Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
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LIBRO NOVENO.


CONDUCTA DE LA CENTRAL DESPUES DE LA ROTA DE MEDELLIN.— SU DECRETO DE 18
DE ABRIL.— IDEAS AÑEJAS DE ALGUNOS DE SUS INDIVIDUOS.— REPRUÉBALAS EL GO-
BIERNO INGLÉS.— FUERZA QUE ADQUIERE EL PARTIDO DE JOVELLANOS.— PROPO-
SICION DE CALVO DE ROZAS PARA CONVOCAR Á CÓRTES, 15 DE ABRIL.— ENSAN-
CHE QUE SE DA Á LA IMPRENTA.— SEMANARIO PATRIÓTICO.— DESCONTENTOS CON
LA JUNTA.— INFANTADO.— DON FRANCISCO PALAFOX.— MONTIJO.— ALBORO-
TO QUE PROMUEVE EL ÚLTIMO EN GRANADA, REPRIMIDO.— DISCÚTESE EN LA JUN-
TA CONVOCAR Á CÓRTES.— DECÍDESE CONVOCAR LAS CÓRTES.— DECRETO DE 22
DE MAYO.— EFECTO QUE PRODUCE EN LA OPINION.— RESTABLECIMIENTO DE TODOS
LOS CONSEJOS EN UNO SOLO.— OPERACIONES DE LOS EJÉRCITOS.— ARAGON.— RÍN-
DESE JACA Á LOS FRANCESES.— EL P. CONSOLACION.— PÉRDIDA DE MONZON.—
SON RECHAZADOS LOS FRANCESES EN MEQUINENZA.— MOLINA.— PASA EL QUIN-
TO CUERPO DE ARAGON Á CASTILLA.— SUCEDE Á JUNOT SUCHET EN EL MANDO DE
ARAGON.— FORMACION DEL SEGUNDO EJÉRCITO ESPAÑOL DE LA DERECHA.— MÁN-
DALE BLAKE.— REINO DE VALENCIA.— REUNE BLAKE EL MANDO DE TODA LA CO-
RONA DE ARAGON.— MUÉVESE BLAKE.— CONMOCIONES EN ARAGON.— ALBEL-
DA.— TAMARITE.— ABANDONAN LOS FRANCESES Á MONZON.— EN VANO INTENTAN
RECOBRARLE.— RÍNDENSE 600 FRANCESES.— ENTRA BLAKE EN ALCAÑIZ.— VA
SUCHET Á SU ENCUENTRO.— BATALLA DE ALCAÑIZ.— RETÍRASE SUCHET Á ZARA-
GOZA.— SITUACION CRITICA DE SUCHET.— PARTIDARIOS.— ADELÁNTASE BLAKE Á
ZARAGOZA.— BATALLA DE MARÍA.— RETIRASE BLAKE Á BOTORRITA.— RETÍRA-
SE DE BOTORRITA.— BATALLA DE BELCHITE.— RESULTAS DESASTRADAS DE LA BA-
TALLA.— PASA BLAKE Á CATALUÑA.— CONSPIRACION DE BARCELONA.— SUPLICIO
DE ALGUNOS PATRIOTAS.— SUCESOS DEL MEDIODIA DE ESPAÑA.— MARISCAL VIC-
TOR.— PATRIOTISMO DE EXTREMADURA.— INACCION DE VICTOR.— PASA LAPISSE
DE TIERRA DE SALAMANCA Á EXTREMADURA.— ENTRA EN ALCÁNTARA.— UNENSE
LAPISSE Y VICTOR.— MARCHAN CONTRA PORTUGAL.— DESISTEN DE SU INTENTO.—
MUÉVESE CUESTA.— PARTIDARIOS DE EXTREMADURA Y TOLEDO.— VUELAN LOS
FRANCESES EL PUENTE DE ALCÁNTARA.— EJÉRCITO DE LA MANCHA.— VA Á SU EN-
CUENTRO, SIN FRUTO, JOSÉ BONAPARTE.— CAMPAÑA DE TALAVERA.— FUERZAS
QUE TOMARON PARTE EN ELLA.— MARCHA WELLESLEY Á EXTREMADURA.— PLA-
NES DIVERSOS DE LOS FRANCESES.— SITUACION DE SOULT.— CUESTA EN LAS CASAS
DEL PUERTO.— AVÍSTASE ALLÍ CON ÉL WELLESLEY.— PLAN QUE ADOPTAN.— ME-




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DIDAS QUE HABIA TOMADO LA CENTRAL.— MARCHA ADELANTE EL EJÉRCITO ALIA-
DO.— PROPONE WELLESLEY Á CUESTA ATACAR.— REHÚSALO EL GENERAL ESPA-
ÑOL.— INCOMÓDASE WELLESLEY.— AVANZA SOLO CUESTA.— RECONCÉNTRANSE
LOS FRANCESES.— AVANZA WILSON Á NAVALCARNERO.— PELIGRO QUE CORRE EL
EJÉRCITO DE CUESTA.— BATALLA DE TALAVERA, 27 Y 28 DE JULIO.— SEVERIDAD
DE CUESTA.— RECOMPENSAS QUE DA LA JUNTA CENTRAL Y EL GOBIERNO INGLÉS.—
RETÍRANSE LOS FRANCESES Á DIVERSOS PUNTOS.— NO SIGUE WELLINGTON EL ALCAN-
CE.— MOTIVOS DE ELLO.— LLEGA SOULT Á EXTREMADURA.— VA WELLINGTON Á
SU ENCUENTRO.— TROPAS QUE SE AGOLPAN AL VALLE DEL TAJO.— CUESTA SE RETI-
RA DE TALAVERA.— EL EJÉRCITO ALIADO SE PONE EN LA ORILLA IZQUIERDA DEL TA-
JO.— PASO DEL PUENTE DEL ARZOBISPO POR LOS FRANCESES.— DEJA CUESTA EL
MANDO.— SUCÉDELE EGUIA.— NUEVAS DISPOSICIONES DE LOS FRANCESES.— EN-
CUÉNTRANSE WILSON Y NEY EN EL PUERTO DE BAÑOS.— EXTORSIONES DEL EJÉRCITO
DE SOULT.— MUERTE VIOLENTA DEL OBISPO DE CORIA.— EJÉRCITO DE VENÉGAS.—
SU MARCHA.— NÓMBRALE LA JUNTA CAPITAN GENERAL DE CASTILLA LA NUEVA.—
SU INCERTIDUMBRE.— DEFIENDE EL PASO DEL TAJO EN ARANJUEZ.— BATALLA DE
ALMONACID.— RETIRADA DEL EJÉRCITO ESPAÑOL.— SU DISPERSION.— CONTESTA-
CIONES CON LOS INGLESES SOBRE SUBSISTENCIAS.— LLEGADA Á ESPAÑA DEL MAR-
QUÉS DE WELLESLEY.— PLAN DE SUBSISTENCIAS.— CONDUCTA Y TROPELÍAS DEL GO-
BIERNO DE JOSÉ.— OPINION DE MADRID.— JÚBILO QUE ALLÍ HUBO EL DIA DE SANTA
ANA.— NUEVOS DECRETOS DE JOSÉ.— MEDIDAS ECONÓMICAS.— PLATA DE PARTI-
CULARES.— DEL PALACIO.— DE IGLESIAS.— MR. NAPIER.— CÉDULAS HIPOTECA-
RIAS.— CÉDULAS DE INDEMNIZACION Y RECOMPENSA.— OTROS DECRETOS.


El querer llevar á término en el libro anterior la evacuacion de Ga-
licia y Astúrias nos obligó á no detenernos en nuestra narracion hasta
tocar con los sucesos de aquellas provincias en el mes de Agosto. Vol-
verémos ahora atras para contar otros no ménos importantes que acae-
cieron en el centro del Gobierno supremo y demas partes.


La rota de Medellin, sobre el destrozo del ejército, habia causado en
el pueblo de Sevilla mortales angustias, por la siniestra voz esparcida de
que la Junta Central se iba á Cádiz para de allí trasladarse á América.
Semejante nueva sólo tuvo orígen en los temores de la muchedumbre y
en indiscretas expresiones de individuos de la Central. Mas de éstos, los
que eran de temple sereno y se hallaban resueltos á perecer ántes que
á abandonar el territorio peninsular aquietaron á sus compañeros y pro-
pusieron un decreto, publicado en 18 de Abril, en el cual se declara-
ba que «nunca mudaria (la Junta) su residencia, sino cuando el lugar de
ella estuviese en peligro, ó alguna razon de pública utilidad lo exigie-




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se.» Correspondió este decreto al buen ánimo que habia la Junta mostra-
do al recibir la noticia de la pérdida de aquella batalla, y á las contesta-
ciones que por este tiempo dió á Sotelo, y que ya quedan referidas. Así
puede con verdad decirse que desde entonces hasta despues de la jorna-
da de Talavera fué cuando obró aquel cuerpo con más dignidad y acier-
to en su gobernacion.


Antes algunos individuos suyos, si bien noveles repúblicos é hijos de
la insurreccion, continuaban tan apegados al estado de cosas de los rei-
nados anteriores, que áun faltándoles ya el arrimo del Conde de Flori-
dablanca, á duras penas se conseguia separarlos de la senda que aquél
habia trazado; presentando obstáculos á cualquiera medida enérgica, y
señaladamente á todas las que se dirigian á la convocacion de Córtes,
ó á desatar algunas de las muchas trabas de la imprenta. Apareció tan
grande su obstinacion, que no sólo provocó murmuraciones y desvío en
la gente ilustrada, segun en su lugar se apuntó, sino que tambien se dis-
gustaron todas las clases; y hasta el mismo gobierno inglés, temeroso de
que se ahogase el entusiasmo público, insinuó en una nota de 20 de Ju-
lio de 1809 que (1) «si se atreviera á criticar (son sus palabras) cual-
quiera de las cosas que se habian hecho en España, tal vez manifestaria
sus dudas..... de si no habia habido algun recelo de soltar el freno..... á
toda la energía del pueblo contra el enemigo.»


Tan universales clamores, y los desastres, principal aunque costo-
so despertador de malos ó poco advertidos gobiernos, hicieron abrir los
ojos, ciertos centrales, y dieron mayor fuerza é influjo al partido de Jo-
vellanos, el más sensato y distinguido de los que dividian á la Junta, y
al cual se unió el de Calvo de Rozas, menor en número, pero más enér-
gico é igualmente inclinado á fomentar y sostener convenientes refor-
mas. Ya dijimos cómo Jovellanos fué quien primero propuso, en Aran-
juez, llamar á Córtes, y tambien cómo se difirió para más adelante tratar
aquella cuestion. En vano, con los reveses, se intentó despues renovar-
la, esquivándola asimismo, miéntras vivió, el presidente Conde de Flo-
ridablanca, á punto que, no contento con hacer borrar el nombre de Cór-
tes, que se hallaba inserto en el primer manifiesto de la Central, rehusó
firmar éste, áun quitada aquella palabra, enojado con la expresion sus-
tituida de que se restablecerian «las leyes fundamentales de la monar-


(1) Nota pasada por Mr. Canning, ministro de Relaciones exteriores de S. M. B., á D.
Martin de Garay, secretario de Estado y de la Junta, fecha en Lóndres, á 20 de Julio de
1809. (Véase el Manifiesto de la Junta Central, ramo diplomático, documento núm. 141.)




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quía.» Rasgo que pinta lo aferrado que estaba en sus máximas el anti-
guo ministro.


Ahora, muerto el Conde y algun tanto ablandados los partidarios de
sus doctrinas, osó Calvo de Rozas proponer de nuevo, en 15 de Abril, el
que se convocase la nacion á Córtes. Hubo vocales que todavía anduvie-
ron reacios; mas estando la mayoría en favor de la proposicion, fué ésta
admitida á exámen; debiendo ántes discutirse en las diversas secciones
en que para preparar sus trabajos se distribuia la Junta.


Por el mismo tiempo dióse algun ensanche á la imprenta, y se per-
mitió la continuacion del periódico intitulado Semanario patriótico, obra
empezada en Madrid por D. Manuel Quintana, y que los contratiempos
militares habian interrumpido. Tomáronla en la actualidad á su cargo D.
I. Antillon y D. J. Blanco, mereciendo este hecho particular mencion por
el influjo que ejerció en la opinion aquel periódico, y por haberse trata-
do en él con toda libertad, y por primera vez en España, graves y diver-
sas materias políticas.


Mudado y mejorado así el rumbo de la Junta, aviváronse las esperan-
zas de los que deseaban unir á la defensa de la patria el establecimiento
de buenas instituciones, y se reprimieron aviesas miras de descontentos
y perturbadores. Contábanse entre los últimos muchos que estaban en
opuestos sentidos, divisándose, al par de individuos del Consejo, otros
de las juntas, y amigos de la Inquisicion al lado de los que lo eran de la
libertad de imprenta. Desabrido, por lo ménos, se mostró el Duque del
Infantado, no olvidando la preferencia que se daba á Venégas, rival suyo
desde la jornada de Uclés. Creíase que no ignoraba los manejos y ama-
ños en que ya entónces andaban D. Francisco de Palafox y el Conde del
Montijo, persuadido el primero de que bastaba su nombre para gobernar
el reino, y arrastrado el segundo de su índole inquieta y desasosegada.


Centellearon chispas de conjuracion en Granada, adonde el de Mon-
tijo, teniendo parciales, habia acudido para enseñorearse de la ciudad.
Acompañóle en su viaje el general inglés Doyle; y el Conde, atizador
siempre oculto de asonadas, movió el 16 de Abril un alboroto, en que
corrieron las autoridades inminente peligro. La pérdida de éstas hubie-
ra sido cierta, si el del Montijo al llegar al lance no desmayara, segun
su costumbre, temiendo ponerse á la cabeza de un regimiento ganado en
favor suyo y de la plebe amotinada. La junta provincial, habiendo vuel-
to del sobresalto, recobró su ascendiente y prendió á los principales ins-
tigadores. Mal lo hubiera pasado su encubierto jefe, si, á ruegos de Doy
le, á quien escudaba el nombre de inglés, no se le hubiera soltado con




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tal que se alejára de la ciudad. Pasó el Conde á Sanlúcar de Barrameda,
y no renunció ni á sus enredos ni á sus tramas. Pero con el malogro de
la urdida en Granada desvaneciéronse por entónces las esperanzas de
los enemigos de la Central, conteniéndolos también la voz pública, que
pendiente de la convocacion de Córtes y temerosa de desuniones, que-
ria más bien apoyar al Gobierno supremo, en medio de sus defectos, que
dar pábulo á la ambicion de unos cuantos, cuyo verdadero objeto no era
el procomunal.


Miéntras tanto, examinada en las diversas secciones de la Junta la
proposicion de Calvo de llamar á Córtes, pasóse á deliberar sobre ella
en junta plena. Suscitáronse en su seno opiniones varias, siendo de no-
tar que los individuos que habia en aquel cuerpo más respetables por su
riqueza, por sus luces y anteriores servicios sostuvieron con ahinco la
proposicion. De su número fueron el presidente Marqués de Astorga, el
bailío D. Antonio Valdés, D. Gaspar de Jovellanos, D. Martin de Garay y
el Marqués de Camposagrado. Alabóse mucho el voto del último por su
concision y firmeza; explayó Jovellanos el suyo con la erudicion y elo-
cuencia que le eran propias; mas excedió á todos en libertad y en el en-
sanche que queria dar á la convocatoria de Cortes el bailío Valdés, asen-
tando que, salvo la religion católica y la conservacion de la corona en las
sienes de Fernando VII, no deberian dejar aquéllas institucion alguna ni
ramo sin reformar, por estar todos viciados y corrompidos. Dictámenes
que prueban hasta qué punto ya entónces reinaba la opinion de la nece-
sidad y conveniencia de juntar Córtes entre las personas señaladas por
su capacidad, cordura y áun aversion á excesos populares. Aparecieron
como contrarios á la proposicion don José García de la Torre, D. Sebas-
tian Jócano, don Rodrigo Riquelme y D. Francisco Javier Caro. Aboga-
do el primero de Toledo, magistrados los otros dos de poco crédito por
su saber, y el último mero licenciado de la universidad de Salamanca,
no parecia que tuviesen mucho que temer de las Córtes ni de las refor-
mas que resultasen, y sin embargo, se oponian á su reunion, al paso que
la apoyaban los hombres de mayor valía y que pudieran con más razon
mostrarse más asombradizos. A pesar de los encontrados dictámenes, se
aprobó por la gran mayoría de la Junta la proposicion de Calvo, y se tra-
tó luégo de extender el decreto.


Al principio presentóse una minuta arreglada al voto del bailío Val-
dés; mas conceptuando que sus expresiones eran harto libres, y áun pe-
ligrosas en las circunstancias, y alegando de fuera y por su parte el mi-
nistro inglés Frere razones de conveniencia política, varióse el primer




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texto, acordando en su lugar otro decreto, que se publicó con fecha de
22 de Mayo (2), y en el que se limitaba la Junta á anunciar «el restable-
cimiento de la representacion legal y conocida de la monarquía en sus


(2) SEVILLA.— Real decreto de S. M.— El pueblo español debe salir de esta sangrien-
ta lucha con la certeza de dejar á su posteridad una herencia de prosperidad y de gloria,
digna de sus prodigiosos esfuerzos y de la sangre que vierte. Nunca la Junta Suprema ha
perdido de vista este objeto, que en medio de la agitacion continua causada por los suce-
sos de la guerra, ha sido siempre su principal deseo. Las ventajas del enemigo, debidas
ménos á su valor que á la superioridad de su número, llamaban exclusivamente la aten-
cion del Gobierno; pero al mismo tiempo hacian más amarga y vehemente la reflexion de
que los desastres que la nacion padece han nacido únicamente de haber caido en olvi-
do aquellas saludables instituciones, que en tiempos más felices hicieron la prosperidad
y la fuerza del Estado.


La ambicion usurpadora de los unos, el abandono indolente de los otros las fueron re-
duciendo á la nada, y la Junta, desde el momento de su instalacion, se constituyó solem-
nemente en la obligacion de restablecerlas. Llegó ya el tiempo de aplicar la mano á es-
ta grande obra, y de meditar las reformas que deben hacerse en nuestra administracion,
asegurándolas en las leyes fundamentales de la monarquia, que solas pueden consolidar-
las, y oyendo para el acierto, como ya se anunció al público, á los sabios que quieran ex-
ponerla sus opiniones.


Queriendo, pues, el Rey, nuestro señor, D. Fernando VII, y en su real nombre la Jun-
ta suprema gubernativa del reino, que la nacion española aparezca á los ojos del mundo
con la dignidad debida á sus heroicos esfuerzos; resuelta á que los derechos y prerogati-
vas de los ciudadanos se vean libres de nuevos atentados, y á que las fuentes de la feli-
cidad pública, quitados los estorbos que hasta ahora las han obstruido, corran libremen-
te luégo que cese la guerra, y reparen cuanto la arbitrariedad inveterada ha agostado y la
devastacion presente ha destruido, ha decretado lo que sigue:


1.º Que se restablezca la represantacion legal y conocida de la monarquia en sus an-
tiguas Córtes. Convocándose las primeras en todo el año próximo, ó ántes si las circuns-
tancias lo permitieren.


2.º Que la Junta se ocupe al instante del modo, número y clase con que, atendidas las
circunstancias del tiempo presente, se ha de verificar la concurrencia de las diputados á
esta augusta asamblea; á cuyo fin nombrará una comision de cinco vocales, que con toda
la atencion y diligencia que este eran negocio requiere, reconozcan y preparen todos los
trabajos y planes, los cuales, examinados y aprobados por la Junta, han de servir para la
convocacion y formacion de las primeras Córtes.


3.º Que ademas de este puto, que por su urgencia llama el primer cuidado, extienda
la junta sus investigaciones á los objetos siguientes, para irlos proponiendo sucesivamen-
te á la nacion junta en Córtes.— Medios y recursos para sostener la santa guerra en que
con la mayor justicia se halla empeñada la nacion, hasta conseguir el glorioso fin que se
ha propuesto.— Medios de asegurar la observancia de las leyes fundamentales del rei-
no.— Medios de mejorar nuestra legislacion, desterrando los abusos introducidos y faci-
litando su perfeccion.— Recaudacion, administracion y distribucion de las rentas del Es-
tado.— Reformas necesarias en el sistema de instruccion y educacion publica.— Modo
de arreglar y sostener un ejército permanente en tiempo de paz y de guerra, conformándo-




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antiguas Córtes, convocándose las primeras en el año próximo, ó ántes
si las circunstancias lo permitiesen.» Decreto tardío y vago, pero primer
fundamento del edificio de libertad, que empezaron después á levantar
las Córtes congregadas en Cádiz.


Disponíase tambien, por uno de sus artículos, que una comision de
cinco vocales de la Junta se ocupase en reconocer y preparar los traba-
jos necesarios para el modo de convocar y formar las primeras Córtes,
debiéndose, ademas, consultar acerca de ello á várias corporaciones y
personas entendidas en la materia.


El no determinarse dia fijo para la convocacion, el adoptar el lento y
trillado camino de las consultas, y el haber sido nombrados para la co-
mision indicada, con los Sres. Arzobispos de Laodicea, Castanedo y Jo-
vellanos, los Sres. Riquelme y Caro, enemigos de la resolucion, excitó
la sospecha de que el decreto promulgado no era sino engañoso señuelo
para atraer y alucinar; por lo que su publicacion no produjo en favor de
la Central todo el fruto que era de esperarse.


Poco despues disgustó, igualmente, el restablecimiento de todos los
Consejos; á sus adversarios por juzgar aquellos cuerpos, particularmen-
te al de Castilla, opuestos á toda variacion ó mejora; á sus amigos, por el
modo como se restablecieron. Segun decreto de 3 de Marzo, debia insta-
larse de nuevo el Consejo Real y supremo de Castilla, resumiéndose en
él todas las facultades que, tanto por lo respectivo á España como por lo
tocante á Indias, habian ejercido hasta aquel tiempo los demas Conse-
jos. Por entónces se suspendió el cumplimiento de este decreto, y sólo
en 25 de Junio se mandó llevar á debido efecto. La reunion y confusion
de todo los Consejos en uno solo fué lo que incomodó á sus individuos y
parciales, y la Junta no tardó en sentir de cuán poco le servia dar vida y
halagar á enemigo tan declarado.


A pesar de esta alternativa de várias, y al parecer encontradas, pro-
videncias, la Junta Central, repetimos, se sostuvo desde el Abril hasta el


se con las obligaciones y rentas del Estado.— Modo de conservar una marina proporcio-
nada á las mismas.— Parte que deban tener las Américas en juntas de Córtes.


4.º Para reunir las luces necesarias á tan importantes discusiones, la Junta consulta-
rá los Consejos, juntas superiores de las provincias, tribunales, ayuntamientos, cabildos,
obispos y universidades, y oirá á los sabios y personas ilustradas.


5.º Que este decreto se imprima, publique y circule con las formalidades de estilo,
para que llegue á noticia de toda la nacion.


Tendréislo entendido y dispondréis lo conveniente para su cumplimiento.— El Mar-
qués de Astorga, presidente.— Real alcázar de Sevilla, 22 de mayo de 1809.— A. D. Mar-
tin de Garay.




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Agosto de 1809 con más séquito y aplauso que nunca, á lo que tambien
contribuyó, no sólo haber sido evacuadas algunas provincias del Nor-
te sino el ver que despues de las desgracias ocurridas, se levantaban de
nuevo y con presteza ejércitos en Aragon, Extremadura y otras partes.


Rendida Zaragoza, cayó por algun tiempo en desmayo el primero de
aquellos reinos. Conociéronlo los franceses, y para no desaprovechar tan
buena oportunidad, trataron de apoderarse de las plazas y puntos impor-
tantes que todavía no ocupaban. De los dos cuerpos suyos que estuvie-
ron presentes al sitio de Zaragoza, se destinó el quinto á aquel objeto,
permaneciendo el tercero en la ciudad, cuyos escombros áun ponian es-
panto al vencedor. Hubieran querido los enemigos enseñorearse de una
vez de Jaca, Monzón, Benasque y Mequinenza. Mas, á pesar de su cona-
to, no se hicieron dueños sino de las dos primeras Plazas, aprovechán-
dose de la flaqueza de las fortificaciones y falta de recursos, y emplean-
do otros medios ademas de la fuerza.


Salió para Jaca el ayudante Fabre, del estado mayor, llevando consigo
el regimiento 34 y un auxiliar de nuevo género, que desdecia del pensar
y costumbres de los militares franceses. Era éste un fraile agustino, de
nombre Fr. José de la Consolacion, misionero, tenido en la tierra en gran
predicamento, mas de aquellos cuyo traslado con tanta maestría nos ha
delineado el festivo y satírico P. Isla. El 8 de Marzo entró el Fr. José en la
plaza, y la elocuencia que ántes empleaba, si bien con poca mesura, por
lo ménos en respetables objetos, sirvióle ahora para pregonar su mision
en favor de los enemigos de la patria, no siendo aquélla la sola ocasion
en que los franceses se valieron de frailes y de medios análogos á los que
reprendian en los españoles. Convocó á junta el padre Consolacion á las
autoridades y á otros religiosos y saliéndole vanas por esta vez sus predi-
caciones, fomentó en secreto, ayudado de algunos, la desercion, la cual
creció en tanto grado, que no quedando dentro sino poquísimos soldados,
tuvo el 21 que rendirse el teniente-rey D. Francisco Campos, que hacia
de gobernador. Aunque no fuese Jaca plaza de grande importancia por su
fortaleza, éralo por su situacion que impedia comunicarse con Francia.
Desacreditóse en Aragon el fraile misionero, prevaleciendo sobre el fana-
tismo el ódio á la dominacion extranjera.


Perdióse Monzon á principios de Marzo. Habia el 1.º del mes llegado
á sus muros el Marqués de Lazan, procedente de Cataluña, y acompaña-
do de la division de que hablamos anteriormente. Adelantóse á la sierra
de Alcubierre, hasta que sabedor de la rendicion de Zaragoza y de que
los franceses se acercaban, retrocedió al cuarto dia. Don Felipe Pere-




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na, á quien habia dejado en Beabegal, tampoco tardó en retirarse á Mon-
zon, en donde luégo apareció con su brigada el general Girard. Informa-
do Lazan de que el frances traia respetable fuerza, caminó la vuelta de
Tortosa, y viéndose solo el Gobernador de Monzon, D. Rafael de Anseá-
tegui, desamparó con toda su gente el castillo, evacuando igualmente, la
villa los vecinos.


No salieron los franceses tan lucidos en otras empresas que en Ara-
gon intentaron, á pesar del abatimiento que habia sobrecogido á sus ha-
bitantes. El mariscal Mortier, jefe, como sabe el lector, del quinto cuer-
po, quiso apoderarse en persona y de rebate de Mequinenza, villa sólo
amparada de un muro antiguo y de un mal castillo, pero de alguna im-
portancia, por ser llave hácia aquella parte del Ebro, y tener su asiento
en donde este rio y el Segre se juntan en una madre. Tres tentativas hi-
cieron en Marzo los enemigos contra la villa; en todas ellas fueron repe-
lidos, auxiliando á los de Mequinenza los vecinos de la Granja, pueblo
catalan no muy distante.


Extendiéronse, igualmente, los franceses via de Valencia hasta Mo-
rella, de donde exigidas algunas contribuciones, se replegaron á Alca-
ñiz. Por el mediodía de Aragon se enderezaron á Molina enojados del
brío que mostraban los naturales, quienes, bajo la buena guía de su jun-
ta habian atacado el 22 de Marzo, y ahuyentado en Truecha, 300 infan-
tes y caballos de los contrarios. Por ello, y por verse así cortada la co-
municacion entre Madrid y Zaragoza, dirigiéronse los últimos en gran
número contra Molina, de lo que advertida su junta, se recogió á cinco
leguas, en las sierras del señorío. Todos los vecinos desampararon la vi-
lla, cuyo casco ocuparon los franceses, mas sólo por pocos dias.


Napoleon, en tanto, creyendo que los aragoneses estaban someti-
dos con la caida de Zaragoza; é importándole acudir á Castilla, á fin de
proseguir las operaciones contra los ingleses, determinó que el quinto
cuerpo marchase, á últimos de Abril, del lado de Valladolid, poniéndo-
le despues, así como al segundo y sexto, segun ya se dijo, bajo el mando
supremo del mariscal Soult.


Quedó, por consiguiente, para guardar á Aragon sólo el tercer cuer-
po, regido por el general Junot, quien permaneció allí corto tiempo, ha-
biendo caido enfermo y no juzgándosele capaz de gobernar por sí país
tan desordenado y poco seguro. Sucedióle Suchet, que estaba al fren-
te de una de las divisiones del quinto cuerpo, y dejando dicho general á
Mortier en Castilla, volvió á Zaragoza y se encargó del mando de la pro-
vincia y del tercer cuerpo, cuya fuerza se hallaba reducida, con las pér-




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didas experimentadas en el sitio de aquella ciudad y con las enferme-
dades, notándose, ademas, en sus filas muy menguada la virtud militar.
Llegó el 19 de Marzo á Zaragoza el general Suchet, con la esperanza de
que tendria suficiente espacio para restablecer el órden y la disciplina
sin ser incomodado por los españoles.


Mas engañóse, habiendo la Junta Central acordado, con laudable
prevision, medidas de que luégo se empezó á recoger el fruto. Debe mi-
rarse como la más principal la de haber ordenado á mediados de Abril
la formacion de un segundo ejército de la derecha, que se denominaria
de Aragon y Valencia, y cuyo objeto fuese cubrir las entradas de la últi-
ma provincia é incomodar á los franceses en la otra. Confióse el mando á
D. Joaquin Blake, que se hallaba en Tortosa, habiéndole la Central poco
ántes enviado á Cataluña, bajo las órdenes de Reding, quien, á su arri-
bo, le destinó á aquella plaza, para mandar la division de Lazan, acuar-
telada en su recinto. El nuevo ejército debia componerse de esta misma
division, que constaba de 4 á 5.000 hombres, y de las fuerzas que apron-
tase Valencia.


Rica y populosa esta provincia, hubiera, en verdad, podido coadyu-
var grandemente á aquel objeto, si reyertas interiores no hubieran, en
parte, inutilizado los impulsos de su patriotismo. Habíase su territo-
rio mantenido libre de enemigos desde el Junio del año anterior. Con-
tinuaba á su frente la primera junta, que era sobrado turbulenta, y per-
maneció mucho tiempo mandando como capitan general el Conde de
la Conquista, hombre no muy entusiasmado por la causa nacional, que
consideraba perdida. En Diciembre de 1808 se recogió allí desde Cuen-
ca, hasta donde habia acompañado al ejército del centro D. José Caro, y
con él una corta division. Luégo que llegó éste á Valencia fué nombra-
do segundo cabo, y prontamente se aumentaron los piques y sinsabo-
res, queriendo el D. José reemplazar en el mando al de la Conquista. No
cortó la discordia el Baron de Sabasona, individuo de la Central, envia-
do á aquel reino en calidad de comisario; buen patricio, pero ignorante,
terco y de fastidiosa arrogancia, no era propio para conciliar voluntades
desunidas ni para imponer el debido respeto. Anduvieron, pues, sueltas
mezquinas pasiones, hasta que por fin, en Abril de 1809, consiguió Caro
su objeto, sin que por eso se ahogase, conforme despues verémos, la se-
milla de enredos, echada en aquel suelo por hombres inquietos. Así fué
que Valencia, á pesar de sus muchos y variados recursos, y de tener cer-
ca á Murcia, libre tambien de enemigos, y sujeta en lo militar á la mis-
ma capitanía general, no ayudó, por de pronto, á Blake con otra fuerza




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que la de ocho batallones apostados en Morella á las órdenes de D. Pe-
dro Roca.


Con éstos, y la division mencionada de Lazan, empezó á formar D.
Joaquin Blake el segundo ejército de la derecha. Entónces sólo trató de
disciplinarlos, contentándose con establecer una línea de comunicacion
sobre el rio Algas y otra del lado de Morella. Mas poco después, anima-
do con que la Central hubiese añadido á su mando el de Cataluña, va-
cante por muerte de Reding, y sabedor de que la fuerza francesa en Ara-
gon se habia reducido á la del tercer cuerpo, como tambien que muchos
de aquellos moradores se movian, resolvió obrar ántes de lo que pensa-
ba, saliendo de Tortosa el 7 de Mayo. Manifestáronse los primeros sínto-
mas de levantamiento hácia Monzon. Sirvieron de estímulo las vejacio-
nes y tropelías que cometian en Barbastro y orillas del Cinca las tropas
del general Habert. Dió la señal en principios de Mayo la villa de Albel-
da, negándose á pagar las contribuciones y repartimientos que le habian
impuesto. Enviaron los franceses gente para castigar tal osadía; mas pro-
tegidas los habitantes por 700 hombres que de Lérida envió el goberna-
dor D. José Casimiro Lavalle, á las órdenes de los coroneles D. Felipe
Perena y D. Juan Baget, no sólo se libertaron del azote que los amaga-
ba, sino que tambien consiguieron escarmentar en Tamarite á los ene-
migos, cuyo número se retiró á Barbastro, quedando unos 200 en Mon-
zon. Alentados con el suceso los naturales de esta villa, y cansados del
yugo extranjero, levantáronse contra sus opresores y los obligaron á re-
tirarse de sus hogares.


Necesario era que los franceses vengasen tamaña afrenta. Dirigie-
ron, pues, crecida fuerza lo largo de la derecha del Cinca, y el 16 cru-
zaron este rio por el vado y barca del Pomar. Atacaron á Monzon, que
guarnecia, con un reducido batallon y un tercio de miqueletes, D. Feli-
pe Perena; creian ya los enemigos seguro el triunfo, cuando fueron repe-
lidos y áun desalojados del lugar del Pueyo. Insistieron al dia siguiente
en su propósito, y hasta penetraron en las calles de Monzon; pero acu-
diendo á tiempo, desde Fonz, D. Juan Baget, tuvieron que retirarse con
pérdida considerable. Escarmentados de este modo, pidieron socorro á
Barbastro, de donde salieron con presteza en su ayuda 2.000 hombres.
Desgraciadamente para ellos, el Cinca, hinchándose con las avenidas,
salió de madre y les impidió vadear sus aguas. Separados por este inci-
dente, y sin poder comunicarse los franceses de ambas orillas, conocie-
ron su peligro los que ocupaban la izquierda, y para evitarle corrieron
hacia Albalate, en busca del puente de Fraga. Habia ántes previsto su




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movimiento el gobernador español de Lérida, y se encontraron con que
aquel paso estaba ya atajado. Revolvieron entonces sobre Fonz y Estadi-
lla, queriendo repasar el Cinca del lado de las montañas situadas en la
confluencia del Esera. Hostigados allí por todos lados, faltos de recursos
y sin poder recibir auxilio de sus compañeros de la márgen derecha, tu-
vieron que rendirse éstos, que en vano habian recorrido toda la izquier-
da, entregándose prisioneros el 21 de Mayo á los jefes Perena y Baget,
en número de unos 600 hombres. Encendióse más y más, con hecho tan
glorioso, la insurreccion del paisanaje, y fué estimulado Blake á acele-
rar sus movimientos.


Ya este general, después de su salida de Tortosa, se habia aproxi-
mado á la division francesa que en Alcañiz y sus alrededores manda-
ba el general Laval, obligándole á evacuar aquella ciudad el 18 del
mes de Mayo. Los enemigos todavía no tenian por allí numerosa fuer-
za, pues dicha division no permanecia entera y reunida en un punto, si-
no que, acantonada se extendia hasta Barbastro, mediando el Ebro entre
sus esparcidos trozos. Nada hubiera importado á los franceses semejan-
te desparramamiento sino perdieran á Monzon y si impensadamente no
se hubiera aparecido D. Joaquin Blake, cuyos dos acontecimientos su-
piéronse en Zaragoza el 20, á la propia sazon que Suchet acababa de to-
mar el mando.


Se desvanecieron, por consiguiente, los planes de este general de
mejorar el estado de su ejército ántes de obrar, y en breve se preparó á
ir á socorrer á su gente. Dejó en Zaragoza pocas tropas, y llevando con-
sigo la mayor parte de la segunda division, marchó á reforzar la primera,
del mando de Laval, que se reconcentraba en las alturas de Híjar. Jun-
tas ambas ascendían á unos 8.000 hombres, de los que 600 eran de ca-
ballería. Arengó Suchet á sus tropas, recordándoles pasadas glorias, y
yendo adelante, se aproximó á Alcañiz, en donde ya estaba apostado D.
Joaquin Blake. Contaba por su parte el general español, reunidas que
fueron la divisiones valenciana de Morella y aragonesa de Tortosa, 8.176
infantes y 481 caballos.


La derecha, al mando de D. Juan Cárlos de Areizaga, se alojaba en
el cerro de los Pueyos de Fórnoles; la izquierda, gobernada por D. Pedro
Roca, permaneció en el Cabezo ó cumbre baja de Rodriguer, situándose
el centro en el de Capuchinos, á las inmediatas órdenes del General en
jefe y de su segundo, el Marqués de Lazan. Corria á la espalda del ejér-
cito el rio Guadalope, y más allá se descubria, colocada en un recuesto,
la ciudad de Alcañiz.




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A las seis de la mañana del 23 aparecieron los enemigos por el cami-
no de Zaragoza, retirándose, á su vista, la vanguardia española, que re-
gía D. Pedro Tejada. Pusieron aquéllos su primer conato en apoderarse
de la ermita de Fórnoles, atacando el cerro por el frente y flanco derecho,
al mismo tiempo que ocupaban las alturas inmediatas. Contestaron con
acierto los nuestros á sus fuegos, y repelieron despues con serenidad y
vigorosamente una columna sólida de 900 granaderos, que marchaba ar-
ma al brazo y con grande algazara. Queriendo entónces el general Blake
causar diversion al enemigo, envió contra su centro un trozo de gente
escogida, al mando de D. Martin de Menchaca. No estorbó esta atinada
resolucion el que Suchet repitiese sus ataques para enseñorearse de la
ermita de Fórnoles si bien infructuosamente, alcanzando gloria y prez
Areizaga y los españoles que defendian el puesto. Enojados los france-
ses al ver cuán inútiles eran sus esfuerzos, revolvieron sobre Menchaca,
que acometido por superiores fuerzas, tuvo que recogerse al cerro de la
mencionada ermita. Extendióse en seguida la pelea al centro e izquier-
da española, avanzando una columna enemiga por el camino de Zarago-
za con tal impetuosidad, que por de pronto todo lo arrolló. Mandábala el
general frances Fabre, y sus soldados llegaron al pié de las baterías es-
pañolas del centro, en donde los contuvo y desordenó el fuego vivísimo
de los infantes y el bien acertado á metralla de la artillería, que gober-
naba don Martin García Loigorri. Rota y deshecha esta columna, tuvie-
ron los enemigos que replegarse, dejando el camino de Zaragoza cubier-
to de cadáveres. Nuestras tropas picaron algun trecho su retirada, y no
insistió Blake en el perseguimiento, por la desconfianza, que le inspira-
ba su propia caballería, que anduvo floja en aquella jornada. Perdieron
los españoles de 200 á 300 hombres; los frnaceses unos 800, quedando
herido levemente en un pié el general Suchet. Prosiguieron los últimos
por la noche su marcha retrógrada, y tal era el terror infundido en sus fi-
las, que esparcida la voz de que llegaban los españoles, echaron sus sol-
dados á correr, y mezclados y en confusion llegaron á Samper de Calan-
da. Avergonzados con el dia, volvieron en sí, y pudo Suchet recogerse á
Zaragoza, cuyo suelo pisó de nuevo el 6 de Junio.


Satisfecho Blake de haber reanimado á sus tropas con la victoria al-
canzada, limitóse durante algunos dias á ejercitarlas en las maniobras
militares, mudando únicamente de acantonamientos. La Junta de Valen-
cia acudió en su auxilio con gente y otros socorros, y la Central, estable-
ciendo un parte ó correo extraordinario dos veces por semana, mantuvo
activa correspondencia, remitiendo en oro y por conducto tan expedito




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los suficientes caudales. Reforzado el general Blake, y con mayores re-
cursos, se movió camino de Zaragoza, confiando tambien en que el en-
tusiasmo de las tropas supliria hasta cierto punto lo que les faltase de
aguerridas.


Por su parte el general Suchet tampoco desperdició el tiempo que
le habia dejado su contrario, pues acampando su gente en las inmedia-
ciones de Zaragoza, procuró destruir las causas que habian algun tanto
corrompido la disciplina. Formó igualmente, con objeto de evitar cual-
quiera sorpresa, atrincheramientos en Torrero y á lo largo de la acequia,
barreó el arrabal, mejoró las fortificaciones de la Aljafería, y envió cami-
no de Pamplona lo más embarazoso de la artillería y del bagaje.


En las apuradas circunstancias que le rodeaban, no sólo tenía que
prevenirse contra los ataques de Blake, sino también contra las ase-
chanzas de los habitantes y los esfuerzos de varios partidarios. De és-
tos se adelantó orillas del Jalon un cuerpo franco de 1.000 hombres, al
mando del coronel don Ramon Gayan, y por el lado de Monzon é izquier-
da del Ebro acercóse al puente del Gállego el brigadier Perena. De suer-
te que otro descalabro como el de Alcañiz bastaba para que tuviesen los
franceses que evacuar á Zaragoza y dejar libre el reino de Aragon.


Afanado así el general Suchet, y lleno de zozobra, ocupábase, sobre
todo, en averiguar las operaciones de D. Joaquin Blake, cuando supo
que éste se aproximaba. Preparóse, pues, á recibirle, y dejando la caba-
llería en el Burgo, distribuyó los peones entre el monte Torrero y el mo-
nasterio de Santa Fe, camino de Madrid, al paso que destacó á Muel al
general Fabre con 1.200 hombres.


El ejército español proseguia su movimiento, y engrosadas sus filas
con nuevas tropas reunidas de várias partes, pasaba su número de 17.000
hombres. De ellos hallábase el 13 avanzada en Botorrita la division de D.
Juan Cárlos de Areizaga, estando en Fuendetodos, con los demas, D. Joa-
quin Blake. Noticioso este general de que Fabre se habia adelantado de
Muel á Longares, apresuró su marcha en la misma tarde con intento de
coger al francés entre sus tropas y las de Areizaga. Mas aquél, viéndose
cortado del lado de Zaragoza, abandonó un convoy de víveres y se retiró
á Plasencia de Jalon. Inútilmente corrió en su ayuda la segunda division
francesa, que ni pudo abrir la comunicacion ni apoderarse del puesto
que en Botorrita ocupaba Areizaga, teniendo al fin que replegarse, sabe-
dora de que venía sobre ella el grueso del ejército español.


Cerciorado de lo mismo el general Suchet, y resuelto á combatir, to-
mó sus disposiciones. La fuerza con que contaba ascendia á unos 12.000




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hombres, debiéndose juntar en breve dos regimientos procedentes de
Tudela, y Fabre, que desde Plasencia caminaba á Zaragoza. La discipli-
na de sus soldados se habia mejorado, mostrándose más serenos y ani-
mados que en Alcañiz.


En la mañana del 15 el general Blake, luégo que llegó á María, dis-
tante dos leguas y media de Zaragoza, pasó más allá y cruzó el arroyo
que pasa por delante de aquel pueblo. Su ejército estaba distribuido en
columnas, mandadas por coroneles, y le colocó sobre unas lomas, repar-
tido en dos lineas. La primera de éstas la mandaba D. Pedro Roca, y en
ella se mantuvo desde el principio D. Joaquin Blake. Estaba al frente
de la segunda el Marqués de Lazan. Situóse sobre la derecha, que era la
parte más llana, la caballería, capitaneada por el general Odonojú, con
algunos infantes, apoyándose en el Huerba, cuyas dos orillas ocupaba.
La fuerza allí presente no pasaba de 12.000 hombres, continuando des-
tacada en Botorrita la division de Areizaga, compuesta de 5.000 comba-
tientes.


Enfrente, y á corta distancia del nuestro, se divisaba el ejército fran-
cés, guiado por su general Suchet. Los españoles permanecian quie-
tos en su puesto, y los enemigos no se apresuraron á empeñar la accion
hasta las dos de la tarde, que les llegó el refuerzo de los regimientos
de Tudela. Entónces, habiendo dejado de antemano en Torrero al gene-
ral Laval para tener en respeto á Zaragoza, movióse Suchet por el fren-
te, haciendo otro tanto los españoles. Dieron éstos muestras de flanquear
con su izquierda la derecha de los enemigos, lo cual estorbó el general
frances, reforzándola, hasta querer por aquella parte romper nuestras fi-
las. Separaba á entrambos ejércitos una quebrada, que recibió órden de
cruzar el general Musnier, á quien no sólo repelieron los españoles, si-
no que reforzada su izquierda con gente de la derecha, le desordenaron
y deshicieron. Acudió en su auxilio, por mandato de Suchet, el intrépido
general Harispe, consiguiendo, aunque herido, restablecer entre sus tro-
pas el ánimo y la confianza. En aquella hora sobrevino una horrosa tro-
nada, con lluvia y viento, que casi suspendió el combate, impidiendo á
ambos ejércitos el distinguirse claramente.


Serenado el tiempo, pensó Suchet que sería más fácil romper la de-
recha, no colocada tan ventajosamente, y en donde se hallaba la caba-
llería, inferior á la suya en número y disciplina. Así fué que con una co-
lumna avanzó de aquel lado el general Habert, precediéndole Vattier
con dos regimientos de caballería. Ejecutada la operacion con celeridad,
se vieron arrollados los jinetes españoles y rota la derecha, apoderándo-




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se los franceses de un puentecillo, por el cual se cruzaba el arroyo colo-
cado detras de nuestra provision. Permaneció, no obstante, firme en ésta
D. Joaquin Blake, y ayudado de los generales Lazan y Roca, resistió du-
rante largo rato, y con denuedo á las impetuosas acometidas que por el
frente y oblicuamente hicieron los franceses. Al fin, flaqueando algunos
cuerpos españoles, se arrojaron todos abajo de las lomas que ocupaban,
en cuyas hondonadas, formándose barrizales con la lluvia de la tormen-
ta, se atascaron muchos cañones, de los que en todo se perdieron hasta
unos quince. Fueron cogidos prisioneros el general Odonojú y el coronel
Menchaca, siendo bastantes los muertos.


Retiráronse después los españoles sin particular molestia, uniéndo-
se en Botorrita á la division de Areizaga, que lastimosamente no tomó
parte en la accion. Ignoramos las razones que asistieron á don Joaquin
Blake para tenerla alejada del campo de batalla. Si fué con intento de
buscar en ella refugio en caso de derrota, lo mismo le hubiera encontra-
do teniéndola más cerca y á su vista, con la diferencia de que emplea-
dos oportunamente sus soldados al desconcertarse la derecha, muy otro
hubiera sido el éxito de la refriega, bien disputada por nuestra parte, re-
cientes todavía los laureles de Alcañiz, y desasosegados los franceses
con la terrible imágen de Zaragoza, que á la espalda aguardaba silen-
ciosa su libertad.


El general Suchet volvió por la noche á aquella ciudad, mandando
al general Laval que de Torrero caminase á amenazar la retaguardia de
los españoles. Permaneció D. Joaquin Blake el 16 en Botorrita, resuelto
á aguardar á los franceses; pudiera haberle costado cara semejante de-
terminacion, si el general Laval, descarriado por sus guías, no se hubie-
se retardado en su marcha. Admiróse Suchet al saber que Blake, aun-
que derrotado, se mantenia en Botorrita, de cuyo punto no se hubiera tan
pronto movido si el amo de la casa donde almorzó Laval no le hubiese
avisado de la marcha de éste. Así el patriotismo de un individuo preser-
vó quizás al ejército español de un nuevo contratiempo.


Advertido Blake, abrevió su retirada, sin que por eso hubiese ántes
habido ningun empeñado choque. Siguióle Suchet, el 17, hasta la Pue-
bla de Alborton, y el 18 ambos ejércitos se encontraron en Belchite. No
era el de Blake más numeroso que en María, pues si bien por una parte
se le unió la division de Areizaga y un batallon del regimiento do Grana-
da, procedente de Lérida, por otra habíase perdido en la accion mucha
gente entre muertos y extraviados, y separádose el cuerpo franco de don
Ramon Gayan. Ademas, la disposicion de los ánimos era diversa, decai-




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dos con la desgracia. Lo contrario sucedia á los franceses, que, recobra-
do su antiguo aliento y contando casi las mismas fuerzas, podian confia-
damente ponerse al riesgo de nuevos combates.


Está Belchite situado en la pendiente de unas alturas que le circu-
yen de todos lados, excepto por el frente y camino de Zaragoza, en donde
yacen olivares y hermosas vegas, que riegan las aguas de la cuba ó pan-
tano de Almonacid. Don Joaquin Blake puso su derecha en el Calvario,
colina en que se respalda Belchite; su centro en Santa Bárbara, punto si-
tuado en el mismo pueblo, habiendo prolongado su izquierda hasta la er-
mita de Nuestra Señora del Pueyo. En algunas partes formaba el ejérci-
to tres líneas. Guarneciéronse los olivares con tiradores, y se apostó la
caballería camino de Zaragoza. Aparecieron los franceses por las altu-
ras de la Puebla de Alborton, atacando principalmente nuestra izquier-
da la division del general Musnier. Amagó de léjos la derecha el general
Habert, y tropas ligeras entretuvieron el centro con várias escaramuzas.
A él se acogieron luégo nuestros soldados de la izquierda, agrupándose
al rededor de Belchite y Santa Bárbara, lo que no dejó ya de causar cier-
ta confusion. Sin embargo, nuestros fuegos respondieron bien, al prin-
cipio, á los de los contrarios, y por todas partes se manifestaban al mé-
nos deseos de pelear honradamente. Mas á poco, incendiándose dos ó
tres granadas españolas, y cayendo una del enemigo en medio de un re-
gimiento; espantáronse unos, cundió el miedo á otros, y terror pánico se
extendió á todas las filas, siendo arrastrados en el remolino, mal de su
grado, áun los más valerosos. Solos quedaron, en medio de la posicion,
los generales Blake, Lazan y Roca, con algunos oficiales; los demas ca-
si todos huyeron ó fueron atropellados. Sentimos, por ignorarlo, no es-
tampar aquí, para eterno baldon, el nombre de los causadores de tama-
ña afrenta. Como la dispersion ocurrió al comenzarse la refriega, pocos
fueron los muertos y pocos los prisioneros, ayudando á los cobardes el
conocimiento del terreno. Perdiéronse nueve ó diez cañones que queda-
ban despues de la batalla de María, y perdióse, sobre todo, el fruto de
muchos meses de trabajos, afanes y preparativos. Aunque es cierto que
no fué D. Joaquin Blake quien dió inmediata ocasion á la derrota, cen-
suróse, con razon, en aquel general la extremada confianza de aventurar
una segunda accion tres dias despues de la pérdida de María, debien-
do temer que tropas nuevas como las suyas no podian haber olvidado tan
pronto tan reciente y grave desgracia.


Los franceses avanzaron el mismo dia 18 á Alcañiz. Los españoles se
retiraron en más ó en ménos desórden á puntos diversos; la division ara-




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gonesa de Lazan á Tortosa, de donde habia salido; la de Valencia á Mo-
rella y San Mateo; acompañaron á ambas varios de los nuevos refuerzos;
algunos tiraron á otros lados. Tambien, repartiendo en columnas su ejér-
cito el general frances, dirigió una la vuelta de Tortosa, otra del lado de
Morella, y apostó al general Musnier en Alcañiz y orillas de Guadalope.
En cuanto á él, despues de pasar en persona el Ebro por Caspe, de re-
conocer á Mequinenza y de recuperar á Monzon, volvió á Zaragoza, ha-
biendo dejado de observacion en la línea del Cinca al general Habert.


Ganada la batalla de Belchite, si tal nombre merece, y despejada la
tierra, figuróse Suchet que sería árbitro de entregarse descansadamente
al cuidado interior de su provincia. En breve se desengañó, porque, ani-
mados los naturales al recibo de las noticias de otras partes, y engrosán-
dose las guerrillas y cuerpos francos con los dispersos del ejército ven-
cido, apareció la insurreccion, como verémos despues, más formidable
que ántes, encarnizándose la guerra de un modo desusado.


Desde Tortosa volvió el general Blake la vista al norte de Cataluña,
y en especial la fijó en Gerona, de cuyo sitio y anexas operaciones sus-
penderémos hablar hasta el libro próximo, por no dividir en trozos he-
cho tan memorable. En lo demas de aquel principado continuaron tropas
destacadas, somatenes y partidas incomodando al enemigo, pero de sus
esfuerzos no se recogió abundante fruto, faltando en aquellas lides el de-
bido órden y concierto.


Tampoco cesaban las correspondencias y tratos con Barcelona, y fué
notable y de tristes resultas lo que ocurrió en Mayo. Tramábase ganar la
plaza por sorpresa. El general interino del Principado, Marqués de Cou-
pigny, se entendia con varios habitantes, debiendo una division suya en-
trar el 16 á hurtadillas y por la noche en la ciudad, al mismo tiempo que
del lado de la marina dividiesen fuerzas navales á los franceses. Mas
avisados éstos, frustraron la tentativa, arrestando á varios conspirado-
res, que el 3 de Junio pagaron públicamente su arrojo con la vida. Entre
ellos, reportado y con firmeza, respondió al interrogatorio que precedió
al suplicio, el doctor Pou, de la universidad de Cervera; no ménos atrevi-
do se mostró un mozo del comercio, llamado Juan Massana, quien, ofen-
dido de la palabra traidor con que le apellidó el general frances, repli-
cóle: «El traidor es V. E., que con capa de amistad se ha apoderado de
nuestras fortalezas.» Recompensó el patíbulo tamaño brío.


Habia alterado al gobierno de José la excursion de Blake en Ara-
gon, á punto de pedir á Saint-Cyr que de Cataluña cayese sobre la re-
taguardia del general español. Graves razones le asistian para tal cui-




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dado, pues ademas de las inmediatas resultas de la campaña, temia el
influjo que podia ésta ejercer en el mediodía de España, donde el esta-
do de cosas cada dia presagiaba extensas é importantes operaciones mi-
litares. Por lo cual será bien que, volviendo atras, relatemos lo que por
allí pasaba.


Despues de la batalla de Medellin habia sentado el mariscal Vic-
tor sus reales en Mérida, ciudad célebre por los restos de antigüedades
que áun conserva, y desde la cual, situada en feraz terreno, se podia fá-
cilmente observar la plaza de Badajoz y tener en respeto las reliquias
del ejército de don Gregorio de la Cuesta. Para mayor seguridad de sus
cuarteles fortificó el mariscal frances la casa del Conventual, residencia
hoy de un provisor de la órden de Santiago, y ántes parte de una forta-
leza edificada por los romanos, divisándose todavía del lado de Guadia-
na, en el lugar llamado el Mirador, un murallon de fábrica portentosa.
En lo interior establecieron los franceses un hospital y almacenaron mu-
chos bastimentos.


De Mérida destacaron los enemigos á Badajoz algunas tropas é inti-
maron la rendicion á la plaza, confiados en el terror que habia infundido
la jornada de Medellin, y tambien en secretos tratos. Salió su esperan-
za vana, respondiendo á sus proposiciones la Junta provincial á cañona-
zos. Era en esta parte tan unánime la opinion de Extremadura, que por
entónces no consiguió el mariscal Victor que pueblo alguno prestase ju-
ramento ni reconociese el gobierno intruso. Sólo en Mérida obtuvo de
varios vecinos, casi á la fuerza, que firmasen una representacion congra-
tulatoria á José; mas el acto produjo tal escándalo en toda la provincia,
que al decretar la Junta contra los firmantes formacion de causa, prefi-
rieron éstos comparecer en Badajoz y correr todo riesgo á mancillar su
fama con la tacha de traidores. Su espontánea presentacion los libertó
de castigo. No era extraño que los naturales mirasen con malos ojos á los
que seguian las banderas del extranjero, cuando éste saqueaba y asola-
ba horrorosamente la desgraciada Extremadura.


Por lo demas, Victor habia permanecido inmoble despues de lo de
Medellin, no tanto porque temiese invadir la Andalucía, cuanto por ser
principal deseo del Emperador la ocupacion de Portugal. Ya dijimos fue-
ra su plan que al tiempo que Soult penetrase aquel reino via de Galicia,
otro tanto hiciesen Lapisse por Ciudad-Rodrigo y Victor por Extremadu-
ra. La falta de comunicaciones impidió dar á lo mandado el debido cum-
plimiento, dificultándose éstas á punto de que se interrumpieron áun en-
tre los dos últimos generales. Ocasionóles tamaño embarazo sir Roberto




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Wilson, quien, ántes de pasar á Portugal en cooperacion de Wellesley,
habia destacado dos batallones al puerto de Baños, y cortado así la co-
rrespondencia á los enemigos. Incomodados éstos con tales obstáculos,
estuviéronlo mucho más con la insurreccion del paisanaje, que cundió
por toda la tierra de Ciudad-Rodrigo, de manera que temiendo Lapisse
no entrar en Portugal á tiempo, determinó pasar á Extremadura y obrar
de acuerdo con Victor. Así lo verificó, haciendo una marcha rápida sobre
Alcántara por el puerto de Perales.


Los vecinos de aquella villa trataron de defender la entrada, apos-
tándose en su magnífico puente; mas, vencidos, penetraron los france-
ses dentro, y en venganza todo lo pillaron y destruyeron, sin que respe-
tasen ni áun los sepulcros. Diéronse, no obstante, los últimos priesa á
evacuarla, continuando por la noche su camino, temerosos del coronel
Grant y de D. Cárlos de España, que seguian su huella, y los cuales, en-
trando por la mañana en Alcántara, se hallaron con el espantoso espec-
táculo de casas incendiadas y de calles obstruidas de cadáveres. Se in-
corporó en seguida Lapisse con Victor, en Mérida, el 19 de Abril.


Entónces, prevaleciendo ante todo en la mente de los franceses la
invasion de Portugal, mandó José al mariscal Victor que en union con
el general Lapisse marchase la vuelta de aquel reino. Parecia oportu-
no momento para cumplir, á lo ménos en parte, el plan del Emperador,
pues á la propia sazon se enseñoreaba el mariscal Soult de la provincia
de Entre-Duero-y-Miño.


Encaminóse, pues, Victor hácia Alcántara, poniendo al cuidado
de Lapisse repasar el puente, ocupado á su llegada por el coronel in-
glés Mayne, quien en ausencia de Wilson al norte de Portugal, manda-
ba la legion lusitana. Quiso el inglés volar un arco del puente, y no ha-
biéndolo conseguido, se replegó el 14 de Mayo á su antigua posicion
de Castello-Branco. Hasta allí, despues de cruzar el Tajo, envió Lapis-
se sus descubiertas por querer el mariscal Victor ir más adelante; mas,
aunque resuelto á ello, detuvieron á éste temores del general Macken-
zie, el cual, segun apuntamos en el libro anterior, apostado en Abrántes
al avanzar Wellesley á Oporto, salió al encuentro de los franceses para
prevenir su marcha. El movimiento del inglés, y voces vagas que empe-
zaron á correr de la retirada de Soult de las orillas del Duero, decidie-
ron á Victor, no sólo á desistir de su primer propósito, sino tambien á re-
troceder á Extremadura.


Por su parte D. Gregorio de la Cuesta, luégo que supo la partida de
aquel mariscal, movióse con su ejército, rehecho y engrosado, y puso los




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reales en la Fuente del Maestre, amagando, sin estrecharle, al Conven-
tual de Mérida, que guarnecian los franceses. Victor, al volver de su co-
rrería, se colocó en Torremocha, vigilando sus puestos avanzados los pa-
sos de Tajo y Guadiana. Pero su inútil tentativa contra Portugal, el haber
asomado ingleses á los lindes extremeños, y el reequipo y aumento del
ejército de Cuesta dieron aliento á la poblacion de las riberas del Ta-
jo, la cual, interceptando las comunicaciones, molestó continuadamen-
te á los enemigos. Mucho estimuló á la insurreccion la Junta de Extre-
madura, enviando para dirigirla á D. José Joaquin de Ayesteran y á D.
Francisco Longedo, quienes, de acuerdo con D. Miguel de Quero, que
ya ántes habia empezado á guerrear en la Higuera de las Dueñas, pro-
vincia de Toledo, juntaron un cuerpo de 600 infantes y 100 caballos, ba-
jo el nombre de voluntarios y lanceros de Cruzada del valle de Tiétar.
Recorriendo la tierra, molestaron los convoyes enemigos, y fueron nota-
bles más adelante dos de sus combates, uno trabado el 29 de Junio, en el
pueblo de Menga, con las tropas del general Hugo, comandante de Ávi-
la; otro el que sostuvieron el 1.º de Julio en el puente de Tiétar, y de cu-
yas resultas cogieron á los franceses mucho ganado lanar y vacuno.


Se agregó despues esta gente á la vanguardia del ejército de Cuesta.
Miéntras tanto el mariscal Victor, viendo lo que crecia el ejército es-


pañol, y temeroso de las fuerzas inglesas, que se iban arrimando á Caste-
llo-Branco, repasó el Tajo, situándose el 19 de Junio en Plasencia. Poco
ántes envió un destacamento para volar el famoso puente de Alcántara,
admirable y portentosa obra del tiempo de Trajano, que nunca fuera tan
maltratada como esta vez, habiéndose contentado los moros y los portu-
gueses en antiguas guerras con cortar uno de sus arcos más pequeños.


Otras atenciones obligaron luégo á Victor á mudar de estancia. En
la Mancha y asperezas de Sierra-Morena, despues que Venégas tomó
el mando de aquel ejército, se habian aumentado sus filas, ascendien-
do el número de hombres, á principios de Junio, á unos 19.000 infantes
y 3.000 caballos. Para no permanecer ocioso y foguear su gente, resol-
vió Venégas salir en 14 del mismo mes de las estrechuras de la Sierra y
sus cercanías, y recorrer las llanuras de la Mancha. Alcanzaron sus par-
tidas de guerrilla algunas ventajas, y el 28 de Junio, la division de van-
guardia, regida por D. Luis Lacy, escarmentó con gloria al enemigo en el
pueblo de Torralba.


La repentina marcha de Venégas asustó en Madrid á José, ya inquie-
to, segun henos dicho, con la entrada de Blake en Aragon. Así fué que,
al paso que ordenó á Mortier que se aproximase por el lado de Castilla




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la Vieja á las sierras de Guadarrama, previno al mariscal Victor que po-
niéndose sobre Talavera, le enviase una division de infantería y caballe-
ría ligera. Agregada esta fuerza á sus guardias y reserva, se metió José
desde Toledo en la Mancha, y uniéndose con el cuarto cuerpo, del man-
do de Sebastiani, avanzó hasta Ciudad-Real. Venégas, que por entón-
ces no pensaba comprometer sus huestes, replegóse á tiempo, y orde-
nadamente tomó á Santa Elena. Penetró el rey intruso hasta Almagro,
y no osando arriscarse más adentro, se restituyó á Madrid, devolvien-
do al mariscal Victor las tropas que de su cuerpo de ejército habia en-
tresacado.


Tales fueron las marchas y correrías que precedieron en Extremadu-
ra y Mancha á la campaña llamada de Talavera, la cual, siendo de la ma-
yor importancia, exige que ántes de entrar en la relacion de sus compli-
cados sucesos contemos las fuerzas que para ella pusieron en juego las
diversas partes beligerantes.


De los ocho cuerpos en que Napoleon distribuyó su ejército al ha-
cer, en Octubre de 1808, su segunda y terrible invasion, incorporóse
más tarde el de Junot con los otros, reduciéndose, por consiguiente, á
siete el número de todos ellos. Cinco fueron los que casi en su totalidad
coadyuvaron á la campaña de Talavera. Tres, el segundo, quinto y sexto,
acantonados en Julio en Valladolid, Salamanca y tierra de Astorga, ba-
jo el mando supremo del mariscal Soult, y el primero y cuarto, alojados
por el mismo tiempo en la Mancha y orillas del Tajo hácia Extremadura.
Concurrió tambien de Madrid la reserva y guardia de José, pudiéndose
calcular que el conjunto de todas estas tropas rayaba en 100.000 hom-
bres. De los españoles vinieron sobre aquellos puntos los ejércitos de
Extremadura y Mancha, el primero de 36.000 combatientes, el segundo
de unos 24.000. La fuerza de Wellesley, acampada en Abrántes despues
de su vuelta de Galicia, aunque engrosada con 5.000 hombres, no exce-
dia de 22.000, menguada con los muertos y enfermos. Pasaban de 4.000
portugueses y españoles los que regia el bizarro sir Roberto Wilson; de
los últimos dos batallones habian sido destacados del ejército de Cuesta.
Ademas, 15.000 de los primeros, que disciplinaba el general Beresford,
desde el Águeda se trasladaron despues hácia Castello-Branco. Por ma-
nera que el número de hombres llamado á lidiar ó á cooperar en la cam-
paña era, de parte de los franceses, segun acabamos de decir, de unos
100.000, y de casi otro tanto la de los aliados, con la diferencia de ser
aquéllos homogéneos y aguerridos, y éstos de vária naturaleza y en su
mayor parte noveles y poco ejercitados en las armas.




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El general Vellesley, aunque al desembarcar en Lisboa habia con-
ceptuado como más importante la destruccion del mariscal Victor, em-
pezó, sin embargo, conforme relatamos, por arrojar á Soult de Portugal
para caer despues más desembarazadamente sobre el primero. Así se lo
habia ofrecido al gobierno español al ir á Oporto, rogando que en el in-
termedio evitasen los generales españoles de Extremadura y Mancha to-
do serio reencuentro con los franceses. Cumplióse por ambas partes lo
prometido; vióse forzado Soult á evacuar á Portugal, y Wellesley, des-
pues de haber dado descanso y respiro á sus tropas en Abrántes, salió
de allí el 27 de Junio, poniéndose en marcha hácia la frontera de Extre-
madura.


Andaban los franceses divididos acerca del plan que convendria
adoptar en aquellas circunstancias. José deseaba conservar lo conquis-
tado, y sobre todo no abandonar á Madrid, pensando, quizá con razon,
que la evacuacion de la capital imprimiria en los ánimos errados sen-
timientos, en ocasion en que áun se mostraba viva la campaña de Aus-
tria. El mariscal Soult, ateniéndose á reglas de la más elevada estrate-
gia, prescindia de la posesion de más ó ménos territorios, y opinaba que
se obrase en dos grandes cuerpos ó masas, cuyos centros se establece-
rian, uno en Toro, donde él estaba, y otro donde José residia.


Despues de la vuelta de Soult á Castilla nada de particular habia
ocurrido allí, esforzándose solamente dicho mariscal por arreglar y re-
concentrar los tres cuerpos que el Emperador habia puesto á su cuidado.
Encontró en ello estorbos, así en algunas providencias de José, que ha-
bia, segun se dijo, llamado hácia Guadarrama á Mortier, y así en la mal
dispuesta voluntad del mariscal Ney, quien picado de la preferencia da-
da por el Emperador á su compañero, queria separarse, so pretexto de
enfermedad, del mando del sexto cuerpo. Embarazaban tambien esca-
seces de varios efectos, y sobre todo el carecer de artillería el segundo
cuerpo, abandonada á su salida de Portugal. Para remover tales obstácu-
los, pedir auxilios y predicar en favor de su plan, envió Soult á Madrid al
general Foy, que en posta partió el 19 de Julio. Tornó éste el 24 del mis-
mo, y aunque se remediaron las necesidades más urgentes y se compu-
sieron hasta cierto punto las desavenencias entre Ney y Soult, no se ac-
cedió al plan de campaña que el último proponia, atento solamente José
á conjurar el nublado que le amenazaba del lado del Tajo.


Manteníase en Extremadura tranquilo D. Gregorio de la Cuesta, en
espera del movimiento del general Wellesley, no habiendo emprendi-
do, aunque bien á su pesar, accion alguna de gravedad. Hubo solamente




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choques parciales, y honró á los armas españolas el que sustuvo en Al-
jucen D. José de Zayas, y otro que con no menor dicha trabó en Mede-
llin el brigadier Rivas. Forzoso lo era al anciano general reprimir su im-
paciencia, pues tal órden tenia de la Junta Central. Limitábase á avanzar
siempre que los franceses retrocedian, y al situarse en Plasencia el ma-
riscal Victor el 19 de Junio, sentó Cuesta, el 20 del mismo, sus cuarte-
les en las Casas del Puerto, orilla izquierda del Tajo. Allí aguardó á que
adelantasen los ingleses, enviando al comisionado de esta nacion, coro-
nel Bourke, á proponer á su general el plan que le parecia más oportu-
no para abrir la campaña.


Sir Arturo Wellesley, despues de levantar el 27 de Junio su campo
de Abrántes, prosiguió su marcha, y estableció el 8 de Julio su cuartel
general en Plasencia, pasando el 10 á avistarse con Cuesta en las Ca-
sas del Puerto. Conferenciaron entre sí largamente ambos generales, y
propuestos varios planes, se adoptó al fin el siguiente, como preferible
y más acomodado. Sir Roberto Wilson, con la fuerza de su mando y dos
batallones que Cuesta le proporcionaria, habia de marchar el 16 por la
vera de Plasencia con direccion al Alberche, ocupando hasta Escalona
los pueblos de la orilla derecha; el 18 cruzaria el ejército británico por la
Bazagona el Tiétar, en que se habia echado un puente provisional, y di-
rigiéndose por Majadas y Centenilla á Oropesa y al Casar, habia de ex-
tender su izquierda hasta San Roman y ponerse en contacto con la di-
vision de Wilson. El ejército español de Cuesta, cruzando el 19 el Tajo
por Almaraz y Puente del Arzobispo, habia de seguir el camino real de
Talavera, y ocupar el frente del enemigo desde el Casar hasta el puen-
te de tablas que hay sobre el Tajo en aquella ciudad, mas procurando en
su marcha no embarazar la del ejército aliado. Tambien se acordó que
Venégas, cuyo cuartel general estaba entónces en Santa Cruz de Mude-
la, y que dependia, hasta cierto punto, de Cuesta, avanzase si la fuerza
del general Sebastiani no era superior á la suya, y que, pasando el Tajo
por Fuentidueña, se pusiese sobre Madrid, debiendo retroceder á la Sie-
rra por Tarancon y Torrejoncillo, en caso que acudiesen contra él tropas
numerosas. Agradó este plan por lo respectivo al movimiento de Cues-
ta y de los ingleses; no pareció tan atinado en lo tocante á Venégas, cuyo
ejército, alejándose demasiado del centro de operaciones, ni podia fácil-
mente darse la mano con los aliados en cualquiera mudanza de plan que
hubiese, ni era posible acudir con prontitud en su auxilio si acelerada-
mente caian, reforzados, sobre él los enemigos.


Acordes Cuesta y Wellesley, volvió el último á Plasencia, e impensa-




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damente escribió el 16 al ayudante general D. Tomas Odonojú, dicién-
dole que, si bien estaba pronto á ejecutar el plan convenido, desprovis-
to su ejército de muchos artículos, y sobre todo de transportes, podrian
quizá presentarse dificultades inesperadas; y despues añadia con tono
más acerbo que en todo país en que se abre una campaña, debiendo los
naturales proveer de medios de subsistencia, si en este caso no se pro-
porcionaban, tendria España que pasarse sin la ayuda de los aliados. Tal
fué la primera queja que de este género se suscitó. Habia la Junta Cen-
tral ofrecido suministrar cuantos auxilios estuviesen en su mano, y en
efecto, expidió órdenes premiosas á las juntas de Badajoz, Plasencia y
Ciudad-Rodrigo, para hacer abundantes acopios de todos los artículos
precisos á la subsistencia del ejército británico, escogiendo, ademas, á
D. Juan Lozano de Torres, con los correspondientes comisarios de gue-
rra, para que lo saliesen á recibir á la frontera de España. Semejantes
resoluciones pudieran haber bastado en tiempos ordinarios; ahora no,
mayormente estando para ejecutarlas el Lozano de Torres, hombre án-
tes embrollador que prudente y activo. Las escaseces fueron reales; mas,
agriándose las contestaciones, se trataron con injusticia unos y otros,
dando ocasion, segun verémos, á enojos y desabrimientos.


Comenzó, no obstante, al tiempo convenido la marcha de los ejérci-
tos aliados, haciendo sólo en ella los españoles una corta variacion, por
falta de agua, en el camino de Talavera. El 21 de Julio se alojaban am-
bos entre Oropesa y Velada; prosiguieron el 22 su camino, encontrándo-
se la vanguardia, regida por D. José de Zayas, con fuerza enemiga, capi-
taneada por el capitan Latour-Maubourg. Las escaramuzas duraron parte
del dia, portándose nuestros soldados bizarramente, y con eso, y apare-
cer los ingleses, cruzaron los enemigos el Alberche, estando en Cazale-
gas el cuartel general del mariscal Victor. Las divisiones de Villatte y
Lapisse formaban sobre su derecha en altozanos que dominan la cam-
paña, y la de Ruffin cubria sobre la izquierda, tocando al Tajo, el puente
del Alberche, larguísimo y de tablas, amparado, ademas, su desemboca-
dero con 14 piezas de artillería. Ascendian sus fuerzas á 25.000 hom-
bres, y permanecieron en sus puestos los dias 22 y 23.


Acercáronse allí por su lado los ejércitos aliados, y sir Arturo We-
llesley propuso á D. Gregorio de la Cuesta atacar á los enemigos sin tar-
danza el mismo 23, mas el general español pidió que se difiriese hasta la
madrugada siguiente. Fútiles fueron las razones que despues alegó pa-
ra tal dilacion, contrastando el detenimiento de ahora con el prurito que
tuvo siempre, y renovó luégo, de combatir á todo trance. Aseguran algu-




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nos extranjeros que se negó por ser domingo; mas ni Cuesta pecaba de
tan nimio, ni en España prevalecia semejante preocupacion. Ha habi-
do ingleses que han tachado á cierto oficial del estado mayor de Cues-
ta de la nota de entenderse con los enemigos. Ignoramos el fundamento
de sus sospechas. Lo cierto es que los franceses, ya en situacion apura-
da, decamparon en la noche del 23 al 24, y en lugar de seguir el camino
de Madrid, tomaron por Torrijos el de Toledo. Falló así destruir al maris-
cal Victor á la sazon que sus fuerzas eran inferiores á las aliadas, y falló
por la inoportuna prudencia de Cuesta, prenda nunca ántes notada en-
tre las de este general.


Incomodado por ello Wellesley, receloso de que continuasen esca-
seando las subsistencias, y pareciéndole quizá arriesgado internarse
más ántes de estar cierto de lo que pasaba en Castilla la Vieja, declaró
formalmente que no daria un paso más allá del Alberche, á no afianzár-
sele la manutencion de sus tropas. Cuesta, que el 23 se remoloneaba pa-
ra atacar, impelido ahora por aviesa mano, ó renaciendo en su ambicio-
so ánimo el deseo de entrar ántes que ninguno en Madrid, marchó solo y
sin los ingleses, y llegó el 24 al Bravo y Cebolla, y adelantándose el 25 á
Santa Olalla y Torrijos, hubo de costar cara su loca temeridad.


Los franceses no se retiraban sino para reconcentrarse y engrosar
sus fuerzas. José, despues de dejar en Madrid una corta guarnicion, ha-
bia salido con su guardia y reserva, uniéndose á Victor el 25, por Vargas
y orilla izquierda del Guadarrama. Otro tanto hizo Sebastiani, que ob-
servaba á Venégas en la Mancha, cerca de Daimiel, cuando se le mandó
acudir al Tajo. Con esta union, los franceses, que poco ántes tenian, para
oponerse á los aliados, sólo unos 25.000 hombres, contaban ahora sobre
50.000, alojados á corta distancia de Cuesta, detras del rio Guadarrama.
Venégas, sabedor de la marcha de Sebastiani, envió en pos de él y hácia
Toledo una division, al mando de D. Luis Lacy, aproximándose en per-
sona á Aranjuez con lo restante de su ejército. No por eso dividieron los
franceses sus fuerzas, ni tampoco por otros movimientos de sir Roberto
Wilson, quien, extendiéndose con sus tropas por Escalona y la Villa del
Prado, se habia el 25 metido hasta Navalcarnero, distante cinco leguas
de Madrid, cuyo suceso hubo de causar en la capital un levantamiento.


Aunque juntos los cuerpos de Victor y Sebastiani con la reserva y
guardia de José, no pensaban los franceses empeñarse en accion cam-
pal, aguardando á que el mariscal Soult, con los tres cuerpos que capita-
neaba en Salamanca, viniese sobre la espalda de los aliados, por las sie-
rras que dividen aquellas provincias de la de Extremadura. Plan sabio,




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de que habia sido portador, desde Madrid, el general Foy, y cuyas resul-
tas hubieran podido ser funestísimas para el ejército combinado. La im-
paciencia de los franceses malogró en el campo lo que prudentemente se
habia determinado en el consejo.


Viendo el 26 de Julio la indiscreta marcha de Cuesta, quisieron es-
carmentarle. Así, arrollaron aquel dia sus puestos avanzados, y áun aco-
metieron á la vanguardia. El comandante de ésta, D. José de Zayas,
avanzó á las llanuras que se extienden delante de Torrijos, en donde li-
dió largo rato, tratando sólo de retirarse al noticiarle que mayor núme-
ro de gente venía á su encuentro. Comenzó entónces ordenadamente su
movimiento retrógado; pero arredrados los infantes con ver que no podia
maniobrar el regimiento de caballería de Villaviciosa, metido entre unos
vallados, retrocedieron en desorden á Alcabon, adonde corrió en su am-
paro el Duque de Alburquerque, asistido de una division de 3.000 ca-
ballos. Dióse con esto tiempo á que la vanguardia se recogiese al grueso
del ejército, que teniendo á su cabeza al general Cuesta, caminaba, no
con el mejor concierto, á abrigarse del ejército inglés. La vanguardia de
éste ocupaba á Cazalegas, y su comandante, el general Sherbrooke, hizo
ademan de resistir á los enemigos, que se detuvieron en su marcha. Pa-
recia que con tal leccion se ablandaria la tenacidad del general Cuesta;
mas desentendiéndose, de las justas reflexiones de sir Arturo Wellesley,
á duras penas consintió repasar el Alberche.


Anunciaba la union y marcha de los enemigos la proximidad de
una batalla, y se preparó á recibirla el general inglés. En consecuen-
cia, mandó á Wilson que de Navalcarnero volviese á Escalona, y no dejó
tropa alguna á la izquierda del Alberche, resuelto á ocupar una posicion
ventajosa en la márgen opuesta.


Escogió como tal el terreno que se dilata desde Talavera de la Reina
hasta más allá del cerro de Medellin, y que abraza en su extension unos
tres cuartos de legua. Alojábase á la derecha, y tocando al Tajo, el ejér-
cito español; ocupaba el inglés la izquierda y centro. Era como sigue la
fuerza y distribucion de entrambos. Componíase el de los españoles de
cinco divisiones de infantería y dos de caballería, sin contar la reserva
y vanguardia. Mandaban las últimas D. Juan Berfhuy y D. José de Za-
yas. De las divisiones de caballería, guiaba la primera D. Juan de He-
nestrosa, la segunda el Duque de Alburquerque. Regian las de infante-
ría, segun el órden de su numeracion, el Marqués de Zayas, D. Vicente
Iglesias, el Marqués de Portago, D. Rafael Manglano y D. Luis Alexan-
dro Bassecourt. El total de tropas españolas, deducidas pérdidas, des-




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tacamentos y extravíos, no llegaba á 34.000 hombres; de ellos, cerca de
6.000 de caballería. Contaban allí los ingleses más de 16.000 infantes y
3.000 jinetes, repartidos en cuatro divisiones, á las órdenes de los gene-
rales Sherbrooke, Hill, Mackenzie y Campbell.


La derecha, que formaban los españoles, se extendia delante de Ta-
lavera y detras de un vallado que hay á la salida. Colocóse enfrente de la
suntuosa ermita de Nuestra Señora del Prado una fuerte batería, con cu-
yos fuegos se enfilaba el camino real que conduce al puente del Alber-
che. Por el siniestro costado de los españoles, y en un intermedio que
habia entre ellos y los ingleses, empezóse á construir en un altozano un
reducto, que no se acabó; viniendo despues é inmediatamente la divi-
sion de Campbell, á la que seguia la de Sherbrooke, cubriendo con la
suya la izquierda del general Hill. Permaneció apostada cerca del Al-
berche la division del general Mackenzie, con órden de colocarse en se-
gunda línea y detras de Sherbrooke al trabarse la refriega. Era la llave
de la posicion el cerro en donde se alojaba Hill, llamado de Medellin,
cuya falda baña por delante y defiende con hondo cauce el arroyo Porti-
ña, separándole una cañada por el siniestro lado de los peñascales de la
Atalaya é hijuelas de la sierra de Segurilla.


Al amanecer del 27 de Julio, poniendo José desde Santa Olalla sus
columnas en movimiento, llegaron aquéllas á la una del dia á las altu-
ras de Salinas, izquierda del Alberche. Sus jefes no podian ni áun de allí
descubrir distintamente las maniobras del ejército combinado, plantado
el terreno de olivos y moreras. Mas, escuchando José al mariscal Victor,
que conocia aquel país, tomó, en su consecuencia, las convenientes dis-
posiciones. Dirigió el cuarto cuerpo, del mando de Sebastiani, contra la
derecha, que guardaban los españoles, y el primero, del cargo de Vic-
tor, contra la izquierda, al mismo tiempo que amenazaba el centro la ca-
ballería. Cruzado el Alberche, siguió el cuarto cuerpo con la reserva y
guardia de José, que le sostenia, el camino real de Talavera, y el prime-
ro, que vino por el vado, cayó tan de repente sobre la torre llamada de
Salinas, en donde estaba apostado el general Mackenzie, que causó al-
gun desórden en su division, y estuvo para ser cogido prisionero sir Ar-
turo Wellesley, que observaba desde aquel punto los movimientos del
enemigo. Pudieron, al fin, todos, aunque con trabajo, recogerse al cuer-
po principal del ejército aliado.


Iba, pues, á empeñarse una batalla general. Los franceses, avan-
zando, empezaron ántes de anochecer su ataque con un fuerte cañoneo
y una carga de caballería sobre la derecha, que defendian los españo-




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les, de los que ciaron los cuerpos de Trujillo y Badajoz de línea y leales
de Fernando VII, y áun hubo fugitivos que esparcieron la consternacion
hasta Oropesa, yendo envueltos con ellos y no menos aterrados algunos
ingleses. No fué, sin embargo, más allá el desórden, contenido el ene-
migo por el fuego acertado de la artillería y de los otros cuerpos, y tam-
bien por ser su principal objeto caer sobre la izquierda, en que se aloja-
ba el general Hill.


Dirigieron contra ella las divisiones de los generales Ruffin y Villat-
te, y encaramáronse al cerro, á pesar de ser la subida áspera y empina-
da, con la dificultad tambien de tener que cruzar el cauce del Portiña.
Atropellándolo todo con su impetuosidad, tocaron á la cima, de donde
precipitadamente descendieron los ingleses por la ladera opuesta. El ge-
neral Hill, aunque herido su caballo, y á riesgo de caer prisionero, vol-
vió á la carga, y con la mayor bizarría recuperó la altura. Ya bien entra-
da la noche, insistieron los franceses en su ataque, extendiéndole por la
izquierda de ellos el general Lapisse contra otra de las divisiones ingle-
sas. Viva fué la refriega y larga, sin fruto para los enemigos. Pasadas las
doce de la misma noche, un arma falsa, esparcida entre los españoles,
dió ocasion á un fuego graneado, que duró algun tiempo, y causó cierto
desórden, que afortunadamente no cundió á toda la línea.


Al amanecer del 28 renovaron los franceses sus tentativas, acome-
tiendo el general Ruffin el cerro de Medellin por su frente y la cañada
de la izquierda; sostúvole en su empresa el general Villatte. La pelea fué
porfiada, repetidos los ataques, ya en masa, ya en pelotones, la pérdida
grande de ambas partes. Herido el general Hill, dudoso el éxito en oca-
siones, hasta que los franceses, tornando á sus primeros puestos, abriga-
dos de formidable artillería, suspendieron el combate.


Falto el ejército británico de cañones de grueso calibre, pidió el ge-
neral Wellesley algunos de esta clase á D. Gregorio de la Cuesta, los cua-
les se colocaron, al mando del capitan Uclés, en el reducto empezado á
construir en el altozano interpuesto entre españoles é ingleses. Viendo
tambien el general Wellesley el empeño que ponia el enemigo en apode-
rarse del cerro de Medellin, sintió no haber ántes prolongado su izquier-
da, y guarnecídola del lado de la cañada; por lo que, para corregir su ol-
vido, colocó allí parte de su caballería, que sostuvo la de Alburquerque,
y alcanzó de Cuesta el que destacase la quinta division, del mando de
Bassecourt, cuyo jefe se situó cubriendo la cañada, en la falda y peñas-
cales de la Atalaya.


En aquel momento dudo José de si convenia retirarse ó continuar el




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combate. Victor estaba por lo último, el mariscal Jourdan por lo primero.
Vacilante José por algun tiempo, decidióse por la continuacion, habien-
do recorrido ántes la línea en todo su largo.


En el intermedio hubo un respiro, que duró desde las nueve hasta las
doce de la mañana, bajando, sin ofenderse, los soldados de ambos ejér-
citos á apagar en el arroyo de Portiña la sed ardiente que les causaba lo
muy bochornoso del dia.


Por fin los franceses volvieron á proseguir la accion. Vigilaba sus
movimientos sir Arturo Wellesley desde el cerro de Medellin. Acometió
primero el general Sebastiani el centro, por la parte en que se unian los
ingleses y los españoles. Aquí se hallaban de parte de los últimos las
divisiones tercera y cuarta, al cuidado ambas de D. Francisco Eguía,
formando dos líneas; la primera más avanzada que la inmediata de los
ingleses. El frances quiso, sobre todo, apoderarse de la batería del re-
ducto; mas al poner el pié en ella, recibieron sus soldados una descarga
á metralla de los cañones puestos allí poco ántes al mando del capitan
Uclés, y cayendo los ingleses en seguida sobre sus filas, experimenta-
ron éstas horrorosa carnicería. Replegados en confusion los franceses
á su línea, rechazaron á sus contrarios cuando avanzaron. Reiteráronse
tales tentativas, hasta que en la última, intentando los enemigos meter-
se entre los ingleses y los españoles, se vieron flanqueados por la pri-
mera línea de éstos más avanzada, y acribillados por una batería que
mandaba D. Santiago Piñeiro, militar aventajado. Repelidos así, y al
tiempo que ya flaqueaban, dió sobre ellos asombrosa carga el regimien-
to español de caballería del Rey, guiado por su coronel D. José María
de Lastres, á quien, herido, sustituyó en el acto, con no menor brío, su
teniente D. Rafael Valparda. Todo lo atropellaron nuestros jinetes, dan-
do lugar á que se cogieran 10 cañones, de los que cuatro trajo al campo
español el mencionado Piñeiro.


A la misma sazon, en la izquierda del ejército aliado, trató la divi-
sion del general Ruffin de rodear por la cañada el cerro de Medellin,
amenazando parte de la de Villatte subir á la cima. Colocada la caba-
llería inglesa en dicha cañada, aunque padeció mucho, en especial un
regimiento de dragones, logró desconcertar á Ruffin, sosteniendo sus
esfuerzos la division de Bassecourt y la caballería de Alburquerque.
Tambien sirvió de mucho la oportunidad con que el distinguido oficial
D. Miguel de Alava, ayudante del último, condescendiendo con los de-
seos del general inglés Fane, y sin aguardar, por la premura, el permi-
so de su jefe, dispuso que obrasen dos cañones, al mando del capitan




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Entrena, que hicieron en el enemigo grande estrago. Así se ve cómo en
ambas alas andaba la refriega favorable á los aliados.


Hubo de comprometerse su éxito durante cierto espacio en el centro.
Acometió allí al general Sherbrooke el frances Lapisse, el cual, si bien
al principio fué rechazado gallardamente, prosiguiendo los guardias in-
gleses con sobrado ardor el triunfo, repeliéronlos á su vez los france-
ses, introduciendo confusion en su línea; momento apurado, pues roto el
centro, hubieran los aliados perdido la batalla. Felizmente, al ver We-
llesley lo que se empeñaban los guardias, con prevision ordenó desde el
cerro donde estaba bajar al regimiento número 48, mandado por el co-
ronel Donellan, cuyo cuerpo se portó con tal denuedo, que conteniendo
á los franceses, dió lugar á que los suyos volviesen en si y se rehiciesen.
Sucedido lo cual, avanzando de la segunda línea la caballería ligera, á
las órdenes de Cotton, y maniobrando por los flancos la artillería, entre
la que tambien lució con sus cañones el capitan Entrena, ciaron desor-
denados los franceses, cayendo mortalmente herido el general Lapisse.
Ya entónces se mostraron por toda la línea victoriosos los aliados. Re-
cogiéronse los franceses á su antigua posicion, cubriendo el movimien-
to los fuegos de su artillería. El calor y lo seco de la tierra con el tráfago
y pisar de aquel dia produjeron poco despues en la hierba y matorrales
un fuego, que recorriendo por muchas partes el campo, quemó á muer-
tos y á postrados heridos. Perdieron los ingleses en todo 6.268 hombres,
los franceses 7.389, con 17 cañones; murieron de cada parte dos gene-
rales. Ascendió la pérdida de los españoles á 1.200 hombres, quedando
herido el general Manglano.


De este modo pasó la batalla de Talavera de la Reina, que empezada
el 27 de Julio, no concluyó hasta el siguiente dia, y la cual tuvo, por de-
cirlo así, tres pausas ó jornadas. En la última del 28 se comportaron los
españoles con valor é intrepidez. A los cuerpos que el 27 flaquearon, na-
da ménos intentó Cuesta que diezmarlos, como si su falta no provinie-
se más bien de anterior indisciplina que de cobardía villana. Intercedió
el general inglés, y amansó el feroz pecho del español, mas desgraciada-
mente cuando ya habian sido arcabuceados 50 hombres.


Nombró la Junta Central á sir Arturo Wellesley, capitan general de
ejército, y elevóle su gobierno á par de Inglaterra, bajo el título de lord
vizconde Wellintong de Talavera, con el cual le distinguirémos en adelan-
te. Dispensó tambien la Central otras gracias á los jefes españoles, con-
decorando á don Gregorio de la Cuesta con la gran cruz de Cárlos III.


El 29 de Julio repasaron los franceses el Alberche, apostándose en




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las alturas de Salinas. Marchó en seguida José con el cuarto cuerpo y la
reserva á Santa Olalla, y se colocó el 31 en Illéscas, habiendo ántes des-
tacado una division vuelta de Toledo, á cuya ciudad amenazaba gente de
Venégas. El mariscal Victor, recelándose de los movimientos por su flan-
co de sir Roberto Wilson, cuya fuerza creia superior, se retiró tambien el
1.º de Agosto hácia Maqueda y Santa Cruz del Retamar, creciendo el des-
acuerdo entre él y el mariscal Jourdan, como acontece en la desgracia.


Lord Wellintong y los españoles se mantuvieron en Talavera, adon-
de llegó el 29, con 3.000 hombres de refresco, el general Crawfurd, que
al ruido de la batalla se apresuró á incorporarse á tiempo, aunque inú-
tilmente, al grueso del ejército. No quiso Wellintong, á pesar del refuer-
zo, seguir el alcance, ya porque considerase á los franceses más bien
repelidos que deshechos, ó ya porque no se fiase en la disciplina y orga-
nizacion del ejército español, tolerable en posicion abrigada, pero muy
imperfecta para marchas y grandes evoluciones. Otras causas pudieron
tambien influir en su determinacion: tal fué el anuncio del armisticio de
Znaim, que se publicó en Gaceta extraordinaria de Madrid de 27 de Ju-
lio; tal asimismo la marcha progresiva de Soult, de que se iban teniendo
avisos más ciertos. Sin embargo, no fundó el general inglés su resolucion
en ninguna de tan poderosas é insinuadas razones, fuese que no quisie-
ra ofender á los caudillos españoles, ó que temiera sobresaltar los áni-
mos con malas nuevas. Disculpóse solamente para no avanzar con la fal-
ta de víveres, pareciendo á algunos que si realmente tal escasez afligia al
ejército, no era oportuno modo de remediarla permanecer en el lugar en
donde más se sentia, cuando yendo adelante se encontrarian países mé-
nos devastados, y ciudades y pueblos que ansiosamente y con entusias-
mo aguardaban á sus libertadores.


Por tanto creyóse en general que, si bien no abundaban las vituallas,
la detencion del ejército inglés pendia principalmente de los movimien-
tos del marical Soult, quien, segun aviso recibido en 30 de Julio, inten-
taba atravesar el puerto de Baños, defendido por el Marqués del Rei-
no con cuatro batallones, dos destacados anteriormente del ejército de
Cuesta, y dos de Béjar. A la primera noticia pidió lord Wellington que
tropa española fuese á reforzar el punto amenazado, y dificultosamente
recabó de D. Gregorio de la Cuesta que destacase para aquel objeto, en
2 de Agosto, la quinta division, del mando de D. Luis Bassecourt: poca
fuerza y tardía, pues no pudiendo el Marqués del Reino resistir á la su-
perioridad del enemigo, se replegó sobre el Tiétar, entrando los france-
ses en Plasencia el 1.º de Agosto.




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Cerciorados los generales aliados de tan triste acontecimiento, con-
vinieron en que el ejército británico iria al encuentro de los enemigos, y
que los españoles permanecerian en Talavera, para hacer rostro al ma-
riscal Victor en caso de que volviese á avanzar por aquel lado. Las fuer-
zas que traian los franceses constaban del quinto, segundo y sexto cuer-
po, ascendiendo en su totalidad á unos 50.000 hombres. Precedia á los
demas el quinto, á las órdenes del mariscal Mortier; seguíale el segun-
do, á las inmediatas de Soult, que ademas mandaba á todos en jefe, y
cerraba la marcha el sexto, capitaneado por el mariscal Ney. Fué, de
consiguiente, Mortier quien arrojó de Baños al Marqués del Reino, ex-
tendiéndose ya hácia la venta de la Bazagona por una parte, y por otra
hácia Coria, cuando el 3 de Agosto pisó Soult las calles de Plasencia, y
cuando Ney cruzaba en el mismo dia los lindes extremeños. Tal y tan re-
pentina avenida de gente asoló aquella tierra, frondosísima en muchas
partes, no escasa de cierta industria, y en donde aun quedan rastros y
mijeros de una gran calzada romana. El general Beresford, que ántes es-
taba situado, con unos 15.000 portugueses, detras del Águeda, siguió al
ejército frances en una línea paralela, y atravesando el puerto de Pera-
les, llegó á Salvatierra el 17 de Agosto, desde cuyo punto trató de cubrir
el camino de Abrántes.


Íbanse de esta manera acumulando en el valle ó prolongada cuen-
ca que forma el Tajo desde Aranjuez hasta los confines de Portugal, mu-
chedumbre de soldados, cuyo número, inclusos los ejércitos de Venégas
y Beresford, rayaba en el de 200.000 hombres, de muchas y várias na-
ciones. Siendo difícil su mantenimiento en tan limitado terreno, y cor-
to el tiempo que se requeria para reunir las masas, era de conjeturar
que unos y otros estaban próximos á empeñar decisivos trances. Pero en
aquella ocasion, como en tantas otras, no aconteció lo que parecia más
probable.


Lord Wellington, informado de que el mariscal Soult se interponia
entre su ejército y el puente de Almaraz, resolvió pasar por el del Arzo-
bispo y establecer su línea de defensa detras del Tajo. Por su parte D.
Gregorio de la Cuesta, temeroso tambien de aguardar solo en Talavera
á José y Victor, que de nuevo se unian, abandonó la villa y se juntó en
Oropesa con la quinta division y el ejército británico. Desazonó á We-
llington la determinacion del general español, por parecerle precipitada,
y sobre todo por no haber puesto el correspondiente cuidado en salvar
los heridos ingleses que habia en Talavera. Desatendió, por tanto, y con
justicia, los clamores de D. Gregorio de la Cuesta, que insistia en que se




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conservase la posicion de Oropesa, como propia para una batalla. Cruzó,
pues, Wellington el puente del Arzobispo, y estableció su cuartel gene-
ral en Deleitosa el 7 de Agosto, poniendo en Mesas de Ibor su retaguar-
dia. Envió tambien por la orilla izquierda de Tajo al general Crawfurd,
con una brigada y seis piezas, el cual llegó felizmente á tiempo de cubrir
el paso de Almaraz y los vados.


Forzado, bien á su pesar, el general Cuesta á seguir al ejército inglés,
pasó el 5 el puente del Arzobispo, hácia donde con presteza se agolpa-
ban los enemigos. Prosiguió su marcha por la Peraleda de Garbin á Me-
sas de Ibor, dejando en guarda del puente á la quinta division, del car-
go de D. Luis Bassecourt, y por la derecha en Azotan, para atender á los
vados, al Duque de Alburquerque, con 3.000 caballos. Mas apénas ha-
bia llegado Cuesta á la Peraleda, cuando ya eran dueños los enemigos
del puente del Arzobispo.


Acercándose allí de todas partes el quinto cuerpo, se habia colocado
su jefe Mortier en la Puebla de Naciados. Estaba á la sazon en Navalmo-
ral el mariscal Ney, y Soult, desde el Gordo, habia destacado caballería
camino de Talavera, para ponerse en comunicacion con Victor, de vuelta
ya éste el 6 en aquella villa. Así todas las tropas francesas podian ahora
darse la mano y obrar de acuerdo.


Reconcentráronse, pues, para forzar el paso del puente del Arzobis-
po el quinto y segundo cuerpo, al tiempo que Victor, por el puente de ta-
blas de Talavera, debia llamar la atencion de los españoles, y áun aco-
meterlos, siguiendo la izquierda del Tajo. A las dos de la tarde del 8
formalizaron los franceses su ataque contra el paso del Arzobispo; diri-
gíalo el mariscal Mortier. El calor del dia, y el descuido propio de ejérci-
tos mal disciplinados, hizo que no hubiese de nuestra parte gran vigilan-
cia, por lo cual, en tanto que los enemigos embestian el puente, cruzaron
descansadamente un vado 800 caballos suyos, guiados por el general
Caulincourt, quedando unos 6.000 al otro lado, prontos á ejecutar lo
mismo. Procuraron los españoles impedir el paso del Arzobispo, abrien-
do un fuego muy vivo de artillería, ajenos de que Caulincourt, pasando
el vado, acometeria, como lo hizo, por la espalda. Sólo habia en el puen-
te 300 húsares del regimiento de Extremadura, que contuvieron largo
rato los ímpetus de los jinetes enemigos, á quienes hubiera costado caro
su arrojo si Alburquerque hubiese llegado á tiempo. Pero los caballos de
éste, desensillados y sin bridas, tardaron en prepararse, acudiendo des-
pues atropelladamente, con cuya detencion y falta de órden dióse lugar
á que vadease el rio toda la caballería francesa, que, ayudada de algunos




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infantes, desconcertó á nuestra gente, de la cual parte tiró á Guadalupe
y parte á Valdelacasa, perdiéndose cañones y equipajes.


Afortunadamente no prosiguieron los enemigos más adelante, diri-
giendo sus fuerzas á otros puntos, por lo que los aliados pudieron man-
tenerse tranquilos; los ingleses sobre la izquierda hácia Almaraz, con
su cuartel general en Jaraicejo, los españoles sobre la derecha, con el
suyo en Deleitosa, atentos tambien á proteger la posicion de Mesas de
Ibor. Don Gregorio de la Cuesta, abrumado con los años, sinsabores é
incomodidades de la campaña, hizo dimision del mando el 12 de Agos-
to, sucediéndole interinamente, y despues en propiedad, D. Francisco
de Eguía.


Puestos los aliados á la orilla izquierda del Tajo, y temiendo José mo-
vimientos en Castilla la Vieja, cuyas guarniciones estaban faltas de gen-
te, determinó, siguiendo el parecer de Ney, suspender las operaciones
del lado de Extremadura. Así lo tenía, igualmente, insinuado Napoleon
desde Schoenbrun, con fecha de 29 de Julio, desaprobando que se empe-
ñasen acciones importantes hasta tanto que llegasen á España nuevos re-
fuerzos, que se disponia á enviar del Norte. Conforme á la resolucion de
José, situóse Soult en Plasencia, reemplazó en Talavera al cuerpo de Vic-
tor el de Mortier, y retrocedió con el suyo á Salamanca el mariscal Ney.


Caminaba el último tranquilamente á su destino, sin pensar en ene-
migos, cuando de repente tropezó en el puerto de Baños con obstinada
resistencia. Causábala sir Roberto Wilson, quien, abandonado, y estan-
do el 4 de Agosto en Velada, sin noticia del paradero de los aliados, re-
pasó el Tiétar, y atravesando acelerada é intrépidamente las sierras que
parten términos con las provincias de Ávila y Salamanca, fué á caer á
Béjar por sitios solitarios y fragosos. Desde allí, queriendo incorporarse
con los aliados, contramarchó hácia Plasencia por el puerto de Baños, á
la propia sazon que el mariscal Ney revolvia sobre Salamanca. La fuer-
za de Wilson, de 4.000 hombres, la componian portugueses y españoles.
Dos batallones de éstos, avanzados en Aldeanueva, defendieron á pal-
mos el terreno hasta la altura del desfiladero, en donde se alojaban los
portugueses. Sostúvose Wilson en aquel punto durante horas, y no ce-
dió sino á la superioridad del número; segun la relacion de tan digno je-
fe, sus soldados se portaron con el mayor brío, y al retirarse, los hubo
que respondiendo á fusilazos á la intimacion del enemigo de rendirse, se
abrieron paso valerosamente.


El cuerpo del mariscal Soult, miéntras permaneció en tierra de Pla-
sencia, acostumbrado á vivir de rapiña, taló campos, quemó pueblos y




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cometió todo género de excesos. Al obispo de Coria D. Juan Álvarez de
Castro, anciano de ochenta y cinco años, postrado en una cama, sacá-
ronle de ella violentamente merodeadores franceses, y sin piedad le ar-
cabucearon. Parecida atrocidad cometieron con otros pacíficos y honra-
dos ciudadanos.


En tanto José pensó en hacer frente al general Venégas, que por su
parte habia puesto en gran cuidado á la córte intrusa, adelantándose al
Tajo en 23 de Julio, al tiempo que el general Sebastiani retrocedió á To-
ledo. Era el ejército de D. Francisco Venégas de los mejor acondiciona-
dos de España, y sobresalian sus jefes entre los más señalados. Estaba
distribuido en cinco divisiones, que regian: la primera D. Luis Lacy, la
segunda D. Gaspar Vigodet, la tercera D. Pedro Agustin Jiron, la cuarta
D. Francisco Gonzalez Castejon, y la quinta D. Tomas de Zerain. Gober-
naba la caballería el Marqués de Jelo. Ya hablamos de su fuerza total.


El 27 de Julio dispuso el general Venégas que la primera division pa-
sase á Mora, cayendo sobre Toledo, al paso que él se trasladaba á Tem-
bleque con la cuarta y quinta, y avanzaban á Ocaña la segunda y terce-
ra. Ejecutóse la operacion, yendo hasta Aranjuez en la mañana del 29.
Un destacamento de 400 hombres, mandados por el coronel D. Felipe
Lacorte, se extendió á la Cuesta de la Reina, en donde dispersó tropas
del enemigo y les cogió varios prisioneros.


En tal situacion, parecia natural que Venégas se hubiera metido en
Madrid, desguarnecido con la salida de José via de Talavera. Aguijon
era para ello el nombramiento que el mismo dia 29 recibió de la Central,
encargándole interinamente el mando de Castilla la Nueva, con preven-
cion de que residiese en Madrid. Pero siendo el verdadero motivo de
concederle esta gracia el disminuir el influjo pernicioso de Cuesta, ca-
so que nuestras tropas ocupasen la capital, se le advertia al mismo tiem-
po que no se empeñase muy adelante, pues los ingleses, con pretexto de
falta de subsistencias, no pasarian del Alberche.


Hubiera aún podido detener á Venégas para entrar en Madrid el par-
te que el 30 le dió Lacy, desde Nuestra Señora de la Sisla, de que ene-
migos se agolpaban á Toledo, si en el mismo dia no hubiese tambien re-
cibido oficio de Cuesta, anunciando la victoria de Talavera, coligiéndose
de ahí que la gente divisada por Lacy venia más bien de retirada que
con intento de atacarle. Sin embargo, se limitó Venégas á reconcentrar
su fuerza en Aranjuez, apostando en el puente Largo la division de Lacy,
que habia llamado de las cercanías de Toledo.


Permanecia así incierto, cuando el 3 de Agosto le avisó D. Grego-




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rio de la Cuesta cómo se retiraba de Talavera. Con esta noticia parecia
que quien se habia mostrado circunspecto en momentos favorables se-
ríalo ahora mucho más y con mayor fundamento. Pero no fué así, pues en
vez de retirarse, tomó el 5 disposiciones para defender el paso del Tajo.
Apostó en sus orillas las divisiones primera, segunda y tercera, al man-
do todas de D. Pedro Agustín Jiron, que debian atender á los vados y á
los puentes Verde, de barcas y la Reina, quedándose detras, camino de
Ocaña, con las otras dos divisiones, el mismo Venégas.


Los franceses se presentaron en la ribera derecha á las dos de la tar-
de del mismo 5, y empezaron por atacar la izquierda española, colocada
en el jardin del infante D. Antonio, acometiendo despues los tres puen-
tes. A todas partes acudia el general Jiron con admirable presteza, y en
particular á la izquierda, apoyando sus esfuerzos los generales Lacy y
Vigodet. No ménos animosos se mostraban los otros jefes y soldados, y
los hubo que apénas curados de sus heridas volvian á la pelea. Los fran-
ceses, viendo la porfía de la defensa, abandonaron al anochecer su in-
tento. Perdimos 200 hombres; los enemigos 500, estando más expuestos
á nuestros fuegos.


Bastábale á Venégas la ventaja adquirida para que satisfecho se reti-
rase con honra; mas creciendo su confianza, permaneció en Ocaña y se
aventuró á una batalla campal. Los franceses, frustrado su deseo de pa-
sar el Tajo por Aranjuez, hicieron continuos movimientos con direccion
á Toledo, lo cual excitó en Venégas la sospecha de que querian atravesar
hácia allí el rio y cogerle por la espalda. Situó, en consecuencia, su ejer-
cito en escalones desde Aranjuez á Tembleque, en donde estableció su
cuartel general, enviando la quinta division sobre Toledo. En efecto, los
franceses pasaron en 9 de Agosto el Tajo por esta ciudad y los vados de
Añover, y el 10 juntó el general español sus fuerzas en Almonacid.


En la creencia de que los franceses sólo eran 14.000, repugnábale
á D. Francisco Venégas desamparar la Mancha, inclinándose á presen-
tar batalla. Oyó, sin embargo, ántes la opinion de los demas generales,
la cual coincidiendo con la suya, se acordó entre ellos atacar á los fran-
ceses el 12, dando el 11 descanso á las tropas. Mas en este dia previ-
nieron los enemigos los deseos de los nuestros, trabando la accion en la
madrugada.


Componíase la fuerza francesa del cuarto cuerpo, al mando de Se-
bastiani, y de la reserva, á las ordenes de Dessoles y de José en perso-
na, cuyo total ascendia á 26.000 infantes y 4.000 caballos. Situáronse
los españoles delante de Almonacid y en ambos costados. El derecho le




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guarnecia la segunda division, el izquierdo la primera, y ocupaban el
centro la cuarta y quinta. Quedó la reserva á retaguardia, destacándo-
se sólo de ella dos ó tres cuerpos. Distribuyóse la caballería entre am-
bos extremos de la línea, excepto algunos jinetes, que se mantuvieron
en el centro.


Empezó á atacar el general Sebastiani ántes que llegase su reserva,
dirigiéndose contra la izquierda española. Vióse, por tanto, muy com-
prometido un cuerpo de la primera division, y á punto de tener que re-
plegarse sobre los batallones de Bailén y Jaen, que eran dos de los des-
tacados de la tercera division. Ciaron tambien éstos de la cresta de un
monte, á la izquierda de la línea donde se alojaban, herido mortalmente
el teniente coronel de Bailén D. Juan de Silva. Inútilmente fué á su so-
corro el general Jiron, hasta que desplegando al frente de las columnas
enemigas D. Luis Lacy, con lo restante de su primera division contuvo á
aquéllas, y las rechazó, apoyado por la caballería.


A la sazon llegó el general Dessoles con parte de la reserva francesa,
y animando á los soldados de Sebastiani, renovóse con más ardor la re-
friega. Viéronse entónces tambien acometidas la cuarta y quinta division
española; la última, colocada á la derecha de Almonacid, dió luégo indi-
cio de flaquear; mas la otra sostúvose bizarramente, distinguiéndose los
cuerpos de Jerez, Córdoba y guardias españolas, guiado el segundo con
conocimiento y valentía por D. Francisco Carvajal. Cargaba igualmen-
te la caballería, y anunciábase allí la victoria, cuando, muerto el caba-
llo del comandante de aquellos jinetes, Vizconde de Zolina, hombre de
nimia supersticion, aunque de valor no escaso, paróse éste, tomando por
aviso de Dios la muerte su de caballo.


Entre tanto acudió José con el resto de la reserva al campo de bata-
lla, y rota la quinta division, que ya habia flaqueado, penetraron los fran-
ceses hasta el cerro del castillo, al que subieron despues de una muy
viva resistencia. Llegó con esto á ser muy crítica la situacion del ejérci-
to español, en especial la de la gente de Lacy, por lo cual Venégas juz-
gó prudente retirarse. Para ello ordenó á la segunda division, del man-
do de Vigodet, que era la ménos comprometida, que formase á espaldas
del ejército. Ejecutó dicho jefe esta maniobra con prontitud y acierto, si-
guiendo á su division la cuarta, del cargo de Castejon.


No bastó tan oportuna precaucion para verificar la retirada ordena-
damente, pues asustados algunos caballos con la voladura de varios ca-
rros de municiones, dispersáronse é introdujeron desórden. De allí, no
obstante, con más ó ménos concierto, dirigiéronse todas las divisiones




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por distintos puntos á Herencia, y en seguida á Manzanares. En esta vi-
lla, corriendo entre la caballería la voz falsa y aciaga de que los enemi-
gos estaban ya á la espalda de Valdepeñas, desrancháronse los solda-
dos, y de tropel y desmandadamente no pararon hasta Sierra-Morena,
en donde, segun costumbre, se juntaron despues y rehicieron. Costó á
los españoles la batalla de Almonacid 4.000 hombres, unos 2.000 á los
franceses.


Tan desventajosamente finalizó esta campaña de Talavera y la Man-
cha, comenzada con favorable estrella. No se advirtió, sin embargo, en
sus resultas, á lo ménos de parte de los españoles, lo que comunmen-
te acontece en las guerras, en las que, segun con razon asienta Montes-
quieu, no suele ser lo más funesto las pérdidas reales que en ellas se ex-
perimentan, sino las imaginarias y el desaliento que producen. Lo que
hubo de lastimoso en este caso fué haber desaprovechado la ocasion de
lanzar tal vez á los franceses del Ebro allá, y sobre todo la desunion mo-
mentánea de los aliados, á la que sirvió de principal motivo la falta de
bastimentos.


Cuestion ha sido ésta que ya hemos tocado, y no volveriamos á re-
novarla, si no hubiese tenido particular influjo en las operaciones mili-
tares, y mezcládose tambien en los vaivenes de la política. Hubo en ella
por ambas partes injusticia en las imputaciones, achacándose á la Cen-
tral mala voluntad y hasta perfidia, y calificando ésta de mero pretexto
las quejas, á veces fundadas, de los ingleses. Todos tuvieron culpa, y más
las circunstancias de entónces, juntamente con la dificultad de alimen-
tar un ejército en campaña cuando no es conquistador, y de prevenir las
necesidades por medio de oportunos almacenes. Se equivocó la Central
en imaginar que con sólo dar órdenes y enviar empleados se abasteceria
el ejército inglés y español. A aquéllas hubieran debido acompañar me-
didas vigorosas de coaccion, poniendo tambien cuidado en encargar el
desempeño de comision tan espinosa á hombres íntegros y capaces. Cier-
to que á un gobierno de índole tan débil como la Central érale difícil em-
plear la coaccion, sobre todo en Extremadura, provincia devastada, y en
donde hasta las mismas y fértiles comarcas del valle y vera de Plasencia,
primeras que habian de pisar los ingleses, acababan de ser asoladas por
las tropas del mariscal Victor. Pero hubo azar en escoger por cabeza de
los empleados á Lozano de Torres, quien, al paso que bajamente adula-
ba al general en jefe inglés, escribia á la Central que eran las quejas de
aquél infundadas: juego doble y villano, que descubierto, obligó á We-
llington á echar con baldon de su campo al empleado español.




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De parte de los ingleses hubo imprevision en figurarse que con los
ofrecimientos y buenos deseos de la Central podría su ejército ser com-
pletamente provisto y ayudado. Ya habia éste padecido en Portugal fal-
ta de muchos artículos, aunque en realidad el gobierno británico allí
mandaba, y con la ventaja de tener próxima la mar. Mayores escaseces
hubieran debido temer en España, país entónces, por lo general, más
destruido y maltratado, no pudiendo contar con que sólo el patriotis-
mo reparase el apuro de medios, despues de tantas desgracias y escar-
mientos. Creer que el gobierno español hubiera de antemano prepara-
do almacenes, era confiar sobradamente en su energía, y principalmente
en sus recursos. Los ingleses sabian por experiencia lo dificultoso que
es arreglar la hacienda militar, ó sea comisariato, pues todavía en aquel
tiempo tachaban ellos mismos de defectuosísimo el suyo, y no era dable
que España, en todo lo demas tan atrasada respecto de Inglaterra, se le
aventajase en este solo ramo, y tan de repente.


En vano pensó la Junta suprema remediar en parte el mal, enviando
á Extremadura á D. Lorenzo Calvo de Rozas, individuo suyo, y en cuyo
celo y diligencia ponia firme esperanza. Semejante determinacion, que
no se tomó hasta 1.º de Agosto, llegaba ya tarde, indispuestos los ánimos
de los generales entre si, y agriados cada vez más con el escaso fruto que
se sacaba de la campaña emprendida. De poco sirvió tambien para con-
cordarlos la dejacion voluntaria que hizo Cuesta de su mando, anhelada
por los mismos ingleses, y expresamente pedida por su ministro, en Se-
villa. Lord Wellington, viendo que la abundancia no crecia (3) cual de-
seaba, y que sus soldados enfermaban, y perecian sus caballos, declaró
que estaba resuelto á retirarse á Portugal. Entónces Eguía y Calvo hicie-
ron, para desviarle de su propósito, nuevos ofrecimientos, concluyendo
con decirle el primero que, á no ceder á sus instancias, creería que otras
causas, y no la falta de subsistencias, le determinaban á retirarse. Otro
tanto, y con más descaro, escribióle Calvo de Rozas. Asperamente repli-
có Wellington, indicando á Eguía que en adelante sería inútil proseguir
entre ellos la comenzada correspondencia.


(3) Los pocos dias que pasaron en Jaraicejo los ingleses no tuvieron grande escasez,
pues se les suministró bastante pan y abundó el ganado. Así lo dice, y con las siguien-
tes palabras, lord London-derry, testigo no sospechoso para los ingleses: «During the first
fews days of our sojourn at Jaraicejo we were tolerably well supplied with bread; and ca-
ttle being plenty, we had no cause to complain.....» (Narrative of the peninsular war, vol.
I, chapter XVII, page. 431.)




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Algunos, no obstante, mantuvieron esperanzas de que todo se com-
pondria con la venida á Sevilla del Marqués de Wellesley, hermano del
general inglés y embajador nombrado por S. M. B. cerca del gobierno
de España. Habia llegado el Marqués á Cádiz el 4, y acogídole la ciu-
dad cual merecia su elevada clase y la fama de su nombre. No nos deten-
drémos en describir su entrada, mas no podemos omitir un hecho que allí
ocurrió, digno de memoria. Fué, pues, que queriendo el Embajador, agra-
decido al buen recibimiento, repartir dinero entre el pueblo, Juan Loba-
to, zapatero de oficio, y de un batallon de voluntarios, saliendo de entre
las filas, díjole mesuradamente: «Señor excelentísimo, no honramos á V.
E. por interes, sino para corresponder á la buena amistad que nuestra na-
cion debe á la de V. E.» Rasgo muy característico y frecuente en el pue-
blo español. Pasó despues á Sevilla el nuevo embajador, y reemplazó á
Mr. Frere, á quien la Junta dió el título de Marqués de la Union, en prue-
ba de lo satisfecha que estaba de su buen porte y celo. Uno de los prime-
ros puntos que trató Wellesley con la Junta fué el de la retirada de su her-
mano. Recayendo la principal queja sobre la falta de provisiones, rogóle
el gobierno español que le propusiese un medio, y el Marqués extendió
un plan sobre el modo de formar almacenes y proporcionar trasportes, co-
mo si el estado general de España, y el de sus caminos y sus carruajes,
estuviese al par del de Inglaterra. No obstante los obstáculos insupera-
bles que se ofrecian para su ejecucion, aprobólo la Central, quizá con sus
puntas de malicia, sin que por eso se adelantase cosa alguna. Lord We-
llington habia ya empezado el 20 de Agosto, desde Jaraicejo, su marcha
retrógrada, y deteniéndose algunos dias en Mérida y Badajoz, repartió en
principios de Setiembre su ejército entre la frontera de Portugal y el te-
rritorio español. Muchos atribuyeron esta retirada al deseo que tenía el
gobierno inglés de que recayese en lord Wellington el mando en jefe del
ejército aliado. Nosotros, sin entrar en la refutacion de este dictámen, nos
inclinamos á creer que, más que de aquella causa y de la falta de subsis-
tencias, que en efecto se padeció, provino semejante resolucion del rum-
bo inesperado que tomaron las cosas de Austria. Los ingleses habian pa-
sado á España en el concepto de que prolongándose la guerra del Norte,
tendrian los franceses que sacar tropas de la Península, y que no habria,
por tanto, que luchar en las orillas del Tajo sino con determinadas fuer-
zas. Sucedió lo contrario; atribuyendo despues unos y otros á causas in-
mediatas lo que procedia de origen más alto. De todos modos, las resultas
fueron degraciadas para la causa comun, y la Central, como dirémos des-
pues, recibió de este acontecimiento gran menoscabo en su opinion.




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El gobierno de José, por su parte, lleno de confianza, habia aumenta-
do ya desde Mayo sus persecuciones contra los que no graduaba de ami-
gos, incomodando á unos y desterrando á otros á Francia.


Confundia en sus tropelías al prócer con el literato, al militar con el
togado, al hombre elocuente con el laborioso mercader. Así salieron de
Madrid juntos, ó unos en pos de otros, á tierra de Francia el Duque de
Granada y el poeta Cienfuegos, el general Arteaga y varios consejeros,
el abogado Argumosa y el librero Perez. Mala manera de allegar parti-
darios, é innecesaria para la seguridad de aquel gobierno, no siendo los
extrañados hombres de arrojo ni cabezas capaces de coligacion. Expi-
diéronse igualmente entónces por José decretos destemplados, como lo
fueron el de disponer de las cosechas de los habitantes sin su anuencia,
y el de que se obligase á los que tuviesen hijos sirviendo en los ejércitos
españoles á presentar en su lugar un sustituto ó dar en indemnizacion
una determinada suma. Estos decretos, como los demas, ó no se cum-
plian, ó cumplíanse arbitrariamente, con lo que, en el último caso, se
añadia á la propia injusticia la dureza en la ejecucion.


La guerra de Austria, aunque habia alterado algun tanto al gobierno
intruso, no le desasosegó extremadamente, ni le contuvo en sus proce-
dimientos. Llególe más al alma la cercanía de los ejércitos aliados, y el
ver que con ella los moradores de Madrid recobraban nuevo aliento. Pro-
curó, por tanto, deslumbrarlos y divertir su atencion haciendo repetidas
salvas, que anunciasen las victorias conseguidas en Alemania; mas el
español, inclinado entónces á dar sólo asenso á lo que le era favorable,
acostumbrado ademas á las artimañas de los franceses, no dando fe á le-
janas nuevas, reconcentraba todas sus esperanzas en los ejércitos alia-
dos, cuya proximidad en vano quiso ocultar el gobierno de José. Tocó en
frenesí el contentamiento de los madrileños el 26 de Julio, dia de San-
ta Ana, en el que los aldeanos que andan en el tráfico de frutas de Na-
valcarnero y pueblos de su comarca esparcieron haber llegado allí, y es-
tar, de consiguiente, cercana á la capital, sir Roberto Wilson y su tropa.
Con la noticia, saliendo de sus casas los vecinos, espontáneamente y de
monton se enderezaron los más de ellos hácia la puerta de Segovia pa-
ra esperar á sus libertadores. Los franceses no dieron muestra de impe-
lirlo, limitándose el general Belliard, que habia quedado de gobernador,
á sosegar con palabras blandas el ánimo levantado de la muchedumbre.
Durante el dia reinó por todo Madrid el júbilo más exaltado, dándose el
parabien conocidos y desconocidos, y entregándose al solaz y holgan-
za. Pero en la noche, llegado aviso del descalabro que padeció el mis-




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mo 26 la vanguardia de Zayas, anunciáronlo los franceses al dia siguien-
te como victoria alcanzada contra todo el ejército combinado, sin que la
publicacion hiciese mella en los madrileños, calificándola de falsa, so-
bre todo cuando el 31, de resultas de la batalla de Talavera, vieron que
los franceses tomaban disposiciones de retirada y que los de su partido
se apresuraban á recogerse al Retiro. Salieron, no obstante, fallidas, se-
gun en su lugar contamos, las esperanzas de los patriotas; mas, inmuta-
bles éstos en su resolucion, comenzaron á decir el tan sabido no impor-
ta, que, repetido á cada desgracia y en todas las provincias, tuvo en la
opinion particular influjo, probando con la constancia del resistir que
aquella frase no era hija de irrefleja arrogancia, sino expresion signifi-
cativa del sentimiento íntimo y noble de que una nacion, si quiere, nun-
ca es sojuzgada.


José, sin embargo, persuadido de que con la retirada de los ejérci-
tos aliados, las desavenencias entre ellos, la batalla de Almonacid y lo
que ocurría en Austria se afirmaba más y más en el sólio, tomó providen-
cias importantes y promulgó nuevos decretos. Antes ya habia instalado
el Consejo de Estado, no pasando á convocar Córtes, segun lo ofrecido
en la Constitucion de Bayona, así por lo arduo de las circunstancias, co-
mo por no agradar ni áun la sombra de instituciones libres al hombre de
quien se derivaba su autoridad. Entre los decretos, muchos y de vária
naturaleza, húbolos que llevaban el sello de tiempos de division y dis-
cordia, como fueron el de confiscacion y venta de los bienes embargados
á personas fugitivas y residentes en provincias levantadas, el de priva-
cion de sueldo, retiro ó pension á todo empleado que no hubiese hecho
de nuevo, para obtener su goce, solicitud formal. De estas dos resolucio-
nes, la primera, ademas de adoptar el bárbaro principio de la confisca-
cion, era harto ámplia y vaga para que en la aplicacion no se acrecie-
se su rigor; y la segunda, si bien pudiera defenderse, atendiendo á las
peculiares circunstancias de un gobierno intruso, mostrábase áspera en
extenderse hasta la viuda y el anciano, cuya situacion era justo y conve-
niente respetar, evitándoles todo compromiso en las discordias civiles.


Decidió tambien José no reconocer otras grandezas ni títulos sino los
que él mismo dispensase por un decreto especial, y suprimió igualmen-
te todas las órdenes de caballería existentes, excepto la militar de Espa-
ña, que habia creado, y la antigua del Toison de Oro; no permitiendo ni
el uso de las condecoraciones, ni ménos el goce de las encomiendas; por
cuyas determinaciones, ofendiendo la vanidad de muchos, se perjudicó
á otros en sus intereses y tratóse de comprometer á todos.




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Aplaudieron algunos un decreto que dió José, el 17 de Agosto, para
la supresion de todas las órdenes monacales, mendicantes y clericales.
Napoleon, en Diciembre, habia sólo reducido los conventos á una ter-
cera parte; su hermano ampliaba ahora aquella primera resolucion, ya
por no ser afecto á dichas corporaciones, ya tambien por la necesidad de
mejorar la Hacienda.


Los apuros de ésta crecian, no entrando en arcas otro producto si-
no el de las puertas de Madrid, aumentado sólo con el recargo de ciertos
artículos de consumo. Semejante penuria obligó al ministro de Hacien-
da, Conde de Cabarrús, á recurrir á medios odiosos y violentos, como el
del repartimiento de un empréstito forzoso entre las personas pudien-
tes de Madrid, y el de recoger la plata labrada de los particulares. En
la ejecucion de estas providencias, y sobre todo en la de la confiscacion
de las casas de los grandes y otros fugitivos, cometiéronse mil tropelías,
teniendo que valerse de individuos despreciables y desacreditados, por
no querer encargarse de tal ministerio los hombres de vergüenza. Así
fué que ni el mismo gobierno intruso reportó gran provecho, echándose
aquella turba de malhechores, con la suciedad y ánsia de arpías, sobre
cuantas cosas de valor se ofrecian á su rapacidad.


Del palacio real se sacaron al propio tiempo todos los útiles de plata
que por antiguos ó de mal gusto se habian excluido del uso comun, y se
llevaron á la casa de la moneda. Dijóse que del rebusco se juntaron cer-
ca do 800.000 onzas de plata, cálculo que nos parece excesivo.


Tomáronse asimismo de las iglesias muchas alhajas, trasladándose á
Madrid bastante porcion de las del Escorial. Cierto es que entre ellas,
várias que se creian de oro no lo eran, y otras que se tenian por de pla-
ta aparecieron sólo de hojuela. El historiador inglés Napier (ya es preci-
so nombrarle), empeñado siempre en denigrar la conducta de los patrio-
tas, dice que esta medida del intruso excitó la codicia de los españoles,
y produjo la mayor parte de las bandas que se llamaron guerrillas. Aser-
cion tan errónea y temeraria, que consta de público, y puede averiguar-
se en los papeles del gobierno nacional, que si los jefes de aquellas tro-
pas interceptaron parte de la plata y otras alhajas de las que se llevaban
á Madrid, por lo general las restituyeron fielmente á sus dueños ó las en-
viaron á Sevilla. Lo contrario sucedió del lado de los franceses, que mi-
rando á España como conquista suya, ú obligados sus jefes á echar mano
de todo para mantener sus tropas, se reservaron gran porcion de aque-
llos efectos, en vez de remitirlos al gobierno de Madrid. Con frecuencia
se quejaba entre sus amigos de tal desórden el Conde de Cabarrús, aña-




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diendo que Napoleon nunca conseguiria su intento en la Península, si
no adoptaba el medio de hacer la conquista con 600 millones y 60.000
hombres en lugar de 600.000 hombres y 60 millones; pues sólo así po-
dria ganar la opinion, que era su más terrible enemigo.


Aquel ministro, de cuya condicion y prendas hemos hablado anterior-
mente, juzgó político y miró como inagotable recurso la creacion que hi-
zo, por decreto de 9 de Junio, bajo nombre de cédulas hipotecarias, de
unos documentos que habian de trocarse contra los créditos antiguos del
Estado de cualquiera especie, y emplearse en la compra de bienes nacio-
nales, con la advertencia de que los que rehusáran adquirir dichos bienes
recibirian en cambio inscripciones del libro de la deuda pública que se
establecia, cobrando al año 4 por 100 de interés. Tambien discurrió Ca-
barrús prohibir el curso de los vales reales en los países dominados por
los franceses, si no llevaban el sello del nuevo escudo adoptado por José;
lo que, en lugar de atraer los vales á la circulacion de Madrid, ahuyentó-
los, temerosos los tenedores de que el gobierno legítimo se negase á reco-
nocerlos con la nueva marca. Coligiéndose de ahí ser Cabarrús el mismo
de ántes, esto es, sujeto de saber y viveza, pero sobradamente inclinado á
forjar proyectos á centenares, por lo cual le habia ya calificado con opor-
tunidad el célebre Conde de Mirabeau d’homme á expédients.


Ademas, todas estas medidas, que flaqueaban ya por tantos lados,
y particularmente por el de la confianza, base fundamental del crédi-
to, acabaron de hundirse con crear otras cédulas, llamadas de indemni-
zacion y recompensa, pues aunque al principio se limitó la suma de és-
tas á la de 100 millones, y en forma diferente de las otras, claro era que
en un gobierno sin trabas, como el de José, y en el que habia de conten-
tarse á tantos, pronto se abusaria de aquel medio, ampliándole, y absor-
biendo de este modo gran parte de los bienes nacionales, destinados á la
extincion de la deuda. Así fué que, si bien al principio algunos cortesa-
nos y especuladores hicieron compras de cédulas hipotecarias, con que
adquirieron fincas pertenecientes á confiscos y comunidades religiosas,
padeció en breve aquel papel gran quebranto, quedando casi reducido
á valor nominal.


No sacando, pues, de ahogo tales medidas económicas al gobierno de
Madrid, tuvo Napoleon, mal de su grado, que suministrar de Francia dos
millones de francos mensuales, siendo aquélla la primera guerra que, en
lugar de producir recursos á su erario, los menguaba.


Más atinado anduvo José en otros decretos, que tambien promulgó
desde Junio hasta fines del año 1809; entre ellos merece particular ala-




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banza el que abolió el voto de Santiago, impuesto gravosísimo á los agri-
cultores, del que hablarémos al tratar de las Córtes de Cádiz. Igualmente
fueron notables el de la enseñanza pública, el de la milicia y sus gra-
dos, el de las municipalidades y el de quitar á los eclesiásticos toda ju-
risdiccion civil y criminal. Providencias estas y otras que, si bien en mu-
cha parte tiraban á la mejora del reino, no eran apreciadas por falta de
ejecucion, y sobre todo porque desaparecia su beneficio al lado de otras
ruinosas, y de las lástimas que causaban las persecuciones de particula-
res y los males comunes de la guerra.