad lo que me constaba.


Segun se presume aquí, V. A. había salido de Madrid acompañando los reyes á Sevi-




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de Portugal en su partida; resolucion que le desembarazaba del engo-
rroso obstáculo de la familia real, y le abria fácil entrada para apoderar-
se sin resistencia del vacante y desamparado trono español. Las ideas y
preguntas arriba indicadas fueron sugeridas por Napoleon y escritas por
Izquierdo. Reducíanse, con corta variacion, á las que él mismo extendió
en la nota ántes mencionada de 24 de Marzo, y que recibida despues del
levantamiento de Aranjuez, cayó en manos de los adversarios de Godoy.
Eran, pues, las proposiciones en ella contenidas: 1.ª Comercio libre pa-
ra españoles y franceses en sus respectivas colonias. 2.ª Trocar las pro-
vincias del Ebro allá con Portugal, cuyo reino se daria en indemnizacion
á España. 3.ª Un nuevo tratado de alianza ofensiva y defensiva. 4’ Arre-
glar la sucesion al trono de España; y 5.ª Convenir en el casamiento del
Príncipe de Astúrias con una princesa imperial. El último artículo no
debia formar parte del tratado principal. Es inútil detenerse en el exá-
men de estas proposiciones, que hubieran ofrecido materia á reflexiones
importantes si hubieran sido objeto de algun tratado ó séria discusion.
Admira, no obstante, la confianza, ó más bien el descaro con que se pre-
sentaron, sin hacerse referencia al tratado de Fontainebleau, para cuya
entera anulacion no habia España dado ni ocasion ni pretexto. La mi-
sion de Izquierdo produjo el deseado efecto; y aunque el 10 de Marzo sa-
lió para París con nuevas instrucciones y carta de Cárlos IV, habíanse ya
perdido las esperanzas de evitar el terrible golpe que amenazaba.


El gobierno frances no había interrumpido el envio sucesivo de tro-
pas y oficiales, y en el mes de Marzo se formó un nuevo cuerpo, llama-
do de observación de los Pirineos occidentales, que ascendia á 19.000
hombres, sin contar con 6.000 de la guardia imperial, en cuyo número
se distinguian mamelucos, polacos y todo género y variedad de unifor-
mes propios á excitar la viva imaginacion de los españoles. Se encomen-
dó esta fuerza al mando de Bessières, duque de Istria; parte de los cuer-
pos se acabaron de organizar dentro de la Península, y era continuado su
movimiento y ejercicio.


Habia ya en el corazon de España, áun no incluyendo los de Portu-
gal, 100.000 franceses, sin que á las claras se supiese su verdadero y
determinado objeto, y cuya entrada, segun dejamos dicho, habia sido


lla; yo nada sé; y así he dicho al correo que vaya hasta donde V. A. esté. Las tropas fran-
cesas dejarán pasar al correo, segun me ha asegurado el gran mariscal del palacio impe-
rial.— París, 24 de Marzo de 1808.— Sermo. Sr.: de V. A. S.— EUGENIO IZQUIERDO.




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contraria á todo lo que solemnemente se había estipulado entre ambas
naciones. Faltaban á los diversos cuerpos en que estaba distribuido el
ejército frances un general en jefe, y recayó la eleccion en Murat, gran
duque de Berg, con título de lugarteniente del Emperador, de quien era
cuñado. Llegó á Bayona en los primeros dias de Marzo, solo y sin acom-
pañamiento; pero le habian precedido y le seguian oficiales sueltos de
todas graduaciones, quienes debian encargarse de organizar y discipli-
nar los nuevos alistados que continuamente se remitian á España. Lle-
gó Murat á Búrgos el 13 de Marzo, y en aquel dia dió una proclama á sus
soldados «para que tratasen á los españoles, nacion por tantos títulos es-
timable, como tratarian á los franceses mismos; queriendo solamente el
Emperador el bien y felicidad de España.»


Tantas tropas y tan numerosos refuerzos, que cada dia se interna-
ban más y más en el reino; tanta mala fe y quebrantamiento de solemnes
promesas; el viaje de Izquierdo y sus temores; tanto cúmumlo, en fin, de
sospechosos indicios impelieron á Godoy á tomar una pronta y decisi-
va resolucion. Consultó con los reyes, y al fin les persuadió lo urgente
que era pensar en trasladarse del otro lado de los mares. Pareció ántes
oportuno, como paso prévio, adoptar el consejo dado por el Príncipe de
Castel-Franco, de retirarse á Sevilla, desde donde con más descanso se
pondrian en obra y se dirigirian los preparativos de tan largo viaje. Pa-
ra remover todo género de tropiezos se acordó formar un campo en Tala-
vera, y se mandó á Solano que de Portugal se replegase sobre Badajoz.
Estas fuerzas, con las que se sacarian de Madrid, debian cubrir el via-
je de SS. MM., y contener cualquiera movimiento que los franceses in-
tentáran para impedirlo. Tambien se mandó á las tropas de Oporto, cuyo
digno general Taranco habia fallecido allí de un cólico violento, que se
volviesen á Galicia; y se ofició á Junot para que permitiese á Carrafa di-
rigirse con sus españoles hácia las costas meridionales, en donde los in-
gleses amenazaban desembarcar; artificio, por decirlo de paso, demasia-
do grosero para engañar al general frances. Fué igualmente muy fuera de
propósito enviar á Dupont un oficial de estado mayor para exigirle acla-
racion de las órdenes que habia recibido, como si aquél hubiera de co-
municarlas, y como si en caso de contestar con altanería, estuviera el go-
bierno español en situacion de reprimir y castigar su insolencia.


Tales fueron las medidas preliminares que Godoy miró como nece-
sarias para el premeditado viaje; pero inesperados trastornos desbarata-
ron sus intentos, desplomándose estrepitosamente el edificio de su vali-
miento y grandeza.