Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
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LORD WELLINGTON EN FUENTEGUINALDO.— SEXTO EJÉRCITO ESPAÑOL. ABADÍA SUCE-
DE Á SANTOCILDES.— POSICION DE AQUEL EJÉRCITO.— LE ATACAN LOS FRANCE-
SES.— SE RETIRA.— COMBATES EN RETIRADA.— SE REPLIEGAN LOS FRANCESES.—
POSICION DE WELLINGTON EN FUENTEGUINALDO.— SE COMBINAN PARA SOCORRER Á
CIUDAD-RODRIGO DORSENNE Y MARMONT.— LA SOCORREN Y ATACAN Á WELLING-
TON.— COMBATE DEL 25 DE SETIEMBRE.— COMBATES DEL 27.— NUEVAS ESTAN-
CIAS DE WELLINGTON.— SE RETIRAN LOS FRANCESES.— WELLINGTON EN LA FREJE-
NEDA.— SE PREPARA Á SITIAR Á CIUDAD-RODRIGO.— COGE D. JULIAN SANCHEZ
AL GOBERNADOR FRANCES DE AQUELLA PLAZA.— CARTA DE D. CÁRLOS DE ESPAÑA
AL DE SALAMANCA.— QUINTO EJÉRCITO ESPAÑOL.— SEVERIDAD DE CASTAÑOS.—
PEDREZUELA Y SU MUJER.— EL CORREGIDOR CIRIA.TEMPRANO EL PARTIDARIO.—
COMBINANSE PARA UNA EMPRESA EN EXTREMADURA INGLESES Y ESPAÑOLES.— AC-
CION GLORIOSA DE ARROYOMOLINOS.— OTRA VEZ EL SEXTO EJÉRCITO.— MEDIDAS
DESACORDADAS DE ABADÍA.— INVADEN DE NUEVO LOS FRANCESES Á ASTÚRIAS.—
SÉPTIMO EJÉRCITO.— LE MANDA MENDIZÁBAL.— PORLIER.— ENTRA EN SANTAN-
DER.— DON JUAN LOPEZ CAMPILLO.— LONGA, EL PASTOR Y MERINO.— MINA.—
DECRETO SUYO DE REPRESALIAS.— SUCESOS MILITARES EN VALENCIA.— PASA
SUCHET EL GUADALAVIAR EL 26 DE DICIEMBRE.— MAHY CON PARTE DE LAS TRO-
PAS SE RETIRA AL JÚCAR.— BLAKE CON LAS OTRAS Á VALENCIA.— ACORDONAN LOS
FRANCESES LA CIUDAD.— REFLEXIONES. VANA TENTATIVA DE BLAKE EL 28 PARA
SALVAR SU EJÉRCITO.— BRIOSA CONDUCTA DEL CORONEL MICHELENA.— DESASO-
SIEGO EN VALENCIA, Y REFLEXIONES.— CONVOCACION DE UNA JUNTA.— REUNIO-
NES TUMULTUARIAS.— LAS CONTIENE BLAKE Y DISUELVE LA JUNTA.— ADELANTA
SUCHET LOS TRABAJOS DE SITIO.— SE RETIRA BLAKE AL RECINTO INTERIOR DE LA
CIUDAD.— EMPIEZA EL 5 DE ENERO EL BOMBARDEO.— POCAS PRECAUCIONES TO-
MADAS.— DESTROZOS.— TIBIEZA DE BLAKE PARA ANIMAR Á LOS HABITANTES.—
DESECHA BLAKE LA PROPUESTA DE RENDIRSE.— DIVISION EN EL MODO DE SENTIR DE
LOS HABITANTES.— ESTADO CRÍTICO DE LA PLAZA.— DISIENTEN LOS JEFES ACERCA
DE TRATAR CON LOS ENEMIGOS,.— CAPITULA BLAKE EL 9.— ENTRA SUCHET EN VA-
LENCIA.— BLAKE.— PARTE QUE DA.— RECOMPENSAS DE NAPOLEON Á SUCHET Y Á
SU EJÉRCITO.— PROVIDENCIAS SEVERAS DE SUCHET.— FRAILES LLEVADOS Á FRAN-
CIA Y ARCABUCEADOS.— CONDUCTA DEL CLERO Y DEL ARZOBISPO.— DE LOS VALEN-
CIANOS.— AVANZA MONT-BRUN Á ALICANTE.— POSICION DEL GENERAL MAHY.—




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SE ALEJA MONT-BRUN.— SUCHET.— TOMA Á DENIA.— SITUACION DEL SEGUNDO Y
TERCER EJÉRCITO.— EL GENERAL SOULT EN MURCIA.— LE ATACA D. MARTIN DE LA
CARRERA.— MUERTE GLORIOSA DE ÉSTE.— HONORES QUE SE LE TRIBUTAN.— SI-
TIO DE PEÑISCOLA.— LA TOMAN LOS FRANCESES.— CONDUCTA INFAME DEL GOBER-
NADOR GARCÍA NAVARRO.— SERRANÍA DE RONDA Y TARIFA.— MOVIMIENTOS DE
BALLESTEROS.— SITIAN LOS FRANCESES Á TARIFA.— GLORIOSA DEFENSA.— LE-
VANTAN LOS FRANCESES EL SITIO.— CIUDAD-RODRIGO.— CERCA LORD WELLINGTON
LA PLAZA.— LA ASALTAN LOS ALIADOS Y LA TOMAN.— GRACIAS Y RECOMPENSAS.—
NUEVAS ESPERANZAS.


Miéntras iba sobre Valencia denso nublado, sin que bastáran á di-
siparle ni los esfuerzos de aquella provincia, ni de las inmediatas, se-
rá bien que veamos lo que ocurria por el occidente de España y lugares
á él contiguos.


Cruzado que hubo lord Wellington el río Tajo, siguiendo en Julio el
movimiento retrógrado del mariscal Marmont, caminó al Norte, y sen-
tó sus reales el 10 de Agosto en Fuenteguinaldo, con visos de amagar á
Ciudad-Rodrigo.


Permaneció, no obstante, inmoble hasta promediar Setiembre, de lo
que se aprovechó el frances, ansioso de extender el campo de su domi-
nacion, para atacar al sexto ejército español; lisonjeándose de deshacer-
le, y verificar quizá en seguida una incursion rápida en el reino de Ga-
licia.


Tocaba ejecutar el plan al general Dorsenne, que mandaba en jefe
las tropas y distritos llamados del Norte; y favorecíanle, en su entender,
no sólo la inaccion de lord Wellington, sino tambien mudanzas sobreve-
nidas en el gobierno de las fuerzas españolas.


Vimos cuán atinadamente capitaneaba el sexto ejército D. José San-
tocildes, y cuánto le adestraba de acuerdo con el jefe de estado mayor D.
Juan Moscoso. En virtud de tan loable porte parecia que hubiera debi-
do continuar en el mando. No lo permitió la suerte aviesa. Reemplazóle
en breve D. Francisco Javier Abadía. Se atribuyó la remocion al general
Castaños, que conservaba, si bien de léjos, la supremacía del sexto ejér-
cito, y susurróse que le impelieron á ello inspiraciones de ajenos celos,
ú otros motivos no ménos reprensibles. Abadía se presentó á sus tropas
á mediados de Agosto.


Situábase en aquel tiempo el mencionado ejército del modo siguien-
te: la vanguardia, bajo don Federico Castañon, en San Martin de las To-




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rres y puente de Cebrones; la tercera division, del cargo del brigadier
Cabrera, en la Bañeza; la segunda, ahora á las órdenes del Conde de
Belveder, en el puente de Orbigo; se alojaba en Astorga una reserva, y
permanecia en Astúrias, como ántes, la primera division. Indicamos en
otro lugar el total de la fuerza, que más bien que disminuido, se habia
desde entónces aumentado.


No cesó ésta de hostilizar al enemigo, á pesar de lo ocurrido en pri-
meros de Julio, que ya referimos, siendo de notar la sorpresa que el 16
de Agosto hicieron algunos destacamentos de la guarnicion francesa del
pueblo de Almendra, en donde cogieron más de 130 prisioneros.


Fué el 25 del citado mes cuando Dorsenne intentó acometer á los
nuestros, que se dispusieron á retirarse, viniendo sobre ellos superiores
fuerzas. Abadía, como recien llegado y sin conocimiento á fondo de la
disciplina de sus soldados, recelábase del éxito; por lo que con modera-
cion laudable dejó á Santocildes y á D. Juan Moscoso la principal direc-
cion de las operaciones.


Tuvieron éstas por mira efectuar una retirada en parte excéntrica,
por cuyo medio se consiguiese no agolpar las tropas á un solo punto, cu-
brir las diversas entradas de Galicia, algunas de Astúrias, y establecer
comunicaciones á la derecha con los portugueses que mandaba en Tras-
los-Montes el general Silveira. Maniobra útil en aquella ocasion, y mu-
chas veces conveniente en las guerras nacionales, segun expresa, y con
razon, M. de Jominy (1).


Los franceses, avanzando, acometieron primero la division que se
alojaba en la Bañeza; la cual despues de sostener briosamente una arre-
metida de los lanceros enemigos, se replegó en buen órden sobre Castro-
contrigo; y de allí, segun se le tenía mandado, á la Puebla de Sanabria.
En seguida, y por la tarde de dicho dia 25, atacaron los franceses la van-
guardia y la segunda division, las cuales se enderezaron al punto de
Castrillo, para unirse con la reserva.


Juntos los tres últimos cuerpos, ó sean divisiones, tomaron el 26 la
ruta del puerto de Fuencebadon, excepto el regimiento primero de Ribe-
ro, que reforzado despues con el segundo de Astúrias, defendió el 27 va-
lerosamente el puerto de Manzanal.


En este día tambien penetró el frances por Fuencebadon, defendién-
dose largo tiempo Castañon y la reserva en las alturas colocadas entre


(1) Tableau analytique des principales combinaisons de lo guerre, par le baron Jominy,
chap. II, section 1 de la Stratègie.




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Riego y Molinaseca. Aquí, no ménos que en Manzanal, fueron escar-
mentados los enemigos, pues tuvieron mucha pérdida, y contaron entre
los muertos al general Corsin y al coronel Barthez, quedando á los nues-
tros por trofeo el águila del sexto regimiento de infantería.


Sin embargo, engrosados los contrarios, pasaron adelante y se derra-
maron por el Vierzo. Abadía, al propio tiempo que sentó su cuartel ge-
neral en el Puente de Domingo Florez, cubriendo á Galicia por este la-
do, retiró de Villafranca la artillería, camino de Lugo, destacó hácia allí
fuerzas que amparasen las alturas de Valcarce, y colocó en Toreno, para
cerrar las avenidas inmediatas de Astúrias, los cuerpos que habían com-
batido en Manzanal.


De resultas de estas medidas, de la buena defensa que en los puertos
habian hecho los españoles, y á causa de los temores que infundia Gali-
cia por su anterior resistencia, detúvose Dorsenne y no avanzó más allá
de Villafranca del Vierzo, desesperanzado de poder realizar en aquel
reino pronta y venturosa irrupcion. Saquearon sí sus tropas los pueblos
del tránsito, y al retirarse en los días 30 y 31 de Agosto se llevaron con-
sigo variás personas en rehenes por el pago de contribuciones que ha-
bian impuesto. Abadía de nuevo ganó terreno, y hasta entónces portó-
se de modo que su nombramiento no produjo en el ejército trastorno ni
particular novedad, habiendo obrado, segun apuntamos, en union con su
antecesor. ¡Ojalá no hubiera nunca olvidado proceder tan cuerdo!


El avanzar de nuestras tropas y un amago de las de la Puebla de Sa-
nabria, aceleraron la retirada de Dorsenne, que se limitó á conservar y
fortalecer á Astorga. Aguijóle tambien para ello el mariscal Marmont,
que necesitaba de ayuda en un movimiento que proyectaba sobre el
Águeda y sus cercanías.


En aquellas partes, firme lord Wellington en Fuenteguinaldo, hacia
resolucion de rendir por hambre á Ciudad-Rodrigo, escasa de vituallas.
Con este objeto, y persuadido del triunfo, á no ser que acudiese al soco-
rro gran golpe de gente, formó una línea que desde el Azava inferior se
prolongaba por el Carpio, Espeja y el Bodon á Fuenteguinaldo. Asien-
to el último punto del cuartel general, reforzóle con obras de campaña,
y situó en él la cuarta division: destacó á la derecha del Águeda la divi-
sion ligera, y puso en las lomas de la izquierda del mismo rio la tercera
con la caballería, apostando una vanguardia en Pastores, una legua de
Ciudad-Rodrigo. El general Graham, que de la isla de Leon había pasa-
do á este ejército, y sucedido á sir Brent Spencer en calidad de segundo
de Wellington, regía las tropas de la izquierda, alojadas en la parte in-




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ferior del Azava, ocupando la superior, en donde formaba el centro, sir
Stapleton Cotton con todos los jinetes. De los españoles sólo había D.
Julian Sanchez, y tambien D. Cárlos de España, enviado por Castaños
para alistar reclutas en Castilla la Vieja y mandar aquellos distritos: am-
bos jefes recorrian el Águeda rio abajo. Destinóse la quinta division in-
glesa á observar el punto de Perales, permaneciendo á retaguardia de la
derecha. Servia de reserva la séptima en Alamedilla. Lo restante de la
fuerza anglo-portuguesa, se acordará el lector que la dejó lord Welling-
ton á los órdenes del general Hill, en el Alentejo, para atender á la de-
fensa de la izquierda del Tajo y á las ocurrencias de la Extremadura es-
pañola.


El movimiento que intentaba Marmont sobre el Águeda, y para el
que hubo de contar con el general Dorsenne, dirigiase á socorrer á Ciu-
dad-Rodrigo, cuyos apuros crecian demasiadamente. Abrió el mariscal
frances su marcha desde Plasencia el 13 de Setiembre, tomando ántes
várias precauciones, como construir un reducto en el puerto de Baños,
asegurar los puentes y barcas de ciertos ríos, y poner al general Foy con
la sexta division en vela del camino militar y pasos de la sierra.


Yendo á encontrarse Dorsenne y Marmont, cada uno por su lado,
juntáronse el 22 cerca de Tamámes. Con el primero hallábase ya in-
corporada una division que mandaba el general Souham, la cual perte-
necia á las fuerzas que habian entrado últimamente en España cuando
las italianas de Severoli.Y sin riesgo de error puédese computar que
las tropas enemigas que marchaban ahora la vuelta de Ciudad-Rodri-
go ascendían á 60.000 hombres, 6.000 de caballería con gran núme-
ro de cañones.


Próximos los franceses, no hizo lord Wellington ademan alguno pa-
ra impedir la introduccion de socorros en la plaza, y sólo aguardó al ene-
migo en la posicion que ocupaba. Vino aquél á atacarla el 25. Trabó el
combate con catorce escuadrones el general Wathier por la parte inferior
del Azava, que guarnecia Graham, y arrolló los puestos avanzados, los
cuales, volviendo en sí y apoyados, recobraron el terreno perdido. No era
esta tentativa más que un amago. Encaminábase la principal atencion
de los contrarios á embestir la tercera division inglesa, situada en las lo-
mas que se divisan entre Fuenteguinaldo y Pastores. Puso Marmont para
ello en movimiento de treinta á cuarenta escuadrones, guiados por el ge-
neral Mout-Brun y mucha artillería, debiendo favorecer la maniobra ca-
torce batallones. Lord Wellington dudó un instante si atacarian los ene-
migos aquella posicion por el camino real que va á Fuenteguinaldo ó por




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los pueblos de Encina y el Bodon. Cerciorado de que sería por el cami-
no real, dispuso reforzar en gran manera aquel punto. Los ingleses allí
apostados, si bien al principio solos y en corto número, se defendieron
denodadamente contra la caballería y artillería enemigas, y recobraron
dos piezas abandonadas en una embestida.


No habian aún llegado los infantes franceses, mas advirtiendo We-
llington que se aproximaban, y calculando que probablemente concu-
rririan al sitio de ataque ántes que los principales refuerzos británicos,
llamados de partes más lejanas, resolvió abandonar las lomas asaltadas,
y retirar á Fuenteguinaldo las tropas que las defendian. Verificaron és-
tas el repliegue formando cuadros y en admirable ordenanza, sin que la
pudiesen romper los arrojados acometimientos de la caballería france-
sa. Quedó sólo como cortada la pequeña vanguardia que cubria el alto
de Pastores y mandaba el teniente coronel Williams; pero este oficial, lé-
jos de atribularse, mantúvose reposado, y con acertada inteligencia su-
bió el Águeda la orilla derecha arriba hasta Robledo, en donde repasó
el rio, logrando por la tarde unirse felizmente al grueso del ejército en
Fuenteguinaldo.


Aquí, en el mismo dia, estableció su centro lord Wellington, alteran-
do la anterior posicion con la derecha del lado del puerto de Perales, y
la izquierda en Navavel. Apostó á D. Cárlos de España y la infantería es-
pañola junto al Coa, enviando la caballería bajo D. Julian Sanchez á re-
taguardia del enemigo.


Reunieron el 26 los franceses toda su gente, y examinado que hubie-
ron la estancia de Fuenteguinaldo, creyéronla tan fuerte, que desistie-
ron de atacarla. No lo pensaba así Wellington, por lo cual retrocedió tres
leguas, poniendo el 27 la derecha en Aldea-Vellia, la izquierda en Bis-
mula y el centro en Alfayates, antiguo campo romano y hoy villa de Por-
tugal, en sitio alto, cercada de viejos muros. En este dia dos divisiones
de los franceses, siguiendo la huella de los aliados, trabaron vivos reen-
cuentros, y la cuarta de los ingleses perdió y recobró dos veces á Aldea
da Ponte.


No satisfecho aún Wellington con su última posicion, y ateniéndo-
se á un plan general de operaciones anteriormente trazado, retiróse una
legua atras á estancias que se dilataban por la cuerda del arco que for-
ma el Coa cerca de Sabugal, dejando á la derecha la sierra das Mesas,
y á la izquierda el pueblo de Rendo, en cuyo sitio presentó batalla á los
franceses, que esquivaron éstos, cumplido su deseo de socorrer á Ciu-
dad-Rodrigo. En los combates del 25 y 27 perdieron los ingleses unos




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260 hombres, no más los franceses. Vió en aquellos dias por primera vez
el fuegó, y se distinguió, el Príncipe de Orange, que allí asistia en cali-
dad de ayudante de campo de lord Wellington, exponiendo su persona
por la independencia de un país muy desamado dos siglos ántes de sus
ilustres y belicosos abuelos los Guillermos y Mauricios. Así anda y vol-
tea el mundo.


Separáronse á poco los dos generales franceses, no pudiendo mante-
nerse unidos por celos, falta de subsistencias y por amagos que tenian
de otros lugares. Dorsenne se retiró hácia Salamanca y Valladolid; Mar-
mont á tierra de Plasencia.


Tambien lord Wellington tomó nuevos acantonamientos, sentando en
la Fregeneda su cuartel general. Vínole bien no le hubiesen los fran-
ceses atacado el 25 todo su ejército, ni, embestido el 26 la posicion de
Fuenteguinaldo. Las muchas fuerzas que consigo traían hubiéranle po-
dido causar gran menoscabo. Tan cierto es que en la guerra representa la
fortuna papel muy principal.


Dió entónces lord Wellington comienzo á los preparativos que exigía
la formalizacion del sitio de Ciudad-Rodrigo. Le dejó para su empresa,
segun ya indicamos, sumo despacio lo que ocurria en las demas partes
de España, y tampoco le perjudicaron las operaciones de los partidarios
que andaban cerca, singularmente las de D. Julian Sanchez.


Entre otros hechos de éste, por entónces notables, cuéntase el acae-
cido el 15 de Octubre en las cercanías de Ciudad-Rodrigo. Sacaban los
enemigos su ganado á pastar fuera, y deseoso Sanchez de cogerle, armó
una celada con 360 infantes y 130 jinetes en ambas orillas del Águeda,
corriente abajo. A la propia sazon que acechaban los nuestros y se pre-
paraban á la sorpresa, salió de la plaza á hacer un reconocimiento con
12 de á caballo el gobernador frances Renaud, y emparejando parte de
los emboscados con él y su escolta, apoderáronse de su persona por la
izquierda del rio, al paso que por la derecha apresaron los otros unas
500 reses de ganado vacuno y cabrío. Desesperábase Renaud por su in-
fortunio, y D. Julian, tratando de consolarle, le dió una cena acompaña-
da de música, y tan espléndida como permitian las circunstancias de su
vário é instable campo.


Tambien molestaba España á los enemigos, é irritado de que el ge-
neral Mouton, comandante de unas tropas que entraron en Ledesma, hu-
biese arcabuceado á seis prisioneros nuestros veinticuatro horas des-
pues de haberlos cogido, hizo otro tanto con igual número de franceses,
escribiendo en 12 de Octubre al gobernador de Salamanca Thielbaud




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una carta en que se leian las cláusulas siguientes (2): «Es preciso que V.
E. entienda y haga entender á los demas generales franceses, que siem-
pre que se cometa por su parte semejante violacion de los derechos de
la guerra, ó que se atropelle algun pueblo ó particular, repetiré yo igual
castigo inexorablemente en los oficiales y soldados franceses... y de este
modo se obligará al fin á conocer que la guerra actual no es como la que
suele hacerse entre soberanos absolutos, que sacrifican la sangre de sus
desgraciados pueblos para satisfacer su ambicion ó por el miserable in-
teres, sino que es guerra de un pueblo libre y virtuoso, que defiende sus
propios derechos y la corona de un rey á quien libre y espontáneamen-
te ha jurado y ofrecido obediencia, mediante una Constitucion sábia que
aségure la libertad política y la felicidad de la nacion.» ¡Esto decia Es-
paña en 1811!


A la derecha de lord Wellington, D. Francisco Javier Castaños con el
quinto ejército, y auxiliado por las tropas del general Hill, dió no poco
que hacer á los franceses.


Aunque se extendia el mando de aquel jefe al sexto ejército, y des-
pues comprendió también el del séptimo, su autoridad inmediata apare-
cía por lo comun sólo en Extremadura y puntos vecinos. Mostróse Casta-
ños allí riguroso con desertores, infidentes y otros reos, lo que desdecia
de su carácter al parecer blando. Bien es verdad que hubo ocasion en que
ejerció la justicia contra delincuentes cuya conducta estremece aún y po-
ne espanto. Fué horrible el caso de José Pedrezuela y de su mujer María
Josefa del Valle. Barba el primero algun tiempo del coliseo del Príncipe
de Madrid, fingióse comisionado regio del gobierno legítimo, y desempe-
ñó el supuesto cargo en Piedraláves y Ladrada, pueblos de tierra de To-
ledo. Los habitantes y guerrillas de la comarca le obedecian ciegamen-
te en la creencia de ser enviado por el gobierno de Cádiz. La ocupacion
enemiga daba favor al engaño. El Pedrezuela y su esposa fueron convic-
tos de haber condenado á suplicios bárbaros sin facultad ni debido jui-
cio á más de 13 personas. Ejecutaba aquél las sentencias por sí mismo, ó
las hacia ejecutar á media noche en un monte ó heredad, cosiendo á sus
víctimas á puñaladas, ó matándolas de un fusilazo en él oído. Iba á veces
la muerte acompañada de otros horrores, y si bien se probaron sólo tre-
ce asesinatos, se imputaban á los reos fundadamente más de sesenta. La
mujer, hembra de ferocidad exquisita, condenaba en ausencia del mari-


(2) Gaceta de la regencia, del mártes 12 de Noviembre de 1811.




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do y superaba á éste en saña y encarnizamiento. Querian cohonestar sus
crueldados con el patriotismo, y sacrificaron á varios sujetos respetables,
entre otros á D. Marcelino Quevedo, asesor de las guerrillas de la provin-
cia de Toledo. Alucinados así los pueblos y contenidos por el respeto que
tributaban al gobierno legítimo, se sometieron al pseudo-comisionado por
espacio de tres meses. Descubierta á lo último la falsía y enredo, dióse
órden de prender á matrimonio tan sanguinario y bien apareado, y man-
dó Castaños formarles causa. Vista ésta, condenaron los jueces al mari-
do á la pena de horca, y á ser en seguida descuatizado; á la mujer á la de
garrote. Ajusticiáronlos el 9 de Octubre en Valencia de Alcántara. Digno
castigo, aunque tardío, de tamaños crímenes.


Si no de color más subido, eran tambien sobrado feos los que se
achacaban á D. Benito María de Ciria, capitan retirado y actual corregi-
dor del rey José, en Almagro. Llamábanle el Neron de la Mancha. Obtu-
vo tal nombre por las extorsiones que causó, por los varios inocentes que
llevó al cadalso. Le prendió el 29 de Setiembre, cerca de aquella ciu-
dad, el capitan D. Eugenio Sanchez, al tiempo que su jefe, el sargento
mayor D. Juan Vaca, de la partida, ó sean húsares francos de D. Francis-
co Abad (Chaleco), atacaba la guarnicion enemiga, la deshacia y tomaba
bastantes prisioneros. Un consejo de guerra reunido por Castaños con-
denó á Ciria á la pena de garrote, ejecutada el 25 de Octubre en el mis-
mo Valencia de Alcántara. Pero apartemos los ojos de escenas tan me-
lancólicas, deplorables efectos de disensiones civiles.


Otros hechos verdaderamente nobles y sin rastro de duelo realizá-
banse entre tanto por aquellos pasajes. No nos detendrán los muchos y
diversos de las guerrillas, aunque sí merece honrosa mencion el partida-
rio D. Antonio Temprano, que el 8 del citado Octubre, á las puertas mis-
mas de Talavera, libertó al coronel inglés J. Grant, cogido ántes prisio-
nero en el Aceuche.


Combate de mayores resultas y muy glorioso pasará á delinear nues-
tra pluma. Habian los enemigos tratado de estrechar el corto ámbito que
ocupába el quinto ejército en Extremadura, con la mira de privarle de
los limitados recursos que sacaba de allí, y aumentar los suyos propios,
tambien harto circunscriptos. Con tan doble objeto, colocóse en Cáceres,
y se extendió hasta las Brozas el general Girard, asistido de una columna
de 4.000 infantes y 1.000 caballos, perteneciente al quinto cuerpo fran-
ces, que seguía bajo el general Drouet, enseñoreando las márgenes de
Guadiana. Esta operacion habíanla los franceses diferido, recelosos de
empeñar choque, no sólo con los españoles, sino igualmente con los an-




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glo-portugueses de Hill. Mas la inmovilidad de los últimos, metidos allá
en el Alentejo sin ayudar á los nuestros, dió aliento á los enemigos para
extenderse por los puntos arriba indicados. Hambreando de ese modo á
los españoles, y no pudiendo la junta de la provincia, establecida en Va-
lencia de Alcántara, ni siquiera suministrar las más indispensables ra-
ciones, acudió D. Francisco Javier Castaños á lord Wellington, y le pro-
puso un movimiento en union con las tropas aliadas.


Accedió el general inglés á los deseos del español, y en consecuen-
cia marchó Hill la vuelta de nuestra Extremadura. Tomó éste consigo la
mayor parte de su fuerza, que, segun dijimos, ascendia á 14.000 hom-
bres, y el 23 de Octubre asomó ya por Alburquerque. Se le juntó el 24
en Aliseda D. Pedro Agustin Jiron, segundo de Castaños, y comandante
de la columna destinada á obrar con los ingleses, la cual se componía de
5.000 hombres, distribuidos en dos trozos, á las órdenes inmediatas del
Conde de Penne Villemur y de D. Pablo Morillo.


Continuando en Cáceres la fuerza principal de Girard, tenía desta-
camentos en algunos pueblos, y señaladamente 300 caballos en Arroyo
del Puerco, los cuales se recogieron el 25 á Malpartida por avanzar Pen-
ne Villemur con la caballería española. Quisieron los aliados atacarlos
en aquel pueblo, mas los enemigos se replegaron á Cáceres, cuya ciudad
tambien abandonó el general frances, dirigiéndose á Torremocha.


Prosiguieron los nuestros su camino, y el 27 se reunieron todos en
Alcuescar, en donde supieron con admiracion que Girard se mantenia
en Arroyo-molinos, distante una legua corta. Pendia la confianza de los
franceses de la persuasion en que siempre estaban de que el inglés no
se meteria muy adentro en España, y tambien de la fidelidad con que los
habitantes guardaron el secreto de nuestra marcha.


Hill, que mandaba en jefe á los hispano-anglo-portugueses, determi-
nó entónces acometer, y á las dos de la madrugada del 28 puso en mo-
vimiento todas las tropas. Diluviaba, soplando recio viento; mas el tem-
poral, por dar á los nuestros de espalda, fué más bien favorable que
contrario. Avanzando así en buen órden y calladamente, formáronse las
columnas, siendo todavía de noche, en una hondonada no léjos de Arro-
yomolinos.


Pertenece esta villa, distante de Cáceres seis leguas, al partido de
Mérida, y se apellida de Montánches por hallarse situada á la falda de
la sierra de aquel nombre. Está como aislada y sin otras comunicaciones
que pocas y penosas subidas con malas veredas. Puestos los aliados en
órden de ataque en el sitio indicado, moviéronse á las siete de la maña-




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na para sorprender al enemigo. Una columna anglo-portuguesa con ar-
tillería, mandada por el teniente coronel Stuart, marchó en derechura al
pueblo; otra compuesta de la infantería española, bajo Murillo, se enca-
minó á flanquear las casas por la izquierda, y una tercera, tambien de
peones, anglo-portuguesa, del cargo de Howard, tomó por la derecha, y
se adelantó á cortar los caminos de Mérida y Medellin, para de allí re-
volver sobre el frances y atacarle. Por el diestro costado de esta última
columna iban los jinetes españoles, y por el opuesto los británicos, al-
go retrasados los postreros á causa de un extravío que padecieron en la
noche.


Ignoraba del todo Girard el movimiento y proximidad de los aliados,
manteniéndose hasta lo último los habitadores inmudables en su fideli-
dad. Así fué que llegaron aquéllos sin ser sentidos, y en sazon que Gi-
rard emprendia su ruta á Mérida. Una brigada, al mando de Remond, le
habia precedido, saliendo de Arroyomolinos ántes de apuntar el alba;
mas la retaguardia con alguna caballería y los bagajes áun se conserva-
ban dentro del pueblo. Cubria espesa niebla la cima de la sierra, y mar-
chaba Girard descuidadamente, cuando le avisaron se acercaban tro-
pas. No pensaba fuesen regladas, y ménos inglesas. Figurósele que eran
partidarios, por lo que mandó apresurar el paso, y no detenerse á repe-
ler las acometidas.


Pero desengañado, grande fué su sorpresa y la de sus soldados. Re-
sintiéronse de ella al tiempo de pelear, pues columbrarlos los nuestros,
atacarlos y romperlos, casi fué todo uno. Parte de la columna anglo-por-
tuguesa, que se habia dirigido al pueblo, entró en su casco; el resto per-
siguió á Girard ya en marcha, quien en vano formó dos cuadros, encerra-
dos éstos entre los fuegos de los que venian de Arroyomolinos y los de
la columna de Howard, que se habían ántes adelantado á cortar los ca-
minos. La caballería española dió tambien sobre el general frances, y la
llegada de la inglesa, á las órdenes de sir W. Erskine, acabó de trastor-
narle. Entónces aquél se salvó con pocos, trepando por peñas y riscos,
y se acogió á la sierra. Continuó el alcance Morillo por el puerto de las
Quebradas hasta la altura que da vista á Santa Ana. El cansancio de la
gente no consintió ir más allá. Tenia ya la pelea ventajosísimo y honroso
resultado. Perdieron los enemigos 400 muertos y heridos, entre ellos al
general Dombrouski; quedaron prisioneros el general Brun, el Duque de
Aremberg, el jefe de estado mayor Idri, gran número de oficiales y 1.400
soldados, cabos y sargentos. Se cogieron dos cañones y un obus, el tren,
dos banderas, una por los españoles, otra por los anglo-portugueses; mu-




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chos fusiles, sables, mochilas, caballos, el bagaje entero. Desapareció,
en fin, aquella division, excepto contados hombres que acompañaron á
Girard, y la brigada de Remond que, como habia salido con anticipacion
de Arroyomolinos, ni tomó parte en el combate, ni tuvo de él noticia has-
ta llegar á Mérida. Acrecióse la satisfaccion de los aliados en vista de la
poca gente que perdieron: 71 hombres los anglo-portugueses, unos 30
los españoles. Obraron todos los jefes muy unidos, y con destreza y tino:
cierto que los nuestros, Jiron, Morillo y Penne, señalábanse, el primero
en el dirigir, los otros en el ejecutar. Gran terror se apoderó de los fran-
ceses. Badajoz permaneció cerrado dos días y dos noches, muy vigila-
dos los vados del Guadiana, y recogidos los destacamentos sueltos en los
parajes más fuertes. Penne Villemur llegó á Mérida, tras de él Hill, en
donde ambos se mantuvieron hasta que volviendo en sí Drouet y avan-
zando, se retiraron los españoles á Cáceres, y los anglo-portugues á sus
antiguos acantonamientos.


Mas si por la derecha de lord Wellington había cabido tal fortuna y
gloria, no acaeció lo mismo por la izquierda en Galicia y Astúrias, yen-
do las cosas allí muy de caída. Don Francisco Javier Abadía, pruden-
te en un principio y cuerdo, cambió despues de conducta. Trató de dar
nueva organizacion á su ejército sin motivo fundado, y alterando la ac-
tual, mudó jefes, oficiales, sargentos, cabos, soldados; trasladólos de
unos cuerpos á otros, confundiólo todo; y á punto que resultó, hasta en
los uniformes, mezcla rara de colores y variedades, y eso en presencia
del enemigo. Liviano parte, ajeno de la reputacion militar de que gozaba
aquel jefe, haciéndose así más dolorosa la remocion súbita y poco medi-
tada de Santocildes. Representó contra la organizacion nueva el jefe de
estado mayor Moscoso, mas inútilmente. Sostuvo cl capricho y la tena-
cidad lo que al parecer había dictado la irreflexion. Notóse tambien que
Abadía, en vez de presenciar el planteamiento de su obra, ausentóse á
tomar baños, pasando despues á la Coruña. En su lugar envió al Mar-
qués de Portago, hombre de sana intencion, pero de limitada capacidad,
originándose de tan indiscretas, mal dispuestas reformas y providencias,
que no saliese del Vierzo el ejército asomase á sus antiguas estancias
para inquietar al enemigo y distraerle de otras excursiones.


Viendo los franceses la mucha inaccion, y persuadidos de que á lo
ménos durante el invierno no se moverian de Portugal los ingleses, pen-
saron en invadir de nuevo á Astúrias, ya para tener más medios con que
sustentar su ejército, ya porque agradaba al general Bonnet tornar adon-
de él campeaba con mayor independencia que bajo Drouet en Casti-




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lla. Alentaba tambien á ello el haber Abadía sacado de Astúrias tropas
aguerridas, y enviado otras ménos disciplinadas.


Que iba Bonnet á entrar en aquel principado sonrugíase por todas
partes, y el jefe de estado mayor Moscoso enderezóse á Oviedo á mar-
chas forzadas, si no para evitar el golpe, al ménos para disponer con ór-
den la retirada de nuestras tropas y disminuir el desastre.


En Astúrias mandaba como ántes D. Francisco Javier Losada: te-
nía á su cargo la primera division del sexto ejército, recompuesta ó tras-
trocada segun el nuevo arreglo de Abadía. No había por eso el D. Fran-
cisco dejado de tomar, durante su gobierno, medidas militares bastante
oportunas. En la puente de los Fierros habia levantado algunas obras de
campaña, y colocado allí y en los puntos más fuertes de la avenida de
Pajares una de sus secciones al mando de D. Manuel Trevijano.


El general Bonnet no sólo pensó en acometer al principado por dicho
puerto, sino tambien por el de Ventana, más al Occidente. Contaba para
su expedicion con 12.000 hombres, que dividió en dos trozos. El princi-
pal mandábalo Bonnet mismo, y se encaminó á Pajares, el otro lo regía
el coronel Gauthier.


Informado Losada del plan del enemigo, trató de burlarle ponien-
do en movimiento de antemano sus tropas sobre el Narcea; pues de es-
te modo impedía le cortasen los franceses la retirada hácia Galicia. En
consecuencia, el 5 de Noviembre, dia en que se presentó Bonnet delan-
te de la puente de los Fierros, no se hizo en ella, otra resistencia sino la
suficiente para ocultar lo proyectado; cuyo éxito fué tan feliz, que el 7,
reuniéndose todas las tropas en Grado, marcharon sin detenerse á tomar
puesto en las alturas del Fresno y cubrir el paso del Narcea. La celeri-
dad y buen órden con que se ejecutó la maniobra destruyó los intentos
del enemigo, no siéndole dado á Gauthier ponerse á nuestra espalda: al
bajar del puerto de Ventana tuvo que contentarse con perseguir á los es-
pañoles, y alcanzó en Doriga la retaguardia; de donde repelido, cejó en
breve, pensando ya sólo en darse la mano con Bonnet, que habia entrado
en Oviedo. Acompañaban á Losada don Pedro de la Bárcena, restableci-
do de anteriores y honoríficas heridas, y D. Juan Moscoso: la presencia
de ambos en la retirada favoreció la diligente actividad del primero. Ar-
tillería, municiones, efectos pertenecientes al ejército y real hacienda,
todo se salvó, embarcándolo en Gijon ó transportándolo por tierra. Los
vecinos de la capital del principado, como los moradores de todos los
pueblos, abandonaron, por lo general, sus casas: daban el ejemplo los
pudientes, siendo aquella provincia una de las más constantes en su ad-




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hesion á la causa de la patria, y de las que más prodigaron la sangre de
sus hijos y sus caudales.


Dolióle amargamente á Bonnet entrar en Oviedo y ver la ciudad tan
solitaria, porque si bien los asturianos le hablan acostumbrado á ello,
esperaba que los trabajos y el tiempo comenzarían ya á domeñar ánimos
tan inflexibles. Pesóle no ménos encontrar vacías las fábricas de armas
y los almacenes; lo cual le embarazaba para suplir los menesteres de su
tropa, y emprender otras operaciones.


Sin embargo, trató de probar fortuna y obligó á Gauthier á revol-
ver inmediatamente sobre los españoles. Losada juzgó entónces pruden-
te retirarse áun más allá del Narcea, y el frances llegó á Tineo el 12 de
Noviembre. Mantúvose allí muy poco, porque combinando nuestros je-
fes un movimiento, atacóle Barcena con una seccion y le forzó á retroce-
der. Tambien Abadía quiso amagar por Astorga y el Orbigo para divertir
la atencion de los franceses de Astúrias; pero la idea no tuvo resulta, de-
jándose para más adelante. A pesar de eso, Bonnet apenas poseyó esta
vez en el principado otro terreno que la línea de Pajares á Oviedo, pues
por el Ocaso fueronle estrechando sucesivamente Losada y Bárcena, y
por el Oriente D. Juan Diaz Porlier.


Este caudillo y todos los que mandaban las divisiones y cuerpos fran-
cos de que constaba el séptimo ejército, hicieron por el mismo tiempo
guerra contínua al enemigo desde Astúrias hasta la Navarra inclusive.
La composicion de las tropas de aquel distrito no era uniforme, ni para
obrar á la vez en línea: no lo permitian las circunstancias del país en que
se lidiaba, como tampoco lo vário del origen de la gente y de la indepen-
dencia, tan necesaria entónces, de sus distintos comandantes. Don Ga-
briel de Mendizábal, general en jefe elegido meses atras, apareció allí
en el verano. No se puso al frente de ninguna division ni cuerpo espe-
cial. Recorriólos todos, empezando por el de Porlier, alojado comunmen-
te en Pótes, montañas de Santander, y acabando por el de Merino, en
Búrgos, y el de Mina, en Navarra. La presencia del D. Gabriel alentaba
á los pueblos, en particular á los de Vizcaya, de donde era natural. Algu-
nas operaciones se ejecutaban con su anuencia, otras sin ella y sólo por
direccion de los mismos jefes. Húbolas señaladas.


Desde Junio habia organizado mejor y aumentado Porlier su fuerza,
que pasaba de 4.000 hombres. Habia tambien acopiado en la Liébana
8.000 fanegas de trigo y muchos otros bastimentos, para lo cual, tenien-
do que recorrer la tierra é internarse en Castilla, hubo de marchar dia y
noche, burlar con ardides al enemigo, y combatir bizarramente en peli-




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grosos reencuentros. Hechas estas correrías preliminares y necesarias,
revolvió en Agosto sobre Santander, y atacó el 14 la ciudad y los fuer-
tes de Solia, Camargo, Puente de Arce y Torre la Vega; porque aquí, á
semejanza de las demas partes, habian los franceses fortalecido casi en
cada pueblo algun grande edificio, ó mejorado fuertes antiguos. Manda-
ba en Santander Rouget; y rompiendo Porlier el fuego por el sitio de los
Molinos de Viento, colocóse el general frances á la cabeza de la guarni-
cion, compuesta de 500 hombres, la cual, acorralada en las calles y las
casas, quiso en vano sostenerse; y destrozada, con trabajo se salvaron
de ella 100 hombres y el jefe. Al mismo tiempo ó sucesivamente ataca-
ron los de Porlier los demos puntos arriba indicados, y se apoderaron de
Solia, Puente de Arce y Camargo, cuyos fuertes arrasaron. Mantuvieron
los contrarios el de Torre la Vega. La pérdida de éstos en las diferentes
acometidas pasó de 400 hombres, sin incluir muchos prisioneros, algu-
nos de ellos oficiales de graduacion. Recogieron asimismo los nuestros
abundante botin, y estuvieron por cierto tiempo enseñoreados de casi to-
da la provincia de Santander. Tuvo Rouget que aguardar refuerzos ántes
de poder tornar á la ciudad, que evacuaron luégo los españoles sin dete-
nerse, inferiores en número, á hacer resistencia.


Ademas dispuso Porlier que D. Juan Lopez Campillo, que maniobra-
ba desde la carretera del Escudo hasta las provincias Vascongadas, fue-
se engrosado con cuadros instruidos por Renovales, y que ascendian á
800 hombres. Así se distrajo al enemigo, y Campillo consiguió el 26 de
Setiembre ventajas cerca de Valmaseda. Lo mismo D. Francisco de Lon-
ga, en diversos ataques, especialmente el 2 del mismo mes en la Peña
Nueva de Orduña; dando uno y otro, con el Pastor y más jefes, mucho en
que entender al general Caffarelli, que allí mandaba. Longa fué quien
por lo comun acompañó á Mendizábal en sus viajes, y en Diciembre se
avistaron ambos con Merino en tierra de Búrgos. Unidos los tres, redo-
blóse el celo de los pueblos, y se llamó grandemente hácia Castilla la
atencion de los franceses diversion que servia al inglés en Portugal, y á
los caudillos españoles que gobernaban en los puntos inmediatos.


No necesitaba Mina de tales ejemplos para proseguir por el cami-
no espinoso y de gloria que habia emprendido. Vímosle maniobrando
en Aragon para ayudar á Valencia, y vímosle alcanzar victorias y embar-
car sus prisioneros en el golfo de Vizcaya: ahora, al cerrar del año, hi-
zo mansion en Navarra, más desembarazada de tropas enemigas á cau-
sa de las qu habian corrido en socorro de Aragon, Valencia y Castilla.
Respiró por tanto Mina momentáneamente en cuanto á ser perseguido,




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sin que por eso dejasen de afligirle otros cuidados. En Pamplona habia
el frances acrecido sus rigores, y poblado las cárceles y conventos con
los padres, parientes y familias de los voluntarios que servian bajo las
banderas de la patria, ahorcando á unos y conduciendo á otros á Francia
desapiadadamente. Mina, con razon airado, dió en 14 de Diciembre un
decreto en que anunciaba represalias terribles. Decia e n el preámbulo
(3): «Ni los sentimientos de humanidad, ni las leyes de la guerra admiti-
das entre los militares civilizados, ni la conducta generosa de los volun-
tarios de Navarra han contenido el espíritu sanguinario y desolador de
los generales franceses y autoridades intrusas;..... no se da un paso sin
oír tristes alaridos causados por la tiranía. Navarra es el país del llanto
y amargura; se vierten lágrimas contínuas por la pérdida de sus mejores
amigos: padres que ven á sus hijos colgados en una horca por su heroi-
cidad en defender la patria; éstos á sus padres consumidos en la prision,
y por último, espirar en un palo sin más delito que ser padres de tan va-
lientes defensores. Continuamente he pasado á los generales franceses
de Navarra los oficios más enérgicos, capaces de reprimirlos y hacerlos
entrar en el órden: no he perdonado diligencia alguna para reducir la
guerra á su debida comprension; estoy justificado de mis procedimien-
tos... Para colmo... de la iniquidad francesa y perfidia de algunos malos
españoles, he visto 12 paisanos afusilados en Estella, 16 en Pamplona,
cuatro oficiales y 38 voluntarios pasados por las armas en dos dias.....»
Despues, en el primer artículo, «declaraba guerra á muerte y sin cuar-
tel á jefes y á soldados, incluso el Emperador de los franceses.» Eran los
otros artículos del propio tenor. En uno de ellos tambien se considera-
ba á Pamplona en estado de verdadero sitio, y proclamábanse de consi-
guiente várias resoluciones. Injusto y áun sañudo pareceria este decreto
á no haberle provocado sobradamente las crueldades inauditas del ene-
migo. La ejecucion correspondió á la amenaza, y más adelante tuvieron
los franceses que entrar en razon.


Así corrian por acá las cosas: tristes eran las que se preparaban en
Valencia. Dejamos aquí al principiar Noviembre ambos ejércitos, espa-
ñol y frances, fronteros uno de otro en las opuestas orillas del Guadala-
viar ó Turia. Ocupaban los enemigos en la izquierda casi dos leguas de
extension, y fortificaron su línea con obras defensivas. En la derecha ha-
bian los españoles aumentado las suyas despues de las anteriores tenta-
tivas de los franceses contra Valencia, de cuya ciudad dimos breve idea


(3) Gaceta de la Regencia de las Españas, del mártes 17 de Marzo de 1812.




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cuando hablamos del primer sitio de 1808. Habian ahora los nuestros
cortado los puentes de la Trinidad y Serranos, dos de los cinco de pie-
dra que cruzan el rio, de cauce éste no muy profundo, y sangrado ade-
mas para el riego por muchas acequias. Conservaron los españoles por
algunos dias en la izquierda del Guadalaviar unas cuantas casas, el co-
legio de San Pío V y el convento de la Trinidad: levantaron en los puen-
tes no destruidos várias obras, y derribaron, para facilitar la defensa,
el suntuoso palacio llamado del Real. En el recinto principal y antiguo
se hicieron algunas mejoras; pero se atendió con particularidad á cons-
truir un terraplen de diez y seis piés de alto y otro tanto de espesor, con
flancos y foso, que empezaba al Oeste junto al rio, enfrente del baluarte
de Santa Catalina, y continuaba exteriormente por Cuarto, abrazando el
arrabal de este nombre y los de San Vicente y Ruzafa hasta Monte Oli-
vete, en donde se levantó un reducto. De aquí al mar se practicaron cor-
taduras y se fabricaron escolleras, fortaleciendo tambien el lazareto al
embocadero del rio. Por el otro extremo, via de Manises, se establecie-
ron parapetos y otras fortificaciones de campaña no cerradas. Sin embar-
go de tales obras, estaba Valencia léjos de haberse convertido en y una
plaza respetable. Figuraban más bien aquéllas la imágen de un campo
atrincherado, y ése fué el objeto que se llevó al realizarlas. Y con razon
advirtieron los inteligentes que para ello se habian desaprovechado mu-
chas de las ventajas que ofrecia el terreno, porque ni se dispuso inun-
dar debidamente los campos con las aguas de riego, ni tampoco se ro-
bustecieron varios conventos y edificios por allí esparcidos, cuya solidez
se acomodaba muy mucho al establecimiento de una cadena de puntos
fortificados.


Considerada de este modo la defensa, hallábase la clave de ella á
una legua de Valencia, en Manises, sitio en que yacen las compuertas de
las acequias mayores. Tenía en dicho punto D. Nicolas Mahy su cuartel
general, y en él y en San Onofre estaban las divisiones de Villacampa y
Obispo, permaneciendo apostada á la izquierda, y algo detras, en Alda-
ya y Torrente, la caballería. Por la derecha en Cuarte se situaba la otra
division del General, á las órdenes de D. Juan Creagh. En el pueblo de
Mislata alojábase la de D. José Zayas, y próximo á Valencia la de Lardi-
zábal. Se mantenía en el Monte Olivete la de Miranda, componiendo la
totalidad de las tropas unos 22.000 hombres. Proseguian guardando los
puntos hasta el mar guerrilleros y paisanos. Recorrian la costa barcos
cañoneros españoles y buques de guerra aliados.


No se descuidó Suchet por su parte en afianzar más y más desde el




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puerto del Grao hasta Paterna su línea, que podia llamarse justamente
de contravalacion. Proponíase en ello no sólo enfrenar los ataques del
ejército de Valencia y de cualesquiera partidas que se descolgasen de lo
interior, sino tambien conservar con ménos gente su estancia para tener
disponible mayor número de tropas, llegado el caso de obrar ofensiva-
mente. Por lo mismo, y ansioso de despejar toda la orilla izquierda, pen-
só ántes de nada en arrojar á los españoles de las casas y edificios que
allí ocupaban. Costóle bastante, habiéndose defendido los nuestros con
grande empeño, sobretodo en el convento de Santa Clara, que no eva-
cuaron hasta que el enemigo, abierta brecha con sus hornillos, se prepa-
raba al asalto. En lo demas apénas se hizo durante mes y medio otra de-
mostracion hostil por ambas partes que fuego de artillería gruesa.


Blake llamó aún hácia el reino de Valencia más fuerza del tercer
ejército, de cuyas tropas quedaron con eso ya muy pocas en la fronte-
ra de Granada. Las que ahora se alejaron componíanse de unos 4.000
hombres á las órdenes de D. Manuel Freire, quien se dirigió primero á
Requena, punto amagado por D’Arinagnac, de vuelta en Cuenca. Antes
habia destacado Blake hácia aquella parte á D. José Zayas con más de
4.000 hombres, por lo mucho que importaba cubrir flanco de tal entidad.
Entró el último en la mencionada villa el 28 de Noviembre. A su vista se
retiraron los enemigos, temerosos tambien de las tropas del tercer ejér-
cito, que habian ya llegado á Hiniesta. Adelantóse en seguida Freire á
Requena, é hizo allí alto. Zayas entónces restituyóse á su antigua posi-
cion de Mislata, y la ocupó otra vez el 2 de Diciembre.


Fuera de eso, no pensó Blake en incomodar al enemigo, ni en fomen-
tar guerrillas por la espalda y flanco, siendo así que algunas se habian
mostrado en Nules, Castellon de la Plana y Villareal. Desentendíase por
lo general de cualquiera otro linaje de pelea que no fuese la reglada y
puramente militar; de suerte que no hubo en Valencia en favor de la de-
fensa aquel ardor que se notó en las ocasiones pasadas. Entibiábase por
el despego del jefe hácia el paisanaje, y su sobrada y casi exclusiva con-
fianza en las tropas de línea.


Se desvivía en tanto Suchet por la tardanza de los refuerzos que de-
bian llegarle, sin los cuales juzgaba imprudente arremeter á los españo-
les en sus atrincheramientos, y difícil encerrarlos dentro de la ciudad.
Cuantos más dias pasaban, más crecia el desasosiego del mariscal fran-
ces, por el tiempo que se daba á Blake para fortalecerse, y huelgo á los
naturales para rebullir y empezar por sí solos una guerra popular y des-
tructiva.




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Pero en medio de tan justos recelos, imposible se le hacia á Su-
chet acelerar el momento de la acometida. Dirigíase su plan á embestir
nuestra izquierda y envolverla por flanco y espalda, amagando al pro-
pio tiempo nuestro centro y derecha. La ejecucion requeria prévio y de-
tenido exámen, mayormente cuando no se trataba de presentar batalla
en descampado, modo de combatir tan ventajoso para los franceses, si-
no de romper por medio de atrincheramientos, acequias y vallados, en
donde pudiera su tropa recibir leccion rigurosa y de consecuencias muy
fatales.


Han motejado algunos á Blake por haber permanecido quieto con el
ejército en los alrededores de Valencia, en lugar de ir á buscar al ene-
migo ó de retirarse á otros puntos. Parécenos en esta parte la acusacion
injusta. Lo que más importaba era conservar aquella ciudad, de muchos
recursos, de nombradía y grande influjo. Aventurar una accion exponía
los muros valencianos á inminente riesgo; alejarse, los descubria. Y en
tanto que se consideró á nuestro ejército bastante numeroso y fuerte, ya
que no para batallar, á lo ménos para defender las líneas, debieron sus
soldados mantenerse en ellas, como poderoso y casi único medio de im-
pedir la conquista. Varió el caso cuando aumentadas las tropas francesas
pudieron rodear á las nuestras y bloquearlas.


Acabaron aquéllas de engrosarse despues de promediar Diciembre.
Napoleon, que deseaba dar un golpe y ganar terreno en España para im-
poner respeto en el norte de Europa, ya conmovido, determinó que no
sólo la division de Severoli, sino tambien la de Reille, acudiesen á Va-
lencia y se pusiesen bajo el mando de Suchet, la última momentánea-
mente, debiendo en el intermedio ser reemplazada en Navarra y fronte-
ra de Aragon con tropas de la division de Caffarelli, si bien éste harto
afanado en Vizcaya. Severoli y Reille trajeron consigo cerca de 14.000
hombres. Llegaron á Segorbe el 24 de Diciembre, y en la noche del 25
empezaron á incorporarse al ejército de Suchet, quien juntó entónces
unos 34.000 combatientes; 2.644 de caballería: excelentes tropas, muy
aguerridas.


No se limitó Napoleon al envío de las citadas divisiones; insistió
tambien en que D’Armagnac, del ejército del centro, continuase en ama-
gar por Cuenca, y mandó, ademas, que Marmont destacase del de Portu-
gal una fuerte columna que, atravesando la Mancha, cayese á Murcia.


Tan reforzado ya el mariscal Suchet y sostenido, decidió poner en
práctica su primer plan de atacar la posicion española por la izquierda.
Verificólo, en efecto, el 26 de Diciembre, pasando por Ribaroja el Gua-




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dalaviar. Había preferido este punto con la mira de cruzar el río agua
arriba de Manises, de no enmarañarse por el laberinto de las acequias, y
de evitar cualquiera inundacion, apoderándose de las compuertas.


Durante la noche los enemigos echaron tres puentes: protegieron á
los trabajadores 200 húsares, que, llevando en las ancas á unos cuan-
tos soldados de tropas ligeras, vadearon el rio y ahuyentaron los pues-
tos españoles. Por la mañana el primero que atacó en lo más extremo de
nuestra izquierda fué el general Harispe. Precedíale caballería, que tro-
pezó con la de D. Martin de la Carrera hácia Aldaya, entre la acequia
de Manises y el barranco de Torrente, en medio de garroferos y olivos.
Nuestros jinetes rechazaron á los contrarios, y el soldado del regimien-
to de Fernando VII, Antonio Frondoso, hombre esforzado, hirió y dejó
en el campo por muerto al general Boussard, en cuyo derredor perecie-
ron, defendiéndole, un ayudante suyo y varios húsares. Mas rehechos los
enemigos, arremetieron de nuevo con superiores fuerzas, y recobraron á
Boussard. Vióse entónces obligado D. Martin de la Carrera á retirarse,
tomando la direccion de Alcira. Casi al mismo tiempo embistió el gene-
ral Musnier á Manises y San Onofre, de donde se alejó D. Nicolas Mahy,
despues de corta defensa, en busca tambien del Júcar por Chirivella.


Advertido Blake del ataque, salió de Valencia, y á las diez de la ma-
ñana, estando á medio camino de Mislata, recibió noticia de Mahy, pin-
tándole su apuro y pidiendo instrucciones. La línea en aquella sazon
estaba ya por todas partes acometida ó amenazada. Zayas en Mislata an-
daba á las manos con la division de Palombini. Acudió por órden de Ma-
hy á socorrerle desde Cuarte Creagh con alguna gente; mas Zayas no
necesitando de aquel auxilio, mayormente por esperar de Valencia dos
batallones, le despidió, y guardó sólo dos obuses, defendiendo con brío
su posicion. Nuestro fuego aquí fué tan vivo y acertado, que desordenó
la brigada enemiga de Saint Paul, y la arrojó contra el Guadalaviar. En
vano Palombini quiso rehacerla, amenazando igual suerte á la otra suya
de Balatier. Asegurada, pues, parecia de este lado la victoria, si no la in-
utilizáran el descuido y flojedad de que se adoleció en las otras partes.


Porque adelantando Harispe sobre Catarroja, y posesionado Mus-
nier de Manises y San Onofre, vinieron algunos cuerpos enemigos sobre
Cuarte, y venciendo los primeros atrincheramientos, obligaron á las tro-
pas que guarnecian el pueblo á evacuarle. Volvia Creagh entónces de su
excursion á Mislata, y á pesar de sus esfuerzos y de los de don José Pe-
rez al frente del batallon de la Corona, no se pudo contener el progreso
de los franceses, teniendo al cabo los nuestros que retirarse. Se distin-




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guieron aquí el cuerpo que acabamos de citar, el de tiradores de Cádiz,
de Búrgos, Princesa y Alcázar de San Juan con sus respectivos jefes. Los
enemigos cada vez más impetuosamente cargaban, pues llegando á la
sazon el general Reille, marchó en la direccion de Chirivella, y favore-
ció las operaciones de Harispe y de Musnier. Inútilmente quisieron los
españoles hacer rostro en dicho pueblo, y defender la posicion cubierta
con unas flechas. Los enemigos los arrollaron, con eso salió de ahogo Pa-
lombini, viéndose Zayas obligado á desamparar su estancia.


Anhelaba Suchet envolver todo el ejército español, y acorralarle en
Valencia, por lo que puso todosu conato en que la division de Harispe
llegára pronto á Catarroja. Entónces, yendo ya los nuestros de retirada,
corrió el mariscal frances á Chirivella con riesgo de ser cogido prisio-
nero. Habíase allí apeado y subido al campanario. Sólo le acompañaban
sus ayudantes con pequeña escolta. Y cuando atento atalayaba aquél
una y otra orilla del Turia, acercóse al pueblo un batallon español, dan-
do indicio de querer penetrar por las calles. Al instante los pocos france-
ses que habia se pusieron en ademan de defender á su jefe, y aparentan-
do ser muchos, engañaron á los nuestros, que pronto se alejaron.


Por su parte D. Joaquin Blake anduvo lento y escaso en tomar me-
didas. Los batallones que de Valencia debian reforzar á Zayas llegaron
tarde, y tampoco hubo providencia notable que enmendase en algo el
precipitado repliegue de Mahy, ó que contribuyese á prolongar la resis-
tencia en Chirivella.


Los generales españoles, al retirarse, tomaron cada uno el rumbo que
les permitió su respectiva situacion. Dicha fué que Suchet no lograse es-
trecharlos á todos en Valencia. Don Nicolas Mahy, con Creagh, Carrera,
Villacampa y Obispo, se separaron del grueso del ejército, y se encami-
naron á las riberas de Júcar. Blake con Zayas, Lardizábal y Miranda en-
cerróse en los atrincheramientos exteriores de la ciudad, que se dilata-
ban desde enfrente de Santa Catalina hasta Monte Olivete.


En este punto Habert, encargado de pasar por allí el rio cerca del
desaguadero, lo había conseguido dificultosamente, costándole afan y
horas alejar por medio de sus baterías en el Grao los barcos cañoneros
españoles y los buques de guerra aliados. Sólo á lás doce del día cruzó
el Guadalaviar por un puente que echó casi á la boca. Apoderóse des-
pues del Lazareto, y arrolló con facilidad el paisanaje. Miranda, situado
en Monte Olivete, apénas tomó parte en la pelea. Pisado que hubo el ge-
neral Habert la orilla derecha, anduvo solícito en extenderse y darse la
mano con las otras tropas de su nacion que habían forzado la izquierda




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de los españoles. Ponian en ello los franceses grande ahínco, queriendo
que no se les escapase el general Blake, ya que Mahy lo había consegui-
do. Por la noche completaron el acordonamiento de Valencia, y cortaron
la comunicacion con el camino real de Madrid y el que corre por el istmo
entre la Albufera y el mar, desconocido antes al enemigo.


Perecieron en aquel dia de cada parte 500 á 600 hombres. Ademas
cogieron los franceses algunos prisioneros y cañones. Recibieron los
enemigos el principal daño en su acometida contra Zayas y Creagh, en
donde perdieron 40 oficiales.


Esta jornada provocó severa crítica contra la conducta de D. Joaquin
Blake: defendiéronle sus apasionados, imputando la culpa de la des-
gracia á don Nicolas Mahy. Ambos generales tuvieron en ella parte; pe-
ro mayor fué la del primero. Faltó el último en no haber sostenido con
más empeño su posicion, y en haber algun tanto desguarnecido á Coarte,
queriendo, sin necesidad, auxiliar á Zayas. Pecó, y mucho, D. Joaquin
Blake en no poner mejores tropas en su izquierda, punto el más flaco, y
sobre todo en no haber construido allí obras cerradas que no pudieran
ser embestidas de reves por el enemigo, para lo cual tuvo sobrado tiem-
po en los dos meses que el ejército casi permaneció inactivo. Consistió
este descuido en no pensar Blake sino en el frente, imaginándose que
los franceses le atacarían sólo de aquel lado. Error grave, y apénas crei-
ble, si no se mostrára á las claras por el género de obras que construyó,
abiertas todas.


También vituperaron en Mahy sus censores que se hubiese retirado
hácia el Júcar, y no recogídose en Valencia. Difícil era conseguir lo pos-
trero, interpuesto el enemigo entre Mislata y Cuarte, y derramado hasta
Catarroja. Mas aunque así no fuese, ¿qué suerte hubiera cabido á aque-
llas tropas, metidas una vez en la ciudad? La misma que cupo á las de
Blake, en verdad harto lastimosa.


Este general, tan poco diligente y atinado el 26, mostróse despues
(menester se hace el confesarlo) áun más desatentado y flojo. Acordona-
da la ciudad, no le quedaba ya más arbitrio para salir con honra y airo-
so sino salvar á todo trance su ejército, ó convertir á Valencia en otra Za-
ragoza. Veamos si empleó convenientes medios para alcanzar uno ú otro
de ambos extremos.


Hubiérale sido todavía el 26 muy asequible libertar á su ejército y
sacarle de Valencia. Primero á la hora de mediodia, ántes que Habert
comunicase con Harispe, dirigiéndose al istmo entre la Albufera y el
mar; despues por la noche, no preparado bastantemente el enemigo pa-




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ra detener una súbita irrupcion y salida de nuestras tropas. Así opinaron
los generales que juntó Blake, quien no obstante decidió lo contrario,
fundado en que siendo preciso distribuir de antemano víveres, hacía-
se imposible verificarlo en tan breve espacio. Dejóse pues la partida pa-
ra el día siguiente. Renovó entónces Blake al anochecer el consejo de
guerra, cuyos individuos insistieron en el dictámen dado la víspera, de
poner al ejército cuanto ántes en salvo. Mas ocurrióle al General en je-
fe otra dificultad. La artillería de batalla permanecia en los atrinchera-
mientos, y removerla á deshora, como era indispensable para ejecutar
de noche la salida, parecíale imprudente, y motivo de espanto al pueblo.
Así difirióse la operacion por segunda vez. En vista de lo cual, ¿á quién
no admirará tal negligencia despues de dos meses que hubo para preca-
ver todos los casos? ¿á quién no tanta lentitud é incertidumbre delante
de un enemigo tan activo como el frances?


Por último, fijóse la noche del 28 al 29 para efectuar la salida. En-
cargóse antes á D. Cárlos O’Donnell el cuidado de la plaza, asistido de
pocas tropas, con órden de capitular á su debido tiempo, consultando los
intereses del vecindario. El resto del ejército, bajo D. Joaquin Blake, de-
bia dirigirse por la puerta de San José y puente inmediato, y salvarse pe-
netrando por las líneas enemigas vía de Burjasot, punto ménos guarneci-
do de franceses, y terreno ya á las cuatro leguas quebrado. Era el órden
de la marcha el siguiente. A la cabeza la division de D. José de Lardi-
zábal, formando en ella vanguardia con un corto trozo el coronel Miche-
lena; luégo don Joaquin Blake, la gente de Zayas, bagajes y várias fami-
lias; detrás D. José Miranda y su tropa.


Abrió, pues, Michelena la marcha, y pasó entre Tendetes y Campa-
nar; imitóle Lardizábal, no encontrando al principio ningun estorbo. El
enemigo se mantenia tranquilo, si bien algo cuidadoso, por haber los
nuestros explorado en la tarde aquel sitio. Yendo adelante, cruzaron am-
bos jefes una acequia que había primero, y llegaron á la de Mestalla, en
donde les escasearon tablones que facilitasen el paso. Diligente Miche-
lena, no por eso se arredró, y descubriendo un molino ó casa con comu-
nicacion que daba á entrambas orillas, trató de atravesar por allí. Tenían
los enemigos apostado cerca un piquete, y preguntando «¿quién vive?»,
respondieron los españoles en lengua francesa: «húsares del cuarto re-
gimiento»; y prosiguió su camino con brío. Por desgracia sólo Michelena
y su corta vanguardia tuvieron tan laudable y valerosa resolucion. Lardi-
zábal titubeó, y parándose, detuvo el movimiento de lo restante del ejér-
cito. Hallábase todavía Blake en el puente inmediato á la puerta de San




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José, y no tomó partido alguno, aunque vió el entorpecimiento que expe-
rimentaban sus columnas. Impaciente Zayas, propúsole continuar y diri-
girse, tomando rio arriba, al pueblo de Campañar, distante ménos de me-
dia legua. Nada determinó el General en jefe.


Entre tanto, Michelena, caminando sin interrupcion, tropezó cer-
ca de Beniferri con una patrulla enemiga, y para que ésta no diese avi-
so á los suyos, se la llevó consigo prisionera. Al atravesar los nuestros
la mencionada poblacion, acaeció que algunos soldados de la artille-
ría italiana que estaban en las calles, notando lo silencioso y apresura-
do del caminar de aquella tropa, tuvieron sospecha de que eran españo-
les, y encerrándose dentro de las casas, empezaron á hacer fuego desde
las ventanas, poniendo así en arma el campo frances. No impidió eso á
Michelena proseguir su ruta, con la dicha de llegar salvo por la maña-
na á Liria.


Mas Blake, fijo en el puente é irresoluto, sin escuchar en su atamien-
to consejo alguno, despues de permanecer inmoble por un rato, temien-
do al fin un, ataque del enemigo por las demás partes, ordenó la retira-
da á la ciudad, y que cada uno volviese á ocupar su anterior y respectivo
puesto: término infeliz del intentado movimiento. Erró Blake en haber-
le emprendido por solo un paraje, exponiendo así todo el ejército á una
misma y precaria suerte. Merece tambien poca disculpa por no haber-
se provisto de las herramientas y útiles necesarios para el paso de las
acequias, y no haber en el aprieto tomado una atrevida y pronta deter-
minacion. Tampoco Lardizábal correspondió aquella noche á su fama de
hombre intrépido y arrestado. Al reves el coronel Michelena, que se por-
tó con inteligencia y esforzadamente.


Malograda la salida, redoblaron los franceses su cuidado, y crecieron
más y más los obstáculos para los españoles. Con todo, pensaba Blake
en repetir la tentativa dos ó tres dias después, como si fuera ya entónces
fácil burlar la vigilancia de los enemigos y romper por medio de sus lí-
neas. Detuviéronle, segun dijo, señales tumultuarias del pueblo de Va-
lencia, que aquel general calificó de inconsideradas, y no así nosotros.
Porque si bien somos opuestos á tal linaje de intervencion en los asuntos
públicos, graduándole de medio sólo oportuno de favorecer las maqui-
naciones de los malévolos, nos parece que en el caso actual la pacien-
cia de aquella ciudad habia excedido los limites del sufrimiento más re-
signado. Durante dos meses dejaron sus habitadores á D. Joaquin Blake
en entera libertad de obrar. Facilitáronle cuanto deseaba, no le ofrecie-
ron resistencia alguna, ni siquiera levantaron un quejido. Y ¿qué resul-




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tó? Ya lo hemos visto. Y ¿será dado callar á los vecinos cuando se tra-
ta de la vida, de la hacienda, y de que no se despeñe en su perdicion la
ciudad en que nacieron? No: mayor silencio tachárase de servidumbre
humilde.


Pero lo que áun es más, el mismo D. Joaquin Blake fué quien dió im-
pulso á los primeros murmullos del paisanaje. Empezaron éstos el 29.
Ántes el 28 había aquel general comunicado al Ayuntamiento y á la co-
mision de partido su resolucion de salir por la noche con el ejército,
y prevenídoles al mismo tiempo haber dispuesto que el gobernador D.
Cárlos O’Donnell convocase una junta extraordinaria, compuesta de las
principales clases y autoridades, la cual atenderia en circunstancias tan
críticas á todo cuanto juzgase útil respecto de los intereses del vecinda-
rio. Los preparativos para este llamamiento y las reuniones que provo-
có despertaron la atencion de los ciudadanos, y descubrieron el disgus-
to comun, que se aumentó con la tentativa de evasion del mismo día 28
y su mal éxito. Congregóse la nueva junta en la noche del 30 al 31, no
advirtiéndose, sin embargo, hasta entónces otra cosa que fermentacion y
suma desconfianza. Mas luégo de instalada aquella corporacion, se en-
crespó la furia popular, y menester fué nombrar comisionados que pasa-
sen á examinar el estado de la línea. Entre ellos habia individuos de di-
versas clases y algunos frailes.


Prendiéronlos á todos al salir por la puerta de Coarte, y los enviaron
á Blake, que se hallaba en el arrabal de Ruzafa. Era la una de la madru-
gada, y desazonóle mucho al General en jefe el aparecimiento de los ta-
les comisionados, por lo que no sólo no consintió en que fuesen á visi-
tar la línea, sino que guardando en rehenes á algunos de ellos, despachó
á los otros con escolta á Zayas para que éste les hiciese desfogar los ím-
petus del patriotismo en las baterías. Igualmente ordenó á la junta disol-
verse, no permitiendo hubiese más autoridad popular que la comision de
partido, aumentada con cuatro ó cinco individuos para facilitar el despa-
cho de los negocios. De este modo quebró su enojo Blake, deshaciendo
lo mismo que ántes habia decidido, y mostrándose severo y resuelto en
ocasiones en que quizá no era muy necesario.


Obedecieron todos las determinaciones del General, y se notó á las
claras cuán dueño era de llevar á cabo cualquiera plan sin que pudie-
sen los vecinos ponerle impedimento alguno, manteniéndose siempre el
ejército obediente y subordinado. No obstante, ya hemos visto cómo ale-
gó Blake, para no intentar nueva salida, el desasosiego del pueblo, aña-
diendo despues que no queria con su ausencia dar ocasion á desórdenes




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y contratiempos. Razon singular, si no le asistia otra, para comprometer
la suerte de un ejército entero.


Aprovechaban semejantes disturbios y desaciertos al mariscal Su-
chet, quien estrechando el sitio, reforzó más la orilla izquierda del Gua-
dalaviar, construyó reductos, fortificó conventos, y rodeó á Valencia de
manera que se inutilizasen cuantas tentativas por escaparse hiciesen
los nuestros. Comenzó tambien el ataque contra la ciudad, dirigiendo
el principal por la derecha del rio y arrabal de San Vicente, y otro por
Monte Olivete. En ambos frentes abrieron los ingenieros enemigos, en
la noche del 1.º al 2 de Enero, las primeras paralelas á sesenta y ochen-
ta toesas de distancia. Experimentaron alguna pérdida, contando entre
los muertos al coronel Henri, oficial inteligente y bizarro. Sus artilleros
plantaron en breve siete baterías y empezaron á batir nuestras obras.


Viendo entónces D. Joaquin Blake la dificultad de sostener la línea
exterior desde Monte Olivete hasta Santa Catalina, metióso dentro de
la ciudad con todo el ejército en la noche del 4 al 5: sólo dejó fuera las
tropas que guarnecian el arrabal del Remedio y las cabezas de puen-
te. Tambien conservó un camino cubierto tirado desde la puerta del Mar
hasta el baluarte de Ruzafa. Retiró la artillería de batalla y la gruesa de
bronce; mandó clavar la que habia de hierro.


No advirtieron los enemigos la retirada de Blake hasta por la maña-
na. Creyeron al principio que era un ardid, mas cerciorados luégo de
que no, ocuparon el recinto abandonado, y empezaron el 5 el bombardeo
entre una y dos de la tarde, desde tres reductos levantados á la izquier-
da del rio. Mil bombas y granadas cayeron en el espacio de veinticuatro
horas. Considérese el estrago, mayor cuanto no se habia tomado medi-
da alguna para disminuirle, ni blindajes, ni almacenes á prueba de bom-
ba, la pólvora esparcida y al desabrigo; el ejército allí amontonado, y la
poblacion aumentada con la mucha gente que de la huerta habia acudi-
do; las calles ademas angostas, altas las casas y endebles, pocos los só-
tanos. No cesó despues el bombardeo: en los días 7 y 8 fueron los des-
trozos muy grandes. Depósito aquella ciudad de muchas preciosidades,
y rica sobre todo en letras y bellas artes, pereció la biblioteca arzobispal
y la de la universidad, y con ésta, manuscritos de gran estima recogidos
por el docto D. Francisco Perez Bayer, su principal fundador. Así en un
instante arrasa la guerra y convierte en polvo lo que ha producido en si-
glos el ingenio, el talento ó la asidua laboriosidad.


Consoláranse á lo ménos hasta cierto punto de tamaña ruina el polí-
tico, el guerrero, y áun el literato, con tal que en cambio se hubiesen po-




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dido sacar de la defensa ejemplos vivos que instruyesen á la mocedad
y realzasen las glorias de la nacion. Mas Blake, si habia andado perdi-
do en las operaciones meramente militares, no era de esperar se mostra-
se más bien encaminado en las luchas populares, en las calles y casas,
á semejanza de la inmortal Zaragoza. Iba con su anterior carrera la pri-
mera clase de peleas, oponíase la segunda. Para ésta ademas necesítase
fuego y ardiente inspiracion, que sólo da naturaleza, y no suplen el saber
adquirido ni el más acendrado honor.


En nada habia D. Joaquin Blake levantado el ánimo de los habitan-
tes, habíale más bien amortiguado. En nada tampoco habia dado indicio
de querer defender lo interior de la ciudad, pues no sólo, segun poco há
hemos visto, escaseaban abrigos contra la caida y explosion de los pro-
yectiles, sino que tampoco se habian cortado las calles ni atronerado las
casas, ni adoptado ninguno de los muchos medios que el arte y la prác-
tica enseñan en tales casos.


No obstante, D. Joaquin Blake desechó el 6 la propuesta que de ren-
dirse le hizo el mariscal Suchet. Entre tanto el estrago y lástimas cre-
cian, y se presentaron al General en jefe dos diputaciones, una de la
comision de partido y otra á nombre del pueblo, para que capitulase.
Respetó Blake á estos emisarios. No así á otros que de tropel acudieron
á su casa, pidiendo que continuase la defensa. De ellos retuvo el Gene-
ral presos á algunos que subieron á su habitacion y capitaneaban la mul-
titud. El disenso por tanto era grande: tuvo Blake que llamar tropa para
apaciguar á los alborotados y dispersarlos. Con esto acabó toda oposi-
cion, y pudo el General disponer á su arbitrio de la suerte de Valencia.


Era cada vez más crítica la situacion de la plaza. Los enemigos, al
favor de las cercas y las casas, construian sus baterías muy inmediatas.
Habíanse establecido en los arrabales de Ruzafa, San Vicente y Cuarte;
la toma de éste y la del convento de Corpus Christi costóles sangre. En
ciertos parajes distaban los sitiadores de 15 á 20 varas del muro, cuyo
espesor era de solos diez piés, con endeble parapeto y almenas, el foso
angosto, la artillería colocada sobre tablados, sostenidos por fuertes piés
derechos. Sin embago, Zayas prosiguió defendiendo con vigor la puerta
de San Vicente, siendo aquel general el único que hácia aquella entra-
da preparó para la resistencia interior las calles vecinas. Inutilizó tam-
bien una mina de los enemigos, quienes entónces dirigieron sus trabajos
contra una convexidad más desamparada que forma la muralla entre la
puerta de Cuarte y la mencionada de San Vicente.


Cinco baterías nuevas habian los sitiadores construido y armado, sin




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que los nuestros pudiesen contraponer cosa de importancia á tantos fue-
gos. Amenazaban ya éstos abrir brecha, cuando en la tarde del 8 envió
Blake al campo enemigo oficiales que prometiesen de su parte capitu-
lar, bajo la condicion de que se le dejaria evacuar la ciudad con todo su
ejército, armas y bagajes, y retirarse á Alicante y Cartagena. Desechó
Suchet la propuesta, y en su lugar fijó los artículos de una capitulacion
pura y sencilla, con el aditamento de canjear 2.000 hombres por otros
tantos de los prisioneros que hubiese en la isla de la Cabrera ú otras par-
tes. Reunió entónces Blake un consejo de guerra, á que asistieron doce
jefes. Los pareceres fueron discordes, queriendo unos aceptar las propo-
siciones de Suchet, y otros no. En realidad era ya infructuosa toda resis-
tencia, fuese militar, fuese de pueblo; la una no la consentia la naturale-
za de la plaza, no estaba preparada la otra.


Decidióse D. Joaquin Blake á admitir la capitulacion. Por ella de-
bian los enemigos respetar la religion y proteger las propiedades y á los
habitantes, no permitir pesquisa alguna en cuanto á lo pasado, y conce-
der tres meses de término á los que quisiesen abandonar la ciudad con
sus bienes y familia. Otorgábase al ejército salir con los honores de la
guerra por la puerta de Serranos, conservando los oficiales las espadas,
caballos y equipajes, y los soldados las mochilas. Tambien se convino en
el canje propuesto.


Firmóse la capitulacion en 9 de Enero, en cuyo dia ocuparon los ene-
migos la puerta del Mar y la ciudadela. Al siguiente salieron para Fran-
cia los españoles prisioneros junto con D. Joaquin Blake. El número
de ellos, inclusos los dos mil destinados para el canje, que fueron ca-
mino de Alcira, le hacen subir los franceses á 18.219 hombres: cuenta
que nos parece exagerada si no se comprenden en la suma paisanos ar-
mados. De gente reglada pueden en verdad computarse unos diez y seis
mil. No se verificó el canje ajustado, por no haber consentido en él la
Regencia del reino.


Hasta el 14 no hizo su entrada en Valencia el mariscal Suchet. Hí-
zola con gran pompa y acompañado de la mayor parte de sus tropas por
la puerta de San José, al mismo tiempo que con el resto de ellas pene-
tró por la de San Vicente el general Reille. Quedó nombrado goberna-
dor el general Robert.


Concluida que fué la capitulacion, ansió por alejarse de Valencia D.
Joaquín Blake. Obraba en ello con prudente mesura. El estado á que se
hallaba reducido aparecia harto deplorable, para que no quisiera apar-
tarse cuanto ántes del teatro infausto en donde acababan de tener fatal




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desenlace sus casi continuas y lastimosas desventuras. Hombre recto é
ilustrado, propio para dirigir en tiempos tranquilos las tareas de un es-
tado mayor, carecia Blake de las prendas que componen la esencia del
verdadero general en jefe, las cuales, como decía Napolcon á ciertos ofi-
ciales rusos, no se adquieren con la mera lectura de autores militares.
Aferrado Blake en su opinion, no sacaba fruto ni de las lecciones que le
suministraba su propia y larga experiencia. Los muchos desastres que
empañaron el brillo de su carrera descubren tambien lo siniestra que le
fué siempre la fortuna. Grave perjuicio en un general, por la desconfian-
za que en los otros y en sí mismo infunde, y que ha dado ocasion á que
escritores de peso, y Ciceron (4) entre ellos, señalen como una de las
cualidades principales de un gran capitan la de la felicidad.


Luégo que llegó á Francia D. Joaquin Blake, le encerraron en Vin-
cennes, cerca de París, lo mismo que habian hecho con Palafox y otros
españoles distinguidos. ¡Injusto y bárbaro procedimiento¡ Allí hubiera
aquel general finado quizá sus dias sin los sucesos de 1814. Antevia lo
que le aguardaba, cuando dando parte á la Regencia del reino de la ca-
pitulacion de Valencia, decía: «Por lo que á mí toca..... miro como de-
terminada la suerte de toda mi vida, y así en el momento de mi expatria-
cion, que es un equivalente á la muerte, ruego encarecidamente á V. A.
que si mis servicios pueden haber sido gratos á la patria, y no hubiesen
desmerecido hasta ahora, se digne tomar bajo su proteccion á mi dilata-
da familia.» Palabras muy sentidas, que áun entónces produjeron favo-
rable efecto, viniendo de un varon que, en medio de sus errores é infor-
tunios, habia constantemente seguido la buena causa; que dejaba pobre
y como en desamparo á su tierna y numerosa prole, y que resplandecia
en muchas y privadas virtudes.


Si por nuestro lado con la caída de Valencia abundaron sólo las lá-
grimas, se manifestaron por el de los franceses sumas las alegrías, y se
derramaron con largueza gracias y distinciones. Nombró Napoleon, por
decreto de 24 de Enero, al mariscal Suchet duque de la Albufera, conce-
diéndole en propiedad y perpetuamente la laguna de aquel nombre, con
la caza, pesca y dependencias, en premio de los recientes servicios y pa-
ra dotacion de la nueva dignidad. Cuantioso dón y de los más fructíferos
que se pueden otorgar en España. Por decreto tambien de la misma fecha,
queriendo Napoleon recompensar igualmente á los generales, oficiales y


(4) Ego ením sie existimo, in summo imperatore quatuor has res inesse oportere, scien-
tiam rei militaris, virtutem, auctoritatem, felicitatem. (Oratio pro lege Malia,10.)




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soldados del ejército de Aragon, mandó que se reuniesen á su dominio ex-
traordinario de España (son sus expresiones), bienes de los situados e la
provincia de Valencia, por el valor de 200 millones de francos, no consul-
tando primero si para ello eran bastantes los llamados nacionales que allí
pudiera haber, ni especificando, en el caso contrario, de dónde debiera
suplirse lo que faltase. De este modo se despojaba tambien á José sin con-
sideracion alguna de los derechos que le competian como á soberano, y se
pribaba á los interesados en la deuda pública, que aquél habia reconoci-
do ó contratado, de una de las más pingües hipotecas. Napoleon sucesiva-
mente con la prosperidad desarrebozaba sus intentos respecto de España,
y descubria del todo la determinacion en que estaba de arrancar á José
hasta la sombra de autoridad que éste conservaba todavía.


Al dia siguiente de la rendicion de Valencia fueron desarmados los
vecinos, y muchos conducidos á Francia so pretexto de que eran provo-
cadores de motin. Lo mismo, por órden especial despachada de París,
todos los frailes que pudieron haberse, que ascendieron á 1.500. Hubo
más: á cinco de ellos, los padres Rubert, Lledó, Pichó, Igual y Jérica, ar-
cabuceáronlos junto á Murviedro, á otros dos en Castellon de la Plana.
Igual suerte cupo desde Segorbe á Teruel á 200 prisioneros, que se reza-
gaban de cansados. Así se cumplia la capitulacion pactada.


Figurábanse ahora los franceses, como ya en un principio, ser los
frailes los fraguadores del levantamiento y de la resistencia nacional, y
de consiguiente se ensañaban en sus personas. Juicio, segun hemos ad-
vertido otras veces, hasta cierto punto errado. Hubo religiosos que, en
efecto, tomaron parte honrosa en la causa de la patria comun, pero no to-
dos ni exclusivamente. Y en Valencia pensó el mayor número, más que
en la defensa, en sus particulares intereses, en vender ajuar y alhajas y
en repartirse el peculio; porte que excitó descontento y murmuracion.
El clero secular acogió bien á los invasores, á imitacion del prelado de
la diócesi, el arzobispo Company, franciscano, escondido en Gandía du-
rante el sitio, y que tornó á Valencia despues de conquistada la ciudad,
esmerándose en obsequios y lisonjas hácia Napoleon y sus huestes.


Verdad sea que hasta de la poblacion recibió Suchet mayores prue-
bas de aficion que en otras partes. Las causas, las mismas que las que
indicamos al tiempo de ser ocupada la Andalucía, ó á lo ménos muy pa-
recidas á las de entónces. Contribuyó tambien mucho á semejante dis-
posicion de los ánimos el inconcebible proceder de Blake, y su tibieza
con los moradores. No obstante eso, y de procurar Suchet, conforme ve-
rémos más adelante, introducir en la administracion mejor arreglo que




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otros generales compatriotas suyos, no tardaron largo tiempo en levan-
tarse por aquel reino várias partidas.


Miéntras ocurrian en Valencia los sucesos que acabamos de referir,
adelantábase por la Mancha el auxilio que enviaba á Suchet el mariscal
Marmont, desde las riberas de Tajo, en Extremadura. Consistia la fuer-
za en tres divisiones, dos de infantes y una de caballos, bajo las órde-
nes del general Mont-Brun. Llegó éste el 9 de Enero á Almansa, y aun-
que con fecha del 11 recibió indicacion de Suchet para que se volviera,
pues tomada Valencia excusado era el socorro, prosiguió, sin embargo,
su marcha y se adelantó á Alicante, cuya plaza pensó ganar por sorpre-
sa, aprovechándose del decaimiento que habia causado la pérdida de la
capital de la provincia. No era la empresa tan fácil como se imaginaba.


D. Nicolas Mahy y las tropas que con él se retiraron despues del 26
de Diciembre á las riberas del Júcar, habian abandonado éstas harto de
prisa, y evacuando apénas sin oposicion el punto importante de Alcira,
habíanse venido á Alcoy, y pasado en seguida, unas á Alicante, otras á
Elche. Tambien D. Manuel Freire se habia alejado de Requena y acer-
cádose á los mismos puntos.


Aunque poco gloriosos los más de estos movimientos, resultó, no
obstante, de ellos que se agolpasen hácia Alicante tropas bastantes para
desbaratar los proyectos de los enemigos contra dicha plaza. Se presen-
tó delante de ella el general Mont-Brun, y habiendo intimado en vano la
rendicion y arrojado dentro algunas granadas, se retiró de allí muy pron-
to. Su presencia, si bien efímera, dejó en la comarca mal rastro. Porque
despues de haber desalojado de Elche y pueblos cercanos las tropas es-
pañolas, impuso de contribucion á los habitantes sumas enormes, y cau-
sóles extorsiones graves.


Esto y otras atenciones impidieron á Suchet emprender cosa alguna
contra Alicante y Cartagena, cuyos boquetes, fomento de guerra, habia
pensado cerrar el mariscal frances, apoderándose en breve de aquellos
muros. La malograda tentativa de Mont-Brun, sirviendo de despertador
para una defensa más cumplida, frustraba todo rebate.


Tuvo por tanto Suchet que limitar sus deseos, y contentarse con si-
tuar más allá del Júcar al general Harispe y la brigada de Delot, ponien-
do por la izquierda de éstos, en Gandía, al general Habert. Tambien se
enseñoreó de Denia, puerto de mar, plaza en el nombre, con un castillo
en lo alto. La abandonó sin hacer resistencia su gobernador don Estéban
Echenique. Tuvo de ello culpa en parte don Nicolas Mahy, que primero
envió 200 hombres de socorro y luégo los retiró. Sin embargo, ya que se




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hubiese evacuado la ciudad, convenido hubiera sacar, como no se hizo,
varios efectos é inutilizar la artillería.


Despues de tamañas desgracias, las tropas que restaban del segun-
do ejército, y se habian retirado con las del tercero, mandadas por D. Ni-
colas Mahy, y las que de este mismo se habian ántes adelantado con D.
Manuel Freire hácia Requena, ó quedádose en la frontera de Granada,
continuaron alojadas, ya en Alicante y sus alrededores, y ya en Carta-
gena y pueblos del reino de Murcia. El número de ellas, incluyendo las
guarniciones de las citadas últimas dos plazas, al pié de 18.000 hom-
bres. Tomó luégo el mando interino de todas D. José O’Donnell, jefe del
estado mayor del tercer ejército. Las del general Villacampa, que entra-
ban en cuenta, se alejaron al fenecer Enero, y no tardaron mucho en re-
golfar á Aragon, principal sitio de sus proezas.


No sólo se vieron acosadas todas estas fuerzas por las de Suchet y
por las del general Mont-Brun, sino tambien por parte de las del ejérci-
to frances del Mediodía, que acudieron al cebo de los despojos. Llega-
ron las postreras á la vista de la ciudad de Murcia el 25 de Enero, y el
26 entró en ella con 600 caballos el general Soult, hermano del maris-
cal. La víspera le había precedido un destacamento, y unos y otros im-
pusieron al vecindario muy pesadas contribuciones, imposibles de rea-
lizar. A estos gravámenes quiso el general frances añadir otro nuevo con
sus festines, y mandó se le preparase para aquel dia, en el palacio epis-
copal, donde se albergaba, un espléndido y regalado banquete. Gusta-
ba ya deliciosos manjares, cuando vino á interrumpirle en su ocupacion
sensual una voz que decia: «Las tropas españolas han entrado, los ene-
migos son perdidos.»


En efecto, D. Martin de la Carrera, que se apostaba no léjos con gran
parte de la caballería del segundo y tercer ejército, despues de reunir un
trozo de ella en Espinardo, á media legua de la ciudad, acababa de pe-
netrar por la puerta de Castilla á la cabeza de 100 jinetes. Tenian otros
la órden de acometer al mismo tiempo por los demas puntos. Era el in-
tento de Carrera sorprender á los enemigos, que á la verdad no le aguar-
daban, cogerlos ó aventarlos, y libertar á la ciudad de huéspedes en tal
manera molestos.


Sobresaltado el general Soult, levantóse de la mesa, y con la precipi-
tacion tropezó y bajó la escalera casi rodando. Aunque mal parado, mon-
tó, sin embargo, á caballo: le siguieron todos los suyos. No así, por des-
gracia, á Carrera los de su bando, quienes, excepto los que él mismo
capitaneaba, ó no entraron en la ciudad, ó retrocedieron luégo por equi-




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vocacion ó desmayo. Tuvo de consiguiente el D. Martin que hacer cara
solo con sus 100 hombres á las fuerzas del enemigo, tan superiores. No
por eso se abatió, y ántes de ser estrechado, paseó calles y plazas acu-
chillando y matando á cuantos contrarios topaba. Duró tiempo la lid.
Costó el terminarla sangre al frances; mas á lo último, cogidos, muertos
ó destruidos los soldados de Carrera, quedó éste solo y rodeado por seis
de los enemigos en la Plaza Nueva. Defendióse gran trecho, mató á dos,
y si bien herido de un pistoletazo y de varios sablazos, sostúvose aún, no
quiso rendirse, y peleó hasta que exánime y desangrado cayó tendido en
la calle de San Nicolas, donde espiró. Ejemplo de hombres valerosos era
Carrera, mozo y membrudo, de estatura elevada, noble en el rostro, de
arrogante y gentil apostura.


Antes de finalizar el combate ya habían los enemigos entregado al
saco la ciudad de Murcia. Robáronlo todo, y cometieron los mayores ex-
cesos, particularmente en el barrio del Cármen. Despojaban en la calle á
las mismas mujeres de sus propias vestiduras, y no perdonaron ni áun el
ochavo que en el mugriento bolso escondia el mendigo. Cargados de bo-
tin y temerosos de que tornasen los nuestros, se retiraron por la noche,
y en Alcantarilla y en casi todo el camino hasta Lorca repitieron iguales
ó mayores demasías.


Como quiera que lacerados de dolor, tributaron los murcianos al día
siguiente honores fúnebres al cadáver del inmortal D. Martin de la Ca-
rrera, y le sepultaron con la pompa que les permitia su triste azar. Un
mes despues celebró, tambien en memoria del difunto, solemnes exe-
quias el general en jefe D. José O’Donnell, y dióse el nombre de la Ca-
rrera á la calle de San Nicolas, en la cual terminó aquel caudillo sus dias
peleando como bueno. La junta provincial determinó igualmente erigir-
le un cenotafio en el sitio mismo de su fallecimiento.


A los muchos desastres que de tropel sucedieron en esta parte de Es-
paña, agregóse otro mancillado de afrenta. Dueño de Valencia el maris-
cal Suchet, y enviadas á la derecha del Júcar las fuerzas que hemos arri-
ba expresado, púsose asimismo en relacion, ocupando á Buñol, con el
ejército frances del centro, destacó á Cataluña la division de Musnier,
necesaria allí por lo que ocurria, y destinó al general Severoli con los
italianos á formalizar el sitio de Peñíscola.


Se eleva esta, poblacion sobre una empinada roca, mar adentro, á 120
toesas de la orilla, con la cual no comunica sino por medio de una len-
gua de tierra bastante angosta. Escarpadas y buenas obras rodean la pla-
za por todas partes; domínala interiormente un castillo, y se asemeja en




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compendio, por su natural fortaleza, á Gibraltar. Fué largo tiempo man-
sion de aquel papa Luna, de condicion tan obstinada, cuyo nombre lleva
todavía una torre en donde parece moraba. Cubren al istmo en los tempo-
rales las oleadas, y estaba ahora reforzado el frente con baterías de varios
pisos. Mas allá, y paralelo á unas montañas vecinas, se extiende un mar-
jal perenne, cuya inundacion se habia aumentado artificialmente, é inte-
rrumpido con cortaduras la calzada que le atraviesa y conduce á la citada
lengua de tierra, único punto accesible para los franceses, no señores de
la mar. Tenía la plaza 1.000 hombres de guarnicion y estaba abundante-
mente provista. Cruzaban por aquellas aguas barcos cañoneros y buques
de guerra nuestros y aliados. Era gobernador D. Pedro García Navarro.


Acercóse el general Severoli el 20 de Enero á Peñíscola, y envió un
parlamentario con proposiciones que fueron desechadas. De resultas, em-
pezaron los enemigos á preparar el sitio, y se colocaron en las colinas y
playas inmediatas. El 28 arrojaron bombas desde una batería de morte-
ros, distante 600 toesas. En la noche del 31 al 1.º de Febrero formaron la
línea paralela de faginas y gaviones, que se prolongaba por detras de la
inundacion, y torcia á su extremo meridional, para continuar lo largo de la
costa. En el opuesto, construyeron baterías en las alturas. Las dificultades
que tenian los sitiadores que vencer ántes de aproximarse al cuerpo de la
plaza parecian insuperables. No obstante, prosiguieron los trabajos.


En el intermedio aconteció que viniese á parar á manos de los fran-
ceses un pliego que el gobernador García Navarro escribia al general es-
pañol de Alicante; quejábase en su contenido del porte de los ingleses,
y hablaba como si intentasen éstos apoderarse de Peñíscola; añadiendo
que preferiria en tal caso someterse á los enemigos. Barruntos tenía Su-
chet de la propension de ánimo del García Navarro, si ya no ocultas re-
laciones; y en vista ahora del expresado pliego, se apresuró á estable-
cer con él negociacion directa, para lo cual despachó al oficial de estado
mayor Mr. Prunel. García Navarro inmediatamente se rindió á partido, y
se rindió bajo la sola condicion de que se permitiera á los suyos retirar-
se libremente adonde quisiesen. En consecuencia, se posesionaron los
franceses de Peñíscola el 4 de Febrero. Escandalosa entrega; pero áun
más escandalosos y sin ejemplo los términos siguientes con que se en-
cabezó la capitulacion (5): «El Gobernador y la Junta militar..... conven-
cidos de que los verdaderos españoles son los que unidos al rey don Jo-
sé Napoleon, procuran hacer ménos desgraciada su patria.» Basta. ¡Qué


(5) Gacetas de Madrid del gobierno de José, del 21 de Febrero de 1812.




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gobernador! ¡Qué junta militar! No paró aquí la desbocada conducta del
primero. Entró despues á servir al intruso, y recibió en premio honores
y condecoraciones, escribiendo ántes al mariscal Suchet, entre otras co-
sas (6): «V. E. debe estar bien seguro de mí; la entrega de una plaza fuer-
te, que tiene víveres y todo lo necesario para una larga defensa..... es un
garante de mis promesas.....» Memorial con relacion de méritos, sacados
de la propia infamia.


Tal baldon, tales infortunios compensáronlos en parte dos aconteci-
mientos felices y honrosos, que ocurrieron casi por el mismo tiempo.


Fué el uno la defensa de Tarifa. Dióse cuenta en su lugar de los re-
fuerzos anglo-españoles que habian en Octubre entrado en aquella pla-
za, como tambien de los movimientos concomitantes, que hasta 1.º de
Noviembre ejecutó en la serranía de Ronda D. Francisco Ballesteros. El
glorioso avance que hizo dicho general sobre Bórnos, en 5 de aquel mes,
y otro que en su apoyo verificaron á la propia sazon, la vuelta de Veger,
el general Copons y el coronel inglés Skerret, pararon ahincadamente la
consideracion del mariscal Soult. Pero no hallándose éste con suficien-
tes fuerzas, á causa de las que lo ocupaban las inmediatas atenciones,
y de tropas que habia enviado á Extremadura por lo de Arroyomolinos,
creyó necesario echar mano en parte de las de Granada, para contener
á Ballesteros y embestir á Tarifa. Así, ordenó que Leval se acercase á la
serranía de Ronda con 6.800 combatientes, infantes y caballos, y que se
le juntase en ella el general Barrois con 4.200, debiendo tambien diri-
girse un trozo de 3.000 hombres, de los que sitiaban á Cádiz, sobre Faci-
nas y otros puntos inmediatos. Tal avenida de fuerzas obligó á Balleste-
ros á refugiarse otra vez bajo el cañon de Gibraltar, dejando, no obstante,
en las montañas una vanguardia á las órdenes de D. Antonio Solá, quien,
asistido ademas de los serranos, tenía encargo de cortar al enemigo la
comunicacion e interceptarle las subsistencias. Cumplió debidamente
este jefe con lo que le habian encomendado, y estrechando de cerca el
6 de Diciembte á los franceses de Estepona, los obligó á huir y les co-
gió mochilas y equipajes. Tambien Copons y Skerret evolucionaron para
distraer al enemigo por la parte de Algeciras; mas, sabedores de que Ta-
rifa era amenazada, tornaron de priesa á cubrir sus muros.


El deseo de enseñorearse de ellos, y la escasez de vituallas que las
correrías de Solá y del paisanaje causaban en el campo frances, decidie-
ron á Leval, á abandonar á San Roque, y aproximarse cuanto ántes á la


(6) Gacetas de Madrid del gobierno de José, año 1812, 22 de marzo.




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citada plaza de Tarifa. Se halla ésta colocada en la punta más meridional
de España y en lo más angosto del estrecho; tiene de poblacion 2.100 ve-
cinos, y le dió renombre la defensa que contra moros hizo D. Alonso Pe-
rez de Guzman, llamado el Bueno por hazaña tan ilustre, sin par en sus
circunstancias. No guarnecian á Tarifa sino un antiguo y frágil castillo, y
débil muralla de poco espesor, con torreones cuadrados y foso. Los repa-
ros nuevos no muchos, y poco robustos. A corta distancia, y al Sudoes-
te, plántase una isla circular y peñascosa, de media hora de bojeo, que se
denomina como la ciudad. Antes separaba á dicha isla del continente un
canal de corriente rápida, á manera de pequeño Euripo, que se acabó de
cerrar en 1808 por el celo y personales sacrificios del intendente D. An-
tonio Gonzalez Salmon, quien formó allí un fondeadero acomodado. Ha-
bíanla actualmente fortalecido y artillado con 12 cañones; punto de reti-
rada conveniente y que infundia aliento. Fueron habilitadas en su recinto
una cisterna y una antigua torre, y se sirvieron los sitiados para alma-
cen de pólvora de una especie de subterráneo apellidado Cueva de Mo-
ros, guarida en otro tiempo de corsarios berberiscos. Prevencion necesa-
ria la última, estando dominada la isla por las alturas vecinas. De ellas, la
más cercana al Oeste, la de Santa Catalina, fortificóla Copons, ejecutando
tambien al Este, frontero de la Galeta, algunas obras. Cortáronse ademas
en la ciudad las calles, y se atajaron con rejas arrancadas de las venta-
nas; atroneráronse muchas casas. Constaba la guarnicion, entre ingleses
y españoles, de 2.500 hombres. Los tarifeños se señalaron de valientes y
proporcionaron 300 marineros. Era gobernador el coronel D. Manuel Da-
van, y jefes de ingenieros y de artillería D. Eugenio Iraurgui y D. Pablo
Sanchez. Mandaba las fuerzas sutiles españolas D. Lorenzo Parra. Ha-
bla tambien buques de guerra ingleses. La defensa, sin embargo, dirigió-
la con especialidad D. Francisco Copons y Navia, ayudado de los conse-
jos del coronel inglés Skerret.


Presentáronse los franceses á la vista de la plaza el 19 de Diciembre,
despues de dejar fuerza en observacion de Ballesteros, y tambien del la-
do de Algeciras. Obligaron á Copons el 20 á meterse dentro, y empeza-
ron en seguida los trabajos de sitio; adelantáronlos el 28 hasta 50 toesas
de los muros, y el 29 abrieron el fuego con seis cañones de á diez y ocho
y tres obuses de á nueve pulgadas. En la tarde del mismo dia hallábase
ya practicable una brecha de 300 toesas por la parte contigua á la puerta
del Retiro, y destruido casi del todo el torreon de Jesus. Intimaron lué-
go los enemigos la rendicion, y desechada la propuesta por Copons, pre-
paráronse al asalto.




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Se verificó éste el 31 á las nueve y media de la mañana, acudien-
do de una vez á embestir la brecha 23 compañías al cargo del general
Chassereaux, á las que apoyaban las demas fuerzas. Los acometedores
se arrojaron con ímpetu, pero parólos en su ataque una escarpadura in-
terior hecha en la muralla, y varios parapetos de colchones levantados
detras, junto con el fuego incesante que salía de los lugares vecinos y
las casas. Descorazonados los enemigos, no insistieron en romper ade-
lante, y retrocedieron con gran mengua, dejando allí más de 500 heridos
y muertos. Para recoger los primeros pidieron los franceses un armisti-
cio, que se les concedió, ayudándolos generosamente en la faena nues-
tros soldados y paisanos; ejemplo de humanidad raro, y no menos dig-
no de imitar que los muchos que de valor habian dado todos ellos poco
ántes. Aprovechóse Copons de la ventaja, y á su vez incomodó al sitia-
dor por cuantos medios pudo. Vinieron tambien en auxilio de la plaza las
lluvias, que anegaron las trincheras enemigas, los caminos y los campos,
sin dejar al fatigado frances ni siquiera un palmo de terreno enjuto en
que reclinar la cabeza. Apurado Leval, alzó el sitio el 5 de Enero, yén-
dose vía de Veger y Medina. Costóle la malograda tentativa, entre muer-
tos, heridos, enfermos y desertores, al pié de 2.000 hombres. Perdió toda
la artillería gruesa, y dejó sembrados por el tránsito efectos y municio-
nes. Así se estrellaron los esfuerzos de 10.000 franceses en las murallas
de una fortaleza, flacas en si mas sostenidas por brazos vigorosos y por el
buen concierto de los jefes españoles é ingleses.


El segundo de los dos acontecimientos que hemos anunciado como
favorables y gloriosos, fué la toma de Ciudad-Rodrigo, más importante,
por sus consecuencias, que la defensa de Tarifa. Resuelto lord Welling-
ton, segun apuntamos al principio de este libro, á formalizar el sitio de
aquella plaza, continué tomando várias disposiciones desde sus acanto-
namientos de la Fregeneda, y juntó en Almeida, al acabar Noviembre,
el parque correspondiente de artillería. Completó en seguida y con mu-
cho órden los demas preparativos, habiendo ejercitado algunas tropas en
las tareas propias del ingeniero y del zapador, en lo que ántes se habian
los suyos mostrado harto bisoños. Mandó tambien al general Hill que se
moviera hácia la Extremadura española, y colocó á D. Cárlos España y á
D. Julian Sanchez en el Tórmes, con objeto de que los últimos cortasen
aquellas comunicaciones. Estos jefes, particularmente Sanchez, desem-
peñaron bien su comision, y los pueblos de Castilla mostraron, segun
escribia el mismo Wellington, grande adhesion á la causa de la patria;
guardando ademas tal fidelidad, que pasaron dias primero que supiesen




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los franceses de Salamanca, aunque tan próximos, haber los aliados em-
prendido el sitio.


Debió éste tener principio el 6 de Enero; pero se retardó hasta el 8
por el mal tiempo. Describimos á Ciudad-Rodrigo cuando el cerco de
1810, tan honorífico para las armas españolas. Desde entónces habian
los franceses reparado los daños causados en aquella defensa, fortaleci-
do los principales edificios del arrabal y el convento de Santa Cruz, al
Nordeste, como tambien levantado en el cerro ó sea teso de San Francis-
co un reducto, que apellidaron de Renaud, en memoria del malhadado
gobernador de aquel nombre, que cogiera D. Julian Sanchez.


Ocuparon los ingleses esta obra en la noche misma del 8 al 9; estreno
feliz de su empresa. Por allí dirigieron los trabajos, siguiendo el mismo
camino que habían tomado los franceses en el anterior cerco. Estable-
cieron los sitiadores la primera paralela en el mencionado teso, y plan-
taron tres baterías de á once piezas cada una. Rompieron el 14 el fuego,
y abriendo los aproches, formaron la segunda paralela á 70 toesas de la
plaza. Favoreció el progreso la toma que el general Graham verificó el
13 del convento de Santa Cruz, con lo cual se vió protegida la derecha
de los sitiadores. Sucedió otro tanto respecto á la izquierda, habiéndo-
se enseñoreado los aliados en la noche del 14 del convento de San Fran-
cisco en el arrabal. Continuaron los ingleses completando del 15 al 19
la segunda paralela y sus comunicaciones, y no descuidaron adelantar la
zapa hasta la cresta del glácis.


Entre tanto habia previsto Wellington que tal vez convendría, ántes
de que se concluyeran debidamente los trabajos, dar el asalto; por lo que
recibiendo de los ingenieros seguridad de que era posible abrir brecha
sólo con los fuegos de las baterías de la primera paralela, ordenó que se
pusiese en ello todo el conato. Así se hizo, y en la tarde del 19 hallóse ya
aportillado el muro de la falsabraga y el del cuerpo de la plaza. Ademas
de la brecha principal, practicóse otra más á la izquierda de los aliados,
por medio de una nueva batería plantada en el declive que va desde el
cerro al convento de San Francisco.


Hasta entónces habian los sitiados procurado retardar las operacio-
nes del inglés, y el 14 hicieron una salida en que le causaron daño. Sin
embargo, ni estas tentativas ni otros arbitrios fueron parte á impedir que
llegase el momento crítico del asalto.


Dispúsole Wellington, desechada que fué por el gobernador frances
la propuesta de rendirse, y aceleróle en consecuencia de tristes nuevas
que empezaba á recibir de Valencia, como tambien por reunir tropas en




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Valladolid el mariscal Marmont, quien desde Toledo y Talavera habia
llegado en los primeros dias de Enero á aquella ciudad con parte de su
ejército en busca de víveres, y sospechando que los ingleses iban á po-
ner sitio á Ciudad-Rodrigo.


Por tanto, el mismo dia 19 en que se abrieron las brechas, determinó
Wellington que al cerrar de la noche se asaltase la plaza. Destinó al efec-
to cinco columnas. La quinta de ellas, á las órdenes del general Pack,
estaba encargada de hacer un ataque falso por la parte meridional: de-
bia la cuarta, guiada por Crawfurd, embestir la brecha pequeña, y cubrir
la izquierda del acometimiento de la más principal, cuyo asalto se ha-
bía reservado á las tres columnas restantes bajo el general Picton. Dióse
principio á la empresa, arrostrando los anglo-portugueses con serenidad
los mayores peligros y superando obstáculos. Se defendieron los france-
ses con denuedo; mas sucediendo bien los diversos ataques, aflojaron,
y pudieron los aliados al cabo de media hora extenderse lo largo de las
murallas y enseñorearse de la plaza. Cayeron prisioneros 1.709 france-
ses y el comandante Barrié, que hacia de gobernador; los demas, has-
ta dos mil que componian la guarnicion, habian perecido en la defensa.
Conservaron los aliados, al entrar en la ciudad, buen órden; su pérdida
ascendió en todo á 1.300 hombres. Entre los muertos contóse desgracia-
damente á los generales Mackinson y Crawfurd. Entregó lord Welling-
ton la plaza en manos de D. Francisco Javier Castaños, y las Córtes de-
cretaron las debidas gracias al ejército anglo-portugues, y concedieron
al general en jefe la grandeza de España bajo el titulo de duque de Ciu-
dad-Rodrigo. Tambien el Gobierno y Parlamento británico dispensaron
honores y pensiones, ordenando ademas que se erigiese un monumento
en memoria del valiente y malogrado general Crawfurd.


Otros sucesos felices y nuevas esperanzas acompañaron á estos
triunfos. No habian los franceses reforzado sus filas en 1811 con más de
50.000 combatientes; auxilio que ni con mucho bastaba á llenar los cla-
ros que hacia la guerra, ni los huecos que dejaban algunas tropas que
ahora partieron; pudiendo aseverarse que por el tiempo en que vamos no
conservaban los enemigos en la Península arriba de 240.000 hombres.
Entre los llegados últimamente, muchos eran conscriptos, y en el Di-
ciembre de 1811 y primeros meses de 1812 marcharon á Francia unos
14.000 veteranos; 8.000 de la guardia imperial y restos de otros cuerpos,
y 6.000 polacos del ejército de Aragon, queriendo el Emperador frances
emplearlos en Rusia, cuya guerra parecia ya inminente. Albores todos
de las dichas que nos aguardaban en aquel año.