Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
}

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LIBRO DÉCIMO.


SITIO DE GERONA.— MAL ESTADO DE LA PLAZA.— DESCRIPCION DE GERONA.— SU PO-
BLACION Y FUERZA.— ÁLVAREZ, GOBERNADOR.— DEFECTOS DE LA PLAZA.— EN-
TUSIASMO DE LOS GERUNDENSES.— SAN NARCISO DECLARADO GENERALISIMO.— SE
PRESENTAN LOS FRANCESES DELANTE DE GERONA. MAYO.— CIRCUNVALAN LA PLA-
ZA. JUNIO.— FORMALIZAN SU ATAQUE.— ENTEREZA DE ÁLVAREZ.— ACOMETEN LOS
ENEMIGOS LAS TORRES AVANZADAS DE MONJUICH.— EMPIEZA EL BOMBARDEO CONTRA
LA CIUDAD.— BERAMENDI.— NIETO.— APODÉRANSE LOS ENEMIGOS DE LAS TORRES
AVANZADAS DE MONJUICH.— DESALOJAN LOS ESPAÑOLES DEL PEDRET Á LOS ENEMI-
GOS.— SAINT-CYR CON TODO SU EJÉRCITO PASA AL SITIO DE GERONA.— OCUPA Á
SAN FELIU DE GUIJOLS.— CORRERÍAS DE LOS PARTIDARIOS. JULIO.— EMBISTEN LOS
ENEMIGOS Á MONJUICH.— INTREPIDEZ DE MONTORO.— ASALTO DE MONJUICH.—
POR CUATRO VECES SON REPELIDOS LOS FRANCESES.— RETÍRANSE.— PIERSON.— EL
TAMBOR ANCIO.— VUÉLASE LA TORRE DE SAN JUAN.— ARROJO DE BERAMENDI.—
TOMAN LOS FRANCESES Á PALAMÓS.— MARISCAL AUGEREAU.— SU PROCLAMA.—
PARTIDARIOS QUE MOLESTAN Á LOS FRANCESES.— SOCORRO QUE INTENTA ENTRAR EN
GERONA.— MARSHALL.— CONTINÚAN LOS FRANCESES SU ATAQUE CONTRA MONJUI-
CH.— AGOSTO.— ATAQUE DEL REBELLIN DE MONJUICH.— GRIJOLS.— ABANDONAN
LOS ESPAÑOLES Á MONJUICH.— ESPERANZAS VANAS DE LOS FRANCESES CON LA OCU-
PACION DE MONJUICH.— ESTRECHAN LA PLAZA.— RESPUESTA NOTABLE DE ÁLVA-
REZ.— SU DILIGENCIA.— DON JOAQUIN BLAKE.— VA AL SOCORRO DE GERONA.—
BUENAS DISPOSICIONES QUE PARA ELLO SE TOMAN.— SETIEMBRE.— VESE SAINT-CYR
ENGAÑADO.— ENTRA UN CONVOY Y REFUERZO EN GERONA Á LAS ÓRDENES DE CON-
DE.— SALIDA MALOGRADA DE LA PLAZA.— ASALTAN LOS FRANCESES LA PLAZA EL 19
DE SETIEMBRE.— VALOR DE LA GUARNICION Y HABITANTES.— ÁLVAREZ.— MUER-
TE DE MARSHALL.— SON REPELIDOS LOS FRANCESES EN TODAS PARTES CON GRAN
PÉRDIDA.— CONVIERTEN LOS FRANCESES EL SITIO EN BLOQUEO.— INTENTA EN VA-
NO BLAKE SOCORRER DE NUEVO LA PLAZA.— O’DONNELL.— HARO.— VENTAJAS DE
LOS ESPAÑOLES Y DE LOS INGLESES CERCA DE BARCELONA.— OCTUBRE.— EMPIEZA
EL HAMBRE EN GERONA.— ÚNESE O’DONNELL AL EJÉRCITO.— EL MARISCAL AUGE-
REAU SUCEDE Á SAINT-CYR EN CATALUÑA.— ESTRÉCHASE EL BLOQUEO.— AUMÉN-
TASE EL HAMBRE Y LAS ENFERMEDADES.— TERCERA É INÚTIL TENTATIVA DE BLAKE
PARA SOCORRER Á GERONA.— NOVIEMBRE.— HAMBRE HORROROSA. CARESTÍA DE
VÍVERES.— VACILA EL ÁNIMO DE ALGUNOS.— INFLEXIBILIDAD DE ÁLVAREZ.— BAN-




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DO DE ÁLVAREZ.— GRACIAS QUE CONCEDE LA CENTRAL Á GERONA.— CONGRESO
CATALAN.— ESTADO DEPLORABLE DE LA PLAZA.— DICIEMBRE.— RENUEVAN LOS
FRANCESES SUS ATAQUES.— ATAQUE DEL 7 DE DICIEMBRE.— SE AGOLPAN CON-
TRA GERONA TODO GÉNERO DE MALES.— ENFERMEDAD DE ÁLVAREZ.— SUSTITÚ-
YELE D. JULIAN BOLÍVAR.— HÁBLASE DE CAPITULAR.— HONROSA CAPITULACION
DE GERONA.— EXTRAORDINARIA DEFENSA LA DE ESTA PLAZA.— ÁLVAREZ TRASLA-
DADO Á FRANCIA.— SU MUERTE.— SOSPECHAS DE QUE FUÉ VIOLENTA.— HONORES
CONCEDIDOS Á LA MEMORIA DE ÁLVAREZ.— ESTADO DE LAS OTRAS PROVINCIAS.—
PROVINCIAS LIBRES.— PROVINCIAS OCUPADAS.— NAVARRA Y ARAGON.— RENO-
VALES.— COMBATES EN RONCAL.— CORRESPONDENCIA ENTRE LOS FRANCESES Y RE-
NOVALES.— SARASA.— SAN JULIAN DE LA PEÑA QUEMADO.— COMBATES EN LOS
VALLES DE ANSÓ Y RONCAR.— CAPITULAN LOS VALLES.— BENASQUE.— PERENA
Y OTROS PARTIDARIOS.— NUEVAS PARTIDAS.— RÍNDESE BENASQUE.— JUNTA DE
ARAGON.— GAYAN.— LE ATACAN LOS FRANCESES.— SE APODERAN DE LA VIRGEN
DEL TREMEDAL.— ENTRA SUCHET EN ALBARRACIN Y TERUEL.— CUENCA Y GUA-
DALAJARA.— ATALAYUELAS.— EL EMPECINADO.— HECHOS DE ÉSTE.— LA MAN-
CHA.— FRANCISQUETE.— LEON Y CASTILLA.— DON JULIAN SANCHEZ.— EL CA-
PUCHINO, SAORNIL.— JUNTAS Y PARTIDARIOS EN EL CAMINO DE FRANCIA.— MINA
EL MOZO.— SUCESOS GENERALES DE LA NACION.— ESTADO DE DESASOSIEGO DE LA
CENTRAL.— DON FRANCISCO DE PALAFOX.— CONSULTA DEL CONSEJO.— SU CE-
GUEDAD.— ALTERCADOS DE LAS JUNTAS DE PROVINCIA Y LA CENTRAL. SEVILLA. EX-
TREMADURA.— VALENCIA.— EXPOSICION DE ÉSTA CONTRA EL CONSEJO.— TRAMA
PARA DISOLVER LA CENTRAL.— DESCÚBRELA EL EMBAJADOR DE INGLATERRA.—
TRATA LA CENTRAL DE RECONCENTRAR LA POTESTAD EJECUTIVA.— DIVERSIDAD
DE OPINIONES.— NÓMBRASE AL EFECTO UNA COMISION.— NÓMBRASE OTRA SEGUN-
DA.— NUEVOS MANEJOS.— PALAFOX.— ROMANA.— SU INCONSIDERADA CONDUC-
TA Y SU REPRESENTACION.— NÓMBRASE LA COMISION EJECUTIVA.— FÍJASE EL DIA
DE JUNTARSE LAS CÓRTES.— INSTÁLASE LA COMISION EJECUTIVA.— ESTADO DE EU-
ROPA.— EXPEDICIONES INGLESAS.— CONTRA NÁPOLES.— CONTRA EL ESCALDA.—
DESGRACIADÍSIMA ÉSTA.— PAZ ENTRE NAPOLEON Y EL AUSTRIA.— MANIFIESTO
DE LA CENTRAL.— PRURITO DE BATALLAR DE LA CENTRAL.— EJÉRCITO DE LA IZ-
QUIERDA.— GENERAL MARCHAND.— CARRIER.— PRIMERA DEFENSA DE ASTOR-
GA.— MUÉVESE EL DUQUE DEL PARQUE AL FRENTE DEL EJÉRCITO DE LA IZQUIER-
DA.— BATALLA DE TAMÁMES.— GÁNANLA LOS ESPAÑOLES.— ÚNESE BALLESTEROS
Á PARQUE.— ENTRA PARQUE EN SALAMANCA.— ÚNESELE LA DIVISION CASTELLA-
NA.— EJÉRCITOS ESPAÑOLES DEL MEDIODIA.— ÚNESE AL DE LA MANCHA PARTE
DEL EJÉRCITO DE EXTREMADURA.— FUERZA DE ESTE EJÉRCITO REUNIDO AL MANDO
DE EGUÍA.— POSICION DE LOS FRANCESES.— IRRESOLUCION DE EGUÍA.— SUCÉDE-
LE EN EL MANDO AREIZAGA.— FAVOR DE QUE ÉSTE GOZA.— LORD WELLINGTON EN
SEVILLA.— IBARNAVARRO CONSEJERO DE AREIZAGA.— MUÉVESE ÉSTE.— CHOQUE
EN DOS-BARRIOS.— AREIZAGA EN TEMBLEQUE.— EJÉRCITO ESPAÑOL EN OCAÑA.—




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MOVIMIENTOS INCIERTOS Y MAL CONCERTADOS DE AREIZAGA.— CHOQUE DE CABA-
LLERÍA EN ONTÍGOLA.— FUERZAS QUE ACERCAN LOS FRANCESES.— BATALLA DE
OCAÑA.— HORROROSA DISPERSION. PÉRDIDA DE OCAÑA.— RESULTAS.— SE RETI-
RA ALURQUERQUE Á TRUJILLO.— MOVIMIENTOS DEL DUQUE DEL PARQUE.— ACCION
DE MEDINA DEL CAMPO.— ACCION DE ALBA DE TÓRMES.— VALOR DE MENDIZÁ-
BAL.— RETIRADA DE LOS ESPAÑOLES.— RETIRADA DE LOS INGLESES DEL GUADIA-
NA AL NORTE DEL TAJO.— FLAQUEZA DE LA COMISION EJECUTIVA.— COMISIONADOS
ENVIADOS Á LA CAROLINA.— PRISION DE PALAFOX Y MONTIJO.— MANEJOS DE RO-
MANA Y DE SU HERMANO CARO.— TROPELÍAS.— ESTADO DEPLORABLE DE LA JUNTA
CENTRAL.— PROVIDENCIAS DE LA COMISION EJECUTIVA Y DE LA JUNTA.— PROPOSI-
CION DE CALVO SOBRE LIBERTAD DE IMPRENTA.— MODO DE CONVOCARSE LAS CÓR-
TES.— MUDANZA DE INDIVIDUOS EN LA COMISION EJECUTIVA.— DECRETO DE LA CEN-
TRAL PARA TRASLADARSE Á LA ISLA DE LEON.


«Será pasado por las armas el que profiera la voz de capitular ó de
rendirse.» Tal pena impuso por bando, al acercarse los franceses á Gero-
na, su gobernador D. Mariano Álvarez de Castro; resolucion que por su
parte procuró cumplir rigurosamente, y la cual sostuvieron con inaudito
teson y constancia la guarnicion y los habitantes.


Preludio fueron de esta tercera y nunca bien ponderada defensa las
otras dos, ya relatadas, de Junio y Julio del año anterior. Los franceses
no consideraban importante la plaza de Gerona, habiéndola calificado
de muy imperfecta el general Marescaut, comisionado para reconocerla;
juicio tanto más fundado, cuanto, prescindiendo de lo defectuoso de sus
fortificaciones, estaban entónces éstas, unas cuarteadas, otras cubiertas
de arbustos y malezas, y todas desprovistas de lo más necesario. Corri-
giéronse posteriormente algunas de aquellas faltas, sin que por eso cre-
ciese en gran manera su fortaleza.


Gerona, cabeza del corregimiento de su nombre, situada en lo anti-
guo cuesta abajo de un monte, extendióse despues por las dos riberas
del Oña, llamándose el Mercadal la parte colocada á la izquierda. La de
la derecha se prolonga hasta donde el mencionado rio se une con el Ter,
del que tambien es tributario por el mismo lado, y despues de correr por
debajo de várias calles y casas el Gálligans, formado de las aguas ver-
tientes de los montes situados al nacimiento del sol. Comunícanse am-
bas partes de la ciudad por un hermoso puente de piedra, y la circuia un
muro antiguo, con torreones, cuyo débil reparo se mejoró despues, aña-
diendo siete baluartes, cinco del lado del Mercadal y dos del opuesto;




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habiendo sólo foso y camino cubierto en el de la puerta de Francia. Do-
minada Gerona en su derecha por várias alturas, eleváronse en diversos
tiempos fuertes que defendiesen sus cimas. En la que mira al camino de
Francia, y por consiguiente, en la más septentrional de ellas, se constru-
yó el castillo de Monjuich, con cuatro reductos avanzados, y en las otras,
separadas de ésta por el valle que riega el Gálligans, los del Calvario,
Condestable, Reina Ana, Capuchinos, del Cabildo y de la Ciudad. Antes
del sitio se contaban algunos arrabales, y abríase delante del Mercadal
un hermoso y fértil llano, que bañado por el Ter, el riachuelo Guell y una
acequia, estaba cubierto de aldeas y deleitables quintas.


La poblacion de Gerona, en 1808, ascendía á 14.000 almas, y al co-
menzar el tercer sitio constaba su guarnicion de 5.673 hombres de todas
armas. Mandaba la plaza, en calidad de gobernador interino, D. Mariano
Alvarez de Castro, natural de Granada, y de familia ilustre de Castilla la
Vieja, quien con la defensa inmortalizó su nombre. Era teniente de rey
D. Julian Bolívar, que se habia distinguido en las dos anteriores acome-
tidas de los franceses, y dirigian la artillería y los ingenieros los corone-
les D. Isidro de Mata y D. Guillermo Minali; el último trabajó incesante-
mente y con acierto en mejorar las fortificaciones.


Por la descripcion que acabamos de hacer de Gerona, y por la noticia
que hemos dado de sus fuerzas, se ve cuán flacas eran éstas y cuán des-
ventajosa su situacion. Enseñoreada por los castillos, tomado que fuese
uno de ellos, particularmente el de Monjuich, quedaba la ciudad descu-
bierta, siendo favorables al agresor todos los ataques. Ademas, si aten-
demos á los muchos puntos que habia fortificados, y á la extension del
recinto, claro es que para cubrir convenientemente la totalidad de las
obras se requerian por lo ménos de 10 á 12.000 hombres, número lejano
de la realidad. A todo suplió el patriotismo.


Animados los gerundenses con antiguas memorias, y reciente en ellos
la de las dos últimas defensas, apoyaron esforzadamente á la guarnicion,
distribuyéndose en ocho compañías, que, bajo el nombre de Cruzada,
instruyó el coronel D. Enrique O’Donnell. Compusiéronla todos los veci-
nos, sin excepcion de clase ni de estado, incluso el clero secular y regu-
lar, y hasta las mujeres se juntaron en una compañía, que apellidaron de
Santa Bárbara, la cual, dividida en cuatro escuadras, llevaba cartuchos y
víveres á los defensores, recogiendo y auxiliando á los heridos.


Anteriormente habíase tambien tratado de excitar la devocion de
los gerundenses, nombrando por generalísimo á San Narciso, su patro-
no. Desde muy antiguo tenían los moradores en la proteccion del Santo




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entera y sencilla fe. Atribuían á su intercesion prosperidades en pasa-
das guerras, y en especial la plaga de moscas que tanto daño causó, se-
gun cuentan, en el siglo XIII, al ejército frances que, bajo su rey Feli-
pe el Atrevido, puso sitio á la plaza; sitio en el que, por decirlo de paso,
grandemente se señaló el gobernador Ramon Folch de Cardona, quien,
al asalto, como refiere Bernardo Desclot, tañendo su añafil y soltadas las
galgas, no dejó sobre las escalas frances que no fuese al suelo herido ó
muerto. Ciertos hombres, sin profundizar el objeto que llevaron los jefes
de Gerona, hicieron mofa de que se declarase generalísimo á San Nar-
ciso, y áun hubo varones cuerdos que desaprobaron semejante determi-
nacion, temiendo el influjo de vanas y perniciosas supersticiones. Era el
de los últimos arreglado modo de sentir para tiempos tranquilos, pero no
tanto para los agitados y extraordinarios. De todas las obligaciones, la
primera consiste en conservar ilesos los hogares patrios, y léjos de enti-
biar para ello el fervor de los pueblos, conviene alimentarle y darle pá-
bulo hasta con añejas costumbres y preocupaciones; por lo cual el atento
político y el verdadero hombre religioso, enemigos de indiscretas y re-
prensibles prácticas, disculparán, no obstante, y áun aplaudirán, en el
apretado caso de Gerona, lo que á muchos pareció ridícula y singular re-
solucion, hija de grosera ignorancia.


Los franceses, preparándose de antemano para el sitio, se presen-
taron á la vista de la plaza el 6 de Mayo, en las alturas de Costa-Roja.
Mandaba entónces aquellas tropas el general Reille, hasta que el 13 le
reemplazó Verdier, quien continuó á la cabeza durante todo el sitio. Con
este general, y sucesivamente, llegaron otros refuerzos, y el 31 arroja-
ron los enemigos á los nuestros de la ermita de los Ángeles, que fue bien
defendida. Hubo várias escaramuzas, pero lo corto de la guarnicion no
permitió retardar, cual conviniera, las primeras operaciones del sitiador.
Solamente los paisanos de las inmediaciones de Montagut, tiroteándose
con él á menudo, le molestaron bastantemente.


Al comenzar Junio fué la plaza del todo circunvalada. Colocóse la
division westfaliana de los franceses, al mando del general Morio, des-
de la márgen izquierda del Ter, por San Medir, Montagut y Costa-Roja;
la brigada de Juvhan en Pont-Mayor, y los regimientos de Berg y Wursz-
burgo en las alturas de San Miguel y Villa-Roja, hasta los Ángeles; cu-
brieron el terreno del Oña al Ter, por Montelibi, Palau y el llano de Salt,
tropas enviadas de Vich por Saint-Cyr, ascendiendo el conjunto de to-
das á 18.000 hombres. Hubiera preferido el último general bloquear es-
trechamente la plaza á sitiarla; mas, sabiéndose en el campo frances que




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no gozaba del favor de su gobierno, y que iba á sucederle en el mando el
mariscal Augereau, no se atendieron debidamente sus razones, llevando
Verdier adelante su intento de embestir á Gerona.


Reunido el 8 de Junio el tren de sitio correspondiente, resolvieron
los enemigos emprender dos ataques, uno flojo, contra la plaza, otro vi-
goroso, contra el castillo de Monjuich y sus destacadas torres ó reduc-
tos. Mandaban á los ingenieros y artillería francesa los generales Sanson
y Taviel. Antes de romper el fuego, se presentó el 12 un parlamentario
para intimar la rendicion; mas el fiero gobernador Álvarez respondió que
no queriendo tener trato ni comunicacion con los enemigos de su patria,
recibiria en adelante á metrallazos á sus emisarios. Hízolo así, en efecto,
siempre que el frances quiso entrar en habla. Criticáronle algunos de los
que piensan que en tales lances han de llevarse las cosas reposadamen-
te, mas loóle muy mucho el pueblo de Gerona, empeñando infinito en la
defensa tan rara resolucion, cumplida con admirable tenacidad.


Los enemigos habian desde el 8 empezado á formar una paralela en
la altura de Tramon, á 600 toesas de las torres de San Luis y San Narci-
so, dos de las mencionadas de Monjuich, sacando al extremo de dicha
paralela un ramal de trinchera, delante de la cual plantaron una bate-
ría de ocho cañones de á veinte y cuatro y dos obuses de á nueve pulga-
das. Colocaron tambien otra batería de morteros detras de la altura Den-
roca, á 360 toesas del baluarte de San Pedro, situado á la derecha del
Oña, en la puerta de Francia. Los cercados, á pesar del incesante fue-
go que desde sus muros hacian, no pudieron impedir la continuacion de
estos trabajos.


Progresando en ellos, y recibida que fué por los franceses la repul-
sa del gobernador Álvarez, empezó el bombardeo en la noche del 13 al
14, y todo resonó con el estruendo del cañon y del mortero. Los solda-
dos españoles corrieron á sus puestos, otro tanto hicieron los vecinos,
acompañándolos á todas partes las doncellas y matronas alistadas en la
compañía de Santa Bárbara. Sin dar descanso prosiguieron en su porfía
los enemigos hasta el 25, y no por eso se desalentaron los nuestros, ni
áun aquellos que entónces se estrenaban en las armas. El 14 incendió-
se y quedó reducido á cenizas el hospital general; gran menoscabo, por
los efectos allí perdidos, difíciles de reponer. La junta corregimental,
que en todas ocasiones se portó dignamente, reparó algun tanto el daño,
coadyuvando á ello la diligencia del intendente D. Cárlos Beramendi y
el buen celo del cirujano mayor D. Juan Andres Nieto, que en un memo-
rial histórico nos ha transmitido los sucesos más notables de este sitio.




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Al rayar del 14 tambien acometieron los enemigos las torres de San
Luis y San Narciso, apagaron sus fuegos, descortinaron su muralla, y
abriendo brecha, obligaron á los españoles á abandonar el 19 ambas to-
rres. Lo mismo aconteció el 21 con la de San Daniel, que evacuaron
nuestros soldados. Este pequeño triunfo envalentonó á los sitiadores,
causándoles despues grave mal su sobrada confianza.


En la noche del 14 al 15 desalojaron los mismos á una guerrilla es-
pañola del arrabal del Pedret, situado fuera de la puerta de Francia, y
levantando un espaldon, trataron de establecerse en aquel punto. Teme-
roso el Gobernador de que erigiesen allí una batería de brecha, dispuso
una salida, combinada con fuerza de Monjuich y de la plaza. Destruye-
ron los nuestros el espaldon y arrojaron al enemigo del arrabal.


En tanto el general frances Saint-Cyr, habiendo enviado á Barcelona
sus enfermos y heridos, aproximóse á Gerona. En su marcha cogió gana-
do vacuno que del Llobregat iba para el abasto de la ciudad sitiada. Sen-
tó el 20 de Junio su cuartel general en Caldas, y extendiendo sus fuer-
zas hácia la marina, se apoderó el 21, aunque á costa de sangre, de San
Feliu de Guijols. Con su llegada aumentóse el ejército frances á unos
30.000 hombres. Los somatenes y varios destacamentos molestaban á
los franceses en los alrededores, y ántes de acabarse Junio cogieron un
convoy considerable y 120 caballos de la artillería, que venian para el
general Verdier. Corrió así aquel mes, sin que los franceses hubiesen al-
canzado en el sitio de Gerona otra ventaja más que la de hacerse dueños
de las torres indicadas.


Pusieron ahora sus miras en Monjuich. Guarnecíanle 900 hombres,
á las órdenes de D. Guillermo Nash, estando todos decididos á defen-
der el castillo hasta el último trance. Al alborear del 3 de Julio empeza-
ron los enemigos á atacarlo, valiéndose de várias baterías, y en especial
de una, llamada imperial, que plantaron á la izquierda de la torre de San
Luis, compuesta de 20 piezas de grueso calibre y dos obuses. En todo el
dia aportillóse ya la cara derecha del baluarte del Norte, y los defenso-
res se prepararon á resistir cualquiera acometida, practicando detras de
la brecha oportunas obras. El fuego del enemigo habia derribado del án-
gulo flanqueado de aquel baluarte la bandera española, que allí tremo-
laba. Al verla caída se arrojó al foso el subteniente D. Mariano Montoro,
recobróla, y subiendo por la misma brecha, la hincó y enarboló de nue-
vo; accion atrevida y digna de elogio.


No tardaron los enemigos en intentar el asalto del castillo. Empren-
diéronle furiosamente á las diez y media de la noche del 4 de Julio; va-




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nos fueron sus esfuerzos, inutilizándolos los nuestros con su serenidad y
valentía. Suspendieron por entónces los contrarios sus acometimientos;
mas en la mañana del 8 renovaron el asalto en columna cerrada y manda-
dos por el coronel Muff. Tres veces se vieron repelidos, haciendo en ellos
grande estrago la artillería, cargada con balas de fusil, particularmente
un obus, dirigido por D. Juan Candy. Insistió el enemigo Muff en llevar
sus tropas por cuarta vez al asalto, hasta que, herido él mismo, desmaya-
ron los suyos y se retiraron. Perdieron en esta ocasion los sitiadores unos
2.000 hombres, entre ellos 11 oficiales muertos y 66 heridos. Mandaba
en la brecha á los españoles D. Miguel Pierson, que pereció defendién-
dola, y distinguióse al frente de la reserva don Blas de Fournás. Durante
el asalto tuvieron constantemente los franceses en el aire, contra el pun-
to atacado, siete bombas y muchos otros fuegos parabólicos. Grandes y
esclarecidos hechos allí se vieron. Fué de notar el del mozo Luciano An-
cio, tambor apostado para señalar con la caja los tiros de bomba y grana-
da. Llevóle un casco parte del muslo y de la rodilla, y al quererle traspor-
tar al hospital, opúsose, diciendo: «No, no; aunque herido en la pierna,
tengo los brazos sanos para con el toque de caja librar de las bombas á
mis amigos.»


Enturbió algun tanto la satisfaccion de aquel dia el haberse volado
la torre de San Juan, obra avanzada entre Monjuich y la plaza. Casi to-
dos los españoles que la guarnecian perecieron, salvando á unos pocos
D. Cárlos Beramendi, que, sin reparar en el horroroso fuego del enemigo,
acudió á aquel punto, mostrándose entónces, como en tantos otros casos
de este sitio, celoso intendente, incansable patriota y valeroso soldado.


Esto ocurria en Gerona, cuando el general Saint-Cyr, atento á alejar
de la plaza todo género de socorros, despues de haber ocupado á San Fe-
liu de Guijols, creyó tambien oportuno apoderarse de Palamós, enviando
para ello el 5 de Julio al general Fontane. Este puerto, casi aislado, hu-
biera podido resistir largo tiempo si le hubieran defendido tropas ague-
rridas y buenas fortificaciones. Pero éstas, de suyo malas, se hallaban
descuidadas, y solamente las coronaban algunos somatenes y mique-
letes, que, sin embargo, se negaron á rendirse y disputaron el terreno á
palmos. Cañoneras fondeadas en el puerto hiceron al principio bastan-
te fuego; mas el de los enemigos las obligó á retirarse. Entraron los fran-
ceses la villa y casi todos los defensores perecieron, no siéndoles dado
acogerse, segun lo intentaron, á las cañoneras y otros barcos, que toma-
ron viento y se alejaron.


Por el mismo tiempo llegó á Perpiñan el mariscal Augereau. Confia-




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do en que los catalanes escucharian su voz, dirigióles una proclama en
mal español, que mandó publicar en los pueblos del Principado. Mas
apénas habian fijado tres de aquellos carteles, cuando el coronel D. An-
tonio Porta destruyó en San Lorenzo de la Muga el destacamento encar-
gado de tal comision, volviendo á Perpiñan pocos de los que le compo-
nian. Un ataque de gota en la mano, y el ver que no era empresa la de
Cataluña tan fácil como se figuraba, detuvieron algun tiempo al mariscal
Augereau en la frontera, por lo que continuó todavía mandando el sépti-
mo cuerpo el general Saint-Cyr.


No desayudaban tampoco á los heroicos esfuerzos de Gerona las es-
caramuzas con que divertían á los franceses los somatenes, miqueletes y
alguna tropa de línea. Don Antonio Porta los molestaba desde la raya de
Francia hasta Figueras; de aquí á Gerona entreteníalos el Dr. D. Fran-
cisco Robira, infatigable y audaz partidario. El general Wimpffen, don
Pedro Cuadrado y los caudillos Milans, Iranzo y Clarós corrían la tierra
que media desde Hostalrich por Santa Colonia hasta la plaza de Gero-
na. Por tanto, para despejar la línea de comunicacion con Francia, tu-
vo Saint-Cyr que enviar el 12 de Julio una brigada del general Souham á
Bañolas, al mismo tiempo que el general Guillot desde Figueras se ade-
lantaba á San Lorenzo de la Muga.


Muy luégo de comenzar el sitio habian los de Gerona pedido socorro,
y en respuesta á su demanda, trataron las autoridades de Cataluña de
enviar un convoy y alguna fuerza á las órdenes de D. Rodulfo Marshall,
irlandes de nacion y hombre de bríos, que habia venido á España á to-
mar parte en su sagrada lucha. Pasaron los nuestros delante del general
Pino en Llagostera sin ser descubiertos; mas avisado el enemigo por un
soldado zaguero, tomó el general Saint-Cyr sus medidas, y el 10 inter-
ceptó en Castellar el socorro, entrando solo en la plaza el coronel Mars-
hall con unos cuantos que lograron salvarse.


Los sitiadores, despues del malogrado asalto de Monjuich, prolonga-
ron sus trabajos, y abrazando los dos frentes del Nordeste y Noroeste, se
adelantaron hasta la cresta del glácis. Nuevas y multiplicadas baterías
levantaron, sin que los detuviesen nuestros fuegos ni el valor de los si-
tiados. Perecieron el 31 muchos de ellos en la torre de San Luis, que vo-
ló una bomba arrojada de la plaza, y en una salida que voluntariamente
hicieron del castillo en el mismo dia varios soldados.


Entrado Agosto, continuaron los franceses con el mismo ahinco en
acometer á Monjuich, y en la noche del 3 al 4 quisieron apoderarse del
rebellin del frente de ataque. Frustróse por entónces su intento; pero al




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dia siguiente se hicieron dueños de aquella obra, alojándose en la cres-
ta de la brecha: 800 hombres defendian el rebellin, 50 perecieron, y con
ellos su bizarro jefe D. Francisco de Paula Grifols. Ni áun así se enseño-
rearon los franceses de Monjuich. Los defensores, ántes de abandonarlo,
hicieron una salida el 10 en daño de sus contrarios.


Sin embargo, previendo el gobernador del castillo, D. Guillermo
Nash, que no le seria ya dado sostenerse por más tiempo, habia consul-
tado en aquellos dias á su jefe, D. Mariano Álvarez, quien, opuesto á to-
do género de capitulacion ó retirada, tardó en contestarle. Nash entón-
ces juntó un consejo de guerra, y con su acuerdo evacuó á Monjuich el
12 de Agosto á las seis de la tarde, destruyendo antes la artillería y las
municiones. Ocuparon los franceses aquellos escombros, siendo mara-
villosa y dechado de defensas la de este castillo, pues los sitiadores só-
lo penetraron en su recinto al cabo de dos meses de expugnacion, y des-
pues de haber levantado 19 baterías, abierto várias brechas y perdido
más de 3.000 hombres. De los 900 que componian la guarnicion espa-
ñola, murieron 18 oficiales y 511 soldados, sin quedar apénas quien no
estuviese herido.


Poco ántes de la evacuacion, y ya ésta resuelta, recibió D. Guillermo
Nash pliegos del gobernador Álvarez, en los que, léjos de aprobar la re-
tirada de Monjuich, estimulaba á la defensa con premios y ofrecimien-
tos. No por eso se cambió de parecer, juzgando imposible prolongar la
resistencia. Los jefes, al entrar en la plaza, pidieron que se les formase
consejo de guerra si no habian cumplido con su obligacion; pero Álva-
rez, justo no ménos que tenaz y valeroso, aprobó su conducta.


Miraba el enemigo como tan importante la rendicion de Monjuich,
que al dar Verdier cuenta de ello á su gobierno, afirmaba que la ciudad
se entregaria dentro de ocho ó diez dias. Grande fué su engaño. Cierto
era que la plaza, con la pérdida del castillo, quedaba por aquella parte
muy comprometida, cubriéndola sólo un flaco y antiguo muro, y ningu-
nos otros fuegos sino los de la torre de la Gironella y los de dos baterías
situadas encima de la puerta de San Cristóbal y muralla de Sarracinas.
Tambien los franceses se habian posesionado el 2 del convento de San
Daniel, en la cañada del Gálligans, é impedido la entrada de los cortos
socorros que todavía de cuando en cuando penetraban en la plaza por
aquel lado.


Hasta entónces, persuadidos los sitiadores de que con la ocupacion
de Monjuich abriria la ciudad sus puertas, no habian contra ella apreta-
do el sitio. Sólo por medio de una batería de cuatro cañones y dos obu-




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ses, plantada en la ladera del Puig Denroca, molestaban á los vecinos y
hacian desde su elevada posicion daño en los baluartes de San Pedro,
Figuerola y en San Narciso. Construyeron ahora tres baterías: una en
Monjuich, de cuatro cañones de á veinte y cuatro; otra encima del arra-
bal de San Pedro, y la tercera en el monte Denroca. Rompieron todas
ellas sus fuegos el dia 19, atacando principalmente la muralla de San
Cristóbal y la puerta de Francia. Los sitiados, para remediar el estra-
go y ofrecer nuevos obstáculos, imaginaron muchas y oportunas obras;
cerraron las calles que desembocan en la plaza de San Pedro, y abrie-
ron una gran cortadura, defendida detras por un parapeto. Los france-
ses, que, escarmentados con el ejemplar de Zaragoza, huian de empeñar
la lucha en las calles, no insistieron con ahinco en su ataque de la puer-
ta de Francia, y revolvieron contra la de San Cristóbal y muralla de San-
ta Lucía, paraje, en verdad, el más flaco y elevado de la plaza. Adelan-
taron para ello sus trabajos, y construidas nuevas baterías de brecha y
morteros, vomitaron éstas muerte y destrozos los últimos dias de Agos-
to, con especialidad en los dos puntos últimamente indicados y en los
cuarteles nuevo y viejo de Alemanes. Quisieron el 25 alojarse los ene-
migos en las casas de la Gironella; pero una partida española que salió
del fuerte del Condestable impidió su intento, matando á unos y cogien-
do á otros prisioneros.


Pocos esfuerzos de esta clase le era lícito hacer á la guarnicion, es-
casa de suyo y menguada con las pérdidas de Monjuich y las diarias de
la plaza. La corta poblacion de Gerona tampoco daba ensanche, como en
Zaragoza, para repetir las salidas. Ni áun apénas hubiera quedado gen-
te que cubriese los puestos, si de cuando en cuando, y subrepticiamen-
te, no se hubiesen introducido en el recinto algunos hombres, llevados
de verdadera y desinteresada gloria, de los cuales en aquellos dias hubo
100 que vinieron de Olot.


No obstante, el gobernador D. Mariano Álvarez, activo al propio
tiempo que cuerdo, no desaprovechaba ocasion de molestar al enemigo y
retardar sus trabajos, y á un oficial que, encargado de una pequeña sali-
da, le preguntaba que adónde, en caso de retirarse, se acogería, respon-
dióle severamente: Al cementerio.


Mas luégo que vió atacado el recinto de la plaza, puso su conato en
reforzar el punto principalmente amenazado; para lo cual, construyendo
en parajes proporcionados várias baterias, hasta colocó una de dos ca-
ñones encima de la bóveda de la catedral. Aunque los enemigos desen-
cabalgaron pronto muchas piezas, ofendíales en gran manera la fusilería




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de las murallas, y sobre todo las granadas, bombas y polladas que de lu-
gares ocultos se lanzaban á las trincheras y baterías vecinas. Los apuros,
sin embargo, crecian dentro de la ciudad, y se disminuia más y más el
número de defensores, siendo ya tiempo de que fuese socorrida.


El general D. Joaquin Blake, quien, despues de su desgraciada cam-
paña de Aragon, regresó, segun dijimos, á Cataluña, puesta tambien
bajo su mando, salió en Julio de Tarragona con sólo sus ayudantes y
recorrió la tierra hasta Olot. En su viaje, si bien detenido por una indis-
posicion, no permaneció largo tiempo, retrocediendo á Tortosa antes de
concluirse el mes; de allí, tomadas ciertas disposiciones, pensó con efi-
cacia en auxiliar á Gerona.


Aguijábanle á ello las vivas reclamaciones de aquella plaza, y las
que de palabra hizo D. Enrique O’Donnell, enviado por Álvarez al inten-
to. Blake, resuelto á la empresa, atendió antes de su partida á distraer al
enemigo en las otras provincias que abrazaba su distrito, por cuyo moti-
vo envió una division á Aragon, dejó otra en los lindes de Valencia, y él,
con la de Lazan, se trasladó en persona á Vich, en donde, no terminado
todavía Agosto, estableció su cuartel general. A su llegada agregó á su
gente las partidas y somatenes que hormigueaban por la tierra, y pasó á
Sant Hilari y ermita del Padró. Desde este punto quiso llamar la aten-
cion del enemigo á varios otros para ocultar el verdadero por donde pen-
saba introducir el socorro. Así fué que el 30 de Agosto en la tarde en-
vió á D. Enrique O’Donnell, con 1.200 hombres, la vuelta de Bruñolas,
habiendo antes dirigido por el lado opuesto á don Manuel Llauder sobre
la ermita de los Angeles. Don Francisco Robira y D. Juan Clarós debian
tambien divertir al enemigo por la orilla izquierda del Ter.


El general Saint-Cyr, cuyos reales, desde el 10 de Agosto, se habian
trasladado á Fornell, estando sobre aviso de los intentos de Blake, tomó,
para estorbarlos, várias medidas de acuerdo con el general Verdier, y re-
unió sus tropas, desparramadas por la dificultad de subsistencias. Mas,
á pesar de todo, consiguieron los españoles su objeto. Llauder se apode-
ró de los Angeles, y O’Donnell, atacando vivamente la posicion de Bru-
ñolas, trajo hácia sí la mayor parte de la fuerza de los enemigos, que cre-
yeron ser aquél el punto que se queria forzar.


Amaneció el 1.º de Setiembre, cubierta la tierra de espesa niebla, y
Saint-Cyr, á quien Verdier se habia ya unido, aguardó hasta las tres de
la tarde á que los españoles le atacasen. Hizo, para provocarlos, varios
movimientos del lado de Bruñolas; pero viendo que al menor amago da-
ban aquéllos trazas de retirarse, tornó á Fornells, en donde, con admira-




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cion suya, encontró en desórden la division de Lecchi, que, regida aho-
ra por Millossevitz, habia quedado apostada en Salt. Justamente por allí
fué por donde el convoy se dirigió á la plaza, siguiendo la derecha del
Ter. Componíase de 2.000 acémilas, que custodiaban 4.000 infantes y
2.000 caballos, á las órdenes del general D. Jaime García Conde. Ca-
yó éste de repente sobre los franceses de Salt, arrollólos completamen-
te, y miéntras que en derrota iban la vuelta de Fornells, entró en Gerona
el convoy tranquila y felizmente. Álvarez dispuso una salida, que bajo
D. Blas de Fournás fuese al encuentro de Conde, divirtiendo asimismo
la atencion del enemigo del lado de Monjuich. A la propia sazon Clarós
penetró hasta San Medir, y Robira tomó á Montagut, de donde arrojó á
los westfalianos, que solos habian quedado para guardar la línea, matan-
do un miquelete al general Hadeln con su propia espada. Clavaron los
nuestros tres cañones, y persiguieron á sus contrarios hasta Sarriá. En
grande aprieto estaban los últimos, cuando, repasando el Ter el general
Verdier, volvió á su orilla izquierda, y contuvo á los intrépidos Clarós y
Robira. Por su parte el general Conde, despues de dejar en la plaza el
convoy y 3.287 hombres, tornó, con el resto de su gente, á Hostalrich, y
á Olot D. Joaquin Blake, que habia permanecido en observacion de los
diversos movimientos de su ejército. Fueron éstos dichosos en sus resul-
tas, y bastante bien dirigidos, quedando completamente burlado el gene-
ral Saint-Cyr, no obstante su pericia.


Dió aliento tan buen suceso á la corta guarnicion de Gerona, que se
vió así reforzada; mas por este mismo aumento no se consiguió disminuir
la escasez con los víveres introducidos.


Los franceses ocuparon de nuevo los puntos abandonados, y el 6 de
Setiembre recobraron la ermita de los Angeles, pasando á cuchillo á sus
defensores, excepto á tres oficiales y al comandante Llauder, que sal-
tó por una ventana. No intentaron contra la plaza, en aquellos dias, co-
sa de gravedad, contentándose con multiplicar las obras de defensa. No
desaprovecharon los sitiados aquel respiro, y atareándose afanadamen-
te, aumentaron los fuegos de flanco y parabólicos, y ejecutaron otros tra-
bajos no ménos importantes.


Pasado el 11 de Setiembre, renovaron los enemigos el fuego con ma-
yor furor, y ensancharon tres brechas ya abiertas en Santa Lucía, Ale-
manes y San Cristóbal, maltratando tambien el fuerte del Calvario, cuyo
fuego sobremanera los molestaba.


Dispuso el 15 D. Mariano Álvarez una salida con intento de retardar
los trabajos del sitiador, y áun de destruir algunos de ellos. Dirigíala D.




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Blas de Fournás, y aunque al principio todo lo atropellaron los nuestros,
no siendo despues convenientemente apoyadas las dos primeras colum-
nas por otra que iba de respeto, tuvieron que abrigarse todas de la plaza
sin haber recogido el fruto deseado.


Aportilladas de cada vez más las brechas, y apagados los fuegos del
frente atacado, trataron los enemigos de dar el asalto. Pero ántes envia-
ron parlamentarios, que, segun la invariable resolucion de Álvarez, fue-
ron recibidos á cañonazos.


Irritados de nuevo con tal acogida, corrieron al asalto á las cuatro de
la tarde del 19 de Setiembre, distribuidos en cuatro columnas de á 2.000
hombres. Entónces brillaron las buenas y prévias disposiciones que ha-
bia tomado el gobernador español: allí mostró éste su levantado ánimo.
Al toque de la generala, al tañido triste de la campana, que llamaba á
somaten, soldados y paisanos, clérigos y frailes, mujeres y hasta niños,
acudieron á los puestos de antemano y á cada uno señalados. En medio
del estruendo de 200 bocas de cañon, y de la densa nube que la pólvora
levantaba, ofrecia noble y grandioso espectáculo la marcha majestuosa
y ordenada de tantas personas de diversa clase, profesion y sexo. Silen-
ciosos todos, se vislumbraba, sin embargó, en sus semblantes la confian-
za que los alentaba. Álvarez á su cabeza, grave y denodado, representá-
base á la imaginacion, en tan horrible trance, á la manera de los héroes
de Homero, superior y descollando entre la muchedumbre, y cierto que
si no se aventajaba á los demas en estatura, como aquéllos, sobrepuja-
ba á todos en resolucion y gran pecho. Con no menor órden que la mar-
cha, se habian preparado los refuerzos, la distribucion de municiones, la
asistencia y conduccion de heridos.


Presentóse la primera columna enemiga delante de la brecha de San-
ta Lucía, que mandaba el irlandés D. Rodulfo Marshall. Dos veces toma-
ron en ella pié los acometedores, y dos veces rechazados, quedaron mu-
chos de ellos allí tendidos. Tuvieron los españoles el dolor de que fuese
herido gravemente, y de que muriese á poco, el comandante de la bre-
cha, Marshall, quien, antes de espirar, prorumpió diciendo «que moria
contento por tal causa y por nacion tan brava.»


Otras dos columnas enemigas emprendieron arrojadamente la entra-
da por las brechas, más anchurosas, de Alemanes y San Cristóbal, en
donde mandaba D. Blas de Fournás. Por algun tiempo alojáronse en la
primera, hasta que al arma blanca los repelieron los regimientos de Ul-
tonia y Borbon, apartándose de ambas, destrozados por el fuego que de
todos lados llovia sobre ellos. No ménos padeció otra columna enemiga,




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que largo rato se mantuvo quieta al pié de la torre de la Gironella. Heri-
do aquí el capitan de artillería D. Salustiano Gerona, tomó el mando pro-
visional D. Cárlos Beramendi, y haciendo las veces de jefe y de subal-
terno, causó estrago en las filas enemigas.


Amenazaron tambien éstas, durante el asalto, los fuertes del Condes-
table y del Calvario, igualmente sin fruto.


Tres horas duró funcion tan empeñada. Todas las brechas quedaron
llenas de cadáveres y despojos enemigos; el furor de los sitiados era tal,
que dejando á veces el fusil, sus membrudos y esforzados brazos cogian
las piedras sueltas de la brecha, y las arrojaban sobre las cabezas de los
acometedores. Don Mariano Álvarez animaba á todos con su ejemplo y
áun con sus palabras, precavia los accidentes, reforzaba los puntos más
flacos, y arrebatado de su celo, no escuchaba la voz de sus soldados, que
encarecidamente le rogaban no acudiese, como lo hacia, á los parajes
más expuestos. Perdieron los enemigos varios oficiales de graduacion y
cerca de 2.000 hombres; entre los primeros contaron al coronel Floresti,
que en 1808 subió á posesionarse del Monjuich de Barcelona, en donde
entónces mandaba D. Mariano Álvarez. De los españoles cayeron aquel
dia de 300 á 400, en su número muchos oficiales, que se distinguieron
sobremanera, y algunas de aquellas mujeres intrépidas que tanto hon-
raron á Gerona.


Escarmentados los franceses con leccion tan rigorosa, desistieron de
repetir los asaltos, á pesar de las muchas y espaciosas brechas, convir-
tiendo el sitio en bloqueo, y contando por auxiliares, como dice Saint-
Cyr, el tiempo, las calenturas y el hambre.


Don Joaquin Blake, á quien algunos motejaban de no divertir la
atencion del enemigo del lado de Francia, intentó de nuevo avituallar
la plaza. Para ello, preparado un convoy en Hostalrich, apareció el 26
de Setiembre, con 12.000 hombres, en las alturas de la Bisbal, á dos le-
guas de Gerona. Gobernada la vanguardia por D. Enrique O’Donnell,
desalojó á los franceses de los puntos que ocupaban desde Villa-Roja
hasta San Miguel. Salieron al propio tiempo de la plaza y del Condesta-
ble 400 hombres, guiados por el coronel de Baza D. Miguel de Haro, que
tambien ha trazado con imparcialidad la historia de este sitio. Seguia á
O’Donnell Winipffen con el convoy, el cual constaba de unas 2.000 acé-
milas y ganado lanar. Quedó el grueso del ejército, teniendo al frente á
Blake, en las mencionadas alturas de la Bisbal.


Enterado Saint-Cyr de la marcha del convoy, trató de impedir su en-
trada en la plaza. Consiguiólo, desgraciadamente, esta vez, interponién-




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dose entre O’Donnell y Wimpffen, y todo lo apresó, excepto unas 170
cargas, que se salvaron y metieron en Gerona. Achacóse la culpa á la
sobrada intrepidez de O’Donnell, que se alejó más de lo conveniente de
Wimpffen, y tambien á la tímida prudencia de Blake, que no acudió de-
bidamente en auxilio del último. Así no llegaron á Gerona víveres tan
necesarios y deseados, y perdió malamente el ejército de Cataluña unos
2.000 hombres. O’Donnell y Haro se abrigaron de los fuertes del Con-
destable y Capuchinos. Trataron los franceses cruelmente á los arrieros
del convoy, ahorcando á unos y fusilando á otros en el Palau, á vista de
la ciudad.


Corta compensacion de tamaña desdicha fueron algunas ventajas
conseguidas en el Llobregat y Besós por los miqueletes y tropas de lí-
nea. Tampoco pudo servir de consuelo el haber dispersado los ingleses y
cogido en parte un convoy que escoltaban navíos de guerra franceses, y
que llevaba víveres y auxilios á Barcelona; ventura que no habian teni-
do poco ántes con el que mandaba el almirante frances Cosmao, que en-
tró y salió de aquel puerto sin que nadie se lo estorbase.


Realmente en nada remediaba esto á Gerona, cuyas enfermedades
y penuria crecian con rapidez. Se esmeraban en vano para disminuir el
mal la Junta y el Gobernador. No se habian acopiado víveres sino para
cuatro meses, y ya iban corridos cinco. Imperceptibles fueron, conforme
manifestamos, los socorros introducidos en 1.º de Setiembre, aumentán-
dose las cargas con el refuerzo de tropas.


Por lo mismo, y segun lo requeria la escasez de la plaza, D. Enrique
O’Donnell, que desde la malograda expedicion del convoy de 26 de Se-
tiembre permanecia al pié del fuerte del Condestable, tuvo que alejar-
se, y atravesando la ciudad en la noche del 12 de Octubre, cruzó el llano
de Salt y Santa Eugenia, uniéndose al ejército por medio de una mar-
cha atrevida.


En aquel día llegó, igualmente, al campo enemigo el mariscal Auge-
reau, habiendo partido el 5 el general Saint-Cyr. Con el nuevo jefe fran-
ces, y posteriormente, acudieron á su ejército socorros y refuerzos, es-
trechándose en extremo el bloqueo. Levantaron para ello los sitiadores
várias baterías, formaron reductos, y llegó á tanto su cuidado, que de no-
che ponian perros en las sendas y caminos, y ataban de un espacio ó otro
cuerdas con cencerros y campanillas; por cuya artimaña cogidos algu-
nos paisanos, atemorizáronse los pocos que todavía osaban pasar con ví-
veres á la ciudad.


La escasez, por tanto, tocaba al último punto. Los más de los habi-




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tantes habian ya consumido las provisiones que cada uno en particu-
lar habia acopiado, y de ellos y de los forasteros refugiados en la plaza
veíanse caer muchos en las calles, muertos de hambre. Apénas quedaba
otra cosa en los almacenes para la guarnicion que trigo, y como no ha-
bia molinos, suplíase la falta machacando el grano en almireces ó cascos
de bomba, y á veces entre dos piedras, y así y mal cocido se daba al sol-
dado. Nacieron de aquí, y se propagaron, todo género de dolencias, es-
tando henchidos los hospitales de enfermos, y sin espacio ya para con-
tenerlos. Sólo de la guarnicion perecieron en este mes de Octubre 793
individuos, comenzando tambien á faltar hasta los medicamentos más
comunes. Inútilmente D. Joaquin Blake trató por tercera vez de intro-
ducir socorros. De Hostalrich aproximóse el 18 de Octubre á Bruñolas,
y aguantó el 20 un ataque del enemigo, cuya retaguardia picó despues
O’Donnell hasta los llanos de Gerona. Acudiendo el mariscal Auge-
reau con nuevas fuerzas, retiróse Blake camino de Vich, dejando solo á
O’Donnell en Santa Coloma, quien, á pesar de haber peleado esforzada-
mente, cediendo al número, tuvo que abandonar el puesto y su bagaje.
Quedaban así á merced del vencedor las provisiones reunidas en Hos-
talrich, que pocos días despues fueron por la mayor parte destruidas, ha-
biendo entrado el enemigo la villa, si bien defendida por los vecinos con
bastante empeño.


Dentro de Gerona, no dió Noviembre lugar á combates, excusados
y peligrosos, en concepto de los sitiadores. Renováronse, sí, de parte
de éstos las intimaciones, valiéndose de paisanos, de soldados y has-
ta de frailes, que fueron ó mal acogidos ó presos por el Gobernador. Pe-
ro las lástimas y calamidades se agravaban más y más cada dia (1). Las


(1) Precios de los comestibles en la plaza de Gerona durante el sitio de 1809, desde el más
módico hasta el más subido, segun crecia la escasez y la imposibilidad de introducirlos.


Precios módicos. .............. Precios subidos.
Tocino fresco, la onza ............................ 2 cuartos........................... 10 cuartos.
Vaca, la libra de 36 onzas...................... 27 cuartos......................... Idem.
Carne de caballo, la libra de id. ............ 40 cuartos......................... Idem.
Id. de mulo ............................................ 40 cuartos......................... Idem.
Una gallina............................................ 14 Rvn. efect. ................... 16 duros.
Un gorrion ............................................ 2 cuartos........................... 4 Rvn. efect.
Una perdiz............................................. 12 Rvn. efect. ................... 80 Rvn. efect.
Un pichon ............................................. 6 Rvn, efect. ..................... 40 Rvn. efect.
Un raton ................................................ 1 Rvn. efect. ..................... 5 Rvn. efect.
Un gato.................................................. 8 Rvn. .............................. 30 Rvn.




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carnes de caballo, jumento y mulo, de que poco ántes se habia empeza-
do á echar mano, íbanse apurando, ya por el consumo de ellas, ya tam-


Un lechon.............................................. 40 Rvn ............................. 200 Rvn.
Bacalao, la libra .................................... 18 cuartos......................... 32 Rvn.
Pescado del río Ter, la libra................... 4 Rvn ............................... 36 Rvn.
Aceite, la medida .................................. 20 cuartos......................... 24 Rvn.
Huevos, la docena ................................. 24 cuartos......................... 96 Rvn.
Arroz, la libra ........................................ 12 cuartos......................... 32 Rvn.
Café, la libra.......................................... 8 Rvn. .............................. 24 Rvn.
Chocolate, la libra ................................. 16 Rvn. ............................ 64 Rvn.
Hueso, la libra....................................... 4 Rvn. .............................. 40 Rvn.
Pan, la libra........................................... 6 cuartos........................... 8 Rvn.
Una galleta, .......................................... 4 cuartos........................... 8 Rvn.
Trigo candeal, la cuartera ...................... 80 Rvn. ............................ 112 Rvn.
Id. mezclado, la cuartera ....................... 64 Rvn. ............................ 96 Rvn.
Cebada, la cuartera ............................... 30 Rvn. ............................ 56 Rvn.
Habas, la cuartera ................................. 48 Rvn. ............................ 80 Rvn.
Azúcar, la libra...................................... 4 Rvn. .............................. 24 Rvn.
Velas de sebo, la libra .......................... 4 Rvn. .............................. 10 Rvn.
Id. de cera, la libra................................ 12 Rvn. ............................ 32 Rvn.
Leña, el quintal ..................................... 5 Rvn. .............................. 48 Rvn.
Carbon, la arroba................................... 3 1/2 Rvn. ........................ 40 Rvn.
Tabaco, la libra...................................... 24 Rvn. ............................ 100 Rvn.
Por moler una cuartera de trigo. ............ 3 Rvn. .............................. 80 Rvn.


Gerona, 10 de Diciembre de 1809.— EPIFANIO IGNACIO DE RUIZ.
NOTAS. 1.ª Los precios de las carnes no fueron alterados, por disposicion del Gobier-


no, miéntras duraron.
2.ª Los demas artículos seguian el precio que ocasionaba la escatez, y muchos de


ellos variaban segun las introducciones, y aquí sólo se han figurado los precios regula-
res al principio del sitio, y los más subidos y corrientes en su largo discurso; habiéndo-
se visto el Gobierno precisado á permitir el precio que querian fijar á los víveres los que
los introducian á lomo y en cortas cantidades, pasando las lineas del enemigo, atendidos
los riesgos que probaban en la entrada y salida de la plaza, y la pena de muerte que su-
frian en caso de ser habidos.


3.ª No obstante de haberse figurado el precio de todos los artículos arriba expresados,
muchos de ellos sólo podian conseguirse casualmente en los dias que habia alguna intro-
duccion.— Mataró, 22 de Diciembre de 1809.— EPIFANIO IGNACIO DE RUIZ.— Don Epifa-
nio Ignacio de Ruiz, capitan de la tercera compañía de la Cruzada gerundense, comisario
de guerra de los reales ejércitos.— Certifico: que desde 1.º de Agosto de 1809 hasta el 10
de Diciembre del mismo, en que capituló la plaza de Gerona, en virtud de órden del in-
tendente de provincia D. Cárlos Beramendi, ministro principal de Hacienda y Guerra de
ella, tuve confiada la inspeccion del ramo de viveres, y que los precios que están conteni-
dos en la antecedente relacion son los corrientes en la citada plaza durante su último si-
tio. Mataró, 22 de Diciembre de 1809. EPIFANIO IGNACIO DE RUIZ.




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bien porque, faltos de pasto y alimento, los mismos animales se morian
de hambre, comiéndose entre si las crines. Cuando la codicia de algun
paisano, arrostrando riesgos, introducia comestibles, vendíanse éstos á
exorbitantes precios: costaba una gallina 16 pesos fuertes, y una perdiz
4. Adquirieron tambien extraordinario valor áun los animales más in-
mundos, habiendo quien diese por un raton 5 reales vellon, y por un gato
30. Los hospitales, sin medicinas ni alimentos, y privados de luz y fue-
go, habíanse convertido en un cementerio, en que sólo se divisaban, no
hombres, sino espectros. Las heridas eran, por lo mismo, casi todas mor-
tales, y se complicaban con las calenturas contagiosas, que á todos afli-
gian, acabando por manifestarse el terrible escorbuto y la disentería.


A la vista de tantos males juntos, de guerra, hambre, enfermedades
y dolorosas muertes, flaqueaban hasta los más constantes. Solo Álvarez
se mantenia inflexible. Habia algunos, aunque contados, que hablaban
de capitular; otros, queriendo incorporarse al ejército, proponian abrir-
se paso por medio del ejército enemigo. De los primeros hubo quien osó
pronunciar en presencia del Gobernador la palabra capitulacion; pero
éste, interrumpiéndole prontamente, dijole: «¡Cómo! ¿solo V. es aquí co-
barde? Cuando ya no haya víveres, nos comerémos á V. y á los de su ra-
lea, y despues resolveré lo que más convenga.»


Entre los que con pensamientos más honrados ansiaban salir por
fuerza de la plaza se celebraron reuniones y áun se hicieron várias pro-
puestas; mas la Junta, recelando desagradables resultas, atajó el mal, y
todos se sometieron á la firme condicion del Gobernador.


Éste, cuanto más crecia el peligro, más impertérrito se mostraba,
dando por aquellos dias un bando así concebido: «Sepan las tropas que
guarnecen los primeros puestos que los que ocupan los segundos tie-
nen órden de hacer fuego, en caso de ataque, contra cualquiera que so-
bre ellas venga, sea español ó frances, pues todo el que huye hace con su
ejemplo más daño que el mismo enemigo.»


La larga y empeñada resistencia de Gerona dió ocasion á que la Jun-
ta Central concediese á sus defensores iguales gracias que á los de Za-
ragoza, y provocó en el principado de Cataluña el deseo de un levanta-
miento general para ir á socorrer la plaza. Con intento de llevar á cabo
esta última medida, se juntó en Manresa, ántes de concluirse Noviem-
bre, un congreso, compuesto de individuos de todas clases y de todos los
puntos del Principado.


Pero ya era tarde. Tras del triste y angustiado verano, en el que ni
las plantas dieron flores, ni cría los brutos, llegó el otoño, que, húmedo




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y lluvioso, acreció las penas y desastres. Desplomadas las casas, desem-
pedradas las calles, y remansadas en sus hoyos las aguas y las inmundi-
cias, quedaron los vecinos sin abrigo, y respirábase en la ciudad un am-
biente infecto, corrompido tambien con la putrefaccion de cadáveres,
que yacian insepultos en medio de escombros y ruinas. Habian pereci-
do en Noviembre 1.378 soldados y casi todas las familias desvalidas. No
se veian mujeres encinta, falleciendo á veces de inanicion en el regazo
de las madres el tierno fruto de sus entrañas. La naturaleza toda pare-
cia muerta.


Los enemigos, aunque prosiguieron arrojando bombas é incomodan-
do con sus fuegos, no habian renovado sus asaltos, escarmentados en sus
anteriores tentativas. Mas el mariscal Augereau, viendo que el congre-
so catalan excitaba á las armas á todo el Principado, recelóse que Gero-
na con su constancia diese tiempo á ser socorrida, por lo que en la noche
del 2 de Diciembre, aniversario de la coronacion de Napoleon, empren-
dió nuevas acometidas. Ocupó de resultas el arrabal del Cármen, y le-
vantando áun más baterías, ensanchó las antiguas brechas y abrió otras.
El 7 se apoderó del reducto de la ciudad y de las casas de la Gironella,
en donde sus soldados se atrincheraron y cortaron la comunicacion con
los fuertes, á cuyas guarniciones no les quedaba ni áun de su corta ra-
cion sino para dos dias. Imperturbable Álvarez, si bien ya muy enfer-
mo, dispuso socorrer aquellos puntos, y consiguiólo, enviando trigo para
otros tres dias, que fué cuanto pudo recogerse en su extrema penuria.


En la tarde del 7, despues de haber inútilmente procurado los ene-
migos intimar la rendicion á la plaza, rompieron el fuego por todas par-
tes, desde la batería formada al pié de Montelibi hasta los apostade-
ros del arrabal del Cármen, imposibilitando de este modo el tránsito del
puente de piedra.


Gerona, en fin, se hallaba el 8 sin verdadera defensa. Perdidos ca-
si todos sus fuertes exteriores, veíase interrumpida la comunicacion con
tres que áun no lo estaban. Siete brechas abiertas, 1.100 hombres era
la fuerza efectiva, y éstos convalecientes ó batallando, como los demas,
contra el hambre, el contagio y la continua y penosa fatiga. De sus cuer-
pos no quedaba sino una sombra, y el espíritu, aunque sublime, no bas-
taba para resistir á la fuerza física del enemigo. Hasta Álvarez, de cuya
boca, como de la de Calvo, gobernador de Maestricht, no salian otras pa-
labras que las de «no quiero rendirme», doliente, durante el sitio, de ter-
cianas, rindióse, al fin, á una fiebre nerviosa, que el 4 de Diciembre ya
le puso en peligro. Continuó, no obstante, dando sus órdenes hasta el 8,




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en que entrándole delirio, hizo el 9, en un intervalo de sano juicio, de-
jacion del mando en el teniente de rey D. Julian Bolívar. Su enfermedad
fué tan grave, que recibió la extremauncion y se le llegó á considerar co-
mo muerto. Hasta entónces no parecia sino que áun las bombas en su
caida habian respetado tan grande alma, pues destruido todo en su de-
rredor, y los más de los cuartos de su propia casa, quedó en pié el suyo,
no habiéndose nunca mudado del que ocupaba al principio del sitio.


Postrado Álvarez, postróse Gerona. En verdad ya no era dado resis-
tir más tiempo. Don Julian Bolívar congregó la junta corregimental y una
militar. Dudaban todos qué resolver; ¡tanto les pesaba someterse al ex-
tranjero! pero habiendo recibido aviso del congreso catalan de que su
socorro no llegaria con la deseada prontitud, tuvieron que ceder á su du-
ra estrella, y enviaron para tratar, al campo enemigo, á D. Blas de Four-
nás. Acogió bien á éste el mariscal Augereau, y se ajustó (2) entro ambos


(2) Capitulacion de la ciudad de Gerona y fuertes correspondientes, firmada el 10 de
Diciembre de 1809. á las siete de la noche.


Articulo 1.º La guarnicion saldrá con los honores de la guerra, y entrará en Francia
como prisionera de guerra.— 2.º Todos los habitantes serán respetados.— 3.º La religion
católica continuará en ser observada por los habitantes y será protegida.— 4.º Mañana, á
las ocho y media de ella, la puerta del Socorro y la del Areny serán entregadas á las tro-
pas francesas, así como las de los fuertes.— 5.º Mañana, 11 de Diciembre, á las ocho y
media de ella, la guarnicion saldrá de la plaza y desfilará por la puerta del Areny.— Los
soldados pondrán sus armas sobre el glácis.— 6.º Un oficial de artillería, otro de ingenie-
ros y un comisario de guerra entrarán al momento en que se tomará posesion de las puer-
tas de la ciudad para recibir la entrega de los almacenes, mapas, planos, etc. Fecho en
Gerona, á las siete de la noche, á 10 de Diciembre de 1809.— JULIAN DE BOLÍVAR.— ISI-
DRO DE LA MATA.— BLAS DE FURNÁS.— JOSÉ DE LA IGLESIA.— GUILLERMO MINALI.— GUILLER-
MO NASCH.— El general en jefe del estado mayor general del 7.º cuerpo, Rey.— Aproba-
do por nos el mariscal del imperio, comandante en jefe del 7.º cuerpo del ejército de Es-
paña, Augereau, duque de Castiglione.— Yo, brigadier de los reales ejércitos, encargado
de los poderes del gobernador interino de la plaza de Gerona D. Julian de Bolivar y de la
junta militar, certifico: que la capitulacion antecedente es conforme á la original, firmada
con la fecha que expresa.— BLAS DE FURNÁS.— El general en jefe del estado mayor gene-
ral del 7.º cuerpo del ejército de España, REY.— Lugar del sello.


Notas adicionales á la capitulacion de la plaza de Gerona.
Que la guarnicion francesa que esté en la plaza esté acuartelada y no alojada por las


casas, é igualmente que los oficiales deben presentarse, procurándose su posada, pagán-
doseles el tanto que se pagaba de utensilio á la guarnicion española.— Que todos los pa-
peles del Gobierno queden depositados en el archivo del Ayuntamiento, sin poder ser ex-
traviados ni extraidos ni quemados.— Que á los que habrán sido vocales ó empleados en
las juntas en tiempo de esta guerra de opinion, no les sirva de nota ni perjuicio alguno en
sus ascensos y carreras, quedando igualmente salvas y respetadas las personas, propie-




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una capitulacion honrosa y digna de los defensores de Gerona. Entraron
los franceses en la plaza el 11 de Diciembre por la puerta del Areny, y


dades y haberes.— Que á los forasteros que se hallen dentro de la plaza, por expatriacion
á otra cansa, tanto si han sido vocales ó empleados de las juntas como no, se les permiti-
rá restituirse á sus casas con su equipaje y haberes.— Que cualquiera vecino que quiera
salirse de la ciudad y trasladarse á otra se le permita, llevándose su equipaje y haberes,
quedándoles salvas las propiedades, caudales y efectos en aquella ciudad.— Yo, briga-
dier de los reales ejércitos, certifico: que las notas antecedentes, habiendo sido presenta-
das al Excmo. Sr. General en jefe del ejército frances, se han aprobado en su contenido en
cuanto no se opongan á las leyes generales del reino y á la policia establecida en los ejér-
citos.— Fornellas, 10 de Diciembre de 1809.— BLAS FURNÁS.— Visto por nosotros, etc.


Notas adicionales y particulares aprobadas por el Excmo. Sr. Duque de Castiglione,
mariscal del imperio, comandante en jefe del º cuerpo del ejército de España,
convenidas entre el Sr. General de brigada, jefe del estado mayor general del


sobredicho cuerpo del ejército, comandante de la legion de honor, y
el Sr. D. Blas de Furnás, brigadier de los ejércitos españoles.


Articulo 1.º Un teniente ó subteniente elegido entre los oficiales del ejército español
estará autorizado con pasaportes para pasar al ejército de observacion español, y llevará
su general comandante en jefe la capitulacion de la plaza y de los fuertes de Gerona, so-
licitando se sirva disponer el pronto canje de los oficiales y soldados de la guarnicion de
Gerona y sus fuertes contra igual número de oficiales y soldados franceses detenidos en
las islas de Mallorca y otros destinos. S. E. el Sr. Duque de Castiglione, comandante en
jefe del ejército, promete que dicho canje se verificará luégo que el general en jefe del
ejército español le habrá dado á conocer el dia en que aquellos prisioneros habrán llega-
do á uno de los puertos de Francia para el referido canje.— Art. 2.º En los tres dias que
seguirán á la rendicion de la plaza de Gerona, el Ilmo. Sr. Obispo de dicha ciudad queda-
rá autorizado para dar á los sacerdotes que están bajo sur órdenes los pasaportes que pi-
dan para pasar á las villas en las que tenian su domicilio anterior, para quedar y vivir en
él, segun lo deben unos ministros de paz, bajo la proteccion de las leyes que rigen en Es-
paña.— El General en jefe del estado mayor general del 7. º cuerpo del ejército de Es-
paña.— REY.— BLAS DE FURNÁS.— Yo, brigadier de los reales ejércitos, encargado de los
poderes del gobernador interino de la plaza, D. Julian de Bolivar, y de la junta militar,
certifico: que los artículos antecedentes son traducidas fielmente del original en 10 de Di-
ciembre de 1809.— BLAS DE FURNÁS.— Le Général en chef de l’état major général du sep-
tième corps de l’armée d’Espagne.— REY.— Lugar del sello.


Nota adicional á la capitulacion de la plaza de Cerona.
Los empleados en el ramo político de guerra son declarados libres, como no comba-


tientes, y pueden pedir un pasaporte, con sus equipajes, para donde gusten. Éstos son el
intendente, comisarios de guerra, empleados en los hospitales y provisiones, y médicos y
cirujanos del ejército.— Yo, brigadier de los reales ejércitos, certifico que la nota prece-
dente, habiendo sido presentada al Excmo. Sr. General en jefe del ejército frances, que-
da aprobada. Fornellas, 10 de Diciembre de 1809.— BLAS DE FURNÁS.— Don Blas de
Furnás, brigadier de los reales ejércitos, certificoo: que la copia antecedente de la capi-
tulacion hecha en Gerona, y notas adicionales, es en todo su contenido conforme á los ori-




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asombráronse al considerar aquel monton de cadáveres y de escombros,
triste monumento de un malogrado heroismo. Habian allí perecido de 9
á 10.000 personas, entra ellas 4.000 moradores.


Carnot nos dice que, consultando la historia de los sitios modernos,
apénas puede prolongarse más allá de 40 dias la defensa de las mejores
plazas, ¡y la de la débil Gerona duró siete meses! Atacáronla los france-
ses, conforme hemos visto, con fuerzas considerables; levantaron contra
sus muros 40 baterías, de donde arrojaron más de 60.000 balas y 20.000
bombas y granadas, valiéndose, por fin, de cuantos medios señala el ar-
te. Nada de esto, sin embargo, rindió á Gerona. «Sólo el hambre, segun
el dicho de un historiador de los enemigos, y la falta de municiones pu-
do vencer tanta obstinacion.»


Dirigieron los españoles la defensa, no sólo con la fortaleza que in-
fundia Álvarez, sino con tino y sabiduría. Mejor avituallada, hubiera Ge-
rona prolongado sin término su resistencia, teniendo entónces los ene-
migos que atacar las calles y las casas, en donde, como en Zaragoza,
hubieran encontrado sus huestes nuevo sepulcro.


El gobernador D. Mariano Álvarez, aunque desahuciado, volvió en
sí, y el 23 de Diciembre le sacaron para Francia. Desde allí tornáronle
á poco á España y le encerraron en un calabozo del castillo de Figueras,
habiéndole ántes separado de sus criados y de su ayudante, D. Francis-
co Satué. Al dia siguiente de su llegada susurróse que habia fallecido, y
los franceses le pusieron de cuerpo presente, tendido en unas parihue-
las, apareciendo la cara del difunto hinchada y de color cárdeno, á ma-
nera de hombre á quien han ahogado ó dado garrote. Así se creyó ge-
neralmente en España, y en verdad la circunstancia de haberle dejado
solo, los indicios que de muerte violenta se descubrian en su semblante,
y noticias confidenciales (3) que recibió el gobierno español, daban lu-


ginales firmados por mi; y para que conste, doy la presente en la plaza de Gerona, á 12 de
Diciembre de 1809.— BLAS DE FURNÁS.


(3) Entre los documentos originales y de oficio que acerca de la muerte del gobernador
Álvarez hemos tenido á la vista, uno de los más curiosos es el siguiente:


Excmo. Sr.: Por el oficio de V. E. de 26 de Febrero próximo pasado, que acabo de re-
cibir, veo ha hecho V. E. presente al supremo Consejo de Regencia de España é Indias el
contenido de mi papel de 4 del mismo, relativo al fallecimiento del Excmo. Sr. D. Maria-
no Álvarez, digno gobernador de la plaza de Gerona; y que en su vista, se ha servido S. M.
resolver procure apurar cuanto me sea posible la certeza de la muerte de dicho general,
avisando á V. E. lo que adelante; á cuya real órden daré el cumplimiento debido, toman-
do las más eficaces disposiciones para descubrir el pormenor y la verdad de un hecho tan




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gar á vehementes sospechas. Hecho tan atroz no mereceria, sin embar-
go, fe alguna, á no haber mancillado su historia con otros parecidos el
gabinete de Francia de aquel tiempo.


La Junta Central decretó «que se daria á D. Mariano Álvarez, si esta-
ba vivo, una recompensa propia de sus sobresalientes servicios, y que si,
por desgracia, hubiese muerto, se tributarian á su memoria y se darian
á su familia los honores y premios debidos á su ínclita constancia y he-
roico patriotismo.» Las Córtes congregadas más adelante en Cádiz man-
daron grabar su nombre en letras de oro, en el salon de las sesiones, al
lado de los ilustres Daoiz y Velarde. En 1815 D. Francisco Javier Cas-
taños, capitan general de Cataluña, pasó á Figueras, hízole las debidas
exequias, y colocó en el calabozo en donde habia espirado una lápida
que recordase el nombre de Álvarez á la posteridad. Honores justamen-
te tributados á tan claro varon.


Ocurrieron, durante el largo sitio de Gerona, en las demas partes de
España diversos é importantes acontecimientos. De los más principa-
les hasta la batalla de Talavera dimos cuenta. Reservamos otros para es-
te lugar, sobre todo los que acaecieron posteriormente á aquella jorna-
da. Entre ellos distinguirémos los generales y que tomaban principio en
el gobierno central, de los particulares de las provincias; empezando por
los últimos nuestra narracion.


Debe considerarse en aquel tiempo el territorio, español como divi-
dido en país libre y en país ocupado por el extranjero. Valencia, Murcia,
las Andalucías, parte de Extremadura y de Salamanca, Galicia y Astú-
rias respiraban desembarazadas y libres, trabajadas sólo por interiores
contiendas. Mostrábase Valencia rencillosa y pendenciera, excitando al
desórden el ambicioso general D. José Caro, quien, habiéndose valido


horroroso; pudiendo asegurar, entre tanto, á V. E., por declaracion de testigos oculares, la
efectiva muerte de este héroe en la plaza de Figueras, adonde fué trasladado desde Perpi-
ñan, y donde entró sin grave daño en su salud, y compareció cadáver, tendido en una pa-
rihuela, al siguiente dia, cubierto con una sábana, la que, destapada por la curiosidad de
varios vecinos y del que me dió el parte de todo, puso de manifiesto un semblante cárde-
no é hinchado, denotando que su muerte habia sido la obra de breves momentos; á que se
agrega que el mismo informante encontró poco ántes, en una de las calles de Figueras, á
un llamado Rovireta, y por apodo el fraile de San Francisco, y ahora canónigo dignidad
de Gerona, nombrado por nuestros enemigos, quien marchaba apresuradamente hácia el
castillo, adonde dijo «iba á confesar al Sr. Álvarez, porque debia en breve morir.» — To-
do lo que pongo en noticia de V. E. para que haga de ello el uso que estime por conve-
niente. Dios guarde á V. E. muchos años. Tortosa, 31 de Marzo de 1810.— Excelentísimo
señor.— CÁRLOS DE BERAMENDI.— Excmo. Sr. Marqués de las Hormazas.




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de ciertas cabezas de la insurreccion para derribar de su puesto al Con-
de de la Conquista, las persiguió despues y maltrató encarnizadamente.
Murcia, aunque satélite, por decirlo así, de Valencia en lo militar, daba
señales de moverse con mayor independencia cuando se trataba de man-
tener la union y el órden. Asiento las Andalucías del Gobierno central,
no recibian, por lo comun, otro impulso que el de aquél, teniendo que
someterse á su voluntad la altiva junta de Sevilla. Permaneció en lo ge-
neral sumisa Extremadura, y la parte libre de Salamanca estaba sobra-
damente hostigada con la cercanía del enemigo, para provocar ociosas
reyertas. En Galicia y Astúrias no reinaba el mejor acuerdo, resintién-
dose ambas provincias de los males que causó la atropellada conducta
de Romana. Desabrida la primera con la persecucion de los patriotas, no
ayudó al Conde de Noroña, que quedó mandando, y á quien tambien fal-
taba el nervio y vigor, entónces tan necesarios, lo cual excitó de todas
partes vivas reclamaciones al Gobierno supremo para que se restable-
ciese la junta provincial, que Romana ni pensó ni quiso convocar. Al ca-
bo, pero pasados meses, se atendió á tan justos clamores. Gobernaban á
Astúrias el general Mahy y la junta que formó el mismo Romana, autori-
dades ambas harto negligentes. En Octubre fué reemplazado el primero
por el general don Antonio de Arce. Habíale enviado de Sevilla la Junta
Central en compañía del consejero de Indias don Antonio de Leiva, á fin
de que aquél capitanease la provincia y de que los dos oyesen las quejas
de los individuos de la junta disuelta por Romana. Ejecutóse lo postre-
ro mal y lentamente, y en lo demas nada adelantó el nuevo general, hom-
bre pacato y flojo. Reportóse, por tanto, poco fruto, en las provincias li-
bres, de las buenas disposiciones de los habitantes, siendo menester que
el enemigo punzase de cerca para estimular á las autoridades y acallar
sus desavenencias.


Tampoco faltaban rivalidades en las provincias ocupadas, particu-
larmente entre los jefes militares, achaque de todo estado en que las re-
vueltas han roto los antiguos vínculos de subordinacion y órden. Vamos
á hablar de lo que en ellas pasó hasta fines de 1809.


Pulularon en Aragon, despues de las funestas jornadas de María y
Belchite, los partidarios y cuerpos francos. Recorrian unos los valles del
Pirineo é izquierda del Ebro; otros la derecha y los montes que se ele-
van entre Castilla la Nueva y reino de Aragon. Aquéllos obraban por sí y
sostenidos á veces con los auxilios que les enviaba Lérida; los segundos
escuchaban la voz de la Junta de Molina, y en especial la de la de Ara-
gon, que restablecida en Teruel el 30 de Mayo, tenía á veces que conver-




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tirse, como muchas otras y á causa de las ocurrencias militares, en am-
bulante y peregrina.


Abrigáronse partidarios intrépidos de las hoces y valles que forma el
Pirineo desde el de Benasque, en la parte oriental, hasta el de Ansó, si-
tuado al otro extremo. Tambien aparecieron muy temprano en el de Ron-
cal, que pertenece á Navarra, fragoso y áspero, propio para embreñarse
por selvas y riscos. En estos dos últimos y aledaños valles campeó con
ventura D. Mariano Renovales. Prisionero en Zaragoza, se escapó cuan-
do le llevaban á Francia, y dirigiéndose á lugares solitarios, se detuvo en
Roncal para reunir varios oficiales tambien fugados. Noticioso de ello el
general frances d’Agoult, que mandaba en Navarra, y temeroso de un le-
vantamiento, envió en Mayo, para prevenirle, al jefe de batallon Puisalis
con 600 hombres. Súpolo Renovales, y allegando apresuradamente pai-
sanos y soldados dispersos, se emboscó el 20 del mismo mes en el país
que media entre los valles del Roncal y Ansó. El 21, ántes de la auro-
ra, comenzaron los combates, trabáronse en varios puntos, duraron todo
aquel dia y el siguiente, en que se terminaron, con gloria nuestra, al pié
del Pirineo, en la alta roca llamada Undarí. Todos los franceses que allí
acudieron fueron muertos ó hechos prisioneros, excepto unos 120, que
no penetraron en los valles.


Animado con esto Renovales, pero mal municionado, buscó recursos
en Lérida y trajo armeros de Eibar y Placencia. Pertrechado algun tan-
to, aguardó á los franceses, quienes, invadiendo de nuevo aquellas aspe-
rezas en 15 de Junio, fueron igualmente deshechos y perseguidos hasta
la villa de Lumbier. Interpusiéronse en seguida los nuestros en los cami-
nos principales, y sembraron entre los enemigos el desasosiego y la zo-
zobra.


Dieron lugar tales movimientos á que el comandante de Zaragoza,
Plique, y el gobernador de Navarra, d’Agoult, entablasen corresponden-
cia con Renovales. En ella, al paso que agradecian los enemigos el buen
porte de que usaba el general español con los franceses que cogia, recla-
maban altamente el castigo de algunos subalternos, que se habian des-
mandado á punto de matar varios prisioneros, quejándose tambien de
que el mismo Renovales se hubiese escapado, sin atender á la palabra
empeñada. Respecto de lo primero, olvidaban los franceses que á tan la-
mentables excesos habian dado ellos triste ocasion, mandando d’Agoult
ahorcar poco ántes, so color de bandidos, á cinco hombres que forma-
ban parte de una guerrilla de Roncal; y respecto de lo segundo respon-
dió Renovales: «Si yo me fugué ántes de llegar á Pamplona, advertid que




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se faltó por los franceses al sagrado de la capitulacion de Zaragoza. Fuí
el primero á quien el general Morlot, sin honor ni palabra, despojó de
caballos y equipaje, hollando lo estipulado. Si al general frances es líci-
ta la infraccion de un derecho tan sagrado, no sé por qué ha de prohibir-
se á un general español faltar á su palabra de prisionero.»


Los triunfos de Roncal y Ansó infundieron grande espíritu en todas
aquellas comarcas, y D. Miguel Sarasa, hacendado rico, despues de ha-
ber tomado las armas y combatido en Julio en varios felices reencuen-
tros, formó la izquierda de Renovales, apostándose en San Juan de la
Peña, monasterio de benedictinos, y en cuya espelunca, como la llama
Zurita, nació la monarquía aragonesa y se enterraron sus reyes hasta D.
Alfonso el II.


Viendo los enemigos cuán graves resultas podria traer el levanta-
miento de los valles del Pirineo, mayormente no habiéndoles sido dado
apagarlo en su orígen, idearon acometer á un tiempo el país que media
entre Jaca y el valle de Salazar, en Navarra, llamando al propio tiempo
la atencion del lado de Benasque. Con este fin salieron tropas de Zara-
goza y Pamplona y de otros puntos en que tenian guarnicion, no olvidan-
do tampoco amenazar de la parte de Francia. Un trozo dirigióse por Jaca
sobre San Juan de la Peña, otro ocupó los puertos de Salvatierra, Casti-
llo Nuevo y Navascues, y se juntó una corta division en el valle de Sa-
lazar. Fué San Juan de la Peña el primer punto atacado. Defendióse Sa-
rasa vigorosamente; mas obligado á retirarse, quemaron el 26 de Agosto
los franceses el monasterio de benedictinos, conservándose sólo la capi-
lla, abierta en la peña. Con el edificio ardió tambien el archivo, habién-
dose perdido allí, como en el incendio del de la diputacion de Zaragoza,
ocurrido durante el sitio, preciosos documentos, que recordaban los an-
tiguos fueros y libertades de Aragon. El general Suchet fundó, por via de
expiacion, en la capilla que quedaba del abrasado monasterio, una mi-
sa perpétua, con su dotacion correspondiente. Pensaba quizá cautivar de
este modo la fervorosa devocion de los habitantes; mas tomóse á insulto
dicha fundacion, y nadie la miró como efecto de piedad religiosa.


Vencido este primer obstáculo, avanzaron los franceses de todas par-
tes hácia los valles de Ansó, y Roncal. El 27 empezó el ataque en el pri-
mero, y á pesar de la porfiada oposicion de los ansotanos, entraron los
enemigos la villa á sangre y fuego.


Contrarestó Renovales su ímpetu en Roncal los dias 27, 28 y 29,
retirándose hasta el término y boquetes de la villa de Urzainqui. Mas,
agolpándose á aquel paraje los franceses del valle de Ansó, los del de




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Salazar y una division procedente de Oleron, en Francia, no fué ya po-
sible hacer por más tiempo rostro á tanta turba de enemigos. Así, de-
seando Renovales salvar de mayores horrores á los roncaleses, determi-
nó que D. Melchor Ornat, vecino de la villa, capitulase honrosamente
por los valles, como lo hizo, asegurando á los naturales la libertad de sus
personas y el goce de sus propiedades. Renovales, con varios oficiales,
soldados y rusos desertores, se trasladó al Cinca.


En tanto que esto pasaba en Navarra y valles occidentales de Ara-
gon, llamaron tambien los franceses la atencion á los orientales, incluso
el de Aran, en Cataluña. No llevaron en todos ellos su intento más allá
del amago, siendo rechazados en el puerto de Benasque, en donde se se-
ñaló el paisano Pedro Berot.


Descendiendo la falda de los Pirineos, y siguiendo la orilla izquierda
del Cinca, D. Felipe Perena, Baget y otros partidarios tuvieron con los
franceses reñidos choques. En varios sacaron ventaja los nuestros, in-
comodándolos incesantemente y cogiéndoles reses y víveres que lleva-
ban para su abastecimiento. Ansiosos los franceses de libertarse de tan
porfiados contrarios, enviaron al general Habert para dispersarlos y des-
pejar las riberas del Cinca. Consiguió Habert penetrar hasta Fonz, en
donde sus tropas asesinaron desapiadadamente á los ancianos y enfer-
mos que habian quedado. Al mismo tiempo que Habert, cruzó el Cin-
ca por cima de Estadilla el coronel Robert, quien al principio fué recha-
zado; pero concertando ambos jefes sus movimientos, replegáronse los
partidarios españoles á Lérida, Mequinenza y puntos abrigados, toman-
do despues el mando de todos ellos Renovales. Ocuparon los franceses á
Fraga y Monzon, como importantes para la tranquilidad del país.


Mas ni áun así consiguieron su objeto. Sarasa en Octubre y Noviem-
bre apareció de nuevo en las cercanías de Ayerbe, y procuró cortar las
comunicaciones entre Zaragoza y Jaca. Los españoles de Mequinenza
tambien hicieron en 16 de Octubre una tentativa sobre Caspe, en un
principio dichosa, al último malograda. Otras parciales refriegas ocu-
rrian al mismo tiempo por aquellos parajes, poniendo al fin los franceses
su conato en apoderarse de Benasque.


Mandaba allí, desde 1804, el Marqués de Villora, y el 22 de Octubre
del año en que vamos, intimándole el comandante frances de Benavarre
La Pageolerie que se rindiese, contestóle el Marqués dignamente. Mas
en Noviembre, acudiendo otra vez los franceses, cedió Villora sin resis-
tencia; y por esto, y por entrar despues al servicio del intruso, tachóse su
conducta de muy sospechosa.




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En la márgen derecha del Ebro, las juntas de Molina y Aragon traba-
jaban incansables en favor de la defensa comun. La última, aunque me-
tida en Moya, provincia de Cuenca, despues de la vergonzosa jornada de
Belchite, desvivíase por juntar dispersos y promover el armamento de la
provincia. Don Ramon Gayan, separado ya del ejército de Blake al des-
graciarse la accion de María, sirvió de mucho, con su cuerpo franco, pa-
ra ordenar la resistencia. Ocupaba la ermita del Águila, en el término de
Cariñena, y la Junta agrególe el regimiento provincial de Soria y el de la
Princesa, venido de Santander. Hubo entre los nuestros y los enemigos
varios reencuentros. Los últimos, en Julio, desalojaron á Gayan de la er-
mita del Águila, y frustróse un plan que la Junta de Aragon tenía trazado
para sorprender á los franceses, que enseñoreaban á Daroca.


Falló en parte, por disputas de los jefes que eran de igual gradua-
cion. Para prevenir en adelante todo altercado, envió Blake desde Cata-
luña, á peticion de la mencionada junta, á D. Pedro Villacampa, entón-
ces brigadier, el cual, reuniendo bajo su mando la tropa puesta ántes á
las órdenes de Gayan, y ademas el batallon de Molina, con otros desta-
camentos, formó en breve una division de 4.000 hombres. A su cabeza
adelantóse el nuevo jefe, ántes de finalizar Agosto, á Calatayud, arrojó
á los enemigos del puerto del Frasno, y haciendo varios prisioneros, los
persiguió hasta la Almunia.


En arma los franceses con tal embestida, despues de verse algo des-
embarazados en la orilla izquierda del Ebro, revolvieron en mayor nú-
mero contra Villacampa. Prudentemente se habia recogido éste á los
montes llamados Muela de San Juan y sierras de Albarracin, célebres
por dar nacimiento al Tajo y otros rios caudalosos, habiéndose situado
en Nuestra Señora del Tremedal, santuario muy venerado de los natura-
les, y adonde van en romería de muchas leguas á la redonda. De las tro-
pas de Villacampa habian quedado algunas avanzadas en la direccion
de Daroca, las cuales fueron en Octubre arrojadas de allí por el gene-
ral Klopicki, que avanzó hasta Molina, destruyendo ó pillando casi to-
dos los pueblos.


Don Pedro Villacampa juntó en el Tremedal, entre soldados y paisa-
nos sin armas, unos 4.000 hombres. El santuario está situado en un ele-
vado monte, en forma de media luna, y á cuyo pié se descubre la villa de
Orihuela. Pinares, que se extienden por los costados y la cumbre roque-
ña de la montaña, dan al sitio silvestre y ceñudo semblante. Habia acu-
mulado allí la devocion de los fieles muchas y ricas ofrendas, respetadas
hasta de los salteadores, siendo así que de dia y noche se dejaban abier-




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tas las puertas del santuario. Por lo ménos así lo aseguraban los cléri-
gos, ó mosenes, como en Aragon los llaman, encargados del culto y cus-
todia del templo.


Habia Villacampa hecho en la subida algunas cortaduras, y dedicá-
base á disciplinar en aquel retiro su gente bisoña. Conocieron los fran-
ceses el mal que se les seguiria si para ello le dejaban tiempo, y trataron
de destruirle, ó por lo ménos de aventarle de aquellas asperezas. Tu-
vo órden de ejecutar la operacion el coronel Henriod, con su regimien-
to 14 de línea, alguna más infantería, un cuerpo de coraceros y tres pie-
zas. Maniobró el frances diestramente, amagando la montaña por varios
puntos, y el 25 se apoderó del Tremedal, de donde arrojados los espa-
ñoles, se escaparon por la espalda, camino de Albarracin. Los enemigos
saquearon é incendiaron á Orihuela, volándose el santuario con espan-
toso estrépito. Salvóse la Virgen, que á tiempo ocultó un mosen, y reti-
rados los franceses, acudieron ansiosamente los paisanos del contorno á
adorar la imágen, cuya conservacion graduaban de milagro.


Aunque con tales excursiones conseguian los enemigos despejar el
país de ciertas partidas, no por eso impedian que en otros parajes los
molestasen nuevas guerrillas. Así que, al adelantarse aquéllos via del
Tremedal, los hostilizaban á su retaguardia el alcalde de Illueca y el pai-
sanaje de varios pueblos. Lo mismo ocurria, con mayor ó menor ímpetu,
en casi todas las comarcas, fatigando á los invasores tan continuo é in-
fructuoso pelear.


Suchet, sin embargo, insistia en querer apaciguar á Aragon, y sa-
biendo que de Madrid habia ido á Cuenca el general Milhaud para des-
bandar las guerrillas de aquella provincia, avanzó tambien, por su parte,
el 25 de Diciembre hasta Albarracin y Teruel, cuyo suelo áun no habian
pisado los franceses, obligando á la Junta de Aragon, que entónces se al-
bergaba en Rubielos, á abandonar su territorio, teniendo que refugiarse
en las provincias vecinas.


De éstas, las de Cuenca y Guadalajara traian á mal traer al enemigo.
En la primera era uno de los principales jefes el Marqués de las Atala-
yuelas, que solia ocupar á Sacedon y sus cercanías, y en la segunda el
Empecinado, á quien ya vimos en Castilla la Vieja, y que se aventaja-
ba á los demas en fama y notables hechos. Por disposicion de la Central,
habíase establecido el 20 de Julio en Sigüenza (ciudad poco ántes muy
maltratada por los franceses) una junta, con objeto de gobernar la pro-
vincia de Guadalajara. Trabajó con ahínco la nueva autoridad en reunir
las partidas sueltas, efectuar alistamientos y hostigar de todos modos al




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enemigo, y así esta junta como otra que se erigió en tierra de Cuenca,
uniéndose en ocasiones, ó concertándose con las de Aragon y Molina,
formaron en aquellas montañas un foco de insurreccion, que hubiera si-
do áun más ardiente si á veces no hubiesen debilitado su fuerza quisqui-
llas y enojosas pendencias.


Don Juan Martin, el Empecinado, guerreaba allende la cordillera
carpetana; mas, buscado en Setiembre por la junta de Guadalajara, acu-
dió gustoso al llamamiento. Comenzó aquel caudillo á recorrer la provin-
cia, y no dejando á los franceses un momento de respiro, tuvo ya, en los
meses de Setiembre y Octubre, choques bastante empeñados en Cogo-
lludo, Alvarés y Fuente la Higuera. Los franceses, para vencerle, recu-
rrieron á ardides. Tal fué el que pusieron en planta el 12 de Noviembre,
aparentando retirarse de la ciudad de Guadalajara, para luégo volver so-
bre ella. Pero el Empecinado, despues de haberse provisto de porcion de
paños de aquellas fábricas, rompió por medio de la hueste que le tenía
rodeado, y se salvó. Pagó en seguida á los franceses el susto que entón-
ces le dieron, principalmente sorprendiendo el 24 de Diciembre, en Ma-
zarrulleque, á un grueso trozo de contrarios.


Entre los guerrilleros de la Mancha, de que ya entónces se hablaba,
ademas de Mir y Jimenez, merece particular mencion Francisco San-
chez, conocido con el nombre de Francisquete, natural de Camuñas.
Habian los franceses ahorcado á un hermano suyo, que se rindiera ba-
jo seguro, y en venganza, Francisco hízoles sin cesar guerra á muerte.
Otros partidarios empezaron tambien á rebullir en esta provincia y en la
de Toledo; mas, ó desaparecieron pronto, ó sus nombres no sonaron has-
ta más adelante.


En las que componen los reinos de Leon y Castilla la Vieja descolló,
entre otros muchos, cerca de Ciudad-Rodrigo, D. Julian Sanchez. Vi-
via éste en la casa paterna despues de haber militado en el regimiento
de Mallorca. Pisaron los enemigos en sus correrías aquellos umbrales, y
mataron á sus padres y á una hermana, atrocidad que juró Sanchez ven-
gar: empezó con este fin á reunir gente, y luégo allegó hasta 200 caballos
con el nombre de lanceros, de cuya tropa nombróle capitan el Duque del
Parque, general que allí mandaba. Don Julian unas veces se apoyaba en
el ejército ó en la plaza de Ciudad-Rodrigo, otras obraba por sí y se ale-
jaba con su escuadron. Infundia tal desasosiego en los franceses, que en
Salamanca, el general Marchand dió contra él y sus soldados una pro-
clama amenazadora, y cogió en rehenes, como á patrocinadores, á unos
cuantos ganaderos ricos de la provincia. Sanchez, agraviado de que el




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frances calificase á sus hombres de asesinos y ladrones, replicóle de una
manera áspera y merecida. ¡Cruda guerra, que hasta en el hablar enco-
naba así de ambos lados el ánimo de los combatientes!


Por el centro y vastas llanuras de Castilla la Vieja, andaban asimis-
mo al rebusco de franceses partidas pequeñas, como las del Capuchino,
Saornil y otras que todavía no gozaban de mucho nombre, pero que die-
ron lugar á una circular curiosa, al par que bárbara, del general frances
Kellermann, comandante de aquellos distritos, y por la que haciendo en
25 de Octubre una requisicion de caballos, mandaba, bajo penas rigu-
rosas, sacar el ojo izquierdo y marcar ó inutilizar de otro modo para la
milicia los que no fuesen destinados á su servicio. Porlier, tambien eje-
cutando á veces rápidas y portentosas marchas, rompia por la tierra, y
atropellaba los destacamentos enemigos, descolgándose de las montañas
de Galicia y Astúrias, que eran su principal guarida.


En todo el camino carretero de Francia, desde Búrgos hasta los lin-
des de Alava, y en ambas riberas, por aquella parte del Ebro, hormi-
guearon de muy temprano las guerrillas. Tenía la codicia en qué cebar-
se con la frecuencia de convoyes y pasajeros enemigos; y muchos de los
naturales, dados ya, desde ántes, al contrabando por la línea de aduanas
allí establecida, conocian á palmos el terreno, y estaban avezados á los
riesgos de su profesion, imágen de los de la guerra. Fomentaron tales in-
clinaciones várias juntas que se formaron de cuarenta en cuarenta luga-
res, y las cuales, ó se reunieron despues, ó se sujetaron á las que se ape-
llidaban de Búrgos, Soria y la Rioja. Reconocieron la autoridad de estos
cuerpos las más de las partidas, de las que se miraron como importantes
la de Ignacio Cuevillas, D. Juan Gomez, el cura Tapia, D. Francisco Fer-
nandez de Castro, hijo mayor del Marqués de Barrio-Lucio, y el cura de
Villoviado, de quien ya se hizo mencion en otro libro.


Sus correrías solian ser lucrosas, en perjuicio del enemigo, y no fal-
tas de gloria, sobre todo cuando muchas de ellas se unian y obraban de
concierto. Sucedió así en Setiembre para sostener á Logroño, estando á
su frente Cuevillas; lo mismo el 18 de Noviembre en Sausol de Navarra,
en donde deshicieron á más de 1.000 franceses, guiadas las partidas re-
unidas por el capitan de navío D. Ignacio Narron, presidente de la jun-
ta de Nájera.


En esta funcion tuvo ya parte D. Francisco Javier de Mina, sobrino
del despues tan célebre Espoz. Cursaba en Zaragoza á la sazon que es-
talló el levantamiento de 1808: su edad entónces era la de diez y nue-
ve años, y tomó las armas, como los demas estudiantes. Habia nacido en




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Idocin, pueblo de Navarra, de labradores acomodados. Retirado por en-
fermo al lugar de su naturaleza, se hallaba en su casa cuando la saquea-
ron los franceses en venganza de un sargento asesinado en la vecindad.
Para libertar á su padre de una persecucion se presentó Mina el mozo
á los franceses, redimiéndose por medio de dinero del arresto en que le
pusieron. Airado de la no merecida ofensa, y de ver su casa allanada y
perdida, armóse, y uniéndosele otros doce, comenzó sus correrías, re-
ciente aún en Roncal la memoria de Renovales. Aumentóse sucesiva-
mente su cuadrilla, y con ímpetu daba de sobresalto en los destacamen-
tos franceses de Navarra, como tambien en los confinantes de Aragon y
Rioja. Fué extremada su audacia, y ántes de concluir 1809 admiró con
sus hechos á los habitantes de aquellas partes.


Hasta aquí los sucesos parciales ocurridos este año en las provincias.
Necesario ha sido dar una idea de ellos, aunque rápida, pues si bien se
obedecia en todo el reino al Gobierno supremo, la índole de la guerra, y
el modo como se empezó, inclinaba á las provincias, ó las obligaba á ve-
ces, á obrar solas ó con cierta independencia. Ocupémonos ahora en la
Junta Central y en los ejércitos y asuntos más generales.


Vivos debates habian sobrevenido en aquella corporacion al con-
cluirse el mes de Agosto y comenzar Setiembre. Procedieron de divisio-
nes internas, y de la voz pública, que le achacaba el malogramiento de
la campaña de Talavera. Hervian, con especialidad en Sevilla, los ma-
nejos y las maquinaciones. Ya desde ántes, como dijimos, y sordamente
trabajaban contra el Gobierno varios particulares resentidos, entre ellos
ciertos de la clase elevada. Cobraron ahora aliento por el arrimo que les
ofrecia el enojo de los ingleses y la autoridad del Consejo, reinstalado el
mes anterior. No ménos pensaban ya que en acudir á la fuerza, pero án-
tes creyeron prudente tentar las vias pacíficas y legales. Sirvióles de pri-
mer instrumento D. Francisco de Palafox, individuo de la misma Junta,
quien el 21 de Agosto leyó en su seno un papel, en el que, doliéndose de
los males públicos y pintándolos con negras tintas, proponia como reme-
dio la reconcentracion del poder en un solo regente, cuya eleccion indi-
caba podria recaer en el Cardenal de Borbon. Encontró Palafox en sus
compañeros oposicion, presentándole algunas objeciones bastante fuer-
tes, las que no pudiendo de pronto responder, como hombre de limitado
seso, dejó su réplica para la siguiente sesion, en que leyó otro papel ex-
plicativo del primero.


Aquel dia, que era el 22, vino en apoyo suyo, con aire de concier-
to, una consulta del Consejo. Este cuerpo, que en vez de mostrarse re-




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conocido, teníase por agraviado de su restablecimiento, como hecho, se-
gun pensaba, en menoscabo de sus privilegios, andaba solícito buscando
ocasion de arrancar la potestad suprema de las manos de la Central, y
colocarla, ó en las suyas, ó en otras qne estuviesen á su devocion. Figu-
róse haber llegado ya el plazo tan deseado, y perjudicó con ciega pre-
cipitacion á su propia causa. En la consulta no se ciñó á examinar la
conducta de la Junta Central, y á hacer resaltar los inconvenientes que
nacian de que corporacion tan numerosa tuviese á su cargo la parte eje-
cutiva, sino que tambien atacó su legitimidad y la de las juntas provin-
ciales, pidiendo la abolicion de éstas, el restablecimiento del órden an-
tiguo y el nombramiento de una regencia, conforme á lo dispuesto en
la ley de Partida. ¡Contradiccion singular! El Consejo, que consideraba
usurpada la autoridad de las juntas, y por consiguiente la de la Central,
emanacion de ellas, exigia de este mismo cuerpo actos para cuya deci-
sion y cumplimiento era la legitimidad tan necesaria.


Pero, prescindiendo de semejante modo de raciocinar, harto comun
en asuntos de propio interes, hubo gran desacuerdo en el Consejo en
proceder así, enajenándose voluntades que le hubieran sido propicias.
Descontentaban á muchos las providencias de la Central; parecíales
monstruoso su gobierno; mas no querian que se atacase su legitimidad,
derivada de la insurreccion. Tocó en desvarío querer el Consejo tachar
del mismo defecto á las juntas provinciales, por cuya abolicion clamaba.
Estas corporaciones tenian influjo en sus respectivos distritos. Atacarlas
era provocar su enemistad, resucitar la memoria de lo ocurrido al prin-
cipio de la insurreccion, en 1808, y privarse de un apoyo tanto más se-
guro, cuanto entónces se habian suscitado nuevas y vivas contestaciones
entre la Central y algunas de las mismas juntas.


La provincial de Sevilla nunca olvidaba sus primeros celos y riva-
lidades, y la de Extremadura, ántes más quieta, movióse al ver que su
territorio quedaba descubierto con la ida de los ingleses, de cuya retira-
da echaba la culpa á la Central. Así fué que, sin contar con el Gobier-
no supremo, por sí dió pasos para que lord Wellington mudase de re-
solucion, y diólos por el conducto del Conde de Montijo, que, en sus
persecuciones y vagancia, habia de Sanlúcar pasado á Badajoz. Des-
aprobó altamente la Junta Central la conducta de la de Extremadura,
como ajena de un cuerpo subalterno y dependiente, é irritóla que fue-
ra medianero en la negociacion un hombre á quien miraba al soslayo,
por lo cual apercibiéndola severamente, mandó prender al del Monti-
jo, que se salvó en Portugal. Ofendida la junta de Extremadura de la re-




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prension que se le daba, replicó con sobrada descompostura, hija quizá
de momentáneo acaloramiento, sin que por esto fuesen más allá, afortu-
nadamente, tales contestaciones. Las que habian nacido en Valencia al
instalarse la Central, se aumentaron con el poco tino que tuvo en su co-
mision á aquel reino el Baron de Sabasona, y nunca cesaron, resistien-
do la junta provincial el cumplimiento de algunas órdenes superiores, á
veces desacertadas, como lo fué la provision, en tiempos de tanto apuro,
de las canongías, beneficios eclesiásticos y encomiendas vacantes, cuyo
producto juiciosamente habia destinado dicha junta á los hospitales mi-
litares. Encontradas aquí ambas autoridades, á cada paso se enredaban
en disputas, inclinándose la razon, ya de un lado, ya de otro.


Dolorosas eran estas divisiones y querellas, y de mucho hubieran
servido al Consejo en sus fines, si acallando á lo ménos por el momen-
to su rencorosa ira contra las juntas, las hubiera acariciado, en lugar de
espantarlas con descubrir sus intentos. Enojáronse, pues, aquellas cor-
poraciones, y la de Valencia, aunque una de las más enemigas de la
Central, se presentó luégo en la lid á vindicar su propia injuria. En una
exposicion, fecha 25 de Setiembre, clamó contra el Consejo, recordó su
vacilante, si no criminal, conducta con Murat y José, y pidió que se le
circunscribiese á sólo sentenciar pleitos. Otro tanto hicieron, de un mo-
do más ó ménos explícito, várias de las otras juntas; añadiendo, sin em-
bargo, la misma de Valencia que convendria que la Central separase la
potestad legislativa de la ejecutiva, y que se depositase ésta en manos de
uno, tres ó cinco regentes.


Antes que llegase esta exposicion, y atropellando por todo en Sevi-
lla los descontentos, pensaron recurrir á la fuerza, impacientes de que la
Central no se sometiese á las propuestas de Palafox, del Consejo y sus
parciales. Era su propósito disolver dicha junta, trasportar á Manila algu-
nos de sus individuos, y crear una regencia, reponiendo al Consejo Real
en la plenitud de su poder antiguo, y con los ensanches que él codiciaba.
Habíanse ganado ciertos regimientos, repartídose dinero, y prometien-
do tambien convocar Córtes, ya por ser la opinion general del reino, ya
igualmente para amortiguar el efecto que podria resultar de la intentada
violencia. Pero esta última resolucion no se hubiera realizado, á triunfar
los conspiradores como apetecian, pues el alma de ellos, el Consejo, te-
nía sobrado desvío por todo lo que sonaba á representacion nacional, pa-
ra no haber impedido el cumplimiento de semejante promesa.


Ya en los primeros dias de Setiembre estaba próximo á realizarse
el plan, cuando el Duque del Infantado, queriendo escudar su persona




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con la aquiescencia del Embajador de Inglaterra, confiósele amistosa-
mente. Asustado el Marqués de Wellesley de las resultas de una diso-
lucion repentina del Gobierno, y no teniendo, por otra parte, concepto
muy elevado de los conspiradores, procuró apartarlos de tal pensamien-
to, y sin comprometerlos, dió aviso á la Central del proyecto. Adverti-
da ésta á tiempo, é intimidados tambien algunos de los de la trama con
no verse apoyados por la Inglaterra, prevínose todo estallido, tomando
la Central medidas de precaucion, sin pasar á escudriñar quiénes fue-
sen los culpables.


La Junta, no obstante, viendo cuán de cerca la atacaban; que la opi-
nion misma del Embajador de Inglaterra, si bien opuesto á violencias,
era la de reconcentrar la potestad ejecutiva, y que hasta las autorida-
des que le habian dado el sér eran las más de idéntico ó parecido sen-
tir, resolvió ocuparse seriamente en la materia. Algunos de sus indivi-
duos pensaban ser conveniente la remocion de todos los centrales ó de
una parte de ellos, acallando así á los que tachaban su conducta de am-
biciosa. Suscitó tal medida el bailío D. Antonio Valdés, la cual contados
de sus compañeros sostuvieron, desechándola los más. Tres dictámenes
prevalecian en la Junta: el de los que juzgaban ocioso hacer una mudan-
za cualquiera, debiendo convocarse luégo las Cortes; el de los que de-
seaban una regencia escogida fuera del seno de la Central, y en fin, el
de los que, repugnando la regencia, querian, sin embargo, que se pusie-
se el gobierno ó potestad ejecutiva en manos de un corto número de in-
dividuos, sacados de los mismos centrales. Entre los que opinaban por
lo segundo se contaba Jovellanos; pero tan respetable varon, luégo que
percibió ser la regencia objeto descubierto de ambicion, que amenazaba
á la patria con peligrosas ocurrencias, mudó de parecer y se unió á los
del último dictámen.


Al frente de éste se hallaba Calvo, que acababa de volver de Extre-
madura, y quien, con su áspera y enérgica condicion, no poco contribu-
yó á parar los golpes de los que dentro de la misma Junta sólo hablaban
de regencia para destruir la Central é impedir la convocacion de Cortes.
Trajo hácia sí á Jovellanos y sus amigos, los que concordes consiguieron,
despues de acaloradas discusiones, que se aprobasen el 19 de Setiem-
bre dos notables acuerdos: 1.º La formacion de una comision ejecutiva,
encargada del despacho de lo relativo á gobierno, reservando á la Junta
los negocios que requiriesen plena deliberacion. Y 2.º Fijar para 1.º de
Marzo de 1810 la apertura de las Córtes extraordinarias.


Antes de publicarse dichos acuerdos, nombróse una comision para




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formar el reglamento ó plan que debia observar la ejecutiva, y como re-
cayese el encargo en D. Gaspar de Jovellanos, bailío D. Antonio Valdés,
Marqués de Campo-Sagrado, D. Francisco Castanedo y Conde de Jimon-
de, amigos los más del primero, creyóse que á la presentacion de su tra-
bajo, serian los mismos escogidos para componer la comision ejecutiva.
Pero se equivocaron los que tal creyeron. En el intermedio que hubo en-
tre formar el reglamento y presentarle, los aficionados al mando y los no
adictos á Jovellanos y sus opiniones se movieron, y bajo un pretexto ú
otro, alcanzaron que la mayoría de la Junta desechase el reglamento que
la comision habia preparado. Escogióse entónces otra nueva para que le
enmendase, con objeto de renovar, si ser pudiese, la cuestion de regen-
cia, ó si no, de meter en la comision ejecutiva las personas que con más
empeño sostenian dicho dictámen. Vióse á las claras ser aquélla la in-
tencion oculta de ciertas personas por lo que de nuevo sucedió con D.
Francisco de Palafox. Este vocal, juguete de embrolladores, resucitó la
olvidada controversia cuando se discutia en la Junta el plan de la comi-
sion ejecutiva. Los instigadores le habian dictado un papel, que al leer-
le produjo tal disgusto, que arredrado el mismo Palafox, se allanó á can-
celar en el acto mismo las cláusulas más disonantes.


Viendo la faccion cuán mal habia correspondido á su confianza el en-
cargado de ejecutar sus planes, trató de poner en juego al Marqués de
la Romana, recien llegado del ejército, y cuya persona, más respetada,
gozaba todavía entre muchos de superior concepto. Habia sido el Mar-
qués nombrado individuo de la comision sustituida para corregir el plan
presentado por la primera, y en su virtud, asistió á sus sesiones, discutió
los artículos, enmendó algunos, y por último, firmó el plan acordado, si
bien reservándose exponer en la Junta su dictámen particular. Parecia,
no obstante, que se limitaria éste á ofrecer algunas observaciones sobre
ciertos puntos, habiendo, en lo general, merecido su aprobacion la tota-
lidad del plan. Mas ¡cuál fué la admiracion de sus compañeros al oir al
Marqués, en la sesion del 14 de Octubre, renovar la cuestion de regen-
cia por medio de un papel, escrito en términos descompuestos, y en el
que, haciendo de sí propio pomposas alabanzas, expresaba la necesidad
de desterrar hasta la memoria de un gobierno tan notoriamente pernicioso
como lo era el de la Central! Y al mismo tiempo que tan mal trataba á és-
ta y que la calificaba de ilegítima, dábale la facultad de nombrar regen-
cia y de escoger una diputacion permanente, compuesta de cinco indivi-
duos y un procurador, que hiciese las veces de Córtes, cuya convocacion
dejaba para tiempos indeterminados. A tales absurdos arrastraba la oje-




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riza de los que habian apuntado el papel al Marqués, y la propia irre-
flexion de este hombre, tan pronto indolente, tan pronto atropellado.


A pesar de crítica tan amarga, y de las perjudiciales consecuencias
que podria traer un escrito como aquél, difundido luégo por todas partes,
no sólo dejó la Junta de reprender á Romana, sino que tambien, ya que
no adoptó sus proposiciones, fué el primero que escogió para componer
la comision ejecutiva. No faltó quien atribuyese semejante eleccion á
diestro artificio de la Central, ora para enredarle en un compromiso, por
haber dicho en su papel que á no aprobarse su dictámen renunciaría á
su puesto, ora tambien para que experimentase por sí mismo la diferen-
cia que media entre quejarse de los males públicos y remediarlos.


Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que el Marqués admitió el nom-
bramiento, y que sin detencion se eligieron sus otros compañeros. La
comision ejecutiva, conforme á lo acordado, debia constar de seis indi-
viduos y del Presidente de la Central, renovándose á la suerte parte de
ellos cada dos meses. Los nombrados, ademas de la Romana, fueron D.
Rodrigo Riquelme, D. Francisco Caro, D. Sebastian de Jócano, D. José
García de la Torre y el Marqués de Villel. En el curso de esta Historia ya
ha habido ocasion de indicar á qué partido se inclinaban estos vocales,
y si el lector no lo ha olvidado, recordará que se arrimaban al del anti-
guo órden de cosas, por lo cual hubieran muchos llevado á mal su elec-
cion, si no hubiese sido acompañada con el correctivo del llamamien-
to de Córtes.


Anuncióse tal novedad en decreto de 28 de Octubre, publicado en 4
de Noviembre, especificándose en su contenido que aquéllas serian con-
vocadas en 1.º de Enero de 1810, para empezar sus augustas funciones
en el 1.º de Marzo siguiente. El deseo de contener las miras ambiciosas
de los que aspiraban á la autoridad suprema alentó á los centrales parti-
darios de la representacion nacional á que clamasen con mayor instan-
cia por la aceleracion de su llamamiento. Don Lorenzo Calvo de Rozas,
entro ellos uno de los más decididos y constantes, promovió la cuestion
por medio de proposiciones que formalizó en 14 y 29 de Setiembre, re-
novando la que hizo en Abril anterior, y que habia provocado el decreto
de 22 de Mayo. Suscitáronse disensiones y altercados en la Junta, mas
logróse la aprobacion del decreto ya insinuado, apretando á la comision
de Córtes para que concluyese los trabajos previos que le estaban enco-
mendados, y que particularmente se dirigian al modo de elegir y consti-
tuir aquel cuerpo. Esta comision desempeñó ahora con ménos embara-
zo su encargo, por haber reemplazado á Riquelme y Caro, rémoras ántes




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para todo lo bueno, los Sres. D. Martin de Garay y Conde de Ayamans,
dignos y celosos cooperadores.


La ejecutiva se instaló el 1.º de Noviembre, no entendiendo ya la
Junta plena en ninguna materia de gobierno, excepto en el nombramien-
to de algunos altos empleos, que se reservó. Siguiéronse, no obstante,
tratando en las sesiones de la Junta los asuntos generales, los concer-
nientes á contribuciones y arbitrios, y las materias legislativas. Conti-
nuó así hasta su disolucion, dividido este cuerpo en dichas dos porcio-
nes, ejerciendo cada una sus facultades respectivas.


En tanto el horizonte político de Europa se encapotaba cada vez más.
Estimulada la Gran Bretaña con la guerra de Austria, no se habia ce-
ñido á aumentar en la Península sus fuerzas, sino que tambien preparó
otras dos expediciones á puntos opuestos, una á las órdenes de sir Juan
Stuard, contra Nápoles, y otra al Escalda é isla de Walkeren, mandada
por lord Chatam. Malos consejos alejaron la primera de estas expedicio-
nes de la costa oriental de España, adonde se habia pensado enviarla,
y se empleó en objeto infructuoso, como lo fué la invasion del territorio
napolitano. La segunda, formidable y una de las mayores que jamas sa-
liera de los puertos ingleses, se componia de 40.000 hombres de desem-
barco, tropas escogidas, ascendiendo en todo la fuerza de tierra y mar á
80.000 combatientes. Proponíase con ella el gobierno británico destruir,
ante todo, el gran arsenal que en Ambéres habia Napoleon construido.
Lástima fué que en este caso no hubiese aquel gabinete escuchado á sus
aliados. El Emperador de Austria opinaba por el desembarco en el nor-
te de Alemania, en donde el ejemplo de Schill, caudillo tan bravo y au-
daz, hubiera sido imitado por otros muchos al ver la ayuda que presta-
ban los ingleses. La Junta Central instó por que la expedicion llevase el
rumbo hácia las costas cantábricas y se diese la mano con la de Welles-
ley; y cierto que si las tropas de Stuart y Chatam hubiesen tomado tierra
en la Península ó en el norte de Alemania en el tiempo en que áun du-
raba la guerra en Austria, quizá no hubiera ésta tenido un fin tan pron-
to y aciago. Prescindiendo de todo el gobierno inglés, sacrificó grandes
ventajas á la que presumia inmediata de la destruccion del arsenal de
Ambéres, ventaja mezquina, aunque la hubiera conseguido, en compa-
racion de las otras.


Es ajeno de nuestro propósito entrar en la historia de aquellas expe-
diciones, y así, sólo dirémos que, al paso que la de Stuard no tuvo resul-
tado, pereció la de Chatam miserablemente sin gloria y á impulsos de las
enfermedades que causó en el ejército inglés la tierra pantanosa de la is-




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la de Walkeren, á la entrada del Escalda. Tampoco se encontraron con
habitantes que les fueran afectos, de donde pudieron aprender cuán di-
verso era, á pesar del valor de sus tropas, tener que lidiar en tierra ene-
miga ó en medio de pueblos que, como los de la Península, se mantenian
fieles y constantes.


Colmó tantas desgracias la paz de Austria, en favor de cuya potencia
habia cedido la Junta Central una porcion de plata (4) en barras que ve-
nian de Inglaterra para socorro de España, y ademas permitió, sin repa-
rar en los perjuicios que se seguirian á nuestro comercio, que el mismo
gobierno británico negociase, con igual objeto, en nuestros puertos de
América tres millones de pesos fuertes: sacrificios inútiles. Desde el ar-
misticio de Znaim pudo ya temerse cercana la paz. El gabinete de Aus-
tria, viendo su capital invadida, incierto de la política de la Rusia, y no
queriendo buscar apoyo en sus propios pueblos, de cuyo espíritu comen-
zaba á estar receloso, decidióse á terminar una lucha que, prolongada,
todavía hubiera podido convertirse para Napoleon en terrible y funesta,
manifestándose ya en la poblacion de los estados austriacos síntomas de
una guerra nacional. Y ¡cosa extraña! un mismo temor, aunque por mo-
tivos opuestos, aceleró entre ambas partes beligerantes la conclusion de
la paz. Firmóse ésta en Viena, el 15 de Octubre. El Austria, ademas de
la pérdida de territorios importantes y de otras concesiones, se obligó,
por el artículo 15 del tratado, á «reconocer todas las mutaciones hechas,
ó que pudieran hacerse, en España, en Portugal y en Italia.»


La Junta Central, á vista de tamaña mengua, publicó un manifies-
to, en que, procurando desimpresionar á los españoles del mal efecto
que produciria la noticia de la paz, con profusion derramó amargas que-
jas sobre la conducta del gabinete austriaco, lenguaje que á éste ofen-
dió en extremo.


Disculpable era, hasta cierto punto, el gobierno español, hallándose
de nuevo reducido á no vislumbrar otro campo de lides sino el peninsu-
lar; mas semejante estado de cosas, y las propias desgracias, hubieran
debido hacerle más cauto y no comprometer en batallas generales y de-
cisivas su suerte y la de la nacion. El deseo de entrar en Madrid, y las
ventajas adquiridas en Castilla la Vieja, pesaban más en la balanza de la
Junta Central que maduros consejos.


Hablemos, pues, de las indicadas ventajas. Luégo que el Marqués de
la Romana dejó, en el mes de Agosto, en Astorga el ejército de su man-


(4) Léase el Manifiesto de la Junta Central, seccion 2.ª, ramo diplomático, pág. 6.




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do, llamado de la izquierda, condújole á Ciudad-Rodrigo don Gabriel de
Mendizábal para ponerle en manos del Duque del Parque, nombrado su-
cesor del Marqués. Llegaron las tropas á aquella plaza ántes de prome-
diar Setiembre, y á estar todas reunidas, hubiera pasado su número de
26.000 hombres; pero compuesto aquel ejército de cuatro divisiones y
una vanguardia, la tercera, al mando de D. Francisco Ballesteros, no se
juntó con Parque hasta mediados de Octubre, y la cuarta quedóse en los
puertos de Manzanal y Fuencebadon, á las órdenes, segun insinuamos,
del teniente general D. Juan José García.


El sexto cuerpo frances, despues de su vuelta de Extremadura, ocu-
paba la tierra de Salamanca, mandándole el general Marchand, en au-
sencia del mariscal Ney, que tornó á Francia. Continuaba en Valladolid
el general Kellermann, y vigilaba Carrier, con 3.000 hombres, las már-
genes del Esla y del Orbigo.


Atendian los franceses en Castilla, más que á otra cosa, á seguir los
movimientos del Duque del Parque, no descuidando por eso los otros
puntos.


Así aconteció que en 9 de Octubre quiso el general Carrier posesio-
narse de Astorga, ciudad ántes de ahora nunca considerada como pla-
za. Gobernaba en ella, desde 22 de Setiembre, D. José María Santocil-
des; guarnecíanla unos 1.100 soldados nuevos, mal armados, y con solos
ocho cañones, que servia el distinguido oficial de artillería D. César
Tournelle. En tal estado, sin fortificaciones nuevas y con muros viejos y
desmoronados, se hallaba Astorga cuando se acercó á ella el general Ca-
rrier, seguido de 3.000 hombres y dos piezas. Brevemente y con particu-
lar empeño, cubiertos de las casas del arrabal de Reitivia, embistieron
los franceses la puerta del Obispo. Cuatro horas duró el fuego, que se
mantuvo muy vivo, no acobardándose nuestros inexpertos soldados ni el
paisanaje, y matando ó hiriendo á cuantos enemigos quisieron escalar el
muro ó aproximarse á aquella puerta. Retiráronse, por fin, éstos con pér-
dida considerable. Entre los españoles que en la refriega perecieron se-
ñalóse un mozo, de nombre Santos Fernandez, cuyo padre, al verle espi-
rar, enternecido, pero firme, prorumpió en estas palabras: «Si murió mi
hijo único, vivo yo para vengarle.» Hubo tambien mujeres y niños que se
expusieron con grande arrojo, y Astorga, ciudad por donde tantas veces
habian transitado pacíficamente los franceses, rechazólos ahora, prepa-
rándose á recoger nuevos laureles.


Esta diversion, y las que causaban al enemigo don Julian Sanchez
y otros guerrilleros, ayudaban tambien al Duque del Parque, que colo-




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cado á fines de Setiembre á la izquierda del Águeda, habia subido has-
ta Fuente Guinaldo. Su ejército se componia de 10.000 infantes y 1.800
caballos. Regía la vanguardia D. Martin de la Carrera, y las dos divisio-
nes presentes, primera y segunda, D. Francisco Javier de Losada y el
Conde de Belveder. Púsose tambien por su lado en movimiento el gene-
ral Marchand, con 7.000 hombres de infantería y 1.000 de caballería.
Ambos ejércitos marcharon y contramarcharon, y los franceses, despues
de haber quemado á Martin del Rio y de haber seguido hasta más ade-
lante la huella de los españoles, retrocedieron á Salamanca. El Duque
del Parque avanzó de nuevo el 5 de Octubre por la derecha de Ciudad-
Rodrigo, é hizo propósito de aguardar á los franceses en Tamámes.


Situada esta villa á nueve leguas de Salamanca, en la falda septen-
trional de una sierra que se extiende hácia Béjar, ofrecia en sus alturas
favorable puesto al ejército español. El centro y la derecha, de áspero ac-
ceso, los cubria, con la primera division, D. Francisco Javier de Losada;
ocupaba la izquierda, con la vanguardia, D. Martin de la Carrera, y sien-
do este punto el ménos fuerte de la posicion, colocóse allí en dos líneas,
aunque algo separada, la caballería. Quedó de respeto la segunda divi-
sion, del cargo del Conde de Belveder, para atender adonde conviniese;
1.600 hombres, entresacados de todo el ejército, guarnecian á Tamámes.
El general Marchand, reforzado y trayendo 10.000 peones, 1.200 jinetes
y 14 piezas de artillería, presentóse el 18 de Octubre delante de la po-
sicion española. Distribuyendo sin tardanza su gente en tres columnas,
arremetió á nuestra línea, poniendo su principal conato en el ataque de
la izquierda, como punto más accesible. Carrera se mantuvo firme con la
vanguardia, esperando á que la caballería española, apostada en un bos-
que á su siniestro costado, cargase las columnas enemigas; pero la segun-
da brigada de nuestros jinetes, ejecutando inoportunamente un peligroso
despliegue, se vió atacada por la caballería ligera de los franceses, que, á
las órdenes del general Maucune, rompió á escape por sus hileras. Metió-
se el desórden entre los caballos españoles, y áun llegaron los franceses
á apoderarse de algunos cañones. El Duque del Parque acudió al riesgo,
arengó á la tropa, y su segundo, D. Gabriel de Mendizábal, echando pié á
tierra, contuvo á los soldados con su ejemplo y sus exhortaciones, resta-
bleciendo el órden. No ménos apretó los puños en aquella ocasion el bi-
zarro D. Martin de la Carrera, casi envuelto por sus enemigos, y con su
caballo herido de dos balazos y una cuchillada. Los franceses entónces
empezaron á flaquear. En balde trataron de sostenerse algunos cuerpos
suyos: el Conde de Belveder, avanzando con un trozo de su division, y el




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Príncipe de Anglona, con otro de caballería, que dirigió con valor y acier-
to, acabaron de decidir la pelea en nuestro favor. La vanguardia y los ji-
netes que primero se habian desordenado, volviendo tambien en sí, reco-
braron los cañones perdidos y precipitaron á los franceses por la ladera
abajo de la sierra. Igualmente salieron vanos los esfuerzos del ejército
contrario para superar los obstáculos con que tropezó en el centro y de-
recha. Don Francisco Javier de Losada rechazó todas las embestidas de
los que por aquella parte atacaron, y los obligó á retirarse al mismo tiem-
po que los otros huian del lado opuesto. Al ver los españoles apostados
en Tamámes el desórden de los franceses, desembocaron al pueblo, y ha-
ciendo á sus contrarios vivísimo fuego, les causaron por el costado nota-
ble daño. Dos regimientos de reserva de éstos protegieron á los suyos en
la retirada, molestados por nuestros tiradores, y con aquella ayuda, y al
abrigo de espesos encinares y de la noche, ya vecina, pudieron proseguir
los franceses su camino la vuelta de Salamanca. Su pérdida consistió en
1.500 hombres, la nuestra en 700, habiendo cogido un águila, un cañon,
carros de municiones, fusiles y algunos prisioneros. El general Marchand
se detuvo cinco dias en Salamanca, aguardando refuerzos de Kellermann.
No llegaron éstos, y el del Parque, habiendo cruzado el Tórmes en Ledes-
ma, obligó al general frances á desamparar aquella ciudad.


Al dia siguiente de la accion unióse al grueso del ejército español,
con 8.000 hombres, D. Francisco Ballesteros. Habia este general pade-
cido dispersion, sin notable refriega, en su nueva y desgraciada tentati-
va de Santander, de que hicimos mencion en el libro octavo. Rehecho en
las montañas de Liébana, obedeció á la órden que le prescribia ir á jun-
tarse con el ejército de la izquierda.


Unido ya al Duque del Parque, entró éste en Salamanca el 25 de Oc-
tubre, en medio de las mayores aclamaciones del pueblo entusiasmado,
que abasteció al ejército larga y desinteresadamente. El 1.º de Noviem-
bre llegó de Ciudad-Rodrigo la division castellana, llamada quinta, al
mando del Marqués de Castro-Fuerte, con la que, y la asturiana de Ba-
llesteros, tercera en el órden, contó el del Parque unos 26.000 hombres,
sin la cuarta division, que continuó permaneciendo en el Vierzo. Faltá-
bale mucho á aquel ejército para estar bien disciplinado, participando
su organizacion actual de los males de la antigua y de los que adolecia
la vária é informe que á su antojo habian adoptado las respectivas juntas
de provincia. Pero animaba á sus tropas un excelente espíritu, acostum-
bradas muchas de ellas á hacer rostro á los franceses, bajo esforzados je-
fes, en San Payo y otros lugares.




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No pasó un mes sin que un gran desastre viniese á enturbiar las ale-
grías de Tamámes. Ocurrió del lado del mediodía de España, y por tan-
to, necesario es que volvamos allá los ojos para referir todo lo que suce-
dió en los ejércitos de aquella parte, despues de la retirada y separacion
del anglo-hispano y de la aciaga jornada de Almonacid.


Puestos los ingleses en los lindes de Portugal, y persuadida la Junta
Central de que ya no podia contar con su activa coadyuvacion, determi-
nó ejecutar por sí sola un plan de campaña, cuyo mal éxito probó no ser
el más acertado. Al paso que en Castilla debia continuar divirtiendo á
los franceses el Duque del Parque, y que en Extremadura quedaban só-
lo 12.000 hombres, dispúsose que lo restante de aquel ejército pasase,
con su jefe Eguía, á unirse al de la Mancha. Creyó la Junta fundadamen-
te que se dejaba Extremadura bastante cubierta con la fuerza indicada,
no siendo dable que los franceses se internasen, teniendo por su flanco y
no léjos de Badajoz al ejército británico. Se trasladó, pues, D. Francisco
Eguía á la Mancha ántes de finalizar Setiembre, y estableciendo su cuar-
tel general en Daimiel, tomó el mando en jefe de las fuerzas reunidas:
ascendia su número, en 3 de Octubre, á 51.869 hombres, de ellos 5.766
jinetes, con 55 piezas de artillería.


De las tropas francesas que habian pisado desde la batalla de Tala-
vera las riberas del Tajo, ya vimos cómo el cuerpo de Ney volvió á Cas-
tilla la Vieja y fué el que lidió en Tamámes. Permaneció el segundo
en Plasencia, apostándose despues en Oropesa y Puente del Arzobis-
po; quedó en Talavera el quinto, y el primero y cuarto, regidos por Vic-
tor y Sebastiani, fueron destinados á arrojar de la Mancha á D. Francis-
co Eguía. El 12 de Octubre ambos cuerpos se dirigieron, el primero por
Villarubia á Daimiel, el cuarto por Villaharta á Manzanares. Habia de
su lado avanzado Eguía, quien, reconvenido poco ántes por su inaccion,
enfáticamente respondió que «sólo anhelaba por sucesos grandes, que
libertasen á la nacion de sus opresores.» Mas el general español, no obs-
tante su dicho, á la proximidad de los cuerpos franceses tornó de priesa
á su guarida de Sierra-Morena. Desazonó tal retroceso en Sevilla, don-
de no se soñaba sino en la entrada en Madrid, y tambien porque se pen-
só que la conducta de Eguía estaba en contradiccion con sus graves, ó
sean más bien ostentosas palabras. No dejó de haber quien sostuviese al
General y alabase su prudencia, atribuyendo su modo de maniobrar al
secreto pensamiento de revolver sobre el enemigo y atacarle separada-
mente, y no cuando estuviese muy reconcentrado; plan sin duda el más
conveniente. Pero en Eguía, hombre indeciso é incapaz de aprovecharse




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de una coyuntura oportuna, era irresolucion de ánimo lo que en otro hu-
biera quizá sido efecto de sabiduría.


Retirado á Sierra-Morena, escribió á la Central, pidiéndole víveres y
auxilios de toda especie, como si la carencia de muchos objetos le hu-
biese privado de pelear en las llanuras. Colmada entónces la medida del
sufrimiento contra un general á quien se le habia prodigado todo lina-
je de medios, se le separó del mando, que recayó en D. Juan Cárlos de
Areizaga, llamado ántes de Cataluña para mandar en la Mancha una di-
vision. Acreditado el nuevo general desde la batalla de Alcañiz, tenía en
Sevilla muchos amigos, y de aquellos que ansiaban por volver á Madrid.
Aparente actividad, y el provocar á su llegada al ejército el alejamien-
to de un enjambre de oficiales y generales, que, ociosos, sólo servian de
embarazo y recargo, confirmó á muchos en la opinion de haber sido acer-
tado su nombramiento. Mas Areizaga, hombre de valor como soldado,
carecia de la serenidad propia del verdadero general, y escaso de nocio-
nes en la moderna estrategia, libraba su confianza más en el coraje per-
sonal de los individuos que en grandes y bien combinadas maniobras,
fundamento ahora de las batallas campales.


Acabó el general Areizaga de granjear en favor suyo la gracia po-
pular, proponiendo bajar á la Mancha y caer sobre Madrid, porque tal
era el deseo de casi todos los forasteros que moraban en Sevilla, y cu-
yo influjo era poderoso en el seno del mismo gobierno. Unos suspira-
ban por sus casas, otros por el poder perdido, que esperaban recobrar
en Madrid.


Nada pudo apartar al Gobierno del raudal de tan extraviada opinion.
Lord Wellington, que en los primeros dias de Noviembre pasó á Sevilla
con motivo de visitar á su hermano, el Marqués de Wellesley, en vano,
unido con éste, manifestó los riesgos de semejante empresa. Estaban los
más tan persuadidos del éxito, ó por mejor decir, tan ciegos, que la Junta
escogió á los Sres. Jovellanos y Riquelme para acordar las providencias
que deberian tomarse á la entrada en la capital. Diéronse tambien sus
instrucciones al central D. Juan de Dios Rabé, que acompañaba al ejér-
cito; eligiéronse várias autoridades, y entre ellas la de corregidor de Ma-
drid, cuya merced recayó en D. Justo Ibarnavarro, amigo íntimo de Arei-
zaga y uno de los que más le impelian á guerrear. Lágrimas, sin embargo,
costaron, y bien amargas, tan imprudentes y desacordados consejos.


Empezó D. Juan Cárlos de Areizaga á moverse el 3 de Noviembre. Su
ejército estaba bien pertrechado, y tiempos hacia que los campos espa-
ñoles no habian visto otro ni tan lucido ni tan numeroso.




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Distribuíase la infantería en siete divisiones, estando al frente de
la caballería el muy entendido general D. Manuel Freire. Caminaba el
ejército repartido en dos grandes trozos, uno por Manzanares y otro por
Valdepeñas. Precedia á todos Freire con 2.000 caballos; seguíale la van-
guardia, que regía D. José Zayas, y á la que apoyaba, con su primera di-
vision, D. Luis Lacy. Los generales franceses París y Milhaud eran los
más avanzados, y al aproximarse los españoles, se retiraron, el primero
del lado de Toledo, el segundo por el camino real á La Guardia.


Media legua más allá de este pueblo, en donde el camino corre por
una cañada profunda, situáronse el 8 de Noviembre los caballos france-
ses, en la cuesta llamada del Madero, y aguardaron á los nuestros en el
paso más estrecho. Freire diestramente destacó dos regimientos, al man-
do de D. Vicente Osorio, que cayesen sobre los enemigos, alojados en
Dos-Barrios, al mismo tiempo que él, con lo restante de la columna, ata-
caba por el frente. Treparon nuestros soldados por la cuesta con intre-
pidez, repelieron á los franceses, y los persiguieron hasta Dos-Barrios.
Unidos aquí Osorio y Freire continuaron el alcance hasta Ocaña, en
donde los contuvo el fuego de cañon del enemigo.


Miéntras tanto Areizaga sentó su cuartel general en Tembleque, y
aproximó adonde estaba Freire la vanguardia de Zayas, compuesta de
6.000 hombres, casi todos granaderos, y la primera division de Lacy:
providencia necesaria por haberse agregado á la caballería de Milhaud
la division polaca del cuarto cuerpo francés. Volvió Freire á avanzar el
10 á Ocaña, delante de cuya villa estaban formados 2.000 caballos ene-
migos, y detras, á la misma salida, la division nombrada, con sus caño-
nes. Empezaron á jugar éstos, y á su fuego contestó la artillería volan-
te española, arrojando los jinetes á los del enemigo contra la villa, que,
abrigados de su infantería, reprimieron á su vez á nuestros soldados. No
áun dadas las cuatro de la tarde llegaron Zayas y Lacy. Emboscado el
último en un olivar cercano, dispúsose á la arremetida; pero Zayas, juz-
gando estar su tropa muy cansada, difirió auxiliar el ataque hasta el dia
siguiente. Aprovechándose los enemigos de esta desgraciada suspen-
sion, evacuaron á Ocaña, y por la noche se replegaron á Aranjuez.


El 11 de Noviembre, en fin, todo el ejército español se hallaba junto
en Ocaña. Resueltos los nuestros á avanzar á Madrid, hubiera convenido
proseguir la marcha ántes de que los franceses hubiesen agolpado hácia
aquella parte fuerzas considerables.


Mas Areizaga, al principio tan arrogante, comenzó entónces á vaci-
lar, y se inclinó á lo peor, que fué á hacer movimientos de flanco, lentos




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para aquella ocasion, y desgraciados en su resultado. Envió, pues, la di-
vision de Lacy á que cruzase el Tajo del lado de Colmenar de Oreja, yen-
do la mayor parte á pasar dicho rio por Villamanrique, en cuyo sitio se
echaron al efecto puentes. El tiempo era de lluvia, y durante tres dias
sopló un huracan furioso. Corrió una semana entre detenciones y mar-
chas, perdiendo los soldados, en los malos caminos y aguas encharca-
das, casi todo el calzado. Areizaga, con los obstáculos cada vez más in-
deciso, acantonó su ejército entre Santa Cruz de la Zarza y el Tajo.


Miéntras tanto los franceses fueron arrimando muchas tropas á Aran-
juez. El mariscal Soult habia ya ántes sucedido al mariscal Jourdan en
el mando de mayor general de los ejércitos franceses, y las operaciones
adquirieron fuerza y actividad. Sabedor de que los españoles se dirigian
á pasar el Tajo por Villamanrique, envió allí, el dia 14, al mariscal Vic-
tor, quien hallándose entónces sólo con su primer cuerpo, hubiera po-
dido ser arrollado. Detúvose Areizaga, y dió tiempo á que los franceses
fuesen el 16 reforzados en aquel punto; lo cual visto por el general espa-
ñol, hizo que algunas tropas suyas, puestas ya del otro lado del Tajo, re-
pasasen el rio y que se alzasen los puentes. Caminó en la noche del 17
hácia Ocaña, á cuya villa no llegó sino en la tarde del 18, y algunas tro-
pas se rezagaron hasta la mañana del 19. La víspera de este dia hubo un
reencuentro de caballería cerca de Ontígola: los franceses rechazaron á
los nuestros, mas perdieron al general Paris, muerto á manos del valien-
te cabo español Vicente Manzano, que recibió de la Central un escudo
de premio. Por nuestra parte tambien allí fué herido gravemente, y que-
dó en el campo por muerto, el hermano del Duque de Rivas, don An-
gel de Saavedra, no ménos ilustre entónces por las armas que lo ha sido
despues por las letras. Areizaga, que, moviéndose primero por el flanco,
dió lugar al avance y reunion de una parte de las tropas francesas retro-
cediendo ahora á Ocaña y andando como lanzadera, permitió que se re-
concentrasen ó diesen la mano todas ellas. Difícil era idear movimien-
tos más desatentados.


Juntáronse, pues, del lado de Ontígola y en Aranjuez los cuer-
pos cuarto y quinto, del mando de Sebastiani y Mortier, la reserva, ba-
jo el general Dessolles, y la guardia de José, ascendiendo, por lo mé-
nos, el número de gente á 28.000 infantes y 6.000 caballos. De manera
que Areizaga, que ántes tropezaba con ménos de 20.000, ahora, á cau-
sa de sus detenciones, marchas y contramarchas, tenía que habérselas
con 34.000 por el frente, sin contar con los 14.000 del cuerpo de Victor,
colocados hácia su flanco derecho, pues juntos todos pasaban de 48.000




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combatientes; fuerza casi igual á la suya en número, y superiorísima en
práctica y disciplina.


Don Juan Cárlos de Areizaga escogió para presentar batalla la villa
de Ocaña, considerable y asentada en terreno llano y elevado, á la en-
trada de la mesa que lleva su nombre. Las divisiones españolas se si-
tuaron en derredor de la poblacion. Apostase él á la izquierda del la-
do de la ágria hondonada donde corre el camino real que va á Aranjuez.
En el ala opuesta se situó la vanguardia de Zayas con direccion á On-
tígola, y más á su derecha la primera division de Lacy, permaneciendo
á espaldas casi toda la caballería. Hubo tambien tropas dentro de Oca-
ña. El general en jefe no dió órden ni colocacion fija á la mayor parte de
sus divisiones. Encaramóse en un campanario de la villa, desde donde
contentándose con atalayar y descubrir el campo continuó aturdido, sin
tomar disposicion alguna acertada. El cuarto cuerpo, del mando de Se-
bastiani, sostenido por Mortier, empeñó la pelea con nuestra derecha.
Zayas, apoyado en la division de don Pedro Agustin Jiron, y el gene-
ral Lacy batallaron vivamente, haciendo maravillas nuestra artillería. El
último, sobre todo, avanzó contra el general Leval, herido, y empuñan-
do en una mano, para alentar á los suyos, la bandera del regimiento de
Búrgos, todo lo atropelló, y cogió una batería que estaba al frente. Cos-
tó sangre tan intrépida acometida, y entre todos fué allí gravemente heri-
do el Marqués de Villacampo, oficial distinguido y ayudante de Lacy. Al
haber sido apoyado entónces este general, los franceses, rotos de aquel
lado, no alcanzáran fácilmente el triunfo; pero Lacy, solo, sin que le si-
guiera caballería, ni tampoco le auxiliára el general Zayas, á quien pu-
so, segun parece, en grande embarazo Areizaga, dándole primero órden
de atacar, y luégo contraórden, tuvo en breve que cejar, y todo se volvió
confusion. El general Girard entró en la villa, cuya plaza ardió; Desso-
lles y José avanzaron contra la izquierda española, que se retiró precipi-
tadamente, y ya por los llanos de la Mancha no se divisaban sino pelo-
tones de gente marchando á la ventura ó huyendo azorados del enemigo.
Areizaga bajó de su campanario, no tomó providencia para reunir las re-
liquias de su ejército, ni señaló punto de retirada. Continuó su camino á
Daimiel, de donde serenamente dió un parte al Gobierno el 20, en el que
estuvo léjos de pintar la catástrofe sucedida. Ésta fué de las más lamen-
tables. Contáronse por lo ménos 13.000 prisioneros, de 4 á 5.000 muer-
tos ó heridos, fueron abandonados más de cuarenta cañones, y carros, y
víveres, y municiones; una desolacion. Los franceses apénas perdieron
2.000 hombres. Sólo quedaron de los nuestros en pié algunos batallones,




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la division segunda, del mando de Vigodet, y parte de la caballería, á las
órdenes de Freire. En dos meses no pudieron volver á reunirse á las raí-
ces de Sierra-Morena 25.000 hombres.


Conservó por algun tiempo el mando D. Juan Cárlos de Areizaga, sin
que entónces se le formase causa, como se tenía de costumbre con mu-
chos de los generales desgraciados: ¡tan protegido estaba! Y en verdad,
¿á qué formarle causa? Habíanse éstas convertido en procesos de mera
fórmula, de que salian los acusados puros y exentos de toda culpa.


Terror y abatimiento sembró por el reino la rota de Ocaña, temien-
do fuese tan aciaga para la independencia como la de Guadalete. Holgá-
ronse sobremanera José y los suyos, entrando aquél en Madrid con pom-
pa y á manera de triunfador romano, seguido de los míseros prisioneros.
De sus parciales no faltó quien se gloriase de que hubiesen los france-
ses, con la mitad de gente, aniquilado á los españoles. Hemos visto no
ser así; mas áun cuando lo fuese, no por eso recaería mengua sobre el
carácter nacional; culpa sería, en todo caso, del desmaño é ignorancia
del principal caudillo.


La herida de Ocaña llegó hasta lo vivo. Con haberlo puesto todo á la
temeridad de la fortuna, abriéronse las puertas de las Andalucías. José
quizá hubiera tentado pronto la invasion, si la permanencia de los ingle-
ses en las cercanías de Badajoz, juntamente con la del ejército, manda-
do ahora por Alburquerque, en Extremadura, y la del Parque en Castilla
la Vieja, no le hubiesen obligado á obrar con cordura ántes de penetrar
en las gargantas de Sierra-Morena, ominosas á sus soldados. Pruden-
te, pues, era destruir por lo ménos parte de aquellas fuerzas, y aguardar,
ajustada ya la paz con Austria, nuevos refuerzos del Norte.


El Duque de Alburquerque, desamparado con lo ocurrido en Oca-
ña, se aceleró á evitar un suceso desgraciado. La fuerza que tenía, de
12.000 hombres, dividida en tres divisiones, vanguardia y reserva, habia
avanzado el 17 de Noviembre al puente del Arzobispo para causar diver-
sion por aquel lado. Desde allí, y con el mismo fin, siguiendo la márgen
izquierda del Tajo, destacó la vanguardia, á las órdenes de D. José Lar-
dizábal, con direccion al puente de tablas de Talavera. Este movimien-
to obligó á retirarse á los franceses alojados en el Arzobispo, enfrente de
los nuestros; mas á poco, sobreviniendo el destrozo de Ocaña, retrocedió
el de Alburquerque, y no paró hasta Trujillo.


Puso en mayor cuidado á los enemigos el ejército del Duque del Par-
que, sobre todo despues de la jornada de Tamámes. Motivo por que en-
vió el mariscal Soult la division de Gazan al general Marchand, camino




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de Ávila, para coger al Duque por el flanco derecho. El general español,
á fin de coadyuvar tambien á la campaña de Areizaga, movióse con su
ejército, y el 19 intentó atacar en Alba de Tórmes á 5.000 franceses, que
advertidos, se retiraron.


Prosiguió el del Parque su marcha, y noticioso de que en Medina del
Campo se reunian unos 2.000 caballos y de 8 á 10.000 infantes, juntó el
23 á la madrugada sus divisiones en el Carpio, á tres leguas de aquella
villa. Colocó la vanguardia en la loma en que está sito el pueblo, ocul-
tando detras y por los lados la mayor parte de su fuerza. No logró, á pe-
sar del ardid, que los franceses se acercasen, y entónces se adelantó él
mismo, á la una del propio dia, yendo por la llanura con admirable y
bien concertado órden. Marchaba en batalla la vanguardia, del mando
de D. Martin de la Carrera; á su derecha, parte tambien en batalla, par-
te en columnas, la tercera division, regida por D. Francisco Balleste-
ros; á la izquierda la primera, de D. Francisco Javier de Losada; cubria
la caballería las dos alas. Iba de reserva la segunda division, á las órde-
nes del Conde de Belveder, y dejóse en el Carpio, con su jefe, el Mar-
qués de Castro-Fuerte, la quinta division, ó sea la de los castellanos. Los
franceses, aunque reforzados con 1.000 jinetes, cejaron á una eminen-
cia inmediata á Medina. Empeñóse allí vivo fuego, y engrosados aún los
enemigos con dos regimientos de dragones y alguna infantería, cayeron
sobre los jinetes del ala derecha, que cedieron el terreno, con lo cual se
vió descubierta la tercera division, que era la de los asturianos. Mas és-
tos, valientes y serenos, reprimieron al enemigo, en particular tres regi-
mientos, que le recibieron á quema ropa con fuegos muy certeros. En la
pelea perecieron el intrépido ayudante general de la division, D. Salva-
dor de Molina, y el coronel del regimiento de Lena, D. Juan Drimgold.
Rechazados ó contenidos en los demas puntos los franceses, sobrevino
la noche, y Parque, durante dos horas, permaneció en el campo de bata-
lla. Despues, obligado á dar alimento y descanso á su tropa, y avisado de
que el enemigo podria ser reforzado, ántes de amanecer tornó al Carpio.
Los franceses, por su parte, no creyéndose bastante numerosos, se aleja-
ron, para unirse á nuevos refuerzos que aguardaban.


Les llegaron éstos de várias partes, y el general Kellermann, re-
uniendo toda la fuerza que pudo, entre ella 3.000 caballos, se mostró el
25 delante del Carpio. El Duque del Parque, hasta entónces prudente y
afortunado caudillo, descuidóse, y en vez de retirarse sin tardanza vien-
do la superioridad de la caballería, temible en aquella tierra llana, sus-
pendió todo movimiento retrógrado hasta la noche del 26, y entónces lo




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realizó, aguijado con el aviso de las lástimas de Ocaña, cuya nueva, de-
rramada por el ejército, descorazonó al soldado.


El 28 por la mañana entraron los nuestros en Alba, tristes y ya per-
seguidos por la vanguardia enemiga. Asentada aquella villa á la derecha
del Tórmes, comunica con la orilla opuesta por un puente de piedra. El
Duque del Parque dejó dentro de la poblacion, con negligencia notable,
el cuartel general, la artillería, los bagajes, la mayor parte, en fin, de su
fuerza, excepto dos divisiones, que pasaron al otro lado. Alegóse por dis-
culpa la necesidad de dar de comer á la tropa, fatigada y sin alimento ya
hacia muchas horas, como si no se hubiera podido acudir al remedio, y
con mayor órden, poniendo todo el ejército en la orilla más segura, y en
disposicion de proteger á los encargados de avituallarle.


Esparcidos los soldados por Alba para buscar raciones, y cundien-
do la voz de que llegaban los franceses, atropelláronse al puente hom-
bres y bagajes, y casi le barrearon. Pudieron, con todo, los jefes colocar
fuera del pueblo las tropas, y parar la primera embestida de 400 france-
ses que iban delante, hasta que aproximándose un grueso de caballería,
cargó éste nuestra derecha, en donde se hallaba la primera division, del
mando de Losada, y 800 caballos. Arrollados los últimos, huyeron tam-
bien los infantes, que repasaron el Tórmes, abandonando su artillería.
El ala izquierda, que se componia de la vanguardia de Carrera y de parte
de la segunda division, se mantuvo firme, y puesto Mendizábal á su ca-
beza, repelieron nuestros soldados por tres veces á los jinetes enemigos,
formando el cuadro, y respondieron á fusilazos á la intimacion que les
hicieron de rendirse. En vano los acometieron otros escuadrones por la
espalda; forzados se vieron éstos á aguardar á sus infantes, de los que al-
gunos llegaron al anochecer. Mendizábal cruzó con sus intrépidos solda-
dos el puente, y tocó gloriosamente la orilla opuesta. Allí todo era desór-
den y atropellamiento con los bagajes y caballería fugitiva. El Duque del
Parque perdió entónces del todo la presencia de ánimo, y sus tropas, ca-
reciendo de órdenes precisas, se alejaron de aquel punto y se repartie-
ron entre Ciudad-Rodrigo, Tamámes y Miranda del Castañar. Semejante
y no calculado movimiento excéntrico salvó al ejército, pues el general
Kellermann dejó de perseguirle, incierto de su paradero; y limitándose
á dejar ocupada la línea de Tórmes, volvióse á Valladolid. El Duque del
Parque, al principiar Diciembre, sentó su cuartel general en el Bodon, á
dos leguas de Ciudad-Rodrigo, y echáronse de ménos, entre dispersion y
pelea, unos 3.000 hombres. Antes de concluirse el mes pasó el Duque á
San Martin de Trebejos, detras de sierra de Gata.




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Con tales desdichas, destruidos ó menguados unos tras otros los me-
jores ejércitos españoles, debieron, naturalmente, los ingleses, meros
espectadores hasta entónces, tomar, en su extrema prudencia, medidas
de precaucion. Lord Wellington determinó dejar las orillas del Guadia-
na y pasar al norte del Tajo, empezando su movimiento en los primeros
dias de Diciembre. Despidióse ántes de la junta de Extremadura, y mos-
tróse muy satisfecho «del celo y laborioso cuidado (son sus expresiones)
con que aquel cuerpo habia proporcionado provisiones á las tropas de
su ejército acantonadas en las cercanías de Badajoz.» Dicha junta habia
sido una de aquellas autoridades contra las que tanto se habia clama-
do, pocos meses ántes, acerca del asunto de abastecimientos, tachándo-
las hasta de mala voluntad. El testimonio irrecusable de lord Wellington
probaba ahora que la premura del tiempo y la gran demanda fueron cau-
sa de la escasez, y no otras reprensibles miras.


La profunda sima en que la nacion se abismaba consternó á la co-
mision ejecutiva de la Junta Central, poniendo á prueba la capacidad y
energía de sus individuos. Mas entónces se vió que no basta reconcen-
trar el poder para que éste sea en sus efectos vigoroso y pronto, sino que
tambien es preciso que las manos escogidas para su manejo sean ágiles
y fuertes. No formando parte de la comision ninguno de los pocos centra-
les á quienes se consideraba, por su saber, como más aptos, ó como más
notables por los brios de su condicion, escasearon en aquel nuevo cuer-
po las luces y el esfuerzo; faltas tanto más graves, cuanto los aconteci-
mientos habian puesto á la nacion en el mayor estrecho.


Así resultó que al saberse la derrota de Ocaña, quedó la comision co-
mo aturdida y aplanada, no desplegando la firmeza que tanto honró al
Gobierno español cuando la jornada de Medellin. Redujéronse sus pro-
videncias á las más comunes y generales, habiendo, en vano, nombrado
á Romana para recomponer el ejército del centro, tan menguado y per-
dido; pues aquel general permaneció en Sevilla, temeroso, quizá, de que
sus hombros flaqueasen bajo la balumba de tan pesada carga. Para lle-
nar su hueco, á lo ménos en ciertas medidas de reorganizacion, partieron
camino de la Carolina D. Rodrigo Riquelme y el Marqués de Campo-Sa-
grado, uno individuo de la comision y otro de la Junta, quienes, en union
con el vocal Rabé, debian impulsar la mejora y aumento del ejército, y
atender á la defensa de los pasos de la sierra. Repeticion de lo que hizo
la Central al retirarse de Aranjuez, con la diferencia de que ahora no hu-
bo mucho vagar ni espacio.


Tampoco se destruyeron, con el nombramiento de la comision eje-




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cutiva, las maquinaciones de los ambiciosos. Volvió á salir á plaza D.
Francisco Palafox, deseoso de erigirse, por lo ménos, en lugartenien-
te de Aragon. Sospechábase que le prestaba su asistencia el Conde del
Montijo, que á hurtadillas se fué de Portugal acercando á Sevilla. Tuvo
de ello aviso el Gobierno, y Romana, á quien ántes no disgustaban ta-
les manejos, ahora, que podian perjudicar á los en que él mismo andaba,
instó para que se aprehendiesen las personas de Palafox y Montijo, jun-
tamente con sus papeles. El último fué cogido en Valverde del Camino y
trasladado á Sevilla, en donde tambien se arrestó al primero, sin que lo
impidiese su calidad de central. Metió algun ruido la detencion de es-
tos personajes, y mayor hubiera sido, á no tenerlos tan desopinados sus
continuos enredos. Los acontecimientos que sobrevinieron, terminaron
en breve la persecucion de entrambos.


Romana, que tanta diligencia ponia en descubrir y cortar las tramas
de los demas, no por eso cesaba de alterar con su conducta la paz y bue-
na armonía del Gobierno supremo. Favorecia grandemente sus miras su
hermano D. José Caro, que á nada ménos aspiraba que á ver á su fami-
lia mandando en el reino. En la provincia de Valencia, puesta á su cui-
dado, trabajaba los ánimos en aquel sentido, y con profusion esparció
el famoso voto de Romana de 14 de Octubre. La junta provincial ayu-
dóle mucho en ocasiones, y este cuerpo, provocando unas veces el nom-
bramiento de una regencia exclusiva, desechándolo en otras, vário é in-
constante en sus procedimientos, manifestaba que á pesar de su buen
celo por la causa de la patria, influian en sus deliberaciones hombres de
seso mal asentado.


Don José Caro remitió á las demas juntas una circular, á nombre de
la de Valencia, en que, alabando los servicios, el talento, las virtudes de
su hermano el Marqués de la Romana, se hablaba de la necesidad de
adoptar lo que éste habia propuesto en su voto, y se indicaba á las cla-
ras la conveniencia de nombrarle regente. La Central, en una exposicion
que hizo á las juntas, y ántes de finalizar Noviembre, grave y victoriosa-
mente rechazó los ataques y opinion de la de Valencia, invitando á to-
das á aguardar la próxima reunion de Córtes. Las provincias apoyaron el
dictámen de la Central, y en Valencia se separaron de Caro varios que le
habian estado unidos. Para cortar las disensiones, debió Romana pasar
á aquella ciudad; viaje que no verificó, enviando en su lugar á D. Lázaro
de las Heras, hechura suya, pues el Marqués tomaba á veces por sí reso-
luciones, sin cuidarse de la aprobacion de sus compañeros. Las Heras,
como era de esperar, procedió en Valencia segun las miras de Romana, y




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atropelló en Diciembre, y confinó á la isla de Íbiza, á D. José Canga Ar-
güelles y á otros individuos de la Junta, ahora encontrados en opiniones
con el general Caro.


Pero con estas reyertas y miserias crecian los males de la patria, y la
Central, en cuyo cuerpo no habian en un principio reinado otras divisio-
nes sino aquellas que nacen de la diversidad de dictámenes, se vió en la
actualidad combatida por la ambicion y frenéticas pasiones de Palafox,
de Romana y sus secuaces, convirtiéndose en un semillero de chismes,
pequeñeces y enredos, impropios de un gobierno supremo, con lo cual
cayó áun más en tierra su crédito y se anticipó su ruina.


La comision ejecutiva, cuya alma era el mismo Romana, nada, pues,
de importante obró, poniéndose de manifiesto lo nulo de aquel general
para todo lo que era mando. La Junta, por su parte, y en el círculo de fa-
cultades que se habia reservado, animada del buen espíritu de Jovella-
nos, Garay y otros, acordó algunas providencias no desacertadas, aun-
que tardías, como fué el aplicar á los gastos de la guerra los fondos de
encomiendas, obras pías, y tambien la rebaja gradual de sueldos, excep-
tuándose á los militares que defendian la patria.


En el período en que vamos, ó poco ántes, examinóse asimismo en
la Junta Central una proposicion de D. Lorenzo Calvo de Rozas sobre la
importante cuestion de libertad de imprenta. La Junta, ora por la grave-
dad de la materia, ora, quizá, para esquivar toda discusion, pasó la pro-
puesta de Calvo á consulta del Consejo, el cual, como era natural, mos-
tróse contrario, excepto D. José Pablo Valiente. Extendida la consulta,
subió á la Central, y ésta la remitió á la comision de Córtes, que á su vez
la pasó á otra comision, creada bajo el nombre de instruccion pública,
corriendo por aquella inacabable cadena de juntas, consejos y comisio-
nes á que siempre ¡mal pecado! se recurrió en España. En la de instruc-
cion pública halló la propuesta de Calvo favorable acogida, leyendo en
su apoyo una Memoria muy notable el canónigo D. José Isidoro Morales.
Mas en estos pasos, idas y venidas, se concluia ya Diciembre, y las des-
gracias cortaron toda resolucion en asunto de tan grande importancia.


Entre tanto se acercaba tambien el dia señalado para convocar las
Córtes. La comision encargada de determinar la forma de su llamamien-
to tenía ya casi concluidos sus trabajos. No entrarémos aquí en los de-
bates que para ello hubo en su seno (cosa ajena de nuestro propósito), ni
en los pormenores del modo adoptado para constituirse las Córtes, pues
retardada por los acontecimientos de la guerra la reunion de éstas, nos
parece más conveniente suspender, hasta el tiempo en que se juntaron,




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el tratar detenidamente de la materia. Sólo dirémos en este lugar que se
adoptó igualdad de representacion para todas las provincias de España;
debiéndose dividir las Córtes en dos cuerpos, el uno electivo y el otro de
privilegiados, compuesto de clero y nobleza.


Las convocatorias que entónces se expidieron fueron sólo las que
iban dirigidas al nombramiento de los individuos que habian de compo-
ner la cámara electiva, reservando circular las de los privilegiados para
más adelante. Motivó tal diferencia el que en el primer caso se necesi-
taba de algun tiempo para realizar las elecciones, no sucediendo lo mis-
mo en el segundo, en que el llamamiento habia de ser personal. Mas de
esta tardanza resultó despues, segun verémos, no concurrir á las Córtes
sino los miembros elegidos por el pueblo, quedando sin efecto la forma-
cion de una segunda cámara.


El mismo dia que partieron las convocatorias, se mudaron tambien
los tres individuos más antiguos de la comision ejecutiva, conforme á
lo prevenido en el reglamento. Eran éstos el Marqués de la Romana, D.
Rodrigo Riquelme y D. Francisco Caro, entrando en su lugar el Conde
de Ayamans, el Marqués del Villar y D. Félix Ovalle. Su imperio no fué
de larga duracion.


Todo presagiaba su caida y la de la Junta Central, y todo una próxi-
ma invasion de los franceses en las Andalucías. Para no ser cogida tan
de improviso como en Aranjuez, dió la Junta un decreto en 13 de Enero,
por el que anunció que debia hallarse reunida el 1.º del mes inmediato
en la isla de Leon, á fin de arreglar la apertura de las Córtes, señalada
para el 1.º de Marzo, sin perjuicio de que permaneciese en Sevilla algu-
nos dias más un cierto número de vocales, que atendiese al despacho de
los negocios urgentes. Este decreto, en tiempos lejanos de todo peligro,
hubiera parecido prudente y áun necesario; pero ahora, cuando tan de
cerca amagaba el enemigo, consideróse hijo sólo del miedo, impeliendo
á despertar la atencion pública, y á traer hácia los centrales los contra-
tiempos y sinsabores que, como referirémos luégo, precedieron y acom-
pañaron al hundimiento de aquel gobierno.