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LA REGENCIA


DE D. BALDOMERO ESPARTERO
y SUCESOS QUE LA PREPARARON.




\!I ~ ).' rk ~.




LA REGENCIA
DE


D. BALDO~iERO ESPARTERO,
Conde de Luchana, Duque de la Vicloria y de, Morella,


y SUCESOS QUE LA PREPARARON,
P()H


D. MANUEL Mi\RLIANI,
;--:,r':~AI)OH (JT"y,: 11A 811)/1 DEI, f{EI:--;f) Dr~ ESI).\,~A y SENAnOp~ Dí~L DE fTALIA .


• «O,.


MADRID
I \1 P RE" T A Tl E \1.\" e E L G A L 1 A ~ o


PlazaJe los\linistcrios, 2.






ADVERTENCIA INTERESANTE.


El hallarse el autor de esta obra fuera de España durante su


itnpresion, ha sido causa de que hayan pasado sin corregir bas-


tantes erratas~ que el lector verá enn1endadas al final del tomo,
habiéndose tambien añadido algunos documentos justificativos
que no ha sido posible insertar oportunamente en el texto.






PREFACIO.


CCA:,mo el vendabal coalicionista hubo en 1843 derribado la Regen-
cia del Duque de la Yictoria, una proscripcion general cogió en masa á
los que le fuimos fieles, _Muy luego arren1etió con des apiadada furia á los
progresistas, que para su propia desgracia, la de España y de la libertad,
desconocieron cuán sagrada debe ser para los buenos ciudadanos una ma-
gistratura suprema dada por los representantes del país.


Las escandalosas escenas que tuvieron lugar en Palacio el 29 de No-
YÍembre , pusieron de manifiesto el fatal error de esa coalicion con el ban-
do retrógado; fué un suicidio de los progresistas que lo aceptaron. De
allí á poco, unos y otros nos vimos n1edidos por el rasero de una impla-
cable reaccion que ha durado veinticinco años, con el corto intervalo del
bienio de 1854 Y 1 ~56. La revolucion de Setiembre ha sido el término
d~ tan afrentosa y sangrienta tiranía.


Proscritos ó emigrados viviamos en el extranjero, á donde llegaba el
eco de las desgracias que se agolpaban sobre el Reino: entonces nació en
mí el pensamiento de que habia de llegar dia en que el gobierno de la
R~gencia y del partido progresista fuera un enigma para la posteridad.
En mi opinion cumplia al honor de esta demostrar que hab:a sido el me-
jor de los gobiernos que habia regido la monarquía desde su cuna, y que




- VI-


habia sido reemplazado por uno de los peores que habia tenido España.
U rgió por lo mismo recoger los documentos de esta época, y mientras vi-
vian las decl8raciones de los hombres que habian tenido la parte princi-
pal en la gobcrnacion del reino.


Llevado de esta patriótica inspiracion , allá en los años de la emigra-
cion me entregué afanoso á esta empresa, y sin consultar más que mi
pundonoroso instinto, hice esfuerzos inauditos para conseguir la recopila-
cion de documentos y obtener declaraciones que hoy seria imposible al-
canzar. lVIi concep.to tuvo la mejor acogida entre las personas consultadas:
he debido á la benevolencia de los más ilustres hombres políticos de Es-
paña, que tambien eran mis amigos, los preciosos elementos de la histo·-
ria que publico á la vuelta de veinticuatro años de haberla redactado. En
tan largo período no me ha sido posible darla el luz, por razones que es-
tán al nlcance de todos.


N o he alterado en lo 111ás mínimo su te.\to primitivo, á p~sar de haber
escrito cuando sobre mi cabeza pesaba un cuarto de siglo menos y cuan-
do tan recientes eran los sucesos de que yo era una de tanLlS víctimas.
Algun resentimiento era disculpable. :.\las temiendo que se me hubieran
deslizado juicios sobradamente sc,"eros , he entregado mi trabajo á perso-
nas en alto grado compctentes, autorizándolas á enmendar en mi manus-
crito lo que pudiera lastimar á aquellos de quien he disentido pública-
mente en 1 S43, pero que quiero y aprecio hoy como entonces, teniendo
la imponderable satisfaccion de que se me haya dcvuelto mi escrito con la
declaracion de que no se hal!aba una palabra que quitar como expresion
de apasionada parcialidad.


Presento este trabajo de mi incansable patriotismo al gran jurado na-
cional, que dará su inapelable sentencia. ::\li propósito ha sido y es, como
he dicho, la yindicacion de la Regencia del Dl1q l1e de la Victoria y del
partido progresista; de ninguna mal:cra acusar ciega ~ irracionalmente al
bando que he combatido: presento los hechos C01110 veo que fl1éron; los
aprecio bajo el punto de Yista de mi conciencia, con el honrado afan de
ser justo y de hallar la verdad. El juez que así obra, poco puede errar
C011 arreglo al juicio humano: en todo caso, siempre que se me de-
muestre haber incurrido en una equivocada apreciacion de los hechos,
gustosísimo lo reconocer~ públicamente.




- VII-


Tengo vertido-al francés el texto castellano; si mi trabajo merece la
aprobacion nacional, publicaré su traduccion, para que por do quiera se
reconozca la honradez y el patriotismo del partido progresista español,
que desde el año 1810 no ha cesado de luchar por la libertad patria sin
cejar jamás, por largo que haya sido el martirologio de los que han su-
cumbido combatiendo por tan sublime causa (1).


Florencia, 6 de Diciembre de 1869.
MANUEL MARLIANI.


(r) En el momento que envío estas cuartillas á :'IIadrid para la imprenta, recibo la sesion de
Córtes del 30 de Noviembre de rtl6g, y leo estas palabras del Diputado Sr. Delgado, por ningun
otro impugnadas. "le complazco en citarlas: son el resúmen cabal de toda mi historia.


"Desde qur: al hundirse la regencia del general Espartero concluyeron las libertades públicas en Es-
» paña, solo dos veces ha reaparecido la li bertad entre nosotros, y en las dos ha venido en su defensa la
,)espada del general Dulce.»)






,


PROLOGO.


EN el mes de Setiembre de 1 ~40 un asombroso sacudimiento popular
en defensa de la Constitucion conculcada y de las leyes holladas por un
partido capitaneado por'el gobierno~ vino á conmover España. Por efec-
to de la situacion creada, la Gobernadora del reino abdicó el poder su-
premo que la nacion habia depositado temporalmente en sus manos: la
libertad triunfaba: ningun exceso afeó su victoria.


En aquellos dias no me alcanzaban la alegría ni las esperanzas del par-
tido á que pertenezco: dolorosos pre;agios me abrumaban: bien veia una
grandísima perturbacion en un cambio de Regencia~ mas cuanto allá habian
hecho las juntas de provincia y los primeros actos de la Regencia proYisio-
nal decian sobradamente que el triunfo de la libertad no seria duradero y
que en breve veriamos ese colosal desarrollo del poder popular acabar
fatalmente en un resultado mezquino y precario. Entonces fué cuando
en medío de los vítores y cantos de alegría que llenaban todos los án1-
bitos de la Península escribia yo estos renglones~ que dan fin á mi Hz'sto-
ria política de la Esparza moderna.


« El alzamiento de Setiembre ¿será acaso un nuevo aborto? El tiempo
))10 dirá. Nada hasta ahora anuncia que al fin se haya conocido cuáles de
l) ben ser las condiciones del porvenir de España, ni que al acaloramiento




- x-


»de una justa indignacion siga el pensamiento de una organizacion justa y
»reparadora; allí tenemos los tiempos pasados con sus funestas tradiciones
»de abusos y de confusion; no pretendo dirigir una reconvencion á los
»hombres del dia, ni siquiera él los de ayer. Como el primero sé que el mal
»es tradicional: por esto mismo lo deploro más y mLÍs y lo denuncio
»con mayor energía, pues ha de cesar ó la nacion ha de morir de pura C011-
))SUnClon. »


Con sobrada prevision vaticinaba yo los acontecimientos que 1 uego so-
brevinieron con ~us crueles resultados. España, entregada de cinco años á
esta parte él la arbitrariedad m"ls vituperable y odiosa, retrocede visible-
mente con rapidez h,lcia el absolutismo. La \~iolencia, las apostasías, la
corrupcion y una sangrienta mofa de las leyes, forman el código que rige
la Península bajo el cetro de una reina aclamada y defendida como el sím-
bolo de la libertad y de la regeneracion del país.


Ardua empresa, lo conozco, escribir la historia de la Regencia del Du-
que de la Victoria; no me hago la n1enor ilusion; veo de antemano los es-
collos que ha de encontrar en su derrotero el que escribe la historia con-
temporánea á la vista del sinnúmero de personas que han figurado en un
drama político en que tantas pasiones bullen. Con todo, mi posicion me
permite ser fiel ,í aquella hermosa máxima de Tácito: [¡zcnrrllpta17l fide11l
prafessis, 7lec amare quisquam et úlle ndio dicella'us esto Ningun favor
debo al gobierno de la Regencia; ningun agravio personal he recibido del
partido que combato. He debido al Regente aprecio y confianza personal,
y su aprecio y su confianza son uno de los mayores bienes de mi vida.
~Iás que nadie he sentido los errores de sus ministros, pero he sostenido
hasta donde han alcanzado mis fuerzas el principio de su investidura
nacional: he asistido en 1 X-t.3 al extravío fatal de mi partido, sin participar
de su engreimiento en 1840: advertí que corria desalado á un suicidio; no
he contribuido á que se efectuase esa catástrofe: lo que en n1í cabia hacer
para evitarla lo hice: ningun acto personal tengo que defender ó que ex--
plicar; la parte que tomé en los negocios públicos, fué colectiva. Senador ~
formé parte de aquella patriótica mayoría que mereció los primeros golpes
que descargó la contra-revolucion triunfante. N o se pudo conseguir extra-
viar aquella mayoría antes del pronunciamIento; no se tuvo esperanza de
seducirla despues del triunfo, y se la disolvió. Obra fué esta Jel gobierno




~ XI -


provisional. Para acometer este atentado fué preciso arrancar una página
de la Constitucion : muy luego cayeron todas una tras otra, y la Consti-
tucíon de 1837 desapareció.


El enlace de los acontecimientos de una época marcada tendria escaso
interés y no presentaria mas que una árida hilacion de hechos, si prévia-
mente no se dijera cuál era el estado social del país en que tales hechos se
realizan. Antes, pues, de acometer el ~xámen de los actos del gobierno de
Id Regencia del Duque de la Victoria, me propongo analizar el estado social
y político de Espat1a; el orí?;en, la naturaleza y las tendencias de los par-
tidos; las causas que han provocado la funesta intervencion del ejército en
las revueltas que agitaron el país desde 1 HoH acá; el origen de ese desór-
den administrativo en medio del cual la fortuna pLlbiica se halla entrega-
da al pillaje; las consecuencias de la falta de cohesion entre las provincias
que forman la monarquía; lo que ha sido esta monarquía, lo que es en el
dia, lo que será en el porvenir; el aciago influjo extranjero mezclándose
de contÍnuo en nuestros disturbios interiores, unas veces con la violencia,
con pérfidos amaños otras y siempre para emponzonarlos y hacer imposi-
ble la cOllsolidacion de la libertad y la realizacion de los bienes que de la
libertad han de brotar; lo que e~ el clero y lo que ha llegado á ser el cato-
licisl~~O. El eXelmen de todas estas cuestiones debe preceder á la enuncia-
cion de los heehos, DUCS cada acontecimiento toma su orí.Q"ell en causas


l L'


anteriores, y si estas pasan desapercibidas, los acontecimientos no se pue-
den apreciar.


He estudiado con todo el ardor r:ltriótico que me anima las vicisitu-
des de que he sido testigo, así como he estudiado la historia antigua. ~Ie
he afanado en escudriñar las caUS:l:) de los sucesos que he presenciado, y
estas investigacione~ concienzudas me han dado el \~alor suficiente para
decir en alta YOZ lo que detenidamente he nJeditado en silencio. Es muy
posible que mi fé en la bondad de los prIncipios por los cuales abogo, dén
el mis opiniones un matiz de parcialidad. Semejante recon\'encion seria
fundada, y no tendria por qué sonrojarme. Tranquila mi conciencia por
haber buscado escrupulosamente la yerdad en toda su pureza, así respec-
to á los hom bres como respecto él las cosas, defiendo á un partido á que
no he debido favor algl1no~ C01110 tampoco el los gobiernos en cuya caida
he sido cll\'uelto. l\le alejé en 1823 Y en 1843 de España por no presen~




- XII -


ciar las exequias de la libertad, y de ninguna manera huyendo de~compro­
misos que no tenia. Mi ostracismo fué voluntario y desinteresado. Inva-
riable en n1is principios, cuando estos han sucumbido no he querido
vivir bajo el absolutismo, cualquiera que fuera su forma. El dia en
que fuera de nuevo llamado á la lucha parlamentaria por el voto de
mis conciudadanos, aceptaria con gratitud y alegría tan peligroso honor.
A falta de la tribuna de las Córtes, creo servir á la causa á que he
consagrado mi vida entera publicando la historia de una época que debió
ser fecunda en resultados, y que las vicisitudes de dias sin ventura reduje-
ron á un estéril triunfo de la libertad y acabó con su suicidio, señalando las
causas incidentales que produjo tan aciago desenlace, y las causas perma-
nentes que obstruyen el camino que la libertad ha de andar. Ninguna otra
ambicion tengo, sino la de contribuir en cuanto de n1í dependa él asegu-
rar su duradera y benéfica dominacion. Suyo es el porvenir, mas recor-
demos que no basta apoderarse del n1ando, sino que para conservarlo hay
que mostrarse dignos de dirigir á UGa nacion poderosa, y para ello hay
que atenerse á. la aplicacion de los principios eternos de la justicia, de la
verdad y de la fraternidad.


3 de Enero de 1848.




PARTE PRIMERA.


CAPÍTULO PRIMERO.


LA ESPAÑA CONSTITUCIONAL EN SUS RELACIONES GENERALES CON LA EUROPA.


En una época en que las relaciones internacionales son tan frecuentes, los viajes
tan fuciles de ejecutar, las comunicaciones tan diarias, parece natural que ese roce
contÍnuo de los pueblos debiera producir como primer resultado el cabal conoci-
miento de los sucesos que más les interesan; y con todo no sucede así, y tal vez nun-
ca han sido peor interpretadas las cuestiones internacionales que en nuestros dias.


Este aparente fenómeno tiene varias causas. En primer lugar, la desleal y rastrera
política de los gobiernos propaga con ardoroso afan los errores mus crasos sobre los
acontecimientos en que los intereses populares tienen cabida; en segundo lugar, la
malísima direccion que se da á la prensa periódica, y por último, la falta completa de
organizacion en que por do quiera yace la democracia.


Los gobiernos de Europa, ya sean constitucionales ó absolutos, forman una liga
mas ó menos visible, que paraliza, cuando no combate abiertamente, la cmancipacion
de Jos pueblos. Solidarios entre sí para conseguir un mismo propósito, unidos por
los vinculos de la impopularidad y por los insti~tos de resistencia que les son co-
munes, caJa agitacion de un pueblo que sacudiendo un yugo tradicional trata de
dar un paso hácia ese mus venturoso poryenir, tiene por enemigo aquella liga anti-
social de intereses egoistas. Las potencias del Norte en Cracovia, la Rusia en Polo-
nia, la Prusia en el ducadode Posen, el Austria en Italia, la Inglaterra en Portugal,
la Francia en España se oponen constantemente á todo progreso hácia la libertad y
la independencia nacional.




(4 -
El nombre de conservadores que han adoptado por divisa aquellos gobiernos es -


muy lógico: mantener la socledad en un statu quo en el cual los pueblos se hallan
desheredados de todos sus derechos y sirven de instrumento de riqueza á los conser-
vadores de tamaña usurpacion, hé aquí su ohjeto. Hay, pues, una necesidad imperiosa
en los conservadores de derramar la calumnia sobre los hombres que quieren un es-
tado social y político diferente, de atacar sus intenciones, de falsificar los hechos.
Los gobiernos y los diarios de que disponen han tomado ú su cargo tan negra tarea
de difamacion, con el fin de anonadar el influjo de los poderes j'Llblicos ~" de la ri-
queza nacional.


A la vista de la organizacion vigorosa de los consen"adores, esto es, de los tiempos
pasados y presentes, la democracia, es decir, el porvenir, no ha sabido todavía
crearse un centro de acciono Se ha hablado mucho de propaganda; confieso ingé-
nuamente que J3mús he columbrado en ningun país un vínculo cualquiera entre la
democracia de diferentes naciones; mas sí he YÍsto á los absolutistas obrar por do
quiera con medios ordenados y eficaces: cualquiera tentativa contrare\"olucionaria
en el interior de un Estado tiene siempre ramificaciones sólidas en el extranjero y
relaciones íntimas con los gobiernos yccinos. Así es que si llega ú malograrse, los
que la intentaron consiguiendo escapar de la justicia de su propio país, reciben en el
extranjero de sus partidarios y de los gobiernos ámplia compensacion á su descala-
bro. Allá se les protege, se les anima, no llegan :1 conocer la amargura y los tor-
mentos del destierro y esperan sin sufrir el dia del triunfo que se les prepara caute-
losamente.


Mas si un generoso arrojo en favor de la libertad se malogra, los valientes que
así han puesto su vida en peligro, ya no hallan en el extranjero mas que los rigores
de la policía, y cuando más, una tolerancia insolente de parte de los gohiernos. Cierto
que hallan generosas y vehementes simpatías entre los que como ellos sufren, mas
estas clases, sin poder alguno, desgraciadas y oprimidas, no tienen que ofrecer ú sus
hermanos sino una estéril compasion, y el desdichado proscrito defensor de la li-
bertad, se ve reducido á comer el pan amargo de la emigracion y ú recibirlo las más
veces como una humillante limosna.


A su vez la prensa periódica, ese poder moderno, entregada ya ú la especulacion,
vendida á los gobiernos ó dominada por el espíritu de partido, faltando á su mision
civilizadora, extravía frecuentemente la opinion pública, en vez de guiarla por la
senda de la verdad. El estudio de la vida de las naciones y de su porvenir se halla
hasta cierto punto reducido para 11 mayoría a una especie de curso de historia, cuya
enseñanza se halla en un diario que se lee por ocio. Semejante enseñanza, falsa ó in-
completa, debe dar por fuerza las ideas más equivocadas sobre los hechos materiales
desfigurados por los unos, mal explicados por los otros. El sentido moral de aquellos
hechos no es apreciado; el estado intelectual y moral de las naciones es un enigma
para la mayoría de los hombres y su enlace con los Jines hácia los cuales la humani-
dad marcha gradualmente, permanece desapercibido. Estp es mis que ignorancia:




es el error, propagado del modo más activo y más funesto: de aquí esos juicios des-
atinados sobre las cuestiones internacionales llevadas ante el tribunal de la opinion
pública, con la escolta de las mentiras interesadas de la prensa de oficio y las apre-
ciaciones apasionadas de la prensa independiente, pero mal enterada. Esto, que es
una triste verdad en casi todos los casos, lo es invariablemente cuando se trata de
España, cuya nacionalidad es más interpretada que juzgada con tino, más á menudo
pintada por la imaginacion de los poetas que estudiada con criterio filosófico. Apre-
ciado en virtud de nociones las mas estrafalariamente falsas, el pueblo español apa-
rece como un enigma inexplicable, particularmente en Francia, donde hay más mo-
tiyos para conocerle. Cada acontecimiento que agita~la Península se mira como una
anomalía y las deducciones mús rigorosas de la lógica producen el efecto de rarezas
im prev istas.


Todo se enlaza y se combina para fomentar este sistema de error y de calumnias
respecto á España. Desde que la lucha entre los tiempos pasados y el porvenir se ha
empeñado en la Península bajo una ú otra forma, la causa de la libertad ha tenido
por enemigos todos los gabinetes de Europa menos la Inglaterra, bien tibia por
cierto en su neutralidad. Cuando esa ojeriza no ha provocado una agresion armada
como en 1823, se ha manifestado con sordas é incesantes intrigas, como sucedió du-
rante la Regencia del general Espartero. En 1843 la intriga, la corrupcion, suplieron
las resoluciones del Congreso de Verona. N o permitiendo los tiempos presentes una
intervencion á mano armada, se obtuvo igual resultado al que consiguiera la restau-
racíon con medios indirectos mis inmorales y quizá más funestos.


Gn exámen detenido que deslinde las relaciones de España con las potencias de
Europa, se hace indispensable, porque el influjo extranjero es una de las causas pri-
mOl'diales de las desgracias que agobian la Península, y del estado de zozobra en que
gasta su fuerza vital.


La Europa hasta 1848 se halló dividida en dos grandes zonas: formaban la una
los gobiernos ya reformados y componiase la otra de los gobiernos estacionados en
las condiciones de los tiempos pasCldos. La primera se puede reducir á b J nglaterra
~T á Lt l;'rancia 1 pues los Estados constitucionales de AlemaniCl carecían de la suficien-
te fuerza é independencia. La segunda abClrcaba todos los gobiernos allende el Rhin y
Jos Alpes. Estas dos grandes divisiones de la Europa en el órden político tenian con
toJo un centro comun, el industrialismo, ese moderno feudalismo á donde va á
parar todo por efecto de una organizacion en que sobresale la codicia. La Europa
kljO el dominio de los altos próceres del dinero se ha adormecido en lamentable quie-
tí:iI110, que va prolongándose más allá de lo que era dCldo pre\(?cr. Así materializada
ia sociedad se sobrescita á la menor agitacion de un pueblo que sufre; clavada la vista
en el termómetro de la Bolsa, un anatema de los poderosos del dia era el eco que
hallaban las quejas de los pueblos, vengan de donde vinieren. El egoismo no sabe
compadecer.


La Francia y la I ng];llcrra, legal en su optimismo, cantaron himnos de alegría ante




-16-
las aras de los intereses materiales; una paz duradera sin esplendor y sin gloria dió
á estos intereses un desarrollo extraordinario que sólo aprovecharon los llamados
conservadores. Mas esos gobiernos, olvidando la historia de su país, se admiraban
que España, mal avenida con su suerte, se emplease en vencer el espíritu de resisten-
cia interior halagado por las intrigas de afuera, en un tiempo que en otras partes se
aprovechaba para materializar la muchedumbre, con el fin de reducirla al estado
normal de instrumentos dóciles del trabajo que enriquecía ú los poseedores del capi-
tal. Era el desden esquilO del hombre opulento sentado á un banquete sun tuoso y que
repele los pobres, cuya YOZ lastimera y macilento aspecto perturban sus gustos de
sibarita; no de otra manera se repelia á la Espaí1a desventurada y doliente. Mas si
esos censores sin entrañas y sin memoria se tomasen el trabajo de leer la historia de
su propio país, hallarían en ella que el simulacro de libertad que les ha sido otor-
gado y el órden material de que gozan, han sido comprados á costa de sacrificios
de sangre mil veces mayores que cuanta ha derramado España. Abrase el libro de las
revoluciones de Inglaterra y de Francia: cuéntense las víctimas inmoladas por
mano del verdugo ó en los combates de la guerra civil, y se llegará á ser indulgente
con España, pues si en ella ha corrido sangre en los campos de batalla, si el popula-
cho ha cometido algunos crímenes aislados, más allá nada hay que echar en cara á la
libertad española luchando á brazo partido contra enemigos poderosos sepultados en
las tradiciones del fanatismo religioso y monárq uico. En cambio todo español sabe
que el alma dcsapiadada del clero y la ira implacable de los n~res aunados inmola-
ron millares de yíctimas y no siendo bastante los cadalsos, arrojaron generaciones
enteras de moradores fuera del reino, despohlando rhiserahlemente el país.


En Francia tras t2..ntas vicisitudes, el puehlo ha quedado al 6n vencido por una
oligarquía que ha explotado exclusiyamcnte los beneficios de la rcyolucion de 1830,
que ni deseó ni yió con gusto. ~Ias la Francia, la \'crdadera Francia, la Francia
ideal) la Francia de J 7R~1, no ha sido más que un ensuC'ÍlO histórico. Durant(: diez y
ocho aí10S el pueblo francés ha ,i,ido dominado por una pandilla que se apoderó de la
gobernacion del rcino. El gohierno de esa gente, enemiga de todo desarrollo de la li-
bertad en Francia y hostil á la emancipacion de los pueblos, ha YÍsto siempre con ceí10
y malquerencia al partido liberal espaí10l, y este ásu HZ nada podia esperar del apoyo
de la opinion pública de la Francia, oprimida y materializada por la camarilla que gober-
naba. Esta magnúnima nacion, en el reinado de Luis Fehpe, tras de haber destruido el
antiguo régimen y Hncido la restauracion, despues de haber apurado sus fuerzas en
estas luchas intestinas y aceptadó el yugo -de una aristocraci3 de especuladores sin fe
política, sin creenci3s religiosas, sin el menor conocimiento del porvenir de la Fran-
cia, nada ha visto mús allá de su horizonte de codicia y nada parecia querer más allá
del gohierno por quien ha sido durante lliez y ocho años regida. Una resistencia terca,
sistemática ú todo progreso, á toda idea generosa dentro y fuera del reino, hé aquí
lo que ha especialmente distinguido ú csos homhres que conducian la Francia á una
revolucion como la de J 848.




- '7-
l~i pueblo francés sufria , esperaba aguardando tiempos más venturosos. No hay


plazo que no se cumpla (1).
bl Inglaterra el pueblo yiye bajo el yugo de una aristocracia nobiliaria y mercan-


til, sí, pero discreta é inteligente, que quiere el esplendor de su patria y aspira á
ejcTcer su inHujo en el l11unLlo para foment~lr sus propios intereses, que no siempre
son los del género hLll11~1l10. Su gobierno no es si3temáticamente, ni en todas partes,
enemigo de 1:1 libertad LL: los lmeblos, y :: \eces pre:::ta su apoyo ú los esfuerzos que
aquellos hacen para cst~lhlccer su lihertad. La po]{ticl del gobierno de la Gran Bre-
taíla, cuando se trata del inll ujo del gohierno inglés en Europa, inspira en ciertos
casos gennrosas simp~ltías á los ministros. España las ha experimentado durante la
gucrra de la 1 ndcl'cndcncicl y en el decurso de la guerra civil contra D. Cádos. En
csta s;¡l\~rienta lucha el !-',obierno de :\Lldrid 11~1 yisto interpretar el tratado de la cuá-
druple alianza en el sentido más lato, y ha h:tllado en los ministros britúnicos yen
sus legitimos representantes en :\ladrid la más noble yardorosa cooperacion en .fa ..
\01' dcl triunfo de la libertad.


Los puehlos del Norte, sometidos sin murmurar ú sus gobiernos, enemigos acérri-
mos de la libert<ld, si han tenido sinlpat;as en fayor de la emancipacion de otras na-
ciones ~. de la suya en primer t~rmino, ningul1 medio han tenido de manifestarlas
hasta !~"-1-1-<. No han podido conocer los males que ha sufrido Espaíla y los trastornos
[lor que ha pa:sado, sino sólo 1'01' Lls ;félls~ls relaciones qne l~s suministraran diarios
suj':.:tos :1 U!1~1 pr¡~\ia ccn:;ur~l intcresaJa en ca:umniar la libertad.


;Y qLli~n pOLk't c\:piicar la pol:tica de los gahinetes de Berlin, Viena y San Peters-
bLlr~o re~l'~'cto ~'l E~raíw, C0l110 no SC;1 en ,Í::ita de ese instinto repulsiyo de todo des-
~lrrol!o del pensamiento, de to,le) manifestacion de un pueblo que se afana por vivir
libre y respetado de los que le ;,;ohiernal1~ ¿Qu': se propondria la Prusia conyertida
en campeon de D. Cárlos, representante de la 111::S absurda gnmoí1ería, cuando en
su propio pa:5 luchallC1 con tajas ciLlS ftlCl"ZclS contrcl b:; pretensiones del clero católi-
co, v cuando no :-¡uJo acabar con Ll :"c::;;~tln¡.:i¡l de lo; l11etro[JolitJnos de Colonia y


, • 1


de Posen, ú quicl1e:-; el1Yió Ú llJ}~l c:tl"cei: j :Sl:l:-l~¡, por :n:15 re\"olucionaria que se la
quiera pintar, jam:b ha lk~~a'_lo el encarcelen- lo:; obispos conspiradores: cuando más
han sido e\:trclr1a~los del reino: y c~;entJ que hay nlucha diferencia entre una contro-
yersia sobre el dogma, el paLIer es;,iritLwl ó los casamientos mixtos, y una conspira-
cion á mano armada contra las instituciones del país.


;)k dónde le ha sido inspirada al Austria esa rara simpatía en fayor del auto acor-
Jedo d.: Felipe V, :l quien disputó el trono por espacio de doce aúos? Y la prueba de
q Lle la dilicultaJ estaba en los gobiernos y no en los pueblos, es que el dia en que
han triunbdo estos, hL1l1 reconocillo el gobierno de Espaf1<1.


________ ~------ ___ o __ _


1, LitlS p;'¡~ín;b C,t:I(,.lll escritas antes ,le \a revlliucion de Febrero. Excusado es añadir que el
r!cl':o se CUllll,Ij(') y ',lIC la rc\,,>111cioll del,:.; hundíl) pUf algun tiempo la monar'luía.




- 1» -
¿Enqué tratado ó en qué código de derecho público ha hallado la Rusia títulos ó


razones para neg8r á España su omnipotencia nacional en una cuestion dinástica de
suyo tan clara? ¿ Acaso en Rusia no se han visto peripecias nocturnas que han dado
al imperio un nueyo amo con el albor del dia? ¿Acaso todas las vacantes del trono se
han hecho en d órJen regular y natural de la sucesion? y en ese \"<1sto imperio la ley
de la sucesion por el órden de primogenitura ¿no ha sufrido ninguna repentina des-
vi,aóon? En todos esos casos jamás España se ha creido con derecho para yitupcrar ó
censurar otlcialmente hechos que son peculiares al pueblo ruso. Dígnese el Czar
consultar la historia de su patria, y en los anales del palacio imperial hallará lo sufi-
ciente para ser imparcial y justo en la cuestion que se ha ~lgitado en España. Y en
cuanto ú la cuestion politic<l, Í1wocaré para argLiir contra la que ha aceptado el gahi--
nete ruso respecto á Espaóa el tratado de V.eliski-Louski, en el que el emperador Ale-
jandro reconoció la Constitucion de 1812, que estableció cahalmente la antigua ley
de sucesion, anulando el auto acordado por Felipe V. Las Córtes de Ccídiz se adelan-
taron por lo tanto á hacer lo que más tarde hizo Fernando VII en 1830, promulr;an-
do la pragmática-sancion de 1788 que anula el auto acordado de 1713, único título
en que se ha fundado D, CirIos para !c\'antar la bandera de la rebclion. Dc-
jando de reconocer la legitimidad dinústicade Isabel lI, el emperador Nicolás no so-
lamente ha desconocido el derecho dinústico y el derecho nacional de España, sino
que ha obrado CO:1tLllos precedentes de su propio gobierno, siendo así que un sen-
timiento de justicia y de equidad le hizo élLlmitir para su hermano el emperador Ale-
jandro la anubcion del auto acord,ldo de Felipe V en un trútado solemne en el cual
implícitamente reconocia la Constitucion de I~I2.


La Rusia, el Austria y la PrLlsia, han mirado hasta 18...¡..8 como vacante el trono
de España; rara lógica de tres monarcas que borran del m8pa mon írq uico la corona
de Castilla, pues no han reconocido como reina á la hija de Fernando VI I , ni tam-
poco han yisto un rey en el herl11~l11o del último monarca cspaí101. Ciertamente que
semejante política, sobre no ser muy lógica, fayorcce bien poco el respeto de los
pueblos á los reyes.


¿Qué dirémos de Roma, olyidadiza en esto como en otras muchas cosas de sus más
sagrados deberes para con un pueblo católico, sumida en esa ratal confusion de cosas
espirituales y temporales, mezclando 13 religion con un~l cLlestion política de laque el
Santo Padre debiera desentenderse por principio y por espíritu de caridad) ¿(¿ué te-
nia que ver el Sumo Pontífice en una cl{estion dinústica en que ningun atentado se
cometia contra la religion, la fé ni el dogma cristianos? ¿.Pretendia acaso Gre!-,:orio XYI
ser más ortodoxo que el papa Zacarías? Pues éste, consultado por Pipino de Francia
sobre su ensalzamiento al trono, le contestó: "Me parece bueno y útil que sea rey
»aquel que tíene el pudor sin el nombre, prefiriéndolo á aquel que si bien tiene el
»nombre carece del pudor.» Si tal era la opinion de aquel Papa, ¿qué será cuando el
derecho, el nombre, el pudor, la autoridad, el hecho y sobre todo la voluntad nacio-
nal se hallan reunidos, como lo esta han para ele\'ar al trono á Isabel Il? Con todo,




- l~)-


Gregorio XVI manifestando tercamente marcada hostilidad contra la sucesora de
Fernando VII, ha contribuido muy poderosamente á los males de Espaí1a, fomen-
tando la guerra civil y dando ocasion para que se vertiese tanta y tan preciosa san-
gre. No debiera ser esta ciertamente la 111ision del padre de los fieles, del siervo de
los siervos de Dio~, y así lo ha cntendido su sucesor Pío IX.


DedLlcese de esta bre\"c reseií.a de las relaciones internacionales de la Espaúa libe-
ral, que lle~ada á una época de regeneracion sobradamente tarde para lo~ unos, de-
masiado pronto para la mayoría de lo,; ¡;obiernos de Europa, ha hallado muy conta-
dos pa:,tidarios y escasas simpatías. Si no ha habido Congre~os ni inrasiones, las
intrigas diplomática~; y el apoyo pre~tado él las conspiraciones de continuo urdidas
contra la libertad de Espaí1a, les han su[)lido ámpliamente. La Penín~ub, falta de
industl'ia, ha parecido una pre:;a sc¡..;ura á la codicia mercantil, que ha celehrado los
Obs1áculos que hallaban los cspaií.oles para c~tablecer un gobierno capaz de fomen-
tar la industria nacional v de SJcar al país del anonadamiento en que tndicional-
mente yacía. Entonces todos á una, gobiernos, publici~tas y espcculadores han di-
cho y propalado que Espaíw no merecia ser libre, y que debia aún por largos aí10s
ser regida por Ull sobicrno absoluto; y la palahra de dcspotismo ¡lustrado sc imentó
pZira Espai1a, que repelió con indignacion esa fórmula ilógica, absurda} dCi:-iradante,
piJicmlo un gobierno ycrdaderamcntc liberal como premio de los inauditos sacrifi-
cios hechos para sClhar el trono de Isabel tan lar:.!;é1 y cruelmente disputado.




CA PITULO 11.


LEVANT.\:vIIE"1TO DEL PUEBLO EN IS08.-LAS JU"1T.\S.-LAS CÓRTES.-ESTADO POLÍTICO,
SOCI.\L É INTELECTUAL DE ESP.\:\IA.-SU A])/lIINISTRACJON.


El anonadamiento mortal ú que quedaba reducida España en d~08 sugirió al em-
perador Napoleon el pensamiento de conquistar la Península, empresa que tm'o
por fÓ,cil. Creyó que im plantaria sin oposicion su dinastía en el sólio de los Borbo-
nes, juzgando al pueblo enerndo y enYilec;do ú la par de la córte de Madrid. Pudo
en verdad hacerse esa ilusion: afortun~ldamente vina engallado. El pueblo español
conservaba su enérgica entereza, su dignidad y las nobles inspiraciones del patrio·
tismo; con apariencia de languidez corria por sus lenas generosa y noble san:~re; al-
mas sublimes latian en pechos cubiertos de andrajos. El alzamiento de ese pueblo
oprimido, puesto en tortura durante siglos por gobiernos inícuos, debia ser terrihle
y asombrar al mundo.


De repente una agrcsion injusta, perpetrada en circunstancias que la hacian mús
monstruosa, \'Íno ú sorprender ú 103 esp::ríloles adormecidos. A la \'Ísta de los extran-
jeros introduciéndose solapada y pérfidamente en los sagrados hogares de la patria,
el pueblo espaíl01 desarrolló impávido sus instintos guerreros, su nunca desmentido.
bravura, su indomable valor. No contó los enemigos que tenia al frente y sin tom~lr
en cuenta los peligros de una lucha tan desigual, desoyendo los tímidos consejos de
la prudencia extrcmecida, se lanzó empuílando el estandarte de Castilla j combatir
las huestes imperiales que habian recorrido ú su sabor la Europa CLl~¡] \encedores.
A estas señales de entusiasmo advirtió el audaz extranjero que el honor de la patria
era aún un culto para los españoles. Hombres de saber y de corazon tambien se Jl1d
surreccionaron contra una tiranía embrutecedora y fomentando los arrebatos herói-
cos del pueblo, en armas los diputados de la nacion, en un dia de eterna y gloriosa
memoria enarbolaron la bandera de libertad proclamando la emancipacion de los




- 2! -


españoles ,,1 nombre de la Soberanía nacional en un código en que se hallaban des-
lindados los derechos de los ciudadanos y las prerogativas del monarca.


Por desgracia, tan glorioso arrojo no halló preparadas las masas á conseguir toda
la import::ll1cia de este patriótico pensamiento. No se rompe y deslabona de un solo
golpe una cadena fuertemente remachada; no se echa á tierra con tanta facilidad un
edificio sólilL m:.:nte construido. Sólo el pueblo es el que sabe y puede hacer esos
mila¡.;ros. La rnon, la ciencia, el lalor mismo de hombres superiores no bastan para
triunfar en empresa tan árdua: porque el aherrojamiento de un pueblo es siempre
una obra preparada con mucha maÍ1a; muy paulatinamente se le acostumbra al
yu,c;o y cuando vuclye en sí y conoce que se le ha escarnecido, ya no le es posible sa-
cuJir la tiranía: de tal manera se halla encadenado. Elojo yigilante y codicioso de
los numeroso; cómplices dd dé:-ipota no se aleja de su IÍctima, la cual postrada y
cuasi resignada ú su suerte ha perdido la facultad moral de desear otra) y carece ya
del sentido de su propiJ. dignidad y de la apreciacion de sus fuerzas. Uno de los ma-
yores. males que lleva consigo la esclavitud, ha dicho un profundo pensador, es que
el hombre se acostumbra á ella, y esto es dolorosamente cierto, á lo menos por algun
tIempo.


'\la; como el triunfo brutal de la fuerza sobre el derecho es un insulto á las leyes
eternas de la creacion, que ha querido que el saber sea el que dirija y gobierne el
munLtO, este desconcierto del éJl:den natural de las cosas no puede ser duradero y
llega el dia en que la socieLbJ yuelye por sus derechos imprescriptibles. El mayor
número oprimido por la minoría rompe los lazos de un yugo vergonzoso y proclama
el imperio de la raZOI1 y de la justicia. Estos desquiciamientos sociales son los que
se llaman reyoluciones.


Empero estas reyoluciones, siempre legítimas, son más ó menos fecundas en resul-
uJos, segun el grado de cducacion y de desarrollo intelectual 6. que ha llegado el pue-
blo, donde se efectúan. Muy escasas yeces un nueyo sistema político halla eco inme-
diato, porque desde el dia en que se plantea los intrigantes se abalanzan á él para
[¿¡]scar su sentido y beneficiar sus consecuencias. La nacion donde el exámen de las
cuestiones religiosas y fi!osóficüs no haya precedido al lcyantamiento del pueblo, ha
de -;ufrir por fuerza grandes agitaciones, no pocas yeces funestas.


El pueblo español no comprendió de pronto la obra constitucional de las Córtes
de C~idiz, que ú su YCZ b supusieron mús sencilla y m6s fácil de lo que en realidad
era. Cuando en el Código que formaron fué admitida en principio la intolerancia re-
ligiosa, agotóse desde luego el manantial de vida que acababan de abrir. Asociando
á su obra al ciero y á la aristocracia por efecto de una confianza mal remunerada, los
legisladores Lie CCldiz introdujeron en el santuario dc las Córtes encarnizados y po-
derosÍsimos enemigos, que acto contin uo pusieron en juego Cllantos medios poseian
para oscurecer h verdad. El despotismo político tambien tuvo sus defensores apa-
sionados, que opusieron su iniiujo no escaso á los trabajos de los reformadores. En
esto el clero y la aristocracia, fieles aliados del despotismo monárquico de cuyas




- 22 -,


ventajas particip:Jl1, obraron con lógica, pues defendian su propIa causa contra la
revoluciono


SI uso de la palabra rCJlolucion al tratar de los acontecimientos de que he de ocu-
parme, es porque Jquel yoc,¡blo se ~ldmite en el len~uaje usual siempre que se
trata de sacuJimi,'ntos mJs ó menos ~raYes de un país~ pero estoy muy lejos de
creer que los acontecimientos de que h~¡ sido teatro la PenÍnsub teng:l11 car:lcter de
una verdadera re"olucion. No han sido I11JS que luchas políticas entre un cierto
número de personas. Así que los trastornos que' prO\'ocan :;on mús bien efecto del
instinto de una necesiebd indeterminada de tener un mejor órden de cosas como re-
medio á los males que "jenen de muy atrús. que una manifestacion clara ~' coordi-
nada de las ideos y condiciones del porvenir á que se aspira, H,¡sta ahora no hemos
visto mús que esfuerzos generosos de una rénte y resistencias tercas de otra, que:
forman cierto eq uilibrio entre sÍ, mas no se ha diyisJdo to-la"ía un elocuente int0r-
prC'te de un pensamiento Yiyiflcador, ni una fórmu la cabal de un sistema político
nuevo. La aristocracia, el clero y el trono con sus riquezas y sus preocupaciones
quisieran la continuacion de un estado de cosas que se les ya de las m'1110S. La de-
mocracia quiere la libertad, mas no s,lbe claramente en qué condiciones la quicrc.
Hácense Constituciones que son en seguida conculc,ldas ó destruid;]s ú cada nuc\o
trastorno: se \"otan leyes que nadie obse:'Yél: se proclaman teóricamente 1 cformas que
luego se combaten el1 la pr(íctiGl~ destrúyese hoy el edificio lennt,:do ayer; co.da
cual hace alarde de sus derechos. nadie se acuerda de sus deheres: LlS pasiones. de
suyo mo\'ediz:¡s como las opiniones, se hallan las mús \'eces dom;nadas por intereses ó
cuestiones de amor propio y arr,¡str,ln :t los honíbres ú las L'ontr;¡dicciones 111(\S las-
timosas, sin que jam,'ls descuelle una idea fecunda. una ,¡mhicion que tenga el sello
de la elencion de pensélmiento~ Ú nadie es dado l1,lcer el hien, porque e':tra\'iados
todos en los senderos de una político. mezquina. f¡]ta de nohlez,¡ :- de intcii:.;enci'l.
aborta cU:1l1to illtenta~ por efecto del aislam\cnto en que se diria se complacen , lOS
mismos 110m bres que a:-'l'iral1 Ú dirigir los destilloS de su ¡,,¡tri,!.


Así desI,arr;¡l11ad,ls la~, fuerz<ls de la nacion. se gastan y pierden \isihie11lente cn ese
caos dondc 13 L:y no ho. penetrado "ún. Se lucha por reco:.;cr los :.;irOl1es de un poJer


. , l' l . 1 ' l 'd I ' nomInal, l.el cna no ~;e s:J;Je ,1acer uso aS1 que se:a ('onsC'!~u\ o :I,CanZ2r,0: muy
luego se conoce lo yacio de ese poder decrépito sin prestigio y sin ,ida; l(,do se ,\no-
nada ó se CO:1 ugía al contacto de l'sas luchas pueriles. y hasta la p,11,¡))ra pro~:r'C'so
escrita en la ¡',ll1der,l de un p~¡rtido no pasa de ser la e\:l'rcsioll de una idea ~,_'ncrosa
que noha tenido hasta ahora un s'2ntiJo ,"erdadero y prcíctico. Confúndese la dc.'Í-
truccion con el pro~reso, la ni\elacion con la i~ll<1ldad y el zumbido de pa;¿¡bras
vacías es la imj~en de bs pasiones que se chocan sin resulLldos heneficiosos y hu-
manitarios. El triunfo ,.le un partido sohre otro 110 d,1 por resultado al pc¡Ís m:l~'; que
un cambio general de empleados de todas cc:.te;.;orít1s: jalllJS la rec¡lizClcion de un me-
jor órden de COSJS. Esas alternt1tiyas en el mando jam(,s S011 !el consecuencia p;lcÍfic:l.
de las ideas ó la consecuencia lógica de las instituciones; son arrebatos calenturiellto::,




de una naturaleza tan rara, que por no tener nombre se apellid::m p¡'olllmciamientos,
Calmada la crísis y efectuado el tr¡¡sie~o de los empleados, todo un partido desaparece
momentáneamente de la escena política y el yencedor toma el lugar del yencido, sigue
la obra de su predecesor sobre las mismas bases administrativas, con esta diferencia
e:iencial: que cuando los progresistas toman bs riendas del Estado se afanan por
marchar adelante en el órJen político, enagen;ldos con ideas quC' ener\"an sus fuerzas
ú la par que se h;lllan atascados con la resistencia de sus contrarios ~ mas cuando estos
se apoderan del mando, se esfuer/an en retroceder, sin poderlo conseguir completa-
mente, detenidos por los generosos conatos de los progresi,;tas. Esta diferencia tan
e:ienci~ll en l¡¡s tendencias de amhos partidos indica muy ú las claras :l cuál de los
dos partidos perknece el ponenir.
~~in \01\er ,ltrás h,¡sta re,lcciones de 18q y de 1023, sucéden:ie quince aÍios con-


secutiyos, durante los cuales ES;1aña tiene un gobierno constitucional bajo diferC'ntes
formas, y á peslr de esto j,lmás ha podido marchar de un modo rC'guIar. Su e'\istencia
ha sdo una lucha constante, fecunda en descnlace~ parciales 1 debidos ya LÍ un pro-
nunciamiento, ya <Í una cOl1spiraciol1 de cam,uiILl. El pueblo, cansado de tantas mise-
rias, \e p::1sar los acontecimientos sin tom::1r en ellos parte alguna, dejando libre á los
p<Htidos el ralenque donde se dispuLln un poder efímero. Esta es la hora en que el
pueblo ignora cujl es el objeto de tan cont{nuas agitaciones, pues los vencedores de
uno ú otro r~1rtido jamJs han legitimado su triunfo, dando al país una org;1I1'z,lcion
más adecuada :l sus necesidadl:s. Las jorn,¡das lie ese drama se parecen unas ú otras
con muy corta difercnci,¡, menos los ~¡ctores que h,111 \ariado.


Semejante esterilid,¡d polític,l no es el único indicio del estado intelectual, moral y
social de EspaÍ1a ~ la misma pobreza halLlmos poco m,ís ó menos en la literatura, las
ciencias, las a'rtes, la filosofía, la historia y la economía política. Estos importantes
ramos del saber humano no tienen ni maestro:,; ni discípulos l' y nada producen que
honre esclarecidamente al país. Nadie se OCUP,] de! e"úmen de las cueqioncs religio-
sas, adormecidas por aíleja tutoría. La industria no es mcls que una p;¡lahra; el co-
mercio se aniquila l<Ínguidamente bajo c:l peso de una lcgislacion absurda de aduanas;
L1 agricultura, sin salida para sus frutos, permanece estacionaria ,1l1í donde no se nota
decadencia.


A la vista de ese anonad:lmiento intelectual momentáneo de todo un pueblo dotado
por la naturaleza de admirable ingenio, diriase que supeditado por las tradiciones y
detenido en su de~arrollo por la hC'lada m,1110 de [< elipe 11 no se atreye á dar un paso
en la senda elel poncnir y no ~ltina <Í echar sus cimientos. Incesantemente agitados
y presa de continuas zozobras, los partidos nada han sabido ni podido lenntar en el
terreno mo\'edizo de la política, y el gérmen re(.!;enerador no puede brotar en esa at-
mr'hfe¡'a de intrig;ls y de principios estériles. La cuestion política se halla así reducida
(J su m~ls miserable y más <Írida f()rmula. A la vucIta de treinta' y nueve ZlÍ10S de esfuer-
zos inauditos yde innumerables trastornos, Espaí1a ha lleg::1do á ser un ...-asto campo de
escombros y de ruinas, sin que haya una mono benét-lca capaz de levantar el edificio,




Ese ingenio superior y preclaro no ha ararecido todada, y aunque se le vislumhrase
seria impotente para llenar su misio n mlentras los verdch1eros amigos de b ci,ilizacion
patria no abandonen el camlJo de las ociosas disput~ls par2\ dar frente el las cuestiones
sociales reli,'iosas y administrati\as en su uelluina esencia jil()~ófica. Una ndcion


, tI ('


q'_le se halla como la espaíl01a, desquicialL1, desunida, tr'lb~ljcld;l por odio') eternos,
dividida y subdi,idida hasta lo infinito,ofrece el triste eS,lect:¡culo dd mas espanto-
so individualismo; y por tanto S1l1 fuerza, sin poder, sin yoiuntad p~lra su pro¡lia
re.;eneracion, necesita mudar de rumbo, ó de lo contrario perecerá miserable-
mente.


Varios ensayos se han hecho en Espaíla del régimen constitucional á la inglesa y
á la francesa: la COllstitucion del año 11-\12, el Estatuto real, la Constitucion de 1 ~'U7
y la de 18.~j. Preciso es que esos remedos de una forma de i~ohierno se amolden lllU:'
mal con los hábitos de un Plleblo esencialmente del11ocJ"Útico, CU;1lldo esas institu-
ciones \cnidas de afuera, aílejas, gastadls en los paí-;es extranjeros donde nacieron.
han sido acogidas en E,;paíla con tanta indiferencia. Las \icisituJes del ré¡.;imen COlh
titucional importado del extranjero, la historia de sus yaiyenes, el modo que ha
tenido de aplicarse y Ls interpretaciones que ha sufrido, son la demostra;:ion 111~'lS
palpable de que es antip:1tica al país. Digamos algunas palahras mús con eL iln ,\c
explanar nuestro pens~1ll1Íento y poner m:1s dI.: m~1l1itic,;to la incxperiencia de los p~:í'­
tidos en el ejercicio del sistema consti'cl1cional adoptc\do en Espúla.


El prinler período constitucional de I z..; 1 o el 1 ~ 1..1- acabó COI1 una h()rroj'o~;a reaecian:
así pagó Fern:lndo VII los s~lcriticios hecho:; Cara rescatarlo de :)ll c1uti\crio. La
Constitucion desapareció.


Restablecida esL: en 1~20, el se:-;undo pCl-;0,,10 constitucioJl:l: concluyó con la in{-
cua y monstruosa intern:ncion de la Fr~1llcia y L1 Con::.titucion \i!lo ~¡] suelo.


En ambas épocas, infaustamente célebres ¡,or SelS CSp;l11tO~~lS rC~lcci()lles, ell'llC1,10
permaneció impasible :' dejó que se realizaran tristes ~lcontec¡mi('ntos como si nada
le interesaran.


El tercer perfodo constitucionalllc\é1 y~l quince aí10S de e,istcllci;l (1) dur~liltC los
cuales ha hahiLlo cuatro diferentes Constituciones, y cuenta que Ll última, la de 1 ~...¡\
no llen el sello de la inmortalidad El término medio l~e Yid~l de una Constitucion
en Espaín l'~¡rece ser el de cuatro aÍJos.


Durante esta última época la corona ha t~ozado ltc la l'rero¡.;atiya de diso!n;' ];15
Córtes, usando arbitrariamente de esa Ülcllltad. Ocho disoluciones ha h;¡hiJo; las
siete han siJ,) Ylolentas, esto e~, por desa,;:;uCl',lo entr(; las C(lrt.:S y los min:stl'Oi;
por t:llltO, se puede decir que siete "('(;I':S :;e ha acuJido:1 los dectore,; en momento:;
de arrebatos) que en un gobierno son golpes de Estado. Llamar la l11c1\'oría de las


(1) Téngase siempre presente que esta historia ~c acakí de e~cribir en el aÍ11) ¡bjb




- 25 -
Córtes á mandar era la solucion natural y pacífica: se ha preferido siempre usar de la
disolucion.


Semej ll1te estado es indicio infalible de completa anarquía, y manifiesta que las
condiciones normalc~ y racionales dc un gobicrno constitucional, cual se ha creado
en Espaí1a, no e\:istcn. Una lucha pcrmanente de riyalidades, enconos y nimias sus-
ceptibilidadc~ en las C')rtes, aun cuando ministros y diputados tienen un misnw
orí:-;en, como en J0_(i, no dcja duda sobre la opinion que el hombre pen~ador debe
formarse dd r~gimen con~titucional traido á EspaÍ1a del e\:tranjero; y como ha:r que
;CCO'locer quc ningLln puehlo de Europa üene. instintos más democráticos que el
puchlo e~;laÍ101 y nll1guno le cxcelle cn saber sostener la dignidad de hombre libre,
se lle:;a :l csta conclusion : q L1e la indiferencia que ha tenido por las Constituciones
que se le han dado nac(' de b procedencia extr,mjera; y por último, las dil1cu1tades
insuperables con que los p,utidos tropiezan para que esas Constituciones se arraiguen
lk un modo norm~ll, menguan más y más la fé del pueblo y le hacen excéptico en
materia política.


y no ha bastado tomar los modelos constitucion;;lles en el e\:tranjero, error co-
mun :l todos los partidos qu:: de yeras han querido ó que han afectado querer la li-
hertad, sino que h,l)' en Espa¡-Ja un partido que ha lleY~ldo L1 manía de imitacion
kbta rn(:ndi~~1i' ~'I b Francia el sistema municipal y prO\'incial, repudiando las anti-
guas y \enerandas trdd;ciones de su patria, para impelerla hácia atr:'ls en el carril de
antiguallas constitLlCi()ll~¡]es y mLlnicip~llcs que desechan los pueblos mismos á quie-
nes se quiere imiL1]', En Espa¡""1<1 no es el pueblo el atr~!sado, ~ino las pandillas polí-
ticas, miserables pla~i~!ria~ de la Fran'.:ia, á la que se imita en lo que ticne peor.


Durante tres siglos de ilimit,1l10 poder los gobiernos de ESpa;1L1 no han tenido ni
Ll inteligencia, ni la fuer/a, ni b \oluntad de implantar un'l buena administracion
que prej),u'a:-ic el 1'one11ir elel pueblo. En los reinados de las tres dinastías que han
ocuindo el sólio de C1stilla, saho al~;Llna efímera fIloria de las armas muy cruelmen-
te pa~ada, la nacion ha q LlCllado const,1l1tc:;;cnte separ;ld,1 del mo\imiento intelec-
tLlal eurot,eo. Con todo, Ú pes:!~' eL: los suplicios de la 1nquisicion, ú pesar del furor
\1c lOS reyc~, hu]¡o ;11gul1li:; ;"reclaros ingenios de espíritu supcrior que protestaron
con sus escritos contrd ,ILluclla hor!'Cnda oprcs:on de] ¡lcns(lmicnto humano; mas
poco Ú poco ESl',1¡-1a ~c ha ido al'lom,111do :-' dejamio ..le ll,ut;cil'ar del mo\imiento ci\'i-
[¡¡,ldor que a;.;ita al l11unlio, y ha \enido :1 quedar en el triste y bstimoso estado en
,_¡ue la \eI1lOS hoy dia, l're~a de odios intcrmin,lbles, dc int¡'iga-; yam!liciones e\:tr3n-
j'.:r;¡s )' Jo que es peor aun, del in.lifcrentisl110 político. ¡':sto no obstante, á despecho
lL: td!HOS ekl11entos de anonadc;l;-¡iento, ESl'úí1a, desde que: en Cídiz resonó la YOZ de
re~L1rrecci()n política, marcha llena de ilusiones y de c:speranzJs hicia un pon'enir
que alcanzar,í indeJcctiblemcnte, á ménos que neguemos la ley proyidencial del pro-
;.;:'Cso h um:.1no.


En ¡SIO se creyó que derrocado el despotismo y sustituyéndole con un gobierno
l'royisional, nada quedaba ya por hacer sino descansar. N o se tomó précaucion




26
alguna formal para' precaver los efectos de una reaccion que se hacia inevitable el
dia en que el rey que se ensalzaba saliese del cautiverio. Sabido es lo que aconteció.
La Constitucion fué violentamente derrocJda y empezó entonces una lucha entre el
poder real y la libertad, que aun sigue, y cuyo desenlace final está todavía por ver,
pues hasta ahora el régimen constitucional ninguna garantía ofrece contra los exce-
sos del poder ejecutivo.


Los hombres que agenos de intrigas y de ruines pasiones han ml'ditado sobre el
porvenir de su patria, los que han observado con sagaz detenimiento los instintos del
pueblo, saben apreciar la enérgica y fecunda "italidad ue que está dot,1do, y lo que
s.ignifica esa indiferencia de las masas en cuestiones políticas, en materia de institu-
ciones hasta la fecha estériles. Esos homhres tienen una gloriosa mision que cum-
plir, dirigiendo todos los esfuerzos del saher <Í implantar un gobierno de libC'rtJd
bajo una forma espaí101a que atraiga á sí al pueblo, que nada quiere que no sea na-
cional. Veráse entonces formar un gobierno normal. porque tendrCl L1S simp,ltíDS}' el
apoyo del pueblo. Hlsta aquí este obser\'ador paciente, pero sag,1z y cuerdo en extre-
mo, ha conocido perfectamente que las cuatro diferentes Constituciones promulga-
das no encierran en sí el remedio para sus males, pues ningun aliYio ha reportado
de ellas; aguarda la luz que preyce y presiente. l\¡i cOl1\'iccion es que el desarrollo
de las ~deas de lihertad en las masas es muc],o mayor de lo que se cree, y que 11c\'an
la delantera á las que ocupan la mente del nnyor número de los hom bres políticos,
entre los cuales algunos quedan rezagados, imbuidos en las peores teorías de 13. re-
".-olucion francesa, mientras otros discípulos de la escuela doctrin<lria de Francia si-
gllen las huellas de sus maestros. De los doctrinarios de Francia se ha dicho que no
tienen doctrinas. mas que allú se las componen <Í su antojo. Los doctrinarios de Es··
pana ni tienen doctrinas propias ni sahen formárselas.


Un solo ejemplo entre: mil bastará para dar el conocer por qu¿ falso derrotero han
caminado los partidos. Ilespecto á 10:3 progresistas, tomaré la cllestion de los bienes
nacionales, y en cuanto al partido reaccionario, bien de relieve est~ln todos sus ac-
tos pJra comprender á qué grado de escándalo ha llevado el sistema de corrupcion
administra ti va.


La supresion de los cOI1\'entos puso en manos del gohierno un sin número de fin-
cas rústicas y urbanas, á las que se dió el nombre de bienes nacionales. J¿ué se ha
hecho de esa inmensa r:gueza terl'itorial? Allá se ha entregado cual pasto ú la codi-
reia especuladora, vendiéndolos ú vil precio. Los ricos se han enriquecido mCts, pero el
pobre no ha tomado parte en esa or,~ía de 'capitales poderosos. ~_Y era esta acaso la
verdadera y justa aplicacion de aquellas riquezas, hallCtndose el gobierno dueno y
propietario momentáneo de ellas? No seguramente. EI110l11br,~ solo de biene:i nacio·
nales decia b:lstante que cada individuo de la nacion tenia un derecho <Í ellos, y el
gobierno, como representante de la comunidad es1)aií.ola, resumia el derecho de to-
dos. Con la venta de esas fincas el pueblo ha quedado desheredado, y un pequeí1ísi-
¡no número de individuos se han enriquecido con perjuicio de tantos, y por imitar




27 --
una cosa malísima ejecutada en Francia, se ha hecho lo contrario de lo que la razon,
la justicia, la política y la hu manídad aconseja han.


Si el gobierno, duct10 de ese inmenso caudal territorial, lo hubiese hecho servir de
base á un vasto pensamicnto en byor del pueblo, hubiera resuelto uno de los más
,írduos problemas dc lel sociedad moderna sobre la distribucion de la propiedad y la
nrganizacion dd trabajo, y a:canzado la [-',Ioriü de ser el primero en ensayar los prin-
cipios sociales de Ull ór~1cn de cosas nueyo, que en "ano se solicita en otros países
sin que se puclla consC',:..:;uir, estrellándose jUSt8S reclamaciones en la aiíeja organiza-
<.:ion so:i~ll, en una terca fl1erza de inr,uria y' en un e;..;oismo nunca satisfecho. Ningun
obstJcu:o i1l\encihic hahi~1 que sah'ar en Espaúa para hacer un reparto atinado y
hum;1l1itilrio de es:,s riLjLlt.'z~l:S lJue inc,'{lcradamcnte ..... inieron á manos del gobierno.
PLldose entonces d~ll':l:a Je!llüCracia Ulla base úmplia y útil, rinJiendo homenaje el
;a ju:;ticia de;)iLLl al l'u~')lo, y auaerla á gozar de las yen tajas de las reformas. Nada
de e:óto se hizo .-\:.;eno ú lo:; i)roorcsos de la ciencia y de la iílosoLa, '/ perdiendo la
o.:asion de hal.'(T que el puehlo ama~c por gratitud .\' defendiese por interés propio el
sistem,¡ constitucÍon"l, sigu;¿¡'onse Les huellas de una escuela de repugnante especu-
lacian. j ,os 1'1',LlJc~ m 'lS inl!.dtto, ':u\;cn);11ug~H~ el despilfarro aproyechó :1 los espe-
culadores, \' el gohierno In visto dcs,lparecer ese inmenso caudal sin que la miseria
dd p;,ís ha::.! tenido ~lii\ia al:.;uno , sin que el crédito público se haya mejorado en
lo m:ls mínimo; y lo:; coloilos y' ~Hrcndadores m:\s de una yez babdn recordado la
dcjal1cz '! ahanL1(F,() ,le los trai;,>; para "::0111 pararlos con la aúLlez e insaCIable codicia
de los nue\os propieurios. Lle~ó el dia dc la reaccion y el clero pidió y obtuvo la
de\'oluclon de los hienes q!lC 110 ~;c ln')ian ,'enJillJ, (2uiZ,1 \en~a todayfa una reaccion
mJ; riolenta y no im;,osihle, y \'C::1l1~:)S lo que en I~q y I~':d.


Lo que "caho ~!C decir re'i:,ecto :1 los bienes naciona:es, pUchera decirlo de otras
muchas co:;as y las resum;ré sentando po:' principio que en 18. obra de regeneraciol1
que se ha querido pL111te~lr en E"¡il1ílC1 b¿ljO el punto de "ista mezquino de la política,
en tod'1 se ha pens:ldo menos en au:-.:iliar '111)llcbJo, como la justicia y la necesidad
lo pedian de mancomuno


No nos h~lgC1l110S ilusi()Ji~:;: los sacudimientos llLlC han extrcmecido la Península,
\-" -1- I


h e:-itcriliJad de los prollLll1cíamientos, son sÚl:l 1 r;s maniti':.'stas de que estas cuestio-
nes ni intcn.:san :11 pu~h¡o ni lels entic:n,Jc. pues nin:~LLna parte toma en ellas; y sin
1c1 c00l'cr:lcion reaí \' \'lTdaJera ,.le! pueblo, ni en Esp'líla ni en nin:.;un otro país hay
posibilidad lh: fund:1l' CO:-iCl <¡]!~I!lEl que 11e\'e el sello de !el ma:.;nitud y de la duracion.


\,'in:.;.un otro pueblo ofrece l11J'; pruehls de esta \enlad que el nuestro. ¿Hayquien
du"k L]ue :-;i en IRo~ huhie:i':': e-.:islido un [-',obierno normal y un rey en España hubiese
esta quedado presa de las huestes imperiales: La ProYiJencia quiso que en aquellos
días lt.: gloria el puehlo fue.;e rey y la patria se salvó. PuJo entonces gobernarse á su
modo: formó juntas, manifestac:oll siempre constante del elemento democrático; las
;Lll1tas se apoderaron del cntus;J:;mo po¡mbr, movieron las masas en nombre de
la nacionalidad am~lgada, y ori~Llllizaron la defensa del país. Ningun sacrificio se hizo




- ú~-
imposible á ese pueblo heróico, guiado por sus ayuntamientos y sus juntas, mandado
por jefes de su elcccion, y á vueltas de seis años de terrible y desigual guerra, la vic-
toria cii1ó las sienes de ese pueblo capaz de tan sublimes esfuerzos.


Todo anduyo al revés en 1823. Entonces no hubo juntas, no hubo pueblo para
sostener la nacionalidad y ¡j independenci3 enyuelta en una miserable cuestion po-
lítica. Habia, empero, un gobierno central, y LÍ sus órdenes estakl11 todas las fuerzas
regulares del país: el ejército, la autoridad dd mando y las Córtes. Pero CI'Jrtes, go-
bierno y ejército no hallaron medios de repeler ;11 ntranjero. Habia un rey ... mas
el rey conspiraba LÍ medias con los Barbones de Francia para derrocar la Constitu-
cion y aherrojar LÍ los españoles, quitándoles la libertad que acababan de proclamar
por segunda Yez.


Desde 1808, época en que despertó Espaí1a de un largo y ominoso letargo, las jun-
tas han sido el centro de la vitalillad nacional. Por des~l'acia ::-.e ha ahus~ldú de ese
elemento enérgico, mas el abuso mismo prueba que ha habido una fuerza exuheran-
te, un pensamiento primordial, que no hallando su empleo normal n'i su ;lplicacion
permanente) da un estampido en dias seí1al~1dos y se desparrama de un modo desor-
denado en el seno de la sociedad. Por otra parte, al poder central, en "ez' de dirigir
esa fuerza popular, organizarla y tomarla por hase de instituciones nacionales, le Lll-
tó tiempo despues del triunfo par,l deshacerse de este poderoso auxiliar. Al despedir
las juntas, rcpudi~l11do la democracia, sea en nombre del Estatuto real, sea en el de
la Constitucion de lt';12 ó de 1;--;~;7, los hombres que cometieron tamaÍlo error en
183), en r83G, en 1~\~O y ¡¡\-1-3, se hallaron desarmados en presencia de 1<1s pasiones
del poder real, del clero, de la aristocracia de pergaminos y de Jinero, todos contra-
rios ú la emancipacion del pueblo. Ll COl1stitucion ha sido el mejor abrigo que han
tcni,lo los conspiradores; y los progresistas, e}'Jeriendo luchar solos contracl espíritu
retrógado, h~1l1 \-isto una \eL tras otra u,:shecho el fruto de sus pronunciamientos.


Es, pues, preciso que adoctrinaJo por la experiencia cll'~1rtiL¡0 progresista se per-
suada de que no se ha de bastar LÍ sí mismo :'al'<l c<1nsolidar su poder de un modo du-
radero. Sólo adquirirá b superioriJad cí qUé es lbm~lLlo, cU~lndo estahlezca institu-
ciones populares ú las que el pueblo se adhiera. pues hasta <1hor~1 sus inconsecuen-
cias y sus ensa:-.'o,; para centr~¡\izar el poder en SLh manos, le )1,lt1 sido fat~11es. Alcan-
za el pOL1cr de res'.dtL1s de ~;acuJi,liientos popc¡]~lres, cLll'ita'leados por las juntas, y en
cuanto los ministros que s~11en de esos ].:YLlntamientos se h~lllan en sus poltronas.
creen que han tomado ¡-osesiol1 cid mando pan siempre, é ingr~1tos, oh-iJadlzos Ó
supeditados pOi' haLlgos de palacio ó por L1S pr~tl:llsiones de una p:1I1dilla, sueilan ya
que les sobran fuerzas y que han de bastén- p:lra klccr frente :lla grelyed~d de lélS cir-
cunstancias. Su primer acto hel sido constantemente disolyer LIs juntas. y no bien
las han desp::dido cuando sus adn:,rsdrios comienzan j fraguar los medios de yolcar-
los, sin que sus intentos tarden mucho en \erse realizados.


Lle¡:;ó D. Juan l\Iendizúbal él! poder como consec
'
.1cncia del fronunciamiento de


las juntas en r 03 5 Y lué¡.;o las disolvió: ¡-,ero no habian trascurrido ocho meses cuan-




- 2l)


do una intriga palaciega le arrojó de la silla ministerial, acudiendo á un semi-golpe
de Estado. Vino en seguida el pronunciamiento de 1836 capitaneado por las juntas;
el ministerio Calatrava empuñó las riendas del Estado, disolvió aquellas, y á los once
meses otra intriL.;a de palacio, ayudada por una insurreccion militar, dió en tierra con
ese ministerio. En 1 S..¡.o las juntas crearon la situacion que trajo el partido democrá-
tico al poder, y en que feneció la Re~encia de Doí1a María Cristina. La Regencia pro-
visional se dió prisa á disolver las juntas, y ú la yuelta de un año una espantosa in-
surreccion militar estalló enarbolando la bandera de la Regencia renunciada en Valen-
cia. Vencida e~ta in'iurreccion, estalla otra en Barcelona en IS,,¡,'.!. contra el gobierno
de 1\Iadrid y esté cae rOl' último (l los embates de un rronunciamiento de juntas
en 1~43. El gobierno provisional que salió de esas juntas las disolvió muy luego y
combatió desapiadadamente las que le resistieron, y á los cuatro meses de haber
hecho estas proezas habian desaparecido de las rCf~iones del poder el gobierno pro-
"isional y el partido progresista.


Si tan repetidas lecciones no han bastado á adoctrinar al partido progresista, prc-
clSO es que su ceguedad sea incurable. Su fuerza es el elemento popular, rerresentado
por las juntas, y no quiere gobernar con las juntas, único orígen de su fuerza. Dig~í­
moslo de una vez y sin rebozo: ó todo gobierno, sea cual fuere su forma, es incompa-
tible con las juntas y estas no son más que un instrumento de anarquía, y entonces
es un crímen promoyer el ensalzamiento de un partido por esos medios, sin mús ob-
jeto que el de derrocar á sus contrarios y conseguir un poder efímero que ha de
morir vencido por intrips de estos, ó bien las juntas son la \"erdadera fuerza del
partido liheral y entonces es una locura separarse de ellas, queriendo gobernar par-
tiendo de un poder central que janüs ha sabido dlfcnderse de los tiros de sus enemi·
gos. El partido progresista no puede s~dir de este dilema que formub dos acusaciones
graycs. Hace muy mal en querer juntas si estas no sin"en más que para apoderarse del
mando, sabiendo de antemano que con ias juntas no ha de poder gobernar) ó por el
contrario, hace muy mal en separarse de Lls juntas, si en ellas reside la única fuerza
vital del país.


¡\L opinion) por débil que sea, es que en las juntas se halL111 todos los elementos
vitales del p3ís y que de ellas saldrá la futura organizacion soci:¡]. Esto;, tan lejos de
creer en la posibilidad de un gobierno centr;ll él la francesa en Esp3í1a, como en la
hondad intrínseca ó relativa de un gobierno constitucional bajo la forma extranjera.
y no se me hable de la necesidad y de las \"entajas de una centralizacion fuerte y "igo-
rosa : aprecio estas como el primero, mas tambien conozco sus inconvenientes y
sobre todo digo que este régimen de gobierno es imposible en Espaií.a, porque es
antipri.tico á las costumbres) (llos hábitos y á las tradiciones ndcionalcs. Bastárame
además para no quererlo en mi patria, que un partido reaccionario hasta la ceguedad
lo haya querido con tan afanoso empeí10 y no haya penlonado medios para plantear
en EspaÍ1a un sistema que las necesidades del momento hicieron adoptar por la Con-
vencion francesa) que Napoleon perfeccionó para llcyar adelante su obra de despo-




- 30-
tismo y aceptado por todos los gobiernos que ha habido en !<:rancia desde 1 S 14 acá
con objeto de oprimir la libertad y el vuelo popular.


¿Acaso van tan ex.traviados los españoles que desconfian del uso que allá hiciera
un partido reaccionario de una fuerza central bien organizada? ¿ Pues qué, no basta
la experiencia de los hechos pasados para saber cuáles son los resultados de semeja tite
régimen político? N uestra libertad tiene sobrados enemigos dentro y fuera, mediante
los cuales jamás úlltan consejos y medios de reaccion á un poder central) para que se
emplee en destruir instituciones adquiridas á trueque de tantos sacrilicios como ha
hecho la nacion, y cuya ex.istencia hasta ahora cuando no ha estado en peligro; ha
sido ó paralizada ó YÍciada.


Si de la c.1estíon política pasamos al exámen de la administracíon del reino, y prin-
cipalmente á las cuestiones económicas, por todas partes luilamos el caos: ignoran·,
cia, abusos sin cuento, licios Clwejecidos, reglamentos absurdos, leyes descabelbJas:
hé aquí lo que se encuentra en esa administracion. Así es que ha conseguido a(~otar,
momentáneamente :110 menos, todos los manantiales de la riqueza pública y hacer
que el gobierno del país m:ls fértil y l11clS pri\'ilegiado de la naturaleza sea un tipo de
miseria y de pobreza; y e~te Yergonzoso estado de cosa3, por ser tradicional, ha lle-
gado á tomar el carácter de una situacíon normal. acabando e:,patlOles y cxtranjcros
por persuadirse de que es un mal irremediable. Error funesto que ha producido el
desmayo y la indiferencia hasta tal extremo que se ha dej~1Lio de pensar detenida-
mente en los medios de curar una postracion tan humillante. Con todo, la gran:dad
del mal ha inspirado ardientes protestZls contra esa indiferencia; y si la dcsgrZlcia ha
querido que los acontecimientos fue~,cn un impedimcnto ú la reorganizacion Lldmi-
nistrativa del reino, no hay que desnnyar de su pon'enir. El espíritu de in \e:;tigacion
ya cundiendo; ya se han proclamado alSunas yerdades útiles, así en libros C0l110 en la
tribuna de las Córtcs. que acabarJn por ser planteadLls con fruto. ~o he sido el últi-
mo que ha utilizado estos dos medios de publicidcld para decir ú mis conciudadanos
mi opinion respecto :í los desórLlenes de la gobernacion del país. Ansioso del hien
de mi pútria, he procurado estudiar sus yerdaderos intereses, y en la tri buna como
en la prensa, me he afanado por repetir que nuestro:; recursos para salir de tan bs-
timosa decadencia son inmensos en sí mismos y que puestos en parangon con los
que tienen otros países, les llevamos incalculable yentaja.


Con el patriótico fin de ilustrar la materia, de dar ú mi opinion mayor claridad y
más peso á mis raciocinios, en un libro que publiqué en 18-1-:2 (1) expliqué las causas
y el orígen de las miserias del gobierno, cotejando las rentas y los gastos del Estado
con la~ rentas y los gastos de la Prusia. De ese cotejo resultaba que con un presu-
puesto igual al nuestro, con una poblacion idéntica en número á la Espaúa 1 con un


(l) De la injlut'ncia cid sistema j'I'()/¡¡,bit¡'¡,() 1'11 ¡el agricultura. ill,illSiri,¡, CUi!![,/,,'ill y l'L'II/<1S pública"
Madrid. l ~ p.-V. pá¡.;. 3;)7.




- 3T --
clima malo y un suelo pobre, con una configuracion geográfica viciosa, sin colonias
y casi sin puertos de mar, la Prusia se halla en el mayor grado de prosperidad,
mientras España, con su suelo feraz, sus climas variados, sus costas baí1adas por dos
mares en una extension de más de seiscientas leguas, poseyendo numerosos y exce-
lentes puertos, dueña de la reina de. las Antillas, Cuba, de Puerto-Rico y de las Fi-
lipinas, que por sí solas forman un mundo, presenta el cuadro de la más desas-
trosa decadencia. ¿Cuáles han sido las causas de esa decrepitud tan dolorosa? Tres
principales, de las cuales dimanan todas las deméis: el de.spotis11lo monárquico, elfa-
natismo religioso y la anarquía administrativa, producto de las otras dos.


¿Son por ventura las desgracias de España de tal condicion que no tengan reme-
Jio!' Tan lejos estoy de creer. semejante conclusion, que tengo pleno y profundo co-
nacimiento, adquirido merced á estudios concienzudos, de que el espantoso des-
concierto de nucstra Hacienda tan sólo durará lo que tarden los españoles en querer
entrar de lleno con tesan y patriotismo en la yía de las grandes reformas de la admi-
nistracion pública.


Cuando en el aí10 I~_p. publiqué el referido libro sobre la Influencia del sistema
prohibitivo, reuní allí cn bosquejo el cuadro de la Hacienda de las principales nacio-
nes de Europa y el presupuesto de sus gastos y de sus rentas, pareciéndome que el
cotejo con el nuestro era el mejor medio de ilustrar la materia y de dClr púbulo ~1l de-
seo de mejorar nuestra administracion. Con fatal preyision yaticiné entonces las des-
gracias que nos esperaban si no se dejaba el árido tema de las disputas políticas para
cntre3arse e:-cclusivan1Pnte almejar concierto de nuestra Hacienda y de la gobernacion
del reino, á la par que se favorecí] indirectamente á la reaccion que sonaba á lo lejos,
adelantándose cautelo~a y osadamente en los días que faltaban para la mayoría de la
reina. No tardaron mucho los acontecimientos en darme la razon, desgraciadamen-
te; mas ya que así ha sido, permítaseme recordar aquí mis tristes \'aticinios, como
prueba de que la verdad fué proclamada en tiempo útil con ardorosa conviccion.


«Desengañémonos: ni estos elementos, ni las señales manifiestas de yida que dá
))esta trabajada nacían 1 pueden desarrollarse COll la actual administracion, porque
))Dio;; ;,ulo pudo hacer salir la luz del caos; y de cuanto hacemos en nuestro régimen
nadministrati'/o se puede decir lo que San Simon de los eruditos de su tiempo: « Veo
nentre \"osotros alhañiles, más no veo arquitectos; yeo en yuestro taller un montan
),de piedras más ó ménos bien cortadas, acopios de guijos y de arena que los peo-
"ncs lleyan de una parte á otra, pero no diviso el menor vestigio de un edificio
))!1ueyo,


))¡-laya arquitectos, haya editicio nuevo, y entonces, solo entonces comprenderán
))los pueblos las \'entajas del gobierno constitucional, que hasta ahora ha sido par
))ellos un fruto poco menos que amargo, á pesar de su bondad intrínseca. En vano
"les hablarémos de derechos políticos, de instituciones, de libertad política. rvíientras
"arrastren la pesadísima cadena de una administracion viciosa, nos contestarán, en-
"señándonos las heridas profundas que llevan al pié, que todo el hálsamo de nues-




»tras teorías no han curado, ni aun siquiera adormecido 1 el dolor que les causa.
))Amo cl1,ll nadie la libertad: he servido su santa causa desde sus primero~ aúos,


}'mas la libertad sin una buena administracion del país, es un arma hermosa pero
»vacÍa, que ni sirve para defenderse ni para atacar. La libertad, elemento vital del
))hombre 1 cuando no se emplea para regularizar la sociedad, para moralizarla y pro-
))mover la mayor felicidad de sus individuos, ó es un brillante juguete para las ima-
))ginaciones arJ.oro~as, ó se cOlwierte en un instrumento de ruina oí disposicion del
))déspota ú quien las circunstancias ayuden ú aprovechar~e del can~ancio generaL
"último término de una lucha de ideas sin aplicacion, y que no hace mús q Lle poner
))en descubierto con la publicidad todo lo malo moral y material que hien"e en una
»sociedad trabélJada por reyoluciones. No nos hagamos ilusiones: 11ablamos mucho
"de progreso y no adelantamos un paso en los medios de afianzar nuestra libertad.
"En vez de robustecerse, el gobierno del país se va debilitando por momentos. Cada
))dia yernos que la gloria de dirigir el Estado es una ambician teórica que rehuye los
))peligros de una situacion difícil, síntoma alarmante cuya gravedad no es posible
»desconocer. Lo digo sin rebozo: el camino que seguimos nos lleva al precipicio.
»Cuando las pasiones no engendran m~ls que desmayo ó los homhres no tienen fe en
))sí mismos ni en el porvenir de su patria, el desasosiego general es indicio.inÚllible
"de que existen vicios radicales, una posicion mal sentada y causas eficientes de ca-
»tústrofes inevitables.


)) A trueque tal vez de ser importuno, he tenido el véllor de decir lo que en mi
»conciencia creo ser vedad. Siempre he pensado que en circumtallcias difíciles los
» hombres que se estiman en algo 1 cuando no pueden obr~lr acti\"L1l1lente, dclJel1
)) decir lo que piensan en alta YO,';. En política y cn admi'1i;tracion, en la tribuna
))como en mis escritos, á riesgo y ventura he dicho y dirG lo que siento, sin que
))me arreJre la responsabilidaJ que me espera. Los principios que he emitido son
)) el reflejo de mis convicciones) y estas :1 su vez son el fruto de mis estl1diO's, más
)) laboriosos que bien aprovechados sin duda. Deseando como el que 111,ls la 1'ros-
)) peridad y el esplendor de nuestra noble Espaí1a, he estudiado las causas de los
)) males que la agob!an en su historia y en sus verJaderos intereses, por tantos
))años entregados ú la ignoranciJ, á la corru¡JCion, al despotismo, ocup(¡ndome de
)) sus intereses materiales y positivos: he prescindido de todo interés de partido, y
))para nada he inrocado el elemento febril de la política cual existe entre nosotros.
"l a administracion de un país no debe tener m<Í.s bandera que la de la honradez y
), del saber. ¡ Desventurado el país en que se enarbole otra en el ministerio de Ha-
"cienda! ))


"No me lisonj~o de haber hecho un trabajo que carezca de muchos defectos, sí
"de que pueda ser útil; y sobre todo, pienso haber escrito como leal y f1el español
"ansioso por el realce, lustre y ventura de su patria. A pesar de varios Qbst(¡cLllo~),
»Y no participando del desmayo de ll1Uchos, consiJcro qlle comp,lrada con otras n~l­
»ciones, felicísim~1 es por todos conceptos la situacion de Espaúa para marchar ú




- ~~3 -
))pasos agigantados por el rumbo de las reformas administrativas á una real y efectL
"va prosperidad. Quiera el cielo que hombres de energía, de fe y de saber lleguen á
"dirigir esta grande y magnánima nacion, echando los cimientos de la organizacion
"en que deberá descansar la sociedad venidera, pues de nosotros pende la suerte de
»)bs generaciones futuras ... Mas no oh"idemos jamás que sin Administracion no
"hay Hacienda, que sin Hacienda no hay órden público, no hay instituciones, no
"hay independencia nacional, no hay gobierno, en una palabra, 110 hay patria.»


N o bien habia corrido un año desde la fecha en que escribia estos renglones,
cuando mis dolorosos vaticinios se hallabai1 completamente cumplidos; y si desde
aquella época la libertad ha fenecido en Espaí1a, tambien el desórden administrativo
ha marchado al mismo compó,s, aument'tndose horrorosamente. El cúmulo de males
h3. llegado {¡" un extremo tal vez neces:Jrio, porque como una nacion no puede que-
dar indefinidamente entregada á un sistema de engaños, tendrán un dia los españo-
les que despertar de su prolon¡.;ado letargo. Al ver aumentar los abusos, al experi-
mentar el derroche de la fortuna pública, difícil es creer que el pueblo suponga que
así se ya marchando á más venturoso porvenir. Los que sufren no alimentan por
mucho tiempo ilusiones: la fuerza de las cosas traerá, sin que sea posible detenerla,
una r<:forma fundamental en Espaí1a. Así como en otros países, el desód,en admi-
nistrativo, COl1lpaÍ1ero inseparable de todo gobierno arbitrario, engendrad una ver-
d~1(lera rcyolucion, y esta irá más allá' de lo que se piensa; no se detendrá en la
plrte material de la gobernacion del país; el mal se halla colocado á mayor altura;
la re\"oIucion será de estatura suticiente para llegar á donde sea necesario-


Los dos au\:iliares del poder real, la aristocracia y el clero, han experimentado ya
los alcances de la reforma, y luchan cautelosamente para sobreponerse al tercer es-
udo y yolver á su antiguo poderío, con lo cual no consiguen sino proyocar una úl-
tima manifestacion de la voluntad nacional, que acabará de una vez y para siempre
con tOLlas los obstáculos que hasta ::thora han detenido la regeneracion de España.
Esta re\"olucion es ley de naturaleza, porgue á pesar de las tradiciones funestas que
aún pesan sohre nuestra patria, la necesidad de una reforma radical es de toda evi-
dencia, para que dia más ó menos no llegue el tiempo en que el pueblo consiga ám-
pEa y completa satisfaccion. Ese dia apareced el partido yerdaderamente reforma-
dor, que enarbolando con valentía la bandera de la regeneracion de España, escribi-
r:t en ella como lemas sagrados los derechos individuales, la soberanía nacional y la
fraternidad universal. No hay fLlerza humana que pueda impedir el cumplimiento
de ese moyimicnto salvador: una ley providencial nos llama á esa obra: la mano de
Dios no se ha apartado de la heróica EspaÍ1a.


3




CAPITULO IlI.


EL r:LERO.


Por mucho tiempo se ha creido generalmente, y este es el dia en que el mayor
número cree tolada, que los saculimientos políticos que han agitado los ánimos en
Espatía han dejado al clero su imperio omnipotente, resistiendo al tiempo y á las
ideas reformadoras. Semejante opinion, ú falta de otras mucha:) pruehas, dice bas-
tante acerca de la li~ereza con que lnll siLlo estLldiados los suceso:, que se han reaií-
z[\Jo en ESpÚ1é1 de 18()~ aeJ. Vulg Ir era la creencia Ince pocos Ú10S de que los es-
palÍoles no yi\'ian humikleIl1ente sometidos al poder s~lC'rdotal Ó al dominio mo-
nacel!. Quien hubIese Il1JniL:stado la menor aprension respecto ú las cuestiones reli-
giosas, hu ')iera q LleJado tiLbdo de he regía, ó cUJnclo menos de demencia. El timbre
de católico, dado l)()l11posamente {¡ la COí'ona de Castilla,parecia un palladiuJJl para
la Iglesia, una <':gida para el trono y una consagracion invioll0le, un respeto supersti-
cioso para el pueblo, formando entre tste y aquellos un punto indisoluble, sobre el
cual velaba ardiente y terrible un tribunal de sangre encargado de mantener la pu-
reza de la fe ortollo\:a. Este tribunal era la Inquisicion, que detuvo en el siglo \:IY la
Reforma al pié del Pirineo, mientras alLí repelia los moriscos y los judíos, e\:trañ~­
dos del reino con indecible cmcldad, ó degollados en el camino por la avaricia de los
que los conducian. Horrendo sistema de ex.terminio, que con más ó menos furor ha
mantenido durante tres siglos su e\:ecranua dictadura en nombre ue una religion de
amor que aconseja con San Pablo in umnibus clzaritas, y con San Bernaruo clzari-
fas super o1J?/lia.


Grande fu<': el asombro de la Eurora al saber que en este país, donde no hacia
mucho se levantaban en las plazas públicas las hogueras de los autos de fe, una voz
solemne de ira y de indignacion s~llia del seno de las Córtes reunidas en Cúdiz para
anatematizar la Inquisicion. Conseguido este primer triunfo, los representantes de




- 35 -
la nacion entraron con valentía por la senda de las reformas. Asomhroso é inespe-
rado espectáculo fué el que ofreció esta decision del Congreso espaí101, discutiendo
sin rebozo las usurpaciones de la Iglesia, proclamando la cesacion de monstruosos
abusos, atacando la invasion del clero en la gobernacion del Estado, y elevando la
:1l1torcha de la filosofía sobre todas las cuestiones religiosas. Este será siempre el
timbre más magnífico de los legisladores de Cádiz y una corona inmarcesible de glo-
ri:-t sobre sus sienes.


Al anuncio de esta manifestacion de la razon humana, por siglos entorpecida,
Roma se extremeció, y su re~rcsentante en España, el nuncio Gravina, sin esperar el
crujido de los rayos del Vaticano, proclamó por sí yante sí la guerra santa contra
las Córtes. -Sublevó al clero~ se hizo centro y alma de una e'\:tensa conspiracion sa-
cerdotal contra los valientes reformadores de Cldiz; incitó á los obispos á que pro-
testaran en favor de la Inquisicion, como él mismo protestó en una nota de 5 de
.\layo de 1813 dirigida á la Regencia y en la cual decia: "que la supresion decretada
)jera contraria á los derechos y á la supremacía del Pontífice romano que la habia
»establecido por necesaria y muy útil al bien de la Iglesia y de los fieles.»


Los manejos del Nuncio dieron lugar á sérios conflictos entre el clero de Cádiz y
];:¡s Córtes, Estas con loable teson dieron fin á tantas intrigas. N o les bastó haber
sujetado los clérigos rebeldes y perturbadores: fué preciso ahogar el foco de esa re-
sistencia facciosa, alcanzando á quien la promovia. La Regencia mandó pasar una
nota al ~uncio con fecha 23 de Abril, en la cual se le manifestaba que á pesar de
tener obligacion perentoria de defender las prerogativas del Estado y de proteger la
religion, y por tanto, autorizado para e'\:trai1ar del reino á un Nuncio faccioso, el deseo
de dar una pruc\,a de la veneracion y respeto que la nacion seguia profesando al
sumo Pontífice, hacia que la Regencia se limitase á manifestar al N uncio su alta des-
aprobacion de la conducta que habia observado. El Nuncio replicó en 28 de Abril
con una nota desatenta, por la que el ministro de Estado le pidió explicaciones en
otra de 5 de Mayo; y no habiéndolas dado satisfactorias el Nuncio, la Regencia,
oido el Consejo de Estado, decretó su e'\:trañamiento y le envió sus pasaportes al
efecto, poniendo á su disposicion la fragata Sabina para que lo llevara á donde tu-
\"icse por cOll\"cniente ir. No aceptó el,Nuncio lo que le ofreció la Regencia y se re-
tiró á Tavira, pequeña poblacion fronteriza de España, desde donde siguió ati-
zando el fuego de la discordia.


"


El extrañamiento de un Nuncio, no era por cierto un caso nuevo en España; mas
Roma y el clero estahan de tal manera acostumbrados de muy atrás á la sumision
del gobierno espaí101 y agenos de semejantes actos de energía, que su ira no tuvo
límite y desde entonces juraron odio implacable á los reformadores de España, y
prometieron desde luego tomar la mús estrepitosa venganza en cuanto se presentase
ocasiono El restablecimiento del despotismo monúrquico en IBI4 se la ofreció muy
cumpiida. Roma volvió ú recobrar todo su inHujo, y el clero su poder y sus riquezas.
Entonces fué el cntregarsc á todos los e'\:cesos de su enconado furor. El nuncio Gra-




- 3G-
"ma se desquitó gustosamente de los sinsabores que le hicieron pasar las Córtes de
Cidiz. Aquella furibunda reaccion, dirigida y azuzJda por el clero, unida á las lo-
curas y crueldades de Fernando VII, provocó el levantamiento de ¡fha. Las Córtes
de aquella época yo!,-ieron á emprender la reforma de! clero regular y secular; la
intervencion armada de la Francia que acabó con el régimen constitucional, hundi()
á España en el abismo de donde acabaha de salir, imponiéndole de nl1e\-o el dohl~
yugo del rey y del clero. Éste, anti-nacional, como el clero cat/)lico lo es en su ll1J-
yoría siempre y por do quiera, r~cihió en triunfo ti los extranjeros. '\las;:l L.Jué ex-
trallarlo? ¿ N o arlaudi:) el cJe.ro francés en 1 R q á los rusos y á los prusiano~ iIW:1SO-
res'! ¿En 181) no h"lho Te D:!llillcant1do en t:h.bs las i_~lcsi~h ~¡J llegar L1 nntici::l
del de.,astre de \Vaterloo?; En ItalIa no es el clero, ohid~ldizo el! LIs contiendas de
güelfos y de gihclinos, el mejor auxiliar del Austria: (.Ha tituhe~ldo jamás el P,lp:1
en llamar á sí las bayonetas impenales contra sus dé'sJichados súlhiitos:: ; Qw: hay
que es¡)erar de un clero lpe no tiel1e patria, porque no tiene familia? Con t:.ll que
mande, con red que im¡>e¡-e, asaz poco le importa con qu: conlliciones puede sos-
tener su poder, ni por cuáles medios 10 ha de ejercer.


La reaccion de líh3 fué más bárbara aún que la de 18q, y de más largaduracion:
ambas guardaban profundos resentimientos contra un clero lmplac,¡hle, :- las conse-
cuencias habian de ser funestas. 183-1- Y 183) las hicieron estallar. CU:1I1dd 18. Euro-
pa a~ombrada supo que en ,',bJrid, en Barcelona, en Zaragoza y en otros puntos de
la Península los frailes habian muerto á mano air,~da por el l'ueblo y que no
pocos conyentos habian sido entregados :t las llamas, huho C0l110 un extremecimien-
to lúóubre, y se conoció eaton·ces hasta qu¿ punto habia la c"t()lica Esp,ll-w s,lcLHliJo
el imperio sacerdotal del clero. •


La venganza popular era muy de prc\-cel', y fué de sentir por sus excesos. Tras de
la accion desordenada de la mu'chedul11bre vino la resolucion gubernatiya que cerró
todos los conventos en un mismo dia y hora: las propiedades que poseian estos fuéron
declaradas bienes n,¡cionales: nadie encontró qué decir contra esa medida menos los
interesados. Desde entonces el mayor número de aquellos edit1cios ha venido al suc-
lo, ó ha recibido nue\-o destino, sin que nddie haya murmurado de eUo. Las Jincas
urbanas y rurales se ban puesto á públÍ-:a subasta y no h,1I1 LdLldo compradores, sin
que el más mínimo remordimiento haya detenido la C0l11pr,1; y todos estos actos q~lC
acababan para siempre con la Iglesia militante, han recibido su cabal cumplimiento
sin promover la más ligera conmocion en el pueblo. Las religiosas han quedado sin
recursos, sin que su pobreza haya baIlado grandes simpatías, {¡ l,es:n de los esfuer-
zos de algunas beatas intrigantes, acudiendo ú la generosidad públicd, aunque su
fervorosa intenciol1 no fLlese bija de una sana filosofLl, ni siq uiera de :,u caridad cris-
tiana.


La mayor parte de las sillas episcopales ban estado vacan tes, sin que la conciencia
de los diocesanos se baya alarmado nunca de esta falt,l, ni cchado de rnenos la pre·
sencia de los obispos. Roma ba interrumpido por muchos aÍlOs sus relaciones con




EspaÍla, y \~ quién notaba en Madrid la falta del Nuncio? Hé aquí lo que ha llega-
do ú ser en España el el ero y el catolicismo. En esa España donde reinaba sin rival
y sin disputa, soberano y dueño, el catolicismo más sensual é intolerante, hoy
sólo se divisc1 la más espantosa indiferencia en materia de religion: lo que queda del
catolicismo en España son las funCiones de iglesia, estas ya muy pobres, y los hábitos
de ia tradicion. E:-,:iste solamente una religion de formas: el espíritu divino desapare-
cíl); ya no es el culto pio del alma, ni la fe religiosa. Este es un hecho que se cumple
materialmente: m,d inconmensurable, al cual urge poner remedio antes que se borre
toda creencia religiosa.


La decadencia en que yace el catolicismo es tanto más asombrosa cuanto que no
se le ataca con creen..::ias religiosas nueyas, ni lo baten en brecha sectas di:-identes, ni
siquiera sistemas de filosofía innondores. El clero ha perdido su prestigio, porque
ignorante ó reaccionario, ha quedado inhjbil en medio del moyimiento general de
las i~leas. All:l se ha quedaLlo clavado en la p13ya ensangrel;tada donde sentó un dia
su trono, mientr;1s el puc:blo espaÍ101 se alejaba con payor de sus autos de fe; y á pe-
s,u ~k esto, tOLbvía se comphlce en sus ensu61.Os LÍe poder y de riquezas á la vista de
los co:ncnto'i derrumbados con estr~pito, ~ de sus tincas venJidas en pública subas-
ta. 1\] sct,ararsc de las santas m:tximas del EvangeliO, al desconocer la palabra divi-
na Jd Cristo el clero español se fraguó un catolicisJl10 para su propio uso: mas esta
obre, imp:a no podia menos de desaparecer en ,:uanto la antorcha de la yeruad difun-
dle5c su luz y derrocase los ídolos mundanos é interesados que trataban de impo-
nerse por el terror.


Sin recJrJar los crímenes de una ~poca lejana de nosotros, en que la religíon de
JesLlcri"to se \'i ') ca,nhi;hla en una secta de verJu;.;os sedientos de sangre; en nues-
tros Olas, el clero [);I to:nado una parte sobradamente activa en los acontecimientos
políticos para q L1e d::j;¡:-;c de s.lf:·ir C01110 era consi_;uientc el choque de las pasiones.
Con tal imprLlcie:1te conducta ha perLiido ;1 un mismo tiempo el respeto y las consi-
deraciones que huhiese conservado, ~i hubiese ljuedado fuera de las contiendas po-
lític;\s, en las ..::u,¡)es nadJ te\1la que \'(~r, entregado solamente á la santa y noble mi-
Slon de Sel ministerio. E:l c:~ri00 eS l1aúol, haciénJose hombre de partido, dejó de ser
el meJiador con Dios, y ha tenido que sLlfrir las consecuencias de la voluntaria abdi-
cacian que ha hecho de su car:lctcr sa~rJdo.


En 1 S q Y lo:d el Clero furio.;o y t~lnático provocó la ira de un gobierno ya muy
Jispuesto ú ella contra los consLtucion,¡]es. El rey Fernando lo satisfizo á su sahc1r;
la persecLlciol1 ru~ atroz, dCS'lpicllLld:J. El púlt)ito llegó á ser el estrado de los acusa-
dQrcs públicos, y en esos temrlos del amor divino donde no se dehía oir más que la
\OL de lll¡.;cricorJia, Jc p::rJon y de fl atcrnidad, los rU3idos de UllH \enganza nun-
ca bien saciad l.. extrel11e:::il11 laJ b,')vedas sa0 radas. As: fué, que cuando los \erduóos
quedaron vencidos y las víctimas huhieron triunfado de los suplicios, el clero, pro-
movedor y atizador de los crímenes del poder monárquico, tm"o que expiar su odiosa
complicidad. La reaccion no igualó los excesos cometidos; mas no por eso son menos




- 38-
de sentir, y desde entonces se ha considerado al clero como el rrimero y mayor ene-
migo de toda libcnad, así en la esfera política como en la científica.


Esta condu..:ta del clero ofrece, con todo, cortas, aunque glorio~~as excepciones. El
cristianismo cuenta entre los prelados intérpretes venerables de la moral cristiana
y dignos de su Divino Maestro; mas estos aL ')stoles dd Eyan~elioJ código sagrado de
los derechos del hombre, se hallan desposeídos del ejl"rcicio activo de su misiono
Roma les niega la consagracioncanónica, y el gobierno del Estado, déhil slempre y
sin la conciencia de sus deberes y de las necesidades del país, deja sin t0111:11' una re-.
soluc,on, prolongar con mengua de su propia dignidad y de la indtpendencia de la
nacion,las cuestiones cuyo exúmen ha usurpado el Vaticano; y n:ientras Roma nie::;a
la investidura el los obispos electos por el gobierno constitucional, este autoriza á
obispos famosos p:ua volver á sus diócesis, de donde fuéron extr,¡ñados por el ahuso
escandaloso que hicieron de su intiujo. No es esta la menor de las acusaciones que
los españoles pueden dirigir contra el gobierno que rige el país desde 184-3 .





CAPITULO IV.


LA "'IO?-;ARQCIA y EL PODER RE.\L.


La monarquía ha sufrido la misma alteracion que el clero y por idénticas
causas.


Los principio:; como las instituciones, ü la par que los cOlwenios SOCicllcs, reciben
su sJncion dc una larga yno interrumpida existencia, dur:Jl1te la cual su bond,ld po-
sitiva ó relativa es para tojos evidente. Así se forma la traJicion, que para los unos
llega LÍ. scr un culto ciego, mientras que para otros no es mLÍs que la opinion bien me-
ditada de lo que es menos malo y presenta mcnos inC011Yenientes. Los primeros ab-
dican en cierto modo de su libre arbitrio, y se estancan inmóviles en lo que c'xiste;
los segundos, usando Je la razan, ejercen el derecho de exLÍmen y hacen cuanto pue-
den por mejorar lo presente, creyendo qUE.' no es el límite postr::ro de los hados del
hombre.


La monarquía hereditaria estriba en la perpetuidad presunta del saber y de la inte-
ligencia en una familia. La monarquía, pues, nüs que cualquiera otra institucion
política ó social, necesita corresponJer debida y cumplidamente al pensamiento qUe
le dió el sér, LÍ. la mision de órden público y de estabilidad ljubernamental que la
hizo preferir LÍ. toda otra organizacion política. El mayor mérito, la primera razon
de ser de la monarquía hereditaria es que no deja lugar á las ambiciones para revol-
ver la sociedad con el fin de apoderarse del man,lo supremo.


Ahora bien: este mérito, esta razon de ser, ¿ha existido por ycntura en la monar-
quía hereditaria de España? Este punto es el que hay que examinar.


Tres siglos y medio van contados desde que la monarquía existe en Espaí1a cual la
ycmos poyo Por tanto, ha tomaa.o la delantera á la mayor parte de los grandes Estados
de Europa, en la obra de unidad y de amalgama que forman la nacionalidad; ha tenido,
como todas las monarquías, el instinto de atraccion gradual de las provincias primi-




- 4°-
tivamente separadas, y que formaban Estados independientes. Este punto de seme·
janza que tiene la monarquía de España con las demás, cesa al formarse la unidad
nacional en 14~)2: de allí en adelante ha tenido una existencia que es únicamente
suya. Los reyes, constántemente agenos al mo\imiento de las ideas europeas, ene-
migos desenfrenados de toda innovacion, si no ]lan llegado á ahogar toda la inteli-
gencia de un pueblo dotado de las más nohles cualidades del ingenio y de la imagi-
nacion, han comprimido cuanto han podido su desarrollo. En su aislamiento tétri-
co y sombrío, no han sabido dar á la sociedad española ni fuerza de cohesion, ni YÍ.
talidad progresiva, ni existencia vigorosa, ni homogeneidad compacta. Han, pues, fal-
tado á su primera mision y desconocido el principio vivificaLlor de la humanidad,
sin que hayan entendido las condiciones de su propia existencia.


Así vemos al poder real astLlto y avariento establecer con los H.eyes Católicos el
execrado tribunal de la Inquisicion, con el dohle fin de dar páhulo ú las pasiones de
un fanatismo religioso, sediento de sangre y de enriquecerse con los despojos de las
víctimas. La dinastía austriaca fué en extremo reaccionaria contra las lihertades na-
cionales y los fueros del país; y fuera de él, llevó la perturbacion y el exterminio
á los puehlos, siendo el campeon ciego y sanguinario, ú la par que interesado, del ca~
tolicismo contra la Reforma que sublevaba la Alemania entera, que pedi;) la pureza
de la religion de Jesucristo y la reivindicacion de los fueros de la razono Los reyes
de España, mantenedores del despotismo religioso y político, se entregaron al fa-
natismo sanguinario, levantando por su propia inspiracion y por sugestiones del
Vaticano cadalsos y hO,~ueras en todos los úmbitos de aquella colosal monarquía,
donde jam::ís se ponia el sol.


TrJs de ese período de ener..;í:1 fatalmente :mpleada vino una dpida decadencia
en lo~ reinados de los tres últimos reyes de la caS,l de Au ,triél, que élcobó con un
príncipe imhéci:, cuondo España, ~h,lust,l ya y aniquibda, hahia perdido todo influjo
en Europa. DurJnte el reinJdo de esos soberanos, generaciones enter;1S de pobbdo-
res fueron diezl1;¡adas en los suplicios, y como la se,-iur dd \~rdLlgo Ó los autos de fE'
de la Inquisiclon no bastaban para a¡wesurar hl ohr;] de extermin,lcion que se que-
ria, se acudió al medio nüs expedito de expeler de E:;l)aúa alos moriscos y los judíos.
Esta es la hora en que la Península se resiente todJ\"ÍJ de esa b:l1"barJ inlllJ!acion
impuesta por el ú1l1atismo <:1 los sucesores de Cirios V. El \'acío que dejó en la po-
blacion la expulsion de tantos moradores útiles y laboriosos no se ha llenodo aún:
diríase que el cielo ha querido que así fuese para eternizar la memoriJ de un crímen
tan atroz.


La monarquía española recobró alguna fuerza al llegar al sólio la dinastía france-
sa. Felipe V, Fernando VI y Cirios III cejaron un poco enel fanatismo cruel de sus
predecesores, sin haberlo por eso repudiado enteramente Mas oqucllos soberanos,
considerando su corona como una ddegacion lisa y llana de familia, hicieron de Es-
paña un apéndice de la Francia, hasta que algunos individuos de esa dinastía llega-
ron á proclamarse á sí mismos indignos del rango supremo ú que los llamara la CJ-




-4 1 -
sualidad de su nacimiento. Detengámonos un poco en este período de nuestros ana-
les contemporáneos, pues ofrece UEa enseñanza útil para los reyes, á la par que pro-
vechosa para los pueblos.


Cuando estalló la re\olucion de Francia en 1 í8~), reinaba en España Cárlos IV.
El suplicio de Luis XVI hubo de romper el lazo que sometia la corona de Gastilla al
beneplácito de la córte de Versailles por el pacto de úlmilia. Mas lo que el martirio del
rey de Francia habia destruido, la impericia de Cárlos IV y del priyado lo restable-
cieron de nuevo, vohiendo á poner España bajo la coyunda de la Francia. El pacto
de familia no bien habia caducado, cuando los tratados de Basilea y de San Ildefonso
lo reemplazaron cumplidamente.


y no bastaba esta nue\'a sumision del país, entregado al influjo francés; la prosti-
tucion vino ú ajar el trono y mancillar la corona. María Luisa y Godoy ejercian
solos el poder soherano. La mansion del monarca llegó á ser teatro de las escenas
mús repugnantes; allí se agitaron proyectos insensatos: allí inícuas conspiraciones
estallaron. Cúrl6s IV y l\üuía Luisa trataron de destruir su propia dinastía; el here-
dero presunto de la corona maquinaba intrigas contra su padre, y por último, de
tropel se fué toda la familia real á Bayona, declarúndose á sí misma indigna de
ocupar el trono.


Como los acontecimientos de aquella época son el punt~ de partida de las agita-
ciones que tantos males han causado ú España desde ltlOt-) ,;d, es indispensable,
aunque sucintamente, recordarlos, pues forman parte de la cadena de sucesos cuyos
resultados tocamos.


El Ií de Octuhre de I~oí firmósc en Fontainebleau un tr,llado que aseguraba al
f,l\'CJrito Estados independientes formados con una p,lrte del ve(ino reino de Portu-
f-:al, los AI";:lrhes. Esta improvisada y ridicula SObCLll1Ía habia de ser para el priyado
Godoy el [1rl mer P,1:-;O par·. 111 'IS hrillante diadcma, l1élda menos que para la de Espa-
ñ~l. Si hemos de cleer lo que no.Ó dice un histori~ldor contcnI'0r,~n(o, nunca se \'01-
,i6 Ú l¡ahlar en aquel timpo del crimiml rroyc.::to que años ~ltrás se Llsegurah~l «ha-
ber concel..,¡Jo ;\Llria l_Lli~Ll, arr,lStr;d,¡ de su CiC~.l pasion. contando con el aloya del
f¡yorito. Y 110 cabe duda que acerca de \ariar de dillLlstía se tanteó ,,1 \arias per-
sonas, lk2;ll1do .í punto de buscar amigos y r;¡rciales sin di~fraz ni rebozo. Entre
los soiicitados, fué uno el coronel de Pavía D. Tomús de JSuregui, ú quien des-
caradamente tO(Ó tan delicado asunto D. Diego Godoy. No falraron 0tros que
igualmente le promovieron; mas los sucesos, agolpándose de tropel, convirtieron en
hümo los idcado~ é impróvidos intentos de la ciega ambician (1).»


Hé ayuí, pues, cómo el primer pensamiento de un cambio de dinastía no ha salido
de ningun club reyolucionario, ni nos lo cuenta un autor progresista. Es una reina
y una madrc la que llc\ada de una vil pasion, sueña en echar del trono á su propia


~~~~~- -- ---


: 1) Torcno, IJ'vantal1liento, Gucrra.r RelJolucioll .ie Fspaíia, tomo L l'iÍg. 1 L EJicion BauJry.




- 42
familia, para que en él se siente su amante. El adulterio régiamente proclamado es
la fuente impura de donde sale semejante proyecto.


Mientras así maq uinaba una madre contra su propia familia, el heredero inmediato
de la corona fraguaba á su vez miserables intrigas con algunos necios palaciegos de su
cámara. Ineptos y sin brio para una conspiracion formal, intrigaban sigilosamente;
mas Godoy seguia muy de cerca esas ridículas maniobras, con el fin de apro\"echarlas
para sus proyectos, todavía ('cultos. Hallábase decidido, llegado el momento de dar
un golpe estrepitoso, ú sacar partido de la pasion criminal de ~laría Luisa y de la
vergonzosa debilidad de CúrlosIV, y el hacer que el padre se presentase públicamen-
te á acusar al hijo del crín!cn horrendo de parricidio, lo cual pareció al L1\orito un
pensamiento grandioso, y lo mús inaudito es que logró arrancar esta tremenda
acusacion al imbc:cil Cirios IV. Nada autorizaba tan horrible acusacion; todo ha ser-
vido para poner de manitiesta la falsedcH] del hecho. Mas ¿qué se puede decir de un rey,
de un padre, que supeditado á los consejos de aquel que manchaba d tjlamo real, se
presenta úla nacion acuscmdo en un documento solemne á su hijo dd mCls execrable
de los crímenes, y mús aún siendo falso? ¿Qué se puede decir de una dinastía hasta
este punto envilecida?


El real decreto del 30 de Octubre de 1 ~Oj, es un documento sobradamente impor-
tante en la historia moderna de Espaí1a para que no ocupe aquí su lugar:


"Dios, que vela sobre las criaturas, no permite la ejecucion de hechos atroces
cJando las víctimas son inocentes. Así me ha librado su omnipotencia de la mjs inau-
dita catástrofe. Mi pueblo, mis ya sallas todos conocn muy bien mi cristiandad y
mis costumbres arregladas: todos me aman, y de todos recibo pruebas de H'neracion,
cual exije el respeto de un padre amante de Stlti hijos. Vivia yo persuadido de esta
ycrdad, cuando una mano desconocida me enseña y descLlbrc el más enormc y el
mús inaudito plan que se trazaba en mi mismo pabcio contra mi persona. La Yida
mia, que tantas veces ha cstado en riesgo,' era ya una carga para mi succsor, que
preocupado, obcecado y enagenado de todos los principios de cristiandad que le en-
señó mi paternal cuidado y amor) había admitido un plan para dcstronarme. En-
tonces yo quise indagar por mí la yerdad del hccho, y sorprendiéndole en su mismo
cuano, hallé en su poder la cifra de inteligencia é instrucciones que recibia de los
mah'ados. Convoqué al exámen á mi gobernador interino del~Conseio, para que aso-
ciado á otros ministros practicasen las diligencias de indagacion. Todo se hizo, y de
ella resultan yarios reos, cuya prision he decrctado, así como el arresto de mi hijo en
su habitacion. Esta pena quedaba á las muchas quc me aHije!;.; pero así como es la
más dolorosa, es tambien la mús importante dc purgar, é ínterin mando publicar el
resultado, no quiero dejar de manifestar ú mis vasallos mi disgusto, que sed. menor
con las muestras de su lealtad. Tcndréislo entendido, para que se circule en la
forma conveniente.- En San Lorenzo, á 30 de Octúbre de r80j.-Al gobernador
interino del Consejo.))


)) Este decreto se aseguró despues que era de puño del príncipe de la Paz; así lo




atestiguaron cuatro secretarios del rey, mas no obra original en el proceso (1).>.
Cárlos IV, en quien toda sensibilidad quedaba embotada, y que habia perdido toda


dignidal personal, en cuanto hubo firmado este decreto acusador contra su hijo se
fué ú cazar. El príncipe de Astúrias aprove'::hó 1J ausencia del rey para pedir á la
reina que le permitiese presentJrse en su real CcÍ.mara. María LlJis<1 se negó á recibir
á su hijo, m<1S le envió el marqu~s Cahallero, ú la sazon ministro de Graci'l y Justi-
cia. Este consi;.pió que el P¡<ncire firmase una declJracion en la cual confesaha ha-
ber escrito una carta al emperador N apoleon con fecha del 11 de Octuhre, y denun-
ció <11 canóni.~o Escoiquiz como Jutor de aquella ca:-ta. Tamhien declaró haber fir-
mado un decreto escrito de su puti,o y letra con la fecha en blanco, por el cual que-
daba autorizado el duque del Infantado á tomar el mando de Castilla la NLleya en
cuanto el rey, su padre, huhiese muerto. Manifestó los medios de que se habia va~
Edo para su correspondencia con N apoleon y 1;]s personas que habian mediado. La
carta del príncipe de Astúrias ~ un dechado de ba}cza inaudita.


Godoy, no satisfecho aun con el decreto que habia arrancado á Cárlos IV, buscó el
apoyo de N apoleon. Hizo que el monarca espaí10l dirigiese una carta al emperador,
en la cual le manifestaba los proyectos del príncipe de Astúrias para apoderarse de
la corona, y ~lcusaba (1 éste de haber pensado en quitar la Yida á la reina, su madre;
crímenes por los cuales, aílauia Cárlos IV, el príncipe seria castigado ejemplarmente,
teniendo resuelto tras dd castigo alterar la ley de sucesion al trono, para que lo ocu-
pase uno ue los hermanos del príncipe de Astúrias.


Hé aquí rOl' segunda vez el pensamiento de alterar la ley de sucesion al trono; hé
aquí cómo "Iaría Luisa y Cádos IV, pJra Ll11 propósito Ó pJra otro, desprestigiaban el
principio fundamental de la monarqu:a hereditari2; hé aquí cómo el padre y el hijo
ambos olvidadizos de su carácter de soberanos independientes, van á mendigar la pro-
teccion de un e:\tranjero, haciendo que se entrometiese en sus desenfrenados odios.


Al saber Gouoy, por las declaraciones del príncipe de Astúrias, que el gobierno
imperial se hallaba mezclado á todas estas intrig.l~, se aterró. Mas su consternacion
subió de punto 31 recibir un despacho de D. Eugenio Izquierdo, su agente en París,
en que le decia que el mini~tro de Estado Champagny le habia manifestado que el
emperador se oponia á que por ningnn pretexto ni moti\'o alguno se hiciese la menor
alusion pública en ese negocio al emperador ó á su agente en Madrid. Lleno de miedo
con semejante manifestacion, Godoy sintió haber metido tanta bulla, y desde luego
todos sus conatos se dirigieron el sofocar tan ruidoso asunto, que tan indignamente
se habia llevado al tribunal ue la opinion pública con el decreto del 30 de Octubre.
Con el fin de echar tierra sobre ese escándalo, Godoy se fué á ver al príncipe de As,
túrias, y seguro de alíl.temano de la bastardía de éste, le ofreció su mediacion para
con el rey, á fin de conseguir de este el perdon, con tal que cual hijo sumiso que
confiesa su crímen escribiese las dos cartas, cuyo borract"or le enseñó. Fernando á




- 44-
tooo se avino, todo lo aceptó, y acto continuo copió las dos cartas preparadas de
antemano para su propia ignominia, puesto que debian ser publicadas. Dueño de
,estas cartas, Godoy hizo firmar á Cárlos IV el decreto siguiente, que fué inmediata-
mente publicado, cuya fecha es de 5 de Noviembre.


)) La voz de la naturaleza desarma el brazo de la venganza, y cuando la inadH'rten-
))cia reclama la piedad, no puede negarse á ella un padre amoroso. ",1~ hijo ha decla-
»rado ya los autores del plan horrible que le habian hecho concebir unos malyados:
"todo lo ha manifestado en forma de derecho, y todo consta con la escrupulosidad
))que exige la ley en tales pruehas: su arrepentimiento y asombro le han dictado las
"N':presentaciones que me ha dirigido y siguen:


"Señor.-Papá mio: He delinquido, he faltado el V. M. como rey, y como padre:
"pero me arrepiento, y ofrezco á V. 1\1. la obediencia más humilde: nada debía ha-
))cer sin noticia de V. 1\1., pero fuí sorprendido: he delatado á los culpables, y pido
"á V. M. me perdone por haberle mentido la otra noche, permitiendo besar sus rea-
"les piés á su reconocido hijo.-Fernando.-San Lorenzo 5 de Noviembre de d307.lJ


))Seí10ra.-Mamá mia: Estoy muy arrepentido del grandísimo delito que he C0111e-
"tido contra mis padres y reyes, y así con la mayor humildad le pido á V. :\1. se dig-
"ne interceder con papá para que permita ir el besar sus reales piés á su reconocido
"hijo.-Fernando.-San Lorenzo 5 de Noyiembre de ¡Ro7.


«En "ista de ellos y ú ruego de la reina, mi amada espos~l, perdt)no á mi hijo y le
"volveré á mi gracia cuando con su conducta me dé pruebas de una yerdadcra refor-
,)ma en su frágil manejo; y mando que los mismos jueces que han entendido en la
))causa desde su principio la sigan, permitiéndoles asoc;ados si los necesitaren, y
"que concluida me consulten la sentencia ajustada á b le:', segun fuesen la gra\e-
,)dad de delitos y calidad de personas en quienes recai::;::ln, teniendo por principio
,)para la formacion de car2,os, LIs respuest,1s d,ldas por el príncipe :1 las demandas
"que se le han hecho; pues todas e:'ítCm ruhricadas y ti.rmLldas de mi pUí10 , así como
"~los papeles a¡)fehendidos en sus meS::lS, escritos por su mano; y e:.;ta prO\'idencia se
,>comunique :l mis consejos y trihunales, circuILíndob á mis pueblos, [1clra que reco-
~


'>nozcan en ella mi piedad y justicia y alivien ia atliccion y cuidado en que les puso
"mi ¡)nmer decreto, pues en él yerán el riesgo de su soberano y pcldre, que como á
))hijos los ama y así me corresponden Tendréislo em;:ndido para su cumplimiento.
))-S.m Lorenzo, 5 de Noviembre de ¡S07.»


¿Qclé espaóol podrá jamús leer estos documentos históricos sin profundo dolor, al
ver así ajado el giorioso trono de Ca:,tilla? Ni menos podd comprender c(mo el dé-
bil C.irlos 1 V pudo prestarse á firmLlr amhos decretos, () cual mús afrentosos p:n3 la
dignidad del hombre, cU;lndo más tratándose de un p;:¡dre y de un rey. Sucesos como
este se encuentran rara vez en la historia, aun en lél de los pueblos más incultos,


Los jueces encargados de formar la causa declar:1ron la inocencia dé los culpados,
y entonces CárIos IV, por un acto de su capricho, mandó prender y de ;terrar á aq ue-
110s que los juec(s habian absuelto.




Así acabó ese ruidoso proceso del Escorial, en cuyos trámites no se sabe quién es
más despreciable, si el padre ó el hijo: allí empieza esa série interminable de atenta-
dos que de cuarenta años á esta parte vemos sin cesar renovarse entre los individuos
de la familia real de Espaí1a.


Las intrigas que se cruzaban entre .\ladrid y París preparaban acontecimientos
que debian lanzar á España en azares y agitaciones de todo linaje, y provocar una
guerra dcvast,ldora que, conmoviendo como de rechazo la Europa, m;-¡rcó en el ho-
rizonte el punto donde habia de nacer el huracan que acabó con el primer imperio
francés. Al acometer una agrcsion violenta', precedida de las más feas maquinacio-
nes. :"Japoleon prm-ocó á los espaí10les ,í que acudieran á la defensa de la patria. Así
lo veriticó la hidalgL~ía castdlana, y el heroismo del pueblo espaúol incitó á los de-
m(ls pueblos á una resistencia nacional contra el coloso imp..'rial, y de aquí nació la
formidable coalicion ú cuyo empuje se hundió el trono napoleónico.


El tratado dc Fontainehleé1Ulbria las puertas de la Península á las huestes france-
sa s. La p'-'rtidia que descolló en la interpretacion de ese tratado y las intrigas, cuyo
misterio no fué de larga duracion, tenian á la nacion en una angustiosa zozobra. Un
sorJo furor se daha ú conocer con señales manitiestas, y un incidente cualquiera, por
insi;.;nificante que fuese, podia ser la chispa que diera principio él un vasto incendio.
El proyecto de la familia real de trasladarse (t Sevilla fué la seí1al de una revuelta ge-
neral que aún dura hoy dia por el encadenamiento de los sucesos. Cárlos IV se Yió en
la precision de desmcntir en una proclama cste proyecto de viaje, qllC no por eso de-
jaha dc ser más verdadcro. Se di eron órdenes para reconcentrar tropas en las cer-
~anLls de Arc1l1jucz, mas á la par aClldian allí de tropel otras pcrsonas que traian mi-
ras asaz diferentes. El príncipe de Astúrias tenia relaciones con los oticiales de los
cuerpos reunidos en el sitio, y el plan era insurreccionarse en cuanto se intentase el
viaje de Sevilla. Cuando un plan estú ú punto de estlllar, se necesita poco para que
dé un estampido. Así fué quc una disputa entre una ronda de tropa y los guardias
del favorito, que ihan escoltando una dama querida de este, fué la señal del rompi-
miento. Tropa y pucblo se arrojaron al palacio del prindo, y todo lo que allí se en-
contr() fué hecho trizas. La guardia del palacio ninguna resistencia opuso) y Godoy
mismo, sorprendido en el momento en que se iba á la cama, apenas tUYO tiempo de
esconderse: medio desnudo. Esto fué el 17 de 1\lar2O.


Al dia siguiente el rey exhoncró al príncipe de la Paz de todos sus cargos; mas ni
esto bastó á los insurrectos. Una nueva asonada amagaba para la noche. El rey llamó
á los jc:fes de los cuerpos de la guarnicion, para saber si se podia contar con la tropa.
Estos contestaron que el príncipe de Astúrias era solo quien podia contener el mal.
Carlos IV llamó á su hijo, quicn se comprometió ú que cesase aquella agitacion.
:\Iientras csto' pasaba en palacio, Godoy habia sido descubierto en el escondrijo don-
de estaba oculto hacia trcinta y seis horas sin comer ni beber. El motin bullia en
las calles y plazas, y hi1rto costó salyar á Godoy del furor popular. El príncipe de
Astúrias, cmiaJo por Carlos IV para proteger;í aquel. halló al favorito detenido en
I




un cuartel. .Allí fLlé donde dió al desdichado príncipe seguridades de que se le perdo-
naria la vida. «Mas qué, le contestó Godoy, ¿V. A. es ya rey? JI «Todavía no, con-
testó el príncipe, pero luego lo ser¿ (1 ).JI


CelrlOS IV, abatido y sin energía para tomar una resolucion cual la requeria la
gravedad del caso, no supo hacer otra cosa más que abdicar, y dos dias despues
protestó contra este acto suyo, que dijo le habia sido arrancado á la fuerza, y re-
mitió su protesta, no á los cuerpos constituidos del Estado, sino al emperador
Napoleon.


La familia real, aceptando un protector en un soberano extranjero, se sometia
de antemano á las órdenes que este se dignara darle. N apoleon despachó, pues, á
Madrid, al general Savary,'con órden terminante:de encaminar á la familia real á Ba-
yona. Esta obedeció, á pesar de la resistencia del pueblo de l\ladrid. Ya en poder de
Napoleon, Cárlos IV echó en cara á su hijo su conducta, y le mandó despojarse de
una corona usurpada. María Luisa pidió á N apoleon', que em"iase á su hijo al cadal-
so. El hijo (2) consintió primero en una abdicaclOn condicional, invocando b necesa-
ria intervencion de las Córtes, bien que para nada se acordó de estas, cuando la
abdicacion del padre en Aranjuez.


Estos humos de resistencia en nombre de las leyes muy pronto se d~siparon, y
Cárlos IV, habiendo desechado la abdicacion condicional, toda da Fernando titu-
beaba, cuando le llegó la noticia del glorioso Dos DE ~h YO Y la insurreccion de
Madrid. Cárlos IV quiso atribuir á su hijo la honra de aquel lC\"antamiento, mas
achadndoselo <.Í. crímen le llamó traidor, y en presencia de N ~1poleon le intimó por
última vez que renunciase á la corona, con la amenaza de que una más larga resis-
tencia atraeria sobre su cabeza y la de sus cómplices la pena de parricidio, como
que habia querido quitar la vida á sus padres y soberanos (3). Al fin cedió Fernando
é hizo Clunto se le pedia, y Cárlos IV acto continuo, disponiendo de la corona de
España como de una cosa suya, la cedió ú N apoleon por el siguiente:


TRATADO.


t<Ccí.rlos IV, rey de las EspaÍlas y de las Indias, y N apoleon, emperador de los
franceses, rey de Italia y protector de la Confederacion del Rhi n , animados de igual
deseo de poner un pronto término á la anarquía á que está entregada la EspaÍla, y
libertar esta nacion valerosa de las agitaciones de las facciones, queriendo asim1-smo
evitar todas las convulsiones de la guerra civil y extranjera y colocarla sin sacu-
dimientos políticos en la única situacion qUé', atendida la circunstancia extraordi-
naria en que se halla, puede mantener su integridad, afianzarle sus colonias y


(1) Toreno. tomo l. pág. ,I'}.
I


(2) Ibid.
(3) Ibid.




- 47-
ponerla en estado de reunir sus recursos con los de la Francia, á efecto de alcanzar
la paz marítima; han resuelto unir todos sus esfuerzos y arreglar en un convenio
privado tamaños intereses.


»Con este objeto han nombrado, á saber:
»S. M. el rey de las Españas y de las Indias, á S. A. S. D. Manuel Godoy, prínci-


pe de la Paz, conde de Evora-Monte,
)) y S. ;;.r. el emperador etc., al señor general de division Duroc, gran mariscal de


palacio;
»Los cuales, despues de cangeados sus plenos poderes, se han convenido En lo


que sigue:
"Artículo 1.° S. M. el rey Cárlos, que no ha tenido en toda su vida otra mira que


la felicidad de sus vasallos, constante en la idea de que todos los actos de un sobera-
no deben únicamente dirigirse á este fin; no pudiendo en las circunstancias actuales
ser sino un manantial de disensiones, tanto más funestas, cuanto las desavenencias
han di\"idido su propia familia; ha resuelto ceder, como cede por el presente, todos
sus derechos al trono de Espaí1a y de las Indias á S. M. el emperador Napoleon,
como el único que en el estado á que han llegado las cosas puede restablecer el ór-
den: entendiéndose que dicha cesion sólo ha de tener efecto para hacer gozar á sus
vasallos de las condiciones siguientes: Primera, la integridad del reino será mante-
nida; el príncipe que el emperador Napoleon juzgue deber colocar en el trono de
España será independiente, y los límites de España no sufrirán alteracion alguna.
Segunda, la religion católica, apostólica, romana será la única en España. No se
tolerará en su territorio religion alguna reformada, y mucho menos infiel, segun el
uso establecido actualmente.


,)Art. 2.° Cualesquiera actos contra nuestros fie!cs súbditos desde la revolucion
de Aranjuez son nulos y de ningun nlor, y sus propiedades les serán restituidas.


»Art. 3.° S. M.: el rey Cárlos, habiendo así asegurado la prosperidad, la integri-
dad y la independencia de sus vasallos, S. "'1. el emperador se ohliga á dar un asilo
en sus Estados al rey Cárlos, á su familia, al príncipe de la Paz, como tambien á los
serriJores suyos que quieran seguirlos, los cuales gozarán en Francia de un rango
equivalente al que tenian en España.


"Art. 4.° El palacio imperial de Compiegne, con los cotos y bosques de su depen-
dencia, quedan á la disposicion del rey Cádos mientras "i"iere.


))Art. 5.° S.;\1. ti emperador da y afiaüza á S. M. el rey Oírlos una lista civil de
treinta millones de reales que S. 11. el emperador Napoleon le hará pagar directa-
mente todos los meses por el Tesoro de la corona.


A la muerte del rey Círlos, dos millones de renta formarún la viudedad de la reina.
«Art. (i.o El emperador Napoleon se obliga á conceder ú todos los infantes de


Espaí1a una renta anual de cuatrocientos mil francos para gozar de ella perpétua-
mente, así ellos como sus descendientes; y en caso de extinguirse una rama, recae-·
rá dicha renta en la e:-.:istente, ú quien corresponda. segun las leyes civiles.




"Art. 7. ° S. ~1. el emperador hará con el futuro rey de España el convenio que
tenga por acertado para el pago de la lista civil y rentas comprendidas en los artícu-
los antecedentes; pero S. M. el rey Cirlos no se entenderá dirC'ctamcnte para este
objeto sino con el Tesoro de Francia.


"Art.8.0 S. M. el emperador Napoleon da en cambio á S. M. el rey Cárlos el
sitio de Chambord, con los cotos, bosques y haciendas de que se compone, para
gozar de él en toda propiedad, y disponer de él como le parezca.


"Art. 9.· En consecuencia,S. M. el rey Cárlos rerruncia en fayor de S. !vI. el ~m­
perador N apolean todos los bienes alodiales y particulare::i no pertenecientes á la co-
rona de España, de su propiedad privada en aquel reino.


Los infantes de España seguirán gozando de las rentas de las encomiendas que tu-
vieren en España.


"Art. ro. El presente convenio será ratificado, y las ratificaciones se cangearán
dentro de ocho (1ias ó lo más pronto posible.


»Fecho en Bayona á 5 de Mayo de 1SoS.-El Príncipe de la Paz.-Duroc."
N o contento Fernando VI I de la abdicacion hecha en fayor de su padre, y de ad-


,hesion al tratado de 5 de ~1ayo, por el que Cárlos IV hacia cesion de la corona de·
España, tampoco quiso andarle en zaga en bastardía y avilantez, y á su yez firmó
otro tratado del tenor siguiente:


"S. M. el emperador de los franceses y S. A. R. el príncipe de Astúrias, teniendo
varios puntos que arreglar, han nombrado por sus plenipotenciarios, á saber:


"S. 1\1. ei em;1erador al general de diyision Duroc, gran marisc;ll de palacio, y S. A.
el prípcipe, (¡ D. Juan Escoiquiz, consejero de Estado de S. jvI. C., caballero gran
cruz de Carlos 1I 1.


"Los cuales, des pues de cangeados sus plenos poderes J se han con"enido en los ar-
tículos siguientes:


"Artículo 1.° S. A. R. el príncipe de Astúrias se adhiere á la cesion hecha por el
rey Cárlos de sus derechos al trono de España y de las Indias en [ayor de S. 1\1. el
emperador de los franceses, etc. , y renuncia en cuanto sea menester á los derechos
que tiene como príncipe de Asturias á dicha corona.


"Art. 2.° S. M. el emperador concede en Francia:l S. A. el príncipe de Astúrias el
título de A. R., con todos los h~nores y prerogativas de que gozan los príncipes de su
rango. Los descendientes de S. A. R. el príncipe de Astúrias conser"arán el título
de príncipe y el de A. S., Y tendrán siempre en Francia el mismo rango que los prín-
cipes dignatarios del imperio."


Los artículos 3.°,4.°, 5.° Y G.o, son relativos á las estipulaciones pecuniarias para
el príncipe de Astúrias) que consistían en las haciendas y bosques de JYavarre, en
Normandía, ú las puertas de la ciudad de En-eux, hasta la con;urrencia de cincuenta
mil arpens; una renta de cuatrocientos mil francos y otra de sesenta mil, cuya mitad
debia formar la viudedad de la princesa, su esposa, si le sobreviviere.


El artículo í.o aseguraba á los infantes D. Antonio, D. Círlos y D. Francisco el




-,49 -


título de A. R. con los honores y prerogativas de su rango, el goce de las rentas de
sus encomiendas, y una renta de cuatrocientos mil francos.


Este tratado es del la de Mayo, y el 12 firman los hijos de Cárlos lV, Fernando,
Cárlos y asimismo el infante D. Antonio, hermano del rey, una proclama á los espa-
ñoles, para que se sometan al emperador~ diciéndoles que todu lo deben esperar
para su dicha de las sábias disposiciones que tome N apalean.


Estos dos tratados de 5 y 10 de i\layo, la proclama del 12, un decreto del rey Cár-
.10s IV del4, y una órden á la· junta de Madrid, en la que Fernando VII enviaba
copia de la renuncia de la corona dirigida á su padre, fuéron la contestacion cínica
que aquellos príncipes d~gradados dieron al sublime arrojo del 2 de Mayo, y á la in-
surreccion general del reino, que siguió á la voz del heróico pueblo de Madrid. No
se conoce en los anales Jd m unJo nada que se parezca á esa série de actos inaudi-
tos Jam(ls hubo príncipes, que así se hayan complacido en su propio envilecimiento
ni jamás se ha visto una familia real, compuesta de cinco varones, declararse solemne
y paladinamente indigna del rango supremo. Pero no es mucho más brillante el
papel que en esas saturnales de la propia honra hace Napoleon. ¿Cómo p'..::.do aquel
génio extraordinario figurarse que se gana un trono con la violencia y el dolo, y
más que todo, cómo llegó á suponer que los españoles ratificarian la vergonzosa y
denigrante venta que de la corona hacian los Barbones de España? Y como si la co-
rona re:ü no fuese ya más que una cosa de desecho, el tal punto la habian envilecido
los que la hahian llevado y los que la querian ceñir, que rodando por el suelo, en
pocos dias pasó por cinco manos: tuvo cinco dueños. Arrancada de las sienes de
Cirlos IV, la tomó Fernando VII; la cede este á su padre, que la entrega á Napo-
lean, quien la otorga á su hermano José. N o cahe mayor atentado al derecho natural,
ni mayor desac~to á la SoheranÍa nacional. Afortunadamente la nacion española supo
sostener sus derechos mejor que los reyes cumplir sus deberes .


. A la degradacion siguieron el escarnio y la mofa, puesto que jamás se pensó en
cumplir, por ambas partes, los tratados de 5 y la de Mayo. Napoleon envió primt'ro
á Marsella á los reye; Círlos IV y María Luisa, con el infante D. Francisco y Godoy.
Fernando VlI, D. Antonio su tia, y D. Cárlos su hermano, fuéron trasladados á
Valencey. Allí aií.adió nuevos actos de ignominia y peryersiJad. Apenas llegados á la
residencia que debía servirles de cúrcel, aquellos príncipes de consuno escriben con
fecha 22 de Junio al emperador, fclicitcíndole por el ensalzamiento de su hermano
Jo~é al trono de Espaí1a, y le remiten otra carta para el nuevo rey, en la cual le
decian "gue los españoles no pudieran tener un monarca más digno Je ellos, y pe-
dian él José Bonap3rte que se dignase otorgarles algun afecto personal (1).»


En 6 de Agosto de 1809 Fernando VII escribia la carta siguiente al emperador.
«Seií.or: El placer que he tenido viendo en los papeles públicos las victorias con


que la Providencia corona nuevamente la augusta frente de V. ¡vI 1. y R., Y el gran-


:¡: Turcno.




- 50-
de interés que tomamos mi hermano, mi tio y yo en la satisfaccion de V. M. I. Y R.,
nos estimulan á felicitarle con el respeto, el amor, la sinceridad y reconocimiento
con que viyimos bajo la proteccion de V. M. I. Y R.


"Mi hermano y mi tio me encargan que ofrezca á V. :'\1. su respetuoso homenaje,
y se unen al que tiene el honor de ser con la mJS alta y respetuosa consideracion,
Seí10r, de V. 1\1. 1. Y R. el más humilde y más obediente servidor, Fernando.- Valen-
cey,6 de Agosto de 180~) (1).»


Hay todavía mJs: prosigamos. El -+ de Abril de lRIO~ Fernando VII escribia á
1\1r. Berthemy una carta en que decia: «Lo que ahora ocupa mi aten(;ion es para mí
un objeto del mayor interés; mi ma:'or deseo es ser hijo adoptivo de S. M. el empe-
rador, nuestro soberano: yo me creo merecedor de esta adopcion, que yerda,leramen-
te haria la felicid3d de mi yida, tanto por mi amor y afecto á la sagrada persona
de S. M., como por mi sumision y entera ohediencia á sus intenciones y deseos (2).))


y por último, hallamos en una Historia de Sapo/eon y .\1aría Luisa, escrita por
el secretario íntimo de ,¡quel mon3rca. que con ocasion del casamiento del empera-
dor, Fernando hizo cantar un Te Del/m en celebridad de aquel acontecimiento, y dió
una comida, donde pronunció el siguiente bríndis: "A la salud de nuestros augustos
soheranos el gr,1n Napoleon y \laría Luisa, su augusta esposa.» Excusado es advertIr
que aprovechó Fernando esta circunstancia pJra renoyar al emperador su pretension
de que lo adoptase por hijo, :' le otorgase el honor de poder presentarse en su
córte (3).


Se llegaria á dudar de la realidad de una série de hechos tan bochornosos, si no lo
atestiguaran documentos a~Jtéi1ticos. Al referir lo que pasó en aquella época de ig-
nominia, hemos seguido casi literalmente lo que de ella cuenta un historiador cuyo
nombre es una garantía muy rcleyante; y repitiendo lo que ha dicho el conde de To-
reno, no se achacará á los principios pro;resistas el afan de ennegrecer la yida de
aquellos reyes. Cuando tales CO:ias ha puhlicado el conde de Toreno, es que la fuerza
de la verdad lo ha cxigido así: y cuando los sacriticios heróicos dc los espaí10les tu-
vieron por resultado la expulsion de las huestes francesas del suelo p:1trio y la liber-
tad del rey, empezó otro período de I1LlCYOS y no menos crueles padccimientos para
los más Ínclitos defensores de la patria im"aJida y del trono sJh"ado.


Si á pcsar de IJ resolucion tomada por L1 familiJ rcaL los eSpJí10lcs se Jrrojaron (1
una gloriosa resistencia en defensa de la p:ttria ultrajada, y tomaron por bandera el
nomhre de Fernan,Jo VII) ello fué Jlor ser nccesario enarbolar un pendon que reu-
niese todas las \'Oluntades bajo un -óigno ¡'cconocido por el pueblo con flcilidau. '\las
al mismo ticmpo ycmos desde ¡L1e~o una excision entre los mis!11o" eSlxlí10lcs. resul-
t,1l1do el partido ¡1,lmaLlo aJi'tl.'¡CCSc1,io. q LlC "i bicn corto cn número, se componw


I ¡) Toreno, tomo 11, pág. 'P9 del apénJice.
[oreno.


(\) Baron de l\Ienneval.-Histori,1 de Ndj"oleoll y .Haría /.Ui',l. t,.m() l. p,íg. 2{j~.




- 51 -
por lo general de hombres de ingenio esclarecido, y en la opinion de los cuales un
cambio de dinastía se presentaba como la primera condicion de una regeneracion en
EsraÍ1a.


Entre los que se reunieron bajo ei est¿111darte de Castilla, el apego á la dinastía de
los Borbones no eLl tan ciego que, á la par que la proclamaban y Jefendian, dejasen
de imponerla condiciones; tampoco dejó de haher un pensamiento de federacion. El
clero mis:l10, por mJS que lo contrario se haya dicho, no fué tan adicto á la causa
de los Borbones, ni áia misma causa nacional Hechos son estos que merecen un
e:dmen, como prueba de que ei1 el a:10 1 SoS el despotismo que pesaba sobre la na-
cion h~ljO el cetL) de lo:; Borbunes, habia ya sugerido á muchos ideas po.:;o propicias
á la conservélcion de esta dinastía.


Elle\"antamicnto de jSU~ fLlé un acto de espontaneidad admirable. La formacion
de las juntas proJujo una yerdadera federacion, y hasta hubo conatos manifiestos
en algunas de proclamar un gobit::rno federal. En la reunion que hubo en Lugo de
las juntas de Galicia, Castilla y Leon, se discutió la forma de gobi':rno que se debia
organizar; se propusieron Córtes, y tambien un gobierno federal. La junta de Galicia
\"iendo ese pensamientu de federacion, esquiyó el compromiso (1). Zaragoza, en su
primer manifiesto, decia que para que la EspaÍ1a no careciese de su monarca usana
la nacioll de su derecho electivo.


El nombre Je Córtes se yeia por todas partes, y cuando al fin la opinion pública,
venciendo la oposicion y malquerencia de los absollltist;'ls y monárquicos puros,
consiguió que se reuniesen Córtes, los diputados que en Céldiz se juntaron, hIcieron
una Constitucion que manifiesta que el culto de la monarquía cual existia en Espai1a,
no era muy acendrado; pues si bien conseryaron al e'e)' un poder ~lsaz menguado, con
las cortapisas que pusieron á sus prerogatiYJs, liieron bastante á conocer cuánto
desconfiaban del monarca cautiyo en V,llencey.


A la par que en la Península se restringían CLlClrlto era posible las prerogativas del
trono, las coloni,ls eSl'aÍ1olas, sacudiendo el imperio de la metrópoli, proclamaban la
república. Si se toman en cuenta estas manifestaciones de un mismo pueblo en si.
tLiacioncs diversas, se ycndrá ú parar ú esta conclusion, que entre los espaÍ10les es-
Clarecidos de ambos hemisferios no habia un entusiasmo muy pronunciado en favor
de la monarquía pura.


Se ha dicho que el clero espaÍ101 influyó mucho en el leyantamiento nacional
de 1808. En esto se le ha hecho nüs flyor de lo que merece. Al contrario: fué tal el
numero de obispos y de cahilLios q Lle con harto esc:lndalo se apresuraron ú felicitar·
al hermano del emperador á su llegada ú :\ladrid, que la junta central se yió pre-
cisada á dar un decreto fulminante, con fecha 12 de Abril de [809, contra los pre-
lados y cabildos que tan paladinamente se separaban de la causa de los Borbones y
de la nacion.


----------------------




- 52-
A los prodigiosos esfuerzos del pueblo se debió el triunfo en la lucha sangrien-


ta que sostuvo durante seis años. En los últimos tiempos de esta, y cuando los
descalaoros sufridos en los años ,812 y 1813 en el Norte de Europa hubieron des-
quiciado el poder colosal del imperio, N apalean quiso acabar la contienda con
EspalÍ.a, firmando un tratado con el rey Fern3.ndo, como en efecto se firmó en
Valencey el 11 de Diciembre de ,8,3. Cuando se lee aquel documento histórico se
ve con asombro y dolor al emperador, ese gigante salido de las t11as del pueblo, sugi-
riendo al monarca espalÍ.ol durante la negociacion jel tratado odio y rencor contra
las Córtes de Cídiz. El 12 de Noviembre de 1813, le escribia que la Inp;laterra fo-
mentaba en Espaíl.7 la anarquía y eljacobinismo)~ se esmeraba en destruir la 1/10-
narquía. Mr. de Laforest, enviado por Napoleon ú Valencey, esforzó los arhumentos
de su amo, diciendo al rey que los ingleses lo habian destruido todo en EspalÍ.d,
hasta la religion, introduciendo y fomentando la anarquía y el jacobll1i~mo, y por
último, que habian querido suplantar en el trono la casa de Borbon con la de Bra-
ganza.


De paso, y hablando de este tratado, hay que observar que por el art. [4 se esti-
pulaba que las partes contratantes se obligaban ú hacer un tratado de comercio, y
mientras esto se verificaba, las relac!ones comerciales de las dos naciones se resta-
blecerian cuales se hallaban antes de la guerra de 1792. Esta estipulacion prueha que
no han sido solos los ingleses los que han pensado en un tratado de comercio con
EspalÍ.a. No es este el lugar de dar la historia del reinado de Fern~lI1do VII, y me
limitaré á narrar cuáles han sido las disensiones de la C3S3 real y sus odios, que tan
hondamente han socavado el respeto del [1ueblo ú la corona y puesto en duda, cuando
no dado al través con ei prestigio del principio monárquico como base fundamental
del reposo y de la prosperidad de las naciones.


Tras de la guerra y odios entre Cúrlos IV y Fernando VII, esto es, entre el pa-
dre y el hijo, vimeron gucrr3 y odios entre Fernando VII y el infante D. Cárlos.
Cuando por segunda vez la libertad de Espaí13 sucumhió en l~h3 con la inter-
vencion francesa, el partido apostólico, en sus ensueÍ10s de volver ú restablecer la
[nquisicion y ú renovar los di~lS infausto" de Torquemada y de sus sucesores, no
hallando á Fern3ndo VlI á la altura de sus proyectos, queria un Fernando de Ara-
gon ó un Felipe 1I, y creyeron hallarle en la persona del infante D. Cúrlos. Enton-
ces estallaron contra el mismo rey las conspiracion~s apostólicas de 182 S Y I1h7 Y
las intrigas de la Granja en 183:2.. Fernando VII habia conspirado contra su padre y
dado fin á su reinado en una asonada de solda.dos y de pueblo; justo era que D. Cár-
los, á la muerte de su hermano, levantara el negro pendon de la guerra civil y pu-
siera en duda el reinado de Isabel 11. Fernando VII, que habia proscrito y persegui-
do cuanto EspalÍ.a encerraba de pechos generosos y de personas de mérito, acabó por
desterrar á su propio hermano, cuando este no tUYO á bien sancionar con su obe-
diencia la promulgacion de la prahmática-sancion que anulaba el auto acordado de
Felipe V sobre la ley de sucesion al trono.




-:-'3 -
La muerte de Fernando VII fué la señal de la guerra civil, preparada muy de an-


temano: su primer estdmpido recordó á los proscritos liberales hasta entonces perse-
guidos por un rey ingnlto. La gobernadora del reino, conoció que necesitaba el apo-
yo del partido liberal; solicitó sus servicios por cálculo interesado, por miedo, por
necesidad, no ya por generosidad ni por ~n sentimiento de justicia que se ha queri-
do condecorar con el impropio nombre de c!emencil ... Ningun perdon necesitaba
el partido liberal de la corona á que no habia ofendido, y sí al contrario defendido
contra el extranjero invasor.


Los derechos de Isabel II y las pretensiones de D. Cárlos fuéron las bancleras al-
rededor de las cuales se agruparon los partidarios mús ú menos sinceros de la liber-
tad, ó los sectarios del absolutismo 1110núrquico y s:1ccrdotal. Empero si se estudian
detenidamente los incidente:> de la contienda que se empeñó y que siete élÍ10S ha se-
guido, hay que reconocer, que ni en uno ni otro de los campos existia ese entusias-
mo din~lstico que se ha tanto encarecido. Las cuestiones de nombres eran de poca
cuenta en las mira" y sentimientos de las partes beligerantes: la verdadera cuestion
estaba en los ¡wincipios de libertad y despotismo. Los unos aceptaban una monar-
quía sujeta J. una Constitucion que estrihaba en el principio de la Soberanía nacio-
nal: los otros querian esa monarquía, ejerciendo un poder absoluto, dependiente de
unJ teocraClél rica y poderosa Para conocer cuJ.n cierto es esto, no hay más que
echar una rápida ojeada sobre los incidentes de ese drama de siete años, que tuvie-
ron lugar así en un bando como en otro.


La primera declaraciol1 que hizo Doña María Cristina al tomar posesion de la Re-
gencia fué la del 4- de Octubre, en la que se decia que nada de concesiones; y sin
embargo, de concesion en concesion vino la gobernadora á resignar el poder supre-
mo en Valencia. ¿Y cu,íl fué el papel del poder real durante esa larga minoría? El de
la debilidad, cuando no el de la altivez. Los pronunciamientos de 1835, 1836 Y 1840
atestiguan que la autoridad monárquica habia perdido aquel respeto con que los pue-
blos un dia la acataban, y que el nombre de rey no era ya más que una fórmula tra-
dicional. El verdadero rey era el pueblo, y el poder lo tenian los partidos, imponien-
do cada cual á su vez su propia voluntad al trono.


¿Andaban acaso los carlistas más respetuosos con el rey de su Jeyocion? No. Zu-
malacárregui, el hombre de mús viso del partido, arrastraba tras sí á D. Cárlos como
peso incómodo, pero necesario. Despues de las ejecuciones sangrientas de Estella
en di3g ¿no tuvo D. Cirios precision de aprobar la conducta de ~1aroto en un docu-
mento público, desdiciéndose de lo que habia proclamado en otro documento pú-
blico, y votar la censura sobre la tumba aún humeante de la sangre de sus más
adictos partidarios? Llegó el dia de Vergara, y en aquel Convenio nada se estipuló en
favor de D. Cí.rlos, puesto en la humillante situacion de huir al extranjero, y aban-
donado de su ejército, que se sometió al gobierno constitucional.


Hay, pues, que reconocer que en esa contienda de siete años el entusiasmo mo-
nárquico y el principio ¡dinástico no han sido el orígen primordial de la guerra. Si




la legitimidad dinástica se ha hermanado en la persona de doíla Isabel II con el
principio de libertad, ha sido una feliz casualidod, mas truéquense los papeles y es
mCts que probable que los contendientes hubieran igualmente trocado su empeílo. Los
que han sido carlistas hubieran sido isabelinos, si doÍla Isabel 11 hubiese represen-
tado el despotismo; los que han defendido ~u causa hubiesen seguido la de don
C:lI·los si é:-itc hubiese sido la bandera de la libertad. En el triunfo, pues) que con
tanto valor buscaban en la guerra las dos partes contrincantes, los nomhres de las
do:,; personas reales eran, m:ls que otra cosa. un1 handera necesaria para reunir los
ánimos, y l' 11" a conseguir el ohjeto que cad! partido anhelaba.


Resumiendo la historia de la familia real de EspaI"n en este último período de
cuarenta aÍlos, esto es, de I~()7 ci 1~-+1), h81b111os LÍe;de luego :1 b 1'ein,1 \Iaría LuiS~l
intrig:¡ndo para llegar ú un clmbio de dinastía contra su prop;,l famili:¡. Círlos IV
acusa {¡ su hijo, her~dero presunto de la corona. de parricida y luego de usurpador.
En represalias, Fernando VII capitanea un motin militar y popuLlr que ]'rO\oc1 la
abdicacion de su padre, quien protesta contr" 1<1 Yiolencia sufrid'l. Cirlos lV y Fer-
nando VII se dirigen {¡ un soberano extranjero pidiéndole proleccion el uno contra
el otro. El anhelado protector exige de los ',TOS reYes e-.;paíl01e:; que s,llgan del reino y
vengan {¡ 13;I)'ona {¡ su presencia, y los dos reyes obedecen y se declaran solemne-
mente indi~~nos de la eorona~ resignando en tratados i:~nominiosos sus derechos al
trono de Espal1a, que venden á Nal'0leon. Ya cauti,·o Fernando VII, dirige felicit<l'
ciones Ú Nclpoleon, cclebrando sus yietorias sobre los espanolcs, que derraman tor-
rentes de su noble sangre en defensa de aquel re:-' quc así se prostitui;l á su carce-
lero. Los demc1s individuos dc la familia real siguen este odioso ejemplo. Vuelto al
sólio de que se habia decbrado indigno, Fernando VII ahandona ú sus padres, que
ya en edad muy <.wanzada y pobres pi"len un asilo al rey L1c :..!ápoles, y muercn des·
terrados en Italia. :\lcis adelante un partido conspira en nombre de D. Cúrlos contra
FernandoYIl. Este {¡ su vez promulga la pragmática sancion de C:lrlOS IV, s,ll\'ando
la sucesion de la corona, en odio el su herm~1l10. El p;utido de éstc, cuando no el mis-
mo D. CcirIos, arranca al rey moribundo la re\'ocacion de la promulgad] pragm:ltic:¡.
DoÍla María Cristina consiente esa re"ocacion y en el despojo de sus pr0l'ias hijas.
Vuelto en sí el rey, retira su retractacion en un decreto en ~ue declara que la "io-
lencía le habia arrancado esta declaracion, y cxtraÍla del reino ci su hermc1l1o. Mucre
Fernando VII y D. Círlos se presenta el disputar el trono ú su sobrina, y durante
siete aÍlos una horrible guerra siega "idas sin fin, hasta saher q uicn ha de reinar en
EspaÍla, si la sobrina ó el tio; cuestion que'la \'ietoria úl11a en rayor de L1 primera.
Mientras la guerra ardia en los campos de batalla, el palacio de '\ladrid era teatro de
otra guerra de familia entre dOlla María Cristina y la inLlnta doÍla Luis,¡ Cll'lotc~,
hermanas y cuíladas. DoÍla M,¡rÍ,1 Cristina, gohernadora del reino, consigue q LlC
la infanta y su familia salgan del reino, ú donde no yoh'ieron mientras María Cristi·
na fué regente. A su I'CZ la infanta ejerció terriblcs represalias contra su hermana; y
por último, el casamiento de María Cristina, hija. esposa y madre de reyes, con un




particular, hecho sin ejemplo en la historia de Esparra, ha sido un último y contun-
dente golpe al prestigio del rrincipio monárquico.


¿En qué país, prquntamos, en qué é¡)oca, en qué historia del mundo, se halla una
série de hechos tan es:::anJalosos y tan impro¡lios en una familia real? Y si se ha men-
guado el res;leto, el acatamiento del principio monírquico ¿será acaso culpa de la de-
mocracia ó será debida á le,s oJios, Ú los eXC(~SO:i, ,í los errores de los descendientes
de Felipe V, que nunca han dejado de reconocer L1 ~Ll¡m:m~lcía Yergonzosa de Francia)
Como si no hLlblesen oh'idado su orígen francés, han marchado casi constantemente
en contra-sentido del mOyi1l11ento general .de las ideas: y en general no han sabido
hacer.se perdonell' su hasLHdo despotismo I,romu\le:hlo l::l rrosperida,l de Espaí1a,
COIllO otros'ohiernos ahso!uto~; lo hall s lhido 11:1C:':I'. LS l"cl[1:1 no sólo ha risto el des-,-'
ctrrollo intelectual de sus hijos compril1lido por un lll'spotisl1lo necio y brutal, l11a~
ha sufrido los melles sin cuento de una administraclol1 tir:l11ica, ignorante, corrom-
pidü, y para colmo de desgracias, se h:l11a de cuarenta el[10S acú entregad;:¡ á agitacio-
nes profundas, cuyo origen han sido los odios de lél casa reinante, sin industria, sin
comerc;o, sin agricultura y con la denigrante tacha de una banca rota permanente.


El país no ha poJid.o sufrir esta cruel dL:cadencia sin q uc el ¡1oder que ha dirigido
la nacion no pieda SLl presti,~io LC)s pLH~hlo:) dejan ~k acatl1' lo que les daií.a: yen
los tres siglos que lle\él de existencia la monarquía compacta de Espaí1L1, su gobier-
no ha sido la imágen del desórden y de la an~Hguía, cuando no ha sido un azote des-
tructor y oscurantista. ESJ corona, símbolo de alguna gloria militar, y sobre todo
de un fanatismo sediento de sans-re en nombre de la rcligion ó de la política, ha
\'enido á parar á las sienes de una niI1<1, hereJna, hasta cierto punto responsable
aunque inocente, de tantas bajezas, de tantas maldades y de tantos escándalos
como se han hacinado durante los últimos dos reinados. Su cuna ha sido mecida en-
tre los ayes de una guerra fratricida, cuyo orÍgen fué el capricho del fundador de la
dinastía francesa y cuya realizacion ha cumplido la ambicion de otro príncipe de la
casa de Barban.


Una larga minoría, acomparrada de todas las agitaciones de una rcno\acion social,
ha encendido pasiones YÍolentas. La regencia de .\L1rÍa Cristina, supeditada á un par-
tido reaccionario y siguiendo ciegamente las inspiraciones de este, no ha dado realce
j la autoridad monúrquica á los ojos del pueblo, antes bien, la ha menguado en
mucho. La resistencia terca y desleal que el gobierno de \Iaría Cristina ha presen-
tajo para contra restar ó anonadar la obra de la reforma, ha pro\ocado luchas terri-
bles, ú veces deplorables, mas de las cuales la autorid;-¡d re;11 ha salido siempre ven-
cida ó mal parada ... Por último, la situacion personal que ha escogido dorra l\laría
Cristina, tan contraria el todos los antecedentes de las reinas de España, no ha servi-
do por cierto de refulgente aureola para la corona de Castilla.


Ignoramos por qué medios sobrenat'.lrales llegará el formarse un pacto sincero en-
tre el trono y la libertad. Hasta ahora los principios constitucionales y la forma de
gobierno representativo, no sólo no han sido capaces de cimentarlo, mas al contrario




- jo-
han provocado muy sérias contiendas y sembrado la desconfianza y el desafecto. La
nacion en su inmensa mayoría quiere ser libre, y anhela con ánsia volver á tomar
en Europa el rango que le está asignado por la Providencia, y que ha ocupado en
otros tiempos. Mas hasta ahora lo que ha visto la nacion mientras manda un partido
reaccionario en el reino es que para destruir la libertad va en busca de un apoyo
extranjero, imitando en cuanto tiene de pésimo su sistema de administracion y de
política, traficando con la independencia nacional, hecha presa de la Francia desde
que reina en España la casa de Barban, cómplice cuando no instigadora de este do-
ble atentado contra la libertad y la independencia de un pueblo grande, valiente y
digno de mejor suerte.


En el reinado de doña Isabel II queda todavía un enigma, cuya revelacion perte-
nece al pon"enir. Su edad la absuelve de toda responsabilidad moral y material, si bien
los principio, de su reinado son harto tristes y dolorosos. Mas sea cual fuere la
suerte que espera á la reina y al país, la historia no achacarú al partido democrútico
los males que muy probablemente tendré mas que sufrir, y de que son funestos pre-
sagios los ya sufridos de 1843 ad. En Espaí1a como por do quiera donde la libertad
ha tomado su vuelo para sujetar el poder monúrquico ú reglas normales, calculadas
para su resplandor y en bien procomunal de todos, los reformadores han tropezado
con granles diflcultade.s; mas no son los novadorcs los q uc han estrellado la nave
del Estado contra los escollos; los realistas son los que siempre han perdido la cau-
sa de los reyes.




CAPÍTULO V.


ESPÍRITU DE PlZOVINCL\L!SMO.-L\S PROVINCIAS VASCONGADAS Y NAVARRA,-
LOS FUERISTAS. -CATALUÑA.


Entre las grandes dificultades que los tiempos pasados han legado á los presentes
y que se oponen ú una nueva y mejor organizacion del reino, descuella en primera
línea el espíritu de provin,:ialismo. Los gobiernos que hasta la época presente han
regido el país, débiles é igl1or~lt1tes, no han sabido aunar las diferentes y sucesivas
a;:;rcgaciones de provincias que hoy componen el reino, en un centro de nacionali-
dad unitaria, compacta y robusta, Destruir las libertades aisladas de cada pro\'incia;
repudiar la cOlwocacion de los diputados ó procuradores de cada una de ellas en un
Congreso ó en Córtcs; nególr al pueblo toda participacion en la gobernacion de los
asuntos del Estado, hé aquí cuáles han sido por espacio de tres siglos bs bases del
gobierno de Espaí1a. De tan pésimo régimen ha resultado esa falta de unidad admi-
nistrativa, judicial y legislati\'a que ha dado pábulo al espíritu de proyincialismo y que
ha sido un disolvente del principio de nacionalidad, en lo que tiene de grandioso, de
noble y de fraternal entre los hijos de una misma patria.


Las provincias que con mayor tenacidad han conservado un espíritu de provincia-
lismo contrario á la unidad nacional son las Pro\'incias Vascongadas, Nayarra y Ca-
t alu í1a. En las dos époc[ts constitucionales de 1820 á 23 Y de 1833 á 40, allí baIló el
absolutismo asilo y apoyo en la poblacion rural, y al contrario, una re~lÍstencia
tercl en 13s ciudades. Por desgracia, estas dos opiniones encontradas respecto á la
cLlestion constitucional dejan de disentir cuando se trata de la formacion de un
centro de union administrativa que dé al gobierno, sin ser molesta, la fuerza que
llaste para que su autoridad alcance á todos los radios del reino; en una palabra,
para que haya un gobierno central y unitario.


Mucho se ha hablado de los fueros de las Provincias Vascongadas y de Navarréll




- 5~ -
Se ha dicho de ellos que son las más sábias instituciones que ha poseido la sociedad
humana. De ahí, el ponderar la justicia de la causa de los fueros en contra de la uni-
dad nacional que ha querido España.


¿Qué hay de "erdad en esa magnífica epopeya, en esos ditirambos para ensalzar los
fueros? Nada, ó poco más. Cuando se entra concienzudamen te en el exámen de esos
fLleros, que algunos han calificado de republicanos, lo que se halla es una oligarquía
aristocr~itica, lo que eqllÍYale al gobierno del país por un escaso número de privile-
giados, ignorantes y egoistas que á la sombra de rancios usajes y de fórmulas en-
vejecidas, ha regido las proYincias y mantenido sujetos á una obediencia p~siva y
su¡)ersticiosa al pueblo, hecho en cierto modo siena de la gleba. Esa oli,~;¡rquía,
como todas, es de esencia poco generosa; lo que quiere es el mando y el gobierno en
propio provecho, por tanto, opuesta á la unidad nacion~ll que destruye su poder. Si
defiende los fueros contra la centralizacion nacional y útil, es en vista de sus intere·-
ses indi"iduales; pero fuera de la cuestion especulatiya ú su f<'1\"or, en todas las oca-
siones se la ye dispuesta á sostener los abusos del despotismo y los caprichos abso-
lutistas de los gobiernos. Nada hay más rendido y humilde que el bando fuerista. ,Y
por cierto no deja ser un conjunto de raros defensores de la libertad y de institucio-
nes republicanas un bando que se ha diyidido en la última guerra en carlistas yab-
solutistas solapados, afiliados estos en el partido retrógrado llamado moderado, pug-
nando aquellos con D. Cárlos para entronizar el absolutismo clerical.


El heróico levantamiento y guerra que hizo y sostuvo Espaii.a de 1808 á 1814,
ofreció á los yascongados y á los navarros ocasiones mil de ostentar su intrepidez,
sus instintos belicosos y su prodigiosa aptitud á batallar en las breñas dd Pirineo.
La resistencia que opusieron cí. los im periales los moradores de aquellas provincias,
fué tenaz y gloriosa. En los peii.ascos y alturas de las montañas, como en los desfila-
deros de sus cañadas, sostuvieron con bizarría y buen éxito el choque que sufrian
las otras prm'incias con igual denuedo, aunque con fortuna varia, en los llanos de
Castilla, de la l\bncha, de Extremadura y de Valencia. Mas no salieron de entre los
rangos de la oliga:'quía fuerista los héroes de aquella guerra local que diezmaba dia
por dia los ejércitos franceses. El pueblo fué el nhastecedor de esos ínclitos jefes de
guerrillas: familias pobres y OSCurelS dieron á la patria esos denodados caudillos, mo-
dernos Viriatos y Sertorios. Los ;Vlinas, los Espoz, los Chapalangarra, los J úuregui,
eran hijos del puehlo y de honrados labradores. El primero que sobresalió entre to-
dos fué el jóven Mina, que tUYO la desgracia de caer prisionero de los franceses, ser
llevado á f\ancia, y encerrado en una torre de Vincennes. Su tia y su segundo en el
mando, Espoz y l\lina, más conocido por el segundo apelliJo, que conservó en me-
moria y honra del sobrino, se hizo temible por su arrojo y esclarecida inteligencia
en la guerra de fl1ontañas~ regularizó sus guerrillas, hasta el punto de sostener em-
peños formales con las tropas del imperio, y cuando no, burlaba las estudiadas y la-
boriosas com binacione~) estratégicas de los generales de N apalean, haciéndoles pri-
sioneros por millares.




59 -
Empero tan h~róica defensa del suelo patrio contra el invasor, no la fecundaba el


amor de la libertad política. La oligarquía vasco- navarra, si bien contribuyó á la re-
sistencia contra el extranjero, ninguna simpatía tenia por la libertad: no quería la
emancipacion del pueblo, y no repudiaba el poder til'élnico, que hasta entonces ha-
hia sido la regla de gobernar. Un hijo del pueblo fué quien supo ver ese yasto hori··
zonte, y quiso que el triunfo material de las armas sobre los extranjeros fuese la
ocasion del triunfo de la emancipacion públic~1 de España. Mina des~lfió el poder
últimamente restahlecido de un rey in¡:;rato y tirano. y en cuanto aquel rey sin fe
hubo volcado lo Constitucion, Mina intentó denodadamente apoderarse de Pamplona
é11 ;rito de ;Yiya la Constitucion! Salió mal en su empresa: la oligarquía Yasco-na-
yarra que habia conseguido sus fuero~;. es dl'cir, sus priyilegios egoistas, comr:atió
contra el hijo del pueblo, )' prosternado á los piés del rey absoluto, le rindió pieno
homenaje.


Vencido éste en [i-l20, tras de muchas malogradcls tentativas en fa\'or de la Cons-
titucion. y restahlecida est,l, los fueros quedaban de~truidos. prevaleciendo el princi-
pio de la unidc1d nacional y constitucional. N o tardó mucho la oligarquía fuerista en
ley"ntar el pendon de la ~juerra civil, y la insurreccion que provocó fué la b"s(~ de
tOl1:1S bs conspiracione,s realistas que se fraguaron para acab~r con 1:1 Constitucion,
CLl\'D cé1ida debia ser la sci1al del restablecimiento de los fueros, Para ello se aunaron
re:'. realista) y fueristas, llamaron al extranjero:l restablecer el poder absoluto del
rey: lo consigucn~ l'~¡~a el francés el Vidasoa, mas el pueblo vasco-navarro, domi-
n~ldo por la 0lig:1rquía fuerista, franque::l el paso á los soldados del duque de An-
gulema por 8quc:llos mismos desíiL1deros donde nueye ,,110S antes habia, con tan-
ta bizarrí::l, vencido l<1s lcuiol1cs del imperio. Así, pues, en odio él la libertad polí-
ticl. lo; fueristas se insurreccionan contra la Constitucion, encienden la guerra civil,
il~[;ll::1n al extranjero ai suelo s:1grado de la patria y comprimen el valor del pueblo
parD que no oponga resistencia ú las huestes extr::mjeras. Destruida la libertad espa-
ílola, el resta~)lecimiento de los fueros fué el premio de esa doble defeccion á la liber-
tad y ú la nacionalillad.


L, gloria yerJadcra, noble y pura que tan bien nlcrecida'tenian las provincias Vas-
co-Na\'arras por su heróica resistencia ú las é1guilas imperiales, como el fatal inliujo
que tuyieron en el triunfo del absolutismo en el ailo r8:o.3, habian engreido al bando
lúerisUl en sumo grado Así es, que en cuanto los odios y las ambiciones de la familia
rcal hicieron presentir una guerra ci"jl á la muerte de! rey, los fueristas se apronta-
ron á ejercer grande influjo en la suerte de Espaóa, dando ó negando su apoyo á uno
¡') /¡ otro de los partidos que ihan el. encontrarse con las armas en la mano, cada cual
s(:sun sus miras. Esta falta de union entre los partidarios de un mismo bando, los
.lcrdió á tojos Los unos se acogieron al campo de D. Cl'írlo:" ayudaron en poco su
,,1US1~ los otros scnL1ron plaza entre los defensores de Isabel ll, y no han sido más
'jlll: un estorbo en razon de.;us exigencias 01igc1rquícas y de su apoyo á la reacclOn,
cual un pacto interLsado.




_O. 60 -
Sabido es que durante seis años aquellas provincias fuéron el teatro de una guerra


que acabó con la expulsion de D. Cárlos del territorio español y la sumision de la
mayor parte de su ejército al gobierno constitucional. El convenio de Vergara dió
la paz á esas hermosas provincias. Aquel sublime abrazo de hermanos se hizo al
grito de ¡par, par.' y de ninguna manera al de ¡fueros, fueros! Los partidarios de
D. Cárlos tenian tan sobradamente sabido que á las masas del pueblo ningun entu-
siasmo les inspiraban los fueros, que en vano se buscaria en las proclamas de aque-
lla época una palabra acerca de ellos.


Ese terrible período de seis años de una lucha fratricida ha dejado en aquellos
moradores recuerdos que jamás se borrarán de su memoria, y que hacen imposible
que retoñe nueva guerra. La reconciliacion de Vergara fué leal y sincera. Los sol-
dados arrojaron léjos de sí el arma homicida para asir la esteva y el azadon, y vol-
vieron á sus trabajos del campo. Los bendicios de la paz brotaron por do quiera: el
gobierno levantó los secue::;tros de bienes; las contribuciones excesivas que el
Pretendiente tenia que imponer y abrumaban las provincias, cesaron. Así fué que
cuando las autoridades constitucionales se presentaron para tomar el mando, fuéron
acogidas con aclamaciones de alegría, y la organizacion que se dió á los ayuntamien-
tos fué recibida con aplausos por el pueblo. Todos se entregaban él la risueña espe·
ranza de mús venturoso porvenir. Estos sentimientos de la generalidad de los vas-
co-navarros, no eran los que animaban él los fueri~stas, y aquí hay que dar un paso
hácia atrás, para coger más adecuadamente el sentido de acontecimientos posteriores.


Los hombres influyentes del bando fuerista que seguian la bandera de Is~bel II,
habian en su mayor parte emigrado á Francia y vivian en Bayona. En la previ.;ion
de ]0 que podia sobreyenir, y queriendo darse una importancia de la que en realidad
carecian, se les ocurrió sugerir al gobierno de Madrid el pensamiento de levantar
una bandera que en su opinion debia desquiciar al ejército carlista 1 sembrando
la disension entre los jefes y la desercion en 13s filas de los soldados. Esa bandera
debia llevar por lema par y fueros. Un intrigante mañoso se prestó á ser el porta-
estandarte del nuevo partido. Fué el escribano MLlñagorrl.


El gobierno de l\ladrid dió de lleno en el lazo. Creyó haber hallo do un talisman mi.
lagroso en la dichosa bandera de pa:¡ y fueros. En pagode tJn lata 2dhesion, los fue-
ristas prometieron á aquel gobierno la suya cabal á los proyectos reaccionarios, ya en
ciérncs. Esto pasaba á últimos de 1837. O Eusebio de Bardají y Azara, á la sazon
presidente del Consejo de ministros, fllé el primero que aceptó inconsideradamente
el plan de los flleristas de Bayona, dando el D. Vicente Gonzalez Arnao la comision
de entenderse con ellos. Partió Anuo á Bayona con las instrucciones del gobIerno,
el cual hizo un misterio de esa negociacion al entendido parriota D. Agustin Fer-
nandez de Gamboa, en aquel tiempo cónsul de S. M. en Bayona. Tambien llevó
Anuo fondos de alguna consideracion; puso manos á la obra y no faltaron pro-
mesas mientras duró el dinero que llenra. Mas el resultado final fué que me-
dian te la promesa dada de g ue todo el que se acogiera á la bandera de par y fueros




61
recibiria una peseta diaria, acudió sólo un cierto número de desertores de las filas
constitucionales, y ninguno de las carlistas; lo que visto por los generales constitu·
cionales, dieron las órdenes más terminantes para poner coto al desórden que pro-
yocaron en el ejército las excitaciones de los fueristas con su malhadada bandera de
par y fueros.


El desgraciado plan de Muñagorri costó mucho dinero al gobierno y cayó por
sí mismo de puro ridículo, á pesar de los esfuerzos de los refugiados de Bayona,


que no pararon por eso en sus relaciones con el gobierno de Madrid, hasta que
con el convenio de Vergara pudieron volver á su casa, bien decididos á no perdo-
nar medio p:1ra conseguir el restablecimiento de sus fueros, cuyo goce interrum-
pido por la guerra era deseado con mayor ahinco. Mas el convenio de Vergara no
estj pulaba la conservacion de los fueros; el general Espartero adquirió solamente el
com¡)romiso de recomendar LÍ. las Córtes su conservacion ó modi11cacion, dejando á
los representantes de la nacion expedito y libre e! camino de una resolucion sobe-
rana, como á quienes estaba reservada esa facultad.


Recientes elecciones habian traido á las Córtes una inmensa mayoría progresista,
coinCIdiendo este triunfo electoral de un partido con el memorable acontecimiento
de Vergara. Retrógrados y fueristas se dieron la mano para acabar con aquellas Cór-
tes, bien que elegidas bajo un ministerio esencialmente reaccionario. La oligar-
quía vascongada m(ls que nadie deseó una disolucion, pero desde luego conoció
cuál seria la suerte de los fueros en unas Córtes progresistas, en cuyos principios
descollaba la unidad nacional en la gobernacion constitucional del reino, y preyie-
ron los fueristas que este pens~llniento habia de prevalecer sobre sus miras egoistas
y mezquinas. Diéronse, pues, prisa á crear trabas al espíritu de unidad que animaba
el las Córtes; pusieron en juego cuantos medios estaban á su alcance, y provocaron
con un pretexto ú otro reuniones para pedir la conservacion íntegra de los fueros.
En Guipúzcoa, por ejemplo, hubo una reunion en Vergara , y como inspirados por
la memoria del resultado conseguido pocos dias antes en esta poblacion, si bien
dirigieron los que formaban aquella Asamblea grandes elogios al Duque de la Victo-
ria, no desperdiciaron la ocasion de recordar sus pretensiones «Consideramos
j V. E., decian en 4 de Octubre, como á nuestro padre, nuestro pacificador, nuestro
protector, quericndo que los fucros de Guipúzcoa tengan la duracion del globo ter-
restre. A la menor insinuacion del protector padre de Guipúzcoa , nuestros corazo-
nes, nuestros brazos cstarán siempre prontos, prontísimos á hacer obedecer la vo-
luntad de nuestro padre protector.»


Pensaban aq ucllos fueristas deslumbrar al general Espartero con su servil incien-
so: pero á los cuatro dias de ese mensaje Jdulador, es decir, el dia 8 de Octubre, le
dirigieron otro en que le manifestaban sus quejas contra las autoridades constitu::;io-
nales, y sin rebozo se presentaban como los árbitros del país, pudiendo cuando les
plugiera sublevado, p~ntándolo desde luego como entregado á una violenta agita-
cion, y daban fin á su mensaje diciendo: HA no ser por efecto de la completa con-




fianza que todos tenemos en V. E., el don precioso de la paz no hubiese sido más
que un brillante metéoro para nuestras poblaciones.»


Sobradamente conocia el general Espartero al bando fuerista, para que la trivial
adulacion de esos escritos le hiciera la menor ilusion sobre sus verdaderos planes.
Habia vivido demasiado tiempo en las Provincias Vascongadas para no conocer el
espíritu de sus moradores y su indiferencia respecto cío fueros. Acogió, pues, los dos
mensajes de 4 y 8 de Octubre, sin dar fé él fingidas simpatías y sin asustarse tampoco
con los soñados peligros que le pintaban. Lo propio hizo con cuantas peticiones le
dirigieron las diferentes pandillas fueristas.


Las Córtes decretaron e12 5 de Octubre de 1839 la conservacion de los fueros, salva
la unidad constitucional; mas la brutal disolucion de aquellas Cf')rtes que acababan
de reunirse, dió tregua á las zozo~)fas de los fueristas, aunque seguros de que el mi-
nisterio que daba ese golpe de Estado con el fin de deshacerse de un Congreso pro-
gresista, no daria cumplimiento al decreto del 25 de Octubre, dejándoles en el goce
de sus fueros. Con todo, para asegurarse más y más de ese apoyo, hicieron saber al
gobierno de Madrid que podia contar con su adhesion á los proyectos reaccionarios
que despuntaban cada dia más pala~1inamente, con tal que se les conseryaran inta;::tos
los fueros. Dióse prisa el ministerio á satisfacer el pacto, y el 1 (i de Noviembre dió un
llecreto que equiyalia á la conservacion completa de los fueros. Triunfaba el bando
fuerista, y tan sólo San Sebastian se negó á dar cumplimiento al decreto. Esta escan-
dalosa proteccion del gobierno que así conculcaba 121 ley de12 5 de O;::tubre, puso una
vez más de manifiesto que una misma bandera seguian el bando retrógrado y el
fuerista, queriendo ambos una misma cosa con diferente forma. Ni uno ni otro te-
nian un solo pensamiento generoso de la libertad. Los llamados moderados que-
rian el monopolio del mando absoluto con un simulacro de gobierno constitucional,
y los oliga~cas fueristas querian para sí el monopolio del mando en las prO\incias,
con apariencias de eleccion popular. Tan corta es la diferencia entre las miras de
unos y de otros, que se puede uecir que es una sola y misma cosa con diferentes
apellidos.


El pronunciamiento de Setiembre de 1~40 halló á los fueristas en el pleno goce
de sus priYilegios; vino á perturbar su alegría y puso en duda el porvenir que acari-
ciaban. Grande fué su desconcierto y su empacho. Sin fLlerza para poner diques al
torrente que corria por toda Espaí1a, cejaron, más con el firme designio de no des-
mayar en su propósito. No pudiendo contar con el ;¡poyo del pueblo para una in-
surreccion de que tanto habian hablado " desistieron de toda opresion violen ta.
obrando con maí1a, ya que la fuerza les faltaha. Desde luego el bando fuerista se
puso en rebcion directa con María Cristina, dirigiéndola los de Vizcaya dc:;de Bilbao.
una carta en la cuallc ofrecian un asilo en aquella provincia, donde podia contar con
las simpatías de todos sus moradores; ofrecimientos á que debió contestar María
Cristina con la promesa de restablecer en sus dias los fueros, pues á la vuelta de esta
señora á España en 1844, la impaciencia de los fueristas, todavía no satisfecha pOi'




- 63-
el gobierno, dió rienda suelta á sus quejas sobre la falta de cumplimiento en que
hasta entonces quedaban las promesas de 1840.


La Regencia provisional tomó algunas disposiciones conforme á la ley de 25 de Oc-
tubre de 1839. Mandó en I~l y 31 de Diciembre que el juez de primera instancia de
San Sebastian tomase posesion de su destino sin pararse en la oposicion de la diputa-
cÍon foral: el 5 de Enero de 18 . .p mandó que las leyes, decretos, órdenes y senten-
cias, se cumpliesen y obedeciesen en las Provincias Vascongadas sin necesitar ni pe,
dir el pase Ji)ral. En 15 de :\larzo se quitó á las diputaciones forales la policía, que
pasó á manos del representante del gobiernb, y se dieron otros decretos para la me-
jor organizacion de los jueces de primera instancia. A estas medidas se limitaron los
acto,s del gobierno en favor de la unidad constitucional que exigia la ley de 25 de
Octubre de 1839. Ninguna innovacion se hizo en los ayuntamientos, aunque for-
mados de un modo nada conforme á la unidad constitucional. Hubo algunas po-
blaciones que pidieron entrar en ella. Ll recaudacion de las contribuciones y su in-
version siguitron como antes, percibidas por las autoridades locales, que daban sus
cuentas á la junta general. Estas juntas se reunieron con la libertad y regularidad
que siempre. Las aduanas seguian la línea del Ebro. No se introdujo novedad en
las contribuciones, ni en la forma, ni en sus cupos; no se les impmo el papel sella-
do; el tabaco y la sal quedaron desestancados; la quinta no se llevó á efecto.


A pesar de consideraciones tan notables, á pesar de tanta prudencia y hasta falta
de cumplimiento de la ley de 25 de Octubre de 1839, á pesar, en fin, de un respeto
tan nimio á los fueros, cuya suerte queria el gohierno que decidieran las Córtes, los
fueristas atacaban sin mesura á los ministros, y nada omitian para suscitarles difi-
cultades en aquellas provincias, presentándoles como los enemigos encarnizados de
los vascon;.;ados.


Estas quejas y estas calumnias, eran las primeras, tanto mas injustas, y las segundas
tanto má~; inicuas, cuanto que á pesar de que la ley de 2) de Octubre en su artícu-
lo 2. 0 manda ha que representantes de las provincias vinieran el J\ladrid para en-
tenderse con el gohierno sohre el arreglo de 105 fueros, jamás tales representantes
vinieron á composicion. El ministerio Perez de Castro, habiendo dejado subsis-
tir los fueros, claro es que los f'.leristas ningLll1a prisa podian tener en prestarse á
un arreglo que no podia menos de alterar el pleno goce de que disfrutaban. ,El ar-
tículo 7'° del decret:o de 16 de Noviembre prescribia que en las juntas generales
se hiciese elcccion de los encargados de discutir con el gobierno la cuestion foral.
Hubo jLl11tas, huho eleccion de comisionados, mas se les dieron instrucciones osten-
siblemente insuficientes para el objeto, y creemos poder asegurar con certeza que
tambien recibie'ron instrucciones resen'adas, que fueron rc:da~tL\das en un corto
cí rculo de san tones fueristas, y cuyo tenor era recomendar á los comisionados oponer
la fuerza de inercia ú toda negociacion que se quisiera entablar, primero no dando un
paso para recordar al gobierno la mision que traian; en segundo lugar, si eran lla-
mados, debian huir el cuerpo á toda discusion, y por último, si ya no les fuese posible




evitar esta, debian negarse á cualquiera transaccion. Estas instrucciones estaban de-
más, pues marchando á una retrógrados y fueristas, no era de temer qne el gobierno
diese un paso en cumplimiento de la ley de 25 de Octubre. Así fué que mientras
vivió aquel ministerio, no se habló de modificacion de fueros, y el decreto de 1 (j
de N oviembre siguió rigiendo la materia.


Empero vinieron las instrucciones reservadas muy á sazon despues del pronuncia-
miento de Setiembre. La regencia provisional quiso que la ley de 25 de Octubre tu-
viese principio de cumplimiento. Fuéron llamados los comisionados vascongados
por el gobierno y entonces conforme á sus instrucciones, no se presentaron á las pri-
meras .::onvocaciones, hasta que no pudiendo ya eludirlas, fué imposible conseguir que
diesen una contestacion satisfactoria. Esta resistencia pasiva de los comisionados
vascongados era tanto más vituperable, cuanto que ha.cia un contraste chocante con
el comportamiento de los comisionados navarros, que leal y pratrióticamente entra-
ron en el espíritu de la ley de 2 5 de Octubre, para llegar á la unidad constitucional, y
se presentaron al gobierno con miras muy loables de conciliacion. Se entró en discu-
sion formal con una buena fé y un deseo del bien, que honra así al gobierno como á
los navarros, de que resultó lo que siempre que se discute lealmente: un com-enio
que satisfizo á todos, convenio que se convirtió en ley votada por las Córtes el 16 de
Agos to de 184 I.


Léjos estuvieron los vascongados de seguir tan noble ejemplo. Con su terquedad
sin igual y con su deSVÍO, acabaron de cansar al gobierno, que al fin prescindió de
comisionados que tan opuestos se encontraban al interés general de la nacion y de
las mismas provincias, empeí1ados en sostener las miras egoistas y ambiciosas de
la oligarquía vascongada qne tan ciegamente representaban. El gobierno pidió á los
comisionados que habia nombrado para seguir la discusion con los vascongados los
tralJajos que tenian preparados, y dt:spues de minucioso exámen, formó un proyecto
de tl1odificacion de fueros, que llegó á las Córtes á principios de 1842. Entre tanto se
hicieron las pocas innovaciones ya indicadas, que bastaron para que las tres diputa-
ciones forales de Vizcaya, Alava y Guipúzcoa, reu nidas en Vergara, conviniesen en
un mensaje colectivo á la regencia provisional, pidiendo la revocacion del decreto de 5
de Enero de 18 .. p que anulaba el pase de las diputaciones á los decretos y demás órde-
nes del gobierno. Este mensaje es del 26 de Enero de 1841. Allí no se contentaron
los peticionarios con combatir, escudados en los más raros sofismas, el preám bulo
del decreto de 5 de Enero; no se limitaron á pintar como siempre al país irritado y
ofendido con las moditicaciones ya efectuadas, sino que subiendo de tono hasta la
amenaza, dieron imprudentemente á conocer la existencia de los proyectos de cons-
piracion que todavía encubria el misterio. «Los diputados de las Provincias Vas-
congadas, decíase, deben llamar muy particularmente la atencion de la Regencia so-
bre este punto (el de la soñada irritacion del pueblo) pues interesa altamente á la paz
pública; pues si á los elementos, que á más de esa irritacion existan para perturbar
la paz; si á los motivos de combustion que son patentes dentro y fllera del reino,




- 65-
por una fatal desgracia, ·se agregaran la irritacíon y desesperacion de los pueblos, la
imagínacion se llena de es.panto ante el cuadro de calamidades que llegarían á caer
sobre la desventurada España.»


Cotejando esta declaracíon anticipada de hechos que luego han sobrevenido con la
conducta observada por el bando fuerista en Octubre de 1841, poca duda puede que-
dar de que al redactar ese documento, sus autores sabian lo que tramaba el bando
rcaccionario dentro X fuera del reino y conocian lo esperanza que tenia de conservar
sus fueros. En cuanto á los temores que cacareaban á vista de la decantada irrita-
cíon del pueblo, bien enterados estaban los que tales cosas escribian, que no po-
dian contar con el pueblo para sostener las pretensiones con que aturdian al go-
bierno. n.eunidas de nuevo las juntas de las tres provincias en Bilbao, en 29 de
Abril de 1841, para convenirse en otro mensaje ya adoptado en principio general en
las juntas de Gucrnica, pidiendo la conservacion intacta de los fueros, por todos los
concurrentes fué confesado que la opinion del país era contraria á todo acto de vio-
lencia que pudiese alterar la tranquilidad, y que para luchar con el gobierno .sólo
quedaba la fuerza de inercia, y á esta se atuvieron.


Con todo y de esa oposicion ratera nacieron sérios conflictos, contra los cuales se
alzaron qucjas amargas del pucblo, víctima de la terquedad fuerista. Viendo estos que
hasta su resistencia pasiva se les volvia en contra, é iniciados sin duda muy puniual-
mente en les progresos de la conspiracion que se fraguaba dentro X fuera del reino,
pronto sc vió á los fueristas salir de su habitual prudencia. Desde Julio de 1841 des-
plegaron suma actividad en propagar voccs alarmantes, provocando por todos los me-
dios posibles una irritacion que no podian conseguir arraigar en el pueblo, el cual
obediente, dócil é indiferente veia sin la menor emocion los esfuerzos de la oligarquía
vascongada. El pueblo veia en el Regente al pacificador benéfico de Vergara, y le tri-
butaba una noble gratitud. Todos los medios empleados para hacer odioso el nombre
del gencral Espartero se estrellaron en la lealtad del pueblo. Ante esta patnótica
actitud de las masas, huho sin dUda el bando fuerista de avisar á sus amigos de Ma-
drid y de París que no habia que contar con el pueblo para hacer una contra-revolu-
cion y se abstuvo de nuevas gestiones que pudieran comprometerle. Volvió á su sis-
tema de reserva, pronto sin embargo á seguir el movimiento que sabia estaba en
vísperas de estallar, aunque muy decidido á no tomar la iniciativa.


Tal era la posicion que habia tomado el bando fuerista cuando estalló la rebelion
milirar de Octubre en la ciudadela de Pamplona, en Bilbao y en Vitoria. A los po-
cos días de ese rompimiento llegaron los comisionados de María Cristina, y Montes
de Oca, uno de ellos, instaló el gobierno provisional en Vitoria á nombre de la nue-
va gobernadora y durante su ausencia. Las diputaciones forales de Vizcaya y de Alava
se adhirieron al momento á la rebelion, pudiendo contar con la defeccion de los jefes
militares, Piquero en Vitoria y Larocha en Bilbao. No sucedió así con la diputacion
de Guipúzcoa, á quien le faltaba el apoyo de San Sebastian, y que tenia al frente al
capitangeneral Alcalá y su segundo general Iturbe, que COH las tropas de su mando


;;,




- 66-
permanecian fieles á sus principios y al Regente. No fué, por tanto, posibleá la diputa-
cion foral de Guipúzcoa seguir el ejemplo de las otras dos en los primeros dias de la in-
surreccion; mas tales fuéron las excitaciones de estas, que al fin determinó fugarse
en la noche del 9 al ro de Octubre, y fué á reunirse con ellas.


Esta rebelion puramente militar no pudo extenderse más allá de los cuarteles de
la tropa. Cuanto intentó el bando fuerista, y cuanto proclamaron las diputaciones
forales para mover al pueblo fué inúttl: nadie se movió. Los vascongados con su
buen sentido, su cordura y su quietismo, contestaron victoriosa y elocuentemente á
todas las declamaciones de los fueristas, y cuenta que nunca hubo prueba más deci-
siva. Una insurreccion hecha á nombre de María Cristina era una base que ofrecia
grandes probabilidades de buen éxito. El pueblo prefirió su propia tranquilidad, y
permaneció fria espectador de ésta rehe]¡on militar provocada por castellanos reac-
cionarios y fueristas vascongados, militando con la bandera de María Cristina, por
destruir todas las libertades de España. Hay que decirlo una vez más: los fueristas
vascongados no son nüs qu:: una fraccion del bando reaccionario de España; partici-
pan de todas sus ideas de retroceso; tienen los mismos instintos, las mismas ten-
dencias, las mismas malas pasiones; el odio sistem ltico que uno y otro tienen el todo
pensamiento democrJtico, á todo principio generoso de libertad, á toda emancipa-
cion del pueblo, á todas esas intenciones que son ach3ques de los reacc~onarios cas-
tellanos y vascongados, pero los fueristas tienen adem:ls flasiones é intereses locales.
Se asocian á los planes del bando reaccionario en apoyo de la opresion de Espaiía
toda, mas quieren independencia para sí y consenar el gohierno olig,írquico local
en sus manos. Andan) pues, uno y otro b,lI1do muy hien avenidos, queriendo una
sola y misma cosa, el absolutismo, con ciertas apariencias de elecciones y con "isos
de gobierno representativo, guardando para sí los beneficios materiales del monopo-
lio de que se han apoderado


Los fueristas que tomaron parte en la rebelion militar de 1841, pusieron en cam-
paña al insigne M uílagorri, el caudillo de la bandera de pa,:; y fueros. Protegido es-
candalosamente por la policía francesa, hizo el malhadado escrihano CLlilnto pudo
en favor de la insurreccion, y acabó desastrosamente, muerto en un encuentro que
tuvo con las tropas fieles.


Cuando estas, acudiendo de diferentes puntos, inndieron las provincias, los fue-
ristas insurrectos tuvieron que huir <1 Francia. El gohierno se ahstuvo generosa-
mente de toda reac~ion contra las personas. Si algunos excesos hu ho que deplorar ele
parte de las autoridades militares en los primeros momentos del triunfo, el gobier- ,
no los desaprohó, y liió las órdenes mLÍs terminantes, no sólo para que cesaran, sino
para una pronta reparacion en cuanto fuese posible. Así, por ejemplo, la autori-
dad militar de Guipúzcoa hahia mandado poner el secuestro sobre los bienes de
algunos fueristas emigrados. El jefe político dió inmediatamente parte al gobierno
de esta infraccion de las leyes, y sin pérdida de lrlstante mandó el Regente que
se levantase el secuestro, procediéndose con tal justicia y respeto á la ley en esta




ocurrencla, que todos los gastos del secuestro quedaron á cargo del Estado.
Tal se presenta la oligarquía fuerista de las Proyincias Vascongadas) y tal resulta


de sus actos ahora y siempre. Si se dijera que hemos andado ligeros en acusar á los
fueristas de haber conspirado en I g,.p Y ]843 contra el gohierno del Regente, cita-
ríamos las declaraciones públicas que han hecho despues del triunfo. Comeguido
éste, se han vanagloriado de haber hecho lo que en los momentos de la derrota de-
nunciaban al mundo entero como otras tantas calumnias de los tú-anos de Madrid.
para autorizarse en la proscripcion que hacia n de ciudadanos pacíficos.


La unidad constitucional y la creacion de un buen gohierno central halló tam-
bien un obstáculo muy sério en el e:;píritu de provincialismo de Cataluña. Ya veré-
mas el terrihle influjo que ha tenido Barcelona en este último período de las vicisi-
tudes de España.


Los catalanes son sin duda laboriosos, emprendedores, actiyos, codiciosos de tra-
hajos y de ganancias, mu! honrados en general y guardadores de la palahra empe-
ñada. Estas cualidades muy recomendables yan acompaí1adas de defectos muy
esenciales. Desasosegados y turhulentos, los catalanes son irascibles hasta lo sumo;
la más pequeña contrariedad puede ser para ellos oC1sion de reyertas enconadas.
Valientes hasta la temeridad, tercos hasta la ohcecacion, crueles hasta h ferocidad,
juegan su propia vida con una indiferencia inaudita, como quien tiene en poca cuen-
ta su existencia y la de sus semejantes.


Los catalanes han quedado en cierto modo hasta hoy como fuera de la familia
española, cuyo gobierno detestan. El nombre castellano les es antipático. Seme-
jante antagonismo intolerante, ardoroso, inflexible, se ha consl'rvado desde la
incorporacion de Catalu Í1a casi sin alteracion. Quien lea hoy la historia de la in-
surreccion cataLlna de ]640, escrita por un testigo y actor de ella, 1'\'lc10, baIlará
con sorpresa que los sucesos contemporáneos son 13 dolorosa repeticion de los exce-
sos de aquella época. Es el mismo indomable yalor, las mismas pasiones, el mismo
odio al nomhre castellano y al gobierno central: las mismas causas de insurrec-
cion, los mismos medios de sostenerla. la misma influencia del castillo de Monjui
en esas escenas de sangre. Páginas enteras de aquel célebre historiador podrian ser-
yir, sin cambiar una sola palahra, para pintar los tristes acontecimientos de nues-
tros dias.


Esta antípatía de los catalanes contra el gohierno de Madrid ha sido en todas épo-
(as un estorbo gr:.1ndísimo para la creacion de una accion central. N o lo consiguie-
ron los .reyes absolutos, y poco l11JS felices han sido los gobernantes constitucionales.
Aquellos con la fuerza se estrellaron en el indómito valor de los catalanes. En 1640
cuando el ejército castellano reunido á la "ista de Barcelona dió una récia acometi-
da para apoder',1rse del :Ylon)ui 1 fué rechazado y batido hasta acogerse al abrigo de
Tarragona. Allí perdieron la "ida los mejores caudillos castellano:;, dos mil bombres
de tropa, diez y nueve banderas, un sin fin de armas y de bagajes quedaron en po-
der de los catalanes. El ejército 1 acaudillado por el general Velez, se refugió á Tarra-'




-,&8 -
gona; allí tomó el mando de él Federico 'Colona, condestable de Nápoles, que i~am­
bien pereció defendiendo á Tarragona sitiada.


En la guerra de sucesion Barcelona se pronunció en favor del archiduque, y
sostuvo la causa de éste, á pesar de haber sido abandonada por él. En odio á esta
fidelidad tan digna de respeto, Felipe V vencedor se apresuró á quitar á los catala-
nes los pocos fueros y libertades que les quedaban, y levantó en medio de la ciudad
esa ciudadela que ha sido y es mi rada por los moradores como un pad ron de igno-
minia, recordándoles con qué objeto se construyó. Barcelona ha sido desde entonces
una pesadilla constante para el gobierno de Madrid, y los medios nüs violentos de
represiof! se han empleado por todos los gobiernos para contener ese odio que no
saben disimular, y para dominar un arrojo que no ceja ante los peligros. Véase
en documentos hi:.tóricos cómo en tiempo de CirIos 111 se tomaban contra el espí-
ritu turbulento de Barcelona disposiciones idénticas á las que han necesitado tomar
todos los gobiernos que han seguido (1).


En el período constitucional de 1820 á 1823, las poblaciones pequeñas de Catalu-
ña y el paisanaje de la montaña dieron amparo y apoyo á la faccion servil capitanea-
da por jefes militares advenedizos y por frailes, mientras las grandes poblaciones se
esforzaron en defender la libertad v la Constitucion. Cataluña fué el teatro de una
guerra civil encarnizada, hasta que intervino la Francia en favor del absolutismo y
prevaleció este; mas no contento el hando apostólico con la tiranía de Fernando VII,
sublevó el paisanaje de Cataluí1a, y la insurreccion tomó tal vuelo, que el rey se vió
en la precision de acudir en persona á aplacar la revuelta. Su presencia en el Prin-
cipado bastó á desvanecer aquel levantamiento, sin que por eso dejase aquel gobier-
no de ensañarse cruelmente en los insurrectos, mandando atroces ejecuciones. Des-
de aquella época permaneció Barcelona bajo un régimen excepcional, siendo su eje-
cutor el sanguinario y desatentado conde de España.


Vino la tercera época constitucional, y el primer pronunciamiento de los que lue-
go han agitado España estalló en Barcelona. La insurreccion de 1835, página de
sangre en la historia de aquella pohlacion, fué acompa11ada de circunstancias que
recuerdan tan á lo vivo la revuelta de 1640, que se podria repetir aquí 11) que de
aquel acontecimiento cuenta el historiador Melo para conocer cuán arraigado está
en Cataluña el odio al nombre castellano, pues con dos siglos de intérvalo se ven
las mismas horribles escenas, empezando ambas insurrecciones con la muerte del
caudillo del ejército. Las escenas de que 'fué teatro Barcelona en Julio y Agosto
de 1835 son las mismas y por las mismas causas. Odio á la autoridad del gobierno,
ejercida en una y otra ~poca por un hijo de Cataluúa; el conde de Santa Coloma en
1640 y el general Llauder en 1835: enojo de su administracion, quejas de su sobrada


(1) Véase la sesion del Senado de 6 de Mayo de 1~43, en la que presentó el general D. Antonio Scoane
varios despachos del ministro de la Guerra y del vire)' de Catalulla de 1773, que prueban nuestro
aserto.




-(lrg--
sumision á las órdenes del gobierno de Madrid; ira reconcentrada, irritacion crecien-
te y terrible estampido del pueblo que se lanzó ciego de furia contra las autoridades.
Santa Coloma quiere huir, mas no consigue embarcarse. Se dirige á Monjui y mue-
re asesinado. Mas afortunado L1auder, consigue escapar, y envia á su segundo el ma-
logrado general Baza, que tuvo la suerte de Santa Coloma, muerto de un pistoletazo
en su propia habitacion. Su cadáver es arrojado por el balcon á la calle; allí lo cogen,
le pasan una soga al cuello y le arrastran por las calles hasta echarlo en una hogue-
ra que ardia.en la Rambla, alimentada con los muebles y los papeles de la policía. En
las carnes aún palpitantes de aquel desventurado general, se repiten las horribles
mutilaciones de que habla Melo: los conventos, entregados primero al pillaje, lo son
luego :í las llamas, y los frailes mueren asesinados desapiadadamente. En una pala-
bra, los contempor{ineos vieron en I835 las mismas abominables escenas de sangre
y de devastacion á que asistieron sus antepasados en I640'


Por ventura estos lamentables sucesos encierran una enseñanza grave y digna
de las más sérias meditaciones de los estadistas, pues ponen de manifiesto de un
modo bien cruel el antagonismo de Cataluña hácia los castellanos. Cuando ni el
tiempo ni la forma diferente en que se ha ejercido esa larga dominacion no han po-
dido alterar ó modificar esas disposiciones del pueblo catalan, hay que reconocer la
necesidad de buscar un remedio á un estado de cosas tan malo, y que parece no te-
ner una honrosa soluciono


¿ Es justo y legítimo ese odio de los catalanes á lo que ellos llaman el dominio cas-
tellano·( N o lo pensamos así. Es muy cierto que hasta ahora el gobierno que ha diri-
gido la desventurada Espaúa no ha l)odido ser peor, mas ¿acaso ha tratado á Cataluña
con mayor insensatez ó crueld:td que á las demás províncias del reino? No: seguramen-
te, al contrario; el aspecto siempre amenazador de Cataluña ha impuesto duras con-
diciones al gobierno central, siempre débil, á pesar de sus arrebatos iracundos, y casi
siempre ha cedido á las exigencias nunca cabalmente satisfechas de los catalanes; mas
á la par que cedia, tomaba las precauciones más injuriosas para contener una pobla-
cion el) todos tiempos dispuesta á insurreccionarse; así que no se le atraía con con-
cesiones, que nunca bastaban y que otorgaba el miedo, y no la vencían con amena-
zas que el carácter violento y la bravura indomable de los catalanes les hacian des-o
preciar. De ahí ha resultado que Barcelona y Cataluña han sido una pesadilla cons-
tante para el gobierno e.~pañol, siemtJre temeroso de provocar la ira catalana. Si el
Principado ha sido una de las causas más eficaces que se han opuesto á una regular
or~anizacion central en el gobierno absoluto, es en el dia un obstáculo inmenso
á un:1 buena aplicacion del sistema constitucional y á la reforma de la Hacienda.


Es un obst ículo á la marcha de un gobierno central, por no querer sujetarse á las
leyes generales que admite la nacion, sea en el ramo de Hacienda, sea en las quintai


. y demL1s.
Es un obstáculo á la consolidacÍon del sÍstema constitucional, porque el número


crecido de diputados que cuenta en el Congreso, lade<í.ndose á una rarte ó á otra, da




- 7°-
la mayoría al bando á que se arrima, y por desgracia los diputados catalanes forman
un núcleo compacto de opiniones exageradas en un sentido ú otro. Diputados del
bando llamado moJerado, ó del bando progresista, los catalanes son extremados en
una Ú otra opinion; si de la oposicion, hacen imposible la marcha del gohienio, y
si ministeriales, son un emplcho, porq L1C suelen poner á su cooperacion un precio
que le hace muy embarazoso su apoyo


Es por fin un obstáculo á toda reforma de la Hacienda, porque esta reforma es
inadmisible·mientras no se acabe con el sistcma prohibitivo. Tres son las fuentes
donde un gobierno halla los medios más leales de re~;ir el Estado: el comercio, la in-
dustria y la agricultura: nUé'stras leyes de admll1~ls las agotan todas á un mismotiem-
po. El sistema prohibitivo haciendo nulas las relaciones internacionales legítimas de
comercio, no hay pues, cambios posibles; la a~ricultura sin salida para sus frutos no
puede sobrellevar contribuciones que le serian de poco peso si pudiese producir sin
temer una peligrosa plétora; y tal ya goherna\..lo el reino, que Castilla inagotable
granero de abundancia no puede enviar sus trigos al litoral por falta de medios eco-
nómicos de conduccion, y LÍ los pueblos del litoral les sale más barato pedir grano
al extranjero que sacarlos de Castilla. Una industria m;:11a, tict;cia, moribunda siem-
pre, la algodonera, es la causa única que se opone :1 una reforma de J.ranceles, y Ca:-
taluña es la sola provincia de España que sostiene fúbricas de tejidos de algodon; no
me extenderé ;í. mús sobre la cuestion comercial, pues hahlaré de ello detenidamente
en SLl lugar. Vuelvo al estado de agitacion en que úve Cataluí1a y principalmente
Barcelona.


Desde el restablecimiento del gobierno constitucional, Barcelona ha sido teatro de
las más dolorosas revueltas, y cuenta desde 1~3j ú 18-}3 diez y ocho conmociones
más ó menos graves; de modo gut: se puede decir que aquella interesante y rica po-
blacion ha vivido constantemente en un estado excepcional, sea de YÍolencia turbu-
lenta, sea de medidas de terror, y la exasperacion llegando á ser extremada, extre-
mos han sido los medios de represion, cuales han sido dos bombardeos en un aÍ10.


Hay que repudiar y muy pronto semejante estado, pues es una deshonra para los
liberales. Cataluña ni puede, ni debe querer nada mús allá que la ley comun, que el
régimen unitario y de igualdad que aceptan todos los espaÍ101es liberales; todo lo que
pasa de esa raya es una pretension incompatible con la unidad nacional. Si siglos de
una union forzada han dejado intact'l esa antipatía tradicional, es preciso que á la
par que repudiamos todo lo que habia creado el absolutismo, tambien haya una
justa y legítima reaccion de las cosas presentes sobre las pasadas, y que los valie"ntes,
honrados y laboriosos catalanes se unan de corazon, de patriotismo y de intereses á
la noble familia castellana, dando fin á ese antagonismo fatal, orígen de nuestras
tristísimas desgracias.


La monarquía absoluta no ha sabido crear la unidad nacional, y cuando ha queri- ,
do combatir desigualdades chocantes, no ha hallado más medio de conciliar que le-
vantando cadalsos, encender hogueras, expulsar, proscribir midiendo á todos por el




- 7 I -
rasero de su poder sanguinario; y lo que ha conseguido ha sido enconar las pasiones,
haciéndolas más vehementes en el corazon, y las generaciones se han trasmitido ese
funesto'depósito, cual tremenda protesta contra los excesos que sufrieron sus ma-
yores.


El gobierno constitucional ha tenido la rara pretension de querer ser admitido por
todos como una revolucíon suprema, como una inspiracion divina de la inteligencia
y nada ha cread~o que tenga las condiciones de salud y de duracion.


Lo que el poder absoluto de los reyes, lo que el gobierno constitucional no ha
conseguido, esto es, el apagar el antagonismo de algunas provincias con re5pecto á
las demcls del reino, debe ser la obra maóna de los liberales. LJ libertad fundada en
cimientos españoles, la gobernacion del reino uniendo en un cen'tro comun todas
las voluntades espailolas, dejando el las provincias el goce de sus usos locales en todo
lo que no sea contrario al bien procol1lunal, á la unidad nacional y á las leyes gene-
rales del reino, hé aquí la empresa que deben 3cometer los progresistas, si la paz
ha de reinar una vez en nuestra desdIchada patria, donde por no entenderse sobre los
intereses recíprocos, andamos todos en una contínua reyerta y entregados á la más
fatal discordia.


Este de~órden, causa primordial de todas nuestras desdichas, es preciso que cese, y
cesará cuando llegue el dia en que salga ú luz la fórmula clara y sencilla de nuestro
porvenir: por falta de este símbolo nacional, que á buen seguro no ha de ofrecernos
el baturrillo constitucional extranjero que hemos adoptado, sigue esa guerra eterna
entre españoles, sin objeto, sin nobleza y sin soluá:m posible. Cuando cuente los
aconteCImientos dolorosos de que ha sido teatro Barcelona, aparecerá esta verdad en
toda su evidencia. Allí se verá que ni las quejas ó agravios de los barceloneses, ni los
errores ó torpezas del gobierno no han sido de suyo bastante graves ni suficiente-
mente justificados para dar lugar á choques tan violentos. La lucha empezó siempre
sin razon yacabó sin honor; de una parte se ha querido pl<'l11tcar un sistema de cen-
tralizacion á la francesa, absurdo, imposible, es decil\ el despotismo con otras for-
mas que las de antaño; de la otra se ha negado una sumision normal al gobierno su-
premo de la nacion, lo que equivale á querer la anarquía; ni unos ni otros han dicho
la última palabra de sus respectivos pensamientos. Hay que fallar ese pleito tradicio-
nal: lo fallará la nacion en su dia, es decir, cuando tengamos una Constitucion es-
pañola.




CAPÍTULO VI.


EL EJÉRCITO.-ORÍGEN y CAUSAil DE SU ¡"iTERVENCION EN LOS ACONTECIMIENTOS
POLÍTICOS DESDE ¡ 808.


En España más que en ningun otro país es indispensable buscar en los tiempos.
pasados las causas de los hechos presentes. Por esta regla sin excepcion será preciso
que volvamos la vista atrás si hemos de desenvolver filosófica é históricamente el
orígen y las causas de la intervencion del ejército en los acontecimientos políticos
de nuestra época 1 en que la milicia ha representado de cuarenta aílos acá, el papel de
pretorianos ó de genízaros 1 es deci r, tomando en las luchas políticas una parte des-
ordenada y siempre decisiva. Las causas de esta malhadada y enérgica intervencion,
las hallamos en las vicisitudes del país de ¡ 808 acá.


En aquella época, el ejército español poco numeroso era lo que son todos los eJér-
citos en las monarquías absolutas, un instrumento pasivo del déspota reinante. En-
tregada la nacion á un completo letargo, ninguna oposicion hallaha el gobierno.
Un solo indivíduo conspiraba; este era el hijo primogénito del rey, el príncipe de As-
túrías. Ya hemos dicho lo que fué la rllidosa causa del Escorio.! y la tremenda acusa-
cion que arrojó al público el padre contra el hijo. A los pocos meses estalló el motin
militar de Aranjuez. El 19 de Marzo de ¡ 808, fecha de aquella sedicion militar, es
el punto de partida de todas las demás que la han seguido.


El hijo desapiadado que habia arrancado la corona de las sienes de su anciano pa-
dre; el rey sin dignidad que cobardemente se entregó á un monarca extranjero, a_bdi-
cando la corona ganada en un motin, sufrió un cautiverio de seis años, Justo premio
á su desercion y volvió á España despues de haber firmado el tratado de Valencey,
digno completamente de todas las demás bajezas. En Valencia halló el cuerpo de ejér-
cito que mandaba el general Elío. En ¡ 7 de Abril á presencia del rey, reunida por
aquella oficialidad: «¿Jurais, les dijo este, sostener al rey en la plenitud de sus dere-





- 13--


chos?-Sí juramos.)) De este modo cumplieron un perjurio. Los demás cuerpos del
ejército siguieron el ejemplo del de Elío. La Constitucion feneció.


En Aranjuez como príncipe de Astúrias, en Valencia como rey, un motin militar
precede al ensalzamiento de Fernando VII al trono de sus mayores. La defeccion de
las tropas es el escalon por donde sube el rey al solio de Castilla. Fernando VII es,
pues, quien ha iniciado la senda fatal tan trillada por el ejército desde entonces en
muchas ocasiones decisivas.


A más de esta causa primordial que tanto ha aflojado los lazos de la disciplina y de
la moral en el ejército, hay otras qu~po~ haber nacido de la organizacion y vicisitu-
des del ejército durante la guerra de la Independencia, es indispensable indicarlas.


En ¡808 las fuerzas militares del reino eran pocas, y estas las redujo á menos el
envio de un cuerpo de ejército á las órdenes del marqués de la Romana, que acampó
en las orillas del Báltico, al servicio de la Francia. El levantamiento general del pue-
blo reunió á la sombra de la bandera nacional una muchedumbre patriótica, entu-
siasta, pero sin organizaclOn y sin oficiales capaces de dársela. Legiones así reunidas
no podian sostener el choque de los mejores soldados del mundo: á cada encuentro,
á cada batalla, nos hacian los franceses muchos prisioneros. Era preciso reemplazar
los ofiCIales, y para ello improvisarlos faltos de experiencia y de aptitud militar. Si
los primeros no habian recibido una educacion adecuada, los que en seguida fuesen
nombrando las juntas, estaban aún más desprovistos de conocimientos militares.
I,os elementos de una buena organizacion del ejército faltaban enteramente, por
grande que fuese el patriotismo de los indivíduos. Hasta los últimos aí10s de la guer-
ra no hubo buenos oticiales formados en los campos de batalla, en medio de tantas
miserias y de tantos padecimientos.


Esta misma falta de organizacion normal y adecuada del ejército, que hacia la lu-
cha tan desi:-;ual en las batallas campales, produjo las guerrillas que tan fatales fuéron
el las tropas imperiales; mas la disciplina y la verdadera instruccion militar no gana-
ron mucho con esas tropas dispersas que recolTieron todas las provincias, reclután-
dose sin mucho escrúpulo. Al patriotismo. al amor á la independencia nacional, y al
odio hacia el e'\tranjero que animaban á los guerrilleros, no dejaban de mezclarse en
al;.;unos sentimientos menos nobles, propios de su vida advenediza.


Cuando la victoria hubo coronado los esfuerzos de los españoles, y la paz puesto
fin á esa batalla de seis años, el Estado se halló con un sin número de oficiales pro-
cedentes del ejército, de los cuerpos francos, de las guerrillas, y por último, de los
prisioneros que regresaban á sus casas, cuyo número no bajó de once á doce mil.
Esta multitud de hombres acostumbrados á la vida de los campamentos ó á la ocio-
sidad del cautiverio, fué un embarazo muy grande para el gobierno, embarazo que
existió en 18 f4 en todos los Estados de Europa. Mas el gobierno español fué el úni-
co á quien cupo el privilegio de no saber conciliar los desastres de esa generosa ofi-
cialidad con los recursos y necesidades del Estado. Antes que proporcionarles mo-
destos recursos para vivir, se les dejó morir de hambre, y léjos de tranquilizar los




- 74 -
ánimos con una justicia distributiva que quitase tanto pretexto á quejas fundadas, se
dió el inmoral espectáculo del perjurio recompensado.


Tamaña iniquidad, una ingratitud tan villana, exasperó más y más los ánimos y
de esa irritacion nacieron los planes de volcar un gobierno inmoral. Las contínuas
conspiraciones que se fraguaron en sociedades secretas, tuvieron por principales fun·
dadores á los prisioneros venidos de Francia desde 1 ~ 14 á 1820. Cada aÍ10 estalló una
conspiracion tramada por oficiales, que abandonados ó entregados á la miseria ó al
ócio por el gohierno, conspiraban sin que los suplicios les hiciesen desmayar. Des-
pues de varias tentativas malogradas, hubo una feliz El ejército, reunido en las pla-
yas de AndalucÍ1 dió el grito de libertad el 1.° de Enero de 1820, y á la vuelta de
dos meses triunfó en i'vbdrid. La Constitucion de 1812 fué restablecida.


Mas ¿qué podia ser un ejército trabajado por las sociedades secretas en las cuales
estaban afiliados casi todos los oficiales, y cuáles podian ser las consecuencias de una
insurreccion militar para ese mismo ejército y para el país? Es evidente que llegando
un principio político ~ triunfar por la fuerza, los que la han dirigido son altamente
premiados, '! con ellos todos los que han padec:ido por sostener ó defender ese
mismo principio. Vimos entonces comandantes de batallan ascender 3 generales de
un golpe, y favores de tojo linaje conceJidos ú aquellos que hahian tomado parte
en la insurreccion, ó en las intentonas anteriores, á la par que vimos oficiales
que á pesar de ser liberales, por no haherse querido pronunciar, fuéron echados de
las filas y maltratados. Preciso es confesarlo, el gobierno constitucional no fué ni
más justo, ni más tolerante, ni más cuerdo que el absoluto, respecto á los oficiales.
Pero digamo.5 tambien que este error aunque granJe, fué inevitable, pues era la con-
secuencia lógica de la reaccion de 18 q. Si no hubiera habido insurreccion militar
en Valencia ú L1 llegada de Fernando VII para entregarle el mando absoluto; si este
rey no hubiese sido el enemigo de los liberales y no los hubiese perseguido, no hu-
biera hahido víctimas que premiar. La insurreccion militar de 18q trajo la de I~20;
y esta rechazando y persiguiendo opiniones dió á la contra revolucion motivos y sec-
tarios para sostener la guerra civil en que vino á triunt~u el despotismo al abrigo de
la interyencion francesa. Las cuadrillas que entonces se leyantaron eran acaudilla-
das tambien por militares del ejército, y las juntas de aquel tiempo prodigaron gra-
dos á jefes improvisados. Así fué que al tomar Fernando ViI de n UC\'o el mando ab-
soluto, se encontró el gobierno con un número crecido de oficiales reclutados entre
la plebe y que refundidos en el ejército no fuéron del todo modelos de virtudes mi-
litares, de moralidad y de disciplina.


Entonces empezó una tercera reaccion más general, m<ls encarnizada contra los
oficiales. El ejército fué disuelto, y de tropel se persiguió á todo el que habia servido
durante el sistema constitucional. Entonces se vieron perseguidos honrados milita-
res, que si bien no habian tomado parte en el levantamiento de 18:lO, una vez resta-
blecida la Constitucion y jurada esta por el rey, habian seguido fiel y lealmente sus
banderas; mientras que los. que desobedeciendo al gobierno habian encendido la




guerra civil y se habian pasado al extranjero invasor, fuéron premiados y ensalzados.
El perjurio y la traicion al país fuéron títulos para ascensos y recompensas al ejér-
cito: la fidelidad, la honradez y la subordinacion se convirtieron en otros tantos crí-
menes á los ojos de aquel inmoral gobierno


Diez aílOS duró esta persecucion contra los oficiales constitucionales de 1823, du-
rante los cuales se les prodigaron cuantas humillaciones, torturas v miserias tuvie-
ron á mano los gobernantes. A la muerte del rey estalló la lucha de la familia real,
y se conoció que habia llegado el dia de buscar el apoyo de los liberales. Los oficia-
les que hasta entonces habian sido perseguidos héron llamados y empleados; pero
atrasados en su carrera durante los diez años en que habian sido arrinconados, hubo
que indemnizarlos de: los padecimientos y atrasos sufridos, con cuyo motivo se co-
metieron muchas injusticias sin que esta profusion de grados sirviese de nada para la
disciplina y moralidad del ejército.


Durante la guerra se improvisaron tan fácilmente generales, y hubo una impuni-
dad tan escandalosa para aquellos que por culpas graves eran encausados, que antes
que restablecer la disciplina, ambas cosas contribuyeron á relajarla. El,gobierno en
varias ocasiones concurrió eficazmente á esa relajacion, capitulando el 18 de Enero
de ¡g3S con los voluntarios de Aragon insulTeccionados en MaJrid, y perdonando
sin formacion de causa á los ofIciales de Pozuelo de Aravaca. Tantas causas de des-
órden reunidas, lle¡:;aron á fomentar la indisciplina hasta tal punto, que haciéndose
contagiosa, los soldados asesinaban á sus generales cuando así les convenia, y hubo
un momento en que pudo temerse ya como inevitable la disolucion del ejército,
cuando el general Espartero con los tremendos escarmientos de .\1iranda y de Pam-
plona, contuvo un funesto desenlace. Desde aquella época ya no hubo que deplorar
excesos como los que provocaron el castigo de los asesinos del yaliente Escalera y
del anciano Saarfield.


Vi"iendo á pesar de todo la memoria de malas tradiciones, era á todos bien evi-
dente que el ejácito, que con tanta bizarría y constancia habia peleado en favor de
la libertad, seria un obst<ículo á su perfecta consolidacion d dia que acabase la guer-
ra ciYil. De su propia organizacion resultaban dos l1lLl)' graves inconvenientes. En
primer Jugar los generales que en una carrera sohradamente rápida habian alcanzado
b más alta gerarquía militar, debían en su mayor número querer la forma de gobierno
que más influjo diera al brazo militar, y este era el absolutismo, recordando cuál era
la latitud de mando que gozaban desde los capitanes generales hasta el último te-
niente de rey. El sistema constitucional subordinando la autoridad militar al poder
civil debia ser antipático á la mayor parte de los militares. En segundo lugar venian
los oficiales, que por no estar satisfechos con la suerte, habian de querer sacudimien-
tos en que se suelen dar pasos agigantados en la carrera de las armas. Así los unos
por demasiado encumbrados, los otros por considerarse postergados habian de contri-
buir cada cual en diverso sentido al desasosiego general. El dia en que debia acabar
la guerra, habia de ser aquel en que habian de desarrollarse todas estas dificultades,




-. 7ff-
Pbr una de aquellas fatalidades de que tan repetidos ejemplos ofrece la historia de


España, el 'momento de terminarse la guerra: civil era el señalado por el destino para
un rompimiento ruidoso entre el jefe del ejército y el partido retrógrado. La causa
ocasional fué una cuestion en que los intereses y las pasiones de la democracia se
hallaban altamente comprometidos, esto es, la cuestion de la ley de Ayuntamientos
votada por las Córtes y sancionada por la reina gobernadora, plagio servil de la ley
francesa. Esta ley borraba un artículo de la Constitucion, privando á los electores
del derecho de nombrar directamente sus alcaldes. El general Espartero se declaró á
favor del pueblo, escudado en el texto de la Constitucion, contra la sancion dada
por la reina gobernadora.


Este rompimiento fué ocasion oportuna para muchos generales, enemigos más bien
que émulos del general en jefe, de pronunciarse contra este, dominados durante la
guerra por la superioridad indisputable del general Espartero, aduL'lndole algunos,
á pesar de odiarlo en razon de sus opiniones liberales. El rompimiento de Barcelo-
na fué una ocasion oportuna de dar rienda suelta á sus enconadas pasiones.


Arrojado el guante en Barcelona, lo levantó el puehlo heróico de Madrid, y cun-
dió el levantamiento por toda España. En aquellos dias v<:rios generales ofrecieron
sus espadas á María Cristina para emprender nueva guerra civil, pues así lo dijo esta
señora en su manifiesto de Marsella de R de Octubre de rR40.


Ensalzado á la suprema dignidad de Regente por la voluntad de la nacion, el ge-
neral Espartero contó gran número de enemigos entre sus antiguos compañeros de
armas; pocos confesaban la superioridad de su antiguo jefe; quizás no faltó quien
dijera que le habia usurpado el puesto. Veamos en pocas palabras quién fué el más
digno.


E.n los siete aí10S que duró la guerra civil, un solo homhre descolló en el ejército
constitucional, y se elevó á una altura en la que no tuvo igual. Este fué el general
Espartero, que aventajó á todos los que le precedieron en el mando superior del
ejército, al que condujo siempre de victoria en victoria. Dése cuanta influencia se
quiera á la fortuna, no será por esto menos verdad que permanecer durante siete
años consecutivos en los célmpamentos., dirigir en jefe con una pericia siempre afor-
tunada las operaciones militares durante cuatro años, exponer sin cesar su "ida con
un valor y un ~rrojo sin par, ser~lfar de la causa de D. Cárlos á la mayor y más es-
cogida parte de sus secuaces en el conYenio de Vergara, y lanzar fuera de EspélÍ1a á
los que no se rindieron, dirigirse d reino de Valencia, á Cataluña y acabar con Ca-
brera y sus huestes y por último pacificar· enteramente el país, son hechos sohrada-
mente brillantes para que haya quien pueda negar á este ínclito caudillo grandes vir-
tudes y un mérito indisputable. No se consiguen tales resultados sin marcada su-
perioridad.


Mas lo que da un realce admirable á la vida militar y política del general Esparte-
ro es que mientras afianzaba el triunfo de la libertad con sus victorias sobre los
¡;:arlistas. contenía, merced al ascendiente de sus servicios y á la honradez de su ca-




-77 -
rácter, ,al·bandore:trógrado que jregia el Estado, yque'ba;o 'la máscara de unconstl-
tucionalismo bastardo, ocultaba planes de ,peaccion, que desmentidos por mucho
tiempo se han realizado en Sll dia. Desde 1837, esto es, á ,los pocos días de haberse
promulgado la Constitucion, ya se quiso dar con ella en üerra. La asonada militar
de Pozuelo de Aravaca fué la primera llamarada de esa constante conspiracion con-
tra la libertad, que al fin se enseñoreó del poder en 1843 Y triunfa en el dia. Sin la
ridelidad del general Espartero al dogma de la Soberanía del pueblo y al sostenimien-
to de la Constitucion, lo que presenciamos á fines de 1843, se hubiera realizado ,en
Agosto de d-l37. Los seis años de existencia que ha tenido la Lonstítucion de 1837
son exclusivamente debidos al patriotismo del general Espartero; y la mayor prueba
de que ha sido el único dique que contenía el empuje liberticida, es que apenas la
fatalidad hubo arrojado de España al mejor de sus hijos, se hundió la Constitucíon.


Decir que el general Espartero promovió el pronunciamiento de 1840, es calum-
niarle groseramente. El único responsable de aquel levantamiento fué el bando reac-
cionario. Los progresistas conocian muy de antemano los proyectos de sus contra-
rios. En 1840 tuvieron el presentimiento harto fundado de los planes efectuados
en 1843; hicieron toda la resistencia posible en el terreno legal, mas apurados ya todos
los medios pacíricos y viendo ú la gobernadora emprender el yíaje de Cataluña con
el fin de granjearse la adhesion del general ef'J. jefe para acabar con las instituciones,
la nacion se sobresaltó esperando inquieta y agitada lo que iba á resultar de las con-
ferencias de Esparraguera y de Barcelona. Pero cuando María Cristina hubo arroja-
do el guante, sancionando la ley de Ayuntamientos, preludio de la reaccion, y se tuvo
la seguridad de que el general Espartero desaprobaba esa sancion, como lo dió á co-
nocer la di111ision que hizo de todos sus cargos, ya no se dudó que el ejército y su
jefe no querrian verter la sangre de sus hermanos para satisfacer malas pasiones, y
sostener el perjurio de un partido que quebrantaba audazmente el código funda-
mental. Entonces estalló el pronunciamiento de 1840 sin hallar oposicion alguna en
su marcha.


Renunció María Cristirta la Regencia, y las Córtes convocadas elf'varon al pacifi-
cador de España, á esa magistratura suprema. Acto justo y lógico, pues nadie como
el general Espartero era digno de tan alto puesto, por sus inmensos servicios, su ad-
mirable adhesion á la causa de la libertad y su esclarecida honradez. Con esta elec-
cion, parecia que las Córtes habian tenido el noble pensamiento de premiar al ejérci-
to y á todos los que con las armas en la mano habian concurrido á la victoria, per-
sonificando esta en la gloriosa individualidad del que habia sido su jefe. Esta inves-
tidura nacional, votada por los representantes del país, parecia que debia ser un ele-
mento de fuerza moral inconmensurable para la mejor organizacion del país. Era el
símbolo de la fuerza moral y material del país, representada por el yoto de las Córtes
y la elevacion del primer jefe del ejército. Aquel acto habia de ser el orígen del par-
tido liberal espaí101, y que á ser así, hubiera coronado la vida política del general
Espartero como la victoria le coronó en los campos de batalla.




Al verle elevado á la regencia del reino, era de creer que el ejército recibiera con
orgullo ese premio otorgado á su general, y que su adhesion á éste llegaria al entu-
siasmo. Tal vez temieron los efectos de este entusiasmo los que no con ocian el
temple de alma del general Espartero y que juzgándolo por analogía, recordaban
en los anales del mundo sobrados ejemplos del abuso de la fuerza militar por un jefe
osado~ á fin de no tener aprensiones, hasta cierto punto legítimas, sobre la suerte de
la libertad. Afortunadamente nada habia que temer, dado el carácter del Regente, y
nada de esto sucedió. Fué por el contrario el ejército el que se insurreccionó contra
su antiguo y glorioso caudillo.


Este inaudito incidente de nuestras discordias es uno de los acontecimientos que
más extrañeza han causado en Europa, considerándole como una de esas soñadas
anomalías, con las cuales los extraños y no pocos españoles pretenden explicarlo todo
en este país. El levantamiento del ejército contra su jefe, por extraordinario y raro
que pueda parecer, no ha sido más que una deduce ion lógica de causas anteriores, y
no hay sino recordarlas para hacerlas apreciar y no dejarse sorprender. Ya hemos
dicho que todo acontecimiento que perturba el estado normal de una nacion, tiene
un orígen muy anterior á las causas inmediatas que le han ocasionado. Sin duda la
conducta del ejército en 1843, relativamente á su antiguo jefe que tantos dias de glo-
ria habia dado á la patria y á la causa de la libertad, tUYO causas inmediatas, inhe-
rentes á la naturaleza de un poder accidental en las circunstancias en que se hallaba
España en aquella época; mas .00 bastan para explicarla. Tambien he dicho ya cuáles
han sido las vicisitudes del ejército desde 1808, Y por qué tatal encadenamiento de
sucesos ha tenido una parte tan funesta como activa en las revueltas políticas del
país; pues en esas vicisitudes está el orígen de la conducta del ejército en 1843.


Hemos visto ya cómo en el rompimiento de la reina gohernadora y del general
Espartero, hallaron muchos de los compañeros de armas de éste un pretexto ó una
ocasion de manifestar su ojeriza contra su jefe, y su adhesion á principios contrarios
á los que este profesaba. Renunció la regencia María Cristina, publicó el manifiesto
de Marsella, y empezaron las conspiraciones en que figurahan principalmente jefes
militares. Estalló la de Octubre de 1841 en Pamplona, Vitoria, Bilbao, Zaragoza y
Madrid, y en ella tomaron únicamente parte militares. Por do quiera fué vencida la
rebelion militar, mas esto se debió en grandísima parte á la fidelidad de los soldados,
porque si bien el ejército habia disminuido mucho con las licencias, todavía se com-
ponia de soldados que amaban á su invicto general; así fué que pocos de estos pu-
dieron ganarse. Mas en el licenciamiento· gradual de la tropa en 1843 ya quedaron
poquísimos veteranos de la guerra civil que amaban con desinterés él su general.


A medida que se acercaba el dia de la mayoría de la reina, seguros todos de que
habia de ser la señal de una reaccion violenta contra la libertad, clavaron muchos
su pensamiento en el dia 10 de Octubre de 1844 como última hora del poder transi-
torio del Regente. Más que ninguna otra clase de la sociedad, pensaron los oficiales
del ejército en esa transicion, y dominados por las malas tradiciones de los tiempos




- 79-
pasados que tantos ejemplos de fortuna y de rápida carrera ofrecian á los que aban-
donaban una bandera por otra, quisieron muchos descontar el pon'enir, sacrificando
lo presente como incierto y perecedero, toda vez que sabian que cuanto hicieran
contra el Regente, seria en su día un título á recompensas para el gobierno que de-
bia reemplaz8rlo-


Estos cálculos eran el resultado de detestables tradiciones y de ejemplos fatales. El
resultado vino á justificar la prevísion de Jos que así calcularon sus intereses. Jamás
se ha visto una más escandalosa almoneda de grado') y de condecoraciones, que las
que presenció España deseues del triunfo de la reaccion de 1843, desde la charre-
tera del alférez, hasta las más altas dignidades militares. Mas digámoslo pagando un
tributo á la verdad histórica. En la lucha de dos meses que precedió á la caida del
Regente, juntas y gobierno á porfía dieron premios á la defeccion, y se vió entonces
el doloroso espectkulo de oficiales pasando de un bando á otro, adquiriendo un
nueyo grado por cada nueva defeccion.


No fué todo espontáneo en la conducta de los oficiales. Hay tambien que analizar
la accion que moralmente se ejerció con ellos para acallar pundonorosos escrúpulos,
y vencer resistencias honradas. El raciocinio que se les presentaba era muy senci-
llo.-Pronunciaos, se les decía, contra el Regente, y acto contínuo teneis el premio
que os ofrecen las juntas. Si yencemos, otros premios os aguardan; si sucumbimos,
ó habrá que emigrar momentáneamente, ó el número de los comprometidos es tal,
que el castigo no alcanzará á nadie; mas en todo caso, dentro de quince meses acaba
la Regencia de Espartero, y entonces recibireis el premio de vuestro pronuncia-
miento. Si por el contrario, no os quereis pronunciar, llegará el día de la mayoría de
la reina, y podeis estar seguros de que se os em-iará á vuestras casas y vereis á los
pronunciados tomar vuestro puesto.


Fácil es de h~cerse cargo que los que así hablaban, no lo hacian como profetas,
más como quien estaba muy seguro que así habia de suceder, y así sucedió. Volvien-
do la vista atrás y recordando las vicisitudes pasadas en que semejantes defecciones
habian sido orígen de rápidas carreras, no es difícil de comprender el efecto que pro-
ducirian semejantes raciocinios en el ánimo de oficiales en quienes una moralidad
exquisita no tuviese hondas raíces.


Otro era el lenguaje que se hablaba á oficiales de temple más esforzado, y que pro-
fesaban principios exaltados de liberalismo.'A estos se les ponia por delante la vio-
lenta oposicion de los jefes parlamentarios, su rompimiento con el gobierno y la coa-
licion dela prensa, hechos todos que se presentaban como la pruebct irrefragable de
que cuando hombres t,l11 adictos á la revolucion de Setiembre y al ensalzamiento
del general Espartero á la Regencia, habian llegado á ser sus más acérrimos contra-
rios, es que tenian motivos para conocer las miras ambiciosas del Regente con el fin
de perpetuarse en el mando supremo, convirtiendo la Regencia en una espantosa
dictadura militar, acabando con la libertad y la Constitucion, y entronizar el go-
bierno. del sable.




- &0-
Estas saltldeces o/ calumnias por absurdas que fuesen, no detaban de tener un lado


especioso muy propio para influir en ánimos sencillos, y cabezas fáciles ,de exaltar;
de suerte que hubo buen número de oficiales que ,de muy buena fe se separaron de
la causa del Regente, pensando servir la de la libertad.


La insurreccion hallaba poderos DS auxiliares en dos clases de oficiales que una im-
prudente generosidad habia colocado en las filas del ejército: los oficiales de la extin-
guida Guardia Real, y los procedentes del convenio de Vergara.


La Guardia Real fué creada á imitacion de la de Francia despues de la intervencion
de 1823, Su mision fué antes que todo sostener la furiG>sa reaccion de aquelÍa época
de fanatismo monárquico y religioso, que se desarrolló á la sombra de las bayonetas
extranjeras. Puesta á las órdenes del conde de España, del marq ués de Zambrano y
del conde de San Roman, el triunvirato más ardiente y digno del absolutismo. La
Guardia Real, reclutó su oficialidad de entre las familias más adictas á la reaccion y
á todas las ráncias preocupaciones dd poder real.


Semejante organizacion de una fuerza militar, muy buena para el sostenimiento
de una tiranía embrutecedora, pudo ser fatal á la familia del déspota que la creó.
"


Cuando el bando apostólico hubo arrancado en la Granja al monarca moribundo la
revocacion de la promulga'la pragmeÍtica-sancion de 1788, poco t~Ütó entonces para
que D, Cárlos con el apoyo de algunos oficiales de la Guardia, ciñese la corona; yes
más que probable que así hubiera sido, si en aquellos momentos hubiese fallecido
el rey como todo lo hizo creer.


Adoctrinados por el peligro que habian corrido, y del que milagrosamente habian
salido, María Cristina y su gobierno, se apresuraron á eliminar de la Guardia aque-
llos oficiales más caracterizados por su fanatismo absolutista. Muerto el rey, estalló
la guerra dinústica, y muchos oficiales de la Guardia por opinion y por conviccion
fuéron á senil' la causa del Pretendiente. Otros, y estos fuéron los mús, quedaron
fieles á la hija de Fernando VII; los unos porque la creian la heredera legítima del
trono, y otros porque partidarios del poder absoluto hasta cierto límite) no quisie-
ron el reinado de los frailes, ni el restablecimiento de la Inquisicion tan Jeseado por
el partido apostólico y por D. Cárlos, viendo tambien mayores probabilidades de
triunfo en una parte que en otra. La Guardia recibió por entonces cierto número de
oficiales nuevos liberales, y así organizada marchó al teatro de la guerra.


Justos con todos, es preciso decir en alta voz que los regimientos de la Guardia se
comportaron en todas ocasiones con admirable valor en los campos de batalla. Su
bizarría y disciplina ante el enemigo fuéron dignas del mayor elogio; aquellos cuer-
pos son acreedores á la gratitud de todos los liberales. Mas á pesar de estas eminen-
tes virtudes militares, como cuerpos privilegiados, adolecian siempre del fatal espíri-
tu que presidió á su primitiva organizacion. La rebelion de Pozuelo, la insurreccion
de Octubre de 1841 en Madrid y Zaragoza, la conducta de los oficiales de la Guardia
en 1843, ya incorporados en el ejército, son pruebas de cuán imprudente es en un
país de libertad conservar cuerpos cuyo nombre, instituto y organizacion, han tenido




- 81 -
por objeto separarlos del pueblo para identificarlos con los intereses de partido. Las
lisonjas de la córte, el modo de reclutar oficiales, la naturaleza del servicio que hacen
y hasta el nómbre que llevan, todo concurre á que estos cuerpos se consideren
como una guardia pretoriana, y por tanto de peligrosa índole, de costoso manteni-
miento, y como mantenedores en el ejército de la bandera de la desigualdad.


Por efecto de ese espíritu fatal que se habia conservado en los cuerpos de la Guardia
J. pesar de la reforma que habian sufrido, y hasta su total extincion, incorporados
en el ej ~rcito los oficiales de la Guardia, más hombres políticos y de partido que mi-
litares sumisos :.í la disciplina, fuéron los auxiliares más poderosos de la insurreccion
de 1843, á la que contribuyeron eficazmente, sirviendo sus propias convicciones,
oh'idadizos por una funesta tradicion de los deberes del militar.


Los cuerpos de Estado mayor, de ingenieros y de artillería, especie de. aristocracia
del ejército, propensa en su mayoría el ideas retrógradas se pronunciaron por la con-
trarevolucion, y se unieron á la insurrecciono


En cuanto á las carlistas procedentes del convenio de Vergara, y que el gobierno
habia tenido la imprudencia de emplear en grandísimo número en las filas del ejérci-
to, era de prener que sus simpatías serian hácia la forma de gobierno que más se
acercara á la que habian sostenido por tanto tiempo en los reales de D. Cárlos.


Si se reunen pues todas estas causas 1 si se cuenta el número de oficiales advers~­
ríos al pronunciamiento de Setiembre, los enemigos personales del Regente, los
que imbuidos de mabs tradiciones especularon su defeccion con cálculos innobles,
los que se alucinaron por falsas ap:-eciaciones de las miras del Regente, los que arras-
tró el ejemplo de sus jefes, los indiferentes y los débiles 1 se vendrá á conocer que el
ejército se hallaba en 1843 hondamente minado por todos esos males reunidos, y
que llevaba en su organizacion el gérmen de la disolucíon qne presentó entonces.


Empero apresurémonos el decirlo; en medio de tantos elementos perniciosos,
i cuántas honrosas y lli~nas excepciones no presentó el ejército en aquellos dias
de dolorosa recordacion, en que los pueblos y l::ts mihcias nacionales más liberales
trabajaban de contínuo para desmoralizar el ejército, marchando todos hácia su per-
dicion? Fué pues preciso que el general Cortinez hiciese defeccion en Barcelona,
:]lle el general Zavala de pecho tan <:rdoroso se aplomase ante una insignificante
asonada en Valencia, que el general Seoane hiciese la inexplicable retirada que
lo trajo desde el Bruch á Ardoz para que la insurreccion triunfase; pues ni en
Cataluña, ni en Valencia faltó la tropa al Regente; sino que al ver á sus generales
ei1tre~arseá la insurreccion y rendir sus espauas á las juntas, ella obedeció sin tomar
la iniciativa en la rebelion.


Prescindirémos de recordar aquí las causas incidentales que tambien contribuye-
ron á ese desenlace, y que no dejaron de tener influjo en el ánimo de los oficiales,
porque nacieron de la falta de administracion y de reglas normales de gobierno, de-
jando sobrada latitud al arbitrio ministerial de los generales; mas no ocultaJ'émos
nuestra opinion sobre un hecho que nos pare-:ió entonces una monstruosidad, y que


(i




- 82-
nos parece aún en el día, citándolo porque lo consideramos en r842 como el golpe
mortal, que debia influir malignamente en los que tenian á su cargo el mando de las
provincias. Queremos hablar de la exoneracion del Capitan general de Cataluña, el
conde de Peracamps, despues de haber sometido á Barcelona insurreccionada. Exo-
nerar á un jefe militar cuando acaha de triunfar de una espantosa rebelion, á la vis-
ta del ministro de la Guerra, fué lo mismo que decir q ne habia tenido la culpa de
aquel lamentable suceso. Si obró contra las órdenes del gobierno, se le debió exone-
rar en el momento en que se tuvo la primera noticia del rompimiento; y si al con-
trario se arregló ú las órdenes superiores, como así fué, pues allí est:lba el ministro
de la Guerra, ¿ qué significa entonces esa exoneracion? ¿ Qui~o por ventura el minis-
tro echar sobre el capitan general la responsabilidad de una mel~ida tan extrema?
Mas ¿.á quién podia alucinar, cuando el bombardeo duró once llOras á su vista sin
estorbar ni ordenar nada en contra?


Sea de esto lo que fuere, la cierto es, que al presenciar ese monstruoso ejemplo de
un castigo tras de un triunfo, el ejército de Cataluña que con tanto denuedo habia
peleado en las calles de Barcelona, donde dejó centenares de cadcíveres de los suyos,
no pudo menos de calcular cuál era el premio que daba el gobierno á los que defen-
dian su causa. Y cuando en las guerras civiles se llega <1 calcular frente á una insur-
reccion, el ánimo desmaya y la derrota es cierta. Tenemos, pues, el pleno convenci-
miento de que la conducta del ministro dt; la GG¿rra Rodil, respecto al ca['itan general
de Cataluña, Van-Halen, ha tenido un pernicioso intlu:o en el comportamiento de las
autoridades militares en el pronunciamiento de 18.-1.3. La debilidad y la inconsecuen-
cia del gobierno en los sucesos de Barcelona autorizaron las defecciones. CU~ll1do un
gobierno se abandona á sí mismo en sus principales agen ~es; cuando no sabe soste-
ner á los que se sacrifican en cumplimiento de sus deberes, ha perdido el derecho de
pedir á la generalidad de los hombres una adhesion ciega y sacrificios inddinidos.


Creemos haber suflcientemente explicado la conducta del ejército en 1843, Y las
causas primordiales que han dado lusar al abandono en que dejó al Regente del rei-
no; mas por ser de toda evidencia, estas causas no son menos deplorables y de sen-
tir, pues las circunstancias pasan y los ejemplos quedan, y los principios disolventes
de la disciplina militar que se han proclamado de 1808 acú para insurreccionar el
ejército, dejan una tradicion qu\: no ser:l fJcil desarraigar. Cuando se siembran hu-
racanes, se recogen tempestades: se ha predicado la de"ercion y se han hallado defcc-


. ciones, mas tam hien se ha perJh.1o el derecho de censura. Así es, que por m,ís que se
haga, el ejército por mucho tiempo, ú pc::ar de algun2s gloriosas excepciones, l~O
podrá ser un elemento normal y permanente de órden público. O será instrumento
de tiranía, ó de revolucion, no el guardador seyero é impasible de la ley. Las malas
tradiciones, los ascenso; escandalosos hechos en las revueltas políticas serán un
a1iciente permanente de ambiciosos, y el ejército no cumplirá dignamente su mision
en la :,ociedad. En el momento en que el ejército toma la iniciativa de deliberar,
adios ejército, adios libertad, adios órden púhlico.




- 83-
En nuestra débil opinion, el primer pensamiento de un gobierno reparador, debe


ser el de dirigir todos sus conatos con patriótico desvelo á moralizar el ejército, re-
duci¿ndolo al menor número posible. Ese gobierno tendrá más fuerza con una mi-
licia nacional bien organizada que ofrezca garantías de órden,


En el estado actual de Europa, y sobre todo de Francia, no hay por qué temer
guerras de invasion, ni hay que emprenderlas. Cada dia las conflagraciones armadas
se hacen menos probables. Adcnüs nuestra posicion geogrúfica nos pone fuera de
todo conflicto en lo q L1e pueda ocurrir en el Norte de Europa. N uestro pueblo no
gusta del ser\"icio militar, y el número de 'habitantes no es tal que se pueda sin
grave perjuicio ue la agricultura, pedirle brazos para que estos queuen ociosos é im-
productiros en las guarniciones. Nuestra Hacienda se llalla en un estauo sobrada-
mente malo para que en mucho tiempo podamos sostener el gasto de un ejército nu-
mCW::iO, que nos arruinaria sin darnos la m<Ís insignificante importancia en el ex-
tranjero, ni en los asuntos generales de Europa.


La mcuina, al contrario, es la que uebe ser objeto de la constante predileccion del
gobierno. Los cauJales empleados en crear una marina respetable nos serán de gran
interés, siniendo pare: consenarnos las magníficas colonias que aún poseemos en las
Antillas y en el mar Indiano, y para darnos una yerdadera imporrancia en el concier-
to Europeo, La cuestion de Oriente es un problema que un dia ú otro ha de tener
soluciono La Italia no ha de permanecer c:ternamente en tutela, y fuera del progreso
de las instituciones liberales. Tenemos un pié en Africa, y somos una de las princi-
pales colonias mediterrúneas. El dia en que Espaí1a posea escuadras respetables
tendr<Í. forzosamente que intenenir en todas las cuestiones que se rocen con los in-
tereses marítimos, sobre todo en el ;\'¡editerr<Íneo, y las demás potencias tendrán
que contar con el gobierno espaí101 en sus combinaciones.


I,No es una vergLienza para E~paña, que la Prusia interyenga en la cuestion de
Oriente y nosotros no) ... A adquil'ir una legítima preponderancia marítima, que nos
ha hecho perder la imbecilidad y la cobardía de los gobiernos de los dos últimos rei-
nados, deben dingirse todos nuestros desYclo~. Tenemos un plantel de intrépidos
marinos en amlns costas del Mediterráneo y del Océano; nos faltan navíos y buques
Je toJas dimensiones, mas para eso tenemos un inmenso acopio de arbolado así
en la Península, como en las Antillas y en las Filipinas. Faltan los caudales, mas el
dia en q ue lleguell1o~ á persuadirnos de que una fragata es un elemento de fuerza
lldcionalm:.1s real, nüs efectiyo mil Yece~ que un regimiento, dejarémos de emplear los
l'onJos del K,tado en mantener soldados inútiles, y lo~ destinarémos el los astilleros.
Con esta inyersion de lo~ fondos públicos en construcciones nayales, crearémos una
\erdadera fuerza que nos !e\"antarú :11 rango que debel11o~ ocupar en Europa, dismi-
nuirémos los gastos generales del Estado, y nos prcca\erémos contra los peligros
q uc un día ú otro pueden amagar nuestras preciosas colonias, y por último, devol-
\erémos á la agricLlltura y {lIa industria brazos que le son harto necesarios.




CAPÍTULO VII.


LOS PARTIDOS POLÍTICOS EN EL CÍRCULO CONSTITUCIONAL.


La naturaleza, el orígen, la composicion y las tendencias de los partidos que se
disputan el mando en el círcuio constitucional, merecen ocupar la atencion del que
quiera analizar adecuadamente el estado político de España.


Dos son estos partidos, el exaltado ó progresista y el moderado ó conser"ador.
Estas dos grandes di \ isiones tienen como es natural algunas subdivisiones, mas no
son de importancia. Ya en otra oCclsion hemos dicho y demostrado que semejantes
calificaciones son enteramente falsas (1). Desde que emití esta opinion, los aconte-
cimientos han venido á poner de manifiesto su exactitud. En 1840 los exaltados
ó progresistas se apodcraron del mando, sin dar ningura seÍ1al de exaltacion, ni rea-
lizar ningun progreso verdadero A su vez en 1843 los moderados ó conservadores
llegaron á mandar. Moderados, durante cuatro aÍ10s, se han entregado á toda la
saña, á todo el furor de ldS pasiones más violentas: conservadores, han destruido
todo lo que existia á su advenimiento al poder, hasta aquello mismo él que habian
contribuido, ó dado su plena y solemne adhesion.


Para explicar semejante contradiccion entre los nombres de los partidos y sus actos
es preciso tomarlos en su orígcn y scóuirlos en las transformaciones que han sufrido
en los treinta y nueve años que llevan de existencia. Las luchas que desde las Córtes
de Cádiz han sostenido, no han producido hasta ahora más que estériles renleltas, sin
que estas hayan alcanzado la altura de una re\'olucion. Con todo, hay en ese antago-
nismo permanente algo que anuncia la existencia de un g0rmen regenerador el cual
acabará por despuntar cambiando progresivamente el estado actual, especie de caos
en que se agita España, y fijad su suerte venidera.


(1) Historia política dI? la Hspaña 11lo~ierna, tOIllO U.




- R5 -
Con muchaantelacion al año 1810, los principios, las ideas liberales y el pundo-


nor de la dignidad nacional cruelmente ultrajada por gobiernos envilecidos, tenian
ardorosos aunque 02ultos partidarios. La imperiosa necesidad de salvar á España de
la gangrena lenta que agotaba los manantic:lÍ::s de la vida, preocupaba á muchos es-
pañoles á quienes el despotismo no habia aún corrompido. La mejor prueba de que
este trabajo silencio~o del patriotismo y de la inteligencia cundia, es que en cuanto
se reunieron i::ts Córtcs, una luz resplandeciente brotó del Congreso nacional, y se
esp<lrció deslumbr~ldora por todos los ámbit?s de la Península. Allí con asombro uni-
versal apareció una falange de o:;:ldos refon11adores. intérpretes elocuentes de las
ideas democrJticas. De las discusiones por siempre memorables de aquellas Córtes,
salió la Constitucion de 1812 regularizaLlora del poder real, que cual deshordado tor-
rente todo lo hahia invadido, manifestando hien clara:nente qlle la autoridad ilimita-
lh de los reyes bahia sido puesta en tela de juicio entre los hombres de mayor sa-
ber y de mJs acendrado patriotismo de España.


A la par que se vi .'ron esos hijos predtlectos d~ la patria adelantándose á su tiem-
po. hubo tambien un partido que entrqaJo á toJas las preocupaciones de la igno-
rancia se presentó adversario implacable de las ideas democdticas y decidido cam-
pean de las ilimitadas prerogativas reales, cuyo ejercicio pretendia convertir en
provecho propio.


De esta divergencia salieron los dos partidos conocidos en Cádiz por las denomina-
ciones de liberales y serviles, nombres que ambos justificaron, segun lo explica la
ohra nuestra ya citada. Estos dos partidos que hoy mismo se disputan la supremacía,
descienden por línea recta de los que dividian las Córtes de Cádiz, salvo los nom-
bres que han variado con las circunstancias; mas los principios y las tendencias son
las mismas. El partido mod"rado ha US:ldo en 1844 el mismo lenguaje con doña
María Cristina á su regreso de Francia, que los serviles en 1814 hablando á Fernan-
do VII á su vuelta de Valencey. Cotéjense los manifiestos púhlicos de ambas épocas
y se verá la verdad de este paralelo. El partido progresista conservando en 1840 res-
pecto á sus contrario:; las mismas ilusiones que los legisladores de Cádiz en 1814,
ha sufrido lo que aquellos á la vuelta del rey. En el primero hay los mismos cálcu-
los: en el segundo el mismo liberalismo apoca Jo; el uno no hahla más que de las
prerogativas del trono; el otro permanece en éxtasis ante una Constitucion muerta:
aquel proclama al rey de derecho divino: este cree haher realizado su mision des-
pues de haber redactado la Constitucion sin desenvolverla en' leyes orgánicas. El
precedente bosquejo, aunque corto, de ambos partidos, debe bastar para poner de ma-
nifiesto la desigualdad de semejante lucha. Entre un partido que en nombre del po-
der real todo lo cree permitido, y un partido que encastillado en vagas teorías nada
sahe practicar de cuanto puede y debe asegurar su existencia, claro es que la victoria
debe quedar por el que vive con las condiciones lógicas de sus principios. Por fortu-
na esos principios son los del mal y por lo mismo contrarios á los decretos de la Pro-
videncia, manteniéndose estériles por más ó menos tiempo con la violencia y el ter-




- ~6-
ror; mas semejantes recursos de la tiranía se gastan, y los que los han empleado tie-
nen que perecer. Esta es la historia del partido servil ó moderado de 1814 acá: su-
cumbiendo siempre bajo el peso de sus excesos y de sus errores, y leyantóndose con
el apoyo del poder real como en 18q, en 1823 con la inten:encion extranjera, y
en 1843 por el suicidio del partido progresista.


Sabido es cómo inauguró su vuelta á ESpa¡-1a Fernando VIL Derogada la Consti-
tucion, perseguidos, encarcelados ó proscritos los hombres m:\s notélbles de las
Córtes y del país, siguió e~ta encarnizada pers.ecucion durante seis años, sin .que á
pesar de todo bastase á ahogar los gérmenes de los principios proclam:ldos en C:ídiz,
y que no habian dejado de penetrar en el pueblo. El descrédito en que había queda-
do España en el congreso de Viena, á pesar de b¿lbcr mós que ninguna otra nacion
contribuido á los acontecimientos de 18 q Y la JecaJenci,l que se notaba en el reino,
fuéron apareciendo ú los ojos de todos en su yerdadera luz con los resultados del ma-
lísimo gobierno qtle dirigia al país. Se \'ió que sólo con nue\'as instituciones podía la
nacion salir de una postracion tan humillante y del piélago de miserias en que que-
daba sumida. El espectáculo de tan'tos excesos, de tamaí1<1S aberrélciones, de un des-
potismo que se iba haciendo imposible de puro despreciable, sirvió poderoslmente
á la causa del porvenir, y atrajo muchas adhesiones á la causa de la libertad. N o bas-
taba ya el antiguo hábito del sufrimiento ú hacer llevadera la tiranía, bien que tu-
viera aún hOl"ldas raíces.


Al presentar un principio nuevo los reformadores pl'csent~1l1 siempre sublimes ab-
negaciones, virtudes magnánimas; la austeridad de los principios y el amor LIe la pa-
tria campean gloriosos. Los lcgisladores de Cúdiz fuéron un n ue\'o ejemplo de esta
verdad. Si no llegaron á ver toda la m 19nitud de la mision que recibieron de la Pro-·
videncia, ú lo menos se mostraron dignos de que les fLlera confiada por su fe ardiente,
por su desprendido patriotismo, por su amor al pueblo q ,le tanto sufria.


Cuando tras las desgracias que causó la reaccion de 1814, una re\'olucion restZlble-
ció la Constitucion de Cádiz, las Córtes convocada s no presentaron el mismo aspecto;
no habia ya la misma rigidez de principios; se conocia que el despotismo habia pro-
ducido sus perniciosos efectos. Los padecimientos, las prisiones, el destierro, la
proscripcion habian visi blemen te modificado las opiniones de antiguos diputados que
acababan de ser reelegidos. Fué manitiesto que los halagos de palacio ejercian su in-
flujo en hombres que habian sufrido infinito en los presidios de Africa ó en la pros-
cripcion, á que los sentenció un rey bárbaro é ingrato.


Entre los apóstoles de las ideas que habi'an prenlecido en la redaccion del código
constitucional de Cádiz, algunos cejaban en la rigidez de principios políticos; para
otros el carácter sagrado de representante del pueblo, la santa austeridad que tanto
honró á las Córtes de Cádiz y el desprendimiento heróico que brilló en aquellos
primeros albores de la libertad, languidecian ante los cálculos de la amhicion ó de
la especulacion codiciosa. Al despertar estos primeros síntomas de una corrupcion
que debia más tarde formar escuela, hubo un grito de indignacion general, que cla-




- R7-
"ó en la frente de los desertores apodos que no ha borrado el tiempo. Dióse el nom-
bre de uno de los jefes de esta escuela j una operacion monetaria, en la cual se
creyó ver el fraude 1 y en la que tUYO parte principal el diI1l1tado cuyo nombre se dió
á las monedas reselladas. Estas manift:staciones de la honradez pública no contuvie-
ron los progresos dcl m~ll. Tales estragos hahia ya producido el despotismo y pro-
ducia la corrupcion parlamcntai'ia importada del extranjero.


Tan tristes lecciones fuéron en las Córtes de 1020 profesadas por hombres que por
desgracia ejercian funesto intlujo. Las sutilezas cOllsti tucionales. los rendimientos de
una deferencia obsequiosa para con el rey, la aristocracia y el clero reemplazaban á
los principios austeros de 1812. H uho oposicion J. las reformas por parte de hom bres
que antes las hahian ó provocado ó apoyado: se hahlah:l de amoldar España á un tipo
francés; se :lfectaba una ridícula indignClcion al consil~er~lr que el rey vivia en tutela,
sujeto :1 la 0'1111ipotellcia de las C(lrtes. Ft:rnanJo VIl era casi una YÍctima para
ciertos hombres que habian sufrido tOLlo <:>1 peso Je su detestable ti,anía. Hechos de
repente partidarios apasionados de la autorid:ld real, soñab:ln una oligarquía consti-
tucional á CU)':l sombra U1U pandilla parlamentaria y palaciega debia ejercer el man-
do. En una palabra, el Estatu to real que apareció más tarde, fué el tipo constitucional
que ú la sazon se :lcariciaba.


Dos di[mtados que lo habian sido en las Córtes de 11<,10 y de 1814 fuéron los je-
fes de esa escuela Ltoctrinari:l y de corrupcion. El conde de Toreno y D. Francisco
J\1artinez de h Rosa; amhos h:lbian sufrido las persecuciones de Fernando VII, el
primero pudo rerLF-,;iarsc en Franci:l~ el segundo fué á parar á uno de los presidios de
Africé!. RestituiLlo.; el su 1)~1tria Yel la libertad con la reyolucion de 1820, y de nuevo
nombrados diputados á C('Jrtcs, se presentaron en el Congreso en son de acérrimos
adversarios de e"a rcvolucion ú la que debían su libertad, y enarbolaron la ban-
der:l del retroceso como campeones decididos á luchar enérgicamente. Dotarlos los
dos de talento oratOriO poco comun, medio seguro de influir en un gobierno repre-
sentativo. estos dos homhres fLll1estos h:ln c:lusado el su patria males sín cuento; toda
vez que jefes de una escueh de cálculos interesados y de veleidad política, si bien no
hicieron de 1820 :l 1823 muchos prosélitos, porque en aquella época todavía se tenia
sumo respeto á los principios, nleltos al poder en 1834, y tomando su obra don-
de la dej:lron, h:ln h:lllado numerosos sectarios en una juyentud preparada por un go-
bierno corruptor, pronta á sacrificarlo todo ante los placeres y goces materiales que
da el dinero.


Asegurado Fernando VIl del apoyo que no esperaba contra los principios de la re-
\'olucion en ciertos diput:ldos, les prodig:l halagos y le faltó tiempo para entregarles
clmando, pues :lpcnas cesaron aquellas Córtes en 28 de Febrero de 1822, cuando
en 1.° de .\larzo eran ya ministros Martinez de la Rosa y otros diputados, que le se-
guian como á SLl jefe. Merced á su tolerancia, ó á la complicidad de aquel ministerio,
pudo Fernando conspirar á su sabor, y el 30 de Junio se sublevó ¡la Guardia real en
Madrid y en AndalLlcÍa. Estrellóse la rebelion militar en las bayonetas de la milicia




- 88 --
nacional y de la tropa en las calles de Madrid el 7 de Julio, dia de gloriosa y triste
memoria, pues ailí corrió sangre española vsrtida por manos espaí101as. Desapareció
impune el ministerio de Martinez de la Rosa y subieron al poder hombres adictos á
los principios de la revol ucion.


Por un efecto natural del desquiciamIento de los partidos, así que una fraccion del
partido liberal dió un paso atr<Ís en los principios de la re"olucion, huho otra frac-
cion que quiso d::lr un paso más avanzado, y se lanzó cnla exagcracion de esos mismos
principios. En aquella época las sociedddes secretas tenia n un poder inmenso. Ellas
eran las que habían preparado la revolucion, y la dominaban. Los francmasones no
tardaron en dividirse: los n1:1S fogosos, mal avenidos con la marcha que otros sec-
tarios más prudentes y m<1s cuerdos i mprimian á la revolucion, se separaron del
grande Oriente, y establecieron la Sociedad de COl/llmeros. Esta se reclutó en los
principios sin grandes escrúpulos en la eleccion de personas. No bien huho estallado
este rompimiento, cuando las opiniones divergentes degeneraron en odios profun-
dos, y una rivalidad enconada lanzó ú unos contra otros en una guerra encarnizada.


Así, pues, en los primeros dias de una re\olucion triunfante, el partido liberal se
hallaba fraccionado en tres bandos enemigos; el que capitaneahan Toreno y i\larti-
nez de la Rosa, conocido por el apodo de anilleros, los francmasones y los comune-
ros. A los embates de estas violentas enemistades, la reyolucion se anonadab2 por sí
misma, y la reaccion contrarevolucionaria iba tomando cuerpo y véllor, preparando
levantamientos en las provincias, y la interven.cion de la Francia. l\lerced á estas di-
sensiones insensatas y criminales, y gracias á las bayonetas extranjeras, á los tres
años el rey ejerció de nuevo su arbitrario y despótico poder.


Con diez años de inauditos padecimientos expiaron los liberales sus errores y
torpezas. La muerte inesperada de Fernando puso un término á tanto sufrir. Ma-
ría Cristina en los amagos de una guerra din<Ística, tm'o que aCLldir al partido libe- .
ral, mas teniendo que someterse á tan imperiosa necesidad no prevIsta en los pri-
meros dias de su Regencia, eligió por consejeros á los mismos que ya lo habian sido
de Fernando VII E'n 1822. Martinez de la Rosa, jefe de los defeccionarios de aquella
época, fué nombrado presidente del Consejo de ministros. Este llamó á sus compa-
ñeros de entonces y admitió por colega á uno de los que m<Ís ruidosamente habian
servido á los franceses en la guerra de la Independencia. El conde de Toreno, des-
echado en la primera formacion de Gabinete, tomó muy luego la cartera de Hacien-
da que anhelaba ardorosamente. Sabidas son las terribles acusaciones que se levan-
taron contra este ministro por haber coinc.idido con su estancia en el ministerio,
la adquisicion de su rápida fortuna y la negociacion de empréstitos cuantiosos.


Las exigencias de la opinion pública arrancaron á María Cristina la miserable
concesion del Estatuto Real; mas por mezquina que fuese bastó para abrir el palen-
que de las discusiones públicas. La lucha se empeñó en seguida con valor, energía y
talento por parte de la oposicion, y con astucia y amaí10s por parte de los mi-
nistros.




- 89-
Estas astucias y amaños las habían cuidadosamente estudiado el conde de Toreno


y Martinez de la Rosa durantc su estancia en Francia. Cumplidamente amaestrados
en el arte de comprar las conciencias, pronto tuvieron largo séquito de ne6fitos. Lo
que en 1820 no habia sido m:is que una pandilla, llegó á ser un partido en 1834. El
Estatuto Real daba :i la nobleza existencia política~propia, que no tuvo nunca, puesto
que en el Estamento de próceres se sentaban los grar'des por derecho hereditario,
dispens:indoles de toda investidura popular. El alto clero tambien obtuvo un lu:.~ar
preferente en ese Estamcnto. La aristocracia y el clero aplaudieron una institucion
que les otorgaba una parte tan lata y tan fá'cil en el nuevo Parlamento. Los absolu-
tistas no carlistas á falta de otra cosa mejor, se adhirieron 3 una organizacion políti-
ca que dejaba ,í la autoridad real su libre albedrio con un simulacro de gobierno re-
prescntativo. El cnjambre de empIcados y oficinistas, conociendo que no podia sa-
lir del Estatuto una reforma administrativa de los abusos, se avino gustoso con él: la
corrupcion hizo lo demás, y dc esta fusion dc intereses, todos en oposicion con la
emanciracion del pucblo y con la libertad, salió el partido que se apellidó á sí mis-
mo moderado, conservador, monárquico constitucional, todo menos lo que es y 10
que representa.


A pesar de tan poderosa coalicion de elementos reaccionarios, la opinion públic::l
se presentaba cada dia más enérgica, más atrevida y casi amenazadora. D. Francisco
Martinez de la Rosa y el conde de Toreno, uno tras otro, se hundieron en los emba-
tes de una orosicion vigorosa y de una impopularidad harto merecida. Subió al po-
der el partido progresista, pcrsonificado en D. Juan Alvarez Mendizábal. Este triunfo
debido al pronunciamiento de I?-\35, no podia menos de ser y fué efímero. Disueltas
las juntas, el partido vcncido vuelto en sí del estremecimiento que le causara ese im-
ponente aparato d-: la fuerza ciudadana, trató de volcar un ministerio popular. Em-
pezaron las intrigas, cada decreto de reforma que expedia el ministerio apresuraba un
día su caida. Con todo se llegó á conocer en palacio que no seria tan fácil volcar ese
Gabinete, mientras el partido pr03resista quedase compacto y unido á los ministros.
Resolvióse introdu~ir la desunion entre progresistas, que no sólo habian marchado
hasta entonces en la más perfecta inteligencia política, mas que unian entre sí los
vínculos de una muy antigua y casi fraternal intimidad, surtiendo tan diabólico plan
por desgracia cumplido efecto. El país vió con asombro liberales notables que habian
sufrido el infortunio, la proscripcion y una lucha no escasa de gloria, pasarse de re-
pente á los reales opuestos, y bajo la bandera que tantas yeces habian humillado,
abrir el fuego contra sus correligionarios políticos. D. Javier Istúriz) el duque de Ri-
vas y D. Antonio Alcalá Galiano, fuéron los jefes de esta ruidosa defeccion. Una vez
abanderizados en la faccion reaccionaria, permanecieron en ella fatalmente empeña-
dos, y si la reaccion les ha dado empleos lucrativos y Yanos honores, jamás han podi-
do adquirir el prestigio y las consideraciones que tuvieron entre los progresistas. Mas
esta es la suerte que espera siempre á los hombres de ánimo veleidoso y de conClen-
cia -política fá.il de enajenar.




- 9°-
Tan inaudita defeccion irritando las Córtes entonces convocadas, provocó escenas


:; las que puso término un golpe de Estado, seguido de un proEunciamiento general
I ue dió en t"erra con el Estatuto Real, yolviéndose á la Constitucion de I~I2. Reunié-
10nse Córtes Constituyentes para reformar la Constitucion en sentido monárq uico;


:as á pesar de tan impruJente e\:tension dada á las prer03ativas del trono, no bien
~':: acababa de promulgar la COllstitucion de 1~37, cuando un motín militar puso en
peligro la existencia del nueyo Código fundamental. Aquella conspiracion abortó,
mas bastaron los conatos para abrir el paso del poder al partido re~lccionario 9ue no
tuvo á menos el tomar por jefe á un antiguo compaí1ero de Calomarde, el conde de
Ofalia.


De 1837 á 18-1-0, el partido progresista en minoría en las Córtes, luchó con tino,
con constancia y admirable union los planes retrógrados de la mayoría; mas al paso
que disminuian los peligros de la guerra, el partido reaccionario que sólo refrenaba
el ascendiente del general en jefe del ejército, disimulaba cada dia menos sus pL:!nes.
Un instinto de la propia conservacion y el prc~entimientodel porveniL mantm'ieron
al partido progresistc1 en perfecta union, y preparado á una lucha desesperada si era
necesaria. E~tado tJn violento tUYO por desenlace el pronunciamiento de Setiemhre
de 1840, quedando en él Hncido pero intacto el bando reaccionario. Su [)oderoso
Jefe habia abandonado el suelo españoL mas residia á las puertas de la Península y
tema á su disposition medios deaccion inmensos. Este jefe era la madre de una rei-
na de pocos aiÍos. Reina tambien y de la familia de Borhon, J\laría Cristina tenia dos
hijas que casar. aliciente harto halagüeño par;-¡ la córte de N euilly que contaba mu-
chos varones. El gobierno francés entró desde luego en todos los planes de l\LuÍa
Cristina y del hando reaccionario que le asegurahan paro su dia un int1ujo eXClusivo
en España, un trono, ó un riquísimo dote por lo menos con todas las eH~ntualidades
á ese mismo trono, si se fornnban enlaces entre las hij~lS de Fernando VII y los
príncipes de la casa de Orleans. Sabido es cómo todo se ha realizado á medida de
los deseos de la dinastía de Julio.


En el alborozo de su triunfo, el partido progresista no supo combinar el rigor de
las reclusiones qLle exigian el honor, la tranquilidad del país y la consolidacion de su
mando, con la moderacion y lcl tolerancia. Teniendo al frente en.emigos irreconcilia-
bles, acti\"os, poderosos, no supo el partido progresista acahar con esa conspiracíon
permanentr:, cada dia más amenazadora. Con todo, mientras el gobierno y lcls Córtes
se mantenian unidos, los reaccionarios, si hien podian procurar luchas sangrientas,
su triunfo era im¡~osible; la discusion era la única brecha por donde podian los reac-
cionarios volver al mand.o. A ahrir e,e boquete se dirigieron todos sus esfuerzos.


Estalló la conspiracion militar de Octubre de 1841, y aunque sofocada, sus conse-
cuencias fuéron más úaalcs á los yenccdores que á los vencidos, pues estalló una de-
plorable excision entre el ministerio y el Congreso so~re los medios empleados
contra lo's reaccionarios sublevados y los agitadores de Barcelona, que vino á oscu-
recer el horizonte político. Diputados esclarecidos creyeron que debian censurar al-




-- 9 1
tamente medidas parecidas á las adoptadas años atrás por sus contrarios que tanta
crítica les habian merecido. En esta yiolenta oposicion se olvidaron esos diputados
de que sin sacrificar jamLÍs los huenos principios , la oposi.:ion que se hace á yeces á
sus propios amig-os políticos, cuando se han eqlliyocodo , nunca debe parecerse ;j la
que se hace LÍ enemig-os declarados de las instituciones. Hubo una lamentable exage-
racion y una suma imprudencia en la oposicion que se leyantó en el Congreso con-
tra los ministros de d"-.p, Exageracion, porque los 3005 de aquellos ministtos él
qllienes nadie neg-aba un patriotismo y una honradez política el toda prueba no me-
recia ta~l etlcol1c1da ira: im['rudcncia, porque: censurando con tanta acrimonia 6, mi-
nistros que habian \'(~ncido la rebe:lion , se indemnizaba á los conspiradores de la
derrota sufrida. El bando reaccionario apro\'echó con extremada pericia y no menos
inmoralidad estas disensiones; las enconó por todos los medios que estaban á su 81-
c[ltlce , y elwalentonados con las teorías profesadas en esta triste discusion sobre los
medios de: sofocar una rebclion, no tardaron nuevos conspiradores en levantar otra
\'ez la ban,lera en Barcelona. Ya se verá cuando lleguemos á esa pLÍgina sangrienta de,
nuestras discordic1s, quién diri,:.;ió esa horrible catástrofe. Vencida la rebelion fué
nut;>va ocasion de m(¡s profunda di,'ision entre el sobierno y el Congreso, de que sa-
lió la fatal coalicion de una parte del bando progresista con los reaccionarios, y que
produjo el pronunciamiento de l\'layo, el triunfo de la reaccion y en seguida la
muerte de todo el ¡lartido progresista.


Este ha sido el Ctltimo desmembramiento; mas apresurémonos á decir que tras la
des~racia f.icneral, hemos listo actos de exquisita moralidad. Cuando hombres hon-
rados que por efecto de un error inaudi to creyeron q ue un~1 generosa reconciliacion
con sus contrarios, era un medio de asegurar la paz al país, eSí'erando Y querien-
do consen'ar la pureza de :-iUS principios, ad\'irtieron que habian sido engalÍ.ados, se
replegaron cll momento al gremio de su fé y de sus correligionarios políticos, y dieron
pasto con tesan y l1rmezas LÍ odios y venganzas atroces por parte de sus aliados.
E'ita ha sido la primera "ez que progresistas engaÍ1ados han tenido la noble ente-
reza de reconocer su error, repudiando solemnemente una ali~lnza impura, \' ,,01-
yiendo al campo pro:c;resista que no quisieron, que no creyeron nunca abandonar'
En CLl~\I1to á lo..;; que en la cO~1licion buscaron una infc1me especulacion, un C~1m1l10
:í la fortuna , allú se han quedado purgando en su conciencia su apostasía y su per-
JLlno.


Resumiendo la historia de los partidos que hablan el lenguaje constitucional, y re-
trocediendo hasta su orígen, \el1lOS que d partido hoy llamado moderado ó conser-
\[ldor, y tan propiamente calilicado en Cí.diz de sen'il. se compone de los absolutis-
tas no carlisuls incorporúndose ú él poco á poco todos los desertores del partido pro-
gresista, LÍ. quienes el sistema de corrupcion traido de Francia ha ido desmembrando,
y de los especul<h.iores políticos que no hallando fortuna entre pro~rcsistas han ido á
probarla en el bando 0i'uesto, consiguiéndolo la mayor parte. No se limita sin duda
todo el partido :1 estas cdtegorías. Cuéntanse hombres honradísimos 1 mLÍs avezados




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á rancias tareas y envejecidas ideas que no forman número, ni dirigen, ni tienen in-
flujo en el partido.


El progresista tiene un noble y glorioso orígen 1 que ha conservado mientras han
vivido los esclarecidos adalides que con tanto brillo figuraron en las Córtes de Cádiz;
y entre sus discípulos han quedado por lo general sus virtudes de desprendimiento y
de honradez, así como tambien sus ingénuas ilusiones, purificándose este partido en
las defecciones que ha ido sufriendo. Lo que ha perdido en número lo ha ganado en
prestigio. En 1843 por una reunion de fatales sucesos 1 el p~\rtido progresista s~ en-
contró en una crísis de desmembramiento 1 como una de tantas \Íci:jitudes que nada
tienen de nuevo ni de extraordinario en la historia de los partidos. Esperemos al
menos que los acontecimientos que han seguido á aquella aciaga des un ion tendrán un
influjo providencial en el porvenir de la libertad. La experiencia es la que ensena á
los hombres, en el infortunio es donde las almas toman acerado temple. De hoy
más los progresistas no pueden ya argüir de error involuntario; conocen á sus con-
trarios; una ilusion no es ya admisibl(?, podrémos tal vez contar con nuevos deserto-
res, mas ya no puede en el partido progresista haber quien diga «me han enganado
mis contrarios.»




CAPITULO VIII.


INFLUENCIA EXTRANJERA.


Siempre que hemos oido hablar de influjo extranjero en España, en el verdadero
sentido de la palabra, ha sido para nosotros ocasion de sorpresa y de profunda pena,
preguntándonos en balde qué es lo que en Francia entendian ministros, diputados y
publicista,> hablando de lajusta influencia en la Francia en los negocios de España;
influencia que segun ellos seguia los vaivenes de nuestros partidos, pasando á la In-
glaterra cuando el poder está en manos de los progresistas, adquiriéndola la Francia
cuando manda el bando retrógrado.


Preciso es que la historia de las relaciones internacionales entre Francia y España
no haya dejado recuerdo alguno en la memoria de los hombres políticos franceses,
para que á la vuelta de 150 años de triste experiencia acaricien todavía el halago de
esa influencia, ensueií.o de Luis XIV, en cuya rcalizacion agotó aquel orgulloso m0 4
narca todas las fuerzas de la Francia .
• Los que conocen realmente á Espaí1a y la índole de sus moradores se admirarán
siempre de que se pretenda ejercer un dominio político, fundado en torpes intrigas
de camarilla, precisamente en un país en que ningun hombre político puede jactar-
se de haberlo ejercido de un modo duradero; y no es de suponer que los gobiernos
extranjeros tengan la pretension de dominar directamente la nacion, cuando esta
ningun jéfr: permanente admite, ni reconoce el dominio de nadie. En el roce inme-
diato que hemos tenido con los negocios de nuestro país, como en el estudio concien-
zudo que hemos hecho de su historia, confesamos que hemos tropezado con muchas
intrigas, y visto muchas miserables maquinaciones en muchos anales. Hemos por
tanto debido conocer que esas intrigas, esas maquinaciones han causado grandes
males á los que las sufrian y tambien a los que las agitaban; mas en ningun caso he-




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mos hallado rastro de una verdadera influencia de los gobiernos extranjeros, pues no
nos es posible dar este nombre á una política que se reduce á sembrar la division en-
tre hombres que son llamados á vivir en una comunion fraternal de principios, de
ideas y de intereses. Y como en todas las épocas no hemos \Ísto otra cosa más, como
resultado de la influencia extranjera, sino los que acabamos de indicar, hemos venido
á parar á esta conclusion, que lo que entendemos por influencia extranjera es muy
distinto de lo que propiamente se llama a::,í en la fraseologia política. Entonces he-
mos analizado el sentido de la palabra influencia como se entiende en Francia, res-
pecto á Espaí1a, comparúndolo con el sentido que nosotros damos á esa p~lla¡)ra.


Por influencia política entendemos la accion fecunda y pacílica del entendimiento
humano y de la ciencia egercida con un fin moral, religioso y civilizador por un pue-
blo respecto de otro qUé por circunstancias peculiares se ha rezagado en el camino del
progreso. Se nos figuraba que por influencia se entendia la reunion de los esfuerzos
del entendimiento para dirigir las naciones húcia ese principio de unidad de doctrinas
y de intereses, quitando las barreras que separan ú los hombres, para ,congregarlos en
una sola y numerosa familia~ suponiamos que la intluencia de una nacion más rica de
saber, de experiencia y de buenos principios administrativos consi:-,tia en ayudar con
sus luces á las que de ella necesitasen, propagando aquellos principios, defendiendo
aquellas luces, publicando los resultados de aquella experiencia, y creiamos por tino
que no se debía aspirar ú otro influjo que al de la moral, al de lo hueno y al de lo jus-
to, y de cuanto pueda apron~char al género humano con un fin religioso, social, in-
telectual, y de un bienestar general.


Muy equi\-ocados andabamos; y viendo que nada de esto tenia en sí ese afan de in-
fluencia tan ardorosa, llegamos á COnYlnCernos de que el influjo detrús del cual cor-
ria desalado el gobIerno francés era pueril, mezquino, torpe, fatal; era una in5pira-
cion del génio del mal, un deseo desordenado de dominio, un antagonismo insensato
respecto á In;~laterra, buscando un terreno donde extenderse, y eligiendo clcle nues-
tra Península para dar suelta á ridículas pretensiones. ;\las entonces ¿cómo homhres
qLle hablan con tanto orgullo de su esmerada civilizacion, son ellos los primeros en
solicitar esa intluencia que no es m:ls que un elemento de anarquia para Espaíla, ú
la par que una ocasion de desavenencia interr:.acionaP


Confesamos que ú cada nueva discusion nuestra sorpresa crecia, pues leia, ó yeia
pedir una influencia l1cticia, peligrosa, cLlando la mús n0 1)le y la mús gloriosa se pre-
sentaba sin esfuerzos de naLlie y sin oposicion ninguna. N os ex [)licarémos y nos da-
rémos la enhorabuena si conseguimos la ~icha de poner de manifiesto la verd,¡d,
tratando la cucstion de la intiucncia extranjera en Espaúa, limitándonos ú Francia é
Inglaterra.


La Francia ejerce en Espai1a una influencia inmensa, tal como nosotros la conce-
bimos y dejamos explicada. Todo contrihu~"e ú darsela por la fuerzd dc las cosas, y
sin echar mano de los mIserables servicios de una diplomacia ignorante, chismosa y
enredadora.




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Las contínuas revueltas que agitan la Península de 1814 acá, que alcanzan alterna-


tivamente á todos los partidos, han llevado á Francia un número infinito de españoles.
No hay persona de tal ó cual importancia política que no haya visitado Paris, y
muchos han conservado una memoria grata de la generosa hospitalidad que de los
franceses recibieron, habiendo entablado con ellos relaciones de estrecha intimidad.
:\luchos jóvenes se han educado en Paris, y toJo español de mediana educacion tra-
duce el franc<':s cuando no lo habla. La lIteratura francesa es la base, generalmente
hablando, de los estudios de los españoles, principalmente en las ciencias. Los diarios
dt: Francia son leidos por todos los hombres políticos, y los folletines franceses ali-
mentan exclusi\"amente los de la prensa periodística española. En el teatro no se
oyen más que traducciones francesas. Las modas ejercen su absolutismo en Espaí1a,
en el vestir, en los muebles, en los hábitos de las clases superiores y hasta en sus mo-
dales: la graciosa mantilla y la voluptuosa basquií1a van siendo reemplazadas por
esos feísimos sombreros y por el prosáico traje francés.


Hé aquÍ una intiuencia adquirida sin trabajo y fecunda en resultados provechosos
para las dos naciones. En esto no se cruzan intrigas, no es obra de alguno en parti-
cular, es la de todos en general; tiene por lo mismo el relevante mérito de no herir
susceptibilidad alguna por asombradiza que sea. Podrá ser que el amor propio de al-
gun espalÍ.ol rincio, sufra á causa de esa invasion que destruye el tipo original de la
nacion, mas ¿:l qui<':n se quejará cuando de seguro él mismo se hallará presa de un
contagio de buena ley? Tal "ez no habria que hacer muchas pesquisas en su perso-
na ó en su casa para tener una prenda material de que no se ha librado del todo de
esa inOuencia.


Semejante conquista no ha costado una lágrima, ni un sinsabor, y ha producido una
interinidad beneficiosa entre las dos naciones. Una y otra han deseado seguramente
que la consecuencia inmediata de este contacto íntimo de la "ida intelectual y soci:11
fuese y sea un "ínculo político, fraternal, indisoluble. Entregadas á sí mismas Espa~1a
y Francia se hubieran unido en un centro da accion indestructible; mas los gobier-
nos han querido otra cosa; los intereses dinásticos han reemplazado en todas las oca-
siones á los de las naciones, y de ese de,wÍo de la verdadera política internacional
han resultado guerras asoladoras, calamidades incalculables para ambas naciones,
cuando todo las convidaba ú una union fraternal. Hé aquí cómo el influjo que se ha
pretendido ejercer, ha maleado el que se tenia naturalmcnte, sacrificando la única in·
fluencia que dcbia bastar á la ~loria de Francia, pues era un justo homenaje rendi-
do él su iniciativa política y civilizadora] ú los trabajos cientíticos de sus más pre·
claros ingenios.


Hace siglo y medio que el sistema funesto de un influjo político ejercido por la
Francia en España nació en el pensamiento de Luis XIV, y desde aquel reinado to-
dos los gobiernos que ha tenido Francia, han seguido el mismo sistema poniendo en
su realizacion un em peÍ10 constante y recogiendo por resultado nuevos desengaños
y males sin cuento. Hay en Francia tal afan de recordar lo que se llama la obra mag-




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na de Luis XIV, que preciso es tambien recordar cuáles han sido los resultados de
ese funesto legado aceptado por Luis XV, N apoleon, la Restauracion y la revolucion
de Julio.


Los sacrificios que Francia tuvo que hacer en fuerza de las pretensiones de
Luis XIV de mandar en España, fuéron inmensos y el mismo rey que los impuso á
su país llegó por último á desear que Felipe V renunciase á esa corona, cuya pose-
sion habia arruinado la Francia y atraidole desastres. Luis XIV rogó y suplicó á su
nieto que renunciase al trono de España, á lo que se negó Felipe V. A pesar de tan-
tos tesoros, de tanta. sangre vertida, de la intrusion en los negocios públicos de Es-
paña puestos á cargo de la princesa de los U rsinos, fundadora de esa camarilla que
desde entonces existe en el palacio de Madrid, ¿qué influjo obtuvo Luis XIV en Es-
paña? ninguno; como no se llame influjo á esas miserables intrigas palaciegas.


En cuanto murió Luis XIV, Felipe V fraguó una conspiracion contra el Regente de
Francia. ~u embajador en Paris, príncipe de Cellamare, asocia para su crimálal pro-
yecto á una princesa sedienta de ambicion y de odio contra el Regente, la duquesa
de Maine. Descubiertas sus maquinaciones para encender y asalariar la guerra civil
en Francia) el embajador español es arrestado y desterrado de Francia. ¿ Es este in-
flujo la obra de Luis XIV? ¡.Lo hallarémos en las guerras que estallaron en Espaí1a y
Francia, en los primeros aí10s del reinado de Luis XIV? ¿Se citará acaso el VIcto de
familia, conquista del espíritu de intriga, como un heneficioso resultado del influjo
de la Francia? Allí están los tratados vergonzosos de 1763, Y el de 1 7~3 que firma-
ran España y Francia con mengua de su honor y de su dignidad, sin contar los in-
mensos sacrificios que costaron las negociaciones que precedieron (¡ esas guerras.


En 1808 N apoleon ejercia en la juventud española un ascendiente mágico: los
hombres más ilustrados de España con entusiasta admiraciori. contemplaban á ese
hombre extraordinario. Tojo Jo poJia N apoleon en Espaí1a, dirigiéndose á los nohles
instintos de la nacion, mas desconociendo esto, hizo prevalecer el dominio material
y siguiendo el ejemplo de Luis XIV, quiso el trono de España para su familia, pro-
vocó una guerra horrible, guerra de destruccion para la Península, para la Francia,
para el mismo Napoleon, resultado tristemente confesado en estas palabras del pri-
sionero de Santa Elena: «la guerra de España fué una verdadera plaga y la causa pri-
mordial de las desgracias de la Francia: ella es la que me ha perdido.»


La restauracion tambien aspiró al dominio de España. El vizconde de Chate~lU­
briand tuvo ensueños dorados; la dinastía de Luis XIV, {¡ quien l~ Providencia re-
servaba muy cortos años de duracion, debia, ·en la opinion del ilustre poeta, extender
sus ramas hasta las Américas. En vez de emprender una ohra de union civilizadora
entre ambas naciones, en la cual Francia podia ganar renombre ejerciendo una noble
y grandio:;a influencia, se acudió {l la fuerza brutal para destruir la libertad en Es-
paña: la restauracion se hizo el campeon del despotismo mon{¡rquico y del espíritu
monacal; quiso el mal por el mal. Mas ¿ qué'ganó en ello? En la ohra del vizconde
de Chateaubriani, el congreso de Verona, es donde hay que.' leer los beneficios que




- 97-
sacó la Francia de su intervencion liberticida. Allí es de ver el desprecio, la insolen-
cia, hasta la ingratitud, con que Fernando VII y sus ministros pagaron el servicio
que recibieron de las hayonetas extranjeras, á quienes debieron la toma de posesion
de un poder absoluto. La Francia gastó sumas cuantiosas para hacer una vez más el
mal en España, y la restauracion, despreciada por los absolutistas de la Península,
aborrecida por los liberales españoles y mirada con mayor desconfianza por los de
Francia, dió un paso avanzado húcia el abismo donde debia perderse, y el afan de
dominio recibió un nuevo desengaño.


En 1833 estalla en Espaín una guerra de principios con banderas dinásticas; el
tratado de la cuádruple alianza se firma, ofreciéndose entonces á la Francia una por-
tentosa ocasion de subsanar los atentados del Imperio y de la Restauracion, evitar el
derramamiento de sangre, asistir á España en su trabajosa regeneracion, proteger
su libertad sin atentar á su independencia, indemnizar con servicios prestados á la
causa del progreso las desgracias de 1808 Y de 1823, Y hacer de España agradecida
y fuerte la primera, la mejor de las alianzas de Francia Hé aquí las bases de una jus-
ta influencia que no hubieran hallado á nadie en el partido liberal que las combatiese.
En HZ de esto ¿ q ué se hizo? ¿ qué influencia se ha querido ejercer, y cuál se ha con-
seguido? No lo dirémos nosotros: los hechos son sobradamente públicos, y todos
los conocen. ¿ El afdn de nueva alianza de familia entre la dinastía de Orleans y la de
España, á qué ha venido á parar?


Así, pues, el influjo que han pretendido ejercer en España todos los gobiernos que
ha tenido la Francia de siglo y medio acú , ha sido el del dominio material en su peor
aplicacion, pues que este no se puede ejercer sino por medio de intrigas palaciegas,
provocando los partidos á una guerra intestina, presentándose aliados de los que se
ofrezcan á llevar adelante esos planes de influencia inmoral, con el fin de dar cima á
sus propios proyectos de absolutismo brutal.


Cuando los diputados y publicistas franceses han echado en cara á sus gobiernos
una política que menguaba su influencia en España, han dicho una verdad más posi-
tiva de lo que ellos mismos se figuraban: mas reduciendo en seguida esta cuestion á
proporciones mezquinas, daban á conocer muy á las claras la pobreza de sus propias
ideas. Sus reconvenciones ceñidas á una rivalidad imaginaria, al antagonismo inglés,
carecia de objeto. En vez de atacar á los ministros por la pérdida de una soñada in-
fluencia, cediendo ú la de Inglaterra, lo que debian decirles era que la influencia que
pretendian ejercer, mataba la que realmente podia tener la Francia, de suyo bastante
grande para aspirar á que su natural influencia necesite de intrigas diplomáticas. La
Francia 'se basta á sí misma por el solo ascendiente de sus fuerzas intelectuales y esta
intervcncion moral nadie la rechazaba porque no se dirige á ningun partido, sino so-
lamente á las ideas civilizadoras, á la union, á los instintos de la libertad y al bien
procomunal de todos. Las intrigas rateras de los gobiernos de Francia son las que
siempre han maleado la única influencia posible á que se debe aspirar Esto no se ha
conocido en Francia, y por esta falta de conocimiento, han andado los estadistas


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franceses por los senderos trillados de una diplomacia añeja, que data de la obra de
Luis XIV. Allá se la califica de grandiosa, cuando fué bien mezquina; se la llama
francesa, cuando no fué más que Borbónica. Así es que hasta ahora en todos los
discursos de los oradores de la o¡)osicion relatiyos á los asuntos de España, ha pre-
valecido ese espíritu de dominio insultante, injusto, funesto é imposible, y á veces los
hombres eminentes que han enarbolado más resueltamente la bandera de las ideas
sociales más avanzadas, al tratar de Esraña, han emitido opiniones más mezquinas
que las de los ministros siendo más retrógrados que ellos, circunstancia que provocó
al senador D. Facundo Infante el decir en la tribuna, tratando de los discursos pro-
nunciados en la Cámara francesa en la sesion del 2 de MJrzo de r8-f3, que recha-
zando así los principios de Lamartine como los de Guizot respecto á España, si se
viera en la precision de optar por la política de uno de ellos, se atendria á la del
segundo.


Mediten los estadistas de la nueva Francia con pausa y cordura la política interna-
cional seguida de si~lo y medio acit por los gobiernos anteriores, y llegarán á conven-
cerse de que si el porVenir no ha de parecerse á lo pasado, hay que renunciar al es-
píritu de dominio, para que prey;:¡]ezCél11 pensamientos más elevados, méÍ.s generosos,
más útiles. Las desgracias que mancomunadamente hrln sufrido las dos naciones, de
resultas de esa política extréwiada, absueh'en á la Francirl de toda comrlicidad en
ese sistema, y gracias á Dios los espaí10les somos bastante justos y sobradamente
ilustrados para conocer que la nacion fr-ancesa no es responsable de los males que sus
gobiernos han causado á la Denínsula, y ningun resentimiento ha sobrevivido á las
caté1strofesde 1~0~, de rfh3 y de 1843.


En las contiendas fatales que han agitado él España, los gobiernos franceses, inter-
pretando adhesiones interesadas, han adoptado por suyo un partido, porque en él
hallaban hombres dispuestos el aceptar el apoyo de los extranjeros para satisfacer sus
propias pasiones. Ya hemos dicho lo que el vizconde de Chateaubriand nos refiere
de la gratitud de Fernando VII y de sus ministros. En estos últimos tiempos, cuando
vencido D. Cirios, no hubo ya méís que dos partidos en la escena política 1 el minis-
terio francés adoptó uno de ellos, y dióle el nombre de partido francés. ¿ Qué signi-
fica esta opinion proclamada en la tribuna? Que existia un YÍnculo positivo entre los
hombres de opiniones retrógradas en Espaí1a y los de Francia. ¿Quién lo duda'? Que
ministros franceses 1 teniendo por mision especial durante el reinado de Luis Fe-
lipe, el anonadar la reyolucion de Julio de 1830 en sus consec'..~encias más natura-
les, aplaudieran los esfuerzos intentados el) España para aCribar con la libertad y las
instituciones, nada méÍs racional ni más lógico. Los hombres poseidos de un odio
político, lo extienden á todo indiYíduo que profesa principios contrarios; así fué que
los ministros franceses no disimulaban su antipatía á los progresistas españoles,
igual á la que les inspiraba la oposicion en su propio país. Los ministros franceses se
han esmerado por tanto en presentar el bando reaccionario de España, como muy
adicto á la Francia, y este arJid no ha dejado de hacer ilusion á muchas personas




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muy liberales. Si esto fuera verdad, seria preciso convenir en que por una fatalidad
inexplicable la bandera de Francia no se puede presentar en España sino unida á la
de la reaccion contra la libertad, y dudamos que los:franceses acepten esa solidaridad,
que los ministros de Luis Felipe y sus adherentes en España han querido estable-
cer entre Francia, y los que en ella mandaban.


Hay en EspaDa un partido cuyas tendencias políticas son las de los ministros fran-
ceses del último reinado; un partido que pone en prúctica por su cuenta el sistema
de corrupcion, el desenfreno del agiotaje que ha sei'lalado con especialidad los últi-
mos años de aquel reinado, que se amolda á las máximas de aquellos ministros, si-
guiendo su junta de gobierno, y en premio de esa imitacion servil del mal, ha reci-
bido aplausos y apoyo de los gobernantes franceses. Sin embargo, decia Guizot en
la tribuna, que aquel era el partido francés, y que los progresistas formaban un par-
tido anti-francés, y por consiguiente inglés. Esta última calumnia tuvo suerte, y el
desclrado ardid del ministro halló acogida. Una vez admitida con lamentable facili-
dad, sin examinar los hechos, los liberales francese:, han confundido en su aí1eja oje-
riza contra la Inglaterra ú los progre:iistas, por adictos á esta. Sucedió, pues, que
cuando en 1843 una formidable conspiracion anudada y protegida por el ministerio
Guizot, dió el podE'r al partido calificado de francés por este ministro; cuando ese
partido entregándose á la más espantosa reaccion, hubo destruido la libertad, hecho
trizas la Constitucion, conculcado todas las leyes, derramado sangre sin medida, en-
tre los autores y promovedores de estos excesos hubo un cambio de condecoracio-
nes que manifestaba la mútua satisfaccion y la complicidad palpable; mas no se ha116
en las Cúmaras una sola voz para pedir cuenta á los ministros de la calificacion de
partido francés, dada á unos hombre:; que habian llevado la osadía hasta la inaudita
iniquidad de poner toda la Península en estado de sitio, iniquidad premiada con
bandas de la Legion de Honor, agradecidas estas con otras bandas españolas yeoila-
res del Toison ¡Cuál era el orígen de esa aquiescencia tácita de la oposicion fran-
cesa á un crÍmen político horroroso? U na soh; el temor de que una protesta contra
semejantes atentados, cuya gravedad era tan de bulto como lo era la complicidad
del gobierno francés, fuese en pró de la inrluencia inglesa; y ante esa miserable con-
sideracion, permanecieron mudos en sus escatÍ.os hombres generosos. ¡Tan arraiga-
do es eí antagonismo, que crea fantasmas por do quiera en el ánimo de los franceses
tratándose de la Inglaterra! •


Si es pues muy cierto que hay en Espan.a un partido que ha recibido sus inspira-
ciones del gabinete de las Tullerías 1 es falso, altamente falso que sea un partido
francés,es al contrario anti-francés en el sentido de simpatías internacionales; no es
más que ministerial francés y los ministros de aquella época á buen seguro no re-
presentaban á la Francia como lo han demostrlldo los acontecimientos de T 848. Si
es tambien muy cierto, que el partido progresista ha c.ombatido constantemente la
política ratera de los ministros franceses respecto á España, y sus pretensiones de
dominarla, es tambien falso y falsísimo que ese partido sea anti-francés; pues á la




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par que ha rechazado un protectorado insultante, y clamado por la independencia
de la nacion, jamás ha mancomunado la Francia con sus ministros. Abrase el Diario
de las Córtes, y se yerá que los principales oradores del Senado y del Congreso han
proclamado altamente su respeto á la nacion francesa y sus simpatías en favor de
la Francia revolucionaria, recordando en cuantas ocasiones se han presentado lo que
muchos españoles han debido á la hospitalidad francesa. Dudamos que se encuentre
nada parecido en los discursos de los oradores del partido retrógrado llamado por
antonomasia partido francés. Jamás ha salido de sus labios una palabra en favor de
la Francia liberal, y si algun dia la libertad francesa se hallase amenazada por coali-
ciones extranjeras, no serian los hombres que se dice componen el partido francés
los últimos en coaligarse contra la Francia.


Creo haber demostrado, que la influencia que honrada y legitima mente puede de-
sear ejercer una nacion vecina, Francia la ejerce sin esfuerzo por su parte, sin resis-
tencia por la nuestra; pues todos y cada uno contribuyen á que así sea. Más que el
influjo que se pretende alcanzar por medios repro:,ados, lo que se quiere ejercer de
gobierno á gobierno en nuestros dias, sobre ser un sueño, es un mal, y cuanto se
hace con ese objeto .es contrario á lo que justamente se debe desear; y que reducido
á un espíritu de dominio material y violento, ha sido funesto á las dos naciones, y
que por último, ceñido á un pueril antagonismo contra la Inglaterra, es una necedad
y un contrasentido.


Pasemos á tratar ahora de la influencia inglesa.
Entre las causas que crean relaciones peculiares entre la Península y la Francia, á


más de su contacto territorial, ninguna existe respecto de la Inglaterra. Pocos son
los españoles que conocen el idioma inglés, y menos los que le hablan; por tanto,
el influjo de la prensa y de la literatura hritánica es nulo. Los emigrados del año 23,
que del gobierno inglés y de su nacion merecieron t:1n generosa como simpática hos-
pitalidad, formaron pocas relaciones sociales en el país, así por la ignorancia del idio-
ma, como por la notable diferencia de costumbres, obstáculos todos á la intimidad
de relaciones que crea vínculos duraderos. Los emigrados, al volver á su patria tras
de once años de cruel destierro, no llevaron consigo más que la memoria del bien
recibido y el justo sentimiento de una eterna gratitud, tributo debido á la más gene-
rosa hospitalidad.


Dirémos con qué ohjeto fué inyentada en Francia, y adoptada por un partido la
acusacion lanzada al partido progresista, de un rendimiento servil á la Inglaterra;
mas véase la inconsecuencia de la invencion. Durante los primeros diez años del
reinado de Luis Felipe la alianza inglesa era por ministros y Cámaras á porfia en-
salzada; las ventajas de una política mancomunada de los dos países, eran proclama-
das por todos: la mayoría de los diarios de París formaban eco á las alabanzas prodi-
gadas á esa íntima union con Inglaterra; por entonces no se hizo caso de la califica-
cion de anglomanía dada ya en aquella época al pa rtido progresista. En su engre-
miento entusiasta en favor de la alianza inglesa, la Francia permitia á los españoles




- 101 -


participar de esa predileccion; mas sobrevino el tratado del 1 S de Julio de 1844, que
despertó los añejos odios hácia la Inglaterra, y desde luego fuímos denunciados como
servilmente vendidos á la influencia británica los españoles que abogábamos por esa
alianza tan cacareada durante diez años en Francia. No hay que preguntar á los que
así nos han calumniado, en qué fundaban sus acusaciones, pues lo ignoraban: basta-
ba que se hubiera dicho, para que el hecho fuese admitido por cierto y seguro. La
iniciativa de ese clamoreo la tomó un estadista que en 1836 habia dejado la presi-
dencia del Consejo de ministros, antes que abandonar la línea de política que habia
adoptado respecto á España. Quiero hablar de un ruidoso artículo intitulado
Oriente y España, publicado en la Revista de ambos A1undos de 1.° de Agosto
de r840' La opinion general lo atribuyó á la pluma de Mr. Thiers J vuelto porenton-
ces á la presidencia del Consejo; mas SI no fué de su propia redaccion, fué un refle-
jo fiel de su pensamiento, y seguramente puesto de órden suya. Esa diatriba injusta,
impolítica hasta lo sumo, la inspiró la coincidencia de los acontecimientos de Barce-
lona por Julio de 1840, Y el tratado firmado en Lóndres el 15 de dicho mes; y cuen-
ta que si Mr. Thiers creia realmente posible una guerra europea, y si sus aprestos
belicosos eran el resultado de su conviccion, pareciera que su primer pensamiento
debiera ser asegurar la alianza de España, que en aquel momento podia presentar en
línea doscientos mil soldados aguerridos, y cuando menos, importaba ante todo ase-
gurarse de la neutralidad de España, si habian de marchar al Rhin las tropas france-
sas. En este caso, ¿á qué venia este artículo de injurias, de insultos contra el partido
progresista, el ejército español y su jefe? Si las ínfulas guerreras de Mr. Thiers no
hubiesen sido una ridícula hojarasca, dejando tras de sí un déficit en el Tesoro, y el re-
cinto de fortificaciones que ciñe Paris, ese ataque inaudito fué una lamentable in-
consecuencia.


La influencia inglesa en España es una de aquellas vulgaridades que se aceptan
ciegamente en Francia, porque siempre que se trata de la-Gran Bretaña hay una pre-
disposicion natural en todo francés, por imparcial que sea, á la pasion y al resenti-
miento. Mas como todas las artimaí1as de la diplomacia no han conseguido jamás
otra con que el desórden en la Península, y cuando el pesar de todas las intrigas de
camarilla, no se ha conseguido más influjo que el de hacer el mal, ¿qué será con la
diplomacia inglesa, cuyo único afan es el promover intereses materiales, en lo que
va poco versada la camarilla? Es verdad, los que hablan del infl ujo de los agentes di-
plomáticos ingleses durante la regencia del duque de la Victoria se burlan de la cre-
dulidad pública. En aquella época hubo algunas cuestiones importantes entre los dos
gobiernós, ya dirémos qué solucion tuvieron, mas por de pronto hay un punto á que
nos han de contestar los calumniadores del partido progresista, pues hay un com-
pleto desacuerdo entre los hechos y sus acusaciones. Segun dicen, la destreza ma-
quiavélica de la Inglaterra es tan po derosa allí donde campea, que en Madrid, si se les
creyera, dominaba exclusivamente. Ministerio y Córtes, todos estaban á los piés del
ministro inglés, y seguian servilmente su impulso. Pues bien: si todo esto fuera cier-




- I02-


to, ¿cómo es que esta habilidad que tanto se ensalza y ese servilismo que tanto se V1-
tupera, han venido á parar á el triunfo de una contra-rcvolucion que ha dado en tier-
ra con el partido progresista? ¿Cómo es que esa astuta, esa maquiavélica Albion que
debia tener un interés tan grande en conservar la supremacía, la influencia que dicen
le otorgaba el partido pregresista, servilmente prosternado ;i los piés de su ministro
en Madrid, nada haya hecho para impedir ó combatir un pronunciamiento urdido á
la luz del dia contra el partido de cuya existencia en el poder pendia esa arrogante
influencia? Y ¿cómo es que no bien hubo triunfado la contra-revolucion, cuando ya el
ministro inglés la reconoció como gobierno) Cuando el gobierno de una nadon po-
derosa tiene un interés en sostener ó combatir una situacion que le es propicia,
ventajosa en otro país, nunca faltan medios y menos él la Inglaterra: allí están los
ministros de Francia en prueba de este aserto. Durante la regencia del duque de la
Victoria, no han cesado de conspirar contra su existencia, directa, indirecta y ma-
terial m en te.


¿Y qué hizo la Inglaterra para sostener un poder, cuya derrota debia ser la de su
propia influencia? Nada en favor de los hombres, nada en favor de las instituciones,
nada en favor de la independencia de Espaí1a, y en nuestra opinion le incumbia un
deber de oponerse á esa intrusion conspiradora de la Francia. Dirémos más, y es que
no sólo no cumplió con esta obligacion moral, m~s en varias ocasiones el ministerio
inglés ha dado su apoyo al gabinete francés en cuestiones, en que la justicia, la razon
y el buen derecho estaban de parte de Espaií.a. Es muy cierto que al llegar el gene-
ral Espartero á Lóndres, Sir Roberto Pecl declaró en el Parlamento que consideraba
á aquella ilustre dctima de la contra-revolucion como Resente dejure, bien que no
lo fuese ya de hecho; mas esta vana declamacion recuerda sobradamente las estéri-
les protestas de la Inglaterra en el Con;~reso de Verona, donde se decidió una inter-
vencion bárbara, inícua de la Francia en Esparla, para que el partido liberal no olvi
de nunca que la política de los ministros ingleses ha permitido que dos veces en
veinte aií.os, la Francia haya contribuido á destruir la libertad de España, en 1823 y
en 1843.


Ahora que hemos demostrado que la Inglaterra nada ha hecho en ninguna época
en favor del partido progresista, y que antes bien se ha unido en casos dados á la
Francia contra ese partido, veamos los actos de la resencia del general Espartero en
sus relaciones con Inglaterra; los hechos hablan m(¡s récio que las declamaciones.


El ministerio Gonzalez, el primero que tuvo el Regente, halló dos negoci<lciones
entabladas por los ministros anteriores en 1 ~40 con la Inglaterra, que tenian por
objeto la una dar una nueva extension al trcitado de 1817 J sobre la abolicion del trá-
fico de negros; la otra era relativa él la cesion de las islas de Annobon y Fernando PÓ,
mediante una suma de dinero que debia pafIar la Inglaterra.


En la primera de estas negociaciones provocadas por el gabinete de Lóndres, se
trataba de una investigacion sobre introduccion de negros en la isla de Cuba des-
de 1820, contra las estipulaciones del tratado de 1 ~ 1 7. El ministerio de ,la Regencia




- 103-


declaró que las pr<:tensiones del Gabinete eran contrarias á la independencia de Es-
paña, á su propia dignidad y á las leye:; del reino y se negó á seguir la negoci2cion des-
echándola lisa y llanamente. El Gabinete de S. M. B. respetó esta resolucion enérgi-
ca y decorosamente expresada por el ~ob¡erno de la Regencia, y retiró su proyecto.


La cesion de las islas de Annobon y de Fernando Púo habia sido solicitada por el
Gabinete de Lóndres en tiempo del ministerio Perez de Castro, quien aceptó la ne-
gociacion y la tenia casi orillada cuando estallaron lo; acontecimientos de Setiembre
que volcaron aquel ~abinete. El ministerio Gonzalcz pensó, con razon ó sin ella, que
la negociacion se hallaba demasiado adelant.ada para cortarla por sí mismo sin graves
inconvenientes; y calculando que llevándola ~í. las Córtes seria el mejor modo de aca-
bar con ella, fué en busca de una derrota, pidiendo al Senado en primer lugar la au-
torizacion de dar cima á esa negociacion, como lo exi~i:l el precepto constitucional.
El Senado contaba una mayoría notabk pro¿rcsist<l, el proyecto de cesion tuvo tal
acogida que fué rechazado con la energía que el minist~rio deseaba y sin pasar ade-
lante, cubrió su res ponsabilidad con la manifcstacion del Senado, y retiró el proyec-
to antes que llegase ú discutirse aquella n~g()ciacion. Al año siguiente el gobierno en-
vió á aquellos países una escuadrilla p:lr:1 renovar el acto de poses ion de las dos islas.


En el mes de Abril de 1841 un guarda-costa apresó un barco contrabandista con
bandera inglesa, y lo lievó á Cartagena; el patron apresado adUJO una queja de abu-
so de poder, declarando en el consulado inglés que habia sido capturado en alta
mar contra todo derecho, no hallúndose en los parajes donde alcanza Id jurisdiccion
española. Vista esta queja y sin mJ.s averi~uaciones, el cónsul de S. 1\1. B. en Carta-
gena mandó el un buque de: guerra del crucero que entrase en el puerto, se apoderase
del contrabandista apresado y se lo llevase, lo que escandalosamente se ejecutó bajo
el cañon de la plan. Al lle,~:1r la noticia de :ic:l1cjante atentado el Madrid, el gobierno
se dirigió al ministro de S. M. B. pidiéndole una satisfaccion inmediata) y el señor
Aston convencido de que era Justo darla, tomó sobre sí el suspender acto contínuo
al cónsul) dando cuenta á su gobierno de la conducta dc aquel funcionario, y de lo
que habia dispueslo por de pronto. Enterado el Gabinete de Lóndres, no sólo apro-
bó la ,jisposicion tomada por su ministro en Mad['id) sino que censuró al cónsul Fitz·
gerald. Por parte del gobierno español se expidió una órden para que el gobernador
de Cartagena) person:] de esclarecido mérito, fuese arrestado y pasase ante un con-
sejo de guerra) por no haber echado á pique el crucero inglés, antes que permitir tan
audaz ins ul to.


En la Habana tenia la Inglaterra en 1841 de cónsul un fogoso partidario de la abo-
licio n dé la esclavitud, opinion muy loable en la que le acompañamos de corazon,
mas opinion que necesita en su realizacion un pulso y una pausa extremados: siendo
obra en que méÍs que en ninguna otra, se necesita entre como elem('nto principal el
tiempo. El cÓnsul inglés no lo creia así, y saliéndose de los límites de su opinion
privada y de sus atribuciones consulares, se hizo propagandista de una opinion que
podia causar en la Isla males sin cuento. El Capi tan general se quejó al gobierno y este




1°4 -
pidió la remocion del cónsul Thomball. Por de pronto el Gabinete inglés quiso sos-
tener su agente no pudiendo reprobar en este una opinion de que participaban los
ministros mismos y el Parlamento; prueba de esto, la emancipacion dada á los escla-
vos por la Inglaterra. Se empeñó en el lllti111.atum que mientras no se le probase que
el cónsul Thomball hubiere incurrido en actos de propaganda aholicionista, no podia
acceder á su remocion. Instó el gobierno espaí101 con sumo teson, y al fin obtuvo el
cambio del cónsul.


Mediaron tam bien negociaciones, ya sea para un tratado de comercio ó para un
arreglo de aranceles, mas estas por su importancia á la par que por su natúraleza'
harán cuestion aparte, que tratarémos por separado con alguna extension. Mas de ese
exúmen, como de los hecho,,; que acabamos de citar, resulta que cuanto se ha dicho
de rendimiento de los ministros de la Regencia al dominio de la Inglaterra, y de la
influencia de esta, es falso, y las calumnias no merecen más que desprecio, como
asimismo la imbecilidad y la credulidad, auxiliares activos <le los calumniadores.


Deslindados los hecho~, y demostrado por todos ellos que la regencia del general
Espartero llevó en todos sus actos enarbolada muy alta la bandera nacional, sin que
en ningun caso la arriara) presentaremos algunas reflexiones morales para poner de
manifiesto que el partido progresista, leal, pundonoroso, agradecido, sabe apreciar
los servicios hechos por la Inglaterra á la independencia y á la libertad española, sin
llevar la ilusion hasta suponer que pudiera haber jamás un gabinete inglés que hi-
ciera de la duracion en el mando de un partido en Espaí1a un compromiso in:terna-
ciona!.


Sin duda las vicisitudes de España han creado- ciertas relaciones entre el partido li-
beral y la Inglaterra; ninguno de nosotros ha podido ol"idar que en aquellos dias
gloriosos en que los diputados de la nacion congregados en Cádiz proclamaban la
emancipacion política dE: los españoles bajo el fuego de la artillería francesa, los in-
gleses vertian su sangre alIado de nuestros soldados, sosteniendo una guerra santa
y nacional de cuya suerte pendia nuestra independencia. Difícil era que de esta man-
comunidad de peligros, de sacrificios, de gloria, no quedase una memoria eterna
para las almas agradecidas: los progre~istas nos jactamos de nuestra gratitud, y nos
honramos proclamando los servicios que debió Espaí1a á los ingleses en la guerra de
la Independencia, mas sin que nuestros sentimientos nos hagan ilusion sobre el fin
que tuvo la Inglaterra, cooperando con sus ejércitos y sus tesoros á nuestra victoria
sobre los franceses. Los liberales de Ccí.diz conocieron mu:-' bien entonces, y nosotros
lo hemos aprendido mejor en nuestros dias, que' no fuépa independencia de Espaí1a
tomada en abstracto lo que los soldados ingleses "inieron á defender en 1809, por
más que viniesen á combatir en tierra española el poder de N apoleon, y que el dia
en que no existiera un Íntimo enl8.ce entre sus intereses y los de España, la inde-
pendencia y la libertad de los espa;10les serian cosas muy indiferentes ú la Inglaterra.
Mas porque un vecino para impedir que el fuego se pegue á su casa, venga á ayudar-
nos á atajar el incendio de la nuestra, ¿ será justo que dejemos de agradecerle el ser-




- 105-


vicio prestado? N o lo pensamos así. Pues este es el caso de los progresistas respecto
á Inglaterra al recordar la guerra de la Independencia.


Mas dicho esto como generalidad que alcanza á todo español, y que el partido pro-
gresista reconoce con gratitud, ¿qué debe este partido á la Inglaterra? ¿ Qué servicios
políticos le ha merecido, que pudieran inspirarle ese rendimiento servil tan inícua y
calumniosamente inventado? ¿ Y qué, se ha podido suponer que el partido progre-
sista que hace alarde de su gratitud en lo que la debe, sea tan olvidadizo que se haya
borrado de su memoria la política seguida por el gobierno inglés en 1814 y en 1823,
respecto á las institucion¡;s de España y la obra del partido progresista? ¿ Y á vista de
esos dos casos se ha podido imaginar que este mismo partido contara con la Inglater-
ra para contrarestar las intrigas de la Francia, y los proyectos de sus adversarios
nacionales? La ilusion era imposible, y por tanto no ha existido. Figur:1rse que un
ministerio tory haria algo en favor de la libertad de un pueblo, hubiera sido uno de
aquellos ensueños que no podian tener cabida en cabeza sana. ¿ Pues qué, no basta-
ba que ocupase un lugar en aquel ministerio el duque de Wellington, para saber
cuál seria la conducta del gabinete inglés, debiendo la opinion de este personaje te-
ner el mayor intlujo en una cuestion española? ¿ Pues qué, el generalísimo de los
ejércitos combinados en la Península, el capitan general español, el duque de Ciudad-
Rodrigo, el grande de España agraciado por las Córtes con el magnífico don del Soto
de Roma, se acordó acaso en 1814 de que España acababa de ser el teatro de sus glo-
rias, y de que el heroismo de los españoles habia sido el pedestal sobre que se le-
yantó su fama, y el orígen de su preponderancia en los consejos de la coalicion eu .
ropea? ¿ Y qué, hizo algo entonces en favor de las instituciones fundadas por el
partido liberal, y destruidas por la mano de un rey? No. Cuando la alianza y manco-
munidad de EspJrtero y de Inglaterra Rubo conseguido el objeto anhelado por la
coalicion europea, la ca.da del emperador, el gabinete inglés y su plenipotenciario
en el Congreso de Paris y de Viena se olvidaron que el denuedo, la constancia yel
heroismo de los españoles habian podido más para derrocar al Emperador, que
cuantos subsidios pagara la Inglaterra á las coaliciones anteriores contra la Francia.
Sin la menor emocion vió la Inglaterra los crímenes de 1814 y de 1823, y los supli-
cios de los liberales que habían proclamado la monarquía unida ála libertad.


En 1820 la lucha que los defensores de la libertad sostenian á trueque de sangrien-
tos sacrificios~ derrocaron el despotismo. ¿En qué los sirvió la Inglaterra para alean-
Z~1r tan señalado triunfo? En nada; y cuando para consultarlo no sólo tenia el partido
liberal que luchar contra los enemigos declarados interiores y los apóstatas, y con·
tra la~ hostilidades solapadas de la Francia, ¿en qué se ofreció la Inglaterra para con-
trarestar esa alianza absolutista? Se conspiraba en Francia abiertamente contra la li-
bertad y la independencia de España, la Inglaterra lo toleró: se hicieron aparatos de
guerra, la Inglaterra lo sufrió: se congrega la Santa Alianza en Verona, para acordar
el modo de destruir las libertades de España, y asiste el antiguo generalísimo espa-
í10l á nombre de la Inglaterra á esa reunían liberticida, y se contenta con una tímida




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y estéril protesta de principios: pasan el Vidasoa las tropas francesas invadiendo la
Península, y ningun obstáculo opuso la Inglaterra á esa inícua invasion atentatoria
á los principios que sentó en Verona. Hay más: la mision de lord Somenet á Ma-
drid, en Enero de 1823, la conducta del ministro inglés Mr Wilisem A'Court en
Madrid y en Sevilla, dicen bastante que la Inglaterra veia con gusto que se diese en
tierra con la Constitucion y la hbertad de España, ni le sabia mal que los Borbones
de Francia echaran sobre sí la odiosidad de esa criminal intervencion.


Mas llegó el dia en que el ministerio inglés tuvo que explicar en el Parlamento su
odiosa tolerancia, que no habia sido más que una vergonzosa debilidad. Entorices por
el órgano de Mr. Canning, vino á explicélr su conducta y jactándose de una iniquid,ad
que no habia cometido, pretendió que habia dejado á la Francia engolfarse en una
situacion indigna en España, mientras que Mr. Canning habia reconocido la inde-
pendencia de un mundo entero, ~haciendo alusion á la emancipacion de nuestras co-
lonias. Lo que decia no era cierto, mas un acto de deslealtad era presentado como
correctivo de un acto de debilidad, y para excusar una cobardía real y verdadera res-
pecto él la Francia fuerte y próspera, Canning hizo alarde de una iniquiJad interna-
cional hácia una potencia amiga y aliada, mas débil y desgraciada.


Ya hemos dicho con lealtad que cuando de resultas de la intervencion francesa
en 1823 emigraron las víctimas de aquel atentado, hallaron los españoles proscritos
y prófugos una generosa hospitalidad en Inglaterra, á la que debieron muchos el no
morirse de hambre: nos complacemos en repetirlo aquí.


A la muerte de Fernando VII, la cuestion de la libertad española puso las armas
en la mano de los defensores dt; Isabel II, Y se empeñó tremenda lucha contra los
partidarios del despotismo. Se firmó el tratado de la cuádruple alianza entre España,
Portugal, Inglaterra y Francia. Reconozcamos sin reticencia que la Inglaterra ha
llenado noble y generosamente las estipulaciones del tratado; no ha regateado la im-
portancia de sus empeños, no ha interpretado antojadizamente la letra del tratado:
ha ido más alLí de lo que rigurosamente le competía. Todo español que haya comba-
tido contra D. Cárlos, debe igual gratitud al Gabinete whig y él sus dignísimos repre-
sentantes en Méldrid, lord Clarendon y sir Arthuro Astan. Durante la guerra civil,
han hecho servicios señalaJíslmos á la causa de la libertad, mas esta lata y generosa
interpretacion del tratado ha sido igualmente seguida, ya mandase el partido llamado
moderado ya el progresista Este no ha recibIdo favor alguno peculiar, por tanto no
le debe una especial gratitud. Si aprecia debidamente los servicios, si los proclamél
con esmero, no por eso ha hecho acto alguno q '..le no pueda confesar á la 1ú'Z del dJa.


Creemos haber demostrado que en r814,'en 1823 y en 1843, los gobiernos que ha
tenido la Gran Bretaña nada han hecho en favor del partido progresista, sea que este
haya sido víctima de reacciones interiores, ya de otras formuladas por las intrigas
bien conocidas de la Francia 1 ó sostenidas por esta á mano armada. Aquellos gobier-
nos no han sabido oponer una influencia protectora de la libertad al influjo liberti-
~ida de la francia, )' mucho menos opuesto la fuerza de las armas al uso inmoral que




-


1°7-
de las suyas ha hecho la Francia. En un caso s610 ha servido la Inglaterra la causa de
la libertad de España, mas sin parcialidad al partido progresista, en la guerra contra
D. Cárlos. ¿De dónde, pues, vendria á aquel un necio agradecimiento en favor del
gobierno inglés, cuando este nunca le ha favorecido como partido? La calumnia,
cisma desleal de los partidos, se ha esgrimido estúpidamente contra fantasmas crea-
dos con torcido fin.


Queda, por último, una cuestion -grave que tocar para remate de pruebas, y es la
de las negociaciones habidas durante la Regencia sobre tratados de comercio ó arre-
glo de aranceles entre España y la Gran Bretaña de que nos ocuparémos en el capítu-
lo siguiente.




CAPITULO IX.


NEGOCIACIONES DE TRATADOS DE COMERCIO CON INGLATERRA.


Vamos á deslind1r una cuestion de que se han propalado calumnias sin cuento,
contra el partido progresista y la regencia del general Espartero: cuestion que se
desprende del antagonismo de la Francia contra la Inglaterra en España; la cuestion
de un tratado de comercio. La p¡:imera ha pretendido que la segunda ha anhelado
con avidez arrebatar ese tratado de comercio, por tanto ha sido ocas ion de temores
pueriles en Francia dando pibulo á muchas calumnias contra el partido progresista.
Creemos muy útil desentrañarla para que haga parte del presente trabajo histónco,
cuyo objeto es la defensa razonada de este partido y de esta regencia.


Entre el sin fin de calumnias, iba mas á decir necedades, que en Francia han cor-
rido sobre el gobierno de la regencia ha campeado en primer término, la de que
España iba á ser entregada á Inglaterra, maniatada comercialmente con un tratado
de comercio, cuyas consecuencias fueran desastrosas para la Francia. El tratado de
Methuen ([), que entre otras cosas, la misma Inglaterra hoy no quisiera, alborotó la
opinion pública en Francia contra el partido progresista. Bajo esta impresion tan fatai
como errónea, el gobierno francés consiguió que sus adversarios casi aprobasen la
política que seguia en España La reaccion política, que iba en ella prevaleciendo,
apoyada por el gabinete francés hubo de triunfar. Vamos á contestar á cuantas acu-
saciones han prevalecido, y de todo ello espero no quedará más que la prueba ma-
nifiesta de que los que daban fé á esas quejas, y los que las propagaban no sabian
una palabra de lo que habia mediado en punto á tratados de comercio entre los ga-
binetes de Lóndres y de Madrid, desde una fecha muy anterior á la época presente.


(1) Del nombre del diplomático inglés que firmó es\! tratado con Portugal.




- 1°9-
Nuestros lectores quedarán harto sorprendidos cuando sepan que las negociaciones


que han tenido lugar durante la regencia, relativas á un tratado de comercio, se
han malogrado por la imposibilidad en que se han hallado los plenipotenciarios in-
gleses y españoles de ponerse de acuerdo sobre sus bases. De estas negociaciones daré
los pormenores, con tanto más acierto cuanto que tuve la honra de ser el único ple-
nipotenciario, nombrado durante la regencia, en el primer período de la nego-
ClaClOfi.


El orígen de una negociacion para un tratado de comercio entre España y la Gran
Bretaña, data del 14 de Enero de 1809, que se firmó en Lóndres, y el 21 de Mayo
siguiente, recibió un artículo adicional, form ulado en estos términos: « Las circuns-
))tancias presentes no permitiendo seguir la negociacion de un tratado de comercio
))entre los dos países, con la detencion y el cuidado que exige acto de tanta imror-
"tancia, las altas partes contratantes, convienen de comun acuerdo en volver á ocu-
"parse de ello en cuanto sea posible, concediendo desde luego al comercio de ambos
)'países todas las facilidades recíprocas, mediante reglamentos provisionales y tempo-
"rarios, de una utilidad recíproca para ambos reinos.»


Llamamos aquí la atencion de nuestros lectores sobre la fecha de este preliminar.
En 1809 la Inglaterra ayudaba poderosamente á España en la lucha sangrienta que
hacia un año sostenia contra ~a inícua agresion de la Francia. Fácil le hubiera sido,
aprovechando esta feliz coyuntura, arrebatar ese famoso tratado de comercio, si tal
fuera su ánsia de conseguirlo. A su vez España debia querer atraerse más y más á la
Inglaterra, por todos los medios posibles y ninguno más apetecible que éste. Pues
bien, precisamente por esas circunstancias, el tratado, como lo dice el texto referido,
fué aplazado para otra época: vamos ahora á ver, cómo variadas las circunstancias,
cumplió el Gobierno español el empeño de 1809.


En 1814 se volvió al proyecto del año [809, y reinando Fernando VII, se firmó el
5 de Julio un nuevo tratado del que referirémos sólo el art. 3.° que decia así: "Que-
"dando convenido en el tratado de Lóndres de 14 de Enero de 1809 que se entablaria
»la negociacion de un tratado de comercio entre la España y la Gran Bretaña,en
»cuanto las circunstancias lo permitieran, las altas partes contratantes, deseosas de
»proteger y ensanchar el comercio entre sus respectivos súbditos, toman el empeño
"de proceder sin pérdida de tiempo, á un arreglo definitivo de comercio (1).1)


Este tratado en 28 de Agosto siguiente, recibió .artículos adicionales, el primero de
los cuales dice: "Queda convenido que durante la negociacion del nuevo tratado de
»comercio, la Gran Bretaña hará el comercio en España con arreglo á las bases y con-
»diciones existentes anteriormente á 1796: todos los tratados anteriores á esta época,
»son con la presente ratificados y confirmados.»


Fernando VII sobrevivió veinte años, desde que firmó semejante tratado, en el cual,
el principio de la negociacioll admitido en el de 1809 debia recibir su plena ejecu-


(1) Firmó este tratado Sír Henry \Vellesley, hoy día Lord Cowley, embajador de Inglaterra en París.




- 110


clOn Sin demora alguna, y á pesar de esto la Inglaterra jamás ha hecho hincapié
en esta cláusula para obligar á Fernando VII al cumplimiento de la palabra em-
peñada.


Desde la muerte del rey Fernando VII, muchos han sido los gobiernos que se han
reemplazado unos el otros en España, y jamás la Inglaterra ha exigido que se cum-
pliese lo pactado: prueba harto evidente que ninguna prisa tiene porque se cumpla.
Ha esperado y esperará con mucha paciencia que España alcance por fin sus verda-
deros intereses, desechando el malhadado sistema prohibitivo que el nadie daña más
que á ella misma, y los reemplace con leyes sábias de libertad de comercio, único
medio de acabar con el contrabando que la anonada así como tamhien á su industria
y su agricultura, dejando vacías las arcas del Tesoro. El sistema prohihitivo es una
de las principales causas del lamentable estado de la Hacienda, y así será mientras
el contrabando sea la regla de su comercio y la aduana la excepciono


Los franceses tienen una opinion singularmente extraviada sobre la importancia
que en Inglaterra se da á un tratado de comercio con Espai1a. Si le desea es como
medio de regularizar el comercio y sustraerlo á la accion corruptora del contraban-
do, pues este desmoraliza á todos aquellos que de él viven. Mas segura de poder inun-
dar la Península de sus artefactos, sin tener miedo á represalias, ¿qué le importa á la
Gran Bretai1a, que los productos de sus fábricas entren en España por contrabando
Ó por la aduana? El contrabando se ejerce por Gibraltar, por la raya de Portugal y
por todas las costas con tal impunidad y con tanta facilidad, que el tratado de co-
mercio en nada aumentaria las importaciones que hoy hace en EspaÍ1a. Esta es la
que tiene un interés apremiante en acahar con la plaga del contrabando que la Fran-
cia hace en igual escala por todo el Pirineo. El contrabando arrebata al Gobierno
una renta de mucha importancia, corrompe sus empleados, desquicia su adminis-
tracion y llena el país de asesinos.


Uno de los obstáculos que harán siempre difícil una negociacion de esta natural e
za entre España é Inglaterra, es precisamente el contrabando. Segura esta última
que no se han de ejercer represalias en las dilatadas playas de su reino, será tanto
más re hacia sobre las bases de un tratado. ¿Qué raza n tendria en hacer grandes
concesiones, segura de llegar al mismo resultado, con tratado ó sin tratado? Tarde
ó temprano el gobierno español tendrá que reconocer la· ventaja funesta que su pési-
ma administracion otorga al comercio extranjero; ella sola puede hacerlo desapare-
cer. En vano luchará contra esa iniquidad comercial. Cuando un hecho existe, para
sustraerse á su fatal influjo es preciso, priIpero tener el valor de reconocerlo y en
seguida la habilidad de hacerlo desaparecer. Este valor, esta habilidad, España hasta
ahora no los ha tenido y sólo conseguirá los buenos resultados de una gestion inteli-
gente de los intereses del Estado, cuando adopte los principios de economía políti-
ca, con los cuales conseguirá introducir el órden en su Hacienda.


N o nos ocuparémos de la cuestion comercial en sí misma) lo hemos hecho ya en
otra ocasion; hablarémos solamente aquí de las negociaciones comerciales que han




- 111 -


mediado durante la regencia del general Espartero, porque de esta puedo hablar con
certi,dumbre para repeler las calumnias que tan válidas han corrido dentro y fuera
del reino.


Cllando se formó el primer ministerio de la regencia, el diputado catalan Surrá,
obtuvo la cartera de Hacienda. Era un voto muy significativo en favor del sistema
prohibitivo. Uno de los primeros actos de ese ministerio, fué el de pedir á las Cór· .
tes en Mayo de 1 8...¡.r, la autorizacion para reformar una ley de aranceles, dejando
fuera la cuestion algodonera, para lo cual decia no tener toda vía noticias bastante
daras para formarse una cabal opinion. La 'comision que tuvo el encargo de dar in-
forme sobre la inJicacion del gobierno, se dividió. El diputado D. Manuel Sanchez
Silva se opuso el lo que pedia el ministerio, y hubo una reñida discusion en las sesio-
nes del r 2 y r 3 de J un io de 1841. Los di pu tados catalanes incluso el ministro de Ha-


,


cienda, hicieron y dijeron cuanto les fué posible para que las Córtes desecharan el
\oto de D. Manuel Sanchez Silva; este prevaleció y llegó á formar el art. 2.° de la
ley. Las Córtes suspendieron sus sesiones, y en el intérvalo de las dos legislaturas,
el gobierno no tuvo á bien ocuparse de tan grave asunto. En cuanto las Córtes
volvieron á sus tareas legislativas, el mismo diputado Sanchez Silva propuso una
enmienda al proyecto de mensaje, en que se mandaba al ministerio que tomase en
cuenta la cuestion algodonera. Esta enmienda tomada en consideracion, discutida en
las sesiones del 16 Y 17 de Febrero, fué aprobada. El ministerio ni por eso se con-
movió. En las sesiones del 4 y 6 de Abril, los ministros fueron de nuevo interpela-
dos sobre la cuestion algodonera, contestaron de un modo evasivo. El sentido cabal
que las Córtes habian dado al art. 2 o de la ley de 1841, la enmienda introducida en
el mensaje en contestacion al discurso de la Corona, las diferentes interpelaciones
que se habian hecho, no habian podido sacar al ministerio de su obstinada inaccion.
Cansado de tan singular terquedad, el diputado Sanchez Silva propuso á las Córtes
que se exigiera al ministerio la inmediata presentacion de una ley que admitiese la
entrada de los algodones. La mocion fué votada por unanimidad, mas el ministerio
léjos de rendirse el mandato tan perentorio, ~resentó el 19 de Mayo un proyecto de
ley en que se le facultaba para hacer todas las alteraciones que tuviese por conve-
niente en los aranceles, menos en lo concerniente ú los algodones) cuyos productos,
procedentes de fábricas extranjeras, quedaban prohibidos del modo más absoluto.
Las Córtes desecharon el proyecto ministerial.


Estos fuéron los actos públicos y parlamentarios de un ministerio tildado de ser-
vilmente sometido al pláceme de la Inglaterra, y dispuesto á entregar la España á la
ayidez cómercial de los ingleses. Y esto se decia, cuando el ministerio llegaba allí-
mite de la rebeldía por no cumplir los preceptos de las Córtes. Esa resistencia te-
naz comprometia su existencia ministerial, por no querer ocuparse de la reforma de
los aranceles y principalmente en lo que concernia á los artefactos extranjeros de al-
godon.


Veamos ahora la parte diplomática, y de esto más que nadie puedo hablar




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con cabal conocimiento de las negociaciones, pues fuí encargado de ella en primer
término.


Seducido por el espíritu liberal que descollaba en las Córtes en favor de una me-
jora sensible en los aranceles; á fines de 1841 el gabinete inglés envió á su repre--
sentante en Madrid un proyecto de tratado de comercio que debia someterse al Ga-
binete español, quien lo recibió con benevolencia, prometiendo ocuparse de él sin
demora. No se cumplió esta palabra; corrió el tiempo, y nada se adelantaba. Apre
miado por el ministro británico, el Presidente del Consejo de ministros y ministro de
Estado, D. Antonio Gonzalez, tuvo á bien á fines de Febrero encargarme el eXJ-
men de dicho tratado, y discutir sus bases con el ministro inglés. Este primer paso
hizo de tal manera ilusion al jefe del Gabinete inglés Sir Roberto Peel de que se llega-
ria á un buen resultado, que no titubeó en decir en la sesion del Parlamento del I I de
Marzo de 1842, cuando presentó su magnífico plan de Hacienda, que se habian he-
cho al gobierno español proposiciones para un tratado de comercio que habian sido
admitidas con suma benevolencia. Declaracion tan solemne hecha en el Parlamento
por el jefe del gabinete inglés, hubiera debido ser prueba harto auténtica de que no
mediaba entre los dos gabinetes de Lóndres y de Madrid una negociacion clandes-
tina, como quien dijera una intriga de camarilla. Las personas que en Francia duda-
ban que Espaí1a tuviera hombres bastante íntegros para querer con fé la reforma
de aranceles absurdos, y que e~to se hallaba tan léjos de una hostilidad hácia la
Francia como de un obsequioso servilismo hácia la Ingl::!terra, hubieran podido
convencerse de la insensatez de sus quejas y de sus calumnias, con echar la vista
sobre la Constitucion espaií.ola, y allí hubieran leido que el Poder Ejecutivo, para sa-
tisfacer un tratado de comercio, necesitaba que una ley especial lo autorizara
á firmarlo (1) Si pues una duda injuriosa se queria halagar contra la probidad de los
hombres políticos de Espaií.a, parecia que la discusion pública que indefectible-
mente debia tener lugar en las Córtes, era garantía suficiente para tranquilizar los
ánimos más espantadizos sobre las consecuencias que parala Francia pudieran resul-
tar de un tratado de comercio entre Espaí1a é Inglaterra.


Cuando tuvimos en nuestro poder: el tratado, lo estudiamos con todo el ahif!co
que su importancia exigia. Desde luego nos pareció concebido bajo un punto de vista
asaz pequeño, y poco en arman ía con los grandes principios de libertad comercial
proclamados en el Parlamento por Sir Roberto Peel. Pedimos modificaciones muy
importantes qile nos fLléron otorgadas, y cuando en nuestra opinion el proyecto lle-
gó á formularse en términos que presenta pan un justo equilibrio entre los respec-
tivos intereses comerciales de los países, redactamos nuestro dictámen, en cl cual
sentaba mas como primcr fundamento el principio de una perfecta igualdad con
todas las naciones en nuestras relaciones comerciales. El ministerio espaí101, en una
absoluta independencia se reservó su plena libertad de accion para hacer todo


(1) Título VI, 1ft. 4l:\.




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aquello que juzgara conveniente al mayor desarrollo de sus propios intereses y de
los de las naciones que trataran con España. Porque á más de la justicia y de la le-
gitimidad del principio tutelar de nuestra independencia, en nuestra opinion la Es-
paña no se hallaba en el caso de restringir su círculo comercial, antes bien de ensan-
charlo. De acuerdo en toJo y por todo con el representante británico, firmamos lo
convenido y entr~gué mi trabajo al ministro D. Antonio Gonzalez, el dia II de Abril
de 1842. Aquí tuvo fin la negociacion; no se dió un paso más allá en ella y el 28 de
Mayo cayó el ministerio (1).


Cuando aceptamos tan honrosa comision " tuvimos en ella una particular satisfac-
cion, pues nos cabia la dicha de contribuir en lo que nos fuera dado al desarrollo de


,los principios, que tantas veces habiamos proclamado, en favor de la libertad de co-
mercio. Y con el objeto de hacer prosélitos á esta santa causa de los intereses públi-
cos, dimos á la imprenta en Madrid un libro sobre la influencia del sistema prohibi-
tivo en el comercio, la industria, la agricultura y las artes del Estado. Allí expusimos
los hechos y las consecuencias de estos, que con estudio concienzudo, habiamos
observado en Francia, en Inglaterra, en Alemania, en Bélgica y por do quiera nos
habia sido posible adquirir conocimientos sobre tan grave materia. Estas investiga-
ciones se hacen con esmerada conciencia, cuando se lleva el convencimiento de que
un problema administrativo resuelto con tino, puede anchamente contribuir al bien
general de su patria.


El ministerio que reemplazó al gabinete Gonzalez, reanudó la negociacion que de-
jamos por concluir. Nuestro dictámen pasó á la comision, que tuvo encargo de abrir
nuevas negociaciones. Esta dió su dictámen y uno de los vocales de la comision, don
Joaquin María Ferrer, hubo de entenderse con Sir Arthur Aston. Omitimos los por-
menores de esta nueva negociacion; bástanos decir, que el plenipotenciario español
estableció como principio, que en el tratado debíase admitir la igualdad recíproca en
favor de España de los derechos sobre vino y aguardiente, y en favor de Inglaterra
los derechos sobre algodones. Esta base fué desechada y entonces se propuso que
los derechos serian del 25 por 100 ad valorem sobre los algodones ingleses, hasta la
fecha prohibidos; el 50 por 100 ad valorem sobre los aguardientes espaí10les, el 40
por 100 sobre los vinos de Jerez y semejantes y el 30 por 100 sobre los demas vinos.
La Inglaterra no admitió esta cláusula, y el Gabinete espaí101 no queriendo hacer
mayores concesiones rompió la negociacion.


Tal es la verdad histórica sobre tratados de comercio entre Inglaterra y España,


(1) Con el fin de que se observase el mayor secreto sobre esta negociacion, pedí al ministro don
Antonio Gonzalez, que nombrara un oficial de su secretaría que copiase mi trabajo, y esto en mi
casa Plazuela de Santa Ana. El ministro me lo concedió y nombró para este delicado encargo al
oficial de la secretaría de Estado y mi amigo D. Rafael Jabat, que tuvo la bondad de aceptar el
encargo. Obra todavía en mi poder copia de esta MemOrIa escrita de su puño y letra, cuyo origi-
nal se ellvió al Sr. D. Antonio Gonzalez, dentro de una caja con llave.




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desde el año 180g á 1842, Y figurásenos que son bastantes para repeler victoriósa-
mente todas esas baja's calumnias propaladas con necia injusticia, durante la regen-
ciadel general Espartero. La mala fé de los enemigos de España y de aquella regencia,
no se pueden comparar más que á la liviana ligereza con que fué admitida por el pú-
blico francés.


La primera necesidad y la más perentoria urgencia que tiene España para mejorar
las rentas, es el abandono de los actuales aranceles. Los que existen no protegen la
industria y matan el comercio; no alivian la agricultura y la estrechan: no somos
nosotros quienes lo decimos, Que no se dé oído á nuestro patriótico afan, lo com-
prendemos; mas óigase lo que decia el ilustre Huskinson en la sesion del Parlamento
inglés del 26 de Febrero de 1826.


"En ninguna nacion del globo el sistema prohibitivo ha conseguido tener los favo-
"res que tiene en España. Allí las prohibiciones se han llevado á los últimos límites de
»10 posible; allí se han hacinado restricciones sobre restricciones, pero tambien los
»frutos ópimos de este admirable sistema están á la vista. N o han llegado aún á la
»perfecta sazon, mas ya es fácil juzgar lo que serán. La España es el ejemplo más elo-
"cuente de lo que es el sistema prohibitivo; mas tambien es el monumento más do-
»loroso de un poder anonadado y de la miseria pública de un pueblo, que la historia
"de la civilizacion moderna nos presenta. Véase ese espantoso abatimiento, su poder
»marítimo ha desaparecido; su comercio se ha perdido, se halla sin rentas públicas,
))no tiene más recursos pecuniarios que una quiebra vergonzosa; sus habitantes su-
»meriSil.l0s en la miseria, y ese pueblo un tiempo tan grande, hoy no se cuenta siquie-
»ra entre las potencias de Europa. El sistema comercial de Espaií.a es muy sencillo;
»se reduce al contrabando.))


Han corrido diez y ocho años desde que, palabras tan amargas como verdaderas,
salieron de la boca de uno de los más célebres estadistas de la Gran Bretaña, refor-
mador tan afortunado como enérgico y osado, arrebatado por desgracia á su país
sobradamente pronto por una muerte cruel. Estas palabras son todavía la pintura
de lo q Lle sucede entre nosotros. Cuando los extranjeros nos calumnian, confesamos
por nue,stra parte que hacemos poco caso de sus palabras: pero cuando sus recon-
\'~lci,) 1:S ,i">;;"_lS s lrCelSmOs nos hieren tan á lo vivo, y las ¡)ronuncia un hombre como
Hu.:>:'-l,lson ailte un P-trlall1ento , todo nuestro amor propio nacional no basta para
SOlll'O¡dI'l10S. :'L)s s.:ntimos profundamente humillados, y considerando nuestra po-
s:i':ib¡1 ':ogr:tÍ1cd, analizdnJo llLlestro~ récursos, contem;)bndo lluestro sudo tan fe-
rJZ,'éO'tI:'t~iFes Yelcie.JJJcs de c,lmC!, rccorda.ndo nuestros puertos y nuestras colonlJs,
con una pobLlcion tan inteligente, tan sóbria, no podemos persuadirnos de que las
palabras de Huskinson sean las de un fatal oráculo. Mas parándonos en nuestro des-
órden administrativo, entonces comprendemos nuestro doloroso abatimiento 'J
nuestra nulidJd política y cesan de ser para nosotros un enigma. A duras penas nos
queda, para no desesperar del porvenir, la halagüeña ¡lusion de que vendrá día en
que sabrémos apreciar las causas del miserable estado á que nos hemos reducido; ese




- 115-


dia será el de nuestra salvacion. ¿ Lo verá el que escribe esta historia ya bastante ade-
lantado en años? Este es un secreto de la Providencia (1).


(1) En el momento de enviar á la imprenta estas páginas, leo en el tomo II de la obra del Sr. Duver-
gier de Haurann (1) la siguiente anécdota que aconteció durante el Congreso de Verona de 1823,
que pone de manifiesto la puerilldad de los franceses, hasta en los hombres más encumbrados
como estadistas, y que viene de tal manera en apoyo de lo que escribí hace veinticuatro años, que
no puedo resistir á la tentacion de referirlo en apoyo de mis opiniones.


En Itl2) el ministro de Francia en :\ladrid, conde de La Carde, escribió al presidente del Con-
sejo Villele, que la España estaba en vísperas de firmar un tratado de comercio con la Inglaterra;
se alborota I\1r. de Villele, remite á :"Ilr. de :\Iarcellus, encargado de negocios de Francia en Lón-
dres, una nota casi belicosa. Canning, ministro de Estado, contestó que no habia una palabra de
tal tratado. El temor, por infundado que fuese, de un perjuicio ú los intereses comerciales de. la
Francia, bastó para inspirar ú :\1r. de Villele, de suyo habitualmente tan pacífico un lenguaje de
tal manera belicoso, que :\1r. de ;\Iontmorency, plenipotenciario en V-erona, en su exaltado rea-
lismo no se hubiese atrevido ú usar. Hacia algun tiempo que corrian voces de semejante tratado,
ljue decíase encerraba á más de estipulaciones comerciales entre España é Inglaterra, la cesion á
esta de las islas de Cuba y Puerto Rico, á título de garantía de una deuda de fecha muy atrasa-
da. Estas voces corrieron por Verona. donde habian producido una vivísima indignacion. El prín-
cipe de Metternich, cuando tuvo conocimiento de la nota francesa, dijo á :\1r. de Caramont, uno
de los plenipotenciarios franceses en el Congreso, que la hallaba perfectamente en su lugar, mas
que no podia persuadirse que la Inglaterra fuese capaz de tan vergonzosa doblez, hasta el punto
que jamás se hubiera visto caso igual; añadió que seguramente se trataria sólo de una proposi-
cion hecha por la Espaíla, y que para aclararlo t'ldo iba á escribir al duque de \Vellington
que aún se hallaba detenido en :\lilán. El duque contestó que el hecho era absolutamente falso,
yse mostró sumamente ofendido de Lis suspechas ver:-;onzosas que \Ir. de Villele habia tenido
del gobierno inglés. El príncipe de :\letternich cambiando completamente de lenguaje ,'dijo á ~1r.
de Caramon : "Parece que Vds. ponen sus negocios en manos de alféreces.»


;1) Historia par/amen/aria de /a Frallcia.




/'





PARTE SEGUNDA.


CAPÍTULO PRIMERO.


PRINCIPIO DE LA GUERRA CIVIL.-SITIO DE BILBAO.-EL PRETENDIENTE EN MADRID.


El reinado de Fernando VII, funesto para la nacíon, ominoso para su propia estir-
pe, dejó á su muerte tras de sí por herencia los gérmenes de hondos resentimientos
públicos y privados. No bien hubo fallecido el monarca, cuando la opinion pública
por tan largo tiempo comprimida, se manifestó enérgica y decidida en favor de un
gobierno de libertad. Una guerra dinástica estalló al mismo tiempo y la nacion se
dividió en dos bandos; el uno por Isabel II y la libertad, el otro por D. Cárlos y un
despotismo más atroz, más temible que el que fenecia con el rey. No tardaron los
contrarios en echar mano de las armas; trabóse una lucha sangrienta, que debia
ofrecer episodios terribles, acontecimientos lúgubres en el seno de una sociedad agi-
tada y poseida de odios encarnizados, sedienta de vengar la ignominia y las desgra-
cias de todo linaíe sufridas en el último reinado~


Una señora recogia tan funesto legado: la historia nos dice que en todos tiempos
y por do quiera las regencias y las minorías han sido épocas de fuertes revuel-
tas, de guerras civiles terribles. Jamás nacion alguna se halló en circunstancias tan
azarosas como las que existían en España á la muerte de Fernando VII. Las riendas
del Estado necesitaban ser empuñadas por una mano fuerte y experta capaz de ma-
nejarlas con extremado tino y suma sabiduría. Ardua empresa era ciertamente para
doña María Cristina de Borbon. Princesa napolitana, llamada á ser la gobernadora
del reino durante una larga minoría, tenia muchas de las cualidades que requeria la
magnitud de la mision puesta á su cargo, mas la educacion que recibiera en el régio




alcázar de Caserta, amamantada con los principios de la omnipotencia real y su enla-
ce con un rey que nunca conoció freno á su voluntad, hahian forzos~l1nel1te prepara-
do á la augusta gobernadora ú no ver en el mzmdo nada mús allá de su heneplácito
y un poder sin cortapisas: los derechos de la nacían para nada podian pesar en las
providencias gubernativas que habian de señalar \a marcha de la regencia. Así fué
que las primeras palabr3s que la gobernadora di rigió 6. los españoles, anunciaron sin
rodeos un pensamiento, una resolucion formulada en esta brevísima sentencia:
Nada de concesiones. Mas no tardó en modificar est3 solemne dedaracion al crujido
de la guerra civil, siéndole preciso repudiar lenguaje t3n absoluto y rebajar un tanto
de tan altiva pretension.


A pesar de esta imprudente manifestacion que los consejeros de la ilustre viuda le
hicieron arrojar como un desafío J la nacían, doña :'vlaría Cristina no pens;lba ejercer
el poder supremo con mano tirúnica, antes bien se inclinaba J la indiferencia en po-
lítica, y de seguro no tU\-o al tomar la regencia ni pasiones 3viesas, ni muy vivas.
Sus inclinaciones no la llevaban á proyocar luchas arriesgadas. Estas disposiciones
naturales y pacíficas de la gobernadora se alteraron en ella, d~minada por las cir-
cunstancias, por los consejeros pérfido-; que la rodeaban, y por sujestiones departido
ó venidas del extranjero. Estas varias circunstancias alteraron esencialmente el cad.c-
ter de doña María Cristina de suyo placentero, bondadoso y pacífico. Sin embargo,
al contacto de estas influencias, acabó por no guardar la imparcialidad que convenia
á la gobernadora del reino, llegó poco á poco á ser un jefe de partido apasionado,
activo, violento, reaccionario.


Tras de la accion, viene la reaccion: es ley de naturaleza. El dia en que María Cris-
tina adoptó abiertamente un partido con exclusion de otro, este quiso tener un jefe
de valía. La casualidad le sirvió maraúllosamente; lo encontró en el jefe del ejército.
Este habia luchado con admirable constancia; y de COl1suno con las milicias nacio-
nales habia salvado el trono que los representantes de la nacion habian asentado so-
bre la base del principio de la Soberanía nacional, bautismo renovado de nuestros
antiguos fueros. El ensalzamiento del general Espartero al mando surremo del ejér-
cito coincidió con la adorcion de aquel principio en las Córtes Constituyentes, coin-
cidenciél que creó un compromiso entre el general y el partido progresista que á la
sazon contaba una inmensa mayoría en las Córtes. De este compromiso resultó que
al aparecer el general Espartero en la escena política, ya la lucha se empeñó por 13
fuerza irresistible de las cosas, primero entre el general Espartero yel partido retró-
grado, más adelante entre la gobernadora y'el jefe del ejército. En un principio esta
lucha se sostuvo con armas corteses, mas pronto el ejército en un combate desespe-
rado que debia acabar y acabó en una catástrofe, que trajo tras de sí las que han
causado tantos males á la desventurada España, que nunca hasta hoy hn podido gozar
reposadamente de los beneficios de una libertad á tanta costa comprada.


La historia de esa lucha y de sus consecuencias es la que vamos ;i narrar en esta
segunda parte. Los pormenores de esa contienda entre el absolutismo más ó menos




119 -


disfrazado, y los principios de libertad, formarán en cierto modo la historia de los
dos grandes parti¿os que se disputan el poder, el uno para estancar el país en un
despotismo encubierto con las fórmulas trivialcs de un constitucionalismo bastardo
é hipócrita; el otro para im¡)Lllsar adelante la nacion en el camino del progreso sin ha-
ber hasta ahora ~ahido ahrirlo con mano fuerte, dominado á su vez por una utopia
constitucional LJLlC no por ser muy sincera es menos estéril. El tiempo de las ilu-
3iones ha pasado para los progresistas, el de las realidades se nos viene encima. Los
terribles vaivcnes á qLlC están expuesta..; las naciones para alcanzar su completa eman-
cipacion son inevitables; la conquista dcLdibertad no es obra de un dia, ni de una
sola generacion.


El partido que en los últimos aílOS del reinado de Fernando VII adoptó á D. Cár-
los por jefe de las ráncías tradiciones de Ulla carcomida monarquía absolutista y sa-
cerdotal, le proclamó rey á la muerte de su hermano. El calculado concierto que
presentaron las aclamaciones en favor dc D. Cirlos en muchos puntos del reino fué-
ron pruebas evidentes de cuán meditado andaba ese plan en la prevision de la muerte
del rey. Una vez dada la senal de guerra dinástica, se levantaron las Provincias Vas-
congadas y Navarra y fuéron durante seis anos el teatro de la lucha, cundiendo el
fuego destructor á otras muchas provinclCls.


Así cmpenada seguia la guerra, manda o el ejército constitucional por diferentes
generales diestros y peritos sin duda, mas asaz poco afortunados, cuando á los dos
aílos de esa encarnizada guerra, sufrió en el mes de Junio de 183) una derrota el
ejército constitUCiOnal en las Amezcoas al mando del general D. (Jerónimo Valdés,
que puso en extremado peligro la causa de la libertad hasta el punto de que del ejér-
cito mismo salió la \'oz aciaga de intenencion francesa para detener el triunfo de los
carlistas considerado ya posible en aq uella época.


Hizo dejacion del mando el general Valdés, y lo tomó el general D. Luis Fernan-
dez de CórdoYél. J ó\"en, audaz, ambicioso, dotado de no escasa inteligencia y capa-
cid1d, mas sin experiencia militar y sin principios políticos muy tijos, el general
Córdova más por efecto de la casualidad que por la voluntad del Gobierno, vino á ser
revestido de un poJer inmenso y el árbitro momentáneo de la suerte de Espana.


No hago la historia de la guerra, por tanto no tengo para qué hablar de las opera-
ciones militares del general Córdoya; mi trabajo es meramente político, Diré pues,
que el nuevo caudillo por todos sus antecedentes pertenecia á la causa carlista; pero
sobradamente ilustrado para no conocer que la mayoría de la nacion no podia querer
el dominio de D. Cárlos y el yugo de los frailes, se adhirió al trono de Isabel II y
peleó con denodada bizarría en su defensa. Por una inclinacion muy natural, se
abanderizó en las filas del partido que más afinidad tenia con el antiguo régimen, en
cuyo sostenimiento habia hecho su carrera á favor de la intervencion francesa de I823,
en la c_lal tomó parte activa. El general Córdova perteneció pues al partido que se lla-
ma modera~o; y cuando este partido una primera vez derrotado en el pronuncia-
miento de I835, fué dispersado en el de 1836, como consecuente y leal no creyó serie




-,- 120-


posible conservar el mando, lo resignó y salió de España pasando á Francia. Esta fué
la ocasion en qu~ el general Espartero, el más perito yel más afortunado de los ge-
nerales del ejército, tomó el mando en jefe para no dejarlo ya hasta haber dado la paz
á España.


Los dos pronuncIamientos de 1835 y de 1836 habian hondamente agitado el país 1
y los partidos engreidos y enconados tomaron un carácter de violencia que presagiaba
contiendas terribles. La disciplina por mil circunstancias diversas, y por efecto de esas
disensiones que tenian eco en las filas del ejército, se fué relajando al punto de te-
merse resultados deplorables. U na série de descalabros puso en duda por un instante
la disolucion del ejército. La derrota del general D. Narciso Lopez en Jadraque, don-
de quedó prisionero, apenas compensó la victoria de Villarobledo ganada por el ge-
neral D. Isidro Alaix, y no bastó á contener á Gomez en su correría apoderándose
del Almaden y de la tropa que lo guarnecia, entrando triunfante en Córdoba á pesar
de las columnas de Rodil, Alaix, Ribero y N arvaez, que le iban al qlcance. Las
desacertadas disposiciones del gobierno, entre las cuales citarémos la que puso á las
órdenes del brigadier N arvaez al mariscal de campo Alaix, el vencedor de Villaroble-
do, salvaron á Gomez de una derrota completa. Estos hechos reunidos vinieron uno
tras otro á contristar los amigos de la libertad, y darles sérios cuidados respecto al
desenlace de la lucha; pero lo que más temores causaba era la situacion apurada de
Bilbao, sitiada por los carlistas, y en vísperas de rendirse á fines de 1836.


De Bilbao salió el primer grito de la insurreccion en favor de D. CelrlOS, grito sofo-
cado por los mismos moradores adictos en general á los principios de libertad. Bil-
bao desde que estalló la guerra habia sido el punto estratégico de más importancia,
teniendo los carlistas empeño formal en tomarlo, porque con la posesion de la capital
de Vizcaya se asomaba la esperanza de que su rey fuese reconocido por las potencias
del Norte, quienes tal vez así se lo hacian creer. De todos modos, dueños de una
poblacion tan importante, es muy justo que su causa hubiera ganado mucho, sus
partidarios hubieran trabajado con mayor ahinco, su número hubiera crecido, y es
hasta probable que la toma de Bilbao hubiese sido la señal de más de una defeccion
entre ciertas clases de aqictos al trono de Isabel II, que no dejaban de tener relacio-
nes en el campo contrario. Bilbao varias veces sitiada, fué ocasion para que el ejér-
cito lo abandonara todo y acudiese á su ayuda. Ante los muros de Bilbao halló la
muerte Zumalacárregui. Sitiada de nuevo á fines de 1836, y reducidos á los mayores'
apuros, parecia que de la pérdida ó del sostenimiento de Bilbao pendian los dere-
chos de Isabel II ó las pretensiones de D. Cádos; el triunfo de la libertad ó del des-
potismo. .


El general Espartero conoció toda la importancia de salvar á Bilhao, acudiendo á
socorrerla con el grueso de su ejército. No se hizo ilusion sobre las dificultades que
presentaba esta operacion ni sobre la tremenda responsabilidad que le alcanzaba.
Meditó lo que le incumbia hacer con energía y serenidad, y no se necesitaba poca
en aquellas circunstancias.




- 121 -


Al tomar el mando del ejército, el general Espartero ateniéndose más al mérito
militar que á las opiniones políticéTS de los generales y jefes, conservó á su lado el
Estado máyor del general Córdova, compuesto casi exclusivamente de oficiales que
profesaban opiniones enteramente opuestas á la reciente revolucion, ante la cual
habia el general Córdova dejado el mando. En una guerra de principios hay que te-
ner en cuenta las opiniones políticas, puesto que la fé política es donde cada cual
halla sus inspiraciones. Duro trance es para todo oficial pundonoroso el de hallarse
entre el deber militar y la propia opinion; pues bien, el Estado mayor de Espartero
se hallaba precisamente en ese caso. Formado de valientes y leales oficiales, muchos
se hallaban en un compromiso que debia influir en sus ánimos; su deber era comba-
tir á D. Cárlos, estaban bien decididos á hacerlo con admirable denuedo, y así lo
cumplian. Sin embargo, un triunfo esclarecido iba á dar gloria, fuerza y un arrimo
victorioso á un gobierno que detestaban, como representante de unos principios y
una revolucion opuestos á sus creencias.


Semejante perplejidad natural, pero cruel, entre el deber y la conciencia, se dejó
sentir en los consejos de guerra en que se discutieron hs probabilidades de triunfo ó
de reveses que iba á arrostrar el ejército en una arremetida general para salvar Bil-
bao. La retirada del ejército y el abandono de Bilbao, fué la opinion de la mayor
parte de los generales congregados en consejo de guerra, resolucion que llegó á ser
admitida en principio, salvo la última determ~nacion del general en jefe, quien se
reservó darla hasta haberla meditado á sus solas. El cielo no permitió que prevale-
ciese tan fatal error y se cumpliese tamaña desgracia.


Entregado á sus inspiraciones en el silencio de su retiro, el general Espartero halló
en su noble pecho, heroismo b1stante para arrostrar los peligros de una arremetida
desesperada, y desechando consejos tímidos, anunció al ejército en una proclama
que respira el más acendrado patriotismo y cuya fecha es de 16 de Diciembre,
su irrevocable resolucion de salvar Bilbao. El ejército contestó con entusiasmo á la
voz de su heróico caudillo. Convenido el plan de operaciones que debian franquear
al ejército el paso á la ciudad sitiada, las órdenes para emprender el movimiento fué-
ron recibidas con alegría, y todos sea cual fuere su opinion, al oir la voz de su gene-
ral en jefe se prepararon á concurrir leal y denodadamente al triunfo. El 24 el ejér-
cito se halló á la vista de Bilbao.


En la noche del 24 a125 de Diciembre va á decidirse la suerte de Bilbao, y hasta
cierto punto la de la libertad de España. Mas hé aquí que en el momento mismo de
atacar las líneas carlistas el general Espartero, es acometido por una de esas horri-
bles crísis del nlal que tanto le atormenta, y presa de los dolores más atroces, se re-
vuelca por los suelos en el cortijo donde le sobrecoge la enfermedad. Imposibilitado
d~ dirigir en persona el ataque, dá sus órdenes al jefe de su Estado mayor, para que
empiece las operaciones, encargándole que por minutos le dé cuenta deylos sucesos.


Con un temporal horroroso, y un frio glacial, en medio de un torbellino de gra-
nizo y de nieve, que la oscuridad de la noche hacia más penoso, el ejército




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que ignoraba el estado de su jefe, arremete con órden admirable y ánimo impávido;
trepa á las líneas de los carlistas, que defienden con intrepidez sus posiciones. Cada
palmo de terreno que ganan los constitucionales cuesta un arroyo de sangre. Hubo
momento en que la contienda ofreció dudas, peleando los unos' y los otros con de-
sesperada saña en el puente de Luchana. Al fin lo ganaron los liberales. Vencido este
primer obstáculo, el ejército constitucional trepa por el monte de Cabras coronado
.de formidable artillería que vomita la muerte por do quiera sobre las columnas agre-
soras. En la montaña de San Pablo arrecia la lucha; allí se empeña una carnicería
espantosa, nuestras columnas caen diezmadas por la artillería carlista; se detienen
esos valientes mas no cejan ... Recibe el general Espartero la noticia de tan porfiado
empeño. Aquel momento supremo para la gloria del ejército y el triunfo de la liber-
tad, exige un esfuerzo sobrenatural. Espartero conoce que su ejemplo y su presen-
cia son indispensables para electrizar á sus intrépidos soldados; oh-ida la horrible
tortura que sufre, y como el más valiente entre tantos yalientes, pide el cabzillo, y
vuela á ponerse 6. la cabeza de las columnas balbucientes acribilladas por el fuego
enemigo. A la yista de su heróico caudillo, ya el soldado no duda del triunfo; Espar-
tero los arenga, los inflama, y va el primero contra los cañones carlistas. Todos le
siguen entusiasmados. La récia pelea cede y se apodera de la posicion que tantas vi-
das costara. Cada cual quiere ser digno de su jefe. los carlistas, acometidos á un
mismo tiempo por diferentes puntos, abandonan su artillería y [)3gajes. Todo cae en
manos del vencedor: el triunfo es completo, y al alborear del dia, el general Espar-
tero entra en Bilbao en medio de las aclamaciones de un pueblo agradecido, y del
ejército ufano y orgulloso de las proezas de su caudillo.


Tan señalado triunfo debido á las atinadas combinaciones del.general Espartero,
á la entereza de su carácter y á su intrépida resolucion en un momento decisivo, in-
trepidez heróicamente secundada por el ejército, fué un acontecimiento de incalcu-
lable importancia. La causa constitucional alcanzaba un brillo inmarcesible que la
aseguraba desde luego un ascendiente ya irresistible. El gobierno premió la "jctoria
en que tanta gloria habia alcanzado el ejército, otorgando á su jefe el título de conde
de Luchana. Los que más se distinguieron en esa noche sangrienta, recibieron pre-
mios, grados y condecoraciones harto merecidas. Las Córtes se asociaron á estas
manifestaciones, y órganos de la gratitud nacional, declararon al ejército y á su cau-
dillo beneméritos de la patria. El presidente recibió encargo del Congreso de diri-
gir en nombre de los representantes de la nacion una carta autógrafa de felicitacio-
nes al general Espartero.


Parecia natural que el caudillo que acababa de dar una prueba tan relevante de
su pericia y de su arrojo, quedara árbitro supremo de las operaciones militares. No
sucedió así. De allí á poco se ideó en Madrid un plan de campaÍ1a que fué desapro-
bado por el general Espartero, en cuanto el gobierno se lo huho comunicado. El
gobierno insistió, se llevó á efecto y los resultados fuéron tan fatales como habia va-
ticinado el general en jefe,




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El plan ptópúestocórtsistia en un movimiento concéntrico de tres divisiones sobre
la provincia de Guipúzcoa con el fin de obligar á los carlistas á admitir un combate
que se graduó, debia ser un descalabro seguro para ellos. El general en jefe recibió,
pues, mandato del gobierno para que mandase salir de San Sebastian un1 division á
las órdenes del general Evans, otra de Pamplona á las órdenes del general Sarsficld,
avanzando el general en .iefe Espartero con una tercera division, desde Bilbao por la
carretera de Durango. Este plan, ejecutado en la estacion más cruda del invierno,
por desfiladeros encajonados entre cerros gue imposibilitaban que las divisiones se
socorriesen mútuamente, abortó por completo. El general Evans ql!e marchó á la
\'uelta de Hernani, fué derrotado en Oriamendi, y se replegó á San Sebastiano Sars-
held detenido en su marcha por las nieycs y los malos tiempos, despues de haber es-
caramuzado con los carlistas, noticioso de la rota de Evans, se volvió á Pamplona.


Espartero que habia desarrobado este plan, ya adoptado por el gobierno, lo se-
cundó con el denuedo que siempre. Salió de Bilbao el 10 de Marzo capitaneando
\'einte y nueve batallones y marchó ~í. Durango. Al llegar á los Cerros de Santa Mari-
na' y de Galdúcan'), divisa á los carlistas atrincherados en posiciones fortificadas, y
con {mimo de atajarle el paso, Espartero se pone al frente de una columna de ataque,
march:J. al enemigo, recibe un balazo en el brazo izquierdo, no se detiene por eso,
trepa al cerro, se apodera de las alturas que ocupaban los -:arlistas que huyen deján-
dole ciento ochenta prisioneros. Sigue Espartero su camino á Galdácano; allí se detie-
n e el dia 1 1; el 12 ma rcha :1 Zornoza, donde halla al enemigo atrincherado en las al-
turas de Leimona. A la cabeza de su vanguardia arremete á los carlistas, los lanza de
sus posiciones, matándolcs mucha gente, y llega á Durango el 13 sin más combate.
Allí desc:lt1sa el q y ell 5; el Iti va el El-Orrio, y ocupa Abandiano, Apata-Monasterio,
y San Agustin de Ecl1c\"arri, estacionando los carlistas en Elgueta, Manaria y Mon-
dragon. El 20 al emprender la marcha á ivlondragon, recibe Espartero la noticia de
la derrota de Evans, y que las tropas que lo habian batido venian en busca suya. La
retirada era empresa peligrosa, teniendo la division que pasar por los desfiladeros de
Zornoza y Galdácano que ocupaba el enemigo reforzado con jos batallones vencedo-
res en Oriamendi, y que llegaban por el camino de Vergara. Muy importante era el
puente de Ibarra para el paso de la division, así fué que los carlistas se apresuraron
con el objeto de ocuparlo, mas ya les habia tomado la delantera Espartero, y sus
tropas eran dueñas del puente. Allí se trabó fiera pugna, de la que salieron airosos los
constitucionales. Más adelante otro puente fué objeto tambien de reñida refriega;
los nLlestros lo tomaron á la bayoneta y siguió el combate hasta entrados en el pue-
blo de Zornoza. Espartero reconcentró todas sus fuerzas en las alturas de Cerleches
y Abril, y desde allí emprendió su marcha á Bilbao á donde llegó felizmente.


Esta retirada es una de las operaciones de la guerra que más honra la pericia y se-
renidad del general Espartero. No perdió un solo carro, no se rezagó un solo hom-
bre á pesar de las ditit:ultades del terreno, y del empeñado ardor de los carlistas. El
resultado de esta malhadada oper2lcion, fué una baja de ochocientos hombres entre




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124-


las tres divisiones, leccion dura que debiera, al parecer, ser de enseñamiento para el
gobierno y para las Córtes, y darles á conocer los peligros de fraguar en Madrid
planes de campaña, con el fin de calmar la ansiedad de los impacientes y de los in-
cautos, exigiendo que se llevara la guerra por trámites incompatibles con la natura-
leza de esta. La pausa del general E~partero provocaba murmuraciones: no faltaba
quién preguntase qué hacia el ejército en sus cantones, y se tildaba al general en
jefe de prudente en demasía.


N o supieron el Gobierno y las Córtes sobreponerse á ese clamoreo injusto y apa-
sionado de los diarios y del públ ico, yen vez de dejar al jefe de las armas, que tantas
señaladas pruebas habia dado de su maestría y de su arroJo, cuando necesario se ha-
cia, formar los planes de campaña que su larga experiencia en esa especie de guerra
le autorizaba para resolver por sí solo, enviáronle diputados á Córtes para combinar
nuevas operaciones militares para el mes de Mayo, obligándole á apartarse de su tác-
tica que hasta entonces tan bien le habia salido. Arrastrado Espartero por la fuerza
de la opinion pública descarriada, y por las exigencias del gobierno y de las Córtes,
dominados por esa gritería de la impaciencia, tuvo que ceder y que resignarse á pro·
poner un plan de operaciones. Estas fuéron admirablemente ejecutadas, pero léjos
de dar ventaja alguna, aún con haber conseguido triunfos señalados, se puede consi-
derar aquella campaña como un error con respecto al fin que se buscaba, esto es el
de acabar la guerra. La toma de posesion de 1 run, de Fuenterrabía y de Hernani, que
tan noble sangre costó, no podia compensar ni con mucho los males que iban á des-
plomarse en el interior del reino. Una expedicion carlista ya muy de antemano pro-
yectada, salió para el centro de la monarquía en cuanto vieron los enemigos agrupa-
do el grueso del ejército constitucional en un punto extremo del teatro de la guerra)
dejando el Ebro yel rio Alagon libres y sin tropa para defender el paso.


Dirigidas las operaciones con pericia y fortuna, todo cedió al ímpetu de las tropas
constitucionales. Hernani é Irun fuéron denodadamente atacados, y cayeron tras de.
una resistencia enérgica en extremo. Fuenterrabía capituló; pero en tanto que así caian
una tras de otra esas ciudades y que el ejército recogia nuevos laureles en Guipúz-
coa, una expedicion carlista que contaba con sus mejores soldados de infantería y de
caballería, capitaneados por el Pretendiente en persona, y por el infante D. Sebastian,
atravesaba el Arga y penetraba en el Aragon, segura de no hallar con quién habérse-
las que capaz fuera de atajarle el paso. Al llegar esta noticia al cuartel general, sale
Espartero en seguida) atraviesa el país ocupado por los carlistas, y llega á Pamplona;
dá sus órdenes á las tropas que han de ir al alcance de D. Cárlos, y se dirige él mismo
á Haro. .


N o es mi ánimo escribir la histo~ia de los sucesos militares que ocurrieron en esa
campaña) abierta en 1 S de Mayo y concluida en 13 de ~etiembre, siendo este trabajo
puramente político, de las operaciones militares sólo dirémos lo preciso por su
enlace con el objeto que nos hemos propuesto. Bástenos decir que los combates po-
'o afortunados para las armas constitucionales de Huesca, donde fenecieron los bizar-




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ros 1 ribarren y Leon, el de Barbastro, donde la indisciplina causó un descalabro, el
inexplicado paso del Cinca, donde debieron perecer los carlistas, el poco fruto que se
sacó de la victoria de Grá, y otras muchas faltas cometidas, trajeron el Pretendiente
á las puertas de Madrid, donde sin el denuedo de la Milicia Nacional que se presentó
sola á repeler los carlistas, allí pudo acabar el reinado de Isabel 11 y de la libertad.


Cuando los peligros de la guerra hubieron desaparecido y la reaccion imperó, la he-
róica Milicia Nacional de Madrid fué disuelta y diseminada y en seguida lo fuéron to-
das las del reino; la institucion y hasta el nombre se ha borrado de la Constitucion
dada en 1845. Esta es la gratitud que suelen recoger los pueblos que se sacrifican pOr
sus reyes.




CAPÍTULO n.


EL GENERAL ESPARTERO EN MADRlD.-SUBLEVACION MILITAR DE POZUELO DE ARAVACA.-


CAlDA DEL MINISTERIO OFALIA.


Ya hemos dicho que el pronunciamiento de 1836 acabó con el Estatuto Real dado
por doña María Cristina, y restableció la Constitucion de 1812, código legítimo para
el partido progresista. El rompimiento que provocara aquel suceso entre los espa-
ñoles que con miras diferentes habian aceptado el trono de Isabel Il como base de
un porvenir que cada cual arreglaba á su modo, fué tanto más enconado, cuanto que
el levantamiento de Agosto era un rechazo del golpe de Estado de Mayo, que valió
un ministerio reformador y popular y lo reemplazó con hombres que acababan de
pasar del campo progresista al bando que hasta entonces habian combatido con vio-
lencia. Esta inaudita defeccion provocada por los halagos de palacio habia hecho
subir de punto la exageracion, y estallar el movimiento insurreccional que dispersó
el bando reaccionario, poniendo por un momento coto á sus proyectos.


En los días que el ejército carlista se despeñaba de las breñas donde peleaba ardo-
rosamente, entrando hasta el riñon de Castilla, los representantes de la nacion po-
nian la última mano á la obra constitucional. Las Córtes, llevadas de un desprendi-
miento imprudente, modificaron la Constitucion de 18I2 en sentido monárquico
constitucional. Por grandes que fuesen las concesiones hechas á la autoridad real,
por extensas que fuesen las prerogativas otorgadas á la corona, el partido retrógrado
no quedó satisfecho. El principio de la soberanía de la nacion, admitido tan de anti-
guo en los fueros de los españoles, sustituido al del otorgamiento real bastaba para
que el nuevo código le fuese odioso. A pesar de este anatema lanzado á priori, la
gobernadora acompañada de sus dos hijas, se presentó en las Córtes el dia 18 de Ju-
nio para jurar la Constitucion, y no contenta con la fórmula ordinaria, añadió signi-
ficativas palabras.




- 127-'
"Juro por Dios, dijo, y por los santos Evangelios, que guardaré y haré guardar la


»Constitucion de la monarquía espailOla, que las actuales Córtes Constituyentes aca~
.. ban de decretar y sancionar, y yo he aceptado en nombre de mi hija la reina doña
dsabel 1I: Que guardaré y haré guardar las leyes, no mirando en cuanto hiciere,
»sino al bien y provecho de la nacion, y que seré fiel á mi augusta hija la reina doña
»Isabel 11.


»Si en lo que he jurado ó parte de ello lo contrario hiciere, no debo ser obedecida,
))antes aquello en que contraviniere, sea nulo y de ningun valor. Así Dios me ayu-
"de y sea en mi defensa, y si no me lo demande (1 ).»


Si hubo sinceridad y buena fé en esas palabras pronunciadas en tan solemnes cir-
cunstancias, pronto se alteraron y llegaron á recordar tristemente á todos los que no
se pagan de una fraseologia de aparato, otras palabras de Fernando VII en parecida
ocurrencia, cuando cn las Córtes de 1 ~h 1 dijo: "\larchernos todos francamente, y
)'"0 el primero) por la senda constitucional. Las seguridades de 1837 eran parecidas á
las de 1820, Y con todo no dejaron de alucinar al pueblo de Madrid, esparcien-
do flores en las calles por donde habia de pasar la gobernadora desde Palacio á las
Córtes: no creia que aquellas flores sembradas á los reales piés tenian más de una
csp1l1a. •


En el acto mismo de promulgar el nuevo código, ya se pensaba en volcarle: era
cuestion de fechas y de oportunidad, mas en cuanto se presentara coyuntura ade-
cuada, era firme propósito aprovecharla. Muy luego la dep;.uó la suerte; un inciden·
te en que la camarilla dircctora creyó ver el dedo de la Providencia en su favor, se pre-
sentó. Este incidente fué la llegada del ejército á Madrid siguiend,o los pasos á las
huestes carlistas. Aquí empieza á figurar el general Espartero en las alteraciones del
país, aquÍ se abre la primera hoja de: su historia política.


Dejamos dicho que el Estado mayor del general Espartero sé componia en su
mayoría de oficiales desafectos al pron uncia miento de 1836, Y aferrados á las ideas
del bando opuesto. La tolerancia del general en jefe alucinó á los conspiradores de
Madrid hasta el punto de suponer que tal vez este no les seria hostil, y partiendo de
este falso supuesto, determinaron promover una rebelion entre la tropa en cuanto se
a.:ercase á Madrid la expedicion que perseguia á D. Cárlos. Con este propósito, ha-
llánliose el cuartel general sobre el CelIa entre Teruel y Daroca, llegaron emisarios ,á
Madrid encar~ados de preparar los ánimos. Hallaron arrimo muy valedero entre los
ot1ciales del Estado mayor y de la Guardia, y muy luego se notó que sus manejos,pro-
duelan efecto, sembrando el descontento. Lo primero que hicieron, como que se di-
rigian á la tropa que habia sufrido penalidades y privaciones sin cuento con heróica
abnegacion, fué persuadirla de que cuanto habian padecido) la falta de paga y de
vestuario, era efecto de la mala querencia del gobierno, y que volcado el ministerio,


(1) Sesion r¿gia del 111 de Junio de 1¡.j37. Diario de las Sesiones.




- 128-


todo cambiaria como por ensalmo, poniendo ministros de otro partido. Se trató con
pérfidos amaños sacar partido de unas palabras tal vez imprudentes, del Sr. D. Juan
Alvarez Mendizábal, quien dijo en la tribuna como ministro, al hablar de las mise-
rias que sobrellevaba el ejército, que cada oficial tenia un cinto de oro y por más que
el ministro se esforzó en explicar el verdadero sentido de esas palabras, aquellos á
quienes convenia otra cosa se esforzaron en presentarlas como si fuera un insulto
hecho al ejército.


El conde de Luchana al saber las intrigas de los emisarios recien llegados al cuar-
tel general, los hizo salir al momento, mas ya habian echado la semilla dejando ásus
amigos el cuidado de seguir la obra empezada, y estos lo hicieron tan maravillosa-
mente que muy luego ganaron la adhcsion de la mayor parte de los oficiales de la
Guardia real de infantería y de los del Estado mayor.


El general Espartero tenia concentradas sus fLlerzas en Daroca, cuando recibió del
gobierno la noticia de que la capital se hallaba amagada por el jefe carlista Zariáte-
gui ya dueño de Segovia. Acudió el conde de Luchana en socorro de Madrid, llevan-
do diez batallones de la Guardia real, alguna caballería y artillería de montaña, de-
jando el sobrante de sus tropas al mando del general Buerens, el cual debia obrar
contra el.pretendiente en combinacion, y á las órdenes del general Oráa.


Esta circunstancia tan fortuita de la llegada de la Guardia real, apareció á los cons-
piradores como un golpe de inesperada fortuna. Al acercarse la division á Madrid,
acudian de tropel los emisarios y corrieron desde luego entre la tropa las voces más
alarmantes, los dichos más ofensivos á su decoro. Los ministros, decíase, desconfia-
ban del ejército, y no querian permitir que la division se presentase en la Córte. Des-
confianza era esta que á ser cierta, ofendia hasta á los oficiales más adictos, y los que
estaban en el secreto de la enmarañada intriga, se esmeraban en quejas resentidas.
Todo era mentira, esa desconfianza no existia. Vino la órden de entrar en Madrid,
y se dijo entonces que los ministros habian variado de propósito á ruegos del conde
de Luchana. Este con el fin de evitar conflictos posibles, prohibió á sus tropas que
contestasen á las aclamaciones que en un sentido ú otro oyeran de los habitantes.
Sólo al desfilar ante la reina, debian dar las voces de ordenanza. La division entró
en Madrid con el mayor órden, observando la más rígida disciplina, y se acantonó en
los pueblos de Pozuelo, Pozuelo de Aravaca y el Pardo. El cuartel general y el con-
de de Luchana permanecieron en Madrid.


Aquí fué el desplegar los conspiradores todo su saber para ganar la voluntad
del general en jefe. Varias y largas conferencias tuvo con la gobernadora, mas
cuantos medios se pusieron en juego para conseguir del general Espartero que
hiciese traicion á sus sentimientos, fuéron vanos; y no pudiendo arrancarle un
asentimiento que todo lo hubiera facilitado, se echó mano de los medios ya con-
certados de sublevar la tropa, á trueque de entregar la capital á las huestes del Pre-
tendiente.


En los días 14, 15 Y 16 de Agosto se anudaron todos los hilos de la conspiracion.




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129-


Sabedor el conde de Luchana de lo que se intentaba, insinuando á la tropa que una
rebelion tendria la aprobacion del general en jefe, dió al momento las órdenes más
terminantes que pudieran atajar el mal. El b.rigadier D. Antonio Van-Halen coronel
del 2.° regimiento de la Guardia mandaba una brigada estacionada en Pozuelo de
Aravaca. Descansaba el brigadier en el seno de su familia en Madrid, cuando el ¡(i
recibió órden de marchar sin pérdida de momentos á Pozuelo, enterándole de los
amaños urdidos para sublevar su tropa.


Llega Van-Halen al frente de su brigada, y no advierte síntoma alguno de indisci-
plina; encarga á varios oficiales indagar el ánimo de la tropa, y el primer parte que
dieron fué conforme á lo que el primera vista habia notado Van-Halen, mas de allí
á poco vino el comandante Roncali á traer la noticia de que advertia en la tropa
una especie de descontento y el deseo de permanecer en Madrid con el fin de des-
canSJr de las pasadas fatigas. Quiso Van-Halen conocer la verdad, y puesto que las
quejas tenian por orígen la fatiga, creyó con mucha oportunidad que mandar una
larga y sostenida maniobra, seria ocasion para los descontentos de manifestar su
espíritu díscolo. Las tropas maniobraron sin que se oyera una queja, ni una mur-
muraClOn.


Cansado el conde de Luchana de las intrigas en que pretendian envolverle en Ma-
drid, á los cinco dias de haber llegado, sz¡lióse el 18 á respirar aire menos mefítico.
Desconcertados con esta repentina salida los conspiradores, acudieron al único medio
que les quedaba, el de sublevar la tropa, empezando por la brigada Van-Halen. Vino
de nuc\'o el comandante Roncali el Van-Halen con la noticla de que todos los oficia-
les de la brigada estaban resueltos á no marchar, mientras no se mudase el ministe-
rio. La contestacion de Van-Halen á Roncali fué que dijese ú los oficiales que tal en-
cargo le habian dado,_ que pusieran por escrito su resolucion y que por su parte to-
maria providencias con arreglo á la ordenanza. Vino el escrito tirmado por todos los
oficiales de la brigada, añadiendo estos que en aquel momento hacian lo mismo los
demús batallones con plena anuencia del conde de Luchana.


Acto contínuo dió Van-Halen parte de lo ocurrido al general en jefe, pidiendo el
castigo ejemplar de los ofici31es signatarios Enterado el general en jefe, despachó
al coronel de Estado mayor Lavalette, con la contestacion reducida á la desaproba-
cion mús severa de la conducta de aquellos oficiales, quienes oyendo el lenguaje del
mensajero del conde de Luchana q uedJron atónitos, pues tenian con razon ó sin
ella al coronel Lanlette por uno de los principales promo\"edores del plan á que
habian dado principio. Empezaron ú recelar y considerarse \"íctim3s de una infame
intriga: pero alentados con las noticias que recibian de ¡Vladrid, cobraron espíritu
v se aferraron en su insubordinacion.


El general Rivero mandaba toda la infantería de la Guardia: se presentó en Pozue-
lo d~ Aravaca con el fin de atraer ú aquellos otlciales ú su deber, mas nada pudo, se-
guros, decian ellos, que SLl ejemplo seria imitado por toda la oficialidad de la division
escudados en poderosísima proteccion.


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130 -


Rivero sin tomar providencias cual las requeria el caso, Pnandó que aquellos
oficiales fuesen arrestados en Alcorcon y esperasen órdenes del gobierno. Una
voz unánime salió de las filas, ¡pues todos, todos! ... Y todos marcharon, quedando
así los cuatro batallones que formaban su brigada, sin oficiales: los jefes perma-
neCieron.


Vino del cuartel general la órden para que los cuatro batallones marchasen á Gua-
darrama: este era el momento crítico. Afortunadamente, la tropa leal y fiel oyó la
voz de su jefe, y rompió la marcha, Hubo en los primeros momentos alguna yacila-
cion, mas arengados con energía por el brigadier Van-Halen, los batallones llevados
de loable pundonor, quisieron poner de manifiesto que no necesitaban oficiales para
ser fieles á su s banderas. Vino una contraórden dc marcha y volvió la brigada á Po-
z~lelo de Aravaca: allí se halló el conde de Luchana; arengó á los cuatro batallones
ensalzando su buen comportamiento, al propio tiempo que llamados ,í SLl presencia
dos oficiales vucltos de Alcorcon, al frente de la tropa afeó una conducta que tanto
desdecía del honroso uniforme que vestian, enviándolos en seguida arrestados á Al-
corcon, á esperar órdenes del gobierno. El conde de Luchana ascendió sargentos y
abos á oficiales en reemplazo de los insubordinados.


Malogrado el golp~, no por eso dejaron los conspiradores de conseguir su objeto,
pues el ministerio hizo renuncia y hé aquí la razono A la primera noticia de la rebe-
lion de los oficiales de la Guardia, el gobierno determinó que serian castigados, re-
cayendo sobre ellos todo el rjgor de la ley; mas pronto se tuvo la prueba material
de que aqLlellos oficiales extraviados no eran más que los instrumentos de un plan
cuyos jefes no era fácil alonzar. Repugnando á los ministros ejercer un poder que
hallaba enemigos ocultos en el centro mismo de la autoridad, blanco de una enemis-
tad que no se les disimulaba, y rodeados de intrigas que tenian un orígen sobrada-
mente poderoso para evitar siempre sus tiros, los ministros resolvieron dejar el puesto
convencidos que no podian sen'ir útilmente la causa pública á pesar del apoyo de las
Córtes. Tal vez á ese enojo muy natural en hombres de ardoroso patriotismo y de
acendrada honradez que tanto habian hecho en fé~vor de la gobernadora en circuns-
tancias difíciles, s,: unieron resentimientos contra el conde de Luchana por no haber
desde luego castigado por sí y ante si á los oficiales con arreglo ú las leyes y orde-
nanzas. Mas sea de esto lo que fuere, lo cierto es que la rebelion de Pozuelo de Ara-
vaca quedó por castigar. Harto difícil seria decir hoy quién tUYO la culpa de una
impunidad escandalosa, de un acto de rebelion al frente del enemigo. Sea de quien
fuere la culpa, esa impunidad fué de un ejemplo fatal, sin que se halle adecuada ex-
plicacion pues ni á los ministros les faltaba teson, ni escaseaba el general en jefe los
castigos ejemplares en casos necesarios, como lo tenia bien acreditado antes con el
castigo de los Chapelgorris, y des pues con las terribles ejecuciones de Miranda de
Ebro, de Pamplona, y de,los asesinos de los malogrados generales Escalera y Sars-
field. Hay que suponer que considerando aquellos oficiales beneméritos hasta en-
tonces, como instrumentos de un plan en que el castigo no polia alcanzar á los Yer-




- 131 -


daderos promotores, se quiso usar de indulgencia con los menos culpables, ya que
no se podia castigar á los instigadores. Ei general Espartero por aquellos tiempos fué
nuevamente censurado por este suceso, ni andm-ieron avaros de calumnias sus ene-
migos: mas el conde de Luchana que en todas las posiciones de su trabajada vida ha
mirado siempre lJ opinion pública como el tribunal supremo ante el cual los hombres
libres deben buscar un fallo s')lemne, tUYO poco tiempo despues ocasion de ventilar
este asunto, y no titubeó en al'nwecharla. Dirémos textualmente lo que él mismo
dijo sohre la indulgencia de que se usó para con los oJiciales de Pozuelo de Aravaca;
cada lector formar:J~ el juicio que tenga por conycniente v nosotros darémos el
nuestro.


A la vista de tamaí10 eSc:lndalo como el que habian promoyido los oficiales de la
Guardia en Pozuelo, las Córtes congregadas no pudieron desentenderse y guardar si-
lencio. En la sesion del 1:) se present(') una pr0l'osicion para que los ministros diesen
cuenta de lo ocurrido: retirada en seguida la sustituyó un proyecto de mensaje á la
gobernadora, en que yituperanJo la con __ lucta de aquellos oficiales, ofrecian bs Cór-
te~ á S. M. su eficaz cooperacion encaminada á poner coto á semejantes desacatos y
á castigar el que se acahaba de cometer.


,


Estas diferentes pro,losicion::s dieron lu~~ar:Í discusiones Jcaloradas, v entre los
que las sostuvieron descolk) el general D. Antonio Seoanc, afe::1I1l!0 la conducta de
los oficiales, y llegando á h del general en jefe, lo. tildó de débil en demasía. En opi-
nion del genercd SeOéll1e, aquellos oficiales merecian la degrJ~!acion; pascar las ca-
lles de J\la __ lrid con grilletes yen seguida diezmarlos~ palabras que llevaban.el sello de
la exageracion :,- de la imprudencia, y que proyocaron un desafío en que quedó Seoane
herido. Este, además, habia dicho que la Guardia se habia ne~ado él marchar contra
el enemigo por querer hoigar :1 sus anchas en i\Iadrid, dando la GuardiJ á Palacio, y
dió, por último, pormenores sohre la rehelion de Pozuelo, que alcanzaban él zaherir el
nombre v el honor del conde de Luchana


Enteraclo este del at:1que \'irulento del general Seoane sufrido en las Córtes, salió
en defensa propia al encuentro de las palabras de Seoane en una carta que yió la luz
en el periódico FI EspaiÍol. En esta carta hacia el conde de Luchan:l una reseí1a de
todos los inaudltos padecimientos que IBbia sufrido el ejército en el último año, y
en la expedicion contra el Pretendiente, y lle~ando á la cuestion [lrincipal del discur-
so del general Seoane, se eXlresaba el Conde del modo siguiente:


«Que la opinion pública designaba como perjudicial el anterior ministerio es un
"hecho incuestionable. El ejército no poJia mirarlo de otra m~lnera porque habia su-
"frido y experimentado pri\-aciones inauditas de que yerdaderamente hay pocos
"ejemplos. No por esto diré que obraron bIen los oficiales de la primera brigada
"pero su falta no merece tan negros matices como se han prodigado en el
"discurso. lIay muy notable diferencia entre una subleyacion que envueh e los des-
nórdenes, los crímenes y la anarquía y una solicitud para la cual se auna toda una
nchse. Estas pretensiones están s íbiamente FrohihidclS : por esto el general de la di-




)lvision los reconvino, y viendo su insistencia en preferir sus retiros á servir bajo la
))direccion de aquel ministerio, los despachó, manifestándoles cuanto se podia exi-
))gir en tal situacion. Con este conocimiento, mandé que dicha brigada fuese condu-
))cida al punto en que me hallaba. Lo verificó sin sus oficiales en el mayor órden.
))Estos dispus¡; se me presentasen, lo hicieron, y no consiguiendo el objeto, les seña-
))lé punto donde esperasen la resolucion de S. M. Yo me presenté á las tropas, y á
))la faz pública reprobé la conducta de los oficiales, y los exhorté á que: llenasen su
))deber, no faltasen á la disciplina, y que esperaba batirian al enemigo con el mismo
))valor y órden que tenian de costumbre. Todos á una vez llenos de entusiasmo me
))10 prometieron, y en el acto promoví, en nombre de S. 1\1" ú subtcnicntes el los sar-
))gentos primeros y el esta clase á los s::gundos, pidicndo al gobierno diez y seis cru-
))ces de Isabel II para cada uno de los cuatro batallones de la brigadd, á fin de dis-
))tribuirlas por suertes entre los soldados cn justo premio de su obcdicncia y su de ..
))cision de marchar al enemigo aun sin otlciales, como lo verilicaron. Su conducta
»hasta el dia ha sido ejemplar; los oficialcs, indultados por S, 1V1., han vuelto ú sus
))filas; todos van al enemigo, y tengo esperanzas de que en el primer encucntro darán
))pruebas de su arrojo, añadiendo nuc\'os laurcles ú los ya adquiridos ú costa de su
»sangre.


»Por este sencillo relato se evidencia que la Guardia real no ha hecho nada para
»permanecer en Madrid: que vádonde están los ene migos: que no esquiva los peli-
})gros: que yo confié con r~lzon, porque contando con su amor no habian de tener
))lugar las sugestiones de los partidcas: que no he sido engañado: que todos mis co-
»natos han tendido ú dejar el S. M, en el libre ejercicio de sus prerogati\as: que no
))mc he mezclado ni cohibido la iniciativa del mini sterio, como ha dado ú entendcr
))el Sr. Seoane valiéndose de la frase peregrina dc que en el público habian corrido
))tales rumores: y se evidencia tambien que semejante falta no era para diezmar otl-
»ciales, arrancarles la casaca por la espalda y mandarles pasear las calles de ~ladrid
»con un grillete y L111a cadena al cuello. Tengo la satisfaccion de que el Sr. Seoane
))no es el llamado á darme lecciones de energía, Con ella he mantenido y tal vez me-
»jorado la subordinacion en el ejército, subordinacion admirada de propios yextraílOs
))en medio de la miseria y sacrificios de que sólo da ejemplo el soldado español. ¿Que-
))ria el Sr. Seoane dar el escándalo de fusilar diez y nueve ó veinte otlciales? Tal se
»deduce de la expresion diepnar. ¿Queria que los. setenta restantes diesen al bando
»carlista el placer del singular espectáCLtlo de pasear la capital con grillete y cadena
))al cuello? Así lo l1a proferido. Pero el ge'neral Espdrtero que sin saber la tendencia
»que podia tener en la tropa el paso de los oticiales, se presentó á ella con el valor
»que le inspira el deseo del órden y del bien comun, no era ciertamente el hombre
»que guiado por la imprudencia y extrañas afecciones fuese á rrivar á la patria
»de considerable número de oficiales distinguidos, valientes y llenos de acciones
))heróicas. Un momento de error, una falta sin graves consecuencias, no permi-
»te castigos tan estrepitosos, improvisados sólo por el calor, sin pesar los he-




- 133-
"chos, ni meditar en sus resultados. ¿Qué mayor triunfo para el Pretendiente?
,,¿Estarian estas tropas en aptitud de salirle al encuentro? Razones poderosas dicen
"que no.')


En la precision de optar por la indulgencia excesiva del general Espartero, ó por el
castigo bárbaro que pedia el diputado Seoane, desde luego nos inclinamos al prime-
ro; mas tenemos que disentir del dictámen del conde de Luchana, no siéndonos po-
sible mirar la rebelion de aquellos oficiales como una falta sin graves consecuencias.
Cuando al frente del enemigo los oficiales desconocen sus deberes hasta el punto de
poner condiciones á su cumplimiento, sierido estas condiciones nada menos que el


,


derribo del gobierno, apoyado por los representantes, y en apariencia á lo menos
gozando de la confianza del jefe del Estado, constituye unode los mayores atentados
que pueden presentarse en la milicia, tanto mis qLle aquel acto en las circunstancias
en que se efectuó, pudo, desquiciando la moral de aquellas tropas, dejar el paso li-
bre al Pretendiente para que se enseí10rease de Madrid. Si aquella rebelion no tuvo
para los promovedores todo el resultado que se prometieron, consiguieron á lo me-
nos la caída del ministerio, y esto era precisamente lo que pedtan los oficiales, y



este triunfo, por más que haya dicho el conde de Luchana en aquel escrito, fué de
funesto ejemplo.


La caida del ministerio no contentó del todo j los conspiradores. Trataron de
anudar de nueyo sus amaií.os para insurreccionar las tropas, atraerlas á Madrid y lle-
var á cabo la dese,¡da contra-revoluciono Al efecto Í1all:indose el cuartel general en
Torre1agun:¡ en las ctrcanías de Madrid, no faltó quien llegó á proponer al conde de
Luchana marchar á Madrid y acabar con las Córtes y la libertad de imprenta, pro-
posicion hecha en pr,:sencia del general Rivera y del general Van-Halen, que dejó
atóniws :í.los qu~ la oian. L1 ret)elió con ceúo Y con indiónacion el general Espar,
tero, y lut'go despidió de su Estado mayor al coronel .\1azarredo, y á los ofic iales
CampLllallo, Len'alerte y Herrera Dlvila. Van-Halen fué nombrado jefe de Esta-
do mayor.


Esta fué la suerte de la primera conspiracion para derribar una Constitucion recien
promul;ada y jurada con tanta solemnid id. La honradez del conde de Luchana, la
energía del general Van-Halen, fuéron la barrera que detuvo aq ueUa arriada reaccio-
naria; ambos han silla proscriptos por la contra-L:volucion triunfante en r843, ex-
piacion que la tenia n reservada los conjurados de r837, pues desde aquel dia fuéron
ambos objeto de un odio implacable por parte del partido retrógrado, y muy luego se
empc~í.6 la lucha entre este y el general en jefe.


Un ministerio nulo y de pura transicion reemplazó al que presidia D. José María
Calatrava. A Espartero le cupo sin saberlo la cartera de la Guerra, con retencion del
mando del ejército: negóse á admitirla.


Disueltas las Córtes Con:>tituyentes, hubo nuevas elecciones que dieron la mayor;a
al bando retrógrado, y con el nombramiento de Senadores en ese sentido, pudo or-
ganizarse un ministerio que fuese la expresion de esas mayorías. N o tuvieron á




menos los nuevos ministros admitir por presidente del Gabinete l al conde de Ofalia l
que habia sido colega de Calomarde en los dias más aciagos dd despotismo l eleccion
que políticllnente hablando l Choc;lha hasta el sentido comun, y provocó la sana de
los verJade,os li~erales. El deseo \.le CO,l1 r)!'l)meter al general en'jefe l sugirió el pen-
samiento de nom~1rade de nueyo ministro de la GLl.:rra l conservando sieml,re el
nu :ldo del ej~rcito. Estos nombramientos rel/etiJos dos veces en pocos meses te-
n.ian por objeto extraviar la opinion púhlica sobre d suceso de Arayaca, dando ú
cnten,ler que no existia disentimiento alguno cntre el conde de Luchana y el ban-
do retrógrado.


El general Espartero voh'ió ú rehusar el ministerio, y á pesar del despecho que
causara esa neg:lti\'a, se le pidió al menos que indicara el gener,ll que mJS convenia
para aquel puesto. N egóse tamhien :\ esto diciendo que no tenia para qué entrome-
terse en la eleccion de ministros, siendo esta preroo~1ti\'a exclusiva de la Corona.
Tanto rendimiento por una parte y tanta alti\'ez por otra l de~~eneraron en una ani-
mosidad que tr::tslucia á cada paso, y que pudo dtraer espantosa catástrofe, b diso-
lucion del ej¿rcito.


LJ. indisciplina que cunjió en el ejército por el allO de 18371 y de la cual hemos
visto un estallido en los sucesos de Aravaca ~ llegó hebta cO'1\'enir soldJdos en bár-
baros asesinos de sus jefes, como acontecic') en Mil' 111 da de Ehro don\.le murió el he-
nemérito 2:eneral Escalera á m:mos de sus soldados: en P;ll1ll)lon:l donde el anciano


c' l


Sarsfield, el coronel "lel1l.liyil y otros l tuyier,)l1 iguóll suerte: en lIernani donde las
trOllas hicieron fuc;o sO:He los genercdes conde dc\Iir,¡::lol Y' Berdon, quedando este
hcri,jo, y el con~lc tU\'O qUé' fu;arsc Cl Francia; en Vitoria donde sU11evadas LIS trollas
cometieron mil excesos y asesin,1ron \'arias persona:;, entre ellas un jefe de Estado
mavor que quiso conterer el desórden. Si sohralla indul"cllciél huho/ara con los ofi-


- " ¡


ciales de Arayaca, donde no huho desgr,lCi~)s que llora,', trellll'ndos clstigos alcanza-
ron á los asesinos, y e:;tos expiaron con el último suplicio sus a l )ominablcs críme-
nes. Este ri:;or púso coto á tan neL1l1c10S e:,cesos, \' la disciplina recohró su imperio.


Por Enero de d~38, las victorié1s de "ledianas v ,le BoteLlo marcaron el ascendien-
te que iban tomando las armas constiLC'!owlles, mas aUllLJLle Ye1 restahlecida la dis-
ciplinal luchaban en ycrJa,j los soldaclos contrd tales miserias, la h:lmbre :' la des-
nudez l que púdose temer con sobrada razon que allln s(: hahia de relajar 1<1 obedien-
cia l y qu:: la dispersion del ej~rcito seriel la COl1scdl\:ncia Lltal de tantos padecimien-
tos; y sin que sea nuestro :ll1imo suponer que el élhandono en que se \.leJaba al
ejército fuese un plan del minist.:rio l)ar:1 des;¡creJiLtr al ;~cnccél1 en jefe y desélLltori-
zarlo para con sus tropas, lo cierto es, q uc en ninguna ~i)OC,l hahi,¡ el ejéi'cito pa·"
sado por tan crueles privaciones.


En tan apurado aprieto l el gener~l E-;partero dirigia ú los ministros las mús enér-
gicas reclamaciones so'-Ire el abandono en que se yeia el ejército, yaticinando los fu-
nestos resultados que eran de temer. "'las nalla consegula: CI una última ymás aprc-
tante queja, se le contestó con un quedo enterado. Ya conoció ei general en jefe que




- 135-
sobrellevar por más tiempo en silencio la responsabilidad que no le competia, era
hacer traicion á la patria, á la causa de la libertad, al ejército y á sí mismo. Resolvió,
pues, dirigirse á las Córtes, pintando á los represen tan tes de la nacion la dolorosa
situacion del ejército, indicando que se exigiese de los ministros la exhibicion de la



correspondencia seguida sobre este asunto vital, y que teniéndolo todo á la vista,
resolviesen las Córtes lo que tuvieran por conveniente para atajar la catástrofe que


. .


se vema en C¡¡l1a.
Enterados los ministros del mensaje y de su objeto, detuvieron su presentacion,


y pidi.:ron explicaciones al general ESfJarterOj mas este por toda contestacion, remi-
tió directamente al presidente de las Córtes que lo era D. Javier Istúriz, un dupli-
cado de su mensaje. El presidente en vez de dar en seguida cuenta de ese ot1cio á las
Córtes, llevado de una loable prudencia, se avistó con los ministros, les enteró del
caso, y los empeí1<J á que evitasen un ruidoso esdndalo, dando satisfaccion á las fun-
dadas quejas del conde de Luch~1l1a. Se avinieron los ministros á este prudente con-
sejo, no se dió cuenta á las Córtes del oficio del general en jefe, y el ejército fué so-
corrido.
~las los ministros ágriamente resentidos, y sin atreyerse á quitarle el mando, por


no saber á quién fiarlo, se encarnizaron con el jefe de Estado mayor Van-Halen y con
el secretario de campaúa del Conde, el coronel Linaje. Exigieron, pues, ljue el gene-
ral Espartero alejase de sí á Van-Halen y á Linaje, mas á ello se negó, y cuantos
medios usaron para conseguir su propósito, todo fué en balde. Los ministros exone-
raron á Van-Halen. El Conde representó contra esa exoneracion, y obtuvo que fuese
revocada.


A la par que los ministros acibaraban de amarguras al afortunado caudillo que
tantos servicios prestaba al país, este contestaba con nuevas victorias á los aviesos
amaúos de los ministros. La rota completa de la expedicion al mando del conde N e-
gri, que casi por entero quedó prisionera, la dispersion de las hordas de Basilio, el
asalto y toma de Pel1acerrada y de su castillo, operaciones todas dirigidas por el
general Espartero en persona, el1cumbranJo muy arriba la gloria del ejército y de su
caudillo, hubo que respetar á quien marchaba de triunfo en triunfo á la completa pa-
cificacion del país, mas sin que por esto cediera en lo más mínimo la ojeriza que se
le tenia.


El ~eneral Van-Halen cuya exoneracion habia sido publicada en diarios oficiales, no
quiso permanecer en el puest:o que ocupaba á despecho de los ministros, y 3sí lo par-
ticiró al gobierno en cuanto se lo permitieron los sucesos de la campaña en los cua-
les le cabia parte no esc:l,sa de gloria. Pedia Van-Halen una satisfaccion pública como
públisa habia sido la ex:oneracion, ó retirarse. El Conde apoyó h. representacion de
su ¡efe de Estado mayor de quien lucia muy merecidos el03ios, ensalzando como
era justo, los granJes servicios que recientemente habia hecho. El gobierno dió una
negativa por toda contestacion, y el Conde á su vel; resentidQ hizo dejacion del
mando.





- 136-
Apurados se vieron los ministros, queriendo~ y no atreviéndose á admitir esa re-


nuncia. Mientras así fluctuaban en las ánsias de una ira impotente, los desgraciados
sucesos de la guerra en el bajo Aragon, la derrota de Oda al frente de Morella, el
encuentro de Maella, donde fen~ió el "aliente y malogrado general Pardiñas, col-
maron la medida de la impopularidad del ministerio Ofalia, y cayó .. Quedó Espar-
tero al frente del ejército, y fué Van-Halen á tomar el mando del ejército del centro
en reemplazo del general Orúa.


De bulto se presenta lo funesto que debian ser para el país esas disensiones que no
tenian más orígen que el odio indomable de un partido contra el general en jefe. Ese
odio no debia apagarse nunca, y ha sobreYindo ú la caída y proscrípcion del pacifi-
cador de España.





CAPÍTULO III.


EL GENERAL NARVAEZ.


Lo primero en que pensaron los nuevos ministros antes de completar el Gabinete,
fué consultar con el conde de Luchana la eleccion de ministro de la Guerra, supli-
d.ndole que lo desi~nase, se~uro de antem:mo que recaeria al momento el nombra-
miento en la persona que indicase. Desechó el Conde tan peligroso honor, por con-
siderarlo como llsurpacion de una de las prerogati\'as del trono constitucional. Esta
cautela del general en jefe era para él tanto más obligatoria, cuanto que estaba mLly
al alcance del orígen de esa J.eferencia, que no era más que una múscara y un enga-
líoso señuelo; mas lo 'iu:? se ansiaba era comp¡,ometerle. Sus servicios y su prestigio
le hacian indispcns:1ble al frente del ejército, mas por otra parte sus opiniones y su
honradez política eran un obstúculo invencible el los pro;rectos reaccionarios que se'
querian llevar ú cabo. Doble motiyo para oltiarle y quererle perder.


Ya hemos visto cómo se bu:)caba en el ejército la palanca con la cual se pretendia
volcar la Constitucion. El ejército era el punto de mira de los conspiradores, y allí
se fué en busca del hombre que pudiera ser un dia el sucesor del caudillo que man-
daba el ejácito con tanta gloria y fortuna. La eleccion no era fácil: el recien nombra-
do general D. Ramon María N arvaez, fué la persona que en la opinion del Conde
presentaba mús dotes adecuadas al papel á que le destinaban; y por un raro y casual
concurso. de sucesos, el plan concebido en 1838, vino á realizarse en 1843, llegando
el general Narvaez áser en fuerza de su propia voluntad, el árbitro de España, tras
de haber sido el dugue de la Victoria, el magistrado supremo, el regente del rei-
no en virtud de la voluntad de las Córtes •


En todas las graves alteraciones políticas, como en las peripecias de una guerra ci-
vil, hay hombres que columbran á lo léjos el instinto de los partidos, y se anuncian
ellos mismos muy de antemano.




- 138-
Lo que un bando político anhela antes que todo es la derrota de su contrario, á


trueque de hallar un Clmo en aquel que eligió por servidor. La cobardía que á nada
se atreve, la hajeza que de todo saca partido, el egoismo que si~mpre especula, abren
el camino á esos hombres de circunstancias. Arrojados, sagaces, saben que el querer
es obtener entre tímidos; aceptan el apoyo que se les ofrece, se encaraman en lo más
alto del poder, pisoteando á aquellos fli:,mos que le ensalzaron, y que un compro-
miso mancomunado liga irrevocablemente á la suerte de un dominante y desdeílo-
so jefe.


Este ha sido el papel que el general Narvaezha hecho en nuestras disensiories po-
líticas capitaneanJo un partido con quien en el fondo 110 tenia simpatías; mas á su
naturaleza osada y dominaJora era indispensable un bando sumiso, y este no podia
hallarle entre liberales. Los acontecimientos han demostrado cuán certero es el ins-
tinto de los partidos, y con qué tino el bando reaccionario eligió al general Narvaez
como el más á propósito para la ejecucion de sus planes, muchos años antes que el
suceso le diera razono


Hallábase en el otoño de r R37 asolada la Mancha por foragidos carlistas que so-
brepujaban á tOLlos en crueldades y rapiñas: pronta y enérgic;l represion exigia el es-
tado de aquella provincia; el ministro de la Guerra D. Evaristo· San Miguel mandó
organizar en la Mancha un ejército de reserva que el la par que acabar con lashord.as
que la;aqueaban, formaria una reserva de donde se podrian sacar soldados capaces
de llenar las bajas que tuvieran los cuerpos de operacion. Pero San Miguel dejó el
ministerio antes de haber podido realizar su acertado y patriótico pensamiento. Sus
sucesores de opiniones políticas altamente opuestas á la de aquel benemérito gene-
ral, se apoJeraron de su idea; mas hombres de partido y supeditados á las exigenci~ls
del suyo, b formacion del ejército de reserva cesó de ser un proyecto puramente
militar como lo concibió Sln Miguel, y pasó á ser una palanca para volcar el Espar-
tero. Los que dirigían el plan, exigieron que se diera á NL1rVaCZ la faja de mariscal
de campo, "in que nin¡;L1na nL1eva accion de guerra fuera ocasion de ese ascenso,
nús que se hacía necesario para sus miras: á fin de d;~rle el mando de un ejército era
preciso ens,dz.1rle al generalato. Ya ceñida la faja, fué enviado Narvacz á Andalucía
para reemir su ~ente, acopiar los meJios materiales y juntar recursos de vestuario,
equipo, etc.


La Constitucion de r837 desJ.pareció tras del triunfo reaccionario de 1843 de que
fué el general N aryaez el héroe, el alma y el regulador supremo.


Poco hahia sufrido Andalucía del azote· devastador de la guerra; los carlistas no
pisaron ese suelo más que en la correría de Gomez en el OtOl10 de 1~3(i. Andalucía
se prestó con patriótico desprendí miento á la organizacion del ejército de reserva,
suministrando CLnnto se la pidió con ese fin. Activo y entendido anduvo N arvaez
en el encargo que se le confiara, y muy luego se halló al frente de un ejército
de catorce mil infantes y de mil ochenta caballos. Con tan poderosos medios los fora-
gidos de la Mancha, tuvieron que rcfu,:.;iarse en guaridas inaccesibles, y la provincia




- 139-
quedó lihre de sus atrocidades. Los medios represivos de que echó mano el general
de la reserva fuéron á veces terrihles, y en verdad que jefes que disponen de las fuer-
zas de un gobierno normal, deben siempre usar de templanza y sobre todo de jus.
ticia. Allí se desplegó un terrorismo que mal se avenia con los principios liber<des~


Ya libre de bandidos la Mancha y pacificada, las tropas que allí acampaban, debie-
ron marchar á otros puntos donde enfurecía la guerra, y más de un revés habian su-
frido las tropas constitucionales en las Provincias Vascongadas, en Aragon y en el
:\1aestrazgo. Alaix: habia tenido un descabbro en Puente la Reina, en un encuen-
tro con el jefl; carlista García, y habia perdido m:ls de mil hombres. Oráa en su
ataque contra MOl'ella, Pardií1as en Maella, habian sufrido muy méÍs dolorosos des-
calabros. Se hacia, pues, ur~ente acudir con prontos y numerosos refuerzos de tro-
pa, no sólo para sllplir las pérdidas y bajas del ejército, sino para realzar el espíritu
abatido de aquellas tropas.


Ei general en jefe de los ejércitos en quien recaiLl muy principalmente la responsa-
bilidad de las operaciones de la guerra, pidió al gohierno que sin demora avanzasen
las dos terceras partes de la reserva á Castilla la Vieja, á retaguardia de su ejército,
y que acantonadas en las pro\'incias de Soria y de Segovia. estuyiesen á la mano en
disí)osiciol1 de emplcarlas segun bs necesidades del momento. La otra tercera parte
podia permanecer ya en la Mancha para mantener b pacificacion conseguida, ya en
Castilla la Nueva con ellln de conservar lihres las comunicaciones de la capital con
las provincias del Mediodía.


En un principi0 el ::';0hierno dió su asentimiento al plan del general en jefe, siendo
eyidente su utiliJdJ y o¡'ortunidad. HCCélyÓ en N aryaez el nombramiento de capi-
tan ¡.;enerzll de Ca"ülla L1 Vieja, con f)rdenes de a\'anzar con las do:,; terceras partes
de la resen'a j Búr,~os. Al ,"crse colocado á las órdenes del conde de Luchana, hizo
Nanaez dejacion del mando; mas los que no se élyenian con esta resolucion de Nar~
\",Jez, hicieron que no se le :1l1mitiese lel renuncia, y le instaron para qUe viniera al
frente de:íus tI'OC),\S :1 .\1aJriJ, Cl110 si fuera {¡ BLlr,~os Así lo hizo NLlrvaez y llegó á
la córte ~oherl1~1l1do nueye mil hom 1>ré':';, donde se le recihi6 con honores e:-:traor-
d;narios. DeslilJron las trop,ls ante 1:1 ~ohern<ldora , quien las reyistó luego en el
Prado: mas en vez de se!,uir ,;u m,¡rcha h(lCié! el teatro ,le la guerra, yióse con ;¡som-
hro que se acantonahan las tropas en las cercanías de :\1adrid. Entonces empezaron
j ¡'¡:bullir con el ¡.;ener;l! NJn'aez las intrigas que se habian a;itado un aÍ10 antes
con el :-.;::néral ESf"lc1rtcro. Ya fu,'se por am '}ici0i1, Ó lleyajo de una injusta ojeriz::l há-
,,~ia e:i~e, ('¡ por efecto de su ca\,-'¡cte1' que mal se ;l\"enia con un sl1¡lerior, y teniendo
prc:se,¡tcs los sucesos po-;teriorcs, es probable que ~arYaez dió complaciente o:Jo á
las sugestiones que le llesabcll1, bcbcado con 0Jan por un partido. Queriendo m 'iS y
mJs ascntar su posicion y la importancia que se le daba: tentó una se:.;unda renun-
cia que, desechada cumo dehi;] serlo y lo fu¿, no dejó ya duda que habia lle:rado á
ser indispensahle.


El gobie2'no al desechar la segunda renuncia del general Narvaez, tuvo que dar




- 140 -
un paso más allá para encumbrarlo á donde querian ciertos personajes. Resolvió au-
mentar el ejército de reserva, hasta cuarenta mil hombres, mas antes de dar el de-
creto, pasó el proyecto á consulta del general Narvaez que por de contado le dió su
!Completa aprobacion. Salió el decreto el 23 de Octubre. La reserva debia aumentar-
se hasta cuarenta mil hombres, de los cuales veinte mil serian de caballería. Sus
operaciones se limitaban á las provincias de la Mancha, de Castilla la N ueva y Anda-
lucía, esto es, á donde no habia guerra. N arvaez recibió el nombramiento de general
en jefe con facultades omnímodas.


El ensalzamien to de N arvaez á un mando tan superior á su reciente graduacion de
mariscal de campo, la dictadura de que se le revestia, se dirigian á las claras á un ob-
jeto sobradamente determinado para que este se ocultase á nadie, mucho menos al
conde de Luchana, que estaba muy al corriente de los planes que se fraguaban con-
tra su persona. En la camarilla tenia confidentes que le comunicahan lo que en ella
pasaba. El decreto de 23 de Octubre, cuyo objeto le era muy conocido, el retener en
las cercanías de Madrid las tropas que habian podido ayanzar á Castilla la Vieja, el
haber dado á N arvaez facultades que él mismo no tenia á pesar de su alta graduacion
y de ser general en jefe de los ejércitos reunidos, no le permitieron ya titubear en la
rcsolucion que le incumbia tomar. Resuelto á dirigirse el la opinion pública como
siempre, considerándola juez supremo en los países libres, en 31 de Octubre dirigió
el la gobernadora desde su cuartel general de Logroho un manifiesto que hizo pú-
blico, yen el cual rasgaba el velo que encubria los proyectos reaccionarios, cuya me-
jor suerte se apoyaba en el ejército ele reserva. Allí se quejaba alll1rgamente de las
contra-órdenes dadas para detener la marcha de las tropas de la reserva que habia
pedido, ponia de manifiesto la monstruosidad lie una reserva de cuarenta mil hombres
q lIe debia quedar en pro\'incias donde no habia ni guerra ni enemigos, mientras el
ejército que hacia rostro á las fuerzJs carlistas necesitaba con perentoriedad refLler-
zos, careciendo de lo m~í.s preciso; demostraba que la formacion de la llamada reser-
va no tenia m:.ls objeto que el de desquiciar los ejércitos de operaciones; mas allle-
gar á la apreciacion del general en quien recaia el mando de esas tropas, y de las fa-
cultades extraordinarias que le estaban concedidas í se expresaba el general Esparte-
ro en términos que por de pronto pudIeron aparecer algo duros, mas le cupo la des-
gracia al general N arvaez, que los sucesos casi inmediatos ú la publicacion de su
manifiesto, hicieron que las palabras del conde de Luchana apareciesen como un
triste vO!Ícinio de sucesos preYÍstos con singular tino, cuando no eran más que el
t'esultado del cabal conocimiento que tenia de los planes que allá se fraguaban. Hé
aquí cómo se expresaba el conde de Luchana, hablando del general N arvaez.


« ..... EI general Narvaez, siendo brigadier, no quiso seguir en estas provincias con
"la divi:sion de su mando, la dejó) y este paso poco meditado, produjo su separa-
"cion. Llegó un momento en que la salud de la patria reclamaba la asistencia de
»todos los que hubiesen acreditado bizarría en los combates y amor á la gloria; me
llpareció que debía, en este concepto, utilizarse al brigadier N arvaez , y solicité del




- 141 -
"gobierno de V. M. que fuese empleado. Así se acordó por el ministerio Bardají, pero
"nunca creí que en el de Ofalia se le promoviese á mariscal de campo sin preceder
Jlaccion de guerra ó mérito esp:cial en que se apoyase el ascenso, y así tuve la fran-
))g Lleza de decirlo al secretJrio interino de la GLlerra por el carácter de propietario
»con que V. M. tuvo á bien investirme, aunque entonces no preví qLle era una
)'gLlerrilla avanzada del vasto proyecto que ahora he llegado á conocer.


nEt art. 15 de la real órdee concede al general ~arvaez facultades omnímodas,
"pues se le autoriza para que tome cuantas determinJciones crea conducentes, en la
),inteligencia que serán aprobadas por S. NI: Este artículo, señora, bastaria para
"probar la ligereza y el absurdo en que se ha incurrido. Para investir á un general
"con facultades tan latas, es preciso tener segmídad de Sel tino, de su prudencia, de
))SLl circunspeccion y de que jamás abusará de ellas. Son necesarios títLllos recomen-
"dables qLle le sobrepongan con justicia á los demás que mandan los ejércitos; es in-
"dis¡icnsable que no choq Llcn con el interés general ni conspiren á la disolucion de
))la fuerza armada, sosten dc la Constitucion, del trono y de la regencia de V. M.


JJCuando yo observo, seílora, t:111 marcados extravíos de la razon y conveniencia
»pública, temo y creo temer con fundamento, se procura hallar un hombre que las
»inteligencias atraigan á SLlS miras, y le hagan sLlsceptible de aspirar á la dictadLlrél.
"La falta de experiencia, el amor propio halagado, las pasiones fomcntadas, y mil
JJresortes puestos en movimiento, pueden, señora, alucinar de suerte que con las
"mejores intenciones se dcslice h pcrsona clegida ó determinada. Yo se las concedo
JJo] ~eneral Narvacz, y no dLldo de su amor :1 la libertad legal, por la qLle ha comba-
),tido adquiriéndose rC¡lutacion como jefe, pcro su carácter dominante no admite su-
"perior. Como brigadier re!1Llsó depender de generalcs: trabajó por mandar en jefe,
))y obtu\"o facultades para qLle SLl Jictámen prevaleciese; como brigadier huyó de scr-
))vir ú mis órdenes. Estando dc cLlartel quisc probarle mis sentimicntos pidiéndole
"con el fin de darle el mando dc una division; tambicn halló medios de excusarlo.
"Sin saber por qué fué promovido á general y obtuvo un mando independicnte. Los
JJsucesos de la guerra reclamaron la Yenida de tr<ipas sobre Búrgos; lo resolvió V. M.
"se puso con este objeto en marcha, pero en vez de seguirla, sabe V .\1. sus exi-
"gen cias. Habiendo probado este cadcter, nada es más fúcil si se viese á la cabeza
))de un ejército de cuarentd mil hombres, creado con la ruina de los de opera-
),ciones, y cuando el enemigo por consecuencia hubiera alcanzado la superioridad,
"4ue ndmitir los sufragios y la investidura de que ahora predispone un partido ó
))pandillaje. ))


Profunda y duradera sensacion causó el manifiesto del conde de Luchana, pues
denunciaba una traicion de gentes que con el objeto de satisfacer sus detestables pa-
siones, ponian en peligro la causa de la hbertad y el trono de Isabel 11. A este escri-
to contestó el general Narvaez en términos algo ambiguos en muchos puntos, mas
declaraba resueltamente no conocer el partido ó pandilla denunciado por el conde de
Luchana, y que si existia sin saberlo él, ninguna relacion tenia con esa gente, y




- 142 -
mucho menos podia ser un instrumento suyo. Los hechos vendrán luego á dar su
fallo sobre las declaraciones encontradas de ambos generales.


Al decreto del 23 de Octubre siguieron otros dos que le completab:m: el uno
del 27, disponia una quinta de cuarenta mil hombres, el otro mandaba una requi-
sicion de seis mil caballos, y a'nbos barrenaban la Con:,titucion y las leyes. Las
Córtes solas tenian facult:ldes p:1ra semejantes resoluciones, m.as cuando se pone el
pié en el terreno reshaladizo de ilegalidad, no es nunca á medias. El bando que man-
daba á los ministros y al país estaba decidido á echar mano dc cuantos medios hubiera
para conseguir su intento. Por otra parte, se aproveclnha en cierto modo de las
desgracias públicas, y en vista de los males de la guerra, hechos mayores en aquellos
dias por los reveses sufrillos, se lisonjeaban los consejeros de tales tropclíDS de que
merecian absolucion de sus infracciones inconstitucionales, atendido el caso de uro
gencia, y presenL'indose á las Córtes como impelidos por una necesidad imperiosa,
escudados en el ejemplo ya dado por otro ministro, D. Juan Mendizabal, qLle acudió
á semejantes medios, real y yerdaderamente forzado por su patriotismo él cargar con
tanta responsabilidad salvando al país de mayores desastres.


Si era dado alucinar á la nacion y á las Córtes con e~.;os visos de patriotismo en
cuanto á la quinta decretada y á la requisicion de caballos, no podia ser sino dando
comienzo á la marcha de la reserya ya organizada húcia el teatro de la guerra . .\Ias
detener ociosas esas tropas en las cercanías de Madrid era darse un solemne mentís
en cuanto á la necesidad urgente de las pro\'idencias tomadas inconstitucion:llmente,
y poner de manifiesto que su obJcto no era llevar un remedio á los males de la guerra.
Era pues apremicl11te explicar la detencion del ejército en las cerc:mÍas dc !vladrid. v
dar una razon plausihle. ~o quedJha j los directores de esta intri,-.;a más recurso que
afectar sérias aprehensiones dicicndo que el trono tcnia enemi;..;os más temibles y
mis cercanos que los carlistas, y achacar al partido pro¿;resista proyectos asaz mJS
hostiles que los que pudieran tener los carlistas, proyectos qur: las tropas de la ré-
serya solas podi:ln contener, ensalzando al general N aryaez al papcl de protector del
trono contra una soñada revoluciono Entonces fué cuando 1<1 camarilla, donde se con-
taban hombres más enredadores que entendidos, y más perversos que previsores,
imaginó un plan infernal, afortunadamente tan mal aplicado, que no pudo cuajar.
Ese plan hélo aq u í.


Sembrar la alarma entre las tropas de la reserva, respecto ú los planes de la Mili-
cia Nacional, inspirar el e'ita temores relatiyos á los proyectos del gobierno, cuya eje·
cucion quedaba á cargo de las tropas de la·rescrya, fuéron las bases primordiales de
esa tramoya. Emisarios corrieron por los acantonamientos dclas tropas, esp2rcient.10
voces de. una cons¡>iracion contra el gobierno, cuyo primer estallido fuese el asesina-
to del general N arvaez. Otros iban por los corrillos, por los cafés y lugares públicos
diciendo que la Milicia debía estar sobre sí, pues las trop~ls de la reserva de un mo-
mento á otro debían entrar en Madrid y desarmar á todos los milicianos. Por absur-
das que fuesen esas voces, en el estado de agitacion, de los ánimos descontentos con




la marcha del gobierno, hallaban crédito, y aumentaron á lo sumo la desconfianza.
Todo vaticinaba un choque. El dia 28 de Octubre fué el señalado por la camarilla
para ser dia de luto, por la Providencia para serlo de mengua para los ..:onspirado·
res, y de gloria para el pueblo de Madrid, dando la prueba más relevante de su
cordura, tino y docilidad á la par que de su resolucion.


Vivia el vecindario de M:l\.irid confiado en su propia fuerza, á pesar de los recelos
que le inspiraban las tropas que tenia á la vista, y el jefe que las gobernaba. Ninguna
medida de precaucion iridicaba que las autoridades temiesen por la conservacion del
órden en la capital, cuando el ministro de la: Gobernacion, marqués de Valgornera,
despacha á toda prisa un correo al general Nan'aez dándole aviso que una asonada
estaba para estallar, yel ministro de la Guerra á su vez dá 6rdenes :11 mismo general
para que puesto al frente de sus tropas avance á Madrid por la noche, deteniéndose
á cierta distancia, poniendo escLlchas y entre en la capital á todo trance, en cuanto
oiga el menor ruido, indicio de haber estallado la conspiracion, reprimiéndola con
toda energía.


Narvaez con las instrucciones del ministro de la Guerra y el aviso del de la Gober-
nacíon, manda salir de Madrid dos escuadrones de la Guardia real; avanza con todas
sus tropas hácia las tapias de .\ladrid; coloca el grueso de ellas en el puente de To-
ledo, envia infantería, caballería y artillería él diferentes puntos del camino de la
ronda, se apodera de las [mertas de la ciudad, introduce caballería, y tomadas estas
disposiciones encubiertas con las tinieblas de la noche aguarda tranquilo.


¿Qué ocurría en "'ladrid mientras esta diabólica intriga se desenvolvia de noche
con un despliegue de fuerzas amenazadoras) N o lo dirémos nosotros; dejarémos ha-
blar voz más autorizada que la nuestra para el caso: hablará el capitan general de
Madrid, que lo era ú la sazon el general D. Antonio Qu;roga, cuya imparcialidad
nada sospechosa ha formulado la acusacion mús tremenda contra los conspiradores
del 28 de Octubre.


El general Qui roga, uno de los jefes del levantamiento de la Isla en el aho 1820,
vuelto de la emigracion á que nos llevó la invasion francesa de 1823, se afilió al ban-
do tan malamente llamado moderado, mas cuyo nombre ha seguido sirviendo de
bandera á caractéres débiles y apocados. ¡Hombre de cortos medios, y de limitado sa-
ber, Quiroga era honradísimo, y nunca se prestó á un proyecto infame; mas confia-
dos en su 8pocamiento y falta de energía, no se le consideraba como obstáculo á
los planes que se fraguaban. El ministro de la Guerra, á la par que le daba parte
que una asonada podia estallar, tuvo buen cuidado de callarle las órdenes é instruc-
ciones pasadas al general Narvaez para ese caso, ¡Cuál no seria la sorpresa del ca-
pitan general de Madrid cuando vino á saber por relatos particulares que caballería
de la Guardia real habia salido de Madrid, y más adelante que un ejército estaba á
la vista, estacionado en el puente de Toledo? Ignorando las causas de una agresion
nocturna, el primer ren<;amiento del general Quiroga, fué el de mandar tocar llama-
da y poner la Milicia Nacional sobre las armas pronta á todo evento. Dada la órden,




· - 144-
una milagrosa inspiracion hizo que contramandase. Figurémonos por un momen-
to la horrenda catástrofe de que pudo ser teatro· la capital, en aquella aciaga no-
che, si ese toque de llamada se efectúa. Al ruido de las cajas, N arvaez creyendo que
la anunciada conspiracion ha estallado, hubiera roto por bs calles de Madrid con
la impetuosidad que le es genial: la Milicia Nacional en armas en medio de la noche
al saber que entran de tropel los soldados de Narvaez, hubiera visto en ese ataque
brusco, la realizacion del plan del anunciado desarme de la Milicia, y se hubiera tra-
bado horrible refriega en las calles de Madrid, corriendo raudales de sangre antes de
poderse entender. La oscuridad dI;: la noche, la enormidad del atentado, hubieran
hecho poco menos que imposible una explicacion. Dios no permitió tamaí1a des-
dicha.


Herido en su propia honra y vilipendiada su dignidad de capitan general, el pun-
donoroso Quiroga hizo renuncia del mando al dia siguiente 2~), explicando los moti-
vos que eXIgian esta imperiosa resolucion. La renuncia motivada del capitan general
de Madrid, es un verdadero acto de acusacion contra los ministros y aunque sabida
de todos, creemos indispensable recordar aquÍ su texto literal.


"Sel1ora: El capitan general de Castilla la Nueva D. Antonio Quiroga, teniente ge-
"neral de los ejércitos nacionales, P. á L. R. P. de V. M. con el más profunJo res-
"peto, expone: que recibida á las CLlatro de la tarde de ayer la real órden en que por
"el ministerio de la Gobernacion se me prevenia se trataba de una bullanga, y sin
"embargo de los términos vagos de esta voz y de que no tenia noticia alguna de se-
"mejantc intentona, tomé las meJidas de precaucion que estimé bastantes, con las
»cuales y el buen espíritu que anima á la benemérita :\Iilicia Nacional dc.~cansaba en
"la seguridad de que en nadel seria turbaJa la tranqLliliJaJ de la .::a¡)ital, con tanto mcÍ.s
"motivo cuanto se avistó conmigo el general NarVilez diciéndome iha á reCi)rrer los
»cantones dejándome ordenanzas montadas para que le avisara de cualquiera nove-
))dad en que pudiera ser necesaria su cooperacion. Sin embargo, recibí varios avisos
))de que se propagaban voces y hablillas alarmantes, tales como la de que iba ú ser
"desarmada aquella fuerza ciudadana y el fusilar al que suscribe. Si bien semejantes
))absurdos no podian encontrar asentimiento en ninguna persona sensata, podian
»empero producir su efecto en la masa general del pueblo, y cuando nó, dejaban tras-
"lucir bien el las claras siniestras intenciones de los m,:dvados propagan tes, enemigos
))ocultos de nuestra libertad.


"A las ocho de la noche se me dió parte por el comandante del Principal de haber
"pasado por la Puerta del Sol dos escuadrones de la Guardia. Ignorante del movi-
"miento de estas tropas, traté de indagar sus causales y autoridad que lo habia dispues-
))to, pero habiendo contestado no saberlo el ministro de la Guerra 111 el comandante
"general de aquella Guardia, me fué preciso valerme de medios indirectos por los que
"inquirÍ que en virtud de órden del general N arvaez habian salido dichos escuadrones
»á las diez de la noche por la puerta de Atocha. Seguidamente vinieron á avisarme
))corria la voz de haberse sublevado un batallon de los de aquel ejército: y tanto para




"adquirir datos como para ponerme'de acuerdo con su general en caso necesario y con
"la buena fé que me caracteriza, dispuse la ida á Carabanchel de un oficial de Estado
"mayor con una esquela amistosa para dicho jefe. A su regreso supe con admiracion
"y sorpresa que en la puerta de Toledo habia un piquete de infantería; que por la ron-
"da desfilaha un hatallon y la artillería~ que en la de San Vicente, se hallaba otro
),hatallon en masa con un escuadron de caballería, y finalmente que el general de
"aquellas fuerzas hahia entrado en .\Iadrid, quien por contestacion á mi esquela ha-
"bia dado la de que pasaria á verme,


" Este inesperado relato me decidió á co~wocar á su cuartel á los jefes de la Milicia
" NaCIonal, pues que ignorante de los motiyos que pudieron dar múrgen 6, semejante
"proceder, era mi primer deber reunir la fuerza que en todos casos ha de ser el más
))sólido sosten del trono de V. ;\1. y tengo la particular complacencia de poder ase-
"!-iurar ú V . .\1 que tolos un;lnime:; se m:l.nifest:J.roll animado:; del celo y entusiasmo
"m~í.s laud:l.hle y patriótic0 en fayor del órden, libertad legal y reales prerogatiyas
»de V . .\1. e:;tando todo:; decididos á so:-;tener tan caros objetos hasta con el sacrifi-
))cio de sus vidas, si preciso fuere,


,)Felizmente no hLlbo necesidad de que acreditasen estas cívicas virtudes que les
"Jistinguen, pues que asegurcllh completamente la tranquilidad interior de la capital
"en cuyas calles nad~l absolutamente se obsernlba que pudiese imbuir 13 mús leve
"sospecha, y retiradas á las dos de la mañana á sus cuarteles y cantones las tropas del
»ejército de reserva, quedó desvanecido todo motivo de ansiedad, y las cosas en su
"estado normal.


))Prescindo, seílora, de los motiyos que pudieron dar márgen á 13s medidas toma-
))JJS por el general Narvaez, pues no se me han hecho conocer, y respeto sus dis-
"posiciones, si fuéron emanadas del gobierno de V T\l., pero reasumida en mí la do-
))hle autoridad de capitan general é inspector de la l\lilicia N acional, no sólo en no
"darme conocimiento anticipado, se ha ofendido y ajado yisiblemente la primera,
))sino que en el mero hecho de ignorar la Milicia Nacional y su jefe superior las cau-
"sas de disposiciones y aparatos tan imponentes, se le ha dado muestras de una des-
»confianza tan injusta como poco merecida, desconfianza que pudo ser orígen de con-
,)secuencias harto desagradables.


" ~ o me creo en el caso de tener que hacer la apología de mi yida pública. Vuestra
))majestad conoce los sentimientos patrios que abrigo en mi corazon, y me ha hon-
"rado con su augusta confianza. Esta forma mi orgullo y por ella podré perder 111 i
»\'da, pero no desmerecerla. Todos los habitantes en generaL han sido testigos ocu-
))hres de i11is esfuerzos para sostener la tranquilidad en momentos en que ha habido
)'poderosos motiyos para ser turbada, y no creo haya uno solo que me haga la injus-
))ticia de no suponerme decidido á secundar una )' mil \eces aquellos procederes.
"Pocos ejemplos podrán citarse de un caso como el presente. Salir dos escuadrones
"de ln capital, ycnir sobre ella con batallones y artillería, posesionarse de las puer-
"tas, dejándolas abiertas y ú su custodia, y re:l!izar todas estas operaclOllc:, .,in el más


10




- 146 -
»mínimo conocimiento del capitan general, es un suceso tan extraordinario en la
»milicia como ofensivo á su autoridad, la que pierde su prestigio y fuerza moral,
»quedando en consecuencia nula para el mando, cuando se le aja y falta á las pre-
»rogativas que le deben ser guardadas y marca la Ordenanza.


»En este estado, mi deber y pundonor me imponen el de abandonar un puesto
»para cuyo desempeño me falta la confianza del gobierno de V. M., y como á mi en-
»tender en las actuales circunstancias, es de un interés notorio que el capitan gene-
»ral reasuma á su autoridad la de la inspeccion de la Milicia Nacional, estoy dispues
»to á sacrificarlo todo por el bien de mi patria.


»A V. M. encarecidamente suplico se digne admitir la renuncia que á los
» R. P. de V. M. tengo la honra de hacer del cargo de capitan general de Castilla la
)) Nueva, é inspector general de la Milicia Nacional del reino, asegurando á vuestra
»majestad que en todas épocas y donde me halle estaré dispuesto á sacrificar mi vida
))por el sosten de los tres objetos IT:d.s caros á mi corazon, cuales son: reina, patria
»y libertad, no deseando otra recompensa por todos mis servicios que la de
II que V. M. se digne declarar le han sido gr8.tos y que de ellos quede satisfe-
llcha. Madrid 29 de Octubre de 1838.-Señora.-A los R. P. de V. M., Antonio
llQuiroga.»


Nada tenemos que añadir á esta exposicion. Ella todo lo dice mejor de lo que pu-
dleramos narrar, y con más autoridad. La renuncia no fué admitida; por el contra-
rio, recibi6 el capitan general de Madrid un oficio con fecha 31 en que el ministro de
la Guerra le anunciaba en los términos más lisonjeros, que S. M. no habia tenido á
bien acceder á s u solici tud.


Así la opinion pública como los diarios, se pronunciaron al dia siguiente 29, en el
sentido más violento contra la horrenda trama tan providencialmente abortada. Nar-
vaez objeto de la animadversion general, mirándosele como el alma de una cama-
rilla, al verse abandonado por el ministerio que tanta honra dispensaba ú Quiroga,
y mal defendido por sus parciales, á su vez hizo renuncia del mando, por motivos de
salud, renuncia que le fué admitida en clase de licencia temporaria para restablecer
su salud, ínterin se reullian los medios para llevar adelante la idea del aumento del
ejácito de reserva. Narvaez salió de J\ladrid el dia 2 de Noviembre, dirigiéndose
á Loja.


Despecll1dos Jos conspiradores, quisieron el dia 3 hacer una intentona de desórden,
con el fin de dar á la salida de N arvaez una importancia que no tenia, y presentarlo
como el único que fuese capaz de mantener la tranquilidad. Un puílado de gente ad-
venediza se esparció por las calles vociferando i Abajo el ministerio! La Milicia N a-
cional acabó en un instante con ese miserable sainete.


El plan urdido en Madrid tenia dilatadas ramificaciones: en Valencia, en Múrcia,
en Alicante y en Sevilla hubo desórdenes aciagos. En Valencia fué asesinado el ca-
pitan general, Mend.ez Vigo, por oponerse bruscamente á la inmolacion de algunos
prisioneros carlistas que unos bandidos querian asesinar. En Sevilla las cosas pasaron




- 147-
méls allá: se formó una junta con nombre de Superior de la provincia; la presidia el
general D. Luis de Córdova. En los dias que rompia ese pronunciamiento, marchaba
el general Narvaez á la vuelta de Loja ; mas desde Córdoba varió de ruta y se enca-
minó á Sevilla, llamado por la junta, cuyos comisionados le llevaron el nombramien-
to de vice-presidente.


Mas ya fuese que contando ciegamente con el triunfo, los agitadores de Madrid no
tenian al corriente de lo que se fraguaba al capitnn general de Andalucía, ya por
cualquiera otra razon que ignoramos, lo cierto es que al recihir el general conde de
Cleonard la noticia del alboroto de Sevilla, despachó al general Sanjuanena gobernan-
do algunos centenares de hombres, con el objeto de restnblecer en Sevilla 13s auto-
ridades legítimas y con un3 proclama en que anatematiznba elmotin de Sevilla. Cleo-
nard declara\)n á los generales Córdova y ~an"aez traidores á la patria; desembarcó
Sanju:l11ena á corta distancia de Sevilla, y sin el menor tropiezo entró en esta capital
el Jin 23 de Noviembre, dando fin á ese rarísimo pronunciamiento, no bien explica-
do hasta ahora.


EmpInados los generales Córdon y N arvaez ante el Tribunal Supremo de Guerra y
i\larina, no tuvieron á bien personarse para presentar sus descargos y emigraron. Cór-
dova munó en Lisboa, y N arvaez se refugió primero en Portugal, luego en Gibraltar,
y por último en Francia, donde permaneció hasta que los acontecimientos de r8 .. 1.3 lo
trajeron á las playas de Valencia, y de alli tomó el prodigioso vuelo que lo ha llevado
á ese encumbramiento inaudito en que le vemos, árbitro de la suerte de Espaí13 con
su aciago, triste y malhadado influjo que tantos males ha causado, que tantas lágri-
mas ha costado.


Los sucesos de Madrid y los de Sevilla dieron una inesperada importancia al mani-
tiesto que en 3 r de Octubre hahia publicado el conJe de Luchana dirigiéndose el la
Gobernadora; pues cuanto hahia yaticinado se re,llizaba en los dias mismos en que
con tanta prevision denunciaha esos proyectos. La oportunidad de sus consejos le
daban el derecho de hablar de nue\"o. Así lo hizo en otro escrito del (j de Diciembre,
dirigido igualmente á la regenta del reino, y tambien dcldo al público, en el cual re-
cordaba el anterior, recalcaba con ahinco en las intrigas de los f('accionarios, rasgan-
do el velo que todayía cubria sus manejos. En esto cumplia el general Espartero á
fuer de buen espaÍ10l y de leal servidor del trono y de la libertad, mas hacinaba co-
rioso ca udal de ódios y deseos de venganzas que en un dio. ú otro podian saciarse,
sin q ae en premio de tanta honrada pudiese al menos contar con la gratitud pública
de un moJo duradero, movediza esta y pasajera como los acontecimientos que la pro-
ducen y destruyen alternativamente.




CAPÍTULO IV.


EL MINISTERIO ALAIX.-SU PROGRA:'vlA.-CONVENIO DE VERGARA.-TENTATIVAS HECHAS


PARA QUE ESPARTERO INTERVINIESE EN LOS NEGOCIOS DEL ESTADO.


Los últimos sucesos en que el ministerio habia figurado de un modo tan marcado,
acabaron con su existencia. Los reaccionarios, si bien querian ministros dóciles á su
voz, les exigian energía, de que á buen seguro no eran capaces los secretarios del des-
pacho que habian prohijado á escondidas, tentativas osadas que fracasaron por falta
de apoyo á cara descubierta. Cayó el gabinete presidido por el duque de Frias, y la
opinion pública formuló contra sus indivíduos las acusaciones míÍs graves: ninguna
se omitió.


La guerra civil, ese azote de la época cuyos anales narramos, habia desautorizado
la mayor parte de los generales del bando reaccionario. Los descalabros de Morella
y de Maella, las disposiciones arbitrarias y tiránicas de varios capitanes generales de
provincias eran acontecimientos aciagos ú odiosos que pesaban como calamidades
públicas sobre todo un partido. Fué preciso buscar manos más expertas ó más afor-
tunad3.s que dirigiesen las operaciones de la guena, y pusieran coto á los desmanes
de esos bajás, que no tenian más norte en su mando que el capricho de aviesas pa-
SlOnes.


La existencia política que la nacion iba recobrando desde la muerte del rey, era
sobradamente combatida por un bando, q~e con el antifaz de constitucional,pro-
fesaba principios absolutistas, para que 1:1 caida de un ministerio fuese entonces y
sea hoy día el efecto natural de las luchas parlamentarias; un cambio de gabinete
no es ante nosotros más q L1e un incidente nacido fuera del círculo constitucional. El
cansancio de los que mandan I el capricho de otras influencias, una intriga nunca
bien explicada entre compañeros ó salida de alguna camarilla, hé aquí las causas
constantes de la caida de los ministros. Lo mismo acontece en la eleccion de nuevos


.




- 149-
consejeros de la Corona. No hay nunca una razon lóglca, visible, apreciable, que
legitime elllamamicnto y la amalgama dc individualidadcs, cuya razon dc ser minis-
tros no sc colige.


Por exccpcion la hubo para llamar al general D. Isidro Alaix al ministerio de
la Guerra: la alta nombradía de: este entre sus compat'leros de armas; los trabajos
de que hemos ya hablado, para acabar la guerca civil por mdios pacíficos, lo seúa-
laron como el jefe militar más J. propósito para dar cima 5. un pcnsamiento que te-
nia embargada la atencion del bencmérito .general Alaix. Acabar la guerra era para
este el délellda est Cartago, y por una circunstancia casi pro\'idcncial, sus opinio-
nes políticas, por cierto bien moderadas en el sentido honroso de la palabra, no fué-
ron ohstJ.culo á que se le llamase.


En Puentc la Reina yacia cruelmcnte herido el general Alaix, cuando recibió un
despacho del seí10r duque de Frias, fecha 9 de OctLlhre, anunciJ.ndo!e que S. M. lo
habia nombrado min1stro de la Guerra Contestó el elegido en 15 del mismo mes
aceptando el cargo que se le conferia, y que se pondl'ia en camino para la c()rte en
cuanto se lo permitiesc el estado de sus heridas, lo que no podria ser antes de tres
semanas.


Acertadísima era la elcccion del nuevo ministro de la Guerra) y quien lo aconsejó
tuvo una feliz inspiracion. Decimos q LlÍen lo aconsejó, porq ue S. M. la rcina gober-
nadora no conocia personalmente al general Alaix. A su llegada á Madrid concertó
su programa en estD.S tres palabras, aú1bar la guerra; y como hombre que á una
rara entereza de alma unia las concepciones de una suma pericia, lleno de fé en sí
mismo, Alaix declaró quc acabaria en un at'lo la guerra ó lo más crudo de ella, y con
gloria inmarcesible cumplió un programa que á todos por entonces pareció como el
cnsue110 de una ardorosa imaginacion. Si hay un título que se pueda llevar con elle-
gítimo orgullo dc haberlo merecido, es el de conde de Vergara, que se ha conferido
al general Alaix. La rama de oliva orla un escudo heráldico con tanto ó más brillo
que la corona de laurel, y en el caso presente nos recuerda un acontecimiento que
no costó mLÍs lLÍgrim 1S que las de un inefable regocijo en todos los ámbitos de la des-
venturada Espat'lé1. Prez y gloria al Jignísimo ministro que preparó el convenio de
Vergara compartidas con el ínclito caudillo que lo estipuló. Los nombres de Esparte-
ro y de Alaix, se confunden en este inesperado suceso, y la historia los recogerá para
colocarlos entre los bienhechore:-:i de la humanidad: porque obra suya fué la reconci-
liaeion de los hijos de una misma patria fatalmente divididos durante seis años de
dolorosa memoria.


Agcno Alaix ;Í parci,didades políticas, bien que inclinado á las ideas del progreso
por ser hombre de grandes estudios, sin ostentacion de saber, al buscar compañeros
de Gabinete, ni tenia antipatía hácia nadie, ni propension tampoco; libre de todo
compromiso de bandería, no queria en los consejeros que debia proponer á la Coro-
na, más que una firme voluntad de realizar su programa: acabar la guerra.


La primera persona que le fué indicada para ministro de la Gobernacion fué don




1)0


Agustín Armendariz cuya coüp~rdcion no aceptó, por no considerarle bastc1llte efi-
caz para el objeto que se proponia.


La segunda fué D. Pio Pita Pizarro para el ministerio de Hacienda. El entonces
diputado por Ponteyedra, de génio en extremo sa¡..;az, de voluntad firme, activo y
emprendedor, profesaba opiniones de progreso avanzadas; por este concepto habia
formado parte del Gabinete presidido por D. J osé ~laría Calatra,"a en 1 ~36. Su odio
á la tiranía fechaba tan de atrás, que no habia tenido á menos Pita proclamarlo en las
Córtes, y durante los años anteriores del despotismo no habia dejado un solo odia de
conspirar para derrocarlo.


El tono resuelto de Pita al preguntarle el general Alaix si estaba dispuesto á em-
plear todos los recursos del país para acabor la gucrra, agradó en extremo al ministro
de la Guerra, que desde luego lo admitió por compoi1ero.


Avenidos los dos ministros de la Guerra y de H~lcicndo, este propuso que se llama-
se á D. Salustiano de Olózaga. Hubo una conferenCJ3 entre los tres en c3sá del gene-
ral Alaix que duró desde las once de la noche hasta las cinco de la mañana. Las
tres carteras de Gracia y Justicia, de Gobernacion y de Estado le fuéron suceSl-
vamente ofrecidas sin avenencia por parte Lle1 diputado por Lo,sroño. D. Sa1ustia-
no de Olózaga se seporó de los ministros sin más compromiso que el de no serles
hóstil en el Congreso.


Pita propuso para Gobernacion al diputado por Palencia, Sr. Hompanera de Cos,
persona de saber, de mérito y de id:::as generosas, {¡ las cuales ha sido honrada y
constontemente fiel, prenda asaz raro en una época de repetIdas apostasías. Aceptó
Hompanera la cartera de la Gobernacion con el programa de Alaix, y cooperó con
admirable teson á realizarlo, y asimismo á 1110rcilizar la administracion, poniendo
coto á los desmanes de las autoridades arbitrarias, recomp~nsando el mérito por do
quiera lo hallaba y premiando los serYÍcios de sus suhalternos


Vivia Hompanera con D. Lorenzo Arrazola y lo propuso para ministro de Gracia
y Justicia, lo que fué aceptado.


La triste celebridad que ha adquirido este personaje, merece que nos detengamos
un tanto en su biografía. •


Catedrático de la Universidad de Vcllladolid, profesaba D. Lorenzo una rara filoso-
fía que m,1s adelante ha puesto en pr~1ctica. Por su educacion 1 por sus escritos, por
sus relaciones, pertenecia á la escuelo del absolutismo que proclamó en un libro ser
el mejor de los gobiernos. Mañoso, de conciencia política asaz elástica, deciJor y
no poco ambicioso, era el catedrático de Villladolid; hombre muy á propósito para
doblegarse á lo que más conviniera á sus ensueños de ensolzamiento que por desgra-
cia del país ha realizado en su más cabal verdad. A la snon se acababa de suprimir
la Chancillería de Valladolid con harto sentimiento de sus habitantes. Llegado el día
de elecciones generales, los electores de Valladolid pensa ron que Arrazola seria el
defensor más á propósito para abogar en favor del restablecimiento de la suprimiJa
Chancillería, y le nombraron diputado.




Vino A rrazola á Madrid, y en cuanto hubo sondeado d terreno con su natural sa-
gacidad, conoció muy pronto que sus ideas absolutistas no le habian de abrir el ca-
mino de la fortuna por entonces, y se presentó en el sentido liberal hasta la exage-
raciono La Chancillería lo preocupó poco; su propia elevacion fué el blanco de todos
sus actos. Así fué, que cuando por una inesperada casualidad su compañero Hom-
pan~ra le habló del ministerio de Gracia y Justicia, el veleidoso Arrazola que con un
instinto admirable de prcvision, acariciaba ú sus solas un brillante porvenir, no hay
que decir si se avino á todo lo que se le propuso en los preliminares de la negocia-
cion. En todas las cuestiones que se debaticnon tomaba la delantera sobre sus com-
paí1eros, calzando más puntos de progresista que cualquiera de ellos) y por ese rum-
ho siguió durante algun tiempo, al punto que ya ministro) cuando en el Consejo se
trató de la conservacion del medio diezmo, á ello se opuso terminantemente Arrazo-
la, llevando su ojeriza ú esa injusta contribucion, hasta decir que se cortaria la mano
antes que firmar semejante decreto.


y ya que hablamos del diezmo, completarél11os el cuadro retrospectivo de las
transformaciones políticas de D. Lorenzo Arrazola, recordando un hecho de suyo
muy si!1ni1icativo. Se discutia en las Córtes la cuestion del medio diezmo; el diputa-
do D. Facundo infante habia tomado varias veces la palabra, combatiendo el medio
diezmo y cuantas proposiciones se dirigian á conservar hasta la memoria de tan
odiosa gabela. Iba á tomar de nuevo la palabra, cuando D. Lorenzo Arrazola se le
acercó preguntándole, si en lo que pensaba decir contra el diezmo tenia presente una
ley de monstruosa harb,írie , muy anti:~ua, contra los que no pagasen puntualmente
('1 diezmo. D. Facundo Infante ignoraba la existencia de esa ley, y habiéndolo así
manifestado, D. Lorenzo se levantó, fué ú la mesa de la Presidencia, buscó en una
recopilacion de leyes la que acababa de indicar al diputado reformista, y se la dió; este
la aprovechó con tino y oportunidad) para atacar cOn las armas que se le daban la
ominosa contribucion.


Cuando el que con tanto afan contribuía {¡ deshacer el diezmo en 1838, hasta ha-
cer el papel de apuntador, conoció que más y mejor medraria en el bando anti-refor-
mista y anti liberal, allá se pasó para ser el más fanático ultramontano, y el más de-
cidido protector de los abusos del clero, restableciendo hasta donde ha podido los
que la reyolucion habia arrollado. Con un partido se encumbró al ministerio y con
otro se afianzó en el poder. Ya no pensó más que en complacer á sus nuevos pro-
tectores, pero dotado de más prevision que estos, Arrazola sin repudiar las . ledidas
de terror como se le vió más tarde, en 1838, creia que el mejor sistema de socabar el
edificio constitucional era minarlo á la zapa, sin chocar de frente. N o pudo hacer
adoptar su plan de contemplacion, para cuyo buen resultado el tiempo, la pausa yel
engarro eran elementos indispensables y cedió {¡ la fogosidad de los impacientes: se
sometió á una voluntad superior á la suya, bien que conociera los peligros de una
intentona desesperada. Cuando por Agosto de 1840 los reaccionarios arrojaron la
máscara y se lanzaron á la pelea, Arrazola dió su asentimiento. El pronunciamiento




de Setiembre contestó á la provocacion. Vuelto al ministerio en 1847, D. Lorenzo
Arrazola ha sido el más funesto consejero de las persecuciones que ha sufrido el
partido progresista en masa despues de la contrarevolucion de 1843.


Por último, sin temor de conculcar todo respeto humano, se hizo nombrar en la
última hora de su vida ministerial presidente del Tribunal SUl)remo, bien que ni
juez de primera instancia habia sido, escándalo que como otros tantos se sufrió, y
D. Lorenzo Arrazola YÍstió la toga de la mús alla inn~stidLlra judicial, con la circuns-
tancia agravante de que como ministro habia presentado en el Senado un proyecto
de ley para el arreglo de los tril)unLlles en que abolia el cargo de presidente del Tri-
bunal Supremo, reserd.ndolo al ministro dd ramo, sin duda por suponer Arrazola
que ocupJria eternamente el puesto de ministro.


Nos hemos detenido en estos pormenores, porque es justo y útil que la historia
recoJa lo que ataÍ1e :1 esas exi:-itencias improvisadas q L1C llegan j la cúspide del poder
por el camino de las apostasías. Los espartanos, para hacer aborrecible el YÍcio de
la embriaguez, exponian á la YÍsta del pueblo un esclavo ~brio. NosCltros presenta-
mos á D. Lorenzo Arrazola.


El jefe de eSCl18dra, D. Jos~ .María Chacon, fué nombrado minlstro de Marina.
QLledaba por proveer la carten de E:-itado. El duque d.e Frias, presidente del ante-


rior gabinete~:.deseaba permanecer en su puesto 1 y al efecto hubo repetidas y apre-
miantes solici~des, mas el general Alaix no luyO por cOl1\eniente admitir un mini s
tro del anterior gabinete, para no transferir ú una adl11inistracion los compromisos
que pudiese haber contraido la anterior, única razon de la resistencia del general
Alaix j la entraJa dd duque de Frias en el gahinete que formaha.


En la opiniol1 del general Alaix, la secretaria de Estado debía deseml'eílarla un
indivíduo de la carrera diplomatica, por considerarlo m;JS apropiado para inspirar
confianza á los agentes de las potencias extranjer~1s Así fu~ que por indicacion
que le fu~ hecha, admitió á D. Ey,uisto Perez de Castro, que se hallaba en Lis-
boa de el1Yiado extraordinario y ministro plenipotenciario. Diputado en las c~­
lcbre" Córtes de Cádiz en 1810, fu~ ú D. Eyaristo Perez de Castro ,"ocal de la
comision que formuló la Constitucion de 181L. :\linislro de Estado en 18:!.O, perse-
guido ó arrinconado durante los diez aÍ10s q Lle siguieron ú la illYasiol1 francesa
de 1823, Pcrez de Castro en 1838 habia repudiado sus cOl1vi,:ciones de 1810 y 18Lo;
no era ya nüs que una pobre ruina dl' una dncia diplomacia. Anciano carriado de
a~10s, sin cad.cter, sin energía, de úni1l10 apocado y de notable índecision, el nue,"o
ministro de Estado no poJia ser y no fLl~ nús qL1C un instrumento ciego y dócil de
voluntaJes a,-:ienas. En el ínterin de su llegada, el despacho de Estado fut: conllado
á D. Cídos Mauricio de OnÍs, que siempre habia flgLlraLlo en las filas progresistas,
donde ocupa hoy su lus-ar.


Así formado el ministerio de indiyiJualidades poco homog~neas, sufrió infinitas
modificaciones en las diferen tes secretarías, salyo las ele EstaJo y Gracia y Justicia,
permaneciendo D. Evaristo Perez de Castro y D. Lorenzo Arrazola en sus destinos




- 153-
hasta el pronunciamiento de 1840, el primero m erced á su nulidad intrínseca y su
dócil sumision, el segundo como agente hábil y rendido de la reacciono Esta por de
pronto hubiera tenido mejor suerte si se hubiese dejado guiar por el jesuitismo so-
lapado del catední.tico de Valladolid.


U n programa dé' escaso interés y de poca elevada concepcion fué firmado por todos
los ministros, en el cual se establecieron las bases del si~tema de gobernacion que de
consuno debian obsen'ar. La segunda resume el pensamiento del general Alaix, que
asaz poca importancia daba ú las demas por ser de suyo generalidades de rutina. La
oct::lva fué inserta por los representantes de la reaccion en el Gabinete.


Ya que lo tenemos á la mano darémos el texto de este programa.
1.° Cumplir religiosa y esforzadamente la obligacion jurada de defender el trono


de la reina, la regencia de S . .\1. su augusta madre y la Constitucion del Estado.
2.° El obj~to preferente del gobierno, e~ impulsar la guerra para obt~ner la victo-


ria y la paz por tojos los medios imaginables y J. este fin adquirir todos los fondos
posibles.


3.° Lo sed tambien de su primera atencion, el mantener el órden público, guar-
dar y hacer guardar las leyes, y refrenar y castigar se\'eramente todo exceso ó abuso
contra ellas.


4,0 Asimismo serú atencion muy principal del gobierno la conservacion y buen
régimen de las provincias de Ultramar.


5.0 Todo pro:'ecto de ley y real decreto se ha de discutir y aprobar en Consejo de
ministros antes de present:1rlo Ú S. 1\1. y todos ellos sercln igu,llmente responsables
de sus resultas


ti. o Se resol\'erJ. en Consejo de ministros antes de proponerlo J. S. ;V1. el nombra-
miento ó destitucion de los embajadores y ministros en el extr,1njero, de los genera-
les de los ejércitos de operaciones y capitanes generales de distrito y comandantes


. 7P~ generaks de prO\'incias, de los jefes políticos. intendentes, regentes de au 4encias,
prelados Jiocc:sanos, ministros de los trihLlnales supremos y jefes de las olicinas ge-
nerales de la C(Jrte.


j.o )¡o se pod!':l celehr;¡r tratado. estipulacion nUCY<1 con cualquiera potencia
e\.tr~injcl-,l, ni empr~stito al:~Lll1o sino en virtud de acuerd.o del Consejo ~e mi-
!11strOS.
~o El mismo acuerdo es necesario para determinar el destierro efectiyo ó simu-


bdo fuel'a de la ¡1roYincia de su residencia de cualquiera persona, por efecto de dis-
posicion gubernatin.
~¡.o To,los los ministros estCIl1 obligados recíprocamente <i defender con esfuerzo


los actos de sus compaúeros ante las Córtes.
10. La creacion del Consejo de Estado y la ccnstitucion del cuerpo ministerial


por medio de una ley, seL\ ;ltencion privilegiada del actual Gabinete.
Se ve que en el conjunto del programa- no se ha omitido lo que mil "eces se ha


proclamado en documen tos de ese linaje 1 sin que haya pasad.o de teorías sin práctica,




El pensamiento de desterrar por vía gubernativa hacia mal maridaje con el respeto
á la Constitucion de que se hace alarde en la base primera.


Los planes que muy de antemano habia meditado el general Alaix para acabar la
guerra, los llevaba adelante con un vigor y una actividad, ante la cual todo cedia No
era sólo el profundo sentimiento de su propia fuerza el que animaba al ministro de
la Guerra, más tambien un pundonor nacional que le honra en extremo. Allá en los
campamentos habia llegado á sus oídos, que se pensaba llamar á España caudillos
extranjeros para mandar el ejército y dirigir la guerra, y esto no lo podia pepsar el
pundonoroso Alaix sin rubor. De aquí su afanosa energía para demostrar al mundo
entero que la funesta guerra civil, que asolaba algunas provincias, habia de tener tér-
mino entre espaí101es, y por medios exclusiyamente espaí10les dirigidos por jefes es-
pañoles.


Animado de este patriótico espíritu el general Alaix, dió á las operaciones militares
un impulso ha~ta entonces desconocido. Provisto de nledios por el ministro de la
Guerra, el general Espartero hacia marchar todo con un concierto y tino admirables;
así fué que la campatÍ.a de r839 se ab~l modo más brillante. Las líneas ue Ra-
males y de Guardamino fuéron tomadas~ Encartaciones quedaron hbres, Balma-
seda, Arionaga, Orduña, Amurio quedaron en poder de los constitucionales que sen-
taron definitivamente sus reales en todos esos puntos (r). La guerra iba visiblemente
á menos y hícia su término. Los carlistas eí. má:~ de las pérdidas sufridas, se hallaban
trabajeldos por odios encarniza~tos, por pasiones enconadas, consecuencia ine\itable
de los reveses que sufrieran, sellal certera de la muerte de un partido. Las sangrien-
tas ejecuciones de Estella donde "laroto fusiló desapiadadamente los más fanáticos
allegados de D. Cárlos, pusieron al jefe carlista en la alternativa absoluta ó de cubrir
aquella horrible matanza con triunfos señalados ó capitular con el general en jefe del
ejército constitucional. Siéndole lo primero ya imposible, tUYO que tomar el único
camino de salvacion que le quedaba, si habia de sustraerse al desastroso fin que le te-
nia reservado D. Cárlos. Entró en negociaciones, el general en jefe con un tino ad-
mirable, y extremada sagacdad, admitió la proposiciones de Maroto á exúmcn, dando
al mismo tiempo mayor empuje {¡ las operaciones de la guerra. La cuestion de los
fueros que el conde de Luchana se negó decididamentc á reconocer, dió treguas á la
negociacion, mas los sucesos sc fuéron agolpc111do de tal manera contra el jefe carlis-
ta, que tuvo que firmar el cOlwenio de Vergara, en virtud del cual depusieron las
armas las mejores tropas de D. Cí.rlos y las que no se sometieron, tuvieron que re-
fugiarse en Francia, perse¡.pidas por el ejército constitucional. En el convenio de Ver-


(1) Esta camp\Í1a fué objeto de los mJyores encomios por el mejnr juez en la materia. El duque
de \Vellington dió encargo á D. :\liguel de Alava, á la sazon ministro de S .. \1. en Lóndres, que
hiciera saber al general Espartero que admiraba sus operaciones militares en esa campaña, com-
parúndola á la que él mismo habia ejecutado en las famosas líneas de Torres Ved ras: asi se lo e~­
¡:ri bió Alava al general Alaix,




- 155-
gara nada se estipuló en favor de D. Cárlos, y en cuanto á los fueros se contentó el
general Maroto con la promesa del conde de Luchana que recomendaria su recono-
cimiento ó modificacion: los grados y las condecoraciones fuéron reconocidos.


Este inesperado acontecimiento, obra e~clusivade españoles, es tanto más de apre-
ciar en cuanto que si menos doml11ado por el respeto debido á la omnipotencia de
las Córtes, hubiese el conde de Luchana querido hacer alarde de su autoridad, otor-
gando los fueros, hubiese conseguido mucho antes la rendicion del ejército carlista,
y el general que tanto habia respetado las PTerogativas del trono, debia acatar con
igual rendimiento la omnipotencia de los representantes de la reina reservándoles
á su resolucion soberana la cuestion de fueros. Habia llegado el dia en que una oli-
garquía eboista, <1nimad,l de Ll11 espíritu de provincialismo mezquino en sí, y funesto
á la nacion, desapJreciese en la unidad nacional. Tiempo era que las Provincias Vas-
congadas v Navarra cesasen de ser un Estado dentro del Estado: así lo entendió el
invicto caudillo constitucional. y así lo llevó el efecto con recomendable destreza, de-
Jando la cuestion inlacta ú las Córtes, dueñas de otorgar ó negar lo que tuvieran por
conveniente respecto á fueros.


Las Córtes, libres de todo empeño que coartara sus facultades, decretaron la con-
servacion de los fueros salvo la unidad constitucional, mas este decreto quedó sin
efecto como ya hemos dicho en otro lugar.


¡\lientras el general Espartero daba fin {¡ la guerra en las provincias del Norte, al-
gunos de lo~.; ministros, dóciles instrumentos de un bando, preparaban al país nue-
,'as agiwciones, jlues mis que l1Lll1ca anhelaba eje partido conseguir el objeto de tan-
tos desyelos; acabar con la COllstitucion. En razon directa que enmudecia la guerra,
se alzaba la YOZ de la contra-reyolucion, de mojo que cada descalabro úe los carlis-
tas, era un estímulo ú la rt,lccion que debia estallar sin disfral: el dla de una completa
pacificacíon, "".1


La mayoría de las Córtes, de suyo .,.:;;;1ccionaria, no andaba bien ayenida con el
ministerio. La destitucion de muchos capitanes generales que tanto habian abusado
de su mlndo reemplazados por generales progresistas, y lo mismo en los jefes polí-
ticos, suscitaban en la ma!roría una ojeriza mal disimulada contra la fraccion liberal
Jel mll1isterio , y todo era oponer obst,'tculo á su marcha, El general Alaix pidió y
ohtu,'o la disolucion de las Córtes, y como complemento de esta resolucion exigió
:' consiguió que hubiera completa legalidad en las elecciones, y por consecuencia ló-
gica el elemento progresista prevaleció en las urnas electorales.


Parecia natural que en \'Ísta del resultado ohtenido por el ministerio que contaba
con una mayoría adecuada á los principios liberales del gabinete, la otra fraccion de-
j,lse el puesto. N o lo pensaron así los secretarios del despacho retrógrados y resolvie-
ron presentarse al palenque constitucional, decididos á sostener la lucha á todo tran-
ce. Congregadas las Córtes en 1.° de Setiembre de r839, iba á trabarse la pelea parla-
mentaria cuando llegó la noticia del convenio de Vergara y la sumision del ejército
carlista del Norte. En el enagenamiento p~oducido por un suceso tan inesperado que




- 156-
aseguraba irrevocablemente el triunfo de la causa constitucional, en cuanto á los car-
listas, se suspendieron las hostilidades entre la mayoría y la frJccion retrógrada del
ministerio; hubo la escena del 7 de Octubre; mas p8s8dos aquellos momentos de una
enagenacion pas8jera, cada CLlal volvió á las armas y se empeñó la refriega parlamen-
taria con más ahinco que 8ntes. La derrota del ministerio por un8 c8si unanimid8d
era infalible. Los reaccionarios no habian de permitir un triunfo pacífico y legal de
los progresistas, ni someterse á un descalabro parlamentario. Conculcando, pues,
todos los respetos de la opinion y desvÍ<lndose de la marcha natural en un sistema
representativo, se propuso en Consejo de ministros la disolucion de las Córtes. A se-
mejante golpe de Estado se opuso resueltamente el general Alaix, base primordial
de13abinete, en lo que fLlé apoyado por el honrado ministro de la Gobernacion HOl1l-
panera; mas los esclarecidos servicios que habia prestado el ministro de la Guerra
en la direccion de las operaciones militares y en el c011Venio de Vergara, de consuno .
con el general Espartero yacian olvidados; su cooperacion no era ya indispensable, y'"
fué sacrificado á la parte reaccionaría del gabinete, Igual suerte cupiera al general
Espartero si la guerra ci"il no cundiera todada en el l\1aestrazgo y en Cataluña. El
general Alaix hizo dimision del ministerio de la Guerra el 2~ de Octubre, siendo des-
de luego admitida.


Antes de pa_~ar adelante en la narracion de los sucesos, hemos, á fuer de histo-
riadores imparciales, de decir á los vivientes y á la posteridad un hecho poco ó nada
conocido, y que honra en alto grado á S. M. la reina gobernadora. De nuestra aser-
cion es garante la fuente en donde tomamos nuestra narracion. A la benevolencia
del general Alaix debemos que nos haya permitido copiar textualmente lo que sigue,
tom3do de los apuntes que de su ministerio tiene hechos.


"Al hacerme cugo del ministerio con la idea que me dominaba de que la guerra
"debia acabJrse pronto, me encontraba que tal yez la falta de dinero sería un obs-
lltúculo \" no f:tcil de vencer; deciJ esto cuantas veces tenia ocasion de hablar á S. ¡\l.
"la reina gobernadora; recordaba lo que era D. Cárlos J el estado de la opinion del
"país que ocupaba, el motiyo del Consejo dt ministros á que habia aSistido el minis-
"tro de In¡.;laterra en :\ladrill, por la carta que yo habia escrito al ¡.;eneral Latre.
"A tanto r~iterar que la guerrcl podia ser concluida pronto, si tuviéramos dinero
"<l mano por cualquiera cycntualidnd que pudiese ocurrir, tuye la satisfaccion de
"que un dia de despacho me dijera S, 1\1. la reina gobernadora, que si hacia falta
"dirwro para el caso de acabar la guerra 1 que dispusiera de cuanto tenia inclusas
sus alhajas.


"Desde entonces supo el general en jefe que para terminar L guerra no faltaria di-
»nero, en caso de resultJdo dado y positivo. El 3 de Setiembre de 183~¡ recibí la carta,
))toda de letra del general en jefe, que dice:


"Yergara 30 de Agosto de r839,-Excmo. Sr. D, Isidro Alaix.-1\li estimado ami-
"go: no tengo lugar pJra escribir á S. :\1. Dígale que tenga ésta por suya, y que me
»r~fiero al parte. Es de Vd. JfectÍsimo amigo.-B. Espartero, Al gobierno, que me




"mande á Victoria cuatro ó seis millones que podré necesitar en dicho punto para la
»terminacion de empresa tan grandiosa.


»El general en jefe habia convenido con el general Maroto que al tiempo de dejar
»las armas á los batallones de la faccion, se darian tres pagas á los jefes y oficiales,
»y tambien tres meses de haber á la tropa; que serian licenciados en el acto y mar-
"charian á sus casas los indívíduos de tropa. El gobierno al recibir la carta del general
»Espartero que antecede, ni tenia los seis millones de reales, ni era fácil reunirlos
))por préstamo tan perentoriamente como eran necesarios. Me presenté con la carta
,)~í. S. 1\1. la reina gobernadora, diciéndola: Señora, ya ha llegado el caso de hacer
"uso de la oferta hecha por V. M. El general en jefe neccsit3 seis millones de reales.
"S. M. tiró del cordon de una campanilla, diciendo lbmascn á su tesorero Gaviria.
» Presen tado éste, le di jo S. 1\1. que se me en treg3sen seis millones de rcales: fué cues-
ntíon dónde convendría girarlos: se acordó dar letra á la YÍsta sobre Bayona que me fué
»entregada. Dado conocimiento en Consejo de ministros, se extendió despues el oficio
"de remision de la letra. Mandé llamar al intendente general militar D. J. J. de la Fuen-
))te y le dije diese entrada á la letra de seis millones de reales y salida cargándolos á
,,13 administracion del ejército del Norte, todo con sigilo y muy reservad3mente. He-
))cho esto y devuelta que me fué la letra, cerré yo mismo letra y oncio de remision
"cuyo pliego entregué yo misl110 en mano propia al correo de gabinete preparado de
n:111temano y que estaba esperando en la sala del ministerio de la Guerra. El recibo
"del oficio del general en jefe y envio de la letra, en contestacion, no se tardó dos
"horas (1).))


(1) Ya que hemos copiado de los apuntes del general Alaix este rasgo tan honroso para su ma-
jestad !a reina gobernadora, copiarémos tambien lo que sigue por ser de sumo interés lústórico.
Dice el gen eral Alaix:


"Fuéron varios los emisarios que envié durante los meses de :\Iayo á Octubre de 1839 á distin-
"tos jefes subalternos de la [acciono Forcadell se negó á recibir ningun pal'el, mas no pudo ne-
"garse á oir la proposicion hecha por persona de su confianza; se negó y dt:sechó y no quiso oir
,.ro que tenia relacion á ofertas de dinero, y en honor de la verdad debo decir que generalmente-
"cuantos tuvieron que oir proposiciones hechas por mí, todos rechazaron con aspereza la indica-
',cion de dinero que pro]1ust: á CU,tlltos jefes de facciones subalternas se pudieron, excluyendo á
Balm:tseda y Palillos que ocupaba, y era el terror dt: la Mancha. Buscadas que eran las personas


"que debian ir y venir, se entendian con otras, siendo encargado ele satisfacer lus gastosqueocur-
"rían el subsecretario de la Guerra brigadier D. Fernando :'\orzagaray, que á mi salida del minis-
"terio, quctiendo yo s:lhcr lo que se habia invertido en esta clase de servicios, me dijll '\orzagaray
"no llegaba á cinco mil rcales. habiendo dado más resultados de lo c1ue p"dia esperarse, particu-
"larmcnte en las faccioncs que extendian sus correrías sobre la carretera de Extremaduw, y en las
"de la \Lwcha que interceptaban el camino v tojo el tránsito hácia Andalucía, pucs el la primera
"nlJticia del cunvcnio de Vcrgara se fuéron acogiendo al indulto por partidas parciales, teniendo
,que huir Palillos precipitadamente al lado de Cabrera en el l\laestrazgo.-:\ladnd 20 de Mayo de
"11)+1, firmada.-Isidro Alaix.))




- 158-
A fuer de historiador concienzudo, hemos aprovechado la fiel coyuntura de tener


á nuestra disposicion los apuntes del general Alaix para consignar en nuestra histo-
ria un rasgo de tan patriótico desprendimiento, que tanto contribuyó al magnífico
espectáculo de la reconóliacion de los españoles, que hasta el 3 r de Agosto de r839
lucharon con las armas en la mano; y recibe el historiador que se precia de espaí101
un arrebato de orgullo patriótico al pensar que ese dinero tan generosamente dado,
no sirvió de cohecho ni de soborno, sino á remediar necesidades urgentes de los
que deponian las armas ante la bandera dé la libertad.


Al disolver las Córtes, la mayor preocupacion del ministerio reaccionario era co-
nocer el concepto que de semejante l esolucion formara el general en jefe. Los mi-
nistros como los prohombres del partido, sabian perfectamente que el general Es-
partero no lo podia aprobar, y se lisonjeaban que dejándose llevar de su natural
sim patía hácia las Córtes, lo dejaria conocer. Era feliz coyuntura para dar cuerpo á
esas incesantes calumnias de intervenir el Conde en la direccion de los negocios pú- .
blicos, si llegaba á manifestar una opinion respecto al ejercicio legal de una prero-
gativa de la Corona, que en el caso presente era un escandaloso abuso de esta prero-
gativa. Se engañaron los ministros de medio á medio. Calló el conde de Lu-
chana.


Fiel este en su sistema de abstenerse de toda intervencion en los negocios agenos
á su mision, y más en un conflicto entre las Córtes y el ministerio, guardó silencio:
y ateniéndose escrupulosamente á sus atribuciones, pues su iniciativa hubiese pro-
voc<ldo al ejército á deliberar sobre los actos del gobierno; y el Conde ansiaba con
sobrado ardor la pacificacion de la patria para no distraer el ejército de su patriótica
mision, fomentando el desórden y la anarquía. El general Espartero y el ejército se
mantuvieron impa:;ibles en medio de la agitacion general de los partidos, preparán-
dose á nueva lid, hasta acabar con Cabrera y sus secuaces.


Ahora nos incumbe poner de manifiesto la cond'_~cta de los ministros y sus actos
pro\'ocadores para que el general en jefe saliese de esa prudente resena, é intervi-
niese ilegalmente en la marcha del gobierno. Al emprender este trabajo histórico,
hemos hecho propósito de ser muy parcos de documentos que son conocidos de to-
dos; Y si á veces nos hemos visto en la precision de dar el texto de algunos, ha sido
por ser indispensables á la mayor claridad de la narracion. Mas asumiendo hoy la res-
ponsabilidad de repeler las calumnias que se han dirigido al general Espartero, hay
que dar á luz documentos hasta ahora no conocidos. La verdad tiene su diay ha lle-
gado el de decirla entera. De hoy mús se:: sabrá que los ministros de aquella época
fueron los que se afanaron para que el general en jefe inten"iniera ilegalmente en los
asuntos del Estado, y resplandecerá radiosa la noble y honrada resistencia del ge-
neral Espartero desechando los pérfidos y fementidos halagos de los ministros para
que interviniera en lo que no era de su competencia.


Ya hemos dicho que el general Alaix habia sido nombrado ministro de la Guerra.
Cuando el gabinete deliberó sobre el proyecto de disolver las Córtes, Alaix se opuso




-
159-


resueltamente; mas no prevaleciendo su opinion, hizo renuncia. Le reemplazó inte-
rinamente el general D. Francisco Narvaez, á quien faltó tiempo para comunicar su
nombramiento al general en jefe, pidiénd,ole su apoyo, su aprobacion y sus órdenes.


Hé aquí la contestacion del general Espartero:
"Mas de las Matas 18 de Noviembre de 1839. - Excmo. Sr. D. Francisco N arvaez.-


))Mi estimado amigo: Recibí la de Vd. de 3 r de Octubre último, por la que me anun-
»cia su encargo de ministro interino de la Guerra, con cuyo motivo me hace indica-
))ciones á que debo contestar con la franqueza que me es propia.


»Ni mi posicion social, ni el interés que tengo como espaí101 de que se consolide un
))gobierno que haga la felicidad de nuestra p8tria me hará variar de mi propósito de no
»mezclarme en la designacion de las personas que hayan de componer el gabinete.


»Para mí fué una noticia sin el menor antecedente la dimision que hizo el general
»Alaix y el nombramiento de Vd.: de consiguiente, yo no pude influir en ello, ni ha-
»/)ria Ydriado aquel propósito, aunque se me hubiera exigido que indicase sugeto.
».\lis deseos son que la Corona, e;.erciendo libremente el uso de sus prerogativas, haga
»la eleccion expontánea de los hombres que han de regir el timan del Estado con la
nhonradez, justicia y sabiduría que reclaman las circunstancias: para mí serán bu e-
»nos todos los que á la ciencia de gobernar unan la pureza de sentimientos, haciendo
»la felicidad de la nacion; y como general del ejército estaré completamente satisfe-
»cho si se le atiende con 10 necesario para terminar la guerra.


)¡Estos son los términos en que me he expresado siempre, y sea cualquiera la reso-
Jlsolucion que se :ldopteJ no habd razon para juzgar ni para que se crea que yo haya
»influido.


))Deseo se conserve Vd. bueno, y que disponga de su afectísimo amigo Q. S. M. B.
H-B::tldomero Espartero.))


En el dia mismo en que el general en jefe dirigia esa carta al ministro de la Guerra,
repeliendo del modo mJ.s formal y más terminante las excitaciones que se le hacian
p1Ll que se entrometiera en las resoluciones del gobierno, aquel ministro le encami-
naba otra carta cuya servil obsequiosidad forma singular contraste con el lenguaje se_
\'ero del conde de l uchana. Héla aquí:


));\ladrid y Noviembre, r8 de r839.--Excmo. Sr. duque de la Victoria.-Mi esti-
))m~ldo general y amigo: Por decreto de antes de anoche se me nombró en pro-
»piedad ministro de la Guerra, cuyo destino he aceptado porque ví á la señora de-
,)cldida á que me encargarse de dicho ministerio y porque preciándome en mi interior
"de muy amigo de Vd. creí que en ello le pOGia hacer un servicio en las circunstan-
»cías actúales, toda vez que estoy en la íntima conviccion de que el que ocupa esta
»espinosa silla debe estar en perfecta armonía con el general en jefe de los ejércitos.


»Por la deliberacion de la señora para que yo me encargase en propiedad del mi-
»nisterio, juzgué podia tener alguna noticia de Vd. favorable á mi nombramiento,
))pues me consta no admitiria ninguno en Guerra que le pueda ser á Vd. desagrada-
»ble. No obstante esta persuasion mia, me haria Vd. un seí1alado favor en decirme




- 160-


»francamente su sentir, pues que me hará un honor en ser el que proponga á la se-
»ñora el ministro que más adecuado sea á las ideas de Vd., porque estoy convencido
»que así debe ser por el bien del país y por el de la pacificacion general, sin la cual
»no puede haber felicidad y reposo para los pueblos. Mis intereses, crea Vd., mi ge-
»neral, estarian conformes con dejar un puesto que solo he admitido por mi amistad
»á Vd., pues habiéndome casado en la Habana, tengo allí bienes suficientes para vivir
»con independencia, y para estar á la mira de ellos lo único que me conviene es el
»gobierno de Cuba, sin embargo de ser destino inferior á mi clase y que hoy se halla
»vacante.


»Vo1viendo al sistema que me he propuesto, y creyendo por consecuencia que en
))e1 personal de todos los destinos militares debe haber personas que sean de su con-
Ȓianza, le incluyo adjunta una nota de los que se han juz3ado necesario remoyer por
»ahora y de los que se ha pensaJo qu~ los sustituyan, se¿;uro siempre de que si entre
»ellos hubiere alguno ó algunos que no fuesen de su gusto, desearia me lo indicase con
"franqueza, pues se pondrian á los que Vd., con más conocimiento que yo del per-
»sona1, crea convenientes.


"Para que sea el portador de los decretos y de esta carta he nombrado al oficial
»de esta secretaría D. Bernardo Cortés, teniendo presente que este mismo oficial fué
,,<1 quien Vd. señaló para ir <1 su cuartel general cuando fuí nombrado ministro de la
"Guerra, y me alegraré tambien que este pensamiento sea de la aprobacion de Vd.) el
»cual me consta le es sumamente afecto, y tiene capacidad y relaciones bastantes
»para poderle informar de lo demás que Vd. desee saber.


"Deseo se consene Vd. bueno y que cuente con toda seguridad con la amistad y
»buen afecto de su amigo y servidor Q. S M. B. , Francisco Nar"aez.»


« M UY RESERVADO- r. o ¿Qué conducta deberá guardarse con Córdo\'a?- 2.° ¿Cuál
"con Narvaez?-3.o El ministro de Estado es el eco de Viluma y de Ofalia'-4.o El
»de Hacienda no se presta lo bastante, y debe estar identificado con el de Guerra,
»pues de lo contrario lo pasariamos mal sin recursos.-5.o¿;\leer merece alguna con-
»sideracion?-6.o ¿Aldama deberá conservúrsele empleado?-7. 0 ~Se emplearú á Cleo-
»nard?-8.o ¿Se cree com'eniente que continúe por ahora este subsecretario?-9'0 En
»el caso de deberse mudar ¿habria inconveniente en que le reemplazase el oficial
»mayor Varela?- r o. ¿Cuáles de los generales ó brigadieres empleados deberian re-
»levarse y por q'.liénes?-r l. ¿Cuáles de los de cuartel no deberán ser empleados?»


¿Puede d"rse m,'ls ::enilismo? ¿Podíase abdicar el poder supremo y las prerogativas
de la Corona y de sus consejeros responsab.1es deun modo más absoluto? ¿Hnbia me-
dios más eficaces de pro\'ocar la intrusion del general en jefe en los asuntos del Es ..
tado? Y tras de ponerse así á los piés del general Esparte1'0, que tan honrnda y leal-
mente repelia ese rendimiento, se ha tenido la osadía de acusarle de querer dominar
á los ministros con sus pretensiones, con sus exigencias, y hasta con sus caprichos,
y querer que todos se sometiesen á su preponderancia. Aunque tarde, ha llegado la
hora de poner en tela de juicio ante el tribunal inapelable de la opinion pública esas




aviesas acusaciones, hasta ahora encubiertas con el velo del misterio. N os felicita-
mos de que nos h3ya cabido la honra de rasgar ese velo y poner en claro la conducta
del general Espartero con respecto al gobierno de la reina gobernadora; pues si en
ella resalta la honradez del pacificador de EspaÍ1a, tambien se ve que el partido pro-
gresista aclamánJole por jefe, no ensalzó la intriga y los amaños ocultos. Prosigamos.


La salida del general Alai2\ del ministerio fué seguida de la de otros dos ser.reta·
rios del despacho, el de la Gob",rnacion y el de Marina, reemplazados el primero
por D. Saturnino Calderon Collantes, y el segundo por D. Manuel Montes de Oca.
En seguida fuéron disueltas las Córtes. .


Hemos visto cómo el ministro de la Guerra D. Francisco Narvaez entendia la dig-
nidad del puesto que ocupaba y las prerogativas del trono. Vamos á ver cómo lo en-
tendia el nuevo ministro de Marina, explayándose en la carta siguiente, de igual fecha
que la de su compañero de la Guerra, y de que fué tambien portador el oficial Cortés.


«Madrid, 18 de Noviembre de 183~j.-Yli estimado general y amigo: Habiendo te-
"nido la honra de merecer la confianza de S. M. para desempeñar el ministerio de
"Marina, no me he creido con derecho á renunciar á esta confianza augusta en cir-
"cunstancias tan tristes y calamitosas como las que nos rodean en los momentos pre-
"sentes: he aceptado este cargo como quien admite un puesto que siendo de peligro
"es el puesto del honor.


»Mi primer pensamiento despues de haber jurado en manos de S. M., ha sido diri-
»girme á Vd. para manifestarle con franqueza el estado de las cosas públicas, que no
"sé si á los ojos de Vd. se presentarán con sus verdaderos colores, halLlndose tan
»ocupada su atencion en los grav-Ísimos negocios de la pacificacion completa de la na-
»cion española.


})Que mi primer pensamiento haya sido dirigirme á Vd., no tiene nada de extraÍ10
))por muchas razones: primeramente este era un homenaje debido á nuestra antigua
"amistad nunca desmentida, ni en las épocas en que no eran tan numerosos como
))son ahora los que queman incienso ante el capitan saludado por la victoria: en se-
»gundo lugar creo amenazada la obra que Vd. á costa de fatigas ha levantado en sus
"manos: en tercer lugar, viendo que se intenta hostilizar al trono, y siendo yo uno
"de los llamados para defenderle, no era posible que dejara de dirigirme al hombre
"que ha cifrado su noble, su generosa ambicion, en servir á ese trono de escudo y de
"defensa; porque, amigo mio, lo que á Vd. más honra, no es lo que bastaría el hon-
"rar á los más insignes capitanes: lo que más envidio á Vd. , Y lo digo con entera
"franqueza, no es que haya vencido á los enemigos de su patria, no es que haya
'puesto término á nuestras discordias civiles, no es que haya enjugado las lágrimas
»que tan abundantemente han corrido de nuestros ojos, no es que haya atajado la
"sangre que corrió de nuestras venas; lo que más envidio á Vd. es que haya sido el
))campeon de nuestra reina gobernadora y de su excelsa niña: el haber defendido á
"una señora y á una nil1a es la mayor de todas sus glorias, gloria que puede sólo us-
"ted reclamar entre los capitanes más ilustres.


1 1




- 162-


.. Pues bien, es necesario que sepa Vd. que esa augusta señora y excelsa niña cor-
llren riesgo, y que mientras Vd. derrama su sangre para afirmar sobre sus sienes la
.. corona, otros enemigos más pérfidos porque son ocultos, piensan en llevar á cabo
.. planes que espantan. No soy amigo de exageraciones y me lisonjeo con la idea de
"que Vd. me hará la justicia de creerme .


.. Si la cuestion que hoy se ventila consistiera sólo en averiguar si debian de mandar
"los que quieren pocas y lentas, ó los que quieren muchas y precipitadas reformas,
.. la cosa no mereceria la pena de escribir á Vd. tan larga carta, distrayendo sn aten-
"cion de asuntos infinitamente más graves; pero lo repito, la cuestion hoy consiste
"en averiguar si han de mandar los que acatan á la reina y á las leyes constitucionales,
"ó los que no han disimulado nunca su odio á la legalidad y á los reyes. Es necesario
"que no nos hagamos ilusiones: el partido que representaba el Congreso de diputa-
"dos recientemente disuelto, está dividido en dos fracciones; la más pequeña com-
"puesta de hombres de buena fé que creen posible asegurar el trono, dando un en-
"sanche ilimitado á la libertad, como si la libertad ilimitada no degenerase en licencia.
"Estos hombres perderian el trono por ignorancia, y la época de su mando seria
"transitoria; la segunda fraccion es mucho más numerosa y se compone de gentes
"que aspiran sin rebozo á trastornar el Estado.


nEsta, amigo mio, es la verdadera situacion del país. En la manode Vd. está el ase-
"gurar para siempre la libertad y el órden, y con éste el trono de nuestra reina.
"Confiado en esa mano poderosa he aceptado el ministerio, seguro como lo estoy
"de que Vd. no negará su apoyo á un amigo que sólo aspira á sacrificarse en servicio
nde su reina y de su patria .


.. Mi sistema consiste en lanzar al partido revolucionario del poder á toda costa,
"procurando que quede vencido en las próximas elecciones; organizar los ayunta-
»mientos, las diputaciones provinciales y la Milicia Nacional, de manera que estas
»COrporaciones obedezcan y no se sobrepongan á las leyes; organizar la prensa pe-
"riódica de modo que sea un instrumento de civilizacion, y no cátedra de insurrec-
"cion contra las autoridades y aún contra los reyes, y finalmente castigar con dureza
,,8. todos los que quieran decidir las contiendas políticas, no con razones y por medio
"de una oposicion legal, mas valiéndose de la fuerza y del terror. El órden es á mi
"ver para la sociedad lo que la disciplina para los ejércitos.


"Tal es, amigo mio, el sistema que me propongo seguir, si Vd. no me niega su
"poderoso auxilio, del que no dudo, porque sé que Vd. no permitirá nunca, mien-
"tras conserve aliento, que la patri::l., que Vd. ha salvado, y el trono, que Vd. ha sos-
"tenido, se hundan para siempre bajo la comun ruina.


"El general Narvaez da cada dia nuevas pruebas de la ardiente amistad que á usted
"profesa, y apura sus esfuerzos para remitirle á Vd. recursos sin interrupcion, lo
"que ciertamente conseguirá. Los demás ministros son adictos de Vd., pues de lo
"contrario, ni el general ni yo hubiéramos entrado en el Gabinete.


"Si Vd. tiene de mí la buena opinion que creo merecerle, espero que Vd. me ma-




- 163-
nnifieste sus deseos, seguro de que procuraré complacerle, reservando baJo mi pala-
"bra de honor cuanto Vd. crea conveniente que sepa sólo su afectísimo servidor y
))apasionado amigo que S. M. B.-Manuel Montes de Oca.-Excmo. señor duque de
"la Victoria.»


Se vé, pues, que el primer acto de un ministro de la Corona al tomar posesion de
sus elevadas funciones, es implorar el apoyo del general Espartero y provocar su
intervencion en los negocios del Estado. ¿Y de qué medios se vale ese ministro? De
medios que reprueba la moral. Dejemos por ridícula esa fraseología sentimental que
para nada estima la gloria de haber dado la paz á su patria, de haber puesto un tér-
mino al derramamiento de sangre, de haber enjugado las lágrimas de tantas fami-
lias. Esto nada vale: ser el campeon de la reina, esto es para el ministro lo sublime
de la gloria Hasta aquí el desahogo de un quijotismo que á nadie ofende; pero acu-
sar de tropel á todo el Congreso, casi de regicidas á los unos, de trastornadores del ór-
den á todos, denunciar los proyectos más horribles que están para estallar fraguados
por los representantes de la nacion, pintar á estos como enemigos más temibles que


_los carlistas, de seguro que estos medios de gobierno y de influjo en el ánimo del
general Espartero, no los puede aprobar nadie, pues traslimitan toda raya y salen
del círculo de la discusion. Lo preguntamos á todo español honrado que recuerde los
tiempos en que se escribia aquella carta, ¿ habia lealtad y justicia en esa inaudita
táctica de provocar un conflicto entre el ejército y el Congreso de diputados, deno·-
minando á estos como enemigos encarnizados de la reina y de las instituciones?


Ahora que salen á luz estos documentos, ¿se dirá todavía que el general Esparte-
ro se entrometia ilegalmente en dirigir los asuntos del Estado, ó quedará consignado
en la historia que los ministros de aquella época fuéron los que quisieron faltos de
dignidad y de decoro, que interviniese aquel? N os parece que de hoy más, quedará
este punto dilucidado, tanto más cuando se haya leido la contestacion del duque de
la Victoria á la carta del Sr. D. Manuel Montes de Oca. Por fortuna para EspaÍla, el
general Espartero conocia perfectamente á los hombres que así lo provocaban, y al
través de sus embozados halagos, leia su emponzoÍlada intencion. Supo con exquisi-
to tacto evitar el conflicto que se quería, y la mejor justificacion que podemos pre-
sentar de la conducta de aquel caudillo, para dar en tierra con las calumnias de que
ha sido objeto, no por haber intervenido, mas al contrario, por no haber querido
intervenir en el sentido que deseaban los que á la par que lo provocaban, lo calum-
niaban, la mejor contestacion que podemos dar, es publicar la carta en contestacion
á la ya mencionada.


«'\las de las Matas, 26 de Noviembre de r839.-Excmo. Sr. D. Manuel Montes de
"Oca.-Mi estimado amigo: Recibo la favorecida de Vd. de 18 de este mes, manifes-
Jltándome sus ideas con motivo de haber sido llamado para el desempeño del minis-
»terio de Marina.


» La amistad que profeso á Vd., Y la buena opinion que me merece me animan á
Jlcontestarle con la franqueza que desea, pero haciendo una distincion del hombre




- 164-
"púl1lico al simple ciudadano, porque no quiero confundir los sentimientos 6 afee-
"ciones aisladas con los deberes que el funcionario tiene segun su poslcion social. Yo
"pruebo á Vd. mi consecuente afecto, asegurándole que como Baldomero Espartero
"deseo que D. Manuel Montes de Oca en su elevado puesto alcance una reputacion
"que le inmortalice, y como particular me pida cuanto pueda interesarle, y verá mi
lIafan y mi buen deseo en complacerle. Miembro del gabinete, y yo general del ejér-
"cito, ocupamos posiciones muy diversas que no pueden enlazar más afinidad que la
"que se infiere del superior que manda con la ley, y del inferior que obedece cum-
"pliendo con ella.


"El ejército, la nacíon entera ha jurado la Constitucion de 1837 como ley funda-
"mental de la monarquía. La nacion y por consiguiente el ejército, tienen que res-
"petar y obedecer al gobierno de S. M. doÍ1a Isabel II bajo la regencia de su augusta
"madre la reina gobernadora, que ejerciendo la más grande y delicada de sus atribu-
"ciones, nombra los consejeros de la Corona para que en su sabiduría conduzcan la
"nave del Estado sin tropezar en escollos. Justos como deben serlo, acatarán la ley
"y con ella serán refrenados los revoltosos, y cuantos se apandillen por intereses
"particulares contra los sagrados de la nacion. Si la justicia se ostenta inflexible, si
"su imparcialidad concilia los ánimos, y su sabiduría remueve los obstáculos que se
»oponen á que la patria sea féliz, ¿qué espaÍ10l dejará de bendecir á tan dignos con-
"sejeros? ¿Quién será el osado que no tiem ble al conce bir sólo la idea de desvirtuar
»su accion? ¿Y cómo impedir que esta sea fuerte y que los poderes estén en armonía?
»La opinion que tengo del buen juicio de Vd. no me permite dudar que estam~s
»acordes en sentimientos, y comprenderá que súbdito fiel de un gobierno que deri-
»vado de estos principios sepa manejarlos honrada y discretamente, no podia menos
"de recibir el tributo que es debido, obedeciendo sus órdenes con todo el celo de
»que es susceptible el que todo lo sacrifica por el bien de su reina y de su patria.


"Si tal es, como creo, el apoyo que se invoca; si tales son como espero las miras
"del gobierno, seguro estoy que dado á conocer por sus hechos, no habrá necesidad
"que las armas empeñadas en la destruccion del enemigo comun, que pelea contra la
nConstitucion y el trono legítimo de nuestra reina, tengan que distraerse un mo-
"mento para censurar la tranquilidad de los pueblos libres de su tiránica domina-
»cíon, pues estos mismos pueblos en masa darian á las autoridades constituidas
"cuanto apoyo reclamasen para perseguir y aniquilar á los malvados que quisieran
',atentar contra el órden público.


» Hablo á Vd. con toda la sinceridad que me inspira el conocimiento de su perso-
una, y no dudo que la marcha justa y firme del ministerio por el camino trazado~
"librará todo compromiso y facilitará los medios que son precisos para terminar la
»guerra. En este concepto me hallará siempre dispuesto; pero si sucediera contra
»mis esperanzas que llegasen á ocupar los puestos personas que difieran de mis
uprincipios, y encaminasen las cosas de manera que pudiesen precipitar la causa y
)las eguridad del trono de mi reina, dejaria el espinoso mando que conservo, mien-




Iltras pueda cQntribuir. ;l ~ lustr,e y esplendor, y en mi retiro lloraria los mal~s, sjn
"el remordimientQ de ha;her concurrido á ellos.


"Hace Vd. en su cart~ un mérito de mi conducta por haherme d~clar~d9 CIi\Q'lpeon
"de nuestra reina gobernadora y de su excelsa hija. Rindo 4 Vd. la ~xpresion since-
"ra de mi reconocimiento, porque tengo un placer en que se reconozca una adhe-
"sion que jamás será desmentida, y que me gloriaré de justificar con nuevos hechos
"aun á costa de los mayores sacrificios. Yo seria un ingrato como españal y como
»particular si así no lo hiciese, porque son muchas las distinciones que he debido á
»su bondad, y muchos los beneficios que ha hecho á España. Así el amor de todos
.. sus hijos está cimentado en bases indestructibles, y no me persuadiré que enemi-
»gos pérfidos piensen en llevar á cabo planes regicidas sin que sean descubiertos,
»entregándolos á la execracion pública y al rigor de las leyes para que expien el con-
»sabido crÍmen. Además, cuando se tienen tales noticias, es fücil el descuhrimiento
"de los que conspir:1l1 contra tan sagrados como queridos objetos, y sin embargo de
"que me prometo no perdonará el gohierno medio alguno para el pronto descubri-
"miento y castigo de tales mónstruos, yo conjuro á Vd. por nuestra antigua amistad
»contribuya á ello sin descanso, y me dé frecuentes avisos de cuanto se adelante.


"Deseo se conserve Vd. bueno y que disponga de su afectísimo seguro servidor y
"amigo. -- Baldomero Espartero.»


¿Es este el lenguaje, preguntamos, de un prepotente y osado dictador que allá des-
de su campamento dicta su voluntad á un gobierno, y pretende supeditarle á su ca-
pricho? ¿O es el lenguaje constitucional de quien desecha la sumision voluntaria é
indecorosa de ministros prosternados á sus piés implorando su apoyo? En la carta del
Sr. D. Manuel de Oca todo es servilismo, postraclOn y provocacion. Explaya su
sistema de terrorismo, y desarrolla con afan acusaciones las más graves y hasta tilda
de criminal al Congreso. En su carta el general Espartero se limita á desentenderse
de la eleccion de ministros, siendo su deber y el del ejército respetar las prerogati-
vas del trono; dice lo que en su opinion individual debe ser el gobierno sin salir de
las generalidades más trilladas; y en su parecer, ese gobierno será respetado sin te-
ner que acudir á la violencia, pues tendrá el asentimiento un~versal. En esa hipótesis
que sienta por cierta, dá su plena adhesion al nuevo ministerio; mas añade sin ro-
deos, que si se apartase de estos principios, seria para él un deber dejar el mando.
Ahora bien: ¿el general Espartero no tenia el derecho que asiste á todo ciudadano,
de decir á qué condiciones serviria un gobierno, cuando estas se ciñen al respeto de
la Constitucion y de las leyes? ¿Acaso era exceso el decir á un ministro que provoca
una discusion de principios políticos, que en un caso señalado dejaria el mando
cuando haya adquirido el convencimiento de que conservándolo perjudicaria antes
bien que serviria la causa que defendia? Son tantos los consejeros maléficos, y tan-
tos los que abusan de la confianza de los reyes llevándolos al precipicio, tantos los
que postrados ante los caprichos de los que mandan, que acreedor es á un triquto de
admiracion el que hallándose en posicion de dar un consejo saludable, no escucha




- 166-
más que las inspiraciones de una conciencia pura. Una de esas raras excepciones ha
sido el general Espartero, y la fatalidad de los tiempos ha hecho que su constante y
leal oposicion á proyectos de reaccion que tantas calamidades ha'n traido á España,
le haya sido imputada á crímen por los qLle más debian respetar su noble fran-
queza.


Con exquisita delicadeza rehuye en su carta el general Espartero la discusion del
;istema que le expone el ministro, y se desentiende del lúgubre cuadro que en su
delirio hace este del estado del país, contentándose con una rechifla sobre los proyec-
tos de esos atroces regicidas en víspera de hacer trizas el trono é incendiar el país;
suplicando muy mucho que se le .tenga al corriente de lo que adelante en el des-
cubrimiento de esos mónstruos sanguinarios,


El cotejo de ambas ortas suple á todos los comentarios y pone la verdad en su
resplandeciente ley.


La contestacion del general Espartero no era para animar á los ministros; si bien
evitaba todo compromiso, decia lo bastante para que aquellos supiesen que no apro-
baba planes de reaccion, y mucho menos que los apoyaria, Esta pruuente reserva,
este respeto á las prerogativas del trono, que se le entregaha á discrecion, esa firme
y leal manifestacion de sus principios, era un contratiempo que desbarataba los pro-
yectos de la contrarevolucion. Entonces se pensó en sacar partido de la misma hon-
radez y rectitud del gel).eral en jefe, y partiendo del contenido de sus cartas se creyó
que en ningun caso saldria de la actitud pasiva que habia guardado en medio del re-
molino político que agitaha al país. En esta suposicion, los diarios ministeriales re-
cibieron el santo para proclamar que la reciente disolucion de las Córtes hahia sido
aconsejada por el general Espartero, y resuelta con su anuencia, pronto á sostener
cuanto hiciese el gobierno; así que nada tenian que esperar los bullangueros, segu-
ros de en,contrar en el general Espartero quien castigase su osadía. Con estas y otras
proposiciones del mismo jaez llenaban sus columnas los diarios ministeriales.


El duque de la Victoria no podia ni debia permitir que así lo calumniase el go-
bierno. Si era en él deber sagrado abstenerse de toda intervencion en las resolucio-
nes del gobierno, y si fiel á esta regla de conducta, nunca la infringió, no era menos
perentoria obligacion suya, no permitir que se falseasen sus dichos y sus actos, y
que se diese á (:ntender á la nacíon que habia aconsejado la disolucion violenta aun-
que legal, de sus representantes recien nombrados. Una actitud pasiva era la única
que convenia á su eievada posicion; así lo habia cumplido, y no se le respetaba.
Calumniado y provocado, no pudo dejar de' repeler públicamente una ofensa pública.


Lleno de indignacion por la lectura de los papeles ministeriales y del partido reac-
cionario, que abusaban torpe y villanamente de su nombre, el duque de la Victoria
salió de su reserva y encargó á su secretario de campaí1a, brigadier Linaje, que diese
un solemne mentís á cuanto decian los papeles ministeriales, relativo á la interven-
cion que aseguraban haber tenido en la disolucion de las Córtes.


Dirigió, pues, el brigadier Linaje la siguiente carta al Eco del Comercio, principal




órgano entonces del partido progresista; carta que salió en ese diario el I6 de Di-
ciembre de I839'


"Señores redactores del Eco del Comercio.-Muy señores mios: En el del2 de este
"mes, núm. 204I, manifiestan Vds. que los ministeriales esparcen las voces de que el
"duque de la Victoria ha aconsejado las ilegalidades que ellos ponen en planta y que
»se prepara á sostenerlas con la fuerza.


» El duque de la Victoria lamenta y siente como español honrado los extravíos de
"la Tazan, las animosidades de los partidos y el encono que parece se desarrolla en el
ndia con más fuerza en medio de los sucesos qne tanto debieron influir para que la
))reconciliacion hubiese sido general, franca y sincera.


»Así lo creyó al leer la célebre sesion de 7 de Octubre, experimentando su alma un
))sentimiento de gozo parecido al que disfrutó al estrechar con sus brazos en Verga-
»ra á los que habian sido contrarios á la causa que de11ende, y persuadido de que la
»union entre los miembros del Congreso y los secretarios del despacho era tan pura
"como convenia al bien de la patria, esperó lleno de confianza que la armonía habia
"de presidir necesariamente á todos los actos y cuestiones, dilucidándose con calma y
»argumentos de buena lógica, lo más útil y conveniente para que la nacion saliera del
»estado lastimoso á que la han reducido funestos acontecimientos. Supuesta la mejor
»intenclOn en los ministros y diputados, aun cuando difiriesen en los medios, se pro·
¡¡metió que animados de un mismo deseo, libres ya de pasiones sacrificadas al bien


. »comun, se mirarian por una parte los actos de los consejeros de la Corona, como con-
·,secuencia precisa de circunstancias extraordinarias que no desvirtuan la ley funda-
"mental, cuando los resultados corresponden á las medidas excepcionales, y cuando
"se deja iluso el principio, sometiendo los actos á la aprobacion de los cuerpos co-
"legisladores.


»Y por otra parte confió tambien que se retirarian ó modificarian los proyectos
"despues de una razonada discusion que diese lugar al convencimiento de si eran
"útiles ó perjudiciales sin que apareciese ni aun la sombra de querer ser exclusivos,
»sosteniendo con empeí10 lo que la razon no aconsejare.


"Conviene advertir que estos no son mjs que juicios de un buen deseo, una opi-
"nion aislada que no envLlelve la cen:wra ni de los ministros, ni de los diputados;
"porquc extraií.o el duque de la Victoria á todo lo que no es su principal mision, ca-
"rece de los antccedentes necesarios para calificar los hechos, y sólo quiere que el pú-
"hlico se convenza de que toda voz que se esparza sobre su intervencion en los ne-
-gOCtOS del Estado carece de fundamento y de verdad; que por su opinion particular
>JflO se hubieran disuelto las Córtes, pudiendo estas y los consejeros, segun su con-
>lcepto, haber hermanado los extremos: que menos ha influido en remociones que
»tiene por perjudiciales, mientras que el funcionario no falte al cumplimiento de su
"deber: que tampoco ha ofrecido sostener con la fuerza actos que sean contrarios á
"la Constitucion de r837, al trono de Isabel 11 y á la regencia de su augusta madre,
))y que firme en sus principios y tan amante de la independencia nacional como ce-




- 168-
))loso de que se acaten y respeten aquellos caros objetos, no espera se atreva nadie
»á combatirlos, ni por lo tanto que se quiera distraer al ejército de su principal aten-
))cion, que es la de destruir á los feroces armados enemigos que todavía retrasan la
»pacificacion general, la cual deberia haber sido un freno para las pasiones y parcia-
))les intere:-es, ú fin de que no sirviesen de instrumento ú la prolongacion de la
))guerra. ~


))3írvanse Vds. dar lugar en su periódico ú esta manifestacion y quedará agradeci-
lIdo su atentoseguro servidor que B. S. ;\I.-Francisco Linaje.))


Estil manifestacion del duque de la Victoria retumbó en España como una tronada
que llenó de pa\'or á 103 ministros y al partido reaccionario, alentando á los progre-
sistas el más ardorosa lucha en el terreno legal. Ras,~aJo estrepi tOSJmente el velo
que encubria tantos amaños rateros, la nacion oia con indccible gozo de haca del
general en jefe, que cuantas seguridades habia propalado la prensa ministerial res-
pecto á l(¡s consejos reaccionuios, que se atribuian al duq ue de la Victoria, eran ca-
lumnias, y que no habia aconsejado la yiolenta disolucion de las Córtes, ni la reno-
vacion de empleados, antes bien como espaí10l y particular las desaprobaba.


Aplastados los ministros, descorazonado el bando entero, no sabian unos y otros
cómo salir del atolladero en que se Hian sumidos, resultado de sus propias intrigas.
Exhonerar al general en jefe, no se atrevian ~ q Lledar en situacion tan ridícula pare-
cia imposible; ¿ ú qu~ atenerse en tan duro aprieto? Los sáhios del hando, midiendo
á los hombres por su propio r:1sero, supusieron que lo mJS sencillo y m:ls hacedero
era (:xigir al duque de ia Victo:-ia una retractacion del comunicado de su secretario.
Los consejeros de D.a María Cristina le exiciieron qU2 interviniera directa y perso-
nalmente en el debate. La gobernadora tuvo la debilidad de prestarse :1 esas exigen-
cias y escribió al duque de la Victoria pidiéndole que desmintiese al brigadier Li-
naje. El ministro de Marina por su parte le escribió con el mismo objeto. Tenemos
la fortuna de poder dar al público las contestaciones que dió á ambas cartas el noble
duque de la Victoria, tomando sobre sí con admirable entereza la responsabilidad de
aq ueUa manifestacion.


Hé aquí la contestacion á la carta de S. M. la reina gobernadora:
))Mas de las Matas, 19 de: Diciembre de 1 R3~1.- Señora: COl1 sentimiento me he


»enterado de cuanto V. M. tiene la dignacion de manifestarme en carta del 1) de
"este mes 1 porque no ha podido menos de afectar mi coraza n el considerar á V. ,\1.
))ofendida en la creencia de que el artículo ú que se refiere pudiese inutilizar 105> con-
J)tin uos esfuerzos de V. 1\1.


))Si yo no pudiese justificar mi conducta de una manera que V. M., en vez de ate-
lInuar el ventajoso concepto que le he merecido, lo ratificase convenciéndose de que
lino tiene V. :"1. un súhdito más leal, ni más celoso del esplendor de la Corona, me
))hallaria en una situacion bien emharazosa y el sentimiento seria entonces tanto más
))profundo, cuanto mayor fuese la causa de haher desmerecido el real desagrado.


HEl que en seis años de guerra civil ha seguido constantemente una marcha, y




-
169-


))despues de jurada la Co,r¡.stitucion no ha proclamado otra bandera más que esta ley
»fundamental, el trono legítimo de vuestra excelsa hija y la regencia de V. M., cum-
"pliri los deberes que le imponen tan sagrados objetos, y su pecho presentado siem-
llpre donde el peligro y el honor le llamaban, no se esconderá jamás mientras estén
)len riesgo hasta sacrificar mi vida en su defensa,; del que subvertido el órden y relaja-
llda la disciplina consiguió restablecerla y afianzarla conservando un ejército decidido,
"valiente y virtuoso, que tantos dias de gloria h<1 dado á su reina y á su patria, no
)Juebe temerse que se asocie nunca á pandillas enemigas, cada cual en su cuerda de
»los principios justos y legales; y el que ha' merecido la confianza de V. M., nunca
))jamás llé1d traicion á las obligaciones que lla contraido, y siempre, siempre consa-
ngrará s u existencia en obsequio de V. M. como cspaÍ101 honrado y reconocido á sus
)Jbondades.
))~iempre V. M. desea lo mejor, anhela el bien ue los pueblos, y siempre ha pro-


"pendido á la fe[iciuad de la nacion; pero no siempre ha recibido V. M. las inspira-
,)cion~.; de hO~11brc:; im¡1J.rciales, justo:; y sibio:;, que guardando la necesaria armo-
"nía con sus sentimientos, dirijan los negocios con acierto, evitando cuerdamente
"reacciones funestas que retrasan el triunfo de la causa. Ningun español podia pre-
"sumir que pdigrase des[mes del Convenio de Vergara, y de haber recibido el bando
»rebelde el golpe terrible con la expulsion del Pretendiente. Los que habian sido
»enemigos se abrazaron de corazon , y desde la más populosa ciudad hasta la más
"pequeña aldea, se cntregó al regocijo y cntusiasmo por considerar afianzada ya la
"P1Z: lo, ddntes cntre [os consejeros de la Corona y los miembros del Congreso tu-
"yieron en la sesion del 7 de Octubre el término apetecido, pero la fatalidad cambió
>laq Llella reconciliacion en lid más empeñada y rencorosa. N o a "enturaré mi opinion
"para decidir quiénes produjeron el rompimiento, y por qué razones de alta conve-
>lniencia pú:)lica, pudieron cohonestarlo, mas en mi humilde opinion graduaré que
)hubo [alta de prudencia, y que al abrazar los consejeros de V. M. el extremo de di-
"solver 11s C/):'t2:;, no tuvieron en con:;iueracion que se acababan de hacer las elec-
"ciones, nicJll:mltaron la gLlerra de p1rtiJos que las nue"as iban á producir, cuando
"más elementos habia para c;onsolidar la union que nos ha de dar una paz dura-
"dera.


>IDos de los nuevos ministros me escribieron (1) y V. M. ha "isto mls contesta-
',ciones. Todos sabian mi oposicion ú mezclarme en los asuntos del gobierno, y sin
»embar;.;o. se me dijo se querian someter á mi aprobacion algunos actos, cuando es-
))taoan y.a acordados, y se pidió mi apoyo en la marcha que habian trazado. Yo de-
l) hia sospechar que habia un interés en que apareciese mezclado en ellos, porque ni
"aun se creyó bastante un correo de gabinete, por cuyo medio habian corrido antes
"asuntos de mayor gravedad y se llamó la atcncion pública, enyiando un oficial de
"la secretaría de la Guerra. Sabia por medio de mi mujer los disgustos de V. M. por


(1) Aludeálascartasantesinsertas.
~




- 17°-
»no hallar conforme á sus sentimientos la conducta de algunos. No podia menos de
"serme sensible el desaire que se me hizo, removiendo al comandante general del
"distrito de Búrgos, nombrado por mí sin perjuicio de la real aprobacion en virtud
"de las facultades que me están conferidas, y lamentaba las muchas destituciones de
"cargos públicos sin que en mi juicio hubiese fundamento para hacerlas. El Eco del
"Comercio manifestó que los ministeriales esparcian la voz de que yo manejaba los
"actos y me preparaha á sostenerlos con la fuerza. N inguno contradijo el aserto, y
))mi reputacion no debia aparecer con un lunar que me desvirtuase ante la nacion,
))cuando un partido que aparecia nuevamente en la escena política tuvo tan formal
"empeño en hacerla creer que yo aspiraba á la dictadura.


))Tan poderosas razones me JeciJieron á prevenir á mi secretario de campaí1a que
"redactase el artículo de que se muestran ofenJidos los secretarios Jel despacho. Yo
))no alcanzo, señora, el motivo, á menos que me esté negado manifestar mi opio
"nion particular en obsequ:o de mi necesario concepto, y á 11n de que por lo menos
))los hombres que se han visto separaJos de sus Jestinos no me ten~an por autor
"de su desgracia. Ruego á V. M. que meJite el papel y se penetrará Je los infundados
"temores q Lle le han hecho concebir los que nunca pueJen justificar como yo la ab-
"negacion :llos partiJos. Constitucion) trono Je vuestra hija y regencia Je V. M.,
"han sido, son y serán el objeto de mis sacrificios y desvelos. Los hechos han acre-
"ditado mi consecuencia, y los hechos testificarán á V. M. que soy fiel á mi divisa.
"No tema V. M. que naJie se atreva á ultrajar el trono. El ejército toJo y la masa
»general de la nacion sostienen su lustre, lo acatan y respetan, imponiendo á los tur-
nbulentos, y á cuantos bajo diferentes formas quieran debilitar su esplendor.


»Reconocido, como siempre) á V. M. por las seí1aladas muestras del aprecio con
»que me distingue, espero no duJará V. M. de mis sentimientos, y de la decidiJa
))voluntad con que soy Je V. M. su más constante serviJor y afectísimo súbdito
»Q. B. L. R. P. de V. M.-El duque Je la Victoria.»


Veamos ahora la contestacion dada al ministro Je Marina D. Manuel Montes
de Oca.


« Excmo. Sr. D. Manuel Montes de Oca.-Mas de la,s Matas, I~) de Diciembre
»de 1 83y.-Mi estimaJo amigo: Recibo su carta del 15 de este mes sobre cuyo con-
»teniJo hablaré á Vd. con la misma franqueza que lo hice al contestar á su primera
"del 18 del pasado.


»Supuesta la imparcialidad y justicia de un gobierno, y concediendo que su siste-
»ma pueda llenar todas las necesidades, el general en jefe del ejército merece con si-
"deraciones ya que no por los hechos que lo han elevaJo á esta dignidad, por su ne-
»cesario decoro, y por el ascendiente que reclama su posicion, si los rebeldes han de
"ser completamente exterminados, afirmando la paz por que suspira la nacion.
"Sin meditar que esta paz no está consolidada; sin ocuparse de los encontrados in te-
"reses; sin mirar las directas opiniones y teniendo aún enemigos Jeclarados del tro-
))no y de la Constitucion, que pueJen hacerse fuertes á beneficio Je turbulencias, y




- 17 1 -
))de excisiones, se concibe un vasto plan de reformas chocando de frente contra un
))partido poderoso que desea el restablecimiento de otras, y para vencerle aparece el
"nuevo gobierno inclinado al adversario, al que yo combatí con representaciones
"elevadas á S. M. la augusta reina gobernadora con fecha 31 de Octubre y 6 de Di-
»ciembre del año anterior Estas representaciones fuéron impresas y dadas al públi-
"co porque así lo creí necesario. En ellas censuré á los consejeros de la Corona con
»toda la energía de que es susceptible mi decision, cuando se trata del bien de la
»reina y de la patria. Entonces hablé á la nacion como español y capitan general de
"los ejercitos, pero entonces no huho la aúdacia de presentarme á S. M. con los ne-
"gros colores que ahora se me atribuyen. El trono que siempre he respetado y sos-
»tenido no hubo razon para considerarlo atacado, y los gloriosos acontecimientos que
"se han seguido, responden á cuantas imputaciones se me hicieron por el partido
"derrotado, que en medio de su furor no omitió ni la calumnia, presentando como


.


"dictador al que noblemente y con datos habia anatematizado la pretendida dic-
"tadura.


"Como centinela avanzado de los caros objetos de que me he declarado campeon,
"yo no podia ofrecer un apoyo que distrajese las fuerzas del fin á que están destina-
"das, y menos cuando mi conviccion era y será siempre, de que marchando el go-
"bierno por la justa senda que manifesté á Vd. en mi carta del 26 de Noviembre,
))tendrá asegurada la tranquilidad de los pueblos, dando estos á las autoridades cons-
»tituiJas cuanto apoyo reclamasen para perseguir y aniquilar á los malvados que
»quisieran atentar contra el órden público. Sin embargo, yo aparecia ante la nacion
»como inclinado al partido que fué objeto de mis quejas en las representaciones ya
»citadas: pudo robustecer la idea la venida de un oficial del ministerio de la Guerra,
»disposicion extraordinaria que no ha tenido ejemplo durante mi mando aun cuando
~


"han ocurrido sucesos de la más alta importancia; yo no presupuse con ligereza, aun-
"que el partido opue~;to hizo deducciones; habia sentido la disolucion de las Córtes,
"porque me persuadí que el otro partido podia tener una parte muy directa, porque
"la sesion del 7 de Octubre en que se abrazaron ministros y diputados, abrió el ca-
"mino para consolidar la union que necesitamos; porque esta union puede servir de
~)agcnte poderoso á renovar obstáculos, y hermanar extremos; porque las circuns-
))tancias no podian justificar el rompimiento, y porque la nacion lo que quiere es
)paz, y no que se fomente el encono de los partidos como tenia que suceder en las
nnucvas elecciones; para obtener sin duda el triunfo respecto de estas, se hicieron
»remoc.Íones de funcionarios públicos, que respecto de muchos se expresaba haber
))llenado sus deberes á satisfaccion de S. M. Esto no podia menos de colocar en una
))posicion falsa á los ministros, y de aumentar el número de los descontentos; á mí
»han acudido algunos, como si yo pudiera remediar su desgracia.


"Sin emb~rgo, yo hubiera guardado silencio, si de tales actos no se me hubiese pre-
"sentado como parte de instrumento, y si no hubieran aparecido indicaciones de que
"me preparaba á sostenerlas con la fuerza: la reputacion de un general en jefe que




J7f}. -
-en representaciones dirigidas á S. M., habia denunciado planes de un partido que
naparecia nuevamente en escena, exigía una manifestacion pública tal como la que
»firmó mi secretario de campaña por encargo mio y de mi espontánea voluntad: mis
»opiniones particulares nadie puede hacermelas callar, cuando el silencio es un mal
"y cuandQ no se me guª,rdan las consideraciones que creo merecer: es una s.uposicion
»muygratuita la de que yo me incline á un partido, el artículo no apoya á ninguno,
»no ofende al trono, calma las pasiones y debe llenar los deseos de cuantos 5..610
"aspiran á que haya union, sacrificándose parciales intereses ante lasaras de la patria.
»Se me ha hecho una injuria en sospechar que pueda dispensar mi confianza á quien no
»la merezca, haciéndole capaz de tomar mi nombre sin mi asentimiento, ó lo que es
"peor, se crea que el general que hasta ahora ha merecido la confianza de su reina y
»que ha recibi,do tantas pruebas de que le son gratos sus servicios, era un autómata
"que se deja mdnejar discrecionalmente. •


»Pero lo que sobre todo ha lacerado mi corazon es el que se haya hecho creer á
"S. M., que mi conducta está en abierta contradice ion con los sentimientos que en
"todas ocasiones he manifestado, siendo así que no hay un hecho que con justicia
"apoye la menor contradiccion: que se dé á entender que me mezclo en las cuestio-
"nes políticas cuando acredito que no tengo intervencion: que se me indique de di-
"rigirme á los partidos, cuando declaro que soy enteramente extraño á ellos, y sólo
»sostenedor de la Constitucion, del trono ;de Isabel 11 y de la regencia de su augusta
»madre: y que se suponga que el decoro, la firmeza del trono y mi misma reputa-
"cion estén altamente comprometidos.


"Mi conciencia y la rectitud de mis principios dicen otra cosa. S. M. ha sido alar-
»mada c')n soñados trastornos, con planes inÍcuos que debieran desde que se toman
»por pretexto haberse hecho notorios, apresand~ á los autores, condenando sus
»nombres á la execracion pública, y sus personas al condigno castigo. La madre del
»pueblo tiene su amor en un ejército decidido en su defensa, y un general leal, fran-
»co y honrado, que jamás ha desmentido sus protestas de ser su más firme apoyo;
»en circunstancias más azarosas, y con menos títulos á su confianza; ha escuchado
»mi voz y no se ha ofendido aun cuando la expresion de mis sentimientos ha sido pu-
»blicada más auténticamente: en el dia en medio de su natural dulzura, cuando me-
»nos debia esperar que torcidas intenciones rebajasen su decidido afecto y ciega
»confianza, aparece la severidad para hablarme como reina que cree ofendido el de-
»coro del trono, al paso que como amiga desea lo que sus ministros le piden con
»grave ofensa de la dignidad del general en jefe del ejército. Pero mis razones serán
»sin duda escuchadas, y su real ánimo no podrá menos de convencerse de que solda-
"do franco, leal, consecuente y honrado soy siempre digno de su aprecio.


»Deseo lo pase Vd. bien, y que disponga del fino afecto de su apasionado seguro
))servidor y amigo que S. M. B.--El duque de la Victoria.»


Tanta entereza hace un singular contraste con la falta de tino para sí, y de digni·
dad para la Corona que presenta la conducta del gobierno. La negativa del general




- 173 -
Espartero á las exigencias que venian de tan alto, desbarató los proyectos de los
reaccionarios y hubo que aplazarlos. ¿ Mas cuál no seria la ira reconcentrada que
provocaria esa firmeza que á nada cedia? Hubo que disimular el despecho, pues los
servicios del general Espartero nadie los podia suplir: se aplazó la venganza y allá la
prepararon con afanoso ahinco. Así se pudo vaticinar desde luego que el dia en que
el país alcanzara la paz por completo, seria el señalado para que la lucha entre los
partidos rompiera con furor, y que los dos jefes de los partidos se encontrarian fren-
te á frente, esto es, D.a María Cristina y el general Espartero.




..


CAPÍTULO V.


NUEVAS TENTATIVAS PARA LA INTERVENCION DE ESPARTERO EN LOS NEGOCIOS DEL
.


ESTADO.-V1AJE DE LA CÓRTE Á BARCELONA.


Disueltas las Córtes, el ministerio se apresuró á realizar el plan que tan paladi-
namente desarrollaba D. Manuel Montes de Oca en su carta de 18 de Noviembre
al general Espartero. El rumbo que seguia el gobierno lo encaminaba á un abisnlo;
sus actos eran los precursores de inevitables catástrofes. Las autoridades que él mis-
mo habia elegido poco antes y asistieron con imparcial justicia á las elecciones, fué-
ron de repente exoneradas, y añadiendo la mofa á la violencia, á muchas de ellas
se las decia como por rechifla que S. M. quedaba muy satisfecha de sus servicios,
estribillo tan ridículo como habitual en el guirigay administrativo de nuestras ofici-
nas. Casi toJo el personal de la administracion, así civil como militar, varió, reem-
plazando á los quitados con hombres públicamente conocidos por sus opiniones reac-
cionarias; á los más oscuros empleados les alcanzó el castigo; nadie escapó á ese ex-
crutinio inquisitorial. Los ministros y el bando contrarevolucionario creian que
todo se cifraba en las elecciones que iban á verificarse; tener mayoría era, en su
opinion, haber vencido todas las dificultades del momento y del porvenir: ensueños
de partido.


A conseguir esa mayoría se enderezaron todos los conatos de los ministros, y cuan-
do merced á un expurgo general de empleados, á la corrupcion, á los fraudes, á la
violencia, se hubo conseguido tener el instrumento de la reaccion y hubo que poner-
lo en movimiento, no se tardó mucho en verle en práctica. Las Córtes congregadas
se reunieron el dia 18 de Febrero de 1840: el discurso de la Corona anunciaba des-
embozadamente las leyes de reaccion que serian presentadas á las Córtes. Empezó
la discusion del mensaje en el Congreso, donde todavía habia una minoría patrióti-
ca, y que esforzó cuanto más pudo la evidencia de las ilegalidades más odiosas prac-




- 175 -
ticadas por las autoridades locales. La indignacion de los que aSlstlan á esas discu-
siones cunde por la ciudad y agita el pueblo. A la voz del diputado D. J oaquin María
Lopez, se estremecen las tribunas públicas donde se ha apiñado un gentío extraor-
dinario. En vano el Presidente quiere restablecer la calma perdida; todo es des6r-
den, confusion: á la voz de lo que pasa en el Congreso, acuden los ciudadanos in-
quietos, así como los curiosos y tambien los que están encargados de provocar un
conflicto. La muchedumbre que se estaciona en los alrededores del Congreso va to-
mando un aspecto airado, impaciente, avanzan tropas de línea, y no se convoca la
Milicia Nacional. Está decretado que ha de correr sangre, y sangre corrió por las
calles donde todo lo atropellan los lanceros del capitan general Villalobos. Este de-
clara á Madrid en estado de sitio. Las Córtes se cierran. Así se inauguraron las
Córtes de 1840, entr~ el bullicio de la calle y el estrépito de las armas blandidas
contra el pueblo de Madrid, debiendo fenecer en medio de los cantares de una re-
volucion victoriosa, provocada por los desmanes de la mayoría de las Córtes unida
al gobierno para acabar con la Constitucion de 1837, plan que detuvo el pronuncia-
miento de 1840, pero que se ha realizado en 1843.


Cerradas las Córtes, á los cinco dias volvieron á sus tareas. El Congreso se hizo el
palenque de una lucha encarnizada: el mensaje de contestacion al discurso de la Co-
rona, y la ley de Ayuntamientos fuéron ocasiones de discusiones violentas, apasio-
nadas, que hallaban un eco simpático en la riacion. La mayoría falló en favor de los
ministros concediéndoles cuanto pidieron á su ardor reaccionario. El país fa1l6 contra
la mayoría y el gobierno. La defensa de la Constitucion conculcada, fué la bandera de
la insurreccion que provoc6 la mayoría, borrando el artículo 70 del c6digo funda-
mental.


La lucha ardorosa del Parlamento, no era la única que conmoviera el país; otra no
menos enconada ardia entre el ministerio y el general en jefe. Un nuevo choque vino
á evidenciar la firmeza del duque de la Victoria y las rencillas de los ministros.


Con rara fortuna progresaban las operaciones militares: cada nuevo triunfo atraia
á los más beneméritos entre tantos que lo eran, los premios debidos al valor, al sa-
her, al patriotismo. Tras de la toma de Segura y de Castellote, el general en jefe pi-
di6 la faja de mariscal de campo para cuatro brigadieres que habian añadido nuevos
servicios á los muchos ya contraidos, y fuéron los Sres. Ezpeleta, Linaje, Zavala y
Concha. Al ver entre estos nombres el del brigadier Linaje, los ministros' se estre-
mecieron. Premiar al secretario de campaña del general en jefe, a.i autor del comu-
nicado que tan mal parado habia dejado al Gabinete, les pareció un insulto; sin em-
bargo de que en el momento que el general Espartero en sus cartas á la goberna-
dora y al ministro de la Marina, asumia en sí la responsabilidad del escrito puesto
dC" órden suya, el brigadier Linaje quedaba absuelto de tOdo compromiso; su comu-
nicado no era ya más que el cumplimiento de un deber del cargo que desempeñaba.
Con todo, tres de los ministros prefirieron hacer la renuncia de sus destinos antes
que aprobar la promocion del brigadier Linaje. bien que este fuese el segundo en




-. 176 -
antigüedad de los cuatro propuestos. Los demás ministros quedaron en sus puestos,
y el brigadier Linaje ascendió á mariscal de campo. A D. Francisco Narvaez le reem-
plazó en Guerra el conde de Cleonard; D. Agustin Armendariz entró en Goberna-
cion en lugar del Sr. Calderon Collantes y el Sr. Sotelo en Marina. Esta era la cuarta
renovacion parcial que sufria el ministerio; mas antes de elegir remiendos al desas-
trado Gabinete, los ministros que querian serlo á todo trance, siguieron la táctica de
sus predecesores provocando la intervencion del general Espartero en la elcccion de
ministros. El presidente del Consejo dirigió de real órden un despacho al duque de
la Victoria, fecha de18de Abril, suplicándole que de una lista que se le enviaba, sa-
case para Guerra el general de su mayor agrado. Hé aquí la contestacion dada por
el general en jefe.


«Excmo. Sr.: He recibido la real órden que V. E. tiene á bien comunicarme con
»fecha 8 de este mes, manifestando que habiéndose dignado S. M. admitir la dimi-
»sion que han hecho de sus cargos algunos de sus ministros, entre otros el de la
»Guerra, se ha servido encargar interinamente su despacho al subsecretario D. Fer-
)>nando Norzagaray, pero que deseando S. M. oir mi opinion sobre el nuevo nom-
»bramiento, ha tenido la bondad de mandar se me remita la lista que V. E. me in-
))eluye de los generales, para que indique cuál de ellos seria el más á propósito.


»Esta nueva cuanto distinguida muestra de la confianza que me dispensa S. M. me
))impone deberes sagrados del más alto reconocimiento, y aumentaria si fuese posible
»mi firme y decidida voluntad de sacrificarme por la consolidacion del trono de su
llaugusta hija, sin perdonar medio alguno para que se ostente en todo su brillo, con
llel triunfo de la causa que tan de buena fé defiendo. Así ruego á V. E. tenga la dig-
)>nacion de manifestarlo á S. M., pero que animado de un Sll1cero respeto á su real
»persona y convencido de la sabiduría que marca sus deliberaciones, llevada siem.
»pre de un buen deseo, creeria abusar de su mucha bondad, haciendo uso del favor
)'que me otorga, cuando estoy muy seguro que su eleccion llevará el sello del acier-
nto.-Dios guarde á V. E. muchos años.-Cuartel gentral de Aguaviva, r r de Abril
»de r840.-Excmo. ~r. duque de la Victoria.-Excmo. Sr. Presidente del Consejo
»de ministros.»


Véase, pues, con qué obstinada persistencia acosaban los ministros al general en
jefe para que interviniera en la eleccion de los consejeros de la Corona, y con qué
esmerada delicadeza ha rehuido siempre aquel tan peligroso honor, máscara de avie-
sas intenciones, y véase lo que valian esas calumni1s dirigidas á probar que el gene-
ral Espartero, en la época de su mando de je~e del ejército, hacia y deshacia ministros,
dirigia á su antojo los asuntos del país, y tenia sujeta á sus caprichos hasta la misma
reina gobernadora. Ya van muchas pruebas de la falsedad de semejantes acusacio-
nes; no serán las últimas que tendrán cabida en nuestro trabajo histórico.


Seguia el ejército en su noble mision de dar la paz al país; Morella era ya
el único punto importante que quedaba á los carlistas, y todo presagiaba que muy
pronto caeria en manos del general Espartero. La guerra iba acabándose, mas á la




177 -
par que esta iba á menos, allá se encrespaban con furia los 6dios políticos, y las dis-
cusiones de las Córtes tomaban un carácter más violento. La mayoría reaccionaria
triunfaha, y ya parecia que nada pudiese contrarestar su dominio, cuando de pronto
un acontecimiento inesperado vino á cambiar el aspecto de las cosas, y los cantares
de la victoria en ayes de mortal pavor.


La reina Isabel salia todos los di as á paseo sin que nadie notase en su semblante
alteracion á su salud. De repente corre la voz que S. M. necesita tomar los baños
minerales y de mar, y que toda la casa real salia con ese motivo para Barcelona.
Atravesar varias provincias donde la guerra civ il enfurecia aún, con riesgo de un
percance peligroso por más precauciones que se tomaran, andar cien y más leguas
en busca de lo que se tenia á mano, pareció á todos resolucion poco menos que
desesperada, y por tanto se la consideró, vista la apariencia de buena salud de S. M., de
que todo Madrid podia juzgar, como un pretexto para emprender un viaje cuyo obje-
to era otro que el de la salud de la jóven reina. Los acontecimientos han venido á
probar cuán certeros eran los juicios que á la sazon se formaron respecto á ese viaje.


Mas lo que todavía queda hoy un misterio, para nosotros á lo menos, es quién
aconsejó ese viaje; quién fué el autor del proyecto, y de quién sali6 el pensamiento.
En cuanto al objeto del viaje, era bien claro. Lo cierto es, que ni los prohombres
parlamentarios del partido retrógrado, ni los ministros fuéron los autores, pues que
ni consultados fuéron. Así es, que el partido entero quedó como aterrado al saber la
resolucion de la gobernadora. El Correo Nacional, diario el más autorizado del par-
tido, dió la voz de alarma en un artículo del 18 de Mayo, expresándose en términos
que daban bien á conocer los temores del partido todo. En cuanto á los ministros, pa-
rece que la gobernadora les anunció su proyecto como cosa irrevocablemente resuel-
ta, mas que no' entendiéndolo ellos aSÍ, creyeron que se les consultaba, y dijeron que
lo meditarian. Parece que entonces D.u María Cristina explanando más claramen-
te su pensamiento, les dijo que no pedia un consejo, mas que comunicaba una órden
para que se hiciesen los aprestos convenientes para el viaje.


Sea de esto lo que fuera, lo que evidente es que el proyecto no pudo ser aconseja-
do por los hombres de valer del partido: y escudriñando mucho, puédese dar alguna
interpretacion á la brusca y desabrida exoneracion del entonces embajador de Fran-
cia en Madrid, marqués de Rumigny, que coincidió con ese viaje, lo que dió ciertos
visos de verdad á la opinion que corrió, que ese 'proyecto de viaje vino de Paris y
que el mismo ministro Thiers, que en el asunto del famoso Conseil y Suiza no lo su-
po todo, hallúndose de nuevo presidente del Consejo, ignoró todo acerca del viaje ar-
reglado sin su conocimiento entre altos personajes, descubrimiento que provocara la
remocion del embajador: mas esto no pasa de conjeturas.


Atónito Madrid al saber que la farnilia real se iba á Barcelona, y no menos sobre-
cogidas las Córtes, el dia 21 de Mayo el diputado D. Pedro Mendez Vigo anunció
que haria una interpelacion al ministerio sobre este viaje: D. Salustiano Olózaga le
salió al encuentro en nombre de la minoría, declarando que la interpelacion debía


12




..


considerarse como opinion particular del diputado que la hacia, absteniéndose la opo-
sicion de crearel menor obstáculo á un viaje que interesaba ála salud de la reina. El
general Mendez Vigo insistió en su interpelacion, y tuvo ésta efecto en la sesion
del 22. Contestaron los ministros en los términos más ambiguos, que en efecto la
salud de la jóven reina exigia las aguas minerales y baños de mar, mas que el viaje
no t:staba irrevocablemente resuelto. Declaracion á todas luces falta de sinceridad,
mas que daba á entender que el proyecto no tenia la aprobacion de estos, cuyos de-
seos eran que no fuera irrevocable.


La mayoría de las Córtes no se atrevia á tocar esa cuestion por grave que fuera,
primeramente por no faltar á la voluntad de la reina gobernadora de que tan galan
alarde hacia, yen segundo lugar por no hacer una confesion de las aprensiones que
le inspiraba el viaje. A su vez la oposicion, que algo esperaba de él, lo apoyaba
antes bien que estorbarlo en lo más mínimo. El ministerio habia conseguido cuanto
habia pedido á lasCórtes, no se trataba pues, más que de plantear esas leyes reaccio-
narias, para 10 cual se pudo temer alguna resistencia material: en la prevision de
tener que acudir á los medios violentos de la fuerza, era preciso asegurar al ejército y
á su jefe. La guerra civil habia creado un poder extralegal y el más poderoso, esto
es el poder militar personificado en el general Espartero: sin su apoyo y el del ejér-
cito era imposible llevar á cabo el plan ya acordado entre los promotores de la reac-
cion, y sancionado por la mayoría de las Córtes. Todos los antecedentes <,lecian que
EO habia que contar con el general en jefe, ni con el ejército.


En una sola persona se pudo suponer, aunque equivocadamente, influjo bastante
para conseguir lo que se deseaba, y es probable que en esta persuasion consejeros fu-
nestos obtuviesen de D. a María Cristina que tomase á su cargo intentarlo, cohones-
tando el viaje á Barcelona con el pretexto de la salud de la reina. Bien conocemos
que todo esto no son más que deducciones más ó menos lógicas de los hechos ma-
teriales.


Hallábase el general Espartero al frente de Morella dirigiendo en persona las ope-
raciones del sitio, cuando llegó á sus manos una carta de la reina gobernadora, comu-
nicándole la resolucion tomada á consecuencia del dictámen de los facultativos que
aconsejaban que la jóven reina tomase las aguas minerales y los baños de mar, y que
se dirigia á Barcelona con este motivo, Los ministros sólo consultaban al general el
camino que deberian tomar las personas reales para llegar á su destino. El duque de
la VIctoria recibió esa noticia con la ,mayor sorpresa, pues ignoraba que la reina Isa-
bel estuviese mala, noticia que le afligió en ,extremo, pues debió suponer grave la
dolencia cuando para poder realizar el viaje, se exigia en cierto modo que se suspen-
diesen las operaciones de la guerra. Urgencia era esta muy á propósito para alarmar,
así fué que el general Espartero léjos de aconsejar que se postergase el viaje hasta la
toma de Morella, tomando en cuenta un caso tan grave, indicó el camino de Valen-
cia como el más conveniente, y destacó la division Aspiroz para asegurar el paio de
la familia real.




- 179-
Mas sea por los preparativos de marcha, sea por otras causas que ignoramos, la


salida de la familia real para Barcelona se postergó, y esta detencion dió tiempo al
general Espartero para apoderarse de Morella que se entregó el dia 30 de Mayo, Ca-
brera abandonó el Maestrazgo y la provincia de Valencia, pasó el Ebro y reconcentró
sus fuerzas en Cataluña donde le fué siguiendo el ejército constitucional, lo que pero
mitió á la familia real tomar la ruta de Aragon como más corta y más directa. Em-
prendió pues el viaje la familia real el dia 11 de Junio, vía de Zaragoza.


Resolucion era esta que llevaba todos los visos de un despechado afan para conse'
guir á todo trance un objeto apremiante. La: guerra seguia con ardor en las provin-
cias limítrofes de la capital. Balmaseda campeaba en la de Guadalajara por donde te-
nia que atravesar la real comitiva. Con el objeto de proteger su paso, recibió el ge-
neral D. Manuel de la Concha, órden para levantar el sitio de Betela y de Cañete, y
avanzar al camino real de Madrid el Zaragoza, dejando la provincia de Cuenca entre-
gada á lo·s crímenes y pillaje que allí cometian hordas sanguinarias y devastadoras.
Ya hemos dicho que el general Aspiroz con su division habia adelantado al camino
real: vino además el general Mahy ú colocarse en Medinaceli con una brigada de la
Guardia real. Desde luego se desprende de cuanto va referido de movimientos de tro-
pas, que con motivo del viaje se abandonaban provincias enteras al furor de los
bandidos que esquilmaban los pueblos y asolaban el país derramando sangre precio-
sa. Este sólo resultado del viaje hubiera bastado para que se formulara un acto de
acusacion contra los ministros que lo permitieron.


A pesar de tantas precauciones como se tomaron para que nada pudiera estorbar la
marcha de la real comitiva, esta pudo ser víctima de una arremetida de Balmaseda,
cuya osadía y actividad eran harto conocidas. Una refriega se trabó en Olmedilla en-
tre el cabecilla Palacios y el general Concha, en que el primero fué derrotado de-
jando mil trescientos prisioneros en manos del vencedor: Olmedilla se hallaba á tan
corta distancia del sitio donde estacionaba la familia real, que se oia el ruido del fue-
go, y en un caso desgraciado, que el valor y la pericia no bastan siempre á evitar en
una guerra, si el general Concha hubiese sido derrotado ¿qué hubiera sido de la fa-
milia real'?


No era menor la imprevision de los ministros bajo el punto de vista constitucional.
Enlos países constitucionales en donde por la más singular desviacion de la razon se
ha hecho de un rey un Dios, pues no puede errar, el mal nunca puede serIe achaca-
do, y todo el bien es obra suya, pareceria que merced á ese extravío del buen sentido,
esos reyes ó esos semi-Dioses no deberian aparecer en público sino para ser acatados
con el mis reverencioso rendimiento; mas la ficcion legal es tan grosera, tan violen-
ta y tan absurda que la vemos á cada paso hollada. La historia de las monarquías
constitucionales nos dice lo que ha valido ú los reyes esa sacrílega mentira, el dia
que el pueblo cansado y airado ha querido dar una leccion ú sus opresores. Minis-
tros y reyes han tenido igual suerte y la responsabilidad de los primeros no ha salva-
do á los segundos.




Esta ficcion tenia en España el valor que en otras partes, y la reina gobernadora
tuvo que conocerlo en triste experiencia. La discusion de la ley de Ayuntamientos
habia tenido un eco inmenso en el reino. Los ayuntamientos conmovidos represen-
taron contra aquella ley: el gobierno prohibió esas representaciones, mas esta vio-
lencia no tuvo más resultado que el de variar el rumbo de aquellas manifestaciones.
En lugar de ir á Madrid, tomaron el camino del cuartel general y allí se hacinaron
por millares, y el gobierno que así desairaba todos los ayuntamientos permitia que
la reina gobernadora se pusiera en relacion directa con muchos de ellos á su paso
por los pueblos del tránsito. De allí nacieron choques en que la majestad reál y la
irresponsabilidad constitucional quedaron muy mal paradas. Acudieron los plleblos
con sus alcaldes, mas si bien respetLlOs05 y presurosos de dar acatamiento á la fa-
milia real, aquellos concejales pedian con entereza que no se sancionase la ley que
acababa con la independencia constitucional de los ayuntamientos. En Zaragoza las
quejas y las reclamaciones debian tener más peso, atendida la importancia de aquella
interesante poblacion; así fué que los, ministros y la camarilla que acompañaba á la
gobernadora, determinaron cerrar las puertas de la real cámara á las corporaciones
populares de la capital de Aragon. La diputacion provincial y el ayuntamiento de
Zaragoza pidieron una audiencia particular á la gobernadora, y recibieron una ne-
gativa por el conducto del mayordomo mayor conde de Santa Coloma.


En la noche misma del dia en que fué dada esa negativa, recibizt la reina goberna-
dora en pública audiencia las autoridades de la ciudad y de la provincia. Aprovechó
la ocasionla diputacion provincial para quejarse respetuosamente de la negativa dada.
Manifestó lo gobernadora suma sorpresa de lo que oia: negó haber dado tal respues-
ta y aseguró que no sólo no se habia negado á la tal solicitud, mas que ningun co-
nocimiento tenia de ella. Ofreció esa seí10ra oir al momento á la diputacion. En
efecto, concluida la funcion pública, la gobernadora recibió con sumo agrado los di-
putados provinciales, acogió con aparente benevolencia las observaciones que la
hicieran contra la ley de Ayuntamientos, y guardó las que le fuéron presentadas
por escrito dando las mayores seguridades que las tomaria en séria consideracion.


Zaragoza, la ciudad siempre heróica, á la par que usaba de un derecho que sus
servicios eminentes le daban, esto es el de hablar con la franqueza que tan noble-
mente caracteriza á los corazones, no quiso que la gobernadora pudiese equivocarse
sobre el sentido de sus quejas, y al propio tiemro que las expresaban sin rebozo, se
esmeraban en obsequiar á la familia real con todo linaje de homenajes y de recreos.
Esas fiestas públicas exigian un gasto cons.iderable que mal se avenia con la miseria
pública, resultado de siete años de guerra y de inauditos padecimientos; con todo, se
hizo ese sacrificio más. Pero en balde, porque los diarios del bando reaccionario se
esmeraron en afear la mezquindad del recibimiento hecho en Zaragoza á la familia
real, y tuvo el ayuntamiento de Zaragoza que publicar las cuentas de los gastos he-
chos en esa ocasion en contestacion á esas falsas acusaciones.


Los fieles defensores de la libertad y del trono constitucional, los heróicos mo1'a-




dores de Zaragoza aunaban en un mismo pensamiento el trono y la Constitucion,
mas las cosas habian ya llegado á ese punto que toda adhesion al código fundamen-
tal se miraba como una traicion á la Corona. Lastimoso extremo, indicio certero de
un mal sin remedio, de catástrofes inevitables. Los gloriosos servicios de la inmortal
Zaragoza en la guerra de la Independencia, los sacrificios sin cuento hechos por Ara-
gon en pró del trono y de la independencia nacional, autorizaban á esos valientes
campeones de la libertad á expresar sus quejas con caballeroso respeto, y así lo hi-
cieron; fué María Cristina mal aconsejada; no er2 ya la gobernadora de un reino, era
el Jefe de un partido irritado, YÍolento. Salió de Zaragoza, injustamente prevenida
contra sus habitantes, y entró en Cataluña, donde le acompañaban los ecos del en-
tusiasmo aragonés por la Constitucion y por el trono, ecos que retumbaban estrepi-
tosamente en la misma Cataluña.


En Lérida se hallaba el cuartel general del ejército; allí aguardaba el duque de la
Victoria á la real comitiva que llegó el dia 16; el 17 tomó el camino de Cervera y de
Tárrega. H'1l1ábase el ejército acampado en las afueras de este último pueblo de
modo que pudieran las reinas pasar revista. Puesta la comitiva real al frente de ese
brillante y heróico ejército, el general en jefe dirigió á la gobernadora una arenga
digna del primer y más denodado campeon de la libertad. Gustó poco ese lenguaje,
ú pesar de la cortesanía galana y caballeresca del duque, pidiendo en' alta voz á la
gobernadora que se dignase mandar en persona el ejército hasta acabar con los car-
listas. La reina María Cristina contestó con garbosa amenidad, que en ninguna mano
estaba el manJo mejor que en la del vencedor de los carlistas. Fkil era entrever al
trayés de ese torneo de galantería, que el entusiasmo por la libertad y la Constitu-
cío n no era lo que la gobernadora hubiera deseado encontrar en el ejército, y que
aquellas aclamaciones de la tropa y de su jefe estaban de más.


Llegó la real comitiva el 27 á Cervera; el 28 á Igualada; el 29 á Esparraguera.
Hasta allí ni una sola palabra habia mediado el'ltre D.a María Cristina y el general
Espartero relativa á las cosas del dia, verdadero objeto del viaje. Venia la goberna-
dora con la confianza de una reina acostumbrada á paladear la lisonja y la adulacion,
y con las ilusiones de una señora amable á lo sumo, adornada de prendas relevantes
y sabiendo cual nadie usar del lenguaje más seductor, pero tenia que tratar con el
general Espartero ya avezado con tres ail0s de lucha á resistir á esas seducciones, y
seguro de resistir con entereza respetuosa á todos los halagos que acompañan á una
señora que ciíle una diadema.


La primera conferencia sobre asuntos políticos tuvo lugar en Esparraguera; de
ella tomó la iniciativa la reina gobernadora. El general indicó sin rodeos la necesi-
dad de cambiar el ministerio, en lo que convino María Cristina; mas antes de con-
sentirlo, quiso S. M. que el general tomase el empeño de formar un ministerio del
que seria presidente. El duque de la Victoria opuso desde luego su repugnancia,
considerándose todavía necesario al frente del ejército, hasta la total pacificacion.
Dejando pues por el momento este punto de discusion, se puso en tela de juicio la




- 182-


ley de Ayuntamientos, hecha la tea de discordia. Nada omitieron los dos interlocu-
tores para persuadirse recíprocamente de la necesidad de dar ó de negar la sancion á
la dichosa ley. Sostenia la gohernadora que propuesta la ley por sus ministros y
votada por las Córtes, no podia negar la sancion sin caer en una chocante contra-
diccion que redundara en desdoro de la Corona. A esto contestaba el duque de la
Victoria, que ante todo era preciso poner la Corona fuera del debate siendo irres-
ponsable; que toda la responsahilidad seria de los ministros; separados los actuales,
los nuevos consejeros de la Corona podian aconsejar se retirase la ley, y la Corona
conformarse con ese dictámcn, sin alterar en nada el juego natural de un gobierno
representativo; que la ley votada, con razon ó sin ella chocaba la opinion pública
de un modo tan general que no querer hacer algLll1a concesion, era exponerse á per-
derlo todo; por tanto, aconsejaba que suspendiese la sanciol1, que en nada urgía,
se nombraran nuevos ministros, y que estos presentasen una nueva ley que estuviese
en armonía con el espíritu y la letra de la Constitucion; esto era lo que en la opi-
nion del general en jefe aconsejaba la prudencia.


Creyó el general Espartero que alguna mella habian hecho sus razones en el áni-
mo de la gobernadora, ya menos empenada en su primera opinion, y llegó á conce-
bir la esperanza que todo se arreglaria sin choques Con esta esperanza concebida
con sobrada precipitacion, acepto el Duque la mision de formar un ministerio del
que seria presidente, y propuso las siguientes personas para formarlo: Estado, don
Mauricio Cárlos de Onís.-Gobernacion, D. Agustin Silvela.-Guerra, el general
D. Valentin Ferraz.-Hacienda, D. José Ferraz.-Gracia y Justicia, D. Claudio An-
ton Luzuriaga, y Marina, D. Juan de Dios Sotelo, que lo era ya: merecieron los
nombrados el competente asentimiento de la gobernadora.


A pesar de esta anuencia y de una aparente concordia, la naturaleza de las cosas
deja suponer que debió la gobernadora salir de la conferencia poco satisfecha, de-
bió sufrir su amor propio de reina y de señora, no consiguiendo lo que sin duda
creia lo mejor, ni vencer la oposicion del duque de la Victoria. Todo el respeto con
que sostuvo el general Espartero esta discusion, no pujo atenuar el disgusto que re-
sentiria á D: María Cristina y los actos posteriores dan bastante á conocer un re-
sentimiento que, aprovechado por consejeros despechados, llevó á esa señora por una
senda de equivocaciones y de errores á promover una revolucion (1).


Suspensa y con un ánsia indecible estaba la nacion, esperando el resultado de las
conferencias de la gobernadora y del general en jefe, pues de ellas dependia la suerte
de la libertad y de las instituciones. La conferencia de Esparraguera fué la última
peripecia de un drama de donde debia salir por ultimatum la consolidacion pacífica
y normal de las instituciones ó la guerra: estalló la guerra.


(1) Cuanto decimos de la conferencia de Esparraguera, sobre tener motivos para darlos como van
referidos,"resultan de la renuncia motivada que de sus empleosdió el Juque de la Victoria en Bar-
celona.




CAPÍTULO VI.


INTRIGAS DE LA CÓRTE EN BARCELONA.--PROGRAMA DEL GENERAL ESPARTERO.-MOTIN
QUE PROMOVIÓ.-TRASLÁDASE LA CÓRTE Á VALENCIA.-LEVANTAMIENTO GENERAL.


Separóse el general Espartero de la reina gobernadora en Esparraguera, y marchó
á Manresa al alcance de Cabrera que tenia concentradas sus fuerzas en Berga. Pron-
to cayó este último baluarte del despotismo en manos de los libres: Cabrera se re-
plegó á Francia, donde se refugió con su gente: vióse el suelo catalan libre de fac-
ciosos. España habia conseguido la paz y el triunfo de los principios liberales) á
costa de raudales de san3re generosa Y noble. Pareciá que con la paz, primera nece-
sidad de toda sociedad, debieran acallarse 13s pasiones y cicatrizarse las llagas de una
tremenda guerra civil; mas no sucedió así, nuevas turbulencias debieron nacer á
instigaciones mezquinas y criminales: no alboreaba todavía el dia del descenso) el
dia de la reparacion de tantos males; allá se oia á lo léjos el bramido de la tormenta,
el relámpago precursor del huracan ; desde Esparraguera destelló una luz siniestra
por todos los ámbitos de la monarquía.


Llegó la real comitiva á Barcelona el 27 de Junio. La cordial y afectuosa bienve-
nida que obtuvo la gobernadora en aquella industriosa capital era una solicitud in-
directa, la expresion de la esperanza de que se adoptaria un sistema más liberal de
política. Los palaciegos la dieron otro sentido y persuadieron á la gobernadora que
era un rendido homenaje y una adhesion á su gobierno. Lo creyó así S. M., y do-
minada de esa fatal ilusion, se lanzó la gobernadora más allá en el camino de la
reaccion á que tanto la habian comprometido malos consejeros.


Cuando las camarillas de adentro y de afuera supieron lo que habia pasado en Es-
parraguera subió de punto su empeño de acabar con la resistencia del general Es-
partero, y bullian en la real cámara los más funestos consejos. Tampoco faltaron á
doña María Cristina leales servidores que con respetuoso y pausado teson la dije-




ron la verdad y dieron á conocer los peligros de una porfiada negativa á los votos
que formaba el país. Consejos de suma pruJencia y de atinaJa rúon llegaron á los
oídos de la gobernadora. El general D. Gerónimo Valdés y el capitan general de Ca-
taluña D. Antonio Van-Halen, en repetidas ocasiones la hablaron con militar fran-
queza, enterándola del verdadero estado de los partidos, y pio tándola la necesidad de
evitar un conflicto sério coa otorgar conce"iones pruJentes en el círculo de las pre-
rogativas constitucionales. Un cambio de ministerio era, en la opll1ion de aquellos
dos beneméritos generales, la primera cosa que habia que hacer, y en cuanto á sus
sucesores debia bastar para aquietar la ansiedad general elegir hombres que profesa-
ran respeto á la Constituci~n y á su total observancia. Con esto, en su opinion , ce-
saria la agitacion que habian provocado los proyectos reaccionarios de un partido.


En una audiencia particular que pidió y obtuvo elgeneral Van·lIalen, explayó más
y más sus opiniones. Atendió D.a María Cristina con bondadosa atencion las ob-
servaciones que oia de boca de uno de los más denodados defensores del trono cons-
titucional, que llevaba todavía las seíí.ales de la gra\'C herida que poco antes recibió en
la gloriosa accion de Peracamps. Convino S. 11. en algunas cosas, dijo que pensaha
cambiar el ministerio, mas que esperaha para ello tener prescrito el programa del
general Espartero, y hasta tenerlo no haria innovacion alguna. Triste y descorazo
nado salió el conde de Peracamps de aquella 'conferencia, llevando el pleno conven .
cimiento de que sus consejos y sus ohservaciones ninguna mella habian hecho en el
ánimo de la gobernadora, y que quedaba firmemente determinada el llevar á todo
trance sus proyectos, sin ceder un ápice de lo que tenia resuelto. Cualidad fatal de
los reyes no prestar jamás oídos á la verdad.


Hallábase el duque de la Victoria al frente de Baeza, cuando recibió de la gober-
nadora una carta en que se le pedia una ligera alteracion en el personal acordado del
ministerio. D. Javier Istúriz debia reemplazar en Estado á D. Cúrlos Mauricio de
Onís. Dió desde luego su asentimiento el general Espartero; entonces se le pidió el
programa que envió al momento. Este documento no ha visto aún la luz. Nos damos
la enhorabuena de poderlo puhlicar, para que se pueda juzgar el tino y la modera-
cion de las ideas del duque de la Victoria, tan atrozmente calumniado.
I


PROGRAMA.


ccEl estado de fermentacion de los pueblos más notables de la monarquía, y la jus-
))ta ansiedad de los buenos espaí10les que forman la mayoría de la nacion, requieren
))una reforma en el sistema de gobierno de' tal naturaleza, que se inspire confianza
))de que la Constitucion de 1837 no será infringida, y que el trono de Isabel II será
))afianzado bajo la regencia de su augusta madre, librando á la España de una ver-
))gonzosa tutela para que pueda llegar al engrandecimiento de que es digna y á que
))es llamada.


))El nuevo Gabinete conviene que principie por un decreto de disolucion de las ac-
))tuales Córtes, fijando la época de las nuevas elecciones, y seria conducente que es-


.




- 185-
"tas fuesen el producto de la libre voluntad, sin que los partidos intrigasen para sa-
"car á los santones de los respectivos bandos, lo cual encendiendo nuevamente las
))pasiones entorpeceria la marcha del gobierno, que debe ser firme, apoyado en la
"justicIa, en la imparcialidad, en la franqueza de sus actos, en el respeto de las le-
»yes y en la consideracion que se merecen los que han hecho sacrificios positivos
"por el triunfo de la causa de Isabel 11 y de la Constitucion.


"Los proyectos de ley presentados y discutidos en las actuales Córtes~ deben que-
"dar anulados, negándose la sancion, lo que sobre tranquilizar los é1nimos que con-
nsideraban en aquellos, infringida la Consiitucion, ha de aumentar la confianza y el
»amor h,1cia la augusta reina gobernadora; pero debe anunciarse la presentacion de
"otros proyectos que estén en armonía con la ley fundamental del Estado que pro-
"pendan al órden, que concilien los intereses respectivos y que sofoquen para siem-
))pre las miras atrevidas y ambiciosas de los que por lograr su engrandecimiento atra-
"san el bien y la prosperidad nacional.


»El gobierno necesita el apoyo eficaz de los primeros funcionarios y autoridades
"que le están subordinados en los diferentes ramos: y así es preciso remover los
,)obstáculos súbia y prudentemente, echando mano de los hombres que por su cien-
ncia, buena fé y antecedentes, puedan concurrir á llevar"ú efecto la grande obra de
"asegurar la paz interior, la prosperidad de nuestro crédito y la consideracion por
»parte de los gobiernos extranjeros.


»Conviene fijar la suerte del ejército, especialmente la de los indivíduos de los
»cuerpos prov!nciales que tantos servicios han prestado durante la guerra, pUeS no
»es justo queden sin recompensa la f1delidad, la constancia y los méritos rele-
»vantes.


"Las viudas, retirados y pensionistas de la guerra, merecen una particular con-
»sideracion, y es de justicia y conveniencia que sean satisfechas sus asignaciones en
"cuanto lo permita la penuria del Estado, sin que se les postergue á otras atenciones
\) menos sagradas.


pEs cuestion importante el resarcimiento de los perjuicios que han experimentado
"todos los que por adhesion ú la causa h<1n sido víctimas en sus personas y bienes
"del furor de los rebeldes.


)JDehe fijarse la suerte de los indivíduos del Convenio de Vergara, sin más latitud
\Jque lo ofrecido, pero de modo que no sean perjudicados los indivíduos del ejército
:;que por tantos títulos son acreedores á la consideracion del gobierno y á la grati-
ntud de la patria.


»La unidad constitucional requiere un exámen muy meditado sobre los fueros de
\>las Provincias Vascongadas que pueden concederse sin perjuicio del régimen consti-
»tucional, evitándose de este modo los trascendentales á la masa comun, y á las exi-
\Jgencias de otras provincias que puedan alegar iguales ó mayores derechos; pero lo
!)que sobre todo importa desde luego, es establecer las aduanas en la frontera con el
\)arreglo de aranceles y medidas represivas del fraude y circulacion de los grandes




- 186-
),almacenes Je contrabando que existen en dichas provincias á consecuencia de la
»imprudente determinacion del gobierno de haber alterado el establecimiento que
))hizo en la frontera de las expresadas aduanas el duque de la Victoria, en el momen-
))to que alejó al Pretendiente de EspaÍ1a.»


Resplandecen en todo su brillo la cordura, la moderacion y el tino en este docu-
mento, sin mezcla alguna de principios exagerados, mucho menos revolucionarios
en el sentido avieso de la palabra .. Nada contenia que no pudiera aceptar la goberna-
dora, puesto que tenia resuelto separar los secretarios del despacho, y aceptado sus
sucesores. Estos podian aconsejar la negativa de la sancion á los proyectos de leyes,
y la pre~entacion de otros sin mengua alguna del decoro de la Corona; era un efec-
to natural y lógico de las instituciones, pues en los gobiernos constitucionales un
cambio de ministerio no es el resultado de un capricho soberano, más significa un
cambio de sistema político. Mas como en aquella época la gobernadora no daba oído,
ni prestaba fé mJs que á un partido, se empeÍ1ó en lo que este partido le exigia, la
sancion de la ley de Ayuntamientos, primera infraccion del Código fundamental por
parte de las Córtes; preludio de todas las que se meditaban entonces, y se han rea-
lizado despues en cuanto lo ha podido el partido que tan meditado lo tenia. No era
pues dueÍ1a la gobernadora "ti e aceptar el programa del general Espartero, puesto que
una de sus exigencias era que se negase la sancion á la ley de Ayuntamientos, y se
retirasen los demás proyectos reaccionarios. Supeditada á un bando, no lo dirigia y
sólo obedecia á sus mandatos.


El general Espartero conocia muy bien que la resolucion de la gobernado_ra no se
modificaria, y por tanto postergaba de intento su regreso á Barcelona, en la previ-
sion del conflicto que habia de nacer. So pretexto de acantonar adecuadamente las
tropas, y de dar al ejército la mejor organizacion posible, iba eludiendo su vuelta ú
Barcelona: mas tales fuéron las instancias que menudeaban para que fuera ú Barcelo"
na que al fin tuvo que acceder á los deseos de María Cristina y llegó á esta ciudad el
dia 13 de Julio. Triunfal fué su entrada, mas los vítores y las aclamaciones del pue-
blo al ínclito pacificador tuvieron eco doloroso en el corazon enajenado de la go-
bernadora.


Ansioso de salir de un verdadero atolladero, se presentó en palacio el general Es-
partero á los pocos momentos de haber llegado, pré'Tia la vénia pedida y otorgada por
la gobernadora En esa conferencia desarrolló el Duque su programa de suyo tan
claro y terminante, é insistió de nuevo en la negativa de la sancion á la ley de Ayun-
tamientos. Ni aceptó, ni desechó la proposicion D. a María Cristina) y tan sólo en-
cargó al Duque que conferenciara con sus presuntos colegas los Sres. SoteJoy Luzu-
riaga, y sentaran las bases del nuevo Gabinete, acordando entre sí los medios de
salir de la posicion en que se estaba y presentándole al dia siguiente el resultado de
sus deliberaciones para tomar una resolucion definitiva.


En aquella misma noche se juntaron los presuntos ministros, y su conferencia
duró hasta las dos de la madrugada, quedando listo el documento que debíase presen-




-
187-


tar á S. M. Sotelo, cuyo papel en esta ocasion fué cuando menos asaz raro, pues for-
maba parte de un ministerio que estaba resuelto á sancionar la ley de Ayuntamien-
tos, y aceptaba formar parte de otro que no queria esa sanciono Al regresar á su casa
se encontró con la órden de marchar al momento á palacio: así lo efectuó, y halló
reunido el Consejo de ministros en presencia d~ María Cristina, discutiendo la cues-
tion de sanciono La gobernadora insinuó tímidamente la idea de llamar al Duque y
oir su dictámen en la materia. Repelieron los ministros semejante proposicion, ta-
chando de ilegal toda intervencion del general. Con esto se pasó adelante y quedó
sancionada la fatal ley. La real órden de pu'blic~la fué enviada á Madrid por un cor-
reo que salió el 14 ganando horas. Con taimada intencion se daban los ministros esa
prisa; querian. que llegando á Madrid al mismo tiempo la noticia del regreso del Du-
que á Barcelona, y la de haberse sancionado la ruidosa ley, pudiera el público de
.\1adrid creer que éste habia dado su adhesion á la sanciono Se contaba con esta mi-
serable ratería sorprender y parar el primer momento de indignacion que provocara
el consumado sacrificio de un artículo de la Constitucion.


Mofa repugnante hacian los ministros de la opinion pública, mas á su vez la go-
bernadora se apartaba de las reglas más sencillas del órJen constitucional. Corria ya
un mes desde que habia acordado formar un nuevo ministerio, sin que los ministros
supieran que se les buscaba sucesores. Ya aceptados, yasí mismo el programa de la
nueva administracion presentado á peticion de la gobernadora, por quien debia pre-
sidir el Gabinete, se discutió aquel entre los futuros consejeros reunidos por órden
de S. 'M. ; sentaban las bases de su gobierno mientras otros consejeros zanjaban la
cuestion, quedando sancionada la ley. Las funestas tradiciones de la camarilla pudie-.
ron so las inspirar la idea de dos ministerios, discutiendo por separado y sin saberlo
uno de otro, el pró y el contra de un mismo proyecto de le)'.


Fácil es f1~urarse cuál seria la sorpresa del general Espartero, cuando supo por So-
tela y por el general Valdés que quedaba sancionada la ley. N o titubeó un momento
el DLlque, agraviado con harta raza n que tal desaire se le hiciera, y acto contÍnuo
envió á la gobernadora la dimision de cuantos cargos ejercia. Mas hacer esa dimision
lisa y llanamente era dejar en duda los motivos que lo impelian á darla, y manifestar
visos de pueril despecho á lo que era un acto de imperiosa defensa de su propio de-
coro. No cayó el general en ese renuncio, é hizo una exposicion en que quedaban
consignados todos los hechos é incidentes que habian mediado desde Esparaguerra.
Ese documento es precioso para la historia, pues da la clave de los acontecimientos
de Barcelona y da á conocer la guerra de intrigas que bullia en la real cámara. Aque-
llos que piensan que servir los caprichos de los reyes es un deber, tildan de rebelde
al general Espartero por haber escuchado antes que todo la voz de su conciencia:
semejantes fallos tienen apelacion, la historia no se escribe para tales hombres, mas
sí para el público sensato é imparcial; pues que juzgue ese público la conducta del
general despues de haber leido el documento siguiente.


«Señora: Un triste desengaño demasiado sensible á mi corazon me ha convencido




- 188-
"de que en el dia no puedo ser útil ni á mi reina, ni á mi patria, porque sin duda los
»hombres que ostentan hipócrita mente interés por tan caro objeto han podido más
))en el ánimo de V. M. que este soldado fiel á las promesas, á sus juramentos y á los
"deberes que su cargo le imponia.


"La série no interrumpida de triunfos con que la suerte y mis constantes desvelos
"coronaron la grande obra de pacificar á esta nacion magnánima y generosa, eran
»títulos que me hicieran esperar que mis indicaciones serian apreciadas, y que nun-
"ca podria suceder que la reputacion del general en jefe de los ejércitos reunidos
"fuese menoscabada, cuando mis principios han pasado por el crisol de las más pu-
"ras acciones, ni menos debia esperar que llegase este caso, habiendo querido vuestra
»majestad favorecerme con una ilimitada confianza en cuanto pudiera concurrir á
»salvar el trono constitucional de vuestra excelsa hija.


"Correspondiendo, señora, á tan distinguidas muestras de benevolencia y conci-
"liando en cuanto ha estado al alcance de mi capacidad el esplendor de la Corona
"con el bien general, s()lo he hecho un uso prudente en situaciones críticas y cuan-
"do la necesidad lo ha req uerido. Así es, que teniendo un conocimiento íntimo del
"espíritu de los pueblos, y deseando prevenir males que anunciaban las diferentes
»situaciones, y juicios pronunciados, creí hacer presente á V. M. la conveniencia de
"que en uso de sus prerogativas hiciese un cambio de ministerio capaz de salvar la
"nave del Estado.


"Acogida la idea por V. M. quiso por primera condicion que yo formase parte, y
"aun cuando ni mis talentos ni mis inclinaciones me llamaban á un cargo tan superior ,
"el mis fLlerzas, quise probar á V. M. viendo ya próxima la terminacion de la guer-
"ra, que no esquivaba ningun género de sacrificios por ver asegurada la tranquilidad
"pública y satisfecho el unánime deseo de los buenos españoles que constituyen la
"inmensa mayoría y que anhelando la paz, están animados de un entusiasmo puro
"por el reinado de Isabel ll, por la regencia de V. M., por la Constitucion de 1837 y
"por la independencia nacional.


»Este compromiso de mi parte me puso ya en el caso de ofrecer legalmente á
»vuestra majestad y de poner en sus manos la nota nominal de los candidatos que
"profesan aquellos sentimientos, y reunian á mi ver las circunstancias de honradez y
"puro españolismo sin pertenencia á ninguna bandería; las operaciones de la campa-
"ña tan pronto como felizmente terminada, me separaron de V. M., y despues de la
»gloriosa jornada de Berga, se me pidió el programa que formalicé, remití y fué pre-
»sentado á V. M., siendo entre otras las principales bases que se disolviesen las Cór-
"tes, fijándose el término de las nuevas elecciones y que se negase la sancion de los
"proyectos de ley, ofreciéndose la presentacion de otras que conciliasen los diversos
"intereses y estuviesen en armonía con la Constitucion jurada. En consecuencia se
»me avisó que V. M. presentaba algunos reparos, y que para arreglarlo todo era la
»voluntad de V. M. que yo viniese á esta plaza mediante á que la guerra podíase
,,;;;onsiderar como terminada; al presentarme á V. M. expuse á su alta consideracion




- 189-
"las razones por las cuales no debia ser sancionada la ley de Ayuntamientos, primera
"que se esperaba segun la circular que el ministro pasó á los capitanes generales,
»haciendo anticipadamente sérias prevenciones para reprimir cualquiera tentativa
"que se promoviese en los pueblos contra ella.


"Parecia, señora, con tales antecedentes que de no haber desmerecido de la con-
»fianza que V. M. me habia dispensado, y si no requeria algun detenimiento la san-
llcion de dicha ley, era natural que al tratar de dársela hubiese tenido algun conoci-
»miento; pero ¿cuál habrá sido mi sorpresa al verme informado de la precipitacion
»con que se verificó y fué comunicada por' extraordinario á las provincias? La pro-
»funda sensacion que esto me ha producido, no es tanto por las consecuenci:1s que
»me hace temer el espíritu de los pueblos que ven envuelve la infraccion de la ley
»fundamental, porque de no tener la suerte de equivocarme, mi conciencia quedará
»tranquila, sino porque ven un manifiesto desaire y una prueba inequívoca de que
,,y. M. me ha retirado su confianza. Mientras que consideré tenerla, pude llevar con
llresignacion todas las penalidades y hacer con gusto los mayores sacrificios; pero
)len el dia faltando este necesario garante de mi buen comportamiento y llenada la
))mision porque he peleado por espacio de siete años, no me es posible conservar
»ninguno de los mandos que desempeí10 y de que hago formal dimision, rogando
))á V. M. se digne admitirla y me dé el real permiso á fin de retirarme á mi casa donde
»pueda descansar de tan prolongadas fatigas con el consuelo de haber hecho cuanto
))corresponde á un espaí101 honrado que juró no envainar la espada hasta completar
))el triunfo que los rebeldes disputaron al trono de mi reina, vuestra augusta hija;
))pues aun cuando hombres que se gozan en las desgracias de su patria y que miran
\lcon criminal desprecio los sacrificios de los pueblos y la sangre derramada por mis
))compañeros de glorias) de privaciones y peligros, hayan logrado al fin inutilizarme,
))marcharé á mi retiro confiado de que V. M. recibirá sin duda el desengaño que
))me vuel va el aprecio de que jamás me hice indigno.


nAl reiterar á V. M. tenga la dignacion de admitirme la renuncia de mis cargos,
lldirijo á V. M. mi última súplica en favor de los valientes, sufridos y beneméritos
»indivíduos de todas clases que han estado á mis órdenes, dando di($ de gloria á su
))rcina y á su patria para que sean considerados como merecen sus virtudes y reciban
))las recompensas á que por tantos títulos son acreedores. Barcelona 14 de Julio
)de 1 8..¡.0.-Señora.-A L. R. P. de V. lV1.-El duque de la Victoria.n


Es m<.Ís que probable que por la lectura de esta comunicacion del general en jefe,
supieron por primera vez los ministros que hacia un mes que se trataba de su sepa-
racion y reemplazo por un Gabinete que debia presidir el duque de la Victoria. A
más de esta amargura, tuvieron que pasar por otra hasta beber la hez de ella, pues
cuando tan grato hubiera sido á los ministros que se admitiera la renuncia del gene-
ral en jefe, tuvieron que asegurarle en nombre de S. M., que disfrutaba de la plena
y entera confianza de la gobernadora en los términos que contiene el siguiente
oficio de contestacion :




- 19°-
((Presidencia del Consejo de ministros.-Excmo. Sr.: La augusta reina gobernado-


»ra se ha servido pasar á su Consejo de ministros una exposicion de V. E., fecha de
»ayer, en la cual, despues de referir varios antecedentes, manifiesta la sospecha de
lJque S. M. le haya retirado su real confia1).za y concluye por hacer formal dimision
lIde los mandos que desempeña.., pidiendo el permiso para retirarse á su casa á des-
))~ansar de sus prolongadas fatigas.


"Despues de haber oido el parecer de dicho su Consejo, se ha dignado S. M. man-
"darme decir á V. E. como de su real órden tengo el honor de hacerlo, que no ha
"caido segun supone de la gracia de S. M. ni desmerecido su confianza, de la cual
"acaba de dar á V. E. una prueba insig~ con el recientísimo nombramiento de co-
»mandante general de la Guardia real, que es el cargo militar de más importancia,
"concluida la guerra, y que tanto por esta razon, como por ejercer V. E. tan digna-
"mente los dos cargos que se le han confiado, y al mismo tiempo determinar de la
»manera debida las recompensas del leal ejército, que son el primero y más ardiente
.,deseo de S. M., no tiene á bien admitirle la expresada dimision.-De real órden lo
"digo á V. E. para su conocimiento y efectos consiguientes.-Dios guarde á V. E.
«muchos años.-Barcelona 17 de Julio de 1840.-Evaristo Perez de Castro.-Señor
"duque de la Victoria y de MoreHa."


Por grande y robusta que fuese la abnegacion de aquellos ministros, enterados por
la exposicion del general en jefe, que su separacion q.uedó acordada en Esparrague-
ra, á la par que cumpliesen el soberano mandato, sintieron todavía bastante al vivo
su propia humillacion, para no titubear en el partido único que les quedaba por to·
mar, se avinit:ron á hacer dejacion de sus carteras y presentaron la dimision en la
mañana del 18, circunstancia que hay que tener muy presente, aunque parezca de
poco interés, pues ella basta á dar en tierra con la calumnia propalada que la dimi-
síon de los ministros fué el resultado violento df: lé? asonada que estalló en la tarde
de aquel mismo dia, siendo lisa y llanamente la consecuencia lógica de la exposicion
del general, y de no haber admitido la gobernadora la renuncia de este.


Al saber Barcelona que el duque de la Victoria habia hecho dejacion del mando á
la par que ignoraba que no habia 'sido admitida, y que los ministros habian hecho
su renuncia, una violenta agitacion se esparció por la ciudad; corria por las calles la
voz de ¡Abajo los ministros)/ la ley de Ayuntamientos! acompañada de vítores á la
Constitucion, y creciendo el tumulto se reunieron grupos y se levantaron barricadas
en la plaza de San J uan. Seri~n las diez de la noche del 18. Algunas gentes fuéron
de tropel á la casa del general en jefe. Este les mandó dispersar y que no alterasen
el órden público. En efecto, todos se retiraron; mas temiendo nuevos desórdenes,
envió el general ayudantes á todos los cuarteles, dando avisos á las autoridades, para
que estuvieran precavidas. Salieron numerosas patrullas por las calles, y se dieron
órdenes terminantes para conservar la tranquilidad, y no se alterase el órden. To-
madas estas precauciones se fué el general Espartero acompañado del brigadier Ro-
sales, jefe de la plana mayor de la Guardia real á palacio, donde ya se hallaba el ca-




- 19 1 -


pitan general. Con este entró el Duque en la real cámara, enterando á la gobernado-
ra de lo que acababa de pasar; de las disposiciones que habia tomado hasta recibir
nuevas órdenes, ya que hallándose S. M. y el gobierno en Barcelona, no podia obrar
por sí mismo, como lo hubiera hecho sin esta circunstancia. Entonces fué cuando
María Cristina diJo al Duque que los ministros habian hecho renuncia desde la
mañana y se habían marchado.-"Señora, contestó el Duque, yo tambien he hecho
»renuncia del mando, y no por eso he dejado el puesto, y aquí me tiene V. M.
»para ofrecer mis servicios, mi espada y mi vida.n-S. M. agradeció esta espon-
taneidad del Duq ue, y le dió plenas facultades para obrar como lo tuviera por con-
veniente.


Revestido de estas facultades, fuese el general al ayuntamiento pasando por enci.
ma de las barricadas; mandó que se deshicieran estas y que se retirara la gente que
allí se hallaba, en la inteligencia que de no obedecer al momento, tomaria las medi-
das de represion que fuesen necesarias. Se dispersó la gente y quedó la poblacion en
el mayor sosiego: pasó al ayuntamiento y allí se expresó el Duque en los términos
nüs severos, echando en cara á los concejales la flojedad que habian manifestado en


.la represion del desórden, y les mandó estuviesen más sobre sí para que no se repi-
tiesen semejantes escenas. En seguida volvió á palacio para enterar á S. M. de lo
que habia hecho, y no se retiró á su casa ha~ta las siete de la mañana. Gracias á esas
disposiciones no hubo ningun exceso que llorar, y los moradores de Barcelona que
vivian léjos del teatro de ese desórden momentáneo, ignoraron hasta muy entrado el
día lo que habia habido durante la noche.


Los ministros se retiraron los unos á bordo de un buque francés que se los llevó á
PO['t- Vendres: los otros permanecieron en Barcelona. Los oficiales mayores de Es-
tado y Guerra, fLléron habilitallos para el despacho de los negocios, y fLlé nombrado
ministro de Marina D. Francisco Armero, con encargo de formar un Gabinete. Se
dirigió Armer-o al duque de la Victoria consultándole todas las personas que debia
proponer; se negó rotundamente á ello el DLlqLle, insistió Armero que le aconsejase
como amigo. Ni aún así quiso el DLlqUC entrometerse en ese asunto. Ya entonces
hizo Armero la eleccion que le parejó conveniente y propuso á la gobernadora qLle
nombrase para la presidencia con la secretaria de Gracia y Justicia á D. Antonio
Gonzalez, para Estado á D. Cádos Mauricio de Onís, para Gobernacion á D. Vicente
SJncho, para GLlerra á D. Valentin Ferraz, p~lra Hacienda á D. José Ferraz, quedan-
do el mismo Armero de lv1arina. El 19 puhlicáronse en la Gaceta los nombramien-
tos. La mayoría del lluevo Gabinete habia comb:ltido la ley de Ayuntamientos en las
Córtes, votando en contra así en el Congreso como en el Senado. El ministro de Ha-
cienda no era homhre político, y Armero pertenecia al bando retrógrado.


Sin hom03eneidad en el pensamiento político, formado sin conocimiento de los
elegidos, este Gabinete nació sin vida. Con todo fué acogido con alegría. A las ma-
nifestaciones de júbilo de los liberales de Barcelona, opusieron los retrógrados otras
manifestaciones en favor de los ministros caidos. El dia 20 al salir la gobernadora




- 192 -
de palacio, grupos que se estacionaban en la plaza rodearon el coche, llenándole de
peticiones para que S. M. resistiera á lo que pedian los liberales. Acompañaron esta
ovacion con gritos suversivos de j Viva la reina neta! j Viva la gobernadora absoluta!
j~Vluera Espartero y el progreso.' Estas vociferaciones hallaron un castigo inmedia-
to de parte de la gente que acudia al ruido gritando j Viva Espartero! A las palabras
siguieron los golpes, hubo que llamar tropas para separar los combatientes que por
fortuna no tenian armas. En este choque que dejó hondos resentimientos en Barce-
lona, aparecieron por primera vez los nombres de Da María Cristina y del general
Espartero como sím bolos de dos principios políticos opuestos.


El 21 cuando se hallaba restablecido el órden, un indivíduo enajenado de ira, ó
loco, el abogado Balmes, uno de los que se suponian autores del motín del dia ante-
rior, trabó una disputa con un l11divíduo, sacó una pistola del bolsillo y la disparó
contra la persona á quien dirigia el altercado, matando uno que pasaba Se retira en-
tonces á su casa, se asoma á la ventana y empieza un tiroteo contra la gente que se
agolpaba en la calle; mata á unos, hiere á otros. La gente se arremolina, se da en
cierto modo el asalto á la casa y queda Balmes muerto ó de mano agena, ó de la su-
ya propia, cosa no averiguada. Las conmociones populares tienen un arranque tan
violento, sus venganzas son tan rápidas que cuando llegó la tropa enviada por el ca-
pitan general á la primera noticia del tumulto, fué ya inútil si bien pudieron impe-
dir que pasara adelante.


Hallábase el general Espartero conferenciando con el ministro de Marina, cuan-
do le avisaron de lo que pasaba. Sin esperar el caballo que pidió le ensillasen, toma
el coche del ministro y se dlrige acompaí1ado de éste á la playa de San Jaime; se


. apea y va espada en mano á los grupos que allí se encontraban; les afea su terquedad
en el desórden, los manda salir de la playa, lo que consigue. En seguida sube á las
casas consistoriales, y hace las reconvenciones más ágrias al ayuntamiento por no
haber tomado las providencias que bastaran á impedir tales desmanes. Volvió al co-
che de donde no se habia apeado Armero, bien que viera al Duque abalanzarse es-
pada desenvainada contra los perturbadores, y fué á palacio para enterar á S. M. de
lo ocurrido. En aquel mismo dia se puso Barcelona en estado de sitio. Inútil reso-
lucion, efecto de la fatal tendencia que existe entre nosotros á suspender la accion
de la ley, como único medio de salvacion, siéndolo casi siempre de perdicion; abuso
odioso que hay que desarraigar de nuestras costumbres, siendo bien contados los
casos extraordinarios en que las circunstancias pueden servir de excusa á semejante
menoscabo de la ley.


Los acontecimientos que alteraron la tranquilidad de Barcelona en aquella época,
han servido para propalar las más feas calumnias, atribuyéndolo á proyectos inícuos.
Las causas de los sucesos eran evidentes, los hechos notorios, perola verdad nocon-
venia á los odios de partido, y para que se conozca á qué excesos y á qué insensatez
se entrega un partido, un documento público nos servirá de pauta, y es el despacho
telegráfico que á su gobierno trasmitió el general francés Caslfllane, y hay que creer




- 193 -
por el honor de este general que no hizo más que repetir sin discernimiento y sin
tino las vulgaridad.es que llegaban á sus oídos.


"Despacho telegráfico.-Perpiñan 22 de J ulio.- El general comandante la vigési-
»ma division militar al general comandante la décima.


"El 18 Espartero apoyado por una asonada ha obligado á la reina á cambiar sus
»ministros, designando para primer ministro á Campuzano, en consideracion de ser el
»mayor enemigo de la Francia. Perez de Castro, los demás ministros y algunos fun-
»cionarios públicos y guardias se han refugiado á bordo de los barcos franceses. Se
»les espera hoy en Port-Venlrés con otros muchos emigrados que trae el Fenicio.
»La reina ha sufrido ultrajes y se la pLlede considerar cautiva: el dictador Espartero
»ha dado las armas sin consultar el nadie á ochocientos hombres del batallon de la
"blusa. Barcelona está consternada.»


Cotéjense los acontecimientos cuales fuéron, y el despacho telegráfico, y verase con'
qué buena fé y con qué pulso enteraban á su gobierno las autoridades de la frontera,
y si bien ese sistema de difamacion ha sido constante, el despacho del general Caste-
Han e quedará como un tipo de imperdonable ligereza.


Llegó á Madrid la ley sancionada en Barcelona; mas era tal la fermentacion que
reinaba en la capital, que los ministros que habian quedado en Madrid no se atrevie-
ron á promulgada y se limitaron á decir en las Córtes que la gobernadora habia dado
su sancion á la ley. Bastó esta declaracion para que subiera de punto la ansiedad ge-
neral: el ayuntamiento y la Milicia Nacional tomaron una actitud abiertamente hos-
til' Y declararon solemnemente que no darian cumplimiento á una ley que barrenaba
la Constitucion. Todo hacia presagiar una catástrofe, la conHagracion era inmi-
nente.


El cambio de ministerio y los nombres de los nuevos consejeros calmaron de
pronto la ansiedad general. Se aplazó un rompimiento hasta conocer el resultado
del viaje de los ministros que habian salido de Madrid para Barcelona, menos el de
la Gobernacion que no admitió, en cuanto recibieron sus nombramientos. Llegaron
el dia 6 de Agosto, y se presentaron á S. M. que deseó tener por escrito el progra-
ma del nuevo Gabinete. El dia 9 lo tuvo S M. firmado por todos los ministros, me-
nos el de Marina. Las principales bases eran la disolucion de las Córtes y la suspen-
sion de la promulgacion de la ley de Ayuntamientos sancionada. La gobernadora
desechó desde luego la primera, y consintió que se quitase de real órden lo que en di-
cha leyera contrario á la Constitucion. En vano se manifestó á S. M. que en sus fa-
cultades no estaba el alterar una ley, y que para ello era precisa la cooperacion de
las Córtes; pero que el Gabinete, compuesto en su mayoría de personas que habian
combatido la ley sancionada, no podian presentar á las Córtes sino una nueva ley.
En cuanto á la disolucion de estas siendo una necesidad absoluta, formándose un
Gabinete de personas sacadas de la oposicion, no podian transigir sobre este punto:
no accediendo S. M. ú esas observaciones, D Antonio Gonzalez, presidente electo,
hizo renuncia. Sus compaí1eros no imitaron ,>u ejemplo, aceptaron con la esperan·


13




- 194-
za de vencer la resistencia de la gobernadora. Pronto perdieron esta ilusion, y se
re tiraron.


Desde los primeros dias de Agosto, ansiaba D.a María Cristina por marcharse de
Barcelona, mas las complicaciones que trajo consigo la mudanza de ministerio la
obligaron á permanecer hasta el 21. Zanjadas ya las dificultades pudo embarcarse en
un vapor del comercio que la llevó á Valencia. Acompañaban á la gobernadora los
ministros de Estado, de Guerra y de Marina, que renunciaron sus puestos en cuan-
to llegaron á Valencia: hubo nuevos nombramientos y nuevas renuncias, y este
desquicio del gobierno acabó por provocar un levantamiento, que en efecto estalló
al llegar á Madrid la noticia de un último ministerio, que colmó la medida del su-
frimiento.


Desde el dia en que la gobernadora habia salido de Madrid, la accion del gobier-
no estaba como suspendida; mas caido el ministerio, ya no existió gobierno alguno.
Los ánimos se iban encrespando más y más. En esto llegó á Madrid el dia 31 de
Agosto la noticia de la formacion de un nuevo ministerio del partido reacciona-
rio, y fué la señal para que Madrid, el dia 1.° de Setiembre, levantase la bandera de
la insurreccion.




CAPÍTULO VII.


SUCESOS DE MADRm.-CARTA DE ESPARTERO Á LA REINA GOBERNADORA.


Hemos llegado á la narracion de una de esas violentas conmociones, que por más
que se diga nunca son ni pueden ser el resultado de una miserable conspiracion ur-
dida en alguna cripta de anarquistas. Por fortuna la sociedad se halla al abrigo de
semejantes atentados, y no basta para producir esos estremecimientos sociales que
un cierto número de indidduos aislados quieran destruir un gobierno en una asona-
da. Es preciso que de antemano los gobernantes hayan abusado hasta la saciedad del
poder supremo; es preciso que hayan hacinado sobre sus cabezas odios terribles; es
preciso que sedientos de persecuciones y de venganza hayan anulado desapiadada-
mente las leyes, hollado todas las creencias generosas y lastimado millares de cora-
zones, para que un grito :le rebelion tenga eco y produzca una revoluciono Lo que
hay que admirar siempre es la paciencia, la longanimidad de los pueblos. Abrase el
libro de la historia antigua y moderna, y lo que sorprende es que gobiernos bárba-
ros, atroces ó estúpidos hayan podido durar aí10S y siglos, y que el desgraciado país
que así maltrataban y degradaban los haya sufrido.


N o dirémos que el gobierno que regia á España en Agosto de 1840, fuese ni bár-
haro, ni atroz; no era más que ciego, desatentado y débil. Con humos de energía,
los ministros no eran los jefes respetados de un bando, eran los instrumentos de este,
y ese bando queriendo seguir por seryil imitacion el sistema que veia puesto en prác-
tica en Francia, se afanaba por contrariar el desarrollo de la libertad de España. Ya
hemos visto en 1835 y 1836 pronunciamientos contra esa reaccion, acabando
con los que la promoyian: en el primero cayó un ministerio, en el segundo quedó
abolido el Estatuto real; mayores debian ser las consecuencias de un tosco pronun-
ciamiento y más amargos sus frutos, porque más osadas eran las pretensiones de




- 196 -
despojar el país de las conquistas ya hechas; se explayaban más paladinamente, y la
coalicion del gobierno y de las Córtes en esa cruzada liberticida no dejaba más ar-
bitrio que acudir á un lev<'lntamiento general contra ese poder amenazado. Como el
primero reconozco la omnipotencia de los representantes de una nacion, producto le-
gítimo de elecci011t:s libres; mas nadie podrá sostener racionalmente que una nacion
deba someterse humildemente á los mandatos de un Parlamento ilegítimo en su
orígen. Hay más, por ilusoria que sea en los gobiernos constitucionales la eleccion
de diputados, por imperfecto y muy á menudo impuro que sea el orígen de los re-
presentantes del país en esos gobiernos, mientras se conforman al punto admitido
si no aprobado por la nacion, las insurrecciones contra las leyes por malas que sean,
tendrán poco eco en el país; mas si traslimitando la raya del derecho, los guardado-
res naturales del pacto en virtud del cual E'xisten, dan el ejemplo de desgarrarlo con
mano sacrílega, el pueblo que se levanta airado contra esos profanadores,. usa del
único derecho que aún le queda contra las violencias y las usurpaciones de los reyes,
de los Parlamentos y de los ministros. El ministerio Perez de Castro borrando el ar-
tículo 70 de la Constitucion y la mayoría de las Córtes votando ese atentado, se pu·
sieron fuera de la ley constitucional, se insurreccionaron á su modo contra la Cons-
titucion, y téngase presente que con el fin de que no quedase ni la facultad de peti-
cionar, por real órden del 12 de Mayo se inhibió á los ayuntamientos de enviar re-
clamaciones contra la ley municipal. Apurados todos los medios de defender el dere-
cho por los trámites legales, fué ya ineYÍtable acudir á la fuerza, y el pueblo de Madrid
dió el grito de la Il1surrcccion que muy luego cundió á toda EspaÍ1a. Mús justo y le-
gítimo debió ser ese pronunciamiento, muy preparadQs debian de estar los ánimos,
pues no se levantó una voz para detener el curso de ese levantamiento que se verifi-
c6 en todos los úmbitos de la monarquía sin un grave desórden, sin la menor opo-
S1ClOn.


Profunda sensacion habia causado en Madrid la noticia llegada en la tarde del 31 de
Agosto del ministerio que por último habia nombrado la gobernadora en Valencia,
y en aquella misma tarde ya se notaban síntomas muy claros de lo que debia acon-
tecer al dia siguien te.


Hallábase el ayuntamiento reunido en 1.° de Setiembre, como de costumbre, ocu-
pado en sus tareas administrativas, cuando de repente se agolpan en las Casas Con-
sistoriales intlnitas personas. De entre estas salen algunas que suben, y se presentan
,<l ayuntamiento congregado. Pregunta el alcalde primero qué se quiere; explayado
el objeto de esa repentina conmocion, súpo.se que tenia por objeto enterar al ayunta-
miento que el pueblo de Madrid, convencido que desde Valencia se queria acabar
con la Constitucion y la libertad, se hallaba con la firme resolucion de no permitir
que se le arrancara lo que á costa de tanta sangre habia conquistado.la nacion. Con-
testó el Sr. D. Joaquin María Ferrer que presidia el ayuntamiento, que el pueblo de
Madrid debía contétr con la eficaz cooperaclOn del ayuntamiento para la defensa de las
instituciones y de la libertad. Serenada la gente con las seguridades explícitas dadas




_. 197-
por el ayuntamiento, se iban retirando los grupos, cuando llegó un despacho del ge-
neral Buerens, jefe político y gobernador militar de Madrid, dando aviso al ayunta-
miento de que se advertia insólita reunion de gente en varios puntos de la ciudad
S111 que se supiese el objeto de esas reuniones; lo que ponia en conocimiento del
ayuntamiento con el-fin de que tomase las precauciones que tuviera por convenien-
te para mantener inalterable el órden público, dándole cuenta de lo que determinara
para arreglar sus propias resoluciones con el pleno conocimiento de las del ayunta-
miento.


Llamó éste á los comandantes de la Milicia Nacional. Todos se brindaron con
patriótico entusiasmo en defensa de la Constitucion; en vista de esa enérgica maní-
festacion, se mandó tocar generala: con indecible ardor acudió la heróica Milicia de
la capital á sus puntos. Tambien la autoridad militar puso sobre las armas las tropas
de la guarnicion, y mandó que un batallan del regimiento Reina Gobernadora to-
mase posesion de la Casa de Correos. Lo supo la :\lilicia Nacional, y al momento el
segundo batallan de ella que se hallaba en la Plaza de la Villa, se adelantó corrien-
do, y tomó posesion de la Casa de Correos, ocupcínLiola militarmente: la tropa se
pasó á la calle Mayor, viendo ya oc~pado aquel edificio.


Sobresaltado y estremecido el general Buerens con este primer suceso, se fué á
la Villa, y se quejó amargamente de lo que estaba pasando, pidiendo imperiosamente
que se mandase retirar la Milicia. Se negó ú ello el ayuntamiento, y se declaró en
ses ion permanente, convocando ú la diputacion provincial, á los senadores y dipu-
tados tí Córtes por la provincia de Madrid. Volvió el jef-: político á exigir que se
mandase retirar la Mtlicia Nacional y dió el ayuntamiento otra negativa. Se retiraba
el jefe político de las Casas Consistoriales con :mimo sin duda de volver con fuerza
armada y conseguir con ella lo que iba negado, cuando al llegar á la puerta de la
Villa lo arresta el oficial que allí mandaba, y lo lleva detenido el una capilla con su
ayudante.


P,ISO avanzado era este; ya la insurreccion no podia detenerse, así fué que el ayun-
tamiento acordó por unanimidad diferentes proposiciones que presentó el síndico
D. Fernando Garrido, y que formaban el programa del pronunciamiento; mas en-
terado el capitan general Aldama de tan graves ocurrencias, pensó que la tropa de-.
bia intervenir para atajar sus resultados y poniéndose á la cabeza de un batallon del
Rey se encamina hácia la Villa. Tomadas estaban las ayenidas por la Milicia Nacio-
nal, pide el paso el capitan general, y le es ne~ado ; entonces manda hacer fuego, in-
trépida contesta la MilIcia, y cae el general Aldama debajo de su caballo acribillado
este tí balazos. Cede la tropa y se retira; una compahía de cazadores se acoge á una
casa vecina, mas muy luego se entrega y se une á los milicianos. N o tardó el regi-
miento entero en seguir el ejemplo de aquella compaií.ía, y asimismo los salvaguar-
dias. El general Aldama con las tropas que quisieron seguirle tomó posicíon en el
Retiro, mas viendo que los pocos soldados que le queJaban se le iban poco á poco,
evacuó el Retiro el dia 2. En el acto de emprender la mar.::ha , un batallan entero se




- Ig8-
vino á Madrid; el general Rodil tomó el mando de las tropas y de la Milicia en
nombre de la insurrecciono


El dia 2, el ayuntamiento dió un manifiesto, en el cual daba cuenta de lo ocurrido
en el dia anterior, y anunció que una junta sacada de la diputacion provincial y del
ayuntamiento quedaba instalada en la Villa, presidida por el alcalde primero, don
Joaquin María Ferrer.


No me :ietendré en los pormenores históricos de aquel pronunciamiento que son
conocidos de todos, y que se hallan en varios escritos y documentos públicos, y
llego desde luego al papel que cupo al general Espartcro en aquel suceso.


María Cristina, y los que tan fatalmente la aconsejaban, no se hicieron ilusion
sobre la gravedad del movimiento de Madrid y que cundia con la rapidez del rayo
por toda España sin hallar la menor oposicion por parte del pueblo ni de las tropas;
conociendo, aunque tarde, cUJn imprudente habia sido el desden con que se habian
desechado los consejos del general Espartero, se llegó á calcular las consecuenci<1s
de los errores cometidos, que habian provocado un levC1ntam;cnto gencral. Enton-
ces volvió los ojos D.a María Cristina hácia el general Espartero, no como á media-
dor que por medios pacíficos calmara las pasiones, y devolviera la tranquilidad al
país, mas para que usando de la fuerLa brutal anonadara la insurreccion á caño-
nazos.


La parte que tuvo el duque de la Victoria en aquellos sucesos ha sido objeto de
tantas calumnias, se han tan villanamente falsificado los hechos y mucho más las
intenciones, que hay que volver por el honor de la verdad histórica, presentando
los hechos, no sólo en la parte material, sino en su sentido genuino.


La grave y formal acusacion formulada contra el general Espartero por sus de-
tractores, es que requerido por la gobernadora d~ marchar con el ejér(;ito de su
mando contra la capital insurrecta no obedeció, como en la opinion de algunos lo
exigia la obediencia pasiva del militar, y sólo representó á la gobernadora, los in-
convenientes de tan airada resolucion.


Confieso que no soy adepto de las teorías generalmente admitidas, respecto á la
obediencia pasiva del militar. La admito, la creo indispensable enfrente del enemi-
go: la admito igualmente en el servicio ordinario de las tropas, mas la niego sin ti-
tubear en las graves agitaciones políticas de una nacion, y en las luchas ardientes
de las opiniones. ¿ Quién será el juez, se me dirú, del caso en que deba cesar la obe-
diencia pasiva del militar? El sentido comun contesta, la razon, la humanidad; tales
casos de que cada uno tiene conocimiento cabal, no es posible admitir el principio
de que la fuerza armada creada con el fin de proteger la sociedad, pueda convertirse
en verdugo ciego y furibundo á la voz de una autoridad militar en quien cabe el ca-
pricho, : el odio, la venganza, dolorosas enfermedades del corazon humano. El hom-
bre, el ciudadano, por el mero hecho de revestir el uniforme del soldado, no se ha de
convertir en una máquina pasiva de muerte.


Mas dejando á un lado teorías cuyo exámen no equivale á lo que de sí arrojan la





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práctica y los hechos, recordaré un caso que por su magnitud es conocido de todos,
yen donde se ve que la obediencia pasiva del militar, no sólo fué una calamidad pú-
blica, mas que lo fué tambien para quien siguió esa regla fatal, orígen de perpétua
proscripcion, razon por la cual no tuvo imitaciones en r848. Hablo de la revolucion
deJulio de r830en Francia.


Estalla á consecuencia de los decretos qJJe en virtud del artículo r4 de la Carta, cre-
yeron el rey y los ministros poder promulgar; el pueblo de Paris sin preocuparse de
una cuestion metafísica sobre el ejercicio legal de un artículo de la Carta, se sublevó
contra aquel gobierno, vía legítima si no fLié legal.


Un militar eminente, un mariscal de opinion opuesta d la que profesaban los mi-
nistros de Cárlos X, se hallaba reve~tido del mando de las tropas. A la vista de la in-
surreccion, siguiendo las órdenes que tenia de combatirla y de anonadarla, el maris-
cal Marmont duque de Ragusa, se apresta á la lucha; dominado por el principio de
la obediencia paSIva del militar, considera su honor comprometido en la ejecucion de
las órdenes del rey y de los ministros, reune sus tropas, acomete el pueblo insurrec-
to. El combate se empeí1a, truena laertillería, corre la sangre de los combatientes, la
guerra civil arde en Paris, y á la vuelta de tres dias de una lucha sangrienta, triunfa
la insurreccion y tres generaciones de reyes se encaminan hácia el destierro perpé-
tuo, perseguidos por la indignacion pública; la Francia contaba una revolucion más.


¿Cuál ha sido la suerte que le ha cabido al mariscal Marmont víctima de su ciega
obediencia militar, trás de la victoria del pueblo? Fu ~ maldecido por sus conciudada-
nos que le pedian cuenta de la sangre vertida en aquellos tres dias, y echádole en
cara su cruel ohediencia pasiva. El mariscal Marmont cuyo nombre se halla asociado
á las glorias militares de la república y del imperio, y tambien á los mayores desas-
tres de la Francia, VIve aún proscrito de su patria, hallándose hace muchos años am-
nistiados hasta los ministros cuyas órdenes obedeció, y sufre diez y nueve años de
proscripcion, suplicio inaudito en la edad avanzada del mariscal y que probablemente
durará CUdnto su vida, y que más que el gobierno de la Francia le impone la opinion
pública. Para mayor claridad de nuestro pensamiento y poner más de manifiesto la
fatal energía que desplegó el mariscal en el cumplimiento de lo que graduó ser su
deber, darémos algunos pormenores de las negociaciones que en medio del combate
mediaron para que desistiera el mariscal de su fatal empeño.


En lo más récio del combate, los diputados congregados en casa del Sr. Audry
de Puyraveau, uno de ellos, admitiendo la proposicion del Sr. Casimiro Perier, re-
solvieron entrar en negociaciones con el mariscal Marmont. Se nombró al efecto
una comision que la componian los Sres. Laffitte, Perier, Mauguin, Lobau y Gerard,
q u~ se encaminaron en busca del mariscal; en este paso les precedió el Sr. Arago
que algunas personas habian determinado á que se avistase con el mariscal, cono-
ciendo el imperio que ejercia en el ánimo de éste, con el fin de salvar á Paris de una
irreparable calamidad. Llegado á presencia del mariscal, éste, antes que Arago abriese
la boca, le grita con voz aIte.rada y alargando los brazos:-«No me proponga una cosa




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"que me pueda deshonrar.-Lo que vengo á proponerle, dice Arago, le honrará
"á Vd. no le pido á Vd. que saque la espada contra Cárlos X; mas dimita Vd. el
"mando, y vaya Vd. corriendo á Saint Cloud.-¿Cómo es eso, que yo ahandone el
"puesto donde me ha colocado la confianza del rey; que yo soldado ceda delante de
"paisanos insurrectos; que me conduzca de manera que la Europa entera pueda de-
"cir que nuestras valientes tropas han huido ante un populacho armado de piedras
))y de garrotes, es imposible, es imposible; ya conoce Vd. mis sentimientos, y sahe
"Vd. si yo apruebo esos malditos decretos. 01as un hado fatal pesa sohre mí, y se
))ha de cumplir.-PLlelie Vd. desmentir esa fatalidad, le dice Arago; un medio le
«queda á Vd. para borrar en el ánimo de los habitantes de Paris, los recuerdos de
"una in vas ion; Yaya, ,'aya Vd. sin demora á Sain t Clouli (1)>>.


Hé aquí la obediencia pasi\'a del militar en su fatal ce;.;ucdad; hé aquí el pundonor
del soldado en su mJ.s fclIütica exaltacion? ¿Pues de qué ha scrvido ese olvido de sí
mismo, esa abdicacion de sus propios sen timientos ante el dolor irreflexivo de la
obediencia pasiya?;,.1\. qué ha conducido ese orgullo del uniforme enfrente del pueblo
insurrecto? A que corriese mucha sangre, á perder la dinastía, y á atraer sobre el
que así subordinaba cie¿amente su opinion á la de un rey, la maldicion de sus con-
ciudadanos, el destierro, b proscripcion.


Pr;osigamos. Interrumpida por un momento la conversacion entre el mariscal y
Arago, volvió á anudarla éste con ardoroso empeño:-«Pues bien, murmuraba el du-
"que de Ragusa, esta noche \'eré lo que haya que hacer.-Esta noche exclamó
»Arago, ¡qué dice Vd.! Esta noche millares de familias se hallarán enlutadas. Esta
"noche todo estarú acabado, y sea cual fuere el éxito del combate, la posicion
"de Vd. será horrible. Vencido, es Vd. perdido; vencedor, jamás le perdonarán á
»Vd. la sangre vertida.»


En esto llegó la comision de diputados. Lafltte suplicó al mariscal que hiciese ce-
sar el derramamiento de sangre; le hizo presente cuán funesto debia ser no sólo al
país, sino al trono, ese empeño de conculcar terca y osadamente todas las leyes cons-
titutivas del país; contestó el mariscal que no era de su competencia dar una opinion
sobre la inconstitucionalidad de los decretos; que militar, so pena de infamia, debia
permanecer en el puesto donde le habia colocado la confianza del rey; que además
antes de pedir que se retirasen esos decretos, debia exigir que soltasen las armas los
paisanos; era para él cuestion de honor el no ceder:-«Vuestro honor, señor mariscal,
»interrumpió con sobresalto Laffitte, vuestro honor! mas no hay dos honores, y de
»todos los crímenes el mayor es el de yerter la sangre de los ciudadanos.»-¿Es po-
»sible que me hableis así, Sr. Laffitte, Vd. que me conoce, contesta el duque de Ra-
llgusa con voz penetrante .. qué puedo hacer ... escribir al rey ... ?» El Sr. Laffite, pre-
gunta entonces á Marmont, si tenia alguna esperanza de buen éxito, dando ese paso;


(1) Luis Blanc.-Historia de die, aÍlos de reinado.-Tomo I. pág. 241.




_. - 201 _. -


hizo el mariscal una señal negativa con la cabeza.-"En ese caso, dijo entonces Laffi-
"te, estoy decidido á lanzar mi alma, cuerpo y bienes en el movimiento (1)."


He tomado estos pormenores en la obra del mejor historiador de aquella época y
de aquellos sucesos, porque lo analógico de las posiciones del mariscal francés y del
capitan general español, me han parecido idénticos; solamente han interpretado
sus deberes militares de un modo enteramente opuesto; lo que los Sres. Laffitte y Ara-
go aconsejaban al mariscal Marmont, ya empeñado el combate, el general Espartero
lo hizo espontáneamente para no empeñarlo; la órden de María Cristina puesta en eje-
cucion hubiera sido la seÍ1al de una nueva 'guerra civil, no obedeciéndola ciegamente
el general Espartero, evitó un fatal é inútil derramamiento de sangre: antes de des-
envainar la espada representó á la gO!lernadora del reino con acendrada lealtad y no
poco patriotismo los peligros de la lucha que se iba á empeñar. Pues este acto de
civismo) de honradez, de cordura, que dos eminentes ciudadanos franceses aconseja-
ban al mariscal Marmont, ejecutado espontáneamente por el duque de la Victoria,
ha sido calificado por sus detractores de acto de rebelion; á tanto llega el espíritu de
partido.


y si á la vuelta de diez y ocho años el duque de Ragusa, no ha conseguido aún el
perdon de su obediencia pasiva, cuando obró embriagado por el humo de la pólvora
é impelido por aquella excitacion calenturienta que comunica la vista de la sangre,
los azares del combate, el ruido de las armas, ¿cuál no seria el anatema que hubiese
recaido sobre la cabeza del general Espartero si hubiese obedecido las órdenes reci-
bidas, no teniendo por excusa las circunstancias fatales en que se halló el mariscal
francés, hallándose á cien leguas de Madrid donde habia estallado la insurreccion
triunfante ya en todo el reino? Sin haber encontrado un obst,kulo, el general Espar-
tero estaba en una de esas situaciones en que la sangre fria y la ret1exion ejercen todo
su imperio; las aprovechó el Duque evitando una sangrienta cont1agracion, y detuvo
con su presencia patriótica los efectos de órdenes dadas ab irato.


A más de esas consideracion;;s cuya gravedad no ha de poder negar ningun hom-
bre de buena fé, otras razones motivaban la conducta del general Espartero, y bien
merecen que las apuntemos.


Expelido Cabrera del Maestrazgo y lanzado más allá del Ebro, el ejército del cen-
tro á las órdenes de D. Leopoldo O'Donnell, se hallaba reconcentrado en Valencia y
su provincia. Cuando la gobernadora hubo determinado ir desde Barcelona á Valen-
cia, el general Espartero suponiendo que el viaje seria por tierra, destacó de su propio
ejército una division de tropas escogidas para proteger el camino, division que fué
luego á incorporarse con el ejército del centro. Si pues se queria á todo trance com-
batir la insurreccion, allí estaba el ejército del centro mucho más á la mano que el
de Cataluña, pues además de estar mandado por un general de bien conocidas opi-
niones contrarias á la insurreccion, más cerca de la capital sin tener que someter


f¡) Louis Blanc, tomo 1.




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ningun pueblo de importancia para llegar á Madrid, ¿por qué pues, cuando es de todos
sabido que en semejantes circunstancias la prontitud de la represion es la primera
condicion del triunfo, se desechó la cooperacion del general O, Donnell y de su ejér-
cito, para llamar el de Cataluña á doble distancia de la capital, y teniendo que sofo-
car la insurreccion de Zaragoza sublevada, y que por el bien conocido valor de sus
moradores hubiera hecho una defensa desesperada? Debíase dejar Zaragoza insurrec-
ta para marchar á Madrid, ¿y por qué razon? Madrid no es en España lo que Paris
en Francia; en Paris se deciden todas las cuestiones de la nacion. N o así Madrid,
las huestes imperiales se apoderaron de Madrid y en sus muros estacionaron largo
tiempo sin que la guerra por eso perdiese nada de su cruda fiereza. En 1835 y 1836,
bien que todo el reino estuviese pronunciado, pudo el gohierno tener Madrid sujeto,
y los pronunciamientos al fin triunfaron: en r843 al contrario, Madrid negó su co-
operacion al pronunciamiento luchando contra la insurreccion, yal fin sucumbió;
mas lo que querian los consejeros de la gobernadora, era que el general Espartero
fuese el instrumento de sus planes reaccionarios ya que no huhiese conseguido su
adhesion en Esparraguera ni en Barcelona. Se creyó que subordinaria sus principios
políticos á lo que se llama el deber militar, y se equivocaron; el general EspartE'ro
ante todo quiso ser buen ciudad;-¡no y prudente consejero del Trono.


El coronel Paniagua llegó á Barcelona portador de la real órden del 5 de Setiem-
bre por la cual se mandaha al duque de la Victoria que marchase contra Madrid el la
cabeza del ejército. Hé aquí la contestacion del Duque:


«Seí10ra: Con la franqueza y lealtad de un soldado que jamás ha desmentido ser
»todo de su reina y de su patri;-¡, he manifestado á V. 1\1. en diferentes ocasiones
llcuanto convenia á su mejor servicio, á la prosperidad nacional combatiendo noble-
»mente á los enemigos que bajo cualquiera forma han maquinado contra el órden
»establecido; pero una pandilla cuyos reprobados fines habia logrado sofocar por mis
llpúblicas representaciones y el fuerza de señalados triunfos en los campos de batalla,
»ha seguido constantemente en sus trabajos empleando el maquiavelismo y la falaz
»intriga para hacerme desmerecer del justo aprecio que V. M. me habia dispensado,
))consiguiendo enyoher á esta magnáninl'] nacion en nuevos desastres, en nuevas
»sangrientas luchas, cuando la voz de paz tenia enajenados de gozo á todos los es-
»pañoles.


"La creencia de haberme retirado V. M. su confianza, tuve ocasion de expresarla
»en r 5 de Julio al hacer la renuncia de todos mis cargos, y aunque el presidente del
»Consejo de ministros de aquella época tomando el nombre de V. M. seí1aló un he-
»cho para convencerme de lo contrario, no podia yo quedar satisfecho porque los
»motivos que expuse á V. M. recibieron mayor grado de fuerza no Siendo rebatidos,
»y admitiendo el Gabinete el peregrino enc;-¡rgo de hacerme saber la negativa de la
»dimision, no obstante, que justifiqué en ella habia dispuesto V. M. reemplazarlo con
»otro que satisfaciese más el espíritu de los pueblos, previniendo los males que anun-
))ciaban las diferentes situaciones y juicios pronunciados.




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))Yo debia hacer un nuevo sacrificio por mi reina y por mi patria resignándome á
»continuar á la cabeza de las tropas, puesTo que se creyó necesario, aunque ya sólo
»conservé una débil esperanza de que no llegasen á tener efecto mis funestas predic-
"ClOnes.


»Los pueblos más considerables de la monarquía por medio de sus corporaciones,
"y la Milicia Nacional de muchos puntos habian acudido á mí, porque los títulos de
})gloriosos sucesos que consolidaron el trono de yuestra excelsa hija, creyeron me
"habian de conceder la accion de hacer indicaciones por el bien general, que fuéron
"acogidas favorablemente: todo su deseo áa que la Constitucion de 1 ~37 no se me-
),noscabase ni infringiese por un gobierno de quien todo 10 temian en vista de
"su marcha, notable por las escandalosas remociones de funcionarios públicos, por
»la indebida disolucion de unas Córtes que acababan de constituirse, por la inter-
»vencion en las elecciones de nuevos diputados y por las leyes orgcí.nicas que some-
"tieron á su deliberacion.


)JA estas auténticas demostraciones se unia el conocimiento que mi posicion me
"permitia tener del estado de las cosas, sus relaciones y necesarias consecuencias, y
»convencido por lo tanto de la imperiosa necesidad de impedir los males, hice pre-
"sente á Y. ;\1. la conveniencia de que en uso de sus prerogativas, acordase un cam-
"bio de Gabinete capaz de salvar la nave del Estado, idea que admitió Y. 1\1. bajo el
.. compromiso de que yo aceptase la presidencia, y que no rehusé por ver asegurada
})la tranquilidad pública y satisfecho eluncí.nime deseo de los buenos españoles que
.. constituyen la inmensa mayoría de la nacion .


.. Rechazado mi programa sin duda porque sus principales bases consistian en la
.. disolucion de las actuales Córtes, y en que los proyectos de le:' que les habian sido
.. presentados, se anulasen negJndose la sancion, sabe Y. J\1. todo cuanto movido del
»mayor celo expuse en las varias conferencias que me permitió luego que terminada
»gloriosamente la guerra contra los rebeldes armados, se me hizo saber el deseo de
.. Y. M. de que me presentase en Barcelona, insistiendo particularmente en la conve-
»niencia de que no fuese sancionada la ley de Ayuntamientos, pues que siendo con-
»traria á lo expresamente determinado sobre el particular en la Constitucion jurada,
"temia que se realizasen mis pronósticos.


"El tenaz empeílO de los cohardes consejeros de Y. M., lanzó con su imprudente y
"precipitada medida la tea de la discordia, poniendo en combustion á esta industrio-
"sa capiud, pero cllId,mdo de salnr todo peligro abandonando sus puestos con una
»::mticip;:¡da dimision para ir ::11 extranjero á derramar el Hneno de la calumnia. Su-
"poniendo autor al que habia procurado conjurar el lTlaL y que ya manifiesto evitó
"las terribles consecuencias que sin duda provocaron, esperaban tambien estos viles y
"bastardos españoles que aparentando hipócritamente adhC'sion á la ley fundamen-
»tal del Estado consideran un crímen se proclame este principio beber la sangre de
))sus fieles sostenedores, bajo el pretexto de anarquía que ellos concitan y fraguan
.. rastreramente en el club á que están afiliados.




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204-


»V. M. en aquellos críticos momentos debió ser impulsada únicamente de su na-
»tural bondad en favor de un pueblo dign) por sus virtudis y señalados servicios de
"que sea considerado y satisfechas sus justas exigencias. Así se creyó en vista de los
"reales decretos de nombramientos de nuevos ministros hechos en personas de cono·
"cido espc:ñolismo, amantes de la Constitucion jurada del trono de vuestra augusta
"hija y de 11 regencia de V. M., y á excepcion de uno que renunció el cargo, todos
"los demís hicieron el sacrificio de aceptarlo poniéndose en marcha para ofrecer sus
"servicios á la Corona, celosos de su lustre y de la prosperidad del Estado. Sus prin-
"cipios eran bien conocidos, y no era posible que contra ellos y sus propias convic-
"ciones siguiesen la torcida marcha de los que les precedieron Por esto la nacion se
"entregó á la grata y lisonjera esperanza del porvenir dichoso que tanto anhela. Por
"esto, se110ra, en públicas exposiciones se consideró un medio de salvacion el pro-
"nunciamíento de Barcelona, reprobado sólo por los enemigos de V. M. y de la Cons-
"titucion, y por los que no late en sus pechos el sentimiento de independencia na-
"cional que ha de constituir nuestra ventura.


nEl programa que los ministros electos presentaron á V. M. no podia ser mc1S
»justo ni más moderado; pero los dias trascurridos debieron servir á la pandilla
"egoísta y criminal para mover nuevos resortes, y hacer creer á V. M. que debia lle-
"varse adelante el sistema que aplanó al anterior ministerio; y ni esta consideracion,
"ni las razones empleadas con elocuencia, verdad y sana intencion sirvieron para
"que las bases fuesen admitidas, las renunCIas se fuéron sucediC'ndo por consecuen-
»cia forzosa; la nacion quedó sin gobi.:!rt1o constitUldo despues de una tan prolon-
"gada crísis, siguiéronse otras elecciones, y los antecedentes de algunos, todo, seúora,
"fué la seúal de alarma en la capital del reino, alarma que ha encontrado eco en Zara-
"goza, y que será muy probable cunda en otras provincias.


»Acompaño á V. M. una copia de la comunicacion que me ha dirigido D. Joaqiun
"María Ferrer, presidente de la junta provisional de Madrid y otra de la contestacion
"que he creido necesario dar: en el pronunciamiento que se ha verificado ya, ha sido
"vertida sangre, el objeto se me dice no es otro que el de sostener ilesos el trono
"de Isabel, 13 regencia de V. M" la Constitucion del Estado y la independencia na-
"ciona!.


"Yo creo, señora, que tales son los principios que profesa V. M.; pero en un go-
"bierno representativo son todos los consejeros de la Corona, como responsables de
"los actos, los que se necesita que ofrezcan las seguridades que con tanta ansiedad
»se han esperado, y siendo un hecho que los elegidos, despues de la aceptada dimi-
"sion del Gabinete Perez de Castro, y que podian satisfacer aquella ansiedad, tuvie-
"ron que retirarse por no suscr:bir á la promulgacion de la ley de Ayuntamientos
))contraria á la Constitucion, se descubre el motivo que ha impulsado el lamentable
"y sensible movimiento que ha puesto en conflicto á V. M., y que afecta mi corazon
"aun cuando hace mucho tiempo lo tenia predicho. Los medios de reprimirlo creen
»10s ministros que están alIado de V. M. que es hacer uso de la fuerza del ejército,




"=""' 205 -


))segun la real órden que se me comunica con fecha 5 de este mes, y al efecto se me
nelige á mí que no he perdonado ningun medio para evitar llegase el dia de tan ter-
nrible prueb,a que podrá comprometer para siempre el órden social, hacer que corra
»á torrentes la sangre, malograr un ejército que nos hace respetables, y perder el
nfruto de las señaladas glorias que han aniquilado á las huestes con que el rebelde don
"Cirlos creyó usurpar el trono y levantar cadalsos para sacrificar á los que le han de-
.,fendido y conquistado la libertad.


»Por esto, y por lo que V. M. me dice en su carta autógrafa de la misma fecha que
nhe tenido el honor de recibir, observo que por tales sucesos han hecho concebir
"á V. M. el temor que peligra el trono, creo es un deber sagrado tranquilizar en esta
»parte á V. M , haciendo con nobleza y con la honradez que acostumbro las obser-
llvaciones que me sugiere mi lealtad y patriotismo, por si logro inclinar el ánimo
»de V. M" á que dando fé á mis palabras acuerde los medios de salvacion únicos, que
»con justicia me parece se deben adoptar. Por el relato de esta exposicion se eviden-
»cia, sin hacinar otros antecedentes, que la direccion de los negocios no ha llevado el
),sello de la prudencia y la imparcial justicia que hace fuertes y respetables los go-
» biernos; el empeño ha sido constante desde la disolucion de las anteriores Córtes,
"de desacreditar al partido liberal, denominado del progreso, estableciendo un siste-
nma de proteccion exclusiva en favor del otro partido llamado moderado que se pro-
»curó aumentar con personas de precedentes sospechosos, y haciendo patrimonio
nde esta fraccion todos los principales destinos del Estado. Así, señora, ni puede ha-
llber armonía, ni confianza, ni conseguirse que la paz se restablezca tan sólidamente
»como debia esperarse despues de terminada la gUí:rra.


nAl partido liberal se le ha calumniado además por los corifeos del otro, suponien-
»do que conspiran contra el trono y la Constitucion, y que no son otra cosa más
nque anarquistas, enemigos del órden social, y no pocas veces se han fraguado aso-
nnadas y motines para corroborar este malhadado juicio, pero que no han produci-
ndo ningun efecto porque los hombres han penetrado á fuerza de desengaños el orí-
ngen y la tendencia: los abortos han sido una consecuencia precisa, porque la falta
»de motivo hacia imposibles combinaciones generales que tampoco estaban en los
Hintereses de los motores el ensayar so pena de convertirse en daño propio. Así
)Jahortaron los alborotos de Madrid y de Seyilla en los últimos meses del año 1838, y
»mis representaciones á V. M. de 28 de Octubre y 6 de Diciembre debieron conven-
"cer por qué manos fuéron aquellos dirigidos y cuál el opuesto fin á que eran enca-
»minados; entonces se faltó sin ningun pretexto al gobierno constituido de V. M., y
»cuando estaba la guerra en su mayor incremento, lo cual hubiera podido inutilizar á
»los defensores de la justa causa, permitiendo el triunfo al bando rebelde.


»En el dia yo considero los pronunciamientos hasta ahora demostrados bajo una
»faz muy diferente. No es una pandilla anarquista que sin fé política procura sub-
"vertir el órden, es el partido liberal que vejado y temeroso de que se retroceda al
»despotismo, ha empuñado las armas para no dejarlas sin ver asegurado el trono de




- 206-


»vuestra excelsa hija, la regencia de V. M., la Constitucion de 1837 y la independen-
»cia nacional: hombres de fortuna, de representacion, de buenos antecedentes, se
»han empeñado en la demanda, y lo que más debe llamar la atencion es que cuerpos
ndel ejército se han unido espontáneamente, sin duda porque el grito proclamado es
»el que está impreso en sus corazones, y por el que han hecho tan heróicos esfuer-
»zos y presentado sus pechos con valor y decision al plomo y hierro de sus venci-
»dos enemigos; por otra parte no tengo noticia de atropellamiento, ni crímenes de
»aquellos con que se marca el desórden de la anarquía.


» Estas consideraciones y otras muchas que omito por no molestar demasiado la
»atencion de V. M., creo que debieran pesarse antes de llevar á cabo un rompimien-
»to en que los hijos con los padres, los hermanos con los hermanos, los españoles con
»españoles fuesen impelidos á renovar sangrientas luchas por unos mismos princi-
»pios, despues de haber consentido en abrazarse libres de la ferocidad del enemigo co-
»mun que sostuvo la encarnizada lucha de siete años, y ¿quién asegura de que esto
»llegue á realizarse aunque la ciega obediencia conduzca á tan sensible combate al
»que mande la fuerza? ¿ Se ha olvidado lo que sucedió al general Latre al dirigirse
»sobre Andalucía? ¿ N o acaba de unirse la guarnicion de Madrid al pueblo madrile-
»ño abandonando á su capitan general? Y si tal sucedic:se con los cuerpos que man-
»dase Ó condujese, ¿qué seria de la disciplina, qué del ejército? Si yo marcho á Madrid,
»llevaré el cuidado de lo que pueda suceder con las demás tropas en el estado de fer-
»mentacion en que se hallan los pueblos. Si mando un general de mi confianza, su
lJcompromiso es terrible y muy dudoso que el soldado se bata contra compatriotas
»que les abrirán los brazos, diciéndoles:-La causa ce mi empeí10 es la misma por que
»habeis derramado vuestra sangre y sufrido las inauditas penalidades que hacen glo-
»rioso vuestro nombre.


»V. M., como prenda para que recupere su confianza mayor que nunca, me dice
»que me decida á defender el trono libertando á mi país de los males que le amenazan.
» N Llllca, señora, me he hecho digno de que V. M. me retirase su aprecio, mi sangre
»derramada en los combates, mi constante anhelo, todo mi sér consagrado á la con-
»solidacion del trono y á la felicidad de mi patria, la historia en fin de mi vida
»militar, no dicen nada á V. M. ¿ es necesario que pruebe ahora la fé de mis
»juramentos satisfacien4o, tal vez, los conatos aleves de esos hombres que sin los tí-
»tulos que me envanezco de tener, han conseguido qu~ V. M. se manifieste sorda á
»mis indicaciones y escuche sus insidiosas tramas? Yo creo, seÍ10ra, que no peligra
»el trono de mi reina, y estoy persuadido que pueden evitarse los males de mi país
»apreciando los consejos que para conjurarlos me parecia deber dar á V. M. Todavía
))señora, puede ser tiempo; un franco manifiesto de V. M. á la nacion ofreciendo que
»la Constitucion no será alterada, que serán disueltas las Córtes, y que las leyes que
nacordaron se someterán á la deliberacion de las que nuevamente se convoquen,
»tranquilizará los ánimos, si al mismo tiempo elige V. M. seis consejeros de la Co-
»rona de concepto liberat pero justos y sábios.




-2°7-
»Entonces no lo dude V. M., todos los que ahora se han pronunciado disidentes


»depondrán la actitud hostil, reconociendo entusiasmados la bondad de la que fué
»siempre madre de los españoles; no habrá sangre ni desgracias, la paz se verá afian-
»zada, el ejército siempre victoreado conservará su discIplina, mantendrá el órden y
»el respeto á las leyes, será un fuerte escudo del trono constitucional y podrá ser
»respetada nuestra independencia, principiando la era de prosperidad que necesita
nesta trabajada nacion en recompensa de sus generosos sacrificios y heróicos esfuer-
,¡zos, Pero si estas medidas de salvacion no se adoptan sin pérdida de momentos, di-
"fícil será calcular el giro que tomarán las cosas y hasta dónde llegarán sus efectos,
"porque una revolucion por más sagrado que sea el fin con que se promueve, no será
»extraño que la perversidad de algunos hombres la encaminen por rumbo contra-
»rio moviendo las masas para satisfacer criminales y anárquicos proyectos. Dígnese
»V. M, fijar toda su considerdcion sobre lo expuesto pJrJ que su resolucion sea la méiS
»acertada y feliz en tan azarosas circunstancias.-Barcelona 7 de Setiembre de 1840.
»Señora, A L. R. P. de V, M.- El duque de la Victoria,»
¡ Era preciso dar por extenso este documento á pesar de ser bastante largo y bien
conocido, porque pinta perfectamente la posicion del general Espartero, á la par que
es la mejor refutacion de cuantas calumnias se han fraguado contra la reputacion
de aquel por su conducta en esta circunstancia. ¿Quién puede con visos de razon ha-
llar en esa exposicion de hechos y de razones una palabra vituperable, un asomo
de pensamiento de rebelion, la negativa de obedecer? El general Espartero, llamado
á resolver por 1:1 fuerza material un caso grave, gradsimo, antes de dar cumplimiento
á una órden de cuya ejecucion debia resultar un conflicto terrible, señala respetuo-
samente los inconvenientes, los peligros de una resolucion airada, emite su opinion,
indica el medio de salir pacíficamente de tan duro aprieto y no pasa adelante,
!'pues qué el derecho de representacion está inhibido á un general en jefe en la situa-
cion en que se hallaba el duque de la Victoria? ¿Y si es un derecho inherente á todo
ciudadano, ¿cómo pasar su ejercicio como un acto de rebelion, por hallarse quien lo
ejerce en posicion más encumbrada, cuando por lo mismo tiene deberes más sagra-
dos para con el país y para con el trono en los países monárquicos?' ¿l\Iás que otros
tiene motivo para conocer el estado de la nacion, y los peligros de una resolucion
imprudente, y más autoridad para que se oiga su voz; y por último, el general Es-
partero expuso su dictámen á la gobernadora con todo acatamiento, y esta, al recibir
la exposicion del Duque, podia exonerarle del mando, darle un sucesor, yempren-
der la solucion del problema del modo que lo deseaba.


Vitupere quien quiera la conducta del duque de la Victoria en aquella ocas ion;
confieso que me precio de entender los deberes de un jefe militar en los conflictos
políticos, como lo interpretaron los dos eminentes france~es, cuyas palabras he re-
producido, dirigidas al duque de Ragusa, opinion que la Francia ha sancionado,
manteniendo el destierro del desgraciado mariscal, víctima del pundonor militar
y de la obediencia pasiva; y por colmo de infortunio, Marmont tuvo el dolor de ver




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arrancada ignominiosamente su espada por manos de aquellos mismos en cuyo servi-
cio la sacara. «En San Cloud la palabra traicion era el eco de las maldiciones que
"llenaban Paris contra el que habia hecho verter tanta sangre durante tres dias en
»nombre del deber militar; así fué dos veces maldecido, por aquellos en favor de
;'quienes combatió y por aquellos contra quienes combatió (1 ).Il


Lo mismo hubiera conseguido el general Espartero. Si hubiese marchado contra
la insurreccion, el ejército no le hubiera obedecido, y la gobernadora lo hubiera
abandonado.


(1) Louis Blanc.-Historia de die~ años de reinado.-Tomo 1.




CAPÍTULO VIII.


ESPARTERO PRESIDENTE DEL CONSEJO DE MINISTROS.-DOÑA MARÍA CRISTINA RENUNCIA Á
LA REGENCIA.-ESPARTERO REGENTE DEL REINO.


El manifiesto del general Espartero puso coto á los proyectos de violencia y de
combate. La gobernadora accedió por último á los prudentes consejos que le tenia
prodigado con tanta antelacion, y nombró un ministerio de liberales. Tardía conce-
sion: estos, en presencia del país sublevado, y regidas las provincias por juntas in-
surreccionales, no tuvieron por conveniente aceptar el ministerio. Entonces fué
cuando la gobernadora se decidió á nombrar al general Espartero presidente del
Consejo con encargo de formar el gabinete. Algunos pírrafos de la real órden de
nombramiento merecen reproducirse, porque son una contestacion de oficio á cuan-
tas calumnias se han inventado contra el duque de la Victoria respecto á aquellas cir-
cunst8ncias. Muy léjos de considerar la contestacion del Duque como un acto de re-
belion, la gobernadora recuerda y encomia la lealtad y el patriotismo del general
Espartero, y en aquel momento María Cristina estaba exclusivamente rodeada de
adversarios políticos, y enemigos personales del Duque, á cuyos sentimientos se
hacia justicia, aunque tarde.


A los españoles) la regencia provisional del reino.
«Restituida á la capital nuestra augusta reina D. a Isabel II y constituido el gobier-


))no Jctual, los indivíduos que la componen no pueden menos de dirigirse <í sus con-
"ciudadanos al tiempo de empezar á desempeÍ1ar el encargo que la Constitucion les
))confia. N o cierta mente para presen tar planes de mejoras, esperanzas de prosperi-
))dad que sólo se realizan á fuerza de tiempo, de tranquilidad y de sosiego, sino para
))manifestar con la franqueza que corresponde á su carácter y con la entereza propia
"de su posicion, el pensamiento que los anima, y el principio de conducta que en


14




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»1a corta duraclOn de su autoridad se han propuesto seguir y están resueltos á de-
"fender.


"A nadie parecia ya posible que la nacion se salvase de la red en que la tenia n en-
"vuelta los enemigos de sus derechos; ocupados tenian todos los resortes y medios
"de gobierno: dominando exclusivamente en los Cuerpos legislativos por medio de
"mayorías facticias artificiosamente combinadas; entregados los ministros á ciegos
»esclavos suyos y lo que era aún más triste, reducido y enconado á fuerza de suges-
»tiones insidiosas el poder supremo del Estado.


"Ya los españoles veian venir el momento de repetirse el escándalo del aÍ10 14, Y
"por descanso de siete años de fatigas y de combates y por recomrensa á su constan·
lIcia, á su fidelidad y servicios, contemplábanse atados otra vez al yugo de la servi-
»dumbre con los lazos formados por su misma lealtad .. ,


"Constitucion pues rigorosamente observada, respeto religioso á la ley, son los
»principios únicos y exclusivos del gobierno actual...


"J efe es del Gabinete actual el que lo es tambien de los ejércitos nacionales; el que
"en cien combates que ha dado á los encarnizados enemigos del trono de Isabel 1I y
"de los derechos del país, no aspiraba á otra gloria ni á otro premio que á dejar sen-
lItada la prosperidad de su patria sobre la base de una Constitucion liheral á cuya
"sombra pudiese él mismo deponer su espada y descansar de sus fatigas ...


"Madrid 2 de NO'v'lembre de 184o.-EI dU'-1ue de la Victoria.-Joaquin María Fer-
"rer.-Alvaro Gomez Becerra.-Pedro Chacon.-Agustin Fernandez Gamboa.-Ma-
»nuel Cortina.-Joaquin de Frias."


Venia á ser esta real órden la re:-llizacion de lo acordado en Esparraguera; i mas
cuán diferentes eran los tiempos! En Junio el país, aunque agitado, conscrvi1ha un
estado normal, y ahora lo dominaba una revolucion triunfante, cuyas consecuencias
se agravaban de dia en dia. Aceptada la mision que le confiara la gobernadora, pi-
dió el general Esp:utero marchar directamente ,1 Madrid para combinar la forma-
cion del gabinete, que debía presidir. Otorgada esa autorizacion, marchó el Duque á
Madrid, donde llegó el día 2~) de Setiemhre.


Toda revolucion anda de prisa, y se pierde pr{)J1to de vista el punto de arranque:
las exigencias suben y se formulan con una rapidez espantosa; idéntico rumbo llevó
el pronunciamiento de Setiembre; mas con todo, era tanta la sensatez que descolla-
ba en la generalidad de la nacion, que se castigaron en Madrid con una severidad
excesiva delitos de imprenta. De la creacion de juntas en cada provincia, y de la re-
sistencia que hallaba el movimiento en el gobierno que aún existia en Valencia, salió
el pensamiento de una junta central, de un'a co-regencia y la disolucion entera del
Senado; proyectos puramente teóricos de una revolucion triunfante, que no pasa-
ron de proyectos, y que en efecto no se obtuvieron. Es evidente que la gobernado-
ra hubiera podido con suma facilidad evitar esa confiagracion, contentando consti-
tucionalmente al partido progresista, que de seguro no es acreedor al nombre de
revolucionario. Enterado el general Espartero de las pretensiones de los delegados




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para la junta central, deslindadas en dos representaciones de 30 de Setiembre y
de 15 de Octubre, contestó que la necesidad de una ca-regencia no existia, teniendo
la gobernadora ministros adictos á la Constitucion, y que la disolucíon de todo el Se-
nado era contraria á la Constitucion; bandera del movimiento, por tanto, que no ad-
mitiria ni una ni otra de esas dos exigencias. Bastó esta negativa para que no se in-
sistiera; la junta central de hecho no existió nunca, y muy luego se olvidó hasta
su nombre.


En cuanto el la junta de Madrid, enterada del nombramiento del general Esparte-
ro, publicó un programa de sus ex.igencias; meÍs modestas aún que las de los delega-
dos á la junta central. Se limitaba á pedir que la reina diese un manifiesto repro-
bando los actos y consejos del anterior ministerio; que se alejasen de palacio los altos
funcionarios de la servidumbre que rodeaban el la gobernadora; que se retirase la ley
de ayuntamientos; que se disolvieran las Córtes, y que se convocasen otras con po-
deres especiales para consolidar el pronunciamiento y sus consecuencias.


Todas esas manifestaciones que no pasaban de generalidades asaz triviales, ni por
asomo tenia n carácter revolucionario, y ninguna diticultad grave presentaban. N un-
ca hubo triunfo popular con intenciones más inocentes, y se pudiera con razon decir
del pronunciamiento de 1840, que fué mucho ruido para poca cosa.


Acogido en Madrid con sumo entusiasmo, el general Espartero se ocupó al momen-
to de dar fin á esa agitacion papelera de proclamas y de programas. Reducido el pro-
nunciamiento á una lucha Lle palabrería, rayaba en lo ridículo, y entre tanto la gober-
nacion del reino, entregada el 13s jun tas de provincias, desq uiciaba la monarquía por
falta de una direccion central; el 3 de Octubre ya quedó formado el ministerio que
lo componian las personas cuyos nombres siguen:


Presidente sin cartera, el general Espartero.
Estado, D. Joaquin María Ferrer.
Gobernacion, D. Manuel Cortina.
Gracia y Justicia, D. Alvaro Gomez Becerra.
Guerra, el gencral D. Pedro Chacon.
Hacienda, D. Agustin Fernandez de Gamboa.
Marina, D. Joaquin Frias.
Acordados estos nombramientos, fuéron enviados los decretos á la aprobacion de


la gobernadora; la dió S. ~1. al momento, y en cuanto llegaron á Madrid, salieron
los nuevos ministros con direccion á Valencia, donde llegaron el dia 8 por la noche:
acto contÍnuo puso el duque de la Victoria en conocimiento de la gobernadora su lle-
gada) fa de sus compaí1cros, solicitando la honra de ser admitidos en la presencia de
su majestad. Contestó esta que recibiria todos los ministros á las once y media de la
noche; así se efectuó, y cumplidas las ceremonias de etiqueta, el duque de la Victo-
ria tomó la palabra para expresar á S. M. que los ministros estaban á su disposicion
para dar el juramento y tomar posesion de sus puestos, con ánimo de hacer todos
sus esfuerzos con el fin de devolver la tranquilidad al país, empresa árdua de la que




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era preciso ocuparse sin demora. Preguntó D.a María Cristina si traian ya formu-
lado el programa de su futura administracion, deseando ante todo conocer cuál seria
éste. Fué contestado á S. M. que no habia habido tiempo, y se acordó que le seria
presentado al dia siguiente, seí1alando la una y media para recibirlo.


El programa no estaba aún pronto á dicha hora; fué el ministro de la Guerra á dar
aviso de esta dilacion á S. M., la cual tuvo á bien señalar la hora de n.ueve y media
para recibir los ministros. Ya reunidos en el real aposento, el ministro de la Gober-
nacion dió lectura del programa firmado por todos los secretarios del despacho; nin··
gun óbice puso S. M., y en seguida les exigió el juramento, dejando para más' ade-
lante ocuparse del programa, citándolos para el dia siguiente á las once de la noche.


Retirábanse todos los ministros, cuando S. M. detuvo al general Espartero. Ya
una vez solos, la gobernadora manifestó al Duque q Lle tenia tomada la firme resolu-
cion de dejar la regencia y alejarse de España, impelida á esto por todo lo que se ha-
bia escrito en mengua suya, y que además necesitaba reponer su quebrantada salud,
y dió fin el esta manifestacíon diciendo al general que le confiaba la guardia de sus
hijas, y le exigia la palabra-de no abandonarlas jamás.


Atónito, aterrado al oir semejante manifestacion, que nada anteriormente habia
hecho presentir, el general Espartero calculó de golpe toda la gravedad de su posi-
cion personal. VLlelto de su primera sorpresa:-"Seí10ra, dijo el general á la reina, no
puedo creer que sea esa una reso.lucion irrevocablemente tomada; me parece que
V. M. cede con sobrada facilidad á impresiones dolorosas ciertamente, mas que son
inseparables del rango y de la potestad suprcma.-No, replicó S. M., los últimos su-
cesos han podido tal vez fijar y apresurar la realizacion de mi propósito, pero hace
mucho tiempo que lo tengo pensado.- Permítame V. M. replicó el general, que le
diga con la franqueza de un soldado leal, que en todo esto hay una cosa que con so-
brado motivo me sorprende cruelmente. V. 1\1. sr: ha dignado llamarme aquí sin
darme conocimiento de la resolucion que tenia tomada, y que ahora se sirve comu-
nicarme. Si el respeto no me lo prohibiese, (tiria que hay en esto una especie de
traicion, porque es bien seguro que si hubiese tan siquiera sospechado la existencia
de semejante proyecto, no tendría la honra de hallarme ante V. M., y no hubiera
aceptado el puesto que la gra\"(~dad de las circunstancias, y mi adhesion á V. M., al
trono de vuestra excelsa hija y ú las instituciones me han hecho aceptar.-Lo creo
así, dijo S. M., Y es precisamente el motivo por el cual nada dije; mas cuento tan á
ciegas con tu fidelidad y tu adhesion á mi hija, que no titubeo en confiarte su guar-
da; bien sabia de antemano que tus debere~ serian antes que todo.~Señora, dijo el
general profundamente conmovido, permítame V. M. que la observe que si deberes
tengo como general y como español, otros mucho más sagrados tiene V. M. como
reina y como madre.-i\lira, Espartero, contestó la reina, no te canses, conozco á los
reyes; dentro de dos aí10S mi hija empezar,í á recelarse de mí, á odiar mi autoridad,
más vale que nos separemos antes q L1e esto suceda. -Cuando esto fuera cierto, seño-
ra, y q Lle la autoridad de la gobernadora pesara á la reina, nadie puede suplir la falta




- 213-


de la madre para con la hija.-Acabemos, Espartero, mi resolucion es irrevocable; te
confio el cuidado de mis hijas y la defensa del trono; eres su mejor y primer defen-
sor, estoy bien segura que les serás religiosamente fiel como general y como espaí101.
-Señora, V. M. me hace justicia contando con mi fidelidad,'pero una vez más diré que
no puedo figurarme que V. M. quiera insistir en su propósito, cuyas consecuencias
pueden ser tan funestas al país, al trono y el vue~tra augusta hija))- Más de una hora
duró esta conferencia. Combatió el general el proyecto de la gobernadora por cuan-
tos medios pudo hallar en su acendrada lealtad, tal vez mc1S allc1 de lo que exigia su
dignidad personal de hombre y de general.' Tojo fué inútil, permaneció la goberna-
dora inmutable á su propósito.


Al separarse de la gobernadora fué el general á avistarse con sus colegas, él quienes
dió parte de la resolucion de S M.: tan sorprendidos quedaron estos como el general
al oirlo de boca de la gohernadora, y acordaron que en la conferencia de la noch e
se intentaria por todos los medios disuadir á D. a l\brÍa Cristina de su proyecto:
esta conferencia duró CLlatro horas, las dos primeras fuéron exclusivamente emplea-
das en combatir la resolucion de la gobernadora. Se apuraron en V ,111 o los medios de
persuasion; los ministros hablaron de renunciar sus carteras, hab iendo admitido el
peso del gobierno pZlrtiendo de un supuesto que ya no existia, si S. M. se empeñaba
en llevar adelante su resolucion. Contestó S. "'1. que ante todo habia querido, con la
formacion del ministerio, dejar al país un gobierno legal y constitucionalmente or-
¡..;anizado, dehiendo el ministerio ejercer pro\'isionalmente la regencia hasta que las
Córtes nombrasen una dc11nitiva: que quedando el gobierno en manos de personas
que merecian la confianza del país, no hahia que te mer las, desgracias que allí se va-
ticinaban: hablaron en contra varios de los ministros, y tomó por último, el general
Espartero la palabra, y sacando de su posicion peL-;onal nuevos argumentos que pu-
diesen conmover el corazon de la gobernadora, recordó sus serYicios coronados por
la fortuna y la victoria, al cabo de los cuales iba él encontrar por única recompensa la
calumnia que se desencadenaria en mengua de su propia honra, falsificando los he-
chos y adulterando las intenciones, esforzándose por echar un horron sobre una re-
putacion sin mancilla. La energía, la elocuencia del alma se estrellaron en una reso-
lucion irrevocable; no discutió la gobernadora y tZln sólo dijo que dejando la regen-
cia, su intencion era conservar la tutela de sus hijas.


Agotada la cuestion, se tocó la del programa. Declaró S. M. que no lo podia acep-
tar, q uc en ningun caso podia vituperar los actos del pasado ministerio, repelió con
menos {¡hinco la suspension de la ley de Ayuntamientos, dió su asentimiento á la
disolucion de Córtes y llegó á pedir que se redactase el decreto para firmarlo antes
del acto de la r~nuncia de la regencia. Se negó del modo más terminante á dar su
ap1robacion á los actos de las juntas que calificó amargamente de revolucionarios y
de ilegales.


Larga discusion se trabó sobre cada uno de estos puntos y al fin hubo como un
resquicio de esperanza que tan porfiada discusion hubiese producido algun :efecto en




- 2I4-


el ánimo de S. M. cuando por último llegó á pedir que se le presentase un proyecto
de manifiesto, citando los ministros para las nueve de la noche en que se leeria. Lle-
gó la hora, tuvo efecto la lectura del manifiesto, convino S. M. que estaba redactado
con exquisito tacto y suma nloderacion, mas insistió en que no se hablase de los úl·
timos ministros. Á esto se hizo presente que siendo responsables los ministros, el re-
cordar esta responsabilidad era en prez y decoro del trono; tambien manifes-·
tó S. M. deseo de que no se hablase de la leyde Ayuntamientos, y por fin, tras deuna
larguísima discLlsion sobre el conjunto de los acontecimientos pasados, las juntas yel
ejército, acabó S. M. por decir que podria permanecer enla regencia, si los ministros
decian en el manifiesto que tomada esa resolucion la habia abandonado en vista de los
ruegos de sus ministros, que le habian hecho presente que su pcrn1aneH.cia en la re- I


gencia, era un bien para la nacion. Alborozcldos los ministros con esta manifesta-
cion que tan cabalmente cumplía á sus deseos, aceptaron con suma alegría cuan-
to pedia S. M. Se convino en las alteraciones y en la adicion que se harian en el
manifiesto tomando cita para nueva conferencia ú las cuatro y media de la tarde si-
guiente.


Al tiempo de despedir los ministros, María Cristina quiso hablar en particular al
general Espartero y con este fin lo detuvo. Esta conferencia tuvo por objeto consultar
al Duque la decision del ayo de ~. M. Y de S. A. Contestó el DuqLle que sin relacio-
nes políticas, ni de sociedad en Madrid, con ocia muy poca gente fuera del gremio
militar, por tanto que mal podia indicar personas idóneas á tan delicado encargo,
mas que si se le autorizaba, lo consultaria con sus comp:lií.eros; elles precisamente
dijo S. M., entre militares pensaba elegir el ayo de mis hijas, y nombró á los gene-
rales García del Valle, Cortinez y Roncali. El Duque obsenó á S. ~1. que por gran--
des que fuesen los méritos de cada uno de los nombrados, ninguno en su opinion
reunia los datos que requeria este puesto de ayo; quedó acordado que se consultaria
á los ministros, y estos pro;msieron al dignísimo senador D . .\lanuel José Quintana,
una de las esclarecidas glorias de Espa:í.8. Acogió la gobernadora la proposici/)n con
verdadero gusto, y hasta dignó reconn~nirse él sí misma por no haberlo pensado. Que-
dó nombrado aquel ilustre español. Jamels honor mJs merecido fL10 otorgado al más
digno: todos los partidos dplaudieron tan acertada eleccion, homenaje asaz difícil de
conseguir en aquellas circunstancias, pues D. o\lanuel.J osé Quintana ha pertenecido
siempre al bando progresista; la calumnia misma en!11lh.leció acallada ante las virtu-
des, patriotismo y saber de ese ínclito literato.


El 11 de Octubre, ú la hora señalada por la gobernadora, se presentaron los mi-
nistros con el proyecto de manifiesto en el cual se habia puesto la indicacion que
habia pedido María Cristina; mas sea que conociera que bs bases esenciales habian
quedado las mismas á pesar de la inserta adicion) sea por otros motivos que i;.;nora-
mos, S. M. dijo que á pesar de que aprobaba el manifiesto, insistia en su resolucion
de renunciar á la regencia y de alejarse de España. Tan repentino cambio sorprendió
en extremo á los ministros: volvieron á insistir en lo que ya habian dicho para disua-




- 215 -


dir á la gobernadora de su propósito, repitiendo hasta la saciedad sus anteriores ar-
gumentos: todo fué en balde. Viendo ya que mayores instancias serian inútiles, acaba-
ron por conformarse con la voluntad de S. M. Entonces se redactó el decreto de diso-
lucion de las Córtes el cual iba encabezado con una exposicion que explicaba la opor-
tunidad imprescindible de semejante medida. La gobernadora la firmó sobre la mar-
cha. Hé aquí el decreto y su preámbulo.


Exposicion dil'igida á S . . ~. por su Consejo de' ministros.
«Señora: Desd<: que se anunció la elección de las actuales Córtes se alzó un clamor


J¡general contra las medidas que se adoptaron para prepararla; la experiencia dió á
))conocer sobradamente con cuánta razon se habia tomado, ni nadie se atreveria á
»decir que hubo en ella la libertad que tan neces8ria es, para que su resultado pu-
)ldiera estimarse como la yerdadera expresion de la yoluntad nacional. Juzgado está
»sin embargo lo contrario por la única autoridad que la Constitucion reconoce como
))competente, y vuestros consejeros responsahles se guardarün de levantar el sello que
»semejante juicio puso, y hasta de poner en duda su legitimidad; pero sí recuerdan
))su orígen porque en la opinion ha dejado una huella indeleble por más que legal-
)¡mente se haya procurado hacer desaparecer.


))EI fatal proyecto de ley de Ayuntamientos vino ü consumar las sospeehas que se
»hahian concebido y el empello con que se sostuvo y aprohó, y hasta el sistema de-
lIsusado que se adoptó para su discusion aumentaron la impopularidad del Congre-
))so de diputados hasta e.1 punto de haber tenido lugar dolorosas demostraciones del
))desagrado público en que habia incurrido. La ley del diezmo y otros proyectos
¡'que la opinion resiste, completaron la ohra; y así es, que una de las princip~lles exi-
Jlgencias de los puehlos al alwrse en defensa de la Constitucion que han visto infrin-
))gida, ha sido la de que se disuelvan las actuales Córtes; exigencia, señora, que es ir-
))resistible, atendidos los antecedentes que quedan manifestados; tenemos á conse·,
))cuencia la honra de proponer ú V. M. su disolLlcion, y para que tenga efecto como
"lo exigen las circunstancias del país, el adjunto proyecto ~e decreto.-Valencia 11
))de Octubre de 1840.))


Real decreto.


i "Conformándome con el parecer de mi Consejo de m1111stros, y mediante alguna
"de las razones que en su exposicion de 11 del actual me ha manifestado, se disuelve
)jel Congreso de diputados,,,


Forma)izado este acto, se trató de la renuncia: el ministro de la Gobernacion, don
Manuel Cortina, la redactó; y aprobada por S. M., quiso D.a María Cristina que
fuese d~ su puño y letra, y así lo hizo siendo su texto el siguiente:


))Señor secretario del despacho de Estado.-A las Córtes.-EI actual estado de la
»nacion, y el delicado en que mi salud se encuentra, me han hecho decidir á renunciar
"la regencia del reino que durante la menor edad de mi excelsa hija D.a Isa-




- 216-


"bel II, me fué confiada por las Córtes Constituyentes de la nacion reunidas en 1836,
"á pesar que mis consejeros con la honradez y patriotismo que les distinguen me
"han rogado encarecidamente continuara en ella, cuando menos hasta la reunion de
"las próximas Córtes, por creerlo así conveniente al país y á la causa pública; pero
»no pudiendo acceder á alguna de las exigencias de los pueblos que mis consejeros
»mismos creen deber ser consultados para calmar los ánimos y terminar la actual
"situacion, me es absolutamente imposible continuar desempeñándola y creo ohrar
"como eXIge el interés de la naclon, renunciando á ella. Espero que las Córtes nOI11-
»hrarán personas para tan alto y elev:1do encargo y que contrihuyan á hacer tan fe-
»liz esta nacion como l11erece por sus virtudes; á las mismas dejo encomendadas mis
»augustas hijas, y los ministros que deben conforme al espíritu de la Constitucion I
»gobernar el reino hasta que reinen, me tienen dadas sobradas pruebas de lealtad para
))no confiarles con el mayor gusto tan sagndo depósito. Para q lle produzca: pues los
))efecto~) correspondientes, firmo este documento autó:..;rafo de la renuncia que en
"presencia de las autoridades y corporaciones de esta ciudad entrego al Presidente
))de mi consejo para que la presente á su tiempo á las Córtes.-María Cristina.-Va-
«lencia 12 de Diciembre de 1840.))


La declaracion de renuncia fué acompañada de toda la solemnidad posible en pre-
sencia de todas las autoridades de Valencia y de un concurso considerable de asis-
tentes. Á ninguno de los testigos de aquel acto se le ocurrió duda alguna sobre la ex-
pontaneidad con que obraba D.a .\1aría Cristina en su n1Ús completa libertad; y cuen-
ta que una señora que tanto teson habia manifestado en aquellas circunstancias) no
hubiera puesto su firma al documento que encerraba su renuncia, si una sola palabra
hubiese herido su voluntad. Los términos pues de su renuncia son la prueba más
patente de que estuvo S. M. en la m<1s absoluta libertad, en ese acto final de su re-
gencIa.


¿Cuál fué, pues, el motivo, la causa íntima de esa resolucion de la gobernadora? De
seguro no fué el motivo aducido de su quebrantada salud, pues gozaba de la más per-
fecta. Tampoco es admisible el alegado desacuerdo de sus opiniones y de las de sus
ministros en cuanto á los medios de apaciguar la insurreccion, pues en circunstan-
cias hasta más graves, María Cristina se adelantara á concesiones de asaz más alta
importancia que las que le eran pedidas en aquel momento, y cosa rara, el último
acto de su regencia, fué el decreto de disolucion de las Córtes, que otorg;:¡do dos me-
ses antes hubiera evitado el pronunciamiento.


La causa verdadera, la causa determinante .de aquella resolucion fblé exclusiva-
mente la posicion personal que se creara la gobernadora en su vida privada. Esta
posicion era para D.a María Cristina un suplicio diario durante su regencia, y tal vez
de ella nació su injusta prevencion contra el partido progresista. Si D! María Cris-
tina hubiera gobernado el reino constitucionalmente, sin dar oído exclusivamente
á un bando, los progresistas hubiesen siempre respetado los secretos de la vida do-
méstica de la gobernadora, bien que secretos no habia i mas D. a María Cristina no




-
21 7--


creyó en la posibilidad de ese respeto, y pensó que el bando contrario protegeria más
eficazmente un estado contrario á las leyes, á la Constitucion, y que sin preceden-
te en las reinas de España, destruia sus derechos á la regencia.


Esta situacion violenta, y los consejos que recibia de adentro y de afuera, deter-
minaron el viaje de la gobernadora á Rlrcelona, y la lanzaron en la lamentable lu-
cha que empeñó sobre cuestiones políticas que quizás le eran muy indiferentes. Con
todo, este proyecto de renunciar la regencia y de abandonar España, si llegó á existir
real y verdaderamente antes de los acontecimientos de [1-)-+0, debió ser muy aéreo,
y de ningun modo resuelto, ni siquiera en los primeros dias del pronunciamiento.
}Ias cuando en medio de una a~itacion algo desaliñada en su ímpetu) mal pasa-
jero é inseparable de un estremecimiento general en el país, apareci(') un escrito
que daba los pormenores más minuciosos de la yida pri\"C1da de la gobernadora) lo
que hasta entonces no habia sido más que un pensamiento vago, indeterminado, se
convirtió en resolllcion irrevocable. La publicacion de ese escrito debió ciertamente
c:msar dolorosa sorpresa en el ánimo de la gobernadora, pues si no nos engañan in-
formes que creemos auténticos, D. a 7vIaría Cristina, que conocía muy de antemano la
existencia de ese papel, habia pagado una suma considerable por el manuscrito que
le fué entregado; mas la maledicencia ó la calumnia van siem pre unidas ;Í la felonía, y
al entregar el manuscrito, se cometió la deslealtad de gU:Jrdar una copia, que sirvió
en 18-+0 para publicar lo que se convino debia quedar sepultado en el silencio. doí1a
"Luía Cristína conocia tan cabalmente el orígen de ese escrito, que desde luego in-
dicó al ministro de la Cobernacion, D. Francisco Cabello, de donde provenia, y nom-
bró á su autor.


Ese escrito ofrecia un carácter de verdad en sus pormenores, estos eran tan mi~
nuciosos que :1 n:ldie se le ocurrió una duda sobre la autenticidad de los hechos; mas
la vida )ri\"aJa de la gobernadora, puesta púhlicamente en tela de juicio en di<1s de
zozobra y de revolucion, fué un acontecimiento doloroso para todos; fué un hecho
que debió causar :1 tan alta seí10ra un dolor prOfL1l1do, pudiendo temer que se pro-
yocase en las Córtes venillcras el e":lll1en legal de cuestion tan gr,we como espinosa.
D?ií.a :'vIada Cristina no podia correr ese albur ni debia someterse tÍ. tanta humilla-
cion. De allí su irrevocable resolucion de renunciar la regencia y alejarse de Espaií.a.
Al punto á que hahian llegado las cosas. el partido á que se atLl\'o D. a "laría Cristina
fl.,¿ cuerdo y atinado; m,1S ¿con qué justicia se ha querido dcspues extraviar la opi"
nion pública sobre las causas de esa renuncia, y por qué tantas calumnias contra los
ministros honrados llamados tÍ. Valencia y contra los pro:.;resistas, cuando la CClusa
primordial, la única tal vez de aquella determinacion es tan otra, y en nuestra opi-
nion de ningun modo política? Por gr,H"es que fLlesen las circ.unstancias de 11-)-+0, no
eran tan apuradas como las de 1835 y sobre todo de 183G, y á buen seguro que las
esc('nas brutales, odiosas de los sargentos de la Granja, eran hasta más propias á
inspirar á la gobernadora el deseo y firme propósito de renunciar la regencia, que el
pacífico pronunciamiento de 1840.




- 218-


Mas reyes, ó ciudadanos, grandes ó pequeños, todos somos presas de nuestras pa-
siones y vivimos dominados por las circunstancias que nos creamos voluntariamen-
te. Cuando se ha dicho que no hay grande hombre para su ayuda de cámara, se ha
querido decir que las miserias de la vida privada, que no conoce generalmente elpú·
blico, influyen poderosamente y dirigen más de lo que se piensa la vida de los reyes,
como de los hombres emll1entes, quienes á la par de las criaturas más oscuras su-
fren el imperio funesto de su pasion, de sus debilidades y de sus errores.


El gen.:ral Espartero ha sido principalmente el blanco de las más negras calumnias
como el que más que nadie ha querido imponer á la gobernadora la resolucion de
dejar la renuncia, y tambien de haber muy de antemano aspirado á la regencia, y
cuando menos á la co-regencia; muy ['ronto vamos {¡ presentar un documento au- /
téntico que contestará á la primera calumnia, yen cuanto á la segunda recordarémos
la franca y leal manifestacion del Sr. D. Manuel Cortina en las Córtes despues de la
ca ida de! regente. Allí declaró que cuando en Valencia se trató de toen en el pro-
grama la cuestiol1 de ca-regentes, se opuso el duque de la Victoria al pensamiento, lo
com 1Jatió denodadamente, y cediendo al fin á la opinion unánime de sus compaí1e-
ros, exigió que se formulase la indicacion de modo que se le excluFra de la posibili-
dad de ser co-regente, para que en ningun caso se le pudiera acusar de haber provo-
cado ó consentido en esa alteracion de la regencia única en vista de una ambician
personal.


En nuestros dias cuando el acatamiento supersticioso á los reyes ha venido tan á
menos, cuando el espíritu de exámen y de Íl1\"estigacion reduce los hombres y las
cosas á su verdadero valor intrínseco, vemos todavía gentes que consideran como
desmanes espantosos de la revolucion, actos que no pasan del cumplimiento de un
deber, siendo así q uc nuestros antepasados de seguro hasta más monárquicos que
los de nuestra época, obr:1han con una energby una soltura que se miraria hoy como
un atentado. La renuncia de D.a ~laría Cristina, los actos del ministerio en Valen-
cia han sido denunciados, el primero como un efecto de la violencia, los segundos
como actos revolucionarios respecto 6. aquella señora. En corroboracion de este
aserto nuestro presentamos un ejemplo histórico. Oigamos el lenguaje dirigido á l~
gobcrn;:¡dora del reino, madre de D. Cárlos 11, en r667, y cotejémosle con el que usa-
ron en r840 los ministros para con la gobernadora, madre de Isabel 1I. Hé aquí lo
que decia el conde de Castrillo, presidente del Consejo de regencia, ;Í la viuda de Feli-
pe IV el dia G de Diciembre de rGCl7.


«Seí10ra: mi edad 3.Y3.nzada, mis pocas fuerzas, y el sin número de asuntos intrin-
»cados, me ponen en la necesidad de remitir en las manos de V. M. los cargos de
»que me hall? reyestido, porque veo quecl gobierno de la monarquía es muy dife·
"rente de lo que debiera ser. Los reyes de Espaí1L1 han establecido Consejos con el fin
"de tener mil1lstros que miraran por los intereses del reino, que buscasen sugetos de
»mérito que desempeñase~ los destinos públicos, que hiciesen presentes los servicios
"que estos hubiesen prestado, y las razones que tenían los ministros para proponer




-
21 9-


))al rey que los nombrasen á esos destinos. Hoy dia, nada de esto se hace, la reina
))puede consultar al que dirige su conciencia (1) y tomar sus informes de este sugeto
))prescindiendo del dictámen del Consejo y por sí mandar en las secretarías que se
))d~ posesion de los destinos á los que haya nomhrado, y aún as~e podria dar Es-
))paña por dichosa, si no hubiese más que este mal á que poner coto; mas los princi-
»pales ministros están convencidos que nada bueno se puede esperar de ,semejante
»gobierno, que la monarquía marcha á su ruina y se va anonadando, y es para míun
))pesar muy grande que tamaíla desgracia acontezca dLlrante la regencia de vuestra
llmajestad.» ,


Contestó la reina que si tan mal gohernaba, dejaria la regencia y se marcharia á
Alemania.


»Sell0ra, con ~estó el Conde, las reinas de España no salen del reino; que el con-
»,'ento de las Reales Descal:¡as se ha fundado para q '.le alli se acojan las reinas viudas.
"Se sabe que V. 1\1. ha enviado ciento ochenta mil escudos á Bohemia para estable-
"cer un cOll\'ento; los que semejantes consejos dan á la reina, no saben que V. M. no
))puede salir de Espaíla Se sabe cómo ha salido ese dinero del reino, y de dónde se
"ha sacado. Soy un pobre hidalgo de Córdoba, el mayorazgo de la Condesa mi espo-
»sa 1:0 pasa de cuatro mil escudos. Si V, 1\1. no me conserva el goce de mi sueldo
»como presidente del Consejo de Castilla, con los bienes de mi esposa, me retiraré á
"vi\'ir en alguna aldea, considerándose dichoso si aquel sueldo sin'e para las necesi-
"llades del Estado. !<ecomiendo á V :'11. sus infelices súbditos. Son fieles y á pesar
)de hallarse recarg:1dos de contribuciones, lo que méís sienten es el desprecio con
)'que V, .\1. Y el que la dirige (el cual es un extranjero) los tr::ltan (2)>>.


Sobrada analogía existia en la posicion di; ambas gobernadoras. Cotéjese el len-
guaje del conde de Castrillo en ¡(J(J; y el de los ministros en rfL.¡.o) y dígase cu/tI fué
el más respetuoso, ~l más ca 111 eelido; el Conde en tono alti,o y casi amenazador de-
clara que las reinas \'iudas no salen de Es[)níla) y que para ellas se ha fundado el con-
\'ento de las Reales Desealjas. Los ministros de r8-to hacen cuanto les es posible para
disuadir ú D,a :\huía Cristina de su propósito, y tan léjos de hablarle del encierro de
Lll1 convento~ cWl11do ya no fu~ dado contrarestar la marcha á el extranjero, todo
lo preparan para que la tra\'csía sea lo menos penosa á S . .\1. Nada se dijo de dinero
en\'iado fuera, y no porquc no supieran los ministros por \'oz pública y fama que
h:lbian salido para el e'\tranjcro no ciento ochenta mIl escudos, sino muchos y mu-
chisimos millones, y no p lra fundar com'entos ú obras pías. Y toda'lía se tildará de
rc\'olucionarios á los ministros de Valencia, y hasta de desaciertos para con una seño-
ra. Tal es el servilismo de un partido) qu: el lenguaje de los scrvidores más elevados


(1) El P. ;\'iLudo, jesuita.
::!) .\li1:jnct, Corre,'poll,iellcia de Espclña, vcil. 57.-S11ceúon de España, tomo ll, pág. Go5.
~o tcnicndll á la vi~ta el tcxto ori:~itlaL el quc damos es la traduccion del de Mr. Mignet.




- 220-


de la monarquía hace dos siglos, usado hoy dia apareciera mal sonante, descomedi-
do, revolucionario. Eso hemos adelantado.


Al tiempo de promulgar la renuncia de D.u María Cristina, los ministros dirigie-
ron una proclama á los españoles en la cual iban relatados fielmente los pormenores
más esenciales de lo que habia pasado antes de aquel acto: era el resúmen de las
conferencias en que se habia discutido la resolucion de S. M. Aquel documento es
del 13 de OctLlbre. D. a l\laría Cristina no salió de Valencia hasta el 17, tuvo pues so-
brado tiempo para protestar contra aquella manifestacion, si en algo hubiese éstél fal-
seado la verdad; no lo hizo, si nús tarde tuvo á bien hacer otra cosa, claro está que
fué á instigaciones de propios y de extraños, que miraban más por sus intereses y los
de su partido, que por el decoro y el honor de aquella señora.


Aquí vamos á insertar la mejor prueba de la verdad de nuestro aserto, dando pu-
blicidad á la carta que dirigió S. J\1. desde Port\"Cndres al general Espartero, carta
cuya existencia debieron ignorar los consejeros de Marsella, pues de conocerla, es de
creer que no exigieran el manifiesto de 8 de Noviembre, en que faltando á la verdad se
formula la más injusta acusacion contra los leales y honrados ministros de aquel mo-
mento.


Recordemos ante todo, los pormenores de la salida de Valencia. Allí se embarcó
D. a María Cristina el 17 de Octubre, la acompañaron al em barc2dero los ministros,
los generales, el ayuntamiento. Se la hicieron todos los honores debidos á su alta
dignidad. El ministro de Estado D. J 03quin "laría Ferrer y la duquesa de la Victo-
ria entraron en el bote que desde el GrD.o llevó á S. NI. á bordo del Balear, y no se
despidieron hasta que el vapor emprendió su marcha. Al llegar á Portvendres, tuvo
tiempo D.a María Cristina en las treinta y seis horas que duró la travesía de meditar
sobre los acontecimientos que Ül llevaban á tierras extrañas. ;,Podrá nadie negar que
si S. M. hubiese sufrido actos de Yiolencia y de descomedimiento de alguna especie de
parte de los ministros, la primera cosa que hubiera hecho S. M. en ese caso hu-
biera sido protestar en cuanto hubiese gozado de libertad, ya que se la quiere supo-
ner coartada en V,llencia? Pues si ya libre, y hallándose en país extranjero, ninguna
protesta hizo S. J\I. (;n aquellos primeros momentos en que más se sienten recientes
agravios, cuando los hay, es preciso conocer que ninguna queja tenia que formular.
Pues bien, la primera demostracion que hizo S. ;\1. fué la expresion de sus senti-
mientas: es la carta que D.a ::\Iaría Cristina dirigió á su llegada á Portvendres al ge-
neral Espartero. Si más tarde por una deplorable contradiccion firmó S. M. el mani-
fiesto de Marsella, fué obra de su partido 1 Y' de ninguna manera la expresion de sus
verdaderos sentimientos de aquella señora, y mucho menos la de la verdad. (1)


«Espartero: Anoche he llegado á este punto despues de una navegacion muy feliz,
"y no puedo menos de decirte que el ca pitan, su segundo y los encargados del con-


(1) L'na corona real con las iniciales!\1. C.




- 221 -


))signatario se han comportado muy bien, por lo cual te los recomiendo eficazmente,
nmuyen particular el capitan que desearia el grado de alférez de navío, y el segundo el
"de fragata.


nMucho deseo tener noticias de mis queridas hijas y del país por quien tanto me
nintereso: en estos objetos siempre pienso y mi corazon está con ellos, á todos tus
ncompañeros dirás muchas cosas en mi nombre y tú cree en el aprecio que de tí hace.
n-María Cristina.-Portvendres I9 de Octubre I840.»


Leida esta carta, preguntamos si tan explícita declaracion de aprecio dada por doña
María Cristina al general Espartero y á sus compañeros en el ministerio no es la
mejor contestacion á esa arriada de calumnias que arrojó el partido retrógrado con-
tra los últimos ministros de la gobernadora. Si más tarde esta seí10ra desmintió de
una manera tan de sentir los afectuosos sentimientos que la animaban al salir de
Valencia y en los primeros momentos de su llegada á Francia, sentimientos que
eran un tributo pagado á la verdad, recaiga la responsabilidad de tan lamentable con-
tradiccion en quien competa. En nuestra opinion, hubiera debido el general Espar-
tero haber dado publicidad á esta carta, en cuanto salió el manifiesto de Marsella:
mucho respeto se dehe á la desgracia, mas no tanto como dejar correr feas calum-
nias, sin un correctivo eficaz, y el manifiesto de Marsella fué un tejido de torpes ca-
lumnias. Si hoy dia podemos hacer lo que fuere más oportuno, en Noviembre de I840
no nos ha costado poco trabajo conseguir del general Espartero la autorizacion de
la carta de D. a J\laría Cristina, y para triunfar de sus escrúpulos ha sido preciso con-
vencer/e de que su reputacion sin mancilla es patrimonio de la nacion, como la ver-
dad pertenece á la historia.


No se contentó D.a María Cristina con dirigir esa carta al general Espartero; la
acompañó de regalos para la duquesa de la Victoria y de cartas que por ser de inti-
midad particular nos abstenemos de publicar, mas que corroboran más y más la s;:¡-
tisfaccion de quien tales pruebas de ella daba á la esposa del general; los reyes no
suelen ser pródigos aun de merecidos testimonios de su satisfaccion para con sus
súbditos, y nadie los d;:¡ en cambio de agravios.


Completamos el anterior documento con la contestacion del general Espartero,
q Llien estaba muy ageno el dia 3 de Noviembre de lo que se tramaba contra él en
Marsella en aquellos dias en que contestaba á S. M.


"Madrid 3 de Noviembre de I840.-Señora: He recibido la carta que V. M. se
"dignó dirigirme con fecha I 9 del mes pasado, y he visto con suma satisfaccion su
"feliz viaje desde Valencia, y lo bien que se portaron con V. :VI. los encargados del
))consignatario á quienes V. M. me recomienda; tan luego como sepa el gobierno los
»nombres del capitan del buque y de su segundo, se les expedirán los reales despachos
ndel grado de alférez de navío y de fragata.


nS. M. Y S. A. no tuvieron novedad en su viaje, y siguen muy bien; yo las veo con
nfrecuencia y procuro se diviertan lo posible; siempre les hablo de V. M. y les noto
ne! mayor interés por saber de su querida madre. Antes de ayer me enseñaron la




- 222-


"carta que V. M. les escribe desde Portvendres: yo les dije que escribiria á vuestra
»majestad y me manifestaron que tambien ellas escribian.


»El Sr. infante D. Francisco ha dirigido á la regencia provisional del reino una
"declaracion fecha en Paris á 25 de Octubre, acompaúando un manifiesto acerca de
"corresponderle á S. A. por la ausencia de V. M. la tutela de la reina D. a Isabel Ir, y
»de la señora infanta D." María f.uisa.


»La regencia no.desconoce lo que en este asunto interesa más á su reina y á su
»patria; pero deseando el mejor acierto, ha consultado al Tribunal Su;wemo de J us-
"ticia, y á su tiempo pondrá en noticia de S. A. el resultado de que yo tendré' el ho-
"nor de avisar particularmente á V. M.


"Mis compáí1eros á quienes hice presentes los recuerdos de V. M. me encargan
»expresar á V. :\1. su justa gratitud) y con la misma tengo el honor de repetirme su
»más constante servidor que B. L. R. P. de V. M.-Seúora.-EI duque de la Vic-
»toria.»


Vacante la regencia, la Constitucion prescribía que el ministerio la ejerciera pro-
visionalmente, hasta que reunidas las Córte~; estas nombrasen nueva regencia; así se
hizo volviendo el go~icrno á .\1adrid, donde llenÓ el dia Úl de Octubre con la reina
D. a Isabel II y su hermana.


El pronunciamiento de 1840 fué un acontecimiento de suma importancia por sus
resultados inmediatos. Como todos los acontecimientos de esa n<lturaleza, el pronun-
ciamiento de r840 comt)rometió posiciones adquiridas, los que las poseian las per-
dieron, se hirieron muchos intereses par:!. satisfacer otros, por tanto tuvo admirado-
res entusiastas, á la par que detractores apasionados: los unos lo ensalzaron hasta
graduarlo de heroismo, los otros lo rebajaron hasta tildarlo de traicion; ningun elo-
gio por pomposo que fLlese bastaba á los unos para gloriÜcar el pronunciamiento;
los otros apuraban el vocabulario de la injuria y de la calumnia para ajarlo. Los acon-
tecimientos de 1840 no merecian ni tanta honra, ni tanto vilipendio: no fué una re-
volucion, y tan sólo el triunfo de un partido sobre otro; se inauguró un principio
vacilante de pr03reso más teórico que práctico, dando 1in á una conspiracion tIa-·
grante de retroceso. Los actos del partido vencido en 1840 vencedor á su vez en 1843
son la mejor justificacion de los temores que dieron lugar al levantamiento del aúo
de r840.


Resumiendo los acontecimientos de esta última época en algunas consideraciones
generales dirémos, que el partido retrógrado viendo que no podia contar con las masas
de un pueblo inerte, ni con las clases activas.de la nacion, que no podict aspirar al domi,
nio exclusivo en las Córtes, ni en el ejército 1 mús decidido á acabar con la verdadera
libertad, y destruir las instttuciones obra del partido progresista, conspiraba sin ce-
sar, y provocó el pronunciamiento de 1840. En tiempos ordinarios 1 en hlS monar-
quías todas constitucionales1 las simpatías del rey en favor de un partido bastan para
momentáneamente dar vida y sér á un partido cualesquiera. N o pudo ser así en Es-
paña en donde la guerra civil habia dado una preponderancia marcada al brazo mili-




- 223-


tar, y por una rara coincidencia ese partido militar personificado en el duque de la
Victoria, era contrario á los proyectos retrógrados que patrocinaba la Corona. Fe-
nómeno poco comun en la historia del mundo fué el de ver un general victorioso
sosteniendo la emancipacion del pueblo y la lihertad, rechazando las seducciones y
los halagos del poder real. Esta circunstancia explica por sí sola el triunfo fácil de la
democracia en 1840, pues hay que decirlo, si por una parte hemos probado que el
general Espartero ningun pacto tuvo en el pronunciamiento de 1840, hay que reco-
nocer que sin su adhesion franca y leal á la causa popular y á la bcll1dera de la demo-
cracia, sin su patriótico rompimiento con D. a .\-laría Cristina en Barcelona, el levan-
tamiento de 1840 no se huhiera efectuado, ó hubiera costado mucha sangre. Mas esta
es la historia de todas las revoluciones siempre vencidas, cuando una fuerza militar
ciega y brutal organizada obedece sin límite á las órdenes de los que mandan. No
conocemos excepcion él esta regla; ni siquiera en los asombrosos acontecimientos
de 1848 de que hemos sido testigos oculares: la tropa salvo algunos destacamentos de
guardia municipal, no sólo no se batió contra el pueblo, sino que entregó sus armas
y sus cartuchos ú los paisanos insurrectos.


Vituperan á su sabor los admiradores de los desmanes absolutistas al general Es-
partero por haber negado su apoyo ú la reaccion que se meditaba en 1840: ya lo en-
tendemos, mas nosotros que no profesamos ese acatamiento rendido á los caprichos
de los gobernantes, sean monárquicos ó republicanos, pagamos un tributo de venera-
cion al soldado honrado que salido de l;:¡s filas del pueblo, tras de haber hecho triun-
far la causa de la libertad en los campos de batalla, negó el apoyo de su espada vic-
toriosa cuando se exigió que la desenvainase contra el pueblo y la lihertad , y tuvo
el alma bastante elevada para repeler las seducciones de todo linaje que se usaron
para que aceptase una mision funesta.


y no se diga para oscurecer tan gloriosa magnanimidad que el general Espartero
rechazando halagüeí10s ofrecimientos aspiraba á mayores honores. Si tan mezquina
ambician hubiese abrigado, si el pacificador de Espaí1a, hubiese tenido esa torpe sed
de poder, de riquezas, camino expedito tenia por delante; quien es capaz de tan mi-
serables cálculos de goces materiales sabe especular y calcular adhiriéndose á los pro-
yectos del partido retrógrado; el general Espartero abria para sí un manantial inago-
table de seguras ventajas: hubiera sido rey de hecho, y hasta al rango de semi-Dios le
hubieran ensalzado los reyes y las aristocracias de toda Europa. Un pronunciamien-
to popular sofocado por un hijo del pueblo, hubiese sido para los que se apellidan
amigos del órden una conquista inapreciable; todo el que en puesto elevado se ofrece
él combatir la causa del pueblo, todo el que perjurándose se hace instrumento de des-
truccion de la libertad, recibe él manos llenas el premio de su atentado: riquezas, ho-
nores que deshonran, todo se le prodiga. Mas véase cuál ha sido en todas las monar-
quías yen todas épocas la suerte de los hombres privilegiados, cualesquiera hayan sido
sus servicios á la patria y á los tronos: prefiriendo la fidelidad de los principios demo-
cráticos él los favores de los reyes, han merecido la persecucion y el destierro. N o




- 224-


Ignoraba el general Espartero esa triste historia de la ingratitud de los reyes, y aún
de los partidos: conoció muy. de antemano la suerte que le esperaba aceptando el
papel de jefe popular de la nacion; mil veces nos lo ha dicho con mucha antelacion
á los acontecimientos de 1843; mas puesto por las circunstancias en la necesidad de
optar entre el perjurio y el honor, entre sus principios y las venganzas de un partido
implacable, quiso ser fiel á sus juramentos, sin hacerse la más pequeña ilusion sobre
el porvenir que le tenia reservado la suerte.


El pronunciamiento de Setiembre de 1840 fuéjusto, fué legítimo, y lo hicieron los
ciudadanos sin que el ejército tomara en ningun punto la iniciativa;' mas adicto á
lo que hacian los pueblos, producto de una opinion de progreso debió ser fecundo
en resultados, y con todo el pronunciamiento de 1840 fué un acontecimiento estéril
como otros tantos en España. Tras de haber profundamente agitado al país, abortó
en sus consecuencias, careció de una idea vivificadora, de un pensamiento fecundo
que concentrando las fuerzas intelectuales del país, dirigiera al país por la senda de
una verdadera regeneracion. El pronunciamiento de 1840 hecho en nombre y por la
libertad, acabó por el despotismo que entronizó el pronunCiamiento de 1843, pro-
movido para acabar con un gobierno de libertad que se convino llamar tiranía. La
tiranía rige á España desde que cayó aquel gobierno.


Sin duda los hombres en cuyas manos vino á parar el mando en 1840 ep el go-
bierno, como en las Córtes, se equivocaron muy á menudo, cayeron en graves er-
rores, mas lo que sobresale es la imprevision y la inexperiencia. ¿Qué podia resultar,
sino lo que hemos visto, cuando al dia siguiente de un triunfo inesperado todo el par-
tido progresista se entregó á la más fatal ilusion respecto al pon'enir? Conocida y
desbaratada una vastísima conspiracion contra las instituciones del país, quedaron
sus elementos dispersos mas intactos. Vueltos en sí los conspiradores de dentro y de
afuera, tímidos en los primeros dias, la. lenidad del gobierno les alentó, y muy luego
se presentaron á cara descubierta sin temor, sin represion. Sus ataques á mano ar-
mada léjos de despertar al partido progresista y de inspirarle un pensamiento de
union, fuéron elorígen de las más grayes disensiones: y creyendo los progresistas no
tener ya enemigos que combatir, llegaron á fraccionarse y en seguida á desgarrarse
entre sí, y por último, una de esas fracciones por efecto de un error inexplicable formó
alianza con sus más encarnizados enemigos; se subleyó contra el regente del reino
de consuno con el bando retrógrado. Este se apoderó naturalmente del mando á la
caida del regente, y descargó sus golpes indistintamente sobre todo el partido pro-
gresista proscribiendo, encarcelando, fusilando á sus contrarios como á sus aliados
de un día.


¿Lo que decimos hoyes acaso un fatídico oráculo tras de los acontecimientos? No.
Gracias á Díos ningun interés per.:;onal nos ha alucinado jamás, cálculos egoístas ja-
más han tenido cabida en nuestro corazon, y en ese sosiego del espíritu y del alma
hemos visto las cosas cómo eran y cómo debian ser: por eso en los primeros dias
del triunfo de 1840, al contemplar el rumbo que se daba él la insurreccion pura de




- 225-


todo acceso, vimos que marchábamos á una contrarevolucion, á un abismo, y en el
doloroso presagio de futuras desgracias escribíamos en los primeros días de 1841 los
sigu ien tes renglones:


{(Como en 1835 Y 1836 hemos visto la más perfecta tranquilidad tras el huracan
»de un estremecimiento general, el órden se ha restablecido inmediatamente de un
»modo que honra la cordura del pueblo; prueba nada equívoca que en España el
"llamado espíritu revolucionario en la mala acepcion de la palabra, gracias á Dios, no
»existe: el exceso de la provocacion pudo· sólo producir un levantamiento: ¿por qué
"fatal desdicha con elementos tan sanos y till1 enérgicos para resistir los poderes
»ilegales y el espíritu de retroceso, no se presentan jefes de ánimo intrépido, de in-
"teligencia y de génio organizador para coordinar esos elementos, y producir una
"completa regeneracion en la vida moral, intelectual, comercial, industrial, adminis-
"trativa de España, tierra fecunda en que se diria que no hay más que quererlo para
"que brote por do quiera el órden con la libertad, la prosperidad pública con el des-
"arrollo de la riqueza nacional (1).»


El órden y la prosperidad pública no podian ni crearse ni siquiera despuntar en
una atmósfera de disensiones intestinas. El levantamiento de Setiembre abortó, de-
tenido por las conspiraciones del bando reaccionario, y anonadado por los errores
del progresista. Triunfó la contrarevolucion en [843, y quedaron destruidas las li-
bertades públicas y las instituciones que el pronunciamiento de 1840 quiso resta-
blecer en su pureza y sobre bases ind-::structibles: el edificio levantado sobre arena al
primer soplo de la reaccion, se desmoronó, sepultando en sus ruinas las conquistas
de la revoluciono


(1) Hi,!Oria política de la España moderna, tomo II, pág. 57 8 Y 579. \


,


15




CAPÍTULO IX.


LA REGENCIA PROVISIONAL. -ESTADO DE LAS RELACIONES DIPLOMÁTICAS ENTRE
ESPAÑA Y ROMA.


Instalada la regencIa. en Madrid, dirigió un manifiesto á la nacion en el cual se
daba cuenta sumaria de los acontecimientos de Valencia, y se sentaban los princi-
pios que seguiria la regencia en el período de su administracion; allí se decia que no
había consentido la renovacion de todo el Senado, por ser contrari~ á la Constita-
cion por cuya leal y precisa observancia se habia hecho el pronunciamiento. La re-
gencia solicitaba encarecidamente de la cordura y buen sentido del pueblo una sin-
cera cooperacion para llevar el peso de la regeneracion política del país, puesta á su
cargo; recordaba los funestos estragos de la discordia, invitando á todos los leales
defensores de la libertad el agruparse bajo la bandera de la Constitucion como al úni-
co pendan nacional.


Por desgracia en este manifiesto el ministerio-regencia no daba el mejor ejemplo
de ese espíritu de concordia en cuyo favor abogaba con tan justa razono Dominado
por las pasiones del momento, allí se olvidaba de sus propios preceptos y de la mi-
sion conciliador::¡ que debia llenar. Volviendo la vista atrás, usaba para con el go-
bierno caido y el partido vencido una dureza de lenguaje que ni era el de una rigo-
rosa imparcialidad, ni justo de un modo absoluto; sobre todo no era prudente ni
político, ni acorde con el espíritu de tolerancia que por su gloria y honra procla-
maba y practicó el ministerio-regencia. No era justo, porque nunca lo puede ser
un anatema arrojado por un gobierno normal contra un partido en masa; no era po-
lítico porque azuzaba pasiones comprimidas y de ningun modo apagadas; no era
prudente porque los actos del ministerio-regencia, para dar á la revolucion el empu-
je que la debía consolidar, no respondian por su energía á esa animosidad provoca-
dora. Un bando poderoso que conservaba todos sus elementos de accíon no podia




- 227-


Olr sm un despecho natural acusaciones duras que salidas de boca del gobierno
herian mas hondamente; era hasta cierto punto una provocacion á nuevas luchas
á las cuales el partido retrógrado se hallaba sobradamente dispuesto. Lo que distin-
gue los gobiernos fuertes es la templanza en el lenguaje, es la fé ardiente en sus prin-
cipios, son los actos enérgicos y hasta de arrojo en el círculo de las leyes y de la jus-
ticia y una grandísima parsimonia de palabras. Lo contrario es lo que caracteriza
los gobiernos déhiles que tratan con el vano ruido de proclamas y de manifiestos
hacerse ilusion sobre su propia debilidad: mas tambien digamos desde luego que el
bando en cuyo favor criticamos el lenguaje' de la regencia provisional, se ha esme-
rado en dar la razon á aquel manifiesto así por sus actos posteriores durante la re-
gencia del duque de la Victoria, como desde que en r 843 se apoderó de~ mando del
que ha hecho tan fatal uso, yendo mucho más allá de las acusaciones que le di-
rigía el min isterio- regencia en r 840.


Pas-adas las primeras agitaciones de un estremecimiento general, la tranquilidad
pública quedó perfectamente restablecida; las juntas, que hay que decirlo, habian
cometido algunas graves injusticias respecto á personas, habian tambien hecho cosas
muy buenas, y desembarazado el terreno de muchos obstáculos que no hubiera re-
movido el gobierno. La regencia provisional mandó que cesase ese poder enérgico,
turbulento si se quiere, mas que sólo era capaz de una accion salvadora: la regencia
no vió más que los inconvenientes, seguramente grandes que resulta han de la exis-
tencia de las juntas, y no conoció las ventajas que podia sacar de esa fuerza popular,
dirigiéndola con tino y regularizándola como dique á los proyectos reaccionarios de
los vencidos: las juntas hubieran sido autoridades asaz más vigilantes que los jefes
políticos. Se prefirió disolverlas para dar más fuerza al gobierno central, medida que
equivalió á licenciar las trO¡1aS al dia siguiente de una hatalla, estando á la vista el
enemigo vencido, mas todavía formidable. En el órden político una revolucion equi-
vale á una batalla en la guerra. Ese error de la regencia provisional, esa confianza
en sí misma sin contar para nada con el elemento popular, han sido comunes á to-
dos los ministerios liberales que han tomado el mando tras de un pronunciamiento;
y el resultado ha sido siempre el mismo; un apocamiento inaudito de fuerzas y una
caida poco despues, En 1835, r836, r840 y 1843, la disolucion de las juntas, esto es,
la repudiacion del brazo popular de la fuerza revolucionaria, ha sido el primer pen-
samiento de los hombres llevados al poder por la oleala popular, y al pié del decreto
lie disolucion se puede leer el de la caida de los que lo firmaban.


Si dis~ntimos de las acusaciones al~o destempladas á que aludimos, en el j1ani-
tiesto de la regencia, es preciso reconocer que siguió en sus actos el generoso siste-
ma de tolerancia qLle proclamó: se presentó como un poder reparador, y si á tan
noble desempeño del mando, á sus actos de concordia, hubiese unido la energía
fundada en el derecho y en las leyes, hubiera sin duda alguna salvado el país de las
convulsiones que no tardaron en ponerlo todo en cuestion, lo pasado y lo venidero.
La regencia provisional anuló los actos de destierros y de proscripcion de las juntas,




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autorizando á las personas, víctimas de esas arbitrariedades, á volver á sus casas; la
policÍa secreta dejó de existir, y hubo una amnistía para los carlistas.


Alabanzas y encomios merecen esos actos de tolerancia y moralidad, y si la liber-
tad en España no hubiese tenido enemigos encarnizados, la moderacion y la humani-
dad de la regencia, sus constantes desvelos para mejorar la administracion pública,
hubiesen echado los cilnientos de un órden público duradero unido á la más lata li-
bertad, pues tojos sus actos manifestaban el d-.:seo ardiente de tranquilizar los áni-
mos y de apagar las llamas de las discordias civiles. Mas si la regencia provisional pu-
do en los primeros dias de su mando, acariciar una ilusion que le honra, respecto á
los enemigos del pronunciamiento, no se entiende cómo pudo perseverar en ella á la
vista de los hechos que muy luego sobrevinieron, y cuyo carácter de provocacion
debió abrirle los ojos sobre los peligros que amenazaban al país y la libertad. Desde
el día que apareció el manifiesto de D. a María Cristina dado en Marsella, la mode-
racion de la regencia provisional no fué más que debilidad.


Nuestros lectores tienen muy presente la carta escrita por D," María Cristina al
general Espartero desde Portvendres, con fecha 19 de Octubre. Llega á Marsella esta
señora, y la escena cambia enteramente; aquetlos que apreciaba pocos dias antes,
no merecian ya más que palabras violentas y reconvenciones amargas. Ese cambio
repentino fué obra de españoles descontentos, de emisarios del gobierno francés
que de tropel llegaron á Marse:la. Segun tenemos entendido, estos consejeros se
sorprendieron en los prirneros momentos de no hallar en D. a María Cristina sín-
toma alguno de resentimiento contra los ministros de Valencia. N o tardaron en al-
terar el ánimo de S. M., é ignorando la existencia de la carta de 19 de Octubre, no
pararon hasta conseguir de la gobernadora una declaracion opuesta á sus verdaderos
·sentimientos. Para ello se pusieron en juego los medios nlcÍs activos con el fin de
ganar á sus proyectos reaccionarios la cooperacion de esta señora, cuyo nombre
era indispensable al triunfo de las malas pasiones de propios y de extraiíos.


Toda abdicacion del poJer supremo por voluntario y espontáneo que sea, no tar-
da en ser objeto de pronto arrepentimiento, esta es una ley de naturaleza, que obró
muy luego en el 5.nimo de D a :\1:J.ría Cristina. Ya despertado ese primer sentimiento
de toda potencia derruida, fué muy fácil persuadir á la ex-gobernadora de que debia
por sí misma y por su partido, hac:r una manifestacion pública, por contraria que
fuese á la verdad, declarando que la renuncia de la regencia le habia sido arrancada
por la violencia, único medio de reanimar su partido, y que volviese este al mando,
circunstancia de que dependia la conservaci,on de la tutela de sus hijas, y cuya pé¡:-
dida era irrevocable consecuencia de la renuncia de la regencia. Esa consecuencia
constitucional, á la cual María Cristina no habia pensado ó á lo menos que creyó
posible evitar, fué sin duda la causa determinante del cambio de aquella señora. A
la vista de un peligro que tal vez no habia calculado, firmó entonces esa peregrina
homilia, obra sacrílega en el fondo y en la forma, el manifiesto del 8 de Noviembre.
Empleando el lenguaje de un misticismo hipócrita servía para cubrir las más inícuas




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falsedades,y las acusaciones más villanamente torpes. N o se arredra su autor en es-
tablecer un parangon entre los disgustos de la gobernadora y la pasion del divino
Salvador. Bajo la máscara de una fementida clemencia se invocaba una religion de
paz y de concordia, se fraguaba una ridícula novela de martirio, y se lanzaba con
palabras bíblicas la tea de la guerra civil, llamamiento que no tardó en tener las más
funestas consecuencias. En ese documento se .presentaba D.a María Cristina como
un mártir de la revolucion que tan generosa habia sido para con ella, se la pro-
clamaba YÍctima de pasiones políticas, observadora de la legalidad y defensora de
la Constitucion, eterna y monótona cantinela de todos los poderes destronados,
atribuyendo su caida á todos, amigos y enemigos, menos á sí mismos.


Los consejeros de María Cristina, tras de verter en su manifiesto las calumnias
contra sus adversarios políticos, tambien quisieron descargar su ira contra sus pro-
pios correligionarios políticos, cuya cobardía, en su opinion, habi:l comprometido la
causa de la gobernadora y del partido retrógrado, y le echaron en cara el abandono
en que dejaron ,í eS:l seií.ora. En el manifiesto dado por María Cristina desde Marse-
lla se consigna la más amarg:l censura del partido en masa.


N o habia trascurrido un aí10 desde la fecha de este manifiesto, cuando muchas vÍc-
timas vinieron á figurar en el doloroso martirologio de nuestras disensiones civiles;
valientes dignos de mejor suerte cayeron exánimes, llevados á la muerte por las in-
trigas y conspiraciones urdidas. Pudo la memoria de aquellos desventurados ser un
remordimiento eterno y un eterno castigo para los que los impelieron á una fatal
resolucion sin tomar parte en los peligros, esperando sosegadamente en el extranje-
ro el resultado de la empresa.


La regencia provisional dió la mayor publicidad al manifiesto de D. a María Cristi-
na, en lo que obró muy acertadamente; lo acompañó de una refutacion hecha con
tino y dignidad; mas desde aquel dia todas las consideraciones debían cesar, aquel
manifiesto daba á la regencia la pauta de un cambio total en el sistema que habia
adoptado. Habia sido grande y noble al manifestarse generosa hasta con demasía el
dia del triunfo, mas cuando el enemigo tocaba el clarin de guerra y arrojaba el guan-
te, debíase recoger con firmeza patriótica, y sin salirse jamás del círculo de las leyes,
prepararse abiertamente á la lucha haciendo imposible el ataque por todos los me-
dios justos y:morales que se tenian á la mano, y sobraban. La regencia provisional se
contentó con oponer un escrito á otro escrito, una refutacion á una acusacion, la
yerdad á la mentira, y cumplido esto descansó en un fatal quietismo. Nada hizo para
salvar el porvenir, y léjos de dar á la revolucion el ensanche y la fuerza de des:lrrollo
que la salvara, todo lo esperó de la bondad de su causa; no procedieron así los con-
trarios: no bastando los enemigos de dentro, fuéron á buscar poderosos auxiliares
de afuera, el gobierno francés y Roma fuéron sus aliados, y pronto verémos con
qué esmero trabajaron Luis Felipe y Gregorio XVI en fomentar la guerra civil en Es-
pana.


En todas nuestras disensiones políticas, los príncipes de la casa real siempre y por




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desgracia suya y nuestra han tomado una parte activa en ellas. N o fué esta la menor
de las complicaciones y el menor embarazo con que tuvo que tropezar el nuevo
gobierno. .


En cuanto la noticia de la renuncia hecha de la regencia por María Cristina llegó á
Paris, donde resilia el infante D. Francisco, éste creyéndose con derecho á la tutela
de sus sobrinas, dirigió con fecha de 25 de Octubre una carta á la regencia provisional,
pidiendo aquella tutela, y no contento con este paso, que si hubiese quedado. secreto,
no hubiera tenido rnayores incol1\"enientes, lleyado del prunto epidémico en España
de dar sin ton ni son manifiestos al público, el Infante dirigió el suyo á los espaí101es;
allí explayaba SL1S pretensiones, il1\"ocaba sus derechos, rccordaba las leyes del reino,
siendo en su opinion lbmado á ejercer la tutela de sus sobrinas.


La regencia provisional contestó á el Infante que su solicitud pasaba á consulta
del TribunalSuprcmo, y que se le cnteraria dc\dict:lmcn que diera. El Tribunal apo-
yándose cabalmente en las lcyes dcl reino, desechó la demanda del Infantc, y el go-
bicrno cn conformidad de ese dictLlmen, repelió la solicitud y de todo informó a11n-
fa.nte en un despacho circunstanciado al que se dió publicidad en 28 de Noviem-
bre, contestando así al manifiesto publicado por el Infante.


Si aquel príncipe mejor aconsejado se hubiese abstenido de entrar, públicamente á
lo menos, en la palestra, hubiese eYÍtado la mortificacion pública que sufrió en la
negativa que recibió, negativa que ratificaron las CÓl'tes, cuando llamadas á nom-
brar un tutor con arreglo á la Constitucion, no tuvo el Infante un voto en su favor;
mas en ningun país los príncipes de las casas reinantcs no pueden figurarse que su
voluntad no sea desde luC'go un derecho, ni un título suficiente á que todos lo aca-
ten. Las monarquías constitucionales los hallan con las mismas preocupaciones e
idénticas pretensiones que las absolutas.


Al proponer que se desechara la solicitud del Infante respecto á la tutela, el Tribu-
nal indicaba las medidas de precaucion que eran de tomarse en interés de las hi-
jas de Fcrnando VII en el ínterin que se nombrara un tutor, y entre aquellas aconse-
jaba el nombramiento de una comision que hiciese el inventario de los diamantes
y joyas de la Corona, y de todo aquello que formaba el patrimonio de las reales
pnncesas.


Conforme con el dictámcn del Tribunal, la regencia provisional nombró una co-
mision de cinco indivíduos recayendo la eleccion en los Sres. Duque de Zaragoza,
D. Dionisio Capaz, D. José Landero, D. José Bustos y D. Pedro Amat.


Las personas que formaban la comision, ofrecian por todos conceptos las garantías
de que confiado así á su c::lo y él su patriotismo el exámen de tan importante cuestion,
resplandeceria la verdad en toda su pureza; verdad que tanto interesaba conocer,
pues iba envuelta una cuestion de moral pública de la más trascendental importan-
cia; mas con asombro general nada se supo de los trabajos de aquella comision, cuya
publicidad era tan necesaria. El silencio que hasta la fecha ha cubierto las investiga-
ciones de aquella comision, no nos permite entrar en una discusion sobre el parti-.




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cular, pues nos faltarian los datos para sostenerla, mas en nuestra opinion el silencio
que guardó la regencia provisional sobre esa cuestion, fué uno de los errores más
funestos de su administracion, y dirémos las razones que tenemos para creer-
lo así.


Con razon ó sin ella, justa ó injustamente existia una opinion si no confesada por
todos, admitida universalmente, de que la tutela ejercida por D: María Cristina no
presentaba el estado de una administracion entendida y adecuada á los intereses de
las hijas de Fernando VII. Para dar fuerza á esa opinion habia muchos hechos pú-
blicos y notorios, tales como la parsimonia que se observaba en los gastos de pala-
cio, á pesar del presupuesto monstruoso de la casa real, á quien España paga la tri-
gésima sétima parte de su presupuesto, mientras Francia no pagaba más que la cen-
tésima parte del suyo á la familia real, é Inglaterra la 133 á su reina; esto sin contar
los réditos del patrimonio real de España. Al alcance de todos estaba el abandono
en que yacian los palacios y sitios reales donde no se hacian ni las reparaciones
más precisas. Por do quiera se veian en Madrid cosas de palacio vendidas, y corria
la voz que los diamantes, joyas, vajillas de oro y de plata, y las riquezas y preciosi-
dades de la Corona, habian desaparecido y pasado al extranjero. Fernando VII dejó
un inventario de cuanto existia en palacio y así lo declara en el artículo IV de su tes.
tamento. Ese inventario ha desaparecido.


La cuestion de tutela que por sí misma era una de las más importantes que tenian
que resolver las Córtes, puesto que Da María Cristina insistia en conservarla, reci-
bia de las circunstancias que creaba la opinion pública respecto á la administracion
de la tutora una importancia colosal. Habia un conflicto que deslindar no solamente
bajo el punto de vista del derecho legal y constitucional, sino de la moral pública, y
de una buena ó mala administracion.


Ahora, pues, si aquellas acusaciones por generalizadas que fueran, eran falsas, ca-
lumniosas, inventadas torpe y villanamente por el espíritu de partido; si las investi-
gaciones de la comision nombrada por la regencia provisional daban por resultado
una justificacion de la administracion de la tutela, el honor de aquella señora ausen-
te, el del trono, imponian á la regencia provisional el deber sagrado de proclamar
solemnemente la pureza de aquella administracion, y acallar con pruebas auténticas
esas calumnias, esos rumores confusos de acusacion infundada. Lo exigia tambien la
gravedad de la resolucion que iban á tomar las Córtes, pues es muy cierto que resul-
tando que el ejercicio de la tutela habia sido un dechado de pureza y de acertada ges-
tion, era un paso inmenso dado á la solucion legal y constitucional; pues semejante
administracion hubiera sido un título indisputable á la confianza de las Córtes, que
pasando por encima de consideraciones de un órden subalterno, y cediendo algo
del derecho rigurosamente legal y constitucional, hubieran debido conservar la tu-
tela á la madre que tan noblemente habia desempeñado las obligaciones de tutora
de sus hijas.


Mas si por lo contrario, habia alguna verdad en las acusaciones que corrian públi"




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camente, si por desgracia era cierto parte de lo que se decia, deber imperioso incum-
bia á la regencia provisional el dar al público los resultados de las investigaciones de
la comision con todos los documentos auténticos; así lo exigia el bien público, la
tranquilidad del país y la moral. Puesto en tela de juicio ante la opinion pública, lle~
vado luego al fallo de los representantes del país, ese proceso hubiese zanjado á
priori la cuestion de tutela, pues ya entonces dejando el un lado el punto legal dede-
recho, prueha manifiesta de una mala gestion, era motivo suficiente y hasta impe-
rioso de quitar la tutela el una madre que tan malamente habia correspondido á la
confianza del rey difunto y de la nacion, desconociendo los deberes de madre y de
tutora.


Ni una ni otra cosa hizo la regencia provisional con sumo perjuicio del país. Ig·
noramos las consideraciones que mediaron para adoptar una resolucion tan contra-
ria el los intereses de las princesas menores, del Estado y de la moral pública, cu-
briendo con un velo hasta ahora no conocido esa delicadísima cuestiono Las dudas
que tienen algunos, la segLlridad que po recen tener muchos respecto á la administra-
cion de la tutela de D." l\laría Cristina contrarias á la dignidad y honra de esta seño-
ra, han sido rechazadas con indignacion por sus partidarios como otras tantas ca-
lumnias, sin que haya un dato auténtico para sostener la acusacion y es sabido que
es axioma forense, que en la duda la presuncion legal es en favor de la inocencia del
acusado: hasta ahora se ha podido decir con razon que ha sido calumniada esa seño-
ra. La regencia provisional nada dió al público, y siguió el misterio; si tuvo las
pruebas de la lealtad de aquella administracion, la generosidad, la justicia, la política
y la moral hacia n el la regencia un deher de manifestar la verdad, yes de sentir que
un gobierno popular compLlesto de hombres íntegros, no haya dado al mundo el
ejemplo de una justicia que dominando las posiciones más eleyadas en la gerarquía
social, recordase á todos grandes ó pequeños que si á veces la leyes impotente, la
inflexible justicia de la opinion tiene siempre imperio y alcanza á todos. Desde el dia
en que salió á luz el manifiesto de D.a María Cristina, equivalente á una deela-
racion de guerra, toda consideracion que se tuvo fué un acto de deplorable debi-
lidad.


Roma dehía ser la primera en dar su apoyo á los proyectos reaccionarios que se fra-
guaban contra la libertad de España, y de los cuales el manifiesto de D.a María Cris-
tina fue el precursor. En éste habia lógica: no se podia esperar otra cosa de la política
seguida para con nosotros por el Vaticano, desde la muerte del rey. Desde aquella
época, confundiendo el Papa lo divino y lo .profano, una cuestion dinástica con los
intereses de la Iglesia, vino á deelarar el trono de España Sede vacante. En esto si-
guió el Santo Padre el ejemplo de la mayor parte de los soberanos de Europa que no
vieron monarca de España ni en la hija, ni en el hermano de Fernando VII, y si es
difícil de explicar esa negacion monárquica en los reyes, es todavía rnLÍ.s inaudita en
el Sumo Pontífice, quien por interés la religion, nunca debiera abandonar la iglesia
de España como lo ha hecho.




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N o estará demás recordar en compendio las resoluciones internacionales que han


existido entre el gobierno de Madrid y la Santa Sede, desde que murió Fernando VII,
para que se vea cuán injustos han sido los procedimientos de Gregorio XVI, mani·
festándose tan hostil <Í. un pueblo que jamás ha negado al jefe de la cristiandad home·
najes de respeto y de sumision.


A la muerte de Fernando VII, el Santo Padre manifestó al gobierno español el
sentimiento que le causaba tan infausto acontecimiento, y que dirigia al Todopode-
roso las más fervorosas preces para que protegiera el reino católico de España, huér-
fano de padre. Estas últimas palabras contrarias al dogma monárquico, que el rey
nunca muere en el sentido político, indicaban sobradamente que el Sumo Pontífice
no reconocia en Isabel 11 un rey legíti mo. En efecto, no tardó mucho S. S. en decla·
rar que no podria reconocer á Isabel II como reina de España, mientras no se pusie-
ra de acuerdo con algunos gobiernos <Í. quienes consultaba, esto es, á los que no ad-
mitian por legítima la pragmática sancion de r 789, promulgada en Marzo de 1830; Y
cuando el gobierno de r830 comunicó la pragmática al de Roma, este se contentó con
decir que no consideraba aquello sino como un documento que merecia exám :n,
cuando llegase el caso de ocuparse de la cuestion dimística. El gobierno español con-
testó, haciendo presente á S. ~. el verdadero estado de España, declarando que la in-
mensa mayoría de los espalloles tenia por reina legítima á la hija del rey, y que se
hacia con esas reticencias embozadas un agravio positivo al rey católico y á España,
pues acababa la Santa Sede de reconocer un rey en Portugal, en la persona de un
usurpador. Replicó torpemente el gobierno romano que habia reconocido á D. Mi-
guel á la vuelta de dos atlOS de pacífica posesion del trono, y que además habia he-
cho la reserva que reconociendo un soberano de hecho, no pretendia la Santa Sede
emitir una opinion en favor del mejor derecho de los pretendientes al trono de
Portugal.


Hemos calificado de torpes semejantes razones, porque más tarde se puso Grego·
rio XVI en contradiccien consigo mismo. Llevaba Isabel 11 siete años de poses ion
pacífica del trono á la muerte de aquel Papa, sin que por eso la hubiese reconocido
como reina; las verdaderas razones que tuvo aquel Pontífice fuéron otras, y la dife-
rencia de su conducta nacia de la del principio que representaban D. Miguel en Por-
tugal y D.a Isabel Il' en España. El primero personificaba el poder absoluto, monár-
quico y sacerdotal, é Isabel II simbolizaba la libertad y la reforma eclesiástica. En el
ánimo yen la política del Papa, la cuestion política dominaba <Í. la cuestion religiosa.


Tales fuéron los preliminares de ojeriza, que no cesó de manifestar Gregorio XVI
al gobierno español durante su pontificado, prevenciones injustas que con el trascurso
del tiempo y la marcha de los acontecimientos degeneraron en hostilidad abierta.
Siendo así que existia libertad de imprenta en España, se quejó S. S. de los ataques
que sufria el clero en los diarios. Contestó el gobierno español que lamentaba como el
primero esos extravíos de la prensa, que en varias ocasiones hahia llevado ante los
tribunales á los autores de escritos poco ortodoxos, no pocas veces castigados con ar-




reglo á las leyes, mas que habia que tener presente cuán difíciles eran :de remediar
esos excesos, mientras no se pusiera coto á los de clérigos, apóstoles de guerra civil
cuando capitaneaban rebeldes exparciendo ellut0 y la desolacion en las provincias: que
el gobierno no podia dejar de participar de la indignacion pública á la vista de la guerra
sanguinaria que dirigian mlllistros del altar; que varios clérigos cogidos con las armas
en la mano h1bian sufrido la pena de su crímen harto probado, pasando en seguida
el gobierno espaÍ10l de la justificacion de su conducta, á la justa reconvencion que
merecia el de Roma por la que observaba. Se le dijo que era por lo menos muy extra-
Í10 que se manifestara tanta indignacion por los castigos legalmente impuestos á
clérigos rebeldes y sanguinarios, y que no hallara el Santo Padre una palabra de cen-
sura contra la rebelion misma, que de seguro no hubiera tomado tanto vuelo si pre-
lados diocesanos interpretando en el sentido favorable á la rebelion, la actitud hostil
del Santo Padre no la hubiesen fomentado, en vez de oponer su influjo al furor beli-
coso de sacerdotes díscolos y depravados, formando estos parte de la faccion y trans-
formando los templos del Sei10r en arsenales de armas fratricidas_ Estas reflexiones
y otras muchas que recaian en hechos materiales auténticamente probados, ninguna
mella hicieron en el ánimo del Papa Gregario y siguió atronando al gobierno espa-
Í10l con sus injustas quejas.


Siguiéronse tambien largas negociaciones diplomáticas sin que se adelantase un
paso hácia el reconocimiento de la reina por el Papa, hasta que vino á cortarlas una
negativa absoluta y formal dada al representante de España en Roma, de donde vi-
nieron instrucciones análogas al cardenal Tiberi á la sazon nuncio apostólico en Ma-
drid, y más tarde al arzobispo de Nicea sucesor de aquel, negativa fundada en la re-
solucion tomada por ciertos artículos del Papa, de no reconocer á Isabel 11.


Que aquellos soberanos dejasen de reconocer á la reina de Espai1a, era una cues-
tion muy sencilla, reducida á una interrupcion de relaciones diplomáticas; no así el
Papa que teniendo el doble carácter de soberano temporal y de jefe de la Iglesia,
tiene otros deberes, y exige otras consideraciones en un país católico. Que como prín-
cipe temporal se hubiera negado Gregario XVI á reconocer á Isabel Il, la cosa era
de muy poc~ monta; no así en cuanto á lo espiritual, pues causaba un sumo trastor-
no en la Iglesia, en la cuestion de los obispos que fué la primera que el gobierno es-
pai10111evó ante la Santa Sede, puesto q ue p~r desgracia de Espai1a, los ~eyes Cató-
licos habian admitido la intervencion del Papa en la eleccion de los obispos. Faltan-
do á las reglas de la Iglesia primitiva de EspaÍ1a, habíase otorgado á los Papas un de-
recho fatal de que no podian menos de abusar éstos como lo han hecho siempre, y
como lo ha hecho Gregario XVI.


El gobierno de Madrid no podia ver con indiferencia la interrupcion de sus relacio-
nes con Roma. Cada dia la muerte disminuia el número de los prelados diocesanos
por ser la mayor parte de avan,zada edad, y buen número de diócesis iban quedando
huérfanas, mal que iba en aumento rápido. Sacerdotes dignos por sus virtudes y
su saber de la benevolencia y aprecio del Santo Padre, presentados para los obispados




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vacantes, eran rechazados por Su Santidad, acudiendo en defensa de la negativa á to-
das las sutilezas y sofismas de la curia romana, descartando toda esa broza curial, y
siendo la primera dificultad que presentaba Su Santidad la fórmula de presentacion
que en la opinion del Vaticano no debia ni podia prejuzgar la cuestion dinástica. El
Gabinete español propuso varias fórmulas, hasta consentir en omitir el nombre del
soberano que presentaba los obispos: tamaña condescendencia fué en balde. Roma
desechó todas las fórmulas presentadas por el gobierno de Madrid, y á su vez propu·
so que no se hiciese mencion del derecho de presentacion, diciendo Su Santidad que
otorgaba las bulas de motu proprio, y P01" 'un efecto de la benignidad de la Sede
apostólica.


Muy grosero era el lazo, para que á pesar de su extremada debilidad cayera en él
el gobíerno espaí10l, y resuelto á no transigir sobre el d,-,recho de presentacion y á no
admitir las bulas de investidura canónica, sin que esa cláusula fuese explícita y cla-
ramente inserta, habiendo por otra parte hecho con demasía cuantas concesiones
eran compatibles con la dignidad de la nacion , el decoro del trono y los derechos
tradicionales de la. corona de Castilla, se cortó la negociacion, diéronse los pasapor-
tes al N uncio y este se alejó de España.


Este conflicto del poder temporal y del espiritual, esa negativa de la Santa Sede
de reconocer á Espaí1a el derecho de presentar los obispos, recuerda el orígen de la
intenencion de Roma en la conservacion de los obispos, y como en materia tan de-
licada, toda opinion personal apareciera producto del espíritu innovador de nuestra
época, es muy preferible acudir á dictámenes de época muy diferente, y ninguno más
adecuado que el texto literal de lo que decia al Consejo real de Felipe V el fiscal de
aquel Consejo el dia 1~) de Diciembre de 1713. Habiendo el rey puesto á consulta del
Consejo el exámen de diferentes cuestiones sobre los abusos '1ue poco á poco ha bid
introducido la córte de Roma en la disciplina de la Iglesia, con gravísimo detrimen-
to del poder real, el Consejo pasó la consulta á su fiscal general D. Melchor Macanáz,
para que diera su dictámen. Este dignísimo magistrado puso una consulta donde bri-
llan á la par que el saber la entereza y el patriotismo, en la que abarcando todos los
puntos consultados, extendió en dos pedimentos de 19 de Diciembre de 1713 Y 2 de
Enero de 17!4, cincuenta y cinco gestiones en el primero y treinta y seis en el se-
gundo. La .de la investidura de los obispos era la 40 millonesíma del primer pedi-
mento leido en Consejo pleno. El lenguaje del fiscal general fué justo y severo á la
par contra las pretensiones del Papado.


Si así se expresaba en 1713 el fiscal general de un rey absoluto ante el Consejo, no
eran seguramente las ideas liberales de nuestros dias las que reinaban en España en
aquella sazon, lo que inspiraba aquellas enérgicas palabras, era por el contrario el
más acendrado respeto del poder :nonárquico que no consentia que se cercenase en
10 más mínimo ni aun por el Papa. Así se defendian las prerogativas de la Corona;
así se repelían las pretensiones de Roma, y hoy dia no se podria usar de aquel len-
guaje en nombre de la soberanía de la nacion y en defensa de su omnipotencia sin




- 236-
ser tildado de revolucionario, de irreligioso y quizá de ateo, y hay que añadir para
gloria eterna del ínclito fiscal que hahlaba en presencia de la Inquisicion y sin po-
der contar con la firmeza del rey para estar al abrigo de los tiros del Santo Oficio,
cuyo poder no tenia límite, y así sucedió. Á poco de haber presentado sus pedimen-
tos tuvo que huir Macan<"Íz para sustraerse á la venganza del Santo Oncio, abando·
nado por Felipe V tras de una lucha asaz tenaz con aquel, en la que llevó la peor
parte el rey, cuya autoridad habia querido conservar ilesa el ilustre fiscal; mas no
pudiendo Felipe V sostenerlo en España contra sus enemigos, 10 envió al Congreso
de Cambrai J luego á Paris, dándole varias comisiones diplomáticas, y por último,
fué enviado á Breda para que asistiera al tratado de paz general. Vuelto á Espaí1a
el infeliz Macanaz cayó en manos de la Inquisicion, que no discutia pero asesina-
ba á sus contrarios. Llevado á la cárcel de Pamplona, donde sufrió el trato más
cruel, fué luego conducido á un castillo de la Coruña, donde permaneció los doce
últimos años de su demasiado larga vida: hasta 1759 no fué puesto en libertad por
Cárlos IlI, y murió seis aí10S despues á la avanzada edad de noventa años. Tal fué el
pago que recibió del rey Felipe V el sábio defensor de los derechos de la Corona con-
tra las pretensiones de Roma.


Hoy dia no hay Inquisicion, llamamos la época presente época de libertad, de dis-
cusion, de exámen; se habla mucho de independencia, y á pesar de todo no hemos
leido nada, sea en lo que ha publicado el gobierno, sea en lo que se ha dicho en las
Córtes sobre los ah usos del poder de Roma, que pueda compararse por la energía y
elevacion de pe nsamiento, la entereza y solidez de los argumentos á los pedimentos
del fiscal de Felipe V, sin que esta excesiva moderacion del gohierno constitucional
de España haya merecido el menor miramiento por parte del Va ti C;l11 o , mientras ha
vivido Gregario XVL y si al advenimiento de Pío IX han mejorado las cosas, al ca-
rácter de este se ha debido, mas no á la energía del gobierno español.


Vamos á examinar cuáles fuéron las relaciones de la regencia provisional con res-
pecto á Roma, y los hechos que mediaron en aquella época; mas para apreciarlos es
preciso dar un paso atrás y recordar el orígen de la investidura del vi~e-gerente de la
nunciatura extr2.ñado del reino por la regencia provisional.


Al dar fin á su mision diplom:ltica, el Nuncio de S. S. solicitó á la par que sus pa-
saportes, la honra de despedirse de la familia real y como por incidente pedia la au-
torizacion de dejar al Sr. de Campomanes, asesor de la nunciatura, encargado pro-
visionalmente del despacho de los asuntos urgentes. Tenia la nota del N uncia la fe-
cha de 3 de Mayo de 1834. D. Francisco Martinez de la Rosa, á la sazon ministro de
Estado, accedió al momento á la solicitud del Nuncio con fecha del 4 del mis-
mo mes.


Vino á Madrid un nuevo representante de Roma, el Arzobispo de Nicea, mas sus
credenciales estaban redactadas en términos que el gobierno español por propio de-
coro como por respeto á la dignidad de la nacion y á las prerogativas del trono, se
negó á admitirlo. Á pesar de esta repulsa, el enviado pontificio pasó al conde de To-




reno ministro de Estado, con fecha 30 de Junio de 1835, una nota en la cual le anun-
ciaba que atendido el estado valetudinario de Campomanes, habia resuelto la Santa
Sede darle un sustituto para los casos de enfermedades ó de ausencias en la persona
del Sr. Ramirez de Arellano fiscal de la nunciatura, y sin esperar la contestacion del
ministro español, el enviado romano comunicó al electo su nombramiento, y le dió
posesion de su destino. En este paso dió á conocer el arzobispo de Nicea que sabia que
todo podia esperarlo de la debilidad del ministro, obrando con audacia, y en efecto
no se equivocó. El conde de Toreno admitió por válido el paso dado por el sagaz ar-
zobispo, sancionando así el acto más atentario de los derechos de la nacion, y de las
prerogativas del trono; y contrario á todos los precedentes, pues en todos tiempos
el gobierno español habia rechazado esas delegaciones de los N uncios. Si débil andu-
vo el Sr. ""lartinez de la Rosa accediendo á la solicitud de un Nuncio, el conde de To-
reno admitiendo un nombramiento directo de Roma en favor de un súbdito español,
comunicado por un agente que ningun carácter diplomútico tenia, ofendió gravemen-
te la dignidad nacional y vulneró las regalías de la Corona; mas congraciarse el apo-
yo del clero con un fin político, ha sido siempre parte de! sistema del partido retró-
grado, y blasonando de monClrq uico por excelencia, nunca ha dejado de abandonar
á los ministros las preroga ti vas de la Corona, si este sacrificio podia servir sus ambi-
ciones personales, adquirir un aliado mús y seguir un dia más en el poder.


En 12 de Julio de 1838 el Sr. Ramirez de Arellano dió parte al gobierno del falle-
cimiento del Sr. Campomanes, de cuyas resultas tomaba posesion de la nunciatura
en calidad de vice-gerente. El ministro de Estado, conde de Ofalia, admitió esta nue-
va usurpacion, sin por esto conseguir que el gobierno pontificio se mostrara inclinado
á mejores sentimientos respecto á España; inevitable fruto de la debilidad. Hubo más;
no le habia bastado al Santo Padre manifestarse hostil á España como soberano tem-
poral, negándose á reconocer á Isahel II; no le habia bastado olvidarse de todo espíri-
tu de caridad evangélica en SLlS obligaciones como jefe de la Iglesia dejando muchas
diócesis sin prelados, causa eficiente de sus disturbios, dió S. S. un paso más avan-
zado en esa guerra anti-cristiana, y se negó á reconocer al comisario de la Cruzada
nombrado por el gobierno, mas no pudiendo sostener esa nueva negativa, en vez de
otorgar la dispensa por diez años como era costumbre, la limitó á un año solo, expi-
diendo clandl:stinamente un breve al arzobispo de Toledo, autorizando á los confeso-
res á otorgar por sí y ante sí la dispensa mediante una limosna á los pobres. Habíanse
suprimido los jesuitas, el Santo Padre protestó contra esa supresion que calificó de
atentado contra la religion y la Iglesia; en el consistorio del 2 de Febrero de 1836


, ,


hizo una alocucion que fué el preludio de la que salió á luz el 1. o de Marzo de 1841 Y
de la que nos ocuparémos más adelante.


El obispo de Leon, prelado revoltoso, habia sido emplazado ante el Tribunal Supre-
mo de Justicia por sus actos y su conducta; así que estalló la guerra civil se presentó
como uno de los agentes más activos de la rebelion, y más tarde fué uno de los con-
sejeros de D. Cárlos. Emplazado de nuevo ante el mismo Tribunal, reclamó Roma en .




-238-
favor del obispo rebelde las inmumdades eclesiásticas, como si semejantes inmuni-
dades pudiesen proteger la felonía y la rebeldía. Y para que no quedase duda de la
parcialidad de la Santa Sede, recibió el obíspo faccioso delegacIOnes de aquella para
acudir á las necesidades espirituales de las provincias teatro de la rebelion, para otor-
gar dispensas y proteger los clérigos que tomaran parte en la faccion.


Tal era el estado de las relaciones internacionales entre Madrid y Roma, cuando
los acontecimientos de 1840 vinieron á agravar una situacion ya bien mala. El Sr.:Ra-
mirez de Arellano, furibundo ultramontano y fanático absolutista, provocó 90n sus
tropelías una medida enérgica contra su persona por parte de la regencia provisional.
Desconociendo que todo lo debia ála tolerancia indisculpable del gobierno, se atrevió.
ya se~ movido por intrigas secretas ó por su propio impulso, á hostilizar á la regencia
provisional por todos los medios que estaban á su alcance, lisonjeándose que á fuer-
za de osadía llegaria á intimidar, y lo que consiguió fué su extrañamiento del
remo.


Las juntas habian, como hemos dicho, cometido algunos lamentables excesos con-
tra las personas; la de Madrid habia suspendido de sus funciones á los jueces del tribu-
nal de la Rota; la de Cáceres habia extrañado al obispo; la de Granada, la de la Coru-
ña, la del Málaga, la de Ciudad Real y otras, habian desterrado á canónigos y varios
clérigos conocidos por su odio á las ideas liberales. Sin duda eran estos deplorables
abusos de la fuerza, harto connaturalizados entre nosotros, lamentable resábio de
que adolecen todos los partidos en España y fuera de ella; la intolerancia política ha
reemplazado á la intolerancia religiosa.


La regencia provisional habia dado sobradas pruebas de su moderacion, de su
templanza y de su firme resolucion de subsanar en un sentido de justicia los actos
de las juntas que fuéron contrarios á esta. Bien podia descélt1sar el fogoso represen-
tante de Roma en la regencia provisional, para que los ministros del altar que hubie-
sen sido dctimas de unas tropelías lamentables á la par que inevitables en un mo-
mento de agitacion popular, recibiesen plena y cabal satisfaccion; mas el fanático
Arellano no quiso dejar al gobierno el mérito de unaintervencion reparadora, y diri-
gió al ministro de Estado, con fecha deiS de Noviembre, una nota redactada en el
estilo más descomedido. El intruso vice-gerente pedla del modo más altanero pronta
satisfaccion de los actos de la junta, y daba fin á su escrito con estas palabras: espero
recibir una contestacion satisfactoria.


Tras de este primer paso, y envalentonado sin dULla con el manifiesto místico reli-
gioso de D. a María Cristina, en 17 de No'viembre dirigió otra nota Arellano, ponien-
do su veto á la nueva demarcacion de parroquias decretada por la regencia. En esa
insolente protesta reclamaba para la autoridad eclesiástica el derecho exclusivo de
arreglar la demarcacion civil de las parroquias; y por último, pasó una tercera nota
en 20 de Noviembre protestando contra el decreto de la regencia fecha del 1.° de
aquel mes, en el cual autorizaha al obispo electo de Málaga D. Valentin Ortigosa, á
tomar posesion del gobierno eclesiástico de aquella diócesis.




- 239-
Cansada la regencia con las impertinencias de ese clérigo turbulento, pasó las tres


mencionadas notas en consulta al Tribunal Supremo, y oidos los fiscales generales,
dió un dictámen muy detenido, probando que el Sr. Ramirez Arellano ningun carác-
ter público tenia que le autorizase á pasar notas al gobierno. que si por una culpable
tolerancia se le habia sufrido hasta la fecha, el abuso escandaloso que de ella hacia,
exigía que se pusiese fin á su ilegal intrusion diplomática. En cuanto al objeto de
sus notas, tanto con respecto á la demarcacion de las parroquias, como de la investi-
dura dada al obispo electo de Málaga para gobernar aquella diócesis, 'el Tribunal, en
un dictámen ilustrado, análisis de los antecedentes en 5emejante materia y rico de
hechos históricos, rechazaha con arreglo á las leyes del reino, en nombre del dere-
cho nacional y de las regalías de la Corona, las pretensiones del intruso agente de
Roma. Concluia el Tribunal pidiendo que atendido el espíritu de hostilidad que ma-
l11festaba el Sr. Ramirez de Arellano respecto al gobierno, atendida la falta completa
de carácter público en dicho agente, faltando éste en sus escritos á la exactitud y á la
verdad, fuese Arellano extrañado del reino y ocupadas sus temporalidades: que se
cerrase la nunciatura y cesase el tribunal de la Rota. Este dictámen lleva la fecha de
26 de Diciembre de 1840.


Conformándose con el dictámen del Tribunal, se cerraron el tribunal de la Rota y
la Nunciatura; y el Sr. Ramirez de Arellano, extrañado del reino, fué llevado á la
frontera de Francia con una escolta: así quedó roto el último y débil vínculo seml-
oficial que existia en 1840 entre el gobierno de Madrid y la Santa Sede.


No necesitaba tanto Roma para poner el grito en el cielo. Este acto de rigor del
gobierno español, diferentes decretos sobre la ordenacion de los clérigos (lO de Di-
ciembre), sobre los bienes de los conventos (6 y 13 de Diciembre), sobre la dotacion
del clero (21 de Enero de 1841), parecieron una explosion de la ira romana, estalló,
y por impotentes que sean ya los rayos del Vaticano, allá los arrojó el Santo Padre
contra la Esp:1iía constitucional en una alocucion en el consistorio de 1. e de Mayo
de 1841, que ha de quedar como tipo sui generis. Pocas veces un Papa ha usado de
un lenguaje menos evangélico, menos digno de los preceptos de la santa religion, en
cuyo nombre hablaba. Corria parejas con el manifiesto de D. a María Cristina; y
como á la fecha de la alocucion de Gregorio XVI rse hallaba aquella señora, aun sin
temor de faltar á la verdad histórica, se puede suponer que no fué estraña á ese toque
de guerra del Sumo Pontífice: el momento de dar á luz ese documento incendiario fLlé
diestra y mañosamente escogido; se eligió el tiempo de cuaresma, y se contaba con
los sermones y el influjo del tribunal de la penitencia para influir en el ánimo de los
fieles que concurrieran á los sermones y á la confesion. En esto cometió Roma un
anacronismo; no tuvo más acogida aquel escrito que la de una completa indiferen-
cia y la suerte misma que le cupo al manifiesto de D: María Cristina. Solamente
los hombres pensadores que deseaban ver la Iglesia española reconciliada con el jefe
de la cristiandad no pudieron menos de sentir esa lamentable confusion de cosas tan
distintas como la religion y la política, que siempre deberian estar separadas. Hasta




ahora toda alianza del trono y del altar :contra la libertad de una naClOn ha sido
siempre fatal á la nacion misma, á la religion y á los gobiernos.


Las quejas del Papa, prescindiendo del lenguaje duro y apasionado en que las ex-
presaba, eran del todo injustas y sin el menor fund;:¡mento; recaian principalmente
sobre la venta de los bienes del clero, sobre el extrañamiento del vice-gerente de la
Nunciatura, y sobre haberse cerrado el tribunal de esta.


En cuanto al primer punto, seria cosa fatídica y enojosa el discutir el derecho na-
cional que asistia á España para echar mano de los bienes del clero, y más aún dete-
nerse en el exámen de las ventajas ó perjuicios que resultan á una nacion de la des-
amortizacion de fincas urbanas en manos muertas y corporaciones religiosas.


El extrañamiento del vice-gerente, tan léjos de constituir una infraccion del dere-
cho internacional, no fué más que el uso de un derecho inconcuso. Arellano er;:¡ súb-
dito español sinningun carácter político; se entr'-lmetia á nombre de una potencia ex-
tranjera á censurar actos del gobierno y protestar contra otros; y no era la prime-
ra vez que el gobierno espaí10l habia tomado medidas severas contra los N uncios en
tiempos en que no imperaban ideas liberales, y en época más cercana las costas de
Cádiz extrañaron al nuncio Gravina por turbulento y faccioso; mucho más podia ha-
cer lo que hizo con un intruso y un español.


¿Y faltan acaso en nuestra historia resoluciones enérgicas tomadas por los reyes
contra las pretensiones de Roma y contra los obispos irreverentes para con el
Trono?


Fernando el Católico, ofendido que el Papa hubiese en viado al reino de N ápoles un
agente encargado de una mision que no queria permitir, manifestó su enojo á sus mi-
nistros porque no habian castigado con el mayor rigor la osadía y la insolencia de
aquel enviado, y amenazó al Papa hasta con negarle toda obediencia como no re-
nunciase á sus injustas pretensiones.


A pesar de su fanatismo religioso, los príncipes de la casa de Austria, viendo que
sus respetuosas reclamaciones á la Santa Sede quedaban desatendidas, desplegaron la
mayor energía para sostener la dignidad de su Corona y sus prerogativas. Cárlos IV,
cansado con la discordia que fomentaba el papa Clemente VII, mandó que no
se reconociese en España más autoridad eclesiástica que la de los arzobispos y obis-
pos. Felipe II tomó igual resolucion á consecuencia de sus desavenencias con el
Papa Pablo IV; en el reinado de aquellos reyes varios Nuncios fuéron extrañados
del reino.


Don Cárlos IV mandó que los arzobispo~ 'y obispos ejerciesen la plenitud de sus
facultades espirituales en conformidad con la antigua disciplina de la Iglesia esp;:¡¡10la
en cuanto á las dispensas matrimoniales; y con respecto á la consagracion de los
obispos y otros casos de suma gravedad, se debia consultar la Cámar;:¡ que los resol-
veria; todos los prelados del reino tenian que conformarse con este precepto.


En cuanto al tribunal de la N unciatura, veamos cuál ha sido su orígen y sus vi-
cisitudes.




- 24 1 -
La admision de un N uncio con jurisdiccion para fallo de pleitos data de 1537,


hasta cuya época un Nuncio no .... habia sido más que un embajador. Cárlos V fué quien
cediendo á las reclamaciones de súbditos y de corporaciones sobre los inconvenien-
tes de ir á Re>ma para ventilar ciertos litigios, pidió al papa Pablo 111 que delegase á
su Nuncio una jurisdiccion que hasta entonces habian ejercido los obispos, y le auto-
rizase ú fallar en última instancia sobre esos litigios. El aúm de invadirlo todo que
caracteriza á la curia romana se deJÓ muy luego sentir, y no pasó mucho tiempo sin
que conociera los inconvenientes de esa jurisdiccion. Con cierta prevision del abuso
Cárlos V se reservó el derecho de renunciar' para sí y sus sucesores á esa jurisdiccion.
En el reinado de Felipe V, el tribunal de la Nunciatura se cerró por órden de aquel
m marca; lo mismo aconteció en el reinado LIe CCldos II 1, supresion que duró siete
años; cuya desayencncia se terminó en 1771 con un br~ve apostólico de 2G de Marzo,
sustituyendo el tribunal de la Rota al de la Nunciatura.


(_y acaso por haber hecho esto aquellos reyes han sido acusados de desacato para
con la Santa Sede? No, ú lo menos que sepamos. Así pue~, cuando Gregorio XVI en
su J.locucion del 1.° de .\larzo pretendia que -el got)ierno espaí10l con cerrar d tribu-
nal de la Rota hahia cometido una violacion mJ.lúiicsta de la jurisdiccion sagrada y
apostólica, ejercida, decia S. S., deslic los primeros tiempos de la Iglesia, se ofendia la
verdad históricJ., se senta~)a una l'roposicion contraria ú las decisiones de los conci-
lios de Toldo, contr,l1'ia :1 la historia eclesi:lstica de España, contraria á la realidad,
siendo el origen lie esa jLlI'isdiccion el que hemos il1llicado.
QLle~la, pLle.;, demostrado que en el reinado de íos reyes absolutos de ardorosa féca-


tólica, ilustres jurisconsultos y teólogos cspaí101es aconsejalJan la supresion del tri-
bunal de la ~L1nciatura, de or:gen reCIente y cuya existencia no l1:lbia sido más que
un efecto de excesi\'a tolerancia, y que dicho tribunal permaneció cerrado por mu-
chos aÍlos e" !os reinados de Felipe V y de Cárlos III, sin que por esto Roma prodi-
gase ú aquellos monarcas harto ardientes católicos el anatema que Gregorio XVI ful-
minó en su alocLlcion de l." de :'IIarzo contra la regencia provisional por haber hecho
en lbO de su derecho lo que habian mandado aquellos dos monarcas.


Ni por estos actos de la re~encia pr(wisional, ni por ninguno de los de minis-
tros anteriores, tenia moti \'OS el Santo PaJre para manifestar esa implacable ene-
mistad húcia EspaÍ1a. Lo:; puntos en litigio, las controversias existentes ni eran nue-
\'as, ni más gra\'es que otras que se habian ventilado entre la córte de Madrid y la
Santa Sede, en cuyos casos los reyes de Esp,úla habian hecho lo que la regencia pro-
\-isional: mas es así que las quejas del Sumo Pontífi·~e no tenia n el orígen que se
a~'cctaba, en vez de ser una cuestion espirituaL lo que se empeilaba era lucha pura-
mente política, y por lo mismo contraria á los intereses de la religion: nada habia en
los actos de la regencia que pudIese alarmar los escrúpulos del Santo Padre por ar-
diente que fuese su celo en conservar intacta la pureza de la fé católica, ningun cisma
la amenazaba, ni la altera 1)a, mas por desgracia un miserable empeÍ10 político pro-
yocaba ese di,-orcio, desconociendo S. S. el carácter de Padre comun de los fieles


16




- 242 -
para seguir las inspiraciones políticas de los enemigos de la libertad española propios
y extraños, subordinando su gloriosa y santa autoridad espiritual á las exigencias las
más descabelladas de ciertos gobiernos. Imitando Gregorio XVI á los soberanos para
quienes el trono de España se hallaba vacante, no reconocia ni á Isabel 11 ni á don
Cárlos por rey. Gregorio XVI hacia en esto la contra-partida de su antecesor, quien
durante la guerra de sucesion, reconoció sucesivamente dos reyes de Espaí1a en la
persona del duque de Anjou, y en la de su competidor el archiduque Cárlos.


Demos gracias á Dios que durante ese conflicto lamentable, no se haya introduci-
do en España algun cisma. Todo lo ha hecho la Santa Sede para que así sucediera, mas
si desafueros tan graves no han producido todo el mal que pudieran, no han dejado
de tener efectos funestos; el clero ha perdido mucho del respeto y del prestigio que
le son indispensables, la autoridad de la Santa Sede ha perdido toda consideracion,
la fé religiosa se ha entibiado. Estos han sido los frutos ópimos de la imprudente
conducta de Roma, azuzando directa ó indirectamente al clero español á tomar par-
te enla lucha política, comprometiendo altamente su dignidad, su carácter sagrado,
su santo ministerio, y exponiéndose á todas las vicisitudes venideras, inseparables de
las agitaciones políticas, que dejan en pos de sí hondos resentimientos. La injusticia
es una pésima consejera aun en las cosas materiales del mundo, mas cuando tiene
por primera consecuencia alterar las creencias religiosas, inquietar los ánimos, agitar
las conciencias, quien tales males provoca e~ responsable ante Dios y la sociedad de
todos los que causa; y el nadie sienta menos la injusticia y la intolerancia, que al Vi-
cario del Crucificado en la tierra, del Dios de pCiZ, de mansedumbre y de clemencia.




,


CAPÍTULO X.


HOSTILIDAD DE LA FRANCIA.-NEGOCIACIONES CON PORTUGAL SOBRE LA NAVEGACION DEL


DUERO. -DISCUSION SOBRE LA FORMA DE LA REGENCIA.-EL GENERAL ESPARTERO Re-


GENTE DEL REINO.


El manifiesto de D.a María Cristina y la alocucion del Papa no eran los únicos me-
dios de accion que en el extranjero se aunaban contra la regencia provisional. SUS
relaciones internacionales con la Francia presentaban de parte de esta un carácter
de hostilidad marcado, y no tardó el nuevo ministerio francés en entrar en línea con-
tra el gobierno español. Aquel ministerio, faltando á ras reglas más vulgares del de-
coro y de lo que se deben entre sí los gobiernos, insertó en el discurso de la Corona
á las Cámaras congregadas, expresiones injuriosas á la dignidad de España, califican-
do de anarquia la situacion que crearan los acontecimientos de Setiembre; acusacion
desde luego falsa, ingrata, y por último, atentatoria al derecho de las naciones. ¿Qué
hubiera dicho la Francia, si en los primeros alÍ.os que siguieron á la revolucion de
Julio, cuando Paris, Lyon, y otras grandes poblaciones del reino eran teatro diario
de conmociones sangrientas, y cuando á cada paso la vida del rey estaba expuesta á
los tiros de asesinos, los ministros de la reina de Inglaterra hubiesen puesto en
boca de la soberana, hablando al Parlamento, palabras parecidas á las que hemos ci-
tado, por más que la caltficacion hubiese sido exacta? Con justa razon la Francia se
hubiera indignado, y por humilde que fuese entonces la política de Luis Felipe para
con la Inglaterra, los ministros mismos por decoro al nombre francés, hubieran
protestado contra un atentado internacional, y cuando los ministros hubieran calla-
do, los dIputados no hubIesen guardado silencio. Llevada de una"r1oble susceptibilidad
la Cámara de los diputados, celosa de su propia honra, quiso salvaguardarla de una
nacion amiga é independiente; no quiso asociarse á la censura del ministerio, votó en
favor de una proposicion del diputado Pascalis sostenida y ampliada por Odilon Bar-




- 244-
rot, y borró del mensaje de la Cámara palabras análogas á las que encerraba el pro-
yecto de respuesta presentada por la comisiono Mas si esta simpatía de la Cámara,
si esta leccion dada al ministerio, merecia 11 gratitud de los españoles, estos podian
desde luego sacar de este contraste un conocimiento cabal respecto á la política que
seguiria el Gabinete francés, formulada sin rebozo en el discurso de la Corona; pú-
dose prever que las conspiraciones contra la libertad de España y su reposo, halla-
rian proteccion y estímulo en el palacio de las Tullerías y en el gobierno francés. En
efecto, b Francia se convirtió en un asilo de conspiradores bajo la proteccion abier-
ta de las autoridades francesas y el público apoyo de Luis Felipe.


Así vemos que apenas instalada la regencia provisional se halla amenazada con las
intrigas y conspiraciones de sus contrarios, con la enemistad del Santo Padre, dando
pábulo á la reaccion, y con el apoyo decidido del gobierno francés en favor de los
que tratasen de agitar las pasiones en España. Por temibles que fuesen enemistades
tan poderosas, por grandes que fuesen los peligros que asomaban, vanos hubiesen
sido los esfuerzos reunidos de tantos enemigos, si la regencia provisional hubiese
conocido que los elementos de revolución que bullian eran solos los que debia expo-
ner á los elementos de perturbacion y de reaccion que dentro y fuera del reino se
combinaban para destruir los resultados lógicos del pronunciamiento de Setiembre.
No obró la regencia provisional con aquella energía que nace de la fE: ardorosa en los
principios y de la con11anza en el pueblo. Se constituyó desde luego en gobierno nor-
mal, no siéndolo más que de un partido sin alianza alguna fuera, y trató de luchar
con otro partido que tenia auxiliares de suma fuerza. Empeñada la lur::ha en ese ter-
reno, el resultado, que no es siempre una prueba del acierto ó del error, en este caso
ha demostrado cuán equivocadamente_obraron la regencia provisional y los ministros
que la siguieron en el carril trillado por esta.


La regencia provisional halló establecida una negociacion con Portugal sobre una
cuestion muy importante para ambos países, la del tratado de navegacion del Duero,
negociacion que tuvo á dicha orillar pací11camente, y de la cual damos cuenta cir-
cunstanciada para que se conozcan su orígen, sus trámites y la solucion que tuvo.


En 3r de Agosto de 1835, tirmóse un tratado para la libre navegacion del Duero,
entre los gobiernos de España y Portugal. Una de las cláusulas del tratado concedia
el tránsito de los productos de la industria y del suelo espaí101 por el Duero hasta
Oporto para la exportacion sin más recargos que los derechos de depósito. El nego-
ciador esp<1Í101 quiso que se otorgase igual franqui<::ia á las mercancías extranjeras
que remontasen el rio para su introduccion en España, mas á ello se negó el gobier-
no portugués.


U na comision compuesta de dos vocales españoles y dos portugueses, se reunieron
en virtud de un convenío anterior en Oporto, para formular un reglamento de poli-
cía respecto á la nave¡;acion del Duero: quedó formado este reglamento en 15 de
Abril de "836, y los comisionados portugueses concedieron la pedida franquicia de
derecho sobre las mercancías que remontasen el rio para ser introducidas en Espa-




ña; mas el gobierno de Lisboa se negó á ratificar el mencionado reglamento, 111len-
tras el gobierno español, por su parte, no hiciese dos concesiones importantes. La
primera consistia en el pago por parte de los exportadores sobre las mercanCÍas en
tránsito para España de los derechos de consumo que pagaran, si se consumieran
en Portugal; la segunda consistia en que la franquicia de derecho de tránsito otorga-
da á las mercancías espaÍ101as, no fuese extensiva á lo;; vinos, que debian pagar un
derecho de 300 reales.


Esta última pretension :lel gabinete de Lisboa era una violacion evidente del ar-
tículo 8. o del tratado que establecia de un modo absoluto la franquicia de tránsito,
mas el gobierno de Madrid no lisongeándose de vencer la resolucion de los portu-
gueses, trató de conseguir una disminucion de derecho en las mercanCÍas dirigidas á
España, y en los vinos que debian exportarse para Oporto. Las negociaciones enta-
bladas sobre estas bases se malograron, los portugueses exigían á su vez la introduc-
cion en España del pescado salado, de Jos frutos coloniales y del tabaco; tam bien pi-
dieron el privilegio de bandera en todos los puertos de España para las exportaciones
del suelo portugués, exigencias que el gabinete de Madrid rechazó por inadmiSIbles.


No era cosa fácil de avenirse con pretensiones tan divergentes, así fué que pasaron
años sin que mediase un arreglo definitivo. El est3.do político de anlbos países tam-
poco favorecia mucho las negociaciones entabbdas, mas en CU3nto mejoró aquel,
nombróse l1UeV3 comision con el objeto de revis:)r el reg13mento de Oporto, toman-
do en cuenta las exigencias del gabinete portugués. Se juntó 3quella en Lisboa en 23
de Mayo de 1840, acordó el nuevo reglamento y quedó este firmado. Se diferenciaba
del primero en dos puntos. Las mercancías que remontaban el rio Duero con destino
á España, pagaban los mismos derechos d' consumo que hubiesen pagado al consu-
mo en Portugal, y se prohibia la exportacion por el Duero de los vinos, aguardien-
tes y licores españoles, hasta que los dos gobiernos se convinieran definitivamente
sobre este punto.


El gabinete de Madrid decl3ró h3113rse pronto á dar su aprobacion, siempre que el
de Lisboa hiciese igual declaracion, m3S este pretendió tener la obligacion de llevar
el reglamento á la sancion de 13s Córtes, opinion combatida por el gobierno español,
fundándose este en que el reglamento siendo una consecuenci3 inmediata y depen-
diente del tratado firmado y ratificado por las dos partes contratantes, la sancion
de las Córtes era en un todo supérflua. Esperó el gobierno de Madrid que á pesar de
este incidente daria el de Lisboa fin á la negociacion, consifjuiendo la sancion de las
Córtes en la legislatura de 1840; mas llevado este asunto á las Córtes, la discusion
no daba un paso, se interrumpi3 sin motivo, volviéndose 6. ella como por incidente.
Fu¿ ya evidente y claro á todas luces que lo que queria era dar largas y llegar al fin
de la legislatura sin que fuese sancionado. Quejóse el gobierno espaí101 de estos proce-
dimientos poco ltales, y las notas que mediaron con este objeto fuéron de dia en dia
agriándose en términos que se pudo temer un rompimiento formal entre ambos
países.




Aquí no será fuera de propósito decir algunas palabras sobre la posicion y las ten-
dencias de los personajes que ejercieron el poder en Portugal desde la época en que
se ratificó el tratado, á lo menos en lo que atañe á este.


Los ministros portugueses desde el mes de Setiembre de 1836 hasta Noviembre
de 1839 fuéron poco favorables al tratado, y es preciso reconocer que para eludir su
ejecucion, usaron de medios que desdicen de la buena fé; no así los ministros que
tomaron el mando en 1839. El obj eto como los principios del tratado tenian sus sim-
patías y merecian su aprobacion, y es más que probable que hubiesen dado cima á
la negociacion y que el tratado hubiese recibido su cabal ejecucion, á no haber es-
tallado dos insurrecciones en el año 1840, acon tecimien tos que reclamando todo el
cuidado del gobierno, no pudieron los ministros ocuparse de otra cosa que no fuese la
pacificacion del reino. Hay tambien que reconocer que el gobierno portugués trope-
zaba con grandes dificultades en el país mismo, siendo la opinion púbhca muy opuesta
á dicho tratado. Los diarios de los diferente~ partidos atacaban el tratado, bajo el
punto de "ista político, aduciendo por razon que se daba un pretexto á España para
intervenir en las cuestiones interiores de Portugal. Los propietarios terreños clama-
bancontra el tratado, fatal decian ellos, á la agricultura nacional; ya veian los trigos
de Castilla inundar el reino, y este arruinado. Los contrabandistas y los que trafica-
ban con estos ponian el grito en el cielo, conociendo que la extraccion legal del trigo
de España daba en tierra con su criminal industria; y por último~ á las quejas de los
propietarios agrícolas, de los contrabandistas y de los traficantes, se juntaba el cla-
moreo de esa turba de gente desasosegada y descontentadiza, tan numerosa en un
país agitado como Portugal por principios políticos mal entendidos, pronta siempre el
fomentar la discordia. En palacio mismo no faltaba quien, usando de su influjo, se
oponia al tratado; de modo que todo se reunia para dad los ministros sérios recelos,
de que el último término de la negociacion pudiera ser una guerra.


El gobierno portugués, lógica y absolutamente hablando, se hallaba en una falsa
posi;::ion; carecia de buenas razones para combatir el tr:::tado , y los medios de dila-
cion de que echaba mano para eludir la ejecucion del tratado, repugnaban á su bue-
na fé, á la par que menoscababan la dignidad de Espaí1a. En todas las cuestiones de
este linaje suelen mezclarse incidentes, que de poca monta en sí, aprovechados con
perfidia y sagacidad por los partidos, irritan los pasiones. Se hizo correr por Madrid
voces que se propalaban como salidas del palacio de Lisboa y de la legacion francesa
en aquella capital, que .cundiendo por España, contribuyeron y no poco á agriar los
ánimos, harto inclinados á la credulidad. .


El gobierno portugués, fiel á su primer pensamiento de llevar el reglamento á las
Córtes para su aprobacion, lo presentó en efecto. Aquellas Córtes contaban una ma-
yoría de setembristas : á pesar de los principios de esta mayoría, y á pesar de la opo-
sicion fundada ó no que encontraba el tratado, la cuestion hizo algunos pasos hácia
una solucion pacífica. El primer argumento que los contrarios al tratado formularon
rué, que hecho y ratificado cuando regia la Carta, no era obligatorio, habiendo fene-




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cido aquella reemplazada con la Constitucion. La mayoría rechazó este sofisma des-
leal y subversivo. Se entró en la discusion del reglamento; la mayoría se pronunció
de un modo absoluto en favor de la discusion por artículos; y desde luego se pudo
vaticinar que el reglamento saldria destrozado y enmendado en un sentido hostil
al tratado. El mini sterio, temiendo este resultado, como lo ha declarado más tarde,
prefirió suspende r la discusion, dejándola para otra legislatura.


En este estado se hallaba la negociacion cuando ocurrieron en España los aconte-
cimientos que vinieron á producir un cambio de regencia. Tomando de nuevo el hilo
de la negociacion, el ministerio-regencia, r'enovó las quejas ya anteriormente pre-
sentadas al gobierno de Lisboa sobre las dilaciones que sufria la aprobacion del re-
glamento, y manifestó sus recelos de que se hiciese interminable la solucion de las
dificultades. En esto llegó á Madrid 13 noticia de haberse de nuevo suspendido la dis-
cusion del reglamento en las Córtes. El gobierno español creyó ver en esta circuns-
tancia una nueva prueba de mala fé, y llevado de esta opinion) dirigió al gabinete de
Lisboa notas en que despuntaba un tono altivo y amenazador.


Había llegado á Madrid el mariscal Saldanha con el carácter de enviado ex-
traordinario encargado de seguir la negociacion, con el Sr. D. J oaquin María Fer-
rer, ministro de Estado, quien puso á la vista del mariscal los documentos de
la negociacion, hízole la historia de los trámites seguidos, de las quejas y recla-
maciones en balde presentadas en repetidas ocasiones al gobierno portugués, y aca-
bó el ministro español, con decir que la regencia provisional estaba firmemente re-
suelta á orillar este asunto aunque fuese enviando cincuenta mil hombres á Portugal
para obtener por la fuerza lo que se negaba á la razon y al derecho; que el señor
don Manuel María de Aguilar, nombrado ministro de S. M. en Lisboa, no iria á su
destino, y que el secretario de legacion, Soler, habia salido para aquella capital con
el objeto de encargarse del archivo de aquella legacion reemplazando al Sr. D. Ma-
nuel Viniegra, que tenia órden de salir de Lisboa, y por último, que si en el plazo
de quince dias, contados desde el dia 2 de Diciembre (la conferencia era del 3), el
gobierno de Madrid no recibia el aviso oficial de que el reglamento de123 de Mayo se
hallaba puesto en ejecucion, el duque de la Victoria marcharia con cincuenta mil
hombres á Portugal para dar cumplimiento al tratado.


El mariscal Saldanha presentó inútilmente cuantas reflexiones le sugirió su celo,
sin alterar en lo más mínimo la resolucion del ministro español imbuido de la opi-
nion de que el gabinete de Lisboa no buscaba más que pretextos para eludir la ejecu-
cion del tratado. Entonces el mariscal, separándose de la discusion del tratado, acu-
dió él recriminaciones apasionadas, acusando á la regencia provisional de buscar una
ocasion de promover en Portugal una revolucion semejante á la que acababa de ve-
rificarse en España. Repelió con altivez el ministro español tan injusta como gra-
tuita interpretacion de la resolucion tomada por la regencia provisional, expuso de
nuevo las razones en favor de la resolucion adoptada, sintiendo que pudiese provo-
~ar un cambio de ministerio en Portugal; hizo conocer al enviado portugués, que si




luchaban los ministros de S. M F. con dificultades grandes, no eran menos las que
tenia que vencer la regencia provisional, puesto que la opinion pública se hallaba
de tal manera pronunciada contra la política portuguesa en la cuestion del tratado,
que no podria la regencia provisional presen tarse á las Córtes sin haber orillado esa
negociacion, so pena de encontrar en ellas un voto de censura, Recordr) D. Joaquin
María FerrE'r al mariscal que los ministros de Estado, conde de Oralia y Perez de Cas-
tro sus antecesores habian mirado la cuestion bajo el mismo punto de vista que la
regencia; que ambos tenian resuelto el acudir J las armas para que se diese por par-
te de Portug:.ll cumplimiento 3.1 tratado, resolacion que no se llevó ú cabo, y fu~
aplazada en atencion á la gueml ciYil. El mini3tro espa~ol yino ú pasar ú esta conclu-
sion, que el gabinete de Lisboa podia evitar todos los males que amagaban, dando
cumplimiento al reglamento sin presentar este ú la sLlncion de las Córtes. paso inú-
til en la opinion de la regencia ~ la que no cediéndole al ministerio portugu~s en
respeto á la Constitucion y prerogcHi\'as de las Córtes, no l,resentcHia ú la sancion cié
estas el mencionado reglamento, mir:lndolo como una consecuencia directa de un
tratado firmado, aprobado y ratificado hacia cinco aiíos,


El resultado de la conferencia del 3 de Diciembre fLl~ qLle el mariscal¡,idió sus pa-
saportes, extremo que combati:'¡ el mil1i:itro eS¡,J:101, asegurando al portu~u~s, que
ninguna persona podia ser m.ís gr,lta ú la regencia l:ae la suya, y ninguna m;Ís ade-
cuada para dar á la ne,.;ociacion una salidel plcíilCel. Sosega\.lo con esta amistosa ma-
nifestacion el Sr, D. J oaquin .\LH;a Fen'cr, el mariscal desistió de S~l ')'o!J1')sito, \' i. •
manifestó el deseo "le conferenciar sobre este asunto con el duque de la Victoria :'[
quien habia merecido la acogiLla mis honrosa. Al momento le fué otorgada la pedida
conferencia en la cual el Duque exphyó al mariscal sus simpatías hicia la nacion
portuguesa cuya felicidad anhela 1)a ta:1to cono la de? ESl,~l:la, iD.!:; le hizo presente
que debia hacerse cargo de las exigencias de L1 o¡,ii1~ol1 púhlica, y de las provincias
m:1s interesadas en el cLlmrlimiento del trat'lQo, llegando en estas el desconten to él1
punto de temerse gravÍsimos Jisturb:os en las Clstilhs. Esforzó el Duque las razones
para convencer al enviaJo ;)ortugu¿s lle bs a:l1Ístosas llisposiciones de la regencia en
favor d: Portug::d) pronto por su partc:', dar d::: ellas CLunta:i prueha:i fuesen compa-
tibles con el honor del gOJierno y la di,:-\"niJad de Espaiía,


Enterado el gabinete de Lisboa por su el1\'iado del rumbo que llevaba la negocia-
cion, creyó hallarse en el caso de acudir al ministro de 1 nglaterra en aquella capital,
Lord Howard, pidiendo en nombre de la reina, la intervencion de la Gran Breu1l1a,
con el fin de evitar los tristes resultados que' pudiera tener ~ara Porl ugal una resolu-
cion ab irato de la regencia de Espai'1é1, En la nota que pasó el ministro de Estado
de S. M. hacíase la historia del tratado desde :.;u orígen, y para cohonestar la resol u-
cion de presentar el reglamento el la sancion.de las C(')[-tes, im'ocaba esc,-úpLllos cons-
titucionales, en atencion ú que el reglamento encerra!'a cLlusulas de impuestos que
por su naturaleza estauan sUjetos el la ap¡'obacion de las Córtes ~ daba seguridades
que la interrumpida discusi011 "oh'eria el ahrirse en cuanto se reuniesen las Córtc:.;





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convocadas para el dia 2 de Enero, y que el regla mento quedaria aprobado y cumpli··
mentado en todo el mes de Febrero, y por último pedia en nombre de los tratados
existentes entre las dos coronas de Portugal y de Inglaterra, la intervencion de esta
en el caso que la regencia de España llevase á efecto su anunciada invasion.


El gobierno de Lisboa dando al de Lóndres la seguridad que el reglamento queda.
ria aprobado y cumplimentado en el mes de Febrero, la mediacion del Gabinete in-
glés quedaba limitada á conseguir que la regencia de España diese pausa á los prepa-
rativos de guerra que estaba haciendo, .


Tal era el estado de las cosas á principios de Diciembre, cuando el dia 9 de dicho
mes D, .\Ianuel Viniegra encargado de negocios de S. M., presentó al Gabinete de
Lisboa el ultimatum de la regencia, En este documento se reproducian todas las
quejas anteriores y s .'ntaba por conclusion un plazo de veinticinco dias contados
desde la fecha de la nota, dentro del cual debia el gobierno portugués dar por aproba-
do y sancionado pura y lisamente el reglamento del23 de Mayo de 1840, y de no ha-
cerlo así, declaraba la regencia que daria por nulas cuantas concesiones se habian he-
cho desde el 14 de Abril de dBG, y se atendri'1 al reglamento firmado en Oporto.
Adem;ls declaraba la regencia que en esos veinticinco dias no daria oídos directa ni
indirectamente ;1 proposicion alguna que no fuese la adopcion del reglamento
del 23 de .\1.1)'0 sin la menor alteracion, y que cumplido el plazo otorgado, la regen-
.:ia se consideraria con plena libertad de usar de cuantos medios reclamara su digni-
dLld para conseguir la justicÍa que en vano reclamaba del gob iemo portugués, y por
último decia la regencia que si la terquedad de este le ponia en el caso de acudir á
las armas, las tropas que entrarían en Portugal vivirían á costa del país invadido y no
saldrian hasta que Portugal hubiese pagado todos los gastos de la guerra; y como la
regencia echando mano de este medio extremo no tenia más objeto que el de hacer
cumplimentar un tratado solemne, declaraba que no pensaba apoderarse de parte al·
gL1l1a del territorio portUgLl~S ni entrometerse directa ni indirectamente en los asun-
tos interiores de aquel reino, ni tratar de ningun otro as un to que estuviese pendien-
te entre ambas coronas. Tras de estas declaraciones algo duras y usando de expresio-
nes poco medidas, hablaba la regencia de sus simpatías hcí.cia la nacion portuguesa.
y de sus deseos que la cuestion que se discutia tuviese una solucion amistosa y pací-
fica, manifestando la esperanza que ante el interés de le: paz que tanto necesitaban los
dos reinos, el Gahinete portugués renunciaria á pretensiones sin fundamento que
ponian en peligro las bLlenas relaciones entre ambos países que nunca debieran cesar
de existir.


A este ultim,atum opuso el gabinete de Lisboa un memorandum, más bien dirigido
al gobierno de Lóndres que al de Madrid, y cuyo ohjeto era sincerarse de los aplaza-
mientos forzosos que habia sufrido el cumplimiento del regbmento. Decia el memo-
randum que el reglamento consentido por los comisarios portugueses era sobrada-
mente perjudicial á los intereses nacionales para que fuese admitido, pues era muy
tiuro el exigir que Portugal habilitase uno de sus puertos para que los españoles die-




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sen salida á sus vinos destinados á concurrir con los vinos de Portugal en los mer-
cados extranjeros, concesion que hubiese provocado un levantamiento en las provin-
cias por donde atraviesa el Duero. Volvia al tema de la necesidad de llevar el regla-
mento á la sancion de las Córtes, en razon de haberse firmado el tratado en 1835,
época en que regia la Carta, y que el reglamento era de 1840, época en que imperaba
la Constitucion, cuyo texto hacia una obligacion á los ministros de pedir la sancion
de las Córtes, ya que el reglamento encerraba cláusulas fiscales en materia de contri-
buciones, para cuyo cobro debia respetar las atribuciones y prerogativas de las Cór-
tes. Con estas y otras razones especiosas se defendia el Gabinete portugués del cargo
de mala fé que le dirigia la regencia de España.


_ Hecha la defensa propia, pasaba el ministro portugués al capítulo de recriminacio-
nes, quejándose amargamente del lenguaje usado por el ministro español en la nota
que contestaba, en que se notaban expresiones que zaherian la dignidad nacional.
Se adelantaba el ministro portugués á decir, que anunciando la regencia que las
tropas que entrarian en Portugal, no saldrian hasta que los gastos de la invasion fue-
ran pagados, daba á conocer sus miras ambiciosas de cónquista, y si bien el ultima-
tum español decía lo contrario, no pasaba esa declaracion de un lazo y de un engaño
para adormecer y tranquilizar al gobierno inglés, de quien Portugal impetraha pro-
teccion en nom hre de la reina.


El Gabinete de Lóndres, perfectamente enterado por sus representantes en Lisboa
y en Madcid de los pormenores y de la verdad de los hechos, viendo el rumbo que
tomaba la negociacion á fines de Noviembre, habia notificado al ministerio portu-
gués que el mejor medio de zanjar las dificultades de esa negociacion, era el de obrar
de buena fé, yen 17 de Diciembre manifestó que la Inglaterra no se consiJeraba em-
peñada á sostener el Portugal á todo trance, ya tuviese razon ó no en las relaciones
internacionales, y que en la cuestion trabada con España, el gobierno portugués ca-
recia de razon, siendo evidente á todas luces que tenia estrecha obligacion de cum-
plimentar un tratado solemnemente ratificado hacia cinco años.


Obrando con tacto y tomando en cuenta las últimas razones presentadas por el
ministro portugués, lord Palmerston, encargó al ministro de su Majestad britál1lca
en Madrid hiciese presente al duque de la Victoria los vínculos que Ul1lan Inglaterra
y Portugal; que los ministros de esta última potencia no aduciendo ya más razones
para sincerarse que escrúpulos constitucionales, pedíase en favor del Gabinete portu-
gués un plazo suficiente á zanjar la dificultad constitucionalmente: por su parte el
gobierno inglés tomaba el empeño de usú de todo su influjo en Lisboa para que se
hiciese justicia al gohierno español.


Llegada á tan favorable extremo, parecia que la negociacion iba á orillarse pacífi-
camente; mas mientras se cruzaban estas notas, el Gabinete de Lisboa, irritado con
elultimatum de España, se preparaba á repeler la fuerza con la fuerza. Del 13 al 20 de
Diciemhre, hizo aprestos de guerra: con un decreto quedaron suspensas las garan-
tías constitucionales; otro decreto mandaba el alistamiento de todos los empleados;




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un tercer decreto prescribia una quinta en aumento del ejército, y por último, se
amnistiaban todos los desertores que se presentaran. Todo anunciaba que se prepa-
raba una tenaz resistencia, esforzándose el gobierno en hacerla popular y nacional.
Se anunció que el rey tomaria el mando en jefe del ejército formado en tres divisio-
nes á las órdenes de los mariscales Saldan ha y duq ue de Fesceira, y del teniente ge-
neral Baron das Antas.


No quedaba rezagada España en sus disposiciones militares; marchaban tropas
hácia la raya de Portugal, la artillería se dirigia á los puntos marcados para la entra
da en el reino vecino, y tal era el acalorami'ento de los ánimos en Madrid y en Lis-
boa, que un rompimiento parecia inevitable. Por fortuna la cordura y los verdaderos
intereses de los dos países pudieron mús que la exaltacion belicosa del amor propio
individual, habiendo el Gabinete de Lisboa tomado el compromiso de hacer sancio-
nar el reglamento antes que acabase Febrero, de manera que el tratado estuviese en
plena y cabal ejecucion en ese tiempo, compromiso del que salia garante el Gabi-
nete inglés. Este pudo obrar' con eficacia en Madrid y conseguir el aplazamiento pe-
dido por Portugal; la mediacion de la Inglaterra fué pues aceptada por los dos Gabi-
netes de Madrid y de Lisboa.


Con estos antecedentes el Gabinete portugués facultó al mariscal Saldanha para
que declarase ú la regencia que aceptaba la mediacion de la Inglaterra, haria en y las
Córtes cuestion de Gabinete la aprobacion del reglamento, contando con esto, espe-
rando que esta manifestacion seria el primer paso dado hácia el restablecimiento
de la buena armonía entre los dos países y de la cual pendia la prosperidad mútua.
Acogió la regencia con verdadera alegría las seguridades del gobierno portugués, y
les dió por su parte muy cumplidas de sus deseos y buena querencia de llegar á ese
feliz y pacífiCO resultado.


Pidió el Gabinete portugués que la regencia retirase su ultimatum cuyas expresio-
nes duras habian lastimado hondamente la dignidad portuguesa. Se negó á ello la
regencia, y se limitó á facultar al mariscal Saldanha á que le dirigiese una nota que
daria lugar á explicaciones satisfactorias relativas á las palabras indicadas: estas eran
las de falsedad y de luclza sin gloria. Así se hizo: la regencia dió expli~aciones que
fLléron admitidas por el enviado portugués.


Estos preliminares pacíficos fu~ron sancionados por la aprobacion del rcglame-nto
en las Córtes. D. Manuel María de Aguilar recibió órden de estar en disposicion de
marchar á su destino en cuanto la Corona hubiese sancionado el voto de las Córtes.
Pidió el gobierno portugués que se internasen refLlgiados súbditos suyos que se ha-
llaban en la frontera; la regencia se mostró dispue~ta á dar esa satisfaccion, y en
cuanto á el ultimatum declaró que quedando orillada la negociacion, se debia mirar
aquel documento como ~i no hubiera jamás existido,


A fines de Enero el reglamento aprobado por las Córtes y sancionado por la Corona
quedó cumplimentado, y el tratado de la navegacion del Duero que pocos días antes
amagaba una guerra entre las dos naciones peninsulares,) tuvo su cabal existencia.




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Tan feliz desenlace de una larga y desagradable negociacion ofreció al general Es-
partero ocas ion de manifestar una juiciosa moderacion sin menoscabo de la dignidad
nacional: la sed de gloria militar no impulsó al general afortunado y victorioso á bus-
car en otra guerra extranjera nuevos laureles y más prestigio. Desoyendo las exci-
taciones de una ambician perjudicial, siempre se manifestó en los consejos de la re-
gencia inclinado á los medios pacíficos, y su pensamiento prevaleció. Orillada que
fué la negociacion, el duque de la Victoria escribió á la reina D.a María de la Gloria
ofreciéndole su espada y la cooperacion de España, en el caso que el pretendiente
O. Miguel tratase de alterar la tranquilidad del reino: contestó la reina con las ex-
presiones más atentas, asegurando al general que nunca olvidaria la espontaneidad
de sus ofrecimientos, que aceptaba con gratitud.


A los tres años de haberse dado esas ~eguridades, llegó el general Espartero á Lis-
boa, á horda del navío inglés El Malabar, y o.a María tenia tan olvidados los ofreci-
mientos aceptados con 'gratitud, que no se permitió al general proscrito poner el pié
en tierra portuguesa. La gratitud de los reyes es siempre la misma en todos tiem-
pos y en cualquiera circunstancia.


Con el mayor órden se habian hecho las elecciones; habian gozado los electores
de una completa libertad, y el gobierno habia prodigado cuantas garantías exigia la
sinceridad de las elecciones; y si alguna reconvencion pudo merecer la regencia fué
de haberse abstenido sobradamente de toda intervencion, dejando á los electores sin
direccion alguna en circunstancias en que el acierto interesaba tanto al porvenir de la
nacion. Y cuenta que no se trata de esa intervencion inmoral, de corrupcion ó de in-
timidacion de que echan mano los gobiernos opresores y corrompidos; sí, de ese in-
flujo moral, público, patriótico, que consiste en ilustrar las cuestiones en que van en-
vueltos los verdaderos intereses del país, las necesidades más apremiantes de los pue-
bias, y las cuestiones principales que los representantes de la nacion tienen que re-
solver. El gobierno más que nadie tiene un deber de promover el exámen de esas
cuestiones para que los electores sepan adecuadamente la importancia de la mision
que van el desempeñar los elegidos, y en el presente caso, dos cllestiones muy graves
tenia n que resolver las Córtes , la de regencia y la de tutela, cuya solucion dcbia te-
ner un influjo vital en el porvenir de la nacion.


A pesar de la excesiva reserva de la regencia, á pesar de las garantías de órden y
de prote~cion que otorgaba á todos los partidos, el bando reaccionario se abstuvo en
masa de votar y no acudió á las elecciones; de lo cual resultó un mal que no previó
la oposicion retrógrada, y que llegó á ser fatal á la mayoría progresista. La falta de
adversarios políticos en el Congreso (pues no habia más representante de un partido
que el Sr. Pacheco) fué la causa primordial de las hondas disensiones que estallaron
en el Congreso, compuesto exclusivamente de progresistas, no teniendo adversarios
naturales que combatir por aquel instinto de controversia inherente á toda reunion
de hombres. Se formó en el Congreso ~e 1841 una oposicion de los más ardientes
¡;;ontra los más tibios de un mismo principio político: desarrollóse el gérmen á me-




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dida que se fuéron acalorando los ánimos, y mediando acontecimientos que dieron
pábulo á las pasiones, fuese poco á poco encrespándose el encono entre los progre-
sistas' hasta llegar al fatal rompimiento de r849, que abrió la sima donde se hundió
todo el partido progresista.


Lo contrario sucedió en el Senado, y por la razon opuesta,· el general Espartero
como encargado de formar el ministerio y en seguida la regencia provisional, repe-
lió el proyecto de una disolucion total del Senado, como lo exigian algunos. Las
elecciones dieron la mayoría en el Senado á los progresistas, mas dejaron ,en su
seno una minoría bastante numerosa, para que dividiéndose la mayoría, hubiese
la minoría sido dueÍ1a de las votaciones, agregándose á una ú otra fraccion de la ma-
yoría: esta circunstancia mantuvo la union en el Senado, cuya mayoría no se pudo
ni alterar ni atraer la coalicion.


Las Córtes se reunieron en 19 de Marzo de 1841, aniversario de la promulgacion
en Cádiz de la Constitucion de [812. La regencia provisional habia infringido un ar-
tículo constitucional: era obligacion suya convocar las Córtes en el plazo legal de
tres meses contados desde lafecha del decreto que disolvia las anteriores; el decreto
era del 11 de Octubre; debieron, pues, las Córtes estar convocadas para igual dia de
Enero. Alargando el plazo de dos meses, dió la regencia provisional un ejemplo per-
judicial. Un poder provisional más que ningun otro, debe observar estrechamente la
letra de la ley y de la Constitucion, pues todo lo que lleva visos de querer mante-
nerse en el ejercicio del poder más allá del plazo legal, da lugar á que se supongan
miras ambiciosas, que seguramente no existian en el caso presente. La renovacion
de las diputaciones provinciales cLlya existencia era ilegal por.haber el gobierno an-
terior falseado las elecciones de estas, exigia ese retraso de dos meses en la convo-
cacion de las Córtes, siendo las diputaciones provinciales la base de la eleccion de
diputados á Córtes, y los encargados de resolver hasta cuestiones relativas á eleccio-
nes. Muy racional parecia ese óbice. ¿Era posible ó no hacer esa renovacion en el
plazo legal de la Constitucion? Es lo que quedó en duda para algunos; de lo que sí
estamos seguros es, que cuando la regencia provisional tomó sobre sí la responsabi-
lidad de infringir un artículo constitucional, fué por creer de un modo absoluto que
era cosa inevitable.


No se presentaba la regencia provisional intacta á las Córtes: un acto administra-
tivo de muy poca importancia provocó en Febrero la renuncia del ministro de Ha-
CIenda, D. Agustin Fernandez de Gamboa. Ocurrió la duda si la regencia provisional
formando un todo compacto, podia aceptar la renuncia de uno de sus indivíduos, la
ley de las mayorías prevaleció, la renuncia fué admitida y el ministro de Estado se
encargó de la secretaría de Hacienda.


Congregadas las Córtes, la regencia provisional pidió que el decreto de amnistía
de 30 de Noviembre en favor de los carlistas, y otro relativo á los delitos políticos en
las colonias fuesen convertidos en ley. Pidió igual aprobacion por la suspension de
la ley de a yun tamien tos sancionada por D. a María Cristina, pidió su voto de ab·




soIucion por haber prorogado dos meses la convocacion de las Córtes, y dió cuen ta
á las Córtes del convenio ajustado con los diputados de Navarra relativos á los fueros
de aquella provincia, en uso de la autorizacion que daba la ley de 25 de Octubre
de 1839, puso sobre la mesa del Congreso el acta de renuncia de la gobernadora del
reino, el manifiesto de Marsella de 8 de Noviembre y la contestacion de la regencia
y asimismo del infante D. Francisco, para que l(fuera entregada la tutela de sus au-
gustas sobrinas, y la contestacion de la regencia.


Cinco meses de existencia llevaba la regencia provisional, las elecciones se habian
verificado, estaban reunidas las Córtes, y todavía nadie sabia cuál era el pensamien_
to del gobierno en cuanto á la regencia definitiva, cuestion grave en la cual parecia
natural que la regencia provisional tuviese una opinion determinada, cuestion que
fomentaba la desercion en el partido progresista dividido en hando de unitarios y tri-
nitarios, di\'fergencia funesta en todos sentidos á la resolucion de las Córtes. Carecía
de aquella solemne circunstancia de la unanimidad, primero y único prestigio que
necesitaba un poder temporario nacido de sucesos graves para tener toda la fuerza
moral que le era indispensable, si habia de hacer frente á las 'eventualidades de un
porvenir encapotado y preñado de tempestades.


La prensa tomó la iniciativa de des pejar la incógnita, y no sabiendo nadie á qué
atenerse respecto á la opinion de la regencia provisional y sohre todo á la del gene-
ral Espartero, allá se lanzaron los diarios á interpretarla cada uno á su modo, mez-
clando como acontece en semejantes casos la verdad y el error, las suposiciones más
gratuitas con algunas realidades. El silencio porfiado de la regencia irritaba más y
más la curiosidad y la ansiedad pública, hasta que El Eco del Comercio, queriendo
poner al general Esparrero en la necesidad de explicarse, publicó en 2() de Marzo un
artículo en el cual atribuia á este la resolucion de no permitir una regencia trina,
queriendo ser único regente. El tiro no dió en falso y el general sobradamente pro-
penso á dar cuenta de sus actos y de sus opiniones al público, se le puso con razon
ó sin ella en la precision de explicarse de un modo claro y terminante, poniendo así
un término á las divergencias de la prensa y á las habladurías del público.


La franca manifestacion del Duque fué recibida con mucha aceptacion por El Eco
del Comercio á quien iba dirigida; ensalzó su sinceridad y oportunidad, poniendo así
un término á la ansiedad del público: amigos torpes ó enemigos aviesos alimentaban
la opinion que el Duque acabaria con las Córtes caso que estas no lo eligieran regen-
te único. No faltaron gentes que censurasen esa declaracion, achacándola á miras de
intimidacion. En nuestra opinion, sin negar al general Espartero el derecho que le
asistia de aceptar la regencia única, ó de no admitirla con co-regentes, creemos que
esa declaracion fué un paso imprudente, siendo un lazo de la provocacion; y como
en nuestra opinion de entonces que en nada se ha alterado despues, hubiéramos
deseado para gloria y ventura del noble pacificador de España, que no hubiese acep-
tado la regencia, ni única, ni trina, sentimos que hiciera esa declaracion. El resul-
tado vino á poner de manifiesto que tan léjos de adquirir la regencia de uno una




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mayoría imponente, quedó esta en minoría en cuanto á el partido progresista.


Empero digamos <;lesde luego que provocado á explicarse y cediendo á la provoca-
cion, no pudo el general Espartero usar lenguaje más digno de un leal español, to·
mando el empeño solemne de acatar y hacer acatar lo que determinaran las Córtes.
Para los que tenemos la honra de conocer á fondo la acrisolada honradez del du-
que de la Victoria, sabc:mos cuán sincera era esa su declaracion, mas no es menos
cierto que dió lugar á sensibles interpretaciones, y era de sentir que su ensalzamien-
to al poder supremo fuese la señal de una primera y honda division en el partido
progresista, que con razon ó sin ella la regef.lcia trina tenia en su favor el voto delos
hombres encanecidos en las luchas de la libertad. Sea recuerdo de las cosas pasadas,
sea prevision del porvenir, es cierto que todos los más experimentados adalides de la
libertad, estaban por la regencia trina y entre los demás progresistas los habia de una
y otra opinion.


Abrióse la discusion sobre la regencia en 28 de Abril de 1841, Y se tropezó desde
luego con dudas en el modo de votar, sea con respecto al número de regentes, sea
con respecto á las personas elegidas: fué preciso nombrar una comision mixta de am-
bos cuerpos colegisladores, la cual se convino en que esa cuestion preliminar se so-
meteria á la resolucion de la reunion general del Senado y del Congreso; se trataba
de saber si el voto seria público ó por excrutinio secreto.


Larga y apasionada fué la discusion en el Congreso; ya los servicios eminentes del
general Espartero habian perdido algo de su inmarcesible mérito, tal es la ingratitud
de los partidos, y la veleidad de la opinion de los hombres. Tomaron la palabra un
sin número de diputados: hubo discursos en que se faltó hasta á las reglas de más es-
trecha urbanidad. Se llegó hasta discutir las personas en los términos menos parla-
mentarios, sobresaliendo en ese sentido el Sr. Gonzalez Brabo, llamado más tarde á
tan triste celebridad.


En el Senado fuéron los discursos más comedidos, aunque tal vez los hubo más
imprudentes en un sentido opuesto á los del Congreso, y muy propios á quitar á la
regencia única toda probabilidad de buen éxito. Callada se estuvo la regencia provi-
sional por muchos dias, hasta que al fin el Sr. D. Alvaro Gomez Becerra, ministro de
Gracia y Justicia, vino á declarar que optaba por la regencia de uno.


En 8 de Mayo se reunieron los dos cuerpos colegisladores; la cuestion prévia del
voto público ó secreto sobre el número de los regentes, fué resuelta en el sentido de
la publicidad por 254 votos contra 36.


Se procedió á la votacion: la regencia de uno obtuvo 153 votos contra 136 que ob-
tuvo la trina, hubo un voto para la de cinco, mayoría en favor de la primera 17.


Se procedió al excrutinio secreto sobre la persona que debia ser regente, y resul-
tó lo siguiente:


El general Espartero. 179
D. Agustin Argüelles. . 103
Doña María Cristina. 5




- 256-
El conde de Almodovar.. . .
El brigadier García Vicente.
U na cédula blanca. .....


Fué proclamado el general Espartero regente del reino, y ello de Mayo prestó
juramento ante los dos cuerpos colegisladores reunidos.


Se vé que la carta del general Linaje ninguna intimidacion habia producido, que
el principio de la regencia de uno solo habia obtenido una mayoría de 17 votos, Y es
de recordar que habia veinte y dos senadores que pertenecian al bando reacéionario
que votaron por la regencia de uno. Así se pudo decir con razon que esta habia sido
rechazada virtualmente por el partido progresista. Qué motivos tuvieron los reaccio-
narios para votar la regencia del general Espartero objeto de un odio implacable, lo
ignoramos. Ya fuese entre los dos males por el menor, ya fuese que los contra-revo-
lucionarios creyeron que la regencia seria un triunfo más señalado de la democracia,
ya sea que pr~vieron que seria más difícil el volcar la regencia trina que la regen-
cia de uno, ó que calculasen que seria más fácil calumniar y desacreditar al generaL
encargado únicamente del poder supremo que si lo partiese con otros Jos regentes
y con ellos la responsabilidad de sus actos, lo cierto es que votaron en SLl favor.


Mas lo que hay que decir es que jamás discusion de cuestion de interés tan vitaL
gozó en ningun tiempo y en ningun país de una latitud de libertad más ámplia, y
como ya hemos dicho no anduvieron los adversarios del general Espartero escasos
de recriminaciones, de reticencias, de sospechas injuriosas, y si bien todos reconocian
que la presencia del general pacificador era indispensable en la regencia, no disimu-
laban muchos la poca :confianza que les inspiraba el ejercicio del poder supremo en
sus manos y allí fué recordar la historia de los dictadores y de los tiranos, saliendo ú
luz los nombres de Cromwcll y de Bonaparte con todo el énfasis de la más pueril de-
clamacion. Aunq ue sea doloroso confesarlo, es preciso conocer que la regencia del ge .
neral Espartero salió de la discLlsion y del voto de !J.s Córtes herida de muerte por la
falta de union en el partido progresista. Sumo tino hubiese manifestado el duque de
la Victoria no admitiendo un cargo que por tales trámites llegaba ú sus :nanos.


En cuanto el regente hubo jurado ante las Córtes, sus colegas ministros hicieron
renuncia de sus destinos, dirigiéndole la carta colectiva siguiente:


«V. A. sabe la lealtad con que le hemos ayudado á gobernar la nacion durante el
"azaroso período que ha trascurrido desde que' la reina madre renunció la regencia
>len Valencia hasta que V. A. la ha adquil:ido por el \'oto de los representantes de los
"pueblos, y con la misma lealtad creemos de nuestro deber manifestarle la COl1\'e-
"niencia de que el ministerio que se organice sea enteramente nuevo, cualidad que
"consideramos indispensable para que pueda hacer la felicidad del país en la época
>lque ahora principia.


"En las circunstancias que han precedido hemos contraido compromisos y se han
»suscitado animosidades que podian acaso oponer un obstáculo á la marcha franca y




25 7
»severamente imparcial, si hien siempre conforme al principio á que dehe su orígen
"que en nuestro concepto dehe adoptarse por el nuevo ministerio, y como al bien del
"país debe todo sacrificarse, creemos que V. A. está en el caso de alejar esta dificul-
"tad que su gobierno sea tan fuerte como lo exige el estado de la nacion.


"Agregase á esto que todos d~seamos volver á la vida privada por descansar de
"las penosas tareas que V. A sabe nos ha ocasionado nuestra administracion, en el
,,~~-_stimoso estado en que encontramos las cosas públicas.


»Ojála el cielo haga tan dichoso á V. A. y al país como lo deseamos.
»Madrid y Mayo 14 de 1841.-Fernando Manuel Cortina.-Joaquin María de Fer-


ll:oer.-Joaquin de Frias.-Alvaro Gomez.-Pedro Chacon.»
Así acahó la regencia provisional; recapitulemos su existencia. Tomó la direccion


suprema del país en circunstancias bien difíciles y azarosas; mas no fue censurable para
un gobierno revolucionario. La nacion estaba entregada á sí misma desde Setiembre,
y si este estado anormal habia desquiciado el poder central, tamhien habia servido
para que las ¡untas hicieran reformas que nunca emprende un gobierno regular. La
fuerza colosal de qLle disponia la regencia provisional, le permitia emprenderlo todo,
y debia atreverse: ú tanto para hacer imposible una reaccion contrarevolucionaria. Las
complicaciones y dificultades del momento eran sobre todo administrativas, y si bien
conocemos su importancia, las creimos de solucion posible: lo que se presentaba
árduo y rodeado de peligros era el porvenir, teniendo que habérselas con un partido
\"encido mas no destruido y que habia de conspirar eternamente. Contra esos peli-
gros, faltó á la regencia prevision y energía. Los primeros momentos de una revo-
lucion son los más adecuados para manifestar su decision, y los primeros actos de la
regencia provisional fuéron todos p,lra alentar el espíritu reaccionario viendo los que
debian fomentarlo que la regencia carecia de ese instinto revolucionario que es el
génio de las grandes cosas. Muy luego se volvió á emprender de nuevo la obra de
destruccion que tres años más tarde se ha realizado. La regencia provisional ha
sido para la revolucion de 1840, lo que fué la junta de gobierno para la de 1820.
Detuvo su curso natural, la descarriló, la redujo á la impotencia, la impotencia
alentó á los enemigos, y proJujo en ambas épocas la desunion de los liberales, y h1
Jesunion de estos fué la causa de la caida del sistema constitucional en 1823, y la
del partido progresista en 1843. Con un in térvalo de vein te años las Córtes y los mi-
nistros de las dos épocas no supieron responder á la mision salvadora que les era
confiada; las mismas incomprensibles faltas, la misma lenidad dieron en 1820 y 1840
pábulo á 13s conspiraciones absolutistas de dentro y de afuera. En la primera época
fué Fernando VII el centro de la contra-revolucion apoyada por el gobierno francés;
en 1843 hubo otro jefe de la contra-revolucion Igualmente fomentada por el gobier-
no de Francia; los mismos errores, y los mismos resultados.


Mas si nos creemos .con derecho para dirigir á la regencia provisional estas obser-
yaciones, hijas de nuestro afan patriótico por el triunfo de la libertad, bajo el punto
de yista de un gobierno revolucionario, nos apresuramos en reconocer que los hombres


17




- 258-
que compusieron la regencia provisional, dieron durante el período de su admini~­
tracion pruebas manifiestas de una honradez sin par, de un deseo incesante del bien
público y de una moderacion que no han tenido imitadores, y que quedará como
honra eterna de los que tanta generosidad tuvieron, generosidad que hubiera debido
ser de mejores resultados, si el partido que protegia hubiese sido capaz de gratitud,
mas reconocemos tambien que recon vencion es esa que por desgracia se puede hacer
en general á todos los partidos; sino Jígalo la historia de todas las disensiones civiles,
achaque del corazon humano que conduce á esta desesperada conclusion, que si de-
bemos siempre ser justos y tolerantes con nuestros adversarios políticos mientras
la lucha se halla empeÍ1ada, la generosidad es á veces un peligro, y siempre un
error.




CAPÍTULO XI.


MINISTERIO DE LA REGENCIA.-SUS ACTOS.


Acabamos de ver que el principio de la regencia de un solo indivíduo habia sido
virtualmente rechazado por la mayoría progresista, y que sólo debió su triunfo á los
22 votos de la minoría retrógrada, no alcanzando aún así más que una ventaja de 17
votos. Admitido el principio, el general Espartero obtuvo una mayoría verdadera
aunque corta en el partido progresista, mas una minoría imponente protestó todavía
con sus votos contra la persona elegida.


En esta sensible disposicion de los ánimos, el regente llevado de un pensamiento
atinado á la par que prudente de concordia y de civilizacion, si bien llamó en prime-
ra línea para form3r el ministerio á los prohombres parlamentarios que más habían
contribuido á su ensalzamiento á la regencia, quiso dar cumplida satisfaccion á la
fraccion progresista que habia querido una regencia de tres, formando el ministerio
de las notabilidades de las dos fracciones en que se habia dividido el partido progre-
sista en la cuestion de regencia, y amalgamarse así las dos opiniones.


Tan feliz inspiracion fracasó, sea por la torpeza y mala maña de la persona que
m<'ís principalmente tuvo encargo de formar el gabinete, ya sea por efecto de suscep-
tibilidades, pero en armonía con la magnitud del objeto que se queria alcanzar, ya
sea por otras causas incidentales de escaso interés histórico, lo que es cierto es que el
generoso pensamiento del regente no halló eco, y que las personas más notables de
las Córtes, los Sres. Olózaga, Cortina, Sancho y Gonzalez llamadas ó consultadas no
pudieron convenirse para reunir los hombres mis eminentes del parlamento yofre-
cer así á la nacíon un tipo de concordia en la uníon de hombres eminentes, poco há
divididos en la cuestion de regencia. No necesitaba menos el regente en la árdua mi-
sion que las Córtes acababan de confiarle. Esta garantia fecunda de un porvenir ven-
turoso faltó á la nueva regencia, sin que una sola dificultad de las que se presentaron




- zGo-
en la negociacion que duró doce dias, pueda racional y justamente achacarse al ge-
neral Espartero. Mas aunque sea doloroso el decirlo, hay que reconocer que el pri-
mer acto de la regencia, la formacion del ministerio, léjos de ser una ocasion de aunar
las filas del partido progresista, en un pacto de alianza sincera y patriótica entre los
principales jefes del parlamento, alianza imperiosamente indicada por las circuns-
tancias, fué orígen de disgustos, causa de disension y de desvío entre ellos, tris-
te y aciago principio que llevaba en sí el gérmen de futuras y más aciagas disen-
SIOnes.


A la vuelta de doce dias de inútiles gestiones entre el regente y las personas ya
nombradas, entre estas y el Sr. D. Antonio Gonzalez á quien cupo más directamente
la mision de formar el ministerio, al fin salió el decreto que anunció á Espaúa que
existia un Gabinete; lo formaron, D. Antonio Gonzalez 'presidente y ministro de
Estado, el general D. Facundo Infante en Gobernacion, D. José Alonso en Gracia y
Justicia, el general D. Evaristo San '\-1iguel en Guerra, el general D. Andrés García
Camba en Marina interinamente, y luego en propiedad D. Pedro Surra y Rull en
Hacienda.


Si era de sentir que no formasen parte del ministerio los oradores más brillantes
de las Córtes, el nuevo gabinete ofrecia las más sólidas garantías; eran todos hom-
bres bien conocidos en las luchas de la libertad, partidarios sinceros de la Constitu-
cion á cuya formacion habian contribuido, sostenedores de la re\iolucion de 1840 en
la que estaban altamente comprometidos, y que gozaban del justo aprecio de sus
conciudadanos así por su probidad como por la moderacion de sus principios en el
buen sentido de la palabra. El ministerio Gonzalez me recia encontrar en las Córtes
sincero apoyo y eficaz cooperacion, salvo á juzg~r por sus actos, si bastaba á la gra-
vedad de las circunstancias. Por desgracia no fué así; fué acogido en el Congreso con
una frialdad notable que luego degeneró en violenta hostilidad.


Un discurso que pronunció el presidente del Consejo en la sesion del 22 de
Mayo fué el programa de la nueva administracion; dió las seguridades más leales de
marchar por la senda del progreso y de las reformas; mas llevado ull vez del deseo
de captarse una benevolencia que conocia faltarle en el Congreso, tuvo el Sr. D. An-
tonio Gonzalez la imprudencia de tomar el inconstitucional compromiso de no disol-
ver aquellas Córtes. lnútil halago; esa renuncia á una de las más importantes prero-
gativas de la Corona no sirvió más que para desprenderse de una arma poderosa en
el caso de un conflicto ya muy fúcil de prever. Así sucedió, que cuando á la vuelta de
un aúo la oposicion tuvo la mayoría por erecto de una fatal coalicion, dió al minis-
terio un voto injusto de censura en la sesion del 22 de 1\1ayo; este no pudo usar de
la prerogativa de disolucion, que habia al decreto, y se vió en la precision de dar y
dió su renuncia.


La primera cuestion que se presentaba al ministerio, cuestion grave, era la de la
tutela.


Al renunciar la regencia, quiso D.a María Cristina conservar la tutela, y no pu-




- 26\ --


diendo desempeñarla directamente pretendió hacerlo por delegacion, nombrando un
Consejo que hiciera sus veces en su ausencia. Seguíase con este motivo una negocia-
cion con la regencia provisional. La reina madre hahia indicado para formar el Con-
sejo de tutela cinco personas: los Sres. D. ;\LlOUelJosé Quintana, D. Vicente Sancho,
D. Francisco Cahello, D. Donoso Cortés y D. Manuel Montes de Oca; más tarde
redujo el número á tres, conservando los tres primeros que pertenecian al partido
progresista, eliminando los dos últimos que eran de bando retrógrado.


En este estado se halla ha la negociacion cuando el ministerio Gonzalez se formó.
El Sr. Donoso Cortés, agente de María Cristina, se ayistó con el presidente del Con-
sejo, quien le declaró que en tan delicada cuestiono el gohierno no pensaha tomar
mis parte que la ~e contrihuir en los límites de un inl1ujo moral á que la eleccion de
las Córtes recayese en la persona que indicaria D a María Cristina para tutor, siem-
pre que esa persona tuviese las calidades que e~igian las circunstancias para ser tu-
tor de las reales princesas, pero que el esto se limitaria la accion del gobierno, sien-
do asunto de peculiar y exclusiva prerogatiya de las Córtes. Tras de esta declaracion,
ceñida él la observancia de un artículo formal de la Constitucion, el ministerio acudió
á las Córtes para que declarasen vacante la tutela, proveyendo él esa vacante conforme
á el art. (jo de la Constitucion.


En un país trabajado largo tiempo por discordias ciyiles, sin que de ellas haya sa-
lido un estado de cosas normal con condicion de estabilidad, y sin que un pensa-
miento grande sin'a de handera, todo incidente l1Ue\'O por pequeño que sea, es oca-
sion de quisquillas, de choLIues, de \'anidad cuyos resultados empeoran más y más la
situacion. Si el incidente es grave tanto ma:'ores son las consecuencias; así sucedió
con la tutela.


Hemos hablado de la sensihle desavenencia del partido progresista en la cuestion
de regencia entre los trinitarios; la mayoría, una vez adoptada otra opinion, dió su
adhesion sincera y leal al general Espartero, lo consideró como el legítimo elegido
por la nacion yen los dias de infortunio que luego sobrevinieron, bien le demostró
aquella mayoría su pCltriótica tidelidad; mas entre los mismos trinitarios los hubo que
miraron la eleccion del regente como una derrota de la que quisieron desquitarse.
Hemos visto á D. Agustin ArgL'lelles candidato de 103 votos para la regencia única,
recaida esta en el general Espartero. D. Agustin Argüelles vino <1 ser el candidato
para tutor, y en esta candidatura no tuvo competidor; de los que lo preconizaban con
un determinado fin, los que obra han por espíritu de partido, como los que no aten-
dian más que á las eminentes virtudes de D. Agustin Argüelles, votaron en el mis-
mo sentido.


Por el Senado yel Congreso reunidos en la de Julio. la tutoNa fuédeclarada vacante,
\' D. Agustin ArgL'lclle:; fué nom')rado tutor obteniendo 180 votos de los 239 votan-
tes; hubo 7 votos pedidos en nombres insi,~nificantes, uno obtuvo D. a María Cristi-
na )' 31 votos pertenecientes á los del partido retrógrado, se manifestaron con cédu~
las hlancas. Era él la sazon D. Agustín presidente del Congreso. Sometió á la reso~




- 262-


lucio n de las Córtes, la cuestion de saber si eran ó no compatibles los cargos de pre-
sidente y de tutor en una sola y misma persona, declarando de antemano que en
caso negativo optaba desde luego por la presidencia de las Córtes. Declaróse el Con-
greso por la afirmativa unánimemente. Verémos á ese mismo Congreso al año siguien-
te quitar la presidencia á D. Agustin Argüelles, y á el otro año un nuevo Congreso,
poner en cues tion si podia ser di pu tado si endo tu to r: tal<:s eran los progresos de la
anarquía mental que iba cundiendo.


Con una intencion pueril y de mala especie, que nacia del mal humor que conser-
vaban algunos trinitarios de no haber triunfado su opiniun, unido á algunas suscep-
tibilidades nacidas de la formacion del ministerio, se quiso dar á la toma de pose-
sion de la tutoría y al juramento que habia de prestar el tutor, la misma solemnidad
que recibió la eleccion del regente, y usar del mismo ceremonial para el juramento,
equiparando así un cargo privado de familia á la investidllra del poder supremo del
Estado, y no contentos con esta imprudente asimilacion se trabajó, y con harto éxi-
to, para provocar una sensible tibieza entre los dos más ínclitos ciudadanos de Espa-
ña. Entre el regente y el tutor por la nobleza de carácter, por sus virtudes públicas
y privadas, y por su esclarecido patriotismo, debiera existir naturalmente la más
estrecha concordia en todo lo que pudiera contribuir al bien procomunal del país, y
á la consolidacion de la libertad de que eran los dos más ilustres campeones, vivie-
ron siempre en una reserva que desdecia de sus sentimientos, merced á tristes oficio-
sidades de gentes mal avenidas con la union de esas dos altas é ilustres personifica-
ciones de la libertad no exentas de pequeñeces; miserias del cornzon humano que
hombres imprudentes ó pérfidos irritaron con grave perjuicio de la causa pública y
suma alegría del partido reaccionario.


Hé aquí cómo al principiar la regencia electiva, una fraccion del partido progre-
sista se esmeró en disminuir su prestigio y su fuerza moral de que tanto necesitaba
el regente, y la otra fraccion de ese mismo partido más tarde es quien provocó su
violenta caida; de manera que en ambos casos el partido progresista es el que ha to-
mado la iniciatlva de debilitar primero, y de volcar en seguida la obra de Setiembre
de r840, acabando con la regencia del general Espartero, cuya investidura era el re-
sultado más importante de aquel pronunciamiento. Quiera el cielo que el tremendo
éxito que han tenido aquellas disensiones se halle siempre en la mente del partido
que en tales errores cayó, para no caer en otros, en las luchas que todavía le son re-
servadas en el porvenir.


En la declaracion de la tutela vacante, y en el nombramiento de un tutor bajo el
solo punto de vista de la ley y de la Constitucion, las Córtes incurrieron en la misma
equivocacion en que estuvieron la regencia provisional y el ministerio Gonzalez.
Nuestro dictámen es que reduciendo la cuestion á una controversia legal ó constitu-
cional, la opinion contraria pudo hallar en la elasticidad maravillosa de todos los tex-
tos de ley los sofismas que hacia n á su propósito. Antes de tocar el punto de derecho
se debía haber ventilado la cuestion moral de una buena ó mala adminístracion, pro-




- 263 -
va cando un juicio solemne, trayendo á las Córtes los documentos relativos á la ges-
tion de la tutora. Si de este exámen resultaba una administracion digna de elogios,
ningun inconveniente habia en combinar el precepto constitucional con los deseos de
la tutora; mas si por desgracia resultaba lo contrario, ya la resolucion de las C6rtes
no hubiera llevado visos de una mala querencia, de un capricho de partido apoyado
en texto de leyes, yen artículos constitucionales, cuya justa aplicacion podia negarse
ó aparecer violenta; reducir pues una cuestion de moral pública unida á la política en
que debían fallar los representantes de la nacion formando un tribunal supremo, á
las proporciones de una cuestion de derecho de la competencia de los tribunales or-
dinarios, fué quitar á la resolucion tomada la majestad augusta de un fallo solemne,
y fué una irreparable falta.


La primera consecuencia que tuvo, fué la protesta hecha por D.s María Cristi-
na en Paris en el mes de Julio: aquel documento fué remitido al cuerpo diplomático
residente en Paris, sin que sea fácil saber con qué objeto, y se publicó en los dia-
ríos de :lquella capital. Allí se discutian los derechos de la tutora con una parsimo-
nia muy natural; el ministerio Gonzalez lo refutó con dignidad y energía, mas como
toda controversia legal, quedó el derecho oscuro y en duda para los unos, claro y
evidente para otros, cada cual interpretando la cosa á su modo; escollo que se hubie-
se evitado siguiendo el rum bo que hemos indicado.


Se dijo entonces que la eleccion de la persona para el cargo de tutor contribuyó
no poco á irritar á o.a María Cristina. D. Agustin Argúelles, decíase, h8bia sido víc-
tima de Fernando VII en [814; no podia, pues, ser un tutor generoso y desinteresado
de l:Js hijas del rey que tan cruelmente lo habia tratado. Los que así se expresaban
sabian muy bien que calumniaban los nobles sentimientos de un varan sin par, que
jamás supo odiar ni pensar en un acto de venganza. N o creímos entonces que la
ele.:cion del Sr. O. Agustín Argüelles fuese la más acertada en razon de las circuns-
tancias de aq uella época, que exigian un v igor y una energía que entre tantas prendas
como adornaban al tutor, faltaban á su candoroso c2rácter; mas es precisamente por
esa exquisita bondad, por esa mansedumbre admirable que no hubiéramos querido
que D. Agustin Argüelles hubiese sido tutor, teniendo que luchar con las personas
más aviesas . .\las fuera de este que en nosotros es un homenaje á las elevadas virtudes
de D. Agustin, ¿quién podia en España dirigir con mayor autoridad la educacion
moral, intelectual y política de las reales niñas que el más virtuoso de los hombres?
;Qué manos más puras para administrar el patrimonio de aquellas, que las del hom-
bre cuya probidad y desprendimiento eran objeto de respeto y de admiracion hasta
para sus adversarios? ¿Quién reunia más saber, mayor ciencia, más erudicion que ese
docto varan, antorcha de las Córtes en todas las cuestiones graves? ¿Quién, por últi-
mo, gozaba en el reino de un respeto más unánime, de una veneracion hasta cierto
punto religiosa que D. Agustín ArgLi.elles, cuya mansedumbre, amenidad de lenguaje
y bondad inalterable, han sido, y queJarcÍn como tipos inimitables? La autoridad del
hombre privado corria parejas con el puritanismo inflexible del hombre público. Su




patriótica elocuencia jamás tropezó con una palabra ofensiva para sus contrarios, y
en aquella alma generosa jamás entró una gota de hiel ni para sus verdugos.


y ese hombre modelo de todas las virtudes, es el que ha servido de blanco á escri-
tores sin pudor ni vergüenza, instrumentos venales de ira agena, para compararlo al
infame y estúpido carcelero del Delan, criminal y villano parangon que nos sonroja-
ríamos de recordar, si no lo hiciéramos para pintar con este solo hecho, á qué extre-
mo de aberracion puede conducir el odio, el encono y los furores de partido. Mas
si á tal delirio han podido llegar escritores de nuestra época, allá las Córtes de Cádiz
dieron el apellido de Divino al ÍnclÍto orador, al sumo español, título que la historia
conservará á quien tuvo la gloria de merecerlo como una anticipada protesta contra
los denuestos de tiempos posteriores.


Las Córtes hélbian elegido al regente del reino y al tutor de las reales princesas en
las filas del pueblo. Con esta doble eleccion se manifestaban á la Europa los progre-
sos de la razon humana en España; los m1S dignos erar: los elegidos de la representa-
cion nacional prescindiendo de alcurnias y de tradiciones de un obsequioso servi-
lismo; mas estos destellos de una completa emancipacion mal apreciada dentro y
fuera de Espaí1a, causaron una sorpresa que degeneró en ojeriza poco disimulada.
Se quiso ver en estos nombramientos un desvío del principio monárquico, como se
habia querido ver en la reforma del clero un pensamiento anti-religioso, calumnias
de partidos, mas que pudieron lastimosamente hacer que hasta el advenimiento del
Sumo Pontítice á la tiara, fué la córte de Roma un auxiliar poderoso de D. Cárlos y
el clero tomó más parte que le conviniera á su sagrado carácter en la contienda. Ven-
cido el Pretendiente y expúlsado de España, no cambió por esto la política de Gre-
gario XVI con gravísimo daño de la religion, y del bien espiritual que España
tanto me recia recabar de la beneyolencia apostólica.


Ya hemos tenido ocasion de hablar de la alocucion de S. S. fecha 1.° de Marzo
de 1841. La regencia provisional por razones cuya gravedad ignoramos, no tuvo por
conveniente contestar á esa alocucion del ~anto Padre., El ministerio Gonzalez suplió
la falta, y en un maniJiesto enérgico, combatió las extrañas pretensiones del Vaticano
reduciendo á SLl JLlstO vellor las inju . ;tas acusaciones y las raras exigencias del Papa.
Este manitiesto que no excedia los límites de una legítima defensa, estaba escrito
con aquella moderacion que dan la justicia y el buen derecho: honra á aquel mi-
nisterio por su firme decision en favor de la independencia y dignidad nacional.


A fines de Julio apareció en Paris una protesta de D. a María Cristina contra la
eleccion de un tutor hecha por las Córtes; como eco de esa protesta, en los primeros
dias de Agosto trece damas de Palacio hicieron renuncia de sus puestos, en una for-
ma casi colectiva, pues todas iban fundadas en causas de igual jaez; una real Prin-
cesa abria las hostilidades contra la revolucion; lógico y natural fué que scÍloras con-
testaran las primeras á su llamamiento.


Nada en verdad autorizaba ese pronunciamiento palaciego. D. Agustin Argüelles,
como tutor, ninguna alteracion habia introducido en el servicio y en el personal de




- 265-
Palacio. La señora Marquesa de Santa Cruz habiendo hecho renuncia de su puesto
de aya y de camarera mayor, el tutor no habia hecho más que admitirla, nombrando
por aya á la señora Condesa de Espoz y Mina, viuda del ilustre general, y procla-
mada para ese puesto por la opinion pública, mas bien que nombrada por el tutor,
como la persona más digna por sus virtudes de ocupar ese puesto. La señora Mar-
quesa de Bélgida fué nombrada camarera mayor. La persona encargada de dirigir la
cducacion de las reales niñas era el Sr. O. Manuel José Quintana, nombrado ayo
por o.a María Cristina desde VLllencia. Amigo íntimo del tutor, este confirmó gus-
tosísimo un nombramiento que él mismo hubiera hecho á no encontrarlo ya reali-
zado. El obispo electo de Tarragona, el virtuoso Valdés Busto J prelado esclarecido
por su saber y su religiosidad, fué nombrado confesor de S. M. y de S. A. y encar-
gado de su educacion religiosa.


Ninguna innovacion, pues, hahia introducido el tutor en el régio alcázar que diese
lugar á las indecentes diatribas que diariamente salían en los periódicos llamados
moderados, mientras la prensa liberal acusaba al tutor su excesiva moderacion y rer-
judicial tolerancia, conservando en Palacio toda la servidumbre del tiempo de María
Cristina. La suspicacia asombradiza de los partidos, divisaba un conspirador en
cada empleado ó criado de palacio: habia exageracion en esas reconvenciones, mas
tambien habia en ellas alguna verdad: era público y notorio que por aquel tiempo
pareciera un centro de conspiracion <.1 donde acudian todos los descontentos, y no se
heria esencialmente Id Jógic:.l rensando que en esa conspiracion tomaran parte anti-
guos servidores de Palacio. Cuando personajes de alta categoría se mostraban agen-
tes activos de ella, corriendo las Provincias Vascongadas, la Navarra y Castilla pre-
parando los ánimos á la rebelion y llegaron las cosas por aquel tiempo á tal punto,
que el21 de A¿osto el ministerio llamó la,atencion de las autoridades sobre las tramas
que se urdian en Bilbao, y les señaló las personas encargadas de tan funesta misiono


Mientras las Córtes y el gobierno se ocupaban de la obra reformadora que necesi-
taba el país, allú á h léjos se veia ya el huracan que muy pronto hahia de estallar
sobre la desdichada Espai'la, causando nuevos estragos, nueyas dctimas y mcí.s san-
gre vertida: mas antes de llegar á esa página sangrienta de nuestros interminables
()Jios, digamos de paso cuáles fuéron los principalcs actos del gobierno, y cuáles los
trabajos de las Córtes en union del regente.


Presentaron los ministros un proyecto de ley para la total abolicion del diezmo.
Discutido y aprobado en las Córtes, fué sancionado por el regente en 14 de Agosto.


Una ley_ que desvinculaba los bienes del clero y los mayorazgos fué votada en las
C6rtes, ysancionada en 2 de Setiembre.


Otra ley sobrc vinculaciones fué votada y sancionada en I~) de Agosto.
El ministerio aceptó otra ley, cuya iniciativa salió de las Córtes, sobre beneficios


eclesicí.sticos y obras pías, cuyas vinculaciones fuéron abolidas,
Una ley sobre la recaudacion de contribuciones prO\inciales y municipales trazó


el órden en ese ramo de la administracion.




- 266
Una ley para la construccion de caminos.
Una ley que regularizaba el convenio hecho con los diputados de Navarra sobre


fueros.
Una ley sobre retiros militares.
Una ley para una quinta de 50.000 hombres que debian cubrir las bajas que resul-


taban de la licencia dada á 88.000 soldados.
Una ley que introducia algunas variaciones en la ley electoral.
U na ley sobre el canal de Guadarrama.
U na ley sobre el comercio de aguardientes.
El presupuesto fué discutido con toda pausa y aprobado, presentando Ulla rebaja


de 200 millones.
Una asignacion anual de dos millones fué votada para el regente.
Algunos proyectos de sumo interés, sobre la instruccion pública, reforma de los


procedimientos criminales presentados por el gobierno no llegaron ú discutirse por
falta de tiempo. A más de estos trabajos que son testimonios elocuentes de los des·
velos de las Córtes y del gobierno por el bien público, y la consoliJacion de las ins-
tituciones, el ministerio hizo por sí en el círculo de sus atribuciones reformas im-
portantes en el ejército. Este fué reduciJo á 2R regimiento-; de infantería de á tres ba-
tallones y 15 regimientos de caballería; las milicias provinciales formaron una reser-
va de 50 batallones; la GuarJia real fué reformada, suprimienJo la mitad de ella; la
artillería de la Guardia fué refundida en la del ejército; los distritos militares reci-
bieron nueva organizacion; se Jedaró que el sorteo para el ejército y la milicia pro-
vincial seria simultáneo; se conceJió el retiro á los oficiales de esta última, cual lo
disfrutaban los del ejército; atinada y justa recompensa otorgada ú los que tan rele-
vantes servicios habiln prestado d la libertad durante la guerra.


Tales fuéron en resúmen los trabajos legislativos y aJministrativos Je las Córtes
y del gobierno en los primeros meses de su e~istencia. Dirémos sucintamente cmlles
fuéron los actos más notables del ministerio en sus relaciones internacionales, actos
en que sostLlVO con te son, dignidad y energía los derechos de la nacion, en los asun-
tos que halló ya en vías de negociacion, y las que empezó el mismo.


Nuestras relaciones con la Francia se hallaban en un estado de frialdad que linda-
ba con la hostilidad. Con toJo, la cuestion de los Alduides, agitaJa de resultas de
una invasion de franceses en el país de Quinto, contraria al tratado de 1785, vino á
orillarse en favor del gobierno español que obtuvo del francés una completa satisfac-
cion, y un nuevo deslinde de la raya intel~nacional. Propuso el gobierno francés com-
prar el terreno en litigio, lo que no admitió el ministro español.


En 1837 el ministerio de aquella época habia arrendado al gobierno francés el
Plato del Rey por un periodo de cuatro años. La causa de este arriendo tenia por
objeto tener allí un hospital militar, donde vinieran los enfermos que desde Argel
volvían á Fran-::ia. El Plato dd Rey pegado á Mahon ofrecia un descenso muy ven-
tajoso á los enfermos que fatigaba una trayesía sobro.dal11ente larga hasta Talan




-
267-


ó Marsella. Llevado de un sentimiento filantr6pico y de humanidad, el gobler-
no habia accedido gustoso al deseo del francés. Imprudentes revelaciones hechas
en la tribuna de la Cámara de diputados por los que habian sido ministros poco
antes, pusieron al gobierno español en la necesidad de declarar al de Francia que
no renovaria el convenio de 1837 relativo á el Plato de Rey. Sobrada razon le
asistia.


En la discusion de la Cámara sobre el mensaje en contestacion al discurso de la
Corona, acosados los ministros del Gabinete formado bajo la presidencia del señor
Thiers en 1.° de Marzo, y que habia salido en 29 de Octubre, para que diesen una
explicacion sobre la órden trasmitida para que volviera á Tolon, dieron los interpe-
lados las razones que mejor cuadraron á su propósito; mas la oposicion poco satisfe-
cha de los motivos aducidos, y calificando con mucha dureza esa disposicion, uno de
aquellos ministros el conde Faubert, arrebatado de ira en la ses ion del 3 de Diciem-
hre de 1840, tuvo la imprudencia de decir que la vuelta de la escuadra habia tenido
por objeto apoderarse de las Islas Baleares, pues hien le debia España garantía.


Tan peregrina confesion hecha á la tribuna por un indivíduo de aquel ministerio,
ya era obligacion sagrada para un ministro de España no permitir por más tiempo que
sobre el territorio español tuviera pié un gobierno que tal pensamiento habia conce-
bido. Digamos de paso que al acometer semejante atentado, el gobierno agresor no
hubiera encontrado desprevenido al de Espaí13. El proyecto del ministerio Thiers no
se habia fraguado tan de secreto que no tuviera en tiempo oportuno aviso el general
Espartero; lo tuvo muy oportunamente y lo recibió en Albacete, hallándose con los
demás ministros en camino para Valencia, y desde Albacete como general en jefe,
despachó órdenes para que fuesen tropas y artillería á las Islas.


La declaracion del ministerio español, negándose á renovar el arriendo, dió lu-
bar á mil calumnias contra el regente y su gobierno en la prensa ministerial de Pa-
rís. Se llegó el decir que se habian dado órdenes para que se emharcasen los enfer-
mos, cualquiera fuese su estado; cuando tan al contrario, se ha hia mandado que se
diese á los enfermos y á los convalecientes todo el tiempo que fuera necesario para
su completo restablecimiento: mas la calumnia era una de las armas de que más ha-
-.;ia uso aquel gohierno para sus miras ulteriores sobre España, y no perdia ocasion
Je esgrimirla.


La cuestion del comercio de cabotaje en las costas de España por los barcos fran-
ceses, dió lugar á una negociacion que provocó el gobierno francés, apoyándose en
las estipulaciones del tratado de Utrech. El gabinete español rechazó enérgicamente
tales pretensiones, é hizo prevalecer su derecho.


En cuanto á la Inglaterra, las relaciones que tuvo la regencia fuéron las de una
buena y cordial inteligencia, acompañada de las consideraciones que se deben entre
sí los gobiernos; mas no eran más íntimas de las que h~bian mediado entre el go-
hierno de Inglaterra y el de España desde la muerte del rey_


Al tomar posesion de la secretaría de Estado, halló el ministro D. Antonio Gon-




- 268-
zalez dos asuntos en vía de negociacion con el gobierno inglés. y ambos tuvieron la
más honrosa soluciono


El uno era relativo á una tropelía del cónsul inglés en Cartagena l que habia auto·
rizado á un crucero de su nacion á apoderarse por la fuerza de un barco contraban-
dista de Gibraltar, apresado por un guarda-costas español y llevado á Cartagena. El
cónsul fué inmediatamente exonerado, y el gabinete de Lóndres manifestó al de Ma-
drid el sentimiento que le habia causado la conducta de aquel funcionario. Á su vez
el regente habia tenido noticia que ese cónsul habia servido brillantemente en las fi-
las inglesas en favor de la causa de España durante la guerra de la Independencia l
intercedió con esmero para que aquel cónsul obtuvIese un empleo fuera del territo-
rio español, favor que fué otorgado, mostrándose el Gabinete inglés muy agradecido
por esa noble intervencion del gobierno español en favor de un súbdito inglés funcio-
nario público de quien tenia motivo tan justo de queja.


La otra negociacion era relativa á la cesion de las islas de Annobon y de Fernando
Póo en la costa occidental de Africa, á la embocadura del Niger. Estaba ya firmado
el tratado mediante el pago de una suma de seis millones de reales.


La importancia de aquellas lejanas posesiones cedidas á España por Portugal en el
tratado de San Ildefonso de 1775, era cuando menos muy problem~ítica; peí1as malas l
clima mortífero: aquellas islas de ninguna utilidad presente ni futura, podian ser; mas
el pundonor nacional se sobresaltó que así se traficase con una porcion cualquiera de
territorio español; la prensa se mostró unánime contra esa cesion l obra del ministe-
rio Perez de Castro. El gobierno del regente, para cubrir su responsJbilidad y poder
desechar el tratado constitucionalmentel lo llevó al Senado, siendo necesaria la apro-
bacion de las Córtes en virtud del arto 48 de la Constitucion. La acogida que tuvo
en el Senado autorizó al ministro á retirar el tratado antes que se discutiera, y le
anuló sin que por eso se alteraran en lo más mínino las relaciones amistosas entre
ambos gobiernos.


Tiraba á su fin la legislatura de 18411 cuando el gobierno, enterado de los proyec-
tos de rebelion que se fraguaban en Paris, no le cabía duda del inmediato rompi .
miento. Á pesar de la inminencia de una crísis violen tal se determinó á cerrar las
Córtes en 23 de Agosto, en vísperas, digamos, de una catástrofe que debia alterar
tan hondamente la tranquilidad del país apenas restablecida. Fut: este imperdonable
y fatal error. La primera obligacion del ministerio fuera la de presentarse á las Córtes
enterándolas de cuanto acontecia, poner de manifiesto las pruebas, si las tenia ma-
teriales y no le faltaban morales. de la cOl1spiracion cuyo centro era Paris, y cuyas
nmificaciones abarcaban varias provincias de España, y tras de esta manifestacion,
debia pedir el las Córtes poderes extraordinarios l si lo creia necesariol ó cuando me-
nos pedir que los senadores y diputados del reino permanecieran en MaJrid para po-
der ser congregados instantáneamente en cuanto lo exigiesen bs circunstancias. Te-
nemos la firme conviccion que semejante manifestacion hubiese bastado para desba-
ratar los proyectos criminales que luego estallaron. y cuenta que mús gloria recaba




-
269-


un gobierno en evitar un estallido trastornador, que en sofocarle cuando haya roto; y
si á pesar de todo, los conspiradores hubiesen llevado adelante su plan, sea que el mi-
nisterio se hubiese hallado revestido de poderes extraordinarios otorgados por las
Córtes con arreglo á la Constitucion, ya sea que hubiese podido reunirlas al momento,
es muy prohable que hubiese evitallo al país una lucha sangrienta, y en todo caso las
deplorables disensiones que sobrevinieron tras del triunfo. Precisamente por haber
el gohierno echado mano de medidas extraordinarias cuyo otorgamiento era prero-
sativa de las Córtes, no hubieran estallado ó no hubieran tenido pretexto para mani-
festarse. El ministerio no tuvo prevision, ni' aquel respeto constitucional que es la
fuerza prin.:ipal de los gobiernos regidos por una ConstituclOn. Las discusiones apa-
sionadas ú que dieron lugar algunos actos del gobierno censurados con excesiva du-
reza y sobrada imprudencia, fuéron el punto de partida de la desunion del partido
progresista, cuyo último resultado fuéron la contrarevolucion de 1843, y las des-
gracias que han venido despues.


Mas por una fatalidad inexplicable, todos los hombres que llegan al poder se incli-
nan á ilusiones fatales á los intereses públicos y él su propia gloria. Ese prisma fatal
hace siempre creer que sabemos más que nuestros amigos, y que somos más fuertes
que nuestros enemigos. No se atreverán, es la palabra sacramental; se atreven y
cuando se acude al remedio esya tarde, contesta el hado fatal. El ministerio Gonza-
lez yió muchas cosas al través de ese prisma, y pagando un trihuto ú esa ley del error,
h:llló próroga en las Córtes en 23 de Agosto de 1841.




CAPÍTULO XII.


ESTADO DÉ LOS PARTIDOS POLíTICOS DURANTE LA REGENCIA.-MANIFIESTO DE DOÑA MARÍA
CRISTINA.-INSURRECCION MILITAR DE OCTUBRE DE I84I.


Sacudimientos como los que habia provocado un cambio en la regencia del reino,
y llevado un hijo del pueblo al poder supremo, no se efectúan en una monarquía sin
lastimar grandes intereses, sin trastornar muchas posiciones, sin herir creencias y
susceptibilidades irritables y rencorosas; conspirar es además en España un hábito
tradicional, casi un estado normal.


En semejante crísis, los vencidos no pierden la esperanza de un desq uite y de una
venganza: suponer que han de renunciar á sus proyectos, es vana ilusion; contener-
los uniendo la energía á la justicia y al respeto de las leyes, y sobre todo hacer la
felicidad del pueblo, son los deberes sagrados del poder nuevo si ha de ser respetado.
El pronunciamiento de Setiembre desconoció algunas de las condiciones de su por-
venir, y la reaccion contra la victoria empezó al dia siguiente del triunfo del partido
progresista; luego vinieron las conspiraciones; en seguida hubo una rebelion san-
grienta, y por último, una contrarevoluclon completa.


Antes de engolfamos en la relacion de los hechos de la insurreccion militar de Oc-
tubre, apreciarémos el estado de los partidos, contrarios al pronunciamiento del año
anterior.


Los carlistas, vencidos en una lucha de siete años, quedaron sin esperanza de vol·
ver á las armas; no se emprenden dos veces guerras de esa naturaleza, para la cual
además faltaban medios y elementos. D. Cárlos, sin prestigio entre los suyos; pri-
sionero en Bourges, falto de recursos, sin apoyo alguno en el extranjero, se hallaba
reducido á las estériles simpatías de gobiernos absolutistas sobradamente léjos para
servir útilmente la causa de un pretendiente español, y á las demostraciones serviles


. de realistas impotentes para su propia causa en Francia. Los jefes militares carlistas,




- 27 1 -
los unos habian dado su adhesion más ó menos sincera á la causa de la reina y á la
Constitucion, los demás se hallaban refugiados en Francia harto fatigados por la mi-
seria, y por una policía suspicaz é inquisitorial. A pesar de todo, el partido carlista
podia dar en un caso dado un apoyo peligroso á una insurreccion que hubiera auxi-
liado.


Los llamados moderados vencidos en Setiembre, tenian medios poderosos de ac-
cíon, y guiados, aconsejados, apoyados por el gobierno francés en los planes que se
proyectaban: conspiraban en Paris sin rebozo contra la tranquilidad y las institu-
ciones de España. Los descontentos acudian ·á la capital de Francia como los emigra-
dos franceses á Coblentz (1); aquellos eran admitidos con suma distincion y agasaja-
dos en el palacio de las Tullerías, 'sin que hubiese mediado en su presentacion el en-
cargado de Negocios en España, como lo requeria el derecho de gentes, y la práctica
más vulgar de las relaciones internacionales entre gobiernos amigos y aliados.


Numerosos auxiliare~ halla dentro de España todo proyecto de trastorno en el en-
jambre de empleados cesantes, cuyo número en 1í)41 era exorbitante. Como hasta
ahora los cambios políticos entre nosotros han tenido por primero y á veces único
resultado un cambio completo de empleados, desde el más encumbrado hasta el más
humilde, muchos entre esos empleados descontentos y hambrientos, están dispuestos
á lanzarse á toda insurreccion que presente algun viso de probabilidades de buen
éxito. El pronunciamiento de 1840 no había sido parco de destituciones. Contaba,
pues, otros tantos enemigos como cesantes habia hecho.


Hemos dicho ya cuál era la composicion del ejército y los elementos que encer-
raba; entre los generales, muchos propendian al absolutismo; otros andaban des-
contentos por no creerse bastante premiados; no faltaban algunos que poco dispues-
tos á reconocer la superioridad del general Espartero, se figuraban que ocupaba un
puesto que más conviniera á su propio mérito. La mode~tia no es la virtud más so-
bresaliente en tiempos de revueltas: ¿ y á qué extrañarlo entre nosotros? ¿ N o hemos
visto acaso esas miserias del corazon humano respecto al genio más extraordinario
de los tiempos modernos? ¿ Faltaron acaso generales franceses que mal avenidos con
la gloria del general Bonaparte conspiraron contra su persona? Y cuando llegó el dia
de la desventura ¿ cuántos ingratos no tuvo que contar el Emperador entre sus an-
tiguos compañeros y sus lugartenientes, bien que colmados de beneficios? "El con-
.¡ tagio, dice el Baron de Menneval hablando de aquella época, habia cundido á la
,¡mayoría de los jefes del ejército: en~vez de acudir á la voz del Emperador, allá le im-
"pusieron la necesidad de abdicar: este sacrificio lo hizo N apoleon con el fin de séll-
"var los derechos de su hijo. Mas viéndose en Fontainebleau abandonado por todos
»sus compañeros de armas, impacientes de gozar descansadamente de los honores y


(1) Punto en las orillas del Rhin, donde se reunían todos los emigrados franceses durante la primera
revlllucion de Francia.




,


»de las riquezas de que los habia colmado, hizo el sacrificio por entero firmando una
»abdicacion absoluta» (1).


Si tales sentimientos pudieron tener cabida en el corazon de generales franceses
respecto á Napoleon, y cuando el sagrado del suelo patrio se hallaba pisado por el ex-
tranjero y la capital amenazada por los ejércitos de la coalicion, ¿ qué hay que extra-
ñar que sentimientos mezquinos de envidia y.de rivalidad tuvieran abrigo en el pecho
de generales españoles, antiguos compañeros de armas del regente, cuya modestia
autorizaba hasta cierto punto esas pretensiones jactanciosas, prontas á interpretar la
modestia en el sentido de la inferioridad?


«Un Estado, dice Maquiavelo, que sacude el yugo del despotismo y consigue la li-
»bertad, tiene contra sí todos los vencidos descontentos, y no tiene por amigos á
»todos los vencedores: los que vivian con los abusos del régimen ca ido 1 .conspiran
))por cuantos medios están á su alcance para restablecer el príncipe con cuyo reinado
»esperan adquirir de nuevo riquezas y poder, y como un gobierno libre no debe
»distribuir honores y empleos públicos sino con mucha reserva, economía y discer-
»nimiento, es muy difícil que pueda satisfacer á los que se creen dignos de esas re-
»compensas, y hasta acontece que los que las han conseguido mereciéndolas, piensan
»que nada deben al que las otorgó.»


Estas reflexiones del inmortal historiador de Florencia se amoldaban tan adecua-
damente á la posicion en que se halló el regente en I K4I, que las hemos citado con
esmero como prueba que nada hay que sea nuevo sub sole, que los extravíos del co-
razon humano son inherentes á nuestra débil organizacion, y son los mismos en too
das épocas y en todos los países: las mismas causas producen iguales efectos: las
causas de la insurreccion de 1 ~4 1, cuyas peripecias vamos á narrar, fuéron las que
hallamos en el cuadro que tan maestramente pinta Maquiavclo.


El partido que así preparaba nuevos trastornos no podia contar con las masas,
apáticas las más, y otras mal dispuestas en su favor. Faltándole así el apoyo de sim-
patías populares, sentó su plan en una insurreccion militar como primera base de
un trastorno general. Bien seguros estaban los conspiradores de hallar adherentes en
el ejército, atendida la composicion de este, y tambien por esa predisposicion fatal
del ejército que ya hemos explicado en otro lugar. Vamos ahora, para ilustrar los
hechos que despues hemos de referir, á insertar íntegro el


.i\,lanifiesto de D. a María Cristina á la Nacion.
«Españoles: Al ausentarme del suelo esp.añol en un dia para mí de luto y de amar-


))gura, mis OJos arrasados en lágrimas se clavaron en el ciclo para pedir al Dios de
»las misericordias que derramara sobre vosotros y sobre mis augustas Hijas mercedes
»y bendiciones.


»L1egada á una tierra extranjera, la primera necesidad de mi alma, el primer mo-


(1) Baron de Menneval. Napa/eall y Mm·ja Luisa. Pág. 62.




"vimiento de mi corazon, ha sido alzar desde aquí mi voz amiga, esa voz que os he
"dirigido si.empre con amor inefable, así en la próspera como en la adversa fortuna.


"Sola, desamparada, aquejada del más profundo dolor, mi único consuelo en este
"gran infortunio es desahogarme con Dios y con vosotros, con mi Padre y con mis
"hijos.


"No temais que me abandone á quejas y recriminaciones estériles; que para poner
"en claro mi conducta como gobernadora del reino excite vuestras pasiones. Yo he
»procurado calmarlas y quisiera verlas extin~uidas. El lenguaje de la templanza es el
"único que conviene á mi atliccion, á mi dignidad y á mi honra.


»Cuando me alejé de mi patria para procurarme otra en los corazones espaÍ10les,
»la fama habia llevado hasta mí la noticia de vuestros grandes hechos y de vuestras
))grandes virtudes. Yo sabia que en todos tiempos os habiais arrojado á la lid con un
nímpetu hidalgo y generoso para sostener el trono de vuestros príncipe.:;; que le ha-
nbíais sostenido á costa de vuestra sangre y que habiais merecido bien, en dias de
»gloriosa recordacion, de vuestra patria y de la Europa. Yo juré entonces!consagrar-
Hme á la felicidad de una nacían que se habia desangrado para rescatar del cautiverio
"á sus reyes. El Todopoderoso oyó mi juramento: vuestro júbilo dió bien á enten-
Hder que le habiais presagiado: yo sé que le he cumplido.


»Cuando vuestro rey en el borde del sepulcro abandonó con una mano desfalleci-
»da las riendas del gohierno para ponerlas en mis manos, mis oJos se dirigieron
»alternativamente hácia mi esposo, hácia la cuna de mi hija y hácia la nacion espa-
nñola, confundiendo así en uno los tres objetos de mi amor, para encomendarlos en
» una misma plegaria á la proteccion del cielo.


,) Los an¡.;ustiosos afanes de madre y de esposa, cuando peligraban la vida de mi
!!csposo yel trono de mi hija, no basUron para distraerme de mis deberes como rei-
"na. A mi voz se abrieron las universidades, á mi voz desaparecieron inveterados abu-
\)SOS y comenzaron á pbntearse útiles y bien meditadas reformas: á mi voz encontra-
"ron un hogar, los que le habian buscado en vano proscritos y errantes por tierras
HcxtraÍ1as. Vuestro gozoso entusiasmo por estos actos solemnes de justicia y de cle·
"mencia sólo pudo compararse con la intensidad de mi dolor, con la grandeza de mis
»amarguras. Yo reservaba para mí todas las tristezas; para vosotros, españoles, todas
"las alegrías.


H .\Lis adelante, cuando Dios fué servido de llamar cerca de sí á mi augusto esposo,
"que me dejó encomendada la gobernacion de toda la monarquía, procuré regir
')e! Estadq como reina justiciera y clemente. En el corto período trascurrido desde
))mi ascension al poder hasta la con\ocacion de las primeras Córtes, mi potestad
))fué única pero no desp6tica ;' absoluta pero no arbitraria, porque mi voluntad la
"puso límites. Cuando personas constituidas en alta dignidad y el Consejo de gobier-
»no, á quien sl?gun la última voluntad de mi augusto esposo debia yo consultar en
"casos graves, me hicieron presente que la opinion pública exigia otras segur ida-
"des de mí, como depositaria del poder soberano, las dí, y de mi libre y espontá-


!tí




- 274-
lInea voluntad convoqué á los Próceres de la nacion y á los Procuradores del reino.


))Yo dí el Estatuto real y no le he quebrantado; si otros le hollaron con sus piés,
))suya será la responsabilidad ante Dios que ha hecho santas las leyes.


»Aceptada y jurada por mí la Constitucion de 1837, he hecho por no quebrantar-
»la el último y el mayor de los sacrificios: he dejado el cetro y he desamparado á mis
))hijas.


"Al referir los hechos que han traido sobre mí tan grandes tribulaciones, os ha·
))blaré como á mi decoro cumple con sobriedad y con mesura.


))Servida por ministros responsables que tenian el apoyo de las Córtes, acepté su
))dimision exigida imperiosamente por un motin en Barcelona. Desde entonces co-
))menzó una crísis que no ha llegado á su término sino con mi renuncia nrmada en
»Valencia. Durante ese aflictivo período, se habia revelado contra mi autoridad el
))Ayuntamiento de Madrid, siguiendo su ejemplo otros de ciudades populosas: los
»insurreccionados exigian de mí que condenara la conducta de unos ministros que
»me habian servido lealmente; que reconociera como legítima la insurreccion; que
))anulara ó cuando menos suspendiera la ley de Ayuntamientos, sancionada por mí
),despues de haber sido votada por las Córtes; que pusiera en tela de juicio la unidad
))de la regencia.


»Yo no podia aceptar la primera de estas condiciones sin degradarme á mis pro-
))pios ojos; no podia acceder á la segunda sin reconocer el derecho de la fuerza, de-
))recho que no reconocen ni las leyes divinas ni las leyes humanas, y cuya existencia
:Jera incompatible con la ConstitucÍon y es incompatible con todas las Constitucio-
»nes; no podia aceptar la tercera sin quebrantar la Constitucion que llama ley á lo
»que votan las Córtes y sanciona el Jefe supremo del Estado, y que pone fuera del
»dominio de la autoridad real una ley ya sancionada; no podia aceptar la cuarta sin
))aceptar mi ignominia, sin condenarme á mí propia y sin debilitar el poder que me
»habia legado el rey, que connrmaron despues las Córtes Constituyentes y que con-
»servaba Yo como un sagrado depósito que habia jurado no entregar en manos de los
»facciosos.


))Mi constancia en resistir lo que no me permitian aceptar ni mis deberes ni mis
))juramentos, ni los más caros intereses de la monarquía, ha traído sobre esta llaca
))mujer que hoyos dirige su voz) un tesoro de tribulaciones tal, que no pueden ex-
))presarlo los vocablos de ninguna lengua humana. Bien.lo recordareis, espat10les: yo
,.he llevado mi infortunio de ciudad en ciudad, recogiendo la befa y el baldon por el
))camino, porque Dios por 'uno de sus decretos que son para los hombres un arcano,
))habia permitido que la iniquidad y la ingratitud prevalecieran. Por esto sin duda se
))habian alentado los pocos que me aborrecian hasta el punto de escarnecerme, y se
))habian acobardado los muchos que me amaban hasta el punto de no ofrecerme en
),testimonio de su amor sino un compasivo silencio. Algunos hubo que me ofrecieron
))su espada, pero no acepté su oferta, prenriendo yo ser sólo mártir á verme conde-
»nada un dia á leer un nuevo martirologio de la lealtad española. Pude encender la




- 27 5
"guerra civil, pero no debia encenderla la que acababa de daros una paz cimentada en
"el olvido de lo pasado: por eso se apartaron de pensamiento tan horrible mis ojos
»maternales, diciéndome á mí propia que cuando los hijos son ingratos, debe una
"madre padecer hasta morir, pero no debe encender la guerra entre sus hijos.


nPasando dias en tan horrenda situacion, llegué á mirar mi cetro convertido en
»una caña inútil, y mi diadema en una corona de espinas. Hasta que no pude más y
»me desprendí de ese ~etro y me despojé de esa corona para respirar el aire libre,
"desventurada sí, pero con una frente serena, con una conciencia tranquila y sin un
"remordimiento en el alma.


¡¡Españoles: esta ha sido mi conducta Exponiéndola ante vosotros para que la ca-
),lumnia no la manche, he cumplido con el último de mis deberes. Ya nada os pide
¡,la que ha sido vuestra reina, sino que ameis á sus hijas y que respeteis su memoria.
» -Marsella á 8 de N oviembre de 1840. - María Cristina. (1)


Pocos meses habian mediado desde que estas palabras de paz habian sido pronun-
ciadas, cuando allá ardia de nue\'o la tea fúnebre de la guerra civil.


Entremos en la narracion de los hechos.
Tenia el gobierno en las Provincias Vascongadas y Navarra autoridades elegidas


con sumo tino, de probidad política á toda prueba, de energía y de inteligencia. Los
Sres. Laserna, en Bilbao; Manrique, en Vitoria ; Amilibia, en San Sebastian, y Ma-
dOl, en Pamplona, correspondieron dignamente ú lo que la patria y el regente de-
bian esperar de su pa triotismo. N o así las autoridades mili tares: incapacidad, cuando
no hubo defeccion, indecision ó tibieza, este es el triste cuadro que ofreció la con-
ducta de muchos jefes militares en el mando de las provincias en 1841, Y mús aún
en 1843.


Mandaba en Bilbao el general Santa Cruz; el gobierno habia enviado de guarni-
cion á aquel punto el regimiento infantería de Barban al mando del coronel Larra-
cha; pasaba este jefe por exagerado en el sentido liberal: habia hecho su carrera al
lado del general Espartero, debia este y pudieron los ministros contar á ciegas con
la fidelidad del corónel de Barban. Se equivocaron, Larrocha estaba ganado á la in-
s,urrecclOn.


El comandante general de Alaya era el general Rivera, cuya adhesion no podia
ser sospechosaj hasta la víspera de la defeccion, daba de su fidelidad las seguridades
mis ardientes; el gobierno emió de guarnicion él Vitoria el regimiento de caballería
del Rey al mando del coronel Rizo; como Larrocha, Rizo pasaba por exaltado libe-
ral. Como Larrocha pasó Rizo ú la insurrecciono


El general Rivera era virey de Navarra, compaílero de armas del regente en las
guerras del Perú; militando i las órdenes inmediatas de este en la última guerra, y
gozando de la plena confianza del general en jefe Espartero debia este contar con la
sincera y eficaz cooperacion de Rivera para sostener el gobierno de la regencia. Ri-


([) Gaceta dell unes 16 de Noviembre de 1 <:)4°.




vero manifest6 pocas simpatías en favor del pensamiento de Setiembre, mas no cre-
yó el regente esta circunstancia suficiente para removerlo de Navarra, suponiendo
que los deberes del militar que aceptaba tan elevado mando podrian siempre más en
el ánimo del general, que sus opiniones políticas cualesquiera que fuesen.


Cuando los conjurados de España dieron á los de Paris por acabado cuanto podia
asegurar el triunfo, vino la órden de empezar el movimiento y este estalló con corta
diferencia de di2.s en los puntos principales en que estaba preparada la insur-
recclon.


El general Leopoldo 0 1 Donnell fué quien rompió el primero la marché! en Pam-
plona en el mes de Octubre. Se hallaba D. Leopoldo O'Donnell de capitan general
de Valencia con el mando en jefe del ejército del centro, cuando el pronunciamiento
de 1840. En el manifiesto de Marsella hablando D.a María Cristina de los ofrecimien-
tos que algunos le habian hecho para emprender la guerra civil, todos en España su-
pusieron que aludia principalmente al general O' Donnell, cuyas opiniones eran bien
conocidas. Sea de esto lo que fuere, poco despues de la renuncia de la gobernadora,
pidió O'Donnell y obtuvo del gobierno una licencia para viajar en el extranjero. Fué
á Paris, asistió á las conferencias de los conspiradores y fué proclamado jefe de la pro-
yectada insurrecciono Esta consistía en promover una sublevacion militar, ganando
generales con mando de provincias y jefes de cuerpos que las guarnecían, romper en
Navarra y Provincias Vascongadas proclamando el restablecimiento de los fueros,
con el fin de halagar al bando fuerista que no hahia seguido la bandera de D. Cárlos
y los oficiales del convenio de Vergara. La primera empresa debia ser y fué apoderarse
de la ciudadela de Pamplona como base de operaciones y refugio de la reina Isabel
que debia ser arrebatada del palacio de Madrid; entretanto se proclamaba la regencia
de María Cristina, anulando la del general Espartero.


Los conspiradores no iban extraviados en las esperanzas que fundaron en la defec-
cion de algunos jefes militares con mando yen la cooperacion de otros muchos que
no lo tenian: muchas fuéron las adhesiones que recibieron, y mucho más numero-
sas las que no se manifestaron: no poco adherentes estuvieron á la capa, hasta ver
hácia dónde se ladeaba la victoria para ir en socorro del vencedor, táctica de los es-
peculadores de trastornos.


Mas el plan era radicalmente falso en cuanto á las simpatías y las disposiciones del
pueblo en las Provincias Vascongadas y en Navarra; aquellas provincias donde don
Cárlos halló el más sólido apoyo de su causa, donde tan numerosos y tan intrépidos
partidarios tuvo, estaban cansadas, y tras de una guerra que tantas desgracias y mi-
serias les habia causado, no aspiraban ya más que á vivir en paz. Un levantamiento
en favor de María Cristina hubiese sido un contrasentido, casi un perjurio en los
partidarios de D. Cárlos. María Cristina ó Espartero eran igualmente usurpadores
para aquella gente, y en cuanto á los fueristas no carlistas, no formaban más que
una oligarquía sin importancia propia, sin influjo en las masas.


Convenidos en el plan, distribuidos los papeles que cada uno debía representar en




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ese drama sangriento, sea inexperiencia, sea fatuidad, lo cierto es que los principa-
les autores hacian alarde de sus proyectos públicamente, y á pesar de este audaz de-
safío al gobierno, este ninguna resolucion tomaba para poner coto á un escándalo
público, que excediese de las más vulgares precauciones de tiempos tranquilos. Vi-
vian los ministros en una inalterable confianza, esperando los acontecimientos de
cuya iniciativa se encargó el general D. Leopoldo O' Donnell , apoderándose de la
ciudadela de Pamplona que le entregó la tropa que la guarnecia. Dirémos algunas
palabras soore hechos que precedieron á esta sublevacion y servirán á un mismo
tiempo de censura y de excusa para los ministros, porque hay errores que llevan
consigo hasta cierto punto su absolucion.


El general O'Donnell usando de la licencia que le otorgó el gobierno para viajar,
rué á Paris, regresó á Espai1a con ánimo de preparar todo lo que convenia al más fe-
liz éxito de la empresa concertada en Paris, pidió al gobierno su cuartel para Bilbao,
el ministro de la Gobernacion D. Facundo Infante le contestó que Bilbao era un cen-
tro de maquinaciones sobre las cuales tenia el gobierno cabal conocimiento, maqui-
naciones en que sin quererlo podria el general hallarse comprometido, por tanto le
aconsejaba eligiese otro cuartel en cualquier otro punto, incluso Madrid. Aprove-
chando tan lata facultad de cleccion, eligió O' Donnell Pamplona y el gobierno se lo
otorgó. Pamplona era precis:lmente la clave de los planes de insurreccion, de modo
que el gobierno tras de conservar el mando de Navarra y la guardia de Pamplona al
general Rivero de fé política poco ardiente en favor de la revolucion, permitió que
el jefe de la contrarevolucion residiese en el punto elegido para plaza de armas de la
insurrecciono Era difícil llevar m6.s allá la imprevision. Atacados en las Córtes por
este hecho de suyo tan grave, los ministros contestaron que descansados en la leal-
tad del general O' Donnell, nunca pudieron suponer que las seguridades que de su
parte recibian encu.brian un proyecto de sublevacion: pobre excusa, para quien
amaestrado en las luchas de los partidos, desconoce que hay momentos en la vida
política de los hombres, que mirándose unos á otros como enemigos, creen que to-
dos los ardides de la guerra son permitidos, y no habia carecido el gobierno de repe-
tidos avisos sobre la participacion del general O' Donnell en los planes de insurrec-
cion que amJgaba y de los cuales era señalado como el jefe y el alma.


Idénticos avisos tenia el jefe político de Pamplona D. Fernando Madoz. ¿Cual no se-
ria su sorpresa al ver que el gobierno autorizaba la residencia en Pamplona del gene-
ral O'Donnell? Mas como por el fuero militar quedaba el general O'Donnell sujeto á
las órdenes del capitan general, supuso el jefe político que este tendria órdenes espe-
ciales de vigilar á O'Donnell, no sin tener graves aprensiones sobre el modo con
que Rivero daria cumplímiento á esas órdenes, si existian.


No tardaron esa aprensiones en subir de punto. En 27 de Setiembre varios jefes
y oficiales de la guarnicion se presentaron al jefe político, haciéndole declaraciones
posítiyas r terminantes sobre una conspiraeíon en vísperas de e~tallar á cuya cabeza
se debía poner el general O'Donnell; añadian que los conjurados contaban con la




neutralidad del capitan general; indicaban los oficiales afiliados, y asimismo el objeto
de la conspiracion.


En duro aprieto se encontró el jefe político Madoz homhre de corazon puro, de
patriotismo ardiente, y de firmeza á tanta prueba. La acusacion lanzada contra el ca-
pitan general podia ser falsa, y si bien desde luego destruia toda connanza entre las
dos autoridades principales de la provincia, no por eso se hallaba una de ellas auto-
rizada á obrar contra la otra, sin más motivo que una revelacion onciosa, tal vez sin
fundamento. Para salir de tan mal paso, el jefe político reunió personas de su con--
fianza, el regente de la Audiencia, indivíduos de 13 diput3cion provincial y del Ayun-
tamiento, el comandante de la Milicia N ;:¡cional y algunos jefes de los cuerpos de la
guarniciono Se acordó en esta conferenci3 que el Sr. D. Luis ,de Sagasti, diputado
á Córtes, saldria g3nando horas p3ra Madrid port3dor de las dec13raciones recibid3s,
pidiendo el relevo del ca pi tan general, y la salida de O' Donnell de Pamplona. Era ya
tarde; salió Sagasti el dia 28 de Setiembre, accedió el gobierno á lo que pedia el jefe
político; por real órden de 3 de Octubre fué reemplazado Rivero por el general don
Pedro Chacon. El dia 2 la ciudadela estaba ya en poder de O' Donnel!.


El dia 2<) recibió el jefe político nuevas revelaciones. Se le pedia mandar arrestar
á Rivero, único medio de desconcertar los conjurados y de hacer abortar el plan. N o
pudo creer el jefe político en la connivencia de este, y sobre todo no debió acceder á
tan ilegal proposicion. Los ofici::des fuéron en busca de algunos de sus corn[laí1eros
que apoyasen sus declaraciones; cinco de ellos vinieron y confirmaron las declara-
ciones ya hechas. Con estos nuevos anuncios, reunió el jefe político en junta las au~
toridades popubres y algunos magistrados. Allí se debatió durante varias horas las
cuestiones más árduas, sobre todo, la de arrestar al general Rivero y los conspira-
dores cuyos nombres se hallaban en una lista. Nadie se atrevió á aconsejar semejan-
te resolucion, contentándose con co:nunicar al cClpitan .~~eneral las declaraciones
recibidas, menos las que le eran personales, suplicándole que tomase las disposicio-
nes que exigia la gravedad del caso. Esta comunicacion al capitan general tuvo efec-
to el dia 30 á bs once de la noche. Contestó Rivero que daria las órdenes conve-
nientes y tomaria disposiciones tales, que si la rebelion llegase i estallar, queJaria
sofocada al momento y su", autores tratados con toJo el rigor de las leyes militares.
A pes3.r de estas seguridades, ninguna Jisposicion vino á inJi':Clr que en efecto el Cd-
pitan general habia tomado en cuenta la comunicacion q L1C le habia sido hecha.


En 1.° de Octubre, á las cinco de la mal1ana, el jefe político, sin sosiego y agitado
por las noticias apremiantes que recibia d~ un inmediato rompimiento esperando
sacar al capitan general de la apatía en que le veia, le escribió pidiéndolc en nom-
bre de la patria y de la tranquilidad pública que mandase prender al capitan Ibañez
del regimiento de caballería del Príncipe, ocupar sus papeles, y vigilar muy de cer-
ca al general O' Donnell, al coronel del regimiento del Príncipe, y al coronel y tenien-
te coronel de Ex:trer~adura, sin permitirles salir de la plaza: mas Rivero, léjos de
acceJer á esta solicitud, contestó fundándose en los pretextos más frívolos, que no




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podia dar estas órdenes. En aquel mismo dia permitió al general O' Oonnell que sa-
liese á las dos de la tarde acompañando á su familia á Villava, de donde pasó es ta á
Francia, volviendo á la plaza O'Oonnell, sin que este paso tan significativo de
O'Oonnell despertase á Rivera de su letargo.


En ese mismo dia l. o de Octubre, á las ocho de la noche el general O' Oonnell
entró en la ciudadela vestido de paisano. El batallan de Extremadura que la guarne-
ciaestaba en el plan y ganado de antemano; quedó desde luego O'Donnell dueño
de la ciudadela. Dió el mando á un oncial de su connanza, Ascarraga, y bajó á la
ciudad; púsose el uniforme y se presentó -en los cuarteles para sublevar las tropas:
lo consiguió con un batallan de ExtremaJura, del mismo cuerpo del que guarnecia
la ciudadela; el tercer batallan se negó ú seguir tan fatal ejemplo; lo mismo hizo el
regimiento de Gerona; con esto conocie) O' D onnell que no conseguiria más ado-
rantes, se replegó á la ciudadela, sigui~l1liolc la casi totalidad del estado mayor de
Rivero.


Mientras así cai;! en manos de la rebelion la ciudadela de Pamplona, el capitan ge-
neral permanecía en el tcatro muy tranq uilo, retirándose acabada b funcion sin sa-
ber una palabra de lo que rasaba. El gcneral O' Donnell, no con temeo con igual in-
diferencia por parte del jefe político, destacó un p:Lj Lletc con órden de apoderarse de
su persona, mas avisado D. Fernando ,\ladoz con tiempo pudo endirse, y fué á re-
Lll1irse á las tropas lldes que se hallaban reunidas cn la plaza del castillo. N ingun
ademan hicieron los sublevados para apoderarse del capitan general.


Pasado el primer momcnto de sorpresa, las autoridades civiles pensaron en los
medios de contrarestar los progresos de la insurreccion y de combatirla; mas léjos
de cooperar el los esfucrzos de aq uclias, los militares convocados para atender á los
medios de defcnsa, con cortas excpcioncs se esmeraron en declarar que toda resis-
tencia era imposible, formando singular contraste sus razones con el valor cívico
de aquellas autoridades y su firme resolucion de defenderse contra la ciudadela. El
Ayuntamiento, despreciando los consejos dc ánimos apocados, ó nacidos de una
complicidad tenida con los rebeldes, hizo prodi~ios para poner la ciudad al abrigo
de una arremetida de los rcbeldes: la Milicia Nacional, las tropas tieles, la Diputa-
cion provincial y el jefe político se unieron con admirable decision y entusiasmo al
Ayuntamiento, sin que esta decision de las autoridades civileS y populares sacase de
su indiferencia al capitan general y sus subordinados. Un consejo de guerra ha ab-
suelto al general Rivero por su conducta en aquella circunstancia: dudamos que la
opinion pública haya admitido ese fallo legal. lo haya sancionado y ratificado; mas
ese contraste entre las autoridades civiles y militares en órcunstJ.ncias graves, es por
desgracia antiguo y achacoso entre nosotros.


DueÍ10 de la ciudadela de Pamplona O'Oonne11, dirigió al ejército y á los navar-
ros proclamas violentas en que explayaba el objeto de la rebelion. Que un conspira-
dor obsceno, en el ardor de un primer é inesperado triunfo se entregue á declama-
ciones de ira y de dcsden contra el poder que ataca á mano armada, es cosa sobra-




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da mente vulgar para extrañarlo, la calumnia es las más veces el único recurso posi-
ble que le queda á la insurreccion para cohonestar sus miras; mas que un teniente
general que habia figurado con distincion y adquirido gloria y renombre en los cam-
pos de batalla, que habia tenido últim;lluente rdaciones amistosas y de aprecio con
los ministros, al levantar un pendon de guerra para sostener sus opiniones políticas,
haya podido poner su firma á semejantes proclamas, es lo que no se comprende.
¿Quién en Espa1Í.a allecr aqLlellas prOcla1111S no conocia que cada renglon contenia
un aserto puramente gratuito? ¿Qui~n no sabia que el Convenio de Vergara de nin-
guna manera contenia la palabra solemne del general en jefe que los fueros serian
conservados? ¿Quién en España creía quc la vida dc la reina y de la infanta, su her-
mana, peligraban? ... ¡Pobrezas Jel corazon humano! No hallando una razon posible
que autorice su ex.travío, el hombrc de paniJo se irrita, se acalora y deficnde un
error como pudiera hacerlo de '_ll1a \'crjad inmensa, y la honraJez calla, el entendi-
miento se oscurecc; de allí esas aberracioncs lamentables de hombres honradísimos
enajenados por el espíritu de partido.


El general O'Donnell más que otro conocia los horrores de una guerra ci\'il, pues
habia adquirido justa fama y merecida gloria en la que habia asolado el país durante
seis años, y con todo no se estremecia á la idea de promovcr otra guerra fratricida
por un mero cambio de regencia, proclamando la de D. a María Cristina contra la
creada por las Córtes.


La insurreccion de Pamplona cundió á Bilbao, ú Vitoria, á Zaragoza) á Madrid,
á Castilla la Vieja. Sigamos su desarrollo en los puntos en que estalló: hemos
dicho que mandaba en Bilbao el general Santa Cruz, militar sin encrgía cívica; el go-
bierno, contando muy equi,'ocadamente con la adhesion del coronel Larrocha, lo ha-
bia destinado con su regimiento á dar la guarnicion de Bilbao (1). Era Bilbao un
centro donde acudian de tropel muchos personajes que no pertenecian á la provincia;
los baños de mar servian de pretex.to :1 esos conciliábulos; si todos 110 tomaban una
parte activa en el proyecto de insurreccion, todos la aplaudían y todos se adhirieron
á él en cuanto se hubo realizado.


(1) Que el gobierno se equivocó es cierto, mas sin que pueda achacársele esta equivocacion iÍ
culpa. Los antecedentes del coronel Larrocha autorizaban una entera conlianza legítima, una circuns-
tancia muy reciente debia aumentarla; el Hco ,id Comercio publicó por entonces una carta de
aquel jefe, en contestacion á una circular del ministro de la Guerra á los inspectores, para que estos
la trasmitieran á los jefes de cuerpos, cuyo objeto era recomendarlos la mayor vigilancia, atendl-
dos los proyectos de los conspiradores de scducir la tropa, Contestó Larroclla en los t<Erminos si-
guientesen 9 de Agosto: "Puede V. 1\1. estar muy segura que el regimient r ) quemanclo jamás des-
mentirá sus principios de honor, ni la gratitucl que debe al general glorioso que ta ntas veces los con-
dujo á la victoria .• ) Suplicaba el coronel Larrocha al inspector general que tuviese á bicn poner á la
vista del regente su contestacion, á lo que en efecto accedió el inspector.


Cotéjense las palabras y los hechos del coronel Larrocha, y dígase si hay gobierno que pueda estar á
cubierto de semejantes desengaños.




Las noticias de la insurreccion de O' Donnell y la de Piquero en Vitoria, llegaron
con corta diferencia de horas á Bilbao el dia 4. Los afiliados al movimiento determi-
naron pronunciarse, bajaron al arenal ya lleno de gente, mezclados á los grupos que
allí estacionaban, excitaron á dar el grito de rebclion. Las autoridades congregadas
en casa del comandante militar, resolvieron remitir un parte al general Alcalá, dán-
dole aviso de lo que pasaba; el secretario de la jefatura política fué encargado de lle-
\'arlo, y salió para San Sebastian escoltado por dos lanceros; mas tuvo que volverse
atrás hallando el camino interceptado por la insurrecciono Acongojado, tímido, in-
deciso, no sabia el general Santa Cruz á qu0 resolucion atenerse ni qué partido to-
mar; este apocamiento de alma decidió de la suerte de Bilbao.


Los conjurados, seguros de la adhesion del coronel Larrocha y de muchos oficia-
les de su regimiento, viendo que el general Santa Cruz no tomaba determinacion
alguna, cuando podia contar con los soldados cuya adhesion era muy grande al re ..
gente, se presentaron al débil general para intimarle que su mando habia cesado, y
muy luego vino Larrocha con muchos oficiales, manifestando que tanta resistencia
era inútil. El regimiento unido al pueblo se habia pronunciado; el apurado Santa
Cruz ninguna resistencia opuso y se sometió á la intimacion. Ya entonces se presen-
tó D. l\lanuel U rioste de Herran como comisario régio, en nombre de S. M. la reina
gobernadora. Larrocha tomó el mando militar; en la noche del 4 al 5 el general San-
ta Cruz, el jefe político Laserna y algunos más empleados fieles al gobierno, fuéron
llevados á Orduña.


El dia 5 los diputados generales dieron una proclama, monótona repeticion de las
acusaciones sabidas. Se reunió la diputacion foral á las doce del dia en el local de
sus sesiones, acudiendo á esa reunion los personajes del partido retrógrado que se
hallaban en Bilbao, y hasta el vice-cónsul de Francia. Con est: séquito se presentó
el diputado general de Vizcaya D. Domingo Eulogio de la Torre, anunciando desde
el balcon de la casa foral que quedaba pro~lamada la reina Isabel II, y durante su
minoría D.a María Cristina gobernadora del reino, y asimismo el res tablecimiento de
los fueros.


La diputacion convocó inmediatamente las juntas generales de Vizcaya, cuya reu-
nion tuvo efecto en los dias 12, 13 Y 14 de Octubre; allí el diputado corregidor, pre-
sidente, pronunció un discurso furibundo contra el gobierno de Madrid, contra el
cual las calumnias más descaradas, las quejas más absurdas y las recriminaciones
más nécias se hallaban hacinadas; felicitaba por último á Bilbao y la provincia de ha-
ber proclamado el restablecimiento de la regencia de María Cristina, habiendo S. M.
dado palabra que reconoceria los fueros de Vizcaya en toda su integridad; en la reu-
nion del 14 se propuso el alistamiento de todos los hombres válidos de diez y ocho á
cuarenta años en defensa del pronunciamiento efectuado. Se nombró una comision
que entendiese del armamento y equipo. En aquella reunion oligárquica hubo quien
no se dió por contento con el alistamiento propuesto y pidió que se extendiese á
los hombres de diez y siete á cincuenta y hasta sesenta años, mas el pueblo, que no




participaba de ese ardor belicoso, dejó sin efecto el entusiasmo de aquella reunion.
El acta de aquellas sesiones fué impresa y circulada con profusion. Si despues del
triunfo el gobierno objeto de tan torpes calumnias hubiese querido ensañarse contra
sus detractores y sus enemigos, no tenia más que echar mano de aquella acta; no lo
hizo y es hoy para aquel gobierno un título de gloria.


En la sesion del 14 fuéron leidas dos cartas, la una de las diputaciones forales de
las Provincias Vascongadas á D. a María Cristina, fecha 1.0 de N oviembre de 1840, Y la
otra de contestacion de esta señora, fecha en Paris á 7 de Diciembre, que prueba la
inteligencia que existía entre aquellas corporaciones y la gobernadora para llegar al
trastorno que sobrevino en Octubre de 1841.


Pasemos á los acontecimientos de Vitoria. El general Piquero, comandante milnar
de Alava, no se contentó con permitir que los conspiradores organizasen sus planes~
mas se puso ú la caheza de la insurreccion militar, provocando la defeccion del regi-
miento lle caballería á las órJenes Jel coronel Rijo; el dié14 dirigió ú la tropa una pro-
clama enfática llena de insultos y Je calumnias contra el gobierno que servia el dia
antes. Allí anunciaba el restablecimiento de la regencia de D.a María Cristina. Pi-
quero, no habiendo podido alterar la fidelidad del jefe político Manrique, lo hizo ar-
restar y llevar á la cárcel pública, donde fué puesto en el CLurto que sirve de última
mansion á los reos de muerte ya en cctt)illa; delicada atencion de un jefe militar re-
belde, usada á la primera autoridad civil de la provincia.


En CLlanto Vitoria cayó en manos de la insurreccion, se presentó el Sr. D. Manuel
Montes de Oca, en calidad de indivíduo Jel gohierno provisional en nombre de la go-
bernadora y durante su corta ausencia. Era D. ,vlanuel ,\lontes de Oca el mismo que
hemos visto en 1839 ne;;ociar la aJhesion del general Esp~lrtero al plan reaccionario
de aquella época, y que se intentaba llevar adelante; el gobierno sabia que Montes de
Oca ela uno de los jefes de la con:;piracion que se fraguaba, y que en su casa se reu-
nian los conjurados; lo llamó el Sr. n. Facundo Infante, ministro de la Gobernacion,
con quien tenia relaciones antiguas de amistad; le habló el ministro como amigo,
dando 6. Montes de Uca los mh prudentes conseJos, hacíénJole presentes lo:; peli.;;ros
á que se exponía conspirando sin contar los males que iba ú atraer sobre el país.
Don Manuel Montes de Oca negó :;u participacion ú proyectos de tra:;torno, maniLstó
el deseo de alejarse de Madrid, pidiendo un pasaporte para 13úrgos; el ministro le
contestó que no tenia meís que presentarse al de :\larina, que se lo daria; a:;í lo hizo
Montes de Oca y el general Camba dió el pasaporte, recibiendo en cambiu nue\'as
seguridades por parte del agraciado de su ninguna inteligencia en proyectos de agi-
tacion. Dueño del pasaporte pasó D. J\lanuel Montes de Oca á Búrgos, de donde se
fué á Vitoria clandestinamente, presentándose como representante de D. a María
Cristina en cuanto estalló la rebelion.


En Vitoria como en P Jmplona, salieron proclamas de un mismo estilo. Allí se ca-
lumniaba á los hombres, se alteraban los hechos, se calificaba en nombre de la 1110-
deraciol1 de traidores á todos los que no reconocieran la rebelion como gobierno lc-




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gítimo, imponiendo la pena de muerte á los que no lo hicieran en el plazo de doce
horas. La ilusion en que vivian los sublevados que el pueblo navarro vascongado
se entusiasmaria en favor de los fueros, perdió á los que proclamaban con tanto afan
esos fueros. Allá se presentaba un hijo de Medina hablando á los alaveses de fuero,
que tal vez conocía sólo de nombre~ el pueblo quedó espectador pasivo de ese afan
fuerista de castellanos y andaluces, que ni el idioma del país hablaban. La faccion
fuerista iniciada á los proyectos de contrarevolucion, las autoridades forales se adhi-
rieron á la rebelion, dando proclamas imitadas de las de los agentes oficiales de doña
María Cristina. En medio de tantas tropelías, citarémos hechos que honran infini-
tamente á las autoridades locales resistiendo las demasías de los jefes de la insur-
reCCIOn.


Preso el jefe político Manrique y arrestadas otras personas, el ayuntamiento de
Vitoria, que desaprobaba la rebelion, dirigió el dia 13 una representacion enérgica al
comisario de D.a María Cristina, quejándose de semejantes tropelías y pidiendo que
las personas detenidas fuesen puestas en libertad; la representacion fué devuelta á el
ayuntamiento por D. Pedro Egaí1a, con la advertencia que no tenia el aYllntamien-
to derecho para dirigirse al gobierno.


Los preparativos de resistencia, los pedidos de dinero y de hombres agitaron so-
bremanera los ánimos; las quejas más sentidas fuéron presentadas por el procurador
de Vitoria al diputado general, que se vió en la precision de convocar una junta ex-
traordinaria. Los diputados alaveses censuraron en ella sin embargo la conducta del
diputado general, declarando la junta que la provincia no queria una nueva guerra
civil, y que nada deseaba tanto como la conservacion de la paz. El diputado gene-
ral, viéndose objeto de una reprobacíon unánime, hizo renuncia de su cargo.


Otro documento que rodriamos citar en apoyo de lo que acabamos de decir del
espíritu general de la provincia de Alava, es un despacho de D. Manuel Montes de
Oca al general O' Donne11, interceptado en la noche del 18 de Octubre.


No habian pasado veinticuatro horas desde la fecha de esa carta, cuando el malo-
grado que la escribía era preso y entregado por los miñones alaveses á aquellos con-
tra quienes días 2i.ntes fulminaba Montes de Oca decretos de muerte. No halló el des_
graciado comisario un abrigo, un protector en aquella provincia, mientras los insur-
rectos del país pudieron salvarse protegidos por los habitantes. Llevado á un consejo
de guerra, fué sentenciado :í muerte, sufriendo la pena de que tan pródigo se habia
mostrado en sus proclamas, horrible extremo al que conducen ódios implacables: en el
día del triunfo, los partidos ciegos todos, no preveen la reaccion que provocan con sus
excesos, y allá se vierte sangre humana con una facilidad que horroriza y estremece.
Arrestado el dia 19 Y llevado á Vitoria, fué sentenciado D. Manuel Montes de Oca
el dia '20. Y fu~ fusilado en aquel dia. Murió con sumo valor, yíctima de maquinacio-
nes cuyo orígen no quiso revelar, víctima de esa odiosa justicia excepcional que se
llama consejo de guerra. Caballero, persona dotada de bellísimas prendas, mas hom-
bre de partido, ardiente y decidido, interrogado sobre los pormenores y el orígen de




su mision, contestó el desventurado D. Manuel Montes de Oca que el honor le man-
daba no contestar.


En la provincia de Guipúzcoa mandaba el general Alcalá, que permaneció fiel al go-
hierno. La diputacion foral se trasladó á Vergara, donde se hallaban reunidas las tro-
pas sublevadas por el general U rbistondo, procedente del Convenio de Vergara. Allí
se proclamó D.a María Cristina gobernadora del reino y durante su corta ausencia
formaban el gobierno provisional el conde de Monterron, diputado general, y el ci-
tado general Urbistondo. La diputacion foral decretó el 11 de Octubre el alistamiento
de todos los hombres válidos de diez y ocho á cuarenta años; el general Jáuregui, que
siempre habia figurado en las filas liberales, se adhirió á la rebelion y fué nombrado
comandante de las tropas, cuyo alistamiento quedó en proyecto, pues era tal la
aversion con que aquellos moradores miraban la insurreccion, que léjos de alistarse
para sostenerla, la mayor parte de los mozos emigraron al interior del reino.


La rebelion, mirada con repugnancia por los habitantes de Guipúzcoa, y combati-
da con denuedo por las autoridades civiles y algunas militares, no pudo pasar de los
puntos ocupados por las tropas defeccionarias. El capitan general Alcalá, y el jefe po-
lítico Amilibia, desplegaron mucha actividad y obraron con sumo tino; lograron así
detener los progresos de la rebelion y mantener la tranquilidad en casi toda la pro-
vincia. Este último, hijo de Guipúzcoa, fué el protector de sus paisanos durante la
insurreccion, y más tarde lo fLlé de las personas comprometidas; San Sebastian, la fiel,
se distinguió por su lealtad y su enérgica adhesion á la causa de la libertad y de la
unidad nacional. La Milicia de aquella ciudad, en un ion á la de otros puntos que acu-
dieron presLll'osas y valientes en socorro de la capital de la provincia, se encarga-
ron de la defensa de esta, y así pudo el general Alcalá disponer de las tropas fides
para obrar contra los insurreccionados.


Si escasísimo eco hallaron los conspiradores en Navarra y Provincias Vasconga-
das, todo fué repulsa en el liberal Aragon. Con todo, no temian provocar la contra
revolucion en Zaragoza, contando con un regimiento de la Guardia real, que allí se
hallaba de guarnicion, á lo menos con un cierto número de oficiales de aquel cuer-
po. Era á la sazon capitan general de aquel distrito el general Ayerbe, tan poco pre-
vi·;or como el de N avarra, dejando que en Zaragoza se conspirase tan sosegadamente
como en Pamplona. Nada supo, nada vió hasta que estalló la mína debajo de sus
piés. Sólo entonces mostró más decision que Rivero para apagar el incendio, cuyas
primeras llamaradas le sacaron de su letargo. Ayerbe, aragonés y muy querido entre
sus paisanos, tenia, más que Rivero, medi0s de conocer hora por hora lo que ma-
quinaban los conjurados) aislados en un pueblo como la heróica Zaragoza, entre cuyos
moradores no habian de encontrar adherentes, como pudo tenerlos O, Donnell en
Pamplona; y con todo, como Rivero, Ayerbe se dejó sorprender.


Un extranjero, un oficial piamontés emigrado de su patria despues de los aconteci-
mIentos de aquel país en 1821, habia venido á España con ciertos cuerpos del ejérci-
to de D. Pedro, que de Portugal pasaron al servicio de España; habia ascendido por




su mérito y valor al grado de mariscal de campo. D Cayetano Borso fué el alma de
la conspiracion en Zaragoza, á donde vino enviado desde Madrid.


Oficiales leales enterados de esto, le den uncian al capitan general, que ningun caso
hizo de esas indicaciones: mas al llegar á Zaragoza la noticia de la insurreccion per-
petrada en la ciudadela de Pamplona, una diputacion de patriotas y de las autori-
dades populares se presentó al general Ayerbe, pidiéndole que estuviese sobre aviso
dándole pormenores sobre la conspiracion que se fraguaba á su vista. Ayerbe tran-
quilizó á la diputacion que le manifestaba sus temores, diciendo que habia llamado á
los jefes de los cuerpos que formaban la gua'rnicion, y habia recibido las seguridades
más positivas de fidelidad, respondiendo sobre sus cabezas de la lealtad de las tropas.
Semejantes protestas no bastaron á calmar la zozobra de los zaragozanos; desde
aquel momento estuvieron más alerta que nunca, poniendo en duda las aseveracio-
nes de Ayerbe, aunque hasta entonces habia gozado del mayor concepto é inspira-
do una confianza sin límite.


Mientras esto pasaba en Zaragoza, O' Donnell, que necesltaba reforzarse para obrar
en Navarra, dió á Borso órden de romper y de venir á Pamplona con toda la tropa
que pudiera traerle. Borso, desesperando de dar el golpe en Zaragoza por la oposicion
manifiesta del pueblo, tomó la resolucion de hacer salir sin ruido la tropa, cuyos ofi-
ciales estaban ganados, lo que efectuó en la noche deIS al 6 de Octubre; mas apenas
hubo empezado el movimiento, cuando avisaron algunos habitantes al capitan gene-
ral. Al oir esta relacion se turbó Ayerbe, contestó con palabras ambíguas y preña-
das, contestadas con amargas reconvenClOnes; mas cuando al amanecer supo el pue-
blo de Zaragoza la salida de la tropa con Borso, su indignacion y rabia fuéron tales,
que no dudando ya que Ay(~rbe estuviese en el plan de insurreccion, estuvo la vidrt
de este en peligro. Saliendo por fin de su apatía natural ó voluntaria y calculada,
marchó el capitan general en persecucion de Borso á la cabeza de alguna tropa y de la
Milicia Nacional y lo alcanzó luego; los soldados extraviados por sus oficiales igno,·
raban á dónde se les llevaba y por órden de qué autoridad marchaban. Al ver al capi-
tan general que venia tras de ellos y al oir de su boca que iban engañados por una
traicion, se detuvieron y se pusieron á las órdenes de su general. Hubo entonces
una especie de capitulacion, dando Ayerbe pasaportes para Francia á unos cincuenta
oficiales que el gobierno tuvo la generosidad de no dar dc.baja. En cuanto al desven-
turado Borso, abandonado por la tropa, poco anduvo sin caer en manos de carabine-
ros del resguardo, que lo entregaron á la Milicia Nacional de Borja y Gallur, cuyas
columnas corrian la campiña desde que se supo la insurrecciono Llevado á Zaragoza,
fué juzgado por un consejo de guerra, sentenciJdo á muerte y fusilado. La insurrec-
cion militar provocada en Aragon no duró más que pocas horas, esto es, lo que tar-
dó en querer sofocarla el capitan general.


En el centro de la monarquía, en Castilla la Vieja, tambien hubo una insurreccion
militar, capitaneada por el brigadier Orive, coronel del regimiento Reina Goberna-
dora: la preparaba aquel jefe muy de antemano, mas no con bastante maña que no




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se enteraran de sus gestiones el capitan general Aleson y el jefe político de Vallado-
lid, Gutierrez'; ambos dieron parte al gobierno de las maquinaciones de Orive. El ge-
neral Aleson tuvo la precaucion de dividir el regimiento en trozos, que envió á dife-
rentes puntos de la capitanía general, quitando así el Orive un centro eficaz de accion
en Valladolid: fué Orive exonerado del mando. Vino á Madrid para justif1car su con-
ducta, calumniada, decia, por las autoridades de Valladolid, El ministro de la Guerra
oyó la justificacion, mas no desistió de la resolucion tomada; entonces Orive se pre-
sentó al regente, renovó sus pTotestas de adhesion , protestando contra una exone-
racion atentatoria á su honra; dejóse persuadir el regente y despidió á Orive, satis-
fecho, devolviéndole el mando de su regimiento. Volvió Orive á Valladolid, y á los
pocos dias enarboló la bandera de la insurreccion; gracias á las sábias medidas toma-
das por el capitan general, no pudo Orive reunir más que algunos cortos destacamen .
tos. Perseguido en seguida por soldados de su mismo regimiento y por las tropas
que desde Zamora salieron con el brigadier Osorio, se puso Orive en marcha para
Portugal, donde penetró el 20 de Octubre con doscientos treinta y cinco soldados;
estos fuéron desarmados en el pueblo de Malladas por las autoridades portuguesas.


Abortó, pues, tambien en Castilla la Vieja la insurreccion fraguada con tanto afan;
mas todos estos movimientos parciales de una vastísima conspiracion, estallando á un
mismo tiempo, estaban pendientes del golpe que debia darse en Madrid, y se dió en
la noch\' del 7 de Octubre, á cuya relacion pasamos.


Hay en los anales de los pueblos coincidencias históricas tan singulares que he-
mos querido ofrecer á nuestros lectores, la ocasion de cotejar la conspiracion que
de órdende Felipe V fraguó en Paris su embajador, príncipe de Cellamare, contra el
duque de Orleans, regente de Francia, y la que se fraguó en 1 ~41, igualmente en Pa-
ris, contra el duque de la Victoria, reñente de España. El objeto de ambas conspira-
ciones es el mismo; los medios empleados para conseguirlo son tan idénticos, y el
resultado tan parecido, que hemos querido reproducir el plan de Felipe V y de los
conjurados de Paris) tal como lo ha publicado Mr. Vatout, bibliotecario que era de
Luis Felipe, en su obra sobre aquella conjuracion.


Extracto del plan de los conjurados enviado por el príncipe de Cellamare,
embajador de Felipe Ven París) á el cardenal Alberoni.


"Nada más importante que asegurarse de las plazas limítrofes de los Pirineos y de
las personas notables que viven en aquellas comarcas, ganar la guarnicion de Bayo-
na ó apoderarse de la plaza.


El marqués de P ... es gobernador de D ... sus opiniones son conocidas. Cuando se
halle decidido, es preciso que triplique sus gastos para atraer á la nobleza; debe der-
ramar dinero en gratificaciones.


En Normandía, Carentan es un punto importante; trabajar con el gobernador de
esta ciudad como con el marqués de P ... , ir más allá, asegurar ú sus oficiales las re-
compensas que pidan.




Obrar en el mismo sentido y con los mismos medios en todas las prOVInCiaS, en
cuanto lo permitan la prudencia y la posibilidad.


Para hacer frente á estos gastos, es preciso contar con trescientas mil libras torne-
sas en el primer mes, yen seguidl cien mil en cada mes, pagadas con toda exactitud.


Este gasto, que cesará hecha la paz, pone al rey católico en el caso de obrar con
seguridad en caso de guerra.


España no será más que un auxiliar. El verdadero ejército de Felipe V se halla en
Francia: un cuerpo de diez mil españoles es más que suficiente con la persona del rey.
~ Pero es preciso ganar á lo menos la mitád del ejército del duque de Orleans; este


es el punto capital y esto no se puede ejecutar sin mucho dinero, con gratificacion
de cien mil libras por batallon y escuadro n si es necesaria, además la paga ordina-
ria y premios para los jefes.


Veinte batallones es un gasto de dos millones de libras. Con esta suma se organiza
un ejército seguro y se destruye el de los enemigos.


Si no se tiene más que tropas extranjeras, es preciso no exponerlas á el albur de
una batalla. Se disputará el terreno pié á pié, aguardando el pronunciamiento de las
provincias, dándoles el tiempo de declararse.


Es casi cierto que no serán los súbditos más adictos al rey de Espaíla los que se em-
plearán en el ejército destinado á combatirlo; que vayan á la~ provincias como agen-
tes y allí podrán trabajar con suma utilidad; darles un carácter oficial, si no lo tienen
ya. Con este objeto es necesario que S. M. envie cédulas en blanco que su embaja-
dor en Paris llenará; así se harún oficiales superiores y subalternos.


Vista la multiplicidad de órdenes que habia que dac conviene que el embajador
pueda firmar en nombre del rey de España.


Tambien conviene que S. M. C. firme sus órdenes como hijo de Francia, y so-
brino del rey de Francia: este es su título.


Los oficiales deberán ser elegidos por el ministro de S. M. C. de acuerdo con los
jefes.


Se formará un ejército de treinta mil hombres que S. M. C. hallará formado.
aguerrido y disciplinado.


Este ejército se distribuirá en las capitales de provincias en el mes de Mayo. Nan-
tes, Rayana, son los puntos esenciales.


N o dejar salir de F;.spaña al embajador de Francia; su persona responderá de las
que se pronuncien (1)).


NI úd.ense los nombres, y tenemos la conspiracion de Octubre de 1841 con todos
sus pormenores y medios de ejecucion.


(1) Vatout. Conjuracioll de Cel/amare, tomo II, pág. 305. Archivos del ministerio de Estado.




CAPÍTULO XIII.


INSURRECCION MILITAR DE OCTUBRE DE 1841 .-(Continuacion).


Las noticias que llegaban á Madrid de la insurreccion de los generales O'Donnell,
Piquero y Borso, de lo::; coroneles Larrocha y Orive, sacaron al gobierno de su inau-
dita apatía, mas sin por eso resolverse á tomar resoluclOnes adecuadas á las circuns-
tancias. Tenia la lista de los militares afiliados al plan de rebelion, mas en vez de ar-
restarlos, se contentó el ministro de la Guerra con darles órden de ir de cuartel á los
puntos que les designó. Bastó esto para que los interesados, léjos de obedecer, se ocul-
taran en Madrid, donde no fué posible hallarlos. Es sabido cuán difícil es el descubrir
en una poblacion como Madrid proscritos políticos, y más cuando no hay policía; y
merced á teorías poco en armonía con la realidad de las cosas, y á las economías he-
chas por las Córtes, el ministro de la Gobernacio,1 no tenia á sus órdenes más que
doce agentes de policía, y á su Jis~osicion doscientos mil reales. El gobierno, supo-
niendo que los militares buscados saldrian de Madrid, circuló una órden á las autori-
dades de las provincias para que fuesen arrestados donde se les encontrara. Inútil y
vana precaucion: ellos permanecian muy descansados en Madrid.


Este modo de proceder contra conspiradores, cuando ya habia estallado la rebe-
lion, podrá parecer extraño; mas se ha abusado tanto y tanto en España, cometien-
do los actos más escandalosos de arbitrariedad so pretexto de legítima defensa, que
queriendo inaugurar una época de legalidad, se exageró el respeto á las formas lega-
les. En ningun caso se deben conculcar, mas aún ateniéndose á ellas en el sentido
más escrupuloso, los ministros se hallaban plenamente autorizados por la gravedad
de las circunstancias y los indicios morales y materiales de la complicidad de ciertas
personas á arrestarlas, entregándolas inmediatamente á la justicia ordinaria para que
obrase conforme á la ley; no se hizo así y se dió lugar á un atentado que tan fatal
hubiera podido ser, y que aún así costó vidas preciosas que tanto hubiese importado
conservar.




- 2Rg--
En la aprension del rompimiento que amagaban, el gobierno habia llamado á


Madrid los regimientos de Alcázar de San Juan, Mallorca y Badajoz y el de Lusita-
nia de caballería. Otro regimiento de infantería, el de la Princesa, estaba acuartelado
en las inmediaciones de la capital; el gobierno supo que se trabaTa-ba'para seducir
aquel cuerpo, entrando en el plan el teniente coronel y algunos más oficiales; trajo el
regimiento á Madrid. El coronel Enna que lo mandaba, fué llamado por el ministro
de la Guerra en presencia del regente para que diese cuenta del estado de disciplina
del regimiento, haciéndole presente las dudas que se tenian respecto al teniente co-
ronel y algunos más jefes. Contestó Enna que respondia del teniente coronel como
de sí mismo; se hizo garante de sus opiniones, de su fidelidad, de su adhesion al go-
bierno y al regente. Pasaba dicho teniente coronel por exaltado en sus opiniones
liberales. Con estos antecedentes, que casi daban visos de calumnia á las acusa-
ciones, y las garantías del coronel, se creyó en la lealtad del teniente coronel
N ouvilas, quien poco tardó en desmentirla, pues fué el eje de la insurreccion de17
de Octubre, en la que sólo tomaron parte algunas compaÍ1ías del regimiento de la
Princesa.


La conspiracion era puramente militar; las tramas que los conjurados urdlan en
los cuerpos de la guarnicion, fuéron poco á poco descubriéndose; en toda maquina-
cion de esta naturaleza, á medida que se acerca el momento de obrar, hay forzosa-
mente que enterar del santo á un mayor número de personas, de aquí el peligro ine-
\'itable de las indiscreciones ó de las delaciones; esto mismo sLlcedió, Llegó á saber el
plan un oncial leal y decidido de uno de los cuerpos de la guarnícion, y fué á comu-
ni-:ar lo que sabia á LIno de los ayudantes del regente, empeí1ándose en paralizar los
esfuerzos que se hacian para sublevar su regimiento.


La órden dada á los que real y verdaderamente eran los jefes de la conspiracion
para que salieran de Maclrid, algunas otras precauciones tomadas de resultas de las
indicaciones que se recibian respecto á las intrigas que se agitaban en los regimien-
tos, no dejaron ya duda alguna:.í los conjuraclos q Lle el gobierno estaba sobre aviso y
los vigilaba muy de cerca. Desde su retiro insistian los escondidos para que se rom-
piera cuanto antes, y así se iba:.í ejecutar cuanJo el gobierno paró el golpe, separando
de repente ochenta y cinco ollciales de la Guardia real. Suspendidos, desconcertados
con un acto de vigor de que no creian al gobierno capaz, los conjurados en el primer
momento resolvieron aplazar el rompimiento, mas muy luego volyieron al primer
pensamiento de obrar1 y mandaron que los 01iciales separados de la Guardia real se
presentasen en sus cuartele:.; para trLlbajar con el soldado y atraerlo á la rebelion. Así
lo intentaron los onciales, mas fL1éron recibidos á balazos y algunos detenidos por la
tropa. Al recibir la noticia de este nue\'o desengaÍ10 y no contando ya más que con el
regimiento de la Prlncesa 1 descuidado por el gobierno llevado á una fatal confianza
por las seguridades del coronel Enna 1 los jefes de la conspiracion se consultaron so-
bre la resolucion que debía tomarse. Parece que el malogrado general Leon fué de
dictámen que se aplazase todo, mas que el general D. Manuel de la Concha sostuvo


ISJ




- 29°-
la opmlOn contraria que desgraciadamente prevaleció, y quedó convenido que el
rompimiento se efectuaria en la noche del 7 de Octubre, pues á poco que se tardase
el gobierno lo descubriria todo, y les quit3ria el único recurso que les quedaba en la
tropa, del regimiento de la Princesa, Se resolvió pues que en aquella noche se inten-
taria apoderarse de la reina con la tropa de que aún podian disponer.


Como todo presagiaba un ataque sin que se supiese adónde y cómo podia y debia
empezar, se tomaron por el Ayuntamiento, Milicia Nacional y jefe político cuantas
precauciones eran indicadas por las circunstancias. Un batallon de la Milicia estaba
de reten, y todas las tropas en sus cuarteles con instrucciones á los jefes para el caso
de alarma, un batallon entero reforzaba al anochecer la guardia habitual del re-
gente.


Llegó la tarde del 7 de Octubre y dieron los conjurados la órden de ataqu,e: la eje·
cutó el teniente coronel Nouvilas á las siete y media de aquella tarde presentándose
en el cuartel de su regimiento mandando formar la tropa: los soldados ohedecieron
á la voz de su jefe. Entonces se presentó el general Concha que habia sido coronel
del cuerpo; arengó á los soldados dándoles á entender que peligraba la vida de la rei-
na, y que se trataba de salvar á S. M. Los húsares de la Princesa se hallaban acuar-
telados en el mismo recinto: los halagos, como las amenazas fuéron inútiles con
ellos y mandó entonces Concha encerrar los húsares en los dormitorios donde se 111-
llaban con centinelas de vista. Se dijo que hubo una órden para que se degollaran los
caballos.


Del regimiento de infantería siguieron al general once compaí1ías, con las cuales
marchó á Palacio; la guardia exterior estaba ganada, se unió á Concha y todos jun-
tos penetraron en el Real Alcázar cerrando en se¡;;uida las puertas.


A la noticia de lo que pasaba con su rep,imiento, el engaúado coronel Enna corrió
al cuartel, llegando cuando la tropa se disponia á marchar; quiso arengar á sus solda-
dos, fué detenido y encerrado en un cuarto bajo del cuartel; mas al oír el toque de
marcha, consiguió Enna romper la puerta. Se abalanzó á sus soldados, les habló, les
gritó que iban á cometer una felonía. Su voz fué oida, la tropa se detuvo, y consiguió
Enna arrancar á la sedícion 500 hombres de su regimiento. A esta enérgica y noble
decision de Enna, se debió que el general Concha no pudiese llevar más que once
compaí1ías. Sin esta circunstancia, todo el regimiento hubiera seguido á Concha.


Los húsares, valientes y fie!cs, echaron abajo las puertas de los dormitorios, mon-
taron á caballo, y á escape vinierOJ1 á formar en la calle de Alcalá, frente á la resi-
dencia del regente.


Se hallaba aquella tarde de jefe de dia el Sr. D. Manuel Cortina, comandante del
segundo batallon de la Milicia. A los primeros síntomas apreciables de una próxi·
ma rebelion, mandó tocar generala sin esperar órdenes de nadie. La Milicia heróica
é intrépida acudió con el entusiasmo y la espontaneidad de que siempre ha dado tan
eminentes pruebas cada vez que la libertad ha estado en peligro. D. Manuel Cor-
tina tomó por sí y ante sí las más acertadas disposiciones militares, y mostrando




- 29 1 -
extraordinariamente en aquella aciaga noche un valor y una presencia de espíritu
admirables.


En cuanto á los ministros, engañados sin duda por los partes que recibieran del
aplazamiento que en efecto fué convenido entre los conjurados, sin que llegara á su
noticia que habian vuelto á su primera resolucion, no conocieron su error hasta que
las primeras descargas de los sublevados en Palacio les trajeron la noticia que estos
eran dueños del Alcázar Real; y tal era el descuido en que vivian aquellos ministros,
que el presidente del ConsE'jo, D. Antonio Gonzalez, ministro de Estado, se halla-
ba muy sosegado ,despachando en su secretaría, cuando rompió el fuego en el patio
de Palacio. Muy agenos estaban los sublevados de creer que tenian tan á la mano al
presidente del Consejo; á los primeros tiros se escondió para no caer en manos de
los insurrectos.


Por una de aquellas resoluciones que la fatalidad de los tiempos de revueltas civi-
les sólo explica, cuando ya no se sabe en quién se puede fiar, ni de quién hay que
desconfiar, habia recaido el mando militar de :Madrid en el conde de Torre Pando,
anciano honradísimo, como lo probó, mas sin la necesaria energía en circunstancias
tan azarosas. Apresurémonos á hacerle la debida justicia: manifestó el Conde sumo
valor personal y patriótica honradez.


Tremenda, horrible noche fué aquella del 7 de Octubre. Diluviaba, y la oscuridad
profunda en que yacia la poblacion, aumentaba la confusion de aquE'llos momentos.
Llegaba la insurreccion como un caso impensado, bien que todo lo presagiaba de al-
gunos dias antes; mas no se sabia qué ramificaciones pudieran tener los conjurados
entre la tropa; se temia que el ejemplo fuese contagioso. La caballería de la Guardia
real ocupaba la plazuela de la Cebada en actitud algo equívoca; no se sabia qué par-
tido tomarian los cuerpos de infantería de la Guardia; todo era duda, incertidumbre,
angustia, que aumentaba el retumbar lúgubre de las descargas que se oian en Pala-
cio, sin que se supiera á punto fijo lo que allá dentro pasaba. Era evidente que en-
contraban los conjurados una fatal resistencia: mas no era fácil calcularlo que po-
dria durar esta, ni se sabia cómo llevar socorro á los valerosos defensores, siendo
imposible penetrar en Palacio, sin echar abajo las puertas á caf10nazos, y no se
queria hacer uso de artillería, por un respeto á la mansion de la reina.


Por fortuna mandaba la guardia interior del Régio Alcázar, asaltado por los que
más se preciaban de monárquicos, un militar de esforzado valor, de imperturbable
serenidad y de indomable teson, digno por todos conceptos del puesto confiado á
su hidalguía. Este héroe de tan prodigiosa defensa, era el coronel D. Domingo Dul-
ce teniente de alabarderos. Dulce salvó en aquella noche una causa altamente com-
prometida, pues si los conjurados que penetraron en Palacio, hubiesen conseguido
apoderarse de la reina, ¿ quién puede calcular las consecuencias que este hecho hu-
biese tenido? Hé aquí lo que pasó en Palacio.


Los generales D. Diego Leon y D. Manuel de la Concha con las tropas que los ha-
bian seguido y la guardia exterior de Palacio que se les habia unido, ocupaban el pa-




" ',', • J li '" j .' !,
tia. La guardia interior exclusivamente confiada á unos pocos alabarderos, presenta-
ba poca apariencia de una tenaz resistencia, mas estos los mandaba Dulce, quien por
fortuna muy sobreaviso de un ataq uc posible, se hallaba provisto de abundante repues-
to de municione~. Tambien en la prevision de un golpe de mano, el tutor y el inten-
dente de Palacio habian mandado tapiar varias entradas que desde el p1tio condu-
cian por diferentes escaleras á las reales cúmaras. La guardia de alabarderos era
regularmente de solos diez y ocho hombres: algunos dias antes del 7 de Octubre,
acudian cien hombres de refuerzo á las ocho de la noche. Sin duda los conjurados
ente~ados de la hora en que se aumentaba la guardia de Palacio, dieron el grito una
hora antes. En efecto, . cuando él la hora de costumbre llegaban los alabarderos, se
encontraron con el Palacio ya ocupado por los conjurados, y tuvieron que volver
atrás. ¿Por qué ra.zon cuando se tomaban precauciones extraordinarias contra un
atentado de que se tenia la seguridad moral, no era esta fuerza de alabarderos per-
manente? y ¿por qué razon no se confiaba la guardia exterior de Palacio á la Milicia
Nacional, en cuya fidelidad no cabia dLlda, en vez de fiarla á la tropa, al alcance de las
seducciones de los conjurados? Son cosas que han quedado sin explicacion y ni in-
tentarémos dársela.


Los conjurados ya dueños del patio de Palacio, y no temiendo un ataque afuera,
todo su afan era buscar las escaleras excusadas por donde subir, mas no hallándolas
las unas por tener tapiada la entrada, las otras por no conocerlas, se resolvieron á
penetrar por la principal, no dudando que acabarian muy pronto con la resistencIa
de diez y ocho hombres, si estos intentaban hacerla, lo que tal vez no supusieron po-
sible. Por fortuna, la algazara y gritos de aq ueUa soldadesca en rebdion, y algunos
tir~s· disparados adrede ó por casualidad, anunciaron al coronel Dulce que la hora
del combate habia llegado; la aceptó animoso y decidido el valiente comandante de
alabé:\rderos.


Al divisar los conjurados en la escalera principal, bajó Dulce hasta la primera me-
seta para reconocerlos, y dió la voz de alto. A esta voz el oficial, que precedia al-
gunos pasos su tropa, retrocedió, y Dulce volvió á toda prisa á los suyos, mandando
preparar las armas. Abren el fuego los soldados de la Princesa, contestan los alabar-
deros, y allí se traba horrible lucha. Consiguen los agre,;ores penetrar por la galería
que en el piso superior da la vuelta del patio, y por allí hacen fuego á lo interior de
la sala donde se hallaban los alabarderos. Dulce dispone su gente de modo que con-
testase por todas partes al fuego que recibian, dando la órden de replegarse hácia los
reales aposentos, y hasta la cámara de la r-cina, en el caso que los agresores forzasen
los primeros puntos de la defensa. Por las ventanas que daban ála plaza hizo Dulce
disparar algunos tiros, dando así aviso que si bien oponia una tenaz resistencia, nece-
sitaba socorro. Todo el que conoce el Palacio de Madrid, sabe que presenta la posibi-
lidad de defensa que pudiera ofrecer una ciudadela. Cerradas las puertas, y estas en
poder de los sublevados, como por ser de noche era imposible socorrer á los heróicos
alabarderos, á menos de echar abajo las puertas de Palacio con artillería, y este me-




- 293 -
dio no se queria emplear, se circunvaló Palacio por todas partes con tropa y Milicia
N acional, y así se aguardó á que amaneciese. De nada hubiera servido ese cardan de
tropas, si sucumbiendo Dulce se hubieran los agresores apoderado de la reina. A pe-
sar del cardan, ningun jefe se halló en Pdlacio cuando en él se penetró: todos se ha-
bian salvado favorecidos por la oscuridad de la noche. Si algunos fuéron hallados al
dia siguiente ya léjos de Madrid, los más precavidos se escondieron en la pobla-
cion pidiendo un asilo á amigos ó adversarios políticos y todos 10 hallaron gene-
roso y cumplido, hasta que abonanzada la tempestad pudieron marchar á países
extran jeras.


Á la primera noticia de lo sucedido en Palacio, el regente se aprestó á montar
á cabal! o, dando las órdenes que exigian los diferentes partes que llegaban suce-
sivamente; mas resuelto ya que no se haria uso de artillería contra Palacio, hubo
que esperar que amaneciese contentándose con tomar todas sus avenidas y bocas-
calles.


Mas mientras una parte: de la tropa rebelde hacia esfuerzos repetidos para penetrar
en las reales dmaras, otra parte se destacó para atacar las avanzadas y fué recibida
:í balazos por la Milicia Nacional. En la plazuela de Santa María hubo varias desgra-.
cías; allí fué mortalmente herido D. l\liguel de la Guardia. capitan de cazadores del
segundo batallan, herida á que sucumbió pocos días despues. Guardia era el oficial
qne en el l. u de Setiembre habia el pnmero contestado al fuego que abrió la tropa
que venia con el capitan general Aldama p:ua apoderarse del Ayuntamiento. Halló
Guardia la muerte á pocos pasos del sitio donde habia un año antes dado pruebas de
su yalor, defendiendo en las dos ocasiones la causa de la liQertad.


Cuando amaneció, se hallaha el regente en la plaza de Oriente: á los primeros albo-
res del dio. se intimó :llos reheldes la rendicion y pidieron capitular. Se les negó y se
entregaron á discrecion, dejando los soldados las armas en el patio interior de Pala-
cio. Engañados por sus jefes, arrepentidos de haber servido de instrumentos ciegos
á un horrihle atentado, los soldados de la Princesa fuéron perdonados por el regen-
te; losoficiales hallados en Palacio fué\On entregados á un consejo de guerra.


EVJ.cuado el régio alcázar por los que acababan de violar aquel recinto que lla-
maban sagrado, se encontró sangre y muertos en la escalera de Palacio. Allí yacian
infelices soldados víctimas de odios personales, más bien que de opiniones políticas
que provocaban la rebelion y la guerra civil en la desventurada España. Diez y nueve
aí10s hacia que en el 7 de Julio tambien corrió sangre en esa misma escalera, sangre


de otras víctimas de iguales furores. Fernando VII provocó en 1822 otra rebelion de
su guardia contra la Constitucion. Palacio fué el asilo de los conspiradores; de Palacio
salió la seÍ1al del combate, y en esa escalera murió el valiente Landaburru asesina-
do por sus propios soldados que quiso sostener. Mas es casi seguro por tradicion,
que en aquel régio alcázar reside el genio del mal. ya sea como teatro de desvocada
prostitucion como en tiempos de María Luisa, ya sea de conspiraciones de familia
como en esa misma época y en otras más recientes, ya sea como en inteligenCias




- 294-
criminales con el extranjero contra la nacion como en tiempo de Fernando VII.


Asistia la reina y su hermana á la leccion de música, cuando se oyeron los prime-
ros tiros. La señora condesa de Mina, aya de las hijas de Fernando VII, acudió al
ruido, y tuvo el valor de atravesar en medio del fuego cruzado de los agresores y de
los defensores por la meseta que de la escalera principal conduce á la entrada priva-
da de la real cámara. Halló la Condesa á sus augustas pupilas en la mayor consterna-
cion y procuró calmarlas con el tacto exquisito que distingue aquella seí10ra. Hácia
las diez el sueño más fuerte á esa edad que el temor, se apoderó de las reales nií1as,
se acostó la reina en su cuarto habitual y se puso á su lado un catre para la infanta;
mas no bien se habian acostado, cuando una bala venida de afuera rompió los cris-
tales y se quedó en el espesor de la visagra. Si en la confusion muy natural en aque-
llas circunstancias se hubiera descuidado cerrar esa vidriera, la di reccion de la bala
era tal que hubiera dado á la infanta; otra bala llegó á penetrar y dió ¡;entra la pared.
Al ver esto fuéron llevadas las augustas niñas á una recámara interior, allí se pusie-
ron colchones en el suelo, y allí pasaron la noche las hijas de Fernando VII, amena-
zadas en su existencia por los que encendían la guerra civil, en nombre de la madre
de aquellas princesas. Cuando dos años más tarde, hubo por último triunfado el par-
tido que quedó vencido el 7 de Octubre, los que así pusieron en tan grave peligro la
vida de la reina Isabel y de su hermana, fuéron colmados de honores, de gracias, de
ascensos, y el valiente y honradísimo coronel Dulce fué desterrado en premio de su
lealtad.


Dadas las órdenes más severas para que fuesen arrestados los jefes de la conjura-
cion, los que salieron de Madrid fuéron hallados al dia siguiente. El general Lean,
los dos hermanos Fulgosios, el conde de Req uena, el brigadier Frias y Quiroga fuéron
traidos presos á "\1adrid, los demás quedaron escondidos en la capital. El general
Leon fué cogido por los húsares de la Princesa de cuyo regimiento llevaba el brillan-
te uniforme: vino á Madrid gozando de todas las consideraciones y respetos debidos
á su desgracia y á su nunca bien ponderada bizarría en los campos de batalla. Se le
conservaron sus armas y caminaba á caballo aliado del oficial de la escolta quedando
esta algunos pasos atrás; no se le pidió que entregase su espada sino en el momento
de entrar en el cuartel de la Milicia Nacional que le sirvió de cárcel.


Sumo interés inspiraba la suerte del desventurado Lean á todas las personas en
quienes las pasiones que hierven en épocas de contiendas civiles no habian embota-
do tanto sentimiento generoso. Se contaban sus proezas en la guerra, y hasta se in-
vocaba en su favor lo que tal vez le faltaba 'de tino y de discrecion, falta que habíase
explotado pérfidamente para hacer de este valiente un instrumento de ódios que no
cabian en su pecho; mas á la par que esto se decia, habia una irritacion violentísima
entre los perpetradores del atentado, que hacia correr la sangre en varios puntos de
España, para saciar una frenética ambiciono La Milicia Nacional que contaba varias
víctimas, el pueblo de Madrid que estuvo á pique de ver encendida la guerra en sus
calles, pedia justicia y el cumplimiento de la ley. Madrid recordaba los acontecimien-




- 295 - ...


tos de 1822 , Y la impunidad que siguió á la rebelion de la Guardia real, cuyos jefes
tras de haber cubierto de luto la capital y ensangrentado sus calles, ni fuéron casti-
gados ni tan sólo juzgados; y á pesar de esto, puestos en libertad por las bayonetas
extranjeras recibieron un premio por su rebelion y se mostraron los más implaca-
bles enemigos de los liberales. ,


A pesar de esta cruel exigencia de la opinion pública para que la ley tuviese su
más cruel aplicacion, el regen te deseaba ardientemente y el ministerio estaba dis-
puesto á usar de clemencia con el malogrado general Leon, cuando una fatalidad vino
á destruir ese pensamiento de humanidad .. Llegó la noticia que el general Borso ha-
bia sido pasado por las armas en Zaragoza; y hombres que hoy dia gozan de favores
del gobierno se emplearon con una atroz actividad para que el general Leon sufriese
la suerte de 13orso, dando á entender que la gracia de L eon seria la señal de una su-
blevacion en Aragon. Calumniaban aquellos hombres el los heróicos y generosos
aragoneses; mas no es menos cierto que la muerte de 13orso y la inhumana excita-
cion de aquellos emisarios decidieron de la suerte de Leon.


Llevado este ante un Consejo de Guerra de generales, fué su defensor el mariscal de
campo D. Federico H.oncali, asistido por D. LLlÍs Gonzalez Bravo. La defensa no pu-
diendo disimular la culpa, se limitó á lJcJir la pel1c1 inmediata el la capital, atendidos
los eminentes sen'icios del general Leon, y que fuese juzgaJo considerando su culpa
como delito político (1): no tuvo la fortuna el defensor de salvar á su cliente, que fué
sentenciado el muerte. La sentencia fué llevada al Tribunal Supremo de Guerra y
;\larina, que se conformó con ella. Atendidas las circunstancias de la muerte del ge-
neral Borso v el estado de la opinion púhlica, desgraciadamente no creyó el minis-
terio que podia aconsejar el uso del derecho de gracia; yel malogrado general Leon,
primer conde de l3elascoain, fué pasado por las armas el dia 15 de Octubre: otros
cinco oficiales tuvieron la misma desdichada suerte.


Cuando fué arrestado el genenl Leon, se le encontró la carta siguiente que diri-
gia al regente, contando ya con la victoria: la reproducimos Íntegra como recuerdo
de aquellos acontecimientos.


"Sr. D. Baldomero Espartero: Muy Sr. mio: Habiéndome mandado S. M. la
»reina gobernadora del reino D.a .:\laría Cristina de Borbon que restablezca su auto-
"riJaJ usurpaJa y holhja á consecuencia de sucesos, que por consiJeracion á Vd. me
l)abstendré de calificar, y como el honor y el deber no me permiten permanecer
"sordo (¡ la voz de la augusta Princesa, en cuyo nombre y bajo cuyo gobierno, ayu-
"Jado de la nacion, hemos dado fin á la terrible lucha de los seis aÍ1os, para que no
»desconozca Vd. el móvil que me llama á desenvainar una espada que siempre em-
))pleé en servicio de mi reina y de mi patria, y no en el de banderías ni privadas am-
))biciones, le noticio que en obedecimiento de las órdenes de S. M. y para el bien del
l)reino, he debido comunicar á todos los jefes de los cuerpos del ejército, que S. M.


(1) D(:f<!llsa del gcncral ¡,con, por el mariscal de campo D. FederICO Roncali, pág. 33.




- 296 -
"hallándose resuelta á recuperar el ejercicio de su autoridad 1 me previene llame
"al ejército bajo su bandera 1 la bandera de la lealtad castellana, y le aperciba y dis-
llponga á cumplir las órdenes que en su real nombre estoy encargado de hacerle saber.


"En su consecuencia, las leales Provincias Vascongadas y el reino de Navarra con
"todas las tropas que las guarnecen, el cuya cabeza se halla el general D. Leopoldo
>lO'Donnell, se han declarado en favor de la legítima autoridad de la rema, y como
"los jefes de los cuerpos que ocupan las demús provincias del reino han oido igual-
»mente la voz del deber y del honor, se hallan Jislmcstos á se;;uir la bandera de la
"lealtad; el movimiento del Norte va á ser secundado por el Mediodía y el del Este,
"y el gobierno saliJo de la revolucion de Setiembre palpará bien pronto el desenga-
>lÍ10 de haber desconocido los sentimientos de fidelidad el sus reyes y á las leyes pá-
»trias que animan al ejército y al pueblo espaí10L


"Como esta situacion va necesariament2 :1 ponerme en pugn~l con el poder de he-
»c!10 que Vd. está ejerciendo, antes que la SLlerte de las armas decida una contien-
>Ida que la justicia de la Providencia tiene ya decretada, habla e11 mí el recuerdo de
»que hemos sido amigos y compaí1eros y desearia e\'itar á Vd. el conllicto en que
»ya á verse, á la historia un ejemplo de triste severidad y al país el nuevo derrama-
"mien to de sangre es paí101a.


»Consulte Vd. su corazon y oiga á su conciencia antes de empeñar una lucha en
"la que el derecho no está de parte de la causa, á cuya cabeza se halla Vd. coloca-
,,jo. Deje ese puesto que la rebelion le ofreció, y que una equivocada nocion de lo
"que falsamente creyó sin dL1Ja exi;;ia el interés público, pudo sólo hacerle aceptar,
"y yo contaré todavía como un dia feliz aq llCl en que, recibiendo en nombre de
»usted la delegacion de la autoridad reyolucionaria que Vd. ejerce, pueda hacer pre-
»sente á la reina que en algo ha contribuido Vd. á reparar clmal que habia causado.


"Reciba Vd. con esta, la última prueba de la amistad que nos ha unido, la ex-
»presion de mi deseo de encontrar todavía en Vd. los sentimientos de un buen es-
»pañol, que son los que animan constantemente á su atento S. S. Q. S. M. B.-
»Diego Lean.»


El caballeroso carácter del malogrado general Leon, no admite la suposícion que
esa carta fuese una mera in vencion de su parte, un ardid de guerra. N o, el general
Lean en ningull caso, ni por ninguna causa era capaz de faltar á la verdad; su hi-
dalguía es garante á los contemporáneos y á la historia de que habia recibido la mi-
sion que tan fatalmente habia aceptado y que desempeí1ó aciagamente, y que por ór-
den de D.a María Cristina, enarboló la band~ra de una rebelion militar para resta-
blecer la autoridad de la ex-gobernadora; yen los ensueños de un triunfo que aquel
desdichado creyó segLlro, cediendo á los halagos de una voz fatal que le mandaba en-
cender la guerra civil en su patria, indicaba ya de antemano cuál seria la suerte del
regente, si no deponía el poder que le confiara la nacíon, fallo cruel que recayó con
todo su rigor sobre la cabeza del que habia tenido la desgracia de escribir aquella
carta, y el inaudito descuido de conservarla.




- 297-
Se ha hablado tanto de este funesto suceso, fuera y dentro del remo se ha desfi-


gurado tan atrozmente lo que pasó entonces, que creemos de nuestra obligacion, de-
tenernos en el exámen del hecho con la imparcialidad que exige la gravedad de la
historia, recordando incidentes quizá olvidados y narrando otros no conocidos.


Desde luego decimos que la pena de muerte es un acto de barbárie que más se pa-
rece á una venganza que á un castigo. Tiempo fuera que desapareciese de todos los
códigos penales Jel mundo; atroz en todos los casos, en materia política no tiene
e:--:cusa, es profundJmente inmoral, es monstruosa, porque raras veces alcanza á los
verdaderos autores de una conspiracion cuyo objeto es volcar un gobierno; en una
palabra, es un asesinJto Jurídico y de peor especie que el que perpetrara el guerrero
yencedor con el vencido. Más que nadie hubiésemos deseado que el gobierno, pro-
ducto de una eleccion popular, ejerCIendo el poder real hubiese quedado á los ojos
de los pueblos como un ejemplo glorioso de clemencia y de generosidad, y que nin-
guna sentencia de muerte, ~ lo menos por delito político, hubiese recibido su bárba-
ra aplicacion durante su mando. Mas los que han calumniado al regente atribuyendo
el suplicio de Leon á sentimientos que nunca encerró el noble corazon del general
Espartero, como los que lo han censurado amargamente por no haber hecho LlSO de
la más santa prerogativa, la del perdon, no se han hecho cargo que el uso de esa pre-
rogativa era una cuestion ministerial, resuelta desgracia~amente por los encargados
del poder constitucional, bien ú pesar suyo, porque dudar de la moderacion de
aquellos ministros fuera una nueva calumnia. Tambien desconocen aquellos censores
las circunstancias de aquel momento, cuúl era el estado de la opinion, y el funesto
intlujo que tuvo la muerte ya ejecutada de Borso. Y sin reclamar en favor de su opi-
nion una absolucion que le negamos, mas tambien repeliendo acusaciones inventa-
das por tanta maldad, veamos antes de examinar el hecho doloroso que nos ocupa,
lo que nos dice la historia de semejantes casos en otros países y sin remontarnos á
tiempos remotos, digamos lo qLle pasó en Francia cinco meses despues de la revolu-
cíon de r830, cuando se trató en Diciembre de juzgar á los ministros autores de los
decretos que dieron lugar el la revoluciono Bien que las pasiones debian haberse cal-
mado, fué preciso poner sobre las armas 30.000 hombres para proteger el palacio de
Luxemburgo contra el furor popular y sustraer por sorpresa los ministros de Cár-
los X el ese furor, llevándolos de escondite al castillo de Vincennes; y cuando la sen-
tencia dada por la Cámara de los Pares fué conocida en Paris, provocó una indigna-
cion gener:.ll que desde el pueblo cundió á la Milicia Nacional, y entre sus filas se
decia: «Dstamos sobre las armas para dar fuerza á la ley, y no para proteger crimina-
»les y procurar ú los pares una ocasion de dar un fallo contra la revolucion de Julio,
»salvando los que han merecido un castigo ejemplar:)) (obsérvese que los ministros
fuéron sentenciados á la pena inmediata á la pena capital) y diciendo esto los unos
tiraban al suelo sus fusiles, otros rompian sus sables contra los postes del Palacio. La
córte era la única que estaba gozosa. El autor de quien tomamos estos pormeno-
res deslinda los motivos de ese júbilo de la nueva dinastía que no tenemos por qué




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reproducirlos aquí (1). Mas desde luego, sin hacernos cargo de esos motivos, decimos
que rué júbilo que honra mucho á nuestros ojos á los que lo experimentaron.


Admitiendo que los ministros de Cárlos X hiciesen un uso criminal del art. 14 de
la Carta, punto asaz disputable al punto de vista de la legalidad, de seguro no preten-
dian hacer contra la libertad y las leyes del reino más de lo que estaban dispuestos
á realizar los conspiradores de Octubre, y de hecho han cumplido en r843. Si no
corrió tanta sangre en Madrid en la noche del 7 de Octubre de 1841, como" en Paris
en Julio de 1830, no dependió de la buena voluntad de los agresores, sino de 10 des-
cabellado de la agresion. Ya se ha visto lo que sabe hacer ese partido cuando le asis-
ten los medios, y dudo mucho que la artillería de Cirlos X disparase en Paris un nú
mero de caí10nazos igual á los que disparó el general O' Donnell con.tra Pamplona
desde la ciudadela, entregada por una felonía. Véase, pues, cómo en iguales circuns-
tancias se agitan por do quiera las mismas funestas pasiones.


Mas si hubo aplicacion de la ley de eterna dolorosa memoria contra adversarios
políticos, bueno es recodar que á lo menos las desdichadas víctimas de ese rigor me-
recieron todas las consideraciones y respetos debidos á la desgracia, que la ley los
protegió con todo su inviolable y sagrado caní.cter, que la defensa fué completa y
libre, que el juicio fué público como el debate, que todas las fórmulas tutelares de la
inocencia, fueron prodigadas á los acusados y cuando la fatalidad quiso que prevale-
ciera una sentencia capital, se la despojó de .cuanto tenia de humillante una dcgra-
dacion militar que heria á un valiente en su honor, y á su desventurada familia en su
porvenIr.


Hay casos que presentan un contraste tan palpable, que es preciso recordarlos,
porque pintan mejor que cuanto se dijera la moralidad, los principios, los senti-
mientos de los partidos, y en honor 'del partido progresista, tenemos que establecer
un parangon, recordando cómo entendió éste la justicia política, y cómo la entendió
el bando llamado moderado. Tomemos dos causas idénticas de dos personajes que
ambos habian prestado grandes y brillantes servicios á la causa de la libertad en los
CJlllpOS de batalla durante la última guerra, ambos vencidos en una lucha de parti-
dos, ambos víctimas de nuestras funestas discordias, Leon y Zurbano, ambos tenien-
tes generales,


El general Leon, despuc:'> de haber reconocido la regencia votada por las Córtes y
.confiada al general Espartero, capitaneó una rebelion militar para volcar esa regen-
cia y establecer la de D. a María Cristina renunciada en Valencia.


El general Zurbano se levantó en armas para defender la Constitucion indigna-
mente conculcada por un partido, cumpliendo así hasta cierto punto con un deber
que prescribe el juramento de la reina.


El general Leon al dia siguiente de la rebelion, cae en manos de sus adversarios
políticos, se usa con él de cuantas consideraciones era digno, es traido á Madrid libre


(1) Luis Blanc.-Historia de die~ años de reinado, torno 11, págs. :l ¡J Y siguiente:>.




- 299-
su persona, ceñida la espada, honrado y respetado por la escolta; no se le llevó á la
cárcel sino á un cuartel de milicianos, y allí se le prodigó cuanto podia disminuir
la amargura de su desgracia. Fiscal de la causa un brigadier, sus jueces son generales
y brigadieres, Su defensa es libre, y tiene el defensor el tiempo necesario para auxi-
liar á su cliente y hallar los medios de atenuar el error fatal en que habia int;urrido:
cuando una funesta sentencia es pronunciada, se la despoja de circunstancias agra-
vantes, y pasa al Tribunal Supremo de Guerra y Marina, el cual confirma el fallo de
los primeros jueces.


El general Zurbano es habido dos meses 'despues de su rebelion, es decir, cuando
b irritacion debia estar apagada, es lleyado en Logroño maniatado y amarrado como
un vil malhechor, y allí sin forma de proceso, sin defensor, sin tribunal ni jueces, es
infame mente asesinado en vista de una real órden, y á las pocas horas de haber lle-
gado á Logroño, la tierra aún empapada de la sangre de sus dos hijos, recibe el cadá.
ver del valiente y benemérito Zurbano, que tanto como el que más entre los genera-
les, habia contribuido á la derrota del bando carlista.


A la imparcialidad de los vivientes, á la inflexible justicia de la posteridad entre-
gamos el cotejo de estos dos hechos, y ninguna reflexion aí1adirémos, nosotros que
desaprobamos hoy como en 15 de Octubre de lS41 la sentencia fatal que acabó con la
\'ida de un valiente digno de mejor suerte.


La calumnia es por desgracia un arma de que se sirven los partidos desapiadada-
mente, y á vece:~ es la única posible. Cuando hay que atacar reputaciones sin mancilla,
entonces sin arredrarse, allá se falsean las intenciones, se desfigur~1l110s hechos, el er-
ror cunde, y hay que discutir mentiras absolutas como si fuesen yerdades inconcusas.
Nuestras funestas discordias presentan no escasos ejemplares de esa inmoralidad,
¿quién dir6 los villanos y torpes medios usados contra el gobierno de la regencia? Los
que sin exponer sus personas, impelieron al desdichado general Lean á la muerte,
ya que ningun auxilio le prestaron en la hora del peligro, han querido pagar un triste
homenaje el su memoria calumniando el gobierno' de la regencia; á estas calumnias
contestamos hoy ratificando hechos inícuamente desfigurados.


Dos acusaciones han servido de tema tÍ los póstumos defensores del general Lean,
la primera fué que el general Espartero llevado de un embozado rencor contra el ge-
neral Lean, consintió en la muerte de este desventurado compañero de armas, con
el fin de deshacerse de un rival temible. La segunda que el tutor D. Agustin Argüe-
lles y la seÍ10ra condesa de Mina, aya de la reina y de la infanta su hermana, se ha-
bian opuesto el que S. M, escribiese pidiendo la gracia de Lean.


Vamos el contestar el estas dos odiosas acusaciones, tejido de inícuas é indecentes
falsedades,


El duque de la Victoria que no es capaz de abrigar en su noble pecho ódio ni ani-
mosidad villana contra nadie, mal podia siendo regente 1 ver un rival temible ó no en
el general Lean, cuando siendo general en jefe le habia siempre tenido á sus órdenes
inmediatas ó dadolc mandos importantes, ateniéndose á sus brillantes prendas mi·




- 300-


litares, prescindiendo de sus opiniones políticas; y esta imparcialidad magnánima del
general Espartero es tanto más de apreciar, cuanto que no ignoraba la parte indi-
recta que tuviera Leon en varias intrigas ó conspiraciones que se tramaban, y en las
que siempre sonaba el nombre de Leon; que en la de Pozuelo de Aravaca estuvo á
pique Leon de presentarse como jefe de aquella rebelion, cuando de tan mal paso le
salvó un amigo prudente. Todo lo supo el general en jefe, lo disimuló, y conservó
á Leon el mando que tenia.


Cuando el pronunciamiento de r840, el general Leon se presentó bien á las claras
como adversario del duque de la Victoria, y desde entonces los descontentos y los
enemigos del Duque lo tomaron como punto de mira de sus proyectos de rebelion.
Pidió el conde de Belascoain una licencia para viajar por el extranjero, y se le conce-
dió. A su regreso lo recibió el regente con toda la efusion de un amigo y de un com-
pañero instándole para que le visitase á menudo conforme á su antigua confraterni-
dad militar; mas muy luego rodeado de personas interesadas en imbuirle los temores
más absurdos sohre peligros imaginarios, abusando de la sencillez y credulidad del
general Lean, llegaron á disuadirlo de ver al regente) y en efecto cesó de visit3.rle.
A poco de este rompimiento de relaciones empezó el gobierno ú recihir informes
sobre la conspiracion que se fraguaba, y todos unánimes presen tahan al general
Lean como el jefe de ella, sin que el regente quisiese prestar f~ á semeja.ntes acu-
saciones.


En este estado seguian las cosas, cuando hácia fines de Setiembre el general Leon
hizo saber al coronel Gurrea, secretario del regente, que deseaba verle. Gurrea al
momento fué á casa del general. ~1as ¿cuál seria su sorpresa, cuando trús de lo~ pri-
meros cumplidos, le dijo el general que le habia llamado para consultarle sobre el
arreglo de asuntos de fa mília, no atreviéndose á dar un paso en ellos, sabiendo que
el regente le tenia un ódio mortal, y que estaba seguro que se habia expresado en
los términos más violentos contra él?


Al oir el coronel Gurrea tan extravagante lenguaje que denotaba una especie de
enajenacion mental, puso todo por obra para atraer al general á la razon, haciéndole
presente que el regente nada tenia que ver con el arreglo de sus asuntos.de familia, y
en cuanto á las inhlmes acusaciones de que le habia hablado nadie mejor que el mis-
mo podia graduar su maldad, pues nadie con ocia mejor la bondad y mansedumbre del
Duque. El coronel Gurrea terminó la conversacion suplicando al general que echara
de su casa á los que tan vil oficio hacian, y se viese con el regente que le conservaba
entero su antiguo afecto. Hay que advertir que el coronel Gurrea habia dejado de ir
á casa del general Leon, por no haber sido admitido las repetidas veces en que habia
ido á verle: el paso espontáneo que acababa de dar el conde de Belascoain llenó de
gozo á Gurrea quien volvió 6. casa del rei:5ente con la dulce esperanza del que iba men-
5ú jero de una cordial reconciliacion entre dos antiguos amigos. En efecto, acogió el
regente con suma alegría lo que le dijo Gurrea, y mandó á este que yolviera al mo-
mento á casa del Conde y le preguntara si puesta la mano al pecho podia haber creido


"




- 30I -


un minuto las infamias de que habia hablado,y que por su parte le aseguraba que le
conservaba aprecio y afecto, y estaba presto á darle de ello las pruebas que quisiera.


Voló presuroso Gurrea con este mensaje á casa del conde de Belascoain, quien con-
movido de tan gratas y cordiales seguridades, ya quiso explayar sus quejas. La pri-
mera que soltó fulE que el Duque él su paso por Aranjuez, de vuelta de Valencia
en 1840, no lo habia recibido.-¿Mas fLlé Vd. á verle? preguntó Gurrea.-No, dijo el
conde, porque en camino para irle á saludar, me encontré con una persona que me
dijo que excusaba ir, pues no seria admitido.-Y ¿quién tuvo la culpa, mi general, si
no Vd. que prestó con tanta facilidad oído él una mentira? Pues precisamente el Du-
que tiene la misma queja contra Vd., y con tanto más motivo, pues como amigo pri-
mero, y como subordinado era deber de Vd. el presentarse y tanto más en cuanto aca-
baba Vd. de recibir del Duque la mayor prueba de aprecio y de confianza que un hom-
bre político y un general puede en circunstancias difíciles dar á otro; y ¿qué habia Vd.
olvidado que el Duque sabiendo las dificultades que Vd. encontraba para tener víve-
res en los pueblos sublevados contra las tropas que bajo el mando de Vd. se mante-
nían en actitLld hostil contrael pronunciamiento, le remitió á Vd. un sin fin de cédu-
las en blanco con su firma al pié para que Vd. las llenase con las órdenes que tuviera
por conveniente, y cómo es posible que á los pocos dias de haber recibido una prue-
ba tan manifiesta de una confianza sin límite pudo Vd. prestar oído á infames habla-
durías, y darles fé al punto de faltar ú todas las relaciones de amistad y de gerarquía,
absteniéndose de ver al general en jefe á su paso por Aranjuez? Pareció que estos ar-
gumentos sin réplica, habian hecho mella en el ánimo del general Lean, y se despi-
dió Gurrea con la conviccion de que habia disipado los temores hasta ridículos del
general, y que la reconciliacion se efectuaría.


Estas lisonjeras esperanzas no se realizaron; cada dia recibia el gobierno prue-
vas evidentes que el conde de Belascoain estaba en la conspiracion. Se trató de pren-
der á varios jefes militares, entre los cuales estaba el general Lean i el regente se
opuso, declarando qne respondia de Lean, yen tonces manifestó á los ministros las dos
entrevistas que habia tenido con Gurrea. En vista de las seguridades dadas por el re-
gente y de los hechos recientes, se aplazó la medida propuesta de arrestar al gene-
ral, y siguió Gurrea visitClndolo. En una de esas visitas, el Conde hizo presente al
coronel la malísima posicion de fortuna en que se hallaba; haciéndose cargo que al
punto á que habian venido las cosas era imposihle que el regente lo emplease en
servicio activo, ni para él el de aceptar un mando; mas atenido á su sueldo de cuartel
y este mal pagado, se veia en los mayores apuros. Dió el coronel Gurrea cuenta de
este incidente al regente, y este anhelando hacer un servicio á su antiguo amigo y
compaÍ1ero sin ofender su delicadeza, entregó dos mil duros á Gurrea , que debian
llegar á manos del Conde sin que este supiera de dónde venian.


El dia 3 de Octubre, Gurrea tenia ya preparado el envio de los dos mil duros,
cuando uno de los conjurados arrepentido se le presentó, le comunicó el plan á cuya
cabeza dijo hallarse el general Lean. Con este aviso se activaron más y más las in-




- 302-


vestigaciones, y todo vino á dar la prueba de la parte principal que tenia el malogra-
do Conde en el plan. Gurrea tomó sobre sí el manifestar á los ministros el acto de
generosidad del regente; y estos en vista de las pruebas de la complicidad del gene-
ral, consiguieron que suspendiese el envio de aquella suma, que por corta que fuese,
podia servir á los conspiradores. Muy luego se dió la órden al general Lean de ir de
cuartel á un punto determinado junto á Madrid, órden que no cumplió, escondién-
dose para salir en la noche del 7 á capitanear la rebelion.


y cuando los instigadores de ese sangriento episodio de nuestras contiendas civi-
les, hubieran perdido al imprudente general que siguió sus fatales consejos, no ha-
llaron más que injurias yatroces calumnias contra los que todo lo habian intentado
para cegar al desgraciado general Leon. Sí, ambiciosos, cobardes y pérfidos conse-
jeros le llevaron al ~uplicio; ellos solos son responsables del desdichado fin que tuvo
el primer conde de Belascoain.


Vengamos al in.:idente relativo al tutor D. Agustín Argüelles y á la señora conde-
sa de Mina.


Apurados ya los trámites de la causa del general Leon y resuelta ya la ejecucion
del terrible fallo, los amigos y deudos del desvcnturado conde de Belascoain deter-
minaron acudir á la jóven reina para que se interpusiese en favor de aquel. El dia q.
víspera del dia fatal que debia añadir el nombre de una nueva víctima á las tantas y:1
marcadas en el martirologio de nuestr:1S discordias, volviendo á eso de las dos de la
tarde la condesa de Mina á su aposento de Palacio, halló esperándola la señora Mar-
quesa de Zambrano con otra Sel10ra y dos niñas de corta edad; las acompañaba don
Joaquin Roncali, hermano del general defensor del Conde. La seÍ10ra de ZJmbrano
presentó á la señora de Mina las dos niñas, diciéndola que eran sobrinas del general
Leon; enteráronla del objeto de la visita, el de conseguir ver á S. M. y presentarla
una súplica impetrando la gracia de su tio. La señora de Mina se brindó presurosa-
mente á proporcionar la ocasion de entregar la súplica á S. M. en el momento de
salir á paseo. La señora marquesa de Zambrano , con el fin de excitar más y más el
interés de la aya de S. M., cosa muy inútil, le dijo, que no se debia perder minuto,
aÍ1adiendo estas palabras: "Bien sé, señora, que ningun derecho tengo á pedirle un
favor; mas he oido decir que Vd. pagaba las ofensas con el beneficio»; haciendo alu-
sion á los decretos de exterminio dados por el marq ués de Zambrano, ministro de
la Guerra en 1830, contra el general Mina, cuando se presentó en armas en la fron-
tera, y ordenador en 1831 de la espantosa carnicería de Málaga, donde fuéron dego-
llados Torrijos y sus cincuenta y tres compañeros, acto de abominable ferocidad de
que presenta pocos ejemplos la historia.


La señora condesa de Mina, que en efecto siempre ha pagado el mal con el bene-
ficio, sin detenerse, subió al cuarto de S. M. y en presencia de la servidumbre hizo
presente á S. M. el mensaje que traia, guardó silencio S. M. por un breve rato, y
dijo luego: «Mejor será liamar al tutor; sí, repitió, que se llame al tutor». D. Agustin
Argüelles fué llamado y acudió al momento. Enterado del objeto del recado, dijo que




303 -
habia hablado con la señora marquesa de Zambrano, y que habia convenido con
ella que la súplica seria entregada á S. M. en el momento que saliese á paseo, sien-
do su opinion que la sola cosa asequible era que S. M. tomase la súplica y la en-
viase al momento á quien competia.


Bajó la señora Condesa con esta respuesta, enterando á las señoras y al Sr. Ron-
cali de lo ocurrido. Como se deja ver, la señora de Zambrano habia ocultado al aya
de S. M. lo que habia pasado con el tutor; mas la señora de Mina, sin pararse en
este incidente grave, prometió de nuevo usar de todo su influjo para con S. M. en fa-
vor de la súplica, y tomó el empeño de tener á mano una persona de toda su con-
fianza para que llevase volando la súplica á los ministros. Entonces, dirigiéndose la
noble viuda del general Mina á la señora de Zambrano, le dijo: « Hay señora, entre
"Vd. y yo un pasado que me hace desear vivamente que quede VJ. bien convencida
"que tendré una dicha particular en poderla servir)). El acento con que fuéron pro-
nunciadas estas palabras, manifestaban su sinceridad.


A los pOC03 minutos de esta explicacion que habia agitado dolorosamente al cora-
zon de la Condesa, se presentaron la camarera mayor, seí10ra marquesa de Bélgida y
la señora condesa de Altamira, dama de S. ~L Á pesar de las posiciones que ocupa-
ban en Palacio, existían tan pocas relaciones entre estas dos señoras y la aya de su
majestad, que apenas se conocian. Atónita quedó esta última, cuando tomando la
palabra la señora marquesa de Bélgida con tono poco acomodado á la circunstancia,
dijo que era preciso que S. ;VI. exigiese la gracia del general Leon. Contestó la se-
ñora condesa de Mina, que nada podia exigir S .. \1.; sus escrúpulos fuéron tachados
de debilidad. Malsonante era esta palabra dirigida á la persona que en la noche
del 7 habia pasado en medio de las balas para llegar al cuarto de S. M. Este desagra-
dable altercado no pasó adelante, merced á la dulzura y tacto de la señora Condesa,
quien se despidió para reunirse á S. M.


Las señoras y las sobrinas del general fuéron á esperar á S. M.; el gentil-hombre
de servicio, señor conde de Puí10nrostro, las anunció á S. M., fuéron introducidas
en la Real Cámara y entregaron la súplica. S. M. la tomó diciendo voy á enviarla al
momento, y ya la condesa iba á tomarla para darla á la persona que debia, como lo
habia prometido llevarla, cuando salió una voz diciendo que S . .\1. debia exigir que
la gra.;ia fuese otorgada, lo que fué apoyado por las señoras presentes, sin que la
Condesa articulase una palabra. La reina, perpleja, sin saber qué hacer, parecia con-
sultar con los ojos á su aya. Esta le dijo entonces. «Haga V. M.lo que tenga por con-
veniente" y volviéndose á la señora marquesa de Zambrano que la impelia á que ha-
blase: "Señora, la dijo, más la sirvo á Vd. callando que hablando, y hago más de 10
que debia. En efecto, si nada era más justo, m,ls honroso, que interesar á S. M. en
favor de un desgraciado, no era lo mismo una exigencia para arrancar á S. M. una
declaracion sin valor legal. Seguian con todo las instancias, á las cuales S. M. repe·
tia que enviaria al momento la súplica.


N ada puede haber en el Palacio de Madrid sin que al momento se tropiece con al-




-
304-


guna artimaña ratera j se trataba de salvar una víctima, imponente era la situacion,
y hubo de introducirse una intriga. Viendo que la reina no hacia lo que se le pedia,
se acudió á una estratagema para determinarla; allá se fué en busca del valiente co-
ronel Dulce, el heróico comandante de los alabarderos en la noche del 7, y se le dijo
que S. M. estaba dispuesta á pedir la gracia del general Leon, como la pidieran él y
los alabarderos: nada de eso habia ocurrido. Dulce, generoso á la par que intrépido,
vino al momento é hincándose de rodillas ante S. M., pidió en su nombre y en el de
los alabarderos, la gracia del general. Despues de pronunciadas estas palabras, la se-
ñora marquesa de Bélgida, se dirigió á la reina diciéndola: «Señora, el atentado ha sido
contra V. M. y contra los alabarderos, y estos le perdonan. Ya la señora de Mina
no creyó poder guardar silencio, viendo cómo se extraviaba la opinion de la reina,
y dijo entonces. «El atentado ha sido contra V. M., contra la nacion y las leyes, mas
haga V. M. lo que tenga por conveniente).


Las instancias iban creciendo, al punto que al fin S. M. dijo: "Pues bien, lo haré"
y se dirigió hácia la puerta p:ua scllir, cuando salió una voz diciendo que era preciso
que S. M. escribiese al momento, y una persona trajo avios de escribir. Esta violen·
cia moral puso ú la señora condesa de .\1ina en la necesidad de interVenir diciendo á la
reina: "Señora, V. M. es de menor edad; la ley le ha dado un tutor, cuanto V. M. ha-
ga sin la aprobacion de éste es ilegal. Llámese al tutor, y désele conocimiento de lo
que está pasando"; y volviéndose al Sr. conde de Puí10nrostro, le dijo la condesa de
Mina: «Nadie aquí se interesa más que yo en la suerte del desgraciado general Leon,
mas póngase Vd. en mi lugar y dígame Vd. lo CjLlC haria, y si permitiria Vd. lo
que se exige de S. M. "Tiene Vd. razon, le contestó el Conde". (,A pesar de la obser-
vacion de la aya de S. M. se insistió de nuevo para que la reina firmase, mas se man-
tuvo firme la Condesa, y se llamó al tutor que se hallaba en Palacio. S. M. renunció
á salir, y no quedaron con la reina mis que el a ya, la camarera mayor y el gentil-
hombre de servicio.


Llegó el Sr. D. Agustín Argüelles y enterado de lo que acababa de pasar, tomó la
súplica y dijo á S. M. que la enviaba al momento él los ministros en su real nombre,
única cosa que podia hacer S. M. Se fué el tutor, redactó la carta siguiente que acom-
pañaba la súplica, y todo lo llevó él mismo al presidente del Consejo de mi-
nistros.


"Excmo. Sr.: En este instante que son las cinco y media de la tarde, entro en la
»cámara de S. M., y las señoras camarera mayor yaya de S. M. me informan que al
»salir las reales personas á paseo segun costumbre, unas señoras acompañadas de la
»dama de guardia de S . .\1., entregaron en las reales manos el adjunto memorial que
»S. M. ofreció enviar inmediatamente al Sermo. Sr. Regente del reino. Las personas
»que se hallaban presentes, y de quienes no me ha sido posible tener noticia puntual,
»insistieron en que S. M. prometiese poner por escrito de su propia mano una re-
»comendacion en favor de la expresada solicitud, y aún segun se me informó se que-
»ria proporcionar recado de escribir para el intent9.




- 305-
))Mas en esto ocurrió ser necesario que el tutor fuese consultado antes. El tutor


»reconoce en estos hechos los sentimientos de S. M., respecto á resistir inmediata-
¡¡mente la expres8.da solicitud, y percibe en este primer impulso con toda claridad los
lJ110bles y generosos sentimientos de S. M. sin mezcla de otros) que no pueden ser
))ni de su tierna edad ni de su amabilísima inocencia, por lo cual condesciende gus-
»tosísimo en enviar á V. E. la enunciada solicitud, á fin que V. E. se sirva ponerla
"en manos de S. A. el Regente del reino, informándole al propio tiempo de las cir-
"cunstancias que acabo de expresar. Dios guarde á V. E. muchos años.-Palacio 14 de
"Octubre 1841 .-Firmado.-Agustin Argüelles.-Excmo. Sr. Presidente del Consejo
"de ministros.»


Hé aquí la verdad entera sobre un hecho que la calumnia se ha esforzado en des-
figurar, con el fin de atacar dos personas cuyos nobles sentimientos son tan conoci-
dos. El furor de los partidos ha podido intentar echar una mancha sobre dos reputa-
ciones inmaculadas, mas en vano el emponzoí1ado hálito de la calumnia se ha ensaya-
do; le ha sido imposible hacer de la seÍ10ra condesa de Mina y del Sr. D. Agus-
tin Argüelles personajes de corazon cruel, anhelando la muerte del desdichado
general.


El dia 15 de fatal recordacion, la seí10ra condesa de Mina pidió á S. M., como un
favor personal, que no saliese aq uel día á paseo: preguntando la reina el motivo, se
lo dijo su aya, añadiendo estas palabras: «Señora, á veces las leyes son inexorables,
mas V. M. debe dar hoy una prueba de sentimiento absteniéndose de salir, pues el
m,llogrado general Leon ha combatido con gloria en favor de V. M.l> La reina
no salió.


El atentado del 7 de Octubre fué resuelto en Paris, plan que pudo costar la vida á
las dos hijas de Fernando VII, y hombres que se apellidaban monárquicos por exce-
lencia se encargaron de la ejecucion, pensamiento atroz, pues todas las probabilidades
eran de que si los encargados del rapto de la reina y de su hermana hubiesen conse-
guido apoderarse de sus personas, el rapto debiá ejecutarse á las ancas de un caballo.
¿Es posible pensar sin estremecimiento lo que hubiera podido suceder en ese acto,
ya sea por las balas que hubieran disparado á la casualidad las tropas que circunvala-
ban Palacio, ya sea por la caida del caballo portador de las reales niñas? Cuando me-
nos el susto, el pavor inseparables de esa violencia, eran más que suficientes para
producir en esas tiernas criaturas un trastorno que alterara para siempre su salud.
'\1as ¿qué importa á los partidos ni á sus jefes aunque sean príncipes, cuando se trata
lL llCVJf adelant~ sus teorías, ó satisfacer sus pasiones, 6 servir sus intereses par-
ticulares?


Vencida la conspiracion en Zaragoza y en Madrid, se halló el mismo golpe para-
lizado en los puntos donde estaba preparado y anonadado en donde habia estallado
Volvamos él las provincias donde aún se sostenia despues del 7 de Octubre.


Mientras el regente se aprestaba á marchar al Norte, O'Donnell que contaba con
el refuerzo de Borso, pidió á el ayuntamiento de Pamplona que preparase aloja-


20




- 306-
miento y víveres para una division de tres mil quinientos hombres que venian de
Zaragoza. N o tardó el desengaño, y no tuvo el ayuntamiento que ocuparse de esos
huéspedes: habia este reunido un cuerpo franco compuesto de soldados licenciados
del ejército constitucional á las órdenes del intrépido guerrillero Igarreta para hacer
frente á las tropas .rebeldes estacionadas en Zizuz, mandadas por el brigadier Ortigosa,
del convenio de Vergara y cubrir los arrabales de Pamplona, cortando toda comuni-
cacion entre la ciudadela y lo interior del país.


Se resolvió expulsar á los rebeldes situados en Zizuz y en la Borda de Bacanain.
O'Donnell previendo las consecuencias de este ataque, pasó un aviso á el ayunta-
miento, diciendo que si se molestaba á su gente bombardearia la ciudad; el dia 5 tuvo
lugar el ataque, y O' Donnell abrió el fuego, dirigiendo sus tiros húcia el almacen de
pólvora que contenia mil quinientos quintales. Previno tambien que si se tomaban
medidas de rigor contra las familias de los que habian seguido su bandera, reduciria la
ciudad á cenizas (1). El dia 8 llegó la noticia de la derrota de Borso, O(Donnell sin
duda esperó que mejor suerte cupiera á Madrid. No tardó en recibir la noticia del
nuevo descalabro de la conspiracion en la capital. Elg pasó un oficio al ayuntJmien-
to prescribiéndole reconocer el gobierno provisional durante la ausencia de D. a Ma-
ría Cristina gobernadora del reino, en el término de doce horas so pena de sufrir el
castigo debido á los traidores. Esta inaudita amenaza quedó sin contestJcion; la vol-



vió á repetir O' Donnell al dia siguiente, no dando ya más que una hora á la ciudad
para entregarse, y de no hacerlo, la apercibia con bombardear el pueblo. Con despre-
cio fué rechazada esta nueva intim3cion, mas el desapiadado jefe de la ciudadela cuan-
do ninguna esperanza de buen éxito podia tener, quiso saciar una b~1rbara venganza,
y arrojó en los di as 10 y 11 más de mil proyectiles sobre la leal ciLlllad de Pamplona,
dirigiendo siempre sus tiros hácia el polvorin. Pasaron de dos millos proyectiles que
arrojó 0 1 Donnell (2), el dia 12 abandonó la ciudadela, dirigiéndose al Valle de
Echaurri donde se hallaba un simulacro de diputacion foral, presidido P(>r el Baron
de Bigugal. Allí se decidió llamar el las armas á todos los navarros de diez Y ocho á
cuarenta atl0S, llamamiento á que nadie respondió, y la llegada de las tropas leales al
mando del general Rodil puso un término á esas bárbaras escenas de guerra civil.
O'Donnell no volvió á entrar en la ciudadela: desde el Valle de Echaurri pasó al de
Bastan, y de allí se refugió á Francia. Las tropas que habia dejado en la ciudadela
se mantuvieron en ella hasta el dia 24, y en aquella noche la evacuaron, parte refü-
giándose á Francia, y parte entregándose.,


Tales fuéron los principales sucesos de esa conspiracion que no halló eco sino en
algunos cuerpos del ejército; el país entero la repelió con indignacion como un horri-
ble atentado contra la paz y el sosiego que ante todo anhelaba la nacion.


El dia 18 el regente salió de Madrid dirigiéndose al teatro de 18 insurreccion, á


(1) V éanse los documentos oficiales pu blícados por el ayu 11 ta miento de Pamplolla.
(2) Declaracion publicada por el ayuntamiento de Pamplona.




-


3°7-
donde habian marchado todas las tropas que estaban á la mano. La capital quedó
confiada á la guardia de la Milicia Nacional: dirigió antes de su salida una proclama
á los españoles en la cual daba una contestacion anticipada-á las calumnias que desde
entonces y m<Ís aún en adelante forjaban sus enemigos, atribuyéndole las más des-
cabelladas miras de usurpacion . .vlás ambicioso, no hubiera caido el general Espartero
vencido en una lucha de partidos: fiel á sus juramentos, confiado en los inmensos
servicios hechos al país y al trono de Isabel Il, no temió en nobles escritos proclamar
su respeto á la ley, á la Constitucion y á los derechos de la reina. Así decia el regente:


«Españoles todos, confiemos en la justicia de una causa por tantos leales valientes
»defendida, descansad en el celo de un hombre que del puesto al que lo ensalzasteis
»sólo aspira á confLU1dirse entre vosotros, apoyado en los sentimientos de su corazon


,


"en la conciencia de haber cumplido bien con sus deberes. ¡Qué dia tan hermoso y
.,tan brillante para Espaí1a aquel en que despues de afianzado el trono, <).e asegurada
»nuestra libertad y nuestras instituciones entreguemos el Isabel 11 el Estado, ftore-
"cien te, poderoso, respetado, digno del :etro de una reina de España, y la digamos:
»Señora esta es la obra de los buenos y leales espaí101es!))


Cuando el general Espartero así se expresaba, no tenia presente aquella máxima
de Tácito tan propia para pintar á los partidos como <Í los reyes, que cuando la gra-
titud no tiene premio bastante para pagar el seryicio, se paga el beneficio con el ódio:
(ubi 11lllltU11l intervenire, pro ({ratia odi1l1ll redditllr). No hay excepcion á esta doloro-
sa verdad en la historia del corazon humano. "Todo rey que se mostrara agradecido
)'para con un súbdito, ciudadano ilustre, creeria poner el trono en una posicion su-
» balterna; este peligro, ningun rey ha querido correrlo (1).)) y ningun partido, aña-
dimos nosotros, porque tan ingratos son los partidos como los reyes, todos son
hombres. Al acercarse el dia de la mayoría de la reina, del propio partido de que era
jefe el general Espartero, salieron las primeras voces de rebelion contra su regencia,
bien que el dla anticipado de esa mayoría debia marcar la hora de muerte del partido
entero, y el de la persecucion de tantos buenos y leales espaí10les, entre aquellos á
quienes hacia alusion el general Espartero en su proclama. Cuatro años y medio de
proscripcion ha sido el premio otorgado al pacificador de España, al vencedor de
D. Cirlos, por el partido á que tan riel se mostró; al gobierno provisional le cupo la
inícua iniciati\'a que sancionaron los gobiernos que le siguieron hasta 1848.


Al acercarse las tropas leaks, los autores, fautores y adscritos de la insurreccion
proclamada en nombre de D. a María Cristina, se fugaron pasando á Francia; ningu·
na resistencia intentaron; en esa retirada precipitada fué cogido el malogrado don
.'vIanucl '\lontes de Oca por miñones alaveses, mientras pudieron salvarse los jefes
hijos del país. A esto contribuyó tambien el hecho de haber Montes de Oca ofre-
cido en una proclama un premio por la cabeza del general Zurbano, bárbaro
ofrecimien to q LlC provocó odiosa represalia, habiendo á su vez ofrecido el gencral Ro-


(1) Luis Blanc. Historia ~ie die, aÍlos de reinddo, tomo ll, pág. 234-.




- 308-
di! otro premio de diez mil duros á quien le entregara Montes de Oca. Allá se ert-
contraron ocho miñones para ganar tan infame premio. En todos los partidos se
hallan hombres violentoS" que no saben contestar á actos vituperables más que con
otros actos m<Í.s vituperables aún; horrible sed de venganza nunca bien saciada. Bil-
bao tuvo tambien que sufrir actos reprensibles del general Zurbano que no pocas
veces embaldonó su gloriosa carrera con excesos que no siempre hallaban excusa, si
la puede haber, en las crueles necesidades de la guerra.


La parte que la oligarquía fuerista habia tomado en la insurreccion militar habia
sido tan escandalosa y torpe, que ya no era posible transigir con los fueros: quedaron
abolidos y la unidad constitucional decretada por las Córtes se llevó á efecto, acto
de vigor del gobierno que fuera de un todo loable, si las circunstancias no le dieran
un carácter de violencia y de castigo que no debieran nunca tener los actos de un
gobierno regular. Mas la prolongada inexperiencia de las Córtes, la constante iner-
cia de los ministros hace que entre nosotros nunca se lleguen á efectuar reformas
esenciales por las yías de un exámen detenido, y de una prudente discusion; nada se
hace, hasta que un dia, se hace todo ab irato, careciendo semejantes soluciones de
aquel carácter de pausa y de retiexion, que inspiran respeto y cautivan la obe-
diencia.


La unidad constitucional tuvo por resultado inmediato llevar la línea de aduanas
que Jos fueros mantenian en el Ebro, á la frontera del Vidasoa, innovacion de sumo
interés para todo el reino y para las mismas provincias si se exceptúan los contra-
bandistas. Era en efecto cosa monstruosa que varias provincias de un mismo reíno
sirviesen de depósito á las mercancías francesas, para su más fúci! introduccion en
España, mientras las comunicaciones con elresto de la monarquía no eran libres. En
ese vasto depósito tomaban los contrabandistas artefactos franceses que llevaban á lo
interior del reino por los mil senderos que su incansable actividad practicaba: la in-
moralidad y la corrupcion, compañeras inseparables de todo tráfico ilícito, hallaban
pábulo en ese estado excepcional. Cortando de raíz este escándalo, hizo el regente un
inmenso servicio al país, al Tesoro Yel la moral pública; no consintió que una pan-
dilla facciosa y contra-rcyolucionaria se burlase por más tiempo de la voluntad nacio-
nal, y que privilegios perjudiciales á los verdaderos intereses gcncrales de la nacion y
á los de las mismas provincias subsistieran por más tiempo: la fuerza decidió lo que
la mala fé de ministros reaccionarios, y de fueristas egoístas suponen eludir, y como'
las excesivas consideraciones de que usó la regencia provisional y del primer minis-
terio del regente las pagaba el bando fueristá con una rebelion, un decreto del 29 de
Octubre acabó con los fueros, y las Provincias Vascongadas entraron en la unidad
constitucional.


El pueblo V1Ó caer los fueros con la mayorindiferencia y muy luego la aplaudió así
que le alcanzaron los beneficios de esta medida; por primera vez conocieron los
vascongados la inversion de los fondos públicos provinciales, dando de ,:l1os cuenta
pública la diputacion provincial, contrariamente á la misteriosa administracion [0-




- 3°9-
ra1. La cuenta y razon que se estableció, el sistema de recaudacion que se planteó,
las economías que de esto resultaron fuéron tales, que restablecida la administracion
foral despues de la reaccion de 1843, por decreto de 4 de Julio de 1844, se debió reco-
nocer la superioridad del sistema provincial, y se conservó; los fueristas más fanáticos
ha,n tenido que confesar muy á despecho suyo las ventajas y el bien que habia pro-
ducido este cambio. Hay que agradecerles esta confesion que jamás las provincias
fuéron mejor regidas, y la mejor prueha de la sinceridad de su confesion es que se ha
conservado el sistema económico y de contabilidad que planteó la regencia del gene-
ral Espartero. Este por su parte deseaba tan de veras llevar á los ánimos de los vas-
congados la conviccion respecto á las ventajas de la unidad constitucional que desde
el dia en que quedaron abolidos los fueros hasta la caida del general Espartero, hubo
provincia, Guipúzcoa por ejemplo, que no pagó contribucion alguna, y hasta la suma
que recaudó el gobierno á fines de 18"¡'2 sobre el donativo anual, la diputacion pro-
vincialla sacó de sus propios fondos, para no tener que pedir cosa alguna al pueblo.


Este, bendiciendo la mano que le trajo tantos beneficios y reconociendo las ventajas
de la aduana en la frontera, vió nacer y desarrollarse como por ensalmo un m'ovi-
miento industri11 hasta entonces desconocido. Los capitalistas confiados en el por-
venir que se les ofrecia se dedicaron J. establecer fábricas que dieron nueva vida á
aque1l8s provincias. Una fúbrica de papel en ;:;-rande escala se estableció á las puertas
de Tolosa, otra de alambres y de clavos, una de jabon se creó en Irun, otra de serrar
mármoles en Azpeitia, y ya se trataba de establecer otras nuevas de hilar algodon
de paños, de ojadelata, molinos harineros etc., cuando la insurreccion de 1843 y los
acontecimientos qu~ la siguieron, poniéndolo todo en cuestion, ya nadie se atrevió
á cm prender cosa alguna en la prevision de un posible restablecimiento de las
aduanas en la línea del Ebro, y desde entonces todo ha quedado paralizado. El resta-
blecimiento bien que incompleto de los fueros, el primer triunfo del partido fuerista
hizo temer otras concesiones por parte del gobierno central que recibia :del bando
fuerista tan eficaz apoyo en su marcha reaccionaria. Mas ya dirémos á su tiempo lo
que ha sido de aquellas provincias despues de 1843, y su estado presente.


La insureccion militar del mes de Octubre de 1841 en parte abortada, y vencida
donde llegó á estallar, fué un acontecimiento funesto; creó muchas y gravísimas di-
ficuitades al gobierno que debieron consolar á los fautores ó autores de su derrota. Si
no consiguieron el resultado inmediato de sus maquinaciones, si allá corrió sangre
en la lucha y como consecuencia de ella se causaron infinitas desgracias, pudieron á
lo menos gozarse á la vista de las semillas de hondas disensiones en el partido pro-
gresista que brotaban por do quiera, y al abrirse las Córtes, no pudo ya quedarles la
más ligera duda que habian conseguido más tal vez de lo que esperaron, viendo la
guerra encarnizada que se trabó entre los vencedores, cayendo por último el minis-
terio que habia sofocado la insurreccion con un voto de censura. Ya pudieron los
insurrectos de Octubre calcular matemáticamente su próximo triunfo, y entretanto
el desnivel que ocasionaron en la Hacienda pública, no debió ser de poco consMC-




- 310-


lo. La insurreccion ocasionó al trono un gasto imprevisto de cien millones (1) para
poner en movimiento cuarenta y dos mil hombres. Se vé, pues, que no costó poco,
materialmente hablando, el triunfo de Octubre, pero más caro costó aún moral-
mente.


Concluyamos: que D.a María Cristina desde Paris fomentase una guerra civil en
Espaí1a en la que sus hijas podian hallar la mGerte) es ya cosa asaz monstruosa, mas
los príncipes tienen una moral peculiar suya que no está á nuestro alcance 1 y raras
veces exponen sus personas á las contingencias de una lucha: que D." l\laría Cristina
hallase instrumentos para secundar los planes y re,plizar sus proyectos, tampoco es .
cosa que nos sorprende, siempre los príncipes hallan ambiciosos prontos á trabajar
en favor de trastornos en los que puedan medrar, mas que hombres colmados de be-
neficios ó de atenciones por un antiguo compaÍ1ero de armas, y por el magistrado
supremo de 1<:1 '''.acion, elegido por ella, dispensándoles este afecto ó confianza, cons-
pirasen contra su persona, hé aquí de seguro uno de los m{¡s dolorosos cuadros que
puede presentar la ingratitud del corazon humano c:nmedio de las tormentas polí-
tica's de un p::1Ís, y esta es l::t hora en que nos preguntamos con asombro, y sin penc-
trarlas, qué razoncs morales y materiales tuYÍeron Jos Leones, los Conchas, los Ful-
gosios, !os Larrocha, los Piqueros, los Oriye, y t<\L1tos más pura sublevarse contra
la persona del re3ente.


Paz sea con los muertos, nada dirémos del general Lean.
El general D. Manuel de la Concha habia hecho la guerra el las órdenes inmedia-


tas del general en jefe en los últimos años, y sin rebajar un ápice de su bizarría y de
su máito, es bien cierto que el falor que le dispensó el duque de la Victoria no
contribuyó poco á enaltecer los servicios de D. Manuel de la Concha. Al acabarse la
guerra era ya mariscal de campo y segundo cabo del ejército de Cataluií.a ú las
órdenes del general en jefe D. Antonio Van-Halen, conde de Peracamps, Pidió el
general Concha una licencia que le fué otorgada conseryando por entero el sueldo
que disfrutaba; solicitó una próroga y le fué concedida, permaneciendo en Madrid.
En esa época se efectuó el casamiento de D, José de la Concha, su hermano) coronel
del regimiento de Borbon, con la hermana de la duquesa de la Victoria. Este enla-
ce se efectuó pocos dias antes del 7 de Octubre, Así fué que cuando en aquella noche
llegó á noticia del regente que el general Concha era uno de los jefes que mand:1ban
las tropas en Palacio, se le oyó decir penetrado del más profundo dolor: "Qué q uie-
ren Vds., hace pocos pocos dias que allí ú presencia suya, en ese gabinete, tomando
la mano de su hermano la puse en la mano'de la hermana de mi mujer, y hoy cons-
pira contra mí».


Hay cosas que están fuera de toda prevision humana, y por esta regla antes del
acontecimiento, cuando llegaban á manos del gobierno y del tutor listas de los mili·
tares comprometidos, y en las cuales siempre se hallaba el nombre del general Con-


(1) Declaracion del ministro de Hacienda en las Córtes,




- 311 -


cha, no les prestó fé. Oigamos sobre el particular lo que á las Córtes dijo el dignísi-
mo D. Agustin Argüelles:


"Se me entregaban listas funestas de las personas que estaban en la conspiracion,
"los hechos han venido á demostrar que en algunos la acusacion era fundada; la ma-
"yor parte no. Mas en todas esas listas venia el nombre de una persona que ha sido
))despues alma de la conspiracion. Un amigo mio vino un dia á mi casa y me dijo:-
"Borre Vd. ese nombre de la lista, acabo de tener todas las seguridades posibles que
))esa persona no está en el plan.-Estalló la conspiracion, pasando aquella noche á
"Palacio en compañía del Intendente fuí d~tenicio por algunos soldados; pregunté al
"jefe del puesto por qué razon me detenia, cuando le hube declarado quién era yo:
»es la órden de mi general, me contestó.-¿Quién es su general? le dije.-El general
"Concha.-Seílores, al oir ese nombre, pensé que se me desplomaba el mundo enci-
"ma ... El nombre del general Concha era el que se habia borrado de la lista ... ))


El general Piquero tenia un mando importante como se ha visto, y pocos dias an-
tes de sublevarse contra el regente le prodigaba, como arriba dijimos, las protestas
ma::. rendidas de su fidelidad y de su adhesion; ya hemos recordado las protestas del
coronel Larrocha y del coronel Orive, pocos momentos antes de insurreccionarse.


Yen cuanto al general O'Donnell, ¿qué quejas personoles fundadas tenia contra el
regente, cuando su gobierno le habia dispensado t::1nta confianza y atenciones? Si
sus opiniones eran otras que las del jefe del Estado, ¿era esto razon bastante para
conspirar contra su persona y expresarse como lo hizo en sus proclamas, y era r<1zon
csta para arrojar dos mil proyectiles contra la ciudad de Pamplona? No y mil ve-
ces no.


¿Qué deduccion lógica hay que sacar de estas tristes observaciones, de ese olvido
del juramento, quebrantando la fé dada, de esas desviaciones de la moral? ¿Que eran
aquellos militares, personas sin honor, sin ningun principio de honradez? No segu-
ramente, nada méÍ.s léjos de nuestra opinion. Mas llegamos á esta dolorosa conclusion
que en las contiendas políticas, esos azotes de la humanidad, las nociones de lo justo
y de lo injusto, de la verdad ó de lo que es falso, de lo moral y de lo inmoral, yacen
confundido~ en un miserable caos; que esas luchas fratricidas de donde salen los
combatientes, héroes ó criminales, segun el éxito, todos creen que para triunfar no
bay medio que no sea legítimo, puesto que el buen éxito todo :10 sanciona y un
ren:s no aja; y como nunca faltan ambiciosos para fomentar, ni descontentos ó faná··
ticos para oir y lanzarse á la palestra, hay que ser indulgentes con los errores políti-
cos lT}·uchas veces adoptados por verdades y sostenidos de buena fé.




CAPÍTULO XIV.


FOMENTA DOÑA MAIUA CIUSTlNA DESDE PAJUS LA li'lSURRECCION.-PROTECCION DEI. GOBIERNO
FRANCÉS A LOS PLANES DE LOS lZEACCIONAH.IOS ESPAÑOLES.


La insurreccion militar que habia proclamado el restablecimiento de D.a. Maria
Cristina enla regencia del reino, á trueque de nuevo derramiento de sangre vencida
en la pelea, quedó tambien desautorizada por esta señora públicamente. Episodio es
este que merece una mencion particular, dejando la negativa de D.~ IvIarÍa Cristina
sin conocida ventaja para sí misma á los que se arrojasen á la lucha en su nombre,
con el feo baldo n de haber abusado de éste para sus propias y particulares miras.


Hallábase á la sazon en Paris de ministro plenipotenciario de S. 1\1. D.'\ Isabel Il,
D. Salustiano de Olózaga. Á la primera noticia que la insurreccion se hacia en nom-
bre de D.o María Cristina con :el objeto de restablecer su regencia, conoció D. Salus·
tiano de Olózaga lo apremiante de obtener de esta seí10ra explicaciones categóricas
sobre un hecho tan grave y el ro de Octubre con motivo del cumpleaños de la reina
Isabel Il, tenia el ministro de S. 1\1. una ocasion natural de ver á D. a María Cristina v
tenia además que entregarle cartas de sus hijas venidas de Madrid con un correo des-
pachado en la noche del 3 al 4. Admitido inmediatamente en presencia de D. a l\l;:¡ría
Cristina la entregó el ministro las cartas que traia, y en seguida habló de los acon-
tecimientos de España. La circunstancia de haber tomado la insurreccion el nombre
de esta señora por bandera, poni8. al gobierno en la necesidad de aclarar la verdad,
para apreciar cuáles debian ser en adelante ias relaciones que podia conservar con la
madre de Isabel 11.


Colocada en un dilema del que no podia salir airosa, ya fuese desautorizando los
que hacían en su nombre armas contra el gobierno, ya fuese haciendo un'1 confesion
peligrosa, D.a María Cristina tomó el partido de negar toda autorizacion de su parte
á los sublevados. Declaró ser falso que hubiese nombrado al general Oí Donnell virey


..




de Navarra y capitan general de las Provincias Vascongadas cuyos títulos tomaba;
falso que hubiese dado á este general ni á cualesquiera otra persona autorizacion al-
guna, por la sencillísima razon decia, que ninguna autoridad tenia para dar semejan-
tes poderes, y que cuanto habian intentado algunas personas en España, lo habian
hecho de su cuenta y riesgo, y dió fin á sus explicaciones con estas notables palabras:
«Si nó que me lo prueben.» D. a ~vlaría Cristina autorizó al ministro para que trasmi-
tiese esta su declaracion al gobierno de Madrid.


El Sr. de Olózaga no se contentó con comunicar al gobierno la declaracion verbal
de aquella señora, mas calculando cuánto interesaba que la conocieran los insurrec-
cionados y las proyincias teatro de la rebelion, quitándoles así toda fuerza moral, el
dia mismo de la referida conversacion expidió D. Salustiano de Olózaga un correo al
general Alcalá, capitan general de las Provincias Vascongadas, remitiéndole un des-
pacho en que iban relatados todos los pormenores de la conversacion con encargo de
darle la publicidad posible; así lo efectuó el general Alcalá y el resultado fué el que
muy atinadamente habia calculado el ministro español en Paris.


El dia 12 fué conocida en París la intentona contra Palacio, el ministro de S. M.
creyó que debía pedir á D.a María Cristina que tuviese á bien dirigir su voz ála nacion
poniendo de mani11esto el abuso que de su nombre hacian los que capitaneaban la re-
belion atacando al go')ierno y hasta el Palacio de su hija á mano armada. Con este mo-
tiyO dirigió á D.a María Cristina una carta en que le significaba esta justa peticiono


Lo que habi~ sido posible en un momento de sorpresa, dejaba de serlo dando lu-
gar á la reiie:\ion, lo que pudiera decirse sin testigos no era asequible conseguirlo por
escri to; con todo, la posicíon de Da Marfa Cristina era tan radicalmente falsa que no
cabia un medio honroso de salir del paso. Una desautorizacion oficial la perdia para
con su partido, la confesion genuina y oSL,da que conspiraba y era jefe de la rebelion
que acababa de cstalbr en EspaÍ1a, era paso que la comprometía con el gobierno
frztl1cés y hacia imposihle su estancia en Paris: pues si el gobierno de Luis Felipe es-
taba de acuerllo con los conspiradores y protegia sus tramas, y estaba dispuesto á
sostenel~ á D. a María Cristina, todo lo podia hacer mientras nada de o11cial apareciese;
una declaracion de complicidad hubiera hecho imposible conservarle una hospitali-
lbd contraria al derecho de gente:, y ~í. los principios que el mismo gobierno fr:l11cés
babia sentado en dos ocasiones comolo dirémos más adcbnte.


Apremiada con la carta del ministro, D. a :\>laría Cristina respondió por medio de su
secretario con fecha del 15 que no tenia por conveniente contestarle y que los hechos
mencionados en la carta del 12, estaban desfigurados, y las palabras referidas eran
falsificadas.


El 1 í D. Salustiano de Olózaga replicó que comunicaba á su gobierno la carta
del 15, Y que mientras no se le indicase en qué los hechos que habia sentado eran
contrarios á la yerdad' y las palabras referidas falsificadas, mantendria como exacto
cuanto habia dicho en su ya p.1encionada carta del 12.


El teson con que el ministro sostenia la exactitud de su dicho, provoc6 una nueva




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314-


contestacion, y saliendo de la prudente reserva de la primera, á la vuelta de ocho dias
de pensarlo mucho, cayó esa señora determinándose á hablar con cierta claridad. El
secretario de D. a María Cristina, el Sr. de Castillo y Ayensa contestó el dia 24 á la
carta del 15 en términos poco comedidos, con un alegato muy natural, ensalzan-
do las virtudes y padecimientos de S. M., todas cosas que nada tenian que ver con la
cuestion que por último fué preciso tocar. Sólo se trataba de dar un sí ó un no sobre
un hecho ¿estaban autorizados Ó no á tomar el nombre de S. M. los que en la rehe-
lion lo habian tomado, y cuyo objeto proclamado era el restablecimier:to de su re-
gencia? No pudiendo confesar la afirmativa y queriendo eludir la negativa se echó
mano de un término medio, y sin confesar una autorizacion directa y de hecho, se
dijo que D.a María Cristina no repudiaba á los generosos españoles en el momento
que cabalmente acababan de sellar con sangre su inalterable fidelidad ;:11 trono.


Torpe era el sesgo; proclamar que insurreccionarse contra el gobierno de la reina
Isabel II y atacar á mano armada su Palacio en medio de la noche, era un acto de
inalterable fidelidad al trono, tanto yalia como confesar que esa especie de fidelidad
se habia exigido. Concluia su carta el Sr. de Castillo declarando en nombre
de S. M. que las palabras que le atribuia el Sr. de O:ózaga no eran las que habia
drticulado D. a 7\laría Cristina, mas no se decia cuCtles habi;m sido aquellas p:llabras,
punto culminante de la controversia: por último decia el secretario que daba fin á
esa correspondencia. No se dió por yencido el ministro y volYió ~í. replicar el 25
con otra carta.


Al dia siguiente salió en el Alonitor parisiense la nota siguiente:
« Estamos informados que el Sr. del Castillo, secretario 6. las órdenes de la rci-


»na, ha devuelto sin abrirlo el pliego, bajo cuya cubierta el ministro de España le
))dirigia ayer la últinia carta, cuya traduccion hemos publicado. El despacho del se-
»ílor del Castillo ha sido dirigido al secretario de la legacion, manifestándole que con-
»forme á las órdenes terminantes de la reina en adelante, no le seria posible recibir
»de la legacion española mCts comunicaciones que las que tendrian por objeto exclu-
»sivo la entrega de la correspondencia de las hijas de S. i\1.»


Aquí dió 6.n esa correspondencia que fué entregada cí. la censura pública, salien-
do por entero en los diarios, que á su "ez trabaron una polémica acaloraca, apo-
yando al ministro los diarios de la oposicion, sosteniendo cí. D: .María Cristina el
diario La Prensa. Ya antes de los acontecimientos de Octubre habia salido en La
Prensa una série de artículos difamatorios contra el general Espartero, con los
cuales se formó un folleto vertido al cqstellano que se introdujo con profusion
en España. De esta polémica resultó que nadie pudo figurarse que los jefes que
allá se arrojaron cí. la palestra, hubiesen usurpado el nombre de S. 1\1., ni que hubie-
sen desenvainado la espada para proclamar una nueva regencia sin anuencia ni auto-
rizacion, y no solamente no se creyó esto, sino que todos quedaron convencidos que
para que hombres de partido, mas buenos y leales espaí10les, se arrojaran á provocar
la guerra civil en su patria, debieron mediar compromisos irresistibles de pundonor




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caballeresco, aunque de fatal Índole. En las ambiguas respuestas que arrancaron al
Sr. Olózaga, no se vió más que el efecto de una debilidad poco en armonía con la
magnitud del compromiso que habian contraido las víctimas de una resolucion fu-
nesta y un cálculo poco decoroso de no comprometerse con el gobierno francés,
cuya proteccion inaudita y escandalosa tolerancia eran todavía necesarias para fra-
guar nuevas conspiraCIOnes.


Vengamos al papel que en esa dolorosa circunstancia hizo el gobierno francés pro-
tector de la insurreccion que habia costado tanta sangre española.


Sobrado versado era el Sr. D. Salustiano de Olózaga en el derecho internacional,
y conocia demasiado la historia contempod.nea para no tener presentes los derechos
que asistian á Espaíla para reclamar la aplicacion de los principios sentados por el
mismo gobierno francés sobre el derecho de asilo, en dos célebres negociaciones
con la Suiza, seguidas, la primera por el Sr. Thiers, y la segunda por el señor conde
:VIolé, negociaciones que tanto eco tuvieron en la tribuna de la Cúmara, y en los
diarios, y que recordarémos sucintamente para poner de manifiesto la indigna viola-
cion que de sus propios princi 1)ios hizo e: gobierno francés respecto á el de Esparw.


Con la ilusion muy natural que no fuera aSÍ) d ministro de España en Paris diri-
gió al ministro de Estado Sr. Guizot la nota siguiente con fech~l del 12 de Octubre.


"Paris 12 de Octubre de r841 .-Señor ministro: Tan luego como se recibió en
"París la noticia de la rehelion que habia estallado en Pamplona en nombre de doña
,)"laría Cristina, tuve la honra de pedir verbalmente á V. E. que el gobierno fran-
))cés detuyicra la salida de S. M. para Espaíla, caso que lo intentara. La contestacion
"fué negatiya y conforme, segun me dijo V. E , ú la que habia dado á 13. reina Cris-
))tina en ocasion de la vuelta del infante D. Francisco á Espaíla. Esta contestacion se
"reducia ú que el gohierno francés podia hacer salir del reino los extranjeros que
))trabajasen contra la tranquilidad de la Fré111cia ó de las naciones amigas y aliadas,
"mas en ningun caso detenerlos contra su voluntad.


))No sé hasta qué punto haya sido observado este principio por el subprefecto de
))Bayona respecto á S. A. R. el infante D. Francisco; mas prescindiendo de este inci-
»dente para tratarlo separadamente, y no pudiendo admitir que el gobierno francés
"no tenga la obligacion de impedir que una persona proclamada jefe de una rebelion
"en un país yecino y aliallo, pase la frontera p3ra capitanear una rebelion contra el
))¡..iobierno legítimo que la Francia ha reconocido, vengo ú pedir del modo más
,)terminante la aplicacion del principio proclamado por el gobierno francés, y que
"v. E. rne ha declarado explícitamente.


)) La gobernadora de España dirige desde Paris la rebelion de las provincias fronte-
))rizas de FranciJ, recibe españoles rebeldes enviados cerca de su persona por los
))jefes de la sublcyacion: estos viajan sin presentarse ú los agentes español02s en Fran-
))cía, por tanto de un modo ilegal; van á entregar sus despachos en el Palacio de la
))edle de Courrielles como pudieran hacerlo correos españoles en el Palacio de la rei-
"ca Isabel I I.




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"La ex-gobernadora envia sus comisarios á las provincias donde existe la rebelion


"y trabaja activamente, sea por sí misma, sea por las personas que la rodean en pro-
"pagar la insurreccion á las provincias que permanecen tranquilas. Estos hechos son
"de tal notoriedad que es inútil señalar las personas, ni referir los casos, mas si es ne-
»cesario se indicarán con cabal exactitud.


IIEl gobierno francés no puede permitir por más tiempo que se continúe haciendo
"desde su territorio una guerra abierta á España: pido á V. E. señor ministro en
"nombre de la reina D.a Isabel II y del gobierno legítimo contra quien conspira su
"propia madre, que se sirva mandar que en el más breve plazo salga de Francia la
"gobernadora D. a María Cristina de Barban, guardándole todas las consideraciones
»y respetos debidos á su real persona. Podrá el gobierno francés dejar á S. M. la
"eleccion del camino que S. M. tendrá por conveniente elegir para salir del reino,
"cabiéndome la esperanza que no será por la frontera del Pirineo, pues si la reina
"Cristina salió de España sin que se derramase una gota de sangre, el solo anuncio
"de su vuelta, ha hecho ya varias víctimas, y su presencia causaria muchas más.


"Como me dirijo á un gobierno aliado, en cuya lealtad deho tener la más completa
"confianza y que no pido más que la aplicacion de principios que V. E. me ha dicho
»ser los del gobierno del rey, estoy seguro que mi solicitud me será otorgada: que-
"daré muy agradecido á V. E., si tiene á bicn darme de t::~O aviso cn cuanto la reso-
»lucion haya sido acordada. Dios guarde etc.-Firmado, Salustiano de Olózaga.»


Contestó el Sr. Guizot, ministro de Estado, en los términos siguientes:
«Paris 18 de Octubre dc 1841 .-Muy señor mio: He pucsto á la vista del rey y de


"su Consejo las cartas que me ha dirigido Vd. con fecha del 12 y del 15 (1), pidiendo
»que el gobierno de S M. se sirva mandar á la reina Cristina que salga de Francia
»en el más breve plazo posible."


"Algunos reparos tendria que hacer respecto á varias expresiones de estas cartas,
"poco conformes con las considerc:ciones que entre sí observan los gobiernos, mas
"á lo que voy á contestar ahora es á la esencia misma de las cosas.


"El gobierno del rey conocc sus deberes para con los gobiernos vecinos con quic-
"nes se halla en paz; los ha siempre escrupulosamente obscrvado, y particular::11ente
"con el gobierno de España. Mas el gobierno del rey tiene tambien otros deberes
"que llenar, los tiene principalmente para con su propio honor.


»La reina Cristina al salir de España ha venido á buscar un asilo en Francia cerca
"de su más allegado deudo y del amigo más seguro de la reina su hija: la sobrina
"del rey, la madre de la reína Isabel debía hallar entre nosotros la hospitalidad; esa
"hospitalidad le será conservada. El rey, oido el parecer de su Consejo me manda
»trasmitirle á Vd. esta contestacion. -Recibid ete.-Firmado, Guizot.))


N egar que la exgobernadora hubiese conspirado contra la tranquilidad de España
y contra el gobierno español, no pare;::ió cosa posible al ministro francés en presen-


(1) La carta del) 5 no tenia más o bj eto que recordar la del) 2 Y ped ¡runa con testacion.




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cia de los acontecimientos de que era teatro la Península, bastando además la noto-
riedad pública, así es que el Sr. Guizot, ni lo intenta siquiera; ni discute la justicia
de la demanda, ni combate las acusaciones que encierra la nota del enviado español.
Se contenta con rechazar la demanda, declarando que el honor del gobierno francés
está empeñado en conservar á la madre de Isabel II, la hospitalidad que le fuera
otorgada. Verémos cuál era el lenguaje de la Francia, cuando en circunstancias aná-
logas pedia á la Suiza lo que España reclamaba en 1841: mas para graduar debidamen-
te la conducta del gobierno francés, dándose á sí mismo un público y solemne men-
tís, es preciso recordar sucintamente las nego'ciaciones de 1836 y r838, y buscar en
sus notas cuáles eran los principios quc proclamaba sobre el derecho de hospitalidad
y los deberes internacionalcs de los gobiernos que la concedian á refugiados po-
líticos.


Los acontecimientos de 1830 hicieron creer por un momento quc este sacudi-
miento de la Francia seria el signo precursor de la emancipacion de otras naciones;
el palacio de las Tullerías era casa de huéspedes transeuntes, habia caido en poder
del pueblo que en su cúspide enarboló la gloriosa bandera de 1789: esa magnífica
epopeya de tres dias, á pesar de su bre\'c período bastó á producir un cco atronador
en Italia y en Polonia, efímeros esfuerzos, nacionalidades oprimidas que la fuerza
brutal vino á sofocar luego. Lo que produjo c:l ensalzamiento de la dinastía de Orleans
dI trono de Francia, lo ha provocado de nuevo su caida sin más afortunado éxito.


En 1831 la Suiza ofreció asilo á muchos proscritos políticos de varias naciones.
Los gobiernos absolutos son de suyo asombradIZOS á pesar de su aparente fuerza;
allá en su foco interior hay algo que lOS dicc que el dia de la venganza popular es
cierto como el final triunfo de la justicia, así es que todo lo que puede contribuir éÍ.
que tenga efecto un decreto inexorable de la Providencia es para los déspotas'ocasion
de crueles angustias.


Los refugiados políticos que habian venido á Suiza sufrian todas las miserias
del destierro. Cuando los representan tes de aquellos gobiernos en Suiza, presurosos
de dar á su inútil diplomacia una importancia ridícula dieron cuenta á sus respecti-
vos amos de so11<'H.1aS cons~iraciones atribuidas á aquellos dcsgraciados proscritos,
estos chismes diplomáticos bastaron para que monarcas poderosos que á sus órdenes
tenian ejércitos formidables y una incansable policía, se coaligasen con el fin de per-
seguir de consuno á los refugiados en Suiza.


El gobierno revolucionario de Francia se habia unido al Austria, á la Rusia y á la
Prusia para anatematizar el movimiento insurreccional de la Romaña alzada á ejem-
plo de 12. Francia contra un gobierno mil veces peor que el de Cúrlos X. A1-contestar
á la nota del 10 de Enero de 1832 del cardenal Bernetti, decia el embajador de Fran-
cia conde de Saint-Aulaire "que si aconteciese que en su mision pacííica las tropas
))de S. S. dando cumplimiento á las órdenes de su soberano hallasen una resistencia
))criminal, y que algunos facciosos se atrevieran á empeñar una guerra civil tan in-
»sensata en su objeto como fLmesta en sus resultados, el infrascrito no tiene dificultad




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»alguna en declarar que aquellos hombres serian mirados por el gobierno francés
«como los más peligrosos enemigos de la paz general.»


Los ministros de la revolucion de Julio en sus notas corrian parejas, si no las exce-
dian en insolencia contrarevolucionaria, á las que pudiesen escribir los gabinetes abo
solutistas; y no eran las palabras solamente que la dinastía de Orleans repudiaba
su orígen, los hechos venian en apoyo de las notas. La guarnicion francesa de Ancona
enviada en apariencia como contrapeso de la invasion austriaca y romana, servia al
gobierno pontificio como pudieran hacerlo sus propios gendarmes y ajentes d~ policía;
mas á pesar de tan ,chocante apostasía, de tan humilde encogimiento para con las
potencias absolutistas, de tan arrogante lenguaje con los débiles, repudiando los
principios que ensalzaron al trono volcado de Cirlos X, la dinastía de Orleans, aque-
llas potencias se mantenian al respecto de esta en una actitud de duda y de desvío que
la desesperaba; nada conseguia el rey de las barricadas, reconocido como poder de
hecho y nada más.


Sus sinsabores eám muchos, y subieron de punto cuando se intentó el viaje del
duque de Orleans con la esperanza de conseguir la mano de una archiduquesa: para
conseguirlo, rey y ministros estaban dispuestos á sacrificar todos los principios de
la revoluciono Esta es la hora que no es conocido lo que el rey y sus ministros esta-
ban prontos á otorgar á el Austria, en el caso de un asentimil:nto al deseado enlace.
La justicia exige que se diga que el duque de Orleans fué quien rechazó las concesio-
nes que el ministerio estaba dispuesto á otorgar.


Aprovechó el sagaz canciller de Austria con diestra maña estc afan del gobierno
francés para convertir á este en un instrumcnto dócil de su propia política y de la de
los aliados del Austria. Dedujo el príncipe de Metternich de la política seguida por el
gobierno francés en los Estados del Papa contra los súbditos de éste, que tambien se
encargaria de pedir el ex.trañamiento de los alemanes, polacos, italianos refugiados en
Suiza, y mientras aparentaba halagar el pensamiento de la boda, se quejaba amarga-
mente de las maquinaciones de los refugiados en Suiza, que pudieran autorizar una
intervencion si la Francia no ponia coto á esas intrigas urdidas de consuno con los
revolucionarios de Francia.


Era á la sazon ministro de Estado el Sr. Thiers; la triste mision de perseguir á los
refugiados en Suiza le pareció un medio poderoso de servir la ambicion de la famtlia
de Orleans, y empezó la lucha con la Suiza. Las incesantes quejas de la diplomacia
absolutista, fuéron por mucho tiempo resistidas por el directorio; mas acosado por
continuas reclamaciones de gobiernos poderosos, acabó el directorio por tener un
compromiso sério para la neutralidad y la independencia de la Suiza, y lle\'ado de su
apocamiento de ánimo determinó mandar salir á los refLlgiados; mas no queriendo
con todo entregarlos á la policía de aquellos gobiernos absolutistas, con fecha 22 de
Junio pasó el directorio una nota al duque de .\lontebello embajador de Francia,
preguntando si la Francia daria asilo á esos refugiados. Remitió el Duque la nota á su
gobierno; el Sr. Thiers envió al embajador ya redactada la contestacion. Esta nota




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31 9-


es la que queremos recordar, porque en ella se sientan los principios del gobierno
francés sobre la cuestion de a,:>ilo, y se deslindan los deberes internacionales de los
gobiernos en esta cuestiono Sin dar por entero aquella nota, aquí sólo nos atendré-
mos el los pasos más esenciales y que se rozan más inmediatamente con la cuestion
espaí10la que tratamos.


Manifiesta el ministro francés la satisfaccion que le ha causado el paso dado por el
virey, y dice: "No es el gobierno del rey quien puede desconocer lo que tiene el de-
»recho de asilo de cierto y de sagrado, la Francia, la Inglaterra, no lo ejercen con me-
"nos' generosidad que la Suiza, y seguramen'te no cabe en su pensamiento el querer
))coartarla; mas como cualquiera otro, este derecho tiene sus límites y supone tam-
,)bien deberes qlle llenar. No puede, no debe existir sin la perentoria y precisa condi-
))cion que su aplicacion nada tenga que sea contrario á las reglas no menos sagradas
»del derecho de gentes, es decir, <1 la seguridad de los demas Estados, y esta tiene
))exigencias más ó menos legítimas, más ó menos imperiosas segun sea la situacion
»geográfica de los países inter~sados en que su tranquilidad no se vea comprometida,
))segun sea la organizacion interior de aquellos en que el derecho de asilo es cues-
))tion de pundonor. Así, por ejemplo, es evidente que la Inglaterra en su aisla-
"miento insular puede dar sin peligro p:1ra los demas Estados una extension más lata
»<1 este derecho, y que un país constituido como la Francia con su poderosa organi-
"racion administrativa, Sll ¡l/erra militar)" los medios de policía de que dispone, pue-
))de ofrecer ganll1tías igualmente seguras, mientras esas garantías no existen habitual-
))mente en Suiza, no porque sus intenciones pueden ser sospechosas, sino porque
»siendo su constitucion federal, yel territorio dividido en veintidos Estados sobera-
»nos regidos por legislaciones diferentes y por principios diversos de administracion,
»no se puede admitir que tenga al mismo grado los medios de vigiiancia y de re-
»presion contra los refugiados acogidos en su territorio, se atreverian á abusar de
"la hospitalidad en perjuicio de los Estados con quíenes vive la Confederacion hel-
"vética en paz.


))Así, pues, en las medidas adoptadas por el directorio en su prudencia, y que el
"gobierno del rey consienta en facilitar en su ejecucion en lo que de él dependa, no
"se trata en modo alguno de coartar el derecho de asilo, y tan sólo conseguir que
"su ejercicio sea compatible con el derecho internacional, con la tranquilidad
')de países vecinos de la Suiza, con el honor y los intereses de la Confederacion
»entera.»


Despues de hablar de las maquinaciones de los refugiados contra el Piamonte y la
Alemania, llega la nota á las quejas peculiares de la Francia y decia: « El infrascrito no
))ha hablado hasta aquí más que de la Cerdeña y de la Alemania, contra quienes se
"dirigian esos atentados y conspiraciones, pero la Francia no se halla menos intere-
})sada en esta importante cuestion del derecho internacional, cuando es claro á todas
)>luces que los refugiados en Suiza se hallan en relaciones con los anarquistas france-
))ses, cuando sus indiscreciones prueban con evidencia el cabal conocimiento que




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))tIenen de sus abominables proyectos regicidas. Cuando en fin queda demostrado
})que sus planes se enlazan, á lo menos de intencion y de esperanfas, á los crímenes
))últimamente perpetrados en Francia, es pues claro que este estado de cosas no
»puede prolongarse tanto por lo que toca á la Suiza misma como por lo que atañe á
))las demás potencias, y no cabe duda que si los extranjeros cuyas tramas revolucio-
))narias parecen perpetuarse, no fuéron extrañados del suelo helvético, los gobiernos
>lamenazados por criminales proyectos, no se verian en la necesidad de tomar las
})medidas que les dictara el sentimiento imperioso de su propia seguridad, y que por
»10 mismo tiene la Confederacion el mayor interés en alejar de sí esas inevitables
¡¡determinaciones.


"Por último, la Alemania y la Italia tienen el derecho de esperar que los que
"conspiran contra su reposo, no reciban por más tiempo en Suiza un asilo de que
"se han hecho indignos y la Francia se halla igualmente interesada en pedirlo con
))igual motivo.


Aquí la nota explaya consideraciones de un hipócrita interés en favor de la inde-
pendencia de la Suiza, siendo su mismo texto la prueba más palpable del poco caso
que de ella hacia. Mas volviendo al tema sobre el derecho de asilo, decia:


{(El directorio se hará cargo igualmente que si.esta esperanza andase fallida, si las se-
))guridades que la Europa aguarda del directorio se limitasen á declaraciones, sin que
>lningun acto efectivo las apoyase, las potencias interesadas en que cese este estado
>lde cosas, tendrian plenamente el derecho de no contar ya más que consigo mismas
))para acabar con los refugiados que conspiran en Suiza, y poner un término á esta
"tolerancia hácia incorregibles enemigos de la tranquilidad de los gobiernos. N o es
))menos evidente que la Francia trás de haber inútilmente hecho cuanto la incumbia
)}con consejos y avisos repetidos con el fin de que la Suiza se precaviese contra el
))peligro de poner los Estados de Alemania y de 1 talia en la precision de llevar á
»efecto determinaciones tomadas eventualmente, pero del modo más términante, no
))tendria más recurso, que acudir con el mismo fin á lo -Iue le interesa, á lo que exi-
»giera el interés no menos legítimo de su propia seguridad.»


La nota acaba manifestando que el gobierno francés se lisonjeaba que sus esp.::ran-
zas en tono de amenaza se realizarian, y que los refugiados serian expulsados, en
cuyo caso la Francia los recibiria.


La publicacion que se dió á esta nota. produjo en Suiza un sentimiento tal de in-
dignacion, que si en la Dieta hubiese habido hombres de energía, capaces de ad-
herirse á los sentimientos pundonorosos y patrióticos del pueblo, la consecuencia
de esta insolente nota en que la Francia hablaba en nomhre de los gobiernos ab-
solutos de Italia y de Alemania, tanto ó más que en el suyo mismo, hubiese sido
una guerra: mas en la Dieta dominaba una mayoría de hombres pusilánimes que
cedieron á las amenazas de un gobierno cuya altanería con los débiles igualaba
su deferencia con los fuertes. El Sr. Thiers llegó á amenazar la Suiza con un bloqueo
hermético, si esta no acceJia á dar una contestacion satisfactoria. La Dieta adoptó




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un conclusum sin dignidad y sin decoro, y obediente á las órdenes de la Francia el
Vorort dió el 24 de Agosto de 1836 una órden á todos los refugiados para que salieran
del territorio helvético.


Recordarémos de paso el criminal episodio de un espía llamado Conseil, cuya pre-
sencia entre los refugiados puso de manifiesto que la policía francesa habia tenido á
sus órdenes un agente provocador de la maquinacion entre algunos refugiados, y
protegido por la legacion francesa. Esta inaudita maldad fué denunciada en la tribu-
na de las Cí.maras; mas los que habian sido ministros en la época en que tuvo lugar
esa iniquidad ya no lo eran, pero vinieron- á disculparse públicamente diciendo el
Sr. Thiers que en las cosas de Suiza no lo habia sabido todo, dando á entendér muy
claramente quién habia dirigido esa infame intriga. Sea quien fuese el fautor de esa
innoble intervencion de la policía, el hecho es cierto y quedará como tipo de refina-
da inmoralidad.


Detengámonos en algunas consideraciones. Se ha visto que el gabinete francés
habia sentado en su nota cuúles eran los derechos y los deberes de los gobiernos que
acogian refugiados políticos en su territorio_ c(El derecho de asilo, en ::iU opinion, no
"podia, no debia existir sino con la precisa condicion de que en su aplicacion nada
"hubiera que fuese extrai10 á las reglas sagradas del derecho de gentes, y á la seguri-
"dad de otros Estados. La Francia se Jactaba de poseer los medios de \igilancia y de
))represion bastantes el contener los ref~lgiados admitidos en su territorio, si se atre-
))Viesen á abu~.;ar del beneficio de la hospitali"bd_ en perjuicio de los Estados con los
))celales estaba en paz; para el ministro ú-ancés quedaba fLlera de duda, que si los ex-
))tranjeros con sus tramas re\-olucionarias ponian en peligro el órden de países ve-
))cinos, los gobiernos amenazados por criminales proyectos podian tomar el partido
»que les inspirara el sentimieuto imperioso de su propia seguridad. En su opinion la
»Alemania y la Italia tenian el derecho de exigir que aquellas personas que allá en
»su creencia conspiraban contra su tranquilidad, cesasen d.e recibir en Suiza un asilo,
))y la Francia con el mismo moti\-o que las potencias interesadas en que estos hom-
"bres no permaneciesen en Suiza, estaria plenamente en su derecho no contando
»[lÜS que consigo misma para acabar con los rc:fugiados, poniendo un término ú la
»tolerancia de que esos incorre¡;ibles enemigos de la tranquilidad de los gobiernos
))continuaban gozando.))


Tales eran los principios que proclamaba el gobierno francés en 1 836 sobre las
obligaciones y los derechos de los gobiernos en la cuestiol1 de asilo. N o podian ser
c\presados con mayor claridad y de un modo más termin::mte; en apoyo de sus exi-
gencias' el gobierno francés ningun hecho indica que sea apreciable. SUjJuestas indis-
creciones, relaciones imaginarias entre los refLlgiados y los anarq uistas de Francia,
proyectos, intenciones, esperanzas, vagas criminaciones, es todo lo que encierra la
nota precitado; frívolas acusaciones bastaban para que la Francia exigiese con ame-
nazas que los refugiados fLlesen e xpulsados de Suiza.


Pónganse en parangon estas acusaciones y la rebelion efectL1ada en Espaí1a en
21




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Octubre de 1841 á nombre de D. a María Cristina, cotéjense la nota del Sr. Thiers
en 1836 y la contestacion del Sr. Guizot al enviado español en 1841, y dígase si ca-
be mayor imprudencia en conculcar los principios de que se ha hecho públicamen-
te alarde, como base de derecho internacional.


Pasemos á otro hecho todavía más idéntico con el caso que nos ocupa.
Todos saben el resultado de la intentona de Strasburgo en 1836. El príncipe Luis


Bonaparte, jefe de ella, tuvo por castigo que se le llevase á los Estados- U nidos. Vuel-
to á Europa vivia en Arenemberg, casa de campode su madre; que allí anudase nuevas
intrigas de pretendiente, bien pudo ser; mas bastó esta suposicion, más ó menos fun-
dada sin que ningun hecho la justifique, para que el gobierno francés pidiese en J 838
que Luis Bonaparte fuese extrañado del territorio suizo. La Suiza tenia aún muy
presente el agravio de 1836, manifestó su justa indignacion, preguntando si habia
dejado de ser una potencia libre é independiente, ó si habia de vivir sUjeta á la poli-
cía francesa. La Dieta colocada entre la ignominia de ceder á las amenazas de la
Francia, y la responsabilidad de las desgracias que pudiera atraer la resistencia, no
sabia á qué resolucion atenerse.


El Gabinete francés, resuelto á dar la ley á la Suiza, invocó los principios sentados
en 1836 respecto al derecho de asilo, los amplió y los comentó, ya' mismo tiempo di-
rigió hácia la frontera suiza un ejército de 30.000 hombres á las órdenes del general
Aymar, quien en una proclama amenazaJora anunció la mision puesta á su cargo. El
príncipe Luis Bonaparte, viendo el compromiso en que ponia á la SLliza tomó la ini-
ciativa de marcharse, y el 20 de Setiembre salió de Arenemberg para Lóndres.


En esta segunda negociacion sobre el derecho de asilo, las notas del seflor conde de
Malé, son tan explícitas como las del Sr. Thiers. Citarémos algunos trozos para que
se pueda apreciar debidamente la lealtad del gobierno de la monarquía de Julio res-
pecto á España.


En una nota de I4 de Agosto de 1838 dirigida al duque de Montebello, embajador
de Francia en Suiza, el conJe l\lalé decia: "Dirá Vd. al Vorort que se trata de saher si
lila Suiza pretende hajo capa de hospitalidad acoser y fomentar con la proteccion que
lIles dispensa, intrigas é intenciones altamente proclamadas, cuyo ohjeto es alterar
))la tranquilidad de un Estado YCcino ..... La Suiza tiene acaso el derecho de dejar
))preparar en su casa empresas que si bien no tienen sérias probabilidades de éxito,
"pueden tener por resultado como en el mes de Octubre de 1836 un ruidoso escún-
))dalo político, seducir algunos incautos, á hacer algunas víctimas ..... Por tanto, se-
))ñor Duque, es un deber para la Francia el no sufrir por más tiempo que la Suiza
))autorice con su tolerancia las intrigas de Arenemberg. Declarará Vd. al Vorort,
))que si contra toda esperanza la Suiza tomando por su cuenta la defensa de la perso-
))na que tan gravemente la compromete, negase el extrañamiento de Luis Bonapar-
))te, tiene Vd. árden de pedir sus pasaportes. En cuanto reciba Vd. esta comuni-
))cacíon la trasmitirá Vd. al gohierno, y no se despedirá Vd. del ministro sin asegu-
nrarle de nuevo que la Francia, apoyada en su derecho y la justicia de su demanda,




)Jusará de cuantos medios pueda disponer para obtener de la Suiza una satisfaccion
"á la que no renunciará por ninguna consideracion.»


Ya hemos dicho cuál fué el desenlace de aquella negociacion.
En presencia de estos documentos históricos que forman una especie de código


sobre el derecho de asilo, á lo menos para el gobierno que lo ha tan explícitamente
formulado, la contestacion del Sr. GUlzot queda como un baldon para ese gobierno,
pues todo hombre imparcial tendrá que confesar que no hubo asomo de compara-
cion entre los motivos de quejas que provocaron las notas del gobierno francés
en 1836 y 1837 Y los acontecimientos de España en 1841, entre lo que pudo pensar
Luis Bonaparte, y la rebelion sangrienta de Octubre de 1841 á nombre de D.a Ma-
ría Cristina. N o harémos más largos comentarios sobre estas monstruosas inconse-
cuencias, sobre esta falta de dignidad, de decoro, de justicia en el gobierno de Luis
Felipe; nos basta ponerlos de manifiesto con la relacion sencilla de los hechos, y la
reproduccion de los documentos históricos.


El gobierno de la regencia se faltó á sí mismo, y faltó á lo que debia á la nacion,
cuando al recibir la contestacion del ministro francés á la nota del Sr. D. Salustia-
no de Olózaga no cortó toda relacion diplomática con aquel gobierno desleal, dando
á la España y al mundo entero un manifiesto sobre los motivos de un rompimiento
que exigia la dignidad y la independencia de España. El derecho, la justicia, apoya-
dos en los antecedentes sentados por el mismo gobierno francés, y los principios
proclamados por este, hubiesen merecido al gobierno español la aprobacion unáni-
me de los hombres sensatos é imparciales. El ministerio español no tuvo por conve-
niente protestar solemnemente y quedó bajo el peso del insulto. Este primer acto de
debilidad dando pábulo á la insolencia del gabinete fráncés, le envalentonó á anudar
nuevas intrigas que trajeron los funestos acontecimientos de 1842 Y 1843, acabando
estos con la regencia del general Espartero yel partido progresista.




CAPÍTULO XV.


ACONTECIMIENTOS DE BARCELON.\ DE 184 ¡ .


En todas las revueltas que conmueven España, á Barcelona le cabe un papel prin-
cipal funesto. Sus agitaciones desordenadas, saliéndose del movimiento general, for-
man un episodio aparte: son una causa contínua de desgracias para Barcelor:a, para
Cataluña, para España.


La rebelion militar de Octubre, sin ninguna simpatía en los pueblos, no habia pa-
sado de los umbrales de algunos cuarteles, y no pudo dominar sino el corto terreno
que pisó, por pocos momentos. Las juntas se organizaron en todas partes para
repeler por la fuerza una agresion brutal desautorizada, sin pretexto siquiera para
alterar los primeros dias de una paz tan anhelada por la nacion, como necesaria para
cerrar las llagas de siete años de guerra ci,-iL La consolidacion de las instituciones sin
reaccion, sin espíritu de bandería, sin injusticia, tal era el deseo universal del país, y
si todo esto no se hacia de un mojo absoluto, por ese camino y el de las reformas
beneficiosas marchaban el gobierno y las Córtes. Menos que ninguna otra clase de
espa í10les, tenia n los militares motivos de quejas; el ejército habia sido objeto de un
desvelo particular en su fa¡'or, y aun cuando el gobierno se viese precisado á dismi-
nuir el número de las tropas, lo habia hecho de manera para no perjudicar á los ofi-
ciales en lo posible. Si tuvo que reformar la Guardia real porque no guardaba propor-
cion con la fuerza del ejército ni estaba en armonía con el principio de igualdad, se
contentó la regencia con reducirla á la mitad de lo que era, en vez de suprimirla por
entero. Los únicos cuerpos suprimidos fuéron los guardias de Corps y la artillería;
mas á pesar de esta disminucion y supresion efectuadas en principios de Agosto
de 1841, todos los oficiales conservaron sus grados, y fLléron empleadosj los guardias
obtuvieron todos un ascenso (I).


(1) Discurso del ministro de la Guerra en el Congreso en la sesiun de 1.° de Febrero de IH42.




Una rebelion militar en las circunstancias en que tuvo lugar la de Octubre, era
por tanto una monstruosidad, un acto de ingratitud feísimo, vituperable, inícuo.
Honrado con el ensalzamiento á la regencia del ínclito caudillo á cuyas"órdenes habia
peleado desde 1836, debia el ejército ser la columna más sólida del nuevo edificio, y
el sosten más firme del magistrado supremo en cuyas manos las Córtes habian pues-
to las riendas del Estado: por desgracia no sucedió así; mas con todo, en Octubre
de 1841, la opinion pública no estaba aún extraviada como llegó á estarlo dos años
despues. La rebelion de algunos generales y de algunos cuerpos del ejército no tuvo
eco, y las juntas se prepararon patriótica y"lealmente ú contrarestar una insurreccion
funesta, dando al gobierno un sincero apoyo. Un decreto de 16 de Octubre aprobó
la formacion de las juntas con el carúcter de consultivas y auxiliares; mas este carác-
ter de subordinacion al gobierno admitido por todas las juntas, no se amañaba con
la fogosa impetuosidad de la de Barcelona, ni con el prurito de oposicion, ni con el
afan de independencia del gobierno central. Allí pues se formó una junta de vigilan-
cia que muy luego usurró todos los poderes y todo lo dispuso soberanamente.


El plan de los insurrectos de Octu bre era mucho mús vasto de lo que apareció;
cuando una conspiracion aborta por un incidente cualquiera, sucede lo que con un
rastro de pólvora que conduce ú una mina cargada~ cortado, no se vé mJS que la lla-
marada que no prodLlce explosion; en las conspiraciones que se malogran, el plan
mejor combinado aparece, no siéndolo un acto desesperado, ó una locura. Esto
sucedió con la de Octubre; tenia ramiticacioncs en todas las provincias; mas sofocada
en Madrid, allí murió. Un mo\"imicnto en Catalut1a formaba parte del plan. O' Don-
nell en Pamplona rrcguntaba sin cesar qué hacia Cataluí1a: en Paris se esperaban con
únsia febril noticias de la sublevacion de BarccIona. Motivos tenian los conspiradores
para esperar una conspiracion decidida en CataluÍla, proporcionando sus esperanzas
á los esfuerzos hechos para conseguirla. Con cuatro meses de anticipacion se nota-
ban los indicios de los trabajos para preparar la insurrecciono Todo se ponia en planta
para seducir á los unos, alarmar á los otros y enconarlos á todos. Un enjambre de
frailes secularizados y de clérigos ordenados en Roma corrian por los pueblos predi-
cando una cruzada contra el gobierno. Se trabajaba al ejército en el mismo sentido;
oficiales habia que en los parajes públicos hacia n alarde de opiniones hostiles al go-
bierno; generales y jefes enemigos del regente y de su gobierno se hallaban en Bar-
celona con pretexto de baÍlos. Diarios pagados por la contrarevolucion atacaban con
indecente violencia los actos de la administracion, las Córtes, la Constitucion y
cuanto existia; mas estas maquinaciones no excedian en Barcelona de lo que pasaba
en las dem;.ls provincias, yen todas pudieron las autoridades contener el torrente.


Las de Barcelona) hay que reconocerlo, desplegaron suma actividad y loable ener-
gía contra esas tramas) mas en Barcelona la exageracion prevalece siempre, así fué
que las corporaciones populares pretendieron que las autoridades política y militar
cometiesen ilegalidades ú que se negaron estas, y como en épocas de revueltas la
pasion toma el lugar de la sana razon, dia llegó en que ese respeto que todo gobier-




- 326-
no, sí ha de merecer este nombre, debe á la ley, llegó á formularse en la tribuna en
acusacion violenta de imprevision, y por una inaudita mofa de la lógica, los mismos
que acusaban al gobierno y á sus agentes en Barcelona, tenían que confesar que no
habian podido coger á los conspiradores infraganti, por haber tenido que respetar
la legalidad: esta contradiccion hay que señalarla con alguna detencion, porque pin-
ta á lo vivo el estado anormal de los ánimos en aq uella época.


El ayuntamiento de Barcelona dla vista de indicios que ninguna duda dejaban so-
bre la existencia de una conspiracion, insistia con las autoridades para que tomasen
las medidas más arbitrarias contra los que suponia conspiradores; mas las autori-
dades por grande y cabal que fuese su conviccion sobre la realidad de las sospechas,
no querian atropellar á nadie. Vigilantes y sobre aviso estahan prontas á obrar en
cuanto asomase el menor acto de rebelion. El ayuntamiento en su incansable des-
velo organizó una vigilancia extremada, dando encargo á confidentes numerosos de
seguir los pasos de toJa persona señalada por sospechosa; pidió al jefe político,
quien la otorgó, la autorizacion para que esos confidentes obraran en todo el rádio de
su jurisdiccion y debieron sin duda esas activas gestiones contribuir á desconcertar
el plan de los conjurados, mas no se consiguieron por eso pruebas que bastasen á ar-
restar á nadie.


Hé aquí lo que sobre esto decia el diputado Sr. Mata en el Congreso en la ses ion
del 29 de Enero: «Yo era alcalde; me comprometí á tomar todas las medidas posibles
))con mis colegas para detener la revolucion que preparaban los conjurados ..... En
lImuchos dias y muchas noches perdí el sueño para vigilar las casas donde se reunian
"los conjurados ..... mas la Constitucion nos ataba las manos, no podiamos atropellar
"el domicilio de ciudadanos, mas seguiamos los pasos de los que considerábamos co-
limo conspiradores; los asustabamos, y ellos, conociendo que eran vigilados de
llcerca, no pudieron fraguar su plan tan bien como lo hubieran deseado: se fuéron
lIal campo con pretexto de romerías; sahiamos que era para conspirar, mas no tenia-
»mos las pruebas legales; cualquiera fuese nuestra conviccion moral sobre el plan,
llnada podiamos hacer sino prepararnos para el dia en que se quitaran la máscara."


Esta confesion de un alcalde de Barcelona en aquella época, de un diputado fogoso
defensor de sus paisanos y uno de los más acérrimos adversarios del ministerio, ¿no
es acaso la mejor justificacion y la más cabal apología de la conducta del gobierno y
de sus agentes en Barcelona, tan despiadadamente acusados de imprevision ? Pues si
los patriotas más briosos, si las autoridades locales cuyo celo es ¡siempre más impa-
ciente y menos mirado, viendo el mal han tenido que pararse ante la legalidad, ¿qué
habian de hacer los agentes del gobierno más inmediatamente depositarios de la ley
para hacerla respetar por todos y en pró de cada uno? U na sola reconvencion séria
mereció el gobierno, y ya la hemos indicado, la de haber cerrado las Córtes pocos
dias antes de haber estallado una conspiracion que era el secreto á voces, y de haber-
las cerrado, sin haber pedido facultades extraordinarias. Esta falta nadie se la echó
en cara en la famosa discusion de 1842.




-
327-


La ansiedad que tenia embargados todos los ánimos al aproximarse el dia de un
nuevo sacudimiento que cada cual conocia inevitable, tomó en Barcelona el carácter
de violencia y de arrebato que distingue á sus moradores. Hay que decirlo tambien
en honor de la verdad, ningun pueblo de España habia sufrido lo que Barcelona del
gobierno que querian restablecer los conjurados. Las prisiones, las deportaciones á
las Antillas habian llegado á ser medios normales de ejercer el mando; era, pues,
muy natural que la vLlelta posible le semejante gobierno causara en Barcelona ma-
yor espanto que en otro cualquier pueblo de España; por esta razon fuéron más ter-
ribles los medios de resistencia.


Una circunstancia que m~ls desasosiego causaba en Barcelona era la presencia del
general Pavfa, que habia sido segundo cabo de Cataluña durante la dura administra-
cion del Baron de Meer que tan aciagos recuedos habia dejado. Levantóse un grito
general pidiendo la expulsion del general Pavía, á lo que no pudo consentir el capi-
tan general, conde de Peracamps, teniendo aquel general un pasaporte del gobierno
con facultad de permanecer en Barcelona. Habiendo algun tiempo despues pedido su
cuartel para Madrid, el general Pavía, solicitó del conde y la obtuvo, licencia para
tomar baños en Galdas. A la noticia de la rebclion estallada en la ciudadela de Pam-
plona, envió el capitan general de Cataluña una órden al general Pavía para que
marchase á Madrid sin entrar en Barcelona; cLlando la órden llegó á Caldas, Pavía
había desaparecido.


La rebelion milítar de Pamplona y de otros puntos infundió gravísimo cuidado al
conde de Pcracamps temeroso que el contagio cundiese al ejército de Cataluña, no
pudiendo por otra parte fiar de la Milicia N acional de Barcelona como no tardó en
experimentarlo. A la noticia de lo sucedido en Zaragoza, reunió el Conde las tropas
de ia guarnicion y convocó la Milicia Nacional tambien, mas esta no tuvo por con-
veniente responder al p:ltriótico llamamiento del capitan general, y no se presentó;
acto de malísimo agüero para la tranquilidad de Barcelona. A las tropas congrega-
das dirigió su voz el capitan general recordindolas sus deberes y juramentos; pu-
blicó en seguida una proclama al ejército de Cataluña en el mismo sentido; mas ya
sea que los conjmados no lo tuviesen todo pronto, sea por otra razon cualquiera,
nadie se movió en el Principado.


Contando el gobierno con el patriotismo de Barcelona y no pudiendo suponer un
acto de rebelion en aquellas circunstancias, dispuso que la mayor parte de las tropas
del ejército de Cataluña pasase :i las provincias donde habia estallado la insurrec-
cion. En 7 de Octubre mandó al capitan general que pasase á Navarra con las tro-
pas de que pudiera disponer; esta órden llegó á Barcelona el dia 10, y en la hora en
que precisamente se hallaba el capitan general rodeado de las autoridades y corpo-
raciones populares, por ser los días de la reina: en el acto comunicó la órden que re-
cibia, y su firme propósito de cumplimentarla al momento. Con más ó menos since-
ridad trataron las corporaciones populares de disuadir al general, mas este les contes-
tó que militar no conocía más que la subordinacion á las órdenes superiores, y des-




de luego dispuso su marcha, mas antes de salir de Barcelona qmso pasar revista á
las tropas á la que asistió la Milicia Nacional; arengó á las tropas y Milicia reunidas,
y recibió las segmidades más positivas de que no se perturbaria el órden en lo más
mínimo dmante su ausencia. El dia 12 fué señalado para la salida; antes de marchar
dirigió el conde de Peracamps una proclama á los barceloneses en la que invoca-
ba sus sentimientos honrados y patrióticos. «Salgo, les decia, para entrar en campa-
í1a, os contio la guardia y la tranquilidad de la ciudad, r~spetad ·las leyes, obedeced
á las autoridades; voy con las tropas leales á combatIr la rebelion: durante mi au-
sencia vosotros mismos sereis los QUJrdianes de vuestros pronios h02;Jres ..... y vos-


\.) 1. L./ ""


otros, Milicia Nacional y autoridades popuLlres, respetad y h:1ced respetar las leyes.
Os dejo, persuadido de que mi presencia es inútil para la consenacion del órden;
Barcelona sabrá mantenerlo por sí misma."


En aquellos momentos la diputacion provincial y el ayuntamiento manifestaron
al capitan general el proyecto de formar una junta de vigilancia cuya presidencia le
era reservada. Se opuso á la formacion de est3. junta que no podia ser de ninguna
utilidad y tan sólo se:,\,ir de estorbo á la n13.rcha del gobierno; les manifestó que de-
jando el mando militar al patriota general Zabala, y teniendo la ciudad autoridades
populares en las que los moradores tenian ur·a toul confianza, semej~1l1te junta no
podia menos de ser muy perjudicial, y que desde luego declaraba que no la reconoce-
ria. Mas no por esto desistieron, si bien renunciaron al nombre. Se dijo que la junta
no seria más que la reunion del ayuntamiento y de la diputacion pro\'incial, agregún-
dose cuatro indil'íduos de b .\Iilicia N acion~ll elegidos por ésta. Así formada, la junta
dió su proclama en la cual sentó por principio, que siendo producto de la voluntad
del ayuntamiento y de la diputacion prOVIncial, no se disolveria sino por órden de
estas corpornciones. Hecho este primer paso de enlancipacion respecto al ¡..;obíerno,
no tardó mucho la j unta en dar otros m1s ayanzallos, hasta usurpar todos los poderes.


Las razones que se han dado para legitimar la existencia de la i'..ll1ta cual se instaló
en Barcelona, y los actos de su administracion, de ninguna manera la absuelven
de insubordinacion ú las órdenes del ¡..;obierno. Las razones alegadas eran las de
siempre; esto es, la necesidad, el peligro, la gral'edad de las circum:tancias, ale-
gaciones inadmisibles, gastadas por todos los partidos. En cuanto ú los actos, son
aún de peor l1l1aje: tropelías, vejaciones ruines con las personas. y por último, la cri-
minal demolicion de la ciudadela. Pudo la junta tener las mejores intenciones, mas
su conducta en un momento en que el gobierno necesitaba la cooperacion de todos
los liberales para sofocar una rebclion reacc~onaria, fué vituperable, odiosa, fLl11estét
y contraria á la yoluntad general, y esto es tan cierto, que habiéndose diri¡..;ido á
otras juntas del mismo Principado, solicitando su adhesion, todas se negaron á obrar
con independencia del gobierno; no por eso desistió Barcelona de su fatal propósito,
y dió lugar á medidas represiYas~ que más tarde fuéron la ocasion, ó el pretexto de
la excision que se manifestó en el partido progresista, y este fué el orígen de todos
los males que luego sol.'revinieron.




No bien se habia alejado el conde de Peracamps de los muros de Barcelona, cuan-
do la junta con fecha del 15 dirigia al gobierno un mensaje en que decia: "La junta
»tiene la honra de informar á V. E. su firme propósito de apoyar eficazmente el go-
¡) bierno de S. A. el regente del reino, y afianzar en lo que de ella dependa las insti-
»tuciones actuales, en tanto que le inspire la confianza necesaria.


»La junta ha respetado y respetará, mientras la salvacion del país no exija otra
»cosa, los funcionarios y empleados del gobierno, sin mJS excepcion que la de los
))empleados que ocupan los destinos que fuéron dados á otros en Octubre de 1840,
"por la junta de entonces; excepcion justa, pues en ninguna sociedad ha habido
»un poder mJS legítimo, ni con mayor autoridad que las juntas de 1840. Cuando
»se han anulado sus actos y :se han re\'oca,-lo los nombramientos de empleados he-
»chos por ellas, se ha cometido un atentado á la soberanía del pueblo. Este aten-
))taJo necesitaba un correctiyo, y la junta suprema de YÍsibncia se ha encargado de
»a pl¡carlo.))


La rebelion no podia ser mús maniliesta, más positiva: pero ¿hay algo más inaudito
que ese lenguaje dIrigido á un gobierno. y que este desautorizado por la junta diese
con fecha del 22 las gracias á la diputacion prm"incial y á el ayuntamiento que tal
junta habian creado, publi~ándolas en la Gaceta! ¿" Cómo extrar,ar lo que vino en
seguida?


La diputacion provincial, el ayuntamiento y la junta nombraron comisionados
para ir á Madrill: estos fuéron el Sr. Giberga por la primera, el Sr. Mata por la se-
gunda, y el Sr. ",1::llaguer ¡¡or la tercera.


La diputacion proyincial, en un despr:cho del 1 (j. anunció al ministro de la Gober·
nacían la formacion de la junta. y que habia elegido a: Sr. Giberg:l comisionado para
ofrecer al gohierno la cooJeracion condicional de la Jicmtacion. El comisionado, el su
~ ,,1. l


paso por Lérida y por Zar,lsoza, se aústc') con las di putaciones provinciales , las dió
:1 conocer lo que hallia hecho 1:1 de Bc1rcclona exhortándolas :1 hacer lo mismo, con-
se¡os que desecharon aquellas corporaciones. A pesar de esto, el Sr. Giberga fué re-
cibido en l\ladriJ por el gobierno del moJo mjs lisonjero. y fué aprohada sin la me~
nor restriccion la conducta de las autoridades de Barcelona. N o se puede abdicar
más pacíficarnente el poder supremo.


Como los comisiona\.los de Barcelona tenia n una mision de prolJaganda insurrec-
cional m,1S bien que de conciliacion, el Sr. Mata tomó el camino de Tarragona y de
Valencia; en ambos puntos se presentó j las diputaciones proyinciales quej,í.ndose
del gohierno de .\ladrid y prop~llando contra éste las m:\s duras acusaciones , sobre
el abandono ('n que habia (lejado á Cataluña. Dicho esto, cOlwino en que por de
pronto era prec:iso dar apoyo al gohierno: modo nue\"o de dar fuerza á un gobierno
es el de desacreditarlo. ;i\las era cierto ese abandono? Véase lo que el mismo señor
.\1ata decia en las Córtes el dia 5 de Febrero de 1842: «Ha}' pues un acto que prueba
"que nuestra intencion no era otra que la de dar fuerza al gobierno y salvar las ins-
»titucioncs: hemos venido á decir al gobierno: en las provincias de Cataluña la rebe-




- 330-
"líon no levantará la cabeza; que podia disponer de todas las tropas para Navarra,
))pues para n'lda las necesitábamos, y en caso necesario le dariamos batallones ente-
»ros, prontos á marchar donde lo indicara.»


Las intenciones del Sr. Mata y de la junta no las discutirémos; los actos allí están.
¿ Mas cómo conciliar el abandono en que, segun dicho del Sr. Mata á la diputacion
provincial de Valencia, habia dejado el gobierno á Cataluí1a y esas palabras del mis-
mo en las Córtes? Mas lo que es todavía menos conciliable es que el gobierno, ente-
rado por el jefe político presidente de la diputacion provincial de Valencia, del len-
guaje observado por el Sr. Mata, lo acogiese con la mayor cordialidad, dando su más
completa adhesion á la conducta de las corporaciones de Barcelona. Igual acogida
mereció el tercer comisionado Sr. Malaguer.


Tales fuéron las primeras relaciones entre el gobierno central y la junta suprema
de Barcelona; la inmediata debilidad del primero autorizó los desmanes sucesivos
de la segunda.


Veamos los actos de la junta para conocer si la elevacion de los pensamientos, lo
sublime de las disposiciones pueden legitimarlos En los discursos de los diputados de
C:::ltaluña tomarémos los datos oportunos, y reproducirémos las razones que ellos
mismos han dado como orígen de los actos de la junta: 1" Empréstito forzoso.-2.0 Abolicion de impuestos existentes.-3.0 Rehenes.-4."
Privacion de derechos políticos.-'-5.o Reinstalacion de empleados quitados por el go-
bierno.--6.o Licencias eclesiústicas recogidas á algunos clérigos.-7.o Y como obra
magna, la demolicion de la ciudadela.


La sencilla enunciacion que acabamos de hacer da desde luego á conocer que nin-
guno de aquellos actos podia contribuir el salvar la patria. Examinémoslos detenida-
mente.


Empréstito for'i0so. Los diputados de Barcelona han dicho en las Córtes que la
junta tuvo qu': hacer este empréstito atendidas las escaseces que sufria el ejército,
circunstancia que aprovechaban los enemigos para extraviar y seducir la tropa. A
este aserto opuso el ministro de la Guerra, general San Miguel, hombre de pala-
bra austera, una denegacion formal que quedó sin contestacion; lo cierto era que
de este em?réstito la junta habia enviado un millon de reales al ejército de Catalu-
ña y otro millon al del ."l"orte. Es justo, pues, decir que si la junta hizo un acto ar-
bitrario sacando un em¡Jréstito, lo empleó en parte en favor del ejército, y el go-
bierno, aceptando esos fondos tiránicamente sacados, habia sancionado la tropelía
de la junta; esta, en CLlanto al gobierno, se· hallaba completamente en regla, no así
para con la justicia, la razon y la legalidad: al mismo Sr. Mata pedirémos los argu-
mentos que demuestran el desafuero cometido.


El 5 de Febrero de 1 8_p, decia en las Córtes el diputado de Barcelona: «N ecesi-
"tamos fondos, ¿en dónde hallarlo~? Dos medios habia: ó imponer una contribucion
»al pueblo, ó decretar un empréstito forzoso: una contribucion al pueblo era cosa
»imposible en aquellas circunstancias, pues se hallaba sobrecargado de tantas con-




- 331 -
))tribuciones y gravámenes que á más no bastaban á saciar la avidez del fisco, era,
"pues, preciso acudir á una medida de un órden más elevado, y:buscar el dinero en
))donde se hallaba, esto es, entre los capitalistas. Se ha dicho que fuéron pedidos á
))personas determinadas, este es un error, no hubo tal espíritu de partido, mas como
))tenemos la desgracia en Barcelona de que todos los capitalistas pertenecen al bando
))retrógrado, pareció que se imponia solamente á los de ese bando.))


El se ha dicho) el pareció, son expresiones peregrinas, cuando se confiesa paladi-
namente que un partido sólo fué puesto á contribucion. En cuanto á llamar un em-
préstito forzoso una medida de un órden más elevado, en verdad es abusar hasta la
mofa de las palabras: ese modo de sacar dinero es del órden más brutal, más en uso
cuando impera la fuerza material, y del que han echado mano en todas las ocasio-
nes los tiranos monárquicos ó populares.


Abolicion de contribuciones. El personal, el de caps, el de los cerdos y otros,
fuéron suprimidos: las razones dadas por el Sr. Mata para legitimar la supre-
sion, fuéron, en cuanto al primero, por ser un resto del feudalismo; el segundo,
porque no servia más que á engordar las mulas del obispo; el tercero, porque des·
tinado á crear un paseo y luego el acueducto de Mancada habia caido en manos del
fisco. Ignoramo-s si las alegaciones del Sr. Mata son exactas, mas en ningun caso
admitirémos que la junta usurpase las facultades de las Córtes en materia de im-
puestos: en nuestra opinion, así presentada la defensa de la ¡unta se reduce al axio-
ma de sic yaleo, sicjubeo, sic pro ratione YOllll1tas, lo que equivale á decir que la
junta abolió los impuestos porque así le pareció bien.


Rehenes. Al acometer la demolicion de la ciudadela no disimularon los que
acometian esa empresa la gravedad de su atentado. La junta, noticiosa de la vuelta
mesperada del capitan general, despachó comisionados que fuéron á darle cuenta de
lo que habia sucedido. Volviendo á Barcelona cumplido su encargo, los Sres. Vila-
regut y Balsells cayeron en poder de bandoleros: al llegar la noticia de este suceso
á Barcelona, se dió á la desgracia ocurrida una interpretacion aviesa) y se dijo que
era el resultado de un plat1 combinado entre carlistas y retrógrados, y ejecutado por
malhechores en cuyas manos se hallaban los comisionados: esa nécia innncion fué
admitiJ.a sin reparo, y produjo una agitacion extremada. Con el fin de tranquilizar
los ánimos, la junta de vigilancia no encontró más remedio que el de ejercer repre-
salias, que si bien no merecen más nombre que el de una atroz tropelía, fué presen-
tada en las Córtes como muy política, y la única que podia evitar la reproduccion de
las sangrientas escenas de Enero de r836, esto es, el degüello de los prisioneros car-
listas. La junta mandó prender por represalias un cierto número de personas perte-
necientes al bando retrógrado, y entre ellas al obispo. Los bandoleros, que en todo
pensaban menos en la política, despacharon uno de los dos comisionados, para que
fuese en busca del rescate calculado en cuatrocientas onzas. ¿Qué hizo la junta? obli-
gó á las personas arbitrariamente arrestadas á pagar esa cantidad, y rescató sus co-
misionados: en seguida publicó un bando fecha de 1.° de Noviembre por el cual debia




- 332-
ser inmediatamente fusilado todo el que tratase de excitar los ánimos contra los
presos de la ciudadela.


Mucho se han quejado los diputados catalanes de los estados de sitio, y tenian
razon á veces; mas los hechos que van referidos prueban que las arbitrariedades no
necesitan estados de sitio para producirse del modo más escandaloso; y á buen se-
guro que si se comparan los actos del general Van-Halen durante el estado de sitio
que puso á Barcelona á su regreso y los de la junta, no saldría esta gananciosa en el
parangon.


Privacion de derechos políticos. Hé aquí la explicocion que dió en la sesion del 5
de Febrero el Sr. Castans, diputado catalan: «La mayor parte de los ayuntamientos
"de la montaña eran carlistas. se debian renoyar de allí á poco: para no complicar
»la situacion, la junta determinó privar temporalmente del derecho electoral á to-
"das las personas marcadas por sus antecedentes políticos, y á los amnistiados por
»haber pertenecido á la faccion.»


Que semejante resolucion fuese un medio muy expedito para simplificar una situa-
cion dada, no cabe duda, mucho más sencillo para tener razon que no tener oposi-
tores; mas que los que han empleado tales medios y los que los defienden se pre-
senten como campeones de la libertad y defensores de las leyes, es cosa que admira-
ría, si algo pudiera sorprender en el lenguaje de los partidos, siendo el ilogismo su
estado normal.


Reinstalacioll de empleados exonerados por el gobierno. En 1840 la guerra de des-
tinos tuvo no poca parte en los actos de las juntas: la regencia proyisíonal como el
ministerio Gonzalez se esmeraron en compensar las muchas injusticias cometidas, y
volvieron á sus destinos empleados honrados víctimas de los arrebatos inseparables
de una crísis tan grande: ningun g,)bierno normal puede admitir el principio de que
la opinion individual de un buen servidor cId Estado sea un motivo de exoneracion
mientras cum¡:)la leal y debidamente sus deberes, Esta justicia reparadora del gobier-
no es llamada atentado contra la soberanía del pueblo por la junta de Barcelona, la
cual puso en práctica sus mlximas, y reinstaló sus predilectos de 1840. Eso se lla-
maha seryir al gobierno y cooperar á la consolidacion del órden.


Licencias eclesi,isticas ¡-ecogidas. Clérigos ordenados en Roma y frailes seculari-
zados ejercian su ministerio en Cataluí1a sin la competente autorizacion gubernativa:
en varias ocasiones el gob1erno habia provocado la interrencion de la autoridad ecle-
siástica para que pusiese coto :el estl escandalosa infraccion de las leyes civiles, mas
esta desatendió las recomendaciones del gobierno, y permitió que siguiese el escán-
dalo: la junta suponiendo á estos clérigos y frailes agentes de intrigas subversivas, en
lo que es probable tmiese razon, bien que ninguna prueba legal hubiese, cortó por
medio y recogió las licencias.


Todos estos actos arbitrarios más ó menos Yituperables, por último, no pasaban
de aquellas injusticias y arrebatos casi inevitables en las conmociones políticas, y
ningun influjo hubieran tenido en la march::¡ general de las cosas. Si los hemos re-




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cordado, si los hemos analizado, nuestro objeto no ha sido otro más que el de reducir
á su verdadero valo; actos y disposiciones que los diputados catalanes ensalzaron en
las Córtes como dignos de la gratitud de los vivientes y de la admiracion de los ve-
nideros.


Mas la junta no se detuvo en estas medidas, y aprovechando la embarazosa situacion
Jel gobierno, y los apuros de la nacion luchando contra una rebelion militar que se
presentaba con caró.cter formidable y en principio, llevó á efecto un plan muy po-
pular en Barcelona, la Jemolicion de la ciLldadela, acto de violencia tanto más vitu-
perable en aquellas circunstancias de peligro para todos, cuanto que el gobierno y las
Córtes se ocupaban de satisfacer ese afan de los barceloneses con tino y madurez, y
se hubiera conseguido legal y pacíficamente lo que se pretendia conquistar ilegal y
arrebatadamen te.


Que la ciudadela de Barcelona sea un objeto de ojeriza para sus moradores, es
cosa muy natural habiendo sido edificada por Felipe V como un monumento de ven-
ganza por parte de aquel monarca que no perdonó jamás á aquellos moradores su
inmortal y gloriosa resistencia á las armas de la Francia y de los partidarios espa-
ñoles de la nueva dinastía. Otro recuerdo doloroso presentaba la ciudadela, y era la
felonía de los <:lliados de Cataluil.a; en esa lucha gloriosa Barcelona no defendia sola-
mente la causa del archiduque, sino las libertades y fueros cuya conservacion estipu-
lara éste en un convenio ±1rmado por la Francia y la Inglaterra. Al evacuar el archi-
Lluque á Cataluña con las tropas im¡>eriales, estas dos potencias faltaron vitupera-
blemente á sus compromisos.


A la muerte de la reina An;¡, su sucesor Jorge 1 hizo notificar á la Francia que los
catalanes se hallaban bajo la proteccion de Inglaterra y protestó contra la marcha de
las tropas francesas para el sitio de Barcelona, con mengua de la palabra solemne dada
por el monarca francc:s de contribuir con la Inglaterra á la conservacion de los fueros
de CataluÍ1a. A esto contestó Luis XIV: «Que ya habia empleado sus buenos oficios,
))mas que la terquedad de los catalanes era el orígen de todos los males que sufrian, y
))que por otro lado el honor se oponia el que retirase sus tropas.» Y en seguida dió las
órdenes más apremiantes para que SE' activase sin descanso el sitio hasta someter á
Barcelona. Jorge I, trabajando en SLl casa por las facciones que agitaban á Inglater-
ra, no se atrevió á insistir acudiendo á las armas, y se contentó con hacer nuevas
gestiones con el monarca francés y con el de España, todas inútiles. Ya entonces lo
único que por su parte pudo hacer fué anular la órden que la reina Ana habia tenido
la deslealtad de dar al almirante Wishart de impedir la entrada de abastos en Barce-
lona, órden inícua dada con el fin de apurar él sus habitantes, y contribuir él la rcndi-
cion de la ciudad, faltanLlo villanamente á la:- estipulaciones más solemnes en favor
de Cataluí1a, y con desdoro de las declaraciones públicas hechas por aquella reina de
ser mediadora, para que los catalanes gozasen como antes de sus antiguos y legítimos
fueros.


No es de 1814, ni de 1823, ni de 1843 desde cuando fechan las estériles simpatías




de Inglaterra en favor de las libertades de España. Las inútiles protestas de Jorge I
se parecen mucho á las de Inglaterra en el Congreso de Verona en 1823, y á las de-
claraciones de Sir Roberto Peel en 1843, sin que por eso dejase la Francia de hacer
en España lo que su torpe y maléfica política la ha aconsejado.


Además de estos recuerdos que explican muy naturalmente la ojeriza de los habi-
tantes de Barcelona) es muy cierto que una ciudadela en medio de un pueblo es una
monstruosidad que el célebre Carnot pintaba con estas palabras: «Una ciudadela es
"un puesto fortificado cerca de un pueblo que domina, y que puede anonadar cuan-
"do guste, y que léjos de ser perjudicial á los enemigos de afuera, no puede sino ser-
"les favorable. Una ciudadela es una monstruosidad en un pueblo libre, es un refu-
llgio de la tiranía contra el cual debe pronunciarse la indignacion del pueblo, y la ira
"de los ciudadanos ... es un resto de barbarie ... ¡Quiera el cielo que lo que se demora
llen hacerlo desaparecer en víspera de una guerra en que la traicion es el arma prin-
llcipal de los enemigos, no cause dolorosos sentimientos~))


Hemos citado las palabras del célebre organizador de los ejércitos de la república
francesa, porque favorecen los deseos de los barceloneses en una cuestion en que nos
verémos por necesidad en la obligacion de censurar la conducta de la junta que co-
metió un atentado contra la nacion por haber querido hacer atropelladamente lo
que la nacion, esto es, las Córtes y el Gobierno tenian solos derecho de hacer; y
por haber obrado así, porque aún existe la ciudadela, y por último porque ese aten-
tado de la junta fué la causa primordial de la excision del partido progresista, cuyo
postrer resultado fué el triunfo de la contrarevolucion.


Entremos en el examen de los hechos.
Ya hemos visto cómo al tiempo de marchar ú Navarra con todas las tropas, enco-


mendó el capitan general la custodia de la ciudad á los habitantes y autoridades po-
pulares. De allí á poco apareció una faccion carlista) lo que ocasionó la salida de una
parte cortísima de la guarnicion que habia quedado en Barcelona. Esta circunstancia
provocó instancias vivísimas de parte de la Milicia N acional al general Zabala, para
que la admitiese en la ciudadela, lo que el general Van-Halen no permitió jamás, co-
nociendo las disposiciones de la Milicia por más que ésta se empeñó en dar la guar-
nicion de la ciudadela, sobre todo despues de lo ocurrido en Pamplona. El general
Zabala, atendidas las pocas fuerzas de que disponia, y sin duda temeroso de algun
desman violento de la Milicia, con la esperanza de evitar un compromiso funesto,
accedió á los deseos manifestados; mas antes de dar su consentimiento, convocó á
los jefes de la Milicia y los dijo que contando con su lealtad y su pundonor, les daba
aquella prueba de confianza pidiéndoles en contracambio la palabra de que nada
se intentaria para la demolicion de la ciudadela. Dieron aquellos jefes las segurida-
des más positivas, que impedirían cualquiera tentativa de esa naturaleza (añaden
sus defensores despues del hecho), mas sin responder del resultado; cortapisa pós-
tuma que no admitiera seguramente el general Zabala si la hubiese habido.


El jefe político, presente á esta conferencia, recordó que el gobierno y las Córtes




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se ocupaban del asunto en cuestion, muy dispuestos á acceder á la demolicion, no
siendo ya más que cuestion de tiempo, de órden y de oportunidad. Han dicho los
diputados catalanes en las Córtes, que aquella sesion se cerró con estas palabras del
general: "que se contentaba con la palabra que se haria lo posible para que no tu-
»viese lugar binguna tentativa de demolicion, sin por esto exigir que las corporacio-
»nes populares, ni los comandantes de la ¡\;1ilicia Nacional sacrificasen sus existen-
»cias por conservar la ciudadela, debiendo reservar este sacrificio para ocaSlOnes
»más importantes».


El general Zabal8 ha negado rotundamente lo dicho por los diputados catalanes,
y damos fé entera á la negativa, pues de haberse expresado en esos términos, tanto
valia mandar la demolicion; mas, ¿á qué necesitaban los barceloneses estas palabras
del general, cuando han llegado á interpretar la anuencia de éste, bien que otor-
gada con las condiciones que lleva consigo todo acto de confianza en el sentido de la
demolicion? Hé aquí lo que dijo el señor diputado Castans en las Córtes, en la ses ion
del 5 de Febrero: "Se creyó que el gobierno, no queriendo demoler por sí mismo,
»mas ansioso de ceder á los deseos de la poblacion, dejaba al pueblo la faena de la
»demolicion; esta opinion era muy natural y nació de los hechos mismos. En va-
»rias ocasiones, las autorid3des se habian visto en la precision de mandar salir de
))Barcelona la mayor parte de la guarnicion, S111 que por eso se hubiera admitido la
»Milicia Nacional á guarnecer la ciud3dela, aunque sí los demás fuertes. ¿Por qué
»razon se admitió en esta ocasion la .Milicia en la ciudadela? 10 ignoro; mas esta in-
llnovacion sugirió la idea generalmente admitida de la tácita anuencia del gobierno
»en la demolicionll.


Semejante lógica es tan peregrina, la conclusion es tan digna de exordio, que no
hay para qué discutir el raciocinio del Sr. Castans La verdad es que el proyecto de
demolicion bullia en todas las cabezas, y que presentándose una ocasion favorable
de hacerlo impunemente, se resolvió poner mano á la obra. En una junta de las cor'-
poraciones populares y de los jefes de la l\lilicia, quedó resuelto que el dia 25 de Oc-
tubre se empezaria con solemnidad la demolicion. Se dió parte de esta determina-
cion al general Zabala, quien no teniendo fuerza para impedirlo, protestó contra esa
violencia, protesta que viene á desmentir el lenguaje que le han supuesto los diputa-
dos catalanes. En el dia señalado allá se dirigieron las corporaciones populares, Mi-
licia y junta á emprender la demolicion. El presidente de la junta, Sr. de Llinas, qui-
so ser el que diera el primer golpe, y así lo cumplió. Concluida la funcíon de apara-
to, que como dijo el Sr. Mata en las Córtes, fué una fiesta popular, se empezaron los
trabajos de demolicion en forma.


N ada puede legitimar la conducta de los habitantes de Barcelona, las circunstan-
cias apuradas del momento, la confianza que les habia dispensado el capitan general
al tiempo de marchar á Navarra, entregándolos la custodia de la ciudad; la confian-
za aún mayor del general Zabala, admitiendo la Milicia Nacional en la ciudadela para
que la guarneciese, la insurrecion vencida en Navarra, pues al tiempo de empren-




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der la demolicion entraba en Barcelona el comandante Saravia ayudante del capitan
general con la noticia de quedar todo concluido en las provincias y que volvia con
las tropas del conde de Peracamps, todo, todo hacia un deber sagrado á los barce-
loneses de esperar la resolucion del gobierno y de las Córtes respecto á la ciudadela,
mas en vez de suspender la demolicion, la precipitaron más y más al saber que vol-
via el capi tan general.


En Candamos recibió este la noticia de lo que pasaba é:n Barcelona; al momento
dió parte al regente y á los ministros de la Guerra y de la Gobernacion q u,;; se haya-
ban en las Proyincias Vascongadas; ya tenían el aviso por las autoridades de'Baree
lona. El dia 30 el ministro de la Guerra mandó al general Van-Halen que marchase
al momento á Barcelona, y que no pudiendo quedar sin castigo tan feo atentado
como el derribo de la ciudadela, tomase las disposiciones cOl1Yenientes para que los
fautores y autores de la demolicion sufriesen todo el peso de la ley, y al propio tiem-
po mandó el la Junta que se disolYicse. :\las esta no se hallaba en ánimo de obedecer;
con fecha del 28 habia proyocado á las proyincias de la corona de Aragoll á formar
una liga ofensiva y defensiva. Aquel curioso documento contesta victoriosamente ,í
cuanto en las Córtes dijeron los diputados catalanes en defensa de sus paisanos, ne-
gando su prurito de independencia.


Llegó la órden de disolucion de la junta á Barcelona el dia 3 de N oyiem bre: no
tuvo la junta por cOl1Yenientc ohedecer por entero, si bien consintió renunciar al
nombre de junta suprema y resolYÍó que los indidduos que la formaban quedarian
encargados de la obra de de1110licion. Tal era el empeílO tCl"CO y porl1ado de acabar
con la ciudadela, mas la junta no se hizo ilusion sobre las consecuencias de sus
actos y enYÍó comisionados al capitan general para darle cuenta de sus resoluciones.
Este, desaprobando tantas tropelías, se adelantó hasta .\lartorell con solos mil dos-
cientos infantes y trescientos cal1allos, escasa fuerza teniendo que habérselas con un
pueblo levantadizo, donde habia diez mil milicianos armados que tenian la poblacion
entera en su Ül\'Or. El .\lonjuich no estaba abastecido, y no tenia más que doscientos
hombres de guarnicion: con todo, sin esperar los refuerzos que le traia el general Ser-
rano, mas que no podian llegar en quince días, aproyisionó .\lonjuich y las Ataraza-
nas, reforzó la t~'opa que allí habia, y se preparó <Í. dar cumplimiento á -las órdenes
del gobierno.


Al saber la junta las disposiciones tomadas por el capitan general, dió eldia 5 de N 0-
viembre una proclama que es una declaracion de guerra: es yerdad que al propio
tiempo que así se pronunciaba en rebelion abierta contra el gobierno del regente,
decretaba una estútua al duque de la Victoria, que debía ponerse en el solar arra-
sado de la ciudadela. Mal conocian la Junta y los habitantes de Barcelona al duque
de la Victoria si pensaron alucinado con esas adulaciones que tan poca armonía te-
nian con la conducta que observaban.


La proclama de la junta no dejaba lugar á titubear; el capitan general se adelantó
á Sarriá. El gobierno por su parte conocedor de aquella proclama, puso Barcelona




en estado de sitio, por real órden de 12 de Noviembre, y mandó al capitan general
que la cumplimentase. La junta, el ayuntamiento, la diputacion provincial, los jefes
de la Milicia eran los primeros autores del atentado: habia llegado la osadía hasta
suplantar la firma del jefe político en la proclama del 5 de Noviembre: el dia 8 la
junta se dirigia todavía á las demás diputaciones provinciales de Cataluña instigán-
doles á la rebelion ; el dia 7 ratificaba su proclama deIS. El jefe político protestando
contra la vituperable usurpacion que se habia hecho de su firma para alucinar, ma-
nifestó el dia 13 al gobierno que su autoridad era desconocida y que su persona no
estaba libre.


Hallándose el capitan general acampado en las afueras de Barcelona, se entabló la
negociacion de su entrad::!, que al fin se consiguió sin derramamiento de sangre, y
así que hubo tomado posesion de la ciudad, conforme á las órdenes que tenia, la de-
claró en estado de sitio; medida fatal, pues si bien no dió lugar á la menor arbitra-
riedad, fué la ocasion ó el pretexto, si se quiere, del rompimiento que dividió al par-
tido progresista.


Por regla general detestamos como los primeros las resoluciones violentas, los ac-
tos ilegales: á los gobiernos no es dado alegar en propia justificacion los arrebatos de
las pasiones tumultuarias de la muchedumbre, mas admitimos como artículo de fé
que en ciertas circunstancias un gobierno puede y debe acudir á medidas extraordi-
narias, hasta ilegales, en un caso ta,1 solo, cuando atacado á mano armada se trata
de salvar la patria. N o hemos inventado nosotros el axioma de salus populi suprema
lex: pues bien, ¿ existia esa necesidad imperiosa, esa suprema lex respecto á Barcelo-
na en 184I? No lo creemos y los hechos lo atestiguan, pues si el capitan general
pudo entrar en Barcelona pacíficamente 110 teniendo á la mano sino poquísimas tro-
pas, es evidente que la inmensa mayoría de los habitantes no adolecia de la exaltacion
de rebeldía de la junta ya disuelta, cuyos vocales habian huido. ¿A qué el estado de
sitio? Y por último, la mejor prueba de su inutilidad es que mandado por el go-
bierno en 15 de Noviembre, este mismo lo revocó en el '21, cuando no podia sa ber 10
que habia pasado en Barcelona. El estado de sitio ~e levantó, sin que en los días que
duró se haya hecho cosa alguna que no se hubiera podido hacer en un estado normal.


El tino, la moderacion que desplegó en esta ocasion el capitan general conde de
Peracamps le honran sobremanera; sin duda tambien estaria su conducta arreglada
á las instrucciones del gobierno, de donde se desprende que ni el gobierno ni el ca-
pitan general tuvieron, al mandar y al ejecutar esa medida, ningun pensamiento de
violencia ni de venganza, mas que dominados por resábios deplorables de ilegalidad
tradicional, tomaron aquella resolucion hecha ya costumbre. Por haberlo hecho,
bien podia el gobierno haber merecido una censura, mas de ningun modo esas acu-
saciones violentas, apasionadas que se oyeron en el Congreso: la virulencia de aque-
llos discursos Liió bien á conocer que eran más el eco de rencillas personales, que la
YOZ de un puritanismo constitucional siempre loable.


El gobierno, hay que decirlo en su favor, si cometió una falta constitucional, cuya
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gravedad desaparece ante las provocaciones de la junta y el uso que del estado de
sitio terrible hizo, se esmeró en subsanar los males que causara la junta. Las su-
mas que violentamente fuéron sacadas á particulares, fuéron reintegradas. A los tri-
bunales ordinarios se pasaron las causas formadas á los autores de los sucesos co-
metidos; mas todo quedó muy luego paralizado, y la impunidad de siempre sirvió
de nuevo pábulo eficaz á otros d~smanes. Mal radical entre nosotros que se explica
fácilmente por la instabilidad de nuestro estado político que hace casi imposible el
curso regular de la justicia en materia política. Los tribunales se hallan sin protec-
cion, los jueces preveen que la justicia de hoy será un crímen mañana, y que una
sentencia pronunciada en nombre de la ley, será de allí á poco una causa de pros-
cripcion. En esta lamentable situacion agravada por la corrupcion que infunde la
anarquía, la tendencia á acudir á consejos de guerra, se perpetúa y se consolida con
mengua de las leyes.


Antes de dar fin á la narracion de los sucesos de Barcelona en I R4I, tenemos que
decir algo sobre la ciudadela y su demolicion.


El empeño de algunos en la demolicion de aquella ciudadela, necesita explicarse.
La primera razon que se ha dado para su demolicion, es que ha servido de mazmor-
ra para las víctimas del poder arbitrario, y sobre todo para los defensores de la li-
bertad. Esta razon bien poco vale. Si la humanidad y la libertad no hubieran sufrido
más que en lus puntos donde ha habido ciudadelas, no seria tan largo el martirolo-
gio que cuenta la noble causa de la libertad y de la inocencia. La tiranía por do quie-
ra sabe encontrar suplicios para sus víctimas, los sabe variar segun los casos y las
circunstancias, su brazo jamás se halla desarmado, y su alma desapiadada es muy in-
geniosa para encontrar nuevas torturas. Por tanto á este punto de vista, el ódio contra
la ciudadela y el empeño de demolerla, son puerilidades y pretextos de circunstancias.


Que puede causar grandes estragos en la ciudad en manos de un jefe militar bár-
baro, es muy cierto. Mas mientras no se pida al mismo tiempo la demolicion del
castillo de Monjuy, nada se ha adelantado con demoler la ciudadela, pues si esta
puede hacer daño á la ciudad, aquel puede reducirla á pavesas en pocos momentos.
Al ver ese empeño contra la ciudadela, sin que se hablara de Monjuy, antes que se
diera la explicacion que luego recordaré mas sobre el empeño de demoler aquella~
nos hemos preguntado muchas veces, si no habia en esa anomalía algun recuerdo
de tiempos pasados; recuerdo rencoroso, muy característico en los catalanes, y per-
sistimos en nuestra opinion á pesar de lo dicho en el Senado por el señor general
Seoane. ¿El ódio de los barceloneses á la 'ciudadela no seria acaso efecto del doloroso


recuerdo del memorable sitio que sostuvieron en I7I4, aunque sucumbieron tenien-
do el Monjuy por ellos? Siendo más tarde la ciudadela levantada por Felipe V en me-
dio de la ciudad un monumento de la victoria del sitiador, un mon'umento expiato-
rio de la derrota de los sitiados; y volviendo la vista más atrás, nos preguntamos si
la predileccion para el Monjuy no seria tambien un recuerdo de I640 en que aquel
castillo fué el baluarte donde se estrelló el ejército español. O nos engañamos mu-




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cho, 6 algo de eso' hay en ese 6dio á la ciudadela, en esa simpatía por el Monjuy.


Entre otras razones alegadas por los diputados catalanes que tomaron en las C6r-
tes la causa de la demolicion, una de ellas fué la cuestion legal de la propiedad del
solar; en su opinion, la ciudadela ocupaba ilegalmente un terreno sobre el cual ha-
bian existido casas, cuyos dueños habian sido desposeidos sin compensacion; y sen-
tada esta cuestion prévia, decian los diputados á los ministros: "Si un usurpador os
"hubiera expulsado de un terreno vuestro para levantar en su solar una casa 6 cual-
"quiera otra cosa, si un dia, siendo más fu~rte que el usurpador, lo expulsaseis y
"derribaseis lo que en vuestra propiedad se hubiera edificado, ¿ admitiriais que hu-'
"biese expoliacion? pues, decia el Sr. Mata, este es el caso de Barcelona al derribar la
llciudadela".


Esta argumentacion descansaba sobre una base falsa; la suposicion completamente
gratuita; por tanto, la conclusion enteramente err6nea.


Tan cierto es esto, y Barcelona sabia tan perfectamente que no tenia n mayor dere-
cho sus habitantes al solar, donde se ha levantado la ciudadela, que al solicitar su de-
molicion el título de propiedad no fué invocado, y debia ser el primero. Por su parte,
el gobierno pens6 que no podia disponer de una propiedad nacional sin consultar las
Córtes, á cuyo eximen pasó la demanda.


La cuestion de propiedad del solar de la ciudadela, fué plenamente dilucidada con
los datos que presentó en el Senado el señor general D. Antonio Seoane, á la sazon
capitan general de Cataluí1a; quien por mala suerte suya y de España, dejó su puesto
para venir al Senado con el fin de dar sobre el estado de Barcelona y de Cataluña el
resultado de su experiencia. Venia pues con un acopio de datos estadísticos, y de do-
cumentos auténticos, reunidos con suma escrupulosidad, deseando poner en claro
todas las cuestiones relativas al Principado: una de ellas era precisamente la cuestion
de propiedad del solar de la ciudadela.


Hé aquí los datos que en la sesion del Senado del 7 de Mayo de 1843, present6 el
señor general Seoane.


La órden de levantar la ciudadela de Barcelona fué dada el 1.0 de Junio de 171 S.
Se empezó luego el derribo de las casas que existian en el sitio donde se determin6
levantar la ciudadela; seiscientas y sesenta y cinco casas con siete conventos fuéron
derribados, prévia tasacion de todas ellas cuyo valor ascendió á 14.424.966 reales;
esto es, 2.200 reales cada una, lo que prueba su poca importancia. Para indemnizar
á los dueños de las casas derribadas, la mayor parte marineros, se les asignó terrenos
en la Barceloneta; mas ya fuese por efecto de los sucesos de aquella época, fuese por
esa falta tradicional de buena fé, y de regularidad del gobierno para con sus acreedo-
res, hasta 1753 no se les entregaron los terrenos á los dueños desposeidos. Estos reci:'
bieron trescientos veintiun solares con privilegios, relevo de contribuciones, y otras
mercedes de suma importancia; los propietarios de algunas casas de mayor valor
que la mayoría de ellas, fuéron indemnizados con terrenos libres de los jardines del
monasterio de San Pablo; las casas que allí se levantaron, forman hoy dia la calle de




su nombre; otros propietarios fuéron indemnizados descontando el valor de sus ca-
sas de las contribuciones mobiliarias que tenian que pagar. Uno hubo qu.e recibió
en pago un cargo vitalicio. Los conventos fuéron indemnizados con casas del patri-
monio real, ó con cantidades metálicas anuales, con las cuales pudieron levantar
nuevos conventos. No hubo un solo propietario que no fuese altamente indem-
nizado.


Se vé pues' por estos datos oficiales, á los cuales nadie ha puesto tacha, que sepa-
mos á lo menos, cómo el solar de la ciudadela es propie,dad absoluta y legal de la na-
cion, y que cuanto han dic.ho los señores diputados catalanes, no fuéron más que
declamaciones sin fundamento.


Mas el señor general Seoane no se contentó con presentar los títulos de propiedad
del Estado sobre el solar de la ciudadela, sino que dió la historia secreta de ese afan
en algunos por derribarla, y es la siguiente, cual la pintó en el Senado.


Siendo el Baron de Meer capitan general de Cataluña, hubo muchas tropelías, in-
finitos actos arbitrarios; fuéron expulsados de Barcelona ciudadanos sin formacion
de causa, sin que interviniera más tribunal que el capricho del jefe militar, los unos
fuéron deportados á Canarias, otros á Cuba, y á vista de tan desaforado despotismo
muchos huyeron de Barcelona.


Cuando un régimen de legalidad hubo sustituido ese gobierno á la turca, los de-
portados, los huidos volvieron á sus hogares, á sus familias. Pidieron una indemni-
zaeíon de los males sufridos, de las penas impuestas arbitrariamente, de los perjui-
cios. Se dirigieron los agraviados al capitan general, acudieron á la diputacion pro-
vincial, al ayuntamiento, y por último, al gobierno mismo. En ninguna parte tuvie-
ron eco esas reclamaciones. Deshauciados, parece que hubo algunos que imagi-
naron que el solar de la ciudadela, si esta venia abajo, ofreceria pingüe cosecha de
indemnizacion en el reparto de un terreno precioso; de aquí nació esa afanosa pre-
mura del derribo, y se preparó un decreto en el cual se fijaban los títulos de los que
tendrian derecho á ser indemnizados con el reparto del solar de la ciudadela; el de-
creto ya redactado debia ser promulgado por la junta de vigilancia. Cuando por las
circunstancias que no favorecieron los desvelos de ésta, quedó el proyecto en ciernes,
se halló en las oficinas de la junta. Lo damos como lo leyó el señor general Seoane
en el Senado en la sesion del 7 de NIayo de 1843.


(( El terreno sobre el cual ha sido edificada la~ciudadela se repartirá: 1.° A los suceso-
)~res y herederos de antiguos propletarios.-2.0 A los patriotas deportados como in-
»demnizacion de los perjuicios sufridos.-3.0 Son excluidos de la indemnizacion, los
"que hayan pertenecido á la faccion carlista, los que hayan emigrado al extranjero,
»los que no han dado pruebas positivas de adhesion al sistema constitucional, y por
»último, los que teniendo la edad no han pertenecido á la Milicia Nacional.»


Se vé muy á las claras que la l.a y la 3.a de estas cláusulas, no son más que el mar-
co del cuadro, y que este lo forma únicamente el artículo 2.° El LO, porque como
se ha visto no habia ningun heredero de antiguos propietarios que indemnizar, y




el 3.°, porque no tiene más objeto que excluir pretendientes y reducir el número
de los beneméritos.


Dejamos á quien corresponda la responsabilidad de la certeza del hecho; historia·
dores, narramos lo que nos ofrece garantías de exactitud y de veracidad, y confesa-
mos que las hallamos cabales y fidedignas en la moralidad del general Seoane y en la
solemnidad de una declaracion hecha en la tribuna del Senado, y en el silencio de los
que han podido reclamar.




CAPÍTULO XVI.


EMBAJADA DEL SE:--IOR SALVANDY.


Entre los sucesos que tienen una relacion más ó menos directa con los aconteci-
mientos de Octubre de I841, tiene un lugar preferente la embajada del Sr. Salvan-
dy, y por tanto nos ocuparémos con toda detencion de este incidente internacional.


El tratado de la cuádruple alianza tuvo en su orígen toda la apariencia de un acon-
tecimiento de suma importancia: parecia destinado á ser la base de un pacto ínti-
mo entre los gobiernos constitucionales del Mediodía de Europa, y de una verdade-
ra alianza entre las naciones en cuyo nombre se firmó el tratado de 22 de Abril
de I834. De hecho el tratado de la cuádruple alianza fué poco menos que una letra
muerta. La interpretacion que en opuestos sentidos le dieron la Francia y la Ingla-
terra fué causa de desavenencias entre estos dos gobiernos; durante el ministerio
del conde Malé, ese desacuerdo provocó una frialdad notable en las relaciones inter-
nacionales. Al subir al ministerio el Sr. Thíers en 1840, pa reció que debían estas
volver á su primera intimidad, habiendo este pocos dias antes de ser ministro pro-
nunciado un discurso ensalzando hasta las nubes la alianza in3lesa. Se realiLó esta
esperanza, y hubo un rompimiento formal, y si este no estalló con una guerra, se de-
bió la conservacion de la paz al sacrificio que el rey Luis Felipe hizo de su ministro,
ofrecido en holocausto para aplacar la ira inglesa.


Sin duda alguna, si la Inglaterra y la Francia hubieran firmado entre sí una alian-
za sincera y leal o:on el fin de proteger los progresos pacíficos de principios constitu-
cionales, por do quiera se asomaran, si hubiesen tomado en mano la causa de la ci-
vilizacion ayudando al débil oprimido, dando vida á los principios sociales que han
de hacer que las guerras sean imposibles, formando un nuevo derecho público fun-
dado en sanas máximas de órden general, de un ion entre pueblos cuyos intereses
ven hoy torpemente encontrados: tan noble y geneFosa mision hubiera marcado




una era nueva, hubiese sido la más hermosa concepcion de nuestra época. En vez
de esto que ha producido la decantada inteligencia. cordial de esos dos gobiernos
mientras ha durado, nada bueno hicieron, y así debia ser ese pacto egoista, mezqui-
no, sin más objeto que paralizar mútuamente los dos gobiernos, y no podia producir
nada que fuese beneficioso á los intereses generales de la humanidad doliente, ni á
la emancipacion gradual de los pueblos oprimidos.


En efecto, la alianza inglesa y francesa hizo algo á favor de la heróica Polonia, de-
fendiendo su religion, su nacionalidad, durante un año, contra el poder colosal y ex-
terminador del Czar, pero, ¿salvó acaso á la· desgraciada Romaña en 1831 sacudiendo
el yugo doblemente ignominioso de un gobierno teocrático, insensato, destructor,
sometido á las bayonetas austriacas? ¿Qué ganó la Grecia contra cuya resurreccion se
coaligaron los gobiernos inglés y francés para imponer un rey.en mantillas á un pue-
blo que seguramente no habia peleado contra el poder otomano para regalar una co-
rona á un príncipe bávaro? En la cuestion de Oriente, sin cesar manoseada y nunca
resuelta, ni la Turquía, ni el Egipto han tenido motivo de celebrar la buena inte-
ligencia de los Gabinetes de París y de Lóndres. A raudales ha corrido la sangre
española durante siete años, sin que el tratado de la cuádruple alianza haya contri-
buido mucho á que tuviera fin esa lucha fratricida. Véase para qué han servido las
mtervenciones diplomáticas y guerreras de ambos gobiernos en Portugal, y en esa
otra guerra fratri~ida que allá empapan de sangre las playas de nuestras antiguas co-
lonias, Buenos Aires y Montevideo.


La alianza de los Gabinetes de Paris y Lóndres careciendo de objeto grandioso, de
un pensamiento fecundo, falta de sinceridad, falta de vida, debió ser y fué en un todo
estéril, efímera; fué una época de observacion recíproca, una casi suspension de las
antiguas rivalidades que latian al través de una pueril fraseología diplomática. La pri-
mera ocasion que se presentase debia poner de manifiesto lo vacío de aquella alian-
za, y la ofreció el tratado de 15 de Julio de 1840; entonces apareció el añejO antago-
nismo de los pueblos en toda su crudeza, sin que veintiseis años de paz y de rela-
ciones las mis activas, sociales y mercantiles lo hubiese modificado en lo más mínimo.


Hay coincidencias d~sgraciadas : en los dias mismos en que se efectuaba un rompi-
miento entre la Inglaterra y la Francia con motivo del tratado del 15 deJulio de 1840,
era España teatro de gravísimos disturbios interiores; estos no fuéron debidamente
apreciados, porque convenia darles un carácter que no tenian: relaciones falsas de los
hechos, dados por una prensa asalariada, comunicaciones oficiales apasionadas que
todo lo desfiguraban, dieron á un debate polüico entre españoles un orígen de in-
fluencias extranjeras que no tenian, á lo menos por parte del bando progresista. En
las pésimas disposiciones en que se hallaba el Gabinete francés, pasando del entusias-
mo al enconohácia la Inglaterra, acogió con una sensible facilidad las acusaciones
lanzadas contra el partido liberal español, que se pintaba como enemigo de la Fran-
cia; y en apoyo de esta primera calumnia se fraguó otra, y se dijo que los aconteci-
mientos de Barcelona en Julio de 1840 habian sido provocados por la Inglaterra, y




se habian efectuado al grito de mueran los franceses; torpe y villana invencion , mas
que el gabinete francés y la prensa que lo sostenia admitieron ó fingieron admitir por
convenir á sus fines. Desde aquel dia el general Espartero y el partido progresista
fuéron el blanco de las más indecentes diatribas. Entonces empezó á desarrullarse
esa política apasionada, ciega del gobierno francés contra el partido progresista, há-
cia el cual nunca tuvo simpatía, mas que desde 1840 no cesó de hostilizar por cuan-
tos medios han estado á su alcance, hasta que ha vLlelto al poder el bando qLle cali-
ficaba diariamente en la tribuna de bando francés, cual si fuera un elogio tan de-
gradan te calificacion.


Todos tenemos mLly presente que en los di as en que D. a María Cristina empren-
dió su viaje á Barcelona en 1840, apareció la exoneracion violenta del señor marqLlés
de Rumigny á la sazon.embajador de Francia en Madrid. Los motivos de esa insólita
manera de tratar á un embajador, los ignoramos. FLlé reemplazado el marqués con
el conde Mathieu de la ReJorte. Al propio tiempo el señor marqués de i\lirafiores
embajador de España en Paris, sabedor de lo ocurrido en Barcelona, tuvo por con-
veniente hacer dejacion de su alto puesto, y sin esperar la admision de su renuncia,
entregó la embajada á uno de los secretarios. Como por otra parte el señor conde
Mathieu de la Redorte no se hallaba acreditado cer-:a de la reina Isabel 11, y tan sólo
de la reina gobernadora, al renunciar D. a María Cristina la regencia, se halló el con-
de sin carácter alguno: en la duJa esperaba nuevas credenciales, cuando la caida del se-
ñor Thiers en 29 de Octubre, hizo que el nuevo embajador reuunciase su destino, y
dejó la legacion al secretario de ella. En este estado halló la regencia provisional las
relaciones diplomáticas de ambas naciones. Presurosa por su parte de llenar un va-
cío de tanta monta, nombró la regencia al Sr. D. Salustiano de Olózaga en carácter
de ministro plenipotenciario en Paris Pero el nuevo ministerio francés no tuvo por
conveniente responder á este acto de cortesanía, y dejó en Madrid un encargado de
negocios. Á este primer acto de desvío, siguió otro de hostilidad más marcada; al
abrir las Cámaras el ministerio francés, en el discurso de la Corona, se permitió
hacer la censura más injusta, la más impolítica de los acontecimientos que acababan
de verificarse en España: todos los actos sucesivos fuéron la manifestacion de un
ódio implacable.


El rompimiento duraba hacia un aí10, cuando de repente, sin que nada :lparente mo-
tivara un cambio tan esencial, los diarios de Paris nos trajeron la noticia de que un
embajador francés venia á Madrid. Esta novedad se efe-:tuaba quince dias antes que
la rebelion estallase, circunstancia tal vez muy fortuita, mas que causó una sorpresa
muy natural, realizándose en momentos en que todos los ánimos estaban embarga-
dos con los rumores de una próxima insurreccion en nombre de D. a María Cristina:
la eleccion del nuevo embajador no era para calmar esa zozobra general. El Sr. Sal-
vandy habia reemplazado en el ministerio de Instruccion pública al Sr. Guizot en la
recomposicion que hizo de su Gabinete en 15 de Abril de 1837 el señor conde Molé,
y bastaba esta circunstancia, prescindiendo de las prendas que pudieran adornar al




- 345 -
nuevo embajador, para que la eleccion no fuera de buen agüero sino para los car-
listas. En cuanto á los liberales tenlan muy presente el célebre jamás pronunciado
por el presidente del Consejo, del que haéia parte el Sr. Salvandy. En la sesion de 11
de Enero de 1838, tratándose en la Cámara de la intervencion de la Francia en Es-
paña, salió de la boca del Sr. Molé aquella palabra tan arrebatada mente dicha de que
tuvo el conde que dar explicaciones de su sentido en la ses ion del dia siguiente. Tal
habia sido el disgusto general que suscitó en la Cámara, donde hubo quien le dijo,
lo que profesais es la política carlista. Ahora bien, la personificacion de la política
carlista no podia ser grata á ninguna fracción del partido que habia combatido á don
Cárlos. Seria esta una fatalidad para el Sr. Salvandy, de quien se dijo entonces que
tenia muchísima simpatía en pró de la España constitucional, y por de pronto, todo
español tenia derecho para considerar al Sr. Salvandy como al representante de la
política carlista, prevencion que sin duda se hubiera borrado si no hubiéramos teni-
do la desgracia de perder tan pronto al novel diplomático.


Nombrado á fines de Setiembre, la misio n del Sr. Salvandy fué aplazada de resultas
de los acontecimientos de Octubre en España. En Diciembre tomó el embajador
francés el camino de Madrid: en el estado tan delicado en que se hallaban las re-
laciones entre ambos gobiernos, y atendido el espíritu de hostilidad que sin em·
bozo habia hasta entonces manifestado el de Francia á el de España, parecia que se
debiera haber puesto un esmero particular en que nada viniera á alterar la reconci-
liacion que indicaba el nombramiento de un embajador francés: lo contrario hizo
este gobierno, y aunque ciertos pormenores parezcan nimiedades indignas de la gra-
yedad de la historia, con todo, debemos relatar algunas de ellas, porque caracteri-
zan la situacion.


Nombrado un embajador para España, ¿debia el representante de España en Paris
hacer la primera visita al elegido ó debia este preséntarse al enviado español, dándole
parte de su nombramiento? N o zanjarémos nosotros este problema de etiqueta, puesto
que los interesados no le hallaron solucion; UllO y otro esperó la primera visita. Así
hubieran seguido indefinidamente, cuando intervino el mismo rey del modo siguien-
te. Convidó S. M. ú los Sres. OIózaga y Salvandyal real sitio de Compiegne, y los
presentó uno á otro. Allí quedó convenido que de vuelta á Paris en un dia y á una
hora señalados saldrian cada uno de estos señores de su casa y se dirigirian á la del
otro, dejando recíprocamente en ella una tarjeta. En semejantes niñerías se ocupa-
ban rey y ministros, preludio algo ridículo de la armonía que se pretendia restable-
cer entr:e dos naciones y dos gobiernos. El resultado fué al compás de las primicias.


Dilucidada la gravísima cuestion de una primera visita entre los representantes,
la primera que debía arillarse, algo más formalmente, era la de credenciales, que
bien merecia séria atencion, por parte del gobierno francés, dispuesto á exigir una
innovacion en este punto.


Esa dichosa embajada dió á su tiempo tanto que hablar, su desenlace fué tan raro,
que no estará de más que ocupe su historia el lugar que le corresponde. Nada diré-





mas de ella que no hayamos tomado de documentos oficiales, y presentaré mas los
hechos tal como pasaron yen seguida daré mas por extenso los pormenores de la ne-
gociacion que se siguió, y los despachos oficiales que mediaron.


El Sr. Salvandy llegó á Madrio. el dia 12 de Diciembre acompañado de una muy
numerosa legacion. El dia 13 tuvo una primera entrevista con el entonces presiden-
te del Consejo de ministros y ministro de Estado, D. Antonio Gonzalez. El embaja-
dor solicitó dia para la audiencia de la reina, en lo que el ministro dejó la eleccion al
Sr. Salvandy, suponiendo el ministro que por audiencia entendia el embajador una
visita de puro homenaje á S. M.


Al dia siguiente pagó D. Antonio Gonzalez la visita al Sr. Salvandy. Ya se trató
de la presentacion de credenciales, diciendo el embajador que debia entregarlas á su
majestad y no al regente. El ministro, atónito al oir esta rara pretension, recordó al
embajador que parecia tener olvidado, que la reina, siendo de menor edad, ningun
acto oficial podia desempeñar, y el de la pretension y admision de un embajador era
de los más graves. N o desistió el francés de su pretension, y suponiendo con increi-
ble pedantería que el ministro de Estado no podia resolver la cuestion de por sí pi-
dió que la sometiera á la deliberacion del Consejo. Por una excesiva deferencia, asin-
tió D. Antonio Gonzalez á la solicitud, y al dia siguiente, 15, manifestó por escrito
al embajador francés la conformidad del Consejo en lo que le habia dicho relativa-
mente al espíritu y la letra del art. 59 de la Constitucion.


Como la negociacion que resultó sqbre este suceso exige un exámen por separado,
vamos, para seguir la hilacion de los hechos, á presentar desde luego la nota textual
del gobierno francés, relativa á la cuestion de credenciales, pareciéndonos este el me-
jor modo de apreciar los argumentos y sofismas de aquel gobierno.


Nota del gobierno francés.
«( Una dificultad se ha suscitado en Madrid sobre la cuestion de saber á quién deben


"ser entregadas las credenciales de un soberano extranjero durante la menor edad de
"Isabel lI. ¿ La entrega debe hacerse á la reina en presencia, bien entendido, del re-
"gente, ó debe hacerse la entrega al regente sin que asista al acto la soberana de
"menor edad?


"Los antecedentes no dejan ninguna oscuridad en esta cuestion, es siempre en rigor
"de principio á la persona soberana á quien deben ser dirigidas las credenciales; á
"ella debe ser entregada cualquiera carta de un soberano extranjero y no al regente;
"y si la regla puede en algun caso haberse alterado algo, ha sido únicamente cuando
"la regencia ha sido ejercida por el padre ó la madre del monarca de menor edad, y
»aún así és siempre en la presencia del rey que la entrega se ha efectuado: la severi-
»dad del principio era tal en la antigLla monarquía francesa, que si el soberano era
"párvulo, los embajadores, para ser admitidos como tales, depositaban sus creden-
"ciales en la cuna del niño, en donde el regente las tomaba.


"N ada debe estar más presente en la memoria de todos que lo que pasó en tiempos




»de la menor edad de Luis XV, época en que más que en ninguna otra fuéron regla-
"mentadas las relaciones epistolares de Gabinete á Gabinete; ninguna carta que no
»fuera confidencial fué dirigida al regente; las oficiales lo fuéron todas al rey de me-
"nor edad, al rey sólo fuéron tambien entregadas, jamás al regente. Así fué que á la
Hmuerte de Luis XIV el príncipe de Cellamare, ya embajador de España en Francia
"desde Julio de I 7 I S, presentó nuevas credenciales al rey Luis XV , de edad de cinco
«años, y ninguna presentó al regente. La ceremonia de presentacion tuvo lugar en
»Marly á presencia del regente, y al salir de la audiencia el embajador entregó al
"regente cartas particulares del rey y de la reina de España en contestacion á las que
"les escribiera aquel príncipe, relativas á la muerte del gran monarca; contestacio-
nnes meramente de pésame, y que en nada se rozaban con la mision reservada que
"tenia el príncipe de Cellamare.


"Así, pues, en resúmen, del mismo modo que las reales órdenes se promulgaban
"con la firma real y con el díctámen del regente, tambien era el rey quien inaugura-
»ba todas las ceremonias y presidia el Parlamento congregado, (Lits de justice) cau-
usas de justicia, y en una palabra, el rey estaba presente á todos los actos de la ad-
»ministracion interior, era como en todas las monarquías, el alma y el primer móvil
),de todo; su firma era la que figuraba al píé de las cartas dirigidas á los soberanos;
»~l era quien las recibia.


HA la autoridad de este ejemplo vienen en apoyo otros dos ejemplos cOGtemporá-
»neos. En Grecia la menor edad del rey Othon, en el Brasil la del emperador hoy
»reinante.


"Cuando las grandes potencias hubieron sentado en el trono de Grecia en I833
»<11 jóven rey Othon, de menor edad todavía, lo pusieron bajo la tutela de una re-
"gencia. Mas, á él mismo y no á la regencia eran dirigidas todas las corresponden-
llcías ot1ciales de los Gabinetes, y al rey eran entregadas en propia mano, en presen-
"cia de la regencia. Ninguna dificultad ofreció este caso; ninguna reclamacion hubo
"por parte de la regencia. El jóven príncipe, siempre presente, se educaba en el
»ejercicio del poder real aunque en tutela.


"En el Brasil, desde la revolucion del 7 de Abril de 1831, al jóven emperador, acom-
"pÚlaJo de la regencia, es cí quien han entregado los ministros diplomáticos sus cre-
lldenciales, y todas las cartas de Gabinete que tenian mision de dar. Al emperador se
"dirigían los discursos en semejantes ocasiones, como en los dias de ceremonia y de
¡¡gala. Tal había sido la práctica constante hasta 1836; nombrado regente único el
»senador D. Diego Antonio Freijo, vino á poner en tela de juicio esta práctica. El
"nuevo regente, llevado de la opinion que reemplazando temporalmente en el poder
"á su soberano, tambien lo sustituia en la dignidad, mandó al ministro de ~stado
"que pasase una circular al cuerpo diplomático, dcíndole aviso que en lo venidero,
"las correspondencias de sus soberanos respectivos, debian ser entregadas al regente
")' no al jóven emperador. El cuerpo diplomático pasó una nota, en que unánimes
"todos los que lo componian, protestaron contra esa nueva regla contraria á los ano




»tecedentes de todas las monarquías; y dieron cuenta de lo ocurrido á sus gobiernos.
"En un mismo sentido contestaron éstos á sus agentes. Todos convinieron en apro-
.. bar la conducta del cuerpo diplomático; todos mandaron del modo más terminante
"que no entregaran las cartas reales sino al jóven emperador, á quien sólo iban diri-
"gidas. Y en esto los gobiernos, de ningun modo pretendian rebajar en lo más mí-
nnimo el poder constitucional del regente; mas quisieron dar una prueba manifiesta
"y unánime de su respeto al principio monárquico, á la dignidad de la Corona, de la
»cual el regente no era más que el primer ministro y el fiel guardian.


»Cedió el regente; y al emperador, hallándose presente el regente, entregó sus
lIcredenciales el baron Rouen, ministro de S. M. el rey de los franceses, llegado
"poco tiempo des pues: la dificultad no volvió á presentarse.


"Tales son los antecedentes, sin que haya uno que contradiga las primicias de esta
nnota, á saber que en principio de derecho público y de derecho consuetudinario,
"es á la soberana de España y no al regente sin que asista la persona real á quien de-
"ben ser entregadas las correspondencias de soberanos extranjeros. n


Dando el texto literal de la nota presentada por el gobierno francés, no se dirá que
escatimamos los argumentos que se han dado en apoyo de pretensiones que comba-
timos. Hemos cumplido á fuer de escritor imparcial con nuestros contrarios, publi-
cando íntegro su alegato. Pues bien, cuando un ministro de tan vasta erudicion como
la que distingue al Sr. Guizot, cuando ese campeon entusiasta de las prerogativas
reales y del principio monárquico, no ha hallado más razones que aducir en favor de
su tema, ni más antecedentes que los referidos en su nota, es de suponer que ni en
el arsenal de la historia, ni en los archivos de la diplomacia, ni en el catálogo herál-
dico de la etiqueta, ha hallado cosa algu'na que sea más concluyente en pro de su
opinion; ya entonces hay que mirar como un caso afortunado el poder luchar con
estadista tan eminente, sin tener para alcanzar una completa victoria, mas que em-
punar sus propias armas y voln~rselas al cuerpo. Estas armas las tomamos de la
misma nota.


Sentado queda en ella en primer lugar, que en rigor de principios es siempre á la
persona real á quien van dirigidas y á quien SOI1 entregadas todas las cartas de un so-
berano extranjero, y de ningun modo al regente; y que si en algun caso se ha pres-
cindido algo de esta regla, ha sido cuando la regencia ha sido ejercida por el padre ó
la madre del soberano de menor edad; pero aún así, la entrega se ha hecho siempre
en presencia del rey.


Estos siempres durante la regencia de D.a Maria Cristina se han vuelto jamases.
Ci neo diferentes embajadores han representado á S. M. el rey de los franceses durante
la regencia de D. a María Cristina, ninguno ha sido acreditado cerca de la reina doña
1 sabel II, todos lo han sido cerca de la regente: ninguno ha entregado carta alguna
á la reina gobernadora en presencia de la reina Isabel, todas han sido entregadas á la
gobernadora sin asistencia de la soberana de menor edad. Esto es en cuanto á la
Francia.




La Inglaterra ha enviado dos ministros plenipotenciarios á Madrid durante la re~
gencia de D.a María Cristina, más monárquicos y más celosos de la dignidad supre-
ma del soberano; las credenciales del soberano inglés eran para D.a Isabel II, mas
fuéron entregadas á la gobernadora sin asistencia de la soberana de menor edad. Tres
ministros portugueses, dos ministros de los Estados U nidos y cuatro ministros de
diferentes Estados d:: América han hecho lo mismo, si bien acreditados cerca de
Isabel 11.


Hé aquí, pues, cómo la regla invocada por ti gobierno francés y presentada por él
como sin excepcion alguna, ha sido quebrantada en el fondo y en la forma por el
mismo durante la regencia de D. a María Cristina. Se ve que la Inglaterra ha seguido
la misma marcha, que Portugal, los Estados-Unidos y los nuevos Estados de América
han hecho lo propio en cuanto tÍ la entrega de credenciales, por tanto, que toda la ar-
gumentacion del Sr. Guizot sobre el siempre, se convierte en un constante jamás, así
respecto á la Francia como á otras potencias) más desviada aquella que estas de los
principios invocados.


Recuerda la nota la embajada del príncipe de Cellamare, donoso recuerdo, pres-
cindiendo del anacronismo de una comparacion de hechos con siglo y medio de
intérvalo, en que la forma de gobierno ha variado tan esencialmente en ambos
países i el Sr. Guizot se figuró que acá los españoles éramos tan ignorantes que
no sabiamos lo que fué aquella embajada y aquel embajador. Equivocado andu-
vo el ministro fran.::és, todos sabemos que fué aquel enviado de Felipe encargado de
fraguar una conspiracion contra el regente duque de Orleans, y que de acuerdo con
una princesa de la real casa la fraguó; conspiracion que acordada en un Palacio real,
fué á fracasar en un lupanar, mas para q'.le nuestros lectores puedan más y más apre·
ciar la oportunidad con que el Sr. Guizot sacó tÍ colacion la embajada de Cellamare,
darémos lo más sucintamente posible la historia de aquella mision y de la conjura-
cion que acabó con el extrañamiento del embajador de Felipe V.


Renunciaba este monarca por el tratado de Utrech á sus derechos de príncipe fran-
cés, á la par que los prínclpes franceses renunciaban á sus derechos eventuales á la
Corona de España. Con profundo sentimiento admitió Luis XIV esta renuncia de su
nieto; la amarGura de este sentimiento se trasluce á cada renglon de las cartas pa·
tentes de aceptacion registradas en el Parlamento en 15 de Marzo de 1713. Allí con-
fiesa del modo más terminante Luis XIV, que más hubiera convenido á la Francia
atenerse al tratado de particion (tardia confesion), que aceptar el testamento de Cár-
los 11. A~lí declara que ha rogado, suplicado á Felipe V que renunciase á la Corona
de España que tan cara habia costado; que habia hechocuanto habia podido para que
«el rey de España abandonase su reino, prefiriendo sus derechos de hijo de Francia
»con Estados de menor importancia que hubiera podido agregar á la corona de Fran-
»cía, si algun día llegaba á ceñirla.)) Añadia el monarca francés: «con esta renuncia
npodia dar al reino un regente instruido en el arte de reinar, y si el Delfin fallecía,
»tendria á lo menos el consuelo de dejar á sus pueblos un rey virtuoso, apto á go-




- 350-
"bernarlos, reuniendo al propio tiempo á la Corona de Francia Estados muy consi-
"dera bIes."


Tardíos desengaños de la ambiciosa dinastía que prueban lo vacío de la política
de familia sustituida á la de los verdaderos intereses de las naciones.


Por solemne que fuese el tratado de que hacia parte integrante la recíproca renun-
cia de los príncipes franceses, Felipe V no habia perdido la esperanza de conseguir
la regencia que tan probable hacian la edad avanzada del rey Luis XIV y los pocos
años del Delfin. Con esta pretension contraria á los tratados, dió Felipe V instruc-
ciones para el caso de regencia al príncipe de Cellamare que enviaba á Paris con el
carácter de embajador extraordinario. En estas instrucciones, cuya fecha es de Aran-
juez á 19 de Mayo de r 7 15 firmadas por el rey, establecia Felipe V como derecho in-
concuso que "la tutela del Delfin le pertenecia como al pariente más próximo, en con-
"formidad de las leyes del reino de Francia, que no dudaba que Luis XIV le nombra-
lira tutor, pero queriendo preveerlo todo, si otra cosa fuera, el príncipe de Cellamare
»debia protestar, y dar por nulas las resoluciones contrarias que se hubiesen toma-
"do y tras de haberlas hecho en la forma más solemne, debia hacer pública y a utén-
"tica la oposicion de Felipe V, su firme propósito de no perjudicar en nada y mante-
))ner en su integridad sus derechos fundados en las leyes de Francia, y que legitima-
)) ban aún más su afecto particular á la nacion francesa (1)."


A su llegada á Paris el embajador de Felipe V se conformó con las órdenes que
tenia; vió al marqués de Forey ministro de Estado, hizo gestiones activas con la se-
ñora de Maintenon y con el mariscal de Villeroy y con el Parlamento; dió á conocer
que en el caso que la tutela fuera dada á otra persona que no fuera su amo, tenia
órden de prote'star en nombre de S. M. C. Se hizo presente al embajador que el tra-
tado de Utrech y la renuncia de Felipe V eran obstáculos invencibles á esas preten-
siones, que además la Inglaterra y la Holanda la verian de malojo, y que una guerra
seria la consecuencia inevitable de semejante infraccion de los tratados. Nada detuvo
al enviado de Felipe V (2).


Falleció Luis XIV, y al dia siguiente 2 de Setiembre, el príncipe de Cellamare es-
cribió al ministro de Estado de Felipe V marqués de Grimaldi, dándole parte del su-
ceso; le recuerda los pasos dados anteriormente, le enumera los que ha dado desde
que los síntomas de la enfermedad dd rey hacían preveer su próximo fin, mas que se
ve en la precision de confesar que cuantos esfuerzos ha hecho para que se admitiese
el derecho de Felipe V el la regencia han sido inútiles~ y ninguna impresion han he-
cho. Viendo, pues, una oposicion invencible y la circunstancia poco apropiada á un
buen éxito, habia creido conveniente y aun necesario cambiar de rumbo, doblándose


(1) Vatout, Conspiracion de Cella111are, pág. 390' ~o hemos podido hallar el texto español: damos
la traduccion del francés que podrá variar en algunas palabras del texto original aunque nada en la
esenCIa.


(2) Vatout, Conspiracion de Cellamare, tomo r, pág. 27R.




- 351 -
para no romper. No viendo ya remedio acababa con decir que no presentaria la pro-
testa hasta recibir nuevas órdenes que le dictasen ó de seguir con las primeras ins-
trucciones ó darlas un nuevo sesgo (1).


Cuando el Parlamento hubo anu.lado el testamento de Luis XIV, y dado la regen-
cia al duque de Orleans, quedaro!! de hecho inútiles las gestiones diplomáticas y las
reclamaciones legales; ya entonces se acudió á una conspiracion.


La duquesa del Maine que capitaneaba el partido de los descontentos, que la cuestion
de los príncipes legitimados habia formado, deseosa de aumentar el número de los ene-
migos que tenia el regente, pensó que el embajador español debia ser uno de tantos
y que además podría su cooperacion ser muy útil. Con esta mira, la Duquesa atrajo á
sí al príncipe de Cellamare: las explicaciones que mediaron entre ambos á su primera
entrevista merecen que las reproduzcamos, pues ofrecen una leccion muy instructiva
y una prueba de que en 1715 como en 1843 se han urdido intrigas y fraguado (;ons-
piraciones, antaño por idénticos modos el gobierno español contra el regente de
Francia, y ogaño el gobierno francés contra el regente de España.


Hallándose el embajador español en presencia de la Duquesa y dádole las gracias
por la honra que le dispensaba, se dió prisa en manifestarle los pasos que habia dado
en vida del rey para que legase la regencia á Felipe V. Explayando este punto, el
enviado del monarca español entró en otras consideraciones y otras confianzas;
despues de la ses ion del Parlamento dijo el príncipe de Cellamare: «Tuve que fingir-
nme portador de nuevas instrucciones; traté de granjearme la confianza del regente,
ny mientras allá discutia con él muy formalmente las cuestiones de la más alta polí-
))tica, el jóven Monteleone, de órden mia, estrechaba las relaciones íntimas con los
))Roues para hacerse con los secretos que estos calaveras divulgaban enmedio de sus
))francachelas ..... no tardé en conocer que la nacion sumamente extraviada volvia á
"ideas más sérias : el asunto de los príncipes legitimados encendia las pasiones; noté
))que había llegado el dia de volver á mi primer papel, anudé nuevas intrigas un mo-
»mento interrumpidas; me acerqué á los partidarios de la antigua córte; busqué con
))ánsia todos aquellos que conservaban en el corazon afecto al difunto rey, y que pro-
))fesaban ódio al duque de Orleans. Juzgad, señora, si vuestra invitacion me llenó de
»alborozo (2).»


Cellamare, envalentonado con el apoyo de la duquesa del Maine y de sus adheren-
tes, 2.bogó con afanosa premura en favor de la conspiracion y la apoyó con todos sus
medios, instando á Alberoni para que la favoreciese, y al efecto le envió el plan de
los con~urados y los papeles que Felipe V debia firmar. Portocarrero habia in-
troducido un secretario de Cellamare en una casa de prostitucion donde solia ir to-
das las noches: detenido por Cellamare para copiar todo el plan de la conspiracion
contra el regente, fué reconvenido por su falta; se excusó contando lo que habia pa-


(1) Vatout, Gonspiracion de Gcllamal'c, tomo 1, pág. 396.
(2) Vatout, Gonspi1'acioll de Gel/amare, tomo 1, pág. 281.




- 352-
sado, y que había estado copiando un plan de conspiracion contra el regente, y
añadiendo que el embajador no queriendo fiar esos papeles á un correo ordinario,
había despachado el abate Portocarrero al cardenal Alberoni , portador de todos los
papeles. Oida esta relacion por la ramera, le faltó tiempo para avisar al ministro Du-
bois que por sus relajadas costumbres tenia trato habitual con esa clase de gente.
Enterado Dubois, sin pérdida de momento despachó su ayuda de cámara };faroy con
dos agentes de policía tras de Portocarrero, que muy descuidado iba camino de Ma-
drid. En Poitiers lo alcanzaron los agentes de Dubois. Halláronle los papeles en un
secreto de la silla de posta; recogidos estos, se permitió á Portocarrero que siguiera
su viaje (1).


Dueño de estos papeles, los llevó Dubois al regente; estos eran un manifiesto con-
tra el gobierno del regente, que debia firmar Felipe V; una carta de este monarca al
Parlamento; debia igualmente firmar una súplica que el Estado Llano (Tiers Etat)
de Francia debia dirigir al rey de España; el plan de los conjurados, la lista no-
minal de los oficiales que solicitaban servir á S. M. C. A la vista de estos papeles, pidió
Dubois al regente la autorizacion de prender al embajador español, la dió el regen-
te, y Dubois, sin fiar á nadie la prision de Cellamare, fu'.~ á arrestarle él mismo. Por
más que protestó, y á pesar de la carta que dirigió á los demás embajadores residen-
tes en Paris, fué Cellamare llevado con buena escolta al castillo de Blois, y de allí á
la frontera. La duquesa de Maine, fué tambien presa, y asimismo los principales
conjurados.


Cotéjense las dos conspiraciones, y veráse la analogía. ¿Quién era el alma de la fra-
guada contra el regente de Francia? Una princesa de la real casa que no podia resig-
narse á que otro que su marido, esto es, ella misma ejerciese la regencia que le daba
el testamento de Luis XIV, anulado por el Parlamento, quien nombró regente al
duque de Orleans. ¿Quién es el fautor más activo de la conspiracion? El embajador
de EspaÍla. ¿Cuáles debian ser los primeros actos de los conjurados? Apoderarse de
la persona del regente, y proclamar otra regencia. Una tentativa hubo de apoderar-
se del regente en el Jardin de las Tullerías, y otra de asesinarlo en el palacio de la
Muette (2).


¿Quién era el alma de la conspiracion de 184I? Una princesa de la casa real, que
habiendo abdicado la regencia, no podia resignarse á haber perdido el poder supremo
que las Córtes entregaron al duque de la Victoria, proclamándolo regente del reino.
¿Quién era el agente más activo de esa cOllspiracion? El gobierno francés dándola
todo el apoyo moral posible. ¿Cuáles debian ser los primeros actos de los conjura-
dos, y cuáles fuéron? Apoderarse de la reina y de su hermana, y prender al regente,
cuya suerte, si hubiera triunfado la conspiracion, está bien claramente indicada en
la carta hallada al general Leon.


(1) Vatout, Gonspiracion de Gellamare.
(2) Vatout, Gonspiracion de Gel/amare.




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y preguntamos nosotros: ¿era prudente el recuerdo de una conspiracion que tanta


analogía tenia con la que acababa de estallar en España? ¿ Era acaso que el embajador
recientemente nombrado venia á hacer en Madrid el papel que desempeñó Cellamare
en Paris? Si este fué preso y llevado á la frontera, el Sr. Salvandy no fué admitido y
tuvo que volverse á la frontera.


Nos hemos detellldo quizá con alguna proligidad sobre esta parte de la nota, re-
cordando los pormenores de la comparacion de Cellamare, porque verémos en el dis-
curso de la negociacion entre el gobierno de España y el de Francia relativamente á
la embajada del Sr. Salvandy, el ejemplo de Cellamare reproducido hasta la saciedad,
y nos ha parecido oportuno que se tuviera presente lo que fué la embajada de este


Volvamos á la nota.
En resúmen, dícese en ella: así como todas las reales órdenes se publicaban con la


firma del rey, con el dictámen del regente, así como el rey era quien abria todas las
funciones y presidia la reunion del Parlamento; tamhien la firma del rey era la úni-
ca que figuraba al pié de las cartas dirigidas á los soberanos extranjeros, y él era
quien las recibia.


Veamos si hay el menor asomo de identidad entre las dos épocas y los dos casos.
En la España constitucional de 1841 las reales órdenes, los decretos, las leyes eran


firmadas y promulgadas por el regente en virtud del arto 59 de la Constitucion,
en nombre de la reina y durante su menor edad, y de ninguna manera por el rey con
el dictámen del regen te.


Veamos lo que fué la sesion de! Parlamento (Lit de justice) presidido por el
rey Luis XV en persona, en 12 de Setiembre de 1715, para la proclamacion del
regente.


E! rey quitóse el sombrero y volviéndoselo á poner dijo: "Señores, he venido aquí
llpara aseguraros de mi afecto, el señor canciller os dirá cuál es mi voluntad.)) El can-
ciller se adelantó al pié del trono, se hincó de rodillas ante el rey y le pidió licencia
para hablar: otorgada ésta, volvió á su sitio, púsose el sombrero y pronunció su dis-
curso, concluyendo la ceremonia con la siguiente declaracion del canciller: "El rey en
))su Parlamcnto (Lit dejustice) con el dictámen del duque de Orleans y de los demas
))príncipes de la casa real, pares de Francia y dignatarios de la Corona, y prévia con-
"suIta de su fisc::al general, ha declarado y declara conforme á lo resuelto por su Par-
"lamento en el dia 2 dcl presente mes de Setiembre al señor duque de Orleans, re-
»gente de Francia, para que tenga en dicha calidad la administracion de los negocio-
»del reino, durante la menor edad del rey.


¿Qué analogía ha podido hallar el Sr. Guizot entre este Parlamento y las Cór-
tes? ¿Qué paridad ha hallado entre un rey que da personalmente una regencia, y las
Córtes que sin la menor intervencion de la reina menor eligen un regente en nombre
de la soberanía nacional? En verdad es de extrañar que hombres de tanta ciencia como
el Sr. Guizot puedan incurrir en semejantes desvaríos.


Sigue la nota y dice: ,í la autoridad de este ejemplo (el de Cellamare), hay que aña-
23




dir otros dos contemporáneos en Grecia, la menor edad del rey Othon, en el Brasil
el del emperador hoy reinante.


En una cuestion de derecho constitucional y nacional, y la España esto sólo ha in-
vocado, un gobierno no puede admitir más regla que la de su propia constitucion, y
lo que pasa en otros países, ningun valor tiene ni puede tener para su propia con-
ducta. Admitir otro principio, seria andar mudando cada dia de regla segun se fuera
tratando con representantes de países regidos por diferentes instituciones; mas aquÍ,
afortunadamente hasta los ejemplos invocados por el ministro francés, se vuelven
en contra suya por falta de analogía.


La Grecia, reino improvisado, al sacudir el yugo otomano, ni libertad efectiva, ni
independencia verdadera tenia; ninguna Constitucion arrostró en 1841. Vivía la
Grecia bajo el yugo protector de las potencias extranjeras, como lo expresa muy bien
el ministro francés en su nota. Cuando las grandes polémicas hubieron colocado al
jóven rey Othon en el trono en 1833, ya es claro que al nombrar una regencia que no
tenia un orígen nacional, ni una investidura constitucional, ni derecho alguno que
le fuese propio, las potencias extranjeras le dieron la forma que tuvieron por con-
veniente, y le dejaron la representacion que más se amoldó á sus ideas y á sus miras
ulteriores; así resolvieron, que todas las correspondencias oficiales que fuesen diri-
gidas al rey de menor edad, le fueran entregada:~ en mano propia.


¿Yen qué puede esto obligar á España, en cuya Constitucion promulgada en fuerza
del principio de la soberanía de la nacion, estaban claramente deslindadas las prero-
gativas del regente, que ejercia toda la autoridad del rey en virtud del arto 59? Si al
rey Othon iban dirigidas todas las correspondencias oficiales, ninguna habia sido
dirigida á la reina Isabel. Si todas esas correspondencias se entregaban en mano pro-
pia del rey de Grecia, ninguna habia sido entregada á la reina de España durante la
regencia de D. a María Cristina, ni durante la del general Espartero; ni jamás habia
asistido S. M. á la entrega de credenciales; por tanto, si el rey Othon se educaba en
el ejercicio de la soberanía el la vista de sus tutores, la reina Isabel se educaba con
arreglo á la Constitucion que otra cosa de un todo diferente prescribia; por tanto, no
sólo faltaba la analogía, sino que exiSl ia un contraste absoluto, radical.


Vengamos á lo del Brasil.
Aceptamos con tanto mayor gusto los hechos y la narracion hE'cha por el minis-


tro francés, en cuanto nos ofrece los mejores argumentos para rechazar la pretension
que tuvo respecto á España.


En nuestra opinion, toda esa discusibn y cuanto se ha escrito sohre la materia
para sostener y rechazar una pretension temeraria, pudiera reducirse á estas pala-
bras del final de la nota: "Se quiso dar una prueba manifiesta del respeto al prin-
»cipio monárquico, á la dignidad de la Corona, de la cual el regente no es más que
»el primer ministro y el guardian fiel». Admitido que un regente no es más que un
primer ministro, todo cuanto se ha dicho está demás; pues precisamente por haber
el gobierno espaí10l y las Córtes penetrado atinadamente, que este era el pensa-




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miento del gobierno francés no respecto al regente, puesto que habia admitido en
la gobernadora de sangre real, hasta las prerogativas de reina reinante, mas al du-
que de la Victoria, regente elegido por la nacion, se rechazó la pretension del go-
bierno francés. El orgullo monárquico del extranjero y la herejía constitucional se
estrellaron en la firmeza del gobierno español y de las Córtes.


En la cuestion del Brasil, lo primero que hay que considerar y compar.ar, es el
texto de las Constituciones vigentes en ambos países; en la del Brasil nada vemos
que corra pareja con el arto 59 de la Constitucion que entonces regia en España (1).
Por tanto, ninguna analogía constitucional existe.


En el Brasil, dice la nota, desde la revolucion de 7 de Abril, al jóven emperador en
persona era á quien se entregaban las credenciales, y todas las cartas de los Gabine-
tes que los ministros diplomáticos tenian encargo de remitir.


En España cinco embajadores franceses, los señores conde de Raynoval, marqués
de la Fours-Moubourg, duque de Tisenzac, marqués de Rumigny y conde de Mat-
hieu de la Redorte, no remitieron credenciales á la reina Isabel, por la razon muy
sencilla de que no fuéron acreditados cerca de su persona, sino de la gobernadora,
faltando en esto, no sólo á la regla del siempre sentada en la nota que refutamos, sino
al respeto tan cacareado de la dignidad de la Corona y del principio monárquico, pues
si no admitimos que un regente sea un primer ministro, tampoco admitimos que
sea un rey como lo admitió el gobierno francés respecto á D.a María Cristina.


Dos ministros ingleses, los Sres. Jorge Villieis, hoy lord Clarendon, y el Sr. Artu-
ro Aston, acreditados cerca de la reina Isabel, entregaron sus credenciales á la go-
bernadora sin que asistiera á la entrega la soberana de menor edad.


Tres ministros de Portugal, los Sres. Moraes Sarmiento, Lima y mariscal Sal-
danha, acreditados cerca de la reina Isabel, presentaron sus credenciales; los dos
primeros á la gobernadora, y el último al general Espartero, sin que á ello asistiera
la reina menor de edad.


Dos ministros delos Estados-Unidos, los Sres. Van Neis y Eveton, hicieron lo mismo.
El Sr. Santa María, ministro de la república mejicana; el Sr. Gual, del Ecuador;


el Sr. Ellauri, del Uruguay; el Sr. Borgeño, de Chile, hicieron igualmente entre-
ga de sus credenciales á la regencia, sin que asistiera la reina Isabel, y aún desde el
incidente provocado por la Francia, el Sr. Washington Irving, ministro de los Esta-
dos-Unidos, yel Sr. Valdivielso, de Méjico, han entregado sus credenciales, sin que
estuviera presente la reina Isabel.


¿A qué, pues, invocar el ejemplo de la regencia del Brasil, donde precisamente se
hizo todo lo contrario de lo practicado en España? ¿Cuál es el argumento del ministro
francés? ¿ Los precedentes de la regencia brasileña hasta la innovacion intentada por
el regente Feijas, base y base legítima y racional de la resistencia de los agentes di-
plomáticos residentes en Rio Janeiro y más tarde de sus gobiernos? Pues si los pre-


(1) Texto de la Constitucion brasileña de II de Diciembre de 1823, cupo V.




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cedentes forman regla, si los invocais en vuestro favor contra el regente del Brasil,
¿por qué habeis pretendido ir contra todos los precedentes sentados por vosotros
mismos en España, precedentes agravados por las circunstancias de no haber acre-
ditado vuestros agentes cerca de la persona soberana, aunque de menor edad, pre-
cedentes que tenian la anuencia unánime de todos los gobiernos?


Por tanto, ni la Constitucion brasileña, ni los antecedentes seguidos por la regen-
cia de aquel imperio, autorizaban la pretension del gobierno francés, y al contrario
eran argumentos favorables al gobierno español, para repelerlos, como lo hizo.


Véanse para mejor comprobar nuestro aserto algunos artículos de la Constitucion
brasileña, referentes al asunto de que nos ocupamos.


"De la regencia durante la minoría ó enfermedades del emperador.
Art. 12 l. El emperador es de menor edad hasta los diez y ocho años cumplidos.
Art. 122. Durante la menor edad, el imperio será gobernado por una regencia


que pertenecerá al pariente más inmediato del emperador, conforme al órden de su-
cesion, con tal que tenga más de veinticinco años.


Art. 123. Si el emperador no tuviera parientes que reuniesen estas calidades, el
imperio será gobernado por una regencia permanente nomhrada por la Asamhlea
general, y que será compuesta de tres indivíduos, de la cual será presidente el de más
edad de estos.


Art. 124. Hasta que se verifique la eleccion permanente, el imperio será gober-
nado por una regencia provisional compuesta de los ministros de la Gohernacion y
de la Justicia, y de dos consejeros los más antiguos en ejercicio, presidida por la em-
peratriz viuda, y en su ausencia por el consejero de Estado más antiguo.


Art. 125. En el caso de fallecimiento de una emperatriz reinante, la regencia
será presidida por su marido.


Art. 126. Si el emperador, por una caUS1 física ó moral, evidentemente conocida
por la mayoría de cada uno de los Cuerpos colegisladores, se hallara incapacitado de
gobernar, el príncipe imperial gobernará en su lugar, con tal que hubiera alcanzado
los diez y ocho años cumplidos de edad.


Art. 127. El regente, como asimismo la regencia, prestarán juramento de fideli-
dad conforme á el arto 103 de la Constitucion, añadiendo la cláusula de fidelidad al
emperador, y la obligacion de entregarle el mando en cuanto haya alcanzado el dia
de mayor edad, ó el de la cesacion de su dolencia.


Art. 128. Los actos del regente ó de 'la regencia estarán encabezados en nombre
del emperador, con la fórmula siguiente: "La regencia á nombre del emperador
manda, ó el príncipe imperial en nombre del emperador manda.»


Art. 129. La regencia ó el regente no son responsables.
Art. 130. Durante la menor edad del sucesor inmediato de la Corona tendrá por


tutor, la persona que hubiese nombrado el padre por su testamento; á falta de esta
designacion lo será la emperatriz viuda, mientras conserve este estado; en su defecto,




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la Asamblea general nombrará el tutor que en ningun caso podrá ser la persona en
que pueda recaer la Corona despues del heredero de menor edad.))


Se vé, pues, que nada hay en la Constitucion brasileña que tenga relacion con el
artículo S9 de la Constitucion española de 1837.


Pensamos haber victoriosamente contestado á los argumentos de la nota, ponien-
do de manifiesto la falta de conexion entre los hechos, y el contraste de los pre-
cedentes; pasarémos al exámen de la negociacion que se entabló en Madrid entre el
gobierno español y el embajador francés, y que se siguió luego en Paris.


El 16 de Diciembre el Sr. Salvandy pasó 'al ministro de Estado una nota que re-
producia casi te\.tualmente los principios emitidos en la que ya hemos analizado del
gobierno francés, y recordaba los mismos hechos añadiendo algo de su propio fondo
relativo á algunos hechos de puras fórmulas interiores del derecho español. El 19 con-
testó el mIl1istro de Estado; en esa nota se decia que el gobierno español no podia
mirar la entrega de credenciales que acreditaban un embajador extranjero como una
cuestion de etiqueta, siendo un acto oficial y de los más importantes, opinion admi-
tida por el mismo Sr. Salvandy; por tanto que atendido el arto 59 de la Constitucion
que decia: «el regente ejercerá toda la autoridad del rey)) era imposible consentir á lo
que pedia el embajador sin quebrantar el principio constitucional; por lo demás en
todo lo que fuera etiqueta y ceremonial, el gobierno español nada omitiria para la
pompa de la presentacion, deseando manifestar su respeto á la Francia, á el monarca
y á su representante. En seguida recordaba el ministro los antecedentes modernos
de cinco embajadores de Francia que habian hecho lo contrario de lo que ahora se
pretendia hiciese el sexto, y enumeró los casos de los ministros ingleses, portugueses
y americanos ya ,citados.


El 20 contestó el Sr. Salvandy: en esta nueva nota el embajador francés se adelan-
tó á nuevos argumentos en favor de su pretension. El primero era que al saber el go-
bierno español su nombramiento ninguna reserva habia hecho: el segundo que en su
primera conferencia del dia 13 con el ministro de Estado, ningun óbice habia puesto
este á la solicitud de una audiencia de la reina: el tercero que su carácter representa-
tivo de su soberano no le permitia prescindir de su demanda: el cuarto que el regen-
te no tenia el carácter representativo del poder real, puesto que no se le daba el tí-
tulo de majestad ni se acuñaba la moneda con su efigie, y por último para remate de
tan acertada argumentacion, vol vi a al tema favorito de los ejemplos de Cellamare, de
Grecia y del Brasil. El Sr. Salvandy concluia su nota con estas palabras: Con esto
queda cerrada la discusion.


Contestarémos al primer argumento, que al gobierno español no se le podia ocur-
rir al saber que un nuevo embajador francés venia á Madrid, que el gobierno de la
Francia fuese tan veleidoso que habiendo enviado cinco embajadores que habian se-
guido las mismas fórmulas de presentacion, de credenciales á la regente, habia de que-
rer que el sexto siguiera una pauta enteramente opuesta; á más de estos antecedentes
peculiares de la Francia, tenia el gobierno español en apoyo de su opinion los ejem-




- 358-
plos ya citados de ministros extranjeros, y por último el artículo constitucional ad-
mitido en el sentido del gobierno español así por el francés como por el inglés y
portugués, países monárquicos y no poco etiqueteros. Si el Gahinete francés por sus
fines particulares pensó variar en el caso presente diametralmente de cuanto habia
practicado hasta entonces con sus embajadores, de su incumbencia era avisar al go-
bierno español este cambio en la cuestion de credenciales, cambio que el gobierno
español no pudo adivinar ni soñar.


El segundo argumento del embajador francés relativo á lo ocurrido en la conferen-
cia del 13, queda ya contestado con la relacion del hecho.


El tercero es relativo al carácter representativo de ese embajador, carácter que el
señor Salvandy no admitia en la persona del regente; y para explicar esta anomalía
hay que volver un poco atrás, esto es, al orígen del nombramiento del Sr. Salvandy.


Ciego hubiera sido quien no viera en 1841 que el gobierno francés cómplice, fautor
y protector de la rebelion de Octubre, y enterado dia por dia de sus progresos, pensó
que la presencia de un embajador suyo en Madrid en el momento de la insurFeccion
podria ser de suma utilidad á los conjurados, sobre todo, para el rapto de la reina, á
C+Iyo lado se hubiera puesto el embajador francés. Por circunstancias que ya van re-
feridas en su lugar, el plan se precipitó en su egecucion y no dió tiempo al embajador
de llegar para desempeñar su papel. Vencida la rebelion y burlado el plan, el nom-
hramiento del Sr. Salvandy ya no tenia objeto, y el Gabinete francés se vió en un
compromiso, al que no halló más salida que la cuestion de credenciales, sentando
este dilema: ó se admite mi pretension, aunque contraria á todos los antecedentes y
entonces consigo rebajar la dignidad del regente Espartero al rango de un primer
ministro, ó no se me admite y retiro mi emhajador, que no se queria acreditar cerca
de una regencia plebeya. Asi se pensó yasí se hizo, y de este pensamiento nació la
declaracion del Sr. Guizot, que un regente no era más que un ministro; declaracion
contraria á la verdad y á los antecedentes de ese mismo gobierno durante la regencia
de María Cristina; y de este mismo pensamiento nacieron las peregrinas distinciones
del Sr. Salvandy sobre el carácter representativo de un embajador y de un regente.


Admitimos el carácter representativo de un embajador, mas no le es peculiar; ese
mismo carácter tienen todos los ministros diplomáticos sin distincion alguna. "Cuan-
"do un ministro, dice el publicista Martens en su Guia diplomática, se halla acredi-
lItado cerca de un gobierno, en su persona J en virtud de su nombramiento y de su
Iladmision, reconoce el gobierno que le admite un dohle carácter. Se le considera
Ilcomo representante inmediato de su gobierno en los asuntos puestos <1 su cargo, y
•• tiene un carácter representativo Este carácter es inherente á todos los ministros
•• de cualquiera clase que sean."


Mas si un embajador representa al soherano, si todos los ministros diplomáticos
tienen ese mismo carácter representativo, ; qué representará un regente? Quien dice
regente, indica el representante más directo, más inmediato de la soberanía monár-
quica. ¿ Cómo el carácter representativo por delegacion seria admitido en un emba-




-
359-


jador y se negaria este carácter cuando es directo, inmediato, en su plena manifesta-
cion por una ley constitutiva de la nacion, aplicada solemnemente por la voluntad
de los representantes de la nacion, formulada en las palabras constitucionales: «El
regente ejerce toda la autoridad del rey?)) ¿ Cabe mayor contradiccion?


Contradiccion tal vez, no es la palabra apropiada, otra seria más exacta, porque lo
que se queria por último, era establecer una diferencia entre un regente de sangre
real y un regente de cuna popular: esta confesion del orgullo no se atrevia el gobier-
no francés á hacerla y para suplir á la falta de razon y de justicia, hacinaba sofismas
y eJemplos.


Prescindiendo que la Constitucion de España ninguna diferencia hacia entre los
regentes que pudieran ejercer toda la autoridad del rey, durante la menor edad de
éste, salvo el poder reunir la regencia y la tutoría, lo que estaba reservado al pa-
dre ó la madre del rey de menor edad, distincion que demuestra que los legisladores
no admitían otra, vamos á citar una opinion que de seguro ningun partidario de la
monar"uía por servil que sea podrá rechazar, pues es la del prototipo del monar-
quismo, la del célebre estadista vVilliam Pitt. Al asomar los primeros síntomas
de la enfermedad mental que afligió á Jorge III se trató en el Parlamento de nom-
brar una regencia. Fax era entonces el jefe ilustre de la oposicion: en la sesion
de 10 de Diciembre de 1788, sostuvo aquel grande orador que el príncipe de Ga-
Hes heredero inmediato del trono, era la persona que por derecho debia ser re-
gente del reino durante la enfermedad del rey; Pitt sostuvo la opinion contraria
en cuanto al derecho, y declaró que en su opinion, el príncipe de Galles no te-
nia más derecho á la regencia que otro cualquiera inglés, siendo esta cuestion, que
la omnipotencia del Parlamento podia sola resolver en el sentido que tuviera por
conveniente, y llegó á decir que dar otro giro á la cuestion seria un acto de traicion
á la Constitucion del país. Esta opinion fué admitida con mucha aceptacion por el
Parlamento, y nunca gozó de más popularidad el célebre Pitt, y si bien el prín-
cipe de Galles fué nombrado regente, no lo fué en fuerza del derecho propio negado
por Pitt, mas en virtud de un acto del Parlamento (1).


Hemos citado este ejemplo decisivo, para establecer que la diferencia entre regen-
tes es inadmisible á lo menos en España como en Inglaterra, y que el gobierno fran-
cés queriendo sostener la opinion contraria, no sólo no tuvo moti vo ninguno funda-
do en su favor, mas tenia contra sí los propios antecedentes en España. La opinion
de Pitt nos pone al abrigo de toda censura de parcialidad.


En cuanto al título de majestad, y á la moneda que se acuña en nombre del regen-
te, no nos tomarémos la incomodidad de contestar.


Respecto á los ejemplos de Cellamare, Grecia y Brasil ya hemos apurado la materia.
A pesar de haber dicho el Sr. Salvandy en su nota del 20 que con ella quedaba ori-


llada la discusion, no fué así.


(1) Sesion del Parlamento de 10 de Diciembre de 1788.




- 360-
Mientras se cruzaban estas notas en Madrid, el ministro Guizot enterado de lo que


pasaba tuvo el dia 22 de Diciembre una conferencia con nuestro encargado de nego-
cios en Paris, el Sr. D. Juan Hernandez, en la cual volvió el ministro á la cansada
argumentacion de Cellamare, Grecia y Brasil, y acabó diciendo el Sr. Salvandy, pre-
sentaria sus credenciales á la reina ante el regente ó se retiraria.


El 26 de Diciembre se abrieron las Córtes asistiendo S. M. y S. A. R. la infanta
D.a Luisa Fernanda; ni el Sr. Salvandy, ni indivíduo alguno de la legacion francesa
tuvieron por conveniente asistir á la tribuna del cuerpo diplomático. Estaban todos
de romería en Toledo.


El dia 2 de Enero dirigió el Sr. Salvandy una nota al gobierno abriendo de nue-
vo la discusion ~ue habia dado por concluida. De esta nota sólo dirémos lo que tenia
de nuevo sin cansarnos en reproducir los manoseados ejemplos de Cellamare, Gre-
cia y Brasil, eterno estribillo del ministro francés y de su embajador, traídos otra vez
en la nota del 2. En esta habia una sarta de quejas tan ridículas y personales que las
dejarémos sin contestar; mas una traia tan peregrina que no podemos men~ de po-
nerla de manifiesto para que vean los lectores á qué nimiedades descendian el go-
bierno francés y su embajador. Decia este «que era de su deber manifestar bien á
"pesar suyo que desde su llegada todo concurria á demostrar miras contrarias á la
"buena armonía de los dos países, contrarias sobre todo á la acogida que habia mere-
"cido al entrar en Espa~a, y si la inexplicable rcsolucion de no permitirle presentar
"sus credenciales á la reina, resolucion que sacrificaria sin motivo conocido y sin ra-
"zon, á las más antiguas relaciones de España, era sostenerla, no podria menos de
"combinar este conjunto de actos tan raros como el de una disposicion oficial, cuya
"publicacion le habia sorprendido en el momento mismo que entraba en Madrid: esta
"disposicion es la del decreto por el cual al propio tiempo que el embajador de Fran-
"cia recibia á la frontera y á su paso por las provincias, la expresion de los senti-
"mientos de los españoles hácia la Francia, el gobierno español volvia á dar á un re-
"gimiento el nombre suprimido hacia muchos años, la de una batalla, la de Pavía,
"cuando la España de hoy día nada tiene que ver con la Italia, los Países Bajos, y el
"Imperio, y proclamaba el nombre de una batalla imperial como una de las glorias
"de la bandera española y del ejército, por otra parte, rica de gloriosos recuerdos.
"Cuando tres siglos nos separan del dia de aquella victoria, este acto es uno de
"aquellos secundarios, pero característico que los sentimientos contemporáneos ad·
'l[niten, mas que á la vuelta de tres siglos, en plena paz, en el momento en que la
"Francia da un paso solemne de amistad, no se explica."


Para explicar esta última queja, recordarémos á nuestros lectores, que lo tendrán
olvidado, que el rey Fernando VII, cediendo á las exigencias de la Francia, que así
lo pretendió, habia suprimido el nombre de Pavía, como si de esa supresion, como lo
del robo de la espada de Francisco I, dependiera que no hubiese habido la batalla de
Pavía. Al suprimirse la Guardia real, despues de la insurreccion de Octubre, se for-
maron dos regi mientas de caballería y dos de infantería con los restos de la Guardia;




- 361-
á los de caballería se les dió los nombres de Pavía y de Numancia y á los de infan-
tería España y Constitucion ; hé aquí el atentado contra el cual reclamaba el Sr. Sal-
vandy, y sea dicho de paso, motivos hubiera tenido el Papa de formar igual queja
respecto á Numancia, como jefe soberano del pueblo romano.


Contestó el dia 5 de Enero el ministro de Estado á las quejas articuladas en las
notas del 20 de Diciembre y 5 de Enero en términos de suma moderacion y cortesa-
nía, mas con firmeza y tino. En lo dicho por el embajador francés, relativamente á
la recepcion que habia merecido á su paso por las provincias, se le hizo presente que
á las órdenes y prevenciones del gobierno' habia debido esas atenciones y de nin-
guna manera á la espontaneidad de las autoridades hácia su persona, como parecia
suponerlo gratuitamente.


y sea dicho de paso, tiempo fuera que cesasen esas distinciones usadas á los seño-
res embajadores franceses, que traen su orígen del vasallaje en que ha vivido la di-
nastía francesa respecto á la rama primogénita de los Borbones. Cuando los emba-
jadores de España atraviesan por Francia, ninguna autoridad se incomoda para aga-
sajarlos y obsequiarlos. Se molestan tan poco, que en 1836, yendo el señor general
Álava de embajador á Paris, fué detenido en un pueblo cerca de Orleans por faltar
un requisito cualquiera en su pasaporte, y hubo que parlamentar varias horas con
las autoridades para que le dejasen seguir su viaje.


En cuanto al tremendo desacato de haber dado el nombre de Pavía á un regi-
miento español, adujo el ministro la explicacion que hemos dado. Es muy raro, de-
cia el ministro, que tan quisquilloso se muestre un gobierno que había colocado en
las bóvedas del arco de Triunfo los nombres de cuantas victorias habia ganado el
ejército francés en el último período republicano é imperial, recordando en su casa las
glorias militares modernas, cuya memoria puede ser aún dolorosa á los contem-
poráneos, y ofenderse porque otro pueblo recuerde las glorias pátrias de fecha remo-
tísima, y que no son más que hechos históricos; es cosa harto más inexplicable que
lo que así califica el señor embajador.


Llegando á la cuestion de credenciales, volvía el Sr. D. Antonio Gonzalez á repetir
lo que hasta la saciedad quedaba ya dicho. Recordaba de paso, que solicitada la Fran-


cia al cumplimiento respecto á España de algunas cláusulas del tratado de 1769, puso
cortapisas la Francia, diciendo que con el desuso de los tiempos, habia sufrido la or-
ganizacion gubernativa y legislativa de la Francia, alteraciones que hacian imposible
la ejecucion literal de aquel convenio. La Carta francesa era presentada como la va-
lla que no podia romper el gohierno francés; por idéntica razon, la Constitucion de
España era precisamente la que se oponia, decia el ministro, á que se admitiera lo
que pretendia la Francia, prescindiendo que los ejemplos y casos aducidos por éste
en apoyo de sus pretensiones, eran contrarios.


Concluia la nota del ministro de Estado, diciendo al embajador: «Que una nego-
»ciacion se hallaba entablada en Paris, y que al señor emhajador le tocaba saber si
"debia ó no esperar su resultado; mas, que por su parte, el gobierno de S. M., con




- 362-
"el fin de descartar toda falsa ó ambígua interpretacion, declaraba: primero, que ha-
»bia recibido el nombramiento de un embajador como una prueba distinguida de
»Francia; segundo, que la ilustre persona en quien habia recaido tan alta mision, le
»habia sido muy grata; tercero, que salvo el principio constitucional, estaba dis-
))puesto á dar á la recepcion del embajador de Francia todo el aparato que la pompa
»de Palacio podia ofrecer; cuarto, que el gobierno español deseaba sinceramente
»conservar las mejores relaciones con la Francia».


Aquí acabaron las comunicaciones entre el gobierno español y el enviado francés:
al dia siguiente el Sr. Pageut, que habia desempeñado la mision de encargado de
negocios desde que el señor conde Mathieu de la Redorte se habia marchado, entró en
el palenque, y con fecha del 6 pidió pasaportes para el Sr. Salvandy, para sí mismo y
para toda la legacion que muy numerosa habia venido con el Sr. Salvandy, dando
aviso que quedaba el segundo secretario duque de Gluthsherg como encargado de
los asuntos de la embajada. Esta nota merece por su estilo brusco, descortés, inusi-
tado, que la reproduzcamos íntegra, porque explica hasta cierto punto la conducta
del Sr. Salvandy, en quien debió de influir el carácter áspero y el rencor político del
Sr. Pageut, quien no disimulaba el ódio que profesaba al partido progresista y al
regente.


«Madrid 6 de Enero de 1842.-El infrascrito, de órden del embajador del rey, tie-
»ne la honra de informar al señor primer secretario del Despacho, que su nota fecha
»del 5 ha llegado ayer tarde á la embajada; que dicha nota suponiendo al señor em-
»bajador en un asunto en que creia haher demostrado á la par que moderacion suma
»lealtad, sentimientos indignos de su carácter, no cree hallarse ya en el caso de con-
»servar relaciones directas con la secretaría de Estado; que el gobierno espaí101, in:-
»sistiendo en negarse á admitir el embajador de Francia, fundado en razones contra-
»rias al derecho universal, á los precedentes verdaderos á la práctica de la misma
»España, que ha querido que su soberana de menor edad pueda abrir las Córtes,
»contestar á las corporaciones constituidas del Estado, recibir en, persona las cartas
»de notificacion de gobierno á gobierno, de mano de encargados de negocios mien-
»tras el ministro de S. M. C. persista en considerar únicamente como acto prohibi-
"do á la soberana la entrega por el embajador de Francia de sus credenciales, cuan-
))do ningun óbice puso á ello en una conferencia oficial. El embajador, el infrascrito
"y aquellos de los seí10res agregados á la embajada que aún no han salido de Madrid
,) toman inmediatamente sus pasaportes, y en cuanto al expresado deseo que la lega-
"cion francesa espere el resultado de las negociaciones que el gobierno ha entablado
"directamente en Paris, el segundo secretario de la embajada el señor duque de Gluhs-
llberg, queda encargado de los asuntos de la embajada de Francia cerca del gobierno
"de S. M. C. El infrascrito tiene la honra de ofrecer al primer secretario del Despa-
"cho las seguridades de su muy alta consideracion.-Firmado, A. Pageut."


Nada dirémos de esta nota; las reflexiones que pudiéramos hacer, ocurrirán á
todo español que lo lea; las inexactitudes se agolpan en los hechos materiales ente-




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ramente desfigurados, supuestos ó alterados esencialmente. El tino inusitado, el len-
guaje descomedido, en una palabra, ni contestacion debió merecer y es lo que hubiera
debido hacer el ministro de Estado, y fué lo que no hizo. Contestando muy atenta-
mente á esa nota accedió á todo lo que la buena educacion y la dignidad de un go-
bierno exigen, contentándose con elevar sus quejas al ministro de Negocios extran-
jeros; y si bien éste expresó al Sr. Hernandez que desaprobaba la redaccion de la
nota, no prescindió de su tema.


El Sr. Salvandy salió de Madrid el dia 7 de Enero, haciendo tal vez en esto más de
lo que deseaba su gobierno: en aquel mismo dia el Senado primero y el Congreso en
seguida, oyeron interpelaciones al ministerio relativas á la repentina salida del em-
bajador de Francia; el gobierno dió las explicaciones convenientes, y ambos Cuerpos
colegisladores aprobaron su conducta (1) por unanimidad.


Las Córtes eran el único jurado que podia fallar en una cuestion constitucional
española, por otra parte, conforme á todos los precedentes hasta de la misma Fran-
cia durante la regencia. La aprobacion que por unanimidad dieron el Senado y el
Congreso á la conducta del gobierno, dió fin á las gestiones de la Francia, que se vió
deshauciada para siempre en su pretension. En su despecho llevó las cosas hasta no te-
ner en Madrid más que un encargado de los negocios de la embajada, título nuevo en
diplomacia y que ningun carácter público daba alque lo tenia; mas el ministerio espa-
ñol fué tan débil á pesar del apoyo de las Córtes, que admitió al señor duque de


1


Gluksberg á tratar los negocios, cual si tuviera carácter público. Se le concedieron
todas las inmunidades posibles y hasta la entrada sin derechos de lo que tuvo por
conveniente introducir cual si fuera un embajador. Los mimstros de Estado que si-
guieron á D. Antonio Gonzalez imitaron su fatal ej'emplo, y así siguió un intruso sin
carácter diplomático tratando de igual á igual con nuestros ministros, hasta que
triunfando la insurreccion de 1843, esto es la contrarevolucion, el gobierno francés
dió una pública manifestacion de sus simpatías al gobierno provisional, á cuyo ensal-
zamiento habia tan latamente contribuido, y el señor duque de Gluksberg fué nom-
bradoencargado de negocios y presentó sus credenciales el 24de Agosto de 1843. En
este acto pudieron ver los ministros de Estado de la regencia del general Espartero,
lo mal que habian mirado por la dignidad de la nacion en este punto, y por su pro-
pio decoro, y pudo más que ninguno el Sr. D. Antonio Gonzalez conocer si estuvo
fundado en derecho yen razon quien en una sesion del Senado del mes de Abril le dió
amistoso y saludable aviso relativo á la falta de carácter público del encargado de los
negocios de la embajada de Francia, admitido con mengua del gobierno español {¡ tra-
tar los asuntos de Estado.


(1) Véase el Diario de las Córtes.




CAPÍTULO XVII.


LEGISLATURA DE I842.-SE FORMA LA COALICION.-SE DISUELVE EL MINISTERIO.-MINIS-


TEIUO RODIL.


En 26 de Diciembre de 1841 se abrieron las Córtes, asistiendo S. M. y S. A.; el
discurso de apertura era más hien una cuenta minuciosa de administnacion que un
documento político. Sin criticar este modo de enterar á los cuerpos colegisladores y á
la nacion de pormenores administrativos siempre interesantes, las circunstancias de
aquel momento exigian en nuestra opinion otra cosa; el ministerio ninguna apren-
sion manifestaba para el porvenir, teniendo al frente aún palpitante una conspiracion
vencida, mas que trabajaba incansable para reanudar los hilos rotos en Octubre;
tampoco daba á conocer que apreciaba su propia situacion y la lucha que le esperaba
en el Congreso de parte de una oposicion formidable capitaneada por todos los prin-
cipales oradores, lucha á la cual se presentaba desarmado merced al temerario é in-
constitucional compromiso de no disolver aquellas Córtes. El ministerio alucinado
con su triunfo, parecia ignorar que sus contrarios hahían de presentar este como un
acaso, mereciendo el gobierno censura antes bien que aplausos.


La respectiva posicion del ministerio y de la oposicion, era la siguiente.
En gravÍsímas faltas habia incurrido el ministerio; la principal era, ya la hemos in-


dicado, el haber cerrado las Córtes en vísperas del dia en que iba á estallar la rebe-
lion, y sabiéndolo no pidió á las Córtes facultades extraordinarias con arreglo al ar-
tículo 8.° de la Constitucion, desvío sin excusa, tanto más sensible en cuanto abona-
ha lo que habia hecho el partido retrógrado. Otra reconvencion muy merecida era
la prodigalidad de empleos y condecoraciones en favor de diputados de la mayoría,
imitando en esto tambien un ejemplo tan censurado á ministros anteriores. Esta pro-
fusion de gracias dió lugar á que la oposicion pidiera desde luego la lista de los agra-
dados, sujetándolos á reelecion, debilitando así momentáneamente los votos en fa-




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vor del ministerio. ¿Estas faltas y otras muchas merecian el 6dio implacable que ha-
lló en el Congreso y que le dispensaba la prensa de oposicion? No, seguramente que
no; pasiones violentas, resentimientos personales, animosidades irritadas eran los
elementos de la oposlcion decidida á no hacerse cargo de las dificultades del mo-
mento, de los peligros de la situacion; hé aquí lo que encontró el ministerio Gonza-
lez en el Congreso en pago del triunfo conseguido sobre la contrarevolucion.


Por su parte la prensa liberal excediéndose á los diarios de la reaccion en vez de
esforzarse en dirigir el ministerio hácia una organizacion fuerte, duradera, que sal-
vara la reciente revolucion, hacia al gobiern'o una guerra atroz, una oposicion injus-
ta, hostil, tan distante de la templanza y de la imparcialidad como de lo que aconse-
jaba el solo instinto de la propia conservacion; en vez de trabajar en favor de la un ion
sembraba la zizaña, aguijoneaba los ódios; en vez :de emplear su actividad febril en
un objeto útil á todos, la malgastaba en una obra de destruccion; en vez de predicar
la concordia y de acallar rivalidades, socababa el edificio por el cimiento, hasta que
el partido progresista se sepultó bajo sus ruinas.


Así es, que abierta la lid parlamentaria, los oradores y la prensa que les servia de
eco, acusando sin cesar á los ministros de imprevision, de incapacidad, daban bien á
conocer qUé menos aún que los ministros sabían preveer, unir, y asociar los intere-
ses generales en un pensamiento fecundo, pues no conocieron que el tiempo mise-
rablemente empleado en acusaciones estériles, en recriminaciones inútiles, era irre-
vocablemente perdido, pues contados eran los di as que tenia el partido progresista
para organizar el país de modo que fuera imposible una reaccion que debia á falta
de esta organizacion estallar á la mayoría de la reina, como así ha sucedido. Este re-
sultado en primer término fué incauta é involuntariamente preparado por los que
en el Congreso y en la prensa atacaban el ministerio por su imprevision en 1841.


Es muy cierto, el ministerio presidido por el Sr. D. Antonio Gonzalez no tenia
la energía, la fuerza de concepcion, la inteligencia que distinguen á los estadistas,
¿mas á dónde estaban esos hombres privilegiados? Los que tan duramente atacaban
aquellos ministros, volcados estos no quisieron tomar el mando para demostrar á la
nacion que sabian y po dian más. Cuando fuéron llamados á poner en práctica como
ministros sus teorías, como diputados de la oposicion se negaron á tomar el mando.
Monstruosidad constitucional desconocida en los gob iernos representativos de otras
naciones. Todos los hombres de alguna cuenta de ambos partidos han llegado á ser
ministros en España. ¿ Habian acaso los antecesores señalado su paso en el poder con
más brillo que el ministerio Gonzalez? No. ¿Tras de este, los que lo han seguido han
sido más hombres? Tampoco; pues á la vista de tan triste realidad, deber y obligacion
sagrada era para todos los liberales apoyar ese ministerio, estimulándolo á que hicie-
ra más y mejor, ó volcarlo para hacer eso mismo, dejando á la prensa reaccionaria
la mision de crear estorbos á la regencia, de hacer odiosos los hombres que goberna-
ban. La prensa liberal debia emplearse en aplacar los ánimos, y dirigir el partido pro-
gresista al gobierno, y el pueblo hácia un órden político y social mejor de donde




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hubieran salido hombres de pecho, de saber y de firme resolucion que hubiesen dado
á la regeneracion de España una base sólida fuera del terreno abrasador de nuestras
di scordias.


Con estos tristes elementos de pasiones ardorosas y de una opinion extraviada se
abrieron las Córtes de 1842, auspicios funestos de más funesto porvenir. En el Senado
la comision de mensaje presentó álos pocos dias su proyecto de contestacion al discurso
del regente. Era esta austera, grave, severa, de ninguna manera hostil; la discusion
fué templada, sin acrimonia, cual convenia á un cuerpo de representantes del pue-
blo que queria mejorar y no destruir lo existente. Si los ministros habian incurrido
en graves faltas, culpa en parte era de la calamidad de los tiempos, mas sus inten-
ciones habian sido puras, íntegras, patrióticas, y habian contraido los más tremen-
dos compromisos en defensa de la revoluciono El porvenir era lo que preocupaba al
Senado y no lo pasado: advertencias prudentemente severas dadas sin encono, ad-
mitidas sin altivez, pusieron al Senado en el límite postrero de la oposicion que podia
hacer al gobierno; el Senado reservaba su patriótica energía para combatir los ene-
migos de la ConstituciOl1 y del pronunciamiento de Setiembre; y cuando amaneció
el dia de desplegar esa energía, ni se faltó el Senado á sí mismo ni á la nacion.


y como lo que decimos del proyecto de contestacion del Senado pudiera aparecer
parcial por decirlo quien fué parte interesada, citarémos el Eco del Comercio del 14
de Enero de 1842 : «al dar cuenta del proyecto de contestacion, alaba su energía á la
»par que su templanza; hallaba en él una censura explícita de los estados de sitio,
»aunque expresada en términos delicados pero claros, y reprobacion de otros mu-
»chos actos, entre otros los relativos al funesto sistema de operaciones de Hacienda.
)) Un diario de la oposicion, decia el Eco, no se mostraria más severo sobre la cues-
»tion de Hacienda.)


La discusion no duró más que dos dias.
Otro rumbo llevaron las cosas en el Congreso: el proyecto de contestacion que la


prensa calificó de más seycro que el del Senado, tomó en la discusion una impor-
tancia fatal, pues señaló un rompimiento irreparable del partido progresista, orígen
de todos los males que sobrevinieron hasta el anonadamiento legal y material del
partido. La discusion se abrió el 20 de Enero y duró hasta el 23 de Febrero; de modo
que treinta y cuatro dias fuéron empleados en recriminaciones, en reconvenciones
funestas que llenaban de gozo al partido reaccionario y llevaban el luto al corazon
de los que no participaban en el partido progresista de esos odios implacables. Allí
se vió hombres que en la mañana del 8 de· Octubre aconsejaban las resoluciones más
inconstitucionales, echar en cara al gobierno algunas infracciones de Constitucion:
allí se vió hombres llamados á gobernar sostener principios subersivos de todo go-
bierno, preparándose á sí mismos los más amargos desengaños; y en esa fiebre de pa-
labras, en esa confusion de ideas, perdíase torpemente un tiempo precioso, que me-
jor aprovechado hubiera salvado el país y la libertad.


Los acontecimientos de Octubre fuéron el campo de batalla: no haber previsto la




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367 -


insurreccion, y haber puesto á Barcelona en estado de SitIO fuéron los dos ejes de
la discusion, por más que los ministros dijeran y repitieran hasta la saciedad, en
cuanto á la insurreccion que la seguian paso á paso, prontos á sofocarla en cuanto
estallara, mas que sin infringir la Constitucion no podian prender personas contra
las cuales hahia sospechas, mas no pruebas legales; por más que dieran cuenta de
las precauciones tomadas, probando que el ataque del 9 de Octubre habia sido un
acto de desesperacion intentado precisamente, porque la vigilancia del gobierno ha-
bia desbaratado el plan, obligando á los jefes á esconderse para no ser presos; por
más pruebas que dieron de la felonía de algunos hombres, de la defeccion de otros
cuyos antecedentes debian inspirar toda confianza; por más que enumeraron los ca-
sos de conspiraciones en España y fuera de ella que habian estallado, sin que la po-
licía poco escrupulosa de los gobiernos absolutos las hubiera descubierto, ni sofoca-
do antes de estallar, siendo así que el gobierno de la regencia se hallaba sin casi po-
licía alguna, merced ú las economías hechas por las mismas Córtes no teniendo el
ministro de la Gobernacion á su disposicion más que doce agentes de policía y dos-
cien tos mil reales.


Todo fué inútil, razones, pruebas, argumentos pasaban desapercibidos, y como si
nada hubieran dicho los ministros: nuevos oradores tomaban la palabra para repetir
idénticas recriminaciones sobre la imprevision de aquellos; por último, una en-
mienda al proyecto de contestacion en favor de los ministros, pudo pasar.


Si en aquella época la violencia de la oposicion contra el ministerio pud'o parecer
á los hombres previsores impolítica, injusta, intempestiva, comparando hoy los dis-
cursos de ciertos oradores hechos minis tras, se pregunta el historiador con espanto,
si 10 que tiene á la vista es sueño, ilusion ó fatigosa pesadilla, pues no parece posi-
ble que el extravío de la razon humana haya podido llevar hombres que se horrori-
zaban en Febrero de 1842 de ciertos actos de los ministros, objeto de su encono, á
hacer y realizar intencionalmente aquello mismo que en su delirio calenturiento va-
ticinaban como un resultado infalible de la marcha de aquellos ministros. Esta pági-
na inexplicable, horrible, de nuestra historia, no la he visto escrita en ninguna de
las publicaciones que han salido á luz de 1843 acá; hay, pues, que recordar los dis-
cursos de (842) no como un acto de acusacion contra los hombres cuya fatal estre-
lla ha sido la de realizar cuanto tenian anunciado de más lúgubre, mas como un en-
señamiento útil á los partidos cuyos extravíos suelen resumirse en un suicidio.


Empezaré por el Sr. D. Joaquin María Lopez, cuya imaginacion febril trazaba el
cuadro de calamidades que quince meses más tarde se han realizado, si no ha cundi-
do aún el cúmulo de males que pronosticaba el dia 21 de Enero formulando contra
sí mismo el fallo que la posteridad le reserva, como autor de la ruina del partido
progresista y de la libertad de España.


Así se expresaba el Sr. Lopez en la sesion del 21 de Enero de 1842:
«Protesto á la faz del mundo y aprovecho esta ocasion pública y solemne para re-


"petir mil y mil veces que ni ahora, ni despues, ni nunca, cualquiera que sean las




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»circunstancias, cualquiera que sea la marcha de las cosas y su combinacion, he de
»salir yo de la esfera particular y privada en que me encuentro constituido y en que
.'vivo muy feliz y con harto gusto mio; yo quisiera que los que hubiesen de impug-
.. nar mis doctrinas hicieran la misma protesta, y la cumplieran como yo la cumpli-
.. ré; esto seria la mejor prueba de imparcialidad ..... Desde el dia mismo en que se
.. anunció el actual gabinete, creí yo y sostuve en una reunion de diputados tenida
.. aquella noche, que desde luego debiamos pronunciarnos en contradiccion abierta
.. con él. Testigos son más de cuarenta diputados que asistieron á aquella conferencia .
.. Yo tenia tres motivos poderosos en mi opinion, y voy á manifestarlos porque los
llsucesos han venido á robustecerlos, y porque quiero ser en todo sumamente claro
.. y explícito .


.. Primero, porque no veia que el gobierno se hubiese nombrado .con arreglo á las
.. prácticas parlamentarias, puesto que estas exigen se saquen los ministros de la ma-
"yoría del Cuerpo colegislador á que pertenecen, cuya opinion es emblema de la del
»país, y los ministros actuales sacados de este Cuerpo no pertenecian á la ma-
"yoría, que se habia significado en una ocasion entonces reciente y para siempre
.. célebre.


»Segundo, porque no podia mirar á la mayor parte de los ctctuales ministros como
»producto del pensamiento de 1.° de Setiembre ..... Que me digan los ministros que
.. hoy ocupan esos bancos qué hacian ni en qué contribuian al éxito feliz de aque-
.. Ila empresa, mientras los demás tirabamos nuestras cabezas al medio de la calle,
»jugándolas en una tentativa en que habia tantos motivos de temer que pudieran
»malograrse.


» N o seré yo quien niegue á los señores ministros las brillantes cualidades para
.. adornar sus personas. Probidad, patriotismo, deseos puros, sanas intenciones, todo
"se lo concedo, pero se necesita algo más para gobernar, y esto es lo que no hallo,
.. ni les puedo por tanto conceder .


.. No olvidemos, seí10res, que los cantos de la victoria son muchas veces como el
.. canto de la sirena, que no atrae sino para dar la muerte; y á mí me importa poco
»que el sepulcro que encierre la libertad de mi país esté marcado por una senda de
"rosas y de laureles, si al fin es un sepulcro. Se engañan mucho los que creen que
.. la cuestion está resuelta ya definitivamente: no, señores, no está más que aplazada
"para otro dia, y de ese dia temo yo mucho, porque entre un partido resuelto, em-
lIprendedor, que trabaja sin descanso, que no perdona medios, y un gobierno débil,
.. inactivo, que se asusta hasta de la sombra misma de su poder, el resl.lltado no pue-
.. de ser dudoso por mucho tiempo. Hé aquí por qué yo hago la oposicion, por qué
.. miro esta materia como de vida ó muerte para el país, y yo, señores, debo decir
"por más doloroso que sea, que tengo en mi corazon, por lo que he visto, la convic-
.. cion tristísima que si este gobierno sigue, es necesario que empecemos á preparar
.. la oracion fúnebre para la libertad de nuestra patria ...


» Voy ahora á especificar los cargos y para ello seguiré el órden cronológico. ¿ Dónde




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369-


Hempezó la sedicion? En Pamplona ¿ quién se puso á la cabeza? O'Donnell. ¿Quién
»habia permitido á O'Donnell residir en aquel punto cuando se vino de Francia? El
»gobierno. Hé aquí su cargo: el gobierno sabia como lo sabiamos todos que O'Don-
Hnell era enemigo de las instituciones X del úrden establecido; que se opuso á él con
»porfía en Valencia hasta el·último momento; que el manifiesto de la reina Cristina
»se refería á él, cuando decia que no habia faltado un general que la ofreciera su es-
"pada, y el gobierno no podia suponer, porque no está en el coraron humano, que
»tan pronto se hubiera convertido, que tan pronto se hubiera reconciliado con el sis·
"tema que antes aborrecia, y que no viniera á nuestro suelo con miras aunque disi-
»muladas, decididamente enemigas.
l)1~0 obstante, le permitió quedar en aquel punto y lo más que nos ha dicJ"lo el se-


"ñor ministro de Estado, ha sido que le impidió fijarse en Bilbao, como si Pam-
»plona no fuera sitio más temible y más importante por su proximidad á un reino
))extraílO, y por otras mil circunstancias ¿Es esta la prevision de que hacen alarde los
»ministros? ¿ Es esta su sagacidad, cuando bastaria tener sentido comun para conocer
»10 indiscreto y arriesgado de aquella medida?


»A poco de llegar O' Donnell á Pamplona, escribieron de aquel punto personas
»muy respetables que me están oyendo, una ocurrencia singular que es necesario re-
"ferir Decíase, que á la llegada de aquel general, habian ido á visitarle por mera ur-
»banidad y etiqueta algunos comandantes y oficiales de la guarnicion, y que dirigién-
"dose O' Donnell á uno de los primeros le habia sorprendido con una palabra que
»desde luego revelaba sus disposiciones y todo su secreto.-A Vd., le dijo, le prevengo
llque no vuelva á presentarse en mi casa, porque no puedo olvidar la traicion que
"cometió en Valencia abandonando las filas de la lealtad que eran las de la reina ~ris­
»tina, para pasarse á las de la revoluciono La carta en que se con tenia esta noti-
"cia con estos detalles fué presentada á los ministros: ellos la leyeron, ellos la mira-
»ron como cosa insignificante, ellos permitieron la continuacion de O'Donnell en
"Pamplona; los resultados ya los hemos visto. Esa era la prevision del gobierno y
"esos los datos pJfa formar su apología .... Víctimas, y no pocas, ha habido en Pam-
"pIona, y la tranquilidad alterada de aquellos habitantes, los males que han sufrido,
"las desgracias que han experimentado, la sangre que se ha derramado, las vidas que
·¡se han perdido forman un cargo tremendo que pesa exclusivamente sobre las cabe-
»zas de los ministros, que todavía se nos presentan con aire dominante y tri un-
"fador.


"En Castilla ha habido' tamhien otra sedicion ¿quién la ha dirigido? Orive; pues
"contra ese mismo Orive, señores, han llovido las reclamaciones de las autoridades;
"se le mandó venir á Madrid pocos dias antes de los sucesos de Octubre, vino, habló
ncon los ministros y se volvió con el mismo mando que tenia, por consiguiente, con
"la confianza que supone el hecho de continuarle aquel carácter. Su entrevista le
"proporcionó sólo una nueva ventaja y un nuevo aprecio, y de ambos se valió para
"proclamar hien pronto el principio de la rebelion. ¿Y todavía tienen valor los mi-


24




- 370 -
Ylnistros para decirnos que han sido sagaces y previsores? Esto, señores, apenas pue-
"de creerse aún estándolo viendo.»


Sigui o en la palabra el Sr. Lopez en la sesion del 22 de Enero y dijo:
»El peligro porque hemos p'asado ha sido inminente; igual es el que corremos hoy;


'lestamos sobre el cráter de un volean. Piénsese, señores, que existe el mismo parti-
)Ido, que sus asechanzas y sus tentativas se redoblan y que no ha disminuido en nada
"ni en sus esfuerzos, ni en sus propósitos, sin que haya tenido otra pérdida que la de
»seis Ú ocho hombres que han sucumbido en la última insurrecciono Para persuadir-
hnos de esta verdad, para ser prevenidos y cautos cuanto conviene para conocer que
»con un gobierno apático es imposible vadear una situacion tan arriesgada, sirva de
)lantecedente la carta que se supone encontrada al general Lean.


»Las combinaciones que he dicho (las que contenia la carta) continúan acaso con
"más ardor que. nunca, se traman en el extranjero, se procuran adoptar en la Penín-
llsula, y á éada cual se le habla en su lenguaje por lograr su asentimiento ó coope-
"racion. Á hombres públicos que tienen acreditada su conciencia y fijas sus con-
"vicciones, se ha llegado con cautelosa red; han tenido la respuesta que merecian,
"pues el hombre que ocupa cierta posicion social debe combatir en público los abu-
"sos, y no entregarse á oscuras maquinaciones ni servir de instrumento á ambicio-
"nes ni intereses agenos.


llParece que se haya pronunciado una maldicion horrible por el destino sobre esta
»nacion infortunada; ella se salva mil veces á sí misma, y otras tantas se la hace caer
"por los hombres que se apoderan del mando en el estado lastimoso que sacudió por
"su heroismo. Ella rompe mil veces las cadenas, pero bien pronto se encuentra quien
»se encargue de soldarlas y de darlas nueva forma; parece que estamos condenados
"á parodiar la pena de Penélope, pasando nuestra triste vida en hacer y deshacer, ó
)lla del desgraciado Sísifo que levanta el enorme peñasco sobre sus hombros, y en
'lel momento que llega á la cumbre le ve rodar otra vez hasta el abismo.»


En la sesion del 30 de Enero, contestando á un discurso del Sr. Lujan, dijo el se-
ñor Lopez:


"El Sr. Lujan, para concluir su discurso, nos ha amenazado con el porvenir, pin-
»tándole sombrío, si no sigLlen los actuales ministros, y apostrofando vivamente al
llCongreso sobre esta idea. Yo que he SC3uido paso á paso á S. S., yo quiero imitarle
"hasta en la conclusion.


)1 y bien, diputados, diré yo tam bien para concluir: pensad que vais á pasar el Ru-
"bicon con vuesto voto, y que vais con él á afianzar en esos bancos á los actuales
"ministros ó á hacer que el Gabinete se cambie ó varíe; pensad que estos ministros
»tienen sobradamente acreaitada su impericia, su insuficiencia, su falta de accion,
»su falta de energía, y que si esperais otra nueva prueba, tal vez esta nos hunda para
"siempre en el abismo: pensad que la mina está cargada, y tal vez no lejano el dia
)len que reviente: que la mano del ministerio es harto ill1potente y débil para con-
»ten.e-r su explosion , y que el dia en que esto se verifique volará en pedazos el edifi-




ncio de la libertad que nosotros hemos levantad0 á costa de tantos sacrificios, y nos
»envolverá al caer entre sus miserables escombros. Pensad que se trata de la exis-
»tencia de la patria, de la existencia de las instituciones, de la existencia de vuestras
))esposas, de vuestros hijos, de todo lo que hay de más interesante y tierno al corazon
»humano: que esta patria os pedirá cuenta de vuestro voto, y que si en el dia del
ninfortunio pudieseis evitar la horrible suerte que nos amenaza, tendríais que ir á
» buscar la seguridad de una vida llena de oprobio á una tierra extraí1a, donde os se-
nguirán las maldiciones de la generacion pres~nte y de la posteridad que siempre es
»inflexible. Pensad, por último, que en esta cuestion no hay mañana, porque ese
"dia tal vez no nos traiga otra cosa más que un desengaño doloroso y una ruina ine-
llvitable. »


En la ses ion del 10 de Febrero, dijo el mismo Sr. Lopez.
"Suce1ie, señores, entre nosotros una cosa bien triste y desconsoladora: maquinan


"los enemigos, conciertan sus planes, si triunfan es seguro que los cadalsos serian
"nuestro paradero, ó la emigracion cuando más nuestra única esperanza: los patriotas
»alarmados por el peligro salen á la defensa, sofocan todas las tentativas de los rebel-
lldes, y entonces se alza una voz de funesto remedo de las que se oian en el ministe-
»rio de 1834, voz que nos dice que no hay vencedores ni vencidos: en seguida se pro-
»cura rebajar el mérito de los primeros y hacer con calor la defensa de los últimos.


"EI ministerio del Estatuto nos dijo, no una sino muchas veces, que no habia ni
¡¡vencedores ni vencidos; quiso que miráramos impasibles á los que habian sido
"nuestros verdugos en la ominosa década, y ni siquiera queria que la víctima estu-
»)viera al mismo nivel que su sacrificador. Sin embargo, esos vencidos á quienes se
))queria perdonar hasta la desventaja de este nombre, maquina ron hasta el punto de
"hacer inevitable un movimiento en 1836. Consiguióse entonces una Constitucion ,
¡¡pero se repitió que no hahia ni vencedores ni vencidos, y el partido derrotado veri-
nficó una reaccion que hizo forzoso otro pronunciamiento en 1.° de Setiembre. Re-
nconquistadas en ese dia nuestras libertades, se insistió aún en que no habia vence-
"dores ni vencidos, y los que lo fuéron nos han traido el período peligroso del 7 de
"Octubre. Todavía se les defiende, todavía se pinta con colores odiosos á los que han
),sabido triunfar de sus intrigas; todavía se intenta calumniar la historia contempo-
,)rinea: pues bien, que se vea dónde estan esos que no han querido llamarse vencidos
"desde el aií.o 1834 acá, y dónde estamos nosotros. E l/os están al lado de Cristina
»trabajando por l/na restauracion que nos vuelva en política al estado que tenían las
"cosas á la muerte de Fernando; y nosotros estamos al lado de la Constitucion para
»defenderla y de una regencia que la nacion ha nom brado del modo más irrecusable
"y solemne. Los hechos hablan más claro y más alto que los hombres.»)


¿Quién podrá explicar por qué medios, por cuáles causas el hombre que así hablaba
en Febrero de 1842, que así juzgaba á un partido y las consecuencias del triunfo de
este partido, llegase en Mayo de 1843 á unirse á este partido, á llamarle, á realizar su
triunfo? Compárense sus palabras acusadoras de 1842 yel programa de 1843, y díga-




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se si por más que se recorra la historia de las inconsecuencias humanas, de las aber-
raciones del entendimiento de los hombres en política, hay ningun ejemplo que se
pueda ni comparar al doloroso cuadro que presentan las inconsecuencias de D. Joa'
quin María Lopez. Tampoco hallamos un castigo más pronto, ni más merecido, ni
más ejemplar.


« Protesto, decia el 21 de Enero de 1842, á la faz del mundo y aprovecho esta oca-
))sion pública y solemne para repetir mil y mil veces que ni ahora, ni despues, ni
.. nunca, cualesquiera que sean las circunstancias, cualquiera que sea la marcba de las
.. cosas y su combinacion, he de salir de la esfera particular y privada ..... Yo quisiera
"que los que hubieran de impugnar mis doctrinas, hicieran la misma protesta y la
.. cumplieran como yo la cumpliré ..... »


Así lo cumplió, que en 9 de Mayo de 1843 aceptaba la Presidencia del ministerio
en tiempo del regente, que en Junio aceptó la investidura de la junta de Sahadell, y
fué jefe del nunca bien ponderado gobierno provisional; y si no fué ministro á la ma-
yoría de la reina, no fué por no desearlo, sino porque la reina dijo, «¡ese no!"


«Que no era parlamentario el ministerio Gonzalez, porque las prácticas exigen que
.. se saquen los ministros de la mayoría del cuerpo legislador á que pertenecen,»


y en 9 de Mayo acepta el ministerio como jefe de la minoría; y de cinco compañe-
ros, tres no pertenecian á los cuerpos colegisladores.


"Debo decir, por más doloroso que sea, que tengo en mi corazon por lo que he
))visto, la conviccion tristísima que si este gobierno sigue, es necesario que empeze-
.. mos á preparar la oracion fúnebre para la libertad de nuestra patria.»


No siguió aquel ministerio; vino el Sr. Lopez y asesinó esa libertad, sin que hu-
biera más oracion fúnebre que el programa de Mayo y de Julio.


"Que todos sabiamos que O, Donnell era enemigo de las instituciones y del órden
.. establecido ..... Que no está en el corazon humano que tan pronto se hubiera con-
IIvertido, que tan pronto se huhiera reconciliado con el sistema que antes aborrecia,
.. y que no viniera á nuestro suelo con miras, aunque disimuladas, decididamente ene-
))m1gas.»


y quince meses despues de haber pronunciado estas palahras, el que las dijo,
llama, abraza, se une al general O' Donnell, y le da el m:l11do el más importante, el
más lucrativo de España, le nombra capitan general de Cuba!!!


"Que víctimas y no pocas ha habido en Pamplona, r la tranquilidad alterada de
•• aquellos habitantes, los males que ha sufrido, las desgracias que ha experimen-
»tado, la sangre que se ha vertido, las vidas que se han perdido, forman el cargo
))tremendo que pesa exclusivamente sobre la cabeza de los lTIlnistros que todavía se
"nos presentan con aire dominante y triunfador."


Si responsabilidad alcanza á ministros que lucharon denodadamente y vencieron
al autor de todos esos males, á quien permitieron residir en Pamplona en fuerza de
las seguridades dadas, ¿qué castigo habrá para el que premió al que causó ese der-
ramamiento de sangre? ...




¿ Mas á qué analizamos esos discursos, verdadera requisitoria del Sr. Lopez dipu-
tado, contra el Sr. Lopez ministro? ¿ N o saben todos los españoles la triste historia de
los hechos y de ese hombre funesto? ... Acabarémos con las propias palabras de don
Joaquin María Lopez "Los hechos hablan más claro y más alto que los hombres.))


El Sr. D. Fermin Caballero, cabeza del Sr. Lopez, decia en la sesion del 26 de
Enero de 1842:
, "Yo no desconozco que en los momentos presentes tiene el gobierno motivos muy


"fundados para decir que hay justos temores, que tenemos muchos enemigos y que
»necesitamos estar muy alerta; pero cabalmente por eso es por lo que contra lo
»que yo mismo deseara, veo la necesidad de aprobar el voto de censura, porque te-
»mo que en los grandes peligros que nos amenazan tengamos que llorar tambien la
»imprevision que para mí ha tenido el ministerio en los sucesos anteriores, y nos
"lleve al sepulcro, de donde no podemos volver á salir!))


La prevision del Sr. Caballero lo llevó en los sucesos posteriores, á ser en el mi-
nisterio de 9 de Mayo de 1843 yen el gobierno proyisional, uno de los más forzados
y acti vos cavadores del sepulcro á donde bajó la libertad, muerta á manos de los hom-
bres que quince meses antes acusaban á sus más ardientes defensores en los térmi-
nos que van referidos.


El Sr. D. Luis Gonzalez Brabo decia en la sesion de 2 de Febrero de 1842 :
"No ha sido el pronunciamiento de Setiembre el orígen' de lo acontecido en Oc-


"tubre: no, el orígen del acontecimiento de Octubre está en otra parte. Si no hu-
"biera habido traidores; si no hubiera habido conspiradores de mala nota; si no
"hubiera habido un partido organizado contra sus propios principios, contra sus
"propias creencias, contra los dogmas que en otras ocasiones habian aparentado sos-
»tener para echar abajo las libertades del pueblo, no hubiera habido el awnteci-
"miento de Octubre, de modo ;que no está la culpa en el pronunciamiento de Se-
"tiembre, se debe echarla á otras personas, á otras tendencias, á otros principios
»tan mal respetados como bien proclamados.))


¡Así hablaba en 2 de Febrero de 1 842 el Sr. D. Luis Gonzalez Brabo, y en Di-
ciembre de 1843 era el jefe legal de este partido, de esos conspiradores y estos lo
aceptaban! !


U no de los cargos que el partido retrógrado ha formulado contra la regencia del
general E~partero, ha sido el de intolerancia, de exclusivismo, presentándose más
bien como un jefe de partido que como el magistrado supremo de la nacion. Vea-
mos cuáL era la opinion de los más ardientes tribunos de las Córtes de 1842, sobre
este cargo.


"Lo que es un cargo contra el gobierno, decia el Sr. D. J oaq uin María Lopez en
»la sesion del dia 22 de Enero, es que en meJio de su incierta marcha sólo una idea
"perseverante ha mostrado y ha sido esquivar la colocacion de los hombres compro-
))metidos, de los hombres que dan garantías al país para echar mano de los que tie-
))nen una fé dudosa, principios elásticos y una conducta acomodaticia. u




El Sr. Mata, diputado por Barcelo:n, el Sr. D. Juan Bautista Alonso, el señor don
Luis Gonzalez Brabo, hablaron en el mismo sentido, quejí.ndose de las predileccio·
nes de los ministros hácia los empleados separados por las juntas: censuraron la le-
nidad del gobierno en exonerar empleados enemigos de la revolucion de Setiem-
bre, llegando, decian, á tales escándalos, que se protegia á los que conspiraban ó fa-
yorecian á los conspiradores. La diput::lcion provincial de Barcelona llegó á pedir en 6
de Octubre de 1841, que se expulsasen de todos los destinos los sospechosos ó los
tibios que no hubieron dado pruebas manifiestas de adhesion al pronunciamiento de
Setiembre.


Vino el párrafo relativo al estado de sitio, en que el gobierno puso á Barcelona
de resultas de la insurreccion de la junta de vigilancia y de la demolicion de la ciu-
dadela; hemos dado cuenta de aquellos sucesos, y hemos emitido nuestra opinion
sobre la oportunidad ó necesidad imperiosa de aquel estado de sitio: nada tenemos
que añadir.


Cuando abierta la discusion sobre este párrafo del mensaje, oimos los discursos
de los diputados que tan duramente criticaban al gobierno, muchos de entre los que
asistimos á aquellas sesiones, sentiamos ese exceso de celo, esa exagerada indigna-
cion; nos parecia que una advertencia severa como la del Senado, bastaba para re-
cordar el respeto á la ley y salvar el principio constitucional. El uso que el go-
bierno habia hecho de esa medida mal tomada en nuestro sentido, los breves dias
que la mantuvo, eran motivos para una suma indulgencia en favor de una infrac-
cion de Constitucion, que por otra parte los ministros reconocian honrada y leal-
mente ser cierta. Mas por sensible que nos fuera esa ira que nos presagíaba graves
disturbios] con todo, en esas manifestaciones de una profunda indignacion, hallába-
mos á lo menos la consoladora seguridad que llegando al poder los hombres que así
se expresaban, vendría con ellos una época nueva en que ya no se viera por ningun
título ni medidas excepcionales, ni estéldos de sitio, á cuyo nombre sólo se horripi-
laban los puritanos defensores de la letra escrita de la Constitucion. Llegó ese día;
fué un dia de luto, de sangre, y de excesos inauditos, en que las tropelías más mons-
truosas fuéron punto normal del gobierno de aquellos mismos hombres; la Consti-
tucion fué hecha trizas, las medidas excepcionales reglamentadas, las leyes consul-
cadas, la persecl1cion organizada, la violencia, los bombardeos diarios, los estados de
sitio permanentes, la Constitucion escarnecida; en una palabra, con la llegada al po-
der de los puritanos de 1842, se entronizó el despotismo más brutal, más atroz que
haya jamás pesado sobre una nacion, despotismo que aún pesa sobre la desgraciada
España.


Para apreciar debidamente la discusion de 1842, que tuvo por base la infraccioq
de los artículos 7 y 8 de la Constitucion, es preciso tener presente las discusiones y
aclaraciones á que dieron lugar en las Córtes Constituyentes en las sesiones de 2 y 3
de Abril, entre el Sr. D. José Landero, á la sazon ministro de Gracia y Justicia, y el
Sr. D. Salustiano de Olózaga, indivíduo de la comision de Constitucion. Allí po-




drán ver nuestros lectores el sentido genuino que se dió á aquellos artículos, y la la-
titud moral que se les atribuyó por el Sr. D. Salustiano de Olózaga.


Volviendo á la discusion de 1842, empezarémos pues por lo que dijo en la sesion
del 4 de Febrero el Sr. D. Salustiano de Olózaga:


,,¿ El gobierno se puede ver nunca obligado á faltar á la Constitucíon? ¿Será go-
"bierno constitucional? ¿Servirá la Constitucion para lo que nos hemos propuesto los
"que la sostenemos con tanto trabajo, con tanta sangre, con tantas lágrimas, para lí-
"brarnos de toda clase de arbitrariedades, cuando puede el gobierno, cuando lo crea
"conveniente y necesario faltar á ella? Señores, ¿ la juran para eso los ministros
"cuando entran á desempeñar sus cargos? ¿La juramos nosotros para eso? ¿Hay tam-
"bien restricciones mentales en estos juramentos? ¿Se dice, yo guardaré la Constitu-
"cion á no ser que crea que no la puedo gUlrdar?


"Este es el punto gravísimo de la cuestion, y es el de tal trascendencia que hay
»que olvidar toda cuestion de Gabii1ete, toda cuestion del momento para que el Con-
»greso mire las conse..:uencias inmensas que se seguirian, si en este dia no condena-
})ra de tal manera las infracciones de la Constitucion que fuera imposible que jamás
»ministro ninguno responsable se atreviera á firmar una órden contra ella. No hay
»que hacerse ilusion, señores, cuanto se ha hecho, cuanto se ha dicho, cuantos es-
»fuerzos han hecho los particulares y los pueblos para asegurar su porvenir, todo es
"perdido, absolutamente perdido desde el dia que un gobierno compuesto de hom-
»bres amantes decididos de la Constitucion de r837, que han peleado por ella, que
»han hecho bandera de su partido no transigir jamás con los hombres que dicen es
»imposible gobernar con ella, desde el dia en que este Congreso por consideracio-
unes personales, por debilidad, por temor ó combinaciones soñadas, por otra causa
»cualquiera tenga la flaqueza, tenga la pobreza de decir que un gobierno se puede
»ver obligado á faltar á la Constitucion ...


"Señores, los que en medio de tantos elementos como cuentan los enemigos de la
»libertad, los que á la vista de traiciones y sucesos tan extraordinarios como presen-
»ciamos en el mes de Octubre último, los que conociendo lo que se trabaja en el in-
»terior y fuera del país para destruir la Constitucion española; los que volviendo la
"vista á otra parte de la Península ven los progresos que hace en ella un partido
"que ha proclamado que con Constitucion no se puede gobernar al pueblo español,
»y que es indigno de ella, y es incapaz de un gobierno representativo; los que despues
lJde eso, dan un voto en que se supone que es posible que obligue un dia al gobier-
llno una circunstancia la más grave que se quiera, la complicacion de sucesos que se
»mencionan, y exagera como se quiera, á faltar á la Constitucion, sepan, señores, que
»ese dia no sólo perderémos nuestro porvenir, sino nuestro honor como hombres
"públicos.


»A mí me importa poco que se decida por los votos que se quiera decidir, que
"en efecto hay un gobierno que puede faltar á la Constitucion, huyendo en buen
llhora los que tengan tan poca prcvision, los que cedan tanto á ciertas ex,igencias,




))que por más que las respete, jamás yo sabré imitar; pero yo deseo guardarme puro
))para un dia en que un gobierno, animado de otros sentimientos, inclinándose ya
"que no pueda por la fuerza, por la destreza y las medidas excepcionales á privar de
))la libertad á España, rija el país. Entol1ces, ya que tenga que sufrir su opresion: po-
))dré decir he sido siempre firme en mis principios, no he faltado jamás á mi bande-
lira. ¿Podrémos decir á los pueblos que tengan buena fé en nosotros, si viesen que
"cuando combatiamos en las filas de la oposicion haciamos enmiendas y nos oponia-
"mos con todas nuestras fuerzas á hombres que nos decian lo mismo que en defensa
"de los ministros ha dicho el Sr. Posada (1) Y ahora q Lle son otras personas y otros
"los tiempos cedemos y echamos en olvido lo que sostuvimos entonces? No, seño-
"res, no podrémos decir nada; y si nosotros decimos algo al pueblo, no nos creerá:
"dirá que son afecc;one5 de partido, que son miras ambiciosas, que son intereses
"personales; dígalo de quien quiera, de mí no lo dirá jamás.»


Vinieron los acontecimientos de 1843: se dió la mano á ese partido que conspiraba
dentro y fuera de España para destruir la Constitucion española. Formóse un gobier-
no compuesto de hombres que se decian cual ningllnos amantes de la Constitucion,
que habian tomado por bandera no transigir jamás con los hombres que decian que
era imposi~le gobernar con ella, y ese gobierno no sólo transigió, no sólo lla~ó á
esos hombre.:;, mas se entregó á ellos y le entre3aron el país, despues de haber des-
trozado, anonadado esa Constitucion ... y el denodado y elocuente orador del 4 Je
Febrero, formó parte de aquel gobierno aceptando de su mano liberticida una emba-
jada, de ese gobierno que no sólo habia faltado á la Constitucion, sino que la habia
hecho trizas.


El Sr. D. Joaquin María Lopez, cuya malhadada suerte predestinaba á cometer
cuantos atentados podia soii.ar una imaginacion calenturienta contra la Constitucion,
se expresaba en los términos siguientes en la sesion del 10 de Febrero, hablando de
las infracciones de Constitucion que censuraba en el ministerio Gonzalez.


llSí, señores, cuestion es esta de principios y no de otra especie; mas de principios
,)estables, permanentes, eternos, que no admiten modificacion, excusa ni transaccion
"alguna, sean cual fuesen las circunstancias, sea como fuere el poder y el apremio de
"los sucesos.


)) En vano es querer echar mano del débil pretexto de la necesidad; ese efugio sólo
))sirve para dividir y señalar nuestros campos, pUé'S el nuestro no admite los estados
"de sitio en ningun caso absolutamente ..... Ninguna Constitucion se salva infringién-
))dola; entonces se comete un mal real, positivo del dia por evitar otro sólo temido
»que acaso podria hallarse en el porvenir; jamás las Constituciones se han salvado
))por esos medios. Cuando se violan ó conculcan sus principios sucede lo que nos dice
»la fábula de Medea que quiso rejuvenecer á Pelias, hizo que le animasen sus hijas
"que deseaban conservarle inmortal, y sólo resultaron huesos. Esto es lo único que


(1) El Sr. Posada tan acérrimo defensor del ministerio en 1¡)41, pasó á la coalicion el año sigUIente.




"que queda desrues de la violacion de las Constituciones; ni un dia se retarda su
IIcaida por estos indirectos medios. Se verifica lo que con aquel califa de la Ara-
"bia, de quien nos refieren los historiadores, que acometido de un mal incurable,
"y habiéndole hecho creer que se aliviaria con entrañas palpitantes de nií10s, hizo
»arrancarlas á muchos, pero él no se mejoró, no prolongó su odiosa existencia un
"instante sólo.


"Los poderes en los gobiernos representativos dejan de existir de derecho desde el
"momento en que la Constitucion deja de existir, desde el instante en que es ata-
.. cada ó infringida; y ¿cómo podrán mandar en virtud de una ley que ellos han sido
»los prlmeros en condenar al olvido, bajo el falso pretexto de aspirar á su conser-
"vacion?


Es preciso tener á la vista el Diario de las Córtes para creer que el hombre que ha
sentado esos principios á la faz del universo, haya sido el que pocos meses despues
realizó la fábula de Medea con esa Constitucion á la que profesaba en 10 de Febre-
ro un culto religioso, Es preciso tener á la vista ese discurso y los del mismo ora-
dor 'para defender sus atentados, para creer que son de una sola y misma persona.
El abuso de la palabra, las aberraciones del entendimiento humano, la elasticidad
1I10nstroosa de las conciencias políticas, no ofrecerán un ejempio que sufra compara-
cion con el que presenta el Sr. D. Joaquin María Lopez, abogando el pró y el contra
con tanta osadía.


El Sr. D. Fermin Caballero, compañero y guía del Sr. D. Joaquin María Lopez en
el ministerio y en el gobierno provisional, decia en la sesion del 26 de Enero de 1842:


« Una de las cosas que más influyeron en el pronunciamiento de Setiembre, una
"de las que más marcaban la línea divisoria entre el sistema del partido que manda-
»ba y el del partido que mandó despues, fué la condenacion más completa de los
llestados de sitio. Una de las condiciones del pensamiento de Setiembrefué que jamás
"volvieran á verse esos estados de sitio ..... digo más, para mí el fundamento de la
»censura que merece el actual ministerio es este y no otro; aquí está el punto, en
Hel cual nin,.;un senor diputado que ha sosteniJo las opiniones del partido progresis-
))ta puede pasar sin dar al gobierno un voto de censura; porque, señores, esta es una
» mancha echada al partido del progreso, y debe rechazarla de sí: los partidos políticos
"no se sostienen porque haya en esos bancos unos ú otros hombres: los partidos po-
"líticos se sostienen por la constancia en sus principios, y el partido que muda de
»opinion no puede tener jamás en el país el asentimiento que nosotros deseamos
"tenga el nuestro,»


Por haber faltado á esta máxima del modo más inaudito el Sr. Caballero y el go-
bierno provisional ha perJido el partido progresista, sin culpa propia, ese asenti ..
miento público. El Sr. Caballero y sus compañeros son los que han echado sobre sí
esa mancha indeleble; alcanza al partido progresista, víctima de los atentados de 1843,
cuando dos oradores de 1842 echaron en olvido sus enfáticos discursos contra aque-
llos ministros.




- 378 -
El ~r. Ayllon, compañero del Sr. Lopez y Caballero en el minlsterio y en el go-


bierno provisional, encargado del ministerio de Hacienda, decia en las Córtes de 1842,
sesion del 8 de Febrero, lo que sigue:


"Parecia que publicada la Constitucion de 1837, no pudiera presentarse el caso de
"que se pusiera en duda que el gobierno, cualesquiera que fuesen las circunstancias
"en que á su juicio se hallase la nacion, se debia atener á lo declarado en esa Consti-
"tucion.


"Creia yo, señores, y creo que no hay circunstancias en que la Constitucion y las
"leyes no hayan previsto lo necesario para ocurrir á todos los casos que puedan
"presentarse, en que sea necesario emplear la fuerza y la autoridad del gobierno para
"mantener el órden público.


))A la sombra de la declaracion del estado de sitio (en Cataluña), se ejerció una ar-
"bitrariedad irritante; ningun ciudadano estuvo seguro en su casa, ninguno al salir
"de ella sabia si volveria ó si le echarian mano para encerrarlo en alguna prision y
"enviarle deportado á un presidio ó islas remotas; no hubo libertad para ejercer nin-
"gua derecho político, porque á consecuencia de una ficcion infernal, de ese aborto
"del patriotismo, pues así es como yo califico los estados de sitio, los españoles que
"trataban de ejercer, por ejemplo, el derecho de eleccion, ó manifestar su JJpinion,
"bien por medio de la prensa ó depositando su voto en las urnas electorales, eran
"perseguidos y castigados como si fuesen los mayores criminales, como si atentasen
"abiertamente contra la Constitucion y las leyes .....


)),El pronunciamiento de Setiembre de 1 840 no fué otra cosa mús que una declara-
"cion de que la nacion queria ser gobernada por la Constitucion~ de que queria que
))sus leyes fuesen respetadas, de que la seguridad de los ciudadanos y todos sus dere-
llchos fuesen una verdad ... parecia que debiamos estar enteramente tranquilos, que
))no lIegaria el caso de volver jamás á hablar de estados de sitio, sino en la historia
"para condenarlos ... Necesidad, señores, de estados de sitio, no puede haberla jamás:
)lel gobierno dentro de las leyes tiene toda la autoridad suficiente para reprimir á los
"perturbadores de la tranquilidad pública, para sofocar toda intentona que vaya diri-
))gida á poner en duda la autoridad legal.


))¿Qué garantías dejamos á los españoles de que mañana no vendrán sobre este
"desgraciado país las mismas circunstancias, los mismos conflictos, l~ misma necesi-
"dad de otro nuevo pronunciamiento, si han de obtener las garantías de su libertad?
"Ninguna absolutamente. Cuando se barrenan los principios, cuando se contradicen
¡¡en la práctica, por más que se hagan cuantas protestas se quieran, las palabras no
"tienen fuerza ninguna, las leyes no tienen vigor, y la Constitucion desaparece.»


Palabras proféticas, el Sr. Ayllon formó parte de un ministerio y de un gobierno
provisional; holló todas las garantías de la libertad de los españoles; barrenó todos
los principios~ y no sólo no gobernó con la Constitucion, sino que la hizo trízas,
contradijo en la práctic::l del modo más criminal cuanto habian dicho los que com-
ponían aquel nefando gobierno, así fué que las palabras no tuvieron fuerza, las le-




yes no tuvieron vigor, y la Constitucion desapareció. Obra fué esta del gobierno
provisional y exclusiva suya.


El Sr. D. Manuel Cortina enla sesion del 9 de Febrero de 1842, dijo:
«Señores, yo digo que dentro de la Constitucion no hay estados de sitio posibles,


»que no hay ningun caso, absolutamente ningun caso en que conforme á ella
»pueda hacerse semejante declaracion; el estado de sitio, señores, produce el efecto
"inmediato de hacer desaparecer todas las garantías que la Constitucion concede.
»¿Cómo puede concebirse que hay ningun acto ni del gobierno ni de ninguna autori-
»dad que sea bastante eficaz, que tenga fuerza suficiente para hacer que acaben, que
»desaparezcan estas garantías que la Constitucion concede? Esto es, señores, una de
»aquellas verdades elementales que no han menester demostracion; yo creo, y avan-
))zo más, que ni las Córtes pueden tampoco hacer esa ley, por la cual se formaban
"como se ha intentado antes de ahora, los estados de sitio, y la demostracion de esto
"es muy sencilla: las Córtes en mi opinion no pueden hacer leyes sino dentro de la
uesfera y'círculo que la Constitucion las traza. ¿ Estánoor ventura autorizadas para
"decretar que en determinados casos y circunstancias puedan hacerse desaparecer
lltodas las garantías constitucionales? De ninguna manera.»


El Sr. Domenech en la sesion del 7, dijo: "Nosotros defendemos que ni ahora ni
"nunca, en tiempo alguno, cualquiera que sea la gravedad de los sucesos, no tiene el
»gobierno, no hay ley ninguna que le autorice para declarar el estado de sitio: ne-
"gamos el supuesto, negamos la necesidad, creemos que las leyes constitucionales
"bastan para todos los casos, porque lo contrario es proclamar una doctrina que no se
"puede sostener»


El Sr. D. Juan Bautista Alonso que formó parte del ministerio Lopez y del gobier-
no provisional, decia en la ses ion del 9 de Febrero: «Seí10res, los estados de sitio, esas
lldecI1raciones funestas contra el régimen legal, esas declaraciones que suponen que
»no tienen fuerza bastante las leyes para reprimir los excesos que el error, la malicia
"ó la ignorancia pueden cometer, son actos que menguan con el respeto debido á la
"ley, el que se debe á los gobiernos ... yo no quiero estados de sitio ... ayer se dijo con
"admirable felicidad por el Sr. AyIlon, que el estado de sitio fué una invencion infer-
»nal del despotismo, y pregunto yo: ¿una invencion infernal del despotismo puede
»restituir la calma á ninguna provincia? ¿,Y la tiranía puede dar la paz? ¿La tiranía
»puede llevar el sosiego y el consuelo ú las familias? Creo todo lo contrario»


A la vuelta de aílO y medio de haberse pronunciado estos discursos en que se sen-
taban principios de un puritanismo constitucional, exagerado en los unos, erróneo
en los otros, España presenció el más doloroso espectácuio de los oradores de 1842.
Algunos de los que tales principios proclamaban, hicieron todo aquello que anate-
matizaron, y mucho más; pusieron estados de sitio, bombardearon, destruyeron la
Constitucion que tanto ensalzaban, y cometieron los más inauditos atentados contra
las personas, mientras otros de los más elocuentes oradores de aquella época, asis-
tieron mudos ó cansen tientes á la vista de tales excesos. Mas todavía nos queda que




- 380-
citar las palabras del orador, que como el que debia exceder á todos en criminal
mofa de cuanto proclamara en 1842, á todos los excedió en anatematizar los estados
de sitio.


Hé aquí lo que decia en la sesion del 9 de Febrero el Sr. D. Luis Gonzalez Brabo:
«La cuestion de principios queda aquí consignada tal como yo la entiendo. Quiero


"que quede aquí sentado, que si en otras ocasiones ha habido quien haya podido sos-
"tener que los estados de sitio no pueden nunca ser necesarios para el gobierno, y
"ahora dicen que puede haber un caso especial en que el juicio de éste baste para
"que lo sea, quiero que mi país sepa que yo no participo de esa opinion; quien; que
llsepa al entrar en esta cuestion ahora y siempre, despues de inmensos sacrificios,
"que yo he votado con arreglo a la consecuencia que me debo a mí mismo; con ar-
nreglo á la dignidad propia de un representante de la nacion española. No quiero
"que en ningun caso, ni ahora, ni cuando las personas á quienes deba más ó menos
»respeto, que las que actualmente están ocupando esos bancos negros, pueda decirse
"que ese caso es necesario. No quiero yo que pueda en lo sucesivo, el ministerio sea
"el que sea, decir: al ministerio tal se le concedió, que pudo verse en necesidad de
))valerse de ese medio. y la necesidad de hacerlo lo justificó completamente; y yo, el
"ministerio que venga sea cual fuere, me veo en la misma necesidad y hago lo mis-
"mo. No quiero yo que se conceda que hay ocasion en que es menester, es preciso,
"esforioso, es necesario tapar la estatua de la ley, para que esta ley se salve. Seme-
"jante concision, semejante precedente podria perjudicarnos, y equivaldria á una
»cosa que voy á tener la honra de decir al Congreso.


·,Tanto vale presentar aquí la necesidad de en un caso apelar á los estados de si-
»tio, como inutilizar en su principal parte el heróico esfuerzo que la nacion ha he-
»eho en l.· de Setiembre de 1 840. Yo me acuerdo de cuál fué entonces el clamor
"l1úblico; sé perfectamente l,) que entonces pedia la nacion espaíl01a. Yo contribuí
»como uno de tantos, y nada más que como uno de tantos, á que se levantara; y sé,
"que uno de los motivos graves de queja contra determinado partido, contra de ter-
"minado gobierno, era que gobernaba con estados de sitio. Ese fué el clamor general
»de todas las personas, de todos los ciudadanos, de todas las poblaciones; clamor,
»que llegó á formularse en una sublevacion general, en un pronunciamiento nacio-
»Hal, al cual no falto yo en ninguna manera, ni quiero yo que se diga que á lo que
naBí sostuve con mi espada, falto ahora con mi palabra dando un voto contrario dIos
"principios constitucionales, tan fuertemente pronunciados entonces.


»Los seií.ores diputados se acordarán, de que en aquel tiempo se acusaba determi-
))nadamente de tres cosas al ministerio. Se le acusaba de querer llevar á cabo una
»ley inconstitucional, una ley que barrenaba un artículo de la Constitucion. Se le
»acusaba de haber infringido la Constitucion con los estados de sitio, y se le acusaba
»secretamente, pues corria de oído en oído la acusacion, de que en determinado pa-
))saje habia influjos extra-constitucionales que imposibilitaban la realizacion de las
"garantías que la Constitucion establece.




- 381-
)1 Estas tres acusaciones fuéron la base de todo el alegato en que se fundó la grande


))resolucion, la gran sentencia de I. ° de Setiembre.))
y el hombre que esto decia el 9 de Febrero de 1842, casi dia por día dos años des-


pues puso en estado de sitio toda la nacíon, promulgó esa ley que barrenaba un ar-
tículo de la Constitucion, y fué el instrumento más osado, más criminal de influjos
extra-constitucionales que acabaron con las garantías que la Constitucion establecía.
¡Oh mengua del nombre espafiol! ¡ Espafia, la noble, la magnánima España, puesta
toda fuera de la ley por Gonzalez Brabo ... ! Y España lo sufrió. ,. ¡ Horrible expiacion
de nuestras insensatas discordias .. J ¡Seis afios de martirio no han bastado á aplacar
la ira del cielo.,.


La exageracion de las declamaciones de la oposicion, bien evidente en aquella
época, con todo no hacia suponer que los que así hablaban serian los que á los quin-
ce meses realizarian con exceso todos los males que vaticinaban; los fiscales de
un crímen imaginario, estaban predestinados á cometer ese crímen con toda su
fealdad.


En cuanto á los que animados de un sincero respeto á los principios de una rigi-
dez constitucional tal, que no admitian ni en las Córtes la facultad de hacer una ley
que en algo y tem;)oralmente pudiese menguar los derechos constitucionales, en
nuestra opinion se equivocaban bajo el punto de vista legal, sentaban un principio
contrario al de la soberanía del pueblo, se ponian en contradiccion con el texto mismo
de los artículos 7.° y 8,° de la Constitucion, con la historia del mundo entero, con ese
axioma hecho trivial de puro repetido de salus populi, suprema lex. Y para que .he-
chos contemporáneos vinieran á refutar las doctrinas de los Sres. Olózaga y Cortina,
en el momento en que escribimos estos renglones, está Paris en estado de sitio des-
de el 23 de Junio (1), por un \'oto de la Asamblea que felizmente se hallaba congre-
gada, y Dublin con varios distritos de la Irlanda, se hallan en estado de sitio por ór-
den del Parlamento y voluntad del gobierno.


En los treinta y cuatro dias que duró la discusion del mensaje, los ministros se es·
forzaron en explicar por cuan tos medios les sugerían su honradez y su patriotismo las
circunstancias en medio de las cuales habian tenido que obrar del modo que lo ha-
bian hecho: dieron todos los pormenores de la vituperable insurreccion de Bar-
celona contra el gobierno en un momento en que este se hallaba empeñado en una
lucha con el partido reaccionario; pintaron la criminalidad del derribo de la ciudadela,
atentado que habian provocado y protegido las corporaciones populares de Barcelo-
na; refirieron una por una las inauditas defecciones y traiciones que no era posible
preveer, y por último que si en algo hahian traslimitado sus facultades el objeto á
que se dirigian esos actos inconstitucionales, el uso que habian hecho de esas medio
das excepcionales, el poquísimo tiempo que habian durado, debia absolverles de toda
culpa de hecho y de intencion. Nada; los más moderados de la OposlclOn eXlglan


(1) X de Agosto de 1X4X.




- 382-
que el ministerio pidiese un perdon humillante con el nombre de bill de indemnidad
ó de absolucion. Los ministros rechazaron esa clemencia desdeñosa. U na enmienda
en favor de los ministros dió fin á esa deplorable discusion, y pasó por diez votos de
mayoría: 67 contra 57.


Los ministros no estaban exentos de graves errores, mas no era ni su violencia, ni
su intolerancia, ni su falta de respeto á la Constitucion lo que mereciacensura. Si en
algo se habian excedido de sus facultades, ¿no reconocian los mismos adversarios que
guerra tan cruda hacian á aquellos ministros, que eran honrados, patriotas animados
de las más puras intenciones, de los deseos del bien? ¿A qué pues esa oposicion tan
violenta, tan encarnizada? Si en algo merecian censura los ministros, ello era por su
debilidad, por haber detenido antes bien que desarrollado el vuelo de la revolucion
por sus contemplaciones con los enemigos de la situacion creada en 1840, por su
falta de energía con la Francia, autora de los sucesos de Octubre, y más que todo
por no haber apreciado con tino y sagacidad la posicion en que los acontecimientos
de Octubre colocaron á España para con sus advers3.rios de dentro y de afuera.


Con un voto de aprobacion dado por una mayoría insignificante, el ministerio debió
inmediatamente abandonar el puesto y entregar á otros las riendas de la administra-
cion; salieron los ministros de aquella discusion muertos moralmente, debieron ha-
cerse cargo que ya no les era posible hacer el bien, que de día en dia serian mayores
las dificultades ya muy grandes para ellos de gobernar; que la oposicion iria ganando
terreno hasta desquitarse con un voto de censura del de absolucion que acababan
de ganar los ministros, que en esa oposicion militaban todos los oradores de más
cuenta, y que ante una coalicion de pasiones, de intereses, de amores propios heridos,
de enconos irritados, la lucha era sobradamente desigual para querer 13. empeñar. Los
ministros eran tal vez los únicos c¡ue no veían lo que tan claro se presentaba á todos,
ó si lo vieron y supusieron que quedarían por último vencedorts en la lid, la triste
experiencia no tardó mucho en sacarlos de esa fatal ilusion y darles un cruel des-
engaño.


Los trabajos legislativos de los diputados se resentian por fuerza de la hostilidad en
que vivian Congreso y ministros, parecia que el Congreso no tenia más mision que la
de paralizar el gobierno en su marcha; interpelaciones diarias sin ohjeto, sin utili-
dad ocupaban la mayor parte de las sesiones. Se enardecian más y más los enemigos
del ministerio, y poco á poco aumentándose el número de los que le abandonaban,
los elementos, los más hetereogéneos, los más antipáticos entre sí, vinieron á for-
mar cierta homogeneidad hasta que se amalgamaron, y se fundieron en una malhadada
coalicion muy á propósito para destruirlo todo, incapaz de crear cosa alguna el dia
que llegase á triunfar. El pacto de alianza firmado entre las diferentes fracciones de la
oposicion, esta ya compacta, la coalicion resolvió acabar con el ministerio, en 10
que seguramente estaba en su derecho; mas sin estar ni pronta ni decidida á formar
un ministerio que reemplazase el que iba á volcar, cometia un crímen de lesa Const¡-
tucion, pues el resultado era hacer imposible todo gobierno.




- 383-
Los primeros golpes de la coalicion cayeron sobre el ministro de Hacienda señor


D. Pedro Surrá y Rull. Unos contratos de urgencia (y entre nosotros siempre hay
urgencia tratándose de cosas de Hacienda), fuéron objeto de ataques furibundos. Vi-
nieron á las Córtes los contratos, y por más que se escudriñó para hallar un motivo,
un pretexto de acusacion, no se pudo encontrar. Al fin la coalicion tuvo la dicha de
hallar en uno de esos contratos la firma del regente dada por mayor solemnidad del
contrato refrendado por el ministro. Allí fué de ver cuán á pecho tenia la coalicion la
dignidad del regente. Este incidente, traído á discusion con mala fé y peor intencion,
tras de amargas reconvenciones, y recriminaciones apasionadas se zanjó en favor del
ministerio que pudo por esta vez conservar mayoría. Fué su último triunfo.


Desde aquella discusion, el ministro de Hacienda fué el blanco de una encarniza-
da animosidad, mas la coalicion, no contando aún mayoría, echó mano de un ardid
para introducir la cizaña de la mayoría en el ministerio, desquiciar á este primero y
volcarlo en seguida. El ardid surtió su pleno efecto, y el Gabinete cayó con un voto
de censura. Hé aquí cómo se consiguió dividir á los ministros.


La coalicion se presentó modesta é inocente á algunos indivíduos de la mayoría
que aún sostenian al Gabinete, y les dió á entender que la salida del ministro de Ha-
cic:nda haria cesar esos ataques diarios, cuyo objeto era la caida de aqul.!l secretario
del Despacho, y conseguido esto, el ministerio Gonzalez podria tener una inmensa
mayoría que le daria fuerza y vida. Creyeron los ministeriales en la sinceridad de
estas protestas de concordia, y hubo una reunion numerosa de diputados de la ma-
yoría, en la que, dando cuenta los que habian recibido las proposiciones de la coali-
cion, se determinó fuese una comision á pedir al presidente del Consejo la salida del
ministro de Hacienda, cuyo sacrificio debia ser la base de una imponente mayoría,
desmoronándose la existente dia por dia. Oida esta comunicacion por el Sr. D. An-
tonio Gonzales que antes que todo queria ser ministro, y crédulo que á la par que
inconsecuente, no llamó á sus colegas á la conferencia con la comision, mas los con-
vocó el 24 de Mayo á las once de la noche (1) Y les comunicó el mensaje que habia
recibido de los diputados de la mayoría. El ministro de Gracia y Justicia, D. José
Alonso, dijo además, que en su opinion si no se accedia á la proposicion, tenia moti-
vos para creer que cuarenta diputados de la mayoría estaban decididos á pasar á los
bancos de la oposicion, en cuyo caso podia el ministerio estar seguro de tener un
voto de censura. Puede cada uno figurarse cómo quedaria el ministro de Hacienda
viéndose tratado de esta manera por dos de sus colegas: desde luego ofreció su re-
nuncia, reservándose como diputado contestar á los cargos de la oposicion. El mi-
nistro de Marina, general D. Andrés García Camba, se opuso enérgicamente á que se
accediese á las exigencias de los diputados, fundándose en que el deber del Gabinete
era luchar en el palenque parlamentario, y en caso de una derrota, optar entre dejar
el puesto ó disolver las Córtes. Esta proposicion, la única que aconsejaba la digni-


(1) No asistió el ministro de la Gobernacion, D. Facundo Infante, por hallarse enfermo.




dad del Gabinete, fué desechada, y el ~r. D. José Alonso, añadió que si el Sr. Surrá
no hacia dimision él presentaria la suya, no queriendo correr el albur de recibir un
voto de censura, voto que sea dicho de paso le cogió precisamente de medio á me-
dio. El general Camba al oir estas palabras del ministro de Gracia y Justicia, decla-
ró que si por aquel motivo un solo ministro salia, cualquiera que fuese, haria al mo-
mento renuncia del ministerio de Marina. Aconsejó de nuevo que se llamasen los
diputados de la mayoría, y se les hiciese entender lo indiscreto y aun lo peligroso de
sus exigencias, y tras de esta conferencia tomar una resolucion decorosa y digna. Se
accedió á esta proposicion, y quedó convenido que para el dia slguiente se citarian
los diputados de la mayoría. Los ministros se separaron él las dos de la madrugada
del 25.


A las once fuéron de nuevo convocados á la secretaría de Estado; desentendiéndo-
se de lo acordado en el dia anterior, los ministros de Hacienda y de Gracia y J usti-
cia habian entregado al presidente del Consejo sus renuncias, para que las presentase
al regente, y que este resolviese lo que tuviese por conveniente. Consecuente con lo
que habia dicho, el general Camba hizo presente al Presidente que manifestase al
regente que presentaría la suya para el caso que una de las otros dos fuere aceptada:
en esto acabó la conferencia del 25. Aquella noche tenia despacho con el regente el
general Camba; fué al palacio de Buena-Vista. Tratóse desde luego de la crísis mi-
nisterial, y preguntó el general Camba, si una de las dos renuncias presentadas por la
mañana habia sido aceptada. Contestó el Sr. Gonzalez que la del ministro de Ha-
cienda; en ese caso, dijo, aquí está la mia, y sacándola de la cartera la puso en ma-
nos del regente, y siendo esta resolucion irrevocable en el general Camba, hubo que
admitirla.


Dislocado el Gabinete, la mayoría se desq uició enteramente, en vez de reforzarse
con la salida del ministro de Hacienda, y conoció aunque tarde el Sr. D. Antonio
Gonzalez el lazo en que habia caido. Varios diputados catalanes paisanos del Sr. Sur-
rá, que permanecian en la mayoría por simpatía personal á este ministro, pasaron á
la coalicion en cuanto hubo salido del ministerio: con este refuerzo pudo la coalicion
formular su voto de censura, segura ya de la mayoría; así lo hizo tres. dias despues
de la salida del Sr. Surrá. El 28 de Mayo tras de una sesíon de catorce horas seguidas,
el voto de censura fué aprobado por una mayoría de ocho votos; un momento hubo
en el Gabinete el pensamiento de acudir á una disolucion de las Córtes, él pesar dd
imprudente compromiso tomado por el Sr. D. Antonio Gonzalez de no disolver aque-
llas Córtes, mas de los cuatro ministros que quedaban, uno el de la Guerra, general
San Miguel, habiéndose negado él acceder á esta resolucion, el ministerio llevó su
renuncia al regente.


Puédese decir con triste verdad, que en ese día 28 de Mayo de 1842 acabaron las
Córtes de España, y que en aquel día murió el gobierno constitucional: lo que ha ha-
bido desde entonces no merece ni el nombre de Córtes ni el de gobierno constitucio-
nal: la fatalidad impelia al partido progresista al suicidio; haciendo imposible el go-




- 385-
bierno en sus manos, lo puso en otras empeorándose más y más la suerte del país;
pero la posteridad más justa, más imparcial que los contemporáneos, recordará que
ese entorpecimiento, preludio de la muerte de la libertad española, no provino de la
voluntad ni de los actos del regente: allí están los proyectos de leyes presentados á las
Córtes de aquel año, como monumentos irrefragables de los desvelos del regente en
favor del país. Si el general Espartero no pudo llenar su noble y grandiosa mision,
no fué suya la culpa, la historia dirá de quién fué, cuando con pausa é imparcialidad
juzgue las pasiones ciegas que bullian en aquella época de desventura, orígen de la
catástrofe en que perecieron la regencia, la Constitucion, la libertad y el partido pro-
gresista.


Admitida la regencia de los ministros, éstos á fuer de buenos y leales españoles y
amigos fieles del regente, le aconsejaron que ateniéndose á lo que era práctica cons-
tante en los gobiernos representativos, llamase para formar un nuevo Gabinete á la
persona más autorizada de la mayoría, que habia formulado el voto de censura é in-
dicaron al Sr. D. Salustiano de Olózaga, como el jefe más sobresaliente de la mayoría,
y añadieron que el regente podia ofrecer al Sr. de Olózaga la sincera cooperacion de
los ministros salientes como diputados, y lade sus propios amigos. Conformándose el
regente con el dictámen de sus consejeros legales, y siguiendo en esto no sólo su
propia opinion mas hasta sus simpatías hácia el señor diputado por Logroño, llamó
al momento al Sr. de Olózaga, ofreciéndole la presidencia del Consejo de ministros
con plenos poderes para formar el ministerio. El Sr. de Olózaga se negó á uno y otro
por razones que él sabrá, y que nosotros no conocemos.


Esta negativa del jefe más marcado de la mayoría puso al regente en muy apurada
situacion: con el fin de que no se dijera que los ministros salientes eran un estorbo
para que se formase un nuevo Gabinete, llamó el regente á los presidentes del Sena-
do y del Congreso, los señores conde de Almodovar y D. Pedro Acuña, como los que
mejor que nadie podian conocer la voluntad de los cuerpos colegisladores. Á estos
dos altos dignatarios del Parlamento pidió el regente que le indicasen los nombres
de las personas que más aceptacion y autoridad tendrian en las ma1brías, para dar á
una de ellas la mision de formar un ministerio. Pidieron los dos Presidentes tiempo
para pensarlo, y al dia siguiente presentaron al regente una lista de tres nombres,
siendo el primero el del capitan general Rodil, que desde la rebelion de Octubre man-
daba en jefe en las Provincias Vascongadas. Conformándose con el dictámen de los
dos Presidentes fué llamado al momento el señor general marqués de Rodil, que á los
pocos dias se presentó en Madrid.


Ignoramos qué motivos tuvieron el señor conde de Almodovar y el Sr. D. Pedro de
Acuña, para proponer al capitan general Rodil para jefe de un Gabinete, pues si emi-
nentes han sido en varias épocas los servicios del general á la nacion y á la libertad
como militar y patriota. ca recia de las dotes indispensables á un jefe de Gabinete
para las luchas parlamentarias. El general Rodil, modesto y sensato, conoció esta
verdad, y lo hizo presente con sentida conviccion, mas por la gravedad de las cir-


2)




- 386--
cunstancias y llevado de su fiel adhesion al regente, acabó por tomar sobre sus
hombros una carga que con ocia superior á sus fuerzas, y cediendo en cierto modo á
la subordinacion militar hácia el que reconocia por su jefe, tal vez el honrado gene-
ral Rodil supuso que lo que le faltara de prestigio parlamentario, lo supliria él con sus
servicios, y que el Congreso no olvidaria que nadie en España estaba más compro-
metido á sostener la revolucion de Setiembre y sus consecuencias, habiéndose pues-
to á la cabeza de las fuerzas que en el año de 1840 debian defenderla, cuando no se
sabia lo que hacia la gobernadora y el gobierno de Valencia. El general Rodil no co-
nocia á dónde llega el encono de los partidos.


Si la eleccion del nuevo presidente del Consejo no era la más atinada, fué tal vez
la única posible, y lo mismo sucedió con la formacion del ministerio. El general Ro-
dil hallando por do quiera negativas poco patrióticas para asociarse á su buen deseo
de sacar al país y al regente del atolladero en que los habia sumido la coalicion,
compuso un ministerio con todo el carácter de provisional. Entraron en él hombres
honrados, defensores de la libertad en todas las épocas de su vida, pero faltos de ese
prestigio parlamentario sin el cual no es posible tener influencia en las Asambleas de-
liberantes. El ministerio Rodil tenia además el vicio radical de que no contaba más
que un diputado que lo era el general Rodil, los demás eran senadores. Sin duda, naga
de inconstitucional presentaba esta eleccion, mas sobre no ser racional ese reparto
desigual del poder entre los cuerpos colegisladores, se irritó con esto al Congreso ya
por demás dispuesto á verlo todo al través de sus funestas preocupaciones.


Quedó formado el ministerio del modo siguiente:
Presidente del Consejo y ministro de la Guerra, el capitan general marqués de Ro-


dil.-Estado, el conde de Almodovar.-Gobernacion, D. Mariano Torres Solanot.-
Gracia y Justicia, D. Miguel Zumalacárregui.-Hacienda, D. Ramon María Calatra-
va.-Marina, D. Dionisio Capaz.


El nuevo ministerio era evidentemente una combinacion transitoria para salir del
paso y atravesar el intérvalo corto que debia mediar entre dos legislaturas, conser-
vando el regente'la esperanza que entretanto los ánimos se calmarian y que llegaria á
formar un ministerio con los hombres más autorizados de los dos cuerpos colegisla.
dores. Esta esperanza vino á deshauciarla un acontecimiento funesto que dió nuevo
pábulo á las pasiones ya sobradamente irritadas y ardientes.


Las Córtes se cerraron el 23 de Julio; nada en apariencia se presentaba que hiciese
presagiar graves disturbios. El regente queriendo dar á la mayoría y á su jefe más
elevado D. Salustiano de Olózaga una prueba más de deferencia, y un testimonio de
aprecio como prendas de su afanoso anhelo de conciliacion, dió al diputado por Lo-
groño una mision cerca del gobierno belga., cuyo objeto era un tratado de comercio
y un arreglo postal. Hemos citado este hecho incidental porque pone de manifiesto
el espíritu conciliador y tolerante del regente que bien podia con sobrada razon estar
resentido con el Sr. de Olózaga por su negativa de tomar el encargo de formar un
ministerio tras de haber tanto como el que más contribuido á volcar el anterior. Tan




tolerante se mostró el regente con el señor diputado por Logroño, que á pesar de la
terrible oposicion que hacia al Gabinete Gonzalez, este no le exoneró jamás del cargo
de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Paris, bien que por lo su-
cedido con el Sr. Salvandy no lo podia desempeñar.


Con el deseo de abreviar cuanto era posible el interregno legislativo, en 30 de Se-
tiembre salió el decreto para la con vocacion de Córtes para el 14 de Noviembre, yese
corto período se habia aprovechado para preparar muchos proyectos de leyes de suma
utilidad y el presupuesto. Se reunieron las Córtes en el dia señalado, ningun aconte-
cimiento, ningun hecho notable habia ocurrido en los cuatro meses que habian es-
tado cerradas las Córtes, no hubo discurso de apertura, y se instalaron los cuerpos
colegisladores sin aparato inútil, y por un decreto del regente leido por el presidente
del Consejo, al Senado y al Congreso reunidos en el local de las sesiones de este úl-
timo. Desde luego el ministerio presentó los proyectos de ley que habia preparado,
y en cuanto el Congreso de diputados hubo nombrado la mesaen el dia 15, al siguien-
te 16 el ministro de Hacienda presentó el presupuesto del Estado. Fué nombrado el
Sr. D. Salustiano de Olózaga presidente del Congreso, como si la mayoría hubiese
querido dar un testimonio público del acierto del regente en llamar al diputado de
Logroño á formar el ministerio como al legítimo representante de esa mayoría, y
hacer más censurable la negativa dada por este al regente. Insistimos en este punto,
porque en nuestra opinion la conducta de los dos jefes más marcados del Congreso
el Sr. D. Salustiano de Olózaga, y el Sr. D. Manuel Cortina, habiéndose resuelta-
mente negado á tomar el ministerio durante la regencia del general Espartero, han
contribuido más que nadie á crear la situacion de 1843, de donde ha venido todo el
cúmulo de males en que va sumida la nacion desde aquella fatal fecha. Para ello ha-
brán tenido estos señores sus razones, las respetamos, mas jamás las admitirémos en
descargo suyo.


Apenas se hallaban instaladas las Córtes, cuando llega la noticia que una insur-
reccion formidable ha estallado en Barcelona, nombre fatídico en los anales de nues-
tras discordias civiles, el dia 13, esto es, la víspera de la reunion de ias Córtes anun-
ciado con tanta anticipacion por el decreto de 30 de Setiembre. Cuando lleguemos
á la narracion de este suceso, se verá, que si bien empezó con un incidente muy in-
significante, el vuelo tremendo y rápido que tomó al momento la insurreccion,
probará hasta la evidencia que allí se urdia muy de antemano una conspiracion
contra el gobierno, y que reunidos todos los elementos de un vasto incendio, bastó
una chispa para que ardieran, como no se necesita más que una centella para volar
un almacen de pólvora.


¡A cuantas reflexiones da lugar esa coincidencia de una atroz rebelion en Barcelo-
na en el momento mismo en que se reunian las Córtes! ¿ Quién no ha de ver en
ella el resultado fatal de la discusion del Congreso sobre estados de sitio y de medidas
excepcionales? Nos explicarémos, y una vez más dirémos, que aborrecemos como
nadie las medidas violentas, los estados excepcionales; como el primero creemos que




- 388-
por 10 generallas leyes bastan á reprimir los desórdenes; nuestra conviccion es, que
esos desórdenes no estallan jamás cuando la sociedad se halla gobernada con previ-
sion, con tino, con firmeza por una administracion que tiene el asentimiento de los
cuerpos deliberantes, legítimos representantes de la voluntad nacional y de la opi-
nion pública; mas tambien es nuestra conviccion que estas reglas, más que generales,
pueden tener alguna rara excepcion, pues en este caso nuestra opinion es que el go-
bierno, que es el protector legal de la sociedad, tiene el derecho y el deber sagrado
de repeler la fuerza con la fuerza, cuando haya apurado los medios de persuasion, y
en ese caso debe echar mano de cuantos medios estén á su alcance para salvar la so-
ciedad en peligro. Todas las teorías contrarias son muy buenas para discursos de opa-
sicion ó para artículos filantrópicos de periódicos; mas hemos visto en España y
fuera de España, que llegando el caso, todos esos filósofos y defensores de la legali-
dad, practican precisamente lo opuesto delo que han predicado, como teorías in-
concusas.


Pues bien, en la discusion que ocupó durante treinta y tres dias al Congreso en
Enero y Febrero de 1842, se llevó tan allá la exageracion contra el estado de sitio
de Barcelona en 1841, el cual no costó una gota de sangre ni una lágrima á nadie,
que pudieron los de Barcelona pensar que les era lícito atacar al gobierno á mano
armada, sin que éste pudiera defenderse más que con el libro de la Constitucion en
la mano, pobre escudo contra las balas y las barricadas. Los discursos que ora-
dores animados de las más sanas intenciones pronuncian en una asamblea, no
suelen tener para los hombres turbulentos el sentido genuino de las palabras y del
pensamiento, que suplen ellos con peregrinas interpretaciones. Los diputados de la
oposicion que tan ágriamente censuraban en 1842 el estado de sitio de Barcelona en
Noviembre de 1841, estaban poseidos de las intenciones más patrióticas, y dirémos
más, les animaba un pundonor muy loable. Habian levantado su voz con tanta ener-
gía contra semejantes medidas durante el mando del partido retrógrado, que tan es-
candalosamente habia abusado de esa facultad, poniendo estados de sitio con el pre-
texto más frívo)<J, que llevados de un puritanismo, en nuestra opinion exagerado, se
creyeron algunos diputados progresistas con el deber de conciencia de censurar en
sus correligionarios políticos lo que habian tachado y,vituperado en sus adversarios;
mas aquella discusion resultó favorable para facciosos .que podian atacar al gobierno,
hacer armas contra las leyes, la Constitucion y la sociedad, sin que el gobierno pudie-
ra reprimir su rebelion con medios eficaces; en una palabra, que la guerra contra el
gobierno á mano armada, era lícita en cuanto el gobierno no podia hacer uso de las
armas. Por falsa que fuese esta deduccion criminal, no sacaron otra hombres para
quienes la lógica no es de obligacion; y esta deduccion era tan falsa, que más tarde
hemos visto hombres como el Sr. D. J oaquin María Lopez, tan denodado ene-
migo de las medidas excepcionales, tomar las resoluciones más monstruosas de arbi-
trariedad, y bombardear esa misma Barcelona durante tres meses, porque ésta le
pedia el cumplimiento de una palabra solemne dada á la junta de SabadelI, como




-
389-


base de una investidura gubernativa, aceptada en las C6rtes de fines de 1843. N o he-
mos oido una voz levantarse entre los adalides de 1842, para reprobar los excesos
odiosos, inauditos, liberticidas del gobierno provisional. Hemos visto al Sr. D. Luis
Gonzalez Brabo, otro furibundo enemigo de los estados de sitio, poner el mundo
entero en estado de sitio porque Cartagena y Alicante se habian sublevado contra su
ministerio.


Dos causas, en nuestra opinion, prepararon la insurreccion de Barcelona: la pri-
mera, la impunidad que obtuvo la anterior de 1841, Y el olvido en que cay6 el de-
creto de Zaragoza contra la rebelion de la funta de vigilancia; la segunda, la impru-
dente y porfiada discusion en el Congreso, de los actos del ministerio. Una y otra
cosa sirvieron de pábulo á nuevos disturbios. Los enemigos del pronunciamiento
de Setiembre, en acecho de las disensiones y de la equivocada marcha del partido
progresista, vieron cuán provechosas eran á la rebelion la debilidad del gobierno y
las teorías de la oposicion, fuertemente impelidas por las sugestiones de afuera y
por la cooperacion en lo interior, lisongeánc.ose los conspiradores que el gobierno
no se atreveria á obrar con energía. N o tardaron mucho en reunir los elementos
de una rebelion. Cuando todo estuvo ya pronto, un caso fortuito provoc6 el es-
tampido.


El 18 de Noviembre tuvieron los ministros las primeras noticias de los aconteci-
mientos de Barcelona: inmediatamente se fuéron á las C6rtes, estaba ya levantada
la sesion, y al dia siguiente no la hubo: la razon de esto la ignoramos. El dia 20 el
ministro de la Guerra leyó en las Córtes los partes que tenia de las autoridades, di6
cuenta de las resoluciones que por de pronto habia tomado el gobierno, y anunció
que al dia siguiente 21 el regente saldria para Cataluña con el fin de restablecer el
6rden en Barcelona. En cuanto hubo el ministro concluido su relacion en el Con-
greso, el Sr. D. Salustiano de 016zaga que lo presidia, di6 conocimiento de la pro-
posicion siguiente:


"Al Congreso.-Pedimos al Congreso que se sirva dirigir'un mensaje á S. A. el re-
»gente del reino, ofreciéndole la cooperacion del Congreso de dipu'ados para soste-
»ner la Constitucion y las leyes en toda su pureza, en las circunstancias difíciles en
»que podrá hallarse el país por efecto de los graves acontecimientos de Barcelona.-
"Serrano.-Adana.- Sanchez Silva.- Lacorte.- Lopez Pinto.- Gonzalez Brabo.-
"Matheu.»


Este mensaje, que á primera vista, parecia por su espontaneidad y por su texto la
expresion de una sincera cooperacion del Congreso para el restablecimiento del 6r-
den en Barcelona, mud6 enteramente de aspecto en la discusion, y principalmente
por la adicion que se lepuso. El Sr. Mata, diputado por Barcelona, propuso la adi-
cion de las palabras en el círculo legal, y para que nadie se equivocara en el sentido
de sus cuatro palabras las explay6 el Sr. Mata con las siguientes: «Tal vez son supér-
"fiuas, mas como en Cataluña estamos acostumbrados á ser gobernados por estados
"de sitio, queremos alejar toda duda en las circunstancias presentes.) El general Ser-




- 39°-
rano uno de lus signatarios, dió las gracias al Sr. Mata por la adicion propuesta,
porque añadió, en ese sentido entendemos todos la proposicion.


Así pues, enfrente de una sublevacion en armas, se negaron al gobierno los medios
adecuados de combatirla. Para ministros' más diestros el apuro no hubiera sido muy
grande; acto contínuo debían pedir las facultades extraordinarias que prescribia el
arto 8.° de la Constitucion, y si el Congreso las concedia, desde luego estaban en el
círculo legal, ó si las negaban los diputados en el'acto debian abandonar sus pues-
tos, dejando al Congreso la responsabilidad de la negativa. Mas esto de dejar el po-
der en España como fuera de ella, es siempre una cosa desabrida para .los que lo
ejercen. En vez de seguir esta marcha tan indicada, tan sencilla, tan constitucional
los ministros, sin duda temerosos de una negativa por parte del Congreso, y no que-
riendo correr ese albur cuya consecuencia inmediata era su caida, quedaron mudos
en sus bancos y dejaron pasar sin la menor oposicion el mensaje con las palabras
añadidas, dispuestos á hacer ilegalmente lo que podian ejecutar legalmente. Así que
en España, gobernantes y gobernados, ministros y Córtes, todos hablan sin cesar de
la Constitucion como del paladium de las libertades públicas; en llegando el caso
nadie la respeta, nadie la acata, nadie se sujeta á sus preceptos. En la circunstancia
de que nos ocupamos, los ministros querian vencer en Barcelona, mas sin pedir á las
Córtes las facultades extraordinarias que exigian las circunstancias. Los diputados
pretendian que los ministros sometiesen á Barcelona, mas sin salir del círculo legal
ordinario, y entre tanto los barceloneses asesinaban cuatrocientos soldados va}ientes
y disciplinados, que defendian la Constitucion conculcada, decian los rebeldes, por el
gobierno. Lamentable caos de ideas y de actos: el señor diputado Acebo hizo la indi-
cacion de que la proposicion fuese el mensaje mismo y así se adoptó; se nombró una
comision que presidió el Sr. D. Mai1Uel Cantero para presentar el mensaje al regente.


Otro comportamiento tuvo el Senado. La noticia de lo ocurrido en Barcelona
provocó tambien el pensamiento de un mensaje al regente. Cuatro senadores, los
Sres. D. Martin de los Heros, D. Juan Lasaña, el general D. Antonio Seoane y el
Sr. D. José Lan<fero presentaron el proyecto de mensaje que pasó acto contínuo á
una comision que en la misma ses ion dió su dictámen de aprobacion, salvo una pe-
queña adicion sugerida por el anuncio de la salida del regente para Cataluña, cir-
cunstancia que ignoraban al redactarlo los autores del proyecto de mensaje y era el
siguiente:


((Al regente del reino.-La paz es la primera necesidad del pueblo espaflOl, que ha
»debido sostener una guerra sangrienta y' devastadora durante varios años; empeza-
»bamos á gozar de este beneficio del cielo y á formar las más lisonjeras esperanzas
llsobre la consolidacion de nuestras instituciones políticas y del trono constitucio-
»nal, á la sombra de las cuales la nacion puede llegar al grado de prosperidad y de es-
»plendor al que le llaman sus virtudes: los acontecimientos de Barcelona han veni-
»do á oscurecer esta risueña perspectiva, y detener nuestra marcha hácia la realiza-
>leion de nuestras más dulces esperanzas.




- 39 1 -
lIEl Senado ha oido la relacion de aquellos sucesos con el más profundo dolor, y


"no hay un solo español que pueda permanecer indiferente en presencia de aquellos
"sucesos en que la autoridad ha sido desatendida, la Constitucion vilipendiada, las
»leyes conculcadas, la tea de las discordias civiles encendida y la sangre española
))vertida por manos españolas. El Senado, sin perder nada de la calma y de la pru-
"dencia que acompañan todos sus actos, experimentó una cruel sensacion á la vista de
"esa calamidad pública.


"Para dominar esta situacion tan delicada, se necesitan actividad, vigor, pruden-
licia. El Senado todo lo espera del patriotismo de V. A. Y de la adhesion á su causa
"nacional, de su fidelidad y de su afecto á la reina. La paz es la primera necesidad del
"país, es preciso afianzar esta paz á toda costa, restableciendo prontamente el órden
"público. El gobierno comprenderá que esta es su primera obligacion, y que el res-
))tablecimiento del órden es la única cosa que pueda consolar la patria en luto por el
"extravío de algunos de sus hijos .


.• Si para conseguir este objeto, el concurso y la cooperacion del Senado son nece-
»s::lrios, el gobierno puede contar con uno y co'n otro con toda la prontitud, y toda
»la eficacia que puedan permitir las atribuciones. del Senado. V. A. puede contar con
"el patriotismo, la decision y la fidelidad de todos los senadores, así como con sus
»votos para que V. A. termine felizmente y con prontitud la nueva mision de paz, de
"órden y de conciliacion que va á emprender.))


El cotejo de los dos mensajes del Congreso y del Senado ponen tan de manifiesto
la diferencia de espíritu que reinaba en los Cuerpos colegisladores, que cuanto dije-
ramos seria redundante; mas ni lo cauteloso del uno, ni la patriótica franqueza del
otro pudieron determinar á los ministros á pedir facultades extraordinarias confor-
me al arto 8.° de la Constitucion, cuando todo les mandaba ponerse á cubierto de la
mala querencia del Congreso, y todo les autorizaba á pedir primero al Senado esas
facultades que les habrian sido otorgadas al momento, poniendo al Congreso en
la imposibilidad de negarlas sin contraer el más tremendo :compromiso con la
naClOn.


Mas ¡cuán doloroso debió de ser para el regente el mensaje del Congreso, ofensivo
en la forma y en el fondo! Creemos estar seguros que la recepcion que obtuvo la di-
putacion del Congreso al presentar el mensaje se resintió sobradamente del profun-
do dolor que embargaba al jefe del Estado, y probablemente de allí nació el pensa-
miento de prorogar las Córtes, primera falta, y de disolverlas en seguida, segunda
falta. Así marchaba aquel ministerio por una senda de equivocaciones más fatales
unas que otras. Los hombres que en un gobierno constitucional no saben ni pueden
gobernar en circunstancias difíciles en presencia de los representantes de la nacion
congregados, no deben ser ministros, pues hacen con esto la crítica más amarga de
un gobierno de libertad y de publicidad. El ministerio Rodil acabó tras de prórogas
y disoluciones de Córtes su desgraciada carrera con no tener valor para dar cuenta
á los representantes de la nacion de los actos de su administracion, ni de su victoria




- 39 2 -
en Barcelona. Los consejos de la debilidad jamás han salvado ningun gobierno, y con
todo son los que más comunmente alucinan á los ministros. Para el mayor número
de ellos, desentenderse de los compromisos es habilidad; aplazar las cuestiones es
destreza; mas llega el dia de la triste realidad, y entonces todo se desmorona.


En 22 de Noviembre, un decreto que pro rogaba las sesiones de Córtes durante la
ausencia del regente fué llevado á los cuerpos colegisladores por los ministros. En
el Congreso hubo quien quiso provocar una discusion, mas no lo consintió el Presi-
dente levantando la sesion.




".1 '1.


CAPÍTULO XVIII.


ACONTECIMIENTOS DE BARCELONA EN 1842.


i Más Barcelona! ..... Desventurada ciudad: su mala estrella la lleva á ser la víctima
expiatoria de nuestras eternas disensiones. Toda rebelion cuenta allí anticipadamen-
te con hombres ciegos que la obedezcan. Ni las desgracias sufridas, ni la tolerancia,
ni las contemplaciones, ni el rigor, ni las medidas extremadas han podido crear en
Barcelona un estado normal, una seguridad permanente fundada en un asentimien-
to general. La violencia es en los gobernados como en los gobernantes, es decir, la
guerra sorda ó patente, es el estado habitual en que vive esa numerosa poblacion.
En los diez años que han corrido desde la muerte del rey hasta que en 1843 acabó el
sistema constitucional, Barcelona ha sido el teatro de contínuos movimientos popu-
lares sangrientos, de asesinatos de autoridades, de prisioneros puestos bajo la salva-
guardia de la ley; crímenes horribles de un populacho frenético que todo lo puede en
dias señalados, porque la inmensa mayoría que sin duda reprueba esos abominables
excesos, todo lo permite. A su vez el gobierno siempre amenazado, desde tiempos
muy remotos,' se halla como acampado militarmente en Barcelona, considerando la
ciudadela, el Monjuy y una fuerte guarnicion como los mejores argumentos de go-
bierno, y los únicos que pueden mantener la tranquilidad pública. Dos veces en me-
nos de un año ha sido bombardeada Barcelona, sosteniendo dos principios diferentes,
y por más que se busque, no se halla en medio de tan crueles peripecias que en Bar-
celona se haya jamás proclamado un principio social, ó que haya enarbolado la ban-
dera de un principio político cuyo triunfo mereciera correr los azares de una lucha
sangrienta. Sus agitaciones no presentan á la historia más que convulsiones de una
anarquía frenética, es una fiebre cerebral que se apodera de vez en cuando de toda la
poblacion, produciendo en los unos un delirio que les impele á tomar las armas, á
los otros una completa postracion y un silencioso estupor; los unos hacen el mal con




- 394-
ciega impetuosidad, mientras los otros lo toleran con cobarde resignacion. En él
triunfa el mal, triunfo que acaba siempre por una catástrofe dolorosa, cuyo recuerdo
parecería debia ser leccion inolvidable. Nada menos que esto, á los pocos meses se
asoman síntomas de nueva conspiracion, estalla esta, produce nueva anarquía, reina
en seguida esa tremenda represion. Esto ha sucedido veinte veces de 1834 á 1843.


Mas ninguna conmocion ha presentado los caractéres de inaudita barbárie en las
masas populares, y de patente complicidad de las clases superiores como en la insur-
reccion de que vamos á dar cuenta. Jamás hubo rebelion más criminal en su objeto,
más atroz en los medios de ejecucion, más vacía de pensamiento, ni más miserable
en su triunfo momentáneo. Allá detrás de las murallas de Barcelona, los Jefes aparen-
tes ningun acto cumplieron que pudiera dar realce á una causa bárbara y merecerles
algun aprecio de parte de aquellos mismos que la favorecieron; baladrones y fanfar-
rones, pretendieron porque tenian supeditada Barcelona, imponer su voluntad á toda
España sin más recursos intelectuales ni más arrojo que el que se desprende de una
série de proclamas enfáticas y estúpidas.


Los acontecimientos de Barcelona, de que vamos á narrar las lamentables peri-
pecias, fuéron á no poderlo dudar el resultado de un plan largamente preparado por
un partido que no daba esta vez la cara; fuéron el preludio sangriento de otra rebe-
líon que estalló pocos meses despues, y que con mejor combinacion y en mayor es-
cala triunfó, y con ella el partido que la preparó en uno y otro caso. Ciego fuera
preciso ser para no reconocer la cabal analogía que existe entre las proclamas de
Carsy, y el programa que con tanta pompa presentó el ministerio Lopez en Mayo
de 1843; entre el objeto que intentó el primero, y el que consiguió el segundo. Los
pretendidos republicanos de N oviembre de 1842, repudian muy luego sus princi-
pios, si es que principios tuvieron jamás para trabajar en favor de una causa de que
se decian enemigos. Más tarde vimos el ministerio de Mayo de 1843, unirse á un
partido que habia combatido encarnizadamente. Carsy fué el instrumento para que
triunfase la rebelion, abandonado así que fué vencida. El gobierno provisional su-
frió igual suerte, en cuanto el pronunciamiento hubo puesto el mando en manos del
partido revolucionario; en uno y otro caso, los instrumentos de la rebelion' y del
pronunciamiento, fuéron las primeras víctimas que sacrificó la contrarevolucion. No
pretendo establecer parangon alguno entre los indivíduos que formaron la junta de
Barcelona en Noviembre de 1842, y los que compusieron el ministerio de Mayo y el
gobierno provisional, en cuanto al valor intrínseco y el mérito personal de los indi-
víduos; mas sí que uno mismo fué el modo con que se preparó la rebelion de 1842 , Y
el modo como se desarrolló el pronunciamiento de 1843, sucesos á que van unidos el
funesto recuerdo de sus nombres, los principios de que se presentaron defensores y
editores responsables la junta de 1842 en las proclamas, y el mónstruoso programa
de 1843: son idénticas las consecuencias que la junta decia querer alcanzar, y las
que malhadadamente alcanzó el gobierno provisional, la analogía es completa, ah-
1301uta; una y otra insurreccion salieron de un mismo centro de conspiracion. Carsy




- 39 5 -
desquició el edificio en sus cimientos, el ministerio Lopez lo dejó bamboleante, y el.
gobierno provisional lo derribó.


Las guerras civiles ofrecen por dó quiera y en todas épocas, el espectáculo de los
mismos errores, de iguales desórdenes, de idénticas aberraciones. Un partido polí-
tico vencido, ya no piensa más que en un desquite, en una venganza; poco importan
los medios, todos son buenos, legítimos, ninguno repugna. No son los jesuitas los
que han hallado la máxima, que el fin legitima los medios, son los partidos políticos
los que lo han inventado y puesto en práctica de contínuo, y más cabalmente los
partidos reaccionarios. .


Ei que en España sucumbió en Setiembre de 1840, se encontraba con todas sus fuer-
zas vitales disponibles: tenia un jefe que unia al prestigio del rango los medios más
poderosos para conspirar, un inmenso acopio de caudales, un tesoro inagotable, y el
gobierno de una nacion vecina que daba abiertamente las manos á los planes de tras-
torno que se maduraban en Francia.


El primer ensayo que intentó en Octubre de 1841, bien que ejecutado en nombre de
D,a María Cristina y para restablecer su regencia, á pesar de las sumas de dinero que
se emplearon, á pesar del apoyo del gobierno francés y de haber puesto en juego
cuantas seducciones cabian, se maleó, abortó. Los hombres que dirigieron aquella
sedicion militar, debieron por más que lo sintieran, conocer su impotencia y su im-
popularidad, y calcular que nada habian de conseguir, si de antemano no disponian
con amaños el terreno de la lucha. Así lo hicieron fomentando ambiciones mezqui-
nas, irritando rivalidades, aprovechándose de los errores del gobierno, ponderando
en una prensa asalariada los resultados de aquellos errores, calumniando las inten-
ciones, desfigurando los hechos, interpretándolo todo en un sentido avieso, presen-
tándose como entusiastas sostenedores de la Constitucion y de las instituciones vi-
gentes. Con estos medios consiguieron extraviar la opinion é introducir un cisma
político entre los progresistas, y se vió entonces á notables adalides del progreso aban-
derizarse bajo un pendan que llevaba por lema una grosera mentira, la coalicion. Esta
queda aún hoy dia para nosotros uno de aquellos misterios insondables que ningun
análisis explica, que ninguna razon excusa; el tiempo sólo nos dirá lo que no alcan-
zamos por ahora.


Lo que se realizaba en Madrid se cumplia en las provincias, y la historia tiene so-
brados datos para anotar que antes del rompimiento de Noviembre de 1842, Barce-
lona se hallaba dominada por la coalicion. Quien pase la vista por los diarios de aquella
época, no llega á deslindar la diferencia entre los periódicos de los demagogos y los
de los llamados moderados, dos facciones que campeaban en Barcelona exclusivamen-
te, pues apenas presenta una sombra á ese desenfreno la tibieza de algun diario pro-
gresista. Muy difícil empresa fuera apuntar quiénes abusaban más escandalosamente
de la libertad de imprenta; la violencia del lenguaje, la infamia de las calumnias cor-
rian parejas; los unos predicaban la rebelion haciendo alarde de las más torpes teorías
de la anarquía, otros contando ya con el triunfo se daban prisa de recordar el nom-




- 396
bre de D.- María Cristina, y todos de consuno marchaban con banderas desplegadas
á la destruccion del gobierno que existia. El asesinato, el perjurio encontraban apo-
Jogistas (1), las caricaturas más asquerosas salian todos los días á recrear la vista de
aquella poblacion, la ley, las autoridades se hallaban sin fuerza para contrarestar
la invasion de una anarquía que rayaba en un furor salvaje. Denunciar aquellos in-


(1) Para que mejor lo entendiera el pueblo lo predicaban en catalan. Como prueba damos los si-
guientes comprobantes:


"Número I:-Plan de revolucion.-Cuando el pueblo quiera conquistar sus derechos debe empu-
ñar en masa las armas al grito de ¡viva la República!


Entonces será ocasion de cantar en Cataluña:
Ja la campana sona,


Lo cano ja retrona ...
¡Anem, anem, republicans, anem!
¡A la victoria anem!


I.


Ja es arribat lo dia
Que l'poble tan volia:
Fugi u, tirans, lo poble vol se rey.
Ja la campana sana ...


n.


La bandera adorada
Que jan allí empolvada
Correm, germans, al aire enarbolem!
Ja la campana ...


III.


Mirenla que es galana
La ensenya ciudadana
Que li berta t nos promet si la alsem.
Ja la campana ...


IV.
Lo garrot, la escopeta,


La fals y la forq ueta
¡Oh Catalans! ab valor empuÍlen!
Ja la campana ...


Debe dar muerte á todos los que hagan armas contra él.
Debe aniquilar ó inutilizar todo lo que conservé algun poder ageno de su voluntad, ó sea todo lo


que depende del actual sistema, como son las Córtes, el trono, los ministerios, los tribunales, en una
palabra, todos los f\lncionarios públicos.


v.


La Cort y la noblesa,
L' orgull y la riquesa,
Caigan de un cop fins al nostre nibell.
Ja la campana ...




- 397-
mundos papeluchos era preparar un triunfo á sus autores; el jurado atemorizado ó
cómplice, los absolvia. Los hombres honrados que vivian alarmados, sobrecogidos
de un insano pavor, en vez de salir á la defensa de la sociedad amenazada y de la
moral escarnecida, daban un voto de absolucion á lo que en su foro interior detesta-
ban; otros llevados de un ciego encono hacian lo mismo, y los coaligados que no
provocaban tales desmanes aplaudian á la maldad y á la debilidad, que unidas se en-
caminaban á destruir el gobierno, los unos por saciar ódios personales, los otros por
hacer detestable la libertad de imprenta y preparar así á su partido una ocasion de
acabar con esa primera garantía de la libertad, como lo ha hecho en cuanto lo ha
podido.


El partido anarquista de Barcelona, pues no le harémos la honra de llamarle repu-


Debe atacar no más que á los hombres del poder, y evitar los actos de venganza personal: es indigno de
la majestad del pueblo atacar á los indefensos de los partidos vencidos.


Debe apoderarse de todas las plazas fuertes, y amalgamar la fuerza popular con la del ejército fiel al
pueblo.


A los caudillos que le dirijan sólo debe obedecerlos mientras dure la insurreccion, y fusilarlos si
quieren dejar en ejercicio alguna autoridad del régimen actual.


Inmediatamente despues del triunfo en cada pueblo se nombran á pluralidad de votos tres simples
administradores, uno de ellos presidente, que absorvan toda la autoridad: en las grandes poblaciones
estos publican un estado de los demás funcionarios locales indispensables; á los dos dias convocan al
pueblo para su nombramiento: si trataren de ejercer por sí este acto de soberanía, se les fusila y se
eligen otros.


A los ocho dias debe reunirse nuevamente el pueblo para la eleccion de los representantes en el Con-
greso Constituyente, y á estos se les libran poderes en que se diga: «Discutireis y formulareis una Cons-
titucion republicana bajo las siguientes bases: la nacion única soberana: todos los ciudadanos iguales
en derechos: todas las leyes sujetas á la sancion del pueblo sin discusion y revocables; todos los fun-
cionarioselegidos por el pueblo, responsables y amovibles: la república debe asegurar un tratamiento
á todos sus funcionarios, ed ucacion y trabajo ó lo necesario para vivir á todos lus ci udadanos. Dentro
de tres meses debe estar terminado el proyecto de Constitucion y presentado á la sancion del pueblo.»


VI.


La milicia y lo clero
No tinga mes que un fuero:
Lo poble sois de una y altres es lo rey.
Ja la campana ...


VII.


Los publischs funcionaris
No tingan amos varis:
Depengan tots del popular congrés.
Ja la campana ...


VIII.


Losgandulsque s' mantenen
Del po ble y luego l' venen
Morin, cremats, sino pau no tindrém.
Ja la campana ... ¡


¡




- 3g8-
blicano, se componia de todos aquellos infelices que una sociedad mal organizada
deja sin ocupacion útil, y que el hambre atosiga; de aquellos perdidos que no que-
riendo trabajar, pretenden vivir holgando á costa ajena, y por último de aquellos
entes degradados que se hallan en todas las grandes poblaciones como la hez en el
fondo del vaso. Esas tres clases de hombres que forman las últimas gradas de la es-
cala social, están siempre prontos á tomar parte en cualquiera insurreccion dando
su inútil vida con la facilidad que se la quitan al mejor padre de familia, al ciudadano
honrado yal valiente ~oldado. Como corporacion, los obreros de Barcelona no per-
tenecian á esas clases desgraciadas ó corrompidas, y si individualmente hubo obreros
que tomaron parte en)a insurreccion, no se los ve figurar como corporaciones.


El partido contrarevolucionario, alma de la rebelion, contaba con esa gente para
lanzarla á las calles en primera línea, seguro que la lucha ya empei1ada con ellos,
seguiria por la fuerza de las cosas yel estado de los ánimos en Barcelona, la Milicia
Nacional y con ella la poblacion entera. Vencedores, nada más fácil que el desha-
cerse de aquellos primeros instrumentos de rebelion ; vencidos, ellos habian de sufrir
la pena del crímen; los instigadores quedaban detrás de la cortina irritando los áni-
mos, azuzando los ódios, creando los compromisos, prometiendo mucho y no expo-
niéndose de modo alguno.


IX.


y los que tras ells vinguian
Eo será que entes tingan
Que son criats, no senyors de la grey.
Ja la campana ...


X.
U n sol pago directe


Yun sol ram que l' colecte:
Tothom de alli será pagat com' deu.
Ja la campana ...


XI.


Que paguia qui te renda
O be alguna prebenda:
Lo q ui no té tampoc deu pagar res.
'Ja la campana ...


XII.


Lo del me, la gabella,
Lo dret de la portella,
No, jornalers may mes no pagarém.
Ja la campana ...


El pueblo permanece con las armas en la mano, pronto á servirse de ellas si sus mandatarios no
respetan aquellos principios.-De este modo el pueblo por si mismo puede hacer la revolucion, sin
dejarla en manos de corifeos ambiciosos que le estafen como los de Setiembre y s610 aseguren su do-
minacion.-A. T.n




- 399-
El partido progresista, que el año anterior se hábia presentado ardiente en dema-


sía á combatir la rebelion militar de Octubre, dividido, se hallaba en Barcelona
como en las Córtes, por tanto, anonadado. Cuando la anarquía hubo planteado su
bandera en el Congreso de diputados, no tardó mucho en ser enarbolada en otros
puntos y muy luego cada centro de poblacion fué la imágen de las contiendas par-
lamentarias; y como la naturaleza humana no admite que en épocas de apasionadas
agitaciones políticas los partidos queden enfrente unos de otros sin que lleguen á
las manos, la guerra latia inevitable, y era de prever que el dia que 'se acudiera á la
violencia para resolver problemas políticos, Barcelona, la desgraciada Barcelona seria
el teatro marcado por el hado fatal donde la rebelion asentaria primero sus reales,
muy segura de hallar en aquella desventurada poblacion pasiones ardorosas á su dis-
posicion, y hombres para pelear con el indómito valor que distingue á los cata-
lanes.


Los carlistas, que ninguna probabilidad contaban á su favol' en una nueva insur-
reccion, vivian apartados del centro comun de actividad, mas empleaban cuantos
medios tenian á mano para propagar el incendio y fomentar un conflicto que sin
ventaja posible á su causa, debia ser funesto á todo el partido liberal, y su santo
furor se gozaba con la piadosa esperanza que la sangre de los liberales corriera verti-
da por manos fratricidas de un mismo bando.


Además de la accion de los partidos y de los estragos de la prensa, nada se excu-
saba en mengua del gobierno, que pudiera interesar á los habitantes de Barcelona
en favor de una insurreccion, ó á lo menos permanecer pasivos en el conflicto. Allá
se halagaban las preocupaciones locales de esa ciudad exigente á la par que desaso-
segada por naturaleza: la ley de quintas aparecia como si fuera un atentado contra
los fueros de los catalanes rehacios al nivel comun de los españoles; Barcelona pre-
conizaba sus progresos industriales y su riqueza comercial, mas no pagaba las con-
tribuciones que pobres aldeas pagaban sin murmurar. Se decia que el gobierno se pro-
ponia apremiar sin contemplacion alguna á los deudores del Erario público; el general
Zurbano, que incidentalmente y de paso para Tarragona se hallaba en Barcelona,
era el indicado para ejecutar esos terribles soñados apremios, así para los quintos
como para las contribuciones. La reforma de los aranceles era uno de los agravios
que más servian para irritar el egoismo de aquellos fabricantes, y por último, se daba
por segura la existencia de un tratado de comercio que debia acabar con la industria
catalana, entregando la Península al monopolio inglés (I). Con estas calumnias y
estas mentiras se ganaban simpatías y apoyo en la insurreccion, presentada como la
panacea universal de los males ficticios ó verdaderos que las exigencias de los cata-
lanes saben maravillosamente pintar, asegurar y defender con incansable perseve-
rancia.


Barcelona era, pues, en Noviembre de 1842 un vasto arsenal de materias combus-


(1) Discurso del general Seoane en las Córtes, Mayo, 1843.




-400 -
tibies; los elementos más divergentes, en su esencia, se hallaban amalgamados, ha-
ciendo provocar y sostener la lucha. Que esto fuera así, no hay que dudarlo, tene-
mos la confesion hecha por la junta misma, "hemos provocado la revolucion del 2 S
de Noviembre, decia la junta en su proclama del 20, y hemos triunfado. ¡Qué mayor
gloria, qué mayor felicidad que la de ceñir nuestras frentes de laureles!"


Cuando una mina se halla atestada hasta la boca, no se necesita más que una chis-
pa para que salte; un incidente sin importancia fué la centella de una conflagracion
horrorosa á la cual se hallaban aprontados los conspiradores.


El dia 13 de Noviembre fué el señalado para principiar el ataque. El primer sínto-
ma precursor del desórden fué un choque entre los conspiradores y el Sr. Llinas,
presidente de la junta del año anterior. Llinas bien pudo dejarse llevar de la fogosi-
dad de sus principios y del aura popular: en 1841; mas renegar de su fé política y dar
su asentimiento á un proyecto reaccionario no cabia en su honradez. Atacado del
modo más virulento por los diarios de la coalicion, Llinas habia desafiado á los autores
de aquellos artículos; comandante de uno de los batallones de la Milicia, había he-
cho renuncia del mando. Esta resolucion suya provocó disputas asaz vivas en el ba-
tallan, y llegóse á temer un conflicto. Este incidente no pasó adelante, mas era in-
dicio del estado en que se hallaban los ánimos.


En la tarde del dia 13 se trabó un altercado en la Puerta del Angel entre los guar-
dias de puertas y un indivíduo que no quiso que se le registrase un bulto que lleva-
ba. Al momento se agruparon gentes en defensa del paisano contra los guardias, y
maltrataron á estos. La fuerza armada acudió y fué insultada; el oficial que la man-
daba se esmeró en disipar los grupos con la persuasion; á esta prudente conducta se
contestó apedreándolo á él Y á la tropa. N o salió por esto el honrado oficial de su lau-
dable moderacion, y no hizo uso de las armas. Dió parte de lo que pasaba á la auto-
ridad superior; el ordenanza que llevaba el parte fué acometido, y hubiera probable-
mente acabado á manos de aquellos facciosos si no hubiera acudido un piquete de
milicianos desde el cuartel de Montesion. Mientras esto sucedia en un punto de la
ciudad, los conspiradores se hallaban en junta en un local llamado Cofradía de los
fapaterosj allí se discutia la eleccion de una junta, y como la eleccion recaia cabal-
mente en los indivíduos que luego formaron la Junta que apareció en Barcelona, sin
que se sepa aún quién la nombró, se ve cuán preparado estaba el golpe.


Al recibir el parte de lo que pasaba en la puerta del Angel, el capitan general don
Antonio Van-Halen envió á uno de sus ayudantes á aquel sitio para que viera por
sí mismo lo que habia y reforzase la guardia, si lo estimase necesario. Volvió el
ayudante diciendo, que los grupos se habian dispersado: aquello habia sido un falso
ataque.


El jefe político, el Sr. D. Juan Gutierrez, por su parte ha bia pedido tropas para
llevarlas al teatro del desórden. El cuartel más cerca era el de los Estudios: allí no
habia más que un solo oficial que no podia separarse de su puesto; mas el jefe polí-
tico, temiendo que toda demora en la represion del motin diese pábulo á mayores




-4°1 -
desórdenes, mandó que un sargento tomase el mando del piquete de tropa que ne-
cesitaba. Al emprender la marcha hácia la puerta del Angel, lo alcanzó el ayudante
del capitan general, Saravia, que le enteró de lo que acababa de ver en aquel sitio.
A pesar de esta seguridad, siguió D. Juan Gutierrez hácia la puerta del Angel acom-
pañado del mismo Saravia, y seguido de una escolta de sesenta hombres. "En el ca-
mino encontróse con un :indivíduo del Ayuntamiento y un capitan de la Milicia Na-
cional, que si bien le aseguraron que nada habia ya en la puerta del Angel, no así
en la playa de San Jaime, donde se agolpaba la gente. Con estas noticias, mudó de
rumbo el jefe polític·o y se dirigió á la playa. Enterado tambien el capitan general
del suceso de la playa, por aviso del Ayuntamiento, habia enviado á sus ayudantes y
ordenanzas en todas las direcciones, con órdenes que avisasen á los oficiales de la
guarnicion para que acudiesen inmediatamente á sus respectivos cuarteles, donde se
consignó toda la tropa.


Al acercarse á la playa, tropezó el jefe político con centinelas avanzadas de Milicia
Nacional que le cerraron el paso. Se dió á reconocer y le dejaron pasar, con lo que
se persuadió de que aquellas centinelas se hallaban allí por medida de precaucion, por
disposicion del comandante de la guardia del Principal: poco tardó en desengañarse.
Aquellas centinelas pertenecian á los batallones que habian tomado las armas sin
órden de las autoridades, y que se hallaban concentrados en el cuartel del tercer ba-
tallan; entre tanto los insurrectos mandaban detener á los oficiales y soldados, que
ignorantes de lo que pasaba, andaban en sus quehaceres ó volvian á sus cuarteles.
La Milicia Nacional estaba en plena insurrecciono


Llegó el jefe político hasta las boca- calles que dan á la plaza: allí fué detenido por
un centinela que le dió el quién vive; vin~ un sargento, que despues de haberle re-
conocido le dejó pasar, á pesar de la gritería sediciosa que se levantó; á los gritos si-
guió el disparo de un fusil á q uemaropa en cuanto el jefe dió un paso hácia la playa.
A tan criminal agresion, contestó el jefe político mandando cargar las armas; esto
bastó para que los que así provocaban la guerra civil se dispersaran. Penetró el jefe
político en la playa, y mandó ocupar las avenidas con órden de no dejar entrar á na-
die. Allí encontró á la guardia del Principal sobre las armas, que hasta entonces nin-
guna parte habia tomado en la sublevacionj el oficial que allí mandaba nada sabia,
ni del orígen de los sucesos, ni del objeto de ellos. Llegó el jefe político hasta la
casa de la Villa, mas ningun concejal halló en ella.


Sobremanera falsa era la posicion del Ayuntamiento para oponerse á los progresos
de la insurrecciono Elegidos y sostenidos por los hombres más r~voltosos, bien que
personas muy honradas, los concejales no fuéron hombres ciegos de partido hasta pres-
tarse á las exigencias de los anarquistas. Su resistencia era imputada á crímen, y no
tardaron en ser el blanco de las más odiosas calumnias, y atacada su reputacion por la
prensa coaligada; el Ayuntamiento habia visto con lamentable apatía el desenfreno
de los diarios, mientras sus tiros emponzoí1ados iban dirigidos al regente, á las Cór-
tes y á los ministros; mas la pendiente es rápida en el camino del desórden, los que


26




-' 4°2 -
hacian diariamente escarnio de la autorid&d suprema del Estado, de los representan-
tes de la nacion, pronto habian de hacer mofa de las autoridades locales, conculcadas
las garantías que exige la libertad para su propia conservacion, sin que la ley alcan-
ce á los perpetradores de semejantes atentados; no es fácil atajar el mal como no lo
es volver á su cauce el rio salido de madre. La saña impura de la calumnia embra-
vecida más y más con la impunidad llega hoy hasta el ídolo de ayer; así sucedió con
el Ayuntamiento; poco antes merecia los aplausos de los anarquistas, en cuanto qui-
so poner coto á esos desmanes dirigidos contra el mismo, ya fué objeto de implaca-
ble ódio. Vino el dia del peligro, y entonces conoció el Ayuntamiento cuán peligro-
sas son las contemplaciones con la anarquía, y lo mismo llegó á conocer esa parte
del vecindario que honrada y amante del órden habia consentido el desarrollo de la
anarquía absolviendo escritos criminales: halláronse sin fuerza moral unos y otros
contra una sedicion que habian hasta cierto punto amamantado. El Ayuntamiento
que nada podia hacer para contener el motin que rugia y restablecer el órden en la
ciudad, hizo nobles, mas inútiles esfuerzos. Conociendo entonces lo hondo del mal,
vió su impotencia y desapareció en la tormenta borrascosa que iba ú manchar las ca-
lles de Barcelona con la generosa sangre de los valientes soldados de la patria, defen-
diendo la causa de la libertad y del órden. Una junta cuya existencia será un baldon
eterno para Barcelona tomó el mando de la ciudad, y lo primero que hizo fué echar
en cara al Ayuntamiento en una proclama del 16, el haber ahandonado su puesto:
mas no nos anticipemos sobre la marcha de los sucesos.


El Ayuntamiento llamado por el jefe político, pudo al fin reunirse; allí nadie podia
explicar el orígen de aquella gravísima alteracion del órden público, ni indicar su
objeto. El jefe político mandó que se reuniesen los batallones de la Milicia Nacional
que más confianza inspirasen para que unidos á la tropa, restableciesen el órden;
mas por desgracia la Milicia, salvo algunas pocas excepciones, era el alma de la se-
dicion.


y así debia ser; hacia mucho tiempo que la malísima organizacion de aquella Mí-
licia provocaba quejas repetidísimas de las autoridades de Barcelona al gobierno,
y hasta las corporaciones pop'Jlares habian declarado que la Milicia tal como se ha-
llaba era más perjudicial que útil al mantenimiento del órden. Despues de los aconte-
cimientos de 1842, el general Van-Halen habia desarmado tres batallones de los más
turbulentos, pero los diputados de Barcelona hicieron tales instancias con el gobier-
no para que se devolviesen las armas á aquellos batallones, presentándose fiadores
de la conducta que observarian los rehabilitados milicianos, que cedieron los minis-
tros á pesar de la oposicion del capitan general. Algunos meses pasaron y aquellos
batallones se hallaban de nuevo en plena insurrecciono


El jefe político dejó el Ayuntamiento en junta extraordinaria, visitó varios puntos
de la ciudad y se retiró á su casa. No bien habia llegado á ella cuando recihió un parte
anunciándole que la asonada iba en aumento en la plaza; monta á cahallo y allá se
dirige seguido de una escolta de caballería. Al asomarse á la calle del Calllo detiene




-403 -
un centinela de la Milicia Nacional pero llega un oficial que reconociendo la persona
permite al jefe político pasar adelante más sin su escolta. Pregunta este si semejante
órden la ha dado el Ayuntamiento, el oficial contesta negativamente, le manda en-
tonces el jefe político que vaya á verse con el alcalde primero constitucional y le en-
tere del insulto que acaba de sufrir la primera autoridad civil de la provincia: fuése
el oficial, mas no volvió; mientras seguian estas conversaciones, los milicianos el fu-
sil á la cara apuntaban sus armas á los soldados de la escolta, y hombres de aspecto
fiero y siniestro armados, se iban formando en grupos numerosos; un choque era
inminente, la prudencia del jefe político lo' evitó. Viéndose sin medios adecuados para
hacer respetar su autoridad, y deseoso de retardar la hora en que fuese ya preciso
acudir á las armas, se retiró D. Juan Gutierrez y fué á reunirse al capitan general.


Las dos autoridades superiores reunidas decidieron enviar un mensaje al Ayunta-
miento preguntándole sí estaba en libertad, y enterándole de lo ocurrido con el jefe
político: mas antes que el mensaje pudiera llegar á las casas consistoriales, se pre-
sentó una comision de oficiales de la Milicia que en nombre de sus compañeros ase-
guraban que la detencion del jefe político habia sido una equivocacion, y que el Ayun-
tamiento se hallaba en junta esperando órdenes para hacer por su parte cuanto pu-
diera con el fin de restablecer la tranquilidad. Les contestó el jefe político que
en cuanto recibiera una respuesta del Ayuntamiento al oficio que le habia dirigido
iria personalmente á dar esas órdenes. Vino la contestacion en el sentido de las ex-
plicaciones dadas por los oficiales; sólo añadia el Ayuntamiento que en el cuartel del
tercer batallon habia una reuníon de milicianos que era urgentt dispersar.


Con estas explicaciones, pidió el jefe político al capitan general cuatro compa-
ñías de infantería y un escuadro n de caballería al mando de un jefe, y se dirigió con
esta fuerza á la plaza donde penetró sin dificultad. Subió el jefe político á la sala don-
de se hallaba congregado el Ayuntamiento. Allí supo que muchos oficiales y solda-
dos de la guarnicion habian sido hechos prisioneros por la Milicia, mandó que se hi-
ciera sumaria del hecho, y que un alcalde entendiera en los primeros actos judiciales
de lo ocurrido; dadas estas disposiCiOnes marchó con la tropa al cuartel del tercer
batallon. Los sublevados que allí se hallaban, muy bien enterados de cuantos pasos
daba la autoridad, al saber que esta se acercaba r.on fuerzas respetables, se dispersa-
ron, y al llegar n. Juan Gutierrez no halló más gente que la güardia de prevencion
y algunos rezagados que no tuvieron tiempo de fugarse. Fuéron estos presos yentre-
gados á una guardia de milicianos, quedando á disposicion del alcalde encargado de
las actuaciones. Pasó en seguida el jefe político á las oficinas del diario El Republi-
cano. Allí encontró un arsenal de armas y de municiones de guerra. Fuéron arresta-
dos los que allí fuéron hallados, y enviados á la jefatura política; uno de ellos era un
oficial desertor del regimiento de la Albuera; otros eran oficiales de milicianos. Todos
confesaron sin titubear que formaban parte de la reunion en el cuartel del tercer ba-
tallon, á quien pertenecian: hecha esta primera decIaracion, fut!ron enviados á la cár
cel á disposicion de los tribunales.




-4°4-
En esta cruel zozobra y lances de funesto agüero pasóse la noche; á las seis de la


mañana del 14 pudo la tropa volver á sus cuarteles, retirándose las autoridades á sus
casas. De corta duracion debia ser la tregua.


A las nueve de la mañana empezaron nuevas agitaciones; unos cuantos jóvenes
acompañados de un indivíduo del Ayuntamiento, se presentaron al jefe político, pi-
diendo que pusiera en libertad los presos de aquella noche. Se les contestó que en-
tregados al poder judicial, nada tenian que pedir. Mas insistiendo con toda la inso-
lencia que da la exaltacion de las pasiones aviesas, el jefe político les mandó prender.


En esto, el Ayuntamiento informó que no le era posible reprimir el desórden, ni
entenderse con la Milicia, y pedia se le enviase tropa. Al momento marchó la tropa,
mas en cuanto se asomó á la plaza, una inmensa gritería de ifuera,fuera! hizo sus·
pender la marcha. En seguida vino una órden del mismo Ayuntamiento que acababa
de pedir la tropa para que esta se retirase, y al mismo tiempo daba órden de tocar
generala; era evidente que el Ayuntamiento obraba supeditado por la violencia de
los rebeldes. Enterado el jefe político de la órden de tocar generala, mandó al alcalde
primero que la retirase al momento, haciéndole responsable de las consecuencias.
Era tarde. Ya se oian las cajas y los milicianos acudian con armas. No era posible
ya impedir su reunion. Se envió una órden á los concejales para que al momento se
presentasen al jefe político, la que obedecieron, muy gustosos de salir del cruel aprie·
to en que se hallaban á manos de los insurrectos. Se convocó á los comandanntes
de batallones de la Milicia, que se presentaron.


Reunidos todos, el alcalde primero le$ habló con suma entereza, atrihuyéndoles
una gran responsabilidad en lo ocurrido hasta entonces. Se disculparon los coman·
dantes, diciendo que la Milicia se hallaba en la mayor confusion, sin que se atinara
coI! el motivo ó la causa de este desórden, pues no corrian más que voces vagas y
quejas indeterminadas. Se ofrecieron á volver á sus batallones con el fin de hacer
cuanto de su parte dependiese para que volvieran á la obediencia. Se les autorizó;
allá fuéron y cumplieron á fuer de honrados ciudadanos. A su vuelta dieron las se-
guridades más lisonjeras; todos los milicianos se habian retirado menos unos cua-
trocientos que pertenecian á los batallones revoltosos, que permanecían en la plaza.
Aquellos comandantes dijeron que la pretel1sion mJs abultada de aquella gente, se
reducia á que los presos del dia anterior fuesen puestos en libertad; á lo que cantes·
tó el jefe político que no estaba en sus facultades hacer lo que se pedia, habiendo ya
entregado los presos al poder judicial. Los comandantes con miras de conciliarlo todo,
propusieron que aquellos indivíduos fuesen' sacados de la cárcel donde se hallaban, y
fuese su custodia confiada á la M ilicia N acional en uno de sus cuarteles. A esto se avi-
no el Jefe político deseoso de dar una prueba de su moderacion y de su espíritu con-
ciliador. Gozosos volvieron á la plaza los comandantes y se esmeraron en hacer apre-
ciar la prudencia de las autoridades, pidiendo en cambio la obediencia á sus órdenes.
i Vana esperanza! En toda aquella mañana estos beneméritos oficiales hicieron los
mayores esfuerzos para evitar una conflagracion que tantos males habia de atraer




-405 -
sobre Barcelona y sobre el reino todo: nada pudieron conseguir. La concesion que
habian pedido y obtenido no sirvió más que para envalentonar á los sediciosos; así
procede toda anarquía.


Mientras las autoridades apuraban por su parte los medios de conciliacion, tam-
bien se preparaban á la lucha, si por último era preciso acudir á la fuerza. Agotadas
ya la prudencia y el sufrimiento, publicóse la ley marcial, mas el bando puesto en
las esquinas era desgarrado al momento: la asonada iba subiendo de punto; se ha-
cian barricadas y aprestos de guerraj hubo ya que renunciar el restablecer la tranqui-
lidad por medios pacíficos y el jefe político, conforme al precepto de la ley, resignó
sus poderes en manos del capitan general en la maí1ana del 15.


Toda la guarnicion sobre las armas vivaqueaba en las calles. Hasta entonces los
sediciosos ocupaban la plaza de San Jaime, y nada indicaba que se extenderia el mo-
tín á lo restante de la poblacion. Los partes que llegaban eran unánimes en asegurar
que la mayor tranquilidad reinaba, sin señales que se pudiese alterar.


Crítica era la :;ituacion del general Van-Halen; tenia al frente una insurreccion ya
amenazadora, y no podia disponer para vencerla más que de unos dos mil hombres:
y como muy conocedor de las disposiciones de la poblacion, calculaba con sobrada
prevision que si se em~)eí1aba la guerra, tendria contra sí la mayoría de los habitan-
tes que saldrian á pelear por la fuerza irresistible de la atraccion, en defensa de un
plan preparado como ya va dicho muy de antemano. En las treinta y seis horas que
llevaba ya de existencia tumultuaria la insurreccion, ní una sola persona notable del
vecindario se habia presentado ofreciendo su cooperacion para restablecer la tran-
quilidad; indicio cruel de una general anuencia, á lo menos pasiva y tácita, de la
mayoría del vecindario. El general Van-Halen conocía perfectamente las desventajas
de una lucha en las calles, donde los soldados son asesinados sin tener enemigos vi-
sibles á quien contestar. Así, antes de romper las hostilidades, tentó una última vía
de paz; encargó al alcalde primero que intimase á los insurreccionados de la plaza
la órden de retirarse, siendo aquel aviso el último que daria. y desechado que fuese,
emplearía la fuerza. Llevó la órden el teniente coronel Rubin, y quedó prisionero
de los sublevados. El alcalde cumplió el mandato del capitan general. Contestaron
los rebeldes, que ante todo fueran puestos en libertad los presos del dia antes.


Ya no hubo que titubear, el capitan general distribuyó su escasa fuerza en tres
columnas de ataque, que debian marchar simultáneamente sobre la plaza de San
Jaime centro de la insurreccion, y penetrar en ella á todo trance. Las tres columnas
iban mandadas: la una por el brigadier Ruiz, coronel de Zamora, que debia adelan-
tarse con la mitad de su gente, dos piezas de artillería, algunos zapadores y algunos
ginetes por la calle de Platerías, y atacar la plaza en cuanto oyera dos cañonazos, se-
ñal que el ataque habia empezado por la calle de Fernando VII; el brigadier Villa-
langa, coronel de Sabaya, debia atacar con cuatrocientos hombres de su regi-
miento, dos piezas y algunos zapadores, apoderándose de una manzana de casas que
daban frente por una parte á la calle de Fernando VII, y por la otra á la plaza de




-406 -
San Jaime; el brigadier Moreno de la~ Peñas, coronel de Guadalajara, debia atacar
pasando por delante de la iglesia del Pino, á la izquierda de la calle del Ca1l; antes
de emprender su movimiento debia apoderarse de las torres de aquella iglesia, mas
los insurreccionados habian tomado la delantera y las ocupaban.


Empero no quiso el capitan general romper las hostilidades, sin probar una vez
más si podia evitar un choque cruel; hizo nuevas intimaciones que fuéron desecha-
das: entonces dió la órden de ataque contra la plaza de San Jaime. Creyendo hasta
aquel momento que no tenia que habérselas más que con la insurreccion que allí se
hallaba parapetada, no dudó que las tropas acabarian pronto con ese puñado de re-
voltosos, y que quedaria restablecida la tranquilidad pública.


Mas no bien hubo puesto hs pié s en la calle de Platerías la columna al mando
del brigadier Ruiz, cuando fué acometida con un fuego graneado por todas las ven-
tanas de las casas. Al oir el fuego de fusilería que arreciaba, el capitan general em-
prendió la marcha hácia los combatientes, y vió las azoteas del cuartel de la Ense-
ñanza coronadas de milicianos; mandó que la artillería disparase contra los terrados
de las casas que forman el extremo de la calle de Fernando VII, por donde tenia que
atravesar, y no fué poca su sorpresa al ver que disparado el primer cañonazo, se des-
colgó una nube de piedras de abultado tamaí10, que desde las ventanas caian sobre
la tropa que estacionaba en la Rambla apoyada en las aceras de las casas; prueba evi-
dente que estaba el vecindario aprontado á sostener la lucha que algunos debian
empeñar, pues para tener á mano proyectiles, era preciso se hubiera hecho muy an-
ticipado acopio paulatino, para no llamar la atencion de la policía y de las autori-
dades; y el dicho de la junta jactándose de haber provocado el conflicto, deja bien
clara la deduccion lógica, que no se empeñó la lucha sino cuando hubo seguridad
de tener todos los medios de sostenerla y de causar estragos á mansalva en la tropa.
Las casas de donde caian aquellos proyectiles tenian las puertas cerradas: hubo que
echarlas abajo para penetrar en ellas; mas tan disciplinada y sufrida era aquella va-
liente tropa, que contentóse con prender á los cobardes asesinos que en las casas ha-
llaron, sin usar de represalias que les dabél el derecho de la guerra.


Lo que habia ocurrido con la columna del brigadier Ruiz, lo sufrió la que estaba
al mando del brigadier Villalonga. Al entrar en la calle de Fernando VII, fué acome-
tido por igual fuego mortífero de las ventanas y por un granizo de piedras desde las
azoteas; piedras, mazetas, muebles, todo lo arrojaban sobre la infeliz tropa que nin-
gun enemigo tenia á la vista, mas nada pudo contener el arrojo de aquellos impá-
vidos soldados; hallaron una barricada, pasaron por encima de ella y se apoderaron
de un convento que servia de cuartel á un batallon de milicianos; allí hallaron unos
ciento cincuenta milicianos que quedaron prisioneros, y tambien se hallaron algu-
nos centenares de fusiles.


Asestada por todas partes la columna sin tener un enemigo al frente, no pudo Vi-
llalonga ocupar la manzana de casas que le estaba prevenido tomar. Acudió el capi-
tan general en su apoyo y no anduvo mucho cuando su caballo recibió un balazo, y




-4°7 -
otro le atravesó el uniforme. Esfuerzos desesperados se hicieron para ocupar aq ueUa
manzana de casas, mientras se oia el fuego empeñado en la calle de la Union. Volvió
velozmente á la Rambla el capitan general y mandó ocupar las casas que dan frente á
aquella calle.


Desembocaba Saboya por la calle de Fernando VII, al mismo tiempo que algunas
compañías de Almansa y la mitad de los guías del general entraban por la calle de
Boquerin á pesar del fuego mortífero que salia por todas las ventanas; el coronel de
Guadalajara recibió órden de apoyar el movimiento de Saboya hasta penetrar en la
plaza á toda costa; mas cada casa era un reducto de donde el vecindario mataba im-
punemente la tropa, la insurreccion era general, no se veia un solo enemigo en la
calle, las tres columnas estaban paradas, habian ya sufrido bajas terribles, no se po-
dia parar en ningun punto, el número de oficiales muertos era horroroso, entre
ellos el valiente y pundonoroso Bárcena, teniente coronel de Saboya; no le queda-
ban ya al capitan general más que unos doscientos hom bres de reserva, todas las de-
más tropas estaban empeñadas en la lucha. Las campanas de la ciudad tocaban á re-
bato para llamar á la gente d~ afuera, llegaban los partes más alarmantes, los pues-
tos aislados eran atropellados, los milicianos de los arrabales acudian escalando las
murallas cuando no podian forzar las puertas, no habia un minuto que perder, habia
que penetrar en la plaza por un esfuerzo desesperado. Los jefes de las columnas pe-
dian refuerzos que no se les podian mandar, y avi.:;aban que quedarian todos asesina-
dos en los puntos en donde se hallaban sin poderse defender: en aquel apurado
aprieto, dió una última órden el capitan general de penetrar en la plaza, pues era
preciso conseguirlo ó morir.


Esta última suerte esperaba á aquel puñado de heróicos soldados, defensores del
órden contra la más infame, la más alevosa y la más cobarde insurreccion, sostenida
por el fanatismo bárbaro, implacable de un vecindario ciego de ira. Si en el acto de
emprender el movimiento, los insurreccionados de la plaza no hubiesen pedido la
suspension de las hostilidades, ofreciendo retirarse diciendo que habian sido enga-
ñados por sus jefes, grosera y baja mentira pues aquellos jefes habian hecho cuanto
les habia sido posible para sofocar la rebelion en su gérmen, la posicion de las tro-
pas era tan crítica que no dió lugar á que se discutiese la sinceridad de la demanda.
Los brigadieres Ruiz y Villalonga quienes primero recibieron la proposicion, la acep-
taron sin esperar la aprobacion del capitan general; este la aprobó desde luego, mas
observando que las tropas cedian algo del terreno que ocupaban, por exigirlo asf
los rebeldes, mandó que volviesen á tomar su primera posiciono


Colocado en la Rambla el capitan general, recibió una carta del teniente coro-
nel Rubin que se hallaba preso en las casas consistoriales diciendo que se desea-
ba una suspension de hostilidades para desalojar de los terrados los hombres que
los ocupaban y que no obedecian á nadie. Los oficiales de la Milicia que traian esta
carta volvieron con la contestacion del capitan general, en la que se manifesta-
ba dispuesto á suspender las hostilidades en cuanto los insurrectos cesasen por su




parte el fuego, se sometiesen á las leyes, y se dispersasen volviendo á sus casas.
Envuelto en tan cruel conflicto y acudiendo á todas partes, no habia descuidado


el capitan general enviar órdenes para que se aproximasen á Barcelona varios
cuerpos del ejército de Cataluña. El vapor de guerra Isabel JI fué á Mataró á embar-
car tropas del regimiento de Salamanca y del Infante. Los generales de la segunda y
tercera division tuvieron órdenes de venir á marchas forzadas.


Durante la suspension de las hostilidades, se vió el capitan general rodeado de un
numeroso gentío que á porfia se esmeraba en persuadirlo que todo estaba acabado,
que las desgracias ocurridas habian sido el doloroso resultado de equivocaciones, y
más de uno entre los que así hablaban, las lágrimas en los ojos, daba pruebas in-
equívocas de su sinceridad, diciéndose engañados. Los que así se expresaban lo ha-
cian de buena fé, y como no cesaba el fuego por parte de los rebeldes, á una insi-
nuacion del capitan general queFlndose que los hechos desmentian sus protestas,
varios de ellos, llenos de un pundonoroso amor á la paz, se dirigieron á los insur-
rectos para que cesasen el fuego: santa misio n en q Lle uno de los milicianos halló la
muerte y otro salió gravemente herido.


y harto difícJ era creer que la mayor parte del vecindario tuviese miras pací-
ficas, pues la que no tomaba parte activa en la lucha, se estaba pasiva, mientras la
s~mgre corria en las calles. Entre los 3rupos que estacionaban en la Rambla, se
observaban indivíduos que sus trages indicaban no pertenecer al populacho, ni á
las clases obreras, gente muy prudente, experta en azuzar las pasiones, sin dar nun-
ca la cara. En esta ocasion habian hecho tregua á sus hábitos de prudencia, y se
presentaban con señales acusadoras de haber hecho uso de armas de fuego, tenia n
a ún las manos ennegrecidas con la pólvora; es verdad que la haliian ganado sin pe-
ligro alguno, disparando vil y cobardemente detrc1s de las ventanas; se les veia ahora
con aspecto jovial mezclarse en los grupos como gente satisfecha de sus recientes
hazañas, asesinando alevosamente á los valientes del ejé fcito español.


De hecho no hubo suspension de hostilidades más que en ciertos y determinados
puntos; todo oficial ó soldado era insultado, preso ó muerto. En cuanto el general
pudo mandar la retirada sin que tuviese visos de ser forzada, la emprendió con
el objeto de concentrar las pocas fuerzas que le quedaban y aparentando creer á
las protestas pacíficas que zumbaban á sus oídos, mandó que las tres columnas se
replegasen hácia Atarazanas, siendo SLl intencion retirarse á la ciudadela. Se re-
plegaron las tropas en el mayor órden, saliendo el capitan general el último de la
Rambla.


Reunidas las tropas en Atarazanas, el brigadier Villalonga recibió órden de estar
pronto á todo acontecimiento, pues habia indicios que la lucha habia de renovarse
con más violencia y los partes menudeaban con anuncios de triste agüero. El ayu-
dante Saravia enviado con uno de los jefes de la insurreccion á la puerta del Angel,
con el fin que toda hostilidad cesase, escapó milagrosamente al furor del populacho;
el subinspector de la Milicia coronel Lle)'at, enviado á la plaza de San Jaime para ob-




servar si los rebeldes cumplían sus palabras, estuvo en el mayor riesgo de ser víctima.
El capitan general nombr6 gobernador de Atarazanas al brigadier Castro, coronel


de Almansa, en quien tenia suma confianza, y asimismo en el regimiento que man-
daba. Fué á varios puntos á dar personalmente 6rdenes á sus subordinados, y se dí-
rigi6 á la ciudadela, único medio de poner á salvo las vidas de sus her6icos soldados,
que con tanto denuedo como infortunio habían sostenido el fuego de asesinos invisi-
bles. Mas en la ciudadela era imposible sostenerse. Desmantelada el año anterior, la
cortina que da frente á la poblacion, no existía, el foso se hallaba lleno con los escom-
bros de la demolicion. Dueño de la arruinada ciudadela, el capitan general mand6 á
Saboya que viniera con una batería ligera; di6 órden al gobernador de Monjuy, que
abriera el fuego sobre la poblacion, si se volvia á empeñar la lucha, lo mejor que se
pudo se hicieron algunas obras de defensa para poner al soldado al abrigo de los tiros
de los insurrectos, y se colocaron algunas piezas para repeler un ataque formal.


Al emprender Saboya su movimiento sobre Atarazanas, siguiendo la muralla del
mar, tenia que pasar por enfrente del convento de la Merced. En cuanto estuvo á
tiro, un fuego horroroso de fusilería salió del convento y de todas las casas contiguas,
causando bajas numerosas en el regimiento. Corria este ataque alevoso pareja con
las atrocidades que se cometian en otros puntos de la ciudad contra oficiales aisla-
dos. Por do quiera se oia el grito acostumbrado de muerte á los castellanos.


Habia quedado Guadalajara en el cuartel de los Estudios. En la tarde del 17 recibió
el brigadier Moreno de las Peñas coronel del cuerpo, órden de replegarse á la ciuda-
dela con toda la tropa, mas léjos de cumplimentar la 6rden del capitan general, con-
test6 que en las circunstancias en que se hallaba, le era imposible obedecer aquella
órden por razones que luego explicaria, y que permaneceria en su puesto, salvo lo
que su posicion crítica y los acontecimientos le permitieran: lo que estos le permi-
tieron fué capitular dos dias despues, entregándose á los insurrectos con su tropa.
y ser uno de los indivíduos entre las varias juntas que se instalaron en aquellos dias
de inaudita y vergonzosa anarquía (1).


(1) Ejército de Cataluña.-E. M.-Tan luego como reciba V. S. esta órden emprenderá su mar-
cha. y saldrá á toda costa con ese regimiento por la puerta del Angel, y por fuera de la ciudad
vendrá á esta ciudadela entrando por la puerta del SCJcorro.-Dios guarde á V. S. muchos años.-
El Conde de Peracamps.-Sr. D. Joaquin Moreno de las Peñas, brigadier coronel del regimiento
infantería de Guadalajara número 20.


Regimiento infanterfa de Guadalajara número 20.-Excmo. Sr.-Las circunstancias eran tan crí-
ticas para -mí en el momento de recibir el respetable oficio al parecer firmado por V. E. de fe-
cha de esta tarde, que me ha sido absolutamente imposible dar cumplimiento á lo que en él
se me ordena, aunque hubiese empleado todos los medios de conseguirlo, y por razones que
manifestaré á V. E. En tal concepto permanezco en el cuartel de los Estudios, sin perjuicio de lo
que mi apurada situacion y circunstancias me permitan adoptar en lo sucesivo.-Dios guarde á
V. E. muchos años, cuartel de los Estudios á las siete de la noche del 15 de Noviembre de ,84-2.
-Excmo. Sr.-El brigadier coronel, Joaquin Moreno de las Peñas.-Ex;cmo. Sr. capitan general de
este segundo distrito militar.




- 4 10 -
Antes de proseguir en la narracion de aquella sangrienta conflagracion, hay que


contestar á una de las villanas calumnias que inventaron y esparcieron los directo-
res de aquella insurreccion para alarmar el vecindario y alentar la rebelion. Esa tor-
pe calumnia consistió en propalar la voz de que el general Zurbano habia prometido á
los soldados el pillaje de las tiendas de la calle de Platerías. Es el caso que Zurbano
ninguna tropa mandaba, ningun mando tenia, y que el solo pundonor militar le
llevó á ponerse á las órdenes del capitan general como lo pudiera hacer un ayudante,


.


sufriendo el fuego de los insurrectos con los brazos cruzados. Ya hemos dicho, que
muy de antemano corrian voces en Barcelona de que Zurbano tenia órdenes terribles
para hacer efectivas las contribuciones atrasadas, y quintos no ingresados en las filas
del ejército, otra paparrucha que ningun fundamento tenia. El general Zurbano se
hallaba en aquellos dias en Barcelona incidentalmente, y de paso para Tarragona.


Mas Zurbano tenia muchos enemigos en Barcelona: los llamados moderados lo
detestaban, pues habian tenido en el general Zurbano un terrible adversario en la se-
dicion militar del año anterior; los carlistas porque acababa de destruir gavillas de
los suyos, que corrian por el Ampurdan causando estragos, muertes, robos y cuan-
tos excesos son propios de una chusma de foragidos con nombre político. La provin-
cia, limpia de bandoleros, estaba muy agradecíd1 á los servicios que le habia hecho
Zurbano, pedia encarecidamente al gobierno que le conservase en un mando de que
tantos beneficios habia reportado la provincia. Los contrabandistas, que hormiguea-
ban en Barcelona y su comarca, tenian un ódio implacable á Zurhano; en su mando
de inspector de aduanas, hahia tomado tales providencias contra el contrabando,
que esa mina de ilícitos beneficios con daño del erario público, del honrado comer-
ciante y del afanoso industrial, se iba agotando. Este conjunto de ódios políticos, de
pasiones aviesas, de intereses codiciosos, ofrecia un terreno feraz donde la calumnia
debia brotar lozana y vigorosa, con tantos interesados en dar cuerpo á la sombra,
ensañándose contra el general Zurbano. Muy fácil fué acreditar que su presencla en
Barcelona tenia por objeto la realizacion de todo lo que se inventaba para dar á la
porfiada resistencia un pretexto más.


Retirada la tropa en la ciudadela, la insurreccion no tuvo ya contra quien asestar
sus tiros. Atacar la ciudadela, era empresa arriesgada á pesar de hallarse desmante-
lada; por otra parte, si bien las ohras improvisadas en la noche anterior ponian la
tropa á cuhierto de las balas, no eran tales de sostenerse en ese punto, además falta-
ban víveres. Algunas partidas em-iadas para recoger algunas provisiones de boca,
volvieron con las manos vacías. El conde de Peracamps resolvió pues evacuar la ciu-
dadela, llamar las tropas del ejército de Cataluña, bloquear Barcelona, y con el ca-
ñon de Monjuy sofocar la insurreccion en la ciudad insurrecta; mas para llevar á
caho este plan sin tropiezo, era preciso un sigilo absoluto para que no tuviesen los
rebeldes el menor conocimiento del plan. El conde á nadie lo comunicó; y para me-
jor ocultar sus designios, intentó nuevos ensayos de conciliacion. Con -este fin, y
para tener alguna noticia de lo que pasaba en la poblacion, envió de parlamentario




- 4 11 -
al coronel Tur, anunciando á los rebeldes, que si no deponian las armas haria uso
de cuantos medios tenia á su disposicion para rendirlos. Volvió Tur con la con-
testacion más insultante; la insurreccion se creia ya triunfante; las calles princi-
pales estaban cerradas con barricadas, y la exaltacion del vecindario rayaba en
fanatismo.


Mas este fanatismo no alcanzaba á los ocultos promovedores de la insurreccion;
ninguno de ellos se atrevia á presentarse á capitanearla. De repeEte, un hombre des-
conocido, que no pertenecia á la poblacion, que ningun antecedente recomendaba al
aprecio ni á la confianza de Barcelona, concibe el audaz pensamiento de procla-
marse á sí mismo dictador; lo intenta y lo consigue: este hombre es Carsy. Carsyera
valenciano, habia servido en los rangos subalternos del ejército de donde habia de-
.ertado y habia sido declarado desertor; más tarde consiguió un empleo de subal-
terno, que no tardó en perder; hombre sin instruccion ni talento, se hizo redactor
de un diario anarquista en Pamplona, de donde vino á dirigir otro periódico de igual
calaña en Barcelona, poco antes de los acontecimientos que nos ocupan. Este es el
dictador que Barcelona reconoció por muchos dias, dias de luto y eterno baldono


Llevaba la insurreccion tres dias de vida, cuando el dictador Carsy dirigió á sus
subordinados la proclama siguiente en la tarde del 15:


"Ciudadanos: valientes nacionales: catalanest odos: la hora es llegada de com ba-
»tir á los tiranos, que bajo el férreo yugo militar intentan esclavizamos.


),Con toda la emocion del placer he visto prestar, exponiendo vuestras vidas, los
» mayores sacrificios en favor de nuestra nacional independencia: sí, os he visto lle-
"nos del mayor entusiasmo, briosos, lanzaros al fuego de los que alucinados por
"jefes tan déspotas como tiranos, quisieron hollar vuestros más sagrados derechos.
"No, no les dictaba su corazon el hostilizaros; una mano de hierro les impuso tan
"infernal y abominable crímen. Puesto que mostrado ha beis que quereis ser libres,
»10 sereis á pesar de un gobierno imbécil que aniquila vuestra industria, menoscaba
"vuestros intereses y trata por fin de sumiros en la más precaria y lastimera situa-
))cion, en la más degradante miseria.


II Una sola sea vuestra divisa, hacer respetar el buen nombre catalan; un ion y fra-
Hternidad sea vuestro lema, y no os guien, hermanos mios, las seductoras palabras
llde la refinada ambicion de unos, y la perfidia y maledicencia de otros.


"Guiado de bs más sana ~ intenciones, he creido oportuno dirigirme en estos mo-
»mentos á los batallones, escuadron, zapadores y artillería de la Milicia Nacional,
"para que sirviéndose nombrar un representante por eleccion en cada uno de ellos,
»se constituyan en junta, dicten las más enérgicas medidas y os proporcionen cuan-
·,tos bienes su penetracion les sugiera en estas críticas circunstancias.


"Al momento, no hay duda, sentireis las mejoras. Vosotros, los que abandonan-
"do una triste subsistencia que os produce quizás un miserable jornal, ha beis prefe-
))rido quedaros sin pan antes que sucumbir á infernales maquinaciones 1 sois dignos
,de todo elogio, ha beis despreciado la muerte con bizarría, justo es quedeis indem-




- 4 12 -
"nizados de vuestras fatigas y penalidades. No dudeis levantará su enérgica voz en
»vuestro apoyo vuestro hermano y compañero de armas.


"Barcelona 15 de Noviembre de 1842.-Juan Manuel Carsy.»
Barcelona.habia permitido que estallase en su seno una horrible insurreccion,


apoyada por la Milicia Nacional, cuyo instituto es mantener el órden, sostener el
imperio de las leyes, y dar fuerza á las autoridades que las respetan, para oir las san-
deces de aquella proclama que ningun vocablo puede calificar debidamente; habia
permitido el vecindario de una poblacion de ciento sesenta mil almas, que se asesi-
nasen traidora y vilmente trescientos sesenta y un soldados y cuarenta y nueve ofi-
ciales, espantosa inmolacion de españoles, ejecutada sin que una sola persona en Bar-
celona, levántase su voz para contener el derramamiento de tan generosa sangre,
y hay que consignarlo en la historia de aquella bárbara insurreccion para su eterno
oprobio, como para la gloriosa memoria de tantos mártires. Eran aquellos valientes
del ejército, modelos de disciplina y de humanidad~ peleaban contra el plomo homi-
cida con palabras de fraternal conciliacion y de persuasiones; eran más bien misione-
ros de paz y de concordia que soldados dignos de habérselas con otros enemigos.


Barcelona oyó sin rubor la ridícula proclama de Carsy, que todo lo creyó posible
en un pueblo en que dominaba un vértigo demente, faltando á lo mismo que decia
en su grotesca proclama. Carsy, sin contar con nadie, nombró é instaló una junta de
que se intituló presidente. La tal junta se co mponia de los sujetos elegidos el 13 en
la reunion de la cofradía de zapateros.


Juan Ma'luel Carsy, presidente.
Fernando Abella, confitero.
Antonio Brunet, chocolatero.
Jaime Vidal y Grau, fabricante.
Benedicto Garriga, ojalatero.
Raimundo Castró, expendedor de fósforos.
Bernardo Ximgola, carpi n tero.
José Prats, propietario (1).
Jaime Gira!t, dependiente del comercio, vocal y secretario.
Una proclama de la junta anunció el i6 á los habitantes de Barcelona que ya tenian


un amo. Esta segunda alocucion era digna de la anterior; trás de las palabras sacra-
mentales de viles tiranos y otras del mismo jaez contra el gobierno de Madrid, ve-
nian los halagos á la Milicia que habia salvado á Barcelona. La junta mandaba que
todos los empleados, inclusos los del Ayuntamiento, se presentasen á recibir órdenes.
Dcjar~mos por un momento la junta cuyos actos en los di as 15 y 16 se limitaron


á los que van indicados, y volverémos á tomar el hilo de los acontecimientos y la
marcha de los defensores del órden, del gobierno y de la Constitucion.


(1) Este sujeto, en cuanto supo su nombramiento se fugó, mas no le valió para salvar su nombre,
que figura en todas las juntas, á pesar de no haber asistido nunca.




-411 -
Grandes servicios pudieron prestar los buques de la armada que se hallaban surtos


en el puerto de Barcelona; estos observaron una conducta enteramente opuesta á lo
que de ellos exigia la circunstancia. Sin entrar en el sagrado de las intenciones, nos
limitarémos á narrar los hechos.


El bergantin de guerra Héroe recibió en la tarde del 1 S órden de enviar víveres á
Atarazanas. Contestó el comandante no poder comunicar con el fuerte; el vapor de
guerra Isabel 11 que habia ido á embarcar tropas á Mataró, estaba de vuelta el 15
por la tarde, teniendo á bordo doscientos cincuenta hombres del Infante; enterado
de lo que pasaba se fué á desembarcar la tropa en Tarragona. Parece que fondeado
cerca de la Linterna, los rebeldes le hicieron saber que si intentaba desembarcar la
tropa, se le echaría á pique. A la vista estaba aún al alborear del 16; desde la ciudadela
se le hicieron señales para que se aproximara, ó no las vió, ó no las entendió, ó no
las quiso entender y siguió su derrotero.


Deshauciado por los buques de guerra nacionales, el conde de Peracamps pasó un
oficio al comandante del bergatin de guerra francés Meleagre para que tuviese á bien
enviarle un oficial á quien pudiera hacer una comunicacion verbal. El objeto de esta
era confiar á su hidalguía sus cinco hijas que con su tia se habían refugiado por ins-
tinto á la ciudadela. Vino el oficial, las hijas del capitan general, la señora del gene·
ral Zavala, la del jefe político y algunas personas más, se embarcaron en un bote del
bergantin con bandera desplegada. La localidad permitió el embarque sin que lo vie-
ran los insurreccionados de Barcelona. Surcaha el bote la bandera ondean te hácia el
bergantin, cuando gente de Barceloneta en algunos faluchos se adelantaron y apre-
saron el bote francés; lo llevaron á tierra donde hicieron desembarcar las personas
que llevaba á su bordo. Estas fuéron recogidas por un honrado vecino ilamado Ba-
llester, que ejercia un saludable influjo en el ánimo de los que habian apresado el bote
francés, y protegió aquellas desventuradas niñas y señoras con la más loable energía;
la generalidad de los habitantes de la Barceloneta le imitó generosamente, dispensan-
do á aquellos huéspedes involuntarios la asistencia más eficaz hasta con riesgo de sus
propias vidas. Restablecido el órden en Barcelona fué el conde de Peracamps en per-
sona á dar las gracias á aquellos vecinos honrados y al Ayuntamiento que tan hu-
manos se habian mostrado en aquel lance apurado; entre los apresados, sólo e.1 bri-
gadier Chacon y su hijo fuéron llevados á Barcelona.


Hubo en este suceso del bote de Meleagre, circunstacias que no deben quedar ol-
vidadas en la narracion de aquellos lamentables acontecimientos.


Desde el punto donde se hallaba fondeado el bergantín, se veia perfectamente la
playa en donde se embarcaron los homhres con el designio de apoderarse del bote
francés. Con la direccion de las lanchas primero, y elapr esa miento en seguida, obser-
vado desde el bergantin, parece que éste debiera tomar algunas disposiciones para
impedir á este último y proteger su pabellon: nada hizo y dejó que se realizara el
atentado.


El cónsul de Francia, D. Fernando Lesseps, enterado de esta ocurrencia, reclamó




-4 14-
de la junta, que las personas apresadas bajo el pabellon francés fuesen puestas en liber-
tad; lo consiguió, mas ninguna satisfaccion pidió por el insulto hecho á su bandera;
en cuanto á las infelices apresadas, éstas no hicieron más que mudar de prision,
pues quedaron violentamente detenidas á bordo del lvleleagre hasta el dia 23 de
Noviembre, á pesar de cuantas gestiones hiciera el general Van-Halen para que fue-
sen desembarcadas en tierra de España ó entregadas á un buque español, como lo
verémos más adelante.


El general Van-Halen supo la prision de sus hijas por noticias que le trajeron al-
gunos oficiales de la Milicia, que só· pretexto de hablar de pacificacion, se dieron
prisa en anunciarle que su familia se hallaba en poder de sus enemigos, esperando
con esta noticia paralizar sus operaciones; mas en España hay siempre pechos gene-
rosos para imitar á Guzman el Bueno El general Van-Halen contestó á esos piado-
sos mensajeros, que sacrificaria toda su familia antes bien que faltar á sus deberes;
mas á pesar de esa calma aparente, fíguresc todo el que tenga corazon cuál seria la
mortal angustia de aquel padre, suponiendo sus tiernas y queridas hijas en poder de
gente desalmada, capaz de todo. En esta lucha tremenda del afecto paternal y del
deber militar estaba, cuando se presentó en la ciudadela el Sr. Lesseps con la noti-
cia de que sus hijas y las demás personas apresadas en el bote dell"feleagre, pasarian
por la noche á bordo del bergantin. El general suplicó al cónsul francés, que enviara
al momento sus hijas á Mallorca; de esto discurrian cuando tuvo el general Van-
Halen ocasion de manifestar al cónsul francés y al capitan de Milicia que le acompa-
ñaba, que sus deberes eran primero que sus afectos. Como no cesaba el fuego de los
insurreccionados, y al contrario arreciaba, al saber el general que aquellos habian
preso un jefe militar, que escoltaba heridos para cuyo pase habia un convenio, mandó
el general Van· Halen que se contestara á cañonazos á los tiros que se disparaban
contra la ciudadela, y se hizo la señal al Monjuy para que hiciera lo mismo, lo que
ejecutó el gobernador en seguida; y no cesó el fuego de ambos fuertes hasta que ca-
lló el de los rebeldes. i Y sus desgraciadas hijas estaban todavía en manos de los que
debia suponer enemigos suyos!


Por la tarde del 16 llegaron algunos refuerzos de tropas. Ciento veinte hombres
del Infante y el batallan de Salamanca entraron en la ciudadela. Se acercaba la hora
de evacuar ésta y nadie conocia el plan del general. A las nueve de la noche se die-
ron las órdenes para las dos de la madrugada. Cuatrocientas mujeres y niños se ha-
llaban refugiados en la ciudadela. Se les envió por delante para que no entorpecie-
ran la marcha de las tropas. Éstas rompieron su marcha en el mayor silencio y en
órden admirable, llevándose todos los efectos de vestuarios y prendas de equipo: cu-
bria Salamanca la retirada. Se inutilizó la artillería menos cuatro piezas que dispara-
ron sus tiros en cuanto ya no hubo un soldado en la ciudadela, y fuéron en seguida
tambien inutilizadas esas piezas. Este disparo fué un ardid del general que surtió
m~y buen efecto. Su objeto fué dar á entender á los insurreccionados, que se iba á
emprender un ataque contra la ciudad; mientras al contrario, se retiraban las tropas·




---4 15 -
El engaño fué completo, y la evacuacion de la ciudadela no fué notada hasta ya muy
entrado el dia. Las tropas que guarnecían los fuertes Pio y Don Cárlos, se incorpo-
raron á las que se retiraban.


Dejarémos á los militares la apreciacion del plan ejecutado: nosotros no somos
competentes para graduarlo de bueno ó malo; mas el buen sentido nos dice, que con
la escasa fuerza que tenia el general Van-Halen, mil seiscientos hombres que acaba-
ban de ser diezmados en las calles de Barcelona, no era posible vencer una insurrec-
cíon general en una poblacion de ciento sesenta mil almas. Tampoco podia soste-
nerse en la ciudadela, desmantelada y sin víveres, circunstancia que conocian muy
bíen los enemigos; la retirada era pues más bien una necesidad imperiosa, que la
opcion entre varias resoluciones más ó menos acertadas. Y si se nos pregunta por
qué se hallaba la ciudadela sin víveres, contestarémos que nunca ha habido en ella
acopio de víveres; y que en el estado en que se hallaban los ánimos, en cuanto se
hubiese sabido que se abastecia la ciudadela y demás fuertes, hubiese bastado esta
disposicion del capitan general para pretexto de una conmocion de que se hubiera
hecho responsable quien la hubiera mandado, por temores que antes del suceso se
hubieran calificado de nimios ó de exagerados; y sobre todo téngase presente, que
la ciudadela no merecía ya el hombre de tal, desmantelada el año anterior por los
habitantes, atentado precursor del que ensangrentaba las calles de Barcelona y des-
cuidado su castigo por el gobierno con mengua de su autoridad, y del manifiesto de
Zaragoza que quedó escarnecido por la impunidad de los autores del derribo de la
ciudadela.




CAPÍTULO XIX.


ACONTECIMIENTOS DE BARCELONA DE I842.-(Continuacion).


Concentradas las tropas en los fuertes, quedó la insllrreccion dueña de las calles,
la evacuacion de la ciudadela puso en manos de la junta el dominio de la ciudad, las
tropas hicieron alto en el campo, luego se encaminaron á San Andrés del Palomar,
llegaron á Sarriá á las nueve y media de la noche, allí se tomó un descanso aprove-
chado para acopiar víveres y dar órdenes á los cuerpos que venia n de diferentes
puntos de Cataluña para que marcharan á San Feliú de Llobregat, donde estableció
su cuartel general el conde de Peracamps, y á donde llegó con su gente á las cinco y
media de la tarde del 17.


El primer Cuidado del Conde, ya fuera de la ciudadela, fué dar parte de su resolu-
cion al gobernador de Monjuy; este contestó al momento dando aviso :~e su esca-
sez de víveres. Se le contestó que al momento seria socorrido, encargándosele hiciese
saber al gobernador de Atarazanas que tambien se le enviarian víveres en el mismo
dia 17 á las once de la noche; contestó el gobernador de Monjuy á esta segunda
comunicacion, participando que ninguna noticia tenia de Atarazanas.


N o extrañen los lectores estos pormenores je horas y de minutos, son indispen-
sables para apreciar debidamente los sucesos inauditos del dia I 7.


Ya hemos dicho cuánto importaba el secreto sobre la evacuacion de la ciudadela,
y cada uno juzgará como el conde de Peracamps que ;!ra la condicion sine qua non
del buen éxito. Esta necesidad como la seguridad que tenia el Conde de ponerse in-
mediatamente en comunicacion con Atarazanas, en cuanto estuviera fuera de la ciu-
dadela, hicieron que no enterase de su plan al brigadier Castro gobernador de aquel
fuerte. Bien ajeno estaba el capitan general de preveer que á las pocas horas de su
salida habia de entregarse Atarazanas á la insurreccion y á la junta, capitulando á las
tres y media del mismo dia I 7, siguiendo el ejemplo del cuartel de los Estudios.




-4 17 -
El 18 por la mañana recibió el conde de Peracamps estas inesperadas noticias por


un oficio del gobernador de Monjuy, quien daba parte de estos acontecimientos en
un despacho fecha del 18 á las cuatro de la mañ<ma. Lo copiamos literalmente .


.. Excmo. Sr.-En los momentos que iba á dirigir á V. E. el 3djunto comunicado,
.. fuí avisado por los centinelas que un carruaje escoltado se acercaba por el camino
»real hácia esta fortaleza: detenido á distancia competente, se manifestó por un de-
l'pendiente de su comitiva que aquel contenia las personas de los señores cónsules de
"las naciones aliadas francesa é inglesa, de un indivíduo de la diputacion provincial y
»otro de la junta titulada gubernativa popular de Barcelona, que venian los unos con
»un encargo respectivo á los intereses de sus naciones, y á solicitar los otros conce-
»siones convenientes al bienestar de los habitantes de dicha capital. No me pareció
.. aventurar nada que fuese contra mis deberes, ni en desdoro de las armas y puntos
))que guarnecen pero me pareció debiera oírles, y deteniendo en el camino cubierto á
»los demás, quise entenderme primero con el caballero cónsul francés. Así fué que
))este me dió todas las pruebas y garantías que necesitaba para mis procedimientos su-
llcesivos; de hecho los admití gustoso, atento y afable, explicándose exactamente sobre
))el objeto de sus misiones. Estas tuvieron casi por principio el sensible anuncio de que
»el fuerte de Atarazanas á las tres de la tarde del dia de ayer habia capitulado, quedan-
))do los jefes y oficiales que componian su guarnicion en entera libertad para elegir los
»puntos de su residencia, la tropa detenida aún en su cuartel, si bien entendido, en-
»tregadas sus armas; el parque, el artillado y sus enseres bajo de inventario á cargo
"de los indivíduos del arma, y que así habia transigido con los nacionales aquel nece-
"sario puesto, que sólo exigian de mi relativamente á sus respectivos encargos que
»no ofendiese á la poblacion, asegurando no hacerlo tampoco en lo sucesivo, porque
))se obligaban á responder con iguales deberes. En este caso reduje mi respuesta, se-
gun lo practico con V. E. sin preámbulos en el lenguaje conciso militar que poseo,
»que dependiendo yo de V. E. como mi general y á quien se hallaba consignado el
»mando especial de este importante fuerte, no podia ni debia propasarme de las ter-
»minantes órdenes que de V. E. tenia, pero que no obstante, les ofrecia que sólo en
"el caso fortuito de ser hostilizado responderia de igual suerte, repito en lo hostil y
))necesario, siempre respetando nuestras recíprocas relaciones que intervenian en este
))ofrecido, y para con los señores cónsules necesariamente.


»Despues se descendió á la idea de que venian confiados de encontrar á V. E. en
>leste puesto, y que lo mismo que á)mí me manifestaban, con tenia una nota que el se-
)) ó.or comisionado por la diputJcion provincial conducia para entregar á nombre de
»ella en mano de V. E. Se leyó por él mismo, y convencidos de que si bien V. E. no
»se encontraba aquí. le podrian ver en otra parte, les indiqué el cuartel general y el
))paraje en que V. E. lo tenia establecido. Quedó reducido el compromiso que hasta
"aquí me concierne á cuanto tengo el honor de manifestar á V. E., esperando que
"será de la superior aprobacion de V. E. Monjuy 18 á las cuatro de la mañana de No-
»viembre de 1842.-Bernanlo Rehaleca.-Excmo. señor capitan general.»


27




Dos cosas resultan de la narracion del gobernador: primera, la afanosa premura de
dos agentes extranjeros que unidos á los jefes de la insurreccion, abogan en favor de la
ciudad insurreccionada; y segunda, que en la tarde del 17 era ya conocida en Barcelona
la posicion tomada por el capitan general, puesto que en aquella noche salen aquellos
mensajeros para Monjuy donde creian h:lllarle. Esta circunstancia debe tenerse muy
presente para apreciar el preámbulo de las capitulaciones del cuartel de los Estudios
y de Atarazanas.


En cuanto á la mision de los señore~ cónsules de Francia y de Inglaterra en com-
patlÍa de comisionados de la junta, dirémos que su primera obligacion era no rozarse
con una Junta rebelde al gobierno legítimo cerca del cual estaban acreditados; que
si llevados de un noble impulso en favor de la humanidad cuya causa es la de todos
los hombres de bien, hubieran hecho algo para evitar los asesinatos de infelices y
valientes soldados defensores del órden, estos generosos esfuerzos les hubieran dado
un derecho santo para interponerse en favor de los que tan horribles atentados habian
cometido; mas permanecer silenciosos y en actitud pasiva en una contienda nacio-
nal' mientras corre noble sangre en defensa del gobierno y de la Constitucion,
y desplegar una incansable actividad, para impedir el castigo de una rebelion atroz,
no es ya mision de humanidad, sino injusta y Yituperable parcialidad que mere-
ció más severa repulsa y no debió quedar impune por parte del gobierno de la
regenCia.


En la mañana del r8, se presentaron los señores cónsules al capitan general no
como tales, sino en nombre de la humanidad, pidiendo que no se abriera el fuego
sobre Barcelona. El conde de Peracamps les declaró que hartas pruebas tenia dadas
de su moderacion y de su afecto á Barcelona en los años que llevaba de mando en el
Principado, mas que ningun empeño podia tomar, resuelto á emplear cuantos medios
estaban á su disposicion hasta someter Barcelona. El mismo lenguaje tuvo con las
personas que acompañaban á los cónsules; el comisionado de la di putacion provin-
cial entregó al capitan general un oficio de aquella corporacion al que contestó por
escrito, diciendo que el mejor modo de eyitar nuevas desgracias era que las personas
notables de la ciudad, y la diputacion provincial sobre todo se esmerasen en restable-
cer el órden y el imperio de las leyes, lo que no habian hecho en los dias de la lucha,
pues ni un solo indivíduo de esas clase~ y corporaciones se le habia presentado en
aquellos momentos.


El 18 un abund,mte convoy de víveres fué llevado á Monjuy, dirigido por el
mismo capitan general en persona. Los vecinos de S:H1 Feliú prestaron una leal asis·
tencia, dieron todos los víveres pedidos, y proporcionaron todos los medios de tras-
porte, contentándose para el pago con cédulas que se debían admitir á cambio de
contribuciones: nada quisieron por las acémilas. La junta quiso atacar el convoy y
para ello envió tres batallones de milicianos para impedir su paso; mas como es más
fácil asesinar soldados á mansalva parapetados detrás de una ventana que atacar
valientes á cuerpo descubierto, bastó una compañía de cazadores que se adelantó,




-4 19 -
para que los tres batallones corrieran á encerrarse en Barcelona, entrando de tropel
por la puerta de San Antonio.


Pertrechado y abastecido Monjuy, desde el dia 18 podia el general Van-Halen abrir
el fuego contra la ciudad insurrecta; no lo hizo, obró con más pausa qu.e la que suelen
tener jefes militare s para quienes el dicho de llegué, vÍ y vencí tiene grande atracti-
vo. El conde de Peracamps vió un pueblo extraviado y no quiso vencer por las ar-
mas, sino en la hora menguada en que una ciega obstinacion no dejó otro recurso
más que el de la fuerza. Esperó diez y ocho dias, inaudita longanimidad de un pecho
generoso, que tan mal apreciado ha sido de'propios y de extraños no tardando mu-
cho extraños y propios en desmentir con los hechos la hipócrita filantropía de que
hicieron tanto alarde á la vista de Barcelona sometida á las leyes por las bombas de
Monjuy, único argumento á que no fué sorda y rebelde en 1842.


Veamos los sucesos del dia 17.
Ya dijimos la órden que recibió el hrigadier Moreno de las Peñas que con la tro-


pa de Guadalajara ocupaba el cuartel de los Estudios, y la contestacion que dió de
no poder cumplimentarla. No examinarémos ahora si las razones en que se fundaba
el coronel de Guadalajara eran en aquel momento legítimas y si no podia abrirse
paso para reunirse al capitan general; mas al ver que los motivos de la capitulacion
firmada no fuéron los que autorizan el un militar á capitular, y sí únicamente consi-
deraciones políticas, la imposibilidad de cumplimentar la órden de reunirse al general
en jefe es ya inadmisible, y á lo menos muy prohlemática.


Hé aquí el texto de aquella capitulacion. «Capitulacion que hacen los señores jefes,
lloficiales é indivíduos de tropa del regimiento infantería de Guadalajara que ocupan
»los Estudios con la junta directiva de Barcelona á consecuencia de los sucesos
lldel 14, 15 Y 16 del presente mes:


»Artículo 1.° Atendida la situacion política en que se encuentra la prov incia de
JI Barcelona y la particular de los cuerpos del ejército que componen la guarnicion de
nesta capital, los expresados jefes, oficiales y tropa consienten en reconocer el poder
.• del pueblo y entregar á la junta directiva las armas que tantas veces se han empled.-
.. do en defensa de la libertad.


2.° »Por esta razon y el decoro de la nacion española de quien somos todos hijos,
»conservarán los señores jefes y oficiales sus espadas y la tropa sus mochilas y
HeqUlpo.


3.° .. Los señores jefes, oficiales y sargentos que tuviesen casa y familia en esta
"plaza, se les permitirá ir á ellas hasta qUt: los mismos pidan su ·traslacion al distrito
»que les acomode, en cuyo caso la junta les facilitará el correspondiente pasaporte y
»auxilio, así como durante la permanencia en esta garantiza sus personas y pro-
"piedad.


4.° »La tropa pasará al depósito que señale la junta, y será socorrida con su pan
lIy haber diario, hasta que se verifique su traslacion, que será lo más pronto que per-
»mitan las circunstancias.




-420 -
5,° "Pasados los primeros dias de eft:rvescencia, la junta se ocupará de dichas


Ilsalidas, proporcionándoles á los estipulados su embarque si fuese por mar, ponién-
"dose de acuerdo con las autoridades de la ciudadela y Monjuy para no ser molesta-
"dos por las baterías.


6.° "Si el tránsito para fuera del distrito fuese por tierra, la junta garantizará las
"personas, familias y equipajes de los estipulados,


7,0 "Los almacenes de cuerpo, y las oficinas de contabilidad quedarán á cargo de
"la junta, bajo el correspondiente inventario hasta el momento de la marcha.


8. o "Las banderas sin las astas quedarán en depósito y cargo del brigadier éoronel.
9.° "Los señores oficiales é indivíduos de tropa que hayan sido anteriormente


"prisioneros, disfrutarán de las ventajas de esta estipulacion: todos podrán ser asis-
"tidos por indivíduos del depósito.


10: "De esta estipulacion se enviará por la junta una copia á la autoridad militar
»superior que manda en la ciudadela. Patria y libertad. Barcelona 16 de Noviembre
»de 1842.-El brigadier coronel, Moreno de las Peñas. El teniente coronel mayor,
),Lucas Masot. El comandante, Juan Maroto. El segundo comandante, Mariano de
"Guardiola. El segundo comandante, Pablo Castañero Capitanes, Vicente Simon,
),Ramon Oneti, Luis Giron, José Moll, Domingo del Poso, Mariano Briones, Ma-
lInuel Trinisen, Ignacio Tornet, José Rodriguez, Francisco Mola, Lorenzo Sagues-
))milla. Tenientes, Dionisio de Laudadena, Diego Pintos, Luis de Cura, Francisco de
,)Paula Gil, Alejandro de Aguirre, Eleodoro Morata. Ayudantes, Alejo Asensio, Pe-
))dro Abades, Círlos Gardin, Joaquin Mola, Antonio Morales, José Monserrat, Ale-
))jandro Villegas, Ramon Tercero, Telesforo Gomez, Francisco Santiago, Antonio
))Rosell, Angel Sans, Juan Castal10S, Antonio Albaretot, Pedro Martin. Subtenientes,
lIAluadeo Cros, Antonio Gimeno, Manuel Pamias, Cárlos Conus, José Lizarré, José
"Soto, Manuel María Salazar, Juan Perciha, Joaquin Bañeras, Rafael Villalobos, José
"María Calex, José Troyans, Isidoro Aguitanedo, Gregorio Piquero, Juan Senderos,
lIRómulo Escobar. El médico cirujano, Pedro Igartisa. Por la clase de sargentos, el
lIsargento primero, Pedro Carreras. El sargento segundo, José Llanos. M~ adhiero á
))la suerte de mis compañeros, el segundo comandante, Bonifacio Bueno, Fernando
"Aloy. El segundo comandante, Juan Basco. El capellan, Pedro Pablo Lara. Es co
"pia.- El presidente, Juan Manuel Carsy.-El Secretario, J. Giral".


Ni la falta de víveres, ni la de municiones, ni tener al frente una fuerza muy su-
perior, ni haber repelido un solo ataque, ni malogrados ensayos para abrirse paso
hasta donde alcanzan .las fuerzas humana?, fuéron las razones que exigieron una C:l-
pitulacion, extremo siempre muy doloroso para un militar y al que ninguno se acoge
sino cuaúdo la imposibilidad de la defensa es de tal evidencié). para todos, que el ho-
nor del vencido queda salvo. Aquí no aparecen más motivos que consideraciones po-
líticas, de suyo antojadizas, arbitrarias, inadmisibles; esta inaudita capitulacion con
la negativa anterior de cumplimentar la órden de reunirse al capitan general, no ne-
cesita comentarios.




- 421 -
Esta primera capitulacion sirvió de pauta á otra de más importancia y acompañada


de circunstancias que forman con otras muchas la demostracion del plan general de
esa fatal insurreccion.


Para explicar la capitulacion de Atarazanas, hay que tomar la narracion de un poco
más atrás.


Cuando el capitan general desde la Rambla se replegaba á la ciudadela, al pasar por
Atarazanas, no fué poca su sorpresa hallar en aquel sitio al general Pastors, quien en
los tres dias de combate no se habia presen~ado al capitan general, como lo exigia la
Ordenanza. Este manifestó con entereza su desagrado el Pastors y á otros tres gene-
rales que como Pastors no se habian presentado durante la lucha, y como él se ha-
llaban en Atarazanas. El capitan general, usando de las facultades de general en jefe.
sin atenerse el la graduacion dió el mando superior de Atarazanas al brigadier Caso
tro, coronel de Almansa, en quien tenia entera confianza. Este, en virtud del man-
do que le confiara el general en jefe, se dió á reconocer como gobernador, dió en el
día 15 las órdenes que requirió el caso, avisó al gobernador de Monjuy, no rompiese el
fuego mientras los insurreccionados no atacasen la ciud3dela ó Atarazanas, y recogió
la caja del regimiento en el fuerte; mas el 16 dando á la autoridad superior cuenta de
sus disposiciones, consulta sobre el mando que estaba ejerciendo, no espera la con-
testacion y entrega el mando de Atarazanas el dia [7 ¿á quién? al general Pastors
que acababa á su presencia de ser ágriamepte reconvenido por el general en jefe, y
el quien prescindiendo de su graduacion, no habia dado el mando de Atarazanas, po-
niéndolo en manos de un brigadier. Hay más, Atarazanas, antes de lo dispuesto por
el general en jefe tenia por gobernador al coronel N avascues, mas cuando en la tar-
de del 15 el brigadier Castro se dió ú reconocer como jefe superior del fuerte
en virtud de las órdenes verbales del general en jefe, Navascues le reconoció por
su superior, pues si más tarde escrúpulos de no fácil explicacion asaltaron al briga-
dier Castro, ¿cómo no volvió á entregar el mando al antiguo gobernador del fuerte,
sino al general Pastors, rechazado, reconvenido por el capitan general? ¿A título de
qué? á título que ya en varios mandos que fatalmente habia ejercido en Barcelona,
habia dado hartas pruebas de estar siempre pronto á transigir con el desórden, y estos
antecedentes lo indicaban como el más á propósito para transigir con la presente
insurreccion, mientras Navascues era hombre, por lo contrario, que hubiera defen-
dido el fuerte de Atarazanas á todo trance. En efecto, este no quiso firmar la capi-
tulacion vergonzosa del 15, se salió de Barcelona y desde Espluga, con fecha 29 de
Noviembre, remitió á su jefe inmediato, el general Zavala, segundo cabo de Cata-
luña y gobernador de Barcelona, un oficio que reproducirémos en parte por ser rela-
cion oficial de lo que pasó en Atarazan.as antes de la capitulacion, los trámites que
esta siguió y lo que sucedió despueso


Presenta N avascues las razones que le obligan á dar cuenta de su conducta, de las
disposiciones que tomó en los dias 13, 14 Y 15, y llega al momento en que las tropas
en retirada se presentaron en Atarazanas.




- 422 -
"Parte que da el gobernador de Atarazanas, al de Barcelona, en 29 de Noviem-


bre 'de 1842 .--Exc.mo. Sr.-El que se titulaba gobernador interino del fuerte de
Atarazanas y que firma al final de este escrito, parece se halla en el caso de po-
ner en conocimiento de V. E. y para los fines ~onvenientes, las ocurrencias ob-
servadas en dicho fuerte, desde que se rompió el fuego en la fortaleza hasta la
vergonzosa capitulacion y entrega del fuerte á los sublevadQs en la ciudad de Barce-
lona el dia 17 del corriente mes y año. Al salir toda la tropa del fuerte dije al coro-
nel brigadier de Almansa que quedaba sin un soldado disponible la fortaleza, sa-
liendo como iba á salir el todo de su regimiento y de consiguiente debilitados los
puntos ó cubiertos no más que con los números que en dias sosegados se mante-
nian, contestando aquel jefe no ser necesario en aquella ocasion.


"Hallándose el regimiento dicho formado en la Rambla, mandé al sargento mayor
interino del mismo fuerte dijera al coronel referido, que respecto á haber visto en
los terrados de la calle del Conde del Asalto á algunos sublevados, y estos hecho
fuego á nuestras tropas, sitas en el baluarte del Rey, no extrañara si sentia por su
izquierda y retaguardia algun disparo de cañon de dicho baluarte si continuaban
mortificando á la tropa, como sucedió, obligándoles á suspender el fuego al disparo
de un cañonazo. Al retirarse el regimiento de Almansa de la Rambla y. al llegar á la
puerta de Atarazanas, hizo alto la tropa y al parecer por disposicion del Excmo. se-
ñor capitan general, á cuyo superior jefe ví hablar con el brigadier Castro, ambos
paseándose, hallándose V. E. en esta ocasion un poco retirado de S. E. En este es-
tado esperaba recibir instrucciones de V. E., pues que era sabido quedaba amena-
zado aquel punto, si bien me figuré recibiria órdenes é instrucciones el coronel de
Almansa del capitan general. Entrado el regimiento en la fortaleza, empezó á dar ór-
denes el brigadier Castro como si fuese nombrado comandante general del punto.
En este estado me pareció conveniente saber de dicho coronel si efectivamente reci-
bió órdenes de S. E. el capitan general, contestando afirmativamente, añadiendo ha-
ber recibido las más ámplias, y nombrado comandante militar de aquel punto.


"El dia 16 se entregó el general Pastors del mando de todas las armas y defensa de
aquel recinto, cuya circunstancia me puso en la creencia de que fué por disposicion
y voluntario mandato del Excmo. señor capitan general; pues que de otro modo era
de creer no cederia el mando el brigadier C:astro. A luego de la nueva entrega del
mando referido se destinaron tres coroneles con tres comandantes á tres puntos dis-
tintos como más amenazados. El 16 por la tarde ya se notaban visos de comunica-
cíon entre los sublevados y el jefe de las armas. El 17 por la mañana me parece hubo
nuevas comunicaciones que ya tuvieron sonido de parlamento, tomando alguna
parte el cónsul francés residente en Barcelona, á quien me parece haber visto dos
veces dentro de la fortaleza con los comisionados de la junta.


"Situado el Excmo. señor general Pastors en una de las habitaciones de la maes-
tranza, dió órden se presentaran ante su persona algunos jefes, ya de los que allí te-
nian su cuerpo, como de algun otro de los acudidos al fuerte para ser empleados,




aunque de la clase de ilimitados, en cuya órden fué comprendido el gobernador in-
terino. Llegado pues á la habitacion de S. E., se vió estaban cuatro generales, á sa-
ber: D. Pedro María Pastors, D. Joaquin Vereterra, D. Miguel María de Atero, y
D. Antonio Lasauca, el brigadier D. Vicente de Castro, el coronel teniente coronel
D. Leoncio de Rubin y otros jefes. En este estado y despues de corrida media hora,
se preguntaban algunos de los recien llamados la causa de la reunion, que no se sa-
tisfizo. Trascurrido un cuarto de hora sobre la media dicha, en la cual iba muy á
menos la reunion, no sé si por sospechar la causa, apareció un escrito que, si mi me-
moria no me engaña, lo leyó un comandante de artillería, el cual llevaba el sonido
de capitulacion, y que efectivamente contenía varios artículos, formados al parecer
por el general comandante del punto, otros de igual clase, algunos jefes de cuerpos
que allí habia, y en convenio con la junta popular de Barcelona.


JJSorprendido el gobernador que suscribe por tan vergonzosa resolucion, en la cual
no tuvo la más pequeña parte ni el más mínimo antecedente de abandonar el fuerte,
tuvo por conveniente manifestar su contraria resolucion á lo pactado y convenido,
en el mismo local donde estaban reunidos los que fuéron causantes de la referída
capitulacion, preguntando si era posible saber el motivo ó causa que habia obligado
á algunos jefes á que se entrara por una capitulacion tan vergonzosa.


»General hubo en la reunion, que dijo, citando otras capitulaciones: "que para en-
trar en capitulaciones y resolver de ellas, bastaba con la voluntad del jefe que man-
daba las armas, jefes de brigadas, y algun jefe de cuerpo si eran llamados», á cuya
manifestacion contestó el gobernador del fuerte, que habiendo sido llamados algu-
nos jefes, sin duda para tratar de la capitulacion, ya para admitirla ó negarla, se es-
taba en el caso de discutir los motivos y circunstancias en que se encontraba el punto,
contestando otro de los jefes que los recien llamados cumplieron en acudir como
acto de subordinacion y con oir leer los artículos que abraza la dicha capitulacion,
y nada más.


JJEn este estado resolví salir de la junta, no sin antes dejar consignados en la misma
mis sentimientos de oposicion á capitular, cuando noté demostracion de hablarme
el brigadier de Castro, y retirados ambos á la cocinilla que estaba contigüa á la pieza
de reunion, de pié y alIado de la ventana y á la vista de las dos terceras partes de las
personas que en la habitacion habia, dijo el mismo brigadier medio masticando, ó
entre dientes, que no influyera en la tropa y oficiales en oposicion al espíritu del do-
cumento leido. Este momento de separacion me pareció ser muy á propósito para
convertir en gloria de las armas el luto que se las preparaba, acaso por una impre-
vision ó palab'~a empeñada. Díjele que si se habia olvidado de que era primer jefe de
regimiento, si dudaba de que todos sus subordinados lo estimaban como á tal coro-
nel, si dudaba del valor y decision de los jefes, oficiales y tropa, como de que estaban


,prontos á defender el fuerte á todo trance, y que apurados todos los recursos de de-
fensa, les quedaba otro más noble, como era el salir todas las fuerzas por la puerta
de Santa Madrona sin verter una gota de sangre española: que fuera y á la inmedia-




- 424--
cion de Barcelona y bajo la proteccion de los fuegos del castillo de Monjuy, si á tal ex-
tremo se nos obligaba, podriamos saber el paradero del capitan general, al paso que
instruirnos del estado político de Cataluña, manteniéndonos acantonados en uno de
los pueblos que nos presentara algunas ventajas, pues quedaba el recurso de unirnos
con algunas tropas y dirigirnos á últimos resultados, y despues de bien puesto el ho-
nor militar, procurar unirnos con los valientes zaragozanos, seguro nos recibiria con
los brazos abiertos el vecindario, conyencidos ser nuestro ánimo no hostilizar al
pueblo. A estas observaciones ó indicaciones dijo el brigadier que no mandab~a el re-
gimiento, que el capitan general habia abandonado la ciudadela de una á dos de la
mañana llevándose toda la guarnicion, que ignoraba el p:1radero de dicho capitan ge-
neral, que seria espinoso salir del fuerte y mucho más el permanecer acantonados,
pues que el movimiento somaten se habia hecho general en Cataluña: que el em-
prender la marcha para Zaragoza seria sumamente expuesto por cuanto consideraba
haberse sublevado dicha Zaragoza en sentido de la de Barcelona.


))En este estado 6 explicacion me pareció que el jefe dicho no estaba instruido del
estado político de esta provincia, y menos de lo que pasaba en Zaragoza como ni en
Valencia, que tambien le cité esta última ciudad: le recordé las glorias adquiridas en
el campo del honor en las tres últimas, las penalidades sufridas, las cruces y distin-
ciones adquiridas por la independencia nacional, y libertad bien entendida, pues que
todo quedaba sepultado, perdido en siete minutos, que bastarían para llegar á la
Cruz cubierta, lo que habia costado cuarenta años de brillantes servicios, y nos ten-
drían por traidores á la patria muchos españoles, y por cobardes nuestros compañe-
ros de armas. Estas últimas expresiones ó recuerdos, arrancaron de los ojos de aquel
tenido hasta entonces por buen coronel, lágrimas espesas que corrieron por sus me-
jillas movidas en mi concepto de nobles sentimientos~ pero que se propuso seguir su
resolucion, y en honor de la verdad permítaseme decir que mis ojos no estuvieron
enjutos, derramando bastantes lágrimas, si bien eran nacidas por no haber podido
vencer á que tomara otra resolucion el referido brigadier, ó por no haber podIdo sa-
carle del compromiso en el que al parecer estaba, y cambiar la vergonzosa posicion
que se iba á tocar con la gloria del triunfo, si se decidia á la defensa del fuerte por
veinticuatro horas no más.


"Si el Excmo. señor capitan general de este distrito:hubiese conocido al que firma
como varios generales, tenido conocimiento de mis hechos gloriosos en los diferen-
tes mandos en las tres guerras, ya en el campo de batalla, como encargado de gobier-
nos, seguro que nombrado como era gobernador de Atarazanas, en cuyo punto no
dejará de quedar una idea lisonjera por hechos,en otra ocasion no lej;na, seguro es
que el mando de dicho fuerte no lo hubiera delegado á otra persona por amenazado
que estUViera aquel punto, ni porque fuera brigadier el últimamente nombrado.


» Tengo por cierto J Excmo. señor, que sabedores los que me conocen estaba nombra-
do gobernador del fuerte de Atarazanas y ser el primer responsable de conservar la for-
taleza, es seguro dudaran hoy dia de la rendicion de la misma, si antes no están con-




vencidos los que le conocen dejó de existir, y de ningun modo podrán avenirse á que
sometió el fuerte á extraño dueño con tan vergonzosa capitulacion, y sin haber pa-
sado antes sobre cadáveres y ruinas.


»El papel que he ejercido en el fuerte de Atarazanas, y particularmente desde
el 14 al 17 del corriente, ambos inclusive, no es para envidiarlo á otro y por cierto no
hablo de peligros que me son desconocidos, y así era que á todas horas me estaba en
los baluartes, y porque queria cumplir con mi deber atendida la posicion en que me
hallaba.


»Si V. E. informado debidamente de mi porte en el fuerte de Atarazanas resulta el
haber quedado satisfecho y convencido de que el Excmo. señor capitan general de este
distrito me tiene por uno de los no complicados en tal capitulacion, será una nueva
gloria para este antiguo militar.-Espluga y Noviembre 29 de 1842.-Excmo. Sr.-
Felipe N avascues. -- Excmo. señor general gobernador de la plaza de Barcelona.))


«Parte que da el capitan que mandaba la fuerza de caballería que se encontraba en
el fuerte de Atarazanas al tiempo de la capitulacion , al gobernador de la plaza de
Barcelona en 28 de Noviembre último.


» Excmo. Sr. - Destinados al fuerte de Atarazanas con el mando de dos mitades de
su regimiento caballería de España núm. 12, el capitan qU~,suscribe con los oficia-
les anotados en la adjunta relacion, despues de la accion del dia 15, campó en el pri-
mer patio del fuerte, permaneciendo toda la noche sobre las armas, si bien parte de
la tropa se ocupó en la formacion de parapetos y demás trabajos necesarios. Con sa-
tisfaccion general se veian las disposiciones que sin descanso adoptaba el señorbriga-
dier Castro, á quien se le habia cometido el mando, y descansando en su prestigio y
pericia militar, estaba la guarnicion llena de entusiasmo. En la misma tarde del 15 se
colocaron piezas de artillería dando vista á la Rambla: se hicieron parapetos con sa-
cos de arena y troncos de árboles, se descubrió la cloaca que conduce las aguas in-
munuas ue la ciudad para evitar una mina, estableciendo un centinela, se destinó
local para los oficiales sueltos y familias, se destinaron los puestos que cada uno de-
bia ocupar en caso de ataque, adoptando en fin todas las precauciones, que las cir-
cunstancias exigían.


)) Las cantinas, que estaban bien provistas, suministraron aquella noche y al siguien·
te dia cuanto se necesitó, y la infantería comió sus ranchos. En esta noche fué el
fuerte un poco hostilizado por el fuego que desde los terrados di rigió el pueblo, pero
no ocurrió ninguna desgracia.


»EI 1 6 á las nueve de la mañana se hizo saber por órden general que habi{'ndo re-
clamado el mando del fuerte los generales que habia en él, habia recaido en el sel10r
Pastors, como más antiguo que era. En este dia se verificó la entrega por cange de
los prisioneros; por la tarde 5>e oyó un vivo fuego sobre la ciudadela, Monjuy arrojó
algunas bombas, y los amotinados colocaron una pieza en la Rambla, y tiró un Ca110-
nazo; sobre el primer baluarte reventó una granada, y aunque se deseaba con ánsia,
no se logró que se dirigiera sobre la poblacion sino un solo disparo. Por la noche se




verificó una salida por toda la artillería y caballería desmontada con sus oficiales ar-
mados á la cabeza en direccion á las primeras huertas, extramuros de la ciudad, de
donde se condujeron al fuerte como unas trescientas arrobas de paja, diez y ocho
cerdos y dos pipas de vino con Jos dueños de estos artículos, á quienes se les pagaron
con religiosidad: por otra parte salió alguna infantería y ocupando el almacen de la
calle de San Francisco, de que se surtían para su rancho algunos cuerpos de la guar-
nicion, se tomaron los víveres que habia en él, con lo que se consideró abastecido el
fuerte para tres dias. Esta noche s~ pasó con tranquilidad, pues desde las once de ella
no se oyó un tiro, habiéndose sabido por el asistente del teniente Chacon (prisione-
ro escapado en el desórden promovido en la plaza de San Jaime), que la ciudadela
habia sido atacada, y rechazado el enemigo con pérdida.


"El 17 al amanecer se vió en aquella fortaleza una bandera blanca: de allí á poco se
presentó una mujer asegurando que habia sido entregada, y se pidió por varios ofi-
ciales fuese presa como subversiva, lo que se ejecutó privándola de comunicacion, á
las nueve entró el cónsul francés con varios nacionales que esparcieron la misma no-
ticia, añadiendo que tambien Monjuy estaba por ellos.


"Comenzaron entonces á circular rumores de una capitulacion vergonzosa, y la in-
dignacion se dejó ver en una multitud de oficiales. Los que yo mandaba, y otros de
infantería querian inducir al resto á que se pidiese un consejo de guerra para exami-
nar las causas que motivaban un paso tan indecoroso, supuesto que la mayoría se
juzgaba dispuesta á la defensai pero habiendo entré¡do la diversidad de pareceres y
la discordancia de ideas y ánimos, los grupos se disipe.ban, trascurria el tiempo) y
nada se determinaba. Entonces mis oficiales me pidieron hiciese presente al general
pues antes preferían su total separacion del servicio.


"El brigadier Castro, por cuyo conducto hice esta manifestacion, que yo secundaba,
me contestó que de aquel modo se dejaba de ser militar, arrancándose al propio
tiempo sus entorchados. Al coronel Rubin, á quien con varios oficiales se presentó
el teniente D. Ramon Bosch preguntándole sobre las causas que determinaban la
entrega del fuerte contra la voluntad de la mayor parte de la guarnicion, les contes-
tó que habia poderosas rdzones para ello, y que con SLlS reclamaciones podrian pro-
mover un motin en la tropa, que era lo más temible en aquellas circunstancias: sus-
trayéndose des pues á sus argumentos con entrar en las habitaciones, en que á puer-
ta cerrada, con centinelas exteriores, se redactaba la indicada capitulacion. Dirigién-
dose despues al brigadier Castro y recordándole la confianza que á todos inspiraba,
les dijo: "Señores, hace media hora que ya era del mismo parecer que Vds., pero co-
nozco actualmente que las circunstancias exigen imperiosamente el paso que damos . .,
En vista de esto nos presentamos á un oficial de marina francés que alIado del cón-
sul se hallaba en el fuerte, entregándole una papeleta firmada por cada uno de mis
oficiales, concebida en los términos que expresa la adjunta copia, y saltando por una
escala puesta en el muro, pasamos á un bergantin de guerra de aquella nacion todos
los indivíduos comprendidos en la adjunta relacion, con algunos otros oficiales de




otras armas y el general Lasauca. La acogida que se nos hizo fué fria é indecorosa,
dándosenos de comer despues de la marinería, y en las mismas vasijas que ellos, un
rancho despreciable. Los oficiales de artillería, cuya mayor parte pidieron ir á Fran-
cia, fuéron tratados con la mayo·r consideracion.


"El 18 se presentó el cónsul invitándonos á que regresásemos á la ciudad en que
estaríamos completamente seguros, pues nos garantia la junta. N osotros le contesta-
mos: liNo reconocemos una junta ilegal, erigida en medio de un desórden, y deseamos
sólo pasar á un punto donde haya un gobierno constituido á quien ofrecer nuestros
servicios.u Entonces despues de reiterarnos que en la ciudad estariamos bien, nos dijo
que Tarragona y Valencia estaban en conmocion, y que no respondia de nuestras
vidas supuesto que el pabellon francés en buque mercante no era respetado, y que al
pasar al vapor Focen para ir á Valencia, como deseábamos, podia suceder algun
acontecimiento desgraciado.


"El 19 á pesar de todo nos trasladamos al vapor, donde se nos obligó á pagar el
pasaje, y no habiendo hecho escala en Tarragona, como hubiéramos querido para
informarnos y desembarcar) caso de hallarse tranquila aquella plaza, continuamos
nuestro viaje, habiéndose descompuesto aquella noche la máquina, con cuyo motivo
estuvo el buque detenido más de dos horas.


"El 20 llegamos al puerto de Valencia, y mandado por mí salió el teniente D. Ra-
mon Boch, en el bote de sanidad) para participar al general segundo cabo nuestra
llegada. A este y al señor jefe político comunicó las primeras noticias exactas de las
ocurrencias de Barcelona, dando al primero relacion por escrito de todas ellas; ob-
tuvo órden para nuestro desembarque y alojamiento en el Grao. Al salir de la capita-
nía general estaba en movimiento la poblacion, por haberse apoderado del principal
y plaza liel Mercado algunos revoltosos. Por la tarde, pasando á la ciudad con expo-
sicion, hice presente al señor gobernador nuestros deseos de ser empleados en el
sosten de la tranquilidad y el órden, y se nos agregó provisionalmente al regimiento
sétimo de caballería.


"El 2 1 permaneció la ci udad cerrada.
"E122 me presenté al Excmo. señor capitan general y estando restablecida la tran-


quilidad, le expresé nuestros deseos de regresar á este ejército á unirnos á nuestros
estandartes. S. E. tuvo la bondad de aprobar nuestro comportamiento y nos facilitó
pasaporte y medio sueldo, con el cual tomando asientos para la diligencia que salia
el 25, por estar ocupados los de la que salia el 23, efectuamos nuestra marcha para
este cuartel general, adonde llegamos ayer, habiendo dejado las familias en Valencia,
yen marcha más lenta, y por venir en galeras los indivíduos de tropa, y la pequeña
parte de nuestros equipajes que hemos podido salvar.


»Todo lo que tengo el honor de poner en el superior conocimiento de V. E. confor-
me se ha servido mandarme. -Dios guarde á V. E. muchos años. Cuartel general de
la Espluga 28 de Noviembre de 1842.-Francisco Gutierrez.-Regimiento caballería
de España número 12.-Relacion de los oficiales del mismo que despues de haber




concurrido á la accion del 15, fuéron destinados al fuerte de Atarazanas.-Clases.-
Nombres.-Capitan comandante D. Francisco Gutierrez,-Teniente el capitan don
Juan Maquirrian.-Teniente D. Ramon Bosch.--Alférez D. Juan Romero.-Idem
D. Luis Pedrola.-Espluga 28 de Noviembre de 1842.-Francisco Gutierrez.-Copia
que se cita.-Regimiento caballería de España número 12.-D. N. teniente etc. de
dicho cuerpo se acoge al pabellon francés momentáneamente y hasta tanto sólo que
pueda pasélr á Valencia ó á otro punto en que haya un gobierno constituido.-Ata-
razanas 17 de Noviembre de 1842 .-Francisco Gutierrez.))


De este documento se colige cuál era el estado moral en que se hallaba el briga-
dier Castro, hombre de guerra, valiente y entendido, mas no explica los motivos
que tuvo para entregar el mando al general Pastors, y puesto que, por último,
V1110 á poner su firma al pié de la capitulacion, no habrá sido por no repugnar el to-
mar parte en un acto militar que tanto desdecia de sus antecedentes: hay pues que
atribuir esta resolucion del brigadier Castro á otros motivos que son del foro inte-
rior, donde no es permitido penetrar á la ventura.


U na coaccion moral, única causa visible de la conducta del brigadier Castro, se nos
presenta evidente, clara.


Los hombres de que se componia la junta eran incapaces de una idea por sí mis-
mos, no así los que habian premeditado la insurreccion y la dirigian sin dar la cara,
gente astuta y muy diestra en intrigas. Introducir el desaliento en la tropa que con
tanto denuedo se habia portado en los dias anteriores y en el jefe que las mandaba,
fué el primer pensamiento; sobrados ejemplos tenemos en nuestras contiendas polí-
ticas que no son los militares, aun los más bizarros enfrente al enemigo, los más á
propósito para dominar una situacion política. Conseguir del brigadier Castro que
entregase el mando de Atarazanas al general Pastors) éste catalan y muy conocido
de los insurreccionados por no ser un jefe militar temible, fué la segunda parte del
plan; introduciendo en Atarazanas las voces más alarmantes, se consiguió el des-
aliento, y con esto que recayese el mando á manos del general Pastors. Este plan se
llevó á efe.:to con diabólica maña; precedieron á la capitulacion las noticias más ab-
surdas, pero las más propias á hacer desmayar los que podian ó querian prestarles fé.
~e dijo que toda Cataluí1a, Aragon y Valencia estaban en plena insurrecciono Se habló
de la fuga del capitan general abandonado de sus tropas; dado ese golpe. no habia un
minuto que perder. Los instigadores sabia n perfectamente que algunas horas de de-
mora y sus patrañas caian ante la verdad de los hechos, y esto conocido no habia que
esperar que se entregase Atarazanas. Así fué, que en cuanto recayó el mando en el
general Pastol's, en la tarde del 16, empezaron las comunicaciones con la junta: en
la mañana del 17, se hace un ridículo simulacro de parlamentar, de consejo de guer-
ra, y á las tres y media se firma una vergonzosa capitulacion, cuyo preámbulo es la
clave de toda la enmaraí1ada intriga.


Hé aquí el texto:
f(fllerte de Atarazanas.-Habiéndose presentado en esta fortaleza dos indivíduos




-429-
de la junta popular de esta capital acompañados del señor c6nsul de Francia y un
oficial del regimiento infantería de Guadalajara con copia de la estipulacion hec ha
por el expresado regimiento á fin de que se adhiriese á ella esta guarnicion, se acor-
d6 pasase á la ciudadela un comandante de Almansa, á efecto de avistarse con el ex-
celentísimo señor capitan general, y habiendo regresado con la certeza de que S. E.
con todas sus tropas, habian abandonado aquel fuerte, á las dos de la madrugada
de este dia se convoc6 á junta de jefes, quienes deliberaron no hostilizar al pueblo y
respetar en un todo las vidas y propiedades de los habitantes de esta provincia, cuya
~1ilicia Nacional se halla reunida la mayor' parte en esta capital: en este concepto
acordaron lo siguiente:


(,Artículo primero. Atendida la situacion política en que se encuentra la provin-
cia de Barcelona, y atendidos tamhien los sentimientos que animan á todos los in-
divíduos que componen la guarnicion de este fuerte, y son los de defender la liber-
tad y fomento de los puehlos y jamás su destruccion, convienen:


II En reconocer el poder del pueblo y entregar las armas, que siempre empuñaron
en defensa de sus derechos.


llArt. 2.0 Por esta razon y por el decoro de la nacion espaí10la, de quien todos
somos hijos, conservarán los señores jefes y oficiales sus espadas y equipajes, y la
tropa sus mochilas y equipo .


.. Art. 3.° Los señores jefes, oficiales y sargentos que tuviesen casa y familia en
esta plaza, se les proporcionará ir á ella hasta que los mismos pidan su traslacion á la
provincia que más les acomode, en cuyo caso la junta les proporcionad su corres-
pondiente pasaporte y auxilio, así como durante su permanencia en esta ciudad se
les garantizarán sus personas y propiedades, recibiendo á más una carta de seguri-
dad al efecto.


»Art. 4.· Las tropas con sus correspondientes jefes y oficiales pasarán al dep6si-
to que señala la junta y ser~ín socorridas con pan y haber diario, hasta que se verifi-
que su traslacion á los puntos que el jefe designe, que será lo más pronto que per-
mitan las circunstancias.


llArt. 5. 0 Los jefes y oficiales que quieran hacer su viaje por mar, se les permiti-
rá desde luego su embarque en un buque nacional 6 extranjero.


llArt. 6. 0 Si el tránsito para fuera del distrito fuese por tierra, la junta garantizará
y protegerá á las personas y equipajes de los esti pulados .


.. Art. 7. 0 Los almacenes de los cuerpos y las oficinas de contabilidad, quedarán á
cargo de la junta bajo el correspondiente inventario hasta el momento de la marcha.


"Art. 8'.0 Las handeras sin las astas quedarán en depósito y á cargo de los coro-
neles de los regimientos.


"Art. 9. 0 Los oficiales é indivíduos de tropa que hayan sido anteriormente pri-
sioneros disfrutarán de las ventajas de esta capitulacion; todos podrán ser asistidos
como indivíduos del depósito.


"Art. 1 o. Siendo los efectos de artillería é ingenieros y ganado de aquella arma y




de caballería pertenecientes á la nacion y de mucho valor, quedarán su conservacion
y custodia á cargo de sus respectivos jefes y oficiales, hasta que la junta determine
sobre ello.


)lArt. 11. De esta estipulacion se formarán dos ejemplares, que firmados por el pre-
sidente y vocales de ambas juntas contratantes, serán entregados uno al señor gene-
ral gobernador de este fuerte, quedando el otro en poder de la junta, para que por
ambas partes se pueda exigir en todos tiempos el más exacto cumplimiento.


"Fuerte de Atarazanas de Barcelona, 17 de Noviembre de 1842.
"Pedro María de Pastors.-Joaquin Vereterra.-Miguel María de Atero.-Antonio


Lasauca.-Leoncio de Rubin.-Vicente de Castro.-Baltasar Payan.-Ramon Salas.
-Juan de Saguera.-Ramon Labandeira.-La junta popular directiva está conforme
con l(antecedente estipulacion, y por lo tanto manda se lleve á debido efecto. -·Patria
y libertad.- 17 de Noviembre de 1842.-Presidente, Juan Manuel Carsy.-Jaime Vi-
dal y Gual.-Bernardo Xinxola.-Benito Garriga.-Fernando Abellar.»


Muy seguros debian suponerse del triunfo los que prepararon esa capitulacion, los
que la redactaron y los que la firmaron, cuando con tan poco disimulo entregan en
ella el hilo de la trama que obtuvo la rendicion; desde luego vemos figurar en ella un
agente extranjero (1), cuya presencia en aquel punto es de notar, tratándose de con-
seguir que tropas fieles al gobierno legítimo rindiesen las armas á una insurrecciono
¿ En qué se funda la capitulacion? En razon.es políticas absurdas fundadas en mentiras
garrafales, en supuestos falsos que chocan al buen sentido; la averiguacion de la sa-
lida del capitan general y abandono de la ciudadela, no pasa de una farsa indecente,
siendo un hecho de notoriedad pública á las tres de la tarde, hora de la capitulacion,
y en cuanto á saber el paradero del capitan general y de las tropas, nada era más fá-
cil que saberlo: bastaba una pregunta al gobernador de Monjuy; las comunicaciones
se hallaban libres y expeditas; éste dominando por su posicion un vasto horizonte
debia tener á la vista, como lo tenia, las tropas y el cuartel general, con quien se ha-
llaba en relacion desde las doce del dia, hora en que recibió el primer oficio del ca-
pitan general que le enteraba de todo lo ocurrido. En media hora se podia tener una
contestacion desde Atarazanas á Monjuy; mas bien se guardó Pastors de hacer esa
pregunta al benemérito gobernador de Monjuy; sabia que D. Bernardo Rehaleca no
era hombre de transigir con la insurrecciono


Analicemos algunos puntos de esa inaudita capitulacion.
Que no se debia hostilizar al pueblo.
Admitiendo tan filantrópico pensamien.to respecto á un pueblo que sin motivo


habia provocado una insurreccion en que habian perdido la vida cuatrocientos mili-
tares, y que no hostilizar quiere decir no defenderse y entregar las armas, quedando
sobre la defensiva esperando órdenes del capitan general, conciliaba el filantrópico


(1) De la intervencion y de la conducta del seÍ10r cónsul de Francia en aquellas circunstancias
nos ocuparémos detenidamente por separado.




general Pastors sus sentimientos de humanidad y sus deberes militares, mas capitular
por no hostilizar el pueblo, es lo que no se ha visto ni oido nunca.


Rtspetar la vida y las propiedades de los habitantes de la provincia,
Encerrados en Atarazanas ¿en qué podia ofender el general Pastors esas vidas, esas


propiedades de los habitantes de la provincia? Y en cuanto á la presencia en Barcelo-
na de la mayor parte de las Milicias Nacionales de la provincia, era un supuesto falso.


Considerando la situacion política en que se halla la provincia de Barcelona, so-
hre no haberse movido nadie en la provincia sino algunos carlistas en Vich, el
texto mismo da á entender que los promovedores de aquella capitulacion daban por
hecho lo que sahian haberse trabajado por conseguir, esto es, una sublevacion gene-
ral de la provincia, que les faltó; es muy probable que así fuera, cuando hablaban de
sucesos imaginarios, mas que tenian motivos para suponer que podian ser ciertos,
como gente en el secreto de lo que se habia trabajado para que así fuera.


Reconocer el poder del pueblo y deponer las armas.
Reconocer ese poder en la junta presidida por Carsy y deponer á sus piés las armas


de la patria, es la m[lyor mengua que haya jamás recaido sobre la soberanía nacional
y sobre las armas nacionales.


No dirémos más sobre esa capitulacion, que quedará en la historia de nuestras tris-
tes revueltas como. un tipo que ningun militar querrá jamás imitar.


Estas capitulaciones que daban un triunfo á la insurreccion, fuéron una desgracia
para Barcelona; la junta envalentonada y la insurreccion orgullosa llevaron la obce-
cacion hasta hacer necesario el último recurso de la fuerza para poner un términG-á
esa sangrienta y asquerosa anarquía.


Ufana la junta con la rendicion del cuartel de los Estudios, y más de la de Ataraza-
nas, dirigió el dia r8 una intimacion al conde de Peracamps para que saliese inme-
diatamente con sus tropas del territorio de la provincia y le entregase el Monjuy,
con la prevencion que de no' hacerlo así, mandaria la junta un levantamiento gene-
ral, y no se daria cLlartel á nadie; rayaba ya en demencia el orgullo de la junta. El
conde de Peracamps no contestó á semejante baladronada del frenesí: bastó este si-
lencio para que la junta bajase de tono en su altanería, y enterada de la contestacion
dada por el capitan general á los señores cónsules, acudió á un miserable ardid: fin-
gió haber sabido que el general queria conferenciar con la junta, y esta se apresuró á
darle aviso que la aceptaba gustosa. Como el general Van-Halen no habia contestado
á las amenazas ridículas de la junta, tampoco contestó á sus ofrecimientos de confe-
renClar.


La junta, que á falta de todo pensamiento que le fuese propio, era el eco de la gente
entre bastidores, dió á luz el programa que le fué mandado publicar, insulso palabreo
para encubrir miras ulteriores de gente que no queria tomar compromiso alguno,
y así se leyó con asombro un documento firmado por personas cuyos anteceden-
tes eran el terrorismo, y formulado en frases vacías, sin sentido, sin color; la junta
tomaha el carácter de central, y asumiendo todos los poderes, decia:




"Catalanes: Los indivíduos que forman la junta, hasta ahora provisional, colocada
á vuestro frente, desearian retirarse al seno de sus familias pasado ya el momento
del peligro; pero el clamor general se lo impide, obligándola á constituirse en junta
central de gobierno que reasumirá todo poder y se dirigirá á los pueblos y provin-
cias de Cataluña, sujetándose á las bases siguientes, estando prontos á retirarse sus
indivíduos á la menor indicacion del pueblo.


BASES.
»I.a Union y puro españolismo entre todos los catalanes libres, entre los españo-


les todos que amen sinceramente la libertad, el bien positivo, el honor de su país, y
que odien la tiranía y la perfidia del poder que ha conducido á la nacion al estado más
deplorable, ruinoso y degradante, sin admitir entre nosotros la distincion de ningun
matiz político ó fraccion, con tal que pertenezca á la gran comunion liberal es-
pañola.


»2. a Independencia de Cataluña con respecto á la córte, hasta que se restablezca
un gobierno justo, protector, libre é independiente, con nacionalidad, honor é inteli-
gencia; uniéndonos estrechamente á todos los pueblos y provincias de España que
sepan proclamar y conquistar esta misma independencia" imitando nuestro heróico
ejemplo.


3.a Como consecuencia material de las bases que anteceden, proteccion franca y
justa á la industria española, al comercio, á la agricultura, á todas las clases laboriosas
y productivas; arreglo en la administracion, justicia para todos sin distincion de cla-
ses ni categorías. Integridad y órden, para justificar ante la Europa entera la pureza
de vuestras intenciones, la nacionalidad y la grandeza de sentimientos que os ani-
man é inflaman al acometer tan árdua empresa, digna de un pueblo tan laborioso y
libre como valiente, intrépido é invencible, tan generoso como honrado.


»Estas son las bases generales que abrazan los más ardientes deseos del gran pue-
blo catalan. Para llevarlas á cabo, deseosa la junta de rodearse de personas de luces
y prestigio, nombrará inmediatamente otra junta auxiliar consultiva, cuyos nombres
se publicarán desde luego. La junta provisional cree de buena fé en su íntima convic-
cían ser fiel intérprete de vuestros sentimientos, y con la decision y cooperacion ac-
tiva de todas las personas que sin distincion de color político puedan ayudarla desde
este instante á completar la grandiosa empresa que habeis comenzado con una gloria
que ni la maledicencia, ni la vil impostura podrán oscurecer jamás, cuando los he-
chos hablan y vuestra conducta os justific~ ante los pueblos libres; aunque en medio
del triunfo honroso que habeis alcanzado es lamentable la sangre preciosa, sangre de
valien tes españoles, en cuya efusion espantosa no a pa rece más que el im pulso abo-
minable de un gobierno imbécil y corrompido, ó más bien de un maléfico desgobier-
no que se ha atraido la púhlica execracion.


,,¡Union, valientes catalanes! Union fraternal entre todos los españoles libres. Las
tropas del ejército que permanecen en la capital admiten nuestra causa y están con-




venidas con esta junta, prévias las formalidades del caso: mirad como hermanos á esos
leales jefes, oficiales y soldados. Entero y absoluto olvido de lo pasado; confiad en el
éxito feliz de vuestra santa causa, la causa del pueblo, de la nacion entera, que no
tardará en seguir vuestro ejemplo, imitando vuestro asombroso valor.


"Barcelona, 17 de Noviembre de 1842.-EI Presidente, Juan Manuel Carsy.-Fer-
nando Abella.-Ramon Castro.-Antonio Brunet.-Jaime Vidal y Gual.-Bernardo
Xinxola.-Benito Garriga.-J osé Prats.-J aime Giralt, secretario.»


Fácil es hacerse cargo que no se habia provocado una insurreccion para semejan-
tes sandeces, y que ese lenguaje no era el que solian usar los sanguinarios redacto-
res del Republicano. El 19 apareció otra proclama que sin salir de la senda de tri-
vialidades ya trilladas, levantaba un poco el velo y descubria del todo la mano que
dirigia la junta.


«Cat:-¡lanes: La ansiedad pública está clamando y hasta exigiendo de esta junta una
manifestacion franca y sincera del objeto á que se dirigen nuestros esfuerzos y sa-
crificios. Justa es la demanda y vamos á revelaros con toda la pureza de nuestros
sentimientos el lema ó la divisa que desde este momento inscribimos en la bandera
que enarbolamos, á cuya benéfica sombra no habr~ un solo liberal espaí101 que no
abjure para siempre las miserables disidencias de partido, y que con la fé y el entu-
siasmo que inspira el sagrado nombre de libertad y justicia vacile en estrechar
ese lazo que ha de afianzar nuestra independencia, nuestra prosperidad y nuestra
gloria.


"Union entre todos los liberales: abajo Espartero y su gobierno: Córtes Constitu-
yentes: en caso de regencia, más de uno: en caso de enlace de la reina Isabel 11, con
español. Justicia y proteccion á la industria nacional. Este es el lema de la bandera
que tremolamos, y en su triunfo está cifrada la salvacion de España.


» La junta no cree necesario exponer las razones públicas en las que se encierran
sus deseos y esperanzas, porque públicas son por desgracia para todas las clases del
pueblo español, las perfidias del poJer, nuestra visible y ruinosa decadencia, los ama_
gos de tiranía, y sobre todo ese descontento universal, ese clamor que resuena en
todos los ángulos de la Península contra las tenebrosas maldades de un fatal y abo-
minable desgobierno. Libertad, ley, y buen régimen administrativo queremos: y en
tan noble demanda, por tan sagrados objetos, con denuedo y constancia combatiré·
mas hasta morir.


,,¡Esforzados catalanes! ¡Valiente y libre ejército! ¡Españoles todos los que odiais
b tirania! uníos con la confianza y firmeza de corazones libres, y abrazad el pendan
que enarbolamos, en el que está escrita la más lisonjera esperanza de ese pueblo tan-
tas veces sacrificado y tantas veces vendido. Venzamos el destino de la fatalidad que
preside las calamidades de nuestro país, y consolidemos de una vez la paz, el reposo,
la justicia pública, la libertad, la suerte de las clases laboriosas y el engrandecimiento
de esta desventurada N acion.


»Barcelona 19 de Noviembre de 1842.-El presidente, Juan Manuel Carsy.-Fer-
ú\




nando Abella.-Ramon Castro.-Antonio Brunet.-Jaime Vidal y Gual -Bernardo
Xinxola.-Benito Garriga.-José Prats.-Jaime Giral, secretario.ll


Semejantes producciones no merecieron más 'lue olvido, si no hubieran dejado
una huella de sangre, y si no fuesen una dolorosa manifestacion de que los aconteci-
mientos de r842 fuéron el preludio de los que sobrevinieron en r843. La insurreccion
de Barcelona salió del mismo centro de conspiracion de donde salió el pronuncia-
miento que realizó el programa de Carsy. Lo que no pudo este hombre perdido, lo
pudo el ministerio Lopez y el gobierno provisional compuesto de hombres de otro
valimiento, secundados por un concurso de adhesiones algo más poderosas que la
patulea de Barcelona. Mas cotéjense la proclama de Carsy y el programa del Sr. Lo-
pez; compárense los principios encomiados en la primera y el objeto ú que se encamina
principalmente, y las disposiciones de la junta de Sabadell, y las del señor general


Serrano nombrado por esto ministro universal; la paridad es ahsoluta. ¡Abajo el re-
gente! decian una y otra, y este era el único objeto á que se dirigia la conspiracion
contra revolucionaria que tuvo al general Leon por adalid en r84r, á Carsy en r8.p,
y al gobierno provisional en r 843. Córtes Constituyentes, decia Carsy, junta central,
se dijo,en la junta de Sabadell y la apadrinó el general Serrano. No hubo junta cen-
tral, como no hubiera habido Córtes Constituyentes, si Carsy hubiera logrado la vic-
toria en Barcelona. Intrigas depravadas, amaños p,¿rtidos, engaños groseros, delirio
calenturiento, . hé aquí las armas CO:1 que se ha destruido la lihertad de España, ar-
mas á las cuales dió funesto temple un vértigo implacahle de la nacion.


El dia 20 el capitan general pasó un oficio á la diputacion provincial invitándola á
cooperar eficazmente al restablecimiento del órden en Barcelona, mas esta corpora-
cion habia dado sobradas pruebas de su debilidad ó de algo mús, para que se pudiera
esperar algo de ella. En efecto, contestó en términos tan vagos. que el general repli-
có que no podia admitir tales vaciedades; en su respuesta á la diputacion se mantuvo
en términos más insignificantes aún. El conde de Peracamps le anunció, pues, el
dia 22, que si para el dia :q., no quedaba Barcelena paciiicada por medios de per-
suasion, abriria el fuego para reducirla á la obediencia.


La junta, que en su proclama habia prometido que se nomhraria una junta auxi-
liar, no se daba prisa en cumplir la palahra. Se le exigió la cumpliese con amenazas
cuales pudieran hacerlas la gente que dominaba en Barcelona; se les dijo que se les
levantaria la tapa de los sesos. A estos argumentos c(Jió el dictador, mas la intriga
estaba con ojo alerta, y salió de la deccion una junta auxiliar compuesta de veinti-
cinco indivíduos que pertenecian al partido retrógrado y contra revolucionario , per-
sonas por lo demás muy honradas, mas por lo mismo poco codiciosas de la inmorta-
lidad que Carsy prometia á sus nombres que habian de llegar á la posteridad escul-
pildos en letras de oro, y que se salieron de Barcelona, ó se ocultaron huyendo de la
gloria que se les prometia. Fsta junta no llegó á instalarse.


Carsy y sus colegas empezaron á temer por sus personas; para su propia seguridad
formó una especie de guardia pretoriana; reclutó con la hez del populacho tres bata-




llones á quienes dieron el nombre pomposo de Tiradores de la patria, y en seguida
en un simulacro de eleccion se nombró un Ayuntamiento de anarquistas netos. Los
directores ocultos vieron de malojo estos actos que no coincidian con sus miras; ha-
bían querido una junta auxiliar contrareyolucionaria; mas los elegidos como se ha di-
cho no quisieron aceptar; al ver que se reemplazaba en cierto modo á estos con anar-
quistas desalmados, pusieron el grito en el cielo; no tardó la junta en conocer su propia
nulidad en cuanto le faltase el apoyo de los que le habian dado el sér. E127 hubo una
reunion presidida por Carsy, depositario si~ duda del pensamiento de los directores,
en que se trató de disolver la junta. Difícil seria contar lo que pasó en esa especie de
orgía juntera, hubieran sin duda llegado á las manos los presentes, cuando entró en
el local de la conferencia una compañía de milicianos con la bayoneta calada que
despejó la sala, dispersando los actores de aquella reunion.


Este acto de energía hubiera podido salvar á Barcelona, si hubiera habido en el ve-
cindario menos obcecacion y mús civismo 1 aprove~hando la derrota de la junta
anarquista, mas no habia tal civismo ó á lo menos faltaba la energía para llevarlo á
cabo si existía. Se quiso instalar de nuevo la junta de los veinticinco, mas como
estos habian desaparecido, hubo que renunciar á este proyecto. Se nombró una co-
mision compuesta de los comandantes de la Milicia, de tres comandantes de la patu-
lea, y de algunos alcaldes, la presidia el inevitable Carsy. Esta comision nombró una
junta de ventiuna personas respetables, entre ellas el señor obispo; todas pertene-
cian al mismo bando que la anterior de los veinticinco. Como los que componian
esta, las ventiuna personas designadas huyeron ó se ocultaron: no pudo reunirse
y entonces se nombró otra junta de diez personas de respeto y honradez


Mientras tan espantosa anarquía reinaba en Barcelona, el capitan general exigió
que se permitiese á las tropas capituladas salir de Barcelona para incorporarse al
ejército, lo que pudo conseguir á fuerza de amenazas. Dos mil quinientos noventa
soldados, ocho jefes y cuarenta y nueve oficiales llegaron al cuartel gene['al; no faltó
uno solo de aquellos pundonorosos, valientes y beneméritos soldados, mas vinieron
sin armas, yel general exigia que se les devolviesen. Con este refuerzo y las tropas
que acudian de diferentes puntos, el conde de Peracamps se hallaba al frente de una
fuerza muy respetable. Sus instancias para que se sometiese Barcelona alternadas
con repetidas amenazas ningun eco tenian en esa poblacion obcecada. La última
de estas amenazas anunció á Barcelona que á las seis de la mañana del 28, Monjuy
abriría sus fuegos sobre la ciudad. Un ayudante llevó la órden al gobernador, mas el
capitan general llevado de un principio de humanidad que nada podía cansar, quiso
reservarse la posibilidad de revocar esa órden. Si algun suceso inesperado abría luz
ú una esperanza de pacificacion, el ayudante tenia la órden que si oia dos cañonazos,
equivaldria á un aviso de sU5pender la órden de romper el fuego. Afortunada previ-
sion; en el intérvalo del viaje del ayudante, llegó al cuartel la noticia de una reac-
cion que a.:ababa de verificarse en Barcelona, al momento se dispararon los dos ca_
í10nazos, y Monjuy permaneció mudo; el capitan general contestó al primer oficio




de la nueva junta, que si bien no reconocia su carúcter de tal, mereciéndole los que
la componian aprecio y confianza, no tenia reparo en comunicar con las personas
que la componían con el fin de restablecer el órden y la tranquilidad en Barcelona
por medios pacíficos.


Llegó el regente desde Madrid al cuartel general del conde de Peracamps el 29 á
las tres y media de la tarde: viaje mal im<.!ginado, porque su presencia nada influyó
en la marcha de los acontecimientos, y menos ganó su prestigio. La opinion pública
extraviada habia de condenar 10 que se hiciera contra Barcelona insurreccionada y
obstinada en su re~elion, por un relro y cruel extravío de las sanas doctrinas de go-
bierno y de la soberanía nacional; admItir que una ciudad sola por importante que
sea, pueda, porq ue se le antoje, insurreccionarse sin pretexto siq uiera, y mucho
menos con un motivo plausible, es la negacion de todo gobierno.


La nueva junta mandó el desarme de la patulea, ésta lo resistió y se encerró en el
cuartel de los Estudios: la Milicia Nacional se presentó en fuerza para hacer obede-
cer la órden de la junta: la patulea viéndose aislada depuso las armas y fué dispersa-
da; parecia que ya nada se oponia al restablecimiento del órden y á la sumision de
Barcelona. El dictador Carsy se hallaba á bordo del célebre jleleagre, la junta esta-
ba disuelta, la patulea desarmada y dispersa, un esfuerzo más y Barcelona se salvaba;
mas estaba escrito en el libro de los hados que esta desgraciada ciudad habia de atraer
sobre sí la ley terrible de la guerra por una incansable obstinacion en patrocinar la
más odiosa y la más criminal sedicion.


Una comision de la nueva junta se presentó al cuartel general para tratar de la su-
mision de Barcelona: la única condicion que le impuso el capitan general fué el des-
arme de la Milicia Nacional, deponiendo ésta las armas en el fuerte de Atarazanas.
Los comisionados llevados de un orgLlllo insensato dijeron que Barcelona renovaria
el ejemplo de Numancia antes que consentir en el desarme de su Nlilicia, prueba evi-
dente de las simpatías que hallaba la insurreccion en el vecindario y cuán dispuestos
estaban los ánimos á sostenerla aunque no se renovó el ejemplo de Numancia, y se
sometió Barcelona en cuanto apurada la paciencia y longanimidad del capitan gene-
ral, se emplearon otros argumentos, desoidos los de la razono


Desearon los comisionados ver al ministro de la Guerra, que se neg6 á ello, ha-
lLindose el capitan general con el lleno de la autorida~l para oir, admitir ó rechazar
su; proposiciones: volvieron los comisionados á dar cuenta de sus gestiones á la
junta, ésta resolvió que volvieran los mismos comisionados esta vez acompanados
del señor obispo al cuartel general, para hacer presente que el desarme de la Milicia
Nacional era impracticable. Esta vez conferenciaron con el ministro de la Guerra pero
el general marqués de Rodil no hizo más que repetirles lo que ya habian oido de boca
del capitanlgeneral: retrocedió la comision á Barcelona.


La junta publicó en (.0 de Diciembre un manifiesto dirigido á los habitantes, dán-
doles cuenta de las negociaciones que habian mediado: allí se decia, que habiendo
pedido que se echara un velo sobre las ocurrencias pasadas, y que la Milicia quedase




como se hallaba antes del dia 14, estas proposiciones habian sido rechazadas; que
habiéndose modificado, pidiendo que ni la ciudad, ni los habitantes fuesen incomo-
dados por la parte que tomaron en aquellos acontecimientos provocados por los ene-
migos de su prosperidad y que la Milicia conservase la organizacion que tenia antes
del 14, hasta que la diputacion provinc.:ial y el Ayuntamiento la reorganizasen con-
forme á la ley, estas proposiciones habian sido igualmente rechazadas, viniendo por
último el capitan general, prévia consulta al gobierno, á entregar á la comision pres-
crita las siguientes bases de capitulacion.


"Barceloneses: La junta que vosotros elegísteis os debe una manifestacion franca
y sincera de todos sus actos, dirigidos únicamente á terminar la situacion crítica en
que la ciudad se encuentra. Apenas instalada en el dia de ayer procuró ponerse en
comunicacion con el Excmo. seÍ10r copitan general D. Antonio Van-Halen, y propo-
nerle las bases de un arreglo, bases que aunque solamente presentadas de palabra. se
reducian á correr un velo sobre los hechos que han pasado, que la Milicia Nacional
continuara tal como estaha el dia 14 de Noviembre, y que se tuviera toda la consi-
deracion posible con los oficiales y soldados del ejército que huhiesen contribuido á
aquellos hechos.


HViendo que no podian ser admitidas, formalizó la comision enviada al cuartel ge-
neral otras más sencillas y que reasumieran los principales puntos en que creia deber
insistir, tales son: primera, que la ciudad de Barcelona y su vecindario no sufririan
castigo alguno por los hechos que han pasado, promovidos por los enemigos de su
prosperidad; segunda, que los milicianos nacionales que tenian las armas antes del 14
de Noviembre último las conservarian, mientras que la Excma. Diputacion provin-
cial y Ayuntamiento organizaban la fuerza ciudadana conforme á reglamento. S E.
consultó estas bases con el gobierno de S. 1'v1., y manifestó que por las instrucciones
que acababa de recibir no podia tampoco admitirlas) y nos comunicó el siguiente es-
crito:


"Que únicamente como medio que garantice el deseo de someterse á la ley, debe
llevarse inmediatamente á efecto el depósito en Atarazanas de todas las armas saca-
das de aquel parque, tomadas de los cuerpos y que han sido entregadas á la Milicia
N acional desde Octuhre de 1840 hasta el dia, permitiendo la ocu pacion de dicho
punto de Atarazanas para hacerse cargo del armamento y demás efectos de guerra to-
mados de los almacenes y de las tropas que capitularon. Que los promovedores y di-
rectores principales de la insurreccion serán castigados con arreglo á las leyes; que
los habitantes de Barcelona sometiéndose al gobierno podrán contar con su clemen-
cia, no debiendo dudar de la disciplina de las tropas) que no sólo respetarán la pro-
piedad de todos los habitantes, sino que la defenderán igualmente que las personas,
segun lo han hecho siempre.


"Que no se admitirá más contestacion que la ejecucion en todas sus partes de cuanto
va expuesto, ó la negativa en el término de veinticuatro horas."


»Como la junta nada podia resolver por sí, llamó á su seno á los señores coman-




dantes de batallon y alcaldes de barrio para enterarles del resultado de sus operacio-
nes, y explorar la voluntad general á fin de saber si se adherian ó no á las condicio-
nes del citado escrito. Discutida detenidamente la cuestion presentándola con toda
verdad y sin hacerse ilusion alguna, se resolvió en sesion de esta mañana, que otra
vez se presentara al cuartel general la misma comision de la junta, acompañada de
S. E. el señor obispo, á quien se suplicó se dignara dar este paso en bien de una ciudad
tan importante. La comision si bien con desconfianza no ha vacilado en ver por se-
gunda vez no sólo al conde de Peracamps, sino que tambien dirigirse al presidente
del Consejo de ministros. El resultado ha sido insistir en las mismas proposiciones
que habia manifestado anteriormente.


))Sabida esta resolucion, el único deber de la junta es comunicarla al pueblo de
Barcelona para que la Milicia ciudadana, representada por sus comandantes, y el ve-
cindario entero por los señores alcaldes de barrio, manifiesten á la junta si se some-
ten á las órdenes del gobierno de S. M., para que pueda así comunicársele.


))En el caso contrario la junta cesa de hecho, porque no ha podido realizar su co-
metido, y debe manifestar que el gobierno ha indicado que desde luego va á empezar
las hostilidades contra la ciudad.


))La junta se abstiene de todo comentario: Barcelona entera está interesada y ella
debe decidir de su suerte.


))Barcelona 1 de Diciembre de 1842.- Juan de Zafont.-José Soler y Matas.-José
Armenter.-Antonio Gilberga.--J osé Puig.-Salvador Arolas.-Laureano Figuerola,
vocal secretario.»


La comision daba cuenta de las gestiones que se habian hecho con el fin de conseguir
otra resolucion del capitan general ó del gobierno, mas todas habian sido inútiles.
La junta acababa su alocucion con tales palabras que hubieran debido abrir los ojos
de los más obcecados.


El 2 de Diciembre el capitan general ansioso de conocer el resultado de la confe-
rencia, en la que la comision diera cuenta de su entrevista con el gobierno, envió un
parlamentario á la junta para decirle que si para las ocho de la mañana del 3 Barce-
lona no se sometía, empezaria irremisiblemente el fuego.


La junta debia conocer á las dos de la tarde del dia 2 el resultado de la conferencia
que hahia provocado de los comandantes de la Milicia y de los alcaldes, mas una
nueva insurreccion puso término á las negociaciones, y la junta misma declaró al
capitan general que tal vez dentro de dos minutos los que la componian habrían de-
jado de existir.


Hé aquí el parte mismo de la junta:
«Excmo. Sr.- Por el parlamento que ha enviado V. E. habrá recibido los im-


presos que se habian publicado esta mañana. A esta hora de las dos de la tar-
de dehiamos saber la contestacion definitiva de los comandantes de Milicia y
alcaldes de barrio. La fatal campana de soma ten ha alarmado la ciudad y ha im-
pedido la reunion, huyendo la mayoría de los comandantes y alcaldes, y ni menos




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ha sido dable leer el oficio de V. E. Cuatro vocales, tres alcaldes y un comandante
hán sido los únicos que se han reunido anticipadamente. La junta ha cesado ya y
Barcelona está en la anarquía. Los que firman no saben si su vida durará dos minu-
tos. A las dos y cuarto de la tarde de el 2 de Diciembre de r842.-Juan de Zafont.-
Antonio Giberga.-Laureano Figuerola. ll


Al saber los anarquistas que la junta se inclinaba á oir por fin la voz de la razon
salvando á Barcelona de una catástrofe, con acceder á las bases de capitulacion pro-
puestas por el capitan general, hicieron un esfLlerzo desesperado, y dando un furioso
impulso á una nueva insurreccion, se nombró una Junta salida de la hez del popula-
cho, volvióse á armar la patulea desarmada el dia 30, se empezaron á formar barri-
cadas y tocaban á rebato todas las campanas: era la anarquía en su más asqueroso pa-
rosismo. Las órdenes más bárbaramente estúpIdas de fusilar á quien hablase de capi-
tulacion y otras del mismo jaez cubrian las esquinas de las calles, y Barcelona acon-
gojada, sin energía, sufria eso~ atentados de la más degradada plebe. Si el capitan ge-
neral y el gobierno hubieran sido enemigos de Barcelona y hubieran querido sacar
terrible venganza de su vecindario, nada más apropiado á satisfacer tan innobles sen-
timientos como permanecer con los brazos cruzados dejando aquella desventurada
ciudad entregada á la gente que en ella mandaba: hubiera sido el castigo más atroz;
mas el capitan general enterado de lo que pasaba en la poblacion, resolvió al fin sal-
varla antes bien que castigarla. El 3 de Diciembre pasó un oficio á los cónsules, dán-
doles aviso que en el término de seis horas abriria el fuego, y que enterados de esta
su irrevocable determinacion, tomasen las resoluciones que tuviesen por conveniente
en interés de sus nacionales.


En cuanto se apareció esta noticia por la ciudad, léjos de producir en ella una re-
accion saludable entre las personas que sufrian un ignominioso yugo, no se pensó
más que en huir; entonces Barcelona ofreció un cuadro horroroso ... Familias enteras
corrian por las calles; desatentadas se dirigian hácia el puerto para embarcarse; allí
estacionaba un populacho furioso, sediento de codicia que no dejaba embarcar á
nadie sin prévio despojo de cuanto dinero llevaha. Á veces dejaban embarcar una
parte de la familia y detenian los demas pidiendo nuevo rescate si es que algo habian
ocultado. Se vIeron madres tirarse al agua para alcanzar á sus hijos ... los que no
huian se encerraban en los sótanos de las casas ... nadie transitaba por las calles, se
hubiera dicho que los habitantes de aquella populosa ciudad habian fenecido víctimas
de un azote pestíf~ro. Dan las once y media ... , hora infausta y de doloroso recuerdo ...
Sale la primera bomba del MonJuy ... : la inexorable ley de la guerra ha fallado ... : el
genio del mal que habia provocado aquella insurreccion debió prorumpir en un ru-
gido de gozo ... Ya ardia nueva guerra civil en que por último debia perecer la liber-
tad y la civilizacion dar un paso atrás ... : un primer término del plan infernal se cum-
plia ... lo demas lo harian la felonía, la iniquidad, las pasiones aviesas, las rivalida-
des mezquinas, la demencia. Esa primera hoguera seria el preludio de otras que
se apagarian con la sangre de los liberales. Á los seis meses de la catástrofe de Bar-




-440 -
celona, el plan que indicaba el programa de Carsy quedó ampliamente realizado ... !


Caian las bombas ... sin que su estruendo y sus estragos despertasen la poblacion
del estático pavor en que yacia la mayoría de ella, desde que se empeñó la lucha de la
barbarie contra la civilizacion, del pueblo demente contra la majestad de las leyes ...
un silencio sepulcral reinaba en Barcelona, y sólo lo interrumpian los estampidos dc1
bronce homicida y destructor ... A las dos de la tarde la innoble junta poco antes tan
insolente pidió la suspension de las hostilidades para consultar al pueblo. Contestó
Monjuy con nuevas bombas.


En aquellas horas de guerra impía, el mal que hacia n las bombas era el menor de
los que sufria Barcelona. Aquellas hordas ~alvajes llamadas patulea guardaban las
a venidas del embarque de fuga; sedientos de sangre y de botin , esgrimian las armas
criminales contra los infelices que no se daban prisa á vaciar sus faltriqueras ..... La
playa presentaba escenas de un briganJaje sin nombre ..... ¡Quién dirá los crímenes
que cometieron esos bandidos á quienes permanecia obediente Barcelona desde el
dia 13 de Noviembre! Mas llegaron á tanto los crímenes, á tanto el sufrimiento, que
al fin se presentó un valiente del ejército que dió la primera señai de una reaccion
en Barcc1oneta.


Allí habia almacenes de prendas de vestuario del ejército, confiada su custodia á
un destacamento del regiluiento de la Albuera al mando del comandante García: hor .
ro rizado este generoso militar á la vista de los excesos de la patulea, mandó montar
á ~aballo su tropa, y se precipitó lanza en ristre sobre esa turba de asesinos. Los dis-
persa y los precipita en la mar donde se arrojaban para evitar el condigno castigo de
las lanzas de los ginetes. En la confusion de esa lLlcha) los infelices emiórantes, que
no sabian ya distinguir sus protectores de sus \'Crdugos, huian de todos) arrojándose
desatentados á la mar por evitar á uno., y á otros... El arrojo del benemérito García
sirve de ejemplo á la Milicia de Barceloneta, toma sus armas y en union de los va-
lientes de la Albuera, dispersa, prende, arresta los facinerosos de la patulea. Queda
restablecido el órden en Barceloneta, 'f reconocido el gobierno. García da parte de
este feliz suceso, debido á su noble decision, el capitan general manda al momento
una órden al gobernador de :\10njuy para que Barceloneta sea respetada, y lo fué.


Sobrevino la noche que en aquella estacion llega tan pronto: la oscuridad hacia
más horrorosa esa escena de destruccion; Monjuy parecia un volcan vomitando á
cortos intérvalos llamas de su cráter. Cada bomba que corria el espacio era como
una tea fúnebre que se arrojaba á la ciudad, el estampido del CJÍ10n retumbaba como
un espantoso trueno de que era relámpago la luz encendida del caií.on ..... Los mon-
tes vecinos repetían como un eco de maldicion el estruendo de Monjuy, y la luz de
las bombas y granadas esparcian en el ámbito la imágen de un vasto incendio que
por momentos desaparecia para hacer la oscuridad más lóbrega y más terrible .....


y Barcelona, como anonadada, no hallaba en su honra vulnerada, en sus intereses
comprometidos, en su valor natural que le es distintivo é innegable, una centella de
energía para imitar el ejemplo que aca baba de darle Barceloneta ..... Siguió el arrojo




-44 1 -
de proyectiles hasta las diez de la noche, hora suprema en que algunas personas
honradas, sacudiendo el letargo en que yacian, resolvieron ir al cuartel general pi-
diendo que cesase el fuego, y prometiendo que al dia siguiente se entregaría la ciu-
dad. Lo que el capitan general habia negado á una junta de bandidos por la maña-
na, lo otorgó en seguida á ciudadanos honrados. Calló Monjuy.


Mientras estas personas se ocupaban aunque muy fatalmente tarde en poner un
término á las desgracias de Barcelona, la asquerosa junta daba sima á las infamias,
saqueando la caja de la diputacion provincial á donde robaron aquellos bandidos la
cantidad de treinta y siete mil duros, y la hubieran vaciado si no hubiera acudido
la Milicia á echarlos á bayonetazos, Vecinos armados tomaron posesion de las casas
consistoriales, de las puertas de la ciudad, ocuparon Atarazanas y la ciudadela; ya
dueños de la ciudad, salió una comision al cuartel general para declarar que Barce-
lona se sometia sin condiciones.


Hecha la sumision, se dieron órdenes para que se adelantasen las tropas y tomasen
posesion de la ciudad. El dia 4 á las tres y media de la tarde entraron las tropas, mo-
delo de valor en los dias delcombü.te en las calles de Barcelona, donde habian sid'o
asesinados cuatrocientos de los suyos: fuéron modelo de disciplina en el dia del triunfo
de la ley, hasta no haber dado lugar á una sola queja. Mal pagó de allí á poco Barce-
lona esta admirable conducta de soldados que sacrificaban heróicamente sus resen-
timientos en las aras de la patria y de la concordia.


La ciudad fué declarada en estado de sitio, disuelta la Milicia y recogidas sus armas
en Atarazanas en número de catorce mil. A nadie se incomodó por la parte que to-
mara en aquella horrible insurreccion; instalada una comision militar, trece bandi-
dos de la patulea, y entre ellos uno de los jefes, fuéron juzgados por crímenes onlina-
rios, sentenciados á muerte y fusilados. A pesar de la funesta prevencion del vecinda-
rio de Barcelona hácia todo lo que era mandado ó hecho por el gobierno y las auto-
ridades, no pudieron los moradores dejar de reconocer que la comision militar habia
obrado con una imparcialidad y una moderacion inalterable.


El gobierno impuso una contribucion de doce millones á la ciudad, siendo esta
cantidad destinada á levantar las murallas desmanteladas de la ciudadela en el año
anterior; el dia ~ se empezaron las obras de reedificacion. Barcelona opuso á la recau-
dacion de esa cantidad una fuerza de inercia que la debilidad del gobierno consinTió,
de modo que aquella medida tuvo el doble carácter de un acto arbitrario y de una
mofa por parte de los que debian sufrirla.


El regente no entró en Barcelona sumisa, quedó en las afueras del pueblo sin que
nada explique el motivo de su venida ni el de su permanencia despues de la rendicion
hasta el dia 22, en que regresó á Madrid donde llegó el dia 1.° de Enero de 1843 pa-
sando por Valencia ..


Por una disposicion inexplicable de aquel ministerio, fué relevado el capitan gene-
ral conde de Peracamps, reemplazándole el teniente general D. Antonio Seoane,
dándole por premio de su noble, atinada y magnánima conducta de general en jefe en




-442 -
las más azarosas y críticas circunstancias una 'exoncracion despues del triunfo. Era
difícil que un gobierno hacinara más desaciertos en un mismo asunto. Si doloroso'
pudo ser al benemérito general D. Antonio Van-Halen tamaña ingratitud de parte de
un gobierno, si doloroso pudo ser ese injusto relevo á los amigos del general y del
gobierno, más aciago fué para la causa de la libertad, del partido progresista y del
regente; porque es bien seguro, que si el general Van-Halen hubiera tenido el mando
de Cataluña en 1843, el regente, el partido progresista y la libertad, no hubieran pe-
recido en el pronunciamiento de aquel año, ni tal vez hubiera tenido lugar este fatal
suceso.




CAPÍTULO XX.


CONSIDERACIONES SOBRE LOS ACONTECIMIENTOS DE BARCELONA.


En el estado de postracion en que se hallaba la Europa á fines de 1842, cuando los
pueblos y los gobiernos á porfía no tenían más afan que promover el lucro mercan-
til, industrial ó bursatil i , una lucha política á mano armada pareció una anomalía,
una infraccion inaudita á ese quietismo y materialismo, que habia llegado á ser como
un culto nuevo, consecuencia lógica de un verdadero ateismo religioso. Los aconte-
cimientos de Barcelona, su bárbara y cruel insurreccion, la evacuacion de la plaza
por las tropas que se consideró como un triunfo de los rebeldes, tuvieron un eco
universal que propagaron los gobiernos y la prensa reaccionaria afectando igual ig-
norancia de los hechos, usando igual perfidia de intencion, y los diarios que no in-
currian en esta última feísima tacha, levantaban un grito de airclda indignacion con-
tra el gobierno por haber sometido una ciudad rebelde, usando de uno de los medios
más temibles de la guerra. Habia en esta gritería filantrópica de puro aparato en los
unos, de alguna sinceridad en otros órganos de la prensa, más que todo espíritu de
partido, pues los unos creian ver en el triunfo de Barcelona el de los principios repu-
blicanos, los otros con más tino y conocimiento calculaban que habia de ser el pri-
mer paso á una reaccion absolutista con visos de gobierno representativo: esta era
la verdad.


Estas apreciaciones que tenemos muy presentes, llenaban las columnas de los dia-
rios de aquella época dentro y fuera del reino. Con el fin de restablecer la verdacl his-
tórica, hemos querido dar tal vez con exceso los pormenores de aquella insurreccion
que defraudó las más criminales esperanzas y las más locas ilusiones. Los retrógrados
que le promovieron, sustentaron y abandonaron, vieron desplomarse sus inícuos
proyectos. Los republicanos, que en el dictador Carsy y su junta soñaron con un
destello de sus ideas, le vieron puesto á casamentero de la reina, mal podian conser ..




-444-
var la ilusion de que la insurreccion de Barcelona era un primer embate dado á la
monarquía.


Los acontecimientos de Barcelona no fuéron más que el resultado de una conspi-
racion contrarevolucionaria. Tuvieron por instrumentos directos ia hez del pueblo,
y por elementos las pasiones políticas enconadas, los intereses materiales, las preocu-
paciones arraigadas de la descontentadiza capital dE'1 Principado, elementos explo-
tados por hombres astutos, expertos en intrigas. El año anterior habian ensayado sus
fuerzas en una sedicion militar; esta se estrelló y vuelto á anudar el hilo de la trama,
tambien sucumbió, y sin desmayar por dos descalabros sufridos, volvieron á anudar
sus maquinaciones. Al año siguiente, la rebelion militar de Octubre de 1841, la insur-
reccion de Barcelona de Noviembre de 1842, y el pronunciamiento de Mayo de 1843,
salieron del mismo centro de conspiracion, variando solamente de elementos segun
los casos y las circunstancias. Si altamente inmorales fuéron los medios empleados por
el bando contrarevolucionario para conseguir su triunfo, nadie le podrá negar per-
severancia y diabólica habilidad. Si la comparamos con los de la bárbara insurreccion
que tuvo que combatir, no conocemos jefe militar que en iguales circunstancias haya
dado pruebas de más humanidad y de mayor abnegacion durante la lucha, ni haya
usado de más moderacion despues del triunfo; hemos visto la horrible matanza de
cuatrocientos valientes en las calles de Barcelona. Hemos visto que desde el dia 18 de
Noviembre podia el general Van-Halen sacar terrible venganza de la ciudad insurrec-
ta. ¿ Lo hizo? N o; humano, español, gE'neroso hasta el heroismo, aplaza el uso de me-
dios extremos durante diez y ocho dias suplicando más bien que exigiendo una su-
mision á las leyes; las cóndiciones que pide son las más imprescindibles, las más pre-
cisas, el desarme de una Milicia que tan cruel uso habia hecho de las armas, inaudi-
tos desaciertos de los ministros del regente en las tres ocasiones, que tuvo á mano
para acabar con sus contrarios; mas no supieron evitar el mal ni poner un remedio
capaz de hacer imposible una y otra tentativa faz á faz con la insurreccion contrare-
volucionaria. En 1841 y r842, la vencieron para sucumbir por último en 1843 faltos
de energía, de prudencia y de habilidad, y si hubo un caso en que acudieron á un
medio extremo, á un hecho necesario como arrepentidos de un acto de vigor exone-
raron del mando al capitan general que á la vista del mismo gobierno habia someti-
do á Barcelona.


En cuanto al benemérito general Van-Halen, dirémos que por más que hemos
buscado en los anales propios y ajenos, no hallamos un ejemplo de una longanimidad
que se pueda comparar á la que opuso el capitan general de Cataluí1a en el cargo que
le confiara la patria para la defensa del órden contra los que cumplían los deberes
que tan fatalmente desconocía ella; y mientras desplegaba el general ofendido tan
loable moderacion, la prensa contra revolucionaria de Madrid escarnecia vituperable-
mente esa admirable abnegacion, haciendo de ella odiosa mofa en dichos chocar-
reros y torpes.


Llega al fin la hora de una inevitable reprcsion. ¿Cuándo? Cuando la ciudad vuelve




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á entregarse cobardemente á una chusma de handidos, cuando la junta misma dice
al general que tal vez dentro de dos minutos los que la componian habrian cesado
de existir, y aún así no quiere lastimar ese pueblo que tan ciego se mostraba en su
rebelion ... esp\!ra todavía que el exceso de los males sftque al vecindario de su letar-
go y restablezca por sí mismo el órden ... y lo espera durante veinte horas más ... y
avisa con seis horas de anticipacion que su paciencia se habia agotado ... nada sirve
para convencer á Barcelona de que puede aún salvarse por sí misma ...


Empieza MonJuy á arrojar bombas .. en cuanto Barcelona da una señal de obedien-
cia se suspende el fuego contra ella, sin que' Barcelona quiera imitar el ejemplo de
uno de sus arrab~les. A las diez de la noche se presenta en fin un hombre honrado,
el Sr. Puigmarte ... habla de sumislOn, y á las primeras palabras que dirige en ese
sentido al capitan general, calla Monjuy.


Es precisa toda la hiel de que se alimenta el espíritu de partido, para que se
haya desconocido que el general Van-Halen hizo patentes en esas dolorosas cir-
cunstancias, las virtudes cívicas que le adornan: jefe militar, se mostró más ambi-
cioso de evitar desgracias, que de reportar triunfos, tan avaro de la sangre de sus
soldados y del pueblo como pródigo de la suya y de sentimientos de humanidad y
espíritu conciliador.


¿Y qué han hecho sus injustos censores? ¿Qué hizo esa contrarevolucion triunfante
contra esa misma Barcelona cuyas desgracias lloraba hipócritamente en Diciembre
de 1842? Arrojar hombas durante tres meses en Barcelona, no para reprimir una in-
surreccion criminal, insensata, mas porque pedian el cumplimiento de una palabra
solemne dada á la junta de Sabadell, cuando esta de su propia autoridad creó un mi-
nistro universal en el general Serrano hasta que se reuniese el ministerio Lopez: al
programa de la junta de Sabadell se adhirió sin restriccion el ministro universal, y
cuando Barcelona pidió el cumplimiento de aquel programa aceptado, se la contestó
con tres meses de bom bardco.


Esto han hecho los hipócritas tilántropos de 1842; esto han hecho los calumniado-
res del general Van-Halen; esto ha hecho el partido contrarevolucionario que tras
de haber provocado la más hárbara insurreccion, se horripilaba á la vista de la repre-
sion que sufrió una infame rebelion.


En cuanto á la prensa extranjera yaún los hombres de Estado en el Parlamento
inglés ó en las Cámaras francesas, siempre prontos á prorumpir en amargas recon-
venciones y torpes acusaciones, cuando se trata de España y del partido progresista,
allá vituperaron la cruel necesidad en que se vió el capitan general de someter á Bar-
celona con los recursos extraños de la guerra, pues guerra habia declarado Barcelo-
na y guerra atroz sostenia. Cuando las bombas de Monjuy pusieron término á los
excesos de que er8. teatro la capital de Cataluña, esas censuras de una filantropía de
aparato, lanzadas sin el menor conocimiento de los hechos, han recihido de aconte-
cimientos posteriores el mentís más solemne, recayendo en los censores de entonces
la doble tacha de maja fé y de ridiculéz.




Cuando á los franceses que tanto vituperaban el bombardeo de Barcelona oponia-
mos las atrocidades que se cometieron en Lyon insurreccionado en 1834, se nos con-
testaba que aquellos excesos eran propios de un gobierno reaccionario, de un rey
infiel á su orígen, de una monhquía, en una palabra. Desde aquella época ha caido
aquel gobierno, ha sido expulsado aquel rey y su dinastía, se ha proclamado la repú-
blica. ¿Y qué hemos visto cuando ésta ha sido atacada por republicanos más avanza-
dos, más netos, que de reaccionaria tildaban la comision ejecutiva? Hemos visto ex-
cesos de ambas partes que dejan muy atrás los de la monarquía. Mas antes de hablar
de estos sucesos, veamos los de 1834 en Lyon.


Animados del patriótico celo de lavar á España de esa injustísima y torpe tacha de
crueldad que tan desatinadamente se nos dirige, vamos á poner en paralelo la con-
ducta del gobierno, de la regencia, y la del gobierno francés en circunstancias algo
análogas, y se verá que si toda la diferencia en los motivos de queja de dos ciudades
industriales populosas como Barcelona y Lyon está-en favor del gobierno de España
en 1842, no lo es menos la diferencia entre los medios de represion que :uno y otro
gobierno usaron para vencer la insurrecciono Tomamos los datos de lo ocurrido en
Lyon en la obra del Sr. D. Luis Blanc (Historia de dier años de reinado). Empece-
mos comparando la insurreccion de Lyon en 1831 y lade Barcelona en 1841.


En 1831 una terrible insurreccion estalla en Lyon; los obreros llevando en sus ban-
deras el lema de vivir trabajando ó morir combatiendo, se apoderan de la ciudad,
expulsan las autoridades, y la insurreccion queda dueña de Lyon. Acuden tropas de
todas partes, las manda el mariscal Soult, ministro de la Guerra, y lo acompaña el
duque de Orleans, hije primogénito del rey Luis Felipe.


U na crísis industrial prolongada, efecto del sacudimiento del año anterior que ha-
bía cambiado la dinastía, la miseria, el hambre, como lo dice el lema terrible arriba
indicado, otras pasiones sin duda en juego produjeron aquella insurrecciono


Ésta fué vencida militarmente.
Hé aquí lo que dice el mencionado historiador hablando de la represion que siguió


al triunfo:
"El mariscal Soult desplegó una severidad más terrible aún. El desarme de los


»obreros se cumplió. La Milicia Nacional fu¿ disuelta. Lyon fué tratada como ciu-
),dad conquistada. Allí quedó una guarnicion de veinte mil hombres. Se encerró el
»arrabal de la Cruz Roja en una faja de fuertes coronados de artillería.»


Ya se ha visto en el curso de esta historia lo que fué la insurreccion de Barce·
lona en Octubre de 1841, sin motivo, y contraria no solamente al interés general del
país, sino á las leyes .ordinarias de la lealtad, puesto que Barcelona habia quedado
confiada á la custodia de la Milicia Nacional. Se ha visto tambien lo que fué la re-
presion de aquel escandaloso motin. Once dias de estado de sitio, durante el cual
no se molestó á nadie, limitados sus efectos al cambio de las autoridades populares
que habian tomado la iniciativa del derribo de la ciudadela. La Milicia Nacional que
habia protegido ese atentado, conservó sus armas, menos tres batallones que fuéron




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disueltos y muy luego vueltos á armar. Los tribunales ordinarios entendieron en la
causa de aquel suceso, á nadie se castigó. Las murallas derribadas de la ciudadela
quedaron en el suelo. En Francia se llevó la represion hasta la crueldad: en España
el gobierno fué clemente hasta la debilidad.


Sigamos la comparacion entre la insurreccion de Lyon en 1834, Y la de Barcelona
en 1842.


«La insurreJcion de 1831, dice el mismo historiador, cogió al gobierno de sorpre-
l)sa, así fué que nada omitió despues de su derrota para borrar el baldon que le resul-
ntÓ. La fuerza de la guarnicion se exageró si'n medida, otras tropas se hallaban acuar-
"teladas en las ciudades vecinas prontas á marchar á la primera señal; la Milicia
"Nacional fué brutalmente desarmada; se levantaron fortificaciones alrededor de la
»ciudad; los cañones que debian tenerla sumisa ó destruirla, se hallaban á una corta
"distancia de mil quinientos á dos mil metros de las casas consistoriales, que
llse hallan en la parte más central, más populosa y más rica de la ciudad. El minis-
"terio de la Guerra compró por sorpresa un murallon, que fortificó, y cuyo objeto
))fué aislar el arrabal de la Cruz Roja, cuna de la insurreccion de Noviembre de 1831.
llSe prepararon puntos fortificados hasta en lo interior de la pohlacion, en una pa-
»labra, Lyon llegó á ser un campamento preparado para batallas previstas é inevita-
»bles. Al mismo tiempo las autoridades militares se complacian en hacer alarde de
»sus fuerzas con aire amenazador y altanero. En muchas ocasiones el vecindario~ al
»despertarse, se hallaba con todas las plazas públicas ocupadas militarmente por la
»tropa sobre las armas.»


¿Hubo algo de e3to en Barcelona de 1841 á I842? ¿No observaron el gobierno y la
autoridad militar una conducta diametralmente opuesta? En Lyon, exceso de rigor,
provocaciones temerarias; en Barcelona, olvido sincero, confianza, consideraciones
sin límite, hasta devolver las armas á los tres batallones de Milicia desarmados.


Prosigamos: «En el mes de Abril de 1833, dos causas se seguian á la vez contra
»el diario La Glaneuse; absuelto en una, fué sentenciado en la segunda á una pena
»terrible, quince meses de prision y cinco mil francos de multa; y como si no fuese
nesta pena bastante, se la agravó sometiendo al autor á las prescripciones reglamen-
"tarias de la cárcel, hechas para la hez de los criminales. Los gendarmes se apodera-
»ron del escritor y lo llevaron de brigada en brigada hasta la cárcel de Clairvereux,
"y echado entre mil ochocientos ladrones que allí habia.»


De 1841 á 1842, la prensa de Barcelona no hizo más que predicar la rebelion, y
para que el pueblo mejor se enterara, se escribian en dialecto catalan canciones y
excitaciones al asesinato como medios normales de atacar al gobierno y á la socie-
dad, y si se denunciaban esas asquerosas producciones, y el jurado las absolvia siem-
pre, vino la autoridad á no denunciarlas por inútil.


«Por un funesto y sobradamente frecuente efecto de la lucha mercantil, los pedi-
ndos habian disminuido, los trabajos de las fábricas de Lyon en los primeros meses
.. de 1834 se hallaban notablemente parados; la crísis se hacia inminente, una rebaja




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))de venticinco céntimos por vara en el precio de los peluches la precipitó; veinte mil
))metiers dejaron de trabajar.))


En 1 842 Barcelona especulaba á su sabor el reino entero como una colonia, y el
gobierno no se atrevia á tocar el monstruoso sistema prohibitivo, ni á los arance-
les, temeroso de sobresaltar Barcelona. El trabajo y. el contrabando corrian parejas
en todo su auge cuando estalló la insurrecciono


"El gobierno preveia que la promulgacion de la ley sobre asociaciones seria la
lIseñal de una resistencia que pondria el reino en combustion y la monarquía al bor-
))de del precipicio; por tanto se apresuró á provocar una crísis que tenia todos los
))caractéres de la fatalidad, y puesto que una batalla era imposible de evitar, más va-
))lia darla, cuando se tenia la eleccion de la circunstancia del momento, de las armas
))y del dia.))


En España, el gobierno ninguna ley reaccionaria habia publicado que coartase la
libertad; en Barcelona las autoridades vivian confiadas en la ~ensatez del pueblo,
sin visos de hostilidad premeditada, mucho menos de agresion. Por lo demás, la
junta lo ha dicho: hemos provocado la revolucion, palabras que absuelven sobrada-
mente de toda culpa al gobierno y á las autoridades de Barcelona.


«L0s mutualistas hicieron proposiciones de arreglo que fuéron desechadas con des-
))deí10sa altivez. Firmes, se decia á los fabricantes; los obreros tendrian que ceder
))apremiados por el hambre, y si llegan á insurreccionarse, será por la última vez,
))pues tenemos cañones y millones de bayonetas.))


Estas necesidades ni estas miserias industriales no existian en Barcelona, y cuan-
do llegó el dia de la lucha, las autoridades fuéron las que vieron sus palabras de paz
y de conciliacion repelidas con soberbia.


« U na causa formada á los mutualistas fué aplazada en el tribunal para el miérco-
nles 9 de Abril; el dia 9 era el dia en que se debia empeñar la lucha en Lyon, nadie
))10 duda ... en la noche del 9 al 10, las últimas órdenes marchan á los diferentes cuer-
))POs del ejército que se hallan en la ciudad. El dia amanece para dar vista á una ciu-
»dad hecha campamento. Las tropas están colocadas para cortar la insurreccion á su
"primer grito; y para que todo desertor sea fusilado en el acto: las tropas llevan sus
»banderas.»


El dia 13 de Noviembre de 1842, Barcelona tuvo todo el dia el aspecto pacífico de
siempre; ninguna causa aparente de disturbios asomaba. Las autoridades ninguna
medida de precaucion habian tomado, como que ningun motivo tenian de temer una
rebelion, y muy léjos estaban de suponer .que un incidente liviano habia de ser la
señal de una sangrienta confiagracion. Sin desconocer los síntomas de agitacion que
existían en el pueblo, nada les presagiaba el aciago dia 13 como el primero de una
lucha fratricida.


"Mientras se ve la causa en el tribunal, de repente se oye el estampido de un ar-
))ma de fuego; el Sr. Julio Favre, defensor de los acusados, se pára. Abogados] jue-
))ces, acusados, asistentes, todos dan á conocer en sus pálidos rostros lo que en ellos




-449-
))pasa: todos se levantan. A poco rato entra en el patio del tribunal un hombre cu-
.,l)ierto de sangre; es un insurgente, dIcen los que le traen, que un gendarme acaba
))de matar, cuando hacia una harricada. Se le quiere socorrer. ¡Cmí.l no seria el es-
"panto general, cuando al desahrocharle el vestido se ve la faja de agente de policíal
)) Este miserable se llamaha Faivre; espiró en seguida. Así quedó demostrado que el
))primer tiro lo hahia disparado la tropa, y que la policía era la que suministraha la
"primera víctima con un ::¡gente proyocadoL))


Nos sonrojariamos de estahlecer un parangon entre esas infames provocaciones á
la guerL1 civil promovidas por los agentes del gobierno, y la conducta sensata, con-
ciliadora, admirnhle de moderacion y de cordura que ohservaron las autoridades de
Barcelona al estallar la insurrecciono Mas sin seguir paso á paso el paralelo de ambos
sucesos, hay que presentar algunos contrastes por su importancia. En Lyon el go-
hierno hace toJas sus disposiciones militares como el que va á dar ó recibir una bata-
lla. En Ihrcelona la insurreccion coge ú las autoridades descuidadas; en Lyon apenas
se empeña el lance cuando la guerra arde y el com hate es encarnizado por ambas par-
tes. En Barcelona en la tarde y noche del 13, en todo el dia '4 yen la mañana del 15,
las autoridades hacen cuanto es humanamente posible para evitar un conflicto; pu-
hlican la ley ma rcial, y cumplen con todo lo que ésta prescrihe. En Lyon los prisio-
neros son desapiadadamente degollados, sirven de hlanco 6. los tiros de la tropa en el
puente de Tilsltt (1) En Barcelona son religiosamente respetados. En Lyon se pega
fuego ú las casa~ <'> se vuelan con minas (2). b:n Barcelona, en donde de cada casa sa-
lia un fuego mortífero contra los valientes del ejército, ninguna fué incendiada, ni n-
¡.;una fué volada. En [.\·on, en 13s casas en que penetran las tropas, todo lo pasan á
de~Llello homhres, mujeres, niílOs (3). En ninguna casa donde en Barcelona entró la
tropa huho exceso alguno que ¡¡orar. En Lyon las tropas entran en la iglesia de Cor-
de/iers: un sargento ennegrecido de pólvora es quien excita á sus soldados ú la ma-·
tUlza y m:l11Ja hacer fuego; en vano sacerdotes, ministros de Ul1 Dios de misericordia,
piden cuartel en fa\·or de los vencidos; no hay cuartel ..... arroyos de sangre corren
por el piso del templo del ScÍ10r ..... allí yacen cadáveres (-ll


En Barcelona la tropa e,~hanclo ahajo las puertas del convento de la Enseñanza,
Jescle donlic los milicianos la lucian un fLlego infernal, penetran en su recinto, allí
hacen ciento cincuenta prisioneros, y sin que ninguno de ellos reciba ni siquiera una
orensa, son conducidos ú Atarazanas.
l~n Lyon la muerte penetra por toda ventana que se abre. En Barcelona de cada


ventana salia la muerte sobre los infelices soldados. Piedras, agua hirviendo, pro-
yectiles d"e todo género caian desde los terrados; en su ciego furor los habitantes
de Barcelona arrojaban hasta sus muebles sobre la tropa. Un ordenanza que lle-


(l) Luis Blanc, llistoria de diq años ,le reinado.
:2) Luis B1anc, idem.
(:1) Luis Blanc, idem.
'~) Luis Rl<.1nc, idem.




-450 -
vaba del diestro el caballo herido del capitan general, recibió al paso aguas súcias
hirviendo: un jóven oficial herido que se retiraba, al pasar por enfrente de una casa
que visitaba, una señorita de la casa le arrojó unCl maceta (r).


N o me extenderé más detenidamente en el parangon de ambos sucesos, ni daré aquí
los pormenores de los horribles asesinatos cometidos por la tropa francesa en el ar-
rabal de V disse, de los cuales el mencionado historiador presenta documentos autén-
ticos y declaraciones legales, que forman, como dice el escritor francés, una requisi-
toria tramada contra aquel gohierno y sus agentes en Lyon (2). Gracias á Dios, nada
de esto se puede afear ni al gobierno, ni á las autoridades de BJ.rcelona, ni á las tropas,


Vengamos á hechos más recientes; ya no es un rey infiel á su orígen, ya no es un
gobierno monárquico los que gobiernan la Francia Es una república, es una Asam-
hlea nacida del voto universal, es una comision ejecutiva formada con los restos del
gobierno provisional, producto inmediato de la revolucion populnr del 24 de Febre-
ro de r848.


¿ Pues qué hacen estos republicanos, cuando su existencia es amenazada por una
formidable insurreccion de otros repuhlicanos, qué hacen? Se defienden desespera-
damente, millares de c;lílonazos dispara la artillería republicana contra las barricadas
más republicanas aún. La guerra con todas sus m;ls horribles consecuencias es diri-
gida por un general republicano, Cavaignac, á quien la Asamhlea da poderes dicta-
toriales. En esa terrible lucha que sostienen padres de familia á pecho descubierto,
unidos á las tropas, caen de amhas partes miles de familias. Allí fenece herido de
muerte un santo arzobispo misionero de paz y de concordia, allí caen más generales
que en las más reií.idas batallas campales de la primera República y del 1 rnperio; allí
mueren varios representantes del pueblo, víctimas de su noble arrojo por aplacar
los fLlrores de esa guerra imf)ía. ¿Y quién podrá calcular jamc1s las pérdidas sensibles,
irreparables de t:1l1tas Úlmili,1s hutrfan,¡s de quien les ganaba el sustento? ¿Y quién did
el guarismo de los daílos materiales que sufrió Paris y la Francia de resultas de las
aciagas jornadas de Junio de r8-+8? Y reprimida la insurreccion qué hemos visto?
Una dictadura militar atropellando escritores públicos y poniéndolos en la cárcel sin
causa conocida, y sin mús motiy()~parente puestos en libertad. lIemos visto diarios
de todos colores suprimidos porque así lo queria un dictador republicano; hemos
vi~to Paris en estaLlo de sitio durante cuatro meses por mandato del dictador; y más
que todas esas tropelías pasajeras, hemos visto los prisioneros de esa guerra civil
hacinados en la cúrcel primero, y deportados en seguida sin formacion de causa, ni
exámen contradictorio, como rehaÍ10s d'e animales; y el dictador como la Asamblea,
apoyado el Presidente por ésta, negarse desapiadadamente á una amnistía que borra-
se la memoria de tantos excesos, frutos amargos de la guerra civil.


¿Culpamos acaso á la república de haber repelido la fuerza con la fuerza? Nada me-


(1) Discurso del general Seoane en el Senado, sesion del ti de M.ayo.
(2) Louis Blanc, Historia de die, años de ¡-einado.




nos que eso; hombres de gobierno, dirémos siempre que el que es atacado con la vio-
lencia tiene el derecho y el deber de defenderse con las mismas armas que tiene al
frente. Todas las insurrecciones no son criminales; las hay legítimas, santas, mas los
que las emprenden no tienen el derecho de acriminar á los que se defienden: si el
éxito no está siempre del lado de la justicia y del derecho, es una calamidad, mas no
hay que inculpar á los que han combatido por lo que han creido ser la justicia, ó por
sus intereses, interpretando la primera en pró de los segundos.


Mas si no culpamos á la Asamblea francesa y al general Cavainac de haber combati-
do la insurreccion de J 'Jnio de 1848, con cLlantos medios de guerra están á su alcan-
ce, puesto que guerra les hahian declarado los insurreccionados, lo que nos parece
odioso, inútil, cruel é inhumano es esa deportacion, en masas, de hombres fanatiza-
dos los unos, extraviados los otros, y no pocos hallados en las barricadas donde ha-
hian sido llevados ó por la fuerza ó por el contagio. Esto no es ya guerra, es vengan-
za, faltando en esto el general Ca\aignac á las sublimes palabras que pronunció en la
Asamblea al dia siguiente del triunfo. ((Veré vencedores y vencidos, mas quiero que
mi nombre sea maldecido si ha de haber víctimas)). Víctimas han sido todos los depor-
tados sin formacion de causa.


Para comparar las innumerables desgracias, las infinitas víctimas y los daños ma-
teriales de dos insurrecciones, vamos á presentar el cuadro de las que causó el bom-
bardeo de Barcelona, y por mucho que las deploremos, creemos que fué el medio
más humano ó menos funesto, si se quiere, de reducir él la obediencia de las leyes
una ciudad rebelde.


N úmero de proyectiles arrojados sobre Barcelona el 3 de Diciembr'e de 1842, mil
catorce.


Víctimas, siete hombres y una mujer muertas. Diez y siete hombres y una mUjer
contusas.


Daños materiales:
Una comision de oficiales de l11ge111eros y otra del Ayuntamiento encargada por


el gobierno de la evaluacion de los daí10s sufridos en las casas, tras de una investiga-
cion prolija, casa por casa, presentó su dictámen yel resultado de sus indagaciones en
los términos siguientes:


Casas destruidas ó incendiadas en su totalidad ó mayor parte. . 3 I
Que han sufrido hundimiento considerable y padecido las paredes mayores. 145
Que sólo han padecido en sus techos, tabiques ó habitaciones accesorias .. 163


• Que han tenido únicamente deterioro en los terrados, balcones ó puertas. . 98
Que han tenido daños de levísima consideracion que apenas merecen men-


cionarse .. 7
Total de las casas que han sufrido .. . 447 (1)


([) Docu mento presentad o al Senad o por el Excmo. señor general Seoane á la sazon capi tan general
de Cataluña, en la sesiol1 del í\ de Mayo de 1843.




Dígase á la vista de los desastres ocasionados en Barcelona con las bombas de
Monjuy yen Paris con la artillería y la fusilería, cuál de los dos medios de vencer por
la fuerza y la guerra una insurreccion es preferible, y á menos de no llegar á la con-
clusion antiso~ial de que no se debe combatir una insurreccion, lo que hasta ahora
no se ha visto, dirémos y sostendrémos que la resolucion del general Van-Halen
fué no solamente más atinada que el plan que han seguido las que mandaban las
tropas de Paris en Junio de 1848, mas que el plan de represion que adoptó el general
español, fue más humano mil veces que la, guerra de calles que adoptó el general Ca-
vaignac, que no obtuvo el triunfo sino á fuerza de raudales de sangre y de la pérdida
de ilustres víctimas mue rtas en las calles de Paris, cuyo número horroriza.


y pasando de la Francia á otra nacion en que las leyes tienen un imperio religio·
so, y los derechos un respeto absoluto, ¿qué ha hecho Inglaterra cuando la hambrien-
ta, la despojada 1 rlanda ha dado indicios de querer sacudir un yugo odioso que la
oprime materialmente y ofende sus creencias religiosas? .... N o hablemos de tiempos
pasados en que cada p_1gina de la historia de Irlanda chorrea sangre vertida por ma-
nos inglesas; mas ¿qué ha hecho en 18+8? .. ~No ha puesto:t Oublin y varios distritos
en estado de sitio? ... ¿ N o ha reunido en Dublin yen 1 rlanda un ejército numeroso
mandado en jefe por el general que más pruebas ha dado de su energía y saber mili-
tar? ... ¿No ha acopiado todos los medios destructores de la guerrar .... ¿ N o ha pedi-
do al Parlamento las medidas excepcionales mús terribles contra los irlandeses-roo .. Y
en donde estos han llevado el descontento hasta formular actos de n:belion, no se han
reprimido á mano armada? ¿_y no estaba el gohierno pronto con todos los medios de
guerra posibles á la mano á sofocar una rebelion que por un momento temió i ¿Y cabe
comparacion entre los justos y tradici onales agravios, desafueros y desgracias de los
irlandeses con los moti vos que provocó la insurreccion de Barcelona, obra de unos
cuantos conspiradores, sublevando la hez del lluehlo é irritando pasiones políticas
extraviadas? ¿_ Mas acaso culpamos al gohierno inglés, ni al dignísimo virey de I rlan-
da de haber obrado como lo han hecho: Ik ninguna manera Sin meternos ú discu-
tir las causas primordiales, anti,~uas, hlst(')ricas del descontento de la IrlanJa res-
pecto á la Inglaterra, reconocemos que el gobierno in¡..;k;s tenia el derecho y el de-
ber de prepar;¡rse el repeler la fuerza por la fuerz~l, si esta se presentaba ;1 la lucha, y
estamos bien seguros que el noble lord Ciaren don habri~l apurado tOllos los medios
posibles de conciliacion antes q Lle echar mano de las facultades extraordinarias que
el gobierno y el Parlamento habian puesto en sus manos. ~Lldie en el mundo se aven-
taj.lrcl. el lord Clarendon en tino, en prudencia, en espíritu conciliador, en humanidad
yen respeto á las leyes, todas prendas que no excluyen la energía, el teson y el cum-
plimiento de altos deberes respecto á la nacion y:l la sociedad: mas lord Clarendon
ha tenido la fortuna que no estallase una insurreccion furiosa, y tambien la de ver su
conducta solemnemente aprobada en el discurso de la Corona al cerrarse el Parlamen-
to en 1848, y lo mismo hubiera sido si el caso le hubiera deparado la triste suerte de
llevar más ade1:.l11te los preparativos de represion de que se halla ha animado. Mientras




- " 4;:),)


el capitan general de Cataluña recibió, como hemos dicho, en premio de su conduc-
ta la exoneracion del mando que habia ejercido con tino y energía, con prudencia y
con fortuna.


y qué ¿lo que es bueno, convenicntt:, atinado, loable en Inglaterra, en Francia, ha
de ser malo, il1oportuno, descabellado, vituperable en Espl11a? Esta es la justicia dis-
tributiva de los partidos.


A fuer de buen espaí10l he querido probar que en medio de las guerras civiles, el
mayor azote que puede caer sohre una nacion, hay todavía diferencias notables que
señalar en los actos que son algunas veces el resultado de la desapiadada ley de la
guerra, y no envuelven un carácter de fria crueldad, y que cuando propios yextra-
ños se esmeran en calumniar á la nacion española, ignoran los unos la historia nues-
tra, y afectan los otros desconocer la verdad, y todos el porfía quieren presentar á
los espa¡'íolcs como no son, para sostener los retróor~ldos sus miras aviesas contra
la lihertad, y los extranjeros por quererse presentar como unos modelos de manse-
dumhre y de dignidad política, ..:uando h,l11 dado á la histori1 páginas mil veces
I11~lS sangrientas el1 sus contiendas ci\'iles, que las que ofrecen nuestros anales desde
el ;tilO de 1~10; y sin dejar de dcl)lorar los excesos que pueden desgraciadamente
anotarse en ese período, decilllos con orgullo y satisÜlcion que teniendo mil veces
mús moti\os de hacer una guerra nüs encarnizada, nada, pero nada absolutamente
tenemos los Ilrogresistas que envidiar ú nuestros contrarios políticos~ reaccionarios
ó carlistas, y nada absolutamente que emidiar ú los extranjeros en generosidad y
humanidad en la lucha y en moderacion en el triunfo.




CAPÍTULO XXI.


CONDUCTA DEL CÓNSUl. DE FkANCIA EN BAkCELONA.


Cumpliendo con nuestro propósito de tratar por separado una cuestion de derecho
internacional y de la más grave como de la más delicada índole, vamos á examinar
cuál ha sido la conducta observada por el Sr. D. Fernando Lesseps, cónsul de Francia
durante la insurreccion de Noviembre de 1842.


¿Obser"ó este seí10r cónsul en aquellos di as la rigurosa línea de los deberes de su
cargo? ¿Se conformó á la estricta neutralidad que le incumbia en un conflicto exclu-
sivamente espaí"lol? O al contrario, ¿manifestó una parcialidad directa ó indirecta in-
terviniendo más ó menos en aq uellos sucesos? Cuestiones son estas que el gobierno
español resolvió anrmativamente en contra del cónsul de Francia~ y que el gobierno
francés resolvió negativamente en favor de su representante comercial en Barcelona.
De estas encontradas opiniones resultó un conflicto internacional en el cual tomaron
parte la pren:'ia y las Cím~1ras francesas, sin el menor conocimiento de la cuestlOn; y
lo que en España apareció una violacion flagrante del derecho de gentes, recibió en
Francia el carácter elevado de una cuestion de humanidad.


Historiadores, tenemos á la vista todos los actos oficiales de la cue:'ition desde su
orígen hasta su remate: desde el embarque de las familias de las autoridades de Bar-
celona, hasta la última nota diplomática, y hasta la última palabra que medió; todo
el expediente se halla á nuestra vista, y asin1isl110 el expediente judicial que se for-
mó en Barcelona. Nuestra tarea se limita pues á dar con se\'Cra imparcialidad la nar-
racion de 10& hechos deducidos de actos oficiales, y presentar la opinion que nos he-
mos formado respecto á la conducta del Sr. Lesseps en aquella Il1surreccion, y la
que ha observado el gobierno espaílOl por su parte, el gobierno francés por la suya,
y el gobierno inglés en el papel de mediador que quiso representar.


Este asunto, para su mayor claridad como por su importancia, exige que se divida




-455
en tres partes: la primera, la exposicion de los hechos en las declaraciones judiciales
que sean necesarias; la segunda y la tercera, comprenderán la doble negociacion di-
pl6mática marchando simultáneamente, la una relativa á las quejas del gohierno
español contra el Sr. Lesseps, la otra relativa á las quejas del gobierno francés contra
el de España á propósito del Sr. Lesseps.


Ante todo, para que no se tengan por tibias l1l!estras opiniones respecto á la cues-
tion de humanidad que tanto se ha ensalzado en este asunto para encubrir actos po-
líticos de malísima especie, declaramos que á nuestros ojos los derechos de la huma-
nidad son sagrados, imprescriptibles, siempre sahos, siempre garantizados; por tanto,
que en todo conflicto de guerra ciYil, si hien es deber imprescindil>le de todo agente
extranjero observar la más estricta neutralidad, en CLlClnto la victoria ha pronunciado
ya su fallo, y cuar,Jo ya no hay más ql.le \"enccdores y \encidos, si entre éstos h3y
quien busca un asilo, un medio de huir, todo aquel que no le diera una mano gene-
rosa de sah'acion, todo el que le ne-.;ara unJ hospiulidad necesaria, faltaria á los de-
beres de homhre, OfCl1Llcria los derechos de la humanidad, V cometeria un acto de
odiosa crueldad. Hecha esta sah'edad entramos en la relacion de los hechos.


Al narrar los acontecimientos de Barcelona, dijimos que las hij~s del capitlO gene-
ral y otras personas habian caiJo en manos de la junta, arrancadas violentamente y
á mano armada del bote del hergantin de guerra francés .\Jeleaffre, bajo el caÍ10n de
éste y de su bandera enarbolada en el bote, y más adelante fuéron puestas á bordo
del bergantin.


Este incidente merece ser explicado, pues es más grave de lo que parece.
Las personas embarcadas en el bote del J[eleagre se dirigian á bordo de éste y


protegidas por la bandera militar de la Francia, fLl~run apresadas por los insurrec-
cionados, en cuyo poder permanecieron muchas horas entre la vida y la muerte á
pesar de la generas:.! proteccion que les dispensó el Yecindario de Barceloneta, pues
la gcnte habia desconocido el sagrado de la bandera frJncesa. Si estos hombres no
llegaron el atropcllar la gU1rdi'.l hospitabria Jel vecilldario de Barceloneta, de éste es
el mérito y la gloria. El pahellon francés á que se habian acogido las habia abando-
nado. El capitan general ú pesar del peligro en que sabia estaban sus hijas, no dejó
de contestar resueltamente al fuego de la insurrecciono Es cierto qne el Sr. Lesseps
obtuvo la libertad de aquellas infelices señoras, mas lo es tambien que su cautiverio
duró hasta la noche del 1 tj al 17 en que fuéron conducidas al /O,Jeleagre dos á dos, no
en botes del bergantin, pero en lanchas de la Barceluneta y sin más amparo que la
proteccion de aquellos honradísimos marineros. Circunstancia muy notable, pues en
m trúnsito hasta el bergantin francés, pudo la mar ser la tumba de todas esas fami-
ias, si aquellas lanchas hubieran sido acometidas por los subleyados de Barcelona.


Hospitalidad tan cruel y ta~1 caramente comprada abrumaba al capitan gene-
'al: sus instancias fuéron incesantes al cónsul de Francia para que su familia fuese
llejada de Barcelona, llevada á Mallorca, ó á cualquiera otro punto del territorio es-
,aÍ1ol. No pudo conseguirlo, y vamos á presentar un hecho que indica que las des-




-456 -
graciadas apresadas, no habian hecho más que cambiar de cautiverio, mas que en
realidad se hallaban prisioneras á bordo del .Jleleagre.


Llegó un vapor de guerra espanol á las aguas de Barcelona y al momento el capi-
tan general da la órden al comandante de tomar á su bordo todas las personas que
se hallaban refugiadas en el ~Yleleagre. En conformidad de esta árden, el capitan del
IsabelI! pasó al del JIeleagre el siguiente olicio:


"Senor comandante; El Excmo. senor capitan general habiéndome dado la árden
"de tomar él mi bordo su familia, la del general Zavala y demás personas que se ha-
»llan él bordo del bergantin de su mando, espero qLle Vd. se servirá hacerles conducir
"á mi bordo pOI los botes de su ber~antin, pclrcl evitar los inconvenientes que pudie-
"ran resultar si no protegiera esas personas la bandera francesa.


"Aprovecho esta ocasion para ofrecerme con la nüs alta consideracion su más aten-
"to servidor.-Firmado, Eusebio Sa!cedo.-A la mar en el puerto de Barcelona 27 de
"Noviembre de 1843."


A este oficio tan atento y comeJido, como claro y apremiante, contesta el coman-
dante del JIeleagre con el siguiente que tanto desdice hasta de ¡¡lluella urbanÍllall
de que hacen alarde los franceses:


« He recibido una carta del Sr. Salcedo ú la que no puedo contestar.-Firmado,
"Galtier.»


Si el comandante del J[e/eapTe hailá en sí mismo la inspiracion de dar tan desattn-
ta contestacion, ó si en ello obedeci() á órdenes superiores, es lo que no resol\"Cré-
mos nosotros; ahí está el hecho en SLl escandalosa realidad.


E!ita descomedida contestacion, la resistencia del seil0r cónsul á alejar aquellas fa-
milias de Barcelona, el no haber querido desembarcadas ('n la playa de la vertiente
del MonjL1Y, cuando á un tiro de ca110n del jleleagre habia una casa fortificada ocu-
pada por las tropas leales, prueban del modo m~'lS e\-iJ,ente que la libertad de las per-
sonas apresadas en el bote del .\le/eagre, 110 fué otorgada por la junta sin condiciones
aceptadas por el cónsul francés tal como la le permaneccr csas nil1as y demús perso-
nas como rehenes en manos del cónsul; si no es esta la e~plicacion de la conducta
del Sr. Lesseps y del Sr. (;~dtier, confesamos ingénuamente no saber cuúl pueda ser.
Duró ese cautiverio trece dias, y las cauti\as del Llfeleagrc no fuéron conducidas
á Tarragona, hasta el momento en q uc cspiraba la insurrecciono Omitimos mayo-
res comentarios, dejamos á todo juez imparcial el fallar, si hubo ó no violenci;¡,
coaccion, abuso de confianza, cálculo ú otra razon aviesa en la prolongada, injusta é
inhumana detencion de aquellas familias á bordo del J[eleafirc contra su propia vo-
luntad y la de su padre y del capitan general, cuando tan fúcil era desc'mbarcar er
tierra segura.


Llegamos á otro hecho el más grave de los muy graves q L1e resultan ú cargo del
senor cónsul de Francia; la capitulacion de Atarazanas. Hablando de este suceso el
la narracion de los acontecimientos de aquellos dias ya dimos el texto del preámhu
lo, mas bueno será repetirlo aquí como base de nuestras reflexiones.




El texto no puede ser más claro, el objeto que se proponian los comisionados de la
junta rebelde, se halla indicado del modo más terminante. Venian á seducir á la guaro
nicion de un punto fortificado, encargada de defenderlo contra una rebelion para,que
lo entregase á esta y se adhiriese á una capitulacion vergonzosa. Que esto lo hicieran
los de la junta, es cosa muy natural, mas que los acompañara en esa tmpresa el cón-
sul de Francia, es uno de los actos inauditos en que puede figurar un agente extran-
jero y no sabemos qué más documento necesitaba el gobierno español para tomar una
medida severa con el Sr, Lesseps, cuando á la capitulacion de Atarazanas tenia unidas
las declaraciones de numerosos testigos, todos contestes en afirmar un hecho, y es
que antes de su venida nadie' pensaba en capitular, y que inmediatamente despLles
de su llegada se oyeron en el fuerte las noticias más alarmantes de una insurreccion
general, no sólo de Cataluña, mas de todas las proYÍncias del reino, todas ellas falsas.


Esas noticias fuéron no la causa, mas el pretexto de aquella increible capitulacioIl .


¿Mas qué fé, ni qué confianza podian tener los encargados de la defensa de Atarazanas
en el dicho de aquella junta? Ninguna, ni de pretexto podia servir para encubrir un
plan muy de antemano preparado, lo que dijeran los que componian la junta, no así
de lo que dijera una persona cuyo carácter público pudiera cohonestar una creduli-
dad muy precipitada, si no fué del todo fingida.


Mas si no bastaban el texto de la capitulacion y las numerosas declaraciones de
testigos, allí está la propia declaracion del mismo serlOr cónsul, en la que declara su
presencia en Atarazanas cuando la capitulacion, si bien negando su participacion en
la misma; mas como dicen los franceses tout mal/vais cas est niable (toda fechoría es
de negar).


Entregado el fuerte á los rebeldes, el seÍ10r cónsul de Francia en compañía del de
1 nglaterra van en la noche del r 7 al r 8 á Monj u y, con Lll1 indi víduo de la junta y uno
de la (ilputacion provincial, y el Sr. Lesseps ¡-mtes lle hablar del objeto de su visita,
da al gobernador la noticia de la capitulacion de Atarazanas; allí encontró ellzllma-
11 Ísimo cónsul otra autoridad que la qUe mandaba Atarazanas, y como lo declara el
honrado gobernador en su despacho del rt) á las cuatro de la mañana al capitan ge-
neral, su contestacion al oficioso cónsul que allí abogaba por la humanid3d, esto es
en favor de los rebeldes, fué que no recibia órdenes ni consejos más que del capitan
general.


Desde el Monjuy donde los principios de humallidad no tuvieron el eco que en
Atarazanas, los dos seií.ores cónsules llegaron al cuartel general del conde de Pera·
camps y le dieron la noticia de las dos capitLdaciones, y al mismo tiempo abogaron
siempre en nombre de la humanidad, que no se hiciera fuego sobre la ciudad rebel-
de, La contestacion del capitan general fué la de un buen español, más interesado
que los extranjeros en evitar males á sus hermanos, mas tambien la de un jefe mili·
tar encargado del órden público.


El dia 20 los señores cónsules de Francia y de Inglaterra dirigieron al capitan ge-
neral dos otieios separado, del tenor siguiente:




«Consulado británico en Barcelona.-20 de Noviembre de ¡842.-Los súbditos
ingleses que se hallan bajo mi proteccion están en grande alarma. Creo de mi deber'
bajo el carácter de cónsul pedir á V. E., segun las leyes de las naciones, me dé aviso
para que se retiren, si V. E. piensa sitiar, atacar ó bombardear esta ciudad.-Tengo
el honor de ser de V. E. con los más altos sentimientos vuestro obediente servidor.
-Juan Ston Penleaze. -A S. E. el conde de Peracamps, capitan general del Princi-
pado de Cataluña.


»Consulado de Francia en Cataluña.-Barcelona 20 de Noviembre de ¡8.p.-Se-
ñor capitan general.-En el caso que las hostilidades hayan de principiar, y por las
que tenga que comenzar un bombardeo, suplico á V. E. se sirva manifestarme sus
intenciones en los términos convenientes, á fin de preservar la vida de los numero-
sos franceses que residen en Barcelona.-Yo espero que esta súplica no será negada
al agente de la Francia, y al que ha tenido la fortuna de poner al abrigo de todo pe-
ligro la familia de V. E., así como la del señor gobernador, comandante general y la
del seí10r jefe político -Sírvase V. E. aceptar, señor capitan general, las nuevas prue-
has de mi alta consideracion. - El cónsul de Francia, Ferd. Lesseps. - Excmo. señor
capitan general de Cataluña.»


A las que contestó el capitan general el dia '2 ¡ con los oficios siguientes:
«Ejército de Cataluña.-E. l\l,-Yo no puedo garantir á V. S. si haré ó no fuego,


y menos anunciarle con anticipacion si voy á romperlo contra la plaza, pues estoy
decidido á hacerlo sin dilacion, no sometiéndose los suhlevados á las leyes y al legí-
timo gobierno en muy corto tiempo, pues los carlistas han empezado á sacar la ca-
beza, armándose los indultados en Vich y sus inmediaciones, que han quedado sin
tropas: y sólo al patriotismo del Ayuntamiento y Milicia Nacional de la misma ciu-
dad se ha debido que sean desarmados y puestos en prision. V. S. dentro de la plaza
puede conocer si están dispuestos á aceptar dentro de pocas horas proposiciones que
he hecho por medio de la Excma. Diputacion: en caso contrario puede reclamar el
permiso para que la evacuen todos los súbditos de su nacion, procurando que lo
hagan lo más pronto posible.-Acompaí10 á V. S. las alocuciones que he dirigido al
país y al ejército, y luego que se imprima mi correspondencia con la Di[mtacion pro-
vincial, las piezas justificativas, la proclama y bando del Ayuntamiento y Milicia
Nacional de Vich, se lo facilitaré á fin de que quede convencido, así como el mundo
entero, de que nada he omitido para eyitar más desastres.-Dios guarde á V. S.
muchos años. Cuartel general de Sans, '2 [ de Noviembre de 184'2 -El conde de Pe-
racamps.-Seí10r cónsul de Inglaterra en Barcelona.»


«Ejército de Cataluña. -E. :\1.-Yo no puedo gaLll1tir á V. S. si haré ó no fuego,
y menos anunciarle con anticipacion si voy i romperlo contra la plaza, pues estoy
decidido á hacerlo sin dilacion, no sometiéndose los sublevados á las leyes y al legí-
timo gobierno en muy corto úempo, pues los carlistas han empezado á sacar la ca-
beza, armándose los indultados en Vich y sus inmediaciones, que han quedado sin
tropas; y sólo al patriotismo del Ayuntamiento y Milicia Nacional de la misma ciu-




-459-
dad, se ha debido el que sean desarmados y puestos en prision. V. S. dentro de la
plaza puede conocer si están dispuestos á aceptar dentro de pocas horas las proposi-
ciones que he hecho por medio de la Excma. Diputacion: en caso contrario puede
reclamar el permiso para que la evacuen todos los súbditos de su nacion, procurando
que lo hagan todo lo más pronto posible. Ya he manifestado á V. S. mi gratitud
por cuanto ha hecho para salvar á mis hijas y otras señoras de las manos de los su-
blcyados, que tuvieron la osadía de arrancarlas á viva fuerza bajo el pabellon fran-
c¿s; estas las repito, lo mismo que al comandante Gatier, que tanto se desvela por
su cuidado.--Acompaño á V. S. las alocuciones que he dirigido al país y al ejército,
y luego que se imprima mi correspondencia con la Diputacion provincial, las piezas
justificativas, la proclama y hando del Ayuntamiento y Milicia Nacional de Vich,
se lo facilitaré á fin de que quede convencido, así como el mundo entero, de que
nada he omitido para evitar más desastres.-Dios guarde á V. S. muchos años. Cuar-
tel general de Sans, 21 de Noviembre de 1842.-El conde de Peracamps.·-Señor
cónsul de Francia en Barcelona.»


El Sr. Lesseps, no satisfecho con la contestacion del conde de Peracamps, le diri-
gió nuevo oficio con fecha del 21:


«Consulado de Francia en Cataluña.--Barcelona 21 de Noviembre de IR42.-Señor
capitan general.-No puedo considerar el aviso que V. E. me ha hecho el honor de
dirigirme en comunicacion de este dia, como sutlciente para permitirme hacer embar-
car inmediatamente tres o cuatro mil franceses, toda vez que está en su intencion y
en su derecho el empezar el fuego sobre Barcelona, y de reducir á cenizas sin prove-
cho de nadie una rica y populosa ciudad -Solicito formalmente en nombre del derc-
cho de gentes un término cualquiera, que sed, cumplido tan pronto como los vapo-
res de guerra, pedidos ya á Tolosa por el telégrafo, hayan llegado al puerto de Barce-
lona.--Aquí no hay más quc un buque del Estado, que como V. E. sabe, no hay á
su bordo un solo puesto libre.-Lo mismo que he puesto bajo mi proteccioll y res-
ponsabilidad las familias de V. E. y de otros ,.:ompatriotas suyos, pongo con contlan-
za bajo la proteccion y responsabilidad de V. E. la vida de todos los franceses, de los
cuales yo soy el padre, y que no abandonaré jamás.-V. E. me dice que yo debo sa-
ber si los habitantes de Barcelona quieren ó no adherirse á sus proposiciones y some·
terse; esta es una cuestion á la cual soy extraño en mi calidad de representante
fr<1t1cés, no teniendo que mezclarme en asuntos interiores de Espaí1a. Ignoro cuál es
la intencion dcl uno ni del otro partido. Yo protesto de la manera más formal qLle
mi modo de obrar, movido de un sentimiento de humanidad y sín distincion dc opi-
nion, pone completamente á cubierto mi neutralidad, y V. E. debe estar convencido
mcjor que nadic. - Rc(;iba V. E. las nuevas seguridades de mi alta consideracion.-- El
cónsul de Francia, Fernando Lesseps.))


Al que contcstó el capitan gcneral:
"Ejército de CataluÍ1a.-E. M.-De los males que amenazan á Barcelona y á todos


sus habitantes sólo :-icrin responsables sus autores, y los que pudiendo impedirlo no




-460 -
lo hacen. N o es culpa mia el no poderle proporcionar buques para embarcar á todos
los súbditos franceses. Como V. S. sabe, he pedido se permita la salida á todo el que
quiera evacuar la ciudad; si los que en ella ahora mandan no quieren acceder á este
acto de humanidad, tampoco de ello puedo yo ser responsable, ni mi Gobier-
no. V. S. lo conocerá y se penetrará de ello en vista de la copia adjunta, que le su-
plico permita la saquen todos los cónsules de las demás naciones residentes en Bar-
celona.-Dios guarde á V. S. muchos años.-Cuartel ger:cral de San Feliú de Llo-
bregat, 22 de Noviembre de 1842.-El conde de Peracamps.-Señor cónsul de Fran-
cia en Cataluíla."


A toda persona que no se haya formulado un código de derecho de gentes para su
propio uso, parecerá algo extraño que un cónsul residente en una ciudad insurrec-
cionada contra el gobierno, pida al general encargado de vencer la insurreccion cuenta
de las operaciones militares que han de conseguir este resultado; y que cuando el ge-
neral ha contestado de manera que no deja duda á los extranjeros sobre la resolucion
que ha tomado, venga de nw::\o un cónsul diciendo que el plazo que se le ha daJo
no es bastante, y pida una próroga indefinida hasta yue los buques que ha pediLio
vengan de Tolon. Hasta la llegada de éstos, segun el Sr. Lesseps, el cap ita n general
que estaba al frente de Barc-:10na, nada podia ni debia emprenLier, y sus operac'1011t::-.
debian estar subordinadas al capricho ó actiyidad de las autoridades de Tolon en des-
pachar los buques, á la marcha dt: é;;tos, al YÍento, en fin, á todo lo que se ocurriera
á los franceses que en número de tres ó cuatro mil, que en el número no está muy
enterado el señor cónsul, debian embarcarse. ¿Y por qué emharcarse? ¿Es Barcelona
acaso una isla, de la cual no hay más salida que por mar? ¿Y no tenian esos franceses
la vía de tierra expedita? ¿ N o ilabia publicado el capitan general yue franyueaba el paso
á todo el que quisiese salir de Barcelona? ¿No se habian apro\'echado de esa auto-
rizacion cincuenta mil espaÍloles! ¿ Por qué no lo hacían los tres ó cuatro mil france-
ses, que de seguro no habian venido á España para fayorecernos, sino para su propio
y único cúlculo de medrar~ Si los extranjeros no deben estar en peor condicion que
los nacionales, cosa que no sucede en Francia, donde el extranjero no tiene más ga-
rantía,s que la tolerancia, no han de ser más favorecidos; y si la presencia de uno ó de
mil extranjeros en una poblacion debiera ser una cortapisa ú la accion del gobierno
nacional en el caso de una insurreccion, seria bastante para que no se admitiese nin-
guno. Por último, yo qLlÍsiera saber qué contestacion hubiera dado el mariscal Soult
en 1831, el general Aymar en 1R34, ú un cónsul espaí10l que les hubiera pedido que
nada ell1pr~ndieran contra Lyon, hasta que de Marsella hubieran venido buques
en que embarcar los residentes españoles para que por el Ródano se alejasen de
la ciudad. Y tambien lo que hubiera contestado el general Cavaignac, en Junio
de 1848, si el representante de España en Páris hubiera solicitado se aplazase el
ataque del arrabal de San Antonio hasta que hubiese podido embarcar por el canal
de la Villette, unos cuantos españoles que se hallaban en aquel arrabal. Unos y otros
generales franceses hubieran considerado la demanda como una mofa; mas en




Espaí1a, los agentes franceses creen y con harta razon que todo les es permitido.
No nos detendrémos en analizar la carta del Sr. Lesseps, donde hormiguean las


mcÍs cxtraí1as contradicciones, como aquello de ignorar las intenciones de los parti-
dos (para él, el ¡;obierno es un partido, y la insurreccion otro), cuando tan enterado
estaba de las de la junta por harto públicas, y de las del conde de Peracamps, quien
por tres veces se las habia comunicado.


La carta del capitan g-eneral al señor cónsul de Francia, provocó una contestacion
...:olecti\a de todo el cuerpo consular residente en Barcelona. y es la sig-uiente:


«Los que firman, cónsules extranjeros residentes en Barcelona, han recibido
con la mayor sorpresa la comunicacion de V. E. fecha de este dia, y se disponen á
dar sus órdenes para que todos los súhditos de sus naciones abandonen inmediata-
mente sus casas, y sus estahlecimientos de industria: ellos mismos despues de haber
\'igilado por la seg-uridad completa de sus compatriotas, abandonarán sus consulados,
en los cuales serán forzados á dejar los archi\'os oticialcs, y sobre cuyos editicios flo-
tarán sus respectivos pabellones. Todos reclaman á V. E. que se sin'a dictar las más
dicaces disposiciones para que sus archivos sean respetados en el caso que las tro-
pas entrasen en la ciudad; protestando formalmente contra los daÍ10s de toda es-
¡wcie y naturaleza que puedan resultar, por los intereses importantes de sus nacio-
nes, y por ellos mismos, de las consecuencias de la neg-acion de V. E. á la reticion
justa que se le dirig-ió por d ollcio fecha de ayer. Dehemos manifestar á V. E. que
todos los súhditos extranjeros se refug-iarán durante el bombardeo en los buques de
comercio de todas sus naciones, los cuales serán proteg-idos por los de guerra fran-
ceses, y que ellos mismos quedarán reunidos á bordo del buque que lleva la insignia
de mando. Los mismos declaran por último que mirarán como un acto de hostilidad
cometido á sus gobiernos respectivos todo ataque hecho á los puntos que sirven de
asilo á sus compatriotas. n.enue\·an á V. E. la se¡;uridad etc. Barcelona 23 de Noviem-
bre de ¡P,42. El cónsul de Francia, Fernando Lcsseps. El cónsul de Inglaterra, Juan
Ston Penleaze. El cónsul general de Cerdeií.'l, encarg-ado del consulado general de N J-
poI es y de Luca, Perret. El cónsul de l\1~jico, Scbastian Blanco. El cónsul de Portu¡;al,
Jos~ Joaquin Ramos Zuzarte. Por el cónsul ¡;eneral de Suecia y Noruega, el vice-cón-
sul, vV. J. S. We<;tzyathisy. El encargado del consulado de Roma, Juan Antonio
Sta¡;no. El cónsul de Dinamarca y de Hambur¡;o, P. J. Ortenbach. El encargado del
consuJ::¡do de Prusia, Ramon Guíx. El encargado del consulado de Rusia, Agustín
.\I:Jría Baró. El cónsul de Austria, Parma, Módena y Bremen, Víctor Gibert. El cón-
sul de Ifanno\'er, Juan Manuel Compte. El cónsul general de Grecia, Pedro Olivas.
El cónsul de los Países-Bajos, F. Rivas de Solá. En nombre del cónsul de Toscana,
el cónsul de Francia, Fernando Lesseps. En nombre del c()nsul de Bélgica, el cónsul
de Fr:mcia, Fernando Lesseps. El cónsul de Lisbeck 1 J. de Compte. -Sr. Capitan
general. ))


A este oficio díó el capitan general la contestacion siguiente:
«Ejército de Catalurla.-E. M.-Mc es sensible que VV. SS. hagan la injusticia á




las tropas nacionales á mis órdenes de creerlas capaces de dedicarse al pillaje, de-
biendo conocer su constante disciplina y comportamiento, que puede muy bien en-
vidiar toda la Europa. A mi entrada en Barcelona, sea de grado como lo deseo, ó em-
pleando la fuerza, todos los bienes y personas sedn respetadas, y desgraciado
aquel de mis subordinados que no lo hiciese. Con respecto á los demás puntos que
abraza la comunicacion de VV. SS., los tendré presentes, y nunca habia sido mi in-
tencion el tirar sobre las embarcaciones, cuando me vea forzado por la traicion más
refinada á romper el fuego; y daré 13s órdenes para que en toda especie de ellos se
evite cuanto sea posible el dañar á dichas embarcaciones. Por consecuencia de una
equivocacíon en mi escrito de hoy á esa Diputacion provincial, he fijado para las doce
del dia de mañana la hora de empezar el fuego, si no se accede á lo que exijo como
primera garantía de que es sincero el deseo de poner término á los males que afligen
i Barcelona y que 13 amenazan, de continuar sus autores en su rebelion contra elle-
gítimo gobierno, y las instituciones que la nacion se ha dado. Si VV. SS. tienen me-
dios para que la Diputacion provincial les permita sacar copia de todas mis comuni-
caciones de este dia, se penetrarán de que nada he omitido para evitar los males que
nadie lamenta tan de corazon como yo, porque Barcelona es España, y yo soy es-
pañol.-Dios guarde á VV. SS. muchos años.-Cuartel general de San Feliú de LIo-
bregat, 23 de Noviembre de I842.-El conde de Peracamps.-Señores cónsules de
todas las naciones residentes en Barcelona.»


La mejor prueba de que esa comunicacion colectiva no fué más que una pura ofi-
ciosidad de los señores cónsules, para dar á las interminables reclamaciones del de
Francia un apoyo que no las dejara aisladas, es que la mayor parte de aquellos seño-
res cónsules no tenian probablemente ningun indi\'íduo de su nacion que embarcar,
y cuando más serian en cortísimo número los que algunos tuvieran, y por último,
repetirémos lo ya dicho, que ninguna precision habia de que se embarcasen los que
no querian permanecer en Barcelona, y tenia n la vía de tierra libre y franca; y lo que
decimos de la oficiosidad del cuerpo consular al firmar el mencionado documento es
tan cierto, que el capitan general habiendo pasado el dia 2() una comunicacion á los
señores cónsules de Francia y de Inglaterra para que no permitieran el desembarque
de los españoles refugiados á bordo de buques de su nacion, suplicándoles que hi-
ciesen conocer esta comunicacion á los demas cónsules, el de Inglaterra contestó lo
que sigue:


((Consulado de Inólaterra.- Excmo. Sr.-Al recibir la comunicacion de V. E.
en respuesta á la que tuve el honor d.e dirigirle pidiendo un plazo determinado
para poner en seguridad los súbditos de S. M. B., consideré suficiente el que V. E.
concedia, en cuanto á mí, y por consiguiente no dirigí más peticion particular á V. E.
en demanda de mayor término; mas reconociendo plenamente la fuerza de las razo-
nes expuestas por el cónsul de Francia, en cuanto á sí, y convencido de que debía
necesariamente ayudar en lo que me fuese posible á proteger á los súbditos de todas
las naciones extranjeras de un bombardeo destructor, que toda criatura humana de-




hia deplorar, no vacilé en añadir mi firma á las de mis colegas en la reclamacion que
á ese fin se creyó conveniente hacer. Hahiendo contestado V. E. que no podia alar-
gar el plazo sino hasta la mañana del 21 del corriente, desde luego dispuse que los
buques ingleses en este puerto izaran la bandera nacional, y recibieran á su bordo no
tan sólo súbditos ingleses, pero tambien los de las demás naciones extranjeras que
pidiesen un asilo, previniendo con todo terminantemente, que ningun español fuese
recibido, y así no he dado pasaporte alguno ni concedido proteccion alguna á un solo
súbdito de S. M. C. En contestacion, pues, al oficio de V. E. fecha de hoy, y que en
este mamen to he recihido del consulado frances, deho decir á V. E. que mantendré
la misma neutralidad rigorosa si arriba á este puerto algun barco mercante inglés, y
que si admitiese bajo la proteccion del pabellon británico algun sublevado, me con-
sideraria culpable de un acto de hostilidad contra el gobierno cerca del cual estoy
acreditado por mi soherano. Dios guarde á V. E. muchos aí10s. Barcelona 26 de
Noviembrede I~42.-John Ston Penleaze.-Al Excmo. señor conde de Peracamps,
capitan general de este ejército y Principado.-Es copia. - Peracamps.))


De lo que antecede resulta que el cónsul de Inglaterra consideró el plazo otorgado
como muy bastante paaa proveer á la seguridad de sus nacionales, y que si firmó
aquel oficio fué, como lo declara, por complacer á su colega de Francia~ y si esto era
para el cónsul de Inglaterra, ¿con cuánta mayor razon no seria para los demás? AqUÍ
se invocan de nuevo los principios de humanidad, estribillo cansado de toda aquella
escandalosa parcialidad en favor de la insurreccion; mas el señor cónsul británico
que tan humano se manifiesta en la primera parte de su carta, le da un solemne
mentís en la segunda parte contestando á lo que prevenia el capitan general respec-
to á desembarque de esp" í101es.


A la par que vituperamos sin límite todo acto que por parte de agentes extranje-
ros indique ingerencia en los asuntos interiores de un país, y más lo que pueda fo-
mentar una insurreccion y darle alas, tambien repudiamos la neutralidad cual la en-
tendia el señor cónsul de Inglaterra~ dar refugio hospitalario á un desgraciado que
abandona la lucha y huye el brazo del vencE'dor no es cometer un acto de hostilidad
contra un gobierno, es cumplir con un deber sagrado de humanidad, y rechazamos
con indignacion la teoría del Sr. Penleaze, tan contraria á los principios de humani-
dad de que hace alarde en la primera parte de su carta para cohonestar su inútil fir-
ma en el documento colectivo del cuerpo consular, pidiendo lo que declara no serie
necesano.


Por su parte contestó el Sr. Lesseps al mencionado oficio del capitan general del
modo siguiente:


«Consulado de Francia en Cataluí1a.--Barcelona 27 de Noviembre de 1842.-Señor
capitan general.-He recibido la comunicacion que V. E. me ha dirigido en el dia
de ayer. Puedo asegurar á V. E. que no solamente haré todo lo que depende de mí
para impedir el desembarco de á bordo de los buques franceses de los emigrados es-
pañoles comprometidos en los acontecimientos políticos de España, sino que me




apresuro á dar conocimiento á mi gobierno y á las autoridades de la frontera de los
deseos de V. E., á fin de que los puntos de partida continúen con toda vigilancia
como lo han estado hasta el pre~ente, con la lealtad y la buena fé que caracteriza las
relaciones de Francia con Espaíla.-Reciba V. E. la nueva seguridad de mi más alta
consideracion.


P. D. Doy conocimiento de la contestacion de V. E. á mis colegas extranjeros que
están reunidos á bordo del j'l,leleagre.-El cónsul de Francia, Fernando Lesseps.-
A S. E. el capitan general de Cataluña ))


«Ejército de Cataluña.-E. \f.-La buena armonía v relaciones de amistád exis-
tentes entre la España y la Francia, la Inglaterra y República Mejicana, yel princi-
pio establecido en Europa de no contribuir una nacion á promover revoluciones en
otra, me dan derecho á solicitar de VV. ~S que por su parte impidan desembarcar
en Barcelona 6. los emigrados españoles comprometidos en los partidos opuestos al
gobierno establecido por la nacion, reconocido por 1m de VV. SS., Y que en mi
nombre se sirvan en vista de esta comunicacion hacer iguales reclamaciones i los
cónsules de las demás naciones para que accedan á tan justa demanda, pues de otro
modo me veria precisado á establecer un bloqueo en el puerto con grave perjuicio
del comercio de todas las naciones. Al mismo tiempo participo á VV. SS. que he
dispuesto impedir la entrada en el puerto de los buques españoles, ordenando que
durante estas circunstancias vayan á desembarcar sus efectos á los demás puntos de
la costa.-Dios guarde ~l VV. SS. muchos 3Í10S. Cuartel general de Esplugas de L1o-
bregat 26 de Noviembre de IR42.-EI conde de Peracamps.-Scií.ores cónsules de
Francia, Inglaterra y Méjico en Barcelona»


La patulea desarmada el dia 30 de Noviembre y la junta disuelta, algunos indivi-
duos que pertenecian á esta ó ;1 aquella, se refugiaron 6. horda de los buques france-
ses ó extranjeros ó que estahan ;1 la disposicion del Sr. Lcsscps fletados por S11 cuen-
ta; hahiendo vuelto á Barcelona parte de la patulea y de la junta en el dia 2 de Di-
ciembre, recayó sohre el cónsul de Francia la acusacion mjs ó menos fundada de
haber Lworccido el desemharco de esa gente. Mas de este incidente nos ocul'arémos
al tratar la negociacion que se entahló entre el gobierno de España y el G:lhinete
francés, sobre los actos y la conducta del Sr. Lesseps durante la insurreccion de Bar-
celona.


Hemos expuesto con la mayor exactitud los hechos relativos á un funcionario
consular de la Fr-;¡ncia, dando por entero las comunicaciones que han mediado y los
documentos auténticos que pueden servir á poner la verdad en su lugar; ésta, á nues-
tros ojos, es más clara que la luz del medio dia, y no dudamos que lo mismo aparece-
rá á toda persona imparcial.


y para que resalte á la vez más y más esa verdad que anhelamos, y nuestra impar-
cialidad, damos Íntegra la declaracion del mismo Sr. Lesseps ante el juez encargado
de la sumaria respecto á la capitulacion de Atarazanas.


Llamado ante el juez el Sr. Lesseps, cónsul de Francia en Barcelona, dijo que en la




mañana del 17 de Noviembre á las siete poco más 6 menos, recibi6 una esquelita del
señor general Pastors, del tenor siguiente: ((Muy señor mio: N ecesito ver á Vd., Y
llcomo mando en este punto no puedo separarme de él, le agradeceré mucho si tiene
,>la bondad de venir aquí lo más pronto posible Queda suyo.-Firmado, Pedro Ma-
»ría Pastors.»


Que fué al momento á ver al general, quien le recibi6 en presencia de los señores
generales Otero y Lasauca, del brigadier Castro, del coronel Rubin y otros oficiales
generales y jefes, cuyo nombre ignora; que ,estos señores expusieron que estaban
faltos de víveres, y que su intencion era abrir el fuego sohre Barceloneta hasta que
sus habitantes los trajesen, y que le daban este aviso para que el },feleagre se pu-
siera fuera de los tiros.y para que pidiera al comandante de este que hiciera saber á
los hahitantes de Barceloneta lo que les sucederia si no enviaban víveres. El decla-
rante contestó que lo sucedido el dia antes con la familia del capitan general y otras
lo hacia muy cauto en exponer la bandera francesa {¡ nuevos compromisos, mas que
Jeseando ser útil en cuanto pudiera á las tropas de S. M, C. que se hallaban en Ata-
razanas, se ofrecia ir á la junta, y esto sin entrometerse en discusiones á las cuales
queria permanecer extraño, debiéndose de orillar entre españoles, y de enterar {¡ la
junta de la determinacion del gobernador de Atarazanas, caso que no se llevasen ví-
\'cres, lo que expondria á la ciudad y Barceloncta él gL:nJes males; que con esto se
salió Jel fuerte y sin parar fué á las Casas Consistoriales donde h;:¡lló un oficial de
GuaJalaj;:¡ra enviado por su coronel para pedir {l la junta que lo dejaran comunicar
con el fuerte de Atarazanas; que este mismo oficial fu~ invitado por la junta á pasar
con el declarante acompañado de dos indivíduos de la junta de Atarazanas con elfin
de llevar á la guarnicion de aquel fuerte una copia de la capitulacion que habia he-
cho el Jia anterior el regimiento de GuaJalajara, capitulacion de la cual el declaran-
te protesta no haber tenido conocimiento, ni quiso tomarlo en aquel momento, no
siendo de su incumbencia. Que protestó de nuevo ser su firme voluntad quedar en-
teramente extraño á las proposiciones, negociaciones y resoluciones que pudieran
tomar 6 hacer amhas partes, pues mientras su carácter de neutralidad fuese respeta_
-.lo por las dos partes, estaha dispuesto á emplearse en el interés de la humanídad,
sin comprometer en lo más mínimo su responsabilidad y la de su gobierno; que
í'olvió á Atarazanas y en cuanto huho puesto en comunicacion á los indivíduos de
la junta con el consejo de geríerales y jefes que se hallaban reunidos en una de las
salas del parque de artillería, se retiró acompañado del oficial de Guadalajara á una
sala contigua, para que el consejo deliherase en plena libertad. A los pocos instantes,
al marcharse para volver á su casa, algunas de las personas que forma han la re-
union salieron, entre otras el Sr. Pastors y el seí10r brigadier Gastro, el primero to-
mándole á parte, le rogó que diera noticias suyas á su familia, y el segundo, le
~1Compañó hasta la puerta exterior del fuerte; que le habló de la evacuacion de la
ciudadela, cuya noticia habian dado los indivíduos de la junta, y que el brigadier
CJ,stro, habiendo preguntado al declarante si el hecho era cierto, contestó que la voz


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era general, mas que el caso era muy grave, y que no podia afirmarlo como cierto;
que en esto el brigadier Castro en presencia del declarante despachó un jefe á la ciu-
dadela para saber la verdad dd hecho; que el declarante se marchó á su casa, igno-
rando completamente las negociaciones y debates que tuvieron lugar para acordar
la capitulacion hasta leerla al dia siguiente en los diarios; que como á las doce del
dia 17, el coronel de estado mayor, D. Leoncio Rubin, en su nombre y á nombre de
otros oficiales le envió un recado pidiéndole que viniera á Atarazanas, lo que hizo
por tercera vez; que el coronel le expuso que algunos oficiales no siendo de opinion
de la mayoría, que se decia dispuesta á capitular, y no queriendo ser comprendidos
en dicha capitulacion preferian pedir su embarque en el A1eleagre. El declarante
contestó que para no comprometer su bandera, no queria decir al comandante del
A1eleagre nada de enviar sus botes á Atarazanas hasta saber si la junta daba órdenes
para que los botes fuesen respetados, y que, habiéndolo conseguido, fuéron los botes
al mando de un oficial del bergantin para embarcar aquellos oficiales, ignorando todo
lo acontecido despues en el fuerte, por haber vuelto á su casa.


N o hemos podido llevar más allá la imparcialidad que dar el texto de la declara-
cion del Sr. Lesscps ante el juez. Y preguntamos: ¿no sobran en ese documento mo-
tivos para declarar que el Sr. Lesseps ha traslimitado 'los deberes de cónsul? En
cualquiera otro país que no fuera EspaÍla, y con cualquiera otro ministerio que el
que regia en aquella época en Espaí1a, un cónsul que hubiera hecho lo que el mismo
Sr. Lesseps confiesa haber hecho, hubiera no sólo sido privado de su c.requatur y
extraÍlado, mas hubiera sido juz!;ado con arreglo á las kyes del país en que tales ac-
tos hubiera cumplido. Y esto no lo decimos nosotros solos; mas tenemos las propias
declaraciones del Sr. Guizot, las de su colega el Sr. Hebert y las de lord Jhon Rus-
sell y de lord Palmerston en la cuestion del cónsul Pritchard, sobre las facdtades de
todo gobierno respecto á un cónsul; en su lugar las presentarémos.


De la citada declaracion resulta: primero, que llamado el Sr. Lesseps por el general
Pastors á las siete de ld. maÍlana, este se manifestó decidido á defender el puesto,
siendo el objeto, á lo menos aparente, de la llamada, el pedir que el bergantin fran-
cés no sufriera con los fuegos que el general Pastors decíase dispuesto á abrir sobre
Barceloneta para procurarse víveres, lo que dcja fuera de duda que se presentaba
animoso á defender Atarazanas. La solicitud del general Pastors se limitaba á que se
alejase el bergantin francés para evitar una desgracia involuntaria, y que se avisase
al vecindario de Barceloneta que si no enviaba víveres se los pediría á caÍlonazos.
Segundo, que el Sr. Lesseps fué quien ofreció, sin que nadie se lo pidiera, verse con
la junta, y no consta de su declaracion que en las Casas Consistoriales hablase de re-
mesa de víveres. Tercero, que hallando un oficial de Guadalajara en aquel sitio, fué
rogado de acompañar á este y á dos indivíduos de la junta para que llevasen á Ata-
razanas una copia de la capitlllacion del regimiento de Guadalajara. Cuarto, que no
conocia aquella capitulacion, ni quiso tomar de ella conocimiento. ¿A quién hará
creer el Sr. Lesseps que en la maí1ana del 17 no conocia el texto de la capitulacion de




Guadalajara, hecha el dia anterior? ¿Y á quién hará ilusion esa afectacion de no ha-
berla querido leer por no ser de su incumbencia, como si el leer un documento pú-
blico fuese un quebrantamiento de la neutralidad? Quinto, que él fué quien puso en
comunicacion los indivíJuos de la junta con el consejo de generales y jefes, y que si
bien se retiró á una sala contigua para dejar al consejo en plena libertad, allí perma-
neció. ¿Y era este ellugar de un cónsul en aquellas circunstancias? ¿Y era esta su in-
cumbencia, cuando ni á leer un documento público se extendia, segun lo declara? Y
en cuanto á que ignoró la capitulacion de A,tarazanas hasta leerla al dia siguiente en
los papeles públicos, es aseveracion que puede correr parejas con la de no conocer en
la mañana del 17 la evacuacion de la ciudadela, efectuada muchas horas antes. El
que quiere probar demasiado acaba por no probar nada, ó en contra de sí mismo, y
es el caso del Sr. Lesseps; y por mcís que invoque la palabra humanidad, nadie cree-
rá que por pura humanidad figura su nombre en el preámbulo de la capitulacion de
Atarazanas, ni que por pura humanidad haya ido tres veces á aquel fuerte desde las
siete hasta las doce del dia. Otros eran los deberes de un cónsul, otras sus obligacio-
nes, y nada vemos en todos sus actos que se roce siquiera con unos ni con otras.




CAPÍTULO XXII.


NEGOCIACION DIPLOMÁTICA RELATIVA Á LA CONDlJCTA DEL CÓNSUL FRANCÉS
EN BARCELONA, SR. LESSEPS.


La parte que tomó el Sr. Lesseps en los acontecimientos de Barcelona y las que-
jas del gobierno español respecto á la conducta de éste, dieron orígen el una doble
negociacion entre los Gabinetes de Madrid y de Paris, y cuyos pormenores son bas-
tante curiosos y muy dignos de la historia, si se ha de tener un conocimiento cabal
de Jo que medió entre ambos gobiernos


Al de España no le cabia, ni le podia caber duda respecto á la parte que tomara el
cónsul de Francia en los acontecimientos de Barcelona, en favor de la insurrec-
cion; mas en vez de tomar una resolucion pronta, firme é irrevocable, partiendo de
una conviccion profunda y usando de un derecho inconcuso, apeló ú quejas caliti-
cada s, á reclamaciones dictadas por la buena fé, mas formuladas por la inexperien-
cia, y se empantanó en un terreno de donde no le fué posible salir con honor.


La primera queja que ¡¡rticuló el conde de Almodoyar, ú la sazon ministro de Esta-
do, recaia sobre la participacion del cónsul Lesseps en la capitulacion de Atarazanas;
el Sr. D. Juan Hernandez tUYO órden de presentar la queja, cumplió la órden nues-
tro encargado de negocios y dió cuenta al gobierno del resultado de su conferencia,
que fué el siguiente:


En 13 de Diciembre de 1842, el Sr. Hcrnandez dió parte de esta queja al Sr. Gui-
zot, mas el ministro francés desde luego cortó la diticultad, diciendo al representante
español: «Todo eso es falso, el Sr. Lesseps no ha :1consejado la capitulacion; ningun
»caso hizo de habladurías de cafés, de antesalas, ni de diarios; los gobiernos deben
llguiarse por otras indicaciones; todo eso lo desprecio, si Vd. recibe órdenes para
"presentar una queja contra el Sr. Lesseps, no la recibiré y sostendré al cónsul.))


Desde luego hay que reconocer que este modo de tratar los asuntos internaciona-
les de la mayor gravedad, sale de tal manera de las formas ordinarias de la diploma-




cia que no habia para qué seguir negociando. Es igualmente de notar, que en esa
misma conferencia el ministro que acababa de tratar con tal desenvoltura lo que lla-
maba las habladurías de cafés respecto ú su agente en Barcelona, pasando en seguida
de la defensa á el ataque: «El gobierno habia pensado, dijo, escribir al Sr. Decazes
l/para que tuviera un:l conferencia con el conde de Almodovar y le pidiera explica-
»ciones sobre rumores que han llegado hasta mí y que corrian en Madrid y Zarago-
"za: de estos rumores resultaria que el regente habria dicho que la insurreccion de
»Barcelona habia sido una intriga extranjera, y que podria probarlo aludiendo sin
"duda á la Francia. Ignoro lo que puede haber dado orígen á estos rumores, pero
"es absurdo el pensar que el gobierno francés haya tenido la menor parte en los re-
llcicntcs acontecimientos de Barcelona. Comprendo que se haya podido creerlo res·
"pecto á los acontecimientos de 1841 (peregrina cor:fesion), mas no concibo seme-
"jante suposicion re~recto á los de Barcelona, Diré al Sr. Decazes que se queja amar-
"gamen t(;, m~lS he querido q ue Vd. se lo provengJ al sei10r conde de Almodovar (1).»


ll¿ a'-luÍ, pues, un minislro de E:;tddo que en una misma conferencia rechaza con
desden las quejas oficiales de un gobierno articuladas por boca de un representante,
tach '¡ndolas de falsas, de habladuría~ de cafe, y acto contínuo, presenta verdaderas
habladurías de cafés, como fundamentos de quejas que ha de presentar su agente en
Madrid para pedir explicaciones al gobierno. Omitimos toda refiexion, ellas se agol-
pan naturalmente.


En 1~ de Diciembre, el señor conde de Almodovar remitió al Sr. D. Juan Hernan-
dez un extracto de la sumaria formada en Barcelona con las declaraciones de trece
testigos, que aseguraban que el Sr. Lesseps habia tomado una parte activa en la ca-
pitulacion de Atarazanas; el Sr. Hernandez tenia órden de pedir el relevo del cónsul.


Cumpliendo el encargado de negocios con la órden rE cibida, se presentó en 2 de
Enero de 1843 al ministró de Estado francés con aq uellos documentos; mas de nue-
YO fuéron tachados de falsos: « U so, dijo el Sr. Guizot, de propósito la palabra
falso (2).


A respuesta tan poco comedida que la más vulgar urbanidad rechaza, contestó el
representante español con teson y dignidad, y acabó el ministro francés un poco
vuelto en sí, con decir que se le dirigiera una nota que encerrara todas las quejas
contra el Sr. Lesseps, y que pür su parte pediria una indemnizacion por los daños y
perjuicios que habian sufrido los súbditos franceses por efecto de las bombas (3).


La nota se redactó é iba á ser entregada, cuando el embajador de Inglaterra inter-
viniendo oficiosa y espontáneamente, obtuvo del Sr. Hernandez que suspendiera el
envio de la nota. Ya verémos en qué vino á parar esta oficiosa mediacion.


Apurado se hallaba el gobierno francés para contestar á las quejas fundadas del de


(1) Despacho del Sr. D. Juan Hernandez al conde de Almodovar.
(2) Despacho del Sr. D. Juan Hernandez al ministro de Estado.
(3) Despacho del Sr. D. Juan Hernandez al cónsul de Francia.




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Madrid, y más aún para oponer quejas por su parte, reducido á ampararse de verda-
deras hablillas de café, cuando una torpeza del gobierno español vino á darle un asi-
dero de que al momento se apoderó el Sr. Guizot. En Barcelona, como fuera de Bar-
celona, corria muy válida la voz de que la patulea y la junta disueltas el dia 30 de No-
viembre, se hahian refugiado con sus jefes á bordo de los buques franceses, de donde
habían sido, decíase, desembarcados el dia 9 de Diciembre, cuando se apoderaron de
nuevo del mando y atrajeron sohre Barcelona el bomhardeo al dia siguiente. Esto, se
decia de público, habia sido obra del cónsul de Francia.


Que esto fuese cierto ó no, tal era la voz pública; y si en la sumaria no resulta pro-
bado el hecho, hay un número considerable de declaraciones de testigos que lo dan
á entender de un modo poco dudoso.


La noticia falsa ó cierta del hecho llegó á Sarriá, donde se hallaba el jefe político,
yen cumplimiento de su deber, la comunicó al gobierno.


El jefe político no hizo más que trasmitir al gobierno una noticia que llegaba á
sus oídos desde el teatro de la insurreccion, y en esto cumplia con su deber.


El gobierno en Madrid acosado en aq uellos dias por la ansiedad pública, había dado
órdenes para que se pusieran en la Gaceta todos los partes que llegaban de Barcelona.
El oficial de secretaría encargado de este trabajo, creyó que suprimiendo del despacho
del jefe político los nombres que venian indicados, y reemplazándolos con puntos
suspensivos, ba,staba á satisfacer las consideraciones internacionales. Esta falta de
una justa apreciacion de las cosas, ese descuido, ó lo que se quiera, fué el asidero á que
se acogió el gohierno francés para entablé1r la más pueril, la más inflmdada reclama-
cion; y por su parte el gobierno español tuvo la debilidad de escuchar y dar importan-
cia á la inaudita queja del gobierno francés, como si todos los dias no leyeran los es-
pañoles en los diarios franceses partes telegráficos dados por las autoridades de aquel
reino, á cual más falsos, Cabalmente se esmeraban en falsedades con referencia á
aquellos mismos acontecimientos de Barcelona.


En cuanto la Gaceta de18, que contenia el despacho del jefe político de Barcelona,
cayó en manos del señor duque de Gluksberg, se presentó al ministro de Estado pi-
diéndole explicaciones sobre los puntos de suspension. Ignoramos la contestacion
que diera el ministro; mas cualquiera que fuese, bien que ninguna mereciera el seúor
duque de Gluksberg, la comunicaria á su gobierno. Éste~ al recibir aquella feliz noti-
cia el dia 1 S, se apresuró á ascender al Sr. Lesseps á oficial de la Legion de Honor, y
su nombramiento salió en el l\lonitor del 16 de Diciembre. Era este un modo pa-
tente de resolver la cuestion á priori; aprobar solemnemente la conducta del cónsul,
era cerrar la puerta á todas las explicaciones. Al gobierno español no le quedaba ya
más partido honroso, que el de dar una prueba de desaprobacion de la conducta del
Sr. Lesseps, que equivalia por su solemnidad él la manifestacion del minis'tro francés,
y no admitir más explicaciones. En vez de atenerse á una resolucion enérgica, la
única digna de oponerse á la inaudita altanería del Sr. Guizot, esto es, recoger el
exequatur del cónsul, se metió nuestro gobierno en un piélago de notas y de nego-




-47 1 -
ClaClOnes, de donde no podia salir con honor y con decoro, como le sucedió en
efecto.


En virtud de las órdenes que recibiera de Paris el señor duque de Gluksberg, se
presentó al señor conde de Almodovar el dia 23 de Diciembre, mas léjos de quejarse
amargamente, como el Sr. Guizot habia dicho al Sr. Hernandez que lo mandaria á
su agente en Madrid, este, al avistarse con el ministro español, le dijo: « Hoy señor
»conde, nada de importante tengo que comunicarle.-Creia yo otra cosa, contestó el
nconde, y que tenia Vd. algo bastante sério que cOl11unicarme.-Es verdad, replicó
»el duque, mas como supongo que el Sr. Hernandez le habrá dado á Vd. cuenta de
¡,la conversacion que ha tenido con el Sr. Guizot, me parece supérBuo hablar de
»ello (1) » Los lectores tendrán presente que en la conferencia á que se refieren el
m~nistro español y el agente francés, no se trató más que de las quejas fundadas del
gobierno de Madrid, que el Sr. Guizot graduaba de habladurías de cafés desprecia-
ble..;, '! dc las verdaJera..: hahladurías \.k cafés respecto :1 la Francia de qLle el Sr. GU1-
zo l hacia fUl1llamen to de reclamacioncs.


En l.°de Enero de rS43, el señor duque de Gluksberg, sin duda hostigado por su
gobierno, dirigió al ministro de Estado, conde de Almodovar, una nota que provocó
una correspondencia que por curiosa é instructiva publicamos por entero. En ella
verán los españoles la buena fé y el candor de la diplomacia francesa de aquella épo-
ca en sus relaciones, á lo menos con España.


"Señor conde: Me habia parecido entender por las palabras de V. E. en la confe-
»rencia J~l 23 de Diciembre último, que el señor encargado de negocios en Paris
))habia d:ldo á V. E. cuenta exacta de la conversacion que habia mediado entre él y
»e! Excmo. señor ministro de Relaciones extranjeras; el seí10r subsecretario de Es-
»tado, habiéndome dicho q_le el Sr. Hernandcz no habia elevado á conocimiento
))de V. E. la demanda qüe el Sr. Guizot deseaba remitiese al gobierno de S. M. c.,
))con el fin que este reconociese la falsedad de las imputaciones hechas al gobierno
lldel rey y á su agente, solicitando al propio tiempo una contestacion clara y categó-
»rica á esta demanda, me veo en la precision d~ pedir una audiencia de V. E., para
"que me sea posible rectificar los hechos y pedir yo mismo al gobierno de S. M. C.,
"en nombre del gobierno dé su rey, que se reconozca en una comunicacion oficial,
¡)q ue ia conducta de la Francia, y la conducta de su agente en Barcelona han sido
»indignamente calumniadas.


»Espero que V. E. se servirá acusarme tan pronto como le sea posible el recibo de
))esta nota, é indicarme la hora en que tendrá á bien recibirme.


»Aprovecho esta ocasion, etc.-Firmado.-Decazes, duque de Gluksberg.»
Contestó á esta nota el conde de Almodovar con fecha de14 de Enero:
«Muy señor mio: Tengo el honor de acusar á Vd. el recibo de su nota del primero


»del corriente pidiéndome una audiencia con el fin de rectificar algunos hechos y de


(1) Despacho del conde de Almodovar al Sr. Hernandez, fecha 29 de Diciembre de 1842.




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"pedirme satisfaccion respecto á los acontecimientos de Barcelona. Refiriéndome á
"cuanto tuve la honra de expresarle en la conferencia del 23 de Diciembre, no sólo
"confirmo el aserto que el encarg:1do de negocios de S. M. en Paris no me indicó
"otro caso, sino que el Sr. Guizot le daba instrucciones para dirigirme una reclama-
"cion sobre al.;unos hechos ~ me creo en el deber de ['epetirle lo que ya he tenido el
"honor de decirle á Vd., Y es que el asunto de que se trata es sobradamente grave,
"para que se ventile en conferencias verbales, y qut' habiendo habido ya dos, de-
"be Vd. estar en el caso de formular por escrito las reclamaciones que tenga por con-
"ve11lente dirigirme, lo que evitará nuevas interpretaciones de las palabras dichas
nen una conversacion, y estaré mejor en el caso de dar cuenta al regente del reino y
"al Consejo de ministros de los puntos en que se funda la reclamacion.


«El gobierno de S. M. el rey de los franceses no ignora la buena fé con la cual el
«de S. M. la reina ha buscado en todas las ocasiones hace, justicia á las reclamacio-
"nes que han podido serie dirigidas. Vd. puede por tanto dirigirme lo que crea está
"en derecho de presentar, con la seguridad que será acogida con benevolencia y exa-
llminada con severa imparcialidad (1).


"Tengo la honra, etc.-Firmado.-El conde de Almodovar."
Contestacion del seí10r duque de Gluksberg fecha ti de Enero de 1843.
"Señor conde: He recibido ayer la nota que V. E. ha tenido á bien hacerme la


"honra de dirigirme con fecha del4. Al darle las gracias por los sentimientos de justi-
"cia y de benevolencia que me expresa, no debo disimular tÍ V. E. que he visto con
llsentimiento que el tenor de dicha nota parece indicar que el gobierno de S.-M. ca-
ntólica quiere tomar en su orígen el asunto de que se trata, de modo que el momento
"en que el gobierno de S. M. el rey ha de obtener la satisfaccion que espera con jus-
"ta impaciencia, se halla muy distante.


"No puedo hacer más que recordar á V. E. los diferentes pasos á que ha dado lu-
"gar este asunto. S. E. el ministro de Estado se dirigió al señor encargado de N ego-
lIcios de España en Paris para manifestarle los motivos de quejas del gobierno del
Ilrey, y para encargarle reclamar del gobierno de S. M. C. que desmienta los ru-
"mores esparcidos en España sobre la supuesta participacion del gobierno del rey en
"los últimos acontecimientos de Barcelona. En cuanto yo:supe que el Sr. Hernandez,
"al dar cuenta á V. E. de aquella entrevista no habia eleyado á su conocimiento la
"demanda oficial formulada en aquella conferencia, traté al momento, como lo mani-
"fiesta mi nota de l. o de Enero, de ver á V. E. para rectificar aquella omision, y hacer-
"le conocer la demanda del Sr. Guizot y pedirle yo mismo una contestacion clara y
"categórica, es decir, pedir que reconociera en un documento oficial que las ínten-


(1) Esta y las demás notas españolas que publicamos, podrán variar en algunas expresiones del tex-
to. La razon es, que habiendo traducido al francés el texto castellano, ahora nos vemos en la precision
de volver al castellano la traduccion francesa, no habiendo hallado el primitivo texto original caste-
llano. La vdriaclOn, pues, será de algunas palclbras, mas hemos querido hacer esta advertencia, para
que no se arguya de esta insign,fical1te variacion en el texto.




))cíones de la Francia y la conducta de su agente en Barcelona habían sido calumnia-
))das. Es lo que he hecho leyendo á V. E. el despacho en que el Sr. Guizot me en te-
»raba de lo ocurrido con el Sr. Hernandez, lectura que estoy dispuesto á hacer de
»nuevo á V. E.) si así lo desea, refiriéndome á la reclamacion motivada del Sr. Gui-
»zot y de la cual tuvo el Sr. Hernandez encargo de dar Clenta á V. E. Es pues á esta
»comunicacion de S. E. el miQ1stro de Estado que debo rogar de nuevo á V. E. ten-
»ga á bien dar una contestaciún (1).


))Tengo la honra etc,-Firmado.-Decazes, duque de Gluksherg.
Contestacion del Excmo. señor conde de'Almodovar, fecha 15 de Enero:
«Muy señor mio: En su nota del 6 Vd, insiste en querer que el gobierno de S. M.


))conteste á reclamaciones de las cuales este no conoce ni el objeto positivo, ni las
nrazones Ó fundamentos en que se apoyan. Deho, pues, repetirle lo que ya tuve la
))honra de manifestarle en mi nota del 4, esto es, que si el gobierno de S. M. el rey
))de los franceses cree esta r en el caso de pedir al de S. M. C. explicaciones relativas
)á la conducta de las autoridades de Barcelona, lo puede hacer cuando lo tenga por
»conveniente con la firme seguridad que obtendrán una pronta y leal contestacion.


»Ignoro qué motivo puede Vd. tener para no poner por escrito la recla.11acion de
»que se trata, mas cualquiera que sea, lo que no tengo que examinar, debo esforzarme
»en persuadir á Vd. que no es posible dar explicaciones sobre indicaciones verbales,
»y tenemos el ejemplo muy notahle de lo ocurrido en la conferencia1entre el Sr. Gui-
lIZOt y el Sr. Hernandez: estos señores no están de ningun modo de acuerdo sobre lo
»que allí pasó. Tengo una nueva prueba de los inconvenientes que resultan de seme-
))jantes conversaciones, y como el hecho me es personal, creo estar en el caso de po-
))nerIo en claro, para que en lo sucesivo se eYiten semejantes equivocaciones .


• Me dice Vd. en su nota del 6 que me ha leido Vd. en una de nuestras conftren-
>lcias el despacho que le habia escrito el Sr. Guizot sobre el asunto que nos ocupa.
))Siento que su memoria no le recuerde fielmente lo que hubo en aquella ocasiono Es
»muy cierto que Vd. tuvo la bondad de ofrecerse á hacerme la lectura de aquel docu-
»mento, mas no es menos cierto que me negué á oirla, insistiendo cabalmente en la
»oportunidad y hasta en la necesidad que me remitiera Vd. in extenso ó por extracto
"su contenido, pero siempre por escrito, para evitar todo error involuntario, y para
))que me fuese posible en \'ista de ese documento acordar en Consejo de ministros una
»resolucion clara sobre la demanda y dar de ella cuenta al regente. Quede, pues,
"sentado que si VJ. tuvo á bien ofrecerme la lectura del despacho del Sr. Guizot, yo
»por mi parte me negué á oir esa lectura, i2onsiderando como más regular una co-
))municacion por escrito.


"Termino, pues, reiterándole á Vd. de nuevo la súplica de manifestarme categó-
»ricamente por escrito el objeto y los fundamentos de la reclamacion del gobierno
»de S. M, el rey de los franceses, medio seguro y certero de poner un término á esta


(1) Las notas del agente francés son en este idioma. Tenemos el texto original.




-474-
))discusion, que prolongándose en su estado actual no puede producir más que inú-
))tiles conversaciones.


))Entre tanto, así como he contestado al despacho del Sr. Hernandez relativo á la
»conferencia habida en 1 3 de Diciembre con el Sr. Guizot, haré lo mismo relati-
"vamente á las indicaciones posteriores que me ha hecho respecto á este asunto.-
"Aprovecho esta ocasion, etc.-Firmado.-EI conde de Almodovar.»


Vemos á qué miserables ardides se acogian el gobierno francés y su agente en Ma-
drid para crear un contrapeso á las reclamaciones fundadas del gobierno español
contra el cónsul de Francia en Barcelona. Se alteran las palabras dichas en conferen-
cias formales, sedice lo que no ha existido, esto es, la lectura de un despacho que el
ministro español no ha querido oir, y cuando éste exige que se pongan por escrito
esas estériles palabrerías de Paris y de Madrid, rehuye el gobierno francés y Sll re-
presentante, quedando en el vacío de generalidades triviales que nunca llegaron á
formularse por escrito, á pesar de las instancias del ministro esp2.ñol en las dos notas
que hemos reproducido y á pesar de otra nota en igual sentido que el encargado de
negocios en Espaí1a con fecha del 3 de Enero dirigió al Sr. Guizot, redactada en los
mismos términos que las notas del conde de Almodovar. La nota del Sr. Hernandez
fué la consecuencia de una conferencia habida el dia anterior, 2 de Enero, con el se-
ñor Guizot, en la cual éste le manifestó su sorpresa, que habiendo pedido que se
desmintieran los rumores que circulaban en España contra el gobierno francés y su
agente en Barcelona, no se le contestase. «Ninguna contestacion tengo que dar á Vd.,
"dijó el Sr. Hernandez; he dado exactamente cuenta á mi gobierno de nuestra con-
»versacion del dia 13 de Diciembre, y en ella no me habló Vd. del Sr. Lesseps.-Es
»verdad, dijo el Sr. Guizot, no conociamos entonces el despacho del Sr. Gutierrez;
"pero he pedido una satisfaccion á Madrid y extraílO que no se me otorgue, siendo
"asi que el señor conde de Almodova:- ha asegurado al señor duque de Gluks-
))berg que escribiria á Vd. Y que Vd. me daria la contestacion, y ésta no la tengo ...
»Pues es preciso que la tenga; cuando un gobierno escribe se le contesta, que se
»me responda pues de un modo ó de otro, y yo por mi parte no tardaré en expli-
carme (1).»


Nuestros lectores han visto por las notas del señor conde de Almodovar, cuán
pronto y claramente habia contestado al agente francés, y podrán graduar la buena
fé del lenguaje usado por el ministro francés.


En 23 de Enero, el gobierno español al remitir á su representante en Paris copia
de varias declaraciones de la sumaria que se instruia en Barcelona, le enviaba un
proyecto de nota en que se hallaban formulados todos los cargos contra el cónsul
Lesseps, y haciendo un resúmen de la sumaria, se expresaba la esperanza de que el
gobierno francés apreciando debidamente los cargos que resultaban contra su agente
y la fuerza de los hechos, haria justicia á la demanda que se le presentaba de relevar


(1) Despacho del Sr. D. Juan Hernandez al conde de Almodovar.




su cónsul en Barcelona, deseando el gobierno español no verse en la necesidad de
tomar una resolucion que estaba en su derecho contra un agente que no podia ya
merecer su confianza ni desempeñar su mision con provecho de las relaciones co-
merciales de ambas naciones.


Esta nota fué entregada al Sr. Guizot con fecha del 3 de Febrero, á pesar de las
instancias del embajador de Inglaterra, para que ¡;omo la etra anterior se aplazase
su presentacion. Al dia siguiente 4, el ministro francés vió al Sr. Hernandez, y al ha-
blarle de los documentos judiciales que se le habian cemitido, los tachó nuevamente
de falsos, y de falso cuanto se decia del Sr. Lesseps, y que no contestaria á la nota
hasta conocer el resultado de sus reclamaciones en Madrid. Esta nota venia en apoyo
de otra pasada pocos dias antes (28 de Enero), en la cual el Sr. Hernandez se hahia
esforzado en demostrar, como ya tantas veces se habia hecho en Madrid y en Paris,
la necesidad de formular por escrito las quejas y las reclamaciones que el gobierno
francés se creyera con derecho de presentar al de España, para que éste pudiera con-
testar, lo que le era imposible mientras todo quedase en generalidades vagas é inde-
terminadas de una conversacion.


En cuanto á la indicacion que con tenia el oficio del jefe político de Barcelona, el
gobierno de la reina tomaba el compromiso de publicar lo que resultara de la suma-
ria que se seguia en Barcelona, proclamando la inexactitud del hecho si tal quedase
demostrado por las investigaciones judiciales.


El Gabinete francés, firmemente decidido á llevar adelante su plan de ataque para
esquivar la defensa de sus propios actos tan evidentemente contrarios al derecho de
gentes, yal respeto de la independencia de una nacion vecina y aliada, se negó á for-
mular sus quejas por escrito, y apoyado por la diplomacia inglesa, jamás se pudo con-
seguir que diera cuerpo á esa som~ra vaga. Decidido á llevar adelante su tema para
cubrir sus propias faltas, con fecha del 28 de Enero dió la órden al señor duque de
Gluksberg de presentar lll1 ultimatwrl al gobierno de España, dando un plazo de
ocho dias para recihir la satisfaecion que dehia pedir, pasado el cual debia tomar sus
pasaportes. Esta órden iba acompañada de instrucciones para que el jóven diplomá-
tico francés sometiese la direccion de su demanda al Sr. Aston, ministro de Ingla-
terra en Madrid, y que se dirigiese exclusivamente por los consejos de este hábil y
honradísimo diplomático, quien por su parte habia recibido instrucciones de su go-
bierno y de lord Couley, embajador inglés en Paris, para que ayudase con sus con-
sejos, y apoyase con su influjo las gestiones del señor duque de Gluksberg.


Aquí hay que deslindar la parte que ha tenido la Inglaterra en este miserable
asunto, cuando se ofreció como mediadora, y en el que en realidad no fué más que
el agente de Francia contra España.


Ya hemos dicho cómo á consecuencia de la conferencia del dia [.0 de Enero de 1843,
habia el Sr. D. Juan Hernandez redactado ya la nota que debia pasar al Sr. Guizot,
cuando el embajador de Inglaterra se interpuso para que no se remitiese, á 10 que:
se avino el Sr. Hernandez.




A este paso fué llevado lord Couley por sus anteriores compromisos con el go-
bierno francés, y eran los siguientes:


En 23 de Diciembre de 1842, lord Couley, hallándose en las Tullerías, fué solicita-
do por el rey para que escribiese al Sr. Aston y á lord Aberdeen, con el fin de que se
interpusiesen con el gobierno español, y consiguiesen de éste una declaracion en la
cual reconociese no tener queja ningunti que articular contra el gohierno francés por
los acontecimientos de Barcelona, y que consideraba como calumniosos los rumores
que circulaban contrarios á la Francia, debiendo proclamar que su conducta hahia
sido leal y circunspecta.


Por nécia y pueril q LIe fuese semejante pretension, pues ¿desde cuando acá es un
gobierno responsable de los rumores que circulan en un país contra otro gobierno?
y por decirlo de paso, cuando el rio suena, agua lleva, con todo, lord Couley admi-
tió el compromiso, y al dia siguiente 24, escribió en el sentido de la solicitud régia;
mas antes de h:lcerlo pidió lord Couley al Sr. Guizot, una carla por la cual se de-
bia comprometer á no usar nunca de la fLlerza contra lispatld en el C~iSO yue ésta nu
accediera á dar la satisfaccion pedida, en cuyo caso se limitaria á retirar el señor du-
que de Gluksberg y á dar los pasaportes al encargado de negocios de Espaí1é1 en Pa-
riso Esta carta el Sr. Guizot se ne3ó á darla, lo q~e no impidió al lord Couley es-
cribir como lo habia prometido. Lord Aberdeen entró en el compromiso de su repre-
sentante en Paris, y el dia 24 de Diciembre manifestó al Sr. de Saint-Aulaire, emba-
jador de Francia en Lóndres, que daria órdenes al Sr. Astan pa ra que mediara en fa-
vor de la demanda del gobierno francés.


Hé aq uí, pues, dos gobiernos como los de Francia é 11l¡.41aterra al¡~ldos para exigir
del de Espalí.a un verJadero absurJo, pues no merece otro nombre esa ridícula exi-
gencia que un ,..;obierno dedare q LIe no dd f¿ ú ru:nores pLlblicos. N o conocemos en
los anales de la diplomacia un hecho nüs es/:andaloso, un Llbuso más vituperable en
las relaciones iélternacionales i Y en prc:sencia de estos hechos se ha tenido la osadía
de decir qae la In31aterra ha:)ia sido la protector;] del partido progresista y de la re-
gencia del duque d~ la Victoria: El pal~el que hizo el ¡.;obierno in¡.;l~s en la presente
cuestion, la alianza que (ormó con el gobierno francés, y lo que consiguió, prueban
sobradamente lo que debió aqu~l gobierno al de la gran 13retalí.a en este asunto:
rr~as es preciso expli.;ar esta política de lord Aberdeen. En los momentos en que se
agitaba aquella miserable disputa Je palabras, se hallaba el ministerio Guizot ame-
nazado en su propia existencia: signatario del tratado de visita que l;:¡ Címara se
habia negado á sanc~onar, tenia al frente una formidable oposicion que se lisonjeaba
volcarle en esa cuestion impopular del derecho de visita. La caida del ministerio
Guizot en esa cuestioll, traía forzosamente a; poder los aJversarios del tratado) cosa
que debia crear al ministerio inglés una situacion muy embarazosa. En este estado
de cosas, que el gobic:rno espal101 no supo apronchar, si este hubiese contestado
enérgicamente con una negati\'a absolLlta al gobierno francés, dando en seguida al
;-;~ñor duque de Gluksberg los pasaportes pedidos, retirando al Sr. Hcrnandez, y qui-




-477 -
tando el exequatur al Sr. Lesseps, es claro que el ministerio Guizot ya bambolean-
te, hubiera venido abajo. Esto quiso evitarlo el Gabinete inglés, y para ello tomó car-
tas en el asunto en favor de la Francia, por injusta, pobre y descabellada que fuese


. su pretension contra España, cuyo derecho y razon eran tan claros; así fué que el
Times que á las primeras noticias de lo ocurrido en Barcelona, atacó sin reparo al
Sr. Lesseps, atribuyéndole la culpa de la insurreccion, volvió de repente la casaca y
se pronunció contra el gobierno español.


El primer consejo que dió el Sr. Aston como hombre experto, prudente, de espíri-
tu conciliador, y cuyos honrados esfuerzos para evitar un rompimiento no le han
salvado de las más negras calumnias, fué que se suprimiese la cláusula irritante de
un término fijo para obtener la pedida satisfaccion, á lo que se conformó el señor
duque de Gluksberg. Con arreglo á este acuerdo, en 5 de Febrero pasó al gobierno
es pa ñolla nota sigll ien te:


«Señor conde: El gobierno Gel rey, mi augusto soberano, justamente ofendido por
»las imputaciones injuriosas á que han dado lugar en España los acontecimientos
»de Barcelona contra su política y contra la conducta de sus agentes, ha pedido al
»gobierno espaÍ101 una satisfaccion á la cual tenia derecho por lo mismo que no se
"ha podido probar la verdad de semejantes asertos, y que le era tanto más debida
))en cuanto la falsedad de aquellas imputaciones estaba completamente patentizada.
)):\1uchos dias, muchas semanas se han pasado desde que el Sr. Guizot invitó al en-
»cnrgado de negocios de S. M. C. el que elense á V. E. esta reclamacion; en seguida
"he tenido yo mismo la honra de conferenciar con V. E. sobre el particular: á pesar
»de todo, todavía no se ha dado una contestacion positiva. El gobierno del rey, pen-
»sando que mayores dilaciones tendrian por efecto inevitable agravar una situacion
"desagradable y difícil, se ha determinado á poner un término con un paso definitivo.


»En conformidad ú las órdenes que acabo de recibir, me veo en la necesidad de re-
»novar á V. E. la demanda expresa: primero, de una dedaracion escrita de que el
"gobierno español se halla plenamente convencido de la falsedad de los rumores es-
»parcidos y acreditados por los medios que es supértluo recordar relativos á las ma-
»quinaciones puestas en juego por el gobierno del rey con el fin de provocar los
"disturbios de Barcelona: segundo, b insercion en la Gaceta oficial desmintiendo
»formalmente la aseveracion que se halla en el despacho publicado de oficio del jefe
"político Gutierrez, diciendo que el cónsul de Francia en B~lrcelona habia hecho des-
»cmbarcar los refugiados para devolver sus jefes á la insurrecciono


»Tengo igualmente órden de pedir á V. E. que tenga á bien manifestarme sin de-
"mora las intenciones de su gobierno respecto ú estos dos puntos. Los hechos que de-
"ben servir de base á esta resolucion, son de una notoriedad sobradamente evidente
))para que nuevas dilaciones pued8n explicarse con la necesidad de investigaciones
"judiciales (enquete), y me permitiré añadir que su n3turaleza es tal, que dándo-
"nos el testimonio que pedimos con tanta justicia, el gobierno español no hará más
que cump'lir estrictamente una obligacion prescrita por los deberes de la lealtad.




»Aprovecho esta ocasion, etc.-Firmado, Decazes, duque de Gluksberg.
Al recibir esta nota, hubo un momento en que el gobierno de la regencia pensó


tomar la única resolucion honrosa que se presentaba, y la hubiera tomado indudable-
mente sin la intervencion poderosa del Sr. Astan; mas éste movido por los sentimien-
tos del más puro y cordial interés, abogó en favor de una concesion prudente, expre-
sada con dignidad como el medio más eficaz para que su gobierno obtuviese del de
Francia la justa satisfaccion que á su vez pedia el gobierno español; esto es, el relevo
del cónsul Lesseps. Esta lealtad del Sr. Astan era una ilusion de su acrisolada honra-
dez; ceder á una exigencia absurda, es un mal camino para obtener .iusticia, así fué
que en cuanto el gobierno español hubo accedido á las instancias del mediador, el
gobierno inglés no hizo más que gestiones muy tibias que el ministerio francés recha-
zó con altanero desden, y la España fué sacrificada á la prepotencia de la Francia por
el egoismo del Gabinete inglés; mas debemos reconocer del modo más absoluto que
las gestiones del Sr. Aston fuéron dirigidas con el fin honroso y leal, de que España
obtuviera la satisfaccion que le era debida; si no lo consiguió en seguida, no fué suya
la culpa.


De las dos exigencias formuladas en la nota del diplomático francés, la primera era
la que tenia alguna impprtancia, mas era tambien la más insolente, pues tenia por
objeto una declaracion del gobierno español, en que se manifestara plenamente con-
vencido que eran falsos los rumores acreditados sobre las. maquinaciones del Gabi-
nete francés para promover los disturbios que ocurrieron en Barcelona. Á esto el
gobierno español no quiso de ningun modo acceder, y se negó del modo más posi-
tivo, claro y terminante á hacer la declaracion que se le pedia. En cuanto á la se-
gunda, como habia siempre dicho que publicaria el resultado de la sumaria que se
formaba en Barcelona sobre el anunciado desembarco de la junta y jefes de la patu-
lea, y que acababa de recibir un oficio del capitan general de Cataluña, en que men-
cionaba el resultado de las investigaciones hechas por el fiscal, publicándolo no ha-
cia más que cumplir la palabra dada; mas hay que observar que el gobierno no reco-
nocia como lo pedia la nota del 5 de Febrero, que fuese falsa la aseveracion del jefe
político, y sí solamente que el capitan general comunicaba al gobierno que no exis-
tian pruebas del hecho.


El ministerio, en vista de las seguridades personales y mediacion del Sr. Astan, se
determinó á dar á la nota del señor duque de Gluksberg la contestacion siguiente
con fecha del 8.


«Muy Sr. mio: En la nota que Vd. ha tenido á bien dirigirme con fecha del 5, me
»hace Vd. saber que el gobierno francés ofendido con las falsedades que con motivo
"de la rebelion de Barcelona han circulado en España contra la política del gobierno
"francés y sus agentes, ha pedido desde luego una satisfaccion por conducto del en-
»cargado de negocios de la reina en Paris, y que no habiendo recibido contestacion
lIá esta demanda, hoy por último, reitera su reclamacion en los dos puntos si-
"guientes:




-479-
1.° »Que el gobierno de la reina declare por escrito que se halla plenamente con-


»vencido de la falsedad de los rumores esparcidos y acreditados por los medios que
»es supérfiuo recordar, relativos á las maquinaciones que hubiese empleado el go-
l) bierno francés con el fin de provocar los disturbios de Barcelona.


2.° "De reclamar la insercion en la Gaceta oficial desmintiendo formalmente la
»aseveracion que se ha1la en el despacho publicado de oficio por el jefe político Gu-
»tierrez, diciendo que el cónsul de Francia en Barcelona habia hecho desembarcar
»los refugiados para devolver sus jefes á la insurrecciono


»Contestaré á estos dos puntos. En cualúo al primero, tengo la honra de hacer
))observar á Vd., que hace mucho tiempo que tanto Vd. mismo, como el encargado
"de negocios de la reina en Paris, han remitido Vds. las seguridades más positivas
))que el gobierno de S. M. estaba dispuesto á contestar á las reclamaciones que le
"fuesen hechas, y á dar las explicaciones que le fuesen pedidas por el de Francia,
»111as que ponia por primera condicion que fuesen hechas por escrito.


»Añadiré tambien desde luego y antes de entrar en la cuestion, que enterado por
»el encargado de negocios de S. M" que el Sr. Guizot se quejaba de que rurpores
"poco favorables al gobierno circulaban en España, contestó en 27 de Diciembre al
"encargado de negocios que trasmitiese al Sr. Guizot el texto de mis palabras que
),repito aquí, á saber: que el regente y su gobierno conocian y practicaban severa-
))mente los principios de dignidad y de consideraciones debidos á otros países, y si
»alguna rcconvencion fuera posible, seria respecto á algunas autoridades subalter-
"nas, y esto no por una opinion hostil al gobierno francés, sino de censura contra el
))cónsul de Barcelona.


l)Es así que el gobierno de la reina escudado con su lealtad y con la moderacion
llcon que ha obrado, creyó que debia contestar entonces á las quejas del Sr. Guizot,
"y que forman la primera de las dos demandas de la nota de Vd.; está formulada en
»términos generales, no precisando (y ciertamente fuera difícil precisar algo con jus .
"ticia) ninguna queja contra el gobierno de la reina, ni contra ningun agente suyo,
»ni funcionario público como autor de los rumores de que se trata, y el gobierno
"por otra parte no teniendo que responder de ninguna manera de semejantes rumo-
"res á los cuales, como ya he dicho, es enteramente extraño, y nada ha hecho para
"acreditarlos, me veo en la necesidad de declararle á Vd. que su gobierno no tiene
"título alguno fundado ni racional para exigir la declaracion que indica la nota de
"usted.


» En su. consecuencia, el gobierno de S. M. no puede hacer otra cosa más que re-
))petir lo que ya tantas veces ha declarado verbalmente y por escrito al encargado de
»negocios de S. M. en Paris, que el gobierno español ha manifestado en sus relacio-
"nes y su correspondencia con el del rey de los franceses el caso que hace de aque-
"Ilos rumores y la fé que les presta; nuestro lenguaje, habiendo siempre sido tal como
"debía ser, digno y amistosu, y digo más, seguramente el gobierno francés no se
"prestaria á hacer una declaracion parecida á la que pide, si el gobierno español lo exi-




»glese con motivo de las imposturas ~in número que han circulado en Francia, pro-
»palando las calumnias más atroces contra el regente constitucional de España.


» En cuanto á la segunda parte de la nota á la cual contesto, estoy en el caso de
»)invocar el propio testimonio de Vd. para recordar que á Vd. mismo como al encar-
lIgado de negocios de S. M. en Paris, no he cesado de repetir desde el principio de
»este debate que el gobierno de S. M. habia dado las órdenes más perentorias para
"que se hiciera una averiguacion solemne relativa á las acusaciones sentadas contra
lIel cónsul de Francia con motivo de la rebelion de Barcelona, y he dicho á Vd. que
»en cuanto el gobierno conociera el resultado, tendria bastante dignidad para pedir
»una satisfaccion de la Francia si los hechos eran ciertos, y sobrada justicia para de-
IIclarar falsos los que aparecieran tales.


»Muchos documentos exjsten en mi secretaría sobre este asunto; el número de
"ellos se ha aumentado con la llegada de un despacho que el capitan general de Ca-
»taluña dirige al gobierno con fecha del 4 del corriente. Me hallo pues en el caso des-
»de ahora de calificar de inexacto el parte oficial del jefe político de Barcelona, don
»J uan Gutierrez, fecha del 3 de Diciembre último.


»En su consecuencia, el gobierno español, firmemente decidido á continuar y
»sostener las reclamaciones que crea justas respecto á otros gobiernos, no titubea, lle-
»vado de un sentimiento de justicia y de buena fé que le han constantemente servido
»de pauta, en publicar el resultado de la sumaria relativa al hecho del desembarco de
»la junta revolucionaria desde los buques de guerra franceses surtos en el puerto de
»Barcelona; es inexacto, mas el error pudo nacer de que el jefe político se hallaba
»en Sarriá donde llegaban las noticias con suma confusion.


»Aprovecho de esta ocasion etc.-Firmado, el conde de Almodovar.»
A consecuencia de esta nota del ministro de Estado, la Gaceta del ro de Febrero


con tenia el oficio siguiente:


J.\1inisterio de la Gobernaciol1 de la Península.
)1 El señor ministro de la Guerra dice al de la Gobernacion con fecha de ayer 10 SI-


»guiente: Ministerio de la Guerra.-Excmo. Sr.: En oficio de 3 de Diciembre último
IIpublicado en la Gaceta de 8 del mismo, dijo el jefe político de Barcelona á V. E.,
»que habia habido otra reaccion en aquella capital con motivo de haber el. .... hecho
»desembarcar á la junta rebelde. Como el gobierno se hubiese propuesto asegurar
»radicalmente la certeza ó falsedad de este hecho, el capitan general de Cataluña en
)'4 del corriente mes, me dice entre otras'cosas 10 que sigue.-Acerca de este parti-
»cular he puesto en conocimiento de V. E. y tambien del ministerio de la Gober-
lInacion cuantos datos se han podido reunir, y asimismo cuanto ha expuesto el jefe
»político D. Juan Gutierrez, pudiendo asegurar á V. E. que no ('xiste comprobante
»alguno que justifique el referido aserto, ni es fácil hallarlo, porque los indivíduos
IIde la disuelta junta no han desembarcado, segun se me ha asegurado generalmen-
lite, y así lo creo.»-Por consecuencia el gobierno de S. M. que siempre procede con




»justicia é imparcialidad, debe manifestar que no ha sido exacta la asercion arriba
»expresada, la cual no tuvo sin duda más fundamento que las voces esparcidas por
"los que salia n de Barcelona y que hall quedado desvanecidas con la averiguacion
"hecha por el capitan general.-De ónien de S. A. lo comunico á V. E. para su inte-
»ligencia y efectos correspondientes.-Dios guarde á V. E. muchos años.-Madrid 9
»de Febrero de 1843.-El marqués de Rodil.-Sr. Ministro de la Gobernacion.lI


De manera tan rara de dar satisfacciones no se hallará un solo ejemplo en los ana-
les diplomáticos. La ofensa objeto de la queja se ciñe á puntos suspensivos en la
Gaceta, y la satisfaccion se reduce á unos puntos suspensivos en la misma, de modo
que á no mediar explicaciones que den el sentido de aquellos puntos, todo ello que-
daria un enigma para los lectores, y más para la historia de nuestras relaciones in-
ternacionales con la Francia. No parece posible que entre gobiernos de grandes na-
ciones de que se diria que sólo pueden ocuparse de asuntos graves y de intereses
mayores, puede haber servido de base á una negociacion, un chisme, una voz vaga
expresada con puntos suspensivos sin nomhrar á nadie, en una palabra, una inter-
pretacion arbitraria como quien busca una ocasion de reñir.


A esto se redujo la solicitada satisfaccion para la cual trabajaron los gobiernos de
Francia y de Inglaterra y sus agentes en Paris y en Madrid, durante dos meses. Este
fué el parto de los montes. Sohradclmente déhil el gobierno de Madrid, ni eso debió
otorgar, pues no tenia más que oponer al despacho del jefe político, objeto de la re-
clamacion, mil despachos telegráficos de las autoridades francesas de la frontera, ha-
blando de los acontecimientos de España de un modo no dirémos equivocado, que
es poco, pero alta y feamente calumnioso, porque al fin lo que comunicaba el
jefe político desde Sarriá, si no era exacto, era á lo menos el eco de la voz pública y
fama, y si de la sumaria no resulta la prueba absoluta y material que hubo un des-
emb<Jrque de los jefes de la patulea y de la junta, hay un sin fin de declaraciones de
testigos que así lo creyeron, y no él tontas ni á locas.


y para no quedar en el vacío de las generalidades, citarémos dos partes telegráficos
que por ser relativos á dos acontecimientos harto conocidos de toda España, servirán
de testimonio de que las noticias dadas por las autoridades de la Francia no eran siem-
pre exactas, y á veces eran un tejido de embustes y de calumnias, y que publicadas en
los diarios oflciales del gobierno, no han dado lugar por parte del gobierno español, á
esas pueriles y aviesas reclamaciones que provocó por parte del de Francia el oficio
del jefe político de Barcelona publicado en la Gaceta de ¡\1adrid.


El primero es relativo á los acontecimientos de Barcelona en 1840 ..
"Despacho telegráfico.-Perpiñan 22 de Julio.-El general comandante de la vigé-


»sima division militar al general comandante de la décima.
» El 18, Espartero apoyado por una asonada, ha obligado á la reina á cambiar sus


»ministros, designando para primer ministro á Campuzano, atendido que este es el
» mayor enemigo de la Francia. Perez de Castro y los otros ministros, funcionarios
))públicos y guardias se hallan á bordo de los buques franceses. Se les espera en Port-


JI




llvendres, con otros muchos refugiados que trae el Fenicio. La reina ha sufrido ul-
»trajcs y se la puede considerar cautiva. El dictador Espartero ha dado las armas sin
»consultar á nadie á ochocientos hombres del batallon de la bl usa. Barcelona está en
»la consternacion.»


¿Y cabe pardngon entre este tejido de infames calumnias, de hechos enteramente
falsos, y el parte del jefe político de Barcelona? Yel general comandante de una divi-
sion militar en Francia, ¿no es una autoridad tan elevada como un jefe político en
ES,1aña? Y el gobierno que publica ese parte telegd.fico en su diario oficial, ¿no tenia
igual responsabilidad que la que le cabia al de Madrid por la insercion en la Gaceta
del oficio en que se suprimieron los nombres? ¿Y dió lugar aquel parte calumnioso en
el más alto grado, á toda una negociacion como el del jefe político? Esto, y esto sólo
es lo que hubiese debido oponer el gobierno español á la reclamacion del de Francia,
y desechar sin más ambajes ni más negociacion esa impertinente exigencia cuyo ob-
jeto era encubrir la propia responsabilidad moral que resultaba contra la Francia y
sus agentes en la sublevacion de Barcelona.


El otro parte, aunque menos odioso que el del comandante de la vigésima division
militar, no es tampoco escaso de equivocaciones.


«Oespacho telegrúfico.-EI encargado de negocios de Francia al seí10r ministro de
»Relaciones extranjeras.-Madrid 8 de Octubre de 1841 ..


»Una tentativa de sublevacion que se ligaba, dícesp, á un proyecto de apoderarse de
»la reina y de la infanta, ha tenido lugar en la noche de ayer. La separacion de ochen-
»ta y ocho oficiales de la Guardia, y el proyecto atribuido al gobierno de desarmar
»aquella Guardia, han sido la ocasiono El combate se empeñó entre la Guardia y los
»alabarderos, sostenidos por algunos batallones de la guarniciono La ventaja ha que-
"dado por el gobierno, La reina y la infanta están buenas.»


¿Y era esta la verdad? Díganlo todos los vecinos de Madrid. Un ataque á mano ar-
mada es para el señor encargado de negocios una tentativa de sublevacion; y la causa
de ésta es la s'eparacion de algunos oficiales de la Guardia, cuando mejor que nadie
sahla dicho señor que aquella separacion fué para desbaratar un plan de conspira-
cion que se ligaba, no por indicios, mas muy positivamente al plan de apoderar-
se de la reina, y que formaba parte del vasto plan de conspiracion que habia ya
estallado en Pamplona, en Bilbao, en Vitoria] en Zaragoza, y en Castilla la Vieja.


¿Y pidió España una satisfaccion al gobierno francés por las equivocaciones de su
representante en Madrid] al dar cuenta de lo que habia pasado á su vista, y para las
cuales no tenia la excusa que asistia al jefe político de Barcelona, quien escribia desde
Sarriá, esto es, fuera del teatro del suceso? El gobierno español pudo en su foro inte-
rior graduar la sinceridad de aquel parte telegráfico, y la intencion de su autor; mas
no puso el grito en el cielo pidiendo una satisfaccion, en lo que obró muy acertada-
mente, dejando de obrar con igual tino dando la satisfaccion que se le pidió por el
despacho del jefe político de Barcelona, cuando podia oponer los de las autoridades
francesas para negarse rotundamente á discutir semejante cuestion.




Conseguida la pueril satisfaccion que dió el gobierno español, quedaba al Gabinete
inglés el compromiso de obtener á su vez del Gabinete francés el relevo del Sr. Les-
seps; mas á pesar de las seguridades que recibió el ministerio en Madrid, y las que
diesen en Paris lord Courley y el secret8rio de aquella embajada Sr. Bulwer, que el
honor y la dignidad de España quedarian en buen lugar, y que seria relevado el cón-
sul de Barcelona, nada se consiguió: se pidió en primer término que se diese un as-
censo al Sr. Lesseps (rara satisfaccion por cierto), y en segundo lugar, que se diese la
palabra al gobierno español que cerradas que fueran las Cámaras, quedaria relevado
e: cónsul. La primera de estas dos proposiciones fué hecha directamente por lord
Aherdeen al Sr. Guizot, y la segunda por lord Courley, ambas fuéron desechadas por
el ministro francés, quien muy satisfecho de lord Aberdeen, no se mostraba igual-
mente contento del Sr. Astan á quien tildaba de españolismo. En este caso el espa-
ñolismo era pureza y honradez.


En I 9 de Febrero lord Courley volvió ~í pedir el relevo del cónsul, á lo que se negó
de nuevo el ministro francés, quien desechó igualmente la proposicion de dar una li-
cencia al Sr Lesscps, diciendo que cualquiera cosa que hiciera que tuviese visos de
satisfaccion dada á España seria un arma terrible en manos de la oposicion, que no
podia p0r tanto tomar empeño alguno respecto al cónsul de Barcelona. A esto opuso
el embajador inglés que si se hallaba en tal apuro, no era menor el del gobierno es-
pili10l respecto ,1 las Córtes. y que negándose á todo, ponía al gobierno español en el
caso de retirar el exequatllr al cónsul. A esto replicó el Sr. Guizot que no se le habian
dado pruebas ningunas de la culpabilidad del Sr. Lesseps. « YIas es por que no las ha
g uerido Vd. recibir, contestó lord Courley, segun me ha asegurado el Sr. Hernan-
dez.» Dió fin á esta conversacion el Sr. Guizot declarando que no admitiria nunca la
discusion sobre ese terreno (I).


El Sr. D. Juan Hernandez al dia siguiente 20 de Febrero, vió al ministro francés
y le declaró aue tenia nuevas órdenes para promover el relevo del Sr. Lesseps, pidién.
dole que tuviese á bien contestar el su primera demanda. Aseguró el ministro que la
daria, pidiendo que se le enviasen todos los documentos judiciales para examinarlos.
"Si no los tiene Vd. ya hace mucho tiempo, dijo el enviado español, es que no ha que·
»rido Vd. recibirlos) y aí1adió que si no se contestaba desde luego á la demanda del
relevo del cónsul, el gobierno de Madrid se veria en la precision de retirarle el exe-
qZl.1tur. "Esto, dijo el Sr. Guizot, seria volver el poner las cosas en el sér y estado en
¡)que se hallaban hace pocos dias)), y volvió á repetir lo que habia dicho á lord Cour-
ley que no admitiría la discu~ion sobre este terreno.


El I4 de Mayo, el Sr. D. Juan Hernandez remitió al Sr. Guizot todos los docu-
mentos de la sumaria, de los cuales resultaban los cargos que pesaban sobre el cónsul,
cuvo relevo solicitó de nuevo.


(1) Despacho del Sr. n. Juan Hernandez al ministrl de Estado.




El 18 el Sr. Guizot contestó acus'lndo el recibo de aquel expediente, prometiendo
examinarlo con suma atencion, y que comunicaria sus observaciones al cónsul
acusado para que diese su descargo, lo que equivalia á decir que nada haria, lo que
en efecto sucedió. Las reclamaciones no pasaron adelante, el Sr. Lesseps quedó en
Barcelona ufano y triunfante, la dignidad de la nacion y del gobierno quedó torpe-
mente menoscabada, por no haber sabido el ministerio de entonces sostener sus
derechos ni evitar una negociacion que desacertadamente empeÍ1ada, malísimamente
dirigida vino á parar en una mediacion, y por último, en una mengua para el nom-
bre espaÍ101, pues el gobierno provisional tuvo á bien premiar los servicios del seÍ10r
Lesseps con la cruz de Cárlos IlI, y los del Sr. Gattier comandante del Jlleleagre con
la cruz de Comendador de Isabel la Católica; y cuando no hubiera más pruebas que
estas gracias otorgada;; á aquellos do:; funcionarios franceses, para poner de manifies-
to el enlace de la insurreccion de Barcelona en Noviembre de 1842, con el resultado
del pronunciamiento de 1843, nos parece que bastarian á hacerlo patente.


Mas no ha parado en esto la buena estrella del Sr. Lesseps; en la república estable-
cida en Febrero en ódio de la política de Luis Felip~ y del Sr. Guizot, sobre todo en
sus relaciones internacionales, hemos visto con asombro que el agente más directo,
más inmediato de aquella política en Espaiía, no solamente ha sido admitido al ser-
vicio de los principios republicanos, mas ha sido elevado al carácter de ministro de
la república en Madrid. N o lo pensara así el Sr. Lesseps al recibir la noticia de la
ruidosa caida de su rey y de su ministro, de cuya política habia sido el más ferviente
instrumento en EspaDa, cuando esa política era el objeto de la animadversion gene-
ral, y la causa primordial de la revolucion de Febrero. No es esta la m<ls rara ano-
m::llia de esa anomalísima revolucion. Prueba será esto que no es sólo en EspaÍ1a
donde hay camarillas, que no es s(')lo en las monarquías donde se ven ascensos inex-
plicables; la república francesa de Febrero de 18-+8, ha sido más camarillera y ha
compensado mús el fayoritismo escandaloso que veinte monarquías


El gobierno espaÍ1ol, para rechazar las pretensiones del Gabinete francés, tenia los
medios que ya hemos indicado; y para tomar por su mano la justicia que se le ne-
gaba, cuando pedia el relevo del cónsul de Barcelona, tenia antecedentes que invocar
en su propia administracion y en la ajena.


Dos veces á un cónsul espaÍ10l nombrado para Paris se le ha negado el exeqlla-
tur, dando por razon la primera vez que el cónsul nombrado habia escrito un libelo
contra el rey de los franceses. Se pidió la prueba, no la pudo presentar el Gabinete
francés y tuvo que reconocer que habia siqo una calumnia; ya persistiendo en su ar-
bitraria negativa, se encerró en su derecho de admision ó de recusacion, sin dar ra-
zon ninguna hasta que el gobierno separó á aquel cónsul. Vuelto á nombrar en 1840,
ninguna razon dió esta segunda vez el Gabinete francés para no admitirlo; mas no
lo admitió, yel cónsul nombrado hizo su renuncia viendo que el gobierno de Madrid
no tenia valor ni para sostenerlo ni para quitarlo.


Otro cónsul de EspaÍ1a nombrado en 1840 para Bayona, no pudo conseguir el




exequa.tur durante un año, hasta que se le separó. Ningun motivo dió el Gabinete
francés para su negativa de admision.


Vaya otro caso: á fines de 1834 ó principios de 1835, el gobierno francés pidió al
Gabinete de Berlin el relevo de su cónsul en Bayona, Sr. Bardewich, por haber he-
cho, deciase, algo en favor de los carlistas de EspaÍ1a. El Gabinete prusiano dijo que
las leyes de su país no autorizaban la exoneracion de un funcionario, sino cuando
habiéndosele formado causa, resultase reo; que si el gobierno francés le daba pruebas
del tanto de culpa que resultara contra el cónsul Bardewich, al momento le separa-
ria, mas que sin esta prueba no le podia relevar. El Gabinete francés no quiso ó no
pudo presentar las pruebas que le eran pedidas, mas quitó el exequatur al cónsul
prusiano. Noticioso el gobierno de Berlin de este hecho, declaró al de Paris que si
bien protestaba contra el principio de arbitrariedad admitido y practicado por la
Francia, en llegando el caso haria lo mismo con los cónsules franceses; y si no an-
dal1los muy equiyocaJos, á poco tiempo se presentó un caso y la Prusia hizo lo que
la Francia.


El tiempo, ese sumo maestro, esa gran justicia del mundo, vino á poner de mani-
fiesto la mala fé del gobierno francés, y la debilidad del de España en la cuestion del
Sr. Lesseps, y vamos á presentar pruebas irrefragables de que cuando el ~r. Guizot
no queria en 1842 admitir la discusion sobre el relevo del Sr. Lesseps, tenia el go-
bierno español sobradísimos derechos de quitar el exequatur al Sr. Lesseps, y de
extrañarle del reino, bast;l1ldo para probarlo los prinCIpios proclamados por el serlOr
Guizot en una cuestion absolutamence idéntica.


Se trataba en la C;imara de los diputados de Franci.3 de la prision del cónsul Prit-
chard, que tanto ruido ha metido. Hé aquí lo que decia el Sr. Guizot en la ses ion
del 21 de Enero de 1845:


«Cuando hemos abordado el fondo de la cllestion, hemos desde luego sentado ter-
»minantemente nuestro derecho, el derecho de las autoridades francesas en Taití de
»expulsar todo extranjero que perturbara el árden á trabajara en daÍ10 del estableci-
"miento francés. Despues de haber mantenido este derecho, hemos sostenido que
»nuestros agentes habian tenido legítimos motivos de usar de este derecho, de pren-
»der como lo habían efectuado al Sr. Pritchard, y expulsarlo de la isla. Hemos
"pensado que para alejar al Sr. Pritchard de Taití, cuando no se tenia n contr.a él
»ninguna de esas pruebas flagrantes que permiten llevar un hombre ante un tribunal
"y formarle causa, mas que al mismo tiempo se tienen respecto á sus maquinaciones,
» una de "aquellas convicciones morales que autoridades inteligentes pueden muX bien
»adquirir d pesar de que las pruebas judiciales falten; hemos pensado, digo, que en
»este estado de cosas, cuando habia para alejar al Sr. Pritchard buques franceses é
"ingleses en el puerto, y que podian dar á la vela al momento,' no habia para qué te-
»oerle seis dias incomunicado. Hemos pensado que el gobernador pudo haber hecho
»sei~ dias antes lo que hizo seis dias despues, esto es, em,barcarlo y alejarlo.» Y bien,
preguntamos ahora, ¿no era este el caso del gobierno español respecto al Sr. Les-




seps? ¿ N o tenia respecto á este cónsul una de aquellas conVlCClones morales sobre
sus maquinaciones, que autoridades inteligentes pueden muy bien adquirir á pesar
de faltar las pruebas judiciales?


En los documentos presentados á la Cám2.ra se halla una carta del Sr. Guizot
del 15 de Agosto de 1844, en la cual pone la cuestion respecto al Sr. Pritchard en
los mismos términos que la presentó el gobierno español respecto al Sr. Lesseps.
"Ante todo, decia el Sr Guizot, hay que poner en claro los hechos imputados ti Prit-
"chard; este es el único medio dt llegar á un arreglo g uc de am bas partes pueda ser
"juzgado equitativo. Hago pues r~coger todos esos datos, y me apresuraré en re-
"mitir los elementos de esta especie de sumaria.~)


En una carta posterior del 29 de Agosto, de<.:ia el mismC? ministro: «Desde el mes
"de Febrero al mes de Marzo de 1844, Pritchard ha trabajado constantemente por
"to<la especie de medios y de tramoyas en turbar ó destruir el establecimiento de Tai-
»tí, la administracion de justicia, el ejercicio de la autoridad de los agentes franceses,
"y sus relaciones con los indígenas, pues cuando en el mes de Marzo estalló una in-
"surreccion en una parte de la isla d~ Taití, á la par que otra se preparaba en Papei-
"tí mismo, las autoridades franc<:'sas tuvieron legítimos motivos para usar de sus de-
"rechos, de extrañar á Pritchard de la isla donde su presencia y su conducta fomen-
»taban entre los indígenas un espíritu permanente de resistencia y de sedicion."


Sin que pretendamos que el Sr. Lesseps haya hecho en Barcelona lo que Pritchard
en Taití, las acusaciones que el gobierno francés ó sus agentes articulan no tienen
más garantías que sus palabras: el ministro francés sienta el principio que bastaha
que por ellas se dirigiesen las autoridades de aquelLl isla para tener motivos legítimos
para proceder como lo hicieron. ¿Y qué, el gobierno español no tenia en el preámbulo
de la capitulacion de Atarazanas, en la propia declaracion del mismo Sr. Lesseps, mo-
tivos legítimos de pedir á lo menos su relevo, y no los tenia sobradísimos para creer
otras acusaciones que resul tan de las decbraciones de numerosos testigos? ¿ Pues qué,
hizo el gobierno inglés en aq ueUa circunstancia, leal y formal como deben serlo to-
dos los gobiernos en cuestiones graves internacionales) Admitió desde luego las rela-
ciones del gobernador de Taití, como pruebas suficientes. Hé aquí cómo se expre-
saba el 8r. Hebat, diputado ministerial, en la sesion del 22 de Enero:


«Se ha sostenido que Pritchard por haber dirigido maquinaciones, habia sido
,justamente expulsado, mas si la prueha de esto resulta suficientemente pJra nos-
"otros del parte del gobernador Bruat, ¿po.dia este documento tener igual fuerza p ra
"el gobierno inglés? ¿Y si este lo admitió como haciendo prueba de las maquinaciones
"de Pritchard, no ha sido una prueba de confianza y de buena fé?,)


¿Y daba esa misma prueba el Gabinete francés, cuando no sólo no admitió IJS quejas
del gobierno español, mas ni discutirlas queria, aun cuando se le presentaban docu-
mentos judiciales que tachaba de falsos? ¿Y qué, el gobierno espaÍ101 no merecia que
su palabra tuviera para el gobierno francés el peso y la fuerza de veracidad que la
que tenia la del gobernador de Taití para los ingleses? Mas es que, como lo dice muy




bien el Sr. Hebat, el gobierno inglés obraba con buena fé, y malísima era la que
traia Mr. Guizot en la cuestion Lesseps.


y por último, recordaré mas las palabras de lord Russell y de lord Palmerston en
esa cuestiono


En la sesion del Parlamento de 4 de Febrero de 1845, decia el primero: "que un
"oficial que manda una fuerza naval, que responde de la vida de sus tropas, y que
"tiene obligacion de mirar por los intereses de su país, haya deseado alejar un resi-
"dente extranjero que miraba como fautor de una illsurreccion, sea directameete,
"sea por su influjo, es cosa que me parec'e muy legítima.)) Y aÍ1adia lord Palmers-
ton: «Sin duda si Pritchard era acusado de intrigar con los indígenas contra la Fran-
ncia de modo que pudiera perturbar la tranquilidad de la isla, las autoridades france-
»)sas tenían el derecho de· pedir que Pritchard, cónsul, no saliese de la isla.»


Este derecho es el que el gobierno espaÍ101 no supo ejercer, cuando sus reclama-
ciones fuéron desoídas con una altanería que le imponia el deber sagrado de contes-
tar con una resolucion enérgica.




CAPÍTULO XXIII.


DISOLUClON DE LAS CÓRTES.-NUEVOS Tl{ABAJOS ELECTOHALES.-OPINlON DE ~lR. GUIZOT
SOBRE LOS INTERESES DE LA FH.ANCIA RESPECTO Á ESPAÑA.-EL SENADO y EL CONGRESO.


Hondamente conmovida se halló la nacion de resultas de la funesta y criminal su-
blevacion de Barcelona: el triunfo conseguido sobre la rebelion, desbarataba muchos
prQyectos, desconcertaba muchos planes ya convenidos en los varios centros de
conspiradores que existian dentro y fuera del reino: los partidos obcecados como lo
son todos en épocas de revueltas, allá cada cual con su fin personal explotaba una
calamidad pública. Pérfidas intenciones en unos, mezquinas ambiciones en otros,
cálculos interesados en todos, consiguieron que la represion de una inícua rebelion
que debia ser la seí1al de nueva guerra civil, fuese censurada con una acrimonia apa-
sionada. Todas las simpatías eran en favor de los insurreccionados que habian asesi-
nado vil y alevosamente cuatrocientos valientes del ej~rcito y acarreado á la nacion un
gasto imprevisto de doscientos millones. Se hubiera dicho alieer los diarios de aque-
lla época que las bombas de Monjuy habian caido sobre la Constitucion misma, y
acabado con las instituciones del país, siendo el vecindario de Barcelona su baluarte
y su paladium. Se extraviaba la opinion pública, falsificando los hechos, acusando
sin tino ni mesura, echando en cara al gobierno el no haber pacificado Barcelona
con sermones filosóficos. La inaudita moderacion que le hizo esperar diez y ocho
dias que no se le pondria en la dura necesidad de usar de la fuerza para restablecer el
órden, nadie la reco!"daba, nadie decia que si por último tuvo que emplear la fuerza,
no lo hizo sino cuando la junta misma hubo declarado, que escribiendo al toque de
las campanas á rebato, no sabian los indivíduos que componian la junta si existi·
rian dentro de algunos minutos; nadie decia que las hostilidades habian cesado en
cuanto vecinos honrados se presentaron como garantes de la sumision.




Estas declamaciones injustas y acaloradas, producian una agitacion sorda, precur-
sora de catástrofes inevitables. MadrId mismo que mejor que ningun otro pueblo del
reino podia ser juez competente de las intenciones del gobierno, no pudo salvarse
del contagio universal del error, y si bien no absolvía á Barcelona, con todo no de-
jaba de manifestar su desaprobacion por haberse echado mano del medio terrible
de las bombas para someter la ciudad insurreccionada. Tal era el empeí10 de los dia·,
rios en persuadir, que se pudo evitar este medio extremo de la guerra. En este esta-
dO,de agitacion de los ánimos y de extravío de la opinion halló el regente á Madrid á
suv~elta de Cataluúa. Su entrada en la capital el dia 1.° .de Enero de 1843, se resintió
de estas fatales disposiciones: la acogida fué silenciosa, fria. Algunos dias despues la
Milicia Nacional vuelta en sí, y mejor enterada quiso dar al regente una satisfaccion
capaz de borrar la impresion del dia 1.° de Enero que tanto habia afectado el ánimo
del Duque, mas el efecto producido quedó y los que ya maquinaban contra su re ..
gencia, tomaron acta de la tibieza de la Mili.:ia Nacional, para trabajar con más
ahinco y actividad.


Con la vuelta del regente á Madrid, el Consejo de ministros se halló completo: la
primera cuestion que en su seno se agitó, fué la oportunidad de reunir ó de disolyer
las Córtes, y por último se acordó la disolucion cuyo decreto se publicó en 3 de Ene-
ro, convocando las nuevas Córtes para el dia 3 de Abril, es decir, para el dia último
del mayor plazo que permitia la Constitucion. Intempestiva disolucion que no pu-
dieron menos de desaprobar los hombres políticos que dan á esa prerogativa de la
Corona en las monarquías constitucionales, el valer, y la importancia y el sentido
que tiene, es decir, que no se debe emplear sino en casos extremos. En apoyo de
nuestra opinion citarémos las palabras del estadista más eminente de la Inglaterra,
sir Roberto Peel, en la sesion del 29 de Junio de 1846, al dejar el ministerio al dia si,
guiente en que tras del triunfo mJ.s memorable que puede conseguir un ministro, la
aholicion de la ley de cereales, perdió la mayoría en una ley relativa á la Irlanda.


"En tales circunstancias, diio, lo confieso, no me he considerado con motivos su-
"ficientes para aconsejar á S. M el uso de su prerogativa de disolver el Parlamento.
Jl¿Y por qué? Porque mi opinion fija es que un ministerio no debe jam;Ís aconsejar á
"la Corona el uso de esa prerogativa, sin buenas razones, es decir, sin una fuerte
,>conviccion moral de que en el Parlamento que ha de reunirse en virtud de la disolu-
),cion, el gohierno podrá diriglr los negocios públicos con el apoyo de un partido bas-
"tante fuerte para que le sea posible hacer el hien del país. La facultad de disoh'er el
»Parlamento es un arma poderosa en las manos de un gobierno, mas 110 se debe hacer
»uso de ella sino en circunstancias como las que acabo de indicar.»


No fueron estas prOfLll1das y sabidas consideraciones las que guiaron al ministerio
esp:.1ñol, compuesto de personas de las más rectas intenciones. Careciendo del ascen-
diente parlamentario que dan las dotes de la elocuencia y del prestigio que acompaña
los grandes servicios en las luchas de tribuna) no podian sin obcecacion figurarse que
tendria esa mayoría de que habla sir Roberto Peel. Tenia al frente una. oposicion




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compacta que reunja todos los más eminentes oradores y debia conocer que te-
nia que sucumbir. El ministerio Rodil habia tenido la energía suficiente para ar-
rostrar la responsabilidad de actos gravísimos, y le faltaba teson para sostener la
legitimidad de estos actos ante las Córtes. Faltaban en esto los ministros á sus debe-
res como consejeros responsables, y hasta á las nociones más sencillas del buen sen-
tido, pues era en cierto modo reconocerse reos en el hecho de no querer defenderse.


Los verdaderos amigos del regente y de la Constitucion, vieron con asombro y do-
lor ese decreto de disolucion que debia tener resultados funestos; era evidente para
todos, que la influencia de los partidos coaligados habia de ser en las nuevas eleccio-
nes más eficaz que la de un minIsterio que rehuia el dar cuenta de sus actos á las
Córtes. La debilidad no suele granjearse prosélitos, y era manifiesto que con la de-
cretada disolucion el ministerio no ganaba otra cosa más que aplazar su caida tres
meses, y expirado el plazo, tenia que hallarse enfrente de una oposicion más vio-
lenta, por lo mismo que volvia triunfante de las urnas electorales.


La disolucion de aquellas Córtes fué pues una resolucion fatal que no remediaba
de modo alguno el mal que se queria evitar, y que no servia más que para irritar más
y más los ánimos, ya harto enconados; nada autorizaba semejante intempestiva me-
dida, que tomaba por las circunstancias de entonces un carácter violento, casi de un
golpe de Estado, pues parecia que su objeto era el de no permitir que Íos represen-
tantes de la nacion se enterasen debidamente de los sucesos de Barcelona. Mas diga-
mos tambien que por desgracia, entre nosotros la prerogativa de disolver las Córtes
nunca se ha entendido como la explica sir Itoberto Peel, sino como el único medio
de resolver una dificultad parlamentaria. Así han hecho todos los ministerios progre-
sistas ó retrógrados. Un caso solo ha habido de un ministerio cediendo al voto de
una mayoría; fué el ministerio Gonzalez, y este dependió de un compromiso anterior
imprudentemente contraido de gobernar con aquellas Córtes.


En cuanto fué publicado el decreto de disolucion, aparecieron los manifiestos de
los partidos dirigidos á los electores, y cada cual prometia al país la edad de oro como
le eligieran su candidato. El que ajeno á las parcialidades que se combatian en Es-
paña para apoderarse del mando, leia aquellos manifiestos, podia creer que pesaba
sobre el país la tiranía más horrible, el despotismo más espantoso; en estos términos
se expresaban los partidos al hablar del gobierno más liberal, más tolerante que ha
tenido jamás España, y digámoslo, el más débil.


Sin detenernos en el análisis de aquellos escritos, pues no seria más que hacinar
pruebas dolorosas del extravío de los hom bres, uno hay que merece una excepcion,
porque pone de manifiesto su buena fé de partido, á quien sólo podian aprovechar
las disensiones que fomentaban entre progresistas. Es el manifiesto dirigido por el
bando monárquico constitucional.


La junta central de elecciones de aquel bando se componia de los hombres más
eminentes de una opinion en el Senado, en el Congreso y en la prensa; bueno será re-
cordar los nombres de las personas que componian aquella comision, y eran los se-




-49 1 -
ílores marqués de Casa-Irujo - lsturiz.- Riva.- Herrera.- Pidal - Alvarez Pes-
taÍla.-Olivan.-Carrasco.-Rios Rosas.-Sartorius. El manifiesto es del 17 de Ene-
ro de 1843.


En él se discurria largamente ~obre los atentados del gobierno, susttntándose de
aquellas generalidades declamatorias que usan todos los descontentos, cuando les
faltan razones y motivos fundados de censura. Con todo, uno llegaba á formular el
manitie.'ito, mas era un crímcn in pectore~ un proyecto horroroso, cuya ejecucion de-
cian los firmantes habia sido la causa det~rn:inante de la disolucion de las Córtes. ¿Y
cuál era? La prolongacion de la mayoría de la reina que se preparaba con pérfidas
sugestiones. ¿Cuáles eran estas? N o lo decia el manifiesto; mas la comision en su acri·
solado amor á las instituciones y en vista de un peligro inminente, queria que todos
concurriesen á las elecciones. En estas circunstancias decia, "será una vergüenza
»callar, una cobardía no arrojarse generosamente al peligro; para eso seria preciso no
»tener corazon.» El peligro en ir á las elecciones no era á la verdad gran.de, no se
necesitaba mucho heroísmo para arrostrarlo, mas el papel de mártires en defensa de
la mayoría de la reina era de fácil desempeí10 y debia producir su efecto.


La comision daba fin á su manifiesto con estas palabras: "El programa que la co-
J>l11ision presenta á la aprobacion de todos sus amigos políticos es muy sencillo. La
"Constitucion de 1837, franca y reI:giosamente observada, firme oposicion á toda in-
nfraccion á ese código, á toda modijicaciol1 que prive á los espaÍloles del derecho que
"han adquirido de ver reinar la augusta é inocente Isabel 11 á la edad de catorce aÍlos.
'>Independencia nacional, repeliendo todo influjo extranjero.))


No hay uno de los signatarios del manifiesto del 17 de Enero de 1843, que no haya
propuesto ó votado la abolicion de la Constitucion qu:: debia ser franca y religiosa-
mente observada sin modificacion; no hay uno que no haya contribuido á privar á
los espaí101es, no del derecho de ver reinar una reina de catorce aÍlos, puesto que
nadie pensó jamás en cohanarlo, mas de todos los derechos que les daba una Consti-
tucion promulgada en nombre de la soberanía de la nacion; desapareció esta Cons-
titucion y con ella la libertad de Espaí1a y su Independencia nacional en el mismo
año de 1843. Verémos otro manifiesto de ese mismo bando tanto ó m<ls explícito en
favor de la Constitucion de 1837, y como el anterior, reproducido por los que hacian
en una y otra ocasion alarde de su adhesion.


La coalicion que en 1842 no se componia más que de las fracciones más ó menos
annzadas de la opinion progresista, en 1843 se extendió al bando reaccionario que
con el manifiesto del 17 de Enero vino á tomar una parte activa contra la regencia del
duque de la Victoria. La prensa diarista tomó la iniciativa de esta coalicion, y dió un
manifiesto donde figuraban los periódicos reaccionarios al lado de los más democrá-
ticos. Envalentonada con esta primera monstruosa alianza, cuando nada amagaba la
libertad de imprenta, los indivíduos que formaban la comision electoral monárquico
constitucional, ofrecieron un pacto de union á los jefes del partido progresista de la
oposicion; uno de los signatarios del manitiesto tuvo encargo de hablar á dos diputa-




-492 -
dos Jefes del partido progresista, y vino á ofrecerles una candidatura de coalicion en
la cual entrarian nombres de ambos partidos progresista y moderado. Esta proposi-
cion fué rechazada.


Sin duda las coaliciones parlamentarias son lícitas, morales y útiles, cuando á la
vista de un peligro verdadero en que los principios y los intereses son amenazados, se
unen para un objeto d'eterminado y mancomunado de resistencia al despotismo, á la
arbitrariedad, á la corrupcíon de un gobierno, y con el fin de sustituir el un órden de
cosas malo, otro mejor que tenga en su favor las condiciones de una existencia du-
radera y de progreso, Semejante asociacion con un objeto, cual lo indicamos, por lí-
mite, es moral, es muy legítima; mas esas alianzas que consisten en reunir á los
hombres, que no solamente no tienen un pensamiento comun, ni miras idénticas,
mas que al contrario, las tienen de un todo opuestas, no pueden nunca producir mJS
que males y desmoralizacion. Fundadas en la destruccion de lo que e\:iste, en cuanto
se ha conseguido el objeto, una nueva lucha se empeña entre los coaligados, nuevos
desórdenes agitan la sociedad, y las primeras víctimas han de ser siempre los que
han buscado la alianza de enemigos para combatir adversarios. Semejante coalicion
es insensata, es perturbadora de todos los principios, es la negacion de toda fé polí-
tica, es completamente inmoral. Tal fué la de I843.


La coalicion, pues, de I842, pudo ser mala en sÍ, mas nada tenia de inmoral. La
de 1843 fué una monstruosidad; harto lo han probado los sucesos posteriores. Aque~
Ila fatal coalicion ha hecho retroceder en un siglo la consolidacion de la verdadera
libertad en España, sentenciándonos los vivientes á ser testigos de horribles desma-
nes y preparando mayores trabajos y espantosas reacciones, cuya señal ha sido el
triunfo de la coalicion.


El ministerio, aturdido con ese concierto de alocuciones violentas contra sus ac-
tos, no quiso permanecer silencioso y cometió la imprudencia de arrojar el nombre
del regente en el palenque ardiente de la lucha electoral. Allá lanzó una alocucion
del jefe del Estado á los españoles, que salió á luz en 6 de Febrero firmada por todos
los ministros. Que fuese redactada con dignidad y moderacion es muy justo, mas
que esa intervencion del jefe del Estado en la cuestion electoral fuese un paso desca-
bellado, es tambien muy cierto.


¿Cómo no tuvieron presente aquellos ministros la suerte que le cupo al manifiesto
de igual naturaleza dirigido por Cárlos X de Francia á los electores de 1830, que
tuvo por respuesta una revolucion que volcó aquel trono y aquella dinastía? ¿Y cómo
no se acordaron del manifiesto de María Cristina en I836 á los electores, remedo del
de Cárlos X, que tuvo tambien por contestacion el pronunciamiento que acabó con
el Estatuto? Pues de igual catástrofe fué preludio el manifiesto de () de Febrero.
Mas en la historia del mundo vemos siempre esta dolorosa verdad, que la experien-
cia de nada sirve para que los hombres escarmienten en cabeza ajena.


Las elecciones dieron el resultado que todos, menos los ministros, tenian previsto;
la oposícion volvía más numerosa, más compacta, más ardorosa, A la vista de esta




1}


- 49.J -
derrota electoral, los ministros hicieron renuncia de sus carteras en 16 de Marzo, no
queriendo presentarse en las Córtes á sostener una lucha desesperada. En aquel mo-
mento el regente no podia admitir las renuncias hasta la reunion de las Córtes; y
constituidas estas, nadie podia encargarse de formar un ministerio. De modo que el
Gabinete Rodil por su debilidad, habia creado una situacion violentísima y sin salida
honrosa; faltando á todos los preceptos de un gobierno cons1 itucional, quiso eludir
la responsabilidad de sus actos en primer término con una imprudente disolucion, y
en seguida con no querer presentarse á lag Córtes cuya eleccion acababa de provocar
de; 1ndo en d~scubierto al jefe irresponsable de la nacion.


A las pJsiones que fermentaban en el país, á las iras de los partidos, á los apuros
y dificultades de todo linaje que se presentaban por dó quiera, vinieron de afuera
complicaciones muy graves, y cuestiones internacionales, que resueltas enérgica-
mente por el ministerio le hubieran dado realce y brillo para compensar los errores
de la administracion interior del reino; mas por desgracia, tan débil habia sido en sus
relaciones internacionales, como en sus contiendas con los partidos. Ya hemos visto
cuál fué su apocamiento en la cuestion del cónsul de Francia en Barcelona, y vamos
ó. ver que no supo recoger el guante que desde la tribuna arrojó contra la indepen-
dencia de España el ministro de Relaciones extranjeras, Sr. Guizot, quien bien ente-
rado que á todo podia atreverse con el ministerio Rodil, todo lo osó.


Desde muchos aÍ10s atrás era ya costumbre en Francia que en todos los discursos
de apertura de las Címaras francesas hubiera un p<1rrafo reservado á España, en
donde los acontecimientos que entre nosotros pasaban eran presentados y discuti-
dos por las Cámaras francesas, como si la Península fuera un apéndice de la Francia;
er:l un medio más ó menos directo de hacer alarde del dominio que tanto halaga á
nuestros vecinos respecto á España, era tambien ocasion oportuna de sembrar
discordias, atacando al partido liberal, prodigando elogios al bando reaccionario,
calificado de partido francés. Esta intervencion de los ministros franceses en los
asuntos interiores de España, contraria al derecho internacional proclamado por
aquellos mismos ministros respecto á otras naciones, se repetia todos los años, y
se manifestó en la seslon legislativa que se abrió á fines de 1842, en términos tan
indecorosos, y en amenazas tan provocadoras, que si España hubiera tenido otros
ministros que el débil ministerio Rodil, seguramente se hubieran cuando menos,
roto todas las relaciones entre ambas naciones.


En el discurso de la Corona, de aquella sesion legislativa, hablando de los sucesos
de Barcelona, decian los ministros «que lo que allí habian hecho, habia sido con el
"fin de proteger los intereses legítimos de la Francia en España y guardar á la reina
"Isabel una amistad sincera."


Las Cámaras, que por de contado ignoraban absolutamente la verdadera índole de
los sucesos de Barcelona, se asociaron á los elogios que el ministerio se daba á sí mis·
mo en la persona del cónsul, y este obtuvo de aquel en este punto una completa
aprobacion. Con todo, como el discurso de la Corona iba más allá de esa aprobacion,




-494-
la Cámara de diputados en su mensaje no quiso seguir al ministerio en sus pretensio-
nes dinásticas, ni en su decidida hostilidad contra el gobierno del regente: y dijo en
su contestacion «que queria que esa amistad fuese guardada al gobierno constitu-
>lcional y á la reina Isabel, profesando al pueblo español un afecto sincero.»


Mas en la discusion del mensaje de la Cámara como en otras, aprovechó el minis-
terio Guizot cuantas ocasiones se le presentaron para explayar su teoría de los inte-
reses legítimos de la Francia en España, y en que existia la amistad que se guarda-
ba á la reina Isabel. Escogerémos entre otras declaraciones la que hizo ese ministro
en la Cámara de los Pares en la sesion del 21 de Enero de 1843, al contestar al se-
ñor marqués de Dreux-Brezé, por la singularidad del interlocutor, antiguo maestro
de ceremonias de Cárlos X, y la solemnidad del dia aniversario del suplicio de
Luis XVI. «Ninguna potencia, dijo el Sr. Guizot, tiene el ojo más avizor sobre Es-
»paña que la Francia; sabemos muy bien que nuestros intereses nacionales, como
»nuestro honor, se hallan vinculados en España al trono de Isabel 11, y al sosteni-
»miento de la casa de Borbon en ese trono glorioso: no lo hemos olvidado y no lo
»olvidarémos.»


Cosa inaudita era ese entusiasmo en favor de la casa de Borbon en boca de un mi-
nistro de la revol ucion de Julio, de un francés que en 15 de N oviem bre de 1831, ha-
bia dicho en la discusion de la ley de destierro perpétuo contra la descendencia de
Luis XIV: «Exclusion lisa y llana de esa dinastía, y por lo demás el derecho comun.
»Digo que ese proyecto de leyes conforme á los intereses de la Francia, y deber
¡¡nuestro es votarla.»


Expulsar del trono de Francia á la familia de Luis XIV, desterrar á perpetuidad su
descendencia por una ley, proclamar en la Cámara que esa leyes conforme á los inte-
reses de la Francia, y en seguida decir que el honor de la Francia se halla vinculado al
sostenimiento de esa misma familia en el trono de España, es una de las más extravagan-
tes bufonadas que han salido de un doctrinario, á la par que un insulto á la Francia, y
unadeclaracion de usurpacion en el rey que enaquel tiempo ocupaba el trono; y para
que la extravagancia fuese más completa, la casualidad hizo que esto se diger,¡ en el dia
del aniversario del suplicio de Luis XIV, circunstancia que el antiguo profesor de his-
toria tenia olvidada. Esas palabras se dirigieron al antiguo gran maestro de ceremonias
de Cárlos X; rara casualidad, mas muy notable. I,on el fin de hacer resaltar todo lo
ridículo de aquel entusiasmo del Sr. Guizot en favor de la casa de Borhon, recorda-
rémos un discurso de un diputado francés en la discusion de la ley de destierro perpé-
tuo de la dinastía de lo'> Borbones. « La. Francia, dijo el Sr. Pagés (del Ariege) segun
»pretenden los palaciegos, tiene fama entre las naciones por su afecto hácia sus prín-
»cipes; la historia dice otra cosa. El asesinato del último de los Valois, abrió la senda
lIdel trono al primero de los Borbones. Enrique IV es cruelmente asesinado. Du-
»rante varios aí10S, Luis XIII Y Luis XIV expulsados por la rebelion hallan á duras
»penas un abrigo que cohije sus cahezas. El puñal penetra hasta el pecho de Luis XV.
)) Luis XVI mu~re en un cadalso. Luis XVII muere en el cautiverio. Sangre de Bor-




"bon hay en los fosos de Vicennes yen las gradas del teatro de la Opera. Luis XVIII
))es dos veces proscripto y Cárlos X tres veces expulsado del suelo fraPlcés.,'


No completó el diputado francés el largo martirologio de esa desgraciada familia;
la princesa Elisabeta, el duque de Orleans, la reina Antonieta por alianza, han muer-
to igualmente en un cadalso, y desde la revolucion de Julio hemos visto ministros
de Luis Felipe entregar á la mofa del mundo entero á la duquesa de Berry descen-


diente directa de Luis XIV, y sobrina del rey Luis Felipe. Asesinar, supliciar, expul-
sar, proscribir, deshonrar á los descendientes de Luis XIV es cosa admisible y admi-
tida en Francia, sin que por esto el honor de·esta Francia deje de estar vinculado al
sostenimiento de esa misma real estirpe en Espaí1a ... N o es posible chocar más de
frente con el sentido comun, los hechos y la historia, ni ultrajar más torpemente la
hidalguía castellana. Mas no paró en esto el entusiasmo del ministro de Luis Felipe.
Sentado en el trono d~ la dinastía de Luis XIV, vino la discusion de los fondos se-
cretos, y en la sesion del2 de Marzo contestando al Sr. de Lamartine dijo el Sr. Gui-
zot: "Sí, hay un punto, hay una cuestion en la cual creemos sériamente que los in te-
llreses de la Francia, los grandes intereses nacionales se hallan de tal manera empe-
"ñados, que la Francia podria, deberia tal vez emplear la fuerza para hacerlos preva-
"lecer. Resp~tamos profundamente la independencia del pueblo y de la monarquía
))española, pero si la monarquía española fuese volcada, si la soberana que reina hoy
»en España fuese despojada del trono, si se tratase de entregar la España á un influ-
"jo exclusivo, amenazndor, peligroso para nosotros, si se intentase despojar del trono
.. la gloriosa familia que lo ocupn desde Luis XIV acá, ¡oh, en ton ces yo aconseJaria á
»mi rey y á mi país mirarlo hien y tomar un partido!)) ... ¡Pobre ministro deliran-
te, protector de un trono respetado, que nadie amenazaba, de una dinastía que nadie
soñaha cambinr, y que ha visto desploLU::trse vergonzosamente debajo de sus
pié s la dinastía qLle debia defender, huyendo con ella despues de haberla com-


'd I prometl o ....
Examinemos bajo el punto de vista histórico de la Francia, las cuatro proposicio-


nes del Sr. Guizot con relacion á los casos Eventuales que presentó á la Cámara res-
pecto á España.


Primera hipótesis: si la monarquía española fuese volcada.
Dejemos por ahora que desde que fuéron pronunciadas aquellas palabras, la mo-


narquía ha sido abolida en Francia, lo que daria á la ELlropa derecho para hacer con-
tra Francia lo que indicaba el ministro debia hacer esta con España, y discutirémos
como si estuvi~ramos en 1843.


Nadie póndrá en duda que las potencias europeas tenian cuando menos tanto in-
terés en sostener la monarquía francesa, amenazada en 1799, cuanto podia tenerlo
la casa de Orleans en sostener en 1843 una monarquía que nadie soii.aba en atacar,
no existiendo un solo partido en España que no tuviese por bandera el principio mo-
núrquico. Si, pues, los reyes de Europa al ver el trono de Francia hundirse en un mar
de sangre, declararon la guerra á la Francia, estuvieron en su derecho. Segun la teo-




-496 -
ría del Sr. Guizot, todas las coaliciones, todas las guerras de aquella época, y todas
las posteriores fuéron legítimas. N o es esta de seguro la opinion de la Francia, ni será
la de ningun hombre que tenga en algo la independencia de su patria.


Segunda hipótesis: si la soberana que ocupa el trono de España fuese despojada
de la Corona.


Como la revolucion de Julio de 1830 despojó de la Corona al soberano que ocupa-
ba el trono para dársela á Luis Felipe de Orleans, resulta de las palabras del ministro
que el rey á cuyo nombre hablaba era un usurpador, que España y con esta todos
los Estados monárquicos hubieran debido hacer contra Francia lo que el Sr. Guizot
estaba dispuesto á aconsejar se hiciese contra España en un caso que su imaginacion
calenturienta creaba por puro antojo.


Tercera hipótesis: si se intentase entregar España á un influjo exclusivo, amena-
zador' peligroso para la Francia.


En aquella época y hasta la caida de la dinastía de Orleans en la prensa, en la tri-
buna toJos los dias se decia, se repetia hasta la saciedad que la Francia se hallaba en-
tregada por los ministros al influjo exclusivo de la Inglaterra, y desde esa caida se ha
dado una causa determinante de esa catástrofe de 24 de Febrero, rendimiento servil
á la Inglaterra. Pues si EspaÍ1a, como las demás potencias de Europa, tomando por
cierto y seguro lo que decian los principales órganos de la prensa y los oradores
más eminentes de la Cámara hubieran hecho contra Francia lo que el ministro esta-
ba pronto á aconsejar á su rey y á su país se hiciese con España, hubieran usado por
esa rara teoría de un derecho internacional, de la rara y descabellada política de un
ingénio preclaro, mas que al tratar de las cosas de Esparla, solia extraviarse de un
modo inaudito.


Cuarta hipótesis: si se intentase despojar del trono de España á la gloriosa familia
que lo ocupa desde Luis XIV.


Aquí volvemos á lo dicho respecto á la segunda hipótesis.
Es decir, Sr. Guizot, que habeis expulsado esa gloriosa familia del trono de Fran-


cia, habeis puesto en su lugar un rey de vuestra eleccion, habeis proscrito á perpe-
tuidad esa gloriosa familia, y os haceis los campeones de la rama espaÍ101a. ¿Os ohi-
dais que de los descendientes en recta línea de Luis XIV en vuestra Francia, no ha
habido uno que no haya caido ó bajo la cuchilla del verdugo, ó sucumbido al puñal
de un asesino, no haya sido ó proscrito por leyes que habeis vos mismo votado, y
amenazais á España de vuestra ira en un caso que os place crear, cuando España ha
hecho sacrificios heróicos para conservar en ese trono á la familia de Borbon contra
vuestras huestes que ya habian acabado con los Borbones de Italia, sacrificios á la
verdad pagados con la más negra ingratitudl En verdad que vuestras palabras eran
un insulto no sólo á España, sino al sentido comun. Mal inspirado andábais hacien-
do alarde de monarquismo, y de respeto á vuestros reyes, cuando en vuestro propio
país les habeis tan cruelmente maltratado; en vuestro país donde por pocos votos de
diferencia subió al cadalso Luis XVI; en vuestro país, donde sesenta y seis senado-




-497-
res hasta ron para declarar la caida de la dinastía imperial en 1814, en vuestro país
donde doscientos diez y nueve diputados sin poder ni mandato, dispusieron del tro-
no en favor de un nuevo rey en 1830, rey que en época anterior dirigía las siguien-
tes palahras al jefe de su familia: «Que si el injusto uso de la fuerza llega, lo que á
»Dios no plazca, ú colocar de hecho pero jamás de derecho, en el trono de Francia
"toda otra persona que no sea nuestro rey legítimo, seguirémos con una confianza
"igual á nuestra dignidad la voz del honor que nos manda apelar hasta nuestro
"último suspiro á Dios, á los franceses y á l1uestra espada (1).»


Ministros menos débiles que los que componian en aquella época el Consejo del
regente, no hubieran dejado pasar aquellas insolentes amenazas sin una solemne y
enérgica réplica; así lo exigia el honor del país, la dignidad de un trono respetado y
el decoro de los mismos ministros, pues aquellas baladronadas sobre ser un insulto
púhlico á la nacion, tenian por ohjeto principal alentar á los conspiradores, cuyas
tramas mejor que nadie conocÍ;1 el ministro que así hablaba de FspaÍ1a, como si esta
hubiese sido una humilde vasalla de Francia.


Cayó aquel ministerio, mas si pudo sufrir tan grave insulto, el Senado recogió el
guante arrojado con toda insolencia desde la tribuna francesa, yolviendo así por la
honra de la nacion en una enérgica protesta inserta en su contestacion al discurso del
regente, que nada decia sobre este grayísimo incidente.


Se reunieron las Córtes en ~) de Abril; el discurso de apertura no era adecuado á lo
que exigian las azarosas vicisitudes por que pasaba el país. Se componia de ge-
neralidades que forman la esencia de esos discursos de aparato en las monarquías
constitucionales, y que no hubiera debido imiwr un gobierno popular: los ministros,
cuyo afan era eludir cuestiones imposibles de evitar, agravaban su posicion con un
silencio afectado, seÍ1al certera de la debilidad, y creaban al regente, como ya lo he-
mos dicho, una posicion falsa y anormal. Las consecuencias se tocaron muy pronto.


Los senadores, cuyo orígen electiyo era el mismo que el de los diputados, no parti-
cipaban en su mayoría de las pasiones que agitaban el Congreso de diputados; pa-
triótica y dotada de firmeza aquella mayoría, veia con sobrada prevision los peligros
que amenazaban la existencia de la:) instituciones, que tantos sacrificios habian cos-
tado. Se dolia del extravío que se iba generalizando, y lamentaba las disensiones que
dividiendo el partido progresista, debian llevarlo exánime y desarmado á los piés
lle: sus encmigos. Quiso, pues1 dar al país un noble ejemplo de independencia y de
energía, separJ.ndose del camino trillado del discurso de apertura, protestando contra
el insulto venido de afuera. Era dar J un mismo ticmpo una leccion severa á los mi-
nistros espaí10les y 3 los de Francia.


N ombróse la comision del mensaje (l): ésta al considerar la gravedad de la situa-


(1) DecL\J'acion de tucius I()s principesdelacasade Borbonde Fral1cia 1 adhiriéndose á la carta de
Luis XVIII desde \littau.


(1) La componian el Sr. D . .'\lanuel Quintana, D. José Landero 1 D. Joaquin María Ferrer, el se-
Ílur VaIJ,:s Busto y D . .\Lll1uel ,\larliclni.




cion interior y lo delicado de nuestr: r~I~:io~~S con la Francia, determinó desde sul
primera reunion separarse de la costumbre que reducia la contestacion á los discursos
de la Corona á un paráfrasis de estos; mas pruLlente y cauta no qUIso resolver esta
desviacion de una regla habitu<tl, sin consultar la mayoría del Senado, bien que
nombrada por esta. Esta deferencia {¡ la voluntad de la m~lyoría le pareció indispen-
sable: provocó una reunion particul,ll en la que e:-.:puso los motivos ljue tenia para
desear la autorizacion de suplir al silencio del discurso de apertul'a, ,lsí en asuntos
interiores como en otros de relaciones intertlacion~des. La ma\'oría con deferencia de
su comision, la autorizó plenamente {¡ que redactase la contestacion como lo tmiese
por conveniente, sin atenerse de un modo absoluto al te:-.:to del discurso de apertura.
Así lo cumplió la comision presentando su trabajo en le! sesion del 10 de Abril, me-
reciendo desde luego los honores de la m,ís amarga censura de parte de toda la pren-
sa de la coalicion. No bita ron publicistas para afear en el proyecto la protesta que ex·
presaba contra las palahras del ministro de una potencia extranjera~ tal era en aquella
época el extraYÍo de las opiniones que h,lsta el sentimiento de la dignidad y de la
independencia nacional se habia embotado en muchos espaíl0les.


Cuando vino la discusion, el pJrr,lfo segundo que contenia la protesta contra las
palabras del ministro fr(Il1C~S, debi,1 ser y fu~ encarnizadamcnte combatido~ mas fué
denodadamente ~ostenido por Jos indivíduos de 1.a comision y por varios eminentes
oradores del Senado. Y cosa poco conforme á la prensa y á los h<íbitos de aquel
cuerpo colegislador, la discusion duró varios dias con sumo acalor,1miento, mas al fin
quedó aprobado el dictám~n de la comisior~ por setenta y seis votos contra quince.


Reproducimos como memoria de los últimos acentos de la independencia de Es-
paíla, el párrafo votado por el Senado.


« Es circunstancia bien apreciable y feliz que nuestras relaciones con los gobiernos
»de otros países no hayan sufrido en la época que ,lcíba de pasar ninguna notahle al-
llteracion; habrán desaparecIdo sin duda Jos disgustos que respecto de un gobierno
"amigo han ocasionado los acontecimientos de Barcelona, y V A. estad cierto de
»que no tendrán consecuencias las expresiones poco meditadas que sohre ne;.iocios
"propios y exclusiyamente nuestros ha pronunciado un hombre de Estado en una
"tribuna pública. El Senado espera que: los dos preciosos requisitos de toda nacion
"que se estima, el decoro y la independencia, est~n siempre :1 cuhierto en nuestras
llrelaciones exteriores, porque en "ano seri,1n los sacrificios inmensos que los espa-
"iloles han hecho por su libertad y por su .honra, si hubiesen de consentir que osí
»se intente herirlos y menoscabarlos. V. A. puesto al frente de esta nacion magná-
"nima y pundonorosa, está seguro que ella no reconoce á nadie el derecho de diri-
"girla á su antojo, y en el objeto principal de las expresiones de que se trata, mucho
»menos que en otro ohjeto.))


La cuestion de la [¡hertad de imprenta, esta primera garantía de la libertad y de los
derechos populares, fué objeto sobre el cual la comision llamaba la atencion del Se-
nado y del gobierno, para que una huena ley regularizase el uso de esa preciosa pre-




- 4~)9 --
rogativa de un pueblo libre. La comision explayó muy detenidamente su liberal y pa-
triótico pensamiento, declarando que léjos de querer que se coartase en lo más mí-
nimo la emancipacion de la publicidad, lOmaban los indivíduos que la componian el
compromiso de pedir, cuando llegase el caso de discutir esa ley cuya presentacion
provocaban, la abolic!On de toda pena corporal por delitos de imprenta. La discusion
de teorías, de principios, de sistemas políticos, sociales, filosóficos, ó religiosos, no
debe tener límite. En este punto la lihertad debe Sér completa, no así respecto á
los calumniadores y lo,; atentados contra el.sa~rado de la vida privada de los indiví-
d'.lOS. La sociedad no pllCLle otorgar un derecho sin que lo acompaí1e un deber; y el
primero que incumbe ú todos es el respeto de las úlmilias cuya honra debe es-
tar siempre protegida contra los tiros emponzol1ados de la calumnia y de la maledi-
cenCIa.


Tambien recordaba la comision la obseryancia de un artículo de la Constitucion
inobseryado anualmente con mengua y menoscabo de una de las prerogatiyas del
Scnado. Ya por un abuso, que se iba haciendo tradicional, los presupuestos del Es-
taLlO no yenian al Senado sino cuando no se podian ni examinar ni discLltir por lo
adelantado de lel legislatura, no dejando al Senado 111:lS arbitrio que el de votar el
presupuesto Ú cieg~ls, ó dejar al gobierno sin presupuesto votado.


Los acontecimientos de Barcelona ocu;!cuon ,'arias sesiones. El general D. Anto-
nio Scoane, capiL1l1 general de Cltalu¡-w, tUYO el mal ,wenturado pensamiento de de-
jar su puesto para yen ir :1 dar al ~enado interesantes, curiosas é instructivas explica-
CiOIlL'S sohre aquellos suce,;os, y sohr;; el estado de Barcelona . .\las tal vez la pruden-
cia hubiera aconsejado otra COS,I, yisto el estado de irritacion de aq uella desconten-
tadiza capital del Principado; harto mayor servicio huhiera hecho el capitan general
pcrman~ciendo en su puesto: ('n aquella circunstancia su ausencia [u~ una [alta que
tuvo infaustos resultados, al estallar el fatal pronunciamiento de Mayo.


Durante aq Llclla corta le¡.;isLttllra, con la cLlal dehian cerrarse las Córtes verdaderas
por muchos allOs, el Senado empk() útilmente SllS sesiones 1 dando una constante acti-
vidad ú sus trabajos legislativos. La ley sobre bc1l1cOS agrícolas, la ley orgánica de los
tribunales, la de inamovilidali del poder judicial, la de Ayuntamientos que llegó á
\otarse, la de Jiputaciones provinciales, la de atribuciones de los jefes políticos, la
de casos de intldelidad ltc los empleados de Hacienda, la del reglamento de la Bolsa


,


la del tipo de la moneda para la circulacion de letras, de cambio y efectos de comer-
cio, la de fianzas de los jueces y fiscales, la de re\ision de la Ordenanza militar y la de
aJministracion ltc jLlsticia Ocu¡)MOn la laboriosidad y saber de las comisiones. Hu-
bieran sido discutidas en aq uella legislatura, si los sucesos tan imprevistos como
desgraciados que vinieron á provocar la disolucion de aquellas Córtes, no hubiesen
puesto tln ú aquella legislatura.


,\lientras el Senado entre¿ado á tan útiles y pro,'echosas tareas se ocupaba en e
bien del país, el Congreso hervia en parcialidades violentas: la discusion de las actas
dahJ lugar j las injusticias mús deplorables; la mayoría aprohaba ó desechaha arbi-




- 500-


trariamente segun el color político que tenian los elegidos: las actas de la provincia
de Badajoz pusieron el colmo á esa chocante arbitrariedad. En esta provincia habian
salido elegidos antiguos y leales defensores de la lihertad, adalides encanecidos
algunos en las luchas parlamentarias y habiendo todos dado hartas pruehas de su pa-
triotismo y de su adheslOn á las ideas de progreso. Entre ellos venia el venerable
D. José María Calatrava, uno de los patriarcas fundadores de la lihertad española en
C ídlz. Con asombro se vió en el Congreso un enconado afan de no admitir los dipu-
tados de la provincia ue 8cluajoz. Decididos adversarios de la coalicion dehian ser los
jefes del banuo opuesto á esta: nada se omitió para conseguir que se anulasen aque-
llas actas. En primera línea ue los opositores apareció un hOf!1hre tristemente célebre
en las apostasías de nuestra época, D. Luis Gonzalez Brabo, y habiéndose hecho
dueño por meuios que no queremos calificar de una carta confiuencial uirigida al
jefe político de Badajoz relativa á elecciones, quiso á todo trance hacer uso de ella
contra las actas ue Badajoz. Tenemos entenuido que la llevó á todos los uiarios y que
á pesar de la irritacion ue los ánimos en aquella época, ninguno quiso darla publici.
dad, repugnclndoles la responsabiliuad de un hecho que constituia un uelito La llevó
á la comision del menso1je uel Congreso, que tambien se negó á tomarla en conside-
racion, en cuanto supo por qué medios hahia venido á manos del que la tenia, mas
no paró el Sr. Gonzalez Bral¡o hasta que en un momento de acaloramiento de la
discusion, la puso ue repente en manos ue un honradísimo uiputauo que incauta-
mente leyó la malhadaua carta en la sesion uel R de Ahril, sirviendo sin saberlo de
instrumento á un hecho inmoral. Por último, las actas ue la provincia de Badajoz
fuéron anulauas, siendo las mismas actas aprobadas en el Senado por casi unanimidad
por los senauores electos. ¿Que podian pensar los electores ue aquella provincia y b
nacion entera ue estas ueplorables anomalías?


Mas todavía queuaba en el Congreso un jefe uel m:1S alto respeto al banuo anti-
coalicionista, era el virtuoso y eminente D. Agustin Argüelles. Tambien se le quiso
eliminar á pretex.to de que como tutor de la reina y de la infanta no pouia ser diputa-
do, puesto que la Constitucion no admitia que lo fuesen los depenuientes de Pal<lcio,
ponienuo en olviuo los que este impedimento presentaban, que el Congreso anterior
habia declarauo por unanimidau que el cargo de tutor eL1 compatible con el de pre-
siuente del Congreso, siéndolo el mismo D. Agustin Argüelles cuando las Córtes le
nombraron tutor. El Congreso no pudo hacerse á sí mismo el insulto de eliminar al
tutor, fundúndose en una incompatibilidau. rechazada por unanimidad por el Con-
greso anterior, mas con todo, allí se encontraron treinta votos en fayor ue la expul-
sion del Sr. D. Agustin Argüelles, honra y gloria del Congreso de España.


Constituyóse el Congreso en 30 ue Abril. El Sr. D. Manuel Cortina fué nombrado
presidente por noventa y tres votos contra cuarenta y cinco que obtuvo el seí10r
D. Joaquin María Lopez. Se completó la mesa con la eleccion ue los cuatro vice-
presidentes y secretarios pertenecientes touos á la coalicion. N o queremos narrar
de ¡as cosas de aquella ¿poca, sino lo inuispensable para coordinar el encauenamien-


l .. ·. ;
,




- 501 -


to de los sucesos; por tanto omitimos para no recordar dolorosas disensiones el des-
lindar las causas que produjeron la formacion de la mesa tal como salió de la vota-
cion; pero el resultado fué enconar más y más los ánimos, provocando amargas re-
convenciones de haberse faltado á convenios pactados del modo más formal, y lle-
garon las recriminaciones al punto que el mismo presidente, como verémos más ade-
lante, no se consideró nombrado por una verdadera y leal mayoría, orígen fatal de las
mil dificultades que ofreció la formacion de un ministerio sacado de la mayoría, vi-
niendo á parar en formarlo la minoría.


Nomhrada la mesa, lo fué tambien la comision delmcnsaje recayendo la eleccion
en los seílOres Cortina, 1\'10reno Lopez, Juan Bautista Alonso, Galvez Caílero, Gon-
zalez Brabo, Alvarez y Quinto. El primero fué nombrado presidente, y el último se-
cretario de la comisiono


El proyecto de contestacion debia resentirse del estado de los ánimos en el Con-
greso, y mjs del de los indivíduos de la comision tomados exclusivamente en la coa-
licion, y en efecto redactó una verdadera requisitoria contra el ministerio. La co-
mision califlcaba de ilegal el arrendamiento de los azogues del Almaden, puesto el pú-
blica subasta, cuyo precio subió de sesenta duros el quintal, precio de la subasta
de I838, á ochenta y uno y medio. Esa injusta calificacion provocó una interpelacion
del ministro que habia sido de Hacienda, D. Ramon Calatrava, que habia tenido la
buen;-¡ suerte de consei-juir ese aumento. Dirigiéndose en la sesion del I7 de Mayo
en el Senado á su sucesor D. l\1ateo AylloJ1, para saber si el ministerio aceptaba la
censura que la comision de mcnsaje del Congreso hacia del arrendamiento de los
azogues, el nuevo ministro de Hacienda contestr'J que decl::1raba á la faz de la nacion
que mientras él y SL:S colegas ocuparan el minIsterio. el contr:1to de los azogues seria
11el y religiosamente ejecutado. Esta era la mayor y m ís cumplida contestacion que
podia dar el ministro inculpado de ilegalidad; mas no contento con esto, dió el seí10r
D. Ramon Calatrava al Senado los pormenores más extensos sobre la marcha que


. habia seguido en ese negocio, donde hahia llevado hasta la nimiedad las prevenciones
quedehian ponerle á cubierto de toda inculpacion, pro.::uranlo por los medios más
eficaces de publicidad mejorar los intereses del Estado, lo que habia conseguido con
la mavor fortuna.


Los acontecimientos de Barcelona eran objeto de agria censura, y si bien se repro-
baba enérgicamente la rebelion, tal11bien se pedia que las autoridades de aquella ciu-
dad se sujetaran á una completa residencia de su conducta.


En el púrrafo relatiyo á nuestras relaciones extranjeras se limitaba la comision á
decir: «El Congreso se felicita al saber que se han conservado sin alteracion nuestras
))relaciones amistosas con otros países y comprende que la prudencia, la dignidad y
»la bu:na fé de la nacion espaélOla, son los mejores títulos que el gobierno puede
))emplear para conciliarse el respeto y consideracion de los extraños, para robustecer
))las alianzas formadas y extender nuestras relaciones sin mengua de la independiente
))nacionalidad que importa conservar ilesas de todo punto.))




502


Este lenguaje muy en su lugar en tiempos ordinarios, desdecia de la gravedad del
caso, pues las palabras del ministro Guizot no eran de aquellas que se concilian con
la prudencia y la buena fé solas. Algo l11éís se necesitaba p,1ra repelerlas, y en e:--a
parte creemos que el Senado habia cumplido más patriótica y nacionalmente con el
deber que le imponia la defensa dd nomhre esp;lí10l; y fué desgraciada circunstancia
que los dos cuerpos colegisladores 110 USJran un mismo lenguaje para repeler enér-
gicamente las p~llabras altaner,¡s lk un mini:itro extranjero.


La discusion del mensaj~ no lk:;ó á su t~rll1ino, interrumpida por los sucesos que
sobrevinieron , y si bien en el p:llTafo de relaciúnes e\.tral1)er;lS algunos diputados
propusieron una redaccion nús enérgica recordanlio el mens;lje del Sen;ldo , la cOl11i-
sion sostUYO su dictámen como sullciente.


Entramos ahora en el período de la crÍsis espLlntosa cuyo rem,1te fu0 el hundimien-
to del partido progresista , derrotél de la que no ha podido reponerse h<1sta ahora.


En cuanto el Congreso hubo nomhr,l,Jo su rresidcllte, el regente" ilel !' leed intér-
prete de la Constitucion y de la le)' de l11;l)'orías, lL1l1l(') al Sr. D. :\L1nuel Cortina para
encargarle la formacion de un nLle\O (J;lhinctc. E,ta dc:terl11in;lcion del re:-;ente rué
anunciada al Sen,~do en la sesion del I. ll de .\L1yo por el gener;d Cap,lz ministro de
Marina, ;ü1adieIldo que el Sr. D .. \lanuel Cortina dehi;} dar una l'ontestLlcion en
aquella tarde. Aquí no~ es pre..:iso entrLlr en minucioso:i pormenores n:L1ti\"os á LIs
negociaciones que mediaron pare! re_'ord~lr que Ll l'o,dicion no quiso cumplir bs
prictic.1S par:a~l1(:ntarias tan CIlCJr~ciJcl), ellccrrcllhio cn Llll calleioll sin saliJa al re-
g~nte con mcn;,,;u<1 del ;..;ohierno constitucional, pues con lL1111;lr illstallt:1nc;ll11ellte ,ti
presidente electo por la mayoría del Congreso p,lra el1c,lrgarlc la (orm,lcion del mi-
nisterio, pagaha t'l re.sentc un trihuto de respeto constitucional ,í esa m,lyoría; mas
esta no tenia en la Opi111011 del Sr. Cortina el carácter de t;d, S:110 el de una mayoría
accidental; por tanto, no quiso aceptar el encargo que le daba el regentc, aplazando
á lo menos su aceptacion hasta que por un "oto decisi\o se manifestara una verd;l-
dera mayoría.


U saba sin disputa el Sr. Cortina dt' su derecho , rehusando el encargo de formar
un ministerio. Los moti"os que aleg<lba tenian sin duda á sus ojos toda la gra\"Cdad
que les atribui]; mas por su parte, ¿q ué podia hacer el regente, acosado por las ins-
tancias de sus ministros para retirarse, cuando y'a habian pasado dos meses desde que
habian hecho dimision de sus destinos siguiendo en ello., por pura adhesion 6. la per-
sona del regente? ¿Si la eleccion de la presidencia !lO era una manifestacion solemne
de la mayoría, no podia suceder que otro yoto presentara el mismo car6.ctcr de duda
sobre la mayoría? Era nunca acabar.


El regente consultó á sus ministros sohre los escrúpulos del Sr. Cortina. Estos
contestaron, que si el presidente del Congreso queria fijar un térm ino de cinco,
diez ó quince dias para asegurarse nueyamente de la mayoría, no teni,111 el menor
inconveniente en seguir en sus puestos , mas no así, si el pl<17o hahia de ser indefini-
do. Llamado de nuevo el Sr. Cortina para hacerle presente esta circunstancia, se




- 503-
negó á fijar un plazo y quedó rota la negociacion. Fué llamado D. S3lustiano de Oló-
zaga, jefe de una de las fracciones de la mayoría coaligada, con el fin de encargarle
la formacion del Gabinete. Olózaga opuso ú w aceptacion reparos relativos á la elec-
cion del presidente del Congreso, y mcís adelante dió por escrito una contestacion
que consistia en decir que antes de contestar á la proposicion que se le hacia, se
creía en la obligacion de aconsejar que se tantease la mayoría; que si bien se decia
falseada, podia ser sincera, segura y compacta, y que en su opínion lo seria si en la
formLlcion del ministerio, se contaha con un indidduo á lo menos que fielmente la
representase, y que por último, dejando á, un lado las cuestior,es de personas, haria
todos sus esfuerzos para contribuir á que se formase un Gahinete.


Con esta contestacion del Sr. OlcJzaga \'ohió el regente á llamarle en union del se-
Í10r Cortina para tratar de que formasen juntos ó separados un ministerio: mas el
sL'Í1Or Cortina per"isti() en no aceptar mientr~ls no se conociera mejor la mayoría del
Con~reso ¡\premi;¡do por las circlll1stal1ci;¡s del regel1te~ el Sr. Olózaga ofreCIÓ hacer
CLl;,l1to le fu-.:ra posihle para llel1;lr el enc;lrgo que S2 le Jalla, mas insistiendo de
nue"o para que siguiera el (jahinete, hasta que en efecto se conociera mejor la mayo-
ría, A~eptados estos ofrecimientos, tu"o el SI'. OLízaga la mision de formar el Gabi-
nete. Sus primeros pas()s dieron la esperanza que lo conseguiria, mas desahuciada
esta, resignó sus poderes.


La llosicion del regente era m ís que apuralla, y EspaÍ1a arrecia el mús triste
cuadro que puede prcsenLlr un p<lí~ que pretende vivir y proi-jresar ú la sombra de
Ull gobierno mon;'lrquico constituciollal. Por una parte se exigia del regente un res-
peto nimio ú lo que se llall1;¡ha en aquel ticmpo las practicas parLí111entarias, y Clwn-
Jo el regente, escrupulo~o observador de esas dichosas prJcticas parlamentarias,
aceptaba la dimisio!1 de un minist<:rio que no tenia mayoría en el Congeso y llamaba
ú reemplazado ú los jefe:> de esa m;lyoría, estos se negahan j tomar las riendas del go-
bierno. Une! mayoría acab,¡ba de elegir un lJr(.:siJent~; este :1 la par que reconocia el
hecho de su eleccion aceptando la presidencia, no reconocia verdad en esa mayoría
para contar con ella C01110 ministro. En tal conílicto, un solo partido quedaba al re-
gente, y es precisamente el que no se le aconsejó. Somos enemigos decidido:¡ de di-
soluciones de Córtes, mas en este caso la disolucion de aquellas Córtes era la única
medida que debió tomarse, dirigiendo LÍ. la nacion un manitlesto en que franca y
lealmente se la hubiera dado cuenta de las negociaciones habidas para formar un
ministerio sacado de la mayoría, y pidiendo :¡ los electores una mayoría compacta,
de la cual habia de salir cualquiera fuera del ministerio. Esta resolucion que hubiese
puesto en evidencia la anarquía que reinaba en la coalicion, hubiese puesto en igual
evidencia el respeto constitucional del regente á las pr.icticas parlamentarias, á quien
todos faltaban menos ~l. En vcz de esto ¿qu~ se hizo? Se fu~ á buscar contra todas
las practicas parhwlcnlarias Ull ministerio en la minoría tras del cual vino una im-
prudente, tardía aunque inevitable disolucion, que si bien no fué causa directa ni
indirecta del pron unciamien to, sirvió de pretexto y de bandera. N o dar pretexto ni




- 504-
bandera á un partido violento debe ser siempre el primer pensamiento de un gobier.
no en una lucha en que la buena fé no es la regla de los partidos.


Renunciada por los dos jefes más eminentes de la mayoría la direccion de los ne-
gocios públicos, prevaleció en los consejos del regente la malhadada inspiracion de
llamar al jefe de la minoría, el Sr. D. Joaquin María Lopez, cuya candidatura á la
presidencia habia fracasado por una grandísima mayoría de votos, como ya hemos in-
dicldo. El Sr. Lopez habia ya sido ministro y puesto de manifiesto esta verdad
ya muy vulgar, que un diputado pude ser brillantísimo y elocuente orador en la
oposicion y pésimo ministro, verdad personalmente reconocida con aplicacioí1 á su
persona por el mismo Sr. Lopez, en una solemne dcclaracion hecha en el Congreso
un año antes de que jamás seria ministro, palabras que se llevó el viento como otras
muchas del mismo orador.


A pesar de tan solemne declaracion, á pesar de ser el jefe de la minoría, ese infle-
xible puritano, ese defensor de las prácticas parlamentarias, aceptó el encargo de
formar un ministerio, y lo que no pudieron los dos jefes de la mayoría, lo pudo el de
la minoría. Formó un Gabinete, y lo formó á la verdad violando todas las prácti cas
parlamentarias, y faltando á la única cortapisa q LlC puso el regente ú la mision que
ponia á su cargo, esto es, que ateniéndose á las prácticas parlamentarias, fuesen los
ministros sacaJos de los dos cuerpos colegisladorc~, y lo primero que hizo el incan-
sable abogado de las prácticas parlamentan'as fué elegir entre cinco compaí1eros tres
que no eran ni senadores ni diputados.


El Sr. D. J oaquin María Lopez ha publicado una Exposicioll ra-:¡onada de sus actos
como ministro y presidente del gobierno provisional. A ese escrito pcdirémos la re-
futacion de las palabras emitidas en la tribuna por su autor.


Hé aquí en qué términos cuenta el Sr. Lopez su primera entrevista con el re-
gente.


»Fuí á ver al regente resuelto firmemente á negarme á toda proposicion; apenas le
"con~cia, esperaba yo encontrar al hombre de la opulencia, del brillo, del boato,
"que ostentando su elevacion hiciese pensar ú los demas en su respectiva nulidad y
"pequeñez; pero me sorprendí al encontrar al soldado en la franqueza, y al hijo del
"pueblo en el ardiente deseo por la felicidad comUl1: nuestra conferencia no fué lar-
"ga, mas en ella su candor destruyó todas mis pre\'.:nciones (1 )ll.


Es difícil rendir un homenaje más completo él la buena fé y á la lealtad del regente;
y tan penetrado estaba de aquellos sentimientos del duque de la Victoria, que en
iguales términ'os se expresó el Sr. Lopez en los cuerpos colesisJadores cuando en
ellos se presentó como jefe del Gabinete. ¿Quién dirá por qué incomprensibles ex-
travíos el hombre que así se expresaba antes y despues de la caida del regente, haya
sido el instrumento más activo de aquella catJstrofe? No serémos nosotros los que
tendré mas la pretension de penetrar ese arcano.


(1) Exposicion ra~011ada, péÍg. 4.




- 505-
Dada cuenta de esa primera entrevista, habla el Sr. Lopez de lo que pasó con sus


amigos para aceptar la mision de formar el Gabinete.
Al publicar el Sr. D. Joaquín María Lopez los pormenores de la lucha que sostuvo


antes de ceder á las instancias de sus amigos, no dice quiénes fuéron esos amigos, y
ese era el punto capital de la confidencia hecha al público; y en cuanto á los argu-
mentos que enumera con tanta complacencia para legitimar su resolucion, son de
una pobreza tal, que hay que sacar por conclusion que la antipatía al ministerio pro.-
clamada con tanto énfasis, encubría en realidad una sed inmoderada del poder. Y si
no existia esa ambician encubierta con el velo de fingida modestia, ¿cómo es que el
Sr. Lopez, en "ez de hacinar razonamientos inútiles, no daba desde luego (¡ sus im-
portunos amigos la única contestacion que cuadraba á su intolerante puritanismo de
antaño respecto á las practicas parlamentarias!


"He sido el canJidato de la minoría en la cuestion de la presidencia, y postergado
»ó rechazado por la mayoría, no puedo ser el jefe de un Gabinete sin faltar ú las
"practicas parlamentarias, por cuyo respeto he abogado tanto.)) Mas esto era ló-
gico y el Sr. D. Joaquin María Lopez en vez de serlo, prefirió oir las bajas adula-
ciones de los que senilmente le decian que los hados de la nacion dependian de su
aceptacion del ministerio. Y por cierto que esas adulaciones eran de tal bulto, que
sólo una ciega vanidad podia admitirlas; pues si bien en tiempos de revueltas las
oposiciones siguen los vaivenes de los sucesos, si una habia en Espaí1a que fuese
constante, unánime, era la de reconocer en el Sr. L.opez un sumo talento de tribuna,
una facundia felicísima, una elocuencia arrebata dora, mas á la par una incapaci-
dad radical para gobernar.


Siguiendo el Sr. Lopez en la narracion de los hechos, sobre los cuales no dice la
verdad por entero, falta que suplirémos, dice en su Exposicio1Z ra'i0l1::tda:


« Volví (¡ \'er al regente y lo encon tré en una de aquellas expansiones de patriotismo
))que el arte no alcanza á fingir y que la naturaleza ha hecho cont'agiosas. Móstrabase
llposeido del más ardiente deseo de hacer la felicidad de los espaí101es, y buscaba un
))cora'i0n sincero y animado de los mismos sentimientos que le ;lyudaran en la em-
))presa. Yo creia tener ese cora'i0n. ¿Podia yo por ventura rechazárselo?))


¡Y ese corazonlatia toda\'Ía en 16 de Agosto, cuando pUllo el que ofrecia su corazon
á otro sincero, firmar el decreto que asimila'Ja el regente y sus fieles compañeros á
bandidos, á malhechores, decreto, que ha venido con el tiempo a caer con todo su
peso sobre la cabeza de sus autores! ...


Tomado el compromiso de formar un ministerio, el Sr. Lopez dijo al regente que
la eleccion de los ministros debiendo recaer en pcr~onas que fuesen de agrado al jefe
del Estado, y principalmente el de la Guerra, deseaba saber la opinion del regente
respecto al general Serrano. Contestó el duque de la Victoria que no tenia opinron
alguna que emitir en cuanto á nombres, desde el momento que deponia su confianza
para la form;lcion del Gabinete en la persona que tenia encargo de formarlo, y la
única condicion que ponía al dar esa mision, era que conforme á las practicas par-




- 506-
lamentarías saliesen los ministros de los dos cuerpos colegisladores, y se le presen-
tase el programa del Gabinete ya constituido.


Concluida esta segunda conferencia, el Sr. Lopez se ocupó del desempeí10 de su
mision, y de su ExposícíOll ra::¡onada tomamos los pormenores de sus gestiones.


«Habiendo tomado el compromiso de form3r el ministerio, si me era posible, para
"ello me dirigí á los compañeros que queria asociar á mi administrac:ion. Conociendo
»los eminentes talentos y la probidad indisputable de los Sres. Olózaga y Cortina,
"volví á invitarles para que tomasen el ministerio que m~ís les cuadrara, ceJiéndolcs
"tambien contentísimo la presidencia. Largo fué el comhate de la amistad en casa del
Sr. Cortina; y mis súplicas hubieran podido pasar por humillaciones, si el interés del
país no las ennobleciera. El Sr. Olózaga se mostraba dispuesto ú entrar en el Gabi-
nete siempre que tomase p3rte el Sr. Cortina (r); pero éste, perse\"erante en su pro-
pósito, se negó á todas nuestras instancias.


Así desal1LlciaJo por los dos jefes m.is eminentes del Congreso, D. Joaquin María
Lopez, dando tregua ú su acalorado puritanismo so~)re prácticas parlamelltarias, for-
mó su ministerio dando torniquete ú cuanto habia dicho y prediccldo durante mu-
chos años sobre las tales prácticas parlamentarias, y prescindiendo de la única cor-
tapisa puesta por el regente ú !a total libertad dada para organizar un (lelhinete, eli-
gió tres de sus colegas fuera del Parlamento; al Sr. D. ¡\bnuel María de Agudar para
Estado, al Sr. Caballero para Gobernacion, y al Sr. Ayllon pe1l"a llaciendel; no eran
ni senadores ni diputados. Se completó el ministerio con el Sr. D. Joagulll de Frias
para Marina y el general Serrano para Guerra, quedando el Sr. D. Joaquinl\laría
Lopez con la presidencia del Consejo y la cart,:ra de Gracia y Justicia.


Al presentarse el jefe del Gabinete al regente para someter ú su aprobacion los
decretos de nombramiento, hizo una nueva tentltiva. Se~un dice en su E.rposiciol1 1
))quise dar el último paso, rogué al rc,..;ente que llamase de nue\"o en los Sres. Cortina
"y Olózaga, ofreciéndoles en su nombre y en clmio la presidencia del Gé1binete ... El
"regente los llamó en efecto, pero no consiguió otra cosa que oirles repetir su negél-
"ti\'a ... No censuro dice el Sr. Lopez, ni califlco su resistencia, y mucho menos cuan-
"do tan pesaroso estoy de no haherlos imitado. Renero sólo lo ocurrido y envidio el
ulos que tuvieron mcls talento, mús prevision ó más nrmeza que yo.»


Nosotros sí, censuramos y con toda la fuerza de nuestra razon la resistencia so-
bre todo del Sr. D :\lanuel Cortina, único que tenia obligacion sagrada de aceptar
por ser el único qL1C tenia la sancion de la mayoría por m6s que haya querido buscar
subterfugios para negarlo, y censuramos con otra tanta energfa, la aceptacion del se-
ñor Lopez porque representaba la minoría.


Se ve, pues, que por su parte el regente apuró los medios de dar al país Ye11as Cór-
tes plena y cabal satisfaccion, llamando en primer lugar ú los jefes más notables de la


(1) D. SJlustiano de Olózaga no daba su asentimiento sino por estar bien seguro de que D. Ma-
nuel Cortina no admitiría.




-


5°7-
mayoría para entregarles las riendas de la administracion. Si sus patrióticas miras
constitucionales fuéron defraudadas, la culpa será como la responsabilidad de los que
se negaron el cooperar el L1 marchJ natural de un gobierno constitucional.


No bien hubo puesto el Sr. Lr)pcz en manos del regente la lista de sus colegas ele-
gidos, cuando notando este que la única exi~encia constitucional q LIe habia manifes-
tJdo al ~r. Lopez ,d darle el encargo de formar el Cabinete, hahia sido completa-
mente des;:¡tendida, manifestó su extralleza al \'(:r qne de seis ministros, tres no


• tenia n ese requisito, 111,1S no [¡[taron solislll<ls al Sr. Lopez p,¡r,1 salirde un paso apu-
rado. No llUJiendo admitir el regente las 'malísimas razones aducidas por el promo-
tor ac~rri1110 de las prdc/ica.\ parlal7/en/arias, con el fin de cohonestar una des\iacion
tan capital de estas, le opuso la opinion que pocos dias antes con sumo tino le habia
explayado el Sr. D. :\1anL1e: Cortina ::-ohre esa perentoria necesidad de sacar los mi-
nistros de los cuerpo,; colegisladores fundada en este axioma cierto, que los ministros
debian sn los representantes del país en el Consejo de la Corona, y los representantes
de la Corona en hs Córtes.\ esto alq;ó el Sr. Lopez que la eleccion que tenia hecha
de ministros merecí,) la completa al'rohacion del Sr. Cortina y se ofreció el dar de
ella L1 prueha escrita. Asi como el regente no habia admitido los sofismas del seí10r
Cortina, tampoco admitir') b de esa a¡wohacion que nada tenia y'ue "el' sustan-
cialmente con el ohJeto principal, y acahó por decir al Sr. Lopez y'ue puesto que
llingLll1 ~¡rtíclllo de la Constitucion se oponia :t que los ministros fuesen elegidos fuera
de los cuerpos colcgisL1dores, y no siendo responsable de ia eleccion hecha 1 acepta-
ha el (~ahinete tal C0l110 se le presentaba. dejando :t los que así se des"iaban, de lo que
t~ll1to hahian censurado respecto :t prácticas parlamentarias, el cuidado de poner sus
opiniones y los hechos en consonancia, habiendo con senado por su parte perfecta
armonía entre sus opiniones y sus actos.


El ~ de .\layo quedó instalado el ministerio Lopez




CAPÍTULO XXIV.


El. MINISTERIO LOPEZ.-PROGRAMA DE SU ADMINISTRACION.-SU CAlDA.-MIN1STERIO


GOMEZ BECERRA.


Un ministerio en que figuraban los Sres. Lopez y Caballero, presagiaba una admi·-
nistracion que se dariá á conocer al país poi- su ardor en el progreso, por el carácter
democrático de sus resoluciones; y lo que podia temerse era qlle estos dos fogosos
tribunos, estos adversarios implacables del panido contra-revolucionario, estos dos
apóstoles de las ideas más avanzad~ls, corriesen desbocados hácia la realizacion de sus
opiniones, y se entregasen contra sus adyersarios políticos, y sobre todo contra los
conspiradores de Octubre, :i una intolerancia lamentable. Todo se podia recelar de la
tremenda indignacion que contra estos últimos hab:an manifestado un aí10 antes en
la discusion á que dieron lugar en las Córtes Jos acontecimientos de Octubre de 1841.


¿Cuál no seria la sorpresa gener~ll al ver que en cuestion de Hacienda se separaba el
ministerio del dictúmen de la comision del mensaje del Congreso, como y;:¡ hemos
indicado, respecto al arrendamiento de los azogues, objeto de tan amarga censura y
que adoptaba por suyo el proyecto de ley de Ayuntamientos anatematizado por toda
la prensa coaligada? Mas la sorpresa r~lyó en estupefaccion, cuando se vi(') á estos dos
ministros presentarse cuales campeones denodados de los conspiradores de Octubre.
N o bien habian pasado quince meses, desde que echando en cara con inaudita vio-
lencia al ministerio su imprevision por haber permitido al general O, Donnell residir
en Pamplona, cuando ningun motivo fundado tenia el gobierno para no acceder el
los deseos del general, cuando venian pidiendo que se abrieran de par en par las
puertas de España {i todos los que habian calificado de enemigos irreconciliables de
la Constitucion y de la libertad; aún lloraba Pamplona los estragos de las bombas
que arrojara O' Donnell desde la ciudadela, donde se encastilló 1:1 rebeEon, cuando
rino el Sr. Lopez, ministro, con la bandera que puso en sus manos la contra-revolu-




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CIon, á confundir al Sr. Lopez, diputado, que con más violencia que nadie habia aja-
do esa bandera plantada en la ciudadela de Pamplona.


¿Fué la conducta contradictoria, inexplicable del Sr. Lorez, un acto premeditado de
su parte ó un acaso fortuito? Es lo que no intentarémos penetrar. Si hemos de juzgar
por los hechos antes y despues de la insurreccion de 1843, lo más favorable que po-
demos aceptar, no queriendo entrar en el sagrado de las intenciones, es que el selÍ.or
Lopez y sus compaií.eros fuéron los instrumentos ciegos de una horrible trama para
echar abajo al regente. El Sr. Lopez en su l:.'xposicion raronada, dice: «En medio de
"la pugna de los progresistas, se introdujo un partido astuto y traidor que se puso
nde un lado de los combatientes, para proclamarse duelÍ.o del campo de batalla y le-
"vantar cadalsos sobre los laureles de la victoria fúnebre (1).))


1\1uycierto es esto, mas preguntamos al Sr. Lopez: ¿cómo es que calificando en 1842
él ese partido en los mismos términos que lo pinta en 1841, pudo en 1843 llamar á
sí este partido, hacer alianza con él, marchar á su cabeza, hasta que duelÍ.o del cam-
po Ge batalla, fué repelido con desdeñosa altivez por este partido que en seguida le-
vantó cadalsos 'iohre los laureles de la victoria fúnebre? De seguro que no fuéron
los progresistas los que combatieron ese partido en 1843, como en 1841 los que lo
llamaron á la fúnebre victoria. ¿Mas á qué querer explicar el dos?


El ministerio presentó al regente un programa de su futura administracion. Dos
eran las bases, luego venian los medios de conseguir su realiiacion.


N os limitarémos á glosar la primera de esas bases, y los medios de llevarla á prác-
tica. La segunda hase no pasaba de una de esas yulgaridades insertas en documentos
de esa especie, como la de desarrollar el gérmen del bienestar que el pacto constitu-
cional aduciera, lo que equivale á no decir nada.


Primera hase, observar religiosamente los principios y prácticas constitucionales.
Dicho y firmado esto por los ministros del 9 de Mayo, la base primera era de suyo


una violacion del principio sentado. Si hubo una prúctica parlamentaria reclamada
en una época en que se cacareaba sin cesar el respeto él esas prácticas, fué b de que
los ministros saliesen d2la mayoría de los cuerpos colegisladores. Nadie la invocó con
mayor ahinco y afectacion que el Sr. Lopez: aceptaba el ministerio siendo jefe de la
minoría, y formaba su Gabinete con tres compañeros que no pertenecian á los cuer-
pos colegisladores. La existencia, pues, del ministerio, era la negacion de la base
primera del programa.


Pasemos á los m2dios de ejecucion. Entre los ocho puntos que abarcaba el progra-
ma, cinco eran como la base segunda, generalidades mil veces formuladas y otras
tantas olvidadas por sus autores. Tres tenian un sentido más positivo, y por lo mismo
merecen eximen, puesto que los ministros que las presentaron han obrado en se-
guida de un modo diametralmente opuesto ú los principios que proclamaban en su
programa.


11) Págs. 1) y 9·




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La primera de las tres, era la siguiente: (Proponer á las Córtes la amnistía más
})lata respecto á los delitos políticos posteriores á la terminacion de la guerra civil
})sin distincion de partidos.})


Para un extranjero esta cl<1usula ofrecia un sentimicnto de generosidad que deslum-
brara. Para los españoles no podia tener más que un ohjeto; amnistiar exclusiva-
mente á los comprendidos en la rehelion militar de Octubre de 1 ~ .. p. La gucrr:l civil
habia terminado en r840, y desde esa época el la de r843, los únicos delincuentes polí-
ticos á quienes debia alcanzar la amnistía, sin distinciol1 de partidos, eran los suhlc\-a-
dos de Octubre de r 841. Enhorabuena que se les amnistiase, estarémos siempre por la
tolerancia y el olvido; mas hiciérase con el decoro que conviene á un gohierno, y de
ninguna manera en una forma capciosa y embozada, aparentando una latitud que no
existía en ese acto de simulada generosidad.


El segundo medio era condenar los estados de sitio y toda medida excepcional con
las consecuencias que producen.


Diga Barcelona, Zaragoza, Vigo, y otros pueblos de España, cómo observó el go-
bierno provisional esta condenacion de los estados dc sitio proclamada por el Gabi-
nete de 9 de Mayo, siendo compuesto dc los mismos hombres, y digan el sin núme-
ro de desterrados y proscritos de 1843 por el gobierno provisional, si le repugnaron
18s medidas excepcionales con las consecuencias que producen.


y el tercer medio era promovcr y fomentar la .\lilicia Nacional, lo que no fué
obstáculo á que el gohierno provisional disoh-iesc la ;\lilicia ::'-iacional dc los pucblos ,
que no habian apoyado la insurreccion de r843, aun cuando Il1cdiC1ron capitulacioncs
que se violaron al dia SIguiente de haberse íirmado, como sucedi6 con la dc "\Ia-
drid.


La historia, al examinar los principios y los actos dc los que formaron el Gabine-
te del ~) de :\-layo y el gobierno proyisional en seguida, e:-;tel. autorizada á decir que los
principios sentados cn el programa no eran mJS que una yana hojarasca, d;.spuestos los
que hacian alarde de esos principios á conculcarlo en CLwnto les fuesc ú mano, pue:-;to
que prefirieron ser inficles á sus doctrinas, antes que abandonar sus puestos y ha-
cerse instrumentos de doctrinas contrarias.


El dia 11 de .\layo se presentaron los ministros :1 los cuerpos colcgisladores. El
Sr. Lopez, al explayar su pl'ograma, tan inLlUsto en sus resultados, sc csmeró cn ha-
cer del regente los mel.s cncarecidos elogios. En esto una vcz mJS faltaba D. Joaquin
María Lopez :l sus tan decantadas practicas parlamentarias. El rcgente, siendo ir-
responsable, no podia su nombre tracrse al.¡nlenqLle parlamcntario, pues si un mi-
nistro tuviese el derecho de ensalzar el ¡efc del Estado, un diputado tcndria el dere-
cho de censura, y entonces ¿qué es la irresponsabilidad? .\las ya quc así fué, recorda-
rémos las palahras del Sr. Lopez, pues son la sentcncia de su conducta posterior,
porque si sincero fué aquel discurso, ¿cómo es que al dia siguientc emprzaron las ma·
nifestaciones de descon!ianza h:icia el nngistrado suprcmo dc la nacion? Y si tcnia
ya el gérmcn de esa desconfianza, ¿el. qué esc homcnajc pagado ú la bucna fé y sincc-




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ridad del regente? Reproducimos las palabras textuales del Sr. Lopez en el Congreso
en la sesion del 1 ( de Mayo, así respecto 6, su persona como á la del regente.


"Seí10res, llamado por el jefe del Estado para encargarme de la formacion del Ga-
»hinete, fi.jé menos mi vista en los inconvenientes y dificultades que debia encontrar
»en los hombres y en las cosas que en las que tenia dentro de mí mismo. Falto de
»todas las cualidades que se necesitan para el mando (cuya falta soy el primero en re-
"conocer y confesar sin ningun género de afectacion) (sic), con una repugnancia de-
»cidida á ejercerlo, y ansiando sólo que mis dias gastados ya aunque no avanzados,
,¡corriesen en una nda oscura y tranquiía', tenia adem~ís como un obstáculo el haber
))empeí1ado al} uÍ repetidamente y del mOlla más solemne la palabra de que jamás se-
»ria ministro, Yo no podia resolverme á saltar por encima de esa palabra, ni tampoco
»(,3peraba de los dem~ís la indulgencia y la absolucion que no encontraba en mi co-
,¡razon para eludir este empeí10: lo diré francamente, no t::mia ningun obstáculo, sólo
»temi<! encontrarme en mi gabinete frente á frente conmigo mismo, temia á mi con-
»ciencia, temia á una p;liahra soltada, fuera con discrecion ó sin ella, y que no creia
"poderme dispensar de cumplir.


"Pero la situacion era muy crítica; se habian yél tentado otros medios sin resul-
"tado, y al tOC<lr al último, a,l más insignificante de los diputados, pensaba yo que
"cualquiera que fuese el poryenir que provocaré~ mi negativa, hahia de caer sobre mi
»cabeza, y hundirla bajo el enorme peso de su responsabilidad.


"A este juicio, por de..;gracia demasiado cierto, se unieron las empeñadas instan-
licias de todos mis ;lmigos: nada importaba ya un hombre ni un nombre, estaba por
))medio el país, y al país por último me resold á hacer el sacrifi.cio de mi amor propio,
"el sacrificio duro y costoso de mi palabra, el sacrificio de mi quietud, el sacrificio
"de las afecciones más tiernas del corazon. Apréciense lo que se quiera, yo solo sé lo
))que me ha costado.


))Me habia tomado tiempo para contestar al regente del reino, y volví ú decirle
"que me encargaba de la formacion del Gabinete; de su boca no oí sino la preven-
!lcion de que procurase consultar en todo lo posible las rCfilas parlamentarias (r) y
naquí debo pagarle un tributo de justicia, que yo me complazco siempre en tributar
»al mérito y ú la verdad, En las nrias conferencias que con este motivo hemos teni·
»do, le he "isto siempre ardiendo en deseos por la felicidad del país, dispuesto ú pro-
»curarla á costa de los mayores afanes, animado de las ideas más patrióticas y eleva-
"das, y todo eso con el acento del candor que no engaí1a nunca, con esos s~ntomas
»inequívocos que revelan al hombre, que retratan sus pensamientos y que sólo pue-
"den usar el patriotismo yel entusiasmo en sus generosas expansiones.»


Estas fuéron las pabhras; si luego hubo perfecta consonancia entre lo que dijo el
Sr. Lopez y sus actos posteriores es lo que vamos á ver. Entre ese homenaje solem-
ne pagado á las virtudes del regente y los actos del Gabinete que presidió el que este


(1) Ya hemos dicho ccí 111 o las observó el Sr. Lopez en la formacion de su ministerio,




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tributo público pagaba á las intenciones del jefe del Estado, hay un abismo que va-
mos á sondear.


Desde las primeras reuniones del Gabinete, hubo el regente de notar una descon-
fianza ofensiva hácia su persona de parte de los ministros; las exigencias que se iban
presentando le causaron una dolorosa sorpresa; en el ramo de Guerra, eran particu-
larmente inexplicables. Desde luego pidió el general Serrano la exoneracion del ge-
neral Zurbano, comandante general de la provincia de Gerona, y la del general Li-
naje, inspector general de infantería y de milicias, y tambien pidió cambiase l~ guar-
nicion de Madrid.


Atónito el regente de que se exigiese la remocion de dos generales los más com-
prometidos en el sostenimiento de la revolucion de Setiembre, preguntó qué razones
habia para tan dura resolucion respecto á esos dos funcionarios públicos, porque si
bien reconocia que los ministros responsables debian tener la facultad de separar y
nombrar los funcionarios encargados de cumplir las órdenes del gobierno, esta om-
nipotencia tenia un límite solo, y es que la justicia y la conveniencia pública dicta-
ran esas determinaciones so pena de degenerar en despotismo y arbitrariedad, el la
que no podia ni debia suscribir el jefe del Estado, por tanto que estaba pronto á fir-
mar las dos separaciones que se exigian, en cuanto se le dieran razones fundadas ó so-
bre la incapacidad de aquellos dos generales, ó sobre su moralidad, ó sobre la in-
compatibilidad de sus opiniones políticas con las del ministerio, en cLi.yo caso no sólo
estaba pronto á separarlos de sus respectivos destinos, mas hasta formarlos causa si
en algo habian faltado á sus deberes.


En cuanto al cambio de la guarnicion sen tia tener que decir al ministro de la
Guerra, poco enterado de las cosas de su secretaría, que la guarnicion de Madrid
acababa de ser relevada, salvo el regimiento de infantería de Luchana que estaba es-
perando la llegada de otro regimiento que venia de Mallorca, y el regimiento de caba-
llería de Lusitania, relevado por el del Rey que venia de Andalucía, donde se habia
detenido para dar verde á los caballos.


Vino en seguida In cuestion de amnistía. El objeto de esta era tan de bulto, que no
tuvo el regente para qué hacerse ilusion alguna, pues combinada con las separacio-
nes de las dos personas indicadas, y el a~an por alejar dos cuerpos del ejército de
cuya adhesion tenia más confianza tal vez que de otros, era claro que se queria hala-
gar á sus enemigos personales, al mismo tiempo que alejar á sus amigos. Con todo y
para sondear más el terreno, el rebente léjos de oponerse á la propuesta amnistía,
quiso completarla haciéndola general á tod'os los espaí10les sin distincion alguna de
épocas, de personas y de partidos. N o querian tanto los generosos amnistiadores, y
contestaron que si se extendia la amnistía á los carlistas, los que habian peleado en
las filas constitucionales, esto es; los comprometidos en Octubre, se considerarian
agraviados al verse confundidos con los partidarios de D. Cárlos; que se harian dos
categorías de amnistiados; la primera de que se trataba relativa á los delitos polí-
ticos posteriores á la pacificacion del país, y más tarde vendria la amnistía de los car-




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listas. A estas sutilezas de abogados contestó el regente que si algunos podian en tal
caso darse por agraviados serian los carlistas, pues estos al fin habian luchado con va-
lor y constancia por su bandera, sin haber prestado juramento alguno á la causa cons-
titucional, sin haber luego conspirado como lo habian hecho los de Octubre, y tra-
tándose de reconciliacion no debia haber límite.


Mas como el pensamiento de un acto generoso cualquiera que fuera la intencion
que lo inspiraba, debia de tener eco en el corazon magnánimo del regente, no pu-
diendo dar á la amnistía que le era propuesta todo el ensanche que deseaba, firmó lo
que le presentaban los ministros y el proyecto de ley fué llevado á las Córtes. Allí fué
recibido con estrepitosos aplausos de los inocentes que de buena fé no veian en un
acto generoso mis que un medio df' reconciliacion, dejando á los hombres más
pensadores y más precavidos los tristes presentimientos del porvenir, conociendo
desde luego el plan que encubria esa amnistía, y que debia abrir la tumba de la
libertad, de la Constitucion y del partido progresista.


Los ministros encaminados por una senda de reaccion, pidieron y obtuvieron va-
rias separaciones de jefes políticos, intendentes y otros funcionarios públicos de más
ó menos categoría. Mas este guerrillear reaccionario no bastaba á satisfacer exigen.
cias que iban creciendo en sikncio á proporcion que los ministros impelidos por
una mano invisible se empeñaban más y más en la vía fatal por donde corrian
ciegos ó mal intencionados. El plan era lkgar poco á poco al cuerpo de la plaza
con escar:::muzas insig-nificantes, esto es, á la separacion dél general Linaje, objeto
de un ódio implacable para el partido contrarevolucionario que ya tenia envuelto al
triste ministerio Lopez.


Volvamos la vista algo atrás para recordar el orígen de ese ódio del partido contra-
revolucionario al general Linaje, y explicar la osadía de su táctica con atacarde fren_
te yen primer lubar no al inspector general, mas al secretario de campaña del ge-
neral en jefe.


N uestros lectores tendrán presente la polvareda que levantó el famoso comunica-
do del brigadier Linaje, secretario del duque de la Victoria, en que á nombre de este
reprobaba la disolucion de las Córtes de 1839, y la correspondencia que se entabló
entonces entre la gobernadora, los ministros y el general en jefe, exigiéndole que se-
parase á su secretario, á lo que se negó. Tambien recordarán que propuesto para la
faja de mariscal de campo el brigadier Linaje con otros tres brigadieres, prefirieron
algunos ministros dejar el puesto antes que dar ese bien merecido premio á 105 ser-
vicios militares de Linaje, quien lo obtuvo de los demás ministros.


Esta ojeriza implacahle del partido retrógrado al general Linaje provenia de la
conviccion en que estaba ese partido que Linaje influia de un modo absoluto en el
ánimo del Duque, y fomentaba su decidida oposicion á lus proyectos contrarevolu-
cionarios que se fraguaban de contínuo en aquella época. Habia en esta opinion al-
guna verdad y mucha exageracion unida á errores.


Cuando el general Espartero hubo tomado en el ejército una posicion bastante ele-
33




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vada para tener un secretario de campaña, liberal y patriota, muy naturalmente lIa··
mó al desempeño de este cargo á un oficial decidido, liberal y patriota\ y eligió. Li-
naje que habia dado pruebas de un valor, de una energía poco comunes, en diferen-
tes mandos que le fuéron confiados en las Provincias Vascongadas. Hombre de pluma
á la par que de espada, valiente, laborioso, tan entendido en el bufete como arrojado
en el campo de batalla, reunia estas prendas Linaje en alto grado, y no son de aque-
llas que se hallan fácilmente unidas á una probidad y una honradez admirables, pren-
das á que han tenido que rendir homenaje sus más furibundos enemigos, y que
nosotros proclamamos como tributo de nuestro corazon á la memoria de un íntimo
amigo, á las virtudes eminentes del mejor de los hombres, á ese insigne español que
hemos conocido en la fortuna y en la adversidad siempre el mismo, grande, sencillo,
generoso, sensible, olvid:lndose siempre de sí mismo para no pensar más que en la
libertad y en las glorias de nuestra desventurada patria.


La vida de los campamentos, los vínculos de intimidad fraternal que crea la man-
comunidad de los peligros, la evidencia de los ataques que amagaban las institu-
ciones, la conformidad de opiniones formaron entre el general en jefe y su secretario
una union indisoluble. En ese contacto de todos los instantes de la vida, Linaje nada
tenia que hacer para que el general en jefe opusiera todo el prestigio de su nombre
y de sus servicios á las maquinaciones que sin cesar retoñaban contra la Constitu-
cion jurada; mas Linaje menos confiado que el general en jefe, más de una vez lo
puso en guardia contra las intrigas que se urdian, y le dió avisos muy oportunos
para desenmascarar hombres que á fuerza de bajezas y de adulaciones, trataban de
engañarle y de apoderarse de la confianza del general en jefe: éste incapaz de disimu-
lo y de suponer maldad en los otros, era harto fácil de sorprender. Este influjo lo
ha ejercido indudablemente el general Linaje, mas no ha pasado de este límite.


El partido contrarevolucionario que por mucho tiempo ha caminado solapada-
mente á su objeto\ conocía que no era posible, á lo menos nada fácil sorprender al
general Linaje, y que mientras estuviese alIado del duque de la Victoria tenia un
vigilante incansable, incorruptible; de aquÍ ese afan por separarlo. En esto obraban
con atinada lógica; mas ¿qué significaba en r843 ese empeño terco del ministerio Lo-
pez en exonerar al general Linaje de la inspeccion? Como no fuera el satisfacer el
ódio añejo del partido contrarevolucionario, ansioso de conseguir vengar por la mano
de progresistas la ofensa de que no pudieron ohtener satisfaccion ni la gobernadora
ni sus ministros en r 839 y 1840, esto es, una exoneracion del destino que ocupaba
el general Linaje? ¿Hizo el regente otra cosa con sus ministros de r843, que lo que
tuvo el teson de hacer contra las exigencias de María Cristina y de Montes de Oca,
teson tan aplaudido por los mismos que en 1843 se empeñaron en separar á Linaje?
Consecuente siempre consigo mismo y con su íntimo amigo, no accedió á preten-
siones injustas ni para granjearse la voluntad de una reina, ni la vana popularidad de
los partidos, ,ni cuando era general en jefe, ni cuando regente. Raras veces se ve en
las altas regiones del poder ese respeto á sí mismo y á los vínculos de una amistad




que estriba en fundamentos propios del mérito y de esclarecidos servicios á la patria.
¿Cuál podia ser ese afan procaz de separar al general Linaje de la inspeccion?


¿Incapacidad en el inspector, falta de actividad, parcialidad ofensiva hácia sus subor-
dinados, falta de probidad? N o; bien seguro y desafiamos á que se levante hoy mismo
una sola voz que responda afirmativamente. Saber administrativo, incansable labo-
riosidad, imparcialidad para con sus subordinados lleyada hasta la imprudencia, pro-
bidad espontánea (1), todas estas prendas reunia el general Linaje en un grado emi-
nente, y por último, el cargo de inspector general es jerárquicamente subordinado
al ministerio de la Guerra y puramente consultivo.


Los ministros, no pudiendo formular una queja fundada, un motivo racional para
exigir la separacion del general Linaje, se asieron miserablemente ú las yoces pueri-
les de favoritismo, de inllujo oculto; pobreza de imaginacion que manifestaba cuán
faltos de razones legítimas estaban los que ú tales recursos acudian.


En primer lugar, el general Linaje, bien que amigo íntimo y fiel del duque de la
Victoria, en cuanto este fué jefe del Estado, se abstuvo escrupulosamente de todo
contacto habitual con el regente, dejando á los ministros del regente la plenitud de la
responsabilidad de sus actos; jamás emitió una opinion sobre la marcha del gobierno,
como no fuera llamado por los ministros mismos á consulta sobre algun negocio im-
portante. Dedicado exclusivamente al desempeño de sus atribuciones, viviendo en
el mayor aislamiento de los partidos, y hasta de sus mejores amigos, su vida la com-
partian su familia, sus deberes de inspector y los trabajos del Senado, y ni unas ni
otras de las atribuciones de su existencia política lo ponian en contacto con el re-
gente.


Mas por falso y calumnioso que fuese ese favoritismo imaginario, ese influjo soña-
do, ¿qué se conseguia, si se hubiera insistido en exonerar ú Linaje del cargo de ins-
pector que nadie podia decir no fuese bien y útilmente desempeli.ado? Se ofendia gra-
tuitamente al regente y se dejaba al exonerado inspector con mús libertad para ejer-
cer el pretendIdo influjo y con más únsia de ejercerlo; entonces habia que desterrar al
amigo, tras de haber exonerado al inspector, sin lo cual no se conseguia el objeto.
Mas ni esto era posible, pues el general Linaje era senador, y como tal tenia una


(1) Solicitado mil veces con el fin de hacer un empeño al general Linaje, atendida nuestra inti-
midad, siempre me negué conociendo su rigorismo. Una vez sola cedí é hice el empeño: «Amigo mio,
me contestó Linaje, no se canse Vd. con empeños; si lo que se pide es justo lo haré sin que Vd. se
empefíe, si no es justo aunque Vd. se empeñe no lo haré.» Llamó á la madre del oncial en cuyo favor
eraelempefío, y con una bondad sin par la dijo:«Esto pide Vd. para su hijo, veaVd. la verdad delas
cosas y dígame Vd. si es justo que acceda á su solicitud.» La infeliz madre no pudo menos de convenir
que no lo era.


)Iosotros que le hemos visto durante los años de su odiosa proscripcion dia por dia, hemos podido
apreciar la honradez y pureza del general Linaje, á la par que la dignidad y serenidad con que so-
portaba la escasez de su peculio, reducido fruto de las cortas economías que pudo hacer sobre su
sueldo en los tiempos de su mayor auge .





prerogativa que le ponia á cubierto de un destierro arbitrario con nornhre de cuartel
á un punto lejano de Madrid, arma del despotismo que ha sobr;vivido en la Orde-
nanza militar á pesar del principio de libertad y facultad que ningun otro gobierno
tiene como el de Espana, tierra clásica de la arbitrariedad arraigada y tradicional.


Ese empeóo no fué más que riJículo, miserable, y no pudo tener más orígen que el
de una mezquina y oJiosa rivalidad, ó el de una ver30nzosa concesion hecha al par-
tido contra-revolucionario ansioso de satisfacer una antigua ofensa contra el general
Linaje. Premio de una alianza monstruos3, no dirémos nosotros cuál de estas excu-
sas fué el verd ¡dero orígen. Los diarios de la contra-revolucion dijeron en aquella
época que era la última, y que el bando que representaban lo habia exigido así del
ministerio Lopez. Los acontecimientos posteriores han venido á dar cierto grado de
verosimilitud á esa jactancia de 1843.


Nos hemos detenido en estc' incidente de los sucesos de aquella época, porque
entonces, como despues, se ha dado por única causa del rompimiento entre el regen-
te y SeiS ministros, y en seguida del pronunciamiento, la invencible resistencia del
regente á la separacion del general Linaje. No lo creimos en 1843, mucho menos lo
hemos creido despues, no soliendo tomar fantasmas por cuerpos sólidos, ni pretex-
tos rIdículos por razones sólidas.


En la ap3riencia, una cuestion personal ponia así el reino en combustion. La ter
quedad de los ministros á la que oponia el regente una resistencia justa y enérgica, de
modo que como lo dice el Sr. Lopez en su Exposicion raionada de aquel malhadado
Gabinete, (lla separacion del general Linaje, llegó á ser la principal y casi la exclu-
»siva ocupacion del Consejo de ministros.» Agitada sin cesar y sin cesar combatida
por el regente atrincherado en la muy racional exigencia de quc se le diera ¡un mo-
tivo plausible de esa exoneracion, acabó la pugna por acalorarse y en la noche del 16
reunido el Consejo para el mismo cansado objeto, apurada la paciencia del regente
con este capricllOso y terco emt'etÍ.o, dijO á :;us ministros que le exigian precisamente
lo misno que habian q~lerido arrancarle los ministros más reaccionarios del bando
contra-revolucionario en 1839 y 1840 Y que los conspiradores de Octubre triunfan-
tes, no hubieran poJidJ hacer más. Las cosas llegadas á este extremo, toda avenen-
cia entre los secretarios del despacho y el regente era ya imposible. Lo conocieron
los ministros y el dia 17 presentaron su renuncia redactada en los siguientes
términos:


((Alteza Serenísima: GLBndo los infrascritos tuvieron la honra de encargarse de la
»direccion de los neó0clos, pusieron la neoesana y única condicion de gobernar cons-
»titucionalmente, e.Ho es, con toda la libertéJd inherente á la exclusiva responsabilidad
lIde ministros de la Corona: creyeron tambien que su nombramiento iba acompaña-
lIdo de la ilimitada confianza del jefe del Estado sin lo cual la delicadeza y el deber
lIles habrian impedido aceptar tan espinosos cargos. Habiendo visto en el Consejo
"teniJo ayer noche bajo la presidencia de V. A. que no pueden realizar tan saluda-
"bIes principios, se creen en la obligacion de resignar sus puestos en manos de V. A.




»confiados que será admitida una dimision que se funda en las condiciones esencia-
»Ies del gobierno representativo. -Madnd 17 de Mayo de 1843.»-Siguen las firmas.


ToJa esa fraseología naja si3nificaba; ¿pues en qué cóJigo constitucion 11 habían
leido los firmantes que gobernar con plena libertaJ implica la facultad de decretar
actos arbitrarios contra em?leaJos beneméritos? Que tengan los secretar;os d:l des-
pacho accion libre contra funcionarios que no -:um¡)len con sus oblig3.ciones. que
sean faltos de inteligencia, de probidad, ó que profesen altamente doct,';,las o¡Juestas
á las que sirven de nort':: al gobierno, enh.orabuena; mas la justicia, la razon, el de-
recho y sobre todo el sentiJo comun manJan que la suerte de los empleados tenga
una proteccion contra los caprichos ministeriales, y ese amparo no lo pueden hallar
más que en el jefe del Estado ya sea rey, regente ó presidente, y lo menos será que
la autoridad suprema en cuyo nombre se dan esos decretos, no esté á la disposicion
arbitraria de lo..; ministLOs. y sepa los motivos que autorizan esos castigos, pues
siempre lo es para el funcionario exonerado en sus intereses como en su buena re-
putacion, cuando su opinion política es conocida.


Los dos mini.>tros, Lopez y Ayllon, fuéron encargados de presentar al regente la
renuncia colectiva del Gahinete; al entregarla dijeron al duque de la Victoria, que da-
ban este paso, en atencion á que los hahil puesto al nivel de los cons?iradores de
Octuhre. Contestóles el regente que no hlhia hecho semejante asimibcion, y que lo
único que habia dicho era que si aquellos huhiesen triunfado en Octuhre, no huhie-
ran hecho m,1S que lo que se intentaba, esto es, separar los funcionarios pú~licos
más comprometidos en sostener el estado de cosas que habia creado el pronuncia-
miento de Setiembre de 1840, consolidado con el triunfo de 1841; y que por último,
lo pensaria.


N o habian mediado sino pocas horas, cuando volvió el Sr. D. J oaquin María Lo-
pez muy alborozado para anunciar al regente que poJia considerar como arregladas
las desavenencias con Roma, por lo que le habia asegurado el encargado de nego-
cios de Francia; le dió la enhorabuena al Duque, quedando en duda si este paso de su
ministro era una broma festiva ó el efecto de la más inaudita credulidad.


El 18 fué al despacho el Sr. D. Fermin Caballero, llevando la cartera repleta de
decretos de exoneraciones; firmó el regente las que le fué presentando el ministro
de la Gobernacion, hastJ lleglr {¡ la de Zurbél110 y de Linaje. Allí paró la buena \'0-
luntaJ del DJ.que, quien preguntó una vez mis en qué se fundaban esas separaciones.
Guardó el ministro un profLlI1do silencio y saliendo el re .. :;ente de su pausa habitual,
"Sr. Clballero, le dijo, Vd. no me contesta, pues yo le diré de dónJe viene ese en-
"carnizamiento contra dos generales tan beneméritos: aquí está la razon.;' Y le en-
señaba un nú¡nero Jel Her.1,ldJ en lU~ se Jecia que cuanto exi~ia el ministerio Lo-
pez era por sus compromisos con el partido contra-revolucionario. En verdad que no
podemos aprobar ese raciocinio del regente, pues fuese cual fuese el orígen de la
terquedad de los ministros, el dicho del Heraldo no era ni con mucho palabra santa
á la que se debiera dar crédito; dirémos mc'ís, esa razon, era no darle ninguna, pu-




- 518-
diendo ser un ardid de periodista. Cortó el regente la conferencia, diciendo al minis-
tro que dejase los decretos sobre la mesa. Se despidió el ministro, y ya quedó incli-
nado el regente á admitir la renuncia del Gabinete.


Desde esa época fatal, ha habido un período de desenfreno para calumniar al re-
gente caido. Luego vino el período de la expiacion que acalló un tanto á sus adversa-
rios; vino en fin, el período de la justicia. En los escritos de esas diferentes épocas,
como en los discursos de trIbuna, hemos en vano buscado una palabra, una sola pa.
labra que sirviese á cohonestar á lo menos el empeño de los ministros en exonerar
al general Linaje, y no hemos hallado una. Cuanto dice el Sr. D. Joaquin María Lo-
pez en su Exposicion raronada, se reduce á la cOlweniencia de separar las dos ins-
pecciones de infantería y de milicias que incidentalmente se hallaban reunidas, y
exonerar al general Linaje, inspecciones que fuéron de nuevo separadas poco tiempo
despues sin que esa cuestion puramente administrativa implicase la exoneracion del
insp ector, único punto del conflicto.


El ministerio, dice el Sr. Lopez, se decidió á separar las dos inspecciones que el
general Linaje reunia en su persona y nosotros creimos que ni militar, ni política-
mente podia ser esta acumulacion oportuna. No podia serlo militarmente porque el
talento más vasto no alcanza á llenar las multiplicadas atenciones, no podia serlo po-
líticamente porque en ningun gobierno representativo en que el dominio es de las
ideas y de su discusion libre y pacífica debe crearse el poJer de la fuerza armada, de-
pendiente de una sola mano que á su placer le dé duracion é impulso.


Cuando no se puede confesar la genuina causa de un hecho, cuando la imagina-
cion rebelde no se presta á presentar un disfraz de aparente lógica, se amontonan
palabras cuyo sonido p'-lede hacer ilusion en un debate oral, mas que no resisteil
al menor exámen pausado.


Este es el caso del Sr. Lopez al escribir la defensa de sus actos en 1843, y especial-
mente el que tratamos.


¿Cómo no podian estar reunidas las dos inspecciones por las razones políticas y mi-
litares que expone el Sr. Lopez? Pues si valen para no concentrar en una mano una
parte del ejército, tanto más han de valer para no poner la totalidad en una mano, y
desde luego se ve que el ministro de la Guerra á cuyas órdenes está y de quien de-
pende todo el ejército, es una creacion monstruosa, porque el talento más vasto no
ha de alcanzar á tantas obligaciones militares, y porque ha de ser obstáculo al de-
sarrollo de las ideas.


Hay proposiciones que no se discuten, basta enunciarlas. La práctica ha venido á
dar una hueva prueba de lo insustancial de los raciocinios del Sr. Lopez. Suprimi-
das las Milicias Provinciales en 1846, toda la infantería está á las órdenes del inspec-
tor, sin que ningun Turena la haya dirigido, y sin que se noten mayores inconYe-
nientes militares y públicos de los que ha podido haber siempre. Inútil es decir que
el inspector no tiene más atribuciones que las de l)roponer y consultar quedando
la resolucion al ministro de la Guerra.




- 5Ig-
La separacion de las dos inspecciones que habian estado reunidas siendo inspector


el general Rodiol, no era más que un pretexto: lo esencial, el punto delicado era la
exoneracion del general Linaje, á quien se pensaba, dice el Sr. Lopez (pág. 19) con-
ferir una capitanía general, esto es, alejarlo de Madrid.


Cuando un partido quiere dar un golpe que desde luego despeje una posicion, tie-
ne generalmente un particular instinto para hallarlo. Semejante instinto sugirió la
exoneracion del general Linaje, como la satisfaccion más completa que podia recibir
el partido que con tanto encono habia pe.dido su remocion de secretario del duque
de la Victoria.


El convencimiento de que esa manifcstacion se buscaba en la exoneracion del gene-
ral Linaje, y no las pobres razones que aduce el Sr. Lopez en su Exposicion (pág. 21)
fué el que provocó la justa y lógica resistencia del regente y cumplió á fuer de li-
beral en resistirlo; nos acrificó como, dice el Sr. Lopez, un Gabinete recibido con uni-
versal apLauso, á un amigo, mas sí á un pensamiento reaccionario, á una satisfaccion
buscada por el partido retrógrado y contra-revolucionario, y otorgada por el Gabinete
de 9 de Mayo.


En vano se esmera el Sr. Lopez en dar al regente visos de veleidoso, recordando
que á los pocos dias de su caida, apareció un decreto separando las dos inspecciones
y. dice (p.ig. 23) cómo se ex plica esta súbita mudanza «por qué se abrazó tan espon-
»t,í.nea y llanamente al menos en uno ue sus principales extremos, la misma medida
"que á nosotros se nos habia negado con tanto empeño, llevando la obstinacion
Jlhasta el punto de separarnos antes que ceder á nuestro pensamiento.»


Donosa inocentada es la pregunta á la vuelta de dos años, mis ya que hace la pre-
gunta el Sr. Lopez le d;¡rémos breve y cabal contestacion. La separacion de las dos
inspecciones era un acto administrativo cuya bondad intrínseca ó relativa era de poca
importancia. La exoneracion del general Linaje, esa medida reaccionaria de la más alta
significacion, era una satisfaccion á un partido ansioso de venganza. Si el ministerio
de 9 de Mayo se hubiese limitado á pedir esa separacion, el regente la hubiera con-
sentido, como la otorgó al ministerio que reemplazó al Sr. Lopez. ¿Cómo hubiera ne-
gado aquella e {oneracion del general Linaje, si la hubiera pedido como el Sr. Lopez?
El regente sin duda se apresuró en adoptar la separacion de las inspecciones para
dar una prueba manifiesta que no habia repugnado uñ acto administrativo, y tan sólo
un pensamiento reaccionario, una satisfaccion al partido del retroceso.


"Que otras intenciones y otras miras se abrigaban, exclama el Sr. Lopez, y la cues-
»tion del general Linaje se habia escogido para encubrirlas.»


Esa pregunta hacemos al Sr. Lopez; pues por parte del regente no hubo en la
cuestion del general Linaje más miras ni más intenciones que las que hemos mani-
festado, resistir un acto de venganza y de reacciono En esa vía todo es empezar.


Destruida la armonía entre los ministros y el regente en una cuestion de personas
que no podia presentarse al jefe del Estado sino como un pretexto ó una concesion
hecha por éstos á sus amigos personales, el rompimiento era inevitable. Con todo,




-520-


poco propenso á sospechar y á suponer malas intenciones, se hallaba el regehte
titubeante en formarse una opinion acerca de sus ministros, cuando una relacion
perfectamente exacta de lo que habia pasado en el último Consejo de ministros apa-
reció en el Heraldo. Ya no le pudo caber duda que existian inteligencias directas
entre sus mini~tros y el partido contra-revolucionario. Esto, para su noble corazon,
era una de las mayores dmarguras en medio de tantas como acibaraban su vida.


Cansado de ejercer un poder rodeado de tantos escoIlos, perdida la esperanza de
hacer bien á su amaJJ patria, desengañado de toJo y de todos, el general Espartero
tuvo por primer pensamiento el de presentarse á las Córtes y dimitir allí un car-
go hecho insoportable, y retirarse á la vida privada. ¡Ojalá en aquel dia supremo
de su existencia política, el duque de la Victoria hubiese seguido su primera inspira-
cion! Era granJe, generosa y acertada, mas en esta ocasion como en otras muchas,
desconfió de sí mismo, efecto Je una modestia que le ha sido siempre fatal. N o se
creyó con libertad para tomar irrevocablemente una resolucion sin consultar <.:on al-
gunas personas Al intento las reunió en la noche del 18 al 19; aIlí manifestó el es-
taJo de las cosa~: habló patriótica mente de la resolucion á que se inclinaba, y las ra·
zones que para ello tenia. Como era natural, halló contradictores en las personas
convocadas, asustadas con los peligros que debía crear esa resolucion, y tal vez más
preocupados de su propia po:,iclOn que de la gloria, de la honra y de la tranquili-
dad del regente Combatido por todos, el pensamiento del Duque fué abandonado.


A las selS de la malÍana llamó el regente á la persona á quien queria confiar la mi-
sion de formar un nuevo Gabinete. Hecayó la eleccion del Duque en el dignísimo se-
nador Sr. D. Alvaro Gomez Becerra, presidente del Senado M ucho lo resistió el ve-
nerable anciano; mas al fin, cediendo á las inst~1ncias dci T1uque, tnald(Cldo por la
gravedau de las circunstancias, y elevando su ánimo intrépido á la altura del peligro
en q...le veia envuelta la ruina de la libertad, por la cual habia peleaJo toda su vida, y
por la cual habia paJecido tanto, el noble D. Alvaro olviJando sus muchos años
para no consultar más que su pati'iotismo y su adhesion al jefe electo de la nacion,
arrostró todo y aceptó la presidencia del Consejo de ministros y la mision de
formar un ministerio. En la mañana misma del 19 quedó formado con personas que
sobradas garantías podian presentar á la libertad, á la Constitucion y al pronuncia-
miento de Setiembre t8


El Sr. D. Alvaro Gomez Becerra, presidente del Conselo y ministro de Gracia y
Justicia.-D. Juan Ah arez y Mendizabal, Hacienda.-D. Pedro Gomez de la Serna,
Gobernacion. -General Hoyos, Guerra.-D. Olegario de los Cuetos, Marina con la
interinidad de Estado.


AJmitiJa la renuncia del Gabinete y formado el que le. reemplazaba, se llamó al
Sr. O. Joaquín de Frias, ministro Slliente de ,\1arina. para que refrendase el nombra-
miento del nuevo presidente del Consejo de ministros; no se halló de pronto, mas al
fin vino, y á las doce del dia tenia sucesores el Gabinete Lopez.


La reputacion que acababa de tomar el regente, aceptando dimisiones dadas y




- 5Z1 -


admitiendo los servicios de personas que h1bian hecho sus pruebas en las filas del
partido progresista, no debia dar lugar, no dirémos á los escándalos parlamentarios
que luego sobrevinieron, pero ni á una sola observacion malévola. Mas tal era la fu-
nesta disposicion de los ánimos, que la noticia del cambio de ministerio provocó en
el Congreso una explosion de ira, y como ni la cosa en sí reducida á un acto consti-
tucional, ni los nombres de los nuevos ministros podian ser causa de ese arrebato,
hay forzosamente que suponer que la caida del ministerio Lopcz desconcertaba mu-
chos planes. Podrá ser arriesgada y temeraria la suposicion, pero lógica lo es Por un
olvido, una causa fortuita, fácil de imafjinar en aquellos momentos de turbacion,
algunos de los ministros dimisionarios, entre estos el de la Guerra, sabian que ha-
bian dejado de serlo, cuando se ahrió la sesion del 19 en el Cor.greso, y hallábase el
general Serrano en el banco ministerial. Aprovechó el diputado Sr. D. Filiberto
Portillo, la presencia de aquel secretario del despacho para hacerle una interpelacion
sobre tres puntos que se rozaban con el ejército: 1.° Sobre una voz que circulaba re-
lativa á un proyecto de disminuir el ejército. 2.° Sobre otro proyecto de refundir di-
ferentes cuerpos del ejército, y 3.° Sobre dejar sin empleo un número crecido de
oficiales. Al hacer esta interpelacion el Sr. Portillo, que bien enterado estaba
que no existian tales proyectos, añadió que no daba ningun crédito á esas voces que
atribuia á la malevolencia de los partidos para desacreditar al ministerio y la mayo-
ría del Congreso. La interpelacion no tenia más objeto que el de dar una ocasion al
general Serrano de manifestar sus afanosos desve:os en favor del ejército, que parte
tan fatal debia tomar en los proyectos en ciernes. El generai S:rrano contestó
como lo exigia la pregunta, lo que le mereció las ~racias del interpelante.


E:-;te incidente dió o.:asion al Sr. D. Pascual Madoz de tomar la palabra p1ra com-
batir otros rumores que dijo circulaball contra el proyecto de amnistía, presentán-
dolo como funesto á la libertad Repelió el Sr. ~ladoz esos temores quiméricos y hasta
propag::tdos, dijo, con pe'fidia; recordó con patriótica energía que habia combatido
los insurreccionados de Octubre, sin que á pesar de compromisos tan recientes, le
arredrase dar la mano de paz .í los que hJbian sido sus adversarios.


Hoy que el tiem¡)() y los acontecialientos han re;uelto cuestiones q'le en 19 de
Mayo diviJieron infaustamente el partido progresista, y han dadofatalmente la razon
á los que no crei1l1 po:>ible, ni sincera, un1 reconciliacion que llenaba de ilusiones
j una fraccion de aquel partido, es un enseñamiento provechoso recordar los discur
sos de aquella época como prueba que los ingenios más claros, los corazones más
puros, pueden ser alucinados, engalÍados, hasta el punto de perder la propia causa,
pensando servirla mejor. Hé aquí lo que lleno de ilusiones decía el Sr. D. Pascual Ma-
doz, en la ses ion del 19 de Mayo.


«Algunos de los señores que me oyen saben qué clase de compromisos he tenido
"desde Octubre, y que me he visto forzado él romper relaciones contraidas desde mi
))niñez, y sin embargo de tojo digo: vengan esos á quienes combatí entonces y yo
"los abrazaré como hermanos, porque an tes del año 1840 pelearon conmigo para de-




522 -


"fender la causa de la libertad y salvar la nacion del despotismo; hagamos alianza
"con todos los hombres interesados en sostener la causa de la Constitucion, el trono
"de Isabel 11 y la regencia del duque de la Victoria; porque los caballeros leales cuan-
»do prestan su juramento, nunca faltan á él hasta que derraman la última gota de su
"sangre (1). Dispuestos nosotros á cumplir este juramento ¿por qué cuando se inau-
¡¡gura una era de ventura i de reconciliacion, se ha de creer que faltamos á nuestro
»deber? Pues se ha hecho cundir entre las filas de los nacionales, de casa en casa, se-
Ȗores, se ha ido y se ha ~dicho que nosotros pretendemos transaccion con los ene-
»migos de las instituciones. Nosotros no pretendemos transacciones imposibles, sino
»adoptar una medida que dentro de diez ó doce dias se verá que la nacion la recibe
»con júbilo y entusiasmo J)


¡J úbilo y entusiasmo!! En las largas horas de una bárbara persecucion, cuando du-
rante tres meses quedó sepultado en una fria mazmorra el incauto diputado que llama-
ba hermanos á los que poco tiempo despues le sentenciaban á ese horrendo suplicio,
¡cuántas veces no se acordaria del 19 de Mayo, bien léjos entonces de suponer que
el premio de su buena fé seria un encarcelamiento sin pretexto, sin razon, vio!ando
en su persona la inocencia, las leyes, la gratitud, y la inviolabilidad del diputado!
y para que la tortura fuese más atroz, el mismo diputado Portillo cuya interpelacion
llam6 á la tribuna al Sr. MaJoz, era uno de los ministros que mandaron la prision
de este y de otros diputados progresistas en Febrero de 1844.


No eran pues profetas de mal agüero los que en Mayo de 1843 iban de casa en casa
denunciando como enemi.~os de la Constitucion los que se querian amnistiar, yel
país ha aprendido á dura costa cuáles eran los hombres previsores entre los progresis-
tas que querian la amnistía, ó los que no menos generosos en la esencia, sabian lo
que podian esperar de la libertad y las instituciones de los amnistiados en aquellas
circuns tancias.


En esta misma sesion del 19, setenta y seis diputados firmaron una proposicion
del tenor siguiente:


«Pedimos al Congreso se sirva dirigir á S. A. el regente del reino un mensaje en
»el que se diga que el Congreso ha recibido el proyecto de ley de amnistía, y la es-
"peranza segura que con este motivo cree debe manife:Star á S. A. de verle rigien-
"do los destinos de la Espaila hasta el la de Octubre de 1844, segun el bien del país
»exige y conforme en un todo con las condiciones esenciales de un gobierno parla-
»mentario.Jl


N ueva y profLll1da alarma caus6 esa proposicion á los progresistas que no seguian
la bandera de la coalicion, pues á la par que veian en ella un afan desordenado por
la amnistía en favor de los enemigos de la Constitucion, divisaban al través de un
lengl13je ambíguo y misterioso, una adhesion á la circular del partido retr6grado y


(1) Rara ilusion ... ¿Y qué no habian prestado juramento todos los insurreccionados de Octubre
á esa Constitucion y á la regencia del duque de la Victoria? ¿~o la servian algunos?




- 523-
una adhesion al temor que en 17 de Enero manifestaba la comlSlon electoral de
aquel bando respecto á la mayoría de la reina.'.Y si no ¿á qué venia ese recuerdo del 10
de Octubre de 1844 al regente, que en mil ocasiones y miles habia declarado su res-
peto á la Constitucion, y principalmente en lo que tocaba á la mayoría de la reina?
y si bien se manifestaba la segura esperanza que seguiría el regente rigiendo el Es-
tado hast:} ello de Octubre, era bien claro que lo que se queria decir era que no
lo regiria pasado aquel dia, ofensa gratuita y grave al pundonor, él la moralidad,
á las declaraciones solemnes y al juramento del regente que nadie tenia derecho á
poner en duda.


Tomó en seguida la palabra el Sr. D. Salustiano de Olózaga, primer firmante de la
proposicion. El discurso del eminente orador en aquella circunstancia es un docu-
mento hi~tórico de grandísimo interés, como demostracion que el pronunciamiento
de 1843 fué un acto de demencia en una fraccion del partido progresista, y la prueba
más elocuente de las ilusiones funestas en que vivía la fraccion amnistiadora, que ca-
minaba desabda á su perdicion y á la ruina de la libertad, cuando rechazaba con ira
y desden los avisos de aquellos de sus correligionarios políticos que se hallaban libres
del vértigo general. Todo cuanto presentó el Sr. de OIózaga en aquella ocasion como
el ensueño de los partidos, ó como la voz de la mala fé, se ha realizado con creces;
todo lo que anatematizó como invenciones de la malevolencia, se ha efectuado cruel-
mente. Y él mismo, el promovedor más ardoroso de la amnistía, el apósl01 más ar-
diente de la reconciIiacion. ha sido escogido por el bando amnistiado para ser la víc-
tima expiatoria de la más negra ingratitud. En su persona ha apurado su furor por
cuantos medios ha podido hallar para despedazar su corazon de hijo, de padre, de es-
poso. Nada, nada se ha omitido, pues se diria que el encarnizamiento del partido
amnistiado ha sido en razon directa de los esfuerzos que cada progresista hizo en-
tonces en favor de la amnistía; negra página de los horribles anales de nuestras
discordias.


"El Congreso, señores, faltaria á sus deberes si inmediatamente no pusiera en co-
',nocimiento de S A. la esperanza que le anima, de que habiendo sido recibido con
»aplauso universal el proyecto de amnistía que el regente y el ministerio presentan
»aquí, S. A. continuará rigiendo los destinos del país por el camino que este proyec-
»to indica, por el camino de la reconciliacion de todos los españoles, para decirlo en
"una palabra y para contestar á lo que la sorda intriga propala contra un proyecto
»tan generoso, tan noble, tan fiilantr6pico, y contra los sentimientos que animan á
»los diputados.


» i Reconciliacion! Hay quien profana esa palabra diciendo que puede ser union de
Hpartidos opuestos entre sÍ, de partidos incompatibles, union en contra de las actua-
»les instituciones ó del gobierno que con arreglo á ellas rige á la nacion. N o señores,
»no queremos eso, queremos rcconcili3cion, porque las reyueltas pasadas han
»hecho aprender á todos una leccion qne no se aprende sino en la desgracia; que no
»se exterminan los partidos, que la sangre no los extingue, que al contrario los




»exacerba más, y que una nacion tan trabajada por toda clase de desgracias, necesita
lldel esfuerzo de todos sus hijos para salvarse de la crísis que ha empezado más
»pronto aún de lo que era de creer.»


Despues de haber hablado del mecanismo constitucional, de lo que pasaba con el
ministerio Lopez, de los peligros que podian correr los diputados, de puñales ases-
tados á sus pechos, peligros que por nuestra cuenta consideramos entonces como
imaginarios, volvió el elocuente diputado por Logroño á las zozobras que inspiraba á
algunos el proyecto de amnistía, y dijo:


«Estoy persuadido de que han subido hasta altas regiones rumores que sólo eran
»dignos de circular por las callejuelas desiertas, barrios bajos, donde se anda propa-
"lando la opinion para extraviarla. Se ha dicho que hombres que en todos tiempos,
))en las circunstancias más críticas han presentado sus pechos en defensa de la liber-
))tad, queria'l hacer la amalgama de que antes he hablado con otro partido contrario
"á ella, y querian excluir á aquellos que han sido compañeros en principios, en an-
lltecedentes, y han de serlo tambien en la desgracia en que todos nos envolveriamos,
"si dejasemos seguir ese mal camino al jefe del Estado (1).


"Señores, los que han propalado voces contra la amnistía han supuesto que se tra-
"taba de la proscripcion de una parte notable y respetable del partido liberal, han
"contado sin duda con una credulidad que espero no halle lugar en el ánimo ilustra-
"do de mis apreciables compañeros (2).


))Nosotros no ltemos querido sustituir el ódio á unas personas con la prevencion,
"y la enemistad hácia otras; el ánimo de cuaL tos han intervenido en esta grandiosa
»amnistía no ha sido trocar los objetos del ódio, ha sido trocar unas pasiones por
»otras. El ódio por la benevolencia, la irritacion por la tolerancia, el exclusivismo por
»la fraternidad más grande y amistosa, para abrazar á todos los amantes de la liber-
»tad. Cualquiera que hayan sido antes nuestras djferen~ias, yo les ruego, señores,
"bien lo saben mis apreciables compaóeros á quienes me dirijo, yo les ruego que las
»olviden, que se hagan superiores á cuaiesquiera expresiones que se hayan querido
))explotar en sus ánimos; q ut' se unan con nosotros que no pedimos, sino que res-
»petuosamente se diga al regente del reino, que tenemos la segura confianza de que
»continuad. rigiendo los destinos del país hasta el dia [O de Octubre de 1844. Y con
"esta fecha decimo); dos cosas. que no queremos que nos deje antes, que el dejarnos
»antes seria camino para que la anarquía devorase la mitad de Espaóa (3), y para
»volver por un círculo sedicioso y lleno de crímenes al punto donde legalmente se
"esUí ahora; que no queremos tampoco q'ue siga un dia más, que en esto somos ah-
',solutamente de su misma opinion y deseos, y que con ésto conjuramos muchos pe-
"ligros que gentes inquietas están fraguando sin saberlo, y áun sin creerlo (4).))


(1) Tremenda profecía hasta verificada por haber seguido el camino opuesto.
(2) No fué la credulidad, y sí la incredulidad la que nos perdió.
(3) Otra cruel profecía.
(4) Proféticas palabras.




- 5~5-
Sobradamente cierto era que sin sabeTlo ni creerlo se preparaban grandes peligros


por aquellos mismos que pretendian conjurarlos, y que aquellas personas que vatici-
naban que la amnistía y la decantada reeonciliacion tendrié'.n por último resultado la
proscripcion de todo el partido progre~ista, leian con fatal prevision en el libro de
los hados de la libertad espaií.ola U na cosa sola previó el fervoroso defensor de la am-
nistía, y fué que la caida del regente seria la señal de una espantosa anarquía. Y con
todo, léjo.3 de procurar evitar esa catástrofe, hicieron todo, cada uno á su modo,
amigos y enemigos, defensores y opo~itores á la amnistía, pora que se realizase esa
ruina bajo cuyos escombros quedó sepultado, y yace exánime el partido progresista.
Así debia ser; el regente en aquella época era más que un hombre, era el representan-
te del movimiento de Octubre, era el símbolo, la personificacion de la libertad; con
su caida se desplomaba el edificio de Setiembre y la libertad, porque en política,
como en la guerra, como en las luchas de opiniones, el partido que pierde su bandera,
y es vencido, ha muerto.


Grandes, tremendas lecciones encierran los sucesos de 1843, unidos á sus conse-
cuencias postenores Véase lo que fLlé aquella s es ion del 19 de Mayo, donde se des-
lindan desde luego el error profundo de los unos y la inmoralidad de otros, de los
que componian aquella infausta co:tlicion; los nombres de los oradores que tomaron
la palabra en aquella memorable sesion, y la suerte que les ha cabido despues, en-
cierran la sentencia mís cruel que la Providencia podia fallar contra la amalgama
siempre funesta de hombres qLle han nacido para pelear juntos. Aquellos oradores
fuéron los Sres. Portillo, lvladoz, Olózaga, Villalta, Prim, Gonzalez Brabo y Quinto.
Los que inconstantemente, más siempre fieles á su bandera, al conocer el engaño, vi-
nieron de nuevo <1. abrazarla, han caido víctimas de SU error, y fuéron sus inhuma-
nos perseguidores, los Sres. Gonzalez Brabo y Portillo. Encumbrados estos dos al
ministerio, pidieron la cabeza del Sr. Olózaga y llevaron á la drcel al Sr. Madoz, y
para que el escarnio fuese mcís atroz, tambien atentaron á la libertad del Sr. D. Ma-
nuel Cortina que presidia las Córtes en la sesion del 19 de Mayo. Más tarde estuvo el
general Prim en vísperas de la pena capital envuelto en un proceso, en que no se pedia
justicia, sino un suplicio; en cuanto á los Sres. Quinto y ViUalta pasaron sin empa-
cho al campo opuesto, recibiendo por premio de su desercíon, el uno la direccion
general de correos, el otro la legacion de Grecia.


N o iban, pues, tan descarriados los hombres del partido progresista que sin apro-
bar ni con mucho todos los acto:; de los ministros de 1841,1842 Y 1843, miraron la
coalicion como un camino que conducia á un abismo: no andaban equivocados los
que vaticinaban desgracias irreparables, por resultado infalible de esa alianza de un
patriotismo asombradizo, de un puritanismo exagerado con principios retrógrados, ó
de una demagógia de aparato, cubriendo las pasiones más ruines, los cálculos más
vergonzosos. Entonces los que tuvimos la buena suerte de conservar la calma y la
pausa que faltaban á muchos en aquellos di as de un delirio contagioso, supimos en
el momento mismo de la lucha hacer la distincion del error admitido de buena fé y




-526-
de la especulacion torpe y villana. Gracias á Dios no nos hemos equivocado en nada
en las previsiones de entonces, ni respecto á las personas, ni respecto á las cosas, y
cuando hemos visto volver al estandarte sagrado de la libertad á sus leales defensores
de todas épocas, ya los esperábamos con los brazos abiertos. Esa fué la pura, leal y
fraternal reconciliacion.


La proposicion del mensaje fué votada por unanimidad menos un voto, el del señor
Primo Luego se pidió que la proposicion fu¡:se el mensaje mismo. Los diputados que
no pertenecian á la coalicion, I,;ayeron en un lazo al votar esta proposicion, error
que fué el preludio de otro mayor. Cuando en una Asamblea numerosa adalid"es dies-
tros quieren el triunfo de un pensamiento suyo, nada en armonía con las opiniones
de un número crecido de sus compaí1eros, no cometen la torpeza de presentarlo en
una forma clara y de fácil análisis, antes tod0s tratan de acallar los escrúpulos de sus
adversarios: para obtener su adhesion tienen buen cuidado (sirviéndonos de una expre-
sion algo vulgar) de dorar la píldora y presentar una proposicion en apariencia per-
fectamente inocente y muy parlamentaria; esto se llama estrategia parlamentaria.
Mas en el Parlamento como en la guerra, la ciencia enseña á buscar los movimientos
estratégicos y no ver lo 'iue dice una proposicion, mas á qué objeto se encamina en
lo que no dice. Tal era la proposicion de los setenta y seis: esta obtuvo una adhesion
unánime por tener en contra diputados sin experiencia y sin jefes quelos dirigieran:
no vieron el peligro y cayeron en el lazo.


N ombróse una comision que llevase el mensaje al regente. La presidia el seí10r
D. Salustiano de Olózaga. Como todo en aquellos dias de eterna y dolorosa memo-
ria debia llevar el sello del estado anormal de los ánimos, la diputacion se presentó en
el palacio de Buenavista sin que se hubiese tenido con el regente ni aquellas aten-
ciones que manda la más vulgar cortesanía, ni aún aquello que mandaba la forma
constitucional; ningun aviso precedió á la diputacion, de modo que esta halló al regen-
te en el traje de casa y sin tener á su laJo ninguno de los ministros, como lo exigian
imperiosamente las prácticas parlamentarias, circunstancia que puso al presidente
de la comision en la ne..:esidad de suplicar al regente disimulase esa falta. Hé aquí
en los térmiiios que explicó este incidente al dar cuenta al Congreso del desempeií.o
de su misiono Entregado el mensaje y dada la contestacion por S. A. añadió el seií.or
deOlózaga:


"Entonces por la singularidad de esta diputacion, tuve yo que tomar de nuevo
"la palabra para rogar á S. A. que excusara, á los indivíduos que la componian el no
"presentarse en traje de ceremonia, y COq1O no era una excusa privaJa sino bien
"grave, aií.adí: "Seúor, la diputacion tiene que rogar á V. A. que excuse la manera con
"que se presenta; el estado de la opinion, la premura del tiempo, la ansiedad pública
"y los graves temores que circulaban como fundados nos han obligado á presentar-
"nos en esta manera». S. A. manifestó que excusaba completamente á la diputacion y
que igualmente necesitaba por su parte alguna excusa por el modo que nos recibia
sobre todo no teniendo ministros que le acompaií.asen.




Testigos oculares de aquellos dias, estamos seguros que ninguna de las circu.ns-
tancias señaladas para esa precipitada presentacion del mensaje la autorizaban; menos
otorgarémos que fuese preciso faltar á consideraciones sociales y á un precepto
constitucional que exige que los ministros sean responsables de actos de esa natura-
leza en lo que pueda decir el jefe irresponsable del Estado. La conocida moderacion
del regente lo indujo á no provocar un choque con la diputacion, negandose á admi·
tirla hasta poderlo hacer constitucionalmente, esto es, á presencia de los ministros
prescindiendo de la cuestion de etiqueta, mas no dejó de recordar á la diputacion
que no era él quien en esta circunstancia como en otras muchas, faltaba á las de-
cantadas prácticas parlamentarias.


En cuanto el Sr. de Olózaga hubo dado cuenta del desempeí10 de la mision que
presidia, el señor presidente del Congreso preguntó si el Congreso quedaba satisfe-
cho del celo, tino y delicadera con que la comision habia cumplido su encargo: el
Congreso votó por la afirmativa.


En seguida el Sr. García Uzal, hizo la proposicion siguitnte:
((Habiendo sido admitida por S. A. el regente del reino la dimision que de sus


»respectivos cargos han hecho los señores D. Joaquin María Lopez, D. Fermin Ca-
))ballero, D. Joaquin de Frias, D. Mateo Miguel Ayllon, y D. Francisco Serrano, pido
))al Congreso se sirva declarar que dichos señores han obtenido hasta el último mo-
>!mento de su permanencia en el poder, la confianza del Congreso de los diputados.
))-Madrid I9 de Mayo de I843.»


Esta proposicion tanto ó más insidiosa que la del mensaje obtuvo la aprobacion
ingénua del inexperto bando anti-coalicionista, y quedó votada por ciento catorce
votos contra tres.


Ahora preguntamos, á la vuelta de años de pausa y de meditacion ¿qué habia he-
cho el ministerio Lopez en diez dias que llevaha de existencia para merecer la con-
fianza del Congreso hasta el último momento? Esta proposicion era una mofa que cu-
bria una provocacion temeraria, y servia de pretexto y de ocas ion de chocar con el
regente. Que esto lo hiciera el Sr. Uzal, estaba en su cuerda, en su derecho; enemi-
go declarado del gobierno de aquella época, nada más lógico: mas que hombres que
aspiraban á gobernar la nacion , dieran su asentimiento á semejante proposicion y
que la votaran los diputados que combatian la coalicion, es lo que no se explica si
no por el contagio de delirio que cundia por dó quiera en aquellos infaustos dias. La
casi unanimidad que oh tuvo esa proposicion creó una fase nueva de aquel drama y
el rigor de principios obligaba al regente á llamar de nuevo al ministerio dimisio-
nario. A este extremo llevaron las cosas los que se intitulaban amigos del regente,
siguiendo ciegamente á sus e!.1emigos Ó á sus contrarios.


El nuevo presidente del Conseio D. Álvaro Gomez Becerra, habia querido evitar
esa sesion del Congreso, y creyó que al intento bastaba un oficio suyo dirigido á
los presidentes de los cuerpos colegisladores, rogándoles suspender aquella se-
sion hasta que hubiera formado el Gabinete. En efecto bastó para el presidente del




Senado, mas el del Congreso no 10 pensó así. El oficio era del tenor siguiente:
« Excmo. Sr. :-N ombrado por S. A. el reg"ente del reino, ministro de Gracia y J us-


»t\cia y presidente del Consejo, ruego á V. E. tenga á bien disponer que se alze la
»sesion de hoy y que no la haya en los dias siguientes que sean necesarios para la or-
»ganizacion del nuevo ministerio.-Dios guarde á V. E. muchos años.-Madrid 19
»de Mayo de r843.-Álvaro Gomez.-Excmo. señor presidente del Congreso de los
»diputados."


Las razones que tuvo el Sr. Cortina para no acceder á lo que pedia el presidente
del Consejo de ministros, fuéron las que copiarémos textualmente del Diario de las
Córtes.


Mas antes de reproducirlas es preciso seguir los trámites de la inolvidable sesion
del 20 en el Congreso.


Abrióse la sesion á las doce y media.
Entraron y ocuparon el banco del ministerio los señores presidente del Consejo


de ministros y D. Isidoro de Hoyos nombrado mil11stro de la Guerra, á cuyo tiempo
en las tribunas se dieron fuertes gritos de fuera,fuera ... Recomienda el presidente
el órden. Pide la palabra el Sr. Quinto.- «¿Sobre qué quiere V. S. hablar? dice el pre-
sidente.»-Hay en este recinto una persona que no está reconocida por el Congreso,
contesta el Sr. Quinto.-EI señor presidente: Están sobre la mesa los decretos que se
van á leer.-El Sr. Quinto y otros: Que se salga hasta que se haya dado cuenta.» -
Salió del salo n el Sr. D. Isidoro de Hoyos.


Con esta escena ridícula é indecente se abrió la fatal sesion. Todo ello era que aún
no se hahia leido el decreto de nombramiento del señor general Hoyos como minis-
tro de la Guerra, y bastó esta circunstancia para que se insultase á un general que
habia vertido su sangre en la guerra; insulto que ni siquiera tenia el mérito de la no-
vedad. El Sr. Quinto y otros no hacia n más que remedar torpemente un lance acon
tecido en 1836 en el Estamento de procuradores por igual causa, respecto al señor
duque de Rivas, prócer del reino nomhrado ministro de la Gobernacion en el Gahi-
nete formado por el Sr. Istúriz en 15 de Mayo.


Leidos los decretos de nombramiento y el oficio del presidente del Consejo para
la suspension de la sesion, el señor presidente del Consejo tomó la palabra. "Señores,
»diJo el Sr. D. Manuel Cortina (varios diputados piden la palabra), tengo que dar ex-
»plicaciones sobre eso ...


»El señor presidente del Consejo de ministros.-No olvide V. S. que el gobierno
"tiene pedida la palabra.


»El señor presidente.--Despues que se haya dado cuenta de las comunicaciones del
»gobierno tendrá V. S. la palabra.


»EI presidente del Congreso.-Repito está en la necesidad de dar una explicacion á
"los señores diputados y á la nacíon entera que nos escucha, sobre esa comunicacion
»que acaba de leerse.


»Ayer, señores, cuando principiaba la sesion, cuando no constaha de modo alguno




-
529 -


»que hubiera nuevo ministerio, cuando ocupaban esos bancos los señores ministros
»de Hacienda y Guerra anteriores, se me ba llamado fuera del salon, como recorda-
ndn los señores diputados, y se me ha entregado por un teniente coronel el oficio
))que acaba de leerse: lo abrí ~' leí en él lo que el Congreso acaba de escuchar.


"No siéndome posible, sin que se hubieran comunicado de oficio los nombramien-
>ltos de nuevos ministros y cuando h:1hia otras personas ocupando esos bancos, re-
"conocer ninguna firma por muy autorizada que fuera, como bastante para adoptar
"en su vista ninguna resolucion, y creyendo además que ni de oficio debia contestar
"á esa comunicacion, lo hice contidencialmente, diciendo á la muy respetable per-
»sona que lo firmaba: que no constándome de modo alguno que hubiese nuevos mi-
»nistros, no habiéndose p¿lsado los oficios comunicándose los nombramientos al
"Congreso, y mucho más, mientras bs personas que antes lo eran estaban todavía
»ocupando esos asientos, no podia yo de modo alguno reconocer á ninguna otra per-
»sona como tal, y añadí, que aunque supiera yo esto y aunque reconociera como
))presidente del Consejo de ministros al señor que firmaba la comunicacion, no es-
))taba en mis facultades de modo alguno alzar la sesion como se me decia, ni suspen-
»derlas por algunos dias, porque si el nuevo Consejo de ministros creia conveniente
»hacerlo, tenia medios en la Constitucion que podria y sabria aplicar si lo estimaba
»oportuno.


»Gomo he visto, señores, que igual comunicacion se ha leido en el otro cuerpo le-
>lgislador, y yo no soy más que la persona encargada de dirigir las discusiones, he
»creido de mi deber dar lectura de lo que en el Congreso he oido, y sincerarme de mi
))conducta, esperando que merecerá la aprobacion de los señores diputados.))


Fuéron las razones expuestas por el Sr. D. Manuel Cortina los verdaderos moti-
vos que tuvo para no acceder á lo que le pedia el Sr. D. Alvaro Gomez Becerra, por-
que prescindiendo de que el camhio de ministerio era un hecho muy conocido y del
valor intrínseco que tenia el oficio del nuevo presldente del Consejo, las facultades
del presidente del Congreso encargado de dirigir las discusiones, por el art. 21 del
reglamento, tambien se extendian á abrir y cerrar las sesiones, y levantarlas en
ciertos casos. Facultad que estaba tan presente en la memoria del Sr. Cortina, que
en la misma sesion, habiendo el Sr. D. Antonio eollantes provocado con sus pala-
bras alguna alteracion en el ánimo de varios diputados, dirigiéndose el señor presi-
dente á uno de los interruptores, dijo :-«¡ Orden, Sr. García Ugal, árden! Suplico á
"V. S. no interrumpa al que está hablando. Creo de mi deber prevenir, que si no
»hay árden y compostura, en cumplimiento de lo que me manda el reglamento, le-
»vantaré la sesion.))


Tenia pues el presidente, y reconocia tener la facultad de alzar la sesion, sin que
la legalidad más ó menos oficial del aviso del presidente del Consejo de ministros,
diese ó quitase en nada valor á las facultades del reglamento. No lo tuvo por conve-
niente el Sr. Cortina, ciñéndose á lo que en su opinion eran las facultades del pre-
sidente. Nosotros respetamos esa opinion de persona tan entendida; mas hoy, como


34




- 530-
entonces, deploramos que así lo c"reyera, ó que así fuera. El presidente del Senado
seguia otro rumbo, y no creemos que con esa deferencia al deseo manifestado por
el presidente del Consejo, menoscabara ni las prerogativas del Senado, ni perju-
dicara á la causa de la libertad. Ya hemos visto que en cuanto se hubieron leido los
nombramientos de ministros, el presidente del Consejo habia pedido la palabra, re-
cordando quc ya la tenia pedida, y la contestacion del Sr. Cortino de que la daria en
cuanto se hubiera dado cuenta de las comunicaciones del gobierno; y que en segui-
da guardó la palabra para dar al Congreso las explicaciones que hemos reproducido.
Parecia pues que dadas estas) se debiera pasar ú la lectura de las comunicaclones del
gobierno, que no sabemos cuáles pudieran ser, pues de ninguna se dió cuenta des-
pues del discurso del Sr. Cortina, y ya que no se daba esa cuenta, tocaba la palabra
al señor presidente del Consejo de ministros; mas ni se dió cuenta de tales comuni-
caciones, ni se dió la palabra al seí10r presidente del Consejo, y sí al Sr. Olózaga que
la pidió en cuanto hubo cesado de hablar el señor presidente.-« ¿ Con qué objeto?
»pregunta el señor presidente.-El Sr. Olózaga: Sobre lo que acaba V. S. de decir,
>ly como quizá la modestia de V. S. no le permitirá hacer la propuesta de que se
»apruebe su conducta (r), creo que toca á un amigo de V. S. hacer la propuesta al
»Congreso, esperando que lo apruebe.-El señor presidente: Yo espero que V. S.,
»limitándose á ese punto del que únicamente es permitido hablar, usará la palabra.»


¿Cumplió el Sr. D. Manuel Cortina con sus deberes de presidente del Congreso, y
observó el reglamento, dando la palabra al Sr. Olózaga, en una cuestion exclusiva-
mente personal, al que presidia el Congreso? N o lo pensamos, y nos parece que el re-
glamento y la gravedad de las circunstancias, y hasta su propio decoro le inhibia que
una cuestion suya personal fuese la ocas ion de un escándalo, que pudo tener conse-
cuencias fatales inmediatas, y que las tuvo para siempre irreparables en seguida.


Por de contado que el Sr. de Olózaga, ya dueño de la tribuna, no se limitó á ha-
blar del objeto para el cual le habia concedido la palabra; discurso memorable que
tanto ha de haber pesado al ilustre orador que lo pronunció, acabando con aquella
exclamacion tomada, como lo dijo él mismo, de un órgano respetable de la prensa
retrógrada (2). ,,¡Dios salve el país, Dios salve la reinal" Lema que luego sirvió de
bandera al pronunciamiento.


No fué el Sr. de Olózaga solo el que usó la palabra; mas en seguida la tomaron el
Sr. Giraldi, el Sr. Callan tes y el Sr. Portillo; discursos que debian ser la tea que
incendiara nueva guerra civil, en la que aquellos oradores habian de ser víctimas del
incendio que fomentaban incautamente .. Se aprobó la indicacion del Sr. de Olózaga,
que consistia en que se declarase la conducta del presidente digna, honrosa y cons-
titucional.


(1) Ni esto era exacto, pues las últimas palabras de las explicaciones del Sr. Cortina, eran para pedir
la aprobacion del Congreso.


(2) El Correspon~al.




531 -
Ya entonces, como un recuerdo asaz tardío, al pedir varios diputados la palabra,


mandó el señor presidente leer el artículo 49 del reglamento, cuyo texto era el si-
guiente:


« Los ministros obtendrán la palabra siempre que la pidan».
La obtuvo al fin el presidente del Consejo, leyó el decreto de suspenslOn de las


Córtes hasta el dia 27 del corriente mes y se levantó la sesion.
Mas ya que siguiendo los impulsos de nuestra conciencia de historiadores, no po-


damos aprobar la conducta del presidente del Congreso, por grande y sincero que
sea el sumo aprecio que hacemos de su persona, y el cordial afecto que le profesa-
mos, tamhien dirémos que se hace de un todo inexplicable la conducta de los minis-
tros. ¿Cómo con el antecedente del dia 1 g, Y conociendo el estado de los ánimos, no
evitaron el escándalo del dia 20, publicando en la Gaceta del 20 el decreto de pro-
rogacion, que fuéron á llevar á las Córtes? Mas parecia que en aquellos dias fatales á
la lihertad, todos los que querian salvarla se habian dado la voz para acahar con ella;
se diria que una fatalidad ciega los llevaba á un mismo abismo por diferentes cami-
nos. Nunca fué más cierto aquel dicho de .los antiguos: Quos perdere vult Jupiter,
dementat.


El dia 20 de Mayo debia ser un dia de luto para la España liberal, y lo fué; fué el
primero del triunfo de una hárbara reaccíon que no daba aún la cara, mas que
no tardó en arrastrar trás de sí las instituciones que tanta sangre habia costado
plantear.


1'<:1 pueblo de Madrid en su generalidad vió con alegría la caida del ministerio Lo-
pez; con admirable instinto divisaba á lo léjos las consecuencias de la amnistía, pri-
mera bandera de la reaccion, pues no era posihle que aquellos mismos que con tanto
furor pocos meses antes hahian anatematizado á los amnistiados, fuesen los que, mi-
nistros ahora, hicieron de la amnistía una bandera filosófica, sin que mediaran razo-
nes que no caben en la generosidad.


Desde muy temprano Madrid se manifestaba con la mayor ansiedad. De tropel se
hacinaba la gente en las cercanías del Congreso ocupando sus avenidas, las trihu-
nas se hallaron llenas mucho antes que se abrieran las puertas, y los gritos que he-
mos indicado salir de las tribunas contra el ministro de la Guerra, daban á entender
sobradamente de qué gente se componia esa afluencia.


Mientras las deplorables escenas que hemos mencionado agitaban el r:ongreso, el
Senado se hallaba tambien reunido y presentaba un singular contraste con el
otro cuerpo colegislador. En el Senado se leia en el rostro de los senadores el pre-
sentimiento de una calamidad pública, y que aquella era la última sesion parlamen-
taria de la revolucion de 1840, mientras en el Congreso se notaba la animacion ca-
lenturienta de una lucha de:;esperada. En el Senado campeaha una cuestion de prin-
cipios, en el Congreso dominaha un antagonismo personal, y mientras el Congreso
\otaba las proposiciones las más hostiles contra el regente, yen la forma más agresi-
va y la más injusta, el Senado se preparaba á enviar á ese mismo regente su mensa-




- 532-
jeen contestacion al discurso de apertura, para ofrecerle su leal apoyo y el homena-
je de su respeto.


En efecto, abierta la sesion, el secretario de la comision del mensaje (el que escri-
be esta historia) subió á la tribuna y leyó el mensaje cual lo habia votado el Senado.
No bien hubo acabado la lectura, cuando se oyeron gritos desaforados en la plazuela
del palacio senatorial, y fuéron lanzadas algunas pedradas contra los vidrios de las
ventanas. El oficial de guardia, hombre de teson, puso los milicianos que mandaba
sobre las armas y muy luego despejó la plazuela de los perturbadores que allí se
habian reunido.


A este inaudito desacato cuyo objeto era sin duda impedir que la comision nom-
brada para llevar el mensaje del Senado al regente, cumpliese su encargo, aquella
quiso dirigirse al momento hácia el palacio de Buenavista, lo que no pudo autorizar
el presidente hasta saber qué peligros podia correr la comisiono Entonces se hizo la
proposicion que el Senado en cuerpo con su presidente á la cabeza fuese á llevar el
mensaje; antes de acceder á ella, el presidente llamó á los ministros para conocer el
estado de la poblacion. Vinieron los senores ministros de la Guerra, de Hacienda y de
la Gobernacion. Dieron las mayores seguridades que ningun peligro existia, que ase-
gurada estaba la tranquilidad pública y que podia la comision desempeñar su encar-
go con toda seguridad. Así lo cumplió la comision recibiendo en su tránsito de ida y
de venida las mayores demostraciones de respeto y de simpatia, dando cuenta al pre-
sidente del desempeno de su cometido.


Mientras esto pasaba en el Senado volvamos la vista á una de las escenas más sen-
sibles de nuestra historia parlamentaria. Hemos dicho cuán tarde pudo obtener el
presidente del Consejo la palabra) mas obtenida esta, así que se presentó en la tribu-
na y como no cabia duda que era para leer un decreto de prorogacion ó de disolucion,
las voces más descompasadas llenaron el santuario de las leyes: los insultos, las
injurias más groseras se cruzaban, sin que aquel venerable anciano, modelo de todas
las virtudes cívicas y privadas se alterase en lo más mínimo. Leyó el decreto con
voz firme y rostro sereno, sin que su noble corazon latiera una pulsacion más. En
aquel aspecto respetable se leia al mismo tiempo el desden de tales desafueros, y
el dolor de que en un Congreso español se cometieran. Apelaba de aquel dia de de-
mencia al dia de la tremenda expiacion de tales atentados, no que su alma pura lo
desease, mas su larga experiencia la divisaba escrita en letras de sangre en el libro
del porvenir.


Cumplida su mision, salió el Sr. D. Álvaro de aquel recinto her.ho un palenque de
pasiones ciegas, para ir al Senado con el mismo objeto que le habia traido al Con-
greso. Enterado de los peligros que corria el ministro, no permitió el Sr. D. Manuel
Cortina que los corriese solo; no pudiendo conseguir que el Sr. D. Álvaro Gomez
Becerra se esperara, lo acompanó hasta el coche. Al llegar á la puerta, varias pe-
dradas fuéron arrojadas contra a9uella cabeza que debia ser sagrada para todo espa-
ñol; pudo al fin tomar el Sr. D. Alvaro su coche que fué acompañado de un granizo




- 533 --
de piedras, y llegó al Senado tan sereno como si nada le hubiera sucedido; allí leyó
el decreto de prorogacion.


La salida del presidente del Consejo de ministros fué la señal de nuevas escenas en el
Congreso. Como el Senado se hallaba aún congregado esperando la vuelta de la comi-
sion que habia ido á llevar el mensaje, los diputados pretendieron que el presidente
volviera á abrir la sesion, fundados en el artículo constitucional que mandaba que
los dos cuerpos colegisladores se disolvieran ó se prorogaran en el mismo momento.
Se negó el Sr. Cortina con una energía inven~ible á lo que se le exigia; luchó con sumo
valor, y viendo que no podia contener ese frenesí, declaró que la ses ion no la abri-
ria, y si lo que se queria era una revolucion, no era ese el lugar sino la plaza pública
y quien tuviera arrojo para presentarse en ella, lo haria por su cuenta y riesgo. Esta
firmeza del Sr. D. Manuel Cortina aplacó un poco los bríos; en esto volvieron los ce-
ladores que habia enviado el Sr. Cortina al Senado, con la noticia que se habia le-
vantado la sesion. Así se desvanecieron los proyectos de trastorno que se meditaban.


En aquellos pocos momentos se redactaron y se presentaron proposiciones inaudi-
tas: el Sr. Cortina las ha quemddo. Por el honor de aquel Congreso y de los autores
de aquellas proposiciones tal vez hizo bien, con todo, es de sentir que no se hayan
conservado como testimonio del delirio de aquella época.


¿La sesion de120 de Mayo fué el principio del pronunciamiento, fué aquella sesion
el grito de una alarma sincera, ó la centella casual que hizo volar una mina cargada
con mucha anticipacion, ó la señal de uné!. insurreccion preparada sín saberlo los que
la ayudaban? La historia contemporánea es inhábil para resolver ese problema, las
probabilidades no bastan para guiar un hombre de honor hácia una solucion que no
halla clara en su propia conciencia. El historiador no puede hacer más que reunir
con afanoso desvelo los datos y los hechos, dejando libre el juicio de los vivien-
tes, y á la posteridad el fallo supremo; lo cierto es, que las palabras que sirvieron de
lema á la insurreccion han sido desmentidas. La libertad ha perecido, el país ha sufri-
do, sufre y sufrirá inmensamente y el porvenir de esa reina, cuya salvacion se invoca-
ba, cuando la respetaban á porfía, queda un problema que los sucesos de los últi-
mos tiempos hace muy árduo de resolver, y puede que llegue el dia en que los que
más lo acatabamos en 1843, los que estamos dispuestos á defenderlo hoy, perezca-
mos defendiéndole en un día infausto.




CAPÍTULO XXV.


REFLEXIONES GENERALES SOBRE EL PRONUNCIAMIENTO DE 1843.


Los acontecimientos de 1843 son tal vez excepcionales en los anales de las vicisi-
tudes que forman la historia de los partidos. Estos suelen perecer por llevar hasta
lo absurdo las consecuencias de sus principios, que acaban por rayar en frenesí. Po-
cos indivíduos tienen bastante 8.liento para ir tan léjos; así es, que si al desarrollarse
racionalmente un principio político, lo adopta una masa de prosélitos concienzudos,
mas que no haya abdicado su libre arbitrio, en cuanto asoma la exageracion de este
principio que los más ardientes llaman deducciones lógicas, y se escudan con el di-
cho célebre de perefcan las colonias antes bien que un principio, poco á poco van re·
zagándose los hombres de dudosa fé, luego los tímidos, y finalmente, los que con fé
y energía, unen la prudencia y la sana razono Entonces es cuando la minoría irracio-
nal y violenta se despeña por el sendero del fanatismo, apura la paciencia de los más,
se hace odiosa á la generalidad y fenece miserablemente rechazada por el buen sen-
tido universal.


Esta es la historia, monótona en su invariable curso, de los partidos extremados,
ya sea que tomen su orígen en las altas regiones de la sociedad, ya que broten de las
masas incultas del pueblo.


Otro y bien diferente espectáculo nos ofrecen los sucesos de 1843. Allí fué la causa
contraria la que produjo la caída del partido progresista; esto es, el retroceso hácia
sus contrarios. No es extraño, pues, qúe aquellos hombres que de aguel aconteci-
miento pueden decir magna pars fui, hayan tratado de poner á salvo sus intencio-
nes, sincerándose de toda culpa. Empresa es esta que podrá acometerse al abrigo de
sofismas más ó menos ingeniosos, mas la inflexible lógica, la razon imparcial y clara
darán muy pronto en tierra con todos los atavíos del error arrepentido que en vano
busca una absolucion, lo más que hallará será indulgencia y perdon por la circuns-
tancia atenuante de admitirse que no hubo intencion premeditada del mal. De aquí




- 535-
no pasará el fallo de la posteridad á quien los vivientes trasmitirán el suyo con los
autos auténticos del proceso. Nosotros, que más que nadie hemos contribuido á la
reconciliacion de las dos fracciones del partido progresista, pues en nuestra propia
casa y guiados por nuestra mano se dieron el ósculo de paz las dos más célebres per-
sonalidades (1) de aq uel suceso; nosotros emprendemos la narracion de los hechos
muchos años despues de acontecidos. Estas circunstancias bastan para demostrar que
no nos anima intencion alguna aviesa, y tan sólo demostrar el error de los que tan
sin razon, como sin motivo, destruyeron en 1843 no sólo la regencia del duque de
la Victoria, más el partido progresista. La posteridé1d tendrá á la vista la defensa que
de sus actos ha hecho el Sr. D. José María Lopez y los cargos que contra esos actos
formulamos. Ella rectificará ó ratificará lo que en ambos alegatos haya de justo ó de
injusto, de lógico ó de sofisma. Los contemp0r3neos nos atenemos á los hechos, y
estos han sido tan funestos en sus consecuencias, que no podemos extrañar que na-
die quiera ser el autor y menos los que son responsables legal y oficialmente de
«una época señalada por la generosidad y la justicia, pero que ha tenido mil desgracias
>ly que sólo puede inspirarnos pesar y arrepentimiento (2).»


U sar de generosidad y ejercer la justicia, nunca pueden traer desgracias é inspi-
rar pesar y arrepentimiento en los gobiernos, salvo en un caso sólo, y es cuando así
obra inoportunamente, y tal fué la época á que se refiere el Sr. D. Joaquin María
Lopez. No nos detendrémos en demostrarlo; los hechos bastan á poner de manifiesto
la imprudencia de los actos que se califican de generosos y de justos.


«Nadie poJia sLlponer con razon Ó con motivo siquiera aparente ó equívoco que las
»personas que formaron clministerio de 9 de Mayo y despues el gobierno provisio-
»nal, cedieran el campo á las ideas moderadas ó preparasen su triunfo por impericia
"Ó ya por débil y criminal condescendencia, y si alguno en los arrebatos de una pa-
»sion delirante llegase á formar una suposicion tan falsa como ingeniosa, los hechos
lIle desmentirán y los hechos no están sujetos á vagas y caprichosas interpretacio-
"nes » Esto lo dice el autor, pág. IX.


Admitimos sin cortapisa la demostracion de los hechos y sin interpretacion. En la
escena política como en los campos de batalla, una derrota es el indicio certero que el
vencido pudo menos que el vencedor: mas el vencido en ciertas circunstancias su-
cumbe al número que por errare,) estratégicos de otros lidiadores vino á caer sobre
él de improviso, en ese caso puede aún re.::abar prez y gloria de un descalabro harto
costoso al enemigo. Mas si un jefe imprevisor y jactancioso, hallándose encastillado
en fuertes atrincheramientos, despreciando un enemigo de quien supo calcular las
fuerzas sale á su encuentro, va á buscarle en el terreno que es más propicio á los pI a- .
nes de aquel, y marcha con tropas mermadas, si en donde pensó coger laureles, halla
la más completa ruina, ¿qué se dirá de semejante caudillo? Lo que dirá la historia del


(1) D. Salustiano de Olózagd y el general Linaje.
(2) ExposiciOIl raionada, pág. VIII.




- 536-
imprudente Cárlos Alberto yendo en busca de Radetzki y quedando vencido en los
campos de Novara.


¿Quedó el campo por los moderados en 1843? ¿Los llamó el ministerio del 9 de
Mayo, ya sea por generosidad ó por justicia? ¿Fué el triunfo de los moderado~ sobre
los progresistas á fines de 1843 tan completo como lo vemos hoy dia? Bastan estos
hechos poco sujetos á vagas y caprichosas interpretaciones, y si los que han dado lu-
gar á este resultado no lo han causado por criminal condescendencia, confiesan su
impotencia antes bien que negarla, y dicen que han sido débiles en vez de blasonar
de fuertes, porque por último no hay efecto sin causa, y los sucesos de r843, una tu-
VIeron.


Epoca de generosidad y de justicia, llama el Sr. Lopez la de su mando. ¡Singular
pretension! En el capítulo r. o y á los pocos renglones dice: «que estando el minis-
»t erio Rodil para cesar, el regente llevando hasta la idolatría el respeto por las prác-
» ticas parlamentarias llamó para consultar sobre el nombramiento de otro Gabinete
"á)os presidentes de las Córtes, siéndolo del Congreso el Sr. D. Manuel Cortina, y
"hace la narracion de lo que entonces pasó, alegando D. Manuel Cortina que no
"podia formar por entonces un ministerio por no haber aún conocida mayoría, y el
"Sr. D. Salustiano de Olózaga, que no habia podido llevar á cabo la combinacion que
"habia concebido.» (Págs. 2 y 3.)


¿Y ese regente idólatra de las prácticas parlamentarias es volcado por una insurrec-
cion capitaneada en primer término por uno de los indivíduos del Gabinete del 9 de
Mayo, el general Serrano, que declaró la cesacion de la regencia votada por las
Córtes? Donosa época de gener osi dad y de justicia.


Enarbolado el pendon de nueva guerra civil en el Congreso, el edificio constitu-
cionallevantado el tanta costa, debia desmoronarse en el conflicto de discordias devora-
doras. Entregado á profundas disensiones sin objeto, el gobierno constitucional per-
día el poco prestigio que le quedaba, y se anonadaba visiblemente. Las conspiracio-
nes interiores, las intrigas de fuera, preparaban un triste porvenir á la desventurada
España, digna de mejor suerte. Se hacia ya evidente que todo se encaminaba para
que la mayoría de la reina fuese la inauguracion de una violenta reaccion contra la li-
bertad, comprometiendo el porvenir de la régía niña muy ajena de los proyectos
que se fraguaban en su nombre.


El partido progresista despues de la sesion del 20 de Mayo dividido en dos fraccio-
nes, una de las cuales se separó violentamente del regente, habia de ser impotente á
detener la arriada reaccionaria que se desprenderia del trono. Mas tal era el desqui-
ciamiento en que se encontraba el partido, que si una de las dos fracciones, en la pre-
vision de esa catástrofe nada su po hacer para evi ta rla, la otra que igual men te la preveia,
aunque no le atribuia el carácter implacable que luego desarrolló, pensó desarmarla
con la amnistía, inspiracion que más que de la generosidad, fu'~ hija de las sérias apre-
hensiones que daba el partido vencido en r 840, cuando llegase á apoderarse de la reina
en su mayor edad. Estas aprehensiones las conocía el bando reaccionario, y las explo-




taba maravillosamente sin reservar la menor gratitud á los que lo amnistiaban por
miedo.


Hay situaciones en que todo ha de contribuir á perder un partido. El progresista
en 1843, se hallaba en una de esas fases de la existencia de los partidos en que nada
puede salvarlos de un desenlace funesto. Al escribir nosotros la historia del pronun-
ciamiento de 1843, desde luego declaramos que renunciamos á explicar lógicamente
el vértigo que se apoderó de una masa innumerable de progresistas honradísimos
que corrian desalados á su ruina. La injus~icia de la agresion, el vacío de ese diluvio
de manifiestos de las juntas, sin una idea, sin pensamiento alguno, puro flujo de pro·
clamear, el ademan pasivo de hombres eminentes, vi.endo cundir una insurreccion
desatentada que no podian menos de vituperar, mas contra la cual no se atrevian á
levantar la voz, la cooperacion activa de otros, la debilidad de la resistencia, la in-
coherencia de los actos de los ministros y sus inexplicahles com binaciones militares,
son otros tantos misterios para nosotros. El error, el encono, las rivalidades, la mala
fé, el cálculo interesado y la ambicion, nada de esto separado ó reunido basta á ex-
plicar los errores cometidos, pues á falta de otro sentimiento, el de la propia conser·
vacion bastaba para no caer en ellos.


¿Quien podrá explicar por la sana razon y el análisis de las pasiones, por mabs y
aviesas que sean, la popularidad que acompañó al ministerio Lopez en su retiro? ¿Fué
acaso su programa vaciedad política que no merecia una segunda lectura? ¿Fué
el proyecto de amnistía quien merecia esa ovacion tan estrepitosa? ¿De dónde venia
esa súbita ternura en favor de un partido irreconciliable enemigo del progresista?
Salyo su prodigiosa facundia, ¿no proclamaban á voz en grito la incapacidad adminis-
trativa del Sr. Lopez? Y ni ese mérito de orador tenian sus compañeros, que en nada
se distinguian, ni por sus méritos, nt por sus servicios de la masa del partido progre_
sista; mas cualquiera que fuera la desconfianza del jefe del Estado que pudieran
con tanta injusticia tener algunos, ¿cómo no se disipó al ver que daba á estos minis·
tros objeto de tan inexplicahle admiracion, sucesores que ofrecian prendas harto
más seguras á la libertad y á la revolucion que los que componian el Gabinete Lopez?


Dos ministros entraban en el nuevo Gabinete, que más que ningun otro español
habian identificado su existencia con la revolucion; pues las únicas reformas radicales
que habian hecho desde la muerte del rey, las únicas que han quedado hechas, eran
obras del Sr. D. Álvaro Gomez Becerra y del Sr. D. Juan Alvarez y Mendizabal. ¿Y
cómo con antecedentes tan gloriosos pudo extraviarse la opinion hasta el punto de
hacer creer que los dos únicos reformadores osados y enérgicos que habia tenido la
revolucion, habian de atacar á ésta y de ser conspiradores liberticidas? Es lo que no
tiene explicacíon ninguna.


Que no se tomara en cuenta la vida de esos dos eminl~ntes españoles gastada en
servicio de la libertad, sin cejar jamás ni por las desgracias ni por la proscripcion,
sea. Que se desconociera en ellos una integridad acrisolada, una firmeza de princi-
pios nunca desmentida, sea. Que se echara en olvido que como ministro el uno y




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como diputados los dos habian contribuido á dar á la nacion la Constitucion, por la
cual se tenia ó se simulaba tener tantos temores, sea. N o seria el primer ejemplo de
hombres bastante inconsecuentes para deshacer hoy con sus manos la obra que ha-
bian levantado ayer: la historia de las revoluciones está atestada de tales extravíos
del entendimiento humano, que en lo posible nada puede sorprender: mas por una
gloriosa excepcion D. Álvaro Gomez Becerra y D. Juan Mendizabal, eran con sus
compañeros de 1836 los únicos en España que no podian transigir con la revolucion,
porque armados de una verdadera dictadura con el nombre de voto de confian~a dado
por las Córtes, le habian empleado para cerrar los conventos, para quitar el diezmo,
para destruir las manos muertéils y dar á la circulacion las fincas aglomeradas por si,
glos de usurpacion y de abusos en manos de la aristocracia. ¿Y podian esos intrépidos
reformadores que tan de frente habian chocado con la aristocracia y el clero entrar
en ninguna combinacion á favor de uno y de otro? ¿Y habia otro valladar que prote-
giera los que á tanto se habian atrevido que no fueran la Constitucion que habia
sancionado aquellas reformas y el partido que la habia hecho? Mas si por último
nada de esto bastaba para inspirar confianza, no merecian á lo menos antecedentes
de tanto compromiso, que se esperara á ver si los actos recientes concordaban con
los de años atrás.


¿Se .tuvo ese respeto á existencias políticas tan puras? De ninguna manera; se vió
al contrario el más doloroso espectáculo que puede presentar el desórden mental de
los partidos. Los diarios progresistas atacaban á los ministros más progresistas, los
únicos reformadores que habia tenido la revolucion, con una virulencia que sobrepu-
jaba á la prensa contra-revolucionaria. ¡Eran aquellos ministros denunciados como
conspiradores liberticidas, y esa estúpida é inícua denuncia era admitida como un
hecho, y producia los efectos de una verdad absoluta! i Los primeros actos de su ad-
ministracion indicaban las intenciones más ben;:ficiosas en favor de las clases menes-
terosas y se hablaba de tiranía, y esas vocinglerías tcnianeco! ¡ Habian los ministros
convocado las Córtes, provocando un juicio solemne de sus actos, y se apelaba á la
insurreccion! ¡ El regente habia admitido la renuncia de unos ministros, y los habia
reemplazado con otros mil veces más comprometidos en favor de la revolucion, y se
afecta ba tener recelos por la existencia de esa revolucion!


El ministerio Lopez se habia formado con infraccion palpable de las prácticas
parlamentarias, puesto que de seis ministros, los tres no pertenecian á las Córtes, y
entre sus sucesores uno solo no era ni di putado ni senador, si bien era alcalde pri-
mero de Madrid, y se decia que no se respetaban las prácticas parlamentarias! El
nuevo Gabinete llevaba el respeto á la Constitucion hasta declarar que como el pre-
supuesto no estaba votado por las Córtes, no tenian los contribuyentes obligacion de
pagar sus cuotas; respeto en que no tuvo á quién imitar, ni quién lo imitara despues,
y se decía que se faltaba á la Constitucion! ¡El nuevo Gabinete indultaba todos los
delitos políticos desde elLo de Setiembre de 1840, y se le tildaba de intolerante! ¡La
prensa no era ya más que un taller de calumnias; se predicaba la rebelion abierta-




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mente, y se clamaba por la libertad de imprenta! Cada mañana se publicaban las no-
ticias más absurdas; ahora era un proyecto de llevarse á la reina, ahora era la venta
de la isla de Cuba á la Inglaterra; si se quitaba el derecho de puertas, era porque la
Inglaterra pagaba al ministerio la diferencia en la recaudacion. Esta odiosa licencia
se toleraba como se hubiera respetado el uso de una bien entendida libertad, y se
acusaba á los ministros de despotismo! ¡Jefes salia n todos los dias de Madrid para
capitanear la insurreccion; lo anunciaban públicamente sin que nadie lo estorbara, y
se hablaba del régimen del sable, de dictadura militar! ¡Y esas groseras imposturas
mil veces desmentidas hallaban eco en las juntas que contaban muchas personas
honradísimas, hacian impresion en la Milicia N acíonaL y en el ejército lo disponian á
la insurreccion, sin que el nombre del regente, símbolo de la lealtad, del honor y
de la revolucion, ni el nombre de los ministros más comprometidos á sostener ésta,
bastasen para sacarlos de un alucinamiento fatal que debia conducirlos al precipicio
mismo que temian y querian evitar.


Este incomprensible extravío de la razon, es uno de los más inauditos fenómenos
políticos que presenta la historia del mundo, y como en vano se querria explicar por
las leyes de la lógica ni por las pasiones, hay que considerarlo como una de aquellas
aberraciones del entendimiento humano, que el gran número de los que han adole-
cido de ella no hace más inteligible que si no hubiera alcanzado más que á una per-
sona sola. Mas como las masas no se curan como un indivíduo, la experiencia es la
única higiene de semejante contagio mental; en esa parte la que siguió á el pronun-
miento de r843, ha sido cabal y completa.


Reconozcamos, pues, que para los pueblos como para los indi-dduos hay dias in-
faustos en que las malas pasiones oscureciendo el entendimiento, sustituyen á la ra-
zon una ira ciega que embota hasta el instinto de la propia conservacion y conducen
al suicidio. Entonces el indivíduo olvida la religion, la moral, la familia, la patria,
y acaba con la vida; y las masas se pierden negando la probidad, los servicios más es-
clarecidos, las reputaciones más puras, la honradez más manifiesta, cegadas con
una irritacion febril que han fomentado el ódio que calcula, la inmoralidad que cor-
rompe, la per11dia que acusa, la infamia que aja y la imbecilidad que cree. Todos
los medios son buenos con tal que se llegue á alarmar las conciencias y á perturbar
los sentidos de Jos débiles, de los tímidos y de los necios: la consternacion de los
hombres honrados es el triunfo de los malos; envalentonados con la impunidad,
desarrollan su sistema criminal de calumnias, cuya enormidad es una causa de favor,
porque hay acusaciones que son tan infames, que la gente honrada aunque extravia-
da no puede suponer ser de mera invencion.


A esta obra de perdicion se entregó en 1843 el partido reaccionario; la malhadada
division de los progresistas dió á sus maquinaciones un vuelo fLll1esto y un resultado
cierto; del partido progresista que se adhirió en 1843 á la coalicion, se puede decir lo
que el Sr. Thiers decia de los doctrinarios capitaneados por el Sr. Guizot en la coali-
cion de r839 contra Mr. Malé. "Los doctrinarios nos han ayudado á volcar el Gabi-




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))nete del 15 de Abril de 1837. No soy justo. Su papel fué de más importancia, nos-
))otros los hemos ayudado, ellos lo han volcado.)) (1) Lo mismo aconteció en España
en 1 843: los reaccionarios ayudaron, mas los progresistas de la coalicion fuéron los
que volcaron la regencia. La credulidad de los unos, la mala querencia de otros, fa-
cilitaron la obra de la mala fé y de la venganza. Los gérmenes de irritacion que con
tanta perfidia se habian inventado, brotaron de un modo inaudito, así fué que en
cuanto asomaron los primeros síntomas de rebelion en Málaga, la insurreccion cun-
dió de pueblo en pueblo, de provincia en provincia con la intensidad de un azote
mortífero. Se podrá discutir mucho y por largo tiempo sobre las causas de ese levan-
tamiento, sobre los medios que se emplearon para conseguirlo, mas lo que no es po-
sible negar es que jamás una conspiracion ha corrido con más rapidez baj o el im-
pulso de una direccion activa y poderosa. Los resultados dicen bastante el error en
que cayó una parte del partido progresista, mas hay que confesar que los vencidos
de 1840 tomaron su desquite en 1843 con suma habilidad prescindiendo de los me-
dios. Nada les costó; dinero derramado á manos llenas, promesas, fingido entusias-
mo en favor de la Constitucion, compromisos solemnes, todo lo prodigó para en-
gañar, alucinar y corromper. Debia triunfar y triunfó.


Antes de entrar en la narracion de los hechos, tenemos que hacer salvedades indis-
pensables. Nuestro objeto no es el de hacer críticas muy fáciles siempre despues de
los acontecimientos; nos hemos afanado en buscar la verdad de los hechos para re-
producirlos en su exactitud histórica, porq ue en nuestra opinion, la derrota de los pro-
gresistas en 1843, no ha sido más que la consecuencia de una posicion creada por di-
sensiones que no tenia n una causa séria, y de muchos errores de ambas fracciones.
Si anotamos el singular delirio que se apoderó de una de ellas, tambien dirémos que
la otra no supo escogitar los medios de impedir el mal que cundía. Y en cuanto á los
últimos ministros de la regencia, no se ofenderán, lo esperamos á lo menos, si á ve-
ces no los hallamos penetrados de la difícil y árdua mision de que se hicieron cargo.
Unidos á ellos por un antiguo y sincero afecto, profesando el más profundo respeto
al que fué jefe de aquel Gabinete, en aquellos dias de una defeccion general, les
ofrecimos nuestra muy débil cooperacion, y seguimos voluntariamente la suerte que
les cupo. Esta mancomunidad de respeto, de afecto y de desgracia, nos autorizan á
explayar nuestra opinion sin rebozo sobre sus actos. No es el vano y pueril atraétivo
de la crítica quien nos guia, el amor de la verdad es el que sólo nos inspira; que unos
y otros de nuestros correligionarios políti~os tengan bien entendido que conocemos
los errores que todos hemos cometido. Hay un nivel ante el cual todo se iguala, es
el del infortunio. Duros golpes ha descargado la suerte sobre todos sin excepcion al-
guna; reconozcamos en esa igualdad de un castigo providencial, la parte que á cada
uno de nosotros le toca en esa catástrofe que nos envuelve á todos. Que ese enseña-
miento que nos llega de tanta altura, que esa expiacion cruel, y tal vez necesaria, nos


(1) Sesion del27 de Mayo de 1846.




haga aprender que se sirve mal á su patria y á sí mismo, sustituyendo cuestiones per-
sonales á los grandes intereses de la nacion, y dando complaciente oído á resenti-
mientos individuales, en vez de seguir los principios eternos de la justicia y de la ra-
zon, en los cuales descansan la prosperidad y la gloria de las naciones. La insurrec-
cion, esa ultima ratio de los pueblos, no es legítima, no es permitida sino cuando la
libertad se halla evidentemente en peligro y amenazada con actos positivos, mate-
riales de un poder tiránico que conculca todas las leyes. Pues nada de eso existia
en 1843; y cuando ese caso ha llegado, como sobrevino trás del triunfo de la reaccion,
la nacion no se ha levantado para defender sus fueros, su Constitucion y las leyes,
prueba evidente que la insurreccion de 1843 no tuvo por orígen la defensa de la li-
bertad que nadie amenazaba; pues la nacion se la ha dejado arrebatar impunemente.




CAPÍTULO XXVI.


PRONUNCIAMIENTO DE I843.-DISPOSICIONES DEL GOBIERNO. -LOS JEFES PROGRESISTAS DE


LA COALICION.-ESTALLA EL PRONUNCIAMIENTO EN MÁLAGA, REUS y BARCELONA.


La prorogacion de las Córtes era el preludio de una disolucion. Sin duda el mI-
nisterio hacia uso de una prerogativa constitucional; con todo, no era posible disi-
mularse que el uso de este derecho no iba exento de graves inconvenientes en aque-
llas circunstancias; el país se hallaba visiblemente agitado por intrigas sordas, acti-
vas; las pasiones hervian irritadas. Algo de violento era un decreto de disolucion en
contestacion á un voto casi unánime en favor del ministerio dimisionario, puesto
que por una anomalía chocante los contrario:> de este habian votado como sus ami-
gos. Tal era la obcecacion de aquellos dias en que las nociones normales del régimen
constitucional se hallaban confundidas en un caos deplorable.


Dos disoluciones en pocos meses podían aparecer más bien el abuso que el uso
de una prerogativa, por más constitucional que fuera. En países donde una larga
experiencia ha formado hombres políticos y acostumbrado la nacíon al mecanis-
mo constitucional, un suceso igual, sin desquiciar el edificio social sólidamente
organizado no dejaria de causar un estremecimiento sério, y aquí recordamos la
opinion del Sr. Roberto Peel que ya hemos invocado en la materia. En España, don-
de nada hay establecido, esas disoluciones repetidas inoportunamente y sin motivo
debian causar un conflicto grave, y era muy de preveer que los partidos, saliéndose
del terreno legal, acudirian á la violencia.


Ya que no se disolvieron aquellas Córtes, cuando hubo un motivo legítimo, esto
es, cuando los jefes de la mayoría no quisieron tomar las riendas del Estado; ya que
se contrarió la resolucion del regente de renunciar el poder; ya que se habia admitido
el ministerio Lopez y aceptando su renuncia, tal vez hubiera sido más prudente y más
hábil volverle á llamar des pues del voto unánime del Congreso en su favor, voto fa1-




to de sinceridad y de razon, pues no hubieran pasado muchos dias sin formarse una
oposicion que lo hubiera volcado. Someterse á la voluntad de una mayoría, aunque
sea un capricho de esta, no redunda nunca en desdoro del poder ejecutivo en los
países con'ititucionales: hay que ceder sin renunciar á que prevalezca más adelante la
razon, más de un rey ha tenido que someterse á estas exigencias parlamentarias; un
jefe popular, producto de la eleccion lo podia hacer con mucha más razono Mas todos
parecian carecer del tino prudente que exigia la gravedad de las circunstancias.


Sigamos los pasos de los jefes de ambos lados. Los jefes del Parlamento no andu-
vieron los menos desacertados; que vituperasen el abuso que se hacia de una prero-
gativa constitucional, estaban en su derecho; que se aprestasen á luchar á brazo par-
tido y legalmente en las elecciones para tener la mayoría y con ella volcar el ministe·
rio, era un legítimo ejercicio de una noble ambicion ; mas en cuanto la insurreccion
asomó la cabeza, en cuanto los hombres más reaccionarios arribaron á las playas
de España para dirigir una insurreccion, ya no podia caber duda en el partido que
hahia de tomar todo el que no queria el triunfo de la reacciono Ese dia, el primer de-
ber, el más sagrado, de todo progresista era el de acudir á la bandera de la revolu-
cion de Setiemhre y protestar en nombre de las leyes y de la Constitucion contra
actos que sacaban la cuestion del terreno legal de las elecciones, para entregarla á
los azares de una lucha violenta de una insurreccion insensata, cuyo término no po-
dia ser otro del que ha sido, entre los actos ministeriales más ó menos prudentes y
oportunos y la contra-revolueion, entre un ministerio cuya probidad y fidelidad á la
revolucion todos reconocian, y la cooperacion de hombres conocida mente enemigos
de la Constitucion y de la revolucion de Setiembre, la eleccion no podia ni debia ser
incierta.


Creemos estar seguros que este fué el pensamiento de hombres eminentes en los
primeros dias del pronunciamiento, y que esta inspiracion afortunada fué abandona·
da al saber que hahian desembarcado, viniendo del extranjero, los partidarios de la
reaccion, por creer que arrojándose á la lucha se quitaria el influjo á los recien veni-
dos de Francia. Desgracia fué y grande; en nuestra opinion era un motivo más para
acallar todo resentimiento y ayudar el ministerio á triunfar de la insurreccion, de-
jando al jurado nacional, las Córtes, el fallo solemne sobre los actos del gobierno;
una manifestacion púhlica en ese sentido de los diputados progresistas disidentes hu-
biera anonadado la insurreccion, y era tanto más necesaria, que nadie ignoraba que
la mano del extranjero andaba en ella. N o hay que hacerse ilusion: los acontecimien-
tos de r843 fuéron un remedio vergonzante de la intervencion de r823, y salvo la
diferencia de las circunstancias que hicieron variar en los medios, dos veces en vein-
te años el gobierno de la Francia ha destruido la libertad de España de consuno con
militares españoles.


A su vez el ministerio, que conocia todas las ramificaciones de la conspiracion den-
tro y fuera del reino, no supo graduar los peligros de la situacion. Sin la reconcilia-
cion de todo el partido progresista la lucha era imposible, como no se acudiese á ella




con una energía radicalmente revolucionaria. Ignoramos si el primer medio era im-
posible, no lo creemos; mas si lo era, ya no habia más que echar mano del segundo;
pero dudamos que los ministros pensasen que la contra-revolucion triunfara, á lo
menos nada indica en sus actos que quiso proporcionar los medios de represion á el
arrojo que manifestaba el pronunciamiento.


Mas cualesquiera que fuesen las ilusiones ó las esperanzas de los ministros, como
la insurreccion no tenia pretexto alguno, era preciso combatirla denodadamente en
sus primeros momentos; el pronunciamiento no tenia bandera, los elementos de que
se componian las juntas no tenian afinidad entre sí; las vacías declamaciones de sus
manifiestos no eran más que groseras mentiras, calumnias, delirio y divergencia, que
no podian entusiasmar á nadie. El pueblo, la Milicia Nacional, el ejército, estaban
muy extraviados, mas no podian tener ese fanatismo que hace arrostrar los peligros:
el error es siempre un estado pasajero. Los progresistas honrados que tomaban
parte en una lucha que debia serles fatal, no podian tardar en salir del engaí10 en que
habian caido, porque los principios contra-revolucionarios debian muy pronto aso-
marse, hiriendo su fé política, lastimando sus intereses. Habia, pues, que dar lugar
á que ese desengaño viniese, luchando con actividad y denuedo, y esto es tan cier-
to, que á pesar de no haber hecho nada con ese objeto, algunas juntas de Galicia
tenian enviados al cuartel general del regente delante de Sevilla para una avenencia,
y otras juntas se preparaban á hacer otro tanto, cuando la aciaga jornada de Ardoz
hizo imposible la salvacion.


El ministerio ni negoció con destreza y tino, ni luchó con energía y arrojo. De-
liberó más de lo que supo obrar, y en las discordias civiles nada más seguro que la
prontitud en los actos, asaz más eficaces que deliberaciones. Diferentes proyectos se
acordaron que fuéron abandonados por causas incidentales; los planes militares tu-
vieron igual suerte que las resoluciones políticas: ni fuéron concebidos como siste-
ma general, ni seguidos con claridad y constancia; y como acontece siempre en las
resoluciones en que preside aciaga suerte, la que mejor aparecia ser, era siempre
aquella cuya oportunidad de ejecucion se acababa de malograr. Hay que decir tam-
bien en honor de la verdad, que hubo sucesos y que se presentaron defecciones que
estaban fuera de toda prevision humana, y muy propias para desalentar y provocar
una cruel indecision. Hay que recordar aquellos dias de infortunio y de denuncia
para hacerse cargo de las angustias en que debieron vivir aquellos ministros á la
vista de una anarquía en que todos los vínculos sociales, y mucho más los políticos,
estaban rotos, en que cada correo traia la noticia de un nuevo acto de debilidad ó de
una traicion de parte de las autoridades encargadas de sostener el órden y de defen-
der la Constitucion, y sobre cuya cooperacion eficaz más se debia contar. Hom-
bres de bien y animados de las más patrióticas intenciones, puestos á tal prueba, son
dignos de indulgencia, si el desmayo en el alma y la perturbaciol1 en las ideas no
acertaban en su patriotismo con los medios más adecuados para salvar la libertad y
para sacar la nacion de la anarquía mental en que estaba sumida.




Al lanzarse los ministros por una senda llena de peligros, caminando hácia una
contra-revolucion, por una de aq uellas imprevisiones que no les es imputable, la ma-
yor parte de los capitanes generales se hallaban en Madrid asistiendo á las sesiones
del Senado. El 24 de Mayo el ministerio hizo varios nombramientos para las capita-
nías generales y no tuvo ni con mucho la mano feliz en la eleccion. Hay tambien
entre nosotros una manía de trasiego de empleados sin motivo, sin objeto; no andu-
vo escaso el ministerio de mudanzas á cual más desacertadas. El general Aleson
nMnJaba en Valladolid; militar de resolucion y de tino. gozaba de sumo aprecio en
aquella capitanía general donde habia hecho grandes servicios en 1841, y donde
otros muy importantes pudo prestar en aquellas circunstancias. Se le sacó de Valla-
dolid para traerlo á la Inspeccion general de infantería, que otros muchos generales
que se hallaban en Madrid podian desempeñar. Se llevó á ~alladolid el capitan gene-
ral de Galicia. Se envió desde Madrid otro capitan general á Galicia. El de Aragon
pasó á Extremadura, el de Extremadura pasó á las Islas Baleares, el de las Provin-
cias Vascongadas fué llamado á Madrid á desempeñar el cargo de director del Estado
mayor, y otro general pasó á las Provincias Vascongadas. Cataluña se hallaba sin su
capitan general y se dió el mando interino á un general conocidamente contrario á
las opiniones progresistas: el otro general de iguales opiniones se le dió la capitanía
general de t3evilla, y contra Granada sublevada se envió un generaL que por su edad,
achaques y circunstancias, era el menos apto á sofocar aquella sublevacion. Fatal,
funesto, aciago fué aquel trasiego de capitanes generales, y no menos desacertados
la mayor p;ute de los nombramientos hechos; algunos de los elegidos llegaron para
asistir al pronunciamiento sin tener posibilidad de impedirlo, faltos de medios y de
prestigio en un país donde no eran conocidos.


Sello de mayor tino llevaron otras resoluciones menos importantes del gobierno,
tal como mandar devolver á los habitantes de Barcelona la suma de tres millones
seiscientos noventa y nueve mil seiscientos noventa y siete reales que tenia n pa-
gada á cuenta de la contribucion de doce millones, que se impuso á la ciudad de re-
sultas de la sublevacion del 13 de Noviembre anterior. Esta medida reparadora de
un decreto tal vez justo, pero dado arbitrariamente, era una prueba de que el minis-
terio queria ante todo el respeto á las leyes, y borrar hasta la memoria de acon-
tecimientos aciagos. Mal correspondió Barcelona á la generosidad del gobierno.


El ministerio, por un respeto bien loable á un precepto constitucional, dió un de-
creto en que declaraba que no hallándose votadas las contribuciones por las Córtes
nadie tenia obligacion de pagarlas, ni nadie seria apremiado; el pago de las contribu-
ciones éra facultativo y voluntario, se abolió el derecho de puertas en la cuota mu-
nicipal; la alcabala, la contrihucion de cuarteles tambien fuéron suprimidos; además
de estas resoluciones todas beneficiosas y de alivio general, hubo indulto por los de-
litos políticos cometidos desde 1.0 de Setiembre de 1840.


A no ser el extravío mental de aquella época, estos actos primeros del gobierno
hubieran merecido aplausos, antes bien que provocar una insurrecciono Respeto á las


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leyes, clemencia, abolicion de gravámenes onerosos y vejatorios formaban un pro-
grama algo más positivo de hecho que las vaciedades del Sr. Lopez. Pues estos actos
eran recibidos con ira y desden. La restitucion de la parte de la multa ya pagada por
los vecinos de Barcelona fué calificada de debilidad, el indulto de mezquino, la am-
nistía del Sr. Lopez era la panacea universal sin la cual no se podia salvar el país, la
abolicion de impuestos era pintada como gravosa al pueblo, y no era la prensa con-
tra-revolucionaria la sola que así se expresaba; los diarios de la oposicion progresista
marchaban á la vanguardia de los censores propagando estas increibles declamacio-
nes, elementos primordiales de trastorno, base de la corrupcion en que pereCió la li-
bertad.


Málaga que en 1836 habia dado la señal del pronunciamiento, habia tomado igual-
mente la iniciativa del de 1843. En cuanto llegó á sus playas la noticia de la caida
del ministerio Lopez, la insurreccion estalló el dia 23 de Mayo, esto es, antes que se
supiera la disolucion de las Córtes, prueba nada equívoca que una conspiracion muy
de antemano preparada, no esperaba más que un pretexto cualquiera para romper, se-
guros que la autoridad militar no seria un obstáculo á sus proyectos. Los conspirado-
res de Málaga hicieron el pronunciamiento con el apoyo de la Milicia Nacional.
comprometiéndose en él la diputacion provincial y el Ayuntamiento, y una junta que
se instaló. Á los tres dias hubo una reaccion, y desapareció la junta.


El coronel del batallo n de Málaga, marqués de Torremejía, habia provocado esa
reacciono Es curioso hoy el recordar aquellos sucesos, y reproducir los partes que llega-
ban al gobierno. Hé aquí el que daba el segundo cabo de aquel distrito militar, gene-
ral Santa Cruz, desde Granada. El capitan general D. Antonio Alvarez, era uno de
los ausentes de sus puestos para asistir al Senado.


«Parte recibido en la secretaría de Estado y del despacho de la Gue¡-ra.
¡)Capitanía general del 7.° distrito.-Excmo. señor: El coronel del batallon provin-


cial de Málaga, marqués de Torremejía, en oficio del 26 del actual que acabo de re-
cibir por extraordinario, me dice lo que sigue:


»Excmo. señor: Con esta fecha tengo la honra de elevar al Excmo. señor secreta-
rio de Estado y del despacho de la Guerra lo siguiente: Excmo. señor: Los sucesos de
esta capital tenian en una contínua alarma á todos sus beneméritos habitantes y á la
mayoría de la Milicia Nacional, y era preciso una medida extraordinaria que estable-
ciese la tranquilidad, que tan apetecida era de todos.


llA conseguirlo se dirigian todos mis .conatos, y de acuerdo con el brigadier go-
bernador D José Cabrera, que se encontraba enfermo en este dia, acompaí1ado de
varios oficiales del batallon que tengo la honra de mandar, en union con los de la be-
nemérita Milicia Nacional, y contando tam bien con la cooperacion de los carabine-
ros, me dirigí á la plaza de la Constitucion; arengué al pueblo que se hallaba reuni-
do con un batallon de la Milicia, y tuve la dicha de que se me oyese, produciendo
mis palabras el efecto que me prometí, pues bien pronto conseguimos una comple-




ta reaccion, hasta el extremo de presentarme en la comlSlOn de gobierno, que
quedó completamente disuelta, y en el libre ejercicio de sus funciones todas las auto-
ridades.


"Faltaria á mi deber si no hiciese una particular mencion de la del señor intendente
D. Manuel Elizaicin, que llegó en la madrugada de este dia, por la parte que le ha ca-
bido en el feliz desenlace de estos acontecimientos, así como del patriotismo de la
Excma. diputacion provincial, ilustre Ayuntamiento y benemérita Milicia Nacional,
de cuya sensatez jamás he dudado.


»Por mi parte no he hecho más que cumplit un deber que tengo contraido como mi-
litar y como español, y mi recompensa es bastante con haber restablecido la tranqui-
lidad á esta rica y populosa poblacion. Para que no se produzcan, sin embargo, los
excesos referidos pido al capitan general de este distrito la fuerza necesaria.


»Todo lo que tengo la honra de manifestar á V. E. para que se sirva hacerlo á S. A.
el regente del reino.


"Mi satisfaccion, Excmo. señor, es completa al observar la tranquilidad que reina en
esta ciudad. Lo que tengo la honra de elevar á conocimiento de V. E. en cumpli-
miento de mi deber.


"Lo que traslado á V. E. para conocimiento de S. A. el regente del reino. -Dios
guarde á V. E. muchos años.-Granada 27 de Mayo de 1843.-Excmo. señor.- El
general segundo cabo, José Santa Cruz.-Excmo. señor ministro de la Guerra.»


«S. A. el regente del reino, enterado de este parte, se ha servido mandar que se
publique por medio de Gaceta extraordinaria para conocimiento y satisfaccion del
pueblo de Madrid y de todos los españoles interesados en la paz y prospendad de su
patria; quedando en recompensar el mérito contraido por las autoridades, corpo-
raciones y particulares que contribuyeron á la feliz terminacion de aquellas desa-
gradables ocurrencias, sin perjuicio de ascender desde luego, como lo hace con esta
fecha, al grado de brigadier al coronel del provincial de Málaga, marqués de Tor-
remejía.»


Crey6 el gobierno de Madrid el órden restablecido en Málaga, y que pudiendo con-
tar con la cooperacion de aquella Milicia y de aquellas autoridades, no se volveria á
alterar, y las seguridades del general Santa Cruz, que no se alteraria la tranquilidad
en Granada, le determinaron á manifestar su satisfaccion á todos los que en su
ilusion creía habían cooperado á esa reaccion, ascendiendo desde luego á brigadier al
coronel marqués de Torremejía.


Poco tardó el desengaño. El dia 27 hubo un segundo pronunciamiento, del cual
salió una junta compuesta de las personas á quien el gobierno acababa de dirigir gra-
cias públicamente en la Gaceta. Indivíduos de la diputacion, del Ayuntamiento, de
la Milicia, el intendente, el comandante general Cabrera, entraron en aquella junta
que quedó compuesta de los sugetos siguientes:


D. José Cabrera, comandante general.
D. Manuel Elizaicin, intendente de esta provincia y jefe político interino.




D. Pedro Gomez Sanchez, alcalde primero constitucional.
D. Juan Zala bardo) concejal.
D. Enrique García, síndico.
D. Juan Kreisler, diputado provincial.
D. José Hernandez, vice-presidente de la junta de Comercio.
D. Narciso Lopez, nacional.
D. Casimiro Herraiz, capitan de cahallería ce la Milicia Nacional.
D. José Hernandez Malina, capitan de artillería de idem.
Faltan en esta lista otros tres señores diputados que habian de elegir los partidos.
Para recordar entre mil funestos ejemplos la incredulidad de aquella época de de-


mencia, damos como muestra la conducta de una de las autoridades de Málaga. El
intendente de aquella provincia, D. Manuel de Elizaicin, dirigió al gobic,'no con fe-
cha del 26 de Mayo una manifestacion blasonando de su fidelidad y en 28 del mis-
mo mes, como intendente y jefe político interino, dirigia una aloCLlcion á los mala-
gueños haciendo alarde de su ódio al gobierno. Es triste, tristísimo reproducir los
documentos que patentizan esas asquerosas traiciones, esas palinodias inauditas;
mas, ¿cómo pintar una época sin los colores que le dan su verdadero carácter? A es-
tas horas nadie en España se acuerda de aquellos actos; los diarios desaparecen y con
ellos los documentos históricos; hay que recogerlos cuidadosamente para que en
obras que pueden durar más que una hoja volante, 105 tenga á la vista la posteridad
que ha de Juzgarnos con mayor imparcialidad que la que cabe á los vivientes.


"Intendencia de rentas de la provincia de Málaga.-Excmo. señor.-Hallándome
practicando una visita á los pueblos de esta proyincia con el objeto de agitar la re-
caudacion de las contribuciones, supe las ocurrencias de esta capital é inmediata-
mente me puse en marcha arribando á ella á las seis de la mañana de este dia, ha-
biendo tenido el sentimiento de encontrar los ánimos de sus habitantes algun tanto
sobresaltados, por efecto, segun se me ha informado, de las noticias de que fué por-
tador el correo que de esa córte llegó á esta ciudad el 23 del corriente.


"Al momento he tratado de imponerme del orígen de tan lamentables sucesos, de
cuyo pormenor se encontrará V. E. informado por el parte que le dirigió esta inten ...
dencia en 24 del actual, y consultadas las personas de valimiento en el pueblo y va-
rios oficiales de la Milicia Nacional, me he persuadido de que un exceso de patrio-
tismo y el temor de que la crÍsis política que acabamos de atravesar, pudiese menos-
cabar la ley fundamental del Estado y con ella los objetos más queridos de los espa-
ñoles, fuéron las causales que lo motivaron.


"Persuadido, Excmo. señor, de esta verdad y contando por otra parte con la cor-
dura y sensatez de este vecindario y de su benemérita Milicia l~acional, con el bucn
juicio y decidido amor á la libertad de los indivíduos que componen la Excma. dipu-
tacion provincial é ilustre Ayuntamiento, no vacilé en decidirme á emplear mi pres-
tigio con las personas que tan directamente las tenían en las masas, para que se con.




sumase una reaccion, cuyas consecuencias fuesen las de asegurar el sosiego á esta
rica y populosa poblacion y sostenerla en sus relaciones con la Metrópoli.


»Contaba para esta grande obra con los conocimientos y laudables deseos del be-
nemérito brigadier comandante general D. José Cabrera, á quien he encontrado en-
fermo. Empero ha salvado todos los inconvenientes la energía y patriotismo del co-
ronel del provincial á que da nombre esta capital, marqués de Torremejía que arros-
trando los peligros que pudiera ocasionar la situacion, se presentó en la plaza de la
Constitucion y hablando al pueblo en union de algunos oficiales de su cuerpo, de la
Milicia Nacional y carabineros neutralizó los efectos que empezaba á producir la ge-
nerala que se batia por las calles á las cinco de esta tarde, consiguiendo que cesase
en sus funciones la comision titulada de gobierno, restableciéndose todas las autori-
dades en el lleno de sus funciones, y habiéndome hecho cargo en su consecuencia de
la jefatura é intendencia por efecto á las particulares circunstancias en que nos en-
contrábamos, y sin embargo de haber visto por la Gaceta mi nombramiento para la
provincia de Alicante.


»Faltaria, Excmo. seí10r, á mi deber si en este momento dejase de hacer una parti-
cular mencion del mérito y firmez:l que en circunstancias tan difíciles han observado
los jefes de provincia, aduanas, amortizacion, carabineros y demás empleados, pues
no teniendo unos y otros m ís fuerza para resistir el movimiento que la moral y sus
buenos deseos, han permanecido en sus puestos respectivos con un civismo digno de
todo elogio, conservando á la vez los intereses al Estado, los del comercio y los que
tienen prestados para garantir aquellos. Conducta que no hubiese merecido la general
aceptacion si en lugar de ella hubiesen abandonado sus destinos, cuyas consecuen-
cias en el estado en que se encontraba la poblacion es fácil de demostrar lo funestas
que hllbier,ll1 sido á los intereses nacionales y á los inmensos que el comercio tiene


depositados en los almacenes de esta aduana, como así lo ha manifestado el mismo.
»En vista de lo expuesto, me felicito, Excmo. señor, del venturoso desenlace que


han tenido los sucesos de esta capital, y creo que V. E puede asegurar á S. A. el re-
gente del reino que de hoy más la ciudad de Málaga no se separará de la línea de con-
ducta que marcan las leyes, y que un olvido de lo pasado, tan conforme con los senti-
mientos generosos del jefe del Estado, contribuirá á la reconciliacion general, tan
apetecida de toJos los españoles.


))Dios guarde á V. E. muchos años.-Málaga 26 de Mayo de 1843.-Excmo. señor.
-Manuel de Elizaicin.-Excmo. señor ministro de Hacienda.»


«Malagueños: Con admiracion observamos todos los españoles, que los hombres
que habiamos elevado á regir los destinos de la patria, abusaban torpemente de la
grande mision que se les confiriera, conduciéndonos á pasos agigantados á la pérdi-
da de nuestra libertad.


» El pueblo no podia tolerar por más tiempo una situacion tan lamentable, y nece-
sario era que sacudiese el yugo que queria imponérsele.




- 550-
"Algunodehiera acometer esta obra gigantesca: y á la liberal, á la sensata é ilus-


trada Málaga, por una disposicion providencial, la estaba reservada ser la primera
que con su conducta salvase al PAÍS y Á SU REINA.


"Lo habeis conseguido, malagueños, y el terrihle grito que al alzaros lanzásteis
sobre los tiranos, encontró eco y se pronunciaron los bravos de Granada y la mayor
parte de los pueblos de nuestra rica y privilegiada provincia.


»Empero lo grande de este acontecimiento, que formará una de las páginas más
interesantes de nuestra regeneracion política, es el órden, la cordura y la generosi-
dad con que se ha realizado, porque no tenemos que lamentar ningun suceso desgra-
ciado, y en esta capital ya no existe más que una opinion.


"Os felicito con la sinceridad de mi corazon, recordándoos tan solamente, que
hubo una época, que no se ha borrado de mi memoria, en que unidos trabajamos
para afianzar nuestra libertad: ahora peligra ésta, y para sostenerla, me hallareis á
vuestro lado; nuestra causa es santa, y con vuestro patriotismo, ~on el de la bene-
mérita Milicia Nacional y el decidido ejército, cuenta para salvar la Constitucion
de 1837, la reina doña Isabel II y la independencia nacional, vuestro intendente, jefe
político interino, Manuel de Elizaicin.»


¿Y quién podia mandar con acierto á la vista de estas horribles defecciones y de
tan refinada inmoralidad en las autoridades superiores de las provincias? Apresu-
rémonos con todo en recordar el nombre del fiel y leal jefe politico Franquett, quien
se opuso, por cuantos medios estuyieron á su alcance, al pronunciamiento, y no pu-
diéndolo impedir se retiró. El gobierno le envió de jefe político á Zaragoza, donde
se condujo con igual entereza y lealtad Hay que reconocer que en general, pordó
quiera, los jefes políticos desplegaron valor cÍ\-ico y dieron pruebas de fidelidad,
formando un doloroso contraste con las autoridades militares, las cuales en muchas
partes fomentaron la insurreccion ó la permitieron sin resistencia alguna: traicion,
debilidad ó incapacidad, es lo que se vió en muchos comandantes militares de las
prOVInCias.


No entra en nuestro plan reproducir ese fárrago de proclamas y manifestaciones
que inundaron la Península en la época del pronunciamiento; nos contentarémos
con las muy precisas para el enlace de los sucesos, y entre éstas hemos de citar la
proclama de la junta de Málaga, como la primera por haber en cierto modo servido
de tipo á las demás en cuanto á la esencia. Si bien cada junta vino pidiendo una cosa
diferente, en una cosa sola estuvieron al fin unánimes; era en acahar con la regencia.
Demostracion palpable que el bando reaccionario era el que dirigia el pronuncia-
miento, porque él solo tenia interés en destruir la regencia del duque de la Victoria.


«Habitantes de la provincia de Málaga.-Instalada la junta superior de gobierno,
segun la reforma que las circunstancias han aconsejado, de su deber es manifestar
los principios que se propone seguir:




- 551 -
»Primera base. El programa del memorable dia 23 de Mayo que principia "Inde-


pendencia del gobierno de Espartero, etc." y que fué la bandera del pronunciamien-
to, sea cumplido con lealtad castellana.


"Segunda. Que no sea otro el premio de nuestros servicios, que la honra de haber
servido á la patria con valor en los peligros, y con la pureza de la mejor intencion.


"Tercera. Atraer bajo la sombra del árbol de la libertad á todos los españoles, co-
mo que es el emblema del ministerio Lopez. Sea una yerdad la union de todos los
españoles bajo la égida de la ley, sin más exclusion que la de aquel que atente con-
tra ella.


»Escrito deja la junta en los tres párrafos que preceden á lo que se obliga: ser con-
secuente al grito de vuestro pronunciamien~o: no ambicionar por él otra retribucion
que el honor de su buen nombre, y que la Constitucion del Estado sea para todos
los españoles y no haya gobierno de partido, pues que entonces no es gobierno pa-
ternal, no es gobierno de la nacion.


»¿Y qué dirá la junta por conclusion? Va á explicarlo: que Dios dé acierto á los es-
pañoles, y que salve al país y á la reina.


,,¡Viva la union, espúlOles: viva la Constitucion del 37: viva el trono constitucional
de la inocente Isabel y la independencia~


"Málaga 28 de Mayo de r843.-Presidente, Pedro Gomez Sancho, alcalde primero
constitucional.-Vicepresidente, José Cabrera, comandante general.-Vocales.-Ma-
nuel Elizaicin, intendente jefe político interino.-Juan Kriesler, diputado provin-
cial.-Juan Zalabardo, regidor.-Enrique García, síndico.-Narciso Lopez y José
Hernandez Malina, milicianos nacionales.-J osé Hernanuez, vicepresidente de la
junta de Comercio.-Casimiro Herraiz, miliciano nacional, vocal secretario."


Por grande que se haga la parte del error, es imposible admitir que bastase á auto-
rizar semejante manifestacion. Dejemos la parte declamatoria contra los tiranos, la
venalidad y las fortunas improvisadas, necedades notoriamente falsas á las cuales
ninguna fé daban aquellos mismos que las publicaban; mas llegando á citar hechos
tales como el de la miseria de los empleados, mientras la nacion suministraba supe-
rabundantemente los medios de pagarlos, ya es la mala fé más grosera la que habla,
pues bastaba la vista del último presupuesto presentado en las Córtes. Allí se paten_
tizaba que los ingresos del Estado no sufragaban sino á duras penas la mitad de los
gastos. La Providencia ha tomado á su cargo imponer el condigno castigo á esa mala
fé subersiva. El resultado final de aquella malhadada insurreccion fué la realizacion
cabal de los temores quiméricos que afectaban tener hombres pérfidos, ó que tenían
otros incautos. Se hacia el pronunciamiento, déciase, contra una soñada dictadura
militar, y la dictadura militar se ha entronizado en su más atroz realidad. Se hacia
el pronunciamiento contra depredaciones villanamente inventadas, contra fortunas
colosales que no existian; y las depredaciones más horrorosas han llegado á un ex-
ceso inaudito, y fortunas colosales improvisadas han venido á insultar públicamente




- 552-
la moral y la miseria del pueblo. Se hacia el pronunciamiento con el fin de asegurar
sobre una base indestructible la Constitucion de 1837, y la Constitucion ha desapa-
recido. Se hacia el pronunciamiento para afianzar la libertad y la independencia na-
cional, la libertad pereció y la independencia nacional se convirtió en yugo degra-
dante del gobierno francés. Se hacia el pronunciamiento para fomentar la reconci-
liacion de todos los españoles, y los españoles se han dividido en verdugos y vÍcti-
mas; yen cuanto á los que así se insurreccionaban contra lo existente en 1843, el
que no era traidor, ha pagado su error con la persecucion, el destierro ó la prision.


Almería, Granada, la ciudad tranq uila segun parte del general San ta Cruz, se pro~
nunciaron el 25 Y el 28 de Mayo; el resto de la Andalucía anduvo más reacio en su-
blevarse, puesto que Sevilla no se pronunció hasta el 19 de Junio. En Granada la
junta dirigió con fecha del 2 de Junio una marlifestacion al regente diciendo, que el
objeto que se proponia era sostener el trono, la Constitucion de 1837 y su regencia
hasta el dia ro de Octubre de 1844; pero entonces ¿á qué la insurreccion? ¡Epoca de
asombroso delirio fué la de 1843!


Al recibir el regente la noticia de esta sublevacion que iba cundiendo, su primer
pensamiento fué marchar á Andalucía y sofocar ese primer movimiento en su gér-
meno Se opusieron los ministros á esta resolucion, sin duda por no dar á la sedicion
andaluza grave importanciq, puesto que al resistir el pensamiento del regente, se
contentaron con mandar salir para Granada el capitan general que se hallaba en
Madrid, D. Antonio Alvarez, sugeto muy apreciable sin duda, pues era un anciano
cuya prudencia hubiera tal vez bastado á impedir que estallase el movimiento, mas
cuyos años eran muchos para ohrar con la energía que requeria la gravedad del
caso, y así sucedió. Hay que añadir que el gobierno que habia autorizado la ausencia
del capitan general, conservaba en Gr;-¡nada por segundo cabo al general Santa Cruz, el
mismo que mandando en Bilbao en Octubre de 1841, habia dado pruebas de lo que
habia que esperar de su energía y de su tino en casos apurados: en Bilbao se dejó
sorprender por la insurreccion, lo mismo hizo en Granada. Se le mandó formar causa
por decreto del 2 de J uniD; pero harto mejor hubiera 'Sido no darle ese mando cuando
tan mal habia desempeñado ya el que tuvo en Vizcaya.


Algo azorado el ministerio por los sucesos de Andalucía, en 29 de Mayo llamó al
general D. Antonio VaI}-Halen, conde de Peracamps, con el fin de darle el mando en
jefe de todas las tropas de Andalucía; acertado pensamiento, mas que por lo mismo
no se llevó á efecto. El general Van-Halen, separado por la disposicion más fatal,
de la capitanía general de Cataluña, despJles de haber triunfado de la rebelion de
Barcelona, tenia motivos muy graves de resentimiento; mas tratándose de la defen-
sa del órden y de las instituciones y tambien de un deber militar, el noble y valiente
conde de Peracamps puso en olvido sus quejas personales, y aceptó al momento la
mision que le era ofrecida.


Mas aquel ministerio que ningun plan fijo tenia, fluctuando á la merced de exi-
gencias las unas ridículas y las otras imprudentes, aplazó la salida de Van-Halen para




- 553-
Andalucía, volviendo más tarde, esto es, cuando ya no era tiempo, á llamarlo de
nuevo, y este benemérito general aceptó tambien entonces aunque convencido que
iba á sacrificarse inútilmente. Por de pronto renunciando á enviar á Van-Halen á An-
dalucía, se contentó el ministerio con despachar á Alvarez, conservándole la capita-
nía general de Granada cediendo á exigencias indiscretas á que no sabia resistir.
N ombróse para la capitanía general de Cataluña al general Carratalá, persona muy
digna de aprecio, mas poco apta al mando en circunstancias difíciles, y de lo cual ha-
bia dado pruebas harto significativas siend~ capitan general de Valencia. El valor
cívico no es el militar.


Sobre la eleccion poco acertada de los capitanes generales, faltaba un vínculo entre
ellos para combinar sus operaciones y sus actos, y como si no bastase este vacío, loS
comandantes generales subordinados á aquellos, allá obraban á su antojo siguiendo
sus propias inspiraciones sin sujetarse á una direccion central, como lo verémos más
adelante. Esta falta de direccion y estas fuerzas así desparramadas debilitaban toda
accion, lo cual visto por los insurreccionados, obraron como gentes que no ponen
en duda el triunfo de su bandera, engreidos con las disposiciones del gobierno.


Andalucía habia tomado la delantera de la insurreccion; no tardó Cataluña en en-
golfarse en ella. El coronel Prim se presentó en Reus para dar el grito) allí lanzó una
proclama en extremo violenta: en ella se indicaba por primera vez la idea de emanci~
par á la reina.


El teniente general Sr. Scoane, como ya hemos tenido ocasion de decirlo, era uno
de los capitanes generales que habian dejado sus puestos para acudir al Senado: al
dejar D. Antonio Seoane la capitanía general de Cataluña, recayó el mando en el se-
gundo cabo el mariscal de campo D. José Cortinez. En este general se tenia suma con-
fianza por haber estado nI lado del regente durante la guerra como comandante ge-
neral de Ingenieros. Feamente correspondió Cortinez á la confianza que en él depo-
sitó el gobierno que, si bien sabia que sus opiniones no eran progresistas, tenia tan
alta opinion de la austeridad de sus principios militares que no sólo le conservó
en el mando como segundo cabo de Cataluña, más no titubeó en nombrarle capitan
general efectivo del Principado. Sea dicho de paso, prueba será esta que el exclusi-
vismo que se ha achacado á aquel gobierno era una de las muchas calumnias de
aquella época, y por cierto que no ha tenido motivo aquel gobierno de felicitarse de
hnber prescindido de opiniones en la confianza que dispensó.


La noticia del pronunciamiento efectuado en Reus debió tener y tuvo eco es-
trepitoso en Barcelona. Los acontecimientos de Noviembre anterior habian dejado
gérmenes fecundos de ódios y de resentimientos que muy pronto brotaron al con-
tacto de una nueva insurrecciono


Enterado el capitan general del suceso de Reus, dió en 2 de Junio una órden del
dia, en que hacia alarde de los sentimientos militares más puros, revistiéndose de
todo el rigor de la Ordenanza, en caso que se faltase á ella.
~Quién podia suponer al leer este deslinde enérgico y cierto de los deberes del ejú-




- 554-
cito, hecho por un general encanecido en la milicia y que acababa de recibir el testi-
monio más honroso de confianza por parte del gobierno, que habia aquel general de
desmentir á los pocos di as sus principios del modo más deplorable? Así fué que el
ministerio á consecuencia de esa órden del dia y de las protestas que el general Cor .
tinez hacia en su correspondencia particular, se felicitó de la eleccion que habia he-
cho, y concibió justas esperanzas de que la tranquilidad no se alteraría en Cataluña.
Poco duró la ilusiono


Violento por demás era el estado de Barcelona. El Ayuntamiento en sus alocucio-
nes á los habitantes, daba indicios harto significativos de sus aviesas disposiciones para
evitar choques que el menor incidente debia provocar. En efecto, sirvió de acusacion
la llegada del general Zurbano el dia 5 de Junio de paso para Tarragona. Hallándose
el general en la Rambla con sus ayudantes, fué tan villanamente insultado y amena-
zado que tuvo que retirarse y á duras penas pudo recogerse á su habitacion situada en
la calle de Santa Margarita esquina á la de la Union. Grupos numerosos dando los
gritos más descompasados cercaron la casa y hubo que enviar una fuerza de mil dos-
cientos infantes y cincuenta caballos para salvarle de la muerte atroz que sufrió el
malogrado general Baza en 1835. Llegada esta fuerza imponente marchó á su cabeza
Zurbano, y pudo salir de Barcelona; mas los que tenian proyectado saciar su sed
sanguinaria en la persona del general, viendo frustradas sus esperanzas, quisieron des-
quitarse apoderándose de sus efectos que echaron á la mar por encima de la muralla:
digna proeza de aquellos malvados.


Este suceso en una ciudad propensa al tumulto, y donde los ánimos estaban muy
agitados, hizo una profunda sensacion. Aquel motín habia durado el tiempo que tuvo
por conveniente, sin que se tomara ninguna medida para disiparlo. Cuando hubo
concluido por su voluntad, esto es á la caida del dia, una columna de tropa salió de
Atarazanas para publicar la ley marcial conforme á lo que prescribe la Ordenanza. Al
llegar la columna frente á la casa de Correos, el pueblo se metió entre las filas de los
soldados gritando: ¡viva la tropa! ¡viva la Constitucion! La columna se vió en la im-
posibilidad de moverse; el oficial que la mandaba dió la órden de despejary de marchar;
mas no bien habian dado algunos pasos, cuando se presentaron los alcaldes, dicien-
do que tendria la tropa que marchar sobre los cuerpos si habia de dar un paso más
adelante. Esta inaudita manifestacion de los alcaldes dió alas á la muchedumbre que
allí se hallaba reunida. Cada indivíduo se apoderó del brazo de un soldado y le abra-
zó ..... Ya no fué posible obrar, la tropa desmoralizada volvió á sus cuarteles. La in-
surreccion habia ganado una primera victoria; su triunfo definitivo y completo no
era ya más que cuestion de tiempo, y sus progresos habian de ser rápidos.


El dia 6 reuniones numerosas se estacionaban en la Rambla agitadas y deliberando.
Por último se acordó presentarse en masa en la plaza de la Constitucion, y allí nom-
brar una junta suprema. Se dió cima á este proyecto, salvo la modificacion en el
nombre de la junta, que tomó el de junta del pueblo. Se componia ésta de trece in-
divíduos y cinco suplentes. La eleccion fué la imágen de la coalicion; los nombres




- 555
de personas de opiniones las más opuestas, se hallaban reunidos en una amalgama
chocante.


En la tarde del mismo dia, la diputacion yel Ayuntamiento dirigieron una alocu-
cion al vecindario, dando su completa adhesion á la junta y á los indivíduos que la for-
maban.


Impasible asistia el capitan general á esta toma de posesion de Barcelona por la
junta, conducta tanto más inexplicable cuanto que tenia á la mano una guarnicion
numerosa, decidida, fiel y que ninguna simpatía tenia al vecindario; pues no habia
olvidado el ejército que cuatrocientos de los suyos habian quedado tendidos en las
calles de Barcelona alevosamente asesinados en Octubre, ni tampoco tenia olvidados
los insultos que posteriormente le produjo ese mismo vecindario, que gracias á la ad-
mirable disciplina de esas tropas, no tuvieron consecuencias terribles. Pudo pues el
capitan general con suma facilidad impedir la formacion de aquella junta. Nada hizo
que estorbara su accion, nada para disolverla, por de pronto se contentó con no for-
mar parte de ella, acabando por unirse á ella


Las noticias de los sucesos de los dias S y G en Barcelona, alteraron un tanto la fatal
confianza que el gobierno tenia en el capitan general de Cataluña, mas no lo bas-
tante para provocar una enérgica resolucion. Siempre indeciso el mimsterio, echó
mano de un subterfugio poco digno del gobierno de una nacion. Despachó en posta
al coronel D. Ventura Barcaístegui, ayudante del regente, jóven de arrojado valor
y de energia, mas sin la experiencia que requeria el árduo encargo que se le confiaba,
como vamos á verlo, Barcaístegui debia trasladarse á Barcelona, examinar por sí el
estado de aq uella poblacion, investigar los actos del general Cortinez, y en el caso de
conocer en él tibieza en el cumplimiento de sus deberes, estaba Barcaístegui compe-
tentemente autorizado para quitar el mando al general Cortinez, y darlo á otro gene-
ral que se hallara en Barcelona.


¿ Era difícil pasarse á resolucion más desacertada, prescindiendo de la monstruosi-
dad gerárquica que autorizaba á un coronel á exonerar del mando á un capitan gene-
ral, autorizando á aquel á nombrar otro capitan general? ¿Qué esperaba el ministerio
para apreciar la tibieza, cuando menos, del general Cortinez despues de los sucesos del
S Y 6 de Junio? ¿Y cómo en el caso de caberle aún una duda, no envió á Barcelona un
capitan general ya nombrado para el caso en que al llegar á aquella capital del P!"in-
cipado, viese y apreciase lo que el coronel Barcaístegui tenia encargo de ver y apre-
ciar, para hacer lo que éste debia ejecutar? ¿Cómo pudo dejar el ministerio la elec-
cion del nuevo capitan general á un jóven que por su edad debia carecer de aquella
experiencia y pulso, dotes que si no siempre las dan los años, á lo menos no es pre-
sumible las tenga un jóven? ¿Y no con ocia el ministerio los generales que podian ha-
llarse en Barcelona? ¿Y no debia elegir entre ellos el que debia reemplazar al gene-
ral Cortinez? ¿Calculó el gobierno el efecto que debia producir en Barcelona la exone-
racion del clpitan general por un coronel, por más que hablase en nombre del go-
bierno? ¿Cómo no meditó el efecto que este acto produciria en los jefes militares más




- 556-
que en ninguna otra clase, quisquillosos y susceptibles, tratándose de gerarquía?
¡Dios sabe lo que hubiera resultado de esa inaudita comision, si hubiese llegado á
efectuarse! Mas no llegó el caso de realizarse el malhadado proyecto del gobierno;
pues aún cuando no hubiese ocurrido el incidente que vamos á referir, ya Cortinez
se habia pasado á la insurrE'ccion, cuando el Gabinete imaginó enviar á Ban.:aístegui.


A su paso por Zaragoza, el coronel Barcaístegui enteró al general Seoane, capitan
general de Aragon, del objeto de su viaje. El general Seoane, que más que cualquiera
otro habia contribuido á la eleccion de su sucesor, en quien tenia confianza entera,
desaprobó de tal manera lo dispuesto por el gobierno, que tomó sobre sí el detener
á Barcaístegui, dando cuenta al ministerio de esta disposicion suya. Barcaísl egui,
sin considerar que tenia órdenes que cumplir emanadas de una autoridad superior
al general Seoane, se detuvo en Zaragoza. Barcaístegui llevaba tambien una canti-
dad de varios millones destinados al ejército de Cataluña, que no debia entregar al
general Cortinez sino despues de quedar patentizada su fiel adhesion. Se indignó el
capitan general de Aragon al oir que se tenian dudas tan ofensivas al honor del ge-
neral Cortinez; exigió de Barcaístegui la entrega de esos fondos, á lo que tambien
asintió el portador de ellos, y acto contínuo los despachó Seoane con un correo ex-
traordinario al general Cortinez. Esto se hacia en Zaragoza, cuando ya Cortinez capi-
taneaba la insurreccion; por fortuna el general Zurbano tropezó con el correo que
llevaba aquellos fondos y enterado del ohjeto de su viaje, y sabedor de la defeccion
de Cortinez, detuvo el correo. Sin esta circunstancia, el gobierno, gracias á la reso-
lucion del general Seoane, hubiera enviado fondos á Barcelona para alimentar la in-
surrecclOn.


Este hecho por sí solo bastaria para demostrar la anarquía que reinaba en toda la
escala gubernativa de aquella época: una resolucion desacertada, imprudente, inaudi·,
ta en el ministerio; una resolucion arbitraria del capitan general de Aragon, y otra
resolucion arbitraria, mas muy oportuna' del general Zurbano debida á una mera ca-
sualidad, es lo que presenta la comision dada al coronel Barcaístegui, y por último,
cuando se tomaban esas disposiciones, ya la defeccion del general Cortinez era un
hecho consumado. Era difícil hacinar más desaciertos y manifestar mayor inexpe-
riencia, y menos tacto en un solo y mismo asunto.


Bien que el capitan general de Cataluña f11tase ya á todos los deberes que le impo-
nia su posicion, bastó su actitud pasiva para que la junta no tuviese por convenien-
te permanecer en Barcelona, y se instaló en el pueblo de Sabadell distante tres leguas.
El dia 7 la junta dióse á reconocer y anunció que existia por acuerdo convenido con
el capitan general. El haber cambiado de residencia era por un justo homenaje paga-
do á la sabiduría y á la prudencia de aquel alto funcionario; la junta prometia publi-
car su manifiesto desde Sabadell, como en ·efecto lo publicó el dia 8.


Este manifiesto era nada menos que una declaracion de guerra á la regencia que
seis dias antes el general Cortinez habia Jurado defender, no pudiendo suponer, de-
~ia, que uno solo de sus subordinados faltase á los deberes que trazaba en su ór-




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den del dia 2, y e16 él es el que da el ejemplo de quedar pasivo enfrente de una re-
belion declarada, á las puertas de su residencia de capitan general. Mas la junta hizo
más, en el mismo dia 8 dirigió al Sr. Cortin~z una comunicacion invitándole á to-
mar parte en la rebelíon permaneciendo al frente del ejército. Contesta el día 9 el se-
ñor Cortinez que espera órdenes del gobierno, y promete no hostilizar la rebelion,
contestacion que provocó otra de la junta fecha del mismo dia en que vuelve con más
vehemencia á instar al Sr. Cortinez para que se ponga á la cabeza del pronuncia-
miento.


Hé aquí las comunicaciones pasadas entre la junta suprema provisional de la pro-
vincia de Barcelona y el Excmo. señor capitan general.


«Junta suprema provisional de la provincia de Barcelona:-Excmo. señor. Esta
junta ha encontrado vivas simpatías en toda la provincia.-A la noticia de su insta-
lacion han secundado sus esfuerzos, la villa de Granollers y la ciudad de Mataró con
una parte de su guarnicion, á cuyas poblaciones van imitando los pueblos todos de
los partidos á que dan nombre. - V. E. no ignora las simpatías del ejército hácia l¡t
junta y que la ciudad de Lérida ha secundado el pronunciamiento nacional, y esta
junta tiene noticias positivas que á estas horas habrá dado el mismo paso patriótico
la provincia de Gerona.-Cuando la nacion en masa ha reprobado tan explícitamente
la conculcacion de las prácticas parlamentarias y del espíritu de la Constitucion,
cuando las circunstancias en que la misma se halla, son de tal naturaleza, que pueden
producir una nueva guerra civil, espera esta junta que el nombre sagrado de patria
hará que V. E. con su superior ilustracion y cordura concilie el deber de general con
el más imperioso de ciudadano español.-Invita en consecuencia esta junta á V. E.
para que una al prestigio de la misma, el que pueda V. E. aumentarle adhirién-
do~e á ella continuando al frente del ejército de su digno mando; cargando en caso
contrario con la responsabilidad de los acontecimientos, que debe y puede evitar.-
Dios guarde á V. E. muchos años. Sabade1l8 de Junio de 1843.-El presidente, An-
tonio Benavent.-Por acuerdo de la junta.-EI vocal secretario, Fernando Martinez.
-Al Excmo. señor capitan general de Barcelona.-Es copia.»


"Excma. junta suprema.-Exacto y celoso siempre por el cumplimiento de mi de-
ber, así como deferente á la vez y justo apreciador de la opinion pública en las oca-
siones en que se me han hecho presentes por diversos órganos los que se decian de-
seos de este pueblo y su provincia, he manifestado que procuraria conciliar mis obli-
gacionés con lo que requiere el peso de las circunstancias. En medio de esto recibo
hoy el oficio de V. S., fecha de ayer, yen su vista no obstante las observaciones que
se sirve hacerme, debo contestarle: que, depositario del mando que me ha entregado
un poder constituido por la Nacion, al mismo le he hecho oportunamente y con
franqueza las ocurrencias de esta provincia, y espero con presencia de todo una con-
testacion que juzgue y arregle mi conducta. En el ínterin, consecuente con mis prin-




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cipios y con mis ofertas debo reproducir con este motivo, que mi resolucion es con-
servar el puesto en que me hallo, y mi ánimo no hostilizar la situacion creada en
estos momentos, hasta tanto que el gobierno de cuya confianza soy depositario, pue-
da conocer propiamente mi oposicion y las demandas que en medio de ellas se han
originado.-Dios guarde á V. S. muchos años. Barcelona 9 de Junio de 1843.-José
Cortinez y Espinosa.-Es copia.»


"Junta suprema provisional de la provincia de Barcelona. - Excmo. señor.-
Esta junta ha recibido la comunicacion de V. E. fecha de hoy, y siente vivámente
que V. E. no se haya adherido á lo que creyó conveniente proponerle en su anterior
comunicacion. No obstante, no perdonando medio ni fatiga para salvar al país del
desquiciamiento y anarquía que le amaga, y habiendo recibido en el dia de hoy no-
ticias positivas de la grande efervescencia que hay entre las tropas que guarnecen
esa poblacion y en cuyos pechos españoles arden los deseos de secundar el pronun-
ciamiento, y que es momentísima una catástrofe precursora de desgracias sin cuen-
to, vuelve á encarecer á V. E. que no pierda de vista la terrible situacion de esta capi-
tal, que no puede dejar de sentir pronto una explosion, en vista de cuanto pasa fuera
de las murallas, pues no hay pueblo que no se adhiera al pronunciamiento simboli-
zado en esta junta. Resuélvase V. E. á ponerse al frente de ese grande y patriótico
alzamiento y hará un servicio grande á la nacion: de lo contrario va á cargar V. E.
con una responsahilidad inmensa des pues de una larga carrera de méritos.-Dios
guarde á V. E. muchos años. Sabadell 9 de Junio de 1843.-El presidente, Antonio
Benavent.-Por acuerdo de la junta.-EI vocal secretario, Fernando Martinez.-
Excmo. señor capitan generrl de Barcelona.-Es copia.))


Los primeros pasos hácia la defeccion dados por el Sr. Cortinez con faltar abierta-
mente á los deberes sagrados del puesto á que la confianza del regente lo habia eleva-
do, era claro que el último paso no podia tardar mucho en darlo.


Mientras que estos sucesos'pasaban en Barcelona, no permanecian ociosos los pro-
movedores de la insurreccion en las demás provincias catalanas. En Tarragona el ge-
neral Osorio, uno de los comandantes militares que cumplieron con sus obligaciones
en aquellas circunstancias, de acuerdo con el jefe político Keyser, contuvieron los es-
fuerzos del movimiento; en Gerona el valiente y honradísimo general Ruiz tambien
luchaba denodado contra las tentativas de los insurreccionados que capitaneaba el
coronel Ameller.


Contra Reus, cuyo pronunciamiento fué el primero de Cataluña, marchó el gene-
ral Zurbano con ut1a division que habia salido de Tarragona el dia 11 á las cinco de
la mañana; en cuanto se halló á la vista de Reus, tomó las disposiciones de ataque.
Se presentó como parlamentario el capitan Sisere enviado por el coronel Prim,
para intimarle que si no hacia cesar los preparativos hostiles que se notaban, la ciu-
dad abriria el fuego sobre las tropas. A esto contestó Zurbano, que se equivoca ba




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Reus, si suponia que el objeto de su venida era otro que el de restablecer el árden y
dar fin á la rebelion.


Vuelto á Reus el parlamentario, desde las tapias del pueblo donde se habian practi-
cado troneras, se abrió el fuego que secundaba el vecindario desde las puertas y casas.
Desplegó Zurbano sus guerrillas, y poniendo en batería seis piezas, muy pronto
acalló el fuego de las huertas y casas; mas siguiendo el que se hacia por las tapias
aspilleradas, causando algunos muertos y heridos, á ellas dirigió sus ti ros, arrojando
proyectiles desde las diez de la mañana hasta las dos de la tarde, hora en que se in-
terrumpió hasta ver si Reus se entregaba.· A las tres volvió á tronar la artillería,
mas á los pocos disparos se advirtió enarbolada bandera blanca en la torre de la
iglesia. Se suspendió el fuego; viendo Zurbano que nadie se le presentaba, tomó la
iniciativa y envió un parlamentario á el Ayuntamiento para notificarle que, si á la
vista de la bandera blanca, habia hecho cesar el fuego de su artillería, era por haber
creído que la ciudad estaba dispuesta á abrir sus puertas al ejército constitucional,
mas que á no ser aSÍ, á las cinco volveria á abrir el fuego.


Esta comunicacion trajo al campamento una comision del Ayuntamiento y per-
sonas influyentes de la villa con ruegos al general Zurbano, para que á cualquiera
costa evitase á la poblacion mayores desastres que los ya sufridos El general les ofre-
ció todas las garantías y se convino la capitulacion en términos más que generosos
por parte de Zurbano, y en su consecuencia entró en Reus, habiendo perdido diez sol-
dados muertos, cincuenta y tres heridos y treinta y un contusos. Ya habia corrido
sangre española en nueva guerra fratricida; ya se podian contar víctimas de esa fatal
rebelion, en cuyo número debian contarse muy pronto aquellos mismos que la pro-
vocaban y la capitaneaban. Milagrosamente ha escapado el general Prim á la suerte
desventurada que ha cabido al malogrado Zurbano. Idéntica suerte ha tenido Ame-
ller que Ruiz, que luchaban al frente de Gerona; la proscripcion, el destierro.


Creemos oportuno reproducir aquÍ los partes de ambos jefes militares y la capitu-
lacion de Reus, que tanto honra la memoria de Zurbano por la moderacion que como
vencedor mostró en aquella ocasiono


«Parte recibido en el ministerio de la Guerra .
.,Primer cuerpo de ejército.-Tercera division.-Estado mayor.-Excmo. señor.-


Al Excmo. señor capitan general de este distrito digo con esta fecha lo que sigue:
» Excmo. seÍlor: Ayer á las cinco de la mañana salí de Tarragona con la division de


operaciones que V. E. puso á mi mando y con el tren de batir, dirigiéndome á esta
villa, á cuyas inmediaciones llegué á las ocho. Inmediatamente me ocupé en desple .
gar las tropas y hacerlas tomar las posiciones que me parecieron convenientes, dan-
do á las baterías de artillería montadas y de montaña la más oportuna.


nAl mismo tiempo se e'\:tendia la intimacion á los sublevados reducida á exigir la
sumision de la villa, sin la cual se romperia el fuego.


l) En esto se presentó con el carácter de enviado del Sr. Prim, que se hallaba con




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parte de sus fuerzas en las afueras de la poblacion, el capitan Sisere, procedente de
cuerpos francos, á manifestar que aquel observaba que se estaban haciendo prepara-
tivos hostiles, y que si no cesaban en el acto romperian el fuego. Contestéle que de-
beria saber que el objeto de mi venida no podria ser otro que reducir á la obediencia
á los sublevados.


))Apenas se habian pasado tres minutos despues de esta contestacion, rompieron el
fuego contra la artillería, cazadores y columnas más avanzadas una multitud de gen-
te que se hallaba enteramente cubierta en las tapias aspilleradas que cercan las huer-
tas de la poblacion, causándonos la mayor parte de nuestra pérdida. Entonces las
compañías de cazadores y otras de granaderos y fusileros desplegadas, protegidas por
el certero fuego de la artillería y ayudadas de los zapadores, desalojaron á los enemi-
gos de todas las tapias en que se ocultaban, y de las casas exteriores de la poblacion,
desde cuyas ventanas nos dirigian un vivísimo fuego que no bastó á imponer á nues-
tros soldados, cuyo natural ardor y entusiasmo tuve que contener prohibiendo la en-
trada en la villa, toda aprestada á llevar la resistencia hasta el último extremo.


))Continuó el fuego de las baterías de montaña y montadas, mientras que adelan-
tándose el tren de batir y determinar su emplazamiento, se dispuso una batería de
morteros y de obuses que rOll.:pió el fuego sobre las diez de la mañana, parándose á
las dos de la tarde para dar un descanso á los artilleros y variar de situacion los mor-
teros, pues por falta de explanadas se habian enterrado los afustes.


»A las tres volvió á romperse el fuego, y en los primeros disparos cesó por una
bandera blanca que divisé en la torre de la iglesia. Pasada media hora sin que se me
presentara proposicion alguna, envié un oficial con una comunicacion al Ayunta-
miento de Reus, manifestándole la razon por que suspendí el fuego; y advirtiéndole
que continuaria á las cinco, si antes no se me decia el objeto con que se enarboló di-
cha bandera.


lIEntabladas desde entonces las negociaciones, y habiéndoseme presentado una co-
mision del Ayuntamiento y personas influyentes de la villa á rogarme que á cual-
quiera costa evitase á la poblacion mayores desastres de los ya sufridos, les ofrecí las
garantías y les exigí las condiciones que contiene el adjunto documento, en cuya con-
secuencia acabo de entrar en la villa.


»Los cabecillas y muchos nacionales armados la desocuparon anoche con el señor
Prim á su frente, quien despues de haber ofrecido no comprometer la poblacion, ha
sido la causa de tantos males como esta ha sufrido por haber roto el fuego contra las
tropas.


))Me limito por ahora á dar á V. E. esta reseña de lo ocurrido para no retardarle la
noticia, y me reservo pasarle el parte detallado cuando, con más despacio, pueda ha-
cerlo.


»Mi pérdida consiste en diez muertos y cincuenta y tres heridos, habiendo tenido
además treinta y un contusos. Ignoro la del enemigo; pero sé que ha sido bas-
tante.




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l) Las tropas de todas armas se han conducido con el valor y decision que tienen


acreditado. l a artillería como siempre se hizo admirar, tanto por la serenidad con
que á pecho descubierto y hajo el tiro de fusil colocó sus baterías, rompió y sostuvo
el fuego bajo la direccion de su digno jefe el capitan graduado de teniente coronel
D. J esualdo de Lema, cuanto por el acierto de sus disparos, que todos fuéron apro-
vechados.


"Aunque tengo entendido que la mayor parte de los que salieron anoche de Reus
con el Sr. Prim tienen intencion de retirarse á sus casas, tan luego como pueda sal-
dré á perseguirlos en todas direcciones. .


» Lo que trasIJdo ú V. E. para que con mí.s prontitud pueda llegar á conocimiento
de S. A, el regente del reino-Dios guarde á V. E. muchos años. -Reus 12 de Junio
de 1843, á las ocho de la mañana.- Excmo. señor -Martin Zurbano.-Excmo. señor
secretario de Estado y del despacho de la Guerra.»


(Jfrecimientos'y condiciones que el Keneral de esta division hace'y exige á la comi-
sionque representa la villa de Reus.


«l.o No se molestará á ninguno de los indivíduos que hayan tomado parte en las
últimas ocurrencias por su comportamiento ni por ninguna otra causa. Tampoco su-
frirá lo más mínimo la villa de Reus.


»2. 0 Se entregarán inmediatamente las armas de fuego que tengan los indivíduos
que están dentro de la pohlacion.


,,3. 0 Los que no quieran a-.::eptar esta condicion, pueden libremente elegir el par-
tido de salir donde les convenga. Si se retiran á sus casas y se presentan á indulto,
ser;ln absolutamente perdonados. Si por el contrario prefieren defender su opi-
nion, se sujetarán á las consecuencias de la persecucion que les harán las tropas.


"4. 0 Ningun indivíduo sea ó no nacional, que voluntariamente ó por fuerza
haya venido á Reus i defender la handera levant~1da en dicha villa, será molestado en
ningun concepto, si se retira ú su hogar acogiéndose al indulto.


»5. 0 Tampoco se molestará de ningun modo á los pueblos de donde sean los na-
ciunales que han tomado parte en las ocurrencias de Reus.


»6. 0 A las ocho de la mañana próxima deben estar entregadas las armas de los que
queden en Reus para acogerse al indulto. Hasta dicha hora no se romperá el fuego
ni de una ni de otra parte, ni tampoco por los que no acepten estas proposi¡,;iones.


»Campo delante de Reus, 11 de Junio de 1843, á las seis y media de la tarde.-EI
general comandante general, Martín Zurbano.


»NOTA. Los heridos que se crean comprometidos y no quieran aceptar las condi-
ciones expresadas, podrán quedarse el atender á su curacion, despues de la cual po-
drán ir adonde gusten, ó tomar el partido que les convenga. -Zurbano.-Es copia.
-Zurhano.


»S. A. el regente del reino se ha enterado con agrado de los anteriores documentos
y ha mandado que en su nombre se den las gracias al valiente general Zurbano y


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demás indivíduos del ejército de su mando; confiriendo á aquel por decreto de este
dia, el grado de teniente general, por el homenaje que acaba de rendir á las institu-
ciones constitucionales y al trono de la reina, sometiendo á los enemigos del reposo
público y de la Constitucion del Estado.»


y para completar el merecido elogio que trihutamos á Zurbano, recordarémos lo
que sus mismos contrarios Prim y Milans decian en un manifiesto dirigido á los es-
pañoles desde Prades fecha 12 de Junio. Trás de haber explicado el ataque y la de-
fensa, decian que se habian hecho á Zurbano proposiciones tales, que nadie pensó
que las aceptaria, y al contrario las aceptó sin titubear; y que á pesar que tenia n
diez y seis horas para evacuar la villa, salió desde luego el coronel Prim á la cabeza
de dos batallones, despues de tener la seguridad de que la villa y el vecindario nada
tendrian que sufrir, y que todos los intereses se respetarian. Entonces salió en co-
lumna cerrada, tambor batiente, y banderas desplegadas, al paso de marcha hasta
llegar á Prades.


A los españoles todos, los ciudadanos que suscriben.


"Tal vez no '10 creais, conciudadanos, y sin embargo es cierto. La historia de
nuestras fatales desavenencias políticas ennegrecerá otra página con su relato. Aún
humea la incendiada Barceloná; palpitan aún los centenares de mutilados cadáveres
que en sus calles se tendieron; el eco aterrador de la reprobacion pública con que la
Europa y el mundo entero ha sellado aquel suceso, no se ha callado aún; y otro pue-
blo, el más rico, el segundo en Cataluña, la febril, la agrícola por excelencia, la pa-
triótica villa de Reus morada de treinta mil españoles, ha sido ayer el teatro de aque-
llos renovados crímenes.


»Desde la instalacion de la junta se preyeia un choque; pero nunca podia persua-
dirse ésta ni nadie que llegase á ser de semejante naturaleza, mayormente cuando
toda la provincia, la de Barcelona y Lérida habian levantado y seguian levantando
las demás de Espaíla la b;mdera de justicia enarbolada allí.


»Ya el dia 2 del que rige, unos batallones al mando del general Osorio vinieron á
intimar la rendicion: raso infructuoso. Tuvo aquel jefe que retirarse, y su aparicion
sirvió sólo para probar la justicia de la causa que desde el primer dia y á todo trance
nos decidimos á defender. Así pasaron dias, y cada nuevo sol veia aumentar el nú-
mero de los que se unian á los principios que con seguridad llamamos nacionales.
Continuábase recibiendo por la vía públi-ca manifiestos y proclamas de pueblos y ciu-
dades que se pronunciaban contra la regencia actual, y en la mañana de ayer, con
las pruebas del pronunciamiento de Tortosa, Berga, Cardona y otros puntos vimos
llegar tambien al ya públicamente calificado Zurbano con diez ú once batallones,
bastante fuerza de caballería y una fuerte batería de caÍ1ones, obuses y morteros. Al
ver ese aparato hostil, y como el dia anterior se hubiese roto el fuego á una colum-
na nuestra, sin que ella contestara, creimos con fundamento que íbamos á ser ata-




cados, y al ver que las baterías se disponian y que la fuerza se desplegaba de un mo-
do nada equívoco, el coronel Prim, nombrado por la junta comandante general de la
provincia, envió á un oficial para saba lo que aquello significaba.


»Fuéle contestado por el que mandaba la batería" que tenia órden de establecer
aquellos trabajos, pero que sabia que el general Zurbano queria oficiar antes de rom-
per las hostilidades. Contestóle el coronel Prim, que puesto que así era, parase los
trabajos; y á la contestacion categórica de que tenia órden terminante para ejecutarlo,
el coronel Prim mandó romper el fuego. Principió la batalla. Los dos batallones de
nacionales de Vich, y algunas fuerzas de la misma arma, que de los pueblos comar-
canos acudieron, con muchos oficiales del ejército con dos compañías de varios
cuerpos que se adhirieron, pocas armas y menos municiones eran los medios que
teniamos de defensa. Sin embargo de esta debilldad relativa con la fuerza que ataca-
ba, se defendió heróicamente aquella poblacion cuyo entusiasmo crecia á medida que
la destruccion aumentaba. Pero ya habian trascurrido seis horas sin que esos horro-
res tan inútilmente provocados tuviesen treguas, y forzoso fué ponerles un término.
Más de seiscientos proyectiles habian caido ya sobre aquel pueblo noblemente des-
graciado; ardian de veinte y cinco á treinta casas, más de sesenta eran ya ruinas, y á
pesar de esos espantosos desastres el valor crecia y aumentaba por la justa indigna-
cion, y nadie de los que podian tenerse en pié de cualquiera edad, sexo ó condicion
que fuesen, dejabade prestar el servicioá que era requerido en beneficio de la causa
comun.


"A las tres de la tarde con corta diferencia cesaron los disparos de la batería esta-
blecida en la carretera de Zaragoza y tambien disminuyó de un modo muy notable
el fuego de fusilería.


»Entonces que para el mús escrupuloso estaba salvado el brillo de las armas, pues
tácitélmente la victoria nos pertenecia, se aprovecha aquel momento favorable para
hacer una orgullosa transaccion. Se tuvo en cuenta para ello que la causa no podia
comprometerse, ni siquiera perder nada y sí ganar mucho en el convenio que se hi-
ciese, pues así se evitaria el sensible encarnizamiento entre españoles. Presentáron-
se pues al general Zurbano proposiciones de tal naturaleza que nadie creia pudiese
aceptarlas. Las admitió de lleno y aunque teniamos Id gente armada y la demás que
quisiese salir diez y seis horas de tiempo para verificarlo, el coronel Prim á la cabeza
de los dos batallones de que ha hecho mérito y de la demás fuerza, prévia seguridad
de que no se vejaria en lo más mínimo la poblacion, respetando los heridos, perso-
nas é intereses con todas las garantías de la más honrosa transaccion, salió en colum-
na cerrada, batiendo marcha y á banderas desplegadas con direccion á este punto. El
entusiasmo reinaba en todos los corazones; el recuerdo de más de treinta muertos
de bala rasa é igual número de mujeres y niños enterrados en los escombros, de se-
senta y cinco heridos tendidos en el hospital y de cien espai101es fuera de combate
de la divísion de Zurbano era lo único que empalidecía aquella imponente escena.


HA paso reposado llegamos á este punto. Aquí es desde donde en nombre de la pa-




tria, de la Constitucion y de la reina os dirigimos la voz, españoles. Desde donde os
decimos la verdad áspera y descarnada como estasmontañas, en cuya cúspide hemos
plantado el estandarte de la ley.


"Bien conoceis nuestros principios, nuestras creencias, la fé de nuestros corazo-
nes: escuchadnos pues, con nuestro corazon os hablamos .....


(Despues de acriminar la conducta y las miras del duque de la Victoria, añaden:)
"N o titubeeis, levantaos unánimes y de una vez si en algo estimais la patria, la


Constitucion y la reina. Cuidado, que la tardanza puede ser funesta á la causa general,
porque esos hombl'es de maldicion, esa funesta pandilla no omitirá medio defortifi-
carse, si tiempo le dais para ello; y si dormidos en brazos de la confianza aguardais á
mañana, tal vez será inútil el despertar


"En cuanto á nosotros, cuya suerte está ligada á la de los valientes Subirá, Martell,
Castro, Maluquer y otros hombres de justa nombradía, fuertes con nuestra razon y
apoyados por miles y miles de valientes espaí101es, sostendrémos la lucha, si luchar
debemos, pues así lo ofrecimos y así lo cumplirémos.


"En estas montanas tremolará el pendon de libertad y de la ley. Desde estas mon-
tanas, os lo ofrecemos, harémos guerra á muerte al poder dictatorial que os amenaza,
y desde estas rudas asperezas harémos temblar en su asiento á ese funesto poder,
cu ya época llamará la historia, de destruccion é incendio.


"Juan Prim.-Lorenzo Milans del Bosch.
"Pradés 12 de Junio de 1843.»


Si algo hubiera que criticar en la generosidad del general Zurbano, fuera el haber
permitido que esos batallones que podia hacer prisioneros, fueran á sostener y fo-
mentar la rebelion en otro punto.


Mientras Zurbano acababa con el pronunciamiento de Reus, ¿qué hacia el capitan
general de Cataluí1a? El dia lIdió el general Cortinez indicios de volver por su honra
y de querer cumplir con sus deberes. Tres dias habian pasado desde que la junta se
hallaba instalada en Sabadell con evideiHe escarnio del capitan general ó con su
anuencia, puesto que negociaba la defeccion completa de éste; ¿pues quién podrá su-
poner que si el vecindario hubiese creido al general Cortinez, hombre capaz de llevar
á efecto lo mandado por él en la órden del dia 9 de Junio, hubiese habido junta en
Barcelona, ni que ésta se hubiera tranquilamente establecido en Sabadell? Tras de una
mofa tan manifiesta de las advertencias del capitan general, sin que éste intentase
hacerlas respetar, era claro que toda nuev.a amenaza no podia dejar de ser altamente
ridícula. Tal fué la suerte que le cupo á la órden del dia del 10, que reproducimos.


«Ejército de Cataluna. - Orden general del 10 de Junio de 1843 en Barcelona.
Como se esparcen proclamas por todas rartes, como por todo género de medios se
promueven especies alarmantes y máximas sofísticas para inducir á las tropas de
este ejército á separarse del espíritu de subordinacion y de fidelidad á sus juramen-




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tos con que tanto se distingue, así como á retraerlas de la obediencia á sus jefes na-
turales y á que tomen una parte activa en cuestiones políticas que de ningun modo
son del resorte de la clase militar, que no tiene ni puede tener nunca como tal otro
norte que el cumplimiento de sus deheres y sostener á las autoridades constituidas,
consecuente además á lo que manifesté al ejército en mi órden general de 2 del cor-
riente, hago saber á cuantos dependen de mi mando lo que sigue:


))Artículo 1.° Espero del celo de los sÚlOres generales y jefes de todas clases in-
culquen en el ánimo de sus subordinados. la conveniencia de no prestar oídos á su-
gestiones falaces con que se les quiere apartar de sus deberes; que el honor militar y
su propia utilidad les ordena no dejarse engañar para ser instrumentos de ambicio-
nes extrañas; y por último, que yo tengo la más alta idea de sus virtudes militares
para temer que puedan nunca faltar á ellas.


»Art. 2.° Prohibo absolLltamente que ningun indivíduo que me esté subordina-
do tome parte directa ni indirectamente en las conmociones políticas que en estos
momentos agitan á los puehlos, á no ser en los términos prescritos en la Ordenanza,
es decir, obedeciendo á sus superiores.


))Art. 3.° Declaro que incurre en la falta de abandono á sus banderas el que ha-
ciéndolo de su jefe ó su cuerpo se afilie á demanda alguna que atente á los principios
constitucionales que nos rigen, al trono de Isabel II y á la regencia legal del duque
de la Victoria. Los incitadores incurren en las penas de Ordenanza .


.. Art. 4.° Los indivíduos del ramo militar que hicieren armas en contra de lo ex-
presado en el artículo anterior, incurrirán en las penas de Ordenanza á los desertores
en tiempo de guerra.


»Art. 5.° A los que incauta ó forzadamente lo hubieren hecho hasta ahora y
vuelvan en un plazo razonable á presentarse en los puestos que no debieron abando-
nar y adonde les llama su deber, ó bien á mi autoridad, ó á las superiores de cual-
quier punto militar fiel á mi m1ndo, se olvidará por mí su extravío.-Cortinez.-Es
copia. - El ger.eral, jefe de Estado mayor general, Aristizabal.-Es copia.-Cortinez.»


El dia 11 el general Cortinez dió la órden á los comandantes de los fuertes interio-
res y exteriores de romper el fuego, si se veian atacados por el pueblo, recomenda-
cion muy inútil, ¿pues quién podia pensar en atacar una autoridad de tanta manse-
dumbre y que tan abiertamente protegia la rebelion? En ese mismo dia dirigió al
cuerpo consular un oficio, cuyo tono, resuelto y belicoso, hace un singular contras- ,
te con el ademan pasivo ó cuando menos cómplice del capitan general.


La contestacion de los cónsules al referido oficio hace evidente que las amenazas
del capitan general no les causaban grandes aprehensiones, diciendo que no se
creian en el caso de tener que poner en salvo sus nacionales, ni de aconsejarles
abandonar sus casas y'sus intereses; en una palabra, que sabian perfectamente que
el general Cortinez no dispararia un cañonazo.


La misma opinion formaron la junta y las autoridades populares de;: Barcelona. Se




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reunió el Ayuntamiento y se acordó enviar una comision al capitan general con el fin
de convencerle de que no se opusiese al pronunciamiento, lo que harto estaba hacien-
do. Algunos indivíduos de la Diputacion provincial se juntaron tambien en las casas
consistoriales, y se determinó que el Ayuntamiento en cuerpo, acompañado de aque-
llos diputados provinciales, se presentarian al capitan general con el fin mencionado.


Ya se conocia en Barcelona la noticia de la sumision de Reus, surgia pues paralizar
sus efectos; tenia ya el general Cortinez el parte oficial del general Zurbano, y era
muy de suponer que este primer descalabro de la insurreccion, d('spertara al capitan
general del letargo en que yacian sus deberes enteramente olvidados.


El dia 9 dirigió el general Cortinez una comunicacion al gobierno sobre su situa-
cion, en que le remitia copia de su correspondencia con la junta. Este oficio, inter-
ceptado, como verémos más adelante, por la junta de Valencia pronunciada, y publi-
cado por ésta, es el siguiente:


Junta provincial de salvacion.
«Esta junta tiene la satisfaccion de poner en conocimiento del público la comunica-


cion que el capitan general de Barcelona ha dirigido al que lo era de esta provincia,
y se abstiene de hacer comentarios sobre ella.


»Ejército de Cataluña.-Estado mayor.-Excmo. señor: Todos los caminos están ya
interceptados por tierra, y para dirigir á V. E. esta comunicacion la envio por un
vapor á Valencia, donde esperará el regreso del extraordinario que saldrá para esa
córte, con el cual ruego á V. E. se sirya decirme las definitivas resoluciones de S. A.
Casi todo el Principado está pronunciado á estas horas contra el gobierno actual de
Madrid. Hoy recibo comunicaciones de muchos puntos, donde ayer tUYO lugar este
acto y las espero hoy del único que queda sin hacerlo, que es la provincia de Ge-
rona, donde ya habia amagos antes de ayer en Labisbal y "í.un en Pigueras.


»Y no es esto lo peor, Excmo. señor, sino que tengo noticia oficial de haberse ad-
herido al pronunciamiento cerca de mil setecientos hombres de Africa y la Constitu-
cion, y una mitad de caballería que estaban en Mataró; y en esta noche se han ido
de San Andrés de Palomar (á una legua de aquí, pronunciado ya tambien) dos com-
pañías de Almansa, que estaban en marcha para unirse á su cuerpo, del cual entero
dudo mucho permanezca á mi obediencia, por la circunstancia de ser miembro de la
junta pronunciada su antiguo coronel D. Vicente de Castro.


»Además, por un indivíduo de tropa presentado aquí y por la voz pública, se dice
habérseles tambien unido dos batallones del regimiento de Zamora que marchaba á
Tarragona con el general Zurbano, Lérida y su carretera, Villafranca y la de Valen-
cia, están todas del mismo modo, y así carezco de noticias oficiales, habiendo sido
interceptado el correo de oficio y Ilevádose los pliegos del gobierno cerca de Igua-
lada. Temo que igual suerte haya cabido á los que ayer dirigí ú V. E. por el correo
ordinario.


»Estos pronunciamientos de parte ya considerable de la fuerza del ejército aclara-




rán á los ojos de V. E. mi conducta en estos dias, más que muchos pliegos de papel
escrito. Yo no tenia confianza en ser plenamente obedecido en una coalicion abierta
con los pronunciados. Yo he tenido avisos positivos hasta de un general, que disfra-
zado recorrió los grupos del primer dia, de que en ellos y con muy poco disimulo se
\'eian andar muy solícitos atizando el fuego varios oficiales.


"Esto y otros datos que no creí prudentes confiar á la pluma y otros que nueva-
mente se me han ido presentando, me han hecho conocer que una parte de nuestras
filas estaba minada, y que no debia yo sin gran imprudencia arriesgar un combate
abierto en esta capital: combate por otra parte bien ineficaz, cuando el mal era gene-
ral en todo el Principado y local de esta poblacion, y sin que á mayor abundamiento
pudiese yo contar con medios legales para proceder de otro modo.


"Ahora hago esta indicacion á V. E. porque el mal está ya descubierto, y no po-
drán calificarse de ofensivos á nadie mis recelos, cuando los ha justificado la expe-
riencia. Como quiera que sea, la situaclOn no puede casi ser peor: tenemos alzados
todos los pueblos próximamente hasta tocar en el recinto de la plaza, y dentro de ella
la seduccion y la prensa trabajando abiertamente y sin cesar. Temo hasta por la tro-
pa que me queda obediente todavía, y esto no por ella, que no puede ser mejor, sino
porque sus privaciones llegan ya al último extremo, sin que me quede recurso hu-
mano pan subvenir á ellas. Muchas veces lo he mmifestado á V. E.: conozco los
apuros en que se verá el gobierno; pero téngase á lo menos esto en cuenta para esti-
mar lo grave y lo falso de mi posiciono


"Así las cosas, recibo de la junta que se ha formado en Sabadell, y que se denomi-
na suprema, la comunicacion que acompaño á V. E. con el número 1.° He consultado
á los señores jefes del ejército presentes aquí, á las autoridades política yadministra-
tiva de la provincia, al comandante general de las fuerzas navales, y aun al señor re-
gente de la audiencia hubiese oido, á no enviarme á decir que habiendo hecho rc-
nuncia de su cargo, no se consideraba en el caso de venir como tal regente, y oidos
sus pareceres, todos leales y sin mengua, he dado al referido escrito la contestacion
que va al número 2.°


HEn este estado de cosas, y sabiendo que hay aquí agentes que socaban la obedien-
cia de las tropas que hay en esta plaza, he reunido á los coroneles, y hécholes cono-
cer lo grave de las circunstancias, mandándoles tengan la tropa en los cuartelcs sin
dejarla comunicar con personas sospechosas. Mi primer deseo es evitar una disiden-
cia entre estos cuerpos y el que se llegue á quemar el primer cartucho, que creo en
mi conciencia seria la señal de una guerra general, y de la pérdida á lo menos por
ahora de todo el Principado, sin que yo lo pudiese contener, y más sin un maravedí
á mi disposicion.


HEl gobierno pues, con toda esta copia de datos decidirá, pero conviene que sea
pronto, muy pronto. Mi vida y la de m'-lchos de mis subordinados están prontas á sa-
crificarse en cumplimiento de nuestros deberes militares, y á lidiar hasta perecer so-
bre la última piedra de estos fuertes. _","' . "J,;" ,


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- 568 --
),EI gobierno verá si este sacrificio es útil y conveniente y podrá, lo que á mí no


me es dado hacer, calcular si hay los medios de emprender esta nueva guerra que
aparece inminente, y si la salvacion del Estado exige que se pase por este arriesgado
trance. S. A. decidirá, y yo obedeceré, que tal ha sido y será siempre mi divisa como
soldado. Dios guarde á V. E. muchos años. Barcelona y Junio 9 de 1843, á las tres
de la tarde.-Excmo. señor.-J osé Cortinez y Espinosa. - Excmo señor secretario de
Estado y del despacho de la Guerra.-Es copia."


Así como el general Cortinez olvidó pocos dias despues de haberla publicado su ór-
den del dia 2 de Junio, lo mismo olvidó el dia 12 lo que escribia el 9 al gobierno, y
el Ayuntamiento no tuvo mucho que hacer para convencer al general Cortinez de ad-
herirse al pronunciamiento. El que habia permitido la formacion Je la junta en Bar-
celona y la instalacion de ésta en Sahadcll, entrando en negociaciones con ella no
podia menos de seguir en su fatal derrotero, y acabar por unirse á la insurrecciono
Tras de una corta entrevista con el Ayuntamiento, se presentó el general Cortinez al
balcon, declaró que se adheria á la rebelion y á la junta provisional de la provincia,
y en seguida dió á los catalanes una proclama, con fecha del 13, en la que exponia
los pretendidos motivos que á ello le impulsaban.


El general Cortinez deja á la historia uno de los ejem plos más funestos de la incon-
sistencia y versatilidad de los hom bres en situaciones donde parece que tÍ falta de otro
estímulo más elevado, el amor propio dehe salvar al que manJa de ciertas faltas, y
tambien resulta una duda cruel sobre las causas que dirigieran la conducta de aquel
militar; pues no aparece como conspirador osado que juega su cabeza en un albur po-
lítico, y su conducta llevaba más bien visos de alma apocada, ladeándose á lo que pre-
sentaba más probabilidades de buen éxito. La órden Jel Jia delz y del 11 de Junio que
se ofició á los cónsules y su comunicacion al gobierno Jel 9, nos parecen no haber
tenido más objeto que ponerse á cubierto en caso que fracasase la insurreccion, y
congraciarse con esta por sus actos para si llegaba á triunfar. El premio que ha reci-
bido el general Cortinez de la reaccion triunfante, único tal vez otorgado á autorida-
des de la regencia pronunciadas, pone el sello á su conducta. Las tropas por más que
diga el Sr. Cortinez no estaban en las disposiciones que indica, y hemos recogido des-
pues de los funestos acontecimientos de 1843, de boca de personas que tomaron parte
activa en el pronunciamiento, seguridC1des de que no hubo en el ejército de Cataluña
un solo soldado que voluntaria y espontánE'amente se uniera al movimiento. Si no
hubieran sido arrastradas por el general el) jefe y algunos jefes y oficiales, no sólo no
hubieran reconocido la junta, más hubieran combatido resueltamente la insurrec-
cion. Mas podemos decir del ejército de 1843 lo que dice Tácito de las legiones roma-
nas en las épocas de las guerras civiles de Roma: « La mentira y la creJulid:ld tenian
))particularmente en los campamentos un fondo inagotable de fayor, el ódio, los te-
»mores, y alIado del temor la reflexion que cuenta sus fuerzas, y se mantiene se-
"rena: cada cual esperaba en silencio que otro más osado empezase la rebelion, pues




-
569-


lltal es la naturaleza del hombre, que se apresura á seguir el ejemplo que no se atre-
.. veria á dar.»


Lo que pasaba en aquella época del pueblo rey, sucedia en España en 1843, y po-
demos añadir con el inmortal historiador lo que decia: »en ninguna parte habia fide-
»lidad ni afecto; el temor y la necesidad hacian quebrantar la fé y los compromisos.
»Se pasa con facilidad al que está más cerca y al que se considera más fuerte.»


Hubo con todo gloriosas excepciones} y una de ellas la historia debe proclamarla
para que las generaciones futuras recuerden con respeto los nombres que en medio
de nuestras contiendas civiles, son símbolo' de lealtad y de honor sin mancilla Loor
y prez al nombre de Bernardo Echalecu, gobernador del castillo de ,vlonjuy, que
supo conciliar el honor militar y las leyes de la humanidad, y como la narracion que
pudiéramos hacer de su noble conducta no pudiera sino perder de su interés con
pormenores incompletos, creemos que lo más oportuno es publicar la corresponden
cia de aquel honradísimo gobernador, con su jefe á quien dió tan severa como inútil
lcccion de los deberes del militar pundonoroso y fiel. No prestando obediencia al ge·
neral que acababa de dar la prueba más terrible de 110 conocer lo que debia al gobier-
no, que tan fatal confianza le habia dispensado, el brigadier Echalecu cumplió á fuer
de caballero y de militar.


Contestaciones habidas entre el Excmo. señor capitan general de este ejército )'"
distrito, J" el gobernador de Jlonju)"'.


«Ejército de Cataluña.-Estado mayor.-Tengo el honor de comunicar á V. S. para
su conocimiento y calmar la ansiedad pública cuanto ha pasado respecto al castillo
de Monjuy hasta estas horas.


»Ayer se dispuso por mí el relevo del gobernador de dicho fuerte; y cuando marchó
allá el nuevamente nomhrado, habiéndole seguido una multitud inmensa de gente,
el gobernador, que no tenia noticia anticipada, se receló de cuáles podian ser las in-
tenciones de aquel gentío, y me pasó el oficio cuya copia acompaí10 á V. S. con el
número 1:; acto contínuo hice subir al gobernador interino de la plaza y al jefe
de E. ~l. del ejército, los cuales obtuvieron la oferta de que el gobernador y la guar-
nicion serian relevados hoy al amanecer Al subir hoy el expresado relevo, no fué
admitido; y habiéndome dado parte el teniente coronel D. Antonio Terrero de lo que
allí se le había manifestado, con el parte Ilúmero 2, pasé inmediatamente al coronel
Echalecu, gobernador de Monjuy el oficio número 3, al que acaba de contestar con
el número 4. Por consiguiente, la poblacion de Barcelona debe perder todo recelo de
ser molestada, si sus habitantes observan la prudencia necesaria, mientras continuán-
dose las cuestiones incesantes que hago en union con una comision del ExcelentÍ-
simo Ayuntamiento, producen un resultado que haga cesar de todo punto hasta la
más mínima desconfianza. Voy á remItir otra comunicacion conciliatoria á Monjuy
de que daré noticia á V. S. para conocimiento del público.


·,Otro rumor se ha extendido hoy, que conviene desmentir. Se ha dicho que el ge~




- 57°-
neral Zurbano habia llegado en el vapor Isabel 11, y que estaba en Monjuy. No ha-
biendo llegado tal vapor, es por consiguiente falso todo, y puedo añadir que están
tomadas todas las disposiciones necesarias para que esto jamás pueda suceder: todo á
satisfaccion de la comision municipal.


))Ruego á V. S. inculque al público tenga la mayor confianza en las autoridades que
obran con tal sinceridad; que con esto me lisonjeo de que se conseguirán sin disgus-
to los deseos de todos.-Dios guarde á V. S. muchos años.-Barcelona 14 de Junio
de 1843.-José Cortinez y Espinosa.-Señor alcalde primero constitucionalde Bar-
celona. ))


«Número LO-Ejército de Cataluña.-Estado mayor.-Estado mayor del castillo
de Monjuy de la plaza de Barcelona.-Excmo. señor.-A las doce de este dia se presen-
tó en este puesto el coronel D. Juan Pujol, acompañado del de la misma clase del
regimiento del Príncipe y de los demás señores contenidos en la órden que me en-
tregó librada por V. E. en esta misma fecha, para que le hiciese entrega del mismo
punto. Como el expresado jefe era seguido de un numeroso pueblo y esto al no haber
mediado anticipado aviso de V. E. para dicha resignac;on, debió sorprenderme,
cuanto que en el dia ofrece esta fortaleza grandes responsabilidades, hube de contes-
tarle para la negativa apoyado en semejante observacion. No obstante, estoy dis-
puesto á obedecer á V. E. con la puntualidad que siempre; pero le ruego que para la
efectuacion de este paso son indispensables las garantías que salvan de todo ultraje
y compromisos al que en mis circunstancias era de obrar sin otros antecedentes que
para su caso se dignará V. E. confiarme con nueva órden y expresion del pedido esen-
cial aquí contenido.


"Dios guarde á V. E. muchosaí10s. Monjuy 13 deJunio de 1843 á las cuatro de la
tarde.-Excmo. señor.-EI coronel gobernador, Bernardo Echalecu .. Excmo. señor
capitan general de este ejército y distrito.


IIP. D.-Las garantías se conceptúan generalizadas para los demás empleados, de-
pendientes á mis órdenes, guarnicion y familias.-Es copia.-Cortinez.))


«Número 2.-Ejército de Cataluña.-Primera division.-Estado mayor. -Excelen-
tísimo señor. -En cumplimiento de cuanto se sirvió V. E. prevenirme en el día de
ayer, emprendí mi marcha á Monju)' con el tercer batallan del regimiento infantería
de Córdoba á las dos de la madrugada de hoy, y habiendo llegado á la inmediacion
de dicho fuerte á cosa de las tres, dispuse hiciese alto el batallan, y me adelanté con
dos ordenanzas montadas. Cuando respondido al quién vive del centinela, esperaba
me mandase hacer alto, me previno con· la voz de atrás que me retirase, y reiteró
despues de hacerle yo presente la duda de que fuese una equivocacion, oyéndose al
propio tiempo otra voz que hablariamos cuando aclarase. A poco rato tocaron la dia-
na yen seguida dieron vivas como por cuarenta personas á la Constitucion y á la
reina, que oimos distintamente. Tuve por consiguiente que aguardar á la llegada del
dia para repetir la tentativa, aunque ya fué con mejor éxito, pues aunque solo y á pié
se me permitió conferenciar con el señor gobernador y comandante del segundo bata-




- 57 1 -
110n del Príncipe dentro un tambor que cubre una poterna abierta en la cara interna
del orijon.


»Allí manifesté á ambos jefes ser su relevo el objeto de mi comision, contestándo-
me que ya no se prestaban á él. Ar¡;;uyéndoles que así faltarian al ofrecimiento que
la tarde antes hicieron al jefe del Estado mayor general y al gobernador de la plaza, me
manifestaron haber variado las circunstancias, puesto que habian recibido noticias y
la tropa se hallaba decidida á no transigir. Quise enseñar á dichos jefes las órdenes
firmadas por V. E. que para ellos llevaba, y no quisieron verlas. Mediaron contesta-
ciones de poco interés, concluyendo con asegurarme no se dejarian relevar mientras
no se cerciorasen de ser el pronunciamiento general ó viesen desecha ó disuelta la di-
vision Zurbano, y siempre con la condicion de ser garantidas sus vidas por los cónsu-
les y proporcionarles embarque para donde les conviniera. Durante la conversacion
que duraria cosa de media hora, me exigieron repetidas veces que retirase luego el
batallon y bagajes, asegurándome en algunos que harían fuego, si no se verificaba tan
pronto como querían, lo que me reiteraron despues de los cumplidos de despedida.
Tambien me dieron las mayores seguridades de que nunca harian fuego sobre la pla-
za; pero que sí dispararian sobre cuantos intentaran aproximarse al glásis, ofrecién-
dome garantizar esta palabra con sus firmas, en contestacion á un oficio en que
V.E. se lo exigiese.-En vista de esta conferencia me retiré, no sin ser aludido en al-
gunas expresiones de la tropa que se hallaba en el terraplen cuando marchaba yo
por el camino cubierto, aunque con simulados pretextos para no llamar la atencion
de la tropa hice retirar á esta hasta apoyar la cabeza en un fuerte que los referidos
comandantes me señalaran como término permitido á la aproximacion, viniendo en
seguida á dar á V. E. verbalmente este parte, como lo verifiqué.-Dios guarde á V. E.
muchos aí10s.-Barcelona 14 de Junio de 1843.-Excmo. seí10r.-Antonío Terrero.
-Es copia.-Cortinez.»


"Número 3.-Ejército de Cataluíla.-Estado mayor.-El teniente coronel D. Anto-
nio Terrero, jefe de Estado mayor de la primera division, me acaba de dar parte de
que la guarnicion del castdlo de Monjuy, y V. S. mismo, á quienes mandé ayer re-
levar con un batallon de Córdoba y el coronel D. Juan Pujol, al llegar esta mañana
á efectuar dicho relevo, se han resistido en hacerlo y á obeJecer mis órdenes, desco-
nociendo los principios de subordinacion militar. Espero se sirva V. S. decirme con
toda la brevedad posible lo que haya en el particular y cuáles sean sus intenciones, y
le encargo que al hacerlo tenga presente la ansiedad en que su conducta tiene á esta
populosa capital, las innumerables desgracias que pudieran seguirse de un paso suyo
imprudente y poco meditado, y que considere que manifiesto el voto general de los
pueblos, fuera una atrocidad el emplear de cualquier modo las armas contra sus con-
ciudadanos. Espero, pues, que me diga V. S. sus intenciones, que no puedo creer sean
contrarias á sus deberes como militar y como ciudadano. Tambien me ha dicho que
V. S. le ha ofrecido no ofender á esta ca pi tal en modo alguno, ni á ninguna persona
que no se aproxime á hostil izarle de cerca. Necesito que de todo esto me dé V. S.




- 572 -
prontas y esplícitas declaraciones para tranquilizar los ánimos, y para los efectos
consecuentes.-Dios guarde á V. S. muchos años.-Barcelona 14 de Junio de 1843.-
A las siete y media de la mañana.-José Cortinez y Espinosa.-Señor coronel don
Bernardo Echalecu.-Es copia.-Cortinez.»


"Número 4.o-Ejército de Cataluña.-Estado mayor.-Estado mayor del castillo de
Monjuy de la plaza de Barcelona. -Excmo. señor: Insiguiendo lo que manifesté al te-
niente coronel D. Antonio Terrero, jefe de Estado mayor de la primera division de es-
te ejército y distrito del digno mando de V. E., esta mañana cuando condujo el relevo
que V. E. ha destinado para la guarnicion de este fuerte, de cuyo mando debe serlo
igualmente por el coronel D. Juan Pujol, debo manifestar á V. E que mis explica-
ciones ya trasmitidas á V. E. por árgano del citado jefe, si hien contradicen, al pare-
cer, la obediencia que V. E. me recuerda en su oficio de hoy, no est:ín en contradic-
cion de ellas ni del objeto á fines que desde un principio me he propuesto, conforme
con los que posee la guarnicion de infantería, que la constituye todo el segundo bata-
llan del regimiento infantería del Príncipe núm. 3. Estos son, Excmo. señor, no se-
pararnos jamás en lo fundamental del programa que se versa en las disposiciones
de V. E. referentes del pronunciamiento de esta capital; y así es que luego que el su-
perior gobierno de la nacion, y el de la mayoría, acuerde lo conveniente y de confor-
midad con dichos principios, entonces quedará todo realizado En tanto, pues, yo
ofrezco á V. E., de hoy y p3ra adelante, conducirme con el juicio y consideracion
que V. E. justamente me inculca; pero siempre que las hostilidades de parte de V. E.
y de ese vecindario no inquieten mi estado actual ni entorpezcan la marcha que me
he trazado seguir en este punto, el reserva del mismo superior gobierno, á quien doy y
seguiré dando puntual conocimiento de mis actos y deliberaciones.


»Tambien suplico á V. E. que me confiera desde este momento las garantías que
hagan recíprocas las seguridades que yo le ofrezco nuevamente, siendo las principales
las de no molestar este fuerte con ninguna suerte de procedimientos, como de que no
obsten los mios ni interrumpan, antes bien ,;e reconozcan sin contradiccion de nin-
guna especie, las solicitudes que ante V. E. hicieren en adelante alguno á algunos de
los indivíduos que se encuentran en este fuerte, respecto de sus intereses particula-
res á individuales.


"Ha sido preciso extenderme demasiado al dar á V. E. la respuesta que dejo consig-
nada como el su nota ya indicada, suplicándole al propio tiempo no me prive V. E. de
sus comunicaciones, de las noticias que tuviere originarias del superior gobierno, co-
mo todo lo demás que concierna al programa y demás acuerdos que ofrezco remitir á
V. E. lo más antes posible, pira que como lo dicho surta tranquilizando los ánimos
de esa capital y para los demás efectos convenientes.-Dios guarde á V. E. muchos
años.-Monjuy I4 de Junio de I843.-Excmo. seí10r.- El coronel gobernador.-
Bernardo Echalecu.·-Excmo. señor capitan general de este ejército y segundo dis-
trito militar.


"P. D. Tengo la satisfaccion de poner en conocimiento de V. E., que el digno Ca'




mandante de artillería, capitan D. Narciso Gomez, señores oficiales subalternos, de-
pendientes y tropa de dicha arma están adheridos á los mismos principios que la guar-
nicion de infantería.-Echalecu.-Es copia.-Cortinez.


» Lo que se publica para calmar la ansiedad de los habitantes de esta ciudad.
»Barcelona I4 de Junio de 1843. - El alcalde constitucional, Domingo Fer-


rando.»


La junta, que primero se habia instalado en Sabadell, pasó el dia 12 á Manresa, co-
mo punto más central para dar impulso á la 'insurreccion; mas al recibir la noticia de
la defeccion del general Cortinez, se dirigió á Barcelona, donde hizo su entrada triun-
fal el dia 15 acompañada de aquel general, quien recibió de la junta el nombramiento
de capitan general de C'taluña, digno premio de sus merecimientos.


Barcelona ejerce en el Principado el influjo de una capital en una monarquía. La
revolucion que triunfaba, habia de cundir á toda España. La defeccion del general
Cortinez, que ponia todas las tropas que estaban á su inmediato mando á disposicion
de la junta, debia necesariamente ser de un ejemplo contagioso para el ejército de Ca-
taluña, á pesar de los nobles esfuerzos de algunos jefes cuyo pundonor military hon-
radez política resistieron al funesto contagio. En Tarragona, el general Osorio lu-
chó contra las tentativas insurreccionales, y mantuvo sus tropas en la obediencia,
hasta que la noticia de la adhesion del capitan general á la rebelion vino á alterar la
disciplina. El pronunciamiento se efectuó el 14. Se retiró Osorio, y pasando á Fran-
cia, penetró de nuevo en España y fué á reunirse al ejército de Andalucía, siguiendo
al regente hasta embarcarse en el ~~alabar. Pagó ese honradísimo militar con mu-
chos años de proscripcion el cumplimiento de sus deberes y la constancia en sus prin-
CipiOS.


Con no menos constancia y lealtad resistia en Gerona el benemérito general Ruiz
contra la insurrecciono Solicitado por el coronel D. Narciso Ameller, jefe de los in-
surreccionados, para que se uniera á ellos, cont.estó Ruiz á fuer de caballero y de
leal militar. Las contestaciones que mediaron entre ambos jefes militares, merecen
ver la luz del dia, para que se conozca á la vista la suerte que han tenido ambos:
víctimas, el uno de sus ilusiones, el otro de sus principios, cual fué el delirio de los
progresistas que capitanearon el pronunciamiento de 1843.


"Celva 1 1 de Junio de 1843.-Sr. D. Francisco Ruiz.-Apreciable amigo: He lle-
gado ayer noche con ocho batallones del fondo del Ampurdan, y hoy bajan todos
los de la montaÍ1a y marina; asimismo tengo preparado un somaten general de toda
la provincia que espera mis órdenes, todo con el objeto de hacer el pronunciamiento
en esa capital.-En su consecuencia para que nunca se pueda decir que yo he provo-
cado una escena sangrienta sin procurar evitarla antes, se lo participo á Vd. á fin de
que si gusta (como yo deseo) arreglemos amistosamente un negocio que tan fatales
consecuencias tener puede.-Hasta recibir contestacion de Vd. no moveré el soma ten




general, ni me valdré para apoderarme de esa plaza de otros muchos medios que
tengo, como Vd. no ignora.-Creo no debe Vd. tener dificultad, pues, en que nos en-
tendamos amistosamente, como se ha hecho en otras muchas capitales, mayormente
habiendo defendido ambos la libertad.-Advierto á Vd., amigo mio, que en nuestro
programa nada hay contra la persona del duque de la Victoria, ni contra el coman-
dante general de esta provincia y Vd.-Soy de Vd. su atento servidor Q. B. S. M. -
Narciso de Ameller.ll


Contestacion.


«Gerona á las once del dia, 11 de Junio de 1843.-Sr. D. Narciso de Ameller.-
Muy señor mio yamigo: Me ha sorprendido el contenido de la carta que Vd. me di-
rige hoy desde Celva; porque siendo militar invita á otro militar encanecido, sin
mancha en su larga carrera, á faltar á sus principios y deberes entrE'gando la plaza
que tiene jurada, y permitiendo que se introduzcan en ella los que se han pronun-
ciado para hostilizar al gobierno legalmente constituido.- Ningun cuerpo del ejér-
cito se ha pronunciado, y áun cuando esto no fuese tan cierto como lo es, no seré
yo el que estimule á los que están á mis órdenes; antes bien, si es necesario, lo que
no creo, sacrificaré mi existencia dándoles ejemplo de lealtad; y si Vd. nos pone en
el conflicto de derramar sangre, caerá ella sobre el causante.-Soy de Vd. su atento
servidor Q. B. S. M.-Francisco de Paula Ruiz. ')


Copia del oficio del capitan general de Cataluña.
"Excmo. señor: Contestando á la comunicacion de V. E. del 13 del corriente, con-


sultándome sobre lo que debe hacer en las circunstancias críticas en que se encuen-
tra, debo decirle que el deseo de evitar un derramamiento de sangre inútil, y de dar
principio á una guerra civil contra el voto general de los pueblos, han pesado en mi
consideracion hasta el punto de expedir la adjunta órden general y la adjunta expre-
sion de mi adhesion á los principios proclamados por la junta suprema gubernativa
de esta provincia y de los señores jefes de los cuerpos.- En consecuencia de esto
puede V. E. acceder á los mencionados principios cesando toda hostilizacion contra
los que los sostienen -Dios guarde á V. E. muchos años.-Barcelona 14 de Junio
de 1843.-José Cortinez y Espinosa.-Excmo. señor gobernador de Gerona.--El C.
de E. M.·-Domingo Senespleda.ll


Inquieto el general Ruiz por la marcha de los acontecimientos y en vÍsta de la gra-
vedad de las circunstancias, consultó al capitan general; le mandó éste someterse á
la junta, y como entretanto habia ya cundido á Gerona la noticia de la adhesion del
general Cortinez, poniendo las tropas á las órdenes de la junta, sucedió con la guar-
nicion de Gerona lo que con la de Tarragona, y no halló Ruiz medios de sostenerse.
Ya dejó que entrase Ameller, y saliéndose de Gerona se encaminó á Barcelona, don-
de tuvo con el general Cortinez las explicaciones más duras, echando el general Ruiz




- 575 -
en cara al capitan general su fatal defeccion, que perdía al país, la libertad y las insti-
tuciones, cargos severos y acentuados con una energía tal que abatieron á un grado
que no queremos recordar al débil géneral que los oia.


Salióse muy pronto el general Ruiz de Barcelona y pasando por Francia, volvió á
España á ponerse á las órdenes de la autoridad legítima.


No terminarémos la reseña del pronunciamiento de Barcelona, y del general Cor-
tinez, sin publicar la correspondencia de este con el general Zurbano, y las órdenes
dadas para que todos se adhiriesen á el ejemplo que les daba.


"Lérida 18 de Junio de 1843.-Mi apreciable general: Nos han echado una jarra de
agua el Sr. Cortinez y el Sr. Aristizabal.


»Muy mal rato llevé, cuando despues de la entrada en Reus, dando por conclui-
da la revolucion, me hallo con un recado para que inmediatamente saliese para Tar-
ragona, donde hallé los adjuntos oficios y cartas y donde tomé la determinacion de en
vez de embarcarme, de recoger toda la tropa, y ponerme en jaque en esta. Ayer llegó
el Sr. de Seoane y mañana salgo para Barcelona y verémos el resultado; no hay más
cammo que vencer ó morir.-Martín Zurbano. -Es copia.»


Documentos citados en la carta anterior.
!( 1 .o-Ejército de Cataluña.-E. M.-Reservado.-Excmo. señor.-Las circunstan-


cias de esta capital, así como de otros muchos puntos de que voy teniendo noticias,
se van agravando mucho y hacen temer por momentos un pronunciamiento, si no
general, muy extendido por lo menos. En tal estado debo llamar la atencion de V. E.
hácia la situacion general del país, para que se maneje con todo el pulso que le carac-
teriza, y que obre segun permitan las circunstancias, creyendo excusado decir más
para que la discrecion de V. E. proceda segLlll conviene al servicio nacional.-Dios
guarde á V. E. muchos años.-Barcelona 7 de Junio de r843.-José Cortinez y Es-
pinosa.-Excmo. Sr. D. Martín Zurbano.»


«2.o-Ejército de Cataluña.-F. M.-Reservado.-Excmo. señor.-El desarrollo
inevitable de los sucesos de esta capital, las consecuencias trascendentales que necesa-
riamente han de producir, y el estado general de las cosas, hace que no se pueda con-
siderar aislado el movimiento de la ciudad de Reus, siendo por tanto indispensable
subordinar á circunstancias tan poderosas el porte del ejórcito, para que sin grave
riesgo pueda conservarse este en la po sic ion digna de su decoro y espíritu militar.
Por tanto espero que V. E. se atendrá á estas consideraciones para arreglar á ellas su
conducta ínterin reciba órdenes del gobierno.-Dios guarde á V. E. muchos años -
Barcelona 8 de Junio de r843.-José Cortinez y Espinosa.-Excmo. Sr. D. Martin
Zurbano.»


«3. o-Barcelona 9 de Junio de 1843. -Estimado Zurbano: Las circunstancias se
agravan y lo peor las de no recibir recursos y procuro ir templándolas con lél cordu-




ra posible que aconseja el tiempo, pero sin perjuicio de llenar mis deberes á que no
faltaré. En Sabadell se ha formado la junta principal; en Mataró se han pronunciado
y hay noticias de lo mismo de Lérida y Villafranca. Carguémonos mucho de razon.
Es preciso que se vigile mucho la disciplina, y que no cund:1 la sedicion. Como es de
costumbre circulan mil mentiras. Alguna tropa se ha ido desde San Andrés de Palo-
mar y se corria que esa se sienta á los de Zamora. N os han interceptado la corres-
pondencia del gobierno entre Molins de Rey y Martorell. Aunque se dice que el ba-
tallon de Africa que está en Mataró se les ha unido, no es tan así. Por acá no hay
novedad. Páselo Vd. bien y mande á su afectísimo amigo, Cortinez.-P. D.-La pri-
mera atencion ha de ser la conservacion de esa plaza. Doy parte al gobierno de si-
tuacion tan desgraciada.»


"4. O-Ejército de Cataluña.-E. M.-Excmo. señor.-Valencia se ha pronunciado
como verá V. E. por la adjunta proclama; y no se puede en consecuencia prolongar
más esta discordia, sin dar páhulo á una sangrienta guerra civil, cuando la voluntad
general se manifiesta de tal manera; en este concepto se servirá V. E. suspender las
hostilidades en el momento en que reciba este oficio, dando aviso al jefe de la fuerza
contraria, para que por su parte así lo haga, y se retirará V. E á Tarragona donde
esperará órdenes mientras recibo las del gohierno á quien consulto haciéndole cono-
cer la situacíon de las cosas y el deseo de estos pueblos.-Dios guarde á V. E. mu-
chos ai10s.-Barcelona 12 de Junio de 1843, á las nueve de la noche.-José Cortinez
y Espinosa.- Excmo. Sr. D. Martin Zurbano.»


«S.o-Muy reservado.-Barcelona, 12 de Junío de 1843.-Mi estimado amigo: Las
cosas han variado muchísimo, como lo verá Vd. por 10 que le digo de oficio. Esto
aquí está para saltar tambien por momentos, y yo me esfuerzo para que á lo menos
no haya desgracia alguna, por consiguiente se replega Vd. á Tarragona, haciendo sa-
ber mis órdenes de suspension de hostilidades al jefe contrario; y Vd., mi querido
amigo, sin perder momento se embarca en el vapor que tiene órdenes de ponerle á
Vd. en seguridad en Francia. Su señora de Vd. buena, y procurarémos dirigirla
donde guste. A su hijo de Vd. escribo tambien á Gerona á Ruiz que vea el modo de
evadirlo Desde Francia tome Vd. la direccion que guste y escríbame desde que esté
ya seguro á hordo.-Su afectísimo Q. S. M. B., Cortinez.>l


«6.o-Capitanía general de Cataluña.-E. M.-Excmo. señor.-En cualquier pun-
to en que se hallen las fuerzas de operaciones se retirarán en el momento á Tarrago-
na y los cuerpos ~in detenerse tomarán las direcciones siguientes cuyos itinerarios
me enviará Vd. sin que quede nadie en Reus. El regimiento de Castilla, infantería,
sin tocar aquí por el camino de Hostalrich, á Gerona á las órdenes de su comandante
general; el de Zamora á Vich á sus. anteriores guarniciones sin tocar aquí; 1 a fuerza
del Infante y de Saboya que haya ahí, puede desde luego quedar cubriendo la guar-
nicion de Tarragona, y el regimiento de San Fernando dirigirse á Lérida á las órde-
nes de su comandante general; el regimiento de Bailén marcha á Tarragona y cuhri·
rá los puntos que cubria San Fernando, y el del Infante cubrirá los del regimiento de




Valencia que viene á esta capital, y cuya fuerza dispondrá V. E. que desde luego vaya
viniendo, así como Bailén saldrá mañana ya para esa.-Dios guarde á V. E. muchos
años. Barcelona 13 de Junio de 1843 .-J .Osé C.Ortinez y Espin.Osa.-Excmo. señor
c.Omandante general de las fuerzas reunidas sobre Tarrag.Ona.))


"7.o-0rden general del 13 de Junio de l8-/.3 en Barcelona.-EI Excmo. señor
general en jefe, ha dispuest.O los siguientes cambi.Os de situaci.On en lo cuerpos de in-
fantería. El regimient.O de infantería de Bailén relevará en sus guarnici.Ones al de San
Fernando; el del Infante al de Valencia; el de Valencia al de Bailén; el de San Fer-
nando al del Infante; el de Castilla al de Córd.Oba, el cual vendrá á esta plaza, pasan-
do unos y .Otr.Os á las pr.Ovincias respectivas. Queda encargado interinamente del
mando del g.Obiern.O de esta plaza el c.Or.Onel D. Jose "'laría Raf.OY, sargento may.Or de
la misma.-El general jefe del Estad.O may.Or general. -Aristizabal.-S.On copias.-
Zurbano.))


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CAPÍTULO XXVII.


PRONUNCIAMIENTO DE VALENCIA, ALICANTE, CARTAGENA, MURCIA, CAMPO DE SAN ROQUE,
SEVILLA, LA CORUÑA, BADAJOZ, SANTANDER, PROVINCIAS VASCONGADAS, NAVARRA, CUEN-
CA, VALLADOLID Y BURGOS.


Los sucesos de Cataluí1a debian producir eco en el contiguo reino de Valencia,
Desde los primeros dias de la agitacion general en Valencia se notaron síntomas del
plan que abarcaba la Península entera, siendo la iniciativa peculiar de los hombres
del partido contra-revolucionario; el pronunciamiento de Barcelona decidió el de
Valencia; en esta se promovió la noticia falsa del de Barcelona; tan bien urdida. es-
taba la trama y tan activos se mostraron los fautores de la insurrecciono


Valencia ofreció como en otras much~1s partes el doloroso contraste de autorida-
des civiles, obrando con la más laudable energía en el cumplimiento de sus deberes,
y de militares abandonándolo con lamentable debilidad. El jefe político Camacho
llevó hasta la temeridad el desempeÍ10 del cargo que el gobierno le confiara, y pere-
ció á manos de viles asesinos, yictima de su fidelidad, mientras el capitan general,
D. Juan Zavala, cejó ante un miserable motin, y se dejó desarmar al frente de sus
valientes tropas por un puí1ado de facciosos, y no bien hubo cedido, cuando se vió
expulsado de la ciudad que habia entregado á la insurrecciono


El publicista, que recoge los materiales de la historia, se halla á cada paso en la
imposibilidad moral de resolver cuestiones que no le es dado ;malizar con las leyes
de la lógica. ¿Quién puede indicar sin temor de equivocarse el móvil íntimo, la causa
secreta de ciertos actos, cuando están en una contradiccion manifiesta con todos los
antecedentes de la vida de los que así se olvidan de sí mismos cuando chocan con su
honradez nunca desmentida, con sus principios altamente profesados, y hasta con sus
intereses materiales, que hacen inadmisible el innoble cálculo de una premeditada
traicion? Penetrar en el sagrado de las conciencias, juzgar los hombres por hechos




materiales de un dia, seria exponerse á calumniados, y cuando menos á ser injusta-
mente severos. Los tiempos de discordias civiles ofrecen siempre anomalías chocan-
tes, lamentables contradicciones. En épocas de prueba, á la. que pocos caractéres
resisten siempre, conservándose puros y firmes, la narracion de los hechos en su ri-
gorosa verdad, en cuanto cabe, es el límite de la mision de los escritores contempo-
ráneos, y han de usar de suma prudencia en la apreciacion de los hombres: al tribu-
nal de la posteridad queda reservado el fallo supremo.


Estas reflexiones nos las inspira en este instante la conducta del general Zavala.
Como capitan general en aquellas circunsta'ncias, parecia que todo se aunaba para que
no incurriese en una debilidad que mereciera una calificacion más severa, si sus bri-
llantes antecedentes, si sus opiniones bien acreditadas, si sus intereses y sus afeccio-
nes políticas más caras, no dijesen que separando su causa de lél del regente y del
partido progresista que combatia la insurreccion, se suicidaba. J óven, dotado de un
valor S1l1 par en los campos de batalla, el general Zavala habia sido ayudante del du-
que de la Victoria hasta finar la guerra. Si grandes fuéron los servicios del general
Zavala, si esclarecido su mérito, de ellos recibió premios bien merecidos, mas tribu-
tados con un afecto casi paternal por el jefe del ejército. Nombrado segundo cabo de
Cataluña, fué promovido á capitan general de Valencia y condecorado con la gran
cruz de Cárlos III en 1842. ¿Quién pues á vista de tantos y tan íntimos vínculos entre
el duque de la Victoria y el general Zavala, entre el regente y el capitan general de
Valencia, podrá explicar la conducta de éste, cuando su ruina era una consecuencia
inevitable de la ca ida del regente, y cómo teniendo todos los medios de mantener
Valencia en la obediencia del gobierno legítimo, dejó triunfar una insurreccion que
se anunció con un infame asesinaFo? Este incidente es uno de aquellos misterios
insondables que no es dado penetrar, pues el general Zavala á un valor admirable
unia una penetracion poco comun, y aquí dirémos como el Sr. Thiers hablando de
ciertos generales franceses: « En Egipto, el valor de afrontar las balas es la menor de
»las virtudes que impone á los militares la noble profesion de las armas.»


Valencia, como todas las grandes poblaciones de la Península, en 1843 tenia rami-
ficaciones con los principales centros de conspiracion en Madrid y Paris. Los contra-
revolucionarios de Valencia eran numerosos; preparaban con maña los elementos de
un pronunciamiento, la coalicion servia admirablemente sus miras atrayéndose en
masa los desafectos, los descontentos, Cuando los acontecimientos de Barcelona en
Noviembre de 1842, los conspiradores de Valencia hicieron un amago que quedó so-
focado al momento; este ensayo indicó lo que todavía no se daba á conocer en prác-
tica, que habia un plan que no aguardaba más que una ocasion favorable para estallar,
aprovechando todos los incidentes que suelen presentarse en una poblacion agitada
por clandestinas y activas maquiC1aciones.


El 23 de Mayo ofreció uno de esos incidentes. Salió una órden que prolongaba el
año universitario: esto provocó un motin de estudiantes, la autoriuad se presentó á
los jóvenes que perturbaban el órden, les recordó sus deberes y el respeto que de-




- 580-
bian á sus superiores; desoyendo esos consejos, los estudiantes se formaron en
grupos en ademan hostil en las avenidas de la Universidad mandada cerrar. El jefe
político Ca macho y el alcalde Reig se presentaron, amonestando á los estudiantes
para que se disipasen y se retirasen á sus casas; léjos de obedecer, empezó aquella
juventud extraviada á arrojar peJ.raJas al jefe político que fué herido, y asimismo al-
gunos soldados. Se publicó entonces la ley marcial; mas bien pronto una cuestion de
disciplina universitaria degeneró en una contienda política, los estudiantes tuvieron
las pretensiones más estrafalarias. Se hizo avanzar alguna fuerza militar que disper-
só los grupos sin haber hecho uso de sus armas, bien que lo exigiera su propia de-
fensa acometida por una nube de pedradas. Quedó cerrada la Universidad y se señaló
el dia 26 para el de los exámenes de los estudiantes.


Así se ensayaba con pequeñas asonadas lo que más tarde debia intentarse.
Llegó á Valencia la noticia de la dimision dada por el ministerio Lopez y acep-


tada por el regente del reino: el jefe político dirigió una circular á las autoridades
de la provincia recomendándoles que velasen para el sostenimiento del órden, y el
capitan general dió una órden del dia en el mismo sentido dirigida al ejército con
fecha del 27.


Al través de nobles y bien sentidas palabras se advierte c;omo un presentimiento
indefinido de que la lealtad y la disciplin8. del ejército van á ser puestas á prueba, si
bien á la fecha del 27 nada presagiaba que en Valencia el ejército tendria que luchar
contra una insurrecciono


Menos que nadie la temia el gobierno, bien seguro de que el ¡óven y yaleroso capi-
tan 3eneral de Valencia seria un obstáculo invencible Ct los proyectos que se agitaban.
La órden del dia de127 indicaba que la autoridad tenia el ojo avizor sobre los culpa-
ble~ fautores de desórden, y que al frente de una guarnicion fiel y numerosa velaba
por la tranquilidad en Valencia, que en efecto se conservó inalterable hasta el dia 9
de Junio.


Por la tarde de aquel dia se esparció por Valencia la noticia que Barcelona se había
pronunciado, lo que produjo cierta efervescencia que trataron de aprovechar los fau-
tores de un pronunciamiento, apb.zando al dia siguiente el movimiento hasta tener
la confirmacion de la noticia del pronunciamiento de Barcelona, y quedó acordado
que se juntaria la gente en b. c[dle de Zaragoza y plazuela de Santa Catalina. Ama-
neció el dia 10, y la corrr:spondencia de Barcelona desmintió la noticia del pronun-
ciamiento; mJS ya fuese que los instigadores se hallasen sobradamente comprometi-
dos, sea que ya contasen con medios s'Jfi.cientes, se determinó romper aquel mis-
mo dia.


El primero que salió á la palestra fué el Sr. D, Pedro Sabater, abogado: capita-
neando un grupo se lanzó á la calle al grito de ¡viva la reina! Se dirigió al cuartel del
provincial de Valencia y á la casa del capitan general; en el camino se fué aumentando
el tropel que seguia á Sabater. Contaban equivocadamente con el provincial, y no
dudaba Sabater que al presentarse le seguiria aquel batallon; grande fué su sorpresa




- 581-
cuando vi6 cerradas las puertas del cua rtel y centinelas en las ventanas. El oficial
que allí mandaba les intim6 la ónien de alejarse; entonces se dirigieron á la habita-
cion del capitan general, mas no bien hubieron pa:-;ado la esquina de la calle de la
Chufa, cuando divisaron que la guardia estaba sobre las armas. Ya les fué preciso re-
tirarse, dirigiéndose á la plaza de la Catedral; el oficial que mandaba el Principal ocu-
pado por la Milicia Nacional, retiró su gente en las casas consistoriales, y declar6 que
quedaria neutral hasta que el batallan á que pertenecia se pronunciase. C03idas 6
entregadas las casas que allí habia, cayerol~ en manos de los insurrectos y salieron
por la ciudad tocando llamada, al mismo tiempo las campanas de varias iglesias to-
caban á rebato. A estas señales de insurreccion, como unos doscientos hombres al
mando de algunos jefes se apoderaron de la Catedral, del p:üacio arzobispal y del de
los tribunales y asimismo de las casas contiguas.


Enterado el jefe político de los amagos insurrecciona les que se manifestaban, se
dispclso á repeler la fuerza por la fuerza. Se avistó con el capitan general y se dieron
las órdenes para que las tropas tomasen las armas y se reuniesen en la plazuela de
Santo Domingo. La ley marcial fué publicada y las tropas fuéron dispuestas de modo
que cercasen la plazuela de la Catedral, concentrando así la insurreccion en un punto
solo. Al toque de cajas algunos capitanes de la Milicia reunieron sus compañías en
los parajes donde solian hacerlo de costumbre los batallones; mas no habiéndose
presentado ningun jefe, el capitan más antiguo tomó el mando.


Encerrados los insurrectos en la plazuela de la Catedral, empezaron á dudar del
buen éxito de su empresa, y pensaron en capitular. Al efecto se presentaron á la au-
toridad algunas personas notables, pidiendo primero, que no se tomase medida algu-
na de rigor contra los insurrectos que se hallaban en la plazuela de la r:atedral; se-
gundo, que se les permitiese dirigir una respetuosa peticio:! al regente pidiendo la
reposicion del ministerio Lopez. Presidia esta rara diputacion el gobernador de la mi-
tra D. Joaquín Fcrraz, y se presentó al capítan general y al jefe político reunidos. El
general Zavala que desde aquel momento se hallaba como fascinado, se mostró dis-
puesto á conceder cuanto se pedía, mas el jefe político Camacho se manifestó tan re-
suelto á no transigir con la rebelion que los comisionados tuvieron que retirarse de
un todo desahuciados. Bastó este primer acto de energía para que la mayor parte de
los insurreccionados se retirasen á sus casas, y á las diez de la noche no quedaba
nadie en la plazuela, pudiéndose considerar como abortada aquella intentona. Despa-
chó el jefe político un correo á Madrid dando parte al gobierno del suceso del dia y
del fin que habia tenido, al mismo tiempo dió igual noticia á las autoridades de la
provincia, mas esta no salió de las oficinas de la jefatura política detenida por em-
pIeados infieles afiliados á la conspiracion.


La noche del ro al rIla aprovecharon los jefes del movimiento para ganar las tro-
pas: los jefes de los cuerpos de la guarnicion se negaron la mayor parte, algunos me-
nos firmes 1 dijeron que no tomarian la iniciativa. Uno solo se pronunció abierta-
mente, y fué el Sr. D. Joaquin Armero, comandante del regimiento de caballería de




- 582-
Leon; pudo ganar algunos pocos soldados de su cuerpo, mas en los demás regi-
mientos ni un solo oficial ni soldado le siguió á pesar de sus gestiones:durante aque-
lla noche.


Cómo con un jefe político del temple de Camacho, con una tropa tan fiel y leal,
á cuyo frente se hallaba un capitan general bizarro en demasía, pudo realizarse el
pronunciamiento, es lo que no se puede explicar, mas la tibieza y la debilidad del ge-
neral Zavala para con la comision que se le presentó en nombre de los insurrectos
fomentaron las esperanzas de los conspiradores, á la par que su ódio contra el" jefe po-
lítico Camacho, que tan resuelto se habia presentado á combatirlos: horrible, atroz,
espantosa venganza sacaron.


Activo y ansioso de conservar el órden en la ciudad, á las cuatro de la mañana
corría las calles de Valencia el infatigable jefe político, despues de haber ya confe-
renciado con el capitan general sobre los medios de evitar que se renovasen las esce-
nas del dia anterior. Le acompañaba el general Olloqui, segundo cabo de aquella ca-
pitanía general, un comisario y un agente de seguridad pública. Pasaba por la calle
de la Mar con direccion á la plazuela de Santa Catalina, cuando tropieza con la com-
pañía de bombt!ros de la Milicia que á tambor batiente iba por la calle de Zaragoza
precedida de grupos numerosos capitaneados por jefes. Pidió el jefe político al gene-
ral Olloqui, que tomando las tropas que más á la mano hallara, marchase contra
aquella compañía y dispersase los grupos. Impasible permaneció Olloqui: envalento-
nados los grupos con esa pasiva anuencia del jefe militar, dan rostro, se apoderan del
general, gritando: ¡viva la reina! ¡\'iva Olloqui que se ha pronunciado! y lo llevan por
la calle de Zaragoza. Una compañía del provincial de Valencia que allí se hallaba se
fué acompailando á sus jefes, y queda el des\'enturado Camacho solo entregado al fu-
ror de una turba de facinerosos, que no temiendo ya resistencia, vociferan: ¡muerte
al jefe político~ y los hechos siguiendo á las amenazas, recibe Ca macho una primera
puñalada y el agente de seguridad Sanchez es igualmente herido. A pesar de la pérdi-
da de sangre que corria á borbotones, el desventurado Camacho se acoge á la iglesia
de Santa Catalina, esperando que el templo del Señor seria un asilo sagrado contra
el furor de sus asesinos, y cae al pié del altar. Allí lo siguen esos hombres sedientos
de sangre, se precipitan sobre su cuerpo casi exánime, y lo acaban. No contentos con
su execrando crímen quieren que el cadáver de su víctima les sirva de trofeo, allá le
atan una soga al cuello y le arrastran en triunfo por las calles hasta las puertas de la
catedral, para que los insurreccionados. que allí estacionaban pudiesen gozar de la
horrible inmolacion de la primera autoridad de la provincia, sacrificada al furor de los
partidos; y para mengua eterna de aquella insurreccion, ese abominable crímen ha
quedado impune, si es que no ha sido premiado.


El desgraciado Sanchez, herido, pudo refugiarse á la casa de D. Calixto Bello.
Éste, viendo que el desdichado perdía toda su sangre, quiso intentar que lo llevasen
al hospital; mas aquellos canibales lo agarraron, en una capillél donde yacia, le asesi-
naron, le desnudaron, y tambien le ataron una soga al cuello, arrastrando su cadá-




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ver por las calles de Valencia. ¡Sangrienta y espantosa inauguracion de un triunfo que
debia contar millares de víctimas!


Enardecidos como lo son las fieras á la vista de la sangre, envalentonados por la
impunidad aquellos criminales auxiliares del pronunciamiento, pedían nuevas vícti-
mas. Allá se arrojaron á la casa del Sr. D. Domingo Capafonds, diputado de provin-
cia, y á la del Sr. D. Manuel Arlandis, que por fortuna avisados con tiempo pudieron
huir. A bita de las personas se esmeraron los asesinos en saquear la casa del Sr. Ca-
pafonds, y en destruir su farmacia.


Tamaños excesos infundieron el terror en la poblacion, y muchas familias huian
despavoridas de un pueblo en que tales crímenes se cometían impunemente.


¿Y qué hacia la autoridad militar á cuya presencia así se vertia la sangre del jefe po-
lítico? Nada; presa de una especie de pavor sobrenatural, abrumada bajo el peso de
las circunstancias, entregada á un terror pánico que abultaba sus aprensiones, el
general Zavala, que con rostro sereno habia mil y mil veces mirado la muerte impá-
vidamente en los campos de hatalla, yacia anonadado delante de un pUÍ1ado de ase-
sinos, y no hallaba en su noble pecho una centella de su índomito natural valor
para hacer trizas una asonada que empezaba con el asesinato.


Un oficial de Estado mayor le llevó la noticia de la muerte desastrosa del malogrado
Camacho, y fuese ardid de guerra, fuese creencia sincera, añadió que la tropa man-
dada por Olloqui se habia pronunciado, y que si intentaba oponerse al movimiento,
ponia su vida en peligro. Parece que el anuncio del peligro debiera en aquel esfor-
zado corazon despertar su antigua bravura, nada; el general Zavala no se hallaba á
sí mismo, y sin averiguar si el pronunciamiento de la tropa era cierto, se entregó á
un total desm;.tyo. N o se habian pronunciado las tropas ni Olloqui, y salvo una com-
pañía del provincial de Valencia, unos veinte á treinta hombres de Guadalajara y ca-
torce caballos de Leon, todas las demás tropas permanecian fieles esperando órdenes
del capitan general. Las disposiciones tomadas el dia antes quedaban en pié. 0110-
qui, cuya debilidad ó error habia sido causa de la muerte de Camacho, permaneci&
en la plazuela de Santa Catalina con dos batallones y un escuadrono Tres columnas
en diferentes posiciones debian obrar concéntricamente para atacar á los insurrec-
cionados.


Mas el general Zavala, aterrado con la muerte de Camacho, agitado por la noticia
del pronunciamiento de sus mismas tropas, á la que dió tan funesta fé, deliberaba
sobre lo que debia hacer; y tal vez hubiera resuelto lo que tanto convenia á su honra-
dez y ásu valor, cuando llegaron á sus manos cartas del general Cortinez, pintándole
con los colores más tristes la posicion apurada en que se veia, si no voluntariamente,
á lo menos por su inaudita debilidad. En el estado de abatimiento moral en que se
hallaba el gen.::ral Zavala, estas noticias causaron en su ánimo una postracion inex-
plicable; renunció al ataque proyectado, y dió la órden á las tropas de replegarse á la
plazuela de Santo Domingo, donde se trasladó.


En el acto de emprender su marcha, un caso fortuito acabó de completar el des-




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584-


6icle'n moral que se habia ápoderado del general Zavala y le hito tomar ut1a tesolu--
cion desesperada. Llegaba en aquel momento á Valencia el comandante del vapor de
guerra Isdbel 11, Pinzon, que se habia pronunciado y venia con su buque de Barcelo-
na; apenas en tierra, se avistó con los jefes de la insurreccion, y muy luego se espar-
ció la noticia que decia traer del pronunciamiento de Barcelona y de Tarragona y
presentándose al capitan general le dió parte de estos sucesos. Este, que debia estar
en guardia de las asechanzas de los que, por cuantos medios podian imaginar, querian
precipitarlo á un fin funesto, creyó con deplorable confianza la noticia que- le daba
un jefe pronunciado, cuando ya tenia la experiencia que la noticia del pronuncia-
miento de sus propias tropas habia sido falsa, Ya no pudo resistir el general Zavala
á la inaudita fascinacion en que vivia, se presentó á las tropas reunidas en la plazuela
de Santo Domingo, hizo formar los oficiales, colocóse en el centro de ellos, y les di-
rigió estas palabras: "Señores, ninguno de vosotros duda de mi valor. Ayer no veia
.. más que una asonada que sofocar ... Hoy veo una manifestacion unánime de la vo-
nlurttad del pueblo al que pertenecemos, y contra el cual no debemos esgrimir nues-
ntras armas. Desde este instante he dejado de ser capitan general, cedo el mando á las
»nuevas autoridades á las cuales deoeis obedecer; si algunos entre vosotros desaprue-
» ban mi conducta ... )) N o pudo acabar ... su emocion no se lo permitió; lágrimas corrian
por ese rostro que tantas y tantas veces se presentó radiante de juventud, de brillo
y de gloria al frente del enemigo. Cruel suplicio fué para aq uella alma generosa, mas
falta de energía cívica que es la fortaleza de la razon fria é impasible ... El abatimiento
del general, léjos de comunicarse á aquellos fieles oficiales les arrancó un grito uná-
nime, proclamándolo capitan general. Prontos todos aquellos dignos militares á sa-
crificarse á sus órdenes, le suplicaron encarecidamente no se separase del mando,
y marchara contra los insurreccionados á la cabeza de sus tropas. Sordo quedó el
general Zavala á estas manifestaciones de la lealtad, del respeto y del valor, y no pu-
diendo responder á ese entusiasmo, que por otra parte le lastimaba y despedazaba
el corazon, se separó de los oficiales, se retiró á su casa no queriendo ver á nadie, y
dominado por el más fatal error, publicó la siguiente proclama:


"El general Zavala á sus compañeros de armas, al noble [)ueblo valenciano, debe
dar ulla satisfaccion de su conducta en las azarosas circunstancias que han pasado.
Estrechado por el cumplimiento de sus deberes, por su acrisolada lealtad al gobierno
legalmente establecido, se ha sostenido en la línea que en todos los países está mar-
cada á los militares pundonorosos, ha sab'ido hacer ver con su acreditado comporta-
miento en los combates que no rehuye los peligros, habiendo sellado muchas veces
con su sangre el entrañable amor que profesa á su patria.


))Mientras ha creido que la opinion que se manifestaba en Valencia, era hija de las
pasiones encontradas, se mantuvo firme en su puesto contando con la fidelidad de las
tropas, por cuyo honor debia mirar con preferencia; pero en cuanto se ha persuadi-
do de que el movimiento de los pueblos y de la misma capital era la :expresion sin-




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cera de la voluntad de todas las clases sin excepcion de las más distinguidas é influ-
yentes de la sociedad, no ha vacilado un momento en declarar que no haría armas
contra el pueblo, porque le es muy preciosa la sangre de sus soldados y la de sus con-
ciudadanos


»Los que no sf'pan apreciar esta decision de un hombre, que ni es cobarde ni trai-
dor, podrán poner en duda estos infames epítetos, pero los que tengan un alma gene-
rosa darán su justo valor á una conducta, que en su conciencia cree el que suscribe,
merecer:l la estimacion de sus conciudadanos, si no la miran como el más noble sacri-
tlcio que podia prestar en las aras de la patria.-Valencia 11 de Junio de 1 843.-J uan
de Zavala.))


Nada demuestra m,ls claramente la turbacionde ,lnimo en que había caido el gene-
ral Z:wala que la lectura de su proclama, alLí presiente lo que se podrá pensar de su
conducta y su concienci;:¡ honrada y se estremecc al contemplar que pueden levantar-
se contra sus actos acusacione~ terribles; protesta de antemano contrJ. infames epíte-
tos que el buen seguro, nunca mereciera. ¿Mas cómo no lamentar ese dccaimiento de
un jóven y bizarro militar, encargado de un mando de tanta importancia en que po-
dia salvar la libertad por la cual había derramado su noble sangre, y que perdió mise-
rablemente sepultándose en las ruinas de la causa de que era uno de los más esforza-
dos campeones? En aquellos dias aciagos de 1843, vimos de contínuo ai regente, y
pOdCll0S como testigos asegurar que en medio de tantos desmanes como presencia-
mos, nada atligió su ánimo más hondamente que el abandono de su antiguo ayu-
dante, no solamente por la importancia del suceso que entregaba Valencia á la insur-
reccion, sino por la herida que recibia su corazon en uno de sus más vivos; afectos.


Cuando el comandante Pinzon hubo provocado el pron unciamiento de Valencia en
el dia 11 de Junio, con la falsa noticia del de Barcelona, volvió á este último punto
con la noticia verdadera del efectuado en Valencia y aceleró el de la capital de Catalu-
ña, pues así como el general Zwab se aterró al recibir la falsa noticia de la defeccion
no todavía realizada de Cortincz, este al recibir la del abandono de Zavala, no titu-
beó ya en declararse en favor de la insurrecciono La historia debe señalar la diferen-
cia notahle de la conducta obscrvada por los dos capitanes generales de Valencia y
de Cataluña. Si el general Zavala pudo sucumbir á un fatal desmayo, á lo menos no
se adhirió al pronunciamiento; expulsado de Valencia por aquella junta y perseguido
desde aquella época, dió una prueba nada equívoca de que no faltó á sus opiniones,
si bien desempeí1ó mal el importante mando que le era confiado. El general Cortinez
capitaneando la insurreccion y recibiendo un premio de la reaccion, presenta otro
muy diferente caso.


Se vé por qué medios se desmoralizaba á los jefes militares y se consiguió un
triunfo imposible. Si cada uno de ellos hubiese cumplido con sus deheres, el coman-
dante Pinzon, que por sus opiniones pertenecia al bando reaccionario, no hubiera
usado más que de un ardid de guerra, si libre y sin mando hubiese obrado en favor




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de su causa, no así habiendo merecido de la confianza del gobierno el mando de un
buque de guerra; mas aprovecharse de una posicion oficial para sustraer el buque que
mandaba á la obediencia del gobierno y ser portador de noticias falsas para provocar
la insurreccion, no es ni lícito ni moral. Mas esa lamentable anarquía mental que re-
trae hombres honrados de la línea de principios de la moral más vulgar, por desgra-
cia es tan comun enépocade contiendas civiles, que se puede decir que servir á su par-
tido por los medios que sean posibles es la ley suprema de la mayoría de los hom-
bres en dias de revueltas políticas.


U na junta se im provisó en Valencia sin ninguna forma de eleccion. En cuanto la in-
decision del general Zavala dió ánimo á los conspiradores, estos, tímidos y precavi-
dos, mientras dudaron del partido á que por último se atendria el capitan general, se
mostraron osados y decididos en cuanto apareció la fatal proclama. La junta se insta-
ló como gobierno supremo, y mandó á las tropas que se reuniesen en la plaza de la
Constitucion para que reconociesen su autoridad, y en seguida pasó una órden al ge-
neral Zavala para que saliese de Valencia en el término de dos horas, bajo pena de
muerte y se le hacia al propio tiempo responsable de todos los actos de insubordinacion
y desmanes que pudieran cometer las tropas. Esta iniquidad de la junta léjos de sacar
al general Zavala de su abatimiento, hizo que renovase sus órdenes á las tropas para
que obedeciesen á la junta, y pidió m5s largo plazo para hacer sus preparativos de
viaje. El primer pensamiento de la junta fué contestar con una negativa, temiendo aún
que el general Zavala saliese de su letargo, y que llamando á sí sus fieles tropas, aca-
bara con aquella ridícula insurrec·;::ion; pero enterada de su profundo abatimiento se
le otorgó permanecer algunos dias más, haciéndole responsable de todo movi·-
miento de las tropas y se le exigió que se hospedase en casa de uno de los indivíduos
de la junta; era indicarle una circel disimulada, y de ella sirvió la casa del Sr. Bel-
tran de Us.


Presidia la junta el comandante Armero, revestido tambien del mando superior de
la provincia; el general D. Casimiro Valdés fué nombrado capitan general; la junta
habia tomado el nombre pomposo de junta de salvacion. Se nombró otra con el nom-
bre de junta de armamento y defensa. No hay para qué recordar que las infinitas pro-
clamas que allí salieron, todas decian á porfía que el pronunciamiento se hacia para
salvar la Constitucion y la reina.


Las tropas que formaban la guarnicion de Valencia, ni se habian pronunciado, ni
tenian simpatías en favor de los pronunciados; habian obedecido de mal talante á las
órdenes del capitan general; los jefes fiele's y leales no podian ver sin rubor el triunfo
de la insurreccion, seguros de anonadarla en cuanto quisiera el general Zavala dar la
señal del ataque. Se avistaron pues con él para suplicarle, que visto el engaño del pro-
nunciamiento anunciado de Barcelona y la nulidad de los pronunciados de Valencia,
reducidos á un escaso número, volviese por su honra y restableciese el gobierno
legítimo y se comprometieron á dispersar la junta y traer presos los que la compo·
nian. U na invencibl,e fatalidad pesaba sobre el general, que para repeler las propo




-
587-


siciones de aquellos valientes, se encastillaba en la palabra dada á la junta, y á la que
no queria faltar: uno de sus ayudantes llegó á recordarle sus juramentos anteriores
harto más sagrados. Todo fué inútil; abrumado y desatentado por una especie de vér-
tigo, no pudo recobrar su abatido valor; súpusose que las lágrimas y ruegos de su
señora y de sus hijos, horrorizados con el fin de Camacho, contribuyeron más que
nada á paralizar aquel hasta entonces indómito pecho.


Desahuciados por su general, los jefes de aquellos regimientos, no queriendo so-
meterse á las órdenes de la junta, resol\'ie~on abandonar la ciudad con sus tropas.
Esta heróica resolucion, por diferentes causas, uno solo la ejecutó. El comandante
Inestal, á la cabeza del batallo n de Navarra, salió de Valencia y fue á incorporarse con
la division del general Enna que se hallaba bloqueando Terue!. El batallo n de Ver-
gara fué desarmado y disuelto, y las demás tropas no esperaban más que una ocasion
para ponerse á las órdenes del gobierno. Esta ocasion no se le proporcionó con tiem-
po, y segun lo que hemos sabido más tarde por personas pronunciadas, si desde Alba-
cete marcha el regente á Valencia sin detencion, toda la guarnicion hubiera mar-
chado á recibirlo, y hubiera entrado en Valencia sin disparar un tiro; la fatalidad
presidia en aquellos dias á la destruccion de todo plan sensato.


Entre los denodados oficiales que se distinguieron por su leal comportamiento,
hemos de citar el del jóven capitan Menduiña, ayudante del general Zanla. Habien.
do apurado todos los medios de persuasion para que su jefe saliese de su abatimiento
y voh-iese á tomar el mando, acabando con la insurreccion, se marchó con el coman-
dante Tnestal, y fué á reunirse al regente en Albacete; en premio de su fidelidad y ar-
rojo, el regente nombró á Menduií1a ayudante suyo, y éste lo acompaÍ1ó en la emi-
gracion; en cuanto al general Zavala, tuvo que salir de Valencia pasando á Marsella,
de donde regresó más tarde á Espaí1a, viviendo en ella víctima del ódio del partido á
quien fatalmente dióel más poderoso auxilio para el triunfo que consiguió en 1843,
Y cuyas consecuencias pesan aún sobre la desventurada España.


El pronunciamiento de Valencia cundió el Alicante. El jefe político Visedo luchó
enérgicamente para evitarlo, mas en Alicante se hallaba de comandante general un
oficial del convenio de Vergara, D. Manuel Lassala, que pagó la confianza del gobier-
no con pronunciarse contra él y provocar la defeccion de las tropas. U na junta se ins-
taló el dia 12 presidida por el brigadier Shelly. La junta dió su proclama, manifestan-
do como otras muchas "que se hacia el pronunciamiento para defender la Constitu-
»cion de 1837 y el trono; para esos adorables objetos se habian tomado las armas, las
))que no se solt:1rian hasta verlos asegurados con el programa Lopez.)) Innoble sainete.


El convenido de V ergara comandante general Lassala, dirigió tambien una procla-
ma á las tropas anunci,índoles que la junta lo conservaba en su destino. Los enco-
mendaba la más rígida disciplina, la mis estrecha suhordinacion, «con estas virtudes
»militares llenarémos el noble instituto del ejército, sostendrémos la Constitucion
»y el trono de nuestra inocente reina.»




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¿ N o parece odiosa mofa de la moral el ensafzamiento de la disciplina y de la subor-


dinacion en boca de un jefe militar que se insurreccionaba contra el gobierno que le
honraba con su confianza? ¿ Es un modo de proclamar esas virtudes militares fomen-
tando la rebelion de esas tropas á quienes se pedia practicasen esas virtudes? Nunca
dias más aciagos de perturbacion moral que aquellos del pronunciamiento de 1843.


A continuacion insertamos las proclamas que las autoridades civiles y militares
dirigieron al pueblo y á la guarnicion de Alicante, incitándoles á la insurrecciono


{(Alicante 12 de J unio.-Lo imperioso de las circunstancias, la necesidad de salvar
el país y asegurar el trono de la reina Isabel y la Constitucion del 37, han creado
una situacion que sólo podia superarse por un movimiento salvador, de unidad,
de heroismo y de lealtad española bajo las bases del programa del ministerio Lopez,
Así lo han conocido las autoridades de esta capital, las tropas de la guarnicion y
Milicia Nacional; y reunidas aquellas, el ilustre Ayuntamiento y los jefes de ambos
cuerpos que suscriben han acordado la formacion de una junta provisional local de
salvacion, la cual ocupándose de los negocios más urgentes y perentorios dispondrá
la convocacion de los diputados de los partidos que deban venir ú formar parte de la
ya instalada, prévio su reconocimiento y conformidad con el movimiento de reaccion
por la ley.


»Alicante 12 de Junio de 1843.-El alcalde L° constitucional, Miguel Pascual de
Bonanza.-El alcalde 2.°, José Minguilló.-El alcalde 3.°, Antonio Sirvent.-Regi-
dores. - Pedro Brugada -Antonio Blanch.-J osé Puigserver. -J osé Guardiola.-
José Carra talá. - Vicen te Palacio. -J uan Puerto. - Victorio D ié. -J osé Ma rsel1.- El
brigadier, Ricardo Shelly.-El comandante general de la provincia, Manuel Lassala.
- El sargento mayor de la plaza, Domingo FaJardo.-EI coronel comandante de ar-
tillería, José Balbiaoi.-EI comandante de ingenieros, Manuel Ubiña.-El coman-
dante del primer batallon de Guadalajara, Francisco Gil.-El comandante primer jefe
del batallon provincial de esta capital, José Sanj urgo.- El segundo comandante de
infantería, Leandro Bernabeu.-El comandante capitan de artillería, Diego Miranda.
-El capitan comandante de carabineros, José Martinez. - El mayor de caballería de
la Milicia Nacional, Juan Bonanza.-EI comandante del correccional, Mauricio Gil.-
El capitan de la primera compañía de la Milicia Nacional, Manuel Carreras.-El juez
togado de 1.a instancia, Onofre Gradoli. - El diputado provincial, Isidro Salazar. ~
El intendente, Pedro Crespo Rascon.-Rafael Bernabeu.-El contador de amortiza-
cion, José María Camacho.-El secretario interino del ilustre Ayuntamiento y de
esta junta, Serafin Paret.


»Alicantinos: Una dominacion absurda, y en oposicion con los más caros intereses
del país ha creado una situacion que era preciso superar. Los espa1101es lo han cono-
cido y lanzado un grito santo de salvacion. Málaga, Granada, Valencia y el princi-
pado de Cataluña nos han dado el ejemplo. Alicante lo ha seguido con grandeza, con
.




....... 589-
dignidad, con heroismo. Ningun incidente indigno de pechos castellanos ha man-
chado este acto glorioso. Dios ha salvado al país y á la reina. El imperio de la ley se
ha restablecido.


"Alicantinos todos: la junta provisional local se ha instalado: ella cuidará de garan-
tir vuestras personas, vuestros intereses, vuestra libertad; ella no tiene otra enseña
que union sincera, tralla de la inocente reina y Constitucion del 37. Por tan adora-
bles objetos ha empuñado las armas, y no las dejará hasta verlos completamente ase-
gurados con el programa Lopez.


"Alicante 12 de Junio de 1843.-Presidente, el brigadier Ricardo ShelJy.-Vocales,
el coronel comandante general de la provincia, Manuel Lassala.-El teniente coro-
nel, Rafael Bernabeu.-El diputado provincial por el partido de la capital, Isidro Sa-
lazar.-El alcalde 2.° constitucional, Mayor accidental del primer batallo n de Milicia
Nacional, José Minguilló.-El capitan de la primera compañía de la Milicia Nacional,
Manuel Carreras.-Secretario, J oaq uin García Alamo.


"Soldados: El pueblo, la Milicia Nacional y las tropas del ejército se han unido en
Valencia para manifestar una misma opinion. El Excmo. señor capitan general don
Juan de Zavala, tomándolo en consideracion, y tan luego como se ha persuadido de
que el movimiento de la capital y de los pueblos era la expresion sincera de la volun-
tad de todas las clases sin exceptuar las más distinguidas, no ha vacilado un momen·
to en declarar que no haria armas contra el pueblo, porque es muy preciosa la sangre
de todos los espaí10les, y ha entregado el mando al mariscal de campo del cuerpo na-
cional de artillería D. Casimiro Valdés, á quien por Ordenanza corresponde; y este
así me lo ha manifestado. Soldados: el pueblo de esta ciudad, tan luego como ha tenido
noticia de estos sucesos y de los de Cataluña, ha expresado de un modo enérgico su
firme resolucion de seguir la opinion de Valencia y de otros puntos del reino; y des-
pues de una agitacion que iba rápidamente progresando se ha pronunciado en un ion
de la Milicia Nacional.


llLa autoridad superior política ha juzgado convenient~ retirarse de esta ciudad, y
yo, soldados, impulsado por los generosos sentimientos del general Zavala, y segun
las comunicaciones del actual capitan general del distrito, he evitado el sangriento
espectáculo de que la sangre españ.ola se vierta por manos españolas. La tranquilIdad
se halla completamente restablecida; la junta que se acaba de instalar y de la que
formo partc, me ha manifestado la conveniencia de que continúe al frente de las
tropas, y yo, interesado y resuelto á sostener el órden público á toda costa, continúo
á:vuestra c1beza. Un gobierno que llene los dcseos del país y que forme la felicidad
de la nacion con nuestros votos; y mientras esto se verifica, os encargo y haré obser-
var la más rígida disciplina y la más estrecha subordinacion; con estas virtudes mili-
tares llenarémos el noble instituto de las fuerzas del ejército, sostendrémos la Cons-
titucion y el trono de nuestra inocente reina y se enorgullecerá de mandaros el co-
mandante .general, Manuel Lassala. Alicante 12 de Junio de 1843.




- 590 -


Comision provisional local de gobierno de la provincia de Alicante.


«Alicantinos: Siendo uno de los objetos principales de la junta el mantener el ór-
den público, sin que por motivo alguno, por poderoso que parezca, se permita el
menor desliz, la junta espera de este leal y sensato vecindario, que todos y cada uno
en particular, sabrán olvidar, en obsequio del bien general y de esta patria siempre
malaventurada, cualquier motivo de queja por grande que fuere; al efecto los alcal-
des de barrio en un ion con los vecinos honrados celarán en sus respectivos cuarteles
para que la tranquilidad no se altere.


jI Tambien recorrerán las calles, si necesario fuese, algunas patrullas de la Milicia
Nacional; todo en obsequio de la un ion, sin la cual no puede triunfar la causa santa
de la libertad y del trono constitucional.


"Alicante 12 de Junio de r843.-El brigadier presidente, Ricardo Shelly.-El se-
cretario, J oaquin García Alamo."


De Alicante se extendió la insurreccion á Cartagena y á Murcia; contenida un mo-
mento por los esfuerzos del marqués de Camacho á la cabeza de algunos buenos pa-
triotas, y cundiendo por toda la Península el fuego de la rebelion, á mediados de J u-
nio el pronunciamiento habia invadido el reino entero, salvo Madrid, Cádiz, Zarago-
za, Leon y Oviedo.


En Zaragoza dos diputados á Córtes, los Sres. Quinto y Ortega, trataron de ha-
cer un pronunciamiento en la noche del 8 al 9 de Junio. Aprovechando la reunion
accidental del jefe político. del Ayuntamiento y de los comandantes de la Milicia en
las casas consistoriales, una turba de bandidos sorprendieron estas autoridades y les
exigieron un programa que debia ser el de la insurreccion, suponiendo que Zaragoza
se dejaria alucinar con este documento. El golpe de mano fué ejecutado con tal osadía
y sigilo que el vecindario y la autoridad militar ignoraron hasta el amanecer lo acon-
tecido durante la noche, mas en cuanto se leyó el programa que los conjurados ha·
bian esparcido, la Milicia ~ acional, creyendo en una traicion por parte de los firman-
tes, acudió espontáneamente á tomar las armas. Enterado del suceso el capitan gene-
ral D. Antonio Seoane puso tambien sus tropas sobre las armas. Muy luego se supo
la verdad al notar que ni el jefe político, ni el Ayuntamiento, ni los comandantes de
la Milicia se presentaban, y todos se encaminaron á la casa de la villa: los conspira-
dores se parapetaron en algunas casas y en la plazuela de la Seo. Se publicó la ley
marcial. Milicia y tropa se preparaban á'atacar, cuando los insurrectos tuvieron por
más prudente fugarse. Se arrestaron algunos. Los Sres. Quinto y Ortega pudieron
salva r sus personas protegidos por algunas de las a u toridades sorprendidas en la no-
che, agradecidas estas á que las habian librado del puií.al de los asesinos que invadie-
ron las casas consistoriales. Cuando el Sr. D. Javier Quinto salió de Madrid para esa
intentona, al despedirse de uno de los más eminentes oradores del Congreso, este
trató de disuadirlo de su proyecto, mas el Sr. Quinto, firme en su propósito de salvar




- 59 1 -
la Constitucion, pidió á su prudente consejero que si fracasaba en su intento, provo-
case en el Congreso la honra que su nombre fuese puesto al lado de los más ilustres
mártires de la libertad. Abortó el pronunciamiento de Zaragoza; se salvó el señor
Quinto; más tarde el cargo de director general de correos suplió á la honra que
solicitaba y á la palma de mártir de la libertad.


En el campo de Gibraltar mandaba el honradísimo general baron de Carondelet.
La noticia del pronunciamiento de Málaga llegó á Algeciras el 25 de Mayo sin causar
grande sensacion, mas la insurreccion extendiéndose á Granada y otros puntos, el
comandante general tuvo por acertado tomar algunas precauciones contra la propa-
ganda. Tenia á la sazon pocas tropas disponibles y una línea muy extensa que cubrir;
pidió al gobernador de Ceuta, el general Rodriguez Vera, que le enviase alguna fuer-
za, á lo que se negó este. Tuvo que renunciar el baron de Carondelet á su proyecto
de marchar contra Málaga, para cuyo objeto habia pedido aquel refuerzo de tropas.


La junta de Málaga, em'alentonada con la marcha de los sucesos, envió una colum-
na á la Serranía de Ronda para propagar la insurreccion; aquellos serranos repe-
lieron los agresores, dirigiéndose en seguida al general Carondelet para que los en-
viase alguna tropa y municiones de que carecian. Desde luego les envió el general
seis mil cartuchos, dándoles aviso que marcharia en persona en su sostenimiento.
En efecto el dia 2 de Junio entregó el mando al brigadier Ordoñez, en quien tenia
entera confianza, y se puso en camino con trescientos cincuenta infantes, treinta ca-
ballos del regimiento de la Constitucion, veinticinco carabineros del resguardo á ca-
ballo y cincuenta milicianos de Algeciras, y fué á pernoctar á San Roque, donde au-
mentó su fuerza con otros sesenta infantes. El 3 llegó á Jimena dando parte al go-
bierno que marchaba en socorro de la Serranía de Ronda; de Jimena pasó á Gaucin,
pueblo del distrito militar de Granada, mas punto estratégico muy conveniente á
nueve leguas de Algeciras y á cinco de Ronda, pudiendo acudir á uno y otro punto,
segun las circunstancias, con rapidez. Sabedores los serranos de la aproximacion del
baron, se prepararon á resistir á nuevos ataques; mas tarÍlbien enterada la columna
de malagueños que el baron se hallaba en Gaucin, desde el Burgo retrocedieron á
Málaga; ciento cincuenta soldados del provincial de Jaen incorporados con la colum-
na siguieron su marcha á la Serranía para unirse á los habitantes.


Gaucin tiene un castillejo bien situado, mas casi destruido; el general Carondelet
hizo algunas obras, colocó cuatro piezas, lo aprovisionó de víveres y de municiones,
y dejó allí una corta fuerza p2.ra defenderlo. Dió aviso de sus operaciones el baron
al general Aharez, que se hallaba enfrente de Granada, y al general Ezpeleta, que
mandaba en Sevilla. El primero no contestó, sea que la carta no llegase á sus manos,
sea que su contestacion no fuese recibida; el segundo contestó desaprobando que el
baron hubiese salido del distrito de su mando, y pidiéndole que enviase dos compa-
ñías de infantería á Olvera, provincia de Cádiz, á lo que tampoco accedió el baron. El




-~92-
dia 20 recibió este oficios del gobierno aprobando su conducta, y censuraba al capi-
tan general de Sevilla, mandando á Carondelet marchar sobre Málaga en cuanto
se le incorporasen dos batallones y un escuadron que aquel capitan general tenia ór-
den de enviarle. Esto mandaba el gobierno mientras Ezpeleta pedia al contrario una
compañía á Carondelet. Véase qué espantosa anarquia reinaba en las disposiciones
del gobierno y de sus agentes.


Vivia el general Carondelet en la más absoluta seguridad respecto á Algeciras, ha-
biendo dejado allí al brigadier Ordoñez, cuyos partes diarios eran otras tantas pro-
testas de la conservacion del órden y de su propia fidelidad al gobierno. "Han de pa-
sar los revoltosos sobre mi cadáver, escribia Ordoñez el 17, antes que se altere aquí
la tranquilidad y que se ataque al gobierno y á la regencia del duque de la Victoria.)j
¡Cuál no seria la sorpresa del confiado y honrado general Carondelet al recibir el
dia 22 una comunicacion del mismo Ordoñez en que le participaba que no solamen-
te Algeciras se habia pronunciado, sino que él mismo se hallaba al frente!


Indignado, á la par que maravillado, volvió el baron de Carondelet hácia Algeciras
con ánimo de atacar á Ordoñez. El 23 á su paso por Jimena halló un batallon de Ga-
licia al mando del teniente coronel Perurena, procedente de Cádiz. Este benemérito
oficial enteró al general que su batallon venia en plena insurreccion, y que no habia
podido conducirlo hasta el punto donde se hallaba, sino por haber sabido en el ca-
mino que Algeciras se habia pronunciado con otro batallan del mismo regimiento
que desde Ceuta habia enviado el gobernador Rodriguez Vera con este laudable fin;
lo que explica cómo no pudo enviar tropas para mantener el órden, cuando se las
pidió el baron pocos di as antes.


Sin desmayar por la relacion que oia, quiso intentar el general inspirar á esa
tropa mejores sentimientos. Llamó á su casa á los oficiales, los arengó enérgicamente:
fué en vano; ninguno respondió á esos acento s de la honradez y del deber militar.
Viendo la inutilidad de sus esfuerzos, resolvió Carondelet seguir su marcha hácia Al-
geciras, cuando se le presentó el coronel Heceta despachado por la junta de Sevilla ya
pronunciada, para ofrecerle el mando superior de todas las tropas de Andalucía. Re-
chazó con indignacion Carondelet semejante proposicion y despidió á Heceta, mas
este antes de marchar distribuyó copioso número de las proclamas de la junta. El
efecto de estas fué inmediato; al saber los soldados de Aragon que estaban á las órde-
nes de Carondelct que sus compañeros se habian pronunciado en Sevilla, se negaron
á pasar adelante y no se pudo conseguir que marchasen sino concediéndoles que iria
un oficial del cuerpo á Sevilla para cerciorarse de la verdad del hecho: allí mismo to-
dos los oficiales del Estado mayor y el comisario de guerra abandonaron á su general
y fuéron á reunirse á los pronunciados de Algeciras.


Nada pudo abatir el corazon esforzado del general Carondelet, y siguió su marcha
á Algeciras; al llegar á Guadalquehigo supo el pronunciamiento de Tarifa con la
guarnicion, y que Algeciras hacia preparativos de defensa; el 24 llegó á San Roque, y
por.unmomentD se lisonjeó de provocar una reaccionen Algeciras, contando para ello




- 593 -
con elementos muy poderosos en el mismo pueblo, mas la defeccion de la fragata
Córtes acabó con esa esperanza. Enviada desde Cádiz para bloquear á AIgeciras, lle-
gó al frente de esta el dia 4 de Julio; el comandante de la fragata Santa O/alla se
avistó con el general y acordaron atacar al dia siguiente por tierra y por mar. Al
amanecer deIS la fragata anunció con una triple salva que se habia pronunciado; en
ese mismo dia volvió de Sevilla el oficial de Aragon confirmando la noticia del pro-
nunciamiento del regimiento; ya no se pudo contar con la tropa de ese cuerpo, á pe-
sar de cuanto hizo su coronel brigadier Boiguez.


Hubo que renunciar á todo ataque contra AIgeciras; resolvió el general Carondelet
encaminarse á Cádiz con los soldados que le quisieran seguir y enterado de que dos
columnas salidas de Málaga y AIgeciras intentarian cortarle el paso, pensó en atacar-
las una dcspues de la otra. Dió la órJen de marcha para la una de la noche de16, mas
llegada la hora todas las tropas se dispersaron, tomando el camino de AIgeciras .....
Abandonado de todos los soldados y no quedando á su lado más que su ayudante
Miralles, el brigadier Boiguez, el coronel Perurena, seis ó siete oficiales de tropa, el
comandante de la Milicia Nacional de Algeciras D. Cárlos Carvallo, algunos oficia-
les de esta, y el diputado provincial Gonzalezde la Vega, el general pasó á Gibraltar,
cuyo gobernador, sir Roberto Wilson, puso á su disposicion un vapor, en el cual se
embarcó el general con algunos de su comitiva el dia 8 de Julio y fué á desembarcar
áCádiz.


No iban mejor encaminadas las cosas en el resto de la monarquía. El general Al-
varez se presentó el dia I I al frente de Granada, intimó la rendi.:ion, á la que ni con-
testacion dieron los pronunciados ya hechos fuertes en una ciudad, que ofrecia todos
los medios de una porfiada resistencia, con una guarnicion m-Ís numerosa que las
fuerzas del general Alvarez y pertrechada con abundante artillería.


Sevilla que habia tardado en seguir el movimiento general, hizo un ensayo el dia IO
de Julio que fué sofocado. El 17 volvió con más decision á moverse y viendo la floje-
dad de la autoridad militar, el I9 hizo un nuevo esfuerzo al que cedió el capitan ge-
neral Carratalá. Se formó una junta de clérigos, de militares y de empleados; la ma-
yor parte de los vocales pertenecian al bando reaccionario: por de contado esto se
hacia por entusiasmo á la Constitucion de I 837. Dos batallones de Aragon y la arti-
llería se adhirieron al pronunciamiento; el regimiento de caballería de la Constitu-
cion fiel á su nombre se setiró intacto con el capitan general, á quien reemplazó
el general Figueras.


En el mismo dia y con igual circunstancia poco más ó menos se pronunció la Co-
ruña, sIn que pudiera evitarlo el capitan general D. Andrés Camba que acababa de
llegar. Galicia entera siguió el movimiento que corriendo por las playas del Océano
se propagó ú Santander, á Bilbao, las Provincias Vascongadas y Navarra, como ha-
bia cundido desde Málaga á Gerona. Lo mismo sucedía en el centro de la monarquía:
Badajoz se pronunció á pesar de la resistencia del capitan general Ricafort, que tuvo
algunos encuentros reñidos con los pronunciados en los llanos de Extremadura.


38




El gobierno habia enviado á la provincia de Cuenca al general Iriarte, cediendo á
las solicitudes de los habitantes contrarios al pronunciamiento; esta resolucion tardía
fué acordada el 24 de Junio. Escasas fuerzas pudo reunir el general, reducidas á algu-
nos caballos de Lusitania, cien carabineros del resguardo, quintos del depósito de
Alcalá y cierto número de oficiales de carabineros que debian formar el cuadro de un


- .


batallo n se reunieron en H uete, donde debian esperar al general. A su llegada Iriarte
encontró al jefe político de Cuenca, y reunidos llegaron á movilizar trescientos mili-
cianos, no pudiendo ser mayor el número de voluntarios por carecer de armas. Con
esta fuerza y dos compañías más de Oviedo marchó Iriarte á Cuenca.


Lo que las disposiciones del gobierno no habian preparado, la casualidad lo pudo
proporcionar; esto es, la entrada de las tropas leales en Cuenca. Venia en retirada
desde Teruel el general Enna atravesando la provincia de Cuenca con una corta di-
vision desmoralizada, como era natural en una tropa que habia sido rechazada de
Teruel, y que habia visto desertar la mayor parte de sus compañeros. Reunir esa di-
vision á las fuerzas de Iriarte, apoderarse de Cuenca, y realzar con este fácil triunfo
la moral de todos, era una afortunada coyuntura que no se debia perder. Así se lo
propuso Iriarte á Enna, mas oponiendo éste á la proposicion de aquel las órdenes
que tenia de incorporarse con el regente en Albacete, continuó su marcha; pero
cuando llegó á Al bacete, el regente estaba ya camino de Andalucía.


Abandonado por Enna, se presentó Iriarte al frente de Cuenca, y trató de parla-
mentar con la junta. El canónigo Santaella, alma de aquella junta, hoy comisario de
la Santa Cruzada, fué el comisionado que se aYÍstó con Iriarte; mas sabedora la Jun-
ta de la marcha de Enna hácia Albacete, y conociendo que el general Iriarte nada
podia emprender contra Cuenca con las escasas fuerzas de que disponia, cortó las
negociaciones, é Iriarte retrocedió á Villayerde del Camino. Allí supo que el cuadro
de oficiales de carabineros que habia dejado en Huete, habia pasado entero á la in-
surreccion. Con esta noticia determinó retirarse al Tajo y ver cómo podia reunirse á
las tropas del general Seoane. Se hallaha en marcha cuando recibió la órden del go-
bierno de tomar el mando de la division de Enna, y de venir hácia Madrid para co-
operar á la defensa de la capital. Marchó Iriarte á Aranjuez donde halló la division
de Enna, cuyo mando tomó, agregándose1e algunos destacamentos de milicianos,
entre ellos uno de Murcia que venia mandando el marqués de Ca macho.


Búrgos y Castilla se habian pronunciado. Valladolid hasta el 24 de Junio habia
permanecido sin moverse; mas el contagio era sobradamente general para que resis-
tiera mucho tiempo á ese furor de imitaóon. U na alocucion del Ayuntamiento anun-
ció á los habitantes que una junta iba á instalarse, habiendo manifestado el capitan
general Santos San Miguel que no la hostilizaria. Aquella proclama acababa con vi-
vas á la Constitucion, á la reina constitucional y á la regencia del duque de la Vic-
toria.


En efecto, se instaló la junta siendo su presidente el coronel del regimiento de
Villaviciosa, brigadier Seniasoin: este cuerpo formaba parte de la guarniciono El di-




- 595 -
putado á Córtes, D. Agustín Silvela, fué nombrado vice-presidente. No faltó la junta
en dar su proclama con las palabras obligatorias de amor á la Constitucion de 1837,
Y vivas á la regencia del duque de la Victoria, hasta el 1 u de Setiembre de 18-1--1-, y
el ministerio Lopez con su programa, amalgama nécia y ridícula, para encubrir el ob-
jeto de la rebelion. El 27 se repitió igual declaracion, trás de un decreto del dia an-
terior en que se decia: "que los que esparcieran yoces contrarias á los objetos sagra-
dos queformaban el programa del noble pronunciamiento del 2-1-, serianju'{gados por
los tribunales». Entre esos obj,elos sagrad.os se hallaba la regencia del duque de la
Victoria. El 28 salió un manifiesto firmado por un número considerable de vecinos
de Valladolid, dirigido á la junta, adhiriéndose á los programas ya publicados.


El dia 30 mudó la escena. El general Aspiroz habia sido nombrado capitan gene-
ral, y en la inevitable proclama de su toma de posesion, si bien hablaba de la Cons-
titucion de 1837, de la reina, y de la independencia nacional, omitia la regencia del
duque de la Victoria sin que lajunta leformase causa, sobradamente cauto para in-
tentarlo: ya la máscara era inútil. La junta de Valladolid, como todas las de esa época,
se componia de hombres enemigos de la Constitucion, de que se proclamaban de-
fensores. La reaccion triunfaba por dó quiera, gracias á la hipocresía de los reaccio-
narios y á la inaudita defeccion de los progresistas; de manera que á fines de Junio,
el gobierno de Madrid no tenia ya en su favor más que la capital, Zaragoza, Cádiz,
Leon y Oviedo. A pesar de tantos desastres, de tantas traiciones, y de tantas defec-
ciones, la causa de la libertad no se hubiera perdido, si el gobierno no hubiera haci-
nado errores sobre errores hasta hundirse bajo el enorme peso dt tantas equivoca-
ciones. Nunca estuyo más cerc'! el triunfo de la causa de la libertad que en el mo-
mento en que la calentura insurreccional habia invadido la Península, pues por dó
quiera habia síntomas de reaccion de parte de los progresistas sinceros, que embau-
cados, engaí1ados, extraviados empezaban á medir el hondo 8bismo ú donde iban á
sumirse con las instituciones que pretendian defender. Si el ministerio hubiese sabi-
do aprovechar esta reaccion, si cuando asomaron los síntomas de ella, la hubiese fo-
mentado, apoyado con energía, con tino, con habilidad, no es dudoso que el pronun-
ciamiento se hubiera deshecho por sí mismo con la prontitud que se habia hecho.
Mas volviendo ahora la vista á Madrid, vamos á narrar por qué série de inexplic~­
bIes desaciertos políticos y militares llegó aq uel ministerio á la fatal jornada de Ar-
doz, donde debía expirar el pronunciamiento, y donde quedó anonadada la causa
de la libertad. Dia infausto señalado por el dedo de la Providencia como leccion de
eterna memoria al partido del progreso que allí sucumbió, sin poder decir como
aquel rey de Francia, prisionero en la jornada de Pavía: "Todo se ha perdido menos
el honor". Tambien quedó allí sepultado momentáneamente el honor del partido
progresista.




CAPÍTULO XXVIII.


MANIFIESTO DEL REGENTE Á LA NACION, AL EJÉRCITO Y Á LA MILICIA NACIONAL DE MA-
DRID.-MARCHA DEL REGENTE Á VALENCIA.-MOVIMIENTO DE CATALUÑA.-EL GENERAL
SERRANO, MINISTRO UNIVERSAL.


Hemos visto el pronunciamiento abarcar toda la Península SIn que en ningun
punto fuesen diques suficientes las autoridades civiles y militares combinando sus
esfuerzos. Los jefes políticos por do quiera abandonados por la fuerza armada, ó su-
cumbian asesinados como en Valencia, ó tenian que retirarse. Por doloroso que nos
sea el decirlo hablando de personas á quienes profesamos afecto, aprecio y hasta res-
peto, en nuestro modo de ver, la inaccion del gobierno contribuyó prodigiosamente
á paralizar sus más ardorosos partidarios en las provincias. ¡Qué contraste entre el
anonadamiento del gobierno y la asombrosa actividad de sus contrarios! Nada se
hacia para crear centros de resistencia. Inhábil y sin vida el gobierno no supo ni
echar mano de los elementos revolucionarios, ni aprovecharse con destreza de las
briosas disposiciones de algunas provincias, ni sacar partido de los medios materiales
de que disponia. Todo quedó inerme en sus manos trémulas; nada hizo tampoco que
indicase querer ceder á la oleada que agitaba la Península; ine\:plicable atonía que
por sí sola bastaba á propagar la sedicion. Hay momentos en que las dudas, el titu-
bear en la resolucion suprema son un suicidio. Cuando la guerra civil levanta su pen-
don, no hay más que marchar resueltamerne al combate, faz á faz de una rebelion ar-
mada no hay más argumento que el empleo de las ar.mas, discutir es temblar, tem-
blar es morir; así murió aquel ministerio, lanzándose en controversias ociosas sobre
teorías de gobierno y cuestiones metafísicas de Constitucion.


A los veinte dias de haber estallado la insurreccion y cuando ya media España no
reconocia el gobierno de Madrid, en 13 de Junio, aconsejan los ministros la publica-
cion de un manifiesto del regente á la nacíon. ¿A qué parte de la nacíon se dirigia ese




manifiesto? ¿A los que querian defender la santa causa de la libertad? No lo necesita-
ban. ¿A los que querían acabar con la regencia? ¿Qué caso habian de hacer de las pa-
labras del regente? ¿A los tímidos, á los incautos? A esa gente no se les da valor con
frases, apenas si se conseguiria con hechos de arrojo. ¿Y á qué ese alegato en favor
de los actos de los diferentes ministerios de la regencia? Semejante discusion de du-
dosa oportunidad en todos casos, y qu~ cuando más podia tener cabida en las Cór-
tes, era un <;ontrasentido provocado á solas, puesto que se acababan de cerrar las
Córtes. Abrir pues en la prensa un palenque donde la mala fé de los unos, los sofis-
mas de otros, y las pasiones de todos iban 'á encontrar los elementos de una polémica
violenta, fué un grandísimo desacierto, pues cabalmente por no ser posible la discu-
sion en el estado de irritacion de los ánimos, se habían disuelto dos veces las Córtes
en cinco meses. Era fácil de preveer que la voz honrada del regente se perderia en el
tumulto de las pasiones, de las calumnias y de las falsas interpretaciones que da-
ria á su lenguaje y á sus intenciones una prensa violenta y mal intencionada; cuan-
do se debia ser muy parcos de palabras, se prodigaban imprudentemente.


Contenia además el manifiesto una malaventurada apología de medidas excepcio-
nales, ohjeto de tan acalorados debates en las Córtes; recordando esa añeja y mano-
seada alegoría de cubrir con un velo la estátua de la ley en casos dados. Que ese velo
se haya echado en mil ocasiones, y que se echará otras mil, no pasará por eso de ser
un pobre argumento en favor de la arbitrariedad y del despotismo, y no probará más
que una cosa, y es que los hombres han sido, son y serán propensos á abusar de la
fuerza material con mengua de la justicia y en desdoro de las leyes y de la razono Era
pues muy imprudente poner en boca del regente el lenguaje de los tiranos de otras
épocas, que tanto desdecia de los principios arraigados en el corazon del general Es-
partero. Lenguaje mal avenido con la bondad de su causa que era el de la legalidad,
mal avenido con la santidad de los principios del partido progresista de quien era
símholo el regente; lenguaje mal sonante porque recordaba las luchas parlamentarias
que habían provocado tales medidas, y de donde nacieron disentimientos profundos,
sea por puritanismo constitucional, sea como pretexto, y que tuvieron por remate
un voto de censura, sin que para nosotros tenga más fuerza un voto de la mayoría
que el de un hecho, porque por más que se diga, las más veces los votos de las ma·
yorías no son más que un argumento de hecho, estando la razon yel huen derechode
pa~te de las minorías, cuyas protestas acaban por ser sancionadas por una revolucion;
lenguaje por último inconsecuente, puesto que los ministros se proponian no salir
del círculo de la ley, propósito que no podemos menos de alabar. Era pues muy inú-
til recordar y defender actos que no se habian de imitar: el paralelo, la comparacion
debian resultar de los hechos,y no de las palabras.


Adolecía además aquel manifiesto de un defecto capital cuyas consecuencias, como
verémos más adelante, fuéron funestas. Allá dejaba traslucir un pensamiento de re-
nuncia á la regencia. Expresado de un modo terminante hubiera tenido algo de
grandioso, mas insinuado de un modo ambíguo, disfrazado, nada servía para atajar la,




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insurreccion y debia causar como causó desmayo y decaimiento en los defensores de
la magistratura suprema creada por las Córtes. Los poderes que se abdican á sí mis-
mos no han de hallar ardorosos partidarios. Decia, pues, aq uel manifiesto, demasiado,
ó demasiado poco; una resolucion magnánima no debe tomar el carácter de un ar-
did, de un capricho eventual y veleidoso, pues pierde toda su majestad y se convier-
te en una causa de descrédito y de debilidad. Pronto verémos cuán cierta es esta
verdad. Damos aquí íntegro aquel manifiesto.


El regente del reino á la nacion.
«Españoles: Cuando con tanto afan se desfiguran y ennegrecen mi conducta y mis


intenciones; cuando se ve amenazada de tantos males esta patria, por la seduccion,
por los errores que difunden sus numerosos enemigos, ¿guardaré por más tiempo el
silencio? ¿1~0 es deber mio)evantar mi voz y oponer simples hechos á los tiros ale-


vosos que contra mí asesta la calumnia? Con este deber, aunque penoso, cumpliré,
espaí101es: penoso, aunque sienta, como siempre, la satisfaccion de hablar á mis con-
ciudadanos.


»No necesito recordar los memorables acontecimientos cuyo desenlace me ha ele-
vado al puesto que hoy ocupo.


»Recientes se hallan en la memoria los solemnes debates que en el seno de ambos
cuerpos colegisladores precedieron al nombramiento de persona ó personas que de-
bían ejercer la regencia de este reino, vacante por la renuncia de la reina madre.
Admiró España, y no pudo menos de admirar el orbe culto, la imponente calma, la
solemne majestad con que las Córtes proclamaron mi nombre para tan excelso pues-
to, y aún puede sonar en los oídos el juramento que pronuncié en su seno de gober-
nar con la Constitucion, por la Constitucion; de consagrar toda mi existencia á la
observancia de las leyes, á promover cuantas medidas pudiesen influir en la felicidad
y prosperidades del Estado.


"Este juramento, que á presencia de la España entera presté con toda la efusion
de un alma conmovida, fué desde entonces el norte de toda mi conducta, el que guió
mis pasos por esta senda difícil y espinosa, á donde me condujeron los destinos,
Jamás le he infringido, españoles; ante vosotros, ante la faz de todo el mundo p':ledo
protestar, dar los más altos testimonios de que jamás la idea de su violacion ocupó
un momento mi cabeza. Desde el instante en que me ví revestido del supremo man-
do, me rodeé de un ministerio constitucional y responsable sólo ante las Córtes, ante
el público, de todos los actos del gobierno. Contra las provocaciones á la rebelion,
contra los alevosos llamamientos al descontento de algunos indivíduos de la fuerza
armada, que desGe entonces inundaron los papeles de los enemigos de la causa pú-
blica, no apeló este gobierno más que á la fuerza de las leyes. A las injurias, á los
sarcas~os, á las 'pérfidas insinuaciones de que fué desde entonces blanco mi persona,
no opuse más armas que el silencio. Si en las dos ocasiones en que se alzó abierta-
mente el estandarte de la rebelion salí en persona á sofocarla, á vindicar la majestad,




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el decoro de las leyes, ¿me podia despojar mi carácter de regente del título glorioso
de soldado? ¿ Podria destruir el hecho de haber conducido tantas veces por la senda
del honor y del peligro á los valientes defensores de la patria? Si mi presencia fué
útil, si cierto prestigio que no puede menos de rodedr á mi persona, infundió nuevo
aliento á los leales y aumentó el temor á los rebeldes, ¿quién podrá afearlo sino los
encubiertos enemigos de la causa pública, que con fórmulas explicadas á su modo se
cubren y disfrazan?


l/Si en las dos ocasiones á que aludo apeló el gobierno á medidas excepcionales, no
prescritas en las leyes, ¿quién ignora la historia de los pueblos más libres de la edad
antigua y la moderna? ¿Quién no ha visto en ella que en todos han ocurrido ciertos
acontecimientos extraordinarios en que se creyó preciso cubrir con un velo la está-
tua de la ley, para preservar á esta ley de los ataques dt sus enemigos? Desgraciadas
fueran estas naciones si los conspiradores, los que trabajaban en su ruina bajo el
manto protector de las leyes, hubieran yiyiJo se¿uros Je la imposibilidad de apar-
tarse de sus formas lentas en la vindicacion Je sus ultrajes. ¡Cuántas hubiesen deja-
do de existir! ¡Cu:ll1tas hubieran dejado de llegar á la grandeza y prosperidad á que
las llamaron los destinos! Despues de pasado el peligro se examinan los hechos, y se
pronuncia el juicio de si fué la necesiJad ó el dictado del capricho el que suspendió
el curso ordinario de las leyes. Pronunciaron las Córtes á favor del gobierno en la
primera de estas rebeliones. Las medidas excepcionales de la segunda están aún some-
tiJas á su juicio, á fuer del desencaJenamiento de las pasiones.


»En una ocasion acepté la dimision de un ministerio que recibió un voto de censu-
ra en el seno Jel Congreso Lte los diputados; en otras dos disolví el Congreso; y en
ambas hice, con la Constitucion en la mano, un llamamiento al voto y patriotismo
de los pueblos. Ll ley fundamental me concedia esta facultad de un modo explícito.
¿Y por qué está revestido de ella el jefe del Estado? Porque las Asambleas representa-
tivas pueden no estar en armonía con la opinion del país; porque pueden ponerse en
lucha los cuerpos colegisladores; porque la fogosidad, las pasiones, el error ó la im-
prudencia pueden ser perjudiciales á los intereses del Estado. Con la Constitucion en
la mano, repito, disolví el último Congreso. Ninguno puede disputarme este dere-
c ha sin cometer un desacato á esta Constitucion á que todos hemos prestado jura-
mento. ¿Y qué se alega contra este derecho tan explícito? No las leyes, sino la frase
vaga de fórmulas parlamentarias, que cada uno explica á su manera, las fórmulas par-
lamentarias, que tan pronto se invocan, como por sus propaladores se violan y se in-
fringen ... ¿ Está en las fórmulas parlamentarias formar un ministerio, cuya mitad no
pertenece al Parlamento? ¿ Está en las fórmulas parlamentarias exigir medidas que no
autorizan la razon y la justicia? ¿ Está fuera de las prácticas parlamentarias encargarla
formacion de Gabinete al presidente de un cuerpo colegislador compacto, recorridas
ya y agotadas 1:1.s diferentes fracciones de la mayoría del otro cuerpo?


»¡Españoles! Yo conozco y practico mejor la Constitucion que los que tan pompo-
samente invocan su nombre á cada instante. Por la Constitucion soy regente: en




-600-


ella sólo están mis títulos y mis derechos. Con ella á la vista he jurado consagrarme
todo á las libertades de mi patria. Fuera de esta Constitucion no hay más que un
abismo para mí: no hay más que ruina para esta grande monarquía que con tanta
sangre ha comprado su independencia y libertad; á quien tantos derechos asisten para
recoger el fruto de sus inmensos sacrificios.


n¿Responderé á las infinitas injurias de que soy objeto? ¿Descenderé á desvanecer
la acusacion más ó menos indirecta de prolongar el término de mi regencia? Esta
calumnia, con que se ha querido acibarar mis dias, con el noble orgullo de una con-
ciencia pura las rechazo. ¡Insensatos! Para acallar esta voz no han bastado las mani-
festaciones de mis ministros; no han bastado mis aserciones, mis protestas más so-
lemnes ante las primeras corporaciones del Estado. ¿Y quién acalla lo que propala el
ódio personal, lo que se nutre á cada paso por la sed .de reacciones y venganzas?
¿ Pensara yo en poner dilaciones al dia más grande que me espeta para coronar mi
vida pública?


»Cuando el ejemplo de tantos hombres desinteresados me halaga tan dulcemente al
corazon, ¿iria yo á imitar á los que violentamente hollaron las leyes de su patriat No
tengo su genio: tampoco me anima su ambicion funesta. Expiaron los más de un
modo cruel sus usurpaciones. Terminó sus dias en una roca ardiente del Océano el
dictador del Continente Gocen aquellos grandes hombres de una gloria tan costosa
á la humanidad; que Baldomero Espartero, nacido en condicion privada, elevado en
el servicio de la libertad de su patria y de su reina, á la condicion privada tornará
satisfecho de haber cumplido con todos sus deberes, con el premio de merecer las
simpatías de los buenos.


»¡Españoles! Con el corazon os hablo. ¿Hay la misma sinceridad de sentimientos
en los que intentan sumergiros en nuevas convulsiones? ¿ Invocan con el mismo entu-
siasmo que yo el nombre de la patria los que con pretextos frívolo:;, que sirven de
velo á su ambicion, levantan el estandarte de la rebelion? ¿Conocen esta patria los que
predicando union atizan la discordia; los que provocan la venganza, los que procla-
mando fórmulas parlamentarias hacen imposible toda especie de gobierno? Están de
mi parte la razon y la justicia, y nada temo. En la Constitucion me apoyo, y con su
escudo impenetrable estoy cubierto. La misma confianza que me inspiraron otras
veces los leales, los buenos, los verdaderos amantes de la libertad, el ejército, la ma-
rina, la Milicia Nacional, los españoles todos dignos de este nombre, me anima en la
ocasion presente. Ellos me ayudarán á contener la division que amenaza envol-
vernos en nuevas desventuras. Ellos se presentarán en la arena electoral, y con la
triste, mas saludable experiencia de lo ocurrido,'tratarán de formar un Congreso na-
cional en consonancia con los verdaderos intereses de la patria.


nA las Córtes, que han de decidir las graves cuestiones que hoy agitan los ánimos,
debo entregar ilesos los sagrados depósitos de la reina y de mi autoridad. Yo no los
entregaré á la anarquía, ni al desenfreno de las pasiones: nada importa la suerte del
que mil veces ha consagrado su vida á la patria; pero la reina, la ConstituCion y la




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monarquía me imponen deberes que cumpliré como primer magistrado de la nacion,
y defenderé como soldado. Madrid I3 de Junio de 1843.-El duque de la Victoria.»


El 15 de Junio hubo una revista de la Milicia Nacional y de las tropas que se ha-
llaban en Madrid; fué recibido el regente con un entusiasmo difícil de pintar. Aren-
gó aquellos valientes con aquel fuego que se desprende de un noble corazon, y con
aquella oportunidad de palabra que tan feliz posee el general Espartero. Su lenguaje
eminentemente patriótico indicaba bastante cuánto sufria su alma pura y española,
al verse el blanco de las atroces calumnias, de las más horribles sospechas y de du-
das imperiosas á su amor á la libertad y á las instituciones de que habia sido el pri-
mero y el más esforzado campeon. Electrizó aquel inmenso concurso de pueblo que
se hacinaba en el Prado dando al elegido de la nacion un testimonio de que nada era
capaz de alterar su respeto~ su afecto al pacificador de España: aquella escena inol-
vidable fué para el honrado general Espartero uno de los dias más felices de su vida.


Mas Madrid, que habia conservado ilesa su bien sentada fama de fidelidad á la Cons-
titucion y de adhesion al regente, no dejaba de encerrar ya en su seno semillas del
mal que ardia por tod;} España: aparecieron algunas renuncias de empleos y de man-
do en la milicia, que si bien en corto número eran muy significativas por la impor-
tancia política de la insurreccion, pudo considerarlas, si no como adhesion á su causa
á lo menos como lo que en sí eran, una resolucion de no sostener el gobierno del re-
gente, por tanto un pábulo á la rebelion. Estos síntomas de un mal creciente no los
combatia el ministerio con resoluciones que los pudiesen atajar, y á la vista de la tor-
menta desecha en que iba á abismarse la libertad, parecian los ministros clavados
en la playa contemplando los estragos del huracan, ó esperando el remedio de una
providencia sorda á sus ruegos; las proclamas, los manifiestos á la nacion, á la Mili-
cia, al ejército retumbaban unos tras otros como los gemidos de una impotente re-
slgnaclOn.


Hé aquí los manifiestos:


El regente del reino, á la nacion española.
"Tres dias han pasado desde que os dirigí mi voz, la voz del jefe del Estado, atento


s610 á su bien, la de un soldado que ha combatido por su patria, la del que juró con-
sagrarse todo á la conservacion de sus leyes, de su independencia y libertades. Desde
entonces el mal cunde cada dia invocando mentida mente el nombre de estas leyes,
se auménta la audacia de los que enarbolan el estandarte de la rebelion, y se obsti-
nan en abrir un abismo bajo nuestras plantas. ¿Me contentaria hoy con hablaros otra
vez, con haceros ver la sinceridad de mis principios, de que ningun hombre de bien
duda? Hoy mis deberes son más grandes; hoy me inspira mi conciencia política que
no cumpliré con ellos sino saliendo á combatir en persona á los enemigos de mi pa-
tria, á derribar ese sacrílego pendan bajo el que se abrigan los enemigos del sosiego
público. j Ya están conocidos sus designios é intenciones!




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»Hombres de la libertad, de la Constitucion y liberales de buena fé, que aspirais á
la regeneracion completa de vuestro país, ya habeis visto más claro que la luz del dia
que estos movimientos son todos de reaccion y de venganza; que se os quiere arran-
car el fruto dela gloriosa revolucion de Setiembre de 1840; que se os quiere precipi-
tar en la anarquía para allanar así el camino de la servidumbre. ¿Y estaria el regente
del reino en la inaccion, cuando ruge tan negra tempestad sobre el horizonte político
de España? Esto quisieran los enemigos de mi patria, los que se complacen en su hu-
millacion, los que le preparan sus cadenas. En dos ocasiones parecidas dejé la capi-
tal, la actual es más crítica: mayores son los peligros que va á arrostrar este soldado;
mas crecerá su valor y constancia, crecerán el ánimo, el aliento de los que con justi-
cia me consideran como la bandera de nuestras libertades. Voy á merecer hoy más
que nunca tan hermoso título. Sí, valientes liberales; no defraudaré vuestras espe-
ranzas.


llEspañoles, hoyos vuelve á prometer el regente constitucional que no entregará á
la rebelion, á la anarquía las riendas del Estado; hoyos juro del modo más solemne
hollar con pié firme cuantos obstáculos se opongan á la libertad, á la grandeza, á la
gloria de esta nacion tan digna de ser feliz y venturosa. En derredor de mí, patriotas
todos. Vivan la libertad y la Constitucion, viva doña Isabel II, reina constitucional
de las Españas. Madrid 19 de Junio de 1843.-El duque de la Victoria.))


El regente del reino al ejército y á la Milicia Nacional del reino.
«Soldados de la patria: La tea de la discordia vuelve á encenderse por los enemI-


gos de la paz y de la ventura del pueblo español, amenazando los intereses y las vi-
das de todos los buenos, y conspirando contra el trono constitucional de nuestra
inocente reina. Esos apóstoles de los motines, esos proteos, esoshombres en fin, do-
minados por las pasiones más innobles, desgarran la Constitucion que hemos jura-
do, comprometiendo á los incautos, para que sirvan de instrumento que sacie sus mi··
ras ambiciosas. Sin moralidad ni fé en sus principios, ellos se amalgaman para hacer
la guerra al gran partido liberal, que honrado y virtuoso marcha por la senda legal.
Sin conciencia en la justicia de la causa que proclaman de tantos modos, ni esperan'
za de triunfo por los medios que la ley determina, ellos la ultrajan conduciendo la
suerte de la nacion á la más espantosa anarquía, porque de ella sólo se prometen los
resultados liberticidas que se han propuesto. ¿Y cuál es el motivo? ¿Dónde está el
pretexto de tanto escándalo y de la profanacion del culto nacional? Si yo juré solem-
nemente que habia de guardar á nuestrá reina y regir el Estado durante su menor
edad acatando la Constitucion, ¿podrá probárseme, ni áun de intencion, la menor
falta de cumplimiento? Mi respeto ha sido tan profundo, que de él se han prevali?o
nuestros enemigos para conspirar abiertamente. Pero existe todavía un corazon de
bronce que sirva de escudo á los buenos y salve las instituciones conquistadas con
vuestra sangre y con sacrificios de los pueblos.


llSoldados de la patria: yo cuento con vosotros para este nuevo triunfo tan justo




-603 -
como glorioso, que afianzará la Constitucion de 1837, el trono de Isabel 11 y la inde-
pendencia nacional. Yo salgo á ponerme á vuestro frente, á la cabeza de unas tropas
que siempre llevé á la victoria. Ella coronará tambien esta vez el noble cuanto sensi-
ble sacrificio que ofrecemos en las aras de la patria. Y cuando los pueblos respondan,
como todos responderán á mi voz, protegidos por vuestro esfuerzo, huirán despavo-
ridas las pandillas que han procurado esclavizamos.


"Soldados del ejército y Milicia Nacional: seguro de vuestro patriotismo, decision
y valor, la pa~ volverá á ser con nosotros, y la ventura de esta nacion combatida por
sus malos hijos la afianzarémos para siempre.-Madrid 20 de Junio de I843.-El du-
que de la Victoria.))


A los milicianos nacionales de Madrid.


"Compañeros: En dos ocasiones dejé la capital para abatir el estandarte de la re-
belion. En ambas confié á vuestro patriotismo la persona de nuestra amada reina,
la conservacion de las leyes y del órden público. Hoy me llaman por tercera los ene-
migos de nuestras libertades, los que arrastran á la nacion al borde de un abismo.
Mayor es hoy el conflicto, más negra la tempestad, más inminentes los peligros; pero
tambien crece en mí el valor, y en vosotros la constancia. Tan sagrados depósitos
encomiendo hoy de nuevo á vuestro civismo esclarecido, milicianos de Madrid. Vos-
otros conoceis su importancia, y al confiarlos á vuestra lealtad os doy el más grande
testimonio del alto aprecio que me merecen vuestras virtudes. ¿Diré vuestro elogio?
¿Os manifestaré el derecho que teneis á mi carií10, á mi alta estimacion, á la gratitud
de esta capital, al sentido aprecio de la España? ¿Os pondrá de patente su corazon,
sus intenciones, el hombre que conoceis, á cuya sinceridad haceis tanta justicia?
Inútiles fueran las palabras, cuando median tan positivos testimonios. Salgo, compa-
ñeros, lleno el corazon de vuestras simpatías, fiado en la justicia de la causa nacional,
alentado con los sentimientos de libertad que arden en el corazon de todos los pa-
triotas, dignos de este nombre. Salgo con el presentimiento noble de que delante
del estandarte de la patria, que ondeará alzado, van á hundirse en el polvo los de
sangre en que está escrita la humillacion y servidumbre de la patria. ~algo para vol-
ver digno de vosotros, mereciendo más que nunca la confianza de los leales y verda·
deros hijos de la patria. Milicianos de Madrid: vivan la nacíon, la Constitucion y la
reina constitucional de las Españas.-Madrid 21 de Junio de I843.-El duque de la
Victoria.))


Por último, se reso!\'ió á un acto de energía; mas la fatalidad que dirigia los conse-
jeros del regente en aquellos dias infaustos hizo que esa resolucion recibiese la
aplicacion más falsa entre todas las que podian hacerse. Queremos hablar de la salida
del regente de Madrid para entrar en campaíu contra los insurreccionados.


Como prévia resolucion de este plan, fué nombrado D. Antonio Seoane, general
en jefe de las tropas de Aragon, Valencia y Cataluña. Establecido su cuartel en Zara-




- 604-
goza, dirigi6 á sus tropas el general Seoane la siguiente proclama que presagiaba otro
resultado del que tuvieron sus operaciones militares.


Soldados de los ejércitos de Aragon, Valencia y Cataluña.
«Nombrado por S. A. el regente del reino (que dirige los destinos de la patria


hasta la mayor edad de nuestra excelsa reina), general en jefe de los ejércitos
reunidos, tengo el más grato placer en dirigir mi voz á mis antiguos camaradas, con
quienes he partido las fatigas y peligros en los campos de Navarra y Provincias Vas-
congadas.


))Soldados: un puñado de díscolos enemigos de la paz que habeis conquistado con
vuestra sangre, ha alz,¡do el pendan de la rebelion en Reus, Málaga y Granada, y
protestando defender un trono que ultrajan y una Constitucion que desean destruir,
y movidos por el oro é intrigas extranjeras, pretenden sumirnos otra vez en una
guerra fratricida cuando aún humea la sangre que derramásteis para salvar ese mis-
mo trono, la Constitucion del Estado y las libertades de los españoles.


llPero, soldados, ¿lo conseguirán? no; no, mil veces no. Empuñais las mismas armas
que vencieron en Luchana, en Ramales y en otras cien batallas; abrigais los mismos
sentimientos que os condujeron entonces á la victoria: teneis sellados en vuestro co-
raza n los nombres de reina, patria y libertad, y no manchareis las glorias adquiridas,
ni dejareis que ambiciosos y perjuros derriben el edificio que habeis levantado á cos-
ta de vuestra sangre.


))Soldados: criado entre vuestras filas desde mi infancia, conozco vuestras necesida-
des que serán prontamente remediadas, preparad vuestras armas y preparaos á mar-
char conmigo al punto donde nos llame el honor, la patria y la reina.


))Soldados: nuestro lema sea la seguridad del trono, el afirma miento de nuestras
instituciones y la regencia del ilustre caudillo que en nombre de S. M. y hasta su ma-
yor edad rige los destinos de la nacion.-Cuartel general de Zaragoza 15 de Junio
de 1843.-Antonio Seoane.))


Conociendo, dolorosamente tarde, la poca aptitud del general Alvarez, el ministe-
rio volvió á mediados de Junio al primer proyecto de nombrar al conde de Peracamps
general en jefe de las tropas de Andalucía, proyecto ideado el 29 de Mayo y abando-
nado en seguida, vuelto á adoptarse en 2 de Junio, y de nuevo abandonado; no se
realizó sino el 13 del mismo mes, esto es, cuando el mal ya no tenia remedio por el
desarrollo que habia tenido la insurreécion á que habia pasado la mayor parte de las
tropas.


La causa determinante de la salida del regente no fué el resultado de un plan ge-
neral abarcando todas las operaciones militares, y sí un motivo incidental y local.
Segun numerosas comunicaciones que llegaban á los ministros, no cabia duda que
las tropas que se hallaban en Madrid eran diariamente provocadas á pronunciarse,
y se podia temer que así lo hicieran excitadas por muchos oficiales ganados á la in-




-605 -
surreccion. Todo era de temer de un conflicto sangriento entre esas tropas y la he-
róica Milicia de Madrid, cuya fidelidad inalterable era un obstáculo al triunfo de la
contra-revoluciono Se pensó pues, con razon, en sacar esas tropas de Madrid, y se
creyó no sin motivo, que el prestigio del regente fuera sólo bastante á que marchase
esa tropa.


Partiendo de estos datos, parecia que la primera medida que debia tomar el go-
bierno era separar de las filas todos aquellos oficiales señalados por fautores de un
pronunciamiento; nada se hizo, y salió el regente de Madrid capitaneando tropas
medio insurreccionadas, ó á lo menos llevando en sí los elementos de la sedicion, que
no tardaron en manifestarse. Salieron las tropas camino de Valencia, en Aranjuez
ya dió el regimiento de Luchana síntomas de indisciplina; pasaron á Ocaña y allí ese
mismo regimiento se declaró abiertamente, negándose á pasar adelante. Llegó el re-
gente á Ocaña, hallándose con la indisciplina de Luchana. Su ascendiente sobre
aquellos soldados pudo determinarlos á seguir aunque de mala gana; enterado el re-
gente que entre los equipajes de los oficiales se hallarian pruebas claras de la conni-
vencia de algunos de ellos con los insurreccionados, mandó que en llegando á la
Ruda, pueblo sumamente liberal, se registrasen minuciosamente los equipajes de los
oficiales, castigando severamente á los que resultaran delincuentes Quedó el minis-
tro de la Guerra, general N ogueras, encargado de esa visita; mas fuese generosidad,
debilidad, ó falta de conviccion sobre la participacion criminal de los oficiales, el re-
gistro no tuvo efecto, contentándose el ministro con separar algunos oficiales, dán-
doles pasaportes para Madrid. Llegaron las tropas y el regente á Albacete, donde se
procuró dar á los cuerpos la mejor organizacion posible, mientras se desarrollaban
las operaciones de los generales Seoane y Zurbano en Cataluña.


¿.Cuál fué el plan que decidió la marcha del regente hácia Valencia? ¿Cuáles fuéron
las causas de esa prolongada inaccion en Albacete, que tanto deploraron los amigos
del regente, celosos de su gloria y renombre y que asombró á sus contrarios y la Eu-
ropa? Es lo que trataré mas de analizar con los datos que con afan hemos procurado
conseguir de personas que podian dárnoslos con acierto y conocimiento; si en algo
nos equivocamos, no será por falta de investigaciones. Al salir el regente de Madrid
dirigiéndose á Valencia, se creyó oportuno estacionarse en Albacete, porque no se
dudó un momento que Zurbano forzando el paso del Bruch, sometiera á Barcelona:
debia entonces el general Seoane destacar parte de sus fuerzas, y reunidas á las del
regente someter á Valencia, desde allí se pasaba á Andalucía, y con las tropas de
Van-Halen se hacia el completo despronunciamiento con un paseo militar.


¿Mas cuáles no serian las ilusiones de aquellos ministros que, cuando salia el re-
gente de Madrid para dar cima á este plan, se hallaba ya desbaratado, puesto que
Zurbano que se habia presentado en el Bruch el dia 21, no sólo no lo habia forzado,
mas no lo habia siquiera intentado, y el 24 se hallaba de retirada en Igualada? Mas
prescindiendo de la tardanza que se puso en idear un plan cualquiera, y de los inci-
dentes que hiciera\"! abortar el que se formó, hay que examinilr si era ~ste ,acertaqo




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y si se dispuso con tino y con oportunidad de las fuerzas militares que tenia el go-
bierno á sus órdenes.


En primer lugar la sumision de Valencia no necesitaba tantas fuerzas para conse-
guirla, bastaban lasque el regente tenia; ya hemos dicho al hablar de las que se halla-
ban en la ciudad de Valencia cuáles eran su espíritu y sus disposiciones. Si el regen-
te en vez de estacionarse en Albacete marcha sobre Valencia, toda la guarnicion hu-
biera venido á su encuentro, y Valencia se rendia sin disparar un tiro; de esto hemos
recibido plena seguridad de oficiales pronunciados que se hallaban en Valencia, mas
esto lo ignoraba segun debe creerse el gobierno falto de inteligencia en la ciudad.


¿Mas era acaso Valencia el punto estratégico de la cuestion? No. Barcelona y Cata-
luña eran los puntos de cuya sumision dependia la suerte de la libertad. En Cataluí1a
se hallaba el grueso del ejército fiel y la parte principal de cuerpos no ganados, mas
sometidos á la insurreccion contra,.su opinion y deseos. Allí era donde se debia diri-
gir el regente. Si en vez de marchar hácia Valencia, se situa el regente en Zaragoza
reuniendo bajo su mano todas las tropas, amenazando Barcelona azorada con el ca-
ñon de Monjuy, amenazando Valencia y cubriendo Madrid, la insurreccion quedaba
vencida sin guerra; pues en la liberal Zaragoza y en el patriótico Aragon no tenian los
emisarios de la insurreccion, esperanzas de encontrar apoyo en el pueblo para sedu-
cir la tropa, y Aragon hubiera dado batallones numerosos y aguerridos de milicia-
nos. Dar á el ejército reunido bajo tan felices auspicios una vigorosa organizacion,
restableciendo la disciplina, con separar todo oficial de opiniones dudosas, hubiera
sido un espectáculo digno de un gobierno que sabia aunar al vigor de las resolucio-
nes, la inteligencia de los medios, y el regente hubiera aparecido con el prestigio de
la fuerza, indispensable, cuando la fuerza ha de intervenir á falta de la razon y de su
imperio pacífico. Aquí dirémos de Barcelona lo que con respecto á Valencia; lo que
hemos oido de varias personas que tomaron parte en aquel fatal pronunciamiento, y
es que si en efecto el regente va á Zaragoza, .como los pronunciados lo supusieron,
cuando tuvieron noticia que entraba en campaña, todas las tropas que se hallaban
en Barcelona hubieran abandonado la junta, y se hubieran reunido al regente, y
varias de esas personas se prepararon á refugiarse á Francia: tal era la conviccion del
abandono en que iban á verse. En su opinion el regente hubiera podido ir á Barce-
lona con un solo ordenanza por escolta, pues al saber su aproximacion, todas las tro-
pas hubieran salido á su encuentro y lo hubieran traido en triunfo á Barcelona.


Que fuesen estas las disposiciones de las tropas, no nos cabe la menor duda, por
los informes que hemos buscado con af<.:in y porque así lo reconoce el general Seoane
en sus proclamas. Ahora, pues, ¿por cuál inexplicable resolucion del gobierno, se lle-
gó á dar el mando de la parte principal del ejército al general Seoane, y lanzar en el
camino de Valencia al que fué general en jefe de los ejércitos, al regente, á la cabeza
de algunos miles de soldados la mitad pronunciados? Si el plan combinado cuya eje-
cucion estaba á cargo del general Seoane era bueno, ¿por qué razon se subordinaban
las operaciones, que por su parte debia ejecutar el regente, á lo que hiciera Seoane?




-
607 --


¿No era más lógico, más natural, más decoroso y sobre todo más acertado que el re-
gente mandara en persona, bajo el nombre del ministro de la Guerra, el ejército de
Cataluña y abriera la campaña, secundando Seoane los movimientos del regente? La
alta dignidad de que se hallaba revestido el general Espartero así lo exigia: aun cuan-
do sus triunfos pasados no le asignaran el primer rango entre todos los generales, na-
die podia competir con él en ascendiente sobre las tropas y sobre las poblaciones; fué
pues, un error fatal el de asignar al regente un papel subalterno en la lucha cuando
ya se decidió á que saliera á la pelea en persona.


Entremos en la narracion de los suce'sos de la lucha en Cataluña, mientras se di-
rigía el regente hácía Valencia y mientras permanecia estacionado en Albacete.


El coronel Prim al evacuar Reus, se retiró á Prades, desde donde procuraba suble-
var el pueblo catalan, mas con poco éxito. Sabedor de la defeccion de Cortinez y del
triunfo de la junta de Sabadell, se reunió á esta y con ella entró en Barcelona el
dia 15 de Junio. Prim fué encargado de organizar los voluntarios á quienes la junta
debia dar armas, equipos y cuatro reales diarios; el brigadier Castro que hemos vis-
to figurar en la capitulacion de Atarazanas en el año anterior, salió de Barcelona con
seis batallones, alguna caballería y artillería para cubrir el paso del Bruch por donde
debia desembocar Zurbano que se adelantaba por la carretera de Lérida.


Permanecia en Zaragoza el general Seoane, esperando las tropas que llegaban de
diferentes puntos. De Navarra vino el general Enna con tres hatallones, que el ge-
neral Seoane tuvo la fatal idea de enviar contra Teruel pronunciado: en vez de con-
centrar todas sus fuerzas en una masa imponente, fué Enna á Teruel para sufrir un
descalabro y ver una parte de su tropa pasar á la insurrecciono


El 14 de Junio salió de Zaragoza el general Seoane, el 17 llegó á Lérida, donde se
hallaba Zurbano. con catorce batallones, cinco' escuadrones, dos baterías rodadas y
dos de á lomo. En su parte del 17 al gobierno anuncia el general Seoane que con esta
division y la procedente de Aragon, va á marchar sobre Barcelona no dudando del
feliz resultado de sus operaciones, prometiéndose el rescate de los batallones que
existian en aquella ciudad y facilitar la reaccion de todo el Principado. Hé aquí tex-
tualmente el parte:


Parte recibido en el ministerio de la Guerra.
« El general en jefe de los ejérci tos reunidos, D. An tonio Seoane, con fecha del 17


del actual, dice al ministro de la Guerra lo siguiente:
"Excmo. señor: Acabo de llegar en posta á esta plaza, en donde he hallado reunida


la division del general Zurbano, compuesta de catorce batallones, cinco escuadrones,
dos baterías rodadas y dos de á lomo. Con esta fuerza y la division procedente de
Aragon, pienso marchar sobre Barcelona, en donde á las autoridades las conceptúo
supeditadas, y ea donde está el verdadero gérmen de la rebelion, que me propongo
atacar enérgicamente, aprovechando la feliz circunstancia de conservarse fiel al go-
bierno el gobernador y guarnicion del castillo de Monjuy.




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>lDel buen éxito de esta operacion me prometo el rescate de los batallones que


existen en aquella capital, y facilitar la reaccion de todo el Principado, y con ella la
de los demás puntos del reino que se hallen igualmente pronunciados.


»Avisaré á V. E. el resultado de mis operaciones y de cuanto ocurra digno del co-
nocimiento de V. E.


>lToda esta provincia de Lérida está tranquila.-Dios gu~rde á V. E. mnchos
años.-Cuartel general de Lérida, 17 de Junio de 1843.-Excmo. señor.-Antonio
Seoane.»


El 20 dirigió nuevo parte al gobierno, diciendo que la insurreccion se hallaba con-
centrada en Gerona, Barcelona y Tarragona, promovida por un corto número de agi-
tadores: damos el texto del parte como el resúmen de la opinion del general sobre el
estado de Cataluña.


«Excmo. seílor: Tengo la satisfaccion de manifestar á V. E., que en ningun punto
de esta provincia, y sólo en las capitales de las de Barcelona, Gerona y Tarragona,
existe la revolucion contra el gobierno legítimo, promovida por un corto número de
agitadores que, como no representan los intereses del país, no hallan en él eco algu-
no ni esperanza por consiguiente de poder encender la guerra civil que los pueblos
temen. Éste, que es el verdadero estado del Principado, y al que ha sido conducido so-
lamente por una reunion de circunstancias favorables á los conspiradores en una na-
cion regida como la nuestra por instituciones t3n liberales, va á cambiar bien pronto
de faz, yen busca de tan feliz resultado marcha ya sobre la capital del Principado el
general D. Martín Zurbano, con diez y seis batallones, seis escuadrones y seis bate-
rías, mientras yo le sigo con fuerzas tambien respetables. El buen aspecto y hasta en·
tusiasmo por la paz que reina en sus habitantes de todas clases, y la conservacion
del castillo de Monjuy, me aseguran este nuevo triunfo: ni un instante dudo del buen
y pronto resultado de él, en el que el país empieza á mirar ya su salvacion, y tambien
esperan con ánsia por unirse á sus cuerpos los pocos batallones que envueltos en la
sedicion permanecen disciplinados, y como tal llenos de horror hácia la anarquía que
devora ya á los coligados revoltosos, en quienes no hay más de comun que la ambi-
cian y el crímen. Lo que digo á V. E. para la satisfaccion de este leal país, y seguiré
dando á V. E. cuenta de lo que ocurra importante.


,)Dios guarde á V. E. muchos años.-Cuartel general de Lérida, 20 de Junio
de I843.-Antonio Seoane.»


De sumo consuelo debieron ser estos partes para el gobierno y darle seguridades
de la bienandanza de las operaciones en Cataluña. Cuanto allí se decia era cierto res-
pecto al buen espíritu de la tropa qu(se:hallaba en Barcelona, y era tambien cierto
que los elementos de que se componia la junta iban ocasionando desavenencias y
choques por la incompatibilidad de opiniones y de miras de los que la componían.




-6°9-
No era menos cierto que el pueblo ningun entusiasmo manifestaba en favor de la in-
surreccion; pues la junta, habiendo llamado á las armas á todos los hombres válidos
de diez y ocho á cuarenta años, muchos de los que comprendia esa disposicion
huyeron por no prestar el servicio que se les pedia. Se mandó prender en rehenes
las familias de los fugados, y se cometieron grandes excesos para obligarlos á pre-
sentarse.


Cómo con tales elementos morales en su favor, y cómo disponiendo de una fuer-
za material imponente fracasó la expedicion contra Barcelona, es lo que queda para
nosotros un enigma insondable. El triunfo que se prometia el general Seoane en su
parte del 20, analizándolo con acierto más bien que vaticinándolo con pompa, se con-
virtió en una retirada sin combate que vino á parar á la fatal jornada de Ardoz. Na-
die tributa más que nosotros el homenaje de un sincero aprecio al general Seoane,
nadie tiene más en cuenta su probidad política y personal, nadie más su esforzado
valor, su invariable adhesion á la causa de la libertad, ni nadie conoce mejor que
nosotros la santidad de los vínculos que le unian al regente. Estas bellas y nobles
prendas le adquirieron la gloria de ocupar el puesto más importante en aquellas cir-
cunstancias, recibiendo el mando en jefe de los ejércitos de Cataluña, Aragon y Va-
lencia. ¿ Cómo pues explicar sus operaciones militares que ni siquiera reciben acla-
racion por la falta de saber y de pericia militar, pues no hubo un encuentro, un re-
vés de aquellos que la suerte de la guerra depara al más hábil general, no hubo una
sorpresa precursora de una derrota, en una palabra, no hubo más que una retirada
de cien leguas empezada en el Bruch y concluida delante de las tapias de Madrid, rin-
diéndo un ejército numeroso y aguerrido, sin batirse, las armas á una tropa muy in-
ferior en número yen calidad, sin artillería, cuando del bando opuesto la habia nu-
merosa?


No hallando solucion adecuada á tan inaudita retirada, renunciamos á dar una ex-
plicacion filosófica ó tan sólo militar, y nos limitar~mos á contar los hechos tal como
pasaron. El dia de la revelacion de un misterio para nosotros impenetrable llegará
probablemente, hasta ese dia nuestra tarea de historiadores no nos impone más
obligacion que la decir lo que pasó materialmente.


La junta de Barcelona, á pesar de su triunfo, no disimulaba su precaria poslclOn,
teniendo al frente el cañon de Monjuy, y un ejército que sabia estar bien dispuesto
á combatir la insurrecion. La conducta del general Cortinez le hizo suponer que po-
dria Seoane imitarla, y en esta injuriosa hipótesis, en 20 de Junio despachó á este
general un ofióal portador de la siguiente carta, en que se le pedia adherirse al
pronunciamiento con el fin de evitar el derramamiento de sangre.


«Ejércitos reunidos de Aragon, Valencia y Cataluña.-Estado mayor.-Excmo. se-
ñor: Tengo el honor de remitir á V. E. en copias la comunicacion que acabo de re-
cibir por un capitan de Estado mayor, procedente de Barcelona, de la junta estable-
cida en aquella capital, y mi contestacion.


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-610 -


lILo que pongo en conocimiento de V. E. como debo.-Dios guarde á V. E. mu-
chos años.-Cuartel general de Lérida 22 de Junio de r843.-Excmo. señor.-An-
tonio Seoane.-Excmo. señor secretario de Estado y del despacho de la Guerra.


»Ejércitos reunidos de Aragon) Valencia y CatalLlña.-Estado mayor.-J unta su-
prema provisional de la provincia de Barcelona.-Excmo. señor: Esta junta, despues
de haber tomado cuantas providencias ha creido convenientes para contrarestar las
fuerzas que se dirigen á esta capital bajo el mando del general Zurbano, cree que fal-
taria á los sagrados deberes de la humanidad, yal sentimiento de españolismo que la
distingue, si no procurase por todos los medios posibles que están á su alcance im-
pedir la efusion de sangre: á este fin se dirige á V. E. como comandante general de
las tropas de Aragon, Valencia y Cataluña, encareciéndole en nombre de la patria
que medite bien los males que van á causarse á la misma, si llegan á romperse las hos-
tilidades entre las tropas del mando de V. E. y las de esta junta.


"El país está levantado en masa; una gran parte del ejército se ha adherido al pro-
nunciamiento; á todas horas se reciben comunicaciones de ciudades y provincias im-
portantes que van emancipándose del gobierno de Madrid: fácil es preveer el desen-
lace de la crísis, que no puede ser otro que el triunfo completo del pueblo: ¿á qué
permitir que se derrame sangre española despues de la que ha corrido por espacio de
siete años?


"Sírvase V. E. anteponer los deberes de la humanidad á los de la gratitud y de la
amistad, y evitar á todo trance que se encienda otra guerra civil, secundando el pro-
nunciamiento nacional que sólo tiene por objeto el salvar la causa de la libertad.


"Dios guarde á V. E. muchos años.-Barcelona 20 de Junio de 1843.-El presi-
dente, Antonio Benavent."


Contestó el general Seoane á fuer de leal y valeroso militar, humano, prudente,
mas decidido á cumplir la mision que le estaba encomendada, haciendo uso de la
fuerza, si la razon no llegaba á prevalecer en el ánimo de la junta. Hé aquí la con-
testacion:


«Ejércitos reunidos de Aragon, Valencia y Cataluña.-Estado mayor.-He recibido
por mano del capitan de Estado mayor D. Juan Saravillo la com unicacion de esta
junta, fecha del 20, de cuyo contenido quedo enterado.


"Veo por ella los errores en que le han imbuido noticias falsas y exageradas acer-
ca del estado de la nacion.»


El general Scoane hace una reseña del estado de las provincias por las noticias
oficiJles y confidenciales que hasta aquel momento tenia; y continúa diciendo:


«Aquí tiene esa junta el verdadero estado de la nacion hasta la hora en que escribo,
como lo verá más detalladamente por los periódicos y papeles oficiales que van por el
correo.


"Ahora bien: ¿á qué se dirige ese pronunciamiento que puede ensangrentar Ca-




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taluña, y atraer en pos de sí males incalculables? ¿ Es contra la reina? El ejército, la
Milicia Nacional, la nacion toda está decidida á scten r r tan caros ohjetos, aunque
para ello fuese necesario la repeticion de los sacrificios que hizo por recobrarlos. ¿ Es
contra la regencia que ejerce durante la menor edad de nuestra reina S. A. el duque
de la Victoria? Este ilustre caudillo está decidido y ha empeñado su palabra, como
verá esa junta por el manifiesto que acompaña, de depositar en el seno de las Córtes
el depósito sagrado que las mismas le confiaron de la reina, la Constitucion del Esta-
do y su nombramiento, y la resolucion de las Córtes será acatada y sostenida por la
nacion y por mí mismo.


lIPero entre tanto esos movimientos exponen la España á su disolucion, la expo-
nen á ser presa de la astucia é intereses extranjeros, y á crear situaciones más difíci-
les cada dia que pase. Es, pues, necesario evitar con tiempo tan graves males; es ne-
cesario que la prudencia y el interés público predominen sobre las pasiones; es ne-
cesario que dejen de figurar en la escena los carlistas y republicanos, que aprove-
chándose del vértigo que se ha apoderado de una parte de los liberales, expian el
momento de su triunfo para establecer sus sistemas destructores.


»A este efecto me ha nombrado el gobierno general en jefe de los ejércitos reuni-
dos de Aragon, Valencia y Cataluña. Mi mision es de paz y de reconciliacion. Nadie
me excede en deseos de evitar el que se derrame una lágrima, una gota de sangre.
No quiero venganzas, ni procesos, ni persecuciones de ningun género, y de que
obraré así, empeno mi palabra de honor. Pero entre tanto ese estado de cosas debe
cesar. La ocupacion de Barcelona y el evitar el cúmulo de desgracias que de otro
modo van á caer sohre ella, está en las manos de esa junta. El capitan general interi-
no del Principado, D. Martin Zurbano, marcha con fuerzas considerables: yo lo ve-
rifico sobre Cervera con el ejército de reserva escalonado sobre la carretera.


)) U n fusil, que se dispare contra el general Zurbano, es la señal para el gobernador
de Monjuy deromper el fuego sobre la ciudad sin intermision y hasta que quede com-
pletamente sometida. Las desgracias que ocurran caerán enteras sobre las cabezas
de los que pudiendo y debiendo no las eviten.


"Esta comunicacion la conduce el mismo capitan de Estado mayor que trajo la de
esa junta, y la contestacion definitiva debe recibirla el general Zurbano mañana á la
noche precisamente. Conforme la que sea, tiene la órden de marchar en seguida, ó
con la bayoneta armada, ó con un ramo de oliva en la boca del fusil.


"Los momentos son preciosos: aprovéchelos esa junta en beneficio de la humani-
dad, de la Espaí1a y de esa hermosa poblacion. Dios guarde á esa junta muchos aí10S.
Cuartel general de Lérida, 22 de Junio de 1843.-Antonio Seoane.-Señores de la
junta provisional de la provincia de Barcelona.))


En algunas frases de esta contestacíon se divisan los efectos del malhadado mani~
fiesto del 13 de Junio; para el general Seoane aquel documento contenia una pala-
bra empeñada por el regente de dejar su cargo en cuanto se reunieran las Córtes, y




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así 10 expresa clara y terminantemente á la junta. ¿ Esta interpelacion forzada de algu-
nas palabras ambiguas no sel'ia acaso la explicacion de la conducta del general Seoa-
ne, desanimado y no viendo en esos aprestos de guerra sino una especie de torneo
guerrero para ocupar la escena hasta la reunion de las Córtes? ¿ Está fuera de toda ve-
rosimilitud que el general Seoane no considerase ya la lucha sino como una cuestion
de amor propio personal del regente, dispuesto á dejar 1a regencia, mas á dejarla vic-
torioso de la insurreccion? Si la gravedad de la lucha habia desaparecido á los ojos de
aquel general, como parecen indicarlo aquellas palabras de con qué objeto ese j/ronun-
ciamiento, puesto que el regente se halla dispuesto á dejar la regencia, ¿qué extraño
fuera que severo en sus palabras á la junta, porque hubiera deseado una sumision
pacífica como resultado de sus amenazas, no desplegara en sus actos la energía que
indicaba su contestacion, en cuanto vió que habia que desenvainar la espada?


y no era el general Seoane el único que vivia en ese estado de dudas, provocadas
por el manifiesto de r 3 de Junio; el general Zurbano se hallaba en la misma situacion
y hablaba el mismo lenguaje. Véase la siguiente alocucion en que dice Zurbano á los
catalanes que el regente del reino ansía el momento en que podrá entregar á las
Córtes el depósito sagrado que las mismas le confiaron.


«Catalanes.-Encargado interinamente del mando militar de este distrito y del
ejército acantonado en el mismo, tengo el deber de restablecer el órden público y el
respeto al gobierno supremo de la nacion, desconocido en la capital yen otros varios
puntos del Principado. Este es mi deber y no puedo dispensarme de cumplirlo; pero
antes de emplear para ello medios de coercion, creo indispensable dirigiros mi voz
siempre amiga, procurando reducir á la razon á los extraviados é inspirar confianza á
todos.-La bandera levantada por los disidentes manifiesta en su lema estas hermo-
sas palabras: Isabel 11, Constitucion de 1837, Independencia Nacional. Catalanes:
oidlo, esa es nuestra bandera. Sí; á la reina Isabel II invocamos. S. M. se halla ro-
deada y guardada por sus mejores defensores; por los que durante siete aílos de de-
voradora guerra han tenido constantemente su pecho sirviendo de escudo á ese tron?
en que se asienta la augusta niña, que es la esperanza de los españoles.


llEstos mismos guard,;dores de S. M. lo son igualmente, y muy celosos, de la Cons-
titucion de r837 que á su abrigo se formó, y que la han salvado en las diferentes
ocasiones en que ha estado en peligro. ¡Independencia nacional! Por ella se levantó
la nacion apoyada en el actual jefe del Estado que la sostiene con la dignidad conve-
niente. ¿Cuál, pues, es el motivo de la disidencia? ¿ Es la regencia del ilustre duque de
la Victoria que las Córtes le confiaron en 1841 con universal aplauso? Si este es el
motivo, ¿es suficiente acaso para precipitar la nacion en la anarquía á que se la con-
duce? No, catalanes, volved en vosotros y mirad el abismo que se abre á vuestros
piés. El regente del reino, os lo aseguro, ansía el momento en que -,?oder entregar á
las Córtes el depósito sagrado que las mismas le confiaron, nuestra reina, nuestra
Constitucion, nuestra independencia. El momento no está lejano: las Córtes deben




reunirse en el próximo Agosto, y si tal es la voluntad nacional, el regente del
reino no se opondrá á ella y resignará su encargo; pero hasta entonces no es posi-
ble que abandone los caros objetos que tiene á su guarda, ni la nacion podrá con-
sentirlo.


»No, no podrá consentir, siendo como es amante del trono, que su reina adorada
quede entregada á una coalicion en que los republicanos más marcados tienen la ini-
ciativa. Catalanes: pocos dias, sobre dos meses faltan para que las nuevas Górtes reu-
nidas manifiesten el voto de la nacion. Los deseos de esta serán cumplidos, sus ne-
cesidades atendidas. Esperad tranquilos hasta entonces y volved mientras tanto al ór-
den, que tanto nos interesa para conservar la paz que es el anhelo de la inmensa ma-
yoría de la nacion. Catalanes, aueque guerrero, mi mision es de paz, mi decision el
absoluto olvido de lo pasado, reconciliacion entre hermanos que jamás debieron se-
pararse. No dudareis del cumplimiento de esta promesa, sabiendo que mi palabra
es siempre cumplida. Reus responderá de ello á los que lo ignoren. La fuerza de las
armas sometió la villa á la obediencia; ofrecí no recordar lo pasado y nadie tuvo mo-
tivo para lamentar sus extravíos. Catalanes, no desconozcais la voz de la razon; di-
solved esas juntas que se han puesto á vuestro frente, tornad á la obediencia del jefe
superior temporal del Estado; aguardad con calma la decision de las Córtes y yo os
aseguro que entonces será el primero á sostenerla vuestro capitan general interino.
-Martin Zurbano.ll


Sea de esto lo que fuere, jamás aprobarémos que los generales encargados de com-
batir la insurreccion, obrasen de un modo no sólo contrario á la mision que habian
aceptado, sino á sus propias palabras del dia antes; pues hasta en 10 ridículo incurrian
con sus contradicciones. No deja por esto de ser menos cierto para nosotros, que el
manifiesto del 13 de Junio produjo un deplorable desmayo en el ánimo de los jefes
del ejército de Cataluña, y explica hasta cierto punto, si no legitima de manera
alguna su conducta.


Mientras mediaban estas comunicaciones entre aquellos generales y la junta, y las
fuerzas beligerantes se adelantaban encontradas hácia el paso del Bruch, se presen-
taron en Rlrcelona procedentes de Francia, generales y jefes del partido contra-
revolucionario, la mayor parte de los cuales habian figurado en los acontecimientos
de Octubre de 1841. Acudian á presentar sus servicios al pronunciamiento que se de-
eia emprendido para defender la Constitucion de 1837. La aparicion de estos nuevos
entusiastas de la Constitucion, estremeció á sus verdaderos partidarios, y Barcelona
no los quiso admitir, porque si en Barcelona obraban jefes progresistas, movidos
por un fatal error que debia perderlos, nada estaba más léjos de su pensamiento que
una defeccion á sus principios. Así tuvo el coronel Prim, en una proclama del 19 de
Junio, que decir que admitiendo á todos los españoles que se presentaran á defen-
der la bandera que habia enarbolado en Bruch, hacia una sola excepcion, y era la de
no admitir los servicios de los generales comprometidos en Octubre. Con todo, ad-




- 61 4 -
mitia al coronel D. Fernando de Córdoba, y al capitan de caballería D. Luis de Zaldi-
bar, por afecto particular. Hé aquí su proclama:


"Catalanes: Estoy acostumbrado á no soltar mi palabra sin prévia meditacion y fir-
me propósito de cumplirla. Ha proclamado la union de los españoles todos, cuales·
quiera que hayan sido sus anteriores opifliones y compromisos políticos. Una excep-
cion sola, una ex:epcion me he propuesto, y es la de no admitir por ahora los servi-
cios de los generales comprometidos en Octubre, no porque abrigue con respecto á
ellos una desconfianza que sienta mal en pechos hidalgos, sino para quitar á nuestros
enemigos este leve pretexto de alucinar. Los bizarros. coronel D. Fernando de Cór-
doba y capitan de caballería, D. luis de Zaldibar, han venido en posta desde el extran-
jero para ofrecer sus espadas en defensa de nuestra causa que es la suya. Sus servi-
cios pueden sernos muy útiles, y tendré el mayor gusto en partir con ellos los peli-'
gros y las glorias de la campaña.


»Tengo datos para no dudar que los enemigos trabajan sin descanso para destruir
la union de todos los españoles, y que en sus satánicos conciliábulos tratan de tomar
al pueblo por instrumento de sus aleves proyectos. El pueblo conoce mis principios
y mi carácter: sabe que jamás le he engañado, y creo que no he de recibir un desaire
cuando con todéls las veras de mi corazon le ruego que rechace la superchería de
nuestros enemigos, y abra sus brazos fraternales á cuantos vengan á alistarse en nues-
tras banderas. Terrihle seria para mí un desengaílo que no puedo eS[lerar; pero en
tal caso, no podria menos de retirarme, porque acostumbrado á cumplir lo que pro-
meto, mi carácter no podria consentir que la bandera por mí enarholada en la he-
róica Reus quedase en su menor parte desairada.-Barcelona 19 de Junio de 1843.-
Juan Prim.»


La llegada de estos militares al suelo español consternó á los progresistas que ha-
bian dado su adhesion al movimiento insurreccional, pues ya empezaban á conocer
cuál podria ser el fatal desenlace, y no bastaban á tranquilizarlos las pomposas decla-
raciones, que hacian los recien llegados, de su nuevo afecto á la Constitucion de que
habían sido siempre adversarios. Presa de estos muy fundados temores se resolvió
enviar á Barcelona personas, que oponiendo su influjo á el de los nuevos neófitos
constitucionales, impidIesen que el poder fuese á parar á manos de éstos. Para reali-
zar este pensamiento se echó mano del general Serrano, ministro de la Guerra en el
Gabinete Lopez y del Sr. D. Luis Gonzalez Brabo. Los dos comisionados salieron
de Madrid con p1saportes franceses, llegaron á Bayona de donde pasaron á Perpiñan
y de allí á Barcelona, donde los hallarémos más adelante volviendo por ahora á las
operaciones militares.


En Igualada se hallaba Zurbano el 21 de Junio, teniendo á sus órdenes siete mil
hombres de infantería, quinientos caballos y doce piezas. Sobraban por tanto fuer-
zas para tener franco el paso del Bruch, y dispersar los somatenes de Prim. Con fe-




cha del 21 mandó Zurbano al gobernador de Monjuy abrir el fuego contra la ciu-
dad, en cuanto oyera el fuego por la carretera de Lérida; ese cañon no debia tronar.
El dia 22 el gobernador Echalecu dió conocimiento de las órdenes que acababa de
recibir á la diputacion provincial y á los cónsules residentes en Barcelona.


La junta conocia toda la im[)ortancia del paso del Bruch, habia concentrado las
fuerzas de que disponia, haciendo que en las alturas de Castell·Olit, casa Mansana y
Bruch las ocupas~nlos somatenes que mandaba el coronel Prim apoyado por algunas
tropas. Los som<Jtenes, gente colecticia, sin organizacion ni disciplina, mal armados
los que lo estaban, bien que numerosos,·no podian presentar una resistencia séria á
pesar de las dificultades del terreno en aquel desfiladero, tanto menos que no podian
contar con la cooperacion decidida de las tropas, que si bien á las órdenes de la junta,
se mantenian en un estado de desvío, prontas á reunirse á sus compañeros de armas
á la primera ocasiono Un poco de energía de parte de los lugartenientes del regente,
les hubiera proporcionado esa ocasion: si Zurbano intenta denodadamente el paso,
las tropas del coronel Prim, como las que estacionaban en :Vl01ins del Rey á las órde-
nes del brigadier Blanco, se le hubieran incorporado. Hay que añadir que Barcelona
vivia en las mayores angustias con la aproximacion de Zurbano, sabiendo que al pri-
mer disparo las fuerzas de Monjuy habian de vomitar muertes y estragos en la ciu-
dad: 1SÍ era que el vecindario azorado huia despavorido, abandonando sus hogares,
y los habitantes que carecian de medios de transporte se marchaban á pié.


Zurhano sale de Igualada y sin encontrar la menor oposicion llega al Bruch el
dia 23 de Junio, hace un reconocimiento y se para. Allí recibe la noticia que sus ór-
denes <JI gobernador de ,\lonjuy han llegado el manos de este y que las ha comunica-
do al vecindario de Klrcelona, hallándose pronto el honrado Echalecu á cumplirlas,
si es necesario. Lo que sobrevino en el ánimo indomable de Zurbano en aquel mo-
mento, es lo que no nos es dado explicar ... mas ese heróico soldado inaccesible á
toda ilusion, cuyo valor é impetuosidad hasta entonces se enaltecian á la vista del
peligro y de las dificultades, de repente se anonada, y como dominado por un senti-
miento sobrenatural, no hace la menor tentativa contra los enemigos que tiene al
frente, no quema un cartucho, y á las dos de la tarde manda la retirada á Igualada, y
allí establece una ne,-;ociacion de amnistía con el brigadier Castro que la desecha. Hé
aq uÍ esas incomprensibles comunicaciones, que nO habiéndonos sido posible encon-
trar el original español, las insertamos tal como las publicó un periódico francés.


"Excellence.-Le général Zurbano me mande ce qui suít, a la date d'hier:
))Je regrette beaucoup que Votre Seigneurie ait pu douter un instant de la sincérité


de mes promesses, quand Je croyais ravoir convaincue que j'étais prét a sacrifier
toutes les affections humaines au bien et a la félicité de la nation. Mais puisqu'il en
est ainsi, je veux uonner :J Votre Seigneurie une nouvelle preuve du ferme attache-
ment que je porte :J cette malheureuse patrie, en reculant devant l'eífusion du sang
d'hommes qui professent les memes príncipes.




-6I6 -
))Je vois avec douleur les malheurs sans nombre qui vont fondre sur la nation s'il


advient un conflit entre les troupes que je commande et celles que conduit Votre
Scigneurie; bien que je connaisse de quels élémens hétérogénes celles-ci se compo-
sent. J e désire de tout creur éviter la ruine de la capitale de la Catalogne, de la
premiere viHe commerciale et industrielle de l'Espagne. J e désire éviter ce con-
fiit, bien que décidé d'ailleurs a ne point manquer a mon premier devoir com-
me militaire~ celui de rester fidele a un gouvernement encore respecté, obéi et
soutenu par la plus grande partie des provinces de la monarchie. En conséquence, je
propose a Votre Seigneuric une suspension d'armes, si toutefois on peut appelér ainsi
la convention que nous ferions de ne point commencer les hostilités que nous som-
mes sur le point d'ouvrir, sans nous en etre prtvenus heaucoup a l'avance. Je me
retirerai sur Cervera, et Votre Seigneurie n'avancera point au-dclá des positions
qu'elle ocupe; la ville de Ccrvera ne sera ocupée par aucune force armée de l'un 0'1
l'autre des partís belligérans.


))J'attends d'instant en instant la réponse de Votre Séigneurie, l'assurant d'ailleurs
qUE' la proposition que je lui fait n'a d'autre but que d'atténuerles malheurs de la
patrie, puisque mes derrieres étant assurés p3r les troupes qui ont occupé au-
jourd'hui Cervera, je ne trouve aucune difficulté a conserver cette position a la í.ete
des troupes résolues de toutes armes qui sont autour de moi, et qui, si je voulais les
y conduire, se jetteraient avec enthousiasme au-devant des périls quí les attendent,
pour la gloire d'avoir accompli leurs sermens. Je répete a Votre Seigneurie que j'at-
tends sa réponse, et si elle accepte mé! proposicion, je donncrai ordre au gourverneur
de Montjouy de ne point attaquer Barcelone.-Igualada, 23 Juin.-Signé Zurbano.))


«Ayant re~u cette communication a une heure ce matin, je viens d'y répondre dans
les termes suivans:


«Excellence.-J'ai sous les yeux une communication de Votre Excellence, en date
d'hier, par laquelle elle me fait connaitre que, sentant la position critique dans laque-
lle elle se trouve, elle recule devant l'eífusion du sang de ses freres. Votre Excellence
me témoigne aussi, hien qu'en des termes peu mesurés, qu'elle voit avec douleur les
malheurs qui vont fondrc sur la nation, s'il advient un conflit entre les deux partis,
et enfin gu'elle désire éviter la ruine de la capital e de la Catalogne. Cette ville est dé-
cidée a se laisser bruler par Votre Excellence plut6t que d'abaisser, pour si peu que
ce soit, la hanniere qu'elle a arborée, banniere aussi juste que nationale, comme le
prouvent l'enthousiasme et la résolution avec lesquels tous les citoyens ont pris les
armes pour que la Constitution soit une vérité et pour affemir sur le tr6ne notre
reine dona Isabelle 11.


»Votre Excellence daigne me proposer une suspension d'armes, et de ne point com-
mencer les hostilités a\-ant de nous etre prévenus beaucoup a l'avance_ Je réponds
a cette proposition que nous pourrons nous avertir mutuellement vingt-guatre heu-
res a l'avance; mais je ne prends point la responsabilité de ce qui pourra etre fait sur




- 61 7 -
les flanes de Votre Exeellenee. J e m'engage seulement a inviter les habitans él laisser
passer librement Votre Exeellence avec ses troupes jusqu'a Cervera.


))Votre Excellence me dit ensuite qu'elle se retirera sur Cervera, et que je ne devrai
point avancer au-la des positions que j'occupe, cette ville ne devant etre occupée par
aucune force armée.


))Si Votre Excellence pouvait se transporter un instant au milieu de nos eampe-
mens et au centre de la Catalogne, elle verrait qu'il ne m'est point possible d'accéder
a cette demande, parce que le caractere belliqueux des habitans et le désir qu'ils ont
d'aller embrasser les f,eres que Votre EXCellence commande, ne leur permettront
point de rester dans les limites prescrites par Votre Excellence.


"Si Votre Excellence a, comme elle le dit, ses derrieres assurés, qu'elle se retire
pendant qu'il en est temps, et je retiendrai les généreuses troupes que je commande,
pour éviter l'etfusion du sang espagnol.


>lA mon tour, je devrais proposcr a Votre Excellence de suivre mon exemple, en
laissant a ses soldats toute latitude d'agir conformément a leurs désirs et aux senti-
mens espagnols que renferme leur loyale poitrine, et je suis sur qu'a cette heure
nous nous serions embrassés comme de vrais Espagnols. J'ai la certitude que la
plus grande partie des soldats enfermés dans la ville, enthousiastes pour la liberté
de leur patrie et l'aífermissement du trone de leur reine, voleraient aussitot dans
nos bras.


))Dieu garde Votre Excellence.
»Bruch, le 24 luin, a deux heures du matin.))
J'ai l'honneur de transmettre ces pieces a Votre Excellence, pour qu'elle veuille


bien les communiquer a la junte, si elle les Juge mériter son intéret. - Bruch,
le 24 J uin.-Vicente de Castro.»


No hay comentarios posibles sobre ese oficio de Zurbano, pues ¿cómo pudo esperar
aquel valiente y malogrado general que retrocediendo como dominado por un terror
pánico, le haria concesion alguna el enemigo que no habia atacado despues de tantas
amenazas, que nunca hasta aquel dia habia Zurbano hecho en balde? La contestacion
del brigadier Castro desde el Bruch, cuya posicion ocupaba, estaba perfectamente en
su lugar, y su acierto lo comprueba la conducta que en seguida observó Zurbano;
pues en vez de tomar de nuevo la ofensiva, impelido por la contestacion de su con-
trario, continuó su retirada á Cervera y Lérida, enviando cinco batallones á Agra-
munt. El general Seoane, que en su oficio del 23 á la junta, decia que marchaba
en apoyo de Zurhano con la reserva escalonada en la carretera, permanecia en Léri-
da cuando llegó Zurbano. Allí se resolvió entre los dos generales retirarse á Zara-
goza; ya quedó todo el territorio catalan libre y abandonado á las fuerzas de la insur-
reccion, que animada con la retirada de los generales del regente tomó la ofensiva.
El coronel Prim ocupó Cervera el 25 y diferentes columnas se adelantaron hácia el
territorio de Aragon.




- 618-
Efectuada la retirada desde el Bruch por el general Zurbano, y entablada la nego-


ciacion de un armisticio por este, era claro que ya no habia lucha, ni guerra; y aquí
resulta una de aquellas anomalías muy propias de momentos de enajenacion en una
nacion. Mientras el Congreso de diputados abdicando su imperio moral en la fatal
sesion del 20 de Mayo, habia provocado una guerra civil, l11sensata á la par que in-
justa y criminal, los generales que se hallaban al frente de las tropas en yez de com-
batir se esmeraban en discutir, como vemos en las comunicaciones entre el general
Zurbano y el brigadier Castro, la omnipotencia parlamentaria de las Córtes, conside-
rando estas como el único tribunal en que se debia dirimir y zanjar la cuestion, para
cuya solucion se acudia á las armas.


La retirada de Zurbano no bastó á restablecer la calma en Barcelona, agitada por
los temores que le inspiraban los fuegos de Monjuy. La junta con fccha del 24 dirigió
al gobernador un oficio, al que contestó el honrado y leal Echalecu en términos que
le honran sobremanera.


Aquel pundonoroso militar era asaz diferente de sus jefes; rechaza toda discusion
ociosa de principios políticos y se cii1e al cumplimiento sagrado de sus deberes,
uniendo á tan gloriosa conducta del soldado, la humanidad del ciudadano. No ataca-
rá, salvo las órdenes que reciba del único gobierno que reconoce por legítimo, siendo
este el que eligió la nacion, y salvo que se le ataque, en cuyo caso se defenderá á todo
trance. Loor y prez él ese valiente soldado y él ese precl<Jro ciudadano.


Mientras los generales Seoane y Zurbano se alejaban de Barcelona, el general Ser-
rano y D.Luis Gonzalez Brano hacia n su entrada triunfal en la ca¡lital del Principado,
donde llegaron el 27 de Junio; la muchedumbre se agolpó él la posada de los enviados
de Madrid. Grande y ruidosa fué la algazara, y entre discursos y arengas se ojan voces
descompasadas contra la usurpacion y la tiranía, y vivas á la libertad y á la Constitu-
cíon. Si algun incrédulo en aquellos momentos hubiese tenido la suma imprudencia
de soltar una duda respecto al porvenir de los dos misioneros, hubiera perecido en
manos de aquella turba embriagada de locura; mas la Providencia tenia reservado
á Barcelona y á la junta un pronto y cruel castigo de las insensatas demostraciones
que con tanto énfasis prodigaban al general Serrano y á su compañero. El primero
debia pagar de allí á pocos dias su bienvenida, y la dictadura que le departió la junta
con mandar bombardear Barcelona durante tres meses y perseguir á los pro;resistas
de aquella junta; y el Sr. D. Luis Gonzalez Brabo, de allí á pocos meses debia ser el
destructor de la Constitucion, el promovedor de la más atroz persecucion contra los
progresistas, encarcelando los diputados; acabando con toda la Milicia Nacional y po-
niendo en estado de sitio la nacíon entera. Expiacion que el cielo reservaba á los jefes
y autores de la insurreccion de Barcelona, y á Barcelona misma. El dia que esta pudo
echar en olvido los eminentes servicios del regente, como general y vencedor de los
carlistas y de los retrógrados, insurreccionándose contra el elegido de la nacíon, abrió
Barcelona una cima donde debian sepultarse su libertad, su prosperidad y su sosiego;
lo que ha sobrevenido ha sido una consecuencia lógica, inevitable de un primer




-
619-


atentado. La ingratitud es tan funesta á los pueblos y á los partidos como fea en los
individuos, y el ostracismo de un ciudadano ilustre es y será siempre una calamidad
pública.


Mas la demencia de aquella época era tal, que en el momento mismo que por un
de li rio sin ejemplo las palabras de usurpacion y de tiranía dirigidas contra el regente,
salian de todas las hocas, y servian de palar'ca para sublevar el pueblo, y para extra-
viar las tropas, la junta de Barcelona cometia la más monstruosa de las usurpacio-
nes; se erigia en poder supremo de la nacion, y decretaba mutu proprio la reinstala-
cion del ministerio Lopez, y hacia del general Serrano un ministro universal has ta
la reunion de sus colegas.


El general Serrano aceptó esta investidura, y el primer uso que de su improvisada
y monstruosa autoridad hizo, fué un atentado contra la soberanía nacional, contra la
Constitucion, y contra las Córtes, decretando la deposicion del regente nombrado
por las Córtes en virtud de las facultades que les daba la Constitucion he.:ha á nom-
bre de la soberanía de la nacion.


Si este acto de un general usurpando la soheranía nacional pudo sorprender, es
preciso convenir que vino á ser legitimado por la inaudita adhesion que halló en una
nacion entorpecida y demente. Con la ahdicacion que de su soberanía hizo el pueblo
español, trazó el camino {¡ los ambiciosos, indicó que osarl0 todo, era perderlo todo
en España; y desde entonces no han faltado usurpadores de todas las prerogativas
abandonadas en 1843 por la 1l1ayoríq de la nacion. ¿Con qué derecho se quejará esa
mayoría de que un partido reaccionario á una con Córtes serviles, hayan destruido
la Constitucion que llevaba por lema la soberanía nacional, cuando ha permitido que
un mariscal de campo haya destruido la obra de las Córtes? Si más adelante vino un
dictador de mano más pesada que el de Sabadell, ¿no ha sido sino un justo y provi-
dencial castigo de los atentados de 1843? Los consintió gustosa la mayoría de la na-
cion, cansada del mando de su más ilustre ciudadano, depositario legítimo, fiel, patrió-
tico de un poder que le confiaron las Córtes, y del que nunca hizo uso sino en vista
del bien, de la gloria y de la libertad de su patria. La moral de la fábula de las ranas
pidiendo un rey, es muy antigua; los espaií.oles no agradecieron la solicitud del me-
jor de entre ellos para gobernarlos. Al general Espartero siguió el general N arvaez.
Hemos rejuvenecido la moral de aquella fábula. Desde entonces el partido progre-
sista, anonadado, débil, con toda la debilidad que produce el conocimiento tardío de
grandes desaciertos, es víctima sin tener derecho á quejarse.


El general Serrano, atónito de su propio arrojo, quiso justificar su conducta expli-
cando en el manifiesto, que á continuacion insertamos, los motivos que lo habian
dirigido en su determinacion.


Manifiesto del general Serrano.
«Españoles: Cuando un militar se encuentra en la posicion en que yo he venido á


colocarme, ofreciendo mis servicios á todas las juntas populares que hoy se oponen




-620 -


al gobierno de Madrid, entiendo que debe someter los motivos de su conducta al fallo
de la opinion.


"Hubo una época en la cual contribuí eficazmente á la elevacion legal del duque
de la Victoria, porque pensaba que su gohierno seria conforme á los principios y
prácticas constitucionales. El duque de la Victoria, no una sino mil veces habia pro-
metido, empeñando su honor delante de mí, ajustarse en todos los actos de su ma-
gistratura á las necesarias condiciones del gohierno representativo.


"Juzgaba yo además que durante la regencia del conde-duque se podria organizar
el país, cimentando la paz y dando cabida á ideas de tolerancia y concordia que tem-
plasen la aspereza de los resentimientos á que no habia podido menos de dar orígen
la violencia de nuestras disensiones intestinas.


»Con tan buena esperanza, no vacilé en apoyar franca y enérgicamente al duque de
la Victoria, y este es el motivo de mis votos en la legislatura de 1 841.


"Todos cuantos hayan leido las sesiones del Congreso, saben las causas gravísimas
en que se fundaron los representantes de la nacion para formular la terrible censura
aprobada en 28 de Mayo de 1842; y tambien es público que yo entonces voté con la
mayoría parlamentaria, sacrificando intereses y consideraciones respetables. Empe-
zaba ya á vislumbrarse un tanto la triste verdad que despues se ha descubierto ente-
ramente; pero nadie se atrevia á culpar al jefe del Estado, en quien todos recono-
cian sinceridad y patriotismo. La culpabilidad de los actos gubernativos pesaba, pues,
como debia pesar, sobre los ministros responsables.


"El duque de la Victoria empezó á tomar sobre sí esta responsabilidad con la for-
macion del Gabinete presidido por el general RoJil. Al Jar este paso, cuya califica-
cion creo excusada, se puso el regente en pugna con el elemento popular de las Cór-
tes, y con aquellas personas notables á quienes debia más que á otros la eminente in-
vestidura que le distinguia.


"Hiciéronse nuevas elecciones; la nacion confirmó el fallo de sus representantes, y
el nuevo Congreso significó sus tendencias en la forma más parlamentaria posible.
El regente hubo de conformarse á la voluntad del país legítimamente representado.
Despues de algunas conferencias con personas muy conocidas, logró formar el minis-
terio presidido por D. Joaquin María Lopez.


llHabian trascurrido cerca de dos años desde la elevacion del duque de la Victoria á
la regencia, y en este espacio de tiempo lamentables trastornos habian sembrado en
todas partes la desconfianza, el terror, quizás el ódio á la persona del jefe del Estado.


"Quedaban algunos meses hasta la mayor edad de D.a Isabel II, y en cortos dias
era indispensable hacer cosas dignas del porvenir á que tiene derecho la España.


"El ministerio Lopez se propuso organizar el movimiento del gobierno constitu-
cional, dotar á la nacion con leyes uniformes, generales y claras, establecer definiti-
vamente los tribunales, segun el espíritu de la época, poner órden y asegurar la
moralidad en la administracion de la Hacienda pública, reorganizar el ejército sin
perjuicio de los intereses creados y con descanso de las clases pobres, extender las




- 621


relaciones diplomáticas, y para lograr todo esto no halló base más segura que la
conciliacion de los ánimos, ni medio más eficaz que el de borrar las huellas de ante-
riores luchas, obriendo las puertas de la patria á todos los españoles que quisieran
defender á la reina y sostener la Constitucion del Estado.


» El ministerio Lopez, para decirlo en breves palabras, se propuso dar unidad y
existencia al gobierno español llamando á todos los partidos y haciendo ver que en
el terreno de la ley, pueden lograr el triunfo de sus dogmas, sin necesidad de acudir
á recursos trastornadores. El pensamiento del ministerio Lopez era por consiguiente
un pensamiento general y fecundo, á que Sólo podian oponerse los que jamás mira-
ron por el bien de la nacion.


l/Diez dias duró este ministerio; dias de lucha y agitacion incesante con el duque
de la Victoria. Se trataba de remover á una ó dos personas funestamente conocidas
por sus oscuros manejos ó por sus violentas resoluciones, y no parecía sino que en
la m agistratura de esas personas consistia el porvenir de España, segun el extraño
ardimiento con que las apadrinaba el regente.


» Los secretarios del Despacho que entonces éramos, comprendimos la grande im-
portancia de la situacion en que nos hallábamos, y yo particularmente, como mi-
nistro de la Guerra, llegué á penetrar que en este ramo el duque de la Victoria y sus
amigos íntimos tenian planes y apoyaban pretensiones no muy difíciles de presumir,
pero que mi deber como español que ha jurado defender á la reina y que ha comba-
tido por la causa de la libertad, me obligaba á contrarestar. Con franca resolucion,
encerrando en el fondo de mí alma la amargura de no leves indicaciones que me ul-
trajaban, hice presentes al duque de la Victoria en pleno Consejo de ministros mis
presentimientos y nada se nos contestó que pudiera satisfacernos, nada que no fuera
formulado en violentas declamaciones impropias de la sensatez y sesudo comedi-
miento con que deben discutirse en tan elevada region los negocios públicos.


»Conocimos que las mirás del duque de la Victoria estaban separadas de las nues-
tras por un abismo, y volviéndonos á las Córtes, en cuya mayoría nos apoyamos, se-
guros de nuestro proceder, sin pronunciar una sola palabra de acusacion, renuncia-
mos al cargo que se nos habia confiado; el regente aceptó la renuncia y nos retira-
mos de la escena pública.


»Los acontecimientos se agolparon, como todos han visto, sin dar tiempo á la con-
tienda electoral. Gran número de provincias se pusieron en actitud de resistir al go-
bierno del duque de la Victoria, y todavía esperaba yo que ese poder pasajero, al
contemplar los males que su pertinacia podia ocasionar, cederia al torrente de la
opinion- y por medios conciliadores lograria aquietar la creciente agitacion de los
partidos, cuando la destruccion de Reus y la órden de bombardear á Granada me con-
vencieron de que el hombre que arruina las ciudades y enciende la guerra civil por
sostener su transitorio mando, merece ser lanzado del país que tan largamente
pagó sus servicios.


»Ejemplos dignos de imitacion tenia el duque de la Victoria, no sólQ dentro sino




-622 -


fuera de España. Napoleon prefirió el ostracismo en la roca lejana que sirvió largos
años de sepulcro á su gloria, más bien que seguir en lucha desesperada, regando con
sangre francesa 105 campos de su patria. Cárlos X al frente de un ejército respetable,
abandonó el trono por no destruir la prosperidad de su reino, y no hace mucho que
una ilustre señora á quien sostenia un partido numeroso, dejó la España y las gran-
dezas del sólio, á que estaba acostumbrada desde que nació, antes que concitar la pe-
lea entre sus gobernados. Sin embargo, entre estos personajes y el duque de la
Victoria hay una inmensa distancia; que ni es hijo de reyes el soldado de fortuna, ni
la fortuna que le encumbró, premió en él al elevarlo creaciones parecidas á las del
génio de Bonaparte.


»Arruinar la patria por mandar quince meses es un delito sin ejemplo en los fastos
del mundo. Arruinar la patria por mandar más allá de los quince meses, que por la
ley quedan de menor edad á la reina, es una usurpacion intolerable. De todos modos,
levantada la mayor parte de las provincias y sometida la cuestion á la suerte de las
armas, los que tuvimos ánimo bastante para esgrimirlas contra un príncipe de la fa-
milia real, con más razon podemos empuílarlas contra un hombre que no es príncipe
ni tiene títulos á nuestra gratitud, ni merece ya la confianza del país.


»Empezada la lucha y convencido de que los buenos españoles deben contribuir á
que cese pronto, consulté mi conciencia, examiné las pretensiones de los pueblos, y
hallé un fénomeno que rara vez se ofrece en la historia de las revoluciones.


nVí la nacion sublevada, no para destruir las instituciones existentes ni el órden so-
cial establecido, sino para consenar el órden, para fortalecer esas instituciones, an-
helando tranquilidad, paz y descanso, deseosa, en fin, de ser gobernada con tolerancia
y justicia; y por otra parte ví al gobierno del duque de b Victoria derribar las co-
sas que existian, apoyarse en la violacion de los principios constitucionales, descon-
siderar las gerarquías en el ejército, turbar el órden administrativo de la Hacienda,
malbaratar sus productos venideros, someterse al influjo exclusivo de un gobierno
extraño, déstruir por último, y destruir materialmente hasta las ciudades que respetó
en otros tiempos el cañon de los extranjeros, y todo para prolongar unos cuantos
meses su existencia.


» Estaban trocados los papeles: el gobierno, cuyo mandato consiste en organizar y
proteger los elementos sociales, los trastornaba; el pueblo sublevado, que general-
mente desorganiza y destruye, pedia órden y proteccion legal. Imposible era que yo
vacilase un momento; la causa del pueblo era la de la reina, altamente amenazada
y comprometida; la de la Constitucion, d.espreciada en su espíritu más fecundo erd mi
causa; aquella por la cual he derramado mi sangre, aquella que durante siete años
ha defendido con heróico esfuerzo el pueblo español.


»Porque es preciso que sepa España que no ha prodigado sus tesoros ni su sangre
para que un duque sea regente, sino que el duque de la Victoria fué regente para
utilizar en pró del país los t~soros prodigados y la sangre derramada en mil comba-
tes por los españoles. Desde el momento en que ese regente pide nuevos tesoros,




qmere otra guerra y desea verter más sangre, ni es regente ni es nuestro compa-
triota.


))Penetrado de estas razones, deseoso de contribuir á que acaben los males públi-
cos, he llegado á esta ciudad y por primera vez me he puesto á disposicion de las
juntas populares.


II La dccision que me anima es inflexible: no hay medio de retroceder: la suerte de
la España consiste en la expulsion de ese hombre, cuyas ambiciosas miras todos co-
nocen ya: preciso es vencer el obstáculo que se opone á la paz, á la concordia, á la
hbertad de nuestra patria.


»Aquellos que vean el porvenir como yo lo descubro, que vengan á unirse conmigo,
que acudan á defender al país, á la reina, á la Constitucion.


»Quédense con ese hombre, que tantas lágrimas hace derramar y tantas convulsio-
nes origina, solamente aquellos que habiendo contribuido con él á la pérdida de
nuestro poder colonial, quieran servir de instrumento para que la España sea borra-
da del catálogo de las naciones independientes.-Francisco Serrano. -Barcelona 28
de Junio de I843.))


N o podemos menos de hacer algunas observaciones sobre este manifiesto; impe-
liéndonos á ello la justicia y nuestra tarea de historiador.


Dejamos por infundadas las acusaciones dirigidas contra el regente, y por fantás-
tica la pintura de los peligros que corrian la reina y las instituciones. Si la reina 110
hubiese tenido más enemigos, y las instituciones más adversarios que el general Es-
partero, no hubiera costado el trono de Isabel 11 sangre á tantos españoles, ni hu-
bieran desaparecido las instituciones que habia conquistado la revoluciono Mas hay
un punto en ese manifiesto que no podemos dejar de tocar, y es la opinion del gene-
ral Serrano 'sobre los bombardeos: "Me decidí, dice, á tomar parte en el pronun-
l>ciamiE'nto porque la destruccion de Reus, y la órden de bombardear Granada, me
lIconvencieron de que el hombre que arruina las ciudades y enciende la guerra civil
),con el fin de sostener su poder efímero, merece ser lanzado léjos del país que tan
))generosamente pagó sus servicios)).


Ahora preguntamos nosotros: ¿quién encendia la guerra civil, el regente haciendo
uso de una de las prerogativas del poder supremo con arreglo á la Constitucion, ó el
general Serrano y las juntas dando en tierra con esa Constitucion á mano armada?
Efímero no era de suyo el poder del regente, temporario sí; y su primer deber era
sostener ese poder que le confiara la voluntad de la nacion legítimamente representa-
da en Córtes. Si llegó á ser efímero ese poder, fué efecto de una injusta rebelion con-
tra las mismas Córtes, más bien que contra el regente.


Más que nadie deplorarémos siempre el uso de la fuerza armada, que nunca
debiera ser empleada contra los hijos de una misma patria, si los deberes que cada
uno tiene contra idos para con la sociedad no fueran olvidados en muchas ocasiones
por los que más blasonan de derechos: mas tambien somos demasiado amantes del




- 024-
6rden, y sobradamente hombres de gobierno para admitir el principio de que jamás,
en ninguna circunstancia, se pueda hacer uso de la fuerza para sofocar rebeliones ar-
madas contra las leyes y la sociedad. Jamás admitirémos que una ciudad, una pro-
vincia, ni dos, ni tres tengan el derecho de sublevarse antojadizamente contra el go-
bierno de la nacion, mientras este respete las leyes, los derechos de cada uno, la
libertad de todos, y las instituciones nacionales, sin que ese gobierno tenga no sólo
el derechQ mas el deber de repeler la fuerza con la fuerza, caso por lo mismo que
se presentará raras veces, y no se presentará nunca en un país en que las institucio-
nes fundamentales sean respetadas por todos.


Reus, como se ha visto, levantó el pendon de la insurreccion, y recibió á tiros las
tropas encargadas de restablecer las autoridades legítimas y las proposiciones pacífi-
cas que hizo el general Zurbano. Si este tuvo que emplear la fuerza para conseguir lo
que se negaba á su voz conciliadora, ¿podia ó debia dispensarse de usar de los medios
coercitivos de que disponia y de los cuales se le forzó á hacer uso? Y tanto era su
afan de evitar desgracias y derramamiento de sangre, que otorgó á los de Reus una
capitulacion que los jefes militares que la hicieron, han publicado no imaginar que
fuera aceptada. ¿Puede darse un testimonio más elocuente de la humanidad, de la
mansedumbre del vencedor?


En cuanto á Granada, si la órden fué dada, no fué ejecutada; nada tenemos que
decir, sino que si se hubiese llevado á efecto, Granada hubiera sufrido las conse-
cuencias naturales de una guerra que habia provocado.


Mas ¿ cuál habia sido la teoría del general Serrano sobre bombardeos antes
de 1843, y cuál fué lil, que puso en práctica despues de aquel manifiesto?


En Noviembre de' 1842, cuando Barcelona insurreccionada á la voz de Carsy, re-
husaba durante diez y ocho dias reconocer su error y abrir sus puertas al gobierno
legítimo, se presentó el general Serrano en el campamento de las tropas sitiadoras
como voluntario, y no habiendo mando de tropas vacante, pidió y obtuvo el puesto de
jefe de Estado mayor la víspera del bombardeo, y allí asistió al lado del general en
jefe, conde de Peracamps, sin que nada manifestase que desaprobaba aquella resolu-
cion, y sin que haya despues protestado, ni siquiera en su manifiesto, donde no se
hace mencion de aquel bombardeo más sério que el de Reus: silencio algo más que
significativo.


Triunfó el pronunciamiento. ¿Quién hubiera dicho á los progresistas de Barcelona
que leyeron el manifiesto del general Serrano, que no bien pasarian dos meses, cuan-
do su autor, que se horrorizaba al recuerdo de las bombas lanzadas contra Reus, man-
daria bombardear Barcelona durante tres meses consecutivos para sostener un poder
tan verdaderamente efímero que duró menos que el bombardeo? ¿Quién hubiera di-
cho á los progresistas de la junta de Sabadell, que hacian un dictador del general
Serrano; que al entregarle su nombramiento de ministro universal, y el programa á
que se adhirió, le ponian en la mano la mecha que habia de dar fuego á los cañones de
Monjuy, y que al reclamar el cumplimiento del programa, cuya observancia pedia la






junta, la única contestacion que formularia el mmlstro universal, ministro de la
Guerra, del gobierno provisional, se la daria Monjuy? ¡Oh Providencia, tus insonda-
bles decretos quedan siempre como una inútil leccion para los hombres por más ins-
tructivas que sean tus enseÍlanzas!


Trás de haber usurpado el nombre y el poder de la nacion decretando la deposicion
del regente, el general Serrano dió á su usurpacion gubernativa un efecto retroactivo,
y decretó que los grados militares, empleos y condecoraciones dados por el regente
desde el dia 23 de Mayo en que Málaga dió el grito de la insurreccion, serian nulos.


, .


El gobierno provisional, entre sus mil atentados, cometió el de sancionar aquel
monstruoso decreto. Más tarde, el Sr. D. Salustiano de Olózaga, en su ministerio de
cinco dias quiso que desapareciese ese insulto grosero al sentido comun, y refrendó
ese decreto del general Serrano, en el que, no sólo se declaraban válidos todos los
nombramientos hechos por el regente desde el 23 de Mayo hasta el 29 de Junio
fecha del decreto del ministro universal, sino hasta el dia en que el regente se vió en
la necesidad de salir de España. Ese decreto fué desatendido por los sucesores del
Sr. de Olózaga, y no contribuyó poco á su estrepitosa caida; mas en aquellos días en
que parecia que el sentido moral habia desaparecido de España para mucha gente,
un acto de justicia fué considerado como un crímen, y los actos de la más increible
demencia, se realizaban de un modo normal, y los toleraba la nacion como atontada
á la vista de tantos desmanes.


-4-0




CAPÍTULO XXIX.


PROGRESOS DE LA INSURRECCION.-EMBARQUE DEL REGENTE.


Los generales y jefes que acudiendo desde Francia para tomar parte en la insur-
reccion en defensa de la Constitucion desembarcaron en Barcelona, donde no fuéron
admitidos sus servicios, desahuciados siguieron su rumbo á las playas de Valencia y
llegaron á el Grao el 27 de Junio.


Cuando la noticia de la sublevacion de Málaga y otros puntos de la Península llegó
á Paris, fué por los refugiados españoles acogiJa como feliz presagio de un próximo
triunfo; mas prudentes y cautos, como gentes adoctrinadas por los sucesos de Octu-
bre de 1841, esperaron á que el pronunciamiento se desarrollase más y más antes de
lanzarse á la palestra. Mas sabedores que Barcelona se habia pronunciado, no titu-
bearon más tiempo, y los hombres de accion del partido se aprestaron á la lucha que
les ofrecia la victoria poco menos que segura. Se les prodigó el dinero á manos lle-
nas, y el gobierno francés los franq ueó todos los medios de llevar adelante el plan
de destruir la libertad de España, plan que llevaba el gérmen de la ambician dinásti-
ca que vino á realizarse tres aí10S despues. Llegaron á Marsella los nuevos defensores
de la Constitucion, y allí pudieron sin el menor embarazo flotar públicamente un
vapor, embarcar arm·as y municiones, y pagar treinta mil francos por el flete. Salió
el buque con direccion á Barcelona pudi.endo refugiarse en Port-vendres en caso ne-
cesario, recibiendo el general Castellane, comandante de aquella division militar,
órdenes de su gobierno de prote,Scr aquellos argonautas que marchaban á la con-
quista de la Constitucion. El general Castellane sc quedó encargado de recibir y des-
pachar toda la correspondencia que había de mcdiar entred general Narvaez, jefe de
la expedicion, y sus corresponsales, y así se efectuó.


Esta odiosa violacion del derecho de gentes por parte del gobierno francés, este
audaz mentís dado á todos los principios de respeto internacional, quedará como




-
627-


uno de los atentados más feos entre los infinitos que en todos tiempos han cometido
los gobiernos de la Francia contra España. Hablando de aquella época el Sr. Thiers,
decia en la sesion del 27 de Mayo de 1846: » El ministerio dió una estrepitosa cam-
»panada con la embajada Salvandy, luego abrió la frontera dejando pasar armas y
llagentes. Narvaez triunfó, yel partido que capitanea se ha llamado el partido francés,
"y ese partido francés una vez dueño del poder tuvo á su disposicion los gendarmes,
»las cárceles de toda Francia para llevar las cadenas al cuello, dando por albergue la
llm<lnsion de los criminales á los refugiados liberales.» 1843 ofreció la repeticion de
las infamias de la restauracion en 1823, despues de haber fomentado la guerra civil
en Esp''l.ña y destruido la libertad española por intereses dinásticos. Un partido ob-
tuvo del gobierno de Luis Felipe, lo que otorgó Luis XVIII á Fernando VII, esto es,
una persecucion bárbara, atroz, contra los liberales españoles. Sin que censuremos
las medidas ceí1idas á impedir conspiraciones en la frontera, siendo esto un deber, la
república no le va en zaga á Luis XVIII, ni á Luis Felipe en perseguir inhumanamen-
te á los liberales españoles.


Desde el Grao dirigieron los generales y jefes procedentes de Francia el siguiente
oficio á la junta de Valencia:


« Excmo. señor.-Los generales y oficiales que abajo se expresan, hasta hoy emigra-
dos yen tierras extranjeras, no por la ira de sus conciudadanos, no por el voto de los
pueblos, por la tiranía sí y el desapiadado encono de un hombre, por la envidia y el
estúpido exclusivismo de una pandilla, pisan ahora en estas playas el primer suelo
de la patria.


»Sus pechos cubiertos de cicatrices han sido por siete años el baluarte de la liber-
tad, el escudo de la real huérfana, Jamás, nunca sus espadas hubieran podido desen-
vainarse contra objetos tan caros. Esa torpe calumnia es ya de todos conocida. Nada
en Octubre tenian que temer de nosotros la libertad, las leyes, nuestra reina: quería-
mos entonces refrenar la ambicion del soldado de casualidades. Decíamos entonces;
Dios salve al país y á la reina. ¿ N os hallamos ahora tan distantes?


J) U na voz amiga se levantó por nosotros en el santuario 'de las leyes, y los repre-
sentantes de la nacion, todos españoles en el corazon, respondieron olvido y amnis-
tía, El ministerio franco y generoso que representaba ese principio, ha desaparecido;
y ha desaparecido porque representaba ese principio. Ahora la nacion entera se le-
vanta para sostenerle. ¿Pueden en este trance quedar ociosas nuestras espadas? N o;
aquí están: por gratitud cuando menos, aquí están nuestras espadas y nuestras vidas.


nA esta ciudad venimos la primera, porque se ha dicho que el destructor de Barce-
lona se dirigia á Valencia; y con la pena de no haber podido entonces contribuir á la
salvacion de la una, ahora nos presentamos á la otra, y no sucumbirá mientras nos
dure la existencia. Para eso os ofrecemos nuestros servicios, libres de envidia, agenos
de ambicion, obedientes, sumisos; si fuese necesario entre los grupos del pueblo, en-
tre las hileras del soldado.




),EI brigadier D. Juan de la Pezuela, al paso que entregará á la junta suprema esta
declaracion de nuestros sentimientos, va encargado ,de manifestar más ámpliamente
los que nos animan, y de darla todas las seguridades de nuestra consideracion y res-
peto. La junta suprema está en el caso de manifestarnos sus deseos, y de dictarnos
sus órdenes. Entretanto quedamos repitiendo Dios salve al país y á la reina.


"Dios guarde á V. S. muchos años. Grao de Valencia 27 de Junio de 1843.-Ex-
celentÍsimo señor.-Ramon María Narvaez, general.-Manuelde la Concha, id.-Juan
de la Pezuela, brigadier.-Manuel de Arizcum, coronel.-José Fulgosio, id.-Juan
Contreras, teniente coronel.--Luis Serrano, id.-Joaquin Ravenet, id.-Juan Orte-
ga, capitan de la guardia.-Conde de la Cimera, capitan.-Matías Seco, id.-J osé An-
gula, alférez.-Excelentísima junta de salvacion del reino de Valencia.


))La junta ha admitido con el mayor entusiasmo tan generosos ofrecimientos, 'f
vuela en este instante á abrazar á los valientes á la playa.-Joaquin Armero, prt.!si-
dente.-Vicente Bertran de Lís.-Ventura Mugartegui.-José Ansaldo.-J osé Mateu
Garin.-J uan Fiol, vocal secretario.-Vicente Boix, vocal secretario.))


Como era natural, la junta, compuesta de hombres reaccionarios en su mayor parte,
voló á abrazar los recien llegados, y con tanto me'is premuroso anhelo, cuanto que no
teniendo á la mano militares de alta graduacion que pudieran ejercer algun prestigio
con las tropas, mal dispuestas en favor de la insurreccion, la llegada de dos geqerales
valientes y activos era una verdadera fortuna. Así fué que en el mismo dia el general
Narvaez fué nombr,ldo general en jefe de las tropas. Que como á militar emprende-
dor y arrojado se le confiriera ese mando, era cosa muy natural, mas que la junta pro-
clamara al general N arvaez el verdadero y el mejor representante de una bandera de
union, es lo que se hace más difícil de explicar. La junta completa su pintura consi-
derando al mismo general como la expresion genuina de la situacion creada por el
glorioso pronunciamiento en cuyo pendan se ven grabados de un modo indeleble los
venerandos nombres de Constitucion é Isabel. ¡Pobre Constitucion! ¡Qué mofa se ha
hecho de tu nombre, grabado de un modo indeleble en tantos hipócritas pendones!


((Junta provincial de salvacion de Valencia.-En atencion á las relevantes prendas
militares que á V. E. adornan, teniendo en cuenta los distinguidos servicios que ha
prestado á la libertad de su patria y á su reina, y considerándole por sus particulares
antecedentes como el verdadero y el mejor representante de la bandera de union tan
denodada y resueltamente enarbolada p'or el leal y patriota ministerio Lopez, rasga-
da audaz y villanamente por la tiranía y el favoritismo, y con cívico ardor y decision
sostenida por todos los buenos españoles, y en su consecuencia como la expresion
genuina de la situacion creada por el glorioso alzamiento nacional, en cuyo pendan
se ven grabados de un modo indeleble los venerandos nombres de Constitucion é
Isabel, esta junta ha tenido á bien nombrar á V. E. general en jefe de las tropas de
este distrito.




-
629-


"Dios guarde á V. E. muchosaños.-Valencia27 de Junio de I843.-El presidente,
Joaquin Armero.~Juan Fiol, vocal secretario.-Excmo. Sr. D. Ramon María Nar-
vaez, mariscal de campo de los ejércitos nacionales y general en jefe del de este dis-
trito.))


Contestó al di.a siguiente el general N arvaez regando el decreto de la junta con lá-
grimas de amor y de gratitud, y jurando que la libertad y la reina habian siempre
sido su idolatría.


«Junta provincial de salvacion de Valencia.-Excmo señor: Poseido del más pro-
fundo sentimiento acabo de recibir el nombramiento que V. E. ha hecho en mi per-
sona de general en jefe de este ejército. Mis ojos que por espacio de cinco años no
han caido más que sobre tierra extranjera, riegan ahora con lágrimas de amor y gra-
titud este público manifiesto del aprecio de los mios: este testimonio que disipa la
amargura que apretaba mi corazon; esta prueba de que no era el voto de mis conciu-
dadanos el que me arartaba de la patria en pago de tantos servicios, de tanta sangre
derramada ror ella, por su libertad y por su reina. Renovada mi existencia con el
nuevo título que hoy he merecido, yo la consagro de nuevo á los objetos que fuéron
siempre su idolatría, y juro hacerme digno de tdn alta confianza asegurando en el
campo la victoria que V. E. ha comenzado en estos heróicos muros.-Dios guarde
á V. E. muchos años.-Valencia 2~ de Junio de r843.-Excmo. señor.-Ramon Ma-
ría Narvaez.~Excma. junta suprema provincial de salvacion de Valencia.))


Acto contínuo propuso el general N arvaez p:1[a segundo en jefe é inspector de las
troras, al mariscal de campo D. Manuel de la Concha; para jefe del Estado mayor ge-
neral, al brigadier D. Juan de la Pezuela) y para comandante general de la caballería
al de igual clase, D. Ricardo Shelly.


"Junta provincial de salvacion de Valencia.-El Excmo. señor D. Ramon María
N arvaez, general en jefe del ejército de este distrito, ha dirigido á la junta con fecha
de hoy las comunicaciones siguientes:


))Excmo. séior.-Honrado por V. E. con el cargo de general en jefe de este ejérci-
to, y autorizado para hacer los nombramientos que considere necesarios para la or-
ganizacion de sus troras, me ocupo desde este instante sin descanso para correspon-
der á tan seÍ1alada confianza; mas como lo grave de la situacion presente, la necesi-
dad de rápidas y acertadas combinaciones militares, la importancia de vigilar y con-
servar entre las tropas la decision y el entusiasmo ror la bandera que con tanta glo-
ria y peligros ha sabido levantar V. E. en esta heróica ciudad, y otras muchas causas
que no se ocultar,ín á su penetracion, me ponen en el caso de pedir á V. E. la coope-
racion de otro general que me ayude en la alta empresa que me está encomendada;
por tanto, me tomo la libertad de proponer á V. E. para segundo en jefe é inspector




-630 -
general de las tropas al bizarro é instruido mariscal de campo D. Manuel de la
Concha. - Dios guarde á V. E. muchos años. - Excmo. señor. - Ramon María
Narvaez.»


"Excmo. señor.-Pongo en el superior conocimiento de V. E. que en virtud de la
autorizacion que se ha servido concederme, he nombrado jefe de E. M. G. de este
ejército al brigadier D. Juan de la Pezuela, y comandante general de la caballería al de
igual clase D. Ricardo Schelly.-Dios guarde á V. E. muchos años.))


"Esta junta, de conformidad con la propuesta y nombramientos anteriores, y en
atencion á las relevantes prendas de los dignos jefes en quien recaen, se ha servido
aprobarlo en todas sus partes.-Valencia 28 de Junio de 1843. Juan Fiol, vocal se-
cretario.»


La junta, sumisa y obediente, se conformó con las propuestas; de modo que á las
venticuatro horas de haber desembarcado en el Grao los firmantes de la carta del 27,
que ofrecian sus servicios libres de envidia, agenos de ambician, obedientes, sumi-
sos, si fuese necesario, entre los grupos del pueblo, entre las hileras del soldado, se
habian apoderado del mando, distribuido los más importantes destinos, en una pala-
bra, eran dueños de la posiciono N o los culpamos de haber obrado de esa m3n~ra,
porque seguramente valían mucho más que los junteros de Valencia. Señalamos so-
lamente este incidente, como una indicacion de los medios que el partido reacciona-
rio ha constantemente empleado para llegar á sus fines.


Guiados por el mismo anhelo de analizar las reglas de conducta de un partido, he-
mos de llamar la atencion sobre el oficio que dirigieron á la junta de Valencia los re-
cien llegados de Francia, pues es documento que merece algun exámen.


Allí dicen aquellos generales y oficiales que se hallaban hasta aquel dia emigrados
yen tierras extranjeras, no por la ira de sus conciudadanos, no por el voto de' los
pueblos, por la tiranía sí, y el desapiadado encono de un hombre, por la envidia, y el
estúpido exclusivismo de una pandilla.


¿Qué verdad habia en estas palabras? Ninguna. En primer lugar, no sabem05 que
por la ira de los conciud,ldanos, ni por el voto de los pueblos se haya visto nadie en la
necesidad de emigrar de España; y en segundo lugar, hay que examinar si en la posi-
cion respectiva de los firmantes habia uno de ellos que tuviera motivo de atribuir su
emigracion á un estúpido exclusivismo de pandilla, y al desapiadado encono de un
hombre, ni á la envidia.


Empecemos por el general Narvaez: ya hemos dicho lo que fuéron los aconteci-
mientos de Madrid en 1838, que pusieron al general Narvaez en el caso de dejar el
mando de la reserva; en seguida la insurreccion de Sevilla capitane:-td:-t por el general
Córdoba y por el mismo general Narvaez, fuéron sucesos que obligaron á uno y á
otro á emigrar, por no querer someter su conducta al fallo del Tribunal SUprelTIO de




-631 -
Guerra y Marina, ante el cual estaban emplazados por un ministerio no progresista
seguramente.


¿Qué parte tienen en esto el estúpido exclusivismo de una pandilla, ni la envidia,
ni el desapiadado encono de un hombre? Hay más, en 1840 mandó el general Espar-
tero sobreseer en aquella causa.


¿Eran más aplicables acaso esas amargas reconvenciones al general Concha colma-
do de atenciones, de favores por el general Espartero? Si á pesar de motivos de grati-
tud y de vínculos de semi-parentesco, no de ódio, se puso el general Concha á la ca-
beza de la sedicion militar de Octubre de r841 ¿fué efecto del estúpido exclusivismo
de una pandilla, de la envidia ó del desapiadado encono de un hombre? ¿Y si tras de
la abortada empresa tuvo que emigrar, será culpa de un exclusivismo estúpido?


El brigadier D. Juan de la Pezuela ni favor, ni ofensa, habia recibido del regente.
Mucho antes que se acabase la guerra habia cesado detomar parte en las operaciones
militares; de cuartel en Madrid, sus opiniones no le hubieran dejado aceptar un man-
do de aquel gobierno, que tampoco tenia motivo de ofrecérselo, por lo mismo que
creia que sus opiniones eran concienzudas. Si en Octubre tomó parte en la rebelion
militar y tuvo que emigrar, ¿con qué justicia atribuye su expatriacion á las causas
indicadas?


¿Y tiene acaso mayor fundamento igual acusacion de parte del Sr. Arizcum que se
hallaba retir:;¡do del servicio activo desde 1840, porque así lo tuvo por conveniente? Si
tomó parte en la sedicion del 7 de Octubre, seria por servir sus opiniones, mas no
porque le alcanzaran ni el estúpido exclusivismo, ni la envidia, ni el desapiadado en-
cono de un hombre, pues este hombre, siendo general en jefe, hilO cuanto pudo
en 1840 por disuadir al Sr. Arizcum á dejar el servicio, apreciándole mucho como
sobresaíiente jefe de cuerpo, y teniéndole á sus órdenes en la campaña de Morella
como coronel de un re3imiento de caballería. El suceso de Octubre lo llevó al ex-
tranjero y no ninguna de las causas que señala el oficio del 27 de Junio á la junta de
Valencia.


Crece la sorpresa al leer la firma del señor coronel Fulgosio, puesto que en aquel
manifiesto se dice "que los pechos de los firmantes cubiertos de cicatrices han sido
"por siete aí10S el baluarte de la libertad, el escudo de la real huérfana». Ahora bien,
el señor coronel Fulgosio procedia del convenio de Vergara, y mal pudo ser su pecho
durante seis años el baluarte de la libertad y el escudo de la real huérfana, comba-
tiendo en las filas carlistas. Debió en el ejército constitucional una rápida carrera á
las bondades del general Espartero, y á pesar de todo se queja del estúpido exclusi-
vismo y del desapiadado encono de un' hombre que le habia hecho su suerte con
perjuicio de otros muchos, que real y verdaderamente habian sido el baluarte de la
libertad y el escudo de la real huérfana. Si pagando tantos beneficios con una rebe-
lion, tuvo qLle sufrir sus resultas ¿será culpa de una pandilla?


El señor teniente coronel Contreras servia en un regimiento de caballería de guar-
nicion en Vitoria, donde se sublevó; el señor teniente coronel Ravenet servia en el




-632-
regimiento de la Princesa (infantería), que se sublev6 en Madrid en 7 de Octubre; el
señor D. Juan Ortega, capitan de la guardia, se hallaba de servicio en Palacio, se su:-
blevó con su tropa, uniéndose á los que se apoderaron de Palacio en la tarde del 7 de
Octubre ¿Alcanzaba acaso á estos oficiales el estúpido exclusivismo, la envidia ó el
desapiadado encono de un hombre, puesto que se hallaban empleados?


¿ Bastarán estos ejemplos para probar cómo en las contiendas civiles se llegan á al-
terar los hechos más auténticos y probados para entregarse á acusaciones de todo
punto contrarias á la verdad, sin que la moral pública se alarme mucho de este desa-
fuero lamentable de la justicia y de la razon? Y si el éxito, esa incomprensible adhe-
sion de una voluntad superior á nuestra inteligencia, corona semejantes empresas,
allá se recogen las palmas del triunfo, los provechos de la victona, y la muchedum-
bre entontecida ó demente, aplaude, y por algun tiempo considera como héroes los
que han tenido fortuna en una empresa temeraria y funesta.


La junta de Valencia, que tan récio hablaba de legalidad y de respeto á las institu-
ciones, decretó una contribucion para sufragar los gastos del pronunciamiento, man-
dando que se hiciese efectiva dentro de las venticuatro horas, bajo apercibimiento de
apremio militar, y como algunos de entre los contribuyentes reclamaran, contestó la
junta que no habia lugar á la instancia.


«Junta provincial de salvacion de Valencia.-La junta debe y quiere ante todo, y
á toda costa, salvar la noble causa, salvar el leal pronunciamiento á cuyo' frente se
halla en esta provincia; y para salvar la causa y el pronunciamiento, necesita recur-
sos momentáneos: la junta quiere el bien de sus administrados, quiere su prospe-
ridad; y la prosperidad y el bien de sus administrados consisten en la actualidad en
vencer al enemigo comun, que triunfante seria reaccionario y cruel, como lo fué en
Bilbao y Barcelona, yen mil otros puntos; que victorioso exigiria la hacienda toda y
la vida de lo más escogido de los pueblos alzados. La jun ta, pues, debe ser enérgica,
y lo será; porque esa energía es la salvaguardia de la fortuna particular y de la for-
tuna pública. Empero la junta quiere y debe ser justa, puesto que la justicia es su le-
ma, así como la Constitucion y la reina son su pendon.


n La junta por lo tanto decreta lo siguiente:
nArtículo I. o Los señores anticipistas comprendidos en el reparto de I. 549,815


reales 17 mrs. sobre la riqueza territorial, acudirán mañana á las cuatro de la tarde
á las casas consistoriales para nombrar de entre ellos una comision de cinco indivÍ-
duos, que juntamente con la que el Excmo. Ayuntamiento elija de su seno, rectiti-
quen dicho reparto, tomando por base la riqueza del libro-padron, y extendiéndolo
segun él, y con proporcion á todos los propietarios del casco de esta ciudad.


>lArt. 2.° Sin perjuicio de dicha medida y de ser reintegrados del exceso por el re-
sultado de ella, los indivíduos comprendidos en el reparto provisional ya hecho, sa-
tisfarán como anticipistas sus respectivas cuotas dentro de venticuatro horas, y bajo
apercibimiento de apremio militar que se expedirá al vencimiento de dicho plazo sin




- 633-
otra amonestacion.-Valencia 28 de Junio de r843.-El presidente, Joaquin Ar-
mero.-Juan Fiol, vocal secretario.


\lA las reclamaciones que se han presentado por los que se consideran perjudica-
dos en el reparto hecho por el Excmo. Ayuntamiento sobre la riqueza territorial, se
ha acordado la providencia siguiente:


"Visto lo perentorio de las circunstancias, y habida consideracion á la necesidad y
urgencia de reunir fondos, no há lugar á la presente instancia, la cual pasará al Exce-
lentísimo Ayuntamiento de esta ciudad, para que la tenga presente al modificar ó
ampliar, con arreglo al decreto de este dia, el reparto efectuado.- Valencia 28 de Ju-
nio de 1843.-El presidente, Joaquin Armero.-Juan Fiol, vocal secretario."


Esto se llamaba legalidad y respeto á las instituciones, siendo, decia la junta, la
Constitucion y la reina su pendan.


Las tendencias reaccionarias y retrógradas de la junta de Valencia no tardaron en
manifestarse; y llevada de su entusiasmo en favor de la Constitucion y de las refor-
mas hechas con ella decretó para atraerse el clero, que se suspendiera la venta de
los bienes del clero secular y de los conventos de religiosas, entregando los produc-
tos de esos bienes para el sostenimiento del culto que tributaba al Dios de paz; y el de
los bienes de las religiosas recibian igual aplicacion para el culto que rinden al su-
premo Hacedor. Véase cómo en el pronunciamiento de I843 se tomó la iniciativa de
lo que más tarde realizó el gobierno reaccionario de Madrid. ",


Dice así el decreto de Valencia: /'
!


«Art:culo 1.° Todos los bienes nacionales que han pertenecido al clero secular, á
los conventos de religiosas en esta provincia, y que hasta el dia no han sido vendi-
dos, serán desde la fecha de este decreto administrados por una comision, compuesta
de tres indivíduos nombrados por el clero secular, otros tres elegidos por los con-
yentos de religiosas, é igual número de empleados de la actual administracion de di-,
chos bienes, que al efecto comisione el intendente de provincia.


"Art. 2.° Los productos en renta de los bienes que han pertenecido al clero secu-
lar, serán íntegramente destinados al sostenimiento del mismo modo y al culto que
tributa al Dios de paz.


»Los que produzcan en renta de bienes que han sido de las religiosas; serán igual-
mente destinados al sosten de éstas y al culto que rinden al supremo Hacedor.


»Art. 3.° Lo que se ordena en el presente decreto se considerará interino hasta
tanto que, reunida la representacion nacion:!l, resuelva lo que juzgue más conve-
niente.


"Valencia 20 de Junio de IR43.-Joaquin Armero, presidente.-Francisco Pujals.-
Vicente Beltran de Lis.-José Ansaldo.- Ventura Mugartegui.-José Mateu Garin.
-Vicente Bernal.-Antonio Magás y Cabezas.-J uan Fiol, vocal secretario.-Vi-
cente Boix, vocal secretario.))




El general Narvaez, encargado del mando y enterado del estado general del país,
conoció que debia aprovechar premurosamente la insurreccion del gobierno de Ma-
drid en el mes que corria desde el primer grito de la insurreccionl y tomó la ofensi-
val sabedor de que el regente, estacionado en Alicante, no pensaba moverse ni atacar
á Valencia. Salió de ésta el dia 2 de Julio, esto es, á los cinco de su llegada l y reunió
en Segorbe una fuerza de tres mil trescientos infantes, y trescientos caballos. Activo,
emprendedor y audaz 1 se lanzó camino de Teruel l sitiado por Enna con los tres
batallones que habia traido de Navarra l y el que le condujo el comandante Inestal
desde Valencia. Este valiente y entendido militar, viendo cuán mal empleaba su
tiempo el tímido l el irresoluto general Enna al frente de Teruel, perdiendo parte de
sus tropas que desertaban, propuso á Enna un plan de operaciones, que éste desechó.
Inestal no era hombre de quedar ocioso: al saber que Narvaez se adelantaba, lo sa-
lió al encuentro con el proyecto de sorprenderlo en un pueblo donde sabia que per-
noctaria; emprende la marcha, y para que su tropa anduviese más ligera, hizo que
dejaran las mochilas, á cuya custodia se quedaron algunos soldados; mas á las pocas
horas de marcha l tuvo aviso que la~ tropas de Enna desertaban por compañías. Con
esta noticia volvió atrás para atajar esta desercion con su energía, de que tanto care-
cia Enna y llegó cuando éste levantaba su campamento, dirigiéndose á las sierras de
Cuencal donde ya le hemos visto.


Narvaez entró en Teruel el 4 de Julio, y aumentó su'tropa con las que habian
abandonado á Enna. Conoció N arvaez que Aragon no era tierra en que tuviera
eco el lenguaje del absolutismo y de una reaccion retrógrada, y amold~í.ndose á las
circunstancias, proclamó los principios del más acendrado liberalismo en una alocu-
cion que era como el corolario de su carta del 27 de Junio á la junta de Valencia.


»Valencianos, aragoneses, catalanes y vosotros todos españoles: Colocado al fren-
»te de una division por el voto de una junta patriótica l sancionado por el minis-
"tro de la Guerra establecido en Barcelona, pronto á sacrificarme por la reina y por
»la patria, creo que ha llegado el momento de dirigi ros mi voz y de haceros conocer
>tmis pensamientos como el plan, que mi corazon y mi razon han formado.


"Proscrito á tierras extrúlas l á consecuencia de pasiones mezquinas de un solda-
"do ingrato, lloraba los padecimientos del país que me vió nacer y deseaba ardiente-
"mente que el cielo los pusiese un término. Desgraciadamente, Espaíla dividida en
» bandos opuestos l no ofrecia á esos males sino un remedio en extremo difícil l mas
»la Providencia cediendo á los votos de todos los españoles honrados ha querido sal-
»varnos y nos ha salvado.


"Un ministerio, producto fiel de la nacion legítimamente representada l hizo oir la
»voz de union en el seno del Congreso: esa voz ha resonado en las orillas del Sena,
»y nosotros que derramábamos las lágrimas del destierro, hemos acogido el programa
»del ministerio Lopez con el entusiasmo de nuestros corazones. Sí, valencianos, y
¡Iyosotros todos nuestros conciudadanos, os lo repito mil veces: al desenvainar de




-635 -
"nuevo la espada, mi intencion no es la de defender un partido, mas de vengarlos
"todos del desprecio con que los ha tratado el hombre que va á caer: el que en estas
))circunstancias quisiera conculcar el trono de nuestra reina, quien quiera que fuera
»que volviendo sobre cosas pasadas intentara reacciones de cualquiera linaje y des-
"truyera la bandera de union que ha sido proclamada, aquel seria indigno del nom-
"bre español, y mereciera que todos se le echaran encima para anonadarlo.


,,'fal es mi voto, españoles, y el de mis compaí1eros: yo lo cumpliré él todo trance.
"Quien nos prestara otras intenciones, quien nos s~ñalara como gente venida para
llalzar otra bandera, seria un enemigo del pronunciamiento nacional, un mal in ten-
"cionado, que buscaria dividirnos para retrasar nuestro triunfo. Vuestra causa, la de
"la libertad y la de la reina, han triunfado para siempre. Ningun esfuerzo en España,
"ni en el extranjero puede hoy oponerse él la voluntad general de todos los partidos
lJuniClos por la voluntad unánime y permanente de la nacion. - Teruel 4 de Julio
»de 1843.-Ramon 'María Narvaez.ll


Hoy tras de los hechos consumados, todas las reflexiones que se hicieran sobre esta
proclama, á másde inútiles, no podrian menos de aparecer pálidas y difusas. Contestan
por nosotros los sucesos, que dia por dia han seí1alado los que han corrido desde aquel
en que triunfó la bandera que enarboló el general Narvaez, acudiendo presuroso
desde las orillas del Sena para defender la de la union que decia ser la suya, y decla-
rando indigno del nombre español á quien volviendo atrás la vista sobre cosas pasadas,
intentara reacciones de cualquiera linaje. La proclama de Teruel era el comentario
de aquellas otras palabras del mismo general Narvaez en la sesion del 13 de Diciem-
bre de 1836. »Todos hemos jurado la Constitucion como bandera de todos los espa-
"ñoles. Traidor quien no la respete ... ,) Nada tenemos que aí1adir.


En aquella época los jefes de la reaccion no escuchaban los compromisos más so-
lemnes, ni andaban parcos de palabras que les servian como de santo para introdu-
cirse en el campo liberal, bien decididos á acabar más tarde con los que los recibian
con los brazos abiertos, sin que fuera para ello obstáculo la palabra empeñada.


Al llegar á Teruel, Narvaez envió trás de Enna el brigadier Shelly con la caballería
y algunas compañías de cazadores; no pudiendo alcanzarle, Shelly volvió á Teruel.
Desde este punto se encaminó Narvaez á Calamocha y Daroca, donde se detuvo al-
gunos dias: allí se le reunieron algunos soldados de infantería y el depósito de caba-
llería de Alcalá, que los agentes de la insurreccion ganaron al pronunciamiento. El
dia 9 salió Narvaez para Calatayud, tomando así la carretera de Madrid él Zaragoza,
acercándose al mismo tiempo al general Azpiroz, que desde Valladolid marchaba há-
cia Madrid. En un parte fecha del 8 de Julio, desde Daroca, dirigido por el general
Narvaez al ministro universal, decia que estaba á la mira de lo que hiciera Seoane, y
que unido él Azpiroz atacaria al regente, si este como lo suponia venia en socorro de
Madrid.


Otros pensamientos prevalecian en Albacete; otras ilusiones unas trás otras per-




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didas desbarataron cuantos planes se habian meditado; la SUposlclOn muy natural
que hacia el general Narvaez de la marcha de las tropas de Albacete á Madrid, no se
realizó. La noticia de la inexplicable retirada de Zurbano, delante de los somatenes
catalanes sin disparar un tiro, causó una dolorosa sensacion al regente, esperó que
unidos Zurbano y Seoane volverian á tomar la ofensiva; vana esperanza. Cada dia
traia nuevos desengaños sobre las operaciones de aquellos dos generales, y se toma-
ban las mayores precauciones, para que esas noticias no llegasen á oídos de las tro-
pas estacionadas en Albacete, cuya moral se hallaba muy predispuesta al desmayo. Se
insistia en el plan de marchar á Valencia, y se pidió para el efecto á Seoane que des-
tacase la division de Enna, mas ya esta no existia más que en cuadros. Se llegó á te-
mer si se prolongaba esa inaccion tan fatalmente larga, que la tropa llegara á cono-
cer la verdad de las cosas y todo era de temer. Hubo que tomar una resolucion: pa-
recia que no pasaban de dos las determinaciones que presentaban probabilidades de
buen éxito, ó dirigirse hácia Zaragoza, unirse á las tropas de Seoane, y desde allí
emprender un plan de operac~ones á la cabeza de un ejército fiel, descartando de las
filas todo oficial tibio ó de dudosa adhesion, ó volver á Madrid y allí prep3.rarse á una
enérgica defensa, mientras acudia el ejército desde Zaragoza, dando á aquellas tropas
otro general que el que las mandaba con tan aciaga suerte. Una ú otra de estas reso-
luciones podian salvarlo todo. Otro plan prevaleció sin que nos sea dado atinar con los
motivos plausibles que se tuvieron para resolver la march:l á Andalucía. Sin duda los
habria muy poderosos que no alcanzamos, mas 10 muy cierto es que con nosotros
quedó Madrid aterrado, cuando leyantado el campamento de Alhacete, se supo que
el regente marchaba á Andalucía. Es de suponer que se tuvo confianza que el ge-
neral Seoane cubriria la capital y la pondria á sah'o, mas parecia que el modo con
que este general dirigia las operaciones, desde que se le nombró general en jefe de
aquellas tropas, daba bastante á entender que sea cual fu~re la causa, el general
Seoane vivia bajo el peso de una cruel fatalidad que le quitaba toda aptitud para esa
guerra, y tan porfiada confianza á la vista de los sucesos ya realizados, no se explica
ni se entiende. El gobierno más obstinado de lo que era natural en conservar el man-
do al general Seoane, iba hasta contra la voluntad de este pundonoroso militar que
sin duda, juzgándose inferior á la responsabilidad que le abrumaba, hizo una y más
veces dimision del mando que el gobierno se empeñó en no admitir. Justos é impar-
ciales antes que todo, dirémos que hemos tenido ocasion de leer varios despachos del
general Seoane y todos lleva han el sello de un hombre á quien el más profundo dolor
tenia embargado á la vista de lo que pasaba en su cuartel general Anunciaba que
no podia contar con su Estado mayor ni con muchos jefes; mas sin h2llar un re-
medio al mal, se quejaba y se lamentaba pidiendo su relevo, pues sucumbia bajo
el peso del mando que ejercia. Nada pudo determinar á los ministros á darle un
sucesor que con otra energía y otro vigor sacara de entre las filas del soletado
que tan fiel se mostraba, los oficiales que reemplazaran á los que tan poca adhe-
sion tenían,




Salieron las tropas de Albacete el 7 de Julio en número de cinco mil ochocientos
ochenta y cinco hombres, que se componían del modo siguiente:


1 nfantería. Regimiento de Luchana.
Id. Id. del Rey ....
Id.
Id.


Provincial de Madrid ... .
Id. Segovia .. .


Caballería. Húsares de la Princesa.
Artillería.. . . . . . . .
Ingenieros. Zapadores. . .....


TOTAL.


Oficiales comprendidos.


1880 J,'
1623 r
706 \
651 1


5885


Al emprender su marcha, nadie sabia en Madrid á dónde se dirigia el regente, y se
creyó que venia á la capital, mas cuando ya sohre la carretera de Andalucía á Mádrid
se pronunció el movimiento espaldas á la capital, las más funestas preocupaciones
del porvenir asaltaron los verdaderos amigos del regente, y nada esperaron de bueno
de la campaña de Andalucía, ni del abandono de la capital.


Volviendo la vista á aquellas provincias, recordamos que el gobierno realizando al
fin un nombramiento tres veces acordado y dos abandonado, dió el mando en jefe
de las tropas de Andalucía, al general D. Antonio Van-Halen. Salió de Madrid este
leal y entendido general en la noche del 13 de Junio, el 16 estaba al frente de Granada,
el ! 7 tomó el mando de algunos batallones que no tenian la mitad de su fuerza, y esta
desmoralizada, ninguna artillería, y sin medios de emprender cosa alguna contra Gra-
nada, en cuyo recinto habia más tropa que la que quedaba fuera, sin contar la Milicia
Nacional de Granada misma, y la que pertrechada de a,rtillería con la que podia guar-
necer edificios sólidos como la Alhambra que podia ser considerada como una ciuda-
dela; un muro de recinto cerraba la ciudad. Léjos de emprender un ataque contra
Granada, tentativa inútil, el conde de Peracamps se retiró y el 22 se colocó en J aen
con el fin de reorganizar un tanto aquella tropa medio sublevada, pues en menos de
cuarenta y ocho horas se le desertaron quinientos soldados. Hubo hasta un proyec-
to de asesinar al general y un principio de ejecucion, y todo vaticinaba la dispersion
total de aquel resto de tropas, si se permanecía en la ínaccion. Resolvió el conde de
Peracamps moverse hácia Córdoba, aprovechando la llegada del leal regimiento de
caballería de la Constitucion que íntegro venia desde Sevilla á ponerse á sus órdenes,
acompañado de algunos artilleros con sus piezas. Laaparicion de estos fieles realzó un
poco la moral de la tropa, y el conde aprovechó con sumo tino esta circunstancia,
para alejarse de un pun to donde los instigadores tenian hartos medios de seduccion,
derramando á mano llena el oro entre la tropa.


Varios planes sometió al gobierno el conde, inclinándose por su parte á marchar




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á Sevilla; aprob6 esto el ministerio, cuya reso1ucion recibi6 el general en Bailén el
dia 29 Di6 desde luego á su tropa la mejor organizacion posible, despidiendo los
oficiales que no le inspiraban confianza y se encaminó á Córdoba; no bien habia
llegado al Carpio, cuando supo que la junta de Córdoba se habia fugado y una nueva
junta de órden público se le presentó con las demostraciones más pacíficas. Entró en
Córdoba el conde el dia 2 de Julio, fué recibido como libertador y pudo convertcerse
de que una minoría turbulenta habia hecho el pronunciamiento consentido por la
pusilanimidad yel egoismo: carácter indeleble de las mayorías por dó quiera.en épo-
cas de contiendas civiles. De seis compañías de Milicia N acional que tenia Córdoba,
dos solas habian seguido la junta, las otras cuatro habian quedado para mantener el
órden y asegurar el respeto de las personas y de las propiedades; las felicitó el general
Van-Halen por su buen comportamiento.


La vanguardia á las órdenes del brigadier Ibary, sin detenerse en Córdoba siguió
los pasos de la junta y de la gente que la escoltaba; no tardó mucho en alcanzarla en
Montilla, de donde se fugó la junta tomando el camino de Aguilar, mas como á me-
dia hora de Montilla alcanzó Ibary la tropa que seguia la junta, la acuchilló, hacien-
do prisionera la infantería y apoderándose de la caja de la junta abundantemente
provista.


Este pequeño triunfo acabó de consolidar la disciplina y la moral de la tropa, y
desde aquel dia no hubo ya una sola descrcion. La Carlota, Ecija, Castro del Rio,
Aguilar, Priego, y otros muchos pueblos enviaron comisionados al general Van-
Halen asegurándole que estaban dispuestos á cooperar con todos sus medios al res-
tablecimiento del órden, protestando que sólo se habian conformado con el pronun-
ciamiento para evitar mayores males. Tristes pruebas de la cobardía del mayor nú-
mero, confesiones vergonzosas del egoismo de los más.


El general Van-Halen, con el fin de asegurarse de la posesion de Córdoba y de po-
nerla á cubierto de un golpe de mano, fortificó el antiguo palacio de la Inquisicion
y la casa que cierra el puente; allí dej6 una guarnicion de trescientos cincuenta in-
fantes y cincuenta caballos al mando del brigadier Bayer. Dadas estas disposiciones,
salió de Córdoba el conde de Peracamps el 4 de Julio por la tarde, camino de la Car-
lota, donde recibió un despacho del jefe del pronunciamiento de Sevilla general Fi-
gueras, brindándole adherirse al pronunciamiento. No estimó contestar el conde y ,
se contentó con entregar al enviado sevillano el sobre de la carta recihida con sus
proclamas yel parte de la derrota de la junta de Córdoha. Llegó el conde á Ecija el
dia 6, fué recibido como en Córdoha; en Ecija recibió la noticia del pronunciamiento
de la armada de que ya hemos hablado, viendo así frustradas las esperanzas que ha-
bia puesto en la cooperacion de los buques de guerra para cerrar el paso del Guadal-
quivir. El 8 llegó á Carmona, el 9 á Alcalá de Guadaira, de donde dirigió al Ayunta-
miento de Sevilla un oficio para obtener sin choque el restablecimiento del órden y
de las autOrIdades legítimas; el parlamentario portador de estas proposiciones pacífi-
cas no fué recibido.




-
639-


Sevilla ofrecia las mismas 6 mayores dificultades que Granada para un ataque; ma s
teniendo á Cádiz, de donde se podia sacar artillería, el general Van-Halen destac6
desde Alcalá una columna que fuese á Cádiz en busca de piezas de batir, y tomó sus
disposiciones para el caso de ser acometido por el general Concha, que desde Valen-
cia habia venido á Andalucía y que se hallaba despues de alguna resistencia por parte
de las j un tas á la cabeza de las fuerzas insurreccionadas. H é aquí lo ocurrido entre
aquel general y las juntas.


Al presentarse el general Concha en Granada ofreciendo sus servicios á un pro-
nunciamiento hecho en .favor de la coristitucion de 1837 (estilo de entonces), los
progresistas de la junta admirados de que uno de los jefes de la rebelion de Octubre
de 1841 se presentara como defensor de la libertad, obtuvieron que no se admitieran
los ofrecimientos del general, y dos indivíduos de esta junta fuéron enviados á Mála-
ga, para que aquella junta no admitiera tampoco al general Concha. Cumplieron su
mision los dos comisionados marqués de Tabuérniga y D. Francisco Espinosa, adhi-
riendo la junta de Málaga á lo que pedia la de Granada. Hé aquí el oficio que dirigie-
ron á sus comitentes los dos enviados granadinos, publicando la junta este oficio para
'lla satisfaccion de aquellos leales habitantes, y como prueba del poco fruto que los
lIenemigos del órden y del pronunciamiento sacaban de sus manejos y combinacio-
»nes, cualquiera fuese el disfraz con que trataban de encubrirlos.))


"Ciudadanos: La Excma. comision de gobierno de esta provincia acaba de recibir
la siguiente comunicacion:


}) Excmo. señor: Agradecemos á V. E. la solicitud con que ha terminado nuestra an-
siedad. Esta mañana á las cuatro y media, momento en que ibamos á montar en el
coche, atravesaron cuatro personas por las calles de Laja en caballos de posta. Al
instante despachamos un ayudante y dos ordenanzas, y los hicieron venir en nuestra
presencia. Parecíanos en efecto, lo que ha sido, el último recurso de una revuelta im-
portante, y nos apresuramos á regresar para robustecer la autoridad de V. E. en caso
de que se hallase comprometido y pudiera serie útil nuestro débil apoyo.


HEt general Concha reconoció las fuerzas de nuestras razones, y se resolvió á no
pasar de Laja. Ahora mismo le trasladamos el parte de V. E., Y de esperar es que no
retirará su palabra, empeñada por falsas noticias que los enemigos del órden le hayan
exagerado, mucho más cuando el delegado por Málaga, Sr. Piedrola, lleva instruc-
ciones análogas á las que V. E. se sirvió confiarnos. La comision de Málaga se opone
formalmente á que se entregue mando alouno al general Concha.


HDespachamos el correo porque anticipe á V. E. esta noticia, y se;suimos nuestra
marcha para restituirnos al seno de V. E., con ánimo resuelto de defender nuestro
alzamiento á toda costa y conservarle su pureza.-Dios guarde á V. E. muchos años.
Venta Nueva de Huetor, hoy 6 á las seis y tres cuartos.-El marqués de Tabuérniga.
-Francisco de Espinosa.


HCuya noticia se apresura esta comision de gobierno á ponerla en conocimiento de




los leales habitantes de esta capital, para su satisfaccion, y que vean el poco fruto
que los enemigos del árden y del actual pronunciamiento sacan de sus manejos y
combinaciones, cualquiera que sea el disfraz con que tratan de encubrirlos.


»Granada 6 de Julio de r843.-José Pareja Martas, vice-presidente.-José Arraéz
y Gomez, vocal secretario interino.»


La satisfaccion de los leales habitantes de Granada no fué de larga duracion; y los
manejos de los enemigos del pronunciamiento, sacaron todo el fruto que podian de-
sear de sus manejos y combinaciones á pesar del disfraz con que los encubrian. El
general Concha se halló m uy pronto mandando en jefe todas las tropas y milicianos
del pronunciamiento granadino.


Las tropas que al mando del general Van-Halen se hallaban al frente de Sevilla,
presentaban un efectivo de tres mil ochocientos sesenta y un infantes, y ochocientos
cuarenta caballos. Total, cuatro mil setecientos, formado de los cuerpos siguientes:


INFANTERÍA.


Regimiento de línea, Zaragoza.
Provincial de Ciudad Real.


Guadalajata.
Granada.
Écija.
Cuenca ..
Toledo ..


Almansa ..
Rey ..
Constitucion ..
Pavía.


CABALLERÍA.


TOTAL.


TOTAL.


1. 304
40 7
4 58
452
277
329
632


3.861


El dia 20 llegaron las piezas que se habian pedido á Cádiz; mas se hallaron no ser
de calibre suficiente; no habia obuses; las municiones que venian eran insignifican-
tes, y no habia un oficial para dirigir las piezas; los oficiales de artillería como los de
ingenieros, se negaron; ejemplo que luego siguieron los oficiales de ambas armas
que se hallaban al frente de Sevilla con el general Van-Halen.




A pesar de tantos contratiempos, d~tantas defecciones, el 21, el general Van-Ha-
len acercó sus tropas á Sevilla~ sus puestos avanzados fuéron atacados por la gente
de la ciudad, haciendo ést:l un fuego contínuo de artillería, sin que se le contestase
con un solo cañonazo. Rechazados los acometedores y vueltos á la plaza, el general
Van·Halen envió otro parlamentario al Ayuntamiento con propos:ciones de paz.
Tampoco fué admitido: en cuanto una batería se hallo en disposicion de abrir el fue-
go sobre Sevilla, el general envió un tercer parlamentario ofreciendo de nuevo la paz.
Admitido este parlamentario, fué indignamente tratado~ y á su vez, el comandante
de las fuerzas navales pronunciadas, el general Primo de Rivera, envió un aviso di-
ciendo que si se rompia el fuego contra Sevilla, bombardearia Cádiz. A pesar de esta
amenaza, y conociendo el general Van-Holen que nada tenia que esperar de negocia-
ciones pacíficas, mandó rom per el fuego á la una del dia 21, siguiendo despues en
los dias 22 y 23.


En este último dia llegó el regente delante de Sevilla; acto contínuo se mandaron
suspender las hostilidades, y nuevas proposiciones de paz fuéron trasmitidas á Sevi-
lla, las que fuéron igualmente rechazadas. Viendo este terco empeño se envió á Cádiz
una columna en busca de artillería de mayor calibre; mas este segundo convoy salido
de Cldiz, no pudo llegar á tiempo de resultas de los sucesos que se precipitaron en
aquellos dias, hasta que se levantó el campamento con direccion á Cádiz. Más ade-
lante contarémos lo que fue esa retirada, teniendo por ahora que volver á tomar el
hilo de los sucesos en el centro y en la capital de la monarquía; pero antes emitire-
mos nuestra opinion sobre el ataque desgraciadísimo contra Sevilla.


Consideramos este como uno de los mayores errores de las operaciones militares
de aquella época, en que tantos se cometieron. Sevilla se negó á abrir sus puertas re-
chazando las proposiciones del general Van-Halen; era evidente que no se consegui-
ria su rendician sino con la fuerza; ahora, pues, ¿adónde estaban esas fuerzas para so-
meter una ciudad que tenia libre comunicacion C01~ la mar y con la provincia de
Huelva para abastecerse de todo lo que podia necesitar? Esto como sitio; en cuanto
á atacarla, tiene Sevilla un muro de recinto de inmensa extension, estaba pertre-
chada de cuanta artillería podia desear, tenia un número de tropas y de gente arma-
da considerable, edificios sólidos donde guarecerse; los sitiadores no tenian apenas
artillería, y ésta de poco calIbre y sin municiones bastantes, sin oficiales de arti-
llería ni de ingenieros. Temerario empeño era pues el de atacar un pueblo en esas
condiCiOnes que no dejaban más arbitrio que el de un asalto, extremo cuyo resultado
es siempre muy dudoso. Parecia que enterado el general Van-Halen de la aproxima-
cion del Duque con sus tropas, no habia m<ls plan de operaciones, que haciendo los
preparativos de ataque sin llegar á romper el fuego, esperar la llegada de esas fuerzas;
reunidas éstas, formaban un cuerpo de diez mil hombres; entonces marchar en busca
del general Cond,'l., se3Ufos de batirlo en donde se le hallara, y de quitarle la tropa
que le seguia. U na victoria, y era é"ta segura, hubiese provocado el despronuncia-
miento de toda Andalucía, lo que permitía volver sobre Madrid, que si bien ya en
~1




poder de la insurreccion ofrecia mil elementos de reaccion en el ejército mismo enga-
ñado y'no vencido en Ardoz. En una palabra, se hubiera conseguido en grande el re-
sultado que en pequeño se obtuvo con la escaramuza de Montilla. Prolongando la
guerra se daba lugar al movimie nto centralista, con el cual se podia transigir honra-
damente puesto que no enarbolaba el pendon reaccionario de retroceso, y sí la ban-
dera del progreso~ y como el movimiento centralista se ha sostenido muchos meses
despues de la salida del regente de Esp'1Íla, y ya enfrente de Sevilla se presentaron los
comisionados de las juntas de Galicia para entenderse con el regente contra el movi-
miento retrógrado que asomaba por dó quiera, es más que probable que -con dila-
tM la contienda se hubiera dado lugar á la reconciJiacion de tojo el partido progre-
sista, á una reaccion general contra la contra·revolucion, y al trit;nfo de la libertad.
á pesar de la malhadada jornada de Ardoz.


Volvamos al hilo de los sucesos del centro y de la capital. La insurreccion enseño-
reada de toda Cataluña, dirigió sus huestes hácia Madrid. El general Azpiroz, YÍ-
niendo desde Valladolid por la carretera de Segoyia, fué el primero á penetrar en la
provincia de Madrid bajando por la sierra de Guadarrama, situó sus puestos avanza-
dos en el Pardo en 10 de Julio. En Segovia se le reunieron algunos indivíduos del
ministerio Lopez.


Al anuncio de la aproximacion del enemigo, las autoridades de Madrid llamaron á
las armas á la heróica Milicia N acional, sola fuerza encargada de la defensa de la capi-
tal. Conoció Madrid que no eran solos sus hogares los que tenia que defender, si la li-
bertad de Espaíla en peligro eminente de perderse. Quienes como noso,tros han "isto
con qué santo entusiasmo, con qué patriótico yalor respondió aquella sublime Milicia
al toque de las cajas~ quien ha presenciado la reuníon de aquellos batallones mucho
más numerosos que en los dias de parada, no puede aún á la yueIta de años explicar
cómo una causa que inspiraba tanto denuedo, un sentimiento tan eleyado, haya po-
dido sucumbir y qUedar "encida. Aquello no era un fuego f:ttuo de un momento de
exaltacion, era el amor bien sentido de la patria en peligro, era el yalor de la fé ul-
trajada por tantos falsos defensores de la libertad. En aquella gloriosa Milicia que du-
rante la guerra hizo constantemente el seryicio de la capital, arclia el amor im-iolahlc
á las instituciones que habia jurado, y se disponia á prestar el último y supremo
servicio. Durante trece dias aquellos batallones no hubieran desmerecido alIado de
las tropas más aguerridas y más disciplinadas. Tal fué su subordinacion y su com-
portamiento; y mientras cubrian el vasto recinto· de las tapias de Madrid con in-
cansable desvelo, ciudadanos honrado.s cuya edad les dispensaba del servicio de
las armas, velaban para que no se alterase la tranquilidad interior, corriendo las
calles patrullas de padres de familia que protegian las propiedades y las personas.
Tambien velaban un corto número de conspiradores en comunicacion con los insur-
reccionados. Esos manejos que no ignoraba nadie, no atrajeron nin¡::;una molestia á
sus autores de parte de la poblacion en armas, y el gobierno los dejaba impunes yen
su libre albedrío.




En cuanto el general Aspiroz hubo penetrado en la provincia de Madrid, con fecha
10 de Julio, dirigió desde su cuartel general de Guadarrama el siguifnte oficio al C3-
pitan general San Miguel, quien rep:icó en los términos siguientes:


Contestaciones que han nzediado entre los Excmos. señores generales D. Evaristo
San jJifillel y D. Francisco Javier A '{piro:;.


"Capitanía general del 8, o distrito militar.-Excmo. seÍ1or.-Cualesquiera que:sean
los diferentes matices de opinion, la incompatibiiidad de compromisos que á dos au-
toridades separen, hay por encima de aquellos y de esta una causa mayor, más santa;
la del bien público, la de los pueblos á cuya salvacion debemos consagrarnos. Y
creeria ofender al acreditado espaÍ1olismo de V. E., si antes de ser conducido á con-
vencerme de ello por un lamentable desengaí10, supusiera en V. E. el funesto intento
de sacrificar á miserables intereses, á la efímera prolongacion de un poder cadavérico,
el bienestar, la seguridad del honrado vecindario de la metrópoli de EspaÍ1a. Porque,
y mal se lo podria disimular V. E., su autoridad no es ya bastante para reprimir los
muchos elementos de desórden que encierra en su seno esa populosa córte.


» El desarrollo que en toda EspaÍ1a ha tomado el alzamiento nacional, la fuerza
con que los principios, que en él se proclaman, se hallan arraigados en los corazones
de la inmensa mayoría de sus hijos, hacen inútil, y aun criminal y fratricida, un más
largo empeño de resistencia por parte de los que se esfuerzan en sostener el impo-
tente gobierno de Espartero. Anatematizado ese poder por la nacion entera, ¿se-
rá V. E. quien por más tiempo se oponga al voto de los pueblos, sin producir con ello
otra cosa que males sin cuento, el derramamiento de más sangre espaí10la tal vez, y
más y más peligros á la independencia, á la unidad de nuestra gloriosa monarquía?
¡Ahl ¡sirva V. E. á la Espaií.a antes que al hombre con quien puedan unirle vínculos
de afecto personal: contri buya con nosotros á salvar á la reina, al país, á esa misma
Constitucion menospreciada: contribuya á que Espaíla sacuda el ignominioso yugo,
no ya de un glorioso conquistador, sino de la más alevosa intriga extranjera! El he-
róico pueblo del 2 de Mayo no ve, en los valientes que conduzco, enemigos que com-
batir: hermanos ve que abrazar: hermanos, cuya divisa es la suya: Constitucion
de 1837: Isaoel II: ,1I1ion de todos los espaÍ1oles: verdadera y completa independencia
nacional sin preferencias indignas: decorosa reciprocidad de afectos y relaciones con
todas las naciones amigas: gestiones nobles y españolas para volver á tener por ami-
gas tambien á las que circunstancias excepcionales, pero pasadas ya, habian con re-
cíproco pesar y perjuicio alejado de nosotros; y tranquilidad al ánimo religioso de esta
nacion esencialmente católico· romana. Y ya que V. E. tenga la desgracia de consi-
derarse ligado sin remedio; ya que V. E. no quiera mezclar en unas mismas filas sus
valientes y los que conduzco, no quiera al menos impedirnos que guardemos de los
desastres, que amenazarla podrian, la tranquilidad de Madrid; que custodiemos con
sus nobles hijos las prendas augustas de ventura que encierra. Abranos V. E. las
puertas de la córte. ;Garantías quiere V. E.? .. Señálelas: nada se le negará en nom-




bre del honor castellano, si por ellas consigo que se abracen hermanos con hermanos,
que Madrid rebose en júbilo, que S. M. vea mezclados á todos sus fieles españoles,
y que se termine pronto, al momento, la no dudosa pero siempre demasiado larga
crísis que tanto compromete la independencia de Espaí1a.


lIDios guarde á V. E. muchos aií.os. Cuartel general de Guadarrama 10 de Julio
de r843.-J avier de Azpiroz.-Ex:cmo. seií.or capitan general del primer distrito mili-
tar.-Madrid.»


«Capitanía general del primer distrito militar. Estado mayor. -Seccion 2. n-Exce-
lentísimo señor: He recibido el oficio de V. E. de ayer fecho en Guadarrama. Ejer-
ciendo mi mando militar en la misma residencia del gobierno, el él me refenria en
un todo sobre los puntos que abraza y pormenores que desciende, si el colorido per-
sonal que da V. E. á la cuestion no me moviese á responder directamente á V. E., la
desconoce del todo con suponer que á intereses privados se pueda sacrificar el bien-
estar y la seguridad del honrado vecindario de esta metrópoli de Espaií.a. N o son ta-
les los sentimientos que abrigan estos habitantes y Milicia Nacional, que más de una
vez se han manifestado el la faz de la nacion y de la Europa por el órgano de sus au-
toridades pOlmlares. Solemnemente consta de sus alocuciones que, no es la efímera
prolongacion de un poder que V. E. llama cadavérico, no los intereses de un hom-
bre modelo de lealtad y de fidelidad que hará su nombre célebre, lo que defien-
den. Entro en esta consideracion para hacer ver que mis intereses personales nada
tienen que ver con la cuestion presente. Del gobierno del regente recibí este mando,
y al gobierno del regente seré fiel, cualesquiera que sean sus apuros. Soldado de la
nacion, la he servido siempre con lealtad; no necesito garantías; con la conciencia de
un hombre que cumple con sus deberes me contento; y el que piensa que pueda sa-
crificar á mis intereses personales lo que yo tengo por un deber, me agravia. El pue-
blo de Madrid presenta una actitud imponente, mas no h')stil; el heróico pLleblo del:.:
de Mayo, aunque encierra elementos de desórden, sabrá reprimirlos con firmeza.
En su seno reina el órden, la tranquilidad y el respeto religioso h6cia las personas y
las propiedades. Depositario de la reina constitucional de las EspaÍlas, rodea cons-
tantemente su trono con los más tiernos homenajes de respeto. El que intente es-
parcir en su seno el desórden y la confusion, provocar escenas de horrores y de san-
gre, responderá ante la justicia nacional de este ati::ntado.


»Dios guarde, etc. 11 de Julio de I843.-Evaristo San Miguel.-Excmo. señor ge-
neral D. Javier Azpiroz.»


Volvió á dirigir nuevos oficios el general Azpiroz, replicando el general San Mi·
guel con una fuerza de lógica, una eleyacion de sentimientos y una dignidad de len-
guaje que le honrarán eternamente.


«Capitanía general del 8.° distrito.-Excmo. señor: He recibido la comUl1lCaClOn




-645 -
de V. E. fecha ayer en contestacion á la mia de la víspera. No es del caso ocuparnos
hoy de la cuestion pública que nos divide; otro sentimiento noble, otro objeto más
patriótico guia mi pluma al trazar estas líneas, y es el poner un pronto término á
lo s aza res de la si t uacion.


))Cuando la nacion entera burlada infamemente en sus esperanzas por el hombre·
á quien confiara sus destinos, ha lanzado contra él un grito fuerte y unísono de re-
probacion; cuando la voluntad nacional se pronuncia tan enérgica y esponÜnea-
mente en todos los ~lngulos de la Península, no es posible que el sano críterio de V. E.
desconozca cuáles son los deberes que esta 'situacion impone á todo espaÍ10l amante
de la Constitucion y del trono. En su escrito de ayer leo, que soldado de la nacion la
ha servido siempre con lealtad: oiga pues Y. E. sus votos; secunde con lealtad sus
deseosj ella rechaza al que con torcidos manejos ha comprometido hasta su existen-
cia política: el gobierno con Espartero es ya un imposible.


))Y. E. reasume en este momento toda la autoridad en esa córte: el heróico pueblo
del 2 de Mayo ama la independencia nacional, y siente como los demás de la monar-
quía. Estudie V. E. el verdadero espíritu de esos habitantes, ,110 en las mentidas
alocuciones de autoridades supeditadas á bastar¿as influencias, sino en la inquietud
que en estos momentos a3ita á esa poblacion, y en los diferentes actos con que á pe-
sar de la compresion ha demostrado sus sentimientos.


»Y. E. commina con la justicia nacional al que provocare en esa córte escenas de
horror y de sangre. El exceso de un celo mal entendido, ó una obstinacion tan inú-
til como criminal de parte de V. E., puJierél únicamente producir acontecimientos de
esta especie, y entonces el anatema nacional caeria principalmente sobre su cabeza.
En cuanto ú mí sabré sobreponerme á todas las ventajas de mi posicion, por alejar
conflictos que deseo c\'itar. ¡Ah! amo demasiado, y conmigo todos mis subordina-
dos, á los sagrados objetos que ahí se encierran para perturbar su tranquilidad, ni
excitar peligros á su preciosa existencia: ¿qué otra cosa pudiera detenernos á las puer-
tas de la capital? A V. E. toca desvanecer estos riesgos, adhiriéndose á la causa na-
cional, cuyo triunfo es imposible contrariar.


\) Dios guarde á Y. E. muchos aí10s.-EI Pardo 13 de Julio de 1843.-Javier de Az-
piroz.-Excmo. sei10r capitan general del primer distrito militar.»


((Excmo. seÍ1or: He recibido el segundo oficio de V. E. de hoy, fecho en el Pardo,
en contestacion al mio del 11. A pesar de que me dice V. E. en él que prescinde de
la cueslion política que nos divide, la toca de un modo demasiado positivo para que
pueda yo desentenderme de ella. Me abstuve todo lo posible de sus consideraciones
en mi anterior oficio, contrayéndome sólo á la parte que pudiera serme personal;
mas ahora que V. E. insiste., quiero tratarla como se merece, y hacer de este modo
públicos á V. E. y á toda la nacion, los motivos que pueden influir en mi conducta.
He dicho á V. E. en mi anterior que desconocía completamente esta cuestion polí-
tica, suponiendo que á intereses privados se pudiese sacrificar el bienestar y seguri-




dad del honrado vecindario de esta metrópoli de España; que no eran tales los sen-
timientos que abrigaban estos habitantes y Milicia Nacional, manifestados más de
una: vez ála faz de la nacion y de la Europa por medio de sus autoridades populares.
Tambien dije que constaba solemnemente de sus alocuciones, que no por la efímera
pTolongacion de un poder que V. E. llama cadayérico, no por los intereses de un
hombre, presentaba al mundo un modelo de lealtad y fidelidad que hará su nombre
célebre. Aquí terminé el campo político de la cuestion; mas ahora que le pienso re-
correr de lleno, añadiré que principios más altos, motivos más nobles, animan su
conducta. La majestad de la nacion española, representada legítimamente por sus
Córtes, es lo que vindica. El 8 de Mayo de r8.+1 nombraron ill actual regente del
reino. Sólo en el seno de semejante Asamblea deponerse puede la grande autoridad
de que se halla revestido. ¿Se puede culpar al Ayuntamiento y pLleblo de Madrid
porque sin aguardar que las Córtes decidiesen este gran litigio no alzó un estandarte
de insurreccion, faltando á las Córtes, faltando á la nacion entera, faltándose á sí
mismo? Si en muchos pueblos de España se ha levantzdo este pendon, ¿es un deber
para el pueblo madrileño el imitarlos? ¿Y qué idea, qué principio fijo, qué interés
público ha aparecido escrito con claros caractéres en las banderas de los pronuncia-
mientos? Se aclamó en muchas partes al regente con un ministerio designado: se su-
primió en otras su persona, y en algunas se declaró mayor á la actual reina, que to,
davía no ha cumplido los trece años. Cambiaron de programa algunas juntas: en la
de Valladolid sobre todo, de que V. E. depende, se proclamó al principio al actual
regente, á la misma persona que V. E. quiere proscribir ahora segun el tenor de
ambas comunicaciones. V. E. presenta como nacional este alzamiento, y como pro-
ducto del voto de los pueblos. N o quiero penetrar en el interior de las conciencias:
no pretendo analizar los motivos verdaderos que para eHo tuvieron sus autores. Mas
ningun hombre sensato verá los caractéres de nacionalidad en lo que se manifiesta
tan oscuro, tan hetereogéneo, tan sujeto á contínuas yariaciones. Ninguno, digo
comprenderá este carácter de nacionalidad en lo que ya ha producido reacciones y
venganzas contra los más comprometidos por las instituciones liberales. Y por últi-
mo, le desconocerá del todo al considerar que ha sido celebrado con triunfo por los
enemigos de la causa nacional, por los apóstoles del absolutismo. Si V. E. acata la
Constitucion de r 837 y el trono de IsabellI, los mismos son objeto de las caras afec-
ciones de esta capital heróica: y ¿dónde podrá recibir la reina constitucional de las
Españas más homenajes de cariño y de respeto que del pueblo madrileúo? ¿Dónde
está más vivo el fuego de la libertad? ¿ En qué corazones está grabado con más pro-
fundos caractéres el sentimiento de la independencia nacional con todos sus precisos
resultados? Lo que no reconoce el pueblo de ~ladrid es el derecho que puede alegar
alguno para darle leyes, para invadirle con sus bayonet.as) para que adopte otros
principios de conducta política qus los que establecieron las Córtes, los que sólo pue-
den decidir las Córtes. ¿Qué provincia de las pronunciadas tiene la mision de imponer
á las otras su conducta? ¿Cuál la de erigirse en supremo gobierno de la España:




»Volviendo á la cuestion puramente militar, como capitan general de este distrito
debo decir á V. E. que del gobierno del regente recibí este mando, y en manO:i sólo
de un gobierno legítimo debo resignarle. ¿De quiérl recibió V. E. la mision para in-
vadir su territorio? ¿De la junta de que depende? N o se extiende tanto su jurisdiccion.
:.De la nacion entera? La nacion no ha hablado todavía. ¿De un gobierno conocido?
El gobierno hasta ahora establecido por las Cortes es el del regente. V. E. no puede
apelar Ct más derecho que el de la fuerza. Si se me habla este len3uaje, en el derecho
de repeler la fuerza con la fuerza está consignada mi re~puesta. Es mi honor, es mi
deberd~fender lo que me resta de mi distrIto militar que se ve invadido sin mision
alguna. Es mi deber aprovecharme de los medios que me dan la valentía ;' el patrio-
tismo de la esclarecida Milicia Nacional, tan Ídentilicada con mis sentimientos. Haga
V. E. paralelo entre sus fuerzas y las mias, entre las que apelan sólo al derecho de la
violencia, y los ciudadanos armados que \"indIcan el honor y la santidad de sus hoga-
res. Cualesquiera que sean los motivos que tenga V. E. para detenerse en las cerca-
nías de la capital, vuelvo á hacer el V. E. responsable de cuantas consecuencias pro-
duzca un ataque el viva fuerza en una poblacion donde V. E. no puede entrar sin mi
consentimiento. Sobre su cabeza caerá) repito, toda la sangre y demás escenas hor-
rorosas que pueda producir semejante colision en la residencia de la reina constitu-
cional de las Españas, en una poblacion donde con preferencia á todas las demás de
España reina el órden. Cualesquiera que sean las consecuencias de este choque, ha-
br~ hecho mi deber como autoridad militar y como ciudadano; yel público impar-
-:ial, 6 quien hago partícire de esta comunicacion, así como lo haré de todas las que
rasaron entre ambos, harú justicia i qLlÍen la tenga.


"Dios gLlélrLic:1 V. E. muchos años. Madrid 13 de Julio de I843.-Evansto San
:Yliguel.


"Not:]. Incluyo á V. E. la lista de todos los indivíduos de la Excma. Diputacion
provincial, Ayuntamiento constitucional, y señores comandantes de la Milicia N a-
cional de esta córtc, que inscriben esta manifestacion mi:'!, como lo verá V. E.
cuando se dé á luz.-Hay una rúbric'l.-Excmo. señor general D. Javier Azpiroz.


»La Excma. Diputacion pro\incial, el Excmo. Ayuntamiento constitucional de
Madrid y los comandantes de la Milicia Nacional que suscriben, se adhieren en todo
conformes ú los principios consignados por el Excmo. seí10r capitan general en la
precedente contestacion.-Madrid 13 de Julio de 1843.-El jefe gobernador, José
Lemcri: Luis Sagasti, presidente: Pedro Berroqui, Pedro Antonio de la Arena,
Francisco HLlerta, Ezequiel Martin y Alonso, Valentín Céspedes, Ignacio de Olea,
iI/lariano Sejornant, José Seco Baldor, Juan José de Fuentes, Matías de Angulo, Juan
Manuel M uela, Francisco Holgueras García, Blas de J áuregui, Guillermo Sampedro,
José lvlartinez Luna, Braulio de Carranza, Ramon Ruiz, José García Martinez, Bal-
tasar Hermoso del Caño, José de Pií1eyro, Mariano Garrido, el marqués de la Co-
rona, José Sirvent y Bonifacio) J ual1 Ramon de Quijano, Leandro Aguirre, Angel




Nuñez, Manuel Sarasa, Manuel Serantes\ Agustin Fernandez de Vior, Simon Santos
Lerin, Hipólito Fernandez Vítores, José Lancha: Prudencio Postigo: Baltasar Mata:
Isidro Suarez, Estéban Gomez de Velasco: Gregorio María de Ibarrola: Juan del
Hoyo: el primer comandante del primer batallon de la "'lilicia Nacional, Pedro Be-
roqui: el primer comandante del tercer b1tallon, José Feliú: el comandante acci-
dental del segundo batallon, Manuel Lopez de Santa Olalla: el segundo comandante
del tercer batallon, Francisco de Paula Martinez: :el primer comandante del cuarto
batallon, Gonzalo de Cárdenas: el segundo comandante del cuarto hatallon, Fernan-
do Hidalgo Saavedra: el primer comandante del quinto bat<111on, José Ma¡ía Mo-
rente: el segundo comandante del quinto b<1t<111on, José Fernando de Escauriaza: el
primer comandante del séptimo batallon, Leon García Villa real: d primer coman-
dante del sexto batallon, el conde de Cast<1Í1eda: el primer com<1Ildante del octavo
batallon, Gregorio Ucelqy: el segundo comandante <1ccidental del octavo batallon,
José de Yruegas: artillería de plaza: el coronel retirado, pr:mer comandante, Roque
Rodrigo Villabriga: el segundo comandante, Francisco 1\lora: el primer comandante
accidental del batallon ligero, Gabriel Ferrer: el segundo comandante accidental del
batallon Ligero, Donato Arellano: el primer comandante del primer escuadron, An-
tonio Tomé de Ondarreta: el primer comandante accidental del segundo escuadron,
José María Caballero: el segunJo accidental} Manuel Madrid: el capitan comandan-
te de bomberos zapadores, Juan Pedro Ayegui: Benito Marraci.\J


A parte las palabras poco comedidas del general Azpiroz contra el regente, efecto de
añejas rencillas, pues todos recordar<1n que ese gener<11 era ministro de la Guerra en
Valencia, cuando los sucesos de Setiembre de 1840, su lenguaje no era violento, ni
provocador, el general Azpiroz como tojo el partido ú que pertenece, hablaba con
énfasis de la Constitucion de 1837 que debia contribuir á quitar poco despues con su
voto, mas en aquella época era el santo de la insurrecciono Sin emhargo, justos é im-
parciales no achacamos al partido reaccionario 1<1 iniciatiY<1 de la destruccion de aque-
lla Constitucion; la junta de Barcelona fué la primera, y el gerleral Serrano el segun-
do, el gobierno provisional en seguida y las Córtcs de 1843 por último, todos progre-
sistas á lo menos de nom~re, las Córtes de 18+3 si no en mayoría, han sido los verda-
deros autores de aquella destruccion. La sancion legal que le dieron las Córtes de 1845
no fué más que una cuestion de forma; la Constitucion de [837 habia dejado de existir
de hecho mucho antes, desde que las Córtes de 1843 sancionaron los atentados, que
contra la Constitucion habia cometido d gobierno provisional, heredero de los que
se habian realizado en Barcelona contra la soberanía de la nacion, por la junta y el
general Serrano.


N o convenia el carácter verdaderamen te sesudo y moderado del general Azpiroz i
la situacion violenta de los de su partido, <1sí fué que en cuanto el general Naryaez se
acercó á Madrid, Azpiroz dejó de ser el caudillo del bando contra-reyolucionario.
Narvaez, como lo decia la junta de Valencia muy oportunamente aunque en sentido




opuesto, era el verdadero representante de la situacion. Al lenguaje mesurado y pru-
dente de Azpiroz, siguió el de la violencia. El general Narvaez con fecha 19 de Julio
desde Algora dirigió al Ayuntamiento de Madrid la siguiente comunicacion pidiendo
la entrada; á lo que contestó el Ayuntamiento el dia 15 con el oficio que reproduci-
mos, habiendo el 13 dirigido el general N arvaez una proclama á la Milicia de
Madrid.


"Ejército de operaciones de la provincia de Valencia.-E. M. G.-Excmo. señor:-
No pueden ya prolongarse un solo dia la agitacion, los males, el desórden que este es-
tado de agitacion y de inquietud causan á los trabajados pueblos de nuestra triste pa-
tria. Para romper el equilibrio de esa lucha funesta entre elinterés de un ~olohombre
y todo el voto nacional, es necesaria, indispensable mi entrada en esa capital. Para faci-
litar los medios sin esfuerzo ni sangre, que hoy seria un delito derramar, á V. E. me
dirijo y todo lo aguardo de su patriotismo; y cuando le invito á que me ayude á poner
un término á tal estado, es porque está mi alma y mis sentidos todos convencidos; es
porque he visto por mis propios ojos el entusiasmo, el júbilo. los públicos festejos é
imponderables muestras y halagos que en mil pueblos q Lle he recorrido de Valencia,
de Aragon, de Castilla, me han ofrecido al paso como tributo de amor y gratitud.
V. E. no puede desentenderse de tan marcada situacion, y si por culpa suya se pro-
longase más tiempo todavía el desenlace de la gran cuestion que la nacion aguarda
con impaciencia, V. E. seria ante ella y ante el mundo responsable; pero descanso
en que esa ilustrada y benéfica corporacion antes que prolongar los males del país,
se sacrificará contenta por abreviar su curso un solo dia.-Dios guarde á V. E. mu·
chos años.-Algora: 13 de Julio de 1843.-Excmo. señor.-Ramon María Narvaez.
-Excmo. señor Ayuntamiento constitucional de Madrid.»


"Excmo. señor:-Reunidos en el dia de hoy la Excma. Diputacion provincial, Ex-
celentísimo Ayuntamiento y señores comandantes dela Milicia Nacional de todas ar-
mas de esta córte, en el salon de sesiones de la municipalidad á fin de conferenciar
sobre las comunicaciones fechadas en Algora á 12 (1) Y 13 del corrientt: que V. E. se
ha servido dirigir á la Milicia Nacional y corforacion popular de la misma, han acor-
dado unánimemente consultar la opinion pública, y pedir los sufragios de la fuerza
ciudadana, antes de resolverse á dar á V. E. la contestacion que su conciencia y la ur-
banidad reclaman. Al propio tiempo esperan estas corporaciones de los sentimientos
que en"las dichas comunicaciones aparecen animar á V. E. tendrá á bien no hostilizar
á la capital del reino durélnte el tiempo que se emplee en averiguar solemnemente la
explícita y verdadera expresion de la voluntad del pueblo que se comunicará á V. E.
en todo el dia de maÍ1ana.-Dios guarde á V. E. muchos años.-Madrid 15 de Julio
de r843.-Sigucn las firmas.-Excmo. seí10r general D. Ramon María Narvaez,ll


(1) Era una proclama á la ~Iilicia ~acional.




· 6"
- JO-


«Ejército de operaciones de la provincia de Va1encia.-E. M. G.-Excmo. señor.-Al
Excmo. señor tutor de S. M. digo con esta fecha lo que sigue.- ((Excmo. señor.-Cuan-
do las exigencias de la guerra me han obligado á cortar las aguas que van áesa capital,
mi primer pensamiento se ha vuelto hácia mi reina, á cuyo respeto y amor cede en mi
leal corazon todo otro sentimiento. Por tanto me dirijo á V. E. para manifestarle que
pueden salir las personas que V. E. designe para tomar el agua que tenga porcostum-
bre beber S. M., estando bien segmo de que por cualquier punto del bloqueo que ha-
cen mis tropas, estas respetarán á aquellos comisionados yayudarán á un servicio que
á nadie con más razon debe ser tan lisonjero como á sus fieles y siempre leales,defen-
sores.» Lo qUE: traslado á V. E. para que por su parte, poniéndose de acuerdo con el
señor tutor de S. M., disponga lo conveniente y me avise de la hora, el punto y la
persona que ha de salir con el expresado encargo de conducir el agua para S. M.---
Dios guarde á V. E. muchos años.-Fuencarral 15 de Julio de 1 t)4J.-Ramon María
Narvaez.-Excmo. Ayuntamiento de Madrid.»


«El Ayuntamiento que se desYCla, en cumplimiento de su deber, por el bienestar
de su vecindario, habia tomado de antemano sus disposiciones para que llegado este
caso no careciese del agua necesaria para su consumo; y se apresura á ponerlo en co-
nocimiento del público para su satisfaccion.-Madrid 16 de Julio de r8+3.-El al-
calde primero constitucional, Ignacio de Olea.»


«Ejército de operaciones de la provincia de Valencia.-E. M. G.-Nacionales de
Madrid.-fi el estado dudoso todavía de la opinion pública ha podido por algun
tiempo conteneros en la obediencia y el respeto hácia un gohierno constituido, ni la
patria por eso condenará vuestra conducta ni á los ojos del genéral que os habla ha-
brá desmerecido en nada ese justo renombre que tantas veces habeis ganado de vigi-
lantes fieles y celosos guardas de la libertad y de las leyes: pero ya en el instante q u(:
yo os dirijo mi voz, cuando la España entera alzada por todas partes os enseña sus
pueblos, sus ciudades, las tropas que las guardan, y jóvenes y ancianos y mujeres,
todos le,"antan el estandarte de ia independencia nacional, todos demandan contra la
usurpacion y tiranía, todos pidiendo que Dios salre al país y á la reina. Ahora nacio-
nales, indigno fuera de vuestro heróico patriotismo permanecer más tiempo sordos al
grito y voluntad del pueblo por sostener la causa abandonada de un hombre solo que
se le opone en impotente y criminosa lucha. N o vuestro honor, vuestros deberes os
señalan una senda más noble. ¿A qué una inútil y funesta resistencia? Esta vez, sólo
esta vez, aún no ha corrido la sangre de españoles ¿sereis vosotros los primeros ú
responder de la que acaso se derrame? ¿Qué intereses exigen por otra parte ese sacri-
ficio? ¿Qué representa hoy ese regente? ¿Es su persona la que en balanza de la nacían
entera va á medirse? ¿Combatireis vosotros contra ella? ¡Ah, no sereis los que car-
gueis con esa lucha! Mi voz os llama á tomar parte en la empresa santa, que la naciol1
toda ha tomado á su cargo. Y cuando os invito á que ayudeis al término que es pre-




ciso poner á tal agitacion, es porque he visto por mis propios ojos la voluntad entera
de todo el país, universalmente demostrada, en el júbilo, entusiasmo y públicos ha-
lagos y festejos, como he recibido por mil pueblos recorridos por mí en Valencia,
Aragon y Castilla. Desoid pues, las cobardes sujestiones de nuestros enemigos que
nos pintan con los colores que les prestan su encono y sus miserables arterias. Ja-
más el que hoyos habla, y repasad la historia de su vida, ni faltó á su palabras, ni
dejó nunca de cumplir sus pomesas. Yo he consignado en un público manifiesto mis
intenciones y deseos. Respeto entero ~1 la ,Constitucion y á la reina, y al voto nacio-
nal que hoy representa el gran pronunciamiento. Tales han sido siempre mis deseos,
y que mi pecho aún lleva con orgullo el mismo escudo que en un 7 de Julio memo-
rable comprásteis como yo con Hlestra sangre. Venid, pues, nacionales á vuestro an-
tiguo compañero, y ayudadle á sal"ar en este dia al país y á la reina, vosotros que en
aguel otro memorable defendisteis con él la libertad, las leyes y la patria. Algora 13
de Julio de IR43.-Ramon l\laría Narvaez. ll


"Ejército de operaciones de la provincia Je Valencia.-E. M. eJ,-Paso á manos
de VV. SS. la adjLll1ta proclama que uirijo :l los batallones uc la Guardia Nacional de
su digno cJrgo. Ruego :l VV. SS. al propio tiempo qLlC la mediten, que pesen las
consecuencias de un error en los momentos críticos que no~; hJllamos, y que para
evitarlo empleen con sus subordinados cuanto les deban de consiJeracion é inrlujo.
Desearia que VV. SS. comisionaran ú algunos indivíduos ú avistarse conmigo, bien
seguro de que necesitacín muy poco de su parte para que nos entendamos en un
todo, pues mi ánimo está cual ninguno dispuesto húcia una benemérita corporacion
que tantos títulos tiene al amor y respeto de sus conciudadanos, por sus virtudes cí·
vicas, su lealtad á una reina y su adhesion á la Constitucion y las leyes.


))Dios gu:ude á VV. SS. muchos años. Algora 13 de Julio de r8..¡.3.-Ramon María
N arvaez.»


Mas impaciente Narvaez y no dando lugar á la contestacion del Ayuntamiento, con
fecha del 15 desde Fuencarral, dirigió nuevo oficio al Ayuntamiento con amenazas de
entrar :í la fuerza en Madrid, si denl ro de cuatro horas no se le abrian las puertas.


((Ejército de operaciones de la provincia de Valencia.-E. M. G,-Excmo. señor.
-Todavía esta noche 110 he tenido contestacion á la comunicacion mia que recibió
V. E. ésta mañana, y no deja de admirarme que mis conciliatorias y tem pIadas ra-
zones hayan sido desoidas de V. E. hasta ahora; pero puesto que la apasionada voz
de un miserable partido habla á V. E. más alto que su deber y el protector desvelo
á que le obliga su noble cargo, puesto que en nada cuenta la sangre de los que le fia-
ran su direccion y amparo, menos son mis obligaciones hácia ellos, y más las que
me impone hoy la patria, exigiendo imperiosamente el terminar esta lucha con la
ocupacion de esa carital, que si de grado no obtengo en el término de cuatro horas,




- 652-
ganaré por la fuerza de las armas; dando lugar entonces la clemencia á la severa ley
de la justicia.-Dios guarde á V. E. muchos años. Fuencarral 15 de Julio de 1843.
-Ramon María Narvaez. --Excmo. Ayuntamiento de Madrid.»


Contestó pausadamente el Ayuntamiento el 16.


"Excmo. señor.-El Ayuntamiento que acaba de recibir el oficio de V. E. de ayer
noche, manifestando no haber aún llegado á sus manos la contestacion al suyo fecha-
do en Algora en 13 del corriente, debe hacer presente á V. E. que en la propia noche
ha remitido dicha contestacion, por la cual habrá ya visto V. E. se ocupa de explo-
rar la opinion pública sobre su contenido, á fin de dar hoy la respuesta que á V. E.
tiene ofrecida. Lo que el Ayuntamiento cree de su deber poner en conocimiento de
V. E. para salvar la gravísima responsabilidad que sobre él mismo pudiera pesar por
su falta de contestacion. Dios guarde á V. E. muchos años. Madrid 16 de J uEo
de 1843.-EI alcalde primero constitucional, Ignacio de Olea.-Excmo. señor general
D. Ramon María Narvaez.))


y en seguida pasó otro oficio firmado por la Diputacion provincial, Ayuntamiento
y comandantes de la Milicia Nacional, y es el que sigue:


«Excmo. señor.-La Excma. Diputacion provincial, Excmo. Ayuntamiento cons-
titucional y señores comandantes de todas armas de la Milicia Nacional de esta córte
que en el dia de ayer prometieron á V. E. responder en todo el de hoy á sus comu-
nicaciones fechadas en Algora á 12 Y 13 del que rige, despues de averiguar solemne-
mente la explícita y verdadera expresion de la voluntad del pueblo y Milicia Nacio-
nal, pasan á llenar este deber con la resolucion de homores libres que con absoluta
abnegacion de sus personas y de sus intereses sólo modelan su conducta por las ins-
piraciones de su conciencia, por el sentimiento del deber y por el deseo del bien
público.


"Como las mismas corporaciones suscribieron el oficio que el Excmo. scí10r capi-
tan general del primer distrito militar dirigió al Excmo. seí10r general D. Francisco
Javier Azpiroz en 13 del corriente, adoptando como suyos los principios y doctrinas
que en él se asentaban y desenvolvian, se creen dispensados de reproducirlos circun s-
cribiendo este escrito á términos muy precisos y claros, con algunas consideracio-
nes de interés general que se desprenden naturalmente de la crísis que atrayesamos.


"La neutralidad con V. E. y los suyos en el campo de los hechos, ó bien la defen·
sa heróica en el caso de que se intente perturbar su sosiego ó despojarle de la libertad
de obrar sin otra sujecion que la de la ley; tal es el pensamiento comun de este he-
róico vecindario, y la decision de sus autoridades populares y Milicia Nacional.


»Suene el clarin guerrero ei! el campo: crúcense las espadas de los hijos de esta
nacion desventur<~da: hiera el plomo mortífero las entrañas de los más caros objetos:
decídase allá la lucha que se ha proyocado: el pueblo de Madrid será pasivo especta-
dor, devorará en silencio su amargura y su dolor, y mezclará lágrimas de sangre




-653 -
con la que enrojezca nuestro suelo á impulso de las pasiones que nos agitan; pero
pretender que el pueblo del 2 de Mayo y 7 de Julio, que este gran pueblo que con su
arrojo.y denuedo enseñó á los valientes del Capitan del siglo á respetar los hogares
y las opiniones de nuestros mayores; que este gran pueblo que tiene confiado á su
lealtad y valor el precioso depósito de S. M. la reina D.a Isabel 11 y su augusta her-
mana, pierda su posicion, su honor y nombradía abriendo sus puertas antes que á
ellas se acerque un gobierno legítimo y reposado, esto V. E. conoce muy bien que
es un sacrificio superior á las fuerzas de los que militan bajo el estandarte de la liber-
tad. Y es bien seguro que si V. E. con ánimo tranquilo y sosegado examina esta
cuestion bajo todas sus fases, y se coloca en la posicion de la capital de la monarquía,
no podrá menos de convenir en que la neutralidad propuesta es la única concesion
que puede hacerse al deseo de la paz, por las autoridades populares, Milicia Nacio-
nal y heróico vecindario de la metrópoli del reino; que la agresion con que se nos
amenaza, es injusta, y que en este caso las leyes divinas y humanas autorizan la re-
::;istencia y apartan del que se defiende toda responsabilidad.


))Si V. E. pesa bien las consecuencias de esta agresion, y el cuadro de desolacion
y de horrores á que podria dar lugar, no dejará de sentir conmovido su corazon; ese
corazon que latiendo por la causa de la libertad manifestó al pueblo madrileño en un
7 de Julio que hervia en él la sangre generosa de Padilla. - Dios guarde á V. E. mu-
chos años. iVladrid 16 de Julio de 1 843.-Por la Excma. Diputacion provincial, Pe-
dro Beroqui.-Por el Excmo. Ayuntamiento constitucional, Ignacio de Olea.-Por
la Milicia Nacional, Antonio Tomé y Ondarreta. - Excmo. Sr. D. Ramon María
Narvaez.


»Madrid 17 de Julio de 1843.-El alcalde primero constitucional, Ignacio de
Olea.»


A contestacion tan noble, tan digna, respondió el general N arvaez en términos que
al historiador sólo le incumbe recordarlos para que la posteridad tenga un documen-
to que encierra en sí todo lo que el bando que por antonomasia se llama mode·
rada, ha puesto en práctica durante su infausto mando.


«Ejército de operaciones de la provincia de Valencia.-Estado mayor general.-
Excmo. señor:-Recibió esta mañana V. E. una comunicacion mia, y todavía esta
noche me hallo sin haber tenido su contestacion, sin embargo de que eran mis ideas
y mis palabras bien templadas y conciliatorias. Ahora me dirijo nuevament.:! á V. E.,
pero es para decirle, que si despuesde cuatro horasde recibido éste, no se me facilita
la entrada en esa capital, la ocuparé por fuerza, sin que baste á contenerme la sangre
que haya de derramarse; pues en una lucha que yo no he provocado, cuanta más
corra de la vil y traidora será más provechosa y saludable á la prosperidad comun de
nuestra patria, y no habrá de pesarme que la Providencia me haya escogido por ins-
trumento de su justicia y de la Justicia de los hombres.-Dios guarde á V. E. muchos




años.-Fuencarral 15 de Julio de 1843.-Ramon María Narvaez.--Excmo. señorcapi-
tan general de Madrid.-Es copia.-San Miguel.»


El general San Miguel, á quien iba dirigida esa comunicacion, la dió la mayor pu-
blicidad poniéndola en las esquinas de las calles, acompañada de una breve alocucion
de bien sentidas palabras.


A los ~i\1ilicianos Nacionales de jladrid y los demás militares del ejército que se han
presentado y ofrecido SllS servicios en la actual crÍsis.


«Compaí1eros de armas: Seré muy breve. Está mi corazon tan lleno de lo que va-
leis, de lo que estais haciendo hace cinco dias, que para expresarlo apenas hallaria
palabras.


nOs estais mostrando hombres libres, ciudadanos valientes, resueltos á defender
vuestros hoóares hasta derramar la última gota de vuestra sangre. En vosotros brilla
el principio constitucional en toda su pureza. En vuestra constancia y valentía en-
cuentran un escollo insuperable los que con máscara fingida tratan de perdernos y
humillarnos.


nPara que veais cuáles son las intenciones de los que asedian vuestra capital, inser-
to en seguida una copia de la última comunicacion del general N arvaez, á la que no
he contestado.


"Ya veis lo sedientos que están nuestros enemigos de derramar la sangre que ellos
llaman vil y traidora. Los acontecimientos de Setiembre acá, y la clase de personas
que así se expresan, os harán \'er el significado que para ellos tienen estas dos pa-
labras.


nMilicianos de Madrid, militares de honor que acudis al llamamiento de la patria
en momentos de peligro, no deJeis las armas, no dcjeis esa actitud imponente que lle-
va el desaliento y el desmayo al corazon de yuestros enemigos. El peligro no ha pa-
sado; si afiojais puede nacer á cada instante.


»En cuanto á mí, me entrego todo al noble orgullo de merecer vuestra confianza
de estar á vuestro frente.-Madrid 17 de Julio de 1843.-Evaristo San Miguel.»


El encolerizado jefe de las fuerzas insurreccionadas bien se guardó de realizar sus
amenazas intentando penetrar á la fuerza en Madrid á las cuatro horas de haber-
se empeñado á hacerlo. Aunque ni contestacion se dió á su airada comunicacion,
ni á las cuatro horas, ni nunca, hubiese' penetrado en el recinto de la capital, á no
meJiar el suceso inaudito que le franqueó el paso.


Mientras mediaban estas comunicaciones, las autoridades civiles populares y mili-
tares, secundando el admirable denuedo de la Milicia y del vecindario, tomaban las
disposiciones de defensa.: se desempedraban las principales calles por donde podian
penetr8.r los sitiadores si llegaban á forzar las débiles tapias del recinto, se hicieron
barricadas y zanjas, colocando artillería en los puntos oportunos. Dehian Jos milicia-




- 655-
nos parapetarse en las casas del tránsito haciendo fuego por las ventanas sobre los
acometedores, cuya marcha dehia ser lenta y embarazada andando por el empedrado
revuelto y esparcido en el suelo. Por la noche quedaban iluminadas las casas para
que la oscuridad no pudiera servir á los proyectos de los de afuera, y de sus aliados de
dentro de la ciudad. Todos estos preparativos de una gloriosa defensa, se hacian con
el mayor órden; y cuando en algunos puntos intentaron ataques, hallaban los aco-
metedores la Milicia alerta para rechazarlos enérgicamente.


Esta situacion duró hasta el dia 21 sin ningun suceso notable. Los batallones de la
Milicia de la provincia, habian acudido á tomar su parte en los peligros y fatigas de
sus compañeros de Madrid. La noticia de que se aproximaba el general Seoane, la
recibieron los habitantes de Madrid con entusiasmo, seguros de la rota de sus sitia-
dores, y aprestándose á concurrir valerosamente á la acometida que iba á dar el
~eneral Seoane, cuyo lenguaje era el de caudillo, que contaba con un triunfo seguro.
Esta esperanza hacia muy llevaderas las penalidades del servicio. cuyo término con-
taban los milicianos por horas, desde que el dia 15 llegó el parte del general Seoane,
fecha del 11 en Zaragoza, y que anunciaba su llegada al frente de Madrid doce horas
despues de N arvaez: decia así el parte:


Parte recibido en el ministerio de la Guerra.
"Excmo. serrar: Acaba de llegar el general Zurbano con sus tropas bastante estro-


peadas por las violentas marchas que ha hecho. Tengo la cruel necesidad de darles
descanso mañ:ma. Pasado á las dos de la marrana emprendo la marcha para Calatayud,
pernoctando en la Almunia.


)Tengo noticias de que Narvaez ha salido esta tarde de Calatayud con direccion á
esa córte, y así lo vociferan. Lleva de cuatro á cinco mil homhres.


»Lo seguiré á marchas forzadas, y espero ganarle una, y si tuerce de direccion lo
seguiré tamhien. Lo digo á V. E. para su conocimiento, en el conceptó de que no po·
drá estar doce horas al frente de Madrid sin ser atacado por su espalda y destruido.


"Dios etc.-Zaragoza á las nueve y media de la noche del I I de Julio de 1843.-An-
tonio Seoane.-K,cmo. señor ministro de la Guerra."


¿Quién podia dudar del resultado, tanto mcÍs cuanto el dia 21 llegó á Madrid un re-
fuerzo inesperado de tropas que dehian cooperar ventajosamente á retaguardia de
Narvaez, atacado de frente por Seoane?


Hemos dejado las tropas de Rnna puestas á las órdenes del general Iriarte en Aran-
juez. Éste, inferior en fuerzas á las de N arvaez y Azpiroz reunidas, queria ponerse
en salvo en Madrid cooperando en seguida á su defensa. Tomó pues el camino de
Pinto y Valdemoro; mas sabedor que el enemigo le esperaba en esas posiciones, con-
tramarchó á Aranjuez y de allí á Arganda, siguiendo para Fuentidueña como aleján-
dose de Madrid pero volviendo de repente. Con una rápida marcha pasó el Jarama,
asomándose por el camino de Vallecas, hahiendo anticipadamente enviado aviso á




- 656-
Madrid para que se le apoyase en caso de ser atacado por Azpiroz; mas éste, enga-
ñado por las marchas de Iriarte, lo esperaba en el camino de Aranjuez, cuando entra-
ba en Madrid.


Al esparcirse por Madrid la noticia que llegaban las tropas de Iriarte, la poblacion
entera se precipitó á su encuentro. El capitan general San Miguel, el gobernador ge-
neral Leymery, el jefe político y el Ayuntamiento, fuéron a recibirlas á la puerta de
Atocha. Nada puede dar una idea exacta del júbilo de la capital al recibir esa colum-
na de valientes y leales defensores de la libertad que habian resistido en medio de
tantas fatigas á todas las seducciones, yal fatal ejemplo que habian tenido á la "ista
de jefes desertando de la bandera que habian jurado defender. Venian aquellos fieles al
campo del honor, á la capital que ya casi sola defendia la causa de la libertad agoni-
zante. Contaba esa columna dos mil cuatrocientos infantes y cuatrocientos caballos
en el más brillante estado; y mandados por el benemérito comandante Baron, que
no habia perdido un solo hombre en medio de tan horrible desercion. A estos cuatro-
cientos caballos se unieron unos trescientos que se habian organizado con asistentes
y soldados rezagados que se hallaban en Madrid.


En Guadalajara dió el general Seoane una proclama; triste y doloroso presagio de
lo que iba á acontecer.


En la noche del 21 al 22 se recibió en Madrid un parte del general Seoane} anun-
ciando que atacaria al amanecer las tropas de Narvaez. Se le contestó anunciándole
la llegada de la brigada Iriarte, y que se le apoyaria enérgicamente á retaguardia de
Narvaez.


En la mañana del 22 salió la brillante brigada al mando del general Leymery por el
camino de Alcalá. A poco de haber andado, se le anunció por algunos transeuntes
que el fuego habia empezado en Torrejon de Ardoz, y que el combate se hallaba
empeñado. Dió órden Leymery á la caballería de acelerar el paso al trote, y tomando
la delantera trepó á una loma, desde donde podia abarcar un vasto horizonte con el
fin de reconocer el terreno y tomar las disposiciones más oportunas segun lo que di-
visara. Desde aquella loma nada apercibió, nada oyó que anunciara el choque de dos
ejércitos encontrados; reinaba un silencio absoluto. Admirado, y creyendo ya falsa
la noticia que habia tenido, se bajaba para alcanzar su caballería, cuando de repente
vió que ésta se paraba, y divisó un oficial que á todo escape se dirigia al punto don-
de él se hallaba: vuela Leymery al encuentro del oficial, que en cuanto pudo suponer
que alcanzara su voz, grita con voz despavorida á Leymery: "Mi general} ¡todo se ha
perdido!)) No pudo decir más. Corre Leymery á su caballería, y allí le dicen que el
motivo de haberse parado, habia sido el aviso de dos oficiales de Seoane que habian
dicho al paso, que todo se habia perdido en Ardoz, sin dar más pormenores.


¿Qué habia acontecido en Ardoz? No lo sabemos aún á la fecha en que escribimos,
por más que hayamos indagado para conocerlo hasta del mismo general Seoane. Los
únicos documentos oficiales que hemos tenido á la "ista, son los partes que dieron
los dos generales; y de ambos resulta que no hubo pelea ni combate, y que diez mil




-
65 7 -


infantes, ochocientos caballos y treinta piezas, que apoyaban á retaguardia del ene-
migo dos mil cuatrocientos infantes y setecientos caballos, sin contar con la fuerza
de Madrid, se entregaron á una fuerza numéricamente muy inferior, y que no tenia
más que dos piezas. Lo de Ardoz no tiene más que un nombre en castellano, como
españoles no lo pronunciarémos. Hé aq uí el parte del general Seoane:


"Excmo. señor: El ejército que estaba á mis órdenes se halla á estas horas á las del
general Narvaez; ha sido envuelto y hecho prisionero al principio del pequeño en-
cuentro que ha habido.


"Reitero á V. E. mi solicitud que ya he dirigido al regente del remo, de tener á
bien admitir mi renuncia de todos los grados y condecor2ciones con que han sido
recompensados mis servicios anteriores.»


Aquí se interrumpe el parte y lo acaba el ayudante del general añadiendo:


«En el momento en que terminaba estos renglones el general, una congoja súbita
no le ha permitido continuar; mas vuelto en sí me encarga concluya este parte,
asegurando á V. E. que todo se ha perdido salvo el honor que queda intacto.


))Por órden del Excmo. seÍ10r general Seoane, el teniente coronel ayudante de cam-
po.-Cárlos de Barutell.-(I) Torrejon 22 de Julio de 1843.»


Con fatal invocacion se recuerdan en este parte palabras que traen á la memoria una
de las glorias de las armas españolas ... Pavía.


Hé aquí el parte del general Narvaez al ministro universal y la contestacion de este:


(1) Hay nombres que recuerdan hechos de singular coincidencia en la historia de nuestras con-
tiendas civiles. El de Torrejon nos trae á la memoria el siguiente episodio de dos y más siglos atrás,
cuyarelacion hallamos en la historia, escrita por el Sr. ;\lignet sobre las negociaciones de la sucesion.
Dice así el historiador francés:


>lEn los primeros aÍ1Cs que siguieron á la muerte de Felipe IV, la córte se hallaba dividida en parcia-
,,¡¡dades, el padre ~ithard confesor de la reina gobernadora por un lado, y D. Juan de Austria hijo
"natural del rey difunto capitaneando la otra. DesterraJo D. Juan á Consuegra, se refugió á iuagon,
"donde tenia partidarios; reunió unos setecientos hombres y se vino sobre Madrid. La nobleza le era
¡¡favorable, la voz popuLlr le llamaba al gobierno, muchas parsonas le aclamaban con ¡viva el rey don
duao, muera el mal gobierno! Se adelantó sin Ilallar el menor obstáculo hasta Torrejon á tres leguas
"de !\ladrid. La córte esuba en consternacion, pues no tenia tropas para defender la entrada de la
¡¡capital. Si D. Juan ap"ovechanclo las horas y el éxito habitudl de la audacia, arremete para entrar
"en Madrid, no sólo In consigue, no sólo se apodera del gobierno, colocando sus partidarios en
,¡[os consejos, y echando las personas que le eran contrarias ó sospechosas, no sólo hu biera podido
"encerrar la reina gobernadora en el convento de las Descalzas, mas hubiera podido proclamarse rey:
-de tal manera tenia á su favor el voto popular. D. Juan volvió la espalda á la fortuna que la suerte
"lc deparaba." (Carta del Sr. de Lyonne al caballero de Gremouville 30 de Abril de 1669. Mignet
tomo lIt páginas ,p3 y 433.)


¡Qué singular coincidencia enlre la posicion de D. Juan y h,del general Seoane, parándose losdos
en Torrejon, cuando á ambos llamaba el entusiasmo de Madrid y volviendo los dos la espalda á la
fortuna que lcs ofrecía la suerte!




-G58 -
«Ejército de operaciones de la provincia de Valencia.-Estado mayor general.-


Excmo. señor: Segun dije á V. E. en mi última comunicacion, reuní en este punto
mis fuerzas, y el general Azpiroz ocupó el muy inmediato de San Fernando. En este
estado supe que Seoane y Zurbano, con diez mil infantes, ochocientos caballos y
treinta piezas de artillería, marchaban desde Guadalajara por la carretera, y que de
Madrid debian salir Iriarte, Enna y Rodriguez Vera con cinco mil hombres y dos-
cientos caballos entre nacionales y los batallones que la noche anterior se habian
in trod ucido en la ca pi tal.


"Acordé con el general Azpiroz que él tomase posicion en el puente dé Viyeros
para batir á los expedicionarios de Madrid, dejándome ciento diez caballos para re-
forzar los mios en menos número que los del enemigo, y yo acampé anoche al frente
de Ardoz con cinco mil hombres, con seiscientos caballos y dos piezas. Un parla-
mentario de Seoane vino á decirme de su parte que tenia las órdenes, la voluntad y
la fuerza para atravesar la carretera de I\ladrid, y que me invitaba á evitar el derra-
mamiento de sangre en una lucha que por los medios legales podia ventilarse; mi
contestacion fué que yo tambien tenia las órdenes, la voluntad y la fuerza para no
consentirlo, y que podia yenir cuando quisiera. En decto, á las nueve de la mañana
se presentaron las fuerzas enemigas ocupando la altura de Torote. Sin darles apenas
tiempo para desplegarse, dispuse que el general Shelly con su cahallería marchase
sobre la enemiga, rescnandoalgunos escuadrones para cargar la infcl11tería. Que el
coronel Serrano con la columna de cazadores, el coronel Contreras con tres escua-
drones, embistieran las piezas que empezaban á jugar en batería, y el brigadier
Campuzano envolviera los flancos con las brigadas al mando de los coroneles Fulgo-
sio y Falguera, marchando el brigadier Descallar con la suya en reserva.


"Es imposible figurarse, Excmo. seÍ10r, un ataque m,,1s dpido y con m:is unidad
y energía ejecutado por toda la línea. Serrano con los cazadores abrazados á las cu-
relÍ.as, y Contreras con las lanzas en las bocas de los cañoncs, y la caballería recha-
zada y el enemigo envuelto, y el mismo general en jefe prisionero, fuéron la obra de
un instante; y los 1cfes que dirigieron aquellas operaciones y los que las ejecutaron,
y los indivíduos todos y de todas las clases del ejército se condujeron con un valor y
decision tan relevantes, que no seria fácil decir que nadie se distinguia donde todos
daban tan señaladas muestras de su esfLlerzo. Las tropas que habian sido enemigas
ignorando la causa, en breve tiempo habian abrazado mis banderas, y los dos ejér-
citos no eran má5 que uno solo en ei trascurso de dos horas.


"jlncrelble suceso, que pasaria por una maravilla á no haber ocurrido en este sue-
lo clásico de lo maravilloso y de lo extranol En este suelo, donde distinguidos orado~
res, como D. Luis Gonzalez Brabo, y honrados indivíduos de juntas salyador1S, como
lo,; de Valencia D. Pedro Sabater, D. Juan de la Cruz Blasco y D. Fernando Ormae-
chea, trocando sus hábitos de paz y de estudioso so:;iego por el ruido de las armas,
gritan con los más bravos á las bocas de los cañones: «El país y la reina se salvan
para Slcm pré'.)}




659
>lTan gloriosa jornada, comprada con poca sangre de españoles, fué, sin embargo,


señalada con la (fe varios indivíduos, y la del bizarro general Shelly regó este dia el
campo del combate á impulso de una lanza, en singular encuentro á que le condujo
su sabido arrojo.


>lPasaré á V. E. una relacion, no de los que más se distinguieron, porque eso es im-
posible, sino de los que asistieron al combate; que las manos adoradas de nuestra rei-
na, hoy que van por sí solas <.Í. regir los destinos de la patria, bien es que empiecen
derramando pródigas las gracias sobre los que de ellas arrancaron los lazos con que
el usurpador les sujetaba.


>lFaltaria á la justicia, Excmo. señor, si no hiciera á V. E. muy señalada mencion
del siempre bizarro mariscal de campo D. Juan de la Pezuela, en quien, como V. E.
y todos los militares saben, compiten la ciencia y el valor, y que en esta jornada so-
brepujó á sí mismo.


"Dios guarde á V. E. muchos años.-Torrejon 22 de Julio de r843.-Excmo. se-
ñor.-Ramon María Narvaez.-Excmo. señor secretario de Estado y Despacho uni-
versal."


"Gobierno provisional de la nacion.-Despacho de Guerra. -El gobierno provisio-
nal de la nacion) enterado de cuanto V. E. se sirve decirle en su comunicacion de 22
del corriente, se apresura á manifestarle la alta satisfaccion que le han causado los
hechos de ese ejército en la jornada de ayer.


)) No podia esperar menos el gobierno de un general tan bravo y entendido
como-V. E., ni tampoco prometerse otra cosa de unas tropas tan valientes y disci-
plinadas como las que tiene á sus órdenes.


"En nombre de la reina)' de la patria doy las gracias á los señores generales,
jefes y oficiales que en los campos de Ardoz probaron nuevamente su acreditada bi-
zarría, y á esos soldados que con tanto ímpetu se arrojaron á la pelea en que tan
glorioso triunfo supieron alcanzar. Tambien merecen la gratitud del gobierno los del
campo enemigo, que se determinaron á no derramar la sangre de sus hermanos de
armas por un hombre que de tantas desventuras es responsable.


"Por último, el gobierno desea que V. E. le proponga los premios de que sean dig-
nos los que más se hayan señalado por su valor é inteligencia, á fin de acreditar
cuanto antes pueda el alto concepto que le merecen esas tropas.


¡,Dios gua-rde <.Í. V. E. muchos años.-Valdeabero 23 de Julio de r843.-Serrano.-
Excrno: señor general en jefe del ejército de Valencia."


A la noticia del suceso sin nombre de Ardoz, Madrid consternado hubiera querido
seguir en su denodada defensa; mas las autoridades no podian tomar sobre sí la res-
ponsabilidad de un derramamiento de san.:;re ya inútil, que paJaran padres de fami-
lia llevados á tan cruel sacrificio en fuerZd de su pundonor y de la fé al juramento.
Se dirigieron pues al general Azpiroz con el fin de arreglar una capitulacion honrosa,




- 660 _ ... -
enviando al efecto comisionados. Hé aquí cómo lo anünció al vecindario de Madrid
la junta de autoridades con el texto de la capitulacion aceptada por el general Az-
piroz.


Comunicacion dirigida al Excmo. Sr. D. Francisco Javier Arpirw[ por las auto-
,"idades populares y ¡'Iilicia Nacional de Madrid.


«La villa de Madrid, constante en los principios que siempre han animado su con-
ducta, vuelve á declarar al señor general Azpiroz, como ya lo ha hecho en diferentes
ocasiones, que en no haberse adherido á los pronunciamientos de otras provincias
ha creido sostener un mero principio político, no los intereses de persona alguna.
Desinteresada en sus afecciones, conociendo la fuerza de las circunstancias, sin más
miras que el bien público, manifiesta solemnemente que siendo una parte de la gran
familia nacional, está pronta á reconocer y adoptar cuanto esta determine en las
formas que están prescritas por las leyes. Animada de estas consideracioncs abre sus
puertas y la del real Palacio á dicho seí10r general Azpiroz y á las tropas de su
mando bajo las bases que propondrán á S. E. los mismos comisionados que se han
avistado con dicho seí10r. En el seno de esta inmensa poblacion reina actualmente
un 6rden admirable, el respeto más religioso á las personas y las propiedades. En
manos está del señor general que dicho órden no se altere, que continúe la tranquili-
dad, que no se pongan en conflicto pasiones y resentimientos que la comprorr:etan.
-Madrid 23 de Julio de r843.-Siguen las firmas de los Excmos. señores copitan
general y jefe político, y de los seÍ10res indivíduos de la Diputacion provincial y
Ayuntamiento con..;titucional, gobernador militar y comandantes de los cuerpos de
la Milicia Nacional.


Bases que la villa de kIadrid presenta al señor general D. Francisco Javier Arpir()~
para su entrada y la de sus tropas en la misma.


H 1. 3 La estricta y puntual observancia de la Constitucion de 1837.
J I


))2.a Formacion de una junta provincial por la Milicia Nacional, que cesará en sus
funciones cuando lo determine el gobierno.


n3." La "\1ilicia Nacional de Madrid y su provincia subsistirá bajo el pié que tiene
actualmente: cualquiera variacion que en ella se juzgue oportuna por el gobierno quc
se establezc.a, será con arreglo á la ley.


))4. a Respeto sagrado é inviolable á la seguridad real y personal, sin distincion de
opiniones, matices políticos ni de clases·.-Gonzalo de Cárdenas.-Mariano Garrido.
-Simon Santos Lerin.-Barajas 23 de Julio de 1843.-Acepto estas bases.-Javier de
Azpiroz.))


Triunfaba la insurreccion y penetraba hasta en la capital, abandonada por el ejér-
cito que debia salvarla. Majrid se sometió sin ser vencido á la fatalidad de una acia-
ga suerte, que muy luego alcanzó á vencedores y á vencidos menos á los que de la in-




- 661-
surreccion habian hecho una vil especulacion, desertando de las filas de los progre-
sistas; quedó el terreno libre á la contra .revolucion, que no desperdició momento
en su obra de de struccion como lo verémos más adelante.


Concluirémos la narracion de los hechos de la insurreécion con los sucesos de An-
dalucía hasta el embarque del regente y de los fieles que le acompañaron, y para
ello nos l¡mitarémos á publicar el parte que desde el vapor Bétis dió el general en
jefe conde de Peracamps sobre sus operaciones desde el dia 27 de Julio, pues refie-
ren hora por hora los acontecimientos de aquellos dias cuya memoria mejor fuera
borrar.


«Ejército de operaciones de Andalucía. -Excmo. señor:-Dí á V. E. parte el 26 de
mis operaciones hasta aquel dia en que, conociendo el enemigo, que el hdber ocupa-
do la iglesia de Portafeli y casas entre ella, y el grande edificio de la fundicion de
artillería, fortificado y guarnecido por ellos, tenia por objeto el establecer baterías
para atacarlo, dedicó todos sus fuegos rectos y curvos contra aquellas casas, al mis-
mo tiempo que construia un gran trincheron con pipas llenas de tierra para cubrir
las comunicaciones de la fllndicion con otra gran casa aspillerJda frente á la puerta
principal de que sólo la separaba la anchura del camino. En todo este trabajo no cesó
nuestro fLlego de fu sileria, desde nuestros puestos avanzados sobre el que emplea-
rnos para impedirlo, nllestras piezas de montaña: las granadas y fuego de fusil del
enemigo nos proJLljeron la pérdida de nueve heridos, y el contínuo fuego de ca-
ñon y obús del enemigo, fué contestado con el de nuestros morteros, pero no con
basta'nte frecuencia en razon éí las pocas bombas y pólvora que nos quedaba para
continllar el ataqlle por medio de la brecha.


» N o viniendo ya el convoy de pertre::hos q Lle se esperaba de Cádiz, y empezándo-
se á tener malas noticias con respecto á las operaciones militares sobre Madrid, de-
sistí de mi proyecto de ir adelantando sobre la plaza en las dos distintas direcciones
de San Agustin y cuartel de la Carne para establecer en ambos puntos las baterías de
brecha, y por esta razon retiré en la noche dd 26 al 27 cuanto tenia dispuesto para
construir en ella la batería contra la fundicion, más la fuerza que ocupaba aquellas
casas ya medio destruidas por el cañon enemigo.


»AI amanecer del 27 un repique general de campanas en la ciudad anunciaba al-
guna noticia lisonjera para SllS defensores, pero no nos la hicieron cono::er por sus
puestos avanzados: poco despues recibí uné! comllnicacion de la junta de Jaen, anun-
ciando los acontecimientos de Torrejon de Ardoz y Nl.1drid en 22 y 23, confirmados
en se.:.;uida por los viajeros de la diligencia y por comunicacion del ministro de la
Guerra hasta el 23, por lo que me decidí á levantar el bloqueo de la plaza en la noche
inmediata, procurando no llegase á noticia de las tropas el principal motivo de esta
determinacion, que tanto podia contribuir á su desmoralizacion, por lo que hasta el
oscurecer nada hice. A esta hora se empezó á cargar el parque de artillería y lo mis-
mo el de ingenieros, distribuyéronse á los cuerpos todas las existencias de pan y ce-




-662 -
bada que habia en depósito, y dí las órdenes convenientes á todos los generales y je-
fes superiores de las armas para que la operacion se ejecutase en el mayor órden y
con toda la brevedad posible, decidido como lo estaba á no dejar ni una bala, ni nada
que perteneciese al material de nrtillería t: ingenieros.


»Todo sucedió segun mis deseos, á pesar de haberse pasado á la ciudad á las diez de
la noche un capitan y unos ciento ochenta hombres del regimiento de Zaragoza, q'ue
cubrian el convento de San Benito, muy inmediato á In puerta de la plaza. Los seis
cañones, cuatro morteros, y cuanto pertenecin al materinl de esta arma, estaba en ca-
mino de Alcalá á las cuatro de la madrugada del 28, componiendo un convoy de más
de ciento cincuenta carros y carretas de bueyes; y sólo dejamos en el campamento
cuarenta y cuatro bombas cnrgadas que no quise nrrojar á la ciudad puesto que ya
habia decidido mi retirada, ni tampoco cargnr en los carros por evitar una desgra-
cia, por lo que las hice enterrar avisando á la plaza para que tuviesen conocimiento
de ello.


>lAl romper el dia, habiendo ya ganndo distancia húcin Alcalú el convoy, estnbleci-
das las tropas en tres líneas, se empezó la retirada por esc::donc:s, por si el enemigo
tratara de incomodarnos, evncuJndose primernmente el nrrabnl de la Calzada, luego
la línea que tenia por centro la Cruz del Campo, y por último la que yo tenia en mi
cuartel general, sin que hubiésemos visto un solo enemigo, ni recibido un solo dis-
paro de cañon.


>lEI órden y precision con que se verificó esta importante operacion, hicieron des-
vanecer mis temores de que durante ella hubiese tenido lU3ar una grande defeccion
de lo que habia tantos antecedentes, y como consecuencia de haber sabido nuestras
tropas el triste ejemplo de lo que habian hecho las de los generales Seoane y Zurbano;
mas sin embargo, temía el paso por Alcalú donde todo debia saberse, y m5s que esto
nuestra llegada á Utrera, donde los enemigos nada omitirian para seducir los cuer-
pos. Yen efecto, despues de pasar de Alcalá, úun cuando se hicieron frecuentes al-
tos en parajes de sombra y de agua, fuéron quedando por todo el camino centenares
de hombres de todos los batallones que se suponían imposibilitados de poder conti-
nuar la marcha, notándose al mismo tiempo gran falta de energía para impedir este
abuso en todos los que debian hacerlo.


>lA la llegada de las divisiones á Utrera en la tarde del 28, los jefes de ellas y de las
brigadas me dieron parte de haberse quedado rezagados muchos soldados, algunos
oficiales y sargentos) por lo que creian imposible continuar la marcha en la noche
inmediata; y así me decidí á no emprend'erla hasta la tarde del 29, por más que con-
siderase muy peligrosa la detencion en un pueblo de muy mala opinion, donde yo ha-
bia preso paisanos que seducian á la tropa, anunciándola la entrada de los i',1surreccio-
nado s en Madrid y Zaragoza, etc., etc, LilS fuerzas de Concha, segun mis noticias, se
encontraban en Villa Martin y Espera, variando su númrro, que unos lo suponian de
cuatro mil hombres, y otros lo llevaban hasta ocho mil, y aunq ue contando con la leal-
tad de las tropas á mis órdenes, ningun obstáculo podia oponerse á mi marcha, en las




-663-
circunstancias en que nos encontrábamos} era muy de temer una completa defeccion
si llegaba mas á avistarnos. Mas era preciso arrostrar ror todo y poner en seguridad
en Jerez y Puerto de Santa María el gran convoy, para que despues de desembara~
zado de él pudiese dirigirme á cubrir la isla gaditana, hacer frente al enemigo, y en
último extremo sacar de las circunstancias en que se encontraba la nacían, un parti-
do honroso cual correspondia ú una prm-íncia y á un ejército, que fieles al gobierno
constituido y á sus sagrados juramentos, habian cumplido con sus deberes sin pasio-
nes mezquinas y sin calcular intereses personales.


llEste era mi plan, y esto lo hice conocer á los generales jefes de brigada y del cuer-
po, y á cuantos se acercaron para que lo hicieran público; así como que cualquiera
otra conducta sobre ser contraria al honor militar, perjudicaria á sus intereses per-
sonales y serian despreciados de unos y de otros.


)lA las doce de la noche del 2~, sin que ningun general de di\'ision, jefe de brigada
ó cuer,'o me diese parte, sup:: extrajudicialmente que multitud de soldados se iban
del pueblo con algunos oficiales y sargentos sin que lo impidieran bs patrullas y
puestos en todas las salidas. Cualquiera medida fuerte en el e:o.tado de las tropas y
durante la noche debia ser m15 perjudicial que útil; sin embar30, hice salir oficiales
por las calles, que observasen, y estos me dieron parte de que no habian encontrado
á nadie, ni habian visto salir tro[")<1 los puntos avanza,Jos Sin embargo, el hecho era
positi\'o y determiné seguir la m Ircha al amanecer, á cuyo efecto á las cuatro del 29
se tocó diana para cargar los equipajes y el convoy, comunicando la órden general
qpc marcaba el órden de marcha, cuya cabeza debia llevar el regente del reino con
su escolta, formando todos en el camino de Jerez y siguiendo el convoy indepen-
dier1temente unido bajo la custodia de los cien artilleros de plaza.


"Dados los toques para formar en el camino, los jefes de los regimientos provin-
ciales, menos el de Granada, dieron parte que les faltaba la casi totalidad de su fuer-
za: el" del regimiento de Zaragoza sólo formó unos noventa hombres; al de Luchana
le faltaban más de seiscientos hombres, i¿;u31 número al del Rey y faltas numerosas
habia en los de caballería, habiéndose ausentado tambien hombres y ganado de las
baterías rodadas y de montaí1a que impedia ponerse en marcha, por más deseos que
manifestab:111 sus jefes y ot1ciélles de seguirla.


"La situacion para mí erJ la mús penosa en que puede verse un generaL me era ne-
gada la obediencia por una gran parte de las tropas, ya escondidas, ya en las calles, y
la fuerza restante no pódiJ emplearse para castigarla, porque estaba animada de los
mismos deseos y los haria públicos con escándalo tan pronto como le mandase usar
de sus armas. ASÍ, pues, no me quedaba otro recurso que contÍnuos sermones á ge-
nerJles y jefes para que persuadiesen á sus subordinados de cuanto convenia á su
honor y hasta sus propios intereses, pero con poco resultado. Po!' último, á las seis
de la mJñana conseguÍ formar la mayoría de la primera division, las compaí1ías de
zapadores y unos seiscientos hombres de \'arios cuerpos de la segunda division, mas
como estas tropas murmuraban de que S. A. con toda la caballería marchaba á la




cabeza para salvarse y dejar la infantería comprometida, ordené siguiese esta por el
camino y que se fuera reuniendo la caballería de Lusitania, Constitucion y Húsares
al flanco derecho, debiendo abrir la retaguardia la de Almans3, escuadron de Madrid
y el del Rey. Verificado esto en parte, pues no pareció el escuadron de Madrid, ni el
del Rey. Á la cabeza de los tres regimientos dichos, seguí por la derecha de la infan-
tería para tomar su cabeza viniendo á mi lado el general Puerto, comandante gene-
ral de la caballería, quien me maniff'stó marchando que los jefes y oficiales le habian
dicho, que en el primer alto deseaban manifestarme que, si bien estaban prontos á
acompañar al regente hasta que quedase en seguridad, hecho esto, dehian mirar por
sus intereses en virtud de la situacion en que se encontraban los negocios públicos.
Le manifesté que el modo mejor de mirar por sus intereses era continuar fieles á
sus juramentos, porque de otro modo les harian cargos de no haber obrado por prin-
cipios militares sino por cálculo de quien ganaria y los despreciar ian por haberse pa-
sado cuando estaba casi decidida la ca usa en su favor. Las desigualdades del terreno
por donde transitábamos y el no haber vuelto la cara atrás, me impidió ver que la ca-
ballería toda hahia hecho alto, y sólo lo supe por unos oficiales que á nombre de ella
vinieron á dar parte al general Puerto de su resolucion de no seguir adelante, pidién-
dole volviese á ponerse á su cabeza. Estaba visto que esto era una cosa convenida
de antemano y que lo dicho á mí por el comandante general no tuvo otro objeto que
el indicármelo para sondearme. Le manifesté cuanto dehia y lo mismo á aquellos ofi-
ciales para que lo hiciesen conocer á los regimientos, así como el borron que caeria-
sobre ellos por exponer él el regente (ya adelantado con su escolta) él que cayese en
manos del enem igo. Quise yo m ismo hablar á aq L1ellos cuerpos, pero lo consideré inútil
y más cuando el mismo general Puerto me aconsejó que no lo hiciera porque él po-
dria conseguir más que yo. Le mandé que hiciese venir el mi lado á todos los jefes de
regimiento, y aunque me coloqué á. la vista de ellos, nadie vino, ni aun parte de
Puerto sobre la resolucion definitiva. Mientras le esperaba, mandé al brigadier Ibar
se me incorporase con su regimiento sin hablar con los demás, mas tampoco lo hizo,
y perdiéndose mucho tiempo mandé á mis ayudantes para saber la resolucion defini-
tiva de dicho gen~ral Puerto y del brigadier lbar, repitiéndoles cuanto convenia á su
hQnor, mas persistieron en no marchar y aún retrocedieron á Utrera. Mi escolta
misma, despues de mil protestas de que me acompaí1aria hasta Jerez, estimulada por
su comandante el honrado teniente Puy, á los doscientos pasos me dejó villanamente.
Mientras todo esto sucedia, la infantería continuaba en marcha, pero manifestando
sus deseos de retroceder, y como en aquel estado me era más perjudicial que útil, ma-
nifesté á sus generales y jefes consultasen su voluntad explícita para que sensibles á
los sentimientos del honor y del deber continuasen con lealtad y prontos á batirse, si
se presentaban enemigos, y en caso contrario que no siguiesen. Las fuerzas cortas y
heterogéneas de la segunda division que con trabajo se habian llevado hasta allí, re-
gresaron; lo mismo hicieron las del Rey y media hora despues bs de J ,uchana y com-
pañías de zapadores; de .modo que á las dos horas de Utrera no me aGompañaba un




-665 -
solo soldado de ningun arma, y sólo sí los generales, jefes y oficiales de Estado ma-
yor y ayudantes de campo y empleados de Hacienda militar. Así llegué á un cortijo
de las Torres de Alocar al mismo tiempo que S. A. el regente del reino salia de la Venta
con su escolta para Jerez. Allí permanecí dos horas para que los cahallos bebiesen y
comiesen un pienso, mientras el gran convoy (fiado tan solamente á un jefe de arti-
llería y á unos pocos artilleros) seguia sin detenerse su marcha á Jerez. Próximo á la
venta del Cuervo, á las tres de la tarde, se me dijo que S. A., dejando el camino real,
habia tomado el de Puerto Real con su esco.lta, y que habia facciosos en las Ventas y el
grueso en Lebrija. Pasamos, sin embargo, por ellas y á nadie encontramos, mas hora
y media despues me llegó el aviso de haber sido cortado el convoy por el enemigo,
al mismo tiempo que habian hecho prisioneros á unos cuantos oficiales de Zaragoza
que no quisieron seguir á su cuerpo, pero que los soltaron por algunos duros que
dieron, siendo sus aprehensores pertenecientes á tres compaí1ías de Jaen que acaba·
ban de llegar de Lebrija.


HIgnorando que S. A. hubiese entrado en Jerez, y si aquel pueblo y la tropa que allí
se encontraba se habrian pronunciado ya, adelanté al brigadier Martinez para que ad-
quiriese noticias, y éste volvió al camino anunciándome que se esperaba á Concha y
se aseguraba que para el efecto, tanto el Ayuntamiento como el general Gonzalez~
estaban ya de acuerdo con él, por 10 que corriamos gran riesgo en el pueblo. Sin em-
bargo, me aventuré á entrar en él, siendo preciso comiesen los caballos para conti-
nuar. Llegamos á las nue\'e de la noche, notándose agitacion, y una porcion de cu·
riosos nos acompañó á la casa donde me apeé, sin que las autoridades militares vi •.
niesen á presentárseme, y enseñándome un oficio del dia anterior de Concha al
Ayuntamiento, en que anunciando que el regente iria fugitivo, abandonado de todas.
sus fuerzas, por lo que él obraba para apoderarse de su persona y demás generales 'l
oficiales que le acompañahan, añadiéndole que si él no lo lograba, le mandaba lo pren-
diese el Ayuntamiento, así como á todos los demás. Esperando por momentos que
nos prendiesen impunemente ya unos ya otros, pues no contábamos ni con un fusil
ni con una lanza que nos defendiera, pasamos en Jerez hasta las doce y media de la
noche, y cuando ya habian salido á caballo los generales, jefes y oficiales que hasta
allí me habian acompañado y se me daba la noticia de que estaban entrando las fuer-
zas de Concha, vestido con ropa prestada de paisano me fuí á la plaza, que estaba
iluminada como las demás calles, y esperé me pusieran un coche, en el que me metí
acompañándome el brigadier Lasarte, y con el que llegué al Puerto de Santa María,
donde 'encontrando á S. A. el regente del reino, nos embarcamos juntos en el vapor
Bétis, saliendo de aquel rio él las tres y media de la madrugada de aquel dia 30.


"Ignoro la suerte que ha cabido en dicho dia á cuantos me acompañaron hasta
Jerez y salieron de aquella ciudad antes que yo, pero la voz pública los hace creer
prisioneros, así como á todos los criados, caballos y equipajes, cogidos sin pelear,
porque mal podria hacerlo quien no tenia fuerza que oponer.


"En el Bétis, antes de salir del Puerto de Santa l\Iaría entregué el mando de este




- 666-
ejército, esto es, del miserable resto que quedaba de él en la isla de Leon, al capitan
general del tercer distrito; pues de hecho habia cesado desde que de un modo tan es~
candaloso me negaron la obediencia las fuerzas que lo componian. En medio de
acontecimientos de que por fortuna ofrece pocos ejemplos la historia, se hace digna
de recomendacion la conducta noble y militar de los generales, jefes y oficiales que
han continuado hasta el último momento fieles á sus juramentos


»Dios guarde á V. E. muchos años.-A bordo del vapor Bétis, 30 de Julio de 1843.
-Excmo. señor.--El conde de Peracamps.-Es copia.-Peracamps.-Excmo. señor
secretario de Estado y del despacho de la Guerra.»


En 28 de Julio, el gobierno provisional dirigió una comunicacion al regente y al
general en jefe conde de Peracamps, en que los apercibia que, si continuaban las hos-
tilidades contra Sevilla, serian por este mero hecho declarados traidores á la patria,
así como los que obedecieran sus órdenes; mas cuando esta comunicacion llegó á Se-
villa, ya iban surcando los mares el regente y sus leales compañeros hé1cia la tierra de
la expatriacion á bordo del na\'Ío inglés .\1alabar, dirigiendo antes de ac03erse á la
sombra de una bandera extranjera, de~de el Bétis, una despedida á su ingrata patria
que por premio de tantos servicios permitía que una faccion condenase al destierro
al afortunado vencedor de los carlistas, al pacificador de EspaÍla, al elegido de la na-
cion, al ilustre ciudadano que habia sabido rechazar los halagos de una reina para
ser fiel á sus juramentos y al pendon de la libertad. Reproducimos aquí aquella senci-
lla y noble despedida.


},;fanifiesto de D. Baldomero Espartero d la nacioll.
«Acepté el cargo de regente del reino para afianzar la Constitucion y el trono de


la reina despues que la Providencia, coronando los nobles esfuerzos de los pueblos
los ha~ia salvado del despotismo. Como primer magistrado juré la ley fundamental,
jamás la quebranté ni aun para salvarla: sus enemigos han debido el triunfo á este
ciego respeto, pero yo nunca soy perjuro. Feliz en otras ocasiones, ví restablecido el
imperio de las leyes y aún esperé que en el dia señalado por la Constitucion entrega-
ria á la reina una monarquía tranquila dentro y respetada fuera. La nacion me daba
pruebas del aprecio que le merecian mis desvelos, y una ovacion continuada aun en
las poblaciones mismas en que la insurreccion había levantado la cabeza, me hacia
conocer su voluntad, á pesar del estado de agitacion de algunas capitales, á cuyos
mutos sólo estaba limitada la anarquía. 'Una insurreccion militar, que hasta carece
de pretexto, ha concluido la obra que muy pocos comenzaron, y abandonado de los
mismos que tantas veces conduje á la victoria, me veo en la necesidad de marchar á
tierr<J extraña, haciendo los más fervientes votos por la felicidad de mi querida patria.
A su justicia recomiendo á los que leales no han abandonado la causa legítima ni aun
en los momentos más críticos; el Estado tendrá siempre en ellos servidores decididos.


nA bordo del vapor Bétis á 30 de Julio de J843.-El duyue de la Victoria.»




Tambien quiso el regente cerrar su carrera con un acto de acatamiento á esa
Constitucion, que todos conculcaban á porfía, y puesto que no le era permitido salir
del reino sin la autorizacion de las Córtes, hizo una protesta contra la violencia que
le ponia en el caso de infringir el artículo 48 de la Constitucion (cláusula 4. a).


«D. Pedro Gomez de la Serna, ministro de la Gobernacion de la Península, encar-
gado del despacho del ministerio de Gracia y Justicia y en tal concepto notario ma-
yor de los reinos.


"Certifico: que en este dia y hora de las diez de la mañana, se ha hecho por el Sere-
nísimo Sr. D. Baldomero Espartero, conde de Luchana, duque de la Victoria y de
l\lorella, regente del reino, una protesta que extendida en el mismo acto es como
sigue:


» En el dia 30 de Julio de 1843 Y hora de las diez de la mañana, hallándose su alte~
za Sr. D. Baldomero Espartero, conde de Luchana, duque de la Victoria y de Morella,
regente del reino, en el vapor Bétis, en la bahía de Cádiz, y á su presencia el mariscal
de campo D. Agustin Nogueras, ministro de la Guerra; D. Pedro Gomez de la Serna,
ministro de la Gobernacion de la Península; el teniente general D. Antonio Van-
Halen, conde de Peracamps; los mariscales de campo, D. Francisco Linaje, D. Facun-
do Infante y D. Francisco Osorio; el brigadier D. Juan Lacarte; D. Salvador Valdés,
oficial del ministerio de la Guerra; D. Cipri8no Segundo Montesino, oficial del de la
Gobernacion de la Península y los coroneles, D. Ignacio Gurrea, D. Pedro Falcon y
D. Ventura Barcaistegui, dijo: que en el estado de insurreccion en que se hallaban
varias poblaciones de la monarquía y la defeccion del ejército y armada, le obligaban
á salir, sin permiso de las Córtes, del territorio español antes de llegar el plazo en
que con arreglo á la Constitucion debia CeS81' en el cargo de regente del reino; que
considerando no podia resignar el depósito de la autoridad real que le fué confiado
sino en la forma que la Constitucion permite, y de ningun modo entregarlo á los que
anticonstitucionalmente se erigieron en gobierno, protestaba de la manera más so-
lemne contra cuanto se hubiere hecho ó se hiciere opuesto á la Constitucion de la
monarq uía.


"Seguidamente previno S. A. que se extendiese acta de esta protesta por el minis-
tro de la Gobernacion de la Península, encargado del despacho de Gracia y Justicia,
y en tal concepto notario mayor de los reinos, y que por el mismo se certificasen y
autorizasen las copias que oportunamente deben pasar á las Córtes, sin perjuicio de
darle desde luego publicidad. Y para que conste firma S. A. esta acta original, con los
testigos presentes antes mencionados, en p:.1pei comun por no haberlo del sello cor-
respondiente.-El duque de la Victoría.-Agustin Nogueras-Pedro Gomez de la
Serna.-El conde de Peracamps.-Francisco Linaje.-Facundo Infante.-Francisco
Osorio.-J uan Lacarte.-Salvador Valdés. -Cipriano Segundo Montesino. -Ignacio
Gurrea.-Pedro Falcon.-Ventura Barcaistegui.-Como notario mayor de los reinos
Pedro GOI11CZ de la Serna.




- 668-
"Concuerda á la letra con el acta original de protesta á que me refiero y de órden


de S. A. doy esta copia certificada en papel comun por no haberlo del sello corres-
pondiente, á bordo del vapor español Bétis en la bahía de Cádiz á 30 deJulio de 1843.
--Pedro Gomez de la Serna.»


Nada menos provocador que esta protesta en el fondo yen la forma; no hacia más
que patentizar un hecho, el de la violencia que le obligaba á infringir un artículo de
la Constitucion; mas el furor ciego de los que ejercian el mando á nombre de la in-
surreccion, impuso al gobierno provisional el baldan eterno de firmar el siguiente
decreto.


«Ministerio de la Gobernacion de la Península. -Decreto.-La última prueba de
ceguedad y de ambician que ha dado D. Baldomero Espartero al dejar el territorio
español, obliga al gobierno provisional á que señale al nuevo pretendiente con la
marca de la execracion pública que el voto del país habia lanzado sobre él. No bas-
tando el bombardeo de ricas ciudades, ni la sLlstraccion de las arcas públicas, ni el pa-
tente designio de dejar entre nosotros gérmenes de subversion y de desórden, que si
bien es ineficaz y digno de desprecio ante un pueblo heróico, prueba el bclrbaro in-
tento de mantener á algunos españoles en la ilusion y el extravío; celoso el gobierno
de su propia dignidad y de la paz de la nacion que le ha proclamado, ha venido en
decretar lo siguiente:


Artículo único. Se declara á D. Baldomero Espartero y á cuantos han suscrito la
protesta de 30 de Julio último, privados de todos sus títulos, grados, empleos, hono-
res y condecoraciones.-Dado en Madrid á d) de Agosto de rR-+3.--Joaquin Mal'Ía
Lopez, presidente.-Mateo Miguel AyJlon.-Francisco Serrano.-Joaquin de Friás.
-Fermin Caballero.»


Celosos se decian de su propia dignidad los hombres que llegaron á firmar este do-
cumento. Si la legalidad de los partidos, si las vergonzosas pasiones que hierven en
una sociedad en disolucion, no explicasen los excesos que marcan ciertas épocas de
la historia, no se llegaria á comprender cómo hombres que de seguro no eran unos
malvados, que habian figurado los unos con esplendor en el Parlamento, con distin-
cían otros en la milicia; otros notados por su honradez ó por su nulidad, pudiesen
cargar con el peso de la responsabilidad de un acto en que la iniquidad lo dIsputa á lo
absurdo, y que indudablemente debió repugnar á sus conciencias, bien que su debi-
lidad les llevase á firmar un documento que salió sin duda del taller donde fué redac-
tado aquel otro, en que la sangre de la noble y heróica Milicia Nacional de Madrid fué
tachada de vil y traidora.


Quedará este decreto como uno de esos recuerdos funestos que oprimen el cora-
;lon sin descanso. ¿Con qué derecho el gobierno provisional despojaba generales, fun-
t;ionarios civiles de los títulos, grados y condecoraciones que habian ganado en los




- 669-
campos de batalla regados con su generosa sangre, ó adquiridos con sus serViCiOS y
af,mosos estudios? ¿Cuál era su crímen? El de haber asistido como testigos á un acto
legal, y constitucionalmente cumplido. ¿ Mas á qué discutir la demencia, llegando
esta hasta atacar la acrisolada pureza del regente achacándole una vil sustraccion de
fondos públicos?


En cuanto llegó á Lóndres la Gaceta que con tenia ese decreto, contestó cumplida-
mente en la parte de sustraccion de fondos el Sr. D. Celestino García Paredes en los
términos siguientes:


"Lóndres 29 de Agosto de 1843.-Muy Sres. mios: Ruego á Vds. se sirvan dar ca-
bida en su apreciable periódico al siguiente comunicado que con esta fecha dirijo á
la redaccion de la Gaceta de "\1adrid, en lo que les quedará reconocido su afectísimo
servidor Q. B. S. M.-Celestino García de Paredes.


))Sres. redactores de la Gaceta de A1adrid.-Muy Sres. mios: En la Gaceta del 17
de este mes se inserta un decreto fechado en el dia anterior, privando de todos sus
títulos, grados, empleos, honores y condecoraciones á cuantos han suscrito la pro-
testa de 30 de Julio último. En este decreto, entre otras cosas, se habla de sustraccion
de fondos públicos, que se atribuye á un alto personaje que por la Constitucion de
la monarquía es irresponsable acerca de la custodia é inversion de los caudales del
Estado. He guardado hasta ahora silencio, á pesar de que ya se habia dicho lo mismo
en el parte de un general, de donde lo tomaron los periódicos, porque sé que en cir ..
cunstancias semejantes suelen esparcirse estas voces sólo con objeto de fascinar al
pueblo; pero ya que hoy en un documento tan público, y oficial, no tienen inconve-
niente en asegurarlo los que se han puesto al frente de los negocios de la nacion,
creo que como ministro principal de Hacienda militar del cuartel de S. A., deho
decir:


)) 1.° Que no han existido otros fondos de que se haya podido disponer más que
los de la administracion que estaba á mi cargo y seguian al cuartel de S. A, únicos á
que puede aludirse.


»2. 0 QLle sólo se sacó de Madrid la cantidad de un millon quinientos mil rs., sin
que haya habido despues ingreso de ninguna especie.


))3. 0 Que con esta cantidad se ha atendido á los haberes y demás necesidades de
las tropas, y gastos urgentes de los demás ministerios.


/)4.° Que la inversion de toda la suma se ha hecho de la manera prefijada en los
reglamentos, instrucciones y órdenes del ministro de la Guerra.


))5.° Que ninguna órden se comunicó á la administracion militar sino por conduc-
to del ministro de la Guerra, bajo cuya inspeccion estaban los fondos, y que era el
responsable de su inHrsion.


))6. 0 Que los documentos justificativos fuéron remitidos á las oficinas generales
por mano del conductor-pagador, y que de ellos aparece la inversion de la cantidad
recibida.




-670 -
¡¡Queda, pues, demostrada la falsedad de la sustraccion de fondos con que se ha


querido manchar una alta 1"eputacion. En obsequio de la justicia y de la desgra-
cia, no duda que se servirán insertar en su periódico estas líneas su seguro servidor
Q. B. S. M.-Celestino García de Paredes.»


El gobierno provisional, avergonzado, quiso hacer frente al bochorno que le alcan-
zaba, haciendo que contestase á la aseveracion del Sr. Paredes, el intendente general
del ejército, Sr. Orlando; y cuanto dijo éste, vino á confirmar el aserto, pues resultaba
que en el momento del embarque quedaban en c;:¡ja 900.000 rs., que fuéron rep;:¡rtidos
por una órden del ministro de la Guerra á los gener;:¡les y jefes que se embarcaban, á
cuenta de los muchos atraso:; que se les debian, dando los competentes recibos para
un ajuste ulterior de cuentas.


Mas, ¿á qué maraviílarse de estas calumnias que en tiempos agitados se ven por dó
quiera? Cuando el general Buonaparte dejó el Egipto, el intendente de aquel ejército,
Poussielgue, escribió al Directorio que el general se habia llevado dos millones de


francos. «Hay que añadir, dice el Sr. Thiers~ de quien tomamos esta cita, para
»completar este cuadro de calumnias que Poussielgue habia sido colmado de benefi-
!lcios por el general Buonaparte; y éste, léjos de haber apurado la caja del ejército,
»ni siquiera habia tomado al embarcarse la totalidad de lo que le correspondia por
»su asignacion como general en jefe (1).» Para que el cotejo sea completo, cuando el
duque de la Victoria se embarcó, se le debia tambien por su asignacion como regen-
teyna cantidad respetable.


Andando el tiempo llegó el dia de una solemne repar;:¡cion de la calumnia nacida
en momentos de fatal obcecacion, con el fin de empañar una reputacion tan fuera
del alcance de tiros emponzoñados. Pública y autoriz;:¡d;:¡ fué la vindicacion provocada
en el Senado por el benemérito general D. Facundo Infante, y caballerosamente sos-
tenida por el duque de Valencia, á la sazon presidente del Consejo de ministros. Nin-
guna voz más autorizada que la suya, así por el puesto elevado que ocupaba, como
por haber sido el alma y el brazo de la insurreccion de 1843 contra el regente. La
cuestion oficial y solemnemente dirimida entre los acusadores del regente y la ver-
dad absoluta, es de sobrado interés para no reproducir aquí textualmente la sesion
del Senado del 3 de Enero de 185 I.


"Excmos. Sres. D. Facundo Infante y D. Joaquin María de Ferrer.-Nuestros es-
timados amigos: Hemos leido con ind'ignacion en el periódico francés intitulado
Asamblea Nacional, las especies calumniosas vertidas por el abogado general mon-
sieur Suin, contra el duque de la Victoria en un tribunal de Paris; y si bien la honra
de este hombre ilustre, que tan importantes y distinguidos servicios ha hecho á su
país, no está ni puede estar á merced de cualquiera que intente denigrarla, cumplia


(1) Thiers, Historia del Consulado, tomo 11., libro r., hatalla de Heliópolis.




-- 67 1 -
á la nuestra su vindicacion como amigos personales suyos, cOmo ministros sobre
todo, que hemos sido en la época de su regencia, y responsables ante la opinion y las
leyes de sus actos.


»Han sido Vds. intérpretes de nuestros sentimientos, aprovechando la primera se-
sion q'Je celebró el Senado des pues de la ocurrencia, para hacer, conforme á nues-
tros deseos, más pública la satisfaccion, y más solemne el desagravio. El modo de-
coroso, grave y terminante con que el Sr. Infante primero, y el Sr. Ferrer despues,
pidieron explicaciones al gobierno de S. M. sobre los principales puntos de la acusa-
cion, y la respuesta franca y satisfactoria en que el señor presidente del Consejo de
ministros, y el señor ministro de Estado, hicieron "er con referencia á datos positi-
vos, lo infundado, injusto y calumnioso de los cargos, han puesto la vindicacion en
su terreno propio, y dejado nuestra conciencia del todo satisfecha.


nAdhiriéndonos, pues, completamente á todo cuanto Vds. han dicho relativo á este
asunto de la ses ion del 3 del corriente, sólo nos resta felicitarles por el honor que
han tenido de cumplirde un modo tan público con un deber que era comode Vds., de
estos sus afectísimos amigosy servidores Q. S. M. B., Ah'aro Gomez, Manuel Corti-
na, el marqués de Rodil, Pedro Chacon, José Alonso, Andrés Camba, Ramon María
Calatrava, Antonio Gonzalez, Juan Alvarez y Mendizabal, Evaristo San Miguel, Dio-
nisio Capaz, Pedro Gomez de la Serna.-Madrid 8 de Enero de 185 [,»


Interpelacion hecha al ministerio en la sesion del3 de Enero de 1851 por los seño-
res senadores D. Facundo Infante y D. Joaquin lvlarÍa de Ferrer.


"El Sr. Infante: La interpelacion que pienso hacer, no es propIamente tal. Con
este motivo diré::Jl Senado que en mi larga carrera parlamentaria, nunca he hecho
interpelaciones; pero hay casos delicadísimos en que ningun hombre de bien puede
prescindir de hacer algunas preguntas que ataÍ1en á su honor. Por si los señores mi-
nistros tuviesen la bondad de contestar á mis preguntas, y para que su contestacion
sea tan categórica y precisa como yo deseo, me veo en la necesidad antes de formu-
larlas, de explicar algo del objeto que me obliga á llamar la atencion del Senado en
este momento.


»En un periódico francés (y diré antes que hace veinte dias por lo menos que de-
bia haber hecho esta interpelacion; pero la casualidad de no haber habido sesion en
el Senado es lo que me ha impedido hacerla hasta ahora), en un periódico francés,
titulado La Asamblea Nacional, el periodista dijo que el presidente de la república
francesa "habia mandado al Sr. de Persigny á Lóndres con el objeto de negociar un
empréstito en beneficio del presidente de aquella república, y con este fin someterse
ála voluntad de la Inglaterra y realizar el empréstito en su propio interés, en el inte-
rés del presidente; en lo que imitaria la conducta del duque de la Victona en Espa-
ña. Hasta aquí el periodista. No importaba nada que lo dijera, porque no tenia el
don de la infalibilidad, y porque con no hacerle caso ó contestándole con otro al"
tículo estaba concluido; pero hay algo mucho más grave que esto. El artículo fué de-




- 67 2 -
nunciado; se reuni6 el jurado, yel abogado general, agente del gobierno, dijo en su
acusacion cosas infinitamente más trascendentales; cosas que no titubearé en llamar
infames. Para conocer todo lo grave de esta cuestion, diré que el abogado general en
Francia, 6 el fiscal, como se llama entre nosotros, trató perfectamente al peri6dico
La Asamblea Nacional y á la Gaceta de Francia, que habian publicado lo que antes
he referido: los trató muy bien; pero para ejercer las funciones de fiscal, para hacer
la acusacion necesitaba hahlar con dureza, y como Ariosto se fué á la luna á buscar
el juicio de Orlando, el fiscal de imprenta se vino á España á buscar una víctima, y
de tal manera habló, señores, el abogado general, que el mismo periodista dice en
un número que tengo en la mano: "Dudamos por un momento si el acusado era el
duque de la Victoria.» "N osotros, aí1ade el periodista, ignoramos cuál sea el fallo que
dará la audiencia contra el general Espartero.» Y todavía añade, indignado sin duda
por lo que habia oido al fiscal, que no sabe qué será lo que dirá la historia de la acu-
sacion hecha contra el duque de la Victoria.


J)El fiscal francés que se jacta de decir que conoce la historia contemporánea, ¿igno-
raba que mientras fué regente el duque de la Victoria regia una Constitucion, y que
por ella era inviolable, y que los responsables eran sus ministros? Mucho ignorar es,
y hé aquí por qué varios senadores, ministros entonces, y yo el último de ellos, te-
nemos que justificar, no al duque de la Victoria, que ninguna responsabilidad tiene
en esto, sino á nuestra propia dignidad y honra, que es del Senado, porque seriamos
indignos de pertenecer á un cuerpo tan respetable, si hubiésemos sido capaces de ta-
les infamias, como las que ha dicho el fiscal francés.


llDicc, señores, el fiscal ó dice el periodista en seguida, que no sabe cómo juzgará
la historia las acusaciones hechas contra el duque de la Victoria. ¿Cómo ha de juzgar
de ellas?


»EI Sr. Pre5idente,' Me tomaré la libertad de interrumpir á S. S., pues tiene que
decir el gobierno de S. M. si contesta ó no en el acto. (El seJíor presidente del Con-
sejo de ministros dice que está dispuesto á contestar.) Puede S. S. continuar haciend.o
la ampliacion de la interpelacion, puesto que el gobierno está dispuesto á contestar
en el acto.


»EI Sr. Infante: Me encuentro tan afectado desde que leí ese inícuo libelo, como
propiamente se puede llamar, que no es estraño divague y no hable con el concierto
debido. Se dicen una porcion de falsedades é inexactitudes en el papel que tengo aquí,
y los señores senadores pueden yerlas cuando quieran, y verán que no hay en ellas
una sola palabra de verdad. No quiero molestar la atencion del Senado sobre nin-
guno de estos particulares: he traducido lo absolutamente preciso para llamar la aten-
cion de los señores ministros.


»Se dice que el duque de la Victoria acudió á empréstitos para satisfacer sus pasio-
nes, y que esos empréstitos los contrajo á nombre de la España en su solo y exclusivo
provecho, y añade que los contrajo con Inglaterra.


»Señores, si se tratase de españoles sólo, de personas de la alta categoría de los se-




- 6'73 -/
nadares, esto no significaria nada; pero no siendo así, deseo que cualquiera de los- se-
ñores ministros que están presentes, todos para mí muy respetables, deseo, digo, que
cualquiera de los señores ministros, y ~i es posible el señor presidente del Consejo,
diga claramente si ha tenido que pagar el gobierno español dividendes por emprés-
titos hechos durante la regencia del duque de la Victoria, ó si hay alguna noticia de
que le hayan he.:ho empréstitos ni siquiera de un duro, ni con Inglaterra ni con otro
país. A esto est;Í reducida la primera pregunta.


))Sigue despues diciendo el periodista, segun el fiscal: «Todavía no lo ~abeis todo;
á poco de la fuga de Espartero se supo que habid sustraido los fondos del Tesoro púo
blico.»


))La segunda pregunta que hago al gobierno, si hay algo de verdad en esto, pues yo
tengo aquí las cuentas exactas y precisas de cuanto, no el duque de la Victoria, sino
sus ministros, gastaron, y del dinero que se sacó de Madrid. ¿A cuánto creerán los
señores senadores que ascendió? A millon y medio de reales; y con esa cantidad se
mantuvo el ejército en el último momento, distribuida toda en la forma que despues
aprobó el gobierno de S. M., y no por órden del regente, sino por la de uno de sus
ministros; resultando tambien que, al embarcarse el duque de la Victoria, se le debia
un millon ciento y tantos mil reales .


.. Hay más, señores. El actual ministro de la G~lerra, que está presente, dió una
real órden para que fuera ajustado el duque de la Victoria, y esa órden se expidió
con fecha 21 de Enero del aí10 pasado. Las oficinas militares procedieron al ajuste,
yel ministro de la Guerra actual publicó la liquidacion con fecha 25 de Febrero de
aquel año, resultar,do que se debian al Duque sólo por su cualidad de .:apitan gene-
ral cuatrocientos setenta y seis mil reales devengados. Pero aún hay m:\s. Estdndo
todavía en Lóndres el duque de la Victoria, se le libLlrol1, á cuenta de lo que se le
debia, veinte mil duros. Resulta ademJ.s, que por otro ajuste de las oficinas militares
se le debian C0mo general en jefe del ejercito doscientos y tantos mil reales. Esto re·
sulta por las cuentas fehacientes y por los ajustes claros é indudables hechos por las
oficinas militares del ejército y aprobados por el gobierno: por consiguiente es falso,
absolutamente falso, que el duque de la Victoria sustrajese ni un solo maravedí de
las arcas públicas.


"No sé qué manera tiene de juzgar las cosas, y cómo juzga á todos los españoles
ese seí10r fiscal ó abogado general, porque sin duda de esos empréstitos de que habla
y de los rohos que supone, fuéron cómplices los ministros todos que ha habido des-
de 1843.acá) incluso el actual, pues han tenido muchas considerélciones con el hom-
bre que los hahia cometido. ¡Empréstitos, señoresl i Ignorante es aquel funcionario,
y más que iKnorante~ ¿ Pues qué, un ministro español puede hacer empréstitos sin
consentimiento de las Córtes y como si no existiera la Constitucion? ¿Y ese hombre
se atreve á formular unos cargos tan graves?


"Reasumiendo, seílOres, digo y ruego á los señores ministros tel1gan la bondad de
decir, primero, si en el tiempo de la regencia del duque de la Victoria se hicieron


+3




-674-
empréstitos con Inglaterra 6 con alguna otra nacion: segundo, si consta en alguna
parte que el general Espartero sustrajese fondos del Tesoro público .


.. El Sr. Ferrer: Pido la palabra sobre esta interpelacion, y ruego al señor presi-
dente del Consejo de ministros, que si se me concede se sirva escucharme, porque es
de grave importancia lo que tengo que decir .


.. El Sr. Presidente: Tiene V. S. la palabra .


.. El Sr. Ferrer: Señores, no es mi objeto, como ha dicho el Sr. Infante, hacer la
apología del señor duque de la Victoria, que colocado en la alta posicion en que se
encuentra, no necesita de mi débil apoyo para figurar dignamente en ella. Pero tra-
tándose del presidente que fué del ministerio- regencia, en el año de 1840, Y más
despues, regente único del reino, no puedo dejar pasar desapercibidos los infamantes
y calumniosos epítetos con que el abogado general, ó sea fiscal de la República fran-
cesa, Mr. Suin, ha querido gratuitamente mancillar el honor de aquel personaje, y
el de los ministros que formaron ambos gobiernos en las dos épocas á que se refieren
los hechos falsos que motivan esta interpelacion. En la primera época, ó sea la de la
regencia provisional, tuve la honra ó la desgracia de figurar como ministro de Estado,
y de desempeñar interinamente durante algunos meses el de Hacienda .


.. En este concepto puedo y debo decir con toda seguridad á la faz de la España y
del mundo todo, invocando como invoco para ello el testimonio Irrecusable é impar-
cial del actual ministerio, de que en la época á que me refiero no sólo no hubo se-
mejante empréstito hecho por el gobierno español en Inglaterra, pero tampoco en otro
país alguno de Europa .


.. Que tampoco es cierto que se tratase entonces de alterar los aranceles de las
aduanas de España, para beneficiar la introduccion en ella de los géneros ingleses,
en detrimento de los intereses de la industria, navegaclOn y comercio españoles. Lo
que hay de cierto, seÍ10res, es que á peticion del gobierno inglés fué cuestion de re-
novar el antiguo tratado de comercio y navegacion que existió entre Inglaterra y Es-
paña, para cuyo exámen fué nombrada una comision especial de senadores y diputa-
dos de que tuve el honor de hacer parte: que esta examinú detenidamente las bases
protmestas para aquel trataJo: que dió sobre él un largo y razonado dictámen, que
debe existir original en el archivo de Estado, y que adoptándolo el gobierno de S. M.
por la fuerza que hacia, fué desechado aquel proyecto de tratado.


»Que más adelante, esto es, en la regencia única del señor Duque, se redujeron las
pretensiones del gobierno inglés á la negociacion de un tratado particular, para que á
virtud de él pudieran introducirse en España, bajo ciertas condiciones, algunos de
los géneros ingleses de algodon; para cuya celebracion fuímos nombrados por el go-
bierno español el señor conde de Almodovar, entonces ministro de Estado, y el que
tiene el honor de dirigir en este momento la palabra al Senado, ministros plenipo-




tenciarios, y por parte del gobierno británico á su ministro plenipotenciario en esta
córte el honorable sir Arturo Astan.


»Que discutido este proyecto de tratado entre los plenipotenciarios durante algun
tiempo, lo que hay de cierto y verdadero es, que no habiéndose podido conciliar los
intereses de aquella nacion con los nuestros, de comun acuerdo fué desechada la idea
de llevarlo adelante, como se acredita del expediente referente á esta delicada mate-
ria que original obra en la secretaría de Estado, acompañado de los documentos cor-
respondientes á que me refiero en un todo, sin que me sea lícito en este momento
hacer uso alguno de los pormenores que moti\aron la divergencia.


»Referidos, pues, los hechos tal como pasaron en la parte de interpelacion que por
mi parte agrego <1 la del Sr. Infante, contando con el imparcial testimonio de los ac-
tuales señores consejeros de la Corona, me concretaré á tres preguntas, á saber:
1.a, si durante la época, así del ministerio-regencia, como de la única del señor duque
de la Victoria, consta al gobierno qut: se hubiese hecho empréstito alguno en Ingla-
terra ú otro país extranjero: 2. a, si en dicho período se hizo alteracion alguna en los
aranceles de aduanas: y 3. a , si se celebró con Inglaterra algun tratado general de co-
mercio, ó particular, para la admision en España de géneros de algodon ingleses.


»De la negativa de estas tres preguntas resultará necesariamente, que los hechos
imputados, ora sea á la regencia provisional de 1840, ú ora á la única del señor du-
que de la Victoria de que llevo hecha una mencion, fuéron una grave cquivocacion
padecida por parte del procurador general Mr. Suin, ó lo que es más creible, unagra-
tuita é Infame calumnia urdida por sus enemigos para difamarlo, así como á los mi-
nistros y consejeros responsables de aquellas épocas.


»El Sr. duque de Valencia (presidente del Consejo de ministros): Señores, me le-
vanto con mucho gusto á contestar las preguntas que me han dirigido los dignos se-
ñores senadores que han usado de la palabra en esta cuestion; y lo hago con tanta
más satisfaccion, cuanto que siempre la tengo en decir la verdad en apoyo de quien
la reclame, porque así convenga á la raza n y la justicia que le asista en cualquier ca-
so. Me es tamblen doblemente satisfactorio, porque se trata dc salvar el honor, de
salir á la defensa de un español, y particularmente de uno tan digno de considera-
cion por sus distinguidos servicios como el señor duque de la Victoria.


»La primera pregunta que me ha dirigido el Sr. Infante, es la de si consta que
h:1ya habido algun empréstito hecho por el gobierno en tiempo en que era regente
del reino el señor duque de la Victoria. Pocas palabras necesitaré para satisfacer
completamente á S. S., porque absolutamente ha habido empréstito alguno, y decla-
ro con mucho gusto, que han sido altamente calumniosas cuantas aseveraciones y
cargos se h'1n hecho sobre esto. Y debo decir, para satisfaccion del señor duque de
la Victoria, interesados como estamos, no sólo en su buen nombre, sino en el de los
dignos ministros que lo fuéron en su regencia, que es muy frecuente en el extranje-
ro equivocar las cosas de España, y sin datos para hablar de ellas, pintarlas con gra-




ves errores, presentando las personas con desmerecimiento de sus buenas cuali-
dades.


»No es sólo el duque de la Victoria quien se ha visto en este caso: á todos los mi-
nistros españoles ha sucedido lo mismo; y las personas que estamos aquí hemos te-
nido que hacer gestiones de otro género para rechazar cargos infundados y expresio-
nes malignas. Por consiguiente, quita mucho la gravedad de lo sucedido con el du-
que de la Victoria, el que haya en el extranjero esa ligereza y falta de datos para ha-
blar de cosas tan importantes y de españoles tan respetables. No consta, pues, que
haya habido empréstito alguno.


liLa segunda pregunta, es la de si se han extraido los fondos públicos de una mane-
ra no legítima. Señores, todo el manejo de fondos públicos, que hubo entonces, fué
legítimo, y para las necesidades de la nacion segun estaba legalmente dispuesto .


.. La tercera pregunta del seÍ10r senador Infante está reducida á si se habian ajusta-
do al señor duque de la Victoria los sueldos que le pertenecieron por el destino que
ejerció y por el tiempo que estuvo mandando el ejército como capitan general. Este
ajuste se hizo el 21 de Enero de 1848 y resultó debérsele al señor duque de la Vic-
toria una cantidad (le consideracion: no sé si se le ha abonado toda; pero sí sé que al
regresar de su emigracion se le abonó una gran cantidad y despues se le abonó
otra (1) .


.. Creo por consiguiente que el Sr. Infante quedará satisfecho con estas contesta-
ciones, que debo declarar están ajustadas enteramente á la verdad; y que no es nece-
sario hacer esfuerzo alguno por la buena voluntad que hay en el gobierno, para de
fender al duque de la Victoria, porque le defiende la verdad de los hechos .


.. El Sr. Infante: Señores, francamente hablando, no esperaba menos de la leal-
tad, franqueza, y diré tambien, españolismo del señor presidente del Consejo de mi-
nistros, así como de sus compañeros de ministerio. Tanto á mí como á los demás se-
nadores que fuimos ministros en aquella época, nos ha satisfecho completamente; y
en cuanto al periodista fran.:és que preguntaba: ¿qué dirá la historia? de hoy en ade-
lante sin vacilar dirá (y permítaseme esta pequeña digresion porque es relativa á un
hecho parecido al presente), dirá lo que ha dicho ya del intendente del ejército de
Egipto, cuando salió de allí el general Bonaparte. Creyendo el intendente que Bona-
parte seria apresado por los cruceros ingleses escribió al Directorio diciendo que el ge-
ral Bonaparte habia extra ido dos millones de francos, siendo así que no habia extrai-
do nada aquel general. La historia ha juzgado ya á aquel intendente, y el que quiera


(1) El señor duque de Valencia ha padecido en esto una involuntaria equivocacion, fundada acaso
en larealórden de25 de Febrero de 1848, pues el duque de la Victoria, y á cuenta de sus atrasos,
no ha recibido más que los veinte mil duros que se le libraron á Lóndres, siendo ministro de Ha-
cienda D. José Salamanca.


Hoy se le deben al expresado señor duque de la Victoria, como general en jefe y como regente
un millon ciento ochenta y tres mil nuevecientos noventa y dos reales.




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verlo lea el segundo tomo de la Historia de Mr. Thiers. Ahí tiene el abogado gene-
ral lo que dirá la historia de él: que es un calumniador; calificacion tanto más auto-
rizada despues de la<; palabras del señor presidente del Consejo de ministros.


"El señor marqués de Pidal (ministro de Estado): Sólo tengo que decir que las pre-
guntas que ha dirigido el Sr. Ferrer pueden contestarlas muchos, puesto que se refie-
ren él hechos públicos, y por lo tanto bien conocidos. Relativamente á lo que no es
público y que se refiere al tratado con Ingbterra sobre aranceles y algodones, no pue-
do decir más que lo poco que recuerdo, por haber leido el expediente, y que esto poco
está conforme con lo que ha dicho el Sr. Ferrer.


"El Sr Ferrer: Eso me basta; porque es una negacion de que haya habido relacio-
nes con Inglaterra que pudieran perjudicar los intereses de España.




CAPÍTULO XXX.


EL GOBIERNO PROVISIONAL.-SUS MANIFIESTOS y SUS ACTOS.


La causa del regente púdose considerar perdida en la jornada de Ardoz á manos de
uno de sus lugartenientes que allí sucumbió del modo más inesperado, sin que pue-
da ponerse en duda la lealtad, la honradez y el valor personal del general Seoane; mas
la causa de la libertad tenia en el país raíces sobradamente hondas para que pereciera
á embates de una soldadesca extraviada, si los hombres que proclamaron la insurrec-
cion hubieran sido capaces de un acto de energía hasta levantarse denodadamente
contra la reaccion que se enseñoreaba ufana y orgullosa. Mas engolfados en una vía
de perdicion, sir. valor cívico para salir de un abismo abierto por sus propias manos ,
los que formaban el gobierno provisional agacharon vergonzosamente la cabeza ante
el poder de un alfanje amenazador, aunque todavía impotente contra la libertad, y
renegando de sus antecedentes, allá se hicieron los editores responsables, los instru-
mentos dóciles de las venganzas que se les dictaban con la punta de un sable. A éste
se acogieron como protector del sacudimiento liheral que estaba pronto á estallar,
si el gobierno provisional le hubiera dado la señal. Puesto entre estos escollos, más
temió á los liberales que á los reaccionarios; se acogieron á su amparo, abdicaron
sus facultades, y sufrieron resignados el yugo que se les impuso. La debilidad que
implica la abjuracion de los principios que se han profesado, y que nos lleva á ser
los perseguidores de nuestros antiguos correligionarios, es la más fatal renuncia que
de sí mismos pueden hacer los hombres públicos: podrán y deberán las víctimas per-
donar, olvidar jamás.


Se instaló el gobierno provisional el 2.3 de Julio. El general N arvaez, promovido á
teniente general, fué tambien nombrado capitan general de Madrid, reasumió en sí
todo el poder de hecho, rué como 10 habia vaticinado la junta de Valencia la perso-
nificacion de la insurrecciono




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Madrid, la villa fiel, cuna de la revolucion de Setiembre, salvadora de la libertad


en el 7 de Octubre de 1841, su último baluarte en 1843, bien que abandonada por
todos, habia capitulado honrosamente, y vió con indecible dolor entrar en su recinto
como enemigo el ejército que un di::¡ antes saludaba y aclamaba libertador; venia
éste á las órdenes de jefes aún palpitantes de ira y sedientos de venganza. No tardó
en experimentarlo; la capitulacion fué indignamente violada la tarde misma de la
entrada de los que la habian firmado en el campo enemigo La Milicia Nacional,
cuya asistencia y permanencia estaha estipulada por el art. 3.°, fué disuelta venticua-
tro horas despues de firmada la capitulacion; y l\ladrid tuvo el dolor de que tamaña
mengua del honor y de la palabra sagrada la autorizaran dos hom bres que en varias
ocasiones hahian merecido d.=l vecindario de Madrid la honra de sentarse en el Ayun-
tamiento de la coronada villa y en los escanos del Congreso, los Sres. D. Joaquin
María Lopez y D. Fermin Caballero.


Espana debia su libertad y la reina su corona al heroismo de la Milicia Nacional de
Madrid. Un dia, un dia solo pudo D. Cc1rlOS ser rey; fué aquel en que presentándose
á la vista de la capital no halló para atajarle el paso al trono sino los nobles pechos
de los milicianos de Madrid. Si aquel dia los valtentes milicianos, á cuya exclusiva
guardia estaban la lihertad y la reina, no se presentan impávidos á repeler el Preten-
diente, D. Cárlos se ciñe la corona de Castilla, á lo menos algun tiempo; y ¡quién
sabe cuántas apostasías huhiera provocado su triunfo momentáneo para hacerlo du-
radero! D. Cárlos en 1837 y Narvaez en 1843, no hallaron para entrar en Madrid
más obst~1culo que la lealtad y el valor de los milicianos. Uno y otro tuvieron que
pararse ante las tapias de la capital defendida por su fiel vecindario. La sola diferen-
cia es, que en el primer caso acudió el general Espartero para batir los carlistas y
lanzarles de nuevo á sus guaridas de las Provincias Vascongadas: y en 1843, el eJér-
cito al mando del general Seoane, abandonó la causa que defendia Madrid.


Madrid debia expiar á un mismo tiempo su conSTante adhesion á la libertad siem-
pre manifestada en las elecciones, su iniciativa en el pronunciamiento de 1840, su re-
sistencia á la rebelion de 1841, Y su noble actitud en la crísis, cuyo objeto y fin habia
conocido un profundo tino y acertada prevision. La Milicia de Madrid que con sus
votos, sus servicios y su denuedo habian contribuido á estos sucesos, debia ser la
primera que sufriera la vengan1-a de los triunfadores. Su disolucion fué imperiosa-
mente exigida; á ella se oponia la reciente capitulacion, no importa; un primer acto
de deslealtad debía abrir la série de los infinitos desmanes que habiamos de ver. La
}lilicia Nacional fué disuelta.


Abierta la línea donde debian perecer una trás de otras todas las instituciones, en-
tróse en uno de esos períodos de la historia de una nacion en que se desarrolla una
anarquía sistematizada, en que la demencia ocupa un lugar preferente, Al recorrer
los actos de 1843, nos parece leer en Tácito los decretos de Tiberio y de Neron, in-
vocando siempre la salvacion de la república yel imperio de las leyes, cuando más
se entregaban á sus execrandos crímenes.




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. Tras de la Milicia, venia n como más criminales las corporaciones populares de la


capital, que siempre habian m3r~hado al frente de los ciulalanos armados. Disolver-
las era una necesidad, una consecuencia forzada de la disolucion de la MiLcia. Que el
gobierno provisional, haciendo las ,'eces de un gobierno legítimo, hallase en sus fa-
cultades legales esa resolucion contra el Ayuntamiento y la diputacion provincial,
sea; mas lo que no tenia derecho de hacer, era nom brar por sí y ante sí otro Ayun-
tamiento y otra diputacion, prerogatiya exdusiva de los electores en virtud de esa
Constitucion que se acababa de salYar. Los salvadores, que habian tenido á menos
respetar la cláusula 3. a de la capitulacion de .\1adrid, trataron con igual desden los
arts. 69 y 70 de la Constitucion salvada; y no contento con esta violacion de las leyes
y de la Constitucion, el gobierno provisional guiso tambien insultar la moral pública.
la verdad y el sentido comun, y dice en el preámbulo de su decrto, ('que hallándose el
Ayuntamiento en desacuerdo con la inmensa mayoría de los habitantes de i\ladrid,
"y sin autoridad á los ojos de todos, no podia llenar su encargo,» y respecto á la di-
putacion provincial, decia: "gue compromt"tida en los acontecimientos políticos de
,.la monarquía de resultas de la insurreccion gue habia salvado el trono y la Cons-
»titucion, no podia ya prestar los servicios que el país exigia.» La conclusion de este
verídico exordio era que el gobierno á pesar de sus deseos de reemplazar por los
medios legales esas dos corporaciones, no pudiéndolo hacer atendidas las circuns-
tancias, las nombraba de real órden.


A no estar renido con el sentido comun, parecia gue la deduccion lógica era la
conclusion contraria. Si estas dos corporaciones estaban, como lo aseguraba el go-
bierno, en desacuerdo con la mCl)~or[a de los h.1bit..-mles de la capital y de la provincia,
¿cómo no se acudia á esa mayoría para que reemplazase legalmente unas corporacio-
nes con quienes esta han en desacuerdo? Otra consecuencia dedujo el sábio gobierno
provisional; prescindió ,le mayoría y de minoría, y en 27 Y 30 d(~ Julio nombró un
Ayuntamiento y una diputacion provincial dando al traste con le s derechos consa-
grados por los arts. 69 y 70 de la Constitucion salvada.


No era sólo Madrid quien presenciaba e:itos atentados: hé aquí lo que el Sr. Fermin
Caballero, ministro de la Gobernacion del gobierno salvador, decia ante las Córtes.
((Habia Ayuntamientos nombrados por el gobierno, los habia que habian sido elegi~
»dos por las juntas, otros habian sido nombrados por las diputaciones provinciales,
"algunos habian recibido su investidura de autoridades militares, en otros puntos
»habian vuelto Ayuntamientos anteriores, algunos de 1 839, había Ayuntamientos
lIprocedentes de nuevas elecciones, otros-tenian algo de los diferentes orígenes que
»acabo de citar; lo mismo sucedia con las diput,lciones provinciales.»


Tal era el caos de anarquía en gue habian sumido al país los salvadores de la Cons-
titucion, y el gohierno salvador en el decreto en que disolvia las corporaciones popu-
lares de Madrid, llamaba á este eaos era llueva; nueva en efecto en el catálogo de la¡¡
aberraciones del entendimiento humano.


Ya lanzado en esa vía de ilegalidades el gobierno salvador no podia detener el paso.




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Como la Eleonora del poeta Bürger, una fuerza superior lo impelía y una voz ira-
cunda le gritaba adelante, adelante, los muertos no tienen espera. Habia borrado de la
Constitucion los arts. 69 y 70, tambien quitó el art. 9; habia disuelto Ayuntamien-
tos y diputaciones provinciales, disolvió tambien el Senado. Como en los decretos
para deshacerse del Ayuntamiento y diputacion de Madrid, en el que mandaba reno-
var por entero el Senado habia un preámbulo, especie de enigma ininteligible, para
cubrir un nuevo atentado. «Deseando, decia el gobierno salvador, reunir las Córtes
((del reino, expresion sincera de la voluntad de los pueblos y el mejor intérprete de
IlSUS creencias y de sus intereses, penetradó de las dificultades de vencer por otros
»medios los obstáculos que se oponen al buen acuerdo de las provincias sublevadas
Jlpara salvar el país y la reina; convencido que la situacion creada no podria dar los
Ilresultados que España desea con los elementos preparados para un anterior órden
¡,de cosas, el gobierno ha decretado: 1. 0 Que las Córtes generales del reino se reunan
»cn la capital de la monarquía el 15 de Octubre: 2. 0 Que se renueve el Senado por
¡¡entero.»


Entienda el que lo pueda este sonsonete de palabras vacías, ese baturrillo de frases
sin trabazon. Queda el hecho que se reduce á decir que el gobierno salvador no po-
dia administrar con Ayuntamientos y ¿iputaciones provinciales, producto de elec-
ciones libres é independientes y que tampoco podia gobernar con un Senado elegido
y renovado desde 1840.


El Senado en su mayoría, legítima y constitucionalmente renovado desde aquella
época, era alta y concienzudamente progresista; fiel á su orígen, á sus juramentos,
no habia creido que el más ó menos desacierto en los ministros á quienes nunca es-
caseó los consejos, las advertencias y á veces severas, fuese un motivo suficiente para
autorizar una insurreccion, tampoco quiso esa mayoría adherirse á la coalicion, cuyo
fatal resultado le fué fácil preveer. Era pues inevitable que aquella mayoría fuese
YÍctima de su fidelidad en una época en que la defeccion llegó á ser el mayor de los
méritos y el pedestal del ensalzamiento; mas otro crímen tenia tambien que expiar.


Tendrán nuestros lectores presente la protesta de la mayoría del Senado contra las
palabras de un ministro francés en la tribuna de Paris. El gobierno del Sr. Guizot
factor y protector de la insurreccion de 18-+3 debia querer tomarse una satisfaccion
de aquella patriótica mayoría que tan enérgicamente habia protestado contra la al-
tanería francesa, primeramente tomando la iniciativa en la cuestion Salvandy, y en
seguida rechazando en su mensaje la odiosa pretension de aquel gobierno de entro-
meterse. en nuestros asuntos interiores, Harto permitida nos será esta creencia,
al verle acreditar un encargado de negocios cerca del gobierno salvador, cuando
desde la despedida del Sr. Salvandy no tuvo ningun agente con carácter diplomá-
tico oficial; pues ninguno tuvo el señor duque de Glolksberg hasta que fué nom-
brado encargado de negocios despues del triunfo de la insurrecciono Sus creden-
ciales las presentó el 24 de Agosto. Á su vez el gobierno salvador se esmeró en dar
cruces al Sr. Lesseps, cónsul de Francia en Barcelona, alma y protector de la rehe-




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lion de aquella ciudad en 1842, y tambien al Sr. Gattier comandante del Meleagre,
cuya contestacion al comandante del vapor de guerra Isabel 11, hemos dado á cono-
cer. En vista de estos actos de recíproca satisfaccion por servicios prestados á la con-
tra-revolucion, se puede sin eq ui vocarse mucho creer que las exigencias de la Fran-
cia no fuéron extrañas á la disolucion del Senado, cuya mayoría tuvo la gloria de ser
considerada como un obstáculo invencible á la reaccion que se proponían realizar
propios y extraños.


El arto 73 de la Constitucion salvada tuvo la misma suerte que los artículos í 9,
69, 70, Y la cláusula 3. a de la capitulacion de Madrid. El gobierno salvador en 30 de
Julio mand:'> que se pagasen las contribuciones bien que no votadas por las Córtes.
Dos meses antes el regente, que queria destruir la Constitucion (estilo de la época),
habia declarado que atendida esa circunstancia misma de no haberlas votado en las
C6rtes, nadie tenia obligacion de pagar las contribuciones, mas el gohierno salvador
consultando una vez más la Constitucion salvada·dispuso lo contrario, y para que la
mofa fuese completa decia el ministro de Hacienda en el preámbulo de su decreto que
el pueblo se habia levantado contra un poder incompatible con el trono Y" la Consti-
tucion de 1837. En compensacion de estas palabrotas ridículas y nécias, se restable-
cian impuestos odiosos que el regente habia abolido.


La conciliacion iha al compis del respeto á la Constitucion, la Gaceta no daba
abasto diario á las listas de destitucion. Todo empleado que no habia tomado parte
en la insurrecr.ion era desapiadadamente expulsado, los generales fieles á la causa
constitucional, salian desterrados de Madrid, y el Sr. Lopez jefe nominal del gobier-
no salvador que como diputado en las Córtes de 1842, echaba en cara á los ministros
de entonces el delito de haber prudente y sábiamente conservado en sus destinos em-
pleados oscuros por ser de opinion no progresista, entregaba todos los mandos mi-
litares á los jefes del bando reaccionario, y sabido es que en aquella reaccion el poder
militar todo lo tenia supeditado.


El Tribunal Supremo de Justicia, compuesto de magistrados encanecidos en el
ejercicio de las funciones judiciales, y en las luchas parlamentarias desde que se
abrieron las Córtes en Cádiz, no podia menos de merecer el ódio y la venga nza del
partido reaccionario de que era editor responsable el gobierno salvador. Es muy
cierto tambien que la mayoría de aquel Tribunal se negóá reconocer la legitimidad
del gobierno salvador, declarándose sus indivíduos prontos á administrar justicia bajo
un poder de hecho, y á reconocer la soberanía nacional expresada de un modo aten-
dible, lo que no podian admitir en el hecho de una insurreccion; que fieles á sus ju-
ramentos no podian reconocer por legítimo un gobierno creado sin ninguna de las
condiciones que indicaba la Constitucion jurada. Diez fuéron los magistrados que
con su digno presidente firmaron aquel acuerdo: al momento fuéron separados y
despojados de sus togas y sin que valiera á los cuatro magistrados que no lo firmaron
su docilidad, á poco tiempo fuéron igualmente exonerados.


El venerable Sr. D. Agustín Argüelles, nombrado por las Córtes tutor de S. M. y




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de S. A., hizo renuncia del cargo que habia merecido de la confianza de los represen-
tantes de la nacion y el gobierno salvador le dió por sucesor al señor duque de Bailén
sin atenerse al arto 60 de la Constitucion.


El intendente de Palacio, el Sr. D. Martin de los Heros, siguió en su retiro al señor
D. Agustin Argüelles. La administracion de esos dos ilustres varones reemplazando la
de D.- María Cristina fué un dechado de moralidad, dando cada año cuenta pública de
la inversion de los fondos destinados á los gastos de una corona llevada por una niña.
No sólo fué moral, bien entendida, sometida al exámen público; mas fué gratuita
por parte del tutor y del intendente. A los pocos meses de haber cesado en el cargo
de tutor, falleció el ilustre orador, el benemérito patriota, el Vir bonus, abandonando
á sus admiradores y á sus amigos el cuidado de proveer á sus exequias por no haber
dejado lo suficiente para el gasto de su entierro. Así acabó su gloriosa vida consagra-
da por entero á la defensa de la libertad, entre los ayes de esa libertad expirante á
manos de una reaccion bárbara é implacable ... Salian sus despojos mortales hácia su
última morada, en el dia y en la hora en que por otro punto entraba triunfante doña
María Cristina de Borbon. Incomprensible coincidencia que pintaba elocuentemente
la verdadera situacion de Madrid. La libertad simbolizada en uno de sus más preclaros
campeones, yacia y ertaen el ataud de D. Agustin, la reaccion se enseñoreaba altanera
y osada, sus jefes recogian el fruto de sus desvelos. Todo Madrid seguia el féretro del
ciudadano, mientras atravesaba D.a María Cristina las calles solitarias de la capital.
En la Sacramental, la tristeza, el dolor, el llanto; en Palacio la risa, la algazara.


Este fué el contraste que ofreció Madrid aquel infausto dia.
La noble y digna viuda del general Mina tambien se alejó de los umbrales de Pala-


cio, á donde la habia llevado más que el aprecio del tutor, laaclamacion pública, que
señaló para aya de las reales huérfanas á la señora de más altas virtudes de toda Es-
paña. La voz pública raras veces se equivoca, mas al indicar la condesa de Mina
como la más digna de presidir á la educacion de S. M. y de su hermana, dió una
prueba de que en España la virtud es todavía un faro que atrae la vista de todos.


Seis días habian trascurrido desde que sobre España pesaba una dictadura militar
liberticida, cuanlo el gobierno salvador tuvo á bien dirigir su voz trémula y balbu-
ciente á la nacion, para explicar su orígen y de qué manos habia recibido su inves-
tidura. Cuanto habia hecho antes de su manifiesto, cuanto hizo despues, son otros
tantos actos contrarios á las palabras que dirigia á la nacion. Hé aquí su manifiesto:


El gobierno á la nacion.
"El gobierno, despues de haber adoptado las primeras y más urgentes medidas


que pudieran asegurar y consolidar la obra de los pueblos, cree llegado el momento
de dirigirles su voz para justificar su orígen, definir su verdadera naturaleza y tra-
zar la marcha que se propone seguir; los grandes acontecimientos deben ser bien
explicados para que nunca la impostura aspire á desfigurar su índole ni la malicia
á eludir sus consecuencias.




»Alzadas las provincias de la monarquía en su mayor parte contra el poder que
existia, las juntas de salvacion de Barcelona y Valencia llamaron á regir el Estado á
los indivíduos que formaban el Gabinete de 9 de Mayo último, y las demás se apre-
suraron á ratificar este acuerdo tan pronto como de él pudieron tener noticia. Este
asentimiento general es el título más decisivo que en su favor puede tener un go-
bierno, y poco importaria decir hoy que el poder que ejerce el actual ministerio no
se deriva del nombramiento del ex-regente, cuando este no fué sino la hechura de la
voluntad general, principal elemento sobre el que en los países libres reposa todo
mando, toda obediencia. La posicion, pues, del Gabinete actual podrá ser anómala,
puesto que no tenia este carácter al quedar vacante la regencia, en cuyo caso la hu-
biera sustituido provisionalmente, con arreglo á la Constitucion; pero él ejerce una
autoridad de que lo han revestido los pueblos y su mision es la más elevada, puesto
que los pueblos son el orígen y la fuente de toda autoridad constituida. Las provin-
cias empeñadas en una lucha noble han querido centralizar la accion; han hablado:
los indivíduos que forman el gobierno las han obedecido y ninguno sin ser rebelde
las puede resistir.


"Esta verdad de hecho que demuestra la legitimidad del gobierno que hoy rige los
destinos de la nacion, le señala tambien la pauta de conducta de que ni su honor, ni
sus principios le permiten separarse. Nacido en momentos de agitacion y de peligro~
llamado á arrostrar la situacion y á salvarla, salvar la situacion, las instituciones y el
trono, es el exclusivo mandato que ha recibido; y al logro de este importante objeto
se dirigirán todos sus pasos.


"Los principios políticos de los actuales ministros quedaron explícitamente consig-
nados, cuando formaban el Gabinete de 9 de Mayo. Aquel programa será exactamen-
te cumplido, conciliándolo, en cuanto posible sea, con el instinto de salvacion que
ha dado impulso al levantamiento de los pueblos. La justicia y la concordia entre
todos los buenos españoles afianzar2n la confianza y estrecharán el lauro que feliz-
mente nos une. N o habrá reacciones de ninguna especie; el gobierno mandará y con
inflexible energía y contando con la fuerza que le da el voto público, hará que se
ejecuten con rapidez sus determinaciones. Sus indivíduos quedarán satisfechos en
su conciencia, si al reunirse las Córtes, que se conyocarán sin tardanza y para el más
corto plazo posible, pueden decirles al presentar sus actos: "Recibimos un encargo
»espinoso, pero vencidas están todas las dificultades: la voluntad nacional qutdará
llcumplida: la Constitucion y la reina se han salvado de los riesgos que hacia n temer
"por tan caros objetos, y la Españ;:¡ con'tan noble conducta ha adquirido nuevos tí-
"tulos á la consideracion de las naciones civilizadas.,,-Joaquin María Lopez, minis-
tro de Gracia y Justicia y presidente del Consejo.-Joaquin de Frias, ministro de
Marina y encargado del ministerio de Estado.-Francisco Serrano, ministro de la
Guerra.-Mateo Miguel Aillon, ministro de Hacienda.-Fermin Caballero, ministro
~ie la Gobernacion de la Península."




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Árdua empresa seria analizar este documento incoherente, sin un pensamiento pú-


blico, sin una idea filosófica, sin un principio de gobierno. Lo único que descuella en
ese neologismo de frases huecas es la monótona y cansada repeticion de una innoble
y estúpida calumnia sobre los peligros que corrian la reina y la Constitucion en tiem-
po del regente. Cuando se quiere volcar un gobierno, es sabido que lo primero es
calumniarle para extraviar la opinion pública; mas esta arma alevosa de los par-
tidos suelen desecharla los gobiernos llamados á regularizar la victoria. El gobierno
saLvador de 1843, que día por dia llevaba una mano sacrílega sobre la Constitucion
salvada, no tuvo bastante respeto de s~ mismo, de los demás y de la verdad para re-
sistir á las pésimas pasiones que le rodeaban y para remediar el lenguaje calumnia-
dor de los partidos. Mas sin pararnos á señalar las tachas de este documento, que
son tantas como las palabras que encierra, resulta de su texto que el gobierno salva-
dor debia su existencia al decreto de la junta de Sahadell, fecha 28 de Junio; y á pe-
sar de esta conf~sion solemne, pronto le verémos bomhardear Barcelona por recla-
mar esta el cumplimiento de aquel decreto. De manera que el gobierno salvador, re-
conociendo paladinamente que no sacaba su investidura de la Constitucion, y no res-
petando el decreto que proclamaba ser orígen de su poder, fué doblemente usurpa-
dor' doblemente intruso, doblemente infiel á la Constitucion y al pronunciamiento.


Ni podia ser otra cosa en cuanto la suerte del país fué entregada á los azares de
una insurreccion; y en cuanto ésta se entregó á militares proclamados un año antes
enemigos de la Constitucion, por los hombres mismos que á ella se entregaban fal-
tos de la fuerza moral que dan el título de representantes de la nacion, y el respeto á
las leyes y á la Constitucion jurada. Impotentes, sin prestigio, sin amparo, desarma-
dos, ya no fuéron más que las ruedas subalternas de una máquina, cuya fuena mo-
triz estuvo un momento en las juntas, pasando luego á manos de una dictadura
militar de la peor especie. Entonces vimos á los hombres que más habian anatema-
tizado los estados de sitio y los bombardeos sobrepujar en violencia y en el empleo
de esos medios de represion á los que tanto habian censurado; con esta diferencia,
que estos lo habian usado para sofocar una rebelion contra las leyes y la Constitu-
cion, mientras ellos las empleaban contra la junta y los principios que decian públi-
camente haberlos dado vida y sér como gobierno; esto es, cumplian un parricidio po-
lítico y lo confesaban.


Los actos todos del gobierno salvador llevaban el sello de la reaccion y de la ven-
ganza que desbordaba por dó quiera; y á pesar de este carácter tan manifiesto de re ~
accion, no habia un decreto sin que el preámbulo no fuese atestado de innobles in-
sultos al gobierno de la regencia, encarnizamiento que tenia tanto de odioso como
de ridículo. Se hablaba de respeto imiolable á la libertad de imprenta, que decíase
habia conculcado el gobierno anterior, y Madrid presenciaba el atentado de militares
que impunemente se introducian en casa de los periodistas, rompiendo las prensas.
Las palabras tolerancia y union estaban á la órden del dia, y se desterraba de Madrid
y de las capitales de provincias sin más motivo que el capricho de los que mandaban.




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Se predicaba de contínuo la disciplina y la subordinacion á las tropas, y se daba con
un decreto de 21 de Agosto por premio de la indisciplina y de la rebelion un grado á
todos los que habian desertado de su bandera para pasarse á la insurreccion desde
el 23 de Mayo hasta el 23 de Julio, contando desde el cabo al teniente coronel: á los
soldados se les rebajaba dos años de servicio. En cuanto á los coroneles y generales,
el gobierno salvador se reservaba premiarles más adelante; las tropas del general
Seoane y la armada recibian igual gracia. "Esta recompensa, decia el decreto, es la
mayor de que hay memoria en España, y tal vez en Europa». Es muy cierto; duda-
mos que haya ejemplo de igual demencia en los anales militares de ninguna nacion.


Mas no tardó este decreto en producir sus efectos naturales. A los ocho dias de ha-
berse publicado vió Madrid un cruento sacrificio, efecto de un acto de indisciplina,
provocado por esas excitaciones á la rebelion en apoyo de la insurrecciono Hallán-
dose en Tárrega el ministro universal, el general Serrano, dió en 7 de Julio un de-
creto prometiendo el licenciamiento de las clases de 1838, aliciente dado á la in su-
bordinacion. El regimiento del Príncipe se hallaba de guarnicion en Madrid; en
Agosto recibió la órden de marchar á Pamplona; los soldados de 1838 que contaban
con sus licencias prometidas, las pidieron antes de marchar á provincias muy distan-
tes de sus pueblos, para no tener que hacer dos veces el camino. Sus representaciones
fuéron desoidas; entre la promesa dada y el cumplimiento de la palabra empeñada~
habia mediado el triunfo debido á la indisciplina halagada. Algunos de estos desgra-
ciados se sublevaron é hirieron á sus oficiales en la reyerta. Vencidos, se les mandó
diezmar sin más forma de proceso que la justicia sumaria, que no da tregua á la ira
ni plazo á la venganza. Madrid supo la falta y el suplicio de aquellos desgraciados á
un mismo tiempo, pagando con sus vidas lo que pocos dias antes se les predicaba
como un acto de heroismo. El 29 de Agosto fué un dia de luto para Madrid, horro-
rizado con la sangre vertida y condenado á leer la siguiente alocucion del general
Narvaez:


"Soldados: Vuestro honor nunca se empañará. Los il~sos que fuéron seduci-
dos, haciéndose indignos de vestir nuestro glorioso uniforme, han vertido ya su san-
gre: esa sangre era del ejército, y los traidores que la han hecho verter no han osado
presentarse á pecho descubierto. Nosotros los buscarémos, y cayendo sobre sus cul-
pables cabezas la cuchilla de la ley, correrá la sangre de ellos para que no vuelva á
correr la vuestra, y así afianzarémos para siempre el trono y la libertad.


»Soldados: La patria cuenta con vosotros, y todo lo espera de vuestra decision y de
vuestra lealtad. Soldados: ¡Viva la reina! ¡Viva la Constitucion! ¡Viva el ejército es-
pañol! ¡ Mueran los traidores!!!»


Así hablaba el jefe militar que debia su triunfo á la insubordinacion de las
tropas.


La reaccion eliminando del ejército todos los oficiales progresistas constitucionales




ó que volvian en s! del extravío en que habian incurrido, el gobierno salvador di6
en 24de Agosto un decreto que reintegraha en sus gradosá los oficiales procedentes del
Convenio de Vergara, que por haber tomado parte en la rebelion de Octubre de 1841
habian sido separados de las filas; prueba bien manifiesta, del enlace de la insurrec-
cíon de 1843 con la de 1841. Más tarde diferentes decretos han ido ensanchando in-
definidamente el Convenio de Vergara, dando ascenso en el ejército á todos los que
del campo de D. Cárlos han querido venir á el de Isabel 11, siendo preferidos á los
que habian vertido su sangre para salvar el trono de la reina y asegurar la lihertad
de España.


En épocas como la que describimos se presentan hechos que parecen como confe-
siones involuntarias arrancadas por una fuerza sobrenatural. Uno de estos hechos
fué el decreto del gobierno sdlvador mandando alterar la bandera nacional, y quitar á
los regimientos sus estandartes particulares. ¿Qué motivo habia para alterar los co-
lores de esa bandera gloriosa, rejuvenecida en la guerra santa de la Independencia y
en la última contra D. CirIos? ¿Era acaso que el gobierno salvador reconocia que ha-
bia perdido algo de su lustre y esplendor separándose el ejército de la causa de la
libertad en la última insurreccion? Sea cual fuere el motivo que tuvo el gobierno sal-
vador para dar ese decreto, es cuando menos raro que en el momento mismo que se
recompensa una insurreccion en los militares que á ella se adhirieron, como nunca
se premió ninguna insurreccion (palabras del decreto), se altera la bandera nacional.


Tras de lo triste, de lo doloroso, de lo incomprensible venia lo ridículo y lo cha-
"acano. Diéronse los nombres más pomposos y altisonantes á muchos pueblos y
ciudades por su heroicidad en la insurrecciono Sevilla recibió el tImbre de invencible
(ya se vió lo que fué el ataque), Granada el de heróica (nadie la atacó), Málaga la
siempre valiente, la primera en los peligros de la libertad, Teruel el de la muy
noble, muy fiel y muy victoriosa, Cuenca el de la intrépida. Con estas puerilidades
se trataba de dar á la insurreccion un carácter de lucha esforzada, cuando como se
ha visto, la mayor parte de esos pueblos no tuvieron que oponer más que una resis-
tencia pasiva á los medios insignificantes de ataque de que disponían sus contrarios.


U na de las mil bufonadas de aquella época de delirio fué la de celebrar el ani-
versario del pronunciamiento del 1.° de Setiembre, cuando una espantosa reaccion
contra ese pronunciamiento expulsaba, proscribia, desterraba á los que lo habian he-
cho, y anonadaba todas las consecuencias de aquel pronunciamiento. Presidia la fun-
cion un Ayuntamiento intruso é ilegal.


En el turbion de tantas calamidades, de tantos escándalos, asomaba á lo léjos nue .
va llamarada de guerra civil en la cuna misma de la insurreccion, contra la cual se
levantaba otra nueva. La adhesion de Barcelona al movimiento de Mayo fué la que
le dió vida; así lo reconocia en su manifiesto el gobierno salvador tomando su orígen
en el programa de la junta de Sabadell, aceptado por el ministro universal creado
por aquella junta.


La proclamacion de una junta central hecha por catalanes era una novedad repara-




-688-
ble, pues era contraria á las tendencias tradicionales de aquellas provincias, poco
adictas al poder unitario; habia tambien algo de esencialmente revolucionario en la
creacion de un poder excepcional fuera de la Constitucion. La junta catalana tuvo,
hay que hacerla esta justicia, el instinto de un movimiento revolucionario, dando
la democracia un paso más avanzado que el precepto monárquico constitucional;
mas le faltó la audacia, el genio que salvan las revoluciones, y entregó la realizacion
de un pensamiento revolucionario á las manos menos á propósito para llevarlo á
efecto: pudo dominar la insurreccion que le debia el triunfo, y en vez de esto se dejó
dominar. Nunca mejor que en la insurreccion de Barcelona ha recibido más propia
aplicacion aquel título de uno de nuestros sainetes: De fuera vendrá quien de casa
nos echará.


Los actos del gohierno salvador daban harto á conocer á la junta de Barcelona que
los hombres, que habia tan imprudentemente encumbrado, repudiaban desdeñosa-
mente cuanto habían aceptado cumplir. Para rastrearse por un camino de reaccion
contra-revolucionaria, el 29 de Julio la junta dirigió al gobierno un manifiesto con el
fin de recordarle su orígen, y exigirle el cumplimiento de sus compromisos. En l.·
de Agosto la diputacion provincial hizo otro tanto y en términos más explícitos y
más enérgicos, pero los ministros tuvieron á menos los avisos de las corporaciones
que los habian levantado del polvo; otros amos les apuraban más de cerca. Concul-
cando por una parte el programa de su investidura y violando por otra la Constitu-
cion, convocaron las Córtes, mandando renovar por entero el Senado; despechada la
junta, protestó contra la convocacion de las Córtes, y en un manifiesto, fecha 6 de
Agosto, declaraba que los ministros nombrados por ella faltaban á SllS palabras, pe-
dia la convocacion de una junta central, tachando de nulas y de ilegales las Córtes
llamadas, atendido el menosprecio del gobierno respecto al arto I9, que no permitia
la renovacion del Senado sino por terceras partes. Esa protesta y manifiesto los
presentaron diputaciones enviadas por la junta.


Mas los que formaban el gobierno nominal, supeditados por el bando contra-revo-
lucionario y amenazados por la fuerza militar, en realidad no tenian ni voluntad pro-
pia ni pensamiento que fuese suyo; meros instrumentos de una faccion, á esta obe-
decian rendidamente. Apercibidos de dar una órden que acabara con los brios de las
juntas y más con los de la junta central, salió un decreto declarando las juntas mera-
mente auxiliares; estas, por obediencia tradicional, abdicaron su poder, y hasta la de
Barcelona apareció de pronto tan sumisa como las demás, cuando allá llegó la órden en
12 de Agosto. Mas al dia siguiente I3 salió una protesta contra el decreto venido de
Madrid y apareció en las calles un gentío numerosísimo, llevando una bandera con
el lema de junta central: era un pendon de guerra. El capitan general Arbuthnol, des-
armó por sorpresa el primer batallon de voluntarios, mas todos corren á las armas: el
primer batallo n recobró luego lél,s suyas y se hizo dueño de Atarazanas; el capitan
general se refugió en la ciudadela, declarando que sostendria á todo trance las ór-
denes del gobierno.




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689 ---
Sobrecogido este con las noticias de Barcelona, despacha en posta al brigadier Prim,


contando con la popularidad é influjo de este para con sus paisanos. Llegó el briga-
dier Prim á Barcelona entregada á la más viva efervescencia, quiso penetrar en Ata-
raZ::lnas cuya entrada le fué· negada y se acogió á la ciudadela de donde dirigió á los
habitantes una proclama en términos pacíticos. Esta provocó una reunion en que se
discutieron los medios de restablecer el órden y la armonía. Compusieron esta reu-
nion indivíduos de la junta de la diputacion ~provincial, del Ayuntamiento, coman·
dantes de la lVlilicia y personas notables del vecindario: debates acalorados precedie-
ron á la resolucion que por último vino á acordarse. Se determinó que saldria una
comision para Madrid encargada de pedir al gobierno: r. ° El relevo del capitan ge-
necal Arbuthnal, reemplazándolo el brigadier Prim, cuyo lugar vendria á ocupar
el brigadier Ameller. 2.° La reunion de una junta central, y cuando menos Córtes
Constituyentes. 3.° La sancion de todos los actos de la junta.


Salió la comision de Barcelona en la noche del 23 al 24 de Agosto, y el 27 entre-
garon álos minist1'os el documento que tenian encargo de presentarles. ¿Mas qué po-
der, ni qué facultades cabian en esos ministros para acceder á las reclamaciones de
Barcelona, aun en el caso de haber querido mostrarse fieles á lo que habian confesado
pública y solemnemente ser orígen de su investidura, y cumplir los compromisos
que les imponia? Sin íé, sin energía,. sin voluntad propia, nada podian, ni nada que-
rian, sino vivir amparados de la reaccion de que eran instrumentos pasivos. En las
conferencias que tuvieron los ministros, no pudieron negar la justicia y el fundamen-
to de las reclamaciones, y menos otorgar lo que se les peJia; eludieron toda respuesta
positiva y los comisionados, que hora por hora remitian á sus comitentes las impre-
siones que recibian de la indecision de los ministros, exaltaban con sus partes los
ánimos en Barcelona. Desde 1 uego se pudo calcular por las primeras comunicaciones
de los comisionados que nada conseguirian, y de esta conviccion se desprendia la
inevitable consecuencia de un rompimiento violento.


Se celebraba en Barcelona el aniversario del pronunciamiento del r. o de Setiemb1'e
de r840, funcion á la cual concu1'ria mucha gente. En medio del alborozo de aquel
dia, en una de esas reuniones que preceden siempre las fuertes conmociones popu-
lares, indivíduos del Ayuntamiento leyeron á la gente congregada la correspondencia
de los comisionados desde Madrid en que anunciaban la inutilidad de sus gestiones,
y su vuelta :i Barcelona convencidos que mayor demora en la capital de nada serviria.
Violento fu.: el arrebato de aquella gente que de soberana que habia sido, pasaba á
ser despreciada por aquellos mismos que habia ensalzado al poder. Reunida la Mili-
cia, el brigadier Prim la arengó siendo contestadas sus palabras con un grito general
de viva ¡ajunta centtal. Á pesar de tantos elementos de disturbios pasó aquel dia s'in
mayor alteracion, cuando en aquella misma noche el comandante Riera con el ter.cer
batallo n de francos, cuyo licenciamiento estaba mandado practicar, penetra por un
boquete del muro del recinto, ocupa la plaza de la Constitucion, se fortifica en ella,
saca artillería de Atarazanas y se prepara á una lucha sangrienta si fuese necesario.


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Al rayar el dia, ya se 1eia en (todas las esquinas de los puntos más concurridos un


manifiesto dirigido á los liberales de toda la nacion, y una proclama del Sr. D. Juan
Castells, indivíduo que habia sido de la junta de Sabadell, y de uno de los comisiona-
dos que desde Madrid acababa de regresar. En uno y otro de esos documentos se enu-
meraban las acusaciones contra el gobierno salvador de Madrid y se afeaba su defec-
cional programa que habia aceptado en Junio y que repudiaba ahora. La conclusion
de ambos documentos era pedir la junta central. Los oficiales del batallan de Riera á
su vez publicaron un manifiesto, en que en el lenguaje más violento acusaban al go-
bierno provisional de los mayores atentados. El capitan general interino Avallc, no
quiso permanecer silencioso, allá lanzó su perorata amenazando á los centralistas, ca-
lificándoles de rebeldes, y anunciando que estaba pronto á la pelea. Pocas horas ha-
bian mediado desde este primer acto, cuando Barcelona ofrecia la vista de un campa-
mento; por dó quiera tocaban cajas, los milicianos corrian con las armas en la mano
á ocupar los puntos que les eran destinados y las tropas y las autoridades corrian á
refugiarse en la ciudadela. De este tumulto popular salió improvisada una junta, que
llamó al pueblo á elegir otra junta que tomase la direccion del movimiento centra-
lista. Se nombró esta, tomó el título de suprema, y por presidente fué nombrado el
coronel Baiges, con el mando superior de las tropas y milicianos adherentes á la cen-
tral. Riera es elegido para segundo comandante.


El dia 3, las fuerzas prontas á venir á las manos se hallan en presencia, los anti-
centralistas ocupan la ciudadela y tienen sus puestos avanzados en el jardin del ge-
neral y en la Explanada: los centralistas ocupan Atarazanas, la aduana y la puerta de
Santa Madrona. Á las cinco de la tarde, las tropas que Avalle habia mandado venir de
Tarragona llegaron al puerto, los centralistas se oponen á su desembarco y viendo
que se porfia en ello, rompen el fuego, la ciudadela contesta, y envia un refuerzo de
tropas para proteger el desembarco. Á su vez enna Ata'razanas en la lucha y hace im-
posible el desembarco con sus fuegos; la tropa yen ida de Tarragona tiene que reti-
rarse para desembarcar al pié del fuerte de D. Cirlos. El dia 4, las hostilidades si-
guen con mayor furor, el coronel Baiges fué mortalmente herido, lo reemplazó en el
mando y en la presidencia de la junta el diputado que fué á Córtes, Degollada. En los
dias siguientes se renovó la lucha en diferentes puntos: el 7 l\1onjuyabrió sus fuegos
sobre la ciudad, y su voz atronadora fué un acto de acusacion contra todos los que
poco antes habian manifestado tanta indignacion contra igual resolucion en una oca-
sion, en que si bien siempre deplorable, era justa y legítima, siendo en 7 de Setiem-
bre inj usta, ilegítima, bárbara é inícua ..


Gerona, Figueras, Olot y Hortalrich se adhirieron al movimiento centralista. El
brigadier Narciso Ameller, y los coroneles Martell y Bellera acudieron con tropas y
milicianos en socorro de Barcelona. El brigadier Prim tomó el mando de las fuerzas
anti-centralistas. N o es nuestro ánimo dar una reseila de las operaciones militares de
aquella lucha, sólo apuntaré mas la que se trababa entre los jefes de la insurreccion


de Junio al siguiente dia del triunfo. ¡Qué demostracíon más elocuente del desacierto




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fatal de los progresistas que trabajaron para acabar con la regencia del duque de la
Victoria!!Proscrito éste, gracias á la locura de los progresistas, Ó á la iniciativa que
tomaron en aquella insurreccion, no tardaron mucho Prim y Ameller en ser ellos
mismos proscritos, y con ellos todos los demás caudillos progresistas de Junio. Por
de pronto, Prim recibió de la contra-revolucion que sirvió, grados, títulos y conde-
coraciones; mas cuando la reaccion ya no lo necesitó, se acordaron los ministros
que Prim pertenecia al partido progresista, que no habia renegado su fé política, y ya
empezó la persecucion que vino á parar hasta hacerle correr el riesgo de la pena ca-
pital. El general Prim tuvo un momento en su mano el triunfo de la causa de la liber-
tad, cuando una reaccion afortunada se pronunciaba contra el gobierno de Madrid,
cuando Barcelona y la m:lyor parte de Cataluña proclamaba la junta central, y que
igual bandera ondeaba en Zaragoza, Leon y Vigo. Si el general Prim, en vez de com-
batir las fuerzas centralistas de Cataluña, se une á ellas, la libertad se salva, y queda
hundido en el polvo el gobierno de Madrid. Dejó escapar esa ocasion de inmarcesi-
ble gloria; no se le volverá á presentar otra.


El movimiento centralista puso á descubierto la debilidad del gobierno salvador.
Acusado con el recuerdo de los más solemnes compromisos reconocidos por él mis-
mo en su manifiesto del 30 de Julio, tuvo que sufrir el cruel bochorno de darse á sí
mismo una refutacion en otro manifiesto del I4 de Setiembre que le fué impuesto.
Allí, en un palabrear de la más deplorable proligidad, hacinaba las sofismas, las ar-
gucias de la curia para disimular su impotencia, sin poder librarse del aprieto en que
lo ponía la inflexible lógica de los hechos y de sus propias declaraciones. Acabó pues
el manifiesto del I4 de Setiembre con el poco prestigio que le quedaba, si es que
tuvo alguno el gobierno salvador. Un diario de Madrid, El Eco del Comercio, de que
habian sido principales redactores en otros tiempos el Sr. Caballero y el Sr. Lopez,
llevó las cosas hasta acusarlo de haber provocado la insurreccion centralista para com-
batirla luego.


Reproducimos aquí el manifiesto del 14 de ~etiembre, y el artículo del Eco del
Comercio del 22 de Octubre:


E 1 gobierno provisional á los españoles.
"Los últimos lamentables sucesos, que han tenido lugar en Barcelona, ponen al


gobierno en la necesidad de dirigir su voz á la nacion para explicar la legalidad de su
marcha, para fijar el carácter de aquellos acontecimientos, y para impedir que mal
conocidos ó siniestramente interpretados, sirvan de lazo á la credulidad incauta que
tanto se procura explotar. El gobierno, al ponerse al frente de los negocios públicos
en 24 de Julio último, se halló una situacion creada, cuyos resultados y exigencias
no podia menos de reconocer; el país le confiaba la árdua mision de realizar el pro-
grama del ministerio del 9 de Mayo, y éste que en un principio pudo ser obra suya,
era ya un verdadero mandato que le trazaba la pauta invariable de su conducta. Si
ha acertado á cumplirlo, los hechos lo dirán; y por fortuna, los hechos hablan siem-




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pre con más elocuencia que las gratuitas suposiciones de la impostura, y que las in-
trigas bastardas de privados y censurables intereses.


»Uno de los pensamientos culminantes del programa era la union entre todos
los españoles y entre todos los partidos que se hallaban colocados dentro del círculo
legal. Este pensamiento acogido desde luego con la simpatía y entusiasmo propios de
la hidalguía y generosidad castellana, no era en verdad una concesion. Marcaba un
acto de justicia, porque el exclusivismo jamás puede ser justo; era además político,
porque ninguna nacion se eleva sino por los aunados esfuerzos de todos sus hijos;
era sobre todo necesario, porque en el tránsito de rápidas y contínuas desmembra-
ciones, porque habian pasado todos los partidos políticos á través de las oscilaciones
y vicisitudes, ninguno era bastante numeroso ni bastante fuerte para dirigir y domi-
nar por sí solo una situacion. El que se lo hubiera propuesto, hubiera llamado sobre
sí frecuentes revueltas y trastornos, y jamás hubiera adquirido la consistencia y es-
tabilidad, que como primera condicion reclama el poder para hacer el bien de los aso-
ciados. Y si el pensamiento de reconciliacion y de concordia fué generalmente aco-
gido en la expansion generosa de corazones tan nobles como leales, ¿por qué los
hombres que abrigaban toda\'Ía los estímulos del ódio y del rencor, los ocultaron
por un momento, reservando para otro dia el oponer obstáculos á la marcha que en-
tonces aplaudieran, comprometiendo á otros de buena fé en una empresa que se pro-
ponian combatir y malograr? Hé aquí, espaí101es, uno de los más amargos desenga-
ños que puede ofrecer la historia triste de las decepciones humanas.


»El gobierno ha procurado cumplir religiosamente con su encargo de conciliacion
y de justicia. Participacion, ha dicho, en los cargos públicos á todos los españoles ap-
tos y dignos; preponderancia á ninguno; y si en la distribucion de aquellos ha tenido
que caer alguna vez la balanza á un lado, ha buscado en otro la compensacion~ res-
tableciendo el equilibrio que anhelaba en su deseo equitativo é imparcial. Si á pesar
de esto, hay todavía ambiciones no satisfechas, y si se hacen servir de estímulo ó de
pretexto á nuevas agitaciones, diga el país si debe sacrificarse su reposo á las desme-
didas pretensiones de algunos descontentos, y si la voluntad de estos debe prevalecer
sobre la de la nacion.


))En esta idea está contenida la resolucion adoptada acerca de la instalacion de la
junta central. Seguro es que por algunos se habrá deseado con el mejor designio mi-
rándola como un punto de ventajoso apoyo á la situacion; pero otros se la propo-
nian como fin y no como medio, para asaltar cuestiones que deben tratarse más
detenida y más solemnemente; para anticipar compromisos que pesarán de una ma-
nera decisiva en la suerte del porvenir. Y fija la vista en aquel interés sólo, la
apartaban de las grandes dificultades que debia producir la creacion de este poder
irregular. Se pretendia que él determinase el modo con que las Córtes debieran ser
convocadas; y este pensamiento envolvia desde luego la idea de dilatar la reunion
de las Cámaras populares, cuando la necesidad primera era legalizar la situacion
creada, y cuando el mejor y más pronto medio de conseguirlo era tambien la apari-




-693 -
cion de los cuerpos colegisladores que de suyo son la junta más legal y más cumplida.


»Sin deslindar el carácter de aquella reunion, sin comprenderse si sus atribuciones
habian de ser legislativas ó ejecutivas, sin determinar si se habia de ceñir al Consejo
ó si habia de participar del mando, se creia que la prontitud y la uniformidad serian
el sello de sus acuerdos; y acaso no se pensaba bastante en que esa celeridad y esa
armonía que se consigue alguna vez cuando la opinion de los individuos reunidos
es homogénea y compacta, se hace casi imposible de realizar cuando difieren los ma-
tices y las creencias; acaso no se pensaba bastante en que el desacuerdo que tan de
temer era, hubiera engendrado la hostilidád anticipando la desunion y la lucha que
lastimosamente se hace ya sentir en algun punto, y que desgraciado el país el dia en
que se generalizara. Acaso no se pensaba bastante en que en esta pugna imprudente-
mente provocada no hubieran tal vez prevalecido los principios de los centralistas,
ni en que traer á la arena tales cuestiones en un debate prematuro de una creacion
inusitada por mucho tiempo, sin formas reguladoras, sin trámites prescriptos, y sin
el frerw de la responsabilidad, hubiera sido poner frente á frente opiniones é intere-
ses encontrados en los momentos de más agitacion, y hacer que esta nueva rueda
viniese á embarazar el movimiento de la méÍquina, cuya accion expedita se queria sin
duda por algunos favorecer. Pero no son estas solas las consideraciones que decidie-
ron al gobierno.


)) El eje de los sistemas representativos es el principio de las mayorías, y su teoría
no es otra que la realizacion de aquel principio en todas sus aplicaciones. El gobier-
no fiel á esta mhima, reunió para decidir la cuestion de junta central las exposiciones
que se le habian dirigido por varias provincias. Halló ser muy pocas las que sostenian
aquella idea, en tanto que eran muchas las que la impugnaban, y las que con su si-
lencio sobre punto tan grave hacia n conocer que no entraba en sus miras. ¿ Podia el
gobierno á la vista de esta genuina expresion del voto público esquivarlo ó eludirlo,
cediendo á la exigencia de pocos para hacerla prevalecer sobre la voluntad del mayor
número? Esto hubiera sido un contraprincipio y una aberracion de parte del poder
de que no hubiera logrado nunca sincerarse; y la responsabilidad de las consecuen-
cias hubiera pesado sobre él por una conducta tan ilegal como imprudente. Se dice
que por algun indivíduo del gobierno se habia prometido la formacion de la junta
central á la gubernativa de Barcelona; pero ni sus compañeros participaron de aquel
compromiso, ni una provincia so [a cualquiera que fuese su importancia, tenia el de-
recho de imponer á las demás el deber de pasar por aquel acuerdo. Libre y exenta de
toda traba quedaba la voluntad de los _demás pueblos, y esta voluntad la significaron
en la manera antes indicada.


"Pero los partidos suelen mostrarse demasiado orgullosos para ceder y harto arro-
gantes para detenerse. La justa negativa del gobierno parece haber irritado á algunos
de los que abogaban por la central, y hécholes pasar de la exposicion tranquila de
una opinion respetable á la demostracion violenta y criminal de la fuerza. Preciso
era para excusar esta agresion contra la voluntad nacional buscar pretextos, y se han




querido encontrar en algunos hechos, porque ha obligado á pasar al gobierno el po-
der de las circunstancias, en la impostura y en la calumnia.


»Se le echa en cara que ha olvidado la Constitucion al formar el nuevo Ayun-
tamiento y la diputacion provincial de Madrid, al admitir la renuncia del tutor
de S. M. y A. nombrando persona que le reemplazase, y al mandar la renovacion total
del Senado. El gobierno ha tomado sobre su responsabilidad la adopcion de estas
medidas, y en su dia responderá á la representacion del país. Los indivíduos del
Ayuntamiento de Madrid hicieron casi en su totalidad su renuncia; y si en la (,iesigna-
cion de las personas que habian de sucederles, como de las que formaran la diputa-
cion, no se atuvo al método y formas que la ley establece, fué porque veia que este
medio no podia producir un cuerpo tan escogido, de tanto prestigio é importancia en
la opinion que pudiera dominar las circunstancias difíciles de la capital. Sí admi-
tió la renuncia del tutor, y acordó su reemplazo, fué porque aquella se le presentaba
tan decidida como irrevocable, y deber muy perentorio entendió ser el de acudir á la
custodia de las régias pupilas. Si, por último, dispuso la renovacion total del Senado,
fué porque entendió que de otro modo no podia representarse ni menos cumplirse el
pensamiento que presidiera el alzamiento nacional, sino que vendría á ahogarse en
su orígen y á quedar eludido en todos sus resultados. En momento de tan grave
conflicto, el sentimiento de la conservacion descuella sobre todos los otros. El go-
bierno cedió á él, como encargado de salvar la situacion que se le confiaba; mas fijó
su término donde creyó que la necesidad concluia; ninguna reaccion funesta ha te-
nido lugar; la seguridad personal se ha respetado; la imprenta ha servido á la emi-
sion libre de todas las opiniones; se han convocado las Córtes en el plazo más breve
posible, y cercano está el, dia en que los representantes elegidos por los pueblos ven-
gan á cambiar en normal una situacíon anómala, y á dar á la Constitucion yal trono
el más robusto y decidido apoyo.


»Al tiempo que se dirigian estos cargos al gobierno, se ha llamado tambien á la ca-
l umnia como fuerza auxiliar en tan reducido combate. Se ha supuesto á aquel animado
de una idea de retroceso, y los indivíduos del gobierno, al tiempo que han anunciado
su deseo de union y de concordia, no han renunciado un ápice ni pretenden que
otros renuncien á sus teorías y principios, porque entienden que todas deben lle-
varse á la lid parlamentaria, para que discutidas allí tranquila y solemnemente, fijen
la marcha más acertada y más provechosa al país. Se acusa por algunos al poder ac-
tual de aspirar á una intervencion extraña, y él tiene:bastante arraigado el sentimien-
to de nacionalidad, bastante confianza en la causa que representa y bastante con-
secuencia en su conducta para no pensar siquiera en un medio, que otras veces en
mera hipótesis ha reprobado y combatido. Se le supone demasiado dócil á inspiracio-
nes de Gabinetes extranjeros, cuando ninguna recibe, y cuando, si ha conseguido que
la situacion actual sea reconocida por aquellos, ha conservado, como conservará
siempre ilesa é intacta la dignidad de la nacion, que nunca menguará ni con com-
promisos imprudentes ni con indebidas deferencias. Se le acusa de estar en inteli-




- 695 -
gencia sobre proyectos de matrimonio de nuestra reina, y su delito para ciertos
hombres es no haber querido llegar ni aun con el pensamiento á una cuestion gra-
vísima, que no debe improvisarse ni contraerse en ella ningun compromiso antici-
pado, y que el interés general exige quede intacta á la decision de las Córtes en su
dia. Se ha supuesto que abrigaba una mira oculta en la decIaracion de la mayoría de
la reina, y el país sabe cuál ha sido el proceder circunspecto del gobierno en este
punto, y que ha dejado del mismo modo intacta la cuestion al exámen de la repre-
sentacion nacional. Con igual designio de alarmar y de destruir se habia propalado
poco há que se trasladaba á las régias pupilas al sitio de San Ildefonso para llevarlas
de allí á determinado pueblo y realizar cierto enlace, y las hijas de nuestros reyes
volvieron muy pronto á la capital entre las aclamaciones de sus habitantes. La im-
postura deberia quedar confundida, si cautelosos fines no la animaran y si bastardos
intereses no la comprometieran á permanecer siempre en acciono


"A través de tantas intrigas, los hechos revelan el pensamiento, y estos hechos son
ya bien conocidos. Los que apoyan su descontento en la fuerza de las armas han
anunciado de una manera explícita su designio, y al país toca calificar si es nacional
ó si es justo. Piden la junta central precisamente en los momentos en que van á ele-
girse los diputados y senadores que forman la junta magna, la junta solemne, la
junta constitucional de la nacion. Piden Córtes Constituyentes, y todas las provincias
al alzarse contra el poder que feneció, aclamaron por un sentimiento tan uniforme
como instintivo, la Constitucion de r837. Su conservacion era una de las bases del
programa, y el gobierno encargado de realizarlo lo cumplirá religiosamente á despe-
cho de todos los planes y de todas las contradicciones.


»¿ Hay en algunos miras de retrogradar? El gobierno les saldrá al paso, porque estas
tendencias no son de un siglo esencialmente de desarrollo intelectual y material, y
porque el país no ha querido sus mejoras á costa de tantos males para sacrificarlas á
la antojadiza voluntad de algunos ilusos. ¿Hay en otros proyectos exagerados y des-
organizadores? El gobierno sabrá del mismo modo frustrarlos, porque esta es su mi-
sion, y porgue sin estabilidad y sin órden no hay leyes ni bienes positivos en las so-
ciedades. ¿Muestran otros conatos de reaccion en favor de personas á quienes ha
condenado el voto público? El gobierno sabrá reprimir y castigar sus tentativas; y si
hay guien concita á la desunion, el gobierno agotará sus esfuerzos para consolidar la
union que debe ser la base de nuestra paz actual y de nuestra prosperidad futura.


"El gobierno no tiene ni puede tener otro interés que el interés de la nacion. Los
indivídllOs que lo forman, transitorios por las circunstancias, desean ardientemente
el dia en que puedan dejar un puesto que aceptaron por necesidad, que conservan con
hartas amarguras, y que consignarán con placer en el momento que ya se acerca.


»Pero en tanto que se conserven en el mando, intérpretes y ejecutores de la volun-
tad nacional, sabrán hacerla prevalecer sobre los intereses privados que se desarro-
llan y cuyo triunfo llevaria al caos á esta nacion desgraciada. Nuestra primera nece-
sidad es atr,wesar esta situacion difícil y llegar á la reunion de las Córtes, en cuya




-- 696 -
cooperacion y prestigio se encontrará un nuevo apoyo que salve la causa de la liber-
tad de tantos peligros. Todos los hombres honrados, todos los que se elevan del mise-
rable cámpo de las pasiones á la esfera del patriotismo, reconocerán este grande y
trascendental interés, y apoyarán á este fin las miras de un gobierno incapaz de fal-
tar á sus principios, y de burlar la honrosa confianza que en él se ha depositado.-
Joaquin María Lopez, presidente.-Joaquin de Frias.-Francisco Serrano.-Fermin
Caballero.-Mateo Miguel Aillon.»


Véase ahora lo que decia El Eco del Comercio del 22 de Octubre, en su artículo
de fondo titulado Discurso del Sr. Loper:


«Aunque sean reducidas las simpatías de nuestro humilde periódico, s~gun el sen-
tir del señor presidente del Consejo de ministros, es consecuente en SIIS doctrinas; no
se ha separado de los principios que profesaba antes S. E. y esta circunstancia hace
que sus escritores se presenten verdaderamente con la cabeza erguida y elcorazon
sano; con tanta más razon para ello, cuanto que sus creencias no han tenido la más
libre variacion. S. E. dijo tambien en el Senado que se presentaha con la frente er-
guida, el corazon sano y la conciencia tranquila y satisfecha y no como un reo abru-
mado por el peso de sus crímenes. Si nosotros hubiésemos podido ver su corazon,
estamos seguros que en aquel momento latia más aceleradamente. Si las simpatías
del Eco del Comercio se hallaran reducidas, culpa seria de los hombres que se han
abandonado por una situacion precaria, violenta, insubsistente y amarga para el país;
ellos debieran ser los primeros á lamentarse, así como nosotros lamentamos, que el
señor Lopez no obtenga hoy las de los hombres libres. Dar~amos por ello la mitad de
nuestra sangre, si con este sacrificio estuviéramos seguros que nuestra pobre nacion
no corriera los riesgos de tornar á ser esclava, ó de empezar otra guerra civil más
mortífera que la última terminada en los campos de Vergara.


»)Ellenguaje del Sr. Lopez ha sido en el Senado el del hombre de Estado, segun las
teorias de la escuela moderna, no el del diputado. Si el Sr. Lopez hubiese sido el in-
terpelante, los recursos de su facundia, unidos á la razon, habrian hecho trizas los
conceptos del interpelado. ¡Con qué brillantez habria defendido la causa de la junta
central y hubiera demostrado que no eran nueve las provincias que habian abogado
por ella! ¡Cuánta intriga oculta hasta aquí se hubiera descubierto, y con qué elocuen-
cia habria sabido descorrer el velo de los sucesos de Julio, para que ningun asidero
hubiese quedado al gobierno provisional por el abuso que hiciera de la buena fé de los
comisionados de las juntas!


)lEsta intriga, de que no hacemos cómplice inmediato á S. E., porque no fué el au-
tor de ella, no le es empero desconocida y ha sabido muy bien recompensada en el
agente que la manejó desde Barcelona, que la condujo á Zaragoza y terminó en Ma-
drid, vendiendo á sus buenos crédulos amigos ... Atrévase V. E. ti repetir que sólo
fuéron nueve provincias; jure por su alma que no fuérol1 más; y que no mediaron los
más inícuos engaños para retraer á los comisionados de casi el resto de la nacion ...




-697-
Entonces romperiamos el silencio é interpelariamos al autor de tanta infamia ... que
no está muy distante del ministro. Entonces diriamos quiénes aconsejaron á los des.
graciados barceloneses á que se pronunciaran por la central, tal vez con anuencia del
gobierno mismo, para sacrificar aquella liberal poblacion. Entonces se patentizaria
el maquiavelismo que ha minado la paz española: entonces se descubriria toda la in-
triga, y la execracion pública recaeria sobre los traidores, sobre los asesinos que ven
derramar la sangre con infernal sonrÍsa, que se ceban en ella hasta la embriaguez sin
considerar que el crímen tarde ó temprano se descubre ...


Aún queremos alejar de la frente del Sr. Lopez el terrible baldon de tan negra tra-
ma: aún queremos persuadirnos que la desconoce: no nos podemos convencer que su
corazon sea cómplice en una maldad tan desusada: su lenguaje en otro caso fuera di·
ferente ... Nos queremos hacer esta ilusion, y quisiéramos no engañarnos.


llPara alejar á los comisionados de las juntas de su idea favorita de junta central, se
han empleado todos los medios espinosos que se hallaban al alcance de los hombres
del poder y de sus instrumentos, procurando halagar á todos los partidos. El Sr. Ca-
ballero en varias entrevistas parciales decia á los moderados, que la junta central im-
pediria la reconciliacion, si dominaba en ella el partido progre.sista, y á estos se les
auguraba un fatal porvenir yel triunfo completo de las doctrinas reaccionarias y re-
trógradas, si pcevalecia una mayoría de comisionados moderados. Es decir, que se
empleaba el lenguaje acomodaticio para afirmar la situacion. Y ¿cuál ha sido el re-
sultado de elh, hombres del poder? ¿Habeis conseguido la un ion? ¿La reconciliacion
ha tenido efecto? ¿Qué doctrinas son las triunfantes, y cuáles principios operan en el
gobierno?


II La union está basada en el interés personal, y sólo media, aparentemente, entre
el partido que habeis entronizado y los hombres que eran del progreso y hoy se ha-
llan colocados en altos destinos. Presentadnos otras muestras de unían. ¿Y estas, aca-
so, son permanentes, son numerosas, son bástantes á formar la un ion de los partidos?
No: no hay otra un ion que la de un escaso número de hombres inconsecuentes en
su ij1ayor parte, sin simpatías, sin séquito, que fuéron los primeros en trabajar por
la junta central y los pronunciamientos,) hoy los anatematizan y persiguen, porque
el pOdel" los ha comprado ... Atrévase cualquiera á desmentir esta verdad, y la robus-
tecerémos con actos, con documentos, con nombres propios ...


"La reconciliacion, esta voz mágica que siempre suena en vuestros labios, ¿se ha
consumado por ventura? ¿Es reconciliacion haber separado á muchos funcionarios
de los ql,le se pronunciaron en Julio en pró de vuestra administracion, ó que perma-
necieron pasivos al movimiento, pero que no eran moderados? ¿Es reconciliacion
haber separado de las filas del ejército á todos los oficiales y jefes pronunciados ó no
pronunciados para dar lugar exclusivo á los de Octubre y á los del Convenio? ¿Es rc-
conciliacion la persccucion que en todos sentidos sufren los liberales de todas partes,
que en algunos pueblos son asesinados en público yen medio del dia? ¿Es reconci-
liacion el desarme de la Milicia Nacional y las disoluciones repetidas y antojadizas d~




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Ayuntamientos y diputaciones provinciales? La verdadera reconciliacion habria sido,
si en los cuerpos militares se hubiese dado cabida á todas las opiniones por el órden
de vacantes y sin lastimar los intereses que creó la revolucion de Setiembre; si en
los cuerpos pppulares, y en eleccion igual, se hubiera procurado que todas las opi-
niones fueran representadas; y sí la Milicia Nacional hubiese sido respetada. Es ver-
dad que entonces no triunfarian, como de hecho triunfan en el poder, las doctrinas
reaCClOnanas.


"Si el poder fuera liberal, si quisiera el bien del país, si desease la paz, no habria
bombardeado á Barcelona; y aún en el caso de no respetar su palabra, la habria blo-
queado y se hubiera valido de los medios que proporciona la guerra sin llegar al·ex-
tremo que aconseja el fuego y los proyectiles sólo para pueblos enemigos y extraños.


"El poder, por boca del presidente del Consejo de ministros, dice que la nacion
quiere la pureza de la Constitucion del 37, y que los que c1aman por Córtes Consti-
tuyentes quieren alterarla, trasformarla ó aniquilarla. ¿El gobierno provisional la ha
conservado en toda su pureza? ¿ Ha dejado ni deja de infringirla? ¿ Es en sus manos más
que~una ley muerta? Conteste el ministro con la mano puesta sobre su corazon, y dí-
ganos si en este momento se atreveria á decir que la ha observado. Ministros provi-
sionales, leed la Constitucion de la monarquí8, en cuya formacion y sancion tuvis-
teis tanta parte, y decid nos si no ha beis rasgado los artículos 4, 5, 7, 8, 9, ro, r r,
12,19, 56, 6r, 64,66,69,7°,71,72,73,74,75,76 Y 77. ¿Pudieran hacer otro tanto
los que quieren Córtes Constituyentes? Las quieren para que se fije de una vez la
suerte del país, y para que no haya ministros, que cual vosotros, invoquen la ley
para destruirla.


»Mucho espacio necesitariamos para seguir al Sr. Loptz en su discurso, y contes-
tar á los falsos argumentos que empleara. Toda la nacion es testigo de los hechos, y
ella juzgará de las cosas y de los hombres.


"Prescindamos ahora de los pronunciamientos, de la marcha ministerial, de la in-
consecuencia de ciertos hombres, y de la ciega ambicion del partido que se ha entro-
nizado. Entremos en la marcha política que se ha trazado, marcha cimentada en la
revolucion, en medidas revolucionarias, sí, revolucionarias, al paso mismo que se in-
voca la legalidad, y que se acusa de revoltosos á los que quieren sostenerla.


"Por medio de una revolucion os habeis entronizado, y para afianzar vuestro po-
der proc1amais las doctrinas pruóresistas, la union, la reconciliacion y la justicia;
proc1amais lo mismo que estais destruyendo, y lo proclamais para alucinar al pueblo~
pero el pueblo se ha desengañado, como no pudiera menos de suceder. Si fuerais hom-
bres de Estado, si hubieseis estudiado y conocido la situacion del pueblo, no fabri-
cariais sobre arena, no atizariais las revoluciones para explotar y disponer de los em-
pleos, para malversar los tributos, para enriquecer á unos cuantos. Esta es vuestra
política, política bien miserable por cierto, y que no se necesita gran talento para
gobernar con ella. No, no conoceis la ciencia de gohierno, ni la han conocido la ma-
yor parte de vuestros predecesores. En un gobierno absoluto, se dice generalmente,




-699 -
que sólo se necesita energía para gobernar, aquella energía que usan los amos sobre
los esclavos; y en un gobierno representativo, audacia, elocuencia parlamentaria y
corazon. Ni sois á propósito para uno ni otro caso, porque habeis errado los princi-
pios. Los Cisneros, los Ensenadas, los Arandas y los Moñinos, tenian algo más que
energía; tenian cabeza y tenian corazon para llevar á cabo las concepciones de su
génio profundo. Observad en todos los pueblos de Europa los tránsitos desde el des-
potismo á la libertad, y al contrario, y hallareis que gobernahan hombres muyado-
cenados que no supieron conservar la situacion ni conjurar la que vencieran. De-
teneos en su marcha ~quívoca y en sus precedentes, y observareis que sus actos en
ambos sentidos, liberal ó absolutista, provocaron la reacciono Cuando los pueblos
están bien gobernados, no piensan en revoluciones; esta es una dolencia moral que
ataca las sociedades, así como los morbos hieren la existencia física de los hombres.
¿Cómo podeis esperar la reconciliacion para llevar á cabo el programa de Mayo, si
en la ejecucion de los medios os hallais embarazados, si cada acto es una contradic-
cion, y si la pequeñez de vuestra ciencia se para ante las exigencias de algunos ge-
nerales, que obcecados cual vosotros, se creen unos Turenas ó Bonapartes, cuando
distan mucho de aquellos guerreros? ¿Qué cabeza ni corazon teneis, cuando á vues-
tra misma presencia se ultraja la ley y no teneis energía para impedir los desmanes?
¿Y puede afirmarse una situacion tan deleznable y falsa? Edificais en una corriente,
no cimentais el terreno, y una avenida arrastra vuestra ohra, porque no tiene el ci-
miento sólido.


"y ¡qué desengaño tan cruel no os ofrecerán los Gabinetes extranjeros ante los que
os humillais para obtener su proteccion y su ayuda! Vosotros creeis atraeros la gra-
titud y el aprecio de la peq ueña córtc de Courcelles, halagando á una fraccion que
suponeis domina aquel p3lacio, y por este medio captaros la benevolencia de las Tu-
llerías: os equivocais. Ni la madre augusta de ISABEL aprobará vuestra marcha noci-
va á su régia hija, ni el Gahinete francés es tan poco avisado, que no sepa graduar
vuestros alcances. La política europea es muy previsora; los hombres de Estado que
saben algo más que vosotros, conocen que treinta años de paz pueden malograrse
por una exigencia indiscreta, ó por una proteccion poco meditada. Vosotros obrais
como aquellos crédulos irlandeses sin política, que juzgando cumplir el querer de la
córte de San German, cuando se hallaba guarecido en ella el pretendiente inglés,
creian á cada paso que la Francia se lanzaria en su apoyo: la Francia, empero, se
condujo como se conduciria ahora, como se ha conducido hasta aquí, cualquiera que
sean sus simpatías.


»Ministros provisionales, hombres de la situacion, vuestra marcha política es muy
espinosa, es muy inmeditada, es demasiado provocativa para que triunfeis. No sois
vosotros los garantes de la dignidad é independencia nacional, ni los guardadores de
la Constitucion, ni los defensores de la inocente ISABEL. Estas prendas pertenecen
al pueblo, que es el que hasta aquí ha hecho los sacrificios con la sangre de sus hijos
y con sus fortunas para defenderlas. Y las defenderá. Vuestros actos las destruyen.




-700 -
No sois vosotros los que han de dar la paz y afianzar el bienestar del pueblo; por
esto procurará hacerlo, á vuestro pesar, y aunque tarde, conocereis vuestra nulidad
para mision tan importante.»


La provocacion del Eco del Comercio quedó por contestar; de donde se debe sacar
por consecuencia que el gobierno salvador no se halló en el caso de confundir á sus
acusadores, presentándose ante el tribunal de la opinion pública con el fin de since-
rarse de tan terribles acusaciones.


A la par que el pudor de hecho imponia al gobierno nominal la triste obligacion
de desmentirse á sí mismo, tambien le exigia que diese órdenes desapiadadas contra
Barcelona y los centralistas. Barcelona resistió heróicamente; el 7 de Octubre los
centralistas dieron un asalto á la ciudadela, penetraron en los fosos; mas no pudieron
dar la escalada por hallarse sobradamente cortas las escaleras. Se malogró la arrojada
empresa con pérdida de cincuenta hombres, entre los cuales estaba un vocal de la jun-
ta. Duró la resistencia de Barcelona hasta el 19 de N oviem bre, y tuvieron los progre-
sistas vencedores en Junio que capitular con uno de los pro-cónsules del partido retró_
grado, el general D. Laureano Sanz. Por de contado, como en Madrid, fué quebran-
tada é indignamente violada la capitulacion al dia siguiente que pudieron hacerlo
impunemente los vencedores de Noviembre. La causa centralista vencida en Barce-
lona, sucumbió sucesivamente en Zaragoza, Lean y Vigo: se sostuvo algun tiempo
más en Gerona y Figueras, mas tuvo al fin que capitular Ameller con otro pro-cón-
sul del partido contra-revolucionario, el baron de Meer.


Los hombres, pues, que habian apurado lo's vocablos de denuesto contra el go-
bierno del regente, por haber sofocado una insurreccion inícua en su objeto, atroz
en sus medios, con un bombardeo de once horas, á la vuel ta de diez y ocho dias de
negociaciones para evitarlo, son los que á las primeras señales de una insurreccion
justa, lógica, pues era un pretexto contra el quebrantamiento de una palabra solem-
nemente empeñada, dan fuego á los cañones de MonJuy contra los que les habian
dado la vida y el sér, y durante tres meses siguen en su desapiadada furia de ingrati-
tud con tal encarnizamiento, que teniendo que hacer salvas por los dias de la reina,
en 10 de Obtubre, no se quiso desperdiciar la pólvora en vano, y proyectiles y Dom-
bas lanzadas sobre Barcelona, fuéron á notificar á sus habitantes que así celebraban
los generales de Isabel 11 los di"s de su real soberana.


N o terminaré mas esta reseña del episodio centralista sin anotar un incidente que
merece no pasar desapercibido entre los' mil desafueros que España ha recibido de
los gobiernos de la Francia imperialista, realista ó republicana.


A su tiempo dimos cuenta documentada del papel desempeñado por el cónsul fran-
cés, Sr. Lesseps, en 1842; el santo nombre de la humanidad sirvió para encubrir la
parte principal que tuvo en la insurreccion de entonces. Elogios, encomios públicos,
recompensas, condecoraciones llovieron sobre aquel acendrado defensor de la hu-
manidad, sin contar la parte secreta de los premios que alcanzara. Parecia que tan-




-1ói _.
tos favores públicos y privados debieran encender más y más el celo ardiente de ese
apóstol de la humanidad. Un caso igual se presentó un año despues que la Europa
entera habia oido las alabanzas del Sr. Lesseps; mas parece que abrumado con su
propia gloria el ínclito cónsul, no tuvo ya fuerzas para reclamar en favor de la hu-
manidad: y durante tres meses de bombardeo contra la infeliz Barcelona, el señor
Lesseps retirado en la Barceloneta, no halló una palabra en favor de la humanidad.
Aunque Barcelona hubiese quedado hecha un montan de cenizas, ni la humanidad
doliente, ni el interés de sus nacionales, ni la conservacion de sus archivos arranca-
ron un ¡ay! de aquel tan generoso filántropo del año anterior. Mas en 1842, la in-
surreccion se hacia en favor del absolutismo y del bando francés; entonces toda hu-
manidad era poco. En 1843 era una insurreccion en favor de la libertad y contra el
dominio de la Francia; ya entonces todo castigo era poco. Entendido cuanto afortu-
nado cónsul, la república francesa ha premiado espléndidamente los servicios que
prestó á la ambician dinástica de la familia de Orleans.


A falta del Sr. Lesseps se presentó otro verdadero y leal amigo de la humanidad en
aquellos dias aciagos; y mientras desde ella de Octubre, el cónsul de Francia y to-
dos los piadosos colegas se refugiaron en la Barceloneta, el cónsul de Grecia, señor
D. Pedro Olivas, se esmeró en llenar una mision santa y de verdadera humanidad.
Citamos con placer mezclado de orgullo el nombre de aquel dignísimo cónsul, D. Pe-
dro Olivas, es español.


Hemos querido llevar hasta su terminacion el episodio centralista á trueque de fal-
tar algun tanto al órd¡;n cronológico de los sucesos; pues nos ha parecido útil poner
desde luego en todo su relieve la monstruosidad de un gobierno haciendo armas con ...
tra los que le habian dado la mision de organizar una insurreccion, de que ni supie ...
ron tomar la iniciativa, ni sacar las consecuencias, entregándose y entregando el país
al bando que habian siempre combatido en las Córtes y en la prensa.




CAPÍTULO XXXI.


LOS CUERPOS COLEGISLADORES.


Convocadas las Córtes para dia determinado, la elecciones iban á hacerse, cuando
todas las garantías constitucionales se hallaban conculcadas ó destruidas. El Senado
mandado renovar por entero, los Ayuntamientos en el estado de anarquía que hemos
dicho, repitiendo las palabras del ministro Caballero, las Diputaciones provinciales
se hallaban en el mismo estado. Mas la anarquía mental era si cabe mayor aún que la
que se divisaba en los hechos materiales. Los electores, cómplices de los atentados
del gobierno, los sancionaron con sus votos, nombrando nuevos senadores en reem-
plazo de los que no tenian derecho de despojar de su carácter legítimo; los electores
reconocieron al gobierno un poder que no tenia, votando sin que los Ayuntamien-
tos y las Diputaciones provinciales legítimas formasen las listas electorales y presidie-
sen á las elecciones; los electores dieron un voto de ahsolucion á cuantas tropelías
habia cometido el gobierno. Así es que repetirémos una y mil veces, que en 1843 no
fué el partido contra-revolucionario el que acabó con las instituciones; los verdade-
ros autores del aniquilamiento de la Constitucion fuéron en primer término las
juntas, en seguida el gobierno salvador, luego los electores, y en fin, las Córtes de
Octubre de 1843, donde figuraban, sino una mayoría, á lo menos una minoría im-
ponente progresista, de cuyos labios no salió una protesta contra las infracciones de
Constitucion á cargo del gobierno. Lo .que tenemos derecho de echar en cara del
partido contra-revolucionario, no es la destruccion de la Constitucion, pues no ha
sido obra suya, solamente su hipocresía de lenguaje blasonando de adicto á esa
Constitucion. La primera prenda que nos ofrece ese sistema de engaños y de frau-
de, es el manifiesto que salió de la junta electoral, que con el título de partido par-
lamentario formaron en Madrid los hombres de más nombradía de la coalicion con
motivo de las elecciones. Al poner su firma en aquel manifiesto los hombres políti-




-703 -
cos del partido progresista alIado de las de sus contrarios, hicieron acto de escasa
prevision, y de un raro apego á ilusiones que no cedian á los desengaños repetidos
que recibian todos los dias. Mas en sus principios políticos nada proclamaban que
no hubiese sido siempre en su fé y en sus actos anteriores, y á que no hayan sido
fieles más adelante. Los extravíos y los errores de 1843 son de otra naturaleza. Mas
que los hombres que siempre se habian manifestado enemigos de aquella Constitu-
cion, que en aquel mismo momento pensaban en acabar con ella, la ensalzasen como
la bandera que debia reunir todos los españoles, es lo que no se comprende; la osa-
día, el arrojo en política, son cosas que se deben siempre apreciar; el dolo y el frau-
de son armas vedadas en todas épocas y en toda lucha.


El partido parlamentario (1) lanzó, pues, su manifiesto, firmado en nombre del par-
tido contra-revolucionario por los Sres. duque de Rivas, Castro y Orozco, Carrasco,
marqués de Casa-Irujo, Pidal, Pastor, Sartorius, Salamanca, Escosura, Gonzalez
Brabo, Pacheco y Bertran de Lis.


Sabido es cómo la mayor parte de estos señores han tratado la Constitucion de 1837,
esa piedra angular de nuestro edificio político, ese baluarte inexpugnable, desde don-
de debían defender resueltamente la patria contra todos sus enemigos. Encargado~ de
la defensa del baluarte, le minaron, le socabaron, y cuando lo tuvieron por oportuno,
le dieron fuego y le volaron. El Sr. Pidal llevaba la mecha; sabida es tambien la
suerte tan diversa que ha cabido á los signatarios.


Ya cuando se acercaba el dia en que las Córtes se hallaran congregadas, hartas ilu-
siones se habian disipado; y muchos de los que formaban la coalicion, empezaban á
conocer la enormidad del desacierto en que habian incurrido. El resultado final de la
lucha contra el regente, y en la que habia perecido la regencia, no estaba reservado á
las Córtes fijarlo, ni recogerlo. Si la regencia del duque de la Victoria habia fenecido
en 22 de Julio en los campos de Ardoz, la accion parlamentaria de las Córtes habia
quedado destruida en la ses ion del 20 de Mayo anterior. Á la rota parlamentaria habia
precedido la militar; la inexperiencia de los diputados progresistas, y la impericia
de los ministros acabarian con un gobierno popular, para dar principio á un gobierno
en que la fuerza brutal habia de imperar por mucho tiempo, sirviendo las malas y
vergonzosas pasiones y los torpes instintos de una civilizacion corrompida, codiciosa,
inmoral, sedienta de oro, de venganza y de poder.


Muy poca premura demostraron los elegidos en presentarse á ocupar los escaños
legislativos: en la primera sesion no asistian más que treinta y siete senadores de los
ciento cuarenta y cuatro nombrados, y ochenta y cuatro diputados de los doscientos
cincuenta elegidos. Esta cir.;unstancia decia bastante que el triunfo conseguido pre-
sagiaba á los más, dias de crueles angustias, y que los otros no consideraban la reu-


(1) La deplorable manía que hay en España de imitar todo lo que hacen los franceses y tomar sus
voces, hizo sin duda dar el nombre de partido parlamentario al de la coalicion. La coalicion francesa
de Jl:!39. se denominó partido parlamentario.




-- 704-0.
ñión de las d6rtes, sino como la última concesion que los vencedores otorgaban á
los vencidos. Uno de los libros más curiosos, más instructivos, que pudiera leer el
fil6sofo, el observador, el moralista, el hombre político de España, es el Diario de las
sesiones de Córtes, y entre la coleccion, el tomo que encierra la discusion de Octu-
bre á Diciembre de r 843 le aventaja á todos. El exámen de las actas electorales, y las
discusiones á que dieron lugar seria la más divertida y sabrosa lectura que pudiera
elegir, quien no se doliera como español de que exista un monumento tan autén-
tico de la demencia de una época contemporánea. No habia una sola eleccion que no
adoleciese de algun vicio radical, de una flagrante ilegalid;¡d; mas habia que pasar
por encima de todo, so pena de no poder revalidar una sola eleccion. Pero como la
confesion genuina de tantos desafUeros, ni era cuerda, ni conveniente, allá se ha-
cinaban los sofismas más descabellados, las argucias más estrafalarias para cohones-
tar "tropelías sin cuento y dejar cubierto el expediente con mamarrachadas orato-
rias, aprobando las actas. Allí era de oir con qué énfasis se hablaba de la admirable
union en que vivian los partidos ya para siempre confundidos en un solo y único
pensamiento patriótico, sincero, inalterable de fraternal conciliacion; no habia más
que subir al Capitolio á dar gracias á los dioses inmortales que para la venturosa his-
toria habian renovado el siglo de oro. D. Joaquin María Lopez con la modestia que
le distingue, se felicitaba como autor de tanta dicha y se daba la enhorabuena «por
»haber atravesado época tan azarosa, por haber evitado tantos y tan peligrosos es-
»collos y por haber conducido á puerto de salvacion la nave del Estado y la causa de
»la libertad.» (Sesion del Senado. de 20 de Octubre de r843).


Esto se decia cuando la nave del Estado zozobraba combatida por la oleada centra-
lista que arreciaba en Barcelona y varios otros puntos de Cataluña, en Zaragoza, en
Lean, yen Vigo. Cuando en Granada, Almería, y otros puntos habia disturbios más 6
menos graves, cuando todo lo que no habia tomado parte en la insurreccion y en su
favor era perseguido de muerte, y cuando ya oiánse los primeros gritos de indigna-
Clan de los que repudiaban la responsabilidad de los actos arbitrarios del gobierno,
y sus atentados: á los cinco dias de hallarse abierto el palenque parlamentario, ya se
le pedia cuenta de sus actos respecto á Barcelona y Zaragoza.


El Sr. D. J oaquin de Campuzano fué el primero á romper las hostilidades. En la
ses ion del 20 de Octubre interpeló al Sr. Lopez sobre los sucesos de Barcelona, de
Zaragoza y sobre la junta central. Allá reprodujo el Sr. Lopez los argumentos ya
tan manoseados de la union y de la reconciliacion; hizo á su manera la historia de la
junta central, declarando facciosa esa bandera, que en 30 de Julio habia declarado
ser la de su propio orígen como gobierno. Al llegar á la cuestion de las medidas coer-
citivas empleadas para someter Barcelona, el implacable enemigo de los estados d€
sitio y de bombardeos, el Sr. Lopez, eludió la cuestion diciendo: «que la situacion de
))ambos pueblos era puramente militar, militares los medios que se habian adoptado
»para hacerla cesar, y militar habia de S€r su desenlace, que por tanto la interpela-
»cion debiera más bien dirigirse al ministro de la Guerra.» Y como el Sr. Campuzano




-705 -
dijera en su interpelacion "que habia visto con dolor inserto en la Gaceta un párrafo
"en que se decia que el cumpleaños de la reina habia sido celebrado con salvas de
«artillería, con balas dirigidas contra la infortunada Barcelona,» contestó el señor mi-
nistro de la Guerra, general Serrano: uHa sido sumamente pueril y mezquina la crítica
»que se ha hecho del general Saenz por el principio del parte que dirigió al gobierno
))el dia 14 del mes ... dijo que habia celebrado los días de S. M. haciendo las salvas
"con bala, porque estando al frente de una plaza sitiada y contestando á los fuegos
»que le dirigían, ridículo y extraÍ10 hubiera sido que contestara con sola pólvora.»


Dejamos sin comentarios esa inaudita salva con bala por economía de pólvora; mas
si extraño y ridículo hubiera sido en 10 de Octubre de 1843 no contestar con balas al
fuego de un:;¡. plaza sitiada, ¿cómo es que en 29 de Junio (1) anterior, y 16 de Agos-
to (2), merecia la execracion pública quien al frente de una plaza sitiada habia usado
de iguales medios? N o nos encargamos de poner en armonía estas dos opiniones del
señor general Serrano, y menos cuando el bombardeo, como lo observó en la misma
sesion el Sr. Campuzano, en honor de la verdad, á esa fecha habia padecido Barce-
lona muchos más estragos que en todos los bombardeos anteriores.


En esa misma sesion pudo la historia recoger la preciosa confesion que hizo el se-
ñor Lopez sobre el orígen de la insurreccion; héla aquí en toda su ingenuidad:


«En Mayo, el pensamiento del ministerio se hubiera podido realizar obvia y feliz-
))mente, si el jefe que entonces lo era del Estado no hubiera querido sacrificar el por-
))venir del país al interés de un valido ..... En Mayo no hubo más que una cuestion,
))que fué la de la separacion de ese favorito tan halagado; yen esa cuestion escolló el
))ministerio, porque era necesario que una nacion se sacrificase á la prepotencia de un
"hombre.»


El capricho de unos ministros sin libertad de accion propia, empeÍ1ados en exone-
rar un funcionario dependiente del ministerio de la Guerra, fué pues la causa del
pronunciamiento. Resistir á ese malhadado capric~10, era equivalente á sacrificar el
país al interés de un valido; y el no consentir el jefe del Estado esa inícua, injus-
ta y antiliberal separacion, equivalia á la necesidad que una nacion se sacrificase
á la prepotencia de un hombre ..... Y esto se decia en las Córtes ..... y para sostener
ministros que de tan mezquinas miras hacian depender la suerte del país, se sublevó
éste ..... La expiacion que ha seguido á esa desatentada insurreccion, harto justa y
harto merecida ha sido.


La interpelacion del Sr. Campuzano tuvo eco en el Congreso, y allí salió una nueva
voz para dar nuevo mentís á la decantada union. El conde de las Navas, en la sesion
del 21, se quejó h;-¡berse arrancado con la fuerza armada unos anuncios puestos en
las esquinas de las calles. «Pero tenga entendido el país, aÍ1adió el conde, que las li-
"bertades no peligran mientras los diputados de la nacion estén aquÍn. A esta alusion


(1) Fecha del manifiesto del general Serrano.
(2) Decreto del gobierno provisional.




bien clara á la prepotencia militar, contestó el señor general Narvaez: «Diré que las
»libertades públicas no pueden peligrar, mientras haya militares como lasque compo-
),nen la guarnicion de Madrid". Y por último, el Sr. D. Fermin Caballero) ministro de
la Gobernacion) remedando las palabras del conde de las N avas y del general N ar-
vaez, que las hahia ya repetido, añadió: «Que mientras hubiera ministros como los
»que merecian ocupar los bancos, no peligrará ni la libertad de imprenta, ni ninguna
»libertad". A pesar de aquellos diputados, militares y ministros, no sólo han peligra-
do, mas han perecido todas las libertades políticas: empezando los militares con ex-
pulsar á los diputados y ministros de sus escaí10s, y siguiendo en esto, á la verdad,
el ejemplo que les habian dado aquellos mismos ministros con repetidos atentados
contra la Constitucion, y los diputados no castigando ni vituperando estos atentados.
U na ilegalidad exige mil otras ilegalidades.


En 26 de Octubre, el gobierno provisional presentó á los dos cuerpos colegislado-
res el proyecto de declaracion de la mayoría de la reina, ya sentada en principio en
la famosa manifestacion del 8 de Agosto.


Las dos comisiones del Senado y del Congreso dieron sus dictámenes aprobando
el proyecto. Obra de partido y de circunstancia, debia llevar el sello del estado de
los ánimos. El de la comision del Congreso respiraba ódio y resentimiento; el de la
comision del Senado manifestaba mayor pausa y circunspeccion. En el primero se
anotaba el orígen de la insurreccion en los términos siguientes: «Que se alzó la nacion
))contra el poder interino que la regia, no creyendo ya seguro en sus manos el depó-
»sito de la autoridad real, ni respetados suficientemente los derechos de la nacion."


Esta torpe calumnia, esa injusta y falsísima acusacion, debia recaer con todo su
peso sobre los que la formulaban; tenia la comision por presidente al Sr. Martinez
de la Rosa, y por secretario al Sr. D. Luis Gonzalez Brabo. A los pocos dias de esa
declaracion pudo conocer la España cómo respetaban esos dos indivíduos de la co-
mi5ion los derechos de la nacion, y qué uso hacian del depósito de la autoridad real
caida en sus manos.


En el dictámen de la comision del Senado descollaba veracidad y buena fé, reco-
nocia sin rodeos que la Constitucion habia sido barrenada en yarios artículos, y ha-
blando del que se tenia que dispensar tambien para declarar á la reina de mayor edad,
decia: «felizmente el de q'..le se trata es de menor cuantía comparado con otros cuya
"violacion ha sido preciso aceptar para llevar á cabo la salvacion de la patria y del
»trono con s ti tucional."


Habia en esta declaracion verdad, á la par que loable sinceridad; lo que tan sólo
no explicaba la comision fuéron los peligros que habian corrido la patria y el trono,
y cómo se salvaban la patria y el trono constitucional destruyendo la Constitucion. El
resultado ha venido á explicar que salvar la Constitucion violando sus principales
artículos en 1843 queria decir qLle esta debia desaparecer enteramente. No era menos
peregrina la teoría de aquella comision, al decir «que seria una falta imperdonable y
"de tremenda responsabilidad el que se reprodujesen disturbios y el desgobierno in-




lIherente á las regencias, y esto por respetar con extremada delicadeza la disposicion
»textual de un artículo de la ley fundamental del Estado.» Sin duda aÍladia la comi-
sion, «se debe un homenaje religioso á todos y á cada uno de ellos, pero tambien es
llpreciso no olvidar que fuéron decretados y sancionados en obsequio de la nacion,
)¡cuya tranquilidad y bienestar merecen acatarse con preferencia.»


Con estas interpretaciones y con esta elasticidad de principios se han hecho
siempre las usurpaciones. Ninguno de los que han atentado á las instituciones funda-
mentales de una nacíon ha dicho que era para su malestar y su desasosiego, todos
han proclamado el ciego imperio de la necesidad para encubrir una felonía, una trai-
cion, ó una usurpacion. Ahí están los anales del mundo entero para decirnos lo que
fuéron esas femen tidas protestas en obsequio de la nacion sino una máscara de la
ambicion liberticida.


Si las bóvedas del palacio senatorial habian ya resonado quejas sentidas, si la
prensa se d.esvivia denunciando desafueros contínuos, no tardó el Congreso en oir
tambien las más graves acusaciones contra los ministros. Por do quiera el torrente
de las pasiones bramaba, rompia sus diques y amenazaba derramarse por todo el
reino á medida de lava abrasadora.


El 30 de Octubre el Sr. Bernabeu, diputado por Alicante, anunció una interpela-
cion á los ministros para saber «si el ministeno se proponia respetar y hacer guardar
»las consideraciones que la Constitucion concede á los seÍ10res diputados en este re-
»cinto y fuera de él, mientras exista al frente de la nacion como gobierno provisio-
))na!.)) Los ministros no asistieron á la ses ion del dia siguiente y el mismo diputado
renovó su interpelacion en los términos siguientes:


»Ayer hice una interpelacion al ministerio, y creo que era absolutamente necesaria
lIuna contestacion pronta:ho y la considero como más urgente: yo creo qLle los dipu-
»tados no tenemos toJa la seguridad que es necesaria. Cuando el gobierno no ha ve-
))nido á contestar á una interpelacion tan justa y tan urgente, preóso es que yo diga
»aquí que desde este dia me voy á poner bajo la salvaguardia de mi propia protec-
))cion; indi~ Densable es que los diputados que piensan hacer la oposicion se revistan
"de la aute idad que da la fuerza propia, y desde hoy se pongan en defensa, porque
))de otro modo no sé si dentro de pocos dias estaria yo en el sitio que ahora ocupo; in-
»dispensable es que el país lo sepa, y que sepa que hay diputados que desde este sitio
))defenderánlas instituciones que han jurado y salvarán el país, si necesario fuere.))


El día 2 de Noviembre el Sr. Lopez se presentó á contestar á la interpelacion del
Sr. Bernabeu, y tomando este la palabra empezó por hablar de su inferioridad parla-
mentaria, si bien como soldado habia militado siempre en la bandera de la libertad,
y al entrar en la cuestion declaró sin rodeos: "que el gobierno tenia que desaparecer
»de los bancos que ocupaba, porque los habia manchado con el sello del oprobio y
))del perjurio .. que era un gobierno intruso ... que bombardeaba y destruia las ciu-
"dades más florecientes de EspaÍ1a, ¿y para qué? ... para sostener un gobierno. transi-
»torio, que tenia que morir el dia que las Córtes se constituyesen, es decir, salir del




"puesto que ocupaba, porque no podia ocuparle más que hasta entonces, y aún era
"demasiado ... Las Córtes no podian aprobar ninguno de sus actos, el gobierno habia
))cometido una parcia n de ilegalidades, infri'ngido una porcion de artículos de la Cons-


lJ titucion." Aludiendo en seguida al partido retrógrado, decia el Sr. Bernabeu: h¿Y
"serán estos los hombres que quieren sostener la inocente Isabel en su trono, los
"hombres que perdieron á su madre, que la llevaron á una emigracion y aún está en
"tierra extraña, y que la hicieron perder su situacion política aquí? ¿Quieren volver
"á gobernar y pretenden respetar el trono que hoy tenemos? Miserables, no hay me-
»dio de gobernar más que con la Constitucion en la mano sin faltar nunca á ella.»
Concluyó el Sr. Bernabeu su filípica algo desaliñada con estas palabras: ((¿No es de
»temer, señores, para un diputado que ve infringir la Constitucion en tantos artícu-
"los, no es de temer, repito, que el mismo gobierno trate de atacar á sus personas?
,,¿No ha hecho el gobierno contratos onerosos que la nacion repudia, contratos que
lJen su dia pueden declarar nulos las Córtes? ¿Qué me contestará á mí el gobierno,
»cuando le diga que ha infringido diez y nueve artículos de la Constitucion? Es pre-
»ciso que el gobierno declare por qué lo ha hecho, y no basta que diga que estamos
lJen revolucion, pues para mí el gobierno es el único revolucionario."


¡Así destellaba la union, la reconciliacion! Y es de advertir que en su dlscurso el
Sr. Bernabeu dijo: «He tenido una gran parte en lo que hoy se llama coa licio n , la
))bandera que se levantó en Reus, la levanté yo tambien, aquel manifiesto está es-
ncrito por tres personas y una de ellas soy yo)). Así se expresaba uno de los corifeos
progresistas de la coalicion, uno de los que levantaron la bandera de Reus: pocos
dias faltaban para que todos los progresistas honrados que se adhirieron á esa fatal
bandera recibieran el tremendo desengaño que ya obraba en el Sr. Bernabeu y que
vino á manifestarse en la noche memorable del 29 de Noviembre.


Contestó el Sr. D. Joaquin María Lopez al Sr. Bernabeu, y aunque la lucha no era
ni con mucho igual respecto al talento oratorio, como al defender una mala causa
desmaya el talento más fecundo, todo el que asistía al Sr. Lopez como brioso tribu-
no, como orador brillante vino á menos delante de la inexorable lógica de los hechos
que lo apremiaban. Le faltó el recurso que tanta ventaja ofrece en la oposicion de
acusar sin probar. La violacion flagrante de todos los principios que habia sostenido
con un puritanismo indomable era patente, no tuvo más efugio que el de apelar á los
sofismas más deplorables, á las argucias más pueriles. Su discurso merece un análisis
que ponga de manifiesto las contradic~iones, que el Sr. Lopez el ministro daba al
Sr. Lopez el diputado de la oposicion, y cuán escaso de prevision era como minis-
tro y como diputado para apreciar el porvenir que estaba en vísperas de realizarse.


Dijo el Sr. Lopez: las excisiones van concluxendo, se restablece la calma ... Ya
hemos dicho el estado de las provincias en armas, y la interpelacion misma á que
contestaba el Sr. Lopez era la mejor prueba de lo aventurado de su aserto.


«Los senadores y los diputados, decia el Sr. Lopez, no sólo son inviolables y sa-
»grados por la ley, sino que lo son por la opinion, por ese respeto y veneracion pro-




-7°9 -
"funda con que miran el pueblo y el gobierno á las Córtes, contemplándolas como el
»arca de la alianza entre los israelitas, que bastaba llegar á tocarla para ser muerto,
"aunque se pusiese en ella la mano con el fin piadoso de sostenerla.))


Estupenda figura de retórica, ¿quién, á no saberlo, diria que el orador que así habla-
ba acababa de poner su mano sacrílega en una de esas categorías de hombres invwla-
bies y sagrados por la ley y la opinion, disolviendo el Senado, acto que tambien pro-
vocó tres años antes, cuando se lo estorbó el duque de la Victoria? La verdad es que
la segunda parte de la alegoría recibió su pleno efecto, y si tuvo ó no el Sr. Lopez el fin
piadoso de poner la mano en lo que llamaba 'el arca de la alianza, esto es los senadores
y diputados, para sostenerla, no lo sabemos, lo que sí hemos visto es que de allí á poco
cayeron melertos los que habian dado el ejemplo del sacrilegio y de la profanacion.


Mas, ¿á qué tomarnos el trabajo de refutar esta parte del discurso d~l Sr. Lopez,
cuando tenemos su propia refutacion en la misma sesion? Héla aquí:


"Se nos dice que violamos la Constitucion al acordar la renovacion del Senado; lo
"hicimos, senores, porque creimos en nuestra cO;lciencia que este paso era absolu-
»tamente preciso, si no se habia de esterilizar el gran movimiento nacional; porque
"de otro modo, no sólo ese alzamiento hubiera venido á ser de todo punto inútil,
"sino que ayer hubiéramos formado el cuadro de nuevas disensiones, y tal vez de
»nueva guerra; porque un Congreso nuevo, producto de la opinion actual del país,
»conocedor y hechura de su situacion, penetrado de sus exigencias, hubiera estado en
"constante lucha con un cuerpo antiguo, dominado por los antiguos hábitos, poseido
»de antiguas y derrocadas opiniones, y el menor mal que entonces hubiera podido
»seguirse hubiera sido la inmobilidad, hubiera sido la parálisis, que es la muerte en
»los gobiernos representativos.»


Dejamos al Sr. Lopez el trabajo de conciliar el carácter inviolable y sagrado de los
senadores, el respeto al arca de la alianza, esto es, á las Córtes, de que formaban
parte los senadores, y la violacion de los derechos sagrados de aquellos senadores.
Mas entraré mas como historiadores y como senadores, á preguntar al Sr. Lopez: ¿En
dónde hallaba más que en su ciego encono y su postracion á un poder superior al
que ejercia nominalmente esos hábitos antiguos, esas opiniones antiguas y derro-
cadas en un cuerpo an tiguo? Renovado el Senado con las elecciones de 1840 Y de 1843,
la fecha de su orígen era sobradamente reciente; en aquella mayoría todos y cada
uno de los senadores que la componian, habian dado á la causa de la libertad tantas
ó más garantías que el Sr. Lopez y sus companeros. Sus opiniones eran de antiguo
patrióticas y progresistas; y las que podian merecer el adjetivo de derrocadas, eran
las que sostenia el Sr. Lopez en 1843. El Sr. Lopez calumniaba feamente á la mayo-
ría del Senado que disolvió, por ser el único digno que podia contener el movimiento
retrógrado, cuya iniciativa pertenece al Sr. Lopez, movimiento que no ha parado
hasta llegar al despotismo más brutal. Ese retroceso es el que hubiera impedido
aquella mayoría del Senado animada del más puro y acrisolado patriotismo; y por
conocerlo así los que mandaban al Sr. Lopez, le impusieron la renovacion total del




- 7 10 --
Senado: le obligaron á poner su mano sacrílega sobre el arca de la aliann; esto es,
sobre el Senado, parte integrante de las Córtes. No tardó mucho en recoger los
frutos ópimos de su odioso atentado, doblemente odioso por los resultados y por
los comentarios calumniadores con que pretendió legitimar en la sesion del 2 de N o~
viembre la renovacion íntegra del Senado.


Prosigamos: « Los indivíduos que forman el gobierno están dispuestos á salvar el
»país y á defender en un caso adverso la libertad; aquí con la razon y con la ley, en
»las calles y en el campo si necesario fuera, con la fuerza.»


Tales serian las briosas disposiciones de los que formaban el gobierno salvador,
mas el resultado ha silo que han perdido el país; y en cuanto á defender la libertad
en las calles y en el campo con la fuerza, habiéndose sublevado Alicante y Cartagena
de allí á poco~ era llegado el caso adverso de pelear en las calles y en el campo: no
sabemos que el Sr. Lopez ni sus compañeros de gobierno hayan cumplido lo que
por todos ofrecia el presidente de aquel gobierno.


Volvió el Sr. Lopez á hacer la historia de su ministerio de Mayo: se presc Itó de nue-
vo como una víctima de las exigencias de sus amigos, y con la ingenuidad que le ca-
racterizaba, no tuvo á menos de decir: «Varias personas del partido progresista me
»cercaron de dia y' de noche con importunidad; me hicieron presente, y era verdad,
»que habiendo llamado ya á dos sujetos distinguidos del mismo partido para que for-
»masen el Gabinete, y no habiéndolo éstos realizado, si yo no lo formaba, el partido
»habria muerto de hecho.»


Sí, estaba en los hados del partido progresista que habia de recibir la muerte de
la mano del Sr. Lopez, no porque dejara de aceptar el encargo de formar el ministe-
rio, mas por haberlo admitido; hemos visto ya que no hay plazo que no se cumpla.


Siguiendo su tema, decia el Sr. Lopez: «Se me dijo que habia un ministerio de
·,reaccion preparado y dispuesto para el caso en que yo no formara el Gabinete,
llCUyO ministerio, si entraba, destruiría de todo punto la libertad; y que entonces,
lllas consecuencias, los cargos y la responsabilidad más tremenda pesarian sobre mí.
"Confieso, señores, que esta refiexion me estremeció; no tuve ya fuerza para resis-
lltirme. Quede pues sentado que yo hice el sacrificio á la patria y á mi pueblo.))


Malhadado sacrificio que tan caro ha pagado la patria y el partido, que por su mala-
ventura contó al Sr. Lopez en sus filas, admitiendo que hubiera sacrif1cio por su
parte, de lo cual no tenemos ni por asomo la conviccion, por más que en seguida in-
sistiera el Sr. Lopez en su desvío de la ?naceracion insufrible del ministerio, argu-
mento tantas veces manoseado como desmentido por el mismo, pues nadie puede
creer en ese decantado horror del mando en eí Sr. Lopez.


Que en ~v1ayo de 1843 hubiera quien cercara con tanta impertinencia al Sr. Lopez,
que le contaran calumnias nécias y paparruchas livianas, y que las creyera el Sr. Lo-
pez, todo es posible, mas que éste las repitiera públicamente despues de los hechos
consumados, es lo que aturde. La idea de un ministerio de reaccion preparado y dis-
puesto á destruir de todo punto la libertad, pudo muy bien haber sido indicada á la




- 711 -
credulidad del Sr. Lopez en Mayo, mas cuando vió el ministerio que le reemplazó,
parece que hubiera, aparte de su opinion, debido conocer la torpeza grosera del
engaño; pues si ministerio progresista, sostenedor de la libertad y de las reformas
pudo haber, ninguno podia presentar mayores y más firmes garantías que el que
presidia el venerable D. Alvaro Gomez Becerra, que como ya hemos dicho en otro
lugar, habia sido con otro de sus compañeros de Mayo, el Sr. Mendizabal, y los de
su ministerio de 1836, los únicos ministros ·progresistas reformadores que habia te-
nido España. ¿A qué pues repetir esas sandeces, cuya revelacion no servia más que
para poner de manifiesto las bajas é indeceiltes intrigas que se agitaban en Mayo en
la intimidad del Sr. Lopez?


Cuando dimos cuenta de las discusiones del Congreso en 1842, con motivo de las
infracciones de Constitucion, que la oposicion de entonces echaba en cara á aquel
ministerio, sacamos del Diario de las Sesiolles de Cúrtes la opinion emitida en aquella
época por el Sr. Lopez. Infringir la Constitucion, era para el diputado Lopez un
atentado que ninguna circunstancia podia ni debia autorizar; mas para el ministro
Lopez, infringir esa misma Constitucion, era ya una resolucion que se tomaba no
sólo con resignacion, sino hasta con gusto. La falta de solidez en las opiniones del
Sr. D. Joaquín María Lopez, merece que pongamos frente á frente sus discursos
de 1 ¡)42 Y de 1843; puesn o pasó más tiempo en decir el pró y el contra, el sí y el no en
una misma cuestiono Hé aquí las dos opiniones sobre infracciones de Constitucion.


Opillion del Sr. D. Joaquin María Lo-
pc,? cn I 8-/-2.


«Cuestion es esta de principios y no
de otra especie, mas de principios esta-
bles, permanentes, eternos, que no ad-
miten modificacion, excusa, ni transac-
cion alguna, sean cuales fueren las cir-
cunstancias, sea cual fuere el poder y
el apremio de los sucesos.


"En vano es querer echar mano del
débil pretexto de la necesidad; ese efu-
gio sólo sirve para dividir y señalar
nuestros campos, pues el nuestro no
admite los estados de sitio en ningun
caso absolutamente ... Ninguna Consti-
tucion se salva infringiéndola; entonces
se comete un mal real, positivo, del dia,
para evitar otro sólo temido, que acaso
podria halla rse en el porveni r. Jamás
las Constituciones se han salvado por


Opinion del Sr. D. Joaquín María Lo-
per. en 1843.


«Los estados en situaciones excepcio-
nales se parecen á un barco cuando cor-
re una tempestad deshecha, y tempes-
tad deshecha corriamos nosotros en-
tonces; no sólo acorta y pliega las velas
y amarra el timan, sino que arroja al
mar las mercancías y los víveres, que
eran la fortuna y la subsistencia de los
pasajeros; y esta operacion que en com-
pleta calma se hubiera tenido por locu-
ra, en los casos desesperados se abraza
no sólo con resignacion, sino hasta con
gusto, porque lleva envuelto el deseo
y el afan de la propia conservacion.


»Entre nosotros, por fortuna puede
decirse que la tempestad ha concluido,
sólo queda una marejada sorda y algun
oleaje, donde las corrientes eran más




- 712
esos medios; cuando se violan ó con-
culcan sus principios, sucede lo que nos
dice la fábula de Medea que quiso reju-
venecer á Pelias: hizo que le bulleran
sus hijas que deseaban conservarle in_
mortal, y sólo resultaron huesos. Esto
es 10 único que queda despues de la "io-
lacion de las Constituciones, ni un dia
se retarda su caida por estos indiscretos
medios: se verifica 10 que con aquel ca-
lifa de la Arabia, de quien nos refieren
los historiadores que acometido de un
mal incurable, y habiéndole hecho creer
que se aliviaria con entrañas palpitan-
tes de niños, hizo arrancárselas á mu-
chos, pero él no se mejoró ni prolongó
su odiosa existencia.


))Los poderes en los gobiernos repre-
sentativos dejan de existir de derecho
desde el momento en que la Constitu-
cion no existe, y la Constitucion deja de
existir desde el /11.0rnento que es atacada
ú infringida, y ¿ cómo podrán mandar
en virtud de una ley que ellos han sido
los primeros en condenar al olvido bajo
el falso pretexto de aspirar á su conser-
vacion?))


(Sesion de Córtes del 10 de Febrero
de 1842.)


pronunciadas; y aú.n esto espero yo que
concluya al brillar el nuevo dia, en que
se ostente sobre el horizonte el sol ra-
diante de la majestad: hemos salvado la
triplllacion y el barco, hemos llegado á
puerto seguro; y si todavía se nos dice
que hemos faltado á la ley, ~ontestaré­
mos con aquel hombre célebre de la
antigüedad, hemos faltado á las leyes,
pero hemos salvado la patria.


»¿ Se nos echa en cara la infraccion
de leyes? N osotros lo ~confesamos, pero
añadimos que, si las hemos cometido,
ha sido por creerlo absolutamente pre-
ciso para salvar la situacion, que era
nuestro deber y nuestra mision prin-
cipal.


» El Sr. Bernabeu ha dicho que este
gobierno es intruso, el gobierno provi-
sionalléjos de ser intruso tiene el orí-
gen más respetable y solemne, el título
más elevado que pudiera tener.))


(Sesion de Córtes del 2 de Noviembre
de 1843.)


Hemos visto la palinodia cantada por el Sr. Lopez respecto á las infracciones de
Constitucion. Vamos á presentar otra no menos inaudita respecto al partido reac-
C1Onano.


Opinion del Sr. Loper. diputado
en 1842.


«No olvidemos, señores, que los
cantos de la victoria son muchas veces
como el de la sirena, que no atraen sino
para dar la muerte, y á mí me importa
poco que el sepulcro que encierre la li-


Opinion del Sr. Loper. ministro
en 18..¡.3.


«Se tienen ó se afectan temores de
que se puede retroceder, y yo entiendo
que el retroceso es ya de todo punto
imposible entre nosotros; es imposible
porque las naciones cuando han llegado




bertad de mi país esté marcado por una
senda de rosas y de laureles, si al fin es
un sepulcro. Se engañan mucho los que
creen que la cuestion está resuelta ya
definitivamente; no, sei10res, no está
más que aplazada para otro dia, y de
ese día temo yo mucho, porque entre
un partido resuelto, emprendedor, que
trabaja sin descanso, que no perdona
medios, y un gobierno déhil, inactivo
que se asusta hasta de la sombra misma
de su poder, el resultado no puede ser
dudoso por mucho tiempo. Hé aquí
por qué yo hago la oposicion, por qué
miro esta materia como de vida y muer-
te para el país, y yo, señores, debo de-
cir, por más doloroso que sea, que ten-
go en mi corazon, por lo que he visto,
la conviccion tristísima, de que si este
gobierno sigue es necesario que empe-
cemos á preparar la oracion fúnebre
para la libertad de nuestra patria.


))Voy ahora á especificar los cargos.
i. Dónde empezó la sedicion? En Pam pIo-
na. ¿Quién se puso á la cabeza? O(Don-
nell. El gobierno sabia como sabemos
todos que Q( Donnell era enemigo de las
instituciones y del órden establecido, y
el gobierno no podia suponer, porque
no está en el corazon humano, que tan
pronto se hubiera convertido, que tan
vronto se hubiera reconciliado con el
L ~


sistema que antes aborrecía, y que no
viniera á nuestro suelo con miras, que
aunque disim uladas, eran decididamen-
te enemigas; no obstante se le permitió
quedar en Pamplona.


El peligro por que hemos pasado ha
sido inminente, igual al que corremos
hoy, estamos sobre el cráter de un vol-
ean: piénsese, señores, que existe el


á cierta altura de libertad y de reformas,
no vuelven atrás, lo más que hacen es
sentarse si se encuentran fatigadas, para
emprender en seguida su marcha hácia
el objeto apetecido con paso más ligero
y más seguro: es imposible el retroceso
porque la situacion actual es esencial-


. mente propia del partido progresista,
puesto que hombres de este partido son
los queformaron el ministerio de Mayo,
que con su firme resistencia produjeron
despues el alzamiento nacional, y si es
verdad que todos hemos peleado, que la
sincera union nos ha dado el triunfo,
que todos tenemos parte en la victoria,
no lo es menos que nadie nos quita la
honra de haber sido los primeros en dar
la señal del combate yen romper elfue-
go. Es imposible, por último, el retro-
ceso, porque los hombres que antes di-
sentían de nosotros sobre la latítud de
los principios políticos, hoy parten como
nosotros de la Constituciol1 de I 837 Y de
las reformas obtenidas; ellos saben que
les hemos abierto los brazos para es-
trecharlos con un sentimiento generoso
y fraternal, y ellos son patriotas y son
caballeros.»


(Sesion de Córtes del 2 de Noviembre
de 1843.)




mismo partido, que sus asechanras, sus
tentativas se redoblan, que no ha dismi-
nuido en nada ni en sus esjuerros, ni en
sus propósitos, sin que haya tenido otra
pérdida que la de seis ú ocho hombres,
que han sucumbido en la última insur-
reccion. Las combinaciones continúan
acaso con más ardor que nunca: que se
trama en el extranjero, se procuran en
la Península adeptos y á cada cual se le
habla en su lenguaje para lograr su
asentimiento ó cooperacion.


(Sesion del 21 Y 22 de Enero de 1842.)
U na reaccion hizo forzoso el pron un-


ciamiento de Setiembre. Reconquista-
das en ese dia nuestras libertades, se in-
sistió aún en que no habia vencedores
ni vencidos, y los que lo fuéron nos han
traido el período peligroso de17 de Octu-
bre. Todavía se les defiende, todavía se
pintan como calumniadores á los que
han sabido triunfar de sus intrigas, to-
davía se intenta calumniar la historia
contemporánea; pues bien, que se vea
dónde están esos que no han querido
llamarse vencidos desde el año 1834-
acá, y dónde estamos nosotros. Ellos
están al lado de Cristina trabajando por
una restauracion que nos vuelva en po-
lítica al estado que tenian las cosas á la
muerte de Fernando, y nosotros esta-
mos alIado de la Constitucion p: ra de-
fenderla, y de una regencia que la na-
cion ha nombrado del modo más irrecu- .
sable y sole111,ne. Los hechos hablan más
claroy más alto qlle los hombres.»


(Sesion de Córtes del 10 de Febrero
de 1842.)


La posteridad llegaria ii no creer que en un hombre, que ha tenido fama en el
Parlamento español, cupiera tanta inconstancia de opiniones, y que bastara un pedo-




- 715 -
do de año y medio para contradecirse de un modo tan escandaloso: á no tener á la
vista los documentos más auténticos de una época deplorable, no se daria fé á quien
narrara tales aberraciones del entendimiento humano. La nacion que ha podido en-
tregar su suerte á ese hombre funesto debia hundirse en un abismo de calamidades.
Cuando al borde de una cima sin fondo, ese hombre cantaba himnos de victoria,
cuando naviero sin tino y sin valor se jactaba de haber salvado la tripulacion y el
barco, y blasonaba de haber alcanzado un puerto seguro, era el momento en que es-
trellaba el barco contra una peña que toda la tripulacion veia. ¿A qué pues extrañar
el naufragio? .


Recojamos tambien de paso para la historia la declaracion del Sr. Lopez de que al
ministro de Mayo le cabe la honra de haber dado la señal del combate y de haber
abierto el fuego provocando la insurrecciono No podia el duque de la Victoria desear
más cabal y cumplida justificacion que la solemne confesion hecha en las Córtes por
el presidente de aquel ministerio. Triste honra por cierto, la que ha revindicado el
Sr. Lopez en 2. de Noviembre de r843, olvidado sin duda de lo ,que decia en 10 de
Febrero de 1842, que estaba al lado de la Constitucion para defenderla, y alIado de
una regencia que la nacion habia nombrado del modo más irrecusable y solemne,
mientras los vencidos del 7 de Octubre estaban al lado de Cristina, trabajando por
una restauracion que volviera las cosas en política al estado que tenian á la muerte
de Fernando VII. Abrió el fuego contra esa regencia y dió la mano á esos vencidos,
si bien no estaba en el coraron humano que se hubieran convertido, y con ellos se
entronizó la restauracion vaticinada.


Ministro imprudente y ciego, habeis conculcado las leyes, violado la Constitucion:
y üabeis perdido la libertad, habeis realizado lo que en vuestro papel de tribuno va-
ticinabais á los que conculcan las leyes, habeis realizado la fábula de Pdias, y no ha-
beis conseguido el resultado del naviero que aligera su barco, pues este arroja á la
mar la materia pesada y no la brújula, y no renuncia á su inteligencia; ¿habeis he-
cho más que destruir una Constitucion, obra de nueve años de sacrificios inaudi-
tos? Hubierais muerto toda fé en los principios, toda confianza, si los principios
estuviesen á la merced de la inconstancia y de la veleidad de algunos hombres;
mas la historia está atestada de esas inconsecuencias, de esas aberraciones, sin que
por eso un principio fecundo y generoso haya perecido, porque hombres funestos
por debilidad, por ciega vanidad ú otras peores pasiones les hayan desertado. Si la
posteridad os absuelve de intencion premeditada en la inmolacion que habeis hecho
de la libertad de vuestra patria, entregandoos vos y ella á los que poco antes llama-
bais sus más encarnizados enemigos, no dejará de clasificaros en el número de los
ministros cuya existencia política ha sido una calamidad pública, y fulminará contra
vosotros la sentencia que en vuestras inspiraciones de poeta formulásteis contra
vos mismo sin saberlo. Acordaos del dia que temiendo el triunfo del partido que 11a-
másteis en Mayo, y que en Noviembre considerábais todavía como adicto á la Cons-
titucion de 1837, deciais en 30 de Enero de r842 ..... ({Diputados, P\:l1sad que vais á




-7 16 -
»pasar el Rubicon con vuestro voto, que vais con él á afianzar en esos bancos á los
»actuales ministros, ó á hacer que el Gabinete se camhie ó se varíe; pensad que estos
»ministros tienen sobradamente acreditada su impericia, su falta de accion, su falta
»de energía, que si esperais otra nueva prueba, tal vez esta nos hunda para siempre
llen el abismo; pensad que la mina está cargada y tal vez no lejano el dia que reviente,
»que la mano del ministerio es harto impotente y débil para contener su explosion,
»y que el dia en que esto se verifique volará en pedazos el edificio de)a libertad, que
»nosotros hemos levantado á costa de tantos sacrificios, y nos envolverá al caer en
»sus miserables escombros; pensad que se trata de la existencia de la patria, de la exis-
»tencia de las instituciones, de la existencia de vuestras esposas, de vuestros hijos,
IIde todo lo que hay de más interesante y tierno en el corazon humano, que esta
»patria os pedirá cuenta de vuestro voto, y que si en el dia del infortunio pudieseis
»evitar la horrible suerte que os amenaza, tendriais que ir á buscar la seguridad llena
»de oprobio á una tierra extraña donde os seguirian las maldiciones de la generacion
»presente y de la posteridad que siempre es inflexible. Pensad, por último, que en
»esta cuestion no hay mañana, porque ese dia tal vez no nos traiga otra cosa más
»que un engaño doloroso y una ruina inevitable.»


Cual vate inspirado hablaba en 30 de Enero de 1842 el diputado D. Joaquin Ma-
ría Lopez de los males que debia producir el ministerio que tenia acreditada su im-
pericia, su insuficiencia, su falta de accion, su falta de energía y su mano de impoten-
te y débil para contener una explosion no lejana. Este ministerio funesto que debia
merecer las maldiciones de la generacion presente y de la posteridad, no era el que
existia en Enero de 1842: á D. Joaquín María Lopez estaba reservado realizar ese
ministerio en Mayo yen Setiembre de 1843; los resultados han sido los que presa-
giaba. Sobre él recaiga el anatema que él mismo proclamó contra el ministerio que
hundiese la patria en un abismo, pues ahora suya ha ¡sido la culpa ó á lo menos
puede decir de ella: magna pars fui.




CAPÍTULO XXXII.


DEBATES PARLAMENTARIOS.-MAYORIA DE LA REINA.-DESASTROSO y JUSTO FIN DEL


GOBIERNO PROVISIONAL.


En 4 de Noviembre el Congreso de diputados nombró el presidente y la mesa. El
modo con que se hizo la eleccion debió lisonjear asaz poco al elegido. Los votos se
dividieron sobre tres diferentes candidatos del bando progresista, última concesion
del bando opuesto: el resultado del primer escrutinio dió treinta y un votos á favor
del Sr. D. Salustiano de Olózaga, cuarenta á favor del Sr. D. Manuel Cortina, y
treinta y ocho á fayor del Sr. D. Manuel Cantero. Hubo nueva votacion entre los tres
candidatos, y resultó nombrado el Sr. de Oiózaga por sesenta y seis votos contra cua-
renta y tres que obtuvo el Sr. Cortina, sacando siete el Sr. Cantero.


Los antecedentes de esta votacion merecen una mencion detenida, pues forma el
primer episodio del rompimiento que desbarató la coalicion.


En 4 de Noviembre, los progresistas de la coalicion ya habian perdido hasta las
ilusiones de su fatal alianza con sus naturales é irreconciliables adversarios. Con
todo, rehuian un rompimiento, que si bien consideraban como inevitable, les era
duro poner de manifiesto. Llegó la cuestion de presidencia, los progresistas conside-
raban al Sr. Cortina como su jefe verdadero, le hicieron instancias para que los reu-
niese con el fin de acordar la eleccion, negándose á ello resueltamente el Sr. Cortina.
Los diputados del bando opuesto tuvieron sus reuniones sin llamar á ellas sus com-
pañeros de opinion progresista: estas confabulaciones parciales dieron lugar á que
se seí1alase una reunion general en el local mismo de las Córtes. Al llegar á esta su-
pieron los progresistas que por la mañana misma habia habido una juntade los contra·
rios en casa del Sr. D. Juan Carrasco, lo que produjo una viva irritucion entre
aquellos. •


Abierta la sesion, el Sr. D. Javier Isturiz propuso por presidente del Congreso al




Sr. de Olózaga, como el que más y mejor personificaba la situacion; el Sr. Isturiz no
habia asistido á la reunion Carrasco, mas su proposicion se tuvo entre progresistas
por el resultado del acuerdo de aquella. Bastó esta suposicion más ó menos fundada
para que los progresistas rechazasen la proposicion, considerando, sin razon ya, al
Sr. de Olózaga como el candidato de los reaccionarios. Varios progresistas tomaron
la palabra para sostener la candidatura del Sr. Cortina: los Sres. Obejero y Garnica
expresaron su oposicion al Sr. de Olózaga, con acaloramiento excesivo. Gozaban los
reaccionarios de esta lucha entre los dos diputados más eminentes del bando progre-
sista, señal que ya habia penetrado la cizaña en sus filas: indisponer entre sí á los je-
fes, debilitar sus contrarios, y acabar con ellos á la primera coyuntura, era sobresa-
liente táctica, yen la de la presidencia ya hasta cierto punto consiguieron su intento.
El Sr. de Olózaga propuesto por sus adversarios naturales, rech1Zado por sus anti-
guos amigos, se vió en la necesidad de hacer una declaracion de principios, a.:eptando
los hechos consumados. Consideraba la revolucion llegada á su término, siendo pre-
ciso partir de lo que existia para llegar á la consolidacion del pronunciamiento. Aca-
bó su discurso provocando al Sr. Cortina á que emitiera su opinion, como lo habia
hecho él mismo.


Así interpelado, no pudo el Sr. Cortina eludir una contestacion, y dijo sin. rodeos
que de ninguna manera aceptaba la posicion creada por el pronunciamiento, por tan-
to no podia ser el candidato de la mayoría; que en su opinion, si en efecto la revo-
lucio n no debia dar un paso más adelante, tampoco le debia dar atrás. Patentizado
este conflicto, el bando contra-revolucionario quiso hacerlo más visible aparentando
no tener miras personales, ni candidato propio. Propuso el Sr. Martinez de la Rosa
que los Sres. Olozaga y Cortina se retirasen á conferenciar entre sí y determinar lo
conveniente en la cuestion de presidencia, tomando los asistentes el compromiso de
votar el sujeto que ellos propondrian: el lazo era sobradamente claro para que ni los
Sres. Olózaga y Cortina, ni los progresistas cayeran en él, pues era lo mismo que ex-
cluir á ambos, no pudiendo proponerse á sí mismos los dos comisionados. Desechada
la proposicion del Sr. Martinez de la Rosa, se indicó al Sr. D. Manuel Cantero como
candidato, el Sr. Cantero habia sido vice-presidente de las Córtes y pertenecia al par-
tido progresista. A pesar de estas circunstancias y ser persona sumamente apreciable,
la proposicion no encontró simpatías, y cansados todos de tan inútiles conversacio-
nes, se separaron los asistentes para reunirse cada bando de por sí. Este fué el primer
rompimiento de la coalicion.


De la anarquía que reinaba en España ya hacia algunos meses, habia venido una
pandilla de especuladores políticos, compuesta de jóvenes amamantados con la edu-
cacion propia del reinado de Fernando VII, la cual no habia sacado de sus estudios
más ciencia que la de explotar la parte material y lucrati\'a de un gobierno represen-
tativo. De corto número esa reducida faiange tomó el nomhre manoseado de Júven
España, sacado de iguales deno111inaciones extranjeras. Se propuso dominar los par-
tidos principales ofreciendo sus servicios y sus votos al que más ventajas le ofreciera




-- 7i 9 -
siendo el Congreso poco numeroso y estando dividido en dos fracciones casi iguales.
Es cierto que los votos de aquella pandilla habian de dar mayoría al bando á que se in-
clinara, obligando á una capitulacion, no en cuanto á principios políticos, porque la
J óven Espaúa hacia alarde de no tener ni nguno, mas sí en la distribucion de empleos,
sola y única ambician de esa juventud especuladora. Capitaneaba esa falange el Sr. don
Luis Gonzalez Brabo, y pronto verémos al demagogo redactor del célebre Guirigay
encumhrado en el puesto más elevado del Estado y jefe del partido que poco antes
habia insultado y ultrajado apurando el vocabulario de los denuestos en aquel diario.


Sabedor de la excision profunda que cau:;aba la eleccion del presidente entre las
dos fracciones principales del Congreso, el Sr. D. Luis Gonzalez Brabo, tomada la
vénia de los reaccionarios, se presentó en la reunion progresista, yen nombre de sus
adherentes propuso al Sr. Olózaga para la presidencia. Esta inesperada arrogancia
provocó una irritacion indecible, de la cual resultaron escenas que más conviene ca-
llar. Los más prudentes se salieron dirigiéndose al salan de Córtes donde le siguieron


. poco á poco los demás, y se abrió la ses ion sin que hubiera un acuerdo cualquiera
sobre la eleccion del presidente. De esta divergencia resultó el primer escrutinio cu-
ya mayoría relativa obtuvo el Sr. Cantero, en el segundo la mayor parte de los votos
dados al Sr. Cantero pasaron al Sr. Olózaga que conservó los treinta y uno de los
reaccid'narios, los progresistas sostuvieron su candidato el Sr. Cortina con treinta
y ocho votos con cinco mis de los que habian votado por el Sr. Cantero, y se divi-
dieron los ciento diez y ocho votos, total de los diputados presentes del modo siguien-
te: D. Salustiano de O:ózaga que en el primer escrutinio, obtuvo treinta y un votos,
en el segundo ObtL1VO sesenta y seis, el Sr. Cortina que en el primero tuvo treinta
y ocho, obtuvo cuarenta y tres en el segundo, siete quedaron al Sr. Cantero, y hubo
dos papeletas en blanco.


Al tomar posesion de la silla presidencial el Sr. Olózaga, no se hizo la menor ilu-
sion sobre la significacion de la eleccion, y las palabras que dirigió al Congreso para
combatir toda significacion política le dieron mayor fuerza. «El número de votacio-
»nes, dijo, que acaba de presenciar el Congreso indica que se limita á este sitio la sig-
))nificacion política de la formacion de la mesa, tamhien debe considerarse que los
))nombres que hayan podido entrar en la primera votacion tampoco pueden marcar
llningun disentimiento político por ser conocidas y sabidas las relaciones que unie-
»ron á los indivíduos elegidos con los que se han quedado fuera de la eleccion.»


La discusion del proyecto de declaracion de la mayoría de la reina empezó en el
Congreso el día 6 de N ovíembre y el día 7 en el Senado.


En el Congreso propusiéronse dos cuestiones preliminares que desechó la mayo-
ría. La primera fué que se pasase á la órden del dia sobre el proyecto de ley como
atentatorio al art. 56 de la Constitucion: se desechó por ochenta y tres votos con-
tra veinticuatro; la segunda para que se declarase vacante la regencia, tambien fué
desechada por setenta y cuatro votos,contra treinta y uno. Dos sesiones ocupó la
discusion en la que se oyeron tres oradores en pró y tres en contra. El análisis de




-720 -
aquella discusion ningun interés ofrece. Los oponentes al proyecto le atacaron bajo el
punto de vista de la legalidad constitucional y del peligro de anticipar una mayoría
ya sobradamente precoz. En cuanto á la legalidad inconstitucional, dirémos que una
violacion más sobre tantas ya hechas de la Constitucion, y que alteraba esencial-
mente la legalidad misma de las Córtes, no debia aparecer un atentado de mucha
monta, y en cuanto á los peligros de una mayoría anticipada, eran los mismos que
la reina tuviera catorce años ó trece; el verdadero peligro no consistia en la edad de
Isabel 11, y solamente en las circunstancias en que llegaba á ser la mayoría legal ó no,
y esas circunstancias habian contribuido á crearlas los mismos que se ~hallaban
en el caso de temer sus resultados.


Los defensores del proyecto se entregaron á todo el énfasis de un entusiasmo ser-
vil. Segun ellos la declaracion iba á procurar á la nacion bienes SIn cuento. Se saca-
ron á colacion todas las figuras de retórica, y se hizo alarde de las exageraciones
las más altisonantes para demostrar que con el reinado de Isabel Il se abria la edad
de oro. El Sr. Martinez de la Rosa dijo: "el nombre augusto de la reina y su prestigio
»son los que impiden ahora que nos despedacemos, y si la nacion española existe es
"porque tiene un Dios y una reina.»


El presidente del Consejo de ministros fué el único de los indivíduos del gobierno
que tomó la palabra en esa cuestion; no quiso ser menos que el Sr. Martinez de la
Rosa en servilismo, y comparando los poderes transitorios á la monarquía dijo: «la
lIidea de la perpetuidad sola, sólo ese quid divinum que reside en la monarquía puede
«imponer silencio á todos los intereses y conciliar todas las voluntades, hemos cor-
»rido una t~mpestad deshecha, el íris, la serenidad está sólo en el trono, es inútil, se-
»ñores, que la busquemos en otra parte.»


Hé aquí dos oradores confundiendo á porfía sacrílega la divinidad y la monarquía,
inaudita mofa de Id que hay de más sagrado entre los hombres religiosos que nunca
vadearon la distancia que separa el Criador de las criaturas, aunque sentadas en un
trono perecedero.


Contestando el Sr. Lopcz á los temores que habia manifestado el señor diputado.
marqués de Tabuerniga, que la reina por su edad fuese el juguete de los partidos,
contestó en su ciego y servil optimismo: "Yo no temo, señores, á los partidos, luego
lIque instalado el poder real empiece el pleno ejercicio de sus atribuciones; entonces
lIlos partidos son el emblema de las olas del mar que vienen á estrellarse sobre la roca
»que los domina y los desafía, contentándose con retroceder deshechas ó con escupir
))en su furor sus impotentes espumas, moas si tal fuese el desgraciado destino de nues-
litro país que estuviera condenado á ser un dia campo de las ambiciones y teatro de
»tentativas contra la lihertad, todos la defenderiamos y si nuestra suerte era morír
»por ella, la saludaríamos como el gladiador romano, morituri te salutant; los que es-
))tamos destinados á morir por tí, te diriamos: ¡oh libertad santa! te saludamos, y tú
))eres nuestro último pensamiento envuelto ep el último suspiro que exhala nuestro
))labio moribundo.))




-721 -
S1 con frases de una elocuencia estéril se defendiera la libertad, nmgun campeon


tuviera esta de más valimiento que el Sr. Lopez; pero por más que en repetidas oca-
siones se ha ofrecido morir en su defensa, nunca le hemos visto cumplir sus heróicos
ofrecimientos, cuando mil otros han efectivamente dirigido el morituri te salutant
sin haberlo pompos:l1TIente ofr~cido. Ni más atinado fué el Sr. Lopez en sus infini-
tos vaticinios: no te nia á los partidos que comparaba á las olas que se estrellan con-
tra una roca~ se olvidaba de dos cosas, el gutta cavat lapidem que acaba con la roca,
y de que los partidos no retroceden como las olas, escupiendo una impotente espuma,
mas en sus vaivenes dejan trás sí un rastro de sangre y de lágrimas. Pocos dias des-
pues de haber pronunciado esas palabras, tuvo el Sr. Lopez que ocultarse para no ser
sepultado en un ca13b02O, donde pudiera meditar el 1110rituri te salutallt dado en
contestacion á los prudentes y sensatos avisos del marqués de Tabuerniga.


Una sola sesion ocupó en el Senado la discusion del proyecto de ley, pues no halló
una voz disidente. El Sr. D. Joaquin Campuzano, como indivíduo de la comision,
habia formulado un voto particular que consistia en dar á la reina, en cuya declara-
cion de mayoría cOl.venia, un Consejo de gobierno que debia cesar el dia en que la
ley constitucional b reconociese de mayor edad; no se tomó en consideracion este
voto particu:ar del Sr. D. Joaquin Campuzano, que se reducia al dicho vulgar de al-
barda sobre albarda.


Un discurso se pronunció que merece especial mencion por las verdades inconcu-
sas que proclama, y por haberlas dicho una de las personas más eminentes en saber
entre el bando reac(,ionario, el Sr. Garelly. Las palabras memorables á que aludimos,
son las siguientes:


"Lo que convienc cs abordar la cuestion en su totalidad, es decir, si se ha de dis-
llpensar Ó no el arto 56 de la Constitucion. Las dudas que se afectan tener, son pare-
»cidas á las de los fariseos de que habla el Evangelio, quienes despues de haber en-
»gullido un camello, hacian pasar por un támiz una copa de vino por si accidental-
llmente se hubiese introducido en la cuba algun mosquito.


"Cuando hemos aceptado la resistencia abierta al poder legítimamente constituido;
lIcuando hemos aceptado la creacion de un gobierno que léjos de ser nombrado por
"ese poder, había sido repudiado por él; cuando hemos aceptado las actas de las pro-
llvincias, cuyas diputaciones como la de Madrid, eran el producto de una real órden;
))cuando no hemos tenido inconveniente en sentarnos en estos bancos, no obstante
»que se ha violado el artículo constitutivo de este cuerpo, detenernos ante un artícu-
»10 cuya.dispensa es la más urgente, la única que es capaz de acabar con la revolu-
»eion y de acallar las pasiones, es cosa que no se comprende.»


Verdades eran estas que honran á la persona que las proclamaba, y tanto más que
fué la única así en el Senado como en el Congreso que tuvo el valor y la sinceridad
de llamar las cosas por su nombre, y pintar la situacion como era. Declaracion tam-
bien preciosa en cuanto puso de manifiesto que el bando que hasta entonces habia
blasonado de su respeto á la legalidad, era proclamado por boca de uno de sus más


46




-722 -
esclarecidos jefes, revolucionario y violador de la Constitucion y de las leyes, para
llegar al poder por la senda del motin.


En la ses ion del 7, el señor general N arvaez tomó la palabra en el Senado para ha-
cer una profesion de fé que anotamos como corolario de la que hizo en 13 de Di-
ciembre de 1837, y de su proclama de Teruel.


«Al hablar de mi respeto á la monarquía, quiero que se sepa y que no se desco-
»nozca, que las heridas que tengo, que la sangre que he derramado, que los servicios
»de toda mi vida han sido por la causa de la libertad y por la ley fundamental del
» Estado. Yo no he seguido jamás otra bandera.»


Digan por nosotros los sucesos posteriores la suerte que bajo la administracion
del general Narvaez le ha cabido á la causa de la libertad, á la ley fundamental, á
esa bandera que el general Narvaez decia suya, apellidando traidor á quien á ella
faltara.


El 8 de N oviem bre se reunieron los dos cuerpos colegisladores en Asam blea gene-
ral para votar la ley de mayoría. Parecia que la importancia de la cu~stion, la grave~
dad del caso, hubieran debido reunir en masa á todos los recien elegidos para votar;
y con todo, escasamente hubo el número legal para dar fuerza de ley al proyecto
aprobado. De ciento cuarenta y cinco senadores, total de su número legal, sólo asis-
tieron setenta y cinco, es decir, dos más de la mayoría legal; y de doscientos cuarenta
y un diputados, total de su nÚinero legal, votaron sólo ciento treinta y cuatro, es de-
cir, doce más de la mayoría legal. De manera, que reunidos los dos cuerpos colegis-
ladores, debían formar un total de votantes de trescientos ochenta y cinco, cuya mi-
tad y uno más, debia ser de ciento noventa y tres. El·total de los votantes fué de
doscientos nueve, esto es, diez y seis más de la estricta mayoría. Fué el número
exacto de los disidentes, siendo la ley votada por ciento noventa y tres en pró, y
diez y seis en contra.


La reina juró la Constitucion el dia ro. Hay que recordar el texto de ese juramen-
to, que gracias á los consejeros responsables de su quebrantamiento, no pasa de un
documento histórico sin cumplimiento y sin verdad. Dice así:


(,J uro por Dios y por los Santos Evangelios, que guardaré y haré guardar la Cons-
»titucion de la monarquía española, promulgada en Madrid á 18 de Junio de 1837;
"que guardaré y haré guardar las leyes, no mirando en cuanto hiciere, sino el bien y
»el provecho de la nacion.


»Si en lo que he jurado, ó parte de ello, lo contrario hiciere, no debo ser obede-
)Icida. Antes aquello en que contravinie're, sea nulo y de ningun valor. Así Dios me
»ayude y sea en mi defensa, y si no me lo demande.»


Yerba volant, scripta manent.
La resistencia, el derecho de insurreccion se halla explícitamente proclamado y re-


conocido en este juramento, siempre que se hagan cosas contrarias á la Constitucion
de 1837 Y á las leyes. Si el pueblo armado de este derecho no ha sabido levantarse
contra los que con inaudita osadía no han hecho más que quebrantar el juramento




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desde que Isabel 11 lo hizo, no culpe á nadie de los males que le agovian, muchos
heróicos lidiadores han protestado contra esos atentados, y han sido víctimas de su
arrojo en fdvor de las leyes y de la Constitucion, sin que su patriótico amor á la lí-


• bertad y á la justicia haya despertado al pueblo de su vergonzoso letargo; un pueblo
que abdica sus derechos no merece conservarlos, la tiranía es la que conviene, sú-
frala en expiacion de su apatía criminal.


El gobierno provisional cesó en el acto de haberse proclamado la mayoría de la
reina. Isabel 11 autorizó á los indivíduos que la componian á seluir ejerciendo pro-
visionalmente sus respectivos cargos de ministros.


Las Córtes se apresuraron á felicitar á la reina del resultado de la obra magna que
acababan de hacer. En la sesion del dia 11 de Noviembre, el Sr. Portillo hizo en el
Congreso la proposicion siguiente:


"Pido al Congreso declarar que el gobierno provisional ha merecido bien de la
))patria por haber dado cima á la reconciliacion de todos los buenos españoles.»


Los Sres. Obejero y Bertran de Lis propusieron qut se añadiera á la proposicion
del Sr. Portillo: "y que los indivíduos que compusieron el gobierno provisional me-
"recen la confianza del Congreso.»


Reconocidas la proposicion y la enmienda, se pusieron juntas á discusion en que
tomaron parte varios diputados para ponderar y recalcar hasta la más empalagosa sa-
ciedad la reconciliacion de todos los buenos españoles, porque parecia que cuanto más
se acercaba el momento de un rompimiento estrepitoso entre aquellos, más se afec-
taba h~blar de esa falsa y fementida reconciliacion. Y para que todo fuese inaudito
en lo que pasaba en aquella época de inolvidable demencia, y como marcado por
el dedo de la Providencia, el autor de la proposicion, el Sr. Portillo, debía de allí á
pocas semanas dar á conocer los efectos de esa decantada reconciliacion, contribu-
yendo como ministro á prender arbitrariamente diputados de la nacíon, á poner
todo el reino en estado de sitio, comprendiendo los buenos y los malos españoles,
desarmar toda la Milicia Nacional de la monarquía, que tan buenos españoles con-
taba en el sentido de la proposicíon, que no alcanzaba más que á los que habian
pertenecido á la coalicion, ó tomado parte en la insurreccion contra el regente.


El seÍ10r conde de las Navas hizo los más nobles esfuerzos para que se borrase la
palabra buenos, dando las más patrióticas y sentidas razones en apüyo de su opinion,
que generosamente calificó hasta de súplica. Sordo y ciego el Congre¡so, rechazó la
súplica del señor conde de las Navas, y el señor presidente para atajar la discusion
provocad;:t por el señor conde de las Navas, quiso dar á la palabra que ocasionaba la
discusion el sentido que en su opinion tenia, y dijo: ((La proposicion no se refiere á
»cosas del dia, ni menos á cosas que hayan de suceder, se refiere á cosas pasadas, y á
),los bienes producidos por el gobierno que ha dado cima á la grande obra de la re-
»conciliacion de todos los buenos españoles.»


¡Qué léjos estaba de creer el Sr. D. Salustiano de Olózaga que la primera víctima
de esa grande obra de la reconciliacion habia de ser él mismo! Si son esas casuali-




- 724-
dades juegos de la suerte, no sabemos ya lo que es para los hombres la divina Pro-
videncia.


El Congreso aprobó por unanimidad la proposicion redactada en los términos que
siguen:


«El Congreso declara que el gobierno provisional de la nacion ha merecido bien de
»la patria por haber dado cima á la reconciliacion de todos los buenos españoles, sal-
»vando así el trono y la Constitucion de la monarquía, y que los indivíduos que com-
»pusieron el gobie~no provisional merecen la confianza del Congreso.» ,


N o es posible, aún á la vuelta de muchos años, sofocar la más amarga ~ sensacion
cuando á fuer de buen eSp'añol, se recuerda que en Córtes españolas hayan podido
extraviarse la razon, la lógica, el sentido comun, á punto de votar por unanimidad
proposiciones que faltas de sinceridad, de verdad, y contrarias á los hechos más de-
plorables, llevan el sello de la inconsecuencia más chocante. Que las Córtes producto
de una malhadada insurreccion, que ni pretexto tuvo, se felicitasen entre sí de su
aciago triunfo y diesen la enhorabuena al gobierno de haber sido el instrumento pa-
sivo del triunfo, lógico hubiese sido; mas felicitarlo por haber dado cima á la recon-
ciliacion, cuando ni uno solo de los numerosos disidentes habia hallado cahida en las
elecciones, cuando se habia arrojado criminalmente del Senado una mayoría que no
pertenecia á los buenos, violando la Constitucion del modo más inícuo; felicitarlo
por haber salvado la Constitucion, cuando un diputado acababa de decir que diez y
nueve artículos de esta habian sido conculcados, acusacion aceptada por el Sr. Gare-
lly; hablar, en fin, de reconciliacion cuando se bombardeaban ciertas ciudades) fué la
mofa atroz, y el más grosero insulto á la moral pública, á la sana razono


Votada la proposicion, el Sr. D. Joaquin María Lopez, se excedió á sí mismo en su
propio panegírico: "Nosotros, dijo, recibimos una nacion dividida y entregamos una
»nacion uniforme y compacta; encontramos los intereses en lucha y entregamos
"los intereses en armonía; encontramos un caos y entregamos un trono. Dios ha
»salvado al país, Dios ha salvado á la reina ... mucho más diria ... tambien hay elo-
»cuencia en el silencio, y más cuando va acompaí1ado de lágrimas. Que reciba el Con-
))greso nuestro silencio y nuestras lágrimas como el tributo más cordial y más since-
))1'0 que pudiéramos pagarle, y como la prueba mús segura de que es tanto lo que
»sentimos que el sentimiento embarga la voz y nada podemos expresar.»


La posteridad tendrá en poquísima cuenta esas lágrimas vertidas públicamente
en un Congreso, y se atendrá á los hechos púa calificar esa increible presuncion de
un hombre que se jacta haber acallado'las pasiones, cuando más frenéticas hervían'


-, ,


de haber armonizado los intereses, cuando más furiosos se aprestaban á sangrienta
pelea, de haber uniformado y unido la nacíon, cuando retumbaba el cañon contra Bar-
celona, Gerona, Hostalrich, Figueras, Zaragoza, Leon, Vigo; cuando con una intole-
rancia digna de los tiem pos de la 1 nq uisicion se persegu~a á todo el que no había con-
tribuido al pronunciamiento, y cuando casi al dia sigLlÍente en que con tanta jactancia
se solazaba en ridículas lágrimas, dehia estallar en!re los buenos y reconciliados el




rompimiento más ruidoso, tras del cual vino una reaecion que en su furia incansa-
ble debia envolver reconciliados y no reconciliados, malos y buenos, incautos y pre-
visores de la torpe añagaza de la reconciliacion. Confesamos no conocer en la histo-
ria de las revoluciones del mundo un caso igual al de la lucha que ofrece ese em-
peño de desmentir con palabras huecas los hechos apremiantes que por do quiera
presenta aquella época de delirio.


El Senado no quiso hacer menos que el Congreso) yen la sesion del 13 adoptó una
proposicion que decía:


"Pedimos al Senado se sirva acordar un voto de gracias al gobierno provisional de
"la nacion por paber conseguido con sus esfuerzos y civismo la reconciliacion de los
¡;españoles, la solemne dec!aracion de la mayoría de S. M. la reina y el afianzamien-
"to del trono y de la Constitucion."


E[ Senado quiso que constase en el acta que la proposicion quedaba aprobada por
unanimidad, ¿y un Senado producto de una violacion de la Constitucion, votaba gra-
cias al gobierno que habia cometido ese atentado por el afianzamiento de esa l1lisma
Constitucion? ~)e cree soñar.


Mas como todo debia llevar el sello de la época, el seí10r m1l1istro de la Goberna-
cion, caballero sin Ligrimas, dió las gracias al Senado, yen pago de ese voto anunció
que el dia 9 habian debido ocupar las tropas las plazas de Gerona y de Hostalrich,
y que en el mismo dia tenia entabladas negociaciones el general Saenz para poner
término á la sedicion de Barcelona que tantos males habia causado, lo que probaba
de un mojo patente que el gobierno provisional no habia conseguido la reconcilia-
cion de todos [os espaí10les, cuando á la vuelta de cuatro meses de su instalacion,
andaba aplicando la reconciliacion á cañonazos.


Por último, séanos permitida una pregunta que dirigimos á todos los españoles.
¿Quién antes de Mayo de 1843 no hubiera sido calificado de loco rematado ó de ca-
lumniador al afirmar que un Senado compuesto casi exclusivamente de personas de
opiniones retrógradas, daria las gracias por su civismo á los Sres. Lopez y Caballero?
Desafiamos que haya quien niegue nuestro aserto, mas en el libro de los hados de
España habia escrito un 13 de Noviembre d~ 1843 que nosotros y con nosotros
todos los españoles ignorabamos.


El gobierno provisional, para quien la Constitucion habia sido una letra muerta en
las cuestiones políticas y que todo lo habia atropellado para tener unas Córtes sin
oposicion á sus atentados, pues todos sus indidduos habian proyocado, sostenido ó
adherídose ::ll pronunciamiento, y para crear por último una situacion en la que habia
de perecer miserablemente, no habia respetado mucho más las leyes económicas y
se le vió dar en el extraño pensamiento de levantar el crédito público conculcando
las leyes y las disposiciones que regian la venta de los bienes nacionales. Celebró un
contrato á cencerros tapados, por el cual cl:dia un valor de cuatrocientos millones
de reales de fincas rústicas y urbanas procedentes de bienes nacionales, y destinaba el
producto á trabajos públicos y carreteras. La aparicion de este contrato en la Gaceta




-726 -
fué la señal de una verdadera asonada de quejas, de peticiones, de un sin fin de escri-
tos para dar en tierra con este proyecto. En 11 de Noviembre el gobierno sometió su
plan á las Córtes en que reconocia paladinamente que era contrario á la ley, mas para
aquellos defensores impertérritos de la legalidad en bancos dc la oposicion, concul-
car las leyes como ministro era ya un estado normal. Las personas consultadas, decía
la exposicion de motivos, no dudaron en aconsejar la adopcion del contrato á pesar
de la transgresion de la ley que envolvia, y el gobierno se decidió á arrostrarla para
aprobar el contrato: esa infraccion de ley y la de las dcmás disposiciones que rigen
para la enajenacion, son las que precisan al gobierno á pedir el voto de indemnidad
que no puede menos de esperar del patriotismo y de la sabiduría de las Córtes.


Así andaba el respeto á las leyes entre manos de aquel gobierno que tan cruel mo-
fa hacia de ellas. Fué tal la oposicion que halló el proyecto, herido de muerte
desde el instante que apareció, que no mereció ni los honores de la discusion y fué
retirado por otros ministros.


Interpelado el gobierno en la sesion del 17 de l~ovicmbre por el seÍlOr conde de
las Navas sobre el d-:sarme de la M ilicia Nacional en varios puntos del reino, adujo
el ministerio por única ra20n el contínuo y miserable efugio de la necesidad.


En esa misma sesion hubo por incidente explicaciones sobre las negociaciones en-
tabladas para la formacion de un nuevo ministerio entre el Sr. de Olózaga y el señor
Lopez. Dijo el primero que debia á S. M. la reina D." Isabel Ir, pcr indicacion de los
ministros, el honor de ser llamado para que S. M. le propusiera si queria encargarse
de la formacion de un nuevo ministerio, que habia contestado á S. M. que no habia
sacrificio ninguno que no estuviese pronto á hacer en su servicio y por el de su pa-
tria, y por consiguiente que se hallaba dispuesto á aceptar ese encargo. Pero habien-
do manifestado S. M. que por su parte continuaba dispensando á los ministros qu~
habian hecho la indicacion la misma confianza que habia tenido en ellos desde que
prestó el juramento, y entrado en el ejercicio de sus altas prerogatívas, habia creído
exponer á S. M. que se supiera positivamente del modo más auténtico y solemne, si
los ministros que contaban con la confianza de la Corona querian continuar desem-
peñando sus puestos, y S. M. habiéndose conformado con esta indicacion de su par-
te, le habia autorizado ó mandado que así lo hiciera presente á los ministros; mision
honrosa y agradable que habia evacuado inmediatamente.


A esta declaracion del Sr. de Olózaga, contestó el Sr. Lopez en los términos si-
guientes: "Acabado de prestar S. M. el juramento ante los cuerpos colegisladores,
"los indivíduos que habian formado el gobierno provisional, la presentaron la expo-
»sicion que ha corrido en todos los periódicos, y en que significaban su deseo justo
"de retirarse del Gabinete.


))Nosotros habiamos gobernado en tiempos turbulentos V azarosos, y á nuestro
))pesar habiamos tenido que separarnos más de una vez de la ley, eramos los menos
"á propósito para inaugurar una época de igualdad estricta, cual conviene en el día á
"los principios, al trono y á la situacion.




-72 7 -
"De otra parte nos habiamos gastado por el embate contínuo de las pasiones y de


»las exigencias; nos hallabamos sin el ardor, sin la fé, sin la perseverancia tenaz que
"pide el Gabinete; nos habia sucedido lo que al que sube á la carrera y con harta fa-
litiga y trabajo una cuesta larga y penosa, que llega á la cumbre pero en ella cae
»muerto.


»Pero si nosotros no podiamos ni debíamos continuar. teniamos todavía que llenar
»un deber muy importante para con el trono, aconsejarle en la formacion del nuevo
»Gabinete.


))El camino estaba abierto por las práctica"s parlamentarias, y nosotros acomodán-
"donas á ellas, seguimos este seguro rumbo. El presidente del Congreso es la perso-
nnificacion de la opinion del Congreso. Propusimos ú S. M. que le confiara la forma-
))cion del nuevo Gahinete, y el Congreso Yerá en ello el respeto con que nosotros
"miramos los principios parlamentarios y el justo homenaje que los ?emos tri-
))butado."


¿Desde cuando habia vuelto el Sr. Lopez al respeto parlamentario, preguntamos
nosotros? ¿ N o habia suhido al poder saliendo de la minoría del Congreso? Cuando en
I\layo de 1843 fué llamado, no OpU:iO Ú su aceptacion ese respeto, y al contrario, ha-
cinó sofismas sobre sofismas para eludirlo. En EspaÍ1a sólo es donde se ha hecho de
la presidencia del Congreso, la tarima para la del Consejo de ministros; y contra lo
dicho por el Sr. Lopez en Noviembre de r843, tenemos que en lVI ayo , el presidente
nombrado se negó á reconocer que su eleccion fuese señal certera de la mayoría,
cuando llamado para formar un ministerio sostuvo resueltamente el Sr. Cortina, que
su eleccion para Id presidencia no representaba mayoría parlamentaria; y el nombra-
miento del Sr. de Olózaga el la presidencia del Congreso, como lo indicaban los ir.ci-
dentes que precedieron su eleccion, y como vinieron á comprobarlo los sucesos pos-
teriores, no era ciertamen te b personificacion de la opinion de la mayoría del Con-
greso; y en este caso, ni ficticiament.;.


Pero lo más reparable de esa sesion, si algo lo fuera más particularmente en las
contradicciones del Sr. Lopez, es que trás de haber confesado con harta verdad que
nadie menos á propós;to que él y sus compañeros para gobernar, pues se hallaban
gastados sin ardor, sin fé, sin perseverancia, muertos en fin, aguijoneado por una
réplica punzante del Sr. de Olózaga, de pronto declaró hallarse capaz de gobernar
en cuanto Q su persona, dando de barato que algunos de sus colegas quedaban muer-
tos ó imposibilitados. Hay que reproducir la contestacion del Sr. Lopez, para poner el
sello á la inconstancia de ese hombre funesto.


ce El Sr. de Olózaga me pone en el caso de nuevas aclaraciones; S. S. vino ayer
))tarde á decirnos de parte de S. M., que nos continuaba su confianza y continuaba
"por ello en el deseo de que siguiéramos en el ministerio. Medimos las dificultades,
))que sin duda habian de tropezarse, de un nuevo Gabinete, y á pesar de la invencible
))repugnancia con que miramos estos bancos, á pesar de nuestro firnze propósito de
¡)abandonarlos, todavía para evitar otras consecuencias nos inclinamos á continuar




llsiempre que pudiesemos reorganizar el ministerio de una manera conveniente: y
"digo de una manera conveniente, porque en nuestra pequeñez necesitabamos ro-
»bustecernos con hom bres de conocida seguridad y de conocido prestigio; con hom-
"bres que pudiesen desarrollar el pensamiento del gobierno, y satisfacer á la expec-
l/tacion pública. Yo he invitado á estas personas, mas tengo el sentimiento de decir
¡¡que si en algunas he encontrado asentimiento y deferencia, no he sido con otras tan
"feliz. Yo respeto la opinion de cada uno y los motivos que la determinan; pero ta-
1I1es son los hechos, y en este instante no veo posibilidad de realizar este último de-
»signio, por lo que hemos renunciado á él, mirándole como irrealizable en los tér-
»minos en que le habíamos concebido, unico en que pudimos decidirnos á abra-
»zarIo."


Si, pues, estas personas no se hubiesen negado á asociarse á unos hombres, que
por su propia confesion estaban gastados, sin fé, sin energía, muertos, á pesar de la
repugnancia invencible con que el Sr. Lopez miraba los bancos ministeriales, 10 vemos
muy dispuesto á volverse á sentar en ellos. No parece posible que se pueda á pocos
minutos de intérvalo contradecirse un hombre de un modo tan chocante, hablando
en público y ante un Congreso. ¿Y ese hombre es á cuyas manos la nacion confió su
suerte?


Agradecidos debieron quedar los compañeros del Sr. Lopez de la calificacion que
de sus personas hizo; resulta que algunos no eran de conocida seguridad, de conocido
prestigio, incapaces de desarrollar el pensamiento del gobierno, :r de satisfacer la ex-
pectacion pública, puesto que su deseo era reemplazarlos con homhres que tuvieran
esas dotes; por cierto que esto fuera, no le tocaba al presidente del Consejo de mi-
nistros hacer ante las Córtes esta paladina apreciacion del mérito de sus colegas.


De resultas de estas explicaciones, que por el giro y el tono que tomaron, demostra-
ban poca cordialidad entre los que hablaron, fuéron el Sr. Lopez y el Sr Ayllon á dar
cuenta á S. M., declarando su firme propósito de retirarse .. Desde aquel momento
dejaron el campo libre al Sr. de Olózaga, cuyo nombramiento como presidente del
Con~ejo y ministro de Estado apareció en la Gaceta del 20 de 1\ oviembre.


Presentamos los últimos actos del ministerio Lopez para llegar á la tremenda
proscricion que dió fin al drama sin igual de que era Espaí1a teatro desde el dia 9
de Mayo, y en que representaban el principal papel nominal los que debian ser las
primeras víctimas del fatal desenlace.


Los ministros por más que se jactaban de haber dado cima á la reconciliacion, y
por más que las Córtes ceñian las sienes de estos con coronas cívicas, como en tiem-
pos del paganismo, se coronaban de flores las víctimas que se llevaban al ara; la
reaccion y la venganza se asomaban por do quiera. Acosados por los temores de una
catástrofe que les venia encima, trataron los ministros eL su agonía convulsiva de
volver las armas á la Milicia que tan deslealmen te ha bian desar nado, de restablecer
los Ayuntamientos que tan arbitrariamente habían dlsuelto, cre,ll1do 01 ros á su anto-
jo. En 19 de Noviembre, víspera de su fin ministerial, mandaron que se procediera á




la eleccion de Ayuntamientos por la ley existente: las elecciones debian hacerse
en L° de Diciembre.


La aparicion de este decreto puso en cuidado al bando reaccionario, y desde luego
determinó anularlo: un proyecto de ley de Ayuntamientos habia sido presentado en
el Senado, donde yacia olvidado en los diez y siete dias que mediaban desde su pre-
sentacion; en la sesion del20 la comision vino con una protesta contra el decreto de
la víspera, y sin presentar un dictámen sobre el proyecto de ley, se contentaba la
comision con Id redaccion de algunas corta~ reflexiones que manifestaban el despe-
cho y el terror que causaba la renovacion de los Ayuntamientos con la ley existente,
y concluia con el siguiente proyecto de ley:


"Artículo único. Se autoriza al gobierno para que suspenda la renovacion de los
»Ayuntamientos, hasta que se resuelva lo conveniente sobre la ley pendiente de
»Ayuntamientos, continuando los existentes sea cual fuere su orígen. Palacio del
JlSenado 20 de Noviembre de 1843. Firmado. Duque de Rivas.-Marqués de ~algor­
"nera.-Francisco Romo Gamboa.-Diego Medrano.-Marqués de Peí1aftorida.»


El senador D. Juan Carrasco hizo una proposicion para que se discutiese este pro-
yecto de ley al dia siguiente; proposicion contraria al arto 89 del reglamento; pero se
atropelló por todo y se aprobó la proposicion; tal era el apremio y la prisa de anula~
el decreto de renovacion de los Ayuntamientos por la ley existente poco favorable á
las m iTas de la reaccion.


Al dia siguiente se presentó el Sr. D. Fermin Caballero como ministro de la Go-
bernacion, defendió mal y débilmente su decreto, y concluyó diciendo: que hallándose
nombrado un nuevo presidente del Consejo, ya no podia manifestar el pensamiento
gubernatiyo que debia dirigir y merecer la confianza de la Corona, mas que, puesto
de acuerdo con el nuevo presidente del Consejo de ministros, manifestaba al Senado
el deseo del gobierno, que se suspendiese esta discusion hasta que hubiese nombra-
do los compañeros que debia asociarse. Bastó esta indicacion para que se suspendie-
se la discusion.


Aunque en otro lugar de esta obra hayamos ya indicado el orígen de los Ayunta-
mientos creados por la insurreccion, tomando las palabras del ministro de la Gober-
nacion, no nos parece ni supérfluo, ni redundante repetir lo que dijo el mismo mi-
nistro en la sesion del 21, para que se patentice más y más en qué caos, en qué es-
pantosa anarquía se hallaban los Ayuntamientos, de resultas de la insurreccion y de
la debilidad y complicidad del gobierno salvador.


»El gobierno, dijo el 5r. Caballero, no ha hecho otra cosa más que señalar las di-
,,[erentes clases de Ayuntamientos que tenemos por desgracia. Son estos de tan di-
»versas especies que casi no se pueden comprender, porque hay Ayuntamientos de


. »real órden, los hay nombrados por las juntas, nombrados por las diputaciones pro-
»yinciales, los hay de atl0S anteriores hasta el 39, hay Ayuntamientos mixtos, parte
»de ellos elegidos legalmente y parte renovados de todas estas diferentes maneras, y
»sobre todo hay, señores, en el ministerio de la Gobernacion multitud de reclama-




-730 -
»ciones, multitud de dificultades y multitud de expedientes que prueban el estado
»)crítico de los pueblos, por consecuencia de este estado irregular y anómalo de los
»Ayun tamien tos.»


Este estado existia desde el 23 de Julio, y es sólo en 19 de Noviembre que el go-
bierno piensa poner un término á ese caos, y el 19 de Noviembre es el último dia de
su existencia ministerial. Bastan estas fechas para explicar por qué se había tolerado
ese espantoso desórden y por qué se daba el decreto del 19.


Igual proposicion que la presentada en el Senado se hizo en el Congreso; mas
sabido el proyecto del Senado, se suspendieron los efectos de esta última pro-
posicion.


Otra disposicion del ministerio Lopez puso en alarma al bando reaccionario, y
fué la reorganizacion de la Milicia Nacional de Madrid. Esta debia presentarse en
armas el dia 1.° de Diciembre. Decia la real órden que: «S. M. convencida que la
»institucion de la l\lilicia Nacional era uno de los más firmes apoyos del trono cons-
»titucional y una de las garantías del órden y de la libertad, deseando que el dia L°
»de Diciembre, dia señalado para la proclamacion del nuevo reinado, se inaugurase
»de un modo digno de un acto tan solemne, S. M. manda que V. E. excite el celo
»del Ayuntamiento, para que sin levantar mano se ocupe de organizar la Milicia N a-
»cional en el mayor número posible. Con el fin que una parte de esa fuerza ciudadana
»tan benemérita se presente en armas, S. M. espera del patriotismo del Ayunta-
»miento que hará todos sus esfuerzos para corresponder á los deseos que S. M. ma-
»nifiesta.»


Esta real órden y algunas más disposiciones relativ<1s á I-a reorganizacion de la Mili-
cia, provocaron en el Senado una proposicion de proyecto de ley del tenor siguiente:


»Las Milicias Nacionales, que en virtud de los acontecimientos últimos han sido
»desarmadas Ó disueltas, continuarán en tal estado hasta la reforma de la ley vigente
Ilde la misma. Palacio del Senado 23 de Noviembre de 1843. Firmado. José Primo
»de Rivera.-José Santos de la Hera.-Conde de Ezpeleta.-Marqués de Peñaflorida.
\)-Juan José Carrasco.»


El 25 se declaró que pasase á la comision nominadora para que nombrase la que
habia de dar dictimen; esta comision fLlé compuesta de los señores Baron del So-
lar de Espinosa, Joaquin de Aldamar, Salvador Arce, Ezequiel Diez Tejada, Mar-
qués de Peñaflorida. En esta ses ion el nuevo ministro de la Gobernacion pidió
al Senado respecto á esta cuestion que se aplazara la discusion, como se había he-
cho con'el proyecto de ley relativo á lo's Ayuntamientos. Con todo, la comision dió
su dictámen en la ses ion del 28 aprobando el proyecto, separóse de la mayoría
con un voto particular el Sr. Arce y se abrió la discusion en 11 de Diciembre; mas no
pasó adelante, pidiendo el tercer ministro de la Gobernacion que tenia S. M. desde
el 20 de Noviembre, que se retirase esa proposicion, considerándola incidental y
como efecto del momento que la produjo. Verdad inconcusa que admitieron los fir-
mantes y retiraron su proposicion.




- 731 -
El ministerio Lopez habia pedido la autorizacion para cobrar las contribuciones,


aunque no votadas por las Córtes; la comision si bien otorgaba la autorizacion pedi.
da, la limitaba al 31 de Diciembre. Discutido :el proyecto de la comision en la sesion
del 18 de Noviembre, las malas disposiciones de una parte del Congreso empezaron á
despuntar: en ella se puso en tela de juicio el sentido, el valor, la latitud del voto de
gracias y de la declaracion que el gobierno provisional habia bien merecido de la na·
cÍon por haber dado cima á la reconciliacion de todos los buenos españoles, y no era
demás poner ese voto en tela de juicio, c~ando los mismos que lo habi:ln votado le
daban una rara interpretacion. En la sesion del 20 un diputado, el Sr. Posa'da, am·
pliando lo que de un modo encapotado 'y misterioso habian dicho otros dos diputa-
dos, los Sres. Moran y !'artorius en la ses ion del 18, calificó el dictámen de la comi·
sion sobre autorizacion para cobrar las contribuciones de voto de censura, puso de
manifiesto la contradiccion que en él resaltaba de la declaracion del Sr. Lopez presi-
dente del Consejo, que ningun contrato habia hecho, y la del Sr. Ayllon, ministro de
Hacienda, que los habia hecho; hizo presente que el Sr. Lopez aseguró que los em-
pleados públicos fuéron puntualmente pagados, mientras los avisos que llegaban de
las provincias y los adquiridos en Madrid eran que tales pagas no se daban sino en el
periódico oficial.


«Llegando al sentido y significacion del voto de gracias, dijo el Sr. Posada, yo creia
»que una votacion política en el hecho de ser unánime nada significaba; yo creia
»que una votacion sobre una proposicion cualquiera no podia tener más significa-
"cion que las explicaciones que le daba el mismo firmante de aquella proposicion;
))habia además una porcion de antecedentes que inclinaban el ánimo del Congreso á
nhacer esa manifestacion á los actuales ministros: habian estos indicado de una ma-
»nera solemne que iban á retirarse de los negocios públicos, y era claro que cuando
»los ministros iban á retirarse, no debia tener el Congreso reparo en darles cuantas
»manifestaciones de aprecio creyese convenientes: tratábase de indivíduos y no del
))30bierno. Se les daban las gracias porque se marchaba respetando las !prácticas
"parlamentarias; no se les daban las gracias para que se quedasen infringiéndolas, así
»entendimos nosotros la proposicion, así lo entendieron los que votaron de esa ma·
))nera, y no hay derecho en nadie para interpretarla de otro modo.»


En esto vino á parar el famoso voto de gracias dado al gobierno provisional por
haber dado cima á la grande obra de la reconciliacion de los buenos españoles. El mi·
nistro de Hacienda oyendo este cruel comentario, no pudo menos de resentirse vi-
vamente y dijo: «En cuanto á la proposicion que el Congreso se dignó aprobar dias
"pasados sólo diré á los Sres. Posada y Moron, que son los dos que han hablado acero
»ca de esto en la sesion de hoy yen la anterior, que los actuales ministros no se han
»hecho ilusiones, que han dado el valor que tenia á la proposicion, y si bien no han
))creido que fuese un voto de confianza para continuar en sus puestos, tambien diré
))que jamás creyeron que fuese un voto de gracias porque se retiraban.))


Así se desvanecía la última ilusion de los indivíduos que formaron el gobierno




-732 -
provisional aplanado con el peso de sus innumerables atentados contra la Constitu-
cion, de sus desaciertos~y de su debilidad. Tuvo que oir que el voto de gracias queria
decir: Ahora que nos habeis franqueado el paso al poder que muy luego recogerémos,
os damos las gracias por marcharos pues que ya no os necesitamos, y os vais con un
voto de censura en la cuestion del cobro de las contribuciones. Este sentido tenia el
voto de-gracias; tenedlo bien entendido. N o nos hicimos ilusion, contesta el ministro;
dimos á la proposicion el valor que creíamos tenia, mas no llegamos á creer que se
nos daban las gracias porque nos retirabamos.


Si el Senado no fué tan francamente explícito en las palabras, lo fué más en los
hechos, sustituyendo los dos proyectos de ley á las dos disposiciones relativas á la
renovacion de los Ayuntamientos y reorganizacion de las Milicias disueltas ó desar-
madas que equivalian á ser solemnes votos de censura.


Tal fué el fin desastroso y bien merecido del gobierno provisional, y su último
acto fué pedir un voto de absolucion por haber infringido una vez más la Constitu-
cion pidiendo una quinta de veinticinco mil hombres en 17 de Agosto con menos-
precio del arto 76.


Árdua por no decir imposible tarea, es para los contemporáneos justipreciar los
actos de los hombres que han ejercido el poder en circunstancias anormales, pues
hay un terreno vedado donde no les es dado penetrar, este es el de las intenciones,
de las causas secretas, de los móviles íntimos, de los cálculos de política que pudieron
determinar aquellos actos; coordinar los hechos, presentar los actos con cabal exac·
titud, apreciarlos imparcialmente es á lo que se ciñe la mision de un historiador con-
cienzudo, sin tener ni con mucho la seguridad de no haber errado á veces. A la pos-
teridad, ese juez imparcial é inflexible, está reservado el fallo definitivo, libre de las
pasiones de que ningun contemporáneo puede despojarse por más que lo quiera y que
lo crea.


Con todo, hay circunstancias que hacen que la posteridad empiece para ciertos
hombres en la época de su vida. Cuando hombres políticos repudian de repente
cuanto han sostenido hasta ese dia; cuando obran en el sentido opuesto á lo que han
proclamado siempre; cuando sectarios de una intolerancia intratable contra todo un
partido, de pronto se unen á este partido; cuando doctores de un puritanismo cons-
titucional que no admitía el pretexto de la necesidad que autorizase infracciones de
la Constitucion ni de las leyes para salvar aquella, conculcan, infringen sin mesura
esa misma Constitucion, esas mismas leyes, diciendo que ha sido para salvarla;
cuando tribunos desapiadados de la demócraci..a se convierten en cortesanos reaccio-
narios contra sus antiguos correligionarios políticos; cuando esos tribunos en un
período de diez y ocho meses han sostenido en un Parlamento el pró y el contra en
las cuestiones vitales de principios fundamentales y hasta de partido; y cuando esta
repudiacion de una lucha de nueve años tiene por último resultado la pérdida de la
libertad y el desarrollo de la reaccion más horrorosa, el juicio de los contemporáneos
puede ser tan certero como el de la posteridad.




En este caso se hallan los que formaron el ministerio del 9 de Mayo de 1843,
cuando quisieron realizar proyectos contrarios á la razon, al buen sentido, á la paz
del país, á sus antecedentes, á los principios de que habian sido hasta entonces elo-
cuentes apóstoles, contrarios en fin al instinto de su propia conservacion. El límite
de la indulgehcia de los contemporáneos será cuando más no creerlos reos de una
mala intencion premeditada, considerándolos como instrumentos ciegos de malas
intenciones que no supusieron, y al ver que sus errores han re ca ido sobre ellos mis-
mos, víctimas de sus desaciertos, hay que creer que fuéron más imprudentes que
culpables; que sus primeros pasos en una vía donde nunca debieron sentar su plan-
ta, los llevaron á otros pasos más adelantados, y como una vez sobre la pendiente
de un abismo, no es fácil detenerse, tuvieron que hundirs'e en el derrumbadero y
hundir con ellos la libertad y las instituciones del país.


Sea cual fuere la censura ó la reprobacion que puedan merecer los indivíduo~ que
formaron el ministerio del 9 de Mayo y el gobierno provisional, hay que reconocer
que si bien fuéron los principales autores de las desgracias que han sobrevenido y
que por lo mismo les alcanza la mayor parte de la responsabilidad, tuvieron tantos
cómplices de su error ó de su culpa antes y despue~ de la insurreccion, que hay que
ceñirse á mirar aquella época como la de una calamidad pública en que todo el par-
tido progresista tuvo su tanto de culpa, los unos atacando imprudentemente la base
de su existencia política, los otros defendiéndola con una torpeza sin igual. La sola
diferencia que hallamos entre las dos fracciones del partido progresista que lucha-
ron encontradas en 1843, es que la una vió el peligro, fué consecuente á sus prin-
cipios, mas no supo ni evitar el peligro ni hacer triunfar sus ideas, pudiéndolo
sobradamente; la otra no vió el pellgro ó cerró los ojos para no verlo, se desvió de
sus principios creyendo salvarlo, y se precipitó en una cima sin fondo, Mas cuando
una causa política se pierde, tanto da que sea por una razon ó por otra; en cuanto
al hecho material, Dios querrá que la causa de la civilizacion sea más fuerte que la
arriada de despotismo que ha inundado España desde 1843 acá. Esperamos que vol-
verá á conquistar el terreno perdido: esperamos tambien que en el dia del triunfo
sabrá el partido vencedor perdonar los excesos, reservando el castigo para los gran-
des culpables que hayan ofendido la moral pública, sembrando por dó quiera una
emponzoñada semilla de corrupcion que brotará aun cuando el arado de una revolu-
cion haya limpiado el campo de tanta maleza y rastrojos que lo cubren y lo esterili-
zan. Mas en cuanto á los partidos, la mayor prueba que podrán dar los progresistas
de ser dignos de la libertad, será, no de transigir con ellos, mas de reducirlos á la im-
potencia con una generosidad previsora atrayéndolos á sí con el restablecimiento de
una libertad vigorosamente afianzada en el respeto de las leyes y de las opiniones,
protegiéndolas todas en el ejercicio legal y justo de un derecho que alcanza á todos.
Entonces la clemencia y el olvido de las cosas pasadas serán los homenajes más pu-
ros, más gratos que podrémos tributar á la causa victoriosa de la libertad, de 1~.J1u-
tnanidad y de la ci vilizaciol1. J' " . 'f .. ~,


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CAPÍTULO XXXIII.


EL MINISTERIO OLÓZAGA.


Grandes eran las dificultades que debia encontrar el Sr. Olózaga en la organiza-
cion de su ministerio. La posicion era completamente falsa, por dó quiera tenia que
tropezar con resentimientos hondos, con desconfianzas y enemistades activas, ó con
adhesiones tímidas yapocadas. Dudosos los incidentes que acompañaron su e1ec-
cion á la presidencia del Congreso, debieron ser para el elegido indicios certeros que
no podia contar con el apoyo de una mayoría falseada y compuesta de elementos en-
contrados; aquella eleccion fué un lazo para llevarlo á caer en otro más pérfidamente
anudado y en el que cayó de lleno aceptando la presidencia del Consejo. La coali-
cion, esa inolvidable mentira, habia llegado á su término, algunos dias más y caía la
máscara, pues una fraccion de esa monstruosa liga empezaba á considerar muy dila-
tada esa comedia de seis meses, y bullia impaciente.


El ministerio del Sr. Olózaga huhiera podido ser una tabla de salvacion, si los
jefes de la fraccion progresista dd Congreso, uniéndose de corazon se hubieran apres-
tado á la palestra) echando mano resuelta y enérgicamente de todos los elementos re-
volucionarios que todavía existian en pié, mas ni habia union entre los jefes, ni te-
nian un mismo pensamiento, ni habia en el Sr. Olózaga el brío revolucionario que
sólo podia ser dique bastante á contrarestar las oleadas contra-revolucionarias que
bramaban espantosamente. El ministerio que formó el Sr. Olózaga, asociándose dos
muertos (r) en las personas del general Serrano y de D. Joaquin Frias, nació sin
vida. El St·. Olózaga creyó que con el ministerio que formó, podia dominar las intrigas
de Palacio, la ojeriza de la mayoría del Congreso, la tibieza de la minoría y las anti-
patías del Senado, compuesto casi exclusivamente de enemigos políticos suyos, pero


(1) Calificacion dada por el Sr. Lopez.




fué la más incomprensible ilusion que haya jamás cabido en la cabeza de un estadis-
ta; sus primeros actos dan á entender que llevó esa ilusion hasta querer contemplar
un partido que lo aborrecia de muerte.


Fáeille fué al Sr. Olózaga hallar los ministros de Justicia y de Hacienda, contan-
do con mucha antelacion para compañeros los Sres. Luzuriaga y Cantero, dignísimas
personas que ofrecian las garantías más apreciables de patriotismo, de saber y de
honradez. La eleccion del ministro de la Gobernacion ofrecia alguna dificultad, y al
tln recayó en el Sr. Domenech y fué acertada eleccion, mas al llegar á la del minis-
tro de la Guerra, y era lo principal, tropezó el S.r. Olózaga con una casi imposibilidad:
no queria asociarse un general del bando contra-revolucionario y no podia elegir uno
que fuese progresista. En tal apuro vino á parar el Sr. Olózaga á la determinacion
más desastrosa, dirigiéndose al general Serrano que como ministro universal habia
de una plumada despojado sus compañeros de los grados que les concediera el regen-
te desde e123 de Mayo en adelante, y como ministro de la Guerra habia permitido la
persecucion que habian sufrido Jos generales, jefes y oficiales progresistas. No se po-
dia pues hacer una eleccion más desacertada, más funesta, y tal fué el empeño, ó la
necesidad apremiante que tuvo el Sr. Olózaga de asociarse por ministro al Sr. Serra-
no que tuvo que emplear vivas instancias, importunidades, ruegos de todas especies,
durante cuatro dias para que aceptase (1), y al fin este pudo poner condiciones á su
aceptacion, circunstancia que hacia más y más precaria la posicion en que se colo-
caba el ministerio. Las condiciones del Sr. Serrano fuéron tres: primera que sus co-
legas del gobierno provisional dieran sa asentimiento á que aceptase, segunda que
uno mis de aq uel gobierno entrara en el nuevo ministerio, tercera que el Sr. D. Luis
Gonzalez Brabo ocuparia uno de los ministerios. Las dos primeras condiciones fué-
ron aceptadas por el Sr. OIózaga quien rechazó la tercera; los indivíduos del gobierno
provisional se dignaron dar su vénia y el Sr. D. J oaquin Frias fué nombrado minis_
tro de Marina; mas sea por no haber admitido al Sr. Gonzalez Brabo ó por otra ra-
zon que ignoramos, el Sr. Serrano se mostró desde el primer dia de asaz mal talan-
te con sus compaí1eros, no se presentó con ellos ni á jurar, ni á las Córtes cuando
el presidente del Consejo explayó su programa. Veré mas más adelante que el re-
sentimiento, despecho, ó lo que fuese del general Serrano, fué la causa disolven-
te del Gabinete.


Por más actividad que pusiera el Sr. Olózaga en sus combinaciones ministeriales,
habían mediado horas desde que nombrado el dia 20 fué llamado por la reina. Pre-
guntándole S. M. si tenia ya formado el ministerio, le dijo, mira que me urge; pas-
mado quedó el Sr. Olózaga con este inesperado apremio, y se esmeró en hacer pre-
sente á S. M. que apenas habian mediado algunas horas desde que tenia el encargo
de formar un ministerio, y que esas cosas exigian tiempo, citando varios ejemplares
del tiempo de las dos regencias. Isabel II que por su edad é inexperiencia hubo de en-


(1) Discurso del Sr. Olózaga en la sesion del 2 de Diciembre.




tender poco de metafísica constitucional y que no apremiaba á su ministro'sino por
sugestiones agenas, se contentó con repetir, me urge, me urge. Esforzando el señor
Olózaga los argumentos para tener alguna explicacion más de S. M. D.a Isabel II le
dijo que sabia que la Milicia Nacional (que no existia) queria quitarla la corona.
Cuál se quedaria el ministro al oir estas palabras es fácil figurárselo, se afanó por
desvanecer esos temores inculcados por la más refinada maldad, mas era talla impre-
sion que habian producido en la mente de la jóven reina, que vanos fuéron los es-
fuerzos del Sr. Olózaga por destruirlos, y S. M. acabó con decirle que si no forma-
ba pronto el ministerio, habia persona que tenia uno todo arreglado.


Esta escena debia poner al Sr. de Olózaga en el caso de graduar lo hondo del abis-
mo á cuyo borde se hallaba, y de conocer que no le quedaban más que dos caminos,
ó renunciar acto contínuo el encargo de formar el ministerio y volver á su banco de
diputado, para ponerse al frente de la oposicion contra el ministerio ya arreglado, ó
tomar el mando para poner en movimiento la revolucion: no hizo ni lo uno ni lo
otro, y el 24 completó su ministerio del modo desacertado que hemos indicado.


El gobierno provisional, en su agonía habia publicado dos reales órdenes relativas
la una á la renovacion de los Ayuntamientos, y la otra á la reorganizacion de las Mi-
licias disueltas ó' desarmadas, ambas rechazadas por el Senado, en donde se presen-
taron proyectos de ley que anonadaban dichas reales órdenes. Hemos dicho que el
Sr. Oaballero en nombre del Sr. de Olózaga hahia pedido que se aplazase la discu-
sion hasta que el nuevo ministro hubiese organizado su Gabinete; 'en 25 de Noviem-
bre el Sr. Domenech, ministro de la Gohernacion, pidió igual suspension, declaran-
do que muy en breve presentaria un proyecto de ley de Ayuntamientos, que pudiese
ser discutido y puesto en ejecucion antes del 3 de Diciembre, dia señalado para las
elecciones de concejales. En efecto, el 27 se presentó y fué aprobado por el Senado.


Este proyecto descansaba en bases liberales y populares, mas atendido el clamoreo
que habia provocado la real órden del ministerio Lopez de parte del partido reaccio-
nario, la concesion hecha por el ministerio Olózaga anulando aquella real órden, fué
considerada como un halago hecho á aquel partido, y dió muy escasa opinion de la
energía que habia de desplegar el ministerio para combatir la reacciono


En cuanto á la reorganizacion de las Milicias disueltas ó desarmadas, hubo con
este motivo un conflicto grave. Bajo tristísimos auspicios se inauguraba el nuevo
ministerio.


El Ayuntamiento queria restablecer la Milicia en el pié en que se hallaba, cuando
fué disuelta en 23 de Julio. Con mengua de la capitulacion, el ministerio queria dar-
la nueva organizacion, y no pudiendo avenirse ministerio y Ayuntamiento, el Sr. de
Olózaga expidió una órden p'élra que el Ayuntamiento, antes de pasar á la eleccion de
los oficiales, tuviese que someter al gobierno el plan de organizacion que se propo·
nia adoptar. El Ayuntamiento deliberó si debia ó no cumplimentar dicha órden,
hubo una discusion muy acalorada y por un solo voto se acordó atirmativamente.


Esto era en vísperas de la eleccion de los oficiales. Las órdenes se expidieron para




avisar oportunamente á los milicianos ya convocados, que la eleccion no tendría efec-
to: tambien se pusieron carteles en los sitios de costumbre para que el aviso llegase
á todos; mas ya sea que el mayor número no tuviera conocimiento de la contra-ór-
den, sea que en el estado de fermentacion en que se encontraban los ánimos se de-
seaba hacer toda oposicion- á la nueva órden, lo cierto es que la gente se agolpó apiña-
da en las Casas Consistoriales, ignorantes ó como ignorantes de la última disposicion
del Ayuntamiento; mas ya publicada ésta, grupos numerosos se dirigieron á la pla-
zuela de Oriente, acudió tropa para dispersarlos, y esto se consiguió sin que ocur-
riese desgracia alguna.


Esta asonada de poco momento, exagerada como sucede siempre en épocas de agi-
tacion, dió lugar al dia siguiente 28 á vivas interpelaciones en el Congreso. Se negó
al gobierno el derecho de pedir las bases que debian regir la organizacion de la Mi-
licia, puesto que no podian ser otras que las de la ley; el Sr. de Olózaga sostuvo que
precisamente para saber si se procedía con arreglo á la ley, había pasado la órden
criticada. Dió las seguridades más valederas de su firme propósito de restablecer la
Milicia Nacional de Madrid por completo y con toda la mayor latitud que ofrecia la
ley, de manera que toda persona que tuviese la aptitud legal entrase en ella.


Esta discusion ofreció al Sr. D. Luis Gonzalez Brabo ocasion de manifestar su res-
peto y su adhesion á la Milicia Nacional. Contestando al diputado Sr. Ovejero, dijo
las siguientes palabras, que recordamos para poner de manifiesto cómo andaba la
sinceridad en aquella época funesta: «Ha hablado el Sr. Ovejero de la Milicia Nacio-
»nal en cierto sentido que pudiera hacer creer que los que tenemos en este punto
»opiniones Ó ideas algo distintas de las de S. S., no estimamos ó amamos como es
))de bido esa respetable institucion: tócanos por lo mismo empezar declarando que
))ni el Sr. Ovejero, ni ninguno de los más amantes de la libertad, de los más celosos
))defensores de la Milicia estiman tanto y reconocen la utilidad de esa institucion
))respetable como el que en este momento tiene la honra de dirigir la palabra al
»Congreso.»


¡Y algunas semanas despues de haber hablado en esos términos, el que se dirigia
en aquel momento al Congreso, encumbrado al poder, mandó disolver y desarmar
todas las Milicias del reirlo, y ese desa rm e afrentoso se sufrió!


El incidente del dia 26 ofreció al Sr. de Olózaga una nueva ocasion de conocer las
intrigas que socavaban su existencia ministerial. En aquel dia habia la reina manifes-
tado el deseo de comer en el Pardo, convidando á sus ministros para que la acom-
pañaran. Los acontecimientos que sobrevinieron aconsejaron que se sobreseyese en
la ejecucion del proyecto, resolucion que no agradó á la reina; mas insistiendo en
que los ministros la acompañasen á comer, se determinó que se preparara la comida
en el Pardo y en Madrid; que si la tranquilidad se restablecia temprano se iria al
Pardo, y en el caso contrario, la comida se efectuaria en Madrid. Se prolongó la al-
teracion del órden, y hubo de desistir del paseo al Pardo.


A las seis los ministros se presentaron en Palacio; la señora marquesa de Santa
+7




-738 -
Cruz, camarera mayor de S. M., vino á decirles que el convite quedaba anulado,
atendido que, por efecto de una mala inteligencia en las órdenes dadas, no podia te-
ner lugar la comida, no habiendo qué comer. El Sr. de Olózaga, que desde luego co-
noció que todo aquello no pasaba de una tramoya y de una intriga de camarilla, con
atinada pausa contestó que no venia á acallar la hambre, y que sin comer, puesto
que no habia, tendrian la honra de acompañar á S. M., distrayéndola de la escasez
de la comida. Ya hubo que admitir á los ministros, que se hallaron con una sun-
tuosa comida que mal parada dejó la noticia del ayuno anunciado.


Si la prorogada renovacion de lo:> Ayuntamientos, y el aplazamiento en la reorga-
nizacion causaron en el partido progresista sumo disgusto, el h;¡ndo opuesto consi-
deró ambas concesiones como un triunfo gue se propuso completar muy luego por
entero. Cuando más esperanzado andaba, apareció el decreto que reconocia todos
los grados dados por el regente hasta el dia en que abandonó las playas de España, y
en seguida un decreto de amnistía plena y entera por todos los hechos anteriores
al 1.0 de Octubre. No es posihle pintar el despecho y la rahIa que se apoderaron de
todo el bando reaccionario que tanto habia ensalzado el famoso proyecto de am-
nistía del Sr. Lopez; la aparicion de estos decretos justos y beneficiosos precipita-
ron la ya resuelta caida del ministerio; y en efecto, poco tardaron en realizarse. La
revalidacion de los grados dados por el regente destruia el odioso decreto del mi-
nistro universal Serrano, que vino á firmar la anulacion de su ominosa obra. La
amnistía no cancelaba ningun delito político, pues ninguno se habia cometido, mas
subsanaba'lctos arrebatados del gohierno provisional.


Quedaba vacante la presidencia del Congreso, y fué nombrado para llenarla el se-
ñor Pidal, reemplazando á éste como vice-presidente el Sr. D. Javier Quinto, uno de
los progresistas de la coalicion que habia recibido por premio de su desercíon la Di-
reccion general de Correos. Los progresistas que en primer termino pensaron pre-
sentar por candidato á la presidencia al Sr. D. Manuel Cortina, resolvieron por úl-
timo presentar al Sr. Lopez, suponiendo que los servicios que éste habia prestado
al bando reaccionario lo harian acreedor á sus simpatías, ó á lo menos á su gratitud.
Vana ilusion, el tiempo del disimulo habia pasado; el Sr. Pidal fué nombrado presi-
dente por ochenta votos contra .cincuenta y seis que obtuvo el Sr. Lopez, justa ex-
piacion infligidá á un hombre que habia sacrificado su país, las leyes, las libertades
pú~licas y la Constitucion al bando que lo repelía con desden, cuando ya no lo nece-
sitaba, cómplice ó como instrumento ciego de sus planes.


La eleccion del Sr. Pidal provocó un r-ompimiento entre el Sr. de Olózaga y el ge-
neral Serrano, cuyo g¿rmen hemos indicado. El general Serrano guiso considerar la
derrota del 8r. Lopez como un agravio personal; mal dispuesto, inquieto, irresoluto,
y no sabiendo ya por cuál rumbo seguir, una carta del general Narvaez dió lugar en
el Consejo de ministros á una discusion ágria y desabrida. Traia abierta esta carta del
general Narvaez en su cartera el ministro de la Guerra; en ella, el capitan general de
Madrid anunciaba sus deseos de hacer renuncia, y que el ministerio lo tuviese presente.




Al oir el Sr. de Olózaga á su compañero de la Guerra hablar de esa renuncia, no puso
en duda que la tenia hecha; el general Narvaez la pidió premuroso con ánimo de
aceptarla al momento. Esta afanosa disposicion del presidente del Consejo, chocó al
general Serrano. Volviendo al tema de la eleccion del Sr. Pidal, habló de hacer re-
nuncia tambien del ministerio. A esto contestó el Sr. de Olózaga, que si en efecto la
daba, aconsejaria á S. M. que la aceptase. Creció de pronto el despecho del gene-
ral, y no bien habian salido esas palabras de boca del Sr. de OIózaga, cuando le-
vantándose el Sr. Serrano con su cartera debajo del brazo, se encaminó hácia la
puerta del aposento en ademan de retirarse.' «Tratemos, dijo el Sr. de Olózaga, de la
dllnision de Narvaez)).-«Otro tratará de ella, contestó el general, porque yo marcho á
hacer mi dimision (1))), y en efecto, la envió; mas contrariamente á lo que habia ex-
presado el Sr. de Olózaga, que aconsejaria que se aceptase, no se aceptó, y se enta-
blaron negociaciones para que la retirase.


Aquí llegamos á una de las más extraordinarias peripecias del largo y triste drama
de que es teatro la desventurada España desde el aí10 1810, luchando para crear un
sistema de libertad racional contra las pésimas tradiciones de los gobiernos anterio-
res, y las intrigas de una córte presa siempre de torpes y tenebrosos manejos de ca-
marilla.


No bien se supo en España y en Europa el ensalzamiento del Sr. de Olózaga á la
cumbre del poder, cuando con asombro maravilloso se tuvo 'la noticia de que el pri-
mer ministro de la España constitucional era derrocado, y que le cabia en suerte al
señor de Olózaga m:nistro constitucional, la que alcanzó á muchos otros ministros
de la monarqLlía ab,oluta cayendo estrepitosamente.


De repente se vió éÍ. la reina constitucional, emancipada pocos dias antes, formu-
lar del modo méÍ.s sclemne un acto de acusacion de lesa majestad contra su primer
ministro, que más que ningun otro español, habia contribuido á que las Córtes otor-
gasen la dispensa de edad, y cuyo primer uso era proyocar una pena capital contra
el ministro. Tal fué la siniestra y dolorosa inauguracion del reinado de una niña de
trece años, cuyo gobierno desde aquel dia ha marchado entregado á violencias de-
plorables en grave mengua de los juramentos, de las leyes y de la moral pública. Si
la edad de Isabel II la absuelve de toda responsabilidad moral, si la ficcion constitu-
cionalla salva de toda responsabilidad material, quiera el cielo que sus consejeros,
dando tan lamentables ejemplos) no hayan comprometido altamente un reinado que
fundado en el respeto de las leyes, en el amor de todos los españoles, debia estar su-
miso al abrigo de los trastornos políticos y del fatal huracan revolucionario que vuel-
ca los tronos y destruye las dinastías, y con poca fortuna de la ,libertad y de los
pueblos, poco preparados á entrar de lleno en el ejercicio de sus derechos soberanos,
y llegar á la pcrfeccion de la forma de gobierno.


Sobradamente significativa era la eleccion del Sr. Pidal, para que el ministerio se


(1) Discu r~o del Sr. Serrano en la sesion de Córtes del 2 de Diciem breo




-740 -
hiciera la menor ilusion respecto á la decidida oposicion de la mayoría. Entre una
renuncia, ó una disolucion de aquellas Córtes, no habia término medio. El ministro
de Hacienda, D. Manuel Cantero, fué quien tomó la iniciativa de proponer el últi-
mo extremo; en ello convino el Sr. de Olózaga, y quedó acordado que se propondria
el decreto á la reina, reservándose, y este fué el desacierto, publicarlo en un caso
apurado. Harto era el apuro. En la noche, pues, del 28, despachando el presidente
del Consejo con la reina, llevó el decreto y la reina lo firmó. ¿Cómo se consiguió
esta firma?


Aquí nace la dificultad; el historiador se encuentra con un hecho sin t~stigos, y
de este hecho resulta una acusacion la más grave que pueda formularse contra un
caballero y un hombre de bien. El acusador es Isabel 11; el acusado es D. Salustiano
de Olózaga. El delito es un acto de la violencia más villana en la persona de una
niña, de una reina; esta acusacion el ministro la rechaza con toda la indignacion de
su honra lastimada, que deben creer los que no se inclinan servilmente ante un di-
cho aislado, sea quien fuere el que lo afirma, y más siendo irresponsable, el dicho
no lleva verosimilitud: Isabel Il está exenta de toda responsabilidad, puede haber
sido el Juguete de la más torpe intriga palaciega y política. Al rechazar en las Cór-
tes la acusacion, el Sr. de Olózaga no dijo todos los pormenores de lo que habia
ocurrido en la noche del 28 al firmar el decreto; queda pues un vacío imposible de
llenar analizando los discursos que se pronunciaron en las Cortes con motivo de este
ruidoso suceso. Se llega á la verdad absoluta en casi todos los incidentes de tan es-
candalosa escena, salvo el principio que queda un misterio, explicable solamente por
cálculos de probabilidades.


Segun la declaracion solemne de la reina, tal como lo manifestó en las Córtes el
ministro escogido para el caso, D. Salustiano de Olózaga, en la noche del 28, habia
pedido á S. M. que firmara el decreto de disolucíon de las Córtes; que S. M. se negó
resueltamente á ello, y se levantó para marcharse por la puerta que se hallaba á su
mano izquierda, cuando adelantándose el ministro echó el cerrojo, y entonces se
dirigió á otra puerta que estaba al frente, é igualmente echó el cerrojo el ministro,
y cogiendo á S. M. por el traje, haciéndola sentar por fuerza y asiéndola de la mano,
la obligó á firmar, pidiéndola la palabra d~ no hablar de este suceso, palabra que S. M.
se negó á dar.


¿Cómo la mayoría de un Congreso español admitió esta declaracion por cierta y va-
ledera, por más respeto que merezca esa declaracion falta de verosimilitud, si ante
todo no se declara que su autor estaba demente, y esto nadie lo ha dicho ni podia
decirlo del Sr. de Olózaga? Tambien fuera preciso admitir que esa violencia fuese in-
dispensable al log~o de la firma; ahora pues, queriendo calumniar á un ministro, más
fácil hubiera sido acusarlo de mañoso engaño para obtener esa firma que de inútil y
brutal violencia; y hay que reconocer cuán fácil era sorprender una firma á una niña
de trece años. Queda por último la apreciacion del carácter de la persona inculpada,
pues no se empieza por un atentado tan inaudito la carrera de la violencia, y toda la




- 74 1 -
vida pública y privada de la persona acusada, forma un público contrasentido con la
salvaje brutalidad que se le atribuye.


Los amigos de la libertad y del mismo Sr. de Olózag::l, podrán tener motivos de
dirigirle reconvenciones sérias por el uso que haya hecho de sus admirables faculta-
des, no siempre ejercidas con el tino que tanta gloria hubiera recabado su nombre y
la causa liberal á que pertenecia desde sus primeros años. Sus parientes y sus admi-
radores podrán haber sentido su falta de energía ó de prevision en circunstancias en
que ha podido ser árbitro de la suerte del p"ís; podrán bmentar la falta de arrojo en
los hechos, teniéndole sobrado como orador de suma elocuencia. Los dolorosos re-
sultados que han producido para su patria y para él mismo los errores de su vida
pública, una de las más supliciadas entre tantas víctimas como cuenta el partido pro-
gresista. prueban sobradamente que esos errores fuéron cometidos de buena fé, mas
tambien demuestran que esas reconvenciones son harto fundadas. En el ilimitado
aprecio que expresándonos así tributamos al Sr. de Olózaga, damos una prueba nada
equívoca de nuestra imparcialidad; mas á nuestra vez preguntamos: ¿Quién entre los
infinitos españoles que han tratado al Sr. de Olózaga, ignora por experiencia propia
ó por púhlica voz y fama, que uno de los datos que más altamente caracterizan al se-
ñor de Olózaga, es la amenidad de los modales, la mansedumbre del carácter, la dul-
zura del lenguaje, y que su cariño, que lo llamarémos maternal, para sus hijos, lo lle-
va á amar á todos los niños? ¿Quién no sabe que esas prendas del Sr. de Olózaga,
unidas á un don especial de persuasion, le han hecho siempre perdonar sus errores
políticos entre sus amigos, y le han grangeado una reputacion de ascendiente irre-
sistible entre sus enemigos? ¿Y á un hombre de esta índole, dotado de estas prendas,
es á quien se ha atribuido el papel de un feroz tirano de melodrama, brutalizando la
mano de una reina niña para firmar un decreto cuya importancia no podia siquiera
apreciar, atendidos sus pocos años? Y ese hombre que posee en el más alto grado el
don de persuadir, á pun to de desvanecer las prevenciones más arraigadas de hombres
político~, ¿desdeña hacer uso de sus facultades morales, y acude á la violencia? Las
probabilidades hablan contra aquella declaracion, porque son diametralmente opues-
tas á la generalidad yal conocido carácter del ministro inculpado.


Este carácter, siendo en una escena sin testigos la más preciosa salvaguardia del
Sr. de Olózaga, hemos querido desde luego ponerlo en relieve como un homenaje á
la verdad y un tributo de nuestras simpatías, ya que no podemos hablar del suceso
sino por cálculos de probabilidades. -En cuanto á la reina Isabel II, hay que separar
su persona irresponsable y sus actos del debate, como lo haria un tribunal tratán-
dose de un niño falto de discernimiento: una reina de trece años como origen del
gobierno es una ficcion legal y constitucional, es más que una ficcion, es un peligro.
Más que otro cualquier español habia contribuido el Sr. de Olózaga á crear esa fic-
cion yese peligro: primero, como uno de los autores de la Constitucion de 1837, es-
tableciendo la mayoría del rey á los catorce años y no á los diez y ocho, como lo fija-
ban las antiguas leyes y la Constitucion de 1812, y en segundo lugar, contribuyendo




-742 -
á la emancipacion de la reina. Estaba destinado el Sr. de Olózaga á ser la primera víc-
tima expiatoria de ese doble desacierto.


Lleguemos á los hechos, dando la version admitida por más válida, respecto al su-
ceso de la noche del 28.


En la noche del 28 de Noviembre, el Sr. de Olózaga llevó á la firma de S, M. el de-
creto de la disolucion de Córtes, y fuese por confianza extremada de su ascendiente
en el ánimo de la reina, ó fuese por puritanismo constitucional, el ministro quiso que
la reina supiese lo que firmaba y la leyó el decreto. Sin duda: algunas personas ha-
bian de antemano hablado á S M. de disolucion de Córtes y así fué que al oir esta pa-
labra, preguntó á su ministro por qué no estaba satisfecho con las Córtes. Dió este
sus razones, que seguramente poco pudo apreciar su real discípula. y acabó con pre-
guntar por quién estaría S. M. si tuviera que optar entre las Córtes ó sus ministros:
«Por vosotros» contestó Isabel JI como era natural: cualquier niño de su edad así in-
terpelado habia de dar la razon á la persona que le hablara. Presentó entonces el
ministro el decreto para la rú'brica, la fecha estaba en blanco, allí iba á poner su rú-
brica la reina, cuando su ministro la observó que era el lugar uonde se pondria la
fecha, quiso firmar á la parte izquierda del papel, el Sr. de Olózaga tuvo que indicar
con el dedo el sitio donde se debia poner la rúbrica y es donde se halla.


Esta version, admitida generalmente por personas imparciale~ y sesudas, es la que
más visos de verdad tiene, y desde luego se presenta una observacion ~ una rúbrica
arrancada con la presion violenta de una mano de hombre en la muñeca de una niela
debia resentirse de ese atroz desman, siendo así que la rúbrica puest<: en el decreto es
en un todo parecida á las demás hechas por S. J\l.,circunstancia que el Sr. de Olózaga
tuvo la acertada precaucion de hacer constar, como lo verémos más adelante, y que
toda persona imparcial ha de admitir en descargo del ministro inculpado de vio-
lencia.


Siguiendo los pormenores más válidos de aquella noche, parece que acabado el
despacho, la reina habló con su ministro de la recepcion que al dia siguiente debia
de tener lugar del príncipe Carini, ministro de N ápoles. D. Salustiano de Olózaga in-
dicó á S. M. que debia ceñirse á preguntar por la familia real de N ápoles, mas Isa-
bel II contestó que hasta sus nombres les eran desconocidos. Tomó una Guia el mi-
nistro y presentó á S. M. los nombres; mas la jóven reina al ver la lista interminable
de los príncipes de Nápoles, dijo que le seria imposible tomarlos de memoria. «Basta
que V. M. se acuerde de los principales,» dijo el ministro: dando fin á esa conversacion
se despidió el ministro muy ógeno del huracan que iba á levantar aquel decreto, y
S. M. le fué saludando mientras se iba retirando, habiéndole dado antes dulces para
su querida niña. En seguida Isabel II trocó el papel sério de reina por sus juegos in-
fantiles, llamó algunas de sus damas que .la hallaron con el humor mJS jovial, y con
ellas se puso á jugar 6 casitas de alquilar y á quemar tiritas de papel, hasta la hora de
cenar que fuéron las once, acostándose en seguida.


Antes de ocuparnos de los sucesos posteriores del dia 29 y sus consecuencias, te-




~ ..,
,4.) -


nemos que apreciar el decreto de disolucion, su significacion y la aptitud del Sr. de
Olózaga una vez en poses ion del decreto. .


No se puede disimular que el decreto tenia por objeto acabar con la contra-revolu-
cion ya triunfante: esto lo sabia perfectamente el bando reaccionario. Así puesta la
cuestion en sugeneral sentido, hay que confesar que equivalía á un yerdadero golpe
de Estado, mientras no habia ningun elemento de hacerlo triunfar, faltanJo al mi-
nisterio hasta homogeneidad nativa, y por lo mismo era hasta materialmente impo-
sible llevarlo á efecto hallánJose el gobierno dividido en dos fracciones, division que
alimentaba la mayoría del Congreso, deseosa de provocar un rompimiento entre los
ministros y del que debia ser base la renuncia del general Serrano, que S. M. no de-
bía aceptar impulsada á negar la admision por los consejeros de la camarilla.


La primera dificultad que se presentaba para dar al decreto fuerza constitucional,
era que no se poJia acordar su ejecucion en Consejo de ministros, como tampoco se
acordó en él la firma de S. M., atenJida la esquivez del general Serrano y su desvio
á tomar parte en las resoluciones de sus compañeros, siendo y no siendo ministro de
la Guerra. Habia hecho su renuncia y no se le habia admitido, y en cuanto al Sr. don
Joaquin .Frias era como un satélite del general Serrano. Es bien cierto que si el señor
de Olózaga apreciando el peligro que amagaba y juzgando que no podia hacer frente
sino con resolucion desesperada y revolucionaria, hubiese adoptado la d~ disolver
las Córtes para salvar la libertad, saltando por encima de las fórmulas ordinarias de
un gobierno constitucional, si dueño del decreto lo hubiese publicado al amanecer
del dia 29 llamando á las armas la Milicia Nacional, cambiando tollas las autoridades
civiles y militares de Madrid, hubiera aterrado sus enemigos y puesto en la imposibi-
liJad de mOVfrse en el primer aturJimiento que les causara un plan de tanto arrojo.
Fuera de un golpe de temeriJad de esta naturaleza, el decreto no podia dejar de ser
fatal al ministerio que tenia contra sí la ojeriza de la mayoría del Congreso, el ódio
del Senado en masa, contrarias y enemigas las autoridades, los jefes de los cuerpos
de la guarnicion, sin las simpatías mcís vivas del bando progresista, resentido por la
revocacion de los dos decretos dados para la renovacion de los Ayuntamientos y la
organizacion de las Milicias disueltas y desarmaJas. Se diria que ti Sr. de Olózaga
quiso hacer alarde de su fuerza con el decreto como de una arma de exquisito temple
que nada podio. embotar, y cuando tUYO esa arrnJ, en vez Je descargar con mano aira-
da en sus enemigos, antes que supieran que la poseia, la envainó. Cual paladin que no
duda que será siempre dueño de herir cuanJo le convenga, tira el guante y se para,
con leí ilusian que el secreto de la firma del decreto ha de quedar inviolable, sin pre-
veer que una niña rodeada de gentes duchas en sorprender su inexperiencia, é intere-
sadas en conocer sus más Íntimos pensamientos, qqedaba éÍ. merced de diestros pala-
ciegos. Más hizo el Sr. de Olózaga en su temeraria empresa, y fué manifestar sin
ningun embozo que queria poner coto á esa invasion de intrigas que hormiguean
por tradicion en el régio alcazar de MadrId, provocando así ódios y resentimientos
que no necesitaban ser aguijoneados para ser implacables,




-744-
Por la mañana del dia 29, la reina recibió á varias personas: una vigilancia inquisi-


torial se ejercia por los que tenia n á su cargo dar cuenta de lo que pasaba en Palacio
á los jefes del bando reaccionario: ya hemos dicho que la renuncia del general Ser-
rano era la hase de la intriga que se tenia entre manos, aceptada esta por el presi-
dente del Consejo, debia S. M. negarla su sancion, y en ese caso, el ministerio ó á lo
menos la fraccion que seguía al Sr. de Olózaga, tenia que dar la suya. El interrogato-
rio que se dirigió á la reina en la mañana del 29, fué para saber si S. M. habia firmado
la renuncia del ministro de la Guerra. Aseguró S. M. no haberla firmado, -se instó
de nuevo, volvió á negarlo Isabel II y como prueba que sabia muy bien lo que habia
firmado citó varios decretos) y entre estos el de la disolucion. Vinieron los interlo-
cutores á tropezar sin buscarlo con el decreto de disolucion; mas apenas S. M. hubo
así revelado la existencia de esa resolucion, cuando á toda prisa pasaron aviso á los
jefes del bando reaccionario que de tropel acudieron á Palacio.


Nuestros lectores comprenderán que en la narracion que antecede no somos más
que el eco de las versiones más generalmente admitidas, pues ninguna relacion au-
téntica existe ~e cuanto ocurrió desde la entrada del Sr. de Olózaga en el despacho
de la reina, hasta el momento en que S. M. hizo la declaracion que sirvió de auto de
acusacion. Sigamos contando: parece que declarada la existencia del decreto, y reu-
nidos los. interes1dos en anularlo, hubieron de echar en cara á Isabel 11 su ingrati-
tud hácia las Córtes que acababan de ·declarar su mayor edad. Volviendo á impre-
sionar su ánimo con los temores que ya habia revelado S. M., que la Milicia Na-
cional pensaba en despojarla de la Corona, la dijeron que en seguida de disueltas
las Córtes se darian las armas á la Milicia para que llevasen á efecto la destruccion
del trono, y á manera de ciertos confesores que van sugiriendo á sus penitentes cul-
pas y pecados que no han soñado cometer, fuéron poco á poco sugiriendo á S. M. que
no habia firmado libremente el decreto, y puesto en una criminal tortura, se fué ur-
diendo lo que al fin saltó como declaracion de S. M. Dios sabe á q ut! suplicio moral
fué entregada la real niÍ1a entre esos inauditos sostenedores de la dignidad monár-
q uica. Triste y malhadado agüero de un reinado que em pezaba por donde a¡;abó el
anterior, esto es, por la captacion de una firma, como terminó el reinado de Fernan-
do VII por la firma que se le arrancó anulando el decreto que promulgaba la prag-
mática sancion de 1789. En ambas circunstancias figuran al lado de un monarca
moribundo ó de una niña inexperta los que blasonan de más esclarecidos salvadores
del trono.


Hemos reproducido las conjeturas que tnás válidas han corrido relativas á los pri-
meros incidentes de aquel drama sin nombre: verémos más adelante por las declara-
ciones hechas en las Córtes, que la realidad auténticamente publicada es tanto ó más
fea que las suposiciones más ó menos acertadas concernientes á la primera hora del
suceso, que queda un misterio.


N o tardó en difundirse por Madrid la noticia de la existencia del decreto; en la ma-
ñana del 29 era ya pública, y algunos amigos del ministerio fuéron á verse con el se-




ñor D. Manuel Cantero, dándole cuenta de las voces que corrian. N eg6 el hecho el
Sr. Cantero, aunque persuadido que debía ser cierto, y marchó á avisar al Sr. de
Ol6zaga que halló reunido á los Sres. Luzuriaga y Domenech, y allí supo el Sr. Can-
tero que en efecto el decreto habia sido firmado en la noche anterior. Parecía que la
divulgacion de lo que debia ser secreto, aconsejaba.una resolucion pronta, enérgi-
ca, decisiva; en vez de tomar esta, los cuatro ministros pensaron pasar el dia en la
Casa de Campo y ocuparlo en discutir algunos proyectos de leyes para las Córtes, y
en acordar la reorganizacion del Gabinete; en esto sobrevino el Sr. D. J oaquin
Frias, enterado ya del proyectado paseo campéstre. Parecia que era motivo suficiente
para ahandonar la malhadada peregrinacion á la Casa de Campo, puesto que su oh-
jeto era ya imposible con la presencIa del ministro de Marina. Mas se persistió en ir
perdiendo horas preciosas que harto aprovecharon los contrarios.


Mientras los cinco ministros se recreaban en el campo, se notó en Palacio un mo-
vimiento extraordinario de personajes, cuyos destinos no los llamaban habitualmen-
te allí. A su vuelta del campo fué enterado el Sr. de Olózaga de esta concurrencia
insolita á Palacio. En aquella hora tenia despacho con la reina, el Sr. Frias; vino á Pa-
lacio y antes de subir al cuarto de la reina vió al Sr. de OIózaga en la secretaría; á los
pocos minutos bajó, habiéndosele negado la entrada al real aposento, diciéndole
que la reina no despacharía, mas sín darle la razon que motivaba esta contra-órden.
Daban todavía estas explicaciones al Sr. D. Joaquin, cuando llegó un recado de la rei-
na para que subiera al momento, marcha el ministro prometiendo al Sr. de Olózaga
que en acabando el despacho pasaría por la secretaría á darle cuenta de lo ocurrido.
Traslimitado con mucho el tiempo probable del despacho, y no viendo á su com pa-
ñero de vuelta, no le cupo ya duda al Sr. de Olózaga que algo extrordinario pasaba:
determina cerciorarse y SLlbe al cuarto de la reina. Hallábase de servicio como gentil-
hombre de Cámara el Sr. duque de Osuna, quien anuncia al Sr. de Olózaga que S. M.
no recibia: mal se acomodaba esa excusa con el ruido de voces que desde el cuarto
de la reina llegaban al sitio en que se hallaba el Sr. de Olózaga. Insiste este diciendo
al Duque: «Tenga V. E. la bondad de anunciarme á S. M. que yo luego cumpliré sus
órdenes:» Llevó el recado el Duque, y voh'ió con esta contestacion: «S. M. me ha
mandado decir tÍ V. E. que le ha exonerado del cargo de presidente del Consejo de mi-
nistros y de ministro de Estado, V. E. hallará el decreto en la secretaría.»-((Sea muy
enhorabuena» contestó el exonerado ministro. Bajó á la secretaría donde se halló el
decreto: se fué en seguida á la secretaría de Gracia y Justicia, donde se halló reunidos
á sus compaí1eros de Gobernacion y de Hacienda, y dióles cuenta del suceso.


Dejemos á los cuatro ministros discurrir sobre tan inesperado acontecimiento para
seguir el hilo de los incidentes del dia 29, tomados en las declaraciones hechas en la
tribuna, porque ya caminamos en terreno seguro y pleno conocimiento de cuanto
ocurrió, menos el punto de partida que falta, esto es, á saber quién fué la primera
persona á quien S. M. habló del decreto. Las alusiones más ó menos:claras á ciertos
personajes, combatidas por alegaciones poco admisibles, dejan un vacío que no in-




tentarémos llenar. El capitan general de Madrid, D. Ramon María Narvaez, es el
que aparece como el primero á quien S. M. dió formalmente conocimiento de la vio-
lencia ejercida en su real persona por su ministro, lo cual oido por el general aconse-
jó á S. M. que llamase al presidente del Congreso.


A consecuencia de este consejo, á las cuatro de la tarde el Sr. Pidal recibió un men-
saje de S. M. que fuera al momento á Palacio en el traje en que se halbra: obedeció
sin pérdida de minutos el Sr. Pidal, y se presentó en Palacio. S. M. le contó el suce-
so en los mismos términos en que se halla en la declaracion oficial; al oir esta rela-
cion, el grave presidente del Congreso confiesa que derramó abundantísimas lágri-
mas (1), y no era para menos. Ya un poco vuelto en sí del profundo dolor que le cau-
sara el lamentable suceso, aconsejó á S. M. que exonerara al Sr. de Olózaga, que
anulase el decreto de disolucion y que llamase á los vice-presidentes y secretarios
del Congreso para deliberar lo que m.ls conviniera en circunstancias tan graves (2):
el consejo fué admitido por S. M. yel Sr. Pidal autorizado para reunir las personas
indicadas, volviendo con ellas á Palacio. Así lo efectuó el presidente del Congreso; en
presencia de las personas convocadas hizo S. M. el tercer relato dellance, diciendo:
¿Qué os parece? (3).


El primer óbice que se presenta es qué título tenia el Sr. Pidal para aconsejar
á S. M., no siendo ministro responsable, cuando existia un min1sterio á quien cabia
ese derecho que usurpaba el Sr. Pidal, aconsejando llamar cerca de S. M. una jun-
ta de consejeros tan intrusos como él mismo, ha-:iendo de esa usurpacion un 01.0-
no polio de la mesa del Congreso, y no se le ocurre aconsejar que sean llamadas las
personas que componian la mesa del Senado. La reina se hallaba pues presa de una
verdadera camarilla, sea cual fuera la posicion de las personas que L1 formaban; los
consejeros constitucionales y legales de S. M. se ven suplantados por consejeros ir-
responsables, sin carácter legal, precedidos estos mismos por otros consejeros clan-
destinos, pero no más intrusos que ellos. Cuando estos primeros y el Sr. Pidal y sus
secuaces hubieron preparado el ánimo de S. M., Y sugerídole medidas inconstitucio-
nales, el formalista presidente del Congreso se acuerda de que la firma de un ministro
constitucioncl! era indispensable; entonces se le ocurrió proponer que se llamase al-
guno de los mll1istros (4) para refrendar los decretos acordaJos en la camarilla. Ob-
sérvese que los mismos que m:ís tarde imputaron como un crímen al Sr. Olózoga el
haber hecho firmar un decreto sin prévia anuencia del Consejo de ministros, hacian
revocar ese decreto sin más asistencia que la de un ministro, no para discutirlo sino
para firmarlo.


El ministro llamado para esto fué el general Serrano á quien el Sr. Gonzalez Brabo


(1) Discurso úel Sr. Pidal en la sesion del4 de Diciembre.
(2) Idem.
(3) Discurso del Sr. Aleon en las Córtes, sesion del 15 de Diciembre,
(4) Discurso del Sr. Pidal, 4 de Diciembre.




-747 -
uno de los vice-presidentes rué á buscar. Aquí hay que referir lo ocurrido en aquel
mismo dia con el señor general Serrano, ministro d;misionario. Volvia á su casa á
las siete y media de la noche, y halló en ella varios personajes del bando reacciona-
rio que allí lo esperaban; estos le hablaron del gravísimo acontecimiento que habia
ocurrido y que era la cuestion del dia; en esto llegó el Sr. Gonzalez Brabo con el re-
cado de S. M., y preparándose á marchar el general, uno de los asistentes, el Sr. Do-
noso Cortés, le entregó cuatro decretos preparados de antemano, diciéndole: «Vaya
usted prevenido con estos decretos para lo que pueda ocurrir» (1). Estos decretos
eran: primero, el de la exoneracion del Sr. Olózaga por razones á mí reservadas; se-
gundo, la revocacion del decreto de disolucion, á instancias del general Serrano; el
tercero privando al Sr. Olózaga de todas sus condecoraciones y declarándole imposibi-
litado de ejercer empleC? público, de que no quiso usar el Sr. Serrano; cuarto, esta-
bleciendo que en adelante la reina no podria despachar con ningun ministro sino á
presencia del Consejo de los ministros, que no quiso recibir siquiera el Sr. Serrano
por denigrativo á S. M. (2).


Se vé por estos decretos que los llamados monárquicos constitucionales no anda-
han escrupulosos así en usurpar las atribuciones constitucionales, como las del po-
der judicial, como en ajar á la reina misma, sometiéndola á la más indecorosa tutela,
cuando acahaban de emanciparla como un medio de salvacion del país. Mas tales son
por dó quiera los entusiastas realistas, impeliendo los reyes á conculcar las leyes, á
falsear sus juramentos, si esas infracciones pueden servir á sus intereses privados y
ser un medio de medrar. Con los decretos en el bolsillo (3), marchó el Sr. Serrano á
Palacio, donde oyó de boca de la reina la relacion que por cuarta vez hacia S. 1\1. del


f.
atentado. Allí se le dijo que quedaba acordada la exoneracion del Sr. Olózaga; este
preliminar mereció su aprobacion, mas en cuanto á refrendar el decreto puso por óbi-
ce su posicion personal respecto al exonerado presidente del Consejo y propuso que se
llamase al Sr. D. Joaquin de Frias, que no tenia esos reparos. A nadie se le ocurrió
ni al general Serrano tampoco llamar á los demás ministros. Seguian en estos colo-
quios, cuando se presentó á despachar el ministro de Marina, como hemos dicho, ne-
gándosele la entrada en el real aposento por equivocacion, mas en cuanto se supo
que el D. J oaquin se hallaba en Palacio, se le ilamó apresuradamente, como se ha
visto. Introducido en la régia cámara oyó de boca del general Serrano los pormeno-
res del incidente. Suma fué la sorpresa del Sr. Frias, no podia dar fé á lo que oia,
hasta que llevado á presencia de S. M. oyó de los lábios de Isabel II la quinta rela-
cion que del suceso hizo S. M. Aunque acometido de un igual flujo de lágrimas (4)
que el Sr. Pidal, el Sr. Frias refrendó el decreto de exoneracion. Era el mismo que ya


(1) Discurso del señor general S~rrano en lasesion de lasCórtes del 12 de Diciembre.
(2) Idcm.
(3) Tdem.
(4-) Idem.




-748 -
preparado habia remitido el Sr. Donoso Cortés al Sr. Serrano; este firmó el decreto
que anulaba el de la disolucion de Córtes, yen esto andaba ocupado el conciliábulo,
cuando se presentó el Sr. de Olózaga despedido por el señor duque de Osuna en los
términos ya indicados.


El decreto formulado por el Sr. Donoso Cortés recordaba los tiempos más flori-
dos de la monarquía absoluta, y estaba encabezado en los términos siguientes: «Ven-
go en exonerar por gravísimas causas á mí reservadas ... " Cuando el Sr. Frias al salir
de Palacio fué á reunirse á sus compañeros, y les hubo leido este encabezamiento
tan ultrajante como inconstitucional, declararon que no permitirian su publicacion y
exigieron del ministro de Marina que volviese á Palacio con un decreto puesto en
los términos que requerian las fórmulas constitucionales. Regresó el ministro á Pa-
lacio con este decreto y con la renuncia colectiva de los Sres. Luzuriaga, Cantero y
Domenech. El Sr. Frias halló á la reina ya recogida; insistió para que se la pasase
recado, y llevado á presencia de S. M. la enteró del motivo de su venida: Isabel II
no puso la menor dificultad en anular el primer decreto y rubricar el segundo. El
Sr. Frias, escarmentado con el lance que tanto escándalo producia, quiso que asis-
tiesen gentes de la servidumbre de S. M. como testigos de qUE' la reina obraba con
entera libertad en aq uellos actos. Destru yóse el primer decreto reemplazándolo con
uno que decia:


«Usando de la prerogativa que me concede el art. 47 de la Constitucion, vengo en
»exonerar al Sr. D. Salustiano de Olóznga del cargo de presidente del Consejo ~ de
»ministro de Estado.-Palacio 29 de Noviembre de 1843.»


Los Sres. Luzuriaga, Cantero y Domenech, en la renuncia que hicieron de sus
respectivos ministerios, mancomunaban su responsabilidad con la del presidente,
en todos los actos que alcanzaban á la de éste. Esta renuncia no fué admitida hasta
el dia 1.° de Diciembre, cuando se hallaba instalado el ministro Gonzalez Brabo,
que lo fué tambien universal por algunos momentos á nombre de la camarilla, como
lo habia sido el general Serrano a nombre de la junta de Sabadell. Igual fortuna
cupo á los dos enviados de la coalicion de Madrid á Barcelona en Junio de 1843 .•


La camarilla tuvo que pasar por el bochorno impuesto que se anulase un decreto
ultrajante, reemplazado por otro constitucionalmente formulado; tambien tuvo que
pasar por el desdoro que la rei'11 constitucional desmintiera lo que la obligaron
.ú declarar sus intrusos consejeros como Isabel de Borbon, puesto que el decreto que
anulaba era el de la disolucion de las Córtes y descartaba hasta el pensamiento de la
violencia atroz atribuida al Sr. de Olózaga en la declaracion del 1.0 de Diciembre.
Decia el decreto:


«Habiéndome dignado firmar á D. Salustiano de OIózaga, á instancias suyas, un
"decreto por el cual mando que se disuelvan las Córtes, en uso de la prerogativa que
»me concede la Constitucion, vengo en anular dicho decreto, y en disponer que lo
»recojais y me lo devolvais inmediatamente. Tendréislo entendido y dispondreis lo
)ln.~cesario á su cumplimiento.-Está rubricado de la real mano.




-749-
»De órden de S. M. 10 transcribo á V. E. para su inteligencia, y para que en su


»cumplimiento se sirva entregar el decreto á que se refiere el preinserto en esta ór-
»den al dador de ella D. Francisco Malpelx, oficial de esta secretaría.


lIDios guarde á V. E. muchos años.-Madrid 29 de Noviembre de 1843.-Fran-
lIcisco Serrano.-Excmo. Sr. D. Salustiano de Olózaga.))


Desmiente este decreto la violencia de que hace mérito la dec1aracion del 1.° de Di-
ciembre, porque instancias excluyen la idea de violencia, de brutalidad; lo que una
reina se digna otorgar á instancias de un ministro, no se ha de convertir en un aten-
tado infame sin chocar no sólo con todas la~ nociones de la verdad, mas hasta con
el sentido comun. El decreto del 29 de Noviembre era la anulacion constitucional
de la declaracion camarillesca del!. o de Diciembre, y su condenacion moral anti-
cipada.


Hemos indicado hora por hora la marcha de los sucesos en todo el dia 29. Segui-
rémos la hilacion de los principios de aquel drama en el dia 30.


Las personas llamadas á Palacio en el dia 29 fuéron convocadas para el dia siguiente
.-


á las diez de la mañana. A esta reunion concurrieron el presidente, vice-presidentes
y secretarios del Senado, que tan olvidados habian quedado por el Sr. Pidal en el dia
anterior.


Mientras allí se discutia lo conveniente, los diputados progresistas se hallaban con-
gregados concertando lo que debian hacer en circunstancias tan apuradas. Quedaban
rotas las hostilidades; ya descollaban ódios mal encubiertos con la fementida máscara
de una conciliacion que nunca habia existido entre opiniones incompatibles. Vamos
á deslindar lo que pasaba á un mismo tiempo en los dos campos enemigos.


En Palacio, S. M., ante la reunion de las personas llamadas, expresó el deseo que
se la aconsejara lo que debia hacer, puesto que el ministerio no podia seguir. El se-
ñor Pidal, cuya voz domina en todas esas reuniones, propuso la formacion de un mi-
nisterio de coalicion (1). Donosa or.urrencia fué la de hablar de coalicion, cuando tan
estrepitosamente quedaba desbaratado el simulacro que de ella habia existido.


Estando, en esto, se pasó aviso de que con urgencia se llamaba fuera de la real cá-
mara al señor general Serrano que con el Sr. Frias asistiesen á la reunion: á poco
rato volvió el ministro llamado con un papel en la mano, firmado por tres diputados á
nombre de otros que se hallaban reunidos y que pedian que se admitiese al Sr. Oló-
zaga á la presencia de S. M. parLl dar descargos, proposicion rechazada por todos los
asistentes, volviendo en seguida al tema de formar un "ministerio de coalicion. Se le
ofreció el ministerio al Sr. Serrano hasta con la presidencia, mas este declaró que la
coalicion era imposible, que habia llamado á ciertas puertas, que las habia encontra-
do cerradas, que habia querido formar un ministerio de coalicion y que habia hallado
sordos á sus amigos (2).


(1) Discurso del Sr. Pida!, sesion del 4 de Diciembre.
(2) Idem.




En esa reunion se discutió por primera vez si convendria ó no que se extendiese
una acta con toda solemnidad, cuestion debatida entre las personas presentes, repug-
nándola el Sr. Alcon uno de los vice-presidentes, y callando el Sr. Serrano primero,
y hacitndo en seguida algunas reflexiones limitadas á manifestar la gravedad del
caso (1). á que !"esistió de nuevo el Sr. Alcon, se resolvió por último que se exten-
deria el acta en aquella misma noche, convocando todas las autoridades de la capital
y hubo quien propuso que se llamase tambien el cuerpo diplomático, opinion que
por fortuna y honra del nombre español no prevaleció (2).


Incidentes mediaron en aquella reunion que merecen por su importancia yauten-
ticidad que se recuerden para que la historia los recoJa preciosamente.


El Sr. Serrano á quien se brindó con la mision de formar un ministerio, honra y
encargo que habia rehuido por considerar imposible formar un Gabinete de coalicion,
ya despedido por S. M. fué llamado por el Sr. Pidal, que aún conversaba con la rei-
na, y le dijo: "S. M. me ha llamado honrándome con la mision de formar un nuevo
"ministerio, y yo he contestado que poniéndome con Vd. de acuerdo, estoy confor-
»me » A esto el Sr. Serrano declaró que no creia conveniente que se encargase al se-
ñor Pidalla formacion del ministerio, y propuso al Sr. Lopez á lo que no se dió con-
testacion (3), como no fuera la que dió S. M. en la noche anterior, cuando uno de
los asistentes dijo: "V. M. pudiera llamar al Sr. Lopez)) á lo que S. M. contestó: Eso
no (4), tratándose de llamar personas que pudieran formar un ministerio. Siguieron
á esto varias negociaciones par~ formar un Gabinete con el Sr. Serrano cuya renun-
cia no estaba aún admitida, negociaciones que fracasaron, acabando con preguntarse
al Sr. Serrano si ayudaria á formar el gobierno, y aunque su contestacion fué afir-
mativa para nada se le ocupó. En seguida tambien se le dijo si quería servir al go-
bierno, más á pesar de su respuesta tambien afirmativa, tampoco se le ocupó. Re-
cordando el Sr. Serrano estos incidentes en su discurso, lo acabó diciendo: "Sialgu-
"na vez se me ocupa, que lo dudo, entonces veré lo que he de hacer (5).


En tanto que esto pasaba en Palacio, los diputados progresistas reunidos en casa
del Sr. D. Pascual Madoz, determinaron enviar una comision compuesta de los se-
ñores Prast, Sanchez Silva y Ramirez que llegaron, como va dicho, cuando más afa-
nada estaba la reunion de Palacio en excogitar los medios de salir de la crítica sittfn-
cion en que habian envuelto á la reina y al ministerio. Entró en la sala donde se
hallaba la reunion el señor duque de Osuna, y entregó al seí10r general Serrano un
pliego, cuyo contenido era el siguiente:


» La comision, compuesta de los Sres. Sanchez Silva, Prast y Ramirez, tiene encar-


(1) Discurso del Sr. Serrano, sesion del 12 de Diciembre,
(2) Discurso del Sr. Serrano, sesion del 12 Y del Sr. Alarcon, del ¡3.
(3) Discurso del Sr. Serrano, en la sesion del 12 de Diciembre.
(4) Discursodel Sr. Alean, en la sesion del ¡5de Diciembre.
(5) Discurso del Sr. Serrano, en la SeSlOI1 del 12 de Dieiem breo I




-751 -
))go de manifestar á Vd. que han acordado sus compañeros decirle que interesa á la
»causa del país, que el Sr. de Olózaga sea llamado á descartarse de los cargos que se
»le hacen, ante S. M. y presidentes de los cuerpos colegisIadores, que en el momento
»se hallan reunidos. El país y sus representantes en la parte que se halla reunida en
»casa del Sr. Madoz, ruegan á Vd. conteste sobre el particular. -Siguen las firmas.»


Leyó este papel el Sr. Serrano á S. M., en presencia de los asistentes, se entró en
díscLlsion sobre si admitirian ó no los descargos del Sr. de Olózaga, se dijo que seria
un correo, y por último, se acordó que no se oiria al Sr. de Olózaga (1); mas ya de
antemano el Sr. Alean, único progresista que allí asistia como vice-presidente, ha-
bia propuesto que se llamara al Sr. de Olózaga para que diera sus explicaciones, pero
por un movimiento repentino y simultáneo de la mayor parte de los que allí se en-
contraban, habia sido reprobada esa proposicion, y se arguyó al Sr. Alean que seria
estahlecer un correo entre S. M. y el presidente del Consejo de ministros. Trató el se-
ñor Alean de sostener su opinion, y en esa demostracion andaba cuando se anunció
la comision de los diputados congregados en casa del Sr. Madoz. Ya hemos dicho
c(Jmo salió el general Serrano el dar la contestacion á los comisionados; añadirémos,
que ya en marcha para salir, el general retrocedió para decir al Sr. Alean que le hi-
ciese el favor de acompañarle; así lo hizo este, y avistándose con los comisionados,
despues que estos se enteraron de la acordada negativa, añadió el Sr. Alean: «Sepan
»Vds. que á la llegada de esta peticion, yo habia hecho una proposicion igual (2)>>. Los
com ision ados se retiraron.


La reunion que permanecia esperando en casa del Sr. Madoz el regreso de los co-
misionados, tenia otro objeto tambien. Ya hemos dado el texto de la real órden diri-
gida al Sr. Serrano anulando el decreto de disolucion, y exigiendo del Sr. de Olózaga
la devolucion de aquel decreto. La precipitada real órden llegó á manos del Sr. Je Oló·
zaga á las dos de la madrugada del dia 30 pero no tUYO á bien el Sr. de Olózaga darle
cumplimiento, por muy atinada razono Acusado de la más horrenda tropelía en la
persona de la reina, todo debia temerlo el acusado ministro. Antes, pues, de devolver
el decreto rubricado por S. M., objeto de la acusacion de brutal violencia, debia else-
ñor de Olózaga precaverse contra la suplantacion de una falsa rúbrica, nada siendo
más fácil que pasar una pluma con mano trémula sobre la verdadera rúbrica, y ad-
quirir así un medio de decir que la violencia se evidenciaba por el mismo estado de
la rúbrica. Antes, pues, de devolver el decreto, llamó el Sr. de Olázaga á varias perso-
nas para que fuesen testigos de la identidad cabal de la rúbrica de S. M. con todas las
que acostumbraba á dar. Llamado el Sr. de Olózaga á la reunion de casa del Sr. Madoz,
allí llevó el decreto para que todos sus compañeros viesen la rúbrica del decreto, y
fuesen buenos testigos que en nada se diferenCiaba de las demás, prueba harta y com-
pleta que ninguna violencia habia sufrido S. M. al ponerla.


(1) Discurso del Sr. Alcon en la sesion de 12 de Diciembre.
(2) Discurso del Sr. Serrano en las Córtes, sesion del 12 de Diciembre.




-752 -
Tomada esta esencial y prudentísima precaucion, el Sr. de OUkaga devolvió el de-


creto con el oficio siguiente: '
«Excmo. Sr.: Esta noche despues de las dos he recibido una comunicacion de V. E.,


»en que se sirve trasladarme un real decreto de S. M., por el que deroga y manda re-
"coger otro que se dignó expedir para la disolucion de las Córtes. S. M. tiene á bien
»expresar en el decreto que V. E. me traslada, que el de la disolucion de las Córtes
»10 dió á instancias mias, con lo que queda destruida en su orígen la invencion tan
»absurda como trascendental, que supone que fué obtenido por la violencia. Si toda-
»vía hubiese quien insistiese en hacer valer semejantes ideas, yo tendré la- honra de
"proponer á V. E. el medio único de que se aclare en mi presencia la verdad: mien-
»tras tanto cumplo con remitir á V. E. el decreto rubricado por S. M., que como V. E.
»observará, no tiene ni firma, ni fecha, porque no ha llegado aún el caso de hacer
"de él el uso conveniente. Dios guarde á V. E. muchos años. Madrid 30 de No-
»viembre de 1843.-Firmado.-Salustiano de Olózaga.-Excmo. señor ministro de
»la Guerra.»


A esta carta y á nuevas instancias hechas por el Sr. de Olózaga, no se dió con tes-
tacion.


Demos fin á los incidentes del dia 30 con el que lo terminó, que casi raya en lan-
ce de sainete, y que prestaria campo á la risa, si no_ hubieran andado envueltos en
esas escenas el porvenir de la patria, la libertad, la tranq ,lÍlidad de numerosas fami-
lias y la vida de tantas víctimas.


Copiamos del Diario de las Sesiones la relacion que de aquella última escena del
dia 30 hizo el Sr. Alcon en la sesion del 15 de Diciembre:


«Nos separamos concluido el acto (el de la mañana), y quedamos citados para
Ilaquella misma noche á las nueve, en el supuesto de que á esa hora se encontrarian
"allí las autoridades y todas las personas que debian concurrir. En efecto, señores,
"me presenté á la hora señalada: encontré ya allí á los compañeros, á los del Senado
)ly á alguna otra persona; pero no estaban, como yo esperaba, las autoridades y de-
»más indivíduos que tambien debian de haberse convocado. Se echó de menos á los
»dos ministros; se dijo que sin ellos nada podia hacerse. A poco rato se recibió una
»carta firmada por el subsecretario dé la Guerra, en la que refiriéndose á lo que le
»habia dicho ó mandado el señor ministro del mismo ramo, decia que se habia di-
"[erido la extension del acta hasta el dia inmediato. Pero no se tuvo por un aviso
»oficial, y así insistimos. Esperamos con más ó menos impaciencia, y como pasaba
"el tiempo y la noche avanzaba, cada cual man ifestaba su opinion. U nos decian que
»debia traerse á la fuerza á los señores ministros, no para precisarlos á que suscribie-
IIsen el acta, no, nada de eso; haria en suponerlo una injusticia á los que hicieron se-
»mejante proposicion; sino para que dijeran si la autorizaban ó no, como se acostum-
))bra. Otros proponian que se nombrase un ministro para aquel acto solo; otros que
))se improvisara un ministerio. En una palabra, en la impaciencia y ansiedad en que
»estabamos, aunque no todos en igual grado, cada uno emitia sus opiniones.




»Y, señores, no s6lo estabamos creídos nosotros que en aquella noche se había de
»extender el acta, sino que lo estaba S. M., que teniendo costumbre de recogerse á
lllas diez 6 diez y media, en aquella noche se la precis6 á estarse allí hasta la una, á
»cuya hora, no pudiendo sin duda S. M. resistir más, salió fatigada diciéndonos que
»iba á recogerse, y yo me retiré (1).))


Así acabó la segunda jornada de ese drama, más apropiado á las tramoyas del ser-
rallo que al alcázar de una reina constitucional. Sin duda faltó á los dos ministros,
que habian mediado en todas esas escenas, valor para firmar un acta que envolvia
una acusacion de crímen de lesa majestad contra el Sr. de Olózaga, escrúpulo que
los honra y atenúa los cargos que podia hacerles la historia por sus actos anteriores
en aquellos dias. A falta de los Sres. Serrano y Frias, los funestos consejeros de do-
ña Isabel 11 hallaron quien firmara el acta, que ellos mismos no se atrevieron á auto-
nzar.


(1) Diario de las Sesiones, pág. 325, sesion del I S de Diciembre.




CAPÍTULO XXXIV.


EL MINISTERIO GONZALEZ BRABO.


Amaneció el dia 1.° de Diciembre, dia menguado, dia infausto, dia de luto para el
trono, para la nacion, para la libertad, para la moral pública. Dia de fatal inaugura-
cion de un sistema de tropelías, de arbitrariedades en que los ministros dieron ríen
da suelta á sus pasiones y á las de su partido, conculcando todas las leyes y destruyen-
d.o las instituciones que tanto habian ensalzado en sus manifestaciones públicas. Dia
por fin de inolvidable recordacion por el in:Hldito escándalo del ensalzamiento al po-
der de un nombre que desbarataba todos los cálculos, no de las probabilidades, mas
de lo posible.


Reunidas en Palacio todas las autoridades en presencia de S. M., esta hace oir la
lectura del acta y aún no se sabia quién tomaria sobre sí la tremenda responsabili-
dad de autorizarla con su firma, cuando de repente se llamó al general Serrano á
Palacio para un acto de que no tenia noticia. Llegó el general á poco rato, se le pre-
sentó el decreto que nombraba un ministro de Estado y notario mayor del reino,
entró á despachar por última vez con S. M., y habiendo tenido la bondad de firmar el
decreto, lo mandó á la secretaría para que se comunicasen las órdenes convenientes
y se pusieran los traslados y demás (1).


Este ministro improvisado era el Sr. D. Luis Gonzalez Brabo. ¡Cuál seria la po-
sicion en que habian colocado á S. M , Guando nadie queria cargar con la responsabi-
lidad de aquel acto entre las infinitas personas congregadas para oir la declaracion
formal de S. M.I Entonces fué cuando una persona que calculó que se le presentaba
ocasion inesperada de en~umbrarse en la cúspide del poder, prestándose á hacer un
servicio que aterraba á los más atrevidos, se ofreció á ser el ejecutor de los designios


(1) Discurso del general Serrano, sesion del 12 de Di~iembre de 184 3.




de un partido á trueque de pedir la cabeza del que poco antes se apellidaba su mejor
amigo y de quien buscaba una sonrisa, un halago con la más rendida obsequiosidad.
Este personaje es ... ¡D. Luis Gonzalez Brabo!!! Al oir el pueblo de Madrid este de-
sacato al trono, á la opinion, parecia que corrian voces de una calamidad pública. La
estupefaccion general jamás habia invadido la capital de un modo más lúgubre que
á la noticia de ese nombramiento, y cuenta que no era la primera vez desde la muer-
te del rey, que las intrigas de palaciegos sobreponiéndose á todas las consideraciones
públicas, habian dado por resultado nombramientos de ministros harto escandalo-
sos. Tampoco era la primera vez que la camarilla y el partido reaccionario tras de
haber aconsejado las resoluciones más violentas y comprometido el trono cesaban
en tomar sobre sí los prohombres del partido la responsabilidad de tales maquina-
ciones, viniendo el poder á parar á manos de quien menos se pensara.


Así es que cuando en 15 de Mayo de 1836 una intriga de ese linaje volcó al minis-
terio Mendizabal, apoyado por la casi unanimidad del Estamento de procuradores,
se vió el poder pasar á manos del Sr. D. Javier Istúriz que" hasta aquel dia habia
pertenecido á la opinion más avanzada del partido progresista Cuando otra intriga en
Agosto de 1837 acabó con el ministerio Calatrava, no se atrevieron los jefes del par-
tido reaccionario á tomar el mando. Se nombró un ministerio de transicion para llegar
en seguida á un Gabinete de hombres entonces poco conocidos, presidido por el con-
de Ofalia. El partido reaccionario aceptó pues en 1836 por jefe á uno de los adalides
más enérgicos del exaltado que renunciaba á sus antiguas opiniones, y en 1837 á un
compañero de Calomarde. Estos cambios de opiniones, esa desercion de principios
en las personas que se pasaban á un bando que habían siempre combatido en un
sentido ó en otro, por inexplicable que fuese la alianza de personas hasta entonces
tan opuestas, eran y son hechos muy frecuentes; pues basta abrir el libro de la his_
toria para hallar á cada paso esos cambios que por desgracia hormiguean en tiempos
de revueltas.


Mas la adopcion del Sr. Gonzalez Brabo por el partido que tanto blasona de puri-
tanismo monárquico, es uno de aquellos hechos que dan en tierra con todos los
cálculos y todas las previsiones, y no pudo efectuarse sin mengua y eterno baldan del
partido que por jefe lo admitió en 1. 8 de Diciembre. Entre el Sr. Gonzalez Brabo y
el partido retrógrado habia un abismo in.sondable. N o era una cuestion de principios
políticos la que mediaba, lo era de honor y de la esencia más delicada, lo era de res-
peto á la moral pública, con la cual no se transige sin degradarse, lo era de dignidad
propia del partido en masa y de infinitas personas individualmente; lo era por último
del decóro de ese trono ante el cual se inclina idólatra ese partido. El Sr. Gonzalez
Brabo habia durante año y medio apurado en El Guirigay el vocabulario del ultra-
je contra el partido 1lamado moderado, y arrojado á la cara de sus principales pro-
hombres los insultos más groseros; habia usado del lenguaje más licencioso y oscuro
contra la gobernadora del reino, atacándola como señora, como madre, como reina
en su vida privada y pública, y llegaron á tanto los excesos de la difamacion del perio-




dista, que el ministerio en 1839 tomó sobre sí el de infringir la Constitucion y la ley
de imprenta, mandando suspender el diario y arrestar al Sr. Gonzalez Brabo, que
pudo salvarse de las garras de los corchetes de la policía saltando por una ventana.


Disueltas las Córtes por aquel tiempo, en cuanto se reunieron acudió á ellas el mi-
nisterio en 12 de Setiembre, pidiendo un voto de absolucion. Para calificar debida-
mente el pacto de 1.0 de Diciembre de 1843, hemos de reproducir el texto mismo de
la exposicion y oficio que á las Córtes dirigió el ministerio de 1839 sobre este escan-
daloso suceso.


"Excmo. Sr.: Dirijo á manos de V. E., de acuerdo del Consejo de ministros, la ad-
»junta exposicion en que el gobierno de S. M. da cuenta á las Córtes de la real resolu-
»cion, por la que se determinó la suspension del periódico de esta córte, titulado El
»Guirigay, á fin de que VV. EE. se sirvan ponerla en conocimiento del Congreso,
»para los efectos convenientes. Dios guarde á VV. EE. muchos años. Madrid 12 de
»Setiembre de 1839.-Juan Martin Carramolino.-Señores diputados secretarios del
»Congreso.»


"A las Córtes: En 7 de Julio próximo pasado se expidió por el ministerio de mi car-
lIgO la real órden circular, que dice: Enterada S. M. por su Consejo de ministros de
"que la salud del Estado reclama imperiosamente la suspension del periódico EL Gui-
l>rigay que se publica en esta córte, y conformándose con el parecer unánime del
»mismo Consejo, se ha servido resolver la suspension de dicho periódico hasta que
»dada cuenta á las Córtes por el gobierno de esta determinacion y de los graves mo-
J)tivos que le han obligado á ella, se resuelva lo conveniente.


»Las Córtes se hallan ya reunidas, constituidos los cuerpos colegisladores, y por
»consiguiente es llegado el momento de que el gobierno cumpla con la obligacion que
»se impuso de darlas cuenta de este suceso, y si contra lo que el gobierno de S. M. se
"persuade, haciendo en ello á las Córtes la justicia dc:bida, no fuesen bastante á justi-
"ficar su conducta, y la necesidad de tal resolucion las escandaLosas, subversivasy
»anárquicas doctrinas, que dieron á aquel periódico una funesta celebridad, el Con-
»sejo de ministros se halla dispuesto á dar las explicaciones necesarias y á responder
"á las observaciones que se le hagan, anali~ndo ante las Córtes, bien á su pesar por
»las consideraciones que no se pueden ocultar á su sabiduría, todos y cada uno de los
»artículos del mismo periódico que constituyeron en tan dura necesidad al gobierno,
»exponiendo además otros motivos graves que hicieron de todo punto indispensa-
»ble esta determinacion.-Madrid 12 de Setiembre de r839.-Juan Martin Carra-
»molino.»


Pasó esta exposicion á una comision especial por acuerdo del Congreso en la se-
sion del 13 del mismo Setiembre en que se dió cuenta.


En la sesion del 20 la comision de peticiones dió cuenta de la señalada con el nú-
mero 15 en estos términos:




r-7':)7 -
«D. Luis Gonzalez Brabo, vecino de esta c6rte, quejándose de haber intentado su


"prision y haber allanado dos veces su casa el jefe político de Madrid, en virtud, se-
"gun este dijo, de rea16rden,la cual al parecer fué acordada en Consejo de ministros,
»no habiendo precedido para ello las formalidades prevenidas por la ley, pide al Con-
»greso exija la responsabilidad de estos actos á los consejeros de la Corona, y parti-
ncularmente al que firm6 la real 6rden. La comision, circunscribiéndose á los límites
»delleglamento, es de dictámen se tenga presente en tiempo oportuno.»


Como estas C6rtes se disolvieron poco despues, no lleg6 á recaer resolucion sobre
este negocio.


No creemos que la salud del Estado exigiera ni por un minuto la suspension de
El Guirigay, y si el ministerio hubiese lisa y llanamente invocado la moral pública
hubiera andado más acertado y hubiera estado en la verdad; mas es achaque de mi-
nistros el ver por do quiera la salud del Estado comprometida.


La alianza del Sr. Gonzalez Brabo, redactor de un peri6dico, de cuya suspension
hubo de pender la salud del Estado, escritor escandaloso, subversivo, anárquico, á
juicio de un ministerio del bando retrógrado, y de este bando mismo, fué ya un gra-
yísimo escándalo; mas el ensalzamiento de este escritor escandaloso, subversivo,
anárquico, á la dignidad de primer ministro de Isabel 11 en andas de ese partido, era
baldan para sí, y el mayor ultraje á María Cristina; pero con asombro vió España
ratificada la eleccion por esta seí10ra, cuando poco despues volvió á España, siendo
el primer ministro de Isabel 11 el folletinista de El Guirigay. Los reyes que jamás
perdonan á los hombres de principios inflexibles que se oponen á sus miras, andan
muy indulgentes con los de conciencia elástica, y no hay ultrajes ni crímenes que no
rescate la apostasía y el rendimiento á servir las pasiones enconadas ó los intereses
materiales de los reyes. ¿ N o yió la Europa al emperador Alejandro mimar yaconse-
jarse de los asesinos de su padre, crímen que le abri6 la senda del trono? ¿ N o vió la
Europa á Luis XVIII tener por ministro al regicida Fouché, al mismo tiempo que
proscribia los que igual voto habian dado? ¿A qué, pues, extraí1ar que María Cristina
entregase al olvido las obscenidades de El Guirigay, cuando su autor se presentaba
á la señora ofendida absuelto por sus recientes desmanes contra liberales, y sus
servicios á la tiranía? Los abrazos de Aranjuez no son más chocantes que los sucesos
del palacio de invierno de San Petersburgo, ni los de Tullerías en Paris.


i y se quejan los fementidos partidarios de la monarquía de la propaganda demo-
crática! ¡Donosa queja! La democracia nada ha hecho que equivalga á los actos de la
aristocracia, que poco á poco han desacreditado una institucion á la que van faltando
sus verdaderos y leales defensures prudentes y previsores. ¿Qué respeto pueden exigir
los que no se respetan á sí mismos ... los que sirviendo los malos instintos de los prín-
cipes son los que degradan los tronos? Los que aceptan el ultraje, la degradacion ó la
provocan, son los que atacan los tronos en su esencia. Se verán reyes admitir en su
privanza ó corno consejeros á hombres cubiertos de la sangre de un padre, de un her·




mano y de víctimas políticas; le prodigarán las demostraciones más solemnes de su
confianza y las condecoraciones que la sociedad enfermiza considera como distincio-
nes del mérito ó de la virtud, y ¿se extrañará la decadencia de la monarquía? No, la
democracia debe hoy más que nunca renunciar á luchas sangrientas, el tiempo y los
errores de sus. contrarios son sus más poderosos auxiliares, ellos harán la obra que la
democracia intentara malamente de mano airada: no es de la boca de un demócrata
de donde han salido las profecías del porvenir. Si la monarquía lleva en sus flancos el
gérmen de:la muerte, lo producen sus desaciertos y los crímenes de sus gobiernos, en-
tregados exclusivamente á sus mayores enemigos, consejeros interesados á quienes
sirven de instrumentos.


Suspendidas las sesiones de Córtes en los dias 29 y 30 de Noviembre, las convocó
el presidente del Congreso para el dia 1.° de Diciembre á instancias de los diputados.
Fácil es figurarse la ansiedad que reinaba en Madrid durante aquellos dias, embarga-
dos todos los ánimos con el suceso de Palacio; así que en cuanto se esparció por la
capital la noticia de que se reunian las Córtes, acudió ufana y agitada la poblacion á
asistir á un drama inesperado. Abrióse la sesion á la una: al entrar el Sr. de Olózaga
en el salan, prorumpieron las tribunas en estrepitosos aplausos, hubo que suspender
la ses ion por algunos instantes, no pudiendo ,el presidente acallar el clamoreo de las
galerías. Abierta de nuevo la sesion á las dos, hizo el presidente las oportunas ad-
vertencias al público, mandando leer los artículos del reglamento relativos á la con-
servacion del árden durante las sesiones.


Se leyeron en seguida los decretos de exoneracion del Sr. de Olózaga, de la admi-
sion de las renuncias hechas por los Sres. Luzuriaga, Cantero y Domenech, Serrano
y Frias, y del nombramiento del Sr. Gonzalez Brabo. La admision de las tres prime-
ras renuncias hechas eran lisas y llanas, la de los últimos las acompañaban las salve-
dades de buen desempeño, celo, lealtad y patriotismo; ese cotejo equivalia á decir
que los tres ministros Luzuriaga, Cantero y Domenech, carecian de las cualidades
que adornaban á los Sres. Frias y Serrano: este último ministro ya promovido á
teniente general, poco tiempo antes recibió la gran cruz de San Fernando el dia mis-
mo de su salida del ministerio.


Imponente era el aspecto del Congreso, las señales menos equívocas de las calen-
turientas pasiones que hervian en los pechos, hacian presentir un horrible choque;
de ambas partes se aprestaban los principales adalides á esgrimir sus más aceradas
armas. Dos campos, dos banderas partian el Congreso: la fatal coalicion que tantas
desventuras habia traido al país, quedaba por fin disuelta en las convulsiones de la
ira y de la indignacion por una parte, en el gozo insultante del triunfo por otra, yeste
bando que tan mal pagaba la incauta generosidad de sus contrarios, arrojando la más-
cara, se aprestaba á la reaccion más espantosa, pasando del sarcasmo y del insulto á
los suplicios, á las torturas, que debian sufrir sus adversarios, al propio tiempo que
se destruian las instituciones. Habia llegado el dia de realizar el ensueño dorado que
se acariciaba de muchos años atrás.




-759-
En los primeros momentos de su triunfo, el partido reaccionario, ufano y orgullo-


so, quiso sofocar la discusion evitando explicaciones que debian necesariamente po-
ner en claro el suceso de la noche delz5, y se pidió que los ministros exonerados ó
dimisionarios no pudieran asistir, hallándose sujetos á reeleccion; mas esta pretension
era tan contraria á todos los precedentes que allí se trajeron, que no hubo medios
de conseguir la exclusion de los ex-ministros. De esta resolucion nació la de los jefes
de la intriga de arrojar en medio del Congreso el acta de declaracion de la reina, con-
trariamente al texto mismo de esta en que se dice que quede archivada. Así se trajo
osada y criminalmente á la barra del Congreso la reina y sus palabras. ¡ Extraña ce-
guedad de un partido!


Se abrió por fin la ;discusion, que tanto interés tenia n los serviles palaciegos en
ahogar; no intentarémos dar el análisis de aquellas discusiones que duraron diez y
siete dias en medio de una lluvia de proposiciones y de enmiendas: hay que leerlas en
el Diario de Córtes, si se ha de paladear el servilismo que allí ostentaron hombres que
se decian constitucionales, y que mejor hubiesen figurado en los consejos de algun
potentado del Asia. Seides embrutecidos de un monarca absoluto, hubiesen desdeña-
do usar el lenguaje que emplearon diputados de la nacíon española: allí hubo una
lucha de degradacion entre los prohombres del partido reaccionario. Cuando la reina
ha hablado decia el uno, creo ciegamente lo que ha dicho. ¿Quién se atreveria, añadia
otro, á dudar de las palabras de la reina? U na persona sagrada é inviolable no puede
faltar á la verdad. Si no hemos dado la divinidad á la reina, decia un tercero, es por
que no está en nuestro poder el dársela; y durante diez y siete dias se oyó este len-
guaje de boca de unos hombres que se sentaban en un Congreso español á nombre
de la soberanía nacional, lenguaje que ponia á todo asistente á aquellas sesiones eu
el caso de decir lo que Tiberio saliendo del Senado de Roma: ¡O homines ad servitu-
tem paratos! ¡Oh hombres prontos á sufrir todo linaje de esclavitud! Y añade Tácito:
Aquel mismo que no queria la libertad, no podia ver sin asco la degradacion del
Senado.


Llevaron los reaccionarios el descaro hasta echar en cara al gobierno provisional
las infracciones de Constitucion que habi(cometido. ¿Con qué derecho, decia el se-
ñor Martinez de la Rosa, acusa el Sr. Lopez á sus contrarios de infringir la Consti-
tucion cuando él mismo la ha violado en sus partes más esenciales? Y allí fué enu-
merar con atroz deleite la renovacion total del Senado, el nombramiento de diputa-
ciones provinciales, de Ayuntamientos de real órden, la violacion de la capitulacion
de Madrid, el desarme de la Milicia Nacional y cuantos atentados habian señalado
la existencia del gobierno salvador. Haber conculcado las leyes, violado la Constitu-
cion, atropellado las personas en favor de un partido, y oir de boca de ese partido la
cruel censura de esos votos, es seguramente el suplicio más horrible que puede su-
frir un hombre público, pero no mayor del que merecia el Sr. Lopez.


El Sr. Olózaga se defendió con talento, mas en nuestro sentir con sobrada minu-
ciosidad en los pormenores de aquel suceso, sin rasgar de una vez el velo. Le faltó




-760 -
algo de esa sublime indignacion que rechaza explicaciones sobre una acusacion
infame.


El Sr. D. J oaquin María Lopez vino á reconocer en parte sus errores. Las ilusio-
nes habian desaparecido, ya no estaba tan seguro de haber salvado la libertad; en
puerto seguro, no le aparecia tan clara la lealtad de sus contrarios, llegaba á creer
que una reaccion era posible, y que tal vez le esperaba una persecucion por premio
de sus servicios. Con todo, debemos reconocer que encontró en su pecho asuntos de
una profunda indignacion, fué vehemente cual nadie, y explícito como ninguno.
Sus tiros pasaron por encima de la cabeza de los que habian traido las cosas á ese es-
tado: para llegar más alto, recordó con amarga decision que dos veces antes de sepa-
rarse de la reina, S. M. le habia dicho que en todos los casos apurados, evocaria
su lealtad y sus consejos, y que no sólo no se le habia llamado, mas acababa de oír
de boca del Sr. Alarcon que habiéndose indicado su persona como una de las que se
debian consultar, habia sido rechazado su nombre con un eso no.


El que sobresalió entre todos sin comparacion fué el Sr. D. Manuel Cortina. Allí
se mostró jurisconsulto profundo, estadista diestro, orador eminente: desenten-
diéndose de pormenores, tomó la cuestion en su verdadero punto, poniendo en co-
tejo la declaracion de la reina y su decreto, que se contradecían escandalosamente.
Recordó con suma pericia y atinada oportunidad las antiguas leyes del reino que no
admitian las declaraciones de los reyes en propia causa como pruebas sin tacha. Se las
hubo con el Sr. Gonzalez Brabo pidiéndole cuenta de haber traido á las Córtes el ac-
ta de la dedaracion, cuando no sólo le faltaba la indispensable autorizacion sino que
estaba mandada archivar; desatentado procedimiento que debia resolverse por poner
al ministro en acusacion. Dirigiéndose á los autores y sostenedores de un proyecto
de mensaje á la reina, les preguntaba cómo podian decir que Se hacia este mensaje
con motivo de una comunicacion hecha á las Córtes por órden de S. M., cuando no
existia tal órden; preguntábales cómo prejuzgaban una cuestion que podia venir á
las Córtes como al tribunal encargado de juzgar á un ministro. N o dejó el elocuente
diputado de Sevrrla un solo argumento de sus contrarios en pié. Los dos discursos
que pronunció en aquellos dias quedaron como modelos de lógica, de saber, de vi-
gorosa dialéctica y de irresistible demostracion: jamás el orador eminente se elevó á
tanta altura; asaeteó sus contrarios desapiadadamente, sin que nadie le arredrase.
Pocas semanas habian mediado, cuando el Sr. D. Manuel Cortina pagaba en una
mazmorra su valor cívico y su elocuente defensa de la verdad.


La irritacion que este inaudito suceso -habia producido en Madrid vino á convertir
en día de luto el señalado para la proclamacion del nuevo reinado, marcando este
con la sangre de víctimas muertas á manos de una soldadesca desenfrenada. El dia 3
de Diciembre el pueblo de Madrid á pesar del ódio pronunciado, que no disimulaba á
lOS tiranos que gobernaban, salió mustio y triste por las calles á ver algunas iluminacio-
nes, yen mayor número se agolpó la gente á las casas consistoriales. De repente, so
pretexto que se habian oido voces de ¡"viva Espartero! unos cuantos soldados, ó bor-




-761 -
rachos ó 6brios de sangre, empezaron á disparar sus armas contra los grupos inofen-
sivos, cayendo mujeres, niños y hombres mortalmente heridos. Aquellos foragidos no
contentos con sus proezas en las calles, abrieron las puertas de un café, donde se ha-
bian acogido gentes, y á boca de jarro descargaron sus armas contra los allí re-
fugiados.


A todo esto el peso del gobierno de la monarquía descansaba en las manos del an-
tiguo folletinista de El Guirigay á quien nadie queria asociarse, y durante cinco dias
fué ministro universal. Al cabo de estos halló gente menos escrupulosa y rehuyendo
los jefes principales de comprometerse con el Sr. Gonzalez Brabo, tomó el ministe-
rio de la Gobernacion el señor marq ués de Peñaflorida, el Sr. Portillo el ministerio
de Marina, el Sr. Mayans el de Gracia y Justicia, el señor general Mazarredo el mi·
nisterio de la Guerra, y se completó por último el Gabinete con la aceptacion de la
cartera de Hacienda por el Sr. D. Juan Carrasco.


La discusion que en un principio aunque violenta y apasionada no dejó de conser-
var un carácter solemne y grave, acabó por degenerar en las chocarrerías más vulga-
res. Allí se presentó el Sr. Bravo Murillo aconsejando al Sr. Olózaga que confesara
que si no habia mediado violencia material, habia querido chancearse; el Sr. Posada
dijo poco más ó menos lo mismo; el Sr. Martinez de la Rosa vino diciendo que era
muy probable que el Sr. Olózaga, desentendiéndose de que trataba con una reina,
habia considerado á S. M. como á su pupila; declarando así á porfía esos imprudentes
y ardientes defensores del acta que no creian una palabra de lo que en ella se decia.
Tras de las vulgaridades de este jaez vinieron las personalidades más indecentes, rela-
tivas á pormenores de convites y comidas, cayendo poco á poco la discusion en un
sainete chavacano y grosero de la peor catadura, dándole fin la votacion del mensaje
á la vuelta de diez y siete dias de discusion.


D. Salustiano de Olózaga, amenazado en su vida por el puñal de asesinos, cedió á
los consejos de sus amigos cuya vigilancia no bastaba ya á protejerlo y se re:ugió á
Portugal, donde un gobierno digno del de Madrid obligó al refugiado español á pasar
á Inglaterra. Poco despues tuvo Madrid que elegir diputados á Córtes, el partido pro-
gresista cuya mayoría en la capital es constante, olvidando las pasadas desavenencias
se agrupó á las urnas electorales, y de ellas salió el nombre del Sr. Olózaga; generosa
y loable protesta contra la declaracion de 1.0 de Diciembre, absolucion solemne del
hombre calumniado, denegacion auténtica de la acusacion.


El mensaje votado y presentado, se suspendieron las sesiones hasta el dia 23, ha-
biendo varios diputados dirigido al Sr. Gonzalez Brabo, enérgicas interpelaciones
el las que este se negó á contestar. El Congreso se separó embargado con los más
tristes presentimientos del porvenir, conociendo los diputados progresistas que su
vida parlamentaria habia llegado á su postrer dia. En efecto, aquellas Córtes fuéron
prorogadas el dia 27 y no se volvieron á reunir: el sistema Constitucional habia fene-
cido en España.


Cerradas las Córtes, la reaccíon no tuvo ya diques y excedió con mucho las de




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1814 Y de 1823. A poco estalló una insurreccion:en Alicante y Cartagena contra el go-
bierno de Madrid: fué esta propicia ocasion para que se manifestaran sin rebozo los pla-
nes del partido monárquico-moderado. Se mandó desarmar todas las Milicias Nacio-
nales, se puso el reino entero en estado de sitio y se atropelló á varios diputados del
Congreso, que fuéron sepultados en hediondos calabozos.


A presencia de tales excesos, el historiador tiene que deponer la pluma: ya no hay
patria, cuando un pueblo permite que tamaños atentados se cometan contra su vida,
su existencia, su honor: no son sus autores los que más mengua reciben para sí, la
deshonra es nacional, la nacion puede solamente borrar la mancha que la cubre toda,
momentáneamente ha dejado de existir esa nacion, pues se ha dejado arrebatar el
honor.


N o desesperamos por eso del porvenir: tres veces ha sucumbido la libertad espa-
ñola á manos de hombres furibundos, en 1814, en 1823, en 1843: tres veces se ha le-
vantado su bandera postrada y manchada, sin que jamás haya producido una revolu-
cion. Puesta á nueva prueba terrible y sangrienta, los hombres que así gobiernan no
tienen á buen seguro el prestigio que á los suyos daba Fernando VII. Combatido
el partido moderado por los carlistas, ingrato y cruel con el partido progresista, sin
consideracion alguna para con la Europa, se ha echado ciegamente en brazos del go-
bierno francés, remachando más y más la cadena de su avasallamiento con matri-
monios que han dado el escándalo en el trono, encendiendo nueva llama de ódio na-
cional contra el gobierno de la Francia. Cayó estrepitosa y vergonzosamente la di-
nastía protectora, y vino huyendo emigrado, proscrito, á las playas de España el
príncipe francés, presunto rey de Castilla. Vive, pues, el trono de Isabel 11 apoyado
exclusivamente en la fuerza brutal de un ejército de pretorianos, y no es dado á ese
gobierno regir el Estado sino conculcando todas las leyes, proscribiendo, fusilando,
entregándose á un frenesí de sangre y de violencia ... El dilema del porvenir se halla
reducido á estos términos, ó el anonadamiento total de la nacion española, ó una
revolucion social que quiera el cielo tenga el carácter pacífico de un pronuncia-
miento.


La revolucion triunfará: es cuestion de dias.




CAPÍTULO XXXV.


CONCLUSI0N.


He llegado al término de mi tarea; para ir más allá contando los sucesos posterio-
res, seria preciso dar á la dignidad de la historia el colorido del libelo. Algun dia tal
vez, volveré á anudar el hilo de los sucesos, hoyes imposible.


Al concluir este trabajo histórico, será el remate una ojeada retrospectiva que re-
suma su esencia con las reflexiones que sugiera su gravedad y su índole.


La regencia hallábase vacante por renuncia de D.a María Cristina: el vencedor de
los carlistas, el pacificador de España, y su primer ciudadano fué ensalzado al poder
supremo por el voto de las Córtes, eco certero y simpático del voto nacional: dos
años más tarde del seno de las mismas Córtes salió el grito de alzamiento que debia
volcar al regente.


Cuando esta malhadada insurreccion estalló en Mayo de 1843, la rapidez del mo-
vimiento y su desarrollo organizado asombró el mundo: fuera de España nadie cono-
cia adecuadamente el orígen de esa rebelion, y entre nosotros pocos explicaban las
causas del abandono en que se vió el regente, cuando tuvo que combatir un movi-
miento que una conspiracion solapada habia diestramente preparado.


Animado del patriótico fin de explicar lo que parecia un enigma, escribí esta obra;
razones que serian largas de enumerar postergaron su publicacion, tal vez no es un
mal. Hoy día es más fácil apreciar los sucesos; las nociones de lo justo y de lo injusto,
de la verdad y de la mentira, no se hallan confundidas en un caos informe. El tiem-
po, ese irrevocable maestro de los hombres, ha rasgado el velo de ITluchos misterios
y ha dado á las cosas de 1843 su verdadero sentido, y á no pocos indivíduos su justo
valor.


El general Espartero no ha caido á los embates de los carlistas que venció, ni por
las conspiraciones pérfidamente urdidas por el partido retrógrado cuyo influjo siem-




pre combatió; este partido ansiaba la ruina del general Espartero, fué auxiliar activí-
simo y diestro: probó fortuna en 1841 Y 1842 con sus propias fuerzas, y se estre-
lló miserablemente. Mas cuando la insurreccion fué proclamada en el seno de las
Córtes por una fraccion del partido progresista, acudieron de tropel presurosos y
atónitos todos los hombres de los bandos carlista y retrógrado á pelear, seguro
de clavar más tarde el puñal en el corazon de los incautos, que le abrian el camino
este último de un triunfo imposible sin el auxilio con que tan inesperadamente se
le brindaba.


¿Qué objeto tuvieron los progresistas que levantaron una bandera que llevaba es-
critas en letras de sangre su propia muerte y la de la libertad? ¿Qué pensamiento fué
el que inspiró su alianza con sus más encarnizados enemigos? Hé aquí un misterio
que no hemos podido penetrar. Cuando ya abierta y profunda la sima en que iban á
hundirse el partido progresista y las instituciones, apremiados por los remordimien-
tos ó agitados por el rumor sordo del vendabal que rugia sobre sus cabezas, los mal-
hadados ministros del gobierno provisional quisieron explicar la legitimidad de la
insurreccion y las quejas que tenian contra el regente, ¿qué dijeron? Vinieron á parar
en la más miserable y microscópica declaracion. «Si el duque de la Victoria, cuando
»el ministerio Lopez le pedia deshacerse de un hombre, hubiera accedido á esta pe-
»queñez, tal vez el duque de la Victoria seria todavía regente del reino.JI Esto decia
el general Serrano en la sesion del 12 de Diciembre de 1843, Y más extensamente lo
ha dicho el Sr. Lopez en su .:.\1emoria raionada ... Reducida á estas proporciones,
¿quién ha de creer que esa fuese la verdadera causa de aquella insurreccion, que de-
bia tener por resultado la muerte del partido democrático?


Para que un partido y una nacion hayan echado en olvido los eminentes servicios
hechos á la libertad por el general Espartero, hasta provocar ó consentir su caida,
preciso fuera demostrar que el regente habia dado el ejemplo del olvido de los prin-
cipios á que debió su ensalzamiento, faltado á sus deberes como magistrado supre-
mo de la nacion, y que faltando á su gloriosa vida como á la alta misio n que recibió
de la nacion, habia vuelto contra la libertad :el poder que se le confiaba para defen ..
derla. Mas léjos de entregarse en sueños de un orgullo nécio; léjos de embriagarse
por su encumbramiento y querer reinar y gobernar cual déspota insano, se conservó
el general Espartero fiel y religioso observador de las leyes, de la Constitucion, de sus
juramentos, de sus principios; en sus palabras como en sus actos ostentó siempre su
humilde cuna, y tener á honra el pertenecer al pueblo, y ser el representante del
partido progresista hasta achacarle sus c'ontrarios un intolerante exclusivismo que
tampoco tuvo, pagándole todos ó casi todos progresistas y no progresistas con la
más negra ingratitud, los beneficios que de el recibieron.


Si la regencia del general Espartero no .descuella por la energía, los elevados con-
ceptos, los fecundos pensamientos que debian marcar el triunfo de la democracia) no
fué culpa del regente; señálese una ley útil, un proyecto grandioso, una conce-
i?ion generosa salida de las Córtes, á cuya realizacion se haya opuesto el regente.


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Con todo, en esa época la gobernacion del reino ofrece reformas útiles; hizo algun
bien, y sobre todo, fué honrada, íntegra, pura. Si los prohombres de las Córtes no
fuéron ministros durante la regencia, suya será la responsabilidad de no haber ad-
mitido los cargos difíciles, en verdad más gloriosos, con que tan lealmente les
brindó el regente tres veces, y si los que por patriotismo ó por ambician llevaron el
peso de gobernar hasta Mayo de 1843 no obtuvieron mayores resultados, más que á
su poca habilidad, hay que culpar la malquerencia, el quisquilloso y estéril desasosie-
go del Congreso, que no comprendió ni los deberes en que se hallaba constituido de
afianzar la libertad, ni su mision de consolidar las instituciones, y que acabó por
convertir una obra de regeneracion en una lucha de destruccion.


Durante la regencia del general Espartero, España ha gozado de una libertad más
lata que ningun otro país de Europa haya jamás tenido. La de la imprenta no tenia
límite, degenerando en asquerosa licencia, viva imágen de la anarquía mental en que
se hallaban sumidos los partidos; el ejercicio de la facultad más preciosa del hombre
culto, la del pensamiento, llegó á no ser más que un instrumento de desmoraliza-
cion, de embrutecimiento. Se la queria hacer odiar y de ello blasonaban los diarios
retrógrados sobrepujando á todos en violencia y en descarado lenguaje; la civiliza-
cion se veia amenazada por una invasion anárquica, carpo si se la hubiera querido
ahuyentar con el estruendo de la barbarie; las leyes yacian impotentes con la impu-
nidad; el jurado todo lo él bsolvia; los tribunales nada podian, y los ministros no se
atrevían á proponer un remedio á este desbordamiento estúpido y soez. Cualquiera
ley que hu biesen propuesto, por buena que fuera, hubiera sido rechazada por el Con-
greso, presa de las funestas pasiones. La libertad individual nunca fué hollada, la in-
dependencia de la nacion harto salvaguardada estaba á la sombra del patriotismo
del regente. Si hubo algunas reprensibles contemplaciones con el gobierno francés,
harto severo se mostró aquel gobierno respecto á la Inglaterra, bien que la calumnia
se haya dado campo anchuroso á inventar necedades despreciables en contra; y cuan-
do en la tribuna de Francia se atacó villanamente el honor del jefe electo de la na-
cion, no salió del Congreso una voz para protestar contra aquel ataque á la indepen-
dencia nacional. Del Senado salió esa protesta, y el que escribe estas páginas, que
nada debia directa ni indirectamente al regente ni á su gobierno, allí tomó sobre sí
la defensa del honor nacional ultrajado; en esta ocas ion tambien tomó el Senado la
iniciativa de hacer respetar las prerogativas constitucionales de España, en la cues-
tion de las credenciales del embajador francés Salvandy, apoyado en esta en seguida
por el Congreso, que tambien supo protestar contra palabras poco meditadas del
ministro Guizot.


Dos veces provocó el partido reaccionario crueles insurrecciones, y dos veces fué-
ron sofocadas.


Mejoras positivas fuéron realizadas; por do quiera se divisaba una animacion, una
actividad en empresas provechosas y bien entendidas, hasta entonces desconocida
en España, sin que se especulase sórdida y escandalosamente, como se ha hecho




despues, acosada la gente por sed de lucro, que más tarde hemos visto apoderarse
calenturienta mente de tantos incautos que llevaban sus ahorros á un lugar de cor-
rupcion y de fraude.


y por último, todo hombre imparcial y veraz tendrá que confesar que en la época
de la regencia del general Espartero, España no deseaba más de lo que tenia; las agi-
taciones que vinieron á perturbar la paz de que se gozaba con deleite, fué obra de
unos pocos ambiciosos descontentadizos, impelidos de afuera para provocar un
cambio, que tan á su sabor habian de aprovechar Iy han aprovechado para saciar
venganzas implacables y una sed de oro nunca bien satisfecha.


N o, ninguna de las causas legítimas que autorizan una justa insurreccion ha sido
la que provocó la caida del regente; el pueblo permaneció como siempre fria espec-
tador de la contienda de los partidos; ningun interés tenia en volcar del poder supre-
mo á un hijo del pueblo que le había dado la paz, aunque ;este pueblo apreciara la
bondad de las instituciones. El movimiento insurreccional de 1843, que estalló en
apariencia como la erupcion de un volcan, tenia causas naturales, aunque secretas;
las perturbaciOnes civiles son en el órden social como los cataclismos en el órden
físico; no son fenómenos inexplicables; el acaso no es una ley providencial, el des-
órden moral y físico no son misterios insondables; tampoco lo es el de la insurrec-
cion contra el representante de la democracia en España. Si he emprendido la árdua
tarea de explicar este suceso, he consultado principalmente mi buen deseo, de lo que
me.he hecho ilusion sobre mis fuerzas para llevarla á cabo; mas mi vida y todo lo que
puedo y valgo, que es harto poco, pertenecian á la causa de la libertad de mi patria,
al triunfo de la justicia, á los adelantos de esa filosofía que debe preparar el triunfo
duradero de la democracia; á este'principio civilizador está reservada la gloria de cam-
biar la organizacion viciosa, mezquina, egoista de una sociedad valetudinaria, decré-
pita, impotente; y escribiendo estos renglones he querido pagar un débil, mas sin-
cero y patriótico homenaje á los principios que forman mi fé y mis creencias.


Los acontecimientos de 1843 forman uno de los episodios de las convulsiones que
preceden álas revoluciones fundamentales; eran providencialmente necesarios para
que penetrase un rayo de luz en ese caos en que se movian de tropel hombres que
una misma bandera habia momentáneamente reunido contra D. Cárlos, tipo del ab-
solutismo político y sacerdotal. La democracia en España ha sido como en todas
partes siempre víctima de su buena fé y de su inexperiencia; aquí como por do quie-
ra se ha visto engañada, burlada, escarnecida por esa raza de intrigantes y)de tahures
políticos, que al dia siguiente de la victoria del pueblo se presentan para falsearla y
medrar, engañando á hombres honradísimos, mas faltos de prevision. Entre nosotros
las lecciones de 1814, 1820, 1823, 1835 Y 1836 de nada sirvieron al partido liberal, y
las mismas torpezas vimos en 1840 Y 1843, y en todas épocas ha habido jefes del
partido democrático ingénuos hasta creer en la sinceridad del arrepentimiento de
sus implacables enemigos. Fatal ilusion, pagada siempre con la más cruel el:·
placlon.




El gobierno nominal que salió del pronunciamiento de 1843, hizo más. No sólo se
uni6 al partido retr6grado, sino que se entreg6 desarmado á sus golpes, tomando á su
cargo la horrible mision de acabar con la Constitucion, en cuya defensa se decia ha-
berse hecho el pronunciamiento, cuando nadie la atacaba sino sus fementidos defen-
sores. Barrenada la Constitucion por el gobierno provisional, la consecuencia 16gica
fué conculcar todas las leyes y perseguir encarnizadamente á los mejores defensores
de la Constitucion, hasta privarlos de su libertad, de sus grados, de sus condecoracio-
nes, y hasta de los nombres gloriosos ganados con su sangre vertida en los campos
del honor, y por último de su patria, dando rienda suelta á la más inícua reacciono
Córtes ilegales, cuales lo fuéron las que se reunieron á fines de 1843, pues ilegal é in-
truso era uno de los cuerpos colegisladores; léjos de protestar contra los atentados
del gobierno provisional, les dieron su sancion; y entrando ellas mismas por la senda
trillada de las infracciones constitucionales, entregaron las riendas del Estado á una
niña de trece años, anticipando una mayoría harto precoz. Y cuando gobierno pro-
visional y Córtes aunados hubieron dado cima á su funesta mision, arrullados por
el estruendo aterrador de la artillería que vomitaba muertes y estragos sobre Barce-
lona, Gerona, Figueras, Hostalrich, Zaragoza, Leon y Vigo, y á la vista de las perse-
cuciones más odiosas que sufrian ante un sinnúmero de españoles defensores de la
libertad, las Córtes dieron un voto de gracias unánime al gobierno provisional por
haber salvado la Constitucion, y haber llevado á cabo la grande obra de la reconcí-
liacíon de todos los buenos españoles. Sacrílega y sangrienta mofa que se vi6 en una
época sin nombre, y que recuerda aquel Senado de Roma decretando que se levan-
tase un templo á la Concordia en el foro, humeante aún con la sangre de tres mil
cadáveres inmolados trás de la muerte de los Gracos. Ese voto impío de las Córtes á
los pocos dias fut! retractado descocada y públicamente por algunos de los que lo
dieron por ironía sin duda.


La Providencia no dejó impunes tamaños excesos, y una tremenda expiacion al-
canzó muy luego á toda la democracia; justo castigo de la más vituperable desviacion
de las leyes eternas de la justicia y de la moral. Tormentos bárbaros en lo presente,
calamidades públicas, dolores de la vida privada, arrepentimientos estériles de lo pa-
sado, y catástrofe inevitable en el porvenir; hé aquí cuáles fuéron y han sido para el
partido democrático los frutos 6pimos de la insurreccion de 1843.


¡Qué horrible cuadro ofrece España á la Europa culta, al filósofo, al amigo de la
civilizacion desde aquel aciago dia en que provocaron algunos contra razon, el
triunfo brutal de la fuerza sobre el derecho, del espíritu retrógrado contra los instin-
tos dé! progreso! La nacion extraviada ha visto sin estremecimiento durante un pe-
ríodo de muchos años todas las leyes escritas conculcadas, todas las leyes morales
imprudentemente escarnecidas, y su porvenir amenazado con todos los peligros de
una revolucion sangrienta, porque tarde 6 temprano este ha de ser el término fatal
de una degradante tiranía escoltada de las más viles y más feas pasiones. La demo-
cracia española en un dia de demencia, olvidándose y menospreciándose á sí misma,




embriagada por el genio del mal y de la discordia, permitió, quiso que el principio de
la in vestidura nacional en su más elevada aplicacion fuese violado en el hijo del pue-
blo, que por sus eminentes servicios habia merecido la honra de llegar á ser el jefe
temporario de la nacíon, mas el dia en que el ínclito guerrero que durante siete años
consecutivos no descansó una hora, ni abandonó por un momento el campo de ba-
talla hasta triunfar de los enemigos de la libertad y de la democracia tomó el camino
del destierro, á que lo condenara su ingrata patria, allí se llevó consigo á playas extra-
ñas el glorioso estandarte de la libertad, que tan valerosamente habia salvado, desba-
ratando unos tras de otros todos sus enemigos, ya con la victoria contra los éarlistas,
ya con la más acrisolada probidad contra los amaí10s y las intrigas del bando reac-
cionario. Mas la caida del soldado, magistrado supremo de España, á quien habia dado
la paz, debia ser y fué la señal del anonadamiento de las instituciones conquistadas á
toda costa. La lógica así lo queria, el cielo así lo permitió. Entonces fué cuando se
evidenció la solidaridad y mancomunidad que existian entre el general Espartero y
el partido democrático; pues el gobierno provisional despues de haber proscrito al
primer soldado de la libertad se dió tal prisa á proscribir otros y otros entregándo-
los á la saña del bando reaccionarío, que este ya pudo usar de las mismas armas, y
las volvió inmediatamente contra todos aquellos que le habían servido de tarima
para encumbrarse.


El gobierno provisional, primer instrumento de la reaccion, fué la primer víctima
expiatoria; desechado con humillante desden por aquellos mismos cuya causa había
fatalmente servido, cayó miserablemente.


Los primeros publicistas que habian enarbolado en la prensa la bandera de la coa-
licion habian sido los redactores de El Eco: redactores y directores, á los pocos dias
de haber triunfado la coalicion eran acusados de' un crímen que llevaba consigo la
pena capital. Arrestados por una órden en que se decia que «siendo constante que
ha habido conato de asesinar al capitan general, disparando varios tiros al coche en
que se hallaba con su ayudante Sr. Basseti y el Sr. Bermudez de Castro, los dos heri-
dos, y por lo que resulta de la sumaria, los redactores de El Eco han debido tener al-
guna complicidad en el atentado: prócedase á su arresto, así como al del editor, dando
aviso al jefe político, con la prevencion que los ponga en el cuartel del regimiento de
la Princesa incomunicados, avisándome de haberlo ejecutado para mandar lo que
conviniera.» Esta órden la firmaba por mandato del auditor de guerra, el Sr. D. José
Elola en 8 de Noviembre de 1843.


Sepultados en hediondos calabozos, tenian que defenderse de inmundos animales
que llegaron á roer sus vestidos; allí quedaron trece meses seguidos, sin más motivo
que el capricho de un ódio implacable que determinó que aquellos escritores públi-
cos debian tener complicidad en una tentativa de asesinato. Y este suplicio de hom-
bres honrados cesó sin más motivo que el que le dió principio: el capricho.


La primera ciudad que proclamó la ca ida del regente fué Barcelona; y de allí á
poco, Barcelona es bombardeada durante tres meses por órden del general Serrano,




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ensalzado por la junta cl mini ,tro uni\'ersaI. Habia el general Serrano acept1do el
programa de la junta; mas cuando reclamó su cumplimiento, se le contestó á caño-
nazos, apellidando facciosos y rebeldes á los autores del programa.


El Sr. D. Salustiano de Olózaga habia dado en las Córtes el lema de la insurreccion
con las palabras de: «Dios salve el país, Dios salve á la reina», tomadas de un perió-
dico reaccionario. Embajador, ayo de la reina, presidente de las Córtes, y presidente
del Consejo de ministros, todo 10 obtuvo el Sr. de Olózaga; pero no bien se apoderó
del gobierno de la monarquía, que no habia querido aceptar durante la regencia del
general Espartero, cuando una intriga de Palacio lo preciritó en un abismo. Acusa-
do de un crímcn de lesa majestad y de la mLÍ.s "illana especie, tiene que refugiarse al
extranjero para salvar su cabeza del cadalso ú donde le hubiera indudablemente ell-
"iado el Senado intruso, llamado por el gobierno provisional, ó para evitar los pu-
Í1ales de asesinos asestados contra su \"ida.


Los diputados progresistas de la coalicion á su vez son arrestados sin el menor
pretexto y llevados á la cárcel pública, donde perm;l11ecieron varios meses entrega-
dos á la más horrible tortura, sin saber si una muerte alevosa seria el término de
la venganza de sus enemigos; salieron de la cárcel ilesos, mas no sin haber sufrido
inmensamente, y tuvieron que emigrar por mucho tiempo. Una sentencia solemne
les absolvió de toda culpa.


La Milicia N acional de todo el reino tomó parte más ó menos directa en la mal-
hadada insurreccion, menos la de Madrid) Zaragoza, Cádiz y Leon. Todas fuéron
desarmadas y disueltas por los que solos podian aprovechar la insurrecciono


Los soldados, impulsados á la rebelion por el cebo de las licencias, piden el pre-
mio de su descrcion y son fusilados por aquellos mismos que los sedujeron, y sobre
sus cadáveres sangrientos se habla de disciplina y de subordinacion militar.


La mayor parte de los oficiales, que extraviados ó engaÍ1ados habian arrastrado
sus soldados á la defeccion, son licenciados y reemplazados por carlistas,


Las autoridades, infieles al regente, son despedidas en masa.
Inaugúrdse por último el reinado de Isabel 11 <Í. la vista de una reaccion furio-


sa; jura una Constitucion hecha trizas por el gobierno pro\"isional, merced á una
nueva infraccion de esta; y apenas esa reina niÍ1a ha dado por sí un paso en la carrera
que se la ha abierto, donde camina á la ventura, sin guia, sin luz, cuando tropieza
con una horrenda maquinacion urdida en su nombre, y su palabra indignamente
usurpada, es llevada á la barra del mundo entero acusando á su primer ministro de
un crímen, que el ministro, y con éste todas las conciencias puras, rechazan por im-
posible. Durante diez y siete dias se discute en el Parlamento espaÍ101 una escena
del serrallo sin testigos y de índole bochornosa.


Todo esto era lógico y debía ser, mas el que no viera en esa série de castigos, en
esa tremenda expiacion el dedo de la Providencia, y que LO lo considerara más que
como un efecto del acaso, aquel ignora que hay un Dios.


El general Espartero resumía en sí la historia de una larga, porfiada y cruel guerra
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civil, y de una turbulenta minoría cuyo término legal no debía cambiar mucho sus
condiciones. El general Espartero simbolizaba la purificacion de Espaí1a, el triunfo
de la legitimidad dinástica, el principio de la hbertad, del progreso, de la nacionali-
dad, de la independencia; era la personificacion gloriosa de la democracia, y el ele-
gido de la nacion para ejercer temporariamente el poder supremo con preferencia á
los príncipes de la sangre real.


¡Cuántos esclarecidos títulos al ódio de los partidos reaccionariosl Ubí multum an-
tevenere pro gratía odium redditur; esta máxima de Tácito el general Espartero de-
bia experimentarla más que nadie. El ~nsalzamiento de un hijo del pueblo al ejercicio
del poder real en un país reputado de ser la tierra clásica de un cul.to ciego y servil
ú los príncipes, escandalizó la Europa monárquica. Semejante ejemplo enseñaba á los
pueblos que podian hallar jefes fuera de las razas reales y aristocráticas. U na regen-
cia de cuatro años, llevada gloriosamente á cabo, era el per:odo exacto de una presi-
dencia en los Estados-U nidos. Este ensayo del poder democrático era sobradamente
elocuente é instructivo para no ser contagioso, y á todo trance era preciso evitarlo;
así todo se puso en obra para hacer imposible el gobierno pacífico de la regencia del
general Espartero.


liLa democracia, decia Napoleon en Santa Elena, es arrebatada, mas hay términos
»hábiles para entenderse con ella; la aristocracia al contrario, es fria, implacable, ja-
))más puede haber avenencia con ella.)) Con estas palabras está explicada la ca ida del
general Espartero, objeto de ódios implacables, porque no habia querido servir los
intereses y las pasiones anti-populares. ¡Ah, si el ínclito vencedor de los carlistas hu-
biera puesto su invicta espada al servicio de los proyectos liberticidas del partido
reaccionario, haciéndose el seíde de sus planes, hubiera sido por este proclamado
un semi-Dios! ¡Mas si en otro reinado se vieron atestadas de cortesanos las antesa-
las de un privado corrompido, verdadero bazar de impudellda y de inmoralidad, si
hoy se agolpan en los salones del general Naf\'aez, donde la reina no se desdeña
concurrir, tuvieron á menos presentarse en la mansion pura y modesta del pacifica-
dor de España!


Los soberanos y todas las aristocracias de Europa se prosternaron á los piés de
Napoleon, dominados por el irresistible ascendiente de su genio, mas nunca le per-
donaron su orígen plebeyo; la aristocracia europea no cesó un solo dia de conspirar
contra el emperador, no pudiendo tolerar esa majest~d popular ante la cual todo era
pálido, pequeño, miserable en las antiguas monarquías. La aristocracia pedia á las
intrigas secretas un desquite de sus derrotas en los campos de batalla, y cuando los
errores de ese genio inconmensurable, que todo lo hubiera sido, si hubiera amado
la libertad, hubieron coaligado contra su poder los pueblos oprimidos, el coloso
cayó; la aristocracia se ensañó á su sabor con el caido, cuyos piés lamieron por tan-
tos años. Se le separó de su esposa, ya que esta era archiduquesa; se exigió de esta
que no recibiese una sola carta de su esposo sin que pasase por manos del empera-
dor su padre, y de no contestarlas sin el permiso de este. María Luisa, archiduquesa,




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emperatriz y reina, no suí'0 conservar la dignidad que tuviera la más humilde plehe-
ya, repudió al glorioso marido, seadhirió á todo cuanto se exigió de ella, flrmó una de-
claracion en la cual protestaba ser enteramente extralÍ.a á los proyectos de N apoleon,
poniéndose bajo la proteccion de los aliados. Mas no bastó á la aristocracia haber
violado todas las leyes divinas y civilf's que unian el emper'ldor Napoleon á una ar-
chiduquesa, se privó al hijo del nombre augusto de su padre, y se le puso otro (1).
¿PuéJense im:1ginar mayores tOl'turas? y ¿acaso se hubieran inventado tales iniquida-
des contra un soberano de estirpe real? Oh no; mas la aristocracia quiso protestar con
te finada maldad contra un matrimonio á sus ojos monstruoso, y hac('r expiar á N a-
poleon su debilidad aristocrática que le hizo llevar al tálamo imperial una archidu-
q uesa.


y si el hombre más grande que haya jamás ocupado la escena del mundo, que llenó
de su gloria el universo, como guerrero, legislador y administrador no pudo ohtener
merced ante esa aristocracia implacable y humillada, ¿qué podia, ni dehia esperar el
general Espartero cuya modestia se ruborizara de ser comparado á Napoleon? Desde
el dia en que prefirió el papel de jefe de la democracia á el de instrumento de los pro-
yectos liberticidas de su partido (2), en cuanto ocupó el puesto que D: María Cristi-
na dejó vacante, ya fué para la aristocracia una necesidad atajar su porvenir, máxime
desde el momento en que una regencia fué prevista en Francia, proclamando la
dinastía de OrIeans y aprobando las Cámaras el principio de que un príncipe de
la casa real era y debia ser siempre el más digno regente del reino durante las mi-
norías: ensueño dorado de una dinastía advenediza que vino á hundirse miserable-
mente.


Destruir la regencia del general Espartero, preferido por los españoles á los prínci-
pes de Borbon, era destruir la democracia, de la que era Espartero la más alta
personificacion de nuestros dias; la representaba por su cuna, por su carrera, por
sus instintos, por sus principios, por sus actos, por sus servicios. Plebeyo, habia he-
cho sobradamente en salvar el trono de Isabel 11 para no ser pagado con la ingrati-
tud; hijo del pueblo, se complacia en recordar su humilde alcurnia, queriendo que el
pueblo recobrase el rango y la dignidad que la aristocracia le ha querido siempre ar-
rebatar; tambien se negó el general Espartero á hincarse de hinojos ante las preten-
siones de Roma y mereció el ódio sacerdotal; de este: nacieron nuevos enemigos
para destruir una barrera al mejor éxito de las pretensiones del Vaticano.


He querido explicar la caida del general Espartero, no sólo con la sencilla enumera-
cion de hechos á cuya exactitud he dado bastante importancia para no haber omitido
trabajo alguno en alcanzar la verdad, por cuantos medios han estado á mi alcance:
mas tambien con el análisis filosófico del estado moral, social y político de España,
porque las causas que producen violentas agitaciones tienen otro orígen que el de los


(1) Baron Je Menneval: Historia de Napoleonyde JlaríaLuisa, pág. 436 Y438.
(2) Véase la renuncia hecha en Barcelona de todos sus empleos, etc.




-77 2 -
sucesos del dia, y más de una vez se confunden los efectos con las causas. 1( Las causas
"de las revoluciones, dice el Sr. Guizot, son siempre más generales de lo que se su-
"pone; el entendimiento más vasto y más esclarecido no lo es nunca bastante para
npenetrar hasta su primer orígen y abarcarlas en toda su latitud; no hablo aquí del
»encadenamiento necesario de los sucesos que hace que nazcan constantemente los
»unos de los otros, y que el primer dia llevaba en su seno el porvenir por entero. ln-
"dependientemente de este enlace eterno y universal de todos los hechos, hay que
"decir que esas grandes vicisitudes de las sociedades humanas que llamamos re\'olu-
»ciones, el desquicio de los poderes sociales, el trastorno de las formas de gobierno,
))la caida de las dinastías, fechan de mu.:ho más atrás de lo que nos dice la historia, y
»son el resultado de causas asaz menospreciadas que las que se creen comunmente:
»en otros términos, los acontecimientos son mucho mayores de lo que saben los
»hombres, y aquellos sucesos que parecen obra de un incidente, de un indivíduo y
>,de algunas circunstancias exteriores, tienen una fuente más remota y una lmpor-
))tancia harto mayor (1).»


Si este modo de apreciar los sucesos y los hombres fuese general, muchas calum-
nias que corren válidas como verdades dejarian de oscurecer el horizonte histórico y
cesaria el error, porque es bien cierto que si hemos de tener alguna prevision, hay
que buscar en los tiempos pasados el hilo conductor que nos ha de guiar, pues es el
único modo de hallar el enlace de los sucesos de diferentes épocas.


Tal ha sido mi afan al escribir esta historia; me he esmerado, sin duda con escaso
acierto, en remontar de los efectos á la causas, y de este estudio ha resultado para
mí como demostracion matemática y verdad absoluta que el edificio político que de
treinta años acá se afanan los españoles por levantar, estriba sobre cimientos falsos;
que por lo mismo la nacion se halla entregada á esos sacudimier;tos periódicos que
agitan la superficie de la sociedad y vuelcan un partido para que se encumbre otro
sin que la cuestion dé un solo paso hácia su solucion. Corre la sangre, las reaccio-
nes son cada vez más violentas, sin que se consiga más que enconar más briosa-
mente los ánimos, y producir nuevas y sangrientas desdichas.


Preciso es cerrar los ojos para no ver que el porvenir de nuestra patria no se halla
en el gobierno constitucional tal como lo hemos copiado de los extranjeros; otra mi-
sion nos atañe que la de seguir los errores de un sistema que ha abortado en Fran-
cia, así con la Carta otorgada en 1814 como con la improvisada en 1830, ambas ya en-
tregadas al olvido, de un sistema que va agonizando en Inglaterra misma, donde
tiene á su favor la tradicion, las costumbres, y los resultados. Trillando la senda de
lo imposible, los españoles léjos de preparar una verdadera regeneracion, no consi-
guieron más que dar pábul.o al materialismo, á la incredulidad y á una disolucion
social de que serán elementos disolventes, la corrupcion, el egoismo, la inmoralidad,
únicos resultados positivos que ha dado hasta ahora de sí el constitucionalismo á la


(1) Guizot: Ensa)'o sobre la historia de Francia. Péíg. (jI).




- 77 3 -
Inglaterra 6 á la Francia. El servilismo, que entre nosotros distingue al bando reac-
cionario que rige la España desde 1843, por imitar los detestables y perniciosos ejem-
plos de los doctrinarios de Froncia, é importar acá del Pirineo todo el bagaje de Jos
reaccionarios franceses, dice harto réciamente á la democracia española que debe en-
trar por un sendero enteramente opuesto, si ha de crear un estado social y político
en que su naturaleza lozana y vigorosa pueda desarrollarse con majestad y es-
plendor.


Tres siglos de espera y de desventura, tres dinastías que han gobernado España
en ese período, nos han traido al estado ,en que estamos, sin que tan larga série de
aí10s y tales cambios dinásticos hayan bastado á sentar un principio fecundo de 6r-
den, y ni siquiera las primeras nociones de una buena administracion. Treinta y
nueve años de experiencia del sistema constitucional, aunque interrumpido en 1814
Y 1823, no han producido méis aYrntajados resultados; es claro pues que el principio
democrático no ha hecho todavía más que una parte mínima de su mision, destru-
yendo algunas instituciones de la añeja aristocracia y del espíritu monacal, apoyo y
sosten del despotismo de la monarquía; la raíz queda y el árbol retoña. Es preciso
arran~ar esa raíz, para que cesé.' de pesar sobre España esa maléfica sombra que encu-
bre todos los desmanes) los desafueros y los crímenes que presenciamos. El árbol se
muere por su propia decrepitud, se pretende con una reaccion ébria de sangre hume-
decer el pié de ese monumento, padron de ignominia. Es vana empresa; ha de morir.


Esp'l.í1a tiene tradiciones y los esp;:¡ñoJes instintos democráticos, que han resistido
á todos los linojes de corrupcion y úyen {¡ pesar de que todas las instituciones demo-
cráticas han dejado de existir. Desengañados hoy dia Jos españoles con los ensayos
constitucionales traidos de afuera, y resueltos á ser una nacion libre, como á salir
del estado de postracion degradante en que se les ha sumido, han de buscar en nue-
vas instituciones el secreto de su regeneracion, y 10 hallarán en su esencia demo-
crática en instituciones municipales y provinciales. La Providencia ha otorgado á los
españoles todo lo que constituye una nacion grande y poderosa. Ella los encaminará
á realizar ese yoto de una voluntad suprema. Ciego está quien no lo vé.


~4 Noviembre, 1848.


FIN.






DOCUIYIENTOS JUSTIFICATIVOS.


1.


En la pág. 209 se ha insertado equivocadamente una proclama de la regencia pro-
visional en vez del siguiente:


Decreto. -«Decidida á restablecer la paz y la union de todos los ánimos, no omi-
"tiendo medio alguno para satisfacer las necesidades de los pueblos y siempre con-
¡¡fiada en la lealtad y el patriotismo de D. Baldomero Espartero, duque de la Victo-
"ria y de MorelIa, como reina gobernadora del reino durante la menor edad de mi
"augusta hija la reina D. a Isabel 1I, le nombro presidente del Consejo de ministros
"sin cartera, para que pueda ejercer más libremente el mando de los ejércitos, como
"lo ha hecho hasta el dia de hoy con tanta gloria para la nacion.-Valencia 16 de
"Setiembre de 1840.-María Cristina.-El ministro de la Guerra, Javier Aspiroz.»


n.


Comunicado dirigido por D. Francisco Linaje, en nombre del duque de la Victoria,
d los redactores de El Eco del Comercio, sobre la cuestion de la forma de la re-
gencia.-(Véase la pág. 254.)


"SeÍ1ores redactores del E ca del Comercio: M uy señores mios: El duque de la Vic-
toria ha leido el artículo de fondo que sobre la cuestion de regencia dan Vds. al pú-
blico en su número de ayer; y como expresen tener datos para asegurar la opinion
y el deseo que acerca de dicha cuestion ha manifestado en círculos de amigos, ha
creído deber confirmar todo cuanto está en armonía con sus principios y señalar la




parte en que se difiere de sus sentimientos y propósito, porque así considera hacer
un bien ú la nacion por cuya libertad é independencia no ha perdonado medio ni sa-
crificio.


llAutorizado por el mismo Duqlle, ratifico el juicio de que su deseo es el de retirar-
se de los negocios públicos y descansar en el hogar doméstico, dispuesto siempre á
desnudar la espada cuando la patria le llame para uefcnuer su libertad é independen-
cia. Y tambien que en medio de este deseo se halla dispuesto :1 obedecer y hacer que
se obedezca la resolucion de las Córtes sobre el número de personas de que haya de
componerse la regencia; pero no á tomar en ella la parte que le indiquen las mis-
mas, si lo que determinen no fuese conforme él su opinion y á lo que en su concepto
es necesario para salvar el país en las actuales circunstancias: en otro caso tendrá
una ocasion honrosa para retirarse como desea, sin faltar en nada á lo que debe á
SLl patria, no quedclndole más anhelo que el de cqui\'ocarse en su opinion y v~r inal-
terable la paz, objeto de todos sus desvelos, establecido el órden que ha de hacer
feliz á esta nacion magnánima y asegurada por sicmpre su libcrtad é independencia.»


»Sírvanse Vds. dar cabida en su apreciable periódico á esta manifestacion y que-
dará reconocido su afectísimo seguro servidor Q. S. M. B.--l\Jadrid 27 de Marzo
de 18 .. p.»


111.


Proclama del general O'Donnell á los habitantes de cYavarrax Provincias
Vascollgadas.-(V éase la púg. 27Y.)


«Cuando terminada la guerra civil abrazásteis al ejército español en los campos de
Vergara, vuestras palabras fuéron sinceras, y el juramento de fidelidau que en aquel
momento s·)lemne prestasteis á la reina Isabelll ha sido cumplido por vosotros con
la religiosidad que os caracteriza. ¿Pero lo recordais vascongados y navarros? ¿Recor-
dais que en aquel dia recibísteis tambien una palabra solemne del jefe de los ejércitos
de que vuestros fueros serian respetados y la paz que allí se asentaba no turbada por
ninguno? ¿ Recordais que era la excelsa Cristina quien gobernaba el reino entonces,
y que más que nadie ansiaba ver terminadJ. la lucha de españoles contra españoles?
Pues bien: mirad lo que queda de aquel día memorable, y juzgad cuál seria el porve-
nir si vosotros, el ejército y la España todJ. no despertase de su letargo.


»El hombre que tanto os prometió, mientras conservabais las armélS en la mano,
el general Espartero que hipócritamente os abrazaba en Vergara , ha engañado á la
madre de su reina, ha comprometido á la nacion española, se ha apoderado traidora-
mente de la regencia del reino, ha destruido de hecho vuestros fueros, y con un dé-
bil motivo a'.::abará de arrebatároslos. Bajo su mando se han hollado las leyes más
sagradas del Estado, se ha obligado á buscar un refugio contra la revolucion en un
país extranjero á la princesa augusta, madre de Isabel JI: la religion de vuestros




-777-
padres es ya atacada con descaro, y ese hombre traidor y engañoso sólo espera de la
casualidad un momento para arrojar del trono de sus padres á dos niñas inocentes
que estorban á su ambi.;ion.


»Navarros y vascongados: la reina María Cristina de Borbon va á volver entre
nosotros: la mayoría de la nacion y del ejército le esperan con impaciencia, y no se-
reis vosotros ciertamente los que menos os apresurareis á demostrarle vuestro amor
y vuestra lealtad. Entre la anarquía y el sostenimiento del trono no puede haber en
España lucha. Triunfarémos pero sin sangre.


»Bajo el Gobierno de una reina que tantas pruebas tiene dadas de su amor á los
españoles, vuestros venerados fueros serán conservados íntegros, la suerte del respe-
table clero <.Í. quien revolucionaria mente se pretende arrebatar los bienes que de de-
recho le pertenecen, será asegurada cual conviene en una nacion eminentemente ca-
tólica, y los ministros del Señor conservarán el brillo que al culto del Eterno cor-
responde. Si intereses creados ya, y que por lo mismo deben respetarse, pudieran
perjudicar á los compradores de bienes nacionales, la augusta reina gobernadora y su
Gobierno transigirán con la cabeza de la Iglesia estos intereses, que de ningun modo
pueden causar perjuicio á los actuales poseedores.


» Navarros y vascongados: encargado por S. M. del mando hasta su llegada á las
Provincias Vascongadas y Navarra, los pueblos encontrarán en mí un firme soste-
nedor de sus derechos y un general bien conocido que jamás ha quebrantado su pa·
labra. Lleguen á mí los amantes de su reina; lleguen á abrazar á este ejército que
más sincero que el hombre que lo mandaba en Vergara los abrazó de corazon. Los
que no lo hicieren así yo los juzgaré siempre como traidores.-Ciudadela de Pam-
plona 2 de Octubre de 1841. -El teniente general comandante general de Navarra y
Provincias Vascongadas, Leopoldo O'Donnell. lJ


IV.


Proclama del general UDonnell d las tropas.


"Comandancia general de Navarra y Provincias Vascongadas. Soldados: La augusta
princesa cuyo nombre os guió durante siete años al combate y á la victoria, la que
ansiosa del bien y prosperidad de la Espaüa abrió sus puertas á proscriptos españo-
les, la restauradora de la libertad en esta nacion desventurada, la que prefirió en Va-
lencia ~n honroso destierro á hollar la Constitucion de 37, la madre, en fin, de vues-
tra reina, va á ,"olver entre vosotros.


))En vano un hombre ingrato, alzado con lo más inmundo que produjo la revolu-
cion, ha querido sustituir él la excelsa Cristina; era imposible. Vosotros habeis visto
por espacio de un año su odiosa tiranía. Incapaz de gobernar la nacion, débil ante el
extranjero, desagradecido para con el ejército, cuya sangre no escaseó para elevarse,
vosotros le habeis visto autorizar en la escandalizada España los actos más despó-






tícos é inmorales. Mientras rasgando la Constitucion, que habían jurado, y haciendo
alarde de una firmeza brutal, la revolucion y su caudillo arrebataban á una madre
idólatra de sus hijas hasta el consuelo de educarlas por sí misma en el amor de sus
pueblos, esa revolucion y ese general inútil dejaban pisotear en Cartajena la bandera
nacional. ~l ejército español perece en la miseria por premio de sus campañas: esos
jefes, oficiales y soldados beneméritos, que inutilizados por heridas ó fatigas espera-
ban justamente, descansar en los destinos civiles llegada ya la venturosa hora de la
paz, han sido postergados hasta el punto de mofarse de sus cicatrices, repartiéndose
los empleos de todas categorías entre una turba atrozmente célebre en los motines
de las calles, pero del todo desconocida en los siete años de campamento.


>lLa vida misma de la reina y de la infanta está amenazada, soldados, la vida de
esas augustas niñas, esa preciosa garantía que nos resta para que nunca D. Cárlos
vuelva á querer entronizar entre nosotros su tiránica dominacion.


>lLa augusta reina gobernadora, á quien la traicion de un ambicioso arrebató por
algun tiempo la regencia, vuelve á España á reclamar ese sagrado depósito que le
confiara la nacion por medio de las Córtes Constituyentes; á su lado encontrareis á
los generales que tantas veces os han llevado á vencer, y cuya sangre ha corrido
mezclada con la vuestra en más de un campo de batalla.


»Por mi parte no dudo de vuestra fidelidad, soldados. Harto tiempo habeis sido
juguetes de la ambicion de un hombre; volved hoy á ocupar el puesto que vuestro
valor y vuestro honor os marcan en rededor del trono de una reina.-Ciudadela de
Pamplona, 2 de Octubre de 1841 .-El teniente general, comandante general de Na-
varra y Provincias Vascongadas, Leopoldo O'Donnell.»


v.


Diputacion interina del reino de Navarra .


«Navarros: La religion, el)rono de S. M. D.a Isabel I de Navarra y II de Casti·
lla, la regencia de su augusta madre la reina gobernadora, y los fueros de este reino
en toda su integridad, y como los recibisteis de vuestros mayores, son hoy vuestra
bandera, son el monumento de Hlestra gloria y de vuestro nombre.


»Tan santos y augustos objetos no pueden ser indiferentes á los valientes de este
reino, los que han admirado á la Europa entera con sus hechos, y dado materia á la
historia con su valor.


»¡Navarros! Vuestros hermanos de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, han empuñado las
armas para sostener este pendon, y han vuelto los ojos hc1cia Navarra, para ver si
los hijos de este suelo siguen su ejemplo. Dias há que los precedisteis. A las armas
pues, y no quedemos atrás en el camino de la gloria.


»Navarros: ¡A las armas! Vuestro virey el Excmo. Sr. D. Leopoldo O'Donnell y
el brigadier D. Francisco Ortigosa os guian: vosotros vais delante de la España en-




-779 _ ..
tera. Vuestro es el honor, vuestro el renombre de la inmortalidad.-Cizur-Mayor, 10
de Octubre de I84I.-COmO presidente de la Diputacion interina, el baron de
Biguezal.>l


VI.


Proclama del coronel Prim.-(Véase la pág. 553.)


aSoldados: Siempre que la tiranía se ha levantado contra la libertad, habeis sido
los primeros en lanzaros á defenderla, y no hay ejemplo que en esa noble lucha ha-
yais sido nunca vencidos. Contra vuestras bayonetas se estrelló el colosal poder del
vencedor de Marengo y Austerlitz; y los restos vencidos de aquellos héroes á cuyo
aspecto temblara el mundo, yacen sepultados en los campos de Bailén. Más tarde,
intérpretes fieles de los sentimientos nacionales, gritasteis: ¡Libertad! ¡Independen-
cia! Y ese eco resonó desde las columnas de Hércules al Pirineo, y no hubo trono
en Europa que no bamboleara en su base.



» La guerra de siete años os ha encontrado consecuentes en vuestros principios, y


vencisteis tambien, como vencereis siempre que la causa del pueblo defendais. El
pueblo os llama ahora, soldados del ejército español, porque la libertad peligra;
aquel en cuyas ingratas manos la confiasteis, la tiene esclava; y no contento con ella,
oprime y menoscaba los intereses, y tal vez el porvenir de nuestra reina niña. De
esa reina, por quien gustosos y entusiastas habeis vertido tanta sangre en lucha des-
esperada, de esa reina que no tiene más amparo que los pechos nobles, y que en-
tregada á manos de los que su dignidad marchitan, tiende sobre vosotros una mi-
rada de dulce expresion, y apelando á vuestra hidalga decision, confia la salvacion
del Estado y la suya á sus valientes defensores. Sus esperanzas, soldados, se fun-
dan en vosotros, y no se engaña la inocente niña en confiaros su salvacion. Ya de
todos los ángulos de la Península tiene pruebas de vuestro respetuoso amor hácia
ella. No hay uno de vosotros que su arma haya disparado contra los que su salva-
cion invocan. Ved las provincias de Granada, Málaga, Sevilla y Lugo; ved la de Bar-
celona, Mataró, Igualada y Lérida. En todas partes donde hay soldados, la bandera
que lleva por lema libertad y reina, ha triunfado y triunfa porque vosotros la apo-
yais. Venid aquí pues, y vereis á centenares vuestros oficiales dispuestos á coger un
fusil para defender tan caros objetos. Venid, pues, no os detengais, á uniros con el
gran número de vuestros compañeros, y añadireis así la más bella hoja de laurel á
esa gloriosa corona con que ceí1Ís vuestra victoriosa frente. Venid, pues. En nom-
bre de la patria y de la reina, de la Constitucion y del pueblo, os llama vuestro an-
tiguo camarada. Soldados: ¡Viva la ConstitucÍon! ¡Viva la reina!-Juan Prim.-
Reus, 9 de Junio de 1843.))




VII.


Traduccion de los documentos insertos en las páginas 615 Y 616, Y cuyo original
español no ha sido posible encontrar.


«Excmo. Señor: El general Zurbano me dice con fecha de ayer, lo que sigue:
»Siento mucho que V. S. haya podido dudar un instante de la sinceridad de mis


promesas, cuando creia haberle convencido de que me hallaba dispuesto á sacrificar
todos los afectos humanos por el bien y la felicidad de la nacion. Pero una vez en
este caso, quiero dar á V. S. una nueva prueba de la firme adhesion que tengo hácia
esta desgraciada patria, retrocediendo ante la efusion de sangre de hombres que pro-
fesan los mismos principios.


"Veo con dolor las desgracias sin cuento que van á caer sobre la nacion, si sobre-
viene un conflicto entre mis tropas y las de V. S., por más que conozca los elemen-
tos heterogéneos de que estas últimas se componen. Deseo de todo corazon eyitar
la ruina de la capital de Cataluña, de la primera ciudad comercial é industrial de Es-
paña. Deseo evitar este conflicto, por más que esté decidido á no faltar á mi primer
deber como militar, que es el de permanecer fiel á un gobierno todavía respetado,
obedecido y sostenido por la mayor parte de las provincias de la monarquía. Por
tanto, propongo á V. S. una suspension de armas, si asf puede llamarse la conven-
cion que haremos de no comenzar las hostilidades que estamos preparando, sin aYÍ-
sarnos con mucha anticipacion. Yo me retiraré sobre Ceryera, y V. S. no ayanzará
más allá de las posiciones que ocupa; la ciudad de Cervera no estará ocupada por
fuerza armada de ninguno de los p8rtidos beligerantes.


"Espero de un momento á otro la respuesta de V. S., asegurándole que lo que
hago, no tiene otro objeto que atenuar las desgracias de la patria, puesto que ha-
llándose n~ retirada asegurada por las tropas que han ocupado hoy á Cervera, no
tengo dificultad en conservar esta posicion al frente de las tropas resueltas de todas
las armas que me siguen, y que si qUIsiese conducirlas ahí, se lanzarian con en-
tusiasmo en medio de los peligros que les esperan, por tener la gloria de haber
cumplido sus juramentos.


"Repito el V. S. que espero su respuesta; y si acepta mi proposicion, daré órden
al gobernador de Monjuy de no atacar á I3arcelona.-Igualada, 23 de Junio.-(Fir-
mado) Zurbano.))


"Habiendo recibido esta comunicacion el la una del dia de hoy, acabo de responder
en los siguientes términos:


))Excmo. Señor: Tengo á la vista unacomunicacion de V. E. fecha de ayer, por la
que me hace saber que, sintiendo la crítica posicion en que se halla, retrocede ante
la efusion de la sangre de sus hermanos. V. E. me atestigua tambicn, aunque en tér-
minos bien poco comedidos, que vé con dolor las desgracias que van á sobrevenir á




- 781 -
la nacion, si sucede un conflicto entre los dos partidos; y en fin, que desea evitar la
ruina de la capital de Cataluña. Esta ciudad está decidida á dejarse abrasar por V. E.
antes que abatir, por poco que sea, la bandera que ha enarbolado, bandera tan justa
como nacional, como 10 prueban el entusiasmo y la resolucion con que todos los ciu-
dadanos han tomado las armas para que la Constitucion sea una verdad, y para ase-
gurar en el trono á nuestra reina D.a Isabel 11.


"V. E. se digna proponerme una suspension de armas, y que no comiencen las
hostilidades hasta avisarnos muy de an tem~ll1o. A esta proposicion respondo que po-
urémos advertirnos mútuamente con venticuatro horas de anticipacion; pero no
puedo aceptar la responsabilidad de lo que podrá suceder en las filas de V. E., com-
prometiéndome solamente á invitar á los habitantes á que dejen pasar libremente
hasta Cervera á V. E. y á sus tropas.


»V. E. me dice tambien, que se retirará sobre Cervera, y que yo no deberé avan-
zar más allá de las posiciones que ocupo, quedándose esta poblacion desocupada de
toda fuerza armada. Si V. E. pudiese por un momento trasladarse á nuestros campa-
mentos y al centro de Cataluíla, veria que no me es posible acceder á esta peticion,
porque el carácter belicoso de los habitantes, y el deseo que tienen de abrazar los
hermanos que V. E. manda, no les permitirán permanecer en los límites prescritos
por V. E. Si V. E. tiene, como dice, su retirada cubierta, retírese á buen tiempo,
que yo contendré las generosas tropas que mando para e\"itar la efLlsion de sangre
española.


»Por mi parte, yo debia proponer á V. E. seguir mi ejemplo, dejando á sus solda-
dos en libertad para obrar conforme á sus deseos y sentimientos españoles que en su
pecho se encierran, porque estoy seguro de que si así se hubiera hecho, estaríamos
ahora abrazados como buenos españoles. Tengo la certeza de que la mayor parte de
los soldados encerrados en la ciudad, entusiastas de la libertad, de su patria y del
afianzamiento del trono de su reina, volarían á nuestros brazos.


¡¡Dios guarde á V. E. etc.-Bruch, 24 de Junio, á las dos del dia.
»Tengo el honor de remitir á V. E. estos documentos para que los comunique á


la junta, si los juzga dignos de su interés~'--Bruch, 24de Junio.-Vicente de Castro.'>


VIII.


Gobierno provisional de la Nacían. -(Véase la pág. 619.)
"En nombre de la Nacion, siendo incompatible con la felicidad pública la regencia


del duque de la Victoria, el gobierno provisional, de acuerdo con la junta suprema
de esta provincia, ha venido en resolver lo siguiente:


l>Art. 1.° Queda destituido de la regencia del reino, que ejercia durante la menor
edad de la reina D. a Isabel Il, el general D. Baldomero Espartero, duque de la Vic-
toria y de Morella, y conde de Luchana.




»Art. 2.° La nacion entera, los empleados de todos los ramos, de todas las clases
y categorías, quedan relevados de la obediencia que, con arreglo á las leyes, estaban
en el caso de prestar al ex-regente.


»Barcelona, 29 de Junio de 1843 .-EI ministro de la Guerra y encargado interina-
mente de los demás ministerios, Francisco Serrano.»


IX.


Manifiesto áfavor de la mayoría de la reina.-(Véase el cap. XXXII, pág. 717.)
c<Señora: El gobierno de la nacion, que en nombre de S. M. desempeñamos de al-


gunos dias á esta parte, estaba seguro de que muy pocos podia prolongar su poder
de hecho la última regencia, que de derecho por sus propias y graves faltas y por la
voluntad de los pueblos, habia ya concluido. Pero era de creer, y nosotros teniamos
motivos muy particulares para esperarlo, que al terminar, y de un modo tan lasti-
moso, ese poder en los confines de España, dejaria en sus playas, ya que antes no
lo hiciera oportunamente, su respetable investidura. No lo hizo así, sin embargo,
sea porque aún desoyera en aquel postrer instante la voz unánime de la nacion,
quien tan obstinadamente desoyó la del Congreso de los Diputados, sea que el ex-
cesivo é increible cuidado de evitar riesgos personales le im pidiera pensar en cosas
más grandes, y en la situacion y dignidad del gobierno.


»El actual, sin embargo, no necesita para completar su existencia legal ningun
acto del anterior. Previsto está en la Constitucion el modo de suplir provisionalmente
al poder real, y por consiguiente á todos los poderes que en su nombre se ejercen; y
al concluir el último de esta especie, ya se hallaba de nuevo reunido el ministerio
aclamado por todas las provincias y por todas reconocido.


llHa llegado, pues, el caso de anunciar á la España y á todas las naciones extran-
jeras que han reconocido el gobierno de V. M., el modo con que este se ejercerá pro-
visionalmente; pero hay un deber sagrado para nosotros, y que nos apresuramos á
cumplir en este solemne momento.


"La opinion nacional, que sosteniendo la obra grandiosa del Congreso disuelto, ha
removido los obstáculos que se oponial\ á su consolidacion, no espera de poderes
transitorios, y por consiguiente débiles~ la reparacion de tantos males como el país
ha sufrido, y la administracion sábia y fuerte que pueda realizar las ventajas que del
gobierno representativo se prometen con razon los pueblos. La nacion quiere, pues,
y la nacion necesita ser regida por V. M. misma; pero V. M. desea oir el voto nacio-
nal en el seno de las Córtes, que deben en breve reunirse, y prestar ante ellas el ju-
ramento que la Constitucion previene, y que nadie más que las mismas Córtes pue-
den recibir á un monarca constitucional.


,,¡Dichoso dia aquel en que constituidos los cuerpos colegisladores empiece de he-
cho el reinado de V. M.l El anuncio sólo de la proximidad de esta nueva era, di6




-783 -
principio á la rcconciliacion de los españoles, tan generosamente ofrecida por los
unos, como noble y ventajosamente aceptada por los otros. Así podrá V. M. admirar
los servicios de todos; y contélndo la nacían tantos hijos ilustres por su saber, su va-
lor y sus virtudes, podrá en el reinado de V. M. alcanzar la prosperidad á que está
llamada, y ocupar dignamente el lugar que la corresponde entre las potencias de
Enropa. Terminó con la Constitucion de r 837 la cuestion política; con la guerra la
cuestion de legitimidad; con la última regencia la ocasion ó el motivo de malas y
turbulentas ambiciones. Que termine tambien para siempre, con el movimiento tan
general y espontáneo que se acaba de sentir en toda la nacion, la série de aconteci-
mientos semejantes, y que tomando en su dia V. M. por único norte de su reinado
los principios del gobierno parlamentario, que así evitan ó contienen los errores y
abusos del poder, como las conmociones populares, reine dilatados años para ven-
tura y gloria de la España.-Madrid, 8 de Agosto de r843.-Joaquin María Lopez,
presidente, ministro de Gracia y J usticia.-Francisco Serrano, ministro de la
Guerra. -Mateo Miguel Ayllon, ministro de Hacienda.-J oaquin de Frias, ministro
de Marina, y encargado de Estado.-Fermin Caballero, ministro de la Gober-
naClOn.»


-






AnYER TENCI A INTERESANTE.


PREFACIO.
PRÓLOGO ..


ÍNDICE.


PARTE PRIMERA.


CAPÍTCLO PRIMERo.-La España constitucional en sus relaciones generales con la
Europa.


CAPÍTULO Il.-Levantamiento del pueblo en 1808.-Las juntas.-Las Córtes.-


fJá!lil1llS.


v


IX


13


Estado político, social é intelectual de España.·-Su administracion. 20


CAPÍTULO IIl.-EI clero. 34
CAPÍTULO IV.-La monarquía y el poder real. 39
CAPÍTULO V.-Espíritu de provincialismo.-Las Provincias Vascongadas y Navar-


ra.-Los fueristas.-Cataluña. 57
CAPÍTFLO VI.-El ejército.-Orígen y causas de su intervencion en los aconteci-


mientos políticos desde 1808 ..
C.\PÍTlJLO VII. -Los partidos políticos en el círculo constitucional.
CAPÍTULO VIII .-Influencia extranjera.
CAPíTOLO IX. -Negociaciones de tratados de comercio con Inglaterra.


PARTE SEGUNDA.
C.~PÍTULO PRIMERo.-Principio de la guerra civil.-Sitio de Bilbao.-El Pretendien-


te en Madrid. • 1 17
CAPÍTULO 1I.-El general Espartero en Madrid.·-Sublevacion militar de Pozuelo de


Aravaca. -Caida del ministerio Ofalia.
~o




CAPÍTULO III.-El general Narvaez. 13 7
CAPÍTULO IV.-El minísterio Alaix.-Su programa.-Convenio de Vergara.-Ten-


tativas para que Espartero interviniese en los negocios del Estado. 148
CAPÍTULO V.-Nuevas tentativas para la intervencion de Espartero en los negocios


del Estado.-Viaje de la córte á Barcelona. . 174
CAPÍTL"LO VI.-Intrigas de la córte en Barcelona.-Programa del general Esparte-


ro.-Motin que promovió. - Trasládase la córte á Valencia.-Levantamiento ge-
neral. . 183


CAPÍTl:LO VII.-Sucesos de Madrid.-Carta de Espartero á la reina Gobernadora. ! 9~'
CAPÍTULO VIII.-Espartero presidente del Consejo 'de ministros. - D: María Cristi-


na renuncia á la regencia.-Espartero regente del reino. 209
C.APÍTULO IX.-La regencia provisional. - Estado de las relaciones diplomáticas


entre España y Roma. 226
CAPÍTULO X.-Hostilidad de la Francia.-Negociaciones con Portugal sobre la na-


vegacion del Duero.-Discusion sobre la forma de la regencia.-El general Es-
partero regente del reino. 243


CAPÍTULO XI.-Ministerio de la regencia. - Sus actos. 2) SI
CAPÍTULO XII. -Estado de los partidos políticos durante la regencia.-Manifiesto de


D. a María Cristina.-Insurreccion militar de Octubre de 1841. 270
CAPÍTL'LO XIlI.-Continuacion. Ú:"\
CAPÍTULO XIV. -Fomenta D." María Cristina desde Paris la insurreccion.-Protec-


cion del gobierno francés á los planes de los reaccionarios españoles.
CAPÍTULO XV.-Acontecimientos de Barcelona en 1841.
C.UÍTt'LO XVI.-EmbCijada del Sr. Salvandy.
CAPÍTL"LO XVII. -Legislatura de 1842. -Se forma la coalicion .-Se disuelve el mi-


nisterio.-Ministerio Rodil.
CAPÍTL'LO XVIII.-Acontecimientos de Barcelona en 1842.
CAPÍTL"LO XIX.-Continuacion.
CAPÍTULO XX. - Consideraciones sobre los acontecimientos de Barcelona.
CAPÍTULO XXI.-Conducta del cónsul de Francia en Barcelona.
CAPÍTULO XXII.-Negociacion diplomática relativa á la conducta del cónsul francés


312


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en Barcelona, Sr. Lesseps. . 41;8


C.4.PÍTULO XXIlI.-Disolucion de las Córtes.-Nuevos trabajos electorales.-Opi-
nJon de Mr. Guizot, sobre los intereses de la Francia respecto á España.-Ei Se-
nado y el Congreso. 4 8 ,,<


CAPÍTULO XXIV.-El ministerio Lopez.-Programa de su administracion. -Su
caida.-Ministerio Gomez Becerra. 508




-. 7~7 -


CAPÍTULO XXV.-Reflexiones generales sobre el pronunciamiento de 1843.
CAPÍn:Lü XXVI.-Pronunciamiento de 1 ~43 .-Disposiciones del gobierno.-Los


jefes progresistas ele la coalicion.-Estalla el pronunciamiento en Málaga, Reus y


Págincu.


Barcelona. 542
CAPÍTULO XXVII.-Pronunciamiento de Valencia, Alicante, Cartagena, Múrcia,


Campo de San Roque, Sevilla, Coruña, Badajoz, Santander, Provincias Vascon-
gadas, Navarra, Cuenca, Valladolid y Búrgos. 578


CAPÍTCLO XXVIII. -Manifiesto del regente á la nacion, al ejército, y á la Milicia
Nacional de Madrid.-Marcha del regente á Valencia.-Movimiento de Cataluña.
-El general Serrano, ministro universal. 596


CAPÍn·Lo XXIX.-Progresos de la insurreccion.-Embarque del regente. 626
CUíTCLO XXX.-EI gobierno provisional.-Sus manifiestos y sus actos. 678
C.\PÍTULO XXXI. -Los cuerpos colegisladores. 7°2
e.HÍTI"LD XXXIL-Debatcs parlamentarios.-Mayoría de la reina.--Desastroso y


justo fin del gobierno provisional. 717
CAPÍn'LO XXXIlI.-EI ministerio Olózaga. 734
CAPÍTCLO XXXIV.-EI ministerio Gonzalez Brabo. 754
CAPÍTl'LO XXXV.-Conclusion. 763
DOCUMENTOS JCSTIFICATIVOS. 77 5


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hasta más
renuncia
hasta más
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LÉASE.


retrógrado
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Inglaterra en su optimismo
poder
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vencer
estado llano
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vergonzosa venta
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leiamos ó veiamos
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España
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con sus
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luz
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Beteta
Berga
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Corradi
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regencia
harto más
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P,tGINA. LÍNEA. DICE.


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239 25 parecieron
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243 I3 ingrata
244 33 depósito
2+1) 2 I manifestaeion el
25 4 12 desereion
25 7 9 Fernando Manuel Cortina.


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260 36 al decreto
261 26 trinitarios
264 20 del
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26 7 ) Plato
Id. 9 Marzo
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269 21 hallo proroga
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4°1 e playa taza
4°7 7 Boq uerin oquería
¡ ,~7 4 1 Rehaleca Echalecu
4.10 31 Rellaleca Echalecu
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4'" 7 32 Clairvereux Claírveaux He 'í especulaba explotaba
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613 1° Bruch Reus (jIS IR las fuerzas los cañones
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726 -1° igualdad legalidad
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