Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
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OPERACIONES MILITARES Á LOS EXTREMOS DE LOS EJÉRCITOS COMBINADOS ANGLO-HISPA-
NO-PORTUGUESES.— RONDA.— MURCIA Y GRANADA.— PASA SEBASTIANI Á FRAN-
CIA.— GALICIA Y ASTÚRIAS.— EVACUACION DE ASTÚRIAS.— ACCION DE CO-
GORDEROS.— SÉPTIMO EJÉRCITO.— PORLIER Á SU FRENTE.— PARTIDAS DE ESTE
DISTRITO.— SORPRESA DE UN CONVOY EN ARLABAN, POR MINA.— EJÉRCITO FRAN-
CES DEL NORTE DE ESPAÑA.— CATALUÑA, ARAGON Y VALENCIA.— SITIO DE TORTO-
SA.— LA TOMAN LOS FRANCESES,.— SENSACION QUE CAUSA EN CATALUÑA.— SEN-
TENCIA CONTRA EL GOBERNADOR ALACHA.— TOMAN LOS FRANCESES EL CASTILLO DEL
COLL DE BALAGUER.— PROVIDENCIAS DE SUCHET.— VUELVE Á ARAGON.— ALBOR
TOS EN TARRAGONA.— EL MARQUÉS DE CAMPO-VERDE NOMBRADO GENERAL DE CA-
TALUÑA.— ASUMA MACDONALD Á TARRAGONA.— SE RETIRA.— REENCUENTRO CON
SARSFIELD EN FIGUEROLA.— NUEVOS ALBOROTOS EN TARRAGONA.— NUEVO CON-
GRESO CATALAN.— DISUÉLVESE LUÉGO.— PROVIDENCIAS DE SUCHET EN ARAGON
CONTRA LAS PARTIDAS.— FACULTADES NUEVAS Y MÁS ÁMPLIAS QUE NAPOLEON DA Á
SUCHET.— VISTAS CON ESTE MOTIVO DE SUCHET Y MACDONALD.— PASA MACDO-
NALD Á BARCELONA.— QUEMA DE MANRESA.— PROCLAMA DE CAMPO-VERDE.—
MOVIMIENTOS DE ESTE GENERAL.— TENTATIVA MALOGRADA CONTRA BARCELONA.—
SORPRESA Y TOMA DE FIGUERAS POR LOS ESPAÑOLES.— MARCHA Á FIGUERAS DEL
BARON DE EROLES.— OCUPA Á OLOT Y Á CASTELFOLLIT.— ESTADO CRÍTICO DE LOS
FRANCESES.— VA TAMBIEN CAMPO-VERDE Á FIGUERAX.— NO CONSIGUE SINO EN
PARTE SOCORRER EL CASTILLO.— VACILACION DE SUCHET.— MEDIDAS DE PREEAU-
CION QUE TOMA EN ARAGON.— RESUÉLVESE Á SITIAR Á TARRAGONA.— PRINCIPIA
EL CERCO.— LLEGA CAMPO-VERDE Á TARRAGONA.— ATACAN Y TOMAN LOS FRAN-
CESES CON DIFICULTAD EL FUERTE DEL OLIVO.— SALE CAMPO-VERDE DE LA PLAZA:
SE ENCARGA EL MANDO DE ELLA Á D. JUAN SENEN DE CONTRERAS.— ENCARNIZA-
DA DEFENSA DE LOS ESPAÑOLES.— TROPAS QUE LLEGAN DE VALENCIA.— DIVERSION
DE EROLES Y OTROS FUERA DE LA PLAZA.— TOMAN LOS FRANCESES EL ARRABAL.—
QUEJAS CONTRA CAMPO-VERDE.— TENTATIVA INFRUCTUOSA DE ÉSTE PARA SOCO-
RRER LA PLAZA.— TROPAS INGLESAS QUE SE PRESENTAN DELANTE DEL PUERTO.—
NO DESEMBARCAN.— OTRAS OCURRENCIAS DESGRACIADAS.— BATEN LOS FRANCESES
LA CIUDAD.— LA ASALTAN.— LA ENTRAN.— GLORIOSA RESISTENCIA DE LOS SITIA-
DOS.— MUERTE DE D. JOSÉ GONZALEZ.— HORRIBLE MATANZA.— REFLEXIONES.—
SUERTE DE CONTRERAS Y NOBLE RESPUESTA.— CEREMONIA RELIGIOSA Á QUE ASISTE




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SUCHET.— RESUELVE CAMPO-VERDE EVACUAR EL PRINCIPADO.— DESERCION.—
SUCHET PASA Á BARCELONA.— ACTOS SUYOS CRUELES.— TORNA SUCHET Á TARRA-
GONA.— DESISTE CAMPO-VERDE DE EVACUAR EL PRINCIPADO.— SE EMBARCAN LOS
VALENCIANOS.— SUCEDE Á CAMPO-VERDE EN EL MANDO D. LUIS LACY.— LACY Y
LA JUNTA DEL PRINCIPADO EN SOLSONA. SU BUEN ÁNIMO.— MARCHA ADMIRABLE DEL
BRIGADIER GASCA.— SUCHET TRATA DE ATACAR LA MONTAÑA DE MONSERRAT.—
ES ELEVADO Á MARISCAL DE FRANCIA.— EROLES EN MONSERRAT.— DESCRIPCION
DE ESTE PUNTO.— LE ATACA Y TOMA SUCHET.— MACDONALD ESTRECHA Á FIGUE-
RAS.— SE RINDE EL CASTILLO.— NO POR ESO CESA LA GUERRA EN CATALUÑA.—
SUCHET PASA Á ARAGON, INQUIETO SIEMPRE ESTE REINO.— VALENCIA. CONVOCA
BASSECOURT UN CONGRESO.— SE DISUELVE.— DON CÁRLOS O’DONNELL SUCEDE Á
BASSECOURT.— OPERACIONES MILITARES DEL SEGUNDO EJÉRCITO, Ó SEA DE VALEN-
CIA.— SUCEDE EL MARQUÉS DEL PALACIO Á O’DONNELL.— CASTILLA LA NUEVA.—
JUNTAS Y GUERRILEROS.— EL EMPECINADO.— VILLACAMPA.— ATAQUE CONTRA
EL PUENTE DE AUÑON.— DIVERSOS MOVIMIENTOS Y SUCESOS.— OTROS GUERRILLE-
ROS.— MALOS Y CRUELES TRATAMIENTOS.— MÁS PARTIDARIOS.— RESULTAS IM-
PORTANTES DE ESTE GÉNERO DE GUERRA.— SITUACION DE JOSÉ.— DESENGAÑO QUE
RECIBE.— ESTADO DE SU EJÉRCITO Y HACIENDA.— DIVERSIONES QUE JOSÉ PROMUE-
VE.— ILUSIONES DE JOSÉ.— DESAZONABA SU LENGUAJE Á NAPOLEON.— DISGUSTO
DE JOSÉ.— SU VIAJE Á PARÍS,.— NACIMIENTO DEL REY DE ROMA.— VUELVE JOSÉ
Á MADRID.— ESCASEZ DE GRANOS.— PROVIDENCIAS VIOLENTAS DEL GOBIERNO DE
JOSÉ.— TRATA JOSÉ DE COMPONERSE CON EL GOBIERNO DE CÁDIZ.— EMISARIOS QUE
ENVIA.— INUTILIDAD DE LOS PASOS QUE ÉSTOS DAN.


A los opuestos y distantes extremos de los puntos en donde se ejecu-
taban las grandes y principales maniobras del ejército anglo-portugues
y anglo-español, descubríanse por un lado las montañas de Ronda y el
tercer ejército, acantonado en la raya de Granada y Murcia, y por el otro
Galicia y Astúrias con el ahora llamado sexto ejército. En ambas partes
pudiera haberse molestado mucho al enemigo, si se hubiese sacado ven-
taja de los medios que proporcionaba el país, señaladamente Galicia, y
de la favorable oportunidad que ofrecia el agolparse de las huestes fran-
cesas hácia la raya de Portugal. Pero, por desgracia, ciñéronse sólo los
esfuerzos á divertir la atencion del enemigo, y á ponerle en la necesidad
de emplear tropas que bastasen á observar y contener á las nuestras.


La serranía de Ronda, foco importante de insurreccion, dividía, por
decirlo así, el cuerpo frances sitiador de Cádiz, del de Sebastiani, alo-
jado en Granada. Gobernaba aquellas montañas, como ántes, el general




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Valdenebro, presidente de la junta del partido; mas por lo comun guia-
ban de cerca á los serranos caudillos naturales del país. Bejines de los
Rios, con la primera division del cuarto ejército, apoyaba los movimien-
tos de los habitadores y contribuía á mantener el fuego. Peleábase sin
cesar, y ni las fuerzas que los franceses conservaban siempre en la mis-
ma sierra, ni las columnas que á veces destacaban de Sevilla, Granada
ó sitio de Cádiz eran suficientes para reprimir la insurreccion. El paisa-
naje dispersábase cuando le atacaban numerosas fuerzas, y reconcentrá-
base cuando éstas se disminuian, apellidando guerra por valles y hondo-
nadas con instrumentos pastoriles, ó usando de otras señales, como de
fogatas y cohetes. Inventaron los rondeños mil ardides para hostigar á
sus contrarios, y en Gaucin subieron cañones hasta en los riscos más es-
carpados. Las mujeres continuaron mostrándose no ménos atrevidas que
los hombres, y en vano tentó el enemigo domar tal gente y tales breñas:
desde principios de este año de 1811 hasta Agosto anduvo la lid empe-
ñada, y entónces animóla, como verémos más adelante, la venida del ge-
neral Ballesteros.


No son muy de referir los acontecimientos que ocurrieron por el mis-
mo tiempo en el tercer ejército, que ántes componia parte del que lla-
maron del centro. Sucedió á Blake, cuando pasó á ser regente, el gene-
ral Freire, quien, en Diciembre de 1810, tenia asentados sus reales en
Lorca, y puesta su vanguardia en Albox, Huéscar y otros pueblos de los
contornos. Franceses y españoles registraban á menudo el campo, y en
Febrero de 1811 quisieron los primeros internarse en Murcia, como para
hacer juego con los movimientos de Soult en Extremadura. Extendiéron-
se hasta Lorca, ciudad que evacuó Freire, no llevando más allá Sebastia-
ni sus incursiones, acometido de una consuncion peligrosa.


Retirados los franceses, tornaron los nuestros á sus anteriores pues-
tos, y renovaron sus correrías y maniobras. Fué de las más notables la
que practicaron el 21 de Marzo. Don José O’Donnell, jefe de estado ma-
yor, dirigióse con una division volante sobre Huércal Overa, y destacó
á Lubrin al Conde del Montijo, asistido de ocho compañías. Los enemi-
gos allí alojados resistieron al Conde; mas retirándose á poco, camino
de Úbeda, viéronse perseguidos y experimentaron una pérdida de 180
hombres con algunos prisioneros.


Menguado cada dia más el cuerpo frances, tuvo el general Sebastia-
ni que ordenar la reconcentracien de sus fuerzas cerca de Baza, aproxi-
mándolas por último á Guadix el 7 de Mayo. De resultas avanzó Freire,
y colocó su vanguardia en la venta del Baul, destacando por su derecha,




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camino de Úbeda y Baeza, á D. Ambrosio de la Cuadra, con una division
y las guerrillas de la comarca.


Este movimiento, hecho con direccion á parajes por donde pudieran
cortarse las comunicaciones de las Andalucías, alteró á los franceses,
que acudieron aceleradamente de Jaen, Andújar y otras guarniciones
inmediatas para contener á Cuadra y atacarle. Trabóse el primer reen-
cuentro el 15 de Mayo en la misma ciudad de Úbeda. Tres veces acome-
tieron los enemigos, y tres veces fueron rechazados, obligándolos á huir
la caballería española, que trató de cogerlos por la espalda. Los france-
ses perdieron mucha gente, sirviéndoles de poco un regimiento de jura-
mentados, que á los primeros tiros se dispersó. Afligió sobremanera á los
nuestras la muerte del comandante del regimiento de Búrgos, don Fran-
cisco Gomez de Barreda, oficial distinguido y de mucho esfuerzo.


Tambien el 24 intentaron los enemigos desalojar á los españoles de
la venta del Baul, mandados éstos por D. José Antonio Sanz. Cargó in-
trépidamente el frances; mas no pudo conseguir su objeto, impidiéndo-
selo un barranco que habia de por medio y el acertado fuego de nuestra
artillería, que manejaba D. Vicente Chamizo. Se limitó, de consiguien-
te, la refriega á un vivo cañoneo, que terminó por retirarse los franceses
á Guadix y á la cuesta de Diezma.


A poco pensó igualmente Freire en distraer por su izquierda al ene-
migo, y á este propósito envió la vuelta de las Alpujarras, con dos regi-
mientos, al Conde del Montijo. En tan fragosos montes causó éste algun
desasosiego á la guarnicion de Granada, y aproximándose á la ciudad,
llegó hasta el sitio conocido bajo el nombre del Suspiro del Moro.


Estrechado Sebastiani, hubo ocasion en que pensó abandonar á Gra-
nada, cuyas avenidas fortificó, no ménos que el célebre palacio morisco
de la A1hambra. Alivióle en situacion tan penosa la llegada de Drouet á
las Andalucías, habiendo entónces sido reforzado el cuarto cuerpo; so-
corro con el que pudo éste respirar más desahogadamente.


Pero Sebastiani, al finar Junio, pasó á Francia, ya por lo quebranta-
do de su salud, ó ya más bien por las quejas del mariscal Soult, ansioso
de regir sin obstáculo ni embarazo las Audalucías. El primero, durante
su mando, no dejó de esmerarse en conservar las antigüedades arábigas
de Granada, y en hermosear algo la ciudad; mas no compensaron, ni con
mucho, tales bienes los otros daños que causó, las derramas exorbitan-
tes que impuso, los actos crueles que cometió. Tuvo Sebastiani por su-
cesor al general Laval.


En Galicia y Astúrias, el otro punto extremo de los dos en que aho-




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ra nos ocupamos, no anduvo en un principio la guerra mejor concerta-
da que en Granada y Murcia. Don Nicolas Mahy conservó el mando has-
ta entrado el año de 1811, y ocupóse, más que en la organizacion de su
ejército, en disputas y reyertas provinciales. El bondadoso y recto natu-
ral de aquel jefe lo inclinaba á la suavidad y justicia; pero desviában-
le á veces malos consejos ú particulares afectos puestos en quien no lo
merecía.


El ejército gallego permanecía casi siempre sobre el Vierzo y otros
puntos del reino de Leon, y fué de alguna importancia la sorpresa que en
22 de Enero hizo D. Ramon Romay acometiendo á la Bañeza, en donde
cogió á los enemigos varios prisioneros, efectos y caudales. De este mo-
do prosiguió por aquí la guerra durante los primeros meses del año.


En Astúrias mandaba D. Francisco Javier Losada; pero subordina-
do siempre á Mahy, general en jefe de las fuerzas del principado, como
lo era de las de Galicia. Tan pronto en aquella provincia se adelantaban
los nuestros, tan pronto se retiraban, ocupando las orillas del Nalon, del
Narcea ó del Navia, segun los movimientos del enemigo. Los choques
eran diarios, ya con el ejército, ya con partidas que revoloteaban por los
diversos puntos del principado. El más notable acaeció el 19 de Marzo
de este año de 1811 en el Puelo, distante una legua de Cángas de Tineo,
yendo camino de Oviedo, lugar situado en la cima de unos Montes, cu-
yas faldas por ambos lados lamen dos diferentes ríos. Losada se colocó
en lo alto, que forma como una especie de curia, y aguardó á los contra-
rios, que le atacaron á las órdenes del general Balleteaux. Nuestra fuer-
za consistia en unos 5.000 hombres, inferior la de los franceses. Estaban
con el general Losada don Pedro de la Bárcena y D. Juan Diaz Porlier,
sirviendo éste de reserva con la caballería, y aquél con los asturianos de
vanguardia. Tiroteóse algun tiempo, hasta que, herido Bárcena en el ta-
lon, entró en los nuestros un terror pánico, que causó completa disper-
sion. Losada y el mismo Bárcena, aunque desfallecido, hicieron inútiles
esfuerzos para contener al soldado, y sólo salvó á los fugitivos y á los ge-
nerales la serenidad de Porlier y sus jinetes, que hicieron frente y repri-
mieron á los enemigos.


Tal contratiempo probaba más y más la necesidad en que se estaba
de refundir todas aquellas fuerzas y darles otra organizacion, introdu-
ciendo la disciplina, que andaba muy decaida. En la primavera de es-
te año empezóse á poner en obra tan urgente providencia. El mando del
sexto ejército se habia confiado á Castaños, al mismo tiempo que conser-
vaba el del quinto; acumulacion de cargos más aparente que verdadera,




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y que sólo tenía por objeto la unidad en los planes caso de una campiña
general y combinada con los anglo-portugueses. Y así, quien en realidad
gobernó, aunque con el título de segundo de Castaños, fué D. José María
de Santocildes, sucesor de Mahy, teniendo por jefe de estado mayor á D.
Juan Moscoso. Ambas elecciones parecieron con razon muy acertadas:
Santocildes habiase acreditado en el sitio de Astorga, logrando despues
escaparse de manos de los enemigos, y á Moscoso ya le hemos visto bri-
llar entre los oficiales distinguidos del ejército de la izquierda. Se nota-
ron luégo los buenos efectos de estos nombramientos. En el país agrada-
ron á punto que se esmeraron todos en favorecer los intentos de dichos
jefes, y hubo quien ofreció donativos de consideracion.


Distribuyóse el ejército en nuevas divisiones y brigadas, y se mejo-
ró su estado visiblemente, siguiéndose en el arreglo mejor órden y se-
vera disciplina. La primera division, al mando del general Losada, que-
dó en Astúrias, la segunda, al de Taboada, se apostó en las gargantas de
Galicia camino del Vierzo, y la tercera, bajo D. Francisco Cabrera, en
la Puebla de Sanabria. Permaneció una reserva en Lugo, punto céntri-
co de las otras posiciones. En principios de Junio marchó á Castilla todo
el ejército, excepto la division de Losada, que se enderezó á Oviedo. Es-
ta maniobra, ejecutada á tiempo que el mariscal Marmont habia partido
para Extremadura, produjo excelentes resultas. Los enemigos por un la-
do evacuaron el principado de Astúrias, saliendo de su capital el 14 de
Junio, en donde se restablecieron inmediatamente las autoridades legíti-
mas. Por el otro destruyeron el 19 las fortificaciones de Astorga, y se re-
tiraron á Benavente, entrando el 22 en aquella ciudad el general Santo-
cildes, en medio de los mayores aplausos, como teatro que había sido de
sus primeras glorias.


Colocóse el ejército español á la derecha del Orbigo, en donde se le
juntó una de las brigadas de la division que se alojaba en Astúrias. Bon-
net, despues que abandonó esta provincia, quedóse en Leon, vigilán-
dole en sus movimientos los españoles. Limitáronse al principio unas y
otras tropas á tiroteos, hasta que en la mañana del 23 el general Valle-
taux, partiendo del Órbigo atacó á la una del dia á D. Francisco Taboa-
da, situado hácia Cogorderos en unas lomas á la derecha del rio Tuerto.
Sostúvose el general español no ménos que cuatro horas, en cuyo tiem-
po acudiendo en su socorro la brigada asturiana á las órdenes de D. Fe-
derico Castañon, tomó éste á los enemigos por el flanco y los deshizo
completamente. Pereció el general Valletaux y considerable gente su-
ya; cogimos bastantes prisioneros entre ellos 11 oficiales y se vió lo mu-




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cho que en poco tiempo se habia adelantado en la formacion y arreglo
de las tropas.


Tampoco se descuidó el de las guerrillas del distrito, habiéndose fa-
cultado al coronel D. Pablo Mier para que compusiese con ellas una le-
gion llamada de Castilla. Muchas se unieron, y otras por lo ménos obra-
ron de acuerdo y más concertadamente.


Al entrar Julio hizo Santocildes un reconocimiento general sobre el
Orbigo; y rechazando al enemigo, mostraron cada vez más los soldados
del sexto ejército su progreso en el uso de las armas y en las evolucio-
nes. Así se fué reuniendo una fuerza que con la de Astúrias rayaba en
16.000 hombres, llevando visos de aumentarse si los mismos caudillos
proseguian á la cabeza.


Ibase á dar la mano con este ejército el séptimo, que comenzaba á
formarse en la Liébana, habiendo sentado en Pótes su cuartel general D.
Juan Diaz Porlier, segundo en el mando. Estaba elegido primer jefe D.
Gabriel de Mendizábal, quien retardó su viaje con lo acaecido en el Gé-
vora el 19 de Febrero: desventura que le obligó, para rehabilitarse en el
concepto público, á pelear en la Albuera voluntariamente como solda-
do raso en los puestos más arriesgados. Porlier, en consecuencia, se ha-
lló solo al frente del nuevo ejército, cuyo núcleo le componían el cuer-
po franco de dicho caudillo y las fuerzas de Cantabria, engrosadas con
quintos y partidas que sucesivamente se agregaban. Renovales fué en-
viado hácia Bilbao para animar á las partidas y enregimentar batallones
sueltos: tocó hasta en la Rioja, y contribuyó á sembrar zozobra é inquie-
tud entre los enemigos.


Quisieron éstos apoderarse del principal depósito del séptimo ejér-
cito, y acometieron á Pótes en fines de Mayo. Los nuestros habian, por
fortuna, puesto al abrigo de una sorpresa sus acopios, y con eso desva-
necieron las esperanzas del general Roguet, que, asistido de 2.000 hom-
bres, entró en aquella villa, teniéndola en breve que desamparar, á cau-
sa de la vuelta repentina de D. Juan Diaz Porlier, que habia reunido toda
su tropa, ántes segregada.


Los invasores, por tanto, no disfrutaban aquí de mayor respiro que
en las demas partes; causándoles el séptimo naciente ejército y las gue-
rrillas que en el distrito lidiaban irreparables daños. Comprendíanse en
éste las de Campillo, Longa, el Pastor, Tapia, Merino y la del mismo Mi-
na, aunque con especial permiso el último de obrar con independen-
cia. Comprendíanse tambien las otras de ménos nombre que corrian las
montañas de Santander, ambas márgenes del Ebro hasta los confines de




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Navarra, y carretera real de Búrgos. No entraba en cuenta la de D. Jo-
sé Durán, si bien en Soria; pues por su proximidad á Aragon se agregó,
con la de Amor, como las demas de aquel reino, al segundo ejército, ó
sea de Valencia. No pudiendo el frances exterminar contrarios tan por-
fiados y molestos, trató de espantarlos haciendo la guerra, al comenzar
este año de 1811, con mayor ferocidad que ántes, y ahorcando y fusilan-
do á cuantos partidarios cogía.


Y éstos, no hallando ya para ellos puerto alguno de salvacion, en vez
de ceder, redoblaron sus esfuerzos, anegando, por decirlo así, con su
gente todos los caminos. Los mariscales, generales, y casi todos los pa-
sajeros, siendo enemigos, veíanse á cada paso asaltados con gran me-
noscabo de sus intereses y riesgo de sus personas. Entre los casos de
esta clase más señalados entónces (todos no es posible relatarlos), so-
bresale el de Arlaban; que así llaman á un puerto situado entre los lin-
des de Álava y Guipúzcoa, por donde corre la calzada que va á Irun.


Don Francisco Espoz y Mina, sabedor de que el mariscal Masse-
na caminaba á Francia juntamente con un convoy, ideó sorprenderle; y
marchando á las calladas y de noche por desfiladeros y sendas extravia-
das, remaneció el 25 de Mayo sobre el mencionado puerto. Casualmen-
te Massena, á gran dicha suya, retardó salir de Vitoria; mas no el convoy,
que prosiguió sin detencion su ruta. Las seis de la mañana serian cuan-
do Mina, emboscado con su gente, se puso en cuidadoso acecho. Consta-
ba el convoy de 150 coches y carros, y le escoltaban 1.200 infantes y ca-
ballos, encargados tambien de la custodia de 1.042 prisioneros ingleses
y españoles. Dejó Mina pasar la tropa que hacia de vanguardia, y ata-
cando á los que venian detras, trabóse la refriega, y duró hasta las tres,
hora en que cesó, cayendo en poder de los españoles personas y efectos.
Más de 800 hombres perdieron los franceses, 40 oficiales, cogiendo el
mismo Mina al coronel Laffite. Parte del caudal y las joyas se reservaron
para la caja militar; lo demas lo repartieron los vencedores entre sí. Se
permitió á las mujeres continuar su camino á Francia; y trató bien Mi-
na á los prisioneros, á pesar de recientes crueldades ejercidas contra los
suyos por el enemigo. Se calculó el botin en unos cuatro millones de rea-
les. ¡Poderoso incentivo para acrecentar las partidas!


Conociendo Napoleon cuánto retardaba tal linaje de pelea la sumi-
sion de España, había ya pensado desde principios de 1811 en dar nue-
vo impulso á la persecucion de los guerrilleros, poniendo en una sola
mano la direccion suprema de muchos de los gobiernos en que habia di-
vidido la costa cantábrica, y las orillas del Ebro y Duero. Así por decre-




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to de 15 de Enero formó el ejército llamado del Norte, de que ya hemos
hecho mencion, y cuyo mando encornendó al mariscal Bessières, duque
de Istria. Extendíase á la Navarra, las tres provincias Vascongadas, par-
te de las de Castilla la Vieja, Astúrias y reino de Leon, y llegó á cons-
tar dicho ejército de más de 70.000 hombres. Nada, sin embargo, con-
siguió el emperador frances, pues Bessières no disipó en manera alguna
el cáos que producía guerra tan aturbonada, y para los enemigos tan afa-
nosa; volviéndose á Francia en Julio, con deseo de lidiar en campos de
más gloria, ya que no de ménos peligros. Tuvo por sucesor en el mando
al conde Dorsenne.


Muy atras nos queda Cataluña, y con ella Aragon y Valencia; provin-
cias cuyos acontecimientos caminaban hasta cierto punto unidos, y á las
que hacían guerra los cuerpos de Suchet y Macdonald, obrando de con-
cierto para sujetarlas. Cuando en esta parte suspendimos nuestra narra-
cion, formalizaba Suchet el sitio de Tortosa, y se cautelaba para que no
le inquietasen las tropas y guerrillas de las provincias aledañas, ayudán-
dole Macdonald, colocado en paraje propio á reprimir los movimientos
hostiles del ejército de Cataluña, que á la sazon regia D. Miguel Iranzo.
Reduplicó Suchet sus conatos al fenecer del año de 1810; y el bloqueo
de aquella plaza, comenzado en Julio, y todavía no completado, convir-
tióse el 15 de Diciembre en perfecto acordonamiento.


Asiéntase Tortosa, á la izquierda del Ebro, en el recuesto de un ele-
vado monte, á cuatro leguas del Mediterráneo. Su poblacion de 11 á
12.000 habitantes. Las fortificaciones irregulares, de órden inferior,
construidas en diversos tiempos, siguen en el torno que toman los al-
tos y caidas por la desigualdad del terreno. Al Sudeste é izquierda siem-
pre del rio, se levantan los baluartes de San Pedro y San Juan, con una
cortina no terraplenada, que cubre la media luna del Temple. El recin-
to se eleva despues en paraje roqueño, amparado de otros tres baluartes,
por donde embistió la plaza el Duque de Orleans en la guerra de suce-
sion, y desde cuyo tiempo, considerado este punto como el más débil, se
le enrobusteció con un fuerte avanzado, que todavía llevaba el nombre
de aquel príncipe. Pasados dichos tres baluartes, precipítase la muralla
antigua por una barranquera abajo, aproximándose en seguida al casti-
llo, situado en un peñasco escarpado y unido con el Ebro por medio de
un frente sencillo. Otro recinto, que parte del último de los tres indica-
dos baluartes, se extiende por defuera, y abrazando dentro de sí al cas-
tillo, júntase luégo cerca del rio con el muro más interno. Defienden los
aproches de todo este frente tres obras exteriores; llaman á la más leja-




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na las Tenazas, sita en un alto enseñoreador de la campiña. Comunica
la ciudad con la derecha del Ebro, aquí muy profundo, por un puente de
barcas, cubierto á su cabeza con buena y acomodada fortificacion. Entre
el rio y una cordillera, que se divisa á Poniente, dilátase vasta y delicio-
sa vega, poblada ántes del sitio de muchas caserías y arbolada de oliva-
res, moreras y algarrobos, que regaban más de 600 norias. Parte de tan-
ta frondosidad y riqueza talóse y se perdió para despejar los alrededores
de la plaza en favor de su mejor defensa. Se hallan por el mismo lado el
arrabal de Jesus y las Roquetas. Desde mediados de Julio gobernaba á
Tortosa el Conde de Alacha, que se señaló el año de 1808 en la retirada
de Tudela. Era su segundo D. Isidoro de Uriarte, coronel de Soria. Cons-
taba la guarnicion de 7.179 hombres, y el vecindario, en su conducta, no
desmereció al principio de la que mostraron otras ciudades de España
en sus respectivos sitios.


Para cercar del todo la ántes semibloqueada plaza, habia Suchet or-
denado el 14 de Diciembre que el general Abbé quedase en las Roque-
tas, derecha del rio; y que Habert, que ántes mandaba en este paraje,
pasase á la izquierda y ocupase las alturas inmediatas á la plaza, arro-
jando de allí á los españoles, lo cual acaeció el 15, despues de haber
los nuestros defendido la posicion con tenacidad. Los enemigos echaron
puentes volantes rio arriba y rio abajo de Tortosa, con objeto de facilitar
la comunicacion de ambas orillas.


Resolvieron tambien los mismos verificar su principal ataque por el
baluarte, ó más bien semibaluarte de San Pedro, teniendo para ello pri-
mero que apoderarse de las eminencias situadas delante del fuerte de
Orleans, las cuales enfilaban el terreno bajo. En su cima habia Uriarte
empezado á trazar un reducto, obra que Alacha, mal aconsejado, decidió
no se llevase á cumplido efecto. Los franceses, por tanto, se enseñorea-
ron fácilmente de aquellas cumbres, y abrieron el 19 la trinchera contra
el fuerte de Orleans, ataque auxiliador del ya indicado como principal.


Dieron tambien comienzo á este último en la noche del 20, y para no
ser sentidos, favorecióles el tiempo ventoso y de borrasca. Rompieron
la trinchera partiendo del río, y prolongáronla hasta el pié de las alturas
fronteras al fuerte de Orleans, distando sólo de la plaza la primera para-
lela 85 toesas. El general Rogniat dirigia los trabajos de los ingenieros
enemigos; mandaba su artillería el general Valée.


A la propia sazon reforzó á Suchet una division del ejército frances
de Cataluña á las órdenes del general Frere, en la que se incluia la bri-
gada napolitana del mando de Palombini. Envió Macdonald este socorro




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el 18 en ocasion que, escaso de víveres y temeroso de alejarse demasia-
do, volvia atras de una correría que habia emprendido hasta Perelló. Co-
locó Suchet la division recien llegada en el camino de Amposta.


Iba éste adelante en los trabajos del asedio, y ponia su conato en el
ataque del baluarte de San Pedro, que era, segun hemos dicho, el más
principal, sin descuidar el de su derecha, aunque falso, contra el fren-
te de Orleans, como tampoco otro de la misma naturaleza que empezó á
su izquierda, á la otra parte del rio, destinado á encerrar á los sitiados
en sus obras.


En los dias 23 y 24 hicieron los últimos algunas salidas; mas el 25
terminó el enemigo la segunda paralela, lejana sólo por el lado sinies-
tro 33 toesas del baluarte de San Pedro, distando por el otro del recin-
to unas 50, recogida allí en curva á causa de los fuegos dominantes del
fuerte de Orleans. Hicieron, de resultas, los españoles la noche del 25 al
26 dos salidas, una á las once y otra á la una. En vela los enemigos, re-
chazaron á los nuestros, si bien despues de haber recibido algun daño.


No abatidos por eso los cercados, repitieron nueva tentativa en la no-
che del 26 al 27, en la que igualmente fueron repelidos, situándose en-
tónces los franceses en la plaza de armas del camino cubierto, enfren-
te del baluarte de San Pedro. Semejantes reencuentros y los fuegos de la
plaza retardaban algo los trabajos del sitiador, y lo mataban mucha gen-
te con no pocos oficiales distinguidos.


Firmes todavía los españoles, efectuaron nueva salida en la tarde del
28, de mayor importancia que las anteriores. Para ello desembocaron
unos por la puerta del Rastro, para atacar la derecha de los enemigos, y
otros se encaminaron rectamente al centro de la trinchera, protegiendo
el movimiento los fuegos de la plaza y los del fuerte de Orleans; acome-
tieron con intrepidez, desalojaron á los franceses de la plaza de armas,
que habian ocupado, y los acorralaron contra la segunda paralela. Par-
te de las obras fueron arruinadas, y por ambos lados se derramó mucha
sangre. Al cabo se retiraron los nuestros, acudiendo gran golpe de con-
trarios, pero conservaron hasta la noche inmediata la plaza de armas, re-
cobrada á la salida.


Puede decirse que éste fué el último y más señalado esfuerzo que hi-
cieron los cercados. En lo sucesivo se procedió flojamente. Alacha, he-
rido ya desde ántes en un muslo y aquejado de la gota, mostró gran fla-
queza; y aunque es cierto que habia entregado el mando á su segundo,
habíale sólo entre gado á medias, con lo que se empeoró más bien que
favoreció la defensa, desmandando á veces uno lo que otro ordenaba,




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é inutilizándose así cualesquiera disposiciones. La poblacion, con tal
ejemplo, amilanóse tambien y no coadyuvó poco al caimiento de ánimo
de algunos soldados y á la confusion: manejos secretos del enemigo tu-
vieron en ello parte, como asimismo personas de condicion dudosa que
rodeaban al abatido Alacha.


Construidas entre tanto y acabadas las baterías enemigas, rompie-
ron el fuego al amanecer del 29. Diez en número, tres de ellas dirigie-
ron sus tiros contra el fuerte de Orleans y las obras de la plaza colocadas
detras, cuatro contra la ciudad y baluarte de San Pedro, las tres retan-
tes, á la derecha del rio, apoyaban este ataque, y batían ademas el puen-
te y toda la ribera.


En breve los fuegos del baluarte de San Pedro, los de la media luna
del Temple, y los de casi todo aquel frente fueron acallados, y se abrió
brecha en la cortina. Ya anteriormente se hallaban las obras en mal esta-
do, y sólo el estremecimiento de la propia artillería hundia ó resquebra-
jaba los parapetos. La caida de las bombas produjo en el vecindario con-
turbacion grande, aumentada por el descuido que habia habido en tomar
medidas de precaucion. En balde se esforzaron varios oficiales en repa-
rar parte del estrago, y en ofrecer al sitiador nuevos obstáculos.


Quedaron el 31 apagados del todo los fuegos del frente atacado, ocu-
paron los franceses, á la derecha del rio, la cabeza del puente, abando-
nada por los españoles, añadieron nuevas baterías, y haciéndose cada
vez más practicable la brecha de la cortina, junto al flanco del baluarte
de San Pedro, acercábase al parecer el momento del asalto.


Mal dispuestos se hallaban en la plaza para rechazarle, los vecinos
consternados, el soldado casi sin guía: Alacha, metido en el castillo, no
resolvia cosa alguna, mas lo empantanaba todo. Uriarte, viéndose falto
de animo en el mayor apuro, y hombre de no grande expediente, juntó á
los jefes para que decidiesen en tan estrecho caso. Los más opinaron por
pedir una tregua de veinte dias, y por entregarse al cabo de ellos, si en
el intervalo no se recibia auxilio. Disimulado modo de votar en favor de
la rendicion, pues claro era que no convendria el frances en cláusula tan
extraña. Otros, si bien los ménos, querian que se defendiese la brecha.


Prevaleció, como era natural, y no más honroso, el parecer de la ma-
yoría, al que daba gran peso el desaliento de los vecinos, de tanto influ-
jo en esta clase de guerra. Por consiguiente el 1.º de Enero enarboló el
castillo, constante albergue de Alacha, bandera blanca, y advirtió éste á
Uriarte que enviaba al coronel de ingenieros Veyan al campo enemigo á
proponer la tregua que se deseaba. Salió, en efecto, el último con el en-




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cargo, y recibió de Suchet la consiguiente repulsa. Sin embargo, el gene-
ral frances envió al mismo tiempo dentro de la plaza al oficial superior
Saint-Cyr Nueques, facultado para estipular una capitulacion más apro-
piada á sus miras.


Abocóse primero el parlamento con Uriarte, quien insistió en la an-
terior propuesta. Lo mismo hizo luégo Alacha, añadiendo las siguientes
palabras: «El deseo de que no se vertiese más sangre del vecindario me
habia inclinado á la tregua; no concedida ésta, nos defenderémos.» Pero
replicándole el frances «que conocia el estado de la plaza, y que la re-
sistencia no sería larga», cambió Alacha inmediatamente de parecer, y
propuso venir á partido con tal que se diese por libre á la guarnicion.


Veleidad incomprensible y digna del mayor vituperio. Rehusó Saint-
Cyr entrar en ningun acomodamiento de aquella clase, cierto de que en
breve pisaría el ejército frances el suelo de Tortosa. Varios esforzados je-
fes allí presentes quedaron yertos y atónitos al ver la mudanza repenti-
na del Gobernador; y se sospecha que desde entónces allegados de éste
pactaron la entrega de la plaza en secreto, medrosos del soldado, que se
mostraba asombradizo y ceñudo.


Los franceses, sin omitir las malas artes, continuaron con ahínco en
sus trabajos para asegurar de todos modos su triunfo, y establecieron en
la noche del 1.º al 2 de Enero una nueva batería, distante sólo diez toe-
sas de una de las caras del baluarte de San Pedro. En siete horas de
tiempo abrieron con los nuevos fuegos dos brechas, sin contar la apor-
tillada primeramente en la cortina; y por último, todo se apercibía pa-
ra dar el asalto.


Uriarte en aquel aprieto, y no tomadas de antemano medidas que
bastasen á repeler al enemigo, quiso que la ciudad capitulase, y que
guardasen los españoles los principales fuertes. Propuesta que pareceria
singular si no la explicase hasta cierto punto el deseo que por una parte
tenian los soldados de defenderse, y el descaecimiento que por la otra se
habia apoderado de los más de los vecinos.


No era tampoco menor el de Alacha, que sordo ya á toda adverten-
cia, participó á Uriarte su final resolucion de capitular así por los fuer-
tes como por la plaza.


Aparecieron tremoladas en consecuencia tres banderas blancas, que
despreció el enemigo, continuando en su fuego. Provenia tal conducta
de no querer tratar el frances ántes de que se le entregase en prenda el
fuerte llamado Bonete, temiendo algun inesperado arranque de la irrita-
cion del soldado español.




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A todo se avenia Alacha, y creciendo en él la zozobra, avisó al ge-
neral enemigo que relajados los vínculos de la disciplina, le era imposi-
ble concluir estipulacion alguna si no lo socorria. ¡Oh mengua! Aguija-
do Suchet con la noticia, y cada vez más receloso de que se prolongase
la defensa por algun súbito acontecimiento, resolvió poner cuanto ántes
término al negocio. Y para ello, corriendo en persona á la ciudad, acom-
pañado sólo de oficiales y generales del estado mayor, y de una compa-
ñía de granaderos, avanzó al castillo, y anunciando á los primeros pues-
tos la conclusion de las hostilidades, se presentó al Gobernador. Paso
que se pudiera creer temerario, si no hubiera asegurado su éxito ante-
rior inteligencia. Trémulo Alacha, serenóse con la presencia del general
enemigo, que miraba como á su libertador. Eterno baldon, que discul-
paron algunos con la edad y los ataques del Conde, condenando todos
á varios de los que le rodeaban, en cuyos pechos parecia abrigarse bas-
tardía alevosa.


Urgia, sin embargo, á los franceses ajustar la capitulacion. Los sol-
dados españoles, áun los del castillo, intentaban defenderse, y necesitó
emplear tono muy firme el general enemigo, y abreviar la llegada de sus
tropas para huir de un contratiempo. Hizo en seguida tambien él mis-
mo escribir aceleradamente un convenio, que se firmó, sirviendo de me-
sa una cureña. No apresuró ménos el que desfilase la guarnicion con los
honores correspondientes, y entregase las armas, debiendo, conforme á
lo estipulado, quedar prisionera de guerra. Ascendia todavía el núme-
ro de soldados españoles á 3.974 hombres: los demas habian perecido
durante el sitio; de los franceses sólo resultaron fuera de combate unos
500.


Embravecióse la opinion en Cataluña con la rendicion de Tortosa y
con lo descaminado y flojo de su defensa. Un consejo de guerra condenó
en Tarragona al Conde de Alacha á ser degollado, y el 24 de Enero, au-
sente el reo, se ejecutó la sentencia en estatua. A la vuelta á España, en
1814, del rey Fernando, se abrió otra vez la causa, dió el Conde sus des-
cargos, y le absolvió el nuevo tribunal, no la fama.


En este ejemplo se nota cuanto daña al hombre público carecer de
voluntad propia y firme. Alacha en la retirada de Tudela habia recogido
gloriosos laureles, que ahora se marchitaron. Pero entónces escuchó la
voz de oficiales expertos y honrados, y no tuvo en la actualidad igual di-
cha. Y si es cierto que los franceses en Tortosa dirigieron el sitio con vi-
gor y maestría, y acertaron en atacar por el llano, lo que no habian hecho
en Gerona, facilitóles para ello medios el descuido de Alacha, abando-




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nando los trabajos emprendidos en las alturas inmediatas al fuerte de
Orleans, y no pensando desde Julio, en que empezó su mando, en plan-
tear otros, á cuyo progreso no obstaba el semibloqueo del enemigo.


No queriendo Suchet desaprovechar tan feliz coyuntura como lo ofre-
cia la toma de Tortosa, previno al general Habert, adelantado ya á Pere-
lló, que tantease conquistar el fuerte de San Felipe en el Coll de Bala-
guer, angostura entre un monte de la marina y una cordillera á la mano
opuesta, pelada casi toda ella de plantas mayores, á la manera de tan-
tas otras de España, pero odorífera con los muchos romerales y tomilla-
res que llenan de fragancia el aire. Dicho castillo, construido en el siglo
XVIII para ahuyentar á los foragidos que allí se guarecian, y á los pira-
tas berberiscos que acechaban su presa ocultos en las inmediatas ense-
nadas, era importante para los franceses, interceptándoles y dominando
aquella posicion el camino de Tarragona á Tortosa. Habert rodeó el 8 de
Enero el fuerte de San Felipe, é intimó la rendicion. El Gobernador, ca-
pitan anciano, de nombre Serrá, en vez de mantenerse tieso, se limitó á
pedir cuatro dias de término para dar una respuesta definitiva. Negóse-
lo tal demanda, y desde luégo comenzaron los franceses su ataque. Los
españoles sin gran resistencia abandonaron los puestos exteriores. Voló-
se en breve dentro del fuerte un almacen de pólvora, y fluctuando con la
desgracia el ánimo de la tropa, ya no muy seguro por lo de Tortosa, es-
calaron los franceses la muralla, huyendo parte de la guarnicion vía de
Tarragona, y salvándose la otra en un reducto, donde capituló, y cayeron
prisioneros el Gobernador, 13 oficiales y unos 100 soldados. ¡Tanto cun-
de el miedo, tanto contagia!


Para asegurar Suchet áun más las ventajas conseguidas y el emboca-
dero del Ebro, fortificó el puerto de la Rápita y tomó otras disposiciones.
Encargó á Musnier que con su division vigilase las comarcas de Tortosa,
Albarracin, Teruel, Morelia y Alcañiz; y dejó á Palombini y sus napolita-
nos en Mora y sobre el Ebro, en resguardo de la navegacion del rio, cuya
izquierda ocupó el general Haber y su division, para favorecer los mo-
vimentos que el mariscal Macdonald trataba de hacer contra Tarragona.
Reservó consigo Suchet lo restante de su fuerza, y partió á Zaragoza á
entender en arreglos interiores, y atajar de nuevo las excursiones de los
guerrilleros y cuerpos francos, que con la lejanía de las principales tro-
pas francesas, andaban más sueltos.


En tanto acaecian en Tarragona, de resultas de la entrega de Torto-
sa, conmociones y desasosiego. Los catalanes ya no veían por todas par-
tes sino traidores. Desconfiaban del general en jefe Iranzo y de los de-




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mas, poniendo sólo su esperanza en el Marqués de Campoverde, quien
gozaba de aura popular, ya por su buen porte como general de division,
ya por los muchos amigos que tenía, y ya tambien por las fuerzas que
habian ido de Granada, cuyo núcleo quedaba aún, y á las cuales perte-
necía aquel caudillo. En la ciudad querian proclamarla por capitan ge-
neral de la provincia, adhiriendo á ello los pueblos circunvecinos, que
llevados de igual deseo, se agolparon un dia de los primeros de Enero al
hostal de Serafina, inmediato á Tarragona.


Muchos pensaron que el Marqués no ignoraba el orígen de los albo-
rotos, y que no los desaprobaba en el fondo, aunque aparentando lo con-
trario, queria alejarse del principado. No sabemos si en secreto tomó
parte, pero sí hubo allegados suyos y persocias respetables que sostu-
vieron y fomentaron la idea del pueblo por amistad á Campoverde, y por
creer que su nombramiento era el único medio de libertar á Cataluña de
la anarquía y del entero sometimiento al enemigo. Por fin, y al cabo de
idas y venidas, de peticiones y altercados, juntos todos los generales, hi-
zo Iranzo dejacion del mando, y no admitiéndole otros á quienes corres-
pondia por antigüedad, recayó en Campoverde, el cual le aceptó interi-
namente bajo la condicion de que se atendrian todos á lo que en último
caso dispusiese el Gobierno supremo de la nacion.


Tranquilizó los ánimos este nombramiento, y evitó que el ejército se
desbandase, frustrándose tambien de este modo los intentos del maris-
cal Macdonald, que se habia acercado á Tarragona con esperanzas de
enseñorearla, cimentadas en el acobardamiento que se habia apoderado
de muchos, y en secretas correspondencias.


El 5 de Enero había vuelto Macdonald á reunir al grueso de su ejér-
cito la division de Frere, cedida temporalmente á Suchet; y yendo por
Reus, dió vista á los muros tarraconenses el 10 del mismo mes. La quie-
tud, restablecida dentro, desconcertó los planes de los franceses, que no
pudiendo detenerse largo tiempo en las cercanías por la escasez de ví-
veres y el hostigamiento de los somatenes, determinaron pasar á Lérida
con propósito de prepararse en debida forma al sitio de Tarragona.


No realizó Macdonald su marcha reposadamente. Don Pedro Sars-
field, situado con una division en Santa Coloma de Queralt, recibió ór-
den de Campoverde para caer sobre Valls, y cerrar el paso á la vanguar-
dia enemiga, al propio tiempo que las tropas de Tarragona debian picar
y áun embestir la retaguardia. Abria la marcha de los franceses la di-
vision italiana al mando del general Eugeni (diversa de los napolitanos
de Palombini), y encontróse el 15 entre Valls y P1á con Sarsfield. Los




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españoles acometieron el pueblo de Figuerola, adonde se habia dirigi-
do el enemigo para atacar nuestra derecha, y le ocuparon, arrollando á
los contrarios y acuchillándolos los regimientos de húsares de Granada
y maestranza de Valencia, que á las órdenes de sus coroneles D. Ambro-
sio Foraster y don Eugenio María Yebra se señalaron en este dia. El per-
seguimiento continuó hasta cerca de Valls; allí, reforzada la vanguardia
enemiga, paráronse los nuestros, y se libertó la division italiana de un
completo destrozo. Campoverde no tuvo por su parte tanta dicha como
Sarsfield; pues si bien salió de Tarragona para incomodar la retaguardia
francesa, tropezando con fuerzas superiores, no se empeñó en accion no-
table, y Macdonald, de noche y de prisa, atravesó los desfiladeros y se
metió en Lérida. Costóle el choque de Figuerola, glorioso para Sarsfield,
800 hombres. Murió de sus heridas el general Eugeni.


Erale imposible al Marqués de Canipoverde tomar desde luégo par-
te más activa en la campaña. Tenia que acudir al remedio de los males
dimanados de la reciente pérdida de Tortosa y del Coll de Balaguer, no
ménos que á mejorar las defensas de Tarragona. Quizá requeria tambien
su presencia en esta plaza la necesidad de afirmar su mando caedizo en
tales circunstancias. El fermento popular, áun vivo, servíale de instru-
mento. Sustentaba la agitacion el saberse que habia la Regencia nom-
brado capitan general de Cataluña á D. Cárlos O’Donnell, hermano del
D. Enrique, habiendo motin ó síntomas cada vez que se sonrugia la lle-
gada. Campoverde no reprimia los bullicios bastantemente, escaseándo-
le para ello la fortaleza, y siendo patrocinadores, segun fama, personas
que lo eran adictas.


Encrespóse la furia popular estando á la vista de Tarragona el navío
América, en la persuasion de que venía á bordo el sucesor, mas se abo-
nanzó aquélla cuando se supo lo contrario. Renováronse, sin embargo,
los alborotos el 17 de Febrero, y á ruegos de la Junta, de los gremios y de
otras personas se posesionó Campoverde del mando en propiedad en lu-
gar de proseguir ejerciéndolo como interino.


Para distraer el enojo del pueblo, apaciguar á éste del todo, y ganar
la opinion de la provincia entera, convocó Campoverde un congreso ca-
talan, destinado principalmente á proporcionar medios bajo la aproba-
cion de la superioridad. En rigor no prohibía la ley tales reuniones ex-
traordinarias, no habiendo todavía las Córtes adoptado para las juntas
una nueva regla, conforme hicieron poca despues.


Se instaló aquel congreso el 2 de Marzo, y de él nacieron conflictos
y disputas con la Junta de la provincia, teniendo Campoverde que inter-




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venir y hasta que atropellar á várias personas, si bien al gusto del parti-
do popular; modo impropio é ilícito de arraigar la autoridad suprema. El
Congreso se disolvió á poco, y nombró una junta que quedó encargada,
como lo habia estado la anterior, del gobierno económico del principado.


Nuevos sucesos militares, tristes unos, y otros momentáneamente fa-
vorables para los españoles, sobrevinieron luégo en esta misma provin-
cia. Interesaba á Napoleon no perder nada de lo mucho que habian úl-
timamente ganado allí sus tropas, y cifrando toda confianza en Suchet,
principal adquiridor de tales ventajas, resolvió encomendar al cuidado
de éste las empresas importantes que hácia aquella parte meditaba.


De vuelta Suchet á Zaragoza, y ántes de recibir nuevas instrucciones
y facultades, trató de destruir las partidas que habian renacido en Ara-
gon, alentadas con la ausencia de parte de aquellas tropas, y con el ma-
logro que ya se susurraba de la expedicion de Massena en Portugal. Don
Pedro Villacampa andaba en Diciembre en el término de Ojosnegros, fa-
moso por su mina de hierro y por sus salinas, en el partido de Daroca, de
cuya ciudad, saliendo al encuentro del español el coronel Kliski, púsole
en la necesidad de alejarse. Pero en Enero el general de Valencia Basse-
court, queriendo divertir al enemigo, que se presumia intentaba el sitio
de Tarragona, dispuso que Villacampa y D. Juan Martin, el Empecina-
do, dependientes ahora, por el nuevo arreglo de ejércitos, del segundo,
ó sea de Valencia, hiciesen diversas maniobras uniéndosele ó movién-
dose sobre Aragon. Barruntólo Suchet, y envió de Zaragoza, con una co-
lumna, al general Paris, y órden á Abbé para que partiese de Teruel, de-
biendo ambos salir de los lindes aragoneses y extenderse al pueblo de
Checa, provincia de Guadalajara, en donde se creia estuviese Villacam-
pa. En su ruta encontróse Paris el 30 de Enero con el Empecinado en la
vega de Pradoredondo, y al dia inmediato, contramarchando Villacam-
pa, que se habia ántes retirado, trabóse en Checa accion, cooperando á
ella el Empecinado, que combatió ya la víspera con el enemigo; el cho-
que fué violente, hasta que los jefes españoles, cediendo al número, aca-
baron por retirarse.


Andando más tardo el general Abbé, no se juntó con Paris hasta el 4
de Febrero, en cuyo dia, combinando uno y otro sus movimientos, se di-
rigieron el último contra Villacampa, el primero contra el Empecinado,
separados ya nuestros caudillos. No pudo Paris sorprender en la noche
del 7 al 8, como esperaba, á Villacampa, y sr limitó á destruir una arme-
ría establecida en Peralejos, replegándose el jefe español hácia la hoya
del Infantado.




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Fué Abbé hasta la provincia de Cuenca tras del Empecinado, que ti-
ró á Sacedon, espantando el frances, al paso, en Moya, á la Junta de Ara-
gon y al general Carvajal, su presidente, quien luégo pasó á Cádiz, sin
que se hubiese granjeado, miéntras mandó en aquella provincia, las vo-
luntades, ni adquirido militar renombre. Los generales Paris y Abbé,
habiendo permanecido en Castilla algunos dias, y no conseguido en su
correría más que alejar del confin de Aragon al Empecinado y á Villa-
campa, tornaron á los antiguos puestos.


Otros combates sostuvieron tambien en aquel tiempo las tropas de
Suchet contra partidas de jefes ménos conocidos en ambas orillas del
Ebro y otros puntos. El capitan español Benedicto sorprendió y destru-
yó en Azuara, cerca de Belchite, un grueso destacamento á las órde-
nes del oficial Milawski; y D. Francisco Espoz y Mina, apareciendo en
los primeros días de Abril en las Cinco Villas, atacó en Castiliscar á los
gendarmes y cogió 150 de ellos, llegando tarde, en su socorro, el gene-
ral Klopicki.


En tanto, autorizó Napoleon á Suchet con las facultades que tenía
pensado y más arriba indicamos. Fecha la resolucion en 10 de Marzo,
encargábase por ella á dicho general el sitio de Tarragona, y se le daba
el mando de la Cataluña meridional, agregándosele, ademas, la fuerza
activa del cuerpo que regía Macdonald; desaire muy sensible para éste,
revestido con la elevada dignidad de mariscal de Francia, que todavía
no condecoraba á Suchet.


Inmediatamente, y para tratar de poner en ejecucion las órdenes del
Emperador, se avistaron en Lérida ambos jefes. Quedábale, de consi-
guiente, sólo á Macdonald la incumbencia de conservará Barcelona y la
parte septentrional de Cataluña, así como la de apoderarse de las plazas
y puntos fuertes de la Seo de Urgel, Berga, Monserrat y Cardona.


Retirado aquel mariscal á Lérida despues del reencuentro de Figue-
rola, habia disfrutado poco sosiego, no abatiendo á los intrépidos cata-
lanes reveses ni desgracias. Obligábanle los somatenes á no dejar salir
léjos de la plaza cuerpos sueltos, y Sarsfield, apostado en Cervera, le im-
pedia excursiones más considerables.


De acuerdo ahora en sus vistas Suchet y Macdonald, pasaron sin di-
lacion á cumplir ambos la voluntad de su amo. Encargóse el primero de
la nueva fuerza activa que se agregaba á su ejército, y constaba de unos
17.000 hombres, como tambien del mando de la parte que se desmem-
braba al general de Cataluña. Partió Macdonald de Lérida el 26 de Mar-
zo camino de Barcelona, en cuya ciudad debia principalmente morar en




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adelante para dirigir de cerca las operaciones y el gobierno del país que
áun quedaba bajo su inmediata direccion. Mas para realizar el viaje de
un modo resguardado, ya que no del todo seguro, facilitóle Suchet 9.000
infantes y 700 caballos á las órdenes del general Harispe, los cuales, á
lo ménos en su mayor número, pertenecian ahora al cuerpo de Aragon,
y tenian que reunírsele, desempeñado que hubieran la comision de es-
coltar á Macdonald.


Tomó este mariscal su rumbo via de Manresa, y acampó el 30 de
Marzo con su gente en los alrededores de la ciudad. Seguia el rastro D.
Pedro Sarsfield, con quien se juntó el Baron de Eroles en Casamasana,
acompañado de parte de las tropas que se apostaban en las márgenes del
Llobregat: ya unidos, marcharon ambos jefes en la noche del mismo 30,
y llegaron al hostal de Calvet, á una legua de Manresa. La Junta de esta
ciudad habia convocado á somaten, y los vecinos, acordándose de ante-
riores saqueos de los franceses, habian casi todos abandonado sus hoga-
res. A la vista de ellos todavía estaban, cuando descubrieron las llamas
que salian por todos los ángulos del pueblo.


Habíale puesto fuego el enemigo, incomodado por el somaten, ó más
bien deseoso del pillaje, que disculpaba la ausencia de los vecinos. Ma-
cdonald, situado en las alturas de la Gulla á un cuarto de legua, pre-
senció el desastre y dejó que ardiese la rica y tirites fortunada Manresa
sin poner remedio. Setecientas á ochocientas casas redujéronse á pave-
sas ó poco ménos, incluso el edificio de las Huérfanas, varios templos,
dos fábricas de hilados de algodon, é infinitos talleres de galoneria, vele-
ria y otros artefactos. Tampoco respetó el enemigo los hospitales, llevan-
do el furor hasta arrancar de las camas á muchos enfermos y arrastrarlos
al campamento. Sólo se salvaron algunos en virtud de las sentidas ple-
garias que hizo el médico D. José Soler al general Salme, comandante
de una de las brigadas de Harispe, recordándole el convenio estipulado
entre los generales Saint-Cyr y Reding; convenio muy humano, y por el
que los enfermos y heridos de ambos ejércitos debian mutuamente ser
respetados y remitidos, despues de la cura, á sus respectivos cuerpos.
Los nuestros habian cumplido en todas ocasiones tan puntualmente con
lo pactado, que el general Suchet no puede ménos de atestiguarlo en sus
Memorias (1), diciendo: «Vimos en Valls muchos militares franceses é


(1) D‘après une convention conclue entre les généraux français et espagnols en Cata-
logne, les blessés el les malades étaient mis réciproquement sous la protection des autori-
tés locales, et avient la faculté, après guérison, de rejoindre leurs corps respectifs. A Valls,




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italianos heridos, y nos convencimos de la fidelidad con que los españo-
les ejecutaban el convenio.»


Veáse, sin embargo, cómo eran remunerados. Los manresanos cla-
maron por venganza, y pidieron á Sarsfield y á Eroles que atacasen y
destruyesen sin misericordia á los transgresores de toda ley, á hombres
desproveidos de toda humanidad. Cerraron los nuestros contra la reta-
guardia enemiga, en donde iban los napolitanos bajo Palombini. Desor-
denados éstos, rehiciéronse, mas Eroles cargando de firme los arrolló y
vengó algun tanto los ultrajes de Manresa.


Distinguióse aquí el despues malaventurado D. José María Torrijos,
entónces coronel y libre ya de las manos de los franceses, entre las que,
segun dijimos, habia caldo prisionero meses atras.


Macdonald con tropiezos, y molestado siempre, prosiguió su ruta, pa-
deciendo de nuevo bastante en un ataque que le dió en el Coll de Da-
vid D. Manuel Fernandez Villamil, comandante de Monserrat. A duras
penas metióse en Barcelona el mariscal frances con 600 heridos, y una
pérdida en todo de más de 1.000 hombres. Harispe el 5 de Abril volvió
á Lérida yendo por Villafranca y Montblanch, no dejándole tampoco de
inquietar por aquel lado don José Manso, que de humilde estado, ilus-
trábase ahora por sus hechos militares.


No sólo á los manresanos, mas á toda Cataluña enfureció el proceder
de los franceses en aquella marcha, y sobre todo la quema de una ciudad
que en semejante ocasion no les habia ofendido en nada. Encruelecióse
de resultas la guerra, tuvo crecimientos la saña. El Marqués de Campo-
verde expidió una circular en que decía: «La conducta de los soldados
franceses se halla muy en contradiccion con el trato que han recibido y
reciben de los nuestros..... y la del mariscal Macdonald no se ajusta en
nada con las circunstancias de su carácter de mariscal, de duque, ni de
general que ha hecho la guerra á naciones cultas, que conoce el dere-
cho de gentes, los sentimientos de la humanidad. No ha limitado su atro-
cidad este general á reducir á cenizas una ciudad inerme y que ningu-
na resistencia le ha opuesto, sino que pasando de bárbaro á perjuro, no
ha respetado el asilo de nuestros militares enfermos, transgrediendo la
inviolabilidad del contrato formado desde el principio de la guerra.» Y
despues concluia Campoverde: «Doy órden á las divisiones y partidas


où noous vimes plusieurs militaires français et italiens blessés, nous nous containquîmes de
la fidélité avec laquelle les espagnols exécutaient cette convention. (Mémoires du maréchal
Suchet, tom. II, chap. II, pág. 29.)




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de gente armada mandándoles que no den cuartel á ningun individuo,
de cualquiera clase que sea, del ejército frances que aprehendan dentro
ó á la inmediacion de un pueblo que haya sufrido el saqueo, el incendio
ó asesinato de sus vecinos y adoptaré y estableceré por sistema en mi
ejército el justo derecho de represalia en toda su extension.» Las obras
siguieron á las palabras, y á veces con demasiado furor.


Ántes desde Tarragona habia dispuesto Campoverde realizar algu-
nos movimientos. Tal fué el que en 3 de Marzo mandó ejecutar á D. Juan
Courten con intento de recobrar el castillo del Coll de Balaguer, lo cual
no se consiguió, aunque sí el rechazar al enemigo de Cambrils hasta la
Ampolla, con pérdida de más de 400 hombres. De mayor consecuencia
hubiera sido á tener buen éxito otra empresa que el mismo general diri-
gió en persona, y cuyo objeto era la toma de Barcelona ó á lo ménos la de
Monjuich. Intentóse el 19 de Marzo, y con antelacion, por tanto, á la en-
trada de Macdonald en aquella plaza.


La comunicacion de nuestros generales con lo interior del recinto era
frecuente, facilitándola la línea que casi siempre ocupaban los españo-
les en el Llobregat, y la imposibilidad en que el enemigo estaba de te-
ner ni siquiera un puesto avanzado sin exponerle á incesante tiroteo y
pelea.


Particular y larga correspondencia se siguió para apoderarse por sor-
presa de Barcelona, y creyendo Campoverde que estaba ya sazonado el
proyecto, se acercó á la plaza con lo principal de su fuerza, dividida en-
tónces en tres divisiones, al mando de los jefes Courten, Eroles y Sars-
field. La vanguardia, en la noche del 19, llegó hasta el glácis de Monjui-
ch, y hubo soldados que saltaron dentro del camino cubierto y bajaron al
foso. Desgraciadamente el gobernador de Barcelona, Maurice Mathieu,
vigilante y activo, había tenido soplo de lo que andaba, y envela, impi-
dió el logro de la empresa. Los franceses castigaron á varios habitantes
como á cómplices, arcabuceando en el glácis de la plaza el 10 de Abril
al comisario de guerra D. Miguel Alcina. En cuanto á Campoverde, tor-
nó á Tarragona sin haber padecido pérdida, y ántes bien Eroles escar-
mentó á los que quisieron incomodarle, obligándolos á encerrarse den-
tro de la plaza.


Más feliz fué la tentativa de la misma clase ideada y llevada á ci-
ma contra el castillo de San Fernando de Figueras. Por aquella comar-
ca, como en todo el Ampurdan y los lugares que le circundan, Fábregas,
Llorera, Milans á veces, Clarós, otros varios, y sobre todo Rovira, traian
siempre á mal traeral enemigo é inquietaban la frontera misma de Fran-




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cia. En medio del estruendo de las armas, un capitan, llamado D. José
Casas, mantuvo inteligencia por el conducto de un estudiante, Juan Flo-
reta, con Juan Marqués, criado de Bouclier, guarda-almacen de víveres
del mencionado castillo ó fortaleza, principal autor de aquella idea. En-
traron otros en el proyecto, entre ellos y como primeros confidentes Pe-
dro y Ginés Pou, cuñados de Marqués. Todos se avistaron y arreglaron
en varios coloquios el modo de abrir á los nuestros á favor de llave fal-
sa, que de la poterna adquirieron por molde vaciado en cera, la entrada
de punto tan importante, cuya guarda descuidaba el gobernador frances
Guillot, confiado en lo inexpugnable del castillo, y en la falta de recur-
sos que tenían los españoles para atacarle. Convenidos pues el Casas y
sus confidentes, enteraron de todo á D. Francisco Rovira, y éste á Cam-
poverde, mereciendo el plan la aprobacion de ambos.


Immediatamente ordenó el último á D. Juan Antonio Martinez, que
reclutaba gente y la organizaba en el canton de Olot, que se encargase,
de acuerdo con Rovira, de la sorpresa proyectada, disponiendo al pro-
pio tiempo que el Baron de Eroles se acercase al Ampurdan para apoyar
la tentativa. El 6 de Abril, sábado de Ramos, Martinez y Rovira salieron
de Esquirol, cerca de Olot, con 500 hombres, y pasaron á Ridaura. Aquí
se les incorporaron otros 500, y el 7 llegaron todos á Oix, fingiendo que
iban á penetrar en Francia. Prosiguieron el 8 su camino, y por Sardenas
se enderezaron á Llerona, en donde permanecieron hasta el mediodía
del 9. Lo próximos que estaban á la frontera la alborotó, y alucinó á los
franceses en la creencia de que iban á invadirla. Diluviando, y á aquella
hora partieron los nuestros, y torciendo la ruta, fueron á Vilaritg, pueblo
distante tres leguas de Figueras, y situado en una altura, término entre
el Ampurdan y el país montañoso. Ocultos en un bosque aguardaron la
noche, y entónces Rovira á fuer de catalan habló á los suyos y noticióles
el objeto de la marcha, dándoles en ello suma satisfaccion.


A la una de la mañana del 10 se distribuyeron en trozos y pusiéron-
se en movimiento. Casas, como más práctico, iba el primero. Dentro del
Castillo habia 600 franceses de guarnicion, en la villa de Figueras se
contaban 700. Subió Casas con su tropa por la esplanada frente del hor-
nabeque de San Zenon, metióse por el camino cubierto y descendió al
foso: sus soldados llevaban cubiertas las armas para que no relumbrasen
si acaso había alguna luz, y se adelantaron muy agachados. Llegado que
hubieron al foso, franquearon la entrada de la poterna con la llave fabri-
cada de antemano, y embocáronse todos sin ser sentidos en los almace-
nes subterráneos, de donde pasaron á desarmar la guardia de la puerta




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principal. Siguieron al de Casas los otros trozos, y se desparramaron por
la muralla, apoderándose de todos los puntos principales. Dresaire sor-
prendió el cuartel principal, Bon el de artillería, y D. Estéban Llovera
cogió al Gobernador en su mismo aposento. Apénas encontraron resis-
tencia, y todo estaba concluido en ménos de una hora, rindiéndose pri-
sionerala guarnicion.


Martinez y Rovira, que se habían mantenido en respeto fuera en los
arcos, ó sea acueducto, se metieron tambien dentro, y con los que lle-
garon en breve compusieron unos 2.600 hombres para guardar el casti-
llo. Los franceses de la villa nada supieron hasta por la mañana, y no pu-
diendo remediar el mal, quedóles sólo el duelo. De Martorell habia el 9
partido Eroles para apoyar la sorpresa. Dióse el jefe español en su mar-
cha tan buena diligencia, que el 12 se posesionó de los fuertes que ocu-
paban los franceses en Olot y Castelfollit; les cogió 548 prisioneros, y
reforzado se dirigió en seguida á Lladó y penetró el 16 en Figueras, ani-
quilando al paso en la sierra de Puigventós un regimiento enemigo.


Con la toma repentina de aquel castillo estremecióse Cataluña de al-
borozo y júbilo, figurándose que despuntaba ya la aurora de su libertad.
Crítica por cierto era la situacion de los franceses; Rosas mal provisto,
Gerona y Hostalrich rodeados de bandas y somatenes, notable la deser-
cion y no poco el espanto del soldado enemigo con la venganza del cata-
lan, casi bravío despues de la quema de Manresa.


Regía aquellas partes como ántes el general frances Baraguay-
d’Hilliers; y no sobrándole gente en tal aprieto, abandonó varios pues-
tos, y algunos de consideracion, así en lo interior como en la costa, se-
ñaladamente Palamós y Bañolas; llamó á sí al general Quesnel, próximo
á sitiar la Seu de Urgel, y reconcentrando cuanto pudo sus fuerzas, ape-
llidó á guerra hasta la guardia nacional francesa de la frontera, que es-
quivó entrar en España.


Grandes ventajas hubiera Campoverde podido sacar del entusiasmo
de los nuestros, y del azoramiento y momentáneo apuro de los contra-
rios. Llegó la noticia de lo de Figueras á Macdonald, y conmovióle tanto,
que escribió á Suchet en 16 de Abril desde Barcelona, «que el servicio
del Emperador, imperiosamente y sin dilacion, exigia los más prontos
socorros, pues de otro modo estaba perdida la Cataluña superior..... y
que le enviase todas las tropas pertenecientes poco ántes al séptimo
cuerpo frances, y que acababan de agregarse al de Aragon.»


Fuese descuido en Campoverde, ó carencia de recursos, no se apro-
vechó cual pudiera de acontecimiento tan feliz, obrando con lentitud.




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Supo el 12 de Abril la toma de Figueras, y no partió de Tarragona hasta
el 20. Con mayor celeridad, probable era que hubiese impedido á Bara-
guay D’Hilliers la reconcentracion de parte de sus fuerzas, dado impul-
so y mejor arreglo al levantamiento de los pueblos, y obligado á Suchet á
venir hácia allí, y diferir el sitio de Tarragona.


Campoverde llegó el 27 á Vique. Le acompañaban 800 caballos y
2.000 infantes, que sacó de aquella plaza con 3.000 hombres de la di-
vision de Sarsfield. Mas de 4.000 hombres de tropa reglada y somatenes
guarnecian ya á Figueras, falta todavía de artilleros y de ciertos renglo-
nes de primera necesidad. Estaba circunvalada la plaza por 9.000 bayo-
netas y 600 caballos enemigos, número que competia con el de los espa-
ñoles, y era superior en disciplina, si bien con la desventaja de dilatarse
por un ámplio espacio en rededor de la fortaleza, cortado el terreno al
Oeste con quebradas y estribos de montes.


En la noche del 2 al 3 de Mayo se aproximó Campoverde, y al ama-
necer del 3 atacó por el camino real para meter el socorro dentro de Fi-
gueras. Sarsfield iba á la cabeza, y rodeó la villa, situada al pié de la al-
tura en donde se levanta la fortaleza, rechazando á los jinetes enemigos
que quisieron oponérsele. Al mismo tiempo Rovira, que anteriormen-
te había salido del castillo, unido con otro jefe de nombre Amat, y man-
dando juntos unos 2.000 hombres, llamaban la atencion del enemigo por
Lladó y Llers. Eroles todavía dentro, trataba, por su parte, de ponerse en
comunicacion con Sarsfield, haciendo pronta salida, y ya se miraba co-
mo asegurada la entrada del socorro, sin pérdida ni descalabro alguno.
Mas de repente los enemigos, que estaban muy apurados en la villa, se
dirigieron al coronel de Alcántara Pierrad, emigrado frances, que des-
embocaba del castillo para ejecutar de aquel lado, y conforme á las ór-
denes de Eroles, la operacion concertada, y le propusieron capitular.
Engañado el coronel, anunció la propuesta á Campoverde, que tambien
cayó en el lazo, y suspendiendo éste el ataque, autorizó á dicho Pierrad
para que concluyese el convenio pedido.


No era la demanda del enemigo sino un ardid de guerra. Cierto aho-
ra del punto por donde se le acometia, queria dar largas para traer de la
otra parte un refuerzo, como lo hizo, y seis cañones. El fuego de éstos
desengañó á Campoverde, atacando Sarsfield inmediatamente la villa de
Figueras, lo mismo Eroles viniendo del castillo. Ya se hallaba el primero
en las calles, cuando le flanquearon por la derecha 4.000 hombres que
salieron de un olivar. Tuvo entónces que retirarse, y á dos de seis bata-
llones dispersáronlos los dragones franceses. Campoverde, sin embargo,




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consiguió meter dentro de la fortaleza 1.500 hombres escogidos y algu-
nos renglones, pero no todo lo que deseaba, y á costa de perder varios
efectos y 1.100 hombres entre muertos, heridos y prisioneros. Con mé-
nos confianza y más decision hubiera evitado tal menoscabo, y consegui-
do la completa introduccion del socorro. A los franceses, que perdieron
700 hombres, les era quizá permitida, segun leyes de la guerra, la treta
que imaginaron: tocaba á Campoverde vivir sobre aviso.


La escuadra inglesa y algunos buques españoles recorrieron al pro-
pio tiempo la costa; tomaron y destruyeron barcos, arruinaron muchas
baterías de la marina, malográndoseles una tentativa contra Rosas, que
se lisonjearon de tomar por sorpresa.


Faltaba ahora ver cómo Suchet obraria despues de la pérdida tan
grande para ellos de Figueras, y si arreglaria su plan á los deseos arri-
ba indicados de Macdonald, ó si se conformarla con las primeras órde-
nes del Emperador, que, no previendo el caso, habia determinado se si-
tiase á Tarragona. Dudoso estuvo Suchet al principio, hasta que pesadas
las razones por ambos lados, resolvió no apartarse de lo que de París se
le tenia prevenido. Pensaba que Figueras acordonado se rendiría al fin,
y que urgia é importaba sobremanera posesionarse de Tarragona, punto
marítimo, base principal de las operaciones de los españoles en Catalu-
ña. Las resultas probaron no era falso el cálculo, y ménos descaminado:
bien que para el acierto entró en cuenta el propio interes. En recuperar á
Figueras ganaba sólo Macdonald: acrecíase la gloria de Suchet con la to-
ma de Tarragona. Así el primero tuvo que limitarse á sus únicas y esca-
timadas fuerzas para acudir á recobrar lo perdido, y el segundo se ocu-
pó exclusivamente en adquirir, sin participacion de otro, nuevos triunfos
y preeminencias.


Antes de saber la sorpresa de Figueras, y luégo que recibió la órden
de Napoleon, preparóse Suchet para el sitio de Tarragona, cuidando de
dejar en Aragon, y en las avenidas principales, tropa que en el interme-
dio mantuviese tranquilo aquel reino. Más de 40.000 combatientes jun-
taba Suchet con los 17.000 que se le agregaron de Macdonald. Tres ba-
tallones, un cuerpo de dragones y la gendarmería ocupaban la izquierda
del Ebro; á Jaca y Venasque guardábanlos 1.500 infantes, y habia pun-
tos fortificados que asegurasen las comunicaciones con Francia. El ge-
neral Compere mandaba en Zaragoza, puesta en estado de defensa y
guarnecida por cerca de 2.000 infantes y dos escuadrones, extendiéndo-
se la jurisdiccion de este general á Borja, Tarazona y Calatayud, en cuya
postrera ciudad fortificaron los enemigos y abastecieron el convento de




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la Merced, resguardado por dos batallones que gobernaba el general Fe-
rrier. Cubria á Daroca y parte del señorío de Molina, fortalecido su casti-
llo, el general Paris, teniendo á sus órdenes cuatro batallones, 300 húsa-
res y alguna artilleria. En Teruel se alojaba el general Abbé con más de
3.000 infantes, 300 coraceros y dos piezas; y se colocaron en los casti-
llos de Morella y Alcañiz 1.400 hombres, así como 1.200 de los polacos
en Batea, Caspe y Mequinenza, favoreciendo estos últimos los traspor-
tes del Ebro. Excusamos repetir lo ya dicho arriba de las tropas dejadas
en Tortosa y su comarca hasta la Rápita, embocadero de aquel río. Que-
dó ademas Klopicki con cuatro batallones y 200 húsares en el confin de
Navarra, infundiendo siempre gran recelo al enemigo las excursiones de
Espoz y Mina. Detenémonos á dar esta razon circunstanciada de las me-
didas preventivas que tomó Suchet, para que de ella se colija cuál era
el estado de Aragon al cabo de tres años de guerra; de Aragon, de cu-
ya quietud y sosiego blasonaba el frances. No hubiera sido extraño que
hubiesen permanecido inmobles aquellos habitadores relazados así con
castillos y puestos fortificados. Sin embargo, á cada paso daban señales
de no estar apagada en sus pechos la llama sagrada, que tan pura y bri-
llante habia por dos veces relumbrado en la inmortal Zaragoza.


En fin Suchet, tomadas estas y otras precauciones, y aseguradas las
espaldas por la parte de Aragon y Lérida, adelantóse el 2 de Mayo á for-
malizar el sitio de que estaba encargado, almacenando en Reus provi-
siones de boca y guerra en abundancia, y acompañado de unos 20.000
hombres.


Forma Tarragona en su conjunto un paralelógramo rectángulo, situada
la ciudad principal en un collado alto, cuyas raíces por Oriente y Medio-
día baña el Mediterráneo. A Poniente y en lo bajo está el arrabal, adonde
lleva una cuesta nada ágria, corriendo por allí el rio Francolí, que fene-
ce en la mar, y se cruza por una puente de seis ojos sobrado angosta. Ca-
becera de la España citerior y célebre colonia romana. conserva aún Ta-
rragona muchas antigüedades y reliquias de su pasada grandeza. No la
pueblan sino 11.000 habitantes. La circuye un muro del tiempo ya de los
romanos, cuyo lado occidental, destruido en la guerra de sucesion, se re-
emplazó despues con un terraplen de ocho á diez piés de ancho y cuatro
baluartes, que se llaman, empezando á contar por el mar, de Cervántes,
Jesus, San Juan y San Pablo. Por esta parte, que es la de más fácil acceso,
y para cercar el arrabal, habíase construido otra línea de fortificaciones,
que partia del último de los cuatro citados baluartes, y se terminaba en
las inmediaciones del fuerte de Francolí, sito al desaguadero de este rio:




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varios otros baluartes cubrian dicha línea, y dos lunetas, de las que una
nombrada del Príncipe, como tambien la batería de San José y dos cor-
taduras, amparaban la marina y la comunicacion con el ya mencionado
castillo de Francolí. En lo interior de este segundo recinto, y detras del
baluarte de Orleana, colocado en el ángulo hácia la campiña, se hallaba
el fuerte Real, cuadro abaluartado. Habia otras obras en los demas pun-
tos, si bien por aquí defienden principalmente la ciudad las escarpaduras
de su propio asiento. Eran tambien de notar el fuerte de Lorito ó Loreto,
y en especial el del Olivo al Norte, distante 400 toesas de la plaza, sobre
una eminencia. Tenía el último hechura de un hornabeque irregular con
fosos por su frente, y camino cubierto, aunque no acabado; en la parte in-
terna y superior había un reducto con un caballero en medio y dos puer-
tas ó rastrillos del lado de la gola, la cual, escasa de defensas, protegian
la aspereza del terreno y los fuegos de la plaza.


Necesitaba Tarragona para ser bien defendida, que la guarneciesen
14.000 hombres, y sólo tenía al principio del sitio 6.000 infantes y 1.200
milicianos, en cuyo tiempo la gobernaba D. Juan Caro, sucediendo á és-
te, en fines de Mayo, D. Juan Senen de Contreras. Era comandante gene-
ral de ingenieros D. Cárlos Cabrer, y de artillería D. Cayetano Saqueti.


Trataron los enemigos el 4 de Mayo de embestir del todo la plaza. El
general Harispe, acompañado del de ingenieros Rogniat, pasó el Fran-
colí, y caminó hácia el Olivo. Ofreciéronle los puestos españoles gran
resistencia, y perdió la brigada del general Salme cerca de 200 hom-
bres. Al mismo tiempo la de Palombini, que con la otra componia la di-
vision de Harispe, se prolongó por la izquierda, y se apoderó del Lorito y
del reducto vecino llamado del Ermitaño, abandonados ambos ántes por
los españoles como embarazosos. Colocó Harispe ademas tropas de res-
peto en el camino de Barcelona, próximo á la costa. Del lado opuesto, y
á la derecha de este general, se colocó Frere y su division, y en seguida
Haber con la suya, frontero al puente del Francolí, y apoyado en la mar,
completándose así el acordonamiento.


El 5 hicieron los españoles cuatro salidas en que incomodaron al
enemigo, y empezó la escuadra inglesa á tomar parte en la defensa.
Constaba aquélla de tres navíos y dos fragatas, á las órdenes del como-
doro Codrington, que montaba el Blake, de 74 cañones.


Precaviéronse los franceses como para sitio largo, y en Reus, su prin-
cipal almacenamiento, atrincheraron varios puestos y fortalecieron algu-
nos conventos y grandes edificios, temerosos de los miqueletes y soma-
tenes, que no cesaban de amagarlos é incomodar sus convoyes.




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Así fué que el 6 de Mayo un cuerpo de aquéllos acometió á Mont-
blanch, punto tan importante para la comunicacion entre Tarragona
y Lérida, é intentó prender fuego al convento de la Virgen de la Sie-
rra, que guardaba un destacamento frances. Emplearon los miqueletes
al efecto, aunque sin fruto, la estratagema de cubrirse con unas tablas
acolchadas para poder arrimarse á las puertas, imitando en ello el testu-
do de los antiguos. Los franceses de resultas reforzaron aquel punto.


Continuando los enemigos sus preparativos de ataque contra Tarra-
gona, cortaron el acueducto moderno que surtia de agua á la ciudad, y
que empezó á restablecer en 1782, aprovechándose de los restos del fa-
moso y antiguo de los romanos, el digno arzobispo D. Joaquín de San-
tiyan y Valdivieso. No causó á Tarragona aquel córte privacion notable,
provista de aljibes y de un profundísimo pozo de agua no muy buena, pe-
ro potable y manantial. Más dañó al frances: los somatenes sabiendo lo
acaecido, hicieron cortaduras más arriba, y como aquellas aguas, nece-
sarias para el abasto del sitiador, venian de Pont de Armentera, junto al
monasterio de Santas Cruces, seis leguas distante, tuvo Suchet que em-
plear tropas para reparar el estrago, y vigilar de continuo el terreno.


Decidieron los franceses acometerá Tarragona por el Francolí del la-
do del arrabal, ofreciéndoles los otros frentes mayores obstáculos natu-
rales. Requeríase, sin embargo, en el que escogieron comenzar por des-
pejar la costa de las fuerzas de mar, con cuya mira trazaron allí al 8, y al
cabo remataron, á pesar del fuego vivo de la escuada inglesa, un reduc-
to, sostenido despues por nuevas baterías construidas cerca del embo-
cadero del Francolí.


En lo interior de la plaza reinaba ánimo ensalzado, que se afirmó con
la llegada el 10 del Marqués de Campoverde, quien noticioso de los in-
tentos del enemigo se habia dado priesa á correr en auxilio de Tarrago-
na. Vino por mar procedente de Mataró con 2.000 hombres, habiendo
dejado fuera la tropa restante bajo D. Pedro Sarsfield, con órden de inco-
modar á Suchet en sus comunicaciones.


Tenía el enemigo para asegurar su ataque contra el recinto que tomar
primero el fuerte del Olivo, empresa no fácil. Le incomodaban mucho de
este lado las incesantes acometidas de los españoles; por lo que para re-
primirlas y adelantar en el cerco, embistió en la noche del 13 al 14 unos
parapetos avanzados que amparaban dicho fuerte. Los defendió largo
tiempo D. Tadeo Aldea, y sólo se replegó oprimido del número. En el
Olivo, muy animosos los que le custodiaban, respondieron á cañonazos
á la proposicion que de rendirse les hizo el frances; y pensando Aldea




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en recobrar los parapetos perdidos, avanzó de nuevo y poco despues en-
tres columnas. Los contrarios, que conocian la importancia de aquellas
obras, habíanlas sin dilacion acomodado en provecho suyo, y en térmi-
nos de frustar cualquiera tentativa. Acometieron sin embargo los nues-
tros con el mayor arrojo, y hubo oficiales que perecieron plantando sus
banderas dentro de los mismos parapetos.


Por defuera molestaban los somatenes el campo enemigo, y tambien
se verificó el 14 un reconocimiento orilla de la mar, á las ordenes de D.
José San Juan, protegido por la escuadra. Se encerraron los franceses
en el reducto que habían construido, y apresuróse á auxiliarlos el gene-
ral Habert.


El mismo D. José San Juan destruyó el 18 parte de las obras que
construia el sitiador á la derecha del Francolí, poniéndole en vergonzo-
sa fuga y causándole una pérdida de más de 200 hombres. Señalóse es-
te dia una mujer de la plebe, conocida bajo el nombre de la Calesera de
la Rambla. Multiplicáronse las salidas con más ó ménos fruto, pero con
daño siempre del sitiador.


No descuidó D. Pedro Sarsfield desempeñar el encargo que se le ha-
bía encomendado de llamar á sí y atraer léjos de la plaza al enemigo. El
20 se colocó en Alcover, y tuvieron los franceses que acudir con bas-
tante fuerza para alejarle, costándoles gente su propósito. Tres dias des-
pues, incansable Sarsfield se enderezó á Montblanch y puso en aprieto
al jefe del batallon Année, que allí mandaba; y si bien se libró éste, so-
corrido á tiempo, vióse Suchet en la necesidad de abandonar aquel pun-
to, á cada paso acometido.


Ahora fijóse el frances en tomar el fuerte del Olivo, y con tal inten-
to abrió la trinchera á la izquierda de los parapetos que poco ántes ha-
bia ganado, dirigiéndose á un terromontero distante 60 toesas de aquel
castillo. Adelantó en su trabajo dificultosamente por encontrar con pe-
ña viva. Al fin terminó el 27 cuatro baterías, que no pudo armar hasta el
28, teniendo los soldados que tirar de los cañones á causa de lo escabro-
so de la subida. Cada paso costaba al sitiador mucha sangre, y en aque-
lla mañana la guarnicion del fuerte, haciendo una salida de las más es-
forzadas, atropelló á sus contrarios y los desbarató. Para infundir aliento
en los que cejaban, tuvo el general frances Salme que ponerse á la ca-
beza, y víctima de su valerosa arrogancia, al decir adelante, cayó muer-
to de un metrallazo en la sien.


Vueltos en sí los franceses á favor de auxilios que recibieron, co-
menzaron el fuego contra el Olivo el mismo dia 28. Aniquilábalos la me-




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tralla española, hasta que se disminuyó su estrago con el desmontar de
algunas piezas y la destruccion de los parapetos. En el ángulo de la de-
recha del fuerte aportillaron los enemigos brecha sin que por eso arries-
gasen ir al asalto. Los contenía la impetuosidad y el coraje que desple-
gaba la guarnicion.


A lo último, desencabalgadas el 27 todas las piezas y arruinadas
nuestras baterías, determinaron los sitiadores apoderarse del fuerte,
amagando al mismo tiempo los demas puntos. La plaza y las obras exte-
riores respondieron con tremendo cañoneo al del campo contrario, apa-
reciendo el asiento en que á manera de anfiteatro descansa Tarragona,
como inflamado con las bombas y granadas, con las balas y los frascos
de fuego. Tampoco la escuadra se mantuvo ociosa, y arrojando cohetes
y mortíferas luminarias, añadió horrores y grandeza al nocturnal estre-
pitoso combate.


Precedido el enemigo de tiradores, acorrió por la noche al asalto, dis-
tribuido en dos columnas; una destinada á la brecha, otra á rodear el
fuerte y á entrarla por la gola.


Tuvo en un principio la primera mala ventura. No estaba todavía la
brecha muy practicable, y resultando cortas las escalas que se aplica-
ron, necesario fué para alcanzar á lo alto que trepasen los soldados ene-
migos por encima de los hombros de un camarada suyo, que atrevida-
mente y de voluntad se ofreció á tan peligroso servicio.


Burláronse los españoles de la invencion, y repeliendo á unos, ma-
tando á otros y rompiendo las escalas, escarmentaron tamaña osadía. En
aquel apuro favorecieron al frances dos incidentes. Fué uno haber des-
cubierto de antemano el italiano Vaccani, ingeniero y autor diligente de
estas campañas, que por los caños del acueducto que ántes surtian de
agua al fuerte, y conservaron malamente los españoles, era fácil encara-
marse y penetrar dentro. Ejecutáronlo así los enemigos, y se extendieron
á lo largo de la muralla ántes que los nuestros pudiesen caer en ello.


No aprovechó ménos á los contrarios el otro incidente, áun más ca-
sual. Mudábase cada ocho días la guarnicion del Olivo; y pasando aque-
lla noche el regimiento de Almería á relevar al de Iliberia, tropezó con
la columna francesa que se dirigia á embestir la gola. Sobresaltados los
nuestros, y aturdidos del impensado encuentro, pudieron varios solda-
dos enemigos meterse en el fuerte revueltos con los españoles; y favore-
cidos de semejante acaso, de la confusion y tinieblas de la noche, rom-
pieron luégo á hachazos, junto con los de afuera, una de las dos puertas
arriba mencionadas, y unidos unos y otros, dentro ya todos, apretaron de




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cerca á los españoles y los dejaron, por decirlo así, sin respiro, mayor-
mente acudiendo á la propia sazon los que habian subido por el acue-
ducto, y estrechaban por su parte y acorralaban á los sitiados. Sin em-
bargo, éstos se sostuvieron con firmeza, en especial á la izquierda del
fuerte y en el caballero, y vendieron cara la victoria disputando á palmos
el terreno y lidiando como leones, segun la expresion del mismo Suchet
(2). Cedieron sólo á la sorpresa y á la muchedumbre, llegando de gol-
pe con gente el general Harispe, el cual estuvo á pique de ser aplasta-
do por una bomba que cayó casi á sus piés. Perecieron de los franceses
500, entre ellos muchos oficiales distinguidos. Perdimos nosotros 1.100
hombres: los demas se descolgaron por el muro, y entraron en Tarrago-
na. Rindióse D. José María Gamez, gobernador del fuerte, pero traspa-
sado de diez heridas, como soldado de pecho. Infiérase de aquí cuál hu-
biera sido la resistencia sin el descuido de los caños y el fatal encuentro
del relevo. Ciega iracundia, no valor verdadero, guiaba en la lucha á los
militares de ambos bandos. Dícese que el enemigo escribió en el mu-
ro con sangre española: «Vengada queda la muerte del general Salme»;
inscripcion de atroz tinta, no disculpable ni con el ardor que aun vibra
tras sañuda pelea.


En la misma noche providenciaron los franceses lo necesario á la se-
guridad de su conquista, y por tanto inútil fué la tentativa que para reco-
brarle practicó al dia siguiente D. Edmundo 0-Ronani, en cuya empresa
se señaló de un modo honroso el sargento Domingo Lopez.


Mucho desalentó la pérdida del Olivo, sin que bastasen á dar con-
suelo 1.600 infantes y 100 artilleros poco antes llegados de Valencia, y
unos 400 hombres que por entónces vinieron tambien de Mallorca. Ha-
bíase pregonado como inexpugnable aquel fuerte, y su toma por el ene-
migo frustró esperanzas sobrado halagüeñas.


Juntó en su apuro el Marqués de Campoverde un consejo de guerra,
en cuyo seno se decidió que dicho general saliese de Tarragona, como lo
verificó el 31 de Mayo. Antes de su partida encargó la plaza á D. Juan
Senen de Contreras, enviando en comision á Valencia en busca de auxi-
lios á D. Juan Caro. Contreras acababa de llegar de Cádiz, y siendo el
general más antiguo no pudo eximirse de carga tan pesada. Parécenos
injusto que, perdido el Olivo y á mitad del sitio, se impusiese á un nue-
vo jefe responsabilidad que más bien tocaba al que desde un principio


(2) Les espagnols..... s’y défendaient en lions, quoique génés par leur propre nombre.
(Mémoires du maréchal Suchet, tom. II, chap. II, pág. 59.)




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habia gobernado la plaza. Hasta el mismo Caro debiera en ello haberse
mirado como ofendido. No obstante, nadie se opuso, y todos se mostra-
ron conformes. Incumbió á D. Pedro Sarsfield la defensa del arrabal de
Tarragona y de su marina, encargándose el baron de Eroles, que habia
salido de Figueras, de la direccion de las tropas que ántes capitaneaba
aquél del lado de Montblanch. Campoverde, fuera ya de la plaza, situó
en Igualada sus reales el 3 de Junio. Salieron tambien de la ciudad mu-
chos de los habitantes principales huyendo de las bombas y de las an-
gustias del sitio. Habíalo ántes verificado la Junta y trasladádose á Mon-
serrat, pues, como autoridad de todo el principado, justo era quedase
expedita para atender á los demas lugares.


Dueños los franceses del Olivo, empezaron su ataque contra el cuer-
po de la plaza, abrazando el frente del recinto que cubria el arrabal, y
se terminaba de un lado por el fuerte de Francolí y baluarte de San Cár-
los, y del otro por el de Orleans, que llamaron de los Canónigos los si-
tiadores.


Abrieron éstos la primera paralela á 180 toesas del baluarte de Or-
leans y del fuerte de Francolí, la cual apoyaba su derecha en los prime-
ros trabajos concluidos por el frances en la orilla opuesta del rio, am-
parando la izquierda un reducto: establecieron tambien por detras una
comunicacion con el puente del Francolí y con otros dos que construye-
ron de caballetes, validos de lo acanalado de la corriente.


En la noche del 1.º al 2 de Junio habian los sitiadores comenzado los
trabajos de trinchera, y los continuaron en los días siguientes, sin que
los detuviesen las salidas y fuego de los españoles. Zanjaron el 6 la se-
gunda paralela, que llegó á estar á treinta toesas del fuerte de Francolí,
batiendo en brecha sus muros al amanecer del 7. Lo mandaba D. Anto-
nio Róten, quien se mantuvo firme y con gran denuedo. Al caer de la tar-
de apareció practicable la brecha, y los enemigos se dispusieron á dar
el asalto á las diez de la noche. Juzgó prudente el gobernador de la pla-
za, Senen de Contreras, que no se aguardase tal embestida, y por eso Ró-
ten, conformándose con la órden de su jefe, evacuó el fuerte y retiró la
artillería.


Prosiguiendo tambien los franceses en adelantar por el centro la se-
gunda paralela, se arrimaron á treinta y cinco toesas del ángulo saliente
del camino cubierto del baluarte de Orleans. Incomodábalos sobrema-
nera el fuego de la plaza, y á punto de acobardar á veces á los trabaja-
dores, ó de entibiar su ardor. Así fué que en la noche del 8 al 9 yacían
rendidos de cansancio y del mucho afan, á la sazon que 300 granaderos




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españoles hicieron una salida, y pasaron á degüello á los más despreve-
nidos. No ménos dichosa resultó otra que del 11 al 12 dirigió en perso-
na, con 3.000 hombres, don Pedro Sarsfield, comandante, segun queda
dicho, del arrabal y frente atacado. Ahuyentó á los trabajadores, destru-
yó muchas obras, y llevólo todo á sangre y fuego. En este trance, como
en otros anteriores y sucesivos, distinguiéronse varios vecinos, y hasta
las mujeres, que no cesaron de llevar á los combatientes refrigerantes y
auxilios, en medio de las balas y las bombas.


Reparado el mal que se le habia causado, tuvo el frances ya el 15 tra-
zados tres ramales delante de la segunda paralela: uno dirigido al ba-
luarte de Orleans, otro á una media luna inmediata, llamada del Rey, y
el tercero al baluarte de San Cárlos, logrando coronar la cresta del glá-
cis. Comprendian los sitiadores en el ataque la luneta del Príncipe, al
siniestro costado del postrer baluarte, la cual acometieron en la noche
del 16. Mandaba por parte de los españoles D. Miguel Subirachs. Se for-
maron los franceses para asaltar dicha luneta en dos columnas; una de
ellas debia embestir por un punto débil á la izquierda, en donde el foso
no se prolongaba hasta el mar, y la otra por el frente. Inútiles resultaron
los esfuerzos de la última, estrellándose contra el valor de los españo-
les, á manos de los cuales pereció el frances Javersac, que la comanda-
ba, y otros muchos. Al reves la primera, pues favorecida de lo flaco del
sitio, entró en la luneta, pereciendo 100 de nuestros soldados, quedan-
do varios prisioneros, y refugiándose los demas en la plaza. A éstos los
siguieron los enemigos, quienes, con el ímpetu, se metieron por la bate-
ría de San José y cortaron las cuerdas del puente levadizo. En poco es-
tuvo no penetrasen en el arrabal: impidióselo un socorro llegado á tiem-
po, que los repelió.


Con la posesion de la luneta del Príncipe, cerró el sitiador cada vez
más el frente atacado. Por ambas partes se encarnizaba la lucha, brillan-
do el denuedo de los nuestros, ya que no siempre el acierto en la defen-
sa. Tan enconados andaban los ánimos de unos y otros, que acompaña-
ban á la pelea palabras injuriosas y desaforados baldones. La matanza
crecia en grado sumo, y por confesion misma de los franceses, nada pon-
derativos en sus propias pérdidas, contaban ya, en el estado actual del
sitio (el 16 de Junio), entre muertos y heridos, un general, dos corone-
les, 15 jefes de batallon, 19 oficiales de ingenieros, 13 de artillería, 140
de las demas armas, en fin con los soldados 2.500 hombres. Y todavía
tenían que apoderarse del arrabal, y empezar despues el acometimien-
to contra la ciudad.




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Dos dias ántes, el 14 de Junio, habia llegado á Tarragona D. José Mi-
randa con una division de Valencia, compuesta de más de 4.000 hom-
bres armados y de unos 400 desarmados. Los ultimos se equiparon y
quedaron en la plaza. Los otros, con su jefe, siguieron y tomaron tierra
en Villanueva de Sitges, juntándose el 16 en Igualada con el Marqués de
Campoverde. Reunia éste, asistido de tan buen refuerzo, 9.456 infantes
y 1.183 caballos, y en consecuencia, se determinó á maniobrar en favor
de la ciudad sitiada.


Por aquellos días el Baron de Eroles, que obraba unido á Campover-
de, atacó cerca de Falset un gran convoy enemigo, y cogióle 500 acémi-
las. Poco ántes, hácia Mora de Ebro, en Gratallops, D. Manuel Fernan-
dez Villamil rodeó igualmente un grueso destacamento á las órdenes del
polaco Mrozinski, y acabó con 300 de sus soldados, entre muertos, he-
ridos y prisioneros, obligando al resto de ellos á encerrarse en la ermi-
ta de la Consolacion, de donde vinieron á sacarlos dificultosamente tro-
pas suyas de Mora.


Pérdidas diarias de esta clase fueron parte para que Süchet llamase la
brigada de Abbé, y un regimiento que habia enviado á observar á Eroles,
á Villamil y otros jefes, la vuelta de Mora y Falset, y tambien para que
procurase acelerar la conquista de Tarragona, alterándole pensamientos
varios en vista de la enérgica bizarría de la guarnicion y del aumento de
las fuerzas de Campoverde, y muestras que daba éste de moverse.


El 18 de Julio tenía el sitiador concluida la tercera paralela; y em-
prendió la bajada al foso enfrente del baluarte de Orleans, perfeccionan-
do las obras de ataque por los demas puntos. En la mañana del 21 em-
pezó á batir el muro, y á las cuatro de la tarde aparecieron abiertas tres
brechas; dos en los baluartes de Orleans y San Cárlos, la otra en el fuer-
te Real, aunque colocado detras: lo mal parado del terraplen facilitó al
enemigo su progreso.


Hasta ahora habia defendido el arrabal, desde los primeros dias de
Junio, D. Pedro Sarsfield, portándose con valor é inteligencia. Pero el
21, dia mismo del ataque, como hubiese Campoverde pedido al Go-
bernador que le enviase, para mandar una division, á Róten ó al cita-
do Sarsfield, escogió Contreras al último, y le hizo salir de la plaza en
el momento en que ya el enemigo habia dado principio á su acometi-
da. Inexplicable proceder y de consecuencias inmediatas y desastradas.
Porque, si bien se puso á la cabeza del punto atacado D. Manuel Velas-
co, oficial intrépido y entendido, sábese cuánto perjudica al buen éxito
de todo combate la mudanza repentina de jefe.




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A las siete de la tarde caminó el enemigo al asalto en tres trozos, con-
tra el baluarte de Orleans, el de San Cárlos y el lado de la marina: lleva-
ba todas sus reservas.


No obstante una vigorosa resistencia, se metieron los franceses en
el baluarte de Orleans, deteniéndolos buen rato en la gola los españo-
les, de los que muchos fueron allí pasados por la espada, y sin vengarse
cual pudieran, no habiendo encendido á tiempo dos hornillos ya carga-
dos. Se apoderaron tambien los enemigos de los demas puntos, hasta del
fuerte Real, por escalada, estando aún la brecha poco practicable. Há-
cia la marina rechazó Velasco los primeros ataques, sostúvose con noble
esfuerzo, y no se retiró sino cuando avanzaron por el flanco los france-
ses que venian de los baluartes de San Cárlos y de Orleans. Contreras,
puesto en lo alto del muro de la ciudad, tomó precauciones para evitar
cualquiera sorpresa de aquel segundo recinto, y logró que Velasco y los
suyos se salvasen, entrando por la puerta de San Juan. Dispararon los
ingleses andanadas de todos sus buques, que no hicieron gran mella en
el enemigo. Nosotros perdimos 500 hombres, no pocos se ocultaron, y
á la deshilada se guarecieron sucesivamente en la ciudad. Mataron los
acometedores á muchos vecinos del arrabal, sin distincion de sexo, que-
maron almacenes en el puerto, y dueños del muelle, incomodaron en
breve el embarcadero del Milagro, que ahora servia para las comunica-
ciones de mar. Ufanos los franceses con el buen suceso de su ataque, hi-
cieron señales á la plaza por ver si el Gobernador queria entrar en capi-
tulacion; pero éste las desdeñó con altanero silencio.


Ofendióse Suchet, y la misma noche del 21 al 22 dispuso que se
abriese la primera paralela contra la ciudad, apoyando la izquierda en el
baluarte llamado Santo Domingo, y la derecha en el mar. No le restaba
ya al enemigo que vencer sino este último recinto, sencillo y débil.


Los habitadores de Tarragona, Senen de Contreras, la junta de Cata-
luña, en una palabra, todos murmuraban y quejábanse amargamente del
Marqués de Campoverde, cuya inaccion la echaban algunos á mala par-
te. Se figuraban ser superiores á lo que lo eran en realidad las tropas que
aquél mandaba, y por el contrario, disminuían en su imaginacion sobra-
damente las de los franceses. Contribuyó al comun error el mismo Cam-
poverde por sus ofertas y encarecimientos; tambien Contreras, que, en
vez de obrar, consumia á veces el tiempo propalando indiscretamente
que la plaza tendria luégo que rendirse si en breve no era socorrida.


Cediendo, en fin, Campoverde al clamor universal y al propio impul-
so, resolvió hacer el 25 de Junio una tentativa contra los sitiadores. En




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su virtud, D. José Miranda, al frente de la division valenciana y de 1.000
infantes de la de Eroles, con 700 caballos, fué destinado á atacarlos
campamentos franceses de Hostalnou y Pallaresos, al paso que Campo-
verde debia situarse á la izquierda en el Callas para sostener la colum-
na de ataque, y favorecerla ademas por medio de un falso movimiento, al
cargo de D. José María Torrijos.


En espera de los nuestros, reunió Suchet, sin alejarse, sus principa-
les fuerzas, contando con que se le atacaria del lado de Villalonga. Ex-
cusada era tanta prevencion. Miranda no desempeñó su encargo, so pre-
texto de que no conocia el terreno, y alegando dudas y temores, que no
le ocurrieron la víspera, y para las que no habia nueva razon. Un escar-
miento ejecutivo y severo hubiera servido en este caso de leccion pro-
vechosa, y estorbado la repeticion de actos tan indignos del nombre es-
pañol. Lavó hasta cierto punto la mancha D. Juan Caro, de vuelta de
Valencia, sorprendiendo y acuchillando, en Torredembarra, á unos 200
franceses. Mas se perdió la ocasion de aliviar á Tarragona, y Campover-
de, aunque mal de su grado, tiró la vuelta del Vendrell.


Parecia, sin embargo, no estar todo aún perdido. El 26 llegaron de-
lante de Tarragona, procedentes de Cádiz, 1.200 ingleses al mando del
coronel Skerret. Estas tropas, ya uniéndose á Campoverde, ó ya refor-
zando la plaza, hubieran sido de gran provecho, no tanto por su núme-
ro, cuanto por los alientos que infundiesen con su presencia. Mas cuan-
do la suerte va de caida, esperada ventura cámbiase en aguda desdicha.
Skerret y otros jefes británicos tomaron tierra, y despues de examinar el
estado de la plaza, mostráronse muy abatidos. Contreras viendo esto, si
bien le dijeron aquéllos que se hallaban prontos á obedecerle, no quiso
forzarles la voluntad, y dejó á su arbitrio desembarcar ó no su gente. En-
tónces los jefes ingleses se decidieron por mantenerla á bordo, y de con-
siguiente, en mala hora aparecieron en las playas de Tarragona, transtor-
nando del todo con semejante determinacion ánimos ya muy inquietos
despues de las precedentes desgracias.


Otra ocurrencia habia aumentado ántes dentro de la plaza la des-
union y discordia. Mal avenido Campoverde con Senen de Contreras á
causa de continuos é indiscretos razonamientos de éste, le escribió para
que si no estaba contento se desistiese del mando, previniendo al propio
tiempo á D. Manuel Velasco le tomase en caso de la dejacion de Contre-
ras, ó en cualquiera otro en que el último tratára de rendirse. Comuni-
có igual órden á los demas jefes, autorizándolos á nombrar gobernador
si Velasco no aceptase el cargo. Conformábase la resolucion de Campo-




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verde con una circular de la Regencia de principios de Abril, aproba-
da por las Córtes, segun la cual se mandaba que en tanto que hubiese
en una plaza un oficial que opinase por la defensa, aunque fuese el más
subalterno de la guarnicion, no se capitularia, y que por el mismo hecho
se encargase dicho oficial del mando. Habíase originado esta providen-
cia de lo que pasó con Imaz en Badajoz; pero en Tarragona no se estaba
en el mismo caso. Contreras no pensaba en rendirse, y justo es decir que
sobrábanle bríos y honra para cometer villanía alguna. Era sólo hombre
de mal contentar, presuntuoso, y que usaba con poco recato de la pala-
bra y de la pluma. En este lance, altamente ofendido, léjos de despojarse
del gobierno, dió á Velasco pasaporte para que saliese de Tarragona y se
incorporase al cuartel general. Privábase así á la plaza de buenos oficia-
les, nacian partidos, y desmayaban hasta los más firmes.


Provechoso lucro para el frances. Avivaba este sus obras, y estable-
ciendo la segunda paralela á 60 toesas de la plaza, ó sea del último re-
cinto, que era el atacado, tuvo prontas y armadas en la noche del 27 al
28 las baterías de brecha. Sabedor Suchet de la llegada de los ingleses,
apremiábale posesionarse de Tarragona. Estaba distante de imaginar
que la presencia de aquellas tropas fuese nuevo agasajo que le hacia la
fortuna. Abrieron los sitiadores temprano el fuego en la mañana del 28,
intentando principalmente aportillar el muro en la cortina del frente de
San Juan por el ángulo que forma con el flanco izquierdo del baluarte de
San Pablo. El terreno es de piedra sin foso ni camino cubierto.


Correspondieron los nuestros á los fuegos enemigos de un modo te-
rrible y acertado, y destruyéndoles los espaldones de las baterías, deja-
ron en descubierto á sus artilleros y mataron á muchos. Por nuestra parte
hubo la desgracia de volarse un repuesto de pólvora en el estrecho ba-
luarte de Cervántes, y de que se apagasen sus fuegos. Mortíferos conti-
nuaban en los otros puntos; mas, recio el enemigo en asestar furibundos
tiros contra el lienzo de la muralla que queria rasgar, empezó á conse-
guirlo y franqueó al fin anchuroso boqueron.


Á las cinco de la tarde conceptuaron los sitiadores practicable la
brecha, y dispuso Suchet el asalto bajo las órdenes de los generales Ha-
bert, Ficatier y Montmarie. Tambien Senen de Contreras se preparó á re-
cibir y rechazar á los franceses en la misma brecha, y áun á defender-
se dentro de las calles, cortadas várias y señaladamente la rambla. Ocho
mil hombres de buenas tropas le quedaban, y con ellas y alguna ayuda
del vecindario podria Tarragona durante muchos días repetir el ejemplo
de Gerona y Zaragoza. La suerte adversa determinó lo contrano. El go-




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bernador español formó en frente de la brecha dos batallones de grana-
deros provinciales y el regimiento de Almería, y dió á sus jefes acertadas
órdenes. Quizá hubiera debido Contreras agolpar allí más gente, y no es-
parcirla como lo hizo por otros puntos que no estaban amagados.


Abalanzóse pues el enemigo desde la trinchera contra la brecha. A
los primeros acometedores derríbalos la metralla que vomitan nuestras
piezas, los reemplazan otros, y caen tambien ó vacilan; acude la reser-
va, los ayudantes mismos de Suchet, y hasta se forma para dar ejem-
plo un batallon de oficiales, que todo se necesitaba, arredrado el solda-
do frances con el arrojo y serenidad que muestran los españoles. Una y
más veces se rompen las columnas enemigas, y una y más veces se re-
hacen y quedan desbaratadas. Al cabo de dura porfía y á favor del nú-
mero suben los franceses á la brecha y penetran en la cortina y baluarte
de San Pablo, procurando extenderse á manera de relámpago por lo lar-
go del adarve.


Así lo tenía proyectado el general enemigo con mucha prudencia,
pues dueños los suyos de todo el circuito del muro, sobrecogian é los si-
tiados é imposibilitaban probablemente la defensa interior de la ciudad.
Sin embargo, en las cortaduras de la rambla resistió valerosamente el re-
gimiento de Almansa los ímpetus de los contrarios, y sólo cedió al ver-
se flanqueado y acometido por la espalda. Furibundo el frances penetró
á lo último por todas partes, pilló, quemó, mató, violó, arreboló con san-
gre las calles y edificios de Tarragona.


En las gradas de la catedral murió defendiéndose, con otros hombres
esforzados, D. José Gonzalez, hermano del Marqués de Campoverde. Se-
nen de Contreras, herido en el vientre de un bayonetazo, cayó prisione-
ro en la puerta de San Magin. Perecieron más de 4.000 personas del ve-
cindario, ancianos, religiosos, mujeres y hasta los más tiernos párvulos,
porque si bien muchos de los principales moradores habian desampara-
do la plaza ántes del asalto, la masa de la poblacion habíase quedado á
guardar sus hogares. Entre varios objetos de curiosidad é importancia
que se destruyeron, contóse el archivo de la catedral. De los soldados
quedaron prisioneros, incluyendo los heridos de los hospitales, 7.800:
los generales Courten, Cabrery y otros oficiales superiores fueron de es-
te número. Hubo tropas que intentaron escaparse por la puerta de San
Antonio, camino de Barcelona, pero el general Harispe, apostado hácia
aquella parte, los envolvió ó acosó contra la plaza.


Cometieron los españoles en la defensa diversas faltas. Fueron las de
Campoverde no perfeccionar de antemano las fortificaciones, mudar de




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gobernador á mitad del sitio, y ofrecer confiadamente socorro para des-
pues no proporcionarle. Reprenderse deben en Contreras sus piques y
quisquillas, sus manejos para malquistar al pueblo contra los demas je-
fes; lastimosas ocupaciones en que perdia el tiempo con desdoro suyo y
en perjuicio de la causa que sostenia. Descansó tambien sobradamente
en los auxilios que esperaba de fuera, y aunque oficial de saber y prác-
tico, anduvo á veces desatentado en el modo de repeler las acometidas
del enemigo ó de preverlas. Una voluntad única y sola de inflexible ente-
reza, y superior á celosas y míseras competencias, retardado hubiera los
ataques del sitiador, y áun inutilizado várias de sus tentativas.


Con todo eso, la defensa de Tarragona, plaza de suyo irregular y de-
fectuosísima, honró á nuestras armas y afianzará por siempre á Contre-
ras un puesto glorioso en los fastos militares de España. El enemigo pa-
ra apoderarse de aquel recinto tuvo que abrir nueve brechas, dar cinco
asaltos, y perder, segun su propia cuenta 4.293 hombres, pues segun la
de otros pasaron de 7.000.


Llevado D. Juan Senen de Contreras en unas angarillas delante de
Suchet, reprochóle éste lo pertinaz de la resistencia, y dijole «que mere-
cia la muerte por haber prolongado aquélla más allá de lo que permiten
las leyes de la guerra, y por no haber capitulado abierta la brecha.» Con
dignidad le replicó D. Juan: «Ignoro qué ley de guerra prohiba resistir al
asalto; ademas esperaba socorros: mi persona debe ser inviolable como
la de los demas prisioneros. La respetará el general frances; donde no,
el oprobio será, suyo, mía la gloria.» Suchet tratóle despues con atenta
cortesanía, agasajóle, y le hizo muchos ofrecimientos para que pasase al
servicio del rey intruso. Desechólos Contreras, y de resultas le conduje-
ron al castillo de Bouillon en los Países-Bajos, de cuyo encierro logró es-
caparse, no habiendo nunca empeñado su palabra de honor.


Suchet bajo palio y á pié fué en Reus á la iglesia á dar gracias al To-
dopoderoso por el triunfo que le habia concedido con la toma de Tarra-
gona. En vez los invasores de granjearse con eso las voluntades, las ena-
jenaban más y muy mucho, pues el religioso pueblo, aquí como en otras
partes que ya hemos visto, calificaba tales actos de sacrílego fingimiento
y mera juglería. Y á la verdad, ¿cómo pudiera graduarlos de otro modo,
recordando que dias ántes, en Tarragona, los mismos que ahora se mos-
traban tan píos y devotos habian prostituido los templos, profanado los
sagrarios, quemado los óleos, pisoteado las formas? No cuadran con la
gravedad y pausa española tránsitos tan repentinos y contradictorios, ni
engaños tan mal solapados.




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Difundida en Cataluña la nueva de la pérdida de Tarragona, se apo-
deró de los ánimos exasperacion y desmayo. Cundió el mal al ejército
y notóse mucha desercion, porque los catalanes que en él habia prefe-
rían la guerra de somatenes á la de tropa reglada, poniendo ademas en
sus propios jefes mayor confianza que en los forasteros; y los que eran
valencianos, ansiando por volverá defender su propio suelo que creian
amenazado, reclamaban la promesa que les habian hecho de un pron-
to retorno. Acrecentaban tal inclinacion las mismas medidas de Cam-
poverde, fuera de sí y apesarado con los infortunios. Yendo el 1.º de Ju-
lio de Igualada á Cervera congregó un consejo de guerra, en el que por
cuatro votos de siete se decidió la evacuacion del principado, dejando
sólo en la tierra guerrillas de catalanes. Inconcebible resolucion cuan-
do se conservaba aún Figueras, é intactas las plazas de Berga, Cardona
y Seu de Urgel.


Con ella se aumentó la desercion, insistiendo ahincadamente el ge-
neral Miranda en su embarco y vuelta á Valencia, temeroso de que se
alejase el ejército de los confines de este reino al retirarse de Cataluña.
No se oponian Campoverde ni los otros jefes á tan justo deseo, en todo
conforme á lo que se había ofrecido al capitan general de Valencia; pe-
ro dificultades casi insuperables estorbaron en un principio darle cum-
plimiento, habiendo Suchet extendido sus tropas á lo largo de la costa
hasta Barcelona.


En efecto, el general frances, con el propósito de impedir el embarco
de los valencianos, y áun con el de disipar, si podia, el ejército de Cam-
poverde, despues de haber ordenado en Tarragona lo más urgente, des-
tacó en la noche del 20 al 30 dos divisiones camino de la capital del
principado, y marchó tambien él en la misma direccion con una briga-
da y la caballería. Cañoneóle la escuadra inglesa en la ruta, mas no evitó
que en Villanova de Sitges cogiese el frances algunos barcos, bastantes
heridos y partidas sueltas. Señaló el general Suchet su viaje con repren-
sibles actos. Cogió en Molins de Rey algunos prisioneros, soldados to-
dos, y entre ellos á uno de venticinco años de servicio, y mandólos ahor-
car. Hincados de rodillas pidiéronle aquellos desgraciados que tuviese
consideracion al uniforme que vestían; mas Suchet, implacable, man-
dó ejecutar su fallo, y la misma suerte cupo á varios paisanos y mujeres.
En vano creia abatir con el rigor al indómito catalan. Don José Manso,
á cuyo cuerpo pertenecian aquellos soldados, hizo en consecuencia una
enérgica declaracion, y ahorcó á seis de los enemigos que habia cogido
prisioneros. Embaza tanta sangre.




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Noticioso Suchet de que Campoverde se internaba, no dando ya indi-
cio de querer embarcar á los valencianos, limitóse á visitar la ciudad de
Barcelona y á tomar ciertas medidas para la prosecucion de la campa-
ña, de acuerdo con el gobernador Maurice Mathieu, y tornó en seguida
á Tarragona. Aquí puso la plaza y su campo bajo las órdenes del gene-
ral Musnier, y aseguró aún más las riberas del Ebro y la ciudad de Tor-
tosa con la division del general Habert, en tanto que él se preparaba á
nuevas empresas.


Por su lado Campoverde, adelante en el propósito de evacuar la Ca-
taluña, encaminábase á Agramunt para salvarse por las raíces del Pi-
rineo. La desercion de su gente y los clamores del principado le detu-
vieron. A dicha ocurrió en el intermedio que Suchet se replegase sobre
Tarragona, y dejase libre y despejada la costa. Campoverde, aprove-
chándose de tan oportuna clara, se dirigió á la marina, y sin tropiezo
consiguió embarcar el 8 de Julio en Arenys de Mar la division valencia-
na. Púsose á bordo toda ella, excepto unos 500 hombres, que, disgus-
tados de no tornar á su país nativo, se habian derramado por Aragon y
juntádose á Mina y otras partidas. Advertido Suchet del movimiento de
Campoverde, revolvió apriesa sobre Barcelona, en donde entró el 9, par-
tiendo inmediatamente Maurice Mathieu para oponerse á los intentos
que mostraba el general español. Llegó tarde el frances, pues los valen-
cianos habian ya dado la vela.


Habíase al propio tiempo alejado Campoverde, tomando el camino
de Vich; en esta ciudad se encontró con un sucesor que lo enviaba de
Cádiz la Regencia: con D.. Luis Lacy, á quien entregó el mando en 9 de
Julio. Perdido ya aquel general en la opinion y desestimado, menester
le era ceder el puesto á un nuevo jefe. En tiempos ásperos y de revuel-
ta aceleradamente se gasta el crédito, que á duras penas mantiene pro-
picia y constante fortuna.


Viendo Lacy que el general Suchet daba traza de perseguirle, salió
de Vich y pasó á Solsona, adonde le siguió la Junta del principado, la
cual, despues de la pérdida de Tarragona, había desamparado á Mont-
serrat. En los nuevos cuarteles, y favorecido de las plazas de Cardona y
Seu de Urgel (destruyó la de Berga), no ménos que de lo ágrio de la tie-
rra, empezó Lacy á rehacer su ejército y á reunir gente; fomentó tambien
las guerrillas y encomendó al Baron de Eroles la guarda de Montserrat,
punto importante que amagaba el enemigo.


Igualmente, no sirviéndole sino de inútil y pesada carga un gran nú-
mero de oficiales y caballos, despidió á muchos de aquéllos y á 500 de




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éstos, con otros soldados desmontados, permitiéndoles ir á plantar ban-
dera de ventura, ó á unirse á otros ejércitos, en que pudieran ser em-
pleados con utilidad y mantenerse más fácilmente. De contar es, por
cierto, el rumbo que tomaron. Partieron todos el 25 de Julio, á las órde-
nes del brigadier D. Gervasio Gasca, faldearon los Pirineos, vadearon
ríos, y aunque perseguidos por las guarniciones francesas, llegaron fe-
lizmente á Luesia el 5 de Agosto. Allí les causó Klopicki alguna disper-
sion; pero juntándose de nuevo en Eibar, en Navarra, dióles Mina guías,
y cruzaron el Ebro el 12 de Agosto. Gasca, prosiguiendo su marcha, se
incorporó al ejército de Valencia, sin que le fuese posible al enemigo el
estorbarlo. Los más de los soldados y oficiales acompañaron á aquel jefe
hasta su destino, excepto unos cuantos, que perecieron en el viaje y las
peleas, y otros que tomaron sabor á la vida de los partidarios; de hambre
y fatiga murieron bastantes caballos. Rodeo fué éste y marcha de cien-
to ochenta y seis leguas; prodigiosa, imposible de realizarse en otra cla-
se de guerra.


Cebado Suchet con los favores que le dispensaba la suerte, quiso
proseguir la carrera de sus triunfos. En la distribucion que Napoleon ha-
bla hecho de las operaciones de Cataluña, al paso que encargó á dicho
Suchet el sitio de Tarragona, dejó á la incumbencia de Macdonald, con-
forme en su lugar apuntamos, la reconquista de Figueras y la toma de
Montserrat y plazas al Norte. Pero absorbida la atencion de este maris-
cal en recuperar aquella primera é importante fortaleza, circunvalába-
la, asistido de la flor de sus tropas, y no le quedaba fuerza suficiente con
que atender á otros objetos. Suchet, ahora más libre, se encargó de la to-
ma de Montserrat. Para ello, despues de perseguir á Campoverde hasta
Vich, no habiendo podido impedir el embarco de los valencianos, dejó
allí en observacion de las reliquias del ejército español bastantes fuer-
zas, y regresó á Reus el 20 de Julio, decidido á verificar su intento. En
este pueblo se halló con pliegos, en que se le noticiaba haberle elevado
el Emperador á la dignidad de mariscal de Francia, y en que tambien se
le daba la órden de demoler las fortificaciones de Tarragona, excepto un
reducto, y la de tomar á Montserrat, debiendo en seguida marchar sobre
Valencia. Cumplíanse así con sobras los deseos de Suchet: se veia alta-
mente honrado, y encargábasele concluir la empresa que él mismo me-
ditaba.


Mercedes tales servian de espuela al celo fervoroso del nuevo maris-
cal. Derribó en breve, segun se le prevenia, las obras exteriores de Ta-
rragona, mas no el recinto de la ciudad ni el fuerte Real; disposicion que




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aprobaron en París. Dejó dentro al general Bertoletti, con 2.000 hom-
bres, y tuvo el 24 de Julio reunidas ya en las cercanías de Montserrat
sus principales fuerzas, así como una columna procedente de Barcelo-
na. Eroles mandaba allí y tenía á sus órdenes 2.500 á 3.000 hombres,
los más de ellos somatenes.


Es Montserrat encumbrada montaña, que, por su naturaleza singu-
lar y religiosas fundaciones, se presenta como una de las curiosidades
más notables de España. A siete leguas de Barcelona domina los cami-
nos y principales eminencias del riñon de Cataluña. Tiene ocho leguas
de circunferencia por la base, compuesta de rocas altísimas y escarpa-
das, de ramblas y torrenteras, que no dejan sino pocas y angostas entra-
das. A la mitad de la subida y algo más arriba está asentado en un plano
estrecho un monasterio de benedictinos, vasto y sólido, bajo la advoca-
cion de la Virgen. A partir de allí, pelada del todo la montaña, forma en
varios parajes hasta la cima picachos y peñoles, á manera de las torreci-
llas de un edificio gótico, que algunos han comparado á un juego de bo-
los. Para llegar desde el monasterio á lo alto se camina obra de dos ho-
ras, y en aquel trecho se hallan trece ermitas con sus oratorios, pegadas
unas contra los lados de la peña viva, puestas otras en las mismas pun-
tas. Llegando á la última, que nombran de San Jerónimo, se descubren
las campiñas, los pueblos y los ríos, las islas y la mar; vista que se espa-
cia deleitosamente por el claro y azulado cielo del Mediterráneo. En mo-
radas tan nuevas, en otro tiempo tranquilas, residian de ordinario soli-
tarios, desengañados del mundo, y únicamente entregados á la oracion y
vida contemplativa. De muy antiguo siendo éste uno de los lugares más
afamados por la devocion de los fieles, constantemente ardían en la igle-
sia del monasterio ochenta lámparas, de muchos mecheros cada una, y
en lo que llamaban tesoro de la Virgen veíanse acumuladas ofrendas de
siglos, á punto de ser innumerables las alhajas de oro y plata y los pie-
dras preciosas. Un solo vestido de la imágen, dádiva de una duquesa
de Cardona, tenía, sobre exquisito recamado, más de 1.200 diamantes,
montados en forma de doce estrellas. Bien vino, para que no fuesen pre-
sa del invasor, que los prevenidos monjes hubiesen transferido con opor-
tunidad á Mallorca lo más escogido de aquellas joyas.


Tan venerable albergue habíanle convertido los españoles en mili-
tar estancia durante la actual guerra, fortificando las avenidas. Está al
cierzo la más importante de ellas, que desciende culebreando por medio
de tajos y precipicios, y va á dar á Casamasana. Dos baterías con corta-
duras en la roca cubrian este lado, habiéndose ademas establecido un




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atrincheramiento á la entrada del monasterio, cuyas paredes se hallaban
igualmente preparadas para la defensa. Por el Mediodía corre un sende-
ro, que lleva á Collbató, y en él se habla plantado otra hatería.


Cuidóse no ménos de los otros puntos, si bien los amparaba lo frago-
so del terreno, en especial á Levante, de caídas muy empinadas.


Preparóse el Baron de Eroles á sostener la estancia, y con tanta con-
fianza, que proveyó de mantenimientos para ocho dias las baterías avan-
zadas. Al alborear del 25 de Julio comenzaron los enemigos la embesti-
da, mandándolos Suchet en persona. Dirigióse el general Abbé hácia la
subida principal, apoyado por Maurice Mathieu. Los otros caminos fue-
ron igualmente amagados, soltando ademas tiradores, que procurasen
trepar por las quiebras y vericuetos de la montaña, con el objeto de flan-
quear nuestros fuegos.


Empeñóse el ataque por el frente, y los contrarios no adelantaban ni
un paso, firmes los españoles y acompañando sus fuegos de todo géne-
ro de instrumentos mortíferos, y de piedras y galgas. Mas á cabo de lar-
go rato, encaramándose por la montaña arriba las ya mencionadas tropas
ligeras, lograron dominar á nuestros artilleros y acribillarlos por la es-
palda. Ni áun así cedieron los atacados, pereciendo casi todos sobre las
piezas ántes que Abbé se posesionase de ellas.


Vencida por este término la mayor de las dificultades, prosiguió
aquel general via del monasterio. Le habian precedido, como para el
ataque anterior, muchos tiradores, que hicieron esfuerzos por adelantar-
se y molestar desde los picachos y ermitas á los que defendían el edifi-
cio. Consiguieron los enemigos su objeto, y áun se metieron dentro por
una puerta trasera. Mas aquí, como el combate era singular, ó sea de
hombre á hombre escarmentáronlos los somatenes, y cierta era la derro-
ta de los contrarios, si Abbé no hubiese llegado al mismo tiempo y ter-
minado en favor suyo la pelea. Evacuaron los españoles el convento, y
los más, junto con su jefe Eroles, pudieron salvarse, conocedores y prác-
ticos de la tierra. Tres monjes ancianos y alguno que otro ermitaño fue-
ron víctimas de la braveza del soldado frances. A dicha llegó á tiem-
po Suchet para poder salvar á dos de ellos, que todavía quedaban vivos.
Colígese de lo sucedido cuán dificultoso sea sostener tales puestos, por
inexpugnables que parezcan, pues ó menester es emplear fuerzas consi-
derables que los defiendan, y entónces desaparece la utilidad de su con-
servacion, ó no es posible tapar las avenidas de modo que no columbre
el acometedor resquicio por donde introducirse é inutilizar las precau-
ciones más bien concertadas.




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A pocos días de haber tomado á Montserrat, dejó allí de guarnicion
el mariscal Suchet al general Palombini, asistido de su brigada y algu-
na artillería, poniendo en Igualada al general Frere, cuyas comunica-
ciones con Lérida, por Cervera, estaban asimismo aseguradas. Palombi-
ni no gozó de gran sosiego, molestado siempre, y el 5 y 9 de Agosto don
Ramon Mas, al frente de los somatenes, atacóle y le causó una pérdida
de más de 200 hombres.


En el perseverar de los catalanes, conoció Suchet no podía desam-
parar aquel principado hasta que los suyos recobrasen á Figueras, y pu-
dieran las tropas que bloqueaban esta fortaleza, enfrenar los desmanes
del somaten y las empresas de D. Luis Lacy. Aproximábase, por desgra-
cia, tan fatal momento.


Tenía el enemigo estrechamente cercado aquel castillo con línea do-
ble de circunvalacion. El mariscal Macdonald habia en vano intimado vá-
rias veces la rendicion al gobernador D. Juan Antonio Martinez, á quien
no abatian los infortunios. Púsose el soldado á media racion, mermada és-
ta áun más, y consumidos sucesivamente los víveres, losaballos, los ani-
males inmundos: en fin, hambreada del todo la gente, y sin esperanza de
socorro, trató Martinez, el 10 de Agosto, de salvarla arrostrando peligros, y
abriéndose paso con la espada. Mas muy en vela el enemigo, y casi exáni-
mes los nuestros, frustróse la tentativa, teniendo Martinez que rendirse el
19 del mismo Agosto. Cayeron con él prisioneros 2.000 hombres, sin que
entren en cuenta los heridos y enfermos: entre los primeros hallaron á Flo-
reta, Marqués y otros confidentes en la sorpresa, que fueron ahorcados en
un patíbulo que el frances colocó en un rebellin del castillo. Los Pous, con
mejor estrella, se salvaron, habiendo salido cuando Eroles, y en premio
de su servicio, se les nombró capitanes de caballería, rehusando hidalga-
mente tomar una remuneracion pecuniaria que se les había ofrecido.


Ni por eso cesó la guerra en Cataluña, ántes bien renacia como de
sus propias cenizas. Lacy activo y bravo formaba batallones, sostenía á
los débiles, enardecia á los más valerosos, y metiéndose por aquellos
dias en la Cerdaña francesa, repelió á 1.200 hombres, exigió contribu-
ciones y sembró el espanto en el territorio enemigo. Por todas partes re-
bullian los somatenes: Clarós apareció cerca de Gerona, en Besós Mi-
lans, otros en diversos lugares, y no les era lícito á los invasores caminar
sino como primero con fuertes escoltas. La Junta del principado y Lacy
decían en sus proclamas: «¿No hemos jurado ser libres, ó envolvernos
en las ruinas de nuestra patria? Pues á cumplirlo.» Podiase exterminar
tal gente, no conquistarla.




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Sin embargo, el mariscal Suchet, codicioso de tomar á Valencia, de-
jando por algun tiempo parte de su ejército en Cataluña, pasó á Zarago-
za para hacer los preparativos convenientes á la empresa que meditaba,
y se le había ya encomendado en Francia. Tambien urgia diese órden en
las cosas de Aragon, en donde con su ausencia comenzaba la tierra á an-
dar revuelta. En la ribera izquierda del Ebro los valencianos y el general
Gasca, de que hemos hecho mencion, con otros varios, habian meneado
aquellas comarcas y metido gran bulla. En la derecha los generales Vii-
lacampa, Obispo, enviado de Valencia, y Durán, acudiendo de Soria, in-
comodaban á los destacamentos y guarniciones enemigas, de las que la
de Teruel se vió muy apurada. Suchet procuró despejar el país y tranqui-
lizarle algun tanto, estorbándole con todo para conseguirlo los partida-
rios de las otras provincias, y en especial los temores que le inspiraba la
vecindad de Valencia.


En este reino había continuado mandando algun tiempo D. Luis Ale-
jandro de Bassecourt, no muy atinado ni en lo político, ni en lo militar, y
que con deseo de granjearse el aura popular, y de imitar á Cataluña, ha-
bia convocado para 1.º de Enero de 1811 un congreso, compuesto de la
Junta y de diputados de la ciudad y la provincia. Las discusiones de es-
ta corporacion extemporánea fueron públicas, y en un principio se limi-
taron á proporcionar auxilios, y á las cuestiones puramente económicas;
mas tomando los nuevos diputados gusto á su magistratura, quisiéron-
le dar ensanches, y empezaron á examinar la conducta del General. Es-
cocióle á éste la idea, llevando muy á mal que hechuras que considera-
ba como suyas se tomasen tal licencia, por lo que el 27 de Febrero puso
término á los debates, y prendió á D. Nicolas Gareli y á otros de los más
fogosos. Las Córtes, á cuyo superior conocimiento subió la decision de
todo el negocio, mandaron soltar á los presos, cerrando al propio tiem-
po la puerta á los ambiciosos é inquietos de las provincias con el regla-
mento que por entónces dieron á las juntas, del que luégo harémos men-
cion, y al cual se sometieron todas. La Regencia nombró interinamente
á D. Cárlos O’Donnell por sucesor de Bassecourt, cuyos procedimientos
se miraron como nada cuerdos.


Tampoco en lo militar se habia el D. Luis mostrado muy atentado. Vi-
mos en el año último sus desaciertos en esta parte. Ahora había sí fortifi-
cado á Murviedro, pero no coadyuvado cual pudiera al alivio de Catalu-
ña. Hasta el 22 de Abril que entregó el mando á O’Donnell, tornando á
Cuenca, apénas hizo en estos meses movimiento alguno de importancia,
no siéndolo uno que intentó sobre Ulldecona el 12 del mismo Abril.




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O’Donnell, ayudado de la marina inglesa, ordenó al principiar Mayo
una maniobra hácia el embocadero del Ebro. El comodoro Adams, á bor-
do del Invencible, con dos fragatas y dos jabeques españoles, cañoneó
la torre de Codoñol, á 800 toesas de la Rápita, y el 9 obligó al enemigo
á que la evacuase. Al mismo tiempo el Conde de Romré con unos 2.000
españoles avanzó por tierra, y Pinot, comandante frances de la Rápita,
acometido de ingleses y amenazado por españoles, se replegó sobre Am-
posta, punto que inmediatamente rodearon los nuestros. Mas acudiendo
sin tardanza los franceses de Tortosa y de los alrededores con fuerza su-
perior, libraron á los suyos, no ocupando, sin embargo, la Rápita hasta
despues de la toma de Tarragona, y limitándose por esta vez á recobrar
la torre de Codoñol.


En lo demas no tentó O’Donnell operacion alguna notable sino la de
enviar á Cataluña la division de Miranda de que ya se habló, y hacer
amagos via de Aragon, los cuales no dieron motivo á empresa alguna se-
ñalada. El mando interino de D. Cárlos O’Donnell cesó al fenecer Junio,
empuñando el baston en su lugar el Marqués del Palacio. Fueron de allí
en adelante preparándose en Valencia acontecimientos de funesto rema-
te, que reservamos para otro libro.


Réstanos en éste contar lo que pasó en Castilla la Nueva, en la mitad
del año de 1811, tiempo que ahora nos ocupa: serémos breves. Tenían
los franceses encomendada la defensa de aquel territorio al ejército que
llamaban del centro, puesto á las inmediatas órdenes de José, y casi el
único de que podia disponer el intruso con libertad bastante ámplia. En
ayuda de este ejército acudian á veces tropas de otras partes. Y como no
fuesen de ordinario suficientes las suyas propias para cubrir los distritos
de su incumbencia, que eran Ávila, Segovia, Madrid, Toledo, Guadala-
jara, Cuenca y Mancha, apostábase en el último una division del cuarto
cuerpo, ó sea de Sebastiani, bajo el mando del general Lorge, con espe-
cial encargo de conservar libre el tránsito entre las Andalucías y la ca-
pital del reino. Cada distrito tenía un jefe militar, y sumaban las fuerzas
de todos ellos de 25 á 30.000 hombres.


Las contrarestaban los guerrilleros, rara vez tropas regladas, mante-
niéndose siempre en pié las juntas de Guadalajara y Cuenca; inducidora
algun tanto la primera de desavenencias y discordias. Otra se formó en
la Mancha, tampoco muy pacífica, la cual se albergaba en los montes de
Alcaraz, y por lo comun en Elche de la Sierra, conservando como abri-
go y apoyo de operaciones el castillo de las Peñas de San Pedro, fábrica
de romanos, sito en un peñol empinado. Mandaba el canton D. Luis de




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Ulloa. Imprimia esta junta una gaceta de composicion no muy culta, pe-
ro en idioma propio á divertir y embelesar á la muchedumbre.


Pocos partidarios de los del año anterior habían desaparecido ó sido
aquí presa de los franceses. Cupo tal desdicha á algunos no muy conoci-
dos, y entre ellos á uno de nombre Fernandez Garrido, cogido en Abril,
en Chapinería, partido de Madrid, por el Marqués de Bermuy, al servicio
de José, encargado de perseguir las guerrillas hácia las riberas del Al-
berche. Los más nombrados permanecían casi ilesos. Hubo unos cuan-
tos que salieron por primera vez á plaza, ó adquirieron mayor fama. De
este número fueron D. Eugenio Velasco y D. Manuel Hernandez, dicho
el Abuelo. En ocasiones los animaban tropas del tercer ejército, y sobre
todo la caballería al mando de Osorio, que, como ya so apuntó, acudia al
granero de la Mancha en busca de bastimentos.


Quien no cesó ni un punto de sobresalir entre los partidarios de Cas-
tilla la Nueva, fué D. Juan Martin el Empecinado. Despues de su vuel-
ta de Aragon, lidió en el mes de Febrero várias veces contra fuerzas su-
periores, ya en Sacedon, ya en Priego. Pasó en Marzo á Molina, y en los
dias 8 y 9 encerró en el castillo, mal parada, á la guarnicion francesa. De
allí se encaminó á Sigüenza, y mancomunándose con D. Pedro Villacam-
pa, que andaba rodando por la tierra, decidieron ambos embestir la vi-
lla y puente de Auñon, provincia de Guadalajara. Era este puente el solo
que permanecia intacto, habiendo roto el frances los de Pareja y Trillo, y
quemado el de Valtablado; todos sobre el Tajo. Partía dicho puente tér-
mino entre la villa de su nombre y la de Sacedon, y por su importancia
fortificábanle los enemigos, habiendo hecho otro tanto con las calles y
casas de ambos pueblos: tenía de guarnicion 600 hombres, y mandaba
allí el coronel Luis Hugo, hermano del general que estaba á la cabeza
del distrito de Guadalajara.


Franqueando aquel punto ambas orillas del Tajo, interesaba su ocu-
pacion á los nuestros y á los contrarios. Llegó á las cercanías en la maña-
na del 23 de Mazo D. Pedro Villacampa, y por medio de una atinada ma-
niobra acometió á los franceses por el frente y espalda. Los desalojó del
puente, apoderándose de las obras que habian construido para su defen-
sa. Se refugiaron en seguida aquéllos en la iglesia de Auñon, muy forta-
lecida, y dudaba Villacampa atacarlos, cuando acudiendo D. Juan Martin
empezaron ambos á verificarlo. Una tronada y copiosísima lluvia retardó
los ataques y favoreció á los enemigos, dando lugar á que viniese de Bri-
huega, Hugo, el comandante de Guadalajara, y de Tarancon el jefe Blon-
deau á la cabeza de otra columna. Con este motivo destruidas las obras,




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se retiraron los españoles, llevando más de 100 prisioneros y habiendo
muerto y herido á otros tantos hombres; entre los postreros se contó al co-
mandante del puesto, Hugo. Evacuó de resultas el enemigo á Auñon, y
Villacampa y el Empecinado tiraron cada uno por diverso lado.


Tan continuos choques determinaron al gobierno intruso á hacer un
esfuerzo para destruir todas estas partidas, especialmente la del Empe-
cinado, reuniendo al efecto á las fuerzas de Hugo las del general Lahous-
saie, que mandaba en Toledo, y algunas otras. ¡Vana diligencia! D. Juan
Martin traspuso entónces los montes, acometió á los franceses en la pro-
vincia de Segovia, los escarmentó en Somosierra, en el real sitio de San
Ildefonso, y hasta envió destacamentos camino de Madrid, cuando le
buscaban al Este, á doce leguas de distancia. Tuvo por tanto Hugo que
volver atras, costándole gente las marchas y contramarchas. Lahouss-
aie pasó en 22 de Abril á Cuenca, de donde se retiró D. José Martinez
de San Martin, y aquella ciudad, tan desventurada en las anteriores en-
tradas del enemigo, de que hemos referido las más principales, no fué
mas dichosa en ésta, por no desviarse nunca de la senda del patriotismo,
honrosa, pero llena de abrojos. Huete, Huertahernando, Alcázar de San
Juan, Herencia y otros pueblos, entónces, despues y antes, padecieron
no ménos desgracias. Volúmenes serian necesarios para contarlas todas,
junto con los rasgos de heroicidad de muchos habitantes.


No siendo, pues, dado á los enemigos acabar con D. Juan Martin, pu-
sieron en práctica secretos manejo. Causaron con ellos altercados, una
notable dispersion en Alcocer de la Alcarria, y lo que fué peor, el paso
á su bando de algunos oficiales, si bien contados. Tambien la Junta con
su ambicioso desasosiego é imprudentes medidas, desavino los ánimos,
no ménos que la inoportuna eleccion del Marqués de Zayas (que no de-
be confundirse con D. José de Zayas) como comandante de la provincia,
poniendo bajo sus órdenes al Empecinado. De poco nombre dicho Mar-
qués entre los generales del ejército, era pernicioso para gobernar parti-
das, á cuya cabeza podian sólo mantenerse los que las habian formado,
hombres activos, prácticos de la tierra, avezados á todo linaje de escase-
ces, á los peligros de una vida arriesgada y aventurera, manos encalleci-
das con la esteva y la azada, ablandadas sólo en sangre enemiga. Sepa-
rarse de camino tan derecho motivó considerables daños. Al principiar
Julio estaba como dispersa la fuerza que antes mandaba D. Juan Mar-
tin, y que ascendia á más de tres mil hombres. Por fortuna pusieron las
Córtes término al mal, ordenando que se disolviese la Junta, y se nom-
brase otra conforme al nuevo reglamento, del que hablarémos despues, y




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previniendo al Marqués de Zayas que dejase el mando, segun lo realizó,
tornando á Valencia, embolsados sueldos y atrasos, ya que no con acre-
centamiento de fama. Recobró D. Juan Martin la comandancia de su di-
vision, y á pocos dias revivió ésta con no menor brillo que antes.


Entre los demas partidarios de menor nombre incomodaba D. Juan
Abril á los franceses desde las sierras de Guadarrama y Somosierra has-
ta Madrid, atravesando con frecuencia los puertos, y habiendo tenido la
dicha esta primavera de rescatar catorce mil cabezas de ganado meri-
no que llevaban fuera del reino. Saornil había ahora tomado á su cargo
principalmente la provincia de Avila y las confinantes; pero en 1.º de Ju-
lio, sorprendido de noche por el comandante Montigny junto á Peñaran-
da de Bracamonte, en donde, descuidado, dormia al raso con los suyos,
perdió alguna gente, si bien no se retiró hasta despues de un combate
muy encarnizado. Recorria sólo ó uniéndose con otros el término de To-
ledo D. Juan Palarea, el Médico, y en Cebolla y sus contornos, como en
otros parajes, sorprendió diversas partidas enemigas, cogiendo en Junio
en Santa Cruz del Retamar á M. Lejeune, ayudante de campo del prínci-
pe Neufchatel, quien ha representado el lance con presumido pincel, y
valiéndose de la licencia que se concede á los pintores y á los poetas.


Casi siempre respetaron nuestros partidarios á sus enemigos; lo cual
no impedia que so pretexto de ser foragidos, ó soldados juramentados
de José, los ahorcasen aquéllos ó arcabuceasen á menudo sin conmise-
racion alguna. La venganza entónces era pronta y con usura. A veces lo
largo del camino del Pardo, en las otras avenidas de Madrid, y junto á
sus tapias mismas amanecian colgados tres y más franceses por cada es-
pañol muerto en quebrantamiento de las leyes de la guerra. Forzosa re-
presalia, pero cruda y lamentable.


Al lado opuesto de Toledo y del campo de las lides de Palarea, el
otro médico, D. José Martinez de San Martin, que mandó en Cuenca has-
ta que volvió de Valencia Bassecourt, tampoco desperdició el tiempo.
Combinaba á veces acertadamente sus operaciones entendiéndose con
otros partidarios, y el 7 de Agosto, unido á D. Francisco Abad (Chaleco),
escarmentó reciamente á los franceses en la Osa de Montiel, y les co-
gió bastantes prisioneros y efectos. No ménos bulla y estruendo de gue-
rrillas y franceses andaba en Ciudad-Real, Almagro, Infantes, por to-
das las comarcas y villas de la Mancha como en las demas provincias
de Castilla la Nueva. Los enemigos en todas ellas continuaban tenien-
do puntos fortalecidos en que se veían frecuentemente obligados á ence-
rrarse, y á veces áun á rendirse.




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De poco valer y harto cansados parecerán á algunos tales aconteci-
mientos, si bien nos limitamos á dar de ellos una sucinta y compendio-
sa idea. A la verdad minuciosos se muestran á primera vista y tomados
separadamente; pero mejor pesados, nótase que de su conjunto resultó
en gran parte la maravillosa y porfiada defensa de la independencia de
España, que servirá de norma á todos los pueblos que quieran en lo ve-
nidero conservar intacta la suya propia. Más de tres años iban corridos
de incesante pelea; 300.000 enemigos pisaban todavía el suelo peninsu-
lar, y fuera de unos 60.000 que llamaba á sí el ejército anglo-portugues,
ocupaban á los otros casi exclusivamente nuestros guerreros, lidiando á
las puertas de Madrid, en los límites y á veces dentro de la misma Fran-
cia, en los puntos más extremos, cuan anchamente se dilata la España.


En medio de tan marcial estrépito apénas reparaba nadie, y ménos
los generales franceses, en la persona de José, á quien podríamos llamar
la sombra de Napoleon, con más fundamento del que tuvieron los parti-
darios de la casa de Austria para apellidar á Felipe V en su tiempo (3) la
sombra de Luis XIV; pues á éste permitianle por lo ménos dirigir sus rei-
nos, si bien en un principio sujetándose á reglas que le dieron en Fran-
cia, cuando al primero ni sus propios amigos le dejaban, por decirlo así,
suelo en que mandar; habiéndole arrebatado de hecho su hermano mu-
chas provincias con el decreto de los gobiernos militares, y escatimán-
dole más y más el manejo de otras: de suerte que en realidad el imperio
de la córte de Madrid se encerraba en círculo muy estrecho.


De ello quejábase sin cesar José, que era gran desautoridad de su co-
rona, ya harto caediza, tratarle tan livianamente. Mas no por eso dejaba
de obrar cual si fuese árbitro y tranquilo poseedor de España. Daba em-
pleos en los diversos ramos. promulgaba leyes, expedia decretos, y has-
ta trataba de administrar las Indias. Y ¡cosa maravillosa, si no fuese una
de tantas flaquezas del corazon humano! motejaba en los periódicos de


(3) «Memorial historial y política cristiana, que descubre las ideas y máximas del
cristianísimo Luis XIV, para librar á la España de los infortunios que experimenta, por
medio de su legitimo rey don Carlos III, asistido del Sr. Emperador para la paz de Europa,
y Útil de la religion; puesto á las plantas de la Sacra y Cesárea Majestad del Sr. Empera-
dor Leopoldo I; por Fr. Benito de la Soledad, predicador apostólico, hijo de nuestro padre
San Francisco, reforma de San Pedro de Alcántara.»


Tal es el nombre del autor y el titulo de una obra impresa en Viena en 1703, en favor
de la casa de Austria, que pretendia la corona de España.


En dicha obra, mal escrita y peor digerida, se hallan hechos curiosos y noticias im-
portantes; llamándose en ella casi siempre á Felipe V la sombra de Luis XIV.




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Madrid á las Córtes, y los redactores mostrábanse á veces donairosos por
quererlas últimas gobernar la América; siendo así que José intentaba
otro tanto, con la diferencia de que nunca le reconocieron allí como á rey
de España, al paso que á las Cortes las obedecian entónces, y las obede-
cieron todavía largo tiempo las más de aquellas provincias.


Todo concurría ademas á probar á José que si recibia desaires de los
suyos, tampoco crecía en favor respecto de los que apellidaba súbditos.
Léjos, le hacían casi todos éstos cruda guerra; en derredor, mostrában-
le su desafecto con el silencio, el cual si se rompia era para patentizar
áun más el desvío constante de los pechos españoles por todo lo que fue-
se usurpacion é invasion extranjeras. Hubo circunstancia en que reveló
sentimiento tan general hasta la niñez sencilla. Y cuéntase que llevando
á la corte D. Dámaso de la Torre, corregidor de Madrid, á un hijo suyo de
cortos años, vestido de cívico y armado de un sablecillo, se acercó José
al mozuelo, y acariciándole le preguntó en qué emplearia aquella arma;
á lo que el muchacho con viveza y sin detenerse le respondió: «En ma-
tar franceses.» Repite por lo comun la infancia los dichos de los que la
rodean, y si en la casa de quien por empleo y aficien debia ser adicto al
gobierno intruso se vertían tales máximas y opiniones, ¿cuáles no serian
las que se abrigaban en las de los demas vecinos?


Inútilmente trató José de mejorar los dos importantes ramos de la
guerra y hacienda para ponerse en el caso de manifestar que no le era ya
necesaria la asistencia de su hermano, quien de nuevo le envió al ma-
riscal Jourdan, como mayor general. Apénas había José adelantado ni
un paso desde el año anterior en dichos dos ramos. Sus fuerzas militares
no crecían, y cuando en los estados sonaban catorce mil hombres, esca-
samente llegaba su número á la mitad; y áun de éstos á la primera sali-
da íbanse los más á engrosar, como ántes, las filas del Empecinado y de
otros partidarios.


Con respecto á las contribuciones, ahora como en los primeros tiem-
pos, no podia disponer José de otros productos que de los de Madrid.
Habia ofrecido variar aquéllas y mejorar su cobranza; pero nada había
hecho ó muy poco. Introdujo y empezó á plantear la de patentes, segun
la cual cada profesion y oficio, á la manera de Francia, pagaba un tanto
por ejercerlo. Conservó los antiguos impuestos, inclusos los diezmos y la
bula de la Cruzada, respetando la opinion y áun las preocupaciones del
pueblo, en tanto que servian á llenar las arcas del erario: dolencia de ca-
si todos los gobiernos.


En Madrid se aumentaron á lo sumo las contribuciones. Recargá-




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ronse los derechos de puertas; á los propietarios de casas se les gravó al
principio con un 10 por 100, á los inquilinos con un 15, y en seguida con
otro tanto á los mismos dueños: por manera que entre unos y otros vinie-
ron á pagar un cuarenta por ciento, de cuya exorbitancia, junto con otros
males, nació en parte la horrorosa miseria que se manifestó poco des-
pues en aquella capital.


Para distraer los ánimos promovió José banquetes y saraos, y mandó
que se restableciesen los bailes de máscaras, vedados muchos años ha-
cia por el sombrío y espantadizo recelo del gobierno antiguo. Tambien
resucitó las fiestas de toros, de las que Cárlos IV había por algun tiem-
po gustado con sobrado ardor, prohibiéndolas despues el último, llevado
de despecho por un desacato cometido en cierta ocasion contra su per-
sona, mas no impelido de sentimientos humanos. De notar es que seme-
jante espectáculo, tan reprendido fuera de España y tachado de feroz y
bárbaro, se renovase en Madrid bajo la proteccion y amparo de un mo-
narca y de un ejército ambos á dos extranjeros. Pero ni áun así se gran-
jeaba José el afecto público: habia llaga muy encancerada para que la
aliviasen tales pasatiempos.


Verdad sea que la conducta y desmanes de los generales y tropas
francesas contribuian grandemente á enajenar las voluntades. A ello
achacaba José casi exclusivamente el descontento de los pueblos, fi-
gurándose que de lo contrario disfrutarla en paz de sólio tan disputado.
Enfermedad apegada á los monarcas, áun á los de fortuna, esta del alu-
cinamiento. Así lo expresaba José, á punto de mostrar deseo de verse li-
bre de tropas extrañas. Disgustaba tal lenguaje á Napoleon, informado
de todo, quien con razon decía (4): «Si mi hermano no puede apaciguar
la España con 400.000 franceses, ¿cómo presume conseguirlo por otra
vía?»; añadiendo: «No hay ya que hablar del tratado de Bayona; desde
entónces todo ha variado; los acontecimientos me autorizan á tomar to-
das las medidas que convengan al interes de Francia.» Cada vez arrebo-
zaba ménos Napoleon su modo de pensar. La mujer de José escribia á su
esposo desde París: «¿Sabes que hace mucho tiempo intenta el Empera-
dor tomar para sí las provincias del Ebro acá? En la última conversacion
que tuvo conmigo díjome que para ello no necesitaba de tu permiso, y
que lo ejecutaria luégo que se conquistasen las principales plazas.»


(4) Se toman estas citas, y la de las cartas siguientes, de una correspondencia cogi-
da, con otros papeles, en el coche de José Bonaparte, despues de la batalla de Vitoria,
en 1813.




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Afligido é incomodado José, codiciaba unas veces entrar en tratos
con las mismas Córtes, y otras retirarse á vida particular. «Más quiero,
decia, ser súbdito del Emperador en Francia, que continuar en Espa-
ña rey en el nombre: allí seré buen súbdito, aquí mal rey.» Sentimientos
que le honraban; pero siendo su suerte condicion precisa de todo monar-
ca que recibe un cetro, y no le hereda ó por sí le gana, pudiera José ha-
ber de antemano previsto lo que ahora le sucedía.


Sin embargo, primero que tomar una de las dos resoluciones extre-
mas de que acabamos de hablar, y para las que tal vez no le asistian ni
el desprendimiento ni el valor necesarios, trató José de pasar á París á
avistarse con su hermano; aprovechando la ocasion de haber dado á luz
la Emperatriz, su cuñada, el 20 de Marzo, un príncipe que tomó el título
de rey de Roma. Creía José que era aquélla favorable coyuntura al logro
de sus pretensiones, y que no se negaria su hermano á acceder á ellas en
medio de tan fausto acontecimiento; pero no era Napoleon hombre que
cejase en la carrera de 1a ambicion. Y al contrario, nunca como entón-
ces tenía motivo para proseguir en ella. Tocaba su poder al ápice de la
grandeza, y con el recien nacido ahondábanse y se afirmaban las raíces
ántes someras y débiles de su estirpe.


El efecto que tan acumulada dicha producia en el ánimo del Empe-
rador frances, vese en una carta que pocos meses adelante escribia á Jo-
sé su hermana Elisa: «Las cosas han variado mucho, decía; no es co-
mo ántes. El Emperador sólo quiere sumision, y no que sus hermanos
se tengan respecto de él por reyes independientes. Quiere que sean sus
primeros súbditos.»


Salió de Madrid José camino de París el 23 de Abril, acompañado
del ministro de la Guerra don Gonzalo Ofárril, y del de Estado D. Maria-
no Luis de Urquijo. No atravesó la frontera hasta el 10 de Mayo. Paradas
que hizo, y sobre todo 2.000 hombres que lo escoltaban, fueron causa de
ir tan despacio. No le sobraba precaucion alguna: acechábanle en la ru-
ta los partidarios. Llegó José á París el 16 del mismo mes, y permaneció
allí corto tiempo. Asistió el 9 de Junio al bautizo del Rey de Roma, y el
27, ya de vuelta, cruzó el Bidasoa. Entró en Madrid el 15 de Julio, solo,
aunque sus periódicos habian anunciado que traería consigo á su espo-
sa y familia. Reducíase ésta á dos niñas, y ni ellas ni su madre, de nom-
bre Julia, hija de M. Clary, rico comerciante de Marsella, llegaron nun-
ca á poner el pié en España.


Poco satisfecho José del recibimiento que le hizo en París su herma-
no, convencióse ademas de cuáles fuesen los intentos de éste por lo res-




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pectivo á las provincias del Ebro, cuya agregacion al imperio frances es-
taba como resuelta. No obtuvo tampoco en otros puntos sino palabras y
promesas vagas; limitándose Napoleon á concederle el auxilio de un mi-
llon de francos mensuales.


No remediaba subsidio tan corto la escasez de medios, y ménos re-
paraba la falta de granos, tan notable ya en aquel tiempo, que llegó á va-
ler en Madrid la fanega de trigo á 100 reales, de 30 que era su precio or-
dinario. Por lo cual, para evitar el hambre que amenazaba, se formó una
junta de acopios, yendo en persona á recoger granos el ministro de Po-
licía D. Pablo Arribas, y el de lo Interior Marqués de Almenara: encar-
go odioso é impropio de la alta dignidad que ambos ejercían. La imposi-
cion que con aquel motivo se cobró de los pueblos en especie recargólos
excesivamente. De las solas provincias de Guadalajara, Segovia, Tole-
do y Madrid se sacaron 950.000 fanegas de trigo y 750.000 de cebada,
ademas de los diezmos y otras derramas. Efectuóse la exaccion con har-
ta dureza, arrancando el grano de las mismas eras para trasladarle á los
pósitos ó alhóndigas del Gobierno, sin dejar á veces al labrador con qué
mantenerse ni con qué hacer la siembra. Providencias que quizás pudie-
ron creerse necesarias para abastecer de pronto á Madrid; pero inútiles
en parte, y á la larga perjudiciales; pues nada suple en tales casos al in-
teres individual, que temiendo hasta el asomo de la violencia, huye con
más razon espantado de donde ya se practica aquélla.


Decaido José de espíritu, y sobre todo mal enojado contra su herma-
no, trató de componerse con los españoles. Anteriormente habia dado
indicio de ser éste su deseo: indicio que pasó á realidad con la llegada á
Cádiz, algun tiempo despues, de un canónigo de Búrgos llamado D. To-
mas La Peña, quien encargado de abrir una negociacion con la Regen-
cia y las Córtes, hizo de parte del intruso todo género de ofertas, hasta la
de que se echaria el último sin reserva alguna en los brazos del gobierno
nacional, siempre que se le reconociese por rey. Mereció La Peña que se
le diese comision tan espinosa por ser eclesiástico, calidad ménos sos-
pechosa á los ojos de la multitud, y hermano del general del mismo nom-
bre, al cual se le juzgaba enemigo de los ingleses de resultas de la jor-
nada de la Barrosa. Extraño era en José paso tan nuevo, y podemos decir
desatentado; pero no ménos lo era, y áun quizá más, en sus ministros,
que debian mejor que no aquél conocer la índole de la actual lucha, y lo
imposible que se hacia entablar ninguna negociacion miéntras no eva-
cuasen los franceses el territorio y no saliese José de España.


La Peña se abocó con la Regencia, y dió cuenta de su comision,




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acompañándola de insinuaciones muy seductoras. No necesitaban los
individuos del gobierno de Cádiz tener presentes las obligaciones que
les imponia su elevada magistratura para responder digna y convenien-
temente: bastábales tomar consejo de sus propios é hidalgos sentimien-
tos. Y así dijeron que ni en cuerpo ni separadamente faltarian nunca á
la confianza que les Babia dispensado la nacion, y que el decreto dado
por las Córtes en 1.º de Enero sería la invariable regla de su conducta.
Añadieron tambien con mucha verdad que ni ellos, ni la represeritacion
nacional, ni José tenían fuerza ni poderío para llevar á cima, cada uno
en su caso, negociacion de semejante naturaleza. Porque á las Cortes y
á la Regencia se las respetaba y obedecia en tanto que hacian rostro á
la usurpacion é invasion extranjeras; pero que no sucederia lo mismo si
se alejaban de aquel sendero, indicado por la nacion. Y en cuanto á Jo-
sé, claro era que faltándole el arrimo de su hermano, único poder que
le sostenia, no solamente se hallaria imposibilitado de cumplir cosa al-
guna, sino que en el mismo hecho vendria abajo su frágil y desautoriza-
do gobierno. Terminóse aquí la negociacion (5). Las Córtes nunca tuvie-
ron de oficio conocimiento de ella, ni se traslució en el público, á gran
dicha del comisionado. En los meses siguientes despacháronse de Ma-
drid con el mismo objeto nuevos emisarios, de que hablarémos, y cuyas
gestiones tuvieron el mismo paradero. Otras eran las obligaciones, otras
las miras, otro el rumbo que había tomado’y seguido el Gobierno legíti-
mo de la nacion.


(5) De aquí sacó, sin duda, M. de Pradt la peregrina historia de que habla en su obra
intitulada Mémoires historiques sur la rérolution d’Espagne, y segun la cual, habian envia-
do las Córtes diputados á Sevilla, ántes de la batalla de la Albuera, para tratar de compo-
nerse con José. No es la primera ni sola vez que confunde dicho autor hechos muy esen-
ciales, y que toma por realidad los sueños de su Imaginacion.