Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
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LIBRO VIGÉSIMOCUARTO.


VIAJE Á MADRID DE LA REGENCIA Y LAS CÓRTES, Y SU LLEGADA.— ABREN LAS CÓRTES
ALLÍ SUS SESIONES.— NAPOLEON EN PARÍS, Y SUS MEDIDAS. DECLARACION DE LOS
ALIADOS DEL NORTE.— ENTRAN EN FRANCIA.— ENTABLA NAPOLEON NEGOCIACIO-
NES CON FERNANDO.— SU CARTA Á ESTE REY.— CONFERENCIAS DE LOS PRÍNCIPES
EN VALENCEY CON EL CONDE DE LAFOREST.— LLEGADA Á VALENCEY DEL DUQUE
DE SAN CÁRLOS.— TRATADO CONCLUIDO EN VALENCEY.— VIAJE DE SAN CÁRLOS
Á ESPAÑA.— ENVIA NAPOLEON Á VALENCEY Á OTROS ESPAÑOLES.— NUEVAS RE-
FLEXIONES.— COMISIONADOS FRANCESES ENVIADOS Á ESPAÑA.— LLEGA SAN CÁR-
LOS Á MADRID.— DISGUSTO QUE CAUSA SU LLEGADA.— VIAJE TAMBIEN DE PALAFOX
Á MADRID.— CONTESTACION DE LA REGENCIA, Y SUS CARTAS EL REY.— VUELVEN
Á FRANCIA SAN CÁRLOS Y PALAFOX.— DA CUENTA Á LAS CÓRTES DE ESTE NEGO-
CIO LA REGENCIA DEL REINO.— SE RECIBE CON APLAUSO.— MANIFIESTO QUE DE-
BE ACOMPAÑARLE.— CAMBIO EN LA OPINION, Y REFLEXION SOBRE ESTO.— LIGAS Y
MANEJOS CONTRA LAS NUEVAS REFORMAS.— EXTRAÑO DISCURSO DEL DIPUTADO REI-
NA.— ALBOROTO QUE CAUSA EN LAS CÓRTES, Y SUS RESULTAS.— TRATAN ALGUNOS
DE MUDAR LA REGENCIA.— NO LO CONSIGNEN; CON OTROS INCIDENTES.— CIERRAN
LAS CÓRTES ORDINARIAS SUS SESIONES.— LAS VUELVEN Á ABRIR.— RECONOCIMIEN-
TO DEL AUSTRIA Y TRATADO CON PRUSIA.— SUCESOS MILITARES. CATALUÑA.— SE
RETIRA SUCHET Á GERONA.— VAN-HALEN.— SE PASA Á LOS ESPAÑOLES; SUS PRO-
YECTOS Y ARDIDES.— TENTATIVA CONTRA TORTOSA.— FRÚSTRASE ÉSTA.— SALE
BIEN EN LÉRIDA, MEQUINENZA Y MONZÓN.— SE COGEN PRISIONERAS LAS GUARNI-
CIONES.— APUROS, GESTIONES Y MOVIMIENTOS DE SUCHET.— RINDESE EL CASTILLO
DE JACA.— ATAQUES CONTRA SANTOÑA Y SUS OBRAS EXTERIORES.— TÓMANSE AL-
GUNAS DE ÉSTAS.— MUERTE DE BARCO.— MOVIMIENTOS DE WELLINGTON.— PA-
SO DEL ADOUR.— SE CERCA DEL TODO Á BAYONA.— ÉCHASE UN PUENTE SOBRE EL
ADOUR.— AVANCES DE WELLINGTON.— BATALLA DE ORTHEZ, 27 DE FEBRERO.—
MOVIMIENTOS POSTERIORES.— INTENTOS DE LOS PARTIDARIOS DE LA CASA DE BOR-
BON.— ENVIA WELLINGTON VÍA DE BURDEOS Á BERESFORD.— SE DECLARA ESTA
CIUDAD EN FAVOR DE LOS BORBONES.— ENTRAN ALLÍ EL 12 DE MARZO BERES-
FORD Y EL DE ANGULEMA.— PROCLAMA DE SOULT.— ESTADO CRÍTICO DE NAPO-
LEON, Y MEDIDAS QUE TOMA.— SALE DE PARÍS.— CONGRESO DE CHATILLON.— DI-
SUÉLVESE.— TRATADO DE CHAUMONT.— RESULTAS DE ESTO.— SUELTA NAPOLEON
Á FERNANDO.— PRECEDE ZAYAS AL REY: SU VIAJE.— SALE EL REY DE VALEN-




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CEY.— LLEGA Á PERPIÑAN.— QUÉDASE ALLÍ EL INFANTE D. CÁRLOS.— ENTRA
EL REY EN ESPAÑA.— RECIBE COPONS AL REY EN EL FLUVIÁ.— ENTRA EL REY
EN GERONA.— LLEGA TAMBIEN ALLÍ EL INFANTE D. CÁRLOS.— CARTA DEL REY Á
LA REGENCIA.— MONUMENTO QUE DECRETAN LAS CÓRTES.— DÁDIVA DEL DUQUE
DE FRÍAS.— TRABAJOS Y DISCUSIONES DE LAS CÓRTES. PRESUPUESTOS.— SECRE-
TARÍAS.— DOTACION DE LA CASA REAL.— IMPOSTOR AUDINOT.— ACONTECIMIEN-
TOS MILITARES.— MOVIMIENTOS DEL CUARTO EJÉRCITO ESPAÑOL.— AUXILIOS QUE
FACILITA WELLINGTON.— CONDUCTA DEL CONDE DEL ABISBAL.— PASA Á FRAN-
CIA EL TERCER EJÉRCITO ESPAÑOL.— SIGUE WELLINGTON MOVIÉNDOSE.— LLEGA
SOULT Á TOLOSA.— LLEGAN LOS ALIADOS ENFRENTE DE LA CIUDAD.— TENTATIVAS
PARA PASAR EL GARONA.— LE PASAN LOS ALIADOS.— OTROS MOVIMIENTOS.— TO-
LOSA Y SU ESTADO DE DEFENSA.— BATALLA DE TOLOSA.— EVACUA SOULT LA CIU-
DAD.— ENTRAN LOS ALIADOS.— SON BIEN RECIBIDOS.— ACONTECIMIENTOS Y MU-
DANZAS EN PARÍS.— CAIDA DE NAPOLEON.— OTROS SUCESOS MILITARES.— EN
BURDEOS.— EN BAYONA.— SANTOÑA.— CATALUÑA.— LA ABANDONA SUCHET.—
CONDUCTA DE SOULT Y SUCHET CON MOTIVO DE LO OCURRIDO EN PARÍS.— CONCLÚ-
YESE UN ARMISTICIO ENTRE WELLINGTON Y LOS MARISCALES FRANCESES.— ASUNTOS
POLÍTICOS.— SALEN EL REY Y LOS INFANTES DE GERONA.— LLEGAN Á TARRAGO-
NA Y REUS.— VA EL REY Á ZARAGOZA.— BUEN RECIBO EN ESTA CIUDAD.— JUNTA
EN DAROCA.— ENTRADA EN TERUEL.— JUNTA EN SEGORBE.— ENTRADA DEL REY
EN VALENCIA.— EL GENERAL ELÍO.— LO QUE SUCEDIÓ CON EL CARDENAL DE BOR-
BON.— SALE ELÍO Á RECIBIR AL REY.— LO MISMO EL CARDENAL.— REPRESENTA-
CION DE LOS DIPUTADOS LLAMADOS PERSAS.— CONDUCTA DE LOS LIBERALES EN LAS
CÓRTES.— SE TRASLADAN ÉSTAS Á DOÑA MARÍA DE ARAGON.— FUNCION FÚNEBRE
DEL 2 DE MAYO.— LO QUE PASA EN VALENCIA.— SE ACERCA WHITTINGAM Á MA-
DRID.— CONDUCTA DEL EMBAJADOR INGLÉS.— SALE EL REY DE VALENCIA.— LO
QUE OCURRE EN EL CAMINO.— DIPUTACION DE LAS CÓRTES PARA RECIBIR AL REY.—
OTRAS OCURRENCIAS.— PRISION EN MADRID DE LA REGENCIA, MINISTROS Y MUCHOS
DIPUTADOS.— DISOLUCION DE LAS CÓRTES POR ÓRDEN DEL REY.— ASONADAS EN
MADRID.— MANIFIESTO Ó DECRETO DEL 4 DE MAYO.— AUTORES Y COOPERARIOS DE
ÉL.— REFLEXIONES.— ENTRADA DEL REY EN MADRID.— LLEGADA DE LORD WE-
LLINGTON Á LA CAPITAL.— RECOMPENSAS QUE ÉSTE RECIBE DE SU PATRIA.— EVA-
CUACION DE LAS PLAZAS QUE ÁUN CONSERVABA EL FRANCES EN ESPAÑA.— TRATADO
DE PAZ Y AMISTAD CON FRANCIA.— MINISTROS DE FERNANDO.— POLÍTICA ERRA-
DA Y REPRENSIBLE DE ÉSTOS.— CUÁL HUBIERA CONVENIDO ADOPTAR.— CONCLU-
SION DE ESTA OBRA.


En medio de aclamaciones las más vivas y sinceras, y de solemnes
y espléndidos recibimientos, atravesó la Regencia del reino las ciuda-




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des, villas y lugares situados entre la isla de Leon y la capital de la mo-
narquía. Habíase aquélla puesto en camino el 19 de Diciembre, viajan-
do á cortas jornadas, y haciendo algunos descansos para corresponder al
agasajador anhelo de los naturales, por lo que no llegó á Madrid hasta
el 5 de Enero de 1814, en donde no fué ménos bien acogida y celebra-
da que en los demas pueblos, alojándose en el real palacio. Los diputa-
dos á Córtes, aunque por la índole de su cargo no iban juntos ni en cuer-
po, tuvieron tambien parte en los obsequios y aplausos, ensanchados los
corazones de los habitantes con la traslacion á Madrid del Gobierno su-
premo, indicante, al entender de los más, de la confianza que éste tenia
en que el enemigo no perturbaria ya con irrupciones nuevas la paz y so-
siego de las provincias interiores del reino.


Abrieron las Córtes sus sesiones el 15 de Enero, suspendidas ántes
en la isla de Leon, y nombraron por su presidente á D. Jerónimo Diez,
diputado por Salamanca. El sitio en que se congregaron fué el teatro de
los Caños del Peral, arruinado luégo despues, y en cuyo terreno y pla-
zuela, denominada del Oriente, constrúyese desde años hace otro nuevo
con suntuoso salon para bailes y grandes fiestas.


No ofrecieron al principio particular interes los negocios que las Cór-
tes ventilaron en público, sí alguno de los que trataron en secreto, pero
del cual no será bien hablar Antes de volver atras y referir, como necesa-
rio proemio, lo que por entónces habia ocurrido en Francia.


Llegado que hubo Napoleon á París el 8 de Noviembre de 1813,
buscó con diligencia suma modo de aventar léjos el nublado que le
amagaba. Alistamientos, conferencias, manejos, nada olvidó, todo lo
puso por obra, aunque prefiriendo á los demas medios el de las armas,
rehuyendo, en cuanto podia, de una pacificacion última y formal. Hi-
ciéronle para ella los aliados desde Francfort proposiciones modera-
das, atendiendo á los tiempos, segun las cuales concedíanse á Fran-
cia por limites los Pirineos, los Alpes y el Rin, con tal que su gobierno
abandonase y dejase libre la Alemania, la España y la Italia entera; pe-
ro Napoleon, esquivando dar una contestacion clara y explícita, pro-
curaba sólo ganar tiempo, avivando impaciente la ejecucion de un de-
creto del Senado que disponia se levantasen 300.000 hombres en los
ámbitos del imperio.


Puestos los aliados en algun sobresalto con esta nueva y hostil reso-
lucion, y descontentos de la evasiva respuesta que el Emperador fran-
ces habia dado á las proposiciones hechas, publicaron una declaracion,
fecha en Francfort el l.º de Diciembre, por la que anunciaban al mun-




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do no ser á la Francia á la que hacian guerra, sino á la preponderante
superioridad que por degracia suya y de la Europa habia ejercido Na-
poleon áun fuera de su mismo imperio, cuyos límites habian consentido
los soberanos aliados en ensanchar, clavando las mojoneras más allá de
donde concluia el territorio de la antigua monarquía francesa; deseosos
de labrar la felicidad de la nueva, y penetrados de cuán importante se-
ría su conservacion y grandeza para el afianzamienio de todas las partes
del edificio social europeo. A los discursos siguiéronse las obras; y re-
sueltos los aliados del Norte á internarse en Francia con tres ejércitos y
por tres puntos distintos, pisaron aquella tierra por primera vez, cruzan-
do sus tropas el Rin al concluir el año de 1813 y comenzar el de 1814;
las cuales correspondieron así á las operaciones de los anglo-hispano-
portugueses, que por el Mediodía habian llevado ya la guerra anticipa-
damente hasta las orillas del Adour y del Nive.


Diestro Napoleon en las artes del engaño y de enredadora política, fi-
guróse ser tambien oportuno para enflaquecer á sus enemigos y sembrar
entre ellos cizaña y fatal disension, tener á hurtadillas y por medio de
emisario seguro algun abocamiento con Fernando VII, á quien, como án-
tes, guardaba cautivo en el palacio de Valencey.


No bien lo hubo pensado, cuando al efecto envió allá, bajo el fingido
nombre de M. Dubois, al Conde de Laforest, consejero de Estado, sujeto
práctico y de sus confianzas, quien desde luégo y ya el 17 de Noviembre
de 1813 se presentó á Fernando y á los infantes D. Cárlos y D. Antonio,
siendo su primer paso entregar al Rey, de parte de Napoleon, una carta
del tenor siguiente: «Primo mio: Las circunstancias actuales en que se
halla mi imperio y mi política, me hacen desear acabar de una vez con
los negocios de España. La Inglaterra fomenta en ella la anarquía y el
jacobinismo, y procura aniquilar la monarquía y destruir la nobleza pa-
ra establecer una república. No puedo ménos de sentir en sumo grado la
destruccion de una nacion tan vecina á mis estados, y con la que tengo
tantos intereses marítimos y comunes.


» Deseo, pues, quitar á la influencia inglesa cualquier pretexto, y
restablecer los vínculos de amistad y de buenos vecinos que tanto tiem-
po han existido entre las dos naciones.


» Envio á V. A. R. (todavía no le trataba como á rey) al Conde de La-
forest, con un nombre fingido, y puede V. A. dar asenso á todo lo que le
diga. Deseo que V. A. esté persuadido de los sentimientos de amor y es-
timacion que le profeso.


» No teniendo más fin esta carta, ruego á Dios guarde á V. A., pri-




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mo mio, muchos años. Saint Cloud, 12 de Noviembre de 1813.— Vues-
tro primo, NAPOLEON» (1).


Siguióse á la lectura de esta carta, de la cual tomaron conocimiento
el Rey y los infantes con reserva y aparte, un largo discurso que de pala-
bra pronunció el Conde de Laforest, inculcando lo expresado en su mi-
sion con nuevas explicaciones, y tratando al rey Fernando, á imitacion
de su amo, sólo de príncipe y alteza real. «El Emperador (decia), que ha
querido que me presente bajo de un nombre supuesto para que esta ne-
gociacion sea secreta, me ha enviado para decir á V. A. R. que queriendo
componer las desavenencias que habia entre padres é hijos, hizo cuan-
to pudo en Bayona para efectuarlo; pero que los ingleses lo han destruido
todo, introduciendo la anarquía y el jacobinismo en España, cuyo suelo
está talado y asolado, la religion destruida, el clero perdido, la noble-
za abatida, la marina sin otra existencia que el nombre, las colonias de
América desmembradas y en insurreccion, y en fin, todo en ella arruina-
do. Aquellos isleños no quieren otra cosa que erigir la monarquía en re-
pública, y sin embargo, para engañar al pueblo, en todos los actos públi-
cos ponen á V. A. R. á la cabeza. Yo bien sé, señor, que V. A. R. no ha
tenido la menor parte en todo lo que ha pasado en este tiempo; pero no
obstante, se valen para todo del nombre de V. A. R.; pues no se oye de su
boca más que Fernando VII. Esto no impide que reine allí una verdadera
anarquía, pues al mismo tiempo que tienen las Córtes en Cádiz y aparen-
tan querer un rey, sus deseos no son otros que el de establecer una repú-
blica. Este desórden ha conmovido al Emperador, que me ha encargado
haga presente á V. A. R. este funesto estado, á fin de que se sirva decir-
me los medios que le parezcan oportunos, ya para conciliar el interés res-
pectivo de ambas naciones, ya para que vuelva la tranquilidad á un reino
acreedor á que le posea una persona del carácter y dignidad de V. A. R.
Considerando, pues, S. M. I. mi larga experiencia en los negocios (pues
hace más de cuarenta años que sigo la carrera diplomática, y he estado
en todas las córtes), me ha honrado con esta comision, que espero des-
empeñar á satisfaccion del Emperador y de V. A. R., deseando que se
trate con el mayor secreto, porque si los ingleses llegasen por casualidad
á saberla, no pararian hasta encontrar medios de impedirla.....»


(1) Idea sencilla, por D. Juan Escóiquiz, cap. VI, pág. 86.
Así esta carta como los demas documentos y conferencias que Insertamos en el tex-


to, las hemos copiado sin alteracion alguna de la obra de Escóiquiz, á pesar de lo flojo del
estilo y sus faltas, sacrificando á la exactitud la belleza y la correccion.




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Concluida la arenga, contestó el Rey: «Que un asunto ten serio co-
mo aquél, y que le habia cogido tan de sorpresa, pedia mucha reflexion
y tiempo para contestarle, y que cuando llegase este caso se lo haria avi-
sar» (2).


No aguardó á tanto el desvivido emisario, sino que al dia siguiente pi-
dió nueva audiencia. Reprodujéronse en ella por ambas partes las mismas
razones y pláticas, hasta que Laforest terminó por decir al Rey: «Que si
aceptaba la corona de España, que el Emperador queria volverle, era me-
nester que se concertase con él sobre los medios de arrojar á los ingleses
de ella.» Contestó Fernando, y apoyáronle su hermano y tío: «Que de na-
da podia tratar hallándose en las circunstancias en que estaba en Valen-
cey, y que, ademas, no podia dar ningun paso sin consentimiento de la na-
cion, representada por la Regencia.» Hubo sucesivamente de una y otra
parte nuevas vistas, observaciones y réplicas, variando de tema en uno de
los casos M. de Laforest, para quien ya no era república lo que querian
introducir los ingleses en España, sino otra estirpe real, en union con los
portugueses, cual era la de Braganza. Tan mudable y poco seguro mostrá-
base el frances en sus alegaciones y propósitos. En fin, un dia exigió del
Rey que le dijera si al volver á España sería amigo ó enemigo del Empe-
rador. Contestó S. M.: «Estimo mucho al Emperador; pero nunca haré co-
sa que sea en contra de mi nacion y su felicidad; y por último, declaro á
V. que sobre este punto nadie en este mundo me hará mudar de dictámen.
Si el Emperador quiere que yo vuelva á España, trate con la Regencia, y
despues de haber tratado y habérmelo hecho constar, lo firmaré; pero pa-
ra esto es preciso que vengan aquí diputados de ella, y me enteren de to-
do. Dígaselo V. así al Emperador, y añádale que esto es lo que me dicta mi
conciencia.» Firme y noble respuesta, si así fué dada, propia de quien ce-
ñia la diadema de antiguos, gloriosos y dilatados reinos.


Viniendo á cabo la negociacion, puso S. M. en manos de M. de La-
forest una carta, en contestacion á la del Emperador, concebida en es-
tos términos:


«Señor: El Conde de Laforest me ha entregado la carta que V. M. I.
me ha hecho la honra de escribirme, fecha 12 del corriente; é igualmen-
te estoy muy reconocido á la honra que V. M. I. me hace de querer tra-
tar conmigo para obtener el fin que desea de poner un término á los ne-
gocios de España.


» V. M. I. dice en su carta que la Inglaterra fomenta en ella la anar-


(2) Idea sencilla, Cap. VI, pág. 37 y siguientes.




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quía, el jacobinismo, procura aniquilar la monarquía española. No puedo
ménos de sentir en sumo grado la destruccion de una nacion tan vecina á
mis estados y con la que tengo tantos intereses marítimos y comunes. De-
seo, pues, quitar (prosigue V. M.) á la influencia inglesa cualquiera pre-
texto, y restablecer los vínculos de amistad y de buenos vecinos, que tanto
tiempo han existido entre las dos naciones. A estas proposiciones, señor,
respondo lo mismo que á las que me ha hecho de palabra, de parte de V.
M. I. y R., el Sr. Conde de Laforest: que yo estoy siempre bajo la protec-
cion de V. M. I., y que siempre le profeso el mismo amor y respeto de lo
que tiene tantas pruebas V. M. I.; pero no puedo hacer ni tratar nada sin
el consentimiento de la nacion española, y por consiguiente, de la Jun-
ta. V. M. I. me ha traido á Valencey, y si quiere colocarme de nuevo en el
trono de España, puede vuestra majestad hacerlo, pues tiene medios pa-
ra tratar con la Junta que yo no tengo; ó si V. M. I. quiere absolutamen-
te tratar conmigo, y no teniendo yo aquí en Francia ninguno de mi con-
fianza, necesito que vengan aquí, con anuencia de V. M., diputados de
la Junta para enterarme de los negocios de España (S. M. tenía idea muy
confusa de ellos, segun se ve por el modo como habla, no estando infor-
mado sino por el vicioso conducto de los diarios censurados del impe-
rio); ver los medios (prosigue la carta) de hacerla verdaderamente feliz, y
para que sea válido en España todo lo que yo trate con V. M. I.y R.


» Si la política de V. M. y las circunstancias actuales de su impe-
rio no le permiten conformarse con estas condiciones, entónces quedaré
quieto y muy gustoso en Valencey, donde he pasado ya cinco años y me-
dio, y donde permaneceré toda mi vida, si Dios lo dispone así.


» Siento mucho, señor, hablar de este modo á V. M.; pero mi concien-
cia me obliga á ello. Tanto interés tengo por los ingleses como por los
franceses; pero, sin embargo, debo preferir á todo los intereses y felici-
dad de mi nacion. Espero que V. M. I. y R. no verá en esto mismo más
que una nueva prueba de mi ingenua sinceridad y del amor y cariño que
tengo á V. M. Si prometiese yo algo á V. M., y que después estuviese obli-
gado á hacer todo lo contrario, ¿qué pensaria V. M. de mí? Diría que era
un inconstante y se burlaria de mí, y ademas me deshonraria para con
toda la Europa.


» Estoy muy satisfecho, señor, del Conde de Laforest, que ha mani-
festado mucho celo y ahinco por los intereses de V. M., y que ha tenido
muchas consideraciones para conmigo.


» Mi hermano y mi tio me encargan los ponga á la disposicion de V.
M. I. y R.




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» Pido, señor, á Dios conserve á V. M. muchos años.— Valencey, 21
de Noviembre de 1813.— FERNANDO» (3).


La imparcialidad histórica nos ha impuesto la obligacion de sacar
estos hechos de la obra que, al volver á España, publicó D. Juan Es-
cóiquiz, bajo el título de (4) Idea sencilla, etc., cuyo relato en el asun-
to da éste á entender haberle tomado de las apuntaciones que de su pu-
ño extendiera en Valencey Fernando mismo. Nada tenemos que oponer
á semejante aseveracion, y ménos á una autoridad de esfera tan eleva-
da. Mas con todo, atendiendo á la anterior conducta, vacilante, débil, y
áun sumisa, de los príncipes cautivos en Francia, y á los acontecimien-
tos que luégo sobrevinieron, como tambien á una singular ocurrencia de
que se hablará despues, pudiera el lector sensato y desapasionado sus-
pender el juicio sobre la veracidad en sus diversas partes de la narra-
cion citada, y áun inclinarse á creer que hubo olvidos en ella, ó algu-
nas variantes entre lo que S. M. escribió y el extracto ó copia que hizo
D. Juan Escóiquiz.


Sea de ello lo que fuere, peregrinas por cierto aparecen no poco las
expresiones de sentimiento y pesar que vertió M. Laforest por la suerte
deplorable de España, como si no fuera su amo el principal autor; y áun
más las noticias y avisos que dió acerca de las maquinaciones ó inten-
tos del gabinete británico; pues pintar á éste afanándose por introducir
en España una república, ó por mudar la dinastía, sustituyendo á la an-
tigua la de Braganza, invencion es que traspasa los límites de la imagi-
nacion más desvariada, ó que se hunde en las cavilosidades de grosera
vulgaridad. ¿Cómo ni siquiera pensar que los sucesores de Pitt y de sus
máximas tratasen de fundar una república, y una república en España?
¿Cómo que les pluguiese unir aquella corona y la de Portugal, y unirlas
bajo la ralea de Braganza, enlazada con la de Borbon? ¡Ah! Menester fué
gran desmemoramiento de cosas pasadas y presentes, y confianza suma
en la ignorancia é impericia de los príncipes españoles, para producir,
en apoyo de la política de Napoleon, argumentos tales, y tan falsas y la-
deadas razones, expuestas con tanta desmaña. Asombra, en verdad, ma-
yormente viniendo la idea y su manifestacion de un soberano diestro al


(3) Idea sencilla, cap. VI, pág. 95 y siguientes.
(4) Hemos tenido ya ocasion de hablar en el primer volúmen de esta Historia de la


obra de D. Juan Escóiquiz, impresa en Madrid en la imprenta Real, año de 1814, bajo el
título de Idea sencilla de las razones que motivaron el viaje del rey D. Fernando VII a Ba-
yona, etc., la cual empieza a ser bastante rara.




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par que astuto, y de un estadista envejecido en los negocios, ambos de
una nacion en donde (5), al decir ya del gran Duque de Alba, son gran-
des maestros en colorar cosas mal hechas.


Prosigamos en nuestra relacion. No desistiendo el Emperador frances
de su propósito, á pesar de la respuesta que parece le dió el rey Fernan-
do, repitió sus instancias y continuó la negociacion entablada, al llegar
á Valencey el Duque de San Cárlos, traido allí de su órden de Lons-le-
Saulnier, en donde le tenía confinado cosa habia de cinco años. Renová-
ronse entónces las conferencias, á que asistieron S. M. y AA., Laforest y
San Cárlos, acordándose unánimemente entre ellos que los dos últimos,
autorizados competentemente con plenos poderes de sus respectivos so-
beranos, hiciesen y firmasen un tratado concebido en términos ventajo-
sos para España, si bien no debia considerarse éste concluido hasta que,
llevado á Madrid por el Duque, fuese ratificado por la Regencia, y tam-
bien por el Rey cuando, restituido al trono, estuviese en el goce de ver-
dadera y plena libertad.


Vase por aquí viendo de qué modo empezaba Fernando á ceder en su
repugnancia de meterse en tratos con Napoleon ántes de averiguar cuá-
les fuesen los deseos del gobierno legitimo establecido en España; ora
que en realidad no se hubiese mostrado nunca tan opuesto como nos lo
encarece Escóiquiz, ora que torciesen aquel buen ánimo los consejeros
españoles que iban llegando á Valencey, fieles á su persona, pero bas-
tante desacertados en sus miras y rumbos políticos.


No tardaron en estar conformes los plenipotenciarios Laforest y San
Cárlos, estipulando el 8 de Diciembre un tratado cuyo tenor era en sus-
tancia: «1.º Reconocer el Emperador de los franceses á Fernando y sus
sucesores por reyes de España y de las Indias, segun el derecho heredi-
tario establecido de antiguo en la monarquía, cuya integridad mantenía-
se tal como estaba ántes de comenzarse la actual guerra; con la obliga-
cion, por parte del Emperador, de restituir las provincias y plazas que
ocupasen aún los franceses, y con la misma por la de Fernando respecto
del ejército británico, el cual debía evacuar el territorio español al propio
tiempo que sus contrarios. 2.º Conservar recíprocamente ambos sobera-
nos (Napoleon y Fernando) la independencia de los derechos marítimos
conforme se habia estipulado en el tratado de Utrecht, y continuádose


(5) Véase la carta del Duque de Alba, siendo gobernador de Flándes, a D. Juan de
Zúñiga, embajador en Roma, fecha en Ambéres ó 10 de Mayo de 1570. La ha publicado
la Academia de la Historia, en el tomo VII de sus, Memorias.




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hasta el año de 1792. 3.º Reintegrar á todos los españoles del parido de
José en el goce de sus derechos, honores y prerogativas, no ménos que en
la posesion de sus bienes, concediendo un plazo de diez años á los que
quisieran venderlos para residir fuera de España. 4.º Obligarse Fernando
á pagar á sus augustos padres el rey Cárlos y la reina su esposa (quienes
en busca de region más templada se habian trasladado de su anterior re-
sidencia á Marsella, como despues á Roma) 30 millones de reales al año,
y 8 á la última, en caso de quedar viuda. Y 5.º Convenirse las partes con-
tratantes en ajustar un tratado de comercio entre ambas naciones, subsis-
tiendo, hasta que esto se verificase, las relaciones comerciales en el mis-
mo pié en que estaban ántes de la guerra de 1792» (6).


(6) En consecuencia de este acuerdo y bajo de estas condiciones se efectuó dicho tra-
tado, y se firmó el día 8 de Diciembre en los términos siguientes: «S. M. C. y el Empera-
dor de los franceses, Rey de Italia, protector de la confederacion del Rhin, y mediador de
la confedercion suiza, igualmente animados del deseo de hacer cesar las hostilidades y de
concluir un tratado de paz definitivo entre las dos potencias, han nombrado plenipoten-
ciarios á este efecto, á saber: S. M. D. Fernando á D. José Miguel de Carvajal, duque de
San Cárlos, conde del Puerto, gran-maestro de postas de Indias, grande de España de pri-
mera clase, mayordomo mayor de S. M. C., teniente general de los ejércitos, gentil-hom-
bre de cámara con ejercicio, gran cruz y comendador de diferentes órdenes, etc., etc., etc.
S. M. el Emperador y Rey á M. Antonio Renato Cárlos Mathurin, conde de Laforest, indi-
viduo de su Consejo de Estado, gran oficial de la Legion de Honor, gran cruz de la órden
imperial de la Reunion, etcétera, etc, etc. Los cuales, despues de canjear sus plenos pu-
deres respectivos, han convenido en los artículos siguientes:


» Articulo 1.º Habrá en lo sucesivo y desde la fecha de la ratificacion de este trata-
do, paz y amistad entre S. M. Fernando VII y sus sucesores, y S. M. el Emperador y Rey
y sus sucesores.


» Art. 2.º Cesarán todas las hostilidades por mar y tierra entre las dos naciones, á sa-
ber: en sus posesiones continentales de Europa, inmediatamente despues de las ratifica-
ciones de este tratado, quince dias despues, en los mares que bañan las costas de Europa
y África de esta parte del Ecuador; cuarenta despues, en los mares de África y América,
en la otra parte del Ecuador; y tres meses despues, en los paises y mares situados al Es-
te del cabo de Buena-Esperanza.


» Art. 3.º S. M. el Emperador de los franceses, Rey de Italia, reconoce á D. Fernando
y sus sucesores, segun el órden de sucesion establecido por las leyes fundamentales de
España, como rey de España y de las Indias.


» Art. 4.º S. M. el Emperador y Rey reconoce la integridad del territorio de España,
tal cual existia ántes de la guerra actual.


» Art. 5.º Las provincias y plazas actualmente ocupadas por las tropas francesas, se-
rán entregadas en el estado en que se encuentran á los gobernadores y á las tropas espa-
ñolas que sean enviadas por el Rey.


» Art. 6. º S. M. el rey Fernando se obliga por su parte á mantener la integridad del
territorio de España, islas, plazas y presidios adyacentes, con especialidad Mahon y Ceu-




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Confióse al Duque de San Cárlos el encargo de llevar este tratado á
España, con (7) carta del Rey para la Regencia, que sirviese de creden-


ta. Se obliga tambien á evacuar las provincias, plazas y territorios ocupados por los gober-
nadores y ejército británico.


» Art. 7.º Se hará un convenio militar entre un comisionado frances y otro español,
para que simultáneamente se haga la evacuacion de las provincias españolas, á ocupadas
por los franceses ó por los ingleses.


» Art. 8.º S. M. C. y S. M. el Emperador y Rey se obligan recíprocamente á mantener
la independencia de sus derechos marítimos, tales como han sido estipulados en el trata-
do de Utrecht, y como las dos naciones los habian mantenido basta el año de 1792.


» Art. 9.º Todos los españoles adictos al rey José, que le han servido en los empleos ci-
viles ó militares, y que le han seguido, volverán á los honores, derechos y prerogativas de
que gozaban; todos los bienes de que hayan sido privados les serán restituidos. Los que;
quieran permanecer fuera de España tendrán un término de diez años para vender sus bie-
nes y tomar todas las medidas necesarias á su nuevo domicilio. Les serán conservados sus
derechos á las sucesiones que puedan pertenecerles, y podrán disfrutar sus bienes y dispo-
ner de ellos sin estar sujetos al derecho del fisco ó de retraccion, ó cualquier otro derecho.


» Art. 10. Todas las propiedades muebles ó inmuebles pertenecientes en España á
franceses 6 italianos, les serán restituidas en el estado en que las gozaban antes de la
guerra. Todas las propiedades secuestradas ó confiscadas en Francia 6 en Italia á los es-
pañoles ántes de la guerra, les serán tambien restituidas. Se nombrarán por ambas partes
comisarios, que arreglarán todas las cuestiones contenciosas que puedan suscitarse ó so-
brevenir entre franceses, italianos ó españoles, ya por discusiones de intereses anteriores
á la guerra, ya por los que haya habido despues de ella.


» Art. 11. Los prisioneros hechos de una y otra parte serán devueltos, ya se hallen en
los depósitos, ya en cualquiera otro paraje, ó ya hayan tomado partido; á ménos que in-
mediatamente despues de la paz no declaren ante un comisario de su nacion, que quieren
continuar al servicio de la potencia á quien sirven.


» Art. 12. La guarnicion de Pamplona, los prisioneros de Cádiz, de la Coruña, de
las islas del Mediterráneo, y los de cualquier otro depósito que hayan sido entregados á
los ingleses, serán igualmente devueltos, ya estén en España, ó ya hayan sido enviados
á América.


» Art. 13. S. M. Fernando VII se obliga igualmente á hacer pagar al rey Cárlos IV y á
la Reina su esposa la cantidad de 30 millones de reales, que será satisfecha puntualmen-
te por cuartas partes, de tres en tres meses. Á la muerte del Rey, dos millones de fran-
cos formarán la viudedad de la Reina. Todos los españoles que estén á su servicio ten-
drán la libertad de residir fuera del territorio español todo el tiempo que SS. MM. lo juz-
guen conveniente.


» Art. 14. Se concluirá un tratado de comercio entre ambas potencias, y hasta tanto
sus relaciones comerciales quedarán bajo el mismo pié que ántes de la guerra de 1792.


» Art. 15. La ratificacion de este tratado se verificará en París en el término de un
mes, ó antes si fuere posible.


» Fecho y firmado en Valencey, á 11 de Diciembre de 1813.— EL DUQUE DE SAN CÁR-
LOS.— EL CONDE DE LAFOREST.»


(7) Carta autógrafa de Fernando VII al Duque de San Cárlos.




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cial, y una instruccion ostensible que escudase á Fernando cerca del go-
bierno frances. Exigíase del de Madrid, en el primer documento, la ra-
tificacion del tratado; pensamos que lo mismo en el segundo, bien que
nada nos asegura sobre esto Escóiquiz, y sólo sí que S. M. hizo de pala-
bra á San Cárlos las advertencias siguientes: «1.ª Que en caso de que la
Regencia y las Córtes fuesen leales al Rey, y no infieles é inclinadas al
jacobinismo, como ya S. M. sospechaba, se les dijese era su real inten-
cion que se ratificase el tratado, con tal que lo consintiesen las relacio-
nes entre España y las potencias ligadas contra la Francia, y no de otra
manera. 2.a Que si la Regencia, libre de compromisos, le ratificase, po-
dia verificarlo temporalmente, entendiéndose con la Inglaterra, resuel-
to S. M. á declarar dicho tratado forzado y nulo á su vuelta á España, por
los males que traeria á su pueblo semejante confirmacion. Y 3.ª Que si
dominaba en la Regencia y en las Córtes el espíritu jacobino, nada dije-
se el Duque, y se contentase con insistir buenamente en la ratificacion,
reservándose S. M., luégo que se viese libre, el continuar ó no la guerra,
segun lo requiriese el interes ó la buena fe de la nacion» (8).


Despues de esto, partió el de San Cárlos de Valencey el 11 de Di-
ciembre, bajo el falso nombre de Ducos, para ocultar más bien su via-
je é impedir hasta el trasluz del objeto de la comision. En su ausencia,
quedó encargado de continuar tratando con el Conde de Laforest D. Pe-
dro Macanáz, traido tambien allí algunos dias ántes por órden del Em-
perador, lo mismo que los generales D. José Zayas y D. José de Palafox,
encerrados en Vincennes, no habiéndose Napoleon olvidado tampoco en
su llamamiento de D. Juan Escóiquiz, quien el 14 de Diciembre llegó de
Bourges, en donde le tenian confinado, y al instante tomó parte, por dis-
posicion de Fernando, en las conferencias de Macanáz y Laforest, sin
que por eso mejorasen los asuntos de semblante, ni él adquiriese mayor


«Duque de San Cárlos, mi primo:
» Deseando que cesen las hostilidades, y concurrir al establecimiento de una paz só-


lida y duradera entre la España y la Francia, y habiéndome hecho proposiciones de paz
el Emperador de los franceses, Rey de Italia, por la íntima confianza que hago de vuestra
fidelidad, os doy pleno y absoluto poder y encargo especial para que en nuestro nombre
trateis, concluyais y firmeis con el plenipotenciario nombrado para este efecto por S. M. I.
y R. el Emperador de los franceses y Rey de Italia, tales tratados, artículos, convenios ú
otros actos que juzgueis convenientes, prometiendo cumplir y ejecutar puntualmente todo
lo que vos, como plenipotenciario, prometais y firmeis en virtud de este poder, y de hacer
expedir las ratificaciones en buena forma, á fin de que sean canjeadas en el término que
se conviniere.— En Valencey, á 4 de Diciembre de 1813.— FERNANDO.»


(8) Idea sencilla, por D. Juan Escóiquiz, cap. VI, pág. 119.




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fama de la que ya gozaba y habíale cabido como estadista y negociador
en los sucesos de Madrid y Bayona.


Apesárase el alma al contemplar, y desgracia es de España, que los
mismos hombres (no se alude en este caso á Palafox ni á Zayas) que por
sus errados consejos habian influido poderosamente en meter á la na-
cion y al Rey en un mar de desdichas sin suelo apénas ni cabo, volvie-
sen á salir al teatro político para representar papeles parecidos á los de
ántes, trabajando por extremarse en idénticos desvíos de discernimien-
to y buen juicio.


Porque, en efecto, si examinamos con atencion el tratado de Valen-
cey, cuya letra no ha podido alterarse, patente se hace permanecian aún
vivas las inclinaciones de Bayona entre los cortesanos que asistieron allí
en 1808; pues en el contexto del referido tratado ni siquiera se nombra
al Gobierno nacional, que durante la ausencia del Rey habia agarrado
con gloria y dichosa estrella el timon de los negocios públicos, ni tam-
poco se hace mencion de los aliados, acordándose luégo de los ingleses
para repelerlos fuera del territorio español á manera de enemigos. Y si
del tratado pasamos á las instrucciones que de palabra se comunicaron
á San Cárlos, y cuenta Escóiquiz, ¿habrá nadie que no las gradúe de mal
sonantes, falaces é impropias de la dignidad real? En ellas, queriendo
por una parte engañar á Napoleon mismo y faltarle á lo pactado, suscí-
tanse por la otra recelos contra la Regencia y las Córtes, y áun se sospe-
cha de su lealtad, anunciando en su escrito D. Juan Escóiquiz, que sin
las precauciones adoptadas, «hubiera podido llegar, por la infidelidad
de la Regencia, la noticia de las intenciones del Rey al gobierno fran-
ces y echarlo todo á perder» (9). Enhorabuena desagradasen al tal autor
y á los suyos las opiniones de las Córtes y sus providencias en materia
de reformas, aunque no las conociesen bien; pero tildar á sus indivi-
duos del modo que lo hicieron, y áun creer que la Regencia fuese capaz
de descubrir á Napoleon un secreto del Rey, como en su folleto estampa
osadamente el D. Juan, cosa es que alborota el ánimo y provocará á ira
al español más pacífico y templado, siempre que sea amante de la ver-
dad y de la justicia. ¡Qué! ¿hombres íntegros y de incontrastable firme-
za en tiempos procelosos y desesperados, mudaríanse de repente y ahora
cuando iba á entrarse en otros serenos y bonancibles? No; ni imaginado
lo hubieran ántes ni despues, ni entónces, áun dado caso que hubiese ya
zumbado en sus oidos el mido de los grillos y cadenas que preparaban


(9) Idem, idem, pág. 110.




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para ellos y la patria, en recompensa de tribulaciones pasadas y grandes
servicios, los de Valencey y secuaces.


Que fuese el encubierto deseo de los consejeros de Fernando rehuir
de otras alianzas y estrechar la del Emperador frances, ya por miedo, ya
por la ciega admiracion que áun conservaban á su persona, colígese del
tratado referido, que no consiente interpretaciones ni posteriores varian-
tes, y de la conducta que todos ellos tuvieron é irémos observando has-
ta la final caída de Bonaparte; no siendo de menospreciar tampoco, en
comprobacion, una ocurrencia que arriba apuntamos, y es oportuno con-
tar aquí.


Por el mismo tiempo en que andaban los tratos de Valencey, vinieron
á España unos comisionados franceses, que bajo de cuerda dirigia y ma-
nejaba desde su país un tal M. Tassin, sujeto inquieto, muy entremetido
y de secretos amaños. Traian aquéllos encargo de introducir desconfian-
za respecto de los ingleses, y trabajar ahincadamente para que éstos sa-
liesen de España. Dos eran los principales comisionados, revestidos de
poderes y con autorizacion competente. Presentóse uno de ellos al gene-
ral Mina, y esquivó el otro encontrarse hácia Irun con lord Wellington y
D. Manuel Freire, encaminando sus pasos á Bilbao, en donde se abocó
con un cierto Echavarría, amigo y corresponsal de los de Valencey des-
de los sucesos de Bayona, á quien de intendente vimos convertido en
guerrillero allá en Alcañices. Mezcláronse con los expresados emisa-
rios algunos otros, entre los cuales merece mentarse un M. Magdelaine,
hombre muy gordo y de aparente buen natural, del que se sirvió para en-
gañar á D. Miguel de Álava y á lord Wellington á punto de sacarles dine-
ro y recomendaciones. El comisionado ó agente que se avistó con Mina,
de nombre M. Duclerc, descubrióse á éste y le manifestó el objeto de su
comision, entregándole diversos papeles. Informada de todo la Regen-
cia del reino, y cierta de lo avieso y torcido de la trama urdida, dispu-
so proceder contra los ejecutores de ella, y ordenó, en consecuencia, la
prision de varios sujetos, señaladamente la del que hemos dicho haber-
se enderezado á Bilbao, de cuya persona, ya de vuelta, se apoderó den-
tro del territorio frances D. Miguel de Álava, en virtud de órden superior
y por medio del comisario de policía M. Latour. Trataba la Regencia de
que se castigase ejemplarmente á semejantes enredadores, cuando tu-
vo que detenerse, sabedora de que entre los documentos habia algunos
que aparecian firmados de puño y letra de persona muy elevada y augus-
ta. Suspendiéronse de resultas las diligencias judiciales, y procuróse dar
treguas al asunto y áun echarle tierra. No faltó quien entónces pensa-




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se, y fundadamente, que todo ello habia sido pura fragua y falsificacion
(10) de D. Juan de Amézaga, hombre mal reputado é instrumento secre-
to del gobierno frances; pero mudaron de dictámen, ó quedaron perple-
jos al averiguar que los arrestados recobraron su libertad al tornar Fer-
nando á España, y que recibieron, en 1815 (11), una suma considerable
á trueque de que entregasen papeles, al parecer importantes, que toda-
vía conservaban en su poder, y con cuya publicacion amenazaban al rey
Fernando soberbia y desacatadamente.


Miéntras tanto el Duque de San Cárlos iba acercándose á Madrid, si
bien no llegó á aquella capital hasta el 4 de Enero, impidiéndole las cir-
cunstancias verificarlo con mayor presteza. Tambien se dilató el despa-
cho del negocio que le traia, por hallarse á la propia sazon todavía de
viaje la Regencia y las Córtes, y tardar éstas algunos dias en instalarse;
con lo que se dió lugar á muchas hablillas, y á que se pusiese la ópinion
muy hosca y embravecida contra el de San Cárlos recordando lo de Ba-
yona, y saltando á veces la valla de lo lícito los dichos y alusiones ofen-
sivas que insertaban los periódicos, y se repetian en fiestas teatrales y en
jácaras que entonaban y esparcian los ociosos por calles y plazas.


En Valencey, impacientes cada vez más los que allí quedaron, y te-
merosos de que el Duque de San Cárlos enfermase ó tuviese tropiezos en


(10) Don Juan de Amézaga, de cuyo mal proceder hemos hablado ya en el tomo
II de nuestra Historia con motivo de la comisinn del Baron de Kolly, y á quien tam-
bien censura severamente Escóiquiz en su citada obra (pág. 82), á pesar de los víncu-
los de parentesco que unian á entrambos, tuvo la imprudencia de regiesar á España al
volver el Rey á ocupar el trono. Preso, púsosele en juicio; y acusado de culpables ma-
nejos durante la residencia del Rey en Valencey, vióse condenado á muerte por la au-
diencia de Zaragoza, en cuya consecuencia, y de haber perdido Amézaga la esperanza
de obtener perdon de la clemencia real, suicidóse con una navaja de afeitar en la cár-
cel en donde estaba.


(11) En el año de 1815 Tassin y Duclerc pidieron que se les indemnizase, amenazan-
do, si no, publicar las cartas que decian tener del Rey, con otras anécdotas suyas y de los
infantes en Valencey. Don Miguel de Álava, á la sazon ministro plenipotenciario de Espa-
ña en París, escribió al Rey con este motivo, y le envió una carta de Tassin. S. M. contestó
al primero diciéndole, entre otras cosas, «que las cartas fueron fabricadas por quien ten-
dria interes en ello, y con el objeto que él se sabria»; lo cual hizo sospechar que todo ha-
bia sido intrigas y amaños de Amézaga. Sin embargo, insistieron aquellos agentes en sus
reclamaciones bajo los embajadores Conde de Peralada y Duque de Fernan-Nuñez; y se
les dió en tiempo del último para acallarlos, 200.000 ó más francos en cambio de los pa-
peles que tenian y entregaron. Esto y el tono insolente de las demandas aumentó los re-
celos anteriores, de que mano más alta que la de Amézaga habia tomado tambien parte
en la correspondencia.




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el camino, idearon enviar con igual comision á D. José de Palafox, cu-
yo nombre era más popular en conmemoracion de Zaragoza, y por tan-
to, ménos expuesto á excitar enojo dentro de España, y causar quebran-
tos y detenciones. Púsose así el D. José en camino, trayendo los mismos
papeles que el que le habia precedido, acompañados de otra instruccion
(12), comprensiva de varios puntos relativos al cumplimiento del trata-
do, y una nueva carta ó credencial para la Regencia, con expresiones,
ademas, segun parece, halagüeñas y de agradecimiento, si bien verba-
les, dirigidas al Embajador de Inglaterra. Partió Palafox de Valencey el
24 del propio Diciembre, bajo el nombre de M. Taysier, y llegó á Madrid
en el mes inmediato, dias despues que San Cárlos.


Enterada la Regencia de la comision del último ya á su paso por
Aranjuez, ni un momento vaciló en lo que debia contestar. Teníale la
ley trazado el sendero, habiendo declarado las Córtes extraordinarias,


(12) Intruccion dada por S. M. el Sr. D. Fernando VII á D. José Palafox y Melel.
«La copia que se os entrega de la instruccion dada al Duque de San Cárlos, os mani-


festará con claridad su comision, á cuyo feliz éxito deberéis contribuir, obrando de acuer-
do con dicho Duque en todo aquello que necesite vuestra asistencia, sin separaros en co-
sa alguna de su dictamen, como que lo requiere la unidad que debe haber en el asunto de
que se trata, y ser el expresado Duque el que se halla autorizado por mi. Posteriormente á
su salida de aquí han acaecido algunas novedades en la preparacion de la ejecucion del
tratado, que se hallan en la apuntacion siguiente.


» Téngase presente que inmediatamente despues de la ratificacion, pueden darse ór-
denes por la Regencia para una suspension general de hostilidades, y que los señores ma-
riscales generales en jefe de los ejércitos del Emperador accederán por su parte á ella. La
humanidad exige que se evito de una y otra parte todo derramamiento de sangre inútil.


» Hágase saber que el Emperador, queriendo facilitar la pronta ejecucion del trata-
do, ha elegido al señor mariscal Duque de la Albufera por su comisario en los términos
del art. 7.º El señor mariscal ha recibido los plenos poderes necesarios de S. M., á fin de
que así que se verifique la ratificacion por la Regencia, se concluya una convencion mili-
tar relativa á la evacuacion de las plazas, tal cual ha sido estipulada en el tratado, con el
comisario que puede desde luégo enviarle el Gobierno español.


» Téngase entendido tambien que la devolucion de prisioneros no experimentará nin-
gun retardo, y que dependerá únicamente del gobierno español el acelerarla; en la inteli-
gencia de que el señor mariscal Duque de la Albufera se halla tambien encargado de es-
tipular, en la convencion militar, que los generales y oficiales podrán restituirse en posta
á su país, y que los soldados serán entregados en la frontera hácia Bayona y Perpiñan, á
medida que vayan llegando á ella.


» En consecuencia de esta apuntacion, la Regencia habrá dado sus órdenes para la
suspension de hostilidades, y habrá nombrado comisario de su confianza para realizar por
su parte el contenido de ella. Valencey, á 23 de Diciembre de 1813.— FERNANDO.— A
don José Palafox.»




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á la unanimidad, por su decreto de 1.º de Enero de 1811, conforme en
su lugar dijimos, «que no reconocerian, y ántes bien tendrian por nulo y
de ningun valor ni efecto, todo acto, tratado, convenio ó transaccion de
cualquiera clase ó naturaleza otorgados por el Rey miéntras permane-
ciese en el estado de opresion y falta de libertad en que se hallaba pues
jamas le consideraría libre la nacion, ni le prestaria obediencia, hasta
verle entre sus fieles súbditos en el seno del Congreso nacional ó del Go-
bierno formado por las Córtes.» Remitió, pues, la Regencia copia autén-
tica á S. M. de este decreto, con una carta del tenor siguiente: «Señor: la
Regencia de las Españas, nombrada por las Córtes generales y extraor-
dinarias de la nacion, ha recibido con el mayor respeto la carta que V.
M. se ha servido dirigirle por el conducto del Duque de San Cárlos, así
como el tratado de paz y demas documentos de que el mismo Duque ha
venido encargado.


» La Regencia no puede expresar á V. M. debidamente el consuelo y
júbilo que le ha causado el ver la firma de V. M., y quedar por ella asegu-
rada de la buena salud que goza, en compañía de sus muy amados her-
mano y tío, los señores infantes D. Cárlos y D. Antonio, así como de los
nobles sentimientos de V. M. por su amada España.


» La Regencia todavía puede expresar mucho ménos cuáles son los
del leal y magnánimo pueblo que lo juró por su Rey, ni los sacrificios
que ha hecho, hace y hará hasta verlo colocado en el trono de amor y de
justicia que le tiene preparado; y se contenta con manifestar á V. M. que
es el amado y deseado de toda la nacion.


» La Regencia, que en nombre de V. M. gobierna á la España, se ve
en la precision de poner en noticia de V. M. el decreto que las Córtes ge-
nerales y extraordinarias expidieron el día 1.º de Enero del año de 1811,
de que acompaña la adjunta copia.


» La Regencia, al trasmitir á V. M. este decreto soberano, se excusa
de hacer la más mínima observacion acerca del tratado de paz; y sí ase-
gura á V. M. que en él halla la prueba más auténtica de que no han si-
do infructuosos los sacrificios que el pueblo español ha hecho por reco-
brar la Real persona de V. M., y se congratula con V. M. de ver ya muy
próximo el dia en que logrará la inexplicable dicha de entregar á V. M.
la autoridad Real, que conserva á V. M. en fiel depósito, miéntras dura
el cautiverio de V. M. Dios conserve á V. M. muchos años para bien de
la monarquía.— Madrid, 8 de Enero de 1814.— Señor.— A. L. R. P. de
V. M.— LUIS DE BORBON, cardenal de Escala, arzobispo de Toledo, presi-
dente.— JOSÉ LUYANDO, ministro de Estado.»




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Casi en los mismos términos, y con fecha del 28 del propio mes, res-
pondió tambien la Regencia á la nueva carta que le dirigió el Rey por
conducto de don José de Palafox, recordando sólo que á S. M. se debia
«el restablecimiento, desde su cautiverio, de las Córtes, haciendo li-
bre á su pueblo, y ahuyentando del trono de la España el monstruo feroz
del despotismo.» Aludia esta indicacion al decreto que diera el Rey en
1808, muy á las calladas en Bayona, para convocar las Córtes, trayén-
dole sin duda á la memoria la Regencia por recelarse ya del rumbo que
querian algunos siguiera S. M. al volver á España. Anunciábase tambien
en la misma carta haber el Gobierno «nombrado embajador extraordina-
rio para concurrir á un congreso en que las potencias beligerantes y alia-
das iban á dar la paz á la Europa.»


Sucesivamente tornaron á Francia, siendo portadores de las respues-
tas, el Duque de San Cárlos y D. José de Palafox, no muy satisfechos uno
ni otro, algo despechado el primero por los desaires que habia recibido y
los insultos á que se viera expuesto.


Comunicó la Regencia á las Córtes todo el negocio, como de suma
gravedad, inquiriendo, ademas, de ellas lo que convendria practicar en
caso de que Napoleon, prescindiendo de su propuesto tratado, soltase
al Rey, segun ya se susurraba, con ánimo de descartar á España cuan-
to ántes de la alianza europea, é introducir entre nosotros discordias y
desazones nuevas. Primero que se satisfaciese á cuestion tan ardua, de-
cidieron las Córtes oir acerca de lo mismo al Consejo de Estado, cuya
corporacion, sin titubear en nada, fué de dictámen de «que no se permi-
tiese ejercer la autoridad Real á Fernando VII hasta que hubiese jurado
la Constitucion en el seno del Congreso, y de que se nombrase una di-
putacion que al entrar S. M. libre en España le presentase la nueva ley
fundamental, y le enterase del estado del país y de sus sacrificios y mu-
chos padecimientos»; con otras advertencias respecto de los españoles
comprometidos con José, algo rigurosas de templó áspero, como el am-
biente que corria.


En vista de esta consulta y de lo manifestado por la Regencia, delibe-
raron en secreto las Córtes sobre el asunto; y bastante unidos sus voca-
les, convinieron en dar un decreto, que se publicó con fecha 2 de Febre-
ro, por el cual se declaraba que «conforme á lo decidido por las Córtes
generales y extraordinarias en 1.º de Enero de 1811, no se reconoceria
por libre al Rey, ni por lo tanto se le prestara obediencia, hasta que en
el seno del Congreso nacional prestase el juramento que se exigia en el
artículo 173 de la Constitucion; que al acercarse S. M. á España, los ge-




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nerales de los ejércitos que ocupasen las provincias fronterizas pusiesen
en noticia de la Regencia, la que debia trasladarla á las Córtes, cuantas
hubiesen adquirido acerca de la venida del Rey y de su acompañamien-
to, con las demas circunstancias que pudiesen averiguar; que la Regen-
cia diese á los generales las instrucciones y órdenes necesarias, á fin de
que al llegar el Rey á la frontera recibiese copia de este decreto del 2 de
Febrero y una carta de la Regencia con la solemnidad debida, enterán-
dolo del estado de la nacion y de las resoluciones tomadas por las Córtes
para asegurar la independencia nacional y la libertad del Monarca; que
no se permitiese entrar con el Rey ninguna fuerza armada, y que en caso
que ésta intentase penetrar por nuestras fronteras ó las líneas de nues-
tros ejércitos, fuese rechazada conforme á las leyes de la guerra; que si
la fuerza armada que acompañáre al Rey fuere de españoles, los genera-
les en jefe observasen las instrucciones que tuviesen del Gobierno, di-
rigidas á conciliar el alivio de los que hayan padecido la desgraciada
suerte de prisioneros con el órden y seguridad del Estado; que el general
del ejército que tuviese el honor de recibir al Rey, le diese de su mismo
ejército la tropa correspondiente á su alta dignidad y honores debidos á
su Real persona; que no se permitiese á ningun extranjero acompañar al
Rey, ni tampoco en manera alguna á los españoles que hubiesen obteni-
do de Napoleon ó de José empleo, pension ó condecoracion de cualquie-
ra clase que fuese, ó hubiesen seguido á los franceses en su retirada.
Confiábase al celo de la Regencia el señalar la ruta que habia de seguir
S. M. hasta llegar á la capital, y se autorizaba á su presidente para que
en constando la entrada del Rey en territorio español, saliese á recibirle
hasta encontrarle y acompañarle á la capital con la correspondiente co-
mitiva; presentando á S. M. un ejemplar de la Constitucion, á fin de que
bien instruido pudiese prestar con cabal deliberacion y libertad cumpli-
da el juramento que dicha Constitucion prescribia, cuya formalidad ha-
bíase de llenar yendo el Rey en derechura al salon de Córtes, y pasando
despues acto continuo á palacio para recibir de manos de la Regencia el
gobierno de la monarquía, todo lo cual debian las Córtes anunciarlo á la
nacion por medio de un decreto» (13).


(13) Hé aquí el texto literal de este decreto de 2 de Febrero de 1814:
«Deseando las Córtes dar en la actual crisis de Europa un testimonio público y so-


lemne de perseverancia inalterable á los enemigos, de franqueza y buena fe á los alia-
dos, y de amor y confianza á esta nacion heroica, como igualmente destruir de un golpe
las asechanzas y ardides que pudiese intentar Napoleon en la apurada situacion en que




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El actual ensalzáronle entónces los más, y le aplaudieron vivamente
los aliados, calificándole de prudente y muy oportuno. Aprobáronse sus
artículos y la totalidad en sesion secreta, por una mayoría muy crecida,


se halla, para introducir en España su pernicioso influjo, dejar amenazada nuestra inde-
pendencia, alterar nuestras relaciones con las potencias amigas, ó sembrar la discordia
en esta nacion magnánima, unida en defensa de sus derechos y de su legítimo rey el Sr.
D. Fernando VII, han venido en decretar y decretan:


» 1.º Conforme al tenor del decreto dado por las Córtes generales y extraordinarias en
1.º de Enero de 1811, que se circulará de nuevo á los generales y autoridades que el Go-
bierno juzgáre oportuno, no se reconocerá por libre al Rey, ni por lo tanto se le prestará
obediencia, hasta que en el seno del Congreso nacional preste el juramento prescrito en
el art. 173 de la Constitucion.


» 2.º Así que los generales de los ejércitos que ocupan las provincias fronterizas se-
pan con probabilidad la próxima venida del Rey, despacharan un extraordinario ganan-
do horas, para poner en noticia del Gobierno cuantas hubiesen adquirido acerca de dicha
venida, acompañamiento del Rey, tropas nacionales ó extranjeras que se dirijan con S. M.
hácia la frontera, y demas circunstancias que puedan averiguar concernientes á tan gra-
ve asunto, debiendo el Gobierno trasladar inmediatamente estas noticias á conocimien-
to de las Córtes.


» 3.º La Regencia dispondrá todo lo conveniente y dará á los generales las instruc-
ciones y órdenes necesarias, á fin de que al llegar el Rey á la frontera reciba copia de es-
te decreto, y una carta de la Regencia con la solemnidad debida, que instruya á S. M. del
estado de la nacion, de sus heroicos sacrificios, y de las resoluciones tomadas por las Cór-
tes para asegurar la independencia nacional y la libertad del Monarca.


» 4.º No se permitirá que éntre con el Rey ninguna fuerza armada. En caso que ésta
intentase penetrar por nuestros fronteras, ó las líneas de nuestros ejércitos, será rechaza-
da con arreglo á las leyes de la guerra.


» 5.° Si la fuerza armada que acompañáre al Rey fuere de españoles, los generales en
jefe observarán las instrucciones que tuvieren del Gobierno, dirigidas á conciliar el ali-
vio de los que hayan padecido la desgraciada suerte de prisioneros, con el órden y segu-
ridad del Estado.


» 6.º El general del ejército que tuviese el honor de recibir al Rey, le dará de su mis-
mo ejército la tropa correspondiente á su alta dignidad y honores debidos á su real per-
sona.


» 7.° No se permitirá que acompañe al Rey ningun extranjero, ni áun en calidad de
domético ó criado.


» 8.º No se permitirá que acompañen al Rey, ni en su servicio, ni en manera alguna,
aquellos españoles que hubiesen obtenido de Napoleon, ó de su hermano José, empleo,
pension ó condecoracion de cualquiera clase que sea, ni los que hayan seguido á los fran-
ceses en su retirada.


» 9.º Se confia al celo de la Regencia el señalar la ruta que haya de seguir el Rey has-
ta llegar á esta capital, á fin de que en el acompañamiento, servidumbre, honores que se
le hagan en el camino, y a su entrada en esta córte, y demas puntos convenientes á este
particular, reciba S. M. las muestras de honor y respeto debidos á su dignidad suprema, y
al amor que le profesa la nacion.




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sentándose y levantándose, y no por votacion nominal, habiéndole des-
echado sólo diez ó doce diputados. Firmaron el acta, para más cumpli-
da solemnidad, todos los que de ellos estuvieron presentes, proponiendo
en la sesion del 3 el diputado Sanchez, y decidiendo en la del 8 las Cór-
tes, que se publicase y circulase, juntamente con el decreto del 2 y de-
mas documentos en el negocio, un manifiesto en que se especificasen los
fundamentos de la determinacion tomada. Hízose así, leido que fué és-
te y aprobado en el día 19 de Febrero (14); distinguiéndose por su len-
guaje elevado y bien sentido, como produccion elocuente de D. Francis-
co Martinez de la Rosa.


» 10. Se autoriza por este decreto al Presidente de la Regencia para que en constando
la entrada del Rey en territorio español, salga á recibir á S. M. hasta encontrarle y acom-
pañarle á la capital con la correspondiente comitiva.


» 11. El Presidente de la Regencia presentará á S. M. un ejemplar de la Constitucion
política de la monarquía, á fin de que instruido S. M. en ella, pueda prestar con cabal de-
liberacion y voluntad cumplida el juramento que la Constitucion previene.


» 12. En cuanto llegue el Rey á la capital vendrá en derechura al Congreso á prestar
dicho juramento, guardándose en este caso las ceremonias y solemnidades mandadas en
el reglamento interior de Córtes.


» 13. Acto continuo que preste el Rey el juramento prescrito en la Constitncion,
treinta individuos del Congreso, de ellos dos secretarios, acompañarán á S. M. á palacio,
donde, formada la Regencia con la debida ceremonia, entregará el gobierno á S. M. con-
forme á la Constitucion y al artículo 2.º del decreto de 4 de Setiembre de 1813. La dipu-
tacian regresará al Congreso á dar cuenta de haberse así ejecutado, quedando en el archi-
vo de Córtes el correspondiente testimonio.


» 14. En el mismo día darán las Córtes un decreto con la solemnidad debida, á fin de
que llegue á noticia de la nacion entera el acto solemne, por el cual y en virtud del jura-
mento prestado, ha sido el Rey colocado constitucionalmente en su trono. Este decreto,
despues de leido en las Córtes, se pondrá en manos del Rey por una diputacion igual á la
precedente, para que se publique con las mismas formalidades que todos los demas, con
arreglo á lo prevenido en el artículo 14 del reglamento interior de Córtes.


» Lo tendrá entendido la Regencia del reino para en cumplimiento, y lo hará impri-
mir, publicar y circular.


» Dado en Madrid, á 2 de Febrero de 1814.— (Siguen las firmas del Presidente y se-
cretarios.)— A la Regencia del reino.»


(14) Manifiesto de las Córtes á la nacion española.
Españoles: Vuestros legítimos representantes van á hablaros con la noble franqueza


y confianza, que aseguran en las crísis de los estados libres aquella union intima, aque-
lla irresistible fuerza de opinion contra las cuales no son poderosos los embates de la vio-
lencia, ni las insidiosas tramas de los tiranos. Fieles depositarios de vuestros derechos,
no creerian las Córtes corresponder debidamente á tan augusto encargo, si guardáran por
más tiempo un secreto que pudiese arriesgar ni remotamente el decoro y honor debidos á
la sagrada persona del Rey, y la tranquilidad é independencia de la nacion; y los que en




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Al caer Napoleon y las Córtes, sucedieron á las alabanzas prodiga-
das al decreto, ágrias censuras, y hubo muchos que le tacharon de nimio


seis años de dura y sangrienta contienda han peleado con gloria para asegurar su libertad
doméstica y poner á cubierto á la patria de la usurpacion extranjera, dignos son, sí, espa-
ñoles, de saber cumplidamente adónde alcanzan las malas artes y violencias de un tirano
execrable, y hasta qué punto puede descansar tranquila una nacion cuando velan en su
guarda los representantes que ella misma ha elegido.


Apénas era posible sospechar que al cabo de tan costosos desengaños intentase toda-
vía Napoleon Bonaparte echar dolosamente un yugo á esta nacion heroica, que ha sabi-
do contrastar por resistirle su inmensa fuerza y poderío, y como si hubiéramos podido ol-
vidar el doloroso escarmiento que lloramos por una imprudente confianza en sus palabras
pérfidas; como si la inalterable resolucion que formamos, guiados pomo por instinto, á im-
pulso del pundonor y honradez española, osando resistir cuando apénas teniamos dere-
chos qué defender, se hubiera debilitado ahora que podemos decir tenemos patria, y que
hemos sacado las libres instituciones de nuestros mayores del abandono y olvido en que
por nuestro mal yacieran; como si fuéramos menos nobles y constantes cuando la prospe-
ridad nos brinda, mostrándonos cercanos al glorioso término de tan desigual lucha, que lo
fuimos con asombro del mundo y mengua del tirano en los más duros trances de la adver-
sidad, ha osado aún Bonaparte, en el ciego desvarío de su desesperacion, lisonjearse con
la vana esperanza de sorprender nuestra buena fe con promesas seductoras, y valerse de
nuestro amor al legítimo Rey para sellar juntamente la esclavitud de su sagrada persona
y nuestra vergonzosa servidumbre.


Tal ha sido, españoles, en perversa intento; y cuando, merced á tantos y tan señala-
dos triunfos, veiase casi rescatada la patria, y señalaba como el más feliz anuncio de su
completa libertad la instalacion del Congreso en la ilustre capital de la monarquía, en el
mismo dia de este fausto acontecimiento, y al dar principio las Córtes á sus importantes
tareas, halagadas con la grata esperanza de ver pronto en su seno al cautivo Monarca, li-
bertado por la constancia española y el auxilio de los aliados, oyeron con asombro el men-
saje que, de órden de la Regencia del reino, les trajo el secretario del despacho de Estado
acerca de la venida y comision del Duque de San Cárlos. No es posible, españoles, des-
cribiros el efecto que tan extraordinario suceso produjo en el ánimo de vuestros represen-
tantes. Leed esos documentos, colmo de la alevosía de un tirano; consultad vuestro cora-
zon, y al sentir en él aquellos mismos afectos que lo conmovieron en Mayo de 1808, al ex-
perimentar más vivos el amor á vuestro oprimido Monarca y el ódio á su opresor inicuo,
sin poder desahogar ni en quejas ni en imprecaciones la reprimida indignacion, que más
elocuente se muestra en un profundísimo silencio, habréis concebido, aunque débilmen-
te, el estado de vuestros representantes cuando escucharon la amarga relacion de los in-
sultos cometidos contra el inocente Fernando, para esclavizar á esta nacion magnánima.


No le bastaba á Bonaparte burlarse de los pactos, atropellar las leyes, insultar la mo-
ral pública; no le bastaba haber cautivado con perfidia á nuestro Rey é intentado sojuz-
gar á la España, que le tendió, incauta, los brazos como al mejor de sus amigos; no estaba
satisfecha su venganza con desolar á esta nacion generosa con todas las plagas de la gue-
rra y de la política más corrompida; era menester aún usar todo linaje de violencias pa-
ra obligar al desvalido Rey á estampar su augusto nombre en un tratado vergonzoso; ne-
cesitaba todavía presentarnos un concierto celebrado entre una víctima y su verdugo co-




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y áun depresivo de la autoridad real. Tuvieran en ello razon tratándose
de tiempos ordinarios, no de revueltos y de tempestad y ventisca, como


mo el medio de concluir una guerra tan funesta á los usurpadores como gloriosa á nuestra
patria; deseaba, por último, lograr por fruto de una grosera trama, y en los momentos en
que vacila su usurpado trono, lo que no ha podido conseguir con las armas, cuando á su
voz se estremecian los imperios y se veía en riesgo la libertad de Europa. Tan ciego en el
delirio de su impotente furor, como desacordado y temerario en los devaneos de su prós-
pera fortuna, no tuvo presente Bonaparte el temple de nuestras almas, ni la firmeza de
nuestro carácter, y que si es fácil á su astuta política seducir ó corromper á un gabine-
te ó á una turba de cortesanos, son vanas sus asechanzas y arterías contra la nacion en-
tera, amaestrada por la desgracia, y que tiene en la libertad de imprenta y en el cuerpo
de sus representantes el mejor preservativo contra las demasías de los propios y la ambi-
cion de los extraños.


Ni áun disfrazar ha sabido Bonaparte el torpe artificio de su política. Estos documen-
tos, sus mal concertadas cláusulas, las fechas, hasta el lenguaje mismo, descubren la ma-
no del maligno autor; y al escuchar en boca del augusto Fernando los dolosos consejos
de nuestro más cruel enemigo, no hay español alguno á quien se oculte que no es aquélla
la voz del deseado de los pueblos, la voz que resonó breves dias desde el trono de Pela-
yo; pero que anunciando leyes benéficas y gratas promesas de justa libertad, nos preservó
por siempre de creer acentos suyos los que no se encamináran á la felicidad y gloria de la
nacion. El inocente Príncipe, compañero de nuestros infortunios, que vió víctima á la pa-
tria de su ruinosa alianza can la Francia, no puede querer ahora bajo este falso título se-
llar en este injusto tratado el vasallaje de esta nacion heroica, que ha conocido demasia-
do su dignidad, para volver á ser esclava de voluntad ajena: el virtuoso Fernando no pudo
comprar á precio de un tratado infame, ni recibir como merced de su asesino el glorioso
título de Rey de las Españas: título que su nacion le ha rescatado, y que pondrá respetuo-
sa en sus augustas manos, escrito con la sangre de tantas víctimas, y sancionados en él
los derechos y obligaciones de un monarca justo. Las torpes sospechas, la deshonrosa in-
gratitud, no pudieron albergarse ni un momento en el magnánimo corazon de Fernando, y
mal pudiera, sin mancharse con este crimen, haber querido obligarse por un pacto libre,
á pagar con enemiga y ultrajes los beneficios del generoso aliado, que tanto ha contribui-
do al sostenimiento de su trono. El padre de los pueblos, al verse redimido por su inimi-
table constancia, ¿deseará volver á su seno rodeado de los verdugos de su nacion, de los
perjuros que le vendieron, de los que derramaron la sangre de sus propios hermanos, y
acogiéndolos bajo su real manto para librarlos de la justicia nacional, querrá que desde
allí insulten impunes y como en triunfo á tantos millares de patriotas, á tantos huérfanos
y viudas como clamarán enderredor del solio por justa y tremenda venganza contra los
crueles parricidas? ¿ó lograrán éstos por premio de su traicion infame que les devuelvan
sus mal adquiridos tesoros las mismas víctimas de su rapacidad, para que vayan á disfru-
tar tranquila vida en regiones extrañas, al mismo tiempo que en nuestros desiertos cam-
pos, en los solitarios pueblos, en las ciudades abrasadas no se escuchen sino acentos de
miseria y gritos de desesperacion?


Mengua fuera imaginarlo, infamia consentirlo: ni el virtuoso Monarca, ni esta nacion
heroica se mancharán jamas con tamaña afrenta, y animada la Regencia del reino de los
mismos principios que han dado lustre y fama eterna á nuestra célebre revolucion, co-




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los que entónces corrian y se oteaban; en arma todavía los gobiernos y
los pueblos contra el dominador de Francia, quien, no abatido del todo,


rrespondió dignamente á la confianza de las Córtes y de la nacion entera, dando por úni-
ca respuesta á la comision del Duque de San Cárlos una respetuosa carta dirigida al Sr. D.
Fernando VII, en que guardando un decoroso silencio acerca del tratado de paz, y mani-
festando las mayores muestras de sumision y respeto á tan benigno Rey, le habrá llenado
de consuelo, al mostrarle que ha sido descubierto el artificio de su opresor, y que con su-
ma prevision y cordura, y al principiar el aciago año de 1811, dieron las Córtes extraor-
dinarias el más glorioso ejemplo de sabiduría y fortaleza; ejemplo que no ha sido vano, y
que mal podriamos olvidar en esta época de ventura, en que la suerte se ha declarado en
favor de la libertad y la justicia.


Firmes en el propósito de sostenerlas, y satisfechas de la conducta observada por la
Regencia del reino, las Cortes aguardaron con circunspeccion á que el encadenamien-
to de los sucesos y la precipitacion misma del tirano les dictasen la senda noble y segu-
ra que debian seguir en tan críticas circunstancias. Mas llegó muy en breve el término de
la incertidumbre: cortos días eran pasados cuando se presentó de nuevo el secretario del
despacho de Estado á poner en noticia del Congreso, de órden de la Regencia, los docu-
mentos que habia traido D. José de Palafox y Melci. Acabóse entonces de mostrar abier-
tamente el malvado designio de Bonaparte. En el estrecho apuro de su situacion, aborre-
cido de su pueblo, abandonado de sus aliados, viendo armadas en contra suya á casi to-
das las naciones de Europa, no dudó el perverso intentar sembrar la discordia entre las
potencias beligerantes, y en los mismos dias en que proclamaba, á su nacion, que acep-
taba los preliminares de paz, dictados por sus enemigos, cuando trocaba la insolente jac-
tancia de su orgullo en fingidos y templados deseos de cortar los males que habia aca-
rreado á la Francia su desmesurada ambicion, intentaba por medio de ese tratado insi-
dioso, arrancado á la fuerza á nuestro cautivo Monarca, desunirnos de la causa comun de
la independencia europea, desconcertar con nuestra desercion el grandioso plan formado
por ilustres príncipes para restablecer en el Continente el perdido equilibrio, y arrastrar-
nos quizá al horroroso extremo de volver las armas contra nuestros fieles aliados, contra
los ilustres guerreros que han acudido á nuestra defensa. Pero áun se prometia Bonapar-
te más delitos y escándalos por fruto de su abominable trama: no se satisfacia con presen-
tar deshonrados ante las demas naciones á los que han sido modelo de virtud y heroísmo:
intentaba, igualmente, que, cubriéndose con la apariencia de fieles á su Rey los que pri-
mero le abandonaron, los que vendieron á su patria, los que oponiéndose á la libertad de
la nacion, minan al propio tiempo los cimientos del trono, se declarasen resueltos á sos-
tener como voluntad del cautivo Fernando los malignas sugestiones del robador de su co-
rona, y seduciendo á los incautos, instigando á los débiles, reuniendo bajo el fingido pen-
don de lealtad á cuantos pudiesen mirar con ceño las nuevas instituciones, encendiesen
la guerra civil en esta nacion desventurada, para que, destrozada y sin alientos, se entre-
gase de grado á cualquier usurpador atrevido.


Tan malvados designios no pudieron ocultarse á los representantes de la nacion, y se-
guros de que la franca y noble manifestacion hecha por la Regencia del reino á las po-
tencias aliadas les habrá ofrecido nuevos testimonios de la perfidia del comun enemigo,
y de la firme resolucion en que estamos de sostener á todo trance nuestras promesas, y
de no dejar las armas hasta asegurar la independencia nacional, y asentar dignamente en




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esforzábase por mantenerse firme y áun por empinarse de nuevo con no
ménos presuncion que astucia.


Cierto que hubiera valido más no poner tantas trabas al viaje del
Rey, ni tanto retardo en la reintegracion de su autoridad; prefiriendo á
minuciosas precauciones otras de seguro y feliz éxito, y de viso no tan
desapacible; procurando, sobre todo, rodear á Fernando, desde su entra-
da en España, de varones de buen consejo y tino, que atajasen en su orí-


el trono al amado Monarca, decidieron que era llegado el momento de desplegar la ener-
gía y firmeza, dignas de los representantes de una nacion libre, las cuales, al paso que
desbaratasen los planes del tirano, que tanto se apresuraba á realizarlos, y tan mal encu-
bria sus perversos deseos, le diesen á conocer que eran inútiles sus maquinaciones, y que
tan pundonorosos como leales, sabemos conciliar la más respetuosa obediencia á nuestro
Rey, con la libertad y gloria de la nacion.


Conseguido este fin apetecido, cerrar para siempre la entrada al pernicioso influjo de
la Francia, afianzar más y más los cimientos de la Constitucion, tan amada de los pueblos,
preservar al cautivo Monarca, al tiempo de volver á su trono, de los dañados consejos de
extranjeros ó de españoles espurios, librar á la nacion de cuantos males pudiera temer la
imaginacion más suspicaz y recelosa: tales fueron los objetos que se propusieron las Cór-
tes al deliberar sobre tan grave asunto, y al acordar el decreto de 2 de Febrero del pre-
sente año. La Constitucion les prestó el fundamento; el célebre decreto de 1.º de Enero de
1811 les sirvió de norma, y lo que les faltaba para completar su obra, no lo hallaron en los
profundos cálculos de la política, ni en la dificil ciencia de los legisladores, sino en aque-
llos sentimientos honrados y virtuosos que animan á todos los hijos de la nacion espa-
ñola, en aquellos sentimientos que tan heroicos se mostraron á los principios de nuestra
santa insurreccion, y que no hemos desmentido en tan prolongada contienda. Ellos dicta-
ron el decreto, ellos adelantaron, de parte de todos los españoles, la sancion más augus-
ta y voluntaria, y si el orgulloso tirano se ha desdeñado de hacer la más leve alusion en el
tratado de paz á la sagrada Constitucion que ha jurado la nacion entera, y que han reco-
nocido los monarcas más poderosos; si al contrahacer torpemente la voluntad del augus-
to Fernando olvidó que este príncipe bondadoso mandó desde su cautiverio que la nacion
se reuniese en Cortes para labrar su felicidad, ya los representantes de esta nacion heroi-
ca acaban de proclamar solemnemente que, constantes en sostener el trono de su legíti-
mo Monarca, nunca más firme que cuando se apoya en sábias leyes fundamentales, jamas
admitirán paces ni conciertos ni treguas con quien intenta alevosamente mantener en in-
decorosa dependencia ni augusto Rey de las Españas, ó menoscabar los derechos que la
nacion ha rescatado.


Amor á la religion, á la Constitucion y al Rey: éste sea, españoles, el vinculo indi-
soluble que enlace á todos los hijos de este vasto imperio, extendido en las cuatro par-
tes del mundo; éste el grito de reunion que desconcierte como hasta ahora las más astu-
tas maquinaciones de los tiranos; éste, en fin, el sentimiento incontrastable que anime
todos los corazones, que resuene en todos los labios, y que arme el brazo de todos los es-
pañoles en los peligros de la patria. Madrid, 19 de Febrero de 1814.— ANTONIO JOAQUIN
PEREZ, presidente.— ANTONTO DIAZ, diputado secretario.— JOSE MARÍA GUTIERREZ DE TE-
RAN, diputado secretario.




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gen cualquiera derivacion que tirase á formar en el curso de los negocios
públicos extravasado y peligroso caz.


Los contados vocales que desaprobaron en las Córtes el decreto del
2 de Febrero, no lo hicieron por ser partidarios ó fautores de la usurpa-
cion extranjera, sino ántes bien porque mirando ya á ésta como colgadi-
za y próxima á desprenderse y dar en el suelo, vagueaba su pensamien-
to, siendo enemigos de toda mudanza, sobre el modo más conveniente
de destruir las nuevas reformas y reponer las cosas en el estado que te-
nian en España de muy antiguo. En Sevilla, Córdoba, Madrid y otros lu-
gares, en donde meses pasados permanecieran ociosos ellos y varios de
sus compañeros, no pudiendo á causa de la fiebre amarilla trasladarse á
la isla de Leon, habian menudeado las juntas y las conferencias, ende-
rezadas todas á la buena salida del indicado objeto; andando en ellas el
Conde del Abisbal, con licencia á la sazon en Córdoba, quien desde en-
tónces llevó secretas inteligencias con don Bernardo Mozo Rosales, D.
Antonio Gomez Calderon y otros diputados, principales jefes del parti-
do anti-reformador.


El recelo áun de franceses, impensados embarazos, y la falta de un
apoyo efectivo y bien sólido, lejano y no seguro Abisbal de su ejército,
impidieron entónces tomase cuerpo el plan proyectado, y bastantes vo-
cales de los mismos que en él entraban no dejaron de coadyuvar con su
voto a la aprobacion del decreto de 2 de Febrero; predominando entre
ellos la idea de que Napoleon, no derrocado todavía del trono, podria in-
fluir malamente en el Rey y en sus inadvertidos é ilusos consejeros.


Pero firmes en llevar adelante su propósito, removido que fuese
aquel obstáculo, avocáronse varios diputados y otros sujetos con el Du-
que de San Cárlos, procurando granjearle la voluntad para que induje-
se al Rey á favorecer semejantes manejos. Aunque oculto el fuego, colu-
brábanse de cuando en cuando llamaradas que le descubrian siendo en
ello parte la vanagloriosa indiscreccion ó algunos aventurados pasos de
echadizos poco diestros.


En este caso podemos decir estuvo D. Juan Lopez Reina, diputado
por Sevilla, quien en la sesion del 3 de Febrero causó en las Córtes in-
audito escándalo, levantándose á hablar despues de admitida á discu-
sion en aquel dia la propuesta del manifiesto arriba indicado, y diciendo
sin preámbulos y desarrebozadamente: «Cuando nació el Sr. D. Fernan-
do VII, nació con un derecho á la absoluta soberanía de la nacion espa-
ñola; cuando por abdicacion del Sr. D. Cárlos IV obtuvo la corona, que-
dó en propiedad del ejercicio absoluto de rey y señor.....» Al oir estas




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palabras, gritos y clamores salieron contra el orador de todas partes, lla-
mándolo al órden. Pero no contenido por eso, ni reportado, exclamó el
Sr. Reina: «Un representante de la nacion puede exponer lo que juzgue
conveniente á las córtes, y éstas estimarlo ó desestimarlo.— Sí, inte-
rrumpiéronle varios diputados, si se encierra en los límites de la Consti-
tucion; no, si se sale de ellos.....— Luégo que, prosiguió tranquilamente
el Sr. Reina, restituido el Sr. D. Fernando VII á la nacion española, vuel-
va á ocupar el trono, dispensable es que siga ejerciendo la soberanía ab-
soluta desde el momento que pise la raya» Si grande fué el tumulto que
produjeron las primeras palabras de este diputado, inexplicable fué el
que excitaron las últimas, exclamando muchos que no se le permitiese
continuar hablando; que se escribiesen sus expresiones, y expulsándo-
le del salon, pasasen éstas, que eran contrarias á la ley fundamental del
Estado, al exámen de una comision especial.» Decidióse así al cabo de
largo debate y no poco acaloramiento, habiendo pasado el asunto al exá-
men de una comision, y en seguida al tribunal de Córtes, donde no tuvo
resulta, escondido y ausente poco despues el Sr. Reina, á quien, en pre-
mio y peticion suya, concediósele, á la vuelta del Rey á España, nobleza
personal. Era ántes este diputado hombre de escaso valer y de profesion
escribano, instrumento ciego en aquella ocasion del bando anti-consti-
tucional, á que pertenecia. Traspié el suyo de escándalo sólo y pernicio-
so ejemplo, sobresaltó más que por lo que sonaba, por lo que suponia de
soterrado y oculto.


Realizáronse estas sospechas al traslucirse que se fraguaba el cam-
biar de súbito la Regencia actual del reino. Varones de probidad los in-
dividuos que la componian, y á sus juramentos muy fieles, no daban en-
trada á maquinaciones ni á miras torcidas; y menester era separarlos del
mando para socavar más desembarazadamente el edificio constitucio-
nal recien levantado, y preparar su entero hundimiento al tiempo que el
Rey volviese. Tantearon, al efecto, los promovedores á muchos diputa-
dos, y entre ellos algunos de la opinion liberal, alegando en favor de la
propuesta razones plausibles y de conveniencia pública. Pero no satisfe-
chos los mismos de las resultas de los pasos dados, arrojáronse á ganar
en silencio y por sorpresa lo que dudaban conseguir á las claras y fran-
camente, intentando poner en práctica su pensamiento en una sesion se-
creta de las de Febrero. Salióles vana la tentativa, porque maniobran-
do cl partido reformador con destreza y maña, previno el golpe, y áun
lo paró del todo, aprobándose por gran mayoría de votos una proposi-
cion muy oportuna, que hizo el 17 del propio mes el Sr. Cepero segun la




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cual se declaró que sólo podria tratarse de mudanza de gobierno en se-
sion pública, y con las formalidades que prevenia el reglamento. Propo-
sicion á que tambien movió un informe del Ministro de Gracia y Justi-
cia, y una representacion en aquel dia del general D. Pedro Villacampa,
que mandaba en Madrid, dando cuenta de las causas que habian impeli-
do al arresto de un tal D. Juan Garrido y de cierto presbítero de nombre
D. José Gonzalez, como tambien al de algunos soldados; dispuestos los
primeros á excitar trastornos, y gratificados los segundos por mano ocul-
ta con una peseta diaria, aguardiente y pan. Descompusieron semejan-
tes providencias la maraña tejida entónces, de intrincada urdimbre (15),
y hubieron sus tramadores de aguardar á que llegase tiempo más propi-
cio para la ejecucion de sus planes; el cual, en verdad, no anduvo en su
curso ni perezoso ni lento.


Terminaron las Córtes ordinarias las sesiones del primer año de su
diputacion el 19 de Febrero, invertido el tiempo y órden constitucional á
causa de las circunstancias particulares en que se habian juntado; y por
lo que para volver á él, en cuanto fuese dable, y sujetarse á las minucio-
sas formalidades de la Constitucion, extremas por cierto y nada condu-
centes al breve y acertado despacho de los negocios, empezaron el 20
del mismo mes las juntas preparatorias, abriéndose el 1.º de Marzo las
sesiones del segundo año, ó sea segunda legislatura de estas Córtes.


A la propia sazon ensancháronse tambien las relaciones de buena
amistad y alianza con otros estados, recibiendo la Regencia del reino á
Mr. Genotte como encargado de negocios de Austria, y concluyendo con
la Prusia un tratado, hecho en Basilea, el 20 de Enero de este año de
1814, á semejanza de los celebrados en el anterior con Rusia y Suecia,
y en cuyo art. 2.º decíase: «S. M. P. reconoce á S. M. Fernando VII como
solo legítimo rey de la monarquía española en los dos hemisferios, así
como á la Regencia del reino, que durante su ausencia y cautividad le
representa, legítimamente elegida por las artes generales y extraordina-
rias, segun la Constitucion sancionada por éstas y jurada por la nacion.»


(15) Podrá verse cuán inciertos fuesen estos planes en la representacion que llama-
ron de los persas, hecha á S. M., y de la que hablarémos despues por muchos de los di-
putados que tomaron parte en dichas tramas; señaladamente en la página 56, desde don-
de empieza: «Determinamos por primer paso separar la Regencia.....»; y acaba: «Dictó la
prudencia suspender nuestra deliberacion.....»


Y en la página 57, toda ella hasta el fin, desde donde dice: «Tratamos de proponer la
cesacion de la Regencia y poner al frente del Gobierno á la infanta doña Carlota Joaqui-
na de Borbon.....»




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Artículo que, aunque no tan directo ni explícito en algunas de sus cláu-
sulas como el correspondiente en los otros dos convenios, citados ya, de
Rusia y Suecia, éralo bastante para probar que la Prusia no se desviaba
en esta parte de la política de las demas potencias aliadas, ni desconocia
la legitimidad de las Córtes, ni por consiguiente la de sus actos.


Tornemos ahora la vista á las cosas de la guerra. En Cataluña mante-
níase todavía en Barcelona el mariscal Suchet, bien que preparado á la
retirada, conservando, ademas, la línea del Llobregat, que se extendia
desde Molins de Rey hasta San Boy y el desaguadero del rio. El 16 de
Enero resolviéronse á embestir estos puntos las fuerzas anglo-sicilianas,
á las órdenes de sir Guillermo Clinton, en union con las del primer ejér-
cito, que mandaba el general Copons, y la tercera division del segundo,
regida por D. Pedro Sarsfiel. Tuvo orígen este plan en un arreglo conclui-
do entre el general Clinton y D. José Manso, tocando al inglés acometer
de frente con 8.000 hombres por la calzada de Barcelona, y al español
situarse á espaldas de Molins de Rey, en un ventajoso puesto que domi-
naba el camino por donde los enemigos tenian forzadamente que retira-
se. Mas al ir á ejecutar lo proyectado, aunque ya con la vénia Manso de
D. Francisco Copons, general en jefe, prefirió éste tomar sobre sí la em-
presa y cooperar en persona á la acometida de sir Guillermo Clinton. No
correspondió á su deseo el éxito, porque habiendo el D. Francisco calcu-
lado mal el tiempo, sin atender á la obscuridad de la noche, ni á lo per-
dido de los caminos, llegó tarde, y presentóse, no á la retaguardia de los
franceses, segun lo convenido, sino por el flanco; con lo que pudieron los
enemigos, á las órdenes del general Mesclop, replegarse á la izquierda
del Llobregat por el puente fortificado de Molins de Rey, y recibir ayu-
da de Pannetier, que mandaba toda la division. Don Pedro Sarsfield con
la suya y caballería inglesa los apretó de cerca, señalándose el primer
batallon de voluntarios de Aragon, cuyo teniente coronel D. Juan Teran
quedó gravemente herido. Acorrieron en seguida tropas de Barcelona al
són de guerra, y procuró Suchet atraer á los aliados hácia San Feliu del
Llobregat para cogerlos como en una red; pero viviendo los nuestros muy
sobre aviso, retrocedieron y contentáronse con el reconocimiento hecho,
y haber aventado á los franceses de la derecha del rio.


La suerte de éstos en Cataluña se empeoraba cada dia, disminuyén-
dose su fuerza considerablemente: dos terceras partes de jinetes, 8 á
10.000 peones, y casi toda la artillería recibieron órden de dirigirse so-
bre Leon de Francia; apremiado el Emperador por los reveses y desca-
labros en tal grado, que se mandó verificase este movimiento, tuviese




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ó no buen paradero la comision del Duque de San Cárlos. Así sucedió,
emprendiendo su marcha aquellas tropas en Enero, y saliendo de Bar-
celona el 1.º del inmediato mes el mismo general Suchet, quien se re-
concentró en Gerona y sus cercanías con dos divisiones y una reserva
de caballería, á que estaba ahora reducido todo su ejército. Quedó Ro-
bert en Tortosa con escasa fuerza, y Habert en la Cataluña baja con unos
9.000 hombres, obligado bien pronto á encerrarse dentro de Barcelona,
porque adelantándose los aliados, bloquearon la plaza, y estrecháronla
del todo ya en 8 del propio Febrero.


Golpes tras golpes, que, si bien herian mucho al general frances, no
le hicieron quizá tanta mella como otro singular y muy recio que le so-
brevino improvisamente de parte de quien no podía esperarlo, de un ofi-
cial español, destinado cerca de su persona, y de nombre D. Juan Van-
Halen. Habia sido éste alférez de navío de la real armada, y abrazado en
los primeros meses de 1808 la causa santa de la independencia, hasta
que, hecho prisionero en el Ferrol, variando de rumbo, tomó partido con
los contrarios, y reconoció por rey á José Bonaparte, á quien sirvió duran-
te algunos años dentro y fuera del reino. Estaba el D. Juan con una comi-
sion en París en 1813, cuando empezaba á desplomarse el imperio napo-
leónico, y despues de muchos pasos y empeños, obtuvo se le emplease en
el estado mayor del mariscal Suchet, á cuyo cuartel general llegó el 20 de
Noviembre de aquel mismo año. Cuenta Van-Halen en un opúsculo (16),
que publicó en 1814, haber solicitado semejante destino con el anhelo de
prestar alguna asistencia meritoria y digna á la patria que habia abando-
nado, y con la que queria reconciliarse. Púsose, de consiguiente, tan lue-
go como volvió á España, en correspondencia con el Baron de Eroles, la
que continuó por espacio de dos meses, en cuyo tiempo, agenciando di-
cho Van-Halen la clave de la cifra del ejército frances, la pasó á manos
del Baron, indicando ser este servicio preludio de otros que meditaba.


Dió principio á ellos saliendo de Barcelona el 17 de Enero por la no-
che, y haciendo que le siguiesen, en virtud de órdenes falsas, dos escua-
drones de coraceros apostados en las cercanías de la ciudad, con inten-
to de que cayesen en una celada que debia armarles el Baron de Eroles.
Pero retrasado casualmente un aviso remitido al efecto, frustróse la sor-
presa, teniendo Van-Halen que pensar sólo en salvarse, uniéndose al de
Eroles en San Feliu de Codinas.


(16) Restauracion de las plazas de Lerida, Mequinenza y castillo de Monzon.— Ma-
drid, en la imprenta Real, año de 1814.— Páginas 12 y 13.




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No arredrado ni por eso aquél, metióso en otro empeño áun más atre-
vido é importante que el anterior, tratándose de nada ménos que de fra-
guar un convenio, que se diria firmado en Tarrasa entre los generales de
los respectivos ejércitos, á fin de recuperar por medio de esta estratage-
ma, fundamento de otras de ejecucion, las plazas de Tortosa, Peñiscola,
Murviedro, Lérida, Mequinenza y Monzon, en poder todavía de los ene-
migos. Propuso Van-Halen la idea al Baron de Eroles, quien la aprobó,
como asimismo el general en jefe D. Francisco Copons, si bien éste, des-
pues de ciertas vacilaciones y juiciosos reparos, desconfiando algun tan-
to del buen éxito de la empresa, por parecerle muy complicada y har-
to dificultosa.


Finalmente, acordes todos, determinaron empezar á probar ventu-
ra por Tortosa, cuya ciudad bloqueaban las divisiones segunda y quinta
del segundo ejército, bajo la comandancia de D. José Antonio de Sanz,
asentados sus reales en Jerta. Allí llegaron el 25 de Enero el Baron de
Eroles, y en su compañía el capitan D. Juan Antonio Daura, sujeto prác-
tico y hábil en el arte de la delineacion y dibujo; D. José Cid, vocal de la
diputacion de Cataluña, y el teniente D. Eduardo Bart, muy ejercitado y
suelto en la lengua francesa.


Conferenciaron con Sanz los recien venidos, resolviendo sin dilacion
circuir la plaza más estrechamente de lo que lo estaba, siendo necesa-
rio preliminar el que ni dentro ni fuera de ella se vislumbrase cosa al-
guna de lo que iba tratado. En seguida entendiéronse tambien los mis-
mos acerca de los pasos que convenia dar y el modo; arreglando primero
los papeles y documentos indispensables al caso, cuya imitacion y falsía
hizose á favor de la idónea y diestra mano del capitan Daura, y de la ci-
fra, firmas y sello que habia Van-Halen sustraido del estado mayor fran-
ces. Dispuesto todo, pasóse á poner por obra el ardid, que consistia en
enviar por un lado secretamente pliegos contrahechos al gobernador de
Tortosa Robert, como si procediesen del mariscal Suchet, anunciándole
la negociacion que se suponía entablada en Tarrasa, para que estuviese
preparado á evacuar la plaza al recibir el aviso de verificarlo, y en par-
ticipar por otro el general del bloqueo al de Tortosa públicamente y con
posterioridad haberse concluido ya el tratado pendiente, y haber llega-
do al campo español un ayudante del mariscal Suchet, con quien podria
el Gobernador abocarse y platicar á su sabor cuanto gustáre; excusando
casi añadir nosotros aquí ser Van-Halen quien habia de representar el
papel del ayudante fingido. Fuése efectuando la estratagema con dicha,
no obstante un contratiempo ocurrido al portador de los pliegos secre-




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tos, yendo el ajuste tan adelante, que estuvo próximo á cerrarse y llegar
á venturoso fenecimiento. Mas impidiólo, segun unos, cierto aviso reci-
bido por el gobernador frances al irse á terminar los tratos; segun otros,
la resistencia que opuso Van-Halen á meterse en la plaza, receloso de
que se le tendia un lazo, lo cua1 despertó las sospechas de los contra-
rios. Nosotros inclinarémonos á creer lo primero, y tambien á que hubo
indiscreciones y demasía en el hablar.


Malograda la tentativa en Tortosa, pareció acertado no repetirla en
Peñíscola ni Murviedro, y si en Lérida, Mequinenza y Monzon. Para ello
pusiéronse en camino el 7 de Febrero el inventor y los ejecutores de la
traza, albergándose el 8 en Flix, desde donde envió á Mequinenza el Ba-
ron de Eroles á D. Antonio Maceda, ayudante suyo, y al ya citado D.
José Cid, con órden ambos de levantar allí los somatenes, bloquear la
plaza, y dirigir despues á su gobernador por un paisano pliegos y docu-
mentos que apareciesen despachados por Suchet, al modo mismo de lo
que se fingió en Tortosa. Por su parte tiraron hácia Lérida Eroles, Dau-
ra, Van-Halen y Bart, pernoctando juntos á una jornada de la ciudad, pe-
ro con la precaucion de separarse en la mañana inmediata, no querien-
do despertar recelos, y yéndose por de pronto á Torres del Segre los dos
últimos, y el de Eroles al campo de Lérida. Allí hizo ostentosa reseña
de las tropas, aparentando designio de formalizar el sitio, para introdu-
cir despues, y de oculto, en la plaza por confidente seguro pliegos conce-
bidos en términos iguales á los enviados ántes á Tortosa y Mequinenza,
que servian siempre de preparativo á las negociaciones públicas y for-
males que se entablaban despues, para alcanzar la evacuacion y próxi-
ma entrega del punto en que se habia puesto la mira.


Sucedió bien el ardid en Mequinenza, sin que encontrase el porta-
dor del primer pliego tropiezo alguno, creyéndose allí verdadero emisa-
rio de Suchet; por lo que apresuróse el de Eroles á expedir la segunda
comunicacion, como en Tortosa, valiéndose ahora para ello del ayudan-
te de estado mayor don José Baeza, quien bien recibido y agasajado por
el gobernador frances, de nombre Bourgeois, consiguió evacuasen los
enemigos la plaza el 13, precedido un coloquio entre un oficial frances,
nombrado al efecto, y Van-Halen, presente tambien Eroles, habiendo
acudido ambos á Mequinenza con esta ocasion.


Despues tornó el último á Lérida, y en el camino llegó á sus manos
la respuesta de aquel gobernador, de nombre Isidoro Lamarque, al men-
saje secreto, extendida en la forma que se deseaba. Aproximóse en con-
secuencia Eroles á aquellos muros, y despachó el segundo pliego á la




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manera de lo ejecutado en las demas partes, al que contestó dicho La-
marque favorablemente, nombrando para tratar de la evacuacion de la
plaza á M. Polwerell, jefe de su estado mayor. Escogió por su lado pa-
ra lo mismo el general español á D. Miguel Lopez Baños. Miéntras arre-
glaban éstos los artículos de la entrega, hubo una conferencia bastante
larga entre Van-Halen y el gobernador frances, en la cual procuró aquél
desvanecer las dudas que áun inquietaban á su interlocutor. Por fin,
ocuparon el 15 nuestras tropas á Lérida y todas sus fortalezas.


Faltaba Monzon para completar por esta parte obra tan bien comen-
zada y seguida. Encargóse don Eduardo Bart de la comision, para cuyo
desempeño debian emplearse los mismos medios que en los otros luga-
res. Pero tropezóse aquí con resistencia obstinada; muy animosa la guar-
nicion por haberse sostenido briosamente contra algunos batallones de
Mina que la asediaban, y dirigida la defensa con ciencia y tino por un tal
Saint Jacques, piamontes de nacion y subalterno en el cuerpo frances de
ingenieros, á cuya superioridad de conocimientos en la materia había-
se sometido el comandante del castillo modesta y laudablemente. Alegá-
base por pretexto de no rendirse el depender Monzon del gobernador de
Lérida, añadiendo los de dentro que no saldrian de los muros que guar-
daban ántes de que un oficial suyo se desengañase por sus propios ojos
de no ser falso lo que se les anunciaba respecto de aquella plaza. Con-
descendió Bart con este deseo, no aventurando en ello nada, evacuada
ya Lérida. Y acertólo, de suerte que no bien se aseguraron los de Mon-
zon de la verdad del hecho, cuando cesaron en su porfía, abriendo el 18
á los españoles las puertas del castillo.


Tan dichosamente se apoderaron los nuestros de las plazas de Léri-
da, Mequinenza y Monzon. Tenian todas ellas víveres para muchos me-
ses, y con su reconquista salváronse de la miseria gran numero de ha-
bitantes; desembarazáronse 6.000 hombres ocupados en sus respectivos
bloqueos; quedaron libres las comunicaciones del Ebro y sus tributarios,
y encumbráronse á mayor remonte los bríos tan probados ya de las co-
marcas vecinas.


Coger prisioneras en su marcha las guarniciones, cuyo número en su
totalidad ascendía á 2.300 hombres, acabalaba el triunfo: no se descui-
dó Eroles en poner los medios para conseguirlo, enviando fuerzas que
precediesen á los enemigos, y en pos suyo á D. José Cárlos con dos ba-
tallones y 200 jinetes. Queria el general español rodear á los contra-
rios y sorprenderlos en los desfiladeros de Igualada; pero prevenidos
ellos y recelosos esquivaron el peligro redoblando la marcha. No desis-




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tió por eso Eroles de su pensamiento, y obrando de acuerdo con los je-
fes de las tropas aliadas que asediaban ya á Barcelona, obtuvo viniesen
éstas al encuentro de los franceses en su ruta, para que, unidas con las
que rastreaban su huella, los cercasen y estrechasen del todo al llegar á
Martorell.


Así sucedió, y allí quitándosele á los franceses la venda que áun cu-
bría sus ojos, prorumpieron en expresiones de ira y desesperacion. In-
útiles ya los duelos y las reconvenciones, tuvo su valor que ceder al ad-
verso hado, y entregarse prisioneros á los españoles, en vez de juntarse
á los suyos, segun confiaban. Pero cuentan se les prometiera entónces
la libertad de volver á Francia, aunque sin armas ni equipajes militares,
lo cual no se cumplió bajo simulados motivos y malamente, porque líci-
to ántes el emplear las estratagemas referidas y lícito el ceñir las guarni-
ciones y someterlas en su marcha, como secuela del primer ardid, no lo
era despues faltar á una estipulacion, ajustada libremente á ley de gue-
rra por las opuestas partes, ni autorizaban tampoco á proceder semejan-
te otros engaños de los mismos franceses, ni su omision en cumplir pa-
recidos empeños ó pactos.


Muy irritados los enemigos con la conducta de D. Juan Van-Halen,
afeáronla á lo sumo, y la graduaron de desercion y de abuso de confian-
za, nacido, segun afirmaban, no de sentimientos honrosos, sino de mu-
danzas de la fortuna, que torva ahora volvia al frances la espalda y le
desamparaba. Juzgáronla de otro modo los españoles por redundar de
ella á la patria señalado servicio, digno de recompensa notable; bien que
de aquellos cuya imitacion y ejemplo, al decir de Horacio (17), puede
traer daños en futuros tiempos.


Hirió en lo vivo á Suchet el golpe de la pérdida de las tres plazas,
no restándole ya en España dia de gloria ni sosiego; pues á poco llegó-
le tambien de Francia órden del Ministro de la Guerra para negociar con
D. Francisco Copons la entrega de las demas plazas de su distrito, ex-
cepto la de Figueras, á cuyo fin avistáronse el jefe de estado mayor fran-
ces y el del español, brigadier Cabanes, no terminando en nada la con-
ferencia, por subir de punto los nuestros en sus demandas, y no ceder
mucho los franceses en las suyas á pesar de sus contratiempos. Crecian,
sin embargo, los apuros del mariscal Suchet, obligado por disposicion


(17) .....exemplo trahenti
Perniciem veniens in ævum.


(HORATII, Carminum, liber III, 5.)




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del Emperador á enviar de nuevo, en los primeros días de Marzo, otros
10.000 hombres la vuelta de Leon de Francia, por donde iban penetran-
do los aliados del Norte. Afligido el mariscal frances de tener así que
perder el fruto de sus campañas, y desesperanzado de sacar las guarni-
ciones lejanas que lo quedaban en Cataluña y Valencia, vióse en la ne-
cesidad de juntar lo que ya pudiera llamarse reliquias de su ejército, y
colocarlas bajo el cañon de Figueras, despues de haber volado los pues-
tos fortalecidos de Besalú, Olot, Báscara, Palamós y otros, como tambien
desmantelado á Gerona: de suerte que no siéndole dado á dicho maris-
cal continuar aquí la guerra, limitóse, para no perderlo todo vergonzosa-
mente, á ocuparse en negociaciones de que hablarémos adelante.


Por lo demas, en todos los puntos cundia la desgracia para los fran-
ceses. El castillo de Jaca, que cercaban, segun se apuntó, tropas de Mi-
na, vino á partido el 17 de Febrero, quedando su comandante M. de Sor-
tis y la guarnicion obligados á no tomar parte en la guerra hasta que
hubiese un perfecto y verdadero canje, clase por clase é individuo por
individuo, lo cual no cumplieron los capitulados, empuñando luégo las
armas en perjuicio y quiebra de su honra.


Tambien avanzaban los trabajos contra Santoña, unico paraje que
permanecia por aquellas costas del Océano en manos del enemigo; ha-
biéndose reforzado las tropas del bloqueo con una brigada que trajo D.
Diego del Barco, encargado de dirigir y acelerar el sitio.


Acometióse de resultas, y se ganó, el fuerte del Puntal el 12 y 13 de
Febrero. Se entró el de Laredo el 21 y se ocupó luégo del todo, enseño-
reándose asimismo de las obras del Gromo y el Brusco principal, aun-
que con la desgracia de que pereciese el 26, de heridas recibidas en
dias anteriores, D. Diego del Barco, universalmente sentido, como ofi-
cial dotado de buenas prendas y de alto esfuerzo. Le sucedió D. Juan Jo-
sé San Llorente.


Corrió Enero sin que los ejércitos de operaciones á las orillas del
Adour y el Nive hiciesen apenas movimiénto ni ademan alguno. Pero al
empezar Febrero, ablandando el tiempo y desnevada la tierra por las ca-
ñadas y montes bajos, dispúsose lord Wellington á cruzar el Adour, no
ménos que á embestir á Bayona, y llevar la guerra, si necesario fuese,
hasta el riñon de la Francia misma. Tuvieron principio las maniobras en
14 del mencionado Febrero por el ala derecha del ejército aliado, aco-
metiendo el general Hill los piquetes del enemigo apostados en el rio Jo-
yeuse, y obligando al general Harispe á replegarse de Hellette, via de
San Martin, y de allí á Garris, en cuyo frente aseguróse el frances en un




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puesto ventajoso, engrosado con tropas de su centro y la division de Pa-
ris, que, en marcha hácia lo interior, retrocedió con este motivo y agre-
góse al general Harispe. Cortó entónces Hill la comunicacion del ejérci-
to enemigo con San Juan de Pié de Puerto, bloqueando esta plaza tropas
de Mina, situadas en el valle de Baztan, y que avanzaron via de Baygo-
rry y de Bidarry.


En la mañana del 15 movióse con la primera division española del
cuarto ejército D. Pablo Morillo en direccion de Saint-Palais, paralela-
mente á la posicion de Harispe, á fin de envolver la izquierda de los ene-
migos, al paso que la segunda division británica del cargo de sir Guiller-
mo Stewart los atacaba por el frente. Comenzó tarde la acometida, que se
prolongó hasta muy cerrada la noche, experimentando el frances bastan-
te pérdida, y teniendo al fin que ciar, mas con la fortuna para él de lle-
gar á Saint-Palais ántes que Morillo, cruzando el Bidouze y destruyendo
sus puentes. Reparólos luégo Hill y atravesó aquel rio, favoreciendo sus
evoluciones la derecha del centro aliado. Cejaron entónces más los con-
trarios y pasaron el Gave de Mauleon, nombre que se da en los Pirineos á
los torrentes que se descuelgan de sus cimas. Pudiéndose considerar co-
mo más principales el ya dicho de Mauleon y los de Oloron y Pau, tribu-
tarios los dos primeros del último, que descarga en el Adour sus aguas.


Fueron los franceses abandonando por esta parte un puesto tras otro,
sin detenerse largo espacio, ni á defender los rios que los protegian, ni
otras favorables estancias, decidiéndose, de consiguiente, el mariscal
Soult á inutilizar todos los puentes, excepto los de Bayona, á dejar esta
plaza entregada á sus propios recursos, y á reconcentrar, en fin, las fuerzas
de su ejército detras del Gave de Pau, fijando en Orthés sus cuarteles.


Prosiguió observando á Bayona el ala izquierda británica, y fuéron-
se acumulando allí preparativos para cruzar el Adour por bajo de aque-
lla ciudad; faena penosa y de difícil ejecucion. Reforzaron tropas de esta
ala las de la derecha, bastante empeñada y en contínua pelea y riza con
el enemigo. Llenó los huecos D. Manuel Freire, quien volvió á entrar en
Francia el 23 de Febrero, llevando consigo la cuarta division de su ejér-
cito, mandada por D. José Ezpeleta, y la primera y segunda brigada de la
quinta y tercera, que gobernaban respectivamente D. Francisco Plasen-
cia y D. Pedro Mendez de Vigo.


Cuanto más se acercaba el tiempo de cruzar el Adour, tanto más se
descubrian los obstáculos é impedimentos para atravesarle por donde se
intentaba, á causa de lo anchuroso del rio y de la estacion inverniza y
contraria, que estorbó en un principio favorecer por mar la empresa pro-




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yectada. Tambien era no pequeño embarazo la defensa que preparaba el
enemigo, teniendo en el rio botes armados y cañoneras junto con la cor-
beta Safo, anclada donde amparase con sus fuegos la inundacion que
protegia la derecha del campo atrincherado de Bayona.


Habian los ingleses reunido en Socoa barcos costaneros, y hecho
otras prevenciones para formar el puente que habia de echarse en el
Adour, quedando al cuidado del almirante Penrose lo respectivo á las
operaciones navales. Era el dia 21 de Febrero el señalado para la ejecu-
cion; pero soplando el viento del N. N. E., y siendo grande y de leva la
marejada, tuvo el convoy que permanecer en Socoa, sin serle dado sa-
lir á la mar.


Pero sir Juan Hope, que continuaba mandando el ala izquierda de
los aliados, apremiado por el tiempo, no consintió en más largas, y quiso
por sí y sin aguardar á Penrose y sus buques, tentar el paso y arriesgar-
se á todo. Empezó su movimiento en la noche del 22 al 23, acompañan-
do á sus tropas la artillería correspondiente y un destacamento de cohe-
teros á la congréve. Al principio tiraron los ingleses hácia Anglet, mas
á corta distancia de este pueblo variaron, tomando un camino de trave-
sía estrecho, cenagoso y con fosos á los lados; lo cual y la noche lóbrega
retardaron su marcha, si bien llegaron ántes del alba á los méganos que
coronan la playa desde Biarritz hasta la boca del Adour. Cubre un bos-
que el trecho que mediaba entre ellos y el campo atrincherado de Bayo-
na, de donde fueron arrojados los piquetes enemigos, amagando por las
alturas de Anglet D. Cárlos de España, cuya segunda division de nues-
tro cuarto ejército ya dijimos habia penetrado ántes en Francia, acercán-
dose al Nivelle.


Para distraer al enemigo y ocupar sus fuerzas navales, desembocó la
primera brigada inglesa, bajo el coronel Maitland, del busque referido, y
por el paraje que llaman La Balise orientale. A su vista, tremendo fuego
vomitaron las baterías enemigas y la Safo y las cañoneras; pero dispara-
dos algunos cohetes de los á la congréve, que á manera de serpientes íg-
neas deslizábanse por el agua y traspasaban los costados de los buques,
aterráronse los marineros franceses, y de priesa trataron de abandonar
el puesto y subir corriente arriba. Resistió la Safo en su ancladero, has-
ta que muerto su capitan y perdida bastante gente, refugióse bajo la pro-
teccion de la ciudadela.


Tales demostraciones contra los buques y el campo atrincherado
causaron diversion al enemigo, y le alejaron de pensar en la boca del
Adour, encubierta, ademas, por un torno ó rodeo que toma allí el cur-




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so del rio, y descuidada su defensa, por considerar los franceses aquel
punto muy fuerte y de ardua acometida, sobre todo estando el mar bra-
vo é intrasitable la barra, en todos tiempos peligrosa y de crecida y de
mudable ceja.


A esta ocupacion y confianza del enemigo debióse en gran parte que
pudiera la primera division británica ir desahogadamerite en busca de
un paso que no estuviese léjos del desaguadero del rio. La acompaña-
ban diez y ocho pontones y seis pequeñas lanchas porteadas en carros,
cuarenta coheteros y algunos soldados de artillería para clavar las pie-
zas que tuviera el frances en la márgen derecha. Habíase hecho rosolu-
cion, para verificar la travesía, de construir seis balsas, puestas sobre
tres pontones cada una, y conducir en dos veces al otro lado, y ántes de
la aurora, 1.200 hombres, sostenidos por igual número, y por doce pie-
zas planteadas en la ribera izquierda.


Imposible de practicarse cosa alguna en la noche por más esfuer-
zos que se hicieron, no empezó la faena del paso hasta el 23 en la tar-
de, habiéndose escogido para ello un paraje que tenía 200 varas de an-
cho en bajamar, y á distancia unas 100 de la boca del rio. Echáronse al
agua los seis botes, y se pasó una maroma de una orilla á otra para su-
jetar tres balsas listas ya, y de las que cada una trasportó á la vez sobre
60 hombres, consiguiendo desembarcar luégo en la orilla opuesta hasta
500, entre ellos algunos coheteros. Pero subiendo la marea con fuerza,
hubo de suspenderse la maniobra, teniendo los que habian pasado que
abrigarse detras de unas colinas de arena, ó sean méganos, á las órdenes
del coronel Stopford. Dos regimientos franceses salieron muy animosos
de la ciudadela para atacarlos, pero una descarga de cohetes reprimió
sus ímpetus y los forzó á retirarse, no acostumbrados á la novedad y es-
trago de proyectiles tan singulares. A favor de buena y despejada luna,
cruzaron aquella noche el rio más tropas inglesas, y afianzaron el puesto
de los que habian tomado la delantera.


En esto arribó al embocadero del Adour la flotilla procedente de So-
cosa; pero furiosa y encrespada la barra, no era fácil salvarla, y los que
lo intentaron tuvieron que desistir despues de padecer trabajos y mu-
chas averías. Más alta despues la marca, renováronse las tentativas para
entrar, y perecieron algunos buques; pero metidos en el empeño los ma-
rineros británicos, y no tan impedidos por el viento, que fué amansan-
do, venciéronlo todo con su arrojo y experiencia, y regolfaron por el rio
arriba treinta buques en la tarde del 24. Quedó lo demas del convoy so-
taventeado.




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Seis mil ingleses estaban ya por la noche á la derecha del rio, no ha-
biendo cesado en su paso, y verificándolo aún á nado algunos caballos
luégo que abonanzó el tiempo y lo consintió la marea. Acamparon al ra-
so, y por la mañana marcharon sobre la ciudadela, la derecha tocando al
Adour, y dilatada la izquierda por el camino real que conduce de Bayona
á Burdeos; con lo que, cortando las comunicaciones con el norte del rio,
completaron el acordonamiento de la plaza y el de todas sus obras inclu-
so el campo atrincherado. Ayudó á este movimiento un falso ataque, por
la siniestra márgen, de la brigada de lord Aylmer y de la quinta division
británica en union con los españoles del ejército de D. Manuel Freire.


Ni se dejaba de la mano el trabajo del puente, que se finalizó el dia
25, estableciéndole en donde tiene de anchura el rio 370 varas, y yen-
do á dar el cabo opuesto cerca del pueblo de Boucaut. Formóse dicho
puente con 26 cachamarines ó barcos pequeños de la costa cantábrica,
asegurados á proa y á popa con anclas ó cañones de hierro cogidos en
los reductos del Nive, con cables fijos en ambas orillas para resistir á los
embates del flujo y reflujo, y extendidos por cima de las cubiertas tablo-
nes á manera de esplanadas, que facilitasen la rodadura y paso de la ar-
tillería. Una cadena colocada más arriba del puente le protegia contra
las arremetidas y abordaje de las lanchas cañoneras y buques enemigos
fondeados al abrigo de la ciudadela.


Era esta obra de grande importancia por afianzar la comunicacion
entre ambas riberas durante el bloqueo y sitio intentado de Bayona, y
franquear las calzadas de la derecha del Adour, de cuyos pueblos pare-
cia más hacedero abastecerse de todo lo necesario, muy quietos por allí
los naturales, libres de molestias y seguros de puntual y cumplido pago.


Miéntras que maniobraba así el ala izquierda del ejército aliado y
que embestia tambien á Bayona, trató Wellington, reforzada que fué su
derecha, de ejecutar un avance general por aquel lado contra las hues-
tes del enemigo. En consecuencia, atacó el mariscal Beresford, seguido
de la cuarta y séptima division y una brigada, los puntos fortificados de
Hastingües y Oyergabe á la izquierda del rio de Pau, y forzó á los enemi-
gos á recogerse á Peyrehorade, en sazon que Hill cruzó el Gave de Olo-
ron sin resistencia, por un vado en Villenave, y lo mismo Clinton entre
Montfort y Laas, amagando Picton el puente de Sauveterre, que volaron
los franceses. Don Pablo Morillo rodeó por su parte la plaza de Nava-
rreins, la cual no era dable reducir de pronto sino con artillería gruesa.


Los aliados, yendo adelante, enderezáronse á Orthéz, pasando Beres-
ford el Gave de Pau por bajo de su confluencia con el de Oloron, y conti-




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nuando lo largo del camino real de Peyrehorade en direccion de aquella
ciudad sobre el diestro costado del enemigo, haciendo otro tanto Picton
rio abajo del puente de Bourenx, y tambien sir Stapleton Cotton con la
caballería, sostenidos ambos por un movimiento de flanco que hicieron
otras dos divisiones. Ocupó Hill las alturas fronteras de Orthéz, á la iz-
quierda del Gave de Pau, no pudiendo forzar su puente.


Cabeza de su prefectura aquella ciudad, y residencia antigua y céle-
bre de los príncipes de Bearne ántes de su traslacion á Pau, iba á pre-
senciar ahora reñida contienda trabada á sus puertas y en los alrededo-
res. Habia escogido en ellos ventajosa estancia el mariscal Soult á lo
largo de unas lomas por espacio de media legua. Su derecha, bajo del
general Reille, descansaba sobre el camino real que va á Dax, ocupando
el pueblo de Saint Boés: su centro, que regia Drouet, alojábase en una
curva por donde se metian y giraban las colinas; y su izquierda, al car-
go de Clausel, se apoyaba en la ciudad y defendia el paso del rio. Las
divisiones de los generales Villatte y Harispe y tropas del general Paris
mantenianse de respeto en paraje elevado y en el camino que se dirige
á Mont de Marsan por Sault de Navailles. Componia esta fuerza un total
de más de 40.000 hombres.


Dispuso lord Wellington, para empeñar la refriega, que Beresford
con las divisiones cuarta y séptima y la brigada de jinetes de Vivian ata-
casen la derecha de los enemigos, y se esforzasen por envolverla; de-
biendo á la propia sazon arremeter contra el centro é izquierda de aqué-
llos el general Picton, asistido de la tercera y sexta division, y apoyado
por Cotton con otra brigada de caballería. Incumbia al Baron Alten que-
dar de reserva, y á sir R. Hill forzar el paso del Gave, y trabar pelea con
la izquierda de los franceses.


A las nueve de la mañana del 27 de Febrero se enredó la accion, con
mala estrella para los aliados en un principio por la parte de Beresford,
con buena por el centro; si bien disputada la victoria largo rato, cejan-
do aquí el enemigo, pero pausada y admirablemente, formado en cua-
dros. Semejante repliegue precisó, sin embargo, al mariscal Soult á re-
coger sus alas y á ordenar una retirada general, acarreándole luégo este
movimiento otros daños, sin que le bastase la maestría y pericia militar
que mostró; porque cruzando el general Hill el Gave y adelantándose so-
bre la izquierda francesa en ademan de atacarla en su marcha retrógra-
da, tuvo aquel mariscal que avivar sus maniobras, aunque inútilmente,
avivando tambien las suyas al mismo compas el general Hill; de mane-
ra que acabaron los franceses por desparramarse é ir en completa huida,




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teniendo detras á los ingleses, que á carrera abierta pugnaban por alcan-
zarlos y hundirlos. Allí vinieron lástimas y más lástimas sobre los venci-
dos, quienes perdieron doce cañones y 2.000 prisioneros; pereciendo ó
extraviándose infinidad de fugitivos punzados por la bayoneta británica
y acuchillados ó cosidos por el sable de sus jinetes. Hubo, no obstante,
de costar á los ingleses muy caro tan glorioso triunfo, habiendo corrido
riesgo la vida de lord Wellington, contuso de una bala de fusil que dió en
el pomo de su espada, y le tocó en el fémur, causándole el golpe tal es-
tremecimiento, que le derribó al suelo, estando apeado y en el momento
mismo en que se chanceaba con el general Alava, herido éste poco án-
tes, no de gravedad, pero en parte sensible y blanda, que siempre provo-
ca á risa. Hizo alto el ejército británico al anochecer en Sault de Navai-
lles: su pérdida consistió en 2.300 hombres, de ellos 600 portugueses;
no asistió á la accien fuerza alguna española. Tuvieron los enemigos en
sus filas una baja enorme, que, segun cuentan relaciones suyas, pasó de
12.000 hombres; pero producida en mucha parte por la desercion, sien-
do grande el número de conscriptos y gente nueva. Fué gravemente he-
rido el general Foy, y muerto el general Bechaud.


Prosiguieron los franceses por la noche su retirada, y paráronse de-
tras del Adour, junto á Saint Sever, para allegar y recomponer su hues-
te, juntándoseles algunos refuerzos que venian de camino. En pos suyo
fueron los aliados al dia inmediato; pero esquivaron aquéllos el reen-
cuentro, yendo la vuelta de Agen. Entónces repartiéronse los anglo-por-
tugueses, entrando su ala izquierda sin resistencia en Mont de Marsan,
capital del departamento de las Landas, colocándose el centro en Caze-
res, y moviéndose el 2 de Marzo la derecha, á las órdenes de Hill, del la-
do de Aire, márgen izquierda del Adour, en donde tuvo este general un
recio choque con la division de Harispe, no empeñada en Orthéz, y lle-
vó al fin la palma de la victoria, cogiendo ó destruyendo muchos almace-
nes y efectos acopiados allí.


Frutos opimos fueron de todas estas operaciones acordonar las pla-
zas de Bayona, San Juan de Pié de Puerto y Navarreins, atravesar el
Adour, enseñorearse de sus principales comunicaciones y pasos, y coger
ó destrozar vituallas, enseres, y otros abundantes recursos del enemigo.


Libertó á éste de mayores daños el tiempo lluvioso en demasia; in-
transitables de resultas los caminos, rebalsadas las tierras, hinchados
los torrentes y arroyos, y aplayados los rios. Vióse, por tanto, lord We-
llington obligado á detenerse, y pudo Soult mudar de rumbo yendo hácia
Tarbes á inclinándose á los Pirineos, con intento de recibir por la espal-




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da auxilios del mariscal Suchet, si bien incomodando á los pueblos con
exacciones, falto de víveres, perdidos en los almacenes de Aire, y de-
jando descubierto á Burdeos y sus comarcas, en la confianza de que We-
llington no osaria internarse tanto.


Equivocóse en esto, pues yendo de caida Napoleen y su imperio, al-
zaron cabeza y se multiplicaron los partidarios de la casa de Borbon,
más numerosos en aquella parte de Francia que en otras, y alentaron á
Wellington á que les prestase ayuda, y saliese de su acostumbrada pausa
y circunspeccion. Hablamos de la llegada al cuartel general inglés del
Duque de Angulema, y de la proteccion que le dispensó lord Wellington.
El aparecimiento de un príncipe como éste, de la antigua y real estirpe
de Francia, cebó con esperanzas nuevas á los de su partido, convirtién-
dose muchos, so color de leales, en trazadores de revueltas y levanta-
mientos. Amortiguó Wellington por algun tiempo tales ímpetus, y áun
dejó como á un lado al Duque de Angulema despues de haber contribui-
do á traerle; ora por temor de que no correspondiese el país á cualquie-
ra demostracion que se hiciese en favor de los Borbones, y ora más bien
por las dudas y perplejidad de los aliados del Norte, que, no resueltos
todavía á concluir con Napoleon, hiciéronle sucesivamente várias pro-
posiciones de acomodamiento, temerosos de no poder sobrepujarle del
todo y vencerle.


Mas rotos luégo con él todos los tratos, segun en breve verémos, y
no detenido ya Wellington por empeños anteriores ni otros respetos, sol-
tó la rienda á su inclinacion, y consintió en dar apoyo á los que propen-
dian á querer restablecer la dinastía borbónica. Por el tiempo mismo de
la batalla de Orthéz fué cuando acudieron emisarios de Tolosa y Bur-
deos en busca del de Angulema, mostrando vivo deseo de que se pusie-
ra este príncipe al frente de los suyos, ciertos de que se conseguiria así
y sin dificultad la restauracion en el trono de la antigua y real familia de
Francia. Abocáronse todos en Saint Sever con Wellington, quien, en vis-
ta de lo que le expusieron, accedió á sus encarecidas súplicas, y resol-
vió encaminar hácia Burdeos tres divisiones bajo el mando del mariscal
Beresford, haciendo adelantar al propio tiempo fuerzas de don Manuel
Freire, que llenasen el vacío que dejaban las otras.


Luégo que los ingleses se fueron acercando á Burdeos, retiráronse
las autoridades imperiales y las tropas, quedando sólo el Arzobispo y el
Maire ó corregidor, llamado M. Lynch. Determinaron entónces los realis-
tas declararse del todo y alzar banderas por la casa de Borbon; estando
ya los ingleses á las puertas de la ciudad. Salió á recibirá éstos el Maire,




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quien dijo á Beresford: «Si el señor Mariscal quiere entrar en Burdeos
como conquistador, podrá coger las llaves, no habiendo medio alguno de
defensa; pero si viene á nombre del Rey de Francia, y de su aliado el de
Inglaterra, yo mismo en calidad de maire se las presentaré con gusto.»
Respondióle Beresford satisfactoriamente, y al oírle, gritando M. Lynch
Viva el Rey, púsose la escarapela blanca antigua de Francia, y se quitó
la banda (écharpe) tricolor, distintivo de su autoridad. A poco, y siendo
el 12 de Marzo, entraron en Burdeos el Duque de Angulema y el maris-
cal Beresford, muy bien acogidos y victoreados, amigo siempre el pue-
blo de novedades, y cansada aquella ciudad de la guerra marítima y blo-
queo continental, tan dañoso á su comercio y exportaciones agrícolas.
Dió el mariscal Soult con esta ocasion tremenda proclama, condenando
á la execracion de los venideros y vergüenza pública á los franceses que
hubiesen llamado y recibido al extranjero, y echando en cara al general
inglés el favor y ayuda que daba á la rebeldía y sedicion.


No tuvo Wellington, sin embargo, motivo de arrepentirse, conformán-
dose luégo los aliados con lo que él practicó entónces, y cobrando ellos
mismos cada dia mayor espíritu con los sucesos prósperos, desengaña-
dos de lograr nada bueno con Napoleon, indómito é intratable siempre.


En efecto, echadas á un lado las proposiciones de Francfort, nunca
procedió éste derechamente ni con verdaderos deseos de concluir una
paz acomodada á los tiempos; desoyendo á los hombres más adictos á
su persona, como tambien los pareceres de las principales corporacio-
nes de su imperio, hasta disolver apresuradamente el cuerpo legislativo,
usando en aquel trance de palabras singulares y de mucho destemple.
Cierto que el estado del Emperador frances era muy otro del que tenian
los que daban consejos; no aventurando los últimos nada en ello, cuan-
do Napoleon en el recejar solo exponíase á grandes riesgos y á interio-
res perturbaciones, decaido del militar poderío, fundamento de su ele-
vacion y grandeza.


Instó, por tanto, en que se activasen los convenientes preparativos
para abrirla campaña dentro del territorio frances; pero por más diligen-
te que anduvo, casi todo Enero corrió ántes de que le fuese dable poner-
se en camino. Verificólo al fin, saliendo de París el 25 del propio mes,
despues de haber conferido el 23 la regencia á la Emperatriz su espo-
sa, y agregado á ella el 24 á su hermano José, bajo el título de lugar-te-
niente del imperio.


No por eso quiso Napoleon que se creyese cerraba las puertas á la
pacificacion apetecida, sino que, por el contrario, aparentando inclinar-




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se á lo propuesto en Francfort, procuró por conducto del Príncipe de Me-
ternich se renovasen los interrumpidos tratos. No era, sin embargo, de
presumir que las potencias aliadas se conformasen ahora con lo ofreci-
do anteriormente, vista la situacion actual de las cosas, tan favorable á
la coalicion como contraria á Bonaparte, á quien á las claras iba torcien-
do el rostro la fortuna. Juntáronse, pues, en Chatillon del Sena negocia-
dores autorizados: celebróse allí la primera sesion en 5 de Febrero, y se
hallaron presentes por una parte los plenipotenciarios de Rusia, Prusia,
Inglaterra y Austria representando los intereses de la Europa confede-
rada, y por la opuesta el de Francia M. de Caulincourt, duque de Vicen-
za. En otra sesion que tuvieron el 7 del propio Febrero pidieron aqué-
llos, con arreglo á instrucciones de sus soberanos, que para tratar se
sentase la base de que «la Francia se conformaba con entrar en los lími-
tes que la ceñían ántes de la revolucion de 1789»; á lo cual no asintió
M. de Caulincourt, reclamando se conservasen los mismos que los alia-
dos «habian propuesto en Francfort, y eran los del Rin.» Promoviéronse
despues explicaciones, réplicas y conferencias, y áun hubo una suspen-
sion momentánea de la negociacion; hasta que el 17 presentó el Ministro
de Austria la minuta de un tratado fundado en la base enunciada de an-
tiguos límites, con la especificacion de que la Francia abandonaria todo
lo que poseyese ó pretendia poseer en España, Alemania, Italia, Suiza
y Holanda; ofreciendo la Inglaterra devolver como en remuneracion la
mayor parte de las conquistas que durante la guerra había hecho á aque-
lla potencia en Africa, América y Asia.


Léjos estaba Napoleon de consentir en semejantes proposiciones, y
ménos ahora que habia recobrado aliento y ensoberbecídose con la cam-
paña emprendida, cuyos movimientos dirigió maravillosamente contra
fuerzas muy superiores, excediéndose á sí mismo y á su anterior y mi-
litar fama, tan bien sentada ya y tan esclarecida. Así fué que en res-
puesta á la última proposicion de los aliados redújose á enviar un con-
tra-proyecto, obstinándose en pedir los límites del Rin y ademas otros
territorios, é indemnizaciones exorbitantes para aquella sazon; de lo que
enojadas las otras potencias, rompieron las negociaciones, disolviéndo-
se el Congreso el 19 de Marzo.


Antes y en 1.º de dicho mes habian firmado las mismas en Chau-
mont un convenio, segun el cual, formando entre sí una liga defensiva
por veinte años, comprometíanse á no tratar separadamente con el ene-
migo, y á mantener en pié cada una de ellas 150.000 hombres sin contar
las guarniciones, con la obligacion la Inglaterra de aprontar cinco millo-




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nes de libras esterlinas, que debian distribuirse entre las potencias beli-
gerantes para sostener la guerra permanente y viva.


Tales arreglos y el rompimiento de las negociaciones de Chatillon
acrecian probabilidades en favor de la restauracion de los Borbones,
cuyos príncipes y sus partidarios meneábanse diligentemente, habien-
do acudido Monsieur Conde de Artois al cuartel general de los aliados,
y dirigídose la vuelta de la Bretaña el Duque de Berry, al paso que el de
Angulema, conforme hemos visto, soplaba en el mediodía de Francia le-
vantamientos y sediciones contra Napoleon.


Estrechado éste por todos lados, apresuróse á concluir la negocia-
cion entablada con Fernando, poniéndole en libertad, y trató tambien
de restituir á su silla de Roma al soberano Pontífice, á quien tenía co-
mo aprisionado hacia años. Aligerábase con esto de embarazos y odiosas
enemistades, esperando igualmente sacar útil fruto de esta generosidad,
aunque aparente y forzada. Cuenta Escóiquiz que la libertad repentina
del Rey debióse á lo que él y M. de Laforest alegaron en su apoyo; pero
parécenos no fué así, y que sólo la provocó el apuro en que Napoleon se
veia, y el anhelo de que se le juntasen en todo ó parte las tropas suyas
que quedaban en Cataluña y algunas de las que combatian en el Pirineo,
dejando á los ingleses solos y privados del sostenimiento de España.


Coincidió la resolucion del Emperador frances con la vuelta á Valen-
cey del Duque de San Cárlos, trayendo la negativa de la Regencia al tra-
tado de que habla sido portador. Grandes temores se suscitaron allí de
que desbaratase tal incidente la determinacion de Napoleon, y por eso
pasó á París San Cárlos tras del Emperador, para remover cualesquiera
estorbos que pudieran nacer; pero no le encontró ni en la capital ni en
ninguna parte por donde le buscára, mudando Napoleon de lugar á ca-
da paso, segun lo exigia la guerra que llevaba entónces, andando siem-
pre por caminos y veredas, y como quien dijera, á campo travieso. Sin
embargo, absorbido él mismo en asuntos de la mayor importancia, no pa-
ró mientes en lo que la Regencia respondiera, y aguijado por el tiempo
y por los acontecimientos, no desistió de su propósito sobre dejar á Fer-
nando libre y en disposicion de restituirse á España. En consecuencia,
mandó se le expidiesen los convenientes pasaportes, que se recibieron
en Valencey el 7 de Marzo, á las diez y media de la noche, con indecible
júbilo de S. M. y AA., bien así como de los demas que allí asistían: no
estuvo de vuelta el de San Cárlos hasta el 9. Quiso el Rey le precediese
en su viaje el mariscal de campo D. José Zayas, quien salió de Valencey
el 10 con carta para la Regencia, y órden de que se preparase lo necesa-




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rio para el recibimiento de S. M. en los pueblos del tránsito. Llegó Zayas
el 16 á Gerona, á la sazon cuartel general del primer ejército, y al dia si-
guiente, acompañado de un oficial de estado mayor, partió en posta para
Madrid, en donde fué bien acogido, ya por lo que se estimaba su nombre,
ya por la carta de que era portador (18), en cuyo contexto no se esquiva-
ba, como en las otras, hablar de Córtes ni de lo que se habia hecho du-
rante la ausencia de S. M., dando á entender que mereceria lo obrado su
real aprobacion en cuanto fuese útil al reino: modo de expresarse ambi-
guo, pero preferible al silencio guardado hasta entónces. Produjo la lec-
tura de la carta en el seno de la representacion nacional gran regocijo
por anunciarse la próxima llegada de S. M., y tambien por lo que hemos
dicho de no advertirse en su contenido aquella extrañeza y estudiado
desvío que se había notado en las anteriores. Dióse en conformidad un
decreto que atestiguaba la satisfaccion de las Córtes, y el aprecio que las
mismas hacian, con tan fausto motivo, del general D. José Zayas.


No tardó S. M. en seguir los pasos de éste, saliendo de Valencey el 13
de Marzo, acompañado de SS. AA. los infantes D. Cárlos y D. Antonio y
demos personas que concurrían á su lado. Dirigióse por Tolosa con rumbo
á Perpiñan, segun órden de Napoleon, para huir de cualquiera encuen-
tro ó relacion con los ingleses. Venía el Rey bajo el nombre de Conde de
Barcelona. Entró en Perpiñan el 19 de Marzo, en donde le aguardaba el
mariscal Suchet, á quien recibió S. M. con distincion, dándole gracias
por el modo como se habia portado en las provincias donde habla hecho
la guerra. Mas aquí empezaron ya los tropiezos. Queria el Rey continuar
su viaje y pasar á Valencia sin detenerse; pero oponíanse á ello las ins-
trucciones que tenía el Mariscal, segun las cuales debia pasar el rey Fer-
nando á Barcelona, y permanecer en aquella plaza en rehenes, hasta que
se realizase la vuelta á Francia de las guarciones bloqueadas en las pla-
zas de Cataluña y Valencia. Precaucion ofensiva, que siendo ignorada de
Fernando al salir de su confinacion, representábase como alevosía nue-
va, que afortunadamente no se consumó del todo, persuadido Suchet de
cuán odioso é inútil sería llevarla á cabo. Pidió en consecuencia nuevas
instrucciones á París, aviniéndose á que en el entre tanto quedase sólo
en Perpiñan como en prendas el infante don Cárlos.


(18) Decia S. M. en esta carta, fecha en Valencey, á 10 de Marzo de 1814: «.....En
cuanto al restablecimiento de las Córtes, de que me habla la Regencia, como á todo lo
que puede haberse hecho durante mi ausencia que sea útil al reino, merecerá mi aproba-
cion, como conforme á mis reales intenciones.»




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Pisó el 22 el territorio español S. M. Fernando VII, y paróse el 23 en
Figueras, á causa de las muchas aguas que habia cogido el Fluviá, furio-
so y muy aplayado. Suplicó en aquel día al Rey el mariscal Suchet que
se suavizase la suerte de los prisioneros, reitirando sus instancias para
la vuelta á Francia de las diversas guarniciones de Cataluña y Valencia.
Contestósele dándole buenas y seguras palabras en cuanto á lo primero,
y extendiendo San Cárlos, en cuanto á lo segundo, una promesa formal
por escrito, en la que puso el Rey, de su puño, al márgen (19): «Aprue-
bo este oficio.— FERNANDO.» Dícese si tambien ofreció entónces S. M. á
dicho mariscal que le conservaria la propiedad de la Albufera de Valen-
cia, que Napoleon le habia donado en premio de la conquista de aque-
lla ciudad.


Habíase dispuesto á recibir al Rey, á su entrada en España, D. Fran-
cisco de Copons, general del primer ejército, trasladando el 21 de Mar-
zo de Gerona á Báscara su cuartel general. Avisado de que S. M. se acer-
caba, colocó el D. Francisco sus tropas el dia 24, al nacer del sol, á la
derecha del Fluviá. Lo mismo hicieron los jefes franceses en la orilla
opuesta con las suyas, formando unas y otras vistoso anfiteatro. Oyéron-
se muy luégo alternativamente en ambos campos salvas y músicas que
retumbaban por el valle, y se mezclaron al ruido y algazara de los solda-
dos y paisanos que acudieron á bandadas de las comarcas vecinas. Un
saludo de nueve cañonazos, precedido de un parlamento, anunció la lle-
gada del rey Fernando, quien á poco dejóse ver en la ribera izquierda
del Fluviá, acompañado de su tio el infante D. Antonio y del mariscal
Suchet con alguna caballería. El jefe de estado mayor frances, M. Saint
Ciyr Nugues, adelantóse para poner en conocimiento del general espa-
ñol D. Francisco de Copons que iba á pasar S. M. el rio, límite entónces
de ambos ejércitos. Sucedió así, y al sentar el Rey, á hora de mediodía,
el pié en la márgen derecha, sólo ya con el Infante su tio y la comitiva
española, ofrecióle D. Francisco de Copons, hincada la rodilla en tierra
y con el acatamiento correspondiente, sus respetos, y pronunció un bre-
ve y gratulatorio discurso adecuado al caso, poniendo, ademas, en las
reales manos un pliego cerrado y sellado que le habia sido remitido por
la Regencia del reino, conforme á lo que prevenia el art. 3.º del decre-
to de 2 de Febrero, bajo cuya cubierta venía una carta para S. M., infor-
mándole del estado de la nacion, con varios documentos y comprobantes


(19) Mémoires du maréchal Suchet, tomo II, en las notas y documentos correspon-
dientes al cap. XXI, pág. 525.




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adjuntos. Llegó entónces al mayor colmo la alegría y entusiasmo, dando
los asistentes crédito apénas á sus ojos, viendo al Rey entre ellos al ca-
bo de seis años de ausencia y despues de tropel tan grande de sucesos y
portentos. Revistó en seguida S. M., acompañado del infante D. Antonio,
las tropas, que desfilaron por delante formadas en columna, aclamando
los soldados unánimemente al Rey con vivas de efusion verdadera, no
prorumpidos en virtud de mandato anterior y expreso.


Continuaron S. M. y A. su viaje, llevando al lado á D. Francisco de
Copons y escoltados por algunos jinetes. Entraron todos el mismo diá 24
en Gerona, cuyos adornos y colgaduras eran ruinas y escombros, y su al-
fombrado arreboles aún y salpicaduras de la sangre, que durante el si-
tio habia corrido en abundancia y arroyado sus calles. Espectáculo su-
blime, si bien triste, cuya vista debió conmover al Monarca y excitarle á
meditacion profunda, destinado á labrar la felicidad de un pueblo que,
al defender los propios hogares, habia sustentado tambien y confundido
con los suyos los intereses de la corona.


Fiado el mariscal Suchet en la promesa del Rey, y no autorizado qui-
zá bastante para detener en rehenes, como lo hizo, al infante D. Cárlos
(si atendemos á lo mucho que por ello le reprendió el gobierno provi-
sional de Francia (20) sucesor de Napoleon), púsole en libertad, y el 26
le acompañó hasta el Fluviá, cuyo rio cruzó S. A., entrando en Gerona
aquel dia en union con el Rey su hermano, que habia salido á recibirle.


No tuvo, sin embargo, cumplido efecto lo ofrecido con relacion á las
plazas, resistiéndose á ello D. Francisco de Copons, quien, guardando al
Rey los miramientos debidos, no creyó serle lícito apartarse de los de-
cretos de las Córtes, terminantes en la materia, y contrarios á tratar con
el frances en tanto que no fuese de conformidad con los aliados.


Resolucion á la que de grado ó fuerza tuvieron que adherir todos;
siendo, ademas, arreglada al interes público y buena salida de la campa-
ña, impidiendo se engrosasen las huestes del enemigo con aquellas tro-
pas veteranas y muy aguerridas.


Desde Gerona escribió Fernando á la Regencia del reino la carta si-
guiente, toda de puño de S. M:


«Acabo de llegar á ésta perfectamente bueno, gracias á Dios, y el
general Copons me ha entregado al instante la carta de la Regencia y
documentos que la acompañan: me enteraré de todo, asegurando á la
Regencia que nada ocupa tanto mi corazon como darla pruebas de mi


(20) Mémoires du maréchal Suchet, tomo II, páginas 377 y 378.




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satisfaccion y mi anhelo por hacer cuanto pueda conducir al bien de mis
vasallos.


» Es para mi de mucho consuelo verme ya en mi territorio en medio
de una nacion y de un ejército que me ha acreditado una fidelidad tan
constante como, generosa.— Gerona, 24 de Marzo de 1814.— «Firma-
do.—YO EL REY.— A la Regencia de España.»


Desazonó á los amigos de las Córtes y de las reformas el contenido
de esta carta, en la que tornóse al lenguaje ambiguo de las primeras, hu-
yendo siempre de soltar prenda que comprometiese las decisiones del
porvenir. Las Córtes, no obstante, abstuviéronse de dar muestras de des-
contento; y por el contrario, dieron, dias despues, un decreto para levan-
tar á la orilla derecha del rio Fluviá, frente del pueblo de Báscara, un
monumento que perpetuase la memoria de lo ocurrido allí á la llegada
del rey Fernando.


Tambien quiso el Duque de Frias y de Uceda dar una prueba de se-
ñalado afecto á la persona de S. M., y de su ardiente deseo por verle de
vuelta en el reino, poniendo de antemano á disposicion de las Córtes
1.000 doblones, que debían darse de sobrepaga al ejército que tuvie-
se la dicha de recibir al Rey. Admitieron las Córtes tan generosa dádi-
va ofrecida por un grande de los primeros de España, y que siendo aún
conde de Haro, título de los primogénitos de su casa, habíase manteni-
do, durante la actual lucha, á la cabeza de un regimiento de caballería
de que era coronel, honrándose en tiempos bélicos de servir á la patria
con las armas, quien en los pacíficos la ilustraba con sus versos y pro-
ducciones literarias.


Antes de continuar hablando del viaje del Rey, parécenos oportuno
volver la vista á lo que pasaba en las Córtes y en el teatro principal de la
guerra; dejando por ahora á S. M. en la ciudad de Gerona.


Instaladas que aquéllas fueran en 1.º de Marzo, para dar principio
ala legislatura ordinaria correspondiente al año de 1814, ocupáronse en
las tareas que conforme á la Constitucion debian llamar primero su cui-
dado; leyendo los ministros del Despacho sus respectivas Memorias, y el
de Hacienda los presupuestos de gastos y entradas, como tambien el de
Guerra el estado general del ejército. Poco discrepaban los trabajos pre-
sentados ahora en ambos ramos de los que acerca de lo mismo examina-
ron las Córtes extraordinarias y ordinarias en Setiembre y Octubre an-
terior, causando sólo enfado la diferencia que se advertía entre la fuerza
armada real y disponible y la total que se pagaba: diferencia muy nota-
ble en verdad, nacida de la muchedumbre de comisionados y asistentes




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que se han consentido siempre en nuestro ejército, y de otros abusos de
la administracion militar; roedora lepra, honda y muy añeja, de dífícil y
penosa cura, pero á la que ha de aplicarse tarde ó temprano remedio efi-
caz y vigoroso, si se quiere en España órden y economía prudente en la
inversion de los caudales públicos.


Por lo demas, siguiendo esta legislatura los pasos de la anterior, no
se ventilaron por lo comun en ella cuestiones que acarreasen substan-
ciales reformas, no pudiendo el partido liberal aspirar á otra cosa si-
no á conservar lo hecho por las extraordinarias, ni tampoco propasarse
el opuesto á indicar medidas de retroceso ó ruina. Dieron, sin embargo,
ahora las Córtes nueva planta á las secretarías del Gobierno, en la que
se atendió á la parsimonia y ahorro más bien que á una atinada distribu-
cion de negociados, y al pronto y conveniente despacho de ellos. Tam-
bien aprobaron las mismas un reglamento para la milicia nacional, en
la que estaban obligados á entrar todos los españoles, excepto contadas
clases, desde la edad de treinta años hasta la de cincuenta; siendo elegi-
dos los oficiales, sargentos y cabos ante los ayuntamientos y á pluralidad
de votos, por las compañías respectivas, con la precision de usar todos
del uniforme que allí se les señalaba. Reputábanse jefes natos de es-
tos cuerpos los gobernadores ó comandantes militares de nombramiento
real en los pueblos en donde los hubiese.


Paró no ménos la consideracion de las Córtes la dotacion del Rey y
de la familia real. Fijóse aquélla en 40 millones de reales al año, antici-
pando á S. M. por esta vez un tercio para los gastos que á su vuelta pu-
diesen ocurrirle. Agregábase á la suma en dinero la posesion de todos
los palacios que hubiesen disfrutado los reyes predecesores del actual,
y ademas, los bosques, dehesas y terrenos que destinasen las Córtes pa-
ra recreo de S. M. Asignóse á cada uno de los dos infantes D. Cárlos y
D. Antonio la cantidad de 150.000 ducados, pagaderos por tesorería ma-
yor, y no se mentó al infante D. Francisco por hallarse ausente y al lado
de los reyes padres, en quienes, por entónces, nadie pensó. Semejantes
asuntos, y otros debates á que dieron lugar en público ó en secreto las
cartas del Rey, su viaje é incidentes análogos, consumieron en gran par-
te el tiempo de las sesiones del año que corria.


No dejó tambien de robar alguno el negocio de un impostor que, di-
ciéndose general frances, y tomando el nombre fingido de Luis Audinot,
ganado para ello por personas poco conocidas de Granada y Baza, perte-
necientes á la parcialidad anti-reformadora, trató de comprometer y ha-
cer odiosos á varios habitantes de aquellas comarcas y á los principales




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cabezas del partido liberal, señaladamente á D. Agustin Argüelles; figu-
rando obraban éstos de acuerdo con Napoleon y sus agentes, llevados del
deseo de fundar en la Península una república bajo el título de Iberiana,
apoyada y sugerida, á dicho del impostor, por el Príncipe de Talleyrand.
Invencion que, si bien extravagante y ridícula, tenia aceradas puntas de
perversa y atroz intencion; persuadidos los forjadores de que una patra-
ña ó fábula cuanto más inverosímil ó absurda aparezca, tanto más ha de
cundir y ser aplaudida entre la muchedumbre ignorante, que la convierte
en sabroso apacentadero de su incauta y ciega credulidad. Dió por tanto
este suceso pié á muchas hablillas, á varias proposiciones en las Córtes,
á una representacion del señor Argüelles, pidiendo se le oyese judicial-
mente en desagravio de su honor ofendido, y al proseguimiento, en fin, de
una causa que duró hasta despues de haber vuelto el Rey á España; que-
riendo entónces ciertos y malos hombres aprovecharse de semejante ma-
quinacion para empeorar la suerte, bastante desdichada ya, de los encar-
celados por opiniones políticas. Pero felizmente hundiéronse tan dañinos
intentos en el lodazal inmundo de la misma calumnia, acabando por con-
fesar el supuesto Audinot, que aunque de nacion frances, no era general,
ni su nombre otro que el de Juan Barteau; implicando, ademas, en sus
declaraciones á varios personajes del partido anti-reformador, que man-
daban á la sazon ó influian en los que mandaban; quienes, temerosos de
que se descubriese todo el enredo, apresuráronse á echar tierra al nego-
cio, dejando solo y sepultado en un calabozo al impostor, que desespera-
do y fuera de sí suicidóse dentro de su prision.


Miéntras que tales sucesos y lástimas ocurrian en lo civil y políti-
co, caminaban dichosamente á su fin los asuntos de la guerra. Dada que
fué la batalla de Orthéz, y hechos los movimientos que de ella se siguie-
ron, quiso de nuevo el mariscal Soult tomar la ofensiva, temeroso de lo
que iba á acontecer en Burdeos, y deseoso de distraer la atencion de lord
Wellington. En consecuencia, revolvió el 13 aquel mariscal de Rabas-
tens, en donde estaban sus cuarteles, sobre Lembége y Conchéz, ama-
gando la derecha aliada. Afirmó entónces su puesto sir R. Hill detrás del
rio Gros Lées y de Garlin, en el camino de Pau á Aire, reforzándole lord
Wellington con dos divisiones; quien hizo tambien ademan de reconcen-
trar toda su gente en las cercanías del último pueblo. Visto lo cual no in-
sistió en su pensamiento el mariscal Soult, ántes bien replegóse, yendo
la vuelta de Vic-Bigorre para evitar la lid.


Tras él fué el general inglés, habiéndosele juntado tropas suyas des-
parramadas por la tierra, reservas de artillería y caballería proceden-




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tes de España y otros refuerzos. Entre ellos enumerarse deben las divi-
siones de nuestro cuarto ejército, que mandaba D. Manuel Freire, cuyas
maniobras al pasar del Adour referimos ya, en las que prosiguieron fa-
voreciendo despues el total acordonamiento de Bayona y las operaciones
generales del ejército aliado: sucesos que, con otros que entre sí se en-
lazaban, será bien narremos ántes de ir adelante en la de los movimien-
tos de lord Wellington.


La segunda division, del cargo de D. Cárlos de España, púsose en un
principio á la derecha del Adour para repasar en seguida este rio, y si-
tuarse entre su corriente y la del Nive, á fin de coadyuvar al bloqueo de
Bayona. Evolucion opuesta practicaron la cuarta division y las brigadas
segunda y primera de la tercera y quinta, que formaban ahora una nue-
va division llamada provisional, trasladándose ésta y la otra á la dere-
cha del Adour, marchando rio arriba y uniéndose al movimiento del cen-
tro aliado, sin alejarse por algunos dias de aquellas márgenes, pisando
ya una, ya otra ribera, segun lo requerian las diversas operaciones de la
campaña. Agregóse igualmente á los ingleses, pero á su derecho costa-
do, la segunda brigada de la division que regía D. Pablo Morillo, que-
dando sólo la primera en el cerco de Navarreins.


A estas fuerzas habíales lord Wellington suministrado auxilios desde
que abrieron en union con su ejército la campaña del año anterior, que
empezó en los lindes de Portugal. Dos millones de reales mensuales re-
cibia el cuarto ejército de la pagaduría inglesa para el abono del prest y
demas atenciones de la misma clase. Tambien tuvieron particulares so-
corros las divisiones de Morillo, España y D. Julian Sanchez, que aun-
que pertenecientes á aquel ejército, militaban separadamente, y por lo
comun cerca de las tropas inglesas. Fué asimismo muy atendido el ejér-
cito de reserva de Andalucía, en tanto que se mantuvo en Francia y le
gobernara Pedro Agustin Giron.


Cuando en este año de 1814 tornaron á marchar sobre Bayona las
tropas del cuarto ejército, que meses ántes habian regresado á España,
no sólo continuaron los ingleses suministrando los mismos auxilios en
dinero, sino que, ademas, facilitaron víveres y otros recursos. Y querien-
do Wellington acudiese tambien á Francia el ejército de reserva de An-
dalucía acantonado en la frontera, insinuóselo así á su general, que lo
era otra vez el Conde del Abisbal, de vuelta de la licencia que obtuvie-
ra para pasar á Córdoba á restablecer su salud. Mas dicho jefe respon-
dió al inglés desabridamente, poniendo muchos obstáculos, y pidien-
do ántes bien que se le permitiese internar sus tropas en los pueblos de




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Castilla la Vieja para darles algun descanso y mejor temple, meneste-
rosas y destrozadas de resultas de fatigas y grandes quebrantos, y tam-
bien del abandono que suponia Abisbal haber habido en su disciplina
y buena organizacion. Desazonó á Wellington semejante excusa y peti-
cion extraña, ya por constarle no ser cierto estuviese aquel ejército en la
disposicion que se le pintaba, ya tambien por haber recibido avisos de
que siguiendo Abisbal secretas inteligencias con los diputados del parti-
do anti-reformador, que encontró en Córdoba, ansiaba por acercarse á la
capital, para sostener con su ejército los proyectos de aquéllos, y trastor-
nar el Gobierno y las Córtes, presentada que fuese ocasion oportuna.


Rehusóle, por tanto, Wellington avanzar á Castilla, y señalándole por
acantonamientos las orillas del Ebro, no pensó ya en traerle á su lado,
enojado con él, por lo cual volviendo la vista al tercer ejército, dió órden
á su jefe, Príncipe de Anglona, que se mostró comedido y tratable, de
pasar con su gente á Francia en lugar del otro, franqueándole, ademas,
un auxilio de seis millones de reales y 6.000 vestuarios. No verificó, sin
embargo, Anglona su avance hasta los primeros días de Abril.


Continuemos ahora narrando las maniobras y marchas de lord We-
llington, las cuales dejamos más arriba en suspenso. Reforzado aquél y
muy animoso, prosiguió moviéndose el 17 de Marzo, llevando la dere-
cha por Conchéz, el centro por Castelnau, y la izquierda por Plaisance.
Fueron los franceses retirándose, aunque mantuvieron una gruesa reta-
guardia en los viñedos que circundan á Vic-Bigorre, aparentando que-
rer sustentar una resistencia que no verificaron. Juntáronse los aliados
en aquel pueblo y en el de Rabastens, y encaminóse el enemigo duran-
te la noche vía de Tarbes.


El 20 divisábanse en esta ciudad los puestos avanzados de la iz-
quierda francesa, que se retiraba con el centro, apostada la derecha en
los altos no muy distantes del molino de viento de Oleat. Avanzaron á la
sazon los aliados, distribuido su ejército en dos masas ó columnas, re-
sueltos á embestir á los contrarios, quienes, en vez de aguardar, conti-
nuaron su marcha retrógrada, y de dos caminos principales que de Tar-
bes guian á Tolosa, uno por Auch y otro por Saint Gaudens, escogieron
el último, y siguiéronle hasta el mismo pueblo, en donde reunidas sus
tropas le abandonaron en parte, tomando el otro las más de ellas, atra-
vesando la tierra. Aligerado Soult de sus bagajes más pesados y de mu-
chos carros que habia despachado ántes, ejecutó su retirada á Tolosa
con presteza, entrando en la ciudad el dia 24, sin que nadie le incomo-
dase ni lo detuviese.




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Tres días de delantera llevaba el mariscal Soult D. á los aliados en
su marcha, más lentos éstos por la precision de conducir pontones y
otros materiales para reparar ó echar puentes y remover otros obstáculos
que pudieran ofrecérseles, caminando con tiempo muy lluvioso, en tie-
rra enemiga y de fe dudosa. Aparecieron, pues, los aliados el 27 enfren-
te de Tolosa, ordenando Wellington el 28 que se estableciese un puen-
te en el lugar de Portet, situado más arriba de la ciudad y por bajo de la
junta de loa dos rios Ariège y Garona. Deseaba el inglés colocarse por
aquella parte, como medio oportuno de obligar á Soult á abandonar su
estancia, ó de estorbarle, interponiéndose, unirse al mariscal Suchet.
Imposible fué armar el puente allí, por la rapidez excesiva de la corrien-
te y su anchura, mayor que la que podían cubrir los pontones prepara-
dos. Frustrada esta tentativa, tuvo mejor éxito otra que se ensayó y pu-
so en planta el 31 en Roques, sitio más favorable, aunque por cima de la
confluencia de los expresados rios; por donde atravesó el Garona sir Ro-
lando Hill, apoderándose en breve en Cintegabelle del puente del Ariè-
ge no destruido aún.


Pero advirtiendo lord Wellington lo intransitable de aquel terreno pe-
gadizo y gredoso, desistió de seguir obrando por aquella parte, y dispuso
repasasen el Garona las tropas del general Hill, que le habian cruzado
poco ántes. Registróse entónces la ribera por bajo de Tolosa, y se descu-
brió un paraje, media legua más arriba de Grenade, en donde el rio co-
rre casi lamiendo el camino real, muy veloz en su curso, y teniendo so-
bre 130 varas de ancho trazóse allí el puente, y se remató la mañana del
4 de Abril en el espacio de pocas horas.


Determinado Wellington á atacar cuanto ántes al mariscal Soult, hizo
cruzasen el Garona en aquel dia algunos jinetes y tres divisiones suyas de
infantería, á las órdenes de Beresford. Debian seguir á éstas las divisio-
nes españolas cuarta y provisional y la ligera británica; mas hincháronse
tanto las aguas, y empezó á ir tan arrebatada la corriente, que hubo que
suspender el paso y áun levantar el puente para impedir que se le llevase
el rio, quedando repartidas las fuerzas del ejército aliado, con grave peli-
gro suyo, entre las dos orillas, expuestas las de la derecha á ser acometi-
das por las huestes muy superiores del mariscal Soult. A dicha no se me-
neó éste, prefiriendo mantenerse sobre la defensiva. Amansó la crecida el
8, y aparejado de nuevo y sin dilacion el puente, cruzaron por él entón-
ces las divisiones ya nombradas, la artillería portuguesa y Wellington con
su cuartel general, moviéndose todos la vuelta de Tolosa. Tuvo al avanzar
un reencuentro en la Croix-Daurade el general Vivian, estando al frente




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del regimiento 18 de húsares, y si bien fué gravemente herido, no por eso
dejó de coger 100 prisioneros, cerrando al frances tan de cerca, que no le
dió tiempo para inutilizar en el rio Lhers, tributario del Garona, un puen-
te único que quedaba en pié por aquel lado.


Al dia siguiente hacia resolucion Wellington de atacar, y detúvose al
ver que apostado sir R. Hill á la otra parte del rio, frontero del arrabal
de Saint Cyprien, hallábase este general muy á tras mano del puente de
barcas; razon por la que ántes de emprender cosa alguna determinó alzar
dicho puente y trasladarle á Blagnac, una legua más arriba. Duró la fae-
na bastante, en términos que no se pudo hasta el 10, domingo de Pascua
florida, dar principio al acometimiento contra el frances; lo que tampoco
ni áun entónces era muy hacedero, fortalecido y atrincherado el maris-
cal Soult en Tolosa y sus alrededores.


Ciudad aquélla de 60.000 almas, capital del antiguo Languedoc, y
ahora del departamento del Garona superior (Haute-Garonne), asiéntase
á la derecha del rio de este nombre, que corre por el ocaso, quedando á
la izquierda el arrabal de Saint Cyprien, que comunica con lo interior de
la poblacion por medio de un puente de piedra que apellidaban Nuevo.
Rodea á Tolosa del lado del Norte y Este el famoso canal de Languedoc,
llamado tambien del Mediodía ó de ambos mares, el cual desemboca en
el Garona á 1.000 toesas de la ciudad, si bien enlazado ya ántes con el
mismo rio por el canal de Brienne, dicho así del nombre del cardenal
que le construyó para facilitar la navegacion; interrumpida la del Garo-
na con las represas de las aceñas ó molinos harineros de Basacle, que se
divisan más abajo del puente de piedra. De manera que, excepto por el
Mediodía, circundan á Tolosa por las demas partes rios y canales, que la
protegen, y retardan cualquiera tentativa dirigida contra sus muros.


A estas defensas, que pudieran mirarse como naturales, agregábanse
otras levantadas por el arte, ya en tiempos antiguos, ya en los recientes.
Entre las primeras contábanse las murallas viejas, espesas y torreadas,
que todavía en pié abrazaban entónces casi todo el recinto. Comenzá-
ronse á construir las segundas despues de la batalla de Orthéz y de la
entrada en Tolosa del mariscal Soult. Consistían éstas por el lado de
Saint Cyprien en una cabeza de puente y en obras que ceñian el arrabal,
apoyándose á derecha é izquierda en el Garona. Pusieron los enemigos
particular conato en fortalecer este punto, creyendo sería por donde in-
tentasen los aliados su principal acometimiento. Pero luégo que advir-
tieron lo contrario, afanáronse por aumentar y fortalecer las defensas de
la derecha del Garona. Por tanto ampararon con obras bien entendidas




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de campaña los cinco puentes que se divisan en el canal de Languedoc
desde el del Embocadero hasta el de Desmoiselles, atronerando las casas
y almacenes vecinos, lo mismo que la antigua muralla, dispuesta, ade-
mas en muchas partes, para recibir artillería de grueso calibre. Unas co-
linas que se elevan al este de la ciudad y corren paralelamente entre el
canal y el rio Lhers, conocidas bajo el nombre de Montrave ó del Calvi-
net, fortificáronse con líneas avanzadas, y en especial con cinco reduc-
tos, distantes entre sí los más lejanos unas 1.200 toesas, sirviéndoles de
comunicacion por detras un camino formado de tablones enrasados en
lugar de otro resbaladizo y gredoso que retardaba ántes el traspaso rá-
pido de la artillería y municiones. Por el Sur dispusiéronse y se artilla-
ron varios edificios, trazándose tambien diversas obras que se daban la
mano con las del Calvinet. Se ejecutaron semejantes trabajos en breve
tiempo y con admirable presteza, obligados á tomar parte en ellos hasta
los habitadores, quienes dolíanse ya de ver convertido en suelo de san-
grientas lides el de sus moradas pacíficas: precursores tales preparativos
de ruinas y desolacion muy triste.


Pasaban de 30.000 hombres, sin contar la guardia urbana, los que
tenía Soult á sus órdenes, distribuidos como ántes en tres grandes trozos,
bajo el mando de los generales Clausel, d’Erlon y Reille, y repartidos és-
tos en várias divisiones que se colocaron en torno de la ciudad y en sus
fortificaciones y reductos. Excedían mucho á los franceses en número
los aliados, bien que no favorecidos como los otros por sus estancias.


A las siete de la mañana del 10 de Abril trabóse la accion anunciada
ya, empezando sir Tomas Picton al frente de la tercera division por arro-
jar las avanzadas francesas de donde los canales de Languedoc y Brien-
ne se juntan en un mismo álveo, y extendiéndose por su izquierda la di-
vision ligera bajo el Baron Alten hasta dar con el camino de Albi, paraje
destinado al ataque, que se destinaba á los españoles. Habíanse éstos
movido al amanecer, y encontrádose en La Croix-Daurade con el maris-
cal Beresford, quien se desvió allí, tirando via de Montblanc y Montau-
dran, para encargarse de los acometimientos concertados por aquella
parte. Eran el punto principal de la embestida las colinas de Montra-
ve y el Calvinet, en donde los franceses, haciendo cara al Lhers, aguar-
daban á los aliados con sereno y fiero ademan. Correspondía á los espa-
ñoles acometer la izquierda y centro de semejantes estancias, y á los de
Beresford la derecha; recayendo, por tanto, sobre unos y otros el mayor y
más importante peso de la batalla.


Marcharon con bizarría suma al ataque las divisiones españolas cuar-




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ta y provisional, regidas por D. José Ezpeleta y D. Antonio Garcés de
Marcilla. Asistía tambien allí el general en jefe D. Manuel Freire, que
llevaba á su lado, haciendo de segundo, á D. Pedro de la Bárcena y asi-
mismo á D. Gabriel de Mendizábal, si bien éste sólo como voluntario.
Fué de furioso ímpetu la primera acometida de los españoles, que arro-
llaron á los franceses, y desalojaron del altozano de la Pujade, delante-
ro de la posicion enemiga, la brigada de Saint Paul, perteneciente á la
division del general Villatte, la cual, estrechada por los nuestros, tuvo
que refugiarse en las líneas del reducto grande, que era el más robusto
de los cinco construidos en las cumbres. Dueños los nuestros de la Pu-
jade, plantaron allí la artillería portuguesa á las órdenes del teniente co-
ronel Arentschild, y dejaron de reserva en el mismo paraje una brigada
de la division provisional, manteniéndose detras la caballería de Pon-
somby. La otra brigada y la cuarta division dispusiéronse á proseguir en
su avance, ésta por la izquierda de la carretera de Albi, aquélla en de-
rechura contra dos reductos de los cinco de las colinas, situados en la
parte septentrional, á saber: el grande ya nombrado, y el triangular, di-
cho así á causa de su figura. Miéntras tanto habia ido marchando el ma-
riscal Beresford por el Lhers arriba con las divisiones cuarta y sexta bri-
tánicas, del cargo ambas de sir Lowry Cole y de sir Enrique Clinton, y
continuado hasta el punto por donde debian sus fuerzas ceñir y abra-
zar la derecha enemiga. Luégo que llegó aviso de estar Beresford pron-
to ya á realizar su ataque, emprendió D. Manuel Freire el suyo en el in-
dicado órden. Aguardábanle fuerzas deVillatte y Harispe y la division
d’Armagnac, aquéllas en las líneas y reductos, la última emboscada en-
tre éstos y el canal, en unas almácigas y jardines, favorecidos los enemi-
gos del terreno y de las fortificaciones, en cuya parte baja colocaron al-
guna artillería por disposicion del general Tirlet, para que rasantes los
fuegos causasen mayor estrago en nuestras filas. Metralla horrorosa, gra-
nadas, balas inundaron á porfía el campo y esparcieron el destrozo y la
muerte por los batallones españoles, que serenos é impávidos, llevando
á su cabeza al mismo general Freire, adelantaron sin disparar casi un ti-
ro hasta gallardearse en el escarpe de las primeras obras de los enemi-
gos, titubeantes y próximos á abandonarlas. Era dirigido dicho ataque
contra los reductos. El otro de la carretera de Albi, auxiliar suyo, ven-
turoso al comenzar, estrellóse despues contra fuegos muy vivos y á que-
ma-ropa, que de repente descubrieron los enemigos en el puente de Ma-
tabiau, conteniendo á los nuestros y haciéndolos vacilar en su marcha.
Advirtiólo Soult, y no desaprovechó tan feliz coyuntura, lanzando con-




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tra la izquierda de los españoles al general d’Arnagnac, quien partió de
su puesto, dando una arremetida á la bayoneta que desconcertó á los
nuestros, muy acosados ya y oprimidos con mortíferos y cruzados fuegos.
Ciaron, pues, algunos atropelladamente en un principio, pero volvieron
luégo en sí, por acudir á sostenerlos en su repliegue la brigada españo-
la que habia quedado de reserva en Pujade, y tambien algunos cuerpos
portugueses de la division ligera del Baron Alten, que se corrió hácia
nuestro costado derecho; infundiendo tales movimientos respeto á los
enemigos y causándoles diversion. Señaláronse entónces entre los nues-
tros unos cuantos húsares de Cantabria al mando de D. Vicente Sierra,
y brilló extraordinariamente el regimiento de tiradores de igual nombre,
que se mantuvo firme y denodado bajo los atrincheramientos enemigos
hasta que Wellington mismo le mandó retirarse; dando ejemplo su vale-
roso coronel D. Leonardo Sicilia, quien pagó con la vida su noble y sin-
gular arrojo. Muchos y grandes fueron los esfuerzos de los caudillos es-
pañoles, y en especial los del general Freire, para contener al soldado
é impedirle hacer quiebra en la honra; muchos los de lord Wellington,
que voló en persona al sitio del combate, acompañado de los generales
D. Luis Wimpffen y D. Miguel de Álava, consiguiendo rehacer la hues-
te y ponerla en estado de despicarse y correr de nuevo á la lid. Pero ¡ah!
¡qué de oficiales quedaron allí tendidos por el suelo, ó le coloraron con
pura y preciosa sangre! Muertos fueron, ademas de Sicilia, D. Francisco
Balanzat, que gobernaba el regimiento de la Corona, D. José Ortega, te-
niente coronel de estado mayor, y otros varios, contándose entre los he-
ridos á los generales D. Gabriel de Mendizábal y D. José Ezpeleta, como
tambien á D. Pedro Mendez de Vigo y á D. José María Carrillo, jefes los
dos de brigada, con muchos más que no nos es dado enumerar, bien que
merecedores todos de justa y eterna loa.


Afortunadamente reparábase á la sazon tal contratiempo por el la-
do de Beresford, á quien tocabá embestir la derecha enemiga. Habia
en efecto empezado este mariscal á desempeñar su encargo con tino y
briosamente, acaudillando la cuarta y sexta division británicas del man-
do de sir Lowry Cole y de sir Enrique Clinton, cuyos soldados, forma-
dos en tres líneas, marchaban como hombres de alto pecho, sin que los
detuviese ni el fuego violentísimo del cañon frances, ni lo perdido de la
campiña, llena en varios parajes, con las recientes lluvias, de marjales
y ciénagas. Enderezóse particularmente el general Cole contra la parte
extrema de la derecha enemiga y contra el reducto de la Sypière allí co-
locado, al paso que el general Clinton avanzaba por el frente para co-




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operar al mismo intento. Sucedieron bien ambos ataques, alojándose los
ingleses en las alturas, y enseñoreándose del reducto dicho, que guar-
necia con un batallon el general Dauture. Pero habiendo dejado los in-
gleses su artillería en la aldea de Montblanc por causa de los malos ca-
minos, corrió algun tiempo ántes de que llegase aquélla y pudiesen ellos
proseguir adelante; lo que tambien dió vagar á que reforzase el mariscal
Soult su derecha con la division del general Taupin, la cual ya de ántes
se habia aproximado á las colinas para sostener las operaciones que por
allí se efectuasen. Vino, pues, sobre los aliados esta division y vinieron
otras tropas, mas todo lo arrolló la disciplina y valor británico, quedan-
do muerto el general Taupin mismo. Acometieron en seguida los ingle-
ses los dos reductos del centro, llamados Les Augustins y Le Colombier, y
entrólos la brigada del general Pack, herido allí. En vano quiso entónces
el enemigo recobrar por dos veces el de la Sypière, como clave de la po-
sicion; vióse rechazado siempre, no restándole ya al frances en las coli-
nas sino los dos reductos situados al Norte. Hácia ellos se dirigieron los
aliados victoriosos, caminando lo largo de las cumbres, y ayudándolos
por el frente D. Manuel Freire, seguido de sus divisiones, rehechas ya y
bien dispuestas. Cedieron los enemigos y abandonaron reductos, atrin-
cheramientos, todas sus obras, en fin, por aquella parte, y las dejaron en
poder de las tropas aliadas, recogiendo sólo la artillería, que salvaron
por un camino hondo que iba al canal.


Por su lado el general Picton, al propio tiempo que atacaban los de
Beresford la derecha francesa, quiso tambien probar ventura con la ter-
cera division aliada, tratando de apoderarse del puente doble ó Jumeau
en el embocadero del canal, y amagar al inmediato llamado de los Míni-
mos. Mas opúsosele y le rechazó el general Berlier, y herido éste, Firion;
teniendo que ciar el inglés para evitar terrible fuego de fusilería y arti-
llería que le abrasaba por su frente y flanco, no habiendo guiado aquí á
su valor venturosa ni alegre estrella.


Distrajo durante la batalla el general Hill con sus fuerzas (en las que
se comprendia una brigada de Morillo) al general Reille, que defendía
con la division Maransin el arrabal de Saint Cyprien, y le arrojó de las
obras exteriores, obligándole á refugiarse dentro de la antigua muralla.


A las cuatro de la tarde concluyóse la accion, dueños los aliados de
las colinas de Montrave ó Calvinet, sojuzgada la ciudad con artillería
que plantaron en las cumbres. Dió tambien órden á la misma hora el ma-
riscal Soult al general Clausel de no insistir en nuevos ataques contra el
terreno perdido, y ceñirse á rodear sólo con várias divisiones el canal de




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ambos mares, escogido para servir entónces como de segunda línea. Fo-
gueáronse, sin embargo, y áun se cañonearon hasta el anochecer por lo
más extremo de la derecha francesa algunas tropas de los aliados, provo-
cadas á ello por otras de los enemigos.


Sangrienta y empeñada lid ésta de Tolosa, en la que tuvieron de pér-
dida los anglo-hispano-portugueses 4.714 hombres, á sabor: 2.124 in-
gleses, 1.983 españoles y 607 portugueses. Presúmese no fué tanta la de
los enemigos, abrigados de su posicion; contaron, sin embargo, éstos en-
tre sus heridos á los generales Harispe, Gasquet, Berlier, Lamorandié-
re, Baurot y Dauture.


Los habitantes de Tolosa, amedrentados, ocultáronse al principio en
lo más escondido de sus casas más animosos despues salieron de su re-
tiro y se pusieron á contemplar la batalla desde los tejados y campana-
rios, adelantándose algunos hasta las líneas; pero suspensos y pendien-
tes todos del progreso y conclusion de una refriega, en la que les iba la
vida, la hacienda y quizá la honra. Mal estaban por eso con el mariscal
Soult, á quien culpaban de haberlos comprometido y puesto en trance
tan riguroso y duro.


Han pintado los franceses la accion de Tolosa como victoria suya, y
áun esculpídola á fuer de tal hasta en sus monumentos públicos. Pero
abandonar muchos lugares, perder las principales estancias, y retirarse,
al fin, cediéndolo todo á los contrarios, nunca se graduará de triunfo, si-
no de descalabro, y descalabro muy funesto para los que le padecieron.
Enhorabuena ensalzasen los franceses y áun magnificasen la resistencia
y brios que allí mostraron, grandes por cierto y sobre excelentes, mas no
estaba bien en ellos robar glorias ajenas; en ellos, que no las necesitan,
teniéndolas propias y muy calificadas.


En la noche del 11 al 12 de Abril desamparó el mariscal Soult á To-
losa, y tomó el camino de Carcasona que le quedaba abierto, y por don-
de le era dable juntarse con el mariscal Suchet. Dejó en la ciudad he-
ridos, artillería y aprestos militares en grande abundancia. Entraron los
aliados el mismo 12 en medio de ruidosisimas aclamaciones de los habi-
tantes, que se agolpaban por ver á sus nuevos huéspedes y darles buena
acogida, ya por los muchos partidarios y adictos que tenía allí la familia
de Borbon, y más bien por creerse libres los vecinos de los daños que les
hubiera acarreado el continuar la guerra en derredor de sus muros.


Por la tarde de aquel dia súpose de oficio en Tolosa la entrada el 31
de Marzo, en París, de los aliados del Norte. Susurrábase esto ya ántes, y
se piensa no lo ignoraban los generales de los respectivos ejércitos; por




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lo que algunos censuráronlos agriamente de haber empeñado accion tan
sangrienta en coyuntura semejaute, siendo ya inútil cuando iba á termi-
narse la guerra. Trajeron ahora la noticia el coronel inglés Cook y el coro-
nel frances Saint Simon; el primero encargado particularmente de comu-
nicársela á lord Wellington, el segundo á los mariscales Soult y Suchet.


Ni se limitaban las novedades ocurridas á la mera ocupacion de la
capital de Francia. El Senado habia establecido allí el l.º de Abril un go-
bierno provisional, á cuyo frente estaba el Príncipe de Talleyrand, y des-
poseido al día siguiente del cetro imperial á Napoleon Bonaparte, quien,
abandonado de casi todos sus amigos y secuaces, habíase visto forzado á
abdicar la corona en su hijo, y luégo á despojarse de ella absolutamen-
te y sin restriccion alguna, á nombre suyo y de toda su estirpe, recibien-
do, como por merced, para que le sirviese de refugio, la isla de Elba, en
el Mediterráneo; concesion que llevaba apariencias de estudiada mofa,
mas que hubo de costar bien cara meses adelante. Decidió tambien el
Senado en 6 del propio Abril llamar de nuevo al sólio de Francia á la fa-
milia de los Borbones, y proclamar por rey á Luis XVIII, ausente toda-
vía en Inglaterra; tomando el mando, ínterin llegaba éste, su hermano el
Conde de Artois, bajo el titulo de lugar-teniente del reino. Conformáron-
se con tales mudanzas las potencias invasoras, y áun las aplaudieron y
quizá apuntaron.


Anunciáronse por la noche en el teatro de Tolosa las noticias traidas
de París por los coroneles Cook y Saint Simon, y, se celebraron extraor-
dinariainente por los espectadores, muchos en número y muy entusias-
mados con la ópera Ricardo Corazon de Leon, que de intento se esco-
gió aquel dia por las arias y pasos que encierra aquella pieza, alusivos
á las circunstancias de entónces. Prodigáronse igualmente vítores y pal-
moteos á lord Wellington, que asistia á la representacion: que tales, por
lo comun, son los pueblos en punto de novedades, aunque sean muy en
su daño y mengua; si bien aquí los aplausos y loores iban dirigidos, más
que al general inglés, vencedor en tantas lides, al que se consideraba
como a restaurador de la paz tan ansiada en Tolosa, y prenda estable y
firme del sosiego que en la ciudad reinaba.


No tardaron los coroneles Cook y Saint Simon en ir al encuentro de
los mariscales Soult y Suchet para acabar de desempeñar su comision y
poner término pronto y cumplido á la guerra. Pero primero que continue-
mos refiriendo lo que en esto ocurrió, nos parece oportuno cerrar ántes la
narracion de los sucesos militares de esta tan prolongada lucha, siendo
ya pocos los que nos quedan, y no de grande importancia.




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En Burdeos, luégo que entraron allí los aliados, preparáronse los
parciales de la casa de Borbon á repeler cualquier ataque que inten-
tasen sus contrarios los bonapartistas, recelándose en particular de las
fuerzas del general Lhuillier, recogido al otro lado de los rios, y de las
del general Decaen, que habia formado una division, de órden del Em-
perador, destinada á marchar por Perigueux sobre aquella ciudad. Pero
no trataron ambos generales de formalizar cosa alguna, ni se lo permitió
Wellington, puesto que al reunirse su gente para perseguir á Soult, via
de Tarbes y Tolosa, sacó mucha de la que tenía en Burdeos, dejando sólo
al general Dalhousie con 5.000 hombres. Bien es verdad que afirmába-
se por otro lado, y al mismo tiempo, la posesion de aquella ciudad, acu-
diendo el 27 de Marzo á la boca del Gironda el almirante Peurose con
tres fragatas y varios buques menores, quien penetró rio arriba sin pér-
dida particular ni resistencia empeñada. Coincidió con la expedicion
marítima una excursion que el general Dalhousie verificó por tierra so-
bre el Dordoña para espantar al general Lhuillier. Esto y las maniobras
y ataques de los marineros británicos causaron al enemigo mucho da-
ño, desmantelando fuertes, clavando cañones, y ahuyentando ó cogiendo
barcos, de modo que en 9 de Abril estaban despejadas las riberas has-
ta el castillo de Blaye, cuyo gobernador, el general Merle, no quiso en-
trar en pactos hasta el 16 de aquel mes, en que se cercioró de lo ocurri-
do en París.


Supo tambien luégo en Bayona las novedades de esta capital sir Juan
Hope, avisado por el coronel Cook desde Burdeos; pero no las comuni-
có al gobernador de la plaza, general Thouvenot, por no constarle de ofi-
cio. Hízolas sí correr por los puestos avanzados, mas no dieron crédito
á ellas los franceses, y ántes bien se irritaron, ejecutando el 14 una sa-
lida bien meditada y fogosa. Fingieron, pues, atacar del lado de Anglet,
y lo verificaron entre Saint Etienne y Saint Bernard tan de rebato é im-
provisadamente, que tomaron varios puestos. Acudió á remediar el mal
sir Juan Hope con su estado mayor; pero sorprendiéronle los enemigos
y le rodearon, cogiéndole prisionero despuesde muerto su caballo y he-
rido el mismo. Al cabo tornaron los franceses á la plaza, y recuperaron
los aliados los sitios ántes pérdidcs, teniendo los últimos que deplorar
la baja de 600 hombres entre muertos y heridos, ademas 231 prisione-
ros. Fué éste el último y lamentable suceso militar que ocurrió en Fran-
cia por el Mediodía.


En España habíase dado á partido el 27 de Marzo el gobernador fran-
ces de Santoña; pero pasando la capitulacion á que la aprobase lord We-




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llington, notando éste, al leerla, la cláusula de que los sitiadores torna-
rían á Francia bajo palabra de no tomar las armas durante la presente
guerra, negóse á ratificar aquélla, escarmentado con lo sucedido en Ja-
ca, en donde otorgadas condiciones iguales, quebrantáronlas los france-
ses luégo que pisaron su territorio y se vieron libres.


En Cataluña, al colocarse en Figueras el mariscal Suchet, guardó
consigo y en las cercanías la division de Lamarque, poniendo la reserva
de Mesclop en la Junquera y Coll de Pertús, y enviando á Perpiñan al-
gunos infantes y caballos, adonde tambien iba él mismo á veces para to-
mar, sin alejarse de España, providencias convenientes á la defensa del
territorio nativo. El total de combatientes que le quedaban ascendia á
11.327 hombres, comprendidos 1.088 caballos. Quiso Suchet acrecer el
número, trayéndose á Figueras 3.000 hombres que tenía Robert en Tor-
tosa, y 8.000 Haber en Barcelona, lo que pensó sería factible, uniéndo-
se el primero al último por medio de una marcha rápida, y abriéndose
paso los dos al frente de sus guarniciones respectivas. Mas frustróse al
frances su proyecto, no pudiendo Robert menearse, muy observado por
los españoles, y viéndose repelido Habert con pérdida por D. Pedro Sar-
sfield, tentado que hubo el 16 de Abril una salida de Barcelona, ya que
insistiese en llevar á cabo el plan del mariscal Suchet, ya que se anima-
se á ello sabedor de que las tropas anglo-sicilianas, al mando de sir Gui-
llermo Clinton, evacuaban la Cataluña de órden de lord Wellington y pa-
saban á otros puntos.


En los primeros dias del mismo Abril salió, por fin, de España el ma-
riscal Suchet, como tambien su ejército, despues de haber volado las for-
tificaciones de Rosas, dirigiendo sus columnas via de Narbona. Dejó só-
lo guarniciones en Figueras, Hostalrich, Barcelona, Tortosa, Benasque,
Murviedro y Peñíscola, cuyas plazas y fuertes bloqueaban los españoles,
habiendo perecido en la última el gobenador frances con su estado ma-
yor, y muchas otros, por la explosion de un almacen de pólvora.


Volvamos ahora á Tolosa. Salieron de allí, segun ántes empezamos á
referir, los coroneles Cook y Saint Simon, y encamináronse á los cuarte-
les de Soult y Suchet para informarles de las grandes mudanzas y acon-
tecimientos ocurridos, como tambien para entregarles las órdenes del
gobierno provisional establecido en París. No quiso por de pronto so-
meterse el primero á lo que se le ordenaba, manifestando carecian tales
nuevas y comunicaciones de la autenticidad debida; y sólo añadió que
entraria en un armisticio con los aliados, hasta recibir órdenes ó avisos
del Emperador, si lord Wellington convenia en ello. Desechó el inglés




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la propuesta, creyéndola, por lo ménos, intempestiva y fuera de su lu-
gar. Avínose mejor Suchet, pues habiendo reunido los principales jefes
de su ejército, decidió, de conformidad con ellos, reconocer el gobierno
provisional de París y someterse á sus mandatos y resoluciones. Al sa-
ber el mariscal Soult esta determinacion, forzoso le fué ceder y obrar al
són de los demas.


Abriéronse en seguida y sin dilacion tratos para una suspension de
armas, la cual se concluyó en los dias 18 y 19 de Abril entre los ma-
riscales Soult y Suchet por una parte, y lord Wellington por otra, como
general en jefe de todas las tropas aliadas. Celebráronse para ello dos
convenios, exigiéndolo así el mariscal Suchet, que no queria reconocer
ninguna supremacía en el otro, tenido por orgulloso y por de predomi-
nante condicion. En consecuencia, cesaron las hostilidades no sólo en
los ejércitos respectivos, sino tambien delante de las plazas bloqueadas,
debiendo entregarse á los españoles en un breve término las que todavía
estuviesen en poder del frances.


Finalizó aquí, y de este modo, la guerra gloriosa de la independencia
peninsular, fecunda en acontecimientos varios, y muy instructiva para el
militar y hombre de estado; habiéndose combinado en ella las operacio-
nes regulares de sitios, marchas y peleas en los trances descompuestos,
repetidos y azarosos de una lucha nacional y, por decirlo así, perdurable.
Inmarcesibles lauros cogieron en el prolongado curso de tanto lidiar los
diferentes ejércitos que tomaron parte; pero como naciones descollaron
en el caso actual, y levantarán por ello siempre su cabeza erguida, Por-
tugal y España, escenario vivo de perseverancia constante.


Mas al propio tiempo que cesaron honrosa y felizmente los estruen-
dos bélicos, crecieron los políticos, cuyo retemblor y zumbido abrieron
grietas por donde se atropellaron lástimas y desdichas. Pero necesario
es, para narrar lo acaecido en el asunto, volver atras y seguir en su via-
je al rey Fernando VII, á quien dejamos en Gerona con los infantes D.
Cárlos y D. Antonio. Salieron de esta ciudad S. M. y AA. el 28 de Mar-
zo, yendo á Tarragona sin pasar por Barcelona; bien que así en esta pla-
za como en las demas en que áun se conservaba guarnicion francesa, re-
cibieron órden los gobernadores de no cometer hostilidad alguna al paso
por ellas ó sus cercanías de Fernando VII, y de tributar á S. M. los hono-
res y obsequios que eran debidos á su augusta persona.


De Tarragona trasladáronse el Rey y los infantes á Reus, en donde
permanecieron el 2 de Abril, no indicando nada hasta ahora el rumbo
cierto que en lo político tomaría S. M. Generales, autoridades y pueblos




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habíanse conformado con lo dispuesto por las Córtes, y la familia real y
sus consejeros tampoco se desviaban de ello, á lo ménos en público. Ver-
dad es que crecian los manejos y ofrecimientos reservados de descon-
tentos y ambiciosos; pero sin difundirse por fuera, ni dar lugar más que
á leves rumores y sospechas. Agrandáronse éstas aquí en Reus. Segun
la ruta señalada por la Regencia, con arreglo al decreto de 2 de Febrero,
tenía el Rey que continuar su viaje siguiendo la costa del Mediterráneo
á Valencia, para de allí pasar á Madrid. Estábase en via de dar cumpli-
miento á esta providencia, cuando la diputacion provincial de Aragon,
movida por sí ó por sugestion ajena, dirigió á D. José de Palafox, que
acompañaba al Rey, una exposicion gratulatoria pidiendo se dignase S.
M. en su tránsito para la capital del reino honrar con su presencia á los
zaragozanos, ansiosos de verle y contemplarle de cerca. Accedió Fer-
nando á la súplica, ora que no quisiese éste desairar á ciudad tan ilustre
y tan merecedora de su particular atencion, ora que mirasen sus conse-
jeros aquella coyuntura como muy propicia para comenzar á romper las
trabas que los ligaban, molestas en sumo grado y depresivas, á su enten-
der, de la majestad real.


Salió el Rey de Reus el 3, y por Poblet encaminóse á Lérida. Iba ya
solo con su hermano D. Cárlos, habiéndose quedado en la primera villa
el infante D. Antonio á causa de una indisposicion leve, y de estar re-
suelto á tomar en derechura el camino de Valencia.


Llegaron el Rey y D. Cárlos á Zaragoza el 6 de Abril, tiempo de Se-
mana Santa. Fueron recibidos allí ambos príncipes con indecible amor y
entusiasmo, realzado uno y otro por el aparecimiento de D. José de Pala-
fox, ídolo entónces muy reverenciado y querido de los habitadores. Mos-
trábase S. M. aquí todavía incierto sobre el partido á que se inclinaria en
la parte política; pudiendo sólo colegirse de algunas palabras que ver-
tió, que no desaprobaba del todo lo que se habia hecho durante su au-
sencia en punto á reformas. Sin embargo, aguijon grande era para que
procediese á su antojo la adhesion sin límites que manifestaban los pue-
blos hácia su persona, y las insinuaciones y consejos extraviados que le
venian de várias partes; muy diligentes en esta ocasion los enemigos de
novedades, no ménos que los descontentos de cualquiera linaje que con
ellos se abanderizaban. Partió el Rey de Zaragoza el 11, y llegó á Daro-
ca aquel mismo día.


Estrechando el tiempo, afanábanse los que venian con el Rey por que
se tomase una determinacion respecto de la conducta política que conve-
nia se adoptase, celebrando al efecto una junta en la noche del 11, en la




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que se apareció el Conde del Montijo. Fueron de dictámen todos los que
allí concurrieron que no jurase el Rey la Constitucion, excepto sólo don
José de Palafox, quien no pudiendo rebatir los argumentos de los demas y
apurado ya, llamó en su ayuda á los duques de Frias y de Osuna, que ha-
bian acudido á Zaragoza á cumplimentar al Rey y le seguian en el viaje.
Juzgaba Palafox que su dictámen en la materia se arrimaria al de aqué-
llos, y le daria gran peso por la elevada clase y riqueza de ambos duques
y por su porte desde 1808; habiendo el de Frias, segun ya hemos dicho,
no desamparado nunca los estandartes de la patria, y expuéstose muchio
el de Osuna por haberse fugado de Bayona en aquel año, no queriendo
autorizar con su firma los escándalos que á la sazon ocurrian en la mis-
ma ciudad. Reunidos, pues, uno y otro á las personas que se hallaban ya
en junta, sentó el de San Cárlos la cuestion de si convendría ó no que ju-
rase el Rey la Constitucion. Opinó él mismo que no, mostrándose en es-
pecial muy contrario el Conde del Montijo, abultando los riesgos y las di-
ficultades que resultarian de la jura. Apartóse de este parecer D. José de
Palafox y le apoyó el Duque de Frias, bien que respetando éste los de-
rechos que compitiesen al Rey para introducir ó efectuar en la Coustitu-
cion las alteraciones convenientes ó necesarias. Anduvo indeciso el de
Osuna, separándose todos de la junta sin convenirse en nada, pero acor-
des en que ántes de resolver cosa alguna acerca de semejante cuestion,
se congregarian de nuevo. A pesar de eso, determinó el Rey pocos instan-
tes despues, siguiendo el consejo de San Cárlos, sugerido por el del Mon-
tijo, que sin tardanza y en derechura saldria éste para Madrid, á fin de ca-
lar lo que tratasen allí los liberales, y de disponer los ánimos del pueblo
á favor de las resoluciones del Rey, cualesquiera que ellas fuesen, ó más
bien de pervertirlos; en lo que era gran maestro aquel conde, muy ligado
siempre con gente pendenciera y bulliciosa.


Continuando S. M. el viaje á Valencia, entró en Teruel el 13, en cu-
ya ciudad, muy afecta á la Constitucion, esmeráronse los habitantes en
poner entre los ornatos escogidos para el recibimiento del Rey, muchos
alegóricos al caso, que miró S. M. atentamente y áun aplaudió, amaes-
trado desde la niñez en la escuela del disimulo. Hasta aquí habia acom-
pañado al Rey en el viaje el capitan general de Cataluña, D. Francisco
de Copons y Navia, cuya presencia contuvo bastante á los que intenta-
ban guiar al Rey por sendero errado y torcido. Volvió el don Francisco á
su puesto, y con su ausencia no quedó apénas nadie al lado de S. M., de
influjo y peso, que balancease los consejos desacertados de los que apri-
sionaban su voluntad ó le daban deplorable sesgo.




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El 15 llegaron Fernando y su hermano el Infante á Segorbe, y multi-
plicáronse allí las marañas y enredos, arreciando el temporal declarado
contra las Córtes. Juntóse en aquella ciudad con sus sobrinos el infante
D. Antonio, viniendo de Valencia, en donde habia entrado el 17, acom-
pañado de D. Pedro Macanaz. Acudieron tambien á Segorbe el Duque
del Infantado y D. Pedro Gomez Labrador, procedentes de Madrid; quie-
nes, en union con D. José de Palafox y los duques de Frias, Osuna y San
Cárlos, celebraron la noche del mismo 15 nuevo consejo, siempre sobre
el consabido asunto de si juraria ó no el Rey la Constitucion. No asis-
tió D. Juan Escóiquiz, que se había adelantado á Valencia para avistarse
con sus amigos, y sondear por su parte el terreno, los ánimos. Prolongóse
la reunion aquella noche hasta tarde, y ventilábase ya la cuestion, cuan-
do se presentó como de sorpresa el infante don Cárlos. Frias y Palafox re-
produjeron en la junta los dictámenes que dieron en Daroca. Tambien
Osuna, pero más flojamente, influido, segun se creía, por una dama de
quien estaba muy apasionado, la cual, muy hosca entónces contra los li-
berales, amansó despues y cayó en opinion opuesta y muy exagerada. Di-
jo el Duque del Infantado: «Aquí no hay más que tres caminos: jurar, no
jurar, ó jurar con restricciones. En cuanto á no jurar participo mucho de
los temores del Duque de Frias.....»; dando á entender en lo demas que
expresó, aunque no á las claras, que se ladeaba á la ultima de las tres in-
dicaciones hechas. Se limitó Macanaz á insinuar que tenía ya manifesta-
do su parecer al Rey, lo mismo que al Infante, sin determinar cuál fuese.
Otro tanto repitió San Cárlos, perdiendo los estribos al especificar la suya
D. Pedro Gomez Labrador, quien en tono alborotado y feroz votó «por que
de ningun modo jurase el Rey la Constitucion; siendo necesario meter en
un puño á los liberales.....»; con otras palabras harto descompuestas, y
como de hombre poco cuerdo y muy apasionado. Disolvióse, no obstante,
la junta actual como la anterior de Daroca, esto es, sin decidirse nada en
ella, pero sí descubriéndose ya cuál sería la resclucion final.


Al dia ininediato,16 de Abril, pasó el Rey á la ciudad de Valencia,
adonde le habian precedido personas de partidos opuestos y de diversa
categoría. Por de pronto el cardenal arzobispo de Toledo, D. Luis de Bor-
bon, presidente de la Regencia, acompañado de D. José Luyando, mi-
nistro interino de Estado, y de algunas personas de la misma secretaría.
Tambien D. Juan Perez Villamil y D. Miguel de Lardizábal, ambos muy
resentidos contra las Córtes y de grande influjo en las resoluciones que
se tomaron en Valencia, si bien no tanto el último, por la imposibilidad á
que le redujo durante algun tiempo un vuelco que dió en el camino.




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Pero quien más que todos imprimió impulso y determinado rumbo á
los negocios fué el capitan general de Valencia, D. Francisco Javier Elío,
desafecto á las reformas y agraviado por lo que de él se dijo en las Córtes
y en los diarios despues de la segunda accion de Castalla. Habíale tam-
bien desazonado entónces un acontecimiento ocurrido en aquellos días.
Fué, pues, que al llegar á Valencia el infante D. Antonio, pasando aquél
á cumplimentar á S. A., pidióle el santo por inadvertencia ó de propósi-
to para mostrar su aversion á las disposiciones de las Córtes, estando allí
presente el Cardenal arzobispo de Borbon. Pero apénas habia Elío solta-
do semejante palabra, cuando el Prelado, tenido por hombre manso y sin
hiel, alteróse en extremo, é increpóle de ignorancia en el cumplimento
de su obligacion, debiendo saber que á él solo, corno presidente de la
Regencia, tenía que dirigirse para pedir el santo. Quedaron todos atóni-
tos de arranque tan inesperado en el Cardenal, que no se aplacó sino á
ruegos del mismo Infante. Callóse Elío, y aguardó á que llegase el Rey
para despicarse y tomar venganza.


En efecto, al aproximarse S. M. le salió al encuentro aquel general, y
pronunció un discurso, en el que no sólo vertió amargas quejas en nom-
bre de los ejércitos, sino que tambien suplicó al Rey empuñase el baston
de general que llevaba, cuya señal de mando, decía Elío, adquiría con
eso valor y fortaleza nueva.


A poco encontróse tambien S. M. con el Cardenal arzobispo cerca de
Puzol, é imbuido ya malamente contra la persona de éste, recibióle con
ceño, ofreciéndole la mano para que se la besase. Hay quien dice tardó
el Cardenal en ceder á semejante insinuacion, creyendo se lo prohibía el
decreto de las Córtes, y que Fernando le mandó claramente entónces que
obedeciese y que le besase la mano; hay quien asienta, por el contrario,
no haberse opuesto S. Emma. á los deseos del Rey, no viendo en aquel
acto sino una muestra de puro respeto conforme al uso. De todas mane-
ras, cosas eran éstas que descubrian sobradamente lo que amagaba ya.


Entró, por fin, el Rey en Valencia el 16, y al dia siguiente pasó á la
catedral á dar gracias al Todopoderoso por los beneficios que le dispen-
saba; presentándole aquella tarde el general Elío la oficialidad del ejér-
cito que mandaba, á la cual preguntó, estando delante de S. M.: «¿Juran
ustedes sostener al Rey en la plenitud de sus derechos? » Respondieron
todos: «Sí juramos.» Y con eso empezó Fernando á ejercer en Valencia
la soberanía, sin miramiento alguno á lo que las Córtes habian resuelto;
envalentonándose los adversarios de las reformas, y desbocándose del
todo papeles subversivos que se publicaban en aquella ciudad; en espe-




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cial dos, bajo el título el uno de Fernandino, y el otro de Lucindo, obra
el primero de un clérigo de nombre Fernandez Morejon, á quien premia-
ron despues con una canongía en Murcia, y el segundo de un tal D. Jus-
to Pastor Perez, empleado en rentas decimales.


Tenian íntimo enlace con semejantes pasos y sucesos otras tramas
que se urdían en Madrid, á fin de empeñar á muchos diputados á que pi-
diesen ellos mismos la destruccion de las Córtes. Húbolos que tal osa-
ron, principalmente de los que anduvieron mezclados en las marañas de
Córdoba con el del Abisbal, y en las de Madrid, cuando quisieron algu-
nos mudar de súbito la Regencia del reino. Hacia cabeza D. Bernardo
Mozo Rosales, ya mencionado, quien acordó con otros compañeros su-
yos elevar á S. M. una representacion enderezada al deseado intento.
Llevaba ésta la fecha de 12 de Abril, y era una reseña de todo lo ocurri-
do en España desde 1808, como tambien un elogio de la monarquía ab-
soluta (21)..... «Obra, decíase en su contexto, de la razon y de la inte-
ligencia..... subordinada á la ley divina..... Acabando, no obstante, por
pedirse en ella se procediese á celebrar Córtes con la solemnidad y en
la forma que se celebraron las antiguas.» Contradiccion manifiesta, pe-
ro comun á los que se extravian y procuran encubrir sus yerros bajo apa-
riencias falaces. Llevaba la representacion por principal mira alentar al
Rey á no dar su asenso ni aprobacion á la nueva ley constitucional, ni
tampoco á las otras reformas planteadas en su ausencia. Llamaron en el
público á esta representacion la de los Persas por comenzar del modo si-
guiente: «Era costumbre entre los antiguos persas.....»; cláusula que pa-
reció pedantesca y risible, como fuera de su lugar, y propio el nombre de
un pueblo que los antiguos tenian por bárbaro para ser aplicado á los au-
tores de un papel que recordaba tales actos, y sostenian ideas rancias,
opuestas á las que reinaban en el siglo actual.


Fueron pocos los diputados que firmaron en un principio esta repre-
sentacion, creciendo el número hasta el de 69 al derribarse la Consti-


(21) Tenia este papel, impreso en Madrid, en la imprenta de Ibarra, año de 1814, el
titulo é portada siguiente:


«(Jesus) M. (María) J. (José).
» Representacion y manifiesto que algunos diputados á las Córtes ordinarias firma-


ron en los mayores apuros de su opresion en Madrid, para que la majestad del Sr. D. Fer-
nando VII, á la entrada en España de vuelta de su cautividad, se penetrase del estado de
la nacion, del deseo de sus provincias, y del remedio que creian oportuno: todo fué pre-
sentado á S. M. en Valencia por uno de dichos diputados, y se imprime en cumplimien-
to de real órden.»




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tucion; unos por temor, por ambicion otros, y bastantes por irse al hilo
de la corriente del dia. Tacharon los desapasionados de muy culpables
á los autores y primeros firmantes, pues como colegas faltaron á los mi-
ramientos que debian á los otros diputados, y como hombres públicos á
sus más sagradas obligaciones; no forzándolos nadie á permanecer en
el asiento que ocupaban, ni á dar con su presencia y voto, aunque fue-
se negativo, sello de aprobacion y legitimidad á lo que juzgaban nulo y
basta dañoso al órden social. Más excusables se presentaban los que fir-
maron despues, rendidos al miedo ó á flaquezas á que está tan sujeta la
humanidad. Desapareció de las Córtes D. Bernardo Mozo Rosales, lle-
vando en persona á Valencia la representacion, entre cuyos nombres dis-
tinguíase el suyo como el primero de todos.


Ni por eso se persuadieron en Madrid destruiria de raíz el Rey to-
do lo hecho durante su cautiverio, escuchando S. M. sólo á un partido y
no sobreponiéndose á los diversos que habia en la nacion para dominar-
los y regirlos sábia y cuerdamente. Confiados en esto, y asistidos entón-
ces de intenciones muy puras, permanecieron tranquilos los diputados
liberales y sus amigos, no bastando para desengañarlos las noticias ca-
da vez más sombrías que de Valencia llegaban. Por tanto no provocaron
en las Córtes medida alguna con que hacer rostro á repentinos y adver-
sos acontecimientos, ni tampoco se cautelaron contra asechanzas per-
sonales que debieron suponer les armarian sus enemigos, implacables
y rencorosos.


Contentáronse, pues, con escribir nuevamente al Rey dos cartas,
que no merecieron respuesta, y con ir disponiendo el modo de recibirle
y agasajarle á su entrada en Madrid y jura en el salon de Córtes. A es-
te propósito decidieron trasladarse del que ocupaban en el teatro de los
Caños del Peral á otro construido expresamente y con mayor comodidad
y lujo en la casa de Estudios y convento de Agustinos calzados de Doña
María de Aragon, dicho así del nombre de su fundadora, dama de la rei-
na doña Ana de Austria. Señalóse para esta mudanza el 2 de Mayo, en
que se celebró con gran pompa un aniversario fúnebre en conmemora-
cion de las víctimas que perecieron en Madrid, el año 1808, en el mis-
mo dia; sirviendo así de funcion inaugural del salon nuevo una muy lú-
gubre, como para presagiar lo astroso y funesto en el porvenir de aquel
sitio, en donde se hundieron luégo y más de una vez las instituciones ge-
nerosas y conservadoras de la libertad del Estado.


En Valencia llevaban los acontecimientos traza de precipitarse y co-
rrer á su desenlace. Renováronse y se multiplicaron allí los conciliábu-




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los y las juntas muy á las calladas, y no llamando ya á ellas á ninguno
de los que tenian fama de inclinarse á opiniones liberales. Concurrieron
varios sucesos para tomar luégo una determinacion decisiva: tales fue-
ron las ofertas del general Elío, la representacion de los diputados di-
sidentes, y la caída, en fin, del emperador Napoleon. Ántes de esta ca-
tástrofe contábanse algunos que titubeaban todavía sobre destruir las
Córtes súbitamente y por razon de Estado, recelosos de la desunion que
resultaría de ello en provecho del enemigo comun; mas despues nada
hubo que los detuviese ya, dando rienda suelta á sus resentimientos y
miras ambiciosas. Y ¡cosa rara! habiendo sido Napoleon y sus enviados
los que aconsejaron primero al Rey el aniquilamiento de las Córtes y de
la Constitucion, debia, al parecer, su caida producir efecto contrario y
afianzar de lleno las instituciones nuevas; pero no fué así, andando como
unida con el nombre del Emperador francas la suerte y desgracia de Es-
paña; lo cual se explica reflexionando que el ódio y aversion de los an-
ti-reformadores contra Bonaparte, no tanto pendia de la política interior
é inclinaciones despóticas de éste, arregladas en un todo á las de ellos,
ó muy parecidas, como de sus empresas e invasiones exteriores, y de ser
él mismo hombre nuevo y de fortuna, hijo de la revolucion.


A nublado tan oscuro y denso nada tenian que oponer las Córtes en
Valencia para prevenirle ó disiparle, sino los esfuerzos del Cardenal de
Borbon y de D. José Luyando, débiles por cierto; pues los que procedie-
sen de su autoridad, nulos eran, habiendo de hecho cesado ésta desde
la llegada del Rey, y pocos los que podian esperarse de su diligencia y
buena maña. Uno y otro visitaban al Rey con frecuencia, pero limitán-
dose á preguntarle cómo le iba de salud; hecho lo cual, volvíanse en se-
guida á su posada, sin detenerse á más ni dar siquiera por fuera señal
alguna de movimiento y vida. Y aunque el Cardenal mostró en un prin-
cipio, segun apuntamos, entereza laudable, no le fué posible conservar-
la, faltándole apoyo y estímulo en su ministro, hombre de bien y muy
arreglado, pero pobre de espíritu y sin expediente ni salidas en los ca-
sos arduos.


Una indisposicion del Rey, aquejado de la gota, y el coordinar cier-
tas medidas previas, retardaron algunos dias la ejecucion del plan que
se meditaba, para destruir las Córtes. Era una de ellas acercar á Madrid
tropas á devocion de los de Valencia, lo cual se verificó, trayendo éstas á
su frente á D. Santiago Whittingham, quien, jefe en Aragon de la caba-
llería, siguió al Rey en su viaje, de resultas de habérselo ordenado así S.
M. mismo. Llegó Whittingham á Guadalajara el 30 de Abril, y habién-




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dole preguntado el Gobierno de la Regencia que por qué venía, respon-
dió que por obedecer disposiciones del Rey, comunicadas por el gene-
ral Elío.


El ser D. Santiago súbdito británico y muy favorecido de aquél dió
ocasion á que creyeran muchos obraba en el caso actual por sugestion
del embajador de Inglaterra, sir Enrique Wellesley, que á la sazon se ha-
llaba en Valencia para cumplimentar al Rey. Mas engañáronse: sir Enri-
que no aprobó la conducta de aquel general, ni aconsejó ninguna de las
medidas que se tomaron en Valencia; disgustábale, es cierto, la Consti-
tucion, y como particular hubiera querido se reformase, mas como em-
bajador mantúvose indiferente, y no se declaró en favor de una cosa ni
otra, bastantes por sí las pasiones que reinaban entónces, sin ayuda ex-
traña, para trastomar el Estado y confundirle.


Dispuesto todo en Valencia, segun los fines á que se tiraba, salió el
Rey de aquella ciudad el 5 de Mayo, trayendo en su compañía á los in-
fantes D. Carlos y D. Antonio, y escoltando á todos una division del se-
gundo ejército, regida por el general en jefe D. Francisco Javier Elío.
Venian en la comitiva varios de los que se habian agregado en el cami-
no, y los de Valencey, excepto D. Juan Escóiquiz, que desde Zaragoza
ganaba siempre la delantera, haciendo de explorador oficioso. Recibie-
ron al propio tiempo una real órden para regresar á Madrid el Cardenal
de Borbon y D. José Luyando, ignorando ambos del todo lo que de oculto
se trataba; y sin que el último, segun obligacion más peculiar de su car-
go, gastase mucho seso ni áun siquiera en averiguarlo.


Fué acogido el Rey en los pueblos del tránsito con regocijo extrema-
do, que rayó casi en frenesí, aunándose todavía para ello los hombres de
todas clases y partidos. Enturbiaron, sin embargo, á veces la universal
alegría soldados de Elío y gente apandillada de los anti-reformadores,
prorumpiendo en vociferaciones y grita contra las Córtes, y derribando
en algunos lugares las lápidas que con el letrero de Plaza de la Consti-
tucion se habian colocado en las plazas mayores de cada pueblo, con-
forme á un decreto promulgado en Cádiz á propuesta del Sr. Capmany,
desacertado en verdad, y que sirvió despues de pretexto á parcialidades
extremas para rebullir y amotinarse en rededor de aquella señal.


Luégo que supieron las Córtes que se acercaba el Rey á Madrid,
nombraron una comision de su seno para que saliera á recibirle al cami-
no y cumplimentarle. Componíase ésta de seis individuos, teniendo á su
frente á D. Francisco de la Dueña y Cisneros, obispo de Urgel, de condi-
cion algo instable, aunque no propenso á exageraciones ni destemplan-




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zas. Encontró la Diputacion al Rey en la Mancha y en medio del cami-
no mismo, por lo que juzgó oportuno retroceder, para presentar á S. M.
en el pueblo inmediato sus obsequiosos respetos y felicitaciones. Mas no
lo consiguió, negándose el Rey á darle allí audiencia, y mandando á sus
individuos que aguardasen en Aranjuez, esquivando así todo contacto ó
ludimento con la autoridad representativa, próxima ya á desplomarse,
como todas las que se derivaban de ella.


Tal habia sido la resolucion acordada en Valencia, cuyo cumplimien-
to tuvo ya principio allí donde el Rey estaba; mandando S. M. al Car-
denal de Borbon y á D. José Luyando que se retirasen ambos, yendo el
primero destinado á su diócesi de Toledo, y el segundo, como oficial de
marina, al departamento de Cartagena.


Casi á la propia sazon llevábanse tambien á efecto, en Madrid, provi-
dencias semejantes, aunque, si cabe, más inauditas en los anales de Es-
paña. Fueron, pues, arrestados en virtud de real órden, durante la noche
del 10 al 11 de Mayo, los dos regentes D. Pedro Agar y D. Gabriel Cis-
car, los ministros D. Juan Álvarez Guerra y D. Manuel García Herreros,
y los diputados de ambas Córtes don Diego Muñoz Torrero, D. Agustin
Argüelles, don Francisco Martinez de la Rosa, D. Antonio Oliveros, D.
Manuel Lopez Cepero, D. José Canga Argüelles, D. Antonio Larrazábal,
D. Joaquin Lorenzo Villanueva, D. Miguel Ramos Arispe, D. José Cala-
trava, D. Francisco Gutierrez de Terán y don Dionisio Capaz. Estuvieron
en igual caso el literato ilustre D. Manuel José Quintana, y el Conde, hoy
duque, de Noblejas, con su hermano y otros varios.


Procedió á ejecutar estas y otras prisiones don Francisco Eguía,
nombrado al propósito, de antemano y calladamente, por el Rey capi-
tan general de Castilla la Nueva; obrando bajo sus órdenes, asistidos de
mucha tropa y estruendo, con el título de jueces de policía, D. Ignacio
Martínez de Villela, D. Antonio Alcalá Galiano, D. Francisco Leiva y D.
Jaime Álvarez de Mendieta diputados á Córtes algunos de ellos en las
extraordinarias, y colegas, por tanto, de varios de los perseguidos. Ne-
góse á desempeñar cargo tan criminal y odioso D. José María Puig, ma-
gistrado antiguo, á quien ensalzó mucho ahora proceder tan noble como
poco imitado. Fueron encerrados los presos en el cuartel de Guardias de
Corps y en otras cárceles de Madrid, metiendo á algunos en calabozos
estrechos y fétidos, sin luz ni ventilacion, á manera de lo que se usa con
foragidos ó delincuentes atroces.


Continuaron los arrestos en los días sucesivos, y extendiéronse á las
provincias de donde fueron traidos á Madrid varios sujetos y diputados




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esclarecidos, entre ellos D. Juan Nicasio Gallego, acabando por hen-
chirse de hombres inocentes y dignísimos todas las cárceles, en las que
de dia y noche, sigilosamente, y sin guardar formalidad alguna, vacia-
ban encarnizados enemigos la flor y gloria de España. No pudieron ser
habidos, á dicha suya, los Sres. Caneja, Diaz del Moral, D. Tomas de Iz-
túriz, Tacon, Rodrigo y Conde de Toreno, que pasaron á otras naciones.


En la misma noche del 10 al 11 de Mayo presentóse el general Eguía
á D. Antonio Joaquin Perez, diputado americano por la Puebla de los
Angeles y actual presidente de las Córtes, intimándole de órden del Rey,
quedar éstas disueltas y acabadas del todo. No opuso Perez á ello óbice
ni reparo alguno, y ántes bien créese que obedeció de buena voluntad,
estando en el número de los que firmaron la representacion de los 69, y
en el secreto, segun se presumió, de todo lo que ocurria entónces. Una
mitra con que le galardonaron despues, dió fuerza á la sospecha conce-
bida de haber procedido de connivencia con los destruidores de las Cór-
tes, y por tanto, indigna y culpablemente.


Soltáronse en la mañana del 11 los diques á la licencia de la plebe
más baja, arrancando ésta brutalmente la lápida de la Constitucion, que
arrastró por las calles, lo mismo que várias estatuas simbólicas y orna-
tos del salon de Córtes. Lanzaban tambien los amotinados gritos de ven-
ganza y muerte contra los liberales, y en especial contra los que estaban
presos; llevando por objeto los promovedores encrespar las olas popu-
lares á punto de que se derramasen dentro de las cárceles, y sofocasen
allí, en medio de la confusion y ruido, á los encerrados en aquellas pa-
redes. Pero malogróseles su feroz intento; que muy somera y no de fondo
era la tempestad levantada, como impelida sólo por la iniquidad de unos
pocos y muy contados.


Amaneció igualmente en aquel dia, puesto en las esquinas, un ma-
nifiesto con título de decreto, firmado de la real mano y refrendado por
D. Pedro de Macanáz, que aunque fecho en Valencia, á 4 de Mayo, ha-
bíase tenido hasta entónces muy reservado y oculto (22). En su contex-


(22) Decreto de 4 de Mayo de 1814.
Desde que la divina Providencia, por medio de la renuncia espontánea y solemne de


mi augusto padre, me puso en el trono de mis mayores, del cual me tenia ya jurado suce-
sor el reino por sus procuradores juntos en Córtes, segun fuero y costumbre de la nacion
española usados de largo tiempo; y desde aquel fausto dia que entré en la capital en me-
dio de las más sinceras demostraciones de amor y lealtad, con que el pueblo de Madrid
salió á recibirme, imponiendo esta manifestacion de su amor á mi real persona á las hues-
tes francesas, que, con achaque de amistad, se habian adelantado apresuradamente has-




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to, si bien declaraba S. M. que no juraria la Constitucion, y que desapro-
baba altamente los actos de las Córtes y la forma que se habia dado á


ta ella, siendo un presagio de lo que un dia ejecutaria este heroico pueblo por su rey y por
su honra, y dando el ejemplo que noblemente siguieron todos los demas del reino: desde
aquel dia, pues, puse en mi real ánimo, para responder á tan leales sentimientos y satis-
facer á las grandes obligaciones en que está un rey para con sus pueblos, dedicar todo mi
tiempo al desempeño de tan augustas funciones y á reparar los males á que pudo dar oca-
sion la perniciosa influencia de un valido durante el reinado anterior. Mis primeras mani-
festaciones se dirigieron á la restitucion de varios magistrados, y de otras personas á
quienes arbitrariamente se habia separado de sus destinos; pero la dura situacion de las
cosas, y la perfidia de Bonaparte, de cuyos crueles efectos quise, pasando á Bayona, pre-
servar á mis pueblos, apénas dieron lugar á más. Reunida allí la real familia, se cometió
en toda ella, y señaladamente en mi persona, un tan atroz atentado, que la historia de las
naciones cultas no presenta otro igual, así por sus circunstancias, como por la serie de su-
cesos que allí pasaron; y violado en lo más alto el sagrado derecho de gentes, fuí privado
de mi libertad, y de hecho del gobierno de mis reinos, y trasladado á un palacio con mis
muy caros hermanos y tio, sirviéndonos de decorosa prision así por espacio de seis años
aquella estancia. En medio de esta afliccion siempre estuvo presente á mi memoria el
amor y lealtad de mis pueblos, y era gran parte de ella la consideracion de los infinitos
males á que quedaban expuestos, rodeados de enemigos, casi desprovistos de todo para
poder resistirles, sin rey y sin gobierno de antemano establecido, que pudiese poner en
movimiento y reunir á su voz las fuerzas de la nacion, y dirigir su impulso, y aprovechar
los recursos del Estado para combatir las considerables fuerzas que simultáneamente in-
vadieron la Península, y estaban pérfidamente apoderadas de sus principales plazas. En
tan lastimoso estado, expedí, en la forma que rodeado de la fuerza lo pude hacer, como el
único remedio que quedaba, el decreto de 5 de Mayo de 1808, dirigido al Consejo de Cas-
tilla, y en su defecto, á cualquiera chancillería ó audiencia que se hallase en libertad, pa-
ra que se convocasen las Córtes, las cuales únicamente se habian de ocupar por el pron-
to en proporcionar los arbitrios y subsidios necesarios para atender á la defensa del reino,
quedando permanentes para lo demos que pudiese ocurrir; pero este mi real decreto por
desgracia no fué conocido entónces, y aunque lo fué despues, las prosvocias proveyeron,
luego que llegó á todas la noticia de la cruel escena de Madrid por el jefe de las tropas
francesas en el memorable dia 2 de Mayo, á su gobierno por medio de las juntas que crea-
ron. Acaeció en esto la gloriosa batalla de Bailén; los franceses huyeron hasta Vitoria, y
todas las provincias y la capital me aclamaron de nuevo rey de Castilla y Leon, en la for-
ma en que lo han sido los reyes mis augustos predecesores. Hecho reciente, de que las
medallas acuñadas por todas partes dan verdadero testimonio, y que han confirmado los
pueblos por donde pasé á mi vuelta de Francia, con la efuson de sus vivas, que conmovie-
ron la sensibilidad de mi corazon, adonde se grabaron para no borrarse jamas. De los di-
putados que nombraron las juntas se formó la Central, quien ejerció en mi real nombre to-
do el poder de la soberanía desde Setiembre de 1808 hasta Enero de 1810, en cuyo mes
se estableció el primer Consejo de Regencia, donde se continuó el ejercicio de aquel po-
der hasta el dia 24 de Setiembre del mismo año, en el cual fueron instaladas en la isla de
Leon las Córtes llamadas generales y extraordinarias, concurriendo al acto del juramen-
to, en que prometieron conservarme todos mis dominios, como á su soberano, 104 diputa-




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éstas, afirmaba no ménos que aborrecia y detestaba el despotismo, ofre-
ciendo, ademas, reunir Córtes y asegurar de un modo duradero y estable


dos, á saber: 57 propietarios y 47 suplentes, como consta del acta que certificó el secreta-
rio de Estado y del despacho de Gracia y Justicia, D. Nicolas María de Sierra. Pero á es-
tas Córtes, convocadas de un modo jamas usado en España, áun en los casos más arduos,
y en los tiempos turbulentos de minoridades de reyes, en que ha solido ser más numero-
so el concurso de procuradores que en las Córtes comunes y ordinarias, no fueron llama-
dos los estados de nobleza y clero, aunque la Junta Central lo habia mandado, habiéndo-
se ocultado con arte al Consejo de la Regencia este decreto, y tambien que la Junta le ha-
bia asignado la presidencia de las Córtes prerogativa de la soberanía, que no habria
dejado la Regencia al arbitrio del Congreso, si de él hubiese tenido noticia. Con esto que-
dó todo á la disposicion de las Córtes, las cuales, en el mismo dia de su instalacion y por
principio de sus actas, me despojaron de la soberanía, poco ántes reconocida por los mis-
mos diputados, atribuyéndola nominalmente á la nacion, para apropiársela á sí ellos mis-
mos, y dar á ésta despues sobre tal usurpacion, las leyes que quisieron, imponiédole el
yugo de que forzosamente las recibiese en una nueva Constitucion, que, sin poder de pro-
vincia, pueblo ni junta, y sin noticia de las que se decian representadas por los suplentes
de España ó Indias, establecieron los diputados, y ellos mismos sancionaron y publicaron
en 1812. Este primer atentado contra las prerogativas del trono, abusando del nombre de
la nacion, fué como la base de los muchos que á éste siguieron, y á pesar de la repugnan-
cia de muchos diputados, tal vez del mayor número, fueron adoptados y elevados á leyes
que llamaron fundamentales, por medio de la gritería, amenazas y violencias de los que
asistian á las galerías de las Córtes, con que se imponia y aterraba, y á lo que era verda-
deramente obra de una faccion se le revestia del especioso colorido de voluntad general,
y por tal se hizo pasar la de unos pocos sediciosos que en Cádiz, y despues en Madrid,
ocasionaron á los buenos cuidados y pesadumbres. Estos hechos son tan notorios, que
apénas hay uno que los ignore, y los mismos Diarios de las Córtes dan harto testimonio de
todos ellos. Un modo de hacer leyes, tan ajeno de la nacion española, dió lugar á la alte-
racion de las buenas leyes con que en otro tiempo fué respetada y feliz. Á la verdad, casi
toda la forma de la antigua Constitucion de la monarquía se innovó, y copiando los prin-
cipios revolucionarios y democráticos de la Constitucion francesa de 1791, y faltando á lo
mismo que se anuncia al principio de la que se formó en Cádiz, se sancionaron, no leyes
fundamentales de una monarquía moderada, sino las de un gobierno popular con un jefe
ó magistrado, mero ejecutor delegado, que no rey, aunque allí se le dé este nombre para
alucinar y seducir á los incautos y á la nacion. Con la misma falta de libertad se firmó y
juró esta nueva Constitucion; y es conocido de todos, no sólo lo que pasó con el respeta-
ble Obispo de Orense, pero tambien la pena con que, á los que no la firmasen y jurasen,
se amenazó. Para preparar los ánimos á recibir tamañas novedades, especialmente las
respectivas á mi real persona y prerogativas del trono, se procuró por medio de los pape-
les públicos, en algunos de los cuales se ocupaban diputados de Córtes, y abusando de la
libertad de imprenta establecida por éstas, hacer odioso el poderío real, dando á todos los
derechos de la majestad el nombre de despotismo, haciendo sinónimos los de rey y dés-
pota, y llamando tiranos á los reyes; al mismo tiempo en que se perseguia á cualquiera
que tuviese firmeza para contradecir, ó siquiera disentir de este modo de pensar revolu-
cionario y sedicioso, y en todo se aceptó el democratismo, quitando del ejército y armada




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la libertad individual y real, y hasta la de la imprenta en los límites que
la sana razon prescribia. Mas hacer promesas tan solemnes y de seme-


y de todos los establecimientos, que de largo tiempo habian llevado el titulo de reales, es-
te nombre, y sustituyendo el de nacionales, con que se lisonjeaba al pueblo, quien, á pe-
sar de tan perversas ates, conservó con su natural lealtad los buenos sentimientos que
siempre formaron su carácter. De todo, luégo que entré dichosamente en el reino, fuí ad-
quiriendo fiel noticia y conocimiento, parte por mis propias observaciones, parte por los
papeles públicos, donde hasta estos dias con impudencia se derramaron especies tan gro-
seras é infames acerca de mi venida y de mi carácter, que áun respecto de cualquier otro
serian muy graves ofensas, dignas de severa demostracion y castigo. Tan inesperados he-
chos llenaron de amargura mi corazon, y sólo fueron parte para templarla las demostra-
ciones de amor de todos los que esperaban mi venida, para que con mi presencia pusiese
fin á estos males, y á la opresion en que estaban los que conservaron en su ánimo la me-
moria de mi persona, y suspiraban por la verdadera felicidad de la patria. Yo os juro y
prometo á vosotros, verdaderos y leales españoles, al mismo tiempo que me compadezco
de los males que habeis sufrido, no quedaréis defraudados en vuestras nobles esperanzas.
Vuestro soberano quiere serlo para vosotros, y en esto coloca su gloria, en serlo de una na-
cion heroica que con hechos inmortales se ha granjeado la admiracion de todas y conser-
vado su libertad y su honra. Aborrezco y detesto el despotismo; ni las luces y cultura de
las naciones de Europa lo sufren ya, ni en España fueron déspotas jamas sus reyes, ni sus
buenas leyes y Constitucion lo han autorizado, aunque por desgracia, de tiempo en tiem-
po se hayan visto, como por todas partes, y en todo lo que es humano, abusos de poder,
que ninguna Constitucion posible podrá precaver del todo, ni fueron vicios de la que te-
nía la nacion, sino de personas, y efectos de tristes, pero muy rara vez vistas, circunstan-
cias, que dieron lugar y ocasion á ellos. Todavía para precaverlos cuanto sea dado á la
prevision humana, á saber: conservando el decoro de la dignidad real y sus derechos,
pues los tiene de suyo, y los que pertenecen á los pueblos, que son igualmente inviola-
bles, yo trataré con sus procuradores de España y de las Indias, y en Córtes legítimamen-
te congregadas, compuestas de unos y otros, lo más pronto que restablecido el órden y los
buenos usos en que ha vivido la nacion y con su acuerdo han establecido los reyes mis
augustos predecesores, las pudiere juntar, se establecerá sólida y legítimamente cuanto
convenga al bien de mis reinos para que mis vasallos vivan prósperos y felices en una re-
ligion y un imperio estrechamente unidos en indisoluble lazo: en lo cual y en sólo esto
consiste la felicidad temporal de un rey y un reino que tienen por excelencia el titulo de
católicos; y desde jugo se pondrá mano en preparar y arreglar lo que parezca mejor para
la reunion de estas Córtes, donde espero queden afianzadas las bases de la prosperidad
de mis súbditos, que habitan en uno y otro hemiferio. La libertad y seguridad individual
y real quedarán firmemente aseguradas por medio de leyes que, afianzando la publica
tranquilidad y el órden, dejen á todos la saludable libertad, en cuyo goce imperturbable,
que distingue á un gobierno moderado de un gobierno arbitrario y despótico, deben vivir
los ciudadanos que estén sujetos á él. De esta justa libertad gozarán tambien todos, para
comunicar por medio de la imprenta sus ideas y pensamientos, dentro, á saber, de los lí-
mites que la sana razon soberana é independientemente prescribe á todos, para que no
degenere en licencia, pues el respeto que se debe á la religion y al gobierno, y el que los
hombres mutuamente deben guardar entre sí, en ningun gobierno culto se puede razona-




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jante naturaleza á la faz de la nacion y del mundo, al propio tiempo que
se decretaba subrepticiamente la disolucion de las Córtes (23) y que se


blemente permitir que impunemente se atropelle y quebrante. Cesará tambien toda sos-
pecha de disipacion de las rentas del Estado, separando la tesorería de lo que se asigná-
re para los gastos que exijan el decoro de mi real persona y familia, y el de la nacion á
quien tengo la gloria de mandar, de la de las rentas que con acuerdo del reino se impon-
gan y asignen para la conservacion del Estado en todos los ramos de su administracion; y
las leyes que en lo sucesivo hayan de servir de norma para las acciones de mis súbditos,
serán establecidas con acuerdo de las Córtes. Por manera que estas bases pueden servir
de seguro anuncio de mis reales intenciones en el gobierno de que me voy á encargar, y
harán conocer á todos, no un déspota ni un tirano, sino un rey y un padre de sus vasallos.
Por tanto, habiendo sido lo que unánimemente me han informado personas respetables
por su celo y conocimientos, y lo que acerca de cuanto aquí se contiene se me ha expues-
to en representaciones que de várias partes del reino se me han dirigido, en las cuales se
expresa la repugnancia y disgusto con que así la Constitucion formada en las Córtes ge-
nerales y extraordinarias, como los demas establacimientos políticos de nuevo introduci-
dos, son mirados en las provincias, y los perjuicios y males que han venido de ellos, y se
aumentarian si yo autorizase con mi consentimiento, y jurase aquella Constitucion. Con-
formándome con tan decididas y generales demostraciones de la voluntad de mis pueblos,
y por ser ellas justas y fundadas, declaro que mi real ánimo es, no solamente no jurar, ni
acceder á dicha Consitucion, ni á decreto alguno de las Córtes generales y extraordina-
rias, y de las ordinarias actualmente abiertas, á saber: los que sean depresivos de los de-
rechos y prerogativas de mi soberanía establecidas por la Constitucion y las leyes, en que
de largo tiempo la nación ha vivido, sino el declarar aquella Constitucion y decretos nu-
los y de ningun valor ni efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado ja-
mas tales actos, y se quitasen de enmedio del tiempo, y sin obligacion en mis pueblos y
súbditos, de cualquiera clase y condicion á cimplirlos ni guardarlos. Y como el que qui-
siere sostenerlos y contradijese esta real declaracion, tomada con dicho acuerdo y volun-
tad, atentaria contra las prerogativas de mi soberania y la felicidad de la nacion, y causa-
ria turbacion y desasosiego en estos mis reinos, declaro reo de lesa majestad á quien tal
osáre é intentáre, y que como á tal se le imponga pena de la vida, ora lo ejecute de hecho,
era por escrito, ora de palabra, moviendo ó incitando, ó de cualquier modo exhortando y
persuadiendo á que se guarden y observen dicha Constitucion y decretos. Y para que en-
tre tanto se restablece el órden, y lo que ántes de las novedades introducidos se observa-
ba en el reino, acerca de lo cual sin pérdida de tiempo se irá proveyendo lo que conven-
ga, no se interrumpa la administracion de justicia, es mi voluntad que entre tanto conti-
núen las justicias ordinarias de los pueblos que se hayan establecidas, los jueces de
letras adonde los hubiere, y las audiencias, intendentes y demas tribunales de justicia en
la administracion de ella, y en lo político y gubernativo los ayuntamientos de los pueblos,
segun de presente están, y entre tanto se establece la que convenga guardarse, hasta que
oidas las Córtes que llamaré, se asiente el órden estable de esta parte del gobierno del
reino. Y desde el dia que este mi decreto se publique, y fuere comunicado al presidente
que á la sazon lo sea de las Córtes que actualmente se hallan abiertas, cesarán éstas en
sus sesiones y sus actas, y las de las anteriores, y cuantos expedientes hubiere en su ar-
chivo y secretaria ó en poder de cualesquiera individuos, se recojan por la persona encar-




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atropellaban sin miramiento alguno las personas de tantos diputados y
hombres ilustres, no parecia sino que era añadir á proceder tan injusto y
desapoderado befa descarada y dura (24).


Asegúrase escribió este manifiesto ó decreto don Juan Perez Villa-
mil, auxiliado de D. Pedro Gomez Labrador, aunque al cabo riñeron los
dos entre sí y descompadraron. Llevó la pluma, haciendo de secretario,
D. Antonio Moreno, ayuda de peluquero que habia sido de palacio, y en
seguida consejero de Hacienda.


Atropéllanse á la mente reflexiones muchas al contemplar semejan-
tes acontecimientos y sus resultas. Por una parte, muy de lamentar es
ver convertido al Rey en instrumento ciego de un bando implacable é
interesado, haciendo suyas las ofensas y agravios ajenos, y forzado, por
tanto, á entrar en una carrera enmarañada de reacciones y persecucion
en daño propio y grave perjuicio del Estado, y por otra admira la impre-
vision y abandono de las Córtes, que, dejándose coger como en una red,


gada de la ejecucion de este mi real decreto, y se depositen por ahora en la casa de Ayun-
tamiento de la villa de Madrid, cerrando y sellando la pieza donde se coloquen: los libros
de su biblioteca se pasarán á la real; y á cualquiera que tratare de impedir la ejecucion de
esta parte de mi real decreto, de cualquier modo que lo haga, igualmente lo declaro reo de
lesa majestad, y que como á tal se le imponga pena de la vida. Y desde aquel dia cesará
en todos los juzgados del reino el procedimiento en cualquiera causa que se hallare pen-
diente por infraccion de Constitucion, y los que por tales causas se hallaren presos ó de
cualquier modo arrestados, no habiendo otro motivo justo segun las leyes, sean inmedia-
tamente puestos en libertad. Que así es mi voluntad por exigirlo todo así el bien y la feli-
cidad de la nacion.


Dado en Valencia, á 4 de Mayo de 1814.— YO EL REY.— Como secretario del Rey,
con ejercicio de discretos, y habilitado especialmente para éste, PEDRO DE MACANAZ.


(23) No es ya de nuestra incumbencia hablar de estas Causas y persecuciones. Hijas,
al principio, de la iniquidad más insigne, continuaron del mismo modo hasta su termi-
nacion, que fué en las más por medio de una providencia gubernativa condenando á pre-
sidios y destierros, ó encerrando en conventos, á varones dignísimos, despues de haber-
los ajado villanamente, y afligido con todo género de tropelías y molestias. Tres comisio-
nes, escogidas sucesivamente entre los mayores adversarios de los perseguidos, no osaron
condenarlos. Ordenó Fernando por sí mismo lo que repugnaron fallar hombres feroces y
sedientos de venganza. Necesitaríase la pluma de un Tácito para pintar ciertos rasgos y
sucesos de aquel tiempo, dignos en esta parte de ponerse al lado de los de un Tiberio ó de
un Calígula, y dé hacer con ellos buen juego.


(24) Así sucedió en la causa formada al brigadier (hoy mariscal de campo) O. Juan
Moscoso, en la cual, al paco que acusaban á otros de sus compañeros por haber hablado
en favor de la Constitucion, motejaban en él su reserva y silencio, fundando en estas cua-
lidades un cargo que reputaba el fiscal merecedor de la pena de muerte. Cosa que recuer-
da lo que pone L. An. Séneca en la tragedia de Edipo, acto III, en boca de Creon, que di-
ce: Ubi non licet tacere, quid cuiquam licet?




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no tomaron medida alguna ni intentaron parar el golpe que las amena-
zaba, madrugando primero y anticipándose á sus enemigos. Nacia en el
Rey semejante conducta de su total ignorancia de las cosas actuales de
España, y de aquella inclinacion á escuchar errados consejos que se ha-
bia advertido ya desde el principio de su reinado; y en las Córtes, de
inexperiencia y de la buena fe que reinaba entónces entre los reforma-
dores, no imaginándose cabria nunca á su causa, ni caeria tampoco so-
bre ellos, la suerte y trato que experimentaron, no ménos inicuo que po-
co merecido.


Dudamos tambien, contra el dictámen de muchos, que hubieran po-
dido las Córtes, áun permaneciendo muy unidas, resistir al raudal arre-
batado que de Valencia vino sobre ellas. El nombre de Fernando obraba
por aquel tiempo en la nacion mágicamente; y al sonido suyo y á la vo-
luntad expresa del Rey hubiera cedido todo y hubiéranse abatido y hu-
millado hasta los mayores obstáculos. Tampoco era dable contar mucho
con los ejércitos. Mantúvose el llamado primero fiel á las Córtes, pero
tibio; declaróse en contra el segundo. Empleó en el de reserva de An-
dalucía juego doble, conforme á costumbre antigua, su jefe el del Abis-
bal, enviando para cumplimentar al Rey á un oficial de graduacion con
dos felicitaciones muy distintas y en sentido opuesto, llevando encar-
go de hacer uso de una ú otra, segun los tiempos y el viento que corrie-
se. Formaron algunos oficiales en el tercer ejército bando ó liga contra
el Príncipe de Anglona por creerle afecto á las Córtes, y sobre todo, fiel
á sus juramentos; hecho muy vituperable, pero que descubria desave-
nencia allí en cuanto á opiniones políticas, y por el cual, para decirlo de
paso, reprendió ásperamente lord Wellington, en Oyárzun, á los princi-
pales fautores. Hubo sí señales más favorables á la causa de las Córtes
en el cuarto ejército; mas entre oficiales subalternos, no entre los jefes.
De aquéllos abocáronse algunos con su general don Manuel Freire, fia-
dos en la conocida honradez de éste, que no desmintió, haciéndoles jui-
ciosas reflexiones acerca de los impedimentos que presentaria la ejecu-
cion de la empresa, siendo, en su entender, el mayor de todos el soldado
mismo, de propension dudosa, si no contraria á lo que ellos premedita-
ban. Esto, y lo que de súbito se fué agolpando, desvió á todos de prose-
guir por entónces en el intento de sostener abiertamente á las Córtes y
la Constitucion.


Entró el Rey en Madrid el 13 de Mayo, y si bien quedó en Aranjuez
la division del segundo ejército que le habia acompañado desde Valen-
cia, acudió por otro lado y al mismo tiempo á la capital la de D. Santia-




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go Whittingham, compuesta de 6.000 infantes, 2.500 caballos y 6 pie-
zas, no tanto para agrandar la pompa en obsequio de la celebridad del
dia, tanto para impedir se perturbase la pública tranquilidad. Así suce-
dió que el mismo Fernando, que en 24 de Marzo de 1808 habia penetra-
do por aquellas calles sin escolta, y resguardado sólo con los pechos de
los fieles habitadores, áun en medio de huestes extranjeras poco segu-
ras, tuvo ahora, expulsadas éstas, vencidos tantos otros obstáculos, que
precaverse y custodiar su persona, como si estuviese circuido de enemi-
gos los más declarados. Á tal estrecho le habian conducido hombres que
preferian á todo saciar personales venganzas por ofensas que ellos mis-
mos se habian granjeado, queriendo que el Rey, á imitacion de lo que
cuentan de un emperador romano, acabase á la vez y (25) de un golpe
con lo mejor quizá y más espigado de España.


Cruzó Fernando á su entrada el puente de Toledo y atravesó la puer-
ta de Atocha, yendo despues por el Prado y las calles de Alcalá y Carre-
tas hasta hacer pausa en el convento de Santo Tomas, para adorar, segun
costumbre de sus antepasados, la imágen depositada allí de nuestra Se-
ñora de Atocha. Dirigióse en seguida, por la Plaza Mayor y las Platerías,
á palacio, que ocupó de nuevo al cabo de más de seis años de ausencia.
Arcos de triunfo y otros festejos embellecian la carrera y le daban real-
ce; no escaseando en ella el clamor, alabanzas y vítores, si bien no con
aquel desahogo y universal contentamiento que era de esperar en oca-
sion tan plausible; lastimado el oido de muchos y quebrantado su cora-
zon con los sollozos y lágrimas de las familias de tantos inocentes, sepul-
tados ahora en oscuros encierros y calabozos.


El 24 del mismo Mayo hizo tambien su entrada pública en Ma-
drid, por la puerta de Alcalá, lord Wellington, duque de Ciudad-Rodri-
go, recibiendo en el tránsito los honores debidos á sus triunfos y eleva-
da clase. Creyóse entónces que dado no se tocára al gobierno absoluto
restablecido por el Rey, al ménos cesarian los malos tratos y las persecu-
ciones contra tantos hombres apreciables y dignos, en atencion siquie-
ra á la buena correspondencia que habian seguido muchos de ellos con
lord Wellington. Mas no fué así, continuando todo en el mismo sér que
ántes, sin la menor variacion ni alivio. Cierro que el 5 de Junio, vispe-


(25) Parece que entónces no se quiso en España sino acabar de un golpe con toda su
flor, á la manera de lo que expresa Tácito en la Vida de Agricola, hablando de Domicia-
no: Non jam per intervalla ac spiramenta temporum, sed continuò et velut uno ictu rempu-
blicam exhaustic.




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ra de la partida del general inglés para Paris y Lóndres, hizo éste á S. M.
una exposicion, que entregó D. Miguel de Álava al Duque de San Cárlos,
muy notable, y segun nos han asegurado, llena de prudentes consejos de
tolerancia y buena gobernacion. Pero los que no consintieron escuchar
éstos, presente Wellington, ménos lo quisieran en ausencia suya y muy
léjos ya; traspapelándose la exposicion en las secretarías, ó haciéndola
ciertos individuos perdidiza, como cera de ningun valor.


De Madrid restituyóse el general inglés á Lóndres, donde le confirió
S. M. B. el titulo de duque con la misma denominacion que tenía ántes,
esto es, la de Wellington. Concedióle el Parlamento la suma de 300.000
libras esterlinas para que se le comprase un estado correspondiente á su
jerarquía; ascendiendo á 17.000 libras tambien esterlinas lo que le abo-
naban las arcas públicas por sueldos y otras mercedes. Galardon propor-
cionado á los muchos y grandes servicios que habla hecho á su patria
lord Wellington, y digno de una nacion esclarecida y poderosa.


Entre tanto fuéronse evacuando las plazas que estaban aún en poder
del frances, y que debian entregarse á los españoles, segun los conve-
nios ajustados en Tolosa el 18 y 19 de Abril. Rindióse Benasque el 23
del propio mes, aunque á costa de algun fuego y escaramuzas. El 18, 22,
25 y 28 de Mayo, Tortosa, Murviedro, Peñíscola, Santoña y Barcelona;
las dos últimas en un mismo día. El 3 y 4 de Junio, Hostalrich y Figue-
ras; quedando con esto del todo libre de enemigos el territorio peninsu-
lar. Regresaron tambien á su patria respectiva los prisioneros de guerra,
y los españoles, que bajo el nombre de reos de Estado, y contra todo de-
recho y buena razon, se habia llevado Napoleon á Francia, de los que
murieron muchos, rendidos á las fatigas y largo padecer. Fueron tam-
bien desocupando la Francia sucesivamente las tropas británico-portu-
guesas y las nuestras.


Y para complemento, en fin, de todos estos acontecimientos, dió Es-
paña su accesion en 20 de Julio al tratado de paz y amistad que habian
concluido los aliados con Francia en 30 de Mayo; debiendo, en el tér-
mino de dos meses, enviar las potencias respectivas á Viena ministros ó
embajadores que ventilasen en un congreso los asuntos pendientes y ge-
nerales de Europa.


En principios de Mayo habia formado el rey Fernando un ministerio,
que modificó ántes de finalizarse el mes, aunque á la cabeza de ambos
siempre el Duque de San Cárlos. Siguióse por uno y otro la política co-
menzada en Valencia, creciendo cada dia más las persecuciones y la in-
tolerancia contra todos los hombres y todos los partidos que no desama-




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ban la luz y buscaban el progreso de la razon; siendo, en verdad, muy
dificultoso, ya que no de todo punto imposible, á los ministros salir del
cenagal en que se metieran los primeros y malhadados consejeros que tu-
vo el Rey. Error fatal y culpable, del que todavía nos sentimos y nos sen-
tirémos por largo espacio; pudiendo aplicarse desde entónces á la infeliz
España lo que decia un antiguo de los atenienses (26): «Desórden y tor-
bellino los gobierna: expulsada ha sido toda providencia conservadora.»


Otro rumbo hubiera convenido tomase el Rey á su vuelta á España,
desoyendo dictámenes apasionados, y adoptando un justo medio entre
opiniones extremas. Érale todo hacedero entónces, y hubiérase Fernan-
do colocado, con tal proceder, junto á los monarcas más gloriosos é in-
signes que han ocupado el sólio español.


El trasmitir fielmente á la posteridad los hechos sucesivos de su rei-
nado y sus desastradas consecuencias, será digna tarea de más elocuen-
te y mejor cortada pluma. Detiénese la nuestra aquí, cansada ya, y no
satisfecha de haber acertado á trazar la historia de un periodo, no muy
largo en dias, pero fecundo en sucesos notables, en actos heroicos de va-
lor y constancia, en victorias y descalabros. ¡Quiera el cielo que sumi-
nistre su lectura provechosos ejemplos de imitacion á la juventud espa-
ñola, destinada á sacar á la patria de su actual abatimiento, y á colocarla
en el noble y encumbrado lugar de que la hizo merecedora el indoma-
ble empeño con que supo entónces contrarestar la usurpacion extraña, y
contribuir tan eficaz y vigorosamente al triunfo de la causa europea!


FIN DE LA HISTORIA DEL LEVANTAMIENTO,
GUERRA Y REVOLUCION DE ESPAÑA.


(26) Dˆno basileÙe, tÕn D’… ™xelhlacèj. Torbellino manda, habiendo sido expul-
sado Júpiter. (ARISTÓFANES, comedia de Las Nubes.)