Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
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LIBRO VIGÉSIMOTERCERO.


NOMBRA NAPOLEON Á SOULT SU LUGAR-TENIENTE EN ESPAÑA.— MEDIDAS QUE TOMA
SOULT.— PROCLAMA QUE DA.— SITIAN LOS INGLESES Á SAN SEBASTIAN.— ASAL-
TO INFRUCTUOSO.— INTENTOS DE SOULT.— ESTANCIAS DE LOS EJÉRCITOS.— SE ES-
TRECHA DE NUEVO Á SAN SEBASTIAN.— LA ASALTAN LOS ALIADOS.— LA ENTRAN Á
VIVA FUERZA.— SE INCENDIA Y LA SAQUEAN LOS ANGLO-PORTUGUESES.— CUARTO
EJÉRCITO ESPAÑOL.— DÓNDE SE ACANTONA.— ACCION DE SAN MARCIAL.— VICTO-
RIA QUE CONSIGUEN LOS ESPAÑOLES.— ATACAN LOS ALIADOS EL CASTILLO DE SAN SE-
BASTIAN.— SE RINDE.— ESTADO DE CATALUÑA.— REENCUENTRO EN SAN SADUR-
NI.— SOCORREN Y VUELAN LOS FRANCESES Á TARRAGONA.— SARSFIELD.— TERCER
EJÉRCITO EN EL EBRO.— REENCUENTRO QUE TIENE.— PASA Á NAVARRA.— BEN-
TINCK EN VILLAFRANCA.— PELEA EN ORDAL.— SUCESOS POSTERIORES.— ESTA-
DO DE LOS NEGOCIOS EN ALEMANIA.— ARMISTICIO DE PLESSWITZ.— RÓMPESE.—
ÚNESE EL AUSTRIA Á LOS ALIADOS.— LAS CÓRTES Y SU RUMBO.— DISCUSION SOBRE
TRASLADARSE Á MADRID.— SE DILATA LA TRASLACION.— OTROS DEBATES SOBRE LA
MATERIA.— EL DIPUTADO ANTILLON.— VÁRIAS MEDIDAS ÚTILES DE LAS CÓRTES.—
RESOLUCIONES DE LAS MISMAS EN HACIENDA.— EL DIPUTADO PORCEL.— NOMBRAN
LAS CÓRTES LA DIPUTACION PERMANENTE.— CIERRAN LAS CÓRTES EXTRAORDINA-
RIAS SUS SESIONES EL 14 DE SETIEMBRE.— LA FIEBRE AMARILLA EN CÁDIZ.— VUÉL-
VENSE Á ABRIR EL 16 LAS CÓRTES EXTRAORDINARIAS.— MOTIVO DE ELLO LA FIEBRE
AMARILLA.— ACALORADOS DEBATES.— CIÉRRANSE DE NUEVO EL 20 LAS CÓRTES
EXTRAORDINARIAS.— SU LEGITIMIDAD.— SU FORMA Y RARA COMPOSICION.— SUS
FALTAS.— CONSTITÚYENSE Y ABREN SUS SESIONES EN CÁDIZ LAS CÓRTES ORDINA-
RIAS.— SE TRASLADAN Á LA ISLA DE LEON.— SU COMPOSICION AL PRINCIPIO.— LO
QUE HUBO EN LAS ELECCIONES.— ESTADO DE LOS PARTIDOS EN LAS NUEVAS CÓR-
TES.— DIPUTADOS QUE SE DISTINGUEN EN ELLAS.— ANTILLON Y SUS RIESGOS.—
MARTINEZ DE LA ROSA.— PRIMEROS TRABAJOS DE ESTAS CÓRTES.— CONTIENDA SO-
BRE EL MANDO DE LORD WELLINGTON.— NADA SE RESUELVE.— TRASLÁDANSE LAS
CÓRTES Y EL GOBIERNO DE LA ISLA Á MADRID.— ESTADO DE GUERRA.— EJÉRCI-
TO ALIADO EN EL VIDASOA.— EJÉRCITO DEL MARISCAL DOULT.— SE DISPONE WE-
LLINGTON AL PASO DEL VIDASOA.— VERIFÍCALO.— SE DISTINGUE EL CUARTO EJÉR-
CITO ESPAÑOL.— TAMBIEN EL DE RESERVA DE ANDALUCÍA.— PISAN LOS ALIADOS EL
TERRITORIO FRANCES.— PROVIDENCIAS DE WELLINGTON.— BLOQUEO DE PAMPLO-
NA.— SE RINDE LA PLAZA Á LOS ESPAÑOLES.— EXACCIONES Y PÉRDIDAS DE NAVA-




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RRA Y PROVINCIAS VASCONGADAS.— SITUACION DE SOULT EN EL NIVELLE.— PRO-
YECTO DE WELLINGTON.— LORD WELLINGTON EN SAINT-PÉ.— CURA DE ESTE
PUEBLO.— VENIDA DEL DUQUE DE ANGULEMA.— WELLINGTON EN SAN JUAN DE
LUZ: SU LINEA.— DISCIPLINA Y ESTADO DEL EJÉRCITO ANGLO-HISPANO-PORTU-
GUES.— VUELVEN Á ESPAÑA CASI TODO EL CUARTO EJÉRCITO Y EL DE RESERVA DE
ANDALUCÍA.— MOVIMIENTOS Y COMBATES EN EL NIVE.— ESTANCIAS DE LOS RES-
PECTIVOS EJÉRCITOS.— EL GENERAL HARISPE.— SUCESOS EN CATALUÑA.— VALEN-
CIA.— RÍNDENSE Á LOS ESPAÑOLES MORELLA Y DENIA.— SUCESOS EN ALEMANIA Y
NORTE DE EUROPA.


En medio de los graves cuidados que rodeaban á Napoleon en Ale-
mania y demas partes del Norte, no ponia él en olvido las cosas de Es-
paña. Enojóle á lo sumo lo acaecido en Vitoria; y como achacase á im-
pericia de José y del mariscal Jourdan tamaña desgracia, separólos del
mando, nombrando por sucesor de ambos al mariscal Soult bajo el título
de lugarteniente del Emperador en España; determinacion que tomó en
Dresde por decreto de 1.º de Julio.


Posesionóse del nuevo cargo aquel mariscal el 12 del propio mes en
San Juan de Pié de Puerto, y refundió en uno solo los diversos ejércitos
que ántes se apellidáran del Norte, Portugal, Mediodía y Centro, deno-
minando al formado ahora ejército de España, y distribuyéndole en nue-
ve divisiones, repartidas en tres grandes trozos, á saber: el de la derecha,
á las órdenes del Conde de Reille; el del centro, á las del Conde D’Erlon,
y el de la izquierda, á las del general Clausel. Compuso, ademas, una re-
serva, que gobernaba el general Villatte, junto con dos divisiones de ca-
ballería pesada, conducidas por los generales Tilly y Treillard, y otra lige-
ra de la misma arma, que regía el general Soult, hermano del mariscal.


Al encargarse éste del mando en jefe, dió á las tropas una procla-
ma, en cuyo tenor, al paso que comprometia la fama y buen nombre de
sus antecesores, mostraba abrigar en su pecho esperanzas harto lison-
jeras sobre la campaña que iba á emprenderse. «Culpa es de otros, de-
cia, el estado actual del ejército: sea gloria nuestra el mejorarle.— He
dado parte al Emperador de vuestro valor y de vuestro celo.— Son sus
órdenes echar al enemigo de esas cumbres, desde donde atalaya nues-
tros fértiles valles, y forzarle á repasar el Ebro.— Plantarémos en breve
nuestras tiendas en tierra española, y de ella sacarémos los recursos que
nos sean necesarios.— Fechemos en Vitoria nuestros primeros triunfos,
y celebremos allí el dia del cumpleaños del Emperador. «No correspon-




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diendo los hechos á confianza tan sobrada y ciega, convirtióse esta pro-
clama en simple desvaporizadero de pomposas palabras.


El dia mismo en que tomó el mando el mariscal Soult partieron de
San Juan de Pié de Puerto el rey José y el mariscal Jourdan, éste para lo
interior de Francia, aquél para Saint-Esprit, arrabal de Bayona, al otro
lado del Adour. Terminó José así y de un modo tan poco airoso su tran-
sitorio reinado, graduando con razon de ofensa el que le desposeyera del
trono hasta su propio hermano, quien, sin tener cuenta con su persona,
habia conferido á Soult la lugartenencia de España, á nombre solo y en
representacion de la corona de Francia.


Queriendo, pues, el nuevo General dar principio al plan anunciado
en su proclama, hizo resolucion de socorrer desde luégo á Pamplona y
San Sebastian, asediadas ya; animándole tambien á ello el malogro de
las primeras tentativas de los aliados contra la última de dichas plazas,
cuyo cerco empezarémos á narrar.


Asiéntase San Sebastian, ciudad de 13.000 habitantes, con puerto
de reducida concha y no muy hondable, en una especie de península al
pié de un monte entre dos brazos de mar, desaguando en el que está más
al cierzo, el Urumea, rio de caudal no abundoso. Comunica con tierra la
plaza sólo por un istmo, representándose á primera vista, yendo de lo in-
terior, como muy robusta, no teniendo otro camino para llegar á ella sino
el del referido istmo, amparado del hornabeque de San Cárlos y del re-
cinto principal, dominados y defendidos ambos por el castillo de Santa
Cruz de la Mota, puesto en lo alto del monte en que se respalda la ciu-
dad. Mas su flaqueza descúbrese en breve; pues si la resguardan por tie-
rra convenientes obras, provistas de doble recinto, contraescarpa y ca-
mino cubierto, no así del lado de la Zurriola y el Urumea; fiado quizá
quien trazó allí el muro, en las aguas que por el pié le bañan, sin echar
de ver los puntos que quedan vadeables y áun en seco á bajamar, con el
padrastro, ademas, de ciertas dunas oméganos que corren lo largo de la
márgen del rio y sojuzgan la línea. Defecto de que ya se aprovechó en
1719 el mariscal de Berwick para rendir la plaza, y en que no se habia
puesto remedio, á pesar de ir trascurrido desde entónces casi un siglo.


Habian aumentado los franceses la guarnicion de San Sebastian has-
ta el número de unos 4.000 hombres bajo del general Rey, militar de
concepto; y si bien los españoles bloquearon en un principio la plaza,
sólo formalizaron el sitio los anglo-portugueses, segun se apuntó en otro
libro, á las órdenes siempre de sir Tomas Graham, quien resolvió enca-
minar el ataque contra el lado descubierto y débil de la Zurriola.




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Plantaron, al efecto, los aliados fuertes baterías en las alturas á la de-
recha del Urumea, anhelando abrir brecha entre el cubo de los Hornos
y el de Amezqueta, situados en el lienzo de muralla frontero. Dirigieron
los demas fuegos contra el castillo y hornabeque de San Cárlos, adelan-
tando por la lengua ó istmo otros trabajos.


En él, y á su entrada, levantábase á setecientas ú ochocientas varas
de la plaza el convento de San Bartolomé, del cual quisieron apoderarse
los aliados, juzgándolo paso conveniente y prévio al acometimiento de
las otras obras y del recinto principal.


Comenzó el ataque en la noche del 13 al 14, tirando los ingleses has-
ta con bala roja. Destruyóse el convento, mas los sitiadores todavía no
le entraron, permaneciendo en las ruinas los contrarios, y sosteniéndose
vigorosamente; de lo que enojados los ingleses cargaron á la bayoneta,
acabando por apoderarse, el dia 17, de aquellos escombros, despues de
quedar tendidos 250 de los defensores. Avanzaron de resultas los alia-
dos, pero no mucho, detenidos hasta el 20 por un reducto circular que
en el istmo habia.


En vano Graham intimó al dia siguiente la rendicion á la plaza, pues
ni siquiera admitió al parlamento el gobernador Rey; motivo por el cual
decidieron los ingleses dar el asalto, juzgando ya practicable la bre-
cha aportillada entre los dos cubos. Efectuóse la embestida al amane-
cer del 25, formando la columna de ataque la brigada del mayor general
Hay, que tenía en reserva otras, bajo el mando todas del mayor general
Oswald. Pero malogróse la tentativa á pesar del brío y esfuerzos de los
aliados, ya por estar todavía intactos los demas fuegos de la plaza, que
abrasaron á los acometedores, ya por la distancia considerable que me-
diaba entre las trincheras y la brecha, y ser aquel tránsito de piso muy
pedregoso, lleno de plantas marinas y aguazales.


Acercóse poco despues Wellington á San Sebastian viniendo de Le-
saca, en donde ahora tenía sus cuarteles, y trataba ya de repetir el asal-
to, cuando sabedor de ciertos movimientos de Soult, suspendiólo, y áun
dispuso convertir en bloqueo el sitio, embarcando la artillería en Pasa-
jes, sin desamparar por eso las trincheras y algunos trabajos.


No eran en realidad engañosos los avisos que recibió Wellington,
porque entónces dió Soult la señal de abrir su proyectada campaña. So-
correrá Pamplona y San Sebastian debian ser los estrenos de ella, empe-
zando por acudir á la primera, pudiendo la otra alcanzar más fácilmente
auxilios con la cercanía y proporcion del mar.


Ponian á lord Wellington en apurado estrecho los intentos del maris-




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cal Soult, incierto todavía de cuáles fuesen. Porque teniendo que aten-
der á dos puntos bloqueados, distante uno de otro diez y seis leguas, y
que cubrir muchos pasos en país montañoso, á veces inaccesible ó fal-
to de comunicaciones laterales, arduo se hacia salir airoso de tamaña
empresa, importando por una parte no dejar indefenso ningun paraje, y
siendo arriesgado por otra debilitarse, subdividiendo su fuerza en sazon
que el enemigo era dueño de escoger el punto de ataque y de acometer-
le con golpe de gente muy superior y más respetable.


De antemano se habla preparado Soult para meterse de nuevo en Es-
paña, recogiendo en San Juan de Pié de Puerto gran copia de víveres y
muchos pertrechos. Acampaban ambos ejércitos en las respectivas fron-
teras sobre cumbres distantes entre sí medio tiro de cañon, aproximán-
dose las centinelas ó puestos avanzados hasta unas ciento y cincuen-
ta varas. Los franceses, alegres y joviales segun su natural condicion, y
más gozosos por estar en su tierra; los ingleses, al contrario, taciturnos y
con pensativo y serio ademan, si bien satisfechos, complacido su nacio-
nal orgullo con poder amenazar de cerca á la Francia, su antigua y po-
derosa rival.


Tenian los aliados las siguientes estancias: la brigada del general
Bying y la division de don Pablo Morillo ocupaban la derecha, cubrien-
do el puerto de Roncesvalles. Las sostenia, apostado en Viscarret, sir
Lowry Cole con la cuarta division británica, formando la reserva la ter-
cera del cargo de sir Tomas Picton, que se alojaba en Olague. Exten-
díase por el valle de Baztan, á las órdenes del general Hill, parte de la
segunda division inglesa y la portuguesa del Conde de Amarante, des-
tacada sólo la brigada de Campbell en los Alduides. La division ligera
y séptima acantonábanse en la altura de Santa Bárbara, villa de Vera y
puerto de Echalar, y se daban la mano con los que guarnecian el Baztan.
Servia de reserva á estas tropas en Santistéban la sexta division ingle-
sa. Don Francisco Longa con la suya mantenia las comunicaciones entre
esta izquierda de los aliados y las divisiones del cuarto ejército español,
alojadas á orillas del Bidasoa y en los pueblos de Guipúzcoa.


Llevaba Soult la mira de acometer á un tiempo por Roncesvalles y
por el puerto de Maya, término del valle de Baztan, reuniendo para ello
en San Juan de Pié de Puerto, el 24 de Julio, sus alas derecha é izquier-
da con una division del centro y dos de caballería. Dirigia Soult en per-
sona el movimiento del lado de Roncesvalles con unos 35.000 hombres,
al paso que embestia con 13.000 por Maya, Drouet, conde d’Erlon. Se
trabó la refriega el 25 en la mañana hácia las entradas de Roncesvalles,




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cuya posicion mantuvo vigorosamente el general Bying, apoyado por sir
Lowry Cole, hasta que en la tarde, yendo á ser envuelta la posicion, se
replegaron ambos á Lizoain y cercanías de Zubiri. Defendió entónces
largo rato y con brío el edificio de la fábrica de municiones de Orbai-
zeta el regimiento de Leon, que capitaneaba el teniente coronel Aguier.
Tambien por su parte empezó Drouet á maniobrar en el mismo dia des-
de temprano por el puerto de Maya, queriendo habérselas especialmen-
te con la division del Conde de Amarante, colocada á la derecha. En un
principio limitóse todo á sólo amagos, recogiendo en seguida Drouet su
fuerza en una montaña detras de un paso angosto, de donde intentando
un súbito y rápido avance, vióse favorecido de la suerte, porque, soño-
lientos con el calor del dia dos centinelas puestas en un alto, durmiéron-
se y pudieron los franceses acercarse sin ser sentidos, y áun desalojar de
su posicion á los aliados, mal de su grado. Recobráronla éstos despues,
ayudados de la brigada del mayor general Barnes, y hubiéranla conser-
vado, si noticioso Hill de lo ocurrido en Roncesvalles no hubiese dado
órden de que se replegasen todos á Irurita. Pelearon los aliados en es-
te dia por espacio de siete horas, perdiendo cuatro cañones y 600 hom-
bres. Wellington, en camino de San Sebastian, ignoró hasta la noche lo
que por el dia habia pasado.


Permanecieron quedos los franceses el 26 en el puerto de Maya. No
sucedió así por el otro punto, adelantándose á dar nuevo ataque en la
tarde del mismo dia. Se hallaban los aliados prevenidos y más fuertes,
habiendo avanzado el general Picton á sostener á los de Lizoain; y jun-
tos todos replegáronse escaramuzando á un puesto ventajoso, en donde
se mantuvieron firmes y formados en batalla hasta despues de cerrada
la noche. Continuaron el 27 retirándose en busca de un sitio más aco-
niodado para cubrir el bloqueo de Pamplona, apostando á este propósi-
to su derecha enfrente de Huarte, y su izquierda en los cerros que hacen
cara al pueblo de Villaba, descansando parte (inclusos los regimientos
españoles del Príncipe y Pravia) en un viso que resguarda el camino de
Zubiri y Roncesvalles, y parte en una ermita detras de Sorauren, via de
Ostiz. Colocáronse cerca, de respeto, la division de don Pablo Morillo y
el Conde del Abisbal con todo su ejército de Andalucía, excepto 2.000
hombres, que continuaron en el bloqueo de Pamplona, quedando la ca-
ballería británica del mando de sir Stapleton Cotton á la derecha sobre
Huarte, único descampado en que le era dable evolucionar.


Supieron en el ínterin los franceses de la plaza que se aproximaba
Soult, y contentos y fuera de sí prorumpieron en grandes demostraciones




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de júbilo, é hicieron alguna salida. Unido Abisbal al ejército aliado de
operaciones, dirigia el bloqueo D. Cárlos de España, estando á sus órde-
nes D. José Aimerich con los 2.000 hombres del ejército de Andalucía
que quedaron allí. Los franceses acometieron al último jefe, le desorde-
naron, y áun le cogieron cañones; y más daños se seguirian, si sereno y
reportado España en aquella ocasion, no hubiese por su parte rechazado
á los sitiados y arrinconádolos contra los muros.


El 27 llegó lord Wellington á las estancias en que Picton y Cole se
habían situado aquel dia, casi á tiempo que Soult, teniendo á sus inme-
diatas órdenes á los generales Reille y Clausel, empezaba á formar su
gente en una montaña que se dilata desde Ostiz hasta Zubiri. Aquí y en
otros puntos vecinos colocó dicho mariscal un cuerpo numeroso de ca-
ballería; destacando por la tarde una columna para apoderarse de una
eminencia empinada, á la derecha de la division del general Cole. Ocu-
pábala un regimiento portugues y el español de Pravia, que tenía por co-
ronel al bizarro D. Francisco Moreda, defendiendo ambos el puesto ga-
llardamente y á la bayoneta. Reforzólos Wellington por ser importante
la conservacion de aquel sitio, enviando el 40 inglés y el del Príncipe,
tambien español, que mandaba su benemérito teniente coronel D. Javier
Llamas; con lo que allí se le frustró á Soult su intento, si bien se apode-
ró de Sorauren, en el camino de Ostiz, sustentando un fuego vivo de fu-
silería todo lo largo de la línea hasta boca de noche.


Amaneció el 28, dia que fuera de mayor empeño. Temprano, en la
mañana, incorporóse á los de Wellington la division del general Pack,
que destinaron á ocupar las alturas del valle de Lauz á retaguardia de
Cole. Apénas la divisó el mariscal Soult, atacóla con superiores fuerzas
viniendo de Sorauren; pero vióse repelido y privado de mucha gente. In-
sistió, no obstante, el frances en enseñorearse de una ermita cercana, y
si bien en un principio venció, sucedióle al fin como ántes, teniendo que
echarse atras. Encendióse entónces la batalla por todas las cimas, lo-
grando los franceses sólo ventajas del lado en que se alojaba la brigada
de la cuarta division británica, que mandaba el general Ross, á punto de
colocarse en la misma línea de los aliados. En breve acudió Wellington
al remedio, y recuperó lo perdido. Rechazado el mariscal Soult en todos
los lugares, empezó á perder la esperanza de auxiliar á Pamplona, y pa-
ra aligerar su hueste, en caso de retirada, envió cañones, heridos y mu-
cho bagaje camino de San Juan de Pié de Puerto.


Ni uno ni otro ejército se movió el 29, en acecho cada cual de las ma-
niobras de su contrario. Tuvo órden el general Hill de aproximarse adon-




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de estaba Wellington, marchando sobre Lizaso; lo mismo Dalhousie, con
la diferencia éste de tener que extenderse hasta Marcalain para afian-
zar las comunicaciones del ejército, que se puso así todo él en inmediato
contacto. igual caso sucedió al de los franceses, arrimándose al cuerpo
principal el general Drouet en seguimiento y observacion de sir R. Hill.


Alerta Soult, no quiso desaprovechar la ocasion, y ya que se le había
malogrado lo de Pamplona, discurrió auxiliar á San Sebastian, y sacó al
propósito tropas de su izquierda para enrobustecer su derecha, tratando
de abrirse paso por el camino de Tolosa, abrazando y ciñendo la izquier-
da de los aliados. Advirtió lord Wellington esta maniobra al alborear del
30, y descubriendo la intencion que el enemigo llevaba, determinó ata-
car á los franceses en sus puestos, mirados como muy fuertes. En conse-
cuencia, ordenó á lord Dalhousie envolver la derecha enemiga, encara-
mándose á la cresta de la montaña que tenía delante, y otro tanto mandó
respecto de la izquierda á sir Tomas Picton, debiendo dirigirse canino
de Roncesvalles. Efectuados estos movimientos por los flancos, arreme-
tió Wellington por el frente, y con tal acierto y vigor, que los franceses
retiráronse y abandonaron unas estancias que ellos mismos conceptua-
ban de dificilísimo acceso.


Miéntras tanto, no quedaron tampoco parados el general Drouet y sir
R. Hill. Fué aquél quien primero atacó, consiguiendo por medio de un
rodeo envolver la izquierda del último, y obligarle á retroceder hasta co-
locarse en unos cerros cerca de Eguarás, en los que firme el inglés, re-
pelió cuantas arremetidas intentó su contrario para desalojarle. Y des-
embarazado ya entónces Wellington del mariscal Soult, sirvió de mucho
á Hill, hallándose á puesta de sol en Olague á retaguardia de Drouet,
quien sabedor de ello, escabullóse diestramente durante la noche por el
paso de Donamaría, dejando dos divisiones que cubriesen la retirada.
Reforzado Hill, fué tras ellos y logró aventarlos.


Al propio tiempo se movió lord Wellington via de Velate sobre Iruri-
ta, inclinándose á Donamaría, con la dicha, el general Bying, de coger
en Elizondo un convoy de municiones de boca y guerra. Continuóse el
perseguimiento el día l.º de Agosto por los valles del Bidasoa y del Baz-
tan, posesionándose los anglo-portugueses del punto de Maya, y de mo-
do que al cerrar de la tarde hallábanse restablecidas las divisiones alia-
das casi en el mismo campo en donde habian empezado las operaciones
ocho dias ántes.


Tambien el enemigo tornó á pisar la tierra de Francia, dejando sólo
dos divisiones en el puerto de Echalar, á las que desalojó Wellington por




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medio de una combinada maniobra de las divisiones cuarta, séptima y
ligera, que sucedió bien y completamente.


Aunque lejana la fuerza principal del cuarto ejército español del tea-
tro de estos combates, no por eso permaneció ociosa. Supo su general
D. Pedro Agustin Giron, al amanecer del l.º, lo acaecido en Pamplona,
y previendo que alguna columna enemiga se replegaria por Santistéban,
permitió inquietarla á D. Francisco Longa, que se lo propuso, mandando,
ademas, á D. Pedro de la Bárcena ocupar con la primera brigada de su di-
vision los puntos de Vera y Lesaca. Sobre aviso Longa y noticioso de que
los enemigos iban de retirada, adelantó tres compañías al puente de Yan-
ci, que si bien ciaron en un principio, volvieron en si, acudiendo Bárce-
na, y disputaron juntos el paso á los franceses durante cinco horas el dia
1.º de Agosto. Obligados los enemigos á rehacerse, tomaron nuevas pre-
cauciones para vencer tan inesperada resistencia; pero gastando en ello
mucho tiempo, dieron lugar á que despacio y ordenadamente se replega-
sen los nuestros, refugiándose en las alturas. Reencuentro fué éste glorio-
so y que mereció alabanzas de lord Wellington. Ascendió la pérdida del
ejército aliado en tan diversos combates y peleas á 6.000 hombres entre
muertos, heridos y extraviados. Pasó de 8.000 la de los franceses.


Capacidad y consumada pericia desplegaron lord Wellington y el
mariscal Soult en aquellas jornadas, que malamente llamaron algunos
batalla de los Pirineos. Fueron por ambos lados muy acertadas y bien
entendidas las marchas y movimientos, ya perpendiculares, ya en direc-
cion paralela, que cada cual imaginó ó se vió obligado á practicar, gra-
duándose ésta de parte muy importante y difícil en el arte de la guerra,
si bien adecuada para que el hombre de profundo ingenio desdoble sus
facultades empleadas á la vez en percibir muchos objetos y en abrazar
número grande de combinaciones; sobretodo, siendo, como aquí, el cam-
po de la lid un país quebrado y montuoso, lleno de desfiladeros, tropie-
zos, tornos y revueltas, en donde no es muy hacedero al general en jefe
obrar desembarazadamente y con voluntad exclusiva y pronta.


Pensaron ahora los aliados en apretar más y más el sitio de San Se-
bastian. Suspendido éste en Julio, emprendióse de nuevo el 24 de Agos-
to, haciendo propósito los ingleses de franquear más las brechas anterio-
res y abrir otra en el semi-baluarte de Santiago, á la izquierda del frente
principal. Para ello aumentaron baterías en el istmo y tambien al otro la-
do del Urumea. Igualmente desembarcaron fuerzas en la isla de Santa
Clara, roca erguida á la boca del puerto, y la tomaron, como asimismo á
unos 30 soldados que la guardaban.




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Apareciendo ya entónces buenas y practicables las brechas, dispú-
sose todo para dar el asalto el 31 de Agosto. Las once de la mañana eran,
y hora de la baja marea, cuando salieron de las trincheras las columnas
de ataque. Fué éste impetuoso, recibiéndole los enemigos serena y brio-
samente. Larga y reñida contienda se trabó, con visos ya de malograr-
se para los aliados, si á dicha no se hubiese prendido fuego á un acopio
de materias combustibles almacenadas cerca de la brecha, causando tal
estampido y retumbo, que se sobrecogieron los enemigos y espantaron,
aprovechándose de ello los anglo-portugueses para apoderarse de la cor-
tina y meterse dentro de la ciudad. Retiráronse apriesa los franceses y se
refugiaron en el castillo, cogiendo los aliados unos 700 prisioneros. Tu-
vieron los sitiadores más de 500 muertos y sobre 1.500 heridos: contó-
se entre los primeros al ilustre ingeniero sir Ricardo Fletcher, principal
trazador de las lineas de Torres-Vedras. Con la lluvia y el humo denso
oscurecióse la tarde del 31; por el contrario la noche, que brilló clara y
resplandeciente, si bien con llamas lúgubres, encendidas quizá, ó al mé-
nos atizadas, por el vencedor desalumbrado y perdido.


Melancolízase y se estremece el ánimo sólo al recordar escena tan la-
mentable y trágica, á que no dieron ocasion los desapercibidos y pací-
ficos habitantes, que alegres y alborozados salieron al encuentro de los
que miraban corno libertadores, recibiendo en recompensa amenazas,
insultos y malos tratos. Anunciaban tales principios lo que tenían aqué-
llos que esperar de los nuevos huéspedes. No tardaron en experimentar-
lo, comportándose en breve los aliados con San Sebastian como si fue-
se ciudad enemiga, que desapiadado y ofendido conquistador condena á
la destruccion y al pillaje. Robos, violencia, muertes, horrores sin cuen-
to sucediéronse con presteza y atropelladamente. Ni la ancianidad de-
crépita, ni la tierna infancia pudieron preservarse de la licencia y des-
enfreno de la soldadesca, que, furiosa, forzaba á las hijas en el regazo
de las madres, á las madres en los brazos de los maridos, y á las muje-
res todas por doquiera. ¡Qué deshonra y atrocidad!! Tras ella sobrevino
al anochecer el voraz incendio; si casual, si puesto de intento, ignorá-
moslo todavía. La ciudad entera ardió; sólo 60 casas se habian destrui-
do durante el sitio: ahora consumiéronse todas, excepto 40, de 600 que
ántes San Sebastian contaba. Caudales, mercadurías, papeles, casi todo
pereció, y tambien los archivos del Consulado y Ayuntamiento, precioso
depósito de exquisitas memorias y antigüedades. Más de 1.500 familias
quedaron desvalidas, y muchas, saliendo como sombras de enmedio de
los escombros, dejábanse ver con semblantes pálidos y macilentos, des-




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arropado el cuerpo y martillado el corazon con tan repetidos y dolorosos
golpes. Ruina y destrozo que no se creyera obra de soldados de una na-
cion aliada, europea y culta, sino estrago y asolamiento de enemigas y
salvajes bandas venidas del África. Las autoridades españolas pusieron
sus clamores en el cielo, y el Ayuntamiento y muchos vecinos, reunidos
en la comunidad de Zubieta, elevaron á lord Wellington enérgicas y sen-
tidas, aunque inútiles, representaciones, lo mismo que al Gobierno su-
premo de la nacion; siendo dignas de inmortal memoria las actas de tres
sesiones que se celebraron en aquel sitio, dirigidas á enjugar las lágri-
mas de tantos infelices, y á poner algun remedio en tales desdichas y á
tan acerbos males. Pues no desmayados ni abatidos los que allí acudie-
ron, no sólo emplearon sus tareas en tan laudable y santo objeto, sino
que quisieron tambien hacer que de entre sus cenizas renaciese la ciu-
dad, á ejemplo de lo que practicaron sus mayores con el antiguo y arrui-
nado pueblo de Oeaso en los siglos XII y XV, reinando D. Sancho el Sa-
bio de Navarra y los Reyes Católicos. Reedificóse ahora San Sebastian
en pocos años á expensas de los moradores y á impulso de sus infatiga-
bles esfuerzos, siguiéndose en su construccion una nueva y hermosea-
da traza, con la que volvió á levantarse aquella ciudad más galana, ele-
gante y bella.


Pensaron los franceses en socorrer á San Sebastian desde el momen-
to en que por Agosto se renovó el asedio, intentando verificarlo por don-
de estaba el cuarto ejército, que tenía ya otro general en jefe en lugar
de D. Francisco Javier Castaños (que aunque ausente, continuaba ántes
siéndolo), y destinado tambien á Cataluña el que hacia sus veces, D. Pe-
dro Agustin Giron. Sucedió á ambos D. Manuel Freire, que tomó pose-
sion el 9 de Agosto en Oyarzun, quedándose asimismo Giron por acá al
frente del ejército de reserva de Andalucía, de resultas de haber parti-
do para Córdoba con licencia temporal el Conde del Abisbal, aquejado
de antiguas dolencias.


Á la sazon situábase el cuarto ejército en los parajes donde ántes, si
bien más avanzado hácia la frontera, hallándose la tercera division en
los campos de Sorueta y Enacoleta, parte de la quinta en San Marcial, y
la séptima en Irun y Fuenterrabía. Eran éstos los puntos de la primera
estancia. A retaguardia formaban segunda línea ó reserva, detras de la
tercera division, ó sea derecha, la de D. Francisco Longa y dos brigadas
de la cuarta division británica, que ocupó unas alturas al diestro lado del
monte de Aya, muy elevado, y como nudo que enlaza las cordilleras de
Guipúzcoa y Navarra. Púsose en Lesaca una brigada portuguesa, y por la




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izquierda, y á espaldas de Irun, permaneció la primera division británi-
ca del cargo del mayor general Howard y la brigada del lord Aylmer.


Despuntaban ya los arreboles de la mañana, cuando se presentaron
los enemigos el 31 de Agosto con grandes fuerzas en los vados de Socoa
y Saraburo para pasar con rapidez el Bidasoa por el último, como lo ve-
rificaron, arrollando los puestos avanzados de los españoles, y posesio-
nándose de la altura de Irachával, punto arbolado, y por lo tanto, propio
para ocultar las columnas de ataque y moverlas encubiertamente. Inten-
táronlo así, amagando por su derecha á San Marcial, via del monte de los
Lobos, y procurando por su izquierda apoderarse de la posicion impor-
tante de Soroya, penetrando para ello en la cañada de Ercuti. Aquí ma-
logróseles su propósito, rechazándolos completamente el regimiento de
voluntarios de Astúrias, el primero de tiradores cántabros y algun otro
que los ayudó. Más felices en un principio hácia San Marcial, tambien
cedieron al fin, acudiendo el regimiento de Laredo y nuevos refuerzos;
por lo que tornaron escarmentados al punto de donde habian partido.


Nuevos ataques, pero igualmente infructuosos, repitió el frances pa-
ra apoderarse de Soroya, con la desgracia, no obstante, para nosotros de
que en una arremetida que dió el regimiento de Astúrias, cayó muerto su
coronel D. Fernando Miranda, esforzado mozo que lloraron muchos, do-
liéndose todos de que desapareciese en flor tan preciosa vida.


Temprano aún en la mañana, echaron los enemigos, al amparo de la
artillería que tenian plantada á la derecha del Bidasoa, en la altura que
lleva el nombre de Luis XIV, un puente volante junto al paraje llamado
de las Nasas, por el que, habiendo atravesado aceleradamente sus co-
lumnas, trataron éstas de penetrar hasta el puesto de San Marcial, aco-
metiendo el centro nuestro y parte de la derecha; pero repeliólas con
valor sumo, hasta desgalgar á sus soldados la falda abajo, la, primera
brigada de la quinta division, á cuya cabeza iba su comandante general
el intrépido cuanto desdichado D. Juan Diaz Porlier; habiendo tambien
sostenido la maniobra el segundo batallon de marina, que acudió al so-
corro desde la eminencia de Portó.


Atacar este punto y toda la izquierda de los españoles fué la últi-
ma tentativa que hicieron los enemigos en aquella jornada. Guarnecían-
le principamente la segunda brigada de la tercera division, que regía D.
José María Ezpeleta, quien recibió de firme y con serenidad á un sinnú-
mero de cazadores que, apoyados en dos columnas de infantería, le arre-
metieron vivamente. Apoderáronse, sin embargo, algunos de los contra-
rios, en el primer ímpetu, de las barracas de un campamento establecido




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en una de aquellas cimas; mas concurriendo á tiempo la cuarta division,
y cooperando no ménos la primcra de Porlier con el segundo batallon de
marina, á las órdenes ahora todos de D. Gabriel de Mendizábal, arrolla-
ron á los franceses, y los acosaron en tanto grado, que expelidos en todos
los puntos y tambien del de Portó, que cerraba por allí la línea, comen-
zaron á repasar el rio, hostigados siempre por nuestras tropas. Distin-
guiéronse en este trance, ademas de los ya expresados, los regimientos
de Guadalajara, segundo de Astúrias y la Corona, y en la última carga
tres batallones de voluntarios de Guipúzcoa que guiaba D. Juan Ugar-
temendia. Tambien brilló la segunda compañía de artilleros, manejada
por D. Juan Loriga.


Al propio tiempo que el enemigo se replegaba por el puente de las
Nasas, abandonó igualmente en nuestra derecha el monte de Irachával
y cruzó el Bidasoa por el vado de Saraburo, no sin molestia, hinchándo-
se ya el rio con la lluvia, que empezó á la tarde, y arreció despues ex-
traordinariamente.


No dejaron tampoco los franceses de amenazar hácia los vados su-
periores, y áun de atacar por el extremo de la derecha española enfrente
de donde se alojaba la novena brigada portuguesa, en ayuda de la cual
envió Wellington al general Inglis, quien, reforzado ademas y mejorado
que hubo de estancia colocándose en las alturas vecinas á San Antonio,
impuso respeto á los enemigos, obligándolos á desistir de su porfía.


Vencidos, pues, los franceses en todos los puntos y rechazados has-
ta dentro de su territorio, tuvo remate esta accion del 31 de Agosto, muy
gloriosa para los españoles, y que dirigió con acierto don Manuel Frei-
re. La llamaron de San Marcial, del nombre de la sierra así dicha; sie-
rra aciaga en verdad para el extranjero, como lo atestigua la ermita que
se divisa en su cumbre, fundada en conmemoracion del gran descalabro
que padecieron allí los franceses el dia de aquel santo y año de 1522, en
un combate que les ganó D. Beltran de la Cueva, primogénito de los du-
ques de Alburquergne.


Perdieron los españoles en esta jornada, entre muertos y heridos,
1.658 hombres, más los franceses, muy pocos los anglo-lusitanos, no ha-
biendo apenas tomado parte en la accion. Lord Wellington se presentó
sólo á lo último, excitando su vista gran entusiasmo y aclamaciones en
los españoles, de cuyas tropas dijo aquel general «se habían portado en
San Marcial cual las mejores del mundo.»


Firme, no obstante, se mantuvo aún el castillo de San Sebastian, des-
echando el general Rey proposiciones que le hicieron los aliados el 3 de




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S tiembre; por lo cual resolvieron éstos avivar sus ataques y cargar de
recio. Para ello empezaron el 5 por tomar el convento de Santa Teresa,
contigua su huerta al cerro del castillo, y desde donde, por las cercas,
molestaban los enemigos á los sitiadores.


Terminadas despues las baterías de brecha. y en especial una de diez
y siete piezas que ocupaba el terraplen del hornabeque de San Cárlos,
descubriéronse el 8 los fuegos, asestándolos el inglés contra el castillo y
las obras destacadas del mirador y batería de la Reina, y contra otras de-
fensas situadas por bajo. Cincuenta y nueve cañones, morteros y obuses
vomitaron á la vez destruccion y estrago, de manera que no pudiendo el
enemigo aguantar su terrible efecto, tremoló á las doce del mismo día 8
bandera blanca, capitulando en seguida. De toda la guarnicion restaban
vivos sólo ochenta oficiales y 1.756 soldados; los demas, hasta 4.000,
habian perecido en la defensa de la plaza y del castillo. Costó á los in-
gleses el sitio 2.490 hombres entre muertos, heridos y extraviados.


Vese cuán próspera se mostraba la fortuna á los vuestros por esta
parte; no tanto por Cataluña. Dejamos á lord Bentinck, al finalizar Ju-
lio, sitiando á Tarragona con la division de Whittingham y la primera del
tercer ejército, apostadas las otras en las inmediaciones. La plaza que-
dó del todo embestida el 1.º de Agosto. Tambien se avecindó allí el ge-
neral Copons con su ejército, y molestó á los franceses en sus comunica-
ciones, y les destruyó ó atajó sus subsistencias.


Provecho de este género resultó de la súbita acometida que al abrir
el alba del 7 de Agosto dió D. José Manso á un batallon de italianos que
custodiaban en San Sadurní los molinos, que en grande abundancia su-
ministraban harina á los contrarios. Habia aquel coronel querido ántes
sorprender un convoy que Suchet enviaba la vuelta de Villafranca; pe-
ro encontrando dificultades en su realizacion, limitóse á la otra empresa,
tan feliz en su remate, que sólo se salvaron trescientos de los setecientos
italianos apostados en San Sadurni. Los demas fueron ó muertos ó pri-
sioneros, inutilizando Manso los molinos, y apoderándose de gran por-
cion del acopio de harinas que en aquel sitio habia; repartidas las otras
entre los paisanos.


Urgia á Suchet socorrer á Tarragona, anhelando sobre todo no cayese
en poder de sus contrarios el gobernador Bertoletti y 2.000 hombres que
guarnecian la plaza. Íbase, sin embargo, despacio, y aguardó á que se
le juntasen con golpe de gente los generales Decaen, Maurice Mathieu
y Maximiano Lamarque, cuyas fuerzas juntas ascendian á 30.000 hom-
bres, inferiores tal vez en número á las de los aliados, pero superiores en




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calidad, siendo compactas y más aguerridas. Por eso lord Bentinck pro-
cedia tambien detenidamente, receloso de algun contratiempo. Los ene-
migos, viéndose reunidos, determinaron avanzar, yendo Decaen la vuel-
ta de Valls y del Francolí, y el mariscal Suchet por el camino de Vendrell
y Altafulla. Colocóse lord Bentinck en órden de batalla delante de Tarra-
gona, mas no con ánimo de combatir, retirándose en la noche del 15.


Le siguieron los franceses durante los días 16 y 17 hasta los desfila-
deros del Hospitalet, que no franquearon, pensando sólo Suchet en de-
moler y evacuar á Tarragona. Llevólo á efecto haciendo volar en la noche
del 18 el recinto antiguo y las demas fortificaciones que quedaban aún
en pié, pereciendo y desmantelándose aquella plaza, célebre ya desde
el tiempo de los romanos. Bertoletti salió con sus 2.000 hombres y se in-
corporó á su ejército, que se reconcentró en la línea del Llobregat.


La division española del segundo ejército, la cual regia D. Pedro Sar-
sfield, metióse al dia siguiente en medio de aquellas ruinas, y empezó á
querer descombrar el recinto, posesionándose desde luégo de cañones y
otros aprestos militares, que se conservaron, no obstante el casi univer-
sal destrozo de las fortificaciones. Quedó en Reus y Valls la division de
Whittingham, si bien parte acompañó al Ebro al tercer ejército, y volvió
á avanzar lord Bentinck, situándose en Villafranca, ayudado por su iz-
quierda del general Copons, apostado en Martorell y San Sadurní.


Recogióse á la derecha del Ebro el tercer ejército, yendo desde las
inmediaciones de Tarragona por Tivisa y Mora la primera y segunda di-
vision bajo del Príncipe de Anglona, la tercera con artillería, bagajes y
algunos jinetes por Amposta, á las inmediatas órdenes del general en je-
fe Duque del Parque. Tenía éste para verificar el paso sólo una balsa y
cuatro botes, por lo que no pudo trasportarse con la deseada rapidez á la
márgen derecha, no obstante lo mucho que al intento se trabajó en los
días 17 y 18, dando vagar á que el 19, saliendo el general Robert de Tor-
tosa, hiciese una fuerte arremetida, que hubo de costar cara. Reprimió-
se, sin embargo, al frances, y consiguió el Duque pasar con sus tropas el
rio, sin particular quebranto.


Se acantonaron las divisiones que componían este ejército á la dis-
tancia de algunas leguas del Ebro, revolviendo despues el Príncipe de
Anglona con la primera sobre Tortosa. La razon que hubo para el re-
troceso del tercer ejército provino de una determinacion de lord We-
llington, enderezada á que dichas fuerzas se trasladasen á Navarra y se
juntasen con las que allí lidiaban. Empezaron, por tanto, su marcha, lle-
gando á Tudela al promediar Setiembre, de donde parte de ellas se diri-




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gió á reforzar el bloqueo de Pamplona, teniendo á su frente al Príncipe
de Anglona, quien á poco tomó el mando de todo aquel ejército, cansado
el Duque del Parque y afligido de achaques.


Llenaron el hueco que dejaba este ejército en Cataluña otras divisio-
nes del segundo, ademas de la de Sarsfield, no ocupadas en el bloqueo
de las plazas y fuertes del reino de Valencia, yendo á estrechar el de Tor-
tosa la quinta, que capitaneaba don Juan Martin el Empecinado.


Entre tanto habíase afirmado Suchet en su línea del Llobregat, for-
tificando la cabeza del puente de Molins de Rey, y construyendo varios
reductos á la izquierda de aquel rio. Formaba la vanguardia el general
Mesclop y observaba ambas orillas, encomendándose al lado de Marto-
rell á un batallon protegido por un escuadron de húsares. Tuvo esta fuer-
za algun descuido, de que se aprovechó D. José Manso, muy diligen-
te en su caso, aunque hombre de espera, dando de sobresalto en ellos
el 10 de Setiembre en Pallejá, y desbaratándolos. Rechazó igualmente
á otros que vinieron en ayuda de los primeros, mejorada su posicion y
muy afianzada.


Ni Bentinck desamparó tampoco á Villafranca y pueblos de enfrente,
apostando en el ventajoso y difícil paso de Ordal, distante tres leguas, al
coronel Adams con un trozo respetable de gente, compuesto de un regi-
miento británico y de otro calabrés y de una brigada de la division espa-
ñola de Sarsfield, que mandaba D. José de Torres. Colocóse á éste en la
izquierda con dos compañías inglesas, y en lo alto de la eminencia, lla-
mada la Cruz de Ordal, á los calabreses, metidos en un reducto antiguo,
y dueños de cuatro cañones pequeños, alojándose en la derecha lo que
restaba de fuerzas inglesas.


Discurrió Suchet atacar este punto y aventar de allí á los aliados, pa-
ra lo que se concertó con Decaen. No era fácil la empresa, siendo Ordal
escarpado sitio, con avenida que culebrea por largo espacio y ciñen ve-
cinos cerros. Así fué que tomó el mariscal frances las correspondientes
precauciones, pareciéndole la más oportuna acometer de repente y de
noche á los aliados con propósito de sobrecogerlos.


Se trabó la pelea en la noche del 12 al 13, habiendo lanzado el gene-
ral Mesclop, que se hallaba á la cabeza de la columna del general Ha-
rispe, muchos tiradores apoyados de otra fuerza contra la izquierda alia-
da, en donde se apostaban los españoles, que tenian tambien parte de su
gente en el camino real. Vanos fueron por dos veces los ímpetus del ene-
migo, estrellados en el valor y serenidad de nuestros soldados. Genera-
lizóse en breve el fuego por toda la linea, con la desgracia de quedar he-




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rido á poco gravemente el coronel Federico Adams, por lo que recayó el
mando en D. José de Torres.


Renovando los enemigos esforzadamente su ataque, desalojaron á los
nuestros de un puesto importante, que se recobró luégo; debiéndose en
particular el triunfo á los granaderos y cazadores de Aragon, á dos com-
pañías inglesas, y á los tiros de metralla de la artillería británica en la
Cruz de Ordal. Pero frustradas al frances sus tentativas por este lado,
ideó otra sobre la derecha, que amparaban los ingleses, destacando en
contra suya la division de Habert, la cual logró su objeto, distinguién-
dose el comandante Bugeaud con el batallon 116, que arrolló brioso á
los que se le oponian. Entónces tuvieron tambien que ciar los de la iz-
quierda y centro, y tomaron hácia San Sadurní en busca de las fuerzas
del general Copons, que andaban por allí y por Martorell. Los españoles
se unieron á los suyos, mas no los calabreses, que, encontrándose con
tropas de Decaen, que avanzaban por la derecha de Suchet, retrocedie-
ron, logrando, sin embargo, cruzar el camino real de Barcelona y embar-
carse en Sitges, con la buena ventura de no encontrar al paso con Suchet
ni con gente de su ejército. Perdieron sí los cañones, mas no los extra-
viados, que consiguieron incorporarse con D. José Manso. Los restos de
la derecha aliada del cuerpo lidiador en Ordal se unieron á Bentinck,
quien avanzó al ruido de la contienda trabada. Pero no fué muy allá, tor-
nando atras luégo que supo el infeliz desenlace. Tampoco Suchet porfió
en el perseguimiento, ya porque tardó en adelantarse el general Decaen,
con quien contaba, entretenido por los calabreses y D. José Manso, ya
porque advirtiendo firmeza en el ademan de Bentinck, y por haber si-
do escarmentados sus jinetes en una refriega con los británicos, no cre-
yó prudente empeñar nueva accion. No hubo despues ninguna otra de
importancia, replegándose al Llobregat el mariscal Suchet, y los aliados
á Tarragona, cuyo jefe Bentinck dejó en breve el mando, trasladándose
otra vez á Sicilia. Sucedióle sir Guillermo Clinton, esclarecido general y
de fama bien adquirida.


Á pesar de vaivenes y desengaños de la suerte vária y áun adversa en
Cataluña, no se siguió á España grave perjuicio, así por los trofeos co-
gidos en otros lugares, como tambien por los señalados acontecimientos
que á la propia sazon ocurrieron en Alemania.


Eclipsábase allí cada vez más la estrella, en otro tiempo tan resplan-
deciente y clara, del emperador Napoleon; porque si bien brilló de nue-
vo en los campos de Lutzen, Bautzen y Wurtchen, no fué sino momen-
táneo su esplendor, y para ocultarse y desaparecer del todo sucesiva y




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lamentablemente. Habíase firmado un armisticio el 4 de Junio en Ples-
switz entre las potencias beligerantes, estipulando ademas el Austria, en
Dresde, el 30 del propio mes, una convencion con la Francia, en la que
ofrecia su mediacion, y á cuyo efecto debia reunirse un congreso en Pra-
ga, prolongándose hasta el 10 de Agosto el armisticio pactado. Dificulta-
des sin número se opusieron á la pacificacion general, nacidas ya de los
aliados, que mal contentadizós con los favores de la fortuna querian sa-
car mayor provecho de sus anteriores lauros, ya de Napoleon, que aveza-
do á dominar siempre, y á dictar condiciones, no se avenía á recibirlas,
temiendo descender mal parado de la cumbre de su poderío y grandeza.
Por tanto, rompióse el armisticio, y uniéndose el Austria á la confedera-
cion europea, declaró la guerra á la Francia el 12 de Agosto de 1813, sin
que los vínculos de la sangre que enlazaban á las familias reinantes de
ambos estados bastasen á detener el movimiento bélico, ni á alterar las
frias resoluciones de la desapegada política. Las que tomó en este caso
el augusto suegro de Napoleon acabaron de inclinar la balanza de los su-
cesos del lado de la liga europea. Ventura sobre todas ésta, que confor-
taba los ánimos de los españoles, creciendo en ellos la esperanza de ver
concluida pronta y felizmente la lucha de la independencia, como afian-
zado tambien el establecimiento de las nuevas reformas, á lo ménos de
aquellas que se conceptuasen más útiles y necesarias.


Tras de lograr objeto tan importante caminaban afanadas las Córtes
generales y extraordinarias, llevando en las discusiones el anterior rum-
bo con mayoría casi igual, aunque no siempre tan numerosa y compac-
ta, allegándose al partido opuesto á las mudanzas muchos diputados de
los últimamente elegidos por las provincias que iban quedando libres de
la dominacion extraña; en donde una porcion considerable de las clases
que se creian perjudicadas por las reformas, ó recelaban del porvenir,
habia influido poderosamente en las elecciones, con notable daño de la
opinion liberal.


Equilibráronse principalmente los dictámenes al examinarse en las
Córtes si convenia ó no trasladar á Madrid el asiento del Gobierno: cues-
tion que promovida en 1812, se renovó ahora con visos de mejor éxi-
to, obrando de concierto en el asunto diputados de sentir muy diverso
en otras materias, unos por agradar á sus poderdantes, que eran de las
provincias de lo interior, muy interesadas en tener cerca al Gobierno y
las Córtes; otros por alejar á éstas del influjo, en su entender pernicio-
so, de los moradores de Cádiz, declarados del todo en favor de mudan-
zas y nuevos arreglos.




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Dió en la actualidad impulso al negocio una exposicion del Ayun-
tamiento de Madrid, atento éste á las ventajas que reportaria aquel ve-
cindario de la permanencia allí del Gobierno, y temeroso igualmente
de que se escogiese en lo sucesivo otro pueblo para cabecera del reino.
Dictámen á que se inclinaban varios diputados, y del que en todo tiem-
po han sido secuaces hombres muy entendidos y de estado. Porque, en
efecto, notable desacuerdo fué sentar en Madrid la capital de la monar-
quía cuando el imperio español, abrazando ambos mundos, contaba en-
tre sus ciudades, no sólo ya á la bella y opulenta Sevilla, sino tambien
á la poderosa y bien situada Lisboa, emporios uno y otro de comercio y
grandeza, más propios á infundir en el gobierno peninsular sanas y ge-
nerosas ideas de economía pública y adininistracion, que un pueblo fun-
dado en país estéril, nada industrioso, metido muy tierra adentro, y com-
puesto, en general, de empleados y clases meramente consumidoras.


La exposicion del Ayuntamiento de Madrid pasó á informe de la Re-
gencia y del Consejo de Estado, y ambas corporaciones opinaron que por
entónces no se moviese el Gobierno de donde estaba; dueño todavía el
enemigo de las plazas de la frontera, y con posibilidad, en caso de al-
gun descalabro, de volver á intentar atrevidas incursiones, obligando á
las autoridades legítimas á nuevas y peligrosas retiradas. Juicioso pare-
cer, que prevaleció en las Córtes, si bien despues de acalorados debates;
aprobándose en la sesion del 9 de Agosto lo propuesto por la Regencia,
reducido: 1.º, a que no se fijase por entónces el dia de la mudanza; y 2.º,
á que cuando ésta se verificase fuése sólo á Madrid: con lo que, sin des-
agradar á los vecinos de la antigua capital del reino, tratóse de serenar
algun tanto á los de Cádiz, muy apesadumbrados é inquietos por la tras-
lacion proyectada.


Mas ni áun así aflojaron en su intento los diputados que la deseaban,
proponiendo en seguida uno de ellos que las sesiones de las Córtes or-
dinarias, cuya instalacion estaba señalada para 1.º de Octubre, se abrie-
sen en Madrid, y no en otra parte. Tan impensado incidente suscitó dis-
cusion muy viva, y tal que, al decidirse el asunto, resultó empatada la
votacion. Preveia semejante caso el reglamento interior de las Córtes,
ordenando, para cuando sucediese, que se repetiria el acto en el inme-
diato dia, lo cual se verificó, quedando desechada la proposicion por so-
los cuatro votos, pasando de 200 el número de vocales. Aunque ufana la
mayoría con el triunfo, recelábase de la maledicencia, que muy suelta
esparcia la voz de que los diputados de las extraordinarias querian eter-
nizarse en sus puestos. Para desvanecerla, é imponer silencio á tan falso




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y mal intencionado decir, hiciéronse várias proposiciones, enderezadas
todas ellas, y en particular una del Sr. Mejía, á remover estorbos para
acelerar la llegada de los diputados sucesores de los actuales. Laudable
conato, bien que inútil, para acallar las maliciosas pláticas y fingidos su-
surros de partidos apasionados, siendo la más acomodada y concluyente
respuesta que pudieron dar las Córtes á sus detractores el modo con que
se portaron, cerrando sus sesiones al debido é indicado tiempo.


En estos debates continuaron distinguiéndose algunos diputados de
los que no habian asistido á las Córtes extraordinarias en los dos prime-
ros años. Descolló entre todos ellos D. Isidoro Antillon, de robusto tem-
ple, aunque de salud muy quebrantada, formando especial contraste las
poderosas fuerzas de su entendimiento con las descaecidas y flacas de
su cuerpo achacoso y endeble. Adornaban á este diputado ciencia y eru-
dicion bastante, no ménos que concisa y punzante elocuencia, si bien
con asomos alguna vez de impetuosidad tribunicia, que no á todos gusta-
ba. Fueron muy contados sus dias, que abreviaron inhumanamente ma-
los tratos del feroz despotismo.


Otras medidas de verdadera utilidad comun, y en que rara vez des-
puntó notable disenso, ocuparon tambien por entónces á las Córtes ex-
traordinarias. La agricultura y ganadería estante recibieron particular
fomento en virtud de un decreto de 6 de Junio de este año, en que se
permitió cerrar y acotar libremente á los dueños las dehesas, heredades
y demas tierras de cualquiera clase que fuesen, dejando á su arbitrio el
beneficiarlas á labor ó pasto, como mejor les acomodase. Igual licencia
y franquía se dió respecto de los arrendamientos, pudiendo concluirse
éstos á voluntad de los que contrataban, y obligando á su cumplimien-
to á los herederos de ambas partes, por cuya disposicion desaparecian
los males que en tales casos se originaban de las vinculaciones, segun
las cuales la fuerza y conservacion de la escritura ó contrato no depen-
dian de la ley, sino de la vida del propietario y del buen ó mal querer
del sucesor: prendas frágiles y muy contingentes de duracion ó estabili-
dad. Decretaron asimismo las Córtes se fundasen escuelas prácticas de
agricultura y economía civil, no de tanto provecho como imaginan algu-
nos, debiéndose el progreso de la riqueza pública, ántes que á lecciones
y discursos de celosos profesores, al conato é impulsion del interés indi-
vidual y al estado de la sociedad y sus leyes.


Ni descuidaron aquéllas ventilar al mismo tiempo la espinosa cues-
tion de la propiedad de los escritores; derecho de particular índole, muy
necesario de afianzar en los países cultos, sobre todo en los que se ad-




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mite la libertad de la imprenta, con la cual concuerdan maravillosamen-
te, sirviendo de resguardo á las producciones del ingenio. Para no pri-
var á éste del fruto de su trabajo y desvelos, ni poner tampoco al público
bajo la indefinida dependencia de herederos, quizá indolentes, fanáticos
ó codiciosos, declararon las Córtes ser los escritos propiedad exclusiva
del autor, y que sólo á él ó á quien hiciese sus veces, pertenecia la facul-
tad de imprimirlos, conservándola despues de su muerte á los herederos,
si bien á éstos por espacio de solos diez años. Se daba el de cuarenta á
las corporaciones por las obras que compusiesen ó publicasen, contados
desde la fecha de la primera edicion.


Habíanse abolido ó modificado ya ántes, segun apuntamos, várias
disposiciones y prácticas en lo criminal, repugnantes á la opinion y lu-
ces del siglo. Prosiguióse despues en el mismo afan, quitando la pena
de horca, y sustituyendo á ella la de garrote, con supresion total de la de
azotes, infamatoria y vergonzosa. Loables tareas, que tiraban á suavizar
las costumbres y á introducir mejoras dignas de un pueblo culto.


Mereció la Hacienda peculiar atencion de las Córtes extraordinarias
en los últimos meses de sus sesiones. Habíase dado la incumbencia de
este ramo á dos comisiones suyas, una especial encargada de todas las
materias pertenecientes al crédito público, y otra, llamada extraordina-
ria, que debia examinar los presupuestos y extender un nuevo plan de
contribuciones y administracion. Principió ésta por dar cuenta el 6 de
Julio de sus trabajos en la última parte, leyendo un informe, obra del se-
ñor Porcel, vocal que, llegado tambien de los postreros como el Sr. An-
tillon, colocóse en breve al lado de los más ilustres por su saber, y por
ser hombre de gran despacho y muy de negocios. Trataba en su dictá-
men la Comision, más que de todo, de uniformar en el reino y simplificar
las contribuciones, muchas y enredosas, de vária y opuesta naturaleza,
y muy diversas en unas provincias respecto de otras. No descendia, sin
embargo, á todos los pormenores de tan intrincado asunto, contentán-
dose con dividir, para mayor claridad, en cuatro clases las rentas exis-
tentes más principales, á saber 1.ª, las eclesiásticas, así llamadas, no
porque en realidad lo fuesen, sino por traer origen de las destinadas á
mantener el culto y sus ministros; 2.ª, las de aduanas, que se distinguían
bajo el nombre de rentas generales; 3.ª, las provinciales, ó sean alcaba-
las, cientos y millones; y 4.ª, las estancadas. La 3.ª y 4.ª clase eran co-
mo desconocidas en las provincias Vascongadas y en Navarra: lo mismo
en Aragon la 3.ª, supliéndose el hueco en cada uno de sus reinos respec-
tivamente con la contribucion real, el catastro, el equivalente y la talla.




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Queria la Comision medir por la misma regla á España toda, igualando
los impuestos, á cuyo fin proponia un plan en gran parte nuevo, creyén-
dole conducente al caso. Segun su contexto, manteníase la primera clase
de impuestos, y limitándose en la segunda á recomendar un cuerdo y pe-
riódico arreglo de aranceles y derechos, recaia la reforma esencialmente
sobre la 3.ª y 4.ª; esto es, sobre las rentas provinciales y estancadas. Su-
primíanse ambas, y se establecia en lugar de las primeras una contribu-
cion única y directa, debiéndose reemplazar las segundas con un recar-
go á la entrada y salida de los géneros en las costas y fronteras, y con un
sobreprecio al pié de fábrica cuando éstas fuesen propiedad del Estado.


Bienes, sin duda, redundaban al reino entero del nuevo plan, mayor-
mente en la parte en que se igualaban los gravámenes, tan pesados án-
tes en unas provincias respecto de otras. Pero pecaba aquél de especula-
tivo en adoptar una contribucion directa y única, mirada de reojo por los
pueblos, poco aficionados á pagar á sabiendas sus cargas y obligaciones;
de lo que convencidos los gobiernos expertos, prefirieron gravar al con-
tribuyente en lo que compra más bien que en lo que produce, y confun-
dir así el impuesto con el precio de las cosas. Fuera de eso, justo es se
advierta que siguiendo los impuestos indirectos en el curso de sus valo-
res las mutaciones y variedades de la industria, crecen aquéllos ó men-
guan al són de ésta, sin perjudicarlas notablemente, ni andar encontra-
dos los ingresos del Erario con la prosperidad pública.


Acrecíanse en el plan de la Comision los males que son inherentes á
los tributos directos, por recaer el suyo, no sólo sobre la renta de la tie-
rra, sino tambien sobre las utilidades de la industria y del comercio, en-
marañada selva de dificultosas averiguaciones; añadíéndose para mayor
daño la falta de un catastro bien individualizado y exacto, por no con-
sentir la premura del tiempo y las circunstancias de entónces la forma-
cion de otro nuevo, tarea larga y de dias sosegados. Motivo que obligó á
adoptar por base del reparto el censo de la riqueza territorial é industrial
de 1799, publicado en 1803, imperfectísimo y muy desigual, en que se
mezcla á menudo y confunde el capital con los rendimientos, y se juz-
ga como á tientas de los produc tos y valores de las diversas provincias
del reino.


En la materia, no Sólo los gobiernos y hombres prácticos, segun arri-
ba hemos dicho, pero áun los economistas teóricos, al modo de Smith y
Say, suelen graduar de error el establecimiento de una contribucion di-
recta y exclusiva, prefiriendo á la aparente y engañosa sencillez de és-
ta una combinacion proporcional y bien ajustada de varios impuestos:




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razon por la que se opuso discretamente Necker á refundir en uno los
veintinueve de que habla en sus escritos, resultando á Francia, de no
haberle escuchado, gran trastorno en la hacienda; bien que con la dicha
aquel reino de volver en sí años adelante, y adoptar á tiempo un concer-
tado plan de imposiciones de diversa índole; amaestrado su gobierno á
costa de su propia y fatal experiencia.


Disculpábase ahora en España la introduccion de un impuesto direc-
to y único con estar destruidos y sin fuerza, á causa de la guerra, casi to-
dos los antiguos, y no considerarse el nuevo sino á manera de provisio-
nal, en tanto que se meditaba otro mejor y más completo, llevando ya el
último la ventaja de igualar desde luégo á todas las provincias del reino
en la cuota y distribucion de sus respectivas cargas.


Suscitó en las Córtes el plan de la Comision extraordinaria largos de-
bates, no escasos de saber y abundantes en curiosas noticias; acabándo-
se por aprobar aquél en sus principales partes con gran mayoría de votos
y general aplauso. Pero al establecerse tocáronse de cerca las dificulta-
des, tantas y tan grandes, que nunca fué dado superarlas del todo; aca-
rreando á las Córtes la nueva contribucion directa malquerencia y mu-
cho desvío en los pueblos.


La misma comision extraordinaria de Hacienda presentó el 7 de Se-
tiembre el presupuesto de gastos y entradas para el año próximo de
1814, remitido ántes por el ministro del ramo; trabajo informe y desnu-
do de los datos y pormenores que requiere el caso. Otros presupuestos
habian pasado del Gobierno á las Córtes despues del que en 1811 ha-
bia leido en su seno el Sr. Canga, pero ninguno completo ni satisfactorio
siquiera. Tampoco lo fué el actual, subsistiendo los mismos obstáculos
que ántes para extenderle debidamente, pues no se alcanza tan impor-
tante objeto sino á fuerza de años, de muchas y puntuales noticias, y de
vagar y desahogo bastante para examinarlas todas y cotejarlas con per-
severancia y juicioso discernimiento.


Ascendia el total de gastos á 950 millones de reales, consumien-
do solamente el ejército 560 millones, y 80 millones la marina. Calcu-
lábase aproximadamente el total de la fuerza armada en 150.000 infan-
tes y 12.000 caballos; y se contaba, para cubrir los gastos, con las rentas
de aduanas, las eclesiásticas y las que á ellas solian andar unidas, cu-
yo producto se presumia fuese de 463.956.293 reales, debiendo llenar-
se el desfalco con la contribucion directa que se substituia ahora á las
antiguas suprimidas. Alegres, pero someros, cómputos, que nunca llega-
ron á realizarse.




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El día 8 aprobáronse ambos presupuestos apénas sin discusion; su-
cediendo, como en los de 1811, ser ningunos los gastos que pudieran
graduarse de superfluos, por no merecer tal nombre los que resultaban
todavía de antiguos abusos ó de errores en la administracion. Nacía tam-
bien el pronto despacho de no gustar aún mucho las Córtes de materias
prácticas, saboreándose con las teóricas, más fáciles de aprender y de
mayor lucimiento, si bien momentáneamente. Agregábase á esto el agui-
jon del tiempo, que presuroso corria y anunciaba ya el remate y conclu-
sion final de las Córtes extraordinarias.


Por esta razon celebrábanse en aquellos días sesiones de noche para
dejar terminados los trabajos pendientes de más importancia, con el que
en la del mismo 7 de Setiembre leyó la comision especial de Hacienda
sobre la deuda pública. Habíanla reconocido solemnemente las Córtes,
conforme en su lugar dijimos, y nombrado una junta que entendiese en
el asunto, separando de intento esta dependencia de las demas del ramo
de Hacienda, no como regla de buena administracion, sino como medio
de alentar á los acreedores del Estado, que, chasqueados tantas veces,
vivian en suma desconfianza de todo lo que corriese inmediatamente por
el Ministerio y se pagase por tesorería mayor.


Ántes habia elevado ya á las Córtes la misma Junta un plan de liqui-
dacion de la deuda, y otro de su clasificacion y pago. Dió márgen el pri-
mero á la publicacion de un decreto con fecha del 15 de Agosto de es-
te año, en que se prescribian reglas á los liquidadores, distinguiendo
la deuda en anterior al 8 de Marzo de 1808, y en posterior; atendiendo
principalmente en la última á todo lo concerniente á suministros, présta-
mos y anticipaciones de los pueblos y particulares, cuyo reconocimien-
to, para evitar fraudes y vituperables abusos, exigía peculiar exámen.


Respecto de la clasificacion y pago de la deuda, obraron de acuerdo
la junta del Crédito Público y la comision de las Córtes; y haciendo fun-
damento y diferencia, como para la liquidacion, de las dos épocas arri-
ba insinuadas, distribuian toda la deuda en deuda con interes y en deu-
da que no le gozaba, comprendiendo en la primera, así la procedente de
capitales de amortizacion civil y eclesiástica, como la de los que eran de
disposicion libre; y en la segunda los réditos y sueldos no pagados, con
los atrasos y alcances de tesorería mayor, no ménos que lo relativo á su-
ministros y anticipaciones de los pueblos ó individuos.


Señalábase á la deuda con interes el 11/2 por 100 de rédito, durante
la guerra con Francia y un año despues; exceptuando los vitalicios, que
eran mejor tratados, y debiendo volver á entrar la clase entera de acree-




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dores de esta deuda en sus respectivos y antiguos derechos en pasando
aquel término. Destinábanse para el pago arbitrios correspondientes.


La deuda sin interes apareceria por su nombre como cosa de mala
sonada, si no se supiese que bajo él se encerraban sólo débitos que nun-
ca habian cobrado rédito alguno, ni contraídose por lo general con se-
mejante condicion ni promesa. Se extinguia esta deuda por medio de la
venta de bienes nacionales, practicada, no atropelladamente ni de una
vez, sino á pausas y conforme á un reglamento que tenía que extender la
junta del Crédito Público.


Otras distinciones y particularidades para la ejecucion se especifi-
caban en el plan, en las que no entrarémos; debiendo, sin embargo, ad-
vertir que no se incluian en este arreglo los empréstitos y deudas de
cualquiera clase, contraidos hasta entónces, ó que en adelante se con-
trajesen con las potencias extranjeras.


Por muy defectuoso que fuese el presente plan, acarreaba ventajas,
ofreciendo á los acreedores de la nacion nuevas y más seguras prendas
del pago de sus títulos; por lo que le aprobaron las Córtes en todas sus
partes con leves variaciones. Su complicacion y faltas hubieran desapa-
recido con el tiempo, y adoptádose al cabo reglas más justas y equitati-
vas de reintegro y amortizacion, de lo cual sabíase en España muy po-
co entónces.


Igualmente ordenaron las Córtes por los mismos dias el cumplimien-
to de otra disposicion muy útil al crédito en lo venidero, yendo dirigida
á la cancelacion y quema de 6.401 vales reales que paraban en poder
de la junta del Crédito Público y le pertenecian. Ejecutóse lo mandado,
y en ello hicieron ver las Córtes áun más claramente cuán decididas es-
taban á no desautorizar sus promesas, permitiendo circulasen de nuevo
documentos amortizados ya, como á veces se ha practicado en menos-
precio de la buena fe y honradez españolas.


Nombraron las Córtes en 8 de Setiembre la diputacion permanen-
te, la cual, segun la Constitucion, habia de quedar instalada en el inter-
medio de unas Córtes á otras; y aunque se anunciaba sería corto el ac-
tual, fuerza, sin embargo, era cumplir con aquel artículo constitucional,
teniendo la permanente que presidir ya el 15 del propio mes las juntas
preparatorias de las Córtes ordinarias que iban á juntarse.


Siendo el 14 el dia señalado para cerrarse las extraordinarias, asis-
tieron éstas á un Te Deum cantado en la catedral, volviendo despues al
salon de sus sesiones, en donde, leido que fué por uno de los secretarios
el decreto de separacion acordado ántes, pronunció el Presidente, que lo




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era á la sazon don José Miguel Gordoa, diputado americano por la pro-
vincia de Zacateas, un discurso apologético de las Córtes y especificati-
vo de sus providencias y resoluciones, el cual acogieron los circunstan-
tes con demostraciones y aplausos repetidos y muy cordiales. A poco, y
guardado silencio, tomó nuevamente la palabra el mismo Presidente, y
dijo en voz elevada y firme: «Las Córtes generales y extraordinarias de
la nacion española, instaladas en la isla de Leon el 24 de Setiembre de
1810, cierran sus sesiones hoy 14 de Setiembre de 1813»; con lo que, y
despues de firmar los diputados el acta, separáronse y se consideraron
disueltas aquellas Córtes.


Al salir los individuos suyos de mayor nombradía fueron acompaña-
dos hasta sus casas de muchedumbre inmensa, que victoreándolos, los
llenaba de elogios y bendiciones descasadas de todo interes. Continua-
ron por la noche los mismos obsequios, con iluminacion ademas y mú-
sicas y serenatas, que daban señoras y caballeros de lo más florido de la
poblacion de Cádiz, lo mismo que de los forasteros.


Pero ¡ah! tanta algazarra y júbilo convirtióse luégo en tristeza y llan-
to. La fiebre amarilla ó vómito prieto, que desde comenzar del siglo ha-
bia de tiempo en tiempo afligido á Cádiz, y que vimos retoñar con fuer-
za en 1810, picaba de nuevo este año, propagada ya en Gibraltar y otros
puntos de aquellas costas. Nada se habia hablado del asunto en las Cór-
tes; pero al dia siguiente de cerrarse éstas, creyendo el Gobierno que se
aumentaba el peligro rápidamente, resolvió á las calladas trasladarse al
Puerto de Santa María, para desde allí, si era necesario, pasar más lé-
jos. Traslucióse la nueva en Cádiz y mostróse el pueblo cuidadoso y des-
asosegado, oficiando de resultas y sobre el caso al Gobierno la Diputa-
cion permanente, temerosa de lo que pudiera influir aquella providencia
en la instalacion de las Córtes ordinarias, cuyas juntas preparatorias ha-
bíanse abierto aquel mismo dia.


Detúvose la Regencia al recibir las insinuaciones de la Diputacion y
algunas particulares del diputado Villanueva; y á fin de no comprome-
terse más de lo que ya estaba, acordó precipitadamente excitar á dicha
Diputacion á que convocase las Córtes para tratar del negocio en su se-
no. No era fácil determinar cuáles debian llamarse, pues las ordinarias
todavía no se hallaban constituidas; y volver á juntar las extraordinarias,
recien disueltas, parecia desusado y muy fuera de lo regular; pero ur-
giendo el pronto despacho, no se encontró otro medio más que el último
para salir de dificultad tamaña.


Así las Córtes extraordinarias, cerradas el 14 de Setiembre, abrié-




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ronse de nuevo el 16, celebrando sesiones esta noche y los dias siguien-
tes 17, 18 y 20. Ventilóse largamente en ellas el punto de la traslacion,
acusando muchos con aspereza al Gobierno de haberla determinado por
sí de tropel é irreflexivamente. Procuraron defenderse los ministros, mas
hiciéronlo con poca maña, embargado alguno de ellos por aquel pavor
que á veces se apodera de las gentes al aparecimiento súbito de cual-
quiera peste ó epidemia mortífera, y de cuya enojosa impresion no sue-
len desembarazarse ni áun los hombres que en otras ocasiones sobresa-
len en serenidad y buen ánimo.


La cuestion en sí no dejaba de ser grave, sobre todo en las circuns-
tancias. Moverse las Córtes desplacia á la ciudad de Cádiz, interesada
en la permanencia del Gobierno dentro de sus muros; y moverse tam-
bien, si la epidemia cundia y tomaba incremento, era expuesto á llevar-
la á todas partes, provocando el ódio y animadversion de los pueblos.
Mas, por otro lado, quedarse en Cádiz y dar lugar al desarrollo y comple-
ta propagacion del mal, ponia al Gobierno en grande aprieto, cortándole
las comunicaciones, é impidiendo quizá la llegada de los diputados que
debian componer las Córtes ordinarias.


No ilustraba tampoco el punto cual se apetecia la facultad médica,
ya por miedo de arrostrar la opinion interesada de Cádiz, ya por no co-
nocer bastante la enfermedad que amagaba; andando tan perplejos sus
individuos, que casi todos decian un dia lo contrario de lo que habian
asentado en otro. Entre los diputados hubo igualmente notable disenso;
y el Sr. Mejía, que se preciaba de médico, llegó en uno de sus discursos
hasta apostar la cabeza á que no existia entónces allí la fiebre amarilla.
Pero despues pegósele, y le costó la vida. Amenazó la de otros el vulgo,
desabrido con los que se inclinaban á apoyar las providencias del Go-
bierno y su salida de Cádiz; corrió algun riesgo la de D. Agustin de Ar-
güelles, tan querido y festejado dos dias ántes; que tan mudables son los
amores y aficiones del pueblo.


Inciertas las Córtes, y no sabiendo cómo atinar en asunto tan espino-
so, nombraron várias comisiones, una tras de otra, y oyeron en su seno
diversas y encontradas propuestas. Los debates, muy acalorados y ruido-
sos, no remataron en nada que fuese conveniente y claro; por lo que, no
dando ya vagar el tiempo, y aproximándose cada vez más el de la aper-
tura de las Córtes ordinarias, dejóse á la resolucion de éstas la de todo el
expediente, segun indicó el Sr. Antillon con atinada oportunidad.


La inquietud y desasosiego de aquellos dias, los alborotos que por
instantes amagaban, y un viento calúroso y recio que sopló de Levan-




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te con singular pertinacia, irritando en extremo los ánimos, provocólos á
la alteracion y enfado, y contribuyó no poco á desenvolver la epidemia
rápida y dolorosamente. De los diputados que asistieron á las sesiones,
aunque ahora en más reducido número, no ménos de 60 cayeron enfer-
mos, y pasados de 20 murieron en breves dias, contándose entre ellos al-
gunos de los más distinguidos, como lo eran el Sr. Mejía, mencionado ya,
y los Sres. Vega Infanzon y Lujan. Y aquellas Córtes, que dias ántes se
hablan separado gozosas y celebradas, verificáronlo ahora de nuevo, pe-
ro abatidas y en gran desamparo.


En el discurso de su dominacion distinguirse pueden tres tiempos
bien diversos: 1.º, el inmediato á su instalacion, en el que con esfuer-
zo, aunque á veces con inferioridad, luchó siempre el partido reforma-
dor; 2.º, el de más adelante, cuando triunfando éste adquirió mayoría,
haciendo de continuo prevalecer su dictámen; y 3.º y último, al cerrar de
las Córtes, y en ocasion en que acudiendo muchos diputados de lo inte-
rior, equilibráronse las votaciones, ganándolas, no obstante, en lo gene-
ral los liberales ó reformadores, por lo halagüeño de sus doctrinas, por
su mayor arrojo y por la superioridad, en fin, que les proporcionaba la
práctica adquirida en las discusiones y modo de llevarlas, no desperdi-
ciando resquicio que diese á su causa mayor cabida ó ensanche.


Españoles ha habido, y áun extranjeros, que han suscitado dudas
acerca de la legitimidad de estas Córtes. Apasionada opinion, que ha ce-
dido al tiempo y á las poderosas razones que la impugnaban. Fúndase la
legitimidad de un gobierno ó de una asamblea legislativa en la naturale-
za de su origen, en el modo con que se ha formado, y en la obediencia y
consentimiento que le han prestado los pueblos. Abandonada España y
huérfana de sus príncipes, necesario le fué mirar por sí y usar del indis-
putable derecho que la asistia de nombrar un gobierno que la defendiese
y conservase su independencia. Diósele, pues, en las juntas de provin-
cia y en la Central y primera Regencia sucesiva y arregladamente. Vi-
nieron al cabo las Córtes, conforme al deseo manifestado por la nacion
entera y á lo resuelto tambien por Fernando VII desde su cautiverio; lle-
vando, por tanto, el llamamiento y origen de aquel cuerpo el doble y fir-
me sello de la autoridad real y de la autoridad popular, que no siempre
van á una ni corren á las parejas.


Objetaráse quizá en seguida contra su legitimidad la forma que se
dió á las Córtes, desusada en la antigua monarquía; pero en su lugar
apuntamos los fundamentos que hubo para semejante resolucion, atro-
pellados ó en olvido los venerandos y primitivos fueros, y teniendo ahora




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que acudir á la representacion nacional diputados de las Américas, las
cuales carecian ántes de voz, y otros de várias provincias de Europa que
estaban en igual ó parecido caso; haciéndose indispensable igualar en
derechos á los que se habia igualado en cargas y obligaciones.


Mayor el reparo de no haber concurrido desde un principio á las
Córtes todos los diputados propietarios, ocupando sus puestos suplen-
tes elegidos en Cádiz, desvaneceráse si advertimos que ya en los prime-
ros meses se hallaron presentes muchos vocales de los que gozaban de
aquella calidad, aumentándose su número considerablemente al discu-
tirse y firmarse la Constitucion, acto de los más solemnes, y estando ca-
si todos ya en Cádiz al cerrar de las Cortes; con la particularidad nota-
ble de haber elegido entre ellos, las más de las provincias, á los que eran
suplentes, dando así á lo obrado anteriormente la aprobacion más explí-
cita y cumplida.


¿Y para qué cansarse? Todas ellas, lo mismo las de Europa que las
de América, excepto Venezuela y Buenos-Aires, ya en insurreccion, re-
conocieron á las Córtes generales y extraordinarias, congregadas en la
isla gaditana libre y espontáneamente, sin que fuerza alguna las obli-
gase á ello. Por el contrario, el remolino de turbulencias en que anda-
ba metida la América, y la ocupacion extranjera que afligia á várias pro-
vincias de España, facilitaban la oposicion, en caso de desearla. Léjos
de eso, mostrábanse todas muy diligentes en reconocer á las Córtes, lle-
gando á Cádiz pruebas repetidas de lo mismo, áun de aquellas en don-
de dominaba el frances. Tanto era su conato en tributar rendimiento y
obsequios á la autoridad legítima, y tanto su anhelo por apiñarse en de-
rredor suyo, como único y verdadero centro de representacion nacional.
Cítese, pues, otro gobierno ó asamblea pública que ni por su origen, ni
por su forma, ni ménos por el libre consentimiento y espontánea sumi-
sion que hubiese recibido de los pueblos, pueda alegar títulos más fun-
dados de legitimidad que las Córtes generales y extraordinarias instala-
das en 1810.


Corporacion insigne, que lo será siempre en los anales del mundo,
por ir sus hechos unidos y mezclados con la gloriosa guerra de la inde-
pendencia, por ser la más singular de cuantas representaciones naciona-
les se han conocido hasta ahora, estando compuesta de hombres de tan
diversa oriundez y venidos de regiones tan apartadas, hablando todos la
bella y majestuosa lengua española. Ayudó á su fama, junto con sus des-
velos y tareas, la fortuna ó fuerza más alta; pues habiendo dichas Córtes
abierto sus sesiones en el estrecho límite de la isla gaditana, muy alte-




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radas las Américas, é invadido por doquiera el territorio peninsular, ce-
rráronlas no más alborotadas aquéllas y casi del todo libra éste, sin que
apénas le hollase ya planta alguna enemiga.


Adolecieron á veces sus diputados, comenzando por los más ilustres,
de ideas teóricas, como ha acontecido en igual caso en los demas paí-
ses; no bastando sólo para gobernar lectura y saber abstracto, sino re-
quiriéndose tambien roce del mundo y experiencia larga de la vida; que
de todo ha menester el estadista ó repúblico, llamado ántes bien á eje-
cutar lo que sea hacedero, que á extender en el retiro de su estudio pla-
nes inaplicables ó estériles. Pero las faltas en que incurrieron los indivi-
duos de las extraordinarias, escasos de práctica, resarciéronlas con otros
aciertos y con su buen celo y noble desinteres; dando justo realce á su
nombre la lealtad é imperturbable constancia que mostraron en las ad-
versidades de la patria y en los mayores peligros.


Constituyéronse las Córtes ordinarias el 26 de Setiembre, con arreglo
á lo que prevenia la nueva ley fundamental, en cuanto lo consentian las
circunstancias; é instaláronse en Cádiz solemnemente el 1.º de Octubre,
habiendo nombrado ántes por presidente á D. Francisco Rodriguez de
Ledesma, diputado por Extremadura. Prosiguieron sus tareas en aquella
plaza hasta el 13 del propio mes, día en que las Córtes, como tambien la
Regencia, se trasladaron á la isla de Leon, donde volvieron á abrir el 14
sus sesiones en el convento de carmelitas descalzos, preparado al efec-
to. Impelió á la mudanza el ir aumentándose en Cádiz la fiebre amari-
lla, y no picar tan reciamente en la Isla, desde cuya ciudad, pacífica y
no tan populosa, era tambien más fácil realizar el proyectado viaje á Ma-
drid luégo que cesase la epidemia reinante.


Al principio no se compusieron las Córtes ordinarias, ni con mucho,
de todos los diputados que las provincias peninsulares y de América ha-
bian nombrado; no viniendo los últimos tan pronto por la lejanía y falta
de tiempo, y deteniéndose los otros, despavoridos con la fiebre amarilla,
ó estimulados del deseo de obligar al Gobierno á trasladarse á Madrid,
en donde pensaban tendrían mayor cabida y séquito sus ideas y opinio-
nes, por lo coman opuestas á reformas y cambios.


Para llenar el hueco de los ausentes habian resuelto de antemano las
Córtes, siguiendo lo prevenido en la Constitucion, que mientras que lle-
gaban los diputados propietarios, hiciesen sus veces corno suplentes los
de las extraordinarias; con lo cual conseguíase no dejar sin representa-
cion á ninguna provincia, poner remedio paliatorio al ménos ó momen-
táneo al artículo constitucional que vedaba las reelecciones, y no entre-




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gar la suerte del Estado á un cuerpo del todo nuevo, no apreciador, por
tanto, cabal ni justo de los motivos que hubiese habido para anteriores
resoluciones.


Instaba más en la actualidad, y era de la mayor importancia, si se
querian conservar las reformas, el que quedasen en las Córtes antiguos
diputados, por haber recaido generalmente los nombramientos para las
ordinarias en sujetos desafectos á mudanzas y novedades. Coadyuva-
ron á esto los que se creian ofendidos en sus personas y cercenados en
sus intereses por las alteraciones y nuevos arreglos, y que oteaban ma-
yores daños en un porvenir no lejano. Estaban en ese caso algunos indi-
viduos de la nobleza, si bien los ménos; bastantes magistrados, muchos
cabildos eclesiásticos y casi todo el clero regular; los que juntos ó sepa-
rados influyeron sobradamente, y cada uno á su manera, en las eleccio-
nes, ayudados de una turbamulta de curiales y dependientes de justicia
que vivian de abusos; siendo éstos y los religiosos mendicantes los más
bulliciosos é inquietos de todos, como herrumbre la más pegadiza y roe-
dora de las que consumian á España hasta en sus entrañas; habiendo los
últimos llegado á formar en parte del pueblo, de cuya plebe comunmen-
te nacian, una especie de singular demagogia pordiosera y afrailada, su-
persticiosa y muy repugnante.


Sirvió á todos de fiel instrumento para sus fines la misma ley electo-
ral, que adoptando un modo indirecto de eleccion, que pasaba por na-
da ménos que por cuatro grados ó escalones, favorecia sordos manejos y
muy deplorables amaños, más fáciles de ejercer en esta ocasion por no
haberse exigido de los votantes propiedad alguna ni especial arraigo;
dando así, con desacuerdo grave, franca y anchurosa entrada al goce de
los derechos políticos á hombres de poco valer y á la vulgar muchedum-
bre, muy sometida naturalmente al antojo y voluntad de las clases pode-
rosas y privilegiadas.


Hechas las elecciones en este sentido, déjase discurrir cuán útil fué
para la conservacion del nuevo órden de cosas que no llegasen á las Cór-
tes de tropel todos los recien elegidos, y que permaneciesen en su se-
no muchos diputados de los antiguos. Sucediendo así, mantuviéronse en
equilibrio los partidos, y casi en el mismo estado en que se encontraban
al cerrarse las extraordinarias, yendo desapareciendo poco á poco el de
los americanos; pues muertos sus principales jefes, tuvieron que ceder
los otros en sus pretensiones y unirse á los europeos liberales, amenaza-
dos, como ellos, en su suerte futura si llegase á triunfar del todo el ban-
do contrario.




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De los diputados de las extraordinarias que continuaron tomando
asiento en las actuales Córtes, resplandeció á la cabeza D. Isidoro Anti-
llon, ya ántes nombrado, cuyas opiniones, incomodando á ciertos hom-
bres desalmados que por desgracia contaba entre los suyos el partido
antireformador, provocaron de parte de ellos en la isla de Leon una ten-
tativa de asesinato contra la persona de este diputado, tanto más aleve,
cuanto hallábase Antillon imposibilitado de emplear defensa alguna por
el estado achacoso y flaco de su salud. A dicha no consiguieron del todo
los homicidas su depravado objeto, si bien le maltrataron, amparados de
la soledad y lobreguez de la noche, que los puso en salvo: precursor in-
dicio del fin lastimoso y no merecido que habia de caber á este diputado
célebre más adelante, dado que con visos de proceder jurídico. Distin-
guióse tambien desde luégo, pero entre los nuevos, D. Francisco Mar-
tinez de la Rosa, cuya fama, creciendo en breve, colocóle pronto al la-
do de los primeros campeones de la libertad española y de las buenas
ideas, brillando por su instruccion y acabadas dotes, de las que eran las
más señaladas incontrastable entereza, y bellísimo, florido, fácil y muy
elocuente decir. Descubríanse despues, aunque en mayor ó menor lon-
tananza, las personas de D. Tomas Istúriz, D. José Canga Argüelles y D.
Antonio Cuartero; arrimándose á este partido, que era el liberal, algunos
eclesiásticos de los recien llegados, entre los que merece particular no-
ticia D. Manuel Lopez Cepero, informado en letras, de ameno trato y de
gusto probado y bueno en el estudio de las bellas artes. Hubo diputados
que se dieron á conocer tambien en el partido opuesto, ó sea antirefor-
mador; pero éstos, en lo general, más tarde; por lo que sólo irémos men-
tándolos segun vayan dando ocasion los debates y los acontecimientos.


Luégo que se abrieron las Córtes ordinarias presentó, conforme á lo
dispuesto en la Constitucion, el secretario del despacho de Hacienda el
estado de ésta y los presupuestos de ingresos y gastos; lo cual parecia
á primera vista ser redundante, ya discutidos y aprobados los de 1814
al concluirse las sesiones de las extraordinarias. Pero forzoso era proce-
der así, mandándolo expresamente la Constitucion, y no siéndole lícito
al Ministro, sin incurrir en responsabilidad, separarse en nada de lo que
aquélla prevenia en su letra.


Los presupuestos ahora presentados eran idénticos á los de ántes,
con alguna rectificacion, aunque muy leve, respecto del total de la fuer-
za armada. Trazaba en su contexto el encargado á la sazon de aquel mi-
nisterio, D. Manuel Lopez Araujo, un cuadro muy lamentable del país y
sus recursos; consecuencia precisa de guerra tan larga y devastadora, y




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de los desórdenes de la administracion, aumentados con el sistema de
suministros hechos por los pueblos, que acumulaba á veces sobre unas
mismas provincia las obligaciones y pedidos que debian repartirse en-
tre otras.


Proponía el Ministro, para cubrir el desfalco que resultaba el me-
dio que se habia adoptado en las Cortes extraordinarias; esto es, el de la
nueva contribucion directa. Agregaba á éste el de un empréstito en Lón-
dres de diez millones de duros, que, como otras veces, quedó sólo en
proyecto, no conocidas áun bien en España semejantes materias. Hubo
anticipaciones del gobierno británico, en que nos ocuparémos despues,
escaseando cada vez más las remesas de América, de las que, como de
las entradas en Cádiz, no harémos ya especial recuerdo, abrazándolas
todas ahora el presupuesto general de la nacion.


Los otros asuntos en que anduvieron atareadas las Córtes ordinarias
durante su permanencia en Cádiz y la isla de Leon, redujéronse por lo
comun á mantener intacta la obra de las extraordinarias, y á aclarar du-
das y satisfacer escrúpulos. Mandaron, sin embargo, ademas, que apron-
tasen los pueblos un tercio anticipado de la contribucion directa, y ad-
mitieron el ofrecimiento de ocho millones de reales que por equivalente
de várias contribuciones hizo la Diputacion de Cádiz; aprobando asimis-
mo un reglamento circunstanciado que para su gobierno y direccion ha-
bia extendido la junta del Crédito Público.


Espinosa en sí misma, y grave, fué otra cuestion que por entónces
ventilaron tambien las Córtes. Trataban en ella nada ménos que del
mando concedido á lord Wellington; versando la disputa acerca de las
facultades que habia éste de tener como generalísimo del ejército. De-
seaba Wellington que se le ampliasen para dar más unidad y vigor á las
operaciones militares, y oponiase á ello la Regencia del reino, nacien-
do de aquí una correspondencia larga y enfadosa, en la cual medió, pa-
ra empeorar el asunto, enemistad personal del ministro de la Guerra D.
Juan de Odonojú, irlandés de origen, mal avenido con los ingleses.


Temiendo la Regencia que resultasen de la querella compromisos fu-
nestos, resolvió, para descarpar su responsabilidad, someter el negocio
á la deterninacion de las Córtes. Verifcólo así en la isla de Leon, y hu-
bo con este motivo largas discusiones y vivas reyertas; queriendo valerse
de la ocasion, unos para privar del mando á lord Wellington, y otros para
acriminar al Gobierno, y tal vez obligarle á dejar su puesto.


Por fortuna, estando ya las Córtes en víspera de trasladarse á Ma-
drid, dilatóse el decidir cuestion tan grave; y al instalarse aquéllas en la




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capital del reino, corrieron tan veloces y prósperos los sucesos políticos
y militares, que el mismo lord Wellington y los que promovian su cau-
sa en las Córtes, satisfechos con ver alejado del ministerio á D. Juan de
Odonojú, atizador de la discordia, desistieron de su intento, conociendo
cuán importuno sería resucitar semejante contienda; por lo que no hubo
que tomar resolucion ninguna sobre un asunto que al principio habia ex-
citado tanto calor y porfía.


En esto, aflojando la fiebre amarilla y mejorándose por días el estado
de la salud pública, levantóse en toda España un deseo general y muy vi-
vo de que se restituyese el Gobierno al centro de la monarquía y á su ca-
pital antigua. Condescendiendo en ello las Córtes, decretaron suspender
sus sesiones en la isla de Leon el 29 de Noviembre de 1813, para vol-
verlas á abrir en Madrid el 15 del próximo Enero de 1814. Tuvo lo cual
efecto, poniéndose sin tardanza en camino la Regencia y las Córtes, con
sus oficinas, dependencias y largo acompañamiento. Consentian tambien
la traslacion los acontecimientos de la guerra, favorables siempre y más
dichosos cada dia. En el Setiembre permanecieron, sin embargo, quie-
tos los ejércitos en la parte occidental de los Pirineos, queriendo lord Ve-
llington dar respiro y algun descanso á las tropas aliadas, reparar sus pér-
didas, aguardar municiones y aprestos militares, y proceder en todo con
detenimiento para asegurar el logro de sus ulteriores planes.


Conservaban los ejércitos casi las mismas estancias de ántes, pro-
longándose desde la desembocadura del Bidasoa hasta los Alduides,
en donde formaba ahora la extremidad de la línea la octava division,
del cargo de D. Francisco Espoz y Mina, de la cual un trozo bloqueaba
el castillo de Jaca, y otro amagaba á San Juan de Pié de Puerto y valle
de Baigorry. Por el lado opuesto colocóse el general Graham, luégo que
se desembarazó del sitio de San Sebastian, hácia el estribo más fuer-
te del Aya, cubriendo el valle que forma con el Jaizquivel, entre cuyos
dos montes construyéronse obras á manera de segunda línea, reforzada
la primera, que se extendia por las orillas del Bidasoa, camino arriba de
aquellas asperezas. Mantenia lord Wellington sus cuarteles en Lesaca.


Los suyos el mariscal Soult en San Juan de Luz, á cuyo ejército se
iban incorporando 30.000 conscriptos sacados al intento del mediodía
de Francia, poniendo aquel caudillo especial conato en mejorar la orga-
nizacion y en castigar cualquier descarrío y falta de sus soldados con in-
flexible severidad. Habia tambien él mismo enrobustecido las obras de
campaña de su primera línea y levantado otros resguardos, segun irémos
viendo en el curso de nuestra narracion.




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Resuelto Wellington á acometer, recomendó de nuevo el buen órden
y la disciplina, dando vigor á sus anteriores disposiciones, cuya obser-
vancia hacíase ahora más necesaria, yendo los ejércitos combinados á
pisar el territorio enemigo. Repartió el 5 lord Wellington á los principa-
les jefes una instruccion para el ataque, empezando los preparativos en
la noche del 6, que fué muy borrascosa, con relámpagos, lluvia y true-
nos; pero favorable á los aliados, que encubrian mejor así su marcha y
maniobras, no ofreciéndoles, bajo otro respecto, el temporal impedimen-
to alguno. Imposible, con todo, era emprender la arremetida hasta dadas
las siete de la inmediata mañana, á causa de la marea, debiendo servir
de señal para los ingleses un cohete disparado desde un campanario de
Fuenterrabía, y para los españoles una bandera blanca plantada en San
Marcial, ó en su defecto, tres grandes ahumadas.


Estaba convenido verificar á un tiempo el avance por toda la línea y
cruzar el Bidasoa, término de España, cuyo reino acaba allí, á la derecha
del río, segun se ve establecido desde muy antiguo, y explícitamente re-
conoció (1) Luis XI de Francia en as vistas que tuvo con Enrique IV de
Castilla por los años de 1463, conferenciando ambos monarcas en aque-
lla misma ribera.


Dada la señal, moviéronse por la izquierda del ejército coligado las
divisiones primera y quinta británicas y la brigada portuguesa del car-
go de Wilson, distribuidas en cuatro columnas, y atravesaron el rio por
tres vados fronteros á Fuenterrabía, y por otro que se divisaba cerca del
antiguo puente de Beovia, en donde debia echarre prontamente uno de
barcas. Verificaron los aliados el paso con distinguido valor, y tocando
tierra de Francia acometieron desde Andaya la altura de Luis XIV, que
ganaron esforzadamente, tomando siete cañones en los reductos y bate-
rías. Al propio tiempo empezó tambien la embestida D. Manuel Freire,
que continuaba rigiendo el cuarto ejército, con su tercera y cuarta divi-
sion y con la primera brigada de la quinta, bajo la direccion inmediata
de D. Pedro de Bárcena y de D. Juan Diaz Porlier. Habíalo Freire dis-
puesto todo atentamente para atravesar el rio por vados más arriba de los


(1) «..... Y al tiempo que quiso hablar (Enrique IV, rey de España) con el rey Luis, de
Francia), tenia un bastan en la mano: desembarcado en la orilla y arenal donde el agua
podía llegar en la mayor creciente, dijo que allí estaba en lo suyo, y que aquélla era la ra-
ya dentre Castilla y Francia, y poniendo el pié más adelante, dijo: «Ahora estoy en Espa-
ña y Francia»; y el rey Luis respondió en su lengua: «Il est vérité: decís la verdad.» (His-
toria general de España, por el P. Juan de Mariana, lib. XXIII, cap. V).




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que cruzaban los anglo-portugueses; junto á los cuales y por el de Sa-
raburo se adelantó la segunda brigada de la tercera division, á las órde-
nes de D. José Ezpeleta, cuyo jefe, viendo vacilar por un instante á sus
tropas de resultas de la muerte del bizarro coronel de Benavente D. An-
tonio Losada, empuñó una bandera, y arrojándose al rio con intrepidez
esclarecida, mantuvo el ánimo en los suyos, que á porfía le siguieron en-
tonces, apoderándose sin dilacion de los puestos fortificados y casas de
la parte baja de Biriatou. Cruzó la cuarta division, al mando interino de
D. Rafael de Goicoechea, el Bidasoa por los vados superiores al de Sa-
raburo, que llevan el nombre de Alunda y las Cañas, y queriendo trepar
hasta la parte alta del mismo Biriatou, consiguiólo, y rodeó, ademas, los
atrincheramientos que tenian los enemigos en el descenso de la montaña
eo Mandale, cogiéndoles tres cañones. Distinguióse aquí el regimiento
de voluntarios de la Corona, capitaneado por D. Francisco Balanzat. En
seguida acometieron los nuestros la Montaña Verde y desalojaron á los
franceses, persiguiéndolos camino de Urogne obstinadamente. Apoyaba
las maniobras contra Biriatou, yendo de reserva, y á las órdenes de don
Francisco Plasencia, la primera brigada de la quinta division. La tam-
bien primera de la tercera vadeó el rio por Orañibar, Lamiarri y Picagua,
teniendo á su cabeza á D. Diego del Barco, y encaramóse por la derecha
de Mandale con sumo brío, posesionándose de la cumbre casi de corri-
da. De este nodo ganaron los españoles del cuarto ejército todos los pun-
tos que se les indicaron, fortalecidos y escabrosos, pero que cedieron á
su valentía, probada ya tantas veces, y no desmentida ahora.


Tampoco so dormian á la propia sazon las tropas de la derecha alia-
da, embistiendo el Baron Alten con la division ligera británica, sosteni-
da por la española de D. Francisco Longa, los atrincheramientos de Ve-
ra, y á su diestro costado la montaña de La Rhune el ejército de reserva
de Andalucía, que gobernaba D. Pedro Agustin Giron. Felizmente con-
siguió Alten su objeto, y tomó 22 oficiales y 700 soldados prisioneros.
Por su lado, tratando nuestro general tambien de cumplir con lo que se
le habia prevenido, dispuso acometer la ya expresada montaña de La
Rhune, atalaya de aquellos contornos y lugar de sangrientas lides en la
campaña de 1794. Verificélo Giron, distribuida su gente en dos colum-
nas, que regian D. Joaquín Virués y D. José Antonio Latorre, arrollan-
do ambos cuanto encontraron, y obligando al enemigo á guarecerse en la
cima peñascosa y en muchas partes inaccesible, en donde se divisa una
ermita ó santuario muy venerado de los naturales, y áun del país veci-
no. Mas en vano intentó Giron arrojar á los contrarios de su refugio; re-




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tardando la marcha de los españoles lo dificultoso y áspero del terreno, y
poniendo fin al combate la noche, que sobrevino. Pudieron durante toda
ella y á su sombra permanecer los franceses en aquel sitio y en una loma
inmediata, pero no por mucho más tiempo. Porque acudiendo allí lord
Wellington en la mañana del 8, registrado que hubo el campo, determinó
pelear, persuadido de que lo verificaria ventajosamente por la derecha,
si unia este ataque con el que á la vez se diese á unas obras de campa-
ña que tenian los enemigos al frente del campo de Sare. De acuerdo lord
Wellington con D. Pedro Agustin Giron, y reconcentrado el ejército de
éste, mandóse á poco al regimiento de órdenes, bajo la guía de su coro-
nel D. Alejandro Hore, arremeter contra la loma de que estaban enseño-
reados los enemigos, próxima á La Rhune y sobre la derecha nuestra; lo
cual se ejecutó tan cumplidamente, que el mismo Wellington dijo en su
parte «que aquel ataque era tan bueno como el mejor, ya por el denuedo
en él desplegado, ya por su bien entendido órden.»


Alcanzado semejante triunfo, los cazadores del propio cuerpo de ór-
denes y los de Almería desalojaron á los enemigos de unos atrinchera-
mientos que cubrian la derecha de su campo de Sare; recogiéndose á és-
te de golpe los vencidos, otros que venian en su socorro y la division de
Conroux, que ocupaba el llano. Destacamentos británicos de la division
de lord Dalhousie, enviados por el puerto de Echalar, guarnecieron las
diversas obras que habian evacuado los contrarios; quienes, ántes de la
madrugada del 9, desampararon tambien la cumbre y ermita de La Rhu-
me, de cuyos puestos se posesionaron al instante las tropas del general
Giron, acampadas al raso en aquellas faldas; con lo que se dió fin dicho-
so á la disputada refriega.


Ascendió la pérdida total de los aliados, en los diversos dias y com-
bates, á 579 ingleses, 233 portugueses y 750 españoles: mayor la de és-
tos por habérseles encomendado la arremetida de los sitios más arries-
gados y expuestos. Los franceses, a pesar de sus descalabros, no se
abatieron, y ántes cobraron aliento el 12 de resultas de haber sorprendi-
do ellos por la noche un reducto y hecho unos cuantos prisioneros, que-
riendo el 13 atacar los puestos avanzados del ejército de D. Pedro Agus-
tín Giron, y recuperar las obras que habían perdido; pero inútiles sus
esfuerzos, viéronse sus huestes repelidas y escarmentadas.


Dentro ahora de Francia el ejército anglo-hispano-portugues, tuvo la
gloria de ser el primero de todos los de las potencias coligadas contra
Napoleon que pisó aquel territorio, mirado poco ántes como sagrado y
casi impenetrable, guarecido del todo de invasiones extrañas. Al entrar




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allí dificultoso era contener por una parte los excesos de los soldados, y
por otra los desmanes del paisanaje desordenado y suelto. En ambos ex-
tremos paró Wellington su atencion muy cuidadosamente. Hizo en el úl-
timo saludable escarmiento pocos días ántes del paso del Bidasoa, con
ocasion de haber hecho fuego á los soldados hácia Roncesvalles algu-
nos paisanos franceses de los contornos; pues á catorce de ellos que se
cogieron enviólos á Pasajes, y los mandó embarcar como prisioneros de
guerra para Inglaterra. Providencia que causó en la gente rústica efecto
maravilloso, y mayor que la de arcabucearlos, que pudiera haber intro-
ducido despecho en sus ánimos.


No ménos solícito anduvo Wellington en reprimir al ejército. Fueron
los ingleses los primeros que en él se desmandaron, quemando en Urog-
ne casas y cometiendo otros desórdenes, sirviéndoles de ejemplo varios
oficiales suyos (2), segun cuentan sus propios historiadores; siendo en
parte éstas las mismas tropas que entraron á saco y arrasaron la mala-
venturada ciudad de San Sebastian. Impúsoles Wellington recio castigo.
No dieron motivo á tanta queja los españoles, si bien más disculpables
en sus excesos, que para algunos hubieran llevado visos de mera y jus-
ta represalia. Los prebostes ingleses tan sólo arrestaron á unos pocos za-
gueros, que por ladrones ahorcaron: eran de la division de Longa, y por
lo mismo, soldados de origen guerrillero, atentos al cebo del pillaje y la
pecorea. Observaron los demas rigurosa disciplina, aguantando con ad-
mirable paciencia escaseces y privaciones duras.


Asegurado lord Wellington en estancias ventajosas allende los Piri-
neos, y echados tres puentes en el Bidasoa, no juzgó conveniente prose-
guir en sus operaciones ántes de que se rindiese la plaza de Pamplona.
A esta ciudad, capital del antiguo reino de Navarra, con 15.000 almas
de poblacion, riégala el Arga, y la rodean fortificaciones irregulares, que
afianza una ciudadela erigida casi al sur, de figura pentágona, empezada
á construir en el reinado de Felipe II, y mejorada ella y el recinto ente-
ro sucesivamente con obras trazadas al modo de las que practicó en di-
versas partes de Europa el insigne Vauban. Determinóse desde un prin-


(2) «Some of the officers were more culpable than the troops, for they usad no exartio-
ns to prevent the outrages which they saw. Lord Wellington as soon as he was informed of
this misconduct, republished his fermer orders and accompanied them with a severe re-
primand declaring his determination not to command officers who would not obey his, and
of sending some of them who had been thus grossly inmindful of their duty to England,
that their names might be brought under the notice of the Prince Regent.» (History of the
peninsular war, by Robert Sonthey, Esq., vol. III, chapter XLV.)




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cipio, segun hemos visto, someter por bloqueo la plaza; mas los cercados
mostráronse firmes en tanto que mantuvieron viva la esperanza de que
los socorriesen de Francia. Era gobernador por parte de los enemigos el
general Cassan, y por la nuestra continuaba dirigiendo el asedio D. Cár-
los de España, aunque presente el Príncipe de Anglona con una division
de 4.000 hombres del tercer ejército, de que era general en jefe.


Trascurriendo el tiempo y menguando los víveres, introdújose des-
mayo en los defensores, los cuales propusieron ya el 3 de Octubre que se
permitiese la salida á los paisanos, 3.000 en número, ó que se facilita-
sen á éstos para su manutencion 7.000 raciones diarias, diputando per-
sona de confianza que asistiese á la distribucion. Respondióseles que
como por edicto de los mismos franceses se hubiese prevenido á los ve-
cinos y residentes en Pamplona que hiciesen acopio de víveres para sólo
tres meses, espirados éstos en 26 de Setiembre, tocaba á las autoridades
de la plaza y era incumbencia suya propia subvenir á las necesidades de
sus moradores, ó de lo contrario capitular; intimando, ademas, D. Cár-
los de España al Gobernador que se le tomaria estrecha cuenta, al tiem-
po de la rendicion, de la vida de cualquier español que hubiese perecido
por la escasez ó el hambre. No cejando aún así los cercados en su pro-
pósito, verificaron el 10 una salida en que al principio lo atropellaron to-
do, alojándose en atrincheramientos colocados en el demolido fuerte del
Príncipe; mas acudiendo al combate unas compañías que acaudillaba el
ayudante segundo de estado mayor D. José Antonio Facio, pertenecien-
tes á la fuerza del Príncipe de Anglona, detuvieron á los acometedores y
los arrojaron á bayonetazos del puesto que habian ganado, oprimiéndo-
los y acosándolos hasta el glácis de la plaza.


Entre tanto, noticioso D. Cárlos de España de que los sitiados pensa-
ban en el arrasamiento total de Pamplona, trató de impedirlo haciendo
saber el 19 al Gobernador que si tal sucediese tenía órden de lord We-
llington de pasar por la espada la plana mayor y la oficialidad, y de diez-
mar la guarnicion entera. Replicó el frances con desden y altaneramen-
te, yendo adelante en el terrible intento de desmantelar la plaza. Pero
creciendo el hambre, moderáronse ímpetus tan arrebatados; y ya el 24
comenzó el Gobernador á querer entrar en algun ajuste, pidiendo se le
dejase á él y á los suyos tornar libremente á Francia. Se negó España á
esta demanda, que creyó excesiva, corriendo algunos dias en conferen-
cias y pláticas. Los últimos de Octubre habian llegado ya, cuando vi-
niéndose á buenas el Gobernador, firmóse el 31 la capitulacion, segun la
cual quedaba la guarnicion francesa prisionera de guerra. Posesionáron-




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se los españoles de la plaza inmediatamente, no habiendo padecido las
fortificaciones perjuicio ni deterioro.


Reconquistada Pamplona, áun respiró más libre y desembarazada to-
da esta parte del norte de España, no restando ya en poder del enemigo
más que Santoña, cuyo bloqueo estrechaban los nuestros.


No ménos que otras provincias de España, experimentaron pérdi-
das y cercenamiento en sus bienes Navarra y las provincias Vasconga-
das, opresas siempre, y no cesando el tráfago de la guerra en su suelo,
semillero fecundo de partidarios y numerosas cuadrillas. Segun noticias
que conservan los pueblos y los particulares, hay quien gradúe subie-
ron á veces las cargas y exacciones á un 200 por 100 de la renta anual.
Cómputo no tan exagerado como á primera vista parece, si se atiende á
que sólo el señorío de Vizcaya aprontó al gobierno intruso por contribu-
ciones ordenadas 38.729.335 reales vellon suma enorme y muy superior
á lo usado en aquel país; no incluyéndose en las partidas otras cobran-
zas y derramas extraordinarias impuestas sin cuenta ni razon y antoja-
dizamente.


Luégo que supo lord Wellington la rendicion de Pamplona, con lo
que se ponia libre y se despejaba su derecha, pensó en internarse en
Francia, y en alejar á Soult más y más de la frontera de España. Este ma-
riscal hallábase apostado en puntos ventajosos y muy fortalecidos á las
márgenes del Nivelle, que descarga sus aguas en el mar por San Juan de
Luz. Descansaba la derecha del ejército frances en frente de este pueblo
y á la izquierda del río, en una eminencia que domina á Socoa, puerto
ruin á la desembocadura; habiendo los enemigos construido allí y en de-
rredor de una ermita un reducto, cuyas defensas se unian por atrinche-
ramientos y árboles cortados con Urogne, protegiendo, ademas, aque-
llos puntos inundaciones que cubrian á Ciboure. Alojábase el centro del
propio ejército en alturas que se levantan detras del pueblo de Sare, y
tambien en la que llaman la Petite-Rhune, la cual, si bien sojuzgada por
la otra del mismo nombre, más erguida, ganada por los españoles, y de la
que la divide un angosto valle, todavía se alza bastante y domina las ca-
ñadas y país vecino. Y, en fin, la izquierda, colocada á la derecha del Ni-
velle, buscaba arrimo y áun asentábase en un cerro á espaldas del pue-
blo de Ainhoue, no ménos que en la montaña de Mondarin, que ampara
la avenida ó entrada del propio lugar. Describía la posicion entera un se-
micírculo desde Urogne hasta Espelette y Cambo, resalido en Sare, que
era el centro de ella. Todo su frente hallábase por lo general cubierto con
una cadena de reductos y atrincheramientos que se eslabonaban por ce-




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rros, colinas y altozanos. Conservaba el enemigo en San Juan de Pié de
Puerto algunas fuerzas empleadas en la defensa de esta plaza y en ob-
servar al general Mina y otros cuerpos aliados.


No arredró á Wellington ver á su contrario tan encastillado y fuerte,
y sólo las lluvias le pararon algunos días. Pero aclarando luégo el tiem-
po, decidióse el general inglés á trabar refriega, empezando por forzar el
cuerpo enemigo, para establecerse despues mas allá del Nivelle.


Sir Rolando Hill capitaneaba la derecha aliada, compuesta de dos
divisiones inglesas á las órdenes de sir Guillermo Stewart y sir Enrique
Clinton; de la portuguesa del cargo de sir Juan Hamilton, y de la prime-
ra española del cuarto ejército, que dirigia D. Pablo Morillo, sin con-
tar cañones y algunos jinetes. En el centro estaban por la diestra parte
el mariscal Beresford y tres divisiones británicas, que mandaban los je-
fes Colville, Le-Cor y sir Lowry Cole; y por la siniestra D. Pedro Agustín
Giron, acompañado del ejército de reserva de Andalucía. Destinábanse
la division ligera del Baron Alten y la sexta española del cuarto ejérci-
to, bajo don Francisco Longa, al acometimiento de la Petite-Rhune; mo-
viéndose al compas del centro sir Stapletton Cotton, con una brigada de
caballería y tres de artillería. Don Manuel Freire, asistido de la tercera
y cuarta division y de la primera brigada de la quinta del cuarto ejército
español, habia de marchar desde Mandale en dos columnas, que gober-
naban D. Diego del Barco y D. Pedro de la Bárcena, una con direccion
á Ascain, y otra más allá, á la izquierda nuestra, y casa de Choquetem-
borde, permaneciendo algunos cuerpos en Arrequicoborde y caseríos de
Oleto, como de reserva y para afianzar las comunicaciones de las co-
lumnas. A sir Juan Hope, sucesor del general Graham en el mando, co-
rrespondíale obrar por lo largo de la línea, desde donde estaba D. Ma-
nuel Freire hasta la mar; no pudiendo el último, ni tampoco sir Juan, con
arreglo á instruccion recibida, empeñar refriega, y sí sólo aprovecharse
de los descuidos en que el enemigo incurriese.


Colocado lord Wellington en el centro, dióse principio al combate en
la madrugada del 10 de Noviembre, embistiendo sir Lowry Cole con la
cuarta division británica un reducto construido muy esmeradamente en
un terromontero que se divisa por cima de Sare, en donde hicieron los
franceses firme rostro por espacio de una hora, hasta que le abandonaron
recelándose de un movimiento de los españoles á retaguardia, y colum-
brando asimismo que se disponia á la escalada la infantería británica:
sucedió igual caso con otra obra allí cercana. Esto, y haber acudido We-
llington al primer reducto ganado, entusiasmó á las tropas, adelantándo-




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se briosamente la tercera y la séptima division británicas bajo el maris-
cal Beresford, al paso que los nuestros de Giron acometieron el pueblo
de Sare por la derecha, y que sir Lowry abrazaba su izquierda. Arrollá-
ronlo todo los aliados, entrando con gran gallardía en dicho pueblo de
Sare un cuerpo de españoles guiado por D. Juan Downie, quien mandó
repicar las campanas para anunciar su triunfo con ruidoso pregon. Ense-
ñoreóso tambien Cole de las cumbres más bajas, que están detras de Sa-
re, en donde hizo parada. Feliz igualmente en sus acometidas el Baron
Alten, forzó por su lado los atrincheramientos enemigos, uno en pos de
otro, hasta apoderarse de la Petite-Rhune, yendo despues adelante para
concurrir al total desenlace de las operaciones comenzadas.


Eran las diez de la mañana, en ocasion que Wellington se disponia
á dar un general y simultáneo ataque contra la estancia más formida-
ble de los enemigos en el centro, la cual se prolongaba largo espacio
por detras de Sare. Sucedió bien por todas partes la tentativa, á la que
coadyuvaron los españoles de D. Pedro Agustin Giron y los de Longa,
abandonando los enemigos sus puestos y fortificaciones, construidas y
rematadas á costa de trabajo y tiempo. Resistió con empeño un solo re-
ducto, el más fuerte de todos, pero que al fin se entregó con un bata-
llon de 560 hombres que le guardaba, despues de muchos coloquios y
de idas y venidas.


No ménos que por el centro favorecia la fortuna á los aliados por su
derecha, en donde cruzando el Nivelle sir Enrique Clinton con la sexta
division británica, ayudada de la portuguesa que regía sir Juan Hamil-
ton, desalojó á los franceses de los sitios que ocupaban, y les tomó re-
ductos y bastantes despojos. La segunda division, tambien británica, del
cargo de sir Guillermo Stewart, enseñoreóse de una obra á retaguardia, y
D. Pablo Morillo á la cabeza de la primera division española del cuarto
ejército acometió los apostaderos enemigos en las faldas del Mondarin, y
los repelió, amparando así las maniobras de los ingleses, dirigidas con-
tra los cerros que yacen por detras de Ainhoue, los cuales tomó sir Ro-
lando Hill, arrojando al enemigo via de Cambo. Las dos de la tarde eran,
y ya los aliados tenian por suyas las posiciones de los contrarios, á es-
paldas de Sare y Ainhoue.


Porta izquierda corrieron igual y dichosa suerte las tropas combina-
das. Se posesionó D. Manuel Freire de Ascain por la tarde, y sir Juan
Hope desalojó á los franceses del reducto plantado en la eminencia cer-
cana á Socoa, de que hemos hablado, hostigándolos hasta llegar á las
inundaciones que cubrian á Ciboure.




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Durante una hora habia lord Wellington hecho alto para dar respi-
ro á sus tropas, é informarse de cómo andaba el combate por los demas
puntos. Conseguido el primer objeto, y cerciorado de cuán venturosa por
doquiera corria su estrella, dispúsose á formalizar una arremetida bien
ordenada contra las eminencias y cerros que aparecen por detras de
Saint-Pé, pueblo á una legua de los aliados, situado á la márgen derecha
del Nivelle, por donde se habia ido retirando el centro enemigo. Verifi-
có el general inglés su intento atravesando pronto aquel rio, de corrien-
te rápida y allí no vadeable, por un puente de piedra frontero á Saint-Pé,
y por otros dos situados más abajo. No era tan factible tomar despues las
alturas de intrincado acceso, y así, trabóse combate muy reñido, en que,
al cabo, ciando los contrarios, vencieron los nuestros y se enseñorearon
del campo. Situóse de resultas el mariscal Beresford á retaguardia de la
derecha francesa, quedándose lo demas del ejército en los puntos que
habia ganado ántes, no queriendo arriesgarse á más por causa de la no-
che, que se acercaba.


Pero en ella, temerosos los franceses de que el mariscal Beresford
no se interpusiese entre San Juan de Luz y Bayona, evacuaron la prime-
ra de ambas ciudades y sus obras y defensas, y llevaron rumbo hácia la
segunda por el camino real, rompiendo de antemano los puentes del Ni-
velle en su parte inferior; destrozo que retardó lograr el perseguimiento
que meditaba sir Juan Hope, obligado este general á reparar el puente
que une á Ciboure con San Juan de Luz, como indispensable para faci-
litar el paso de las tropas y los cañones. Tambien en aquel dia, que era
el 11, adelantaron el centro y la derecha aliada, mas sólo una legua, no
permitiendo mayor progreso el cansancio y lo perdido y arruinado de los
caminos. Niebla muy densa impidió el 12 moverse desde temprano, y no
hubo necesidad ni apuro de verificarlo más tarde, noticioso lord Welling-
ton de que en el intervalo el mariscal Soult se había recogido á un cam-
po atrincherado y fuerte, dispuesto de tiempo atras, junto á Bayona, para
resguardo y sostenimiento de sus tropas en retirada. Logró así el gene-
ral inglés lo que apetecia, habiendo ganado la márgen derecha del Nive-
lle y los puestos y fortificaciones del enemigo, y arrojado tambien á éste
contra Bayona y sus rios.


Perdieron los aliados en estos combates unos 3.000 hombres en todo;
más los franceses, dejando en poder de aquéllos 51 cañones, 1.500 pri-
sioneros y 400 heridos que no pudieron llevarse.


Se detuvo lord Wellington en Saint-Pé dos ó tres dias, y albergóse en
casa del cura párroco, hombre de agudo ingenio y de autoridad en la tie-




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rra vasca, muy conocedor del mundo y sus tratos. Ocurrencia que re-
cordamos como origen de un suceso no desestimable en su giro y resul-
tas. Fué el caso, que complacido lord Wellington con la buena acogida
y grata conversacion del eclesiástico, conferenciaba con él en los ratos
ociosos sobre el estado del país, acabando un dia por preguntarle «qué
pensaba acerca de la llegada á la frontera de un príncipe de la casa de
Borbon, y si creia que su presencia atrajese á su bando muchos parcia-
les.» Respondió el cura «que los veinte y cinco años transcurridos des-
de la revolucion de 1789 y los portentos agolpados en el intermedio da-
ban poca esperanza de que la generacion nueva conservase memoría de
aquella estirpe. Pero (añadió) que nada se perdia en hacer la prueba,
siendo de ejecucion tan fácil.» Wellington, que probablemente revolvia
ya en su pensamiento semejante plan, trató de ponerle por obra, alenta-
do, sobre todo, con la reflexion última del eclesiástico, por lo que al efec-
to escribió á Inglaterra recomendando y apoyando la idea. No desagra-
dó ésta al gabinete de San James, consintiendo á poco que diese la vela
para España el Duque de Angulema, primogénito del Conde de Artois, á
quien llamaban Monsieur, como hermano mayor del que ya entónces era
tenido entre sus adictos por rey de Francia bajo el nombre de Luis XVIII.
Desembarcó en la costa de Guipúzcoa el de Angulema, encubierto con el
título de conde de Pradel, y acompañado del Duque de Guiche y de los
condes Etienne de Damas y d’Escars, yendo á buscarle de parto de lord
Wellington á San Sebastian el coronel Freemantle, de donde se traslada-
ron todos á San Juan de Luz, lugar á la sazon de los cuarteles ingleses.


Allí le dejarémos por ahora, guardando para más adelante el volver á
anudar el hilo de la narracion de este hecho, que casi imperceptible en
sus principios, agrandóse despues y se convirtió en más abultado.


Habiendo entre tanto las lluvias y lo crudo de la estacion hincha-
do los rios y los arroyos, y puesto intransitables los caminos, en particu-
lar los de travesía, aflojó lord Wellington en sus operaciones, y hacien-
do mansion en San Juan de Luz, forzoso le fué, para evitar sorpresas ó
repentinos ataques del ejército frances, más temible por cuanto esta-
ba más reconcentrado, establecer una línea defensiva que, empezando
en la costa á espaldas de Biarritz, se prolongaba por el camino real, vi-
niendo á parar al Nive, enfrente de Arcangues y cerca de una quinta de
M. Garat, famoso ministro de la Justicia en tiempos de la Convencion.
Proseguia.despues dicha línea lo largo de la izquierda de aquel rio por
Arrauntz, Ustaritz, Larresore y Cambo, cuyo puente habían los contra-
rios inutilizado del todo.




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Cada dia se esforzada más Wellington en mantener en sus tropas rí-
gida disciplina, siempre receloso de que la continuacion de la guerra en
país enemigo no diese márgen á que se traspasasen los límites de la obe-
diencia y buen órden, mayormente teniendo el ejército aliado que pa-
decer privaciones y acerbas penalidades, no bastando á impedirlas los
inmensos recursos de que disponia la Gran Bretaña, inciertas las arriba-
das por mar con lo invernizo de la estacion y lo bravo de aquellas cos-
tas, y lentos y nada seguros los abastecimientos por tierra, que venian á
costa de muchos dineros y desembolsos, hasta del corazon y provincias
lejanas de España, en donde el ganado lanar y vacuno llegó á tomar un
valor excesivo, arrebatándole los comisarios ingleses á cualquiera pre-
cio de los campos y mercados. Si temores tenía Wellington respecto de
sus soldados, más le asaltaban en cuanto á los nuestros, escasos de todo,
acampados al desabrigo ó bajo miserables barracones, comiendo corta
ó escatimada racion, sin vestuario apénas algunos cuerpos, destruido el
calzado de los más ó roto, muchos los enfermos, y desprovistos los hos-
pitales áun de regular ó pasadera asistencia. Consecuencia necesaria, ya
de los males que abrumaban á todos, y procedian del mismo orígen, y ya
de los que eran peculiares á los españoles, agotados sus haberes y cau-
dales con la prolongada guerra, y no ayudados por la administracion pú-
blica, nunca bien entendida en sus diversos ramos, y no mejorada aho-
ra; dolencia añeja y como endémica del suelo peninsular, á los remedios
muy rebelde y de curacion enfadosa y tarda.


Cierto que los nuestros sobrellevaban sus padecimientos con admira-
ble resignacion, sin queja ni desman notables. Mas previendo Welling-
ton cuán imposible se hacia durasen las cosas largo espacio en el mismo
ser, resolvió tornasen los españoles al país nativo por huir de futuros y
temibles daños, y tambien por no necesitar entónces de su apoyo y auxi-
lios, decidido á no llevar muy adelante la invasion comenzada, en tanto
que no abonanzase el tiempo y que no penetrasen en Francia los aliados
del Norte. Así fué que D. Manuel Freire estableció su cuartel general
en Irun, regresando á España las divisiones tercera, cuarta y sexta, y la
primera brigada de la quinta, todas del cuarto ejército, quedándose só-
lo con los ingleses la de D. Pablo Morillo, que era la primera. La segun-
da, séptima y octava, y la segunda brigada de la quinta continuaron don-
de estaban; á saber, guarneciendo á Pamplona y San Sebastian, y en los
bloqueos de Santoña y Jaca, si bien la segunda division no tardó en acer-
carse al Nivelle. Poca caballería habia pasado ántes á Francia, yéndose
lo más de ella en busca de subsistencias á Castilla, adonde igualmente




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fué destinada la sexta division, del cargo de D. Francisco Longa. Perma-
necieron las demas en las provincias fronterizas para acudir al primer
llamamiento de Wellington y cubrir sus espaldas en caso de necesidad.
Acantonóse en el valle de Baztan el ejército de reserva de Andalucía,
alejándose despues hasta Puente la Reina y pueblos inmediatos.


Aunque no tuviese lord Wellington el proyecto de extender ahora sus
incursiones, queria, sin embargo, ántes de hacer su última y mayor para-
da, cruzar el Nive y enseñorearse de parte de sus orillas. Empresa no fá-
cil, apoyado el mariscal Soult en el fortalecido y atrincherado campo de
Bayona, cuyos aproches cubrian los fuegos de aquella plaza, situada en
donde el Adour y Nive se juntan en una madre; por lo cual hizo sólo re-
solucion el general inglés de adelantar su derecha, conservando en la iz-
quierda la misma línea, y limitando sus acometidas á apoderarse de los
puntos que defendian los enemigos en el Nive superior, cuya posesion
ofrecíale más desahogo para su gente y afianzaba sus estancias.


Para alcanzar su objeto, empezó Wellington á moverse el 8 de Di-
ciembre, disponiendo que el 9 atravesase el Nive por Cambo sir R. Hi-
ll, sostenido en la maniobra por el mariscal Beresford, á cuya sexta di-
vision, del mando del general Clinton, tocó pasar aquel rio por Ustaritz.
Ambas operaciones sucedieron bien, recogiéndose los enemigos á unos
montes que corren paralelos al Adour, apoyada su derecha en Villefran-
che, de donde los arrojaron en breve los anglo-portugueses, obligándolos
á retirarse más léjos. Ayudó al buen éxito D. Pablo Morillo con la prime-
ra division española del cuarto ejército, quien pasó el mismo dia el Nive
por los vados de la Isleta y Cavarre, y se enseñoreó del cerro de Urcuray
y otros inmediatos, en los que quisieron los franceses hacerse firmes.


Por su lado favorecieron los movimientos de la derecha aliada sir
Juan Hope y el general Baron Alten, arrollando el primero á los ene-
migos en Biarritz y Anglet, y distrayéndolos el segundo y causándolos
daños por Bassussarry, á punto de tener que refugiarse en su campo la
vuelta de Marrac, palacio ahora arruinado, y teatro años ántes de los es-
cándalos referidos en su lugar.


Al siguiente dia 10, yendo sir R. Hill á proseguir sus operaciones,
suspendiólas en vista de que sus contrarios se habian tambien recogido
y metídose por aquel lado en su atrincherado y bien fortalecido campo;
y ocupó la estancia que de antemano le habia señalado lord Weliington,
descansando la derecha de dicho cuerpo de Hill hácia el Adour, su iz-
quierda en Villefranche, y parándose el centro en la calzada inmediata á
Saint Pierre. La division del general Morillo se apostó en Urcuray, y una




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brigada de dragones ligeros británicos en Hasparren, destinadas ambas
á observar y mantener en respeto al general Paris, quien, al cruzar los
aliados el Nive, habíase corrido via de Saint Palais.


Mas en la mañana del mismo dia 10 habia trocado ya de papel el
frances, convirtiéndose de acometido en acometedor. Para ello movié-
ronse todas sus tropas, ménos las que guarnecian las obras colocadas
delante del general Hill, y tomaron la vuelta de las estancias de la iz-
quierda del ejército aliado y de las de la division ligera, arrollando los
puestos avanzados y áun empezando á batir los sitios fortalecidos. Pero
el Baron Alten y sir Juan Hope repelieron todas las arremetidas, y áun
cogieron 500 prisioneros. Hacia propósito el enemigo, al intentar esta
maniobra, de poner á la derecha inglesa en la necesidad de regresar á la
izquierda del Nive, y quedarse él solo en la otra más desembarazado pa-
ra sus comunicaciones; lo cual no logró, en grave perjuicio suyo.


Ni áun aquí paró su desgracia, porque, concluida la refriega y ya
anochecido, tres batallones alemanes, uno de Francfort y dos de Nassau
Usingen, en número de 1.300 hombres, guiados por el coronel Krüsse,
bávaro de nacion y criado en Hanóver, pasaron á las banderas aliadas,
si bien con la condicion honrosa de ser trasladados á su país nativo, y
de no hacer armas contra los que acababan de pelear á su lado y ser sus
conmilitones. Fatal golpe y de nocivo ejemplo para los enemigos, causa-
dor de disturbios y desconfianza suma entre los soldados que eran fran-
ceses y los extranjeros á su servicio.


Renovaron los contrarios sus ataques en los dos dias inmediatos al
10 contra la izquierda inglesa, mas sin fruto, mostrando gallardía no-
table sir Juan Hope y los oficiales de su estado mayor, heridos todos ó
contusos.


Entónces proyectó el mariscal Soult revolver el 13 del lado de la de-
recha de los anglo-portugueses, y efectuólo dando contra ella un furi-
bundo y desapoderado acometimiento. Habíalo previsto lord Wellington,
y anticipóse á reforzar su línea por aquella parte con la sexta division
británica. Dirigieron los enemigos su principal ataque por el camino real
que va de Bayona á San Juan de Pié de Puerto, teniendo que resistir al
impetuoso choque la brigada inglesa del general Barnes y la portugue-
sa del mando de Ashworth, sostenidas por la division, tambien británi-
ca, que regía Le-Cor, la cual recobró un puesto importante, avanzando
esforzadamente por el lado izquierdo y hácia donde lidiaba, enfrente de
Villefranche, el general Pringle. Otro tanto sucedió por el derecho, en-
señoreándose de una altura y sustentándola con mucho brío las brigadas




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británica y portuguesa, que gobernaban respectivamente los generales
Bying y Buchan. Hubo otros reencuentros y choques igualmente glorio-
sos á los aliados, cuyas sólidas y macizas huestes no le fué dado rom-
per, ni siquiera descantillar, al experto mariscal frances ni á sus arroja-
das tropas.


En los cinco dias que duraron los diversos choques, tuvo de baja
el ejército combinado 5.029 hombres, casi la mitad portugueses, como
que fueron quienes llevaron el principal peso de la refriega en la últi-
ma jornada, la más mortífera y destructora. Perdieron los franceses so-
bre 6.000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros.


Desesperanzado el mariscal Soult de lograr por entónces cosa algu-
na de entidad, levantó mano y cesó en sus empresas, á pesar de acau-
dillar todavía 50.000 infantes y 6.000 caballos. Acantonóse por tanto,
manteniéndose sobre la defensiva, con su derecha en el campo atrinche-
rado en rededor de Bayona, su centro á la diestra márgen del Adour, ex-
tendiéndose hasta Por-de-Laune, en donde colocó su principal depósi-
to, y su izquierda lo largo de la derecha del Bidouse desde su junta con
el otro rio hasta Saint Palais: cubrió varios pasos de la orilla derecha de
ambas corrientes, y no descuidó las fortificaciones de San Juan de Pié
de Puerto y de Navarreins, atrincherando tambien á Das para al macen y
abrigo de los auxilios y refuerzos que le llegaban de lo interior.


Conforme á lo que ya insinuamos, tampoco Wellington insistió en ba-
tallar, dejándolo para más adelante, y afianzando sólo y con mayor ahin-
co sus atrincheramientos. Púsose, si cabe, más en vela respecto de la
disciplina; pues, internado en Francia, mal le hubiera venido que mo-
lestados y oprimidos los pueblos se hubiesen alterado y tomado parte en
la guerra, lo que en verdad deseaba el mariscal Soult, procurando por
eso que acudiese del ejército de Suchet al país vasco el general Haris-
pe, baigorriano y muy dispuesto para organizar cuerpos francos, segun
tenía acreditado en las campañas de 1793 y 1794. No dejaron sus es-
fuerzos de incomodar á los aliados, atajándoles á veces los pasos por re-
taguardia, y conteniendo las tentativas de don Francisco Espoz y Mina,
que con parte de sus tropas asomaba por aquellos valles, con amagos de
embestir la plaza de San Juan de Pié de Puerto, que aunque pequeña,
estaba bastante fortalecida ahora.


De poca importancia represéntase lo ocurrido en Cataluña por este
tiempo y hasta fines de 1813, parangonado con lo que hemos referido ya
de la parte occidental de los Pirineos. Habia Napoleon elegido para co-
ronel general de su guardia al mariscal Suchet, y agregado al ejército de




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Aragon y Valencia el de Cataluña; lo cual en realidad no alteraba subs-
tancialmente el estado de las cosas, debiendo por disposicion anterior
juntarse todas aquellas fuerzas bajo la misma mano, siempre que se ope-
rase de un modo activo. Simplificóse, sin embargo, con la nueva medi-
da la administracion, y se excusaron disputas y competencias. Retiróse
á Francia Decaen, que todavía gobernaba en Cataluña, cediendo á Su-
chet el puesto. Formaba este ejército así reunido un total que pasaba de
32.000 soldados.


Pero disminuyóse poco despues su número en no ménos que en
9.000, llamado en breve á Italia el general Severoli con su division,
compuesta de 2.000 combatientes, desarmados de súbito en Barcelona
por decreto de Napoleon 2.400 alemanes, y retirados á Francia los gen-
darmes y gente escogida, sin que se enviase tropa alguna para llenar los
huecos.


Proseguia Cataluña abrumada bajo el peso de sus cargas y no inte-
rrumpidas pérdidas y estragos, en particular Barcelona, que, asiento de
la dominacion francesa, sentia de más cerca y á la continua el daño, ha-
biendo sido como entregada al saco. Tuvieron, sin embargo, los france-
ses que traer frecuentemente auxilios de Francia para poder subsistir,
agotada la provincia, y ofreciendo obstáculos á las exacciones la irre-
conciliable enemistad y profundo ódio que abrigaban los catalanes cons-
tantemente en sus pechos contra la usurpacion extranjera; al paso que
sobrellevaban con noble desprendimiento los sacrificios y desembolsos
que pedia de su fidelidad é inalterable celo el Gobierno legítimo. No mé-
nos de 285.727.453 reales vellon (3) compútase aprontó aquella provin-
cia para el ejército nacional en los cinco años corridos desde 1809 hasta
1813, sin contar derramas y repartimientos que no ha sido dable se in-
cluyan en la suma: exorbitante, por cierto, si se atiende á lo que por su
lado arrancaron de los pueblos los invasores, y al deterioro y merma que
causaba en los productos y haberes aquella guerra tan devastadora y de
conquista, más sensibles y dolorosos en provincia de suyo tan industrio-
sa y fabril como lo es la Cataluña.


En cuanto á los reencuentros y combates que hubo en ella por es-
te tiempo, apénas los hay que sean dignos de mencionarse. No dejaron,
sin embargo, las tropas del primer ejército y los cuerpos francos y gue-


(3) Véase la Gaceta de Vich de 16 de marzo de 1814, en que se hallara inserto el es-
tado que publicó D. Joaquin de Acosta y Montealegre, tesorero del ejército y principa-
do de Cataluña.




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rrillas á él agregados, de molestar al enemigo y conseguir algunos tro-
feos, por los meses de Setiembre, Octubre, Noviembre y fines de año, en
Montalla, Sant Privat, Santa Eulalia, San Feliu de Codinas y otros lu-
gares, regidos nuestros soldados por los entónces coroneles Valencia,
Llauder, Manso y demas jefes ya conocidos y de nombre. Mandaba como
Antes este ejército D. Francisco Copons y Navia, teniendo por lo comun
sus reales en Vich. Se mantenian los anglo-sicilianos en las mismas es-
tancias; y sólo en Diciembre, queriendo el mariscal Suchet sorprender-
los en Villafranca, donde tenian sus cuarteles, retiráronse advertidos á
tiempo, yendo la division española del general Sarsfield, que los acom-
pañaba, camino de la izquierda, y ellos más de dos leguas atras la vuelta
de Arbós, para mejorar de puesto y reconcentrar todas sus fuerzas. Tornó
Suchet, burlado en sus esperanzas, á las orillas del Llobregat y á la capi-
tal del principado, en cuya ciudad residia de ordinario ahora.


Por esta parte oriental de España tampoco levantaba mano el segun-
do ejército, bajo la guía de D. Francisco Javier Elío, en los bloqueos de
las plazas y castillos que se encomendaron á su cuidado, con la dicha
de que se fuesen tomando algunos. Así sucedió con el de Morella, que
se entregó el 22 de Octubre al ayudante de estado mayor D. Francisco
del Rey, quedando prisioneros 100 hombres que la guarnecian con su
comandante Boissomacs. Vinieron tambien el 6 de Diciembre á partido
otros tantos que defendian á Denia, y mandaba el jefe del batallon Bin,
quien pactó la rendicion con D. Diego Entrena, que dirigia el asedio.


Al mismo compas y de tan buena medida para España íbanse arre-
glando las cosas de Alemania y de todo el Septentrion. Allí, comenza-
das de nuevo las hostilidades, y unida el Austria á la coalicion europea,
segun dijimos, llovieron sobre la Francia infortunios y tremendas desdi-
chas, siendo para sus ejércitos de mortal ruina é indecible fracaso la de-
rrota que padecieron sus huestes en Leipsick durante los dias 16, 17, 18
y 19 de Octubre, de cuyas resultas casi solo Napoleon, y sin aliados, re-
pasó el Rin con los remanentes de sus destrozadas tropas, y regresó á
París el 8 de Noviembre, desgajándose así, y una á una ó muchas á la
vez, las ramas del excelso y robusto árbol de su poco ántes encumbrada
dominacion, cuyo tronco mismo iba luégo á sentir los pesados golpes de
dura, cortante y desapiadada hacha enemiga.