Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
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LIBRO DÉCIMOCUARTO.


NUEVA DISTRIBUCION DE LOS EJÉRCITOS ESPAÑOLES.— LA QUE TIENEN LOS FRAN-
CESES.— ACONTECIMIENTOS MILITARES EN PORTUGAL.— RETÍRASE MAESE-
NA Á SANTAREN.— SÍGUELE WELLINGTON LENTAMENTE.— NUEVAS ESTANCIAS DE
MASSENA.— DE WELLINGTON.— APUROS DE MASSENA.— CONVOY DE GARDAN-
NE.— AVANZA Á PORTUGAL EL NOVENO CUERPO.— JÚNTASE Á MASSENA.— CLA-
PAREDE PERSIGUE Á SILVEIRA.— GENERAL FOY.— BERESFORD MANDA EN LA IZ-
QUIERDA DEL TAJO.— VUELVEN Á EXTREMADURA LAS DIVISIONES DE ROMANA Y
D. CÁRLOS DE ESPAÑA.— MUERTE DE ROMANA.— OPERACIONES EN LAS ANDA-
LUCÍAS Y EXTREMADURA.— SITUACION DE SOULT.— MEDIDAS QUE TOMA.— PAR-
TE Á EXTREMADURA.— ESTADO AQUÍ DE LOS ESPAÑOLES.— SITIO Y TOMA DE OLI-
VENZA POR LOS FRANCESES.— BALLESTEROS EN EL CONDADO DE NIEBLA.— ACCION
DE CASTILLEJOS.— AVANZA BALLESTEROS HÁCIA SEVILLA.— SITIO DE BADAJOZ.—
MENACHO, GOBERNADOR.— ACCION DEL GÉBORA Ó GUADIANA, EL 19 DE FEBRE-
RO.— FONTURVEL EN BADAJOZ.— MUERTE GLORIOSA DE MENACHO.— SUCÉDE-
LE IMAZ.— RÍNDESE BADAJOZ.— OCUPAN LOS FRANCESES OTROS PUNTOS.— SITIO
Y CAPITULACION DE CAMPOMAYOR.— ACONTECIMIENTOS EN ANDALUCÍA.— EXPE-
DICION Y CAMPAÑA DE LA BARROSA.— BATALLA DEL 5 DE MARZO.— DESAVENEN-
CIAS ENTRE LOS GENERALES.— DEBATES QUE DE RESULTAS HAY EN LAS CÓRTES.—
RESOLUCIONES EN LA MATERIA.— BOMBARDEO DE CÁDIZ.— BREVE EXPEDICION DE
ZAYAS AL CONDADO.— TEMPORAL EN CÁDIZ.— PRINCIPIA MASSENA Á RETIRARSE
DE SANTAREN.— COMBATES EN LA RETIRADA CON LOS INGLESES.— DESTROZOS QUE
CANSAN LOS FRANCESES EN LA RETIRADA.— DESTACA WELLINGTON Á BERESFORD Á
EXTREMADURA.— PROSIGUE MASSENA SU RETIRADA.— ENTRA EN ESPADA.— PA-
SA WELLINGTON Á EXTREMADURA.— ACONTECIMIENTOS MILITARES EN ESTA PROVIN-
CIA.— EVACUAN LOS FRANCESES Á CAMPOMAYOR.— CASTAÑOS MANDA EL QUINTO
EJÉRCITO ESPAÑOL.— SITIAN LOS ALIADOS Á OLIVENZA, Y SE LES ENTREGA.— LLE-
GA WELLINGTON Á EXTREMADURA.— SOLICITAN LOS INGLESES EL MANDO MILITAR DE
LAS PROVINCIAS CONFINANTES DE PORTUGAL.— NIÉGASELES.— VUELVE WELLING-
TON Á SU EJÉRCITO DEL NORTE.— BATALLA DE FUENTES DE OÑORO.— EVACUAN
LOS FRANCESES Á ALMEIDA.— SUCEDE Á MASSENA EN EL MANDO EL MARISCAL MAR-
MONT.— WELLINGTON VUELVE Á PARTIR PARA EXTREMADURA.— BERESFORD SITIA Á
BADAJOZ.— EXPEDICION QUE MANDA BLAKE Y VA Á EXTREMADURA.— ANTERIORES
INSTRUCCIONES DE WELLINGTON.— AVANZA SOULT Á EXTREMADURA.— LEVANTA




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BERESFORD EL SITIO DE BADAJOZ.— BATALLA DE LA ALBUERA.— MANIFESTACION
DEL PARLAMENTO BRITÁNICO Y DE LAS CÓRTES EN FAVOR DE LOS EJÉRCITOS.— CE-
LEBRA LA VICTORIA LORD BYRON.— LLEGA WELLINGTON DESPUES DE LA BATA-
LLA.— EMPRÉNDESE DE NUEVO EL SITIO DE BADAJOZ.— GRAN QUEMA EN LOS CAM-
POS.— VUELVE Á AVANZAR SOULT.— EL MARISCAL MARMONT VIENE SOBRE EL
GUADIANA.— RETIRASE WELLINGTON SOBRE CAMPOMAYOR.— JÚNTAMELE SU EJÉR-
CITO DEL NORTE DE PORTUGAL.— BLAKE SE SEPARA DEL EJÉRCITO ALIADO.— SU
DESGRACIADA TENTATIVA CONTRA NIEBLA.— SOULT RETROCEDE Á SEVILLA.— CO-
RRERÍAS DE MORILLO.— REPASA EL TAJO MARMONT.— TAMBIEN WELLINGTON.—
FIN DE ESTE LIBRO.


Distribuyó la nueva Regencia, en 16 de Diciembre, la superficie de
España en seis distritos militares, comprendiendo en ellos así las pro-
vincias libres como las ocupadas, y destinando á la defensa de cada
uno otros tantos ejércitos, con la denominacion de primero de Catalu-
ña, segundo de Aragon y Valencia, tercero de Murcia, cuarto de la is-
la de Leon y Cádiz, quinto de Extremadura y Castilla, sexto de Galicia y
Astúrias. Añadióse poco despues á esta distribucion un séptimo distri-
to, que abrazaba las provincias Vascongadas, Navarra y la parte de Cas-
tilla la Vieja situada á la izquierda del Ebro, sin excluir las montañas y
costas de Santander. Bajo la autoridad del general en jefe de cada distri-
to se mandaban poner las divisiones, cuerpos sueltos y partidas que hu-
biese en su respectivo territorio; con lo cual parecia introducirse mejor
órden en la guerra y apropiada subordinacion. Hasta ahora no se habia
realmente variado la primera determinacion de la Junta, Central, que re-
partió en cuatro los ejércitos del reino: las circunstancias, los desastres
y providencias parciales la habian sólo alterado, careciendo de regla fi-
ja respecto de las guerrillas ó cuerpos que campeaban francos en me-
dio del enemigo.


Pero esta coordinacion de distritos y ejércitos no podrá á veces guiar-
nos en nuestro trabajo, pendiendo casi siempre las grandes maniobras
militares de los planes de los franceses, quienes, al fin de 1810 y á co-
mienzo de 1811, tenian apostados en el Ocaso, Mediodía y Levante sus
tres grandes cuerpos de operaciones, hallándose el primero en Portugal,
frente á los ingleses, el segundo en las Andalucías y Extremadura, y el
otro en Cataluña y mojoneras de Aragon y Valencia. No se incluyen aquí
las divisiones francesas que guerreaban sueltas, ni los ejércitos ó cuer-
pos que llamaban del centro y Norte, cuyas tropas, á más de servir de




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escudo al gobierno intruso de Madrid, cubrian los caminos militares, en
los que hormigueaban á la contínua partidarios españoles. La posicion
del enemigo para obrar ofensivamente llevaba ventaja á la de los alia-
dos, que, diseminados por la circunferencia de la Península, no podían,
en muchos casos, darse tan pronto la mano ni concertarse.


Por lo general seguirémos ahora en la relacion de los sucesos más
prominentes los movimientos ú operaciones de las tres grandes masas
francesas arriba indicadas.


Dejamos en Noviembre de 1810 al ejército aliado en las líneas de
Torres-Vedras, y fronteros á él los cuerpos enemigos, que capitaneaba
el mariscal Massena. Individualizamos en su lugar las respectivas es-
tancias y fuerza de las partes beligerantes; y de creer era, segun uno y
otro, que el general frances, á fuer de prudente, se hubiese retirado sin
tardanza, temeroso de la hambre y otros contratiempos. Mas, avezado á
la victoria, repugnábale someterse á los irrefragables decretos de su ha-
do adverso. Y no le movian ni las muchas enfermedades de que ado-
lecia su ejército, ni las bajas de éste, picado á retaguardia y hostigado
por el paisanaje portugues. Aguardó para resolver á variar de asiento á
que estuviesen devastadas las comarcas en derredor, y entónces no tra-
tó aún de replegarse á la raya de España, sino sólo de buscar algunas le-
guas atras nueva posicion en donde le escaseasen ménos las vituallas, y
á cuyo punto pudiera llamar á los ingleses, sacándolos de sus inexpug-
nables líneas.


Tomó, en consecuencia, Massena con mucha destreza disposiciones
preparatorias que disfrazasen su intento, pues, á no obrar así, sucedié-
rale lo que en tales casos se decia antiguamente en Castilla: «si supie-
se la hueste qué hace la hueste, mal para la hueste»; máxima que indica
lo necesario que es ocultar al enemigo los planes que se hayan premedi-
tado. El mariscal frances, despues de enviar delante bagajes, enfermos,
todo lo que los romanos conocían tan propiamente bajo el nombre de im-
pedimenta, hizo desfilar á las calladas algunas de sus tropas, y él se alejó
en persona de las líneas inglesas en la noche del 14 al 15 de Noviembre.
Parte de la fuerza enemiga marchó por la calzada real sobre Santaren,
parte por Alcoentre, la vuelta de Alcanede y Torres-Novas. Los ingleses
no se cercioraron del movimiento hasta entrada la mañana del 15, sien-
do ésta nebulosa. Aun entónces no interrumpió Wellington la retirada,
conservando en los atrincheramientos y fuertes casi todo su ejército, y
enviando sólo dos divisiones que siguiesen al enemigo. Dejaba éste en
pos de sí un rastro horrible de cadáveres, hediondez y devastacion.




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Vacilaba Wellington acerca del partido que le convenía tomar, cierto
de que caminaban por Ciudad-Rodrigo refuerzos á Massena; pues el mo-
vimiento retrógrado podría serlo de reconcentracion ó un armadijo pa-
ra sacar fuera de las líneas á los ingleses, y revolver el enemigo sobre su
propia izquierda á Torres-Vedras por el Monte Junto, miéntras los alia-
dos le perseguian á retaguardia. Sin embargo, muchos pensaron que sin
arriesgar la suerte de las líneas, hubiera podido lord Wellington soltar
mayor número de sus tropas, picar vivamente á los contrarios, y áun cau-
sarles grande estrago en los desfiladeros de Alenquer.


Prosiguiendo los franceses su marcha, vióse claramente cuál era su
intento; sólo quedó la duda de si dirigirian su retirada por el Cécere ó
por el Mondego. Wellington quiso entónces estrecharlos, y áun tuvo de-
terminado acometer á Santaren, para lo que se preparó, disponiendo án-
tes que el general Hill cruzase el Tajo con una division y un regimiento
de dragones, y que se moviese sobre Abrántes.


Fundábase la resolucion de Wellington en creer que los franceses
habian sólo dejado en Santaren una retaguardia; pero no era así. Mas-
sena habíase parado, y no pensaba llevar más allá sus pasos. En Torres-
Novas tenía sentado su cuartel general, en donde se alojaba la izquier-
da del octavo cuerpo, cuya restante tropa extendíase hasta Alcanede, y
de allí, por Leiria, ocupaba la tierra la mayor fuerza de jinetes. Perma-
necía de respeto en Thomar el sexto cuerpo, del cual, la division manda-
da por Loison dominaba los fértiles llanos de Gollegao, ayudada del se-
gundo cuerpo, dueño de Santaren, cabecera, por decirlo así, de toda la
posicion.


Era muy fuerte la de esta villa, singularmente en la estacion rigurosa
del invierno. Sita en un alto, arrancando casi del Tajo, tiene por su frente
al río Mayor, en cuyos terrenos bajos, rebalsadas las aguas, apénas que-
da otro paso sino el de una calzada angosta, que empieza á más de 800
varas de la eminencia.


Massena, en su actual posicion, ocupaba un país susceptible de pro-
porcionar bastimentos, teniendo ademas establecidas sus comunicacio-
nes con España por medio de puentes echados en el Cécere, y sin que
por eso se le ofreciese nuevo obstáculo para volver á emprender sus ope-
raciones por el frente, ó pasar á la izquierda del Tajo.


Continuando Wellington en el engaño de que solo quedaba en San-
taren una retaguardia enemiga, decidióse el 19 á acometer aquella po-
sicion con dos divisiones y la brigada portuguesa, del mando de Pack;
pero suspendió el ataque, habiéndosele retrasado la artillería con que




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contaba. Cuando el 20 renovó tentativas de embestir, sospechaba ya que
en Santaren y sus contornos habia más tropa que la de una retaguardia;
y amagando entonces los enemigos hácia rio Mayor, confirmóse Welling-
ton en sus temores, retrocedió y ordenó á Hill que hiciese alto en Cha-
musca, orilla izquierda del Tajo. Las muchas lluvias, la excesiva pru-
dencia del general inglés, y el estado de cansancio y apuros del ejército
contrario, impidieron que hubiese señalados combates ó notable mudan-
za en las respectivas posiciones hasta el inmediato Marzo.


Avanzado Wellington sentó sus reales en Cartaxo, atrincheró sus
acantonamientos y fortificó áun más las líneas de Torres-Vedras. No con-
tento todavía con eso, empezó á levantar á la izquierda del Tajo una nue-
va línea de defensa desde Aldeagallega á Setúbal, y una cadena de fuer-
tes entre Almada y Trafaria para asegurar tambien por aquel lado la boca
del río.


Igualmente Massena afirmaba sus estancias y seguía cuidadoso los
movimientos de los aliados. Tampoco dejaba de volver los ojos hácia su
espalda, ansioso de que le llegasen refuerzos; rota la comunicacion con
su base de operaciones, ya por las partidas españolas del reino de Leon
y Castilla, y ya porque el general Silveira, abalanzándose el 29 de Oc-
tubre desde el Duero, habia bloqueado á Almeida é interpoládose entre
Portugal y España. Auxilios éstos grandes, y que nunca debieron olvidar
los ingleses. En tan enojosa situacion se hallaba el mariscal Massena,
cuando el noveno cuerpo, á las órdenes del general Drouet, conde de Er-
lon, llegó á Ciudad-Rodrigo con un gran convoy de provisiones de boca y
guerra, recogidas en Francia y Castilla. Destinado el socorro á Massena,
envióle Drouet delante, escoltado con 4.000 infantes y tres escuadrones
de caballería, á las órdenes del general Gardanne, quien, en 13 de No-
viembre, obligando á Silveira á levantar el bloqueo de Almeida, pene-
tró hasta Sabugal. No por eso se desalentó el general portugues, sino que
al contrario, siguiendo la huella de los enemigos, alcanzólos el 16 en-
tre Valverde y otro pueblo inmediato, les mató gente y cogióles bastantes
prisioneros. Gardanne, sin embargo, continuó su camino, y el 27 hallá-
base ya en Cardigos; mas molestado por las órdenanzas de aquella tie-
rra, y dando oídos á la falsa noticia de que el general Hill se apostaba en
Abrántes, replegóse precipitadamente á Sabugal con pérdida de mucha
gente y de parte del convoy.


A poco, pisando Drouet el suelo lusitano, cruzó el Coa el 17 de Di-
ciembre con 14.000 infantes y 2.000 caballos, y avanzó á Gouvea. Des-
tacó de su fuerza contra Silveira una division y mucha caballería bajo el




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mando del general Claparede, y uniéndose Gardanne al cuerpo princi-
pal del ejército, marchó éste por el Alba abajo, y llegó á Murcella el 24.
Dióse luégo Drouet la mano por Espinhal con Massena, se situó en Lei-
ria, y dilatándose hácia la marina, cortó la comunicacion entre Welling-
ton y las provincias septentrionales de Portugal, mantenida hasta entón-
ces principalmente por los jefes Trant y Juan Wilson.


Claparede en tanto vino á las manos con el general Silveira, que so-
bradamente confiado, trabando pelea fuera de sazon, se vió deshecho
en Ponte do Abade hácia Trancoso, y acosado desde el 10 hasta el 13
de Enero, tuvo con bastante pérdida que replegarse la vuelta del Due-
ro: Entró Claparede despues en Lamego, y amenazó á Oporto ántes que
el general Baccellar, siempre al frente de las milicias de aquellas partes,
pudiera acudir en su socorro. Felizmente el frances no prosiguió adelan-
te, sino que tornó á Moimenta da Beira; con lo que los portugueses pu-
dieron cubrir la mencionada ciudad.


Por entonces entró asimismo en Portugal, con 3.000 hombres, el ge-
neral Foy, el cual enviado por Massena á Napoleon, si bien á costa de
mil peligros y de haber perdido parte de su escolta y los pliegos en las
estrechuras de Pancorbo, tornaba de Francia despues de haber desem-
peñado cumplidamente tan dificultoso encargo. El Emperador ignoraba
el verdadero estado del ejército del mariscal Massena, y tenía que acu-
dir, para averiguar noticias, á la lectura de los periódicos ingleses. Tal
era el tráfago belicoso de las ordenanzas portuguesas y partidas españo-
las. Quien primero le informó de todo fué el general Foy, hallándose és-
te de vuelta en Santaren el 2 de Febrero.


Ambos ejércitos frances y anglo-lusitano permanecieron en presen-
cia uno de otro hasta principio de Marzo. En el intervalo hicieron los
enemigos para proveerse de víveres muchas correrías, que dieron lu-
gar á infinidad de desórdenes y á inauditos excesos. En nada estorbaron
los ingleses tan destructora pecorea, y ántes temieron continuamente
ser atacados por los enemigos, que sólo se limitaron á meros reconoci-
mientos, habiendo en uno de ellos sido herido en una mejilla el gene-
ral Junot.


En Diciembre pasando Hill á Inglaterra, enfermo, fué reemplazado
en el mando de su gente, que casi siempre maniobraba á la izquierda del
Tajo, por el mariscal Beresford. Era el principal objeto de estas tropas
impedir la comunicacion de Massena con Soult, y las tenia Wellington
destinadas á cooperar con los españoles en Extremadura. Aguardaba pa-
ra efectuarlo la llegada de refuerzos de Inglaterra, que tardaron más de




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lo que creia en aportar á Lisboa, y por lo cual se difirió el cumplimiento
de resolucion tan oportuna.


No sucedió así con la de que regresasen á la mencionada provincia
las dos divisiones españolas que al mando del Marqués de la Romana se
habían unido ántes al ejército inglés, y tambien la de D. Cárlos de Espa-
ña, que obraba del lado de Abrántes. Todas se movieron despues de pro-
mediar Enero, y la última, compuesta de 1.500 infantes y 200 caballos,
estaba ya el 22 en Campomayor. Las dos primeras continuaban bajo el
mando inmediato de D. Martin de la Carrera y de D. Cárlos O’Donnell, y
las guió en jefe durante el viaje D. José Virués.


Debió Romana dirigirlas, pero en 23 de Enero, próximo ya á partir,
falleció de repente de una aneurisma en el cuartel general de Cartaxo.
Muchos sintieron su muerte, y aunque, conforme en su lugar se expre-
só, le faltaban á aquel caudillo várias de las prendas que constituyen la
esencia del hombre de estado y del gran capitan, perdióse á lo ménos
con su muerte un nombre que pudiera todavía haber contribuido al feliz
éxito de la buena causa. Las Córtes honraron la memoria del difunto de-
cretando que en su sepulcro se pusiese la siguiente inscripcion. «Al ge-
neral Marqués de la Romana, la patria reconocida.»


Trasladar á Extremadura las indicadas divisiones españolas, exigía-
lo lo que se preparaba en las Andalucías y en aquella provincia, de cu-
yas operaciones militares, íntimamente unidas con las de Portugal, ya es
tiempo de hablar en debida forma.


Tenía Napoleon resuelto que Soult ayudase á Massena en su campa-
ña, y áun parece se inclinaba á que se evacuasen las Andalucía», recon-
centrando aquellas fuerzas en la márgen izquierda del Tajo, y ponién-
dolas de este modo en contacto por Abrántes con las tropas francesas
de Portugal. Soult tardó en recibir las órdenes expedidas al efecto, in-
terceptadas las primeras por los partidarios. Y áun despues tampoco se
movió aceleradamente, embarazado con sus propias atenciones, y por-
que le desagradaba favorecer á Massena en una empresa de la que re-
sultaria á éste en caso de triunfo la principal gloria.


Rodeábanle en verdad apuros de cuantía. Sebastiani necesitaba to-
do el 4.º cuerpo de su mando para atender á Granada y Murcia. Ocupa-
ban al 1.º y á su jefe Victor el sitio de Cádiz y serranía de Ronda, y el 5.º,
mandado todavía por el mariscal Mortier, empleaba toda su gente en ve-
lar sobre la Extremadura y el condado de Niebla, siendo más indispen-
sable mantener tropás que asegurasen las diversas comunicaciones.


Abandonar las Andalucías érale á Soult muy doloroso, considerándo-




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las ya como conquista y patrimonio suyo, y penetrar en el Alentejo con
limitados medios, quedando á la espalda las plazas de Badajoz y Oliven-
za y las fuerzas españolas del condado y Extremadura, parecíale dema-
siadamente arriesgado. Queriendo evitar uno y otro y no desobedecer las
órdenes de su gobierno, pidió permiso para atacar dichas plazas ántes
de invadir el Alentejo. Napoleon consintió en ello, y Soult, al tiempo que
así caminaba con paso más firme en su expedicion, satisfacia tambien
sus celos y rivalidades, dejando á Massena solo y entregado á su suerte,
hasta que muy comprometido no pudiese éste salir de ahogos sino con la
ayuda del ejército del Mediodía. Tal fué al ménos la voz más válida, y á
la que daban fundadamente ocasion las desavenencias y disturbios que
por lo comun reinaban entre unos y otros mariscales.


Ántes de partir tomó Soult sus precauciones. Puso en Córdoba al ge-
neral Godinot en lugar de Dessolles, que habia vuelto á Madrid. En Eci-
ja apostó una columna bajo el mando del general Digeon, destinada á
mantener las comunicaciones; atrincheró del lado de Triana la ciudad de
Sevilla, cuyo gobierno entregó en manos del general Daricau, y envió, en
fin, refuerzos al condado de Niebla á las órdenes del coronel Remond.


Al entrar Enero tenía Soult preparada su expedicion, que debia cons-
tar en todo de unos 19.000 infantes y 4.000 caballos, 54 piezas, un tren
de sitio, convoy de provisiones y otros auxilios. Esta fuerza componíala
el cuerpo de Mortier y parte del de Victor, viniendo ademas de Toledo, y
no comprendiéndose en el número indicado, unos 3.000 hombres de in-
fantería y 500 jinetes del ejército frances del centro, con que se adelan-
tó á Trujillo el general Lahoussaie.


Por parte de los españoles proseguia mandando en Extremadura
desde la ausencia de Romana don Gabriel de Mendizábal, no habien-
do ocurrido allí en todo aquel tiempo hecho alguno notable. La division
de Ballesteros, que pertenecía entónces al mismo ejército, continua-
ba obrando casi siempre hácia el condado de Niebla, y dándose la ma-
no con Copons, era la que más bullia. Al tiempo de avanzar los france-
ses, Mendizábal, cuyas partidas se extendian á Guadalcanal, replegóse
por Mérida buscando la derecha de Guadiana, y Ballesteros tiró á Frege-
nal. Latour-Maubourg apretó al primero de cerca con la caballería, y Ga-
zan persiguió al último con objeto de proteger la marcha de la artillería
y convoyes. Volvió pié atras de Trujillo la fuerza que mandaba Lahouss-
aie para cubrir el Tajo de las irrupciones de D. Julian Sanchez, y despe-
jar tambien la comarca de otras partidas. El mariscal Soult con la infan-
tería caminó sobre Olivenza.




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Portuguesa ántes esta plaza, pertenecía á España desde el tratado de
Badajoz de 1801. Tenía fortificacion regular con camino cubierto y nue-
ve baluartes, pero flaca de suyo y descuidada, no podia detener largo
tiempo los ímpetus del frances. Era gobernador el mariscal de campo D.
Manuel Herk. La plaza fué embestida el 11 de Enero, y el 12 abrieron
los enemigos trinchera del lado del Oeste. Mendizábal cometió el des-
acuerdo de enviar un refuerzo de 3.000 hombres, los cuales en vez de
coadyuvar á la defensa de aquel recinto, claro era que no servirian sino
para embarazarla. El 20 rompieron los enemigos el luego con cañones
de grueso calibre, y batieron el baluarte de San Pedro, por donde esta-
ba la brecha antigua. Ofreció el 21 el gobernador Herk sostener la pla-
za hasta el último apuro; y no obstante capituló al día siguiente sin nue-
vo y particular motivo. Tuvieron algunos á gran mengua este hecho; pero
debe considerarse que apénas habia dentro municiones de guerra, apé-
nas artillería gruesa, y sólo sí ocho cañones de campaña, que manejados
diestramente por D. Ildefonso Diez de Ribera, hoy conde de Almodóvar,
contribuyeron á alucinar al enemigo sobre el verdadero estado de la pla-
za y á imponerle respeto. Quizá sí faltó el Gobernador en prometer más
de lo que le era dado cumplir.


Al propio tiempo Ballesteros cayendo al condado de Niebla, recibió
de la Regencia el mando de este distrito, y el aviso de que su division
pertenecia en adelante al 4.º ejército, que era el de la isla de Leon. Co-
pons el 25 de Enero se embarcó para este punto con la tropa que capita-
neaba, excepto la caballería y el cuerpo de Barbastro, que quedó al lado
de Ballesteros, quien el mismo dia sostuvo en Villanueva de los Castille-
jos contra los franceses una accion bastante gloriosa.


Bajo aquel nombre comprenden algunos dos pueblos, el citado de
Villanueva y el de Almendro, situados á la caida de la sierra de Andéva-
lo, por muchas partes de áspera y escarpada subida. En dos cumbres las
más notables colocó Ballesteros 3 á 4.000 peones que tenía, y al costado
derecho, en terreno algo más llano, 700 jinetes de que constaba la caba-
llería. Lo más principal de esta division procedia de la que en 1809 ha-
bia sacado aquel general de Astúrias, conservándose de los oficiales ca-
si todos, excepto los que habia arrebatado la guerra ó los trabajos. Así
sonaban en la hueste los nombres de Lena y Pravia, de Cángas de Tineo,
Castropol y el Infiesto, á que se añadía el provincial de Leon.


Ballesteros colocó su gente en dos líneas, y atacado por Gazan y Re-
mond, sostuvo su puesto con firmeza hasta entrar la noche, habiendo
causado al enemigo una pérdida considerable. Retiróse despues por es-




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calones con mucho órden, llegó á Sanlúcar de Guadiana y repasó tran-
quilamente este rio. Remond entónces quedó solo en el condado: marchó
Gazan sobre Fregenal y Jerez de los Caballeros, tomó un destacamento
suyo por capitulacion en l.º de Febrero el torreon antiguo de Encinaso-
la, de poca importancia; y continuó despues el mismo general á Badajoz,
dejando en Fregenal una columna volante.


Luégo que Ballesteros notó que los enemigos ponian toda su aten-
cion del lado de aquella plaza, comenzó de nuevo sus correrías. El 16 de
Febrero embistió á Fregenal, y cogió 100 caballos, 80 prisioneros y ba-
gaje, rondó por los contornos, y engrosadas sus filas con prisioneros fu-
gitivos de Olivenza, resolvió, al finalizar el mes, acometer á Remond en
el condado. Temeroso el comandante frances, se retiró más allá del rio
Tinto, de donde el 2 de Marzo le arrojaron los nuestros; suceso que alte-
ró en Sevilla los ánimos de los enemigos y de sus secuaces. Daricau, go-
bernador de esta ciudad, corrió en auxilio de Remond con cuanta gente
pudo recoger; mas serenóse habiendo Ballesteros hecho alto, y repasado
despues el Tinto. Incansable el español, tornó el 9 desde Veas, en busca
de Remond, sorprendióle de noche en Palma, le deshizo, y tomóle bas-
tantes prisioneros y dos cañones. Guerra afanosa y destructora para los
franceses. Ballesteros preparábase el 11 á hacer decididamente una in-
cursion hasta Sevilla mismo, cuando malas nuevas que venian de Extre-
madura le obligaron á suspender el movimiento proyectado.


Habian los enemigos embestido ya á Badajoz el 26 de Enero. Aque-
lla plaza está situada á la izquierda del Guadiana, que la baña por el
Norte y cubre una cuarta parte del recinto. Guarnécela del lado de la
campiña un terraplen revestido de mampostería, con ocho baluartes, fo-
sos secos, medias lunas, camino cubierto y explanada. Desagua allí al
Nordeste y corre por fuera un riachuelo de nombre Ribillas, cerca de cu-
ya confluencia con el Guadiana álzase un peñon coronado de un antiguo
castillo, el cual resguarda junto con dos de los baluartes el lado que mi-
ra al nacimiento del sol. En la derecha del Ribillas, á 200 toesas del re-
cinto principal, y en un sitio elevado, se muestra el fuerte de la Picuriña,
y al Sudoeste el hornabeque de Pardaleras, con foso estrecho y gola mal
cerrada. Estas dos obras exteriores se hallan, como la plaza, á la izquier-
da del Guadiana; descollando á la derecha, enfrente del castillo viejo,
poco há indicado, un cerro que se dilata al Norte, y en cuya cima se di-
visa el fuerte de San Cristóbal, casi cuadrado. Lame la falda de éste por
Levante el Gévora, que tambien se junta allí con el caudaloso Guadiana.
No esguazable el último rio en aquellos parajes, tiene un buen puente á




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la salida de la puerta de las Palmas, abrigado de un reducto. La pobla-
cion yace en bajo, y está rodeada de un terreno desigual, que pudiéra-
mos llamar undoso, con cerros á corta distancia.


Gobernábala el mariscal de campo D. Rafael Menacho, soldado de
gran pecho. Manejaba la artillería D. Joaquin Caamaño, y dirigía á los
ingenieros D. Julian Albo. Llegó á haber de guarnicion 9.000 hombres.
Poblaban la ciudad de 11 á 12.000 habitantes.


Empezaron los franceses el 28 de Enero á abrirla trinchera y atacar
por varios puntos; mas sólo á la izquierda del Guadiana y con horroro-
so bombardeo. En el cerro de San Miguel establecieron una batería de
cuatro piezas de á ocho y un obus: en el immediato del Almendro otra
enfilando el fuerte de la Picuriña: lo mismo á la ladera del de las Ma-
llas entre el Ribillas y el arroyo Calamon; plantando aquí tambien á la
izquierda de éste una batería de obuses y cañones, con otra en el cerro
del Viento; y abriendo entre ambas una trinchera y camino cubierto muy
prolongado, cuyo ramal flanqueaba el frente de Pardaleras. Llamaron los
franceses al último ataque el de la izquierda; del centro al que partia del
Calamon; de la derecha al que indicamos primero.


El 30 verificaron los españoles una salida, y dos días despues res-
pondió Menacho con brío á la intimacion que le hicieron los franceses
de rendirse. Hincháronse el 2 de Febrero las aguas del Ribillas, causan-
do daño en los trabajos de los contrarios, y el 3 matáronles los nuestros,
en una nueva salida de Pardaleras, más de 100 hombres, y arruinaron
parte de las obras.


D. Gabriel de Mendizábal, reuniendo con las suyas las divisiones es-
pañolas que habían venido del ejército anglo-portugues, trató de meter-
se en Badajoz, engrosar la guarnicion y retardar así las operaciones del
enemigo. Para ello, y facilitar á la infantería un camino seguro, mandó
á D. Martin de la Carrera que arremetiese el ó, por la mañana, contra la
caballería francesa, que en gran fuerza había pasado el 4 á la derecha
del Guadiana, y la arrojase más allá del Gévora. Ejecutó Carrera su en-
cargo gallardamente, y entónces Mendizábal se introdujo con los peo-
nes en la plaza.


Hicieron el 7 los cercados una salida contra las baterías enemigas
del cerro de San Miguel y del Almendro. Mandaba la empresa D. Cár-
los de España, y aunque puso éste el pié en la primera de las indicadas
baterías, sólo inutilizó en ella una pieza, no habiendo llegado á tiempo
los soldados que traian los clavos y demas instrumentos propios al inten-
to. La del Almendro fué tambien asaltada, y pudiéronse clavar allí más




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piezas. Sin embargo, rehechos los franceses, repelieron á los nuestros;
y como por el descuido ó retardo arriba indicado no se habia destruido
toda la artillería, causó ésta en nuestras filas al retirarse mucho estra-
go, y perdimos, entre muertos y heridos, unos 700 hombres, de ellos va-
rios oficiales.


Salió el 9 de Badajoz el general Mendizábal, y la plaza quedó entón-
ces custodiada con los 9.000 hombres que, segun dijimos, habían llega-
do á componer su guarnicion; evacuando el recinto sucesivamente los
enfermos y gente inútil. Mendizábal se acantonó en la márgen opuesta
de Guadiana, apoyó su ala derecha en el fuerte de San Cristóbal, y ase-
guró de este modo la comunicacion con Yélves y Campomayor.


Receloso en seguida Soult de que el sitio se dilatase, puso su ahin-
co en llevarle pronto á cima. Por tanto, adelantada ya la segunda para-
lela á 60 toesas de Pardaleras, rodearon á las 7 de la noche este fuerte
con unos 400 hombres, y abriéndose paso entre las empalizadas, se me-
tieron dentro por la parte que les mostró á la fuerza un oficial prisionero.
Pudo salvarse, no obstante, la mayor parte de la guarnicion. Prolongaron
entónces los franceses hasta el Guadiana la paralela de la izquierda, y
construyeron un reducto, que barriendo el camino de Yélves, completa-
ba el bloqueo por aquel lado.


Con todo, menester era para acelerar la toma de Badajoz, destruir ó
alejar á Mendizábal de las cercanías del fuerte de San Cristóbal. Lord
Wellington habia aconsejado oportunamente al general español mante-
nerse sobre la defensiva y fortalecer su posicien con acomodados atrin-
cheramientos, hasta tanto que pudiese socorrerle y obligar á los fran-
ceses á levantar el sitio. No dió Mendizábal oidos á tan prudentes
advertencias; y confiado en que iban muy crecidos Guadiana y Gévora,
no destruyó ni aseguró los vados que en aguas bajas se encuentran en
ambos ríos corriente arriba; contentóse sólo con demoler un puente que
habia en el Gévora, y trabajó lentamente en el reducto de la Atalaya, si-
tuado al Norte, á 800 toesas de San Cristobal.


Desde el 12 habia el mariscal Soult enviado 1.500 hombres para cru-
zar el Guadiana por el Montijo, y empezó el 17 á arrojar bombas sobre el
campo de Mendizábal hácia el lado del fuerte de San Cristóbal, con in-
tento de apartarle de semejante amparo. Quedábanle á Mendizábal unos
8.000 infantes y 1.200 caballos; y siendo muy superior la fuerza que po-
dia atacarle, debiera por lo mismo haber andado más cauto.


El 18 menguaron las aguas, y descendió aquel dia por la derecha del
Guadiana la caballería enemiga que habia tomado la vuelta del Monti-




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jo, cruzando los infantes por la tarde á legua y media de la confluencia
del Gévora, y siempre corriente arriba. Mendizábal no ignoraba el movi-
miento de los franceses, pero no por eso evitó el encuentro.


Temprano en la mañana del 19, 6.000 infantes enemigos y 3.000 ca-
ballos estaban ya en batalla á la derecha del Guadiana, dispuestos tam-
bien á pasar el Gévora. Una niebla espesa favorecía sus operaciones; y
exhortados por el mariscal Soult y reforzados, comenzaron á vadear el
último rio. Ejecutó el paso por la derecha, con toda la caballería, Latour-
Maubourg con intencion de envolver la izquierda española, y por el lado
opuesto cruzó la infantería, al mando del general Girard, que logró así
interponerse entre el fuerte de San Cristóbal y el costado derecho de los
españoles, cogiendo en medio ambos generales á nuestro ejército, casi
del todo desprevenido.


El mariscal Mortier, que gobernaba de cerca los movimientos orde-
nados por Soult, cerró de firme con los españoles. Nació Luégo en nues-
tras filas extrema confusion; los caballos, en cuyo número se contaban
los portugueses de Madden, no sostenidos bastantemente por Mendizá-
bal, dieron los primeros el deplorable ejemplo de echar á huir, no obs-
tante los esfuerzos valerosos de su principal jefe D. Fernando Gomez de
Butron, que se puso á la cabeza de los regimientos de Lusitania y Sagun-
to. Mendizábal formó con los infantes dos grandes cuadros que resistie-
ron algun tiempo en la altura de la Atalaya; pero que rotos al fin y pene-
trados por todas partes, disipáronse á la ventura. Ochocientos hombres
quedaron heridos ó muertos en el campo; 3.000 prisioneros, de ellos
muchos oficiales con el general Virués; otros dispersáronse ó se aco-
gieron á las plazas inmediatas. Cañones, muchos fusiles, bagaje, muni-
ciones, todo fué presa del enemigo. Salvóse en Campomayor, con algu-
na gente, D. Cárlos de España; en Yélves, Butron y 800 hombres, con
D. Pablo Morillo, que dió en tan aciago dia repetidas pruebas de valen-
tía y ánimo sereno.


La pelea, comenzada á las ocho de la mañana, terminóse una hora
despues, no habiendo costado á los franceses más de 400 hombres; pe-
lea ignominiosamente perdida, y por la que se levantó contra Mendizá-
bal un clamor universal harto justo. Fué causa de tamaño infortunio sin-
gular impericia, que no disculpan ni los bríos personales ni la buena
intencion de aquel desventurado general. Llamaron unos esta accion la
del Gévora, otros la de San Cristóbal; los españoles casi sólo la conocie-
ron bajo el nombre de la del 19 de Febrero.


Ganada la batalla, bloqueó la plaza el mariscal Soult por la derecha




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del Guadiana, aseguró con puentes las comunicaciones de ambas ori-
llas, y continuó el sitio reposadamente.


Creyó tambien que los ánimos se amilanarian con la derrota de Men-
dizábal, y envió un parlamento con nuevas propuestas. Mas D. Rafael
Menacho, manteniéndose impávido, no le admitió; y habitantes y milita-
res merecieron á porfía ser colocados al lado de tan digno caudillo.


Hubo diversos hechos muy señalados. Digno es de contarse entre
ellos el de D. Miguel Fonturvel, teniente de artillería de la brigada de
Canarias. De avanzada edad, pidió, no obstante, que se le confiase uno
de los puestos de más riesgo; y perdiendo las dos piernas y un brazo, así
mutilado, animaba, ántes de espirar, á sus soldados, y exclamó mién-
tras pudo con interrumpidos acentos: «¡Viva la patria! Contento mue-
ro por ella.»


Los enemigos proseguían en sus trabajos, y se enderezaban princi-
palmente contra los baluartes de San Juan y Santiago. El 26, extendién-
dose por allí y batiendo la plaza con vivo cañoneo, se prendió fuego á un
repuesto detras de uno de los baluartes; pero la presencia inmediata de
Menacho impidió el desorden y evitó desgracias. Valeroso y activo es-
te jefe, disponíase á defender la ciudad hasta por dentro, y cortó calles,
atroneró casas y tomó otras medidas no menos vigorosas.


Todo anunciaba que llevaria al cabo su propósito, cuando el 4 de
Marzo, observando desde el muro una salida en que se causó bastante
daño al enemigo, cayó muerto de una bala de cañon. Glorioso remate de
su anterior é ilustre carrera, y pérdida irreparable en tan apretadas cir-
cunstancias. Las Córtes hicieron mencion honrosa del nombre de Mena-
cho, y premiaron á su familia debidamente.


Sucedióle el mariscal de campo D. José de Imaz, que correspondió de
mala manera á tamaña confianza; pues capituló el 10, no aportillada bas-
tantemente la brecha en la cortina de Santiago, ni maltratados todavía los
flancos, y á tiempo en que por telégrafo se le avisó de Yélves que Masse-
na se retiraba, y que la plaza de Badajoz no tardaria en ser socorrida.


Quiso Imaz cubrir su mengua con el dictámen del comandante de
ingenieros D. Julian Albo y el de otros jefes que estuvieron por ren-
dirse. No así Caamaño el de artillería, que dijo: «Pruébese un asalto, ó
abrámonos paso por medio de las filas enemigas.» Igualmente fué ele-
vado y noble el parecer del general D. Juan José García, que si bien an-
ciano, expresó con brío: «Defendamos á Badajoz hasta perder la vida.»
Mas Imaz, con inexplicable contradiccion, votando en el consejo, que al
efecto se celebró, con los dos últimos jefes, entregó la plaza en el mismo




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día sin que hubiese para ello nuevo motivo. Como gobernador sólo á él
tocaba decidir en la materia, y él era el único y verdadero responsable.
Equivocóse si creyó que resolviendo de un modo y votando de otro, con-
servaría al mismo tiempo intacto su buen nombre y su persona. Formó-
sele causa, que duró, segun tenemos entendido, hasta la vuelta del rey
Fernando á España, caminando y terminándose al són de tantas otras de
la misma clase.


Ocuparon los franceses á Badajoz el 11 de Marzo. Salieron por la
brecha, y rindieron las armas, 7.135 hombres; habla en los hospitales
1.100 enfermos, y en la plaza 170 piezas de artillería, con municiones
bastantes de boca y guerra.


En seguida el general Latour-Maubourg marchó sobre Alburquerque
y Valencia de Alcántara, de que se apoderó en breve, no hallándose aque-
llas antiguas y malas plazas en verdadero estado de defensa. El mariscal
Mortier sitió el 12 de Marzo á Campomayor. Guarnecian el recinto, de su-
yo débil, unos pocos soldados de milicias y ordenanzas, y era goberna-
dor el valeroso portugués José Joaquin Talaya. Los enemigos situaron sus
baterías á medio tiro de fusil, amparados de las ruinas del fuerte de San
Juan, demolido en la guerra de 1800. Intimaron inútilmente la rendicion
el 15, y arrojando sin cesar dentro infinidad de bombas, y batiendo el mu-
ro con vivísimo y continuado fuego, abrieron el 21 brecha muy practica-
ble. Pronto al asalto, no quiso todavía entregarse el bizarro gobernador,
no obstante sus cortos medios y escasa tropa; y sólo ofreció que se rendi-
ria si pasadas veinticuatro horas no le hubiese llegado socorro. Frustrada
esta esperanza, salió por la brecha, cumplido el plazo, con unos 600 hom-
bres, entre milicianos y ordenanzas, que era toda su gente.


Nuevos cuidados llamaron á Sevilla al mariscal Soult. Luégo que és-
te se ausentó de aquella ciudad, tratóse en Cádiz de distraer las fuerzas
de la línea sitiadora y áun de obligar al enemigo, si ser podía, á alzar el
campo. Pensóse llevar á efecto tal propósito al fenecer Enero, y obraban
de acuerdo españoles é ingleses. En consecuencia partió de Cádiz algu-
na tropa, que desembarcó en Algeciras, y que con otra gente de la serra-
nía de Ronda formó la primera division del cuarto ejército, á las órdenes
de D. Antonio Bejines de los Rios. Debiendo este jefe dar la señal de
los movimientos proyectados, marchó sobre Medinasidonia, y el 29 del
mismo Enero rechazó á los franceses, cogiéndoles 150 hombres. El ma-
yor inglés Brown, que continuaba gobernando á Tarifa, apoyó la manio-
bra avanzando á Casas Viejas. Paró allí esta tentativa, habiéndose retar-
dado la ejecucion del plan principal.




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Un mes trascurrió ántes de que se realizase; mas entónces combi-
nóse de modo que todos se lisonjeaban con la esperanza de que tuviese
buena salida. Debia componerse la expedicion de las indicadas tropas
de Bejines y Brown, y de las que acompañasen de la Isla y Cádiz á los
generales Graham y D. Manuel de La Peña. Habia el último de mandar
en jefe, como quien llevaba mayor fuerza; y escogióle la Regencia, no
tanto por su mérito militar, cuanto por ser de índole conciliadora y dócil
bastante para escuchar los consejos que le diese el general inglés, más
experto y superior en luces.


Las tropas británicas fueron las primeras que dieron la vela, luégo
las españolas, el 26 de Febrero. Conducia nuestra expedicion de mar
el capitan de navío D. Francisco Maurelle; escoltábanla la corbeta de
guerra Diana y algunas fuerzas sutiles, y la componian más de 200 bu-
ques. Navegó la expedición con el mayor órden, y pusieron las tropas pié
en tierra, en Tarifa, al anochecer del 27. Incorporáronse allí á los nues-
tros el cuerpo principal de los ingleses, y efectos y tropa de algunos bu-
ques que, impelidos del viento y corrientes del Estrecho, habían apor-
tado á Algeciras.


Reunido en Tarifa todo el ejército combinado, excepto la division de
Bejines, que se unió el 2 de Marzo en Casas Viejas, distribuyóle el ge-
neral La Peña en tres trozos: vanguardia, centro, ó cuerpo de batalla, y
reserva. La primera la guiaba D. José de Lardizábal, el centro el Prínci-
pe de Anglona, y la última el general Graham. En todo, con los de Be-
jines, 11.200 infantes, entre ellos 4.300 ingleses. Habia, ademas, 800
hombres de caballería, 600 nuestros, los otros de los aliados; mandaba
los jinetes el mariscal de campo D. Santiago Whittingham. Se contaban
24 piezas de artillería.


Púsose el 28 en marcha el ejército con direccion al puerto de Faci-
nas, por cuyo sitio atraviesa, partiendo del mar á las sierras de Ronda,
la cordillera que termina al Ocaso el Campo de Gibraltar. Desde ella se
desciende á las espaciosas llanuras que se dilatan hasta cerca de Chi-
clana, Sancti Petri y faldas del cerro de Medinasidonia; adonde, des-
colgándose de las sierras arroyos y torrentes, atajan y cortan la tierra,
y causan pantanos y barranqueras. Con la muchedumbre y union de
las vertientes fórmanse, sobre todo en aquella estacion, ríos de bastan-
te caudal, como el Barbate, que recoge las aguas de la laguna de Janda.
Estos tropiezos y el fatal estado de los caminos, malos de suyo, retarda-
ron la marcha, particularmente de la artillería.


De Facinas podía el ejército dirigirse sobre Medinasidonia por Casas




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Viejas, ó sobre Sancti Petri y Chiclana por la costa, siguiendo la vuelta
de Veger. Evacuaron precipitadamente los franceses este pueblo el 2 de
Marzo, amenazados por algunas tropas nuestras, al paso que el grueso
del ejército marchaba á Casas Viejas, camino que al principio se resol-
vió tomar. De aquí fueron tambien arrojados los enemigos, y se les cogie-
ron unos cuantos prisioneros, dos piezas y repuestos de vituallas.


En las alturas frente á Casas Viejas y á la izquierda del Barbate, per-
maneció el ejército combinado hasta la mañana del 3, en cuyo tiempo
desistiendo el general en jefe de proseguir por el mismo camino de án-
tes, emprendió la marcha por Veger, orillas de la mar; y sólo destacó há-
cia Medina, para alucinar á los franceses que la ocupaban, el batallon li-
gero de Alburquerque y el escuadron de voluntarios de Madrid.


Desaprobaron muchos que se hubiese mudado de rumbo, en la per-
suasion de que era preferible la primera ruta, que daba á espaldas del
enemigo y se apoyaba en la serranía de Ronda, baluarte natural y con los
arrimos de Gibraltar y Tarifa. No pareció disculpa la circunstancia de
ser Medina posicion fuerte y estar artillada con siete piezas, pues ade-
mas de que no hubiera resistido á la acometida del ejército combinado,
tampoco se necesitaba tomar empeño en su conquista, sino solamente
observar lo que allí se hacia. Yendo por aquella parte se podia tambien
contar con la belicosa y bien dispuesta poblacion de la sierra; y en ca-
so de malaventura no corria nuestra tropa riesgo de ser acorralada contra
insuperables obstáculos, como era el de la mar del lado de Veger y Sanc-
ti Petri. Mas La Peña, hombre pusilánime y sobrado meticuloso, quiso
ante todo abrir comunicacion con la Isla, creyéndose más seguro en la
vecindad de tan inexpugnable abrigo; y desconociendo que, si aconte-
cia algun descalabro, la confusion y el tropel no permitirian ni oportu-
na ni dichosa retirada.


Había quedado mandando en la Isla D. José de Zayas, con órden de
ejecutar movimientos aparentes en toda la línea, ayudado de las fuerzas
de mar. Tenía igualmente encargo de echar un puente de barcas al em-
bocadero de Sancti Petri, en cuya orilla izquierda, enseñoreada por los
franceses, forma el río, la mar y el caño de Alcornocal una lengua de tie-
rra que habían con flechas cortado aquéllos, dueños también de la torre
y colinas de Bermeja, colocadas á la espalda. Nuestra posicion en la ori-
lla derecha dominaba la de los contrarios; y dos fuertes baterías y el cas-
tillo de Sancti Petri barrian el terreno hasta las indicadas flechas.


Establecióse, conforme á lo prevenido y en el paraje insinuado un
puente flotante bajo la direccion del capitan de navío D. Timoteo Roch;




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y desde el 2 de Marzo comenzaron ya las fuerzas de mar de los diversos
apostaderos del río de Sancti Petri á hostilizar la costa; mas en la noche,
despues de echado el puente, por descuido ó por otra razon que ignora-
mos, asaltando tiradores franceses á 250 españoles que le custodiaban,
fueron sorprendidos éstos y hechos prisioneros. Se tuvo á dicha que no
penetrasen los enemigos más adelante; pues, con la oscuridad y el des-
órden, ya que no se hubiesen apoderado de la Isla, por lo ménos hubie-
ran causado mayores daños.


De resultas mandó Zayas cortar algunas barcas del puente, no sabien-
do tampoco de fijo el paradero del ejército expedicionario. Como el pri-
mer pensamiento acerca de la marcha de éste fué el de ejecutarla por Me-
dina, habiase al partir convenido que las tropas aliadas advertirian su
llegada á aquel punto por medio de señales, que no se verifiaron cambia-
do el plan. Un oficial que envió La Peña para avisar dicha mudanza, de-
tuviéronle los ingleses dos dias en el mar, pareciéndoles emisario sospe-
choso. Esto y el haber cortado algunas barcas del puente, impidió que de
la Isla se auxiliasen con la prontitud deseada las operaciones de afuera.


A la caída de la tarde del 4 de Marzo tomó el ejército expediciona-
rio el camino de Conil, continuando después la vuelta de Sancti Petri.
Acompañaban á las tropas muchos patriotas y escopeteros de los pue-
blos inmediatos y de la sierra. Llegó el ejército al cerro de la Cabeza del
Puerco, ó sea de la Barrosa, al amanecer del 5; y de allí, hecho un corto
descanso, prosiguió la vanguardia, engrosada con un escuadron y fuer-
zas del centro, via del bosque y altura de la Bermeja. Quedó en el ce-
rro del Puerco el resto de las tropas que componían el centro, y á su re-
taguardia la reserva; adelantándose por el flanco derecho el grueso de
los jinetes. La marcha de las tropas en la anterior noche habia sido lar-
ga y sobre todo penosa, no calculados competentemente de antemano los
obstáculos con que iba á tropezarse.


Desasosegaban á los franceses los movimientos de los aliados, in-
ciertos del punto por dónde éstos atacarian y faltos de gente. La que te-
nía el mariscal Victor delante de la Isla y Cádiz no pasaba de 15.000
hombres, y ascendian á 5.000 más los que se alojaban en Medina, San-
lúcar y otros sitios cercanos. Aseguradas las líneas con alguna tropa, in-
terpolada de españoles juramentados (que unos de grado y muchos por
fuerza, no dejaban en estas Andalucías de prestar auxilio á los enemi-
gos), colocóse el mencionado mariscal en las avenidas de Conil y Medi-
na, asistido de unos 10.000 hombres, en disposicion de acudir á la de-
fensa de cualquiera de dichos dos caminos que trajesen los aliados.




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Cerciorado que fué de ello, y despues de escaramuzar las tropas lige-
ras de ambos ejércitos, se reconcentró Victor en los pinares de Chicla-
na, puso á su izquierda la division del general Ruffin, en el centro la de
Leval, y á Villatte con la suya en la derecha; guarneciendo el último la
tala y flechas que amparaban el siniestro costado de su propia linea en-
frente de la Isla.


A este punto se dirigia la vanguardia española para atacar por la es-
palda los atrinchera mientos y baterías enemigas que impedian la comu-
nicacion entre el ejército de dentro de la Isla y el expedicionario. Con
la mira de estorbar semejante maniobra, habíase colocado el general Vi-
llatte delante del caño del Alcornocal y molino fortificado de Almansa,
favorecido de un pinar espeso que, ocultando parte de su tropa, dejaba
sólo al descubierto unos cuantos batallones apoyados en Torre Bermeja.


La vanguardia, bajo el mando de Lardizábal, atacó bravamente las
fuerzas de Villatte: la pelea fué reñida, en un principio dudosa; pero
decidióla en nuestro favor, conteniendo al enemigo y cargándole lué-
go con ímpetu, el regimiento de Murcia al mando de su coronel D. Juan
María Muñoz, y tres batallones de guardias españolas, que con el regi-
miento de Africa llegaron en seguida, y dieron al reencuentro feliz re-
mate. Villatte, repelido así, pasó al otro lado del caño y molino de Al-
mansa, quedando, de consiguiente, franca la comunicacion con la Isla
de Leon; aunque se retardó el paso por el tiempo que pidió la reparacion
del puente de Sancti Petri, poco ántes cortado.


En el mismo instante, La Peña, que deseaba aprovechar la ventaja
adquirida, y continuar tres el enemigo por el espeso y dilatado bosque
que va á Chiclana, llamó hácia allí lo más de su tropa, y dispuso que el
general Graham, abandonando el cerro del Puerco, se acercase al cam-
po de la Bermeja distante tres cuartos de legua, y que cooperase á las
maniobras de la vanguardia, dejando sólo en dicho cerro, para proteger
aquel puesto, la division de D. Antonio Bejines, un batallon inglés á las
ordenes del mayor Brown, y las de Ciudad Real y guardias valonas, uni-
dos ántes á la reserva.


Victor, que vigilaba los movimientos de los aliados, luégo que notó
el de Graham, y que caminaba éste por el pinar con direccion al cam-
po de la Bermeja, apareció en el llano; y dirigiendo la division de Leval
contra los ingleses que iban marchando, se adelantó él en persona con
las fuerzas de Ruffin al cerro del Puerco por la ladera de la espalda, po-
sesionándose de su cima, verdadera llave de toda la posicion, y cortan-
do así las comunicaciones entre la gente que habia quedado apostada en




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Casas Viejas y las tropas que acababan los españoles de dejar en el ci-
tado cerro del Puerco, las cuales precisadas á retirarse se movieron há-
cia el grueso del ejército.


Mostrábase ahora á las claras que la intencion del enemigo era arrin-
conar á los aliados contra el mar y envolverlos por todos lados. El gene-
ral Graham, que lo había sospechado, confirmóse en ello al verse aco-
metido, y al noticiarla el mayor Brown el movimiento y ataque que los
franceses habian hecho sobre el cerro del Puerco. Para remediar el mal
contramarchó rápidamente el general británico: hizo que 10 cañones á
las órdenes del mayor Duncan rompiesen fuego abrasador contra el ge-
neral Leval, á quien, en consecuencia de la evolucion practicada, tenían
los ingleses por su flanco izquierdo, y mandó al coronel Andrés Bernard
empeñar la lid con los tiradores y compañías portuguesas. Formó ade-
mas de los restantes cuerpos dos trozos: de éstos, uno bajo el general Di-
lkies acometió á Ruffin, otro bajo el coronel Wheately á Leval. La arti-
llería, mandada por Duncan, contuvo la division del último y causó en
ella gran destrozo.


El mayor Brown se habia aproximado, por órden de Graham, al ce-
rro de que era ya dueño Ruffin, y ántes que Dilkies llegára, habia tenido
que aguantar vivísimo fuego. Juntos ambos jefes arremetieron vigorosa-
mente cuesta arriba para recobrar la posicion defendida por los france-
ses con su acostumbrado valor. El combate fué porfiado y sangriento.
Cayó herido mortalmente Ruffin, sin vida el general Rousseau, y los in-
gleses al fin encaramándose á la cumbre, se enseñorearon del campo de
los enemigos. Huyeron éstos precipitadamente, y Graham, contento con
el triunfo alcanzado, no los persiguió, fatigada su gente con las marchas
de aquellos dias. Al rematar la accion, llegaron de refresco los de Ciu-
dad Real y guardias valones, que ántes estaban con él unidos pertene-
ciendo á la reserva, los cuales, sin órden de La Peña, acudieron adonde
se lidiaba, movidos de hidalgo pundonor.


Las divisiones de Ruffin y Leval se retiraron concéntricamente: en
vano quiso el mariscal Victor restablecer la refriega: el fuego sostenido y
fulminante de los cañones de Duncan desbarató tal intento.


El combate sólo duró hora y media; pero tan mortífero, que los ingle-
ses perdieron más de 1.000 soldados y 50 oficiales; los franceses 2.000 y
400 prisioneros, en cuyo número se contó al general Ruffin, tan mal he-
rido, que murió á bordo del buque que le transportaba á Inglaterra.


Los enemigos durante la pelea quisieron tambien extenderse por la
playa al pié del cerro de la Cabeza del Puerco; mas se lo estorbaron las




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tropas de Bejines y la caballería de Whittingham. Este no persiguió en
la retirada cual pudiera á los franceses, que no tenian arriba de 250 ji-
netes. Sólo los húsares británicos, que eran 180, se destacaron del cuer-
po principal, y guiados por el coronel Federico Ponsomby, embistieron
con los enemigos. Whittingham dió por disculpa para no seguir tan buen
ejemplo, el haber tomado por franceses á los españoles que habian que-
dado de observacion en Casas Viejas, y que se acercaron al campo en el
momento de concluirse la batalla.


No cesó en tanto el tiroteo entre la vanguardia del mando de Lardizá-
bal y la division de Villatte, quien tambien quedó herido. Los españoles
perdieron unos 300 hombres, no ménos los contrarios.


La Peña no dió paso alguno para auxiliar al general Graham, ni se
meneó de donde estaba, como si temiera alejarse de Sancti Petri; ca-
yo puente al cabo se reparó, pudiendo el general Zayas pasarle, y colo-
carse cerca de las flechas y molino de Almansa. Excusó La Peña su in-
accion con haber ignorado la contramarcha de Graham, y con el poco
tiempo que dió la corta duracion de la pelea. Pero pareció á muchos que
bastaba para aviso el ruido del cañon, y que ya que no hubiese el gene-
ral español podido concurrir al primer momento del triunfo, por lo me-
nos encaminándose al punto ele la accion hubiera su asistencia servido
á molestar y deshacer del todo al enemigo en la retirada.


Graham, ofendido de tal proceder, y disminuida su gente y fatiga-
da, metióse el 6 en la Isla, rehusó cooperar activamente fuera de las lí-
neas, y sólo prometió favorecer desde ellas cualquiera tentativa de los
españoles.


En aquellos dias las fuerzas útiles de éstos, al mando de D. Cayeta-
no Valdés, sostenidas por las de los ingleses, se habian desplegado en la
parte interior de la bahía, amenazando el Trocadero y los otros puntos,
del mismo modo que el rio de Sancti Petri y caños de la Isla. En la ma-
ñana del 6 se verificó un pequeño desembarco en la playa del Puerto de
Santa María, y en la noche anterior don Ignacio Fonnegra habiase pose-
sionado de Rota, y destruido las baterías y artillería enemiga.


Derrotado el mariscal Victor en el cerro de la Cabeza del Puerco, ó
sea Torre de la Barrosa, tomó medidas de retirada, y envió á Jerez heri-
dos y bagajes: llamó de Medinasidonia la division mandada por Cassag-
ne, la cual no habia asistido á la batalla, y se reconcentró con lo princi-
pal de sus tropas en la vecindad de Puerto Real.


Por su parte La Peña no se atrevió á emprender solo cosa alguna, y
entró en Sancti Petri el 7 con todo su ejército, excepto los patriotas de




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la sierra y la division de Bejines, que quedaron fuera, y ocuparon el 8 á
Medinasidonia, rechazando á 600 franceses que intentaron atacarlos.


Todas estas operaciones, y sobre todo la batalla del 5, excitaron que-
jas y recriminaciones sin fin. Miróse como fuente y causa principal de
ellas la irresolucion y desconfianza que de sí propio tenía La Peña. Gra-
ham, aunque con razon ofendido de várias acusaciones que se le hicie-
ron, llevó muy allá el resentimiento y enojo.


En las Córtes se promovieron acerca del asunto largos debates. Mu-
chos querian que en todos los casos de acciones ó sucesos desgraciados
se formase causa al general en jefe; opinion sobrado lata, pues las armas
tienen sus dias, y los mayores capitanes han perdido batallas, y equivo-
cádose á veces en sus maniobras. Por lo mismo limitáronse las Córtes á
decir que la Regencia investigase con todo el rigor de las leyes militares
lo ocurrido con tan notable suceso, quedándole expeditas sus facultades
para obrar conforme creyera conveniente al bien y utilidad del Estado.


Nombró al efecto la Regencia una junta de generales, la cual informó
meses despues no resultar hecho alguno por el que se pudiese proceder
contra D. Manuel de La Peña. En virtud de esta declaracien cierto era
que no debia la Regencia poner en juicio á aquel general, pero tampoco
habia motivo para premiarle, como lo hizo más adelante, condecorándo-
le con la gran cruz de Cárlos III, y con la manifestacion de que así él co-
mo los demas generales y tropa se habian portado dignamente.


Las Córtes anduvieron por entónces más cuerdas, dando gracias á los
aliados, y declarando que estaban satisfechas de la conducta militar de
la oficialidad y tropa del cuarto ejército. De este modo no mentaron en
su declaracion al general en jefe, e hicieron justicia á las tropas y á los
oficiales que se condujeron, en los lances en que se empeñaron, con va-
lor y buena disciplina. Posteriormente instadas las Córtes por empeños,
y apoyándose en los dictámenes que dieron varios generales, manifesta-
ron tambien quedar satisfechas de la conducta de D. Manuel de La Pe-
ña en la expedicion de la Barrosa. Resolucion que con razon desapro-
baron muchos.


En sesion secreta agraciaron las mismas al general Graham con la
grandeza de España, bajo el título de duque del Cerro de la Cabeza del
Puerco. Al principio pareció aceptar dicho general la merced que se le
otorgaba, pues confidencialmente su ayudante y particular amigo lord
Stanhope así lo indicó, mostrando sólo el deseo de que se variase la de-
nominacion, teniendo en inglés la palabra Pig peor sonido que la corres-
pondiente en español. Convínose en ello; mas luégo no admitió Graham,




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ya fuese resentimiento del proceder de la Regencia, ó ya más bien, se-
gun creyeron otros, temor de lastimar á lord Wellington, todavía no ele-
vado á tan encumbrada dignidad.


Despues de lo acaecido, imposible era continuasen mandando en la
Isla el general Graham y don Manuel de La Peña. Explicaciones, répli-
cas, escritos se multiplicaron por ambas partes, y llegaron á punto de
provocar un duelo entre D. Luis de Lacy, jefe del estado mayor del ejér-
cito expedicionario, y el general inglés; felizmente se arregló la penden-
cia sin lidiar. Sucedió en breve al último en su cargo el general Cook, y
á La Peña, contra quien se desenfrenó la opinion, el Marqués de Coupig-
ny, que vimos en Bailén y Cataluña.


El mariscal Victor, pasado el primer susto, y viendo que nadie le se-
guía ni molestaba, volvió el 8 tranquilamente á Chiclana, y ocupó de
nuevo y reforzó todos los puntos de su línea.


A poco empezaron los sitiadores á arrojar proyectiles que alcanza-
ron á Cádiz. Ya habian hecho ensayos en los dias 15, 19 y 20 de Diciem-
bre anterior desde la batería de la Cabezuela junto al Trocadero, y con-
seguido que cayesen algunas bombas en la plaza de San Juan de Dios y
sus alrededores, esto es, en la parte más próxima á los fuegos enemigos.
No reventaban sino las ménos, y de consiguiente fué casi nulo su efecto,
pues para que llegasen á tan larga distancia (3.000 toesas), era menester
macizarlas con plomo, y dejar sólo un huequecillo en que cupiesen unas
pocas onzas de pólvora. Estos proyectiles lanzábanlos unos morteros que
llamaban á la Villantroys, del nombre de un antiguo ingeniero frances
que los descubrió; mas el modelo de las bombas le hallaron los franceses
en el arsenal de Sevilla, invento antiguo de un español, que ahora pare-
ce perfeccionó un oficial de artillería, tambien español, en servicio de
los enemigos, cuyo nombre no estampamos aquí en la duda de si fué ó no
cierta acusacion tan fea. Los franceses tuvieron al principio un corto nú-
mero de morteros de esta clase, descomponiéndoseles á cada paso por la
mucha carga que se les echaba. Aumentáronlos en lo sucesivo, y áun los
mejoraron, segun en su lugar verémos.


Murmurándose mucho en Cádiz acerca de la expedicion de La Peña,
el Consejo de Regencia, para apaciguar los clamores, y distraer al ene-
migo del sitio de Badajoz, cuya caída áun se ignoraba, ideó otra expedi-
cion al condado de Niebla, de 5.000 infantes y 250 caballos, á las órde-
nes de D. José de Zayas, que debia obrar de acuerdo con D. Francisco
Ballesteros.


Dió la vela de Cádiz aquel general el 18 de Marzo, y desembarca-




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do el 19 en las inmediaciones de Huelva, echó á los franceses de Mo-
guer y trató de ir tierra adentro. Mas ántes de verificarlo, reforzados los
enemigos con tropa suya de Extremadura, y no unidos todavía Zayas y
Ballesteros, tuvo el primero que reembarcarse el 23, previniéndole sus
instrucciones que no emprendiese nada sin tener certidumbre de buen
éxito, y se colocó en la isla de la Cascajera, al embocadero del Tinto. Los
caballos hubo que abandonarlos, apretando de cerca el enemigo, y sólo
las sillas y arreos, junto con los jinetes, fueron trasportados á la mencio-
nada isla, y es digno de notar que varios de aquellos animales, entrega-
dos á su generoso instinto, cruzaron á nado el brazo de mar que los se-
paraba de sus dueños.


Acampado Zayas en la Cascajera, quiso ponerse de acuerdo con Ba-
llesteros, quien celoso é indisciplinado, daba buenas palabras, mas casi
nunca las cumplía, y en el caso actual, trató, ademas, de sobornar á los
soldados de la expedicion para engrosar sus propias filas. Zayas, no obs-
tante, permaneció allí algunos dias, y áun divirtió al enemigo en favor de
Ballesteros, señaladamente el 29 de Marzo, que, enviando gente sobre la
torre de la Arenilla, sorprendió á los franceses de Moguer, les hizo per-
der 100 hombres, y áun recobró algunos de los caballos que habian que-
dado en tierra recogidos por los paisanos.


Al fin Zayas, sin alcanzar otro fruto que éste, y el de haber de nuevo
inquietado á los enemigos, tomó á Cádiz el 31, habiendo los barcos de
la expedicion corrido riesgo de perecer en un temporal que sobrevino en
aquella costa durante la noche del 27 al 28.


En Cádiz se mostró tan furioso, que no quedaba memoria de otro
igual, soplando un levante más bravo que el del año de 1810, de que en
su lugar hablamos. Por fortuna no se perdieron ahora buques de guerra,
pero sí infinidad de mercantes, desamarrándose y chocando unos con-
tra otros, ó encallando en la costa; más de 300 personas se ahogaron, y
como ocurrió de noche, la oscuridad y violencia del viento dificultó los
auxilios. Los marinos, en particular los ingleses, dieron pruebas rele-
vantes de intrepidez, pericia y humanidad, por la diligencia que pusie-
ron en socorrer á los náufragos. Entónces se volvió á abrir la llaga áun
reciente de la expedicion de la Isla, y á clamar contra Peña, pues no ca-
bia duda de que si se hubiera levantado el sitio de Cádiz, fondeados los,
barcos en parajes de mayor abrigo, no se hubieran experimentado tan-
tas desdichas.


Emprendía el mariscal Massena su completa retirada, miéntras que
ocurrieron en el mediodía de España los sucesos relatados. Firme en las




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instancias de Santaren, en tanto que su ejército pudo subsistir en ellas
y procurarse bastimentos, resolvió desampararlas luégo que vió apura-
dos sus recursos, y que menguaba cada vez más el número de su gen-
te, al paso que crecia el de los ingleses y sus medios. Empezó el maris-
cal frances su movimiento retrógrado en la noche del 5 al 6 de Marzo, y
empezóle como gran capitan. Rodeábanle dificultades sin cuento, y para
vencerlas necesitaba valerse de la movilidad de sus tropas, en que tan-
ta ventaja llevaban á las de los ingleses. El camino que hizo resolucion
de tomar fué hácia el Mondego, de arduo comienzo, pues exigía manio-
bras por el costado. Envió delante, y con anticipacion al dia 5, lo pesa-
do y embarazoso, y ordenó al mariscal Ney que evolucionase sobre Lei-
ria, como si quisiese dirigir sus pasos á Torres-Vedras. Entónces, y en la
citada noche del 5 al 6, alzando Massena el campo, reconcentró el 9 en
Pombal, por medio de marchas rápidas, todo su ejército, excepto el se-
gundo cuerpo al mando de Reynier, y la division de Loíson, que quemó
las barcas de Punhete, tomando ambos generales la ruta de Espinhal, y
cubriendo así el flanco de la línea principal de retirada.


Echó lord Wellington tras el enemigo, aunque con cautela, receloso
siempre de descubrir las líneas. Y por eso y haberle tambien Massena
ganado por la mano desapareciendo disimuladamente, no pudo aquél re-
unir basta el 11 tropas bastantes para operar activamente. No le aguar-
dó el mariscal frances, pues por la noche continuó su marcha, ampa-
rado del sexto cuerpo y de la caballería del general Mont-Brun, que se
situaron á la entrada de un desfiladero que corre entre Pombal y Redi-
cha. Desalojáronlos de allí los ingleses, y Massena paróse el 13 en Con-
deixa. Era su intento caminar por Coimbra, y detenerse en las fuertes
posiciones de la derecha del Mondego. Pero los portugueses, dirigidos
por el coronel Trant, habian roto los puentes, y preparado aquella ciu-
dad para una viva defensa, recogiéndose tambien dentro los habitantes
de la orilla izquierda, que la dejaron convertida en desierto. Adelantó-
se sobre Coimbra el general Mont-Brun, y el 12 hizo ya algunas tentati-
vas de ataque y arrojó granadas. En vano intimó la rendicion, y desenga-
ñado de poder entrar en la ciudad de rebate, advirtió de ello al general
en jefe, creido, ademas, en que hablan llegado refuerzos por mar desde
Lisboa al Mondego.


No pudiendo Massena detenerse á forzar el paso del rio, acosado de
cerca, hallábase muy comprometido, no quedándole otra ruta sino la di-
ficilísima de Ponte da Murcella por Miranda do Corvo. Vislumbró We-
llington que á su contrario le estaba cerrado el camino de Coimbra, por-




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que sus bagajes tiraban hácia Ponte da Murcella. En esta atencion, hizo
el general inglés marchar por su derecha, atravesando las montañas, una
division bajo las órdenes de Picton; movimiento de sesgo que forzó á los
franceses á desamparará Condeixa, y echarse una legua atras, situándo-
se en Casalnovo. Wellington entónces abrió inmediatamente su comuni-
cacion con la ciudad de Coimbra, y trató de arrojar á los franceses de su
nueva posicion.


Siendo ésta muy respetable por el frente, maniobró el inglés hácia
los costados. Envió por el derecho al general Cole, que despues debia
dirigirse al Alentejo, y encargóle asegurar el paso del rio Deuza y la ru-
ta de Espinhal, en cuyas cercanías estaba ya desde el 10 el general Nig-
htingale en observacion de Reynier y Loison, los cuales, segun dijimos,
habian por allí seguido la retirada. Wellington, ademas, envió del mismo
lado, pero ciñendo al enemigo, al general Picton, y destacó por el cos-
tado izquierdo al general Erskine y la brigada portuguesa de Pack, al
tiempo mismo que ordenó á las tropas ligeras que escaramuzasen por el
frente, apoyadas en la division de Campbell. Quedó de reserva el resto
del ejército anglo-portugnes.


Parte del de los franceses se habia replegado ya, posesionándose del
formidable paso de Miranda do Corvo y márgenes del rio Deuza. Aquí se
juntó tambien á los suyos el general Mont-Brun, que, avanzando á Coim-
bra, se vió muy expuesto á que le envolviesen los ingleses cuando Mas-
sena desamparó á Condeixa. Los cuerpos sexto y octavo, que se mante-
nian en Casalnovo, abandonaron la posicion en virtud de las maniobras
del inglés por el flanco, y se incorporaron al mariscal en jefe, alojado en
Miranda.


En el entretanto unióse en la tarde del 14 á Nightingale el general
Cole, y dueños los ingleses de Espinhal, pasado el Deuza, podian forzar
abrazándola la nueva posicion que ocupaban los franceses en Miranda
do Corvo, motivo por el que los últimos la evacuaron en aquella misiva
noche, y tomaron otra no ménos respetable sobre el rio Ceiras, dejando
un cuerpo de vanguardia enfrente de la Foz d’Arouce. El 15 se trabó en
este punto un porfiado combate, que duró hasta despues de anochecido:
con la oscuridad y el tropel hubo de los franceses muchos que se aho-
garon al paso del Ceiras. No obstante, Ney, que siempre cubria la reti-
rada, consiguió salvar los heridos y los carros y bagajes que áun conser-
vaban, estableciéndose sin tropiezo el general Massena detrás del Alba.
Dió Wellington descanso á sus tropas el 16, y situó el 17 sus puestos so-
bre la sierra de Murcella.




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Puede decirse que se terminó aquí la primera parte de la retirada
de los franceses comenzada desde Santaren. En toda ella marcharon los
enemigos formados en masa sólida, cubiertos por uno ó dos cuerpos de
su ejército, que sacaron ventaja del terreno quebrado y áspero con que
encontraban. Massena desplegó en la retirada profundos conocimientos
del arte de la guerra, y Ney, á retaguardia, brilló siempre por su intrepi-
dez y maestría.


Pero los destrozos que causaron sus huestes exceden á todo lo que
puede delinear la pluma. Ya en las primeras estancias, ya en las de San-
taren, ya en el camino que de vuelta recorrieron, no se ofrecia á la vista
otra imágen sino la de la muerte y desolacion. Los frutos, en el otoño, no
fueron levantados ni recogidos, y de ellos, los que no consumió el ham-
briento soldado, podridos en los árboles ó caídos por el suelo, sirvieron
de pasto á bandadas de pájaros y á enjambre de inmundos insectos que
acudieron atraidos de tan sabroso y abundante cebo. La miseria del ejér-
cito frances llegó á su colmo; cada hombre, cada cuerpo robaba y pillaba
por su cuenta, y formóse una gabilla de merodeadores que se apellidaron
á sí mismos décimo cuerpo de operaciones: dispersarlos costó mucho al
mariscal Massena. Pero no eran éstos, segun acabamos de decir, los solos
que causaban daño; la penuria, siendo aguda para todos, todos participa-
ron de la indisciplina y la licencia, acordándose únicamente de que eran
franceses cuando se trataba de lidiar y combatir al inglés. Algunos habi-
tantes que se quedaron en sus casas ó tornaron á ellas confiados en hala-
güeñas promesas, martirizados á cada instante, unos perecieron del mal
trato ó desfallecidos, otros prefirieron acogerse á los montes y vivir entre
las fieras, ántes que al lado de seres más feroces que no aquéllas, aunque
humanos. Hubo mansion en cuyo corto espacio se descubrieron muer-
tos hasta 30 niños y mujeres. Los lobos agolpábanse en manadas adon-
de, como apriscados, de monton y sin guarda yacían á centenares cadá-
veres de racionales y de brutos. Apurados los franceses y caminando de
priesa, tenian con frecuencia que destruir sus propias acémilas y equipa-
jes. En una sola ocasion toparon los ingleses con 500 burros desjarreta-
dos, en lánguida y dolorosa agonía, crueldad mayor mil veces que la de
matarlos. Las villas de Torres-Novas, Thomar y Pernes, morada muchos
meses de los jefes superiores, no por eso fueron más respetadas: ardieron
en parte, y al retirarse entregáronlas los enemigos al saco. También que-
mó el frances á Leiria, y el palacio del Obispo fué abrasado por órden de
Drouet; y por otra especial del cuartel general cupo igual suerte al famoso
monasterio cisterciense de Alcobaza, enterramiento de algunos reyes de




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Portugal, señaladamente de D. Pedro I y de su esposa doña Ines de Cas-
tro, cuyos sepulcros fueron profanados en busca de imaginados tesoros, y
las reliquias esparcidas al viento; y cuéntase que áun se conservaba ente-
ro el cuerpo de doña Ines, desventurada beldad, que al cabo de siglos, ni
en la huesa pudo lograr reposo. En seguida todos los pueblos del tránsito
se vieron destruidos ó abrasados; el rastro del asolamiento indicaba la ru-
ta del invasor, tan insano como si empuñára la espada del vándalo ó del
huno. Y como éstos, por donde pasó corrassit toda la tierra, para valernos
(1) de una palabra significativa de que usó en semejante ocasion un es-
critor de la baja latinidad. Una vez suelto el soldado, sea ó no de nacion
culta, guíale montaraz instinto: aniquila, tala, arrasa sin necesidad ni ob-
jeto; mas por desgracia, segun decia Federico II «ésa es la guerra.»


No faltó quien censurase en lord Wellington el no haber á lo mé-
nos en parte estorbado tales lástimas creyendo que miéntras permane-
cieron ambos ejércitos en las lineas y en Santaren, amagado el enemigo
con movimientos ofensivos, se hubiera visto en la necesidad de recon-
centrarse, no siendo árbitro de llevar hasta veinte ó treinta leguas, como
solia, el azote de la destruccion. Otros han motejado que después, en la
retirada, no se hubiese el general inglés aprovechado bastantemente de
las ventajas que le daba el número y buen estado de sus fuerzas, supe-
riores en todo á las del enemigo, las cuales, menguadas con muchos en-
fermos y decaidas de ánimo, no tenian otros víveres que los que lleva-
ba cada soldado en su mochila ó los escasos que podia hallar en país tan
devastado. Los desfiladeros y tropiezos naturales, añadian los mismos
críticos, que embarazaban y retardaban la marcha de los franceses, es-
pecialmente en Redinha, Condeixa, Casalnovo y Miranda do Corvo, fa-
cilitaban atacar á los contrarios y vencerlos, y quizá se hubiera entónces
anonadado sin gran riesgo un ejército que, dos meses adelante, ya rehe-
cho, peleó con esfuerzo y á punto de equilibrar la victoria. Estriban tales
reflexiones en fundamentos no destituidos de solidez.


Prosigamos nuestra narracion. Lord Wellington, á su llegada á Con-
deixa, luégo que vió asegurado á Coimbra y que los franceses se retira-
ban precipitadamente, habia vuelto los ojos á la Extremadura española,
y el 13 de Marzo resolvió destacar, á las órdenes del mariscal Beresford,
una brigada de caballería, artillería correspondiente, dos divisiones in-


(1) Ingens bellum et priore majus per Attilam Regem nostris inflictum, pene totam Eu-
ropam, excisis invasisque civitatibus atque castellis, corrasit. En otras ediciones se dice co-
rrosit. (Indictione XV-447. Marcellini Comitis, Chronicon.)




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glesas de infantería y una portuguesa de la misma arma con direccion á
aquellas partes. Dícese si Wellington habia pensado ejecutar ántes es-
ta maniobra, y que le había detenido la dispersion de Mendizábal, acae-
cida en 19 de Febrero. Dudamos que así fuese. El verdadero motivo de
la dilacion consistió en que Wellington no queria desasirse de fuerza al-
guna hasta que llegasen de Inglaterra las nuevas tropas que aguarda-
ba. Contaba con ellas para fines de Enero, y manteniendo esta esperan-
za, habia indicado que socorreria la Extremadura en Febrero. Frustróse
aquélla y suspendió la ejecucion de su plan, achacando la mudanza, los
que ignoraban la causa, al descalabro padecido, y no al retardo de los
refuerzos, que no aportaron á Lisboa sino al principiar Marzo. Llegados
que fueron, uniéronse en breve al ejército, y lord Wellington, cierto ya
de la marcha decidida y retrógrada de los franceses, juzgó que sin ries-
go podia desprenderse de la expresada fuerza y contribuir con su pre-
sencia en Extremadura á operaciones más extensas y de combinacion
más complicada.


Por consiguiente, en la sierra de Murcella, donde le dejamos el 17,
estaba ya privado de aquellas tropas, si bien, por otra parte, engrosado
con las de refresco llegadas de Inglaterra, y que ascendían á cerca de
10.000 hombres.


Massena, asentado á la derecha del Alba, destruyó los puentes, pe-
ro no quedó en aquella orilla largo tiempo, porque continuando Welling-
ton, segun su costumbre, los movimientos por el flanco, obligó al maris-
cal frances á reunir el 18 casi todo su ejército en la sierra de Moita, que
tambien evacuó éste en la misma noche. Desde allí no se detuvo ya Mas-
sena hasta Celórico por cuyo camino recto iba lo principal de su ejérci-
to, yendo solo el segundo cuerpo la vuelta de Gouvea para cruzar la sie-
rra y pasar á Guarda.


Cogieron los ingleses, el 19, bastantes prisioneros, sobre todo de los
jinetes que se habian desviado á forrajear, y persiguieron á Massena con
la caballería y division ligera, al mando del general Erskine, que favo-
recian fuerzas enviadas á la derecha del Mondego, y las milicias portu-
guesas, que no cesaron de inquietar al frances por aquel lado. Hizo alto
el resto del ejército para descansar de nuevo y aguardar que le llegasen
víveres del Tajo, pues el país vecino de poco ó nada proveia. El grueso
de las tropas francesas, en vez de seguir de Celórico á Pinhel, temeroso
de hallar ocupados aquellos desfiladeros, varió de ruta, y el 23 continuó
la retirada yendo hácia Guarda. Aquel día fué cuando el mariscal Ney se
separó de su ejército y partió para España, mal avenido con Massena.




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Los aliados al fin aparecieron reunidos el 26, en Celórico y sus in-
mediaciones, con intento de desalojar al enemigo de una posicion res-
petable que ocupaba sobre la ciudad de Guarda, y el 29 se movieron re-
sueltos á atacarla. Pero los franceses recogiéndose á Sabugal del Coa,
mantuvieron en la orilla derecha nuevas estancias.


Colocóse Wellington en la márgen opuesta, tratando el 3 de Abril de
cruzar el rio. Para ello echó las milicias portuguesas á las órdenes de los
jefes Trant y Juan Wilson, por más abajo de Almeida con trazas de que-
rer cruzar por allí el Coa, al paso que intentaba verificarlo por el otro ex-
tremo del lado de Sabugal; en donde permanecía el 2° cuerpo frances.
Hubo aquí dicho dia un recio combate, dudoso algun tiempo, en el que
los ingleses experimentaron bastante pérdida, pero logrando á lo último
que los enemigos abandonasen sus puestos.


Pasó el 5 Massena la frontera de Portugal y pisó tierra de España
despues de muchos meses de ausencia y de una campaña desgraciada,
si bien gloriosa con relacion al talento y pericia militar que desplegó en
ella. Pudiera tachársele de haber consentido desórdenes y de no haber-
se retirado á tiempo; mas lo primero se debió á la escasez del país y á la
penuria y afan que traen consigo las guerras nacionales, y lo segundo á
la voluntad del Emperador, sordo á todo lo que fuese recejar en una em-
presa.


Wellington permaneciendo en los confines de Portugal, colocó lo
principal de su ejército en ambas orillas del Coa, embistió á Almeida, y
puso una division ligera en Gallegos y Espeja.


Remató así á expedicion de Massena, en que vino á eclipsarse la es-
trella de aquel mariscal, conocido antes bajo el nombre de «hijo mimado
de la victoria.» Contada la gente con que entró en Portugal y los refuer-
zos que llegaron despues, puede asegurarse que ascendieron á 80.000
hombres los empleados en aquella campaña. Solos 45.000 salieron sal-
vos, los demas perecieron de hambre, de enfermedad ó á manos de sus
contrarios. Y sin la extremada prudencia de lord Wellington, y la destre-
za y celeridad del mariscal francos, quizá ninguno hollára de nuevo los
linderos de España.


Entónces el general británico, persuadido de que Massena no in-
tentaria por de pronto empresa alguna, pensó concordar mejor las ope-
raciones de Extremadura con las del Coa, y dejando el mando interino
del ejército aliado á sir Brent Spencer, se encaminó en persona hácia el
Alentejo.


Las instrucciones que habia dado á Beresford se dirigian principal-




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mente á que este general socorriese á Campomayor, cuya toma se ig-
noraba entónces en los reales ingleses, y á que recobrase las plazas de
Olivenza y Badajoz. La primera la habian ocupado ya los franceses, se-
gun hemos visto, el 22 de Marzo, y Beresford, cruzando el Tajo, el 17,
en Tancos y siguiendo por Crato y Portalegre, no dió vista á Campoma-
yor hasta el 25, en cuyo dia evacuaron los enemigos el recinto, del que
se posesionaron los aliados sin resistencia alguna. Beresford persiguió á
los franceses en su retirada, embarazados con un gran convoy que escol-
taban 3 batallones de infantería y 900 caballos á las órdenes del general
Latour-Maubourg. Los aliados atacándole le desconcertaron, mas el ar-
dor de los jinetes anglo-portugueses, llevándolos hasta Badajoz, les hizo
experimentar cerca de los muros una pérdida considerable.


Debia Beresford, en seguida, echar un puente de barcas sobre el
Guadiana, y pasar este rio por Jurameña. Y cierto que á usar entón-
ces de presteza, quizá de rebato hubieran recobrado á Olivenza y Bada-
joz, escasas de víveres, abiertas todavía las brechas, y desprevenidos los
franceses para un suceso repentino, como la llegada de una fuerza ingle-
sa tan respetable. Pero Beresford anduvo esta vez algo remiso. Imprevis-
tos obstáculos contribuyeron tambien á impedir la celeridad de los mo-
vimientos. La tropa con las contínuas marchas estaba fatigada y carecia
de varios pertrechos esenciales. Necesitábase ademas construir el puen-
te, y no abundaban en Yélves los materiales, y cuando el 3 de Abril es-
taba concluida ya la obra, una creciente sobrevenida en la noche inutili-
zó el puente, teniendo despues que cruzar el rio en balsas; penosa faena,
empezada el 5 y no concluida hasta bien entrado el día 8.


Por el mismo tiempo, D. Francisco Javier Castaños se habia encar-
gado del mando del 5.º ejército, sucediendo á Romana, que miéntras vi-
vió le tuvo en propiedad, y al interino Mendizábal, desgraciado momen-
táneamente de resultas de la aciaga jornada del 19 de Febrero. Castaños
habia ocupado á Alburquerque y Valencia de Alcántara, plazas igual-
mente desamparadas por los franceses, y distribuido las reliquias de su
ejército en dos trozos bajo las órdenes de D. Pablo Morillo y D. Cárlos
España, poniendo la caballería al cargo del Conde Penne Villemur. Evo-
lucionó en seguida hácia la derecha del Guadiana en tanto que lo permi-
tieron sus cortas fuerzas, y procuró granjearse la voluntad del general in-
glés, estableciendo entre ambos buena y amistosa correspondencia.


Los franceses, volviendo en breve del sobresalto que les causó el
aparecimiento de Beresford, repararon con gran diligencia las plazas,
las avituallaron y pusiéronlas á cubierto de una sorpresa, capitanean-




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do interinamente el 5.º cuerpo el general Latour Maubourg, en lugar del
mariscal Mortier, de regreso á Francia.


Beresford, despues de pasar el Guadiana, intimó el 9 de Abril la
rendicion á Olivenza. No habiendo el Gobernador cedido á la propues-
ta, hubo que traer de Yélves cañones de grueso calibre, y sitiar en re-
gla la plaza, quedando el general Cole encargado de proseguir el asedio,
miéntras que Beresford se apostó en la Albuera para cortar con Badajoz
las comunicaciones del ejército enemigo, replegado en Llerena. Casta-
ños, por la derecha del Guadiana, continuó favoreciendo las operaciones
de los aliados con tropas destacadas hasta Almendralejo, y lo mismo Ba-
llesteros del lado de Fregenal.


Abierta brecha, se rindió el 15 la plaza de Olivenza á merced del
vencedor, y se cogieron prisioneros 370 hombres que la guarnecian.
Luégo construido ya en Jurumeña un puente de barcas, se reconcen-
tró en Santa Marta, y pasó en seguida á Zafra todo el ejército inglés, res-
guardada siempre su izquierda por Castaños, cuya caballería á las ór-
denes del Conde de Penne Villemur avanzó á Llorena, retrocediendo, el
18, Latour-Maubourg á Guadalcanal.


En aquellos días llegó asimismo á Yélves lord Wellington, y el 22 hi-
zo sobre Badajoz un reconocimiento. Era su anhelo recuperar la plaza en
el término de diez y seis días, espacio de tiempo que, segun su cálculo,
tardaria Soult en venir á socorrerla. Y en consecuencia, presentándole
el comandante de ingenieros inglés el plan de acometer el fuerte de San
Cristóbal, como único medio de alcanzar el objeto deseado, aprobó We-
llington la propuesta. Pero como exigiese su presencia lo que se apare-
jaba en el Coa, tornó á sus cuarteles y dejó encomendado á Beresford el
acometimiento de Badajoz.


Al caer Wellington á Extremadura esperaba tambien obtener del go-
bierno español una señalada prueba de particular confianza. En Mar-
zo, el ministro inglés, sir Enrique Wellesley, habia pedido que se diese
á su hermano el mando militar de las provincias aledañas de Portugal,
para emplear así con utilidad los recursos que presentaban, y combi-
nar acertadamente las operaciones de la guerra. Súpole mal á la Regen-
cia tan inesperada solicitud; mas deseosa de dar á su dictamen mayor
fuerza, trató de sustentarle con el de las Córtes. Al efecto en los prime-
ros dias de Abril pasó en cuerpo una noche con gran solemnidad al se-
no de aquéllas, habiendo de antemano pedido que se celebrase una se-
sion extraordinaria. Indicaba asunto de importancia tan desusado modo
de proceder, porque nunca se correspondian entre sí las Córtes y la po-




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testad ejecutiva sino por medio de oficios ó de los secretarios del Despa-
cho. Entró, pues, en el salon la Regencia, y refiriendo de palabra el se-
ñor Blake la pretension de los ingleses, expuso várias razones para no
acceder á ella, conceptuándola contraria á la independencia y honor na-
cional, y añadiendo que ántes dejaria su puesto que consentir en tama-
ña humillacion. Entónces los otros dos regentes, los señores Agar y Cis-
car, poniéndose en pié, repitieron las mismas expresiones con tono firme
y entero. Las Córtes, conmovidas, como lo serán siempre en un primer
arrebato los grandes cuerpos populares al oir sentimientos nobles y ele-
vados, aplaudieron la resolucion de la Regencia y diéronle entera apro-
basion. Desmaño fué en los ingleses entablar pretencion semejante poco
despues de lo ocurrido en la Barrosa, suceso que habia agriado muchos
ánimos, y despues igualmente de no haber socorrido á Badajoz, con-
tra cuya omision clamaron hasta sus más parciales. En los regentes, si
bien nacia tanto interes y calor de patriotismo el más acendrado, no de-
jaron tambien de tener parte en ello otras causas; pues, á la verdad, ya
que fuese justo, como pensamos, desechar la solicitud, debiera al ménos
no haber aparecido la repulsa empeño apasionado. Pero los tres regen-
tes, varones entendidos y purísimos, adolecieron en esta ocasion de hu-
mana fragilidad. Blake, irlandés de origen, y marinos Agar y Ciscar, re-
sintiéronse, el uno de las preocupaciones de familia, los otros dos de las
de la profesion.


Estuvo Wellington de vuelta en sus reales, ahora colocados en Villa-
Formosa, el 28 de Abril. Tiempo era que llegase. Massene, al entrar en
España, habia dado descanso por algunos dias á su ejército, y acantoná-
dole en las cercanías de Salamanca, con destacamentos hasta Zamora y
Toro. Dejó sólo una division del 6.º cuerpo cerca de los muros de Ciu-
dad-Rodrigo, y el 9.º en San Felices, en observacion del ejército aliado.
Cuidó tambien, desde luégo, de acopiar víveres para abastecer á Almei-
da, escasa de ellos y estrechamente bloqueada por los ingleses.


Preparado ya un convoy en los campos fértiles de Castilla, y repues-
to algun tanto el ejército frances, decidió Massena socorrer aquella pla-
za, y el 23 de Abril dió indicio de moverse. Tenía consigo el 2.º, 6.º y 8.º
cuerpos, una parte del 9.º agregóse á éstos, y disponíase la otra á mar-
char á Extremadura bajo las órdenes de su jefe el general Drouet, quien
debia encargarse en dicha provincia del mando del 5.º cuerpo; pero la
última fuerza, no habiendo todavía partido á su destino, asistió tambien
á las operaciones que emprendió Massena en los primeros dias de Ma-
yo. Muchos soldados de todos estos cuerpos quedaron en los acantona-




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mientos, imposibilitados para el servicio activo, y llenaron sus huecos
hasta cierto punto tropas apostadas en Castilla, entre las que se distin-
guia un hermoso cuerpo de artillería y caballería de la guardia imperial,
fuerza que cedió á Massena el mariscal Bessières, á la cabeza ahora de
lo que se llamaba ejército del Norte, y oprimia á Castilla la Vieja y las
provincias Vascongadas. El total de hombres que de nuevo salia á cam-
paña con Massena ascendia á cerca de 40.000 infantes y á más de 5.000
caballos, todos ágiles, bien dispuestos, y olvidados ya de sus recientes y
penosos trabajos.


A poco de unirse Wellington á su ejército, recogióle y situóse entre el
rio Doscasas y el Turones, extendiendo su gente por un espacio de cer-
ca de dos leguas. La izquierda, compuesta de la quinta division, la co-
locó junto al fuerte de la Concepcion; el centro, que guarnecia la sexta,
mirando al pueblo de Alameda, y la derecha de Fuentes de Oñoro, en
donde se alojaron la primera, tercera y séptima division. Por el mismo
lado se encontraba la caballería, y á cierta distancia, en Navavel, D. Ju-
lian Sanchez, con su cuerpo franco. La brigada portuguesa, al mando de
Pack, y un regimiento inglés bloqueaban á Almeida. Wellington presen-
taba en batalla de 32 á 34.000 peones, 1.500 jinetes y 43 cañones, infe-
rior, por consiguiente, en fuerza á Massena, sobre todo en caballería.


No obstante eso y su acostumbrada prudencia, resolvió el general in-
glés arrostrar el peligro y trabar accion. Tanto le iba en impedir el soco-
rro de Almeida. El 2 de Mayo todo el ejército frances empezó á moverse,
y cruzó el Azava, ántes hinchado, retirándose las tropas ligeras inglesas,
apostadas en Gallegos y Espeja. El Doscasas corre acanalado, y no es su
ribera de fácil acceso. El pueblo de Fuentes de Oñoro está asentado en
la hondonada á la izquierda del rio, excepto una ermita y contadas ca-
sas que aparecen en una eminencia roqueña y escarpada. Los franceses,
el 3, atacaron con impetuosidad dicho pueblo, y áun se apoderaron, des-
pues de una lid porfiada, de la parte baja, de donde, á su vez, los desalo-
jaron les ingleses, forzándolos á repasar el rio, ó más bien riachuelo, de
Doscasas. En lo demas de la línea se escaramuzó reciamente, por lo que
las tropas ligeras inglesas que se habian acogido á fuentes de Oñoro, en-
viólas Wellington á reforzar el centro.


Todavía no estaba el 3 en su campo el mariscal Massena. Llegó el 4,
y en su compañía Bessières, que regía los de la guardia imperial. We-
llington, segun lo ocurrido el 3 y otras maniobras del enemigo, sospechó
que éste, para enseñorearse del sitio elevado que ocupaban en Fuentes
de Oñoro las tropas inglesas, cruzaria el Doscasas en Pozovelho, y pro-




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curaria ganar una altura hácia Navavel, la cual domina toda la comarca:
por tanto, con la mira Wellington de evitar tal contratiempo, movió por
su derecha la séptima division, que se puso así en contacto con D. Julian
Sanchez, prolongándose desde entónces media legua más la línea de los
aliados, aunque, conforme á la máxima ya de nuestro gran capitan Gon-
zalo de Córdoba (2), «no hay cosa tan peligrosa como extender mucho la
frente de la batalla.»


En la mafiana del 5 se presentó, en efecto, el tercer cuerpo frances y
toda la caballería del lado opuesto de Pozovelho, y el sexto, á las órde-
nes ahora de Loison, con lo que quedaba del noveno, se meneó por su
izquierda. Sin tardanza reforzó Wellington la séptima division, del man-
do de Houston, con las tropas ligeras á la órden de Crawfurd, las cua-
les habian vuelto del centro con la caballería gobernada por sir Staple-
ton Cotton. Hizo tambien que la primera y tercera division se corriesen á
la derecha, siguiendo las alturas paralelas al Turones y Doscasas, en co-
rrespondencia á la maniobra ejecutada en la parte frontera por el sexto y
noveno cuerpo de los franceses.


Embistió luégo el enemigo por Pozovelho, y arrojó de allí un trozo
de la séptima division inglesa: fuese apoderando sucesivamente de un
bosque vecino, y entre la espesura de éste y Navavel, formó en un llano
la caballería de Mont-Brun. Don Julian Sanchez, si bien con flacos me-
dios, entretuvo á los jinetes enemigos, no cruzando el Turones hasta co-
sa de una hora despues, y cedió entónces, no sólo por la superioridad de
la fuerza que le cargaba, sino tambien enojado de que á un oficial suyo,
que enviaba á pedir auxilio, le hubiesen matado los ingleses, tomándo-
lo por un frances.


Durante algun tiempo recobró la division ligera inglesa el terreno
perdido de Pozovelho; pero el general Mont-Brun, desembarazado de D.
Julian Sanchez, ciñó la derecha de la séptima division británica y la ca-
ballería de Cotton en tanto grado, que tuvieron que replegarse, aunque
reprimieron la impetuosidad francesa con acertado fuego.


Llegado que se hubo á este trance, Wellington, decidido poco ántes á
mantener por medio de sus maniobras la comunicacion con la orilla iz-
quierda del Coa, via de Sabugal, al mismo tiempo que el bloqueo de Al-
meida, abandonó la primera parte de su plan y se concretó á la postrera.


(2) Tratado De re militari, por el capitan Diego de Salazar. El autor, en el libro IV de
sus Diálogos, pone esta máxima en boca del Gran Capitan, bajo cuyas órdenes sirvió, se-
gun dice él mismo, en Italia.




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En ejecucion de lo cual reconcentróse en Fuentes de Oñoro, y ocupó con
la séptima division un terreno elevado más allá del Turones, tratando de
asegurar de este modo su flanco derecho y el camino que va al puente de
Castellobom sobre el Coa.


Practicaron los ingleses la evolucion, aunque ardua, con felicidad y
maña, y resultó de ella alojarse ahora su derecha en las alturas que me-
dian entre el Turones y Doscasas. Allí en Fresneda se incorporó la infan-
tería de D. Julian Sanchez al ejército británico, viniendo por un rodeo de
Navavel, y á dicho jefe, con su caballería, envióle Wellington á intercep-
tar las comunicaciones del enemigo con Ciudad-Rodrigo.


Los más pensaban que Massena insistiria en cerrar con la derecha
de los ingleses, y envolverla moviéndose hácia Castellobom. Pero en vez
de ejecutar una maniobra, que parecia la más oportuna y estaba indica-
da, limitóse á cañonear por aquella parte, y á hacer amagos y algunas
acometidas con la caballería sobre los puestos avanzados, fijando todo
su anhelo en apoderarse de Fuentes de Oñoro y romper lo que ahora, en
realidad, era centro de los ingleses.


Hasta la noche persistieron los franceses en este ataque reñidísimo
y con vária suerte. El sexto cuerpo y el noveno eran los acometedores,
y Wellington, más tranquilo en cuanto á su derecha, reforzó con las re-
servas de ella la primera y tercera division, que llevaron en el centro el
principal peso de la pelea, portándose varios cuerpos portugueses con la
mayor bizarría.


Lo recio del combate sólo duró por la derecha hasta las doce: en
Fuentes de Oñoro continuó, como hemos dicho, todo el dia, y cesó repa-
sando los franceses el Doscasas, y quedándose los aliados en lo alto, sin
que ni unos ni otros ocupasen el lugar situado en lo hondo.


Miéntras que la accion andaba tan empeñada por la derecha y cen-
tro; el segundo cuerpo, del mando de Reynier, aparentó atacar el extre-
mo de la línea izquierda de los aliados, que cubria sir Guillermo Erski-
ne con la quinta division, defendiendo al mismo tiempo los pasos del rio
Doscasas por el lado del fuerte de la Concepcion y el Aldea del Obis-
po. Reynier no se empeñó en ninguna refriega importante al ver al inglés
pronto á aceptarla. Tampoco ocurrió suceso notable delante de Almeida,
en donde se apostaba la sexta division, que regía el general Campbell.
El convoy que los franceses tenian preparado con destino á Almeida es-
tuvo aguardando en Gallegos todo el dia coyuntura favorable, que no se
le presentó, para introducirse en la plaza.


La batalla, por tanto, de Fuentes de Oñoro puede mirarse como inde-




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cisa, respecto á que ambas partas conservaron, poco más ó ménos, sus
anteriores puestos, y que el pueblo situado en lo bajo, verdadero cam-
po de pelea, no quedó ni por unos ni por otros. Sin embargo, las resultas
fueron favorables á los aliados, imposibilitado el enemigo de conservar
y de avituallar á Almeida, que era su principal objeto. El ejército an-
glo-portugues perdió 1.500 hombres, de ellos 300 prisioneros. El fran-
ces algunos más, por su porfía de querer ganar las alturas de Fuentes de
Oñoro.


Temia Wellington que los enemigos renovasen al dia siguiente el
combate, y por eso empezó á levantar atrincheramientos que le abriga-
sen su posicion. Mas los franceses, permaneciendo tranquilos el 6 y el 7,
se retiraron el 8 sin ser molestados. Cruzaron el 10 el Águeda, la mayor
parte por Ciudad-Rodrigo; los de Reynier por Barba de Puerco.


Este dia la guarnicion enemiga evacuó á Almeida. Era gobernador el
general Brennier, oficial inteligente y brioso. No pudiendo Massena so-
correr la plaza, mandóle que la desamparase. Fué portador de la órden
un soldado animoso y aturdido, de nombre Andres Tillet, que consiguió
esquivar, aunque vestido con su propio uniforme, la vigilancia de los
puestos ingleses. El Gobernador, á su salida, trató de arruinar las fortifi-
caciones, y preparadas las convenientes minas, al reventar de ellas aba-
lanzóse fuera con su gente, y burló á los contrarios, que le cerraban con
dobles lineas. Se encaminó en seguida apresuradamente al Águeda, con
direccion á Barba de Puerco, en donde le ampararon las tropas del man-
do de Reynier, conteniendo á los ingleses que le acosaban.


La conducta en la jornada de Fuentes de Oñoro de los generales en
jefe Wellington y Massena sorprendió á los entendidos y prácticos en el
arte de la guerra. Tan circunspecto el primero al salir de Torres-Vedras;
tan cauto en el perseguimiento de los contrarios; tan cuidadoso en evi-
tar serios combates cuando todo le favorecia, olvidó ahora su prudencia
y acostumbrada pausa; ahora, que su ejército estaba desmembrado con
las fuerzas enviadas al Guadiana, y Massena engrosado y rehecho, aven-
turándose á trabar batalla en una posicion extendida y defectuosa, que
tenía á las espaldas la plaza de Almeida, todavía en poder de los ene-
migos, y el Coa, de hondas riberas y de dificultoso tránsito para un ejér-
cito en caso de precipitosa retirada. Y ¿qué impelió al general inglés á
desviarse de su anterior plan, seguido con tal constancia? El deseo, sin
duda, de impedir el abastecimiento de Almeida. Motivo poderoso; pe-
ro ¿era comparable acaso con la empresa, mucho ménos arriesgada, de
desbaratar al enemigo y destruirle en su marcha? No sólo Almeida en-




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tónces, quizá tambien Ciudad-Rodrigo hubiera caido en manos de los
aliados, y el aniquilamiento del ejército frances de Portugal hubiera in-
fluido ventajosamente hasta en las operaciones de Extremadura y de to-
do el mediodía de España.


Por su parte Massena mostróse no tan atinado como de costumbre,
pues á haber proseguido vigorosamente, la ventaja alcanzada sobre la
derecha inglesa, á la sazon que tuvo ésta que replegarse y variar de
puesto, la victoria se hubiera verosímilmente declarado por el ejército
frances, y los nuevos laureles, encubriendo los contratiempos pasados,
quizá cambiaran la suerte entera de la guerra peninsular. Dicese que va-
rios generales, sabiendo que iban á ser reemplazados, obraron flojamen-
te y desavenidos.


En efecto, Junot y Loison partieron en breve para Francia. Masse-
na mismo cedió el mando el 11 de Mayo al mariscal Marmont, duque de
Ragusa; y Drouet, con los 10 á 11.000 hombres que le restaban del no-
veno cuerpo, marchó la vuelta de las Andalucías y Extremadura.


El recien llegado mariscal acantonó su ejército en las orillas del Tór-
mes, y sólo dejó una parte entre este rio y el Águeda, debiendo hacer
mudanzas y arreglos en el órden y la distribucion.


Acampó Wellington su gente desde el Coa al Doscasas; y el 16 del
mismo Mayo volvió á partir con dos divisiones á Extremadura, porque
Soult, asistido de bastante fuerza, se adelantaba otra vez camino de
aquella provincia.


Habia desde el 4 de Mayo embestido Beresford la plaza de Badajoz
por la izquierda del Guadiana con 5.000 hombres, reforzados por la pri-
mera division del quinto ejército español bajo el mando de D. Cárlos de
España. El 8 verificólo por la márgen derecha, completando así el acor-
donamiento de la plaza, y decidió abrir aquella misma noche la trinche-
ra por delante de San Cristóbal, punto señalado para el principal ataque.
Como era el primer sitio que los ingleses emprendian en España, sus in-
genieros no se mostraron muy prácticos; faltos tambien de muchas co-
sas necesarias.


Disponíanse al propio tiempo los anglo-portugueses á obrar ofensiva-
mente contra el ejército enemigo en la misma Extremadura, aguardando
apoyo de parte de los españoles. No se miraba como de importancia el
que podia dar por sí solo el general Castaños, y de consiguiente, se con-
taba con otras fuerzas.


Eran éstas las de Ballesteros, y una expedicion que dió la vela de Cá-
diz el 16 de Abril. A su cabeza habíase puesto D. Joaquin Blake, presi-




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dente de la Regencia, para lo que obtuvo especial permiso de las Cór-
tes, vedando el reglamento dado á la potestad ejecutiva el que mandase
ninguno de sus individuos la fuerza armada. Blake tomó tierra el 18 en
el condado de Niebla, y marchó por la sierra á Extremadura. Allí se unió
con la division de don Francisco Ballesteros, hallándose todo el cuer-
po expedicionario acantonado el 7 de Mayo en Fregenal y en Monaste-
rio. Se componia de las divisiones tercera y cuarta del cuarto ejército, y
de una vanguardia. Ésta la mandaba D. José de Lardizábal; era la terce-
ra division la de D. Francisco Ballesteros; capitaneaba la cuarta D. José
de Zayas, y los jinetes D. Casimiro Loi. En todo 12.000 hombres, entre
ellos 1.200 caballos, con 12 piezas. Ejercia la funcion de jefe de esta-
do mayor D. Antonio Burriel, oficial sabio, y amigo particular de D. Joa-
quin Blake.


Cuando Wellington estuvo en Yélves, quiso ponerse de acuerdo con
los generales españoles para las operaciones ulteriores; mas no pudien-
do Castaños atravesar el Guadiana á causa de una avenida repentina, la
misma que se llevó el puente de campaña establecido frente de Juru-
meña, le envió Wellington una memoria comprensiva de los principales
puntos en que deseaba convenirse, y eran los siguientes: 1.º, que Blake
á su llegada se situaria en Jerez de los Caballeros, poniendo sobre su iz-
quierda, en Burguillos, á Ballesteros; 2.º, que la caballería del quinto
ejército se apostaria en Llerena para observar el camino de Guadalca-
nal, y comunicar con el dicho Ballesteros por Zafra; 3.º, que Castaños se
mantendria con su infantería en Mérida para apoyar sus jinetes, excepto
la division de España, reservada al asedio de Badajoz, y 4.º, que el ejér-
cito británico se alojaria en una segunda línea, debiendo, en caso de ba-
talla, unirse todas las fuerzas en Albuera, como centro de los caminos
que de Andalucía se dirigen á Badajoz.


En la Memoria indicó tambien Wellington que si se juntaban para
presentar la batalla diversos cuerpos de los aliados, tomaria la direccion
el general más autorizado por su antigüedad y graduacion militar. Ob-
sequio, en realidad, hecho á Castaños, á quien en tal caso correspondia
el mando; pero obsequio que rehusó con loable delicadeza, substituyen-
do á lo propuesto que gobernaria en jefe, llegado el momento, el general
que concurriese con mayores fuerzas; alteracion que mereció la aproba-
cion de todos. Asintieron los generales españoles en los demas puntos al
plan trazado por el inglés.


Instaba Soult ir al socorro de Badajoz; mas antes tomó disposicio-
nes que amparasen bastantemente las líneas de Cádiz y la Isla, en don-




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de no dejaba de inquietará los enemigos el Marqués de Coupigny, suce-
sor, segun vimos, de La Peña. Fortificó tambien el mariscal frances más
de lo que ya lo estaban las avenidas de Triana, y el monasterio cerca-
no de la Cartuja para abrigar á Sevilla de una sorpresa; y hechos otros
arreglos, partió de esta ciudad en 10 de Mayo. Llevaba consigo 30 ca-
ñones, 3.000 dragones, una division de infantería reforzada por un bata-
llon de granaderos, perteneciente al cuerpo que mandaba Victor; y dos
regimientos de caballería ligera, que lo eran del de Sebastiani. Llegó el
11 á Santa Olalla, y juntósele allí el general Mararsin: al mismo tiempo
una brigada del general Godinot, acuartelado en Córdoba, avanzaba por
Constantina. Unióse el 13 á Soult el general Latour-Maubonrg, que tomó
el mando de la caballería pesada, encargándose del quinto cuerpo el ge-
neral Giral. Los franceses contaban en todo unos 20.000 infantes y cer-
ca de 5.000 caballos, con 40 cañones. Sentaron el 14 en Villafranca su
cuartel general.


No habian, entre tanto, los ingleses adelantado en el sitio de Bada-
joz. Philippon, gobernador frances aventajábase demasiado en saber y
diligencia, para no contener fácilmente la inexperiencia de los ingenie-
ros ingleses, é inutilizar los medios que contra él empleaban, insuficien-
tes á la verdad. Al aproximarse Soult, mandó Beresford descercar la pla-
za, y en los dias 13 y 14 empezó á darse cumplimiento á la órden, siendo
del todo abandonado el sitio en la noche del 15, en que se alejó la cuar-
ta division inglesa y la de D. Cárlos de España, últimas tropas que ha-
bian quedado. Perdieron los aliados en tan infructuosa tentativa unos
700 hombres muertos y heridos.


Tuvieren el 14 vistas en Valverde de Leganés con el mariscal Beres-
ford los generales españoles, y convinieron todos en presentar batalla
á loa franceses en las cercanias de la Albuera. En consecuencia expi-
dieron órdenes para reunir allí brevemente todas las tropas del ejérci-
to combinado.


Es la Albuera un lugar de corto vecindario, situado en el camino real
que de Sevilla va á Badajoz, distante cuatro leguas de esta ciudad, y á
la izquierda de un riachuelo que toma el mismo nombre, formado poco
más arriba de la union del arroyo de Nogales con el de Chicapierna. En-
frente del pueblo hay un puente viejo, y otro nuevo al lado, paso preciso
de la carretera. Por ambas orillas el terreno es llano y en general despe-
jado, con suave declive á las riberas. En la de la derecha se divisa una
dehesa y carrascal llamado de la Natera, que encubre hasta corta dis-
tancia el camino real, sobre todo la orilla rio arriba por donde el enemi-




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go tentó su principal ataque. En la márgen izquierda por la mayor parte
no hay árboles ni arbustos, convirtiéndose más y más aquellos campos,
que tuesta el sol, en áridos sequerales, especialmente yendo hácia Val-
verde. Aquí la tierra se eleva insensiblemente, y da el sér á unas lomas
que se extienden detras de la Albuera con vertientes á la otra parte, cu-
ya falda por allí lame el arroyo de Valdesevilla. En las lonjas se asentó
el ejército aliado.


El expedicionario llegó tarde en la noche del 15, y se colocó á la de-
recha en dos líneas; en la primera, siguiendo el mismo órden, D. José de
Lardizábal y D. Francisco Ballesteros, que tocaba al camino de Valver-
de; en la segunda, á doscientos pasos, don José de Zayas. La caballería
se distribuyó igualmente en dos líneas, unida ya la del quinto ejército,
bajo las órdenes del Conde de Penne Villemur, que mandó la totalidad
de nuestros jinetes.


El ejército anglo-portugues continuaba en la misma alineacion, aun-
que sencilla; su derecha en el camino de Valverde, dilatántlose por la
izquierda perpendicularmente á los españoles. El general Guillermo
Stewart, con su segunda division, venia despues de Ballesteros, y esta-
ba situado entro diello camino de Valverde y el de Badajoz; cerraba la iz-
quierda de todo el ejército, combinando la division del general Hamilton,
que era de portugueses. Ocupaba el pueblo de la Albuera con las tropas
ligeras el general Alten. La artillería británica se situó en una línea so-
bre el camino de Valverde; los caballos portugueses junto á sus infantes
al extremo de la izquierda, y los ingleses avanzados cerca del arroyo de
Chicapierna, de donde se replegaron al atacar al enemigo. Los mandaba
el general Lumley, que se puso á la cabeza de toda la caballería aliada.


Colocado ya así el ejército, llegó D. Francisco Javier Castaños con
seis cañones y la division de infantería de D. Cárlos de España, la cual
se situó á ambos costados de la de Zayas, ascendiendo los recien veni-
dos con los de Penne Villemur, todos del quinto ejército, á unos 3.000
hombres. Tambien se incorporaron al mismo tiempo dos brigadas de la
cuarta division británica, que regía el general Cole, y que formaron con
una de las brigadas de Hamilton otra segunda línea detras de los anglo-
portugueses, los cuales hasta entónces carecian de este apoyo. La fuerza
entera de los aliados rayaba en 31.000 hombres, más de 27.000 infan-
tes y 3.600 caballos. Unos 15.000 eran españoles, los demas ingleses y
portugueses, por lo que, siendo mayor el número de éstos, encargóse del
mando en jefe, conforme á lo convenido, el mariscal Beresford.


Alboreaba el día 16 de Mayo, y ya se escaramuzaban los jinetes. El




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tiempo anubarrado pronosticaba lluvia. A las ocho avanzaron por el lla-
no dos regimientos de dragones enemigos, que guiaba el general Briche,
con una batería ligera, al paso que el general Godinot, seguido de infan-
tería, daba indicio de acometer el lugar de la Albuera por el puente. Los
españoles empezaron entónces á cañonear desde sus puestos.


A la sazon los generales Castaños, Beresford y Blake, con sus esta-
dos mayores y otros jefes, almorzaban juntos en un ribazo cerca del pue-
blo, entre la primera y segunda línea, y observando el maniobrar del
enemigo, opinaban los más que acometeria por el frente ó izquierda del
ejército aliado. Entre los concurrentes hallábase el coronel D. Bertoldo
Schepeler, distinguido oficial aleman que habia venido á servir de vo-
luntario por la justa causa de la libertad española; y creyendo por el con-
trario que los franceses embestirian el costado derecho, tenía fija su vis-
ta hácia aquella parte, cuando columbrando en medio del carrascal y
matorrales de la otra orilla el relucir de las bayonetas, exclamó: «Por allí
vienen.» Blake entónces le envió de explorador, y en pos de él á otros
oficiales de estado mayor.


Cerciorados todos de que realmente era aquél el punto amenazado,
necesitóse variar la formacion de la derecha que ocupaban los españo-
les: mudanza difícil en presencia del enemigo, y más para tropas que,
aunque muy bizarras, no estaban todavía bastante avezadas á evolucio-
nar con la presteza y facilidad requeridas en semejantes aprietos.


No obstante, verificáronlo los nuestros atinadamente, pasando parte
de las que estaban en segunda línea á cubrir el flanco derecho de la pri-
mera, desplegando en batalla y formando con la última martillo, ó sea
un ángulo recto. Acercábase ya el terrible trance: los enemigos se ade-
lantaban por el bosque; á su izquierda traían la caballería, mandada por
Latour-Maubourg, en el centro la artillería, bajo el general Ruty, y á su
derecha la infantería, compuesta de dos divisiones del quinto cuerpo,
mandadas por el general Girard, y de una reserva, que lo era por el ge-
neral Werlé. Cruzaron el Nogales y el arroya de Chicapierna, y entónces
hicieron un movimiento de conversion sobre su derecha, para ceñir el
flanco tambien derecho de los aliados, y áun abrazarle, cortando así los
caminos de la sierra, de Olivenza y de Valverde, y procurando arrojar á
los nuestros sobre el arroyo Valdesevilla y estrecharlos contra Badajoz
y el Guadiana. Miéntras que los enemigos comenzaban este ataque, que
era, repetimos, el principal de su plan, continuaban el general Godinot
y Briche amagando lo que se consideraba ántes en la primera formacion
centro é izquierda del ejército combinado.




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Trabóse, pues, por la derecha el combate formal. Empezóle Zayas, le
continuó Lardizábal, que habia seguido el movimiento de aquel general,
y empeñáronse al fin en la pelea todos los españoles, excepto dos bata-
llones de Ballesteros, que quedaron haciendo frente al rio de la Albue-
ra; mas lo restante de la misma division favoreció la maniobra de Zayas,
é hizo una arremetida sobresaliente por el diestro flanco de las columnas
acometedoras, conteniéndolas y haciéndolas allí suspender el fuego. Los
enemigos entónces, rechazados sobre sus reservas, insistieron muchas
veces en su propósito, si bien en balde; pero al cabo, ayudados de la ca-
ballería mandada por Latour-Maubourg, se colocaron en la cuesta de las
lomas que ocupaban los españoles.


Acorrió en ayuda de éstos la division del general Stewart, ya en mo-
vimiento, y marchó á ponerse á la derecha de Zayas; siguióle la de Co-
le á lo léjos, y se dilató la caballería, al mando de Lumley, la vuelta del
Valdesevilla para evitar la enclavadura de nuestra derecha en las colum-
nas enemigas, siendo ahora la nueva posicion del ejército aliado perpen-
dicular al frente en donde primero habia formado. Alten se mantuvo en
el pueblo de la Albuera, y Hamilton, con los portugueses, aunque tam-
bien avanzado, quedóse en la línea precedente con destino á atajar las
tentativas que hiciese contra el puente el general Godinot.


Por la derecha, prosiguiendo vivísimo el combate y adelantándose
Stewart con la brigada de Colbourne, una de las de su division, retroce-
dian ya de nuevo los franceses, cuando sus húsares y los lanceros pola-
cos, arremetiendo al inglés por la espalda, dispersaron la brigada insi-
nuada, y cogiéronle cañones, 800 prisioneros y tres banderas. Ráfagas
de un vendaval impetuoso y furiosos aguaceros, unidos al humo de las
descargas, impedian discernir con claridad los objetos, y por eso pudie-
ron los jinetes enemigos pasar por el flanco sin ser vistos, y embestir á
retaguardia. Algunos polacos, llevados del triunfo, se embocaron por en-
tre las dos líneas que formaban los aliados; y la segunda, inglesa, cre-
yendo la primera ya rota, hizo fuego sobre ella y sobre el punto donde es-
taba Blake: afortunadamente descubrióse luégo el engaño.


En tan apurado instante sostúvose, sin embargo, firme un regimien-
to de los de la brigada de Colbourne, y dió lugar á que Stewart con la de
Houghton volviese á renovar la acometida. Hízolo con el mayor esfuerzo;
ayudóle, colocándose en línea, la artillería bajo el mayor Dikson, y tam-
bien otra brigada de la misma division que se dirigió á la izquierda. Don
José de Zayas, con los suyos, empeñóse segunda vez en la lucha, y lidió
valerosamente. La caballería, apostada á la derecha del flanco atacado,




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reprimió al enemigo por el llano, y se distinguió, sobre todo, y favoreció
á Stewart en su desgracia, la del quinto ejército español, acaudillada por
el Conde de Penne Villemur y su segundo D. Antolin Riguilon.


La contienda andaba brava, y el tiempo, habiendo escampado, per-
mitia obrar á las claras. De ningun lado se cejaba, y hacíanse descargas
á medio tiro de fusil: terrible era el estruendo y tumulto de las armas, es-
trepitosa la altanera vocería de los contrarios. Por toda la línea había-
se trabado la accion; en el frente primitivo y en la puente de la Albue-
ra tambien se combatia. Alten aquí defendió el pueblo vigorosamente,
y Hamilton, con los portugueses y los dos batallones españoles que di-
jimos habian quedado en la posicion primera, protegiéronla con distin-
guida honra.


Dudoso todavía el éxito, cargaron, en fin, al enemigo las dos briga-
das de la division de Cole; la una, portuguesa, bajo el general Harvey, se
movió por entre la caballería de Lumley y la derecha de las lomas, sobre
cuya posesion principalmente se peleaba, y la otra, que conducia Myers,
encaminóse adonde Stewart batallaba.


A poco Zayas, animado en vista de este movimiento, arremetió en co-
lumna cerrada, arma al brazo, y hallábase á diez pasos del enemigo á la
sazon que flanqueado éste por portugueses de la brigada de Harvey, vol-
vió la espalda, y arremolinándose sus soldados y cayendo unos sobre
otros, en breve fugitivos todos, rodaron y se atropellaron la ladera aba-
jo. Su caballería, numerosa y superior á la aliada, pudo sólo cubrir re-
pliegue tan desordenado. Repasó el enemigo los arroyos, y situóse en
las eminencias de la otra orilla, asestando su artillería para proteger, en
union con los jinetes, sus deshechas y casi desbandadas huestes.


No los persiguieron más allá los aliados, cuya pérdida habia sido
considerable. La de solos los españoles ascendía á 1.365 hombres en-
tre muertos y heridos; de éstos fuélo D. Cárlos de España; de aquéllos
el ayudante primero de estado mayor don Emeterio Velarde, que dijo al
espirar: «Nada importa que yo muera, si hemos ganado la batalla.» Los
portugueses perdieron 363 hombres; los ingleses 3.614 y 600 prisione-
ros, pues los otros se salvaron de las manos de los franceses en medio
del bullicio y confusion de la derrota. Perecieron de los generales britá-
nicos Houghton y Myers; quedó herido Stewart, Cole y otros oficiales de
graduacion.


Contaron los franceses de ménos 8.000 hombres murieron de ellos
los generales Pepin y Werlé, y fueron heridos Gazan, Maransin y Bruyer.
Sangrienta lid, aunque no fué de larga duracion.




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El 19 ambos ejércitos se mantuvieron en línea en frente uno de otro;
retiróse Soult por la noche, yendo tan despacio, que no llegó á Llerena
hasta el 23. Los aliados dejáronle ir tranquilo. Sólo le siguió la caballe-
ría, que, mandada por Lumley, tuvo luégo en Usagre un recio choque, en
que fueron escarmentados los jinetes enemigos con pérdida de más de
200 hombres.


El Parlamento británico declaró «reconocer altamente el distingui-
do valor é intrepidez con que se habia conducido el ejército español del
mando de S. E. el general Blake en la batalla de la Albuera», aunque
parece no habia ejemplo de demostraciones semejantes en favor de tro-
pas extranjeras. Las Córtes hicieron igual ó parecida declaracion res-
pecto de los aliados, y ademas decretaron ser el ejército español bene-
mérito de la patria, con órden de que finalizada la guerra se erigiese en
la Albuera un monumento. Agracióse tambien con un grado á los oficia-
les más antiguos de cada clase.


Mereció tan gloriosa jornada honorífica conmemoracion del estro su-
blime de lord Byron (3), expresando que en lo venidero sería el de la
Albuera asunto digno de celebrarse en las jácaras y canciones populares.


El 19 llegó lord Wellington al Guadiana acompañado de las dos di-
visiones, con las que, segun dijimos, habia, salido de sus cuarteles del
Norte. Visitó el mismo dia el campo de la Albuera, y ordenó al mariscal
Beresford que no hiciese sino observar al enemigo y perseguirle caute-
losamente. Fué luégo enviado dicho mariscal á Lisboa con destino á or-
ganizar nuevas tropas. Hubo quien atribuyó la comision á la sombra que
causaban los recientes laureles; otros, al parecer más bien informados, á
disposiciones generales, y no á celosas ni mezquinas pasiones; debién-
dose advertir que las dotes que adornaban á Beresford ántes se acomo-
daban á organizar y disciplinar gente bisoña, que á guiar un ejército en
campaña. El general Hill, de vuelta en Portugal, recobrada ya la salud,
volvió á tomar el mando de la segunda division británica, encomendada


(3) Oh Albuera, glorious field of grief!
As o’er thy plain the pilgrin pricked hid steed,
Who could foresec thee, in a space so brief,
A scene where mingling foes should boast ans bleed!
Paece to the perished! May the Warrior’s meed
And tears of triumph their reward prolong!
Till others fall where other this flains lead
Thy names shall circle round the gaping throg
And shine in icorthless lays, the theme of transient song!


(LORD BYRON, Childe Harold’s Pilgrimage, canto I, stroph. 43.)




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en su ausencia á Beresford, con las demas tropas anglo-portuguesas que
por lo comun maniobraron á la izquierda del Tajo.


No viéndose Soult acosado, paróse en Llerena y llamó hácia sí todas
las tropas de las Andalucías que podian juntársele sin detrimento de los
puntos fortificados y demas puestos que ocupaban. Se esmeró al propio
tiempo en acopiar subsistencias, que no abundaban, y su escasez produ-
jo disgusto y quejas en el campo, pues los naturales, desamparando en
lo general sus casas, procuraban engañar al enemigo y deslumbrarle pa-
ra que no descubriese los granos, que, siendo en aquella tierra guarda-
dos en silos, ocultábanse fácilmente al ojo lince del soldado que iba á la
pecorea. Por la espalda incomodaban asimismo al ejército de Soult par-
tidarios audaces que se interponian en el camino de Sevilla y cortaban
la comunicacion, teniendo para aventarlos que batir la estrada, y desta-
car á varios puntos algunos cuerpos sueltos.


Dispuso Wellington que una gran parte del ejército aliado se acanto-
nase en Zafra, Santa Marta, Feria, Almendral y otros pueblos de los alre-
dedores, con la caballería en Ribera y Villafranca de Barros. El 18 habia
ya la division de Hamilton renovado, por la izquierda del Guadiana, el
bloqueo de Badajoz, á cuya parte acudió tambien la nuestra, que ántes
mandaba D. Cárlos de España, y ahora D. Pedro Agustin Giron, segun-
do de Castaños. Dudóse algun tiempo si se emprenderia entónces el sitio
formal, no siendo dado apoderarse en breve do la plaza, y temible que en
el entre tanto tornasen los franceses á socorrerla. No obstante, decidióse
Wellington al asedio, y el 22 convino, despues de madura deliberacion
con los ingenieros y otros jefes, en seguir el ataque resuelto para la ante-
rior tentativa, si bien modificado en los pormenores.


De consiguiente, el 25 la séptima division británica, del mando de
Houtson, embistió á Badajoz por la derecha del Guadiana, y el 27 la
tercera reforzó la de Hamilton, colocada á la izquierda del mismo rio.
Empezóse en 29 á abrir la trinchera contra el fuerte de San Cristóbal,
divirtiendo al propio tiempo la atencion del enemigo con falsos acometi-
mientos hácia Pardaleras. Del 30 al 31 comenzaron igualmente los sitia-
dores un ataque por el Mediodía contra el castillo antiguo.


Abierta brecha al Este en San Cristóbal, tentaron los ingleses, cre-
yéndola practicable, asaltar el fuerte, y se aproximaron ásu recinto, te-
niendo á la cabeza al teniente Forster. De cerca vió éste que se habian
equivocado, pero hallándose ya él y los suyos en el foso y animados, qui-
sieron en vano trepar á la brecha, repeliéndolos el enemigo con pérdida:
entre los muertos contóse al mismo Forster.




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En el castillo tampoco se había aportillado mucho el muro á pesar de
los escombros que se veían al pié. El 9 repitióse otro acometimiento con-
tra San Cristóbal, si bien no con mayor fruto. Desde entónces convirtióse
el sitio en bloqueo, con intencion Wellington de levantarle del todo. No
se comprende cómo se empezó siquiera tal asedio, careciendo allí los in-
gleses de zapadores, y desproveidos hasta de cestones y faginas.


Entonces fué cuando de resultas de una hoguera encendida por ar-
tilleros portugueses, acampados al raso no léjos de Badajoz en la már-
gen izquierda del Guadiana, se prendió fuego á las heredades y chapa-
rros vecinos, cundiendo la llama con violencia tan espantosa, que en el
espacio de tres dias se acercó á Mérida, ciudad que se preservó de tama-
ña catástrofe por hallarse interpuesto aquel anchuroso rio. Duró el fuego
quince dias, y devoró casas, encinares, dehesas, las mieses ya casi ma-
duras, todo cuanto encontró.


Reforzado Soult más y más, determinó ponerse en movimiento la
vuelta de Badajoz, y abrió su marcha el 12 de Junio, juntándosele por
entónces el general Drouet, que se habia encaminado con los restos del
9.º cuerpo por Ávila y Toledo sobre Córdoba, y de allí, torciendo á su de-
recha, habia venido á dar á Belalcázar y al campo de los suyos en Ex-
tremadura. Incorporáronse estas fuerzas con el 5.º cuerpo, que empe-
zó desde luégo á gobernar dicho Drouet. Tenía por mira Soult libertar á
Badajoz; pero no osando, aunque muy engrosado, ejecutarlo por sí so-
lo, quiso aguardar á que se le acercase Marmont, en marcha ya para el
Guadiana.


Apénas habia tomado á su cargo este mariscal el ejército de Portu-
gal, cuando le dió nueva forma, distribuyendo en seis divisiones sus tres
anteriores cuerpos. Su conato, luégo que abasteció á Ciudad-Rodrigo, se
dirigió principalmente, segun las órdenes de Napoleon, á cooperar con
Soult en Extremadura, habiendo acudido allí la mayor parte del ejérci-
to combinado. Cuatro divisiones del de Marmont partieron de Alba de
Tórmes el 3 de Junio, y las otras dos habíanse todavía quedado hácia
el Águeda, atento el mariscal frances á explorar los movimientos de sir
Brent Spencer, que mandaba en ausencia de Wellington las tropas del
Coa. Pero habiendo hecho Marmont un reconocimiento el 6, y persuadi-
do de que el general inglés no le incomodaria, y que sólo seguiria para-
lelamente el movimiento de las tropas francesas, salió en persona para
Extremadura, acompañado del resto de su fuerza, con direccion al puer-
to de Baños. Cruzó el Tajo en Almaraz, habiendo echado al intento un
puente volante, y su ejército, puesto ya en la orilla izquierda, marchó en




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dos trozos, uno de ellos por Trujillo á Mérida, otro sesgueando á la iz-
quierda sobre Medellin.


Cuando Wellington averiguó que Soult avanzaba, apostóse en la
Albuera para contenerle y empeñar batalla. Mas despues, noticioso de
que Marmont estaba ya próximo á juntarse al otro mariscal, con razon
no quiso continuar en una posicion en que tenía á la espalda á Badajoz
y Guadiana, sobre todo debiendo habérselas con fuerzas tan considera-
bles como las de los dos mariscales reunidos, y por tanto abandonó la
Albuera, descercó á Badajoz, y repasando el Guadiana, se acogió el 17
á Yélves. Lo mismo hicieron los españoles vadeando el rio por Jurume-
ña. Aproximáronse de consiguiente sin obstáculo Marmont y Soult, y se
avistaron el 19 en el mismo Badajoz.


Habia sir Brent Spencer en el entretanto marchado á lo largo de la
raya de Portugal, pasado el Tajo en Villavelha, y reunídose á Wellington
en las alturas de Campomayor. Preparábase aquí el último á pelear, ex-
tendiéndose su ejército por los bosques deleitosos de ambas orillas del
Caya. Constaba en todo su fuerza de 60.000 hombres. Otros tantos te-
nian los enemigos, quienes haciendo el 22 reconocimientos por Yélves
y Badajoz, se abstuvieron de comprometerse; no considerando fácil des-
hacer á los aliados, situados ventajosamente.


De éstos se habia separado Blake el 18, seguido por el ejército expe-
dicionario, la division de Ballesteros, la de Jiron y caballería de Penne
Villemur, no bien avenido con la supremacia de Wellington, por lo que
se ofreció á hacer una correría al condado de Niebla. Dió el General en
jefe su aprobacion á la propuesta, y Blake caminando por dentro de Por-
tugal, repasó el Guadiana en Mértola el 23. En el tránsito padecieron
nuestras tropas muchas escaseces á causa de las marchas rápidas que
hicieron; y desmandáronse muy reprensiblemente los soldados de Ba-
llesteros, molestando sobremanera y maltratando á los naturales.


Parecia que Blake llevaba la mira en su expedicion de ponerse sobre
Sevilla, casi abandonada en aquel tiempo, y no defendiéndola sino es-
casas tropas francesas y unos pocos jurados españoles, gente en la que
no confiaba el extranjero. Para que no se malográra tal empresa, conve-
niente era marchar aceleradamente, pues de otro modo, volviendo Soult
pié otras, apresuraríase á ir en socorro de la ciudad. Pero Blake, sin mo-
tivo plausible, detúvose y resolvió ántes apoderarse de Niebla, villa á la
derecha del Tinto, rodeada de un muro viejo y de un castillo, cuyas pa-
redes, en especial las de la torre del Homenaje, son de un espesor des-
usado. Cabecera de la comarca y en buen paraje para enseñorearla, ha-




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bíanla los franceses fortalecido cuidadosamente, aprovechándose de sus
antiguos reparos, entre los que se descubrieron (segun nos ha dicho el
mismo Duque de Aremberg, principal promotor de aquellos trabajos)
bastantes restos de la dominacion romana. Mandaba ahora allí el coro-
nel Fritzherds al frente de 600 suizos.


Encomendóse el ataque á la division de Zayas, y tuvo comienzo en
la noche del 30 de Junio. Mas no habia cañones de batir, y las escalas,
aunque añadidas y empalmadas, resultaron cortas, con lo que se desistió
del intento; y sin conseguir cosa alguna en Niebla, perdió Blake la oca-
sion dr hacer una correría á Sevilla, y sembrar entre los enemigos el des-
asosiego y la tribulacion.


Tan sólo produjo su movimiento el buen efecto de alejar parte de
la fuerza enemiga de las cercanías de Badajoz; la cual viniendo sobre
Blake al condado, le obligó á retirarse el 2 de Julio, y repasar el Guadia-
na el 6 en Alcoutin, desde donde, meditando el general español otra em-
presa á Levante, se dirigió á Villareal de San Antonio y Ayamonte; reem-
barcándose el 10 con la fuerza expedicionaria y una parte de la division
primitivamente al mando de D. Cárlos de España. La de Ballesteros per-
maneció en el condado; y D. Pedro Agustin Jiron con algunos infantes,
y el Conde de Penne Villemur asistido de la mayor parte de la caballe-
ría, se quedaron por las márgenes del Guadiana, acercándose á Extre-
madura.


En este tiempo los calores fueron excesivos y abrasadores, atribu-
yéndolo algunos á la presencia de un cometa resplandeciente que se de-
jó ver en la parte boreal de nuestro hemisferio durante muchos meses, y
tuvo suspensa la atencion de la Europa entera. Percibíase en Cádiz por
el dia, y alumbraba de noche al modo de una luna la más clara, acom-
pañado de larga y rozagante cabellera. Tales apariciones aterraban á los
pueblos de la antigüedad, siendo pocos los astrónomos y contados los fi-
lósofos (4) que conociesen en aquella era la verdadera naturaleza de es-
tos cuerpos. En los siglos modernos la antorcha de la ciencia, empuña-


(4) Es notable lo que acerca de los cometas dice Lucio Anneo Séneca, y el género de
prediccion con que acompaña su opinion: Ego nostris non assentior. Son enims existimo
cometem subilaneum ignem, sed ínter aeterna opera naturae. Y despues: Veniet tempus
quo ista, quae nunc latent, in lucem dies extrahat el longioris aevi diligentia..... Veniet
tempus, quo posteri nostri tam aperta nos nescisse mirentur. (Lib. septimus L. Annaei Sene-
cae naturalium questionum.) Daba, verdaderamente, á tan ilustre cordobes su pen tracion
una especie de dón profético, pues no es ménos notable lo que en su tragedia de Medea
anuncia respecto de los descubrimientos que de nuevas tierras se harian en lo sucesivo.




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da en este caso por el gran Newton y el ilustre Halley (5), ha difundido
gran luz sobre las leyes que dirigen los movimientos y revoluciones de
los cometas, y disipado en parte los vanos temores de la crédula y tene-
brosa ignorancia.


Segun insinuamos, la correría de Blake al condado, aunque malogra-
da, desvió de la Extremadura una porcion de las tropas francesas. Soult
salió de Badajoz el 27 de Junio, y tornó á Sevilla, dirigiendo una divi-
sion á las órdenes del general Conroux por Fregenal la vuelta de Niebla.
Al retirarse avitualló de nuevo la plaza de Badajoz, y voló los muros de
Olivenza, recinto que los ingleses habian abandonado cuando se pusie-
ron detras del Guadiana. Quedó á la izquierda de éstos el general Drouet
con el 5.º cuerpo.


Guardó la derecha algunos dios el mariscal Marmont, cuyas espal-
das eran á menudo molestadas por partidarios españoles. Quien más in-
quietó al enemigo hácia aquella parte fué D. Pablo Morillo á la cabeza
de la segunda division del 5.º ejército, que en vez de maniobrar unido
con el cuerpo principal, campeó sola y destacada de acuerdo con el Ge-
neral en jefe. Sorprendió en Junio, Morillo en Belalcázar al coronel Nor-
mant, matóle 48 hombres y le cogió 111. Lo mismo hizo en Talarrubias
el 1.º de Julio, tomando al comandante 4 oficiales y 149 soldados. Aco-
sado entónces por tres columnas enemigas, sorteó sus movimientos con
bien entendidas, aunque penosas marchas y contramarchas, por lo in-
trincado de la Sierra-Morena. Envió salvos al tercer ejército los prisio-
neros, que cruzaron sin tropiezo todo el país ocupado por los franceses,


Venient annis saecula seris
Quibus Oceanus vincu a rerum
Laxet, et ingens pateat tellus,
Tethysque novus detegat orbes,


Nec sit terris ultima Thule.
(Actus II, scen. III; habla el coro.)


Parece que estaba destinado fuese un español quien primero pronosticase el futuro
descubrimiento de la América, y españoles los que le verificasen.


(5) Traité de Mécanique céleste, par M. le Marquis de la Place, liv. XV, tom. V.
Halley empezó á calcular ántes que nadie la vuelta de los cometas, anunciando era


posible se mostrase de nuevo, en 1758 ó 59). el que habia aparecido en 1682, y cuya
revolucion es de unos setenta y seis años, poco más ó ménos. En la citada y profunda
obra de La Place, y en muchas otras de astronomía, puede verse cuán remota es la
probabilidad, pues casi toca en lo imposible, de un encuentro ó choque de nuestro globo
con los cometas, cuando éstos se acercan á la órbita que describe la tierra en su curso
anual.




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y defendiéndose contra los que le iban al alcance, revolvió en seguida
contra otros que se alojaban en Villanueva del Duque: escarmentólos el
22, y combatiendo siempre, entró en Cáceres el 31 y se abrigó de los su-
yos despues de una correría de dos meses, feliz y gloriosa.


Tales inquietudes, y otras no ménos continuas, así como lo desvasta-
do del país, dificultaban al mariscal Marmont las provisiones, teniéndole
que venir convoyadas hasta de Madrid, por fuertes escoltas, hostigadas
siempre, á veces dispersas. Por tanto, fortificando los antiguos castillos
de Medellin y Trujillo, apostó aquí la division del general Foy con gran
parte de la caballería, y el 20 de Julio, repasando el mismo mariscal el
Tajo, se colocó en rededor de Almaraz y Plasencia.


Wellington tambien cruzó aquel rio via de Castellobranco, contra-
marchando al mismo són ambos ejércitos, y sólo dejó al general Hi-
ll en Arronches y Estremoz para cubrir el Alentejo. Don Francisco Ja-
vier Castaños con la fuerza entónces corta del 5.º ejército, se acuarteló
en Valencia de Alcántara y sus cercanías, explorando la caballería ba-
jo el mando de Penne Villemur las comarcas vecinas. Íbanse así tornan-
do los respectivos ejércitos y cuerpos á los puntos desde donde habian
partido, y de cuya inmediata y peculiar conservacion estaban ántes co-
mo encargados.


Y vemos que en estos seis ó siete meses primeros del año de 1811
hubo desde Tarifa corriendo por el Medíodia y Ocaso hasta el Duero,
plazas perdidas y tomadas, batallas ganadas, fieros trances. Los aliados
por una parte perdieron á Badajoz; pero por la otra recobraron á Almeida
y libertaron el reino de Portugal, inclinándose de esto modo á su favor la
balanza de los sucesos. Cometiéronse faltas, y no sólo las cometieron los
españoles; cometiéronlas tambien ingleses y franceses, pudiéndose infe-
rir de nuestra relacion cuánto pende de la fortuna la fama de los genera-
les más esclarecidos, absolviendo por lo colmun el mundo, si aquélla es
propicia, de enormes é indisculpables yerros.