Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
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LIBRO VIGÉSIMOSEGUNDO.


ESTADO EN EUROPA DE LAS POTENCIAS BELIGERANTES.— EN ESPAÑA.— EJÉRCITO AN-
GLO-PORTUGUES.— CUARTO EJÉRCITO ESPAÑOL.— TERCER EJÉRCITO.— FUERZAS
FRANCESAS.— EJÉRCITO SUYO DEL MEDIODIA Y DEL CENTRO.— EJÉRCITO DE POR-
TUGAL.— EJÉRCITO DEL NORTE.— TROPAS FRANCESAS QUE SALEN DE ESPADA.—
PARTIDA DE SOULT.— MANDO DE JOSÉ.— SU PARTIDA DE MADRID.— SUCESOS
VARIOS.— TOMAN LOSES PAÑOLES EL FUERTE DEL CUBO.— SORPRESA Y REFRIEGA
EN POZA.— PELEAS EN LAS PROVINCIAS VASCONGADAS.— ATAQUE DE LOS FRAN-
CESES CONTRA CASTRO-URDIALES.— FRÚSTRASELES SU INTENTO.— SEGUNDO ATA-
QUE CONTRA CASTRO.— TOMAN LOS FRANCESES LA VILLA.— CORRERÍAS Y HECHOS
DE MINA Y LOS SUYOS.— ACONTECIMIENTOS EN LA CORONA DE ARAGON.— CATA-
LUÑA, PRIMER EJÉRCITO.— SEGUNDO EJÉRCITO.— DIVISION MALLORQUINA.— EXPE-
DICION ANGLO-SICILIANA.— MOVIMIENTO Y SITUACION DEL SEGUNDO EJÉRCITO Y DE
LOS ANGLO-SICILIANOS.— DISPOSICIONES DE SUCHET.— ACCION DE YECLA.— ATA-
QUE DE VILLENA POR LOS FRANCESES Y PÉRDIDA DE LOS ESPAÑOLES.— REFRIEGA EN
BIAR.— SEGUNDA ACCION DE CASTALLA.— CAMPAÑA PRINCIPIADA EN EL NORTE DE
EUROPA.— TAMBIEN EN ESPAÑA.— MOVIMIENTO DE LOS ALIADOS HÁCIA EL DUE-
RO.— COOPERACION DEL CUARTO EJÉRCITO.— PROSIGUEN SU MARCHA LOS ALIA-
DOS.— ABANDONAN LOS FRANCESES Y VUELAN EL CASTILLO DE BÚRGOS.— CRUZAN
LOS ALIADOS EL EBRO.— PENALIDADES DEL EJÉRCITO ALIADO.— MOVIMIENTOS DE
LOS FRANCESES Y ALGUNOS CHOQUES.— SITUACION RESPECTIVA DE LOS EJÉRCITOS.—
JUICIO SOBRE LA MARCHA DE WELLINGTON.— EVACUAN POR ÚLTIMA VEZ Á MADRID
LOS FRANCESES.— GRAN CONVOY QUE LLEVAN CONSIGO Y MANDA HUGO.— DESPOJO
DE LAS PINTURAS Y DE LOS ESTABLECIMIENTOS PÚBLICOS EN ALGUNAS PARTES.— PRO-
SIGUE HUGO SU RETIRADA.— SE JUNTA AL GRUESO DE SU EJÉRCITO.— MOVIMIENTO
DEL TERCER EJÉRCITO Y DEL DE RESERVA DE ANDALUCÍA.— EJÉRCITOS EN LAS CER-
CANÍAS DE VITORIA.— BATALLA DE VITORIA.— GRAN PRESA QUE HACEN LOS ALIA-
DOS.— GRACIAS QUE SE CONCEDEN Á LORD WELLINGTON.— TESTIMONIO DE AGRA-
DECIMIENTO AL GENERAL ÁLAVA.— PERSÍGUESE Á LOS FRANCESES POR EL CAMINO
DE PAMPLONA.— Y POR EL DE IRUN— ENCUENTRO EN MONDRAGON.— EN VILLA-
FRANCA.— EN TOLOSA.— ARROJA EL GENERAL GIRON Á LOS FRANCESES DEL OTRO
LADO DEL VIDASOA.— SE RINDEN LOS FUERTES DE PASAJES.— TAMBIEN LOS DE PAN-
CORBO.— PERSIGUEN LOS INGLESES POR NAVARRA HASTA FRANCIA Á JOSÉ.— CLAU-
SEL, SU AVANCE Y RETIRADA.— ENTRA EN ZARAGOZA, Y SE METE DESPUES EN FRAN-




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CIA.— ESTANCIAS DE LOS ALIADOS.— PONE WELLINGTON SITIO Á SAN SEBASTIAN Y
Á PAMPLONA.— RESULTADO DE LA CAMPAÑA.— VALENCIA.— EXPEDICIÓN ALIADA
SOBRE TARRAGONA.— SE DESGRACIA.— OTROS SUCESOS EN CATALUÑA.— EN VA-
LENCIA.— EVACUA SUCHET LA CIUDAD.— PROSIGUE SU RETIRADA.— EVACUAN LOS
FRANCESES Á ZARAGOZA.— ENTRA ALLÍ DURÁN.— MINA DESBARATA Á PARIS.—
LE TOMA UN CONVOY.— SITIA DURÁN LA ALJAFERÍA.— MANDA MINA EN ARA-
GON.— SE RINDE LA ALJAFERÍA.— SUCHET SE RETIRA MÁS ALLÁ DE TARRAGONA.LE
INCOMODAN Y AVANZAN LOS ESPAÑOLES.— ESTADO DE ARAGON.— CONTRIBUCIONES
QUE PAGÓ.— ESTADO DE VALENCIA.— CONTRIBUCIONES QUE TAMBIEN PAGO.— BE-
LLAS ARTES.


Habia cesado algun tanto en el invierno de 1813 el ruido de las ar-
mas, harto estrepitoso en el otoño y estío anteriores, así por el Norte co-
mo por el Mediodía de la Europa; conviniendo á todos hacer pausa en los
combates, para cobrar aliento y emprender de nuevo otras campañas.


Vencido Napoleon en Rusia, y destrozadas sus huestes por el furor
de los hombres y la cruda inclemencia del cielo, hallábase de regreso en
París al terminar del año de 1812, y menester le era cierto respiro pa-
ra reponerse de sus descalabros, y allegar medios con que hacer frente,
no sólo ya á las numerosas tropas regladas y tribus bárbaras, que poco
há le habían acosado hasta el Berezina, sino tambien á casi todas las de-
más potencias de Europa, que, segregándose de la alianza francesa, se
confederaban entre sí, queriendo vengar injurias pasadas, y asegurar su
independencia, tan en riesgo ántes y á la continua. El estado que toda-
vía tenían los asuntos políticos y militares obligaba á la Rusia á caminar
despacio, y á no internarse ligeramente en el riñon de Europa, esperan-
do se le uniesen los pueblos y gobiernos de Alemania, que unos y otros
procedian de conformidad en la ocasion actual. Verificólo en Febrero el
Rey de Prusia, meses despues el Emperador de Austria, agrupándose en
seguida al rededor de ambos monarcas, como más grandes y poderosos,
otros príncipes y estados inferiores en importancia. Así podia de firme
y confiadamente la Rusia continuar su marcha progresiva y triunfal, sin
temor de que la incomodasen por la espalda, é interrumpiesen sus co-
municaciones las fuerzas francesas, que ocupaban aún las respectivas
plazas que amparan los países y riberas del Vístula, Oder y Elba.


No menor necesidad teníamos en España de tomar descanso, por-
que si bien se habia señalado la campaña última por sus agigantados pa-
sos hácia un feliz remate, preciso era, para empujar al enemigo más allá,




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y áun arrojarle del otro lado del Pirineo, obrar al són de los intentos y
operaciones de las potencias beligerantes del Norte, y dar lugar á que
Wellington reparase las pérdidas que experimentó en su retirada, como
tambien á que los españoles uniformasen sus ejércitos, é introdujesen
en ellos mayor disciplina y órden.


Siguióse, pues, este plan, huyendo de empeñar acciones campales y
reñidas contiendas ántes de asomar el verano, y contentándose con li-
diar á veces en aquellas comarcas, en donde, mezclados y sin distincion,
dominaban todavía soldados amigos y enemigos. Por tanto, mantuvié-
ronse en lo general quietos durante el invierno los ejércitos aliados, no
separándose de sus respectivas provincias y estancias.


El anglo-portugues continuó ocupando las mismas en que hizo parada
al retirarse en el pasado otoño, teniendo sus reales en la Frejeneda, y di-
latanto sus acantonamientos por la frontera que hace cara á Ciudad-Ro-
drigo. Considerábase á este ejército como principal base de las grandes
maniobras y operaciones militares de la Península hispana. A su derecha
é izquierda, por Extremadura, Galicia, Astúrias y demas partes de los dis-
tritos del Norte, se alojaba el cuarto ejército, compuesto ahora, segun in-
dicamos en otro libro, de los apellidados ántes quinto, sexto y séptimo.
Seguia á cargo de D. Francisco Javier Castaños. Su gente habia mejorado
en disciplina, é instruíase esmeradamente, tomando para ello acertadas
disposiciones el general D. Pedro Agustin Giron, jefe de estado mayor.


Fué una de las primeras subdividir en Febrero todo aquel ejérci-
to en tres cuerpos, bajo el nombre cada uno de ala derecha, centro y
ala izquierda, medida necesaria por hallarse las fuerzas desparrama-
das, permaneciendo unas en Extremadura y Castilla, otras en el Vierzo y
Astúrias, y las restantes en las montañas de Santander, provincias Vas-
congadas y Navarra. El ala derecha constaba de dos divisiones, primera
y segunda, á las órdenes de D. Pablo Morillo y de D. Cárlos de España;
el centro de tres, tercera, cuarta y quinta, que gobernaban D. Francis-
co Javier Losada (hoy conde de San Roman), D. Pedro de la Bárcena y
D. Juan Diaz Porlier; el ala izquierda, organizada más tarde, componía-
se de la sexta division, que algunos llamaron de Iberia, y era acaudilla-
da por D. Francisco Longa; de la séptima, que formaban los batallones
reunidos de las tres provincias Vascongadas, á cuya cabeza hallábase D.
Gabriel de Mendizábal, considerado tambien supremo jefe de toda esta
ala; y de la octava, que regía D. Francisco Espoz y Mina. Debe no ménos
agregarse á la cuenta una division de caballería bajo del Conde de Pen-
ne Villemur, que por lo comun maniobraba unida con el centro.




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Los tres cuerpos juntos contaban 39.953 hombres, de ellos 3.600 ji-
netes. Las dos divisiones del ala derecha anduvieron casi siempre en
compañía del ejército anglo-portugues y se amaestraron á su lado. Las
tres que constituian el centro, ántes sexto ejército, y cuyo total sumaba
por sí solo 15.305 iaifantes y 1.577 caballos, se ejercitaron en sus res-
pectivos acantonamientos, en donde la oficialidad tenía continuas aca-
demias, y el soldado, á pesar de lo lluvioso de la estacion, evolucionaba
casi diariamente, sobresaliendo todos por su aseo, subordinacion á los
jefes, y respeto á las personas y bienes de los habitantes. El ala izquier-
da, ó sean las divisiones sexta, séptima y octava, que recorrian distritos
ocupados por el enemigo, apenas hallaban vagar para instruirse en pue-
blos ni campamentos, y sólo podian adiestrarse al propio tiempo que tra-
baban lides; de las que no tardarémos en darrazon.


Desde Granada, Jaen y Córdoba, donde se apostó el tercer ejército al
evacuar los franceses las Andalucías, fué avanzando á la Sierra Morena
y Mancha. Le guiaba el Duque del Parque. Ascendian susfuerzas á unos
22.800 hombres y 1.400 caballos, distribuidos todos en tres divisiones
de infantería y una de jinetes, mandadas respectivamente por el Prínci-
pe de Anglona, Marqués de las Cuevas, don Juan de la Cruz Mourgeon
y D. Manuel Sisternes. Dábase la mano con este ejército el de reserva,
que pronta y muy atinadamente arregló é instruyó en las Andalucías el
Conde del Abisbal, caudillo entendido en la materia y presto en la eje-
cucion, teniendo ya bien organizados y dispuestos, ántes de concluirse
la primavera, unos 15.600 infantes y 700 caballos, repartidos en tres di-
visiones, que más de una vez variaron de jefes.


Esta reserva y los dos mencionados ejércitos, cuarto y tercero, fue-
ron los que por el lado de Vizcaya y Pirineos occidentales cooperaron,
si bien el último más tarde, con los anglo-lusitanos, á la prosecucion de
las célebres campañas que se abrieron allí durante el estío. Porque el
otro, llamado tambien de reserva, que formaba en Galicia D. Luis Lacy,
no llegó el caso de que saliese de los confines de aquella provincia, y el
primero y segundo, peleando de continuo, ayudados en un principio por
el tercero en Cataluña, Valencia y Aragon, seguian separado rumbo, sir-
viendo más bien sus lides para distraer al enemigo y auxiliar de léjos las
otras operaciones, que para llevar por sí mismos la guerra a un término
decisivo y pronto.


Siendo, pues, aquellas fuerzas las que tenian cerca mayor número de
contrarios, será bien especifiquemos cuáles eran éstos, y cuáles sus es-
tancias. Durante el invierno permanecieron en Castilla la Nueva todas




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ó la mayor parte de las tropas que componian los ejércitos del Mediodía
y centro de España; á las órdenes el primero del mariscal Soult, con sus
cuarteles en Toledo, y el segundo á las inmediatas de José mismo en la
capital del reino, cubriendo ambos las orillas del Tajo, y haciendo sus
correrías en la Mancha. Ocupaba á Castilla la Vieja y parte del reino de
Leon el ejército que llamaban de Portugal, manteniéndose en observa-
cion del de los aliados y del cuarto de los españoles. Tenía en Vallado-
lid su cuartel general, y despues de haber pasado su direccion, como en
sus respectivos lugares dijimos, por las manos de Marmont, Clausel y
Souham, paraba ahora en las del general Reille, ayudante de Napoleon,
y jefe ántes de una de las divisiones pertenecientes al cuerpo del maris-
cal Suchet. Acudia á amparar las costas de Cantabria, y hacer rostro á
los españoles que guerreaban en aquellas provincias y Navarra, el ejér-
cito apellidado del Norte, cuyo principal asiento era Vitoria, y á veces
lo fué Búrgos, sucediendo á Caffarelli en el mando, al rematar Febrero,
el general Clausel. Todas estas huestes no veian acrecida su fuerza, si-
no que al reves, notábase menguada, habiendo ido sacando Napoleon
hombres, y especialmente cuadros, desde el Noviembre, sin esperanza
de nuevos socorros, acaecidas ya las derrotas tan aciagas para él en el
septentrion de Europa, y aumentados sus apuros en disposicion de irse
desplomando por todos lados el edificio de sus conquistas, tan robusto,
al parecer, pocos meses ántes. El total de estos cuatro ejércitos reunidos
ascendía á unos 80.000 hombres, entre ellos 6 á 7.000 de caballería.


Al llegar Marzo comenzáronse á divisar señales de movimientos y
marchas, que tomaron incremento y se realizaron al finalizar la primave-
ra. Quien primero dejó su puesto y salió de España fué el mariscal Soult,
atravesando la frontera en fines del propio mes; le acompañaban unos
6.000 hombres. Llamábale Napoleon para que le ayudase en Alemania.
Miéntras aquel mariscal permaneció en Toledo impuso contribuciones
gravosas, prendiendo para realizarlas al Ayuntamiento y á varios vecinos
de la ciudad, y cometiendo otros desmanes.


Tambien se movió por entonces el rey José para pasar á Valladolid
y tomar el mando en jefe, por disposicion del Emperador, de todas las
fuerzas que hemos enumerado, y debian servir de dique contra el ímpe-
tu de las acometidas que proyectasen los aliados. Salió aquél de Madrid
el 17 de Marzo, y salió, para no volver á pisar el suelo de la capital, lle-
vándose consigo parte de las tropas que habia en Castilla la Nueva. De-
jó, sin embargo, en Madrid al general Leval con una division, apostando
en el Tajo otras fuerzas, y sobre todo caballería ligera. Hácia aquel tiem-




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po, y con la ausencia de Soult y nuevo poder de José, capitanearon los
ejércitos franceses del Mediodía y centro los generales Gazan y Drouet,
conde d’Erlon.


Nada por eso hubo todavía de importante en lo militar por estas par-
tes de España, reduciéndose todo á reencuentros y correrías no del ma-
yor momento. El ejército de reserva, mandado por Abisbal, no habia,
digámoslo así, entrado aún en línea, y el tercero apénas tuvo otro cho-
que notable con el enemigo, sino uno acaecido el 26 de Marzo cerca de
Orgaz, en el que se distinguió el regimiento de Ubrique, animado con
la presencia y cuerdas disposiciones del ayudante de estado mayor D.
Mariano Villa. Esquivó peleas en cuanto pudo, y áun escaramuzas; el
ejército anglo-lusitano, é imitaron en gran parte su ejemplo el ala de-
recha y el centro del cuarto ejército español, conforme al sabio y con-
certado plan que seguia lord Wellington. No sucedió lo mismo al ala iz-
quierda, ni era posible le sucediese, enclavijadas constantemente sus
fuerzas con las francesas. Esta ala, que debia componerse de tres di-
visiones, no tomó dicha forma sino lentamente, segun apuntamos, con-
servándose excéntricos sus diversos trozos, y no pudiendo por lo tan-
to mantener comunicaciones muy frecuentes ni regulares con el cuerpo
principal del ejército hasta que éste avanzase al Ebro. Así continua-
ron maniobrando en el invierno, no separándose de su anterior arreglo
y distribucion. El mando que sobre todos ellos tenía D. Gabriel de Men-
dizábal era, más bien que real, aparente; pero bastó aún así para que
amohinándose el general Renovales, en ciertiti manera antecesor suyo,
se alejase de aquel país y fuese en busca de lord Wellington, á quien
queria exponer sus quejas; lo cual puso en ejecucion con tan fatal es-
trella, que hallándose en territorio cercano al que ocupaban los enemi-
gos, descubriéronle éstos, y le cogieron prisionero á él y á otros seis ofi-
ciales en Carvajales de Zamora.


Referirémos, pues, aquí las refriegas y sucesos militares de más
cuenta que hubo entre esta ala izquierda del cuarto ejército, y el de los
contrarios, llamado del Norte, por los meses de invierno y primavera, án-
tes de abrirse la gran campaña, en la que jugaron casi á la vez las fuer-
zas combinadas de Inglaterra, Portugal y España contra las francesas
destinadas á combatir en la Península hispana.


Dando principio á la tarea, dirémos que D. Francisco Longa, acom-
pañado de su partida y de dos batallones vascongados, acometió en 28
de Enero un punto que los enemigos tenian fortalecido en Cubo, cami-
no de Búrgos á Pancorbo, y le rindió, cogiendo su guarnicion prisione-




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ra. Demolió Longa el fuerte, de cierta importancia por su posicion. En-
derezóse en seguida á Briviesca, mas se halló entre dos fuegos, viniendo
sobre él Caffarelli, que todavía mandaba el ejército frances del Norte, y
Palombini, al frente de sus italianos, enviado de refuerzo por José, desde
Madrid, de donde habia salido el 8 de Febrero, tomando la ruta por Se-
govia y Búrgos. Evitó Longa el encuentro de ambos, y no siéndole dado á
Cafi arelli esearrrnentar cual deseaba al partidario español, retrocedió á
Vitoria, despues de haber asegurado aún cuás las guarniciones del trán-
sito, y apostado á Palombini en Poza.


Era la posesion de esta villa importante, ya por hallarse en la carre-
tera que conduce de Búrgos á Santoña, ya por servir de guarda y ampa-
ro al laboreo de los ricos minerales y salinas que producen aquellos con-
tornos, cuyos rendimientos no descuidaba recoger la codicia del invasor.
Está Poza situado al pié de una empinada roca, sobre la cual asiéntase el
castillo estrecho, y que guarnecían solos 50 hombres. Confiado Palombi-
ni, y creyéndose del todo seguro, destacó algunas fuerzas con intento de
echar derramas y juntar víveres, de que carecia. En acecho Longa, avisó
á D. Gabriel de Mendizábal, y unidos ambos acometieron á los italianos
de Poza al amanecer del 11 de Febrero, con lo que les dieron buena al-
borada. Traian los españoles 5.000 hombres, que distribuyó Mendizábal
en tres trozos, mandando á Longa que con uno sorprendiese al enemi-
go en sus alojamientos. Consiguiólo el español hasta cierto punto, apo-
derándose de bagajes, de hombres y de bastantes armas. Y completo hu-
biera sido el triunfo, si Palombini, á fuer de veterano en la guerra de
España, fatigosa y de incesante afan, no hubiera estado vigilante, ale-
jándose al primer ruido para apostarse en el campo por donde sus solda-
dos habian salido á forrajear y proveerse de bastimentos, con lo cual, y
manteniéndose á cierta distancia, aguardando el dia claro y la vuelta de
las fuerzas segregadas que en parte tornaron luégo, no sólo se salvó, si-
no que, reanimado, trató á su vez de atacar á los españoles, dándoles, en
efecto, impetuosa arremetida. Fué ésta empeñada, y el terreno disputado
á palmos; mas al fin, no queriendo los nuestros aventurarse á perder lo
ganado, se retiraron, poniendo en cobro casi toda la presa. No permane-
ció Palombini en aquel sitio, para él no de gran dicha, enderezando sin
dilacion sus pasos á las provincias Vascongadas.


En ellas proseguia sin interrupcion el tráfago de la guerra, y los bata-
llones del país se portaron con valentía en repetidas peleas, que se suce-
dieron desde entradas de año hasta el Junio, amenazando en ocasiones á
Bilbao, áun metiéndose hasta en la misma villa, segun aconteció el 8 de




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Enero y el 10 de Mayo, mereciendo, ademas, honrosa mencion los reen-
cuentros habidos en Ceberio, Marquina y Guernica.


Tuvieron tambien los franceses mala salida en un primer ataque que
intentaron contra Castro-Urdiales. Mandaba ya el ejército enemigo del
Norte el general Clausel, sucesor de Caffarelli, y queriendo asegurar
más y más la costa de cualquier desembarco que trazasen los ingleses,
pensó en apoderarse de Castro-Urdiales, puerto abrigado y bueno para
el cabotaje y buques menores, situado en la provincia de Santander, par-
tido de Laredo. Tiene la villa 3.000 habitantes, y la circuye un muro an-
tiguo torreado, que corre de mar á mar y cierra el istmo que sirve de co-
municacion á península tan reducida. En ambos extremos de la muralla
habíanse establecido dos baterías, divisándose en la parte opuesta al ist-
mo avanzada al mar la iglesia parroquial, y el castillo, fundado sobre un
peñasco que domina la playa; saliendo de aquí hácia el Este, unidas por
dos arcos, escarpadas rocas, que á causa de su mucha altura resguardan
de los noroestes el puerto, hallándose colocada en su remate una ermita
con la advocacion de Santa Ana. Habia de guarnicion en la plaza 1.000
hombres, y artillaban sus adarves unas 22 piezas. Era gobernador D. Pe-
dro Pablo Alvarez.


Vinieron sobre Castro el 13 de Marzo Palombini con su division ita-
liana, y el mismo Clausel, acompañado de un batallon frances y 100 ca-
ballos. Llegados que fueron, examinaron las avenidas del puerto, y se
decidieron á acometer los muros por escalada en la noche del 22 al 23;
lo que se les frustró, rechazándolos la guarnicion gallardamente, ayuda-
da del fuego de buques ingleses que por allí cruzaban. Aguardó Clausel
entónces refuerzos de Bilbao, que no acudieron, amagada aquella villa
por algunos cuerpos españoles de las mismas provincias Vascongadas.
Y con eso y adelantarse por un lado á Castro D. Juan Lopez Campillo al
frente del segundo batallon de tiradores de Cantabria, y por otro D. Ga-
briel de Mendizábal, seguido de algunas fuerzas, desistió Clausel de su
intento, yéndose en la noche del 25 al 26 de Marzo, despues de haber
abandonado escalas y muchos pertrechos. En seguida, y para no perder
del todo el fruto de su expedicion, se acercaron los enemigos á Santoña,
y metieron dentro socorros, de que estaba falta la plaza, tornando á Bil-
bao hostigados por los nuestros y llenos de molestia y cansancio.


Al principiar Mayo emprendieron de nuevo los franceses el cerco de
Castro-Urdiales, sirviéndose para ello de la division de Palombini y de
la del general Foy, procedente de Castilla la Vieja. La guarnicion se pre-
paró á rebatir los ataques, aproximándose en su auxilio fuerzas inglesas




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de mar, que mandaba el capitan Bloye. Verificaron los enemigos su pro-
pósito, teniendo para lograrle que asediar con regularidad tan débil pla-
za. Los cercados hicieron sus salidas y retardaron los trabajos, pero no
pudieron impedir que la flaqueza de los muros cediese pronto al cons-
tante fuego del sitiador. Aportillada brecha, se halló practicable el 11 de
Mayo en el ángulo inmediato al convento de San Francisco. No por eso
se dieron los nuestros á partido, y una y dos veces rechazaron las embes-
tidas de los acometedores, alentando á los nuestros el brioso goberna-
dor don Pedro Pablo Álvarez. Duró tiempo la defensa, á la que contribu-
yó no poco el vecindario, hasta que cargando gran golpe de enemigos, y
entrando á escalada por otros puntos, refugiáronse los sitiados en el cas-
tillo, y desde allí fuéronse embarcando con muchos habitantes á bordo
de los buques ingleses por el lado de la ermita de Santa Ana. Quedáron-
se en el castillo dos compañías, aguantando los acometimientos del fran-
ces, sin alejarse hasta haber arrojado al agua los cañones y varios en-
seres. De los postreros que dejaron la orilla fué el gobernador D. Pedro
Pablo Alvarez, digno de loa y prez. El historiador Vacanni, allí presente,
dice en su narracion: «La gloria de la defensa, si no igualó á la del ata-
que (cuenta que habla boca enemiga), fué tal, empero, que la guarnicion
pudo jactarse de haber obligado al ejército sitiador á emplear muchos
medios y muchas fuerzas.....» Era, por tanto, acreedora la poblacion á
recibir buen trato; que los bríos del adversario, más bien que venganza
é ira, infundir deben admiracion y respeto en un vencedor de generoso
sentir. Aquí sucedió muy al reves los invasores entraron á saco la villa,
y pasaron á muchos por la espada, pusieron fuego alas casas,y ya no hu-
bo sino lástimas y destrozos. En vano quiso impedir estos males el gene-
ral Foy: los italianos dieron la señal de muerte y ruina, y no tardaron los
franceses en seguir ejemplo tan inhumano.


Compensábanse tales quebrantos y agravios con los que padecian los
enemigos en otros lugares. Espoz y Mina era de los que más pronto pro-
curaban tomar de ellos cumplida satisfaccion y desquite. Su pelear no
cesaba, ni tampoco sus movimientos, comenzando el año de 1813 por
arrimarse á Guipúzcoa, y recoger en Deva municiones, vestuarios y dos
cañones de batir que los ingleses le regalaron; con cuya ayuda pudo ya
en 8 de Febrero poner cerco á Tafalla, recinto guardado por 400 france-
ses. En esto andaba, cuando noticioso que venía sobre él de Pamplona el
general Abbé, á quien había escarmentado el 28 de Enero en Mendíbil,
dividió sus fuerzas, dejando una parte en el sitio, y saliendo con la otra
al encuentro de los enemigos. Dió con ellos en paraje inmediato á Tie-




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vas, y logró aventarlos, revolviendo sin dilacion sobre Tafalla para con-
tinuar estrechando el asedio. Abrió allí brecha, y al ir á asaltar el fuerte,
en 10 de Febrero, rindiéronsele los franceses. Inutilizó Mina las obras
que éstos habian practicado, y demolió los edificios en que áun podian
volver á encastillarse, y de los que tenian fortalecidos algunos. Otro tan-
to ejecutó en Sos, si bien la guarnicion se salvó ayudada por el general
Paris, que á tiempo vino en socorro suyo de Zaragoza. Destruíanse así,
en grave perjuicio de los enemigos, los puntos fortificados que tenían
para asegurar sus comunicaciones.


Oficiales y partidas dependientes de Mina hacian á veces excursio-
nes, algunas muy de contar. Atrevida y áun temeraria fué la de Fermin
de Leguia, quien acercándose con solos quince hombres muy á las calla-
das y hora de media de noche al castillo de Fuenterrabía, subió prime-
ro, acompañado de otro, á lo alto, y matando al centinela, apoderáronse
ambos de las llaves, dando entrada por este medio á los que se habían
quedado fuera. Juntos, desarmaron y cogieron á ocho artilleros enemigos
que estaban dentro, clavaron un cañon y arrojaron al mar las municiones
que no pudieron llevar consigo, prendiendo, por último, fuego al castillo.
Hiciéronlo todo con tal presteza, que al despertarse la corta guarnicion
que dormia en la ciudad, habian los nuestros tomado viento, y no osaron
los franceses perseguirlos, recelando fuese mucho su número, encubier-
tos los pocos con la oscuridad de la noche.


Por su lado, incansable siempre Mina, tuvo el 31 de Marzo otro reen-
cuentro en Lerin y campos de Lodosa con una columna enemiga, que
desbarató, llevando la palma en aquella jornada la caballería, cuyos ji-
netes cogieron 300 prisioneros. Incomodado Clausel de tan continuadas
pérdidas y menoscabo en su gente, quiso, como jefe del ejército frances
del Norte, poniéndose de acuerdo con el general Abbé, que mandaba en
Pamplona, estrechará Mina batiendo el país, y cercándole como si fuera
á ojeo y cacería de reses. Cada uno de dichos generales salió de diverso
punto, y Clausel, despues de reforzar á Puente la Reina, y de apostar en
Mendigorria un destacamento, avanzó yendo la vuelta del valle de Be-
rrueza. Pero Mina, haciendo una rápida contramarcha, habíase va colo-
cado á espaldas del frances, obligando, en 21 de Abril, á los de Mendi-
gorría á que se rindiesen. En lo que restaba de mes y posteriormente, no
alzó mano Clausel en el acosamiento de Mina, entrando asimismo Abbé
en el valle de Roncal, en donde si por una parte trató bien á los prisione-
ros, por otra no dejó de quemar los hospitales y sus enseres, y de abrasar
en Isaba muchas casas y edificios. Hubo aún nuevas marcitas y contra-




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marchas, inútiles todas; por lo que desesperanzado Clausel de aniquilar
al guerrillero español, escribia al rey intruso no poder verificarlo sin ma-
yores fuerzas, pues su contrario no arriesgaba choques sino sobre segu-
ro, acometiendo sólo á cuerpos sueltos inferiores en número. Sin embar-
go, Mina, vivamente estrechado, tuvo ya en una de sus maniobras que
tomar rumbo á Vitoria para guarecerse del ejército aliado que avanzaba,
y á cuyos movimientos favorecian tambien los suyos, trayendo siempre á
Clausel divertido y embarazado.


Éstos fueron los acontecimientos más de referir que ocurrieron por
estas partes de la Península ántes de abrirse la gran campaña que em-
pezó con el estío. Veamos lo que pasó en la corona de Aragon por el pro-
pio tiempo.


Allí sostenian el peso de la guerra los ejércitos españoles primero y
segundo, auxiliados de la expedicion anglo-siciliana y de somatenes y
cuerpos francos. Campeaba aquél en Cataluña, el otro en Valencia; al-
gunas divisiones dentro de Aragon mismo. Tenía de ordinario el primer
ejército su cuartel general en Vich, y constaba de unos 17.700 infantes
y de 550 caballos. No estaban comprendidos en este número los somate-
nes. Era general en jefe D. Francisco de Copons y Navia, sucesor de D.
Luis Lacy, y hasta su llegada, que se verificó en Marzo, mandó interina-
mente el Baron de Eroles. No desaprovechó éste ocasion de molestar al
frances, si bien estrenóse por un acto de humanidad muy laudable, ajus-
tando con el general enemigo un convenio dirigido á mejorar el trato de
los prisioneros, conforme á lo dispuesto ántes y al derecho de gentes, ho-
llado sobradas veces por ambas partes.


Los franceses de esta provincia, aunque sometidos, como todos los
demos de la corona de Aragon, al mariscal Suchet, dependian inmedia-
tamente del general Decaen, bajo cuyas órdenes se hallaban dos divi-
siones, capitaneadas la una por el general Maurice Mathieu, gobernador
al principio de Barcelona, y la otra por el general Lamarque, que resi-
dia casi siempre en Gerona, ascendiendo la totalidad de ambas á 14.091
hombres de infantería con 876 jinetes. Habia, ademas, en Tarragona una
brigada de italianos compuesta de 2.000 hombres, que mandaba el ge-
neral Bertoletti.


Seguían los españoles ahora en Cataluña un plan de campaña aco-
modado á las circunstancias del país y segun el prudente querer de lord
Wellington. Era este huir de acciones generales, estrechar al enemigo en
las plazas, interrumpir sus comunicaciones y arruinar y desfortalecer los
puntos que se le tomasen. Obró de este modo el Baron de Eroles, ayuda-




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do á veces, cuando se acercaba á la costa, por los buques británicos; así
aconteció yendo sobre Rosas, así en una tentativa del lado de Tarragona,
teniendo tambien la dicha de rechazar á los franceses en un reencuentro
que tuvo con ellos en la Cerdaña.


Al promediar Marzo, tomando Copons el mando, lleváronse adelante
las empresas contra el enemigo fundadas en probabilidad de buen éxi-
to, tocando á Eroles, como diligente y osado, ejecutar las más difíciles y
arriesgadas. En el propio mes, y ántes de su remate, se determinó aco-
meter y desmantelar los puestos fortificados que conservaba el frances
entre Tarragona y Tortosa, y amparaban comunicacion tan importante.
Tomó Eroles de su cuenta el empeño, y favorecido por la ayuda que le
dió Mr. Adam, comandante del navío inglés Invencible, arrasó en el tér-
mino de tres dias varios de aquellos fuertes, colocados en Perelló, Torre
de la Granadella, venta de la Ampolla y otros sitios vecinos, cogiendo
cañones, prisioneros, ganado y algunos buques menores.


Poco ántes el brigadier Rovira habia penetrado en Francia y metído-
se en Prats de Moló, pueblo murado en medio de las montañas con un
castillo fortalecido á la traza de Vauban. Ayudaron macho á Rovira en
su empresa el coronel Llauder y el capitan D. Nicolas Iglesias. Saquea-
ron parte de la poblacion, apoderándose de dinero, y se llevaron rehenes
y prisioneros, entre ellos á los comandantes de la plaza y del castillo. Á
la guardia nacional de los contornos, que acudió en socorro de los suyos,
escarmentáronla los españoles, y cogieron á dos de sus jefes.


El Coll de Balaguer, Olgot y otros puntos solian permanecer bloquea-
dos por los nuestros, y hallándose durante el mes de Mayo en observa-
cion de las avenidas del segundo D. Manuel Llauder, quisieron los fran-
ceses espantarle, y para ello aproximaron por la espalda una columna
de 1.500 hombres, dirigida por el coronel Marechal; de lo que noticio-
so Llauder, le salió al encuentro el día 7 del propio mes la vuelta del va-
lle de Ribas, por donde los enemigos enderezaban su marcha. Trabóse
allí porfiado choque, y no sólo se vieron los enemigos repelidos del to-
do, sino que tambien fueron desalojados por los nuestros de las alturas
de Grast y Coronas, persiguiéndoles hasta más allá Llauder en persona,
que se portó briosamente. En el espacio de siete á ocho horas que duró
la refriega perecieron de los enemigos unos 300 hombres, quedando en
nuestro poder 290 prisioneros, fusiles, mochilas y otros pertrechos. Por
esta accion, en verdad señalada, agracióse años adelante á D. Manuel
Llauder con el titulo de marqués del Valle de Ribas.


No pudieron, sin embargo, los españoles impedir que los enemigos,




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despues de un movimiento hábil y concertado de todas sus fuerzas en
Cataluña, socorriesen á mitad de Mayo las plazas de Tarragona y Coll de
Balaguer, escasas de medios, capitaneándolos Maurice Mathieu. Pero al
tornar de su expedicion espiólos D. Francisco Copons, que tuvo entón-
ces tiempo de reunir alguna gente, y los aguardó en La Bisbal del Pana-
dés, situándose en el Coll de Santa Cristina. Desde allí, incomodándolos
bastante, los repelió en cuantas tentativas hicieron para destruirle, ó á lo
ménos ahuyentarle, y les causó una pérdida de más de 600 hombres.


Alojábase por lo comun el cuartel general del segundo ejército en
Murcia, á las órdenes de don Francisco Javier Elío, apoyándose para
sus operaciones en las plazas de Cartagena y Alicante, y consistiendo su
fuerza en 34.900 hombres de infantería y 3.400 de caballería, distribui-
dos en seis divisiones, que regian D. Francisco Miyares, D. Pedro Villa-
campa, D. Pedro Sarsfield, D. Felipe Roche, don Juan Martin el Empe-
cinado, y D. José Durán, si bien alguna de ellas varió despues de jefe.
Contábanse por separado, y pernanecian en Alicante y sus alrededo-
res, la expedicion anglo-siciliana y la division mallorquina del mando
de Whittingham. Las de Sarsfield, Villacampa, el Empecinado y Durán
fueron las que, sosteniéndose en Aragon, guerrearon más en el invier-
no, arrimándose las de los dos primeros á Cataluña para favorecer aque-
llas maniobras, la del tercero á Soria y Navarra, y la del cuarto y último
á Castilla la Nueva, poniéndose á veces todas de concierto para hacer
incursiones, que distraian al enemigo y le hostigaban. Parecidas estas
peleas á las muchas ya referidas del mismo linaje, inútil se hace entrar
aquí en sus pormemores, particularmente no habiendo entre ellas ningu-
na muy señalada, aunque molestas siempre al enemigo por doquiera, y
en Madrid mismo, á cuyas puertas acercábase el Empecinado á la mane-
ra de ántes, é interceptaba las comunicaciones con pueblos tan vecinos
como Alcalá y Guadalajara, burlándose de los ardides y evoluciones que
para destruirle verificó en Abril el general Soult.


Hubiera valido más se redujesen á semejantes correrías las opera-
ciones de este segundo ejército hasta que se abriese la campaña gene-
ral proyectada por lord Wellington; pero el acaso, ó más bien reprensible
negligencia, empeñóle en refriegas, en las que tocó desgraciadamente la
peor parte á las divisiones suyas, que se albergaban en Murcia, cuyos
cuerpos habian comenzado á moverse en Marzo, de acuerdo con la divi-
sion mallorquina del mando de Whittingham y la expedicion anglo-sici-
liana. Aquélla tenía ahora unos 8.939 infantes y 1.167 caballos, hallán-
dose la última reforzada con 4.000 hombres que en Diciembre anterior




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habia traido de Palermo el general J. Campbell: mandaba á ésta en la
actualidad sir Juan Murray, despues de haber pasado su gobernacion
por las manos de Clinton y del mismo Campbell, ausente ya su primer
caudillo el general Maitland por causa de enfermedad. Lord Guillermo
Bentinck era el destinado para ponerse al frente, mas retardó su viaje,
ocupado en Sicilia en otros asuntos: por manera que á esta porcion del
ejército británico le cupo la misma suerte, en cuanto al mando, que al
otro suyo de Portugal en 1808, pendiendo la sucesion rápida ocurrida en
los jefes, de accidentes inesperados y de abusos y descuidos que nunca
faltan áun en los mejores gobiernos.


Avanzando los aliados, formaron una línea que corria desde Alcoy
á Yecla por Castalla, Biar y Villena, conservando tropas en Sax y El-
da. Aquí estaba el general Roche con su division; en Yecla, ocupando
la izquierda, D. Fernando Miyares, de que era centro Castalla, guarne-
cida por el general Murray; y la derecha Alcoy, que cabria D. Santia-
go Whittingham, quien primero se habia posesionado, en 15 de Marzo,
de aquel pueblo, arrojando á los franceses y dilatando sus movimientos
hasta Concentaina, en donde hizo un reconocimiento de venturosas re-
sultas, con pérdida para el enemigo de anos 100 hombres. La reunion
amenazadora de estas tropas, y el temor de que se engrosasen cada vez
más, obligó al mariscal Suchet á vivir muy sobre aviso, y dispuesto á
no desperdiciar ocasion de precaver los intentos hostiles de los espa-
ñoles. Acechábala el frances, y le pareció llegada en los primeros dias
de Abril, bien informado de la distrihucien de las tropas de los aliados
y de cuáles eran las más flacas por su organizacion y disciplina. Creia
se hallaban en este caso las de la division apostada en Yecla á las órde-
nes de Miyares, y trató Suchet de cogerla entera, confiado, ademas, en
nuestro habitual descuido y en la distancia que la separaba de los otros
cuerpos. Escogió con este propósito lo más florido de su gente, y juntóla
el 10 de Abril por la noche en Fuente la Higuera, en cuyo pueblo repar-
tida en dos trozos, mandó marchase uno de ellos, en donde él iba, com-
puesto de la division del general Habert y de otras fuerzas con golpe de
caballería, la vuelta de Villena, y que el otro, formado de la division que
regía Harispe, cayese rápidamente y á las calladas sobre Yecla y sobre
los españoles allí situados. No pudieron los enemigos marchar tan silen-
ciosamente que no fuesen sentidos de los nuestros, los cuales al apare-
cer aquéllos poníanse ya en camino con direccion á Jumilla. Eran los de
Miyares de 3 á 4.000 peones y pocos jinetes; más los franceses, quienes
atacando el 11 muy de mañana y de recio, encontraron en los nuestros




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resistencia hidalga, trabándose la pelea dentro del mismo pueblo, áun
no evacuado del todo, cuyas calles defendieron á palmos los regimien-
tos de Búrgos y de Cádiz, replegándose en seguida á una ermita cerca-
na. Junta entónces la division, pasando de loma en loma, retirábase en
buen órden, disputando con brío cada puesto, cuando impaciente Haris-
pe, y queriendo desconcertar á los españoles (1), apresuró su carga é hi-
zo punta de sus tropas sobre el centro nuestro, que cansado y perdiendo
la conveniente serenidad, flaqueó en disposicion, que, rota la línea, cun-
dió el desánimo, echándose unos atrás precipitadamente, y arrojándose
otros al llano, en donde, si bien lidiaron largo rato sustentando la militar
honra, rodeados y opresos, muertos y heridos muchos, tuvieron los de-
mas que deponer las armas en número de unos 1.000 con 68 oficiales y
el coronel D. José Montero.


Entre tanto, siempre en vela Suchet, manteníase en Caudete, ya pa-
ra reforzar, si era necesario, á los suyos de Yecla, ya para impedir cua-
lesquiera socorros que enviasen Murray y Elío. Continuó en aquel sitio
miéntras alumbró el sol; pero adelantándose á explorar su estancia ca-
ballería inglesa, movióse el frances á la caida de la tarde, y llegó á Vi-
llena despues de oscurecido. Retiráronse á su avance los jinetes británi-
cos; mas Elío, á pesar de instancias juiciosas que se le hicieron, dejó en
el antiguo y mal acomodado castillo de aquélla ciudad, sito en la cum-
bre del cerro apellidado de San Cristóbal, al batallon de Vélez Málaga,
que mandaba su coronel, D. José Luna. Imaginóse se hallaba éste pro-
visto de suficientes municiones de boca y guerra para mantenerse fir-
me durante dos ó tres días, y sobre todo, que el enemigo no acometeria


(1) Usamos de las expresiones apresurar la carga y hacer punta de sus tropas, á imi-
tacion de autores nuestros del mejor tiempo. Ha habido quien, poco versado en ellos, se
ha imaginado que éstas u otras parecidas eran tomadas del frances; pero no es así. Car-
gar, dar una carga, apresurar la carga, modos son de hablar que á menudo han emplea-
do Mariana, Mendoza y otros autores de los más escogidos. Lo mismo sucede con los que
más particularmente han escrito sobre el arte de la guerra. Don Bernardino de Mendoza,
en su Teórica y práctica de ella, libro impreso en Ambéres en 1596, sírvese con frecuen-
cia de las palabras cargas, cargar, etc., en vez de acometidas, acometer, etc.; y el capilan
Diego de Salazar, en su obra de Re militari, ya en otra ocasion citada, usa de la frase ha-
cer una punta de ejército. Estos autores y Montero de Espinosa, Urrea, Eguiluz, Londo-
ño, con otros varios que escribieron en tiempo de las campañas de Flándes, seminario de
guerreros ilustres, debian ser más estudiado, por los que se ocupan en cosas militares y
quieren hablar con propiedad de ellas, no oponiéndose las alteraciones que desde entón-
ces ha habido en el arte de la guerra, siempre que haya discernimiento y tino en la elec-
cion de las frases y los términos, y en su aplicacion.




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aquel sitio antes de que despuntase el dia 12. Persuasion liviana tratán-
dose de contrarios tan audaces y prestos como son los franceses. Fué en
vano pensar en contenerlos: no dieron vagar, pues hundiendo las puertas
á cañonazos, penetraron en Villena muy luégo, y á poco tuvieron que ca-
pitular los del castillo. Eran sobre 1.000 hombres.


Anhelando el mariscal Suchet no pararse en carril tan venturoso, dió
principio en el mismo día 12 á sus acometidas contra los ingleses. Te-
nian éstos su vanguardia, capitaneada por Federico Adam, en el puer-
to y angosturas de Biar, con órden de replegarse á Castalla, disputando
ántes al enemigo el paso. Cumpliéronlo así aquellos soldados, y su jefe
mostró pericia suma, apresurando su retirada tan sólo al caer de la no-
che, si bien despues de haber perdido alguna gente, y tenido que aban-
donar dos cañones de montaña.


Posesionáronse los enemigos de Biar, y se acamparon á la salida que
va á Castalla; en donde, ufanos con los lauros conseguidos, aguardaron
impacientes la llegada del dia, seguros casi de coger otros mayores, y de
singular y gustosa prez para ellos, por ser ganados en parte contra ingle-
ses. No abatido por su lado el general Murray, preparóse á hacer rostro á
sus contrarios tranquila y confiadamente. Colocó la division mallorqui-
na de Whittingbam con la vanguardia, que guiaba el coronel Adam, en
unas alturas á la izquierda, roqueñas y de escabrosa subida, que termi-
nan en Castalla, á cuya poblacion, puesta á la raíz de un monte coronado
por un castillo, la encubria en ruedo la division del general Mackenzie
y un regimiento de la de Clinton. Seguia lo restante de la fuerza de és-
te por la derecha, sirviéndole de resguardo naturales defensas, y de re-
serva tres batallones de la gente de don Felipe Roche. Habian los alia-
dos construido por acá, y al frente del castillo, diversas baterías. No se
hallaba presente, ni tampoco acudió á la accion que se preparaba, el ge-
neral Elío, retirado en Petrel con algunos batallones despues de lo acae-
cido en Villena.


Amaneció, por fin, el dia 13, y desembocando el enemigo de las es-
trechuras de Biar, desplegó sus fuerzas por la hoya de Castalla, fecun-
da y en productos rica. Ascendian éstas á 18.000 infantes y 1.600 ca-
ballos. No inferiores los nuestros en número, éranlo bastante en jinetes.
Empezó Suchet el combate explorando el campo y enviando hácia Onil
la caballería. Luégo, teniendo fijo su principal conato en trastornar la iz-
quierda de los contrarios, soltó 600 tiradores acaudillados por el coro-
nel d’Arbod, con órden de que trepando por la posicion arriba la envol-
viesen y dominasen. Al mismo tiempo amagó el mariscal frances á los




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aliados por lo largo de toda la línea, ostentando gallardía y mucha firme-
za. Corrieron en aquel trance los nuestros algun riesgo, debilitada la iz-
quierda por la ausencia momentánea de D. Santiago Whittingham, que
se habia alejado poco ántes para hacer un reconocimiento; pero á dicha
y oportunamente llegó de Alcoy con fuerza D. Julian Romero, quien re-
primió la audacia de los enemigos, que ya se encaramaban á las cimas.
Tambien Whittingham, noticioso de lo que ocurria, tornó á su puesto, y
él y Adam y los demas arrollaron á los acometedores, quedando muer-
to el coronel d’Arbod. Infructuosamente envió en apoyo de los suyos el
mariscal Suchet al general Robert con cuatro batallones: todos ellos ba-
jaron desgalgados la montaña, y muchos coloraron con sangre el suelo.
Whittingham y Adam, principales jefes, alentaban á la tropa, que por la
mayor parte era española, dándole ellos mismos ejemplo, y lo propio los
que mandaban en las cumbres, Romero, Casas, Campbell, Casteras y el
teniente coronel Ochoa, brillando á cual más todos, no sólo en denuedo,
sino tambien en habilidad y destreza; porque, á dicho de nuestros anti-
guos (2), «las fuerzas del cuerpo non pueden ejercer acto loado de for-
taleza, si non son guiadas por corazon sabidor.» Igualmente se le malo-
gró al frances el amago que habia hecho contra el centro y derecha de
los anglo-sicilianos; por lo que recogiendo Suchet su gente, la apostó en
escalones, apoyándola por retaguardia en la division del general Haris-
pe, y defendiéndola por el frente con la artillería que plantó en las entra-
das del camino de Biar.


Entónces más animoso Murray, resolvió avanzar, y lo verificó en dos
líneas, dejando en las alturas las tropas de su izquierda, y cubriendo
su derecha con la caballería. Pero intimidado Suchet, no se detuvo en
la hoya ó valle, sino que triste tornó á cruzar por la tarde un desfilade-
ro, que, como decía Murray en su parte, habia atravesado por la mañana
triunfante y alegre. Prosiguió Suchet retirándose hácia Villena, y no pa-
ró hasta Fuente la Higuera y Onteniente; volviéndose los aliados, ano-
checido ya, á sus estancias de Castalla. Perdieron los franceses en esta
jornada algo más de 1.000 hombres, nosotros 670, la mayor parte espa-
ñoles, como que representaron allí el más glorioso y sobresaliente papel,
despicándose del golpe recibido en los días anteriores; que son nuestros
soldados bravos é intrepidos, siempre que los guian caudillos de buen
entendimiento y brío. Procuró Suchet ocultar su descalabro presentan-


(2) Doctrinal de los caballeros, que hizo é ordenó el muy reverendo, Sr. D. Alonso de
Cartagena.




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do con cuidadoso estudio por los caminos de Valencia y Cataluña, á ma-
nera de trofeo, los prisioneros de Villena y Yecla. Bien lo necesitaba pa-
ra mantener en alguna quietud los pueblos, muy conmovidos con lo que
pasaba en España y en toda Europa, y con lo que se preveia. Empezó Su-
chet en Castalla á probar los reveses de la fortuna, tan propicia para él
hasta entónces; pero que vária y antojadiza, adversa ya á las armas fran-
cesas, perseguíalas en muchas partes, y les preparaba en todas largos
días de entristecimiento y luto.


Dieron Abril y Mayo las primeras señales del asombroso estremeci-
miento que iba de nuevo á conmover el mundo, y hacer más caediza la
suerte de cuerpos é individuos, de estados y coronas. Fué una de ellas la
salida de Napoleon de París en 15 de Abril para empezar la campaña en
Alemania; y fué otra el haber lord Wellington alzado sus cuarteles á mi-
tad de Mayo para abrir tambien la suya en Castilla y continuarla hasta
los Pirineos, y áun dentro de la Francia misma. En aquélla vióse todavía
equilibrado en un principio el poder del Emperador frances con el de los
soberanos del Norte, cautivadas algun tiempo las fantasías de la fortuna
por el coloso que la habia tenido como aprisionada y rendida no pocos
años; en la última salieron vencedores siempre en los más empeñados
reencuentros, rompiendo por cima de valladares y obstáculos, los intré-
pidos aliados. Siendo sólo propio de esta Historia el detenernos á referir
lo tocante á los acontecimientos postreramente indicados, pasarémos á
verificarlo, prescindiendo, á lo ménos por ahora, de los lemas ocurridos
fuera del suelo peninsular.


Al moverse, tenía lord Wellington bajo de sus inmediatas órdenes
48.000 hombres de su nacion, 28.000 portugueses, y ademas las divisio-
nes españolas del cuarto ejército que se alojaban á su derecha, con las
que del mismo permanecian en el Vierzo y Astúrias, ascendiendo jun-
tas á 26.000 combatientes. Fué la marcha de los aliados por este órden.
La caballería que habia invernado en los alrededores de Coimbra, pú-
sose en movimiento por Oporto á Braga para pasar desde allí á Bragan-
za, en donde debian darse la mano con la izquierda de los suyos, gober-
nada por sir Thomas Graham, quien cruzó el Duero en Portugal cerca de
Lamego; maniobra que se practicó sin que los franceses la barruntasen,
proveyéndose los aliados fácilmente de barcas sin excitar sospecha, por
la abundancia que de ellas habia, con motivo de haber los ingleses ha-
bilitado para su abastecimiento la navegacion del Duero, hasta donde el
Agueda descarga en él sus aguas. Colocáronse así á la derecha de aquel
rio cinco divisiones de infantería y dos brigadas de caballería, sobreco-




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giendo á los enemigos, que se figuraban vendrian sus contrarios sólo por
la izquierda. Tuvieron los anglo-portugueses tropiezos en su marcha por
lo escabroso del país y estrechuras de los caminos, mas todo lo venció
la perseverancia británica. Asegurada la izquierda, y amagado el fran-
ces por la derecha del Duero, alzó lord Wellington sus reales á la pro-
pia sazon, saliendo de la Fregeneda el 22 de Mayo, acompañado de dos
divisiones inglesas, otra portuguesa y alguna fuerza de caballería. Jun-
tósele en Tamámes la mayor parte de la segunda division española, del
mando de D. Cárlos de España (la restante quedó en Ciudad-Rodrigo),
perteneciendo á ella los jinetes de D. Julian Sanchez; y todos se enca-
minaron al Tórmes, via de Salamanca. Sobre el mismo rio, pero del la-
do de Alba, formando la derecha, movióse sir Rowland Hill, y con él la
primera division española, que capitaneaba D. Pablo Morillo, quien ve-
nía de la Extremadura, habiendo pasado los puertos que la dividen de
Leon y Castilla.


Disponíanse los enemigos á contrarestar la marcha de los aliados, re-
unidos en Castilla la Vieja los ejércitos suyos llamados del Centro, Me-
diodía y Norte, y á su frente José en persona, manteniendo aún sus cuar-
teles en Valladolid. Fuera su primer intento defender el paso del Duero,
si no se lo desbaratáran las acertadas maniobras de los ingleses, ponién-
dose á la derecha del mismo rio. Sin embargo, se trabaron choques ántes
de abandonar aquella línea. Guarnecia á Salamanca la division de Vi-
llatte con tres escuadrones, quien evacuó la ciudad al aproximarse lord
Wellington, colocándose en unas alturas inmediatas, de donde le arro-
jaron el general Fane, atravesando el Tórmes por el vado de Santa Mar-
ta, y el general Alten, que lo verificó por el puente. Villatte perdió mu-
niciones, equipajes y muchos hombres entre muertos y heridos con 200
prisioneros. Retiróse por Encina á Babila-Fuente, uniéndosele cerca del
lugar de Huerta un cuerpo de infantería y caballería procedente de Alba
de Tórmes, de cuyo punto los habia echado D. Pablo Morillo, cruzando
el rio con gran valentía, y distinguiéndose al enseñorearse de la puente
los cazadores de la Union y Doyle.


El centro del cuarto ejército español, ántes sexto, acantonado en el
Vierzo, y la quinta division, tambien suya, situada en Oviedo, concurrie-
ron, segun hemos insinuado, al movimiento general y de avance. Prepa-
rábase el 29 de Mayo el general D. Pedro Agustin Giron, que mandaba
en jefe en ausencia de D. Francisco Javier Castaños, á celebrar el 30, en
Campo Naraya, los dias del rey Fernando por medio de paradas y simu-
lacros guerreros, cuando recibió órden de lord Wellington, duque de Ciu-




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dad-Rodrigo, para ponerse sin dilacion en marcha sobre Benavente y en
contacto con la izquierda del ejército aliado, huyendo de dar la suya al
enemigo, en términos de evitar cualquiera refriega que no fuese general
ó de concierto. No tardó D. Pedro en cumplir con lo que se le encarga-
ba, y trasladando el mismo dia 29 su cuartel general á Ponferrada, entró
ya el 2 de Junio en Benavente. Vadearon sus tropas el Esla al amanecer
del 3 en Castro Pepe y Castillo, arruinado por los enemigos el puente de
Castro Gonzalo, y llegaron por la noche á Villalpando, en donde descan-
saron el 4, agregándoseles allí la quinta division, que venía de Astúrias
y mandaba D. Juan Diaz Porlier. Hiciéronse las marchas muy ordenada-
mente, y empezáronse á coger los frutos de los ejercicios militares del in-
vierno y primavera, y los de una rígida y conveniente disciplina.


Hácia estas partes y derecha del Duero habíase dirigido ya, no sólo
la izquierda inglesa, guiada por el general Graham, sino tambien el cen-
tro de su ejército, capitaneado por lord Wellington en persona. Dueño
éste de Salamanca hizo allí alto dos dias, reuniendo su centro y derecha
entre el Tórmes y el Duero inferior. Marchó el 29 la vuelta de Miranda,
ciudad de Portugal fronteriza á las márgenes del último rio, cuyas aguas
cruzó por aquí el general inglés acompañado sólo del centro, que se jun-
tó el 30 con la izquierda en Carvajales; todos los puentes, excepto el de
Zamora, habian permanecido destruidos desde la retirada del ejército
británico en el otoño, ó habíanlo sido de nuevo por el frances, cuando se
hallaban reparados. Quisieron en seguida los ingleses pasar el Esla, tri-
butario del Duero, por un vado próximo al mismo Carvajales; pero sien-
do de dificultoso tránsito, echaron un puente y lo verificaron el 31.


Desprevenidos los franceses, no tenian en aquellas orillas sino un pi-
quete, y por tanto no ofrecieron resistencia notable. Los movimientos de
los aliados habíanse ejecutado con tales precauciones y celeridad, que
los ignoraba del todo el enemigo, quien percibió ahora claramente el sa-
bio y bien entendido plan de lord Wellington; conociendo, aunque tarde,
ser inútil y ya imposible sostener la línea del Duero. En consecuencia,
inhabilitaron sus tropas en Zamora el puente que habian conservado re-
parado, retirándose de aquella ciudad y de Toro, en donde entraron los
aliados, trabándose despues en Morales, via de Tordesillas, un choque
en que los franceses experimentaron bastante pérdida, y lució por su
brío la caballería de D. Julian Sanchez.


Paróse lord Wellington en Toro, así para dar tiempo á que toda su
gente se le reuniese, como tambien para que las tropas de su derecha,
que guiaba sir Rowland Hill, pasasen el Duero. Todo se ejecutó á su sa-




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bor y cual tenía ordenado; hallándose ya en comunicacion y áun en in-
mediato contacto el ejército de Galicia, ó sea centro del cuarto español,
cuyos reales alojáronse el 6 de Junio en Cuenca de Campos, dia en que
los de Wellington se establecieron en Ampudia, pueblo vecino.


Cruzado el Duero por los cuerpos que ocupaban ántes la izquierda,
correspondiéndose ya todos entre sí, prosiguió su marcha el general in-
glés, dejando en Zamora municiones y efectos de guerra, y para su cus-
todia á la segunda division española, que tenía gente suya repartida en
Ciudad-Rodrigo, Salamanca y Toro. Andaban los franceses algo des-
alentados con irrupcion tan súbita, en especial por ser inesperado el mo-
do como Wellington la verificára. Así sus medidas resintiéronse de apre-
suramiento, é indicaban sobresalto y dudas.


Distribuidas ahora sus fuerzas entre Valladolid, Tordesillas y Me-
dina, se retiraron detras del Pisuerga, que tambien abandonaron, mar-
chando en líneas convergentes, camino de Búrgos. Allí se trasladó el in-
truso, habiendo salido de Palencia el 6 de Junio, en cuya ciudad hizo
corta parada viniendo de Valladolid. Le siguieron sus tropas, estrecha-
das cada vez más por lord Wellington, quien atravesó el Carrion el 7, y
adelantando su izquierda en los dias 8, 9 y 10, cruzó tambien el Pisuer-
ga, no apresurando su marcha el 11, y dando el 12 descanso á su gente,
excepto á la de la derecha, á la cual ordenó avanzar á Búrgos y recono-
cer la situacion del enemigo con deseo de obligarle á que desamparase
el castillo, ó á que para defenderlo reconcentrase allí sus fuerzas. Al po-
ner en obra el general Hill por mandato de Wellington esta operacion,
descubrió á los enemigos apostados en unas alturas próximas al pueblo
de Hormaza, con su siniestro costado enfrente de Estepar. Acometiólos,
mas ellos se echaron atras, si bien en la mejor ordenanza, aguantando
sin descomponerse repetidas descargas de la artillería volante, maneja-
da con destreza por el mayor Gardiner. Perdieron, sin embargo, los fran-
ceses varios prisioneros y un cañon, y se situaron despues en las riberas
de los rios Arlanzon y Urbel, que con las lluvias habian cogido mucha
agua, retirándose sólo de aquel puesto durante la noche, despues de ha-
ber evacuado á Búrgos el 14 de Junio.


Verificáronlo así, acosados constantemente y ceñidos de cerca por
los aliados, que llevaban casi siempre abrazada la derecha enemiga.
Tambien por la opuesta hostigábalos D. Julian Sanchez y otros guerrille-
ros revueltos y á la continua, como si ya no tuviesen bastante los france-
ses con sentir sobre sí el fatigoso y no interrumpido látigo de un ejército
bien ordenado, que marchaba á sus alcances con presuncion de vencer.




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Abandonaron los enemigos el castillo de Búrgos, desfortaleciéndole án-
tes y arruinándole hasta en sus cimientos. El modo como lo ejecutaron
dió lugar á siniestras interpretaciones; porque conservándose dentro,
desde el último sitio, muchos proyectiles todavía cargados, acaeció que
al reventar las minas practicadas para derribar los muros, volaron tam-
bien muchas bombas y granadas, que causaron estrago notable. Escri-
tores ingleses han afirmado que el enemigo procedió así para aniquilar
los cuerpos de las tropas aliadas que se arrimasen á tomar posesion de la
ciudad y del castillo. Por el contrario los franceses, que achacan tan la-
mentable contratiempo á mero olvido de la guarnicion. Nos inclinamos á
lo último; mas sea de ello lo que fuere, cierto que de la explosion resul-
taron destrozos grandes, padeciendo la catedral bastante con el estreme-
cimiento, no ménos que muchas casas y otros edificios. Redujose el cas-
tillo á un confuso monton de ruinas y escombros.


Tomó José, al desocupar á Búrgos, la ruta de Vitoria, yendo por Pan-
corbo y Miranda de Ebro, si bien no muy de priesa. Era su propósito
trasladarse al otro lado de este rio para poner más en resguardo las es-
tancias de su ejército, aproximándole á la raya de Francia, y engrosán-
dole, ademas, con el suyo del Norte, y otras tropas que lidiaban en aquel
distrito. Desbaratar en todo ó en parte semejantes intentos, y asegurar
sin tropiezo el paso del Ebro, debia ser la mira del general británico, pa-
ra aprovechar despues la primera oportunidad de combatir con ventaja.
Tal fué, en efecto, no teniendo que hacer para alcanzarla más que perse-
verar en el plan de marchas y movimientos que desde un principio ha-
bia trazado. Firme en él, dispuso que su izquierda siguiese maniobrando
para amagar siempre la derecha enemiga, y ganarle á veces la delante-
ra. Así fué que dicha izquierda buscó la ribera alta del Ebro para pasar-
le, marchando á su derecha no muy léjos con el centro lord Wellington,
y despues á las inmediaciones y siniestro lado de la carretera que va á
Pancorbo y Miranda el general Hill. Tocando ya al Ebro todo el ejérci-
to, le cruzaron el 14 por Polientes los españoles del mando de D. Pedro
Agustin Giron, que formaban el extremo del costado de Graham, y cru-
zóle tambien el mismo dia este general por San Martin de Linés, lugares
ambos situados en el valle de Valderredible. Las demas tropas aliadas,
con Wellington é Hill á su cabeza, atravesaron el Ebro el 15; algunas por
los mismos parajes que Graham y los españoles, el mayor número por
Puente de Arenas, en la merindad de Valdivielso. Al dia siguiente to-
do el ejército se movió sobre la derecha, si bien apartándose algun tanto
los españoles, que tuvieron órden de tirar más á la izquierda por el valle




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de Mena con direccion á Valmaseda, adonde llegaron el 18. Agregóse á
Graham en Medina de Pomar D. Francisco Longa con su division.


La marcha fué en realidad penosa, señaladamente en los últimos días;
los caminos, ásperos de suyo, impracticables para el carruaje, estában-
lo ahora más con las copiosas lluvias que sobrevinieron, teniendo á me-
nudo el brazo del gastador que allanar el terreno, y áun abrir paso que
franquease la ruta al soldado, y diese á la artillería transitable carril. Hu-
bo escasez de víveres, y á veces apretó el hambre por la priesa del cami-
nar, la pobreza de la tierra y la devastacion que habia producido guerra
tan prolongada; pero hízose todo llevadero con la esperanza de un cambio
próximo y venturoso, obtenido por medio de inmediatos triunfos.


Azoró á los franceses y los desconcertó el rápido andar de los alia-
dos, y el verlos al otro lado del Ebro, casi impensadamente, teniendo
con eso que desistir de cualquiera empresa enderezada á defender el pa-
so de aquel rio. Por tanto, el dia 18 salió el grueso del ejército enemigo
de Pancorbo, dejando sólo de guarnicion en el castillo sobre 1.000 hom-
bres, y se encaminó á Vitoria. Al avanzar los aliados, tenian de observa-
cion los franceses algunos cuerpos apostados en Frias y en Espejo, que
se replegaron el 18 á San Millan y á Osma de Alava. Atacó á los prime-
ros el general Alten, y los ahuyentó, cogiéndoles 300 prisioneros; obligó
Graham á los últimos á retirarse, acometiendo el 19 Wellington mismo,
asistido de sir Lowry Cole, á la retaguardia francesa, situada en Subijana
de Morillas y en Póbes, con la dicha de forzarla á desamparar su pues-
to, y á que buscase abrigo en el grueso de su ejército, que venía de Pan-
corbo. Esta aparicion repentina é inesperada de los aliados en las mon-
tañas do Vizcaya y Álava, y el haberse aproximado á Bilbao, hallándose
ya en Valmaseda el centro del cuarto ejército español bajo las órdenes
de D. Pedro Agustin Giron, impelió igualmente á los enemigos á recon-
centrar las fuerzas suyas de aquellas partes, conservando sólo los pun-
tos de la mayor importancia, y abandonando los que no lo eran tanto.
Con este propósito embarcaron los franceses el 22 de Junio con premu-
ra la guarnicion de Castro-Urdiales, trasladándola á Santoña, que avi-
tuallaron competentemente, y en breve tambien dejaron libre á Gueta-
ria, manteniéndose firmes en Bilbao, donde se alojaban italianos de los
que Palombini, ahora ya ausente, habia traido de Castilla. Foy, que re-
corria ántes la tierra, tomó asimismo disposiciones análogas, segun ve-
rémos despues. Bloqueaba á Santoña D. Gabriel de Mendizábal con par-
te de la séptima division del cuarto ejército, ó sean batallones de las
provincias Vascongadas.




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De este relato colígese claramente la situacion respectiva de los ejér-
citos enemigos, y cuán próxima se anunciaba una batalla campal. De-
seábala lord Wellington, y para empeñarla habia tratado de reconcentrar
sus fuerzas, algo desparramadas, llamando á sí la izquierda extendida
hasta Valmaseda, y haciéndola venir por Orduña y Munguía sobre Vi-
toria. Tenia el general inglés su centro y sus cuarteles el 20 en Subija-
na de Morillas, no lejos de su derecha, manifestándose todo el ejército
muy animoso e impaciente de que se trabase pelea. Ocupaban ya entón-
ces los franceses, mandados por José, las orillas del Zadorra y cercanías
de Vitoria.


El modo glorioso y feliz con que en ménos de un mes habian los
aliados llevado á cabo una marcha que, concluyendo en las provin-
cias Vascongadas, habia empezado en Portugal y en los puntos opues-
tos y distantes de Galicia, Astúrias y Extremadura, alentaba á todos, re-
creándose de antemano con la placentera idea de una victoria completa
y cercana. Más de una vez hemos oido de boca de lord Wellington en
conversacion privada, que nunca habia dudado del buen éxito de la ac-
cion que entónces se preparaba, seguro de los bríos y concertada dis-
ciplina de sus soldados. Tan ilustre caudillo acreció justamente su fa-
ma en el avance y comienzo de esta nueva campaña. Calcular bien y
con tino las marchas, anticiparse á los designios del enemigo y preve-
nirlos, tener á éste en continua arma y recelo, y obligarle á abandonar
casi sin resistencia sus mejores puestos, estrechándole y jaqueándole
siempre, digámoslo así, por su flanco derecho, maniobras son de supe-
rior estrategia, merecedoras de eterno loor; pues en ellas, segun expre-
saba el mariscal de Sajonia, aunque en lenguaje más familiar, consiste
el secreto de la guerra.


Enfrente ahora uno de otro los ejércitos combatientes, parecia ser és-
ta ocasion de hablar de la batalla que ambos trabaron luégo. Mas sus-
penderémoslo por un rato, atentos á echar ántes una ojeada sobre la eva-
cuacion de Madrid, y ocurrencias habidas con este motivo.


Desde el tiempo en que José saliera de aquella capital en Marzo,
fueron tambien retirándose muchas de las tropas francesas que allí ha-
bia, quedando reducido á número muy corto las que se alojaban en to-
da Castilla la Nueva. Motivo por el cual los invasores trataron con más
miramiento y menor dureza á los vecinos, aunque no por eso dejasen de
gravarlos con contribuciones extraordinarias y pesadas. Mandaba últi-
mamente en Madrid el general Hugo, y á él lo tocó evacuar por postre-
ra vez la capital del reino. Refiere éste en las Memorias que ha escrito lo




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que entónces le acaeció, y entre otras cosas cuenta (3) que poco ántes de
su salida habiansele hecho proposiciones, de que tuvo noticia José, se-
gun las cuales ofrecia pasarse á las banderas del intruso un cuerpo ente-
ro del ejército español. Presumimos quiera hablar del tercero, como más
inmediato. El Duque del Parque le mandaba, y guiaban sus divisiones
generales fieles siempre, honrados y de prez; y si lo fueron en los dias de
mayor tribulacion para la patria, ¿qué traza lleva que pudieran variar y
tener aviesos intentos en los de prosperidad y ventura? Ahora ni el inte-
res hubiera estimulado á ello á hombres que fuesen de poco valer y ba-
ja ralea, ¡cuánto ménos á caudillos ilustres, de muchos servicios y de es-
forzados pechos! Nosotros hemos tratado de apurar la verdad del hecho,
y ni siquiera hemos hallado el menor indicio ni rastro de tan extraña ne-
gociacion, y eso que nos liemos informado de personas imparciales muy
en disposicion de saber lo que pasaba. Creemos, por tanto, que hay gra-
ve error en el aserto del general frances, haciéndole la merced, para dis-
culpar su proceder liviano, de que sorprendieron su buena fe embaido-
res ó falsos mensajeros.


El embargo de caballerías y carruajes, anunciador de la partida de
los enemigos y sus secuaces, empezó el 25 de Mayo, y el 27 quedó eva-
cuada del todo la capital, rompiendo el 26 la marcha un convoy nume-
rosísimo de coches y calesas, de galeras, carros y acémilas, en que iban
los comprometidos con José, sus familias y enseres, y ademas el despojo
que los invasores y el gobierno intruso hicieron de los establecimientos
militares, científicos y de bellas artes, y de los palacios y archivos; des-
pojo que fué esta vez más colmado, porque sin duda le consideraron co-
mo que sería el último y de despedida.


Habia comenzado el primero ya desde 1808, y se habia extendido á
Toledo, al Escorial y á las ciudades y sitios que encerraban, en ambas
Castillas, así como en las Andalucías y otras provincias, objetos de va-
lor y estima. Recogió Murat en su tiempo varios de ellos, principalmen-
te del real palacio y de la casa del Príncipe de la Paz, parando mucho su
consideracion los cuadros del Correggio, de que casi se llevó los pocos
que España poseía, entre los cuales merece citarse el llamado la Escue-
la del amor (4), que fué de los duques de Alba, prodigiosa obra de aquel
inimitable ingenio.


(3) Mémoires du général Hugo, tom. III, chap. XXXII.
(4) El cuadro de La Escuela del Amor está ahora en Lóndres, en el museo que se lla-


ma National Gallery en en la calle de Pa I Mall. Lo vendió en Viena, segun nos han in-




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Despues contóse entre las señaladas rapiñas la que verificó cierto ge-
neral frances muy conocido, en el convento de dominicas de Loeches,
lugar de la Alcarria, y fundacion del Conde-Duque de Olivares, de don-
de se llevó afamados cuadros de Rubens (5), que, al decir de D. Antonio
Ponz, eran «de lo más bello de aquel artífice en lo acabado, expresivo,
bien compuesto y colorido» (6).


En Toledo, si bien las producciones del Greco, de Luis Tristan y Juan
Bautista Maino estuvieron más al abrigo del ojo escudriñador del fran-
ces, no por eso dejaron de sentirse allí pérdidas muy lamentables, pues
en 1808 estrenáronse las tropas del mariscal Victor con poner fuego, por
descuido ó de propósito, al suntuoso convento franciscano de San Juan
de los Reyes, que fundaron los católicos monarcas D. Fernando y doña
Isabel, cuyo edificio se aniquiló, desapareciendo entre las llamas y es-
combros su importantísimo archivo y librería; y ahora para despedirse,
en 1813, los soldados del invasor, que á lo último ocuparon la ciudad,
quemaron en gran parte el famoso alcázar, obra de Cárlos V, y en cuyo
trazo y fábrica tuvieron parte los insignes arquitectos Covarrubias, Ver-
gara y Herrera. Que no parece sino que los franceses querian celebrar
sus entradas y salidas en aquel pueblo con luminarias de destruccion.


No podia en el rebusco quedar olvidado el Escorial, y entre los mu-
chos despojos y riquezas que de allí salieron, deben citarse los dos pri-
morosos y selectísimos cuadros de Rafael, Nuestra Señora del Pez y la
Perla. Varios otros los acompañaron, muy escogidos, ya que no de tan-
ta belleza.


En Madrid habíanse formado depósitos para la conservacion de las
preciosidades artísticas de los conventos suprimidos, en las iglesias del
Rosario, Doña María de Aragon, San Francisco y San Felipe, y nombrá-
dose, ademas, comisiones á la manera de Sevilla para poner por separa-


formado junto con el Ecce Homo del mismo autor, procedente del palacio de Co onna en
Roma, la viuda de Murat al actual Marqués de Londonderry, por 11.000 guineas. El de
La Oracion del Huerto, tambien del Corregio, que pertenecia al palacio real de Madrid, lo
tiene al presente el Duque de Wellington. Hay una repeticion de este cuadro en la Natio-
nal Gallery, como igualmente una Sacra Familia del mismo Correggio, que estaba en el
citado palacio de Madrid en tiempo de Cárlos IV.


(5) Estos cuadros han sido vendidos en los años últimos por ocho mil libras esterli-
nas (sobre unos 800.000 rs. vn.) á lord Grosvenor, marqués de Westminster, excepto el
del Triunfo de la Religion, que estaba en el antiguo senado, y se halla colocado ahora en
el museo del Louvre.


(6) Viaje de España, de D. Antonio Ponz, tomo I, carta 6.ª




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do las producciones del arte que fuesen de mano maestra y pareciesen
más dignas de ser trasladadas á París y colocadas en su museo. Várias
se remitieron, y se apoderaron de otras los particulares, siendo, sin em-
bargo, muy de maravillar se libertasen de esta especie de saqueo las
más señaladas obras que salieron del pincel divino de nuestro inmortal
D. Diego Velazquez. Arrebataron, sí, los encargados de José, entre otros
muchos y primorosos cuadros, las Vénus del Ticiano, que se custodia-
ban en las piezas reservadas de la real academia de San Fernando, y el
incomparable de Rafael, perteneciente al real palacio, conocido bajo el
nombre del Pasmo de Sicilia, que se aventajaba á todos, y sobresalia por
cima de ellos maravillosamente.


Estas últimas pinturas, junto con las de Nuestra Señora del Pez y la
Perla (7), aunque se las apropió José, restituyéronse á España, en 1815,
al mismo tiempo que las destinadas al museo de París; mas hallábase ya
la madera tan carcomida, y tan arruinadas ellas, que se hubieran del to-
do descascarado y perdido, en especial la del Pasmo, si M. Bonnemai-
son, artista de aquella capital, no las hubiese trasladado de la tabla al
lienzo con destreza y habilidad admirables: invento no muy esparcido
entónces, y de que quisieron burlarse los que no le conocian.


(7) Estos cuadros, con muchos de los objetos extraidos del gabinete de Historia Natu-
ral de Madrid, devolviéronse á nuestro Gobierno en 1814. Pero como llegase repentinamen-
te Napoleon de la isla de Elba, no hubo tiempo para trasportarlos á España, y desaparecie-
ran por el momento. Repuesto Luis XVIII, ganada que fué la batalla de Waterloo, en el tro-
no de Francia, y hallándose en Paris de ministro interino de España el general D. Miguel de


Álava, presentóse á éste el Marqués de Almenara con deseo de indicarle, como lo verificó,
y movido puramente de amor á su patria, el paradero de dichos cuadros y efectos. Reclamó-
los, en consecuencia, aquel ministro, y entregárosele, aunque deteriorados los cuadros y en
lamentable estado; motivo por el que juzgó el general Álava ser prudente y áun necesario el
que se restaurasen y áun trasladasen de la tabla al lienzo, antes de enviarlos á España, sal-
tando ya la pintura por lo carcomido de la madera. Nuestro Gobierno resistiólo algun tiem-
po; pero cedió á las instancias y justas reflexiones de aquel general, apoyadas en un informe
juicioso que le dieron el célebre escultor Canova y los pintores Palmarolli y Benvenuti, que
habian á la sazon pasado á Paris para reclamar y recoger las preciosidades artísticas de Ro-
ma y Florencia. Encargóse la obra, segun apuntamos en el texto, á Mr. Bonnemaison; con-
cluida la cual, remitiéronse los cuadros á España, en donde se hallan ahora, excepto uno de
las Vénus, que el rey Fernando VII regaló á su aliado el Emperador de Rusa.


La Regencia del reino, ayudada por el celo ilustrado de la Real Academia de San
Fernando, no cesó desde la primera evacuacion de los franceses de Madrid en 1812, de
dar providencias que evitasen en lo posible el extravio á ocultacion de los cuadros saca-
dos por los franceses ó por órden del gobierno intruso, de iglesias, conventos ú otros es-
tablecimientos públicos. Existen los antecedentes en el archivo de la referida Academia.




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Los archivos, las secretarias, los depósitos de artillería e ingenieros
y el hidrográfico, el gabinete de Historia Natural y otros establecimien-
tos viéronse privados tambien de muchas preciosidades, modelos y do-
cumentos, entresacados de propósito para llevarlos á Francia. Sería lar-
go y no fácil de relatar todo lo que de acá se extrajo. Estos objetos y los
cuadros expresados de Rafael y Ticiano, ademas de otros muchos, iban
en el convoy que escoltaba el general Hugo al salir de Madrid.


En Castilla la Vieja padeció muho el archivo de Simáncas (8), de
donde tomaron los franceses documentos y papeles de gran interes, en


(8) El despojo del archivo de Simáncas empezó en 1811, en cuyo año se presentó allí
á recoger papeles para llevárselos á Francia el archivero del Imperio J. Guite. Hé aquí co-
pia literal de los documentos que lo comprueban.


«Real archivo de Simáncas.— Con licencia del Sr. D. Manuel de Ayala y Rosales, se-
cretario del archivo real de Simáncas, he sacado yo un libro con cubiertas de pergamino,
sobre la primera de las cuales en el verso se halla escrito: Libro de la dicha tercera arca,
número diez y nueve, y será el dicho libro remitido en dicho archivo cuando volveré en Si-
máncas. Hecho en Simáncas, 25 de Marzo de 1811.— J. GUITE.»— «Real archivo de Si-
máncas.— Yo, comisario del gobierno frances, infrascrito: declaro haber sacado del real
archivo de Simáncas para llevar en Francia en virtud de la órden de S. E. el Ministro de
lo Interior, comunicada al Sr. Gobernador del sexto gobierno, los papeles siguientes:—
1.º Los de Estado del Cubillo bajo.— 2.º Los de las negociaciones de Nápoles, Sicilia y
Milán, de la pieza segunda.— 3.º Los de patronato real.— 4.ª Los del Cubillo alto.— 5.º
Siete registros de órdenes y seis legajos de órdenes.— 6.º Tres registros de cédulas de la
Emperatriz.— 7.º Cuatro registros de los caballeros de la cuantía— 8.º Siete legajos de
hidalguías.— 9.º Quince legajos de Córtes.— 10. Veintiun libros de Juan de Berzosa.—
11. Las bulas de los obispados y arzobispados de Castilla y Leon.— 12. La planimetría de
Madrid.— 13. Los papeles del Estado misivo, con los inventarios correspondientes. De
los cuales papeles é inventarios, que van colocados en ciento setenta y dos cajones, el Sr.
D. Manuel de Ayala y Rosales, secretario del dicho archivo, es legítimamente descarga-
do. Hecho en Simáncas, á 28 de Mayo de 1811.»


«El infrascrito, comisario del gobierno frances, encargado del reconocimiento y
transporte de los papeles existentes en el real archivo de Simáncas, certifico haber extrai-
do del referido real archivo los legajos que contienen las materias siguientes:— 1.º To-
dos los legajos que existian en la pieza baja de Estado, concernientes á negociaciones de
varias partes de Europa.— 2.º Los libros y registros de la cancillería del Consejo que ha-
bia en Aragon.— 3.º Los papeles de la secretaria de la negociacion de Cataluña, excep-
to los intitulados Cartas.— 4.º Treinta y siete legajos de mercedes de los reyes don Juan
y D. Enrique.— 5.º Cuatro legajos tocantes á las Córtes de Valencia. Los cuales pape-
les, con sus correspondientes inventarios, han sido sacados por mi á consecuencia de ór-
den del Excmo. Sr. Ministro del Interior para ser conducidos á Francia. Y para descar-
go del señor D. Manuel de Ayala, archivero principal del mencionado real archivo de Si-
máncas, le doy la presente certificacion, que en todo caso le deberá servir de resguardo
y recibo, firmada de mi mano, y datada en Simáncas, á seis de Junio de mil ochocientos
once.— J. GUITE.»




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especial los que pertenecian á los antiguos estados de Italia y Flándes;
asimismo el testamento de Cárlos II, de que á dicha se conservaba un
duplicado en otra parte. Algunos han sido devueltos en 1816: han rete-
nido otros en Francia, reclamados hasta ahora en vano. Hubo en aquel
archivo gran confusion y trastorno, no sólo por el destrozo que la solda-
desca causó, sino igualmente porque habiéndose despues metido dentro
los paisanos de los alrededores, arrancaron los pergaminos que cubrian
los legajos, y sobre todo las cintas que los ataban, con lo que, sueltos los
papeles, mezcláronse muchos y se revolvieron. Tambien las bellas artes
tuvieron sus pérdidas en aquella provincia, y sin detenernos á hablar de
otras, indicarémos el desaparecimiento por algunos años de tres pintu-
ras de Rubens, muy famosas y de primer órden, que adornaban el reta-
blo mayor y los dos colaterales del convento de religiosas franciscas de
la villa de Fuensaldaña (9).


No irémos más allá en nuestro escudriñamiento sobre tanto saqueo y
despojos, que ya parecerá á algunos fuera de lugar; si bien en medio del
ruido y furor bélico se espacia el ánimo y descansa hablando de otros
asuntos, y sobre todo del ameno y suave de bellas artes, aunque sea pa-


Devolviéronse á Simáncas, en 1816, estos papeles, excepto varios documentos im-
portantes que entresacaron en Francia de los mismos legajos, la correspondencia inte-
gra diplomática con la córte de Paris, y asimismo los tratados y convenios hechos con su
gobierno, con otros que indicamos en el texto, y fueron extraidos del archivo entónces ó
despues.


En la carta á M. Molé, que sirve de prefacio á l’Histoire de la Reforme, de la Ligue et
du Regne de Henry IV, par Mr. Capefigue, danse pormenores curiosos sobre estos despo-
jos, no ménos que sobre las contestaciones que en el asunto han mediado entre los go-
biernos de España y Francia.


Tambien se infiere de la citada obra (tomo II, pág. 80) no haber pasado á Francia, se-
gun presume Llorente en su Historia crítica de la Inquisicion (tomo III, cap. XXXI, párra-
fos 181 y 182), la causa del príncipe D. Cárlos, sino que la caja de nogal en que se sos-
pechaba estar encerrados los papeles comprensivos de la misma, no contenia mis que los
autos de la formada á D. Rodrigo Calderon, remitidos á Simáncas por órden de Felipe IV
en 22 de Junto de 1623. Noticia que confirma lo mismo que de palabra hemos oido várias
veces á personas respetables de Valladolid.


(9) Estos cuadros se extrajeron del convento de Fuensaldaña el 11 de Abril de 1809,
y se trasportaron á Madrid, de donde no salieron hasta el año de 1814, que fueron resti-
tuidos á dicho convento.


Allí permanecieron encajonados cerca de tres años per carecer la comunidad de me-
dios para ponerlos de nuevo en los altares. Al fin se verificó esto, y se celebró la coloca-
cion el 15 de Agosto de 1817, á expensas del doctoral de Toledo D. Pedro Nolasco San-
chez Moron. (Noticia dada por la abadesa del convenlo de Fuensaldaña, sor Josefa de San
Felipe Neri, en 21 de Julio de 1836).




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ra lamentar robos y pérdidas de obras maestras y su alejamiento del sue-
lo patrio.


Cierto que mucha de tanta riqueza yacia como sepultada y descono-
cida, ignorando los extraños la perfeccion y muchedumbre de los pinto-
res de nuestra escuela. El que se difundiesen ahora sus producciones
por el extranjero los sacó de oscuridad y les dió nuevo lustre y mayores
timbres á la admiracion del mundo; resultando así un bien real y fruc-
tuoso de la misma ruina y escandaloso pillaje. Madre España de escla-
recidos ingenios, dominadora en Italia y Flándes cuando florecian allí
los más célebres artistas de aquellos estados, recogió inmenso tesoro de
tales bellezas, guardándole en sus templos y palacios. Mucho le queda
aún á pesar de haber soltado los diques á la salida, ya la guerra, ya la
desidia de unos y los amaños y codicia de otros. Tiempo es que los re-
pare y cierre el amor bien entendido de las artes y la esperanza de dias
más venturosos.


Desgraciadísimos los de entónces, no lo fueron ménos para ambas
Castillas en la exaccion de pesadas contribuciones impuestas por los fran-
ceses durante los años que las dominaron. Difícil es formar un cómputo
exacto de su total rendimiento; pero por datos y noticias que han llegado
hasta nosotros, asegurar podemos que excedieron, habida la proporcion
conveniente, á lo que importaron las de la Andalucía, por la permanencia
más larga en ellas del enemigo, y el continuado y afanoso pelear.


Luégo que evacuó el 27 de Mayo á Madrid el general Hugo, entra-
ron allí partidas de guerrillas que acechaban la marcha de los franceses,
volviendo á poco las autoridades legítimas que antes se habian alejado.
Nada á su regreso ocurrió muy de contar.


Hugo, superando obstáculos, traspasó el Guadarrama, y tomando
desde la fonda de San Rafael caminos de travesía, se dirigió á Segovia,
y en seguida á Cuéllar, en donde pensó tener que defenderse contra las
guerrillas, guareciéndose en sn castillo, antiguo y bueno, fundado en pa-
raje elevado, con dos galerías alta y baja, construidas por don Beltran de
la Cueva, en que se custodiaba una armería célebre de la casa de los du-
ques de Alburquerque, extraviada ó destruida en parte ínterin que duró
la actual guerra. No tuvo el general frances que acudir á este medio peli-
groso, que le hubiera retardado en su marcha y quizá comprometido, si-
no que valiéndose de ardides y mudando á veces los días de ruta que Jo-
sé le había trazado, y áun las horas, aceleró él paso, consiguiendo cruzar
el Duero por Tudela, de noche y tan á tiempo, que mayor demora le hu-
biera privado de aquel puente, reparado sólo con tablones, y al que á su




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llegada iban á prender fuego las últimas tropas de su nacion que se reti-
raban. Juntóse el convoy enemigo al grueso de su ejército en Valladolid,
y salvóse entónces, si bien despues pereció en parte, ganada que fué la
batalla de Vitoria. Le mandó Hugo hasta llegar á la ciudad de Búrgos.


La evacuacion de Madrid permitió disponer del tercer ejército, que
habia avanzado á la Mancha, y tambien del de reserva, organizado en
Andalu ía por el Conde del Abisbal. El primero partió la vuelta de Va-
lencia, uniéndose el 6 de Junio en Alcoy y Concentaina al segundo ejér-
cito, con el cual, por resolucion de Wellington, debia maniobrar ahora
para impedir destacase Suchet fuerzas contra las tropas combinadas que
lidiaban en el Ebro, sin perjuicio de que se juntase más adelante con es-
tas mismas, segun lo verificó. El segundo, saliendo de Andalucía, mar-
chó por Extremadura, camino más resguardado, y se enderezó á Castilla
la Vieja. Llegó allí cuando los aliados estaban ya muy adentro, y en com-
pleta retirada los franceses, penetrando ‘n Búrgos por los días 24 y 25 de
Junio. Encargóle lord Wellington estrechar el castillo de Pancorbo hasta
tomarle; en donde los enemigos habian dejado de guarnicion, conforme
apuntamos, unos 1.000 hombres.


Reconcentradas de este modo las fuerzas de la Península, amigas y
enemigas, y agrupadas todas, por decirlo así, en dos principales puntos,
que eran, uno, las inmediaciones del Ebro y provincias Vascongadas, y
otro, la parte oriental de España, iráse simplificando nuestra narracion,
y convirtiéndose cada vez más en guerra regular lucha tan empeñada.


Dejamos á los ejércitos combatientes próximos uno á otro y dispues-
tos á trabar batalla en las cercanías de Vitoria, ciudad de once á doce
mil habitantes, situada en terreno elevado y en medio de una llanura de
dos leguas, terminada de un lado por ramales del Pirineo, y del otro por
una sierra de montes que divide la provincia de Alava de la de Vizcaya.
Tenian los aliados reunidos, sin contar la division de D. Pablo Morillo y
las tropas españolas que gobernaba el general Giron, 60.440 hombres,
35.090 ingleses, 25.350 portugueses, y de ellos 9.290 de caballería. La
sexta division inglesa en número de 6.300 hombres, se habia quedado
en Medina de Pomar.


Mandaba á los franceses José en persona, siendo su mayor general el
mariscal Jourdan. Su izquierda, compuesta del ejército del Mediodía ba-
jo las órdenes del general Gazan, se apoyaba en las alturas que fenecen
en la Puebla de Arganzon, dilatándose por el Zadorra hasta el puente de
Villodas. A la siniestra márgen del mismo rio, siguiendo unas colinas,
alojábase su centro, formado del ejército que llevaba el mismo título y




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dirigia Drouet, conde d’Erlon; estribando principalmente en un cerro
muy astillado, de figura circular, que domina el valle á que Zadorra da
nombre. Extendíase su derecha al pueblo de Abechuco más allá de Vito-
ria, y constaba del ejército de Portugal, gobernado por el Conde de Rei-
lle. Todos tres cuerpos tenias sus reservas. Abrazaba la posicion cerca
de tres leguas, y cubria los caminos reales de Bilbao, Bayona, Logroño y
Madrid. Su fuerza era algo inferior á la de los aliados, ausente en la cos-
ta Foy y los italianos, ocupado Clausel en perseguir á Mina, y Maucune
en escoltar un convoy que se enderezaba á Francia.


Proponiase José guardar la defensiva, hasta que todas ó la mayor
parte de las tropas suyas que estaban allí separadas se le agregasen, pa-
ra lo que contaba con su ventajosa estancia y con el pausado proceder
de Wellington, que equivocadamente graduaban algunos de prudencia
excesiva. Sustentábale en su pensamiento el mariscal Jourdan, hombre
irresoluto y espacioso hasta en su daño, y más ahora que recordaba pér-
didas que padeció en Angsberg y Wurtzburgo por haber entónces desta-
cado fuerzas del cuerpo principal de batalla.


Tambien Wellington titubeaba sobre si emprenderia ó no una accion
campal, y proseguía en su incertidumbre, cuando hallándose en las al-
turas de Nanclares de la Oca, recibió aviso del alcalde de San Vicen-
te de cómo Clausel habia llegado allí el 20, y pensaba descansar todo
aquel día. Al instante determinó acometer el general inglés, calculando
los perjuicios que resultarian de dar espera á que los enemigos tuviesen
tiempo de ser reforzados.


Rompió el ataque desde el rio Bayas, moviéndose primero al des-
puntar de la aurora del día 21 de Junio la derecha aliada, que regía el
general Hill. Consistia su fuerza en la segunda division británica, en la
portuguesa del cargo del Conde de Amarante, y en la española que ca-
pitaneaba D. Pablo Morillo, á quien tocó empezar el combate contra la
izquierda enemiga, atacando las alturas: ejecutólo D. Pablo con gallar-
día, quedando herido, pero sin abandonar el campo. Reforzados los con-
trarios por aquella parte, sostuvo Hill tambien á los españoles, los cua-
les consiguieron al fin, ayudados de los ingleses, arrojar al frances de las
cimas. Entónces Hill cruzó el Zadorra en la Puebla, y embocándose por
el desfiladero que forman las alturas y el río, embistió y ganó á Subijana
de Álava, que cubria la izquierda de las líneas del enemigo, quien cono-
ciendo la importancia de esta posicion trató en vano de recobrarla, es-
trellándose sus ímpetus y repetidas tentativas en la firmeza inmutable de
las filas aliadas.




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Movióse tambien el centro británico, compuesto de las divisiones
tercera, cuarta, séptima y ligera. Dos de ellas atravesaron el Zadorra
tan luégo como Hill se enseñoreaba de Subijana, la cuarta por el puen-
te de Nanclares, la ligera por Tres Puentes, llegando casi al mismo tiem-
po a Mendoza la tercera y séptima, que guiaba lord Dalhousie, cruzan-
do ambas el Zadorra por más arriba; siendo de notar que no hubiesen los
franceses roto ninguno de los puentes que franquean por allí el paso de
aquel rio: tal era su zozobra y apresuramiento.


Puesto el centro británico en la siniestra orilla del Zadorra, debia pro-
seguir en sus acometimientos contra el enemigo y su principal arrimo,
que era el cerro artillado. Providenciólo así Wellington, como igualmen-
te que el general Hill no cesase de acosar la izquierda francesa, estre-
chándola contra su centro, y descantillando á éste, si ser podía. Mantu-
viéronse firmes los contrarios, y forzados se vieron los ingleses á acercar
dos brigadas de artillería que batiesen el cerro fortalecido. Al fin cedieron
aquéllos, si bien despues de largo lidiar, y su centro é izquierda replegá-
ronse via de la ciudad, dejando en poder de la tercera division inglesa 18
cañones. Prosiguieron los aliados avanzando á Vitoria, formada su gente
por escalones en dos y tres líneas; y los franceses, no desconcertados aún
del todo, recejaban tambien en buen órden, sacando ventaja de cualquier
descuido, segun aconteció con la brigada del general Colville, que más
adelante desvióse, y le costó su negligencia la pérdida de 550 hombres.


Miéntras que esto ocurria en la derecha y centro de los aliados, no
permanecia ociosa su izquierda, junta toda ó en inmediato contacto; por-
que la gente de D. Pedro Agustin Giron, que era la apostada más léjos,
saliendo de Valmaseda llegó el 20 á Orduña yendo por Amurrio, y al dia
siguiente continuó la marcha, avistándose su jefe, el dia 21, con el ge-
neral Graham en Murguía. Allí conferenciaron ambos breves momentos,
aguijado el inglés por las órdenes de Wellington para tomar parte en la
batalla ya empezada; quedando la incumbencia á don Pedro de sustentar
las maniobras del aliado, y entrar en lid siempre que necesario fuese.


No ántes de las diez de la mañana pudo Graham llegar al sitio que le
estaba destinado. En él tenian los enemigos alguna infantería y caballe-
ría avanzada sobre el camino de Bilbao, descansando toda su derecha en
montes de no fácil acceso, y ocupando con fuerza los pueblos de Gama-
rra Mayor y Abechuco, considerados como de mucha entidad para de-
fender los puentes del Zadorra en aquellos parajes. Atacaron las alturas
por frente y flanco la brigada portuguesa del general Pack y la division
española de D. Francisco Longa, sostenidas por la brigada de dragones




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ligeros á las órdenes de Anson, y la quinta division inglesa de infante-
ría, mandada toda esta fuerza por el mayor general Oswald. Portáron-
se valientemente españoles y portugueses. Longa se apoderó del pueblo
de Gamarra Menor, enseñoreándose del de Gamarra Mayor, con presa
de tres cañones, la brigada de Robinson, que pertenecia á la quinta di-
vision. Procedió Graham en aquel momento contra Abechuco, asistido
de la primera división británica, y logró ganarle cogiendo en el puen-
te mismo tres cañones y un obus. Temiendo el enemigo que dueños los
nuestros de aquel pueblo quedase cortada su comicacion con Bayona,
destacó por su derecha un cuerpo numeroso para recuperarle. En bal-
de empleó sus esfuerzos: dos veces se vió rechazado, habiendo Graham
previsoramente y con prontitud atronerado las casas vecinas al puente,
plantado cañones por los costados, y puesto como en celada algunos ba-
tallones, que hicieron fuego vivo detras de unas paredes y vallados. Lo-
gró con eso el inglés repeler un nuevo y tercer ataque.


Pero no le pareció aún cuerdo empeñar refriega con dos divisiones
de infantería que mantenian de reserva los franceses en la izquierda del
Zadorra, aguardando para verificarlo á que el centro é izquierda de los
enemigos fuesen arrojados contra Vitoria por el centro y derecha de los
aliados. Sucedió esto sobre las seis de la tarde, hora en que abandonan-
do el sitio las dos divisiones citadas, temerosas de ser embestidas por la
espalda, pasó Graham el Zadorra, y asentóse de firme en el camino que
de Vitoria conduce á Bayona, compeliendo á toda la derecha enemiga á
que fuese via de Pamplona.


No hubo ya entónces entre los franceses sino desórden y confusion:
imposible les fué sostenerse en ningun sitio, arrojados contra la ciudad
ó puestos en fuga desatentadamente. Abandonáronlo todo, artillería, ba-
gajes, almacenes, no conservando más que un cañon y un obus. Per-
dieron los enemigos 151 cañones y 8.000 hombres entre muertos y he-
ridos; 5.000 no completos los aliados, de los que 3.300 eran ingleses,
1.000 portugueses y 600 españoles. No más de 1.000 fueron los prisio-
neros, por la precipitacion con que los enemigos se pusieron en cobro al
ser vencidos, y por ampararlos lo áspero y doblado de aquella tierra. Jo-
sé, estrechado de cerca, tuvo al retirarse que montar á caballo y abando-
nar su coche, en el que se cogieron correspondencias, una espada que
la ciudad de Nápoles le habia regalado, y otras cosas de lujo y curiosas,
con alguna que la decencia y buenas costumbres no permiten nombrar.


Igual suerte cupo á todo el convoy que estaba á la izquierda del ca-
mino de Francia, saliendo de Vitoria. Era de grande importancia, y se




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componia de carruajes y de varios y preciosos enseres pertenecientes á
generales y á personas del séquito del intruso; tambien de artillería allí
depositada, y de cajas militares llenas de dinero, que se repartieron los
vencedores, y de cuya riqueza alcanzó parte á los vecinos de la ciudad y
de los inmediatos barrios. Establecióse en el campo un mercado á mane-
ra de feria, en donde se trocaba todo lo aprehendido, y hasta la moneda
misma, llegando á ofrecerse ocho duros por una guinea, como de más fá-
cil trasporte. Perdido quedó igualmente el baston de mando del mariscal
Jourdan, que viniendo á poder de lord Wellington, hizo éste con él ren-
dido y triunfal obsequio al príncipe regente de Inglaterra, quien remu-
neró al ilustre caudillo con el de feld-mariscal de la Gran Bretaña, mer-
ced otorgada á pocos.


¡Qué de pedrería y alhajas, qué de vestidos y ropas, qué de caprichos
al uso del dia, qué de bebidas tambien y manjares, qué de municiones y
armas, qué de objetos, en fin, de vário linaje no quedaron desamparados
al arbitrio del vencedor, esparcidos muchos por el suelo, y alterados des-
pues ó destruidos! Atónitos igualmente andaban y como espantados los
españoles del bando de José que seguian al ejército enemigo, y sus mu-
jeres y sus niños, y las familias de los invasores, poniendo unos y otros
en el cielo sus quejidos y sus lamentos. Quién lloraba la hacienda per-
dida, quién al hijo extraviado, quién á la mujer ó al marido amenazados
por la soldadesca en el honor ó en la vida. Todo se mezcló allí y confun-
dió. Aquel sitio representábase cáos de tribulacion y lágrimas, no liza
sólo de varonil y carnicero combate.


Quiso lord Wellington endulzar en algo la suerte de tanto infeliz en-
viando á muchos, en especial á las mujeres de los oficiales, á Pamplona
con bandera de tregua. Y esmeróse en dar á la Condesa de Gazan par-
ticular muestra de tan caballeresco y cortesano porte, poniéndola en li-
bertad despues de prisionera, y permitiéndola, ademas, ir á juntarse con
su esposo, conducida en su propio coche, que tambien habia sido cogi-
do con la demas presa.


Asemejóse el campo de Vitoria en sus despojos á lo que (10) Plutarco
nos ha trasmitido del de la batalla de Iso, teniendo sólo los nuestros me-


(10) Dare‹on mn oÙc elege..... tÕ dš §rma caˆ tÕ toxon aÚto o^ lazèn
španÁlqen ca… catšlazen toÝj. MacedÒnaj tÕn mn ¥llon, cloàton c too
^barzaricoà stratopdon, frontad caˆ ¥gontaj Úperz£llonta tl»zei, ca…per
eÝxènwn prÝu t»n m£ccn îaragenmšnwn, ca … t¦ ple‹ja tÁj aposceuhj šn Da-
mascî catalipÒntwn.....




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nor dicha en no haber sido completa la toma del botin, como entónces lo
fué con la entrega de Damasco, pues ahora salvóse una parte en un gran
convoy que salió de Vitoria, escoltado por el general Maucune, á las
cuatro de la mañana del mismo dia 21. En él iban los célebres cuadros
del Ticiano y de Rafael expresados antes, muestras y ejemplares del ga-
binete de Historia Natural, y otros efectos muy escogidos. Impidieron el
alcance y el entero apresamiento del convoy refuerzos que éste recibió,
y azares de que luégo darémos cuenta.


Han comparado algunos esta jornada de Vitoria á la que no léjos del
propio campo vió España en el siglo XVI, en cuya contienda tambien se
trataba de la posesion de un trono, apareciendo por un lado ingleses y
el rey D. Pedro, y por el otro franceses y D. Enrique el Bastardo. Pero si


bien allí, segun (11) nos cuenta la crónica, empezaron las escaramuzas
cerca de Ariñez, y por lo mismo en paraje inmediato al sitio de la pre-
sente batalla, en un recuesto que desde entónces lleva en el país el nom-
bre do Inglesmendi, que quiere decir en vascuence Cerro de los ingle-
ses, no se empeñó formalmente aquélla sino en Navarrete y márgenes del
Najerilla, no siendo tampoco exacto ni justo formar parangon entre cau-
sas tan desemejantes y entre príncipes tan opuestos y encontrados por
carácter y origen. Golpe terrible fué para los franceses la pérdida de ba-
talla tan desastrada, viéndose desnudos y desposeídos de todo, hasta de
municiones, y acabando por destruirse la disciplina y virtud militar de
sus soldados, ya tan estragada. Sus apuros, en con secuencia, crecieron
en sumo grado, porque abandonadas tantas estancias en lo interior de
España, no defendidas las del Ebro, y repelidos y deshechos sus bata-
llones en el país quebrado de las provincias Vascongadas, nada les que-
daba, ni tenian otro recurso sino evacuar á España, y sustentar la lid
dentro de su mismo territorio. Notable mudanza ó trastrocamiento, que
convertia en invadido al que se mostraba poco antes invasor altanero.


Por tan señalada victoria vióse honrado lord Wellington con nuevas
mercedes y recompensas, ademas de la del cargo de feld-mariscal de


(Y más adelante.)
Meta d™ t»n m£chn t»n ™n ‘Issî pmyaj, e…j DamajcÑn lazen t»n m£chn


t»n n ‘Issî pmyaj, e…j DamajcÑn guna‹caj tæu Gersîu:ca… ple‹za mn
çfelºzhsan u… tîn Qessalwu ƒppe‹j..... ™uepl»szh d caˆ tÒ luipÕn eupor…aj
zratÒpedÕn. (Agex£udrou.)


(11) Crónica del rey Don Pedro, por D. Pedro Lopez de Ayala, año XVIII, desde el
cap. IV hasta el xIv inclusive; y el Diccionario geográfico histórico de España, por la Real
Academia de la Historia, sec. 1.ª, tomo I, art. Ariñez.




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que ya hemos hecho mencion. El Parlamento británico votó accion de
gracias á su ejército, y tambien al nuestro; lo mismo las Córtes del reino,
las que, á propuesta de D. Agustin de Argüelles, concedieron á lord We-
llington por decreto de 22 de Julio, para sí, sus herederos y sucesores, el
sitio y posesion real conocido en la vega de Granada bajo el nombre del
Soto de Roma, con inclusion del terreno llamado de las Chanchinas, dá-
diva generosa, de rendimientos pingües.


Vióse tambien justamente galardonada, si bien de otra manera, el
general D. Miguel de Alava, recibiendo del Ayuntamiento de Vitoria, á
nombre del vecindario, una espada de oro, en que iban esculpidas las
armas de su casa y las de aquella ciudad, de donde era natural. Testimo-
nio de amor y reconocimiento muy grato al General, por haber consegui-
do la eficacia y celo de éste preservar á sus compatriotas de todo daño y
tropelías despues de la batalla dada casi á sus puertas.


Encomendase al centro y derecha del ejército aliado la persecucion
del grueso del enemigo, que se retiraba en desórden camino de Pamplo-
na, quemando, asolando y cometiendo mil estragos en los pueblos del
tránsito. Una intensa lluvia, que duró dos dias, estorbó á lord Welling-
ton acosar más de cerca á sus contrarios, los cuales iban tan de priesa
y despavoridos, que al llegar á Pamplona quisieron saltar por cima de
las murallas, estando cerradas las puertas, y deteniéndolos sólo el fue-
go que les hicieron de dentro. Celebraron allí los jefes enemigos un con-
sejo de guerra en que trataron de volar las fortificaciones y abandonar la
plaza. Opúsose José, pensando seria útil su conservacion para proteger
la retirada y no causar en los suyos mayor desánimo; mandando, de con-
siguiente, abastecerla de cuanto á la fuerza ó de grado pudiera recoger-
se en aquellos contornos; último acto de soberanía que ejerció, instable
siempre la suya, transitoria y casi en el nombre. Llegaron los aliados á
la vista de Pamplona en sazon en que no estaba aún lejana la retaguar-
dia francesa, que caminaba, como lo demas del grueso de su ejército, en
busca de la tierra nativa.


En tanto que así obraba el centro y derecha de los aliados, otra in-
cumbencia cupo á toda la izquierda. La parte de ésta que se componia
de las tropas españolas bajo D. Pedro Agustin Giron, y la division que se
le agregó de D. Francisco Longa, tuvieron órden de dirigirse por la cal-
zada que va de Vitoria á Irun tras del convoy que habia salido de aquella
ciudad en la madrugada del 21; y así lo verificaron el 22, aunque tarde,
aguardando subsistencias, y forzados tambien á contramarchar durante
corto rato, por la voz esparcida de que Clausel se hallaba próximo con




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rumbo á Vitoria: incidentes que retrasaron algo en aquel dia el movi-
miento del general Giron, si bien la presencia de la fuerza de Longa, que
iba delantera, aceleró la partida de los enemigos de Mondragon, á quie-
nes se cogieron 90 prisioneros, quedando herido levemente el general
Foy, y 300 hombres fuera de combate.


Y noticioso Wellington de que los españoles de Giron podrian tener
que habérselas, no sólo con la division francesa de Maucune que escol-
taba el convoy ántes expresado, sino ademas con Foy y los italianos, de-
terminó que Graham, con toda la izquierda británica, fuese en apoyo de
los nuestros, tomando la ruta traviesa del puerto de San Adrian, que en-
laza el camino real de Irun con el de Pamplona, y que se enderezase á
Villafranca, poniéndose, si dable fuera, á la espalda del general Foy. Di-
lacion en el recibo de las órdenes, el mal tiempo y lo perdido de aquel
camino, de suyo ágrio y muy escabroso, no consintieron que sir Thomas
Graham se menease tan pronto como era de desear.


Bien le vino á Foy la tardanza para proceder más desahogadamente.
Este general, de condicion activa y emprendedora, no habia descansa-
do desde el momento en que tomó á Castro-Urdiales, afanado de conti-
nuo en perseguir á los batallones vascongados, en cuyas peleas distin-
guióse por nuestra parte el coronel D. Antonio Cano. Nada importante
habia Foy alcanzado cuando José le ordenó acudir á Vitoria en socorro
suyo. Apresuróse Foy á cumplir con lo que se le prevenia, y se colocó
entre Plasencia y Mondragon, llamando á sí, para engrosar su gente, las
guarniciones de varios puntos fortalecidos. Entre ellas contábase como
de las principales la de Bilbao, en donde estaban los italianos y el gene-
ral Rouget, quienes el 20 evacuaron la villa, y tan de priesa, que si bien
clavaron la artillería, dejaron intactas las fortificaciones, aguijados por
las órdenes de Foy, y tambien por D. Gabriel de Mendizábal, que dejan-
do alguna fuerza en el bloqueo de Santoña, unióse sobre aquella comar-
ca con casi toda la séptima division, que componian los batallones vas-
congados.


Uniéronse los italianos y franceses en Vergara, á cuyo movimien-
to, feliz para ellos, favoreció mucho la resistencia que, aunque costosa,
hizo al efecto en Mondragon el general Foy. Éste capitaneó en seguida
la retirada de aquellas tropas, que juntas ascendian á 12.000 hombres,
con gran valor y presencia de ánimo, desvelándose por su conservacion,
expuesta bastantemente, porque amenazábalos por el frente D. Pedro
Agustín Giron, y por la espalda el general Graham. Afortunadamente
para Foy, libróle de infausto suceso su presteza, y la tardanza en la mar-




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cha del inglés, nacida de lo que hemos apuntado. Por manera que al lle-
gar Graham á Villafranca, encontróse el día 24 de Junio solo ya con la
retaguardia enemiga, desalojada tambien en breve de los puestos que
ocupaba á la derecha del Oria, fronteros al pueblo de Olaverría. Situá-
ronse en seguida cerca de Tolosa de Guipúzcoa todas las fuerzas que go-
bernaba Foy, cubriendo el camino de Francia y el que de allí se dirige á
Pamplona, con ademan de hacer rostro á los aliados. Aquella noche se
unió al general Graham la division de Longa y tres cuerpos de la gente
de don Pedro Agustin Giron, quien maniobró acertadamente al avanzar
á Vergara, destacando por su derecha, camino de Oñate, al citado Longa
con intento de que apretase al enemigo por su flanco izquierdo del lado
de la cuesta de Descarga. Evolucion que aceleró la marcha de los ene-
migos y los molestó.


Tratóse ahora de ahuyentar de Tolosa al frances, y de enseñorear la
posicion que ocupaba. Entre seis y siete de la tarde del dia 25 empezó el
ataque general. Apoyábase la izquierda del enemigo en un reducto ca-
si inexpugnable, contra cuyo punto marchó Longa por Alzo sobre Lizar-
za; descansaba su derecha en una montaña que cortaba por el frente un
profundo y enriscado barranco, y se encargó á D. Gabriel de Mendizá-
bal, que se habia adelantado de Azpeitia, el maniobrar por este lado del
mismo modo que Longa por el opuesto. Enseñoreaban ademas los fran-
ceses la cima de una montaña interpuesta entre las carreteras de Vito-
ria y Pamplona, de donde los arrojó con gran valor y maestría el teniente
coronel británico de nombre Williams. Perdieron tambien los enemigos
las demas posiciones, atacadas vigorosamente por todas las tropas com-
binadas, distinguiéndose las españolas en varios parajes. Foy, presente
en muchos, hizo en todos gloriosa y atinada resistencia. Al fin abrigóse
á la villa, la cual hallábase fortificada, y era arduo tomarla, y más de re-
bate. Las puertas de Castilla y Navarra barreadas, y aspillerados los mu-
ros, diversos conventos y edificios fortalecidos, dándose entre sí la ma-
no, y ademas, en la plaza ó centro un fortin portátil de madera, á traza
de los fijos, y por lo comun de piedra ó material, que ahora llaman bloc-
khaus; formando el todo un conjunto de defensas, que podía ofrecer re-
sistencia vigorosa y larga. Sin embargo acometida de firme la Vila, aban-
donáronla los franceses y la entraron los aliados, ya muy de noche, con
aplauso y universales vítores de los vecinos.


Se replegó á Andoain el general Foy y cortó el puente; deteniéndo-
se Graham dos dias en Tolosa, por querer cerciorarse ántes del avance
de Wellington por su derecha, camino de Pamplona. Don Pedro Agustin




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Giron paróse ménos, y prosiguió adelante, yendo tras Foy, que cejó me-
tiéndose en Francia sin gran detencion, sabedor de la retirada de José, y
puesto ya en cobro el convoy que Maucnne escoltaba, y por cuya salva-
cion suspiraban los contrarios tanto.


Llegado que hubo á Irun el general Giron, pensó en atacar la reta-
guardia enemiga, que todavía conservaba algunos puestos en la fronte-
ra española, encargando la ejecucion al brigadier D. Federico Castañon,
quien desalojó bizarramente á los enemigos que estaban colocados de-
lante del puente del Bidasoa, siendo destinados para la acometida el re-
gimiento de la Constitucion, que guiaba su coronel D. Juan Loarte, y la
compañía de cazadores del segundo regimiento de Astúrias. Permane-
cieron los franceses, no obstante, inmobles en las cabezas fortificadas
del puente, y para arrojarlos de ellas dispuso Giron traer una compañía
de artillería de á caballo, manejada por D. Pablo Puente, y pidió á los in-
gleses otra de la misma arma, que se presentó luégo al mando del capi-
tan Dubourdieu, juntas las cuales dióse comienzo á batir vigorosamen-
te las obras de los contrarios, quienes sufriendo mucho, volaron las de
la izquierda del rio y quemaron el puente. Sucedió esto en 1.º de Julio
á las seis de la tarde; día y hora memorable, en la que adquirió don Pe-
dro Agustin Giron, primogénito entónces del Marqués de las Amarillas y
hoy duque de Ahumada, la apetecida gloria de haber sido el primero que
por este lado arrojó fuera del suelo patrio las tropas de los enemigos.


Al propio tiempo apoderóse D. Francisco Longa de los fuertes de Pa-
sajes, puerto importante, rindiéndosele 147 hombres de que constaba la
guarnicion, incluso el gobernador. Y como iba de dicha, tambien se hi-
zo dueño de los de Pancorbo el Conde del Abisbal, situados en Gargan-
ta Angosta, que circuyen empinadísimos montes, por donde corro es-
trechado el camino que va de Vitoria á Búrgos. Eran dos, el llamado de
Santa María, en paraje inferior, y el de Santa Engracia, que se miraba
como el más principal. Ganóse aquél por asalto el 28 de Junio, y capi-
tuló el otro dos dias despues, privado de agua y amenazado de ruina por
los fuegos de una batería, que con gran presteza se construyó, bajo la di-
reccion del comandante de ingenieros don Manuel Zapino, en la loma de
la Cimera; habiendo ideado el modo de subir las piezas, y ejecutádolo
hábil y rápidamente los oficiales de artillería Ferraz, Saravia y D. Barto-
lomé Gutierrez. Tambien se distinguió el brigadier D. José Latorre, que
se hallaba á la cabeza de la infantería empleada en el sitio. Quedaron
prisioneros unos 700 hombres, junto con su comandante apellidado de
Ceva. No tardó Abisbal en ponerse en marcha, debiendo encaminar sus




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pasos, segun órdenes de lord Wellington, por Logroño y Puente la Reina
á Pamplona, á cuyos alrededores llegó en los primeros dias de Julio.


No le podia estorbar ya en su marcha el general Clausel, de cuyas
operaciones darémos en breve cuenta, teniendo ántes que terminar la
narracion de las maniobras de las tropas aliadas, que dejamos á la vis-
ta de Pamplona. De ellas, las que componian la derecha del ejército si-
guieron, al mando de sir Rowland Hill, el rastro de José y su ejército, el
cual se metió en Francia por tres de las cinco principales comunicacio-
nes que tiene la Navarra con aquel reino, á saber: primero, por el puerto
de Arraiz en el valle de Ulzama con rumbo á Donamaría y valle de San
Estéban de Lerin hasta Lesaca y Vera, partido de las Cinco Villas de la
Montaña, internándose luégo en Francia con direccion á Urrugne. Iba
por aquí el ejército enemigo llamado del centro, y en su compañía José,
afligido y triste. Al tocar las cumbres que parten términos entre ambos
reinos, saludaron los soldados franceses con lágrimas de regocijo el sue-
lo de la patria, que muchos no habian visto años hacia, echando sus mi-
radas deleitosamente por las risueñas y frondosas márgenes del Nive y
el Adour, verdegueantes, tranquilas y ricas, y á sus ojos aun más bellas
en la actualidad, comparándolas con la tierra de España, inquieta y tur-
bada ahora, de naturaleza por este lado desnuda, y de severo y ceñudo
aspecto. Segundo, por Velate y valle de Baztan, pasado el puerto de Ma-
ya, y de allí á Urdax, hasta salir de los lindes españoles. Y tercero y úl-
timo, por Roncesvalles, de recuerdo triste para el frances, á dicho de ro-
manceros, atravesando por Valcárlos, y yendo á parar á San Juan de Pié
de Puerto. Los ejércitos de Portugal y Mediodía, que fueron los que mar-
charon por los dos puntos postreros, diéronse la mano entre sí y con el
del centro, alargándola luégo á las demas tropas de su nacion que ha-
bian cruzado por el Bidasoa. Púsose Hill á caballo en las montañas ob-
servando la tierra enemiga, mas sin emprender cosa importante, confor-
me á instrucciones de lord Wellington, no olvidándose éste tampoco de
Claausel, contra quien destacó fuerzas considerables de su centro.


Este general habiase acercado á Vitoria al dia siguiente de la bata-
lla, ignorando lo que ocurra, y en cumplimiento de mandato expreso de
José. Observábale siempre D. Francisco Espoz y Mina, á quien se habia
agregado D. Julian Sanchez con sus jinetes, y ambos, por órden de lord
Wellington, circuíanle y le molestaban, de modo que marchaba como
aislado y á ciegas. Estaba ya adelantada á estas horas en Vitoria la sex-
ta division inglesa del cargo del mayor general Packenham, única que
no tomára parte en la batalla, habiendo quedado apostada en Medina de




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Pomar para asegurar el arribo al ejército de socorros y municiones de
boca y guerra. Su presencia, y la certeza de lo sucedido, retrajo á Clau-
sel de proseguir adelante, y retrocediendo, abandonó á Logroño el 24 de
Junio, acompañado de la guarnicion, y marchó á lo largo de la izquier-
da del Ebro, cuyo rio pasó por el puente de Lodosa, llegando á Calahorra
el 25. Supo el 26, entrando en Tudela, que venian sobre él respetables
fuerzas de los aliados, y llevándose igualmente consigo la gente que cus-
todiaba aquella ciudad, partió la vuelta de Zaragoza. No era de más su
precaucion y recelos; pues, en efecto, Wellington, segun apuntamos án-
tes, habia destacado ya de las cercanías de Pamplona tres divisiones su-
yas, y mandado, ademas, á Packenham y á otra division que se hallaba
en Salvatierra siguiesen detras del enemigo por las orillas del Ebro, juz-
gando sería aquélla suficiente fuerza para escarmentar á Clausel, si in-
sistia en mantenerse en Navarra. No lo hizo éste así, y por tanto, avanza-
ron los ingleses más allá de Tudela, dejando al cuidado de Mina picar la
retirada de los contrarios y observar sus movimientos.


Entró Clausel en Zaragoza el 1.º de Julio, en cuya ciudad se detuvo
poco, situándose sobre el Gállego, de donde igualmente partió muy en
breve, inclinándose en un principio al camino de Navarra, de lo que se
arrepintió luégo, marchando en seguida á Francia por Jaca y Canfranc.
Llegó á Oloron, y desde allí entendióse y obró en adelante de acuerdo
con las demas tropas de su nacion que se habían retirado de España por
las vertientes septentrionales del Pirineo y riberas del Bidasoa. Mina,
persiguiéndole, paróse á cierta distancia de Zaragoza, en dónde no tar-
darémos en volver á encontrarle.


Desembarazado así lord Wellington de los ejércitos franceses que
pudieran incomodarle de cerca en España, sentó sus reales en Hernani
como punto más céntrico, y colocó el ejército anglo-hispano-portugues
en las provincias de Guipúzcoa y Navarra, aquende los montes, corrien-
do desde el Bidasoa arriba hasta Roncesvalles, en cuyo más apartado si-
tio, y al nacimiento del sol, hallábase D. Pablo Morillo, del mismo modo
que se extendia al ocaso, y en el extremo opuesto, por Vera, Irun, Fuen-
terrabía y Oyarzun, el grueso del cuarto ejército español.


Diligentemente resolvió entóncesWellington emprender los sitios de
San Sebastian y Pamplona. Encargó el de la primera plaza á sir Thomas
Graham con la quinta division británica del mando del general Oswald
y algunas fuerzas más; y el de la segunda, que se redujo á bloqueo, al
Conde del Abisbal, asistido del ejército de reserva de Andalucía, al que
se agregó poco despues la division de D. Carlos de España, que dejamos




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repartida en Zamora, Ciudad-Rodrigo y otros puntos. Empezóse el cerco
de San Sebastian en los primeros dias de Julio, y no tardó mucho en es-
trecharse el de Pamplona.


De este modo, y en ménos de dos meses despejóse de enemigos el rei-
no de Leon, ambas Castillas, las provincias Vascongadas y Navarra, vién-
dose tambien reconquistados ó libres todos los pueblos allí fortalecidos,
excepto Santoña y las dos plazas recien nombradas. Campaña rápida y
muy dichosa, que ayudó á mejorar igualmente la suerte de nuestras ar-
mas, no tan feliz en las provincias de Cataluña, Aragon y Valencia.


En ellas quedaron hasta cierto punto descubiertos los enemigos con
tales sucesos, columbrando pronto el mariscal Suchet lo crítico de su
estado. Antes, y en los meses de Mayo y Junio, llevadero se le hizo to-
do con su diligencia y maña, inutilizando por aquella parte los esfuerzos
de los aliados, ó equilibrándolos; mayormente cuando fortalecida la lí-
nea del Júcar despues de la accion de Castalla, habia acercado á Valen-
cia la division de Severoli que estaba en Aragon, é interpuesto la briga-
da de Pannetier entre aquella ciudad y Tortosa; con lo que amparaba su
flanco derecho y espalda, y podia no ménos caer sobre cualquiera para-
je que se viese amenazado repentinamente.


Obstáculos éstos que impedian á los españoles y anglo-sicilianos
obrar cual quisieran y con arreglo al bien entendido plan de campaña de
Wellington, quien habia ordenado se distrajese por allí á los franceses
para obligarlos á mantener siempre unidas sus fuerzas de Levante, sin
consentir destacasen ninguna del lado de Navarra. En cumplimiento de
semejante mandato, y pasando por cima de dificultades, determinaron
los jefes aliados amagar y áun acometer al enemigo por varios y distin-
tos puntos, enviando una expedicion marítima á las costas de Cataluña,
al mismo tiempo que los ejércitos españoles segundo y tercero atacasen
por frente y flanco la línea del Júcar, de manera que se pusiese á Suchet
en el estrecho, ó de abandonar á la suerte el Ebro y las plazas cercanas,
ó de enflaquecer, queriendo ir en socorro suyo, las fuerzas que defendian
y afianzaban la dominacion francesa en el reino de Valencia.


Por más que se intentó preparar la expedicion á las calladas, traslu-
ció Suchet lo que habia, y de consiguiente, púsole muy sobre aviso. Lis-
ta aquélla, embarcáronse las tropas en número de 14.000 infantes y 700
caballos, todos de los anglo-sicilianos y de la division española de Whit-
tingham, á las órdenes unos y otros de sir Juan Murray. Dieron la vela
desde Alicante el 31 de Mayo, dirigiendo el convoy y escuadra el contra-
almirante británico Hallowell. Hicieron rumbo los buques á las aguas de




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Tarragona, y surgieron en la tarde del 2 de Junio frente á Salou, puerto
poco distante de aquella ciudad.


Efectuóse el 3 muy ordenadamente el desembarco, y ante todo des-
tacó Murray una brigada á las órdenes del teniente coronel Prevost pa-
ra apoderarse del castillo del Coll de Balaguer, que sojuzgaba el camino
que va á Tarragona, único transitable para la artillería. Cooperó al ata-
que con cuatro batallones D. Francisco de Copons y Navia, general en
jefe del primer ejército, quien advertido de antemano de la expedicion
proyectada, se arrimó á la costa, ocupando ya á Reus cuando aquélla an-
claba. Fué embestido vivamente el castillo el 5, y tomado el 7; amedren-
tada la guarnicion francesa, de solos 80 hombres, con la explosion de un
almacen de pólvora y las pérdidas que se siguieron.


Miéntras tanto aproximóse á Tarragona el general Murray, y deter-
minó acometer la plaza por poniente, lado más flaco y preferible para la
embestida, que favoreció Copons colocándose en el camino de Altafu-
lla, con objeto de interceptar los socorros que pudieran enviarse de Bar-
celona.


Continuaba mandando en Tarragona por parte de los franceses el ge-
neral Bertoletti, quien léjos de acobardarse por lo que le amagaba, to-
mó bríos y convenientes disposiciones, rehabilitando várias obras an-
teriores arruinadas, y áun demolidas en parte despues del primer sitio.
Al contrario Murray, que si bien se mostró valeroso, á manera de los de
su nacion, careció de tino y de suficiente serenidad de ánimo. Necesitá-
base en el caso usar de presteza y enseñorearse de la plaza casi de re-
bate; pero diéronse largas, y sin union y flojamente se comenzó y siguió
el ataque, teniendo espacio los contrarios para aumentar sus defensas y
aguardar á los socorredores que se acercaban.


No anduvo al efecto perezoso el mariscal Suchet, pues, dejando en el
Júcar al general Harispe, marchó con fuerzas considerables la vuelta de
Tarragona, presentándose ya su vanguardia el 10 de Junio en el Perelló.
Tambien llegaron el 11 á Villafranca, procedentes de Barcelona, 8.000
hombres que traia el general Maurice Mathieu, anunciando ademas que
venía tras él Decaen con el grueso del ejército de Cataluña.


Recibió avisos Murray de estos movimientos, y aunque próximo á
asaltar el mismo día 11 una de las obras exteriores más importantes,
azoróse de modo que, sin dar oidos á consejo alguno, determinó reem-
barcarse y abandonar la artillería de sitio y otros aprestos, ántes de em-
peñarse en accion campal, que creia arriesgada. Y como se requiriesen
tres dias para poner á bordo la expedicion entera, empezó Murray á veri-




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ficarlo desde el dia 12. Notaron los franceses de la plaza, asomados á los
muros, lo que ocurria en el campo de los aliados, y apénas daban crédi-
to á lo que con sus propios ojos veian, temiendo fuese ardid y encubierta
celada, por lo que permanecieron quietos dentro y muy recogidos.


Sir Juan se embarcó el mismo dia 12 por la tarde, dirigiendo parte de
la caballería y artillería, con alguna fuerza más, al Coll de Balaguer, pa-
ra destruir el castillo y sacar á los que le guarnecian. A la sazon avanza-
ba Suchet por aquel lado, y tropezando con los ingleses y descubriendo
no léjos la escuadra, ignorante de lo que pasaba, admiróse; y no encon-
trando explicacion ni salida á cuanto notaba, suspendió el juicio, y en la
duda echóse atras, via del Perelló.


Otros movimientos de los franceses, y recelos de Murray de que no
pudiera acabar de embarcarse á tiempo toda su caballería, le obligaron á
echar nuevamente á tierra la infantería, y colocarse en puesto favorable
y propio para rechazar cualquiera acometida de los enemigos. Mas éstos
no lo intentaron, y habiendo metido socorros en Tarragona, retrocedieron
unos á Tortosa y otros á Barcelona.


Entónces juntó Murray un consejo de guerra, en el que se acor-
dó proseguir el reembarco y volver á Alicante, atendiendo al estado en
que ya se encontraban. En momento tan crítico arribó allí lord Guiller-
mo Bentinck, que venía de Sicilia para suceder á sir Juan Murray en el
mando, del que se encargó inmediatamente, conformándose luégo con la
resolucion que acababa de tomar el consejo de guerra. Prosiguió de re-
sultas el embarco, y se halló á bordo la expedicion entera á las doce de
la noche del día 19, hora en que los aliados volaron tambien el castillo
del Coll de Balaguer.


Quedaron en poder de los franceses 18 cañones de grueso calibre, y
tuvo Copons que alejarse por no exponer su gente, quedando sola, á pér-
didas y descalabros. Expedicion fué ésta que, ejecutada con poca me-
ditacion, terminó vergonzosa y atropelladamente. Formóse en Inglaterra
un consejo de guerra á sir Juan Murray, á quien se le declaró exento de
culpa, si bien tachóse su proceder de erróneo y poco juicioso. Fallo que
ponia á salvo la intencion del General, pero que le vulneraba en su ca-
pacidad y pericia.


Otro amago hicieron por entónces los ingleses con buques de gue-
rra del lado de Palamós. Favorecióle por tierra el Baron de Eroles, dan-
do ocasion á un empeñado reencuentro, el 23 de Junio, con el general
Lamarque en Bañolas, cuyo fuerte sitiaban los nuestros. Portóse con bi-
zarría Eroles y lo mismo su tropa, en especial los jinetes, que lidiaron




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largo rato al arma blanca, separando á unos y á otros la noche y un re-
cio aguacero.


En Julio el mismo general Lamarque aproximóse á Vich, detenién-
dole en el Esguirol tres batallones españoles. Reforzó Eroles á éstos, y
tambien Copons, ya por aquí; y ambos escarmentaron en los dios 8 y 9
en las alturas de la Salud al enemigo, quien engrosado tomó en balde la
ofensiva, teniendo que retirarse y tornar al Ampurdan con poca gloria y
menoscabo de gente. Fatigosas é inacabables peleas, que impacienta-
ban al frances, y le aburrian y descorazonaban.


En el intervalo de la expedicion aliada á Cataluña, vinieron tambien
á las manos en el reino de Valencia los españoles y el general Harispe;
atacando aquéllos el 11 de Junio la retaguardia del último, mandada por
el general Mesclop, la cual se recogia de San Felipe á la línea del Jú-
car. Obraban unidos los ejércitos españoles segundo y tercero, y acosa-
ron bastante á los franceses, hasta que advirtiendo éstos descuido en los
nuestros, revolvieron sobre ellos y los desordenaron en el pueblo de Ro-
glá, con lo cual pudieron continuar tranquilamente su marcha al rio.


Renovaron los españoles el 13 sus ataques, avanzando y situándo-
se en unas alturas á la derecha del Júcar. Desde ellas cañoneó Elío á los
enemigos, y áun intentó apoderarse de una casa fuerte, lo que no con-
siguió; pero si sustentar honradamente los puestos ocupados, de donde
Harispe no pudo desalojarle. Ménos dichoso el Duque del Parque, pa-
deció en Carcagente un recio descalabro, que costó 700 hombres, de los
cuales quedaron prisioneros los más. Andaban, sin embargo, cuidado-
sos los franceses, y temian aún por Valencia, cuando los sacó de rece-
los el mariscal Suchet, que, desembarazado de lo de Cataluña, tornó al
Guadalaviar el 24 de Junio, despues de una marcha asombrosa por su
rapidez.


Malos tiempos retardaron la navegacion de la escuadra inglesa y difi-
cultaron su regreso á Alicante, con la desgracia de haber encallado en los
Alfaques y desembocadura del Ebro 18 buques ó trasportes, de que trece
se salvaron, cogiendo los otros los franceses junto con las tripulaciones.
Más averías ocurrieron aún, pero al fin llegó Bentinck á Alicante, y situó
á poco sus tropas en Jijona para sostener á los españoles, que habian re-
trocedido hasta Castalla compelidos á ello por las tropas francesas.


Queria Suchet aprovechar la coyuntura propicia que le ofrecia el ma-
logro de la expedicion sobre Tarragona, y ya empezaba á verificarlo, no
sólo adelantándose por el lado del Júcar, segun acabamos de ver, sino
tambien aventando de hácia Requena y Liria gente de Elío allí avanza-




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da y la division de Villacampa, que maniobraban por aquella parte para
favorecer las operaciones de la línea del Júcar, y estrechar por el flanco
derecho á los franceses de Valencia. Animoso Suchet ahora con su bue-
na ventura en Cataluña, nada le hubiera arredrado ya en la ejecucion de
sus intentos, si no hubiera venido á desvanecerlos la noticia de la bata-
lla de Vitoria, y la de haber repasado los Pirineos José y su ejército muy
mal parados. Con tales nuevas suspendiólo todo, y resolvió desamparar
á Valencia, retirándose camino de las orillas del Ebro.


Tiempo atras el Ministro de la Guerra de Francia habíale indica-
do conservase sus conquistas tenazmente, dando lugar á que libre Na-
poleon en el Norte de compromisos y estorbos, pudiese acudir á lo de
España. Tal era el anhelo de Suchet, muy apesarado de abandonar á
Valencia, en donde poseia opulentos estados, y de cuya tierra conside-
rábase señor y régulo. Por eso determinó mantener ciertos puntos forti-
ficados, como medio de facilitar á su vez nuevas invasiones, y áun la re-
conquista.


El 5 de Julio evacuó á Valencia el mariscal frances, casi al cumplir-
se los diez y ocho meses de ocupacion. Iba al frente de sus columnas con
direccion á Murviedro, haciendo la retirada por escalones, é inclinándo-
se á Aragon; todo muy ordenadamente. A los dos días verificó su entrada
en la ciudad don Pedro Villacampa con alguna caballería y la gente del
brigadier D. Francisco Miyares: lo mismo hicieron sucesivamente el Du-
que del Parque y don Francisco Javier Elío.


Al retirarse, arruinó Suchet en Valencia las obras que habia cons-
truido, más para enfrenar desmanes de la poblacion que para defender
la ciudad contra ataques exteriores. No dejó, por tanto, allí ningun pun-
to fortalecido. Al Mediodía, y más avanzado, guardó el reducido castillo
de Denia con 120 hombres, al mando del jefe de batallon Bin. Metió en
el de Murviedro, ó sea Sagunto, 1.200 á las órdenes del general Rouelle,
con vituallas para un año; reparados sus muros y muy aumentados. Tam-
poco desamparó á Peñíscola, punto marítimo no despreciable, y púso-
le al cuidado del jefe de batallon Bardout, con 500 hombres. Igualmen-
te dejó 120 bajo del capitan Boissonade en el castillejo de Morelia, que
atalayaba el camino montuoso y de herraduraque viene de Aragon, y por
donde podia en todo tiempo embocarse dentro del reino de Valencia un
cuerpo de infantería á la ligera y sin cañones. Daba fuerza y servia co-
mo de apoyo á esta ocupacion la plaza de Tortosa, de cuya importancia
persuadido Suchet, aumentó la guarnicion hasta con 4.500 hombres, po-
niendo á su cabeza al general Robert, militar de su confianza.




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Inclinóse Suchet en su retirada, conforme apuntamos, hácia Aragon,
noticioso de que Clausel, apremiado por las circunstancias, se alejaba y
metia en Francia, dejando su artillería en Zaragoza bajo la custodia del
general Paris. Libertar á éste, amenazado por Mina y Durán, y cubrir los
movimientos de las demas tropas que en Aragon habia, fueron causa del
rodeo ó desvío que en su camino hizo aquel mariscal. Consiguió así que
se reuniese á Musnier, que caminaba por el país montuoso, una brigada
de la division de Severoli apostada en Teruel y Alcañiz, cuyos castillos,
al ser evacuados, fueron destruidos tambien. Y juntos todos, cayeron el
12 de Julio hácia Caspe, alojando Suchet entónces su derecha en este
pueblo, su centro en Gandesa y su izquierda en Tortosa.


Tenía asimismo órden el general Paris de abandonar á Zaragoza y de
arrimarse á Mequinenza, caso de que pudiese ejecutar semejante movi-
miento libre de compromisos y desahogadamente. Deseos de verificarlo
sin desprenderse de un grueso convoy, y la proximidad de Durán y Mi-
na, pusieron á la ejecucion insuperables estorbos. Dejamos al último de
los expresados caudillos no léjos de Zaragoza, y allí permanecia á dos
leguas, en el pueblo de las Casetas, teniendo fuerza en Alagon, y en Pe-
drola á don Julian Sanchez, cuando el coronel Tabuenca, enviado por el
general Durán, que se hallaba en Ricla, vino á avistarse con él, y pro-
ponerle atacar á Zaragoza, obrando ambos mancomunadamente. No se
mostró Mina al principio muy propicio, ya porque no lo pareciese fácil lo
que se proyectaba, ya porque no le gustase tener en el mando compañe-
ros y ménos rivales. Sólo al fin y despues de largo conferenciar avínose y
ofreció concurrir á la empresa. Pero ántes los enemigos, que se prepara-
ban á abandonar la ciudad, queriendo encubrir su intento, adelantáron-
se en busca de los nuestros. Fué Mina con quien encontraron, y viéron-
se rechazados, haciendo tambien estrago en ellos por el flanco y del lado
del puente de la Muela el coronel Tabuenca, asistido de su regimiento.
Avanzó éste á la Casa Blanca y monte Torrero, y Mina á las alturas de la
Bernardona, alejándose los franceses de aquellos puestos sin resisten-
cia. Intentó, á pesar de eso, Paris nueva arremetida, que Mina repelió,
sustentado por el mismo Tabuenca y los lanceros de D. Julian Sanchez,
escarmentando á los enemigos con pérdida de más de 200 hombres. Allí
se le juntó Durán, habiendo ocurrido estos acontecimientos en los dias
5, 6 y 7 de Julio.


Pensaron entónces los nuestros apoderarse por fuerza de Zaragoza,
aunque todavía rehacio Mina; y apercibíanse á verificarlo cuando reci-
bieron aviso de que los enemigos desamparaban la ciudad. Era en efec-




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to así; saliendo toda la guarnicion francesa y sus parciales al caer de la
tarde del 8, con numeroso convoy de acémilas y carruaje, de grande em-
barazo para una marcha que tenía que ser rápida y afanosa. Sólo deja-
ron 500 hombres, al mando del jefe Roquemont, en la Aljafería, y vola-
ron un ojo del puente de piedra, con deseo de retardar el perseguirniento
de los nuestros.


Tocaba á D. José Durán el mando de todas las tropas y el de la ciu-
dad de Zaragoza por antigüedad, y por hallarse asentada aquélla á la
márgen derecha del Ebro, país puesto bajo sus órdenes, pero cuya su-
premacía incomodaba á Mina y motivaba tal vez su tibieza, nacida de
ocultos celos. En consecuencia, ordenó Durán, de conformidad con el
Ayuntamiento y para prevenir excesos, que penetrase en la ciudad aque-
lla misma noche D. Julian Sanchez con sus lanceros. Aparecieron de re-
pente iluminadas las calles, y el gentío en todas inmenso, especialmente
en el Coso, prorumpiendo los habitadores en unánimes aclamaciones de
júbilo y contentamiento. Al dia inmediato entró tambien Durán en Zara-
goza, al paso que Mina, vadeando el Ebro, se ocupó sólo en seguir las pi-
sadas del general Paris.


Alcanzó aquél en breve al enemigo en una altura cerca de Leciñena,
de donde le desalojó, y lo mismo de otra que estaba próxima á la ermi-
ta de Magallon; teniendo los franceses que retirarse via de Alcubierre.
Fueron allí alcanzados, y viéndose en gran congoja, abandonaron la ar-
tillería, y el convoy, y los coches, y las calesas, y casi todo el pillaje co-
gido en Zaragoza; representando en compendio este campo las lástimas
y confusion del de Vitoria. Paris, aunque con órden expresa de recoger-
se á Mequinenza, no pudo cumplirla, y á duras penas, tirando por Hues-
ca y Jaca, internóse en tierra de Francia.


Don José Durán, á quien festejaron mucho en Zaragoza, no desaten-
dió por eso poner cerco á la Aljafería, ni tampoco apoderarse de una cor-
ta guarnicion que dejára el enemigo en la Almunia. Logró lo último sin
gran tropiezo, y empezaba á formalizar el sitio del castillo, cuando tor-
nó Mina de su perseguimiento. Quedóse éste en el arrabal sin pasar el
Ebro, como país el de la izquierda perteneciente á sus anteriores man-
dos, al paso que el de la derecha incumbia más bien, segun dijimos, al
de don José Durán. Desvío y comportamiento propio sólo de ánimos apo-
cados y ajeno de quién tenia gloriosos laureles.


Para cortar semejantes desavenencias, aunque no quizá con justa
imparcialidad, nombró el Gobierno á Mina comandante general de Ara-
gon, con licencia de añadir á sus fuerzas las que quisiese entresacar de




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las de Durán, mandando al último partiese con las demas la vuelta de
Cataluña.


Dueño de todo Mina, y solo, cual deseaba, apretó con ahinco el sitio
de la Aljafería. No creia, sin embargo, enseñorearse tan luégo de aquel
castillo; mas á dicha, habiendo caido en la mañana del 2 de Agosto una
granada en el reducto del camino de Aragon, que es el más próximo á la
ciudad, y prendídose fuego á otra porcion de ellas allí depositadas, re-
sultó tremenda explosion, muertes y desgracias, y el desmoronamiento
de un lienzo de la muralla; por lo que descubriéndose lo interior del cas-
tillo, quedó éste sin defensa y amparo. Por tanto, forzoso le fué al gober-
nador frances capitular el mismo dia 2, cogiendo nosotros sobre 500 pri-
sioneros, muchos enseres y municiones de boca y guerra. Entregóse en
breve Daroca, y tambien, poco despues, al capitan D. Ramon Elorrio, el
fuerte de Mallen.


Tomado el castillo de la Aljafería, recibió Mina órden de Wellington
para avanzar á Sangüesa y favorecer el asedio de Pamplona, guarnecien-
do á Zaragoza con un batallon, y destacando contra Jaca y Monzon otros
dos, que debian comenzar el bloqueo de aquellas plazas.


Claramente advirtió Suchet entónces cuán imposible le era sostener-
se en sus estancias, y cuán ocioso, ademas, dueños ya los españoles de
casi todo Aragon. Por tanto, dispuso cruzase su ejército el Ebro, del 14
al 15 de Julio, por Mequinenza, Mora y Tortosa, ordenando ántes al ge-
neral Isidoro Lamarque recoger y poner en cobro las cortas guarnicio-
nes de Belchite, Fuentes, Pina y Bujaraloz; difícil, si no, el descercarlas
despues. Conservó á Mequinenza, y de gobernador, con 400 hombres, al
general Bourgeois; no desamparando tampoco á Monzon, por considerar
ambos puntos como avanzados resguardos de la plaza de Lérida, cuyos
muros visitó, removiendo á su gobernador el aborrecido Henriod, moles-
tado de gota y de inveterados achaques, y poniendo en su lugar al cita-
do Lamarque.


Pasó en seguida Suchet con su ejército á Reus, Valls y Tarragona, en
cuyo punto mandó preparar hornillos para volar las fortificaciones en ca-
so de que se aproximasen los aliados, encargando la ejecucion á la di-
ligencia y buen tino del general Bertoletti. Hecho lo cual, trasladóse á
Villafranca del Panadés, tierra feraz y pingüe, de donde, sin alejarse mu-
cho de Tarragona, dábase la mano con Barcelona y el general Decaen.


Por su parte los españoles moviéronse tambien Copons, para inco-
modar el flanco derecho de Suchet y cortarle los víveres; lord Bentinck
y la expedicion anglo-siciliana con la division de Whittingham y el ter-




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cer ejército bajo del Duque del Parque, avanzando al Ebro y cruzándo-
le por un puente volante que echaron en Amposta, protegidos en sus ma-
niobras por la marina inglesa. Tampoco omitieron destacar al paso gente
que ciñese la plaza de Tortosa, empezando á embestir ya el 29 de Julio
la de Tarragona. Siguió ocupando el segundo ejército el reino de Valen-
cia y bloqueó los puntos en que habia quedado guarnicion enemiga, ex-
cepto la division de Sarsfield, que no tardó en pasar á Cataluña.


Aquí los dejarémos por ahora á unos y á otros, queriendo echar una
ojeada sobre el estado de estas provincias recien evacuadas. En Aragon
habíase mantenido viva la llama del patriotismo, especialmente en cier-
tas comarcas, bien que yaciesen los ánimos caidos y amortiguados por
el yugo que de continuo pesaba sobre ellos. Invariables los naturales en
sus pensamientos, ayudaban debajo de mano, si no podian de público,
la buena causa, y elevaban siempre al cielo fervorosas oraciones por el
triunfo de ella, despues de servirla á la manera que les era lícito; y en
Zaragoza no se limitaban á encerrar en sus pechos la tristeza y duelo, si-
no que áun vestian luto en lo interior de las casas en los dias y anuales
de calamidades y desdichas públicas.


Hiciéronse allí sentir mucho las cargas y exacciones, sobre todo en
un principio, que fueron pesadas y sin cuento. Más llevaderas parecie-
ron al encargarse Suchet del mando, no porque se aminorasen en reali-
dad, sino por el órden y mayor justicia que adoptó aquel mariscal en el
repartimiento. Entraron en las arcas de los recibidores generales france-
ses de Aragon, desde 1810 hasta la evacuacion en 1813, gruesas sumas,
no incluyéndose en ellas lo exigido en 1809, ni el valor de las raciones,
ni otras derramas de cuantía echadas por los jefes y por varios subalter-
nos. Y si á esto se agrega lo que por su lado cobraron los españoles, cal-
cularse ha fácilmente lo mucho que satisfizo Aragon, aprontando tres y
cuatro veces más de lo que acostumbraba en tiempos ordinarios, cuando
la riqueza y los productos, siendo muy superiores, favorecian tambien el
pago de los impuestos.


Lo mismo aconteció en Valencia, ascendiendo la suma de los gravá-
menes á cantidades cuya realizacion hubiera ántes parecido del todo in-
creible. En 1812, primer año de la ocupacion francesa, impusieron los
invasores á aquel reino una contribucion extraordinaria de guerra de 200
millones de reales (12), cuya mitad ó más se cobró en dinero, y la otra en
granos, ganado, paños y otras materias necesarias al consumo del ejér-


(12) Mémoires du maréchal Suchet, tom. II, chap, XVIII.




CONDE DE TORENO


1288


cito enemigo. Al comenzar el segundo año, esto es, el de 1813, convocó
Suchet una junta compuesta de los principales empleados civiles y mili-
tares, de individuos del comercio, y de un diputado por cada distrito de
recaudacion de los catorce en que habia dividido aquel reino. Debatióse
en ella el modo y forma de llenar las atenciones del ejército frances en
el año entrante, procurando fuesen puntualmente satisfechas aquéllas,
y distribuidas las cargas entre los pueblos con equidad. Fijóse la suma
en 70 millones de reales. Dificultoso es concebir cómo pudieron apron-
tarse; explicándose sólo con la presencia de un conquistador inflexible
para recaudar los tributos, como pronto tambien á mantener igualdad y
justicia en el repartimiento y cobranza, no ménos que á reprimir los des-
manes de la tropa, conservando en las filas órden y disciplina muy rigu-
rosa. Objetos diversos que hizo resolucion de alcanzar en su gobierno el
mariscal Suchet, y que en cierta manera logró; mereciendo por lo mis-
mo su nombre loor muy cumplido. Así fué que Valencia formaba con-
traste notable con lo demas del reino, en donde no se descubria ni tráfico
ni rastro alguno de bienestar ni de prosperidad; al paso que allí, segu-
ros los habitantes, aunque sobrecargados de impuestos, de que no se les
arrancaria violentamente ni por mero antojo el fruto de su sudor y afa-
nes, entregábanse tranquilamente al trabajo, y recogian de él abundante
esquilmo en provecho suyo y de los dominadores. Que en los pueblos de
la Europa moderna, reposo interior y disfrute pacifico y libre de la pro-
piedad é industria son ansiados bienes, y bienes más necesarios para la
vida y acrecentamiento de las naciones cultas que las mismas institucio-
nes políticas, que mal interpretadas son origen á veces ó pretexto de bu-
llicios y atropellamientos, ántes que prenda cierta de estabilidad, y que
supremo amparo y privilegiada caucion de cosas y personas.


Tampoco las bellas artes tuvieron que deplorar por acá las pérdidas
que en otros lugares; y si desaparecieron en Zaragoza algunos cuadros
de Claudio Coello, del Güercino y del Ticiano, no en Valencia, en donde
casi se conservaron intactos los que adornaban sus iglesias y conventos;
producciones célebres de pintores hijos de aquella provincia, como lo
son, entre otros, y descuellan, los Juanes, los Ribaltas y el Españoleto.