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DISCURSO
LEÍDO ANTE LA


REAL ACADEMIA SEVILLANA
DE BUENAS LETRAS


E:-< LA RECEPCIÓN PÚIlLlC,\


DE D. F~ANC[SCO BE~MÚDEZ DE C:ftÑAS
])dn de la Santa :-'Ietropolitana y Patriarcal


Iglesia Ili'palense.


SEVILLA


Imp. de E. IC'\SCO, Bu,;tos Ta"era 1


1.890






Señora~ (1)


IIJ'FICUT''f AD ~mve expedm,,!a m; alma
al cumplir el deber que le impone la
honrosa distinción con que vuestra


bondad, señores Académicos, ha querido favo-
recerme, llamándome al seno de esta Real y
esclarecida Academia, donde tan ilustres y sa-
bios varones dejaron la huella luminosa de sus
pensamientos, y cuyas colosales figuras, evoca-
das por la imaginación, ofuscan con su gran-
deza, y acrecientan -la justa timidez que causa
al ánimo, la respetabilidad y merecido renom-
bre de los que sólo pudieron hallar móvil, que
les llevase á otorgarme merced tan señalada,


(1) Presidía el acto S. M. la Reina D.a Isabel Ir de
Borbón.




-4-
en el designio de proporcionar con ella, á mí,
el estímulo que alienta al amador de la ciencia,
y á vosotros, el noble placer que acompaña al
docto consejo y á la sabia enseñanza: no otras
pudieron ser vuestras justificadas intenciones,
vista la pobreza de mis merecimientos y consi-
derada la pequeñez de mis facultades.


Mas ya que habéis querido distinguirme en
tan alto grado, haciéndome como uno de vos-
otros, aliente mi natural temor vuestra benevo-
lencia, y dé fuego, vida y colores al desmayado
espíritu; que, si en las regiones tropicales la
vegetación es más exuberante y precoz y los
frutos más tempranos, aquí, al calor vivificante
de vuestras ideas, en la templada región de
vuestra acrisolada doctrina, y empapada la con-
ciencia con el rocío de las grandes inspiracio-
nes morales, que nos legaron nuestros predece-
sores, mi alma, planta apenas nacida á la vida
de la ciencia, crecerá en la verdad, hasta obte-
ner la robustez y lozanía del recto juicio, y con
él, el entusiasmo y valor necesarios para rei'iir
esas grandes luchas á que está llamada la inte-
ligencia, en la universal invasión de ideas y
principios que menoscaban y pervierten en nues-
tros días los inmaculados derechos de la ver-
dad, de la justicia y del bien.


Por eso al penetrar por primera vez en este




5
sagrado recinto, yo el último de los obreros de
la verdad católica, que es la adoración de lo
infinito, que es la filosofía, que es la ciencia,
que es la poesía, que es el arte, que es la ley
que garantiza los grandes derechos y sanciona
los grandes deberes sociales de la humanidad;
yo, que guardo en mi corazón una fe inque-
brantable, manantial de claras certezas para mi
pensamiento; una esperanza viva, cuyas miste-
riosas irradiaciones me dejan columbrar en no
lejano término el triunfo decisivo de la verdad
revelada; yo, en cuyo pecho se agita y enar-
dece el amor apasionado hacia mis hermanos,
hacia la gran familia humana, cuyas glorias me
alientan, cuyas desgracias me entristecen; yo,
señores Académicos, traigo en mis labios en este
día, como acento de fraternal saludo, como sín-
tesis de todas mis ideas, de todos mis senti-
mientos, de todas mis aspiraciones, una pala-
bra, un Verbo que, colocado en el g-ran vértice
de los dos mundos, ilumina todas las corrientes
de la Historia y estrecha en personal alianza lo
finito con lo infinito. Oid esa palabra: ¡Jesucris-
to! Jesucristo, primera luz que nos ha sonreído
entre los cnsueños de la inocencia, virtud po-
derosa que refrenó nuestras juveniles pasiones,
centro de nuestros más castos amores, idea rc-
generadora que libamos de los labios de nues-




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tras madres como la miel dulcísima de tocio de-
licado afecto, poesía arrobadora que convierte
en cielo la existencia; Jesucristo, cariñoso ami-
go que nos acompaña en la vida, y que, antes
de derramar su mirada santificadora sobre el
sepulcro que guarda nuestras cenizas, recoge
el alma y la conduce á la Patria del eterno
gozar.


No extrañéis, señores Académicos, que, al
comparecer en vuestra presencia, escude mi
ignorancia tras de ese nombre, ante quien los
cielos inclinan la frente y dobla humilde la tie-
rra su rodilla; no es que, temeroso de los ace-
rados dardos de crítica descontentadiza ó me-
nos indulgente, oponga, como armadura impe-
netrable á sus censuras, la aureola de caridad
que le circunda, nó: con la verdadera sabiduría
mora siempre la clemencia. Es que, buscando
base bastante sólida, bastante ancha, en donde
cimentar el edificio de la ciencia, no encuentra
mi razón otra que la piedra que, desechada por
los que edificaban en el mundo antiguo, fué
constituída vértice de! ángulo, y sobre la que
el dedo de Dios grabó el eterno lema que la
defiende del rudo choque de todas las iras y
todas las soberbias provocadas por el genio del
mal. Es que en Jesucristo halla e! alma el foco
donde se concentran los rayos de verdad que




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esparcen todos los seres, la gota de rocío y los
inmensos mares, la yerba del campo y el cedro
de la montaña, el grano de arena y el astro lu-
minoso, la roca y el brillante, el infusorio y el·
cetáceo, el hombre y el ángel; es que en Jesu-
cristo se halla el alfa y el omega de la historia
del mundo; la palabra que todo lo explica, el
sér que todo lo contiene; el héroe del gran poe-
ma del Cristianismo, para quien y por quien
todo se destaca, se ilumina, se relaciona y des-
envuelve, Dios y sus atributos, la creación con
sus maravillas, la humanidad con sus agitacio-
nes, el cielo y sus misterios, la tierra y sus prue-
bas, el infierno y sus furores, el bien y el mal,
la libertad y la Providencia, el pecado y la gra-
cia, la vida y la muerte; grandioso pedestal,
sobre el que se eleva la majestuosa figura del
Hombre-Dios, esparciendo con su amorosa son-
risa la sabiduría, la verdad, la justicia, la paz, la
gloria, la fuerza, el progreso, la estabilidad y
harmonía de las almas, de las familias, de los
imperios, del mundo, como el sol derrama la
luz que da colorido y belleza á la creación. In-
tento, pues, señores Académicos, estudiar la
obra en que vive y se perpetúa Jesucristo, en
las relaciones que la estrechan con el movi-
miento intelectual, moral y material que ha rea-
lizado el hombre, obedeciendo libremente a la




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ley providencial que determina la Historia: de-
seo demostrar que Jesucristo es la ley prOíJi-
dencial Itistórica; COlIlO que el mundo antiguo le
prepara JI espera, Y el mundo 1luez/o le recibe y
prolonga, cn el desarrollo de su rtinado social,
por medio del Catolicismo en que 'uive para cizli-
li::acióll del mundo.


No se me oculta la dificultad que engendra
la inmensa vastedad del asunto, para circunscri-
birle á los límites de un discurso; ni olvido, que
,;abios de consagrado renombre le han estudia-
do profundamente en todas sus fases. Mas esto
último confirma mi decisión; que en los ricos
arsenales de su doctrina hallaré armas de pro-
bado temple para destruir el ídolo racionalista,
que arrebata hoy las adoraciones de muchedum-
bres inconscientes ó degradadas; y ante el re-
cuerdo glorioso del pasado católico, y en pre-
sencia de su acción inmaculada y divina en to-
da,; la,; esferas de la actividad intelectual, apa-
receréi, de una parte, la injusticia con que en
nombre de la ciencia y del progreso se pros-
cribe al Cristo-Dios de la vida privada y públi-
ca de las sociedades, y de otra, la fundada es-
peranza de su universal triunfo en la concien-
cia, en las costumbres, en la verdad y en el de-
recho. Sed, pues, benévolos para escucharme.


Dos pavorosos acontecimientos sirven corno




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de vértices que soportan los dos ejes sobre que
gira y en torno de los cuales se desenvuelve la
historia del humano linaje; la caída del hombre
en el Paraíso, y su redención en el Calvario.
Entre esas dos etapas de la vida del mundo
descuella la persona histórica de Jesucristo. Á
ella convergen todas las fuerzas del mundo an-
tiguo, como á centro de universal esperanza;
de ella parten todas las luces que han alumbra-
do el horizonte de las sociedades cristianas; y,
como ha escrito 'el mismo racionalismo, por la
pluma de uno de sus más célebres corifeos (1):
«El acontecimiento capital del mundo es la re-
volución por la cLlal las más nobles porciones
de la humanidad han pasado, de las antiguas
religiones comprendidas con el nombre vago
de paganismo, á una religión fundada en la
unidad de Dios, la Trinidad, la Encarnación del
Hijo de Dios, etc. El origen de esta revolución
(dice) es un hecho que tuvo lugar en los rei-
nados de Augusto y de Tiberio. Entonces vi-
vió una persona superior (mejor hubiese dicho
un Hombre-Dios) que por su atrevida iniciativa
y por el amor que supo inspirar, creó el objeto
y colocó el punto de partida de la Fe futura de
la humanidad. La historia entera es incompren-


(J) !{cnan.- Vida de Jesús.




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sible SlO Él.» ¡Salud, señores Académicos, de
nuestros enemigos! ¡ La historia entera es in-
comprensible sin Jesucristo! cierto de toda ver-
dad: el movimiento de la historia antes de Jesús
tiende providencialmente á preparar la huma-
nidad para la regeneración; después de Jesús,
se dirige á la difusión de su doctrina y estable-
cimiento de su reinado espiritual en las almas
y social en las naciones.


Cuando estudiamos esos dos grandes pue-
blos que llenan la historia durante cuarenta si-
glos, el pueblo gentil, es decir, todas las nacio-
nes entregadas á la idolatría y al politeismo, res-
pirando penosamente una atmósfera impregna-
da de vicios, de sensualismo, de despotismo ti-
ránico arriba, y vil servidumbre y esclavitud
abajo, y el pueblo judío, encerrado en su san-
tuario, conservando viva, al calor del fuego del
sacrificio, la unidad de Dios, sin que bastaran
á quebrantar su firmeza las duras cadenas que
arrastró por las márgenes del Nilo; ni las lágri-
mas que derramaron sus ojos en las orillas del
Eufrates bajo los llorosos sauces; ni la fuerza
con que Alejandro pretendió uncirle al yugo
de su soñada dominación universal; ni los can-
tos de las nereidas y las sirenas de Grecia, repe-
tidos por los Seleúcidas á sus oídos, para obli-
garles á prosternar su frente ante 105 altares




-- 11 -


paganos; ni el carro vencedor de Antíoco, que
presumió trillarle bajo sus ruedas: cuando con-
templamos esas dos razas, á quienes unen sin
embargo en lo pasado y en lo porvenir e! re-
cuerdo de una felicidad perdida, de un paraíso
ó eelad de oro, y la esperanza de la reparación
de la culpa, no puede menos de comprender la
inteligencia, que las monarquías asiáticas, como
la griega y romana, se suceden en el imperio
ele! mundo, preparando en el orden material la
grande unidad que había de servir de gigantes-
ca pirámide, donde, colocada la luz profética
que Israe! custodiaba en sus sagrados libros y
tradiciones, alumbrase la cima del Calvario, para
que la humanidad viese en e! Cristo pendiente
de la cruz, el redentor de! pecado, el consu-
mador de la Fe, el restaurador de las socieda-
des y el único principio de progreso para e! al-
ma; mientras oscuras nubes, cual fúnebres cres-
pones, velaban la luz de los astros, como si los
cielos se negasen á contemplar el deicidio que
perpetraba una nación ingrata y réproba.


Sí, señores Académicos,durante la edad
pagana, Israel es el centro de todo e! movimien-
to histórico. En su santuario conserva incólume
la grande idea de la unidad de Dios, que recibe
en la alborada de su existencia, cuando e! pri-
mer canto de la creación inundaba aún los es-




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pacios de dulcísimas harmonías; idea que es-
parcirá la raza semítica después de salvada de
las turbias y embravecidas aguas del diluvio;
que arde pura bajo la tienda nómada del de-
sierto, cuando Abraham recibe las promesas de
una posteridad más numerosa que las estrellas
del cielo; que alienta su pecho cuando, bajo el
látigo de los Faraones, amasa con sus lágrimas
el ladrillo con que fabrica palacios á sus déspo-
tas; ídea que se engrandece al pie de la mon-
taña del Sinaí, cuando recibe la grandiosa legis-
lación del Decálogo entre el fragor de la tor-
menta y la luz aterradora del rel<ímpago; que le
alienta para pulverizar bajo sus plantas el po
dedo de sus enemigos, y le sostiene cuando,
atadas las manos, cárdeno el pecho y ensan-
grentada su planta, camina á Babilonia oprimi-
do con los hierros del cautiverio; idea grandiosa
que inspira á sus profetas, da autoridad á sus
reyes y sabiduría á sus jueces; que cantan en
cadencioso ritmo sus sacerdotes; que orna sus
frentes cuando recorren las calles de Jerusalén
entonando el hosanna de la victoria; idea que,
conservada con inaudita constancia, con intole-
rancia severa, que impide la adulteren ó man-
cillen los errores de los pueblos incircuncisos,
realiza la grande obra de la Providencia, ha-
cicndo de ese pueblo, C01110 ha dicho un pu bli·




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cista (1), la basc de todos los templos, de su li-
bro el proemio de toda la Religión y de sus
reyes los progenitores de Jesucristo.


En derredor de esa pequeña nación, sagra-
rio misterioso que conservaba inmaculados los
gérmenes de verdad religiosa y social que re-
cibiera el hombre de los labios del Eterno, al
elevarle con mano bondadosa al trono augusto
de la creación, surgieron potentes imperios y
vastas nacionalidades, cuyo paso por la tierra
marcaron regueros inmensos de sangre humana.


Nemrod funda en las llanuras del Sennaar
el imperio de los Caldeos, dando origen á la ex-
pulsión de la raza de Sem y á la emigración ar-
mada de la raza de Cham; y al sucederle Uruck,
que engrandece á Babilonia con magníficas cons-
trucciones monumentales, siente abatido su po-
derío ante la raza japhética, que establece la
dinastía de los Medos, en que Codo-Iahomor ex-
tiende sus fronteras hacia el Mediterráneo y el
Egipto, viéndose humillado por Abraham, que
le vence y rescata á Lot y su familia, cuando
regresaba victorioso de los reyes de Sodoma,
Gomorra y Zeboín, cediendo poco después su
trono á los Árabes invasores, que se extienden
en la región comprendida entre el Eufrates y


(1) Castelar.-Jnj1th'llcia dt'! Cri.rtianislIlo tn la ChJi¿¡~
;:ad/in} ctc.




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el Tigris. Asur echa los cimientos de la opu-
lenta Nínive, y bajo el cetro de Be! nace el
primer imperio asirio, en que se destacan los
nombres de Nino y Semíramis; Sardanápalo po-
ne término á sus escándalos y vicios entre las
llamas de la pira en que se arroja con sus muje-
res y riquezas, y la nueva monarquía asiria que
representa Bclesis y que engrandece Sargón,
apoderándose de Samaria, Armenia, Chipre y
parte de! Asia, contempla deshecha y pulveriza-
da toda su grandeza ante la espada de Nabopo-
lasar, que funda la monarquía caldeo-babilónica,
engrandecida en Nabucodonosor y trillada bajo
las ruedas de! carro vencedor de Darío, poco
después que Baltasar, e! último de sus monar-
cas, se embriagaba de placeres y de vino, pro-
fanando los sagrados vasos que arrebató del
templo santo de los hebreos.


En el país limitado por el mar Negró, e!
Mediterráneo y el Egeo, alzámnse las pequeñas
monarquías asiáticas; Frigia y Tmya destruída
por los Griegos en tiempo de Príamo; Lidia, en
que reina Creso, amontonando fabulosas rique-
zas; Armenia, fundada por Haig y conquistada
más tarde por Tórgoma, nieto de Japhet; la
Georgia, humillada bajo el yugo de la servidum-
bre y hecha el serrallo de los orientales; Esci-
tia y las regiones del Cáucaso, célebres por sus




- I5 --
guerreras amazonas, sq,TÚn Herouoto; desde las
riberas de! Indo hasta la Arabia y la Etiopía,
y desde e! Bósforo hasta el mar Caspio y e! Ja·
jarte, brillan las monarquías de los Persas y Me-
dos, rama desgajada del tronco Aryo, cuya gran-
deza toca su cenit en Darío 1, y cuyas glorias
sepulta bajo el polvo que levantan sus ejércitos
Alejandro Magno, vencedor en Gránico, Ipso y
Arbela.


Rico en producciones, de feracidad abundo-
sa, de variada belleza, levántase e! país que ba-
ña con sus ondas el caudaloso Nilo. Allí se al-
zaron Tebas y Menphis, la de los hondos mis-
terios; sobre su suelo pasó la lava de los Hycsos
ó Sa-sú, que introdujeron el Sabeismo astroló-
gico, que en tan alto grado corrompió e! culto
primitivo; en su desierto alzó el genio esas mo-
les gigantescas de piedra, sepulcro de sus mo-
narcas; allí llegó e! Egipto á su mayor esplendor
bajo el cetro del conquistador Sesostris, do-
minado después por los Persas, hasta que su
vida sufre radical mutación al ser fundada Ale-
jandría y constituída en centro comercial é in-
telectual de! Oriente. Coronadas por los espesos
bosques de cedros que cubren e! Líbano, res·
plandecieron ricas y opulentas Sidón y Arat,
Tiro, Biblos y Berito: las quillas de sus atre-
vidas naves rompieron las misteriosas olas del




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Atlántico: al influjo de su acción comercial bro-
tarol'! en Asia, Lais, Nísive, Loodisea y Asca-·
Ión; en Grecia Tebas; Citium en Chipre; Panor-
mo en Sicilia; Cádiz, Málaga, Adra é Híspalis
en nuestra patria; Hipona, Cambó, Adrumeto,
Útica y Cartago en África, hasta que tanto po-
derío cede al empuje invencible de la espada
que empuñaba el grande hijo de Filipo. Apa-
rece la India con sus fértiles valles de Cachemi-
ra y sus abrasados arenales del Indostán, con
sus castas y sus razas, sus pagodas y sus pala-
cios, sus libros Vedas, el código de Manú, y los
poemas épicos el Ramayana y el Mahabarata,
en ardiente lucha con Darío, después con el
vencedor macedonio, hasta ser subyugada por
los Árabes: la China aislada por sus inaccesibles
montañas y mares tempestuosos, víctima de
sangrientas guerras civiles durante tres siglos
y medio·, inmóvil en la vida intelectual y moral,
con la inmovilidad rígida del cadáver, bajo la
influencia antisocial del Budismo; en suma, ese
conjunto de naciones, sociedades y civilizacio-
nes que desarrollan el primer período del gran
drama de la historia en su edad pagana, con
sus luchas aventureras, sus conquistas insacia-
bles, sus comunicaciones comerciales, no menos
que sus errores y degradaciones, han preparado
la hora en que da Europa recoja el cetro de




- 17 -
la civilización caído de las manos envilecidas
de los tiranos de Oriente para concentraren sí
toda la vida de la humanidad. En Europa se
asienta la raza de ]aphet, audaz, inteligente y
dominadora; y por medio de . largas y laborio-
sas emigraciones se prepara á los grandes des-
tinos que Dios le reserva, y que la Sagrada Es-
critura revela en esta frase: « Habitará en las
tiendas de Sem y será Señora de Cham» (1).


La acción providencial histórica se agranda,
y sin menoscabar en un ápice la libertad hu-
mana, hace que nuevos pueblos y nuevas civili-
zaciones se asocien como piedras labradas del
gran templo de la unidad que la eterna Sabi-
duría meditaba. La sociedad asiática con su
Dios naturaleza, sus aristocracias, sus castas, su
despotismo y sus crueles sacrificios, tenía gan-
grenadas las entrañas, desmoralizada la vida,
paralizada su energía; y al desmoronarse y caer,
como cae y se desmorona el edificio cuyas fuer-
zas se apartan del centro de gravedad, «nace
Grecia (2), acariciada por grata naturaleza; or-
nada de bosques perfumados que convidan á la
meditación y al pensamiento; ceñida de her-
mosos y rientes mares, que, lejos de encres-


(1) España.- Lledó.-flistoria Clliversa!.
(2) Castelar.-Obra citada.


2




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parse como el Occéano, se rizan cual si quisie-
ran mecer al hombre con su blando arruyo; cir-
cundada de islas hermosísimas, parecidas á flo-
tantes cunas de flores, que aguardan un recién
nacido. Grecia es. el templo del hombre donde,
al despotismo absorbente de un tirano, se opo-
ne la Ciudad hogar doméstico de las libertades
individuales;» donde la mente y el alma no son
absorbidas en la gran sustancia de un Dios pan-
teísta, sino que la Divinidad es modelada bajo
la forma del hombre, llegando así los Dioses á
participar de todos Jos vicios y todas las virtu-
des de la humanidad, y donde poesía, artes, li-
teratura, filosofía, monumentos y leyes están
bañadas del espíritu de individualismo, que ca-
racteriza la civilización de Occidente, en su an-
tagonismo con el Oriente.


Magnífico, señores Académicos, es el cua-
dro que ofrece el desenvolvimiento de la vida
en esa agrupación de estados, unidos en su prin-
cipio por la comunidad de intereses, de reli-
gión, de lengua y de tradiciones, que forman el
mundo griego; pero estados trabajados siempre
por ardientes y vivas rivalidades, y en donde
las oligarquías tiránicas y las democracias de-
magógicas debilitaban sin cesar el espíritu pú-
blico y preparaban la ruina de aquel pueblo,
que supo producir genios como Pericles, que




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dan 'nombre á un siglo; cantores como Homero
que, con su ¡liada y su Odisea, al narrar la
cólera de Aquiles y la vuelta de los Griegos
vencedores á sus hogares, conquistó, como ha
dicho un historiador, con su inspirado numen
el cetro de la civilización para el Occidente;
pueblo que vió nacer á Hesiodo, clásico pintor
de las virtudes domésticas y religiosas de la
Grecia; y los líricos Píndaro, Simónides y Ana-
creonte; y los trágicos Esquilo, Sófocles y Eu-
rípides; pueblo que dió aliento al sublime De-
móstenes, personificación de la elocuencia hu-
mana, el cual con la palabra manejó á su albe-
drío todas las pasiones de Atenas y de la Gre-
cia; pueblo que guió la pluma de Herodoto, Tu-
cídides y]enofonte; dió cinceles á Fidias, Pra-
xiteles y Lisippo para esculpir en el mármol la
forma humana, haciendo latir bajo la fría é
inerte piedra todo el realismo de ardorosa vida;
prestó sus coloridos y bellezas á Zeusis y Ape-
les, glorias del arte pictórico; inspiró la fantasía
de Pitágoras, Demócrito, Empedocles, Platón,
Tales y Euclides para impulsar las ciencias fí-
sico-naturales y abstractas; fundó con Sócrates
la humana filosofía en el estudio del hombre,
Nosce te ipsu1Il; método que desarrollaron, Pla-
tón, fiel intérprete del genio helénico, con sus
ideas de lo uno, de lo bueno, de lo verdadero




-- 20 -


y de lo bello, cuya razón última existe en Dios,
y Aristóteles, observador profundo, que hacien-
do reales las ideas en el hombre y en la socie-
dad, aplicólas á la vida en toda la serie de los
hechos que la determinan; pueblo que hizo re-
sonar en las orillas del Eufrates y del Indus la
lira de sus poetas; que estremeció las pirámides
de los Faraones al bélico rumor de sus hazañas;
y que en la personificación del grande Alejan-
dro «soi1ó unir el Oriente con el Occidente y
regir el mundo con el cetro abandonado por
Darío en Arbela en una mano, y las obras de
Aristóteles en la otra» (1).


Vano empeño; Grecia tenía marcado su des-
tino en la ley providencial de la historia; ella
educa y prepara á Roma, abriéndole el camino
del Oriente; su lengua, hija predilecta del sans-
Cl-ito, llena de harmonía, concisión, galanura y
belleza, será la lengua del mundo, que lleve la
buena nueva á todos los pueblos del orbe; pero
Grecia, descuidada de su organización social,
manchada con el estigma de la esclavitud, mi-
rando envilecida la mujer y con ella la familia;
Grecia, trabajada por sus disensiones intestinas
y ambiciones soberbias, debía desaparecer. Y
al morir (como dice el historiador citado antes),


(1) Espnila. -Llcdó.--Ohra citada.




-- 21 ~


fué Alejandro el que con la espada difundió su
postrer suspiro por el mundo, «dejando que el
águila legionaria coronara las antiguas ciuda-
des, antes que con su sombra protegiese su re-
cinto la cruz del Redentor, del Cristo.»


Roma, señores Académicos, aparece en la
historia como la síntesis de Oriente y Grecia,
resumiendo en su vida y desarrollando en sus
instituciones, junto con la inmovilidad imper-
turbable y despotismo severo de las aristocra-
cias orientales, el movimiento y agitación, las
cadencias y harmonías, el sensualismo y place-
res de los Griegos; pudiendo decirse que, ven-
cida Atenas como poder y avasallada por el
Coloso romano, infiltró ella en sus vencedores
la idea de su espíritu, haciendo resonar en las
orillas del Tíber y en las riberas del Eurotas
una misma Teología, un mismo culto, una filo-
sofía idéntica, é idénticas doctrinas.


El helenismo había dado ya todos sus frutos,
y Dios preparó á Roma y dió á sus hijos el va-
lor invicto y la constancia que oma la frente
de los conquistadores, para esparcir esos ele-
mentos sobre toda la tierra, mientras que, atan-
do á su carro de triunfo una tras otra todas las
naciones del orbe, preparaba en la unidad ma-
terial de su universal rmperio la base á la gran-
de unidad moral, que había de realizar Aquel




- 22 -


á quien fueron dadas en herencia todas las gen-
tes y todos los reinos de la tierra.


Formada Roma por la fusión de los latinos,
sabinos y etruscos, engrandecida durante su mo-
narquía por Numa, Tulo-hostilio y Anca Marcia,
que funda la ciudad de Hostia; después por el
etrusco Tarquina I, que la embellece y adorna
con templos y edificios, dando principio á la
edificación del Capitolio, ella siente nuevo im-
pulso bajo la acción de Bruto, que al frente del
Patriciado arrolla la monarquía y establece la
república, candente arena donde en incansable
lucha los plebeyos, avanzan palmo á palmo has-
ta obtener su nivelación política con los patri-
cios, invistiendo á Sextio de la jurisdicción civil
propia de los Cónsules; y sin amenguarse el
ardor bélico de los romanos por las incesantes
luchas y discordias civiles, ansiando dominar el
mundo, y pasear por él sus invencibles águilas,
combaten con los pueblos latinos hasta domi-
nar la Italia toda, triunfantes en Benevento; ho-
llan en los campos de Zama los timbres y lau-
reles de Cartago, ahogando en los charcos de
sangre del combate la civilización oriental, que
aquélla representaba: vencen en mil batallas á
los reyes de Oriente, despertando los dormidos
dioses de sus bosques al rudo choque de sus
fieras lanzas; y dueños de la Galia, España,




- 23 --


África, Iliria, Mesia,Grecia y Macedonia, el
Asia Menor, la Siria, el Egipto y las Islas del
Mediterráneo, reunen y sintetizan su espíritu en
César, gigantesco coloso como hombre, como
guerrero, como político, cuyos vastos proyectos
describe un publicista contemporáneo diciendo,
«quería la unidad del mundo abriendo las puer-
tas del Capitolio á todas las gentes; quería la
unidad del derecho reuniendo en un solo códi-
go todas las leyes romanas; quería la unidad
religiosa levantando un templo en medio del
Campo de Marte, donde cupieran los dioses de
todas las teogonías .... quería, pareciéndole es-
trecho el Occidente, donde le faltaba tierra para
plantar sus ideas y sangre para regarlas, ir al
Asia, recorrer sus inmensos desiertos, llamar á
la vida á las generaciones dormidas al pie de
sus muertos dioses; .... descender por el Cáuca-
so á buscar ese río de razas bárbaras que in-
cesantemente desembocaba en Europa y ata-
jarlo con su espada; .... y así el imperio, limi-
tado de todas partes por los mares, encerrando
en su anchuroso seno el Asia y el mundo bár-
baro, sólo se hubiese destruído el día en que
Dios hubiese estrellado en los espacios la tie-
rra.}) ¡Soñada gloria!! ¡Vano esfuerzo!! el puñal
de los Brutos y los Casios le hacía caer poco
después inerme al pie de la estatua de Pompe-




- 24-


yo; y el imperio de Octavio Augusto, en que
resplandecen líricos como Tíbulo y Propercio,
poetas como Ovidio, Horacio y Virgilio, histo-
riadores como Tito Livio, jurisconsultos como
Labeo y Capitón, y artistas como Vitrubio,
marca la hora suprema en la gran ley providen-
cial que rige las sociedade3, haciendo que de la
lucha y roce de tantos elementos combinados
para formar esta grande unidad romana; de la
misma opresión y tiranía que les ha venido fun-
diendo y amalgamando, clÍal se funden en la
atmósfera las nubes arrastradas por opuestas
corrientes, brote la aurora purísima del Cristia-
nismo, cual brilla la luz de la alborada tras la
deshecha tormenta.


El rudo estruendo de los combates soste-
nidos por la Señora del mundo, y el vertiginoso
clamoreo de sus impuras bacanales, no logra-
ban apagar el eco lastimero de millares de es-.
clavos hacinados en el ergástulo, pálidos, exte-
nuados, harapientos, temblando al crujir sobre
sus desnudas carnes el feroz látigo de sus ver·
dugos; el brillo y esplendor material del siglo
de Augusto no era bastante á encubrir la ver-
gonzosa lepra que gangrenaba las costumbres
romanas. No había familia, porgue el celibato
del vicio había matado todas las generaciones
en su fuente; la sangre de los esclavos se derra-




-- 25 --
maba en medio de los festines, para despertar
con su aspecto á los convidados dormidos en
el triclinio de oro; Cayo-graco gastaba en un
día cien mil sextercios en un banquete, gigan-
tesca comida que consumía las rentas de tres
provincias; Esopo el trágico sirve en su mesa
un plato que cuesta setenta y tres mil ocho-
cientos reales; Clodio hace disolver una perla
en vinagre, para beber de un solo trago la suma
de setecientos treinta y ocho mil reales; y para
terminar el cuadro, dejadme decir con el libro
sagrado de la Sabiduría: «Los hombres sacrifi-
can sus hijos en altares impuros, verifican ritos
insensatos en misterios nocturnos, manchados
de infamia; no respetan la vida ni la pureza de
los matrimonios; el odio arma todos los brazos;
el adulterio mancilla todos los corazones en el
seno de una horrible confusión; por todas par-
tes, sangre, homicidio, robo y mentira, corrup-
ción é infidelidad, rebelión y perjurio, olvido de
Dios, contaminación de las almas, instabílidad
de las uniones, desórdenes entre esposos y su-
prema lujuria!!» Ved ahí despojado de todos
los encantos de la poesía, de todas las seduc-
ciones de la forma, el cadáver del Paganismo.
Mas ¿por qué no vive ya en el seno de la hu-
manidad, cuyas entrañas desgarró y cuya san-
gre bebió á torrentes durante cuarenta siglos?




- 26 -


¿Por qué, cuando tocaba el cenit de su gran-
deza y encadenaba el mundo bajo e! férreo yugo
de su poder despótico, se eclipsa el astro de su
gloria, enmudecen sus oráculos, se apaga el sa-
grado fuego de sus altares y la sociedad se con-
mueve y estremece como agitada por e! ester-
tor de la muerte? Es, señores, que ya alborean
los primeros destellos de! sol de la reparación;
y cumplida la ley providencial que preside á la
humanidad en la primer vertiente de la histo-
ria, la Roma del Capitolio desaparece, para re-
nacer convertida en la Roma de los Pontífices.


Durante ese largo período que llevamos his-
toriado, un eco de esperanza recorre toda la
tierra y confunde en unísono acento los orácu-
los de De!fos y de Cumas con la voz inspirada
y profética de Israel.


El tipo de un Dios libertador se encarna
en todas las teogonías de los pueblos orienta-
les; inspira la poesía de Occidente haciendo de-
cir á Virgilio: «Ultima Cumei Zle1lit jam carmi-
nis a?tas,» etc.; arranca al orgullo filosófico de
Sócrates y Platón la confesión de la necesi-
dad del Logos, del Dios sabiduría y poder, di-
ciendo por el labio de Alcibiades: «Cuando yo
vea ese día deseado, ofreceremos coronas y los
dones que prescriba la nueva ley;» y en el si-
lencio que ocasiona la paz producida por Au-




- 27 -
gusto, silencio parecido al que reinaba en la
creación cuando e! Omnipotente se inclinaba
sobre el caos de la materia primigenia para
darle forma, colorido y belleza, voz poderosa
descendida de los cie!os entona el cántico del
universal rescate, cuya primera nota se engen-
dra en los esplendores de la gloria, y cuya pos-
trer harmonía se produce en las profundidades
del alma humana, diciendo: «En el principio
era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el
Verbo era Dios, y el Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros.»


La persona divina de Jesucristo aparece ilu-
minando todos los horizontes de la historia; el
árbol divino, cuyas raíces penetran en cuarenta
siglos de preparaciones proféticas, de dulces
esperanzas, comienza á esparcir sus lozanas ra-
mas en la segunda vertiente de la historia, en-
galanándose con las flores de la Fe y los frutos
de la adoración universal; y esa aureola de es-
peranza, de Fe y de amor, que inunda la frente
de! Cristo Dios, desafía todos los esfuerzos del
escepticismo y confirma la tesis que venimos
estudiando; el movimiento de la historia an-
tes de Jesús tiende providencialmente á prepa-
rar á la humanidad para la regeneración; des-
pués de Jesucristo se dirige á difundir y estable-
cer su reinado en las almas y en la Sociedad.




-- 28 -


Ni los límites de un discurso permiten ana-
lizar en su longitud, latitud y profundidad el
vasto plan civilizador que desarrolla la religión
católica en el período veinte veces secular de
la edad cristiana, ni me permitiera jamás cansar
vuestra bondad, tan conocedora como amante
de esa institución grandiosa.


Mas hasta ahora sólo hemos trazado como
la sombra y el fondo del cuadro; dejadme, se-
ñores, aunque á grandes rasgos, trazar la divina
figura de Jesucristo, casta, ideal, hermosísima,
y recoger su dulce mirada, más apacible que
la luz del primer astro de la tarde, más tran-
quila que la superficie del lago que rizan per-
fumadas brisas; dejadme recibir de sus labios,
más puros que la flor que abrió su cáliz á la pri-
mera luz de la creación, aquella celestial y sen-
cilla doctrina que regenera el espíritu y renueva
la sangre, como si fuese la esencia de la vida;
dejadme oir su amoroso acento lejos del Areó-
pago y del Foro, en la soledad del desierto,
bendiciendo la pobreza, la mansedumbre, las
lágrimas, la pureza del corazón, la paz del alma,
los grandes martirios sufridos por la causa de
la justicia; dejadme contemplar á ese divino é
infatigable obrero levantando el aluvión de tan-
to sensualismo, de tantas degradaciones y envi-
lecimientos, como atrajeron sobre la inteligcn-




- 29
cia los orgullos humanos, y depositar en el sur-
co primitivo del alma el germen de la pureza,
con cuyos delicados filamentos ha de tejer el
hombre el blanco cendal que le asemeje de
nuevo á los ángeles; dejadme ver cuál descien-
de de su majestuosa y augusta frente ese des-
tello de autoridad que sancionará todo poder, y
hará ya imposibles en el mundo las despóticas
tiranías, y oirle discernir los campos en que de-
ben moverse harmónicamente los poderes civil
y religioso, en aquella sublime frase: «Dad á
Dios lo que es de Dios y al César lo que es del
César;» dejadme besar aquellas divinas manos
que fabricaron los cielos, clavadas á la cruz, ar-
bol ele eterna vida, que con sus flores perfuma
nuestra existencia, poderosas aún para romper
las cadenas elel esclavo, y proclamar, con la
dignidad y libertad del hombre, la igualdad ante
la ley, base que debe sustentar el nuevo dere-
cho, y pulverizar para siempre las odiosas cas·
tas y vergonzosas servidumbres; dejadme ado-
rar aquella sangre de precio infinito que dió á
la mujer su primitiva dignidad y santificó el
hogar doméstico; dejadme, en suma, penetrar
en el gran templo de la verdad católica, para
buscar allí al Dios espíritu y verdad y abrasar-
me en el fuego de su amor purísimo. Y cuando
contempléis esas cohortes gloriosas que salen de




- 3°-
las catacumbas á la faz del imperio, como do-
radas mieses que produce fértil campo; y cuan-
do del ergástulo y las lampreas, del anfiteatro
y el circo se alcen inmensas legiones de héroes
invictos, movidos como por un solo resorte, no
penséis que son los plebeyos que corren al
Aventino para oponerse á los cónsules, nó; es
el ejército de los confesores de Cristo que, can-
tando el himno de la libertad del pecado y de
la culpa, corren á grabar con caracteres de oro
sobre la columna de Trajano este lema victorio-
so: Christus villcit, Christus regllat, Christus
imperat.


La Roma pagana debía morir, como mue-
ren todos los pueblos que han llenado su des-
tino providencial en la historia. Falto el impe-
rio de unidad en sus doctrinas, desprovisto de
creencias religiosas, que son el espíritu de las
sociedades, embrutecida la plebe, corroídas las
costumbres por la crápula y la lascivia; en lu-
cha con las nuevas creencias, que desde las
criptas y las catacumbas llevaban su acción á
todas las esferas del pensamiento y á todas las
manifestaciones de la vida, el imperio se des-
morona y cae, cuando el relinchar de los cor-
celes visigodos le anuncia el azote de los Alari-
cos y CIodoveos, nuevos elementos que la Pro-
videncia ha de fundir en el puro crisol del Cris-




- 3' -
tianismo, para sacar de allí las modernas civi-
lizaciones.


La verdad triunfa siempre de todas las ti-
ranías y de todas las opresiones que la disputan
el dominio de las almas; por eso tras de ese
período que recorre la nueva idea desde Nerón
á Trajano, y desde Trajano á Domiciano, en
que los cristianos que practican la ley del amor
para renovar el mundo con la esperanza, y fir-
mes en la Fe defienden su nobilisima dignidad,
proclamando la unidad de Dios y la divinidad
de su Verbo, son arrastrados por las calles,
arrojados á los hambrientos leones, á los tigres,
á las hogueras, y desgarradas sus carnes con
garfios, hasta bañarse los tiranos en la sangre
de sus víctimas; tras de los obstáculos que opo-
nen á la propagación de la nueva enseñanza
Simón Mago, los Gnósticos, Maniqueos y Mon-
tanistas; al poderoso ariete del Arrianismo, que
dirige sus envenenados dardos al corazón mis-
mo de la naciente institución, la ley providen-
cial histórica opone el edicto de Constantino,
que autoriza la vida pública y la paz de la Igle-
sia; el concilio de Arlés, en que cuatrocientos
obispos fulminan anatema contra Montano~ el
concilio universal de Nicea, en que se declara
el símbolo de la Fe, que repetirán las genera-
ciones hasta el último instante de los tiempos;




- 32 -
la célebre Academia de Alejandría, en que flo-
recen San Clemente y Orígenes; la escuela Oc-
cidental cristiana, en que se forman San Ire-
neo, San Cipriano y Tertuliano; el espiritualismo
de aquellos anacoretas que, lle.nos del pensa-
miento de la eternidad, despreciando los pere-
cederos goces del mundo, buscan asilo seguro
en el estéril desierto, en los nidos de las águi-
las, en las madrigueras de los leopardos y ti-
gres, para elevar al cielo el aroma suave del
amor divino que consume sus almas, como pro-
testa contra el sensualismo dominante desde la
Libia hasta el mar Negro, atraycndo á su de-
rrcdor las gentes sedientas de lo infinito, y fe-
cundando con sus virtudes aquellas abrasadas
soledades; y por último, la acción poderosa del
inmortal español, del genio sublime de Teodo-
sio, que destrozando las antiguas aras,. a1Tan-
cando á su pedestal los idolos, deshechas las
coronas que ornaban la frente de las víctimas,
hizo descender de su trípode los augures y di-
vinadores, y sobre los hacinados escombros de
aquella civilización primitiva y grosera levantó
la Cruz de Jesucristo, símbolo de verdad y jus-
ticia y foco purísimo del espíritu de amor que
venía á renovar la humanidad.


y mientras el Cristianismo con su celestial
enseñanza alumbra la conciencia y purifica la




33
vida, la Providencia, que, sin menoscabar en un
ápice los altí~imos fines que la impulsan, hace
expiar á las naciones, como hace expiar al in-
dividuo, los grandes crímenes que mancharon
su vida, cual olas gigantescas de mar embraveci-
da, que se empujan y suceden con creciente
violencia, de las orillas del Rhin y del Danubio
hace brotar y caer sobre las suntuosas moradas,
en que los romanos dormían el sueño del pla-
cer y los deleites, espantosos bárbaros, cuyos la-
bios conservaban aún la sangre de la carne cru-
da que habían devorado, para que se ceben en
los perfumados cuerpos de los Señores del mun-
do, como la hambrienta fiera en las entrañas de
su presa.


Atila, engen<;lrado entre el fragor de los
combates, vigoroso, fuerte, de robusto brazo,
de ojos que despiden el fuego de la guerra, alen-
tando sólo venganza, es el torbellino de fuego
que calcina y pulveriza á su paso las Galias,
Metz, Treves, Reims, la Italia y Roma. Gensc-
rico, astuto, cruel, vengativo, blandiendo atroz
espada, incendiando las ciudades y los bosques
para que le sirviesen de antorcha en su camino,
dejando siempre en pos de sí regueros de san-
gre, es la venganza de Dios que reduce á ceni-
zas á Cartago, busca pábulo á su codicia en las
riquezas que atesoran las costas de Italia, y que,


3




- 34 --


colocado sobre las ruinas de todas las grande-
zas y de todos los monumentos de la civiliza-
ción romana, al dirigir su insultante mirada al
mundo, muéstrase como la imagen del ángel
de! exterminio.


Roma, dice un historiador (1), había pro-
vocado la cólera de los bárbaros. Sus legiona-
rios les habían perseguido hasta lo más intrin-
cado de sus enmarañadas selvas; pero llegó el
día de la venganza, y los ejércitos que habían
querido robarles su libertad fueron deshechos
como la espuma. La ardiente lava de los pue-
blos germanos borró la unidad material de los
pueblos sometidos á Roma, que dejó de ser la
Capital del mundo. Desaparecieron su consti-
tución política, su religión y sus costumbres;
pero á la idea del poder central que ella creara,
á su régimen municipal, su derecho, su lengua,
su literatura, su arte, uniéronse los hábitos y
costumbres rudos, altivos é independientes de
los hijos del desierto: sobre la nueva alianza en-
vió el Catolicismo e! soplo de su amor, que todo
lo vivifica, lo suaviza, lo estrecha, lo engrande·
ce; y cuando, disipado el humo de los incendios
que ennegrecía el espacio, la humanidad asom-
brada buscaba con mirada intranquila asilo don-


(1) España. -Lledó.




~ 35 ~
de refugiarse, halló al grande Obispo de Hipo-
na, que, recogiendo e! eco de las escuelas cris-
tianas de Oriente y de Occidente, condensando
las enseñanzas de Osio de Córdoba, Paciano de
Barce!ona, Basilio, Gregorio de Nacianzo y Am-
brosio de M.ilán, ofrecía al mundo la Ciudad de
Dios, la patria de los verdaderos amores, de
cuyo sagrado vestíbulo iban á brotar las nuevas
civilizaciones cristianas, con los gloriosos he-
chos que llenan el tiempo y e! espacio durante
la edad media.


Señores Académicos, al llegar á esta altura
de mi pobre trabajo, lo confieso con ingenui-
dad, desfallezco ante la magnitud de! espacio
que me resta que recorrer; ¡he cansado ya tan-
to vuestra prudente condescendencia!!! .... No
podré ya sino señalar puntos culminantes, des-
de donde vuestra acreditada ilustración descu-
bra e! conjunto harmonioso en que, desarro-
ll,índose la ley providencial histórica, agranda
el reinado social del Hombre-Dios en la tierra.


En ese largo período de la edad media que
abraza desde la conversión de los bárbaros á
la luz del Catolicismo hasta la vergonzosa apos-
tasía de Lutero y aparición de la Reforma, la
Iglesia, viva encarnación de Jesucristo, cuerpo
místico de esa cabeza divina, que la compene-
tra y sostiene con su poder sobrenatural, es el




- 36 --


único faro esplendente que alumbra los sende-
ros de la civilización, mal que pese al incrédulo
racionalismo, que afecta desconocerlo.


Al estudiar las relaciones que determinan
las nuevas monarquías levantadas bajo tan po-
derosa egida y los códigos que ellas forman; la
manera con que la idea católica se infiltra y
propaga en la sociedad, á la par que llena COIl
sus monasterios los inhabitables bosques y las
regiones más montuosas; 'la renovación del im-
perio de Occidente por Carlomagno; las alian-
zas de los Carlovingios con la Santa Sede; las
invasiones de los Normandos; el feudalismo y
e! imperio; al traer á la memoria las Cruzadas
y las Órdenes mendicantes, la escolástica' y los
cismas de F ocio y de Occidente, la preponde-
rancia del poder real, la caída del imperio y el
siglo de los descubrimientos; al contemplar ese
vastísimo cuadro, creemos poder decir con un
historiador ya citado, «que todos los grandiosos
hechos de la edad media se condensan en uno,
la unidad católica, puesto que á ella todo se
subordina; y cuando la soberbia rompe esa uni-
dad con mano sacrílega, la edad media desapa-
rece, pero dejando á las edades venideras e! le-
gado fecundo de la dignidad del hombre resta-
blecida, de! arte vigorizado por la inspiración y
el sentimiento, de laS' libertades políticas asegu-




- 3i -
radas, de la ciencia caminando ~í pasos de gi-
gante por las regiones de la verdad, de la im-
prenta que eterniza el pensamiento y de la brú-
jula, en fin, que ha permitido explorar desde el
ecuador hasta los polos.


La Iglesia que, con la caída del imperio ro-
mano de Occidente y la irrupción de los bár-
baros, quedaba libre de la funesta intervención·
de los Emperadores en los asuntos religiosos,
consagra toda su actividad á defender valerosa-
mente la libertad y la Fe de las poblaciones do-
minadas por la raza descendida de la Germania,
á humanizar sus costumbres, á purificar el cora-
zón de la mujer, elevándola á la altura de com-
pañera del hombre y ángel del santo hogar de
la familia, dándola ese dulce poderío con que,
guiada del sentimiento religioso, una esclava
convierte todo un pueblo alIado allá del Danu-
bio, Genoveva salva á París del furor de Atila,
Clotilde convierte á Clodoveo, Ingunda á nues-
tro mártir San Hermenegildo y Teodolinda á
los Lombardos heréticos.


A la invasión bárbara, que destruye y ani-
quila todo el viejo elemento de la civilización
romana, une el Catolicismo otra invasión moral
más poderosa, para hacer brotar del caos de la
barbarie un mundo de luz y de progreso: tal
es la institución del monacato, que representa




- 38 -
en Occidente Benito de N ursia, el cual derribó
un templo de A polo en el Monte Casino, para
levantar en su lugar el célebre monasterio.


El monje, más fuerte por sus virtudes, su aus-
teridad y su penitencia bajo el tosco sayal, que
el Huno y el Godo bajo el acero de su coraza,
domina con su mansedumbre al feroz hijo de
las selvas; y allí donde el conquistador germano
dejó como huella de su paso ruinas ennegreci-
das por el incendio, campos talados, muerte y
exterminio, allí el monasterio elevará su cúpu-
la al cielo; á la sombra de la cruz un pobre
monje será el legisladgr del trabajo, de la con-
tinencia y de la pobreza voluntarias; allí, á la
tenue luz de los claustros, se recogerán los dis-
persos elementos de la ciencia, y con laborio-
sidad inquebrantable se unirán y abrillantarán
los eslabones de la cadena de los conocimien-
tos humanos; allí se escribirá una regla que, du-
rante seis siglos, será sol que ilumine la Euro-
pa y como ley y fuerza viva que, empujando
esas legiones pacíficas, nacidas para la abnega-
ción y el sacrificio, convertirá las ruinas en ciu-
dades, los eriales en jardines, los desiertos en
poblados, y el rudo y feroz hijo de Odín en ci-
vilizado creyente.


Bajo la acción del principio católico, no obs-
tante la rudeza y esterilidad de este histórico




-- 39 ~


periodo, álzallse oradores como San Remigio
y Sidonio-Apolinar; historiadores filósofos, co-
mo Salviano y Gennadio, que continúa la his-
toria literaria de San Gerónimo; pensadores co-
mo Boecio, teólogos como San Gelasio, Sinma-
ca y San Gregorio de Tours, y pontífices co-
mo San León y San Gregario, ambos grandes;
mientras nuestra España mira al Obispo con-
vertido en defensor de las ciudades, defazsor
civitatis, y realiza las célebres asambleas de To-
ledo, Lérida, Agde, Valencia y otras, cuya in-
fluencia social no necesito encarecer, vense cul-
tivadas las letras y las ciencias por los Isidoros,
Fulgencios, Eutropios, Juan de Bielara, y Brau-.
lio de Zaragoza; la poesía halla sus ecos en Má-
ximo y Prudencia, Eugenio y San Ildefonso, y
hasta los himnos y los cantos populares son re-
veladores de esa civilizadora influencia con que
el Catolicismo lleva á todas las esferas, junto
con los principios morales y las eternas verda-
des de Jesucristo, que encarnan la justicia yel
derecho, todos los gérmenes de paz y bienes-
tar social.


Mirad, señores, el momento solemne en que
el pontífice León III ciñe las sienes de Carlo-
magno con la diadema imperial, que le insti-
tuye supremo jefe del Occidente cristiano; estu-
diad el desenvolvimiento de esa monarquía has-




-- 4° -
ta su desmembración, bajo el cetro de los Car-
lovingios y la creación del nuevo imperio ger-
mánico en Otón 1, cuya diadema le ciñe otro
Pontífice para hacerle árbitro de la Europa du-
rante cuatro siglos; la Iglesia guía, sostiene, ilus-
tra y ayuda á los monarcas en sus empresas,
retarda la decadencia del imperio, y en medio
de la agonía de los Carlovingios, salva los prin-
cipios vitales de la sociedad, y los inspira á las
nuevas nacionalidades, que surgen de la gene-
ral desorganización.


Un monje, el célebre Alcuino, es el alma
de todo el movimiento literario y social de su
época; de la escuela Palatina salen los profeso-
res encargados de difundir la ciencia en todas
partes; y, cuando la unidad Carlovingia se des-
morona, sólo la Iglesia aparece firme en medio
de la universal conflagración. Su palabra amo-
rosa calma las disidencias; su potente anatema
detiene á los ambiciosos; sus templos, sus mo-
nasterios y palacios sirven de asilo á los oprimi-
dos y sus concilios limitan el poder de los Se-
ñores feudales y protegen la libertad de los ciu-
dadanos.


Pero ¿á qué os fatigo y me esfuerzo acu-
mulando hechos sobre hechos, para demostrar
una verdad evidente? Sólo la historia de la re-
conquista de nuestro patrio suelo basta para




- 4 1 _.


consignar la ley suprema histórica del mundo
y la influencia del Catolicismo en la Sociedad.


Eclipsados los timbres de la estirpe goda
en la derrota del Guadalete, de la ilustre cueva
de Covadonga brota con Pelayo la monarquía
de Asturias envuelta en el manto del sentimien-
to católico, á cuya sombra germina y crece el
amor patrio, como la hiedra vive y se dilata
adherida al tronco de frondoso álamo.


Religión y patria es el lema de su bandera,
y bajo su egida, en Alfonso 1 el Católico puri-
fica los templos que profanó la planta del Aga-
reno; en Alfonso II el Casto triunfa de una na-
ción orgullosa en Roncesvalles, mientras con
Ramiro 1 tritura bajo los cascos de sus caballos
al hijo del Islán en los campos de León, dila-
tando su dominio hasta la tierra de Campo.


Lleno del espíritu católico, vence Alfonso V
al poderoso Almanzor; como Fernando 1, ci-
ñendo á sus sienes las· coronas de León y de
Castilla, llega victorioso al Guadarrama, dejan-
do á su hijo Alfonso VI la gloria de llevar sus
armas vencedoras á Toledo y purificar el san-
tuario de la Virgen de la Almudena.


Alfonso VIII rompe en las Navas de Tolosa
la barrera opuesta por las breñas de Sierra Mo-
rena, y así puede el Rey Santo realizar la con-
quista de nuestra hermo~a Sevilla, y antes los




- 4 2 -


reinos de Murcia, Jaén y Córdoba. El senti-
miento religioso inspira su famoso código al
Rey Sabio; da fuerza al brazo de Alfonso XI
para acabar con el Islamismo en la jornada del
Salado, escribiendo gloriosa página, que recuer-
da cuánto vale el amor patrio cuando le alienta
y dirige la Fe religiosa.


Aun enmedio de los turbulentos reinados de
los Pedros, Juanes y Enriques, en los cuales se
enerva la monarquía castellana, el genio del Cato-
licismo calienta y vigoriza la literatura y la cien-
cia; el diálogo y la égloga se animan con San ti-
llana y Rodrigo de Cotta; la epístola cobra vida
bajo la pluma fácil de Cibdarreal; la crónica, en-
noblecida por Ayala, toma sabor histórico con
Díaz de Gámez, Álvar Garda y Pérez de Guz-
mán, el autor de las Gmeraciones y Semblan-
:::aSj Juan de Mena imita á Dante en su Laby-
rinto, mientras Jorge Manrique escribe sus Ele-
gías rebosando ternura de sentimiento; y brillan
Alfonso de Madrigal (el Tostado) y la familia
Santa María ó Cartagena, de la que D. Pablo
escribe su ScrutiniulJ/. Scriptu rarum, D. Gon-
zalo la historia latina del reino de Aragón, y
D. Alfonso el Doctrinal de Caballeros y el 3fe-
lIlorial de Virtudes. Y cuando los inmortales
Fernando é Isabel 1 de Castilla han celebrado
~u desposorio ante el altar católico, y el león




- 43 ~
de Castilla descansa al abrigo de las torres de
Aragón; desde las márgenes del Duero y los
campos de Toro, en que abaten la altivez de
D. Alfonso el Africano, hasta el instante supre-
mo en que el invicto Hernán Pérez del Pulgar
clava con la punta de su daga el A VE MARÍA
en las puertas del palacio de filigrana y enca-
jes de la morisca Alhambra, la grande epopeya
de nuestras glorias de ocho siglos es á la vez
el cántico eucarístico, que publica lo que puede
un pueblo de héroes cuando en su frente brilla
inmaculado el amor santo de la patria y en su
corazón anida y reina el sentimiento católico
ci vilizador.


¿Á qué, señores, detenerme ya en estudiar
ese otro grandioso hecho, inspirado por el Cato-
licismo, las Cruzadas, que preservaron la Europa
de la invasión de los turcos Seldjucidas, sostu-
vieron el imperio griego, unieron los pueblos
cristianos en una misma idea, debilitando las ri-
validades nacionales, contrariando el feudalismo
y abriendo esa mutua comunicación entre el
Oriente y Occidente, que lleva allí las luces ci-
vilizadoras del Evangelio, y vuelve de allá car-
gada de riquezas para engrandecer las ciencias
naturales, la Medicina, la Historia y la Geogra-
fía? ¿Será preciso que llame vuestra atención á
esa providencial resistencia, como la llama Lau-




-H-
rent, que oponen los Papas á la lucha entre el
sacerdocio y el imperio, para abatir todas las
tiranías é impedir que la sociedad retrogradase
á la época pagana? ¿Deberé desarrollar á vues-
tra vLta la acción católica, por extremo grande
durante los siglos XII y XIII, Y mostrar al pre-
suntuoso racionalismo las esplendorosas luces
de ciencia yde virtud que ilustran esas edades?
Bastaría, señores Académicos, recordarles que
es el período en que se destacan Pedro Lom-
bardo, Bernardo de Claraval, Alberto el Gran-.
de, San Buenaventura y Santo Tomás de Aqui-
no, artífices del eterno y admirable edificio de
la Teología escolástica; que, en menos de un
siglo, se fundan universidades en París, Oxford,
Palencia, Tolosa, Lérida, Salamanca, Nápoles,
Cambridge, Viena, Upsal, Montpellier, Orleans
y Coimbra; que durante ese período la Alema-
nia produce el inmortal poema de los Niebelun-
gen; Godofredo de Straburgo escribe su inimi-
table Tristáll é Isolda; Gonzalo de Berceo can-
ta con fe é inspiración ternísima, á quien sigue
Juan Lorenzo de Segura; Italia recoge los sus-
piros de Francisco de Asís, Guitonne de Arrez-
zo y Guido Guinicelli; que es la edad en que
el arte levanta los grandiosos monumentos de
las catedrales de París, Colonia, Chartres, Stra-
burgo y otras; la época en que Raimundo Lu-




- 45 -
lio deposita cn su Ars JI/agna los gérmenes de
una verdadera enciclopedia, y Arnaldo de Vi-
lIanueva, Paracelso, Brant, Miguel Scoto, Car-
dán y Rogerio Bacón engrandecen las ciencias
físicas, químicas y matemáticas; período de pro-
funda fe religiosa, en que, como dice un histo-
riador, al destello purísimo de la verdad católi-
ca, el alma alcanza á columbrar lo que nunca
puede ver la razón seca y orgullosa de los racio-
nalistas, esto es, las admirables harmonías que
existen entre todas las verdades que brotan ra-
diosas y esplendentes del trono del Eterno, así
como del sol salen todos los rayos que nos ilu-
mman.


Hemos llegado, scñores, penosamente al pe-
ríodo en que por desgracia el espíritu cristiano,
que había animado la civilización, decae; en
donde se mezclan, en confusión espantosa, los
elementos de orden y desorden, luchan las inte-
ligencias, dudan y vacilan: tiempo de cisma y
desenfreno para el pensamiento y el corazón. Y,
al estudiar los acontecimientos que preceden á
la Reforma; al contemplar á Colón engastando
un mundo en la diadema de nuestros Reyes; á
Copérnico y Kepler señalando leyes al sistema
del universo, á Rodio y Harbey revelando las de
la vida en la circulación de la sangre; al descu-
brir esa falange de artistas y poetas, Ficino,




- 46 --


Miguel Ánge!, Falopio, Ariosto, Camoens, Cal-
derón, Shakespeare; al ocupar la mente los nom-
bres de Carlos V, León X, Segismundo J, Cclli-
ni, Savonarola, San Carlos; cuando nos asalta la
repugnante figura de Lutero, arrancando el velo
del pudor que cubría la frente de Catalina de
Roré, para escribir en él el código de la Refor-
ma, e! alma desfallece, la pluma cae involunta-
riamente de la mano, el corazón llora sangre!!!
Mas alentad, señores; que de ese confuso caos
de doctrinas, principios y fuerzas, que ha pro-
ducido la piqueta demoledora del libre examen,
el Catolicismo sacará toda la grandeza de las
edades modernas; que no envejece el árbol ro-
busto de la Religión; y de la roca estéril bro-
tan raudales de agua cristalina, cuando la toca
el dedo del Dios que cabalga sobre los aqui-
lones.


Sefíores, vuestra ilustración sabrá dispen-
sarme si omito el estudio de los tres últimos si-
glos, en que tan duras pruebas ha experimen-
tado el Catolicismo; pero en los que tantos lau-
reles han coronado su inmaculada frente. Paré-
cerne, después del estudio que hemos realiza-
do, poder concluir «que la ley providencial his-
tórica es Jesucristo; el mundo antiguo le prepa-
ra y profetiza; las generaciones católicas le si-
guen y forman su gloriosa corte. Dios todo lo




- 47 -


hizo, para 12. manifestación de la gloria de su
Unigénito.


y al terminar, permitid me vuelva al punto
de mi comienzo, y os confiese que sólo vuestra
bondad me ha sostenido y me alienta; y que os
asegure como cristiano, como caballero y como
sacerdote, que, fiel al lema de esta Real Aca-
demia de Buenas Letras, será mi mayor gloria
trabajar en pro de la ciencia y de la verdad,
seguro de que así lleno mi principal misión, que
es la de llevar á todas partes el nombre y el
reinado social de Jesucristo.


IlE üICIfO.


Sevilla, 24 de Noviembre de 1882.






DISCURSO
DEL SEÑOR


D. JOSÉ M. ASENSIO y TOLEDO
DIRECTOR DE LA ACADEMIA


EN CO:;TEST ACIÓN


AL DEL SR. BERMÚDEZ DE CAÑAS


A






~
~~~~~!!!!!!!!!!!~ !!!I!!~


Señora.:


1R!!iIii!!!!.iii!ii UE la Real Academia Sevillana de
Buenas Letras puede estar satisfecha
~~~~ y hasta orgullosa de la elección que
ha hecho, que el nuevo Académico sabrá hon-
rar con valiosos timbres los muy antiguos me-
recimientos de la Corporación, aumentando con
sus talentos los frutos de la Mi71enJa lMtica, ver-
dades son que están en la conciencia de todos,
y que se demuestran con harta claridad en el
brillante, profundo y elocuentísimo discurso cu-
yas alabanzas palpitan aún en vuestros labios, y
durarán todavía mucho tiempo después de ha-
ber terminado los ruidosos aplausos con que lo
habéis acogido.


Pero ese magnífico trabajo que así ha cau-




-- 52 -
sado entusiasmo en tan ilustrado auditorio ¿no
pone de manifiesto al propio tiempo, y con más
claridad todavía, otra verdad que tampoco ne-
cesita demostraciones? ¿No indica, no expresa,
no significa á todos la difícil posición en que se
encuentra colocado el que ha de hacer oír su
voz después de voz tan elocuente, y ha de pro-
curar en vano llamar vuestra ilustrada atención
con débiles frases, cuando aún estáis embarga-
dos por el recuerdo, absortos en la contempla-
ción, y saboreando, si se me permite la pala-
bra, las múltiples bellezas de concepto, de estilo
y de elocución que acabamos de oír, y cuya
harmonía resuena en nuestros oídos, como nos
encanta la reminiscencia de una música sublime
mucho tiempo después de haber cesado de es-
cucharla?


Precepto es de la oratoria y recurso en el
orador pedir atención y suplicar benevolencia.
Todos los que me escuchan comprenderán que
en el día de hoy, en este momento, no es en
mí cumplimiento de una fórmula de costumbre,
sino verdadera necesidad el solicitarla; que más
todavía que benevolencia, indulgencia, disculpa
y hasta perdón necesita el que llenando un de-
ber de Reglamento, y por acceder, sin premedi-
tar las consecuencias, á una cariñosa invitación,
ha echado sobre sus hombros carga tan grave,




--- 53 -
cuando ciertamente no cuenta con fuerzas para
salir airoso del compromiso contraído. En agra-
decimiento á vuestra indulgencia, seré breve,
para no abusar de la atención que se me con-
cede.


Dignísimamente ocupado encontrará la Aca-
demia el lugar que en la Sección de Ciencias
Morales y Filosóficas correspondió durante un
dilatado período de años al señor D. Manuel de
Campos y Oviedo, querido cuanto docto maes-
tro de gran número de letrados que hoy brillan
en el foro sevillano y en el de la capital de la
Monarquía; que por sus méritos ha ascendido á
Académico Preeminente, dejando una vacante
de Numerario, sin que tengamos que llorar la
falta de ningún compañero, sin que el Cuerpo
vea un hueco doloroso que la muerte haya cau-
sado en sus filas; sino, antes por el contrario,
teniendo motivo en esta recepción de duplica-
dos plácemes y enhorabuenas.


Enaltecen al señor D. Francisco Bermúdez
de Cañas, que viene á sucederle, tanto ó más
que su elevada dignidad eclesiástica, como
Deán del Cabildo de nuestra Santa Iglesia Ca-
tedral, sus propias dotes naturales y su saber
profundo. Sacerdote ejemplar, orador sagrado
de merecida fama, cuya palabra, tan florida, fá-
cil y copiosa como llena de unción evangélica,




-- 54 -
sa1:;e atraer, persuadir, conmover y cautivar, y
cuyos conceptos, profundamente morales, alta-
mente severos, se introducen en el alma de los
oyentes envueltos en suavísimo perfume de ca-
ridad y de dulzura, bien puede decirse que no
viene aquí por nuestros votos, sino por su pro-
pio derecho, porque, como decía al comenzar,
sus talentos contribuirán á que fructifique con
mayor lozanía el árbol de la lVJillcr,hl Bética,
no:, ayudarán á difundir y propagar la afición á
los estudios, y serLín nueva gloria de la Corpo-
ración.


Razón tiene el señor Bermúdez de Ca5.as al
asentar que el movimiento de la historia antes
de Jesús tiende providencialmente á preparar el
camino para la regeneración; sintetizando opor-
tunísimamente su pensamiento con decir, que
el mundo antiguo le prepara y le espera. La
tesis se desenvuelve en un cuadro tan comple-
to, tan gráfico, tan lleno de luz, de color, de
harmonía, de sentimiento y de verdad, que nos
parece seguir á las naciones en su marcha bajo
la guía de la Providencia, suspirando por tiem-
pos mejores, y preparando la unidad material
para hacer posible y fácil la anunciación de la
buena nueva. Imperios, repúblicas y monar-
quías pasan á nuestros ojos en la hermosa re-
seila que nDs traza el nuevo Académico, en tér-




-- 55 -
minos que nos hacen recordar los mús brillan-
tes períodos del gran Bossuet y los más harmo-
niosos de nuestro elocuente tribuno D. Emilio
Castelar.


Á esta parte del discurso que acabamos de
escuchar no puede tocársele, por temor de des-
naturalizarla. De ella tomaremos la conclusión
concentrada en una valiente frase del hetero-
doxo Ernesto Renán: La historia de la huma-
nidad 110 se comprende sin Jesucristo. Como faro
para las edades antiguas, como fuente y venero
del bien, de la verdad, de la justicia para las
modernas, está la cruz en el punto culminante
de la historia de la humanidad. Á ella se diri-
gían los deseos, las miradas, los pasos todos
de las naciones que precedieron á la venida de
Jesús y á la predicación del Evangelio; de ella
nacen, se desprenden y brotan todos los adelan-
tos de los siglos posteriores.


En este punto recogeremos la exposición
de la teoría tan magistralmente expuesta, nó
para intentar mejorarla, ni menos para contra-
decirla, sino para aprovechar la oportunidad que
se nos ofrece de hacer algunas ligeras conside-
raciones sobre la influencia del Cristianismo en
la existencia de las modernas nacionalidades, y
sobre la evolución científica que hoy aparenta
contradecir su sabiduría, su fe y -su doctrina,




-- 56 -
cuando en realidad y en su concepto final ha
de venir á demostrar sus eternas verdades.


Dentro de la filosofía de la doctrina de Je-
sús, en los dogmas de su Fe, en su ensei'íanza
está condensado, contenido, preparado cuanto
necesita el hombre para llegar á la perfección.
Todos los adelantos humanos han de concor-
darse con la filosofía del Evangelio; allí está la
doctrina destinada á fructificar en tiempo y sao
zón oportuna; allí están las explicaciones de
cuanto puede saber, de cuanto puede adivinar
el espíritu del hombre en la incesante actividad
de su continuo trabajo. Nunca la ciencia puede
ser contraria á la religión; nuríca descubrirá ver-
dades que no concuerden con el libro eterno de
la doctrina cristiana, ni llegarán los más gran-
des, los más originales, los más profundos pen-
sadores á alcanzar conocimiento alguno,que,
siendo verdad, se oponga á la verdad revelada
ó no encuentre con ella su harmonía y su con-
cordancia.


La doctrina de Jesús es la última palabra
de todos los progresos, es el progreso por exce-
lencia, como lo ha demostrado un gran filóso-
fo desde el púlpito de la basílica de Nuestra
Sel10ra de París (1). Jamás han existido verda-


(1) Le R. P. Félix.-Lc l'rogrés par le O·istiallis/Jlc.




- 57 -
deros conflictos entre la ciencia y la religión. Y
es tan firme, tan profunda, tan sólida, tan arrai-
gada en mí esta creencia, que entre todas las
teorías modernas, entre todos esos grandes pro-
blemas que rodeados de ostentoso aparato cien-
tífico hoy se presentan como descomunales fan-
tasmas, como grandes escollos para la verdad
evangélica, no encuentro ninguno nuevo, nin-
guno decisivo, ninguno que pueda ser argu-
mento de contradicción de los dogmas y de la
filosofía cristiana.


Sólo bajo este punto de vista pretendo dar
alguna explanación al segundo extremo del dis-
curso á que contesto. El mundo moderno es el
desarrollo del reinado social de Jesus; es la di-
fusión de su doctrina vencedora de todos los
obstáculos, triunfando de todas las contradic-
ciones; que ahora bajo nuevas formas, revistien-
do caracteres más científicos, con otras aparien-
cias se oponen á su planteamiento, como en la
primera época antes de la predicación del Evan-
gelio se opusieron á su preparación. Vencidos
entonces, se han ido reproduciendo nuevamente
en cada una de las herejías, en diversos siste-
mas filosóficos; pero la idea cristiana los ha ido
subyugando, ha dado soluciones á todos los con-
fictos. Las dió en los pasados siglos como las
da en nuestro tiempo, como las dará en el ve-




- 58 -
nidero, hasta que el reinado de la filosofía cris-
tiana sea universal, y todas las inteligencias se
humillen ante la cruz como enseña de la ver-
dad y todos los corazones la amen como ense-
ña salvadora.


¿No es extraño, señores Académicos, que
uno de los más esforzados adalides del materia-
lismo moderno, el autor de los Conflictos entre
la Religión y la Ciencia, Jonh William Draper,
sostenga como nosotros la afirmación de que los
nuevos sistemas filosóficos discuten hoyexacta-
mente los mismos puntos de controversia que
ocuparon á los antiguos filósofos del Oriente y
de la Grecia? ¿No es de admirar que paladina-
mente exponga que en los actuales momentos
la evolución filosófica que tan pretenciosa se
ostenta, disiente de la Fe en los mismos concep-
tos en que hubo divergencia en la antigüedad?


El mundo romano había tenido por carác-
ter distintivo y peculiar una maravillosa unidad
política, y la unidad material. Reflejadas en la
ciudad las costumbres de todos los pueblos so-
metidos pOr la fuerza de las armas, acostumbra-
das las naciones más distantes á recibir como
gracia el llamarse municipios ó colonias, y á go-
zar el derecho de Roma, ésta se convirtió en
señora del mundo, y todos los placeres del mun-
do fueron llevados <Í Roma. En este solo rasgo




-- 59-


concentramos la causa de la corrupción de las
costumbres tanto públicas como privadas del
que llegó á apellidarse Pueblo Rey. Á la unidad
material y política, mal aceptada y difícilmente
mantenida, había de suceder por ineludible ley
la separación. Pero antes de que ésta tuviera
lugar había predicado Jesucristo en Palestina, y
sellado con su preciosa sangre en el Calvario la
nueva doctrina destinada á producir la unidad
moral entre los nuevos pueblos en que iba á
verse dividido el mundo romano. Al predicar
la idea de un Dios único, al anunciar á los hom-
bres la fraternidad enseñándoles el más sublime
de todos los sistemas filosóficos con las pala-
bras Padre nuestro, quedaba fijado el vínculo
indisoluble, el lazo común que había de rela-
cionar entre sí las nacionalidades modernas.


La doctrina de Jesús entrañaba conceptos
tan profundos, traía á la vida social ideas tan
nuevas, anunciaba una revolución de tal mag-
nitud y trascendencia, que á la sola enunciación
de aquel ideal, mucho más admirable, más ex-
traño, más incomprensible, si se le juzga forma-
do en el cerebro de un hombre, que creyéndolo
inspirado por la Divinidad, el mundo romano
se conmovió profundamente, las antiguas teo-
gonías vacilaron, y cayeron, y la idea de un
Creador Padre y Redentor fué acogida con en-




- 60-


tusiasmo por los pensadores, con júbilo por los
oprimidos, al paso que la escucharon con terror
y asombro los tiranos, los poderosos, los opre-
sores.


La primera resistencia fué por la fuerza. Los
Apóstoles de la nueva idea sellaron con su san-
gre sus creencias; dieron la vida por su fe. Los
que disponían de numerosos ejércitos, de hom-
bres armados, de riquezas cuantiosas, de todos
los poderes y medios que da la dominación,
pretendieron destruir, aniquilar, borrar de la faz
de la tierra á aquel otro ejército que se pre-
sentaba imponente, aunque sólo tenía por vale-
dores á los desgraciados y por armas la humil-
dad, la caridad y la pobreza. Y el resultado de
aquella guerra fué enteramente contrario á lo
que podía juzgarse por las probabilidades hu-
manas; la fuerza fué vencida por la idea; de la
sangre de cada mártir brotaron millares de con-
fesores; la Fe triunfó; la razón se sobrepuso á la
violencia, y el ejército de los débiles obtuvo la
victoria sobre el de los poderosos. En esta pri-
mera lucha, trazada de una admirable manera
por nuestro nuevo compañero, la gloria del Cris-
tianismo brilla con tan esplendorosa luz, que
ninguna nube puede ocultarla ni oscurecerla.


Desde Constantino hasta los principios del
siglo IX, la idea cristiana, que salió triunfante




- 61 ~-


de las persecuciones, trabajó por la propagación
de su dogma en todos los ámbitos del mundo,
y para reorganizar la sociedad bajo los precep-
tos de su austera moral, en las nuevas monar-
quías nacidas á su sombra; igualando los dere-
chos, enalteciendo á la mujer, é infiltrando en
las instituciones el espíritu de caridad y en las
costumbres el espíritu de humildad, que son ba-
ses de su doctrina. Sojuzgada la fuerza material
por la fuerza de las ideas; cimentada y exten-
dida la creencia en la doctrina de Jesús, acep-
tada por todas partes, entra, á pesar de sus
triunfos, en otro período de lucha, más dolo-
roso, más terrible para la Fe que el de las ma-
yores persecuciones. Las herejías. Pero si detu-
vieron la marcha majestuosa de la obra civili.
zadora de! Cristianismo, retardando su propio
progreso, contribuyeron por otra parte á man-
ten.er vivo e! ardor, estimulando los estudios,
animando los espíritus con la controversia, y
ayudaron á la propagación de la Fe cristiana.
Los heresiarcas disentían de la Iglesia en pun-
tos esenciales de doctrina, siempre con e! in-
tento ó el pretexto de buscar la más perfecta
inteligencia de ella; y Pelagianos, Maniqueos,
Nestorianos, Arrianos y tantos otros trataban de
la Trinidad, de la presencia real de Jesucristo
en la Eucaristía, de la consustancialidad de las




- 62 -


Divinas Personas, del libre albedrío y de las
más abstractas cuestiones del dogma, preten-
diendo la mejor inteligencia; pero con sus deli-
rios daban lugar á que se ocupase la atención
de los Santos Padres, á que se reunieran conci-
lios, á que los más profundos teólogos escribie-
ran brillantísimas impugnaciones y apologías_
En .aquellas contiendas se purificaba el espíritu
cristiano, cobraba vigor, y salía con nuevas fuer-
zas para continuar su misión civilizadora. ¿Quién
podrá creer, exclama un célebre historiador con-
temporáneo (1), que hasta las mismas herejías
sirvieron á la causa de la civilización y propa-
garon la idea cristiana?


Los Maniqueos penetraron en la India, en
el Thíbet y hasta en la China .... y los Nestoria-
nos fundaron en Edesa la primera universidad
cristiana. Muchos de los pueblos bárbaros, al
caer sobre las provincias del Imperio, fueron
conquistados por la herejía de Arrio; pero esto
les sirvió de preparación para entrar á su tiem-
po con mayor facilidad en la plenitud de la idea
católica, como aconteció á los Godos en Es-
paña.


La marcha providencial de la humanidad
nunca se comprende mejor, ni está más clara,


(1) César CantlL




- 63 -
que en el momento histórico de la predicación
de Jesucristo, y en los que le siguen. Roma, fa-
bricando cadenas para todos los pueblos, asi-
milándose todos los Dioses de los vencidos, reu-
nienc(J á las naciones más diferentes por ~la
igualdad de derechos de la ciudad, ignoraba el
profundo concepto de la misión que venía de-
sempeñando. En el momento en que la doctr.ina
del Evangelio fué conocida, la unidad romana
era innecesaria, había llenado su objeto, y para
que el Cristianismo se hiciera religión univer-
sal, las naciones bárbaras rompieron como por
encanto aquella unidad, crearon las nuevas na-
cionalidades, pero llevando ya entre sus nuevos
elementos, como hemos dicho, la idea civiliza-
dora de la unidad de Dios y de la unidad de!
linaje humano.


Solamente en un rasgo característico y tras-
cendental puede retratarse la influencia del Ca-
tolicismo en la edad~ Media, y la gran fuerza de
aquel lazo moral que la Religión había estable·
cido entre las naciones. Nunca faltaron entre
éstos disensiones y guerras. La ambición, las
emulaciones, los intereses encontrados, la riva-
lidad política, y hasta e! deseo de engrandeci-
miento y conquista mantuvieron á los pueblos
en perpetuo estado de perturbación, y momen-
tos hubo en que la historia de la humanidad




- 64-


pudo trazarse imaginando un extenso campo
de batalla. Y en medio de aquella confusión,
dominando el caos de las pasiones encontradas,
sobre los odios, y la ambición y la soberbia se
alzaba un poder nivelador, un juez imparcial y
supremo, cuya fuerza descansaba en la idea re-
ligiosa, cuyo imperio se había ido formando en
el terreno moral, y extendiéndose llegó á osten-
tar carácter de universalidad. Este poder fué el
Pontificado. Su influencia simboliza la fuerza
moral de la religión Católica. La voz de Grega-
rios y de Inocencios fué más respetada y pode-
rosa que la de los Césares. La unidad católica
se ostentó y se conservó más robusta que la de
los imperios cimentados en la fuerza. La iden-
tidad moral y religiosa, en medio de la mayor
variedad de instituciones políticas, fué la obra
del Catolicismo, y constituyó el gran triunfo del
Pontificado.


Al llegar á su mayor esplendor el poder es-
piritual, era consecuencia forzosa que sus efec-
tos se hicieran sentir en el desarrollo del poder
temporal y los recelos del Imperio comenzaron
á hacer temer una nueva era de perturbaciones.
La raza germánica nunca ha perdido el carác-
ter de individualidad que la distinguía en sus
orígenes, y en todas sus manifestaciones resis-
tía la tendencia de unidad católica. En el tiem-




- 65 --
po mismo del pontificado de Gregorio VII ya
Sigeberto de Gembloux se puso alIado de En-
rique IV, haciéndose ecu de alluella resistencia
de raza, presintiendo y anticipando la lucha en-
tre el Pontificado y los poderes políticos; lucha
que vino agitándose por espacio de tres siglos,
á veces sorda, con frecuencia desembozada y
violenta, y que al cabo estalló con gran fuerza
en la Reforma, revolución al par política y re-
ligiosa, cuyos efectos perturbaron el Catolicismo
y la sociedad. La Reforma rompió la unidad
católica, fué la aspiración al establecimiento de
la individualidad; pero al proclamar el libre exa-
men llegó mucho más allá de lo que podían
esperar sus adeptos, quebrantó el principio de
autoridad, base de ambas sociedades, dando
principio á la era de las revoluciones, que toda-
vía dividen á los hombres y á los pueblos.


¿Cabe en los límites de este trabajo el estu-
dio de los antecedentes, desarrollo y vicisitudes
de la Reforma: Bien se comprenderá que no es
posible encerrar de modo alguno en pequefío
cuadro los grandes problemas que entrafía el
movimiento, ni menos bosquejar, aunque fuera
muy de pasada, figuras de la magnitud é im-
portancia de las de los Gregorios, Alejandros é
Inocencios, doctrinas de la trascendencia de las
que expusieron audazmente r .utero y sus se-


S




- 66 -


cuaces. Tal y tan difícil apreciación no cabe en
este discurso; para completar en lo posible este
trabajo, apenas si nos queda espacio para expo-
ner las principales teorías que, nacidas á la som-
bra de la Reforma, modificando aunque robus-
teciendo las teorías materialistas, dificultan hoy
el progreso y se oponen á la filosofía cristiana.


¿Qué somos? ¿Á dónde vamos? ?Cuál es nues-
tra naturaleza? ¿Cómo se formó el universo:
¿Qué edad cuenta nuestro planeta? ¿Cuál es la
antigüedad de la especie humana? Estas cues-
tiones vuelven á ser objeto de estudio y medi-
tación en la evolución filosófica que empezó
con la Reforma y aún continúa en los sistemas
contemporáneos: É interrogando á la natura-
leza del hombre, á la conformación del mundo,
al orden admirable del universo, procuran los
modernos robustecer antiguas cuanto desacre-
ditadas teorías y sacar de ellas argumentos,
revestidos con grandes apariencias científicas,
apoyados en observaciones y experimentos cu-
yos resultados se exageran tanto como se des-
naturalizan, para traer muchos razonamientos
que oponer á la Fe católica y á la filosofía de
Jesús.


Procede el hombre de animales de rango
inferior que se han ido perfeccionando sucesi-
vamente. Nada hay en él que no encuentre ex-




- G7 -
plicación clarísima en su constitución fbica; el
trasformismo, hablando de Geología orgánica,
de evolución sucesiva, pretende con el apoyo
de las vigorosas inteligencias de Lamarck, de
Büchner y de Darwin demostrar que el hombre
es un animal perfeccionado por continuas mc-
tamórfosis org<lnicas. Büchner (1) llega á admi-
tir y afirmar, no solamente el origen animal del
hombre, sino hasta su procedencia simiana; pero
como á su clara inteligencia no podía ocultarse
que faltan muchos cslabones en la cadena, que
entre el hombre más embrutecido y el más
listo y educado de los monos media un abismo
inmensurable, acude á la hipótesis de que de-
beremos suponer un progenitor antidiluviano,
que ha perecido del todo, que no conocemos,
y que ocuparía los términos medios entrc el
tipo humano y el orangután.


Esta hipótesis del célebre autor de Al Hom-
bre según la e¡álela, y de Fltt'rza y J1Jatt'ria,
es la más clara demostración de la falsedad del
sistema; si no bastaran á demostrarla con en-
tera evidencia otras muchas razones que la Re-
ligión, la Psicología y todas las ciencias oponen
á tan descabellada teoría, resucitada únicamente
en odio á la verdad cristiana. Pero ni aun este


(1) L' //Jml/U sdon I'Sátllte.-Par :\Ir. Louis Büchner.




- 68 -


error es nuevo; no es imaginado por los que
hoy se denominan grandes filósofos. Sus prin-
cipales fundamentos se dcscubren en la antiquí-
sima creencia de la metempsicosis, en que las
almas iban mcjorando de morada animal; y cOn
mayor seguridad en la doctrina de Empédocles
que nos ha conservado Plutarco en algunos frag-
mentos, que á pesar de ser harto significativos
no podemos juzgar en su conjunto, por no ha-
bcrse conservado las obras del filósofo, Otro
antecesor tuvieron también los trasformistas en
Benito de Maillet; y por cierto no desdeñan su
enseñanza, ni deja de conocerse la influencia
de sus opiniones cn las científicas elaboraciones
de Darwin (1). Creyó aquel filósofo que los pe-
ces eran los ~rdadcros antecesorcs del pájaro,
y explicaba la trasformación de una manera
bastante parecida á la que el moderno filósofo
inglés emplea para decirnos que el hombre pro-
cede dc un cuadrumano, que á su vez, aunque
nos es desconocido, debió proceder de un mar-
supial degenerado de otro anfibio. Y aquí en-
contramos ya el lazo que une á entrambos pen-
sadores.


No podemos ir más lejos en ·este terreno;
para nosotros, los sabios que extraviados por


(1) Desccndmce de l' flomme.




- 69


el afán de negar la existencia del espíritu, del
soplo divino, llegan á creer en la evolución, la
selección y el trasformismo, aplicando las fuer-
zas de su entendimiento á la demostración de
tales sistemas, solamente son comparables en
su error á aquellos otros delirantes que supri-
mieron la Divinidad para dar culto á la Diosa
Razón, ó á los que, negándose á creer en Dios,
escuchan sobrecogidos la respuesta que el espí-
ritu evocado en una mesa ofrece á sus dudas y
cavilaciones. Tan sólo por medio de la filosofía
cristiana se explica sencillamente y sin contra-
dicciones el admirable conjunto del hombre,
percibiéndose en dos ideas tan claras como son
la materia y el espíritu, el cuerpo y el alma; el
uno ex limo terra?; la otra de e~ncia superior,
inmutable, divina.


Desde la tierra donde f~ímos formados, des-
de las opiniones de los que piensan reducirnos
á individualidades que por grados sucesivos y
evoluciones orgánicas hemos subido un tanto
en la escala zoológica, tenemos que remontar-
nos al espacio, ya que nuestro espíritu nos lo
permite, y hemos de procurar conocer la natu-
raleza de los astros, y llamar á juicio para que
demuestren la verdad de la doctrina cristiana á
esas brillantes y esplendorosas estrellas que
pueblan en una hermosa noche el firmamento




- - 7° -
~in límites que se extiende sobre nuestras cabe-
zas, deslumbra nuestra vista y abisma nuestra
inteligencia.


La Astronomía nos ofrece hoy como verdad
indiscutible la magnitud de todos esos lumina-
res que giran en sus órbitas eternas á muchos
millones de leguas de nosotros, que son mucho
más brillantes que el sol que nos envía luz,
vida y calor y patentizan la omnipotencia del
Creador. Pero Dios no creó nada inútil; en la
obra de la creación todo es perfecto, y rigoro-
samente lógico como necesario; no es posible á
la soberbia del hombre imaginar siquiera que
los astros y los cuerpos opacos que en sus movi-
mientos los acompañan fueron puestos por Dios
en el espacio para recrear la vista, cuando ve-
mos en este reducido planeta que habitamos
que nada de lo creado deja de tener un objeto,
algún fin especial. I.a pluralidad de mundos ha-
bitados es idea tan antigua, que según su más
reciente expositor, Camilo Flammarión, se en-
cuentran vestigios y nociones de ella en los
antiguos libros de los Vedas, en los ritos egip-
cios y en las memorias de los Caldeos.


Las escuelas griegas, seftaladamente la jó-
nica y la de Elea, admitieron y enseñaron como
hipotética esta creencia, que los pitagóricos de-
bieron admitir sin limitaciones; porque, en ver-




- 7' -
dad, estudiando el orden admirable del univer-
so, conociendo las leyes de atracción y de gra-
vedad que mantienen dentro de sus órbitas á
todos los cuerpos creados, y al notar que por
iguales causas debemos obtener los mismos efec-
tos, la facuItad y la costumbre de generalizar
nos llevan por una pendiente segura á suponer
la habitabilidad de esos otros cuerpos seme-
jantes á la tierra, que giran con curso regular
y periódico alrededor de focos luminosos más
activos que nuestro sol y que de ellos deben
recibir ciertamente en períodos fijos sombras y
luz, con mucha probabilidad el calor y con él
el principio de la vida. Pero esta científica hi-
pótesis es predicado de muchas y graves cues-
tiones, profundas, trascendentales y que no pue-
den tener solución en el estado actual de los
medios de observación, ni sabemos si podrán
tenerla nunca.


¿Son habitables esos mundos que vemos?
¿Á qué especie podrán pertenecer los seres que
los pueblen, en el caso de estar poblados? ¿Ten-
drán alguna analogía con el hombre, ó con los
animales de diferentes géneros que viven en
nuestro globo? Si no la tienen, ¿cuáles podrán
ser sus condiciones, cuál su vida, cuáles sus
medios de acción, su forma, su inteligencia y el
desarrollo de su actividad? Basta indicarlas para




- ¡Z -


comprender que es imposible dar respuesta á
éstas y á otras muchas preguntas de igual ín-
dole. En esta cuestión cabe una buena parte de
gloria á nuestra patria. Un célebre filósofo espa-
ñol, Raimundo Sabunde, en su obra de Teolo-
gía Natural, expuso la teoría de otros mundos
habitados, de la existencia de otras criaturas
en los planetas que pueblan el espacio; y el no
menos célebre cardenal de Cusa, á cuya sabidu-
ría rinde el debido tributo de alabanza el mis-
, .


mo Flamnlarión, la apoyó en argumentos de
razón, y en razones teológicas que no desde-
ñan las ideas modernas.


Á nuestro propósito sólo importa dejar con-
signadas dos conclusiones. Que el estudio de la
ciencia astronómica bajo estos aspectos en nada
contradice, ni puede ser argumento en- contra
de la Fe cristiana, que reconoce, proclama y se
funda en el conocimiento de un Dios único;
creador, omnipotente, cuyas obras no podemos
comprender ni juzgar, y cuya grandeza canta-
rían con mayor elocuencia todas esas maravi-
llas que se descubren en la creación. Que la
Iglesia Católica nunca se ha opuesto al estudio
y discusión de esas hipótesis, que nada encuen·
tra en ellas contrario á los dogmas de la Reli-
gion, y si algullo de sus sostenedores ha sufrido
castigo, como Jordano Bruno, otras fueron las




-- 73 ~
causas de su condenación, y no la de haber sos-
tenido la pluralidad de mundos.


Aun más lejos llevamos nuestra conclusión.
Encontramos más lógica, de más fácil demos-
tración y más admisible la teoría de la plura-
lidad de mundos habitados dentro de la filoso-
fía cristiana, que en la filosofía materialista. La
creación, hecha por la voluntad de un Sér infi-
nito, omnipotente, omnisciente, ha de ser ló-
gica, razonable en todo, ordenada y metódic;;
en todas sus partes, como producto de una in-
teligencia superior para la que no existen lími-
tes ni obstáculos. Nuestra razón, débil destello,
pálido reflejo de la Inteligencia creadora, puede
l-econocer el orden y aplicarlo á todas las ma-
nifestaciones de lo creado .... Pero si la materia
flotando en moléculas, en átomos revueltos é
informes, comenzó á moverse por fuerzas in-
conscientes, si produjo calor por la casualidad
y la frotación, y se reunió en grupos inorgáni-
cos, que, sin orden ni concierto movidos, dieron
por resultado la formación del mundo, ¿quién
será osado á suponer, á investigar siquiera las
razones á que obedeció el ciego acaso? Lo que
fuera obra de la casualidad no podría juzgarse
por reglas fijas como lo que nace de una inte-
ligencia suprema; no puede exigirse rigor lógico
ni juzgarse por analogías meditadas el produc·




- 74 -


to del choque casual de la incoherencia y del
caos.


La filosofía cristiana puede discutir é inves-
tigar la existencia de otros mundos iguales ó
semejantes al que habitamos, hijos como éste
de la Omnipotencia divina. La Iglesia no la ad·
mite ni la rechaza, reservándose juzgar á tiem-
po el resultado final de tan graves estudios. La
ciencia, en últimas consecuencias, vendrá á ser
confirmación de la verdad del Cristianismo (1).


En esfera mucho más amplia, formando com-
pleto sistema filosófico, el positivismo, nueva y
última forma de la idea materialista, sometiendo
cuanto puede saber la humanidad al resultado
de la observación, al producto de la experien-
cia, trae nuevos argumentos para dejar estable-
cido como verdad inconcusa el antiguo axioma
de que nada hay en la inteligencia del hombre
que no haya penetrado por los sentidos. No
niega este sistema la existencia de Dios; pero
le niega los atributos. Para Hebert Spencer, el
más profundo y el más elocuente al mismo
tiempo de los filósofos positivistas, Dios es lo
absoluto, lo infinito, lo incognoscible: no pode-
mos saber su esencia, ni penetrar en su Sér, ni
saber nada, absolutamente nada, de los medios


(1) D. Nicelo A. Perlljo.-La Pluralidad d.: lIIu/ldos
¡¡,¡(,it,u/us {[/llo: la Fe C"fálica. - :'laJriJ. -- G,l.par. --l,sn.




- i5 -
de que dispone, de su manera de obrar en la
materia. Es incognoscible, y por lo tanto al Dios
de los positivistas, llamémosle causa esencial,
primer principio, creador ó hacedor Supremo,
deberemos dejarle á un lado, porque nada tiene
que ver con nosotros, ni influye para nada en
los destinos de la humanidad.


¿Ni qué puede tener de común con Dios,
que no le ha creado, este producto de la mate-
ria inorgánica que llamamos hombre? Tampoco
niega el positivismo la existencia del espíritu,
no deja de estudiar la sucesión y desarrollo de
los fenómenos psicológicos, pero su espíritu y
y su Psicología son puramente hijos de la ma-
teria. El sér humano piensa y discurre y razo-
na, deduce, generaliza y adivina por una conse-
cuencia lógica indeclinable de su conformación
orgánica, de la colocación de sus sentidos, de
la formación de su cerebro. Este órgano pro-
duce ideas como producen saliva las glándulas
de la garganta, cornada bílis el hígado, por
una función física puramente animal. Al com-
pletarse el organismo del hombre, el cerebro
entra en funciones; lo que perciben los sentidos
despierta y pone en movimiento todas las rue-
das, y van naciendo el entendimiento, la memo-
ria y la imaginación, como dan las horas en un
reloj cuyo mecanismo se ha puesto en juego.




- 76 -
Para nada se necesita en el positivis.mo del es-
píritu, como superior y de naturaleza distinta
de la materia; basta con que la materia se orga-
nice en una forma para que produzca los efec-
tos de la racionalidad. Y al estudio de esto, que
nosotros no sabíamos cómo llamar, se le llama
Psicología por Spencer y sus discípulos, cuando
más bien debería lIamársele Zoología ú otra ra-
ma cualquiera de las ciencias naturales; pues á
no dudar. de la misma manera puede estudiar
el positivista las funciones del cerebro humano
que las de formación de una fruta por la exten-
sión de la savia de un vegetal.


No creemos pueda dudarse la razón con que
nuestro docto compatriota D. Antonio M. Fa-
bié asienta en su notable Examen del Materia-
lismo moderno «que desde el punto en que se
afirma que el fenómeno psíquico fundamental
es un simple movimiento, confiésese ó niéguese,
se profesa un materialismo radical.» En sus úl-
timas consecuencias este sistema nos lleva á
las categorías de evolución orgánica en que se
asientan las teorías de Lamarck y de Darwin, y
se refutan con los mismos argumentos, pues en
su concepto final son tan defectuosas como to-
das las que estudian al hombre bajo uno solo
de sus aspectos, negando ó despreciando el
otro.




-77-
Estos sistemas, y las consecuencias que de


ellos se desprenden, son los argumentos que la
ciencia moderna en su evolución contemporá-
nea opone á la Fe de Jesucristo. Ora estudiando
la antigüedad del mundo, ora la unidad de la
especie humana; buscando los antepasados ó
sean abuelos de Adán, investigando la natura-
leza de los astros, y por cuantos medios su-
giere el ingenio procuran los modernos filóso-
fos sentar otras teorías frente á las teorías cris-
tianas. Son, con distintas formas y valiéndose
de diferentes medios, las antiguas herejías opo-
niéndose á las verdades eternas. No "es esto des-
conocer la inmensa importancia de la evolución
científica que se desarrolla en nuestro tiempo,
no es disminuir siquiera la importancia de la fi-
losofía positivista, ni negar los grandes, los in-
negables progresos y adelantos que la observa-
ción y el estudio de la naturaleza han traído á
todos los ramos del.saber. Es que en distinta
esfera, vemos en la mayor parte de las afirma-
ciones de las escuelas modernas los frutos de
las semillas que lanzó al aire del libre examen
la Reforma; las consideramos tan hijas de aque-
lla revolución, tan ligadas con su espíritu, for-
mando con ella tal conjunto, que bien podría-
mos consignarlas plásticamente en un lienzo se-
mejante al de Kaulback, aunque más exacto y




- 18 -
vcrdadero, en quc Kant, Schelling, Hegel, Bain,
Darwin, Hebert Spencer, Draper, Flammarión,
y cuantos filósofos y naturalistas han seguido
sus huellas, se representaran sosteniendo las es-
tatuas de Lutero y Cal vino, siendo fecundadas
sus obras por la savia que brotara de los labios
de los atrevidos reformadores. La lucha hace
tres siglos comenzada llega á tocar sus últimos
resultados. En las conciencias la duda, en los
Estados la guerra que produce la relajación del
principio de autoridad; ante la Iglesia Católica
la herejía; ante los poderes políticos la insu-
bordinación y la anarquía; ante la familia, la
propiedad y la moral el socialismo más absur-
do, la más desenfrenada ambición y codicia de
goces materiales. ¿Cuál será el término de este
laborioso período que hace cerca de un siglo
atraviesa la humanidad? ¿De dónde vendrán la
luz, el orden, la tranquilidad y la paz, tanto en
la sociedad como en las conciencias? Para los
que de la Fe cristiana estamos animados no
cabe ni aun asomo de duda; el nuevo Acadé-
mico nos lo ha dicho: el árbol de la Religión no
envejece y la filosofía cristiana sacará de este
caos, de la conflagración presente, toda la gran-
deza de la verdad, y obtendrá los honores del
triunfo en la fraternidad del género humano,
que es el ideal. Para los que no abriguen en sus




- 79 -
pechos el ardor de la Fe, y pregunten en su es-
cepticismo ¿cómo se realizará este ideal?, les
responderemos con el autor de los Estudios so-
bre la Historia de la Humanidad, que no será
para ellos autoridad recusable ni sospechosa:
« El conflicto actual es un inmenso problema,
cuya resolución es el secreto de Dios.»


HE DICHO.